diff options
| author | nfenwick <nfenwick@pglaf.org> | 2025-02-06 16:31:43 -0800 |
|---|---|---|
| committer | nfenwick <nfenwick@pglaf.org> | 2025-02-06 16:31:43 -0800 |
| commit | ee3dabb49bdfaefb2c37b2b2b0fb31b0a28c73d6 (patch) | |
| tree | b595106f0f018354ebbf2724fdfb169c741e0be9 | |
| parent | 1d88598c532e5f2812ad10323a7de8c0221bdec5 (diff) | |
43 files changed, 17 insertions, 21728 deletions
diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize +this eBook outside of the United States should confirm copyright +status under the laws that apply to them. diff --git a/README.md b/README.md new file mode 100644 index 0000000..da7f976 --- /dev/null +++ b/README.md @@ -0,0 +1,2 @@ +Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for +eBook #53429 (https://www.gutenberg.org/ebooks/53429) diff --git a/old/53429-0.txt b/old/53429-0.txt deleted file mode 100644 index 2920762..0000000 --- a/old/53429-0.txt +++ /dev/null @@ -1,10243 +0,0 @@ -Project Gutenberg's El sabor de la tierruca, by José María de Pereda - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most -other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: El sabor de la tierruca - -Author: José María de Pereda - -Release Date: November 1, 2016 [EBook #53429] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL SABOR DE LA TIERRUCA *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - - - - - -NOTA DE TRANSCRIPCIÓN - - * En el texto las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las - versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. - - * Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la - utilizada actualmente. Las inconsistencias ortográficas se han - normalizado a la grafía de mayor frecuencia. - - * Se ha respetado la falta de emparejamiento de los signos de - admiración e interrogación, por ser un rasgo de estilo del autor. - - * Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar. - - * Se han añadido ilustraciones de adorno al final de los capítulos - que, en el original impreso, carecen de ellas. - - - - - OBRAS COMPLETAS - DE - D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA - - - - - OBRAS COMPLETAS - DE - D. JOSÉ M. DE PEREDA - de la Real Academia Española - - - Tomo X - - EL SABOR DE LA TIERRUCA - - TERCERA EDICIÓN - - - MADRID - VIUDA É HIJOS DE MANUEL TELLO - 1906 - - - - -_Es propiedad del autor._ - - - - -[Ilustración] - - - - -JOSÉ M. DE PEREDA - - -Y ahora que estamos solos, impaciente lector, en la antesala de un -libro, esperando á que se nos abra la mampara del primer capítulo, voy -á hablarte de aquel buen amigo, cuyo nombre viste, al entrar, estampado -en el frontispicio de este noble alcázar de papel en que por ventura -nos hallamos. Y no voy á hablarte de él porque su fama, que es grande, -aunque no tanto como sus méritos, necesite de mis encomios, sino porque -me mueve á ello un antojo, tenaz deseo quizás, ó más bien imperioso -deber, nacido de impulsos diferentes. El motivo de que haya escogido -esta ocasión ha sido puramente fortuito y no ha dependido de mí. Desde -hace mucho tiempo tenía yo propósito de ofrecer á aquel maestro del -arte de la novela un testimonio público de admiración, en el cual se -vieran confundidos cariño de amigo y fervor de prosélito. Cada nueva -manifestación del fecundo ingenio montañés me declaraba la oportunidad -y la urgencia de cumplir el compromiso conmigo mismo contraído; luego -los quehaceres lo diferían, y por fin, solicitado de un activo editor, -que incluye en su Biblioteca el último libro de Pereda, veo llegada la -mejor coyuntura para decir parte de lo mucho que pienso y siento acerca -del autor de las _Escenas Montañesas_; acepto con gozo el encargo, lo -desempeño con temor, y allá va este desordenado escrito, que debiera -ponerse al fin del libro, pero que, por determinación superior, se -coloca al principio, contra mi deseo. Ni es prólogo crítico, ni -semblanza, ni panegírico: de todo tiene un poco, y has de ver en él -una serie de apreciaciones incoherentes, recuerdos muy vivos, y otras -cosas que quizás no vienen á cuento; pero á todo le dará algún valor -la escrupulosa sinceridad que pongo en mi trabajo y la fe con que lo -acometo. - -Veo que te haces cruces, ¡qué simpleza! pasmado de que al buen -montañés le haya caído tal panegirista, existiendo entre el santo y -el predicador tan grande disconformidad de ideas en cierto orden. Pero -me apresuro á manifestarte que así tiene esto más lances, que es mucho -más sabroso y, si se quiere, más autorizado. Véase por dónde lo que se -desata en la tierra de las creencias, es atado en los cielos puros del -Arte. Esto no lo comprenderán quizás muchos que arden, con _stridor -dentum_, en el Infierno de la tontería, de donde no les sacará nadie. -Tal vez lo lleven á mal muchos condenados de uno y otro bando, los unos -encaperuzados á la usanza monástica, otros á la moda filosófica. Yo -digo que _ruja la necedad_, y que en este piadoso escrito no se trata -de hacer metafísicas sobre la gran disputa entre Jesús y Barrabás. -Quédese esto en lo más hondo del tintero, y _á quien Dios se la dió, -Cervantes se la bendiga_. - -Andando. - -Conocí á Pereda hace once años, cuando había escrito las _Escenas -Montañesas_ y _Tipos y paisajes_. La lectura de esta segunda -colección de cuadros de costumbres impresionó mi ánimo de la manera -más viva. Fué como feliz descubrimiento de hermosas regiones no -vistas aún, ni siquiera soñadas. Sintiéndome con tímida afición á -trabajos semejantes, aquella admirable destreza para reproducir lo -natural, aquel maravilloso poder para combinar la verdad con la -fantasía, y aquella forma llena de vigor y hechizo, me revelaban -la nueva dirección del arte narrativo, dirección que más tarde se -ha hecho segura é invariable, obteniendo al fin un triunfo en el -cual ha llevado su iniciador parte principalísima. Algunos de tales -cuadros, principalmente el titulado _Blasones y talegas_, produjeron -en mí verdadero estupor y esas vagas inquietudes del espíritu que -se resuelven luego en punzantes estímulos ó en el cosquilleo de la -vocación. Es que las obras más perfectas son las que más incitan, -por su aparente facilidad, á la imitación. Luego viene, como diploma -más alto de su mérito, la inutilidad del esfuerzo de los que quieren -igualarlas, y tratándose de aquélla y otras obras de Pereda, hay que -darles á boca llena, y sin género alguno de salvedad, el dictado de -_desesperantes_. Son de privilegio exclusivo, y... ¡ay del infeliz que -ponga la mano en ellas! No le quedarán ganas de volverlo á hacer. - -Como iba diciendo, la lectura de estas maravillas, después de la -admiración que en mí produjo, infundióme un deseo ardiente de conocer -el país, fondo ó escenario de tan hermosas pinturas. Suponía en él -la misma originalidad, la propia frescura, gracia y acento de las -_Escenas_, y figurábame que así como éstas no tienen rival, aquél -no debía de tener semejante en el ramo de países. Esto me llevó á -Santander: el simple reclamo de un prosista fué primer motivo y -fundamento de esta especie de ciudadanía moral que he adquirido en la -capital montañesa. - -En la puerta de una fonda ví por primera vez al que de tal modo -cautivaba mi espíritu en el orden de gustos literarios, y desde -entonces nuestra amistad ha ido endureciéndose con los años y -acrisolándose ¡cosa extraña! con las disputas. Antes de conocerle, -había oído decir que Pereda era ardiente partidario del absolutismo, -y no lo quería creer. Por más que me aseguraban haberle visto en -Madrid, nada menos que figurando como diputado en la minoría carlista, -semejante idea se me hacía absurda, imposible; no me cabía en la -cabeza, como suele decirse. Tratándole después, me cercioré de -la funesta verdad. Él mismo, echando pestes contra lo que me era -simpático, lo confirmó plenamente. Pero su firmeza, su tesón puro y -desinteresado, y la noble sinceridad con que declaraba y defendía sus -ideas, me causaban tal asombro y de tal modo informaron y completaron á -mis ojos el carácter de Pereda, que hoy me costaría trabajo imaginarle -de otro modo, y aun creo que se desfiguraría su personalidad vigorosa -si perdiera la acentuada consecuencia y aquel tono admirablemente -sombrío. En su manera de pensar hay mucho de su modo de escribir: -el mismo horror al convencionalismo, la misma sinceridad. Otra -circunstancia hace excepcional su proselitismo, y la exime de las -censuras á que vive expuesta toda opinión radical en nuestros días: me -refiero á su preciosísima independencia, que le aisla de los manejos de -todos los partidos, incluso el suyo. - -Dicho esto, quiero añadir que Pereda es, como escritor, el hombre más -revolucionario que hay entre nosotros, el más anti-tradicionalista, el -emancipador literario por excelencia. Si no poseyera otros méritos, -bastaría á poner su nombre en primera línea la gran reforma que ha -hecho, introduciendo el lenguaje popular en el lenguaje literario, -fundiéndolos con arte y conciliando formas que nuestros retóricos más -eminentes consideraban incompatibles. Empresa es ésta que ninguno -acometió con tantos bríos como él, y en realizarla todos se quedan -tamañitos á su lado. Una de las mayores dificultades con que tropieza -la novela en España, consiste en lo poco hecho y trabajado que está -el lenguaje literario para reproducir los matices de la conversación -corriente. Oradores y poetas lo sostienen en sus antiguos moldes -académicos, defendiéndolo de los esfuerzos que hace la conversación -para apoderarse de él; el terco régimen aduanero de los cultos le priva -de flexibilidad. Por otra parte, la prensa, con raras excepciones, no -se esmera en dar al lenguaje corriente la acentuación literaria, y de -estas rancias antipatías entre la retórica y la conversación, entre -la academia y el periódico, resultan infranqueables diferencias entre -la _manera de escribir_ y la _manera de hablar_, diferencias que son -desesperación y escollo del novelista. En vencer estas dificultades -nadie ha adelantado tanto como Pereda: ha obtenido maravillosas -ventajas, y nos ha ofrecido modelos que le hacen verdadero maestro -en empresa tan áspera. Cualquiera hace hablar al vulgo, pero ¡cuán -difícil es esto sin incurrir en pedestres bajezas! Hay escritores que -al reproducir una conversación de duques, resultan ordinarios: Pereda, -haciendo hablar á marineros y campesinos, es siempre castizo, noble -y elegante, y tiene atractivos, finuras y matices de estilo que á -nada son comparables. Por esto, por sus felicísimos atrevimientos en -la pintura de lo natural, es preciso declararle porta-estandarte del -realismo literario en España. Hizo prodigios cuando aún no habían dado -señales de existencia otras maneras de realismo, exóticas, que ni son -exclusivo don de un célebre escritor propagandista, ni ofrecen, bien -miradas, novedad entre nosotros, no sólo por el ejemplo de Pereda, sino -por las inmensas riquezas de este género que nos ofrece la literatura -picaresca. - -Frente al natural, Pereda tiene una energía de asimilación que asusta. -Los contornos y tintas que ve, las particularidades que escudriña, -los conjuntos y efectos totales que sorprende, maravilla son que nos -revelan en él como un poder milagroso. En _Los hombres de pró_, en las -páginas culminantes de _Don Gonzalo González de la Gonzalera_ y _De -tal palo, tal astilla_, se muestran en toda su riqueza la facultad -observadora, la invención sobria y fecunda, el culto de la verdad, de -donde resultan los caracteres más enérgicamente trazados, y el diálogo -más vivo, más exacto y humano que es posible imaginar. - -Otra cosa. Pereda no viene nunca á Madrid. Para conocerle es preciso -ir á Santander ó á su casa de Polanco, donde vive lo más del año, -entre dichas domésticas y comodidades materiales que le añaden, como -literato, una nueva originalidad á las demás que tiene. Es un escritor -que desmiente, cual ningún otro de España, las añejas teorías sobre la -discordia entre la riqueza y el ingenio. Por no dejar hueso sano al -convencionalismo, le ha perseguido y destrozado hasta en esa rutina -cursi de que el escritor es un sér esencialmente pobre. Así, en ninguna -parte se conoce tan bien á nuestro buen príncipe montañés, como en -aquellos hospitalarios estados de Polanco, residencia placentera y -cómoda, asentada en medio de la poesía y de la soledad campestres, -entre los variados horizontes y los paisajes limpios y puros de aquella -hermosa costa, que con su ambiente fresco y su templada luz parece -ofrecer al espíritu mayor suma de paz, más dulces recreos que ninguna -otra región de la Península. - -Y el buen castellano de Polanco, sectario del absolutismo y muy deseoso -de que resucite Felipe II para que vuelva á hacer sus gracias en el -gobierno de estos reinos, es el hombre más pacífico del orbe, de -costumbres en extremo sencillas, de trato amenísimo, llano y familiar, -que podría derechamente llamarse democrático. Á veces imagino que, por -trazas del demonio, la Humanidad pierde el sentido, que el tiempo se -desmiente á sí mismo y nos hallamos de la noche á la mañana en plena -situación absolutista. Llevando adelante la hipótesis, imagino que al -autócrata se le ocurre una cosa muy natural, y es elegir para primer -gobernante al hombre de más ingenio de su partido. Tenemos á Pereda de -ministro universal. Pues ya podemos hacer lo que se nos antoje, porque -de seguro no nos ha de chamuscar ni el pelo de la ropa, y viviremos en -la más dulce de las anarquías. - -No sé por qué me figuro que la firmeza de las ideas de Pereda, bien -analizada, resultaría más afecta al orden religioso que al político, -y no sé, no sé... pero casi podría afirmar que gran parte de aquella -intolerancia mordaz, de aquella flagelante y despiadada inquina contra -ciertas instituciones, desaparecería si el espíritu de nuestro autor -no estuviera enviciado y como engolosinado en la observación de los -infinitos tipos de ridiculez que sabe ver y calificar como nadie; -tipos que él atribuye, con ingeniosa parcialidad, al sistema político -dominante en todo el mundo, y que en realidad aparecen contenidos en -él por lo mismo que el tal sistema abarca la porción más grande de la -sociedad... Eso sí, hombre que tenga en grado más alto la facultad de -ver lo cómico y todos los grados de la ridiculez de sus semejantes, no -creo que exista ni aun que haya existido. Posee perspicacia genial, -vista milagrosa y olfato sutil que le permiten penetrar hasta donde -no puede hacerlo la grosera observación de la mayoría. Y luego que -descubre la pobre víctima, allí donde menos se pensaba, la coge en -la poderosa zarpa, juega con ella cruel, la destroza, la arroja al -fin hecha pedazos. Ejemplos de esta sátira implacable se hallan en -sus celebrados libros _Los hombres de pró_ y _Don Gonzalo_, novelas -de costumbres políticas, en que la energía de la pintura llega hasta -lo sublime, y el espíritu de secta hasta la ferocidad; obras en que -el autor ha puesto toda la irritación de su temperamento y todo el -vigor de sus ideales extremados. Y no es fácil ni lógico juzgar estos -acabados modelos de novela política con un criterio inspirado en ideas -de prudencia, que vendría á encerrar la inspiración del artista dentro -de límites mezquinos. Creo que las obras citadas no pueden ser de otra -manera que como son. Así salieron, cruelmente sarcásticas y guerreras, -de la mente de su autor, y con el ambiente de la imparcialidad -perderían todo su vigor y encanto. Por lo demás, la intolerancia que -tanto avalora y vigoriza el potente ingenio de Pereda, suele desarmarse -en el seno de la amistad; en esos coloquios, sostenidos á lo largo -de un prado ó por los ángulos y curvas de sombría calleja, con algún -huésped de Polanco, allí donde parece no pueden llegar los ecos de -la batalla empeñada por ésta ó la otra idea, de esas que al fin y á -la postre, implantadas ó no, modifican poco las partes positivas de -nuestra existencia. Fácil es en estos coloquios, en que el espíritu -parece más expresivo que la palabra, sorprender en el buen campeón -algo de cansancio por tantas y tan crudas batallas como ha reñido en -el terreno más escabroso de todos, que es el de las letras. Y sin -esfuerzo de conjeturas, sino por la lógica misma de las cosas, se viene -á comprender que teniendo Pereda su familia, sus libros y sus amigos, -no se le importa una higa de lo demás. - -Ignoro la edad de mi amigo, y me falta con esto el primer dato para su -biografía. Para su retrato me faltan colores. Sólo puedo decir que es -hombre moreno y avellanado, de regular estatura, con bigote y perilla, -de un carácter demasiadamente español y cervantesco. Posee un retrato -suyo, buena pintura y gentil cabeza, con valona y ropilla, al cual es -necesario dar el tratamiento de _usarcé_. Tratándose de temperamentos -nerviosos, hay que postergarles á todos para dar diploma de honor al -de mi amigo, á quien frecuentemente es preciso reprender como á los -niños, para que se le quiten de la cabeza mil aprensiones y manías. Hay -quien le dice que todas estas _ruineras_ son pretexto de la pereza, y -se le receta para curarse una medicina altamente provechosa para el -médico, es decir, que se tome medio millar de cuartillas y que nos haga -una novela. Recuerdo una temporada en que dió en la flor de que se iba -á caer en medio de la calle, y salía con precauciones mil y temores -muy graciosos. Sus amigos le recetaban que se pusiese al telar. No -quería ni á empujones hacerlo; pero tanto se bregó con él, que el feliz -término de todo aquel desconcierto nervioso fué la encantadora novela -_De tal palo, tal astilla_. - -Para concluir. Es Pereda un hombre harto de bienestar, privilegiado -sujeto en quien concurren dones altísimos como su poderoso ingenio, que -le hace figura de primera magnitud en las letras españolas, su bondad y -nobles prendas, y todo lo demás que ensancha y florea el camino de la -vida. Por tener tan variados tesoros y ninguna pena, suele preocuparse -de pequeñeces, y las contrariedades del tamaño de piedrecillas se le -agrandan como montaña que obstruye el paso. Cualquier contratiempo -en la impresión de sus libros, la tardanza de un editor ó, _pinto el -caso_, la falta de cumplimiento del compromiso de un amigo, le hacen -cavilar, y ponen en apretadísima torsión todo el cordaje de aquella -incansable máquina de sus nervios. - -Por eso, si el no haber escrito estas líneas antes de ahora es causa -de que tú, desesperado lector, no hayas podido gustar antes este libro -campesino y esencialmente montañés, _El sabor de la tierruca_, flor -la más pura quizás del ingenio de Pereda, á tí antes que á él pido -perdón, aunque ambos hayan rabiado igualmente por culpa mía. Y no -siento yo la tardanza, sino que no haya acertado á decir todo lo que sé -sobre el originalísimo escritor y maestro incomparable que ha trazado -á la novela española el seguro camino de la observación natural. Su -influencia en nuestra literatura es de las más grandes que ha podido -haber, y la señalarán en toda su extensión el tiempo y la venidera -infalible justicia de las categorías literarias. Muchos le deben todo -lo que son, y algunos más de lo que parece. Si este escrito pudiera -ser largo, algo más diría yo que la brevedad me obliga á dejar de la -mano; cosas que tal vez no sean necesarias por ser sabidas de todo -el mundo, pero que yo quisiera indicar, porque sin indicarlas no me -quedo satisfecho. Y es que hablando de Pereda y subiéndole hasta donde -alcanzan mis fuerzas de sectario apologista, siempre me parece que no -le enaltezco bastante, y quisiera volver á emprender de nuevo la tarea -hasta ponerle más alto, más alto y donde debe estar. - - B. PÉREZ GALDÓS. - -MADRID, abril de 1882. - -[Ilustración] - - - - - EL SABOR DE LA TIERRUCA - - - - -[Ilustración] - - - - -I - -EL ESCENARIO - - -La cajiga aquélla era un soberbio ejemplar de su especie: grueso, duro -y sano como una peña el tronco, de retorcida veta, como la filástica de -un cable; las ramas horizontales, rígidas y potentes, con abundantes y -entretejidos ramos; bien picadas y casi negras las espesas hojas; luégo -otras ramas, y más arriba otras, y cuanto más altas más cortas, hasta -concluir en débil horquilla, que era la clave de aquella rumorosa y -oscilante bóveda. - -Ordinariamente, la cajiga (roble) es el _personaje_ bravío de la selva -montañesa, indómito y desaliñado. Nace donde menos se le espera: entre -zarzales, en la grieta de un peñasco, á la orilla del río, en la sierra -calva, en la loma del cerro, en el fondo de la cañada... en cualquiera -parte. - -Crece con mucha lentitud; y como si la inacción le aburriera, estira y -retuerce los brazos, bosteza y se esparranca, y llega á viejo dislocado -y con jorobas; y entonces se echa el ropaje á un lado y deja el otro -medio desnudo. Jamás se acicala ni se peina; y sólo se muda el vestido -viejo, cuando la primavera se le arranca en harapos para adornarle -con el nuevo; le nacen zarzas en los pies, supuraciones corrosivas -en el tronco, musgo y yesca en los brazos, y se deja invadir por la -yedra, que le oprime y le chupa la savia. Esta incuria le cuesta la -enfermedad de algún miembro, que, al fin, se le cae seco á pedazos, ó -se le amputa con el hacha el leñador; y en las cicatrices, donde la -madera se convierte en húmedo polvo, queda un seno profundo, y allí -crecen el muérdago y el helecho, si no le eligen las abejas por morada -para elaborar ricos panales de miel que nadie saborea. Es, en suma, -la cajiga, un verdadero salvaje entre el haya ostentosa; el argentino -abedul, atildado y geométrico, y el rozagante aliso, con su cohorte de -rizados acebos, finas y olorosas retamas, y espléndidos algortos. - -Pero el ejemplar de mi cuento era de lo mejorcito de la casta; y como -si hubiera pasado la vida mirándose en el espejo de su pariente la -encina, parecíase mucho á ella en lo fornido del cuerpo y en el corte -del ropaje. - -Alzábase majestuoso en la falda de una suavísima ladera, al Mediodía, -y servíale de cortejo espesa legión de sus congéneres, enanos y -contrahechos, que se extendían por uno y otro lado, como cenefa de la -falda, asomando sus jorobas mal vestidas y sus miembros sarmentosos, -entre marañas de escajos y zarzamora. - -Más fino lo gastaba el gigante, pues asentaba los pies en verde y -florido césped, y aun los refrescaba en el caudal, siempre abundante -y cristalino, de una fuente que á su sombra nacía, y que el ingenio -campesino había encajonado en tres grandes lastras, dejando abierto el -lado opuesto al que formaba la natural inclinación del terreno, para -que saliera el agua sobrante y entraran los cacharros á llenarse de la -que necesitaban. - -Al otro lado del tronco, no más distante de él que la fuente, habíase -cavado ancho y cómodo peldaño, capaz de seis personas, que la -fertilidad natural del suelo revistió bien pronto de verde y mullido -tapiz. Desde aquel asiento, lo mismo que desde la fuente, podía la -vista recrearse en la contemplación de un hermoso panorama; pues, como -si de propio intento fuese hecho, la faja de arbustos se interrumpía -en aquel sitio, es decir, enfrente de la cajiga, de la fuente y del -asiento, un gran espacio. - -En primer término, una extensa vega de praderas y maizales, surcada de -regatos y senderos: aquéllos arrastrándose escondidos por las húmedas -hondonadas; éstos buscando siempre lo firme en los secos altozanos. Por -límite de la vega, de Este á Oeste, una ancha zona de oteros y sierras -calvas; más allá, altos y silvosos montes con grandes manchas verdes y -sombrías barrancas; después montañas azuladas; y todavía más lejos, y -allá arriba, picos y dientes plomizos recortando el fondo diáfano del -horizonte. - -Subiendo sin fatiga por la ladera, y á poco más de cincuenta varas -de la fuente, de la cajiga y del asiento, se llega al borde de una -amplísima meseta, sobre la cual se desparrama un pueblo, entre grupos -de frutales, cercas de fragante seto vivo, redes de camberones, paredes -y callejas; pueblo de labradores montañeses, con sus casitas bajas, -de anchos aleros y hondo soportal; la iglesia en lo más alto, y tal -cual casona, de gente acomodada ó de abolengo, de larga solana, recia -portalada y huerta de altos muros. - -Á su tiempo sabrá el lector cuanto le importe saber de este pueblo, que -se llama _Cumbrales_. Entre tanto, hágame el obsequio de subir conmigo -al campanario, en la seguridad de que no ha de pesarle la subida. Y -pues acepta la invitación, vamos andando. - -Ya estamos en el porche de la iglesia. ¿Te llama la atención -el pórtico? Es bizantino: hay muchos como él en la Montaña. Lo -restante del templo es _trasmerano_ puro, y á retazos y por obra de -misericordia. Entremos en él. Pobreza como afuera, y el mal gusto -propio de la rustiquez de estas gentes. La Virgen con bata, lazos y -papalina; un Santo Cristo, no mala escultura, con zaragüelles; los -soldados de la Pasión, con botas y gregüescos; junto al Sagrario, -ramos de papel dorado; y en las columnas de los altares, no malos -ciertamente, litografías colgadas. (La intención ve Dios más que las -obras.) Un coro postizo, labrado á hachazos, y una mala escalera para -subir á él; desde el coro, otra, de dos tramos y al aire, para subir al -campanario. Valor... ¡y arriba! Ya llegamos. - -La altura del observatorio nos permite examinar el paisaje en todas -direcciones. ¡Hermoso cuadro, en verdad! La meseta llega, por el Oeste, -á la zona de sierras, y con ellas se funde cerrando la vega por este -lado. En el recodo mismo que forman la meseta y la sierra al unirse, -hay otro pueblo, recostado en la vertiente y estribando con los pies en -aquel extremo de la vega. - -El nombre le cae á maravilla: _Rinconeda_. - -Le envuelven por los flancos y la espalda espesos cajigales y -castañeras, que hacia la parte de Cumbrales se desvanecen en la faja -de arbustos ya descrita. Al Este, mengua la meseta, declina suavemente; -y cargada de caseríos, huertos y solares, se agazapa y desaparece -en el llano de la vega, la cual continúa en rápida curva hacia el -Noroeste, con su barrera de montañas, bajas y redondas desde Oriente -á Norte. Entre las _barriadas_ de Cumbrales, _llosas_ abrigadas; en -el suave declive occidental de la meseta, brañas, turbas y junqueras; -y en la llanura, otra vez prados y maizales, y el río, que, corriendo -de Poniente á Levante, los recorta y hace en el valle un caprichoso -tijereteo, mientras se bebe en un solo caño los varios regatos que -vimos deslizarse al otro lado de la vega. Más allá del río y de las -mieses, sierras y bosques; entre ellos y sobre los cerros cultivados, -pueblecillos medio ocultos, en alegre anfiteatro, y caseríos dispersos; -y por límite de este conjunto pintoresco y risueño, las montañas que -vuelven á crecer y cierran la vasta circunferencia al Oeste, donde -se alzan, en último término, gigantes de granito coronados de nieve -eterna, como diamante colosal de este inmenso anillo. - -Á la parte de allá de la sierra que domina y asombra á Rinconeda, -está la villa, de la cual se surten los pueblos que vemos, de lo que -no sacan del propio terruño. Enfrente, es decir, á este otro lado y -allende las montañas, está la ciudad. Hay más de seis leguas entre -ésta y la villa. Por último, detrás de esa gran muralla del Norte se -estrella el Cantábrico, camino de la desdicha para la mitad de la -juventud de esos pueblos, tocada de la manía del oro, que se imagina á -montones al otro lado de los mares. - -En la aldea en que nos hallamos abundan los viejos, anochece más tarde -y amanece más temprano que en el resto de la comarca. Hay alguna razón -física que explica lo primero por las mismas causas de lo segundo; -es decir, por lo elevado de la situación del pueblo. Pero es el caso -que los naturales de él han querido hacer de estas ventajas un título -preeminente, así como de ser sus mozas excelentes cantadoras, y sus -mozos, amén de apuestos, incansables bailadores, y diestros, sobre -toda ponderación, en tocar las _tarrañuelas_; y como acontece que en -el pueblo que está situado en el rincón de la vega, entre ésta, la -sierra y la vertiente de la meseta, anochece á media tarde, menudean -las tercianas, cantan las mozas como jilgueros y son los mozos grandes -jugadores de bolos y muy capaces de alumbrar una paliza al lucero del -alba, cátate que las dos aldeas vecinas viven siempre como el gato y -el perro, en perpetuo desafío, en constante provocación y en continua -burla. Porque, para colmo de contrariedades, las campanas de arriba -son grandes y sonoras, al paso que las de abajo son chicas y están -rajadas; en el pueblo en que nos hallamos hay dos casas de señores -pudientes; en el otro no hay una siquiera; las mieses de Cumbrales -son extensas, ricas y bien soleadas; las de Rinconeda, frías y -pequeñas; Cumbrales se administra por sí mismo, y tiene su alcalde, -sus regidores, su juez municipal y su escuela pública, en toda regla; -Rinconeda no tiene más que un pedáneo, porque es pobre fracción de un -municipio cuya capital está dos leguas de lejos; su cabaña, si no ha -de salir en verano del término propio, va cuando la llaman y á donde -la llevan los que mandan en la confederación; al paso que la de arriba -tiene su puerto, sus pastores, su toro y sus perros, y va y vuelve en -días y horas fijos. ¡Y cómo va y cómo vuelve! Rozando casi las barbas -de los vecinos de abajo, silbando los pastores, latiendo los perros y -cencerreando el ganado, de intento voceado y apaleado entonces para -que las reses corran y se atropellen, y de este modo sacudan de lo -lindo los cencerros. Tómanlo á provocación los de Rinconeda, y vénganse -propalando la especie de que ese lujo y otros tales hacen gastar al -pueblo autónomo lo que no tiene, y vivir en perpetua trampa, como señor -de pocas rentas y mucha _fantesía_. - -Como Cumbrales está tan alto, no bien el _ábrego_ (viento del Sur) -arrecia, andan las tejas por las nubes y las chimeneas por los -suelos, mientras los vecinos de Rinconeda, amparados del viento por la -sierra, dicen (según la fama) sobándose las manos y pensando en los de -arriba:--«¡Hoy sí que vuelan _aquéllos_!» Pero cesa el Sur y comienza -á llover á mares, y son verdaderas cascadas las laderas de la meseta y -de la sierra, con lo cual cada calleja del otro pueblo es un torrente, -y una isla cada casa; y dice la gente de arriba, acordándose del dicho -tradicional y malicioso de los de abajo:--«Esta vez _los_ barre el -agua, por _peces_ que sean.» - -Así anda todo encontrado y á testarazos en estas dos aldeas vecinas, -llenas, por lo demás, de gentes honradísimas, trabajadoras y -apreciables. Pero si entre los inquilinos de una misma casa hay -puntillos y rivalidades que encienden á menudo las iras y los odios, -¿qué mucho que suceda esto mismo y algo más entre dos pueblos -montañeses que viven, como quien dice, en la misma escalera, y son de -un mismo oficio y de la propia casta, y sólo se diferencian en que el -uno tiene un palmo más de tela que el otro en el faldón de la camisa? - -Y con esto, descendamos del campanario, pues he dicho bastante más de -lo que pensaba y hace falta en el presente capítulo, y volvamos á la -cajiga, que no á humo de pajas comencé por ella el relato; mas no sin -advertir que se la llama en Cumbrales _la Cajigona_, lo mismo que al -sitio que ocupa, que á la fuente y que al asiento á ella cercanos; es -decir, que «agua de la Cajigona» se llama á la de aquel manantial; -«vamos á la Cajigona» dicen los que se encaminan á sentarse á la sombra -de ella, y «prados de la Cajigona» se denominan los que la circundan. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -II - -Á MODO DE SINFONÍA - - -Comenzaba el mes de octubre; parecía el fresco retoño de la vega tapiz -de terciopelo, y las ya amarillas panojas se oreaban en los maíces -despuntados, dentro de la seca envoltura, que chasqueaba y crujía como -estrujado papel al secar sobre ella el calor del sol el rocío de la -noche. Andaba rayano el mediodía; inmóvil estaba el follaje mustio, -mal adherido á las ramas; podían contarse los árboles en el monte, por -lo cercanos que los fingía la vista, y el cielo, como barrido de nubes -en lo alto, las tenía amontonadas hacia el horizonte, revueltas las -blancas con las negras, las nacaradas y las rojas. - -Las témporas de San Mateo habían _quedado de Sur_; y, según el -almanaque montañés, así debía seguir el tiempo hasta las de Navidad; lo -cual vendría de perlas para secar el maíz y las castañas y asegurar -una excelente _pación_ á los ganados al _derrotarse_ las mieses. Y el -pronóstico se iba cumpliendo hasta entonces. Estaba, pues, el día como -de Sur en calma: bochornoso y pesado. No es de extrañar que á aquellas -horas gustara la sombra como en el mes de agosto. - -Tomábanla con notoria complacencia, sentados en el banco de la -Cajigona, dos sujetos: mozo el uno, en la flor de la juventud, -sombreado el rostro lozano por un bigotillo negro y brillante, con -el pelo de su cabeza, á la sazón descubierta, también negro y recio -y corto; la frente angosta y no mal delineada; la boca fresca y no -grande; los dientes blanquísimos y apretados; los ojos un tanto -asombradizos y curiosos, como de persona impresionable que se estima -en poco. Correspondía á la cabeza el cuerpo gallardo, y había soltura -y gracia en todos sus ademanes y movimientos. Vestía un traje holgado, -no cortado seguramente por el sastre de la aldea; y como el calor le -molestaba, había deshecho el leve nudo de la corbata y soltado el botón -del cuello de la camisa, por cuya abertura se entreveía su rollizo y -blanco pescuezo, sin barruntos de nuez ni asomo de costurones. - -El otro personaje no se le parecía en nada. Estaba marchito y ajado, -más que por la edad, por la incuria y el desaseo, que se echaban de -ver en su barba mal afeitada, en su ropa sucia, en sus uñas negras, en -su camisa deshilada y en sus dedos chamuscados por el cigarro. No era -su rostro desagradable; pero se reflejaba en él un espíritu dormilón y -perezoso. - -Este tal, quedándose con la apagada colilla del cigarro entre los -labios, llegó á decir al joven, que recorría con los ojos cielo, montes -y campiña: - ---¿Con que al fin, ahorcaste los libros? - ---Sospecho que sí,--respondió el mozo, recostándose en el campestre -respaldo sobre el lado izquierdo, y poniéndose á arrancar maquinalmente -con la diestra, yerbas y flores. - ---Has obrado como un verdadero sabio,--añadió el otro. - ---¿Por qué? - ---Porque nada hay que estorbe tanto como el saber. - ---¡Caramba! me parece mucho decir eso. - ---Pues es la verdad pura. No concibo el ansia de saber, por mera -curiosidad. - ---¡Oh! pues yo sí. - ---¡Mucho!... ¡y has arrojado los libros por la ventana! - ---No tanto, señor don Baldomero. - ---¡Cosa que más se le parezca!... - ---Dejar los estudios, no es tomarlos en aborrecimiento. - ---Tampoco en estimación, amigo Pablo. - ---Pero como dice usted que el saber estorba... - ---Y lo repito; y aun te añado que el deseo de saber no es otra cosa, en -mi concepto, que un afán que hay en las gentes de meterse en lo que no -les importa. - -Asombróse el joven; miró al nombrado don Baldomero, y atrevióse á -responderle, no muy seguro de tener razón, pero sí de decir lo que -sentía: - ---No creo yo, ni creeré nunca, que el saber sea un estorbo: antes -admiro y reverencio á los hombres que saben; pero me conozco ¿está -usted? y porque me conozco, sé que no he nacido para sabio ni para -mucho menos. - ---Luego te estorban los libros. - ---No, señor: me estorban los que me daban en la Universidad; me estorba -la Universidad misma, porque cada hombre nace con sus inclinaciones, y -las mías no van hacia ese lado. Por lo demás, yo he estudiado mucho, -créame usted, don Baldomero, ¡muchísimo! Me he pasado noches en claro -y semanas en vilo, porque, al cabo, tiene uno amor propio; y, gracias -á estas faenas, no he perdido el tiempo, es decir, he ganado todos los -cursos; pero esto no es estudiar ni aprender, ni siquiera aprovechar el -tiempo. - ---Ergo la borrica tiene sabañones. - ---Ni asomo de ellos, señor don Baldomero... digo, créolo yo así; y -verá usted por qué. Yo tenía condiscípulos que parecían cortados para -aquella carrera: sueltos de palabra, finos de entendimiento... ¡me -embobaba escuchándolos, y me aturdía viéndolos bullir y revolverse y -cautivar los ánimos! Serán grandes jurisconsultos; brillarán en el -foro; escribirán libros; irán á las Cortes... y hasta serán ministros, -sí, señor, porque lo valen y lo merecen; pero estas prendas las da -Dios, y á mí no me alcanzó ninguna de ellas en el reparto; y no -alcanzándome, me gusta que las luzca el que las tiene; y, aunque las -admiro, no las envidio, por lo mismo que me conozco... Mire usted, -hombre, no es vanidad; pero creo que no se me altera el pulso si me -hallo cara á cara con el lobo en un callejo del monte; y entro en -cátedra, y tiemblo delante del profesor; colgado de la última rama -con una mano, y con el hacha en la otra, desmocho una cajiga, si es -preciso, sin que me asuste la altura ni el trabajo me fatigue; y entre -mis compañeros de clase soy torpe, encogido y flojo; en las calles -tropiezo con los transeuntes y los coches, y el ruido y el movimiento -me marean, y las casas enfiladas me entristecen, en el teatro me duermo -y en la posada me ahogo; y en la posada, y en la calle, y en el -teatro, y en la cátedra, yo no pienso en otra cosa que en Cumbrales, -y en cuanto hay en Cumbrales, y en esta cajiga, y en este banco, y en -esta sombra, y en esta fuente... - ---Justo: en la _vita bona_. - ---¡Le digo á usted que no! Lo que sucede es que esta cajiga, y este -banco, y esta fuente y cuanto los ojos ven desde aquí y pueden abarcar -desde lo alto del campanario, lo tengo yo metido en el alma, con la -rara condición de que cuanto más me alejo de ello, más hermoso lo -veo... En fin, hombre, hasta oigo las campanas de la iglesia, y huelo -el hinojo de estas regatadas. ¿Quiere usted más? - ---¡Coplas, coplas, hojarasca... poesía huera! - ---¡Si parece mentira lo que se ve desde lejos, mirando hacia la -tierruca con los ojos del corazón! Si es en abril y mayo, jurara que -veo á mis convecinos arando en la vega, ó moliendo los terrones con -los cuños del rastro, ó cubriendo los surcos después de la siembra; -si es en junio, cuando ya verdeguea el maíz sobre el fondo negro de -la heredad, que oigo los cantares de las salladoras, y que las veo en -largas filas, con el sombrero de paja, la saya de color y en mangas de -camisa. ¡Pues dígote en agosto! Los maíces con pendones ya, y entre -maizal y maizal, los segadores tendiendo la yerba del prado, con sus -colodras á la cintura, y las obreras deshaciendo el _lombío_ con -el mango de la rastrilla, ó atropando con ella la yerba oreada, y -amontonándola en hacinas... y luégo entrar el carro con sus horcas y -dobles teleras; y horconada va y horconada viene; la moza de arriba, -acalda que te acalda, y otras, desde abajo, peina que te peina la -carga con la rastrilla; y la carga, sube que sube y crece que crece, -hasta que debajo de ella no se ven ni el carro ni los bueyes; y eche -usted las tres cordadas, y arrímese al testuz de las bestias, ahijada -en mano, y lléveme á pulso aquella balumba por cuestas y callejones -sin entornarla; y _empayémela_ usted con aquella porfía entre el que -descarga la yerba y el hormiguero de gente que la toma al boquerón -del pajar, y la lleva hacia dentro y la acalda, sin que pelo quede de -una horconada al boquerón cuando otra nueva viene del carro; porque -ignominia fuera para los que empayan, no dar abasto al descargador. -Pues que avanza octubre y se coge el maíz; y deme usted las deshojas, -y tómate la siega del retoño, y el derrotar las mieses... ¡como si -lo tuviera delante, don Baldomero; lo mismo que si lo tocara con las -manos, veo yo todo esto y mucho más en cuanto me alejo de aquí! Lo -veo, lo palpo... y lo huelo; porque no me negará usted que, en punto á -olores, éstos del campo de Cumbrales parece que vienen de la gloria. - ---¡Echa, hijo, echa, que ya te vas enmendando! Túvete antes por poeta, -y ahora me pareces loco, si es que ambas cosas no andan siempre en una -pieza. - ---¡Poeta y loco por lo que le cuento á usted? - ---¿Y qué es lo que me cuentas, ¡oh Pablo amigo! sino lo que se lee en -coplas y romances de gentes desocupadas y soñadoras? - ---Será que no me he explicado yo bien. ¡Si uno supiera decir todo lo -que siente y del modo que lo siente! - ---¡Para el demonio que te escuchara entonces! Desengáñate, Pablo: por -muchas vueltas que des á esas pinturas, no pasan de hojarasca, y, en -substancia, haraganería pura. - ---¡Cáspita! eso sí que no... digo, paréceme á mí. Andaría usted cerca -de la verdad, si todas esas cosas me entusiasmaran á ratos, ó en los -libros, ó vistas desde mi casa, muy arrellanado en el sillón; pero -usted sabe muy bien que no hay faena de labranza ni entretenimiento -honrado aquí, en que yo no tome parte como lo pueda remediar, y que -tengo cinco dedos en cada mano como el labrador más guapo de Cumbrales; -y ha de saber desde ahora, si antes no lo ha presumido, que quisiera -perder el poco respeto que tengo á la levita de la casta, para hacer -muchas cosas que hoy no hago por el qué dirán las gentes. Si esto es -afán de holganza, holgazán soy sin propósito de enmienda; pero sea lo -que fuere, esto es lo que me gusta, y para ello me creo nacido; con lo -cual vuelvo al tema de antes: que no me estorban los sabios. Ni ellos -sirven para la vida del campo, ni yo para la del estudio; porque Dios -no ha querido que todos sirvamos para todo. Cada cual á su oficio, pues -no le hay que, siendo honrado, no sea útil; y útiles y honrados podemos -ser, ellos en el mundo con la pluma y la palabra, y yo en Cumbrales con -mis tierras y ganados... y en Cumbrales me quedo; porque mi padre, que -nunca quiso hacerme sabio á la fuerza, piensa como yo, tiene amor á sus -haciendas, y no le pesa que otro se encargue de administrarlas bien -cuando él no pueda atenderlas... Y aquí tiene usted todo lo que hay -acerca del particular. - -Calló el joven, dicho esto; y cuando ya no había al alcance de su mano -derecha flores ni yerbas que arrancar, cambió de postura en el asiento; -recorrió vega y horizontes con la vista, y comenzó á golpear con las -rodillas, estiradas las piernas, las manos y el sombrero que metió -entre ellas. No había hablado para porfiar ni para convencer, sino para -decir lo que sentía, y le tenía sin cuidado lo que pudiera replicarle -don Baldomero. - -El cual, después de rascarse la cabeza por debajo del sombrero, que -quedó ladeado, lanzó de un soplido la colilla que saboreaba rato hacía -entre sus labios, tendióse sobre la nuca después de envolverla en sus -manos entrelazadas, y exclamó: - ---¡Música celestial! - -Pablo se encogió de hombros, y continuó devorando con los ojos cielo, -montes y llanuras. - ---Y nada más que música--continuó el otro;--porque si admito que te -animan propósitos de trabajo y no de holganza, y te cambio el apodo de -poeta por el de guapo chico, lejos de probarme, en cuanto has dicho, -que el saber vale para algo, has demostrado lo contrario con lo que has -hecho. - ---Pues no sé explicarme mejor,--dijo Pablo. - ---No lo haces del todo mal para los años que tienes--replicó don -Baldomero.--La dificultad está en la cosa misma, que por sí es -indefendible. Y si no, dime, ¿qué demonios de tajada saca el mundo con -que un sabio le diga, después de estarse despistojando veinte años, -encorvado detrás de un telescopio: «Yo veo en el cielo una estrellita -más que ustedes?...» Pues á mí me sobran más de la mitad de las que hay -en él á la vista... y á tí también, Pablo. Que va á aparecer un cometa -el mes que viene... Pues ya le veremos cuando aparezca; y si no hemos -de verle, ¿de qué sirve el anuncio? Que el sol pesa tantos millones -de quintales... Pues dele usted memorias. Que si Aristóteles dijo ó -Platón sostuvo, ó que si el pensamiento antes ó si la palabra después, -ó viceversa; y allá van pareceres, y disputas... y linternazos... ¿No -es esto sandio, y ridículo y estúpido? Pues vengamos á lo práctico, á -lo que se llama _ciencias de primera necesidad_: la física, la química, -la mecánica... ¡afán, como te dije al principio, de meternos en todo -lo que no nos importa! Que se acostumbre el hombre á vivir con lo que -tiene á sus alcances, y verás cómo no se le da una higa por toda esa -batahola de conquistas científicas con que tanto se pavonea el presente -siglo. - ---¿De manera que usted está por el tapa-rabo?--dijo Pablo. - ---Lo que estoy es cada día más satisfecho de no conocer el tormento de -la curiosidad; y bien sabes que predico con la fe de la experiencia. -Mi padre, que todo lo funda en la ley del progreso porque estuvo -en Luchana con Espartero, tuvo el mal acuerdo de gastar su paga de -retirado y las rentas de su hacienda, en darme la carrera de abogado, -porque tenía gran empeño en hacerme hombre de pluma y de palabra, para -luchar por la causa de la libertad en el campo de las ideas, después de -haber vencido él á la tiranía en el de batalla; pues no hay quien le -saque de que entre el Duque y él, solitos, vencieron al «perjuro.» En -vano le dije lo mismo que te he dicho á tí, y hasta le rogué que no me -sacara de estos andurriales para meterme en aventuras que no cuadraban -con mi carácter. Tuve que obedecerle; y á empujones y de mala gana, -llegué á tener el título de abogado: como si me hubieran dado una copla -de á dos cuartos. Si las causas eran feas, no me encargaba de ellas por -repugnancia; si eran dudosas, porque no quería calentarme los cascos -buscando una razón que no me importaba dos cominos; y si el derecho -estaba claro, proponía un arreglo entre las partes para ahorrarnos -tiempo, desvelos, honorarios y disgustos. Con este sistema me -desacredité en un año; borréme de la matrícula por falta de negocios, -y diéronme, á ruegos de mi padre, la secretaría de este Ayuntamiento. -Tampoco debí de hacerlo muy bien en este cargo, porque á los diez y -ocho meses me le quitaron, so pretexto, no mal fundado, de que no había -en los libros municipales una sola acta escrita desde que estas cosas -corrían de mi cuenta. ¡Si vieras, Pablo, qué feliz soy desde entonces, -es decir, desde que, libre de todo cuidado, como el ollón patrimonial, -y visto y fumo con lo poco que le sobra en su bolsa verde al héroe de -Luchana! Y como éste se ha convencido de que yo no nací para otra cosa, -y le acompaño sin serle muy gravoso, déjame vivir así, «ni envidioso -ni envidiado,» como dicen que dijo un fraile poeta. - ---Corriente; pero usted se halla bien así porque ese es su genio, y -otros, porque le tienen distinto, no podrían con la vida que usted trae. - ---Pues eso es, Pablo amigo, lo que yo no comprendo; es decir, que el no -hacer nada ni pensar en nada ni apurarse por nada, pueda ser incómodo -á ninguna persona que tenga sentido común. Ahí tenemos ahora, á dos -pasos de nosotros, las partidas carlistas: gentes hay en este pueblo -que aseguran haber oído los tiros á la parte de allá del monte, y -acaso tengan razón. Que vienen, que no vienen; que pasarán ó que no -pasarán por aquí; que son muchos, que son pocos; que cobardes, que -valientes; que buenos, que malos; que si triunfan, que si corren; y -todo se vuelve indagar y preguntar; y aquí temores, y allá esperanzas, -y acullá porfías, y en todas partes la curiosidad y el ansia. ¿Y para -qué, señor? Españoles somos todos, y á quien Dios se la diere, San -Pedro se la bendiga. Que gane Juan ó que gane Diego, de mí no se ha de -acordar nadie para sentarme á la mesa. Pues dejemos rodar la bola; y -cuando pare, ella, por la cuenta que le tiene, nos dirá en dónde. ¿Á -quién aprovecha la saliva que se gasta en disputas y el sueño que roban -miedos y desazones? ¡Pues dígote mi padre! ¡Qué vida la suya, Dios -eterno, desde que se armó de nuevo la guerra civil! ¡Qué invocar al -Duque y á los manes de Riego y del Empecinado! ¡Qué bruñir el espadón -de Luchana, y soñar con tajos y mandobles al perjuro, y renegar de los -años que le amarran al hogar cuando la patria peligra y el faccioso -bravea! ¡Y qué de ponerme á mí de mal hijo y de mal patriota porque me -río de sus afanes y me duermo tan tranquilo al son de los cañonazos! -Ahora le ha dado por revolver el pueblo para ponerle en armas, por -si el caso llega. Hoy anda hecho una pólvora con las bolas que han -corrido. ¡El demonio es el entusiasmo de la curiosidad! - -En esto se oyó la campana mayor de la iglesia. - ---Al mediodía tocan ya,--dijo Pablo levantándose. - ---Pues cata á mi padre volcando la puchera,--respondió don Baldomero, -sacudiendo su pereza y poniéndose de pie. - -Y ambos, jugueteando Pablo con el sombrero y dándose aire con él, y don -Baldomero con el suyo echado sobre una oreja y las dos manos hundidas -hasta cerca de los codos en los rasgados bolsillos del pantalón, -tomaron el sendero cuesta arriba. Á la mitad de ella se dividía éste en -dos, formando una Y. - -En el vértice del ángulo dijo Pablo, que iba delante, volviendo un poco -la cara hacia don Baldomero: - ---Que aproveche. - ---Lo mismo digo,--respondió el otro. - -Y Pablo tomó por el lado derecho, y don Baldomero por el izquierdo, -porque sus respectivas casas estaban en opuestos extremos de un mismo -barrio del lugar. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -III - -ALGO DEL ASUNTO - - -Alzábase la iglesia de Cumbrales sobre un tumor del terreno, ó -montículo de roca viva, mal cubierto de menuda y fragante vegetación, -que, á modo de manta de pobre, roída y desgarrada á trechos, por los -agujeros y desgarraduras dejaba asomar las que pudieran llamarse -coyunturas del peñasco. Era éste de suave y bien entendido acceso por -todas partes, y ocupaba el centro de una llanura, especie de plaza -circundante, cruzada de camberas y senderos que partían el rústico -suelo en caprichosas porciones geométricas. De éstas, unas estaban -pobladas de árboles, no muy corpulentos, pero de ancha copa; otras, -las de mayor relieve, adornadas de espesas cenefas de zarzas y saúco, -y todas ellas tapizadas de fino y apretado césped, sobre el cual -descollaban, aquí y allá, la menta silvestre, el enano poleo, la malva -bienhechora y el desabrido cardo. Hubiera sido este pintoresco espacio -algo como lo que hoy se llama un _parque á la inglesa_, con caminos -menos ásperos y pedregosos, y sin las ortigas y jaramagos que hacían -ingrato y peligroso al tacto lo que seducía y enamoraba á los ojos. - -Ocupaba parte de uno de los lados menores de esta plaza, que tendía á -la forma rectangular y se llamaba en Cumbrales _Campo de la Iglesia_, -la taberna, con su corro de bolos á la trasera, encajado entre cuatro -paredillas que se saltaban de un brinco, y éstas y el corro encerrados -en sendas hileras de añosos álamos que amparaban del sol en verano á -los jugadores, y no los privaban de su dulce calor en las breves tardes -del invierno. Otro lado, de los mayores, al Mediodía, le formaban, -aunque con muchas sobras de terreno, las casas consistoriales y la -escuela pública; y los dos restantes, al Saliente y al Norte, huertos -y corrales de la barriada principal, que tenía tres salidas á la plaza -por este último lado. - -Por una de estas callejas, la de en medio, entró Pablo. Anduvo muy buen -trecho entre muros y vallados, aquéllos entretejidos de yedra, y éstos -erizados de bardales, y llegó á desembocar en un _campuco_, á modo de -plazoleta, cuyos dos frentes estaban ocupados por sendas portaladas -que parecían gemelas: tan idénticas eran entre sí. Cada una de estas -portaladas daba ingreso á un corral espacioso, en el que se alzaba una -casa grande, de larga solana y amplísimo soportal de grueso poste en el -centro; cuadras adyacentes, cobertizos inmediatos, huerta al costado, -y todo lo de rigor y carácter en estas viviendas de _ricos de aldea_, -tantas veces descritas por esta pluma pecadora. - -Pablo se acercó á la portalada de la derecha, cerca de la cual -desembocaba la calleja que había seguido; y antes de poner la mano en -el contrahecho barril del picaporte, abrióse el postigo y apareció en -el hueco una muchacha como unas perlas. Negros eran sus ojos, dulces -é insinuantes; la tez morena; el rostro oval y un tanto aguileño; la -frente, sin _flequillos_ ni otros pingajos de la moda, tersa y bien -delineada, perdíase en lo más alto entre flotantes ondas lustrosas de -una cabellera tan negra como los ojos y las pulidas cejas; los labios, -húmedos, un poco gruesos y no tan apretados que no dejasen entrever dos -filas de dientes blanquísimos y menudos. Sobre los hombros redondos -llevaba una pañoleta roja, de largos flecos, prendida sobre el curvo -seno con un broche que á la vez aprisionaba un manojito de malvas de -olor y pencas de albahaca. Una sencillísima bata de percal de largos -pliegues la envolvía el gallardo cuerpo sin oprimirle ni desfigurarle. - -Asombróse Pablo al verla, y exclamó, mirándola de hito en hito: - ---¡Ana!... ¿qué milagro es éste? - ---¿Dónde está el milagro?--respondió Ana mirando á Pablo también y -remedando su asombro con un expresivo gesto entre risueño y burlón. - ---En andar tú por aquí--repuso el mozo con la sinceridad inocentona que -le era peculiar; y añadió con la misma:--¡Si te viera tu padre!... - ---¡Pues atúrdete, Pablo!--exclamó Ana con picaresca solemnidad:--de su -parte vine. - ---¡De su parte? - ---Como te lo digo. - ---Pero ¿á qué viniste? - ---¿Á qué venía otras veces? Á ver á mi padrino, á ver á tu madre, á -ver á María... y á verte á tí, simplón,--añadió Ana, tirándole á la -cara una hoja de malva, que había tenido entre sus labios, después de -quitarle el rabillo con los dientes. - -Pablo no hizo más caso de la hoja que de los mosquitos que zumbaban en -el aire. Verdad es que tampoco Ana tomó á pechos la indolencia de Pablo. - ---No te creo--insistió éste.