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diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. 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You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2 - -Author: Juan Valera - -Release Date: November 2, 2016 [EBook #53436] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS Ilusiones DEL DOCTOR *** - - - - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - - - - - - - - - - - LAS ILUSIONES DEL DOCTOR FAUSTINO - - - - - JUAN VALERA - - NOVELAS - - Las Ilusiones del Doctor Faustino. - - II - - [Imagen decorativa] - - OBRAS COMPLETAS - - TOMO VI - - Es propiedad. - - Derechos reservados. - - - - -[Imagen decorativa] - -XV. - -LA TERTULIA DE LOS TRES DÚOS - - -Respetilla se apresuró á poner en conocimiento de Rosita que su amo iría -aquella misma noche de tertulia á su casa. No podía dar á Rosita más -agradable nueva. - -Rosita, soltera, con más de veintiocho años, sin haber hallado nunca en -el lugar hombre á quien sujetar su albedrío, dominando despóticamente en -su casa, mil veces más libre y señora de su voluntad y de sus acciones -que una reina no constitucional, no se aburría, porque su actividad y la -energía de su carácter no eran para que se aburriese, pero se divertía -poquísimo; asistía á la vida como quien asiste á la representación de un -drama que le parece tonto y cuyos personajes no le interesan. - -Era Rosita perfectamente proporcionada de cuerpo; ni alta ni baja, ni -delgada ni gruesa. Su tez, bastante morena, era suave y finísima, y -mostraba en las tersas mejillas vivo color de carmín. Sus labios, un -poquito abultados, parecían hechos del más rojo coral; y cuando la risa -los apartaba, lo cual ocurría á menudo, dejaban ver, en una boca algo -grande, unas encías sanas y limpias y dos filas de dientes y muelas -blancos, relucientes é iguales. Sombreaba un tanto el labio superior de -Rosita un bozo sutil, y, como su cabello, negrísimo. Dos obscuros -lunares, uno en la mejilla izquierda y otro en la barba, hacían el -efecto de dos hermosas matas de bambú en un prado de flores. - -Tenía Rosita la frente pequeña y recta, como la de la Venus de Milo, y -la nariz de gran belleza plástica, aunque más bien fuerte que afilada. -Las cejas, dibujadas lindamente, no eran ni muy claras ni muy espesas, y -las pestañas, larguísimas, se doblaban hacia fuera, formando arcos -graciosos. El conjunto de todo expresaba una mezcla de malicia, -soberbia, imperio, alegría, ternura y deseo de amor, imposible de -describir. Ojos negros y ardientes, lánguidos á veces, á veces activos y -fulmíneos como dos ametralladoras, iluminaban aquella movible fisonomía. - -Ramoncita, la otra hija del Escribano, era blanca, no tenía lunares, -tenía la boca pequeña, era más alta que Rosita, y pasaba también por más -guapa; pero ni en media docena de años revelaba Ramoncita, ni al alma -ni á los sentidos, lo que Rosita en un momento. Rosita, sólo con -mostrarse, daba idea de la gloria y del infierno; Ramoncita, del limbo. - -Aunque Rosita tuvo tentación de adornarse un poco más que de costumbre -para recibir á don Faustino, vencida la tentación por su orgullo, -aguardó la llegada del nuevo visitante con el mismo traje de percal, con -el mismo pañuelo de seda al cuello y con el mismo peinado que de -costumbre. Ni siquiera renovó las rosas que tenía en el pelo desde por -la mañana y que estaban marchitas. No hizo más que lo que hacía todas -las noches antes de acudir á la tertulia; limpiarse los dientes, que -ella cuidaba mucho, y lavarse las manos, que, por andar con las llaves -de la despensa ó contando el dinero, ya para recibirle, ya para pagar á -los trabajadores, requerían este cuidado en mujer tan pulcra. Conviene -advertir, sin embargo, que ni las manos ni la cara de Rosita se echaban -á perder fácilmente con las faenas caseras, con el aire del campo y de -los corrales y con andar por las despensas y las bodegas. Rosita no era -un ser delicado, era una hermosura de bronce. - -El Doctor, acompañado de Respetilla, cumplió su palabra, y entró, poco -después de las nueve de la noche, de tertulia en casa de las Civiles. -Rosita, Ramoncita, la confidenta y acompañanta Jacintica, y el futuro -médico, hijo del boticario, componían toda la reunión. - -La conversación fué general durante diez ó doce minutos; pero -languidecía cada vez más, por la visible propensión de D. Jerónimo, el -hijo del boticario, á tener apartes con Ramoncita, y la no menos visible -de Respetilla á entonar un dúo con Jacintica la viuda. - -Esta propensión prevaleció al cabo; se apoderó de los ánimos de Rosita y -del Doctor, y al cuarto de hora de estar el Doctor en la sala baja, -alumbrada por un esplendoroso velón de Lucena, se habían ya formado -insensiblemente tres grupos naturales. En un rincón estaban Ramoncita y -don Jerónimo, charlando en voz baja; en otro rincón Respetilla y -Jacintica, y en otro rincón, por último, se quedaron Rosita y D. -Faustino, hablando con tanta confianza y de asuntos tan íntimos como si -toda la vida se hubiesen tratado. - ---Nada, Sr. D. Faustino,--decía Rosita,--conviene que cada cual se -conforme con su suerte. Este lugar es un corral de vacas... convenido; -pero... ¿dónde irá V. que más valga y menos gaste? Viviendo V. aquí tres -ó cuatro años, si hay dos ó tres de buenas cosechas, podrá desempeñar su -caudal y ponerse á flote. Ya desempeñado, y con el crédito de su ilustre -apellido y de su mucho saber, tal vez no sea difícil que elijan á usted -diputado. Así fuesen como Villabermeja los demás pueblos del distrito. -Aquí manda mi padre, y, por consiguiente, mando yo. Si la ocasión se -presentase y hubiese con quien contar en los otros pueblos, aquí -volcaríamos el puchero en favor de usted. De este modo iría V. á Madrid -como debe ir. Entre tanto, siga V. en sus estudios, escriba, medite, -aumente sus conocimientos; pero no sea tan huraño. El arco no ha de -estar siempre tendido. Bueno es que tenga el alma sus ratos de solaz y -esparcimiento. Véngase V. por aquí, y charlaremos y seremos excelentes -amigos. Yo no soy ninguna sabia, y sólo podré decir á V. cosas vulgares; -pero tengo recto juicio y acertaré á dar á V. buenos consejos, y tengo -además el genio tan alegre, que si logro no fastidiar á V., no hay -término medio, he de lograr también disipar sus melancolías y ponerle -regocijado, con el regocijo rústico y lugareño que por acá se estila. - ---¿Cómo había yo de imaginar, querida Rosita--respondió D. -Faustino,--que había de tener en usted una amiga tan buena? No llegaban -á mis oídos sino las burlas que V. hacía de mí. Tenía miedo de -presentarme á V. No debe V. tildarme de huraño. - ---Es verdad--replicó Rosita,--estábamos mal informados. Nos estimábamos -sin saberlo; y como no nos conocíamos, trocábamos en odio el afecto, y -nos hacíamos la guerra. Ahora, que nos conocemos, se trocará el odio en -amistad. ¿No es así? - ---Por mi parte, yo no la odié á V. nunca. Ahora, que la conozco, la -quiero mucho. - -El Doctor cogió la mano de Rosita y la estrechó cariñosamente. - -El diálogo entre el Doctor y Rosita prosiguió en el mismo tono -afectuoso, prometiendo el Doctor acudir todas las noches á aquella -tertulia de los tres dúos. - -El Doctor estaba contentísimo de la franqueza, bondad y rapidez con que -Rosita intimaba con él. Un recelo, no obstante, le atormentaba algo. -¿Pretendería Rosita que él fuese su novio, y cambiaría en mayor -aborrecimiento la nueva amistad cuando en el pueblo se divulgase que él -la visitaba, y Rosita se convenciese de que D. Faustino López de Mendoza -no aspiraba á casarse con ella? - -Movido por este recelo dijo el Doctor á Rosita: - ---He dicho que vendré aquí todas las noches, sin reflexionarlo bien. -Para mí no puede haber cosa de mayor gusto; pero ¿qué dirán en el lugar? -¿No comprometerán á V. mis visitas? - -La hija del escribano soltó una carcajada, enseñando todos los blancos -dientes de su fresca boca. - ---No se apure V.--dijo,--que yo no tengo miedo de compromisos. Digan lo -que quieran en el lugar, yo no temo perder mi colocación. Tengo -veintiocho años cumplidos, y no me he casado porque no he querido ni -quiero casarme. Soy libre como el aire y sé lo que me importa hacer, y -hago lo que quiero. Á nadie tengo que dar cuenta de mi vida más que á mi -padre, y mi padre no me la pide. ¡Bueno fuera que, siendo mayor de edad, -reina y señora de mi casa, no pudiese yo tratar y hablar con quien me -gusta! - -El _con quien me gusta_ fué acompañado de una mirada muy amorosa de -aquellos ojos de fuego. Rosita, que era tan soberbia como apasionada, -añadió después, deseosa de que el Doctor no temiese que ella aspiraba á -casarse con él: - ---¿Pues qué, no podremos V. y yo ser amigos, y charlar y reir y hacernos -compañía en estas soledades, por miedo de que murmuren? ¿Con quién hemos -de hablar, si no hablamos el uno con el otro? Las mujeres que como yo, -llegan á los veintiocho años, pasan de la flor de la juventud á la edad -madura, y no han querido casarse, ni han tenido novio, ni han tenido -coqueteos siquiera, me parece que tienen derecho á que se las considere -y respete. No faltaba más sino que yo no pudiese hablar con V. con -frecuencia, á fin de evitar que dijese algún tonto que anhelaba yo -enlazarme á la noble familia de los López de Mendoza. - ---Y ser Condesa de las Esparragueras de la Atalaya,--dijo el Doctor -riendo. - ---Y no es mal título--respondió Rosita, poniéndose colorada de que el -Doctor aludiese á su burla, pero recobrando al punto la -serenidad:--además, que para titular no le faltan á V. tierras más -productivas y de más bonito nombre. Y en todo caso, mi padre tiene la -Nava, Camarena y el Calatraveño, que se prestan á ser títulos, como -otras fincas de las mejores. Pero no pensemos en necedades. No titulemos -ni contraigamos matrimonio. Seamos dos _amigos_ leales que se quieren -bien. Seamos Faustino y _Rosita_. Olvídese V. hasta de que soy una -mujer. Yo lo tengo olvidado hace tiempo. Míreme V. bien: vestida de -percal; despeinada casi; con estas rosas ajadas y marchitas--y se las -arrancó de un tirón;--con esta facha de mayordomo, de aperador ó de ama -de llaves. Vamos, ¿qué pretensiones he de tener yo con esta facha?--y -Rosita se puso en pie, riendo, y dió una vuelta para que el Doctor -mirase el descuido de su traje y su completa ausencia de adorno y -coquetería. Luego prosiguió: - ---Varias veces hemos hablado de V. Respetilla y yo, y hemos decidido que -V. es un penitente del diablo. En esto nos parecemos. Yo soy una -penitente por el mismo estilo. Salvo que no soy tan seria. Yo me río -como una loca, hasta de mi penitencia. - -En efecto, el Doctor miró detenidamente á Rosita, y vió que tenía -razón. No había en ella el más ligero asomo de coquetería ó de estudio, -ni en el vestido ni en el peinado. No había más que la salud y el aseo. -Parecía, como ya se ha dicho, una estatua de bruñido bronce. La -intemperie no había ajado ni sus manos ni su cara, que tenían algo de la -pátina que da el sol de Andalucía á las columnas y á otros monumentos -artísticos. Su cuerpo, sin corsé ni miriñaque, se dibujaba bajo los -pliegues del percal, tan gallardo y airoso como el de Diana cazadora. - ---Todo cuanto ha dicho V.--contestó el Doctor,--me parece la discreción -misma. Sólo hay un mandato, pues sus insinuaciones son mandatos para mí, -que creo que no podré cumplir. - ---¿Y cuál es ese mandato? - ---Que me olvide de que es V. mujer. Ese es un mandato imposible. Es V. -mujer, y mujer muy bonita, y V. misma lo siente y lo sabe. - -Las rosas marchitas que Rosita había arrancado de sus cabellos y tirado -al suelo, estaban entre las manos del Doctor. - ---Estas rosas--dijo,--más bien que de haber sido cortadas, se han -marchitado de envidia de esa cara tan graciosa. Yo las he de guardar -como recuerdo. - ---¡Qué bobería!--dijo Rosita.--¿Para qué ese recuerdo? ¿No vamos á -vernos diariamente? - ---Sí; pero ¿y de día? ¿Y cuando no nos veamos? - ---Dé V. acá esas cosas--dijo Rosita; y se las arrancó al Doctor de entre -las manos y las echó muy lejos de sí.--Para recuerdo, ya que V. necesita -recuerdo á fin de no olvidarme, yo le daré otro mil veces mejor. - -Abriendo, al decir estas palabras, un poco el pañolito de seda que tenía -sobre el pecho, metió la mano Rosita y sacó un escapulario de la Virgen -del Carmen que llevaba pendiente y oculto en aquel sitio. - ---Tome V. este escapulario y guárdelo como recuerdo mío. Está bordado -por mí y bendito por el señor Obispo. Bese V. - -Y le puso el escapulario en la boca para que le besase. - -El Doctor le besó con la mayor devoción, notando que conservaba aún el -grato calor de quien se le daba. - -En estos coloquios se pasó el tiempo hasta que dieron las once. - -Jacinta, auxiliada por Respetilla, sirvió entonces la cena á los cuatro -señoritos, echando los manteles sobre una mesa que había en medio de la -sala, y trayendo cubiertos, vasos y una limeta de vino añejo. La cena -consistía en un plato de lomo de cerdo, conservado en manteca y bien -aliñado, y en otro plato de espárragos trigueros en salsa, con huevos -estrellados encima. De postres, higos, pasas, peros y arrope. - -En la cena reinó la mayor alegría; la conversación volvió á ser general; -la limeta, que era de cristal y triple que una botella ordinaria, se fué -quedando vacía; y ya cuando los señoritos estaban en los postres, -Jacintica y Respetilla se sentaron patriarcalmente en la misma mesa y -dieron fin de cuanto había quedado. - -Á poco volvió de arrullar á su tórtola el Escribano y rico propietario -D. Juan Crisóstomo Gutiérrez; y alegrándose mucho de ver á sus hijas en -tan buena compañía, hizo mil cumplimientos al Doctor Faustino. - -Á las doce terminó la tertulia, y se retiró el Doctor á su casa, seguido -de Respetilla, su escudero. - -Durante seis noches más siguió el Doctor acudiendo á la casa, cenando -con las hijas del Escribano, y formando con Rosita uno de los tres dúos -en que la tertulia estaba dividida. - -En la séptima noche, nos permitiremos oir parte del coloquio entre -Rosita y D. Faustino. Poco antes de las once, hora de la cena, hablaban -ambos de este modo en un rincón de la sala: - ---Ya que te empeñas, te tutearé--decía Rosita:--pero soy tan distraída, -que temo que he de tutearte en público. ¿Qué dirá entonces la gente? -Vaya, que digan lo que digan. Yo te tuteo..... ¿Y el escapulario, le -llevas siempre? - ---Aquí le llevo--contestó el Doctor,--sobre el pecho, por debajo de toda -la ropa. - ---¿Me quieres mucho? - ---Con toda el alma. - ---Mira, Faustino, querámonos así; pero no nos preguntemos cómo nos -queremos. Hay un encanto en quererse sin saber cómo, que se desharía si -nos obstinásemos en definir este afecto. ¿Es amistad? ¿Es amor? ¿Qué es? - ---Es todo. Es algo de indefinible y poético--contestó D. -Faustino.--Ignoro cómo te quiero, pero sé que te quiero. - ---Pues abandonémonos á ese sentimiento indefinible, sin averiguar lo que -sea en lo presente--dijo Rosita,--sin preveer á dónde nos lleva en lo -porvenir. ¿No hemos convenido en que somos dos ermitaños, aunque algo -diabólicos; dos penitentes de extraña condición? Pues bien: yo he oído -contar de otros dos penitentes que se encontraron una vez en un frondoso -bosque, desierto y florido, por donde corría un río de claras ondas. -Atada á la margen estaba una ligera y frágil barquilla. Los ermitaños -tuvieron el valor de embarcarse, de desatar la barquilla y de -abandonarse á la corriente, sin saber á dónde los llevaba.--¿Sabes á -dónde fueron? - ---¿Pues no lo he de saber?--respondió el Doctor.--Fueron al Paraíso -terrenal. El querubín que le guarda con una espada de fuego, ó estaba -dormido ó los quería bien, y no se opuso á su entrada, y entraron, y se -regalaron allí como unos bienaventurados que eran. - ---Veo que sabes la historia lo mismo que yo. - ---Y dime, Rosita, ¿por qué no hemos de tener igual valor y confianza que -los otros ermitaños? ¿Por qué no nos hemos de embarcar en la barquilla y -dejarnos llevar de la corriente? - ---Allá veremos--replicó Rosita.--Eso es para pensado. Por lo pronto no -estamos mal. Nos hallamos en el bosque frondoso, en el florido desierto, -á orillas del río de ondas claras. ¿No es ya bastante regalo? ¿No te -contentas? Anda, ermitaño insaciable, ten calma. Oye cantar los -pajaritos en el bosque, contempla las florecillas, sueña arrobado -mirando cómo va corriendo el agua con manso murmullo, coge alguna -campanilla ó violeta de las que brotan á la orilla del río, y no pienses -aún en lanzarte á la navegación, ni pidas Paraíso, como quien no pide -nada. Pues qué, ¿vale tan poco lo presente? El Paraíso mismo, ¿no tiene -precio, para querer llegar á él sin más ni más? Y el querubín, ¿no podrá -oponerse á que entremos? - ---No hay más querubín que tú. Tú eres á la vez ermitaño, querubín y -Paraíso. - -Á este punto llegaban, cuando Jacintica los interrumpió, llamándolos á -la cena, que estaba ya dispuesta. La conversación tuvo que hacerse -general. Aquella noche fué más animada que nunca. Jacintica y Respetilla -se sentaron á la mesa sin ceremonia, poco después de los señoritos. Hubo -gran tiroteo de chistes y de bolitas de pan. Respetilla, que tenía mil -habilidades, lució algunas de ellas: cantó como el gallo, ladró como el -perro, maulló como el gato, zumbó como la abeja y la mosca, rebuznó como -el burro, é imitó los brincos y movimientos de la rana y del mono. -Jacintica, que remedaba muy bien á las personas, puso en caricatura á -varias de las más conocidas en el lugar. Hasta D. Jerónimo, aunque era -formalísimo, se salió algo de quicio, y procuró contar dos ó tres -cuentos; pero todos eran sabidos, y, como por allá se dice, se los -_espachurraron_ con alboroto y risa. Rosita, por último, viendo á todos -tan amenos y alegres, y considerando que estaban en el mes de Mayo, -propuso una expedición á la magnífica casería que tenía su padre en la -Nava. - -Los tertulianos aprobaron y aplaudieron con frenesí. - ---Iremos mañana mismo,--dijo Rosita.--Estas cosas, si se retardan, no se -hacen. Saldremos de aquí á las tres. Á las tres de la tarde, todos á -caballo, á mulo ó á burro, en la puerta de casa. - ---No faltaremos,--contestó el Doctor. - ---No faltaremos,--repitieron los otros. - -Cuando llegó, á poco, el Escribano, Rosita le dió parte del proyecto, y -el Escribano le aprobó. - ---Claro está, papá--añadió Rosita,--que tú vendrás acompañándonos. - ---Pues ¿cómo había de ser de otra suerte?--dijo D. Juan Crisóstomo. - ---Iremos--prosiguió Rosita,--todos los que estamos aquí, y además, papá -me permitirá que yo convide á una amiga mía. - ---Haz como quieras. - ---Pues, entonces convidaré á Elvirita, y seremos ocho. Buen número, ¿no -es verdad? - ---¡Buen número!--exclamó Respetilla.--No hay más que pedir. ¿Qué mejor -apaño? - -Con estas profundas y filosóficas exclamaciones de Respetilla terminó -cuanto de importante se dijo aquella noche en la tertulia de los tres -dúos, y los tertulianos se separaron hasta el día siguiente. - - - - -[Imagen decorativa] - -XVI. - -EL PARAÍSO TERRENAL - - -Alguien pensará quizás que, estando de por medio los amores poéticos del -Doctor con su _inmortal amiga_, había mucho de profanación y de miseria -humana en enredar con Rosita, la hija del Escribano usurero, otros -amores bastante vulgares. El Doctor pensaba lo mismo, sobre todo cuando -no estaba bajo la influencia de Rosita. Cuando hablaba con ella, era el -Doctor hombre perdido. Desde la cumbre serena y clara de las sublimes -especulaciones se precipitaba y hundía en un abismo tenebroso. - -¿De qué le valía meditar teóricamente en las cosas eternas, en lo -permanente y absoluto, en el origen, destino y último fin de lo creado, -si en la práctica venía á caer en ser un camarada de Respetilla y de D. -Jerónimo, con quienes hacía no ya _partida cuadrada_, sino partida -cúbica ó casi cúbica? - -No pocas razones hallaba el Doctor para disculparse, algunas de las -cuales no estará de más consignar aquí. María, la _amiga inmortal_, era -sin duda una mujer que le amaba de un modo noble; pero el Doctor, en -vista de que ella misma se había descubierto y se había mostrado sin -ningún prestigio de elevación y tan envuelta en la realidad impura, no -podía convertirla en una como diosa, en un símbolo de todo lo santo y lo -bueno: no podía hacer de ella lo que Dante de Beatriz y Petrarca de -Laura. Exigir además amor exclusivo y fiel, aun siendo posible el -endiosamiento del ser amado, era empeño superior á nuestra condición -terrenal, ocultándose como el ser amado se ocultaba. El propio Dante -había tenido mil prosaicos extravíos, á pesar de Beatriz, y Petrarca, á -pesar de Laura, no se había descuidado tampoco. - -El Doctor, por otra parte, aunque amaba lo ideal, no estaba muy seguro -de lo que fuese, porque de nada estaba seguro. - ---Si lo que amo y quiero amar está abstraído, sacado por mí de lo real, -como si fuera una esencia ó un espíritu destilado ó más bien evaporado -en el alambique del entendimiento, cierto que sería un absurdo dejar la -realidad y la substancia por la apariencia, el vapor y la sombra. Ello -es que no acierto á concebir nada más bello que la forma de una mujer -bella. Si quiero poética ó artísticamente representarme á una diosa, á -una ninfa, á una sílfide, á la religión, á la filosofía, tengo que darle -forma de mujer. Verdad es que le quito imperfecciones y que le añado -bellezas, que las mujeres que he visto tal vez no tienen; pero, en lo -esencial, lo que me represento es una mujer. Luego la forma, el ser de -la mujer es lo más hermoso, deseable, poético y artístico que puede -concebir y amar el hombre. - -En cuanto á las perfecciones y á las imperfecciones, también había mucho -que dilucidar. El Doctor abrió una vez el libro del orador romano, _De -natura deorum_, donde se toca magistralmente este punto, y halló que -hasta los lunares de Rosita pudieran pasar por divinas perfecciones. El -poeta Alceo estuvo perdidamente enamorado de un lunar: ¿por qué no había -él de enamorarse de dos lunares? - -Hechos estos estudios filosóficos, el Doctor, si bien creyó ver en el -retrato de la coya ciertas miradas severas, desechó los escrúpulos que -le asaltaban y se decidió á imitar á su modo al ermitaño de la leyenda, -entrando en la barquilla y dejándose llevar de la corriente. - -Doña Ana sabía ya las visitas de su hijo en casa del Escribano, y estaba -contrariada; estaba como sobre ascuas. Era duro exigir de un joven que -se enterrase en vida, que no tratase con nadie. De tratar con alguien -en Villabermeja, era evidente que lo más _comm’il faut_, _la high life_ -legítima, el verdadero mundo _fashionable_ residía en la tertulia de las -Civiles. Y, sin embargo, Doña Ana (tan cogotuda la había hecho Dios) se -avergonzaba de que su hijo cenase con las Civiles y las tratase -familiarmente, y se asustaba previendo mil compromisos y enredos. Algo -de esto expuso á su hijo con notable circunspección y prudencia; pero -todo fué inútil. Á la hora convenida, el Doctor, caballero en su jaca, y -Respetilla en su mulo, estaban á la puerta de las Civiles para ir á la -gira campestre. - -Rodeada de multitud de chiquillos, salió y se puso en marcha la -expedición. El Escribano y don Jerónimo iban en sendas mulas con -aparejos redondos. Rosita á caballo, á la inglesa, con traje de amazona -hecho en Málaga. Y por último, Ramoncita, Elvirita y Jacintica iban en -burros con jamugas. Resultaba, pues, que Rosita y el Doctor, que iban al -lado la una del otro, parecían los reyes de aquella pompa, y los demás -el séquito ó comitiva. Aquello era lo que vulgarmente se titula dar una -gran campanada. El lugarcillo se alborotó. Todas las mujeres salían á -las ventanas para ver pasar á las Civiles y al Doctor Faustino, que -desempedraban las calles. Se diría que era el triunfo de Rosita, que iba -luciendo á su cautivo enamorado. - -Durante todo el viaje Rosita fué delante siempre con el Doctor al lado, -el cual le daba la derecha, mientras la anchura del camino lo consintió. - -No hacía ni calor ni frío. El tiempo era hermosísimo. - -Por medio de viñas y olivares fueron subiendo la falda de uno de los -cerros que tanto limitan el horizonte bermejino. Á la media legua no se -veía á un lado y otro ni planta ni hierba alguna, sino piedras enormes. -El cerro, casi como cortado á tajo, era una masa de áridos peñascos, sin -capa vegetal. Formando mil revueltas, se prolongaba el camino, que más -que camino pudiera calificarse de escalera. Sólo caballerías muy -acostumbradas, como las de que se servían nuestros expedicionarios, -podían ir por allí sin venir al suelo y derrocar á los jinetes. - -Cerca de una hora duró esta ascensión dificultosa. El horizonte iba -extendiéndose á medida que subían. Al rayar en lo más alto, se -descubrían desde allí provincias enteras, iluminadas por un sol -refulgente, y claras y distintas, merced á la transparencia del aire, -limpio de nieblas y nubes. Se veían en lontananza Sierra Morena, al -Norte; hacia el Oriente, el picacho de Veleta, cubierto de nieve, y la -serranía de Ronda hacia el Mediodía. Dentro de estos límites, -poblaciones blancas y alegres, caseríos, huertas, viñedos, ríos y -arroyos, bosques de olivos y encinas, santuarios célebres en las cimas -de varios cerros, y muchísimos sembrados, que verdeaban entonces con -todo el esplendor de la primavera. - ---¡Bendito sea Dios!--exclamó Rosita.--¡Qué vista tan hermosa! - ---Yo no veo más que á tí--contestó el Doctor.--¿Para qué buscar la -hermosura remota cuando la tengo á mi lado? En tí se cifra todo lo mejor -de la tierra y del cielo. ¿Para qué cansar la mirada y la mente -recogiendo la belleza difusa, y para qué abarcar tanto espacio y cuadro -tan extenso al concebirla toda, si la tengo en tí en compendio y -resumen? - ---Cállate, lisonjero, mentiroso; cállate, que me voy á volver tonta y -presumida con tus elogios. ¿Ves todos esos campos? ¿Ves todas esas -tierras que desde aquí se divisan? Pues en verdad que nada de por sí -vale tanto como la Nava, á donde pronto vamos á llegar. El verdadero -Paraíso terrenal está en la Nava. - ---Donde quiera que estés tú, estará para mí el Paraíso. - -Entre el Doctor y Rosita se cruzaron estas pocas palabras en un momento -en que pudo el Doctor aproximarse á ella. Casi siempre, durante la -subida, tenían que ir uno en pos de otro, pues la senda no tenía anchura -para más, y aspirar á ir dos en fondo por allí hubiera sido exponerse á -bajar derrumbados. - -Respetilla, que iba detrás de Jacintica, como no podía tener _apartes_ -con ella, se distraía cantando coplas de playeras muy amorosas. En todo -era Respetilla jocoso, menos en esto de cantar las playeras. Las cantaba -con mucho sentimiento. Era un gemido prolongado que ansiaba llegar al -cielo; era un suspiro melodioso que traspasaba los corazones. Así iba -cantando entre otras coplas: - - Cuando yo me muera - Dejaré encargado - Que con una trenza - De tu pelo negro - Me amarren las manos. - -Esta oración jaculatoria, esta melancólica saeta hería sin duda el alma -de la divinidad á quien se dirigía, que no era otra sino Jacintica; mas -no por eso dejaba de agradar á los demás oyentes. No hay nada que, en -medio del campo, en la soledad de un camino, cuando se va andando paso á -paso, tenga mayor hechizo que una copla de playeras bien cantada. - -Por último, llegaron todos á lo alto. Un hermoso espectáculo se ofreció -entonces á sus ojos. - -Aquellos peñascos áridos y desnudos se diría que forman como un enorme -vaso lleno de la tierra más fértil. La Nava es una meseta que tendrá -por la parte más ancha dos leguas de extensión. Por unos lados se sube á -la meseta desde terrenos más bajos; por otros, se levantan soberbios -montes, desde donde descienden varios arroyos abundantes, que fertilizan -aquel lugar delicioso. En las laderas, que se inclinan hacia la Nava, -hay viñas, almendros, acebuches y encinas; en la misma Nava, prados -cubiertos de hierba y de mil géneros de flores silvestres. Los arroyos -se han abierto cauce, al parecer sin que intervenga la mano del hombre, -y en sus orillas y cerca de sus orillas se han formado sotos frondosos, -donde resplandecen los alisos, los álamos blancos y negros, los fresnos -y los mimbrones. Cuando un arroyo hace remanso, crecen los juncos, las -espadañas y la juncia; y por todas las orillas embalsaman el ambiente -los mastranzos, el toronjil y la mejorana. - -Florecía entonces todo en los prados, merced á la primavera; y sobre el -fondo verde de la hierba fresca y tierna lucían, cual rico esmalte ó -cual bordado primoroso, las nigelas azules, los lirios morados, la -salvia purpúrea, la amarilla gualda y las blancas margaritas. - -Otras mil flores y plantas brotaban espontáneamente por toda aquella -llanura y al borde del sendero por donde iban ya caminando el Doctor y -Rosita. Las marimoñas y las mosquetas se podían segar; las adelfas -arbóreas empezaban á abrir sus capullos y mostrar el color sonrosado de -sus más tempranas flores, y el romero y el tomillo perfumaban el aire -puro. - -Buscando sombra y frescura, habían acudido allí mil linajes de pájaros, -como pitirojos, vejetas, oropéndolas, verderoles, gorriones y jilgueros, -los cuales parecía con sus trinos que saludaban á los recién llegados. - -Rosita estaba entusiasmada de todas aquellas bellezas y muy satisfecha -de mostrar á D. Faustino los encantos de los dominios de su papá, en los -cuales ya habían entrado. Aunque gentes de otros lugares tenían fincas -en la Nava, la mejor y más grande era la del escribano D. Juan -Crisóstomo Gutiérrez. - -Poseía éste, en las laderas contiguas á aquel llano, muchas fanegas de -majuelo, que estaban á la sazón binando más de cincuenta hombres que -habían venido de varada; y en la misma meseta, muchos prados, donde -tenía toros bravos, vacas, novillos, ovejas y carneros. El Escribano -había asimismo circundado de un seto vivo de granados, zarzamora y -lentisco un buen espacio de tierra, donde tenía un huerto con frutales y -muchas legumbres. Á la entrada del huerto se parecía la casa de campo, -capaz, limpia y bonita. Allí había bodegas, lagar, tinado para los -bueyes, y algunas habitaciones cómodas para los señores. - -La placeta, que se extendía delante de la fachada, estaba empedrada de -redondas chinitas ó piedrezuelas, formando dibujos con sus varios -colores, como si fuese un rústico mosaico, y todo alrededor había -higueras, nogales, floridas acacias y una multitud de rosales de todos -géneros, llenos entonces de rosas blancas, rojas y amarillas. - -Una torre de la casería servía de palomar, y las mansas palomas bajaban -á la placeta y venían casi á posarse sobre las personas, y á tocarse los -picos y á arrullarse allí sin el menor recelo. Multitud de golondrinas -habían formado sus nidos entre las tejas salientes y el muro de la -casería. Aficionadas á la sociedad humana, las golondrinas prorrumpieron -en jubilosos chirridos cuando llegaron Rosita, el Doctor y los demás de -la expedición. - -La casera, el casero y sus hijos salieron á recibirlos y á tener las -caballerías, que llevaron á los pesebres. - -Ya todos á pie, se formaron cuatro parejas, asidas de los brazos, y se -fueron á ver el huerto, que era precioso. Aún no había más fruta que -alguna fresa; pero el lozano y pródigo florecimiento de mil frutales, -como cerezos, manzanos, membrillos y albaricoqueros, prometía abundante -cosecha. Quedaban algunas violetas tardías, que era la flor de que más -gustaba Rosita, y en busca de las violetas se fué Rosita con el Doctor á -los umbríos, donde, penetrando poco los rayos del sol, se mantenía más -fresca la tierra y consentía que las violetas durasen. - -Allí dijo el Doctor á su compañera: - ---Todo esto es amenísimo, hechicero; mas, si tú no me amas, me parecerá -horrible. - ---¿Pues no te he dicho que te amo?--contestó Rosita. - ---No basta decirlo--replicó el Doctor.--Mira tú cómo se aman todos los -seres en esta venturosa estación. Imítalos amando. El aire que se -respira parece un filtro de amor, y en todos, menos en tí, obra sus -mágicos efectos. - ---Déjame ahora tranquila--contestó Rosita.--¿No puedes gozar de la -felicidad presente, ambicioso, inquieto, anhelante de mayor bien? Oye, -Faustino: yo no soy calculadora; yo no reflexiono mucho cuando me mueve -la voluntad algún poderoso estímulo; pero un pensamiento triste me -conturba á veces. Imagínate que estamos á orillas de aquel río -misterioso de que habla la leyenda; que esta acequia, que riega el -huerto, es ese río; que esta hoja seca, que está cerca de la margen, es -la barquilla que nos convida á aventurarnos en la corriente, y que ya -nos hemos aventurado. ¿No será posible que nos castigue el cielo, y que -en vez de ir al Paraíso terrenal vayamos á caer en un precipicio? - ---Cruel--dijo el Doctor,--si tú me amases no pensarías tanto en lo -futuro: reconcentrarías tanta felicidad en el momento presente, que -bastaría con ella á llenar todos los siglos. ¿Qué martirio, qué -desengaño, qué mal, que viniese más tarde, podría igualar la ventura de -ahora? - -Así se explicaba el Doctor cuando D. Juan Crisóstomo y Elvirita llegaron -al sitio en que estaban. Luego vinieron también las otras dos parejas, y -todas juntas rieron y charlaron. - -La hora del crepúsculo fué encantadora en aquel sitio. Las flores dieron -más perfume; el aire se llenó de más grata frescura; los pájaros -despidieron al sol, que se sepultaba entre nubes de carmín y oro, con -trinos y gorjeos más amorosos y suaves. - -Volvieron al tinado los bueyes y las vacas, y al corral, que servía de -aprisco, los novillos más tiernos y muchas ovejas con sus recentales. -Los cincuenta hombres que habían estado binando se vinieron á la -casería, con el aperador á la cabeza. Todos traían las azadas al hombro, -menos el aperador, que llevaba la vara, signo de su autoridad y como -bastón de mando con que dirigía las faenas agrícolas. De la vara, sin -duda, proviene que cuando van jornaleros á una finca distante de la -población y duermen en ella, durante algunos días, hasta que terminada -la obra vuelven al lugar, se diga que van de varada. - -La varada debía terminar al día siguiente. Los cincuenta hombres aún -dormían aquella noche en la casería, donde tenían para dormir una cámara -espaciosa. - -Todo era, pues, animación y bullicio rústico en la puerta y placeta de -la casería, cuando llegó la noche. Con la venida de los amos no pudo -menos de prepararse una gran fiesta. La noche convidaba á ello. El cielo -despejado dejaba que la luna y las estrellas derramasen su luz pálida -sobre todos los objetos, orlando los árboles con perfiles de plata y -difundiendo por donde quiera una incierta y vaga claridad. Los -ruiseñores cantaban en la espesura; los arroyos murmuraban con cierta -monotonía, y lo apacible y regalado de la noche convidaba á tomar el -sereno. - -Pronto se improvisó un magnífico baile en la ya descrita placeta. Entre -los jornaleros había dos que habían traído guitarras y que las tocaban -bien, no sólo de rasgueado, sino de punteo. Cantadores sobraban, y no -faltaba por cierto gente que bailase. La casera que era joven, las -Civiles y Elvirita y Jacinta gustaban todas del fandango. Los jornaleros -más ágiles bailaron con ellas; pero ni D. Juan Crisóstomo, ni D. -Jerónimo, ni el propio Doctor, á pesar de toda su gravedad filosófica, -pudieron excusarse de dar unos cuantos brincos y de hacer dos ó tres -docenas de piruetas y mudanzas. - -Respetilla estuvo inspirado, sobre todo hacia lo último de la función, -porque en medio de ella todos cenaron corderos en caldereta, guisados -por los pastores, con lo cual se despilfarró el Escribano, cocina de -habas con cornetillas picantes, y un salmorejo rabioso de puro -salpimentado. Con estos llamativos de la sed nadie desdeñó el vino de -las bodegas de la casería, que circuló con profusión en jarros para los -jornaleros y criados, y en vasos, para los señores. Con el jaleo, -regocijo, confusión y general tremolina, Rosita y el Doctor pudieron -decirse cuanto quisieron. El Escribano se puso alegre, y Respetilla -recitó muy bien, y sin esforzarse, la relación del borracho que habla -con su novia, y recitó además la relación de _El Ganso de la -botillería_. - -Para que nada faltase, hubo juegos, que Respetilla sabía dirigir y aun -componer admirablemente. Por _juegos_ se entienden algo como -representaciones dramáticas, en su forma más ruda. Los actores son -cómicos y poetas á la vez, y cada uno inventa lo que dice. Uno solo, y -aquella noche lo fué Respetilla, es el que dirige y compone el argumento -y plan del drama. - -Dos juegos ó dramas hizo y representó Respetilla aquella noche: uno -histórico y otro fantástico. Versaba el histórico sobre las burlas que -la reina María Luisa hacía á muchas personas, porque era muy chistosa y -amiga de burlas. Solo Quevedo puede y sabe más que la reina en esto de -burlar, y acaba por hacer á la reina una burla más aguda, con lo cual -quedan las otras vengadas. En este juego hizo Jacintica de reina María -Luisa, y Respetilla de Quevedo. - -El otro juego fué más común y ordinario; fué de los que más se usan en -las caserías y cortijos. El protagonista es un jornalero decidor, -enamorado, valeroso y algo borracho; en suma, un Don Juan Tenorio -plebeyo. Respetilla hizo este papel. Nuestro héroe, aunque comete -doscientas mil insolencias, se gana la voluntad de San Pedro, de San -Miguel ó de otro santo; y cuando viene el diablo en su busca para -llevárselo al infierno, hace que el diablo pase la pena negra y se mofa -de él á casquillo quitado. Para diablo se busca siempre en estos juegos -al más bobo que se puede hallar en toda la compañía. Aquella noche -había, por fortuna, uno muy bobo, y Respetilla hizo reir á su costa, -obligándole á salir dando bramidos, con unas trébedes en la cabeza, como -corona del monarca del abismo, á cuatro patas, todo tiznado con hollín -de la chimenea, y luciendo en cada pie de las trébedes un trapo mojado -en aceite y encendido como una antorcha. - -Todos rieron y celebraron mucho lo mortificado, vejado y rendido que -quedó el diablo en aquella contienda. - -Con esta representación diabólica terminó la función. - -En la casa había cuartos de sobra para los señores, y todos fueron á -acostarse, á su cuarto cada uno, á fin de levantarse temprano y ver -amanecer en la Nava. - -D. Faustino estaba tan embelesado de la fiesta del campo, de aquellas -escenas primitivas y agrestes, y sobre todo de Rosita, que se creyó -trasladado á la Edad de oro; se olvidó de sus ilustres progenitores de -Mendozas, de la coya y hasta de María, y se tuvo por un pastor de -Arcadia y tuvo á Rosita por su pastora. - -Á la mañana siguiente salieron todos á caballo á recorrer la Nava, á ver -los toros y á visitar el majuelo, donde los trabajadores terminaban ya -la bina. - -El Doctor iba al lado de Rosita, como encadenado por el amor y la -gratitud. Rosita parecía una reina que mostraba su favorito á los demás -vasallos. Parecía la reina de Cilicia, Epiaxa, pasando revista con el -joven Ciro á los bárbaros y á los griegos, ó Catalina II presentando á -Potemkin á toda su corte. - -Por la tarde volvieron los señores al lugar. Los jornaleros, que habían -ido de varada, volvieron también, y no quedó casa en que no se refiriese -y comentase el triunfo de Rosita. - -Por la noche se suprimió la tertulia de los tres dúos. Á la puerta de la -casa del Escribano se despidieron todos. - ---¡Adiós, hasta mañana!--dijo Rosita al Doctor. - ---¡Adiós, bien mío! - ---¿Me querrás siempre? ¿Estás contento de mí? ¿Eres dichoso?--añadió -Rosita en voz baja. - -D. Faustino le apretó la mano con efusión y contestó: - ---Te adoro. - - - - -[Imagen decorativa] - -XVII. - -MÁS PUEDEN CELOS QUE AMOR - - -El Doctor, de vuelta á su casa, fué á ver á su madre y le dió el gusto -de estar de conversación y de cenar aquella noche con ella, de lo cual -la tenía muy deseosa, por acudir á la tertulia de las Civiles. - -Después de la cena, y retirada el ama Vicenta, que la servía, Doña Ana y -su hijo hablaron de sus negocios, nada florecientes, y al cabo dijo Doña -Ana: - ---Mal estamos, hijo mío; pero te aseguro que hoy me arrepiento de que no -te hayas ido á Madrid, y sueño con buscar medio de que te vayas, aunque -sea empeñándonos más. - ---¿Y por qué, madre mía, quiere V. ahora alejarme de sí? - ---Voy á decírtelo claro, sin andar con rodeos, como una madre debe -hablar á su hijo: porque tus relaciones con Rosita me traen -sobresaltada. - ---¿He de vivir como en un desierto, sin tener relaciones con nadie? - ---Tienes razón. Yo debí pensar en eso, y, no ya detenerte, sino -estimularte para que te fueses de este lugar. Aquí tenías que -avillanarte por fuerza. - ---Madre, esa palabra es muy dura. ¿En qué y por qué me he avillanado? - ---Faustino, no creas que te culpo; casi te excuso. Conozco que no habías -de vivir, en la flor de tu edad, como vive un anacoreta. Sólo un fervor -de religión, que por desgracia no tienes, podría haber hecho tal -milagro. Los hombres, ó por educación ó por naturaleza, carecéis del -santo pudor; carecéis del estímulo de quien cifra en el recato la honra, -que es lo que salva á las mujeres. - ---Aun así, madre mía--dijo el Doctor,--no todas las hermanas de mis -abuelos, cuando tuvieron hermanas, acabaron por meterse monjas, á fin de -no emparentar con gente baja y deslustrar el brillo de nuestra familia. -Algunas se casaron con arrieros enriquecidos, con labriegos dichosos y -con afortunados contrabandistas. Parientes tenemos por este lado entre -lo más ruín del lugar. - ---Lo sé, hijo mío; pero sé también que ningún López de Mendoza, ningún -varón de tu casta, desde hace siglos, se ha casado jamás con mujer que -no sea de su clase. ¿Serás tú el primero? - ---Y á V., madre mía, ¿quién le ha dicho que yo me voy á casar? - ---Pues entonces, ¿á qué esas visitas? ¿Á qué esos amores? ¿Me negarás -que los hay? ¿Qué fin, qué desenlace van á tener? - -Don Faustino se puso rojo como la grana y bajó los ojos al suelo, -guardando silencio. - ---Todo me lo explico--prosiguió Doña Ana;--pero has caído en un error -harto peligroso; no has comprendido los mil inconvenientes de tu -conducta. Quiero prescindir del pecado, de la vergüenza, del escándalo -de unas relaciones amorosas que no se piensa en que tengan por término -el matrimonio. Quiero suponer, además, que esa Rosita es tan descocada y -sin decoro que te acepta por amigo, y que no piensa siquiera, por amor á -su libertad y por seguir siendo señora de sí misma, de su casa y de sus -bienes, en convertir á su amigo en dueño y marido legítimo. Todo esto -quiero suponer. ¿Has reflexionado tú el papel que vas á hacer, el papel -que probablemente estás ya haciendo? - -Don Faustino entrevió todo el peso de la acusación de su madre. Se -sintió abrumado bajo él. No contestó palabra. - ---Los vicios de un caballero--prosiguió Doña Ana,--no dejan de serlo -aunque sean de un caballero; pero aún es mayor dolor cuando se llega á -ser vicioso sin nobleza y sin hidalguía. - ---V. se propone martirizarme. V. está afrentándome, madre. ¿Qué pretende -V. decir con eso? - ---No, hijo de mis entrañas: tu madre, que te ama, no puede afrentarte, -diga lo que diga. Si mi voz es hoy harto severa, acalla tus pasiones, -oye en silencio la voz de tu conciencia, y lo será más aún. Lo que yo -quiero significar (estamos solos y voy á hablarte con crudeza) es que si -tu mocedad te incitaba á tener amores groseros y vulgares, hubiera sido -menos indigno, menos impropio de un caballero, buscarlos en una mujer -pobre, de lo más infeliz del pueblo, á quien, sin engañarla nunca con -necias esperanzas, hubieras en cierto modo elevado hasta tí: cuya -miseria hubieras socorrido. Aunque pobre y empeñado, todavía podías -permitirte este lujo en nuestro miserable lugar. Ante Dios hubieras -cometido un pecado gravísimo; para los hombres hubiera sido un -escándalo; pero sobre el escándalo y el pecado no hubiera venido la -humillación, como viene ahora. La hija del Escribano usurero es rica, te -agasaja, te lleva á sus posesiones, te muestra á sus criados como si tú -fueses su criado favorito, su Gerineldos, su... chulo. No falta ahora -más sino que digan por ahí que te mantiene, ó que te mantenga en efecto. - -Tal vez un orgullo aristocrático desmedido exageraba las cosas; pero en -el fondo había mucho de verdad en lo que Doña Ana estaba diciendo. Don -Faustino lo sentía así: le irritaba la fiereza de expresión y de -sentimientos con que su madre le zahería; pero allá en lo más hondo de -su conciencia se declaraba culpado. - ---Los jornaleros que han estado binando en la Nava--prosiguió la -tremenda matrona rondeña,--vuelven contándolo todo según su estilo. Todo -ha llegado á mis oídos como lo cuentan. La señorita Doña Rosa Gutiérrez -te obsequia, te favorece, te regala, te encumbra hasta ella, te elige -por su favorito, te luce como pudiera lucir un brinquillo, se muestra -espléndida por tu causa, dando á todos para cenar cordero y vino -generoso; en fin, aparece á los ojos de todos como reina ó emperatriz -que saca de la nada á uno de sus vasallos, porque le ha caído en gracia. - -Los que hayan vivido en una aldea y conozcan sus usos y costumbres, -comprenderán el furor de Doña Ana, dado su carácter. La malicia de los -campesinos es sin piedad; y cuantos habían visto á Don Faustino y á -Rosita en la Nava habían vuelto explicando aquellos amores del modo que -Doña Ana decía. Por el ama Vicenta y por otros criados sabía Doña Ana -los comentarios lugareños, y estaba fuera de sí, herida en lo más -sensible de su alma: en su orgullo aristocrático y en su amor de madre. - -Consternado el Doctor, permanecía silencioso y con la cabeza baja. - ---Créeme, hijo mío, es muy cruel para tu madre lo que está -sucediendo--prosiguió Doña Ana.--Ya te consideran todos en el lugar como -el amigo, el protegido de la hija del Escribano. Esta gente soez imagina -que tú eres para Rosita algo parecido á lo que el vulgo de Madrid -imaginaría de Godoy con relación á una gran señora. En que te tengan por -tal han venido á parar todos nuestros sueños ambiciosos, todas nuestras -ilusiones. Mira qué princesa te tiende la mano y te levanta á su altura. -Mira qué emperatriz te da su privanza, gentil y valeroso caballero. ¿Fué -para eso para lo que te concibió y te parió tu madre? - -Jamás había visto el Doctor á aquella señora tan irritada y violenta. -Quería el Doctor disculparse y hasta vindicarse; mas no acertaba á decir -palabra. En medio de todo, Doña Ana no sospechaba siquiera que las -relaciones entre Rosita y el Doctor estuviesen tan adelantadas. Amores -tan por la posta no cabían en la cabeza de la severa hidalga. Temeroso -Don Faustino, ó de tener que mentir, ó de tener que revelar algo que -molestaría y afligiría más á Doña Ana, seguía callándose, en actitud -humilde. - -Más mitigada la furia con el silencio y la humildad que con la -contradicción ó la apología que el Doctor hubiera podido hacer, -continuó Doña Ana en tono menos acre: - ---Ten valor, Faustino. Acuérdate de quién eres. Deja de ir todas las -noches en casa de esas mozuelas. Ve apartándote poco á poco de su trato -y familiaridad. No te digo que rompas de repente, porque no es justo -ofender á nadie. El Escribano, además, es malo para enemigo. En un -instante, si quisiera tomar venganza de tí, podría concitar á nuestros -acreedores, ejecutarnos, hollarnos, perdernos. Pero si tú, sin faltar á -la cortesía, pretextando enfermedad ú ocupaciones, vas dejando de ir á -su casa, ni él ni sus hijas tendrán razón de quejarse. Su venganza se -limitará á alguna burla tonta como la que hacen de mí. Dirán también de -tí que eres brujo; que te tratas, como yo, con el Comendador Mendoza, -con la coya Doña María y con otras almas en pena de nuestra familia. - ---Madre--contestó al fin el Doctor,--nada puedo prometer á V. ahora; -pero no dude que deseo complacerla. Por lo pronto sólo diré que no tengo -yo la culpa de que los jornaleros y las comadres de este lugar -interpreten mis acciones aviesamente. Baste saber que yo no he dado -motivo para la censura acerba que V. ha formulado. Podrá haber habido -imprudencia en mí; pero nada he hecho indigno de un caballero. Si el -Escribano es rico y nosotros somos pobres, tampoco es culpa mía. ¿Cómo -quiere V. que me enriquezca en este lugar? Por consejo y excitación de -V. fuí á vistas de mi prima Costanza y salí desairado. No tema V. que, -después de aquel escarmiento, vaya yo por mi iniciativa á buscar, ni en -la hija del Escribano, ni aunque fuera en la hija de un rey, remedio ó -alivio para la pobreza en que vivimos. - -Doña Ana amaba con pasión á su hijo: empezó á sentir que había estado -con él cruel en demasía; el recuerdo del desaire que por culpa suya -había sufrido el Doctor de Doña Costancita le ablandó más el corazón; y -dándose por satisfecha con lo que el Doctor acababa de decir, se levantó -Doña Ana de su asiento, se echó en los brazos de su hijo y le dió muchos -besos, vertiendo á la vez amargo llanto. - ---¡Qué desgracia, hijo mío! ¡Qué desgracia! ¡Somos unos miserables: nos -miran como á unos pordioseros! - -El pobre Doctor consoló á su madre lo mejor que supo y pudo, aunque él -también tenía harta necesidad de consuelo. - -Á poco se retiró Doña Ana á descansar, y el Doctor descendió á sus -habitaciones del piso bajo. Estaba agitadísimo y no quiso meterse en la -cama. - -Respetilla, según costumbre, acudió á desnudarle. Don Faustino le -despidió y se quedó en el salón de los retratos. - -Don Faustino no pudo ni estudiar, ni escribir, ni leer. Andaba á grandes -pasos por la sala; meditaba y cavilaba con tal exaltación, que á menudo -pronunciaba las palabras que acudían á su mente con las ideas, y -accionaba y manoteaba como un loco. - ---Tiene razón mi madre--decía,--tiene razón... y eso que no lo sabe -todo. Me he comprometido neciamente. Es una embriaguez de los sentidos, -una pasión vulgar la que me ha llevado á tal extremo. ¡Si yo la amara, -si yo la estimara, aunque fuese hija de Satanás, y no ya del Escribano -usurero!... Yo la sacaría del lugar, yo me casaría con ella, yo haría -prodigios para elevarme y conquistar un nombre, una posición, á fin de -que no se dijese que todo se lo debía. Pero ¿la amo acaso? ¿Es esto -amor? La violencia de afectos, el delirio que sentí á su lado, ¿en qué -se parece al amor verdadero? ¡Ah! Yo comprendo el verdadero amor, hasta -le siento... pero sin objeto. Estoy condenado á llevar en el alma, en -embrión, todas las excelencias y virtudes, todas las grandes pasiones, -todos los nobles sentimientos, y no realizo más que lo bajo, lo -pedestre, lo ínfimo, lo truhanesco, como si fuese el hermano menor de -Respetilla. Mi Laura, mi Beatriz, mi Julieta, mi Isabel de Segura, ¿en -quién se han convertido? Y, sin embargo, ella es mejor que yo. Yo soy un -infame, un embustero, un ingrato. Por amor, sea como sea; por amor á su -modo, pero ardiente, sincero, generoso, ella me ha mimado, me ha -lisonjeado, me ha regalado, me ha rendido su voluntad, sin condiciones, -sin promesas, con ciego abandono. Y yo, aunque la deseo aún, y aunque el -recuerdo vivo de su ternura conmueve mi ser y le excita á nuevo deleite, -me atrevo á menospreciarla, en virtud de no sé qué pasiones ideales que -no realizaré nunca. Cuando miro el centro de mi alma, el abismo que tal -vez el orgullo abrió allí, me finjo que soy grande como un Dios. Cuando -miro mis actos y los resortes de mi voluntad, que á tales actos me -inducen, se me antoja que soy más vil que un perro. - -D. Faustino se echó en un sillón que estaba junto á un velador, en medio -de la sala. Una sola bujía iluminaba aquel recinto. - -Allí se entregó el Doctor á nuevas, tristes y profundas meditaciones. - -Volvió á mirar en lo más hondo de su alma, y se encontró capaz de toda -grandeza. ¿Por qué, pues, no hacía sino lo que pudiera hacer el más -vulgar y bajo de los hombres? ¿Qué resorte le faltaba? - -El Doctor discurrió entonces que le faltaba la dicha, que era víctima de -una fatalidad. Esta fatalidad sólo con la fe podía romperse; pero el -Doctor no poseía la fe sino á medias. Creía en sí mismo y no creía en -nada exterior que le llamase, moviese y estimulase. - -El mundo no le ofrecía los triunfos, los sublimes amores, la gloria -pura, las victorias brillantes con que él había soñado y soñaba. El -mundo hasta entonces no había hecho sino trocar algunas de sus ilusiones -en desengaños, y hacerle pagar cualquier deleite efímero, cualquiera -satisfacción de amor propio, con una humillación. El Doctor, por otra -parte, al descender desde las alturas de sus ensueños, de sus esperanzas -y quizás de sus ilusiones; al tratar de dar consistencia á todo aquello -en el mundo real, sólo había logrado rebajarse á sus propios ojos, -hallarse indigno de sí, desfigurar y manchar y afear el ídolo hermoso, -el tipo de perfección que de sí mismo había creado en el seno de su -conciencia, y al que pugnaba por acercarse y por identificarse. - -Lleno del espíritu de nuestro siglo, comprendía que el destino, la -misión del hombre, era realizar en esta vida todas las virtudes, -potencias y facultades de su alma, contribuyendo así al humano progreso, -poniendo su piedra en el monumento de la historia, y completando con su -propio ser, activo, noble y generoso, la dignidad y magnificencia de las -cosas creadas, entre las cuales y sobre las cuales debía descollar y -resplandecer el espíritu, la inteligencia, el fuego divino, de que su -cabeza y su corazón eran foco, templo y morada. - -Si nada de esto podía hacer, ¿por qué no huía del mundo? ¿Por qué no se -ocultaba en un desierto? En vez de ir á Madrid debía ir donde nadie le -viese. Aquel hastío, aquel odio á la sociedad humana, que en otras -épocas pobló los yermos y despobló las ciudades, ¿es quizás ahora un -absurdo anacronismo? - -El Doctor imaginaba que sí y que no; imaginaba que el hastío y el odio -llenaban las almas de muchos hombres; que por momentos llenaban también -la suya. Pero, ¿dónde estaba la fe, la creencia en un objeto fuera del -alma y fuera del mundo, ante quien postrándose y humillándose, y con -quien viniendo á unirse luego, se limpiara el alma de todo pecado, -desechase toda bajeza y se levantase al fin á aquel grado de perfección -á donde había aspirado en vano á llegar por sí sola? No; ni el alma del -Doctor ni otras almas atormentadas como la suya, podían ya huir á la -Tebaida y renovar los tiempos y los prodigios de los Pablos, Antonios, -Pacomios é Hilariones. ¿Qué iban á adorar allí, como no fuese el -espectro de su mismo ser, sublimado y endiosado por la orgullosa -fantasía? - -Para un tormento como el de su alma, se le figuraba á D. Faustino que no -había más que un remedio: la muerte. Y, sin embargo, apenas pensaba en -la muerte, todas las esperanzas, todas las ilusiones, todos los -propósitos de su lozana juventud surgían como de un abismo, y se -presentaban á sus ojos llenos de luz y belleza, y hacían llegar á sus -oídos una encantadora armonía. Eran como el cántico de la resurrección -que su semitocayo el Doctor Fausto creyó oir á los ángeles cuando iba á -apurar la copa de veneno. - -Además, el horror á la nada podía más en el ánimo del Doctor que el -miedo de las penas eternas, si le hubiera tenido. Quería vivir, pero -vivir de una vida grande, noble, poderosa, fecunda; de una vida que -dejase en pos de sí un rastro luminoso é indeleble. El no ver hasta -entonces el medio de lograr este deseo era lo que le atormentaba; pero -la confianza en sus propias fuerzas y la risueña esperanza vivían aún en -su corazón. - -Se sentía con bríos para remover todos los obstáculos, para vencer todas -las dificultades. Sólo un estímulo poderoso le faltaba. Sólo le faltaba -un agente que pusiese en actividad aquellos bríos; un objeto que -infundiese en su espíritu la fe, el amor, el entusiasmo suficientes. -Costancita había sido una coqueta sin corazón; Rosita, aunque graciosa, -discreta y apasionada, no podía adecuarse al ideal soberbio de sus -aspiraciones; la _amiga inmortal_ permanecía casi invisible. - -¿Por qué no acudía en su auxilio la amiga inmortal, cumpliendo repetidas -promesas? Fuese quien fuese por su material origen, por su posición -entre los seres humanos en el momento presente, el Doctor comprendía que -había en aquella mujer un espíritu igual al suyo, que era cuanto -encarecimiento podía hacer de ella en su mente presuntuosa. - -Mil extrañas ideas cruzaron entonces por el cerebro de D. Faustino. Mil -deseos y propósitos se ofrecieron á su voluntad. Si hubiera creído en la -posibilidad de pactar con el diablo, hubiérale dado cuanto hay que dar -al diablo, á trueque de un ferviente amor, de un punto fijo y radiante, -que fuese estrella polar en el mar tempestuoso de su vida, y al mismo -tiempo centro poderosísimo de atracción que le agitase y encaminase. - -Era tal el orgullo del Doctor, que uno de los irrebatibles argumentos -que contra lo sobrenatural se le presentaban era la no intervención de -nada sobrenatural en su vida. Si no merecía él que los poderes -superiores buenos ó malos, que el principio de la luz ó el de las -tinieblas, acudiesen á sus evocaciones y conjuros, le prestasen -solícitos su apoyo, empleasen en él una providencia especialísima, ¿qué -otro ser humano había de merecerlo? Quizá no existían tales poderes, -cuando no se doblegaban á su voluntad ni á su llamamiento respondían. - -Postración melancólica abatió al fin el ánimo de D. Faustino, tan -exaltado hasta entonces. Se juzgó una de las más infelices y cuitadas -criaturas que había sobre la tierra. Se alucinó hasta creer que la coya -y las demás imágenes de sus progenitores ilustres le miraban compasivas. -Lágrimas de despecho brotaron entonces de los ojos del Doctor y -corrieron por sus mejillas. Aunque por lo común no estén bien las -lágrimas en un rostro varonil, el dolor que á D. Faustino se las -arrancaba era tan alto, aunque extraviado, que, sellando su rostro con -expresión maravillosa, le hacía parecer bellísimo en aquel instante. - -Eran más de las dos de la noche. El sombrío aspecto de aquel gran salón; -el silencio profundo que en torno reinaba; la cercanía del cementerio; -los retratos mismos, apenas iluminados entonces por una sola bujía; el -recuerdo de la última aparición de la mujer misteriosa, todo convidaba á -amarla, á desear aparición nueva. - -Iba el Doctor á levantarse del sillón y á abrir la ventana, casi seguro -de que María estaba junto á él, de que se hallaba parada, con lágrimas -en los ojos, como la otra vez, de espaldas á la tapia del cementerio, -cuando se abrió suavemente la puerta y volvió á cerrarse en seguida, -dando entrada á un bulto negro, cuyos contornos y formas el Doctor no -distinguía. Sin embargo, así como había presentido que su _amiga -inmortal_ estaba cerca, antes de que la viese, así reconoció que era -ella, antes de verla y distinguirla por completo. - -La persona que acababa de entrar traía en la mano una linternilla, que, -vertiendo luz delante de sí, la dejaba en obscuridad ó sombra confusa; -pero la persona colocó en seguida la linterna sobre la mesa donde -estaban los búcaros y los vasos de china. Al volver luego la cara, D. -Faustino, extático, absorto, reconoció á su _amiga inmortal_, más -hermosa, más gallarda que nunca. Si su mejor concepto de poeta, si su -más egregio pensamiento hubiera tomado cuerpo humano, no le hubiera -parecido más bello. - -La luz de la bujía, que estaba sobre el velador, dió de lleno en el -rostro de la _amiga inmortal_ y trajo con el reflejo sus facciones -armoniosas y nobles á los ojos y al ánimo del Doctor, embelesado y mudo -de espanto. - ---Los celos son más poderosos que el amor--dijo María con voz dulcísima -y triste.--Impulsada por ellos, lo he olvidado todo, lo he atropellado -todo: he venido á verte. Aquí me tienes. - -D. Faustino no pensó en el modo con que aquella mujer había llegado -hasta allí. Poco le importaba que se hubiese filtrado, como un fantasma, -por los espesos muros de su casa solariega; que el diablo, para que él -no se quejase de que no le socorría, se la hubiese traído por el aire, ó -que hubiese penetrado por un medio natural y sencillo. Lo que le -importaba era tenerla allí, y sentir, al tenerla allí, una pasión que -jamás había sentido en toda su plenitud; no una pasión incierta y vaga, -cuyo valor no resistía al análisis ni al escalpelo de su espíritu -crítico, sino el amor evidente, perfecto, irresistible, vencedor de las -otras pasiones y digno de su alma. - ---Aquí me tienes, Faustino--volvió á decir María.--Una fuerza superior á -mi voluntad me trae á tí. Soy tuya. ¿No valgo más que... esa otra? ¿No -lograré que me ames? - -El rubor encendió el rostro de D. Faustino. Pensó en que todas las -palabras de amor, todas las expresiones de ternura, todas las frases de -afecto y hasta de adoración que pueden dirigirse á una mujer, habían -sido profanadas en sus labios la noche antes. Nada respondió á María. -Voló hacia ella y la estrechó frenético entre sus brazos. - - - - -[Imagen decorativa] - -XVIII. - -PACTO AMOROSO - - -Los primeros albores empezaron á penetrar por las mil hendiduras que -había en las viejas maderas de las ventanas de aquella habitación. El -canto alegre con que los pajarillos celebraban la venida del día llegó á -los oídos de D. Faustino y de su amada. - -Movida de los celos, atropellando respetos morales y religiosos, roto el -freno de la prudencia, con ímpetu irresistible de amor, de amor que -rayaba en fanatismo y que la hacía creer que estaba enlazada al Doctor -con vínculo eterno, María había caído entre sus brazos. - ---No me detengas más--dijo desprendiéndose de ellos--; debo partir: no -me sigas. Cumple el pacto que hemos hecho. - ---Le cumpliré, por más que sea difícil cumplirle; pero ¿no me dirás la -razón, el fundamento de ese misterio en que te envuelves? - ---La razón del misterio es el misterio mismo, y no puedo revelarle. -Antes quiero que de nuevo me prometas no seguirme; no pensar siquiera en -explicarte cómo he llegado hasta aquí, y si te lo explicas, ocultártelo -á tí mismo, si es posible. Por último, no quiero que hables á nadie de -mí ni de nuestras ocultas entrevistas. ¿Me lo prometes? - ---Te he dicho que sí, y no faltaré á mi palabra, contestó el Doctor. - ---Yo te amo con todo mi corazón y soy tuya para siempre--añadió María--. -Sin embargo, entiéndelo bien: guardo mi libertad para huir de tu lado, -cuando deba, sin que aspires á detenerme. Cuando yo crea que debo huir, -no pondrás obstáculo, no preguntarás la razón. Bástete saber que estoy -ligada á tí con eternas ligaduras. Mi huída te devolverá todo tu -albedrío; pero yo, aunque de tí me separe un mundo, me consideraré -siempre como tu fiel compañera, como tu esclava. Tú eres, tú has sido, -tú serás mi único amor. Tenlo por delirio, pero yo creo que te amo -eternamente, al través de mil existencias; que eres el alma de mi alma; -que soy, no ya tu inmortal amiga, sino tu esposa inmortal, la esencia -dulce y suave de tu propio espíritu. - ---No, bien mío; tú eres su energía, su vigor, su gloria, la estrella -que ha de guiarle, el imán que debe atraerle, la virtud divina que es y -será principio, raíz y manantial constante de todos sus excelsos -pensamientos y de todos sus actos mejores. El tormento de no amar me -destrozaba el alma; la sospecha injuriosa de que era incapaz de amar mi -corazón amargaba mi existencia. Tú has desvanecido la sospecha -injuriosa; tú has acabado con el tormento. El amor del amor era mi -martirio. Sin objeto que mi alma juzgase digno de ser amado, mi alma se -consumía. Hoy mi alma vive en tí: te amo. Esta breve frase, _te amo_, -profanada mil veces, mil veces pronunciada sin conciencia y sin -sentimiento, tiene ahora un valor infinito, absoluto. - ---Otra de las condiciones de nuestro pacto--continuó María, aparentando -frialdad que su voz trémula desmentía--, condición fundamental para que -mi orgullo quede tranquilo, y en cierto modo serena mi conciencia, á -pesar de mi pecado, que Dios con su misericordia quizás me perdone, es -que yo á nada te obligo ni te comprometo. Tú no debes hoy tal vez, casi -de seguro no deberás jamás, hacerme tu mujer legítima en esta vida -transitoria. Tú no puedes tampoco tenerme á tu lado como tu amiga. -Aunque las causas que me llevan á hacer vida tan misteriosa -desapareciesen, yo misma no consentiría en agravar el pecado con el -escándalo. Así, pues, quien no puede ser ni tu amiga ni tu esposa, debe -quedar libre para huir de tí cuando una imperiosa obligación la llame á -otro punto. - ---No me atormentes, María--dijo el Doctor--. No sé quién eres; pero no -me importa desconocer estas ó aquellas circunstancias vulgares de lo -menos esencial de tu ser. María, yo conozco tu alma: mi alma se ha -confundido con tu alma. Quiero ser tu amante, tu esposo ante los -hombres, como ya lo soy ante Dios. - ---No blasfemes, Faustino. El delirio de amor que nos une no tiene la -santidad de un sacramento. - ---Pues ¿no dices tú misma que eres mi esposa inmortal? - ---Sí, lo digo y lo creo. Nuestras almas están unidas; pero ¿hemos de -matarnos impíamente para que esta unión valga? ¿Hemos de prescindir del -ser corporal que tenemos? ¿Quién ha santificado la unión de Faustino y -de María, tales como son ahora en la tierra? Esta unión no es posible: -yo no la quiero. No puede santificarse. - ---Y ¿por qué?--dijo D. Faustino--. Tú eres libre, tú eres hermosa, tú -eres sublime. Has venido inmaculada á mis brazos. Me has hecho dueño de -tu beldad y de tu corazón sin exigir nada en cambio. Yo ahora te lo doy -todo: mi mano, mi nombre, mi vida. ¿Quieres casarte conmigo? - ---Nunca. - ---¿Quieres vivir á mi lado? - ---Tampoco. - ---Y ¿por qué te niegas á casarte conmigo? ¿Por qué dices que nunca? - -María estuvo un instante suspensa, silenciosa y como meditando. Luego -dijo: - ---La sinceridad y el fervor con que me hablas me inducen á proponerte -una cláusula más en nuestro pacto amoroso. Me has preguntado si me -casaré contigo, y he contestado: «Nunca». Retiro el _nunca_. Yo estoy -tan cierta de que siempre te amaré, que te prometo ahora solemnemente -que, si pasada tu mocedad y realizados ó deshechos tus sueños -ambiciosos, eres libre, me amas aún, me buscas y vivo, seré tu esposa. -Antes no es posible... Tú no te comprometes á nada. Sola yo me -comprometo. - ---Pues yo te juro que me casaré contigo cuando quieras. - ---No jures. No acepto tu juramento. Dios no le aceptará tampoco y le -tendrá por vano. Adiós. - -D. Faustino estrechó de nuevo entre sus brazos á la mujer querida. Ella -logró al cabo desprenderse de aquellas amorosas cadenas, corrió hacia la -puerta y desapareció sin que el Doctor se atreviese á seguirla. - -María había prometido volver á la noche siguiente. - - - - -[Imagen decorativa] - -XIX. - -LOS MILAGROS DEL DESPRECIO - - -Ya no vacilaba ni dudaba D. Faustino. Su alegría era grande. Sentía -verdadero amor. Creía haber puesto en actividad el enérgico resorte que -antes faltaba á su alma, y se juzgaba capaz de acometer todas las -empresas y de abrirse camino al través de todos los peligros y -dificultades. - -Sólo un escrúpulo de conciencia, casi un remordimiento, le atormentaba. - -Era cierto que nada había prometido á Rosita; que ningún juramento le -había hecho; que ninguna palabra le había dado. Pero esto mismo -ilustraba y ensalzaba más la generosa confianza de la hija del -Escribano. - -D. Faustino estaba decidido á no volver á verla; á sacrificarla á María, -á quien amaba con pasión, á quien pensaba amar siempre, aunque llegase á -saber que era la hija del verdugo; pero no podía menos de lamentar el -inmerecido desdén, el cruelísimo abandono de que iba á ser víctima -Rosita. Su resolución de no volver á visitarla era, no obstante, -inquebrantable. - -Llegó aquel día la hora de la tertulia de los tres dúos, y Respetilla -fué solo. Rosita lo extrañó mucho y estuvo triste. Respetilla remedió el -mal por su cuenta, asegurando con un aplomo envidiable que D. Faustino -estaba enfermo, en cama. El disgusto de Rosita pasó entonces, de ser -algo colérico, á ser tierno y piadoso. - -Durante cuatro días tuvo Respetilla la habilidad de seguir entreteniendo -á Rosita con la ficción de que D. Faustino estaba enfermo. Rosita le -enviaba con Respetilla los más cariñosos recados. Respetilla fingía, de -parte de su amo, otros recados no menos cariñosos. - -Rosita pensó en escribir al Doctor; pero era tan mala su letra y tan -anárquica su ortografía, que para no desacreditarse no se atrevió á -escribirle. - -Rosita preguntó al médico por la enfermedad de D. Faustino. El médico -contestó que no le había visitado y que no sabía de tal enfermedad; pero -Respetilla disipó la sospecha, asegurando que su amo se curaba á sí -propio. - -Como D. Faustino no salía de casa, ni nadie le veía, lo de la enfermedad -era verosímil. - -El Doctor, entre tanto, se calentaba la cabeza discurriendo el modo -menos malo de romper con Rosita. Pensaba escribirle una carta llena de -amistosos sentimientos de gratitud y de ternura, despidiéndose de ella -con razones alambicadas y sofísticas, con quintas esencias y -tiquis-miquis, más fáciles de inventar así en pelotón que de explicar -cumplidamente en un escrito. - -Arduo empeño era el de escribir la tal carta. El tiempo pasaba y D. -Faustino no la escribía. - -Cuando Respetilla interpelaba á su amo, como varias veces lo hizo, sobre -los motivos que tenía para no ir á ver á Rosita, D. Faustino, no -teniendo qué contestar, daba un sofión á Respetilla. - -Hasta Doña Ana hallaba mal aquel rompimiento brusco y grosero; y aunque -no sospechaba cuán estrechos y apretados eran los lazos, extrañó que su -hijo no volviese en casa de las Civiles; y le excitó á que fuese, y á -que se apartase del trato de ellas con suavidad y cortesía. - -D. Faustino, á pesar de estas juiciosas amonestaciones, estaba tan -prendado, tan en éxtasis perpetuo, tan elevado en los amores de su -_amiga inmortal_, que sentía repugnancia invencible por volver á visitar -á Rosita y á hablar de ella. - -Aceptando por bueno el embuste de su criado, el Doctor explicó á su -madre el súbito abandono en que dejaba á las Civiles, alegando también -que estaba algo enfermo, pero que iría á verlas cuando estuviese mejor. - -Para todos los de la casa, ignorantes del misterio de los amores, la -enfermedad del Doctor parecía verdadera. Ya no había paseos, ni á pie ni -á caballo; ya no había combates al sable, y el Doctor, cuando no hablaba -ni hacía compañía á Doña Ana, se encerraba en sus habitaciones. - -Rosita, entre tanto, estaba llena de inquietud. Á veces dudaba de que -fuese cierta la enfermedad de D. Faustino. Su orgullo y la persuasión en -que estaba del valer de su ingenio y de su belleza apartaban de su mente -el horrible recelo de que un tedio súbito, una saciedad desdeñosa, un -desprecio invencible, hubiesen suplantado en el alma del Doctor aquel -fervor amoroso que ella había compartido y al que había cedido la noche -de la Nava. La soberbia montaraz de Rosita y su vanidad de labradora -rica y de reina de aldea no habían consentido que pusiese condiciones al -Doctor ni que exigiese de él promesa ni juramento alguno. Rosita no -había pensado distinta y claramente ni en que D. Faustino se casase con -ella, ni en nada parecido; pero tampoco había pensado, ni temido por un -instante, que el amor, satisfecho y pagado, había de alejar de ella á -aquel hombre, sino que había de aprisionarle más y más y hacerle para -siempre su siervo... ¡Tan poderosa se creía! - -Ahora recelaba, ahora temía, ahora tenía celos, si bien todo de una -manera vaga y confusa. Cuando esta pasión se apoderaba de su pecho, -forjaba planes de venganza; maldecía en su interior á don Faustino; -volvía á llamarle D. Pereciendo, conde de las Esparragueras y abogado -Peperri; se sentía humillada de haberle querido; deseaba matarle, y -faltaba poco para que no rugiese como una leona. - -Respetilla, imperturbable, intrépido, pertinaz en mentir, seguía -sosteniendo la enfermedad de su amo. Así templaba la furia de Rosita; -así lograba aún que su ánimo pasase de los ímpetus iracundos á la -compasión amorosa. - -Por último, Rosita no pudo sufrir más; quiso salir de la duda que la -atosigaba. Una noche, al llegar Respetilla á la tertulia, tomó Rosita -por auxiliar á Jacintica, é intimó, ordenó y mandó al buen escudero que -las llevase á ambas á casa de don Faustino y que la hiciese entrar á -ella de oculto en la estancia del Doctor, mientras éste cenaba ó -conversaba con su madre en el piso alto. Así quería, saltando por cima -de todo respeto, ver á su amigo y cerciorarse de su desgracia ó de su -dicha. Respetilla aguzó en balde el ingenio para excusarse; Jacintica -suplicaba: Rosita exigía con imperio. Una y otra sabían que Respetilla -tenía la llave de la casa en su poder. No hubo más que rendirse. Además, -Respetilla decía para sus adentros: - ---¿Qué mal ha de haber en esto? Quizás luego me lo agradezca mi amo. Él -no viene por aquí por alguna extravagancia que no comprendo. Esto será -sin duda algo de filosofías que no se me alcanzan. Pero en cuanto mi amo -vea á Rosita tan guapa, así de repente y como caída del cielo, en su -propio cuarto, á las once de la noche, vamos, no le parecerá mal. De -fijo que se alegra. - -Hechas estas reflexiones, Respetilla cedió, y cedió con gusto: llevaba -en su compañía á Jacintica. - -Se dispuso que otra criada se quedase haciendo de dueña, y autorizando -con su presencia los coloquios de Ramoncita y de D. Jerónimo. Al mismo -D. Jerónimo, que era un bendito, se le persuadió de que Rosita tenía un -jaquecazo de todos los diablos y que debía irse á acostar. Jacintica se -fué con Rosita como para cuidarla. Respetilla se despidió á poco rato, y -las dos mujeres, que estaban aguardándole, en un rincón obscuro del -portal, con los pañolones por la cabeza, se escabulleron con él, sin ser -vistas de nadie. - - - - -[Imagen decorativa] - -XX. - -CONTINÚAN LOS MILAGROS. - - -Eran las once de la noche cuando el Doctor bajó de la estancia de su -madre y entró en el salón de los retratos. Como había dado licencia á -Respetilla para que no viniese á desnudarle, le creía aún en la tertulia -de las Civiles, que terminaba á las doce. La amiga inmortal debía llegar -á las once y media. El Doctor solía luego encerrarse con llave. Tenía -además prohibido á Respetilla que entrase en su cuarto, como él no le -llamara. En suma, estaban tomadas todas las precauciones, ó al menos así -lo creía el Doctor. El triste no sabía lo que se preparaba. Rosita -estaba ya escondida detrás de una cortina, que cubría la puerta que -desde el salón de los retratos iba al dormitorio. - -Cuando vió entrar al Doctor, bueno, sano, alegre y recitando unos versos -de Zorrilla, que decían: - - Si eres recuerdo, endulzarás mi vida; - Si eres remordimiento, te ahogaré, - -le dió rabia de no hallarle enfermo y triste, y tuvo, no se sabe cómo, -el desesperado pensamiento de que el recuerdo era el de su amor y de que -el remordimiento que anhelaba ahogar era ella. - -Rosita continuó, pues, en acecho, esperando, ó mejor dicho, temiendo la -aparición de su rival. Ya pensaba que esta rival sería alguna criada de -la casa, alguna fregona; ya imaginaba que el doctor podría tener su poco -de brujo, y esto le infundía cierto terror de verse frente á frente con -espectros, y de figurar en escenas del otro mundo, entre hechiceras, -magas ó almas en pena; pero su ira era tan grande y sus bríos tan -varoniles, que estaba resuelta á vengarse del mismo demonio, si venía -con faldas y en forma de mujer á tener pláticas tiernas con D. Faustino. - -Hasta sentía Rosita haberse venido desprovista de un par de pistolas ó -de un puñal siquiera, por lo que pudiese ocurrir. Mucho confiaba, no -obstante, en su lengua y en sus manos. - -El Doctor, según costumbre, puso la bujía sobre el velador, se arrellanó -en el sillón y siguió recitando versos en voz, aunque sumisa, clara: - - --Yo no sé de tu esencia el misterio, - Tu nombre y tu vago destino no sé, - Ni cuál es tu ignorado hemisferio, - Ni á dónde perdido siguiéndote iré. - ¡Oh! si gozas de voz y de vida, - tienes un cuerpo palpable y real, - Deja al menos, fantasma querida, - Que goce un instante tu vida inmortal. - -Los versos hicieron el efecto de una evocación. - -La puerta se abrió sin ruido. El bulto negro apareció en la sala. Una -voz argentina contestó á los versos que el Doctor decía, con estos otros -versos: - - --Tras de tí por las sombras camino, - Ni noche ni día descanso sin tí: - Ser tu esclava, adorarte es mi sino; - Ya postrada me tienes aquí. - -María cayó de rodillas á los pies del Doctor. Éste la levantó entre sus -brazos, dándole mil besos en la frente y en las mejillas sonrosadas y -hermosas. - -Rosita no supo contenerse por más tiempo. Casi creía aún que el ser á -quien D. Faustino abrazaba y besaba tenía algo de sobrenatural y de -diabólico; pero su forma era de mujer, y la tempestad de los celos hizo -á Rosita superior á todo miedo supersticioso. - -Salió de su escondite, se arrojó sobre ellos como un tigre, los separó, -y encarándose con D. Faustino, que atónito y estupefacto la miraba, - ---Malvado--le dijo,--¿Así pagas mi amor? ¿Por qué me has engañado -vilmente? ¿Por qué no guardaste para este demonio todas las dulces -mentiras, todas las emponzoñadas ternuras con que me lisonjeabas y -cegabas? Y tú, maldita de Dios, ¿de qué aquelarre vienes? ¿Dónde dejaste -la escoba? ¿De qué lupanar te has escapado? - -Antes de que D. Faustino se repusiese del asombro; antes de que nadie la -respondiese, tomó Rosita la luz, y llevándola hacia la cara de María, se -quedó contemplándola de hito en hito, devorándola con ojos que arrojaban -fuego y rayos de ira. De súbito soltó Rosita una carcajada sarcástica. -Su memoria, iluminada por el odio, le había sido fiel. Acababa de -reconocer á María, á quien desde muy pequeña no había visto. - ---¡Ah! Ya te conozco, infame; ya te conozco, digna manceba de este perro -judío, hereje, asesino. Tú eres María la seca. ¿Dónde has estado desde -que tu abominable madre bajó al infierno? ¿Y al ladrón de tu padre no le -dieron todavía garrote? - -Dicho esto, y sin dejar tiempo para que nadie la respondiese, Rosita -volvió á poner la bujía en el velador y se lanzó sobre María, como para -despedazarla entre sus uñas. - -María estaba muda, inmóvil, serena, aunque triste, como estatua -alegórica del dolor resignado llena de cierta soberbia y reposada -majestad. - -Rosita la hubiera, sin duda, herido el rostro con sus manos y arrancado -los cabellos, si el Doctor no hubiese acudido á tiempo, cogiéndola de -un brazo y separándola con violencia del lado de su rival. - -¿Quién te ha traído aquí?--dijo el Doctor.--¿Cómo has entrado? Ahora -mismo te voy á echar á la calle. No chilles, no alborotes, ó te pondré -una mordaza. - -Rosita dió un grito agudo. - ---Cállate--dijo el Doctor,--cállate ó te ahogo. - ---No quiero callarme, traidor. No quiero callarme. Como eres un hidalgo -de gotera, un danzante sin oficio ni beneficio, un tramposo con más -deudas que vergüenza, has elegido la querida más apropósito para tí. -Anda, vete con ella; alístate de bandido en la cuadrilla de su padre. El -Conde de las Esparragueras es el yerno pintiparado de Joselito el Seco. - -D. Faustino se armó de la paciencia de Job para no pisotear allí aquella -víbora. Sin responderle palabra, pero sin soltarla del brazo, de que la -tenía asida fuertemente, la llevó medio arrastrando hacia el cuarto de -Respetilla. - -Deseaba el Doctor llamar á su criado sin alborotar la casa y sin dejar -suelta á Rosita con María, á quien hubiera sido capaz de asesinar. Bien -calculaba que era Respetilla quien le había traído aquel presente, y -que, por lo tanto, Respetilla estaba en casa. - -En efecto, apenas llegó á la puerta del cuarto de su criado y le llamó -dos ó tres veces, Respetilla apareció, seguido de Jacintica, que -proseguía con él la tertulia en la otra casa comenzada. - -Ambos habían dado por cierto que habían proporcionado á sus amos una -gran ventura, y los suponían ejecutando la segunda parte del Paraíso -terrenal. Cuando de tan diferente modo los vieron, se llenaron de -espanto. - -El Doctor tenía encendidos los ojos como brasas, el rostro pálido, -trastornadas las facciones. Con la mano que le quedaba libre asió á -Respetilla de una oreja, y tirando de él, exclamó: - ---No sé cómo no te mato. ¿Por qué has traído á mi casa á esta furia del -averno? Vamos, pronto, abre la puerta de la calle, y llévatela de nuevo -sin hacer ruido. - -Respetilla obedeció; Jacintica fué en pos de Respetilla, y el Doctor, -detrás de ambos, con Rosita, asida siempre del brazo. - -Ya en el zaguán, y antes de que Respetilla abriese la puerta, dijo -Rosita al Doctor: - ---Suéltame el brazo, cruel. ¡Me le destrozas, me le rompes! ¿Qué te hice -yo para que así me trates? ¿No te he amado? ¿No me he rendido á tu -voluntad sin condiciones? ¿Quién más humilde, más mansa, más enamorada -que yo? ¿Por qué me dejas por esa hija del bandido? Abandónala, échala -á ella, y yo seré tu esclava, besaré la tierra que pisas. Todo te lo -perdonaré. ¡Perdóname! ¡Ámame! - ---Imposible--respondió el Doctor.--Ni te amo, ni te amaré nunca. Vete. -Apártate de mi vista. - -Aquel último arranque de ternura se trocó en más cruda saña con el nuevo -desprecio. Rosita se revolvió contra el Doctor como un escorpión pisado. - ---Villano--dijo,--te acordarás de mí; me vengaré de un modo sangriento. -Te he de reducir á la miseria. He de lograr que achicharren en una -hoguera á la bruja de tu madre. - -D. Faustino no acertó á tener calma: perdió la paciencia y alzó la mano -para dar una bofetada á Rosita. Por fortuna se contuvo á tiempo. - ---¡Cobarde! ¡Con una mujer te atreves! - ---No, tú no eres una mujer--respondió el Doctor: tú eres una arpía. - -Aun no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando Rosita se -arrojó sobre él y con la mano que le quedaba libre le clavó las uñas en -el rostro, bañándosele en sangre. - -Lo que antes quedó en amago, tuvo que terminarse entonces. Rosita sintió -en la mejilla los cinco dedos del Doctor, si bien más trémulos que -violentos. - ---Mátale, Respetilla; véngame, mátale. Tú eres más fuerte. Tú puedes más -que él. Son las doce de la noche. Te doy dos mil duros si le matas. Te -doy tres mil duros y un caballo para que huyas á Gibraltar, y desde allí -á América. ¡No seas mandria! Mátale; y te harto de oro. - -Respetilla, sin responder, abrió la puerta y echó á Jacintica á la -calle. Luego volvió por Rosita y tomándola de manos del Doctor, se la -llevó en volandas. - -El Doctor cerró la puerta de la calle, y volvió en busca de su _inmortal -amiga_. - -No la halló en el salón. Recorrió los otros cuartos, y no la halló -tampoco. - -Sobre la mesa donde el Doctor escribía vió por último un papel, en el -cual María había escrito lo siguiente: - -«Motivos muy poderosos me obligan á alejarme de tí. Adiós, quizás para -siempre.» - ---¡Oh, no te irás!--dijo el Doctor.--Yo rompo el pacto que hice. No -dejaré que te vayas. Sabré detenerte. - -Bien había calculado por dónde había entrado María. Sin vacilar, corrió -con la luz á un patio interior, donde estaba hacinada la leña. Uno de -los lados del patio estaba formado por el muro del castillo. En el muro -había una puerta que con el castillo comunicaba. - -El Doctor dió un empujón á la puerta, pero no cedió. Estaba cerrada con -llave. La llave que había en la casa, ó se había perdido, ó era la -llave de que sin duda se servía María. No quedaba más recurso que echar -la puerta abajo. - -D. Faustino agarró un hacha de leñador, y dió tres ó cuatro golpes -furiosos. La puerta, de madera vieja y apolillada, vino á tierra en -seguida. - -Con la bujía en una mano y el hacha en la otra penetró entonces el -Doctor por los pasadizos obscuros, bajo las bóvedas ruinosas y por las -antiguas salas de armas, llenas de escombros. - -Ignorante, ó más bien olvidado, de aquel laberinto (aunque no pocas -veces le había visitado en otro tiempo por curiosidad), tropezó en una -gruesa piedra que halló á su paso, y para sostenerse y no caer soltó -maquinalmente el candelero que llevaba en la mano. La luz se apagó, y D. -Faustino quedó en las tinieblas más completas, sin saber hacia qué lado -encaminarse á fin de encontrar salida ó volver á su casa á encender de -nuevo. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXI. - -POR SEGUIR Á UNA MUJER - - -Aunque el Doctor logró recoger á tientas el candelero, de nada le -servía, sino de estorbo, con la luz apagada. En balde iba buscando -salida palpando las paredes. No había en aquel obscuro recinto ventana -ni hueco por donde entrase la luz de la luna, que, si bien en su cuarto -menguante, iluminaba los cielos en aquella noche de primavera. - -Un vientecillo fresco susurraba, meciendo las copas de los árboles y -doblando la hierba; pero el susurro, oído desde el lugar donde el Doctor -se hallaba, tenía más de medroso que de apacible y grato. Penetrando el -aire por los pasadizos y aberturas, por donde el Doctor quisiera salir, -gemía encarcelado en la lobreguez de aquellas ruinas, produciendo mil -ecos tenues y mil tristes y fantásticos rumores. No menos desagradable -ruido hacían las ratas que allí abundaban y que corrían alborotadas con -el extraño y no esperado huésped que había venido á visitar sus -dominios. - -Á pesar de todas sus filosofías, el Doctor pensó que no estaba muy bien -demostrado que no hubiese diablos ó duendes, ú otros monstruos y seres -sobrenaturales, y tuvo algún miedo de ellos. Sin embargo, la rabia de -verse burlado y encerrado en aquella á modo de mazmorra, sin poder -salir, pesó más en su ánimo que la hipotética y vaga aprensión de que -hubiese diablos y anduviesen cerca. El Doctor, dando forma á su -pensamiento en resonantes palabras, lanzó, Dios se lo haya perdonado, -dos ó tres blasfemias espantosas. Como si con su voz le atrajera, sintió -entonces cerca de sí los pasos de un ser de mucha mayor corpulencia que -las ratas. Nada se veía en realidad, pero de los ojos del Doctor -brotaban unos círculos luminosos que se dilataban en el espacio y -llenaban las tinieblas, ensanchándose cada vez más, como los círculos de -una fantasmagoría. Dentro de aquellos círculos, rojos á veces, á veces -entre verdes y amarillos, ora se mostraba Joselito el Seco, con corbatín -de hierro y sacando un palmo de lengua; ora un espectro de mujer, que ya -se parecía á María, ya á la coya, ya tenía de ambas; ora otras figuras -como las que se pintan en los cuadros de las tentaciones de San Antonio. -No se acobardó por eso el Doctor; antes bien, como para desafiarlo -todo, blasfemó de nuevo en voz alta. - -No bien salió de sus labios la reiterada blasfemia, aquel ser que había -sentido cerca de sí, se le echó encima. Parecióle al Doctor que le -enlazaban unos brazos deformes, forzudos, aunque descarnados como los de -la momia de un gigante, y sintió en su cara el contacto de un rostro -peludo. El efecto que esto le produjo fué horrible. Casi maquinalmente, -pues no tuvo fuerzas ni serenidad para reflexionar, dió un empellón al -monstruo; pero el monstruo, rechazado por un instante, volvió sobre el -Doctor, y le aplicó un inmundo y frío beso, pasando por su mejilla el -hirsuto y húmedo hocico. - -Confesemos que el lance era para asustar á cualquiera. El viento gemía, -zumbaba, murmuraba, remedando mil voces, cantos, suspiros, sollozos y -hasta palabras de un mágico y desconocido idioma, y un ser repugnante y -maravilloso abrazaba y besaba á D. Faustino. - -D. Faustino se dió á creer, á despecho de su ciencia, que se las había -con el mismo diablo. Ya vacilaba entre si debía esgrimir el hacha para -vencer al monstruo ó hacer la señal de la cruz para ahuyentarle, cuando -éste exhaló un aullido lastimero, que nada tenía de humano. - -El Doctor se echó á reir y dijo, algo confuso y vergonzoso: - ---¡Hola, Faón! ¿Tú por aquí?... ¡Qué demonio de Faón! - -Era el más hermoso y grande de sus podencos, que, lleno de buen deseo, -circunspección y prudencia, le había seguido silencioso á fin de no -espantar la caza, y sin recelar que espantara á su amo. - -El Doctor pasó la mano por el lomo de Faón, y se cercioró bien de que no -era otro quien había acudido á sus blasfemias. Confiando en la clara -inteligencia canina del amante de Safo, esperó que le sacase de aquella -obscuridad; y para servirse de él como de lazarillo, le ató el pañuelo -al pescuezo, guardando en la mano uno de los picos. - -El podenco entendió, con admirable instinto, que le convenía guiar; pero -no sabía á dónde. Echó á andar, no obstante, y el Doctor le siguió. - -Pronto llegaron á un punto en que percibió el Doctor que Faón subía. -Luego tropezó con el primer escalón de una escalera, y subió por ella en -pos de su perro. Á poco vió el Doctor la luz de la luna, sintió -vientecillo fresco en la cara y se encontró en el adarve, no lejos de la -albacara ó torre saliente que comunica con la iglesia por medio del -arco-pasadizo. - -Por desgracia, no había medio de penetrar en la albacara desde el -adarve. No había puerta por allí, y por los angostos tragaluces no cabía -ningún cuerpo humano, por escuálido que estuviese. - -El Doctor dió en el suelo con el pie en señal de impaciencia y cólera. -Faón se puso en marcha de nuevo; bajó por la misma escalera por donde -había subido, llevando en pos á su amo, y sacándole de aquella -obscuridad, le condujo á un patio interior del castillo, todo cubierto -de larga hierba. Aunque el Doctor no era observador muy experto de las -cosas naturales, no pudo menos de notar sobre la misma hierba, ajada y -pisada, las huellas recientes de unos pies humanos, ligeros y -pequeñitos. No se había engañado. María había pasado por allí. - -Conoció Faón en el ademán de su amo que estaba contento y que era á -María á quien buscaba, y, dando un ladrido alegre, apretó el paso, -siguiéndole el Doctor. - -Entraron en un corredor, llegaron á otra escalera, la subieron y se -hallaron en el segundo piso de la albacara. En uno de los lados del -cuadro que aquella estancia formaba, se abría en el muro el pasadizo del -arco que une el castillo con la iglesia. - -Don Faustino y Faón atravesaron por el hueco del arco, bajaron por otra -escalerilla, y se hallaron al fin en el coro de la hermosa iglesia de -Villabermeja, silenciosa y sombría entonces, aunque tres lámparas ardían -en su seno: una delante del altar mayor, y otras dos delante de los -camarines donde estaban el Santo Patrono y Jesús Nazareno. - -Desde el coro hasta la iglesia pudo bajar el Doctor, sin ningún estorbo, -por escalera harto conocida y trillada. - -Ya en la iglesia misma, se dirigió á la puerta de la sacristía. El -Doctor estaba seguro de que María se había ido por allí. Aunque no -hubiese estado seguro de ello, los signos que daba Faón de no haber -perdido la huella le hubieran corroborado en su pensamiento. - -El disgusto del Doctor fué grandísimo al hallar la puerta de la -sacristía cerrada con llave. Aquella puerta no era tan fácil de derribar -como la otra. Estaba formada de espesos tablones de nogal y podía -resistir sin romperse un diluvio de hachazos. - -La violencia era inútil; mas, aunque no lo hubiese sido, tal vez no se -hubiera atrevido el Doctor á emplearla. - -La puerta de la sacristía estaba al lado del magnífico retablo -churrigueresco de los López de Mendoza, en cuyo camarín habitaba nuestro -Padre Jesús. Bajo el piso de grandes losas, que el Doctor hollaba, -estaba la bóveda sepulcral con los restos de sus ascendientes. Cada paso -que daba el Doctor sonaba sobre lo hueco, y era repetido por las naves -del templo solitario, cuyos muros repercutían cualquier ruido. La escasa -luz que entraba por las claraboyas de la cúpula ó que difundían las -lámparas, deteniéndose y reflejándose en los altos pilares, poblaba de -vagarosas sombras todo el recinto, que ya se deshacían, ya se -agrandaban, ya volvían á desvanecerse, conforme oscilaban las lámparas, -levemente tocadas por un soplo de aire, ó el mustio resplandor de la -luna se amortiguaba un poco antes de entrar por las claraboyas, merced -al paso é interposición de alguna nube. Todo esto infundía cierto -respeto semi-religioso en el espíritu descreído del Doctor. - -No obstante, llamó á la puerta con el hacha, sin tocar de filo. Nadie -respondió. Llamó más fuerte, y tampoco. Acabó por perder la paciencia: -por golpear con todo su brío. Cada golpe, duplicado, triplicado, -quintuplicado por los ecos, parecía un trueno prolongado. Se diría que -Dios llamaba á juicio á los frailes dominicos y á los Mendozas todos, -que en sendas criptas estaban enterrados allí; pero ni por esas -respondió persona viva. - -Acercando la boca á la cerradura, gritó varias veces el Doctor: - ---¡Padre Piñón! ¡Padre Piñón! ¡Padre Piñón! ¿Es V. sordo? - -El padre Piñón estaba sordo en efecto. Los gritos del Doctor fueron -inútiles. No le contestaron. - -Una idea súbita atravesó la mente de D. Faustito. Se figuró que había -tomado una resolución precipitada y absurda en venir por allí. Temió que -mientras se hartaba de golpear y de gritar en vano, María se escapaba -por la puerta de la casa del padre Piñón, que daba á la calle. - -No bien se le ocurrió esto, el Doctor corrió como un loco hacia el coro, -y pasó, seguido ya del podenco, por los mismos sitios por donde había -venido, hasta que llegó al patio del castillo. Allí tomó de nuevo al -podenco por guía, y el podenco le condujo á la entrada de su casa. - -Respetilla, que había vuelto de cumplir con su comisión, sospechó que se -le había trastornado el juicio á su amo, al verle con el hacha y todo -descompuesto. - -Don Faustino agarró su sombrero á escape y se salió á la calle, -prohibiendo á Respetilla é impidiendo á Faón que le siguiesen. - -En cuatro brincos estuvo á la puerta del padre Piñón, y empezó á dar -aldabonazos furibundos. - -Tal vez por aquel lado se oía mejor, ó tal vez el padre Piñón había -recobrado el oído. Lo cierto es que á los tres ó cuatro minutos, el -propio Padre se asomó á una ventana y preguntó: - ---¿Quién llama á estas horas? - ---Yo soy--contestó el Doctor.