--Cuando ha habido monos entre tu padre y -el mío, jamás han acabado de repente. - ---Y ¿quién ha dicho que hayan acabado así esta vez? - ---Tú, cuando vienes á vernos de parte de tu padre. - ---Es verdad que vengo; pero con su cuenta y razón, hijo. - ---Eso es otra cosa. - ---¡Vaya si lo es!... Y en prueba de ello, escucha. Esta mañana me dijo -mi padre, paseándose á lo largo de la sala: «¡Estos genios, Ana, estos -genios!...» y como yo sé, por experiencia, que por ahí comienza él -siempre á reconocer las flaquezas del suyo y á buscar la paz... ¿Sabes -tú, Pablo, por qué había guerra ahora entre tu padre y el mío? - ---No por cierto, Ana. - ---Pues tampoco yo. ¡Como estos nublados vienen tan á menudo, tan de -repente y tan sin motivo!... Siempre que trata de explicármelos, me -dice lo mismo: que tu padre es duro de frase, que le contraría, que le -acosa y que, por conclusión, le injuria... ¡á él, que va siempre con -el compás en la lengua y el corazón en la mano!... No te diré que en -lo primero no yerre; pero puedo jurar que en lo segundo dice la pura -verdad. Ello es que el buen señor toma estos lances como cuestión de -honra; que los toma cada quince días, y que siendo capaz de dejarse -desollar vivo por el bien de todos y cada uno de vosotros, se aisla, -se encierra, no come, no duerme, y hasta la sombra de esta casa le -estorba como el mayor enemigo... y lo peor del caso es que yo tengo que -seguirle el humor. Fortuna que ya todos nos conocemos, porque la maña -es tan vieja como tu padre y el mío... ¿En qué estábamos antes, Pablo? - ---En que mi padrino te dijo esta mañana... - ---Es verdad. Me dijo: «¡Estos genios, Ana, estos genios!...» Hay que -advertir que, tres días hace, tuvo carta del marqués de la Cuérniga, el -cual señor no suele escribirle sino cuando le necesita; y es también -de saberse que después de recibir la carta ha hablado dos veces con -_Asaduras_, señales todas, Pablo, de nuevas borrascas, pero también de -que á mi padre le convenía intentar una reconciliación con el tuyo. -Ello es que con esta sospecha y las palabras que le oí, apretando, -apretando, obliguéle á declarar que estaba dispuesto á hacer las paces -de cualquier manera, y que quería verse con tu padre, si éste se -prestaba á recibirle. Tomé el asunto á mi cargo, vine aquí, hablé con -tu padre, abracé á María y á tu madre, charlé con ellas hasta quedarme -sin saliva en la boca... en fin, hombre, viví en una hora lo que había -penado en quince días. - ---¿Y mi padre? - ---Tu padre, diciéndome: «pues por mí no ha de quedar,» tomó el -sombrero y se fué á mi casa. - ---¿Y en qué paró la entrevista? - ---Eso es lo que yo no sé, porque mi padrino no ha vuelto todavía, y -hace más de dos horas que está con el tuyo. - ---¡Siempre lo habrán puesto peor que estaba! - ---Me lo voy temiendo; y por eso me largo á enmendarlo en lo que -pueda. ¡Ay, qué genios, Pablo! No, pues yo te aseguro que de hoy en -adelante no he de pagar culpas ajenas. ¿Riñen? Que riñan. Vosotros y -yo tan amigos como siempre. ¿No es cierto? Á buena cuenta, ya tengo -el desahogo que acabo de darme. ¡Ay, Pablo! no me cabía ya más en el -corazón... Porque yo le doy esta cruz al más valiente, y á ver cómo la -lleva. - ---La verdad es, Ana, que no se creerían esas cosas á no verlas. ¡Dos -familias que tanto se quieren, vivir en perpetua enemistad por un -quítame esas pajas! Malo por lo que á uno le duele, malo por el bien -que no se hace, y peor por el escándalo que se da. - ---¡Los genios, Pablo, los genios! - ---Dí el genio, Ana... porque el de tu padre es insufrible por -quisquilloso y aprensivo. - ---¡Ingrato! ¡Bien haya lo que te quiere! - ---Y bien sabe Dios cómo se lo pago. Por eso me duelen tanto estas -cosas, Ana. - ---¡Pues qué diré yo de mí, Pablo? Tú, al fin, cuando vienen estas -borrascas, esparces al aire libre la parte que te toca de ellas, y -dentro de tu casa tienes con quién hablar, con quién reir... Yo no -tengo nada de eso; ni siquiera el recurso de disculparos, porque se -toman las disculpas á parcialidad, y lo pongo peor. Hay que dejar la -tormenta que se desahogue por sí ó por obra de una casualidad que á -veces tarda un mes en presentarse; y, en tanto, soledad y cárcel... y -paciencia; porque, al cabo, él es quien es, y bueno y cariñoso hasta -tal extremo, que yo no sé qué le atormenta más en sus arrechuchos, si -el dolor de la supuesta ofensa, ó la pesadumbre de vivir sin trato -con los que le han ofendido. ¿No te parece, Pablo, que debiéramos -conjurarnos todos contra esa mala costumbre?... Que se alborotan -ellos... Pues nosotros como si tal cosa: yo á vuestra casa, y vosotros -á la mía. - ---Ya se ha intentado ese medio alguna vez. - ---Pero sin arte, Pablo, y sin resolución: al primer bufido de mi padre, -no se os ha vuelto á ver por allá. - ---Ni á tí por acá, Ana. - ---Porque me dejáis sola enfrente del enemigo, ¡caramba! Pero ayudadme -un poco y veréis cómo le venzo y hasta hago imposibles esas guerras -que me acaban... ¡me acaban, Pablo! Por eso quiero que ésta sea la -última; y lo será, ó perezco en ella... Con que hazme el favor de no -entretenerme, y déjame pasar, que estoy perdiendo un tiempo precioso. - ---Pues rato hace, Ana, que tienes despejado el camino; y por donde te -agarro yo, el diablo me lleve. - -Miróle Ana por debajo de las cejas, fruncidas por efecto de una sonrisa -burlona en que envolvió toda su hermosa y picaresca faz, y le tiró con -otra hoja de malva que había arrancado poco antes del ramillete del -pecho. - ---Hijo, ¡qué peste eres también... á tu modo!--dijo al mismo tiempo. - -Y recogió los pliegues delanteros de su falda con ambas manos; y, ágil -y esbelta, partió hacia su casa, atravesando el campuco como diz que se -deslizan las ninfas sobre las ondas del lago. - -Pablo, sin darse por entendido de este hecho ni de aquel dicho, entró -en el corral y cerró la portalada. De modo que cuando Ana llegó á la -suya no tuvo en qué satisfacer la curiosidad que le hizo volver la -cabeza hacia la portalada de enfrente, y quedaron allí perdidas, por -falta de recibo, una mirada y una sonrisa que se hubieran disputado á -estocadas los galanes de Lope y Calderón. - -Como su padre andaba aún fuera de casa, Pablo, antes de subir á ella, -quiso darse una vuelta por las cuadras, á la sazón punto menos que -vacías. Sólo dos parejas de bueyes y algunos ternerillos había al -pesebre. El resto del ganado, pocos días antes llegado del puerto, -andaba al pasto en el monte al cuidado del pastor del lugar, que lo -recogía por la mañana y lo entregaba al anochecer. La disposición de -aquellas cuadras era obra del magín de Pablo, y acuerdo suyo también -el régimen á que en ellas estaba sometido el ganado. Natural era la -satisfacción que el mozo sentía, viéndole tan gordo y lozano, en -pasarle la mano por el lomo, en llamar á cada bestia por su nombre, -en increpar duramente á la que no comía hasta limpiar el pesebre, y -en confundirla con el ejemplo de la que no dejaba en el fondo ni la -_grana_. Pues ¿y los becerrillos? Horas se pasaba con ellos rascándoles -el testuz y dándoles palmaditas en la cara. ¡Y cómo se arrimaban ellos -á él, y le miraban con sus ojazos bonachones, y se iban adormeciendo -poco á poco con el cosquilleo y presentando la cerviz para que también -se la rascara; y después las orejas, y luégo el pescuezo, y vuelta al -testuz y á la cara! Y cuando se cansaba Pablo, la mimosa bestezuela -le golpeaba suavemente con la cabeza, le lamía las manos y tornaba á -presentarle la cerviz. Lo cierto es que, fuera del corderillo, no hay -otro animal de faz más atractiva ni que más se haga querer. - -Mientras nuestro mozo se entregaba á estos entretenimientos, arriba -aguardaban su madre y su hermana, con la mesa puesta y haciendo labor -cerca de ella, el resultado de la entrevista de los dos compadres; -lance que las tenía sumidas en graves aprensiones, bien reflejadas en -el desasosiego de que ambas estaban poseídas. - -Sentábale á maravilla esta inquietud á la joven, cuyo nombre ya -conocemos por boca de Ana; pues daba viveza y grande expresión á su -fisonomía, de ordinario, aunque bella por lo correcta y frescachona, -mansa y serena, como esas noches de verano sin rumores, sin frío -ni calor, que se contemplan con gusto, pero en perfecto reposo -del espíritu y del cuerpo. Sus ojos negros, más meditabundos que -habladores, brillando á la sazón con vivo fuego sobre el rosado -cutis, y sus labios húmedos, graciosamente contraídos, pregonaban -interiores batallas, señal de que en aquel lago apacible también -cabían agitaciones y tempestades. Representaba la edad de Ana, y con -la sencillez de ésta vestía, aunque no con tanto donaire, porque éste -no es obra de las perfecciones plásticas y esculturales que abundaban -en María acaso más que en Ana, sino de un misterioso equilibrio de -proporciones y de sensibilidad entre el alma y el cuerpo, don de la -naturaleza que no se adquiere por conquista. - -Cuanto puede parecerse una rama al tronco de que procede, se parecía -nuestra joven á su madre, _señora de aldea_, sana y bien conservada, -sin afeites ni aliños exagerados; antes bien, peinada y vestida con tal -sencillez y modestia, que sólo en lo pulido de su cutis, señal de que -éste andaba lejos de las injurias del trabajo al aire libre, revelaba -la jerarquía. Verdad es ésta de la sencillez y modestia en el ordinario -arreo, propia no sólo de las señoras de labradores ricos montañeses, -sino también de las damas de alto copete, si son muy apegadas al -terruño natal. Digámoslo en honra de la Montaña y de las montañesas. - -Poco hablaban madre é hija; y eso poco en frases breves entre largos -espacios de silencio, para apuntar una sospecha ó fundar una esperanza. -El tema era siempre el mismo: lo que tardaba el ausente y lo que podía -significar la tardanza. - -Al cabo, se oyeron pasos en la escalera y apareció Pablo en la sala, -y poco después, su padre. Representaba éste, y yo sé que los tenía, -más de cincuenta años; no era muy alto, pero fornido y sano; de rostro -abierto y noble; limpio y frescote y bien afeitada la espesa y recia -barba; corto, áspero y muy apretado aún el pelo gris de su cabeza; -lento y bien aplomado en el andar; los brazos un tanto arqueados; las -manos anchas, musculosas y entreabiertas; la voz sonora, varonil y bien -entonada; el traje holgado, de buen género, pero de modesta corte. - ---Vamos á comer, que harto habéis aguardado,--dijo al entrar, mientras -su mujer y su hija se levantaban á recibirle. Y no dijo más por -entonces, ni en su semblante pudieron leer nada las curiosas miradas de -su familia. - -Se sirvió la sopa; sentóse el patriarca á la mesa; bendíjola, según -costumbre, después de ocupar cada cual su puesto; y andábase muy cerca -ya del clásico estofado, cuando aquél refirió en compendio lo que el -curioso lector hallará más adelante con los debidos pormenores. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -IV - -PELOS Y SEÑALES - - -Pedro Mortera y Juan de Prezanes, vástagos de las dos familias más -ricas y antiguas de Cumbrales, ligadas siempre por amistoso vínculo, -¡caso raro en este país de quisquillas y reconcomios! Juan de Prezanes, -repito, y Pedro Mortera, eran inseparables camaradas. Pero Juan -era suspicaz, impetuoso y avinagrado de genio, y Pedro cachazudo y -reflexivo. Éste, en sus juegos infantiles, gustaba de lo seguro y -fuerte; aquél de lo más fácil, siempre que fuera nuevo, breve y vario: -el uno era muy inclinado á los trabajos rústicos y á los esparcimientos -campestres; el otro á fisgonear murmuraciones y á comentar dichos de -las gentes: Pedro era todo observación y método; Juan sentimiento, -nervios y palabra. Sólo se parecían ambos muchachos en la bondad del -corazón y en estar siempre dispuestos á dar la pelleja el uno por el -otro; así es que jamás hubo avenio entre ellos en cuestiones de gusto, -y se pasaron lo mejor de la infancia refunfuñando, cuando no á la -greña, pero queriéndose mucho. - -Juntos fueron después á estudiar á la ciudad; juntos vivieron en ella, -y al mismo estudio se dedicaron. Pedro se cansó de los libros á los dos -años, y se volvió á su pueblo. Juan continuó los estudios, y fué á la -Universidad y llegó á ser abogado. Pedro, en Cumbrales, se consagró á -la labranza con verdadera afición, y mejoró mucho la hacienda que, ya -mozo, heredó de su padre. Juan, huérfano también poco después de volver -de la Universidad, y sin las aficiones de su amigo, puso en renta las -tierras que cultivaba su padre, y en aparcería los ganados que halló -en las cuadras (parte mínima de los bienes que heredó), y abrió en -Cumbrales su estudio, por no aburrirse. - -Fuera de los de la villa, no había otro abogado que él en toda la -comarca; de manera que bien pronto le sobraron los negocios y las -desazones. Las desazones, porque cada contrariedad le producía una -mayúscula; y las contrariedades, verdaderos gajes de su oficio, -menudeaban á maravilla, y su carácter, lejos de mejorar con los años, -cada día era más vidrioso y quebradizo. - -Por la índole misma de su profesión, se puso en contacto con nuevas -gentes y nuevas cosas; y como sus ímpetus geniales le llevaban siempre -mucho más allá de sus propósitos, necesitando ancho terreno y fuertes -aliados para vencer en los grandes apuros de sus batallas, dejóse -arrastrar fácilmente de los que le brindaron con aquellas ventajas, -y que, en rigor, iban buscando su legítimo influjo en la comarca, al -precio de unas cuantas lisonjas bien aderezadas. - -De este modo llegó á ser don Juan de Prezanes un cacique de gran empuje -en el distrito, y un enredador de dos mil demonios; pues, conocido el -flaco de su carácter, no solamente lograron los seductores interesarle -con alma y vida en todo linaje de intrigas, sino hacerle creer que era -capitán y bandera á la vez, cuando, en substancia, no pasaba de ser la -mano del gato, menos que soldado de filas en aquella tropa de polillas -del bien público. - -Que estas cosas y otras de parecido jaez sacaban de quicio á su -verdadero y único amigo, no hay para qué decirlo; ni son de mencionar -tampoco las tempestades que las cuerdas advertencias de don Pedro -Mortera producían en el ánimo del impetuoso don Juan de Prezanes. Era -éste, como todos los hombres irreflexivos y apasionados, enemigo mortal -de la verdad cuando la hallaba enfrente de sus flaquezas; no por -ser la verdad, sino por ser obstáculo. Los temperamentos como el del -abogado de Cumbrales, desbordados torrentes, embravecidos huracanes, no -se detienen con frenos ni con barreras. El halago y las contemplaciones -los calman alguna vez; la resistencia los espolea siempre. Son una -enfermedad que tiene sus manifestaciones en esa forma necesaria y -fatal; y esa enfermedad no ha de curarla el enfermo, sino los que le -tratan. En el ordinario comercio de la vida creen poner una pica en -Flandes los que hallan una fórmula, á modo de ley social, por la que -deben regirse los hombres que quieran tener derecho al pomposo título -de _gentes de buena educación_. ¡Qué sandez tan triste! ¡Como si todos -los hombres hubiéramos sido moldeados en una misma turquesa y con el -barro en iguales dosis y calidades! ¡Como si el alfilerazo que apenas -ensangrienta la epidermis de uno, no fuera en otro puñalada que penetra -hasta el corazón! - -Métome sin permiso del lector en estas honduras fisiológicas, porque -por ellas andaba muy á menudo don Juan de Prezanes buscando la razón y -la justicia, ó, cuando menos, la disculpa de sus arrebatos geniales, -y al mismo tiempo la sinrazón, y hasta la falta de caridad con que -su amigo don Pedro Mortera le contrariaba; en lo cual don Juan de -Prezanes se equivocaba en más de la mitad, porque su amigo nunca le -contrarió sin grave causa ni por el vano afán de que valiera la suya -á todo trance; pero era demasiado crudo en sus verdades, terco en -sostenerlas, socarrón _aliquando_ y mordaz en ocasiones; y en esto no -eran infundadas las quejas del irascible jurisconsulto. - -Con notorios intentos de asegurarle mejor y de chupar sus caudales, -lograron sus comilitones de allende hacerle el favor (¡el único que lo -fué de veras!) de una señorita pobre, que por casualidad salió buena -y honrada y hacendosa, y hasta supo, durante dos años de matrimonio, -dulcificar las ingénitas acritudes de su marido, y hacerle placentera -la vida del hogar. No duró más su dicha, porque Dios se llevó á mejor -destino la causa de ella, dejando en cambio al triste viudo una niña, -que recibió el nombre de Ana de su padrino don Pedro Mortera. Dos meses -antes se había bautizado un hijo de éste (cuyas bodas anduvieron muy -cercanas á las de su amigo) con el nombre de Pablo, siendo padrino don -Juan de Prezanes. - -Tan diversa como sus genios fué la suerte de ambos amigos en el -matrimonio, pues cuando el del abogado se deshacía con la muerte del -único sér capaz de regir y dominar aquel carácter desdichado, el de don -Pedro Mortera era bendecido con un nuevo fruto. Pero Dios, que da la -llaga, da también la medicina; y Ana, la niña huérfana, tuvo una madre -cariñosa en la madre de Pablo y de María, y en estos niños dos hermanos -con quienes vivía más que con su padre. Cuanto á éste, confundió en -un solo amor, pues había para todos en su corazón de fuego, á Ana y á -la familia de su amigo. Pero sus tempestades nerviosas menudeaban á -medida que se dilataba el radio de sus afectos íntimos; porque, como él -decía, «cada punto de contacto me produce una desolladura; y cuanto más -cordiales son los unos, más dolorosas son las otras.» - -Años andando, fueron Ana y María á un colegio, y Pablo, á quien don -Juan amaba como á un hijo, comenzó á estudiar también; con lo cual el -nervioso jurisconsulto se vió tan contrariado, solo y aburrido, que -cerró el bufete para no abrirle más. ¡Ni el demonio podía aguantarle -entonces! pues, para ayuda de males, su alianza con los trapisondistas -de marras fué estrecha como nunca, y el campo de sus batallas vasto -y revuelto á maravilla, porque los públicos acontecimientos así lo -dispusieron. - -Pesaba la influencia de don Pedro Mortera, por hacienda y méritos -personales de éste, sobre media comarca, es decir, tanto como la de -don Juan de Prezanes y sus auxiliares juntos; pero, hombre sesudo y -de buen temple, veía con honda pesadumbre el uso que hacía su amigo -de las huestes que por necesidad le seguían al combate, y á qué -móviles obedecía; y ociosos fueron cuantos esfuerzos se tantearon para -obligarle á que tomara parte en las batallas que iban poco á poco -desorganizando y corrompiendo la comarca. - ---Contigo--decía el testarudo labrador á don Juan de Prezanes,--contigo -y para hacer el bien de este pueblo, cuando quieras y á donde quieras. -Con esos vividores intrigantes, que te están chupando hasta la honra, -jamás. - -Entre los llamados «vividores intrigantes» contaba don Pedro Mortera á -un señor de la villa, que había sido siempre muy amigo suyo, el cual -señor, por hinchazones de vanidad, no tuvo reparo en ser allí delegado -perpetuo de todos los poderes para sostener, _de cualquier modo_, la -causa de los que le servían en tres leguas á la redonda, por lo que don -Pedro Mortera no quiso más tratos con él, pues creía, y con fundamento, -que son peores que los tunos sus cómplices y encubridores. - -Pues hasta este señor, don Rodrigo Calderetas (por lo demás, «gran -persona y muy caballero»), descendió de su Olimpo en la crítica ocasión -atrás citada, y cuando nada habían podido conseguir ruegos ni huracanes -del jurisconsulto para tratar de sacar á don Pedro Mortera de su -desesperante retraimiento, «del cual podía depender hasta la suerte -de la patria.» ¡Á buena parte iba la «gran persona» con sensiblerías -cursis! Don Pedro no cambió de actitud. Don Juan de Prezanes tocó -el cielo con las manos, y el caballero de la villa le sopló al oído -que su amigo y compadre era un desafecto á la situación, retrógrado, -obscurantista... y _sospechoso_. Ya por entonces era moda en España -tener por sospechoso á todo hombre formal apegado á la tranquilidad -y al sosiego. Apoyó el dictamen de la «gran persona» todo su estado -mayor, y don Juan de Prezanes, que en su sano juicio se pagaba muy poco -de matices políticos, en la fiebre del despecho tragó la insinuación -maliciosa, y no negó la posibilidad del pecado. En honor de la verdad, -no por ello dejó de querer entrañablemente á su amigo, ni volvió á -hablarle más del asunto de la alianza; pero la actitud impasible de don -Pedro y la repulsa consabida, causa fueron, aunque sorda y disimulada, -de muchas y muy repetidas desavenencias entre los dos amigos, -provocadas por las vidriosidades del jurisconsulto. - -Pasó así mucho tiempo, y al cabo de él volvieron á Cumbrales Ana -y María hechas dos señoritas primorosas. Desde entonces el genio -abierto y animoso de la primera fué el bálsamo que calmó, ya que no -llegara á curar, los desabrimientos y esquiveces de su padre, y el -mejor lazo de unión entre las dos familias, tan á menudo aflojado -por las intemperancias nerviosas de don Juan de Prezanes. Pablo, -cuando se hallaba en el pueblo, contribuía en gran parte á aquellas -reconciliaciones; pues con su sencilla bondad sabía llegar al alma de -su padrino sin lastimarle, en lo cual consiste el secreto resorte con -que se rigen y gobiernan esos temperamentos desdichados. - -Y ahora tenga el lector la bondad de pasar al capítulo siguiente, en el -cual acabará de conocer, tratándolos de cerca, á estos dos personajes, -y sabrá lo que ocurrió en la entrevista que, en compendio, refirió en -la mesa don Pedro Mortera. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -V - -ENTRE COMPADRES - - -Alto, enjuto, largo de brazos, afilados los dedos, pequeña la cabeza, -el pelo escaso y rubio, los ojos azules y sombreados por largas cejas, -nariz puntiaguda, labios delgados y pálidos, y sobre el superior un -bigote cerdoso, entrecano y sin guías, por estar escrupulosamente -recortado encima de aquel contorno de la boca. Tal era, en lo físico, -don Juan de Prezanes. Pulquérrimo en el vestir, jamás se hallaba -una mancha en su traje, siempre negro y fino, escotado el chaleco, -blanquísima y tersa la pechera de la camisa, de cuello derecho y -cerrado bajo la barbilla, y de largos faldones la desceñida levita; -traje que se ponía al levantarse de la cama y no se quitaba hasta el -momento de acostarse. - -En tal guisa se paseaba, cuando fué su amigo á verle, desde su gabinete -(dormitorio y despacho á la vez, como lo demostraban una cama y avíos -de limpieza en el fondo de la alcoba, y afuera una regular librería, -mesa de escribir, sillones, etc.) hasta el extremo opuesto del contiguo -salón, espacioso, limpio y decorosamente amueblado. - -No esperaba á su amigo, y se inmutó al verle allí. Don Pedro, como si -nada hubiese pasado entre los dos, díjole con su aire campechano: - ---Te agradezco en el alma tu deseo de verme, y aquí estoy para -servirte, Juan. - -Éste, sin dejar de pasearse, respondió con voz poco segura: - ---Acto es, Pedro, que me obliga y te honra; pero la verdad ante -todo: yo no te he llamado á mi casa; te pedí una entrevista donde tú -quisieras. - ---¿Te pesa que haya venido? - -Detúvose en su paseo el hombre que era un manojo de nervios, miró á -su amigo y compadre con ojos que lanzaban chispas, y dijo, ronco y -tembloroso, dándose una manotada sobre el angosto pecho: - ---¡Te juro que no! - ---Pues entonces, sobran los reparos, Juan, y, si un poco me apuras, -toda explicación entre nosotros; porque donde habla el corazón, calle -la boca. - -Y en esto, don Pedro, con los brazos entreabiertos, cortaba el camino -y seguía con la vista á su amigo, que había vuelto á sus agitados -paseos. - ---Entiendo tu deseo y ardo en el mismo--repuso éste desviándose y -esquivando las miradas y los brazos de su compadre;--pero no es tiempo -todavía. - ---Pues si el corazón lo pide y Dios lo manda, ¿qué te -detiene?--respondió don Pedro, dejando caer los brazos, desalentado y -triste. Luégo añadió con honda amargura:--¡Parece mentira, Juan, que -cosas tan leves nos conduzcan á situaciones tan graves! - ---Nada es leve para el amor propio ofendido... Somos de esa hechura, y -no por culpa nuestra. - ---Pero tenemos una razón para domar las demasías del carácter. - ---Prueba es de ello que te he propuesto una reconciliación... y por -cierto que no se te ha ocurrido á tí otro tanto. - ---De mi casa huíste sin haberte ofendido nadie en ella; te encerraste -en la tuya y te negaste á toda comunicación con nosotros, que te -queremos... que os queremos más que á la propia sangre. - ---Toda la vida hemos andado así, Pedro. - ---Pues esa triste experiencia me ha enseñado que el mejor remedio -contra tus arrechuchos es dejar que se te pasen. Por pasado dí el -último cuando me llamaste, y á tu lado vine con los brazos abiertos. -¿Por qué me niegas los tuyos? - ---Porque los reservo para después que hablemos y nos entendamos. - ---¿Dudas de la lealtad de mi corazón? - ---Dudara antes de la del mío, Pedro; mas entra en mis intentos que esta -avenencia que hoy deseo y te propongo, se afirme en algo más que en el -olvido de las pequeñeces pasadas... Ven, y sentémonos. - -Entraron los dos compadres en el gabinete; sentáronse frente á frente -con la mesa entre ambos, y dijo así don Juan, manoseando al mismo -tiempo una plegadera de boj que halló á sus alcances: - ---Sin ciertas diferencias que nos dividen y nos separan á cada momento, -tú y yo, en perfecta y cabal armonía, pudiéramos hacer grandes -beneficios á Cumbrales. - ---Ese es el tema de mi eterno pleito contigo, Juan. - ---Sí; pero no se trata ahora de puntillos del carácter, de la cual -dolencia todos padecemos algo, Pedro amigo, aunque no lo creamos así, -sino de puntos de mayor alcance y entidad; puntos en los que pudiéramos -ir tú y yo muy acordes aun dentro de nuestras continuas desavenencias, -verdaderas nubes de verano. - ---Sospecho á dónde vas á parar con ese preámbulo; y si las sospechas no -mienten, el asunto es ya viejo entre los dos. De todas maneras, déjate -de rodeos y dime en crudo qué es lo que pretendes de mí. - ---Viejo es, en efecto, entre nosotros dos el asunto de que voy á -hablarte, y del cual no te he hablado años hace por respetos que te son -notorios; pero de poco tiempo acá, ofrece el caso aspectos de gravedad -que antes no ofrecía, y esto me obliga á quebrantar mis propósitos. Á -la vista está que de día en día crece el encono entre los bandos en que -están divididos este pueblo y los limítrofes. - ---Lo que á la vista salta, Juan, es que se detestan y se persiguen -á muerte los capitanes de esos bandos. Los pobres soldados no hacen -otra cosa que lo que se les manda ó les exige el deber... ó la triste -necesidad. - ---Lo mismo da lo uno que lo otro. - ---Precisamente es todo lo contrario, puesto que el día en que los jefes -dejen de ser enemigos, volverán los subalternos á ser hermanos. - ---Á ese fin quiero yo ir á parar, Pedro. - ---¿Por qué camino, Juan? - ---Por el más breve y llano. Ayúdame con todas tus fuerzas en la batalla -electoral que se prepara, y el triunfo es nuestro en todo el distrito. - ---¿Y después? - ---¡Después!... ¿Quién ignora lo que sucede después de un triunfo en -tales condiciones? - ---Tú lo ignoras, Juan, pese á tu larga experiencia. - ---Gracias por la lisonja. - ---Pues es el mejor piropo que puedo echarte en este momento. Si te -dijera yo que el verdadero botín de esas batallas era el cebo que te -llevaba á ellas, no creyera, como creo, que en esto, cual en otras -muchas cosas, la pasión te ciega y el corazón te engaña. - ---¡Á mí? - ---Sí, y además te vende. Y en prueba de que no me equivoco, voy -á decirte lo que verdaderamente hoy te apura y acongoja. Desde -que candorosamente te pusiste al servicio de ciertos amigotes de -campanillas, tomando sus adulaciones y embustes por sinceridades, has -luchado á su favor en esta comarca con varia fortuna, según que los -intrigantes de por acá te han ayudado ó te han combatido. Las últimas -campañas han sido terminadas muy á tu gusto, porque no te han faltado -auxiliares de fama y de empuje, fuera y dentro de este municipio. -No conozco al pormenor la actitud en que hoy se hallan tus aliados -forasteros; pero me consta que tu vecino _Asaduras_, el enredador -electoral más sin vergüenza de la comarca, se ha pasado al enemigo -con armas y bagajes; y te has dicho, como en parecidas ocasiones: -«Si Pedro me ayudara con todas sus fuerzas, mi triunfo era infalible; -y triunfando yo, no solamente conseguiría el objeto principal de la -batalla, sino que ponía el pie en el pescuezo á ese pícaro desleal.» - ---Y ¿qué mal habría en ello?--exclamó aquí con voz airada don Juan, -doblando como un espadín la plegadera entre sus dedos convulsos. - ---Ninguno, ciertamente--replicó don Pedro con entereza.--El mal está -en que las cosas hayan venido á parar ahí; en que tú, hombre honrado, -independiente, bueno y generoso, pactaras alianzas con esa canalla, y -que entre todos hayáis convertido á Cumbrales en feudo desdichado de -dos aventureros. - ---¡Pedro!... ¡Pedro!--gritó aquí don Juan de Prezanes, incorporándose -lívido en el sillón y haciendo crujir la plegadera.