--¿No me conoce V.? - ---¡Ah! Sí... ¿Hay alguien de peligro? - ---No hay nadie de peligro; pero que me abran. Tengo que hablar con V. - ---¡Ea!--se oyó decir al padre Piñón,--despáchate, Antonio, y baja á -abrir al señorito D. Faustino. - -Antes de que siga adelante nuestra historia, conviene informar á los -lectores de quién era el padre Piñón. - -Era el único fraile que del antiguo convento quedaba todavía. Enjuto y -pequeñuelo, recibió el nombre de padre Piñón, y apenas si nadie -recordaba su verdadero nombre. - -Aunque el edificio en que vivieron los frailes se había vendido y estaba -sirviendo de molino aceitero, había quedado una habitación cómoda, -grande y hermosa, aneja á la sacristía. Ésta concedieron por morada las -gentes del pueblo al padre Piñón, á quien querían mucho. - -Allí, teniendo á sus órdenes de noche y de día al sacristán Antonio, y -de día además á dos monaguillos, cuidaba el padre Piñón del grandioso -templo, gloria del lugar, y conservaba las ricas casullas, las -dalmáticas y capas pluviales recamadas de oro, la exquisita ropa blanca, -como albas, estolas, amitos, sobrepellices y roquetes, llena en gran -parte de preciosos encajes y bordados, la custodia cuajada de esmeraldas -y de perlas, y otros ornamentos, joyas y primores artísticos que -atesoraba la iglesia. Todo esto se hallaba encerrado en armarios, -alacenas y arcones que había en la sacristía. - -El padre Piñón, no sólo encantaba á las gentes del lugar por sus -virtudes, sino por su alegría, buen humor y dichos agudos. Era un -dechado de las gracias de la gracia y del poder de la eutropelia, y el -célebre padre Boneta hubiera sin duda cantado sus loores, si le hubiese -conocido. - -Algunos sujetos sobrado rígidos le acusaban de tener la manga muy ancha; -pero sin motivo, según hemos llegado á averiguar. Lo cierto es que era -aún, y sobre todo, había sido en la época de su mayor auge, el confesor -más buscado, y eso que costaba caro confesarse con él. El antiguo refrán -que dice: _quien reza y peca la empata_, parecíale abominable. Bien -sabía él que la bondad de Dios es infinita y que perdona al que llora, -reza, se arrepiente y hace propósito de la enmienda; pero el mal, hecho -ya por el pecado, hecho se queda, y no se remedia ni subsana con el -arrepentimiento ni con la penitencia, como ésta no vaya bien encaminada. -Á este fin, tenía ideado y ponía en práctica el padre Piñón un sistema -de penitencia, por medio del cual, ya que los pecados fuesen -inevitables, lograba sacar provecho de los de los ricos en favor de los -menesterosos. Teniendo en cuenta, á par de la magnitud del pecado, la -riqueza del pecador, solía multarle, ya en una docena de huevos, ya en -una gallina, ya en un jamón, ya en un pavo, ya en alguna cosa de comer ó -de vestir, que repartía luego á los pobres. Claro está que el padre -Piñón era prudente, y cuando se trataba de alguna casada á quien había -que imponer, por ejemplo, un pavo de penitencia, lo hacía con el mayor -disimulo, á fin de que el marido no se enterase y se echase á cavilar, -muy escamado, sobre la equivalencia de un pavo en los aranceles -penitenciarios. - -Cuando no había de por medio tales respetos, el pago de la multa era -público, con lo cual decía el Padre que se conseguía, además, que el -pecador se avergonzase y buscase, por esta razón más, el corregirse. - -No faltarán censores severos que hallen ridículo el método y condenen al -padre Piñón; pero, ó no lo entiendo, ó el método es tan discreto y -atinado, que quisiera yo que se generalizase. El padre Piñón no excitaba -al pecado, ni mucho menos; pero una vez cometido, y castigándole, sacaba -provecho de él para los desvalidos. ¡Qué diferencia de lo que se -acostumbra ahora en las grandes ciudades, dando, v. gr., un baile de -máscaras en beneficio de los niños de la Inclusa, lo cual, hasta -mirándolo económicamente, es absurdo, pues quizás los ingresos que á la -cuna se proporcionan están compensados y aun sobrepujados, -proporcionándole á los pocos meses multitud de nuevos gastos y -quehaceres! - -Las acusaciones de manga ancha que se habían lanzado contra el padre -Piñón, provenían de los serviles, y tenían otro fundamento. Asegurábase -que en tiempo del absolutismo, cuando era indispensable proveerse de una -cédula de haber cumplido con la Iglesia, el padre Piñón daba cédulas á -los liberales libre-pensadores, en cambio de limosnas; pero esto más -bien merece elogio, pues evitaba confesiones hipócritas y comuniones -sacrílegas. Añadíase que el padre de D. Faustino, cuando recibía la -cédula, daba al padre Piñón media onza de oro, diciéndole:--Vaya, para -que diga V. unas cuantas misas por el alma de Riego. - -En fin, el padre Piñón, pese á quien pese, era mejor que el pan; más -regocijado que unas sonajas, y tan indulgente y caritativo como un -ángel. Apenas si había leído más que el Breviario; pero el Breviario se -le sabía de memoria, comprendiendo todos los bellos pensamientos, todas -las sentencias sublimes y todos los tesoros poéticos que en dicho libro -se contienen. - -Dispense D. Faustino que le hayamos en apariencia detenido á la puerta -para dar alguna noticia del padre Piñón, en cuya sala de recibo se -halló, á poco de haber llamado, introducido y guiado por Antonio. - ---¿Qué tiene que mandar á su capellán el señorito D. Faustino?--preguntó -el padre Piñón. - ---Padre--contestó el Doctor,--omito preámbulos: el disimulo es inútil. -V. sabe quién es María. Aquí se oculta María. Vengo en su busca. Quiero -verla. Es mi mujer. Tengo razón y justicia para exigir que no me huya. - ---¡Hijo mío! ¿Qué locura es esa? - ---Responda V.--añadió el Doctor.--¿Dónde está María? - ---Ya que exiges respuesta categórica, te la daré: _Dominus custodivit -eam ab inimicis et a seductoribus tutavit illam._ - ---Dejémonos de bromas. Ni yo soy su enemigo ni su seductor. No hay para -qué guardarla de mí. - -El Doctor quiso salir de la sala y registrar la casa del Padre, quien le -contuvo suavemente. - -Entonces el Doctor empezó á llamar--¡María, María! no te ocultes de mí. -No me abandones. - -El padre Piñón dijo: _Dominus, inter cætera potentiæ suæ miracula, in -sexu fragili victoriam contulit._ - ---¿Qué diantres pretende V. significar? ¿De qué victoria habla V.? - ---_Dominus deduxit illam per vias rectas._ - -Este último latín hizo dar un salto al pobre Don Faustino. - ---¡Ah! ¿No me engaña V., Padre? ¿Con que se ha escapado? ¿Á dónde? -¿Cuándo? ¿Por qué camino? - ---Hijo, aunque te enfades conmigo, mi deber es arrostrar tu furia. -María se ha ido; pero no te diré por dónde ni á dónde. No quiero que la -sigas. Ayer me confesó sus pecados. Como condición de la absolución, le -impuse que se fuera. Además, había otras razones que la obligaban á -partir. - ---¿Qué razones? No hay razón que valga,--dijo el Doctor enojado. - ---Sí las hay, hijo mío. Hay una persona á quien la naturaleza concedió -poder sobre ella; pero á quien Dios quitó el derecho de ejercer ese -poder, en castigo de sus maldades. Esa persona sé yo que la busca; sé -que ha averiguado ya que estaba en esta casa. Es audaz, terrible... -Hubiera venido... venía ya á buscarla y á arrancarla de aquí. Por esto -también ha huído María. No puedo ni debo decirle más. - ---Yo la hubiera defendido, Padre. Nadie hubiera osado venir á robármela. - ---¿Y con qué título iba yo á poner á María bajo tu custodia y amparo? - ---Con el título de mi mujer legítima. - ---Mira, señorito, los frailes hemos sido siempre esto que llaman ahora -demócratas, pero entendida la democracia de un modo mejor. Ciertamente -que yo no me hubiera parado ante ningún humano respeto para disuadir á -María de que se casase contigo. Hubiera sido un modo de enmendar -vuestras gravísimas culpas, y yo le hubiera adoptado. María ha sido la -que se negó resueltamente á casarse. Creyó que era su deber irse y se -fué. - ---¿Á dónde ha ido? Dígame V. á dónde. - ---No puedo. - ---V. me engaña. Está aquí todavía. - ---No digas tonterías, D. Faustino--dijo el padre Piñón, algo -picado.--¿Tengo yo cara de embustero? Te aseguro que María se fué. - ---Yo saldré ahora mismo en su busca: yo daré con ella; yo la detendré y -la traeré conmigo. - ---Haz lo que quieras; pero todo será en balde. Considera, además, que -Joselito el Seco anda ya cerca, y te expones á caer en sus manos. - ---Aunque caiga en manos de Lucifer. - ---¡Ave María Purísima! Estás perdido, loco. Bien puedes decir de tí, con -el Salmista: _Miser factus sum queniam lumbi mei impleti sunt -illusionibus._ - -D. Faustino ni oyó ni contestó más, y salió corriendo de casa del padre -Piñón. Éste imaginó que el propósito del Doctor de ir en busca de María -era como una amenaza que no se cumpliría, y se fué á dormir muy -tranquilo. - -Un cuarto de hora después, D. Faustino, solo, caballero en su jaca, que -había hecho ensillar á escape por Respetilla, y armado con trabuco y -pistolas, estaba fuera del lugar, camino de la ciudad de..., distante -tres leguas. - -El Doctor había calculado que María no podía haber huído sino en un -carricoche que, á modo de diligencia, pasaba á las doce por Villabermeja -é iba á la ciudad de... - -Desde esta ciudad salían al amanecer coches para Sevilla, Córdoba y -Málaga. Si el Doctor alcanzaba á María en el camino ó en dicha ciudad, -antes de que María saliera en ésta ó en estotra dirección, el Doctor -conseguía su objeto. - -Las dos habían sonado largo rato hacía en el reló de la Iglesia. María -llevaba más de dos horas de delantera. El Doctor iba á galope por el -camino. - -Más de la mitad llevaba andado, y la jaca, jadeante y cubierta de sudor, -daba muestras de hallarse rendida de cansancio, cuando el Doctor, tan -apasionado hasta entonces, que todo lo había hecho sin reflexión, se -puso á considerar que, con dos horas de delantera que llevaba el -carricoche, sería imposible alcanzarle en el camino, aunque reventase la -jaca. Para llegar á la ciudad antes de amanecer había tiempo de sobra, -aun yendo al paso. El Doctor, pues, si bien devorado por la impaciencia, -se resignó á proseguir al paso su viaje. En la ciudad de... buscaría á -María por todas partes, y esperaba que no partiría sin que él la viese. - -Al paso iba D. Faustino hacía un cuarto de hora. Á un lado y otro del -camino había frondosos olivares. La luna brillaba en el cielo despejado -y con sus rayos argentinos lo iluminaba todo. - -Acababa de bajar el Doctor una cuesta muy pendiente, y se hallaba en una -hondonada, por donde corría un arroyo, en cuyas márgenes había muchos -álamos y otros árboles y matas, que hacían el paraje sombrío, formando -verde espesura. - -Siempre distraído el Doctor en sus cavilaciones no vió ni oyó que de -repente salieron en la arboleda cinco hombres á caballo, y con inaudita -rapidez se le pusieron delante, atajando el camino. No lo advirtió, ó no -tuvo tiempo para advertirlo; tan ligera fué la maniobra de los jinetes, -hasta que uno de ellos gritó: ¡Alto ahí! - -Entonces vió el Doctor que cuatro de los cinco le apuntaban con las -escopetas. Quiso volver atrás para escapar, dando un rodeo, y notó que -otros tres hombres á pie, armados también de escopetas, se le venían -encima. Estaba completamente cercado, y en tan estrecho círculo, que ni -para revolverse le quedaba tiempo ni espacio. - ---¡Ríndete ó mueres!--gritó otro de los de á caballo. - -Hallábanse los enemigos tan cerca, y era tan apremiante la situación, -que todo lo que no fuese rendirse era una temeridad; pero nuestro héroe -desesperado de que en medio de su viaje le detuviesen, tomó una -resolución tremenda. Cogió del arzón de la silla una pistola, la montó, -y apuntando al de á caballo que tenía más cerca, le dijo: - ---Abre paso, tunante, ó te levanto la tapa de los sesos. Al mismo tiempo -hirió fuertemente con las espuelas los ijares de la jaca, á fin de salir -escapado, rompiendo por entre la cuadrilla de foragidos. - -Éstos, que tenían también montadas sus armas, apuntando al Doctor, -hubieran sin duda disparado, dejándole muerto, si la voz del Capitán no -se hubiera oído á tiempo, diciendo: - ---No le matéis, no le matéis: es mi paisano Don Faustino López de -Mendoza. - -El Doctor vaciló asimismo un instante en tirar, viendo la generosidad -que con él se usaba. - -Todo esto fué obra de un segundo. La jaca, excitada por los espolazos, -iba ya á abrirse camino. Al atajar al Doctor los bandidos de á caballo, -se tocaban con él. Las bocas de las escopetas rozaban su cuerpo. La -pistola del Doctor podía matar á quemarropa al más cercano de los -bandidos. - -No había ya tiempo de explicaciones ni de transacciones, y, sin duda, -hubiera habido alguna muerte, á pesar del grito del Capitán, si de -pronto no se hubiese sentido el Doctor asido fuertemente de uno y otro -brazo por dos de los de á pie, bastante robustos ambos para arrancarle -de la silla y dar con él en el suelo por detrás del caballo. - -En los esfuerzos que hizo para desasirse, apretó el gatillo y disparó -la pistola; pero el tiro fué al aire, sin herir á persona alguna. - -En el suelo ya, y detenido por los dos que le habían derribado, oyó el -Doctor la voz del Capitán, que le decía: - ---Sr. D. Faustino, su merced es mi prisionero. Ríndase su merced, y déme -palabra de honor de que no intentará huir, de que me seguirá donde le -lleve y de que no tratará de emplear la fuerza contra nosotros. Su -merced volverá á montar en su jaca, y esta buena gente le respetará y -considerará como debe. - -D. Faustino no tuvo más remedio que prometer lo que el Capitán le -exigía. - -Apenas lo prometió, uno de los bandidos, que había tomado la jaca de la -brida, la acercó para que D. Faustino montase, y él, suelto ya, montó en -la jaca. Obedeciendo luego á una seña del Capitán, entró con los -bandidos por una vereda que había en medio de los olivares, apartándose -del camino real en tan belicosa compañía. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXII. - -LA VENGANZA DE ROSITA - - -Después de los sucesos que se refieren en el capítulo anterior, había -pasado ya una semana, y nada se sabía en Villabermeja del paradero de -Don Faustino. Su madre, llena de angustia, procuraba en balde averiguar -dónde se hallaba un hijo tan amado. - -Rosita, entre tanto, furiosa con los celos y los agravios, difundía por -todas partes que D. Faustino, prendado de María, había huído con ella, -sentando plaza de bandolero en la cuadrilla de Joselito el Seco. Como -alguien afirmase que la noche en que huyó D. Faustino, y como no sólo -Rosita, sino también Jacintica, diesen por seguros los amores de María -con el Doctor, nadie dudaba en el lugar, salvo el padre Piñón, de que D. -Faustino estuviese por su gusto con los bandoleros. - -La propia ruina de la casa de los Mendozas hacía verosímil á los ojos de -aquellos lugareños el que D. Faustino hubiese adoptado determinación -tan heroica para salir de apuros. - -El padre Piñón era el único que sabía que María no se había ido con el -Doctor, el único que sabía dónde María se hallaba; pero á nadie quería -confiarlo. Calculaba además que D. Faustino, no por su voluntad, sino -muy á despecho suyo, había caído en poder de los ladrones; pero, como -afirmando esto hubiera dado á Doña Ana más pesar que consuelo, el padre -Piñón se callaba. - -Rosita no creía mentir asegurando que el Doctor estaba con María entre -los bandidos. Rosita lo daba todo por evidente. Su furia celosa la -estimulaba, pues, de contínuo. Las excitaciones á su padre para que la -vengase no cesaban á ninguna hora. - -D. Juan Crisóstomo Gutiérrez, aunque avaro, usurero y poco escrupuloso -en punto á moral, tenía dos prendas de carácter que le hubieran movido á -obrar benignamente en aquella ocasión, si Rosita no le hubiese -violentado. D. Juan Crisóstomo era compasivo y cobarde. - -Por un lado, le inspiraba piedad la aflicción de Doña Ana, y no quería -acrecentarla. Por otro lado, persuadido, como Rosita, de que D. Faustino -se había hecho bandolero, temía que viniese á su vez á vengarse, ó -cogiéndole á él para matarle ó darle, por lo menos, una paliza, ó bien -yendo á sus caserías para incendiar alguna, ó romper las tinajas y las -pipas, derramando el aceite, el vino y el vinagre, y haciendo de todo -una trágica ensalada. - -La figura del Doctor Faustino, acompañada de Joselito el Seco y de un -coro de facinerosos, era la pesadilla del pobre Escribano. Durmiendo -soñaba con que le habían ya secuestrado y le daban martirio; despierto, -recelaba descubrir al Doctor ó á algún emisario suyo en cuantos hombres -venían hacia él. - -Pero si el Escribano temblaba de excitar la cólera del Doctor, todavía -temblaba más delante de Rosita. Rosita le ponía entre la espada y la -pared. ¿Qué medio le quedaba? ¿Cómo resistir á los mandatos de aquella -hija imperiosa, de aquel tirano de su voluntad, frenético entonces de -ira? - -No hubo más recurso. El Escribano concitó á los acreedores, que le -obedecían más que puede obedecer á Rothschild cualquier banquerillo de -mala muerte, y reunió créditos contra la casa de Mendoza por valor de -cerca de ocho mil duros. Eran escrituras y pagarés vencidos todos y que -no se habían renovado, quedando así el deudor al arbitrio de los -acreedores, quienes seguían cobrando los réditos mientras les convenía ó -no se enojaban, y quienes, no contentos con los réditos, exigían -asimismo una gran dosis de humildad y agradecimiento, so pena de -enojarse y de pedir al punto el capital de la deuda, conminando con la -ejecución. - -Tal era el estado de la casa de los Mendoza, por culpa del difunto D. -Francisco, y por poca habilidad, descuido y mala ventura de D. Faustino -y de su madre. Su caudal, mal cultivado por falta de capital, con los -frutos malbaratados siempre, apenas producía para pagar los enormes -réditos de aquella deuda. Varias veces se había tratado de vender fincas -para pagar lo que se debía; pero en los lugares pequeños hay una afición -extraordinaria á _tirar de los pies á los ahorcados_. Cuantos tienen -algún dinero andan siempre acechando la ocasión de que alguien esté en -apuros y quiera ó necesite vender algo para comprárselo por la tercera ó -cuarta parte de su justo precio. Aun así, piensan que favorecen al -vendedor, pues le dan dinero, cuyos intereses son grandísimos, á trueque -de tierras, que producen poco como no se esté sobre ellas y se emplee un -capital de metálico y de inteligencia en su administración y cultivo. - -D. Juan Crisóstomo hizo aún laudables esfuerzos para calmar á Rosita. -Rosita llegó á decirle que preferiría ser hija de Joselito el Seco á ser -hija suya; que si la hija de Joselito fuese la agraviada, su padre la -vengaría. - -D. Juan Crisóstomo no quiso ni pudo ser menos que Joselito el Seco, y -por medio de su aperador envió recado á Respeta, diciéndole que los -acreedores de los Mendoza no querían aguardar más; que era menester -pagarles en el término de diez días, y que, de lo contrario, serían -ejecutados los Mendoza. - -Rosita, no contenta con esto, dictó ella misma una carta insolente á -Doña Ana, amenazándola si no pagaba en el término señalado. El -Escribano, aunque resistiéndose y con mano temblorosa, tuvo que firmar -la carta. - -Respetilla, cuando se enteró de todo por su padre, fué á casa del -Escribano, habló con Rosita, le echó en cara su mal proceder y trató de -suavizarla. Viendo que era inútil la dulzura, empezó á echar fieros y á -desvergonzarse con Rosita; pero ésta se revolvió enérgica contra él y le -arrojó de su casa con cajas destempladas. Ganas se le pasaron á -Respetilla de dar una soba á la hija del Escribano, y aun de sacudir el -polvo al Escribano mismo; pero el miedo de provocar un lance sangriento -con algún criado de aquella casa, lance que podía terminar en que le -enviasen á Ceuta, tuvo á raya los ímpetus de su lealtad y devoción á D. -Faustino. Harto hizo el fiel escudero con no volver á ir en casa del -Escribano y privarse del dulce trato de Jacintica, con quien cortó -relaciones. - -Sobre Doña Ana, entre tanto, habían venido todas las penas juntas. - -Su hijo no parecía y su inquietud se aumentaba. Para consuelo, la -amenazaban con la vergüenza de una ejecución, con la ruina total de su -casa y hacienda. - -Lo único que quedaba en casa, ya en el mes de Mayo, era un poco de vino, -cuyo valor en venta no ascendería á diez mil reales. Doña Ana mandó á -Respetilla que llamase á los corredores para que le vendiesen por lo que -quisieran dar. Pero ¿qué eran diez mil reales cuando necesitaba ciento -sesenta mil? - -Doña Ana escudriñó todos sus armarios y cómodas; juntó la poca plata -labrada y algunos dijecillos que conservaba aún; y aunque tampoco, por -bien vendidos que fuesen, importarían más de otros diez ó doce mil -reales, Doña Ana se decidió á venderlos. - -Por último, venciendo su extrema repugnancia y sofocando su orgullo, -acudió á su única amiga de corazón: escribió una carta á la niña -Araceli, pintándole con vivos colores la terrible cuita en que se -hallaba y pidiéndole auxilio. - -Respetilla, encargado de llevar la carta y las joyas, montó á caballo y -salió de viaje para el pueblo de la niña Araceli. - -La infeliz Doña Ana, no pudiendo resistir por más tiempo tan crueles -emociones, cayó enferma en cama con una espantosa calentura. - -El pueblo, en medio de estos lances, se había dividido en bandos. Unos -aplaudían la venganza de Rosita; otros la censuraban. Éstos juzgaban -abominable la conducta del Doctor, á quien ya suponían transformado en -bandolero; aquéllos pensaban que Rosita era el mismo demonio, y que el -seducido por ella había sido el Doctor, sin que ella tuviese derecho -para lamentarse de su abandono y para tomar tan despiadada y bárbara -venganza. Toda Villabermeja ardía, pues, en chismes, suposiciones y -disputas. - -El padre Piñón era el más decidido partidario de los Mendozas. El médico -y él venían á visitar con frecuencia á la enferma Doña Ana, y el ama -Vicenta la cuidaba con el mayor esmero. - ---¿Dónde habrá ido á parar D. Faustino?--se preguntaba á sí mismo el -padre Piñón, ya que á nadie se atrevía á confiar sus secretos -pensamientos.--¿Habrá caído en poder de Joselito? Me temo que sí... Yo -lo avisaré á María, la cual ya sé que está en salvo, gracias á Dios. -Allá veremos cómo recobra su libertad el señorito D. Faustino. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXIII. - -CONFIDENCIAS DE JOSELITO - - -Fuerza es volver ahora á hablar del Doctor, quien, como sospecharán los -lectores, seguía en poder de Joselito el Seco. - -Á poco de estar con él comprendió el Doctor que Joselito venía en busca -de su hija, con el intento de robarla de casa del padre Piñón, donde -había averiguado que se escondía por espías y amigos que tenía en -Villabermeja. - -El padre Piñón y María habían prevenido á tiempo este golpe, huyendo -ella, sin que se supiese hacia donde. - -El Doctor sufrió un prolijo interrogatorio de Joselito, quien, informado -también de que su hija andaba enamorada del Doctor, no sabía cómo -explicarse aquel viaje nocturno de D. Faustino. - -Joselito no receló que su hija, sabedora de que él venía en su busca, se -hubiese escapado y que el Doctor fuese persiguiéndola; pero, aunque lo -hubiese recelado, era ya tarde para alcanzarla. Don Faustino, no -obstante, ocultó la fuga de María y buscó razones para explicar su viaje -nocturno, hasta que vió que Joselito, por caminos extraviados, los -llevaba á Villabermeja, con el evidente propósito de penetrar en casa -del padre Piñón. Para evitar este lance, el Doctor, ya cerca del pueblo, -declaró que María había huído y que él había salido persiguiéndola. - -Joselito exigió al Doctor su palabra de honor de que decía verdad; y -convencido de que el Doctor no le engañaba, echó sus cuentas, y decidió -con gran rabia que ya era imposible alcanzar ni detener á su hija antes -de que llegase á cierto punto, donde estaba segura. - -Desistió, pues, Joselito de entrar en Villabermeja; y él y su partida y -su prisionero anduvieron, durante muchos días, vagando por diferentes -sitios, fuera de los caminos reales, y haciendo noche en caserías y -cortijos, donde Joselito tenía partidarios ó cómplices. - -El Doctor, completamente desorientado ya, no sabía en qué punto, ni -siquiera en qué provincia de Andalucía se encontraba. - -Fiado Joselito en la palabra de honor dada por el Doctor y en el -compromiso que había contraído, le dejaba ir en su jaca, con sus armas, -y al parecer completamente libre, aunque dos bandidos le vigilasen -constantemente. - -No se permitió al Doctor que escribiese á su madre, por más que lo pidió -con gran empeño. Por lo demás, estaba todo lo regalado, considerado y -atendido que en aquella vida era posible. - -Algunas veces se apartaron de Joselito varios de la partida, presumiendo -D. Faustino que fuese para algún lance ó golpe de poca importancia, -porque luego volvían, y notaba el Doctor que hablaban con el Capitán y -que dividían y repartían dinero. - -Á todo esto, el Doctor se desesperaba cada vez más, rabiaba ó cavilaba, -y no atinaba con la razón de que así le llevasen cautivo. - -Joselito era hombre de tan pocas palabras, que no había modo de que el -Doctor pusiese nada en claro, por más que le interrogaba. - -Una noche, por último, estando en una casería, que debía de ser de algún -señor rico, pues había cuartos de dormir bastante cómodos y bien -amueblados, Joselito dijo al Doctor que deseaba hablarle á solas. -Subieron juntos al cuarto del Doctor, que era el más elegante y lujoso, -y allí tuvieron la siguiente conferencia: - ---Sr. D. Faustino--dijo Joselito el Seco,--no era mi intención -secuestrar á su merced. Yo iba en busca de mi hija; hallé á su merced -por casualidad; le reconocí, y dé su merced gracias al cielo de mi buena -memoria y de lo mucho que se parece á su padre, porque si no le -reconozco, su merced sería ya pasto de los grajos; le reconocí, digo, y -le he detenido entre los míos. Hoy quiero y debo decirle mis propósitos -y muchas cosas que me importan y que le importan. - ---Hable V., Joselito--interrumpió el Doctor:--la curiosidad me consume -hace días. - -Ambos interlocutores se sentaron entonces, frente á frente, en sillas -que había junto á una mesa sobre la cual estaban dos candeleros de -cristal con sendas velas ardiendo. - -La traza de Joselito era de lo menos patibularia que puede imaginarse. -Alto y esbelto de cuerpo; la tez blanca, aunque tostada del sol, y el -pelo negro, si bien con algunas canas. Parecía ser hombre de cuarenta -años, pero bien conservado y robusto. Los ojos eran entre garzos y -verdes, rasgados y dulces. Gastaba Joselito patillas y llevaba afeitado -el bigote, luciendo, en una boca pequeña, dientes blancos, iguales y -bien formados. En suma, Joselito era un majo muy guapo, y se conocía que -en su no lejana mocedad habría sido lo que se llama un real mozo. - ---Aquí donde V. me ve--dijo á D. Faustino,--yo estaba destinado á hacer -otra vida harto distinta de la que estoy haciendo; pero el hombre -propone y Dios ó el diablo dispone. Cuando yo tenía diez y ocho años -estaba de novicio en el convento de Villabermeja. Bien se acordará de -aquellos tiempos el padre Piñón, que me quería en extremo por el fervor -y excelente voz con que yo cantaba las cosas de iglesia, y porque me -suponía tan humilde y sencillo, que siempre andaba diciendo que yo iba á -ser un santo. Tal vez lo hubiera sido, si no llego á ver á Juanita. -Antes hubiera cegado. Juanita frecuentaba mucho la iglesia en compañía -de su madre Doña Petra la viuda. Esta buena señora era muy presumida y -entonada. Se jactaba de hidalga, y no sin razón. Su madre, la abuela de -Juanita, había sido una hermana de su abuelo de V., señor D. Faustino. -El pobre novicio tuvo, pues, la audacia de poner los ojos en una -parienta de los Mendoza. - ---¿De quién era viuda Doña Petra?--preguntó el Doctor. - ---De un arriero enriquecido--contestó Joselito.--Eso importa poco. El -caso fué que yo me enamoré perdidamente de Juanita. Mis ardientes -miradas lograron excitar en su alma un amor igual al mío. En la misma -iglesia nos hablamos con tal recato y disimulo, que Doña Petra no -sospechó nada. Juanita y yo nos pusimos de acuerdo. Yo me escapaba por -la noche del convento é iba á verla á su casa, saltando por las tapias -del corral. Así seguían nuestros misteriosos y felices amores, cuando la -belleza de Juanita despertó, en una feria, gran cariño en el corazón de -cierto mayorazgo de la ciudad de..., no distante de Villabermeja. Doña -Petra concertó el casamiento de Juanita, la cual no se atrevió á -oponerse; pero me informó de todo al momento. Ambos nos decidimos -entonces á huir. La noche en que estaba todo dispuesto ya para la fuga, -que iba á ser en un mulo que había en el convento, llevando yo á las -ancas á Juanita, fuí á buscarla y á sacarla de su casa. Por desgracia, -el novio mayorazgo, que rondaba por allí con un criado suyo, me vió -cuando yo saltaba la tapia del corral, y antes de que cayese yo del otro -lado, me asió de una pierna, y tirando de mí con violencia, logró -derribarme en el suelo. Me levanté al punto algo magullado, y antes de -que me rehiciese me aplicó el mayorazgo tres ó cuatro furiosos -puntapiés, llamándome ladrón. Casi me derribó en el suelo otra vez, pues -era hombre forzudo de veras. Á pesar de mi turbación y malas andanzas, -tuve tiempo de ver y reconocer en quien me maltrataba á mi rival -aborrecido. Los celos, entonces, y la ira y la vergüenza de verme -afrentado de un modo tan cruel, me hicieron olvidar toda mi humildad de -novicio, que tanto el padre Piñón celebraba. Mi antigua mansedumbre se -trocó de repente en ferocidad y en encono. Las llamas del infierno -abrasaron mi corazón en deseos de pronta y terrible venganza. El diablo, -á quien sin duda hube de llamar en mi socorro, me oyó y me proporcionó -los medios en el acto. Junto al sitio hasta donde el último puntapié me -había echado había un montón de gruesas piedras. Agarré una, y con la -velocidad del rayo volví contra mi enemigo, y antes de que tratase de -parar el golpe, se le dí con tal tino y brío sobre la cabeza, de la cual -al pegarme había dejado caer el sombrero, que le hundí y rompí los -huesos de un modo horroroso, haciéndole caer muerto á mis plantas. Fué -todo esto tan instantáneo, que el criado no había tenido tiempo para -favorecer á su amo. Cuando le vió caer, sintió miedo de mí y empezó á -gritar: «¡Al asesino, al asesino!» Lleno yo de terror, todo confuso y -aturdido, pues era al cabo la primera muerte que hacía, no tuve -serenidad para huir. Salieron hombres de varias casas; me prendieron; me -entregaron á la justicia, y, por último, me condenaron á presidio. Con -los años y las desgracias deseché en presidio los escrúpulos que en el -convento me habían inspirado; conocí á fondo lo que es la vida, y ví que -era mala mi estrella y que sólo á fuerza de valor podía yo dominar su -influjo funesto. Un día, mientras trabajábamos en un camino, concerté -tan hábilmente las cosas con cuatro compañeros, que logré recobrar mi -libertad en su compañía, no sin que perdiese la vida uno de los -capataces que quiso detenernos. Desde entonces ando en este oficio en -que ahora me vé su merced, y no es posible que ande en otro. Juanita -murió miserable y deshonrada mientras estaba yo con la cadena. Dejó una -hija, que es María. Yo adoro á mi hija, señor D. Faustino. La quiero por -ella y porque es un recuerdo vivo de Juanita; pero María se avergüenza -de mí, me huye, no quiere verme. Los que la han educado le habrán -inspirado quizás algunas buenas ideas; pero se han olvidado de -inspirarle amor y hasta respeto á su padre. Sea yo quien sea, ¿dejaré de -ser su padre? ¿No es un mandamiento de la ley de Dios el que ella me ame -y me respete? - -Mucho había que contestar á esto; pero al Doctor no le pareció prudente -ni oportuno ponerse á disputar con Joselito, y permaneció callado. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXIV. - -SUNT LACRIMÆ RERUM - - -Viendo Joselito que el Doctor nada contestaba, prosiguió hablando de -esta manera: - ---V. no me contesta, Sr. D. Faustino, porque cree que mi hija hace bien -en huir de mi lado, en aborrecerme, en despreciarme quizás; pero yo me -examino, me juzgo y no me hallo ni despreciable ni aborrecible. Quiero -conceder que hubo un momento de mi vida en el cual fuí completamente -libre y del cual pendió toda mi conducta ulterior. ¿Cuál fué ese -momento? ¿Fué cuando recibí los puntapiés y demás afrentas del -mayorazgo? ¿Debí aguantarme y sufrirlos con resignación? ¿Es así como no -hubiera sido despreciable? ¿Estuvo quizá mi culpa en no medir ni -calcular bien ni el sitio en que dí con la piedra, ni la violencia que -la piedra llevaba? ¿Dependió de mí entonces tener serenidad y acierto -para no matar al mayorazgo y magullarle y vengarme, quedando bien puesto -mi honor, ó, si los novicios no deben hablar de su honor, mi dignidad -de hombre? Para evitar aquel trance, ¿debí acaso renunciar al amor de -Juana, aconsejándole que engañase al mayorazgo y se casase con él, dando -gusto á su madre, y siguiendo yo de novicio, como si tal cosa? Esto -hubiera sido muy cómodo para todos, pero hubiera sido muy ruín. Lo -mejor, dirá V., hubiera sido no enamorarse de Juana, no seducirla. Pero -ni yo seduje á Juana ni ella me sedujo. Fuímos el uno hacia el otro, -atraídos por un impulso irresistible, como van el río á la mar y el humo -á las nubes. Nada... estaba escrito... era mi sino. No lo dude V.: yo -hubiera sido un santo si no llego á ver á Juana. El diablo se valió de -ella para perderme y de mí para perderla, sin que ni ella ni yo -pudiésemos evitarlo. - -El Doctor sintió el prurito de contestar á todos aquellos sofismas, con -los cuales el bandido trataba de justificarse; pero calculó que era -inútil. Además, no se hallaba el Doctor con autoridad suficiente. Su -moral era clara y severa en la teoría, pero en la práctica dejaba mucho -que desear. Concediéndose los mismos bríos de Joselito, el Doctor se -ponía en su lugar y aceptaba la muerte del mayorazgo como obra suya. No -hay que decir que los amores con Juana, el saltar por las tapias del -corral y el proyecto de rapto, no parecían al Doctor impropios de su -carácter; él hubiera obrado del mismo modo en iguales circunstancias, -mas sin considerarse por eso exento de culpa. Donde ya veía el Doctor -una culpa con la que jamás se hubiera manchado, era con la fuga de -presidio y con haber adoptado después la vida de bandolero. De esto no -se absolvía el Doctor. ¿Había, sin embargo, razones para absolver á -Joselito? Tampoco. Los principios de la moral, la ley de la conciencia, -la intuición viva de lo justo y de lo bueno no resultan de largos y -prolijos estudios: lo mismo están grabados en el alma del hombre de -ciencia que en la del campesino más rudo. El que borra, tuerce ó -desfigura esos principios, esas leyes, esas nociones, es siempre -responsable, es culpado. El error de su entendimiento implica una falta -de la voluntad, que se empeña en sofisticar las cosas para acallar la -voz de la conciencia. No se puede negar que en ciertos pueblos, entre -gentes selváticas ó bárbaras, esa degradación, ese obscurecimiento de la -moral es obra de la sociedad entera: el individuo puede, por lo tanto, -no ser responsable de todo; pero en el seno de la sociedad europea no es -dable suponer ignorancia ó perversión invencibles. Por más que se -ahonde, por más que se descienda hasta las últimas capas sociales, no se -hallará el abismo obscuro donde vive un ser humano sin que la luz -penetre en su alma y grabe allí las reglas de lo bueno y de lo justo. - -Así pensaba el Doctor, en nuestro sentir muy atinadamente, por lo cual -distaba mucho de justificar á Joselito el Seco y de ver en él una -víctima de la fatalidad, del sino, según él decía. - -Joselito, permaneciendo siempre mudo el Doctor, trató de justificar y -hasta de glorificar su oficio. - -Todo cuanto se ha dicho en libros y periódicos sobre lo mal organizada -que está la sociedad, sobre el modo que tienen muchos de adquirir la -riqueza explotando á sus semejantes, sobre el mal uso que de esta misma -riqueza se hace después, tiranizando y humillando á los pobres, todo se -lo sabía y lo explicaba Joselito; todo lo ha sabido y explicado, con -menos método y orden, pero con más viveza y primor de estilo, cuanto -ladrón ha habido en Andalucía desde hace años. El Tempranillo, el Cojo -de Encinas Reales, el Chato de Benamejí, los Niños de Écija y tantos -otros, sabían poco menos en esta censura de la economía social, que -Proudhon, Fourier ó Cabet pueden haber sabido. Joselito el Seco no se -quedaba á la zaga. - -Tales declamaciones contra la sociedad parecían en aquellos tiempos, y -aun en años después, tan sin malicia, que las novelas de Eugenio Sué, -_El Judío errante, Martín el expósito_ y _Los Misterios de París_, -llenas del espíritu del socialismo, se publicaron en periódicos -moderados como _El Heraldo_. - -Dejando aparte la cuestión de si es ó no justa, y de hasta qué punto lo -es la censura, no se ha de negar que, aun suponiendo parte de la -propiedad fundada en el robo, ora por violencia, ora por astucia, no es -modo de remediarlo robando también por medio de la astucia ó por medio -de la violencia, ya con la fuerza colectiva y grande de un estado -revolucionario, ya con la fuerza menos potente de una cuadrilla de -bandoleros. Joselito el Seco, no obstante, entendía ó quería dar á -entender que sí, apoyado en un antiguo refrán, cuya importancia es -inmensa. El refrán dice: _Quien roba al ladrón tiene cien años de -perdón_; y en este refrán se apoyaba para afirmar, no ya que no cometía -ningún delito, sino que ejercía todas las obras de misericordia, -cifradas y compendiadas en una. En efecto, Joselito no robaba jamás sino -á los ricos, á quienes despojaba sólo de lo que le parecía supérfluo, -dejándoles lo necesario. Hacía muchas limosnas, socorría no pocas -necesidades, y enviaba dinero á varios puntos para misas y funciones de -iglesia, porque era muy buen cristiano. Sostenía Joselito que casi todo -lo que había robado se lo había robado á ladrones, y los de su cuadrilla -jamás se echaban sobre la presa sin exclamar: «Rindete, ladrón, y suelta -la bolsa». La excesiva abundancia de dinero induce además á los hombres -á que se entreguen á la ociosidad, madre de todos los vicios; á que se -traten con sibarítico regalo, y á que ofendan á Dios, en suma, por no -pocos caminos. Por donde Joselito afirmaba que, despojando á muchos de -lo supérfluo, había contribuído poderosamente á la mejora de sus -costumbres y les había abierto y allanado el sendero de la virtud. - -Después de esta apología, Joselito dió nuevo giro á su discurso, y habló -de la hacienda y casa de los Mendoza, cuyo estado conocía; lo pintó todo -como perdido sin remedio, y por último, dió al Doctor las noticias -recientes, que por sus espías y amigos él había recibido de -Villabermeja, sobre la venganza de Rosita y la amenaza de ejecución. - -El dolor y la rabia de D. Faustino fueron muy grandes al saber tan -tristes nuevas. Al pensar en el apuro y desconsuelo en que estaría su -madre, no acertó á contener las lágrimas que brotaron de sus ojos. - ---¡Por vida del diablo!--dijo Joselito,--¿qué lágrimas son esas? Un -hombre recio no llora nunca. ¿Quiere V. vengarse? Yo le doy mi auxilio. -Nada tiene V. ya que esperar de la gente. Rompa V. con toda. Declárele -la guerra con valor. ¿Sería V. acaso el primer mayorazgo arruinado que -se ha hecho de los nuestros? Una palabra resuelta de V., y V. es aquí el -amo. En tres ó cuatro días nos ponemos en la Nava, y hacemos, si V. -quiere, una atrocidad. El Escribano usurero nos soñará toda la vida. Le -quebraremos las tinajas, vertiendo el vino y el aceite; le mataremos las -reses; y si esto no basta, le incendiaremos la casería. - -D. Faustino no pudo menos de romper entonces el silencio que hasta allí -se había impuesto. - ---Joselito--dijo,--cada hombre tiene su natural y su modo de proceder. -Yo no quiero probarle á V. que V. obra mal; pero no puedo menos de -decirle que yo pienso de muy diversa manera y no puedo hacer nada de lo -que V. hace. El Escribano, usurero por sí ó en nombre de otros, pide lo -que le pertenece de derecho. Ninguna injuria me infiere. Nada tengo que -vengar. Aunque mi madre muriese de pena, no pensaría yo que el Escribano -usurero fuera el causante de su muerte. La culpa sería mía, que con mi -imprevisión no he sabido evitar tanto bochorno. - ---Me aflige oir á V., Sr. D. Faustino--replicó Joselito.--No quisiera -ofender á mi prisionero; mas no puedo resistir á la tentación de decir á -V. que es V. un blandengue. Es treta muy común negar la injuria para -excusar el peligro de la venganza. Tiene V. razón: la injuria que no ha -de ser bien vengada ha de ser bien disimulada. - -El Doctor perdió los estribos: se puso más colorado que una amapola; se -olvidó de que Joselito estaba armado siempre; se olvidó de que á una -voz de Joselito podrían acudir sus hombres y darle muerte en el acto. - ---¡Voto á Dios!--dijo,--que yo no disimulo injuria alguna, y menos la de -V., que es quien me injuria. ¿Piensa el ladrón que todos son de su -condición? ¿De dónde, por perdido que yo esté, puede V. inferir que yo -voy á adoptar la infame vida que V. lleva? Repito que el Escribano está -en su derecho; que no me injuria, y basta que yo lo diga. El Escribano -obra como quien es: es ruín y obra ruínmente; pero no me injuria. - -Joselito, en el primer momento, estuvo á punto de romper la cabeza al -Doctor, que así se desahogaba. En todos los días de su vida había tenido -Joselito tanta paciencia. Reportó su cólera. Allá en su interior casi se -alegró de que la persona de quien su hija andaba enamorada tuviese -tantos arrestos. - ---¡Bien está!--dijo.--Á quien hoy toca, no disimular, sino perdonar las -injurias, es á un servidor de V., Sr. D. Faustino. No disputemos más. -Cada loco con su tema. - ---Dispense V., Joselito, si me he exaltado un poco. - ---La cosa no es para menos. Comprendo que debe de estar V. más quemado -que candela. Sentiré quemarle más; pero me importa recordar el pacto -que hemos hecho. V. tiene algo viva la sangre y puede olvidarlo á lo -mejor. Un caballero tan cabal, que está en su punto, sería una lástima -que se cegase y faltase á lo pactado. - ---Yo no faltaré nunca. - ---Con todo, no está demás recordar á V. que es mi prisionero; que ha -prometido no huir ni hacer armas contra nosotros, sino seguirme y -obedecerme. - ---En cuanto no se oponga á mi honor ni á mis principios. - ---Convenido. Pues sepa V. ahora, Sr. D. Faustino, que por más que no -quiera V. ser de nuestra compañía, V. ha de permanecer conmigo á modo de -cimbel ó reclamo. - ---¿Qué significa eso? - ---La cosa es muy sencilla. ¿Para qué sirven el cimbel y el reclamo? Para -que las avecillas enamoradas acudan donde ellos están. Pues para esto me -está V. sirviendo. Deseo que mi ingrata hija venga á mí; y ya que no -venga por amor de su padre, vendrá por amor de usted. Para esto sigue V. -en mi poder. Luego que venga María, yo concertaré con ella el precio del -rescate. Yo tengo donde ella viva segura y con mucho regalo. ¿Por qué no -ha de vivir María donde esté bajo el dominio de su padre, donde su padre -pueda verla? ¿Por qué ha de andar huyendo siempre de mí? - -El plan del bandido era hábil. El Doctor no dudó de que María iba á -venir en busca de su padre, á fin de salvarle á él del cautiverio. El -caso era triste. Él iba á tener la culpa de que aquella mujer, que había -podido hasta entonces librarse de padre tan tremendo y de vivir como su -cómplice á costa de sus robos, cayese en poder del capitán de -bandoleros. Las súplicas y los insultos hubieran sido inútiles para -hacer que Joselito cambiase de propósito. El Doctor se calló por -consiguiente. - -Dos días después del coloquio que acabamos de referir, permanecían aún -los bandidos y el Doctor en la hermosa casería de que se ha hablado. Sin -duda esperaban la llegada de alguien: casi de seguro, imaginaba el -Doctor, esperaban la llegada de María. - -Eran las diez de la noche. Se oyeron resonar fuera de la casería los -cascos de dos caballos, que á poco llegaron y pararon á la puerta. -Joselito, su tropa y el Doctor se hallaban tomando el fresco en el -patio, cuando el bandido que estaba de atalaya entró seguido de dos -hombres. El uno, que parecía criado, venía descubierto; el otro venía -embozado en su capa hasta los ojos y con el ala del sombrero tapada la -frente y envueltos en sombra los ojos mismos. Sin desembozarse, sin -descubrirse, dijo el incógnito: - ---Á la paz de Dios, caballeros. - ---Á la paz de Dios--le contestaron. - -Encarándose luego con Joselito, añadió: - ---Dios te guarde. Guíame á un cuarto cualquiera. Tengo que hablarte á -solas. - -Estas palabras, pronunciadas con imperio, fueron oídas con profundo -respeto por Joselito, que conoció en la voz á quien las pronunciaba. -Guió, pues, al embozado á un cuarto, donde hizo poner luces. El criado -quedó en el patio aguardando en silencio. Los caballos en que habían -venido amo y criado estaban fuera de la casería, atados de la brida á -unas argollas que al efecto había en la pared. - -La conferencia duró más de una hora; y terminada que fué, el embozado -partió con su acompañante, á quien el mismo Joselito vino á llamar para -que siguiese á su amo. Las pisadas de los dos caballos que se alejaban -se oyeron resonar desde el patio. - ---Señor D. Faustino--dijo entonces Joselito--, tenga su merced la bondad -de venir conmigo. - -El Doctor siguió á Joselito al mismo cuarto donde con el embozado había -estado hablando. Solos allí, con voz conmovida dijo Joselito al Doctor: - ---Todos mis planes se han deshecho. Es mi sino. Hay una fuerza superior -á mi voluntad que me avasalla y sujeta. María no ha muerto; pero V. y yo -debemos considerarla como muerta. No la volveremos á ver más. Para nada -le necesito á V. ahora. He prometido además al hombre que acaba de irse -de este cuarto que pondré á V. en libertad inmediatamente. Voy á cumplir -la promesa. ¿Quiere usted irse ahora mismo? - ---Estoy impaciente por ver á mi madre, por salvarla, por consolarla al -menos. Ahora mismo me voy--contestó el Doctor. - -En balde intentó averiguar quién era el personaje misterioso que -procuraba su libertad, y, sobre todo, cuáles eran el paradero y el -destino de María, para que tuviese él que considerarla como muerta. -Joselito no quiso ó no pudo revelarle nada. Mandó que ensillasen la jaca -del Doctor y que dos de los de más confianza de la cuadrilla se -preparasen á acompañarle. - -Todo dispuesto ya, el Doctor se despidió de Joselito alargándole la -mano, que éste apretó amistosamente entre las suyas. - -Por trochas y atajos, por sendas extraviadas, caminando más de noche que -de día, llegaron, al tercero, el Doctor y su comitiva á un sitio -distante media legua de Villabermeja y muy conocido del Doctor, porque -estaba en el camino de su casa de campo. Allí los bandidos le pidieron -su venia para volverse. El Doctor se la dió de buen grado, con mil -gracias por el favor que le habían hecho. Procuró también darles el -dinero que llevaba consigo; pero la caballerosidad y desprendimiento de -aquellos valientes no lo consintió. - -Empezaba á clarear cuando el Doctor se quedó solo. Era una mañana -hermosísima. Con la impaciencia de volver á ver á su madre, puso el -Doctor espuelas á la jaca, y pronto se halló en el lugar y á la puerta -de su casa, que vió abierta, aunque tan temprano. - -Entonces le dió un vuelco el corazón. Presintió una desgracia. Una nube -de tristeza nubló sus ojos. - -Faón fué el primero que salió á recibirle; pero en vez de mostrar -contento, daba aullidos tristes. - -Bajó el Doctor de la jaca, y dejándola en el zaguán, entró por el patio, -sin hallar á persona alguna. El podenco iba delante, aullando á veces, -como si quisiera darle una nueva dolorosa. - -Al ir á subir la escalera para dirigirse al cuarto de su madre, apareció -la niña Araceli y se echó en los brazos del Doctor. - ---¡Hijo mío, hijo mío!--dijo.--¿Dónde has estado? ¡Gracias á Dios que -sano y salvo te volvemos á ver! - ---Tía, ¿cómo está V. por aquí? ¿Qué ha pasado? - ---Tu madre está enferma, hijo mío. - ---No me oculte V. la verdad, tía. Es inútil. Mi madre... - ---No subas ahora... está durmiendo. - ---Está durmiendo un sueño eterno--exclamó el Doctor.--Mi madre ha -muerto. - -La niña Araceli ni afirmó ni negó, pero prorrumpió en amargo llanto. - -El Doctor subió precipitadamente la escalera. Iba á dirigirse á la -alcoba de su madre, cuando el ama Vicenta le detuvo á la puerta, -diciéndole: - ---No está aquí. - -Instintivamente se fué entonces hacia la sala-estrado. También allí -estaba á la puerta otra persona: el padre Piñón. - ---Déjeme V. que entre y la vea,--dijo D. Faustino. - -El padre Piñón, juzgando ya inútil todo disimulo, respondió al Doctor: - ---No entres; no perturbes su reposo: pide á Dios que descanse en paz. - -D. Faustino cayó llorando entre los brazos del Padre. - ---¡Ha muerto!--dijo. - ---Ha muerto como una santa,--contestó el padre Piñón. - ---Soy un miserable. Yo la he muerto con mis locuras. ¡Dios mío! ¡Dios -mío! ¿por qué no me matas á mí? - ---_Quia Dominus eripuit animam tuam de morte_,--dijo el Padre, que -siempre llevaba el Breviario en la memoria, y que entonces, además, le -traía en la mano, abierto por el Oficio de Difuntos. - ---Hijo mío--añadió,--reza por tu madre, reza por tí; mira que en estas -grandes tribulaciones el rezar es el mayor consuelo: _Tribulationem et -dolorem inveni, et nomen Domini invocavi._ - ---Es cierto--respondió D. Faustino;--he hallado la tribulación y el -dolor, pero no he hallado la fe. - ---¡Qué horror! Si has de hablar así, vete, no profanes este sitio. - -El Doctor tomó entonces maquinalmente el Breviario que tenía el padre -Piñón. Fijó sus ojos en la página por donde estaba abierto, y leyó unas -desesperadas sentencias del libro de Job, encarándose al leerlas con el -Padre, como si le contestara. - ---Mi alma--dijo--tiene tedio de mi vida. Hablaré con amargura de mi -alma. Diré á Dios: no quieras condenarme. Manifiéstame por qué me juzgas -así. ¿Por ventura te parece bien el que me calumnies y me oprimas? - -Aterrado el Padre de que así convirtiera el Doctor el bálsamo en veneno, -le arrancó el Breviario de entre las manos. - -D. Faustino se precipitó dentro de la sala. - -En medio de ella, en un féretro, entre cuatro blandones ardiendo, hacía -más de veinticuatro horas que estaba su madre de cuerpo presente. - -D. Faustino se acercó al féretro con silencio respetuoso; se hincó de -rodillas como quien pide perdón, y levantándose luego del suelo, se -inclinó sobre el rostro de la difunta, le contempló con honda pena, y -exclamó como si anhelase despertarla: - ---¡Madre, madre mía! - -Respetilla, que estaba velando el cadáver; el padre Piñón; Doña Araceli, -que había subido, y el ama Vicenta, callaban y lloraban. - -El Doctor, aproximando, por último, los labios á la cara pálida y -desfigurada de Doña Ana, la besó en la frente y en las mejillas. - -Los que asistían á este espectáculo se apoderaron de D. Faustino, y casi -por fuerza le sacaron de allí y se le llevaron á su cuarto. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXV. - -LA SOLEDAD - - -El dolor de D. Faustino fué grandísimo en aquellos días. Nació, no sólo -del amor que profesaba á su madre, sino del remordimiento de haber sido, -en parte, causa de su muerte. - -El Doctor, allá en el seno de su conciencia, recordaba la vida de Doña -Ana, y comprendía que había sido un prolongado martirio, en que su padre -y él habían hecho el oficio de verdugos. - -Doña Ana, resignada á vivir en Villabermeja, con un espíritu elevado y -culto, no había tenido con quién entenderse. Su marido, rudo, selvático, -montaraz, no sabía estimarla. Ni siquiera por gratitud, viéndose tan -cuidado y respetado, había mostrado amor y consideración á Doña Ana. Con -sus amores viciosos por la Joya y la Guitarrita, y por otras daifas -palurdas por el estilo, había humillado cruelmente á su mujer. Ni -siquiera amistad, ya que no amor, había sabido mostrar á aquella noble -señora, con quien jamás había acertado á sostener un diálogo que durase -cinco minutos. En cambio, ora jugando, ora en francachelas, en ferias y -en excursiones á otros pueblos de Andalucía, ora en regalos á las -mancebas que había tenido, ora con su desorden, mala administración y -necios planes, D. Francisco López de Mendoza se había empobrecido y se -había empeñado. - -D. Faustino, lejos de remediar los males de su casa, los había agravado -más, si no con gastos grandes, con su imprevisión y su descuido y con su -incapacidad para las cosas prácticas de la vida. Su conducta reciente -había provocado, por último, la cólera de Rosita, y había traído sobre -la cabeza de su madre el golpe rudo que, en unión con su fuga y -cautiverio entre los ladrones, había acabado por matarla. D. Faustino no -quería perdonarse nada de esto. Estaba inconsolable. - -La niña Araceli y el padre Piñón, que eran tan buenos, le hablaban de -resignación; le decían que era menester conformarse con la voluntad de -Dios, y aseguraban que Doña Ana, que había sido tan virtuosa no podía -menos de estar en el cielo. Á par de estas razones, fundadas en la fe, -sacaba á relucir el padre Piñón, con un candor delicioso y con un -sentido común exento de sentimentalismo, otros pensamientos y discursos -que, ya que no convenciesen al Doctor, le hacían sonreir y aliviaban -algo su pena. - ---Faustinito--decía el Padre,--no te aflijas tanto. ¿Qué se gana con -afligirse? ¿Hay nada más natural que morir? Si no se muriese la gente, -¿cabríamos ya en el mundo? Además, ¿crees tú que nos podríamos sufrir, -al cabo de cierto tiempo, si fuésemos inmortales? ¡Qué monotonía tan -inaguantable la de la vida si no hubiera en ella término! Yo creo que en -este bajo suelo sería peor una vida inmortal que el tormento de quien no -duerme y se cansa. Al cabo de cierto tiempo de velar y de trabajar, te -sientes cansado y deseas dormir; pues lo mismo, después de vivir y de -afanar mucho, se desea la muerte. La muerte es el reposo, es el sueño -para los que velaron y se fatigaron demasiado. Se me figura á veces que -en el morir debe de haber muy semejante deleite, aunque mil veces más -intenso, al del hombre que, después de haber ganado su jornal y empleado -bien el día en obras útiles y misericordiosas, se tiende en una buena -cama, estira las piernas y se queda dormido. - ---Sí, Padre--contestaba el Doctor;--pero ese hombre se duerme con la -esperanza cierta de despertar á la mañana siguiente y de ver la luz y de -hallarse más fuerte y brioso. - ---Pues con más bella y sublime esperanza se entregó tu madre al sueño -del sepulcro--replicaba el padre Piñón, dejando á un lado sus filosofías -instintivas y volviendo á su papel de creyente y de sacerdote.--Tu -madre se entregó al sueño del sepulcro con la esperanza cierta de -despertar á la mañana, pero á la mañana que no termina ni cansa; de -gozar de otra luz más hermosa, de gozar de un día eterno, y de recibir -una magnífica paga, un jornal espléndido por sus trabajos y virtudes. -Sin duda, que, al morir, la palabra de Dios resonó en el centro de su -alma, diciendo: _Ego sum resurrectio et vita: qui credit in me, etiam si -mortuus fuerit, vivet; et omnis qui vivit et credit in me non morietur -in æternum._ - -Por desgracia, ni los razonamientos mundanos y filosóficos del padre -Piñón, ni sus creencias, ni las antífonas del breviario que citaba, -llevaban el mayor consuelo al ánimo de D. Faustino. Sólo dos personas -había hallado en el mundo con quienes su corazón verdadera y -profundamente simpatizase, con quienes su espíritu estuviese en -comunicación real: su madre y María. Una había muerto; de la otra, tal -vez para siempre le apartaba un obstáculo invencible. De esto no -acertaba á consolarse con nada. - -Por otra parte, ahora que ya había perdido á su madre, el Doctor se -echaba en cara su desvío, ó por lo menos su tibieza para con ella. Se -culpaba de no haberla amado y respetado bastante, y no se lo perdonaba. -El Doctor se fingía creyente, religioso, por un momento, y comprendía -que, no sólo el padre Piñón, sino todos los sacerdotes del mundo le -absolverían de aquellos pecados. Dios, cuya justicia no es mayor que su -bondad, pues ambas son infinitas, le perdonaría también; pero él no se -perdonaba. Acumulaba sus faltas como quien hace una suma; y así como por -más que se esforzase no podía conseguir que tres y dos no fuesen cinco, -así tampoco podía lograr perdón para aquella suma dentro de su -conciencia recta y fría como la tabla de sumar ó como un conjunto de -axiomas. Entonces exclamaba:--¡Qué felicidad es creer en una -misericordia infinita, en un amor sin límites, que le perdona á uno lo -que uno mismo no se perdona! Yo tengo en mí un ideal de perfección, que -sólo me sirve de tormento, porque jamás llego á él; y cuando me examino -y estudio, veo que me aparto de él y me degrado más cada día. ¡Dichosos -los que imaginan percibir ó perciben una realidad suprema, cuya bondad -inagotable los purifica, elevándolos hasta ella! - -La niña Araceli procuraba también consolar á D. Faustino; pero lograba -menos aún que el padre Piñón. - -Entre tanto, la niña Araceli había prestado á la casa un servicio -inmenso. Todo el dinero que tenía ahorrado, que pasaba de dos mil duros, -le había traído y entregado á Respeta para que pagase á los acreedores. -La venta de las alhajas de Doña Ana y de los frutos que aun quedaban en -la casa había producido cerca de otros mil duros. Y por último, la niña -Araceli, empeñando sus bienes, había traído hasta otros seis mil duros, -con todo lo cual había nueve mil, y sobraba para salir del apuro y -salvarse de la ejecución. - -Doña Ana logró morir con el consuelo de ver esta gran prueba de amistad -de la niña Araceli, que vino á cuidarla, recibió su último suspiro y le -cerró los ojos. - -Para el Doctor, aunque agradecido á la niña Araceli, era una humillación -que hubiese hecho ella lo que él, que tan capaz de todo se juzgaba, no -había podido hacer. Tenía, además, el Doctor, cierta envidia generosa de -que la niña Araceli, y no él, hubiese sido quien oyó las últimas -palabras de la moribunda, y vió apagarse la postrera luz de su dulce -mirada, y sintió en su rostro, inclinado sobre el lecho de muerte, el -aliento final de aquel noble pecho. - -Como la muerte de Doña Ana había provenido en parte de los disgustos é -insolencias del Escribano usurero, no dejó de pasar por las mientes del -Doctor la idea de tomar venganza. Pero pronto la desechó considerándola -miserable y hasta ridícula. El Escribano, y sobre todo, Rosita, que -mandaba en el Escribano, no habían recibido sino agravios de la casa de -los Mendoza; y si los habían satisfecho reclamando lo que les -pertenecía, nada había que vengar ni nada de que quejarse. Don Faustino -sólo sentía por el Escribano y por Rosita un desprecio profundo, -desprecio que estamos nosotros muy lejos de justificar. - -D. Juan Crisóstomo Gutiérrez estaba compunjido y aterrado con la muerte -de Doña Ana y con la venida del Doctor. Unas veces soñaba que la muerta -entraba en su cuarto de noche y venía á tirarle de los piés; otras veces -sospechaba que el vivo D. Faustino iba á darle una paliza el día menos -pensado. - -En el pueblo, donde el Escribano era por lo general odiado, como suelen -ser los ricos por los pobres, sobre todo cuando los ricos no son -generosos, casi todos los contrarios de los Mendoza, que en un principio -habían aplaudido la venganza, movidos á compasión por la muerte de Doña -Ana, se desataban en invectivas contra aquel usurero infame y sin -entrañas, que era lo menos que de él decían. - -Rosita, por su parte, se mostraba sombría y silenciosa, aunque procuraba -parecer impasible. Si allá en el fondo de su alma pugnaba por surgir el -arrepentimiento, pronto le sofocaba ella evocando el recuerdo de todas -las injurias recibidas. La noche de la Nava se presentaba viva en su -imaginación, con su abandono, con su deleite, con todos sus hermosos -delirios, que casi al punto se desvanecieron. Estas imágenes eran para -el corazón de Rosita como una copa donde había gustado néctar y donde no -había ya sino turbias heces de hiel y veneno. Recordando aquella noche y -recordando la otra en que sorprendió al Doctor con María, Rosita, lejos -de arrepentirse, se apesadumbraba de ser una flaca y desvalida mujer, y -se avergonzaba de no ser bastante valerosa para buscar al Doctor y darle -de puñaladas. - -D. Faustino, lleno de pena, ni quería salir de casa ni tratar de -negocios, y encargó al padre Piñón para que fuese en casa del Escribano, -en compañía de Respeta, á pagar lo que debía y á levantar las hipotecas -que pesaban sobre sus bienes. - -De la materialidad de recibir y contar el dinero cuidó Rosita. Durante -esta prosaica operación, en el despacho particular de la casa, mientras -su padre estaba en la escribanía, Rosita se quedó á solas con el padre -Piñón, y éste le dijo: - ---Ya tienes ahí todo el dinero; ya estás pagada; ya debes estar -contenta. - ---¡Ay, padre, padre! La deuda que Faustino contrajo conmigo no se paga -con todo el oro del mundo. Ni con su sangre y su vida la pagaría. - ---Eres una pecadora empedernida--replicó el padre Piñón.--Por ahí me -acusan de que tengo la manga ancha, y es verdad que la tengo. Á mucho -amor, mucho perdón; tal vez entienda yo muy á la letra aquello de que le -será perdonado mucho á quien mucho ha amado; pero cuando el amor se -trueca en odio, te aseguro que se me quitan las ganas de perdonar. Dime, -desalmada mujer, ¿no te remuerde la conciencia de la muerte de Doña Ana? - ---Oiga V., Padre, ¿y por qué ha de remorderme la conciencia? ¿Qué culpa -tengo yo de que la tal señora se haya muerto? La matarían los diablos y -condenados con quienes andaba de tertulia por la noche. Lo que es -nosotros nos lavamos las manos. ¡Pues no faltaba más!... Lucidos -estaríamos si no pudiésemos pedir lo que se nos debe, por temor de que -los tramposos sensibles y delicados se nos murieran. Vaya... si por tan -poca cosa diesen los tramposos en la gracia de morirse, España se -convertiría en un desierto. - ---En un desierto es en el que yo predico predicándote á tí,--dijo por -último el Padre Piñón, y selló sus labios. - -Tres semanas después de la muerte de su prima, la niña Araceli se volvió -á su lugar, acompañada de Respeta y otros criados. La niña Araceli hizo -desde luego donación á D. Faustino de sus dos mil duros ahorrados. D. -Faustino trató en balde de reconocer aquella deuda y de pagar intereses. -De los otros seis mil duros que había Doña Araceli tomado prestados con -hipoteca de sus bienes, el Doctor se comprometió en regla á pagar los -réditos, para no ser más gravoso á su tía. Tía y sobrino se despidieron -con lágrimas y tiernos abrazos, á más de tres leguas del lugar, hasta -donde fué el Doctor acompañándola. - -Durante la permanencia de Doña Araceli en Villabermeja al lado de su -sobrino, á pesar de que éste jamás preguntó por su prima Costanza, Doña -Araceli, que era locuaz y expansiva, le informó de que la marquesa de -Guadalbarbo era en extremo dichosa. Su marido la adoraba. La fortuna los -favorecía. Todo les salía bien. Nadaban en la opulencia. Se habían ido á -Londres, donde el marqués tenía negocios de banca, y cada día juntaba -más dinero, sin dejar por eso de conservar todas sus fincas en España y -aun de comprar otras. - -De María es de quien el Doctor hubiera querido saber; pero el único que -de algo quizás podría informarle era el padre Piñón, que todo se lo -callaba, afirmando que no sabía dónde María había ido. - ---Sólo sé--añadía--que te amaba con todo su corazón; que, sin embargo, -ha debido abandonarte, y que tal vez no la volverás á ver en esta vida. - -Sin madre y sin amiga, sin las dos únicas personas á quienes amaba y -respetaba, se halló el Doctor en la soledad más espantosa. Respetilla -trataba de entretenerle y distraerle; pero sus noticias y sus chistes no -le arrancaban ni una sonrisa. El padre Piñón había intimado con D. -Faustino y venía á verle con frecuencia; pero tampoco el padre Piñón -penetraba en el alma y en el pensamiento del Doctor. Es cierto que le -echaba sus sermones, que le citaba versículos y oraciones y sentencias -del Breviario, y que á veces apelaba al sentido común y razonaba con -cierta filosofía burda; pero siempre que el Doctor se dignaba dar -contestación á todo aquello, solía quedarse el Padre en ayunas de lo que -el Doctor decía, figurándosele que no hablaba en castellano, sino en -griego. De esta suerte venían á terminar los diálogos entre ambos, -quedando el Doctor y el clérigo muy poco satisfechos el uno del otro, -aunque buenos amigos. - -Imaginó, pues, el Doctor que su espíritu, en lo que tenía de más íntimo -y esencial, estaba completamente incomunicado, y que sólo en lo somero, -vulgar y casi indiferente se tocaba con otros espíritus. Aquel -aislamiento y aquella soledad se le hicieron insufribles. Entonces pensó -de nuevo, como ya otras veces había pensado, en la posibilidad de -entenderse y comunicar con espíritus que no fuesen de los que tenían -cuerpo humano, y en si esto sería factible por otro medio más sutil que -la palabra material, que agita el aire y que el aire transmite. Tan -grande fué el esfuerzo de su fantasía y su contínua preocupación para -lograr esto, que no pocas noches, en el silencio de su retiro, creyó ver -á la coya que se destacaba del marco y venía á decirle misteriosos -discursos, que penetraban en su alma sin pasar por los oídos, y vió de -nuevo el espectro de María que llegaba hasta él y le infundía en la -mente y en el corazón sentimientos inefables y conceptos intraducibles -en toda lengua humana. Aun así, esto no satisfacía al Doctor. - ---Si el mundo de los espíritus existe--calculaba él,--debe de tener más -realidad, más ser, más luz y más vida que el mundo de la materia; pero -en estas apariciones y visiones, y hasta en las ideas que me comunican, -hay tanto de vago, de inconsistente, de incierto, de crepuscular, que -sospecho que es un mundo de sombras fantásticas y de quimeras, y no un -verdadero mundo espiritual éste en que penetro. ¿Quién sabe? Quizás lo -sobrenatural, el espíritu, no esté por fuera, no esté como separado de -la naturaleza misma y contraponiéndose á ella. Quizás que la penetre -toda y la anime. Quizás hago mal en apartarme de la naturaleza para -hallar el secreto que está en ella misma. ¿Será el universo un torrente -de vida divina, una revelación sucesiva de las fuerzas permanentes y -eternas, un hieroglífico lleno de sentido, donde cada cosa es signo, -cifra, representación de algo oculto, y el todo, para quien logre -interpretarlo, la solución del enigma? Siendo de este modo, la -naturaleza sería el manantial del conocimiento del espíritu. En sus -profundidades estaría el misterio divino. Pero ¿cómo sumirse en esas -profundidades? Toda la ciencia experimental no traspasa jamás la -superficie, la corteza: describe minuciosamente la cifra, y no da la -clave para descubrir lo cifrado. ¿Dónde hallar esa clave? ¿La cábala, la -magia, la teurgia serán posibles? - -El Doctor, á fuerza de no creer en casi nada, empezó á creer un poco en -las ciencias ocultas. - -Á menudo se quedaba mirando á Faón, cuya compañía era la única que no le -cansaba, y sentía deseo de que el podenco se convirtiese en el diablo; -pero en seguida negaba resueltamente que el diablo existiese, negando, -por lo tanto, la magia negra. La magia blanca, la magia no diabólica, es -la que seguía pareciéndole verdadera. El diablo no servía de nada si un -fuego, un hálito divino circulaba por el universo todo vivificándole; -porque lo ínfimo y lo supremo, lo pequeño y lo grande, este mundo -sublunar y toda la inmensidad del espacio poblado de soles debían de -estar estrechamente enlazados por aquella fuerza invisible. ¿Y por qué -el hombre no había de apoderarse de aquella fuerza? Si penetra y anima -el mundo de los cuerpos, la naturaleza toda, ¿dónde ha de ser más -enérgica que en la naturaleza humana? Si lo divino se filtra por el -universo y es el núcleo y constituye la esencia de las cosas, ¿cómo no -ha de estar asimismo en el centro de nuestro ser, en el abismo de -nuestra alma? De esta suerte pasaba el Doctor del arte mágica al arte -mística. Pero ni en el mundo exterior, penetrando en el seno de la -naturaleza con amor y entusiasmo; ni en el mundo interior de su alma, -buscando con el mismo entusiasmo y el mismo amor el objeto de su anhelo, -abstrayéndose de todo lo exterior, mortificando los sentidos é -imponiendo silencio á las pasiones, acertaba el Doctor á descubrir el -misterio, á declarar la cifra, á resolver el problema y á proporcionarse -un interlocutor que le conviniese é interesase más que el padre Piñón y -que Respetilla. - -Tal vez le faltaban libros; tal vez ni de magia ni de mística había -leído lo bastante, y caminaba á ciegas, queriendo ejercer artes -dificilísimas, en las que apenas estaba iniciado. - -Aunque sólo fuese por esto, el Doctor necesitaba ir á Madrid. - -Por otra parte, lejos de aquel centro del movimiento intelectual, poco ó -mucho, que hay en España, no ya sólo serían estériles los trabajos del -Doctor, así en la magia como en la mística, en la filosofía y en la -poesía, sino también en las demás ciencias, artes y disciplinas más -bajas y vulgares, como la política, por ejemplo. - -El Doctor, pues, á los seis meses de muerta su madre, impulsado de las -antedichas consideraciones, deseoso de acabar de aprenderlo todo, y -lleno de ambición difusa y de esperanza confusa de ser cuanto hay que -ser, hombre de Estado, poeta, orador, filósofo, sabio, y hasta mago y -místico, arregló sus negocios en Villabermeja; jubiló á Respeta, que lo -deseaba; puso de aperador á Respetilla; reunió hasta doce mil reales; y -con este dinero, después de una tierna despedida del padre Piñón, de -Respeta, de Respetilla, del ama Vicenta y del podenco favorito, se -plantó en la corte y se fué á vivir á una casa de huéspedes, donde por -un duro diario le daban cuarto, cama, luz, almuerzo, comida y cena. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXVI. - -ILUSIONES QUE SE VAN PERDIENDO - - -Toda, casi toda la poesía, cómica y trágica, que había en la persona del -Doctor y en el ambiente que le circundaba, se disipó al salir de -Villabermeja. Allí se quedaron los dos uniformes de maestrante y de -lancero, el bonete y la muceta, los vestidos de majo, la jaca, el -podenco Faón y el fiel escudero Respetilla. Allí no podía menos de -quedarse también la noble casa solariega, el castillo de que él era -alcaide perpetuo, y la bóveda sepulcral donde yacían sus antepasados. De -señorito principal, aunque semiarruinado, medio ermitaño, medio mágico, -querido de las mujeres, objeto de adoraciones sublimes y de enconados -odios, figura novelesca, que ya podía compararse al Edgardo de Walter -Scott, ya al Manfredo de Byron, se transformó en un aventurero más, en -un perdido más, de los que vienen á Madrid á buscar fortuna. - -Las locuras maravillosas, los conatos de ser teósofo, mágico y místico, -pasaron en seguida, preocupada la mente con otras aspiraciones más -vulgares. Las visiones y apariciones fantásticas de los espíritus de la -coya y de María no se dignaron entrar en la prosaica casa de huéspedes. - -Durante muchos años permanecieron vivas, sin embargo, las ilusiones del -Doctor, aunque todas, una á una, iban lastimándose y quebrándose en la -piedra de toque del éxito. - -Como poeta lírico, llegó á publicar algunas composiciones en periódicos -literarios; pero la gente estaba ya harta de suspiros, de lamentos y de -quejas con sonsonete ó cancamurria, y no hizo caso de los versos del -Doctor. - -Hizo el Doctor varias tentativas para ser poeta dramático; pero se quedó -siempre en las dos ó tres primeras escenas de cada uno de sus dramas. La -crítica más despiadada acompañaba en su mente á la inspiración ó á lo -que otros llamarían inspiración; y convenciéndole á tiempo de que estaba -escribiendo tonterías ó disparates, le forzaba á dejarlos á un lado y á -que no los concluyese. El hambre no le apretó jamás por tal arte, que le -llevara á proseguir, para ver si el público, más indulgente ó menos -juicioso que él, aplaudía lo que él reprobaba, y tomaba por discreto lo -que él desechaba por sandio. - -Creyéndose capaz de ser un gran poeta épico y de compendiar, cifrar y -resumir en una epopeya colosal toda la civilización presente, con -iluminaciones, vaticinios y como auroras de la futura, emprendió tres ó -cuatro veces la susodicha epopeya; pero no pasó nunca de un centenar de -versos. La perversa crítica acudía á su cuarto de la casa de huéspedes y -ahuyentaba á las musas á latigazos. - -Procuró el Doctor hablar en el Ateneo, y siempre se le trabó la lengua y -no acertó á decir nada. - -Consiguió entrar de redactor en un periódico; pero no sintiendo ni -sabiendo fingir que sentía la pasión política de otros, y siendo además -enorme su pereza, tuvo que salirse de la redacción, á fin de que no le -echaran por inútil. - -Embobado con mil ideas de indefinido progreso, de paz, de bienandanza, -de luz y de gloria para el humano linaje en general, y en particular -para su patria, se encumbraba á tales alturas, que cuanto acá por la -tierra nos divide no le importaba un comino. Lo mismo le daba á él de la -monarquía que de la república, de la Constitución de tal año que de la -de tal otro, de esta ley electoral que de aquélla, de tal ley de -Ayuntamientos que de tal otra. Hasta la libertad, que era lo que más -amaba, considerándola como medio y no como fin, no era para él un ídolo -á quien no se pudiese en ocasiones dejar de rendir culto y ofrecer -sacrificios. Extrañaba, pues, el Doctor tanto frenesí, tanto calor -tanto brío como muchos ponían en la contienda, y se daba á sospechar si -las opiniones y teorías serían el pretexto, y si el verdadero motivo -serían las posiciones. En este punto, á pesar de toda su ilustración, -nuestro doctorcito era un bermejino completo, ó mejor dicho, un lugareño -español de cualquiera parte, salvo cuatro ó cinco provincias, donde -saben querer y saben lo que quieren, y por eso traen á mal traer á las -demás, que tienen la voluntad marchita. Lo cierto era, según el Doctor -notaba, que cada partido político de los que se disputaban el poder en -la prensa y en la tribuna se componía de unos cuantos señores visitantes -de la misma casa ó asistentes á la misma tertulia, los cuales no tenían -masas de pueblo detrás de sí, salvo varios espoliques que esperaban -cabalgar en un buen empleo, ni representaban una respetable -colectividad, ni eran como apoderados ó adalides de los altos intereses, -ideas, creencias y propósitos de clases enteras. Cada adalid fantaseaba -allá en su mente el credo que más le convenía y formaba á su antojo un -partido, del cual se hacía jefe. El Doctor se obstinaba en suponer que á -casi nadie le interesaba dicho credo más que á los que iban en su virtud -á tomar el mando; que el pueblo español no distinguía los matices, sino -los colores más vivos y marcados; que, según lo había declarado el gran -Donoso, se hartaba pronto de discusiones, de sutilezas y distingos, y -sólo gustaba de Barrabás ó de Jesús; y que, para pedir á cualquiera de -estas dos tan opuestas personas, no se valía del derecho de petición, ni -para proporcionarles un triunfo acudía á las urnas electorales, sino, ó -bien no hacía nada, ó echaba mano al trabuco. - -Estas y otras consideraciones alejaban al Doctor de la política y le -hacían capaz de exclamar, como aquel viajero de un cuento de Voltaire, -cuando llegó á Persia, donde ardía la guerra civil, y le preguntaron qué -prefería, si el carnero blanco ó el carnero negro, que, con tal de que -el carnero estuviese bien asado, el color de la lana importaba poco; que -si, ora pidiendo carnero blanco, ora carnero negro, habían de consumir -en la lucha todos los otros carneros; y que si, ora pidiendo á Jesús, -ora á Barrabás, habían de hacer siempre barrabasadas, más valía que las -hiciesen pronto y de común acuerdo, sin pelearse ni arruinarlos á todos. - -Si el Doctor se hubiera limitado á sentir y pensar así, aunque nosotros -hallamos que hubiera sentido y pensado desatinadamente, no le hubiera -sido perjudicial; pero lo peor era la maldita franqueza de su condición, -la cual no consentía que se le pudriese en el alma ni sentimiento ni -pensamiento alguno, por recóndito que debiera tenerse. De este modo--y -por ser tan escéptico en política,--no consiguió jamás ni siquiera ser -diputado. - -Otra de sus ilusiones, y de las más persistentes y tenaces, fué la de -creerse un gran filósofo. Mas por lo mismo que tal se creía, le era más -difícil dar á luz escritos filosóficos. ¿Cómo había él de conformarse -con ninguno de los sistemas inventados ya en tierras extrañas y -sucesivamente de moda en nuestro país? No había de ser tradicionalista -ni flamante tomista; y ni Cousin primero, ni Kant, ni Hegel, ni Krause -por último, lograron alistarle bajo sus banderas. El Doctor soñaba con -sacar á relucir, cuando menos el mundo se lo percatase, un nuevo sistema -todo suyo. Así se pasaban los años y no producía nada. Consolábase, no -obstante, con una sentencia, que no recordamos bien si es ó no de -Aristóteles, por la cual se afirma que hasta bien cumplidos los -cincuenta, no llega el hombre á toda la madurez y plenitud de su -entendimiento. El Doctor aguardaba, pues, dicha edad para eclipsar á -Krause, á Kant y á Hegel. - -También, pasado ya algún tiempo, y conservando en el alma, sólo como una -dulce memoria que interiormente la iluminaba, la bella imagen de María, -trató el Doctor de brillar en la alta sociedad y de ser amado de las -damas madrileñas; pero esta ilusión fué más vana que las otras. Todo el -toque de la dificultad, todo el busilis de este negocio, según el Doctor -había oído decir, estribaba en que alguna muy elevada le quisiese. Las -otras le tendrían al punto por hombre digno de amor, y acudirían á él -como á la miel las moscas. Por desgracia, no halló el Doctor á ésta que, -digámoslo así, había de romper la marcha. No era posible tampoco renovar -la estratagema de aquel empresario de la plaza de toros, que en tiempo -en que había menos afición que hoy notó que ningún año iba gente á la -primera corrida, sino que empezaba la gente á ir á la segunda, y decidió -dar principio por la segunda para que hubiera gente desde luego. Lo -cierto es que, sin posición, sin el brillo de la gloria ó de la riqueza -ó de los mismos triunfos en otros amores, obscuro, algo encogido, pobre -como las ratas, pisaverde de casa de huéspedes, en suma, es muy difícil -deslumbrar al bello sexo. No se halla á cada paso una princesa del -Catay, una Angélica amorosa, que elija por su Medoro á un señorito sin -nombre, poco ameno además, y dado á melancolías. El Doctor, por lo -tanto, era en Madrid como aquel Leonardo que Camoens nos pinta en _Los -Lusiadas_, tan infortunado en amores, que en la propia isla de Venus, -donde todo estaba dispuesto para agasajar y deleitar á los heroicos -portugueses, estuvo á pique de no topar con una sola ninfa que se le -mostrase piadosa y que no huyera de él como de la peste. - -Como el Doctor se acicalaba y vestía con alguna elegancia y esmero, iba -á los teatros, á los bailes y reuniones, y hacía de vez en cuando -alguna calaverada, por ejemplo, perder quinientos ó mil reales al juego, -ó ir á comer ó cenar á una fonda, juzgándose por un instante, en aquella -ocasión, un Sardanápalo ninivita, un Baltasar babilónico, un romano de -la decadencia ó un mega-duque del Bajo Imperio, siendo esto del Bajo -Imperio lo que priva más entre los escritores políticos y moralistas al -considerar el lujo y relajación de nuestra edad, y echarla de Juvenales -y de Tertulianos severos; y como por otro lado, las poesías líricas, la -epopeya, los dramas que no llegaban á concluirse, y el sistema -filosófico que no acababa de inventarse, no producían, ni era natural -que produjesen, un ochavo, el pobre Doctor estaba casi siempre á la -cuarta pregunta. El caudal de Villabermeja (aunque, según á mí me han -asegurado, Respetilla era fiel administrador, por más que parezca -inverosímil) apenas producía para pagar los réditos de los seis mil -duros y enviar mil reales mensuales al Doctor, los cuales desaparecían -casi siempre á los tres ó cuatro días de cobrada la letra. - -El Doctor, en estos apuros, empezó á contraer deudas; pero era tan -inepto en la ciencia práctica del crédito, parte la más esencial de la -crematística, que sólo acertó á deber al sastre, al zapatero, al -guantero y á la pupilera, que le pedían de continuo que pagase. -Entonces, olvidando ya las altas ciencias ocultas á que había pensado -consagrar su vida, no pensó el Doctor en más ciencias ocultas que en la -crisopeya. Él, que había soñado con descubrir la fuerza íntima, el -principio divino que mueve y anima el universo, y apoderarse de él para -gobernarlo y dirigirlo todo, se limitó entonces á ver cómo lograba -reunir un poco de dinero, y lo peor es que no lo consiguió. - -Con este desengaño acabó por lo que acaban otros y por lo que muchos -empiezan: por suponer que el presupuesto es el hospicio de los mendigos -de levita, la sopa de los conventos para la pobretería ilustrada, y el -refugio y el hospital de los pordioseros leídos. El Doctor pretendió un -empleo, y al cabo consiguió que se le diesen, de ocho mil reales al año, -en el Ministerio de la Gobernación. Unas veces cayendo, otras -levantándose, ya repuesto, ya cesante, ya repuesto otra vez, llegó -nuestro héroe á tener catorce mil reales de sueldo, catorce años de -servicio y diez y siete años de vida de Madrid. - -Siempre fué el Doctor un detestable empleado; pero no le faltaron amigos -que le sostuvieran en su empleo. - -Claro está que otros, con menos capacidad que el Doctor, llegan á -directores, á consejeros de Estado y hasta á ministros; así anda ello; -pero no es menos claro que lo deben á casualidades dichosas (ya se -entiende que no para el país), y no á todos les han de tocar estas -casualidades, como no á todos les toca la lotería. Por sus condiciones -de carácter y de entendimiento, por su idiosincrasia, como se dice tanto -ahora, no era el Doctor de los que por sí, y sin que interviniesen las -referidas casualidades, podía ir más allá del punto á donde llegó. Así -es que no pasó de dicho punto, y gracias. - -Toda esta parte de la vida del Doctor se refiere aquí en compendio y á -escape, porque no importa mucho á la acción ó argumento principal de -esta verdadera historia, si es que en esta verdadera historia quiere -concederme el lector que hay una acción única, con unidad clásica y -patente. - -Sea como sea, el Doctor Faustino, avergonzado de no ser más que auxiliar -en un Ministerio, y esperando siempre el día en que había de elevarse á -personaje, no quiso volver á poner los pies en Villabermeja, donde había -pasado por un pozo de ciencia, por un prodigio de talento y por uno de -los más egregios caballeros, señorones y alcaides perpetuos que jamás -han existido. Así llegó á la edad de cuarenta y pico de años, harto -maltratado de la suerte, pero nunca desilusionado. - -Todas las noches dejaba para la mañana siguiente el poner manos á la -obra y el empezar á escribir su gran _Tratado de Filosofía_, ó concluir -su colosal epopeya, ó resollar con alguna peregrina y pasmosa invención -que aturdiese á los nacidos. Nada, sin embargo, se realizaba jamás. - -Amanecía Dios: el Doctor iba á su oficina á extractar expedientes ó á -arrullarles el sueño; comía luego sus pícaros garbanzos, cuando no le -convidaban en alguna casa de fuste, y siempre por las noches andaba de -tertulia en tertulia. Nadie le quería ni bien ni mal, porque á nadie -estorbaba, como no fuese á alguien que desease ser auxiliar como él; -pero el Doctor no tenía un solo conocido que desease tan poco, sino que -los paisanos deseaban ser ministros ó superintendentes generales de -Hacienda en Cuba; y los clérigos, arzobispos; y los militares, capitanes -generales y dictadores. Menester hubiera sido que se allanase el Doctor -á ir de tertulia á las tiendas de aceite y vinagre para encontrar ya -muchos envidiosos. Con tan elástico impulso aupaba el trampolín de la -política, y tan rápido iba haciéndose el turno en los altos icarios, que -había esperanzas de sobra para cualquier titiritero. El Doctor, en medio -de todo, conservaba siempre las suyas, risueñas y halagadoras, y -presentía que, sin saber aún por qué, ni cómo, ni cuándo, acabarían las -gentes por envidiarle. Con estas esperanzas se distraía y consolaba. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXVII. - -CABOS SUELTOS - - -No faltará quien halle inverosímil la poca ó ninguna carrera que hizo en -Madrid D. Faustino López de Mendoza. Ó D. Faustino era tonto ó no lo -era, dirán. Si era tonto, debió pintarle tonto el autor de esta -historia; pero como le ha pintado discreto, aunque extravagante, no se -comprende cómo no llegó á elevarse en esta sociedad agitadísima y -revuelta, donde tan fáciles son las elevaciones. - -Contra estos argumentos va ya mucho en el capítulo anterior. Sin -embargo, prefiriendo nosotros pasar por pesados á pasar por aficionados -á lo inverosímil, vamos á añadir otras razones. - -En España está el entendimiento muy repartido: casi no existe la gran -masa de tontos utilísimos, mansos, gobernables, industriosos, -trabajadores y fáciles de entusiasmar, que existe en otras naciones más -dichosas, donde el entendimiento está reconcentrado y como vinculado en -pocos hombres. - -Hay, pues, en España, muchos más de entendimiento que por ahí en otras -tierras; pero en cambio cabemos á bastante menos entendimiento. Apenas -si pasa nadie de lo que se llama listo ó travieso. Esta listura ó -travesura, no auxiliada por gran saber, porque somos perezosos, no da -para lo bueno el fruto que debiera dar; y por otra parte, como son -tantos los que la tienen, en mayor ó menor grado, raro es el hombre en -quien llega á constituir tal excelencia, que le distinga y eleve con el -asentimiento general sobre el nivel de los otros, y le haga apto para el -mando. De aquí lo instable de toda dominación y la escasa reverencia con -que se mira á quien la ejerce. De aquí además el que haya tantos y -tantos que aspiren á ejercerla, creyéndose con títulos iguales ó -superiores á los más encumbrados. - -En esta perpetua contienda por subir toman parte unos cuantos miles de -hombres: el proletario de levita. Como hay, cada año casi, caídas y -encumbramientos, llegan á ser personajes los más capaces sin duda; llega -á serlo también un tanto por ciento de los meramente listos; pero como -los listos abundan, los más se quedan tocando tabletas. Lo que sucede es -que de los que se quedan no nos volvemos á acordar y nos parece que no -han existido. Sólo de vez en cuando reconocemos y recordamos á tal cual -de ellos, antiguo compañero de colegio, de universidad ó de los primeros -años de la vida, en alguien que viene cubierto de harapos á pedirnos -una limosna ó un empleo de cinco ó seis mil reales, cuando en otro -tiempo esperaba llegar á duque ó á príncipe, y aun entendía que se -quedaba corto. - -Que el carácter de las personas influye mucho en la diversidad de -éxitos, es cosa de que no se puede dudar; pero la suerte, el mal llamado -acaso, esto es, la combinación y enlace de los sucesos, que no hay mente -humana que prevea, influyen más aún. Por lo demás, lo inexplicable, lo -misterioso, lo inverosímil en grado superlativo, en cualquiera otro país -donde, como en España, no haya privilegios aristocráticos ni valga el -capricho de un rey, es el encumbramiento de la gente inepta por todos -estilos. Lo que es el que don Faustino se quedase siempre con catorce -mil reales de sueldo y no pasase más allá, era natural, verosímil y -justo en todo país, sin que por eso tengamos que calificar de idiota, ni -de mucho menos, al protagonista de nuestra historia. - -El momento de los grandes sucesos que van á terminarla se aproxima ya; -pero antes nos parece indispensable atar algunos cabos sueltos; decir -algo de lo que sucedió á varios de los personajes más importantes -durante los diez y siete años que tan sin dicha perdió en Madrid D. -Faustino. - -El escribano D. Juan Crisóstomo Gutiérrez murió tranquila y -cristianamente en su lecho. El padre Piñón, que le asistió en aquel -último trance, exigió de él que se casase con Elvirita. El Escribano se -casó, reconociendo y legitimando á un hijo que de Elvirita tenía, -llamado Serafinito, á quien ya hemos visto figurar en la introducción de -esta historia. Los bienes del Escribano eran tan cuantiosos, que, -divididos en partes iguales entre sus tres hijos, bastaron á dejarlos -muy ricos á todos. - -En el momento de nuestra historia á que hemos llegado, Serafinito -permanecía soltero, y Ramoncita hacía años que estaba casada con D. -Jerónimo, el cual ejercía con gran éxito y tino la medicina en -Villabermeja. Aunque no tenían hijos que extrechasen los lazos -conyugales y completasen su dicha, la _Médica_ y el Médico vivían muy -felices. - -Rosita, á pesar de sus lances con D. Faustino, harto escandalosos para -que pudieran olvidarse, era tan graciosa, tan discreta, tan firme de -voluntad y tan rica para aquellos lugares, que siguió siendo pretendida -de muchos. Sólo de ella dependía el hacer ó no lo que se llama un buen -casamiento. - -El amor al régimen autonómico, y tal vez el recuerdo de D. Faustino y de -su abandono, indujeron á Rosita á que continuase soltera durante algunos -años más. Según hemos dicho, Rosita era una hermosura de bronce. Llegó á -los treinta, llegó á los treinta y dos, llegó, en fin, á los treinta y -ocho, y aun parecía la misma Rosita del día y de la noche de la Nava. -Sin embargo, al frisar en los cuarenta, aunque su cara y su limpio y -bien formado cuerpo, con el aseo, el ejercicio constante y los aires -campesinos, estaban como siempre, sin que la gordura hubiese venido á -desfigurarlos, ni una delgadez malsana hubiese impreso en su piel -trigueña, delicada y tersa, ni mancha ni arruga, Rosita hubo de tener -melancólicos presentimientos de que la vejez empezaba á surgir en las -profundidades y abismos de su ser, por más que por la superficie no -apareciera. Aquella mocedad, aquella gallardía, aquella gracia que aun -conservaba, eran como un milagro de su voluntad enérgica, y el milagro -podía tener término. Algunas canas que aparecían entre su negra y -hermosa cabellera eran el único signo exterior que le anunciaba la -venida de la vejez. Esto bastó, no obstante, para que Rosita pensase con -espanto en la vejez, y sobre todo en la vejez solitaria. Un deseo -ambicioso de encumbrarse más, de figurar y de lucir fuera de -Villabermeja, de triunfos, de esplendores y de conquistas en más vasto -teatro, y de deslumbrar aún con la luz de su belleza antes que del todo -se eclipsase, se apoderó entonces del alma de Rosita. - -Entre sus pretendientes se contaba D. Claudio Martínez, consecuente -hombre político, y diputado á Cortes casi perpetuo por el distrito de -que formaba parte Villabermeja. D. Claudio había hablado cuatro ó cinco -veces sobre Hacienda en las sesiones del Congreso, y había llegado á ser -director general en el Ministerio de aquel ramo. Allí se había dado tan -buena maña, que había formado un capitalito de un par de millones. Era, -pues, un señor de muchas campanillas, un pájaro de cuenta, en potencia -propincua de ser ministro, título, banquero, ó las tres cosas. - -Solterón de cuarenta y pico de años, estaba bien conservado, y era -alegre, servicial y ameno. Trataba con tal llaneza á todos sus -electores, les buscaba tantos empleos, y les desempeñaba tantos encargos -y comisiones, que era adorado por todo el distrito. Su retrato, ora al -óleo, ora en fotografía iluminada, resplandecía en las casas -consistoriales de los cinco ó seis pueblos que el distrito formaban. En -todos ellos le recibían con repique general de campanas é iluminación -cuando volvía de Madrid. En todos ellos se daban comilonas, bailes y -giras campestres en su obsequio. Y de todos ellos le enviaban, cuando -estaba en Madrid, barriles del mejor vino, piñonate, hojaldres, -alfajores, arrope y otra multitud de regalos. - -No era Rosita mujer que se dejase deslumbrar por tales grandezas. Cuando -no su claro entendimiento, su instinto hubiera sobrado para darle á -conocer que D. Claudio era un personaje vulgar; lo que llaman por allá -un tío. Á veces le comparaba con el cruel alcaide perpetuo, y éste le -parecía aún de oro puro, y el D. Claudio de muy bajo y ruín metal; pero -D. Faustino era un dije funesto ó inútil, un primor, una joya que no -servía para nada, mientras que D. Claudio era y podía ser un instrumento -provechoso para conseguir multitud de cosas y realizar mil gratos -ensueños. Rosita concibió la idea de su casamiento con Don Claudio como -una sociedad en comandita, donde, unidos capitales y aptitudes, podrían -encumbrarse pronto los socios al pináculo de la riqueza y de los -honores. Esto la sedujo; y si bien D. Claudio distaba infinito de -inspirarle amor, como no le inspiraba repugnancia, Rosita se casó con -Don Claudio. - -Años hacía que ambos esposos vivían en Madrid, donde Rosita era admirada -por su talento y su chiste, y donde aun tenía mil adoradores, aunque ya -jamona. La casa de D. Claudio era el centro de lo más ilustre y -empingorotado que había en Madrid en la sociedad de medio pelo. Rosita -era la _lionne_, la reina, la emperatriz de las cursis. Lo menos catorce -ó quince poetas, simultánea ó sucesivamente, habían hecho de ella su -musa, su Laura ó su Beatriz, y le habían compuesto baladas, elegías, -cantares y doloras. Rosita procuraba hacer creer que sus amores con -todos estos vates habían sido platónicos, y no hay razón para que no la -creamos. Propalaban, por último, algunas malas lenguas, que el general -Pérez era más dichoso, ó dígase no era, como los poetas, tan severo -secuaz del gran filósofo griego en sus amores con Rosita. Ello es que el -general Pérez tenía vara alta con todos los ministros, y en particular -con el de Hacienda y con el director del Tesoro, cerca de los cuales -prestaba todo su apoyo á Don Claudio, quien siempre tenía pendientes de -allí una infinidad de enredos, tramoyas y discretas é ingeniosas -combinaciones para dislocar el dinero, alzándose con él. - - Entre la turba perezosa y torpe - De los demás mortales. - -Don Claudio iba aproximándose cada vez más á su ideal, á ser un -capitalista, cuya misión en el mundo solía comparar él á la de los -grandes pantanos artificiales, donde se reúnen y acumulan las aguas que -sirven después para fecundar con su riego inmensos terrenos incultos, -antes secos y estériles. Considerándose D. Claudio uno de estos -pantanos, trataba de llenarle y llenarse pronto y bien; su mujer, -Rosita, le ayudaba como podía. - -Don Faustino no había puesto nunca los pies en casa de Rosita; pero la -saludaba y era saludado por ella cuando la veía por acaso en paseo, en -los teatros ó en alguna tertulia. Jamás se acercaba á ella, ni la -hablaba. - -Otro personaje importantísimo de nuestra historia, el famoso Joselito el -Seco, había tenido un fin trágico, como era de presumir, en cumplimiento -de la sentencia ó refrán que dice: _quien mal anda, mal acaba_. Como -Joselito era la providencia de la gente menuda; como su rumbo y su -generosidad no tenían límites, y como las dos terceras partes de lo que -ganaba en su oficio las repartía caritativamente entre los pobres, -gastando lo restante con esplendidez de gran señor, no había arriero que -no le idolatrase, ni ventero ni casero que no le amparase ni ocultase, -ni coplero rústico que no le celebrase en sus coplas, ni señorito de -lugar que no procurase ser su amigo, llevado de la cuenta que le tenía, -y aun de la admiración sincera que sus hazañas, altas caballerías y -estupendas magnificencias inspiraban. Entre el vulgo de Andalucía -gozaba, pues, Joselito de tanta popularidad como D. Claudio entre sus -electores. Así es que no había medio de cogerle, ni vivo ni muerto, -seguía haciendo de las suyas, paseándose por todas partes como por su -casa, y campando, en suma, por sus respetos. - -De este modo hubiera continuado quizás, aunque hubiese vivido más años -que Matusalén, si no acontece lo que vamos á referir ahora, valiéndonos -de una carta de Respetilla á su amo, que trasladamos aquí con fidelidad -y exactitud. - -Dice la carta: - -»Villabermeja entera está indignada con lo ocurrido á Joselito el Seco. -Voy á contárselo á su merced, porque debe interesarle. Permítame su -merced que tome las cosas de muy atrás para que lo entienda todo. - -»Joselito era tan bueno y tan escrupuloso, que no se apoderaba de nada -de los pobres. Perseguido además en estos últimos años por la Guardia -civil, no lograba proporcionarse recursos suficientes y andaba muy -apurado. - -»En sus apuros acudió á un amigo rico, al Alcalde de..., en la provincia -de Málaga, y le rogó con muy buenos modos que le enviase tres mil reales -á su casería, por donde él pasaría á recogerlos. El Alcalde envió sin -dificultad los tres mil reales. Al mes volvió Joselito á sus apuros: -pidió otros tres mil reales y los obtuvo también. Poco después pidió -cuatro mil. El Alcalde hizo sus observaciones; resistió bastante; pero -al cabo entregó los cuatro mil reales que Joselito le pedía. Así -siguieron, Joselito pidiendo y el Alcalde dando, hasta que llegó la -séptima petición. El Alcalde entonces hubo de sulfurarse. El mismo -diablo sin duda le inspiró una idea terrible. - -»Escribió á Joselito diciéndole, como de costumbre, que el dinero -estaría á su disposición en la casería en tal día y á tal hora; que -fuese allí á buscarle; pero el Alcalde, en vez de enviar el dinero, -envió á la casería con gran sigilo y recato veinte certeros tiradores, -los más famosos que pudo hallar. - -»La casería, como muchas de estas tierras, formaba un cuadrado perfecto. -El lado de frente ó de la fachada era la habitación de los señores para -cuando iban allí á pasar una temporada; en el lado derecho estaban las -caballerizas y el tinado para los bueyes; en el lado izquierdo, las -bodegas, y á la espalda, el lagar y el molino aceitero. En el centro -había un ancho patio interior, sobre el cual daban muchas ventanas de -los cuatros cuerpos ó lados de la fábrica. En dichas ventanas se -colocaron los tiradores con las escopetas prevenidas y bien cargadas. El -casero, hombre de mucho estómago y de toda confianza, se había -comprometido á introducir á Joselito y á su tropa en el patio, á meterse -luego en la casa y á dejarlos encerrados allí, donde los de las -escopetas los habían de freir á tiros. - -»El plan era tan hábil, que ya el Alcalde daba por segura la muerte de -todos los ladrones, y creía tocar los laureles que iban á prodigarle por -haber librado á las gentes de aquel sobresalto continuo. - -»Dios, sin embargo, lo dispuso de otra manera. Cuando Joselito iba á -entrar con su cuadrilla en la casería y en el patio, tuvo cierto -recelo, y miró al casero con fija atención. Este perdió la serenidad y -se puso más amarillo que la cera. No fué menester más. Joselito sospechó -la trama. Conoció, como si lo viese, que había dentro gente oculta para -matarle y matar á sus camaradas. Joselito era generoso. Supuso que el -casero cumplía con las órdenes de su amo, y le dejó vivo; pero no -consintió que ninguno de los suyos entrase en la casería. Todos ellos se -fueron sin entrar. - -»Joselito juró vengarse del Alcalde. Harto calculaba éste que, después -del mal éxito de su plan, corría el peligro de que Joselito le -asesinase. El Alcalde se amilanó de tal modo, que no salía del lugar. -Apenas salía de su casa, sino á las horas en que hay más gente en las -calles y tomando mil precauciones. - -»Nada bastó á libertarle. Una noche, entre nueve y diez, entró Joselito -á pie en el lugar con ocho de su partida. Lleno de atrevimiento, se fué -como un rayo á casa del Alcalde. Entró en ella cuando nadie sospechaba -que pudiera venir. Sus compañeros maniataron, ataron lienzos á la boca y -amedrentaron á los criados y á las criadas para que no se defendiesen ni -chillasen. Joselito halló solo y de improviso al Alcalde en su despacho. - -»--Encomiéndate á Dios á galope--le dijo--, y reza el credo. No quiero -que se pierda tu alma. Lo que es con tu cuerpo y con tu vida vas á -pagar ahora la traición que me hiciste. - -»El Alcalde, que conocía bien á Joselito, se persuadió de que no había -remedio. Los ruegos no hubieran valido de nada. La resistencia era -inútil también. Joselito le apuntaba con su trabuco, cuya boca casi le -tocaba en la sien. Al menor movimiento hubiera Joselito disparado. El -Alcalde, pues, tomó el partido de guardar un digno silencio. - -»Pasado un minuto, y calculando ya Joselito que el Alcalde se había -encomendado á Dios pidiéndole perdón de sus culpas, volvió á decir: - -»--Reza el credo. - -»Con voz firme y entera empezó á rezar el Alcalde; pero al llegar á -decir _y en Jesucristo, su único hijo_, Joselito disparó el trabuco y le -metió en la cabeza todo el plomo y hasta los tacos de que estaba -cargado. - -»Muerto el Alcalde sobre el sillón mismo de su bufete, Joselito salió de -la casa y del lugar con sus ocho compañeros. Fuera le aguardaban otros -con los caballos, y montando en ellos, todos se pusieron en salvo. - -»El Alcalde no tenía más familia que un hijo de diez y ocho años, -soltero y guapo mozo. Como aquella noche era sábado, el muchacho, que ya -tenía barbas muy recias, estaba afeitándose en la barbería. - -»Allí vinieron á contarle la espantosa desgracia que acababa de suceder. -Voló á su casa con la cara á medio afeitar, y vió á su padre, á quien -amaba de todo corazón, muerto de un modo horrible, con la cabeza -deshecha. - -»Levantando entonces las manos al cielo, sobre el cadáver, caliente aún, -juró el mozo por cuanto hay de más sagrado no raparse las barbas, no -comer en mesa con manteles, no desnudarse la ropa que tenía puesta y no -dormir en cama hasta que matase á todos los ladrones y al capitán de -ellos, Joselito. - -»Cinco años han pasado desde que esto aconteció, y el mozo ha cumplido -su juramento en cuanto de él dependía. Arruinándose, derritiendo la rica -herencia que le dejó su padre, ha mantenido una compañía de escopeteros -de á pie y de á caballo, y ha perseguido y acosado tanto á los ladrones, -que una vez dos, otra uno, otra cuatro, ha acabado por despacharlos á -todos al otro mundo. Joselito solo vivía. Ya no había forma de que el -mozo vengador le encontrase y le matase. De manera que el mozo seguía -sin mudarse, sin comer á la mesa, sin dormir en cama y sin raparse las -barbas. Cuentan que ponía miedo su vista. - -»Así hubiera seguido largo tiempo, porque Joselito era muy sagaz y -hábil, y no se dejaba coger fácilmente. Además, Joselito tenía multitud -de protectores y encubridores. Pero Joselito (Dios le haya perdonado -con su inagotable misericordia), aunque era un gran pecador, tenía -golpes y partidas de hidalgo y bien nacido. Harto de aquella -persecución, envió un recado al hijo del Alcalde con una gitana vieja, -de quien mucho se fiaba. El recado era que si quería acabar de una vez y -poder raparse las barbas, que viniese, sin su gente, á donde él -designara; que, seguros los dos, se verían y terminarían su pleito á -navajazos, muriendo el uno ó el otro ó ambos, como buenos caballeros. -Agradó la propuesta al hijo del Alcalde, y previos los juramentos más -terribles para precaverse de la traición por una y otra parte, el hijo -del Alcalde y Joselito se vieron en un encinar, y riñeron valerosamente -con las navajas, sin más testigo que la gitana vieja, la cual, sentada -en un peñón, miró el combate sin pestañear. - -»Joselito era un héroe, señorito, y aunque el hijo del Alcalde tenía -muchos hígados y manejaba bien el abanico, Joselito pudo más y dicen que -le mató limpiamente de un navajazo magistral por bajo de la tetilla -izquierda. Así pasó á mejor vida el hijo del Alcalde, sin haber podido -raparse las barbas desde que su padre murió. - -»Cuando se divulgó esta hazaña, creció la fama de Joselito por toda -Andalucía, y pronto acudieron á ponerse á sus órdenes hasta siete -hombres de pelo en pecho. Joselito volvió á encontrarse capitán, con -una cuadrilla muy respetable de bandoleros. - -»Así andaban las cosas, cuando el gobernador de esta provincia discurrió -una abominable traición, viendo que Joselito era invencible en buena -lid. Ajustó la muerte de Joselito con un malvado criminal, á quien tenía -en la cárcel y á quien dió libertad, haciendo correr la voz de que se -había escapado. Este traidor se unió á la partida de Joselito, ganó la -voluntad de aquel bandido tan caballero y una noche le asesinó mientras -dormía. Imagine su merced, señorito, cuán grande y cuán justa será con -este motivo la indignación de Villabermeja.«Respetilla, acostumbrado á -mirar como héroes á los bandidos, sobre cuyas hazañas sabía de memoria -no pocos romances, se extendía después en lamentar la muerte de -Joselito, en condenar la traición que contra él se había empleado, y en -celebrar sus _virtudes_. En obsequio de la brevedad, nos parece justo -suprimir todo esto, limitándonos á afirmar que Respetilla no había leído -libro alguno socialista, fatalista ni determinista moderno, y que era -eco de las ideas vulgares más rancias y castizas, cuando disculpaba á -Joselito de sus crímenes, atribuyéndolo todo al _sino_ y al pícaro -mundo; esto es, á la organización fatal del individuo y á las faltas, -vicios y durezas de la sociedad en que vive. No nos gusta sermonear en -novelas: de un hecho singular sabemos que no deben sacarse -consecuencias; pero el deplorable entusiasmo que entre los rústicos y -lugareños suelen inspirar los bandoleros y foragidos es tan general y -evidente, que á voces proclama que no son ideas nuevas y exóticas, sino -resabios antiguos los que le producen, contra los cuales más han de -valer la ilustración y la difusión de las buenas doctrinas filosóficas, -que la santa ignorancia que suponen muchos que existe y que se debe -conservar como oro en paño. - -Doña Araceli había muerto también, siete años hacía. La buena señora, -sin dolores, sin violencia, con aquel mismo amor suave, que era el fondo -de su carácter, había exhalado el último aliento, quedando exánime como -un pajarito. En su testamento no se olvidó del querido sobrino de -Villabermeja y le dejó en herencia los seis mil duros de la deuda; pero -el manirroto de D. Faustino había contraído ya otra deuda mucho mayor -para poder seguir viviendo en Madrid con sus pocos recursos. - -De María nada volvió á saber D. Faustino, ni antes ni después de la -muerte del padre de ella. El único que en Villabermeja debía saber su -paradero era el padre Piñón; pero éste nada quería declarar, por más -que en varias ocasiones el Doctor le había escrito preguntando. - -Había habido un personaje bermejino, del que hemos hablado en la -introducción, sobre el cual recayeron en otro tiempo las sospechas del -Doctor de que hubiese sido el velador, ocultador y defensor de María. -Era este personaje el cura Fernández; pero el cura Fernández hacía mucho -tiempo que no existía. Averiguada con exactitud por el Doctor la fecha -de su muerte, aparecía posible que él hubiese sido el embozado que tuvo -con Joselito la conferencia de que resultó su libertad. Á poco hubo de -morir el cura Fernández. ¿Dónde estaba, pues, María? - -El lector no puede haber olvidado al personaje principal de la -introducción; al verdadero narrador de esta historia, que yo me limito á -repetir á mi manera; el famoso D. Juan Fresco, sobrino del célebre cura. -¿Sospechará quizás el lector que María se había ido á América y había -buscado un refugio cerca de D. Juan Fresco? - -El lector perspicaz quizás lo sospeche; pero Don Faustino no podía -sospecharlo. D. Juan Fresco no tenía más parientes cercanos que el cura -Fernández; no había escrito á nadie; no conservaba relaciones en -Villabermeja y nadie le recordaba. - -El Doctor, que, para averiguar todo lo que con María se relacionase, -había hecho mil indagaciones, sólo había puesto en claro que Joselito -era huérfano de padre y madre cuando á la edad de cuatro años le -recogieron en el convento, y que su madre, allá en su mocedad primera, -quince años antes de que Joselito naciese, había tenido otro hijo, que -se había ido á tierras muy lejanas y de quien hacía cerca de medio siglo -que nada se sabía. El Doctor no imaginaba siquiera que este otro hijo -mayor hubiese llegado á ser un Creso. - -Ya hemos dicho que, convencido D. Faustino de que sólo el padre Piñón -sabía el paradero de María, le había escrito varias veces pidiéndole -noticias. Siempre se había negado á darlas el padre Piñón. Al fin, en -una carta que recientemente había recibido D. Faustino, el Padre era más -explícito y se explicaba de este modo: - -«Mil y mil veces te lo tengo dicho: sé dónde está María, mas no puedo -revelártelo. Conténtate con saber que vive, que siempre te ama, que -merece siempre que la llames tu _inmortal amiga_. - -»El ser hija de quien era, y la consideración de que tú, movido de la -ambición y de la inconstancia propia de la edad juvenil, pudieras -desdeñarla y hasta aborrecerla, la excitaron á apartarse de tí. - -»En esta resolución persiste todavía, si bien amándote siempre. Tal vez -no alimenta otra esperanza que la de unirse contigo en otra vida mejor. - -»Una idea extraña, poco católica, tiene la pobre María. Dios se la -perdone. Ella es tan buena, que merece el perdón de Dios. Dios me -perdone á mí también, que disculpo su delirio, por el mucho afecto que -la profeso. María sigue creyendo que tú y ella os habéis amado siempre -en otras existencias; que vuestros espíritus están y seguirán enlazados -siempre, por siglos, y que esta vida que ahora vivís es de prueba para -los dos. - -»Cree María que hay algo en tí que no eres tú; algo que no es tu -esencia, que no es tu alma, sino tu organismo, tu ser material, el medio -en que vives, el ambiente que respiras, la sociedad que te rodea, la -cual no es favorable, en la vida que vivís ahora, á vuestros inmortales -amores. - -»Llevada, sin embargo, hacia tí por un impulso irresistible, María fué -tuya. Ahora teme, por lo mismo, volver á verte. Si se reuniera contigo y -algún acto lamentable os separase, poniendo enemistad entre vosotros, la -unión de vuestros espíritus, que ella cree que ha de trascender á vidas -ulteriores, se rompería quizás para siempre y ocurriría un divorcio -eterno. «Prefiero--dice,--al eterno divorcio no verle más, no gozar de -su compañía, no volver á ser suya en esta vida terrena». - -»María, con todo, se muestra más confiada en otras ocasiones, y hasta -concibe cierta leve esperanza de poder unirse contigo en esta vida, sin -temor del divorcio eterno, cuando te halles desengañado, cuando el -dolor purifique tu alma, cuando las ilusiones que te ciegan y perturban -se desvanezcan del todo». - -Esto decía el padre Piñón en su última carta, y éstas eran las únicas -noticias que de María había recibido el Doctor Faustino, quien seguía su -vida madrileña, siendo poco más que escribiente, y mal escribiente, á -las horas de oficina; por la noche, pisaverde que iba de tertulia en -tertulia; y, cuando se quedaba á solas consigo, filósofo, poeta y -soñador ambicioso: en suma, si bien seguía amando poéticamente el dulce -recuerdo de su amiga inmortal, distaba mucho aún de consentir en -trocarle por la posesión real de aquella hermosa y enamorada mujer, si -había de dar en cambio todas sus ilusiones, que él no creía tales. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXVIII. - -LA CRISIS - - -En esta sazón ocurrió en Madrid una novedad que hizo época en los fastos -del mundo elegante, y de la cual no quedó periódico que no hablara. - -Cansado de vivir en París y en Londres, el opulento Marqués de -Guadalbarbo volvió á establecerse en la villa del oso y del madroño. Su -antigua casa, que bien podía calificarse de palacio, había sido -restaurada y adornada de nuevo con suma elegancia y lujo. Muebles, los -más primorosos, cuadros bellísimos, estatuas de mármol y bronce, ricos y -espléndidos tapices, vasos del Japón y de Sèvres, figuritas graciosas de -porcelana de Sajonia, raros esmaltes de los mejores tiempos, libros -costosísimos, ó por el esmero de las ediciones y encuadernaciones, ó por -el escaso número de ejemplares que de ellos se han conservado; todo -esto, con mil cosas más, que por huir de la prolijidad no se mencionan, -estaba amontonado en aquella casa, en aparente, aunque hábil y -concertado desorden, ya en gabinetes tapizados de rica seda, ya en -salones dorados, ya en otros en cuyos techos lucían pinturas al fresco -de los más famosos artistas. - -No tenía aquella casa el aspecto de un almacén de curiosidades, como -tienen otras, donde, si hubo vanidad y dinero para comprar, falta aquel -amor al arte que se refleja en los objetos y los anima. Allí parecía que -todo estaba cuidado, animado y hasta mimado por una hada. La presencia, -la huella, el paso y la mano del genio del hogar, se advertían en cada -primor, en cada adorno, hasta en el ambiente mismo. Se diría que su -mirada cariñosa lo había bañado todo de luz suave y de perfume poético. -Las plantas y las flores eran allí más bonitas y tenían un verde más -vivo, y colores mil veces más puros que en los huertos y jardines. -Perfiles casi imperceptibles para los no acostumbrados á observar, -revelaban á cada instante el tino, el buen gusto y la solicitud de una -mujer aristocrática, linda y discreta. - -Esta mujer era nuestra antigua conocida Costancita, después Marquesa de -Guadalbarbo. Sobre el valor intrínseco que, como piedra preciosa ó como -perla limpia y de tornasolado oriente al salir de la mina ó del fondo de -los mares, tenía ella al salir de su lugar de Andalucía, había añadido -la moderna cultura cuanto tiene de más refinado y exquisito. - -Diez y siete años transcurridos sin un disgusto para ella, en el seno -del más dulce bienestar, adorada de su marido, celebrada por todos, -inspirando respetuoso amor á los hombres y envidia á las mujeres, no -habían menoscabado en nada su hermosura. Nadie diría que Costancita -tenía treinta y cinco años cumplidos. Su boca era tan fresca; su sonrisa -tan alegre, entre infantil y maliciosa; sus dientes tan blancos; sus -mejillas tan sonrosadas, y tan tersa y serena su frente, como cuando -salió en el birlocho á recibir á su primo Faustino, que venía á vistas -desde Villabermeja. - -Aunque la Marquesa tenía dos hijos, el mayor de diez y seis años, -podríamos seguir ahora diciendo de ella lo que dijimos cuando por -primera vez la presentamos á nuestros lectores: que su talle era -flexible, no como una palma, sino como una culebra, y que todo lo que de -sus formas podía revelarse, presumirse ó conjeturarse, estaba artística -y sólidamente modelado, sin exceso ni super-abundancia en cosa alguna, -sino en su punto, con número y medida, guardando las justas -proporciones, según las reglas del arte. - -En el seno de la opulencia y del regalo, nos atreveríamos á añadir que -Costancita había pasado el tiempo sin que el tiempo marcase en ella su -rastro destructor, como aquellas princesas encantadas que se conservan -en el mismo ser en que las cogió el encanto, si no fuese porque había -habido mudanzas favorables. La tez, de trigueña que era, había adquirido -una blancura transparente y nítida, propia encarnación de diosa ó de -ninfa, y no de ser mortal; y las manos también, mejor cuidadas ahora, -parecían más bellas en contornos y dintornos y en el color y esmalte de -la carne y de las uñas. En todo esto, aunque hubiese habido alguna -industria ó artificio, era tan sabia industria y artificio tan sutil, -que el más severo crítico, el más experto en tales cosas, con ojos de -lince no lo descubriría. - -La Marquesa de Guadalbarbo había deslumbrado y seguía deslumbrando á -Madrid con la riqueza de sus trajes, con sus joyas y con sus trenes. La -fama de su virtud era mayor y más envidiable aún. La Marquesa amaba á su -marido, como una providencia benéfica y munífica, que la cubría de -diamantes, que llovía oro en su regazo, que satisfacía sin titubear sus -más costosos y atrevidos caprichos. La suerte del Marqués en los -negocios relucía en la mente agradecida de la Marquesa como habilidad ó -como genio. El Marqués le parecía un encantador, que tocaba con su -varita cualquier esperanza, cualquier ilusión, cualquier antojo, -cualquier ensueño, y al instante le realizaba, trayéndole por ensalmo -del mundo de las quimeras y de las sombras al mundo de los seres -sólidos y consistentes. - -La misma Costancita tenía de sí un alto concepto, que la hacía -invulnerable á no pocas seducciones. - -Una mujer pobre, aunque sea el desinterés personificado, suele dejarse -deslumbrar por la riqueza, por el esplendor, por la magnificencia de un -galán rico. No tomará nada de él; pero podrá sentirse avasallada y -pasmada de los coches, de los caballos, del palacio, de la pompa, de la -atmósfera, en suma, que circunda al galán. Á Costancita nada de esto la -hacía efecto. Era ó se creía tan rica como cualquiera, y no había lujo, -ni gala, ni prodigio de la industria ó del arte que lograse aturdirla, -que excitase su admiración ó su curiosidad. - -Una mujer plebeya suele hallar un atractivo invencible en el galán que -lleva un nombre ilustre. Una mujer que no está en la más alta sociedad -se hechiza con el galán que brilla en los aristocráticos salones; quizás -el deseo de presentarse como rival, de vencer y de mortificar á alguna -gran señora, puede más en ella que todos los propósitos de virtud. Para -Costancita, que, por sí y por su marido, se creía de la prosapia más -esclarecida, y que había vivido y resplandecido en los círculos más -encumbrados de París y de Londres, nada de lo dicho podía perturbar el -endiosado corazón. Todo lo miraba como por bajo de ella. Nada había que -no desdeñase. - -La fama de la Marquesa de Guadalbarbo se extendía por toda Europa. La -Marquesa había brillado en Baden, en Brighton, en Spa y en Trouville; en -los salones del Faubourg Saint-Germain; en los castillos de los lores -más ilustres de Inglaterra y de Escocia. En Berlín, en Petersburgo, en -Niza, en Florencia y en Roma tenía amigas que la escribían, adoradores -que aun suspiraban por ella. Costancita estaba harta de brillar, y casi, -casi se puede asegurar que había venido á Madrid con el propósito de -eclipsarse. - -En las edades y en los centros de más complicada y refinada -civilización, en Alejandría por ejemplo, en tiempo de los sucesores del -hijo de Filipo, y en Versalles, en tiempo de Luis XIV y de Luis XV, es -cuando, por contraposición, se ha despertado el gusto y hasta la manía -de la poesía bucólica, del idilio, de la vida campestre, del amor -sencillo entre pastores y zagalas. Un fenómeno parecido podía observarse -en el corazón de la bella Marquesa. Vivía gustosa en Madrid; pero de vez -en cuando atormentaba su corazón cierto prurito de vida patriarcal y -primitiva. La Marquesa de Guadalbarbo componía á veces idilios -inefables, allá en el fondo de su alma, en cuya composición entraban por -mucho los recuerdos de su pequeña ciudad natal, de su jardín, del -azahar y de las violetas que le embalsamaban, del cielo despejado de -Andalucía, y de toda aquella existencia menos artificiosa y más próxima -á la madre naturaleza. - -Cansada Costancita de que la admirasen, de ver rendidos á sus pies lores -ingleses, príncipes rusos, leones parisienses, todo lo que hay de más -distinguido, soñaba con otra novela; echaba de menos en su vida cierta -poesía, y la buscaba por otra parte, no en aquello de que estaba -satisfecha hasta la saciedad. - -Mientras el afán de lucir y de ser adorada no se había amortiguado en su -pecho, la novela, la poesía, el ideal de la Marquesa de Guadalbarbo se -había realizado en aquellas adoraciones y rendimientos de que había sido -objeto. Su severa virtud y su fiel amor al respetable Marqués habían -sido la primera condición de aquel ideal realizado. Faltar en lo más -mínimo al Marqués de Guadalbarbo, deslustrar su nombre aun sólo con la -ocasión de una sospecha, hubiera sido para Costancita como arrojarse al -suelo desde el altar de oro en que estaba subida. Era menester hacer -creer, era menester que Costancita misma creyese, y nos parece que lo -creía, que la admiración que le inspiraba la constante dicha del Marqués -en los negocios, y la gratitud que infundía en el pecho de ella aquella -esplendidez con que le proporcionaba cuanto quería, era un verdadero -amor, era una devoción sincera, que hacían de ella y del Marqués un ser -mismo, ó por lo menos una unidad inseparable, por donde todas aquellas -magnificencias y esplendores no venían como de fuera y de extraño poder, -sino que brotaban de la propia condición de Costancita y eran cualidades -y prendas de su persona. - -Así había vivido Costancita, durante diez y siete años, amando al -Marqués, siendo modelo de madres de familia, pasando entre los -libertinos por una diosa de mármol, y citada como dechado de fidelidad y -afecto conyugales por todos los sujetos graves y severos que la -conocían. - -La propia Condesa del Majano, hermana del Marqués, de quien ya hemos -hablado á nuestros lectores, aunque era la dama más austera y -descontentadiza de Madrid, estaba encantada de Costancita, y nada tenía -que censurar en ella, salvo un poco de tibieza en rezos y devociones; -pero el estímulo de formular esta censura se embotaba en el corazón de -la Condesa del Majano, quien, como casi todas las mujeres devotas, era -muy avara, con los presentes y limosnas que Costancita daba para las -iglesias, conventos de monjas y casas de caridad, de todos los cuales -presentes era distribuidora la Condesa, luciéndose así y pasando por -generosa sin gastar un cuarto. - -El Marqués de Guadalbarbo había cumplido ya sesenta y seis años de edad; -pero se conservaba que era un portento. Su vida activa, el montar á -caballo y el cazar con frecuencia, el buen trato y las satisfacciones de -todo género, le tenían como remozado. - -Cada día el Marqués se aplaudía más á sí propio por el buen tino que -tuvo en elegir mujer. Costancita, que mimaba las flores, los canarios y -hasta las joyas y las telas insensibles, ¿cómo no había de mimar, cuidar -y arrullar y contentar á un marido tan bueno, tan providente, tan -servicial y tan pródigo? Costancita se desvivía por el Marqués, le -adivinaba los pensamientos, procuraba que se distrajese, le hacía reir -con chistes y burlas, le consolaba cuando tenía algún disgusto, siempre -levísimo, y le cuidaba como á un niño cuando tenía alguna enfermedad, -también siempre ligera. - -Mas, á pesar de todo esto, fuerza es confesar de plano lo que ya hemos -dejado entrever, lo que hemos indicado hace poco. Costancita se hallaba -en un momento peligroso de crisis. - -El ideal de su vida de hasta entonces estaba ya agotado: había dado de -sí cuanto podía dar. El incienso de la lisonja, los triunfos de la -sociedad, las mil pasiones inspiradas por su belleza y sólo pagadas con -gratitud, de todo esto, permítasenos lo vulgar de la palabra, estaba ya -más que empalagada Costancita. Hacia deleites más subidos, hacia un -ideal más bello, hacia una poesía más fogosa aspiraba su alma. Al -tramontar del sol en una hermosa tarde, cuando el sol tiñe aún de -topacio y de púrpura los celajes de Occidente, se llena el corazón de -vaga melancolía y suele forjarse mil extrañas quimeras en arrobos -inexplicables; así el alma de Costancita, en el luciente y apenas -empezado ocaso de su duradera y briosa juventud, buscaba melancólica un -bien extraño, una poesía bella, una luz, un calor suave, un -contentamiento divino, que alegrasen y alumbrasen la serena tarde de su -vida. - -Una circunstancia casual vino á dar mayor impulso al vuelo del espíritu -de Costancita en esta dirección romántica y á engolfarle más por el -misterioso piélago de sus ensueños, lleno todo de sirtes, escollos y -bajíos. - -Los Marqueses de Guadalbarbo recibían una vez por semana, y reunían en -sus salones á lo más distinguido de Madrid por hermosura, nacimiento, -fortuna, letras y armas. Los marqueses tenían además, de diario, gente -convidada á comer. El general Pérez era de los que más frecuentaban la -casa. - -El general Pérez, la índole de cuyas relaciones con Rosita hemos dejado -en una discreta penumbra, no sólo era un oráculo en política, un poder -de quien á veces pendía la muerte ó el nacimiento de los Ministerios, -sino el más pertinaz, confiado, audaz y fatuo de los galanteadores. En -este linaje de lides, así como en los verdaderos campos de batalla, el -general Pérez se juzgaba un César, y el _vine, ví y vencí_ no se le -apartaba del pensamiento, cuando no de los labios. - -Este tremendo General, este héroe impertérrito y halagado por mil éxitos -ruidosos, se consagró completamente á la Marquesa de Guadalbarbo. La -perseguía con miradas volcánicas, la requebraba con cierto desenfado -militar, y no quería creer jamás que los desdenes, las burlas y hasta -las iras á veces de la Marquesa, fuesen iras, burlas y desdenes -legítimos, sino artificios, fingimiento y tácticas amorosas para hacer -más deseable la victoria y para dar más precio á la fortaleza que al -cabo se había de rendir. - -La persistencia vanidosa del general Pérez tenía fuera de sí á -Costancita. Juzgaba ya que dentro de la buena educación y de los -respetos sociales había hecho cuanto puede hacerse, y aun más de lo que -puede hacerse, para refrenar al feroz é intrépido guerrero, ó alejarle -de sí desengañado; pero el ahinco del general Pérez era descomunal, -rayaba en lo inverosímil. - -Acostumbrado el Marqués de Guadalbarbo á que le adorasen á su mujer, y -confiadísimo además en la virtud de ella, no advertía ó no hacía caso -del apretado y durísimo asedio en que el General la había puesto. -Costancita, además, era prudente, y no había de acudir á su marido para -que la libertase de las impertinencias de aquel presumido galán, para -que osease á aquel moscón, empeñándole acaso con él en un lance, á par -que peligroso, ridículo. - -Costancita, pues, seguía sufriendo, si bien con impaciencia y disgusto, -las pretensiones del General, esperando cansarle y apartarle de sí á -fuerza de seriedad y desvío. Hasta entonces no había comprendido -Costancita una parte de la mitología: las persecuciones del dios Pan á -las ninfas, de Apolo á Dafne, y del cíclope Polifemo á Galatea. Ahora, -_mutatis mutandis_, en vista del modo de vivir actual, mucho más -ordenado y político, casi se consideraba ella como una Galatea, y miraba -como á un furioso Polifemo al general Pérez. - -Lo que más la molestaba, lo que más hería su orgullo era la majestad del -General, su creencia mal disimulada de que casi la honraba -pretendiéndola y sufriendo sus desdenes. Ella, que se creía por cima de -todos los generales; ella, que sabía que la riqueza y la posición de su -marido no dependían del favor de ningún repúblico ó gobernante poderoso; -ella, que comprendía que su marido no necesitaba del Ministro de -Hacienda, sino que en todo caso, el Ministro de Hacienda necesitaría de -su marido, perdía la serenidad y se mordía los labios de rabia cuando el -general Pérez se le acercaba hasta con aire de protección y como -diciéndole:--Admírese V.: ¿qué no valdrá V., cuán grande no será mi -amor, cuando sufro tanto, siendo quien soy y pudiendo cuanto puedo? - -Acudía por entonces á casa de Costancita todas las noches de tertulia, y -venía asimismo á comer una vez por semana, nuestro protagonista, su -desdeñado primo, D. Faustino López de Mendoza. - -La suerte habíale mostrado siempre tan adusto ceño, que D. Faustino, á -pesar de sus ilusiones, había acabado por crearse un carácter del todo -contrario al del general Pérez. Se había hecho tímido, desconfiado, -modesto y encogido. Su humildad le dió cierto encanto á los ojos de -Costancita y le ganó las simpatías del Marqués de Guadalbarbo, quien -llegó á hacer de él los mayores elogios y á sacarle siempre á relucir -como ejemplo de los caprichos é injusticias del destino, que le tenía en -tan bajo lugar, mientras que había encumbrado á tanto zopenco. - -Costancita en un principio contradecía á su marido, sosteniendo que el -no haber hecho carrera D. Faustino era por culpa de su carácter, -hallando y marcando en él infinidad de defectos; pero el Marqués -propendía á probar que no había tales defectos, sino que todas eran -excelencias y perfecciones. La Marquesa se fué poco á poco convenciendo -de lo que su marido afirmaba. De esta suerte, el Doctor Faustino vino al -fin á parecerle un sabio marchito en flor, un león á quien han cortado -las uñas, un genio á quien han arrancado las alas pujantes con que iba á -encumbrarse al empíreo. - -¿Y quién había sido la maga maléfica, la hechicera traidora que había -hecho tan impía y bárbara amputación de alas y de uñas? Costancita se -dió á cavilar en esto y á sentir remordimientos que hasta entonces no -había sentido, y á considerarse bastante culpada. - -Entonces recordó con ternura, con cierta tristeza entre dulce y amarga, -con lánguida y morosa delectación, las veladas y los coloquios por las -rejas del jardín, las lágrimas que vertió la noche de las calabazas, el -beso humilde y manso que le dió en la frente su primo en pago de la -herida que ella le hacía en el alma; y creyó oir el murmullo de la -fuente de su jardín, y se sintió en la amena soledad nocturna, y vió el -sereno cielo de Andalucía tachonado de mil y mil claras estrellas, y -aspiró embriagada el perfume de aquel azahar y de aquellas violetas. -Todo esto, poetizado, hermoseado, sublimado por la distancia, acudía á -la memoria como cuento de hadas, con destellos refulgentes, con el -encanto de la primera juventud, evocada por el recuerdo. - -Una piedad infinita penetraba en el corazón de la Marquesa. Quizás ella -había torcido la suerte de Faustino. Amado por ella, animado, estimulado -por ella, Faustino hubiera realizado todos sus sueños de gloria. Sus -ilusiones hubieran sido realidades. Ella quizás había tronchado aquella -flor cuando se abría al blando soplo de las más nobles esperanzas; ella -quizás había destrozado las alas de aquel genio; ella quizás había roto -las mágicas cuerdas de aquella melodiosa arpa, arrojándola después en un -rincón, como el arpa de los versos de Becker. - -Forjábase entonces la Marquesa una existencia fantástica, mil veces más -bella que la que había pasado. Se representaba á sí misma como la musa, -el impulso, la inspiración, el resorte enérgico y fecundo en milagros y -creaciones, de un hombre que tal vez hubiera llenado de gloria á su -patria. Esto le pareció más bello, más poético, más noble que todos los -casos, lances y sucesos de su vida real. - -Por primera vez, allá en lo íntimo de su conciencia, sin atreverse á -confesárselo con claridad, columbrándolo apenas, pensó Costancita que -sólo el egoísmo, el miserable interés, el ansia de goces materiales, el -afán del lujo y la vanidad la habían guiado y arrastrado á preferir á -Faustino al Marqués de Guadalbarbo. - -Costancita, con todo, no había coqueteado aún en Madrid con D. -Faustino. Costancita seguía amando y reverenciando al Marqués. Y D. -Faustino, tan castigado por la mala ventura, no soñaba en que su prima, -que no le quiso en su tierra, pudiera quererle ahora, cuando ya el -indigno misterio de su porvenir estaba claro; cuando ya se había -demostrado con el éxito todo lo vano, infundado y falto de ser de sus -esperanzas y de sus planes de glorias y triunfos. - -Sin embargo, estimulada Costancita por las asiduas pretensiones del -general Pérez, concibió una idea de todos los diablos. El Marqués no -había de echar de su lado al General. Cualquier coqueteo con otro -personaje de primera magnitud no haría sino darle picón y entusiasmarle -más todavía. El modo de ahuyentar al General y de vengarse de él, -humillando su soberbia, era buscarle un rival obscuro, modesto, á quien -ella, con su omnipotencia de gran señora, realzaría por medio de una -mirada, por el conjuro de un favor. Así remedaría Costancita á Dios -mismo, arrojando del encumbrado sitial al poderoso y exaltando al -humilde. Costancita se resolvió, pues, á dar aliento á su pobre primo, á -sacarle de aquella postración y abatimiento en que se hallaba, á hacerle -sentir lo que valía, y á ponérsele como rival y contrario al engreído -General, á ver si reventaba de furor al verse suplantado por un -empleadillo de catorce mil reales, por poco más de un escribiente; á -ella además le parecía que aquel escribiente, aquel empleadillo de -catorce mil reales, valía mil veces más por todos estilos que el general -Pérez, con todas sus conquistas, y que ella no necesitaba que la gloria -y la fama del general Pérez ni de nadie reflejasen en su persona para -esclarecerla. Costancita se creía con sobrado esplendor propio para -brillar por sí, para iluminar, hermosear y ensalzar cuanto se le -acercase. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXIX. - -Á SECRETO AGRAVIO, SECRETA VENGANZA - - -El Marqués de Guadalbarbo estaba cada día más dispuesto á coadyuvar, sin -saberlo, al diabólico propósito de Costancita. - -El entono y la arrogancia que tenían, ó que él imaginaba que tenían, los -personajes más eminentes de Madrid, parecíanle tan injustificados, que -apenas si los podía sufrir. Admirador el Marqués del buen orden, -grandeza y florecimiento de la Gran Bretaña y de otros Estados de -Europa, lamentaba como nadie el atraso, el desorden y el desgobierno de -su patria. Imaginaba, pues, que nuestros próceres y repúblicos, lejos de -mostrarse soberbios debían estar avergonzados de su ineptitud y llenos -de la humildad más profunda. - -El Marqués, como casi todos los hombres cuyos negocios prosperan, sobre -todo si no tienen que acusarse de bajezas ni de bellaquerías, estaba -dotado de un amor propio colosal, y naturalmente le molestaba el de los -otros, que ni con mucho se le antojaba tan fundado. - -Jamás había leído el Marqués el curiosísimo libro del padre Peñalosa, -titulado _Cinco excelencias del español que despueblan á España_; mas -aunque le hubiera leído, no cabía en la índole de su entendimiento el -creer la singular teoría de aquel ingenioso fraile; el cual daba por -seguro que por ser los españoles tan hidalgos, tan católicos, tan -realistas, tan generosos y tan guerreros, están siempre tan perdidos. -Así es que la perdición, según el Marqués, provenía de malas y no de -buenas cualidades; por donde no cesaba de gruñir y de censurar á sus -paisanos, si bien descargaba los rayos de su censura sobre las -eminencias y se mostraba benévolo é indulgente con los humildes y poco -afortunados. - -Como entre estos últimos se contaba el primito D. Faustino, el Marqués -sentía por él, según ya hemos dicho, una singular predilección, que iba -en aumento siempre. La prevención con que había mirado al primito, -cuando le conoció en Andalucía se había disipado por completo. La -petulancia de la primera juventud, los alardes de impiedad y -descreimiento, y otras faltas de Don Faustino, se habían enmendado con -los años y los desengaños. Y por otra parte, el Marqués distaba mucho de -ver ya en Don Faustino, como había visto en otro tiempo, á un rival que -venía á robarle sus amores; antes bien veía ahora á un joven infeliz, de -quien él había triunfado, y cuyo valer y nobles prendas, mientras en más -se estimasen, daban más precio, mérito é importancia á su victoria. -Cuanto más alto ponía el Marqués á D. Faustino, allá en su imaginación, -tanto más ensalzaba el afecto y la libre decisión de Costancita al -desdeñar á D. Faustino y al preferirle á él. - -En tal estado las cosas, las visitas del Doctor á su prima menudeaban -cada vez más; y si por cualquier motivo nuestro héroe no parecía durante -dos ó tres días por casa del Marqués, el Marqués le buscaba ó le -escribía llamándole. - -Entre tanto, el infatigable general Pérez, verdadero _poliorcetes_ -amoroso de nuestro siglo, aunque había sido rechazado en todos sus -asaltos, arremetidas y ataques, seguía con regularidad y sin -interrupción el cerco de la plaza. Como era un señor de tanto fuste, -respeto y soberbia, nadie se atrevía casi á acercarse y á hablar con -Costancita, considerándolo tiempo perdido, merced á aquel tremendo -espantajo. El general Pérez, con sus miradas y con andar siempre en -torno de Costancita, hacía una perpetua declaración de bloqueo. Claro -está que los galanes de Madrid no se arredraban por temor de que el -general Pérez se los comiera crudos, ni mucho menos; pero cuando veían á -un conquistador como él tan empeñado en aquella empresa, sin desmayarse -ni retirarse, tal vez suponían que no era tan mal recibido, y no había -uno que se atreviese á presentarse como rival para salir derrotado. - -Costancita, más harta cada día, empezó á ponerse fuera de sí al ver que -el cerco se estrechaba y que la incomunicación en que el general Pérez -quería tenerla iba poco á poco realizándose. - -El propio D. Faustino, con la modestia y la timidez que su mala ventura -le había infundido, sospechó, no que su prima amase al General y -estuviese con él en relaciones, sino que se deleitaba y enorgullecía de -la asidua corte de tan eminente personaje. Así es que, no bien veía al -General al lado de la Marquesa, juzgaba atinado y prudente irse por otra -parte á fin de no estorbar. Costancita rabiaba y se desesperaba más con -esto, allá en su interior. El resultado era que hacía extremos cariñosos -por su primo, que le miraba con ojos llenos de ternura, que le apretaba -la mano con efusión, y que hasta le hacía elogios á cada paso; pero al -Doctor se le metió en la cabeza que todo ello era compasión, bondad, -deseo de levantarle un poco de la postración en que se hallaba; quizás -algo de leve remordimiento por las crueles calabazas que Costancita le -había dado en otra época. - -La Marquesa de Guadalbarbo empezó á picarse no menos de esta -impasibilidad del Doctor que de la persecución sin tregua del General. -Sin poder contenerse, vino entonces á hacer más declarados favores á su -primo; pero, por declarados que fuesen, el Doctor, ó se los explicaba, -como antes, por la compasión, ó se daba á cavilar en una cosa que -desechaba luego como un mal pensamiento, si bien volvía á su imaginación -con persistencia.--¿Querrá mi prima, se decía, que yo le sirva de -pantalla para que lo del General no se perciba tanto? - -Lo cierto es que esta conducta de D. Faustino, seguida instintivamente -en fuerza de lo abatido y descorazonado que se hallaba, hubiera sido, -seguida con toda reflexión y cálculo por un seductor de oficio, la más -hábil y la más á propósito para rendir á Costancita. - -Costancita continuó, pues, favoreciendo á su primo por todos aquellos -medios indefinibles, vagos y poéticos, que á veces hasta las mujeres -tontas y vulgares saben emplear, si el amor ó el deseo de ser amadas las -inspira, y que la Marquesa de Guadalbarbo, tan entendida, tan elegante, -tan artista en todo, empleaba de una manera deliciosa. El Doctor no se -creyó amado aún; pero empezó á recordar los antiguos amores y á pintarse -en el alma los coloquios de la reja del jardín con todas sus -circunstancias, y á creer que amaba aún á Costancita, á pesar de María. - -Esta nueva situación del ánimo del Doctor se hizo patente muy pronto á -los ojos de la Marquesa, quien advirtió en su primo una dulzura de -expresión muy grande cuando la miraba, una gratitud profunda cuando ella -hacía de él algún encomio, y un cuidado y una solicitud rebosando -sencilla y natural galantería para hacer por ella mil pequeños -servicios. En persona tan distraída como el Doctor, y que tanto distaba -de ejercer tales artes por costumbre, casi, casi era esto una -semideclaración de amor. - -Como se pasaba cuatro ó cinco horas diarias en la oficina extractando -expedientes, y luego otras tantas en la soledad de su cuartucho del -pupilaje, tratando en balde de dar ser á su epopeya ó de componer su -nuevo sistema filosófico, el Doctor se creía trasladado al cielo desde -el purgatorio cuando entraba en aquellos elegantes y ricos salones, -donde los criados le trataban con una consideración de que no había -gozado desde que salió de Villabermeja; donde todo despedía dulce olor; -donde había tantas cosas bonitas, y donde, sobre todo, hallaba á una tan -bella mujer y tan aristocrática, que se interesaba por él, que le -preguntaba por su salud con verdadero afecto, que deseaba leer sus -versos y saber sus filosofías, y que hacía todo esto de un modo tan -llano y tan discreto, que no advertía jamás el Doctor, aunque era muy -caviloso, que hubiera afectación en nada, ni que hubiera _sensiblería_, -ni pedantería, ni que pudiera aparecer el más ligero asomo de ridículo. - -Sentía el Doctor tanto bienestar y consolación tan suave en casa de -Costancita, y en este punto de sus relaciones con ella, que estaba como -el enfermo cuando halla una postura cómoda y grata, tiene miedo de -perderla y no se atreve á moverse, ó como quien ha tenido un sueño -beatífico, cuando se despierta y procura colocarse del mismo modo y -conciliar el sueño de nuevo para que se repitan idénticas visiones. En -suma, el Doctor se contentaba con aquello, y no aspiraba á más por miedo -de perderlo todo. - -Una de las noches en que recibía la Marquesa, en el mes de Mayo, el -general Pérez estuvo pesado y atrevido como nunca; se quejó de que la -Marquesa no le recibía sino los días de recepción, y se obstinó en -alcanzar una cita. - ---Yo tengo que hablar á V. con cierto reposo--dijo á la Marquesa.--Esto -es terrible. Aquí tiene V. que hacer los honores, y con ese pretexto no -me hace V. caso; no me oye nunca; cualquier majadero que se acerca me -interrumpe en lo mejor de mi discurso. Oigame V. antes de condenarme. Á -nadie se le condena sin oírle. - ---Pero, General--contestó Costancita, si yo no le condeno á V., si yo le -oigo; ¿de qué se queja? - ---Es V. muy cruel. V. se burla de mí. - ---No me burlo. - ---¿Por qué no me recibe V. cuando vengo de día? - ---Porque de día no recibo más que los martes. Venga V. cualquier martes -y le recibiré. - ---Eso es; me recibirá V. como á cualquiera otro. - ---¿Y qué derecho tiene V. á que yo le reciba de diferente manera? - ---¡Ingrata! ¿Y mi afecto y mi amistad y mi admiración no me dan derecho? - ---Por eso mismo quizás debo resistirme á recibir á V. Es V. muy -peligroso,--dijo Costancita riendo. - ---¿Lo ve V.? Se ríe V. de mí, Marquesa. - ---No me río de V.; pero no debo recibirle. Por lo mismo que V. me hace -la corte con tanta asiduidad, no debo recibir á V. para no dar ocasión á -la maledicencia. - ---Nadie dirá nada. Recíbame V. una vez sola. Su reputación de V. está -tan bien sentada, que no murmurará nadie. - ---Mire V.--dijo Costancita un poco contrariada de que el General tomase -por lo serio aquella excusa,--harto sé que mi reputación no puede ni -debe depender de tan poco. V. quiere verme mañana, cuando no recibo á -los demás mortales. Pues sea. Venga V. mañana. De tres á cuatro. -Encargaré á los criados que le dejen entrar. - ---¿Y nada más que á mí solo? - ---Nada más que á V. solo. - -Dicho esto, la Marquesa se fué hacia otra parte, dejando satisfecho al -general Pérez, aunque acababa de darle la cita para que no creyese que -temía avistarse con él á solas, ó para que no presumiese que su -reputación pendía de tan poco, que fuera á perderla por recibirle. - -El general Pérez, como todo lo convertía en substancia, se quedó muy -hueco. Allá, en el fondo de su alma, imaginaba él y pintaba con -vivísimos colores una lucha muy brava que el amor y la virtud se estaban -dando en el corazón de Costancita por culpa suya. La concesión de la -cita le pareció una gran victoria del amor. No comprendió que Costancita -había cedido á fin de demostrarle que él era para ella un hombre _sin -consecuencia_. El General la había estrechado tanto, que negándose á -recibirle, hubiera sido como decir con la Leonor de _El Trovador_: - - Libértame de tí; si por tí tiemblo, - por tí, por mi virtud... ¿no es harto triunfo? - -Por no aparecer en la mente del General como diciendo estos dos versos, -pasó Costancita por la mortificación de verle y oirle á solas. - -El General no faltó á la cita. Aunque había sido siempre con otra clase -de mujeres imitador ó émulo del joven Tarquino, ya sabía él, á pesar de -su fatuidad, con quién se las había, y estuvo respetuoso, almibarado, -humilde y rendido. Costancita, con más primores y discreteos que otras, -dijo en aquella ocasión lo que en ocasiones semejantes dicen siempre -todas las mujeres: que estimaba al General, que sentía por él una -amistad viva, que le agradecía lo mucho que la distinguía; pero que á -nadie amaba de amor, y que en este punto debía el General perder toda -esperanza. - -El desengaño dado por Costancita no pudo ser más explícito ni más claro. -La vanidad del General no quería, con todo, recibirle. El General siguió -viendo en espíritu el rudo combate entre el honor y la virtud, el amor y -la castidad, que destrozaban el alma de Costancita; casi tuvo compasión -de aquel tumulto de pasiones que había suscitado, y por un arranque de -generosidad se decidió á tener calma, á encaminar las cosas suavemente y -á no entrar en la plaza por asalto, llevándolo todo á sangre y fuego. El -General se propuso ser magnánimo, usar de misericordia y venir de diario -á moler á Costancita, mostrándose más fino que un coral y más dulce que -una arropía. - -La Marquesa de Guadalbarbo no acertaba á librarse de aquellas visitas -impertinentes, que tanto la molestaban. En su orgullo, no quería decir -al General que no viniese á verla á menudo para no comprometerla; y no -había medio tampoco de hacerle comprender que sus visitas la aburrían. -En esta situación, el medio de osear al moscón del General, valiéndose -del Doctor Faustino, se le hizo á Costancita más deseable que nunca. Su -primo, por otro lado, iba ganando cada vez más en su corazón. - -Un día, de sobremesa, mientras que el Marqués hablaba de política con -otros convidados, Costancita y el Doctor tuvieron el diálogo siguiente: - ---¿Es posible, Faustino, que tengas tan mala opinión de mí y que me -creas tan vana y tan poco orgullosa á la vez, que supongas que me -complazco en la corte que me hace el general Pérez? ¿Qué lustre me doy -con eso? ¿Necesito yo del General para algo? Mil veces te he dicho que -me aburre, que me molesta, que no puedo sufrirlo, y tú me oyes siempre -con visibles muestras de incredulidad. - ---Francamente, prima--contestó el Doctor,--te lo diré, aunque te enojes: -yo no comprendo que el General esté hecho tan á prueba de desdenes. -Cuando viene á verte casi todos los días, cuando está siempre donde tú -estás, cuando se consagra á adorarte de continuo, no se verá tan mal -tratado. - ---Pues se ve; pero él trueca siempre en favores los desvíos, en -esperanzas los desengaños y en triaca el veneno. Como no le eche á -puntapiés, se me figura á veces que no tengo medio de echarle. - ---Ya le echarías, si quisieses--dijo el Doctor. - ---Pues quiero--respondió Costancita. ¿Te prestas á ayudarme en la -empresa? - ---Con mucho gusto. No hay mayor felicidad para mí que la de poder ser -útil en algo á mi linda prima, que es tan buena y tan cariñosa conmigo. - ---Bien está. Ya sabes tú cuánto te agradezco el afecto que me tienes, -cuánto te agradezco tu generosa amistad. ¡Qué noble eres, Faustino! Tú -deberías guardarme rencor, y no me lo guardas. - ---¿Y por qué guardarte rencor? No recuerdo yo la despedida por la reja, -de hace tantos años, sino para confesarme que tuviste razón en -despedirme. La experiencia de mi vida, mi obscuridad, mi miseria, el mal -éxito de mis propósitos, han justificado la prudencia y previsión de tu -padre. Hubiera sido una locura que hubieras unido tu suerte á la mía. No -me quejo, pues; antes bien te agradezco y guardo en el corazón, como el -recuerdo más bello de mi vida, la pura esencia de aquellas lágrimas que -por mí derramaste, y el delicado aroma en que se bañaron mis labios -cuando por primera y última vez tocaron tu serena frente. Pero no -hablemos de esto. Vamos á lo que más importa. ¿Qué pides? ¿Qué mandas? - ---Yo no mando nada: yo te suplico que vengas mañana á verme. - ---¿Á qué hora? - ---Ven á las dos y media. Que no faltes. - -Costancita citó al Doctor para media hora antes de la hora en que el -general Pérez solía venir á verla casi todos los días. - -Bien sabe el autor ó narrador de esta historia que aquí, como en otros -pasajes de ella, han de incomodarse los lectores con el héroe principal, -de quien exigen en novela una fidelidad y una constancia prodigiosas, y -á quien han de condenar porque ya amaba á María, ya á Costancita, ya á -las dos á la vez, y porque amó durante algunos días á la misma Rosita; -pero tire contra él la primera piedra quien en la vida real haya tenido -menos variaciones, y menos fundadas variaciones en sus amores. El -desdichado Doctor Faustino había perdido á María quizás para siempre, -por motivos que el hado adverso había creado. Harto había amado á María, -harto había guardado y guardaba su imagen en el centro del alma, -levantándole allí altar como en un santuario; pero también había amado á -su prima Costanza antes de conocer á María, y no es extraño que -renaciese ahora en su corazón el primitivo afecto. Además, desde el -principio de esta historia debe saber el lector que no tratamos de poner -al Doctor Faustino como ejemplo de virtud y como dechado de -perfecciones, sino como muestra de lo que pueden viciarse y torcerse un -claro entendimiento y una voluntad sana con las que vulgarmente se -llaman ilusiones; esto es, con un concepto demasiado favorable de sí -mismo, con la persuasión de que los propios merecimientos deben -allanarnos el camino para el logro de toda esperanza ambiciosa, y con la -creencia de que el grande hombre está en nosotros en germen, y de que, -siendo así, sin perseverancia, sin trabajo, sin esfuerzos incesantes, -sino llevados de la propia naturaleza, hemos de trepar á todas las -alturas y rodearnos del fulgor inmortal de toda gloria. - -Esta condición de carácter del Doctor Faustino es comunísima en el día, -porque las ambiciones están despiertas y solevantadas, y en el Doctor -persistían á pesar de mil desengaños amargos. Espíritu poético además, -sin fe segura y firme en nada, sino en su propio valer, lo cual es -también harto común por desgracia, el Doctor era como personaje de -antiguo cuento, que vaga perdido en una selva, en la obscuridad de la -noche, y corre, ya en pos de una lucecita, ya en pos de otra, de las que -ve brillar á lo lejos, creyéndolas alternativamente faros que han de -salvarle. La lucecita que ahora deslumbraba al Doctor y hacia la cual -corría lleno de esperanza, era de nuevo los ojos de su prima la -Marquesa. El Doctor acudió á la hora de la cita con algunos minutos de -anticipación. - -Recibióle su prima en un primoroso saloncito, contiguo á su tocador, -donde ella solía estar á solas leyendo, escribiendo ó soñando, y donde -recibía á los íntimos. Era lo que llaman _boudoir_, valiéndose de un -vocablo extranjero. Costancita estaba vestida de mañana, con traje -gracioso y leve, propio de primavera. Las persianas, echadas, daban una -media luz muy agradable á todos los objetos. Plantas y flores adornaban -el saloncito. La Marquesa parecía más fresca, lozana y encantadora que -todas las flores. - -El Doctor hizo mil cumplimientos á su prima. Ella, en cambio, le prodigó -mil dulces sonrisas y mil afectuosas miradas. No se habló de amor, ni -pasado ni presente. Se habló de amistad, de cariño indeterminado entre -ambos; pero, en virtud de esta amistad, de este cariño sin nombre, -aunque puro y espiritualismo, el Doctor tomó la mano de la Marquesa -entre las suyas, y la Marquesa se la dejó allí abandonada. El Doctor la -cubría de besos cuando sonó la campanilla de la puerta principal. -Costancita se rió. - ---Éste es--dijo--mi tremendo General, que llega. - -El Doctor, que tenía su silla muy cerca del asiento de Costancita, la -apartó maquinalmente. - ---No, no--dijo Costancita riendo con más gana todavía,--no apartes tu -silla; acércala más y que rabie. No te levantes hasta que entre, para -que te vea sentado muy cerca de mí. - -Don Faustino obedeció á la Marquesa, aproximándose á ella cuanto pudo. - -Un criado anunció al general Pérez, el cual entró en seguida en el -saloncito con aire triunfante y glorioso. - -Costancita, aunque autora de aquella burla, la hizo involuntariamente -más eficaz, por su falta de práctica y desenfado para tales negocios, -poniéndose bastante colorada cuando entró el General. D. Faustino, como -hacía muchísimo tiempo que no había tenido aventuras galantes, y como -jamás las había tenido en salones tan aristocráticos y con intervención -de rivales tan gigantescos y egregios, estaba conmovido y agitadísimo, y -se puso colorado también. Todo lo notó el General con disgusto mal -disimulado, á pesar de ser hombre de mundo curtido en todo linaje de -lances. - -La conversación que se siguió no pudo menos de ser embarazosa y fría. La -cara del General mostraba cada vez más la mal reprimida cólera. Á -Costancita le retozaba la risa dentro del cuerpo, y apenas si acertaba á -contenerse. De vez en cuando miraba con ternura á su primo, no -recatándose para ello del General, sino procurando que el General lo -advirtiera. Éste, comprendiendo toda la ridiculez que traería consigo el -enojarse, pugnaba por aparecer sereno y hasta jovial; pero no podía. -Quiso hablar de cosas indiferentes: de teatros, de literatura y hasta -de modas, y dijo infinidad de disparates, como persona que delira en -sueños ó que tiene el espíritu distraído á otros asuntos. Todo esto -deleitaba á Costancita; la hacía feliz. El General era tan vano, que -jamás había tenido celos de nadie, y menos aún del Doctor, á quien -siempre había mirado como á un pariente pobre, á quien daban algún -amparo en aquella casa y á quien á veces convidaban á la mesa como para -ejercer la obra de misericordia de dar de comer al hambriento. Ahora el -General las estaba pagando todas juntas. - ---Vaya, vaya--dijo, entre otras sandeces,--no esperaba yo encontrarme -aquí en tan buena compañía. - ---Favor que V. me hace, mi General,--respondió D. Faustino con suma -modestia. - ---¡Quién lo pensara!--prosiguió el General.--¿Hoy no es día de oficina? - ---Sí, mi General--respondió el Doctor;--pero yo he hecho novillos para -acompañar y entretener un poco á mi primita, que está algo melancólica. - -El General, aun reconociendo el candor con que hablaba D. Faustino, se -sintió aludido sin intención por aquellas palabras. Se creyó el novillo -más importante de los que el Doctor había hecho, y que entre el Doctor y -la Marquesa estaban lidiándole. Poco faltó para que no rompiese en un -exabrupto de mal humor. Supo, con todo reportarse. - ---Pues me alegro, amiguito, me alegro. No sabía yo que fuese V. tan -ameno y divertido. - ---Lo es, y mucho--exclamó Costancita antes que el Doctor replicase.--V., -mi general, no conoce á mi primo ó le ha tratado poco. La suerte le ha -sido siempre muy adversa, y por eso tiene un empleo de tan corto sueldo -é importancia; pero no dude V. de que es un hombre de mucho saber y de -mucho entendimiento y discreción. - ---Mi General--dijo el Doctor,--mi prima me quiere demasiado. El afecto -que me profesa la ciega, sin duda, y la excita á hacer de mí los -encomios menos merecidos. - ---Crea V., mi General, que no hago sino justicia. Faustino es un hombre -de los más distinguidos que hay en España; poeta inspirado y elegante, -filósofo, erudito... - ---No, Costanza, no me avergüences suponiendo en mí prendas y condiciones -que nadie reconoce sino tú por lo mucho que me quieres, por lo buena é -indulgente que eres para conmigo. - -La Marquesa y el Doctor siguieron así largo rato, elogiándose -mutuamente, agradeciéndose los elogios y atribuyéndolos todos al cariño -que recíprocamente se tenían. En esta blanda contienda tomaban siempre -por juez al General, que reventaba de furor, que sentía que iba -perdiendo los estribos, y que advertía en la punta de su lengua cierta -comezón de poner como chupa de dómine á ambos primos y de armar allí -mismo un escándalo soberano. Sin embargo, como no tenía derecho para -quejarse, como conocía que cualquiera imprudencia suya le haría pasar -por un hombre brutal y mal educado, por un personaje cómico y por un -cadete de medio siglo, el General se contuvo de nuevo y dijo con marcada -ironía: - ---Siento haber llegado en tan mala ocasión. Sin duda que yo, profano en -la filosofía y en el arte poética, he venido á interrumpir alguna -lección que el primito estaba dando á V., Marquesa. - ---Mi General--dijo el Doctor,--yo soy muy humilde para dar lecciones á -nadie, y menos á mi prima. ¿Cómo enseñarle la poesía, cuando la poesía -misma es ella? - ---Aunque disto mucho de ser yo la poesía, mi primo no me daba lección; -pero si hubiera estado dándomela... (y aquí la Marquesa dulcificó mucho -la voz y puso en su acento un no sé qué de candoroso y manso, á fin de -mitigar y embotar la fuerza y la punta que pudiera tener el dardo que -disparaba); pero si hubiera estado dándomela... V., mi General, no nos -estorbaba; V. no hubiera perdido nada en recibir... en oir la misma -lección. - -El General echó de menos su sangre fría; conoció que iba á salir con -alguna barbaridad si permanecía allí más tiempo, y se levantó furioso. -Ya no pudo disimular su mal humor, y dijo al despedirse: - ---Yo detesto la poesía, Marquesa: yo soy todo prosa; y como no quiero -recibir lecciones poéticas ni interrumpir las que á V. da el primito, me -parece lo mejor eclipsarme. Á los pies de V. - -D. Faustino se levantó de su asiento para despedir al General con toda -cortesía, haciéndole una respetuosa reverencia. - ---Beso á V. la mano,--le dijo el General. - ---Mi general, beso á V. la suya,--le contestó D. Faustino. - ---Vaya V. con Dios, mi General--dijo Costancita con tono melífluo y -conciliante, como para aplacar un poco la tempestad que había -levantado.--Veo que está V. algo nervioso hoy, y un si es no es -disgustado de la poesía. Espero que no duren el mal humor y el disgusto, -y deseo que, si persevera V. en aborrecer la poesía, me considere y -tenga por prosa, para que siga estimándome y queriéndome. - -Al decir esto, alargó lánguida y graciosamente su blanca y linda mano al -General, quien no pudo menos de tomarla. - -En seguida se fué el General, reconociendo en su interior que lo más -atinado era irse, suspirando por las edades prehistóricas, ó ya que no, -por los siglos bárbaros, y renegando de lo que llaman _conveniencias_ -sociales, que no le habían consentido desahogarse, cuando no diciendo -cuatro frescas á Costancita, porque no era él muy listo de lengua, -rompiendo en la cabeza del Doctor la mitad de los chirimbolos y -baratijas que había en aquel _boudoir_, que tan de veras merecía -entonces su nombre, con arreglo á la etimología. - -Claro está, y esto lo comprendía Costancita mejor que nadie, que el -General, por más deseos que tuviera de vengarse, no se había de allanar -á provocar á un lance al pobrecillo empleado de catorce mil reales, ni -mucho menos había de divulgar lo ocurrido para convertirse en la fábula -de Madrid, haciendo saber que Costancita le había plantado y despreciado -por semejante trasto, que así llamaba el General á D. Faustino allá en -el fondo de su corazón. - -Costancita, no bien sintió que el General había salido de su casa, se -acordó de su primera juventud y de la franqueza y naturalidad de -Andalucía; olvidó por completo su papel de gran señora; volvió á ser la -muchacha traviesa y alegre, y aflojó la rienda á la risa, que hasta allí -había tenido refrenada con el freno de la circunspección, y que brotó á -carcajadas entonces. - -El Doctor siguió haciendo el segundo papel en aquel dúo jocoso; y se rió -también con toda el alma. - -Después se miraron ambos con gran seriedad, con fijeza y por un -movimiento involuntario. Fué una serie de mutuas interrogaciones, -instintivas y mudas á par de elocuentes, ya que no podían ni debían -expresarse con palabras. - -El interrogatorio, no obstante, estaba claro, patente á los ojos del uno -y del otro, como si le tuvieran escrito. Contenía, entre otras, las -siguientes preguntas: - -¿Hasta qué punto debemos creer lo que sin duda ha creído de nosotros el -General? - -¿Qué iba de chanzas y qué iba de veras en esto que hemos hecho para -zapearle? - -En suma, ¿nos amamos? Y si nos amamos, ¿cómo nos amamos? - -La contestación que ambos dieron al interrogatorio inefable fué bajar -los ojos y ponerse más colorados que cuando entró el General. - -Hubo tres ó cuatro minutos, largos como horas, de peligrosísimo -silencio. - -La silla del Doctor continuaba tan próxima como antes al sofá en que -estaba Costancita. - -El Doctor, casi maquinalmente, volvió á tomarle la mano. Ella volvió á -dejársela abandonada. - -Volvió el Doctor á cubrirla de besos; pero estos besos, después del -interrogatorio, tenían otra significación y otro valer. - -Costancita retiró su mano bruscamente, y dijo, sin marcada angustia ni -vehemencia de ningún género, pero con digna entereza y con toda la -frialdad grave que le fué posible afectar: - ---Vete, Faustino, vete; seamos buenos amigos. - -_El seamos buenos amigos_ sonó en los oídos del Doctor con son vago é -incierto entre súplica y mandato; pero el sentido de la frase se había -hecho clarísimo en el modo de pronunciarla. Era una prohibición, era una -limitación, y no una excitación: equivalía á decir _no seamos más que -amigos buenos_. - -El Doctor era bastante serio y delicado para comprender toda la gravedad -de aquellas palabras de su prima. - -Se levantó, tomó su sombrero, y dijo: - ---Adiós, primita. - -Ya había vuelto la espalda, ya estaba cerca de la puerta, ya iba á -salir, cuando se volvió atrás. Costancita estaba silenciosa. Se acercó á -ella el Doctor, y repitió, con tono entre resignado, humilde y -agradecido á la vez: - ---Seamos buenos amigos. - -Al mismo tiempo alargó la mano á su prima como signo y prenda de aquella -amistad pura. Costancita dió su mano, tan blanca, tan suave, tan bien -formada. El Doctor no pudo menos de besársela nuevamente, con un respeto -santo y casto, pero bajo el cual hubo ella de percibir el ardor -apasionado y duramente reprimido de los labios amorosos. - -Luego, como si contrarrestase y venciese una fuerza invencible, que á -pesar suyo le detenía, el Doctor salió algo precipitadamente de la -estancia. - -Desde aquel día no volvió el General á aparecer en casa de la Marquesa -de Guadalbarbo sino en los días de recepción y en las noches de -tertulia. Levantó el sitio de la plaza; calló á todo el mundo el motivo; -tuvo el buen gusto de no mostrarse muy enojado, y acudió de nuevo á -consolarse con Rosita, donde halló fácil y pronto perdón de sus -extravíos. - -El Doctor, por su parte, no persistió tampoco en hacer novillos á la -oficina ó secretaría, y en venir á ver á la Marquesa de mañana; pero -siguió yendo á su tertulia, y á comer una vez por semana á su mesa. - -Aquellos amores, medio reanudados entre ambos después de diez y siete -años de interrupción, debían concretarse y cifrarse en un sentimiento -sublime, platónico, purísimo, por respeto al generoso Marqués, que tanto -los quería, á él como primo y como amigo, y como esposa á ella. Así -pensaba Costancita. Así pensaba también el Doctor. Sin confiarse estos -pensamientos, sin ponerse de acuerdo en nada, se diría que se habían -entendido. Los dos conocían el peligro de verse á solas. Los dos le -evitaban. Pero viéndose en presencia del Marqués, hablándose tal vez -algunas palabras aparte cuando lo consentía la sociedad que los rodeada, -mirándose, estimándose cada vez más, hasta por este heroico sacrificio y -por esta noble conducta, el afecto de Costancita acabó por trocarse en -adoración hacia su primo, y la adoración del Doctor por Costancita se -hizo más ferviente y ciega. - -De esta suerte pasó más de un mes, y no fué chico milagro, sin que el -Doctor y Costancita se encontrasen solos. Al cabo, no obstante, -aconteció lo que no podía menos de acontecer. No hay para qué culpar ni -al destino, ni al diablo, ni á nadie. ¿Qué cosa más natural que un -primo, que entraba con tanta confianza en aquella casa, hallase una -noche sola á la Marquesa? La Marquesa estaba un poco mala de los nervios -y se había negado á recibir. Los criados entendieron que la orden no -rezaba con primo tan querido, é introdujeron al Doctor en el _boudoir_ -que ya conocen nuestros lectores. El Marqués había salido. Eran las once -de la noche. Sabido es que en Madrid se vela mucho y recibe hasta muy -tarde. - -Á pesar del calor de la estación, el balcón estaba cerrado, de modo que -la soledad era completa y segura. Del cuarto del tocador contiguo, cuya -puerta de comunicación aparecía abierta, entraba un dulce vientecillo -fresco, porque allí estaba de par en par el balcón, que daba sobre el -jardín. - -Costancita se encontraba en el mismo sitio que el día del mal rato que -ambos dieron al general Pérez. Ella, á causa de su indisposición, no se -había vestido para comer, y tenía traje de mañana, tan elegante como -sencillo. Sus hermosos cabellos desordenados la hacían más bonita é -interesante, y mostraban que había estado recostada y que acababa de -incorporarse y sentarse para recibir al Doctor. - -Estas circunstancias casuales contribuyeron á que la conversación fuese -más amistosa y más íntima. Hablaron de todo; pero, sin quererlo, -procurando evitarlo ambos, acabaron por hablar de ellos mismos. -Costancita dió ocasión, lamentando involuntariamente los cortos medros y -adelantos del Doctor en carrera y fortuna. - ---¿Qué quieres?--dijo D. Faustino.--En mí se cumple el refrán que dice: -_quien mucho abarca, poco aprieta._ No hay ambición que yo no haya -tenido. Por eso no he visto satisfecha ninguna. Mi espíritu ha divagado, -se ha distraído en cuantos objetos hay, no con el vuelo recto y firme -del águila, sino con el revolotear incierto y vacilante del estornino. -Mi voluntad marchita no ha sabido perseguir cosa alguna con energía. No -extrañes que esté tan poco medrado. Me faltan los dos resortes más -poderosos: el amor y la fe en algo fuera de mí. - ---¿No amas, no crees en nada? Dios mío, ¡qué horror! - ---Hablo de las cosas de esta vida. - ---Menos mal; pero aun así es espantoso. ¿Con que no amas á nadie? - ---He querido amar, he amado; pero el desdén ha muerto al amor. Hace -algunos días he sentido dentro de mi alma como una gloriosa resurrección -del amor. ¿Volverá el desdén á matarle? - ---Si amas de veras, como creo--respondió Costancita, hablando muy -pausadamente y como si le costase trabajo y vergüenza hablar, y como si -midiese y pesase las palabras para no decir demasiado, y diciéndolo, no -obstante, sin poderlo evitar;--si amas de veras, ¿quién podrá -desdeñarte? El poeta lo ha dicho: - -Amor a nullo amato amar perdona. - ---Además, cuando el que ama vale lo que tú vales, el amor debe ser -poderoso, incontrastable como la muerte. - ---El poeta dijo una falsedad--contestó D. Faustino;--ó si es su -sentencia regla verdadera, yo soy la excepción de la regla. Costanza, -recuérdalo, yo te amé en otro tiempo y tú no me amaste. Ahora te amo -más. ¿Me amas? - -La Marquesa se arrepintió de sus palabras y se llenó de espanto al oir -las de su primo, y al notar el fervor con que las pronunciaba. Sintió -que una fuerza magnética, un poder de atracción superior á todo la -llevaba hacia su primo; pero lo criminal, lo indigno, lo vilmente -ingrato de engañar al Marqués de Guadalbarbo no se le ocultaba; surgía -ya en el seno de su atribulada conciencia como un remordimiento. - ---Faustino--dijo con acento sumiso y triste,--yo hice mal, hice una -villanía, fuí una miserable no amándote entonces. No exijas de mí que -sea más miserable y más villana amándote ahora. - ---Yo nada exijo, Costanza. El amor no se impone. Si depende de tí el no -amarme, no me ames. Yo te amo; yo muero de amor por tí. - -El Doctor cayó de rodillas á los pies de la Marquesa. - ---Levántate, tranquilízate. ¡Jesús, Dios mío! ¡Qué locura! ¡Alguien -puede venir! - ---¡Ámame! - ---Ten piedad. Déjame. Huye de aquí. ¿Qué va á ser de nosotros, santos -cielos? - ---Ámame, Costanza. - ---¡Ah, sí... te amo! - -El Doctor ciñó en un abrazo febril el cuerpo de la Marquesa, que cedía -rendida y desfallecida. Sus labios se unieron. - -De repente exhaló ella un grito ahogado, y poniendo ambas manos en el -pecho del Doctor, le rechazó con violencia. - ---¡Estoy perdida!--dijo con voz tan baja y tan intensa, que más que -oirlo pudo adivinarlo el Doctor. - -La pasión sincera y vehemente los había apartado á ambos del mundo -exterior; los había hecho insensibles á cuanto los rodeaba; habían -estado incautos, imprevisores, imprudentísimos, locos. - -No habían sentido llegar al Marqués de Guadalbarbo. El Marqués de -Guadalbarbo acababa de entrar en el saloncito. - -El Doctor y la Marquesa se repusieron y tomaron la conveniente actitud; -pero ¡qué desorden moral en la mente del uno y de la otra! ¡Qué -consternación y qué vergüenza no se pintaba en sus semblantes! - -En cambio, el Marqués mostraba en el suyo la misma serenidad, la misma -satisfacción de siempre. ¿Habría hecho un milagro el demonio? ¿Habría -puesto una nube ante los ojos del Marqués para que nada viese? - -La esperanza es el último consuelo del corazón más lacerado, y -Costancita, al reparar lo sereno que su marido estaba, no perdió la -esperanza. - ---Niña, hija querida--dijo el Marqués, llamando á su mujer con los -mismos términos de siempre, donde iban expresados el amor que la tenía y -la diferencia de edad,--¿estás mejor de salud? Me tenías con cuidado y -he querido pasar por casa antes de ir al Ministerio de Hacienda. Quiero -saber cómo te encuentras antes de salir de nuevo... ¡Hola, Faustino! ¿Tú -por acá? - -Y el Marqués estrechó la mano del Doctor, que se la dió avergonzado y -casi convulso. - -La Marquesa dijo tartamudeando, trabándosele la lengua, como si tuviera -un nudo en la garganta: - ---Estoy bastante mejor. - -D. Faustino, aterrado, nada dijo. - -Ó el Marqués no había visto nada, ó no había querido ver nada, ó tuvo -piedad del martirio, del miedo, de la postración humillante de aquellos -infelices. - -El Marqués dijo que el Ministro de Hacienda le aguardaba, y se volvió á -la calle. - -D. Faustino y Costancita se quedaron solos de nuevo. Ambos, aunque -apasionados, distaban mucho de estar pervertidos. El terror de ellos no -era, pues, por el peligro que acababan de correr; era por la conciencia -de su pecado. Aquel abrazo y aquel beso habían sido un hurto infame. La -honra, el amor, la confianza generosa del padre de sus hijos, todo había -sido ofendido por la Marquesa. El Doctor había hecho traición al amigo -leal, al que más le quería y le estimaba; había intentado robarle su más -preciado tesoro. Al ser sorprendidos ambos, la cobardía de los -delincuentes se había pintado en sus rostros, se había revelado en sus -ademanes. Ambos se habían visto y estaban avergonzados de haberse visto. -Este sentimiento de su común indignidad y humillación en presencia del -Marqués pudo más entonces que todo recelo y que el ansia de precaverse -para lo futuro, ó de remediar, si era posible, el mal causado ya. Apenas -tuvieron palabras con que hablarse y entenderse. - -Largo rato permanecieron mudos. - ---Vete ya. Vete. ¡Estoy perdida!--dijo ella al fin... - ---¿Quién sabe?--se atrevió á contestar el Doctor.--Quizás él no ha visto -nada. De seguro... no ha visto nada... El cielo nos ha protegido. - ---¡Qué horrible blasfemia! El infierno... tal vez. - ---Sea el infierno, en buen hora, con tal de que tú no pierdas. - ---Faustino, vete, déjame; me haces daño en el alma,--exclamó la -Marquesa, llena de disgusto y angustia. - -El Doctor tomó su sombrero, y silencioso, á paso lento, cabizbajo y -pensativo, salió del salón y de la casa. - -Tristes pensamientos y desatinadas medidas iba barajando en su cabeza -conforme seguía maquinalmente por las calles su acostumbrado camino. - ---¿Si lo sabrá el Marqués?--se preguntaba.--Es imposible que no lo haya -visto todo. ¿Qué había de hacer sino disimular ó matarnos allí? Por eso -disimuló... pero ¿con qué propósito? ¿Irá á vengarse en ella? Yo debo -evitarlo. Yo debo defenderla. - -Luego, harto más abatido, daba el Doctor otro giro á su soliloquio, y se -decía: - ---Soy un miserable de la peor condición y especie. Carezco del amor, de -la energía suficiente para ser virtuoso, para no hacer nada que no pueda -sostenerse y defenderse á cara descubierta y con la conciencia -tranquila, hasta en la presencia del mismo Dios, y me faltan bríos y me -sobran atolondramiento, torpeza y flojedad de ánimo para cometer un -delito hábilmente, para ser diestro y sereno y valeroso en el pecado. -Esta enervación de mi carácter me hace feliz y me lleva á hacer -infelices á cuantas personas he querido. - -Así iba discurriendo el Doctor cuando, al volver una esquina se le -acercó un hombre. Al punto reconoció al Marqués de Guadalbarbo. - ---Te estaba aguardando. Sígueme,--le dijo el Marqués. - -El Doctor le siguió sin contestar. - -Á corta distancia de allí se encontraron parado el coche del Marqués. - ---Sube,--dijo éste al Doctor, y el Doctor entró en el coche. - -En seguida entró el Marqués y se sentó á su lado, diciendo al lacayo: - ---¡Á la quinta! - -Los caballos tomaron el trote y empezó á rodar rápidamente el carruaje. - -Silencio profundo entre los dos viajeros. - -El Doctor había conocido que el Marqués lo sabía todo, y juzgaba de su -deber darle la satisfacción que quisiese. Por un instante pasó por la -mente del Doctor la idea de si querría asesinarle el Marqués; pero le -pareció que, si bien estaba en su derecho, no podrían ser tales sus -intenciones. El Doctor se llenaba de sonrojo sólo de figurarse que -preguntaba al Marqués: «¿Qué quieres? ¿Qué pretendes hacer conmigo?» -Callóse, pues, y se dejó conducir á la quinta sin decir palabra. - -Llegaron á la quinta, que está á media legua de Madrid; entraron en -ella; hizo el Marqués encender luces en un salón que le servía de -despacho en el piso bajo, y penetró allí solo con Don Faustino, cuando -se retiró el único criado que había. - -El Marqués abrió un armario, sacó del armario una caja, y de la caja un -par de pistolas, que puso sobre el bufete. Luego rompió el silencio, -dirigiéndose á D. Faustino, y dijo con la misma calma que si dijese -«buenas noches»: - ---Tú eres un ladrón, á quien puedo matar como á un perro. Me has robado -lo que más amaba; has abusado de mi confianza; has hecho traición á mi -amistad. Quiero, no obstante, matarte cara á cara y con armas iguales. -Lo que no quiero es que nadie se entere de que yo soy quien te mato, ni -que nadie sospeche por qué te mato. Esto sería publicar mi deshonra, la -de mi mujer y la de mis hijos. Menester es que falten aquí los testigos -y requisitos de un duelo. No tendremos más testigos que Dios. Mis -criados se guardarán bien de decir nada, si de algo se enteran. El -lacayo y el que cuida esta casa son dos ingleses muy sigilosos, muy -fieles y que me sirven años há. Coge una de esas pistolas; yo tomaré la -otra. - -El Doctor tomó instintivamente una de las dos pistolas, al ver que el -Marqués se disponía también á tomar una. El acto de armarse fué, pues, -casi simultáneo. El Doctor no sabía qué decir, y nada decía. - ---Ahora--prosiguió el Marqués,--vendrás conmigo,--y abrió una puerta que -daba á los jardines. - -Todo estaba solitario. La luna alumbraba bastante. Antes de salir añadió -el marqués: - ---Voy á llevarte lejos de aquí, porque los jardines son grandes. Los -criados así quizás no oigan los tiros. Cuando lleguemos al lugar -conveniente, nos colocaremos á treinta pasos de distancia, que yo -mediré. Luego montaremos las armas. Cuando yo diga _¡ya!_ marcharemos el -uno contra el otro. Cada cual podrá disparar cuando guste. Si tiras -bien, puedes adelantarte. Si no te fías de tu tino, aguarda hasta -ponerme en el pecho ó en una sien la boca de la pistola. - -El Marqués, terminado este breve discurso, echó á andar, seguido por D. -Faustino. Pasaron por un hermoso bosque, y llegaron, por último, á un -sitio llano y sin árboles, junto á las mismas tapias que cercan la -posesión. - -D. Faustino quiso entonces hablar; pero como no juzgaba decoroso tratar -de disculparse, ni justo jactarse y gloriarse de la injuria que había -hecho, se limitó á decir: - ---Costanza es inocente. - ---Lo sé--contestó el Marqués:--por eso no me vengo de ella, sino de tí. - -Midió el Marqués los pasos. D. Faustino se puso en un extremo y él en -otro. - ---¡Ya!--exclamó el Marqués no bien montó su pistola y advirtió que el -Doctor había también montado la suya. - -Ambos marcharon el uno contra el otro. El Marqués tenía fama de buen -tirador, y alguna confianza en su puntería. Por lo mismo, aunque -injuriado, sentía remordimiento en la conciencia de abusar de su ventaja -si disparaba desde luego. - -Más de la mitad de la distancia que los separaba habían andado ya. -Estarían á unos catorce ó quince pasos el uno del otro. D. Faustino -seguía marchando sin disparar. El instinto de conservación y el recelo -de que se le frustrase la venganza conmovieron el corazón del Marqués. -Conoció que latía su pecho con violencia, y que su pulso agitado hacía -que temblase ligeramente su diestra. No pudo contenerse más. El Marqués -disparó. Al punto advirtió una súbita vacilación en D. Faustino; pero -pasó en seguida, y D. Faustino siguió avanzando con firmeza, con la -pistola montada y apuntada contra su adversario. - -El Marqués no se explicaba su falta de tino; pero estaba ya casi seguro -de haber dejado ileso al Doctor. Del fondo de su alma nacían la -desesperación y el abatimiento. Su deber, no obstante, era continuar -acercándose á la persona en cuyas manos estaba su vida. - -Pronto llegó el Doctor junto al Marqués. En el rostro del Doctor, -iluminado por la luna, había una profunda y bella expresión de tristeza; -pero aquel rostro era terrible, espantoso para el Marqués en aquel -momento. - -D. Faustino puso la boca de su pistola casi sobre el pecho del Marqués y -le miró fijamente. Fué obra de un instante, si bien al Marqués le -pareció aquel instante un siglo. - -El filósofo entonces hubo de pensar á escape en todas sus filosofías. Se -había sometido, se había resignado al duelo á muerte, por no hallar -medio decoroso, decente y natural de no aceptarlo. Pero, ya cumplida la -que juzgó extraña y penosa obligación impuesta por la sociedad, y -ocasionada por un beso y un abrazo apretadísimo, dados con tan pocas -precauciones, ¿qué ganaba D. Faustino en matar á aquel pobre viejo, á -quien había hecho horriblemente desgraciado? Tal vez el Marqués, -imaginaba además el Doctor, no le había llevado allí por rencor ni con -saña, sino para cumplir con un deber, del que él presumía que estaba -pendiente su honra. Todo cumplido, todo consumado ya, acortar la vida de -aquel hombre, darle allí la muerte, era una barbaridad inútil. Por otra -parte, el Doctor, aunque por discurso sabía lo poco que vale la vida, la -respetaba por un invencible sentimiento; el atentar contra la de nadie -le parecía la mayor de las faltas; le parecía uno de aquellos pecados de -que él no sabría absolverse jamás. Tales fueron las ideas que se -agolparon en tumulto en su mente. - -El Doctor tiró lejos de sí la pistola, que se disparó al caer en el -suelo, de la manera más inofensiva. - -Luego exclamó el Doctor: - ---¡Ay Dios mío! - -Y cayó de espaldas por tierra, como cogido por un desmayo. - -El Marqués se precipitó á levantarle, y al poner las manos sobre su -cuerpo, advirtió que estaba bañado en sangre. - ---¡Mi bala le había tocado! ¡Está herido!... La herida tal vez es -mortal... Es en el pecho... ¡Maldito sea!... - -El Marqués, al decir estas frases entrecortadas, no sabía á quién -maldecir, no sabía á quién echar la culpa de todo. Él, que medio minuto -antes estaba desesperado de no haber herido ó muerto á D. Faustino, -estaba ahora desesperado de haberle herido. Él, que se había previamente -complacido en el misterio de aquel lance, se olvidó del misterio y -empezó á dar voces, pidiendo socorro á sus criados. Como no lo oían, -corrió hacia la casa, gritando como un loco: - ---¡Pedro! ¡Tomás! ¡Pronto... aquí! - -Los criados al cabo acudieron. - -Don Faustino había recibido un balazo en el pecho, que le había -atravesado, saliendo la bala por la espalda. - -El Marqués, con ayuda de sus criados, le puso vendas para contener la -hemorragia, y le llevó en su coche, á todo galope de sus caballos, desde -la quinta á la casa de huéspedes donde moraba. - -El Marqués hizo llamar al médico de toda su confianza. Vió el médico la -herida, y dijo que tal vez no era de peligro, que tal vez no era mortal; -que la bala había entrado por el lado derecho; que sin ahondar había -pasado de través, y que acaso no había tocado el pulmón ni roto ningún -vaso importante. La pérdida de sangre había sido muchísima; pero esto -mismo, aunque debilitaba al enfermo, podría valerle por otra parte, á -fin de evitar que sobreviniesen una gran inflamación y mayor calentura. - -El Marqués de Guadalbarbo, dejando muy encomendado á su médico y al ama -de la casa de huéspedes el cuidado del enfermo, se retiró entonces á su -casa, con la esperanza de que D. Faustino sanaría pronto. - -Como el lector recordará, el Marqués había dicho al Doctor que creía -inocente á Costancita; pero esto lo dijo por orgullo. El no era ciego, y -había visto perfectamente lo ocurrido. Cuando riñó á balazos con el -Doctor, creía á su mujer tan culpada como al Doctor mismo. Por desgracia -ó por fortuna, hay casos inexplicables en el seno del hogar doméstico. -En lo más recóndito y sagrado de dicho hogar ocurren lances, se ofrecen -fenómenos psicológicos, que no hay sabio que explique, ni poeta que -pinte con todos sus curiosos é indescriptibles pormenores. Ello es que -de la entrevista y larga conferencia que en aquella noche tuvo el -Marqués con Costancita, Costancita salió para él, en su concepto, tan -pura, tan inocente, tan impecable como antes. Poco á poco se fueron -trocando y modificando los recuerdos del Marqués, y las impresiones de -sus sentidos ofuscados sufrieron la debida rectificación y razonable -enmienda. El abrazo le pareció que había sido menos estrecho, muchísimo -menos amante y desmedidamente mucho más respetuoso. La actitud de -Costancita se transfiguró en la memoria del Marqués, y la vió resistente -en lugar de verla rendida, y víctima en lugar de verla cómplice. Los -labios del Doctor, en la misma tabla ó pintura de la memoria del -Marqués, fueron subiendo poco á poco, desde la boca de Costancita, donde -estaban antes, hasta tocar con suma ligereza su frente, de la cual casi -no sintieron el calor y la aterciopelada blandura de la blanca tez, sino -lo frío é inanimado de algunos ricillos crespos que por allí medio la -cubrían ó velaban. - -El hecho mismo de haber sorprendido á los dos probaba lo impremeditado, -lo falto de malicia que todo había sido. Á buen seguro que sorprendan -nunca los maridos á... y el Marqués se citaba una retahila de nombres -propios de lindas damas, y se gozaba un tanto al considerar la -diferencia de destino que había entre él y aquellos otros maridos. Al -Doctor, á cuya generosidad debía infinito, también le disculpaba un -poco.--¡Qué diantre!--se decía allá en sus adentros.--¡Ella es tan -guapa.... tan seductora, sin querer! ¡Y el pobrecillo, que debió casarse -con ella, es tan desgraciado!--Reducido ya el suceso á proporciones -mínimas, el Marqués le buscaba causas hasta cierto punto plausibles. El -parentesco cercano, los recuerdos poéticos de la primera juventud, un -ligero desagravio de las calabazas crueles, recibidas hacía diez y siete -años... Luego pensaba en las consecuencias para lo futuro, dado que se -salvase la vida del Doctor, como deseaba, y todo se convertía en una -adoración mística, en una idolatría sublime, en un petrarquismo -archiespiritual. Admirábase entonces el Marqués de la entereza de su -mujer y de su virtud y constancia. Pasaba en revista á todos los -adoradores que le había conocido, y hallaba más de una docena -guapísimos, elegantes, primorosos, deseabilísimos... y casi se le -saltaban las lágrimas de gozo y gratitud al considerar que á todos los -había despreciado ella por amor suyo, haciendo de él uno de los hombres -más dignos de envidia que sustenta sobre su corteza este vasto globo que -habitamos. Diez y siete años de fidelidad, de virtud á prueba de bomba, -eran una garantía de las más sólidas. Pensaba, por último, el Marqués en -sus hijos, á quienes quería entrañablemente, y se alegraba de poder -echar la absolución y la bendición á la hermosa criatura que se los -había dado, llevándolos antes en su seno. Exageraba, encarecía la -vehemencia y delicadeza de Costancita, y se arrepentía de haber estado -tan brutal. Temblaba como un azogado al presumir que ella pudiera -enfermar con los disgustos que acababa de darle. Recordaba los cuidados, -los mimos, las regaladas dulzuras con que le arrullaba y encantaba -siempre Costancita. ¿Cómo romper con ella? ¿Cómo privarse de tanto bien? -Se moriría el Marqués de pena. Lo que es Costancita, tan pundonorosa, -tan llena de orgullo, tan noble, se moriría también de sonrojo. ¿Y por -qué no de pena, como él? ¡Si Costancita le amaba!... Cierto que él -estaba ya viejecillo y estropeado; pero el alma no envejece, y las -mujeres en general, y Costancita singularísimamente, son mil veces más -espiritualistas que los hombres en esto de los amores. - -Por medio de tales y de otros parecidos razonamientos, el enojo del -Marqués fué trocándose en blandura y en indulgencia, y se sintió -inclinado á perdonar. Al perdón dado sucedieron otros razonamientos más -amorosos y tiernos aún, y el perdón dado se transformó en perdón pedido. -Costancita estuvo magnánima. Perdonó al fin al Marqués el que hubiese -dudado de ella; y majestuosa, después de dar su perdón, subió de nuevo -al pedestal de oro aquella diosa de la castidad, de la hermosura y de -la elegancia. El Marqués volvió á encontrarse tan contento, tan dichoso -y tan satisfecho como antes. - -D. Faustino fué el único que pagó el escote de la función; la única -hostia sacrificada en el altar de Himeneo, para hacer más propicio á -este dios é impedir que turbase la felicidad completa de aquella rica, -ilustre y aristocrática familia. - - - - -[Imagen decorativa] - -XXX. - -BODAS TRISTES. - - -Como el Doctor no era personaje político, ni poeta popular y conspicuo, -pues su grande epopeya estaba por escribir; ni filósofo célebre, porque -su sistema estaba siempre preparándose, pocos le conocían en Madrid: no -era sujeto de mucho viso. El lance, además, se había verificado con -bastante recato. Así es que ni _La Correspondencia_ habló de aquel -lance. Las personas que le sabían tenían interés en callarle, y le -callaron. - -Los pocos medio ó menos de medio amigos de secretaría ó de la sociedad, -que estimaban ó querían algo á D. Faustino, vinieron á informarse de su -salud, y, como se les dijese que el Doctor estaba enfermo de cuidado y -no se le podía ver, se contentaron con esto y se fueron. - -El ama de huéspedes, que quería bien al Doctor, porque el Doctor estaba -amable con ella, aunque era vieja y fea, se mostró dispuesta á cuidarle -con el mayor esmero. - -El médico se esmeró también, porque el espléndido Marqués de -Guadalbarbo, su patrono, le recomendó mucho á aquel enfermo. - -Á poco de llegar D. Faustino á su casa y de meterse en la cama, le entró -la fiebre, mas no con tal violencia que perdiese la cabeza. - -Durante todo el primer día que se siguió al duelo, el Doctor mantuvo -firmes sus facultades mentales. - -El Marqués de Guadalbarbo vino dos veces á verle, y se consoló mucho con -las noticias y pronósticos del médico, que fueron favorables. - -D. Faustino tuvo, por último, al anochecer de aquel mismo día, una -visita muy extraña. Aunque el médico había prohibido con toda severidad -que entrase nadie á ver al enfermo, el ama de huéspedes no pudo resistir -á las súplicas, y tal vez á los generosos donativos de una bella dama -que se empeñó en ver á D. Faustino, á quien, según aseguró, tenía que -comunicar cosas de suma importancia. - ---Sr. D. Faustino--dijo el ama de huéspedes, entrando en el cuarto del -enfermo,--hay una señora que desea ver á V. ¿Le hará á V. daño su -conversación? ¿Le digo que entre? - ---¿Quién es?--preguntó el Doctor alborozado, imaginando que Costancita -venía á verle. - ---Parece francesa, contestó el ama, y esto confirmó más á D. Faustino -en que era Costancita. - ---¿Ha dicho su nombre? volvió á preguntar el Doctor. - ---Sí señor: se llama Doña Etelvina... no sé cuántos; vamos... un -apellido de extranjis. - -Ya nombre tan novelesco y apellido tan incomunicable hicieron dudar al -Doctor de que fuese Costancita la visitanta; pero,--¿quién sabe?--pensó -entre sí.--¿Había de dar Costancita su verdadero nombre á esta -mujer?--Tan natural reflexión hizo revivir en su ánimo la esperanza de -que fuese Costancita. - ---Diga V. á esa señora que pase adelante--dijo al fin el Doctor. - -Doña Etelvina no se hizo aguardar ni medio minuto. En torno suyo se -difundía una fragancia exquisita á _oppoponax_, que era entonces el -perfume más _chic_ y de más alta _nouveauté_ que destilaba por sus -alambiques _The Crown Perfumery Company_ de Londres. Su traje, su -sombrerillo, sus movimientos y sus modales, todo era ó aspiraba á ser -distinguido. Se diría que el último figurín de _La Moda Elegante -Ilustrada_ había tomado humanas proporciones, se había animado por arte -mágica y entraba allí de visita. La cara de doña Etelvina parecía ser -linda y graciosa, á pesar ó á causa del esmalte de cascarilla y de -carmín extendido artísticamente sobre ella. En el borde de los párpados -llevaba pintadas unas rayas negras, que hacían más rasgados y brillantes -los hermosos y dulces ojos. - -Miró el Doctor fijamente á doña Etelvina y no la reconoció. - -Advirtiéndolo ella, dijo con amistoso desenfado, cuando se fué la -pupilera y quedaron solos: - ---¡Qué olvidados tiene V. á sus amigos, señor D. Faustino! ¿No se -acuerda V. de mí? - ---Perdóneme V., señora; pero... francamente... no me acuerdo. - ---Yo soy la antigua doncella de la señora Marquesa de Guadalbarbo. ¿No -se acuerda V. ahora de Manolilla? - ---¡Ah, sí!... - ---He tomado el nombre de Etelvina porque el de Manolilla era vulgar y -prosaico. Serví muchos años á la señora Marquesa; me casé con monsieur -Mercier, el jefe de su cocina, eminente químico. Luego enviudé, y con -los ahorros míos y del difunto, que en paz descanse, dejando la casa de -la señora Marquesa, he puesto tienda de modas. Ya se conoce que el Sr. -D. Faustino es un filósofo, que no se preocupa de estos negocios de -_cocodetería_. Si no, ¿cómo había de ignorar quién es la famosa Etelvina -Mercier ó la Etelvina á secas? En los círculos aristocráticos no hay -persona más conocida que yo en el día de hoy. Hago furor. Estoy muy -_recherchée_. - ---Me alegro, me alegro en el alma. ¿Y qué la trae á usted por aquí? - ---Vengo á ver á V. de parte de mi señora. Ella no puede venir. Sería -comprometerse mucho--dijo en voz baja Etelvina ó Manolilla. - -El Doctor nada contestó y exhaló un suspiro. Doña Etelvina prosiguió: - ---Aquí traigo una carta para V. ¿Podrá V. leerla sin fatigarse? - ---Sí--respondió el Doctor. - -Manolilla entregó la carta, acercó una bujía y el Doctor leyó lo que -sigue: - -«¡Faustino! Sé tu generosidad. ¡Cuánto tengo que agradecerte! La vida -del padre de mis hijos, mi posición en el mundo, mi honra, todo te lo -debo. Sin tu generosidad estaría yo viuda y deshonrada, porque el lance -y las causas del lance, que así es de esperar que queden en el misterio, -se hubieran divulgado entonces, difamándome y difamando el nombre que -mis hijos llevan. Si antes te amaba, más te amo hoy. El agradecimiento -da más fuerza al amor. Aunque mi marido me ha dicho que no tenga -cuidado, le tengo, y envío á Manolilla, única persona de quien me fío, -para que me traiga nuevas ciertas de tí. Me es imposible ir yo misma. -Importa desvanecer toda sospecha. Lo voy consiguiendo; pero paso tan -aventurado pudiera destruir mi obra. No es por egoismo por lo que -procuro disipar los recelos del Marqués; es por gratitud. Le debo tanto, -es tan bueno, es tan dichoso con mi amor, le haría yo tan desgraciado si -le hiciese dudar de él, que la misma bondad de mi corazón me excita al -disimulo. Dios me lo perdone. Para ello es menester que, ya que nos -amamos, sea este amor más precavido, más misterioso, más callado que -hasta aquí, y que sea también de tal suerte, que ni tú ni yo tengamos -que avergonzarnos de este amor, ni ante el oculto y severo tribunal de -nuestra conciencia. Amémonos con el amor purísimo de los ángeles. -Impulsada por él te escribo, porque conozco tus nobles sentimientos, -considero que estarás inquieto por mí y quiero tranquilizarte. Dios haga -que mi carta sea bálsamo para tu herida. Dios, que ve la pureza de mis -intenciones, te dé pronto la salud, como fervorosamente se lo pide tu -amantísima prima--_Costanza_.» - -En efecto, la carta tranquilizó al Doctor, que, sobre el dolor físico -que le causaba su herida, sentía el dolor de haber dado motivo á un -divorcio. No acertaba á explicarse, le parecía un prodigio que -Costancita hubiese desvanecido lo que ella llamaba sospechas del -Marqués.--¿Qué demonio de _sospechas_--se decía el Doctor--si nos vió y -de resultas de habernos visto, me ha atravesado el cuerpo con una bala? - -Aquí hemos de confesar que el Doctor hizo además otra reflexión amarga y -egoísta. Al cabo, aunque era bondadoso, era de carne y hueso como los -demás mortales. La reflexión fué: «Verdaderamente soy el hombre más -desgraciado que vive bajo la capa del cielo. Costancita comulga á su -marido con ruedas de molino y le hace creer lo increíble y negar el -testimonio de sus propios sentidos; pero esta comunión y esta negación -llegan tarde para mí. ¡Llegan cuando yo estoy herido!» Al pensar esto, -el Doctor suspiró con mucha tristeza. - -Pronto, no obstante, se mitigó la amargura de aquel pensamiento. El -Doctor era débil, pero era un bendito. Aunque tenía poca fe, tenía -muchísima caridad. Fué un consuelo para él la nueva de que Costancita lo -hubiese arreglado todo con su marido. - -En cuanto al amor purísimo de los ángeles, que ella le ofrecía, también -le pareció cosa de gusto. Para un herido de suma gravedad, desangrado, -calenturiento, con horribles dolores, no deja de ser un lenitivo -excelente el amar y el ser amado con el amor purísimo de los ángeles. - -Doña Etelvina era una mujer de pro, experimentada y prudente. Como todas -las mujeres ordinarias que, yendo de un país atrasado como el nuestro, -pasan algunos años en París ó en Londres ó en ambos puntos, doña -Etelvina se había hecho insufrible de puro denigradora de su patria, -que consideraba tierra de bárbaros, y de puro fanatismo y admiración por -los primores y refinamientos ingleses y franceses. Casi todo le parecía -_shocking_ y grosero en nuestras costumbres. Nuestra lengua no valía -para _causer_ ni para hacer _esprit_. Hasta de amor se hablaba mejor y -con más elegancia en francés ó en inglés que en castellano. _I love you, -je vous aime,_ eran frases encantadoras, delicadas, mientras que _¡te -amo!_ ó _¡la amo á V.!_ tenían un énfasis, una hinchazón, una pompa -inaguantables. Doña Etelvina había adquirido estimación desmedida al -bienestar material y á los medios de conseguirle; de modo que á Mr. -Mercier, que no se descuidaba antes, le hizo sisar cuatro veces más -después del matrimonio. Por último, viéndose ya doña Etelvina tan -encumbrada y adiestrada en los trotes del _fashion_ y del _dandynismo_, -tuvo una idea que la dió sumo tormento. Imaginó que debió y pudo haberse -casado con algún conde, ó por lo menos con algún caballerito principal, -y que había hecho una verdadera _mésalliance_ casándose con un cocinero. -Maldecía á cuantos recordaba que le habían aconsejado que se casase, -sosteniendo que le habían hecho _déchoir_, que habían labrado la -desgracia de su vida. Cuando se casó, era tan inocente, según decía -ella, que no sabía lo que era matrimonio, y por eso se casó con un -hombre que le doblaba la edad. Aborrecía la mentira, vicio propio de -los pueblos corrompidos como el español; y como aborrecía la mentira, -decía con la mayor franqueza al infeliz Mr. Mercier que le detestaba, -que se avergonzaba de él y que soñaba con un caballerito, que era lo que -le cuadraba á ella. Mr. Mercier, por no matar á palos á su dulce esposa, -tomó el recurso de morirse, y pasó á mejor vida. Libre ya doña Etelvina -de aquel monstruo, se hizo modista, ínterin llegaba la ocasión de -casarse con un conde y hacerse condesa. - -Á pesar de sus perversas cualidades, doña Etelvina adoraba á Costancita. -El método de la franqueza, tan útil para con Mr. Mercier, no debía -adoptarse con el Marqués de Guadalbarbo, con quien era indispensable -cierto disimulo. Doña Etelvina calculó, pues, rápida y fríamente, que -aquella carta podría comprometer á su ama; que el Doctor podría morirse -y la gente hallar la carta entre sus papeles. Sin mortificar al Doctor, -con tino y discreción notables, le sacó la carta de la Marquesa de entre -las manos y allí mismo la hizo pedazos menudos. Luego se despidió con -mucha finura y cariño del Doctor y se largó á la calle. Para que -Costancita no tuviese inútiles pesares, fué á verla en seguida; le dió -cuenta del cumplimiento de su misión y le aseguró que el primo estaría -bueno y sano en breve. - -Todavía estaba lleno el ambiente del perfume del _oppoponax_, cuando -entró de nuevo el médico en el cuarto del enfermo. - ---Señora Doña Candelaria--dijo al ama de huéspedes,--¿qué peste es ésta? -¿Á qué demonios hiede? ¿Quién ha entrado aquí? ¿Van ustedes á matar á -este desgraciado? - -Doña Candelaria, apurada por el médico, confesó de plano, y dijo la -visita de doña Etelvina, por más que el Doctor le hacía señas para que -callase. - -El médico, que sabía todos los secretos del mundo elegante, se explicó -al punto la significación y la razón de aquella visita. - ---Bien está--dijo.--Es necesario que nadie entre aquí en adelante, ni -con perfumes ni sin ellos. El enfermo, para su pronto restablecimiento, -no debe hablar con nadie ni recibir visita. - -El doctor Calvo, que así se llamaba el médico, era el reverso de la -medalla del Doctor Faustino en dos ó tres puntos capitales. El doctor -Calvo no tenía ilusiones de ningún género: era un espíritu prosaico y -práctico. En cambio se parecía al otro Doctor en no tener creencias y en -ser bueno de alma á pesar de la falta de fe. El Doctor Faustino le -inspiró vivas simpatías. Fácilmente adivinó el doctor Calvo la causa del -lance y de la herida, y se lo guardó todo para su gobierno. Consideró -que el Marqués de Guadalbarbo, reconciliado ya con su mujer, y sin -celos, tendría por una desgracia, ó al menos por una molestia, por una -idea que turbaría su reposo y su buena vida, el que por acaso D. -Faustino muriese. Como á nada conducía darle este temor y este disgusto -prematuro, ocultó al Marqués la gravedad de la herida de D. Faustino. -Calculó también el doctor Calvo que ni los Marqueses de Guadalbarbo, ni -Doña Etelvina, ni nadie, habían de cuidar al enfermo por mucho que por -él se interesasen; que la misma pupilera doña Candelaria acabaría por -hartarse ó tendría que dejarle para acudir á los demás huéspedes, y que -don Faustino estaba muy expuesto á morir más abandonado que un perro de -la calle. Esta consideración le llevó á preguntar á doña Candelaria si -sabía qué amigos y parientes tenía D. Faustino. - ---Amigos aquí en Madrid...--dijo doña Candelaria,--tiene pocos; no tiene -ninguno que pueda llamarse tal. ¿Qué quiere V.? Es pobre para vivir -entre la gente con quien vive. Si hubiera intimado más con los -escribientes, sus compañeros, tendría amigos quizás. Así no los tiene... -En punto á parientes... él es un señor muy aristocrático, aunque sin -blanca casi. Aquí hay tres ó cuatro señores y señoras de título que son -sus parientes; pero, según me atrevo á conjeturar, el parentesco no le -coge un galgo. D. Faustino está solo en el mundo; no tiene padre, ni -madre, ni hermanos. Y como es tan pobretón, bien podemos aplicarle la -copla que V. sabe. - ---No, señora, no la sé: ¿cómo es esa copla? - ---La copla canta: - - El que no tiene dinero - Con el aire es comparado: - Toditos le huyen el cuerpo, - No les largue un resfriado. - -Convencido el doctor Calvo de que se podía aplicar la copla á D. -Faustino, preguntó á doña Candelaria si no sabía ella que tuviese aquel -caballero persona alguna allegada, allá en su tierra, que por él se -interesase. Doña Candelaria contestó entonces que le había oído hablar -mucho del administrador de los cuatro terrones que poseía en -Villabermeja, á quien llamaba Respetilla, y de un cura del mismo lugar, -nombrado el padre Piñón. - -El médico notó bien que lo de Respetilla era apodo, y no halló atinado -dirigir un telegrama al señor de Respetilla en Villabermeja. El otro -nombre le pareció menos extraño y sospechoso, y envió aquella misma -noche un telegrama al señor padre Piñón, en Villabermeja, provincia -de... avisándole que D. Faustino López de Mendoza estaba enfermo de -mucho peligro. - -No se había equivocado el doctor Calvo. Desde aquella noche se aumentó -la fiebre de D. Faustino. Cuando al otro día se mitigó la fiebre, una -debilidad y un atolondramiento grandes embargaban sus sentidos y su -mente. La idea de la duración, la percepción del tiempo que pasaba y de -los objetos exteriores, y hasta la conciencia de su propio ser y de sus -estados sucesivos, empezaron á hacerse confusas y vagas en el espíritu -del enfermo. - -Cada noche era mayor el recargo de la calentura. - ---¿Qué pronostica V. del enfermo?--preguntaba doña Candelaria al doctor -Calvo con algún interés... - ---Para qué ocultárselo á V., señora--contestaba el médico:--está de sumo -cuidado. - ---¿Se salvará? - ---Qué sé yo. - ---¿Cuánto tiempo podemos estar en esta duda? - ---Quizás más de veinte días. La inflamación ha producido ya la fiebre -_traumática_, y ha atacado además cierta membrana que rodea los -pulmones, la cual, por fortuna, creo que no está perforada. Repito que -este mal, con el peligro de la muerte, puede durar veinte días, hasta -cuatro semanas. Conviene mucho reposo, mucho silencio, dieta -rigorosísima, agua de malvas y flor de violeta; las bebidas que han -venido de la botica; los cáusticos; en fin, todo lo que he ordenado. -Doña Candelaria, V. es una excelente mujer. Cuídele V. mucho. Vamos á -ver si salvamos á este infeliz. - -De allí en adelante, cuando la calentura del Doctor no era muy intensa, -el desfallecimiento, la debilidad le tenía amodorrado. El espíritu, con -su actividad independiente, trabajaba en lo interior de su ser, pero con -honda confusión y extraordinario desorden. - -Tristes pensamientos, melancólicas imágenes cruzaban por el cerebro y -poblaban la imaginación de D. Faustino. Á veces veía la muerte cercana, -como si él se resbalase en el borde de una sima, como si ya fuese -cayendo en un abismo obscuro. Por un lado gozaba de amargo deleite al -presentir la paz, el sosiego, el aniquilamiento que le aguardaba. -Parecíale que se disolvía en un mar infinito; que se unía para siempre -con lazo de amor á todos los seres; que la guerra, la lucha, el egoísmo -terminaban. Por otro lado, sentía acerbo dolor de ver que se borraban su -individualidad y hasta su nombre del libro de la vida. Se le antojaba -que se hundía, que se iba á fondo en el piélago de la existencia, sin -dejar rastro, ni huella, ni memoria de haber pasado. Toda aquella -armonía poética de su alma, todos aquellos conceptos divinos que allí -habían germinado, iban á desaparecer, sin despertar eco alguno, sin -abrirse y manifestarse á la luz del día. Al caer en el abismo obscuro, -veía D. Faustino á Costancita, que sonreía graciosamente y le llamaba á -sí, y le brindaba con el amor purísimo de los ángeles, de que hablaba su -carta. D. Faustino quería asirle la mano para que le detuviese; pero -Costancita la retiraba con terror, temiendo que su amante la arrastrase -en su caída. Etelvina, entre tanto, bailaba con maravillosa -desenvoltura, cantaba cancioncillas francesas muy alegres y se burlaba -de todo. El Marqués de Guadalbarbo acudía por otra parte, -exclamando:--¡Qué feliz soy! ¡Mucho me ama Costancita!--D. Faustino -envidiaba su felicidad. - -Los recuerdos de Villabermeja, de la Nava, de Rosita, de doña Ana, del -ama Vicenta, acudían en tumulto en otras ocasiones á perturbar la mente -del Doctor, combinándose de mil maneras á cual más fantásticas. La -medida que tiene el tiempo en el mundo real escapaba á la comprensión -del herido; pero ya advertía vagamente que había pasado tiempo bastante, -cuando creyó percibir, como realidad y no como vana fantasía, que le -tomaban la mano, que le miraban con miradas muy tristes, y hasta que le -decían algunas palabras de consuelo el padre Piñón y Respetilla. - -Después volvió el letargo; después se hizo más intenso el delirio -febril. - -La figura de la coya y la imágen de María se confundieron en un solo -ser, en un solo espectro, que venía á sentarse á la cabecera de la cama -del Doctor, que le cuidaba, que le besaba y posaba sobre su frente -calenturienta una mano suave y amorosa. - -Más tarde tuvo el Doctor una visión de mayor dulzura y consuelo. Fué -como si viese su propia alma, la pura esencia de su ser, que, limpia por -el dolor de toda mancha, tomaba forma celestial de portentosa hermosura. -Era una virgen en la primera flor de su lozana juventud. Sus ojos azules -parecían el zafir oriental de serena alborada; su cabellera rubia, oro; -su sonrisa, las santas esperanzas de otra vida mejor; su talle, esbelto -y cimbreante, pimpollo del paraíso; sus mejillas, rosas nacidas en otro -clima más apacible y en más genial y grata primavera. El Doctor se -reconocía á sí propio en aquella visión, en aquella imágen viva. Todos -sus ensueños poéticos, que jamás habían adquirido forma adecuada con el -ritmo y cadencia del verso y del lenguaje; todo lo sano de su filosofía, -exento ya de dudas y de horribles negaciones; toda la virtud de su -voluntad, sin vacilación, sin egoísmo y sin incertidumbre, todo se había -condensado, había tomado cuerpo, se había determinado en aquel -sobrehumano espectro. La virgen, ora fuese ensueño, ora realidad, le -miraba con inefable ternura, y D. Faustino, como si fuese ella su propia -alma, la amaba más que á sí propio, y todos sus pensamientos iban á -ponerse en ella. - -Imaginaba D. Faustino que, no bien aquella virgen penetraba en su -estancia, cuando la embalsamaba toda un casto perfume de santidad y de -tranquila beatitud, que traía salud y descanso, y que era harto distinto -del _oppoponax_ de doña Etelvina. - -Otras veces veía D. Faustino en aquella visión á su genio bueno, al -ángel de su guarda. Blanca estola cubría sus airosas espaldas y su -virgíneo seno, y de sus espaldas brotaban alas transparentes teñidas de -clara luz y tornasoladas, como el ópalo, con azul, carmín y nácar. No -andaba ella: se deslizaba en el ambiente, alzándose del suelo. El -espíritu del Doctor volaba hasta alcanzarla, y parecía que ella se -remontaba al empíreo con el espíritu del Doctor, y que ambos penetraban -juntos en la morada de los bienaventurados: en un yermo ideal, cubierto -de perennes flores, donde sonaba dulcísima y siempre nueva y encantadora -melodía, y por donde vagaban santas mujeres, piadosos penitentes, sabios -llenos de fe profunda, filósofos que no renegaron jamás, héroes, -mártires, videntes y poetas inspirados, los cuales enseñaron á los -hombres los caminos de la virtud y de la verdadera gloria. - -Poco á poco, con el transcurso del tiempo, se fué despejando la mente de -D. Faustino. La niebla, al través de la cual los ojos de su espíritu y -los ojos de su carne se diría que veían las cosas, fué desvaneciéndose y -perdiéndose. - -La conciencia acudió de nuevo á D. Faustino, y con ella la intensidad de -los dolores físicos, su debilidad, su miserable estado. Horrible -angustia se apoderó de su alma. Temió haber perdido los deliciosos -ensueños para no ver ni comprender más que una realidad espantable. -Aunque sus ojos estaban secos, llegaron á brotar de ellos dos lágrimas, -que corrieron lentamente por sus hundidas mejillas, en ligero declive, -por hallarse el enfermo tendido boca arriba y con la cabeza levantada en -alto por dos ó tres almohadas. Casi al través de aquellas lágrimas -percibió el enfermo con indecible júbilo, junto á él, con todas las -condiciones de lo real, en un ambiente sin nube ni niebla, á la joven -con quien creía haber soñado. Tenía su propio rostro; era más que su -retrato, si bien revestido de ideal belleza, radiante de juventud, -iluminado de santidad, lleno de inocencia y de puros, inmaculados -esplendores. - -Haciendo un esfuerzo, con apagada y bronca voz, dijo entonces D. -Faustino: - ---¿Quién eres? - ---Irene, soy Irene,--contestó la joven con voz blanda, que sonó en el -alma del doliente como música del cielo. - -No bien pronunció aquel dulce nombre entró en el cuarto otra mujer. El -Doctor la vió claramente. Se le había despejado la cabeza. Había -recobrado el uso de todas sus facultades mentales. Aquella mujer era -hermosa aún; pero su vida austera y consagrada á la mortificación, sus -padecimientos morales y los estragos de las grandes pasiones, habían -encanecido sus negros cabellos y marcado su frente con algunas precoces -arrugas. Era María. - -El Doctor lo comprendió todo. - ---¡Hija del alma!--exclamó--¡María! ¡Esposa!--añadió luego. - -Ambas mujeres se inclinaron sucesivamente sobre la cama y besaron las -hundidas mejillas de D. Faustino, recomendándole, por amor de Dios y de -ellas, que permaneciese sosegado. - -La patrona, doña Candelaria, estaba de enhorabuena hacía más de una -semana. Todos sus antiguos huéspedes, que pagaban mal, ó poco y tarde, -se habían ido, echados por ella, y en cambio tenía de huéspedes al padre -Piñón y á Respetilla, y lo que es más importante, al rico capitalista D. -Juan Fernández de Villabermeja, con su sobrina doña María y su preciosa -hija la señorita doña Irene, y unos cuantos criados, que apenas cabían -en la casa. - -D. Juan Fernández de Villabermeja, á quien todos llamaron después en su -lugar D. Juan Fresco, había adoptado como hija á su sobrina María. Ésta -y su hija Irene habían vivido con él en América, hasta que, hacía poco -tiempo, habían vuelto á Europa y viajado por Italia, Alemania, -Inglaterra y Francia. En París estaban ya cuando recibieron, desde -Madrid, un telegrama del padre Piñón, parecido al que recibió el padre -Piñón del doctor Calvo. Toda aquella familia tomó al punto el -ferrocarril y se vino á esta corte, alojándose en la pobre é incómoda -casa de huéspedes, á fin de velar y cuidar á D. Faustino López de -Mendoza. - -María é Irene acudieron con alborozo á ver al tío Juan, después del -reconocimiento, y le dieron aquella nueva de estar despejada la mente de -don Faustino, como señal cierta de su mejoría. D. Juan Fresco aparentó -creer en la mejoría, á fin de no apesadumbrar más á sus sobrinas; pero -en su interior tuvo por mal síntoma el restablecimiento de las -facultades mentales. - -Cuando vino el doctor Calvo, y después que vió al enfermo, D. Juan -Fresco habló á solas con él. - -El Doctor Calvo le dijo: - ---Sr. D. Juan, siento tener que dar á V. la razón. La desaparición del -delirio es un mal síntoma. Acabo de ver á D. Faustino. Me temo que ha -entrado ya en el tercer período de la enfermedad, del cual pocos salen -con vida. Su semblante está más alterado y muy pálido; sus ojos, -espantados y muy abiertos; dilatadas las pupilas; el pulso, más débil y -frecuente; la transpiración, pegajosa, y cascada y seca la tos. Mucho me -temo que esta vuelta del juicio ha sido para que venga la agonía. En la -cara del Sr. D. Faustino empiezan á pintarse todos los rasgos que -caracterizan lo que llaman los médicos _mors peripneumonicorum_. - -Afligidísimo D. Juan Fresco, tuvo que preparar á María y casi -descubrirle toda la triste verdad. Ella la recibió con dolor profundo, -pero con la devota resignación de un alma cristiana, bien templada y -probada por mil pesares y disgustos. - -La hija del bandido, aunque había llegado á ser, ó por lo mismo que -había llegado á ser una riquísima heredera, y aunque tenía una hija, á -quien deseaba legitimar y dar un ilustre apellido, no había osado pensar -hasta entonces en el matrimonio; ni siquiera había querido buscar de -nuevo á su amante. Temía que éste, arrastrado por la ambición, impulsado -por el orgullo, agitado por otras pasiones, se hastiase de ella luego -que le diese la mano como legítimo esposo. Temía que el espíritu de ella -y el de D. Faustino, que por un fanatismo de amor creía ligados con lazo -estrechísimo, como dos mitades de una existencia completa, si rompían en -la vida presente el vínculo que formasen, se vieran condenados también á -un eterno divorcio en la vida futura. - -Todo esto había retraído hasta entonces á María hasta de soñar con ser -la mujer de D. Faustino López de Mendoza. - -Ahora no vaciló un instante en dar su mano al moribundo. Llamó al padre -Piñón y le confió todos sus planes. - -Exaltada la mente de D. Faustino con la celestial aparición de su -hermosa hija, con la vuelta y el reconocimiento de su _amiga inmortal_, -y con ciertas vislumbres de la eternidad, á cuyas puertas él mismo -conocía que se hallaba, columbrando ya la luz de sus inefables -misterios, volvió á tener fe y volvió á sentir la dulzura consoladora de -las religiosas esperanzas. D. Faustino volvió á ser cristiano como -cuando niño. - -Hallando el padre Piñón tan bien dispuesto á D. Faustino, dió las -gracias al Altísimo, y oyó la confesión de su amigo y paisano, -absolviéndole de sus culpas. - -Pocas horas después comulgó fervorosamente D. Faustino, y en seguida, -siendo testigos ó hallándose presentes D. Juan Fernández de -Villabermeja, el doctor Calvo, Respetilla, doña Candelaria é Irene, casó -el padre Piñón, provisto del indispensable permiso, á D. Faustino y á -María, celebrándose y solemnizándose aquellas tristes bodas con el -llanto de todos. - - - - -[Imagen decorativa] - -CONCLUSIÓN - - -Quiso la suerte, ó más bien quiso el cielo en sus inexcrutables -designios, que contra todas las probabilidades, contra todos los -pronósticos de la ciencia, la vida de D. Faustino se salvara. Vencida la -crisis mortal de la inflamación de la pleura, que también había afectado -los pulmones, la herida se cicatrizó con rapidez, uniéndose del modo que -convenía los tejidos vulnerados. El restablecimiento fué pronto y -completo. - -Diez y seis meses después de las tristes bodas, en el mes de Octubre del -año siguiente, apenas si nadie recordaba ya la larga y peligrosa -enfermedad de D. Faustino, su herida y el misterioso lance en que la -había recibido. - -Entonces, sin embargo, no era ya D. Faustino un sujeto obscuro é -ignorado, sino un personaje de mucho viso y lustre. Sus riquezas, ó -dígase las de su tío y de su mujer, prestaban brillo, realce y -notoriedad á todas sus buenas prendas. - -D. Faustino, con poco más de cuarenta y cinco años, parecía joven aún y -era buen mozo y elegante. En sus cabellos rubios no se descubría una -cana. Vestía con primor y esmero, y sin afectación alguna. - -Cuando paseaba en la Fuente Castellana, con su bellísima hija al lado, -en soberbios caballos ingleses, que él y ella manejaban muy bien, ambos -excitaban la admiración y el aplauso de los concurrentes á aquel sitio. - -La magnífica casa en que vivían estaba abierta á un círculo de gentes -distinguidas, entre quienes empezaba ya á cobrar D. Faustino fama de -gran poeta y hasta de sabio. - -Rosita, en quien la compasión de ver tan humillado á D. Faustino había -mitigado antes el rencor antiguo, volvió á sentirle de nuevo al ver á -don Faustino tan encumbrado y tan dichoso; y la felicidad y el triunfo -de María la Seca, de la hija del bandido, su aborrecida rival, la -atormentaron con envidia devoradora. - -En la generalidad de las gentes podía más, sin embargo, la simpatía y el -amor hacia la familia del capitalista D. Juan Fernández de Villabermeja, -que la envidia de su bienestar y opulencia. Así es que las noticias, -difundidas por Rosita, de que María era hija de un bandido, lejos de -causar daño á María, le prestaron cierto encanto novelesco, pasmándose -todos de su discreción, de su saber, de la nobleza de su carácter, y de -cómo, desde origen tan humilde, desde el lodo en que nació, había sabido -elevarse, limpia y pura de toda mancha, salvo la de haberse entregado en -su mocedad á D. Faustino, movida por un amor invencible, lo cual no -había alma generosa que no perdonase, y mucho más al ver á Irene, cuya -hermosura, candor y claro entendimiento eran perpetuo asunto de los -mayores encomios. - -Irene, si era adorada de los hombres, aun era más estimada de las -mujeres. La ausencia de toda coquetería hacía que no la mirasen como una -rival. Su religiosidad profunda, su disgusto del mundo sin amargura ni -acritud, y su amor á las cosas del espíritu, la apartaban de toda -vanidad mundana y de las galanterías y vulgares amores, elevando al -cielo sus pensamientos, de donde se diría que, al volver á su alma, -bañaban su rostro divino en reflejos como de luz increada. - -María, su madre, ya hemos dicho que conservaba aún su belleza; pero la -austeridad de sus costumbres, los recuerdos de su pecado, los -pensamientos que despertaban en su mente la vida criminal de su padre y -su muerte trágica, todo concurría á despojarla de aquella ligera -afabilidad, de aquella alegría graciosa, de aquel trato fácil y ameno, -que son el principal encanto del amor, y por donde la mujer, ajena ó -propia, seduce, cautiva y rinde al marido ó al amante. Su amor hacia don -Faustino era más fervoroso, más sublime, más fuerte que nunca; pero no -era el amor á quien siguen ó rodean los juegos, las risas y las gracias, -sino el amor severo, metafísico, casi ultramundano, hijo de la Venus -Urania, consagrado por el deber y encadenado con un vínculo religioso. - -María, además, se hallaba muy quebrantada de salud. Si bien en la -sociedad procuraba, y lo conseguía, estar muy amable y no mostrar nada -en su espíritu ni en su carácter que causara extrañeza, en la intimidad -de su familia tenía prodigiosos éxtasis y arrobos, como si su espíritu -volase muy lejos de ella á esferas misteriosas y distantes. Ni siquiera -á su marido se atrevía ella á confiar sus ideas; pero dejaba entrever -que imaginaba hablar con los espíritus, que recordaba casos de otras -existencias pasadas, y que tenía, despierta, algo parecido á las lúcidas -intuiciones del sonambulismo: lo que llaman _segunda vista_. Tristes -presentimientos agitaban su corazón; mal reprimidos suspiros brotaban á -veces involuntariamente de sus labios; las lágrimas solían nublar sus -ojos de pronto, sin ningún aparente motivo. - -El Doctor Faustino, á pesar de todo, amaba entrañablemente á María. Su -amor de padre por Irene era más ferviente aún; pero el Doctor Faustino -no era feliz tampoco. Con frecuencia, en lo más oculto de su mente, se -dolía de no haber muerto el día en que reconoció á su hija y le dió su -nombre. - -Los coches, los caballos, la casa lujosísima, todo el bienestar y el -dinero de que gozaba, eran debidos á la generosidad de D. Juan Fresco; -él no había sabido ganarlos con su ingenio, con su actividad, con su -saber y con su trabajo. Esto le tenía avergonzado y confuso. La terrible -pregunta _¿Para qué sirvo?_ le atosigaba de continuo, y más aún la -terrible respuesta: _No sirvo para nada_. - -Su ambición, ardiente aún, y menos satisfecha que nunca, era para él un -tormento incesante. Aun había tiempo de satisfacerla. Ahora, sin tener -que pensar en los apuros pecuniarios, con dinero bastante, podía -poetizar, filosofar, escribir, mezclarse en los negocios políticos, -hacerse elegir diputado. El Doctor, no obstante, tenía miedo de acometer -cualquiera empresa. Si salía mal, no podría achacar el mal éxito á su -falta de recursos, y el desengaño sería más cruel y más duro. - -La fe religiosa, que en lo más grave de su enfermedad, en el período -crítico, cuando estuvo próximo á la muerte, había venido á consolarle, -habíase de nuevo apartado de su alma. El Doctor volvió á dudar mucho y -á negar más; imaginó que aquella vuelta á las antiguas creencias había -sido efecto de su debilidad y de su postración; tal vez de la larga -dieta; tal vez de la violenta calentura. - -Entre tanto, mientras que su entendimiento, su discurso, su dialéctica -dudaba ó negaba, su alma afectiva y su fantasía de poeta seguían -presentándole mil sistemas, doctrinas ó teorías, que le agitaban con el -deseo ó con el temor de que fuesen verdaderas. Ya en el centro de su ser -creía columbrar lo infinito, lo divino, lo absoluto, de que estaba -sediento; ya lo divino le parecía difundido por las entrañas mismas del -universo todo, á quien prestaba su vida y su armonía. En suma, el Doctor -ya era místico, ya era teósofo, aunque en ciernes y sin decidirse. - -Sus raciocinios le llevaban á lamentarse ó á burlar de las alucinaciones -de su mujer respecto á espíritus y á existencias pasadas; y sin embargo, -hasta aquellas mismas creencias, que despreciaba, destruían la -tranquilidad de su mente. En sueños, dormitando á veces, á veces bien -despierto, cuando tenía los nervios sobrexcitados, en el silencio de la -noche, después de larga vigilia, el Doctor veía á su mujer y á la coya -confundidas en una. Entonces le parecía acordarse de cuando él fué -guerrero y estuvo en el Perú, y allí la enamoró. Y luego suponía que -ella, en el orden moral, había adelantado mucho, encaminándose á la -perfección, y que él se iba quedando muy atrás, por más que María le -tendía la mano, le alentaba, le guiaba, quería llevársele consigo á más -altas esferas y á gozar de condición más noble. - -Cuando estaba sereno, cuando sus nervios se habían calmado, á la clara -luz del día, el Doctor se mofaba en su interior de aquellos delirios, -pensando que su mujer estaba medio loca y que por momentos le comunicaba -la locura. - -La jovialidad de D. Juan Fresco; sus chistes, que todos le reían, en -particular después de haber comido en su casa, pues tenía buen cocinero -y mejores vinos; el sereno pensar con que aquel bermejino modelo -comprendía y ordenaba en su mente los seres todos; la firmeza de su -carácter y de sus principios, y el buen tino y la seguridad con que -cuidaba de su hacienda y la acrecentaba, todo esto era antipático para -D. Faustino, y, sin envidiarlo le vejaba y rebajaba bastante. - -D. Juan Fresco preveía, allá en su interior, que aquellas cosas, que -harto bien iba él trasluciendo, no podían tener término muy dichoso; -pero no les hallaba remedio y se afanaba por retardar el mal cuanto -fuese posible, procurando consolarse ya de él como si hubiera sucedido. - -La afición de D. Juan Fresco á los bermejinos le indujo á convidar á -Respetilla á que viniese á pasar un mes en Madrid para que viese bien -cuanto de notable encierra la corte. Cuando Respetilla había estado la -otra vez, nada había disfrutado ni visto, á causa de la enfermedad de su -amo. Ahora que estaba en Madrid de nuevo, D. Juan Fresco se deleitaba en -ser su _cicerone_. Hizo que el mejor sastre de Madrid le vistiese de -levita, y le compró en casa de Aimable un sombrero de copa alta, que -Respetilla llamaba _gavina, chistera, colmena_ ó _castrosa_. La -admiración de Respetilla por todos los objetos y el modo que tenía de -considerarlos, encantaban á D. Juan. Mucho gustó á Respetilla la -Historia Natural; el Palacio le pareció enorme; el Museo de Pinturas no -le divirtió nada, y donde más gozó fué en los toros y en los bailes del -teatro de Rivas, viendo _El Descendiente de Barba Azul y Brahma_. -Aquellas _niñas_ tan ligeras y tan ligeramente vestidas, la luz de -bengala, la bajada de Barba Azul del castillo con toda su comitiva, los -quitasoles y el dragón chinesco, le traían maravillado. Las _niñas_, sin -embargo, eran lo que más le complacía; pero Respetilla hacía ya muchos -años que se había casado con Jacintica, la antigua criada de Rosita, de -quien tenía la friolera de nueve hijos como nueve becerros; tenía además -muchísimo cariño y muchísimo miedo á su mujer, y ni de pensamiento -siquiera se atrevía á cometer la menor infidelidad. Así es que, si por -acaso y no reflexionándolo, se dejaba entusiasmar por las _niñas_ un -poco más de lo justo, luego se le presentaba en la mente la figura de -Jacintica toda enojada, y se desataba en vituperios y en injurias contra -las bailarinas, como si fuese un Catón cristiano, ó mejor diremos un San -Pacomio. - -Respetilla vió también y admiró en casa de sus amos, donde entraba ella -como modista, á su antigua novia Manolilla, pasmándose de que se llamara -doña Etelvina, y con cierto orgullo de haber estado en relaciones con -persona tan cabal y de cuenta. Los trajes de doña Etelvina; sus bellos -colores, rosa de Venus legítima, de la que usaron Lais, Tais y otras -_heteras_ de Corinto, Atenas y Mileto, y el perfume que ella exhalaba, -no ya de _oppoponax_, sino de otra esencia más rica, llamada -_stephanotis_, eran circunstancias que tenían absorto y boquiabierto á -Respetilla, como si soñase mil portentos; mas ni por esas, y no porque -respetase á doña Etelvina, sino porque respetaba á la ausente Jacintica, -madre de los nueve, se atrevió Respetilla á propasarse, sino que, de -acuerdo ya con su apodo se limitó á decir cuatro cuchufletas á la -modista elegantona, quien, al fin, por lo singular y peregrino del -lance, por estar Respetilla muy gracioso con su levita y su _chistera_, -y por los dulces recuerdos de la juventud y de la patria, hay quien -sostiene que se le mostraba menos arisca que mansa, y más cocida ó frita -que cruda. - -D. Faustino, en cambio, aunque harto poco disculpable, fuerza es -confesarlo, no estuvo con Costancita tan firme, no fué tan honrado como -su antiguo escudero. El _amor purísimo de los ángeles_, que Costancita -había propuesto y recomendado en su carta, se le guardó D. Faustino para -su mujer y para su bendita hija; pero la Marquesa de Guadalbarbo -perturbaba todo su ser, despertaba en su corazón una tempestad de -pasiones. Costancita misma, irritada por los nuevos obstáculos que entre -ella y su primo se levantaban, celosa y envidiosa del bien de María, más -enamorada que nunca, no soñando ya con el idilio, sino con el drama -vehemente, rompió todo freno, y con otra astucia, con otro cálculo, con -el mayor recato y disimulo vió y habló á D. Faustino en sitio que ella -imaginaba que nadie averiguaría. - -El Marqués de Guadalbarbo, si bien creyendo á pie juntillas en la -inocencia de su mujer, vivía muy sobre aviso desde la noche de la -sorpresa; pero ya Costancita estaba escarmentada, y fueron -extraordinarias sus precauciones. El Marqués no se percató de nada. - -Ni siquiera los maldicientes, que están siempre atisbando, á fin de -averiguar y referir la crónica escandalosa, tuvieron el menor indicio -del caso. - -Desde que empezaron aquellas misteriosas citas, el Doctor se halló -atormentado, inquieto al lado de María. Sentíase indigno, se -avergonzaba de su doblez, de sus mentiras y de su ingratitud; pesábanle -más en el corazón su pobreza y su incapacidad, y las riquezas y el -desprendimiento generoso de D. Juan Fresco. - -La _segunda vista_, la perspicacia espiritual de María, de nada valió -para descubrir aquel secreto infame. Su enamorado espíritu entraba ó -creía entrar en lo más oculto del alma de su marido; pero entraba tan -lleno de confianza, de veneración y de afecto, que todo lo veía -hermoseado por una luz pura, y no percibía lo feo y lo deforme. - -Atribuyendo María las tristezas del Doctor á noble ambición contrariada -y á la especie de humillación de verse pobre, siendo ricos su tío y -ella, empleaba los medios más delicados y discretos para realzar aquel -ánimo abatido, para darle esperanzas de que sería dichoso en cuanto -emprendiese, para hacerle creer que de él dependía subir á la cumbre del -poder y de la gloria, y para persuadirle sobre todo de que él era, en -absoluto, y singularmente para ella, de tanto valor y de tan gran ser, y -de precio tan inestimable, que no necesitaba de victorias, ni de -triunfos, ni de aplausos mundanos, á fin de corroborar, y mucho menos de -acrecentar en sí tan reconocidas excelencias. - -Esta noble conducta de María mortificaba más y más á D. Faustino -exacerbando sus remordimientos; pero el atractivo y la diabólica -fascinación que ejercía sobre él Costancita, podían más que todo. D. -Faustino amaba, reverenciaba, adoraba á María como algo santo, -celestial, suave, sereno y puro, y buscaba, no obstante, á Costancita, -arrastrado por el delirio de los sentidos, por el demonio de la vanidad -y del orgullo, y hasta por el aguijón punzante de los celos, temeroso -siempre de que si él la dejaba, ella pudiese querer á otro, aunque no -fuese sino por despecho. - -Mucho hubieran durado así las cosas, sin descubrirse nada, si el Doctor -no hubiese tenido un enemigo vigilante, astuto y cada día más enconado -contra él y contra su mujer. Este enemigo era Rosita. - -Los lazos que la unían al general Pérez se habían estrechado cada vez -más. Rosita dominaba al conquistador tremebundo; le tenía sujeto, -avasallado, cambiado de león en cordero. Si ella le consultaba á veces -sobre los moños, vestidos y adornos que debía ponerse, él la consultaba -sobre la política. De ella dependía, pues, que el Ministerio durase ó -cayese, que hubiera ó no otro nuevo pronunciamiento, que cambiase de -Constitución ó de forma el Estado. En España todo lo podía la tropa; con -la tropa todo lo podía el general Pérez; con el general Pérez, Rosita. -De esta suerte, en virtud de tan irrefutable sorites, consideraba -Rosita que todo dependía de ella. Ella era la Aspasia de aquel Pericles -flamante. - -En medio de tanta gloria, la afrenta que le hizo el Doctor y la -rivalidad de María vivían en su corazón, á pesar de los años -transcurridos, y se le corroían como un cáncer. - -Como el General no tenía secretos para ella, llegó á decirle hasta el -mal rato y el picón que le dieron Costancita y el Doctor, protestando -que si él había pretendido á Costancita, había sido con intento de -burlarse de ella y de rebajar su orgullo. - -Informada Rosita de aquellos amores, suponiéndolos más adelantados de lo -que estaban entonces, les siguió la pista con encarnizamiento, sagacidad -y sigilo. Supo que doña Etelvina había sido la doncella de Costancita, y -conjeturó que no podría menos de ser la persona de toda su confianza -para ciertos negocios, dado que los hubiese. Bien estimó ella que sería -difícil, ya que no imposible, que doña Etelvina, por desalmada que -fuera, hiciese á sabiendas traición á su ama. No procuró, por lo tanto, -ganarse la voluntad de doña Etelvina, sino la de su principal ayudanta y -confidenta la señorita Adela, la cual, por lo mismo que doña Etelvina -andaba siempre tan atareada, era la que acudía á casa de Rosita con -modas y trajes. - -Ganada del todo la señorita Adela, á fuerza de presentes y obsequios, -nada ocurría en casa de doña Etelvina que Rosita no supiese. Así pasó -más de un año sin que Rosita averiguase lo que deseaba averiguar; mas, -por último, premió sus afanes el diablo. - -La señorita Adela se impuso, á pesar del recato con que se hacía, y -transmitió en seguida á Rosita su gran descubrimiento, de que la -Marquesa de Guadalbarbo iba á casa de la Etelvina, ó bien muy de mañana, -ó bien al anochecer, entre dos luces, y que allí veía al Doctor, que la -aguardaba. - -Rosita, prodigando entonces el oro, sobornó á la señorita Adela, y la -comprometió á introducir á una persona en casa de la Etelvina y á -ocultarla en lugar conveniente para que, sin ser vista de nadie, pudiese -ver á los amantes en una de sus citas. - -Luego la hija del escribano usurero escribió á María un anónimo, -revelándole la traición de su marido y ofreciéndole _generosamente_ los -medios de cerciorarse de ella. - -El día, la hora, el momento de la cita llegó, según la señorita Adela -tenía averiguado. - -Costancita hubo de quejarse del poco cariño, de la tibieza del Doctor. -Se mostró celosa de María: dijo que María era más querida que ella. - -Embriagado el Doctor por las fascinadoras miradas, por la coquetería -infernal, por la elegancia, por la hermosura aristocrática y por la -juventud inmarcesible de su prima, le aseguró que respetaba á su mujer, -pero que no la amaba; que casi la odiaba por su causa. - -El Doctor confirmó tan abominable aserto con un abrazo. - -Entonces creyó oir cerca de sí, penetrando en su pecho como agudo puñal, -un sollozo desgarrador y ahogado. - -Se apartó lleno de espanto, de los brazos de Costancita; buscó -rápidamente, y nada vió en el cuarto en que estaban. Abrió la puerta por -donde habían entrado, y nada vió tampoco. Abrió, en fin, otra -puertecilla que daba á otro cuarto interior, que también tenía salida al -corredor, y encontró vacío el cuarto y la puerta de salida cerrada con -llave. Interrogó á doña Etelvina sobre las personas que había en casa, y -doña Etelvina dijo que no había nadie, salvo la señorita Adela, porque -las oficialas se habían ido ya todas. La señorita Adela era además muy -de fiar y no sollozaba nunca por tan poco. La señorita Adela, -interrogada á su vez por doña Etelvina, sostuvo que nadie había entrado -en casa; que ella estaba al cuidado de todo, y que los criados se -hallaban en la cocina para evitar que se enterasen de aquellos asuntos. - -Costancita decidió entonces que lo del sollozo, que ella no había oído, -era una locura del Doctor. El Doctor acabó por persuadirse de lo mismo. - -Desde aquel día en adelante la tristeza de María fué siendo más honda y -persistente. Aunque no exhaló la menor queja contra D. Faustino, D. -Faustino vió á las claras que todo lo sabía. Á pesar de su excepticismo, -no hallando modo natural de explicárselo, el Doctor imaginó que no era -vana la _segunda vista_ de María; que su espíritu, desprendiéndose del -organismo, al cual sólo por un hilo de flúido eléctrico quedaba anudado, -volaba donde quería y atravesaba los muros y penetraba en los más -ocultos lugares. El sollozo que él había oído y que no había oído -Costancita, le pareció un ¡ay! del alma, un gemido espiritual que -arrancó á María de lo hondo de su ser la horrible frase de que él casi -la odiaba. - -¿Qué satisfacción, qué disculpa, qué palabra de consuelo podía dar D. -Faustino á su mujer si en efecto lo sabía todo, fuese como fuese? - -El Doctor se limitaba, pues, á estar más amable, más dulce, más rendido -que nunca con ella; pero no intentó explicación ni satisfacción alguna. -María no se daba por entendida del agravio. - -Por último, María cayó postrada en cama con una gravísima enfermedad. -Sentía en el lado del corazón más calor que de ordinario, y una opresión -y una fatiga muy grandes. Le pesaba algo dentro del pecho. Á veces le -daban vahídos. Parecíale luego que le apretaban las entrañas. La -atormentaban incesantes angustias. El pulso, débil, era desigual y -precipitado; la respiración, fatigosa y entrecortada de lastimeros -suspiros. - -Su severa y majestuosa hermosura resplandecía más, á pesar de las muchas -canas que blanqueaban su negra cabellera, porque sus ojos tenían más -luz, más viveza que en su estado normal, y porque ardiente carmín daba -color á sus mejillas. - -De repente solían acometerle fuertes palpitaciones, que imprimían á su -seno dolorosas sacudidas: se diría que llegaban á oirse por los que -estaban cerca los latidos violentos é irregulares de su corazón -inflamado. De repente también parecía suspenderse el movimiento del -corazón, y la enferma caía en un desmayo. Siempre, con todo, conservaba -María su razón despejada; más bien que turbarse ó anublarse, su -entendimiento mostraba lucidez maravillosa, como si fuese una luz, una -llama á la cual se acercan substancias combustibles. - -El doctor Calvo prescribió dieta, reposo, bebidas refrigerantes y -sinapismos en los pies; apeló á la homeopatía, y ordenó _ignatia_, -_pulsatila_ y ácido fosfórico. No se atrevió á ordenar sangrías ni -sanguijuelas, por medio de la debilidad de la paciente. Al fin confesó á -D. Juan que el mal no tenía remedio en lo humano. - -Realizándose los desconsoladores pronósticos del doctor Calvo, María, -cumplidos ya todos sus deberes de cristiana, estaba próxima á expirar, -atendida por su tío y su hija, los cuales reprimían mal el llanto. - -D. Faustino, sombrío, mudo, sin lágrimas en los ojos y con negra pena en -el pecho, estaba de rodillas, junto á la cabecera de la cama. No se -atrevía á tomar una mano de la moribunda. Apenas si se atrevía á -mirarla. Lleno de horror y de vergüenza, inclinaba al suelo los ojos. - -María hizo un esfuerzo supremo. Miró á su marido con tan benévola -mirada, con tan santa sonrisa, con unos ojos tan dulces y tan llenos de -perdón y de amor celestial, que D. Faustino la miró también sin -atormentador sonrojo y henchido de gratitud y de arrepentimiento. -Después, con mayor esfuerzo, María alargó la mano á su marido, que la -tomó entre las suyas y la cubrió de besos respetuosos. Las lágrimas de -D. Faustino, que habían estado como hielo hiriéndole por dentro, se -liquidaron entonces, y brotaron de sus ojos, y bañaron la mano de María. -Con desfallecida voz, con voz muy baja, que nadie sino él pudo oir, -entrando clara y distinta por los sentidos en su alma, dijo ella de esta -suerte: - ---Lo sé todo; lo he visto; lo he oído. Te oí decir que me aborrecías; -pero nunca pude creerlo. Lo dijiste en un momento de locura. Yo te -perdono, Faustino; yo te amo. ¡Yo te bendigo! Ámame. No te atormentes -creyéndote culpado. Vive para nuestra hija. ¡Es tan pura, tan noble, tan -santa, tan angelical! Es el lazo de nuestras almas. Viviendo para ella, -vivirás para mí. Por ella estamos más ligados que nunca. No hay entre -nosotros divorcio eterno, sino eterno consorcio. Te espero allí -arriba... - -Sin más perceptibles suspiros, sin convulsión ni gesto, con dulzura -inefable, más que como separación dolorosa, como tránsito feliz, cual -cautivo que recobra la libertad, el espíritu de María abandonó en aquel -instante su cuerpo hermoso. Aquel corazón fatigadísimo se había rendido -al cansancio; había ido poco á poco moderando su impulso: se dilató al -perdonar, y no tuvo fuerzas para contraerse de nuevo, impulsando la -sangre por las arterias. La circulación cesó para siempre. - -D. Faustino, mientras estuvo embelesado, bajo el encanto poderoso de -aquella voz amada, simpática, que le perdonaba y le bendecía, abrió su -alma á todas las esperanzas, pensó en el cielo: creyó en el perdón de -Dios y en su infinita misericordia; juzgó que él mismo sabría perdonarse -al fin, y columbró el camino de la perfección, del que se había -extraviado, y consideró posible volver á él venciendo los obstáculos con -varonil perseverancia. - -Muerta María, ahogada su voz, extinguida la antorcha que le guiaba, las -antiguas é inveteradas especulaciones surgieron de pronto en el ánimo de -D. Faustino. - ---Si he cometido una infamia, si soy un miserable--dijo para sí--, y si -hay una vida eterna, eternamente me lo estaré echando en cara. No me -limpiaré la mancha. Será un infierno sin redención. Si persiste mi -individuo, persistirá el egoísmo, que es la esencia de la -individualidad. ¡Ah, no! Lo malo, lo egoísta, lo impuro, debe morir. Lo -inmortal, lo eterno, lo divino soy yo, es María, es todo, en lo que -tenemos de bueno. Ella no era egoísta; ella era todo devoción y -sacrificio. Como se entregó á mí un día, así se ha entregado á la muerte -ahora, por completo, toda ella. ¿Qué ha de quedar de ella en otra vida? -Ella se dió toda. Dios la recibió en su seno. Ella se perdió en la -absoluta esencia. - -Miró luego el Doctor con ojos enjutos y fijos el cadáver de María. Vió -aquellas formas bellas aún: las imaginó destruídas, feamente -destrozadas, cayendo en pútrida disolución. Un súbito ataque nervioso se -siguió á tan crueles pensamientos, no dulcificados ya por el bálsamo de -las creencias. - -El Doctor rompió en una aterradora carcajada. - -Acudieron á él su hija y D. Juan; pero fué tarde. El Doctor corrió hacia -su alcoba, que estaba contigua. Su hija y D. Juan le siguieron. Sobre -una cómoda había un revólver. D. Faustino le tomó antes que su familia -llegase. Se metió el cañón en la boca, afirmándole contra el paladar, é -hizo fuego. - -La muerte fué instantánea. D. Faustino cayó por tierra sin movimiento. - -Irene, de rodillas, con los ojos levantados al cielo, pedía perdón para -todos, impetrando la clemencia divina. - -D. Juan Fresco estaba trastornado, conmovido espantosamente, -horrorizado, á pesar de su frescura. - - * * * * * - -Refulgente de inocencia, en medio de tantos horrores, Irene, disgustada -del mundo, se decidió á buscar un asilo al pie de los altares. Su alma, -toda entregada á Dios, no era capaz de compartir los efímeros y falsos -goces de este mundo con ningún espíritu encarnado en cuerpo humano. -Serafinito la amaba. Serafinito, que estaba en Madrid estudiando leyes, -tenía por Irene una verdadera adoración. Irene le amó sólo como á un -hermano. - -La pena del excelente y candoroso Serafinito y las observaciones y -ruegos de D. Juan no bastaron á persuadirla para que cambiase de -propósito. - -D. Juan Fresco y Serafinito llevaron á Irene á Avila, á los dos meses de -muertos sus padres, y allí se encerró ella en el convento de San José, -fundado por Santa Teresa. No bien pasó el noviciado, Irene tomó el velo -y profesó de carmelita descalza, trocando gustosa por la aspereza -penitente de aquella austera vida el regalo y el mimo con que había sido -criada. - - * * * * * - -Tal fué la triste historia que me contó D. Juan Fresco, cuando no estaba -presente Serafinito, para que no le diese una congoja. - -La moral que D. Juan Fresco sacaba de todo el relato, era que esta -educación del día forma muchos hombres vanos, presumidos, ambiciosos, -llenos de mil planes absurdos, que es lo que él llama _ilusiones_, y sin -firme creencia en nada, y sin energía ni para el bien ni para el mal. - ---En el día--exclamaba,--los doctores Faustinos abundan: - -_Terra malos homines nunc educat atque pusillos_, según cantaba el poeta -satírico. - -D. Juan, no obstante, ora sea porque había cobrado afición á D. -Faustino, ora porque fuese cierto, sostenía que el Doctor había sido -hombre de natural nobilísimo y generoso, aunque viciado por una perversa -educación y por el medio en que había vivido. - - * * * * * - -Un día, estando yo en Villabermeja, fuí á visitar la iglesia con D. Juan -Fresco. El padre Piñón, bueno y sano aún, hacía los honores, enseñando -todas las curiosidades. - -Nos paramos delante del altar del Santo Patrono de plata, que, como -dicen allí, es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil -demonios. Entre los milagros colgados junto al altar, el padre Piñón me -mostró un Doctor Faustino, hecho de cera, de unas ocho pulgadas de -largo. Era una ofrenda votiva del ama Vicenta, la cual afirmaba que el -Santo Patrono había salvado al Doctor de la enfermedad que se siguió al -duelo con el Marqués de Guadalbarbo. - ---Mal milagro hizo el Santo, si le hizo--me dijo D. Juan.--¡Cuánto mejor -hubiera sido que Don Faustino hubiera muerto entonces! - ---Sr. D. Juan--contestó el padre Piñón,--no diga V. disparates. Si el -Santo no lo hizo, lo hizo Dios; y lo que Dios hace, bien hecho está, -aunque nosotros no penetremos la razón y el propósito. - - * * * * * - -Otro día fuimos á ver la casa solariega de los López de Mendoza. - -Allí está aún el retrato de la coya, que, en efecto, según asegura D. -Juan, se parece mucho á María. - -Respetilla, Jacintica y sus nueve vástagos viven felices en el piso bajo -de aquella casa. El principal está reservado á los recuerdos. Todas las -habitaciones están cerradas, de modo que en ellas no pueden entrar sino -los espíritus, dado que los espíritus se complazcan en discurrir por los -sitios donde vivieron vida mortal, amaron y padecieron. - -Todavía queda un rincón de la casa, también en el piso bajo, donde vive -la pobre ama Vicenta, quien adora la memoria de su niño Faustinito y no -piensa más que en él. - -La afectuosa anciana guarda en un arca, como reliquias venerables, todo -el traje doctoral, con muceta bordada, bonete y borla, el uniforme de -lancero de milicianos nacionales, y el uniforme de maestrante de Ronda. - -Yo examiné con atención é interés estos objetos, que, cediendo á -nuestras súplicas, el ama Vicenta nos mostró con orgullo. - -D. Juan Fresco, tan enemigo de las ilusiones, exhalando un suspiro y sin -acritud alguna, me dijo aparte: - ---Esos objetos simbolizan las causas de la perdición de mi sobrino -político. El traje de doctor es la vanidad científica, la pedantería -filosófica, la duda y la incertidumbre sobre cuanto importa para ser -enérgico en la vida, con energía sana; el uniforme de miliciano nacional -es símbolo de la confusión que solemos hacer de la verdadera libertad -con el tumulto, la bullanga y el desorden; y el uniforme de maestrante -es símbolo de la manía nobiliaria, de donde nacen la pereza, el -despilfarro y la incapacidad para las faenas y menesteres que dan -riqueza y prosperidad á las naciones. - -Madrid, 1875. - - - - -[Imagen decorativa] - -POSDATA - - -He estado indeciso entre escribir algo ó callarme acerca de la presente -edición. Ya se ve que la hago por haberse agotado la primera, á pesar de -los esfuerzos de profundos críticos á fin de demostrar que el libro es -malo, que no es novela, y que yo no soy ni puedo ser novelista. Yo no he -de ir á demostrar lo contrario. Es más: no me importa que se demuestre ó -no, con tal de que el libro se lea y se venda. - -Mi objeto al escribir esta posdata es otro. - -Aunque en LAS ILUSIONES DEL DOCTOR FAUSTINO todo está claro, el espíritu -sutil de ahora enturbia la mayor claridad, y es menester acudir con -explicaciones y rectificaciones, si no quiere un pobre autor que le -atribuyan propósitos que jamás tuvo. - -Mi idea al componer cuentos, narraciones ó lo que sean, ya que no sean -novelas, no es probar nada. Para probar tesis, escribiría yo -disertaciones. Mi intento es hacer una pintura de las costumbres y -pasiones de nuestra época; una representación fiel y artística de la -vida humana. De tal pintura ó representación, si estuviere bien hecha, -sacará cada lector, no una, sino varias enseñanzas, que no dudo que -podrán serle útiles; pero el principal objeto del autor ha de ser la -pintura, la obra de arte, y no la enseñanza. - -Para la pintura ó representación, ¿cómo he de negar yo que se buscan y -estudian modelos? Pero la obra de arte no se logra copiándolos -servilmente. Contra tal sospecha me conviene protestar. - -Toda la fábula, en su conjunto, mal ó bien imaginada, es invención mía. -Nada hay en ella de real y de histórico. Los personajes que en la fábula -intervienen son también inventados. - -Villabermeja es una utopia, aunque para darle color y ser de lugar real, -tome yo rasgos y perfiles y pormenores de lugares que conozco y donde he -vivido. De otra suerte, al menos así lo entiendo y lo siento, sin duda -por la pobreza y esterilidad de mi cerebro, las creaciones del poeta son -vanas y carecen de verdad y de atractivo. Sobre los rasgos y perfiles -copiados, mi fantasía ha añadido lo conveniente para la fábula. - -Los apodos no tienen chiste, son falsos, cuando no son populares. Es -menester que los invente ó al menos que los adopte el pueblo. Por eso -Respeta, Respetilla, D. Juan Fresco, las Civiles y el padre Piñón, -confieso que no son apodos inventados por mí; yo no hubiera tenido jamás -la habilidad de inventarlos; pero las personas que en mi narración -llevan estos apodos, ni en costumbres, ni en circunstancias de la vida, -ni en lances de fortuna, tienen nada que ver con los seres reales, tal -vez conocidos en algún lugar con dichos apodos. - -Con los nombres de pila y con los apellidos procedo yo en mis novelas de -un modo idéntico, por este prurito que tengo de remedar la verdad en -las menudencias. Así, por ejemplo, Pepe Güeto y D. Acisclo son nombres -que trascienden á mi provincia á cien leguas. Y así también, al hacer -madre de D. Faustino á una señora principal de Ronda, le dí apellido y -la hice de una de las familias más principales de aquella ciudad: los -Escalantes. Del mismo modo, D. Carlos, en _El Comendador Mendoza_, -lleva, por ser rondeño, el apellido ilustre de Atienza, tan conocido y -respetado en aquella ciudad. Como ni D. Carlos ni Doña Ana hacen nada -indecoroso, ningún inconveniente se sigue de que yo les dé tales -apellidos. - -Para los títulos he procedido por manera semejante; y en vez de llamar á -tal conde el de Prado-Ameno, y al otro marqués el de Monte-Alto, he -buscado nombres propios de sitios conocidos en mi tierra, como -Fajalauza, Genazahar y Guadalbarbo. - -En anecdotillas ó lances realmente ocurridos, ¿cómo he de negar que -abundan mis novelas? Con estas verdades, incrustadas en la mentira ó -ficción poética, se hace verosímil dicha ficción. Verdades son, pues, la -broma, algo pesada, que dió el cura Fernández al Obispo en la Peña de -los Enamorados, que se refiere como cierta de otro cura á quien he -conocido; las circunstancias de la muerte de Joselito el Seco (¿para qué -negarlo, si nadie lo ignora en Andalucía?), ocurridas en la muerte del -famoso bandolero Caparrota; y la venganza que tomó Joselito el Seco del -Alcalde, y la venganza que el hijo del Alcalde tomó luego de Joselito, -lo cual, con la alteración que á mí me convenía, es historia que he oído -contar no pocas veces á personas de mi familia, quienes vieron entrar -en Carratraca al hijo del Alcalde con los últimos bandidos muertos, y no -rapadas aún las barbas, que él había jurado conservar hasta que vengase -por completo á su padre. - -De las mujeres de mis novelas me interesa asimismo decir algo. Unos -críticos suponen que son las más tan marisabidillas, que no pueden -existir en los lugares; y otros, que existen en los lugares, y que yo -las he copiado sin respeto, y las he sacado á relucir sin consentimiento -de ellas. Ni una cosa ni otra es cierta. En los lugares de Andalucía -hay, y puede haber, mujeres que sean la propia discreción y la propia -elegancia. No es menester nacer en Madrid para eso. Precisamente, de la -pequeña ciudad cuyo nombre callo, y donde yo supongo educada á -Costancita y donde Costancita tiene sus devaneos por la reja con el -Doctor Faustino, han venido á Madrid nada menos que tres mujeres de -nuestra primera aristocracia, que han brillado y brillan, por hermosura, -ó por ingenio, ó por todo. Costancita, sin embargo, salvo este -fundamento real para la verosimilitud; salvo el dato efectivo de que en -su ciudad se crían mujeres que vienen á ser grandes y elegantísimas -señoras, en nada se parece, ni por su carácter, ni por los sucesos de su -vida, á sus simpáticas, bellas y respetables compatriotas. Si he aludido -á ellas, ha sido para demostrar que no me llevo á un lugar á una señora -de Madrid y la pongo donde no existe, como los antiguos poetas -bucólicos, griegos ó franceses, disfrazaban de pastoras á las refinadas -damas de Alejandría, de París ó de Versalles. - -Vengo, por último, al héroe principal de mi novela: al Doctor Faustino. -No hay personaje, en mi sentir, más dotado de verdad estética. No le -hay, tampoco, más desprovisto de toda histórica realidad. - -Aunque yo soy poco aficionado á símbolos y alegorías, confieso que el -Doctor Faustino es un personaje que tiene algo de simbólico ó de -alegórico. Representa, como hombre, á toda la generación mi -contemporánea: es un doctor Fausto en pequeño, sin magia ya, sin diablo -y sin poderes sobrenaturales que le den auxilio. Es un compuesto de los -vicios, ambiciones, ensueños, escepticismo, descreimiento, -concupiscencias, etc., que afligen ó afligieron á la juventud de mi -tiempo. En él reúno los tres tipos ó formas principales bajo que se -presenta el hombre de dicha generación y de cierta clase, si clase -pueden formar los que gastan levita y no chaqueta. En su alma asisten la -vana filosofía, la ambición política y la manía aristocrática. Ya sé que -hay hombres mejores; pero yo no quería escribir la vida de un santo. Sé -también que los hay más ridículos; pero no quería yo hacer una novela -enteramente cómica y de figurón. Y sé también que los hay mil veces más -odiosos y malvados; pero si D. Faustino lo fuese, dejaría de ser algo -cómico, como yo quería, y dejaría de tener también algo de interesante y -de patético, como me convenía que tuviese para mi plan de novela, ó de -lo que yo entiendo por novela, á pesar de los críticos. D. Faustino, -dado mi plan, no podía ser sino como es. Fausto es más grande; pero -también es más egoista, más pervertido y más pecaminoso. - -En suma, y sea del valer moral de mi héroe lo que se quiera (ó mejor -dicho, lo que se le antoje á quienes quizá no se ven, y se juzgan la -virtud misma), para pintar lo interior del alma de mi héroe, -prescindiendo de lo que le sucede en el mundo, no he tenido más arte que -mirar en el fondo del alma de no pocos amigos míos y en el fondo de mi -propia alma, y analizar allí afectos, desengaños, pasiones é ilusiones. - -Este análisis, y perdóneseme la inmodestia, creo que está hecho con -apacible serenidad, con frescura y con tino dignos de mi D. Juan Fresco. - -En esto reside, no ya sólo el mérito literario, si tiene alguno, sino -también la sana moral, de que estoy convencido de que mi novela no -carece. - -Las enfermedades y las deformidades físicas no se curan con sólo -mirarlas y conocerlas; pero en las enfermedades del alma es ya gran -remedio el ver y el conocer; y si por gracia de la fantasía poética se -representan artísticamente esa intuición y ese conocimiento, la cura -está ya casi realizada. Tal vez á los soberbios, que no quieren ver en -ellos mismos ni uno solo de los defectos del Doctor Faustino, sea á -quienes peor y más detestable, moral y literariamente, les parezca su -historia, que me atrevo, á pesar de todo, á encomendar de nuevo á la -indulgencia del público ilustrado y desapasionado. - - - - -ÍNDICE DEL TOMO II. - - - Páginas. - -XV.--LA TERTULIA DE LOS TRES DÚOS 5 - -XVI.--EL PARAISO TERRENAL 21 - -XVII.--MÁS PUEDEN CELOS QUE AMOR 39 - -XVIII.--PACTO AMOROSO 57 - -XIX.--LOS MILAGROS DEL DESPRECIO 63 - -XX.--CONTINÚAN LOS MILAGROS 69 - -XXI.--POR SEGUIR Á UNA MUJER 79 - -XXII.--LA VENGANZA DE ROSITA 99 - -XXIII.--CONFIDENCIAS DE JOSELITO 107 - -XXIV.--SUNT LACRIMÆ RERUM 115 - -XXV.--LA SOLEDAD 131 - -XXVI.--ILUSIONES QUE SE VAN PERDIENDO 147 - -XXVII.--CABOS SUELTOS 159 - -XXVIII.--LA CRISIS 181 - -XXIX.--Á SECRETO AGRAVIO, SECRETA VENGANZA 199 - -XXX.--BODAS TRISTES 243 - -CONCLUSIÓN 265 - -POSDATA 291 - - ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO - EN LA IMPRENTA ALEMANA - EN MADRID Á XV DÍAS - DE AGOSTO DE - MCMVI AÑOS - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2, by -Juan Valera - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS Ilusiones DEL DOCTOR *** - -***** This file should be named 53436-0.txt or 53436-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/3/4/3/53436/ - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2 - -Author: Juan Valera - -Release Date: November 2, 2016 [EBook #53436] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS Ilusiones DEL DOCTOR *** - - - - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - - - - - -</pre> - -<hr class="full" /> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_001" id="page_001"></a>{1}</span></p> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/cover.jpg" width="344" height="496" alt="" title="" /> -</div> - -<p class="c">LAS ILUSIONES<br /> -DEL DOCTOR FAUSTINO</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_002" id="page_002"></a>{2}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_003" id="page_003"></a>{3}</span> </p> - -<p class="sans">JUAN VALERA<br /> -———<br /> -NOVELAS</p> - -<h1>Las Ilusiones<br /> -del Doctor Faustino</h1> - -<p class="cb">II</p> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/colofon.png" width="70" height="71" alt="colofón" title="" /> -</div> - -<p class="r"><b><span class="sans">OBRAS COMPLETAS<br /> -TOMO VI</span></b><br /> -————— <br /> -Es propiedad. <br /> -Derechos reservados.<br /> -—————</p> - -<table border="1" cellpadding="5" cellspacing="0" summary=""> -<tr><td align="left"><a href="#INDICE_DEL_TOMO_II">AL ÍNDICE</a></td></tr> -</table> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_004" id="page_004"></a>{4}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_005" id="page_005"></a>{5}</span> </p> - -<h2><a name="XV" id="XV"></a> -<img src="images/ill_pg_005.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XV.</h2> - -<p class="chead">LA TERTULIA DE LOS TRES DÚOS</p> - -<p>Respetilla se apresuró á poner en conocimiento de Rosita que su amo iría -aquella misma noche de tertulia á su casa. No podía dar á Rosita más -agradable nueva.</p> - -<p>Rosita, soltera, con más de veintiocho años, sin haber hallado nunca en -el lugar hombre á quien sujetar su albedrío, dominando despóticamente en -su casa, mil veces más libre y señora de su voluntad y de sus acciones -que una reina no constitucional, no se aburría, porque su actividad y la -energía de su carácter no eran para que se aburriese, pero se divertía -poquísimo; asistía á la vida como quien asiste á la representación de un -drama que le parece tonto y cuyos personajes no le interesan.</p> - -<p>Era Rosita perfectamente proporcionada de cuerpo; ni alta ni baja, ni -delgada ni gruesa. Su tez,<span class="pagenum"><a name="page_006" id="page_006"></a>{6}</span> bastante morena, era suave y finísima, y -mostraba en las tersas mejillas vivo color de carmín. Sus labios, un -poquito abultados, parecían hechos del más rojo coral; y cuando la risa -los apartaba, lo cual ocurría á menudo, dejaban ver, en una boca algo -grande, unas encías sanas y limpias y dos filas de dientes y muelas -blancos, relucientes é iguales. Sombreaba un tanto el labio superior de -Rosita un bozo sutil, y, como su cabello, negrísimo. Dos obscuros -lunares, uno en la mejilla izquierda y otro en la barba, hacían el -efecto de dos hermosas matas de bambú en un prado de flores.</p> - -<p>Tenía Rosita la frente pequeña y recta, como la de la Venus de Milo, y -la nariz de gran belleza plástica, aunque más bien fuerte que afilada. -Las cejas, dibujadas lindamente, no eran ni muy claras ni muy espesas, y -las pestañas, larguísimas, se doblaban hacia fuera, formando arcos -graciosos. El conjunto de todo expresaba una mezcla de malicia, -soberbia, imperio, alegría, ternura y deseo de amor, imposible de -describir. Ojos negros y ardientes, lánguidos á veces, á veces activos y -fulmíneos como dos ametralladoras, iluminaban aquella movible fisonomía.</p> - -<p>Ramoncita, la otra hija del Escribano, era blanca, no tenía lunares, -tenía la boca pequeña, era más alta que Rosita, y pasaba también por más -guapa; pero ni en media docena de años revelaba<span class="pagenum"><a name="page_007" id="page_007"></a>{7}</span> Ramoncita, ni al alma -ni á los sentidos, lo que Rosita en un momento. Rosita, sólo con -mostrarse, daba idea de la gloria y del infierno; Ramoncita, del limbo.</p> - -<p>Aunque Rosita tuvo tentación de adornarse un poco más que de costumbre -para recibir á don Faustino, vencida la tentación por su orgullo, -aguardó la llegada del nuevo visitante con el mismo traje de percal, con -el mismo pañuelo de seda al cuello y con el mismo peinado que de -costumbre. Ni siquiera renovó las rosas que tenía en el pelo desde por -la mañana y que estaban marchitas. No hizo más que lo que hacía todas -las noches antes de acudir á la tertulia; limpiarse los dientes, que -ella cuidaba mucho, y lavarse las manos, que, por andar con las llaves -de la despensa ó contando el dinero, ya para recibirle, ya para pagar á -los trabajadores, requerían este cuidado en mujer tan pulcra. Conviene -advertir, sin embargo, que ni las manos ni la cara de Rosita se echaban -á perder fácilmente con las faenas caseras, con el aire del campo y de -los corrales y con andar por las despensas y las bodegas. Rosita no era -un ser delicado, era una hermosura de bronce.</p> - -<p>El Doctor, acompañado de Respetilla, cumplió su palabra, y entró, poco -después de las nueve de la noche, de tertulia en casa de las Civiles. -Rosita, Ramoncita, la confidenta y acompañanta Jacintica,<span class="pagenum"><a name="page_008" id="page_008"></a>{8}</span> y el futuro -médico, hijo del boticario, componían toda la reunión.</p> - -<p>La conversación fué general durante diez ó doce minutos; pero -languidecía cada vez más, por la visible propensión de D. Jerónimo, el -hijo del boticario, á tener apartes con Ramoncita, y la no menos visible -de Respetilla á entonar un dúo con Jacintica la viuda.</p> - -<p>Esta propensión prevaleció al cabo; se apoderó de los ánimos de Rosita y -del Doctor, y al cuarto de hora de estar el Doctor en la sala baja, -alumbrada por un esplendoroso velón de Lucena, se habían ya formado -insensiblemente tres grupos naturales. En un rincón estaban Ramoncita y -don Jerónimo, charlando en voz baja; en otro rincón Respetilla y -Jacintica, y en otro rincón, por último, se quedaron Rosita y D. -Faustino, hablando con tanta confianza y de asuntos tan íntimos como si -toda la vida se hubiesen tratado.</p> - -<p>—Nada, Sr. D. Faustino,—decía Rosita,—conviene que cada cual se -conforme con su suerte. Este lugar es un corral de vacas... convenido; -pero... ¿dónde irá V. que más valga y menos gaste? Viviendo V. aquí tres -ó cuatro años, si hay dos ó tres de buenas cosechas, podrá desempeñar su -caudal y ponerse á flote. Ya desempeñado, y con el crédito de su ilustre -apellido y de su mucho saber, tal vez no sea difícil que elijan á usted -diputado.<span class="pagenum"><a name="page_009" id="page_009"></a>{9}</span> Así fuesen como Villabermeja los demás pueblos del distrito. -Aquí manda mi padre, y, por consiguiente, mando yo. Si la ocasión se -presentase y hubiese con quien contar en los otros pueblos, aquí -volcaríamos el puchero en favor de usted. De este modo iría V. á Madrid -como debe ir. Entre tanto, siga V. en sus estudios, escriba, medite, -aumente sus conocimientos; pero no sea tan huraño. El arco no ha de -estar siempre tendido. Bueno es que tenga el alma sus ratos de solaz y -esparcimiento. Véngase V. por aquí, y charlaremos y seremos excelentes -amigos. Yo no soy ninguna sabia, y sólo podré decir á V. cosas vulgares; -pero tengo recto juicio y acertaré á dar á V. buenos consejos, y tengo -además el genio tan alegre, que si logro no fastidiar á V., no hay -término medio, he de lograr también disipar sus melancolías y ponerle -regocijado, con el regocijo rústico y lugareño que por acá se estila.</p> - -<p>—¿Cómo había yo de imaginar, querida Rosita—respondió D. -Faustino,—que había de tener en usted una amiga tan buena? No llegaban -á mis oídos sino las burlas que V. hacía de mí. Tenía miedo de -presentarme á V. No debe V. tildarme de huraño.</p> - -<p>—Es verdad—replicó Rosita,—estábamos mal informados. Nos estimábamos -sin saberlo; y como no nos conocíamos, trocábamos en odio el afecto,<span class="pagenum"><a name="page_010" id="page_010"></a>{10}</span> y -nos hacíamos la guerra. Ahora, que nos conocemos, se trocará el odio en -amistad. ¿No es así?</p> - -<p>—Por mi parte, yo no la odié á V. nunca. Ahora, que la conozco, la -quiero mucho.</p> - -<p>El Doctor cogió la mano de Rosita y la estrechó cariñosamente.</p> - -<p>El diálogo entre el Doctor y Rosita prosiguió en el mismo tono -afectuoso, prometiendo el Doctor acudir todas las noches á aquella -tertulia de los tres dúos.</p> - -<p>El Doctor estaba contentísimo de la franqueza, bondad y rapidez con que -Rosita intimaba con él. Un recelo, no obstante, le atormentaba algo. -¿Pretendería Rosita que él fuese su novio, y cambiaría en mayor -aborrecimiento la nueva amistad cuando en el pueblo se divulgase que él -la visitaba, y Rosita se convenciese de que D. Faustino López de Mendoza -no aspiraba á casarse con ella?</p> - -<p>Movido por este recelo dijo el Doctor á Rosita:</p> - -<p>—He dicho que vendré aquí todas las noches, sin reflexionarlo bien. -Para mí no puede haber cosa de mayor gusto; pero ¿qué dirán en el lugar? -¿No comprometerán á V. mis visitas?</p> - -<p>La hija del escribano soltó una carcajada, enseñando todos los blancos -dientes de su fresca boca.</p> - -<p>—No se apure V.—dijo,—que yo no tengo miedo de compromisos. Digan lo -que quieran en el lugar, yo no temo perder mi colocación. Tengo<span class="pagenum"><a name="page_011" id="page_011"></a>{11}</span> -veintiocho años cumplidos, y no me he casado porque no he querido ni -quiero casarme. Soy libre como el aire y sé lo que me importa hacer, y -hago lo que quiero. Á nadie tengo que dar cuenta de mi vida más que á mi -padre, y mi padre no me la pide. ¡Bueno fuera que, siendo mayor de edad, -reina y señora de mi casa, no pudiese yo tratar y hablar con quien me -gusta!</p> - -<p>El <i>con quien me gusta</i> fué acompañado de una mirada muy amorosa de -aquellos ojos de fuego. Rosita, que era tan soberbia como apasionada, -añadió después, deseosa de que el Doctor no temiese que ella aspiraba á -casarse con él:</p> - -<p>—¿Pues qué, no podremos V. y yo ser amigos, y charlar y reir y hacernos -compañía en estas soledades, por miedo de que murmuren? ¿Con quién hemos -de hablar, si no hablamos el uno con el otro? Las mujeres que como yo, -llegan á los veintiocho años, pasan de la flor de la juventud á la edad -madura, y no han querido casarse, ni han tenido novio, ni han tenido -coqueteos siquiera, me parece que tienen derecho á que se las considere -y respete. No faltaba más sino que yo no pudiese hablar con V. con -frecuencia, á fin de evitar que dijese algún tonto que anhelaba yo -enlazarme á la noble familia de los López de Mendoza.</p> - -<p>—Y ser Condesa de las Esparragueras de la Atalaya,—dijo el Doctor -riendo.<span class="pagenum"><a name="page_012" id="page_012"></a>{12}</span></p> - -<p>—Y no es mal título—respondió Rosita, poniéndose colorada de que el -Doctor aludiese á su burla, pero recobrando al punto la -serenidad:—además, que para titular no le faltan á V. tierras más -productivas y de más bonito nombre. Y en todo caso, mi padre tiene la -Nava, Camarena y el Calatraveño, que se prestan á ser títulos, como -otras fincas de las mejores. Pero no pensemos en necedades. No titulemos -ni contraigamos matrimonio. Seamos dos <i>amigos</i> leales que se quieren -bien. Seamos Faustino y <i>Rosita</i>. Olvídese V. hasta de que soy una -mujer. Yo lo tengo olvidado hace tiempo. Míreme V. bien: vestida de -percal; despeinada casi; con estas rosas ajadas y marchitas—y se las -arrancó de un tirón;—con esta facha de mayordomo, de aperador ó de ama -de llaves. Vamos, ¿qué pretensiones he de tener yo con esta facha?—y -Rosita se puso en pie, riendo, y dió una vuelta para que el Doctor -mirase el descuido de su traje y su completa ausencia de adorno y -coquetería. Luego prosiguió:</p> - -<p>—Varias veces hemos hablado de V. Respetilla y yo, y hemos decidido que -V. es un penitente del diablo. En esto nos parecemos. Yo soy una -penitente por el mismo estilo. Salvo que no soy tan seria. Yo me río -como una loca, hasta de mi penitencia.</p> - -<p>En efecto, el Doctor miró detenidamente á Rosita,<span class="pagenum"><a name="page_013" id="page_013"></a>{13}</span> y vió que tenía -razón. No había en ella el más ligero asomo de coquetería ó de estudio, -ni en el vestido ni en el peinado. No había más que la salud y el aseo. -Parecía, como ya se ha dicho, una estatua de bruñido bronce. La -intemperie no había ajado ni sus manos ni su cara, que tenían algo de la -pátina que da el sol de Andalucía á las columnas y á otros monumentos -artísticos. Su cuerpo, sin corsé ni miriñaque, se dibujaba bajo los -pliegues del percal, tan gallardo y airoso como el de Diana cazadora.</p> - -<p>—Todo cuanto ha dicho V.—contestó el Doctor,—me parece la discreción -misma. Sólo hay un mandato, pues sus insinuaciones son mandatos para mí, -que creo que no podré cumplir.</p> - -<p>—¿Y cuál es ese mandato?</p> - -<p>—Que me olvide de que es V. mujer. Ese es un mandato imposible. Es V. -mujer, y mujer muy bonita, y V. misma lo siente y lo sabe.</p> - -<p>Las rosas marchitas que Rosita había arrancado de sus cabellos y tirado -al suelo, estaban entre las manos del Doctor.</p> - -<p>—Estas rosas—dijo,—más bien que de haber sido cortadas, se han -marchitado de envidia de esa cara tan graciosa. Yo las he de guardar -como recuerdo.</p> - -<p>—¡Qué bobería!—dijo Rosita.—¿Para qué ese recuerdo? ¿No vamos á -vernos diariamente?<span class="pagenum"><a name="page_014" id="page_014"></a>{14}</span></p> - -<p>—Sí; pero ¿y de día? ¿Y cuando no nos veamos?</p> - -<p>—Dé V. acá esas cosas—dijo Rosita; y se las arrancó al Doctor de entre -las manos y las echó muy lejos de sí.—Para recuerdo, ya que V. necesita -recuerdo á fin de no olvidarme, yo le daré otro mil veces mejor.</p> - -<p>Abriendo, al decir estas palabras, un poco el pañolito de seda que tenía -sobre el pecho, metió la mano Rosita y sacó un escapulario de la Virgen -del Carmen que llevaba pendiente y oculto en aquel sitio.</p> - -<p>—Tome V. este escapulario y guárdelo como recuerdo mío. Está bordado -por mí y bendito por el señor Obispo. Bese V.</p> - -<p>Y le puso el escapulario en la boca para que le besase.</p> - -<p>El Doctor le besó con la mayor devoción, notando que conservaba aún el -grato calor de quien se le daba.</p> - -<p>En estos coloquios se pasó el tiempo hasta que dieron las once.</p> - -<p>Jacinta, auxiliada por Respetilla, sirvió entonces la cena á los cuatro -señoritos, echando los manteles sobre una mesa que había en medio de la -sala, y trayendo cubiertos, vasos y una limeta de vino añejo. La cena -consistía en un plato de lomo de cerdo, conservado en manteca y bien -aliñado, y en otro plato de espárragos trigueros en salsa, con<span class="pagenum"><a name="page_015" id="page_015"></a>{15}</span> huevos -estrellados encima. De postres, higos, pasas, peros y arrope.</p> - -<p>En la cena reinó la mayor alegría; la conversación volvió á ser general; -la limeta, que era de cristal y triple que una botella ordinaria, se fué -quedando vacía; y ya cuando los señoritos estaban en los postres, -Jacintica y Respetilla se sentaron patriarcalmente en la misma mesa y -dieron fin de cuanto había quedado.</p> - -<p>Á poco volvió de arrullar á su tórtola el Escribano y rico propietario -D. Juan Crisóstomo Gutiérrez; y alegrándose mucho de ver á sus hijas en -tan buena compañía, hizo mil cumplimientos al Doctor Faustino.</p> - -<p>Á las doce terminó la tertulia, y se retiró el Doctor á su casa, seguido -de Respetilla, su escudero.</p> - -<p>Durante seis noches más siguió el Doctor acudiendo á la casa, cenando -con las hijas del Escribano, y formando con Rosita uno de los tres dúos -en que la tertulia estaba dividida.</p> - -<p>En la séptima noche, nos permitiremos oir parte del coloquio entre -Rosita y D. Faustino. Poco antes de las once, hora de la cena, hablaban -ambos de este modo en un rincón de la sala:</p> - -<p>—Ya que te empeñas, te tutearé—decía Rosita:—pero soy tan distraída, -que temo que he de tutearte en público. ¿Qué dirá entonces la gente?<span class="pagenum"><a name="page_016" id="page_016"></a>{16}</span> -Vaya, que digan lo que digan. Yo te tuteo..... ¿Y el escapulario, le -llevas siempre?</p> - -<p>—Aquí le llevo—contestó el Doctor,—sobre el pecho, por debajo de toda -la ropa.</p> - -<p>—¿Me quieres mucho?</p> - -<p>—Con toda el alma.</p> - -<p>—Mira, Faustino, querámonos así; pero no nos preguntemos cómo nos -queremos. Hay un encanto en quererse sin saber cómo, que se desharía si -nos obstinásemos en definir este afecto. ¿Es amistad? ¿Es amor? ¿Qué es?</p> - -<p>—Es todo. Es algo de indefinible y poético—contestó D. -Faustino.—Ignoro cómo te quiero, pero sé que te quiero.</p> - -<p>—Pues abandonémonos á ese sentimiento indefinible, sin averiguar lo que -sea en lo presente—dijo Rosita,—sin preveer á dónde nos lleva en lo -porvenir. ¿No hemos convenido en que somos dos ermitaños, aunque algo -diabólicos; dos penitentes de extraña condición? Pues bien: yo he oído -contar de otros dos penitentes que se encontraron una vez en un frondoso -bosque, desierto y florido, por donde corría un río de claras ondas. -Atada á la margen estaba una ligera y frágil barquilla. Los ermitaños -tuvieron el valor de embarcarse, de desatar la barquilla y de -abandonarse á la corriente, sin saber á dónde los llevaba.—¿Sabes á -dónde fueron?<span class="pagenum"><a name="page_017" id="page_017"></a>{17}</span></p> - -<p>—¿Pues no lo he de saber?—respondió el Doctor.—Fueron al Paraíso -terrenal. El querubín que le guarda con una espada de fuego, ó estaba -dormido ó los quería bien, y no se opuso á su entrada, y entraron, y se -regalaron allí como unos bienaventurados que eran.</p> - -<p>—Veo que sabes la historia lo mismo que yo.</p> - -<p>—Y dime, Rosita, ¿por qué no hemos de tener igual valor y confianza que -los otros ermitaños? ¿Por qué no nos hemos de embarcar en la barquilla y -dejarnos llevar de la corriente?</p> - -<p>—Allá veremos—replicó Rosita.—Eso es para pensado. Por lo pronto no -estamos mal. Nos hallamos en el bosque frondoso, en el florido desierto, -á orillas del río de ondas claras. ¿No es ya bastante regalo? ¿No te -contentas? Anda, ermitaño insaciable, ten calma. Oye cantar los -pajaritos en el bosque, contempla las florecillas, sueña arrobado -mirando cómo va corriendo el agua con manso murmullo, coge alguna -campanilla ó violeta de las que brotan á la orilla del río, y no pienses -aún en lanzarte á la navegación, ni pidas Paraíso, como quien no pide -nada. Pues qué, ¿vale tan poco lo presente? El Paraíso mismo, ¿no tiene -precio, para querer llegar á él sin más ni más? Y el querubín, ¿no podrá -oponerse á que entremos?</p> - -<p>—No hay más querubín que tú. Tú eres á la vez ermitaño, querubín y -Paraíso.<span class="pagenum"><a name="page_018" id="page_018"></a>{18}</span></p> - -<p>Á este punto llegaban, cuando Jacintica los interrumpió, llamándolos á -la cena, que estaba ya dispuesta. La conversación tuvo que hacerse -general. Aquella noche fué más animada que nunca. Jacintica y Respetilla -se sentaron á la mesa sin ceremonia, poco después de los señoritos. Hubo -gran tiroteo de chistes y de bolitas de pan. Respetilla, que tenía mil -habilidades, lució algunas de ellas: cantó como el gallo, ladró como el -perro, maulló como el gato, zumbó como la abeja y la mosca, rebuznó como -el burro, é imitó los brincos y movimientos de la rana y del mono. -Jacintica, que remedaba muy bien á las personas, puso en caricatura á -varias de las más conocidas en el lugar. Hasta D. Jerónimo, aunque era -formalísimo, se salió algo de quicio, y procuró contar dos ó tres -cuentos; pero todos eran sabidos, y, como por allá se dice, se los -<i>espachurraron</i> con alboroto y risa. Rosita, por último, viendo á todos -tan amenos y alegres, y considerando que estaban en el mes de Mayo, -propuso una expedición á la magnífica casería que tenía su padre en la -Nava.</p> - -<p>Los tertulianos aprobaron y aplaudieron con frenesí.</p> - -<p>—Iremos mañana mismo,—dijo Rosita.—Estas cosas, si se retardan, no se -hacen. Saldremos de aquí á las tres. Á las tres de la tarde, todos á -caballo, á mulo ó á burro, en la puerta de casa.<span class="pagenum"><a name="page_019" id="page_019"></a>{19}</span></p> - -<p>—No faltaremos,—contestó el Doctor.</p> - -<p>—No faltaremos,—repitieron los otros.</p> - -<p>Cuando llegó, á poco, el Escribano, Rosita le dió parte del proyecto, y -el Escribano le aprobó.</p> - -<p>—Claro está, papá—añadió Rosita,—que tú vendrás acompañándonos.</p> - -<p>—Pues ¿cómo había de ser de otra suerte?—dijo D. Juan Crisóstomo.