--¡No empecemos ya! -¡De esos á quienes llamas aventureros, el uno siquiera, por amigo mío, -merece tu respeto! - ---¡Amigo tuyo!... ¡Merecedor de mi respeto! ¡El marqués de la Cuérniga, -ayer traficante en reses de matadero, concursado cien veces, marrullero -y tramposo, y de la noche á la mañana, y Dios sabe por qué, título de -Castilla y diputado á Cortes!... - ---¡Pedro!... ¡Pedro!... - ---¡Amigo tuyo... porque te escribe y te adula cuando te necesita, como -te escribía y te adulaba también el otro personaje de alquimia, el -barón de Siete-Suelas, su digno competidor en el distrito, hoy amparado -por el pillastre Asaduras!... ¡Amigo tuyo!... ¿En qué lo ha demostrado? -¿Qué favores te ha hecho? - ---Cuantos le he pedido, ¡vive Dios! - ---Es verdad: obra de su poder y de tu deseo son las crueles venganzas -consumadas aquí en infelices campesinos que, al seros desleales en la -lucha, acaso les iba en ello el pan de sus familias; favores suyos son -también las ratas que habéis metido en la administración municipal, y -los esfuerzos que aún se hacen para echar á presidio lo único honrado -que en ella nos queda. - ---¡Voto á tal--rugió aquí don Juan de Prezanes (y le echó redondo) -haciendo crujir la plegadera,--que esto ya pasa la raya de todas las -conveniencias! - ---Á los hombres como tú, Juan--añadió don Pedro imperturbable,--y -á los niños, hay que decirles la verdad desnuda; y tú eres un niño -tesonudo y obcecado, porque la sensibilidad te roba el entendimiento, -y la pasión te deslumbra. Tú no harías el daño que haces, pues eres -bueno y honrado, si no tuvieras quien te azuzara y pusiera las armas -en tus manos. Ni siquiera te excusa la ignorancia ó la perversidad de -los caciques del otro tiranuelo, que á su vez hacen lo mismo. ¡Lo -mismo, Juan! porque en estos desdichados lugares, las venganzas y las -tropelías se cometen por riguroso turno; y éste es el favor que debe -Cumbrales á sus representantes. Ellos son los toros de la fábula; el -distrito, el charco de pelea; y nuestros pobres convecinos, las ranas -despachurradas. Y ¿para qué esos sacrificios incesantes? Para provecho -y regalo de dos farsantes vividores, caídos aquí como en tierra de -conquista. ¿Cuáles son sus títulos para representarnos en Cortes? -¿Quién los ha llamado? ¿Quién los conoce en el distrito sino por la -huella desastrosa que dejan á su paso por él? ¡Y quieres que yo te -ayude en esta obra de iniquidad! ¡Y eso lo pretendes cuando la nación -entera arde en guerras y escisiones, y hay un campo de batalla á las -puertas de nuestros pobres hogares! ¡Nunca, Juan, nunca! - -Ya comprenderá el lector que con mucho menos que esta andanada, -soltada á quemarropa y en mitad del pecho, había sobrado para que -echara chispas el hombre más cachazudo, cuanto más el irritable y -eléctrico don Juan de Prezanes. El cual, trémulo y desencajado, antes -que su amigo dijera la última palabra, ya había convertido en hilachas -la plegadera entre sus manos. Sudaba hieles y parecía una pila de -rescoldo. No le cabía en la estancia; al revolverse en ella nervioso y -desatentado como fiera enjaulada, tumbaba sillas á puntapiés, y con -el aire de sus faldones agitados, volaban los papeles sueltos de la -mesa. Rugió, golpeóse las caderas con los puños cerrados, mesóse el -ralo cabello con las uñas, amagó apóstrofes fulminantes, injurias... -hasta blasfemias, y ¡caso inaudito en él! ni á una sola palabra, de -la tempestad de frases iracundas que bramaba en su pecho, dieron -salida sus labios. Devorábalas á medida que á borbotones acudían á su -boca; y aquella plenitud de furia comprimida, la denunciaban sus ojos -inyectados de sangre y el temblor de todas sus fibras. Causaba espanto -el bueno de don Juan de Prezanes. Felizmente no duró mucho tiempo la -peligrosa crisis, porque también obra milagros la voluntad; y la del -letrado de Cumbrales fué en aquella ocasión heróica sobremanera. - -Cuando, después de este triunfo, logró algún dominio sobre sus nervios -desconcertados en la batalla, arrojó por la ventana la plegadera hecha -una pelota; se enjugó el sudor con el pañuelo; dió algunas vueltas, -relativamente sosegadas, en el gabinete, y, por último, se dejó caer -en el sillón, apoyando los codos sobre la mesa y la cabeza entre las -manos. Momentos después se encaró con su amigo, que no apartaba los -ojos de él, y le dijo con voz enronquecida, pero no destemplada: - ---Has venido á esta casa en busca de una reconciliación intentada -por mí, y juro á Dios que no he de darte hoy motivos de nuevas -desavenencias, como tú no las busques. Pero conste, y muy recio, -que si las antiguas quedan en pie, no es por culpa de tu irascible, -irreconciliable y rencoroso amigo, sino por la tuya, manso, razonable y -dulcísimo Pedro. - ---Por mi culpa no, Juan, puesto que no me niego ni me he negado jamás á -una estrecha alianza contigo. - ---¡Si pensarás que han pecado de turbias tus recientes palabras? - ---El que yo me niegue á ser instrumento de cuatro intrigantes, no es -resistirme á ayudarte con alma y vida á hacer algo bueno por el pueblo -en que nacimos. Mas para esto es indispensable que, en lugar de ir yo á -tu terreno, vengas tú al mío. - ---¡Y cata ahí el puntillo montañés!--replicó don Juan con nerviosa -sonrisa.--¡Ay, Pedro, qué ciego es quien no ve por tela de cedazo! - ---Juzga lo que quieras, Juan, de mis intenciones: á mí me basta saber -que son honradas; pero entiende que no lucharé jamás á tu lado, sino -para exterminar de Cumbrales á esos intrusos tiranuelos; empresa tan -fácil como necesaria y benéfica. Cien veces te lo he dicho: unámonos -para arrancar la administración de este pueblo de las manos en que -anda años hace; entreguémosla á los hombres de bien; hagamos porque -no lleguen á pleito las cuestiones del lugar, y fállense en terreno -á donde no alcance la mano del Estado ni se dejen sentir influjos de -la política; guerra á muerte á los caciques, si alguno queda rezagado -entre nosotros; y cuando por este camino llegue Cumbrales á ser dueño -absoluto de lo que en justicia le pertenece, yo mismo abriré sus -puertas á los merodeadores. La posesión de sí mismos hace cautos á los -hombres; y si alguno es tan inocente que aun con los ojos abiertos cae -en las redes tendidas, quéjese de su torpeza, pero no de su desamparo. -Muy necio tiene que ser el que desconozca que le engaña quien se le -brinda con el remedio de todos sus males, como charlatán de feria, para -desempeñar un cargo que, ejercido á conciencia, más es cruz de suplicio -que ocasión de prosperidades. ¿Crees, Juan, que, pensando así, puedo -rechazar tus planes por la pueril satisfacción de que tu aceptes los -míos? - ---Puedo creer... creo, que te ciega una pasión, como tú crees que -otra me ciega á mí. ¡Vaya usted á saber quién de los dos es el más -apasionado! - ---Aunque así sea y no valgan nada las razones que me has oído, mi -ceguedad no daña á nadie. - ---Lo cual quiere decir que la mía es muy nociva. - ---Te he demostrado que sí. - ---¡Mira, Pedro, que no se dispone dos veces de la paciencia! - ---No he sacado yo á relucir este asunto malhadado. Tú me has impuesto -mi complicidad en vuestros planes, como condición de nuestras paces -alteradas por una chapucería. Yo no he hecho otra cosa que responderte. - ---¡Hiriéndome en lo más vivo! - ---Así se receta contra las malas costumbres, Juan; y esa en que estás -encenagado por una aberración de tu buen sentido, es causa perenne -de grandes desdichas para cuantos te rodean. Mi deber es decirte la -verdad, y te la digo. - -Por algo decía don Juan de Prezanes que no se dispone de la paciencia -dos veces seguidas. Yo soy de su parecer, y además creo que á los -hombres del temperamento del abogado de Cumbrales, no les conviene -tragar la ira cuando esta mala pasión forcejea en sus pechos y busca -las válvulas de escape; porque no hay ejemplo de que esta metralla haya -llegado á digerirse en ningún estómago, por recio que sea; y puesto que -es de necesidad el desahogo, preferible es que éste ocurra á tiempo y -sazón, á que acontezca fuera de toda oportunidad, como en el presente -caso. El irascible jurisconsulto, que había conseguido dominar la -furia de su temperamento irritado cuando su compadre le puso á bajar -de un burro, perdió los estribos y dió en los mayores extremos de -insensatez, por una bagatela; por aquello de las «malas costumbres.» - -Oyólo el desdichado, clavando las uñas en el tablero de la mesa y los -ojos chispeantes en los impávidos de su compadre, que bien pudiera no -haber pegado tan fuerte. - ---¡Malas costumbres!... ¡encenagado en ellas!--repetía don Juan con voz -cavernosa, y los pelos de punta y la faz desencajada.--¡Y, sin embargo, -yo soy el díscolo, y el procaz, y el quisquilloso, y el descomedido!... -¡y tú el varón justo y prudente y sabio... el caballero sin tacha! ¡Ira -de Dios! ¡Malas costumbres! ¡Encenagado en ellas!--tornó á repetir, -entre roncos bramidos, mientras se incorporaba derribando el sillón -y se hacía pedazos en el suelo una salbadera de vidrio.--¡Y eso me -lo vienes á decir á mi casa, cuando te brindo en ella con la paz!... -Y ¿quién eres tú? ¿qué títulos, qué poderes son los que tienes para -atreverte á tanto, hipócrita, mal amigo! Si lo que te propongo no -te agrada, confórmate con no aceptarlo; ¡pero no me injuries, no me -hieras! ¿Ó tienen razón los que me dicen que eres de la cepa de los -tiranos?... ¡Sí, vive Dios! Cuando late en el pecho un corazón honrado -y se sienten en él los dolores ajenos, no se dan las puñaladas, no se -ultraja á nadie á sangre fría, como tú me has herido y ultrajado hoy... -y ayer, y siempre... ¡bárbaro! ¡Y quieres paz y buscas la armonía! -¿Cómo han de ser duraderas entre nosotros, si los más nobles impulsos -de mi corazón se estrellan siempre contra tu intolerancia brutal! -Porque me odias, porque me detestas. Y me odias y me detestas, porque -soy mejor que tú, porque valgo más que tú; y valgo más que tú, ¡porque -en una sola fibra de mi corazón hay más nobleza que en todo tu sér, -henchido de soberbia, de vanidad y de hipocresía! - -Ni una palabra dura respondió don Pedro Mortera á esta primera -explosión de ira de su compadre; pero éste nunca se colocaba en tales -alturas sin despeñarse después, ciego y loco, entre torbellinos de -improperios y desvergüenzas. ¡Qué cosas dijo á su impasible amigo! -Porque una vez enredado en aquella infernal batalla, ya no reñía sólo -por el punto en cuestión: en la mente volcánica del jurisconsulto -fueron eslabonándose recuerdos de supuestos agravios, hasta los -más remotos del tiempo de su niñez; y caldeados al fuego de su ira -diabólica, arrojábalos en palabras, como lava de un cráter y en -testimonio de una vida de abnegaciones y martirios. - -Trazas llevaba de no cesar la erupción en todo el día, cuando se -presentó Ana despavorida y presurosa porque había oído las voces -desde el corral. ¡Empresa peliaguda fué para la joven hacerse oir de -su padre, desconcertado, lloroso y balbuciente! Pero lo consiguió al -fin. Dueña de aquella brecha, minó con el arte de su larga y triste -experiencia, y supo llegar hasta el corazón del pobre hombre, que acabó -de rendir todos sus bríos á los halagos de su hija. - -Entonces volvió don Pedro á ofrecerle sus brazos. - ---Si te ofendieron--le dijo--algunas de mis palabras, sin tal intento -salidas de mis labios, harto te han vengado las que después me has -dirigido. De todas suertes, yo te las perdono con todo mi corazón. -Jamás de él te he arrojado, en él vives; lee en el tuyo, Juan, y -acábense de una vez para siempre estas reyertas que nos matan. - -Don Juan de Prezanes, desfogadas ya sus iras, estaba más para -sentir que para hablar; y tal vez á esta excusa se agarró su genio -quisquilloso para no dar el brazo á torcer todavía, aunque Dios sabe si -en el fondo del alma lo deseaba. - -Así lo comprendió Ana; y mientras su padre se sentaba desfallecido y -pálido, hizo una seña á su padrino, y díjole al mismo tiempo en voz -alta: - ---Este asunto corre ya de mi cuenta; y bien sabe mi padre que yo nunca -dejo las cosas á medio hacer. - -Con esto, se volvió á consolar al atribulado, y salió don Pedro -Mortera, harto más pesaroso que complacido. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -VI - -DON VALENTÍN - - -La casa á que llegó don Baldomero después de separarse de Pablo, -estaba situada en lo más desabrigado, al vendaval de la barriada de la -Iglesia. Era grande y vieja, sin portalada; con una accesoria, que en -mejores tiempos había cumplido altos destinos, á un costado; al opuesto -un nogal medio podrido, y en la trasera un huerto lóbrego. - -¡Qué tristes son en una aldea esos viejos testimonios de fenecidas -prosperidades campestres! Tristes, porque al contemplarlos los ojos del -sentimiento, más que las piezas herrumbrosas y dislocadas que tienen -delante, ven la máquina activa que ya no existe. ¡Cuánto más alegre -la miserable choza entre laureles y zarzas, con el becerrillo atado -al tosco pesebre y una pollada picoteando en las goteras del corral, -que el silencioso palación de abolengo, con las cuadras enjutas y -encanecidas por desuso, y el pajar en esqueleto! La primera es la vida -risueña, que no está reñida con la pobreza; el segundo es la muerte, -ó, cuando menos, la decrepitud con todos sus achaques, tristezas y -desalientos. - -Tal aspecto ofrecía la casa de que vamos hablando. - -Abrió don Baldomero el entornado portón del estragal, y tomó escalera -arriba por una de peldaños que yesca parecían por lo carcomidos -y esponjosos. Ya en el piso, entró en un salón de negro tillo de -viejísimo castaño abarquillado y con jibas; el techo era de viguetería -pintada de barro amarillo, y de las no muy blancas paredes pendían un -retrato de Espartero, en lugar preferente, y en los secundarios una -Virgen de las Caldas y un plano de Jerusalén; todas estas estampas en -marcos con chapa de caoba, deslucida por el polvo de los años y la -incuria de sus dueños. - -Á lo largo de aquel salón, gesticulando y hablando solo al mismo -tiempo, paseábase un hombre no muy alto, seco, moreno verdoso y algo -encorvado; pero ágil todavía, á pesar de sus muchos años. Comenzando -á describirle por la cúspide, pues no había un punto en todo él de -desperdicio para el dibujante, digo que la tenía coronada por un -sombrero de copa alta, con funda de hule negro; seguía al sombrero -una cara pequeñita y rugosa, cuyos detalles más notables eran los -ojos verdes y chispeantes, como los del gato; las cejas blancas y -erizadas; la nariz un poco remangada y gruesa, y debajo, á plomo de las -ventanillas, sobre una boca desdentada, dos mechas cerdosas, separadas -entre sí, formando lo que se llama, vulgar y gráficamente, _bigote de -pábilos_. Las quijadas y la barbilla sustentábanse en las duras láminas -de un corbatín militar de terciopelo raído, dentro de las que se movía -el flácido pescuezo, como el del grillo entre su coraza. Vestía el -singular personaje pantalón de color de hoja seca, corto y angosto -de perneras y con pretina de trampa; chaleco azul, cerrado, con una -fila de botones de metal amarillo, hasta la garganta, y, por último, -casaquín, de cuello derecho, con narices en los arranques de las aletas -traseras, ó faldones rudimentarios, prenda que fué muy usada, hasta -no há mucho tiempo, en la Montaña, por los señores de aldea. El de -quien vamos hablando no se la quitaba de encima jamás, acaso por los -vislumbres marciales que despedía, combinada con estudio con el chaleco -cerrado, el corbatín de terciopelo y el sombrero con funda. - -Ya habrá adivinado el lector que se trata del héroe de Luchana, don -Valentín Gutiérrez de la Pernía, de quien nos ha dado algunas noticias -su hijo don Baldomero, en el banco de la Cajigona. - -No se cruzó un triste saludo, y estoy por asegurar que ni una mirada, -entre uno y otro personaje; pero movidos ambos de un mismo pensamiento, -acercáronse á una mesa que estaba arrimada á la pared y con una de -sus alas levantada. Sobre el menguado y no limpio mantel, tendido -encima, había una botella, dos vasos, otros tantos platos con los -correspondientes cubiertos (de peltre, si no mentían las apariencias), -una escudilla sobre cada plato, un cuchillo de mango negro, y como dos -libras de pan en media hogaza, no de flor ni del día. Ni don Valentín -se quitó el sombrero forrado de hule, ni su hijo el hongo roñoso; y no -había cesado aún el clamoroso crujir de las sillas arrastradas sobre el -áspero suelo, cuando se llegó á la mesa, á mucho andar, una mocetona -desgreñada y en soletos, con una tartera de barro entre las manos, y en -la tartera la olla humeante y lacrimosa. - -Arrimándose la moza á don Valentín, acomodó la cobertera de modo que no -quedara más que un resquicio en la boca del ollón; entornóle sobre la -escudilla, y la llenó de caldo, soplando al mismo tiempo y sin cesar -la escanciadora, para que torcieran su rumbo los cálidos vapores que -subían en espesa columna vertical. Cuando hubo hecho lo mismo al lado -de don Baldomero, puso la olla sobre la tartera en el centro de la -mesa, y se largó á buen paso hacia la cocina, como diciendo:--Ahí queda -eso, y allá os las compongáis. - -Y no se las compusieron del todo mal los dos comensales. Por de -pronto, partieron sendas rebanadas de pan; luégo las subdividieron en -transparentes lonjas que remojaron en el caldo de las escudillas, y, -por último, se tomaron la sopa resultante, que á néctar debió saberles, -por lo que la pulsearon antes de paladearla. Tras este refuerzo al -desmayado estómago, un trago de vino y dos castañeteos de lengua, don -Valentín volcó la olla en la tartera, que encogollada quedó de potaje, -sobre el cual cayeron, en las tres últimas y acompasadas sacudidas -que al cacharro dió el héroe, sabedor de lo que dentro había y no -acababa de salir, dos piltrafas de carne y una buena ración de tocino. -Sirviéronse y engulleron copiosa cantidad de bazofia, y, tras ella, -casi todo el tocino. De carne, no quedó hebra. - -Ni una palabra se había cruzado todavía entre el padre y el hijo, -hasta que, limpios los respectivos platos y apurados por tercera vez -los vasos, dijo don Valentín, tras un par de chupetones á los pábilos -del bigote, y arrojando sobre la mesa una llave que guardaba en el -bolsillo de su chaleco: - ---Sácalo tú. - -Y con ella en la mano, fuése don Baldomero á una alacena que en el -mismo salón había, embutida en la pared, y tomó de sus negras entrañas -un plato desportillado que contenía como hasta tres cuarterones de -queso pasiego, duro y con ojos, señal de que ni era fresco ni era bueno. - -Antes de hincar en él las mandíbulas (pues es averiguado que, desde -mucho atrás, no quedaban en ella ni raigones), exclamó el veterano, -entre iracundo y plañidero, y como si continuara una serie no -interrumpida de graves meditaciones: - ---En verdad te digo que el hombre degenera de día en día, y que se -acaban por instantes aquellas virtudes que hicieron del español, en -otros tiempos, el modelo de los caballeros sin tacha. Ya no hay fe en -los principios, ni verdadero amor á la patria, ni entusiasmo por la -libertad. - -Don Baldomero tragaba y sorbía, y nada respondió á su padre. ¡Estaba -tan hecho á oirle cantar aquella sonata! - -Don Valentín, mientras paladeaba el primer trozo de queso que se había -llevado á la boca en la punta del cuchillo, continuó así: - ---Digo y sostengo que no es de liberales de buena casta regalarse el -cuerpo como nosotros, ni comer pan á manteles, mientras el faccioso -tremola en el campo el negro pendón de la tiranía. ¿No es esto el -evangelio? - ---Bien podrá ser--respondió el otro, mascando á dos carrillos;--pero -paréceme á mí que tendría más fuerza de verdad predicado antes de comer. - ---¿Quieres decirme--saltó don Valentín,--que también yo me duermo en -las delicias de Capua? ¿Quieres darme á entender, hombre sin vigor ni -patriotismo, que no sé predicar con el ejemplo? Pues chasco te llevas, -que, aunque viejo, todavía arde en mis venas la sangre que triunfó en -Luchana; y bien sabes tú que si esta mano rugosa no esgrime el hierro -centelleante en el campo del honor, no es culpa mía, sino de la raza -afeminada y cobarde que me rodea y me oye, y se encoge de hombros, y se -ríe de mi ardimiento, y se burla de los ayes de la patria roída por el -cáncer del absolutismo. - -Aquí don Valentín, devorando el último de los pedazos en que había -dividido su ración de queso, arrastró hacia el centro de la mesa el -plato que tenía delante; y después de beber de un sorbo, temblándole -la mano y la barbilla, el tinto que en su vaso quedaba, y de plantarle -vacío y con estruendo sobre el mantel, continuó de este modo, llevando -la diestra al bolsillo interior del casaquín: - ---Pero yo no he de faltar á mi deber, aunque el mundo entero prevarique -y toda carne corrompa su camino; yo he de insistir, mientras aliento -tenga, en que cada cual ocupe su puesto y lleve su ofrenda al templo de -la libertad. Soy hijo del siglo; he bebido su esencia; me he amamantado -en sus progresos (al hablar así reapareció su diestra empuñando una -petaca de suela y un rollo de hojas de maíz); y si hay hombres á -quienes ofende la luz de nuestras conquistas y seduce la parsimonia -estúpida de los viejos procedimientos, yo no soy de esos hombres. - -No afirmaré que lo hiciera en demostración de su aserto; pero es la -verdad que, mientras tales cosas decía, raspaba con su cortaplumas una -de las hojas de maíz por ambas caras, y la recortaba cuidadosamente -hasta dejarla reducida al tamaño de un papel de cigarro. Púsose á liar -uno, y en tanto, seguía declamando de esta suerte: - ---No hay modo de convencer á estos zafios destripaterrones, de que -la ley del progreso impone deberes, lo mismo que la ley de Dios... -Y el progreso es fruto natural de la libertad, y la libertad padece -persecuciones en el presente momento histórico... y el honor de los -padres es el honor de los hijos; y donde padece la libertad, sufre -el progreso; y si muere la una, acábase el otro... Pero la libertad -es inmortal, porque Dios puso el sentimiento de ella en el corazón -de los hombres; y siendo la libertad inmortal, el progreso no puede -morir; pero pueden padecer... padecen ¡vive Dios! padecen; y padecen -desdoro, porque el perjuro, el vencido en Luchana, los combate otra -vez; y por el solo hecho de combatirlos, los afrenta... y el campo de -batalla está á las puertas de nuestros hogares indefensos; indefensos, -porque no hay patriotismo en ellos; y porque no le hay, se desoye mi -voz que le invoca á cada instante, y sin cesar llama á la lid contra el -pérfido... Pero yo no cejaré en mi empresa; yo levantaré el honor de -Cumbrales peleando solo contra el tirano, si solo me dejan al frente de -él, cuando profane este suelo con su planta inmunda. La muerte de un -hombre libre lava la ignominia de un pueblo de esclavos. ¡Infelices! -Ignoran que, en las corrientes del progreso, quien no va con ellas es -arrollado y deshecho. Por eso mi voz es desoída aquí... por eso, en -cuanto á los más, costra grosera del pobre terruño; y en cuanto á los -menos, ¿qué excusa podrá salvarlos cuando la patria les pida cuenta de -su conducta sospechosa? Sospechosa, sí, porque no todo es trigo limpio -en Cumbrales, ¡vive el invicto Duque! Aquí también hay fósiles de los -tiempos bárbaros; seres incomprensibles para quienes el tiempo no pasa, -ni instruye, ni reforma, ni inventa, ni demuele. ¿En qué se conocería -que vivimos en el siglo de la luz y del progreso, si ellos fueran los -llamados á dirigir las corrientes de las ideas; si junto á esa raza -obscurantista y retrógrada, no se alzara la de los hombres como yo? - -Cuando hubo dicho esto y liado el cigarro, púsole en la boca, -restregóse las palmas de las manos para sacudir el polvillo del tabaco -adherido á ellas, y gritó con toda la fuerza de sus pulmones: - ---¡Sidora!... ¡la chofeta! - -Y Sidora acudió con la única que debía quedar en el siglo; venerable -joya de metal de velones, con sus dos mangos torneados, tintos en -almazarrón. - -Dejó la moza el braserillo clásico sobre la mesa, y marchóse, -llevándose la olla vacía y la tartera con las sobras del potaje; y como -ya no había qué comer ni qué beber á sus alcances, don Baldomero cogió -la petaca de su padre, tomó de ella el tabaco necesario, y sin replicar -ni siquiera prestar atención á lo que el veterano iba diciendo, hizo -un cigarro con papel de su propio librillo, encendióle en las ascuas -mortecinas de la chofeta, y comenzó á fumarle muy sosegadamente, entre -eructos y carraspeos. - -Don Valentín continuó un buen rato todavía declamando contra la poca fe -liberal de los tiempos, hasta que reparó en su hijo, de quien se había -olvidado en el calor de su fiebre patriótica; y al verle dormilento y -distraído, alzóse de la silla, y díjole en tono admirativo y corajudo: - ---¡Hombre, parece mentira que seas sangre de mi sangre, y que no se te -despierte ese espíritu holgazán... por respeto siquiera al nombre que -llevas y que, en mal hora, te pusieron en la pila, en memoria del héroe -ilustre con quien vencí en Luchana! ¡Sorda y ciega sea esta imagen de -él que nos preside; que á trueque de que no vea lo que eres ni oiga lo -que te digo, consiento en que ignore la fe que le guardo y el altar que -tiene en mi corazón! - -Por toda réplica, y mientras don Valentín miraba el retrato, -descubriéndose la cabeza calva, su hijo hundió los brazos en los -bolsillos del pantalón, estiró las piernas debajo de la mesa, cargó el -tronco sobre el respaldo hasta dar con éste y con la nuca en la pared, -y así se quedó, arrojando por las narices el humo de la colilla que -tenía entre los labios. - -El veterano le miró con ira despreciativa; volvió á cubrirse la cabeza, -y salió á cumplir con lo que él llamaba su deber, después de empuñar -un grueso roten, que estaba arrimado á la pared en un rincón de la sala. - -Momentos después roncaba don Baldomero con la apagada punta del cigarro -pegada al labio inferior. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -VII - -MÁS ACTORES - - -De una persona que tiene estrabismo, dicen las gentes aldeanas de por -acá que _enguirla_ los ojos, ó simplemente que enguirla; y se llama la -acción y efecto de enguirlar, _enguirle_. Ahora bien: Juan Garojos, -hombre bien acomodado, trabajador, de sanas y honradas costumbres, -alegre de genio y con sus puntas de socarrón, era un poco bizco; y como -en esta tierra, lo mismo que en otras muchas, no bien se columbra el -defecto en una persona, ya tiene ésta el mote encima, á Juan, desde que -andaba á la escuela, dieron en llamarle Juan _Enguirla_; algunos, Juan -_Enguirle_, y todos, al cabo de los años, _Juanguirle_, con el cual -nombre se quedó por todos los días de su vida. - -Pues este Juanguirle, un poco bizco, bien acomodado, honradote, -chancero y socarrón, más cercano á los sesenta que al medio siglo, -y alcalde de Cumbrales al ocurrir los sucesos que vamos relatando, -hallábase en el portal de su casa, de las mejores del lugar entre las -de labranza, con cercado _solar_ enfrente, para lo tocante á forrajes -y legumbres en las correspondientes estaciones, sin perjuicio de la -cosecha del maíz á su tiempo (pues á todo se presta la tierra bien -administrada, máxime si amparan sus frutos contra las injurias y -demasías del procomún, cercados firmes y el ojo del amo, alerta y -vigilante), y el corral bien provisto de rozo y junco para las _camas_, -y de matas y tueros para el hogar la socarreña accesoria, capaz también -del carro y su armadura de quita y pon, la sarzuela y los adrales, un -tosco banco de carpintería, el rastro y el ariego y muchos trastos -más del oficio, que no quiero apuntar porque no digan que peco de -minucioso, aunque tengo para mí que, en esto de pintar con verdad, -y, por ende, con arte, no debe omitirse detalle que no huelgue, por -lo cual he de añadir, aunque añadiéndolo quebrante aquel propósito, -que debajo de la _pértiga_ dormitaba un perrazo de los llamados _de -pastor_, blanco con grandes manchas negras, y que en el corral andaba -desparramado un copioso averío, buscándose la vida á picotazos sobre el -terreno que escarbaba. - -Volviendo á Juanguirle, añado que estaba en mangas de camisa, -canturriando unas seguidillas á media voz, pero desentonada, mientras -pulía el asta que acababa de echar á un dalle; obra de prueba que pocos -labradores son capaces de ejecutar debidamente. Raspaba el hombre con -su navaja donde quiera que sus ojos veían una veta sobresaliendo, y -luégo aproximaba á sus ojos la más cercana extremidad del asta; y -tocando el _pie_ del dalle en el suelo, enfilaba una visual por los dos -puntos extremos; y vuelta después á raspar, y vuelta á las visuales, y -vuelta también á probar su obra, empuñando las _manillas_ y haciendo -que segaba. - -Cuando se convenció de que el asta no tenía pero, echó una seguidilla -casi por todo lo alto; y acabándola estaba en un calderón mal -sostenido, cuando el perro comenzó á gruñir sin levantarse, y se le -presentó delante don Valentín Gutiérrez de la Pernía. Saludó al alcalde -en pocas palabras, y en otras tantas, pero regocijadas y en solfa, fué -respondido. - ---Le esperaba á usté hoy, señor don Valentín,--díjole en seguida -Juanguirle, volviendo á retocar el asta aquí y allá con la navaja. - ---Eso quiere decir que llego á tiempo--contestó el otro.