</p> - -<p>—Iremos—prosiguió Rosita,—todos los que estamos aquí, y además, papá -me permitirá que yo convide á una amiga mía.</p> - -<p>—Haz como quieras.</p> - -<p>—Pues, entonces convidaré á Elvirita, y seremos ocho. Buen número, ¿no -es verdad?</p> - -<p>—¡Buen número!—exclamó Respetilla.—No hay más que pedir. ¿Qué mejor -apaño?</p> - -<p>Con estas profundas y filosóficas exclamaciones de Respetilla terminó -cuanto de importante se dijo aquella noche en la tertulia de los tres -dúos, y los tertulianos se separaron hasta el día siguiente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_020" id="page_020"></a>{20}</span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_021" id="page_021"></a>{21}</span></p> - -<h2><a name="XVI" id="XVI"></a> -<img src="images/ill_pg_021.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XVI.</h2> - -<p class="chead">EL PARAÍSO TERRENAL</p> - -<p>Alguien pensará quizás que, estando de por medio los amores poéticos del -Doctor con su <i>inmortal amiga</i>, había mucho de profanación y de miseria -humana en enredar con Rosita, la hija del Escribano usurero, otros -amores bastante vulgares. El Doctor pensaba lo mismo, sobre todo cuando -no estaba bajo la influencia de Rosita. Cuando hablaba con ella, era el -Doctor hombre perdido. Desde la cumbre serena y clara de las sublimes -especulaciones se precipitaba y hundía en un abismo tenebroso.</p> - -<p>¿De qué le valía meditar teóricamente en las cosas eternas, en lo -permanente y absoluto, en el origen, destino y último fin de lo creado, -si en la práctica venía á caer en ser un camarada de Respetilla y de D. -Jerónimo, con quienes hacía no ya <i>partida cuadrada</i>, sino partida -cúbica ó casi cúbica?<span class="pagenum"><a name="page_022" id="page_022"></a>{22}</span></p> - -<p>No pocas razones hallaba el Doctor para disculparse, algunas de las -cuales no estará de más consignar aquí. María, la <i>amiga inmortal</i>, era -sin duda una mujer que le amaba de un modo noble; pero el Doctor, en -vista de que ella misma se había descubierto y se había mostrado sin -ningún prestigio de elevación y tan envuelta en la realidad impura, no -podía convertirla en una como diosa, en un símbolo de todo lo santo y lo -bueno: no podía hacer de ella lo que Dante de Beatriz y Petrarca de -Laura. Exigir además amor exclusivo y fiel, aun siendo posible el -endiosamiento del ser amado, era empeño superior á nuestra condición -terrenal, ocultándose como el ser amado se ocultaba. El propio Dante -había tenido mil prosaicos extravíos, á pesar de Beatriz, y Petrarca, á -pesar de Laura, no se había descuidado tampoco.</p> - -<p>El Doctor, por otra parte, aunque amaba lo ideal, no estaba muy seguro -de lo que fuese, porque de nada estaba seguro.</p> - -<p>—Si lo que amo y quiero amar está abstraído, sacado por mí de lo real, -como si fuera una esencia ó un espíritu destilado ó más bien evaporado -en el alambique del entendimiento, cierto que sería un absurdo dejar la -realidad y la substancia por la apariencia, el vapor y la sombra. Ello -es que no acierto á concebir nada más bello que la forma de una mujer -bella. Si quiero poética ó artísticamente<span class="pagenum"><a name="page_023" id="page_023"></a>{23}</span> representarme á una diosa, á -una ninfa, á una sílfide, á la religión, á la filosofía, tengo que darle -forma de mujer. Verdad es que le quito imperfecciones y que le añado -bellezas, que las mujeres que he visto tal vez no tienen; pero, en lo -esencial, lo que me represento es una mujer. Luego la forma, el ser de -la mujer es lo más hermoso, deseable, poético y artístico que puede -concebir y amar el hombre.</p> - -<p>En cuanto á las perfecciones y á las imperfecciones, también había mucho -que dilucidar. El Doctor abrió una vez el libro del orador romano, <i>De -natura deorum</i>, donde se toca magistralmente este punto, y halló que -hasta los lunares de Rosita pudieran pasar por divinas perfecciones. El -poeta Alceo estuvo perdidamente enamorado de un lunar: ¿por qué no había -él de enamorarse de dos lunares?</p> - -<p>Hechos estos estudios filosóficos, el Doctor, si bien creyó ver en el -retrato de la coya ciertas miradas severas, desechó los escrúpulos que -le asaltaban y se decidió á imitar á su modo al ermitaño de la leyenda, -entrando en la barquilla y dejándose llevar de la corriente.</p> - -<p>Doña Ana sabía ya las visitas de su hijo en casa del Escribano, y estaba -contrariada; estaba como sobre ascuas. Era duro exigir de un joven que -se enterrase en vida, que no tratase con nadie. De<span class="pagenum"><a name="page_024" id="page_024"></a>{24}</span> tratar con alguien -en Villabermeja, era evidente que lo más <i>comm’il faut</i>, <i>la high life</i> -legítima, el verdadero mundo <i>fashionable</i> residía en la tertulia de las -Civiles. Y, sin embargo, Doña Ana (tan cogotuda la había hecho Dios) se -avergonzaba de que su hijo cenase con las Civiles y las tratase -familiarmente, y se asustaba previendo mil compromisos y enredos. Algo -de esto expuso á su hijo con notable circunspección y prudencia; pero -todo fué inútil. Á la hora convenida, el Doctor, caballero en su jaca, y -Respetilla en su mulo, estaban á la puerta de las Civiles para ir á la -gira campestre.</p> - -<p>Rodeada de multitud de chiquillos, salió y se puso en marcha la -expedición. El Escribano y don Jerónimo iban en sendas mulas con -aparejos redondos. Rosita á caballo, á la inglesa, con traje de amazona -hecho en Málaga. Y por último, Ramoncita, Elvirita y Jacintica iban en -burros con jamugas. Resultaba, pues, que Rosita y el Doctor, que iban al -lado la una del otro, parecían los reyes de aquella pompa, y los demás -el séquito ó comitiva. Aquello era lo que vulgarmente se titula dar una -gran campanada. El lugarcillo se alborotó. Todas las mujeres salían á -las ventanas para ver pasar á las Civiles y al Doctor Faustino, que -desempedraban las calles. Se diría que era el triunfo de Rosita, que iba -luciendo á su cautivo enamorado.<span class="pagenum"><a name="page_025" id="page_025"></a>{25}</span></p> - -<p>Durante todo el viaje Rosita fué delante siempre con el Doctor al lado, -el cual le daba la derecha, mientras la anchura del camino lo consintió.</p> - -<p>No hacía ni calor ni frío. El tiempo era hermosísimo.</p> - -<p>Por medio de viñas y olivares fueron subiendo la falda de uno de los -cerros que tanto limitan el horizonte bermejino. Á la media legua no se -veía á un lado y otro ni planta ni hierba alguna, sino piedras enormes. -El cerro, casi como cortado á tajo, era una masa de áridos peñascos, sin -capa vegetal. Formando mil revueltas, se prolongaba el camino, que más -que camino pudiera calificarse de escalera. Sólo caballerías muy -acostumbradas, como las de que se servían nuestros expedicionarios, -podían ir por allí sin venir al suelo y derrocar á los jinetes.</p> - -<p>Cerca de una hora duró esta ascensión dificultosa. El horizonte iba -extendiéndose á medida que subían. Al rayar en lo más alto, se -descubrían desde allí provincias enteras, iluminadas por un sol -refulgente, y claras y distintas, merced á la transparencia del aire, -limpio de nieblas y nubes. Se veían en lontananza Sierra Morena, al -Norte; hacia el Oriente, el picacho de Veleta, cubierto de nieve, y la -serranía de Ronda hacia el Mediodía. Dentro de estos límites, -poblaciones blancas y alegres, caseríos, huertas, viñedos, ríos y -arroyos, bosques de<span class="pagenum"><a name="page_026" id="page_026"></a>{26}</span> olivos y encinas, santuarios célebres en las cimas -de varios cerros, y muchísimos sembrados, que verdeaban entonces con -todo el esplendor de la primavera.</p> - -<p>—¡Bendito sea Dios!—exclamó Rosita.—¡Qué vista tan hermosa!</p> - -<p>—Yo no veo más que á tí—contestó el Doctor.—¿Para qué buscar la -hermosura remota cuando la tengo á mi lado? En tí se cifra todo lo mejor -de la tierra y del cielo. ¿Para qué cansar la mirada y la mente -recogiendo la belleza difusa, y para qué abarcar tanto espacio y cuadro -tan extenso al concebirla toda, si la tengo en tí en compendio y -resumen?</p> - -<p>—Cállate, lisonjero, mentiroso; cállate, que me voy á volver tonta y -presumida con tus elogios. ¿Ves todos esos campos? ¿Ves todas esas -tierras que desde aquí se divisan? Pues en verdad que nada de por sí -vale tanto como la Nava, á donde pronto vamos á llegar. El verdadero -Paraíso terrenal está en la Nava.</p> - -<p>—Donde quiera que estés tú, estará para mí el Paraíso.</p> - -<p>Entre el Doctor y Rosita se cruzaron estas pocas palabras en un momento -en que pudo el Doctor aproximarse á ella. Casi siempre, durante la -subida, tenían que ir uno en pos de otro, pues la senda no tenía anchura -para más, y aspirar á ir dos<span class="pagenum"><a name="page_027" id="page_027"></a>{27}</span> en fondo por allí hubiera sido exponerse á -bajar derrumbados.</p> - -<p>Respetilla, que iba detrás de Jacintica, como no podía tener <i>apartes</i> -con ella, se distraía cantando coplas de playeras muy amorosas. En todo -era Respetilla jocoso, menos en esto de cantar las playeras. Las cantaba -con mucho sentimiento. Era un gemido prolongado que ansiaba llegar al -cielo; era un suspiro melodioso que traspasaba los corazones. Así iba -cantando entre otras coplas:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i0">Cuando yo me muera<br /></span> -<span class="i0">Dejaré encargado<br /></span> -<span class="i0">Que con una trenza<br /></span> -<span class="i0">De tu pelo negro<br /></span> -<span class="i0">Me amarren las manos.<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Esta oración jaculatoria, esta melancólica saeta hería sin duda el alma -de la divinidad á quien se dirigía, que no era otra sino Jacintica; mas -no por eso dejaba de agradar á los demás oyentes. No hay nada que, en -medio del campo, en la soledad de un camino, cuando se va andando paso á -paso, tenga mayor hechizo que una copla de playeras bien cantada.</p> - -<p>Por último, llegaron todos á lo alto. Un hermoso espectáculo se ofreció -entonces á sus ojos.</p> - -<p>Aquellos peñascos áridos y desnudos se diría que forman como un enorme -vaso lleno de la tierra<span class="pagenum"><a name="page_028" id="page_028"></a>{28}</span> más fértil. La Nava es una meseta que tendrá -por la parte más ancha dos leguas de extensión. Por unos lados se sube á -la meseta desde terrenos más bajos; por otros, se levantan soberbios -montes, desde donde descienden varios arroyos abundantes, que fertilizan -aquel lugar delicioso. En las laderas, que se inclinan hacia la Nava, -hay viñas, almendros, acebuches y encinas; en la misma Nava, prados -cubiertos de hierba y de mil géneros de flores silvestres. Los arroyos -se han abierto cauce, al parecer sin que intervenga la mano del hombre, -y en sus orillas y cerca de sus orillas se han formado sotos frondosos, -donde resplandecen los alisos, los álamos blancos y negros, los fresnos -y los mimbrones. Cuando un arroyo hace remanso, crecen los juncos, las -espadañas y la juncia; y por todas las orillas embalsaman el ambiente -los mastranzos, el toronjil y la mejorana.</p> - -<p>Florecía entonces todo en los prados, merced á la primavera; y sobre el -fondo verde de la hierba fresca y tierna lucían, cual rico esmalte ó -cual bordado primoroso, las nigelas azules, los lirios morados, la -salvia purpúrea, la amarilla gualda y las blancas margaritas.</p> - -<p>Otras mil flores y plantas brotaban espontáneamente por toda aquella -llanura y al borde del sendero por donde iban ya caminando el Doctor y -Rosita. Las marimoñas y las mosquetas se podían<span class="pagenum"><a name="page_029" id="page_029"></a>{29}</span> segar; las adelfas -arbóreas empezaban á abrir sus capullos y mostrar el color sonrosado de -sus más tempranas flores, y el romero y el tomillo perfumaban el aire -puro.</p> - -<p>Buscando sombra y frescura, habían acudido allí mil linajes de pájaros, -como pitirojos, vejetas, oropéndolas, verderoles, gorriones y jilgueros, -los cuales parecía con sus trinos que saludaban á los recién llegados.</p> - -<p>Rosita estaba entusiasmada de todas aquellas bellezas y muy satisfecha -de mostrar á D. Faustino los encantos de los dominios de su papá, en los -cuales ya habían entrado. Aunque gentes de otros lugares tenían fincas -en la Nava, la mejor y más grande era la del escribano D. Juan -Crisóstomo Gutiérrez.</p> - -<p>Poseía éste, en las laderas contiguas á aquel llano, muchas fanegas de -majuelo, que estaban á la sazón binando más de cincuenta hombres que -habían venido de varada; y en la misma meseta, muchos prados, donde -tenía toros bravos, vacas, novillos, ovejas y carneros. El Escribano -había asimismo circundado de un seto vivo de granados, zarzamora y -lentisco un buen espacio de tierra, donde tenía un huerto con frutales y -muchas legumbres. Á la entrada del huerto se parecía la casa de campo, -capaz, limpia y bonita. Allí había bodegas, lagar, tinado para los -bueyes, y algunas habitaciones cómodas para los señores.<span class="pagenum"><a name="page_030" id="page_030"></a>{30}</span></p> - -<p>La placeta, que se extendía delante de la fachada, estaba empedrada de -redondas chinitas ó piedrezuelas, formando dibujos con sus varios -colores, como si fuese un rústico mosaico, y todo alrededor había -higueras, nogales, floridas acacias y una multitud de rosales de todos -géneros, llenos entonces de rosas blancas, rojas y amarillas.</p> - -<p>Una torre de la casería servía de palomar, y las mansas palomas bajaban -á la placeta y venían casi á posarse sobre las personas, y á tocarse los -picos y á arrullarse allí sin el menor recelo. Multitud de golondrinas -habían formado sus nidos entre las tejas salientes y el muro de la -casería. Aficionadas á la sociedad humana, las golondrinas prorrumpieron -en jubilosos chirridos cuando llegaron Rosita, el Doctor y los demás de -la expedición.</p> - -<p>La casera, el casero y sus hijos salieron á recibirlos y á tener las -caballerías, que llevaron á los pesebres.</p> - -<p>Ya todos á pie, se formaron cuatro parejas, asidas de los brazos, y se -fueron á ver el huerto, que era precioso. Aún no había más fruta que -alguna fresa; pero el lozano y pródigo florecimiento de mil frutales, -como cerezos, manzanos, membrillos y albaricoqueros, prometía abundante -cosecha. Quedaban algunas violetas tardías, que era la flor de que más -gustaba Rosita, y en busca de las violetas se fué Rosita con el Doctor á -los umbríos,<span class="pagenum"><a name="page_031" id="page_031"></a>{31}</span> donde, penetrando poco los rayos del sol, se mantenía más -fresca la tierra y consentía que las violetas durasen.</p> - -<p>Allí dijo el Doctor á su compañera:</p> - -<p>—Todo esto es amenísimo, hechicero; mas, si tú no me amas, me parecerá -horrible.</p> - -<p>—¿Pues no te he dicho que te amo?—contestó Rosita.</p> - -<p>—No basta decirlo—replicó el Doctor.—Mira tú cómo se aman todos los -seres en esta venturosa estación. Imítalos amando. El aire que se -respira parece un filtro de amor, y en todos, menos en tí, obra sus -mágicos efectos.</p> - -<p>—Déjame ahora tranquila—contestó Rosita.—¿No puedes gozar de la -felicidad presente, ambicioso, inquieto, anhelante de mayor bien? Oye, -Faustino: yo no soy calculadora; yo no reflexiono mucho cuando me mueve -la voluntad algún poderoso estímulo; pero un pensamiento triste me -conturba á veces. Imagínate que estamos á orillas de aquel río -misterioso de que habla la leyenda; que esta acequia, que riega el -huerto, es ese río; que esta hoja seca, que está cerca de la margen, es -la barquilla que nos convida á aventurarnos en la corriente, y que ya -nos hemos aventurado. ¿No será posible que nos castigue el cielo, y que -en vez de ir al Paraíso terrenal vayamos á caer en un precipicio?<span class="pagenum"><a name="page_032" id="page_032"></a>{32}</span></p> - -<p>—Cruel—dijo el Doctor,—si tú me amases no pensarías tanto en lo -futuro: reconcentrarías tanta felicidad en el momento presente, que -bastaría con ella á llenar todos los siglos. ¿Qué martirio, qué -desengaño, qué mal, que viniese más tarde, podría igualar la ventura de -ahora?</p> - -<p>Así se explicaba el Doctor cuando D. Juan Crisóstomo y Elvirita llegaron -al sitio en que estaban. Luego vinieron también las otras dos parejas, y -todas juntas rieron y charlaron.</p> - -<p>La hora del crepúsculo fué encantadora en aquel sitio. Las flores dieron -más perfume; el aire se llenó de más grata frescura; los pájaros -despidieron al sol, que se sepultaba entre nubes de carmín y oro, con -trinos y gorjeos más amorosos y suaves.</p> - -<p>Volvieron al tinado los bueyes y las vacas, y al corral, que servía de -aprisco, los novillos más tiernos y muchas ovejas con sus recentales. -Los cincuenta hombres que habían estado binando se vinieron á la -casería, con el aperador á la cabeza. Todos traían las azadas al hombro, -menos el aperador, que llevaba la vara, signo de su autoridad y como -bastón de mando con que dirigía las faenas agrícolas. De la vara, sin -duda, proviene que cuando van jornaleros á una finca distante de la -población y duermen en ella, durante algunos días, hasta que terminada -la obra vuelven al lugar, se diga que van de varada.<span class="pagenum"><a name="page_033" id="page_033"></a>{33}</span></p> - -<p>La varada debía terminar al día siguiente. Los cincuenta hombres aún -dormían aquella noche en la casería, donde tenían para dormir una cámara -espaciosa.</p> - -<p>Todo era, pues, animación y bullicio rústico en la puerta y placeta de -la casería, cuando llegó la noche. Con la venida de los amos no pudo -menos de prepararse una gran fiesta. La noche convidaba á ello. El cielo -despejado dejaba que la luna y las estrellas derramasen su luz pálida -sobre todos los objetos, orlando los árboles con perfiles de plata y -difundiendo por donde quiera una incierta y vaga claridad. Los -ruiseñores cantaban en la espesura; los arroyos murmuraban con cierta -monotonía, y lo apacible y regalado de la noche convidaba á tomar el -sereno.</p> - -<p>Pronto se improvisó un magnífico baile en la ya descrita placeta. Entre -los jornaleros había dos que habían traído guitarras y que las tocaban -bien, no sólo de rasgueado, sino de punteo. Cantadores sobraban, y no -faltaba por cierto gente que bailase. La casera que era joven, las -Civiles y Elvirita y Jacinta gustaban todas del fandango. Los jornaleros -más ágiles bailaron con ellas; pero ni D. Juan Crisóstomo, ni D. -Jerónimo, ni el propio Doctor, á pesar de toda su gravedad filosófica, -pudieron excusarse de dar unos cuantos brincos y de hacer dos ó tres -docenas de piruetas y mudanzas.<span class="pagenum"><a name="page_034" id="page_034"></a>{34}</span></p> - -<p>Respetilla estuvo inspirado, sobre todo hacia lo último de la función, -porque en medio de ella todos cenaron corderos en caldereta, guisados -por los pastores, con lo cual se despilfarró el Escribano, cocina de -habas con cornetillas picantes, y un salmorejo rabioso de puro -salpimentado. Con estos llamativos de la sed nadie desdeñó el vino de -las bodegas de la casería, que circuló con profusión en jarros para los -jornaleros y criados, y en vasos, para los señores. Con el jaleo, -regocijo, confusión y general tremolina, Rosita y el Doctor pudieron -decirse cuanto quisieron. El Escribano se puso alegre, y Respetilla -recitó muy bien, y sin esforzarse, la relación del borracho que habla -con su novia, y recitó además la relación de <i>El Ganso de la -botillería</i>.</p> - -<p>Para que nada faltase, hubo juegos, que Respetilla sabía dirigir y aun -componer admirablemente. Por <i>juegos</i> se entienden algo como -representaciones dramáticas, en su forma más ruda. Los actores son -cómicos y poetas á la vez, y cada uno inventa lo que dice. Uno solo, y -aquella noche lo fué Respetilla, es el que dirige y compone el argumento -y plan del drama.</p> - -<p>Dos juegos ó dramas hizo y representó Respetilla aquella noche: uno -histórico y otro fantástico. Versaba el histórico sobre las burlas que -la reina María Luisa hacía á muchas personas, porque era<span class="pagenum"><a name="page_035" id="page_035"></a>{35}</span> muy chistosa y -amiga de burlas. Solo Quevedo puede y sabe más que la reina en esto de -burlar, y acaba por hacer á la reina una burla más aguda, con lo cual -quedan las otras vengadas. En este juego hizo Jacintica de reina María -Luisa, y Respetilla de Quevedo.</p> - -<p>El otro juego fué más común y ordinario; fué de los que más se usan en -las caserías y cortijos. El protagonista es un jornalero decidor, -enamorado, valeroso y algo borracho; en suma, un Don Juan Tenorio -plebeyo. Respetilla hizo este papel. Nuestro héroe, aunque comete -doscientas mil insolencias, se gana la voluntad de San Pedro, de San -Miguel ó de otro santo; y cuando viene el diablo en su busca para -llevárselo al infierno, hace que el diablo pase la pena negra y se mofa -de él á casquillo quitado. Para diablo se busca siempre en estos juegos -al más bobo que se puede hallar en toda la compañía. Aquella noche -había, por fortuna, uno muy bobo, y Respetilla hizo reir á su costa, -obligándole á salir dando bramidos, con unas trébedes en la cabeza, como -corona del monarca del abismo, á cuatro patas, todo tiznado con hollín -de la chimenea, y luciendo en cada pie de las trébedes un trapo mojado -en aceite y encendido como una antorcha.</p> - -<p>Todos rieron y celebraron mucho lo mortificado, vejado y rendido que -quedó el diablo en aquella contienda.<span class="pagenum"><a name="page_036" id="page_036"></a>{36}</span></p> - -<p>Con esta representación diabólica terminó la función.</p> - -<p>En la casa había cuartos de sobra para los señores, y todos fueron á -acostarse, á su cuarto cada uno, á fin de levantarse temprano y ver -amanecer en la Nava.</p> - -<p>D. Faustino estaba tan embelesado de la fiesta del campo, de aquellas -escenas primitivas y agrestes, y sobre todo de Rosita, que se creyó -trasladado á la Edad de oro; se olvidó de sus ilustres progenitores de -Mendozas, de la coya y hasta de María, y se tuvo por un pastor de -Arcadia y tuvo á Rosita por su pastora.</p> - -<p>Á la mañana siguiente salieron todos á caballo á recorrer la Nava, á ver -los toros y á visitar el majuelo, donde los trabajadores terminaban ya -la bina.</p> - -<p>El Doctor iba al lado de Rosita, como encadenado por el amor y la -gratitud. Rosita parecía una reina que mostraba su favorito á los demás -vasallos. Parecía la reina de Cilicia, Epiaxa, pasando revista con el -joven Ciro á los bárbaros y á los griegos, ó Catalina II presentando á -Potemkin á toda su corte.</p> - -<p>Por la tarde volvieron los señores al lugar. Los jornaleros, que habían -ido de varada, volvieron también, y no quedó casa en que no se refiriese -y comentase el triunfo de Rosita.<span class="pagenum"><a name="page_037" id="page_037"></a>{37}</span></p> - -<p>Por la noche se suprimió la tertulia de los tres dúos. Á la puerta de la -casa del Escribano se despidieron todos.</p> - -<p>—¡Adiós, hasta mañana!—dijo Rosita al Doctor.</p> - -<p>—¡Adiós, bien mío!</p> - -<p>—¿Me querrás siempre? ¿Estás contento de mí? ¿Eres dichoso?—añadió -Rosita en voz baja.</p> - -<p>D. Faustino le apretó la mano con efusión y contestó:</p> - -<p>—Te adoro.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_038" id="page_038"></a>{38}</span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_039" id="page_039"></a>{39}</span></p> - -<h2><a name="XVII" id="XVII"></a> -<img src="images/ill_pg_039.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XVII.</h2> - -<p class="chead">MÁS PUEDEN CELOS QUE AMOR</p> - -<p>El Doctor, de vuelta á su casa, fué á ver á su madre y le dió el gusto -de estar de conversación y de cenar aquella noche con ella, de lo cual -la tenía muy deseosa, por acudir á la tertulia de las Civiles.</p> - -<p>Después de la cena, y retirada el ama Vicenta, que la servía, Doña Ana y -su hijo hablaron de sus negocios, nada florecientes, y al cabo dijo Doña -Ana:</p> - -<p>—Mal estamos, hijo mío; pero te aseguro que hoy me arrepiento de que no -te hayas ido á Madrid, y sueño con buscar medio de que te vayas, aunque -sea empeñándonos más.</p> - -<p>—¿Y por qué, madre mía, quiere V. ahora alejarme de sí?<span class="pagenum"><a name="page_040" id="page_040"></a>{40}</span></p> - -<p>—Voy á decírtelo claro, sin andar con rodeos, como una madre debe -hablar á su hijo: porque tus relaciones con Rosita me traen -sobresaltada.</p> - -<p>—¿He de vivir como en un desierto, sin tener relaciones con nadie?</p> - -<p>—Tienes razón. Yo debí pensar en eso, y, no ya detenerte, sino -estimularte para que te fueses de este lugar. Aquí tenías que -avillanarte por fuerza.</p> - -<p>—Madre, esa palabra es muy dura. ¿En qué y por qué me he avillanado?</p> - -<p>—Faustino, no creas que te culpo; casi te excuso. Conozco que no habías -de vivir, en la flor de tu edad, como vive un anacoreta. Sólo un fervor -de religión, que por desgracia no tienes, podría haber hecho tal -milagro. Los hombres, ó por educación ó por naturaleza, carecéis del -santo pudor; carecéis del estímulo de quien cifra en el recato la honra, -que es lo que salva á las mujeres.</p> - -<p>—Aun así, madre mía—dijo el Doctor,—no todas las hermanas de mis -abuelos, cuando tuvieron hermanas, acabaron por meterse monjas, á fin de -no emparentar con gente baja y deslustrar el brillo de nuestra familia. -Algunas se casaron con arrieros enriquecidos, con labriegos dichosos y -con afortunados contrabandistas. Parientes tenemos por este lado entre -lo más ruín del lugar.</p> - -<p>—Lo sé, hijo mío; pero sé también que ningún López de Mendoza, ningún -varón de tu casta, desde<span class="pagenum"><a name="page_041" id="page_041"></a>{41}</span> hace siglos, se ha casado jamás con mujer que -no sea de su clase. ¿Serás tú el primero?</p> - -<p>—Y á V., madre mía, ¿quién le ha dicho que yo me voy á casar?</p> - -<p>—Pues entonces, ¿á qué esas visitas? ¿Á qué esos amores? ¿Me negarás -que los hay? ¿Qué fin, qué desenlace van á tener?</p> - -<p>Don Faustino se puso rojo como la grana y bajó los ojos al suelo, -guardando silencio.</p> - -<p>—Todo me lo explico—prosiguió Doña Ana;—pero has caído en un error -harto peligroso; no has comprendido los mil inconvenientes de tu -conducta. Quiero prescindir del pecado, de la vergüenza, del escándalo -de unas relaciones amorosas que no se piensa en que tengan por término -el matrimonio. Quiero suponer, además, que esa Rosita es tan descocada y -sin decoro que te acepta por amigo, y que no piensa siquiera, por amor á -su libertad y por seguir siendo señora de sí misma, de su casa y de sus -bienes, en convertir á su amigo en dueño y marido legítimo. Todo esto -quiero suponer. ¿Has reflexionado tú el papel que vas á hacer, el papel -que probablemente estás ya haciendo?</p> - -<p>Don Faustino entrevió todo el peso de la acusación de su madre. Se -sintió abrumado bajo él. No contestó palabra.</p> - -<p>—Los vicios de un caballero—prosiguió Doña Ana,—no dejan de serlo -aunque sean de un caballero;<span class="pagenum"><a name="page_042" id="page_042"></a>{42}</span> pero aún es mayor dolor cuando se llega á -ser vicioso sin nobleza y sin hidalguía.</p> - -<p>—V. se propone martirizarme. V. está afrentándome, madre. ¿Qué pretende -V. decir con eso?</p> - -<p>—No, hijo de mis entrañas: tu madre, que te ama, no puede afrentarte, -diga lo que diga. Si mi voz es hoy harto severa, acalla tus pasiones, -oye en silencio la voz de tu conciencia, y lo será más aún. Lo que yo -quiero significar (estamos solos y voy á hablarte con crudeza) es que si -tu mocedad te incitaba á tener amores groseros y vulgares, hubiera sido -menos indigno, menos impropio de un caballero, buscarlos en una mujer -pobre, de lo más infeliz del pueblo, á quien, sin engañarla nunca con -necias esperanzas, hubieras en cierto modo elevado hasta tí: cuya -miseria hubieras socorrido. Aunque pobre y empeñado, todavía podías -permitirte este lujo en nuestro miserable lugar. Ante Dios hubieras -cometido un pecado gravísimo; para los hombres hubiera sido un -escándalo; pero sobre el escándalo y el pecado no hubiera venido la -humillación, como viene ahora. La hija del Escribano usurero es rica, te -agasaja, te lleva á sus posesiones, te muestra á sus criados como si tú -fueses su criado favorito, su Gerineldos, su... chulo. No falta ahora -más sino que digan por ahí que te mantiene, ó que te mantenga en efecto.</p> - -<p>Tal vez un orgullo aristocrático desmedido exageraba<span class="pagenum"><a name="page_043" id="page_043"></a>{43}</span> las cosas; pero en -el fondo había mucho de verdad en lo que Doña Ana estaba diciendo. Don -Faustino lo sentía así: le irritaba la fiereza de expresión y de -sentimientos con que su madre le zahería; pero allá en lo más hondo de -su conciencia se declaraba culpado.</p> - -<p>—Los jornaleros que han estado binando en la Nava—prosiguió la -tremenda matrona rondeña,—vuelven contándolo todo según su estilo. Todo -ha llegado á mis oídos como lo cuentan. La señorita Doña Rosa Gutiérrez -te obsequia, te favorece, te regala, te encumbra hasta ella, te elige -por su favorito, te luce como pudiera lucir un brinquillo, se muestra -espléndida por tu causa, dando á todos para cenar cordero y vino -generoso; en fin, aparece á los ojos de todos como reina ó emperatriz -que saca de la nada á uno de sus vasallos, porque le ha caído en gracia.</p> - -<p>Los que hayan vivido en una aldea y conozcan sus usos y costumbres, -comprenderán el furor de Doña Ana, dado su carácter. La malicia de los -campesinos es sin piedad; y cuantos habían visto á Don Faustino y á -Rosita en la Nava habían vuelto explicando aquellos amores del modo que -Doña Ana decía. Por el ama Vicenta y por otros criados sabía Doña Ana -los comentarios lugareños, y estaba fuera de sí, herida en lo más -sensible de su alma: en su orgullo aristocrático y en su amor de madre.<span class="pagenum"><a name="page_044" id="page_044"></a>{44}</span></p> - -<p>Consternado el Doctor, permanecía silencioso y con la cabeza baja.</p> - -<p>—Créeme, hijo mío, es muy cruel para tu madre lo que está -sucediendo—prosiguió Doña Ana.—Ya te consideran todos en el lugar como -el amigo, el protegido de la hija del Escribano. Esta gente soez imagina -que tú eres para Rosita algo parecido á lo que el vulgo de Madrid -imaginaría de Godoy con relación á una gran señora. En que te tengan por -tal han venido á parar todos nuestros sueños ambiciosos, todas nuestras -ilusiones. Mira qué princesa te tiende la mano y te levanta á su altura. -Mira qué emperatriz te da su privanza, gentil y valeroso caballero. ¿Fué -para eso para lo que te concibió y te parió tu madre?</p> - -<p>Jamás había visto el Doctor á aquella señora tan irritada y violenta. -Quería el Doctor disculparse y hasta vindicarse; mas no acertaba á decir -palabra. En medio de todo, Doña Ana no sospechaba siquiera que las -relaciones entre Rosita y el Doctor estuviesen tan adelantadas. Amores -tan por la posta no cabían en la cabeza de la severa hidalga. Temeroso -Don Faustino, ó de tener que mentir, ó de tener que revelar algo que -molestaría y afligiría más á Doña Ana, seguía callándose, en actitud -humilde.</p> - -<p>Más mitigada la furia con el silencio y la humildad que con la -contradicción ó la apología que el<span class="pagenum"><a name="page_045" id="page_045"></a>{45}</span> Doctor hubiera podido hacer, -continuó Doña Ana en tono menos acre:</p> - -<p>—Ten valor, Faustino. Acuérdate de quién eres. Deja de ir todas las -noches en casa de esas mozuelas. Ve apartándote poco á poco de su trato -y familiaridad. No te digo que rompas de repente, porque no es justo -ofender á nadie. El Escribano, además, es malo para enemigo. En un -instante, si quisiera tomar venganza de tí, podría concitar á nuestros -acreedores, ejecutarnos, hollarnos, perdernos. Pero si tú, sin faltar á -la cortesía, pretextando enfermedad ú ocupaciones, vas dejando de ir á -su casa, ni él ni sus hijas tendrán razón de quejarse. Su venganza se -limitará á alguna burla tonta como la que hacen de mí. Dirán también de -tí que eres brujo; que te tratas, como yo, con el Comendador Mendoza, -con la coya Doña María y con otras almas en pena de nuestra familia.</p> - -<p>—Madre—contestó al fin el Doctor,—nada puedo prometer á V. ahora; -pero no dude que deseo complacerla. Por lo pronto sólo diré que no tengo -yo la culpa de que los jornaleros y las comadres de este lugar -interpreten mis acciones aviesamente. Baste saber que yo no he dado -motivo para la censura acerba que V. ha formulado. Podrá haber habido -imprudencia en mí; pero nada he hecho indigno de un caballero. Si el -Escribano es rico y nosotros somos pobres, tampoco es culpa mía.<span class="pagenum"><a name="page_046" id="page_046"></a>{46}</span> ¿Cómo -quiere V. que me enriquezca en este lugar? Por consejo y excitación de -V. fuí á vistas de mi prima Costanza y salí desairado. No tema V. que, -después de aquel escarmiento, vaya yo por mi iniciativa á buscar, ni en -la hija del Escribano, ni aunque fuera en la hija de un rey, remedio ó -alivio para la pobreza en que vivimos.</p> - -<p>Doña Ana amaba con pasión á su hijo: empezó á sentir que había estado -con él cruel en demasía; el recuerdo del desaire que por culpa suya -había sufrido el Doctor de Doña Costancita le ablandó más el corazón; y -dándose por satisfecha con lo que el Doctor acababa de decir, se levantó -Doña Ana de su asiento, se echó en los brazos de su hijo y le dió muchos -besos, vertiendo á la vez amargo llanto.</p> - -<p>—¡Qué desgracia, hijo mío! ¡Qué desgracia! ¡Somos unos miserables: nos -miran como á unos pordioseros!</p> - -<p>El pobre Doctor consoló á su madre lo mejor que supo y pudo, aunque él -también tenía harta necesidad de consuelo.</p> - -<p>Á poco se retiró Doña Ana á descansar, y el Doctor descendió á sus -habitaciones del piso bajo. Estaba agitadísimo y no quiso meterse en la -cama.</p> - -<p>Respetilla, según costumbre, acudió á desnudarle. Don Faustino le -despidió y se quedó en el salón de los retratos.<span class="pagenum"><a name="page_047" id="page_047"></a>{47}</span></p> - -<p>Don Faustino no pudo ni estudiar, ni escribir, ni leer. Andaba á grandes -pasos por la sala; meditaba y cavilaba con tal exaltación, que á menudo -pronunciaba las palabras que acudían á su mente con las ideas, y -accionaba y manoteaba como un loco.</p> - -<p>—Tiene razón mi madre—decía,—tiene razón... y eso que no lo sabe -todo. Me he comprometido neciamente. Es una embriaguez de los sentidos, -una pasión vulgar la que me ha llevado á tal extremo. ¡Si yo la amara, -si yo la estimara, aunque fuese hija de Satanás, y no ya del Escribano -usurero!... Yo la sacaría del lugar, yo me casaría con ella, yo haría -prodigios para elevarme y conquistar un nombre, una posición, á fin de -que no se dijese que todo se lo debía. Pero ¿la amo acaso? ¿Es esto -amor? La violencia de afectos, el delirio que sentí á su lado, ¿en qué -se parece al amor verdadero? ¡Ah! Yo comprendo el verdadero amor, hasta -le siento... pero sin objeto. Estoy condenado á llevar en el alma, en -embrión, todas las excelencias y virtudes, todas las grandes pasiones, -todos los nobles sentimientos, y no realizo más que lo bajo, lo -pedestre, lo ínfimo, lo truhanesco, como si fuese el hermano menor de -Respetilla. Mi Laura, mi Beatriz, mi Julieta, mi Isabel de Segura, ¿en -quién se han convertido? Y, sin embargo, ella es mejor que yo. Yo soy un -infame, un embustero, un ingrato. Por amor, sea como sea; por amor á su<span class="pagenum"><a name="page_048" id="page_048"></a>{48}</span> -modo, pero ardiente, sincero, generoso, ella me ha mimado, me ha -lisonjeado, me ha regalado, me ha rendido su voluntad, sin condiciones, -sin promesas, con ciego abandono. Y yo, aunque la deseo aún, y aunque el -recuerdo vivo de su ternura conmueve mi ser y le excita á nuevo deleite, -me atrevo á menospreciarla, en virtud de no sé qué pasiones ideales que -no realizaré nunca. Cuando miro el centro de mi alma, el abismo que tal -vez el orgullo abrió allí, me finjo que soy grande como un Dios. Cuando -miro mis actos y los resortes de mi voluntad, que á tales actos me -inducen, se me antoja que soy más vil que un perro.</p> - -<p>D. Faustino se echó en un sillón que estaba junto á un velador, en medio -de la sala. Una sola bujía iluminaba aquel recinto.</p> - -<p>Allí se entregó el Doctor á nuevas, tristes y profundas meditaciones.</p> - -<p>Volvió á mirar en lo más hondo de su alma, y se encontró capaz de toda -grandeza. ¿Por qué, pues, no hacía sino lo que pudiera hacer el más -vulgar y bajo de los hombres? ¿Qué resorte le faltaba?</p> - -<p>El Doctor discurrió entonces que le faltaba la dicha, que era víctima de -una fatalidad. Esta fatalidad sólo con la fe podía romperse; pero el -Doctor no poseía la fe sino á medias. Creía en sí mismo y no creía en -nada exterior que le llamase, moviese y estimulase.<span class="pagenum"><a name="page_049" id="page_049"></a>{49}</span></p> - -<p>El mundo no le ofrecía los triunfos, los sublimes amores, la gloria -pura, las victorias brillantes con que él había soñado y soñaba. El -mundo hasta entonces no había hecho sino trocar algunas de sus ilusiones -en desengaños, y hacerle pagar cualquier deleite efímero, cualquiera -satisfacción de amor propio, con una humillación. El Doctor, por otra -parte, al descender desde las alturas de sus ensueños, de sus esperanzas -y quizás de sus ilusiones; al tratar de dar consistencia á todo aquello -en el mundo real, sólo había logrado rebajarse á sus propios ojos, -hallarse indigno de sí, desfigurar y manchar y afear el ídolo hermoso, -el tipo de perfección que de sí mismo había creado en el seno de su -conciencia, y al que pugnaba por acercarse y por identificarse.</p> - -<p>Lleno del espíritu de nuestro siglo, comprendía que el destino, la -misión del hombre, era realizar en esta vida todas las virtudes, -potencias y facultades de su alma, contribuyendo así al humano progreso, -poniendo su piedra en el monumento de la historia, y completando con su -propio ser, activo, noble y generoso, la dignidad y magnificencia de las -cosas creadas, entre las cuales y sobre las cuales debía descollar y -resplandecer el espíritu, la inteligencia, el fuego divino, de que su -cabeza y su corazón eran foco, templo y morada.</p> - -<p>Si nada de esto podía hacer, ¿por qué no huía<span class="pagenum"><a name="page_050" id="page_050"></a>{50}</span> del mundo? ¿Por qué no se -ocultaba en un desierto? En vez de ir á Madrid debía ir donde nadie le -viese. Aquel hastío, aquel odio á la sociedad humana, que en otras -épocas pobló los yermos y despobló las ciudades, ¿es quizás ahora un -absurdo anacronismo?</p> - -<p>El Doctor imaginaba que sí y que no; imaginaba que el hastío y el odio -llenaban las almas de muchos hombres; que por momentos llenaban también -la suya. Pero, ¿dónde estaba la fe, la creencia en un objeto fuera del -alma y fuera del mundo, ante quien postrándose y humillándose, y con -quien viniendo á unirse luego, se limpiara el alma de todo pecado, -desechase toda bajeza y se levantase al fin á aquel grado de perfección -á donde había aspirado en vano á llegar por sí sola? No; ni el alma del -Doctor ni otras almas atormentadas como la suya, podían ya huir á la -Tebaida y renovar los tiempos y los prodigios de los Pablos, Antonios, -Pacomios é Hilariones. ¿Qué iban á adorar allí, como no fuese el -espectro de su mismo ser, sublimado y endiosado por la orgullosa -fantasía?</p> - -<p>Para un tormento como el de su alma, se le figuraba á D. Faustino que no -había más que un remedio: la muerte. Y, sin embargo, apenas pensaba en -la muerte, todas las esperanzas, todas las ilusiones, todos los -propósitos de su lozana juventud<span class="pagenum"><a name="page_051" id="page_051"></a>{51}</span> surgían como de un abismo, y se -presentaban á sus ojos llenos de luz y belleza, y hacían llegar á sus -oídos una encantadora armonía. Eran como el cántico de la resurrección -que su semitocayo el Doctor Fausto creyó oir á los ángeles cuando iba á -apurar la copa de veneno.</p> - -<p>Además, el horror á la nada podía más en el ánimo del Doctor que el -miedo de las penas eternas, si le hubiera tenido. Quería vivir, pero -vivir de una vida grande, noble, poderosa, fecunda; de una vida que -dejase en pos de sí un rastro luminoso é indeleble. El no ver hasta -entonces el medio de lograr este deseo era lo que le atormentaba; pero -la confianza en sus propias fuerzas y la risueña esperanza vivían aún en -su corazón.</p> - -<p>Se sentía con bríos para remover todos los obstáculos, para vencer todas -las dificultades. Sólo un estímulo poderoso le faltaba. Sólo le faltaba -un agente que pusiese en actividad aquellos bríos; un objeto que -infundiese en su espíritu la fe, el amor, el entusiasmo suficientes. -Costancita había sido una coqueta sin corazón; Rosita, aunque graciosa, -discreta y apasionada, no podía adecuarse al ideal soberbio de sus -aspiraciones; la <i>amiga inmortal</i> permanecía casi invisible.</p> - -<p>¿Por qué no acudía en su auxilio la amiga inmortal, cumpliendo repetidas -promesas? Fuese quien fuese por su material origen, por su posición<span class="pagenum"><a name="page_052" id="page_052"></a>{52}</span> -entre los seres humanos en el momento presente, el Doctor comprendía que -había en aquella mujer un espíritu igual al suyo, que era cuanto -encarecimiento podía hacer de ella en su mente presuntuosa.</p> - -<p>Mil extrañas ideas cruzaron entonces por el cerebro de D. Faustino. Mil -deseos y propósitos se ofrecieron á su voluntad. Si hubiera creído en la -posibilidad de pactar con el diablo, hubiérale dado cuanto hay que dar -al diablo, á trueque de un ferviente amor, de un punto fijo y radiante, -que fuese estrella polar en el mar tempestuoso de su vida, y al mismo -tiempo centro poderosísimo de atracción que le agitase y encaminase.</p> - -<p>Era tal el orgullo del Doctor, que uno de los irrebatibles argumentos -que contra lo sobrenatural se le presentaban era la no intervención de -nada sobrenatural en su vida. Si no merecía él que los poderes -superiores buenos ó malos, que el principio de la luz ó el de las -tinieblas, acudiesen á sus evocaciones y conjuros, le prestasen -solícitos su apoyo, empleasen en él una providencia especialísima, ¿qué -otro ser humano había de merecerlo? Quizá no existían tales poderes, -cuando no se doblegaban á su voluntad ni á su llamamiento respondían.</p> - -<p>Postración melancólica abatió al fin el ánimo de D. Faustino, tan -exaltado hasta entonces. Se juzgó una de las más infelices y cuitadas -criaturas que<span class="pagenum"><a name="page_053" id="page_053"></a>{53}</span> había sobre la tierra. Se alucinó hasta creer que la coya -y las demás imágenes de sus progenitores ilustres le miraban compasivas. -Lágrimas de despecho brotaron entonces de los ojos del Doctor y -corrieron por sus mejillas. Aunque por lo común no estén bien las -lágrimas en un rostro varonil, el dolor que á D. Faustino se las -arrancaba era tan alto, aunque extraviado, que, sellando su rostro con -expresión maravillosa, le hacía parecer bellísimo en aquel instante.</p> - -<p>Eran más de las dos de la noche. El sombrío aspecto de aquel gran salón; -el silencio profundo que en torno reinaba; la cercanía del cementerio; -los retratos mismos, apenas iluminados entonces por una sola bujía; el -recuerdo de la última aparición de la mujer misteriosa, todo convidaba á -amarla, á desear aparición nueva.</p> - -<p>Iba el Doctor á levantarse del sillón y á abrir la ventana, casi seguro -de que María estaba junto á él, de que se hallaba parada, con lágrimas -en los ojos, como la otra vez, de espaldas á la tapia del cementerio, -cuando se abrió suavemente la puerta y volvió á cerrarse en seguida, -dando entrada á un bulto negro, cuyos contornos y formas el Doctor no -distinguía. Sin embargo, así como había presentido que su <i>amiga -inmortal</i> estaba cerca, antes de que la viese, así reconoció que era -ella, antes de verla y distinguirla por completo.<span class="pagenum"><a name="page_054" id="page_054"></a>{54}</span></p> - -<p>La persona que acababa de entrar traía en la mano una linternilla, que, -vertiendo luz delante de sí, la dejaba en obscuridad ó sombra confusa; -pero la persona colocó en seguida la linterna sobre la mesa donde -estaban los búcaros y los vasos de china. Al volver luego la cara, D. -Faustino, extático, absorto, reconoció á su <i>amiga inmortal</i>, más -hermosa, más gallarda que nunca. Si su mejor concepto de poeta, si su -más egregio pensamiento hubiera tomado cuerpo humano, no le hubiera -parecido más bello.</p> - -<p>La luz de la bujía, que estaba sobre el velador, dió de lleno en el -rostro de la <i>amiga inmortal</i> y trajo con el reflejo sus facciones -armoniosas y nobles á los ojos y al ánimo del Doctor, embelesado y mudo -de espanto.</p> - -<p>—Los celos son más poderosos que el amor—dijo María con voz dulcísima -y triste.—Impulsada por ellos, lo he olvidado todo, lo he atropellado -todo: he venido á verte. Aquí me tienes.</p> - -<p>D. Faustino no pensó en el modo con que aquella mujer había llegado -hasta allí. Poco le importaba que se hubiese filtrado, como un fantasma, -por los espesos muros de su casa solariega; que el diablo, para que él -no se quejase de que no le socorría, se la hubiese traído por el aire, ó -que hubiese penetrado por un medio natural y sencillo. Lo que le -importaba era tenerla allí, y sentir, al<span class="pagenum"><a name="page_055" id="page_055"></a>{55}</span> tenerla allí, una pasión que -jamás había sentido en toda su plenitud; no una pasión incierta y vaga, -cuyo valor no resistía al análisis ni al escalpelo de su espíritu -crítico, sino el amor evidente, perfecto, irresistible, vencedor de las -otras pasiones y digno de su alma.</p> - -<p>—Aquí me tienes, Faustino—volvió á decir María.—Una fuerza superior á -mi voluntad me trae á tí. Soy tuya. ¿No valgo más que... esa otra? ¿No -lograré que me ames?</p> - -<p>El rubor encendió el rostro de D. Faustino. Pensó en que todas las -palabras de amor, todas las expresiones de ternura, todas las frases de -afecto y hasta de adoración que pueden dirigirse á una mujer, habían -sido profanadas en sus labios la noche antes. Nada respondió á María. -Voló hacia ella y la estrechó frenético entre sus brazos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_056" id="page_056"></a>{56}</span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_057" id="page_057"></a>{57}</span></p> - -<h2><a name="XVIII" id="XVIII"></a> -<img src="images/ill_pg_057.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XVIII.</h2> - -<p class="chead">PACTO AMOROSO</p> - -<p>Los primeros albores empezaron á penetrar por las mil hendiduras que -había en las viejas maderas de las ventanas de aquella habitación. El -canto alegre con que los pajarillos celebraban la venida del día llegó á -los oídos de D. Faustino y de su amada.</p> - -<p>Movida de los celos, atropellando respetos morales y religiosos, roto el -freno de la prudencia, con ímpetu irresistible de amor, de amor que -rayaba en fanatismo y que la hacía creer que estaba enlazada al Doctor -con vínculo eterno, María había caído entre sus brazos.</p> - -<p>—No me detengas más—dijo desprendiéndose de ellos—; debo partir: no -me sigas. Cumple el pacto que hemos hecho.</p> - -<p>—Le cumpliré, por más que sea difícil cumplirle;<span class="pagenum"><a name="page_058" id="page_058"></a>{58}</span> pero ¿no me dirás la -razón, el fundamento de ese misterio en que te envuelves?</p> - -<p>—La razón del misterio es el misterio mismo, y no puedo revelarle. -Antes quiero que de nuevo me prometas no seguirme; no pensar siquiera en -explicarte cómo he llegado hasta aquí, y si te lo explicas, ocultártelo -á tí mismo, si es posible. Por último, no quiero que hables á nadie de -mí ni de nuestras ocultas entrevistas. ¿Me lo prometes?</p> - -<p>—Te he dicho que sí, y no faltaré á mi palabra, contestó el Doctor.</p> - -<p>—Yo te amo con todo mi corazón y soy tuya para siempre—añadió María—. -Sin embargo, entiéndelo bien: guardo mi libertad para huir de tu lado, -cuando deba, sin que aspires á detenerme. Cuando yo crea que debo huir, -no pondrás obstáculo, no preguntarás la razón. Bástete saber que estoy -ligada á tí con eternas ligaduras. Mi huída te devolverá todo tu -albedrío; pero yo, aunque de tí me separe un mundo, me consideraré -siempre como tu fiel compañera, como tu esclava. Tú eres, tú has sido, -tú serás mi único amor. Tenlo por delirio, pero yo creo que te amo -eternamente, al través de mil existencias; que eres el alma de mi alma; -que soy, no ya tu inmortal amiga, sino tu esposa inmortal, la esencia -dulce y suave de tu propio espíritu.</p> - -<p>—No, bien mío; tú eres su energía, su vigor, su<span class="pagenum"><a name="page_059" id="page_059"></a>{59}</span> gloria, la estrella -que ha de guiarle, el imán que debe atraerle, la virtud divina que es y -será principio, raíz y manantial constante de todos sus excelsos -pensamientos y de todos sus actos mejores. El tormento de no amar me -destrozaba el alma; la sospecha injuriosa de que era incapaz de amar mi -corazón amargaba mi existencia. Tú has desvanecido la sospecha -injuriosa; tú has acabado con el tormento. El amor del amor era mi -martirio. Sin objeto que mi alma juzgase digno de ser amado, mi alma se -consumía. Hoy mi alma vive en tí: te amo. Esta breve frase, <i>te amo</i>, -profanada mil veces, mil veces pronunciada sin conciencia y sin -sentimiento, tiene ahora un valor infinito, absoluto.</p> - -<p>—Otra de las condiciones de nuestro pacto—continuó María, aparentando -frialdad que su voz trémula desmentía—, condición fundamental para que -mi orgullo quede tranquilo, y en cierto modo serena mi conciencia, á -pesar de mi pecado, que Dios con su misericordia quizás me perdone, es -que yo á nada te obligo ni te comprometo. Tú no debes hoy tal vez, casi -de seguro no deberás jamás, hacerme tu mujer legítima en esta vida -transitoria. Tú no puedes tampoco tenerme á tu lado como tu amiga. -Aunque las causas que me llevan á hacer vida tan misteriosa -desapareciesen, yo misma no consentiría en agravar el pecado con el -escándalo. Así, pues, quien no puede ser ni tu amiga<span class="pagenum"><a name="page_060" id="page_060"></a>{60}</span> ni tu esposa, debe -quedar libre para huir de tí cuando una imperiosa obligación la llame á -otro punto.</p> - -<p>—No me atormentes, María—dijo el Doctor—. No sé quién eres; pero no -me importa desconocer estas ó aquellas circunstancias vulgares de lo -menos esencial de tu ser. María, yo conozco tu alma: mi alma se ha -confundido con tu alma. Quiero ser tu amante, tu esposo ante los -hombres, como ya lo soy ante Dios.</p> - -<p>—No blasfemes, Faustino. El delirio de amor que nos une no tiene la -santidad de un sacramento.</p> - -<p>—Pues ¿no dices tú misma que eres mi esposa inmortal?</p> - -<p>—Sí, lo digo y lo creo. Nuestras almas están unidas; pero ¿hemos de -matarnos impíamente para que esta unión valga? ¿Hemos de prescindir del -ser corporal que tenemos? ¿Quién ha santificado la unión de Faustino y -de María, tales como son ahora en la tierra? Esta unión no es posible: -yo no la quiero. No puede santificarse.</p> - -<p>—Y ¿por qué?—dijo D. Faustino—. Tú eres libre, tú eres hermosa, tú -eres sublime. Has venido inmaculada á mis brazos. Me has hecho dueño de -tu beldad y de tu corazón sin exigir nada en cambio. Yo ahora te lo doy -todo: mi mano, mi nombre, mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?<span class="pagenum"><a name="page_061" id="page_061"></a>{61}</span></p> - -<p>—Nunca.</p> - -<p>—¿Quieres vivir á mi lado?</p> - -<p>—Tampoco.</p> - -<p>—Y ¿por qué te niegas á casarte conmigo? ¿Por qué dices que nunca?</p> - -<p>María estuvo un instante suspensa, silenciosa y como meditando. Luego -dijo:</p> - -<p>—La sinceridad y el fervor con que me hablas me inducen á proponerte -una cláusula más en nuestro pacto amoroso. Me has preguntado si me -casaré contigo, y he contestado: «Nunca». Retiro el <i>nunca</i>. Yo estoy -tan cierta de que siempre te amaré, que te prometo ahora solemnemente -que, si pasada tu mocedad y realizados ó deshechos tus sueños -ambiciosos, eres libre, me amas aún, me buscas y vivo, seré tu esposa. -Antes no es posible... Tú no te comprometes á nada. Sola yo me -comprometo.</p> - -<p>—Pues yo te juro que me casaré contigo cuando quieras.</p> - -<p>—No jures. No acepto tu juramento. Dios no le aceptará tampoco y le -tendrá por vano. Adiós.</p> - -<p>D. Faustino estrechó de nuevo entre sus brazos á la mujer querida. Ella -logró al cabo desprenderse de aquellas amorosas cadenas, corrió hacia la -puerta y desapareció sin que el Doctor se atreviese á seguirla.</p> - -<p>María había prometido volver á la noche siguiente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_062" id="page_062"></a>{62}</span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_063" id="page_063"></a>{63}</span></p> - -<h2><a name="XIX" id="XIX"></a> -<img src="images/ill_pg_063.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XIX.</h2> - -<p class="chead">LOS MILAGROS DEL DESPRECIO</p> - -<p>Ya no vacilaba ni dudaba D. Faustino. Su alegría era grande. Sentía -verdadero amor. Creía haber puesto en actividad el enérgico resorte que -antes faltaba á su alma, y se juzgaba capaz de acometer todas las -empresas y de abrirse camino al través de todos los peligros y -dificultades.</p> - -<p>Sólo un escrúpulo de conciencia, casi un remordimiento, le atormentaba.</p> - -<p>Era cierto que nada había prometido á Rosita; que ningún juramento le -había hecho; que ninguna palabra le había dado. Pero esto mismo -ilustraba y ensalzaba más la generosa confianza de la hija del -Escribano.</p> - -<p>D. Faustino estaba decidido á no volver á verla; á sacrificarla á María, -á quien amaba con pasión, á quien pensaba amar siempre, aunque llegase á -saber que era la hija del verdugo; pero no podía menos de lamentar el -inmerecido desdén, el cruelísimo<span class="pagenum"><a name="page_064" id="page_064"></a>{64}</span> abandono de que iba á ser víctima -Rosita. Su resolución de no volver á visitarla era, no obstante, -inquebrantable.</p> - -<p>Llegó aquel día la hora de la tertulia de los tres dúos, y Respetilla -fué solo. Rosita lo extrañó mucho y estuvo triste. Respetilla remedió el -mal por su cuenta, asegurando con un aplomo envidiable que D. Faustino -estaba enfermo, en cama. El disgusto de Rosita pasó entonces, de ser -algo colérico, á ser tierno y piadoso.</p> - -<p>Durante cuatro días tuvo Respetilla la habilidad de seguir entreteniendo -á Rosita con la ficción de que D. Faustino estaba enfermo. Rosita le -enviaba con Respetilla los más cariñosos recados. Respetilla fingía, de -parte de su amo, otros recados no menos cariñosos.</p> - -<p>Rosita pensó en escribir al Doctor; pero era tan mala su letra y tan -anárquica su ortografía, que para no desacreditarse no se atrevió á -escribirle.</p> - -<p>Rosita preguntó al médico por la enfermedad de D. Faustino. El médico -contestó que no le había visitado y que no sabía de tal enfermedad; pero -Respetilla disipó la sospecha, asegurando que su amo se curaba á sí -propio.</p> - -<p>Como D. Faustino no salía de casa, ni nadie le veía, lo de la enfermedad -era verosímil.</p> - -<p>El Doctor, entre tanto, se calentaba la cabeza discurriendo el modo -menos malo de romper con<span class="pagenum"><a name="page_065" id="page_065"></a>{65}</span> Rosita. Pensaba escribirle una carta llena de -amistosos sentimientos de gratitud y de ternura, despidiéndose de ella -con razones alambicadas y sofísticas, con quintas esencias y -tiquis-miquis, más fáciles de inventar así en pelotón que de explicar -cumplidamente en un escrito.</p> - -<p>Arduo empeño era el de escribir la tal carta. El tiempo pasaba y D. -Faustino no la escribía.</p> - -<p>Cuando Respetilla interpelaba á su amo, como varias veces lo hizo, sobre -los motivos que tenía para no ir á ver á Rosita, D. Faustino, no -teniendo qué contestar, daba un sofión á Respetilla.</p> - -<p>Hasta Doña Ana hallaba mal aquel rompimiento brusco y grosero; y aunque -no sospechaba cuán estrechos y apretados eran los lazos, extrañó que su -hijo no volviese en casa de las Civiles; y le excitó á que fuese, y á -que se apartase del trato de ellas con suavidad y cortesía.</p> - -<p>D. Faustino, á pesar de estas juiciosas amonestaciones, estaba tan -prendado, tan en éxtasis perpetuo, tan elevado en los amores de su -<i>amiga inmortal</i>, que sentía repugnancia invencible por volver á visitar -á Rosita y á hablar de ella.</p> - -<p>Aceptando por bueno el embuste de su criado, el Doctor explicó á su -madre el súbito abandono en que dejaba á las Civiles, alegando también -que estaba algo enfermo, pero que iría á verlas cuando estuviese mejor.<span class="pagenum"><a name="page_066" id="page_066"></a>{66}</span></p> - -<p>Para todos los de la casa, ignorantes del misterio de los amores, la -enfermedad del Doctor parecía verdadera. Ya no había paseos, ni á pie ni -á caballo; ya no había combates al sable, y el Doctor, cuando no hablaba -ni hacía compañía á Doña Ana, se encerraba en sus habitaciones.</p> - -<p>Rosita, entre tanto, estaba llena de inquietud. Á veces dudaba de que -fuese cierta la enfermedad de D. Faustino. Su orgullo y la persuasión en -que estaba del valer de su ingenio y de su belleza apartaban de su mente -el horrible recelo de que un tedio súbito, una saciedad desdeñosa, un -desprecio invencible, hubiesen suplantado en el alma del Doctor aquel -fervor amoroso que ella había compartido y al que había cedido la noche -de la Nava. La soberbia montaraz de Rosita y su vanidad de labradora -rica y de reina de aldea no habían consentido que pusiese condiciones al -Doctor ni que exigiese de él promesa ni juramento alguno. Rosita no -había pensado distinta y claramente ni en que D. Faustino se casase con -ella, ni en nada parecido; pero tampoco había pensado, ni temido por un -instante, que el amor, satisfecho y pagado, había de alejar de ella á -aquel hombre, sino que había de aprisionarle más y más y hacerle para -siempre su siervo... ¡Tan poderosa se creía!</p> - -<p>Ahora recelaba, ahora temía, ahora tenía celos, si bien todo de una -manera vaga y confusa. Cuando<span class="pagenum"><a name="page_067" id="page_067"></a>{67}</span> esta pasión se apoderaba de su pecho, -forjaba planes de venganza; maldecía en su interior á don Faustino; -volvía á llamarle D. Pereciendo, conde de las Esparragueras y abogado -Peperri; se sentía humillada de haberle querido; deseaba matarle, y -faltaba poco para que no rugiese como una leona.</p> - -<p>Respetilla, imperturbable, intrépido, pertinaz en mentir, seguía -sosteniendo la enfermedad de su amo. Así templaba la furia de Rosita; -así lograba aún que su ánimo pasase de los ímpetus iracundos á la -compasión amorosa.</p> - -<p>Por último, Rosita no pudo sufrir más; quiso salir de la duda que la -atosigaba. Una noche, al llegar Respetilla á la tertulia, tomó Rosita -por auxiliar á Jacintica, é intimó, ordenó y mandó al buen escudero que -las llevase á ambas á casa de don Faustino y que la hiciese entrar á -ella de oculto en la estancia del Doctor, mientras éste cenaba ó -conversaba con su madre en el piso alto. Así quería, saltando por cima -de todo respeto, ver á su amigo y cerciorarse de su desgracia ó de su -dicha. Respetilla aguzó en balde el ingenio para excusarse; Jacintica -suplicaba: Rosita exigía con imperio. Una y otra sabían que Respetilla -tenía la llave de la casa en su poder. No hubo más que rendirse. Además, -Respetilla decía para sus adentros:</p> - -<p>—¿Qué mal ha de haber en esto? Quizás luego me lo agradezca mi amo. Él -no viene por aquí por<span class="pagenum"><a name="page_068" id="page_068"></a>{68}</span> alguna extravagancia que no comprendo. Esto será -sin duda algo de filosofías que no se me alcanzan. Pero en cuanto mi amo -vea á Rosita tan guapa, así de repente y como caída del cielo, en su -propio cuarto, á las once de la noche, vamos, no le parecerá mal. De -fijo que se alegra.</p> - -<p>Hechas estas reflexiones, Respetilla cedió, y cedió con gusto: llevaba -en su compañía á Jacintica.</p> - -<p>Se dispuso que otra criada se quedase haciendo de dueña, y autorizando -con su presencia los coloquios de Ramoncita y de D. Jerónimo. Al mismo -D. Jerónimo, que era un bendito, se le persuadió de que Rosita tenía un -jaquecazo de todos los diablos y que debía irse á acostar. Jacintica se -fué con Rosita como para cuidarla. Respetilla se despidió á poco rato, y -las dos mujeres, que estaban aguardándole, en un rincón obscuro del -portal, con los pañolones por la cabeza, se escabulleron con él, sin ser -vistas de nadie.<span class="pagenum"><a name="page_069" id="page_069"></a>{69}</span></p> - -<h2><a name="XX" id="XX"></a> -<img src="images/ill_pg_069.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XX.</h2> - -<p class="chead">CONTINÚAN LOS MILAGROS.</p> - -<p>Eran las once de la noche cuando el Doctor bajó de la estancia de su -madre y entró en el salón de los retratos. Como había dado licencia á -Respetilla para que no viniese á desnudarle, le creía aún en la tertulia -de las Civiles, que terminaba á las doce. La amiga inmortal debía llegar -á las once y media. El Doctor solía luego encerrarse con llave. Tenía -además prohibido á Respetilla que entrase en su cuarto, como él no le -llamara. En suma, estaban tomadas todas las precauciones, ó al menos así -lo creía el Doctor. El triste no sabía lo que se preparaba. Rosita -estaba ya escondida detrás de una cortina, que cubría la puerta que -desde el salón de los retratos iba al dormitorio.</p> - -<p>Cuando vió entrar al Doctor, bueno, sano, alegre y recitando unos versos -de Zorrilla, que decían:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">Si eres recuerdo, endulzarás mi vida;<br /></span> -<span class="i0">Si eres remordimiento, te ahogaré,<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_070" id="page_070"></a>{70}</span></p> - -<p class="nind">le dió rabia de no hallarle enfermo y triste, y tuvo, no se sabe cómo, -el desesperado pensamiento de que el recuerdo era el de su amor y de que -el remordimiento que anhelaba ahogar era ella.</p> - -<p>Rosita continuó, pues, en acecho, esperando, ó mejor dicho, temiendo la -aparición de su rival. Ya pensaba que esta rival sería alguna criada de -la casa, alguna fregona; ya imaginaba que el doctor podría tener su poco -de brujo, y esto le infundía cierto terror de verse frente á frente con -espectros, y de figurar en escenas del otro mundo, entre hechiceras, -magas ó almas en pena; pero su ira era tan grande y sus bríos tan -varoniles, que estaba resuelta á vengarse del mismo demonio, si venía -con faldas y en forma de mujer á tener pláticas tiernas con D. Faustino.</p> - -<p>Hasta sentía Rosita haberse venido desprovista de un par de pistolas ó -de un puñal siquiera, por lo que pudiese ocurrir. Mucho confiaba, no -obstante, en su lengua y en sus manos.</p> - -<p>El Doctor, según costumbre, puso la bujía sobre el velador, se arrellanó -en el sillón y siguió recitando versos en voz, aunque sumisa, clara:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">—Yo no sé de tu esencia el misterio,<br /></span> -<span class="i0">Tu nombre y tu vago destino no sé,<br /></span> -<span class="i0">Ni cuál es tu ignorado hemisferio,<br /></span> -<span class="i0">Ni á dónde perdido siguiéndote iré.<br /></span> -<span class="i2">¡Oh! si gozas de voz y de vida,<span class="pagenum"><a name="page_071" id="page_071"></a>{71}</span><br /></span> -<span class="i0">tienes un cuerpo palpable y real,<br /></span> -<span class="i0">Deja al menos, fantasma querida,<br /></span> -<span class="i0">Que goce un instante tu vida inmortal.<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Los versos hicieron el efecto de una evocación.</p> - -<p>La puerta se abrió sin ruido. El bulto negro apareció en la sala. Una -voz argentina contestó á los versos que el Doctor decía, con estos otros -versos:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">—Tras de tí por las sombras camino,<br /></span> -<span class="i0">Ni noche ni día descanso sin tí:<br /></span> -<span class="i0">Ser tu esclava, adorarte es mi sino;<br /></span> -<span class="i0">Ya postrada me tienes aquí.<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>María cayó de rodillas á los pies del Doctor. Éste la levantó entre sus -brazos, dándole mil besos en la frente y en las mejillas sonrosadas y -hermosas.</p> - -<p>Rosita no supo contenerse por más tiempo. Casi creía aún que el ser á -quien D. Faustino abrazaba y besaba tenía algo de sobrenatural y de -diabólico; pero su forma era de mujer, y la tempestad de los celos hizo -á Rosita superior á todo miedo supersticioso.</p> - -<p>Salió de su escondite, se arrojó sobre ellos como un tigre, los separó, -y encarándose con D. Faustino, que atónito y estupefacto la miraba,</p> - -<p>—Malvado—le dijo,—¿Así pagas mi amor? ¿Por qué me has engañado -vilmente? ¿Por qué no guardaste<span class="pagenum"><a name="page_072" id="page_072"></a>{72}</span> para este demonio todas las dulces -mentiras, todas las emponzoñadas ternuras con que me lisonjeabas y -cegabas? Y tú, maldita de Dios, ¿de qué aquelarre vienes? ¿Dónde dejaste -la escoba? ¿De qué lupanar te has escapado?</p> - -<p>Antes de que D. Faustino se repusiese del asombro; antes de que nadie la -respondiese, tomó Rosita la luz, y llevándola hacia la cara de María, se -quedó contemplándola de hito en hito, devorándola con ojos que arrojaban -fuego y rayos de ira. De súbito soltó Rosita una carcajada sarcástica. -Su memoria, iluminada por el odio, le había sido fiel. Acababa de -reconocer á María, á quien desde muy pequeña no había visto.</p> - -<p>—¡Ah! Ya te conozco, infame; ya te conozco, digna manceba de este perro -judío, hereje, asesino. Tú eres María la seca. ¿Dónde has estado desde -que tu abominable madre bajó al infierno? ¿Y al ladrón de tu padre no le -dieron todavía garrote?</p> - -<p>Dicho esto, y sin dejar tiempo para que nadie la respondiese, Rosita -volvió á poner la bujía en el velador y se lanzó sobre María, como para -despedazarla entre sus uñas.</p> - -<p>María estaba muda, inmóvil, serena, aunque triste, como estatua -alegórica del dolor resignado llena de cierta soberbia y reposada -majestad.</p> - -<p>Rosita la hubiera, sin duda, herido el rostro con sus manos y arrancado -los cabellos, si el Doctor<span class="pagenum"><a name="page_073" id="page_073"></a>{73}</span> no hubiese acudido á tiempo, cogiéndola de -un brazo y separándola con violencia del lado de su rival.</p> - -<p>¿Quién te ha traído aquí?—dijo el Doctor.—¿Cómo has entrado? Ahora -mismo te voy á echar á la calle. No chilles, no alborotes, ó te pondré -una mordaza.</p> - -<p>Rosita dió un grito agudo.</p> - -<p>—Cállate—dijo el Doctor,—cállate ó te ahogo.</p> - -<p>—No quiero callarme, traidor. No quiero callarme. Como eres un hidalgo -de gotera, un danzante sin oficio ni beneficio, un tramposo con más -deudas que vergüenza, has elegido la querida más apropósito para tí. -Anda, vete con ella; alístate de bandido en la cuadrilla de su padre. El -Conde de las Esparragueras es el yerno pintiparado de Joselito el Seco.</p> - -<p>D. Faustino se armó de la paciencia de Job para no pisotear allí aquella -víbora. Sin responderle palabra, pero sin soltarla del brazo, de que la -tenía asida fuertemente, la llevó medio arrastrando hacia el cuarto de -Respetilla.</p> - -<p>Deseaba el Doctor llamar á su criado sin alborotar la casa y sin dejar -suelta á Rosita con María, á quien hubiera sido capaz de asesinar. Bien -calculaba que era Respetilla quien le había traído aquel presente, y -que, por lo tanto, Respetilla estaba en casa.<span class="pagenum"><a name="page_074" id="page_074"></a>{74}</span></p> - -<p>En efecto, apenas llegó á la puerta del cuarto de su criado y le llamó -dos ó tres veces, Respetilla apareció, seguido de Jacintica, que -proseguía con él la tertulia en la otra casa comenzada.</p> - -<p>Ambos habían dado por cierto que habían proporcionado á sus amos una -gran ventura, y los suponían ejecutando la segunda parte del Paraíso -terrenal. Cuando de tan diferente modo los vieron, se llenaron de -espanto.</p> - -<p>El Doctor tenía encendidos los ojos como brasas, el rostro pálido, -trastornadas las facciones. Con la mano que le quedaba libre asió á -Respetilla de una oreja, y tirando de él, exclamó:</p> - -<p>—No sé cómo no te mato. ¿Por qué has traído á mi casa á esta furia del -averno? Vamos, pronto, abre la puerta de la calle, y llévatela de nuevo -sin hacer ruido.</p> - -<p>Respetilla obedeció; Jacintica fué en pos de Respetilla, y el Doctor, -detrás de ambos, con Rosita, asida siempre del brazo.</p> - -<p>Ya en el zaguán, y antes de que Respetilla abriese la puerta, dijo -Rosita al Doctor:</p> - -<p>—Suéltame el brazo, cruel. ¡Me le destrozas, me le rompes! ¿Qué te hice -yo para que así me trates? ¿No te he amado? ¿No me he rendido á tu -voluntad sin condiciones? ¿Quién más humilde, más mansa, más enamorada -que yo? ¿Por qué me dejas por esa hija del bandido? Abandónala, échala -á<span class="pagenum"><a name="page_075" id="page_075"></a>{75}</span> ella, y yo seré tu esclava, besaré la tierra que pisas. Todo te lo -perdonaré. ¡Perdóname! ¡Ámame!</p> - -<p>—Imposible—respondió el Doctor.—Ni te amo, ni te amaré nunca. Vete. -Apártate de mi vista.</p> - -<p>Aquel último arranque de ternura se trocó en más cruda saña con el nuevo -desprecio. Rosita se revolvió contra el Doctor como un escorpión pisado.</p> - -<p>—Villano—dijo,—te acordarás de mí; me vengaré de un modo sangriento. -Te he de reducir á la miseria. He de lograr que achicharren en una -hoguera á la bruja de tu madre.</p> - -<p>D. Faustino no acertó á tener calma: perdió la paciencia y alzó la mano -para dar una bofetada á Rosita. Por fortuna se contuvo á tiempo.</p> - -<p>—¡Cobarde! ¡Con una mujer te atreves!</p> - -<p>—No, tú no eres una mujer—respondió el Doctor: tú eres una arpía.</p> - -<p>Aun no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando Rosita se -arrojó sobre él y con la mano que le quedaba libre le clavó las uñas en -el rostro, bañándosele en sangre.</p> - -<p>Lo que antes quedó en amago, tuvo que terminarse entonces. Rosita sintió -en la mejilla los cinco dedos del Doctor, si bien más trémulos que -violentos.</p> - -<p>—Mátale, Respetilla; véngame, mátale. Tú eres más fuerte. Tú puedes más -que él. Son las doce de<span class="pagenum"><a name="page_076" id="page_076"></a>{76}</span> la noche. Te doy dos mil duros si le matas. Te -doy tres mil duros y un caballo para que huyas á Gibraltar, y desde allí -á América. ¡No seas mandria! Mátale; y te harto de oro.</p> - -<p>Respetilla, sin responder, abrió la puerta y echó á Jacintica á la -calle. Luego volvió por Rosita y tomándola de manos del Doctor, se la -llevó en volandas.</p> - -<p>El Doctor cerró la puerta de la calle, y volvió en busca de su <i>inmortal -amiga</i>.</p> - -<p>No la halló en el salón. Recorrió los otros cuartos, y no la halló -tampoco.</p> - -<p>Sobre la mesa donde el Doctor escribía vió por último un papel, en el -cual María había escrito lo siguiente:</p> - -<p>«Motivos muy poderosos me obligan á alejarme de tí. Adiós, quizás para -siempre.»</p> - -<p>—¡Oh, no te irás!—dijo el Doctor.—Yo rompo el pacto que hice. No -dejaré que te vayas. Sabré detenerte.</p> - -<p>Bien había calculado por dónde había entrado María. Sin vacilar, corrió -con la luz á un patio interior, donde estaba hacinada la leña. Uno de -los lados del patio estaba formado por el muro del castillo. En el muro -había una puerta que con el castillo comunicaba.</p> - -<p>El Doctor dió un empujón á la puerta, pero no cedió. Estaba cerrada con -llave. La llave que había<span class="pagenum"><a name="page_077" id="page_077"></a>{77}</span> en la casa, ó se había perdido, ó era la -llave de que sin duda se servía María. No quedaba más recurso que echar -la puerta abajo.</p> - -<p>D. Faustino agarró un hacha de leñador, y dió tres ó cuatro golpes -furiosos. La puerta, de madera vieja y apolillada, vino á tierra en -seguida.</p> - -<p>Con la bujía en una mano y el hacha en la otra penetró entonces el -Doctor por los pasadizos obscuros, bajo las bóvedas ruinosas y por las -antiguas salas de armas, llenas de escombros.</p> - -<p>Ignorante, ó más bien olvidado, de aquel laberinto (aunque no pocas -veces le había visitado en otro tiempo por curiosidad), tropezó en una -gruesa piedra que halló á su paso, y para sostenerse y no caer soltó -maquinalmente el candelero que llevaba en la mano. La luz se apagó, y D. -Faustino quedó en las tinieblas más completas, sin saber hacia qué lado -encaminarse á fin de encontrar salida ó volver á su casa á encender de -nuevo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_078" id="page_078"></a>{78}</span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_079" id="page_079"></a>{79}</span></p> - -<h2><a name="XXI" id="XXI"></a> -<img src="images/ill_pg_079.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXI.</h2> - -<p class="chead">POR SEGUIR Á UNA MUJER</p> - -<p>Aunque el Doctor logró recoger á tientas el candelero, de nada le -servía, sino de estorbo, con la luz apagada. En balde iba buscando -salida palpando las paredes. No había en aquel obscuro recinto ventana -ni hueco por donde entrase la luz de la luna, que, si bien en su cuarto -menguante, iluminaba los cielos en aquella noche de primavera.</p> - -<p>Un vientecillo fresco susurraba, meciendo las copas de los árboles y -doblando la hierba; pero el susurro, oído desde el lugar donde el Doctor -se hallaba, tenía más de medroso que de apacible y grato. Penetrando el -aire por los pasadizos y aberturas, por donde el Doctor quisiera salir, -gemía encarcelado en la lobreguez de aquellas ruinas, produciendo mil -ecos tenues y mil tristes y fantásticos rumores. No menos desagradable -ruido hacían<span class="pagenum"><a name="page_080" id="page_080"></a>{80}</span> las ratas que allí abundaban y que corrían alborotadas con -el extraño y no esperado huésped que había venido á visitar sus -dominios.</p> - -<p>Á pesar de todas sus filosofías, el Doctor pensó que no estaba muy bien -demostrado que no hubiese diablos ó duendes, ú otros monstruos y seres -sobrenaturales, y tuvo algún miedo de ellos. Sin embargo, la rabia de -verse burlado y encerrado en aquella á modo de mazmorra, sin poder -salir, pesó más en su ánimo que la hipotética y vaga aprensión de que -hubiese diablos y anduviesen cerca. El Doctor, dando forma á su -pensamiento en resonantes palabras, lanzó, Dios se lo haya perdonado, -dos ó tres blasfemias espantosas. Como si con su voz le atrajera, sintió -entonces cerca de sí los pasos de un ser de mucha mayor corpulencia que -las ratas. Nada se veía en realidad, pero de los ojos del Doctor -brotaban unos círculos luminosos que se dilataban en el espacio y -llenaban las tinieblas, ensanchándose cada vez más, como los círculos de -una fantasmagoría. Dentro de aquellos círculos, rojos á veces, á veces -entre verdes y amarillos, ora se mostraba Joselito el Seco, con corbatín -de hierro y sacando un palmo de lengua; ora un espectro de mujer, que ya -se parecía á María, ya á la coya, ya tenía de ambas; ora otras figuras -como las que se pintan en los cuadros de las tentaciones de San Antonio. -No se acobardó por eso el Doctor;<span class="pagenum"><a name="page_081" id="page_081"></a>{81}</span> antes bien, como para desafiarlo -todo, blasfemó de nuevo en voz alta.</p> - -<p>No bien salió de sus labios la reiterada blasfemia, aquel ser que había -sentido cerca de sí, se le echó encima. Parecióle al Doctor que le -enlazaban unos brazos deformes, forzudos, aunque descarnados como los de -la momia de un gigante, y sintió en su cara el contacto de un rostro -peludo. El efecto que esto le produjo fué horrible. Casi maquinalmente, -pues no tuvo fuerzas ni serenidad para reflexionar, dió un empellón al -monstruo; pero el monstruo, rechazado por un instante, volvió sobre el -Doctor, y le aplicó un inmundo y frío beso, pasando por su mejilla el -hirsuto y húmedo hocico.</p> - -<p>Confesemos que el lance era para asustar á cualquiera. El viento gemía, -zumbaba, murmuraba, remedando mil voces, cantos, suspiros, sollozos y -hasta palabras de un mágico y desconocido idioma, y un ser repugnante y -maravilloso abrazaba y besaba á D. Faustino.</p> - -<p>D. Faustino se dió á creer, á despecho de su ciencia, que se las había -con el mismo diablo. Ya vacilaba entre si debía esgrimir el hacha para -vencer al monstruo ó hacer la señal de la cruz para ahuyentarle, cuando -éste exhaló un aullido lastimero, que nada tenía de humano.</p> - -<p>El Doctor se echó á reir y dijo, algo confuso y vergonzoso:<span class="pagenum"><a name="page_082" id="page_082"></a>{82}</span></p> - -<p>—¡Hola, Faón! ¿Tú por aquí?... ¡Qué demonio de Faón!</p> - -<p>Era el más hermoso y grande de sus podencos, que, lleno de buen deseo, -circunspección y prudencia, le había seguido silencioso á fin de no -espantar la caza, y sin recelar que espantara á su amo.</p> - -<p>El Doctor pasó la mano por el lomo de Faón, y se cercioró bien de que no -era otro quien había acudido á sus blasfemias. Confiando en la clara -inteligencia canina del amante de Safo, esperó que le sacase de aquella -obscuridad; y para servirse de él como de lazarillo, le ató el pañuelo -al pescuezo, guardando en la mano uno de los picos.</p> - -<p>El podenco entendió, con admirable instinto, que le convenía guiar; pero -no sabía á dónde. Echó á andar, no obstante, y el Doctor le siguió.</p> - -<p>Pronto llegaron á un punto en que percibió el Doctor que Faón subía. -Luego tropezó con el primer escalón de una escalera, y subió por ella en -pos de su perro. Á poco vió el Doctor la luz de la luna, sintió -vientecillo fresco en la cara y se encontró en el adarve, no lejos de la -albacara ó torre saliente que comunica con la iglesia por medio del -arco-pasadizo.</p> - -<p>Por desgracia, no había medio de penetrar en la albacara desde el -adarve. No había puerta por allí, y por los angostos tragaluces no cabía -ningún cuerpo humano, por escuálido que estuviese.<span class="pagenum"><a name="page_083" id="page_083"></a>{83}</span></p> - -<p>El Doctor dió en el suelo con el pie en señal de impaciencia y cólera. -Faón se puso en marcha de nuevo; bajó por la misma escalera por donde -había subido, llevando en pos á su amo, y sacándole de aquella -obscuridad, le condujo á un patio interior del castillo, todo cubierto -de larga hierba. Aunque el Doctor no era observador muy experto de las -cosas naturales, no pudo menos de notar sobre la misma hierba, ajada y -pisada, las huellas recientes de unos pies humanos, ligeros y -pequeñitos. No se había engañado. María había pasado por allí.</p> - -<p>Conoció Faón en el ademán de su amo que estaba contento y que era á -María á quien buscaba, y, dando un ladrido alegre, apretó el paso, -siguiéndole el Doctor.</p> - -<p>Entraron en un corredor, llegaron á otra escalera, la subieron y se -hallaron en el segundo piso de la albacara. En uno de los lados del -cuadro que aquella estancia formaba, se abría en el muro el pasadizo del -arco que une el castillo con la iglesia.</p> - -<p>Don Faustino y Faón atravesaron por el hueco del arco, bajaron por otra -escalerilla, y se hallaron al fin en el coro de la hermosa iglesia de -Villabermeja, silenciosa y sombría entonces, aunque tres lámparas ardían -en su seno: una delante del altar mayor, y otras dos delante de los -camarines donde estaban el Santo Patrono y Jesús Nazareno.<span class="pagenum"><a name="page_084" id="page_084"></a>{84}</span></p> - -<p>Desde el coro hasta la iglesia pudo bajar el Doctor, sin ningún estorbo, -por escalera harto conocida y trillada.</p> - -<p>Ya en la iglesia misma, se dirigió á la puerta de la sacristía. El -Doctor estaba seguro de que María se había ido por allí. Aunque no -hubiese estado seguro de ello, los signos que daba Faón de no haber -perdido la huella le hubieran corroborado en su pensamiento.</p> - -<p>El disgusto del Doctor fué grandísimo al hallar la puerta de la -sacristía cerrada con llave. Aquella puerta no era tan fácil de derribar -como la otra. Estaba formada de espesos tablones de nogal y podía -resistir sin romperse un diluvio de hachazos.</p> - -<p>La violencia era inútil; mas, aunque no lo hubiese sido, tal vez no se -hubiera atrevido el Doctor á emplearla.</p> - -<p>La puerta de la sacristía estaba al lado del magnífico retablo -churrigueresco de los López de Mendoza, en cuyo camarín habitaba nuestro -Padre Jesús. Bajo el piso de grandes losas, que el Doctor hollaba, -estaba la bóveda sepulcral con los restos de sus ascendientes. Cada paso -que daba el Doctor sonaba sobre lo hueco, y era repetido por las naves -del templo solitario, cuyos muros repercutían cualquier ruido. La escasa -luz que entraba por las claraboyas de la cúpula ó que difundían las -lámparas, deteniéndose y reflejándose en los altos<span class="pagenum"><a name="page_085" id="page_085"></a>{85}</span> pilares, poblaba de -vagarosas sombras todo el recinto, que ya se deshacían, ya se -agrandaban, ya volvían á desvanecerse, conforme oscilaban las lámparas, -levemente tocadas por un soplo de aire, ó el mustio resplandor de la -luna se amortiguaba un poco antes de entrar por las claraboyas, merced -al paso é interposición de alguna nube. Todo esto infundía cierto -respeto semi-religioso en el espíritu descreído del Doctor.</p> - -<p>No obstante, llamó á la puerta con el hacha, sin tocar de filo. Nadie -respondió. Llamó más fuerte, y tampoco. Acabó por perder la paciencia: -por golpear con todo su brío. Cada golpe, duplicado, triplicado, -quintuplicado por los ecos, parecía un trueno prolongado. Se diría que -Dios llamaba á juicio á los frailes dominicos y á los Mendozas todos, -que en sendas criptas estaban enterrados allí; pero ni por esas -respondió persona viva.</p> - -<p>Acercando la boca á la cerradura, gritó varias veces el Doctor:</p> - -<p>—¡Padre Piñón! ¡Padre Piñón! ¡Padre Piñón! ¿Es V. sordo?</p> - -<p>El padre Piñón estaba sordo en efecto. Los gritos del Doctor fueron -inútiles. No le contestaron.</p> - -<p>Una idea súbita atravesó la mente de D. Faustito. Se figuró que había -tomado una resolución precipitada y absurda en venir por allí. Temió que -mientras se hartaba de golpear y de gritar en vano,<span class="pagenum"><a name="page_086" id="page_086"></a>{86}</span> María se escapaba -por la puerta de la casa del padre Piñón, que daba á la calle.</p> - -<p>No bien se le ocurrió esto, el Doctor corrió como un loco hacia el coro, -y pasó, seguido ya del podenco, por los mismos sitios por donde había -venido, hasta que llegó al patio del castillo. Allí tomó de nuevo al -podenco por guía, y el podenco le condujo á la entrada de su casa.</p> - -<p>Respetilla, que había vuelto de cumplir con su comisión, sospechó que se -le había trastornado el juicio á su amo, al verle con el hacha y todo -descompuesto.</p> - -<p>Don Faustino agarró su sombrero á escape y se salió á la calle, -prohibiendo á Respetilla é impidiendo á Faón que le siguiesen.</p> - -<p>En cuatro brincos estuvo á la puerta del padre Piñón, y empezó á dar -aldabonazos furibundos.</p> - -<p>Tal vez por aquel lado se oía mejor, ó tal vez el padre Piñón había -recobrado el oído. Lo cierto es que á los tres ó cuatro minutos, el -propio Padre se asomó á una ventana y preguntó:</p> - -<p>—¿Quién llama á estas horas?</p> - -<p>—Yo soy—contestó el Doctor.—¿No me conoce V.?</p> - -<p>—¡Ah! Sí... ¿Hay alguien de peligro?</p> - -<p>—No hay nadie de peligro; pero que me abran. Tengo que hablar con V.</p> - -<p>—¡Ea!—se oyó decir al padre Piñón,—despáchate,<span class="pagenum"><a name="page_087" id="page_087"></a>{87}</span> Antonio, y baja á -abrir al señorito D. Faustino.</p> - -<p>Antes de que siga adelante nuestra historia, conviene informar á los -lectores de quién era el padre Piñón.</p> - -<p>Era el único fraile que del antiguo convento quedaba todavía. Enjuto y -pequeñuelo, recibió el nombre de padre Piñón, y apenas si nadie -recordaba su verdadero nombre.</p> - -<p>Aunque el edificio en que vivieron los frailes se había vendido y estaba -sirviendo de molino aceitero, había quedado una habitación cómoda, -grande y hermosa, aneja á la sacristía. Ésta concedieron por morada las -gentes del pueblo al padre Piñón, á quien querían mucho.</p> - -<p>Allí, teniendo á sus órdenes de noche y de día al sacristán Antonio, y -de día además á dos monaguillos, cuidaba el padre Piñón del grandioso -templo, gloria del lugar, y conservaba las ricas casullas, las -dalmáticas y capas pluviales recamadas de oro, la exquisita ropa blanca, -como albas, estolas, amitos, sobrepellices y roquetes, llena en gran -parte de preciosos encajes y bordados, la custodia cuajada de esmeraldas -y de perlas, y otros ornamentos, joyas y primores artísticos que -atesoraba la iglesia. Todo esto se hallaba encerrado en armarios, -alacenas y arcones que había en la sacristía.</p> - -<p>El padre Piñón, no sólo encantaba á las gentes<span class="pagenum"><a name="page_088" id="page_088"></a>{88}</span> del lugar por sus -virtudes, sino por su alegría, buen humor y dichos agudos. Era un -dechado de las gracias de la gracia y del poder de la eutropelia, y el -célebre padre Boneta hubiera sin duda cantado sus loores, si le hubiese -conocido.</p> - -<p>Algunos sujetos sobrado rígidos le acusaban de tener la manga muy ancha; -pero sin motivo, según hemos llegado á averiguar. Lo cierto es que era -aún, y sobre todo, había sido en la época de su mayor auge, el confesor -más buscado, y eso que costaba caro confesarse con él. El antiguo refrán -que dice: <i>quien reza y peca la empata</i>, parecíale abominable. Bien -sabía él que la bondad de Dios es infinita y que perdona al que llora, -reza, se arrepiente y hace propósito de la enmienda; pero el mal, hecho -ya por el pecado, hecho se queda, y no se remedia ni subsana con el -arrepentimiento ni con la penitencia, como ésta no vaya bien encaminada. -Á este fin, tenía ideado y ponía en práctica el padre Piñón un sistema -de penitencia, por medio del cual, ya que los pecados fuesen -inevitables, lograba sacar provecho de los de los ricos en favor de los -menesterosos. Teniendo en cuenta, á par de la magnitud del pecado, la -riqueza del pecador, solía multarle, ya en una docena de huevos, ya en -una gallina, ya en un jamón, ya en un pavo, ya en alguna cosa de comer ó -de vestir, que repartía luego á los pobres. Claro está que<span class="pagenum"><a name="page_089" id="page_089"></a>{89}</span> el padre -Piñón era prudente, y cuando se trataba de alguna casada á quien había -que imponer, por ejemplo, un pavo de penitencia, lo hacía con el mayor -disimulo, á fin de que el marido no se enterase y se echase á cavilar, -muy escamado, sobre la equivalencia de un pavo en los aranceles -penitenciarios.</p> - -<p>Cuando no había de por medio tales respetos, el pago de la multa era -público, con lo cual decía el Padre que se conseguía, además, que el -pecador se avergonzase y buscase, por esta razón más, el corregirse.</p> - -<p>No faltarán censores severos que hallen ridículo el método y condenen al -padre Piñón; pero, ó no lo entiendo, ó el método es tan discreto y -atinado, que quisiera yo que se generalizase. El padre Piñón no excitaba -al pecado, ni mucho menos; pero una vez cometido, y castigándole, sacaba -provecho de él para los desvalidos. ¡Qué diferencia de lo que se -acostumbra ahora en las grandes ciudades, dando, v. gr., un baile de -máscaras en beneficio de los niños de la Inclusa, lo cual, hasta -mirándolo económicamente, es absurdo, pues quizás los ingresos que á la -cuna se proporcionan están compensados y aun sobrepujados, -proporcionándole á los pocos meses multitud de nuevos gastos y -quehaceres!</p> - -<p>Las acusaciones de manga ancha que se habían<span class="pagenum"><a name="page_090" id="page_090"></a>{90}</span> lanzado contra el padre -Piñón, provenían de los serviles, y tenían otro fundamento. Asegurábase -que en tiempo del absolutismo, cuando era indispensable proveerse de una -cédula de haber cumplido con la Iglesia, el padre Piñón daba cédulas á -los liberales libre-pensadores, en cambio de limosnas; pero esto más -bien merece elogio, pues evitaba confesiones hipócritas y comuniones -sacrílegas. Añadíase que el padre de D. Faustino, cuando recibía la -cédula, daba al padre Piñón media onza de oro, diciéndole:—Vaya, para -que diga V. unas cuantas misas por el alma de Riego.</p> - -<p>En fin, el padre Piñón, pese á quien pese, era mejor que el pan; más -regocijado que unas sonajas, y tan indulgente y caritativo como un -ángel. Apenas si había leído más que el Breviario; pero el Breviario se -le sabía de memoria, comprendiendo todos los bellos pensamientos, todas -las sentencias sublimes y todos los tesoros poéticos que en dicho libro -se contienen.</p> - -<p>Dispense D. Faustino que le hayamos en apariencia detenido á la puerta -para dar alguna noticia del padre Piñón, en cuya sala de recibo se -halló, á poco de haber llamado, introducido y guiado por Antonio.</p> - -<p>—¿Qué tiene que mandar á su capellán el señorito D. Faustino?—preguntó -el padre Piñón.</p> - -<p>—Padre—contestó el Doctor,—omito preámbulos:<span class="pagenum"><a name="page_091" id="page_091"></a>{91}</span> el disimulo es inútil. -V. sabe quién es María. Aquí se oculta María. Vengo en su busca. Quiero -verla. Es mi mujer. Tengo razón y justicia para exigir que no me huya.</p> - -<p>—¡Hijo mío! ¿Qué locura es esa?</p> - -<p>—Responda V.—añadió el Doctor.—¿Dónde está María?</p> - -<p>—Ya que exiges respuesta categórica, te la daré: <i>Dominus custodivit -eam ab inimicis et a seductoribus tutavit illam.</i></p> - -<p>—Dejémonos de bromas. Ni yo soy su enemigo ni su seductor. No hay para -qué guardarla de mí.</p> - -<p>El Doctor quiso salir de la sala y registrar la casa del Padre, quien le -contuvo suavemente.</p> - -<p>Entonces el Doctor empezó á llamar—¡María, María! no te ocultes de mí. -No me abandones.</p> - -<p>El padre Piñón dijo: <i>Dominus, inter cætera potentiæ suæ miracula, in -sexu fragili victoriam contulit.</i></p> - -<p>—¿Qué diantres pretende V. significar? ¿De qué victoria habla V.?</p> - -<p>—<i>Dominus deduxit illam per vias rectas.</i></p> - -<p>Este último latín hizo dar un salto al pobre Don Faustino.</p> - -<p>—¡Ah! ¿No me engaña V., Padre? ¿Con que se ha escapado? ¿Á dónde? -¿Cuándo? ¿Por qué camino?</p> - -<p>—Hijo, aunque te enfades conmigo, mi deber<span class="pagenum"><a name="page_092" id="page_092"></a>{92}</span> es arrostrar tu furia. -María se ha ido; pero no te diré por dónde ni á dónde. No quiero que la -sigas. Ayer me confesó sus pecados. Como condición de la absolución, le -impuse que se fuera. Además, había otras razones que la obligaban á -partir.</p> - -<p>—¿Qué razones? No hay razón que valga,—dijo el Doctor enojado.</p> - -<p>—Sí las hay, hijo mío. Hay una persona á quien la naturaleza concedió -poder sobre ella; pero á quien Dios quitó el derecho de ejercer ese -poder, en castigo de sus maldades. Esa persona sé yo que la busca; sé -que ha averiguado ya que estaba en esta casa. Es audaz, terrible... -Hubiera venido... venía ya á buscarla y á arrancarla de aquí. Por esto -también ha huído María. No puedo ni debo decirle más.</p> - -<p>—Yo la hubiera defendido, Padre. Nadie hubiera osado venir á robármela.</p> - -<p>—¿Y con qué título iba yo á poner á María bajo tu custodia y amparo?</p> - -<p>—Con el título de mi mujer legítima.</p> - -<p>—Mira, señorito, los frailes hemos sido siempre esto que llaman ahora -demócratas, pero entendida la democracia de un modo mejor. Ciertamente -que yo no me hubiera parado ante ningún humano respeto para disuadir á -María de que se casase contigo. Hubiera sido un modo de enmendar -vuestras gravísimas culpas, y yo le hubiera adoptado. María<span class="pagenum"><a name="page_093" id="page_093"></a>{93}</span> ha sido la -que se negó resueltamente á casarse. Creyó que era su deber irse y se -fué.</p> - -<p>—¿Á dónde ha ido? Dígame V. á dónde.</p> - -<p>—No puedo.</p> - -<p>—V. me engaña. Está aquí todavía.</p> - -<p>—No digas tonterías, D. Faustino—dijo el padre Piñón, algo -picado.—¿Tengo yo cara de embustero? Te aseguro que María se fué.</p> - -<p>—Yo saldré ahora mismo en su busca: yo daré con ella; yo la detendré y -la traeré conmigo.</p> - -<p>—Haz lo que quieras; pero todo será en balde. Considera, además, que -Joselito el Seco anda ya cerca, y te expones á caer en sus manos.