--Y ¿por qué me -esperabas hoy? - ---Porque, salva la comparanza, es usté como el rayo: tan aína truena, -ya está él encima. - ---Luego ¿ha tronado hoy, á tu entender? - ---Y recio, ¡voto al chápiro verde! Y muy recio, señor don Valentín; -¡tan recio como no ha tronado en todo el año! Desde que me levanté y -fué antes que el sol, no he oído otra cosa en todo el santo día... -Como que si uno fuera á creerlo según suena, cosa era de encomendarse -á Dios. El _menistro_ (con perdón de usté) que fué con un oficio mío -á Praducos, por lo resultante de los ultrajes de ellos en el monte de -acá, entendió que le cortaban el andar; y, por venirse por atajos y -despeñaderos, llegó sin resuello y aticuenta que pidiendo la unción. -De la pasiega no se diga, que hasta el cuévano trajo esta mañana -encogollado de supuestos al respetive, y entre ésta y el otro, y el de -aquí y el de allá, que lo corren y avientan, y que dale y que tumba -y que así ha de ser, hasta los pájaros del aire cantan hoy la mesma -solfa. De modo y manera que yo me dije: ó don Valentín es sordo, ó no -tarda en darse una vuelta por acá, al auto de lo de costumbre. - ---En efecto--respondió don Valentín:--en día estamos de grandes -noticias; y esto me hace creer que no te hallaré, como otras veces, -mano sobre mano. - ---¡Mano sobre mano, voto á briosbaco y balillo!... ¿Y esto que tengo -entre ellas? ¿Parécele á usté muestra de gandulería? Antayer era -castaño de pie, que se curaba en el sarzo del desván; hoy está donde -usté le ve, con el pulimento del caso. ¡Y que vengan los más amañantes -del lugar y le pongan peros! Esto no es echar cambas, señor don -Valentín, á golpe de mazo y corte usté por donde quiera: esto es obra -fina, de espiga y mortaja... y punto menos que sin herramienta, porque -de un clavijón hice un vedano á fuerza de puño. - ---Ya sé que te pintas solo para lo tocante al oficio; pero yo no vengo -hoy á visitar á Juan Garojos, sino al señor alcalde de Cumbrales, para -preguntarle qué medidas ha tomado en vista de las noticias que corren. - ---Pues el alcalde de Cumbrales, señor don Valentín, cumple con su deber. - ---¿De qué modo? - ---Dejando esas cosas como Dios las dispone, y no metiéndose en -andaduras que pueden costarle al pueblo muchos coscorrones. Ya sabe -usté que es viejo mi pensar al respetive. - ---Pues para ese viaje no necesitábamos alforjas, mira. - ---En las que yo le he pedido á usté me ajoguen, señor don Valentín. Y, -por último, usté, que no piensa en otra cosa, debe de saber lo que hay -que hacer, lo que puede hacerse, y hasta cómo se hace. - ---¡Eso pido, Juan, eso pido! Pero ¿quién me oye? ¿quién me ayuda? -¿quién me sigue? - ---Pero usté, y vamos por partes, ¿qué es lo que teme? - ---¡Que vengan!... ¡que entren! - ---¡Que vengan!... ¡que entren! Pues tal día hará un año. ¡Vea usté qué -ajogo! Por aquí entrarán y por allí saldrán... ú _viste-berza_. - ---¡Bravo, señor alcalde! ¿Y el honor? ¿y el deber? - ---El honor y el deber á salvo quedan, señor don Valentín; que naide -está obligado á imposibles que rayan en locuras; y locura fuera, y -hasta tentar á Dios, lo que usté pretende. Dejándolos venir, cuestión -será de quitarles el hambre y abrirles el pajar para que se tiendan -y maten el cansancio; pero cerrarles el paso es abrirnos todos la -sepultura en los escombros del lugar. Con que tonto será quien al -escoger se engañe. - ---¡Que así se exprese la primera autoridad del pueblo!... ¡el -representante del gobierno constituído! - ---La primera autoridad del pueblo ha cumplido con la ley dando los -hombres que se le han pedido. Allá está la flor y nata de Cumbrales: -parte de ella no volverá. Al rey serví en su día; y si hoy tengo el -hijo en casa, buen por qué me cuesta. ¿Qué más quieren? ¿qué más debo? -¿Mando, por si acaso, en alguna plaza fuerte? ¿Son quiénes cuatro -viejos y un puñado de mozos que los amparan por deber natural, y sin -más armas que el horcón y las trentes, para hacer cara á quien tiene la -guerra por oficio? - ---Cuando la libertad peligra, señor alcalde, no se cuentan los -enemigos... ¡Numancia!... ¡Zaragoza! - ---Mire usté, don Valentín, no entiendo mayormente de historias; pero -en lo tocante á tener ó no cada uno el alma en su lugar, que venga el -moro ú que vuelva el francés... y hablaremos. Hoy por hoy, en saldo y -finiquito, hermanos somos todos; la mesma lengua hablamos; á un mesmo -Dios tememos... - ---Juan, no están tus entendederas en armonía con la gravedad de los -acontecimientos ni con el valor de mis advertencias patrióticas; pero -habiéndote en el único lenguaje que penetras, te diré que al son que -me toquen he de bailar; como os portéis conmigo ahora, he de portarme -con vosotros mañana. No tardará en presentarse una ocasión en que el -parecer de uno solo valga más que la conformidad de todos los restantes -del pueblo. Ese parecer puede ser el mío: acuérdate del año pasado. -Asaduras fué el causante del conflicto, que, al cabo, se conjuró; -pero yo no soy Asaduras, ni estoy, como él, supeditado á nadie que me -obligue á desdecirme cuando una vez empeño mi palabra. - ---¿Lo dice usté por el caso de la derrota? - ---Por eso mismo. - ---¡Bah! señor don Valentín, usté no tiene punto de comparanza con -Asaduras, y no se meterá usté donde él se metió sin qué ni para qué. -Además, usté no es labrador ni ganadero. - ---Pero lo son mis aparceros y colonos. - ---No es igual; pero aunque lo fuera, ya nos entenderíamos, que usté no -es hombre que intente el daño del vecino sólo por el aquél de hacerle. - ---¡Verás qué chasco te llevas, Juan! - ---Que no me le llevo, señor don Valentín. ¡Si le conoceré yo á usté! -Además, en lo tocante á lo solicitado por usté, todo lo respondido -por mí es pura chanza y fantesía de palabra... Si esa libertad llega -á verse aquí en trance de muerte, ya sabremos sacarla avante. Para -eso nos bastamos usté y yo, y á todo tirar, Asaduras y Resquemín. Uno -en este portillo, dos en el de más allá y el otro en el campanario... -¡pin! ¡pan! ¡pun! cuatro tiros hacia aquí, cuatro hacia allí, boca -abajo el faicioso... y se acabó la guerra. - -Como si le hubiera picado un tábano, salió corralada afuera don -Valentín al oir estas palabras de Juanguirle. Celebró éste con fuertes -risotadas el efecto de su chanza, y continuó raspando el asta del -dalle. - -En esto salió del cuarto del portal, pieza de carácter en las casas -montañesas, un mozo como un trinquete: recién peinado, bien vestido, -aunque no de gala, y con los zapatos, sobre medias de color, ajustados -al empeine con cordones verdes. No tenía tacha el mancebo, en lo -tocante á lo físico: buena estatura, hermosa cabeza y artística -corrección en las demás partes de su cuerpo; pero en el modo de llevar -el sombrero, en lo artificioso del peinado y en la forzada rigidez de -sus miembros al moverse dentro del vestido del cual parecía esclavo más -que dueño, muestras daba de ser, con exceso, presumido y fachendoso. - ---No hay como tú, Nisco--díjole Juanguirle.--Hoy domingo, mañana -fiesta: ¡buena vida es ésta! - ---Gana de hablar es, padre, cuando sabe usté que á la hora presente -tengo bien cumplida mi obligación. La ceba dejo en el pesebre, y las -camas listas para cuando venga del monte el ganao. De leña picá, está -el rincón de bote en bote. - ---No lo dije por tanto, hombre; sino que, como te veo tan dao al zapato -nuevo y al pelo reluciente de un tiempo acá, en días de entre semana... - ---Voy con Pablo al cierro del monte. - ---Por eso creía yo que sobraba la fantesía del vestir. ¡Para los -tábanos que han de mirarte allá!... - ---Pero entro antes en su casa... y ya ve usté... - ---Antes y después, Nisco. Lléveme el diablo si no vives más en ella que -en la tuya. Pero, en fin, si aprendes de lo que no sabes y ensalza el -valer de la persona... ¡Mira qué alhaja, hombre! - -Dijo, y al mismo tiempo puso el dalle en manos del mancebo. Éste echó -sobre el asta varias visuales, hizo también como que segaba, y, por -último, arrimó el trasto á la pared, con la guadaña en lo alto. Marcó -un punto con el _callo_ sin mover el asta, y haciendo centro con el -extremo inferior de ésta, describió un arco hacia la derecha. La punta -del dalle pasó entonces por la marca hecha con el callo. - ---¡En lo justo, Nisco, en lo justo! Bien visto lo tengo. - ---Ni menos ni más,--respondió solemnemente Nisco, entregando el dalle á -su padre con todos los honores debidos al mérito de la obra. - ---Ahora--añadió el alcalde,--voy á picarle, y luégo á segar un garrote -de verde; y si no me le siega el dalle de por sí solo, te digo que no -vale mi sudor dos anfileres. - -Con lo cual se marchó Nisco á casa de Pablo; y momentos después, medio -tendido en el suelo, sobre las melenas de uncir los bueyes; apoyado el -tronco sobre el codo del brazo izquierdo; el extremo del asta sobre -la rodilla levantada, y el filo del dalle deslizándose, al suave -empuje de la mano izquierda, por encima del yunque clavado en tierra, -canturriaba una copla el bueno de Juanguirle, al compás del tic, tic de -su martillo, sin acordarse más del cargo que ejercía en el pueblo ni de -la visita de don Valentín, que del día en que le llevaron á bautizar. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -VIII - -ÉGLOGA - - -Caminando Nisco de su casa á la de Pablo, como las callejas eran -angostas y sombrías y convidaban á meditar, andando, andando, meditaba -y acicalábase el mozo, pues á ambas cosas era dado, como soñador -y presumido que era; y ¡vaya usted á saber por dónde volaba su -imaginación mientras se atusaba el pelo con la mano, y observaba la -caída de las perneras sobre los zapatos, y estudiaba aires y posturas, -sonrisas y ademanes! - -Á lo más angosto de la calleja llegaba, punto extremo de la parte recta -de ella, paso á paso, mira que te mira el propio andar y soba que te -soba el pelo, cuando topó cara á cara con Catalina, la moza más apuesta -y codiciada de Cumbrales. Pareja tan gallarda como aquélla, no podía -hallarse en diez leguas á la redonda. Si él era el tipo de la gentileza -varonil y rústica, ella era el modelo correcto de la zagala ideal de -la égloga realista. Y, sin embargo, á Nisco no le gustó el encuentro, -y hasta le salió á la cara el desagrado en gestos que devoraron los -negros y punzantes ojos de Catalina. - -Con voz no tan firme como la mirada, dijo al mozo, cuando le vió -delante de ella vacilando entre echarse á un lado para dejar el paso -libre, ó detenerse para cumplir con la ley de cortesía: - ---Si fuera la calleja tan ancha como el tu deseo, bien sé que los mis -ojos te perdieran de vista ahora. - ---Supuestos son esos, Catalina--respondió Nisco de mala gana,--que -pueden venir... ú no venir al caso. - ---Hijo, lo que á la cara salta, de corrido se lee. - ---Si á ese libro vamos, de tí pudiera yo decir lo mesmo, Catalina. - ---Abierto le llevo, es verdad; pero no leerás en él cosa que me afrente. - ---Ninguna ventaja me sacas al auto. - ---Eso va en concencias. - ---La mía está como los ampos de la nieve. - ---Entonces, ¡Virgen santa!--exclamó Catalina llevándose hasta la boca -las manos entrelazadas,--¿qué color tienen los corazones falsos y -traidores? - ---Si por el mío lo preguntas, cuenta que te equivocas,--respondió -Nisco fingiendo mal el aplomo que le faltaba. - ---¡Con que me equivoco? ¡Con que tu corazón no es falso? ¡Con que no se -apartó del mío de la noche á la mañana? - ---Ninguna escritura habíamos firmao tú y yo. - ---¿De cuándo acá necesita escrituras el querer con alma y vida, -trapacero y engañoso! ¿Qué más escritura que el sentir de la persona! -Desde que sé pensar, para tí ha sido día y noche el mi pensamiento: -cortejantes me rondaron sin punto de sosiego... bien sabes tú que -ninguno fué capaz de quebrantar la mi firmeza; y si la cara me lavaron -á menudo por vistosa, por ser yo prenda tuya no tomé á embuste las -alabanzas. Bienes tiene mi padre que han de ser míos: no dirás que por -cubicia de los tuyos te perseguí. Señor fuiste de mi voluntad; y con -serlo y todo, nunca en mi querer vistes obra que no fuera honrada y en -ley de Dios... ¿Qué mejor escritura de mi parte! Y si no me engañabas -cuando tanta firmeza me prometías, ¿por qué hace tiempo que de mí te -escondes? Y si para mirarme á mí te puso Dios los ojos en la cara, como -tantas veces me dijistes, ¿por qué no cegaron desde que no me miran? Si -para mí eras en el porte la gala de Cumbrales, ¿para quién son ahora -las prendas con que te emperejilas hasta para ir al monte? - -Agobiado parecía Nisco bajo este capítulo de cargos; y, sin duda por no -tener su causa buena defensa, sólo pudo contestar, atarugado y de muy -mala gana, estas palabras: - ---Hay mucho que hablar al auto, Catalina. - ---¡Mucho que hablar!--repuso Catalina entre admirada y afligida.--¿Para -cuándo lo dejas, falso? ¿Qué menos consuelo has de darme que la razón -de lo que has hecho! - ---Ahora voy muy de prisa... Mañana ú el otro... - ---Sí, vete, fachendoso; vete á tomar aires de señorío, que han de -caerte como arracada en oreja de mulo. ¡Ay, Nisco! no le pido á Dios -más sino que sea verdad lo que se corre. - ---¿Qué se corre?--preguntó Nisco más colorado que un tomate. - ---No quiero decírtelo, porque no te acabe de sofocar el sonrojo, que ya -cerca le anda. - ---¡Yo no tengo nada que me abichorne, sépastelo! - ---Si tienes ó no, el tiempo lo dirá, y allá te espero. - ---Pues vete asentándote ya. - ---¡Sube, sube, que chimeneas más altas han caído! - ---Valiérate más mirar por lo tuyo, Catalina, que meterte en la hacienda -del excusao... Y ya que me haces hablar, diréte que bien poco había -que fiar de tus quereres, cuando, por volver yo la espalda, estás dando -cara á otro... y de Rinconeda, para mayor inominia. - ---Es verdad: uno de allá me pretende desde que tú me dejaste, y hasta -sé que va á pedirme. - ---Pues dile que sí, y con eso tendrás todo lo que necesitas. Yo no he -de ponerte pero, que fenecida eres por lo que me toca. - -Este brutal alarde de desdén produjo en Catalina el efecto de una -puñalada. - ---Lo que yo necesito, Nisco, para mi venganza--contestó, con los ojos -arrasados en lágrimas,--son dos corazones, ó no haber querido nunca con -el que tengo. - -Y como, al hablar así, la ahogaran los sollozos, se llevó el delantal á -la cara y apoyó el hermoso busto contra la pared. - -Nisco intentó decir algunas palabras en disculpa de lo que tan mal -efecto produjo en Catalina; pero no acertando á coordinar una mala -frase de consuelo, cortó por lo sano largándose á buen andar. - -No se sabe, á punto fijo, á dónde iba Catalina cuando se encontró con -Nisco; pero está fuera de duda que, no bien le perdió de vista en la -solemne ocasión mencionada, retrocedió presurosa, y, andando, andando, -llegó á una casita, punto más que choza, baja, muy baja, pobre, muy -pobre, arrimada, como de misericordia, al paredón más alto de unas -ruinas antiquísimas, sin dueño conocido, que poco á poco se iban -desmoronando, hacia el extremo occidental de Cumbrales. - -Fuera de la casuca, junto á su puerta entreabierta, y sentada en un -canto arrimado á la pared, estaba una vieja, flaca y apergaminada, -acabando de remendar, á duras penas, por falta de vista y de pulso, un -refajo negro con hilo blanco teñido en el sarro de una sartén que en el -suelo yacía boca abajo. - -En uno de mis libros he dicho yo que no hay en la Montaña una aldea -sin su correspondiente bruja. Pues la vieja de quien voy hablando era -la bruja de Cumbrales. Temida de los más y aborrecida de muchos, raro -era el día sin quebranto para la pobre mujer: unas veces por que con -sus artes no hacía los imposibles que se le pedían; otras porque se -la creía causante de todo lo malo que acontecía en el lugar. Así es -que vivía de milagro, porque lo era, y grande, vivir, como ella, de -limosna, con semejante fama, tantos años encima y tales tratamientos. -¡Qué diferente vida la que pasó con su marido! Entonces trabajaban unas -tierras, tenían una vaca y moraban en buena casa en el mejor de los -barrios. Alternaban en todo trato lícito y honrado con sus convecinos, -y hasta eran, él por lo diestro en _encambar_ carros, y ella por lo -famosa en preparar el lino, muy solicitados y bien retribuídos de las -gentes. Pero, á lo mejor de la vida, acabóse la del hombre, de la noche -á la mañana; y ya bien entrada en años la mujer, sola y sin valimiento, -tuvo que dejar la poca labranza que trabajaba y buscar un agujero en -qué albergar el achacoso cuerpo, hasta que la última enfermedad le -abriera la sepultura. Halló la casuca solitaria que la muerte de otro -pobre, tan pobre y desvalido como ella, había dejado abandonada; y allí -se metió con el mísero ajuar que le quedaba. Mientras pudo trabajar, -como obrera ganaba la borona que comía; pero agobiáronla los achaques, -y tuvo que vivir de limosna. En la Montaña no se muere nadie de hambre: -esto es sabido y probado, porque el más miserable parte un mendrugo con -el vecino que carece de él; pero ni en la Montaña ni en región alguna -del mundo, engorda la limosna á quien de ella vive, por abundante que -sea. Hay siempre en el corazón humano fibras indómitas á prueba de -virtudes, y raro es el bollo regalado que no produce un coscorrón al -hambriento. - -Como según el tiempo iba pasando íbase la buena mujer enflaqueciendo, -y sólo se la veía en el lugar para pedir limosna en casa de don Pedro -Mortera ó en la de don Juan de Prezanes, para ir á misa cada día de -fiesta, ó de paso para la villa, á donde hacía también sus excursiones -á menudo; y como no se concibe entre las gentes campesinas una mujer -vieja, flaca y encorvada, sola, pobre y taciturna, sin tratos con el -demonio, cata á la de mi cuento, de la noche á la mañana, bruja _con -todas sus consecuencias_, sin lo que el supuesto no tendría maldita la -gracia. Dieron en morirse muchas gallinas en aquel entonces y en faltar -otras del gallinero, alguien vió plumas junto á la choza de la pobre -mujer; y esto bastó para que, creyendo á la bruja aficionada al averío, -la llamaran las gentes de Cumbrales la _Rámila_; el cual mote le quedó -por nombre... también _con todas sus consecuencias_. - -No era Catalina de las más supersticiosas del lugar, ni, en su opinión, -tan mala la bruja como las gentes creían: sobraba entendimiento á la -buena moza para no tragar los absurdos vulgares como pan bendito; pero -faltábale instrucción y era aldeana, y, por ende, llegaba hasta dejar -las cosas en «veremos,» lo cual era rayar muy alto en la materia. -Quiero decir con esto que al acercarse á la Rámila, impávida y -resuelta, iba tan lejos de tenerla por santa, como por confidente del -demonio. - -Llevábala á casa de la bruja, no la reflexión, sino un vértigo del -espíritu, obra del reciente choque de su pasión generosa con el -desdén brutal de Nisco. Sentía el dolor de la herida en lo más hondo -del corazón, y buscaba algo que debía de haber para calmarle, aunque -fuera el triste placer de la venganza. Sospechaba, pero no conocía, la -verdadera causa del desvío de su novio, é ignoraba qué le dolía más, si -el recelo de que otra mujer se le llevara, ó el temor de perderle ella; -qué era lo que con mayor urgencia necesitaba, si reconquistar el bien -perdido, ó hacer que _la otra_ no le adquiriera para sí. En cualquiera -de estos casos, ¿cómo, cuándo y por qué camino, si no tenía otra luz -para orientarse en el abismo en que se hallaba que el notorio desvío -del ingrato? Filtros, adivinaciones, sortilegios, hechicerías por arte -del diablo, noticias ciertas, consejos sanos por modo lícito y natural, -y, en último extremo, ocasión de desahogo del pecho acongojado, casi -en el secreto de la confesión... Todo esto, ó mucho ó algo de ello, -podía encontrarse en la choza de la Rámila; y por eso iba Catalina -al antro de la bruja; y por eso, cuando se halló delante de ella, no -supo explicar lo que quería. Al último, refirió la historia de sus -desventuras, que es por donde debió de haber empezado. Lloró mucho, y -la Rámila la dejó llorar hasta que ya no hubo lágrimas en sus ojos ni -quejidos en su pecho. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -IX - -LAS PRIMERAS CHISPAS - - -Quien haya visto el mar después de un temporal deshecho, tenderse en -la playa, rumoroso y ondulante, lamiendo manso lo que antes azotó -iracundo, y trocados en arrullos sus bramidos, tendrá una idea del -estado de don Juan de Prezanes, horas después de la borrasca que el -lector presenció. En el fondo de aquella alma, transparente como el -más limpio cristal, no se descubría un solo rencor. Remordimientos -y heridas, sí. Remordimientos, porque su buen sentido, libre de -las cadenas de la pasión, decíale que para defender su derecho no -había necesidad de enfurecerse como él se enfurecía, dando con ello -monstruosas proporciones á lo que de suyo era, en sus comienzos, -pequeño y baladí, y rebajando lastimosamente el nivel de su propia -dignidad. Hasta concedía, cierto derecho á su amigo para desaprobar -sus viejas alianzas con determinadas gentes, porque á la vista estaban -los muchos males qué habían producido al pueblo, y los grandes -disgustos que á él le habían acarreado, sin un solo beneficio; pero -nada más que _cierto derecho_: no en la amplitud en que su compadre -se le tomaba y le comprendía. Y por aquí andaba el punto doloroso. -Grabadas estaban en su memoria palabras de acero que, en el calor de -la disputa, se le habían lanzado al corazón, sin respeto alguno á la -honradez de sus intenciones ni á la _enfermedad_ de su temperamento, -causa eficiente de los arrebatos á que de continuo se entregaba, contra -sus deseos y propósitos. - -Apenábale el dolor de estas heridas, hechas sobre frescas cicatrices, -y, por lo mismo, doblemente dolorosas; pero curábalas con la reflexión -de que otras tales había causado él en la batalla; con el bálsamo del -perdón implorado por su contendiente, y con la esperanza de que la -reciente reyerta sería la última entre él y el amigo á quien más quería -en el mundo. _Pero_, hecha entre los dos la definitiva liquidación de -agravios, y vuelto cada cual á su tienda, que no se le obligara á él -á dar el primer paso en la nueva y edificante vida que ambos habían -de hacer en adelante. Era él el más desgraciado, el más solo y el más -ofendido de los dos, y no podía arraigar la reconciliación en el fondo -del alma, si se cimentaba en tan palmaria injusticia. En cambio, si, -libre y espontáneamente, su amigo, ó cualquiera de la familia de su -amigo, diera ese paso decisivo, ¡con qué ansia le saldría al encuentro -y le recibiría en sus brazos, y firmaría entre ellos, con el olvido de -todos los agravios, eternas y venturosas paces! - -Así pensaba, arrimado á la mesa de su despacho, y en la palma de la -mano reclinada la descolorida frente, mientras Ana, sentada á su lado -y leyéndole los pensamientos (porque los hombres como don Juan de -Prezanes, no solamente son niños toda la vida por su afición á las -cosas pequeñas, sino por su propensión á meditar á voces), le prometía -lo que él deseaba y mucho más. - ---Por si te equivocas--llegó á responder su padre,--bueno será que -hagas el sacrificio de acompañarme esta tarde. La soledad es mala -consejera, hija mía. - -Lo que en rigor buscaba don Juan al tener á Ana toda la tarde á su -lado, era el convencimiento de que si alguno de la otra casa iba á -visitarle, lo haría por iniciativa propia, no por sugestiones, y quizá -ruegos, de su hija, quien, hablando en rigor de verdad, en lo tocante á -que se cumplieran sus promesas, no las tenía todas consigo. - -En esto apareció Pablo en el corral, y á don Juan de Prezanes, al -verle, se le escapó del pecho un rugido de gozo. - ---¿Lo ve usted!--le dijo Ana sin disimular el grandísimo que ella -sintió al mismo tiempo. - -No podía, en aquella ocasión, enviarse al abogado de Cumbrales emisario -más de su gusto. Sin embargo, recibió al mozo con estudiada seriedad. -¡Hasta en los menores detalles son niños los hombres quisquillosos! - ---¡Ya es hora de que le veamos á usted por acá, señor don Pablo!--dijo, -respondiendo al saludo cordial del joven. - ---¡Como, á veces, no sabe uno en qué peca más!...--replicó éste. - ---Como andaban ustedes de monos--añadió Ana,--habrá creído Pablo que no -estaba el horno para rosquillas. - ---Cabalmente,--dijo Pablo con la mayor sinceridad. - ---¿Es decir--repuso don Juan con mal disimulada vehemencia,--que, por -tu gusto, me hubieras visitado alguna vez? - ---Pues como de costumbre: todos los días. - ---¿De manera que al verte hoy á mi lado, sin miedo de que este ogro te -devore, debo suponer que, en tu concepto, esos monos ya no existen? - ---Justo y cabal. - ---Y ¿quién se lo ha dicho á usted, caballerito?--preguntó aquí don -Juan de Prezanes, dejando traslucir, en la mal fingida dureza de la -pregunta, el propósito que ésta envolvía. - ---¿Quién podía decírmelo sino mi padre?--contestó Pablo sencillamente, -mientras Ana iba con anhelante mirada del uno al otro interlocutor. - ---¿Luego su señor padre de usted--continuó don Juan,--no se opone á que -se me haga esta visita? - ---Como que traigo el encargo de brindarle á usted á tomar chocolate con -él... digo, si no le queda á usted algún resentimiento... - ---¡Qué cosas tiene tu padre, hombre!--exclamó el nervioso abogado, -llenando todo su pecho de aquella especie de aura bienhechora -que esparcía en la estancia el recado de su amigo.--Yo no tengo -resentimientos con nadie, y mucho menos con vosotros... ¡Vayan al -diablo, si es preciso, _esas cosas_ que no me interesan dos cominos -y tan malos ratos me dan! Armonía con todos y sosiego en el hogar, -Pablo: esto es vivir; que no está uno contento de sí mismo mientras se -halle en guerra con los demás. Con que raya por debajo, y no volvamos á -hablar del asunto. - -Así comenzó á entregarse don Juan de Prezanes á la pasión de regocijo -que le solicitaba rato hacía, creyendo á salvo ya todos los fueros de -su amor propio. ¡Cuántas veces se había hallado en idéntica situación! - -Preguntó á Pablo muchísimas cosas, sin orden ni concierto, mientras se -paseaba á lo largo de la estancia; y su ahijado, muy cerquita de Ana, -tan pronto contemplaba la labor que ésta tenía entre manos, como miraba -las nubes por la ventana abierta. Llegando á preguntarle por la vida -que traía, respondió el mozo en breves palabras, porque era escasa la -materia y á la vista estaba en todo el lugar. Á lo que dijo don Juan de -Prezanes: - ---Pues mira, hombre: si he de decirte lo que siento, tratándose de un -muchacho de tus condiciones, no me gusta ese modo de vivir. Bueno que -tomes apego á las faenas del campo; bueno, en fin, que trates de ser -un labrador hecho y derecho, pues que en eso has de venir á parar, -según las trazas; pero en lo demás... en lo demás, Pablo, deseara -yo que anduvieras con mucho tiento. Quiero decir que guardaras las -distancias un poco más de lo que las guardas. Estás llamado á ser, por -tu posición, la persona principal de Cumbrales, y esta circunstancia -te impone ciertos deberes. Conviene que estas gentes te vean, pero á -tiempo y no á todas horas y en todas partes; que te traten, pero que no -te manoseen, si mañana han de tenerte en algo y ha de aprovecharles tu -importancia; que los aventajes en todo lo bueno, pero que no intentes -igualarlos en lo que pueda desautorizarte á sus ojos. Natural es que -juegues á los bolos cada día de fiesta con los mozos de tu edad; pero -no lo es tanto que bailes á su lado con las mozas en las romerías, -y mucho menos que te agregues de noche á sus rondas y parranderas. -Bien sé yo que á los años hay que darles lo que es suyo, y que aquí -no se halla otra cosa mejor que eso para lo que pide la mocedad; pero -considera que hay que estar á las duras y á las maduras, y que las -duras de esos pasatiempos pueden ser muy graves para tí, sobre todo si -tratas de buscar el desquite. Cuando menos, esas costumbres tienen de -malo el que su centro natural es la taberna; y en la taberna, Pablo, -siempre hace un desdichado papel la levita. - -Ana atajó aquí á su padre, temerosa de que el mozo se resintiera de la -homilía que le estaban enderezando, y dijo á éste en el tono zumbón que -tan bien sentaba á la traviesa joven: - ---No dirás, Pablo, que, para improvisado, es malo el sermón de tu -padrino. - ---¡Sermón no!--saltó don Juan, apresurado.--¡Líbreme Dios de meterme -en esas honduras!... ¡y cuando aún me rasco los coscorrones de uno -muy amargo! No, hijo mío; no te predico ni trato de molestarte: digo -sencillamente lo que siento, porque te quiero mucho y ha venido á -pelo. Y con esta advertencia, y ya que lo tengo entre los labios, he de -decirte, para concluir, que no me disgusta Nisco, el hijo del alcalde: -es mozo de juicio, aunque pudiera ser menos presumido y valdría más; -pero ¿por qué es tan amigo tuyo? De un tiempo acá, no os separáis. -Ya sé que sois camaradas de la infancia; pero me parece demasiada -intimidad la que os une para lo diversas que son vuestras educaciones. -Lo probable es que se te pegue á tí su tosquedad, y no á él tu cultura. - ---Pues ¡vea usted lo que son los juicios humanos!