</p> - -<p>—Aunque caiga en manos de Lucifer.</p> - -<p>—¡Ave María Purísima! Estás perdido, loco. Bien puedes decir de tí, con -el Salmista: <i>Miser factus sum queniam lumbi mei impleti sunt -illusionibus.</i></p> - -<p>D. Faustino ni oyó ni contestó más, y salió corriendo de casa del padre -Piñón. Éste imaginó que el propósito del Doctor de ir en busca de María -era como una amenaza que no se cumpliría, y se fué á dormir muy -tranquilo.</p> - -<p>Un cuarto de hora después, D. Faustino, solo, caballero en su jaca, que -había hecho ensillar á escape por Respetilla, y armado con trabuco y -pistolas, estaba fuera del lugar, camino de la ciudad de..., distante -tres leguas.<span class="pagenum"><a name="page_094" id="page_094"></a>{94}</span></p> - -<p>El Doctor había calculado que María no podía haber huído sino en un -carricoche que, á modo de diligencia, pasaba á las doce por Villabermeja -é iba á la ciudad de...</p> - -<p>Desde esta ciudad salían al amanecer coches para Sevilla, Córdoba y -Málaga. Si el Doctor alcanzaba á María en el camino ó en dicha ciudad, -antes de que María saliera en ésta ó en estotra dirección, el Doctor -conseguía su objeto.</p> - -<p>Las dos habían sonado largo rato hacía en el reló de la Iglesia. María -llevaba más de dos horas de delantera. El Doctor iba á galope por el -camino.</p> - -<p>Más de la mitad llevaba andado, y la jaca, jadeante y cubierta de sudor, -daba muestras de hallarse rendida de cansancio, cuando el Doctor, tan -apasionado hasta entonces, que todo lo había hecho sin reflexión, se -puso á considerar que, con dos horas de delantera que llevaba el -carricoche, sería imposible alcanzarle en el camino, aunque reventase la -jaca. Para llegar á la ciudad antes de amanecer había tiempo de sobra, -aun yendo al paso. El Doctor, pues, si bien devorado por la impaciencia, -se resignó á proseguir al paso su viaje. En la ciudad de... buscaría á -María por todas partes, y esperaba que no partiría sin que él la viese.</p> - -<p>Al paso iba D. Faustino hacía un cuarto de hora. Á un lado y otro del -camino había frondosos<span class="pagenum"><a name="page_095" id="page_095"></a>{95}</span> olivares. La luna brillaba en el cielo despejado -y con sus rayos argentinos lo iluminaba todo.</p> - -<p>Acababa de bajar el Doctor una cuesta muy pendiente, y se hallaba en una -hondonada, por donde corría un arroyo, en cuyas márgenes había muchos -álamos y otros árboles y matas, que hacían el paraje sombrío, formando -verde espesura.</p> - -<p>Siempre distraído el Doctor en sus cavilaciones no vió ni oyó que de -repente salieron en la arboleda cinco hombres á caballo, y con inaudita -rapidez se le pusieron delante, atajando el camino. No lo advirtió, ó no -tuvo tiempo para advertirlo; tan ligera fué la maniobra de los jinetes, -hasta que uno de ellos gritó: ¡Alto ahí!</p> - -<p>Entonces vió el Doctor que cuatro de los cinco le apuntaban con las -escopetas. Quiso volver atrás para escapar, dando un rodeo, y notó que -otros tres hombres á pie, armados también de escopetas, se le venían -encima. Estaba completamente cercado, y en tan estrecho círculo, que ni -para revolverse le quedaba tiempo ni espacio.</p> - -<p>—¡Ríndete ó mueres!—gritó otro de los de á caballo.</p> - -<p>Hallábanse los enemigos tan cerca, y era tan apremiante la situación, -que todo lo que no fuese rendirse era una temeridad; pero nuestro héroe -desesperado de que en medio de su viaje le detuviesen, tomó una -resolución tremenda. Cogió del<span class="pagenum"><a name="page_096" id="page_096"></a>{96}</span> arzón de la silla una pistola, la montó, -y apuntando al de á caballo que tenía más cerca, le dijo:</p> - -<p>—Abre paso, tunante, ó te levanto la tapa de los sesos. Al mismo tiempo -hirió fuertemente con las espuelas los ijares de la jaca, á fin de salir -escapado, rompiendo por entre la cuadrilla de foragidos.</p> - -<p>Éstos, que tenían también montadas sus armas, apuntando al Doctor, -hubieran sin duda disparado, dejándole muerto, si la voz del Capitán no -se hubiera oído á tiempo, diciendo:</p> - -<p>—No le matéis, no le matéis: es mi paisano Don Faustino López de -Mendoza.</p> - -<p>El Doctor vaciló asimismo un instante en tirar, viendo la generosidad -que con él se usaba.</p> - -<p>Todo esto fué obra de un segundo. La jaca, excitada por los espolazos, -iba ya á abrirse camino. Al atajar al Doctor los bandidos de á caballo, -se tocaban con él. Las bocas de las escopetas rozaban su cuerpo. La -pistola del Doctor podía matar á quemarropa al más cercano de los -bandidos.</p> - -<p>No había ya tiempo de explicaciones ni de transacciones, y, sin duda, -hubiera habido alguna muerte, á pesar del grito del Capitán, si de -pronto no se hubiese sentido el Doctor asido fuertemente de uno y otro -brazo por dos de los de á pie, bastante robustos ambos para arrancarle -de la silla y dar con él en el suelo por detrás del caballo.</p> - -<p>En los esfuerzos que hizo para desasirse, apretó<span class="pagenum"><a name="page_097" id="page_097"></a>{97}</span> el gatillo y disparó -la pistola; pero el tiro fué al aire, sin herir á persona alguna.</p> - -<p>En el suelo ya, y detenido por los dos que le habían derribado, oyó el -Doctor la voz del Capitán, que le decía:</p> - -<p>—Sr. D. Faustino, su merced es mi prisionero. Ríndase su merced, y déme -palabra de honor de que no intentará huir, de que me seguirá donde le -lleve y de que no tratará de emplear la fuerza contra nosotros. Su -merced volverá á montar en su jaca, y esta buena gente le respetará y -considerará como debe.</p> - -<p>D. Faustino no tuvo más remedio que prometer lo que el Capitán le -exigía.</p> - -<p>Apenas lo prometió, uno de los bandidos, que había tomado la jaca de la -brida, la acercó para que D. Faustino montase, y él, suelto ya, montó en -la jaca. Obedeciendo luego á una seña del Capitán, entró con los -bandidos por una vereda que había en medio de los olivares, apartándose -del camino real en tan belicosa compañía.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_098" id="page_098"></a>{98}</span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_099" id="page_099"></a>{99}</span></p> - -<h2><a name="XXII" id="XXII"></a> -<img src="images/ill_pg_099.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXII.</h2> - -<p class="chead">LA VENGANZA DE ROSITA</p> - -<p>Después de los sucesos que se refieren en el capítulo anterior, había -pasado ya una semana, y nada se sabía en Villabermeja del paradero de -Don Faustino. Su madre, llena de angustia, procuraba en balde averiguar -dónde se hallaba un hijo tan amado.</p> - -<p>Rosita, entre tanto, furiosa con los celos y los agravios, difundía por -todas partes que D. Faustino, prendado de María, había huído con ella, -sentando plaza de bandolero en la cuadrilla de Joselito el Seco. Como -alguien afirmase que la noche en que huyó D. Faustino, y como no sólo -Rosita, sino también Jacintica, diesen por seguros los amores de María -con el Doctor, nadie dudaba en el lugar, salvo el padre Piñón, de que D. -Faustino estuviese por su gusto con los bandoleros.</p> - -<p>La propia ruina de la casa de los Mendozas hacía verosímil á los ojos de -aquellos lugareños el<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100"></a>{100}</span> que D. Faustino hubiese adoptado determinación -tan heroica para salir de apuros.</p> - -<p>El padre Piñón era el único que sabía que María no se había ido con el -Doctor, el único que sabía dónde María se hallaba; pero á nadie quería -confiarlo. Calculaba además que D. Faustino, no por su voluntad, sino -muy á despecho suyo, había caído en poder de los ladrones; pero, como -afirmando esto hubiera dado á Doña Ana más pesar que consuelo, el padre -Piñón se callaba.</p> - -<p>Rosita no creía mentir asegurando que el Doctor estaba con María entre -los bandidos. Rosita lo daba todo por evidente. Su furia celosa la -estimulaba, pues, de contínuo. Las excitaciones á su padre para que la -vengase no cesaban á ninguna hora.</p> - -<p>D. Juan Crisóstomo Gutiérrez, aunque avaro, usurero y poco escrupuloso -en punto á moral, tenía dos prendas de carácter que le hubieran movido á -obrar benignamente en aquella ocasión, si Rosita no le hubiese -violentado. D. Juan Crisóstomo era compasivo y cobarde.</p> - -<p>Por un lado, le inspiraba piedad la aflicción de Doña Ana, y no quería -acrecentarla. Por otro lado, persuadido, como Rosita, de que D. Faustino -se había hecho bandolero, temía que viniese á su vez á vengarse, ó -cogiéndole á él para matarle ó darle, por lo menos, una paliza, ó bien -yendo á sus caserías<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101"></a>{101}</span> para incendiar alguna, ó romper las tinajas y las -pipas, derramando el aceite, el vino y el vinagre, y haciendo de todo -una trágica ensalada.</p> - -<p>La figura del Doctor Faustino, acompañada de Joselito el Seco y de un -coro de facinerosos, era la pesadilla del pobre Escribano. Durmiendo -soñaba con que le habían ya secuestrado y le daban martirio; despierto, -recelaba descubrir al Doctor ó á algún emisario suyo en cuantos hombres -venían hacia él.</p> - -<p>Pero si el Escribano temblaba de excitar la cólera del Doctor, todavía -temblaba más delante de Rosita. Rosita le ponía entre la espada y la -pared. ¿Qué medio le quedaba? ¿Cómo resistir á los mandatos de aquella -hija imperiosa, de aquel tirano de su voluntad, frenético entonces de -ira?</p> - -<p>No hubo más recurso. El Escribano concitó á los acreedores, que le -obedecían más que puede obedecer á Rothschild cualquier banquerillo de -mala muerte, y reunió créditos contra la casa de Mendoza por valor de -cerca de ocho mil duros. Eran escrituras y pagarés vencidos todos y que -no se habían renovado, quedando así el deudor al arbitrio de los -acreedores, quienes seguían cobrando los réditos mientras les convenía ó -no se enojaban, y quienes, no contentos con los réditos, exigían -asimismo una gran dosis de humildad y agradecimiento, so pena de -enojarse y de pedir al punto el<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102"></a>{102}</span> capital de la deuda, conminando con la -ejecución.</p> - -<p>Tal era el estado de la casa de los Mendoza, por culpa del difunto D. -Francisco, y por poca habilidad, descuido y mala ventura de D. Faustino -y de su madre. Su caudal, mal cultivado por falta de capital, con los -frutos malbaratados siempre, apenas producía para pagar los enormes -réditos de aquella deuda. Varias veces se había tratado de vender fincas -para pagar lo que se debía; pero en los lugares pequeños hay una afición -extraordinaria á <i>tirar de los pies á los ahorcados</i>. Cuantos tienen -algún dinero andan siempre acechando la ocasión de que alguien esté en -apuros y quiera ó necesite vender algo para comprárselo por la tercera ó -cuarta parte de su justo precio. Aun así, piensan que favorecen al -vendedor, pues le dan dinero, cuyos intereses son grandísimos, á trueque -de tierras, que producen poco como no se esté sobre ellas y se emplee un -capital de metálico y de inteligencia en su administración y cultivo.</p> - -<p>D. Juan Crisóstomo hizo aún laudables esfuerzos para calmar á Rosita. -Rosita llegó á decirle que preferiría ser hija de Joselito el Seco á ser -hija suya; que si la hija de Joselito fuese la agraviada, su padre la -vengaría.</p> - -<p>D. Juan Crisóstomo no quiso ni pudo ser menos que Joselito el Seco, y -por medio de su aperador envió recado á Respeta, diciéndole que los<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103"></a>{103}</span> -acreedores de los Mendoza no querían aguardar más; que era menester -pagarles en el término de diez días, y que, de lo contrario, serían -ejecutados los Mendoza.</p> - -<p>Rosita, no contenta con esto, dictó ella misma una carta insolente á -Doña Ana, amenazándola si no pagaba en el término señalado. El -Escribano, aunque resistiéndose y con mano temblorosa, tuvo que firmar -la carta.</p> - -<p>Respetilla, cuando se enteró de todo por su padre, fué á casa del -Escribano, habló con Rosita, le echó en cara su mal proceder y trató de -suavizarla. Viendo que era inútil la dulzura, empezó á echar fieros y á -desvergonzarse con Rosita; pero ésta se revolvió enérgica contra él y le -arrojó de su casa con cajas destempladas. Ganas se le pasaron á -Respetilla de dar una soba á la hija del Escribano, y aun de sacudir el -polvo al Escribano mismo; pero el miedo de provocar un lance sangriento -con algún criado de aquella casa, lance que podía terminar en que le -enviasen á Ceuta, tuvo á raya los ímpetus de su lealtad y devoción á D. -Faustino. Harto hizo el fiel escudero con no volver á ir en casa del -Escribano y privarse del dulce trato de Jacintica, con quien cortó -relaciones.</p> - -<p>Sobre Doña Ana, entre tanto, habían venido todas las penas juntas.</p> - -<p>Su hijo no parecía y su inquietud se aumentaba.<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104"></a>{104}</span> Para consuelo, la -amenazaban con la vergüenza de una ejecución, con la ruina total de su -casa y hacienda.</p> - -<p>Lo único que quedaba en casa, ya en el mes de Mayo, era un poco de vino, -cuyo valor en venta no ascendería á diez mil reales. Doña Ana mandó á -Respetilla que llamase á los corredores para que le vendiesen por lo que -quisieran dar. Pero ¿qué eran diez mil reales cuando necesitaba ciento -sesenta mil?</p> - -<p>Doña Ana escudriñó todos sus armarios y cómodas; juntó la poca plata -labrada y algunos dijecillos que conservaba aún; y aunque tampoco, por -bien vendidos que fuesen, importarían más de otros diez ó doce mil -reales, Doña Ana se decidió á venderlos.</p> - -<p>Por último, venciendo su extrema repugnancia y sofocando su orgullo, -acudió á su única amiga de corazón: escribió una carta á la niña -Araceli, pintándole con vivos colores la terrible cuita en que se -hallaba y pidiéndole auxilio.</p> - -<p>Respetilla, encargado de llevar la carta y las joyas, montó á caballo y -salió de viaje para el pueblo de la niña Araceli.</p> - -<p>La infeliz Doña Ana, no pudiendo resistir por más tiempo tan crueles -emociones, cayó enferma en cama con una espantosa calentura.</p> - -<p>El pueblo, en medio de estos lances, se había dividido<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105"></a>{105}</span> en bandos. Unos -aplaudían la venganza de Rosita; otros la censuraban. Éstos juzgaban -abominable la conducta del Doctor, á quien ya suponían transformado en -bandolero; aquéllos pensaban que Rosita era el mismo demonio, y que el -seducido por ella había sido el Doctor, sin que ella tuviese derecho -para lamentarse de su abandono y para tomar tan despiadada y bárbara -venganza. Toda Villabermeja ardía, pues, en chismes, suposiciones y -disputas.</p> - -<p>El padre Piñón era el más decidido partidario de los Mendozas. El médico -y él venían á visitar con frecuencia á la enferma Doña Ana, y el ama -Vicenta la cuidaba con el mayor esmero.</p> - -<p>—¿Dónde habrá ido á parar D. Faustino?—se preguntaba á sí mismo el -padre Piñón, ya que á nadie se atrevía á confiar sus secretos -pensamientos.—¿Habrá caído en poder de Joselito? Me temo que sí... Yo -lo avisaré á María, la cual ya sé que está en salvo, gracias á Dios. -Allá veremos cómo recobra su libertad el señorito D. Faustino.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106"></a>{106}</span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107"></a>{107}</span></p> - -<h2><a name="XXIII" id="XXIII"></a> -<img src="images/ill_pg_107.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXIII.</h2> - -<p class="chead">CONFIDENCIAS DE JOSELITO</p> - -<p>Fuerza es volver ahora á hablar del Doctor, quien, como sospecharán los -lectores, seguía en poder de Joselito el Seco.</p> - -<p>Á poco de estar con él comprendió el Doctor que Joselito venía en busca -de su hija, con el intento de robarla de casa del padre Piñón, donde -había averiguado que se escondía por espías y amigos que tenía en -Villabermeja.</p> - -<p>El padre Piñón y María habían prevenido á tiempo este golpe, huyendo -ella, sin que se supiese hacia donde.</p> - -<p>El Doctor sufrió un prolijo interrogatorio de Joselito, quien, informado -también de que su hija andaba enamorada del Doctor, no sabía cómo -explicarse aquel viaje nocturno de D. Faustino.</p> - -<p>Joselito no receló que su hija, sabedora de que él venía en su busca, se -hubiese escapado y que el Doctor fuese persiguiéndola; pero, aunque lo -hubiese recelado, era ya tarde para alcanzarla. Don<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108"></a>{108}</span> Faustino, no -obstante, ocultó la fuga de María y buscó razones para explicar su viaje -nocturno, hasta que vió que Joselito, por caminos extraviados, los -llevaba á Villabermeja, con el evidente propósito de penetrar en casa -del padre Piñón. Para evitar este lance, el Doctor, ya cerca del pueblo, -declaró que María había huído y que él había salido persiguiéndola.</p> - -<p>Joselito exigió al Doctor su palabra de honor de que decía verdad; y -convencido de que el Doctor no le engañaba, echó sus cuentas, y decidió -con gran rabia que ya era imposible alcanzar ni detener á su hija antes -de que llegase á cierto punto, donde estaba segura.</p> - -<p>Desistió, pues, Joselito de entrar en Villabermeja; y él y su partida y -su prisionero anduvieron, durante muchos días, vagando por diferentes -sitios, fuera de los caminos reales, y haciendo noche en caserías y -cortijos, donde Joselito tenía partidarios ó cómplices.</p> - -<p>El Doctor, completamente desorientado ya, no sabía en qué punto, ni -siquiera en qué provincia de Andalucía se encontraba.</p> - -<p>Fiado Joselito en la palabra de honor dada por el Doctor y en el -compromiso que había contraído, le dejaba ir en su jaca, con sus armas, -y al parecer completamente libre, aunque dos bandidos le vigilasen -constantemente.<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109"></a>{109}</span></p> - -<p>No se permitió al Doctor que escribiese á su madre, por más que lo pidió -con gran empeño. Por lo demás, estaba todo lo regalado, considerado y -atendido que en aquella vida era posible.</p> - -<p>Algunas veces se apartaron de Joselito varios de la partida, presumiendo -D. Faustino que fuese para algún lance ó golpe de poca importancia, -porque luego volvían, y notaba el Doctor que hablaban con el Capitán y -que dividían y repartían dinero.</p> - -<p>Á todo esto, el Doctor se desesperaba cada vez más, rabiaba ó cavilaba, -y no atinaba con la razón de que así le llevasen cautivo.</p> - -<p>Joselito era hombre de tan pocas palabras, que no había modo de que el -Doctor pusiese nada en claro, por más que le interrogaba.</p> - -<p>Una noche, por último, estando en una casería, que debía de ser de algún -señor rico, pues había cuartos de dormir bastante cómodos y bien -amueblados, Joselito dijo al Doctor que deseaba hablarle á solas. -Subieron juntos al cuarto del Doctor, que era el más elegante y lujoso, -y allí tuvieron la siguiente conferencia:</p> - -<p>—Sr. D. Faustino—dijo Joselito el Seco,—no era mi intención -secuestrar á su merced. Yo iba en busca de mi hija; hallé á su merced -por casualidad; le reconocí, y dé su merced gracias al cielo de mi buena -memoria y de lo mucho que se parece á su padre, porque si no le -reconozco, su merced<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110"></a>{110}</span> sería ya pasto de los grajos; le reconocí, digo, y -le he detenido entre los míos. Hoy quiero y debo decirle mis propósitos -y muchas cosas que me importan y que le importan.</p> - -<p>—Hable V., Joselito—interrumpió el Doctor:—la curiosidad me consume -hace días.</p> - -<p>Ambos interlocutores se sentaron entonces, frente á frente, en sillas -que había junto á una mesa sobre la cual estaban dos candeleros de -cristal con sendas velas ardiendo.</p> - -<p>La traza de Joselito era de lo menos patibularia que puede imaginarse. -Alto y esbelto de cuerpo; la tez blanca, aunque tostada del sol, y el -pelo negro, si bien con algunas canas. Parecía ser hombre de cuarenta -años, pero bien conservado y robusto. Los ojos eran entre garzos y -verdes, rasgados y dulces. Gastaba Joselito patillas y llevaba afeitado -el bigote, luciendo, en una boca pequeña, dientes blancos, iguales y -bien formados. En suma, Joselito era un majo muy guapo, y se conocía que -en su no lejana mocedad habría sido lo que se llama un real mozo.</p> - -<p>—Aquí donde V. me ve—dijo á D. Faustino,—yo estaba destinado á hacer -otra vida harto distinta de la que estoy haciendo; pero el hombre -propone y Dios ó el diablo dispone. Cuando yo tenía diez y ocho años -estaba de novicio en el convento de Villabermeja. Bien se acordará de -aquellos tiempos<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111"></a>{111}</span> el padre Piñón, que me quería en extremo por el fervor -y excelente voz con que yo cantaba las cosas de iglesia, y porque me -suponía tan humilde y sencillo, que siempre andaba diciendo que yo iba á -ser un santo. Tal vez lo hubiera sido, si no llego á ver á Juanita. -Antes hubiera cegado. Juanita frecuentaba mucho la iglesia en compañía -de su madre Doña Petra la viuda. Esta buena señora era muy presumida y -entonada. Se jactaba de hidalga, y no sin razón. Su madre, la abuela de -Juanita, había sido una hermana de su abuelo de V., señor D. Faustino. -El pobre novicio tuvo, pues, la audacia de poner los ojos en una -parienta de los Mendoza.</p> - -<p>—¿De quién era viuda Doña Petra?—preguntó el Doctor.</p> - -<p>—De un arriero enriquecido—contestó Joselito.—Eso importa poco. El -caso fué que yo me enamoré perdidamente de Juanita. Mis ardientes -miradas lograron excitar en su alma un amor igual al mío. En la misma -iglesia nos hablamos con tal recato y disimulo, que Doña Petra no -sospechó nada. Juanita y yo nos pusimos de acuerdo. Yo me escapaba por -la noche del convento é iba á verla á su casa, saltando por las tapias -del corral. Así seguían nuestros misteriosos y felices amores, cuando la -belleza de Juanita despertó, en una feria, gran cariño en el corazón de -cierto mayorazgo de<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112"></a>{112}</span> la ciudad de..., no distante de Villabermeja. Doña -Petra concertó el casamiento de Juanita, la cual no se atrevió á -oponerse; pero me informó de todo al momento. Ambos nos decidimos -entonces á huir. La noche en que estaba todo dispuesto ya para la fuga, -que iba á ser en un mulo que había en el convento, llevando yo á las -ancas á Juanita, fuí á buscarla y á sacarla de su casa. Por desgracia, -el novio mayorazgo, que rondaba por allí con un criado suyo, me vió -cuando yo saltaba la tapia del corral, y antes de que cayese yo del otro -lado, me asió de una pierna, y tirando de mí con violencia, logró -derribarme en el suelo. Me levanté al punto algo magullado, y antes de -que me rehiciese me aplicó el mayorazgo tres ó cuatro furiosos -puntapiés, llamándome ladrón. Casi me derribó en el suelo otra vez, pues -era hombre forzudo de veras. Á pesar de mi turbación y malas andanzas, -tuve tiempo de ver y reconocer en quien me maltrataba á mi rival -aborrecido. Los celos, entonces, y la ira y la vergüenza de verme -afrentado de un modo tan cruel, me hicieron olvidar toda mi humildad de -novicio, que tanto el padre Piñón celebraba. Mi antigua mansedumbre se -trocó de repente en ferocidad y en encono. Las llamas del infierno -abrasaron mi corazón en deseos de pronta y terrible venganza. El diablo, -á quien sin duda hube de llamar en mi socorro, me oyó y me proporcionó -los medios<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113"></a>{113}</span> en el acto. Junto al sitio hasta donde el último puntapié me -había echado había un montón de gruesas piedras. Agarré una, y con la -velocidad del rayo volví contra mi enemigo, y antes de que tratase de -parar el golpe, se le dí con tal tino y brío sobre la cabeza, de la cual -al pegarme había dejado caer el sombrero, que le hundí y rompí los -huesos de un modo horroroso, haciéndole caer muerto á mis plantas. Fué -todo esto tan instantáneo, que el criado no había tenido tiempo para -favorecer á su amo. Cuando le vió caer, sintió miedo de mí y empezó á -gritar: «¡Al asesino, al asesino!» Lleno yo de terror, todo confuso y -aturdido, pues era al cabo la primera muerte que hacía, no tuve -serenidad para huir. Salieron hombres de varias casas; me prendieron; me -entregaron á la justicia, y, por último, me condenaron á presidio. Con -los años y las desgracias deseché en presidio los escrúpulos que en el -convento me habían inspirado; conocí á fondo lo que es la vida, y ví que -era mala mi estrella y que sólo á fuerza de valor podía yo dominar su -influjo funesto. Un día, mientras trabajábamos en un camino, concerté -tan hábilmente las cosas con cuatro compañeros, que logré recobrar mi -libertad en su compañía, no sin que perdiese la vida uno de los -capataces que quiso detenernos. Desde entonces ando en este oficio en -que ahora me vé su merced, y no es posible que ande en otro.<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114"></a>{114}</span> Juanita -murió miserable y deshonrada mientras estaba yo con la cadena. Dejó una -hija, que es María. Yo adoro á mi hija, señor D. Faustino. La quiero por -ella y porque es un recuerdo vivo de Juanita; pero María se avergüenza -de mí, me huye, no quiere verme. Los que la han educado le habrán -inspirado quizás algunas buenas ideas; pero se han olvidado de -inspirarle amor y hasta respeto á su padre. Sea yo quien sea, ¿dejaré de -ser su padre? ¿No es un mandamiento de la ley de Dios el que ella me ame -y me respete?</p> - -<p>Mucho había que contestar á esto; pero al Doctor no le pareció prudente -ni oportuno ponerse á disputar con Joselito, y permaneció callado.<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115"></a>{115}</span></p> - -<h2><a name="XXIV" id="XXIV"></a> -<img src="images/ill_pg_115.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXIV.</h2> - -<p class="chead">SUNT LACRIMÆ RERUM</p> - -<p>Viendo Joselito que el Doctor nada contestaba, prosiguió hablando de -esta manera:</p> - -<p>—V. no me contesta, Sr. D. Faustino, porque cree que mi hija hace bien -en huir de mi lado, en aborrecerme, en despreciarme quizás; pero yo me -examino, me juzgo y no me hallo ni despreciable ni aborrecible. Quiero -conceder que hubo un momento de mi vida en el cual fuí completamente -libre y del cual pendió toda mi conducta ulterior. ¿Cuál fué ese -momento? ¿Fué cuando recibí los puntapiés y demás afrentas del -mayorazgo? ¿Debí aguantarme y sufrirlos con resignación? ¿Es así como no -hubiera sido despreciable? ¿Estuvo quizá mi culpa en no medir ni -calcular bien ni el sitio en que dí con la piedra, ni la violencia que -la piedra llevaba? ¿Dependió de mí entonces tener serenidad y acierto -para no matar al mayorazgo y magullarle y vengarme, quedando bien puesto -mi<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116"></a>{116}</span> honor, ó, si los novicios no deben hablar de su honor, mi dignidad -de hombre? Para evitar aquel trance, ¿debí acaso renunciar al amor de -Juana, aconsejándole que engañase al mayorazgo y se casase con él, dando -gusto á su madre, y siguiendo yo de novicio, como si tal cosa? Esto -hubiera sido muy cómodo para todos, pero hubiera sido muy ruín. Lo -mejor, dirá V., hubiera sido no enamorarse de Juana, no seducirla. Pero -ni yo seduje á Juana ni ella me sedujo. Fuímos el uno hacia el otro, -atraídos por un impulso irresistible, como van el río á la mar y el humo -á las nubes. Nada... estaba escrito... era mi sino. No lo dude V.: yo -hubiera sido un santo si no llego á ver á Juana. El diablo se valió de -ella para perderme y de mí para perderla, sin que ni ella ni yo -pudiésemos evitarlo.</p> - -<p>El Doctor sintió el prurito de contestar á todos aquellos sofismas, con -los cuales el bandido trataba de justificarse; pero calculó que era -inútil. Además, no se hallaba el Doctor con autoridad suficiente. Su -moral era clara y severa en la teoría, pero en la práctica dejaba mucho -que desear. Concediéndose los mismos bríos de Joselito, el Doctor se -ponía en su lugar y aceptaba la muerte del mayorazgo como obra suya. No -hay que decir que los amores con Juana, el saltar por las tapias del -corral y el proyecto de rapto, no parecían al Doctor impropios de su -carácter; él hubiera obrado del<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117"></a>{117}</span> mismo modo en iguales circunstancias, -mas sin considerarse por eso exento de culpa. Donde ya veía el Doctor -una culpa con la que jamás se hubiera manchado, era con la fuga de -presidio y con haber adoptado después la vida de bandolero. De esto no -se absolvía el Doctor. ¿Había, sin embargo, razones para absolver á -Joselito? Tampoco. Los principios de la moral, la ley de la conciencia, -la intuición viva de lo justo y de lo bueno no resultan de largos y -prolijos estudios: lo mismo están grabados en el alma del hombre de -ciencia que en la del campesino más rudo. El que borra, tuerce ó -desfigura esos principios, esas leyes, esas nociones, es siempre -responsable, es culpado. El error de su entendimiento implica una falta -de la voluntad, que se empeña en sofisticar las cosas para acallar la -voz de la conciencia. No se puede negar que en ciertos pueblos, entre -gentes selváticas ó bárbaras, esa degradación, ese obscurecimiento de la -moral es obra de la sociedad entera: el individuo puede, por lo tanto, -no ser responsable de todo; pero en el seno de la sociedad europea no es -dable suponer ignorancia ó perversión invencibles. Por más que se -ahonde, por más que se descienda hasta las últimas capas sociales, no se -hallará el abismo obscuro donde vive un ser humano sin que la luz -penetre en su alma y grabe allí las reglas de lo bueno y de lo justo.<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118"></a>{118}</span></p> - -<p>Así pensaba el Doctor, en nuestro sentir muy atinadamente, por lo cual -distaba mucho de justificar á Joselito el Seco y de ver en él una -víctima de la fatalidad, del sino, según él decía.</p> - -<p>Joselito, permaneciendo siempre mudo el Doctor, trató de justificar y -hasta de glorificar su oficio.</p> - -<p>Todo cuanto se ha dicho en libros y periódicos sobre lo mal organizada -que está la sociedad, sobre el modo que tienen muchos de adquirir la -riqueza explotando á sus semejantes, sobre el mal uso que de esta misma -riqueza se hace después, tiranizando y humillando á los pobres, todo se -lo sabía y lo explicaba Joselito; todo lo ha sabido y explicado, con -menos método y orden, pero con más viveza y primor de estilo, cuanto -ladrón ha habido en Andalucía desde hace años. El Tempranillo, el Cojo -de Encinas Reales, el Chato de Benamejí, los Niños de Écija y tantos -otros, sabían poco menos en esta censura de la economía social, que -Proudhon, Fourier ó Cabet pueden haber sabido. Joselito el Seco no se -quedaba á la zaga.</p> - -<p>Tales declamaciones contra la sociedad parecían en aquellos tiempos, y -aun en años después, tan sin malicia, que las novelas de Eugenio Sué, -<i>El Judío errante, Martín el expósito</i> y <i>Los Misterios de París</i>, -llenas del espíritu del socialismo, se publicaron en periódicos -moderados como <i>El Heraldo</i>.<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119"></a>{119}</span></p> - -<p>Dejando aparte la cuestión de si es ó no justa, y de hasta qué punto lo -es la censura, no se ha de negar que, aun suponiendo parte de la -propiedad fundada en el robo, ora por violencia, ora por astucia, no es -modo de remediarlo robando también por medio de la astucia ó por medio -de la violencia, ya con la fuerza colectiva y grande de un estado -revolucionario, ya con la fuerza menos potente de una cuadrilla de -bandoleros. Joselito el Seco, no obstante, entendía ó quería dar á -entender que sí, apoyado en un antiguo refrán, cuya importancia es -inmensa. El refrán dice: <i>Quien roba al ladrón tiene cien años de -perdón</i>; y en este refrán se apoyaba para afirmar, no ya que no cometía -ningún delito, sino que ejercía todas las obras de misericordia, -cifradas y compendiadas en una. En efecto, Joselito no robaba jamás sino -á los ricos, á quienes despojaba sólo de lo que le parecía supérfluo, -dejándoles lo necesario. Hacía muchas limosnas, socorría no pocas -necesidades, y enviaba dinero á varios puntos para misas y funciones de -iglesia, porque era muy buen cristiano. Sostenía Joselito que casi todo -lo que había robado se lo había robado á ladrones, y los de su cuadrilla -jamás se echaban sobre la presa sin exclamar: «Rindete, ladrón, y suelta -la bolsa». La excesiva abundancia de dinero induce además á los hombres -á que se entreguen á la ociosidad, madre de todos<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120"></a>{120}</span> los vicios; á que se -traten con sibarítico regalo, y á que ofendan á Dios, en suma, por no -pocos caminos. Por donde Joselito afirmaba que, despojando á muchos de -lo supérfluo, había contribuído poderosamente á la mejora de sus -costumbres y les había abierto y allanado el sendero de la virtud.</p> - -<p>Después de esta apología, Joselito dió nuevo giro á su discurso, y habló -de la hacienda y casa de los Mendoza, cuyo estado conocía; lo pintó todo -como perdido sin remedio, y por último, dió al Doctor las noticias -recientes, que por sus espías y amigos él había recibido de -Villabermeja, sobre la venganza de Rosita y la amenaza de ejecución.</p> - -<p>El dolor y la rabia de D. Faustino fueron muy grandes al saber tan -tristes nuevas. Al pensar en el apuro y desconsuelo en que estaría su -madre, no acertó á contener las lágrimas que brotaron de sus ojos.</p> - -<p>—¡Por vida del diablo!—dijo Joselito,—¿qué lágrimas son esas? Un -hombre recio no llora nunca. ¿Quiere V. vengarse? Yo le doy mi auxilio. -Nada tiene V. ya que esperar de la gente. Rompa V. con toda. Declárele -la guerra con valor. ¿Sería V. acaso el primer mayorazgo arruinado que -se ha hecho de los nuestros? Una palabra resuelta de V., y V. es aquí el -amo. En tres ó cuatro días nos ponemos en la Nava, y hacemos, si V. -quiere, una atrocidad.<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121"></a>{121}</span> El Escribano usurero nos soñará toda la vida. Le -quebraremos las tinajas, vertiendo el vino y el aceite; le mataremos las -reses; y si esto no basta, le incendiaremos la casería.</p> - -<p>D. Faustino no pudo menos de romper entonces el silencio que hasta allí -se había impuesto.</p> - -<p>—Joselito—dijo,—cada hombre tiene su natural y su modo de proceder. -Yo no quiero probarle á V. que V. obra mal; pero no puedo menos de -decirle que yo pienso de muy diversa manera y no puedo hacer nada de lo -que V. hace. El Escribano, usurero por sí ó en nombre de otros, pide lo -que le pertenece de derecho. Ninguna injuria me infiere. Nada tengo que -vengar. Aunque mi madre muriese de pena, no pensaría yo que el Escribano -usurero fuera el causante de su muerte. La culpa sería mía, que con mi -imprevisión no he sabido evitar tanto bochorno.</p> - -<p>—Me aflige oir á V., Sr. D. Faustino—replicó Joselito.—No quisiera -ofender á mi prisionero; mas no puedo resistir á la tentación de decir á -V. que es V. un blandengue. Es treta muy común negar la injuria para -excusar el peligro de la venganza. Tiene V. razón: la injuria que no ha -de ser bien vengada ha de ser bien disimulada.</p> - -<p>El Doctor perdió los estribos: se puso más colorado que una amapola; se -olvidó de que Joselito<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122"></a>{122}</span> estaba armado siempre; se olvidó de que á una -voz de Joselito podrían acudir sus hombres y darle muerte en el acto.</p> - -<p>—¡Voto á Dios!—dijo,—que yo no disimulo injuria alguna, y menos la de -V., que es quien me injuria. ¿Piensa el ladrón que todos son de su -condición? ¿De dónde, por perdido que yo esté, puede V. inferir que yo -voy á adoptar la infame vida que V. lleva? Repito que el Escribano está -en su derecho; que no me injuria, y basta que yo lo diga. El Escribano -obra como quien es: es ruín y obra ruínmente; pero no me injuria.</p> - -<p>Joselito, en el primer momento, estuvo á punto de romper la cabeza al -Doctor, que así se desahogaba. En todos los días de su vida había tenido -Joselito tanta paciencia. Reportó su cólera. Allá en su interior casi se -alegró de que la persona de quien su hija andaba enamorada tuviese -tantos arrestos.</p> - -<p>—¡Bien está!—dijo.—Á quien hoy toca, no disimular, sino perdonar las -injurias, es á un servidor de V., Sr. D. Faustino. No disputemos más. -Cada loco con su tema.</p> - -<p>—Dispense V., Joselito, si me he exaltado un poco.</p> - -<p>—La cosa no es para menos. Comprendo que debe de estar V. más quemado -que candela. Sentiré quemarle más; pero me importa recordar el<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123"></a>{123}</span> pacto -que hemos hecho. V. tiene algo viva la sangre y puede olvidarlo á lo -mejor. Un caballero tan cabal, que está en su punto, sería una lástima -que se cegase y faltase á lo pactado.</p> - -<p>—Yo no faltaré nunca.</p> - -<p>—Con todo, no está demás recordar á V. que es mi prisionero; que ha -prometido no huir ni hacer armas contra nosotros, sino seguirme y -obedecerme.</p> - -<p>—En cuanto no se oponga á mi honor ni á mis principios.</p> - -<p>—Convenido. Pues sepa V. ahora, Sr. D. Faustino, que por más que no -quiera V. ser de nuestra compañía, V. ha de permanecer conmigo á modo de -cimbel ó reclamo.</p> - -<p>—¿Qué significa eso?</p> - -<p>—La cosa es muy sencilla. ¿Para qué sirven el cimbel y el reclamo? Para -que las avecillas enamoradas acudan donde ellos están. Pues para esto me -está V. sirviendo. Deseo que mi ingrata hija venga á mí; y ya que no -venga por amor de su padre, vendrá por amor de usted. Para esto sigue V. -en mi poder. Luego que venga María, yo concertaré con ella el precio del -rescate. Yo tengo donde ella viva segura y con mucho regalo. ¿Por qué no -ha de vivir María donde esté bajo el dominio de su padre, donde su padre -pueda verla? ¿Por qué ha de andar huyendo siempre de mí?<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124"></a>{124}</span></p> - -<p>El plan del bandido era hábil. El Doctor no dudó de que María iba á -venir en busca de su padre, á fin de salvarle á él del cautiverio. El -caso era triste. Él iba á tener la culpa de que aquella mujer, que había -podido hasta entonces librarse de padre tan tremendo y de vivir como su -cómplice á costa de sus robos, cayese en poder del capitán de -bandoleros. Las súplicas y los insultos hubieran sido inútiles para -hacer que Joselito cambiase de propósito. El Doctor se calló por -consiguiente.</p> - -<p>Dos días después del coloquio que acabamos de referir, permanecían aún -los bandidos y el Doctor en la hermosa casería de que se ha hablado. Sin -duda esperaban la llegada de alguien: casi de seguro, imaginaba el -Doctor, esperaban la llegada de María.</p> - -<p>Eran las diez de la noche. Se oyeron resonar fuera de la casería los -cascos de dos caballos, que á poco llegaron y pararon á la puerta. -Joselito, su tropa y el Doctor se hallaban tomando el fresco en el -patio, cuando el bandido que estaba de atalaya entró seguido de dos -hombres. El uno, que parecía criado, venía descubierto; el otro venía -embozado en su capa hasta los ojos y con el ala del sombrero tapada la -frente y envueltos en sombra los ojos mismos. Sin desembozarse, sin -descubrirse, dijo el incógnito:</p> - -<p>—Á la paz de Dios, caballeros.<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125"></a>{125}</span></p> - -<p>—Á la paz de Dios—le contestaron.</p> - -<p>Encarándose luego con Joselito, añadió:</p> - -<p>—Dios te guarde. Guíame á un cuarto cualquiera. Tengo que hablarte á -solas.</p> - -<p>Estas palabras, pronunciadas con imperio, fueron oídas con profundo -respeto por Joselito, que conoció en la voz á quien las pronunciaba. -Guió, pues, al embozado á un cuarto, donde hizo poner luces. El criado -quedó en el patio aguardando en silencio. Los caballos en que habían -venido amo y criado estaban fuera de la casería, atados de la brida á -unas argollas que al efecto había en la pared.</p> - -<p>La conferencia duró más de una hora; y terminada que fué, el embozado -partió con su acompañante, á quien el mismo Joselito vino á llamar para -que siguiese á su amo. Las pisadas de los dos caballos que se alejaban -se oyeron resonar desde el patio.</p> - -<p>—Señor D. Faustino—dijo entonces Joselito—, tenga su merced la bondad -de venir conmigo.</p> - -<p>El Doctor siguió á Joselito al mismo cuarto donde con el embozado había -estado hablando. Solos allí, con voz conmovida dijo Joselito al Doctor:</p> - -<p>—Todos mis planes se han deshecho. Es mi sino. Hay una fuerza superior -á mi voluntad que me avasalla y sujeta. María no ha muerto; pero V. y yo -debemos considerarla como muerta. No la volveremos á ver más. Para nada -le necesito á V. ahora. He prometido además al hombre que acaba de irse<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126"></a>{126}</span> -de este cuarto que pondré á V. en libertad inmediatamente. Voy á cumplir -la promesa. ¿Quiere usted irse ahora mismo?</p> - -<p>—Estoy impaciente por ver á mi madre, por salvarla, por consolarla al -menos. Ahora mismo me voy—contestó el Doctor.</p> - -<p>En balde intentó averiguar quién era el personaje misterioso que -procuraba su libertad, y, sobre todo, cuáles eran el paradero y el -destino de María, para que tuviese él que considerarla como muerta. -Joselito no quiso ó no pudo revelarle nada. Mandó que ensillasen la jaca -del Doctor y que dos de los de más confianza de la cuadrilla se -preparasen á acompañarle.</p> - -<p>Todo dispuesto ya, el Doctor se despidió de Joselito alargándole la -mano, que éste apretó amistosamente entre las suyas.</p> - -<p>Por trochas y atajos, por sendas extraviadas, caminando más de noche que -de día, llegaron, al tercero, el Doctor y su comitiva á un sitio -distante media legua de Villabermeja y muy conocido del Doctor, porque -estaba en el camino de su casa de campo. Allí los bandidos le pidieron -su venia para volverse. El Doctor se la dió de buen grado, con mil -gracias por el favor que le habían hecho. Procuró también darles el -dinero que llevaba consigo; pero la caballerosidad y desprendimiento de -aquellos valientes no lo consintió.<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127"></a>{127}</span></p> - -<p>Empezaba á clarear cuando el Doctor se quedó solo. Era una mañana -hermosísima. Con la impaciencia de volver á ver á su madre, puso el -Doctor espuelas á la jaca, y pronto se halló en el lugar y á la puerta -de su casa, que vió abierta, aunque tan temprano.</p> - -<p>Entonces le dió un vuelco el corazón. Presintió una desgracia. Una nube -de tristeza nubló sus ojos.</p> - -<p>Faón fué el primero que salió á recibirle; pero en vez de mostrar -contento, daba aullidos tristes.</p> - -<p>Bajó el Doctor de la jaca, y dejándola en el zaguán, entró por el patio, -sin hallar á persona alguna. El podenco iba delante, aullando á veces, -como si quisiera darle una nueva dolorosa.</p> - -<p>Al ir á subir la escalera para dirigirse al cuarto de su madre, apareció -la niña Araceli y se echó en los brazos del Doctor.</p> - -<p>—¡Hijo mío, hijo mío!—dijo.—¿Dónde has estado? ¡Gracias á Dios que -sano y salvo te volvemos á ver!</p> - -<p>—Tía, ¿cómo está V. por aquí? ¿Qué ha pasado?</p> - -<p>—Tu madre está enferma, hijo mío.</p> - -<p>—No me oculte V. la verdad, tía. Es inútil. Mi madre...</p> - -<p>—No subas ahora... está durmiendo.</p> - -<p>—Está durmiendo un sueño eterno—exclamó el Doctor.—Mi madre ha -muerto.<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128"></a>{128}</span></p> - -<p>La niña Araceli ni afirmó ni negó, pero prorrumpió en amargo llanto.</p> - -<p>El Doctor subió precipitadamente la escalera. Iba á dirigirse á la -alcoba de su madre, cuando el ama Vicenta le detuvo á la puerta, -diciéndole:</p> - -<p>—No está aquí.</p> - -<p>Instintivamente se fué entonces hacia la sala-estrado. También allí -estaba á la puerta otra persona: el padre Piñón.</p> - -<p>—Déjeme V. que entre y la vea,—dijo D. Faustino.</p> - -<p>El padre Piñón, juzgando ya inútil todo disimulo, respondió al Doctor:</p> - -<p>—No entres; no perturbes su reposo: pide á Dios que descanse en paz.</p> - -<p>D. Faustino cayó llorando entre los brazos del Padre.</p> - -<p>—¡Ha muerto!—dijo.</p> - -<p>—Ha muerto como una santa,—contestó el padre Piñón.</p> - -<p>—Soy un miserable. Yo la he muerto con mis locuras. ¡Dios mío! ¡Dios -mío! ¿por qué no me matas á mí?</p> - -<p>—<i>Quia Dominus eripuit animam tuam de morte</i>,—dijo el Padre, que -siempre llevaba el Breviario en la memoria, y que entonces, además, le -traía en la mano, abierto por el Oficio de Difuntos.</p> - -<p>—Hijo mío—añadió,—reza por tu madre, reza<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129"></a>{129}</span> por tí; mira que en estas -grandes tribulaciones el rezar es el mayor consuelo: <i>Tribulationem et -dolorem inveni, et nomen Domini invocavi.</i></p> - -<p>—Es cierto—respondió D. Faustino;—he hallado la tribulación y el -dolor, pero no he hallado la fe.</p> - -<p>—¡Qué horror! Si has de hablar así, vete, no profanes este sitio.</p> - -<p>El Doctor tomó entonces maquinalmente el Breviario que tenía el padre -Piñón. Fijó sus ojos en la página por donde estaba abierto, y leyó unas -desesperadas sentencias del libro de Job, encarándose al leerlas con el -Padre, como si le contestara.</p> - -<p>—Mi alma—dijo—tiene tedio de mi vida. Hablaré con amargura de mi -alma. Diré á Dios: no quieras condenarme. Manifiéstame por qué me juzgas -así. ¿Por ventura te parece bien el que me calumnies y me oprimas?</p> - -<p>Aterrado el Padre de que así convirtiera el Doctor el bálsamo en veneno, -le arrancó el Breviario de entre las manos.</p> - -<p>D. Faustino se precipitó dentro de la sala.</p> - -<p>En medio de ella, en un féretro, entre cuatro blandones ardiendo, hacía -más de veinticuatro horas que estaba su madre de cuerpo presente.</p> - -<p>D. Faustino se acercó al féretro con silencio respetuoso; se hincó de -rodillas como quien pide perdón, y levantándose luego del suelo, se -inclinó sobre<span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130"></a>{130}</span> el rostro de la difunta, le contempló con honda pena, y -exclamó como si anhelase despertarla:</p> - -<p>—¡Madre, madre mía!</p> - -<p>Respetilla, que estaba velando el cadáver; el padre Piñón; Doña Araceli, -que había subido, y el ama Vicenta, callaban y lloraban.</p> - -<p>El Doctor, aproximando, por último, los labios á la cara pálida y -desfigurada de Doña Ana, la besó en la frente y en las mejillas.</p> - -<p>Los que asistían á este espectáculo se apoderaron de D. Faustino, y casi -por fuerza le sacaron de allí y se le llevaron á su cuarto.<span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131"></a>{131}</span></p> - -<h2><a name="XXV" id="XXV"></a> -<img src="images/ill_pg_131.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXV.</h2> - -<p class="chead">LA SOLEDAD</p> - -<p>El dolor de D. Faustino fué grandísimo en aquellos días. Nació, no sólo -del amor que profesaba á su madre, sino del remordimiento de haber sido, -en parte, causa de su muerte.</p> - -<p>El Doctor, allá en el seno de su conciencia, recordaba la vida de Doña -Ana, y comprendía que había sido un prolongado martirio, en que su padre -y él habían hecho el oficio de verdugos.</p> - -<p>Doña Ana, resignada á vivir en Villabermeja, con un espíritu elevado y -culto, no había tenido con quién entenderse. Su marido, rudo, selvático, -montaraz, no sabía estimarla. Ni siquiera por gratitud, viéndose tan -cuidado y respetado, había mostrado amor y consideración á Doña Ana. Con -sus amores viciosos por la Joya y la Guitarrita, y por otras daifas -palurdas por el estilo, había humillado cruelmente á su mujer. Ni -siquiera amistad, ya que no amor, había sabido mostrar á aquella noble -señora, con quien jamás había acertado á<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132"></a>{132}</span> sostener un diálogo que durase -cinco minutos. En cambio, ora jugando, ora en francachelas, en ferias y -en excursiones á otros pueblos de Andalucía, ora en regalos á las -mancebas que había tenido, ora con su desorden, mala administración y -necios planes, D. Francisco López de Mendoza se había empobrecido y se -había empeñado.</p> - -<p>D. Faustino, lejos de remediar los males de su casa, los había agravado -más, si no con gastos grandes, con su imprevisión y su descuido y con su -incapacidad para las cosas prácticas de la vida. Su conducta reciente -había provocado, por último, la cólera de Rosita, y había traído sobre -la cabeza de su madre el golpe rudo que, en unión con su fuga y -cautiverio entre los ladrones, había acabado por matarla. D. Faustino no -quería perdonarse nada de esto. Estaba inconsolable.</p> - -<p>La niña Araceli y el padre Piñón, que eran tan buenos, le hablaban de -resignación; le decían que era menester conformarse con la voluntad de -Dios, y aseguraban que Doña Ana, que había sido tan virtuosa no podía -menos de estar en el cielo. Á par de estas razones, fundadas en la fe, -sacaba á relucir el padre Piñón, con un candor delicioso y con un -sentido común exento de sentimentalismo, otros pensamientos y discursos -que, ya que no convenciesen al Doctor, le hacían sonreir y aliviaban -algo su pena.<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133"></a>{133}</span></p> - -<p>—Faustinito—decía el Padre,—no te aflijas tanto. ¿Qué se gana con -afligirse? ¿Hay nada más natural que morir? Si no se muriese la gente, -¿cabríamos ya en el mundo? Además, ¿crees tú que nos podríamos sufrir, -al cabo de cierto tiempo, si fuésemos inmortales? ¡Qué monotonía tan -inaguantable la de la vida si no hubiera en ella término! Yo creo que en -este bajo suelo sería peor una vida inmortal que el tormento de quien no -duerme y se cansa. Al cabo de cierto tiempo de velar y de trabajar, te -sientes cansado y deseas dormir; pues lo mismo, después de vivir y de -afanar mucho, se desea la muerte. La muerte es el reposo, es el sueño -para los que velaron y se fatigaron demasiado. Se me figura á veces que -en el morir debe de haber muy semejante deleite, aunque mil veces más -intenso, al del hombre que, después de haber ganado su jornal y empleado -bien el día en obras útiles y misericordiosas, se tiende en una buena -cama, estira las piernas y se queda dormido.</p> - -<p>—Sí, Padre—contestaba el Doctor;—pero ese hombre se duerme con la -esperanza cierta de despertar á la mañana siguiente y de ver la luz y de -hallarse más fuerte y brioso.</p> - -<p>—Pues con más bella y sublime esperanza se entregó tu madre al sueño -del sepulcro—replicaba el padre Piñón, dejando á un lado sus filosofías -instintivas y volviendo á su papel de creyente<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134"></a>{134}</span> y de sacerdote.—Tu -madre se entregó al sueño del sepulcro con la esperanza cierta de -despertar á la mañana, pero á la mañana que no termina ni cansa; de -gozar de otra luz más hermosa, de gozar de un día eterno, y de recibir -una magnífica paga, un jornal espléndido por sus trabajos y virtudes. -Sin duda, que, al morir, la palabra de Dios resonó en el centro de su -alma, diciendo: <i>Ego sum resurrectio et vita: qui credit in me, etiam si -mortuus fuerit, vivet; et omnis qui vivit et credit in me non morietur -in æternum.</i></p> - -<p>Por desgracia, ni los razonamientos mundanos y filosóficos del padre -Piñón, ni sus creencias, ni las antífonas del breviario que citaba, -llevaban el mayor consuelo al ánimo de D. Faustino. Sólo dos personas -había hallado en el mundo con quienes su corazón verdadera y -profundamente simpatizase, con quienes su espíritu estuviese en -comunicación real: su madre y María. Una había muerto; de la otra, tal -vez para siempre le apartaba un obstáculo invencible. De esto no -acertaba á consolarse con nada.</p> - -<p>Por otra parte, ahora que ya había perdido á su madre, el Doctor se -echaba en cara su desvío, ó por lo menos su tibieza para con ella. Se -culpaba de no haberla amado y respetado bastante, y no se lo perdonaba. -El Doctor se fingía creyente, religioso, por un momento, y comprendía -que, no<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135"></a>{135}</span> sólo el padre Piñón, sino todos los sacerdotes del mundo le -absolverían de aquellos pecados. Dios, cuya justicia no es mayor que su -bondad, pues ambas son infinitas, le perdonaría también; pero él no se -perdonaba. Acumulaba sus faltas como quien hace una suma; y así como por -más que se esforzase no podía conseguir que tres y dos no fuesen cinco, -así tampoco podía lograr perdón para aquella suma dentro de su -conciencia recta y fría como la tabla de sumar ó como un conjunto de -axiomas. Entonces exclamaba:—¡Qué felicidad es creer en una -misericordia infinita, en un amor sin límites, que le perdona á uno lo -que uno mismo no se perdona! Yo tengo en mí un ideal de perfección, que -sólo me sirve de tormento, porque jamás llego á él; y cuando me examino -y estudio, veo que me aparto de él y me degrado más cada día. ¡Dichosos -los que imaginan percibir ó perciben una realidad suprema, cuya bondad -inagotable los purifica, elevándolos hasta ella!</p> - -<p>La niña Araceli procuraba también consolar á D. Faustino; pero lograba -menos aún que el padre Piñón.</p> - -<p>Entre tanto, la niña Araceli había prestado á la casa un servicio -inmenso. Todo el dinero que tenía ahorrado, que pasaba de dos mil duros, -le había traído y entregado á Respeta para que pagase á los acreedores. -La venta de las alhajas de Doña<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136"></a>{136}</span> Ana y de los frutos que aun quedaban en -la casa había producido cerca de otros mil duros. Y por último, la niña -Araceli, empeñando sus bienes, había traído hasta otros seis mil duros, -con todo lo cual había nueve mil, y sobraba para salir del apuro y -salvarse de la ejecución.</p> - -<p>Doña Ana logró morir con el consuelo de ver esta gran prueba de amistad -de la niña Araceli, que vino á cuidarla, recibió su último suspiro y le -cerró los ojos.</p> - -<p>Para el Doctor, aunque agradecido á la niña Araceli, era una humillación -que hubiese hecho ella lo que él, que tan capaz de todo se juzgaba, no -había podido hacer. Tenía, además, el Doctor, cierta envidia generosa de -que la niña Araceli, y no él, hubiese sido quien oyó las últimas -palabras de la moribunda, y vió apagarse la postrera luz de su dulce -mirada, y sintió en su rostro, inclinado sobre el lecho de muerte, el -aliento final de aquel noble pecho.</p> - -<p>Como la muerte de Doña Ana había provenido en parte de los disgustos é -insolencias del Escribano usurero, no dejó de pasar por las mientes del -Doctor la idea de tomar venganza. Pero pronto la desechó considerándola -miserable y hasta ridícula. El Escribano, y sobre todo, Rosita, que -mandaba en el Escribano, no habían recibido sino agravios de la casa de -los Mendoza; y si los habían satisfecho<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137"></a>{137}</span> reclamando lo que les -pertenecía, nada había que vengar ni nada de que quejarse. Don Faustino -sólo sentía por el Escribano y por Rosita un desprecio profundo, -desprecio que estamos nosotros muy lejos de justificar.</p> - -<p>D. Juan Crisóstomo Gutiérrez estaba compunjido y aterrado con la muerte -de Doña Ana y con la venida del Doctor. Unas veces soñaba que la muerta -entraba en su cuarto de noche y venía á tirarle de los piés; otras veces -sospechaba que el vivo D. Faustino iba á darle una paliza el día menos -pensado.</p> - -<p>En el pueblo, donde el Escribano era por lo general odiado, como suelen -ser los ricos por los pobres, sobre todo cuando los ricos no son -generosos, casi todos los contrarios de los Mendoza, que en un principio -habían aplaudido la venganza, movidos á compasión por la muerte de Doña -Ana, se desataban en invectivas contra aquel usurero infame y sin -entrañas, que era lo menos que de él decían.</p> - -<p>Rosita, por su parte, se mostraba sombría y silenciosa, aunque procuraba -parecer impasible. Si allá en el fondo de su alma pugnaba por surgir el -arrepentimiento, pronto le sofocaba ella evocando el recuerdo de todas -las injurias recibidas. La noche de la Nava se presentaba viva en su -imaginación, con su abandono, con su deleite, con todos<span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138"></a>{138}</span> sus hermosos -delirios, que casi al punto se desvanecieron. Estas imágenes eran para -el corazón de Rosita como una copa donde había gustado néctar y donde no -había ya sino turbias heces de hiel y veneno. Recordando aquella noche y -recordando la otra en que sorprendió al Doctor con María, Rosita, lejos -de arrepentirse, se apesadumbraba de ser una flaca y desvalida mujer, y -se avergonzaba de no ser bastante valerosa para buscar al Doctor y darle -de puñaladas.</p> - -<p>D. Faustino, lleno de pena, ni quería salir de casa ni tratar de -negocios, y encargó al padre Piñón para que fuese en casa del Escribano, -en compañía de Respeta, á pagar lo que debía y á levantar las hipotecas -que pesaban sobre sus bienes.</p> - -<p>De la materialidad de recibir y contar el dinero cuidó Rosita. Durante -esta prosaica operación, en el despacho particular de la casa, mientras -su padre estaba en la escribanía, Rosita se quedó á solas con el padre -Piñón, y éste le dijo:</p> - -<p>—Ya tienes ahí todo el dinero; ya estás pagada; ya debes estar -contenta.</p> - -<p>—¡Ay, padre, padre! La deuda que Faustino contrajo conmigo no se paga -con todo el oro del mundo. Ni con su sangre y su vida la pagaría.</p> - -<p>—Eres una pecadora empedernida—replicó el padre Piñón.—Por ahí me -acusan de que tengo la manga ancha, y es verdad que la tengo. Á mucho<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139"></a>{139}</span> -amor, mucho perdón; tal vez entienda yo muy á la letra aquello de que le -será perdonado mucho á quien mucho ha amado; pero cuando el amor se -trueca en odio, te aseguro que se me quitan las ganas de perdonar. Dime, -desalmada mujer, ¿no te remuerde la conciencia de la muerte de Doña Ana?</p> - -<p>—Oiga V., Padre, ¿y por qué ha de remorderme la conciencia? ¿Qué culpa -tengo yo de que la tal señora se haya muerto? La matarían los diablos y -condenados con quienes andaba de tertulia por la noche. Lo que es -nosotros nos lavamos las manos. ¡Pues no faltaba más!... Lucidos -estaríamos si no pudiésemos pedir lo que se nos debe, por temor de que -los tramposos sensibles y delicados se nos murieran. Vaya... si por tan -poca cosa diesen los tramposos en la gracia de morirse, España se -convertiría en un desierto.</p> - -<p>—En un desierto es en el que yo predico predicándote á tí,—dijo por -último el Padre Piñón, y selló sus labios.</p> - -<p>Tres semanas después de la muerte de su prima, la niña Araceli se volvió -á su lugar, acompañada de Respeta y otros criados. La niña Araceli hizo -desde luego donación á D. Faustino de sus dos mil duros ahorrados. D. -Faustino trató en balde de reconocer aquella deuda y de pagar intereses. -De los otros seis mil duros que había Doña Araceli<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140"></a>{140}</span> tomado prestados con -hipoteca de sus bienes, el Doctor se comprometió en regla á pagar los -réditos, para no ser más gravoso á su tía. Tía y sobrino se despidieron -con lágrimas y tiernos abrazos, á más de tres leguas del lugar, hasta -donde fué el Doctor acompañándola.</p> - -<p>Durante la permanencia de Doña Araceli en Villabermeja al lado de su -sobrino, á pesar de que éste jamás preguntó por su prima Costanza, Doña -Araceli, que era locuaz y expansiva, le informó de que la marquesa de -Guadalbarbo era en extremo dichosa. Su marido la adoraba. La fortuna los -favorecía. Todo les salía bien. Nadaban en la opulencia. Se habían ido á -Londres, donde el marqués tenía negocios de banca, y cada día juntaba -más dinero, sin dejar por eso de conservar todas sus fincas en España y -aun de comprar otras.</p> - -<p>De María es de quien el Doctor hubiera querido saber; pero el único que -de algo quizás podría informarle era el padre Piñón, que todo se lo -callaba, afirmando que no sabía dónde María había ido.</p> - -<p>—Sólo sé—añadía—que te amaba con todo su corazón; que, sin embargo, -ha debido abandonarte, y que tal vez no la volverás á ver en esta vida.</p> - -<p>Sin madre y sin amiga, sin las dos únicas personas á quienes amaba y -respetaba, se halló el Doctor en la soledad más espantosa. Respetilla<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141"></a>{141}</span> -trataba de entretenerle y distraerle; pero sus noticias y sus chistes no -le arrancaban ni una sonrisa. El padre Piñón había intimado con D. -Faustino y venía á verle con frecuencia; pero tampoco el padre Piñón -penetraba en el alma y en el pensamiento del Doctor. Es cierto que le -echaba sus sermones, que le citaba versículos y oraciones y sentencias -del Breviario, y que á veces apelaba al sentido común y razonaba con -cierta filosofía burda; pero siempre que el Doctor se dignaba dar -contestación á todo aquello, solía quedarse el Padre en ayunas de lo que -el Doctor decía, figurándosele que no hablaba en castellano, sino en -griego. De esta suerte venían á terminar los diálogos entre ambos, -quedando el Doctor y el clérigo muy poco satisfechos el uno del otro, -aunque buenos amigos.</p> - -<p>Imaginó, pues, el Doctor que su espíritu, en lo que tenía de más íntimo -y esencial, estaba completamente incomunicado, y que sólo en lo somero, -vulgar y casi indiferente se tocaba con otros espíritus. Aquel -aislamiento y aquella soledad se le hicieron insufribles. Entonces pensó -de nuevo, como ya otras veces había pensado, en la posibilidad de -entenderse y comunicar con espíritus que no fuesen de los que tenían -cuerpo humano, y en si esto sería factible por otro medio más sutil que -la palabra material, que agita el aire y que el aire transmite. Tan -grande fué el esfuerzo de su fantasía y<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142"></a>{142}</span> su contínua preocupación para -lograr esto, que no pocas noches, en el silencio de su retiro, creyó ver -á la coya que se destacaba del marco y venía á decirle misteriosos -discursos, que penetraban en su alma sin pasar por los oídos, y vió de -nuevo el espectro de María que llegaba hasta él y le infundía en la -mente y en el corazón sentimientos inefables y conceptos intraducibles -en toda lengua humana. Aun así, esto no satisfacía al Doctor.</p> - -<p>—Si el mundo de los espíritus existe—calculaba él,—debe de tener más -realidad, más ser, más luz y más vida que el mundo de la materia; pero -en estas apariciones y visiones, y hasta en las ideas que me comunican, -hay tanto de vago, de inconsistente, de incierto, de crepuscular, que -sospecho que es un mundo de sombras fantásticas y de quimeras, y no un -verdadero mundo espiritual éste en que penetro. ¿Quién sabe? Quizás lo -sobrenatural, el espíritu, no esté por fuera, no esté como separado de -la naturaleza misma y contraponiéndose á ella. Quizás que la penetre -toda y la anime. Quizás hago mal en apartarme de la naturaleza para -hallar el secreto que está en ella misma. ¿Será el universo un torrente -de vida divina, una revelación sucesiva de las fuerzas permanentes y -eternas, un hieroglífico lleno de sentido, donde cada cosa es signo, -cifra, representación de algo oculto, y el todo, para quien logre -interpretarlo, la solución del<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143"></a>{143}</span> enigma? Siendo de este modo, la -naturaleza sería el manantial del conocimiento del espíritu. En sus -profundidades estaría el misterio divino. Pero ¿cómo sumirse en esas -profundidades? Toda la ciencia experimental no traspasa jamás la -superficie, la corteza: describe minuciosamente la cifra, y no da la -clave para descubrir lo cifrado. ¿Dónde hallar esa clave? ¿La cábala, la -magia, la teurgia serán posibles?</p> - -<p>El Doctor, á fuerza de no creer en casi nada, empezó á creer un poco en -las ciencias ocultas.</p> - -<p>Á menudo se quedaba mirando á Faón, cuya compañía era la única que no le -cansaba, y sentía deseo de que el podenco se convirtiese en el diablo; -pero en seguida negaba resueltamente que el diablo existiese, negando, -por lo tanto, la magia negra. La magia blanca, la magia no diabólica, es -la que seguía pareciéndole verdadera. El diablo no servía de nada si un -fuego, un hálito divino circulaba por el universo todo vivificándole; -porque lo ínfimo y lo supremo, lo pequeño y lo grande, este mundo -sublunar y toda la inmensidad del espacio poblado de soles debían de -estar estrechamente enlazados por aquella fuerza invisible. ¿Y por qué -el hombre no había de apoderarse de aquella fuerza? Si penetra y anima -el mundo de los cuerpos, la naturaleza toda, ¿dónde ha de ser más -enérgica que en la naturaleza humana? Si lo divino se filtra por<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144"></a>{144}</span> el -universo y es el núcleo y constituye la esencia de las cosas, ¿cómo no -ha de estar asimismo en el centro de nuestro ser, en el abismo de -nuestra alma? De esta suerte pasaba el Doctor del arte mágica al arte -mística. Pero ni en el mundo exterior, penetrando en el seno de la -naturaleza con amor y entusiasmo; ni en el mundo interior de su alma, -buscando con el mismo entusiasmo y el mismo amor el objeto de su anhelo, -abstrayéndose de todo lo exterior, mortificando los sentidos é -imponiendo silencio á las pasiones, acertaba el Doctor á descubrir el -misterio, á declarar la cifra, á resolver el problema y á proporcionarse -un interlocutor que le conviniese é interesase más que el padre Piñón y -que Respetilla.</p> - -<p>Tal vez le faltaban libros; tal vez ni de magia ni de mística había -leído lo bastante, y caminaba á ciegas, queriendo ejercer artes -dificilísimas, en las que apenas estaba iniciado.</p> - -<p>Aunque sólo fuese por esto, el Doctor necesitaba ir á Madrid.</p> - -<p>Por otra parte, lejos de aquel centro del movimiento intelectual, poco ó -mucho, que hay en España, no ya sólo serían estériles los trabajos del -Doctor, así en la magia como en la mística, en la filosofía y en la -poesía, sino también en las demás ciencias, artes y disciplinas más -bajas y vulgares, como la política, por ejemplo.<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145"></a>{145}</span></p> - -<p>El Doctor, pues, á los seis meses de muerta su madre, impulsado de las -antedichas consideraciones, deseoso de acabar de aprenderlo todo, y -lleno de ambición difusa y de esperanza confusa de ser cuanto hay que -ser, hombre de Estado, poeta, orador, filósofo, sabio, y hasta mago y -místico, arregló sus negocios en Villabermeja; jubiló á Respeta, que lo -deseaba; puso de aperador á Respetilla; reunió hasta doce mil reales; y -con este dinero, después de una tierna despedida del padre Piñón, de -Respeta, de Respetilla, del ama Vicenta y del podenco favorito, se -plantó en la corte y se fué á vivir á una casa de huéspedes, donde por -un duro diario le daban cuarto, cama, luz, almuerzo, comida y cena.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146"></a>{146}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147"></a>{147}</span> </p> - -<h2><a name="XXVI" id="XXVI"></a> -<img src="images/ill_pg_147.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXVI.</h2> - -<p class="chead">ILUSIONES QUE SE VAN PERDIENDO</p> - -<p>Toda, casi toda la poesía, cómica y trágica, que había en la persona del -Doctor y en el ambiente que le circundaba, se disipó al salir de -Villabermeja. Allí se quedaron los dos uniformes de maestrante y de -lancero, el bonete y la muceta, los vestidos de majo, la jaca, el -podenco Faón y el fiel escudero Respetilla. Allí no podía menos de -quedarse también la noble casa solariega, el castillo de que él era -alcaide perpetuo, y la bóveda sepulcral donde yacían sus antepasados. De -señorito principal, aunque semiarruinado, medio ermitaño, medio mágico, -querido de las mujeres, objeto de adoraciones sublimes y de enconados -odios, figura novelesca, que ya podía compararse al Edgardo de Walter -Scott, ya al Manfredo de Byron, se transformó en un aventurero más, en -un perdido más, de los que vienen á Madrid á buscar fortuna.</p> - -<p>Las locuras maravillosas, los conatos de ser teósofo, mágico y místico, -pasaron en seguida, preocupada<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148"></a>{148}</span> la mente con otras aspiraciones más -vulgares. Las visiones y apariciones fantásticas de los espíritus de la -coya y de María no se dignaron entrar en la prosaica casa de huéspedes.</p> - -<p>Durante muchos años permanecieron vivas, sin embargo, las ilusiones del -Doctor, aunque todas, una á una, iban lastimándose y quebrándose en la -piedra de toque del éxito.</p> - -<p>Como poeta lírico, llegó á publicar algunas composiciones en periódicos -literarios; pero la gente estaba ya harta de suspiros, de lamentos y de -quejas con sonsonete ó cancamurria, y no hizo caso de los versos del -Doctor.</p> - -<p>Hizo el Doctor varias tentativas para ser poeta dramático; pero se quedó -siempre en las dos ó tres primeras escenas de cada uno de sus dramas. La -crítica más despiadada acompañaba en su mente á la inspiración ó á lo -que otros llamarían inspiración; y convenciéndole á tiempo de que estaba -escribiendo tonterías ó disparates, le forzaba á dejarlos á un lado y á -que no los concluyese. El hambre no le apretó jamás por tal arte, que le -llevara á proseguir, para ver si el público, más indulgente ó menos -juicioso que él, aplaudía lo que él reprobaba, y tomaba por discreto lo -que él desechaba por sandio.</p> - -<p>Creyéndose capaz de ser un gran poeta épico y de compendiar, cifrar y -resumir en una epopeya<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149"></a>{149}</span> colosal toda la civilización presente, con -iluminaciones, vaticinios y como auroras de la futura, emprendió tres ó -cuatro veces la susodicha epopeya; pero no pasó nunca de un centenar de -versos. La perversa crítica acudía á su cuarto de la casa de huéspedes y -ahuyentaba á las musas á latigazos.</p> - -<p>Procuró el Doctor hablar en el Ateneo, y siempre se le trabó la lengua y -no acertó á decir nada.</p> - -<p>Consiguió entrar de redactor en un periódico; pero no sintiendo ni -sabiendo fingir que sentía la pasión política de otros, y siendo además -enorme su pereza, tuvo que salirse de la redacción, á fin de que no le -echaran por inútil.</p> - -<p>Embobado con mil ideas de indefinido progreso, de paz, de bienandanza, -de luz y de gloria para el humano linaje en general, y en particular -para su patria, se encumbraba á tales alturas, que cuanto acá por la -tierra nos divide no le importaba un comino. Lo mismo le daba á él de la -monarquía que de la república, de la Constitución de tal año que de la -de tal otro, de esta ley electoral que de aquélla, de tal ley de -Ayuntamientos que de tal otra. Hasta la libertad, que era lo que más -amaba, considerándola como medio y no como fin, no era para él un ídolo -á quien no se pudiese en ocasiones dejar de rendir culto y ofrecer -sacrificios. Extrañaba, pues, el Doctor tanto frenesí, tanto calor<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150"></a>{150}</span> -tanto brío como muchos ponían en la contienda, y se daba á sospechar si -las opiniones y teorías serían el pretexto, y si el verdadero motivo -serían las posiciones. En este punto, á pesar de toda su ilustración, -nuestro doctorcito era un bermejino completo, ó mejor dicho, un lugareño -español de cualquiera parte, salvo cuatro ó cinco provincias, donde -saben querer y saben lo que quieren, y por eso traen á mal traer á las -demás, que tienen la voluntad marchita. Lo cierto era, según el Doctor -notaba, que cada partido político de los que se disputaban el poder en -la prensa y en la tribuna se componía de unos cuantos señores visitantes -de la misma casa ó asistentes á la misma tertulia, los cuales no tenían -masas de pueblo detrás de sí, salvo varios espoliques que esperaban -cabalgar en un buen empleo, ni representaban una respetable -colectividad, ni eran como apoderados ó adalides de los altos intereses, -ideas, creencias y propósitos de clases enteras. Cada adalid fantaseaba -allá en su mente el credo que más le convenía y formaba á su antojo un -partido, del cual se hacía jefe. El Doctor se obstinaba en suponer que á -casi nadie le interesaba dicho credo más que á los que iban en su virtud -á tomar el mando; que el pueblo español no distinguía los matices, sino -los colores más vivos y marcados; que, según lo había declarado el gran -Donoso, se hartaba pronto de discusiones, de <span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151"></a>{151}</span>sutilezas y distingos, y -sólo gustaba de Barrabás ó de Jesús; y que, para pedir á cualquiera de -estas dos tan opuestas personas, no se valía del derecho de petición, ni -para proporcionarles un triunfo acudía á las urnas electorales, sino, ó -bien no hacía nada, ó echaba mano al trabuco.</p> - -<p>Estas y otras consideraciones alejaban al Doctor de la política y le -hacían capaz de exclamar, como aquel viajero de un cuento de Voltaire, -cuando llegó á Persia, donde ardía la guerra civil, y le preguntaron qué -prefería, si el carnero blanco ó el carnero negro, que, con tal de que -el carnero estuviese bien asado, el color de la lana importaba poco; que -si, ora pidiendo carnero blanco, ora carnero negro, habían de consumir -en la lucha todos los otros carneros; y que si, ora pidiendo á Jesús, -ora á Barrabás, habían de hacer siempre barrabasadas, más valía que las -hiciesen pronto y de común acuerdo, sin pelearse ni arruinarlos á todos.</p> - -<p>Si el Doctor se hubiera limitado á sentir y pensar así, aunque nosotros -hallamos que hubiera sentido y pensado desatinadamente, no le hubiera -sido perjudicial; pero lo peor era la maldita franqueza de su condición, -la cual no consentía que se le pudriese en el alma ni sentimiento ni -pensamiento alguno, por recóndito que debiera tenerse. De este modo—y -por ser tan escéptico en política,—no consiguió jamás ni siquiera ser -diputado.<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152"></a>{152}</span></p> - -<p>Otra de sus ilusiones, y de las más persistentes y tenaces, fué la de -creerse un gran filósofo. Mas por lo mismo que tal se creía, le era más -difícil dar á luz escritos filosóficos. ¿Cómo había él de conformarse -con ninguno de los sistemas inventados ya en tierras extrañas y -sucesivamente de moda en nuestro país? No había de ser tradicionalista -ni flamante tomista; y ni Cousin primero, ni Kant, ni Hegel, ni Krause -por último, lograron alistarle bajo sus banderas. El Doctor soñaba con -sacar á relucir, cuando menos el mundo se lo percatase, un nuevo sistema -todo suyo. Así se pasaban los años y no producía nada. Consolábase, no -obstante, con una sentencia, que no recordamos bien si es ó no de -Aristóteles, por la cual se afirma que hasta bien cumplidos los -cincuenta, no llega el hombre á toda la madurez y plenitud de su -entendimiento. El Doctor aguardaba, pues, dicha edad para eclipsar á -Krause, á Kant y á Hegel.</p> - -<p>También, pasado ya algún tiempo, y conservando en el alma, sólo como una -dulce memoria que interiormente la iluminaba, la bella imagen de María, -trató el Doctor de brillar en la alta sociedad y de ser amado de las -damas madrileñas; pero esta ilusión fué más vana que las otras. Todo el -toque de la dificultad, todo el busilis de este negocio, según el Doctor -había oído decir, estribaba en que alguna muy elevada le quisiese. Las -otras le tendrían<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153"></a>{153}</span> al punto por hombre digno de amor, y acudirían á él -como á la miel las moscas. Por desgracia, no halló el Doctor á ésta que, -digámoslo así, había de romper la marcha. No era posible tampoco renovar -la estratagema de aquel empresario de la plaza de toros, que en tiempo -en que había menos afición que hoy notó que ningún año iba gente á la -primera corrida, sino que empezaba la gente á ir á la segunda, y decidió -dar principio por la segunda para que hubiera gente desde luego. Lo -cierto es que, sin posición, sin el brillo de la gloria ó de la riqueza -ó de los mismos triunfos en otros amores, obscuro, algo encogido, pobre -como las ratas, pisaverde de casa de huéspedes, en suma, es muy difícil -deslumbrar al bello sexo. No se halla á cada paso una princesa del -Catay, una Angélica amorosa, que elija por su Medoro á un señorito sin -nombre, poco ameno además, y dado á melancolías. El Doctor, por lo -tanto, era en Madrid como aquel Leonardo que Camoens nos pinta en <i>Los -Lusiadas</i>, tan infortunado en amores, que en la propia isla de Venus, -donde todo estaba dispuesto para agasajar y deleitar á los heroicos -portugueses, estuvo á pique de no topar con una sola ninfa que se le -mostrase piadosa y que no huyera de él como de la peste.</p> - -<p>Como el Doctor se acicalaba y vestía con alguna elegancia y esmero, iba -á los teatros, á los bailes y<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154"></a>{154}</span> reuniones, y hacía de vez en cuando -alguna calaverada, por ejemplo, perder quinientos ó mil reales al juego, -ó ir á comer ó cenar á una fonda, juzgándose por un instante, en aquella -ocasión, un Sardanápalo ninivita, un Baltasar babilónico, un romano de -la decadencia ó un mega-duque del Bajo Imperio, siendo esto del Bajo -Imperio lo que priva más entre los escritores políticos y moralistas al -considerar el lujo y relajación de nuestra edad, y echarla de Juvenales -y de Tertulianos severos; y como por otro lado, las poesías líricas, la -epopeya, los dramas que no llegaban á concluirse, y el sistema -filosófico que no acababa de inventarse, no producían, ni era natural -que produjesen, un ochavo, el pobre Doctor estaba casi siempre á la -cuarta pregunta. El caudal de Villabermeja (aunque, según á mí me han -asegurado, Respetilla era fiel administrador, por más que parezca -inverosímil) apenas producía para pagar los réditos de los seis mil -duros y enviar mil reales mensuales al Doctor, los cuales desaparecían -casi siempre á los tres ó cuatro días de cobrada la letra.</p> - -<p>El Doctor, en estos apuros, empezó á contraer deudas; pero era tan -inepto en la ciencia práctica del crédito, parte la más esencial de la -crematística, que sólo acertó á deber al sastre, al zapatero, al -guantero y á la pupilera, que le pedían de continuo<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155"></a>{155}</span> que pagase. -Entonces, olvidando ya las altas ciencias ocultas á que había pensado -consagrar su vida, no pensó el Doctor en más ciencias ocultas que en la -crisopeya. Él, que había soñado con descubrir la fuerza íntima, el -principio divino que mueve y anima el universo, y apoderarse de él para -gobernarlo y dirigirlo todo, se limitó entonces á ver cómo lograba -reunir un poco de dinero, y lo peor es que no lo consiguió.</p> - -<p>Con este desengaño acabó por lo que acaban otros y por lo que muchos -empiezan: por suponer que el presupuesto es el hospicio de los mendigos -de levita, la sopa de los conventos para la pobretería ilustrada, y el -refugio y el hospital de los pordioseros leídos. El Doctor pretendió un -empleo, y al cabo consiguió que se le diesen, de ocho mil reales al año, -en el Ministerio de la Gobernación. Unas veces cayendo, otras -levantándose, ya repuesto, ya cesante, ya repuesto otra vez, llegó -nuestro héroe á tener catorce mil reales de sueldo, catorce años de -servicio y diez y siete años de vida de Madrid.</p> - -<p>Siempre fué el Doctor un detestable empleado; pero no le faltaron amigos -que le sostuvieran en su empleo.</p> - -<p>Claro está que otros, con menos capacidad que el Doctor, llegan á -directores, á consejeros de Estado y hasta á ministros; así anda ello; -pero no<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156"></a>{156}</span> es menos claro que lo deben á casualidades dichosas (ya se -entiende que no para el país), y no á todos les han de tocar estas -casualidades, como no á todos les toca la lotería. Por sus condiciones -de carácter y de entendimiento, por su idiosincrasia, como se dice tanto -ahora, no era el Doctor de los que por sí, y sin que interviniesen las -referidas casualidades, podía ir más allá del punto á donde llegó. Así -es que no pasó de dicho punto, y gracias.</p> - -<p>Toda esta parte de la vida del Doctor se refiere aquí en compendio y á -escape, porque no importa mucho á la acción ó argumento principal de -esta verdadera historia, si es que en esta verdadera historia quiere -concederme el lector que hay una acción única, con unidad clásica y -patente.</p> - -<p>Sea como sea, el Doctor Faustino, avergonzado de no ser más que auxiliar -en un Ministerio, y esperando siempre el día en que había de elevarse á -personaje, no quiso volver á poner los pies en Villabermeja, donde había -pasado por un pozo de ciencia, por un prodigio de talento y por uno de -los más egregios caballeros, señorones y alcaides perpetuos que jamás -han existido. Así llegó á la edad de cuarenta y pico de años, harto -maltratado de la suerte, pero nunca desilusionado.</p> - -<p>Todas las noches dejaba para la mañana siguiente<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157"></a>{157}</span> el poner manos á la -obra y el empezar á escribir su gran <i>Tratado de Filosofía</i>, ó concluir -su colosal epopeya, ó resollar con alguna peregrina y pasmosa invención -que aturdiese á los nacidos. Nada, sin embargo, se realizaba jamás.</p> - -<p>Amanecía Dios: el Doctor iba á su oficina á extractar expedientes ó á -arrullarles el sueño; comía luego sus pícaros garbanzos, cuando no le -convidaban en alguna casa de fuste, y siempre por las noches andaba de -tertulia en tertulia. Nadie le quería ni bien ni mal, porque á nadie -estorbaba, como no fuese á alguien que desease ser auxiliar como él; -pero el Doctor no tenía un solo conocido que desease tan poco, sino que -los paisanos deseaban ser ministros ó superintendentes generales de -Hacienda en Cuba; y los clérigos, arzobispos; y los militares, capitanes -generales y dictadores. Menester hubiera sido que se allanase el Doctor -á ir de tertulia á las tiendas de aceite y vinagre para encontrar ya -muchos envidiosos. Con tan elástico impulso aupaba el trampolín de la -política, y tan rápido iba haciéndose el turno en los altos icarios, que -había esperanzas de sobra para cualquier titiritero. El Doctor, en medio -de todo, conservaba siempre las suyas, risueñas y halagadoras, y -presentía que, sin saber aún por qué, ni cómo, ni cuándo, acabarían las -gentes por envidiarle. Con estas esperanzas se distraía y consolaba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158"></a>{158}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159"></a>{159}</span> </p> - -<h2><a name="XXVII" id="XXVII"></a> -<img src="images/ill_pg_159.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXVII.</h2> - -<p class="chead">CABOS SUELTOS</p> - -<p>No faltará quien halle inverosímil la poca ó ninguna carrera que hizo en -Madrid D. Faustino López de Mendoza. Ó D. Faustino era tonto ó no lo -era, dirán. Si era tonto, debió pintarle tonto el autor de esta -historia; pero como le ha pintado discreto, aunque extravagante, no se -comprende cómo no llegó á elevarse en esta sociedad agitadísima y -revuelta, donde tan fáciles son las elevaciones.</p> - -<p>Contra estos argumentos va ya mucho en el capítulo anterior. Sin -embargo, prefiriendo nosotros pasar por pesados á pasar por aficionados -á lo inverosímil, vamos á añadir otras razones.</p> - -<p>En España está el entendimiento muy repartido: casi no existe la gran -masa de tontos utilísimos, mansos, gobernables, industriosos, -trabajadores y fáciles de entusiasmar, que existe en otras naciones más -dichosas, donde el entendimiento está reconcentrado y como vinculado en -pocos hombres.</p> - -<p>Hay, pues, en España, muchos más de entendimiento<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160"></a>{160}</span> que por ahí en otras -tierras; pero en cambio cabemos á bastante menos entendimiento. Apenas -si pasa nadie de lo que se llama listo ó travieso. Esta listura ó -travesura, no auxiliada por gran saber, porque somos perezosos, no da -para lo bueno el fruto que debiera dar; y por otra parte, como son -tantos los que la tienen, en mayor ó menor grado, raro es el hombre en -quien llega á constituir tal excelencia, que le distinga y eleve con el -asentimiento general sobre el nivel de los otros, y le haga apto para el -mando. De aquí lo instable de toda dominación y la escasa reverencia con -que se mira á quien la ejerce. De aquí además el que haya tantos y -tantos que aspiren á ejercerla, creyéndose con títulos iguales ó -superiores á los más encumbrados.</p> - -<p>En esta perpetua contienda por subir toman parte unos cuantos miles de -hombres: el proletario de levita. Como hay, cada año casi, caídas y -encumbramientos, llegan á ser personajes los más capaces sin duda; llega -á serlo también un tanto por ciento de los meramente listos; pero como -los listos abundan, los más se quedan tocando tabletas. Lo que sucede es -que de los que se quedan no nos volvemos á acordar y nos parece que no -han existido. Sólo de vez en cuando reconocemos y recordamos á tal cual -de ellos, antiguo compañero de colegio, de universidad ó de los primeros -años de<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161"></a>{161}</span> la vida, en alguien que viene cubierto de harapos á pedirnos -una limosna ó un empleo de cinco ó seis mil reales, cuando en otro -tiempo esperaba llegar á duque ó á príncipe, y aun entendía que se -quedaba corto.</p> - -<p>Que el carácter de las personas influye mucho en la diversidad de -éxitos, es cosa de que no se puede dudar; pero la suerte, el mal llamado -acaso, esto es, la combinación y enlace de los sucesos, que no hay mente -humana que prevea, influyen más aún. Por lo demás, lo inexplicable, lo -misterioso, lo inverosímil en grado superlativo, en cualquiera otro país -donde, como en España, no haya privilegios aristocráticos ni valga el -capricho de un rey, es el encumbramiento de la gente inepta por todos -estilos. Lo que es el que don Faustino se quedase siempre con catorce -mil reales de sueldo y no pasase más allá, era natural, verosímil y -justo en todo país, sin que por eso tengamos que calificar de idiota, ni -de mucho menos, al protagonista de nuestra historia.</p> - -<p>El momento de los grandes sucesos que van á terminarla se aproxima ya; -pero antes nos parece indispensable atar algunos cabos sueltos; decir -algo de lo que sucedió á varios de los personajes más importantes -durante los diez y siete años que tan sin dicha perdió en Madrid D. -Faustino.</p> - -<p>El escribano D. Juan Crisóstomo Gutiérrez murió<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162"></a>{162}</span> tranquila y -cristianamente en su lecho. El padre Piñón, que le asistió en aquel -último trance, exigió de él que se casase con Elvirita. El Escribano se -casó, reconociendo y legitimando á un hijo que de Elvirita tenía, -llamado Serafinito, á quien ya hemos visto figurar en la introducción de -esta historia. Los bienes del Escribano eran tan cuantiosos, que, -divididos en partes iguales entre sus tres hijos, bastaron á dejarlos -muy ricos á todos.</p> - -<p>En el momento de nuestra historia á que hemos llegado, Serafinito -permanecía soltero, y Ramoncita hacía años que estaba casada con D. -Jerónimo, el cual ejercía con gran éxito y tino la medicina en -Villabermeja. Aunque no tenían hijos que extrechasen los lazos -conyugales y completasen su dicha, la <i>Médica</i> y el Médico vivían muy -felices.</p> - -<p>Rosita, á pesar de sus lances con D. Faustino, harto escandalosos para -que pudieran olvidarse, era tan graciosa, tan discreta, tan firme de -voluntad y tan rica para aquellos lugares, que siguió siendo pretendida -de muchos. Sólo de ella dependía el hacer ó no lo que se llama un buen -casamiento.</p> - -<p>El amor al régimen autonómico, y tal vez el recuerdo de D. Faustino y de -su abandono, indujeron á Rosita á que continuase soltera durante algunos -años más. Según hemos dicho, Rosita era una hermosura de bronce. Llegó á -los treinta, llegó á los treinta y dos, llegó, en fin, á los treinta y<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163"></a>{163}</span> -ocho, y aun parecía la misma Rosita del día y de la noche de la Nava. -Sin embargo, al frisar en los cuarenta, aunque su cara y su limpio y -bien formado cuerpo, con el aseo, el ejercicio constante y los aires -campesinos, estaban como siempre, sin que la gordura hubiese venido á -desfigurarlos, ni una delgadez malsana hubiese impreso en su piel -trigueña, delicada y tersa, ni mancha ni arruga, Rosita hubo de tener -melancólicos presentimientos de que la vejez empezaba á surgir en las -profundidades y abismos de su ser, por más que por la superficie no -apareciera. Aquella mocedad, aquella gallardía, aquella gracia que aun -conservaba, eran como un milagro de su voluntad enérgica, y el milagro -podía tener término. Algunas canas que aparecían entre su negra y -hermosa cabellera eran el único signo exterior que le anunciaba la -venida de la vejez. Esto bastó, no obstante, para que Rosita pensase con -espanto en la vejez, y sobre todo en la vejez solitaria. Un deseo -ambicioso de encumbrarse más, de figurar y de lucir fuera de -Villabermeja, de triunfos, de esplendores y de conquistas en más vasto -teatro, y de deslumbrar aún con la luz de su belleza antes que del todo -se eclipsase, se apoderó entonces del alma de Rosita.</p> - -<p>Entre sus pretendientes se contaba D. Claudio Martínez, consecuente -hombre político, y diputado á Cortes casi perpetuo por el distrito de -que<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164"></a>{164}</span> formaba parte Villabermeja. D. Claudio había hablado cuatro ó cinco -veces sobre Hacienda en las sesiones del Congreso, y había llegado á ser -director general en el Ministerio de aquel ramo. Allí se había dado tan -buena maña, que había formado un capitalito de un par de millones. Era, -pues, un señor de muchas campanillas, un pájaro de cuenta, en potencia -propincua de ser ministro, título, banquero, ó las tres cosas.</p> - -<p>Solterón de cuarenta y pico de años, estaba bien conservado, y era -alegre, servicial y ameno. Trataba con tal llaneza á todos sus -electores, les buscaba tantos empleos, y les desempeñaba tantos encargos -y comisiones, que era adorado por todo el distrito. Su retrato, ora al -óleo, ora en fotografía iluminada, resplandecía en las casas -consistoriales de los cinco ó seis pueblos que el distrito formaban. En -todos ellos le recibían con repique general de campanas é iluminación -cuando volvía de Madrid. En todos ellos se daban comilonas, bailes y -giras campestres en su obsequio. Y de todos ellos le enviaban, cuando -estaba en Madrid, barriles del mejor vino, piñonate, hojaldres, -alfajores, arrope y otra multitud de regalos.</p> - -<p>No era Rosita mujer que se dejase deslumbrar por tales grandezas. Cuando -no su claro entendimiento, su instinto hubiera sobrado para darle á -conocer que D. Claudio era un personaje vulgar;<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165"></a>{165}</span> lo que llaman por allá -un tío. Á veces le comparaba con el cruel alcaide perpetuo, y éste le -parecía aún de oro puro, y el D. Claudio de muy bajo y ruín metal; pero -D. Faustino era un dije funesto ó inútil, un primor, una joya que no -servía para nada, mientras que D. Claudio era y podía ser un instrumento -provechoso para conseguir multitud de cosas y realizar mil gratos -ensueños. Rosita concibió la idea de su casamiento con Don Claudio como -una sociedad en comandita, donde, unidos capitales y aptitudes, podrían -encumbrarse pronto los socios al pináculo de la riqueza y de los -honores. Esto la sedujo; y si bien D. Claudio distaba infinito de -inspirarle amor, como no le inspiraba repugnancia, Rosita se casó con -Don Claudio.</p> - -<p>Años hacía que ambos esposos vivían en Madrid, donde Rosita era admirada -por su talento y su chiste, y donde aun tenía mil adoradores, aunque ya -jamona. La casa de D. Claudio era el centro de lo más ilustre y -empingorotado que había en Madrid en la sociedad de medio pelo. Rosita -era la <i>lionne</i>, la reina, la emperatriz de las cursis. Lo menos catorce -ó quince poetas, simultánea ó sucesivamente, habían hecho de ella su -musa, su Laura ó su Beatriz, y le habían compuesto baladas, elegías, -cantares y doloras. Rosita procuraba hacer creer que sus amores con -todos estos vates<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166"></a>{166}</span> habían sido platónicos, y no hay razón para que no la -creamos. Propalaban, por último, algunas malas lenguas, que el general -Pérez era más dichoso, ó dígase no era, como los poetas, tan severo -secuaz del gran filósofo griego en sus amores con Rosita. Ello es que el -general Pérez tenía vara alta con todos los ministros, y en particular -con el de Hacienda y con el director del Tesoro, cerca de los cuales -prestaba todo su apoyo á Don Claudio, quien siempre tenía pendientes de -allí una infinidad de enredos, tramoyas y discretas é ingeniosas -combinaciones para dislocar el dinero, alzándose con él.</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i0">Entre la turba perezosa y torpe<br /></span> -<span class="i0">De los demás mortales.<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Don Claudio iba aproximándose cada vez más á su ideal, á ser un -capitalista, cuya misión en el mundo solía comparar él á la de los -grandes pantanos artificiales, donde se reúnen y acumulan las aguas que -sirven después para fecundar con su riego inmensos terrenos incultos, -antes secos y estériles. Considerándose D. Claudio uno de estos -pantanos, trataba de llenarle y llenarse pronto y bien; su mujer, -Rosita, le ayudaba como podía.</p> - -<p>Don Faustino no había puesto nunca los pies en casa de Rosita; pero la -saludaba y era saludado por<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167"></a>{167}</span> ella cuando la veía por acaso en paseo, en -los teatros ó en alguna tertulia. Jamás se acercaba á ella, ni la -hablaba.</p> - -<p>Otro personaje importantísimo de nuestra historia, el famoso Joselito el -Seco, había tenido un fin trágico, como era de presumir, en cumplimiento -de la sentencia ó refrán que dice: <i>quien mal anda, mal acaba</i>. Como -Joselito era la providencia de la gente menuda; como su rumbo y su -generosidad no tenían límites, y como las dos terceras partes de lo que -ganaba en su oficio las repartía caritativamente entre los pobres, -gastando lo restante con esplendidez de gran señor, no había arriero que -no le idolatrase, ni ventero ni casero que no le amparase ni ocultase, -ni coplero rústico que no le celebrase en sus coplas, ni señorito de -lugar que no procurase ser su amigo, llevado de la cuenta que le tenía, -y aun de la admiración sincera que sus hazañas, altas caballerías y -estupendas magnificencias inspiraban. Entre el vulgo de Andalucía -gozaba, pues, Joselito de tanta popularidad como D. Claudio entre sus -electores. Así es que no había medio de cogerle, ni vivo ni muerto, -seguía haciendo de las suyas, paseándose por todas partes como por su -casa, y campando, en suma, por sus respetos.</p> - -<p>De este modo hubiera continuado quizás, aunque hubiese vivido más años -que Matusalén, si no<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168"></a>{168}</span> acontece lo que vamos á referir ahora, valiéndonos -de una carta de Respetilla á su amo, que trasladamos aquí con fidelidad -y exactitud.</p> - -<p>Dice la carta:</p> - -<p>»Villabermeja entera está indignada con lo ocurrido á Joselito el Seco. -Voy á contárselo á su merced, porque debe interesarle. Permítame su -merced que tome las cosas de muy atrás para que lo entienda todo.</p> - -<p>»Joselito era tan bueno y tan escrupuloso, que no se apoderaba de nada -de los pobres. Perseguido además en estos últimos años por la Guardia -civil, no lograba proporcionarse recursos suficientes y andaba muy -apurado.</p> - -<p>»En sus apuros acudió á un amigo rico, al Alcalde de..., en la provincia -de Málaga, y le rogó con muy buenos modos que le enviase tres mil reales -á su casería, por donde él pasaría á recogerlos. El Alcalde envió sin -dificultad los tres mil reales. Al mes volvió Joselito á sus apuros: -pidió otros tres mil reales y los obtuvo también. Poco después pidió -cuatro mil. El Alcalde hizo sus observaciones; resistió bastante; pero -al cabo entregó los cuatro mil reales que Joselito le pedía. Así -siguieron, Joselito pidiendo y el Alcalde dando, hasta que llegó la -séptima petición. El Alcalde entonces hubo de sulfurarse. El mismo -diablo sin duda le inspiró una idea terrible.<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169"></a>{169}</span></p> - -<p>»Escribió á Joselito diciéndole, como de costumbre, que el dinero -estaría á su disposición en la casería en tal día y á tal hora; que -fuese allí á buscarle; pero el Alcalde, en vez de enviar el dinero, -envió á la casería con gran sigilo y recato veinte certeros tiradores, -los más famosos que pudo hallar.</p> - -<p>»La casería, como muchas de estas tierras, formaba un cuadrado perfecto. -El lado de frente ó de la fachada era la habitación de los señores para -cuando iban allí á pasar una temporada; en el lado derecho estaban las -caballerizas y el tinado para los bueyes; en el lado izquierdo, las -bodegas, y á la espalda, el lagar y el molino aceitero. En el centro -había un ancho patio interior, sobre el cual daban muchas ventanas de -los cuatros cuerpos ó lados de la fábrica. En dichas ventanas se -colocaron los tiradores con las escopetas prevenidas y bien cargadas. El -casero, hombre de mucho estómago y de toda confianza, se había -comprometido á introducir á Joselito y á su tropa en el patio, á meterse -luego en la casa y á dejarlos encerrados allí, donde los de las -escopetas los habían de freir á tiros.</p> - -<p>»El plan era tan hábil, que ya el Alcalde daba por segura la muerte de -todos los ladrones, y creía tocar los laureles que iban á prodigarle por -haber librado á las gentes de aquel sobresalto continuo.</p> - -<p>»Dios, sin embargo, lo dispuso de otra manera. Cuando Joselito iba á -entrar con su cuadrilla en la<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170"></a>{170}</span> casería y en el patio, tuvo cierto -recelo, y miró al casero con fija atención. Este perdió la serenidad y -se puso más amarillo que la cera. No fué menester más. Joselito sospechó -la trama. Conoció, como si lo viese, que había dentro gente oculta para -matarle y matar á sus camaradas. Joselito era generoso. Supuso que el -casero cumplía con las órdenes de su amo, y le dejó vivo; pero no -consintió que ninguno de los suyos entrase en la casería. Todos ellos se -fueron sin entrar.</p> - -<p>»Joselito juró vengarse del Alcalde. Harto calculaba éste que, después -del mal éxito de su plan, corría el peligro de que Joselito le -asesinase. El Alcalde se amilanó de tal modo, que no salía del lugar. -Apenas salía de su casa, sino á las horas en que hay más gente en las -calles y tomando mil precauciones.</p> - -<p>»Nada bastó á libertarle. Una noche, entre nueve y diez, entró Joselito -á pie en el lugar con ocho de su partida. Lleno de atrevimiento, se fué -como un rayo á casa del Alcalde. Entró en ella cuando nadie sospechaba -que pudiera venir. Sus compañeros maniataron, ataron lienzos á la boca y -amedrentaron á los criados y á las criadas para que no se defendiesen ni -chillasen. Joselito halló solo y de improviso al Alcalde en su despacho.</p> - -<p>»—Encomiéndate á Dios á galope—le dijo—, y reza el credo. No quiero -que se pierda tu alma. Lo<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171"></a>{171}</span> que es con tu cuerpo y con tu vida vas á -pagar ahora la traición que me hiciste.</p> - -<p>»El Alcalde, que conocía bien á Joselito, se persuadió de que no había -remedio. Los ruegos no hubieran valido de nada. La resistencia era -inútil también. Joselito le apuntaba con su trabuco, cuya boca casi le -tocaba en la sien. Al menor movimiento hubiera Joselito disparado. El -Alcalde, pues, tomó el partido de guardar un digno silencio.</p> - -<p>»Pasado un minuto, y calculando ya Joselito que el Alcalde se había -encomendado á Dios pidiéndole perdón de sus culpas, volvió á decir:</p> - -<p>»—Reza el credo.</p> - -<p>»Con voz firme y entera empezó á rezar el Alcalde; pero al llegar á -decir <i>y en Jesucristo, su único hijo</i>, Joselito disparó el trabuco y le -metió en la cabeza todo el plomo y hasta los tacos de que estaba -cargado.</p> - -<p>»Muerto el Alcalde sobre el sillón mismo de su bufete, Joselito salió de -la casa y del lugar con sus ocho compañeros. Fuera le aguardaban otros -con los caballos, y montando en ellos, todos se pusieron en salvo.</p> - -<p>»El Alcalde no tenía más familia que un hijo de diez y ocho años, -soltero y guapo mozo. Como aquella noche era sábado, el muchacho, que ya -tenía barbas muy recias, estaba afeitándose en la barbería.<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172"></a>{172}</span></p> - -<p>»Allí vinieron á contarle la espantosa desgracia que acababa de suceder. -Voló á su casa con la cara á medio afeitar, y vió á su padre, á quien -amaba de todo corazón, muerto de un modo horrible, con la cabeza -deshecha.</p> - -<p>»Levantando entonces las manos al cielo, sobre el cadáver, caliente aún, -juró el mozo por cuanto hay de más sagrado no raparse las barbas, no -comer en mesa con manteles, no desnudarse la ropa que tenía puesta y no -dormir en cama hasta que matase á todos los ladrones y al capitán de -ellos, Joselito.</p> - -<p>»Cinco años han pasado desde que esto aconteció, y el mozo ha cumplido -su juramento en cuanto de él dependía. Arruinándose, derritiendo la rica -herencia que le dejó su padre, ha mantenido una compañía de escopeteros -de á pie y de á caballo, y ha perseguido y acosado tanto á los ladrones, -que una vez dos, otra uno, otra cuatro, ha acabado por despacharlos á -todos al otro mundo. Joselito solo vivía. Ya no había forma de que el -mozo vengador le encontrase y le matase. De manera que el mozo seguía -sin mudarse, sin comer á la mesa, sin dormir en cama y sin raparse las -barbas. Cuentan que ponía miedo su vista.</p> - -<p>»Así hubiera seguido largo tiempo, porque Joselito era muy sagaz y -hábil, y no se dejaba coger fácilmente. Además, Joselito tenía multitud -de protectores<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173"></a>{173}</span> y encubridores. Pero Joselito (Dios le haya perdonado -con su inagotable misericordia), aunque era un gran pecador, tenía -golpes y partidas de hidalgo y bien nacido. Harto de aquella -persecución, envió un recado al hijo del Alcalde con una gitana vieja, -de quien mucho se fiaba. El recado era que si quería acabar de una vez y -poder raparse las barbas, que viniese, sin su gente, á donde él -designara; que, seguros los dos, se verían y terminarían su pleito á -navajazos, muriendo el uno ó el otro ó ambos, como buenos caballeros. -Agradó la propuesta al hijo del Alcalde, y previos los juramentos más -terribles para precaverse de la traición por una y otra parte, el hijo -del Alcalde y Joselito se vieron en un encinar, y riñeron valerosamente -con las navajas, sin más testigo que la gitana vieja, la cual, sentada -en un peñón, miró el combate sin pestañear.</p> - -<p>»Joselito era un héroe, señorito, y aunque el hijo del Alcalde tenía -muchos hígados y manejaba bien el abanico, Joselito pudo más y dicen que -le mató limpiamente de un navajazo magistral por bajo de la tetilla -izquierda. Así pasó á mejor vida el hijo del Alcalde, sin haber podido -raparse las barbas desde que su padre murió.</p> - -<p>»Cuando se divulgó esta hazaña, creció la fama de Joselito por toda -Andalucía, y pronto acudieron á ponerse á sus órdenes hasta siete -hombres<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174"></a>{174}</span> de pelo en pecho. Joselito volvió á encontrarse capitán, con -una cuadrilla muy respetable de bandoleros.</p> - -<p>»Así andaban las cosas, cuando el gobernador de esta provincia discurrió -una abominable traición, viendo que Joselito era invencible en buena -lid. Ajustó la muerte de Joselito con un malvado criminal, á quien tenía -en la cárcel y á quien dió libertad, haciendo correr la voz de que se -había escapado. Este traidor se unió á la partida de Joselito, ganó la -voluntad de aquel bandido tan caballero y una noche le asesinó mientras -dormía. Imagine su merced, señorito, cuán grande y cuán justa será con -este motivo la indignación de Villabermeja.«Respetilla, acostumbrado á -mirar como héroes á los bandidos, sobre cuyas hazañas sabía de memoria -no pocos romances, se extendía después en lamentar la muerte de -Joselito, en condenar la traición que contra él se había empleado, y en -celebrar sus <i>virtudes</i>. En obsequio de la brevedad, nos parece justo -suprimir todo esto, limitándonos á afirmar que Respetilla no había leído -libro alguno socialista, fatalista ni determinista moderno, y que era -eco de las ideas vulgares más rancias y castizas, cuando disculpaba á -Joselito de sus crímenes, atribuyéndolo todo al <i>sino</i> y al pícaro -mundo; esto es, á la organización fatal del individuo<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175"></a>{175}</span> y á las faltas, -vicios y durezas de la sociedad en que vive. No nos gusta sermonear en -novelas: de un hecho singular sabemos que no deben sacarse -consecuencias; pero el deplorable entusiasmo que entre los rústicos y -lugareños suelen inspirar los bandoleros y foragidos es tan general y -evidente, que á voces proclama que no son ideas nuevas y exóticas, sino -resabios antiguos los que le producen, contra los cuales más han de -valer la ilustración y la difusión de las buenas doctrinas filosóficas, -que la santa ignorancia que suponen muchos que existe y que se debe -conservar como oro en paño.</p> - -<p>Doña Araceli había muerto también, siete años hacía. La buena señora, -sin dolores, sin violencia, con aquel mismo amor suave, que era el fondo -de su carácter, había exhalado el último aliento, quedando exánime como -un pajarito. En su testamento no se olvidó del querido sobrino de -Villabermeja y le dejó en herencia los seis mil duros de la deuda; pero -el manirroto de D. Faustino había contraído ya otra deuda mucho mayor -para poder seguir viviendo en Madrid con sus pocos recursos.</p> - -<p>De María nada volvió á saber D. Faustino, ni antes ni después de la -muerte del padre de ella. El único que en Villabermeja debía saber su -paradero era el padre Piñón; pero éste nada quería declarar,<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176"></a>{176}</span> por más -que en varias ocasiones el Doctor le había escrito preguntando.</p> - -<p>Había habido un personaje bermejino, del que hemos hablado en la -introducción, sobre el cual recayeron en otro tiempo las sospechas del -Doctor de que hubiese sido el velador, ocultador y defensor de María. -Era este personaje el cura Fernández; pero el cura Fernández hacía mucho -tiempo que no existía. Averiguada con exactitud por el Doctor la fecha -de su muerte, aparecía posible que él hubiese sido el embozado que tuvo -con Joselito la conferencia de que resultó su libertad. Á poco hubo de -morir el cura Fernández. ¿Dónde estaba, pues, María?</p> - -<p>El lector no puede haber olvidado al personaje principal de la -introducción; al verdadero narrador de esta historia, que yo me limito á -repetir á mi manera; el famoso D. Juan Fresco, sobrino del célebre cura. -¿Sospechará quizás el lector que María se había ido á América y había -buscado un refugio cerca de D. Juan Fresco?</p> - -<p>El lector perspicaz quizás lo sospeche; pero Don Faustino no podía -sospecharlo. D. Juan Fresco no tenía más parientes cercanos que el cura -Fernández; no había escrito á nadie; no conservaba relaciones en -Villabermeja y nadie le recordaba.</p> - -<p>El Doctor, que, para averiguar todo lo que con María se relacionase, -había hecho mil indagaciones,<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177"></a>{177}</span> sólo había puesto en claro que Joselito -era huérfano de padre y madre cuando á la edad de cuatro años le -recogieron en el convento, y que su madre, allá en su mocedad primera, -quince años antes de que Joselito naciese, había tenido otro hijo, que -se había ido á tierras muy lejanas y de quien hacía cerca de medio siglo -que nada se sabía. El Doctor no imaginaba siquiera que este otro hijo -mayor hubiese llegado á ser un Creso.</p> - -<p>Ya hemos dicho que, convencido D. Faustino de que sólo el padre Piñón -sabía el paradero de María, le había escrito varias veces pidiéndole -noticias. Siempre se había negado á darlas el padre Piñón. Al fin, en -una carta que recientemente había recibido D. Faustino, el Padre era más -explícito y se explicaba de este modo:</p> - -<p>«Mil y mil veces te lo tengo dicho: sé dónde está María, mas no puedo -revelártelo. Conténtate con saber que vive, que siempre te ama, que -merece siempre que la llames tu <i>inmortal amiga</i>.</p> - -<p>»El ser hija de quien era, y la consideración de que tú, movido de la -ambición y de la inconstancia propia de la edad juvenil, pudieras -desdeñarla y hasta aborrecerla, la excitaron á apartarse de tí.</p> - -<p>»En esta resolución persiste todavía, si bien amándote siempre. Tal vez -no alimenta otra esperanza que la de unirse contigo en otra vida mejor.</p> - -<p>»Una idea extraña, poco católica, tiene la pobre<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178"></a>{178}</span> María. Dios se la -perdone. Ella es tan buena, que merece el perdón de Dios. Dios me -perdone á mí también, que disculpo su delirio, por el mucho afecto que -la profeso. María sigue creyendo que tú y ella os habéis amado siempre -en otras existencias; que vuestros espíritus están y seguirán enlazados -siempre, por siglos, y que esta vida que ahora vivís es de prueba para -los dos.</p> - -<p>»Cree María que hay algo en tí que no eres tú; algo que no es tu -esencia, que no es tu alma, sino tu organismo, tu ser material, el medio -en que vives, el ambiente que respiras, la sociedad que te rodea, la -cual no es favorable, en la vida que vivís ahora, á vuestros inmortales -amores.</p> - -<p>»Llevada, sin embargo, hacia tí por un impulso irresistible, María fué -tuya. Ahora teme, por lo mismo, volver á verte. Si se reuniera contigo y -algún acto lamentable os separase, poniendo enemistad entre vosotros, la -unión de vuestros espíritus, que ella cree que ha de trascender á vidas -ulteriores, se rompería quizás para siempre y ocurriría un divorcio -eterno. «Prefiero—dice,—al eterno divorcio no verle más, no gozar de -su compañía, no volver á ser suya en esta vida terrena».</p> - -<p>»María, con todo, se muestra más confiada en otras ocasiones, y hasta -concibe cierta leve esperanza de poder unirse contigo en esta vida, sin -temor del divorcio eterno, cuando te halles desengañado,<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179"></a>{179}</span> cuando el -dolor purifique tu alma, cuando las ilusiones que te ciegan y perturban -se desvanezcan del todo».</p> - -<p>Esto decía el padre Piñón en su última carta, y éstas eran las únicas -noticias que de María había recibido el Doctor Faustino, quien seguía su -vida madrileña, siendo poco más que escribiente, y mal escribiente, á -las horas de oficina; por la noche, pisaverde que iba de tertulia en -tertulia; y, cuando se quedaba á solas consigo, filósofo, poeta y -soñador ambicioso: en suma, si bien seguía amando poéticamente el dulce -recuerdo de su amiga inmortal, distaba mucho aún de consentir en -trocarle por la posesión real de aquella hermosa y enamorada mujer, si -había de dar en cambio todas sus ilusiones, que él no creía tales.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180"></a>{180}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181"></a>{181}</span> </p> - -<h2><a name="XXVIII" id="XXVIII"></a> -<img src="images/ill_pg_181.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXVIII.</h2> - -<p class="chead">LA CRISIS</p> - -<p>En esta sazón ocurrió en Madrid una novedad que hizo época en los fastos -del mundo elegante, y de la cual no quedó periódico que no hablara.</p> - -<p>Cansado de vivir en París y en Londres, el opulento Marqués de -Guadalbarbo volvió á establecerse en la villa del oso y del madroño. Su -antigua casa, que bien podía calificarse de palacio, había sido -restaurada y adornada de nuevo con suma elegancia y lujo. Muebles, los -más primorosos, cuadros bellísimos, estatuas de mármol y bronce, ricos y -espléndidos tapices, vasos del Japón y de Sèvres, figuritas graciosas de -porcelana de Sajonia, raros esmaltes de los mejores tiempos, libros -costosísimos, ó por el esmero de las ediciones y encuadernaciones, ó por -el escaso número de ejemplares que de ellos se han conservado; todo -esto, con mil cosas más, que por huir de la prolijidad no se mencionan, -estaba amontonado en aquella<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182"></a>{182}</span> casa, en aparente, aunque hábil y -concertado desorden, ya en gabinetes tapizados de rica seda, ya en -salones dorados, ya en otros en cuyos techos lucían pinturas al fresco -de los más famosos artistas.</p> - -<p>No tenía aquella casa el aspecto de un almacén de curiosidades, como -tienen otras, donde, si hubo vanidad y dinero para comprar, falta aquel -amor al arte que se refleja en los objetos y los anima. Allí parecía que -todo estaba cuidado, animado y hasta mimado por una hada. La presencia, -la huella, el paso y la mano del genio del hogar, se advertían en cada -primor, en cada adorno, hasta en el ambiente mismo. Se diría que su -mirada cariñosa lo había bañado todo de luz suave y de perfume poético. -Las plantas y las flores eran allí más bonitas y tenían un verde más -vivo, y colores mil veces más puros que en los huertos y jardines. -Perfiles casi imperceptibles para los no acostumbrados á observar, -revelaban á cada instante el tino, el buen gusto y la solicitud de una -mujer aristocrática, linda y discreta.</p> - -<p>Esta mujer era nuestra antigua conocida Costancita, después Marquesa de -Guadalbarbo. Sobre el valor intrínseco que, como piedra preciosa ó como -perla limpia y de tornasolado oriente al salir de la mina ó del fondo de -los mares, tenía ella al salir de su lugar de Andalucía, había añadido -la<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183"></a>{183}</span> moderna cultura cuanto tiene de más refinado y exquisito.</p> - -<p>Diez y siete años transcurridos sin un disgusto para ella, en el seno -del más dulce bienestar, adorada de su marido, celebrada por todos, -inspirando respetuoso amor á los hombres y envidia á las mujeres, no -habían menoscabado en nada su hermosura. Nadie diría que Costancita -tenía treinta y cinco años cumplidos. Su boca era tan fresca; su sonrisa -tan alegre, entre infantil y maliciosa; sus dientes tan blancos; sus -mejillas tan sonrosadas, y tan tersa y serena su frente, como cuando -salió en el birlocho á recibir á su primo Faustino, que venía á vistas -desde Villabermeja.</p> - -<p>Aunque la Marquesa tenía dos hijos, el mayor de diez y seis años, -podríamos seguir ahora diciendo de ella lo que dijimos cuando por -primera vez la presentamos á nuestros lectores: que su talle era -flexible, no como una palma, sino como una culebra, y que todo lo que de -sus formas podía revelarse, presumirse ó conjeturarse, estaba artística -y sólidamente modelado, sin exceso ni super-abundancia en cosa alguna, -sino en su punto, con número y medida, guardando las justas -proporciones, según las reglas del arte.</p> - -<p>En el seno de la opulencia y del regalo, nos atreveríamos á añadir que -Costancita había pasado el tiempo sin que el tiempo marcase en ella su -rastro<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184"></a>{184}</span> destructor, como aquellas princesas encantadas que se conservan -en el mismo ser en que las cogió el encanto, si no fuese porque había -habido mudanzas favorables. La tez, de trigueña que era, había adquirido -una blancura transparente y nítida, propia encarnación de diosa ó de -ninfa, y no de ser mortal; y las manos también, mejor cuidadas ahora, -parecían más bellas en contornos y dintornos y en el color y esmalte de -la carne y de las uñas. En todo esto, aunque hubiese habido alguna -industria ó artificio, era tan sabia industria y artificio tan sutil, -que el más severo crítico, el más experto en tales cosas, con ojos de -lince no lo descubriría.</p> - -<p>La Marquesa de Guadalbarbo había deslumbrado y seguía deslumbrando á -Madrid con la riqueza de sus trajes, con sus joyas y con sus trenes. La -fama de su virtud era mayor y más envidiable aún. La Marquesa amaba á su -marido, como una providencia benéfica y munífica, que la cubría de -diamantes, que llovía oro en su regazo, que satisfacía sin titubear sus -más costosos y atrevidos caprichos. La suerte del Marqués en los -negocios relucía en la mente agradecida de la Marquesa como habilidad ó -como genio. El Marqués le parecía un encantador, que tocaba con su -varita cualquier esperanza, cualquier ilusión, cualquier antojo, -cualquier ensueño, y al instante le realizaba, trayéndole por ensalmo -del mundo de las quimeras y de<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185"></a>{185}</span> las sombras al mundo de los seres -sólidos y consistentes.</p> - -<p>La misma Costancita tenía de sí un alto concepto, que la hacía -invulnerable á no pocas seducciones.</p> - -<p>Una mujer pobre, aunque sea el desinterés personificado, suele dejarse -deslumbrar por la riqueza, por el esplendor, por la magnificencia de un -galán rico. No tomará nada de él; pero podrá sentirse avasallada y -pasmada de los coches, de los caballos, del palacio, de la pompa, de la -atmósfera, en suma, que circunda al galán. Á Costancita nada de esto la -hacía efecto. Era ó se creía tan rica como cualquiera, y no había lujo, -ni gala, ni prodigio de la industria ó del arte que lograse aturdirla, -que excitase su admiración ó su curiosidad.</p> - -<p>Una mujer plebeya suele hallar un atractivo invencible en el galán que -lleva un nombre ilustre. Una mujer que no está en la más alta sociedad -se hechiza con el galán que brilla en los aristocráticos salones; quizás -el deseo de presentarse como rival, de vencer y de mortificar á alguna -gran señora, puede más en ella que todos los propósitos de virtud. Para -Costancita, que, por sí y por su marido, se creía de la prosapia más -esclarecida, y que había vivido y resplandecido en los círculos más -encumbrados de París y de Londres, nada de lo dicho podía perturbar el -endiosado corazón. Todo<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186"></a>{186}</span> lo miraba como por bajo de ella. Nada había que -no desdeñase.</p> - -<p>La fama de la Marquesa de Guadalbarbo se extendía por toda Europa. La -Marquesa había brillado en Baden, en Brighton, en Spa y en Trouville; en -los salones del Faubourg Saint-Germain; en los castillos de los lores -más ilustres de Inglaterra y de Escocia. En Berlín, en Petersburgo, en -Niza, en Florencia y en Roma tenía amigas que la escribían, adoradores -que aun suspiraban por ella. Costancita estaba harta de brillar, y casi, -casi se puede asegurar que había venido á Madrid con el propósito de -eclipsarse.</p> - -<p>En las edades y en los centros de más complicada y refinada -civilización, en Alejandría por ejemplo, en tiempo de los sucesores del -hijo de Filipo, y en Versalles, en tiempo de Luis XIV y de Luis XV, es -cuando, por contraposición, se ha despertado el gusto y hasta la manía -de la poesía bucólica, del idilio, de la vida campestre, del amor -sencillo entre pastores y zagalas. Un fenómeno parecido podía observarse -en el corazón de la bella Marquesa. Vivía gustosa en Madrid; pero de vez -en cuando atormentaba su corazón cierto prurito de vida patriarcal y -primitiva. La Marquesa de Guadalbarbo componía á veces idilios -inefables, allá en el fondo de su alma, en cuya composición entraban por -mucho los recuerdos de su<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187"></a>{187}</span> pequeña ciudad natal, de su jardín, del -azahar y de las violetas que le embalsamaban, del cielo despejado de -Andalucía, y de toda aquella existencia menos artificiosa y más próxima -á la madre naturaleza.</p> - -<p>Cansada Costancita de que la admirasen, de ver rendidos á sus pies lores -ingleses, príncipes rusos, leones parisienses, todo lo que hay de más -distinguido, soñaba con otra novela; echaba de menos en su vida cierta -poesía, y la buscaba por otra parte, no en aquello de que estaba -satisfecha hasta la saciedad.</p> - -<p>Mientras el afán de lucir y de ser adorada no se había amortiguado en su -pecho, la novela, la poesía, el ideal de la Marquesa de Guadalbarbo se -había realizado en aquellas adoraciones y rendimientos de que había sido -objeto. Su severa virtud y su fiel amor al respetable Marqués habían -sido la primera condición de aquel ideal realizado. Faltar en lo más -mínimo al Marqués de Guadalbarbo, deslustrar su nombre aun sólo con la -ocasión de una sospecha, hubiera sido para Costancita como arrojarse al -suelo desde el altar de oro en que estaba subida. Era menester hacer -creer, era menester que Costancita misma creyese, y nos parece que lo -creía, que la admiración que le inspiraba la constante dicha del Marqués -en los negocios, y la gratitud que infundía en el pecho de ella aquella -esplendidez con que le proporcionaba cuanto<span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188"></a>{188}</span> quería, era un verdadero -amor, era una devoción sincera, que hacían de ella y del Marqués un ser -mismo, ó por lo menos una unidad inseparable, por donde todas aquellas -magnificencias y esplendores no venían como de fuera y de extraño poder, -sino que brotaban de la propia condición de Costancita y eran cualidades -y prendas de su persona.</p> - -<p>Así había vivido Costancita, durante diez y siete años, amando al -Marqués, siendo modelo de madres de familia, pasando entre los -libertinos por una diosa de mármol, y citada como dechado de fidelidad y -afecto conyugales por todos los sujetos graves y severos que la -conocían.</p> - -<p>La propia Condesa del Majano, hermana del Marqués, de quien ya hemos -hablado á nuestros lectores, aunque era la dama más austera y -descontentadiza de Madrid, estaba encantada de Costancita, y nada tenía -que censurar en ella, salvo un poco de tibieza en rezos y devociones; -pero el estímulo de formular esta censura se embotaba en el corazón de -la Condesa del Majano, quien, como casi todas las mujeres devotas, era -muy avara, con los presentes y limosnas que Costancita daba para las -iglesias, conventos de monjas y casas de caridad, de todos los cuales -presentes era distribuidora la Condesa, luciéndose así y pasando por -generosa sin gastar un cuarto.<span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189"></a>{189}</span></p> - -<p>El Marqués de Guadalbarbo había cumplido ya sesenta y seis años de edad; -pero se conservaba que era un portento. Su vida activa, el montar á -caballo y el cazar con frecuencia, el buen trato y las satisfacciones de -todo género, le tenían como remozado.</p> - -<p>Cada día el Marqués se aplaudía más á sí propio por el buen tino que -tuvo en elegir mujer. Costancita, que mimaba las flores, los canarios y -hasta las joyas y las telas insensibles, ¿cómo no había de mimar, cuidar -y arrullar y contentar á un marido tan bueno, tan providente, tan -servicial y tan pródigo? Costancita se desvivía por el Marqués, le -adivinaba los pensamientos, procuraba que se distrajese, le hacía reir -con chistes y burlas, le consolaba cuando tenía algún disgusto, siempre -levísimo, y le cuidaba como á un niño cuando tenía alguna enfermedad, -también siempre ligera.</p> - -<p>Mas, á pesar de todo esto, fuerza es confesar de plano lo que ya hemos -dejado entrever, lo que hemos indicado hace poco. Costancita se hallaba -en un momento peligroso de crisis.</p> - -<p>El ideal de su vida de hasta entonces estaba ya agotado: había dado de -sí cuanto podía dar. El incienso de la lisonja, los triunfos de la -sociedad, las mil pasiones inspiradas por su belleza y sólo pagadas con -gratitud, de todo esto, permítasenos lo vulgar de la palabra, estaba ya -más que empalagada<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190"></a>{190}</span> Costancita. Hacia deleites más subidos, hacia un -ideal más bello, hacia una poesía más fogosa aspiraba su alma. Al -tramontar del sol en una hermosa tarde, cuando el sol tiñe aún de -topacio y de púrpura los celajes de Occidente, se llena el corazón de -vaga melancolía y suele forjarse mil extrañas quimeras en arrobos -inexplicables; así el alma de Costancita, en el luciente y apenas -empezado ocaso de su duradera y briosa juventud, buscaba melancólica un -bien extraño, una poesía bella, una luz, un calor suave, un -contentamiento divino, que alegrasen y alumbrasen la serena tarde de su -vida.</p> - -<p>Una circunstancia casual vino á dar mayor impulso al vuelo del espíritu -de Costancita en esta dirección romántica y á engolfarle más por el -misterioso piélago de sus ensueños, lleno todo de sirtes, escollos y -bajíos.</p> - -<p>Los Marqueses de Guadalbarbo recibían una vez por semana, y reunían en -sus salones á lo más distinguido de Madrid por hermosura, nacimiento, -fortuna, letras y armas. Los marqueses tenían además, de diario, gente -convidada á comer. El general Pérez era de los que más frecuentaban la -casa.</p> - -<p>El general Pérez, la índole de cuyas relaciones con Rosita hemos dejado -en una discreta penumbra, no sólo era un oráculo en política, un poder -de quien á veces pendía la muerte ó el nacimiento<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191"></a>{191}</span> de los Ministerios, -sino el más pertinaz, confiado, audaz y fatuo de los galanteadores. En -este linaje de lides, así como en los verdaderos campos de batalla, el -general Pérez se juzgaba un César, y el <i>vine, ví y vencí</i> no se le -apartaba del pensamiento, cuando no de los labios.</p> - -<p>Este tremendo General, este héroe impertérrito y halagado por mil éxitos -ruidosos, se consagró completamente á la Marquesa de Guadalbarbo. La -perseguía con miradas volcánicas, la requebraba con cierto desenfado -militar, y no quería creer jamás que los desdenes, las burlas y hasta -las iras á veces de la Marquesa, fuesen iras, burlas y desdenes -legítimos, sino artificios, fingimiento y tácticas amorosas para hacer -más deseable la victoria y para dar más precio á la fortaleza que al -cabo se había de rendir.</p> - -<p>La persistencia vanidosa del general Pérez tenía fuera de sí á -Costancita. Juzgaba ya que dentro de la buena educación y de los -respetos sociales había hecho cuanto puede hacerse, y aun más de lo que -puede hacerse, para refrenar al feroz é intrépido guerrero, ó alejarle -de sí desengañado; pero el ahinco del general Pérez era descomunal, -rayaba en lo inverosímil.</p> - -<p>Acostumbrado el Marqués de Guadalbarbo á que le adorasen á su mujer, y -confiadísimo además en la virtud de ella, no advertía ó no hacía<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192"></a>{192}</span> caso -del apretado y durísimo asedio en que el General la había puesto. -Costancita, además, era prudente, y no había de acudir á su marido para -que la libertase de las impertinencias de aquel presumido galán, para -que osease á aquel moscón, empeñándole acaso con él en un lance, á par -que peligroso, ridículo.</p> - -<p>Costancita, pues, seguía sufriendo, si bien con impaciencia y disgusto, -las pretensiones del General, esperando cansarle y apartarle de sí á -fuerza de seriedad y desvío. Hasta entonces no había comprendido -Costancita una parte de la mitología: las persecuciones del dios Pan á -las ninfas, de Apolo á Dafne, y del cíclope Polifemo á Galatea. Ahora, -<i>mutatis mutandis</i>, en vista del modo de vivir actual, mucho más -ordenado y político, casi se consideraba ella como una Galatea, y miraba -como á un furioso Polifemo al general Pérez.</p> - -<p>Lo que más la molestaba, lo que más hería su orgullo era la majestad del -General, su creencia mal disimulada de que casi la honraba -pretendiéndola y sufriendo sus desdenes. Ella, que se creía por cima de -todos los generales; ella, que sabía que la riqueza y la posición de su -marido no dependían del favor de ningún repúblico ó gobernante poderoso; -ella, que comprendía que su marido no necesitaba del Ministro de -Hacienda, sino que en todo caso, el Ministro de Hacienda necesitaría<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193"></a>{193}</span> de -su marido, perdía la serenidad y se mordía los labios de rabia cuando el -general Pérez se le acercaba hasta con aire de protección y como -diciéndole:—Admírese V.: ¿qué no valdrá V., cuán grande no será mi -amor, cuando sufro tanto, siendo quien soy y pudiendo cuanto puedo?</p> - -<p>Acudía por entonces á casa de Costancita todas las noches de tertulia, y -venía asimismo á comer una vez por semana, nuestro protagonista, su -desdeñado primo, D. Faustino López de Mendoza.</p> - -<p>La suerte habíale mostrado siempre tan adusto ceño, que D. Faustino, á -pesar de sus ilusiones, había acabado por crearse un carácter del todo -contrario al del general Pérez. Se había hecho tímido, desconfiado, -modesto y encogido. Su humildad le dió cierto encanto á los ojos de -Costancita y le ganó las simpatías del Marqués de Guadalbarbo, quien -llegó á hacer de él los mayores elogios y á sacarle siempre á relucir -como ejemplo de los caprichos é injusticias del destino, que le tenía en -tan bajo lugar, mientras que había encumbrado á tanto zopenco.</p> - -<p>Costancita en un principio contradecía á su marido, sosteniendo que el -no haber hecho carrera D. Faustino era por culpa de su carácter, -hallando y marcando en él infinidad de defectos; pero el Marqués -propendía á probar que no había tales defectos, sino que todas eran -excelencias y perfecciones.<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194"></a>{194}</span> La Marquesa se fué poco á poco convenciendo -de lo que su marido afirmaba. De esta suerte, el Doctor Faustino vino al -fin á parecerle un sabio marchito en flor, un león á quien han cortado -las uñas, un genio á quien han arrancado las alas pujantes con que iba á -encumbrarse al empíreo.</p> - -<p>¿Y quién había sido la maga maléfica, la hechicera traidora que había -hecho tan impía y bárbara amputación de alas y de uñas? Costancita se -dió á cavilar en esto y á sentir remordimientos que hasta entonces no -había sentido, y á considerarse bastante culpada.</p> - -<p>Entonces recordó con ternura, con cierta tristeza entre dulce y amarga, -con lánguida y morosa delectación, las veladas y los coloquios por las -rejas del jardín, las lágrimas que vertió la noche de las calabazas, el -beso humilde y manso que le dió en la frente su primo en pago de la -herida que ella le hacía en el alma; y creyó oir el murmullo de la -fuente de su jardín, y se sintió en la amena soledad nocturna, y vió el -sereno cielo de Andalucía tachonado de mil y mil claras estrellas, y -aspiró embriagada el perfume de aquel azahar y de aquellas violetas. -Todo esto, poetizado, hermoseado, sublimado por la distancia, acudía á -la memoria como cuento de hadas, con destellos refulgentes, con el -encanto de la primera juventud, evocada por el recuerdo.<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195"></a>{195}</span></p> - -<p>Una piedad infinita penetraba en el corazón de la Marquesa. Quizás ella -había torcido la suerte de Faustino. Amado por ella, animado, estimulado -por ella, Faustino hubiera realizado todos sus sueños de gloria. Sus -ilusiones hubieran sido realidades. Ella quizás había tronchado aquella -flor cuando se abría al blando soplo de las más nobles esperanzas; ella -quizás había destrozado las alas de aquel genio; ella quizás había roto -las mágicas cuerdas de aquella melodiosa arpa, arrojándola después en un -rincón, como el arpa de los versos de Becker.</p> - -<p>Forjábase entonces la Marquesa una existencia fantástica, mil veces más -bella que la que había pasado. Se representaba á sí misma como la musa, -el impulso, la inspiración, el resorte enérgico y fecundo en milagros y -creaciones, de un hombre que tal vez hubiera llenado de gloria á su -patria. Esto le pareció más bello, más poético, más noble que todos los -casos, lances y sucesos de su vida real.</p> - -<p>Por primera vez, allá en lo íntimo de su conciencia, sin atreverse á -confesárselo con claridad, columbrándolo apenas, pensó Costancita que -sólo el egoísmo, el miserable interés, el ansia de goces materiales, el -afán del lujo y la vanidad la habían guiado y arrastrado á preferir á -Faustino al Marqués de Guadalbarbo.</p> - -<p>Costancita, con todo, no había coqueteado aún<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196"></a>{196}</span> en Madrid con D. -Faustino. Costancita seguía amando y reverenciando al Marqués. Y D. -Faustino, tan castigado por la mala ventura, no soñaba en que su prima, -que no le quiso en su tierra, pudiera quererle ahora, cuando ya el -indigno misterio de su porvenir estaba claro; cuando ya se había -demostrado con el éxito todo lo vano, infundado y falto de ser de sus -esperanzas y de sus planes de glorias y triunfos.</p> - -<p>Sin embargo, estimulada Costancita por las asiduas pretensiones del -general Pérez, concibió una idea de todos los diablos. El Marqués no -había de echar de su lado al General. Cualquier coqueteo con otro -personaje de primera magnitud no haría sino darle picón y entusiasmarle -más todavía. El modo de ahuyentar al General y de vengarse de él, -humillando su soberbia, era buscarle un rival obscuro, modesto, á quien -ella, con su omnipotencia de gran señora, realzaría por medio de una -mirada, por el conjuro de un favor. Así remedaría Costancita á Dios -mismo, arrojando del encumbrado sitial al poderoso y exaltando al -humilde. Costancita se resolvió, pues, á dar aliento á su pobre primo, á -sacarle de aquella postración y abatimiento en que se hallaba, á hacerle -sentir lo que valía, y á ponérsele como rival y contrario al engreído -General, á ver si reventaba de furor al verse suplantado por un -empleadillo de catorce mil reales,<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197"></a>{197}</span> por poco más de un escribiente; á -ella además le parecía que aquel escribiente, aquel empleadillo de -catorce mil reales, valía mil veces más por todos estilos que el general -Pérez, con todas sus conquistas, y que ella no necesitaba que la gloria -y la fama del general Pérez ni de nadie reflejasen en su persona para -esclarecerla. Costancita se creía con sobrado esplendor propio para -brillar por sí, para iluminar, hermosear y ensalzar cuanto se le -acercase.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198"></a>{198}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199"></a>{199}</span> </p> - -<h2><a name="XXIX" id="XXIX"></a> -<img src="images/ill_pg_199.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXIX.</h2> - -<p class="chead">Á SECRETO AGRAVIO, SECRETA VENGANZA</p> - -<p>El Marqués de Guadalbarbo estaba cada día más dispuesto á coadyuvar, sin -saberlo, al diabólico propósito de Costancita.</p> - -<p>El entono y la arrogancia que tenían, ó que él imaginaba que tenían, los -personajes más eminentes de Madrid, parecíanle tan injustificados, que -apenas si los podía sufrir. Admirador el Marqués del buen orden, -grandeza y florecimiento de la Gran Bretaña y de otros Estados de -Europa, lamentaba como nadie el atraso, el desorden y el desgobierno de -su patria. Imaginaba, pues, que nuestros próceres y repúblicos, lejos de -mostrarse soberbios debían estar avergonzados de su ineptitud y llenos -de la humildad más profunda.</p> - -<p>El Marqués, como casi todos los hombres cuyos negocios prosperan, sobre -todo si no tienen que acusarse de bajezas ni de bellaquerías, estaba -dotado de un amor propio colosal, y naturalmente<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200"></a>{200}</span> le molestaba el de los -otros, que ni con mucho se le antojaba tan fundado.</p> - -<p>Jamás había leído el Marqués el curiosísimo libro del padre Peñalosa, -titulado <i>Cinco excelencias del español que despueblan á España</i>; mas -aunque le hubiera leído, no cabía en la índole de su entendimiento el -creer la singular teoría de aquel ingenioso fraile; el cual daba por -seguro que por ser los españoles tan hidalgos, tan católicos, tan -realistas, tan generosos y tan guerreros, están siempre tan perdidos. -Así es que la perdición, según el Marqués, provenía de malas y no de -buenas cualidades; por donde no cesaba de gruñir y de censurar á sus -paisanos, si bien descargaba los rayos de su censura sobre las -eminencias y se mostraba benévolo é indulgente con los humildes y poco -afortunados.</p> - -<p>Como entre estos últimos se contaba el primito D. Faustino, el Marqués -sentía por él, según ya hemos dicho, una singular predilección, que iba -en aumento siempre. La prevención con que había mirado al primito, -cuando le conoció en Andalucía se había disipado por completo. La -petulancia de la primera juventud, los alardes de impiedad y -descreimiento, y otras faltas de Don Faustino, se habían enmendado con -los años y los desengaños. Y por otra parte, el Marqués distaba mucho de -ver ya en Don Faustino, como<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201"></a>{201}</span> había visto en otro tiempo, á un rival que -venía á robarle sus amores; antes bien veía ahora á un joven infeliz, de -quien él había triunfado, y cuyo valer y nobles prendas, mientras en más -se estimasen, daban más precio, mérito é importancia á su victoria. -Cuanto más alto ponía el Marqués á D. Faustino, allá en su imaginación, -tanto más ensalzaba el afecto y la libre decisión de Costancita al -desdeñar á D. Faustino y al preferirle á él.</p> - -<p>En tal estado las cosas, las visitas del Doctor á su prima menudeaban -cada vez más; y si por cualquier motivo nuestro héroe no parecía durante -dos ó tres días por casa del Marqués, el Marqués le buscaba ó le -escribía llamándole.</p> - -<p>Entre tanto, el infatigable general Pérez, verdadero <i>poliorcetes</i> -amoroso de nuestro siglo, aunque había sido rechazado en todos sus -asaltos, arremetidas y ataques, seguía con regularidad y sin -interrupción el cerco de la plaza. Como era un señor de tanto fuste, -respeto y soberbia, nadie se atrevía casi á acercarse y á hablar con -Costancita, considerándolo tiempo perdido, merced á aquel tremendo -espantajo. El general Pérez, con sus miradas y con andar siempre en -torno de Costancita, hacía una perpetua declaración de bloqueo. Claro -está que los galanes de Madrid no se arredraban por temor de que el -general Pérez se los comiera crudos, ni mucho menos; pero cuando veían á -un conquistador<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202"></a>{202}</span> como él tan empeñado en aquella empresa, sin desmayarse -ni retirarse, tal vez suponían que no era tan mal recibido, y no había -uno que se atreviese á presentarse como rival para salir derrotado.</p> - -<p>Costancita, más harta cada día, empezó á ponerse fuera de sí al ver que -el cerco se estrechaba y que la incomunicación en que el general Pérez -quería tenerla iba poco á poco realizándose.</p> - -<p>El propio D. Faustino, con la modestia y la timidez que su mala ventura -le había infundido, sospechó, no que su prima amase al General y -estuviese con él en relaciones, sino que se deleitaba y enorgullecía de -la asidua corte de tan eminente personaje. Así es que, no bien veía al -General al lado de la Marquesa, juzgaba atinado y prudente irse por otra -parte á fin de no estorbar. Costancita rabiaba y se desesperaba más con -esto, allá en su interior. El resultado era que hacía extremos cariñosos -por su primo, que le miraba con ojos llenos de ternura, que le apretaba -la mano con efusión, y que hasta le hacía elogios á cada paso; pero al -Doctor se le metió en la cabeza que todo ello era compasión, bondad, -deseo de levantarle un poco de la postración en que se hallaba; quizás -algo de leve remordimiento por las crueles calabazas que Costancita le -había dado en otra época.</p> - -<p>La Marquesa de Guadalbarbo empezó á picarse no menos de esta -impasibilidad del Doctor que<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203"></a>{203}</span> de la persecución sin tregua del General. -Sin poder contenerse, vino entonces á hacer más declarados favores á su -primo; pero, por declarados que fuesen, el Doctor, ó se los explicaba, -como antes, por la compasión, ó se daba á cavilar en una cosa que -desechaba luego como un mal pensamiento, si bien volvía á su imaginación -con persistencia.—¿Querrá mi prima, se decía, que yo le sirva de -pantalla para que lo del General no se perciba tanto?</p> - -<p>Lo cierto es que esta conducta de D. Faustino, seguida instintivamente -en fuerza de lo abatido y descorazonado que se hallaba, hubiera sido, -seguida con toda reflexión y cálculo por un seductor de oficio, la más -hábil y la más á propósito para rendir á Costancita.</p> - -<p>Costancita continuó, pues, favoreciendo á su primo por todos aquellos -medios indefinibles, vagos y poéticos, que á veces hasta las mujeres -tontas y vulgares saben emplear, si el amor ó el deseo de ser amadas las -inspira, y que la Marquesa de Guadalbarbo, tan entendida, tan elegante, -tan artista en todo, empleaba de una manera deliciosa. El Doctor no se -creyó amado aún; pero empezó á recordar los antiguos amores y á pintarse -en el alma los coloquios de la reja del jardín con todas sus -circunstancias, y á creer que amaba aún á Costancita, á pesar de María.<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204"></a>{204}</span></p> - -<p>Esta nueva situación del ánimo del Doctor se hizo patente muy pronto á -los ojos de la Marquesa, quien advirtió en su primo una dulzura de -expresión muy grande cuando la miraba, una gratitud profunda cuando ella -hacía de él algún encomio, y un cuidado y una solicitud rebosando -sencilla y natural galantería para hacer por ella mil pequeños -servicios. En persona tan distraída como el Doctor, y que tanto distaba -de ejercer tales artes por costumbre, casi, casi era esto una -semideclaración de amor.</p> - -<p>Como se pasaba cuatro ó cinco horas diarias en la oficina extractando -expedientes, y luego otras tantas en la soledad de su cuartucho del -pupilaje, tratando en balde de dar ser á su epopeya ó de componer su -nuevo sistema filosófico, el Doctor se creía trasladado al cielo desde -el purgatorio cuando entraba en aquellos elegantes y ricos salones, -donde los criados le trataban con una consideración de que no había -gozado desde que salió de Villabermeja; donde todo despedía dulce olor; -donde había tantas cosas bonitas, y donde, sobre todo, hallaba á una tan -bella mujer y tan aristocrática, que se interesaba por él, que le -preguntaba por su salud con verdadero afecto, que deseaba leer sus -versos y saber sus filosofías, y que hacía todo esto de un modo tan -llano y tan discreto, que no advertía jamás el Doctor, aunque era muy -caviloso,<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205"></a>{205}</span> que hubiera afectación en nada, ni que hubiera <i>sensiblería</i>, -ni pedantería, ni que pudiera aparecer el más ligero asomo de ridículo.</p> - -<p>Sentía el Doctor tanto bienestar y consolación tan suave en casa de -Costancita, y en este punto de sus relaciones con ella, que estaba como -el enfermo cuando halla una postura cómoda y grata, tiene miedo de -perderla y no se atreve á moverse, ó como quien ha tenido un sueño -beatífico, cuando se despierta y procura colocarse del mismo modo y -conciliar el sueño de nuevo para que se repitan idénticas visiones. En -suma, el Doctor se contentaba con aquello, y no aspiraba á más por miedo -de perderlo todo.</p> - -<p>Una de las noches en que recibía la Marquesa, en el mes de Mayo, el -general Pérez estuvo pesado y atrevido como nunca; se quejó de que la -Marquesa no le recibía sino los días de recepción, y se obstinó en -alcanzar una cita.</p> - -<p>—Yo tengo que hablar á V. con cierto reposo—dijo á la Marquesa.—Esto -es terrible. Aquí tiene V. que hacer los honores, y con ese pretexto no -me hace V. caso; no me oye nunca; cualquier majadero que se acerca me -interrumpe en lo mejor de mi discurso. Oigame V. antes de condenarme. Á -nadie se le condena sin oírle.</p> - -<p>—Pero, General—contestó Costancita, si yo no le condeno á V., si yo le -oigo; ¿de qué se queja?<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206"></a>{206}</span></p> - -<p>—Es V. muy cruel. V. se burla de mí.</p> - -<p>—No me burlo.</p> - -<p>—¿Por qué no me recibe V. cuando vengo de día?</p> - -<p>—Porque de día no recibo más que los martes. Venga V. cualquier martes -y le recibiré.</p> - -<p>—Eso es; me recibirá V. como á cualquiera otro.</p> - -<p>—¿Y qué derecho tiene V. á que yo le reciba de diferente manera?</p> - -<p>—¡Ingrata! ¿Y mi afecto y mi amistad y mi admiración no me dan derecho?</p> - -<p>—Por eso mismo quizás debo resistirme á recibir á V. Es V. muy -peligroso,—dijo Costancita riendo.</p> - -<p>—¿Lo ve V.? Se ríe V. de mí, Marquesa.</p> - -<p>—No me río de V.; pero no debo recibirle. Por lo mismo que V. me hace -la corte con tanta asiduidad, no debo recibir á V. para no dar ocasión á -la maledicencia.</p> - -<p>—Nadie dirá nada. Recíbame V. una vez sola. Su reputación de V. está -tan bien sentada, que no murmurará nadie.</p> - -<p>—Mire V.—dijo Costancita un poco contrariada de que el General tomase -por lo serio aquella excusa,—harto sé que mi reputación no puede ni -debe depender de tan poco. V. quiere verme mañana, cuando no recibo á -los demás mortales. Pues sea. Venga V. mañana. De tres á cuatro. -Encargaré á los criados que le dejen entrar.<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207"></a>{207}</span></p> - -<p>—¿Y nada más que á mí solo?</p> - -<p>—Nada más que á V. solo.</p> - -<p>Dicho esto, la Marquesa se fué hacia otra parte, dejando satisfecho al -general Pérez, aunque acababa de darle la cita para que no creyese que -temía avistarse con él á solas, ó para que no presumiese que su -reputación pendía de tan poco, que fuera á perderla por recibirle.</p> - -<p>El general Pérez, como todo lo convertía en substancia, se quedó muy -hueco. Allá, en el fondo de su alma, imaginaba él y pintaba con -vivísimos colores una lucha muy brava que el amor y la virtud se estaban -dando en el corazón de Costancita por culpa suya. La concesión de la -cita le pareció una gran victoria del amor. No comprendió que Costancita -había cedido á fin de demostrarle que él era para ella un hombre <i>sin -consecuencia</i>. El General la había estrechado tanto, que negándose á -recibirle, hubiera sido como decir con la Leonor de <i>El Trovador</i>:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i0">Libértame de tí; si por tí tiemblo,<br /></span> -<span class="i0">por tí, por mi virtud... ¿no es harto triunfo?<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Por no aparecer en la mente del General como diciendo estos dos versos, -pasó Costancita por la mortificación de verle y oirle á solas.</p> - -<p>El General no faltó á la cita. Aunque había sido siempre con otra clase -de mujeres imitador ó émulo<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208"></a>{208}</span> del joven Tarquino, ya sabía él, á pesar de -su fatuidad, con quién se las había, y estuvo respetuoso, almibarado, -humilde y rendido. Costancita, con más primores y discreteos que otras, -dijo en aquella ocasión lo que en ocasiones semejantes dicen siempre -todas las mujeres: que estimaba al General, que sentía por él una -amistad viva, que le agradecía lo mucho que la distinguía; pero que á -nadie amaba de amor, y que en este punto debía el General perder toda -esperanza.</p> - -<p>El desengaño dado por Costancita no pudo ser más explícito ni más claro. -La vanidad del General no quería, con todo, recibirle. El General siguió -viendo en espíritu el rudo combate entre el honor y la virtud, el amor y -la castidad, que destrozaban el alma de Costancita; casi tuvo compasión -de aquel tumulto de pasiones que había suscitado, y por un arranque de -generosidad se decidió á tener calma, á encaminar las cosas suavemente y -á no entrar en la plaza por asalto, llevándolo todo á sangre y fuego. El -General se propuso ser magnánimo, usar de misericordia y venir de diario -á moler á Costancita, mostrándose más fino que un coral y más dulce que -una arropía.</p> - -<p>La Marquesa de Guadalbarbo no acertaba á librarse de aquellas visitas -impertinentes, que tanto la molestaban. En su orgullo, no quería decir -al General que no viniese á verla á menudo para no<span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209"></a>{209}</span> comprometerla; y no -había medio tampoco de hacerle comprender que sus visitas la aburrían. -En esta situación, el medio de osear al moscón del General, valiéndose -del Doctor Faustino, se le hizo á Costancita más deseable que nunca. Su -primo, por otro lado, iba ganando cada vez más en su corazón.</p> - -<p>Un día, de sobremesa, mientras que el Marqués hablaba de política con -otros convidados, Costancita y el Doctor tuvieron el diálogo siguiente:</p> - -<p>—¿Es posible, Faustino, que tengas tan mala opinión de mí y que me -creas tan vana y tan poco orgullosa á la vez, que supongas que me -complazco en la corte que me hace el general Pérez? ¿Qué lustre me doy -con eso? ¿Necesito yo del General para algo? Mil veces te he dicho que -me aburre, que me molesta, que no puedo sufrirlo, y tú me oyes siempre -con visibles muestras de incredulidad.</p> - -<p>—Francamente, prima—contestó el Doctor,—te lo diré, aunque te enojes: -yo no comprendo que el General esté hecho tan á prueba de desdenes. -Cuando viene á verte casi todos los días, cuando está siempre donde tú -estás, cuando se consagra á adorarte de continuo, no se verá tan mal -tratado.</p> - -<p>—Pues se ve; pero él trueca siempre en favores los desvíos, en -esperanzas los desengaños y en triaca el veneno. Como no le eche á -puntapiés, se me figura á veces que no tengo medio de echarle.<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210"></a>{210}</span></p> - -<p>—Ya le echarías, si quisieses—dijo el Doctor.</p> - -<p>—Pues quiero—respondió Costancita. ¿Te prestas á ayudarme en la -empresa?</p> - -<p>—Con mucho gusto. No hay mayor felicidad para mí que la de poder ser -útil en algo á mi linda prima, que es tan buena y tan cariñosa conmigo.</p> - -<p>—Bien está. Ya sabes tú cuánto te agradezco el afecto que me tienes, -cuánto te agradezco tu generosa amistad. ¡Qué noble eres, Faustino! Tú -deberías guardarme rencor, y no me lo guardas.</p> - -<p>—¿Y por qué guardarte rencor? No recuerdo yo la despedida por la reja, -de hace tantos años, sino para confesarme que tuviste razón en -despedirme. La experiencia de mi vida, mi obscuridad, mi miseria, el mal -éxito de mis propósitos, han justificado la prudencia y previsión de tu -padre. Hubiera sido una locura que hubieras unido tu suerte á la mía. No -me quejo, pues; antes bien te agradezco y guardo en el corazón, como el -recuerdo más bello de mi vida, la pura esencia de aquellas lágrimas que -por mí derramaste, y el delicado aroma en que se bañaron mis labios -cuando por primera y última vez tocaron tu serena frente. Pero no -hablemos de esto. Vamos á lo que más importa. ¿Qué pides? ¿Qué mandas?</p> - -<p>—Yo no mando nada: yo te suplico que vengas mañana á verme.</p> - -<p>—¿Á qué hora?<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211"></a>{211}</span></p> - -<p>—Ven á las dos y media. Que no faltes.</p> - -<p>Costancita citó al Doctor para media hora antes de la hora en que el -general Pérez solía venir á verla casi todos los días.</p> - -<p>Bien sabe el autor ó narrador de esta historia que aquí, como en otros -pasajes de ella, han de incomodarse los lectores con el héroe principal, -de quien exigen en novela una fidelidad y una constancia prodigiosas, y -á quien han de condenar porque ya amaba á María, ya á Costancita, ya á -las dos á la vez, y porque amó durante algunos días á la misma Rosita; -pero tire contra él la primera piedra quien en la vida real haya tenido -menos variaciones, y menos fundadas variaciones en sus amores. El -desdichado Doctor Faustino había perdido á María quizás para siempre, -por motivos que el hado adverso había creado. Harto había amado á María, -harto había guardado y guardaba su imagen en el centro del alma, -levantándole allí altar como en un santuario; pero también había amado á -su prima Costanza antes de conocer á María, y no es extraño que -renaciese ahora en su corazón el primitivo afecto. Además, desde el -principio de esta historia debe saber el lector que no tratamos de poner -al Doctor Faustino como ejemplo de virtud y como dechado de -perfecciones, sino como muestra de lo que pueden viciarse y torcerse un -claro entendimiento y una voluntad sana con las que<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212"></a>{212}</span> vulgarmente se -llaman ilusiones; esto es, con un concepto demasiado favorable de sí -mismo, con la persuasión de que los propios merecimientos deben -allanarnos el camino para el logro de toda esperanza ambiciosa, y con la -creencia de que el grande hombre está en nosotros en germen, y de que, -siendo así, sin perseverancia, sin trabajo, sin esfuerzos incesantes, -sino llevados de la propia naturaleza, hemos de trepar á todas las -alturas y rodearnos del fulgor inmortal de toda gloria.</p> - -<p>Esta condición de carácter del Doctor Faustino es comunísima en el día, -porque las ambiciones están despiertas y solevantadas, y en el Doctor -persistían á pesar de mil desengaños amargos. Espíritu poético además, -sin fe segura y firme en nada, sino en su propio valer, lo cual es -también harto común por desgracia, el Doctor era como personaje de -antiguo cuento, que vaga perdido en una selva, en la obscuridad de la -noche, y corre, ya en pos de una lucecita, ya en pos de otra, de las que -ve brillar á lo lejos, creyéndolas alternativamente faros que han de -salvarle. La lucecita que ahora deslumbraba al Doctor y hacia la cual -corría lleno de esperanza, era de nuevo los ojos de su prima la -Marquesa. El Doctor acudió á la hora de la cita con algunos minutos de -anticipación.</p> - -<p>Recibióle su prima en un primoroso saloncito, contiguo á su tocador, -donde ella solía estar á solas<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213"></a>{213}</span> leyendo, escribiendo ó soñando, y donde -recibía á los íntimos. Era lo que llaman <i>boudoir</i>, valiéndose de un -vocablo extranjero. Costancita estaba vestida de mañana, con traje -gracioso y leve, propio de primavera. Las persianas, echadas, daban una -media luz muy agradable á todos los objetos. Plantas y flores adornaban -el saloncito. La Marquesa parecía más fresca, lozana y encantadora que -todas las flores.</p> - -<p>El Doctor hizo mil cumplimientos á su prima. Ella, en cambio, le prodigó -mil dulces sonrisas y mil afectuosas miradas. No se habló de amor, ni -pasado ni presente. Se habló de amistad, de cariño indeterminado entre -ambos; pero, en virtud de esta amistad, de este cariño sin nombre, -aunque puro y espiritualismo, el Doctor tomó la mano de la Marquesa -entre las suyas, y la Marquesa se la dejó allí abandonada. El Doctor la -cubría de besos cuando sonó la campanilla de la puerta principal. -Costancita se rió.</p> - -<p>—Éste es—dijo—mi tremendo General, que llega.</p> - -<p>El Doctor, que tenía su silla muy cerca del asiento de Costancita, la -apartó maquinalmente.</p> - -<p>—No, no—dijo Costancita riendo con más gana todavía,—no apartes tu -silla; acércala más y que rabie. No te levantes hasta que entre, para -que te vea sentado muy cerca de mí.<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214"></a>{214}</span></p> - -<p>Don Faustino obedeció á la Marquesa, aproximándose á ella cuanto pudo.</p> - -<p>Un criado anunció al general Pérez, el cual entró en seguida en el -saloncito con aire triunfante y glorioso.</p> - -<p>Costancita, aunque autora de aquella burla, la hizo involuntariamente -más eficaz, por su falta de práctica y desenfado para tales negocios, -poniéndose bastante colorada cuando entró el General. D. Faustino, como -hacía muchísimo tiempo que no había tenido aventuras galantes, y como -jamás las había tenido en salones tan aristocráticos y con intervención -de rivales tan gigantescos y egregios, estaba conmovido y agitadísimo, y -se puso colorado también. Todo lo notó el General con disgusto mal -disimulado, á pesar de ser hombre de mundo curtido en todo linaje de -lances.</p> - -<p>La conversación que se siguió no pudo menos de ser embarazosa y fría. La -cara del General mostraba cada vez más la mal reprimida cólera. Á -Costancita le retozaba la risa dentro del cuerpo, y apenas si acertaba á -contenerse. De vez en cuando miraba con ternura á su primo, no -recatándose para ello del General, sino procurando que el General lo -advirtiera. Éste, comprendiendo toda la ridiculez que traería consigo el -enojarse, pugnaba por aparecer sereno y hasta jovial; pero no podía. -Quiso hablar de cosas indiferentes: de teatros, de literatura<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215"></a>{215}</span> y hasta -de modas, y dijo infinidad de disparates, como persona que delira en -sueños ó que tiene el espíritu distraído á otros asuntos. Todo esto -deleitaba á Costancita; la hacía feliz. El General era tan vano, que -jamás había tenido celos de nadie, y menos aún del Doctor, á quien -siempre había mirado como á un pariente pobre, á quien daban algún -amparo en aquella casa y á quien á veces convidaban á la mesa como para -ejercer la obra de misericordia de dar de comer al hambriento. Ahora el -General las estaba pagando todas juntas.</p> - -<p>—Vaya, vaya—dijo, entre otras sandeces,—no esperaba yo encontrarme -aquí en tan buena compañía.</p> - -<p>—Favor que V. me hace, mi General,—respondió D. Faustino con suma -modestia.</p> - -<p>—¡Quién lo pensara!—prosiguió el General.—¿Hoy no es día de oficina?</p> - -<p>—Sí, mi General—respondió el Doctor;—pero yo he hecho novillos para -acompañar y entretener un poco á mi primita, que está algo melancólica.</p> - -<p>El General, aun reconociendo el candor con que hablaba D. Faustino, se -sintió aludido sin intención por aquellas palabras. Se creyó el novillo -más importante de los que el Doctor había hecho, y que entre el Doctor y -la Marquesa estaban lidiándole.<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216"></a>{216}</span> Poco faltó para que no rompiese en un -exabrupto de mal humor. Supo, con todo reportarse.</p> - -<p>—Pues me alegro, amiguito, me alegro. No sabía yo que fuese V. tan -ameno y divertido.</p> - -<p>—Lo es, y mucho—exclamó Costancita antes que el Doctor replicase.—V., -mi general, no conoce á mi primo ó le ha tratado poco. La suerte le ha -sido siempre muy adversa, y por eso tiene un empleo de tan corto sueldo -é importancia; pero no dude V. de que es un hombre de mucho saber y de -mucho entendimiento y discreción.</p> - -<p>—Mi General—dijo el Doctor,—mi prima me quiere demasiado. El afecto -que me profesa la ciega, sin duda, y la excita á hacer de mí los -encomios menos merecidos.</p> - -<p>—Crea V., mi General, que no hago sino justicia. Faustino es un hombre -de los más distinguidos que hay en España; poeta inspirado y elegante, -filósofo, erudito...</p> - -<p>—No, Costanza, no me avergüences suponiendo en mí prendas y condiciones -que nadie reconoce sino tú por lo mucho que me quieres, por lo buena é -indulgente que eres para conmigo.</p> - -<p>La Marquesa y el Doctor siguieron así largo rato, elogiándose -mutuamente, agradeciéndose los elogios y atribuyéndolos todos al cariño -que recíprocamente se tenían. En esta blanda contienda tomaban<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217"></a>{217}</span> siempre -por juez al General, que reventaba de furor, que sentía que iba -perdiendo los estribos, y que advertía en la punta de su lengua cierta -comezón de poner como chupa de dómine á ambos primos y de armar allí -mismo un escándalo soberano. Sin embargo, como no tenía derecho para -quejarse, como conocía que cualquiera imprudencia suya le haría pasar -por un hombre brutal y mal educado, por un personaje cómico y por un -cadete de medio siglo, el General se contuvo de nuevo y dijo con marcada -ironía:</p> - -<p>—Siento haber llegado en tan mala ocasión. Sin duda que yo, profano en -la filosofía y en el arte poética, he venido á interrumpir alguna -lección que el primito estaba dando á V., Marquesa.</p> - -<p>—Mi General—dijo el Doctor,—yo soy muy humilde para dar lecciones á -nadie, y menos á mi prima. ¿Cómo enseñarle la poesía, cuando la poesía -misma es ella?</p> - -<p>—Aunque disto mucho de ser yo la poesía, mi primo no me daba lección; -pero si hubiera estado dándomela... (y aquí la Marquesa dulcificó mucho -la voz y puso en su acento un no sé qué de candoroso y manso, á fin de -mitigar y embotar la fuerza y la punta que pudiera tener el dardo que -disparaba); pero si hubiera estado dándomela... V., mi General, no nos -estorbaba; V. no hubiera perdido nada en recibir... en oir la misma -lección.<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218"></a>{218}</span></p> - -<p>El General echó de menos su sangre fría; conoció que iba á salir con -alguna barbaridad si permanecía allí más tiempo, y se levantó furioso. -Ya no pudo disimular su mal humor, y dijo al despedirse:</p> - -<p>—Yo detesto la poesía, Marquesa: yo soy todo prosa; y como no quiero -recibir lecciones poéticas ni interrumpir las que á V. da el primito, me -parece lo mejor eclipsarme. Á los pies de V.</p> - -<p>D. Faustino se levantó de su asiento para despedir al General con toda -cortesía, haciéndole una respetuosa reverencia.</p> - -<p>—Beso á V. la mano,—le dijo el General.</p> - -<p>—Mi general, beso á V. la suya,—le contestó D. Faustino.</p> - -<p>—Vaya V. con Dios, mi General—dijo Costancita con tono melífluo y -conciliante, como para aplacar un poco la tempestad que había -levantado.—Veo que está V. algo nervioso hoy, y un si es no es -disgustado de la poesía. Espero que no duren el mal humor y el disgusto, -y deseo que, si persevera V. en aborrecer la poesía, me considere y -tenga por prosa, para que siga estimándome y queriéndome.</p> - -<p>Al decir esto, alargó lánguida y graciosamente su blanca y linda mano al -General, quien no pudo menos de tomarla.</p> - -<p>En seguida se fué el General, reconociendo en<span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219"></a>{219}</span> su interior que lo más -atinado era irse, suspirando por las edades prehistóricas, ó ya que no, -por los siglos bárbaros, y renegando de lo que llaman <i>conveniencias</i> -sociales, que no le habían consentido desahogarse, cuando no diciendo -cuatro frescas á Costancita, porque no era él muy listo de lengua, -rompiendo en la cabeza del Doctor la mitad de los chirimbolos y -baratijas que había en aquel <i>boudoir</i>, que tan de veras merecía -entonces su nombre, con arreglo á la etimología.</p> - -<p>Claro está, y esto lo comprendía Costancita mejor que nadie, que el -General, por más deseos que tuviera de vengarse, no se había de allanar -á provocar á un lance al pobrecillo empleado de catorce mil reales, ni -mucho menos había de divulgar lo ocurrido para convertirse en la fábula -de Madrid, haciendo saber que Costancita le había plantado y despreciado -por semejante trasto, que así llamaba el General á D. Faustino allá en -el fondo de su corazón.</p> - -<p>Costancita, no bien sintió que el General había salido de su casa, se -acordó de su primera juventud y de la franqueza y naturalidad de -Andalucía; olvidó por completo su papel de gran señora; volvió á ser la -muchacha traviesa y alegre, y aflojó la rienda á la risa, que hasta allí -había tenido refrenada con el freno de la circunspección, y que brotó á -carcajadas entonces.<span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220"></a>{220}</span></p> - -<p>El Doctor siguió haciendo el segundo papel en aquel dúo jocoso; y se rió -también con toda el alma.</p> - -<p>Después se miraron ambos con gran seriedad, con fijeza y por un -movimiento involuntario. Fué una serie de mutuas interrogaciones, -instintivas y mudas á par de elocuentes, ya que no podían ni debían -expresarse con palabras.</p> - -<p>El interrogatorio, no obstante, estaba claro, patente á los ojos del uno -y del otro, como si le tuvieran escrito. Contenía, entre otras, las -siguientes preguntas:</p> - -<p>¿Hasta qué punto debemos creer lo que sin duda ha creído de nosotros el -General?</p> - -<p>¿Qué iba de chanzas y qué iba de veras en esto que hemos hecho para -zapearle?</p> - -<p>En suma, ¿nos amamos? Y si nos amamos, ¿cómo nos amamos?</p> - -<p>La contestación que ambos dieron al interrogatorio inefable fué bajar -los ojos y ponerse más colorados que cuando entró el General.</p> - -<p>Hubo tres ó cuatro minutos, largos como horas, de peligrosísimo -silencio.</p> - -<p>La silla del Doctor continuaba tan próxima como antes al sofá en que -estaba Costancita.</p> - -<p>El Doctor, casi maquinalmente, volvió á tomarle la mano. Ella volvió á -dejársela abandonada.</p> - -<p>Volvió el Doctor á cubrirla de besos; pero estos<span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221"></a>{221}</span> besos, después del -interrogatorio, tenían otra significación y otro valer.</p> - -<p>Costancita retiró su mano bruscamente, y dijo, sin marcada angustia ni -vehemencia de ningún género, pero con digna entereza y con toda la -frialdad grave que le fué posible afectar:</p> - -<p>—Vete, Faustino, vete; seamos buenos amigos.</p> - -<p><i>El seamos buenos amigos</i> sonó en los oídos del Doctor con son vago é -incierto entre súplica y mandato; pero el sentido de la frase se había -hecho clarísimo en el modo de pronunciarla. Era una prohibición, era una -limitación, y no una excitación: equivalía á decir <i>no seamos más que -amigos buenos</i>.</p> - -<p>El Doctor era bastante serio y delicado para comprender toda la gravedad -de aquellas palabras de su prima.</p> - -<p>Se levantó, tomó su sombrero, y dijo:</p> - -<p>—Adiós, primita.</p> - -<p>Ya había vuelto la espalda, ya estaba cerca de la puerta, ya iba á -salir, cuando se volvió atrás. Costancita estaba silenciosa. Se acercó á -ella el Doctor, y repitió, con tono entre resignado, humilde y -agradecido á la vez:</p> - -<p>—Seamos buenos amigos.</p> - -<p>Al mismo tiempo alargó la mano á su prima como signo y prenda de aquella -amistad pura. Costancita dió su mano, tan blanca, tan suave,<span class="pagenum"><a name="page_222" id="page_222"></a>{222}</span> tan bien -formada. El Doctor no pudo menos de besársela nuevamente, con un respeto -santo y casto, pero bajo el cual hubo ella de percibir el ardor -apasionado y duramente reprimido de los labios amorosos.</p> - -<p>Luego, como si contrarrestase y venciese una fuerza invencible, que á -pesar suyo le detenía, el Doctor salió algo precipitadamente de la -estancia.</p> - -<p>Desde aquel día no volvió el General á aparecer en casa de la Marquesa -de Guadalbarbo sino en los días de recepción y en las noches de -tertulia. Levantó el sitio de la plaza; calló á todo el mundo el motivo; -tuvo el buen gusto de no mostrarse muy enojado, y acudió de nuevo á -consolarse con Rosita, donde halló fácil y pronto perdón de sus -extravíos.</p> - -<p>El Doctor, por su parte, no persistió tampoco en hacer novillos á la -oficina ó secretaría, y en venir á ver á la Marquesa de mañana; pero -siguió yendo á su tertulia, y á comer una vez por semana á su mesa.</p> - -<p>Aquellos amores, medio reanudados entre ambos después de diez y siete -años de interrupción, debían concretarse y cifrarse en un sentimiento -sublime, platónico, purísimo, por respeto al generoso Marqués, que tanto -los quería, á él como primo y como amigo, y como esposa á ella. Así -pensaba Costancita. Así pensaba también el Doctor.<span class="pagenum"><a name="page_223" id="page_223"></a>{223}</span> Sin confiarse estos -pensamientos, sin ponerse de acuerdo en nada, se diría que se habían -entendido. Los dos conocían el peligro de verse á solas. Los dos le -evitaban. Pero viéndose en presencia del Marqués, hablándose tal vez -algunas palabras aparte cuando lo consentía la sociedad que los rodeada, -mirándose, estimándose cada vez más, hasta por este heroico sacrificio y -por esta noble conducta, el afecto de Costancita acabó por trocarse en -adoración hacia su primo, y la adoración del Doctor por Costancita se -hizo más ferviente y ciega.</p> - -<p>De esta suerte pasó más de un mes, y no fué chico milagro, sin que el -Doctor y Costancita se encontrasen solos. Al cabo, no obstante, -aconteció lo que no podía menos de acontecer. No hay para qué culpar ni -al destino, ni al diablo, ni á nadie. ¿Qué cosa más natural que un -primo, que entraba con tanta confianza en aquella casa, hallase una -noche sola á la Marquesa? La Marquesa estaba un poco mala de los nervios -y se había negado á recibir. Los criados entendieron que la orden no -rezaba con primo tan querido, é introdujeron al Doctor en el <i>boudoir</i> -que ya conocen nuestros lectores. El Marqués había salido. Eran las once -de la noche. Sabido es que en Madrid se vela mucho y recibe hasta muy -tarde.</p> - -<p>Á pesar del calor de la estación, el balcón estaba<span class="pagenum"><a name="page_224" id="page_224"></a>{224}</span> cerrado, de modo que -la soledad era completa y segura. Del cuarto del tocador contiguo, cuya -puerta de comunicación aparecía abierta, entraba un dulce vientecillo -fresco, porque allí estaba de par en par el balcón, que daba sobre el -jardín.</p> - -<p>Costancita se encontraba en el mismo sitio que el día del mal rato que -ambos dieron al general Pérez. Ella, á causa de su indisposición, no se -había vestido para comer, y tenía traje de mañana, tan elegante como -sencillo. Sus hermosos cabellos desordenados la hacían más bonita é -interesante, y mostraban que había estado recostada y que acababa de -incorporarse y sentarse para recibir al Doctor.</p> - -<p>Estas circunstancias casuales contribuyeron á que la conversación fuese -más amistosa y más íntima. Hablaron de todo; pero, sin quererlo, -procurando evitarlo ambos, acabaron por hablar de ellos mismos. -Costancita dió ocasión, lamentando involuntariamente los cortos medros y -adelantos del Doctor en carrera y fortuna.</p> - -<p>—¿Qué quieres?—dijo D. Faustino.—En mí se cumple el refrán que dice: -<i>quien mucho abarca, poco aprieta.</i> No hay ambición que yo no haya -tenido. Por eso no he visto satisfecha ninguna. Mi espíritu ha divagado, -se ha distraído en cuantos objetos hay, no con el vuelo recto y firme -del águila, sino con el revolotear incierto y vacilante<span class="pagenum"><a name="page_225" id="page_225"></a>{225}</span> del estornino. -Mi voluntad marchita no ha sabido perseguir cosa alguna con energía. No -extrañes que esté tan poco medrado. Me faltan los dos resortes más -poderosos: el amor y la fe en algo fuera de mí.</p> - -<p>—¿No amas, no crees en nada? Dios mío, ¡qué horror!</p> - -<p>—Hablo de las cosas de esta vida.</p> - -<p>—Menos mal; pero aun así es espantoso. ¿Con que no amas á nadie?</p> - -<p>—He querido amar, he amado; pero el desdén ha muerto al amor. Hace -algunos días he sentido dentro de mi alma como una gloriosa resurrección -del amor. ¿Volverá el desdén á matarle?</p> - -<p>—Si amas de veras, como creo—respondió Costancita, hablando muy -pausadamente y como si le costase trabajo y vergüenza hablar, y como si -midiese y pesase las palabras para no decir demasiado, y diciéndolo, no -obstante, sin poderlo evitar;—si amas de veras, ¿quién podrá -desdeñarte? El poeta lo ha dicho:</p> - -<p>Amor a nullo amato amar perdona.</p> - -<p>—Además, cuando el que ama vale lo que tú vales, el amor debe ser -poderoso, incontrastable como la muerte.</p> - -<p>—El poeta dijo una falsedad—contestó D. Faustino;—ó si es su -sentencia regla verdadera, yo soy la excepción de la regla. Costanza, -recuérdalo, yo<span class="pagenum"><a name="page_226" id="page_226"></a>{226}</span> te amé en otro tiempo y tú no me amaste. Ahora te amo -más. ¿Me amas?</p> - -<p>La Marquesa se arrepintió de sus palabras y se llenó de espanto al oir -las de su primo, y al notar el fervor con que las pronunciaba. Sintió -que una fuerza magnética, un poder de atracción superior á todo la -llevaba hacia su primo; pero lo criminal, lo indigno, lo vilmente -ingrato de engañar al Marqués de Guadalbarbo no se le ocultaba; surgía -ya en el seno de su atribulada conciencia como un remordimiento.</p> - -<p>—Faustino—dijo con acento sumiso y triste,—yo hice mal, hice una -villanía, fuí una miserable no amándote entonces. No exijas de mí que -sea más miserable y más villana amándote ahora.</p> - -<p>—Yo nada exijo, Costanza. El amor no se impone. Si depende de tí el no -amarme, no me ames. Yo te amo; yo muero de amor por tí.</p> - -<p>El Doctor cayó de rodillas á los pies de la Marquesa.</p> - -<p>—Levántate, tranquilízate. ¡Jesús, Dios mío! ¡Qué locura! ¡Alguien -puede venir!</p> - -<p>—¡Ámame!</p> - -<p>—Ten piedad. Déjame. Huye de aquí. ¿Qué va á ser de nosotros, santos -cielos?</p> - -<p>—Ámame, Costanza.</p> - -<p>—¡Ah, sí... te amo!</p> - -<p>El Doctor ciñó en un abrazo febril el cuerpo de<span class="pagenum"><a name="page_227" id="page_227"></a>{227}</span> la Marquesa, que cedía -rendida y desfallecida. Sus labios se unieron.</p> - -<p>De repente exhaló ella un grito ahogado, y poniendo ambas manos en el -pecho del Doctor, le rechazó con violencia.</p> - -<p>—¡Estoy perdida!—dijo con voz tan baja y tan intensa, que más que -oirlo pudo adivinarlo el Doctor.</p> - -<p>La pasión sincera y vehemente los había apartado á ambos del mundo -exterior; los había hecho insensibles á cuanto los rodeaba; habían -estado incautos, imprevisores, imprudentísimos, locos.</p> - -<p>No habían sentido llegar al Marqués de Guadalbarbo. El Marqués de -Guadalbarbo acababa de entrar en el saloncito.</p> - -<p>El Doctor y la Marquesa se repusieron y tomaron la conveniente actitud; -pero ¡qué desorden moral en la mente del uno y de la otra! ¡Qué -consternación y qué vergüenza no se pintaba en sus semblantes!</p> - -<p>En cambio, el Marqués mostraba en el suyo la misma serenidad, la misma -satisfacción de siempre. ¿Habría hecho un milagro el demonio? ¿Habría -puesto una nube ante los ojos del Marqués para que nada viese?</p> - -<p>La esperanza es el último consuelo del corazón más lacerado, y -Costancita, al reparar lo sereno que su marido estaba, no perdió la -esperanza.<span class="pagenum"><a name="page_228" id="page_228"></a>{228}</span></p> - -<p>—Niña, hija querida—dijo el Marqués, llamando á su mujer con los -mismos términos de siempre, donde iban expresados el amor que la tenía y -la diferencia de edad,—¿estás mejor de salud? Me tenías con cuidado y -he querido pasar por casa antes de ir al Ministerio de Hacienda. Quiero -saber cómo te encuentras antes de salir de nuevo... ¡Hola, Faustino! ¿Tú -por acá?</p> - -<p>Y el Marqués estrechó la mano del Doctor, que se la dió avergonzado y -casi convulso.</p> - -<p>La Marquesa dijo tartamudeando, trabándosele la lengua, como si tuviera -un nudo en la garganta:</p> - -<p>—Estoy bastante mejor.</p> - -<p>D. Faustino, aterrado, nada dijo.</p> - -<p>Ó el Marqués no había visto nada, ó no había querido ver nada, ó tuvo -piedad del martirio, del miedo, de la postración humillante de aquellos -infelices.</p> - -<p>El Marqués dijo que el Ministro de Hacienda le aguardaba, y se volvió á -la calle.</p> - -<p>D. Faustino y Costancita se quedaron solos de nuevo. Ambos, aunque -apasionados, distaban mucho de estar pervertidos. El terror de ellos no -era, pues, por el peligro que acababan de correr; era por la conciencia -de su pecado. Aquel abrazo y aquel beso habían sido un hurto infame. La -honra, el amor, la confianza generosa del padre de sus hijos, todo había -sido ofendido por la Marquesa. El<span class="pagenum"><a name="page_229" id="page_229"></a>{229}</span> Doctor había hecho traición al amigo -leal, al que más le quería y le estimaba; había intentado robarle su más -preciado tesoro. Al ser sorprendidos ambos, la cobardía de los -delincuentes se había pintado en sus rostros, se había revelado en sus -ademanes. Ambos se habían visto y estaban avergonzados de haberse visto. -Este sentimiento de su común indignidad y humillación en presencia del -Marqués pudo más entonces que todo recelo y que el ansia de precaverse -para lo futuro, ó de remediar, si era posible, el mal causado ya. Apenas -tuvieron palabras con que hablarse y entenderse.</p> - -<p>Largo rato permanecieron mudos.</p> - -<p>—Vete ya. Vete. ¡Estoy perdida!—dijo ella al fin...</p> - -<p>—¿Quién sabe?—se atrevió á contestar el Doctor.—Quizás él no ha visto -nada. De seguro... no ha visto nada... El cielo nos ha protegido.</p> - -<p>—¡Qué horrible blasfemia! El infierno... tal vez.</p> - -<p>—Sea el infierno, en buen hora, con tal de que tú no pierdas.</p> - -<p>—Faustino, vete, déjame; me haces daño en el alma,—exclamó la -Marquesa, llena de disgusto y angustia.</p> - -<p>El Doctor tomó su sombrero, y silencioso, á paso lento, cabizbajo y -pensativo, salió del salón y de la casa.</p> - -<p>Tristes pensamientos y desatinadas medidas iba barajando en su cabeza -conforme seguía maquinalmente<span class="pagenum"><a name="page_230" id="page_230"></a>{230}</span> por las calles su acostumbrado camino.</p> - -<p>—¿Si lo sabrá el Marqués?—se preguntaba.—Es imposible que no lo haya -visto todo. ¿Qué había de hacer sino disimular ó matarnos allí? Por eso -disimuló... pero ¿con qué propósito? ¿Irá á vengarse en ella? Yo debo -evitarlo. Yo debo defenderla.</p> - -<p>Luego, harto más abatido, daba el Doctor otro giro á su soliloquio, y se -decía:</p> - -<p>—Soy un miserable de la peor condición y especie. Carezco del amor, de -la energía suficiente para ser virtuoso, para no hacer nada que no pueda -sostenerse y defenderse á cara descubierta y con la conciencia -tranquila, hasta en la presencia del mismo Dios, y me faltan bríos y me -sobran atolondramiento, torpeza y flojedad de ánimo para cometer un -delito hábilmente, para ser diestro y sereno y valeroso en el pecado. -Esta enervación de mi carácter me hace feliz y me lleva á hacer -infelices á cuantas personas he querido.</p> - -<p>Así iba discurriendo el Doctor cuando, al volver una esquina se le -acercó un hombre. Al punto reconoció al Marqués de Guadalbarbo.</p> - -<p>—Te estaba aguardando. Sígueme,—le dijo el Marqués.</p> - -<p>El Doctor le siguió sin contestar.</p> - -<p>Á corta distancia de allí se encontraron parado el coche del Marqués.<span class="pagenum"><a name="page_231" id="page_231"></a>{231}</span></p> - -<p>—Sube,—dijo éste al Doctor, y el Doctor entró en el coche.</p> - -<p>En seguida entró el Marqués y se sentó á su lado, diciendo al lacayo:</p> - -<p>—¡Á la quinta!</p> - -<p>Los caballos tomaron el trote y empezó á rodar rápidamente el carruaje.</p> - -<p>Silencio profundo entre los dos viajeros.</p> - -<p>El Doctor había conocido que el Marqués lo sabía todo, y juzgaba de su -deber darle la satisfacción que quisiese. Por un instante pasó por la -mente del Doctor la idea de si querría asesinarle el Marqués; pero le -pareció que, si bien estaba en su derecho, no podrían ser tales sus -intenciones. El Doctor se llenaba de sonrojo sólo de figurarse que -preguntaba al Marqués: «¿Qué quieres? ¿Qué pretendes hacer conmigo?» -Callóse, pues, y se dejó conducir á la quinta sin decir palabra.</p> - -<p>Llegaron á la quinta, que está á media legua de Madrid; entraron en -ella; hizo el Marqués encender luces en un salón que le servía de -despacho en el piso bajo, y penetró allí solo con Don Faustino, cuando -se retiró el único criado que había.</p> - -<p>El Marqués abrió un armario, sacó del armario una caja, y de la caja un -par de pistolas, que puso sobre el bufete. Luego rompió el silencio, -dirigiéndose á D. Faustino, y dijo con la misma calma que si dijese -«buenas noches»:<span class="pagenum"><a name="page_232" id="page_232"></a>{232}</span></p> - -<p>—Tú eres un ladrón, á quien puedo matar como á un perro. Me has robado -lo que más amaba; has abusado de mi confianza; has hecho traición á mi -amistad. Quiero, no obstante, matarte cara á cara y con armas iguales. -Lo que no quiero es que nadie se entere de que yo soy quien te mato, ni -que nadie sospeche por qué te mato. Esto sería publicar mi deshonra, la -de mi mujer y la de mis hijos. Menester es que falten aquí los testigos -y requisitos de un duelo. No tendremos más testigos que Dios. Mis -criados se guardarán bien de decir nada, si de algo se enteran. El -lacayo y el que cuida esta casa son dos ingleses muy sigilosos, muy -fieles y que me sirven años há. Coge una de esas pistolas; yo tomaré la -otra.</p> - -<p>El Doctor tomó instintivamente una de las dos pistolas, al ver que el -Marqués se disponía también á tomar una. El acto de armarse fué, pues, -casi simultáneo. El Doctor no sabía qué decir, y nada decía.</p> - -<p>—Ahora—prosiguió el Marqués,—vendrás conmigo,—y abrió una puerta que -daba á los jardines.</p> - -<p>Todo estaba solitario. La luna alumbraba bastante. Antes de salir añadió -el marqués:</p> - -<p>—Voy á llevarte lejos de aquí, porque los jardines son grandes. Los -criados así quizás no oigan los tiros. Cuando lleguemos al lugar -conveniente, nos colocaremos á treinta pasos de distancia, que<span class="pagenum"><a name="page_233" id="page_233"></a>{233}</span> yo -mediré. Luego montaremos las armas. Cuando yo diga <i>¡ya!</i> marcharemos el -uno contra el otro. Cada cual podrá disparar cuando guste. Si tiras -bien, puedes adelantarte. Si no te fías de tu tino, aguarda hasta -ponerme en el pecho ó en una sien la boca de la pistola.</p> - -<p>El Marqués, terminado este breve discurso, echó á andar, seguido por D. -Faustino. Pasaron por un hermoso bosque, y llegaron, por último, á un -sitio llano y sin árboles, junto á las mismas tapias que cercan la -posesión.</p> - -<p>D. Faustino quiso entonces hablar; pero como no juzgaba decoroso tratar -de disculparse, ni justo jactarse y gloriarse de la injuria que había -hecho, se limitó á decir:</p> - -<p>—Costanza es inocente.</p> - -<p>—Lo sé—contestó el Marqués:—por eso no me vengo de ella, sino de tí.</p> - -<p>Midió el Marqués los pasos. D. Faustino se puso en un extremo y él en -otro.</p> - -<p>—¡Ya!—exclamó el Marqués no bien montó su pistola y advirtió que el -Doctor había también montado la suya.</p> - -<p>Ambos marcharon el uno contra el otro. El Marqués tenía fama de buen -tirador, y alguna confianza en su puntería. Por lo mismo, aunque -injuriado, sentía remordimiento en la conciencia de abusar de su ventaja -si disparaba desde luego.<span class="pagenum"><a name="page_234" id="page_234"></a>{234}</span></p> - -<p>Más de la mitad de la distancia que los separaba habían andado ya. -Estarían á unos catorce ó quince pasos el uno del otro. D. Faustino -seguía marchando sin disparar. El instinto de conservación y el recelo -de que se le frustrase la venganza conmovieron el corazón del Marqués. -Conoció que latía su pecho con violencia, y que su pulso agitado hacía -que temblase ligeramente su diestra. No pudo contenerse más. El Marqués -disparó. Al punto advirtió una súbita vacilación en D. Faustino; pero -pasó en seguida, y D. Faustino siguió avanzando con firmeza, con la -pistola montada y apuntada contra su adversario.</p> - -<p>El Marqués no se explicaba su falta de tino; pero estaba ya casi seguro -de haber dejado ileso al Doctor. Del fondo de su alma nacían la -desesperación y el abatimiento. Su deber, no obstante, era continuar -acercándose á la persona en cuyas manos estaba su vida.</p> - -<p>Pronto llegó el Doctor junto al Marqués. En el rostro del Doctor, -iluminado por la luna, había una profunda y bella expresión de tristeza; -pero aquel rostro era terrible, espantoso para el Marqués en aquel -momento.</p> - -<p>D. Faustino puso la boca de su pistola casi sobre el pecho del Marqués y -le miró fijamente. Fué obra de un instante, si bien al Marqués le -pareció aquel instante un siglo.