--respondió -Pablo, mientras Ana atendía al diálogo con vivísima curiosidad, -particularmente desde que su padre había nombrado al hijo de -Juanguirle.--Precisamente porque se le pegue eso que usted ha llamado -mi cultura, anda Nisco tan cerca de mí un tiempo hace. - ---Asegúranlo por ahí--dijo Ana con malicia;--y es raro el caso. - ---Pues yo le encuentro lo más natural del mundo--replicó Pablo.--Nisco -es un mozo trabajador y muy despierto, harto más inteligente en su -oficio que la cáfila de zopencos que le critican. Acompañábame al -cierro del monte; me enseñaba lo que yo no sabía, y me ayudaba, y me -ayuda, con su inteligencia, y hasta con sus brazos, en aquellas faenas -que están á mi cuidado exclusivo desde que el cierro se roturó. -Escribía mal y leía peor, porque no le enseñaron otra cosa. Andando en -mi casa y descansando en mi cuarto muy á menudo, vió libros sobre la -mesa y quiso que le leyera algunos. Eran cuentos agradables; gustáronle -y deseó saber leerlos como yo se los leía, para penetrarlos mejor; -después deseó también soltarse en la escritura, y comencé á darle -lecciones de uno y de otro con mucho gusto, porque yo observaba el -muy grande con que él las recibía. Y así estamos. No llegará á ser -nunca gran pendolista ni un lector de nota, porque el oficio que trae -es incompatible con esos primores; pero adelanta, se sujeta mucho, -despiértanse en él aficiones y gustos superiores á su condición, y esto -es muy recomendable; y, sobre todo, padrino, Nisco es lo mejor del -pueblo para los fines que usted me predica, y á Nisco me agarro. - ---¡Bien vuelta, muchacho!--contestó don Juan hecho unas -castañuelas;--lo cual no quita que el pobre mozo, por el camino que va, -se queda tan lejos de ser hombre culto, como de las labranzas de su -padre; y ¡entonces sí que le tocó la lotería! De modo que tampoco es -Nisco lo que te conviene para mucho tiempo. - ---Pues usted dirá,--repuso Pablo, con una formalidad tan noblota, que -hizo reir á don Juan y á su hija. - ---¿Es cosa resuelta--preguntó el primero,--que abandones la carrera que -seguías en la Universidad? - ---Resuelta. - ---Pues entonces, ¿qué demonio te diré yo, hombre? Si has de vivir -perpetuamente en Cumbrales; si á la edad que tienes no sacas de -tí mismo recursos para hacer la vida entretenida y llevadera, sin -necesidad de tocar los extremos peligrosos de que antes te hablé; y si, -á pesar de estos inconvenientes, has de ocupar con el decoro debido -el puesto que aquí te corresponde, sólo veo un medio de conseguirlo: -cásate. - -¡Cosa rara! Ana, que seguía con la vista á su padre mientras hablaba -así, no bien oyó su última palabra, se puso roja como una amapola, -bajó la cabeza sobre la labor, y no encontraba postura cómoda en la -silla. Cuanto á Pablo, sin duda porque no había otra mujer que Ana -allí, volvió los ojos hacia ella... y rojo se puso también al choque -de su mirada curiosa con la turbada y eléctrica de la hermosa joven. -¡Singular efecto de una palabra vulgar y prosáica! Ni siquiera tuvo -el color de la malicia, puesto que don Juan de Prezanes, cuando la -pronunció, estaba arrimado á la ventana y mirando maquinalmente las -nubes del horizonte. - -Al volverse luégo hacia Pablo en demanda de su respuesta, ya era éste -dueño de sí. - ---Con que ¿qué te parece mi proposición?--dijo al mozo. - ---Que tiene mucho que estudiar... y que _se estudiará_, -padrino,--respondió Pablo con singular firmeza. - ---Así me gustas, ahijado; y de tal modo, que si te decides por la -afirmativa, me brindo á ser tu padrino de boda... Entre tanto, basta, -si os parece, de conversación, y vamos á tomar ese chocolate que me -ofrecen en tu casa. Créeme que tengo grandísimos deseos de ver á tu -madre y á tu hermana, pobres víctimas inocentes de nuestras majaderías. - -Dispúsose Ana á complacer á su padre; y con tal apresuramiento y tan -de buena gana, por lo visto, que al recoger los avíos de costura en -su primorosa canastilla, por cada cosa que guardaba ¡ella á quien -jamás igualaron prestidigitadores en destreza y agilidad! dejaba caer -media docena. Mas allí estaba Pablo, que se desvivía con desusado afán -por recogerlas en el aire y ponerlas en las blancas y finas, pero -desatinadas, manos de la azorada joven. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -X - -LOS HUMOS DE NISCO - - -Nisco llegó á casa de Pablo después que éste había entrado en la de don -Juan de Prezanes. Subió el hijo de Juanguirle sin llamar, como era su -costumbre, derecho al cuarto de su amigo. Al pasar por delante de la -puerta de la sala, oyó que le decían desde el fondo de ella: - ---Pablo ha salido. - -Era la voz de María. Conocióla el mozo, retrocedió dos pasos y se -colocó en el hueco de la puerta, sombrero en mano, enfrente de la -joven, que cosía sentada cerca del balcón. - ---En ese caso--dijo Nisco algo atarugado y después de hacer una -exagerada reverencia,--me marcharé. - ---Si no quieres esperarle...--añadió María, respondiendo á la -reverencia con una sonrisa. - ---Pues le esperaré, _ya que usted se empeña_,--replicó Nisco. Y se -sentó, con mucho tiento y grave parsimonia, en la silla más cercana. - -María volvió á sonreirse, y continuó cosiendo. - -Nisco, con el sombrero en la diestra y ésta sobre la rodilla, -atusándose el pelo con la otra mano... no tuvo por entonces más que -decir; pero, en cambio, clavó la vista de sus ojos negros, un tanto -dormilones, en María; y largo rato estuvo como hechizado, viendo -aquellas manos, blancas y rollizas, pasar y repasar la aguja, y estirar -la seda para afirmar la puntada; el brillo de aquel abundoso pelo -negro; la transparencia de aquel cutis de rosa; la luz de aquellos ojos -húmedos, y, en suma, el palpitar, apenas perceptible, de toda aquella -riqueza escultural, á cada movimiento del ágil brazo. - -Digo yo que todas estas cosas contemplaría Nisco, porque, según la -expresión que brillaba en sus ojos, más bien parecía sorber con ellos á -la joven que mirarla. De vez en cuando echaba ésta una ojeada firme y -serena al mozo; y entonces el hijo del alcalde de Cumbrales no cabía en -la silla. - -Iban así corriendo los minutos, y Pablo no venía ni se marchaba -Nisco, ni entre éste y María se cruzaba una palabra. Don Pedro estaba -en el portal en plática con don Valentín, que había ido á visitarle -«por un motivo muy urgente,» al decir del veterano; y su señora -andaba disponiendo el agasajo con que habían de celebrarse las paces -consabidas, si don Juan aceptaba la invitación que se le había hecho. -De manera que los actores de la sala no podían esperar de afuera -incidentes que rompieran la monotonía de la escena: tenían que romperla -ellos mismos, si no la hallaban muy divertida. - -Quizá pensando así, dijo, al cabo, María mientras examinaba el largo -pespunte que acababa de hacer, deslizando la tela entre los dedos de -sus manos: - ---Y ¿cómo vamos de lecciones, Nisco? ¿Adelantas mucho? - -Ya ve el lector que no podía decirse menos que esto tras un espacio tan -largo de silencio. - ---No tanto como yo quisiera,--respondió Nisco mal y á trompicones, por -lo mismo que tenía empeño en responder al caso y con voz bien afinada. -Faltábale el hábito de hablar con señoras y bajo cielo-raso, y esto -ofrece gravísimas dificultades cuando se trata de soltar de pronto -la voz, una voz ajustada al diapasón de la naturaleza agreste, en un -centro reducido y sonoro y delante de una dama á quien se desea agradar. - -María, sin fijarse gran cosa en los desentonos de Nisco, volvió á -decirle: - ---Es algo rara esa afición que te ha entrado de pronto á esas cosas. - ---Rara, ¿eh?--contestó el mozo, más atrevido ya y menos -desaplomado.--¿Cree usté que es rara? Pues quizaes lo sea, si bien se -mira... y quizaes no, por otra parte. - ---Ahora sí que no lo entiendo, Nisco,--díjole María riéndose muy de -veras. - ---Pues yo le diré á usté--añadió el mozo muy animado con la regocijada -actitud de su interlocutora.--Para el oficio que traigo, no es -mayormente al auto el pulimento que deseo en el porte y genial de la -persona, si uno ha de estar de sol á luna, fijo en la brega del campo, -sin más aquél de cubicia que lo que tiene á la vera; pero si, pinto el -caso, al hombre, por su luz natural ú roce con quien la tenga, no le -basta eso solo... y quiere, es un decir, quiere... vamos, valer algo -más de lo que vale, bien séase por la fantesía del valer ú por tomar -alas con qué volar un poco... porque sienta allí dentro... vamos, quien -se lo mande, como el otro que dice... en fin, señorita, el saber no -ocupa lugar; y yo quisiera, si no ofendo, saber algo más de lo que sé, -por valer algo más de lo que valgo. - ---Bien pensado está todo eso--replicó María muy afable;--pero algún -motivo especial habrá para que tan de repente te haya entrado ese deseo. - ---Pues ya se lo he dicho á usté; y si es cierto el refrán de «no con -quien naces, sino con quien paces...» - ---¿Luego tu frecuente trato con Pablo es la causa de todo? - ---Puede que lo sea,--respondió Nisco, contoneándose en la silla y -atusándose mucho el pelo. - ---Pero ¿cómo ese deseo no te ha asaltado hasta ahora, siendo así que á -mi hermano le tratas desde niño? - -Con esta pregunta le entró al mozo tal hormigueo, que en un buen rato -no le dejó sosegar. - ---Consiste eso, señorita--logró responder al fin, aunque á -tropezones,--en que los tiempos, al respetive que corren, van -cambeando... y, por otra parte, los ojos de la cara no lo ven todo de -un golpe. - ---¿Es decir que los tuyos han visto, de poco acá, algo que no habían -visto antes? - ---¡Cátalo ahí!--exclamó Nisco, sudando de congoja y medio turulato. - ---Pues á eso quería yo venir á parar--añadió la joven, como si se -gozara en la angustia del aldeano.--¿Es decir que porque ahora ves algo -que antes no has visto, deseas valer más de lo que valías? - ---¡Eso, eso!--gritó aquí el mocetón, rojo, cárdeno y amarillo, todo á -la vez. - ---Pues mira tú cómo la gente se equivoca en la mitad de lo que -piensa--añadió María, esgrimiendo ya con verdadera saña, contra el -acorralado galán, las armas de su travesura, que aunque no eran muchas, -en el desapercibido é inerme muchachón causaban heridas tremendas:--yo -te creía el mozo más feliz de Cumbrales, con una novia tan hermosa como -Catalina; tan conveniente para tí... - -Estas palabras fueron para Nisco un golpe en mitad de la nuca. Tardó en -volver del atolondramiento en que cayó; pero volvió al fin, remilgóse y -dijo: - ---Relative á este punto, crea usté que hay sus mases y sus menos. - ---Ya lo supongo por lo que has hecho; pero precisamente en eso que has -hecho está lo que no se comprende. Catalina es la mejor moza de la -comarca. - ---Esa fama tiene,--respondió Nisco con desdén. - ---Y bien merecida. Cuéntanla muy enamorada de tí. - ---Bien pudiera ser,--dijo el rústico galán, con una sonrisilla vanidosa -en que se pintaba la alta idea que de su propio valer tenía el hijo de -Juanguirle. - -Sonrióse también María, y continuó: - ---Es rica entre las de su clase. - ---No diré que no lo sea. - ---Tiénenla por hacendosa. - ---Pshe... - ---Y es lista y de mucho juicio. - ---Podrá ser. - ---Pues si todo eso es Catalina, ¿dónde puedes haber visto tú cosa que -más valga ni que más te convenga? - -Otro golpe en la nuca para Nisco. - ---Onde está quien más vale que Catalina--logró decir el mozo,--bien lo -sé yo. Si me conviene ú no me conviene más que _la otra_, también lo -sé... Si se me dirá que sí ú se me dirá que no... ahí está el ite de la -cosa; porque, hablando en verdá, si la merezco ú no la merezco, caso es -de pleitearse mucho. - ---Eso prueba, Nisco, que has puesto los ojos muy en alto. - ---Confieso que sí; pero sin culpa mía, porque los ojos se van detrás de -lo que apetecen, sin pedirle al hombre su parecer. Lo que decir puedo -es que, desde que ví eso tan alto, ando buscando el modo de subir allá, -siquiera para decir «aquí estoy» en la solfa en que debe decirse; cosa -que al presente no sé... ¡que si lo supiera!... - -Interesábale tanto á la joven la conversación en que se había empeñado -con el bueno de Nisco, que ya no cosía. Apoyando sus brazos en la -almohadilla que sobre sus rodillas tenía, jugueteaba con la tijera -y mordía una hebrita de seda, cuyo extremo suelto asomaba húmedo -entre sus labios frescos y rojos; miraba al mozo con no disimulada -curiosidad, y estudiaba en él las impresiones que iba causándole el -interrogatorio á que le tenía sometido; interrogatorio que acaso no -hallen del todo verosímil las damas del _mundo elegante_ (si entre -ellas las hay con el mal gusto de leerme), la crítica superficial -y cuantos desconocen el modo de ser de estas gentes montañesas. En -pueblos como Cumbrales, se sabe en cada casa lo que ocurre en las -demás; y en salones como el de don Pedro Mortera, donde la familia cose -y habla y reza, muy á menudo se oyen relatos harto más insubstanciales -y pesados que la amorosa cuita del hijo del alcalde; porque allí van -los pobres á llorar las suyas; los atropellados á pedir consejos... y -más de una vecina á remendar la saya ó á que le corten una chaqueta -ó le escriban una carta para el hijo ausente. Además, los unos son -colonos de la casa, otros han servido en ella, y todos se codean en la -iglesia, en la calle ó en el concejo. De esta mancomunidad de intereses -y de afectos, nace la íntima cohesión, algo patriarcal, que existe -entre todas las jerarquías de un mismo pueblo; cohesión que, no por -ser fecunda en ingratitudes, rencillas y disgustos, deja de existir en -lo principal, afirmada en el inquebrantable respeto de los de abajo á -los de arriba, y en la cordial estimación de éstos á los de abajo. Así -se explica que María, con su genio _parado_, poco expansiva, y corta y -desconfiada en su trato con gentes extrañas y de su esfera, aun sin el -estímulo de la _segunda intención_ que algún malicioso pudiera suponer -en ella, se mostrase tan animosa y confiada con Nisco, á quien, además, -estaba viendo en su casa desde que éste era muchacho. - -Volviendo ahora al interrumpido diálogo, sépase que á la vehemente, -apasionada y casi dramática exclamación del romántico hijo de -Juanguirle, contestó María, mirándole de hito en hito: - ---También ese propósito es juicioso y no deja de favorecerte mucho; y -tanto podías estirarte tú, que á poco que ella se bajara... - ---¿Cree usté que se bajaría?--preguntó Nisco anheloso, corriéndose una -silla más hacia la joven. - ---Hombre, de todo se ha visto en el mundo--contestó María, parándole -con el fulgor de sus ojos rasgados.--Pero se me figura á mí que para -que ella se baje todo lo que es necesario, y por mucho que lo desee, -hay un inconveniente muy grande y muy difícil de vencer para tí. Puede -creer _esa persona_ que te llevan hacia ella miras interesadas. Esto, -por de pronto. Después... y aquí está lo grave, Nisco: si dejaste de -la noche á la mañana á Catalina, que tanto vale y tanto te quería, -¿cómo haces creer á... _esa otra persona_ que la quieres más que á -Catalina? - -Aplanó al mozo este argumento. Meditó unos instantes, y replicó: - ---La verdá es que si no se me cree por mi palabra ú no se me mandan los -imposibles, para que, haciéndolos yo, se vea la buena ley del querer... - -Sonrióse María y atajó al mozo de esta manera: - ---Te advierto, Nisco, que nos hemos colocado en el peor de los casos -imaginables. Bien pudiera ella no reparar en tales tropiezos; y eso -nadie lo sabrá mejor que tú que la conoces. Todo depende del carácter y -de los humos que tenga esa señora... porque yo creo que es una señora, -por la altura en que la has puesto. - ---¡Vaya si lo es, caramba!--exclamó Nisco, con una delectación -indescriptible. - ---Y... ¿la has hablado alguna vez?--preguntóle María con un poquillo de -cortedad. - -Aquí le entró á Nisco el hormigueo de otras veces; volvió á ponerse -tricolor, volteó el sombrero entre las manos, se atusó luégo el pelo, -carraspeó mucho, y dijo al fin, con voz ronquilla y destemplada, porque -el corazón le daba en el pecho cada porrazo que le aturdía: - ---¿Que si la he hablado!... Muchas veces... miento: ninguna... es -decir, para que el diablo no se ría de la mentira: hablarla _de veras_, -una sola. - ---Pues mira, ya es algo eso. Y ¿qué cara te puso cuando la hablaste de -veras? - ---¡Como el sol de los cielos, porque así es la suya! - ---¿Dijístele algo de lo que deseabas? - ---Yo creo que sí... ó puede que no, aunque pretender, pretendílo; pero -le entran á uno en esos trances tales congojas y malenconías, y unos -trasudores, y siéntense unas ansias en el pecho, y pónense unas telas -en los ojos, que por aquí va el hombre con la palabra, y por allá va el -su pensamiento. - ---Con tal que ella te entendiera... ¿sabes tú si te ha entendido? - -Trocóse en fuego la timidez de Nisco, y respondió impetuoso: - ---Diera este brazo por saber que sí; que tal me miraron sus ojos y tal -me habló con su boca, que luceros de la noche y sinfonías de la gloria -me parecieron. ¡Qué señales fueran mejores de que lo alto se abajaba! - ---¿Conózcola yo, Nisco? - ---¡Como al mesmo personal de usté! - ---Pues, hombre, para lo poco que falta ya, dime quién es. - -Quedóse aquí Nisco como quien ve visiones, con los ojos encandilados, -la boca abierta, cárdeno el semblante y creo que hasta sin pulsos. - -En esto se oyó ruido en el corredor, y Ana y Pablo entraron en la sala -un instante después. Ana llegó á ver la escena tal como quedó á la -última palabra de María. Pablo, al reparar en su amigo, le preguntó: - ---¿Me esperabas, eh? - ---No... sí... digo, creo que no.., es decir, puede que sí,--respondió -Nisco. - ---¡Hombre, parece que estás atolondrado! Pues mira--añadió Pablo -mientras Ana y María se abrazaban y salían juntas al balcón,--perdona -por esta tarde, que estoy muy ocupado, y vuélvete á la noche un rato, -como de costumbre... si quieres. - -Nisco, que necesitaba aire fresco, despidióse y salió de la sala hecho -un palomino. Junto á la escalera halló á don Juan de Prezanes que subía -con su compadre, el cual llamaba á su mujer á voces para avisarle -la llegada del amigo. Cerca de la portalada alcanzó el mozo á don -Valentín, que iba á salir también. El veterano, mientras zarandeaba el -casaquín y se sonaba las narices con ímpetu, gruñía y murmuraba. Nisco -le oyó decir con ira, mientras levantaba el picaporte del postigo: - ---¡Sabandijas!... ¡Servilones!... - -No fué Nisco en derechura á su casa: estuvo oreándose la cabeza y -los pensamientos largo rato por brañas y callejos. Pasando por una -encrucijada, vió venir á Catalina. Irguióse altivo al emparejar con -ella, y observó que traía la cara más risueña y el andar más resuelto -que horas antes. - -Y díjole la moza al cruzarse con él: - ---¡Híspete, pavo, que ya te pelarán! - -Á lo que respondió Nisco, mirándola por encima del hombro: - ---Taday... ¡probeza!... - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XI - -APUNTES PARA UN CUADRO - - -Bien corrida era ya la media tarde cuando despertó don Baldomero, -porque fué Sidora á levantar la mesa y le dió en la cara con el mantel -al echársele debajo del brazo. Incorporóse el hombre lentamente, -bostezando mucho y con grande clamoreo; se desperezó á sus anchas, lió -un cigarro y le encendió sin dejar de estremecerse ni de bostezar entre -chupada y chupada. Salió después del caserón, y, paso á paso, llegó á -la taberna, café de los holgazanes desidiosos de aldea. - -Junto á la enrejada ventana, por donde el tabernero despachaba á los -parroquianos vergonzosos, había una mesa de basto tablero, y alrededor -de ella, sentados, hasta tres personajes que voy á presentar al lector, -porque debe conocerlos. Vestía el uno un traje entre andaluz y de la -tierra (ancha faja de estambre negro á la cintura, calañés, chaleco -desceñido, y en mangas de camisa); andaría rayando con los treinta -y cinco años; y como aún era _mozo soltero_, presumía de apuesto -sin serlo cosa mayor; ostentaba en la cara anchas patillas negras; -miraba gacho y hablaba ceceoso y lento, más por alarde que por natural -disposición. Había estado, de mozo, en Andalucía, como tantos otros -coterráneos suyos; y era casi el único resto del antiguo _jándalo_, de -los que volvían á caballo, entre rumbo y alamares, escupiendo por el -colmillo y, á creer lo que ellos mismos aseguraban, sembrando el camino -real de pañuelos de seda y onzas de oro. - -No le dió á éste gran cosa la vanidad por ese lado: en cambio, su -boca era una carnicería, hablando, mientras acariciaba con la mano el -cabo de una navaja que siempre llevaba asomando por el ceñidor, de la -gente que él había despachado al otro mundo, no más que por tocarle -con el codo al pasar, ó por no dejarle la acera libre, ó por mirar -dos veces seguidas á la mujer que por él se moría. Con esto, con no -trabajar nada, con frecuentar demasiado la taberna y con amenazar -en voz sorda, marcando mucho la sonrisa, al lucero del alba á cada -paso, llegó á hacerse temible en Cumbrales, aunque no hay memoria de -que nadie le viera cumplir una pizca de lo mucho que ofreció en su -vida, ni siquiera tomar parte en las serias contiendas de que fueron -causa sus baladronadas impertinentes, en corros y romerías. Pretendió -á todas las buenas mozas de Cumbrales, y de todas recibió calabazas; -apechugó después con la que quedaba, y ocurrióle lo mismo. Desde -entonces se hizo protector de las mozas de Rinconeda, y esto acabó de -desacreditarle en su pueblo. Llamábanle el _Sevillano_, y nadie le -podía ver en Cumbrales, pero ninguno se atrevía á decírselo á la cara. - -El personaje que estaba enfrente de él en la mesa era un mocetón -hercúleo, de mucha y enmarañada greña, y sobre ella, tirado de -cualquier modo, un sombrero negro de anchas alas. Estaba despechugado -y dejaba ver un cuello robusto, unido al abovedado pecho por un istmo -de pelos cerdosos, entre músculos como cables. No era fea su cara, -pero tampoco atractiva, aunque risueña. Pecaba algo de sucia, y no -eran sus ojos garzos todo lo grandes ni todo lo pulcros que fuera de -desear. La barba, no muy bien afeitada, y el pelo, tenían un color mal -determinado, entre rubio y negro, matiz que daba una feísima entonación -al rostro; el cual, sin haber en él reflejo alguno de maldad, acusaba -cierta grosería de instintos que repugnaba. Pues este mocetón, también -en mangas de camisa y con la chaqueta al hombro, era el famoso -_Chiscón el de Rinconeda_, gran amigo del Sevillano de Cumbrales, y -pretendiente de Catalina desde que Nisco la había dejado. Tenía algunos -bienes, y era trabajador cuando quería; pero mucho más dado á zambras y -bureos, y un apaleador de gran fama. - -El tercer personaje era un pobre hombre, de edad incalculable á la -simple vista, anguloso y acartonado, encogido y bisunto. - -Aunque cargado de familia, tenía horror al trabajo duro del campo, y -se había propuesto hacerse rico de sopetón; para lo cual contaba con -dos elementos importantísimos: su ingenio y la manía de las herencias -gordas _de la otra banda_. De su ingenio eran producto multitud de -artefactos, para los que había pedido, con mal éxito, privilegio de -invención ó cincuenta mil duros al Estado. El más ingenioso de sus -inventos, y por el que revolvió la provincia entera hasta conseguir -que el ministro de Fomento examinara el prodigio, fué un cepo para -cazar topos en el instante en que estos minadores sempiternos arrojan -la tierra sobre el prado; pero se tocó el inconveniente de que era -preciso adivinar dónde iba á formarse la topera para colocar allí el -aparato y juzgar de su utilidad, y no hubo ocasión de tratar del punto -_secundario_ que se mencionaba en la breve _memoria_ del autor, ó -sea el millón y medio que éste pedía por el invento, aunque con la -obligación de construir uno á sus expensas para las necesidades del -Gobierno de la nación. En estos ensayos empleaba la mayor parte del -tiempo que pasaba en casa, serrando listones y tabletería que atrapaba -aquí y allí, aviniendo y combinando pedazos, fuerzas y resistencias. -Diéronle, por esto, el nombre de _Tablucas_, y con él se le llamaba y á -él respondía, casi olvidado ya del verdadero. - -No por estas atenciones descuidaba el asunto de las herencias, que -todos los días le daba no poco que hacer. Siempre tenía una ó dos -entre manos. Referían los periódicos que un archimillonario había -muerto en el Japón, supongamos; contábanselo á él los que ya le -conocían el flaco, ó lo inventaban, ó llegaba un pobre á la puerta y le -decía:--«Y ello ¿habrá algo de cierto en eso que se corre al auto de -unos treinta millones que están depositaos en el Gubierno de arriba, -por no conocerse á los herederos del montañés que los dejó al morir -en el Pirul, de Padre Santo, rey... ú cosa así?» En cualquiera de los -casos preguntaba Tablucas:--«¿Está ese pueblo en _la otra banda_?» -Contestábanle siempre que sí; y ya no necesitaba saber más. - -Hubo en su familia un individuo que sobre el año 20 pasó á las Américas -y de cuyo paradero no volvió á saberse nunca; y en todos los ricos, -muertos abintestato en _la otra banda_, es decir, en América, en la -China... en cualquier punto remoto de la tierra, llamárase aquél como -se llamara, veía Tablucas á su pariente, rebuscando su genealogía, -cotejando fechas y acumulando supuestos é imaginaciones. Colocado -ya sobre el rastro del asunto, como él decía, consultábale con los -licurgos callejeros de Cumbrales; después con los abogados de veras; -luégo con el cónsul de la nación en que había muerto el pariente, y, -por último, trataba de entenderse con el ministro de Estado. Á todo -esto, llenándose los bolsillos de papelucos con nombres de personajes, -respuestas vagas de este agente ó del otro alcalde, y de fes de -bautismo, sin que faltara la del ignorado pariente, y arreglando en -su imaginación la historia de tal modo, que el más sutil se quedaba -perplejo al oirla. Todo esto le costaba dinero, viajes y molestias -sin número; pero vendía gustoso el mendrugo de su familia, y jamás le -cansaban las idas y venidas, ni le desalentaban desengaños ni malas -razones. Así, hasta que se moría otro millonario, y dejaba, por seguir -á éste, el rastro del anterior, exclamando al emprender la nueva -campaña, alegre y regocijado:--«¡Bien dije yo siempre que _por este -lado_ había de venir la herencia!» - -Por lo demás, aunque frecuentaba mucho la taberna, no era gran -bebedor, y rara vez se emborrachaba. Hablar de sus máquinas y enseñar -los papeles referentes á la millonada que estaba para caerle, era su -pasión predominante fuera de casa. - -Detrás del mostrador estaba, llenándole de cuentas con tiza, Resquemín, -el tabernero, hombre bien engrasado, algo viejo y de áspero y -avinagrado humor. - -Sobre la mesa, entre los tres personajes descritos, había, además de un -jarro con su correspondiente vaso, una ociosa baraja, algo parecida, -por lo resobada y maltrecha, á aquélla con que Pedro Rincón y Diego -Cortado ganaron al arriero de la venta del Molinillo doce reales y -veintidós maravedís, si no me engaña la memoria. - -Ociosa, como he dicho, estaba la baraja, acaso porque faltaba un pie -para un partido á la flor de cuarenta; pero no lo estaba tanto el vaso, -que á menudo andaba de mano en mano y de boca en boca, colmado del -tinto que oportunamente escanciaba Chiscón, quien, por las trazas, era -el que convidaba allí. - -Andaba éste en tentaciones de pedir á Catalina á la hora menos pensada; -visitábala por las noches, en presencia de toda la familia, pues este -favor no se niega jamás en ninguna cocina montañesa, y gustábale -mostrarse rumboso ante la gente de Cumbrales, por lo que esto pudiera -servirle de recomendación á los ojos de su novia, que, dicho sea de -paso, no se los ponía de resistencia, aunque sólo con el disculpable -propósito de encender resquemores en el pecho de Nisco. Tomaba Chiscón -la buena acogida por donde más le halagaba, y proponíase abreviar los -procedimientos, por lo que pudiera ocurrir. De esto se había hablado -algo aquella tarde entre él y el Sevillano, que con sus consejos y -protección le ayudaba, y hasta acababa de brindarse al de Rinconeda -para _limpiarle_ de estorbos el camino, si por estorbo tenía á Nisco -todavía. Cabalmente había sido el hijo de Juanguirle el causante de -que Catalina no le diera cara cuando él la pretendió. Y bien sabe Dios -que si Nisco le hizo desalojar la calleja más que á paso, fué porque -él no llevaba encima _la herramienta_, y el otro comenzó á ventear el -garrote. ¡Si le tendría ganas el Sevillano! Agradecióle el brindis -Chiscón, pero desechó el servicio por innecesario. - -En esto llegó Tablucas, que no habló de sus máquinas ni sacó los -papeles de su pleito. Traíale últimamente muy preocupado y absorto otro -asunto harto excepcional y perentorio; y por esta herida respiraba -solamente, y de esto hablaba en todas partes, y de esto habló allí -entonces tan pronto como se sentó y le pellizcaron la lengua Resquemín -y el Sevillano, que ya conocían el conflicto. - ---De lejos todos somos valientes--decía el hombre de los inventos y de -las herencias, respondiendo á las chanzas de los otros;--pero allí vos -quisiera yo ver, ¡córcia! allí, en la soledá de la noche, clamando la -familia aterecía de espanto; y tamborilazo va y tamborilazo viene á la -puerta. ¡Vos digo que aquello levanta en vilo!... - -Aquí estaba el asunto cuando entró en la taberna don Baldomero. -Arrimóse al lado libre de la mesa, sentóse perezosamente, y dijo, -después de dar entre dientes las buenas tardes: - ---Resquemín... la _sosiega_. - -El tabernero tiró de pronto la tiza contra la pared, púsose en jarras, -y moviendo á uno y otro lado la cabeza, sin apartar de don Baldomero -los ojos de gato irritado, comenzó á decir con su voz atiplada: - ---Me paece á mí, ¡jinojo! que el día menos pensao le va á _resquemar_ -á alguno el mote en la asadura; porque ¡jinojo! si piensan que yo soy -guitarra para dejarme tocar de todo chafandín que á bien lo tenga, ya -estáis aviaos... ¡Porque ¡jinojo! cuando á mí se me sube el tufo á la -cabeza, soy tan hombre como el que más!... ¡Y no digo más!... ¡Y ésta y -no más!... ¡Pues no faltaba más!... ¡Jinojo! - ---¡Ingrato! ¡mal tabernero!... ¡Después que te lo digo para adularte, -me riñes todavía? - -Á esta chanza socarrona del impasible don Baldomero, replicó Resquemín -hecho una lumbre: - ---¡Yo no necesito las adulaciones de usté ni de naide, jinojo!... -Yo me futro en ellas ahora y siempre; y en usté... y en todos los -presentes... y en el mundo entero, ¡jinojo! que no estoy aquí para -recreo de naide, sino por el mío, ¡jinojo!... Y el día que me dé la -gana, dejo el oficio, ¡andando! que para eso tengo posibles... Y si me -da el real antojo, echo todos estos trastos á la calleja, ¡rejinojo!... -y si me apuran un poco, lo hago ahora mismo... ¿ve usté este vaso? ¿le -ve usté bien? Pues éste es el caso que hago yo de este vaso... (Y no le -rompió.)--¿Ve usté esta botella? ¿la ve usté bien? Pues éste es el caso -que hago yo de esta botella. (Y la dejó donde estaba.) ¡Á mí con esas, -jinojo!... ¡Si soy yo más hombre!... ¡Con burlas á mí!... Valiérales -más á algunos pagar á menudo las cuentas; que á fe que la hay con más -renglones que la letanía de los Santos, ¡jinojo! Y no digo de quién, -porque no me da la gana: por eso... ¡Y no hay más que eso!... ¡Y sobra -con eso!... ¡Jinojo!... - -Después abrió los bastidores de un armarillo, y volvió á cerrarlos, -y tornó á abrirlos, y al cabo cogió un vaso pequeño, le llenó de -aguardiente y se lo llevó á don Baldomero. - ---Aquí está la sosiega--dijo plantando el cortadillo en la mesa.--Y -¡jinojo!--continuó,--naide se extrañe de que el hombre se remonte un -poco á lo mejor... porque no es uno de peña, ¡jinojo!... Y buenas son -las chanzas, pero no tanto que ofendan. Tanto me estimas, tanto te -aprecio. ¿No está esto en ley?... ¡Pues vívase en ley!... ¡Esa es la -ley... jinojo! - -Así era aquel hombre. - -Chiscón y el Sevillano, sin hacerle maldito el caso, seguían -comentando, medio en serio y medio en broma, los relatos de Tablucas. - ---La primera vez--dijo éste, cuando calló Resquemín,--pensé que era -algún vecino que llamaba con apuro. Salí corriendo, abrí la puerta... -y ná, por más que miré aquí y allí. Pregunté á la viuda... porque ya -sabéis cómo está la mi casa... desde aquí se ve enfilá con el esconce -de la iglesia: tal como aquí está ella, y pegante por la derecha la de -la viuda de Pedro Jelechos; en un mesmo portal... puerta con puerta, -vamos. Pregunté á la viuda, y díjome que ni ella había llamao ni había -oído porrazo alguno. Un bardalón tremendo rodea por detrás las dos -casas... por allí no puede saltar naide á los huertos, ni tiempo tuvo -de esconderse en ellos después de llamar, porque yo abrí tan aína -como oí los golpes, y el corral no tiene más salida que la portalá; -las tapias son muy altas, y en el corral no se vió alma viviente, ¡y -eso que la luna alumbraba de firme! Bueno. Á la otra noche, estábamos -cenando, y ¡plun! de repente, ¡zas! á la puerta. ¡Cristo mío, qué -tamborilazos! ¡Naide probó más bocao allí! En esto se oye una voz, como -de alma en pena, que dice por el ojo mesmo de la llave:--«¡El que salga -afuera en toa la noche, ó quiera saber quién llama, perece!...» Quedéme -patifuso, y entendí que la mujer y los hijos fenecían de temblor. ¡Como -no saliéramos, córcia!... - ---¿Y á la otra noche?--preguntó el Sevillano, que no apartaba la vista -de los ojos de Tablucas. - ---Á la otra noche--continuó éste,--ná, porque arreció el ábrego... ¡y -esto me da á mí mucho que cavilar! ¿Hay juriacán ó negrura? Ni un soplo -se oye allí. ¿Hay sosiego y luna clara? Pus ¡leña á la puerta! De modo -y manera que, por unas ó por otras, de mi casa no sale una mosca tan -aína como anochece... Y esta vida traigo dos semanas hace... ¡Decíme -vusotros, córcia, si tal vida se puede aguantar! - -Don Baldomero, en tanto, fumaba, sorbía alguna que otra vez, y parecía -no dar la menor importancia al relato de Tablucas. - -Preguntóle Chiscón si sospechaba de alguien, y respondió el atribulado -personaje: - ---¡Córcia, si sospecho!.,. Y no lo digo por la viuda, aunque mujer es -de laberintos y tapujos y de un vivir como es público y notorio desde -que le faltó el marido y paece que le cayeron las Indias en casa, según -lo que se peripone y redondea, cuando, en pura equidá, debiera andar á -la limosna, sola y sin bienes como se ve... Más poder tiene que ella y -que todo hombre nació quien la mi puerta aporrea sin fegura corporal -como nusotros. Lo que con ese ultraje se busca en mi casa, no lo sé á -la presente; pero tocante á quien me le hace... ¡córcia si lo sé! Y lo -sé, porque lo he visto... ¡lo he visto con estos mesmos ojos!... Y al -auto de ello, vos diré que en una de las noches de los tamborilazos, no -teniendo pecho para abrir la puerta, subíme al sobrao, y por un ujero -de la ventana miré hacia el Campo de la Iglesia, por si descubría á -alguno que corriera hacia acá, cuando veo encima de ese murio viejo -que pega con el mi corral, y mira que mira hacia mí, un perrazo blanco -y negro, que no miento si digo que era tan grande como el toro de la -cabaña. Á la otra noche, el mesmo perro en el mesmo sitio... y siempre -que hay garrotazos en la mi puerta, el perro en el murio. ¿Qué hace -allí ese perro, córcia? ¿Qué perro puede ser ese? ¿Qué ha de ser ese -perro sino _ella mesma_? - ---Y ¿quién es ella mesma?--preguntáronle. - ---¡Pus la Rámila, córcia... la Rámila! Pondría las dos orejas á que es -ella. Y si miento ú no miento, ha de saberse pronto, porque tengo en el -magín una idea... que se verá en su día... Y no digo más, ¡córcia! - -Apuró don Baldomero el último trago de la sosiega, y dijo á Tablucas: - ---Pues yo te daría un consejo... si estás en tus cabales cuando oyes -los linternazos á la puerta y ves el perro en el murio. - ---Lo oigo y lo veo como á usté á la presente; y lo oyen y lo ven la -mujer y los hijos. ¡Ojalá no lo viéramos ni lo oyéramos pizca! - ---Pues mi consejo es que hables poco de ello y que sigáis cerrando la -puerta al anochecer... por si acaso te baldan de un garrotazo. Por de -pronto--añadió don Baldomero cogiendo la baraja que estaba sobre la -mesa,--vamos tú y yo á meter mano á estos dos valientes, en un partido -á la flor; y eso te distraerá un poco. - ---Hasta el anochecer y no más, ¡córcia!--replicó Tablucas;--porque en -cerrando la noche, no será el hijo de mi padre quien pase junto al -murio. - ---Yo te aseguro que estando conmigo--díjole don Baldomero,--nada malo -han de hacerte las brujas: soy un puro amuleto de los pies á la cabeza. - -Aceptóse de buena gana el desafío por el Sevillano y Chiscón, á quienes -tenía muy suspensos el relato de Tablucas, y se dió comienzo á la -partida. - -Es cosa averiguada que aquella noche, por indicación del jándalo, en -lugar de ir el de Rinconeda á casa de Catalina por la calleja contigua -al murio, como de costumbre, se dieron ambos un paseo, _para tomar el -aire_, por la barriada opuesta; y desde allí, rodeando mucho, llegó á -su casa el Sevillano, admirado, por primera vez en su vida, de lo que -ladraban los perros en Cumbrales en cuanto anochecía, y siguió Chiscón, -solo y relinchando, en busca del norte de sus pensamientos. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XII - -MEDIAS TINTAS - - -Bueno estuvo el agasajo aquél!... ¡bueno de veras!... Primeramente, -conservas de guindas y ciruelas claudias, queso de Flandes y miel -de abejas; después, chocolate con _sobadas_ de manteca y bollos de -Mallorca; y para endulzar el agua, azucarillos de color de rosa. De -todo había en la despensa, gracias á Dios. De lo uno, porque abundaban -los frutales y los _dujos_[1] en la huerta, y las vacas de leche en los -establos de don Pedro Mortera; y las manos de su señora (y aprovecho -esta ocasión para decir que se llamaba doña Teresa Coteros, cepa de -lustre en la Montaña), así como las de su hija, se pintaban solas para -entender en ese ramo de golosinas. De lo demás y otro tanto, como la -villa estaba cerca, nunca faltaba en casa la necesaria provisión. - - [1] Colmenas. - -Repito que estuvo bueno, ¡bueno de veras! el agasajo, servido en amplia -mesa, en mitad de la sala. Pero ¡bien le hizo los honores y le ponderó -el complacidísimo don Juan de Prezanes! - ---¡Buen punto de dulce!--decía al probar el de guinda.--En este ramo, -Ana, tienes que bajar la cabeza delante de tu madrina: no llegas á -ella... ¡y eso que lo haces bien! En cambio, no hay repostero que -entienda las compotas como tú. - ---Pues mira cómo te equivocas--respondió su comadre:--ese dulce es obra -de María. - ---¿Sí? Pues es señal de que la discípula va á dar quince y raya á la -maestra. Sea enhorabuena, muchacha. - -Al tomar luégo chocolate, exclamó, después de olerlo y de probarlo: - ---¡Soberbio!... Esto es _de tres hervidas_, como mandan los -inteligentes: el chocolate ha de _subir_ tres veces en la chocolatera; -luégo un poquito de reposo, y á la jícara en seguida... Dame un par de -rebanadas de ese pan tostado, Pedro... y esa mantequilla fresca para -untarlas... ¡Cosa exquisita! - ---El apetito que tú tienes, Juan--díjole su compadre,--y los buenos -ojos con que lo miras todo. ¡Eso sí que es exquisito! - ---No te diré que no, Pedro; que con el ánimo atribulado, suelen los -estómagos ser melindrosos. Pero no por eso deja de ser bueno lo que lo -es, como esto que yo alabo... Arrima hacia acá esos bollos de Mallorca, -Teresa, que esponjas de miel deben ser para el chocolate... ¡Bien á -mano los tenías, mujer, para regalarme hoy con ellos! - ---Ayer se hicieron, Juan,--respondió doña Teresa arrimando la -canastilla llena de bollos á su compadre. - ---¡Mira qué á tiempo! - ---¡Ésta sí que es obra de María!--exclamó don Juan de Prezanes -saboreando parte de uno, mojado en chocolate. - ---Pues cabalmente los hizo mi madre--respondió, riéndose, María:--lo -mismo que las sobadas. - ---¡Superior estaba también la que he comido! - ---Torpe andas hoy, Juan, en tus presunciones--díjole don Pedro Mortera -con socarronería;--y esa torpeza no es disculpable en un jurisconsulto -viejo, que debe tener buena nariz para todo. - ---Cierto es eso, Pedro amigo; pero ¡hace tanto tiempo que dejé el -oficio!... Sin embargo, no he olvidado el principio fundamental de la -recta justicia: _Suum cuique tribuere_; en virtud del cual, doy á tu -mujer la enhorabuena que pensaba dar á María. Conste que te felicito, -Teresa. - -Y así por el estilo. Á todo lo cual callaba Pablo y no decía Ana mucho -más que su amiga, que también callaba. Verdad es que don Juan de -Prezanes no dejaba meter baza á nadie, porque hablaba por todos. - - * * * * * - -Media hora después de anochecido, Ana y María estaban en un rincón de -la solana, embutida entre los dos cortafuegos, muy salientes, de la -fachada. El aire continuaba siendo seco y pesado, y no había que temer -daños del relente. Ana se mecía sobre los pies traseros de una silla, -apoyando las puntas de los suyos diminutos en los gruesos y torneados -balaustres del balcón, para guardar el equilibrio, cuando no descansaba -reclinando la silla contra la pared. María, sentada á su lado, -contemplaba la luna, redonda y resplandeciente como un disco de oro -bruñido, en el no muy ancho lugar que los nubarrones le dejaban libre -en el cielo; y aun allí no imperaba á su antojo sobre las tinieblas de -la noche, pues de vez en cuando empañaban sus fulgores pardos crespones -que el viento llevaba por delante en la senda que recorría en el -espacio. Estaban envueltas en sombra las montañas, y sólo las del Sur -perfilaban sus crestas gallardamente sobre un fondo diáfano y luminoso. - -Rato hacía que las dos jóvenes callaban. De pronto Ana, cuyo carácter -alegre y travieso no la permitía hacer largas amistades con el -silencio, exclamó contemplando también la luna: - ---Mírala, mujer, qué rechonchaza y papujona sale ahora. ¡De qué buena -gana la daba un par de carrilladas en aquellos mofletes! Asomando entre -las nubes, me recuerda la cara de tía Pepa Tortas, cuando se quita la -muselina. - -María se echó á reir, y preguntó á su amiga: - ---¿De veras hallas en la luna cosa que se parezca á un rostro humano? - ---Yo no he visto eso en otras lunas que las pintadas en el calendario, -María; pero, forzando un poco la imaginación, se distingue algo como -nariz... - ---Pues yo no veo sino un rimero de manchas... - ---Justo, lo que ven los muchachos de Cumbrales: una vieja sentada -encima de un coloño de espinos. Estaba robándolos de noche, y, en -castigo, la sorbió la luna. - ---Así dicen. - ---Por bien poco se atufó esa señora... ¡Si el robo hubiera sido de un -bolsillo de onzas siquiera!... - ---¡Esta sí que no es ilusión, Ana!... Mira aquella nube amarillenta y -sola, á la derecha de la luna. ¿Has visto cosa más parecida á un león -agazapado? - ---Algo tiene de eso, efectivamente... Pero si á ver vamos, mira estas -pardas de la izquierda: yo veo en ellas un caballo á escape, y otro á -su lado mordiéndole las crines; y detrás, un rebaño... no sé de qué; y -hasta los pastores con sus palos... - ---¡Ave María purísima! Yo no veo señal de esas cosas. - ---Pues yo sí, y no me asombran, que, aun sin subir tan arriba, se ven -otras mucho más raras. Aquí abajo, en Cumbrales mismo, hay mujer que -á su amiga ¡qué digo amiga! á su hermana, le oculta el sentir de su -corazón. - ---¿Volvemos á lo de antes, Ana? - ---Sí, señora... ¡y mucho que vuelvo! porque eso no se hace. ¡Tener -ya envejecido, como quien dice, un amor en el pecho, y necesitar yo, -su amiga y confidente, sacarle con tenazas lo poco que he llegado á -saber!... - ---Y ¿qué adelantaríamos, Ana, con que yo te hubiera dado cuenta de todo? - ---Lo que se adelanta siempre en esos casos: por lo menos, hablar de -ello á menudo. - ---Un imposible. ¡Buen asunto para nuestras conversaciones! - ---Se habla sobre el mejor modo de vencerle. - ---Como yo sé que no le he de vencer... - ---Pues se la riñe á usted por haberse metido en tales honduras á tontas -y á locas. - ---Cuanto más se manosea una herida, más duele: es preferible hacer lo -que yo hago, considerando la mía incurable: tratar de olvidarla en -silencio. - ---Pero, María--dijo aquí Ana acercando más su silla á la de su -amiga,--hablando con toda formalidad, ¿será posible que los síntomas -que vengo observando en tí algún tiempo hace, y las pocas palabras que -he podido arrancarte, acusen real y verdaderamente una enfermedad de -tal naturaleza? - ---¿De qué naturaleza?--preguntó María sorprendida. - ---Me has asegurado que jamás tu padre aprobaría esa elección que has -hecho... - ---Y es la verdad. - ---Porque hay entre él y esa persona poco menos que un abismo. - ---Cabal. - ---Pues en ese abismo es donde se pierde mi curiosidad, María; que -aunque todos los abismos convienen en ser «negros é insondables,» según -la fama (yo no he visto ninguno todavía), debe haberlos más y menos -espantosos... y hasta más y menos necesarios; y tales riesgos pueden -existir para tí al otro lado del tuyo, que mi padrino haya obrado como -un sabio al ponértele delante. - ---Muchas gracias por el consuelo, Ana. - ---No te lo dije por mortificarte, María, y perdóname... pero escucha. -Hay matrimonios, llamados imposibles, por discordancias de caracteres -entre las dos familias interesadas; por diversidad de ideas religiosas -ó políticas; por notable desequilibrio en los bienes de fortuna ó en -la honra personal; por diferencia de alcurnias; y, por último, los hay -que, además, son ridículos, y si me apuras, grotescos, por no concordar -los novios ni en caudales, ni en jerarquía, ni en educación. Con -franqueza, María, ¿cuál de estos casos es el tuyo? - -Á lo cual dijo María con calor: - ---¿Me prometes, si te lo confieso, responderme con la misma franqueza á -las preguntas que yo te haga después? - ---¿Sobre asunto parecido?--preguntó Ana. - ---Idéntico,--respondió María. - -Sonrióse aquélla y dijo: - ---¡Qué más quisiera yo, hija mía, que tener algo de eso que contarte! - ---No trates de curarte en sana salud. - ---Te contaré hasta mis _aprensiones_: ¿quieres más? - ---Eso me basta. Trato hecho, y empiezo á cumplir mi compromiso... es -decir, á responder á tu pregunta. - -En esto se oyó vocear á don Juan de Prezanes, que con sus compadres y -Pablo continuaba charlando, á obscuras, en la sala. Sobresaltóse Ana, -más por lo especial del sonido que por la fuerza de la voz, y dijo á -María interrumpiéndola: - ---Se me antoja que no ha de ser muy duradera esta reconciliación si se -dejan los genios á su albedrío. No va á haber otro remedio, María, que -armar un pronunciamiento entre nosotras. - ---¿Qué temes ahora?--preguntó María. - ---Escucha á mi padre. - -La voz de éste era recia y destemplada entonces. - ---Ya que el diablo ha metido aquí la pata--decía,--echando sobre la -mesa la envenenada manzana de la sempiterna cuestión de los genios -dulces ó amargos, déjese á cada cual defender el suyo en buena lid, que -hablando se entiende la gente, y no metiéndose los dedos por los ojos, -¡caramba! Yo no pretendo ser mejor que nadie; pero tampoco me conformo -con que otros presuman de ser mejores que yo. La forma no importa dos -cominos: el fondo es lo que hay que mirar; justamente lo que menos se -mira y se respeta en el mundo. Estoy cansado de oir: «don Fulano... -¡gran sujeto!... persona muy atenta, muy fina, incapaz de faltar -á nadie;» y todo porque don Fulano jamás dijo una palabra más alta -que otra, y tiene siempre una sonrisa en los labios... hasta cuando -despluma á su vecino, ó vende la amistad jurada por un puñado de dinero -ó por cosa que lo valga. Pues al contrario: «¡don Perengano!... ¡no se -le puede aguantar; es un grosero, una fiera!» porque don Perengano se -tasa en lo que vale y no engaña al mundo con sonrisas falsas. - ---Te sales ya del carril, Juan--dijo entonces don Pedro.--Bueno es que -el hombre lleve el corazón en la mano; pero en lo puramente genial, hay -que irse con mucho tino; hay que contenerse, que dominarse un poco... - ---Justamente, Pedro. Pero que no se eche toda la carga al irascible; -que empiecen por contemplarle algo los que saben de qué enfermedad -padece; que no le irriten; que no le puncen; que le concedan siquiera -lo que en justicia se le debe... Y esto me trae á la memoria un ejemplo -de todos los días. Cuatro personas se ponen á jugar, por pasar el -tiempo. Tres de ellas son de las llamadas _de mucha correa_. Pierden, -y permanecen serenas, inalterables, atentas, finas y comedidas en -todo: lo mismo que cuando ganan. La otra persona es un hombre de los -míos: nervioso, irritable, sulfúrico. Tócale perder á él y comienza á -descomponerse, y acaba por ser, real y verdaderamente, inaguantable... -Pero ¿por qué? Por la falta de consideración de los demás. Lo que -pierde es insignificante; y no es esto lo que le irrita. Acaso sea él -el más desinteresado de todos; quizá, fuera de allí, sea un manirroto -para el dinero, al paso que los otros tres den primero un diente que -un ochavo. Pero á las primeras señales de su inquietud, comenzaron los -señores «de mucha correa» á dejar de tenerla para él; á irritarle con -gestos de desagrado, con sonrisas de burla ó con palabras acres; hasta -que, en fuerza de avivarse el fuego, llegó éste á la pólvora y voló la -santabárbara. - ---Pero ¿por qué el irascible no se contiene antes de dar ocasión á que -sus compañeros, con razón sobrada, comiencen á renegar de él? - ---Porque no puede: lisa y llanamente porque no puede. Cuando «los -hombres de correa» pierden, no ven más sino que no ganan, que _se les -niega el naipe_ y que se levantarán de la mesa con unos reales menos de -los que tenían en el bolsillo cuando se sentaron. Esto es todo lo que -ven y esto es todo lo que _sienten_: nada de lo que siente y ve el otro. - ---¿Qué puede ver y sentir ese otro, que más valga en el juego, aunque -sea éste por mero pasatiempo? - ---¿Qué puede ver y sentir? Un infierno de cosas y de impresiones. Ve, -por de pronto, convertirse para él en leyes infalibles lo que para -otros son coincidencias insignificantes. Por ejemplo: que las cartas -sin valor que recibe y le hacen perder las bazas, son del palo de oros -cuando da Fulano, ó del de copas cuando da Mengano; que siempre que -éste enciende un cigarro ó el otro enreda con las fichas, le ganan -á él un resto, ó le dan codillo, ó le acusan las cuarenta; que cada -vez que Zutano se sonríe mirándole, le sacan uno á uno, y arrastrados -ignominiosamente, los pocos triunfos que había podido adquirir... en -suma, cada peripecia del juego parece fatalmente subordinada á un plan -de la enemiga suerte. Jurara entonces que las figuras de la baraja, -tendidas sobre la mesa, adquieren vida y movimiento, y que se burlan de -él con sus caras ridículas y contrahechas. Pero hay algo más irritante -aún que todo esto; y es una especie de diablillo que lo va señalando -con el dedo para que nada pase inadvertido; diablo sin color ni formas, -pero perfectamente visible á los ojos del espíritu excitado y vibrante. -Toda esta infernal conjuración asedia sin descanso al jugador de mi -ejemplo; y esto es lo que le incomoda y le saca de quicio; esto es -lo que le ensoberbece y descompone, no los tres míseros ochavos que -pierde en la partida; esto es, en fin, lo que no toman en consideración -los hombres de «mucha correa» que le acosan en vez de ayudarle, no -á ganar, que absurdo fuera entre contrarios, sino á vencer á los -conjurados, con un poco de tolerancia y de afabilidad. ¡Valiente hazaña -consuman los que de nada se quejan porque nada les duele! En cambio, -quien tiene por naturaleza un manojo de cuerdas sonoras, ¿qué mucho -que, cuando se le hiere, vibre alguna de ellas! Lo asombroso fuera -lo contrario. Luego no se ha de buscar en él sólo el remedio contra -ciertas desafinaciones de su temperamento, sino también en la prudencia -de quienes se le acerquen y le traten. - ---No me parece del todo mal esta teoría--dijo don Pedro,--aunque -algunos reparos se me ocurren en favor de las gentes cachazudas que -juegan para divertirse y no para ejercitarse en la faena espinosa de -conjurar las demasías de un compañero atrabiliario; pero ¿á qué viene -toda esa cuestión aquí? - ---¡Pues me gusta la pregunta!--repuso don Juan de Prezanes.--¿He sido -yo, por ventura, quien la ha traído?... ¿Ó piensas que me mamo el -dedo... que no penetro lo que _se me quiere decir_? - ---Por el amor de Dios, Juan, ¡no empecemos! - ---¿Lo ve usted!... Ya voy yo á pagar los vidrios rotos. - ---¡Te digo que no! - ---¡Te digo que sí! - -En este punto el altercado, entró Ana en la sala. - ---Tiene razón mi padre--dijo muy formal y resuelta:--parece que se -complace todo el mundo en llevarle la contraria. No es él quien ha -sacado á relucir esa endiablada cuestión. - ---Sí, hija mía, sí--añadió don Juan con nerviosa ironía:--sí he sido -yo, el insufrible, el energúmeno de tu padre. Aquí todos son buenos, -mansos é inofensivos... Ya lo ves: hasta tu madrina calla como una -muerta, señal de que también ella me quiere endosar el mochuelo... Y es -natural, ¡como yo tengo la culpa!... De todo, ¡de todo lo malo la tengo -yo, hija mía! Aquí no oirás otra cosa. - ---Pero ¿qué quieres que haga yo, Juan--dijo doña Teresa muy -apenada,--si en cuanto comenzáis á hablar de eso ya me tiemblan las -carnes! Lo que de buena gana haría, si pudiera, es poneros una mordaza -algunas veces, como ahora. - ---Con dar la razón al que la tiene, no se agravia á nadie y se evita -que las cuestiones se caldeen,--observó don Juan de Prezanes. - ---Pues figúrate que fué Pedro quien sacó la conversación... - ---Yo no me he acordado de semejante cosa, ¡caramba!--saltó con presteza -el aludido. - ---Pues ni fué usted ni fué mi padre--dijo Ana.--Sépase de una vez la -verdad: quien la sacó fué Pablo. - ---¡Si no he desplegado los labios hace media hora!--respondió el mozo -desde un rincón de la sala. - ---Pues sería yo... ó el diablo, que es lo más seguro--añadió Ana, -incomodada de veras.--¡Vea usted qué delito tan grave para que tanto -nos empeñemos en sacudirnos de él! Tengan todos un poco de tolerancia, -y verán cómo no pasan de lo justo las porfías. - ---Por ese lado iban precisamente mis quejas,--exclamó don Juan. - ---Pues se quejaba usted con muchísima razón,--repuso su hija. - ---Lo cierto es--dijo Pablo, tal vez respondiendo más á sus recónditos -pensamientos que á las palabras que oía,--que no bien comienza á -sonreirle á uno un poco el corazón, ya tiene el nublado encima. - ---Pues por esta vez al menos--contestó Ana,--no han de faltarte brisas -que le esparzan... y le esparcerán... Ea, ¡ya le esparcieron! - -Y como al decir esto se iluminara repentinamente la sala con los rayos -de la luna, que reaparecía sin estorbos enfrente de las puertas del -balcón, añadió con suma gracia, señalando al astro refulgente de la -noche, mientras fijaba sus ojos picarescos en su padrino: - ---¿Quién es el guapo que se atreve á desmentirme? - -Celebró don Pedro con recias carcajadas la felicísima coincidencia, -y aplaudiéronla los demás, excepto don Juan de Prezanes, que tuvo -que morderse los labios porque no le _desautorizara_ la risa que le -retozaba en ellos. - ---Y ahora--prosiguió Ana,--sepan ustedes, si es que mi padre no lo ha -dicho, como lo temo, que este santo que hoy se celebra aquí, tiene -octava; en virtud de lo cual el señor don Juan de Prezanes invita á -ustedes á tomar chocolate mañana en su casa, donde espera demostrarles -que si en rumbo y en despensa hay quien le aventaje, á nadie cede en -cariño y buen deseo. ¿No es esto lo que usted pensaba decir, padre? - ---Cabalmente--respondió de muy buena gana don Juan, que no había -pensado en semejante cosa.--Sólo que con la conversación... - ---Se le fué á usted el santo al cielo--concluyó Ana.--Eso sucede -siempre que se habla de lo que no viene al caso. Y con esto, si ustedes -no disponen otra cosa, nos retiramos mi padre y yo, que ya es hora. - -Marcháronse, en efecto, tras una cordial despedida; y con marcharse -estos personajes, se acabó el asunto del presente capítulo. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XIII - -LAS ALAS DE CERA - - -Cuando Pablo y Nisco iban al cierro, su paso por las mieses de la vega -era una continua observación y un incesante comentario. - ---¡Lo que puede la desidia!--exclamaba, por ejemplo, el primero, -delante de un prado con matorros y mimbreras.