<span class="pagenum"><a name="page_235" id="page_235"></a>{235}</span></p> - -<p>El filósofo entonces hubo de pensar á escape en todas sus filosofías. Se -había sometido, se había resignado al duelo á muerte, por no hallar -medio decoroso, decente y natural de no aceptarlo. Pero, ya cumplida la -que juzgó extraña y penosa obligación impuesta por la sociedad, y -ocasionada por un beso y un abrazo apretadísimo, dados con tan pocas -precauciones, ¿qué ganaba D. Faustino en matar á aquel pobre viejo, á -quien había hecho horriblemente desgraciado? Tal vez el Marqués, -imaginaba además el Doctor, no le había llevado allí por rencor ni con -saña, sino para cumplir con un deber, del que él presumía que estaba -pendiente su honra. Todo cumplido, todo consumado ya, acortar la vida de -aquel hombre, darle allí la muerte, era una barbaridad inútil. Por otra -parte, el Doctor, aunque por discurso sabía lo poco que vale la vida, la -respetaba por un invencible sentimiento; el atentar contra la de nadie -le parecía la mayor de las faltas; le parecía uno de aquellos pecados de -que él no sabría absolverse jamás. Tales fueron las ideas que se -agolparon en tumulto en su mente.</p> - -<p>El Doctor tiró lejos de sí la pistola, que se disparó al caer en el -suelo, de la manera más inofensiva.</p> - -<p>Luego exclamó el Doctor:</p> - -<p>—¡Ay Dios mío!<span class="pagenum"><a name="page_236" id="page_236"></a>{236}</span></p> - -<p>Y cayó de espaldas por tierra, como cogido por un desmayo.</p> - -<p>El Marqués se precipitó á levantarle, y al poner las manos sobre su -cuerpo, advirtió que estaba bañado en sangre.</p> - -<p>—¡Mi bala le había tocado! ¡Está herido!... La herida tal vez es -mortal... Es en el pecho... ¡Maldito sea!...</p> - -<p>El Marqués, al decir estas frases entrecortadas, no sabía á quién -maldecir, no sabía á quién echar la culpa de todo. Él, que medio minuto -antes estaba desesperado de no haber herido ó muerto á D. Faustino, -estaba ahora desesperado de haberle herido. Él, que se había previamente -complacido en el misterio de aquel lance, se olvidó del misterio y -empezó á dar voces, pidiendo socorro á sus criados. Como no lo oían, -corrió hacia la casa, gritando como un loco:</p> - -<p>—¡Pedro! ¡Tomás! ¡Pronto... aquí!</p> - -<p>Los criados al cabo acudieron.</p> - -<p>Don Faustino había recibido un balazo en el pecho, que le había -atravesado, saliendo la bala por la espalda.</p> - -<p>El Marqués, con ayuda de sus criados, le puso vendas para contener la -hemorragia, y le llevó en su coche, á todo galope de sus caballos, desde -la quinta á la casa de huéspedes donde moraba.</p> - -<p>El Marqués hizo llamar al médico de toda su<span class="pagenum"><a name="page_237" id="page_237"></a>{237}</span> confianza. Vió el médico la -herida, y dijo que tal vez no era de peligro, que tal vez no era mortal; -que la bala había entrado por el lado derecho; que sin ahondar había -pasado de través, y que acaso no había tocado el pulmón ni roto ningún -vaso importante. La pérdida de sangre había sido muchísima; pero esto -mismo, aunque debilitaba al enfermo, podría valerle por otra parte, á -fin de evitar que sobreviniesen una gran inflamación y mayor calentura.</p> - -<p>El Marqués de Guadalbarbo, dejando muy encomendado á su médico y al ama -de la casa de huéspedes el cuidado del enfermo, se retiró entonces á su -casa, con la esperanza de que D. Faustino sanaría pronto.</p> - -<p>Como el lector recordará, el Marqués había dicho al Doctor que creía -inocente á Costancita; pero esto lo dijo por orgullo. El no era ciego, y -había visto perfectamente lo ocurrido. Cuando riñó á balazos con el -Doctor, creía á su mujer tan culpada como al Doctor mismo. Por desgracia -ó por fortuna, hay casos inexplicables en el seno del hogar doméstico. -En lo más recóndito y sagrado de dicho hogar ocurren lances, se ofrecen -fenómenos psicológicos, que no hay sabio que explique, ni poeta que -pinte con todos sus curiosos é indescriptibles pormenores. Ello es que -de la entrevista y larga conferencia que en aquella noche tuvo el -Marqués<span class="pagenum"><a name="page_238" id="page_238"></a>{238}</span> con Costancita, Costancita salió para él, en su concepto, tan -pura, tan inocente, tan impecable como antes. Poco á poco se fueron -trocando y modificando los recuerdos del Marqués, y las impresiones de -sus sentidos ofuscados sufrieron la debida rectificación y razonable -enmienda. El abrazo le pareció que había sido menos estrecho, muchísimo -menos amante y desmedidamente mucho más respetuoso. La actitud de -Costancita se transfiguró en la memoria del Marqués, y la vió resistente -en lugar de verla rendida, y víctima en lugar de verla cómplice. Los -labios del Doctor, en la misma tabla ó pintura de la memoria del -Marqués, fueron subiendo poco á poco, desde la boca de Costancita, donde -estaban antes, hasta tocar con suma ligereza su frente, de la cual casi -no sintieron el calor y la aterciopelada blandura de la blanca tez, sino -lo frío é inanimado de algunos ricillos crespos que por allí medio la -cubrían ó velaban.</p> - -<p>El hecho mismo de haber sorprendido á los dos probaba lo impremeditado, -lo falto de malicia que todo había sido. Á buen seguro que sorprendan -nunca los maridos á... y el Marqués se citaba una retahila de nombres -propios de lindas damas, y se gozaba un tanto al considerar la -diferencia de destino que había entre él y aquellos otros maridos. Al -Doctor, á cuya generosidad debía infinito, también le disculpaba un -poco.—¡Qué diantre!—se<span class="pagenum"><a name="page_239" id="page_239"></a>{239}</span> decía allá en sus adentros.—¡Ella es tan -guapa.... tan seductora, sin querer! ¡Y el pobrecillo, que debió casarse -con ella, es tan desgraciado!—Reducido ya el suceso á proporciones -mínimas, el Marqués le buscaba causas hasta cierto punto plausibles. El -parentesco cercano, los recuerdos poéticos de la primera juventud, un -ligero desagravio de las calabazas crueles, recibidas hacía diez y siete -años... Luego pensaba en las consecuencias para lo futuro, dado que se -salvase la vida del Doctor, como deseaba, y todo se convertía en una -adoración mística, en una idolatría sublime, en un petrarquismo -archiespiritual. Admirábase entonces el Marqués de la entereza de su -mujer y de su virtud y constancia. Pasaba en revista á todos los -adoradores que le había conocido, y hallaba más de una docena -guapísimos, elegantes, primorosos, deseabilísimos... y casi se le -saltaban las lágrimas de gozo y gratitud al considerar que á todos los -había despreciado ella por amor suyo, haciendo de él uno de los hombres -más dignos de envidia que sustenta sobre su corteza este vasto globo que -habitamos. Diez y siete años de fidelidad, de virtud á prueba de bomba, -eran una garantía de las más sólidas. Pensaba, por último, el Marqués en -sus hijos, á quienes quería entrañablemente, y se alegraba de poder -echar la absolución y la bendición á la hermosa criatura que se<span class="pagenum"><a name="page_240" id="page_240"></a>{240}</span> los -había dado, llevándolos antes en su seno. Exageraba, encarecía la -vehemencia y delicadeza de Costancita, y se arrepentía de haber estado -tan brutal. Temblaba como un azogado al presumir que ella pudiera -enfermar con los disgustos que acababa de darle. Recordaba los cuidados, -los mimos, las regaladas dulzuras con que le arrullaba y encantaba -siempre Costancita. ¿Cómo romper con ella? ¿Cómo privarse de tanto bien? -Se moriría el Marqués de pena. Lo que es Costancita, tan pundonorosa, -tan llena de orgullo, tan noble, se moriría también de sonrojo. ¿Y por -qué no de pena, como él? ¡Si Costancita le amaba!... Cierto que él -estaba ya viejecillo y estropeado; pero el alma no envejece, y las -mujeres en general, y Costancita singularísimamente, son mil veces más -espiritualistas que los hombres en esto de los amores.</p> - -<p>Por medio de tales y de otros parecidos razonamientos, el enojo del -Marqués fué trocándose en blandura y en indulgencia, y se sintió -inclinado á perdonar. Al perdón dado sucedieron otros razonamientos más -amorosos y tiernos aún, y el perdón dado se transformó en perdón pedido. -Costancita estuvo magnánima. Perdonó al fin al Marqués el que hubiese -dudado de ella; y majestuosa, después de dar su perdón, subió de nuevo -al pedestal de oro aquella diosa de la castidad, de<span class="pagenum"><a name="page_241" id="page_241"></a>{241}</span> la hermosura y de -la elegancia. El Marqués volvió á encontrarse tan contento, tan dichoso -y tan satisfecho como antes.</p> - -<p>D. Faustino fué el único que pagó el escote de la función; la única -hostia sacrificada en el altar de Himeneo, para hacer más propicio á -este dios é impedir que turbase la felicidad completa de aquella rica, -ilustre y aristocrática familia.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_242" id="page_242"></a>{242}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_243" id="page_243"></a>{243}</span> </p> - -<h2><a name="XXX" id="XXX"></a> -<img src="images/ill_pg_243.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />XXX.</h2> - -<p class="chead">BODAS TRISTES.</p> - -<p>Como el Doctor no era personaje político, ni poeta popular y conspicuo, -pues su grande epopeya estaba por escribir; ni filósofo célebre, porque -su sistema estaba siempre preparándose, pocos le conocían en Madrid: no -era sujeto de mucho viso. El lance, además, se había verificado con -bastante recato. Así es que ni <i>La Correspondencia</i> habló de aquel -lance. Las personas que le sabían tenían interés en callarle, y le -callaron.</p> - -<p>Los pocos medio ó menos de medio amigos de secretaría ó de la sociedad, -que estimaban ó querían algo á D. Faustino, vinieron á informarse de su -salud, y, como se les dijese que el Doctor estaba enfermo de cuidado y -no se le podía ver, se contentaron con esto y se fueron.</p> - -<p>El ama de huéspedes, que quería bien al Doctor, porque el Doctor estaba -amable con ella, aunque era vieja y fea, se mostró dispuesta á cuidarle -con el mayor esmero.<span class="pagenum"><a name="page_244" id="page_244"></a>{244}</span></p> - -<p>El médico se esmeró también, porque el espléndido Marqués de -Guadalbarbo, su patrono, le recomendó mucho á aquel enfermo.</p> - -<p>Á poco de llegar D. Faustino á su casa y de meterse en la cama, le entró -la fiebre, mas no con tal violencia que perdiese la cabeza.</p> - -<p>Durante todo el primer día que se siguió al duelo, el Doctor mantuvo -firmes sus facultades mentales.</p> - -<p>El Marqués de Guadalbarbo vino dos veces á verle, y se consoló mucho con -las noticias y pronósticos del médico, que fueron favorables.</p> - -<p>D. Faustino tuvo, por último, al anochecer de aquel mismo día, una -visita muy extraña. Aunque el médico había prohibido con toda severidad -que entrase nadie á ver al enfermo, el ama de huéspedes no pudo resistir -á las súplicas, y tal vez á los generosos donativos de una bella dama -que se empeñó en ver á D. Faustino, á quien, según aseguró, tenía que -comunicar cosas de suma importancia.</p> - -<p>—Sr. D. Faustino—dijo el ama de huéspedes, entrando en el cuarto del -enfermo,—hay una señora que desea ver á V. ¿Le hará á V. daño su -conversación? ¿Le digo que entre?</p> - -<p>—¿Quién es?—preguntó el Doctor alborozado, imaginando que Costancita -venía á verle.</p> - -<p>—Parece francesa, contestó el ama, y esto confirmó<span class="pagenum"><a name="page_245" id="page_245"></a>{245}</span> más á D. Faustino -en que era Costancita.</p> - -<p>—¿Ha dicho su nombre? volvió á preguntar el Doctor.</p> - -<p>—Sí señor: se llama Doña Etelvina... no sé cuántos; vamos... un -apellido de extranjis.</p> - -<p>Ya nombre tan novelesco y apellido tan incomunicable hicieron dudar al -Doctor de que fuese Costancita la visitanta; pero,—¿quién sabe?—pensó -entre sí.—¿Había de dar Costancita su verdadero nombre á esta -mujer?—Tan natural reflexión hizo revivir en su ánimo la esperanza de -que fuese Costancita.</p> - -<p>—Diga V. á esa señora que pase adelante—dijo al fin el Doctor.</p> - -<p>Doña Etelvina no se hizo aguardar ni medio minuto. En torno suyo se -difundía una fragancia exquisita á <i>oppoponax</i>, que era entonces el -perfume más <i>chic</i> y de más alta <i>nouveauté</i> que destilaba por sus -alambiques <i>The Crown Perfumery Company</i> de Londres. Su traje, su -sombrerillo, sus movimientos y sus modales, todo era ó aspiraba á ser -distinguido. Se diría que el último figurín de <i>La Moda Elegante -Ilustrada</i> había tomado humanas proporciones, se había animado por arte -mágica y entraba allí de visita. La cara de doña Etelvina parecía ser -linda y graciosa, á pesar ó á causa del esmalte de cascarilla y de -carmín extendido artísticamente sobre ella. En el<span class="pagenum"><a name="page_246" id="page_246"></a>{246}</span> borde de los párpados -llevaba pintadas unas rayas negras, que hacían más rasgados y brillantes -los hermosos y dulces ojos.</p> - -<p>Miró el Doctor fijamente á doña Etelvina y no la reconoció.</p> - -<p>Advirtiéndolo ella, dijo con amistoso desenfado, cuando se fué la -pupilera y quedaron solos:</p> - -<p>—¡Qué olvidados tiene V. á sus amigos, señor D. Faustino! ¿No se -acuerda V. de mí?</p> - -<p>—Perdóneme V., señora; pero... francamente... no me acuerdo.</p> - -<p>—Yo soy la antigua doncella de la señora Marquesa de Guadalbarbo. ¿No -se acuerda V. ahora de Manolilla?</p> - -<p>—¡Ah, sí!...</p> - -<p>—He tomado el nombre de Etelvina porque el de Manolilla era vulgar y -prosaico. Serví muchos años á la señora Marquesa; me casé con monsieur -Mercier, el jefe de su cocina, eminente químico. Luego enviudé, y con -los ahorros míos y del difunto, que en paz descanse, dejando la casa de -la señora Marquesa, he puesto tienda de modas. Ya se conoce que el Sr. -D. Faustino es un filósofo, que no se preocupa de estos negocios de -<i>cocodetería</i>. Si no, ¿cómo había de ignorar quién es la famosa Etelvina -Mercier ó la Etelvina á secas? En los círculos aristocráticos no hay -persona más conocida que yo en el día de hoy. Hago furor. Estoy muy -<i>recherchée</i>.<span class="pagenum"><a name="page_247" id="page_247"></a>{247}</span></p> - -<p>—Me alegro, me alegro en el alma. ¿Y qué la trae á usted por aquí?</p> - -<p>—Vengo á ver á V. de parte de mi señora. Ella no puede venir. Sería -comprometerse mucho—dijo en voz baja Etelvina ó Manolilla.</p> - -<p>El Doctor nada contestó y exhaló un suspiro. Doña Etelvina prosiguió:</p> - -<p>—Aquí traigo una carta para V. ¿Podrá V. leerla sin fatigarse?</p> - -<p>—Sí—respondió el Doctor.</p> - -<p>Manolilla entregó la carta, acercó una bujía y el Doctor leyó lo que -sigue:</p> - -<p>«¡Faustino! Sé tu generosidad. ¡Cuánto tengo que agradecerte! La vida -del padre de mis hijos, mi posición en el mundo, mi honra, todo te lo -debo. Sin tu generosidad estaría yo viuda y deshonrada, porque el lance -y las causas del lance, que así es de esperar que queden en el misterio, -se hubieran divulgado entonces, difamándome y difamando el nombre que -mis hijos llevan. Si antes te amaba, más te amo hoy. El agradecimiento -da más fuerza al amor. Aunque mi marido me ha dicho que no tenga -cuidado, le tengo, y envío á Manolilla, única persona de quien me fío, -para que me traiga nuevas ciertas de tí. Me es imposible ir yo misma. -Importa desvanecer toda sospecha. Lo voy consiguiendo; pero paso tan -aventurado pudiera destruir mi obra. No es por egoismo<span class="pagenum"><a name="page_248" id="page_248"></a>{248}</span> por lo que -procuro disipar los recelos del Marqués; es por gratitud. Le debo tanto, -es tan bueno, es tan dichoso con mi amor, le haría yo tan desgraciado si -le hiciese dudar de él, que la misma bondad de mi corazón me excita al -disimulo. Dios me lo perdone. Para ello es menester que, ya que nos -amamos, sea este amor más precavido, más misterioso, más callado que -hasta aquí, y que sea también de tal suerte, que ni tú ni yo tengamos -que avergonzarnos de este amor, ni ante el oculto y severo tribunal de -nuestra conciencia. Amémonos con el amor purísimo de los ángeles. -Impulsada por él te escribo, porque conozco tus nobles sentimientos, -considero que estarás inquieto por mí y quiero tranquilizarte. Dios haga -que mi carta sea bálsamo para tu herida. Dios, que ve la pureza de mis -intenciones, te dé pronto la salud, como fervorosamente se lo pide tu -amantísima prima—<i>Costanza</i>.»</p> - -<p>En efecto, la carta tranquilizó al Doctor, que, sobre el dolor físico -que le causaba su herida, sentía el dolor de haber dado motivo á un -divorcio. No acertaba á explicarse, le parecía un prodigio que -Costancita hubiese desvanecido lo que ella llamaba sospechas del -Marqués.—¿Qué demonio de <i>sospechas</i>—se decía el Doctor—si nos vió y -de resultas de habernos visto, me ha atravesado el cuerpo con una bala?<span class="pagenum"><a name="page_249" id="page_249"></a>{249}</span></p> - -<p>Aquí hemos de confesar que el Doctor hizo además otra reflexión amarga y -egoísta. Al cabo, aunque era bondadoso, era de carne y hueso como los -demás mortales. La reflexión fué: «Verdaderamente soy el hombre más -desgraciado que vive bajo la capa del cielo. Costancita comulga á su -marido con ruedas de molino y le hace creer lo increíble y negar el -testimonio de sus propios sentidos; pero esta comunión y esta negación -llegan tarde para mí. ¡Llegan cuando yo estoy herido!» Al pensar esto, -el Doctor suspiró con mucha tristeza.</p> - -<p>Pronto, no obstante, se mitigó la amargura de aquel pensamiento. El -Doctor era débil, pero era un bendito. Aunque tenía poca fe, tenía -muchísima caridad. Fué un consuelo para él la nueva de que Costancita lo -hubiese arreglado todo con su marido.</p> - -<p>En cuanto al amor purísimo de los ángeles, que ella le ofrecía, también -le pareció cosa de gusto. Para un herido de suma gravedad, desangrado, -calenturiento, con horribles dolores, no deja de ser un lenitivo -excelente el amar y el ser amado con el amor purísimo de los ángeles.</p> - -<p>Doña Etelvina era una mujer de pro, experimentada y prudente. Como todas -las mujeres ordinarias que, yendo de un país atrasado como el nuestro, -pasan algunos años en París ó en Londres ó en ambos puntos, doña -Etelvina se había hecho<span class="pagenum"><a name="page_250" id="page_250"></a>{250}</span> insufrible de puro denigradora de su patria, -que consideraba tierra de bárbaros, y de puro fanatismo y admiración por -los primores y refinamientos ingleses y franceses. Casi todo le parecía -<i>shocking</i> y grosero en nuestras costumbres. Nuestra lengua no valía -para <i>causer</i> ni para hacer <i>esprit</i>. Hasta de amor se hablaba mejor y -con más elegancia en francés ó en inglés que en castellano. <i>I love you, -je vous aime,</i> eran frases encantadoras, delicadas, mientras que <i>¡te -amo!</i> ó <i>¡la amo á V.!</i> tenían un énfasis, una hinchazón, una pompa -inaguantables. Doña Etelvina había adquirido estimación desmedida al -bienestar material y á los medios de conseguirle; de modo que á Mr. -Mercier, que no se descuidaba antes, le hizo sisar cuatro veces más -después del matrimonio. Por último, viéndose ya doña Etelvina tan -encumbrada y adiestrada en los trotes del <i>fashion</i> y del <i>dandynismo</i>, -tuvo una idea que la dió sumo tormento. Imaginó que debió y pudo haberse -casado con algún conde, ó por lo menos con algún caballerito principal, -y que había hecho una verdadera <i>mésalliance</i> casándose con un cocinero. -Maldecía á cuantos recordaba que le habían aconsejado que se casase, -sosteniendo que le habían hecho <i>déchoir</i>, que habían labrado la -desgracia de su vida. Cuando se casó, era tan inocente, según decía -ella, que no sabía lo que era matrimonio, y por eso se casó con un -hombre que<span class="pagenum"><a name="page_251" id="page_251"></a>{251}</span> le doblaba la edad. Aborrecía la mentira, vicio propio de -los pueblos corrompidos como el español; y como aborrecía la mentira, -decía con la mayor franqueza al infeliz Mr. Mercier que le detestaba, -que se avergonzaba de él y que soñaba con un caballerito, que era lo que -le cuadraba á ella. Mr. Mercier, por no matar á palos á su dulce esposa, -tomó el recurso de morirse, y pasó á mejor vida. Libre ya doña Etelvina -de aquel monstruo, se hizo modista, ínterin llegaba la ocasión de -casarse con un conde y hacerse condesa.</p> - -<p>Á pesar de sus perversas cualidades, doña Etelvina adoraba á Costancita. -El método de la franqueza, tan útil para con Mr. Mercier, no debía -adoptarse con el Marqués de Guadalbarbo, con quien era indispensable -cierto disimulo. Doña Etelvina calculó, pues, rápida y fríamente, que -aquella carta podría comprometer á su ama; que el Doctor podría morirse -y la gente hallar la carta entre sus papeles. Sin mortificar al Doctor, -con tino y discreción notables, le sacó la carta de la Marquesa de entre -las manos y allí mismo la hizo pedazos menudos. Luego se despidió con -mucha finura y cariño del Doctor y se largó á la calle. Para que -Costancita no tuviese inútiles pesares, fué á verla en seguida; le dió -cuenta del cumplimiento de su misión y le aseguró que el primo estaría -bueno y sano en breve.<span class="pagenum"><a name="page_252" id="page_252"></a>{252}</span></p> - -<p>Todavía estaba lleno el ambiente del perfume del <i>oppoponax</i>, cuando -entró de nuevo el médico en el cuarto del enfermo.</p> - -<p>—Señora Doña Candelaria—dijo al ama de huéspedes,—¿qué peste es ésta? -¿Á qué demonios hiede? ¿Quién ha entrado aquí? ¿Van ustedes á matar á -este desgraciado?</p> - -<p>Doña Candelaria, apurada por el médico, confesó de plano, y dijo la -visita de doña Etelvina, por más que el Doctor le hacía señas para que -callase.</p> - -<p>El médico, que sabía todos los secretos del mundo elegante, se explicó -al punto la significación y la razón de aquella visita.</p> - -<p>—Bien está—dijo.—Es necesario que nadie entre aquí en adelante, ni -con perfumes ni sin ellos. El enfermo, para su pronto restablecimiento, -no debe hablar con nadie ni recibir visita.</p> - -<p>El doctor Calvo, que así se llamaba el médico, era el reverso de la -medalla del Doctor Faustino en dos ó tres puntos capitales. El doctor -Calvo no tenía ilusiones de ningún género: era un espíritu prosaico y -práctico. En cambio se parecía al otro Doctor en no tener creencias y en -ser bueno de alma á pesar de la falta de fe. El Doctor Faustino le -inspiró vivas simpatías. Fácilmente adivinó el doctor Calvo la causa del -lance y de la herida, y se lo guardó todo para su gobierno. Consideró -que<span class="pagenum"><a name="page_253" id="page_253"></a>{253}</span> el Marqués de Guadalbarbo, reconciliado ya con su mujer, y sin -celos, tendría por una desgracia, ó al menos por una molestia, por una -idea que turbaría su reposo y su buena vida, el que por acaso D. -Faustino muriese. Como á nada conducía darle este temor y este disgusto -prematuro, ocultó al Marqués la gravedad de la herida de D. Faustino. -Calculó también el doctor Calvo que ni los Marqueses de Guadalbarbo, ni -Doña Etelvina, ni nadie, habían de cuidar al enfermo por mucho que por -él se interesasen; que la misma pupilera doña Candelaria acabaría por -hartarse ó tendría que dejarle para acudir á los demás huéspedes, y que -don Faustino estaba muy expuesto á morir más abandonado que un perro de -la calle. Esta consideración le llevó á preguntar á doña Candelaria si -sabía qué amigos y parientes tenía D. Faustino.</p> - -<p>—Amigos aquí en Madrid...—dijo doña Candelaria,—tiene pocos; no tiene -ninguno que pueda llamarse tal. ¿Qué quiere V.? Es pobre para vivir -entre la gente con quien vive. Si hubiera intimado más con los -escribientes, sus compañeros, tendría amigos quizás. Así no los tiene... -En punto á parientes... él es un señor muy aristocrático, aunque sin -blanca casi. Aquí hay tres ó cuatro señores y señoras de título que son -sus parientes; pero, según me atrevo á conjeturar, el parentesco no le -coge un galgo. D. Faustino está solo en el mundo;<span class="pagenum"><a name="page_254" id="page_254"></a>{254}</span> no tiene padre, ni -madre, ni hermanos. Y como es tan pobretón, bien podemos aplicarle la -copla que V. sabe.</p> - -<p>—No, señora, no la sé: ¿cómo es esa copla?</p> - -<p>—La copla canta:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">El que no tiene dinero<br /></span> -<span class="i0">Con el aire es comparado:<br /></span> -<span class="i0">Toditos le huyen el cuerpo,<br /></span> -<span class="i0">No les largue un resfriado.<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Convencido el doctor Calvo de que se podía aplicar la copla á D. -Faustino, preguntó á doña Candelaria si no sabía ella que tuviese aquel -caballero persona alguna allegada, allá en su tierra, que por él se -interesase. Doña Candelaria contestó entonces que le había oído hablar -mucho del administrador de los cuatro terrones que poseía en -Villabermeja, á quien llamaba Respetilla, y de un cura del mismo lugar, -nombrado el padre Piñón.</p> - -<p>El médico notó bien que lo de Respetilla era apodo, y no halló atinado -dirigir un telegrama al señor de Respetilla en Villabermeja. El otro -nombre le pareció menos extraño y sospechoso, y envió aquella misma -noche un telegrama al señor padre Piñón, en Villabermeja, provincia -de... avisándole que D. Faustino López de Mendoza estaba enfermo de -mucho peligro.</p> - -<p>No se había equivocado el doctor Calvo. Desde<span class="pagenum"><a name="page_255" id="page_255"></a>{255}</span> aquella noche se aumentó -la fiebre de D. Faustino. Cuando al otro día se mitigó la fiebre, una -debilidad y un atolondramiento grandes embargaban sus sentidos y su -mente. La idea de la duración, la percepción del tiempo que pasaba y de -los objetos exteriores, y hasta la conciencia de su propio ser y de sus -estados sucesivos, empezaron á hacerse confusas y vagas en el espíritu -del enfermo.</p> - -<p>Cada noche era mayor el recargo de la calentura.</p> - -<p>—¿Qué pronostica V. del enfermo?—preguntaba doña Candelaria al doctor -Calvo con algún interés...</p> - -<p>—Para qué ocultárselo á V., señora—contestaba el médico:—está de sumo -cuidado.</p> - -<p>—¿Se salvará?</p> - -<p>—Qué sé yo.</p> - -<p>—¿Cuánto tiempo podemos estar en esta duda?</p> - -<p>—Quizás más de veinte días. La inflamación ha producido ya la fiebre -<i>traumática</i>, y ha atacado además cierta membrana que rodea los -pulmones, la cual, por fortuna, creo que no está perforada. Repito que -este mal, con el peligro de la muerte, puede durar veinte días, hasta -cuatro semanas. Conviene mucho reposo, mucho silencio, dieta -rigorosísima, agua de malvas y flor de violeta; las bebidas que han -venido de la botica;<span class="pagenum"><a name="page_256" id="page_256"></a>{256}</span> los cáusticos; en fin, todo lo que he ordenado. -Doña Candelaria, V. es una excelente mujer. Cuídele V. mucho. Vamos á -ver si salvamos á este infeliz.</p> - -<p>De allí en adelante, cuando la calentura del Doctor no era muy intensa, -el desfallecimiento, la debilidad le tenía amodorrado. El espíritu, con -su actividad independiente, trabajaba en lo interior de su ser, pero con -honda confusión y extraordinario desorden.</p> - -<p>Tristes pensamientos, melancólicas imágenes cruzaban por el cerebro y -poblaban la imaginación de D. Faustino. Á veces veía la muerte cercana, -como si él se resbalase en el borde de una sima, como si ya fuese -cayendo en un abismo obscuro. Por un lado gozaba de amargo deleite al -presentir la paz, el sosiego, el aniquilamiento que le aguardaba. -Parecíale que se disolvía en un mar infinito; que se unía para siempre -con lazo de amor á todos los seres; que la guerra, la lucha, el egoísmo -terminaban. Por otro lado, sentía acerbo dolor de ver que se borraban su -individualidad y hasta su nombre del libro de la vida. Se le antojaba -que se hundía, que se iba á fondo en el piélago de la existencia, sin -dejar rastro, ni huella, ni memoria de haber pasado. Toda aquella -armonía poética de su alma, todos aquellos conceptos divinos que allí -habían germinado, iban<span class="pagenum"><a name="page_257" id="page_257"></a>{257}</span> á desaparecer, sin despertar eco alguno, sin -abrirse y manifestarse á la luz del día. Al caer en el abismo obscuro, -veía D. Faustino á Costancita, que sonreía graciosamente y le llamaba á -sí, y le brindaba con el amor purísimo de los ángeles, de que hablaba su -carta. D. Faustino quería asirle la mano para que le detuviese; pero -Costancita la retiraba con terror, temiendo que su amante la arrastrase -en su caída. Etelvina, entre tanto, bailaba con maravillosa -desenvoltura, cantaba cancioncillas francesas muy alegres y se burlaba -de todo. El Marqués de Guadalbarbo acudía por otra parte, -exclamando:—¡Qué feliz soy! ¡Mucho me ama Costancita!—D. Faustino -envidiaba su felicidad.</p> - -<p>Los recuerdos de Villabermeja, de la Nava, de Rosita, de doña Ana, del -ama Vicenta, acudían en tumulto en otras ocasiones á perturbar la mente -del Doctor, combinándose de mil maneras á cual más fantásticas. La -medida que tiene el tiempo en el mundo real escapaba á la comprensión -del herido; pero ya advertía vagamente que había pasado tiempo bastante, -cuando creyó percibir, como realidad y no como vana fantasía, que le -tomaban la mano, que le miraban con miradas muy tristes, y hasta que le -decían algunas palabras de consuelo el padre Piñón y Respetilla.</p> - -<p>Después volvió el letargo; después se hizo más intenso el delirio -febril.<span class="pagenum"><a name="page_258" id="page_258"></a>{258}</span></p> - -<p>La figura de la coya y la imágen de María se confundieron en un solo -ser, en un solo espectro, que venía á sentarse á la cabecera de la cama -del Doctor, que le cuidaba, que le besaba y posaba sobre su frente -calenturienta una mano suave y amorosa.</p> - -<p>Más tarde tuvo el Doctor una visión de mayor dulzura y consuelo. Fué -como si viese su propia alma, la pura esencia de su ser, que, limpia por -el dolor de toda mancha, tomaba forma celestial de portentosa hermosura. -Era una virgen en la primera flor de su lozana juventud. Sus ojos azules -parecían el zafir oriental de serena alborada; su cabellera rubia, oro; -su sonrisa, las santas esperanzas de otra vida mejor; su talle, esbelto -y cimbreante, pimpollo del paraíso; sus mejillas, rosas nacidas en otro -clima más apacible y en más genial y grata primavera. El Doctor se -reconocía á sí propio en aquella visión, en aquella imágen viva. Todos -sus ensueños poéticos, que jamás habían adquirido forma adecuada con el -ritmo y cadencia del verso y del lenguaje; todo lo sano de su filosofía, -exento ya de dudas y de horribles negaciones; toda la virtud de su -voluntad, sin vacilación, sin egoísmo y sin incertidumbre, todo se había -condensado, había tomado cuerpo, se había determinado en aquel -sobrehumano espectro. La virgen, ora fuese ensueño, ora realidad, le<span class="pagenum"><a name="page_259" id="page_259"></a>{259}</span> -miraba con inefable ternura, y D. Faustino, como si fuese ella su propia -alma, la amaba más que á sí propio, y todos sus pensamientos iban á -ponerse en ella.</p> - -<p>Imaginaba D. Faustino que, no bien aquella virgen penetraba en su -estancia, cuando la embalsamaba toda un casto perfume de santidad y de -tranquila beatitud, que traía salud y descanso, y que era harto distinto -del <i>oppoponax</i> de doña Etelvina.</p> - -<p>Otras veces veía D. Faustino en aquella visión á su genio bueno, al -ángel de su guarda. Blanca estola cubría sus airosas espaldas y su -virgíneo seno, y de sus espaldas brotaban alas transparentes teñidas de -clara luz y tornasoladas, como el ópalo, con azul, carmín y nácar. No -andaba ella: se deslizaba en el ambiente, alzándose del suelo. El -espíritu del Doctor volaba hasta alcanzarla, y parecía que ella se -remontaba al empíreo con el espíritu del Doctor, y que ambos penetraban -juntos en la morada de los bienaventurados: en un yermo ideal, cubierto -de perennes flores, donde sonaba dulcísima y siempre nueva y encantadora -melodía, y por donde vagaban santas mujeres, piadosos penitentes, sabios -llenos de fe profunda, filósofos que no renegaron jamás, héroes, -mártires, videntes y poetas inspirados, los cuales enseñaron á los -hombres los caminos de la virtud y de la verdadera gloria.<span class="pagenum"><a name="page_260" id="page_260"></a>{260}</span></p> - -<p>Poco á poco, con el transcurso del tiempo, se fué despejando la mente de -D. Faustino. La niebla, al través de la cual los ojos de su espíritu y -los ojos de su carne se diría que veían las cosas, fué desvaneciéndose y -perdiéndose.</p> - -<p>La conciencia acudió de nuevo á D. Faustino, y con ella la intensidad de -los dolores físicos, su debilidad, su miserable estado. Horrible -angustia se apoderó de su alma. Temió haber perdido los deliciosos -ensueños para no ver ni comprender más que una realidad espantable. -Aunque sus ojos estaban secos, llegaron á brotar de ellos dos lágrimas, -que corrieron lentamente por sus hundidas mejillas, en ligero declive, -por hallarse el enfermo tendido boca arriba y con la cabeza levantada en -alto por dos ó tres almohadas. Casi al través de aquellas lágrimas -percibió el enfermo con indecible júbilo, junto á él, con todas las -condiciones de lo real, en un ambiente sin nube ni niebla, á la joven -con quien creía haber soñado. Tenía su propio rostro; era más que su -retrato, si bien revestido de ideal belleza, radiante de juventud, -iluminado de santidad, lleno de inocencia y de puros, inmaculados -esplendores.</p> - -<p>Haciendo un esfuerzo, con apagada y bronca voz, dijo entonces D. -Faustino:</p> - -<p>—¿Quién eres?</p> - -<p>—Irene, soy Irene,—contestó la joven con voz<span class="pagenum"><a name="page_261" id="page_261"></a>{261}</span> blanda, que sonó en el -alma del doliente como música del cielo.</p> - -<p>No bien pronunció aquel dulce nombre entró en el cuarto otra mujer. El -Doctor la vió claramente. Se le había despejado la cabeza. Había -recobrado el uso de todas sus facultades mentales. Aquella mujer era -hermosa aún; pero su vida austera y consagrada á la mortificación, sus -padecimientos morales y los estragos de las grandes pasiones, habían -encanecido sus negros cabellos y marcado su frente con algunas precoces -arrugas. Era María.</p> - -<p>El Doctor lo comprendió todo.</p> - -<p>—¡Hija del alma!—exclamó—¡María! ¡Esposa!—añadió luego.</p> - -<p>Ambas mujeres se inclinaron sucesivamente sobre la cama y besaron las -hundidas mejillas de D. Faustino, recomendándole, por amor de Dios y de -ellas, que permaneciese sosegado.</p> - -<p>La patrona, doña Candelaria, estaba de enhorabuena hacía más de una -semana. Todos sus antiguos huéspedes, que pagaban mal, ó poco y tarde, -se habían ido, echados por ella, y en cambio tenía de huéspedes al padre -Piñón y á Respetilla, y lo que es más importante, al rico capitalista D. -Juan Fernández de Villabermeja, con su sobrina doña María y su preciosa -hija la señorita doña Irene, y unos cuantos criados, que apenas cabían -en la casa.</p> - -<p>D. Juan Fernández de Villabermeja, á quien todos<span class="pagenum"><a name="page_262" id="page_262"></a>{262}</span> llamaron después en su -lugar D. Juan Fresco, había adoptado como hija á su sobrina María. Ésta -y su hija Irene habían vivido con él en América, hasta que, hacía poco -tiempo, habían vuelto á Europa y viajado por Italia, Alemania, -Inglaterra y Francia. En París estaban ya cuando recibieron, desde -Madrid, un telegrama del padre Piñón, parecido al que recibió el padre -Piñón del doctor Calvo. Toda aquella familia tomó al punto el -ferrocarril y se vino á esta corte, alojándose en la pobre é incómoda -casa de huéspedes, á fin de velar y cuidar á D. Faustino López de -Mendoza.</p> - -<p>María é Irene acudieron con alborozo á ver al tío Juan, después del -reconocimiento, y le dieron aquella nueva de estar despejada la mente de -don Faustino, como señal cierta de su mejoría. D. Juan Fresco aparentó -creer en la mejoría, á fin de no apesadumbrar más á sus sobrinas; pero -en su interior tuvo por mal síntoma el restablecimiento de las -facultades mentales.</p> - -<p>Cuando vino el doctor Calvo, y después que vió al enfermo, D. Juan -Fresco habló á solas con él.</p> - -<p>El Doctor Calvo le dijo:</p> - -<p>—Sr. D. Juan, siento tener que dar á V. la razón. La desaparición del -delirio es un mal síntoma. Acabo de ver á D. Faustino. Me temo que ha -entrado ya en el tercer período de la enfermedad, del cual pocos salen -con vida. Su semblante está más<span class="pagenum"><a name="page_263" id="page_263"></a>{263}</span> alterado y muy pálido; sus ojos, -espantados y muy abiertos; dilatadas las pupilas; el pulso, más débil y -frecuente; la transpiración, pegajosa, y cascada y seca la tos. Mucho me -temo que esta vuelta del juicio ha sido para que venga la agonía. En la -cara del Sr. D. Faustino empiezan á pintarse todos los rasgos que -caracterizan lo que llaman los médicos <i>mors peripneumonicorum</i>.</p> - -<p>Afligidísimo D. Juan Fresco, tuvo que preparar á María y casi -descubrirle toda la triste verdad. Ella la recibió con dolor profundo, -pero con la devota resignación de un alma cristiana, bien templada y -probada por mil pesares y disgustos.</p> - -<p>La hija del bandido, aunque había llegado á ser, ó por lo mismo que -había llegado á ser una riquísima heredera, y aunque tenía una hija, á -quien deseaba legitimar y dar un ilustre apellido, no había osado pensar -hasta entonces en el matrimonio; ni siquiera había querido buscar de -nuevo á su amante. Temía que éste, arrastrado por la ambición, impulsado -por el orgullo, agitado por otras pasiones, se hastiase de ella luego -que le diese la mano como legítimo esposo. Temía que el espíritu de ella -y el de D. Faustino, que por un fanatismo de amor creía ligados con lazo -estrechísimo, como dos mitades de una existencia completa, si rompían en -la vida presente el vínculo que formasen, se vieran condenados también á -un eterno divorcio en la vida futura.<span class="pagenum"><a name="page_264" id="page_264"></a>{264}</span></p> - -<p>Todo esto había retraído hasta entonces á María hasta de soñar con ser -la mujer de D. Faustino López de Mendoza.</p> - -<p>Ahora no vaciló un instante en dar su mano al moribundo. Llamó al padre -Piñón y le confió todos sus planes.</p> - -<p>Exaltada la mente de D. Faustino con la celestial aparición de su -hermosa hija, con la vuelta y el reconocimiento de su <i>amiga inmortal</i>, -y con ciertas vislumbres de la eternidad, á cuyas puertas él mismo -conocía que se hallaba, columbrando ya la luz de sus inefables -misterios, volvió á tener fe y volvió á sentir la dulzura consoladora de -las religiosas esperanzas. D. Faustino volvió á ser cristiano como -cuando niño.</p> - -<p>Hallando el padre Piñón tan bien dispuesto á D. Faustino, dió las -gracias al Altísimo, y oyó la confesión de su amigo y paisano, -absolviéndole de sus culpas.</p> - -<p>Pocas horas después comulgó fervorosamente D. Faustino, y en seguida, -siendo testigos ó hallándose presentes D. Juan Fernández de -Villabermeja, el doctor Calvo, Respetilla, doña Candelaria é Irene, casó -el padre Piñón, provisto del indispensable permiso, á D. Faustino y á -María, celebrándose y solemnizándose aquellas tristes bodas con el -llanto de todos.<span class="pagenum"><a name="page_265" id="page_265"></a>{265}</span></p> - -<h2><a name="CONCLUSION" id="CONCLUSION"></a> -<img src="images/ill_pg_265.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />CONCLUSIÓN</h2> - -<p>Quiso la suerte, ó más bien quiso el cielo en sus inexcrutables -designios, que contra todas las probabilidades, contra todos los -pronósticos de la ciencia, la vida de D. Faustino se salvara. Vencida la -crisis mortal de la inflamación de la pleura, que también había afectado -los pulmones, la herida se cicatrizó con rapidez, uniéndose del modo que -convenía los tejidos vulnerados. El restablecimiento fué pronto y -completo.</p> - -<p>Diez y seis meses después de las tristes bodas, en el mes de Octubre del -año siguiente, apenas si nadie recordaba ya la larga y peligrosa -enfermedad de D. Faustino, su herida y el misterioso lance en que la -había recibido.</p> - -<p>Entonces, sin embargo, no era ya D. Faustino un sujeto obscuro é -ignorado, sino un personaje de mucho viso y lustre. Sus riquezas, ó -dígase las<span class="pagenum"><a name="page_266" id="page_266"></a>{266}</span> de su tío y de su mujer, prestaban brillo, realce y -notoriedad á todas sus buenas prendas.</p> - -<p>D. Faustino, con poco más de cuarenta y cinco años, parecía joven aún y -era buen mozo y elegante. En sus cabellos rubios no se descubría una -cana. Vestía con primor y esmero, y sin afectación alguna.</p> - -<p>Cuando paseaba en la Fuente Castellana, con su bellísima hija al lado, -en soberbios caballos ingleses, que él y ella manejaban muy bien, ambos -excitaban la admiración y el aplauso de los concurrentes á aquel sitio.</p> - -<p>La magnífica casa en que vivían estaba abierta á un círculo de gentes -distinguidas, entre quienes empezaba ya á cobrar D. Faustino fama de -gran poeta y hasta de sabio.</p> - -<p>Rosita, en quien la compasión de ver tan humillado á D. Faustino había -mitigado antes el rencor antiguo, volvió á sentirle de nuevo al ver á -don Faustino tan encumbrado y tan dichoso; y la felicidad y el triunfo -de María la Seca, de la hija del bandido, su aborrecida rival, la -atormentaron con envidia devoradora.</p> - -<p>En la generalidad de las gentes podía más, sin embargo, la simpatía y el -amor hacia la familia del capitalista D. Juan Fernández de Villabermeja, -que la envidia de su bienestar y opulencia. Así es que las noticias, -difundidas por Rosita, de que María<span class="pagenum"><a name="page_267" id="page_267"></a>{267}</span> era hija de un bandido, lejos de -causar daño á María, le prestaron cierto encanto novelesco, pasmándose -todos de su discreción, de su saber, de la nobleza de su carácter, y de -cómo, desde origen tan humilde, desde el lodo en que nació, había sabido -elevarse, limpia y pura de toda mancha, salvo la de haberse entregado en -su mocedad á D. Faustino, movida por un amor invencible, lo cual no -había alma generosa que no perdonase, y mucho más al ver á Irene, cuya -hermosura, candor y claro entendimiento eran perpetuo asunto de los -mayores encomios.</p> - -<p>Irene, si era adorada de los hombres, aun era más estimada de las -mujeres. La ausencia de toda coquetería hacía que no la mirasen como una -rival. Su religiosidad profunda, su disgusto del mundo sin amargura ni -acritud, y su amor á las cosas del espíritu, la apartaban de toda -vanidad mundana y de las galanterías y vulgares amores, elevando al -cielo sus pensamientos, de donde se diría que, al volver á su alma, -bañaban su rostro divino en reflejos como de luz increada.</p> - -<p>María, su madre, ya hemos dicho que conservaba aún su belleza; pero la -austeridad de sus costumbres, los recuerdos de su pecado, los -pensamientos que despertaban en su mente la vida criminal de su padre y -su muerte trágica, todo concurría á despojarla de aquella ligera -afabilidad, de<span class="pagenum"><a name="page_268" id="page_268"></a>{268}</span> aquella alegría graciosa, de aquel trato fácil y ameno, -que son el principal encanto del amor, y por donde la mujer, ajena ó -propia, seduce, cautiva y rinde al marido ó al amante. Su amor hacia don -Faustino era más fervoroso, más sublime, más fuerte que nunca; pero no -era el amor á quien siguen ó rodean los juegos, las risas y las gracias, -sino el amor severo, metafísico, casi ultramundano, hijo de la Venus -Urania, consagrado por el deber y encadenado con un vínculo religioso.</p> - -<p>María, además, se hallaba muy quebrantada de salud. Si bien en la -sociedad procuraba, y lo conseguía, estar muy amable y no mostrar nada -en su espíritu ni en su carácter que causara extrañeza, en la intimidad -de su familia tenía prodigiosos éxtasis y arrobos, como si su espíritu -volase muy lejos de ella á esferas misteriosas y distantes. Ni siquiera -á su marido se atrevía ella á confiar sus ideas; pero dejaba entrever -que imaginaba hablar con los espíritus, que recordaba casos de otras -existencias pasadas, y que tenía, despierta, algo parecido á las lúcidas -intuiciones del sonambulismo: lo que llaman <i>segunda vista</i>. Tristes -presentimientos agitaban su corazón; mal reprimidos suspiros brotaban á -veces involuntariamente de sus labios; las lágrimas solían nublar sus -ojos de pronto, sin ningún aparente motivo.</p> - -<p>El Doctor Faustino, á pesar de todo, amaba entrañablemente<span class="pagenum"><a name="page_269" id="page_269"></a>{269}</span> á María. Su -amor de padre por Irene era más ferviente aún; pero el Doctor Faustino -no era feliz tampoco. Con frecuencia, en lo más oculto de su mente, se -dolía de no haber muerto el día en que reconoció á su hija y le dió su -nombre.</p> - -<p>Los coches, los caballos, la casa lujosísima, todo el bienestar y el -dinero de que gozaba, eran debidos á la generosidad de D. Juan Fresco; -él no había sabido ganarlos con su ingenio, con su actividad, con su -saber y con su trabajo. Esto le tenía avergonzado y confuso. La terrible -pregunta <i>¿Para qué sirvo?</i> le atosigaba de continuo, y más aún la -terrible respuesta: <i>No sirvo para nada</i>.</p> - -<p>Su ambición, ardiente aún, y menos satisfecha que nunca, era para él un -tormento incesante. Aun había tiempo de satisfacerla. Ahora, sin tener -que pensar en los apuros pecuniarios, con dinero bastante, podía -poetizar, filosofar, escribir, mezclarse en los negocios políticos, -hacerse elegir diputado. El Doctor, no obstante, tenía miedo de acometer -cualquiera empresa. Si salía mal, no podría achacar el mal éxito á su -falta de recursos, y el desengaño sería más cruel y más duro.</p> - -<p>La fe religiosa, que en lo más grave de su enfermedad, en el período -crítico, cuando estuvo próximo á la muerte, había venido á consolarle, -habíase de nuevo apartado de su alma. El Doctor volvió<span class="pagenum"><a name="page_270" id="page_270"></a>{270}</span> á dudar mucho y -á negar más; imaginó que aquella vuelta á las antiguas creencias había -sido efecto de su debilidad y de su postración; tal vez de la larga -dieta; tal vez de la violenta calentura.</p> - -<p>Entre tanto, mientras que su entendimiento, su discurso, su dialéctica -dudaba ó negaba, su alma afectiva y su fantasía de poeta seguían -presentándole mil sistemas, doctrinas ó teorías, que le agitaban con el -deseo ó con el temor de que fuesen verdaderas. Ya en el centro de su ser -creía columbrar lo infinito, lo divino, lo absoluto, de que estaba -sediento; ya lo divino le parecía difundido por las entrañas mismas del -universo todo, á quien prestaba su vida y su armonía. En suma, el Doctor -ya era místico, ya era teósofo, aunque en ciernes y sin decidirse.</p> - -<p>Sus raciocinios le llevaban á lamentarse ó á burlar de las alucinaciones -de su mujer respecto á espíritus y á existencias pasadas; y sin embargo, -hasta aquellas mismas creencias, que despreciaba, destruían la -tranquilidad de su mente. En sueños, dormitando á veces, á veces bien -despierto, cuando tenía los nervios sobrexcitados, en el silencio de la -noche, después de larga vigilia, el Doctor veía á su mujer y á la coya -confundidas en una. Entonces le parecía acordarse de cuando él fué -guerrero y estuvo en el Perú, y allí la enamoró. Y luego suponía que -ella, en el orden moral, había adelantado<span class="pagenum"><a name="page_271" id="page_271"></a>{271}</span> mucho, encaminándose á la -perfección, y que él se iba quedando muy atrás, por más que María le -tendía la mano, le alentaba, le guiaba, quería llevársele consigo á más -altas esferas y á gozar de condición más noble.</p> - -<p>Cuando estaba sereno, cuando sus nervios se habían calmado, á la clara -luz del día, el Doctor se mofaba en su interior de aquellos delirios, -pensando que su mujer estaba medio loca y que por momentos le comunicaba -la locura.</p> - -<p>La jovialidad de D. Juan Fresco; sus chistes, que todos le reían, en -particular después de haber comido en su casa, pues tenía buen cocinero -y mejores vinos; el sereno pensar con que aquel bermejino modelo -comprendía y ordenaba en su mente los seres todos; la firmeza de su -carácter y de sus principios, y el buen tino y la seguridad con que -cuidaba de su hacienda y la acrecentaba, todo esto era antipático para -D. Faustino, y, sin envidiarlo le vejaba y rebajaba bastante.</p> - -<p>D. Juan Fresco preveía, allá en su interior, que aquellas cosas, que -harto bien iba él trasluciendo, no podían tener término muy dichoso; -pero no les hallaba remedio y se afanaba por retardar el mal cuanto -fuese posible, procurando consolarse ya de él como si hubiera sucedido.</p> - -<p>La afición de D. Juan Fresco á los bermejinos le indujo á convidar á -Respetilla á que viniese á pasar<span class="pagenum"><a name="page_272" id="page_272"></a>{272}</span> un mes en Madrid para que viese bien -cuanto de notable encierra la corte. Cuando Respetilla había estado la -otra vez, nada había disfrutado ni visto, á causa de la enfermedad de su -amo. Ahora que estaba en Madrid de nuevo, D. Juan Fresco se deleitaba en -ser su <i>cicerone</i>. Hizo que el mejor sastre de Madrid le vistiese de -levita, y le compró en casa de Aimable un sombrero de copa alta, que -Respetilla llamaba <i>gavina, chistera, colmena</i> ó <i>castrosa</i>. La -admiración de Respetilla por todos los objetos y el modo que tenía de -considerarlos, encantaban á D. Juan. Mucho gustó á Respetilla la -Historia Natural; el Palacio le pareció enorme; el Museo de Pinturas no -le divirtió nada, y donde más gozó fué en los toros y en los bailes del -teatro de Rivas, viendo <i>El Descendiente de Barba Azul y Brahma</i>. -Aquellas <i>niñas</i> tan ligeras y tan ligeramente vestidas, la luz de -bengala, la bajada de Barba Azul del castillo con toda su comitiva, los -quitasoles y el dragón chinesco, le traían maravillado. Las <i>niñas</i>, sin -embargo, eran lo que más le complacía; pero Respetilla hacía ya muchos -años que se había casado con Jacintica, la antigua criada de Rosita, de -quien tenía la friolera de nueve hijos como nueve becerros; tenía además -muchísimo cariño y muchísimo miedo á su mujer, y ni de pensamiento -siquiera se atrevía á cometer la menor infidelidad. Así es que, si por -acaso y no reflexionándolo, se dejaba entusiasmar<span class="pagenum"><a name="page_273" id="page_273"></a>{273}</span> por las <i>niñas</i> un -poco más de lo justo, luego se le presentaba en la mente la figura de -Jacintica toda enojada, y se desataba en vituperios y en injurias contra -las bailarinas, como si fuese un Catón cristiano, ó mejor diremos un San -Pacomio.</p> - -<p>Respetilla vió también y admiró en casa de sus amos, donde entraba ella -como modista, á su antigua novia Manolilla, pasmándose de que se llamara -doña Etelvina, y con cierto orgullo de haber estado en relaciones con -persona tan cabal y de cuenta. Los trajes de doña Etelvina; sus bellos -colores, rosa de Venus legítima, de la que usaron Lais, Tais y otras -<i>heteras</i> de Corinto, Atenas y Mileto, y el perfume que ella exhalaba, -no ya de <i>oppoponax</i>, sino de otra esencia más rica, llamada -<i>stephanotis</i>, eran circunstancias que tenían absorto y boquiabierto á -Respetilla, como si soñase mil portentos; mas ni por esas, y no porque -respetase á doña Etelvina, sino porque respetaba á la ausente Jacintica, -madre de los nueve, se atrevió Respetilla á propasarse, sino que, de -acuerdo ya con su apodo se limitó á decir cuatro cuchufletas á la -modista elegantona, quien, al fin, por lo singular y peregrino del -lance, por estar Respetilla muy gracioso con su levita y su <i>chistera</i>, -y por los dulces recuerdos de la juventud y de la patria, hay quien -sostiene que se le mostraba menos arisca que mansa, y más cocida ó frita -que cruda.<span class="pagenum"><a name="page_274" id="page_274"></a>{274}</span></p> - -<p>D. Faustino, en cambio, aunque harto poco disculpable, fuerza es -confesarlo, no estuvo con Costancita tan firme, no fué tan honrado como -su antiguo escudero. El <i>amor purísimo de los ángeles</i>, que Costancita -había propuesto y recomendado en su carta, se le guardó D. Faustino para -su mujer y para su bendita hija; pero la Marquesa de Guadalbarbo -perturbaba todo su ser, despertaba en su corazón una tempestad de -pasiones. Costancita misma, irritada por los nuevos obstáculos que entre -ella y su primo se levantaban, celosa y envidiosa del bien de María, más -enamorada que nunca, no soñando ya con el idilio, sino con el drama -vehemente, rompió todo freno, y con otra astucia, con otro cálculo, con -el mayor recato y disimulo vió y habló á D. Faustino en sitio que ella -imaginaba que nadie averiguaría.</p> - -<p>El Marqués de Guadalbarbo, si bien creyendo á pie juntillas en la -inocencia de su mujer, vivía muy sobre aviso desde la noche de la -sorpresa; pero ya Costancita estaba escarmentada, y fueron -extraordinarias sus precauciones. El Marqués no se percató de nada.</p> - -<p>Ni siquiera los maldicientes, que están siempre atisbando, á fin de -averiguar y referir la crónica escandalosa, tuvieron el menor indicio -del caso.</p> - -<p>Desde que empezaron aquellas misteriosas citas, el Doctor se halló -atormentado, inquieto al<span class="pagenum"><a name="page_275" id="page_275"></a>{275}</span> lado de María. Sentíase indigno, se -avergonzaba de su doblez, de sus mentiras y de su ingratitud; pesábanle -más en el corazón su pobreza y su incapacidad, y las riquezas y el -desprendimiento generoso de D. Juan Fresco.</p> - -<p>La <i>segunda vista</i>, la perspicacia espiritual de María, de nada valió -para descubrir aquel secreto infame. Su enamorado espíritu entraba ó -creía entrar en lo más oculto del alma de su marido; pero entraba tan -lleno de confianza, de veneración y de afecto, que todo lo veía -hermoseado por una luz pura, y no percibía lo feo y lo deforme.</p> - -<p>Atribuyendo María las tristezas del Doctor á noble ambición contrariada -y á la especie de humillación de verse pobre, siendo ricos su tío y -ella, empleaba los medios más delicados y discretos para realzar aquel -ánimo abatido, para darle esperanzas de que sería dichoso en cuanto -emprendiese, para hacerle creer que de él dependía subir á la cumbre del -poder y de la gloria, y para persuadirle sobre todo de que él era, en -absoluto, y singularmente para ella, de tanto valor y de tan gran ser, y -de precio tan inestimable, que no necesitaba de victorias, ni de -triunfos, ni de aplausos mundanos, á fin de corroborar, y mucho menos de -acrecentar en sí tan reconocidas excelencias.</p> - -<p>Esta noble conducta de María mortificaba más<span class="pagenum"><a name="page_276" id="page_276"></a>{276}</span> y más á D. Faustino -exacerbando sus remordimientos; pero el atractivo y la diabólica -fascinación que ejercía sobre él Costancita, podían más que todo. D. -Faustino amaba, reverenciaba, adoraba á María como algo santo, -celestial, suave, sereno y puro, y buscaba, no obstante, á Costancita, -arrastrado por el delirio de los sentidos, por el demonio de la vanidad -y del orgullo, y hasta por el aguijón punzante de los celos, temeroso -siempre de que si él la dejaba, ella pudiese querer á otro, aunque no -fuese sino por despecho.</p> - -<p>Mucho hubieran durado así las cosas, sin descubrirse nada, si el Doctor -no hubiese tenido un enemigo vigilante, astuto y cada día más enconado -contra él y contra su mujer. Este enemigo era Rosita.</p> - -<p>Los lazos que la unían al general Pérez se habían estrechado cada vez -más. Rosita dominaba al conquistador tremebundo; le tenía sujeto, -avasallado, cambiado de león en cordero. Si ella le consultaba á veces -sobre los moños, vestidos y adornos que debía ponerse, él la consultaba -sobre la política. De ella dependía, pues, que el Ministerio durase ó -cayese, que hubiera ó no otro nuevo pronunciamiento, que cambiase de -Constitución ó de forma el Estado. En España todo lo podía la tropa; con -la tropa todo lo podía el general Pérez; con el general Pérez, Rosita. -De esta suerte, en virtud<span class="pagenum"><a name="page_277" id="page_277"></a>{277}</span> de tan irrefutable sorites, consideraba -Rosita que todo dependía de ella. Ella era la Aspasia de aquel Pericles -flamante.</p> - -<p>En medio de tanta gloria, la afrenta que le hizo el Doctor y la -rivalidad de María vivían en su corazón, á pesar de los años -transcurridos, y se le corroían como un cáncer.</p> - -<p>Como el General no tenía secretos para ella, llegó á decirle hasta el -mal rato y el picón que le dieron Costancita y el Doctor, protestando -que si él había pretendido á Costancita, había sido con intento de -burlarse de ella y de rebajar su orgullo.</p> - -<p>Informada Rosita de aquellos amores, suponiéndolos más adelantados de lo -que estaban entonces, les siguió la pista con encarnizamiento, sagacidad -y sigilo. Supo que doña Etelvina había sido la doncella de Costancita, y -conjeturó que no podría menos de ser la persona de toda su confianza -para ciertos negocios, dado que los hubiese. Bien estimó ella que sería -difícil, ya que no imposible, que doña Etelvina, por desalmada que -fuera, hiciese á sabiendas traición á su ama. No procuró, por lo tanto, -ganarse la voluntad de doña Etelvina, sino la de su principal ayudanta y -confidenta la señorita Adela, la cual, por lo mismo que doña Etelvina -andaba siempre tan atareada, era la que acudía á casa de Rosita con -modas y trajes.</p> - -<p>Ganada del todo la señorita Adela, á fuerza de<span class="pagenum"><a name="page_278" id="page_278"></a>{278}</span> presentes y obsequios, -nada ocurría en casa de doña Etelvina que Rosita no supiese. Así pasó -más de un año sin que Rosita averiguase lo que deseaba averiguar; mas, -por último, premió sus afanes el diablo.</p> - -<p>La señorita Adela se impuso, á pesar del recato con que se hacía, y -transmitió en seguida á Rosita su gran descubrimiento, de que la -Marquesa de Guadalbarbo iba á casa de la Etelvina, ó bien muy de mañana, -ó bien al anochecer, entre dos luces, y que allí veía al Doctor, que la -aguardaba.</p> - -<p>Rosita, prodigando entonces el oro, sobornó á la señorita Adela, y la -comprometió á introducir á una persona en casa de la Etelvina y á -ocultarla en lugar conveniente para que, sin ser vista de nadie, pudiese -ver á los amantes en una de sus citas.</p> - -<p>Luego la hija del escribano usurero escribió á María un anónimo, -revelándole la traición de su marido y ofreciéndole <i>generosamente</i> los -medios de cerciorarse de ella.</p> - -<p>El día, la hora, el momento de la cita llegó, según la señorita Adela -tenía averiguado.</p> - -<p>Costancita hubo de quejarse del poco cariño, de la tibieza del Doctor. -Se mostró celosa de María: dijo que María era más querida que ella.</p> - -<p>Embriagado el Doctor por las fascinadoras miradas,<span class="pagenum"><a name="page_279" id="page_279"></a>{279}</span> por la coquetería -infernal, por la elegancia, por la hermosura aristocrática y por la -juventud inmarcesible de su prima, le aseguró que respetaba á su mujer, -pero que no la amaba; que casi la odiaba por su causa.</p> - -<p>El Doctor confirmó tan abominable aserto con un abrazo.</p> - -<p>Entonces creyó oir cerca de sí, penetrando en su pecho como agudo puñal, -un sollozo desgarrador y ahogado.</p> - -<p>Se apartó lleno de espanto, de los brazos de Costancita; buscó -rápidamente, y nada vió en el cuarto en que estaban. Abrió la puerta por -donde habían entrado, y nada vió tampoco. Abrió, en fin, otra -puertecilla que daba á otro cuarto interior, que también tenía salida al -corredor, y encontró vacío el cuarto y la puerta de salida cerrada con -llave. Interrogó á doña Etelvina sobre las personas que había en casa, y -doña Etelvina dijo que no había nadie, salvo la señorita Adela, porque -las oficialas se habían ido ya todas. La señorita Adela era además muy -de fiar y no sollozaba nunca por tan poco. La señorita Adela, -interrogada á su vez por doña Etelvina, sostuvo que nadie había entrado -en casa; que ella estaba al cuidado de todo, y que los criados se -hallaban en la cocina para evitar que se enterasen de aquellos asuntos.</p> - -<p>Costancita decidió entonces que lo del sollozo,<span class="pagenum"><a name="page_280" id="page_280"></a>{280}</span> que ella no había oído, -era una locura del Doctor. El Doctor acabó por persuadirse de lo mismo.</p> - -<p>Desde aquel día en adelante la tristeza de María fué siendo más honda y -persistente. Aunque no exhaló la menor queja contra D. Faustino, D. -Faustino vió á las claras que todo lo sabía. Á pesar de su excepticismo, -no hallando modo natural de explicárselo, el Doctor imaginó que no era -vana la <i>segunda vista</i> de María; que su espíritu, desprendiéndose del -organismo, al cual sólo por un hilo de flúido eléctrico quedaba anudado, -volaba donde quería y atravesaba los muros y penetraba en los más -ocultos lugares. El sollozo que él había oído y que no había oído -Costancita, le pareció un ¡ay! del alma, un gemido espiritual que -arrancó á María de lo hondo de su ser la horrible frase de que él casi -la odiaba.</p> - -<p>¿Qué satisfacción, qué disculpa, qué palabra de consuelo podía dar D. -Faustino á su mujer si en efecto lo sabía todo, fuese como fuese?</p> - -<p>El Doctor se limitaba, pues, á estar más amable, más dulce, más rendido -que nunca con ella; pero no intentó explicación ni satisfacción alguna. -María no se daba por entendida del agravio.</p> - -<p>Por último, María cayó postrada en cama con una gravísima enfermedad. -Sentía en el lado del corazón más calor que de ordinario, y una opresión -y una fatiga muy grandes. Le pesaba algo<span class="pagenum"><a name="page_281" id="page_281"></a>{281}</span> dentro del pecho. Á veces le -daban vahídos. Parecíale luego que le apretaban las entrañas. La -atormentaban incesantes angustias. El pulso, débil, era desigual y -precipitado; la respiración, fatigosa y entrecortada de lastimeros -suspiros.</p> - -<p>Su severa y majestuosa hermosura resplandecía más, á pesar de las muchas -canas que blanqueaban su negra cabellera, porque sus ojos tenían más -luz, más viveza que en su estado normal, y porque ardiente carmín daba -color á sus mejillas.</p> - -<p>De repente solían acometerle fuertes palpitaciones, que imprimían á su -seno dolorosas sacudidas: se diría que llegaban á oirse por los que -estaban cerca los latidos violentos é irregulares de su corazón -inflamado. De repente también parecía suspenderse el movimiento del -corazón, y la enferma caía en un desmayo. Siempre, con todo, conservaba -María su razón despejada; más bien que turbarse ó anublarse, su -entendimiento mostraba lucidez maravillosa, como si fuese una luz, una -llama á la cual se acercan substancias combustibles.</p> - -<p>El doctor Calvo prescribió dieta, reposo, bebidas refrigerantes y -sinapismos en los pies; apeló á la homeopatía, y ordenó <i>ignatia</i>, -<i>pulsatila</i> y ácido fosfórico. No se atrevió á ordenar sangrías ni -sanguijuelas, por medio de la debilidad de la paciente. Al fin confesó á -D. Juan que el mal no tenía remedio en lo humano.<span class="pagenum"><a name="page_282" id="page_282"></a>{282}</span></p> - -<p>Realizándose los desconsoladores pronósticos del doctor Calvo, María, -cumplidos ya todos sus deberes de cristiana, estaba próxima á expirar, -atendida por su tío y su hija, los cuales reprimían mal el llanto.</p> - -<p>D. Faustino, sombrío, mudo, sin lágrimas en los ojos y con negra pena en -el pecho, estaba de rodillas, junto á la cabecera de la cama. No se -atrevía á tomar una mano de la moribunda. Apenas si se atrevía á -mirarla. Lleno de horror y de vergüenza, inclinaba al suelo los ojos.</p> - -<p>María hizo un esfuerzo supremo. Miró á su marido con tan benévola -mirada, con tan santa sonrisa, con unos ojos tan dulces y tan llenos de -perdón y de amor celestial, que D. Faustino la miró también sin -atormentador sonrojo y henchido de gratitud y de arrepentimiento. -Después, con mayor esfuerzo, María alargó la mano á su marido, que la -tomó entre las suyas y la cubrió de besos respetuosos. Las lágrimas de -D. Faustino, que habían estado como hielo hiriéndole por dentro, se -liquidaron entonces, y brotaron de sus ojos, y bañaron la mano de María. -Con desfallecida voz, con voz muy baja, que nadie sino él pudo oir, -entrando clara y distinta por los sentidos en su alma, dijo ella de esta -suerte:</p> - -<p>—Lo sé todo; lo he visto; lo he oído. Te oí decir que me aborrecías; -pero nunca pude creerlo.<span class="pagenum"><a name="page_283" id="page_283"></a>{283}</span> Lo dijiste en un momento de locura. Yo te -perdono, Faustino; yo te amo. ¡Yo te bendigo! Ámame. No te atormentes -creyéndote culpado. Vive para nuestra hija. ¡Es tan pura, tan noble, tan -santa, tan angelical! Es el lazo de nuestras almas. Viviendo para ella, -vivirás para mí. Por ella estamos más ligados que nunca. No hay entre -nosotros divorcio eterno, sino eterno consorcio. Te espero allí -arriba...</p> - -<p>Sin más perceptibles suspiros, sin convulsión ni gesto, con dulzura -inefable, más que como separación dolorosa, como tránsito feliz, cual -cautivo que recobra la libertad, el espíritu de María abandonó en aquel -instante su cuerpo hermoso. Aquel corazón fatigadísimo se había rendido -al cansancio; había ido poco á poco moderando su impulso: se dilató al -perdonar, y no tuvo fuerzas para contraerse de nuevo, impulsando la -sangre por las arterias. La circulación cesó para siempre.</p> - -<p>D. Faustino, mientras estuvo embelesado, bajo el encanto poderoso de -aquella voz amada, simpática, que le perdonaba y le bendecía, abrió su -alma á todas las esperanzas, pensó en el cielo: creyó en el perdón de -Dios y en su infinita misericordia; juzgó que él mismo sabría perdonarse -al fin, y columbró el camino de la perfección, del que se había -extraviado, y consideró posible volver á él venciendo los obstáculos con -varonil perseverancia.<span class="pagenum"><a name="page_284" id="page_284"></a>{284}</span></p> - -<p>Muerta María, ahogada su voz, extinguida la antorcha que le guiaba, las -antiguas é inveteradas especulaciones surgieron de pronto en el ánimo de -D. Faustino.</p> - -<p>—Si he cometido una infamia, si soy un miserable—dijo para sí—, y si -hay una vida eterna, eternamente me lo estaré echando en cara. No me -limpiaré la mancha. Será un infierno sin redención. Si persiste mi -individuo, persistirá el egoísmo, que es la esencia de la -individualidad. ¡Ah, no! Lo malo, lo egoísta, lo impuro, debe morir. Lo -inmortal, lo eterno, lo divino soy yo, es María, es todo, en lo que -tenemos de bueno. Ella no era egoísta; ella era todo devoción y -sacrificio. Como se entregó á mí un día, así se ha entregado á la muerte -ahora, por completo, toda ella. ¿Qué ha de quedar de ella en otra vida? -Ella se dió toda. Dios la recibió en su seno. Ella se perdió en la -absoluta esencia.</p> - -<p>Miró luego el Doctor con ojos enjutos y fijos el cadáver de María. Vió -aquellas formas bellas aún: las imaginó destruídas, feamente -destrozadas, cayendo en pútrida disolución. Un súbito ataque nervioso se -siguió á tan crueles pensamientos, no dulcificados ya por el bálsamo de -las creencias.</p> - -<p>El Doctor rompió en una aterradora carcajada.</p> - -<p>Acudieron á él su hija y D. Juan; pero fué tarde. El Doctor corrió hacia -su alcoba, que estaba contigua. Su hija y D. Juan le siguieron. Sobre -una<span class="pagenum"><a name="page_285" id="page_285"></a>{285}</span> cómoda había un revólver. D. Faustino le tomó antes que su familia -llegase. Se metió el cañón en la boca, afirmándole contra el paladar, é -hizo fuego.</p> - -<p>La muerte fué instantánea. D. Faustino cayó por tierra sin movimiento.</p> - -<p>Irene, de rodillas, con los ojos levantados al cielo, pedía perdón para -todos, impetrando la clemencia divina.</p> - -<p>D. Juan Fresco estaba trastornado, conmovido espantosamente, -horrorizado, á pesar de su frescura.</p> - -<hr /> - -<p>Refulgente de inocencia, en medio de tantos horrores, Irene, disgustada -del mundo, se decidió á buscar un asilo al pie de los altares. Su alma, -toda entregada á Dios, no era capaz de compartir los efímeros y falsos -goces de este mundo con ningún espíritu encarnado en cuerpo humano. -Serafinito la amaba. Serafinito, que estaba en Madrid estudiando leyes, -tenía por Irene una verdadera adoración. Irene le amó sólo como á un -hermano.</p> - -<p>La pena del excelente y candoroso Serafinito y las observaciones y -ruegos de D. Juan no bastaron á persuadirla para que cambiase de -propósito.</p> - -<p>D. Juan Fresco y Serafinito llevaron á Irene á Avila, á los dos meses de -muertos sus padres, y<span class="pagenum"><a name="page_286" id="page_286"></a>{286}</span> allí se encerró ella en el convento de San José, -fundado por Santa Teresa. No bien pasó el noviciado, Irene tomó el velo -y profesó de carmelita descalza, trocando gustosa por la aspereza -penitente de aquella austera vida el regalo y el mimo con que había sido -criada.</p> - -<hr /> - -<p>Tal fué la triste historia que me contó D. Juan Fresco, cuando no estaba -presente Serafinito, para que no le diese una congoja.</p> - -<p>La moral que D. Juan Fresco sacaba de todo el relato, era que esta -educación del día forma muchos hombres vanos, presumidos, ambiciosos, -llenos de mil planes absurdos, que es lo que él llama <i>ilusiones</i>, y sin -firme creencia en nada, y sin energía ni para el bien ni para el mal.</p> - -<p>—En el día—exclamaba,—los doctores Faustinos abundan:</p> - -<p><i>Terra malos homines nunc educat atque pusillos</i>, según cantaba el poeta -satírico.</p> - -<p>D. Juan, no obstante, ora sea porque había cobrado afición á D. -Faustino, ora porque fuese cierto, sostenía que el Doctor había sido -hombre de natural nobilísimo y generoso, aunque viciado por una perversa -educación y por el medio en que había vivido.</p> - -<hr /> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_287" id="page_287"></a>{287}</span></p> - -<p>Un día, estando yo en Villabermeja, fuí á visitar la iglesia con D. Juan -Fresco. El padre Piñón, bueno y sano aún, hacía los honores, enseñando -todas las curiosidades.</p> - -<p>Nos paramos delante del altar del Santo Patrono de plata, que, como -dicen allí, es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil -demonios. Entre los milagros colgados junto al altar, el padre Piñón me -mostró un Doctor Faustino, hecho de cera, de unas ocho pulgadas de -largo. Era una ofrenda votiva del ama Vicenta, la cual afirmaba que el -Santo Patrono había salvado al Doctor de la enfermedad que se siguió al -duelo con el Marqués de Guadalbarbo.</p> - -<p>—Mal milagro hizo el Santo, si le hizo—me dijo D. Juan.—¡Cuánto mejor -hubiera sido que Don Faustino hubiera muerto entonces!</p> - -<p>—Sr. D. Juan—contestó el padre Piñón,—no diga V. disparates. Si el -Santo no lo hizo, lo hizo Dios; y lo que Dios hace, bien hecho está, -aunque nosotros no penetremos la razón y el propósito.</p> - -<hr /> - -<p>Otro día fuimos á ver la casa solariega de los López de Mendoza.</p> - -<p>Allí está aún el retrato de la coya, que, en efecto, según asegura D. -Juan, se parece mucho á María.<span class="pagenum"><a name="page_288" id="page_288"></a>{288}</span></p> - -<p>Respetilla, Jacintica y sus nueve vástagos viven felices en el piso bajo -de aquella casa. El principal está reservado á los recuerdos. Todas las -habitaciones están cerradas, de modo que en ellas no pueden entrar sino -los espíritus, dado que los espíritus se complazcan en discurrir por los -sitios donde vivieron vida mortal, amaron y padecieron.</p> - -<p>Todavía queda un rincón de la casa, también en el piso bajo, donde vive -la pobre ama Vicenta, quien adora la memoria de su niño Faustinito y no -piensa más que en él.</p> - -<p>La afectuosa anciana guarda en un arca, como reliquias venerables, todo -el traje doctoral, con muceta bordada, bonete y borla, el uniforme de -lancero de milicianos nacionales, y el uniforme de maestrante de Ronda.</p> - -<p>Yo examiné con atención é interés estos objetos, que, cediendo á -nuestras súplicas, el ama Vicenta nos mostró con orgullo.</p> - -<p>D. Juan Fresco, tan enemigo de las ilusiones, exhalando un suspiro y sin -acritud alguna, me dijo aparte:</p> - -<p>—Esos objetos simbolizan las causas de la perdición de mi sobrino -político. El traje de doctor es la vanidad científica, la pedantería -filosófica, la duda y la incertidumbre sobre cuanto importa para ser -enérgico en la vida, con energía sana; el uniforme de miliciano nacional -es símbolo de la confusión<span class="pagenum"><a name="page_289" id="page_289"></a>{289}</span> que solemos hacer de la verdadera libertad -con el tumulto, la bullanga y el desorden; y el uniforme de maestrante -es símbolo de la manía nobiliaria, de donde nacen la pereza, el -despilfarro y la incapacidad para las faenas y menesteres que dan -riqueza y prosperidad á las naciones.</p> - -<p>Madrid, 1875.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_290" id="page_290"></a>{290}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_291" id="page_291"></a>{291}</span> </p> - -<h2><a name="POSDATA" id="POSDATA"></a> -<img src="images/ill_pg_291.png" -width="500" -alt="[imagen de una barra decorativa]" -/><br />POSDATA</h2> - -<p>He estado indeciso entre escribir algo ó callarme acerca de la presente -edición. Ya se ve que la hago por haberse agotado la primera, á pesar de -los esfuerzos de profundos críticos á fin de demostrar que el libro es -malo, que no es novela, y que yo no soy ni puedo ser novelista. Yo no he -de ir á demostrar lo contrario. Es más: no me importa que se demuestre ó -no, con tal de que el libro se lea y se venda.</p> - -<p>Mi objeto al escribir esta posdata es otro.</p> - -<p>Aunque en <span class="smcap">LAS ILUSIONES DEL DOCTOR FAUSTINO</span> todo está claro, el espíritu -sutil de ahora enturbia la mayor claridad, y es menester acudir con -explicaciones y rectificaciones, si no quiere un pobre autor que le -atribuyan propósitos que jamás tuvo.</p> - -<p>Mi idea al componer cuentos, narraciones ó lo que sean, ya que no sean -novelas, no es probar nada. Para probar tesis, escribiría yo -disertaciones. Mi intento es hacer una pintura de las costumbres y -pasiones de nuestra época; una representación fiel y artística de la -vida humana. De tal pintura ó representación, si estuviere bien hecha, -sacará cada lector, no una, sino varias enseñanzas,<span class="pagenum"><a name="page_292" id="page_292"></a>{292}</span> que no dudo que -podrán serle útiles; pero el principal objeto del autor ha de ser la -pintura, la obra de arte, y no la enseñanza.</p> - -<p>Para la pintura ó representación, ¿cómo he de negar yo que se buscan y -estudian modelos? Pero la obra de arte no se logra copiándolos -servilmente. Contra tal sospecha me conviene protestar.</p> - -<p>Toda la fábula, en su conjunto, mal ó bien imaginada, es invención mía. -Nada hay en ella de real y de histórico. Los personajes que en la fábula -intervienen son también inventados.</p> - -<p>Villabermeja es una utopia, aunque para darle color y ser de lugar real, -tome yo rasgos y perfiles y pormenores de lugares que conozco y donde he -vivido. De otra suerte, al menos así lo entiendo y lo siento, sin duda -por la pobreza y esterilidad de mi cerebro, las creaciones del poeta son -vanas y carecen de verdad y de atractivo. Sobre los rasgos y perfiles -copiados, mi fantasía ha añadido lo conveniente para la fábula.</p> - -<p>Los apodos no tienen chiste, son falsos, cuando no son populares. Es -menester que los invente ó al menos que los adopte el pueblo. Por eso -Respeta, Respetilla, D. Juan Fresco, las Civiles y el padre Piñón, -confieso que no son apodos inventados por mí; yo no hubiera tenido jamás -la habilidad de inventarlos; pero las personas que en mi narración -llevan estos apodos, ni en costumbres, ni en circunstancias de la vida, -ni en lances de fortuna, tienen nada que ver con los seres reales, tal -vez conocidos en algún lugar con dichos apodos.</p> - -<p>Con los nombres de pila y con los apellidos procedo yo en mis novelas de -un modo idéntico, por este prurito<span class="pagenum"><a name="page_293" id="page_293"></a>{293}</span> que tengo de remedar la verdad en -las menudencias. Así, por ejemplo, Pepe Güeto y D. Acisclo son nombres -que trascienden á mi provincia á cien leguas. Y así también, al hacer -madre de D. Faustino á una señora principal de Ronda, le dí apellido y -la hice de una de las familias más principales de aquella ciudad: los -Escalantes. Del mismo modo, D. Carlos, en <i>El Comendador Mendoza</i>, -lleva, por ser rondeño, el apellido ilustre de Atienza, tan conocido y -respetado en aquella ciudad. Como ni D. Carlos ni Doña Ana hacen nada -indecoroso, ningún inconveniente se sigue de que yo les dé tales -apellidos.</p> - -<p>Para los títulos he procedido por manera semejante; y en vez de llamar á -tal conde el de Prado-Ameno, y al otro marqués el de Monte-Alto, he -buscado nombres propios de sitios conocidos en mi tierra, como -Fajalauza, Genazahar y Guadalbarbo.</p> - -<p>En anecdotillas ó lances realmente ocurridos, ¿cómo he de negar que -abundan mis novelas? Con estas verdades, incrustadas en la mentira ó -ficción poética, se hace verosímil dicha ficción. Verdades son, pues, la -broma, algo pesada, que dió el cura Fernández al Obispo en la Peña de -los Enamorados, que se refiere como cierta de otro cura á quien he -conocido; las circunstancias de la muerte de Joselito el Seco (¿para qué -negarlo, si nadie lo ignora en Andalucía?), ocurridas en la muerte del -famoso bandolero Caparrota; y la venganza que tomó Joselito el Seco del -Alcalde, y la venganza que el hijo del Alcalde tomó luego de Joselito, -lo cual, con la alteración que á mí me convenía, es historia que he oído -contar no pocas veces á personas de mi familia, quienes<span class="pagenum"><a name="page_294" id="page_294"></a>{294}</span> vieron entrar -en Carratraca al hijo del Alcalde con los últimos bandidos muertos, y no -rapadas aún las barbas, que él había jurado conservar hasta que vengase -por completo á su padre.</p> - -<p>De las mujeres de mis novelas me interesa asimismo decir algo. Unos -críticos suponen que son las más tan marisabidillas, que no pueden -existir en los lugares; y otros, que existen en los lugares, y que yo -las he copiado sin respeto, y las he sacado á relucir sin consentimiento -de ellas. Ni una cosa ni otra es cierta. En los lugares de Andalucía -hay, y puede haber, mujeres que sean la propia discreción y la propia -elegancia. No es menester nacer en Madrid para eso. Precisamente, de la -pequeña ciudad cuyo nombre callo, y donde yo supongo educada á -Costancita y donde Costancita tiene sus devaneos por la reja con el -Doctor Faustino, han venido á Madrid nada menos que tres mujeres de -nuestra primera aristocracia, que han brillado y brillan, por hermosura, -ó por ingenio, ó por todo. Costancita, sin embargo, salvo este -fundamento real para la verosimilitud; salvo el dato efectivo de que en -su ciudad se crían mujeres que vienen á ser grandes y elegantísimas -señoras, en nada se parece, ni por su carácter, ni por los sucesos de su -vida, á sus simpáticas, bellas y respetables compatriotas. Si he aludido -á ellas, ha sido para demostrar que no me llevo á un lugar á una señora -de Madrid y la pongo donde no existe, como los antiguos poetas -bucólicos, griegos ó franceses, disfrazaban de pastoras á las refinadas -damas de Alejandría, de París ó de Versalles.</p> - -<p>Vengo, por último, al héroe principal de mi novela: al Doctor Faustino. -No hay personaje, en mi sentir, más<span class="pagenum"><a name="page_295" id="page_295"></a>{295}</span> dotado de verdad estética. No le -hay, tampoco, más desprovisto de toda histórica realidad.</p> - -<p>Aunque yo soy poco aficionado á símbolos y alegorías, confieso que el -Doctor Faustino es un personaje que tiene algo de simbólico ó de -alegórico. Representa, como hombre, á toda la generación mi -contemporánea: es un doctor Fausto en pequeño, sin magia ya, sin diablo -y sin poderes sobrenaturales que le den auxilio. Es un compuesto de los -vicios, ambiciones, ensueños, escepticismo, descreimiento, -concupiscencias, etc., que afligen ó afligieron á la juventud de mi -tiempo. En él reúno los tres tipos ó formas principales bajo que se -presenta el hombre de dicha generación y de cierta clase, si clase -pueden formar los que gastan levita y no chaqueta. En su alma asisten la -vana filosofía, la ambición política y la manía aristocrática. Ya sé que -hay hombres mejores; pero yo no quería escribir la vida de un santo. Sé -también que los hay más ridículos; pero no quería yo hacer una novela -enteramente cómica y de figurón. Y sé también que los hay mil veces más -odiosos y malvados; pero si D. Faustino lo fuese, dejaría de ser algo -cómico, como yo quería, y dejaría de tener también algo de interesante y -de patético, como me convenía que tuviese para mi plan de novela, ó de -lo que yo entiendo por novela, á pesar de los críticos. D. Faustino, -dado mi plan, no podía ser sino como es. Fausto es más grande; pero -también es más egoista, más pervertido y más pecaminoso.</p> - -<p>En suma, y sea del valer moral de mi héroe lo que se quiera (ó mejor -dicho, lo que se le antoje á quienes quizá no se ven, y se juzgan la -virtud misma), para pintar<span class="pagenum"><a name="page_296" id="page_296"></a>{296}</span> lo interior del alma de mi héroe, -prescindiendo de lo que le sucede en el mundo, no he tenido más arte que -mirar en el fondo del alma de no pocos amigos míos y en el fondo de mi -propia alma, y analizar allí afectos, desengaños, pasiones é ilusiones.</p> - -<p>Este análisis, y perdóneseme la inmodestia, creo que está hecho con -apacible serenidad, con frescura y con tino dignos de mi D. Juan Fresco.</p> - -<p>En esto reside, no ya sólo el mérito literario, si tiene alguno, sino -también la sana moral, de que estoy convencido de que mi novela no -carece.</p> - -<p>Las enfermedades y las deformidades físicas no se curan con sólo -mirarlas y conocerlas; pero en las enfermedades del alma es ya gran -remedio el ver y el conocer; y si por gracia de la fantasía poética se -representan artísticamente esa intuición y ese conocimiento, la cura -está ya casi realizada. Tal vez á los soberbios, que no quieren ver en -ellos mismos ni uno solo de los defectos del Doctor Faustino, sea á -quienes peor y más detestable, moral y literariamente, les parezca su -historia, que me atrevo, á pesar de todo, á encomendar de nuevo á la -indulgencia del público ilustrado y desapasionado.<span class="pagenum"><a name="page_297" id="page_297"></a>{297}</span></p> - -<h2><a name="INDICE_DEL_TOMO_II" id="INDICE_DEL_TOMO_II"></a>ÍNDICE DEL TOMO II.</h2> - -<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="" -style="margin:auto auto;max-width:60%;"> - -<tr><td> </td><td class="rt"><small><i>Páginas.</i></small></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XV">XV.</a>—<span class="smcap">La tertulia de los tres dúos</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_005">5</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XVI">XVI.</a>—<span class="smcap">El Paraiso terrenal</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_021">21</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XVII">XVII.</a>—<span class="smcap">Más pueden celos que amor</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_039">39</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XVIII">XVIII.</a>—<span class="smcap">Pacto amoroso</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_057">57</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XIX">XIX.</a>—<span class="smcap">Los milagros del desprecio</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_063">63</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XX">XX.</a>—<span class="smcap">Continúan los milagros</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_069">69</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXI">XXI.</a>—<span class="smcap">Por seguir á una mujer</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_079">79</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXII">XXII.</a>—<span class="smcap">La venganza de Rosita</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_099">99</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXIII">XXIII.</a>—<span class="smcap">Confidencias de Joselito</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_107">107</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXIV">XXIV.</a>—<span class="smcap">Sunt lacrimæ rerum</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_115">115</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXV">XXV.</a>—<span class="smcap">La soledad</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_131">131</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXVI">XXVI.</a>—<span class="smcap">Ilusiones que se van perdiendo</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_147">147</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXVII">XXVII.</a>—<span class="smcap">Cabos sueltos</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_159">159</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXVIII">XXVIII.</a>—<span class="smcap">La crisis</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_181">181</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXIX">XXIX.</a>—<span class="smcap">Á secreto agravio, secreta venganza</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_199">199</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXX">XXX.</a>—<span class="smcap">Bodas tristes</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_243">243</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><span class="smcap"><a href="#CONCLUSION">Conclusión</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_265">265</a></td></tr> - -<tr><td valign="top" class="hang"><span class="smcap"><a href="#POSDATA">Posdata</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_291">291</a></td></tr> -</table> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_298" id="page_298"></a>{298}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_299" id="page_299"></a>{299}</span> </p> - -<p class="c"> -<span class="smcap">Acabóse de imprimir este libro<br /> -en la Imprenta Alemana<br /> -en Madrid á XV días<br /> -de Agosto de<br /> -MCMVI años</span><br /> -</p> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/ill_pg_295.png" width="50" height="49" alt="" title="" /> -</div> - -<hr class="full" /> - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2, by -Juan Valera - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS Ilusiones DEL DOCTOR *** - -***** This file should be named 53436-h.htm or 53436-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/3/4/3/53436/ - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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It exists -because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from -people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. -To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 -and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact -information can be found at the Foundation's web site and official -page at http://pglaf.org - -For additional contact information: - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To -SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any -particular state visit http://pglaf.org - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. -To donate, please visit: http://pglaf.org/donate - - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic -works. - -Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm -concept of a library of electronic works that could be freely shared -with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project -Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. - - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. -unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily -keep eBooks in compliance with any particular paper edition. - - -Most people start at our Web site which has the main PG search facility: - - http://www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/53436-h/images/colofon.png b/old/53436-h/images/colofon.png Binary files differdeleted file mode 100644 index f8b88e7..0000000 --- a/old/53436-h/images/colofon.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/cover.jpg b/old/53436-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index d65d269..0000000 --- a/old/53436-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_005.png b/old/53436-h/images/ill_pg_005.png Binary files differdeleted file mode 100644 index cf3c6e8..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_005.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_021.png b/old/53436-h/images/ill_pg_021.png Binary files differdeleted file mode 100644 index e2bc1f1..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_021.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_039.png b/old/53436-h/images/ill_pg_039.png Binary files differdeleted file mode 100644 index a10eb5b..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_039.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_057.png b/old/53436-h/images/ill_pg_057.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 6719a4d..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_057.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_063.png b/old/53436-h/images/ill_pg_063.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 41705f9..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_063.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_069.png b/old/53436-h/images/ill_pg_069.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 9e7c16f..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_069.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_079.png b/old/53436-h/images/ill_pg_079.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 823bc4b..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_079.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_099.png b/old/53436-h/images/ill_pg_099.png Binary files differdeleted file mode 100644 index f479c01..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_099.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_107.png b/old/53436-h/images/ill_pg_107.png Binary files differdeleted file mode 100644 index d5e5279..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_107.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_115.png b/old/53436-h/images/ill_pg_115.png Binary files differdeleted file mode 100644 index d28d922..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_115.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_131.png b/old/53436-h/images/ill_pg_131.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 7f7f998..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_131.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_147.png b/old/53436-h/images/ill_pg_147.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 2080b30..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_147.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_159.png b/old/53436-h/images/ill_pg_159.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 261f441..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_159.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_181.png b/old/53436-h/images/ill_pg_181.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 0f08ca1..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_181.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_199.png b/old/53436-h/images/ill_pg_199.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 810019b..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_199.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_243.png b/old/53436-h/images/ill_pg_243.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 7a62896..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_243.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_265.png b/old/53436-h/images/ill_pg_265.png Binary files differdeleted file mode 100644 index da9cfdf..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_265.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_291.png b/old/53436-h/images/ill_pg_291.png Binary files differdeleted file mode 100644 index eeb4eb0..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_291.png +++ /dev/null diff --git a/old/53436-h/images/ill_pg_295.png b/old/53436-h/images/ill_pg_295.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 41aa18d..0000000 --- a/old/53436-h/images/ill_pg_295.png +++ /dev/null |