--Tres años hace no -más que nació el primer escajo aquí. Con la punta de la navaja pudo -arrancarse entonces: hoy da que rozar para medio día lo que se ve, y -en una semana no desencasta los raigones el azadón. ¡Coja usted buena -yerba así! Ni más ni menos que el que le sigue. ¿Te acuerdas de lo que -era ese prado cuando le compró su dueño? La palma de la mano daba tanta -yerba como él. Mírale hoy hecho una hermosura por beneficiársele mucho -y á tiempo. Está visto que no hay tierra mala bien administrada, ni -buena dejada en abandono... Después (yo no sé si tú has reparado en -ello alguna vez): tal es la finca, tal es su dueño; según ella está de -cultivo, así anda él de calzones. - ---Lo que yo no acabo de entender--decía Nisco un poco más adelante,--es -por qué esta tierra, que es buena de por sí, ha de perderse por la -charca que tiene en medio, cuando con una sangría, por la parte de -abajo, saldría lo que daña, sin llevarse la frescura que beneficia. - ---¿Sabes de quién es la finca?--preguntábale Pablo. - ---¡No he de saberlo? - ---Pues sabiéndolo, ¿de qué te admiras, hombre? Su dueño es de los -que ciegan de buena gana porque otros no vean. Esa sangría tiene que -hacerse en el prado que le sigue y que peca de secano. Con las aguas -que aquí sobran, ganaba mucho el otro, y hasta los de más abajo; y este -hombre prefiere segar espadañas, juncos y rabos de zorra en agosto, en -vez de yerba superior, á que el vecino la obtenga mediana por la virtud -del riego regalado... Pues ¿qué diremos de esta heredad que hoy no da -un garrote de panojas, en maíces tísicos, cuando antes era un granero -de punta á cabo? Aprendió una vez el testarudo de su dueño que la cal -es buena para las tierras, y, sin averiguar otra cosa, cuanta cal -adquiere desde entonces, á la heredad con ella. Así la está abrasando, -el pedazo de bárbaro, con lo mismo que, mezclado en las debidas -proporciones, le produciría buenas cosechas. - ---¡Qué quieres tú! No saben más. - ---Pero saben reírse de quien les dice que se equivocan, como éste -se rió de mí cuando le dije cómo debía hacerse uso de la cal, y en -qué clase de tierras... ¡Buena va este año la heredad grande de tu -padre!... ¡Vaya un bosque de maíces!... ¡Y qué muestra de _faisanes_! - ---Milagros del abono, Pablo. - ---Poca calabaza: así me gusta. Es fruto sin substancia y roba mucho á -la tierra. - ---Pero _campa_ en la heredad. - ---Eso sí: gusta ver la planta, cargada de hojas como paraguas, -arrastrarse larga, larga, dejando enredado acá un miembro y allá el -otro, hasta poner al sol la cabeza sobre el retoño de la linde. Pero -decía un médico viejo, á quien yo conocí, que de todas las calabazas -del mundo no sacaría el mejor químico un adarme de substancia; y á esto -me atengo. Fruto que no alimenta, ¿de qué sirve en la heredad, sino de -estorbo? - -Así llegaban al cierro, verdadero muestrario de cultivos; vasta -extensión de terreno, labrado en la sierra inmediata al monte, bien -soleado y circuído de un vallado con hondo foso, y erizado de una -espinera blanca, recia y tupida, que en la primavera, cargada de -flores, parecía un muro de nieve. Allí ensayaba Pablo sus atrevimientos -de cultivador cuando estaba en el pueblo; y desde que era mozo y tan -pronto como se acentuaron en él estas aficiones, nunca dejó de hacer -una escapada desde la Universidad, con mucha complacencia de su padre, -en la estación conveniente á sus propósitos; pues no era imposible, -durante el curso universitario, acomodar las exigencias de las -principales labores agrícolas á los días de vacaciones. - -Cómo volaba el tiempo para Pablo mientras estaba allí metido con Nisco -examinando el cierro planta á planta y yerba á yerba, ponderando -esto y lamentándose de aquello, lo uno porque respondía fielmente á -sus imaginaciones, y lo otro porque le había producido un desengaño, -lo comprenderá el lector sin que yo se lo explique en largas -consideraciones, que habrían de fatigarle, y á mí también. Y ahora le -advierto que si digo todo lo que dicho queda en el presente capítulo, -de los entusiasmos campestres de Pablo, no es porque yo me imagine que -le sientan bien á un mozo de su edad estas formalidades precoces, pues -bien sabe Dios que con ellas solas y sin las muchachadas por que le -reprendió su padrino, y la sencillez y noble despreocupación de que nos -ha dado muestras, más apto le juzgara para zagal de un idilio cursi, -que para personaje de una novela realista; dígolo para que, teniéndolo -en cuenta el que leyere, dé toda la significación que le corresponde -á la actitud en que, al día siguiente de haber refrescado la familia -de don Pedro Mortera en casa de don Juan de Prezanes, sin detrimento -de la buena armonía, Pablo y su amigo, que no se habían visto desde la -antevíspera, caminaban hacia el cierro del monte. - -Iban el uno en pos del otro, lentamente y pensativos. Pablo tronchando -yerbas y flores con una varita que llevaba en la mano, y Nisco, con -la chaqueta al hombro y el sombrero sobre las cejas, arrollando y -desarrollando maquinalmente con sus índices una hoja de maíz. Pasaron -junto á un maizal en que habían hozado puercos muy recientemente, y ni -una palabra arrancó á los caminantes el suceso; más adelante hallaron -á una familia _cogiendo_ una heredad, cosa que nadie pensaba hacer -todavía en la vega, y ni siquiera se cansaron en preguntar si el maíz -aquél se cogía por _tempraniego_ ó para secarlo en el horno... Aunque -vieran cuervos picoteando las panojas, y maíces tronzados ó seturas -entornadas, señales de haber entrado bestias en la mies, y tal cual -prado todavía con el pelo de agosto, seco, podrido y ya sin jugos... -nada, nada les ofrecía motivo para una sola pregunta, ni los sacaba de -sus tenaces meditaciones. - -Databan éstas, que no eran tristes por cierto, de la misma fecha. Las -de Pablo nacieron del consejo que le dió su padrino delante de Ana; -las de Nisco, de su conversación con María. Desde entonces andaban los -dos camaradas como pareja de palominos atolondrados. Pablo, como quien -despierta de un sueño agradable y se deleita en armonizar ideas no muy -acordes, y en grabar en la mente imágenes fugaces y confusas; Nisco, -viendo y palpando cuadros de bulto, con luz de colores y auras de -tomillo y malva rosa. - -Entraron en el cierro sin hablar palabra, y con el mismo silencio -llegaron al punto más alto de él... y allí se sentaron _subter viridi -fronde_, quedando ante su vista el panorama de Cumbrales y lo mejor -de su vega. Llenóse Pablo los ojos de aquel hermoso espectáculo, y -el pecho de aquellos aires puros y fragantes, y no dejó Nisco de dar -pruebas de que también sabía sentir la hermosura de la naturaleza. -Diólas primero mirando con avidez aquí y allá, á pesar de sus -cavilaciones; y, por último, rompiendo á hablar de esta manera: - ---Lo que se recrea el hombre con visualidades como ésta, es mucho de -todo, Pablo. - -Nada respondió éste, y añadió el otro: - ---Pues cuando uno tiene en sus adentros algo enternecida la entraña, -por estimación á otra persona que le quita el sueño, dígote que cosa -es que pasma cómo la ves onde quiera que pones los ojos, ni más ni -menos que si la llevaras en ellos. Así es que resulta que esa persona, -sin estar delante de tí en cuerpo y alma, es á modo de luz que te lo -alumbra todo... Entiéndolo yo tal, sólo con las feguraciones de un bien -querer... porque no cabe en lenguas ni en papeles lo que uno viera, en -salva la ocasión presente, si en manos de uno estuviera aquello que -apetece ó que puede apetecer, por convenirle. - -Calló Nisco porque se enmarañaba y perdía entre estas metafísicas, y -acaso también porque Pablo parecía estar más atento que á escucharle, á -contar los varazos que se daba en sus piernas estiradas sobre el campo. - -Tras otro rato de silencio, soltó Nisco, de repente y á quemarropa, -esta pregunta á su amigo: - ---¿Por qué no te casas con Ana, Pablo? - -Con la cual pregunta sintióse el mozo tocado en lo más profundo del -alma; sacudió el letargo en que yacía, enrojeciósele el semblante, y -respondió, entre contrariado y satisfecho: - ---¡También tú, Nisco? - ---No pensé que naide me hubiera cogido en el dicho la -delantera--replicó éste.--Siempre entendí que eso debía de ser; vino -á cuento ahora, y te lo dije. Por las trazas, ¿otros más que yo te han -cantado la mesma solfa? - ---¡Muchos!--respondió Pablo con la mayor sinceridad. - -Sólo á Nisco se lo había oído en el mundo; pero hacía cuarenta y ocho -horas que se lo estaba aconsejando el corazón, y el pobre mozo pensaba -que no le hablaban las gentes de otra cosa. - ---Y ¿qué es lo que te para--volvió á preguntarle Nisco,--siendo cosa -tan hacedera y conveniente? - ---Ya trataremos de eso en tiempo y sazón,--respondió Pablo, mostrándose -poco dispuesto á continuar hablando del mismo asunto. - -Pasado otro ratito de silencio, dijo Nisco tímidamente: - ---Pues, hombre... ya que de eso no, bien pudiéramos tratar de algo que -se le asemeja, respetive... á otra persona. ¿Paécete, Pablo? - ---Tú dirás,--respondió éste con escaso interés. - -Se le bajó el color á Nisco entonces; empañósele la voz un tantico, -señales de que iba á acometer arriesgada empresa, y habló así: - ---Amigo eres mío, ú no le tengo en el mundo; un sentir me enternece -de un tiempo acá, y contigo le quiero tratar como corresponde. Si, -llegado el caso, el sentir te ofendiere, cuenta que no te le dije, y -perdona... pero considera que si de él te hablo ahora, es porque ya no -me cabe en la entraña. - -Con este exordio se despertó un poquillo la curiosidad de Pablo. Miró -éste á su amigo, y díjole para animarle: - ---Veamos qué es ello, señor enamorado. - ---Bien sabes tú--prosiguió Nisco,--que hay un decir que dice que la -primera vez que se quiere es cuando se quiere de veras... Pues yo te -puedo asegurar que ese decir es una mentira muy gorda. Quise yo á... -esa probe muchacha que está loca por mí, y antojóseme que aquello y -no más era lo que había que ver en el mundo. Paecíanme de mieles sus -palabras, soles sus ojos, el mesmo cielo su cara, y su cuerpo, estampa -de la gracia andando; pero, hablando con verdá, aunque todo esto me -paecía, ni me quebrantaba el apetito ni me quitaba el dormir... como -ahora me pasa con esto otro, Pablo; que tal es, que no puedo con ello. -Yo nunca tuve este desgano que me añuda el pasapán; ni este temblor de -allá dentro, que me engurruña y apoca; ni este acabarme en sospiros día -y noche; ni esta congoja del arca, como tengo de antayer acá, sin hora -de sosiego. - ---¿Desde anteayer lo tienes, Nisco?--preguntóle su amigo. - ---¡Desde antayer, Pablo; desde antayer lo tengo! - ---¡Malos vientos corrieron ese día!--dijo Pablo sonriendo. - ---¡Ni aunque hechizos los trajeran!--respondió Nisco sin penetrar la -intención de su amigo.--Desde entonces es cuando ni el sueño me busca, -ni el pan me sabe, ni el trabajo me _rejunde_[2]... Tal me pasa, Pablo; -tal te cuento, y el por qué sabrás también, si no te ofende. - - [2] Me luce. - ---Vamos por partes--dijo Pablo, conteniendo á su amigo que iba -animándose por instantes.--Supongo que esa mujer que tales impresiones -te causa, valdrá más que Catalina. - ---¡Qué tiene que ver!... - ---Será más guapa... - ---¡Qué tiene que ver!... - ---Más rica... - ---¡Qué tiene que ver! - ---Vamos, una medio señora. - ---Medio ¿eh?... ¡Tan señora como la que más! - ---Y ¿quiérete como tú la quieres? - ---Eso es lo que yo no sé á punto fijo, Pablo. - ---Pero ¿lo sospechas? - ---Barruntos y feguraciones tengo, que bien pudieran engañarme. Por eso -quiero hablar contigo y oir tu paecer. - ---Pues voy á dártele en seguida. - ---¡Si no te he relatado el caso! - ---No lo necesito... ni lo deseo,--dijo el mozo, muy formal. - -Si receló algo que no le hizo gracia, jamás se supo; pero es averiguado -que habló al hijo de Juanguirle de este modo: - ---Nunca te pregunté, Nisco, por qué dejaste á Catalina; pues nunca me -hablaste de ese asunto, y á mí no me gusta meterme donde no me llaman. -Ahora me llamas, y te lo pregunto. ¿Por qué la dejaste? - ---Porque me gustó _la otra_ más que ella,--respondió Nisco sin titubear. - ---Pues eso es una mala partida, y, además, un mal negocio para tí. Así -lo entiendo y así te lo digo. Tú, con tu chaqueta, tus rizos y tus -labranzas, con el hacha en la mano ó bailando en el corro en mangas de -camisa, eres un mozo como no hay otro en estos lugares; pero échate -encima de repente una levita y arrímate á una señora, y hasta los -muchachos te correrán; porque todo esto que has aprendido y antes no -sabías, si te levanta mucho sobre los de tu condición, te deja todavía -á cien leguas de lo que pretendes. Doy por hecho que una dama como -la que sueñas te elevara á su altura de la noche á la mañana, porque -hay gustos para todo: ¿qué ibas ganando en ello, valiendo, donde te -ponían, mucho menos que tu mujer? Y yo creo, Nisco, que el matrimonio -en que el marido no sabe guardar su puesto, es mal matrimonio; y el -puesto se guarda valiendo el marido más que la mujer, es decir, siendo -rey y señor de su casa, no sólo por más fuerte, sino por más entendido -en cuanto les rodee en la esfera que ocupen ambos. Cuanto más tenga la -una que aprender del otro, más se ufanará con él y más alta se pondrá -en la consideración de las gentes. Pues dame el caso á la inversa, y -verás á los dos en la picota de la zumba; porque esa es la ley... y -así debe de ser. Y si esto sucede aun siendo la mujer y el marido de -una misma alcurnia y de idéntica educación, ¿qué no sucederá cuando, -además de ignorante, él es tosco destripaterrones, y ella una dama -culta y discreta? Y ¿cómo la mujer que comienza por avergonzarse en -público de las groserías de su marido, no ha de concluir por perderle -la estimación, y hasta por aborrecerle en secreto? Pues á todo esto -se expone, á mi entender, quien intenta lo que tú, de golpe y porrazo -y sin limpiarse antes las costras del oficio, rodando mucho por el -mundo y calándose los hábitos de señor por sus pasos contados. Éste es, -Nisco, mi parecer. - -Con las alas del corazón lacias y caídas le recibió el presuntuoso hijo -del alcalde, que mayores alientos aguardaba de su amigo. ¡Y esa que -Pablo sólo conocía hasta entonces el pecado! ¡Qué no se le ocurriera si -también le fuera conocido el nombre de la pecadora! - -Guardóle Nisco en lo más recóndito de su memoria, y callóse como un -muerto. - -No por verle mudo y abatido se ablandó Pablo, que era la misma -sinceridad. Antes bien, tomó el punto donde le había dejado, y añadióle -estas palabras: - ---Por supuesto, que tú no estás enamorado. - ---¡Que no?--exclamó Nisco casi haciendo pucheros. - ---No--insistió Pablo.--El amor necesita algo en qué fundarse, y aquí -no hay más base que el viento de tu cabeza. Eres presumido; eres -ambicioso; antojósete que venían las cosas por el camino de tus -deseos... y eso es lo que hoy te atolondra: la hinchazón de tu vanidad, -por una ganga entre cejas. Ni más ni menos. ¡Y por esa majadería, que -no pasa de un sueño tonto, dejas á Catalina! - ---¡Dale con esa... miseria!--gruñó Nisco despechado y nervioso. - -Cargóse Pablo de veras, y le enderezó estas razones: - ---¡Miseria Catalina!... ¡la mejor moza del pueblo! ¡tan rica como tú! -¡honrada como la que más!... ¿En qué la aventajas, meleno? ¿Dónde -habría matrimonio más igual ni más lucido? ¿Dónde te vieras tú más -honrado, más en tu puesto, más rey y señor de tu casa, que siendo -marido de Catalina, que se miraría en tus ojos y te adivinaría los -pensamientos? Y ¿qué otra cosa necesitas tú, con la cuna en que -naciste, la educación que tienes y el oficio que traes, para no -envidiar ni al rey en su trono?... Yo no sé adular, Nisco. - ---¡Bien se te conoce, paño!--respondió éste, de muy mal humor. - ---Tú lo has querido. - ---Es verdá; pero no lo conté tan amargo. - ---Por tu bien lo dije como á mí me sabe. - ---Se agradece el deseo, Pablo; pero... cada uno es cada uno... y yo me -entiendo. - ---Pues buen provecho te haga lo que te espera, si oyes más á tu vanidad -que á mis consejos. - -Y con esto se acabó la conversación. Levantóse Pablo, imitóle Nisco; y -ambos, después de dar una vuelta maquinal por el cierro, sin hablarse -palabra, volviéronse á Cumbrales, mudos también: pensativo, pero no -triste, el uno; acongojado, lacio y gemebundo el otro. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XIV - -POR LO FINO - - -Pablo contaba uno á uno los días que iban corriendo sin que -desapareciera la extraña impresión que le había causado aquella palabra -prosáica y vulgar, dicha por su padrino delante de Ana, y observaba, -con asombro, que cuanto más tiempo corría, más honda se le grababa -dentro de su corazón. Arrastrábanle fuerzas invencibles y desconocidas -hacia el objeto de sus nuevas ansias; y, al hallarse á su lado, antes -crecía que se calmaba la singular anhelación de su espíritu. Porque Ana -no era entonces la traviesa y desengañada amiga de otras veces, que le -entretenía, sin cautivarle, con donaires y zumbas en casto y fraternal -abandono. Parecía haber perdido el atrevimiento, ó, cuando menos, la -confianza; y á menudo encomendaba á sus ojos tímidos empresas que -debían acometer los labios. Estas miradas, al hallarse en el camino -con las de Pablo, producían choques magnéticos, que repercutían en el -corazón del sencillo mozo y se revelaban en Ana enrojeciendo sus tersas -mejillas, y aquel color era para Pablo algo como fuego en que iba -fundiéndose poco á poco el hielo de sus pasadas frialdades. - -Cuando transcurrió una semana y vió el hijo de don Pedro Mortera -que estos fenómenos continuaban en progresión creciente, declaró de -gravedad el caso. El cual tenía para él dos aspectos muy distintos: -risueño el uno, y desagradable el otro. Risueño, porque, desde la -altura á que se había elevado su espíritu, descubría espacios y -horizontes que jamás había contemplado con los ojos del sentimiento. -Encantábale el espectáculo por nuevo y por bello, y de aquel mundo -quería hacer, y hacía desde luégo, la patria y el paraíso de su alma. -Pero este mismo arrobamiento, tan dulce y sabroso, le alejaba del mundo -de la realidad y de sus viejas tendencias y aficiones; de activo, -fuerte y despreocupado, transformábale en muelle, débil y caviloso; -extrañábanle las personas de su trato, y él mismo se consideraba -desarraigado y sin apego dentro del hogar y en el seno de la familia. -Éste era el aspecto desagradable del caso. - -Pero el mozo se arreglaba mal con las situaciones complejas y con los -caminos enmarañados; quería, aunque fuera escabroso, suelo firme y -luz para caminar; considerábase á obscuras y en una senda erizada de -obstáculos inextricables; no podía retroceder, porque la vehemencia -misma de sus deseos le había cortado la retirada, y entróse por -derecho, resuelto á llegar pronto á donde se viera claro y se pisara en -firme. - -Buscó á Ana, y la dijo en cuanto estuvo á su lado y sin testigos: - ---¿Qué es esto que me sucede desde el día en que tu padre, delante de -tí, me aconsejó que me casara? - -Siempre sobresaltan á las jóvenes preguntas de esta clase, aunque -las esperen; y Ana, con ser tan animosa y resuelta de ordinario, no -solamente se sobresaltó al oir la de su amigo, sino que se vió en -grandes apuros para contestar, entre latidos del corazón y desmayos del -espíritu, estas pocas palabras: - ---Pues ¿qué te sucede, Pablo? - -Verdad es que, aunque sabía muy bien de qué se trataba, no debía -responder mucho más que esto. - ---Sucédeme--añadió Pablo,--que desde aquel instante parece que me he -transformado de pies á cabeza; que no soy lo que antes era; que miro -y veo de otro modo, y siento en otra forma... en fin, Ana, que me -desconozco. ¿Qué pasó allí?... Yo recuerdo que te miré, y jurara que -lo hice sólo por curiosidad; que tú me miraste también, y que las -dos miradas se encontraron; que tus ojos, que nunca fueron cobardes, -huyeron entonces, y huyendo siguen, de los míos; que de aquel choque -repentino resultó algo, á modo de luz, con la que yo ví acá dentro, -en lo más hondo y obscuro de mí mismo, cosas que jamás había visto ni -pensado, y sentí lo que nunca había sentido. Al propio tiempo, aquella -luz, y tú, y mis ojos, y los tuyos, y mi corazón, y mis pensamientos... -y el aire que nos rodeaba, y el cielo que se distinguía... todo era una -misma cosa; cosa que yo no podía explicar, porque era más de sentirse -con el alma que de verse con el entendimiento. Apartéme de tí, y el -encanto no se deshizo; pero noté que viéndote como eres, pintada en -mi memoria, daba el mayor regalo á mis deseos. Desde entonces acá, en -cuanto miran mis ojos sólo á tí ven; y si el campo y el aire y el sol -me recrean, es porque todo lo contemplo con el ansia que siento, sin -cesar de sentirla, de verte y de oirte. Esto no me pasaba á mí antes: -yo te conocía y te trataba, como te conozco y te trato ahora, y tú eras -la misma que eres. ¿En qué consiste esta mudanza? - -Se deja comprender que Ana oyó toda esta parrafada, ruborosa y un -tanto conmovida, y que, llegado el caso de responder á la ociosa -pregunta final, lo hizo del modo más sencillo, natural y elocuente: -clavando los ojos tímidos en Pablo y callándose la boca. - ---¿No lo sabes?--añadió el impetuoso y sencillote galán.--Pues lo mismo -que ahora, me miraste aquel día, y la misma luz había en tu mirada. -¿Sientes, al mirarme, lo que siento yo, Ana?... ¿Ó es que tus ojos -queman, sin abrasarte? - -Sonrióse la joven y preguntó á su vez: - ---¿Nunca habías pensado en mí hasta ahora, Pablo? - ---Sí que he pensado, Ana; pero sin ser esclavo de esos pensamientos. -Cavilando hoy en lo que he sido, en fuerza de asombrarme de lo que soy, -acuérdome de que, en mis ausencias, era tu pensamiento el que más me -asaltaba en ciertos actos de la vida: por ejemplo, si me ponderaban -una mujer por aguda ó por hermosa, contigo la comparaba para calcular -lo mucho que le faltaba para valer lo que decían; si algo me robaba -la atención por nuevo ó por divertido, lamentábame de que tú no lo -vieras también; si un trapo de moda caía con gracia en el cuerpo de una -elegante de fama, pensaba yo lo mucho más que luciría en el tuyo... y -así por este orden. Pero después se borraba el recuerdo con otros bien -distintos. En fin, que, sin dejar de quererte mucho, pensaba yo que te -quería... como quiero á mi hermana, supongamos. ¡Pero esto otro es muy -distinto! - ---Y si estuviera en tu mano la elección--preguntóle Ana,--¿con qué te -quedarías, Pablo? ¿con esto que hoy te asombra y desasosiega, ó con lo -que ayer sentías, muy tranquilo? - ---¿Quién deseará cegar, Ana? - ---¡Y dices eso y lo sientes, y no sabes lo que es? - ---Sí: lo sé, Ana, lo sé... es decir, sé cómo lo llaman las gentes en el -mundo: lo que ignoro es por qué lo siento ahora y no lo sentía antes; -por qué bastó una palabra casual para que del encuentro de dos miradas -que tantas veces se habían encontrado sin conmoverse, se produjera en -mí cambio tan raro y pronto. - ---¡Y eso te asombra, Pablo? - ---¡No ha de asombrarme? - ---Oye un ejemplo. Sobre un hogar frío hay un montón de ceniza: pasas -delante de él una y cien veces, y nada ves allí que la atención te -llame. De pronto, hace la casualidad que las cenizas se remuevan, y -aparece el fuego que ocultaban... ¿Lo entiendes? - ---¿Luego tú crees que yo llevaba conmigo el fuego, y que la palabra de -tu padre aventó las cenizas que le cubrían? - ---Eso mismo. - ---Pero el que brilló después en tus ojos, ¿dónde estuvo primero? - ---¡Qué más te da, si le había? - ---Pero no te sorprende el hallazgo. - ---Porque tenía que suceder... porque le esperaba. - ---Y ¿por qué le esperabas? - ---Porque... porque Dios es justo y bueno. - ---Mira--dijo aquí el mozo, echando el resto,--hablemos ya para -entendernos de una vez: esto que yo siento, es amor, no tiene duda; y -empiezo á comprender que es verdad lo que de él cuentan los enamorados: -bien correspondido, da la vida; pero también es puñal que mata si no -halla esa correspondencia... ¿Siéntesla tú en el pecho, Ana? - -Cruda fué la pregunta, y harto excusada, por cierto; pero ya se habrá -notado que á Pablo le gustaba mucho que le pusieran los puntos sobre -las _ii_, y Ana no tuvo otro remedio que responder clara, precisa y -terminantemente, según el sentir de su corazón; sentir tan viejo en -ella, por las trazas, como las ya fenecidas indiferencias de Pablo; con -lo que éste se encalabrinó hasta el punto de que quiso hacer público el -suceso y llevar las tramitaciones por la posta. - ---No tanto, Pablo--díjole Ana entre chanzas y veras,--que no por andar -de prisa se llega primero. Nadie nos corre ahora; y no te vendrá mal -un noviciado, aunque sea breve. No siempre se logra el fuego de que -antes hablábamos: muchas veces se muere á poco de haberse descubierto. -Cuida mucho el tuyo; y cuando estemos seguros de que no ha de apagarse, -yo te avisaré. Reparte el tiempo entre ese cuidado y tus quehaceres y -diversiones, _lícitas_, se entiende; mucho juicio... y apártate allá -ahora y haz que te paseas, que llega tu padrino. - -Desde aquel día ya supo á qué atenerse Pablo; penetró en los laberintos -que le obstruían la senda, y halló la luz que echaba de menos; y sin -descender con la fantasía del Olimpo á que le habían elevado sus -nuevas impresiones, volvió á ser en Cumbrales el amigo de Nisco, el -jugador de bolos, el cultivador del cierro, el amante incansable de la -naturaleza y de las costumbres de su país... todo, menos el concurrente -á zambras y bureos, como alguna vez lo fué, según nos dijo su padrino, -en ocasión bien señalada para esta parejita de nuestros personajes. Es -decir, que la pasión de Pablo dejó de ser impetuoso torrente, é iba -transformándose en manso, rumoroso y cristalino arroyo (como dicen los -poetas), con harto gusto y complacencia de Ana, que fundaba en el amor -firme y arraigado de aquel noble mancebo todas las aspiraciones de su -vida. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - -XV - -VERDADES AMARGAS - - -¡Qué distintas de las de Pablo corrían las horas para Nisco! Aquellos -pensamientos, dulces como las mieles, altos y relucientes como el -sol y la luna, que saboreaba y entreveía el hijo de Juanguirle, sus -dejos tenían ya de la ruda amarga en que el desengañado amigo los -había empapado al hundirlos en la charca terrena y prosáica de sus -consejos sesudos. Ya no arrullaban los sueños del presumido mozo dulces -sinfonías, ni visiones de palacios de oro, donde reinas y emperatrices -le vestían y le calzaban, duques eran sus mayordomos, y marqueses sus -criados. Muy de continuo sentía el cencerreo del ganado en la vecina -cuadra, y en sus espaldas los duros bodoques del mal tundido colchón -de su pobre lecho; realidades de la vida más poderosas ya que las -encantadas imaginaciones de otros días bien cercanos. - -No se entienda por esto que daba Nisco por perdidas sus esperanzas; -pues bien sabe Dios que aún las mimaba y las consentía, porque el -esencial fundamento de ellas no había padecido, que él supiera, -menoscabo alguno. Pero era indudable que en la senda de flores que -recorría había topado con un tropiezo de mucha cuenta. Las palabras de -Pablo fueron claras y terminantes; y esto era muy grave, no tanto por -ser de quien eran, cuanto por estar muy puestas en razón. Así le dolían -á él en lo más hondo de su vanidad; así las recordaba y exprimía á cada -instante, y muy especialmente cuando se miraba al espejillo colgado -debajo del _cuarterón_ de su ventana; como si no comprendiera entonces, -aunque lo temiera mucho, que aquéllos sus rizos pegados á las sienes, -el mirar blando de aquéllos sus ojos negros, aquélla su belleza toda, -en fin, con el saber adquirido, por su voluntad, y el buen querer de -su corazón, no eran alas bastantes para volar hasta el sol que había -contemplado cara á cara sin deslumbrarse. Desde el suceso del cierro -(más de ocho días), tres veces nada más había estado en casa de Pablo, -y otras tantas se habían visto y hablado los dos en la calle; pero en -la calle y en casa, Pablo no era el amigo íntimo y afectuoso de antes: -hallábale Nisco frío, reservado y lacónico hasta la sequedad; y como -ignoraba los verdaderos motivos de este cambio, achacábale á lo que más -temía; y esta aprensión le abrumaba el espíritu, porque para ayuda de -sus males, ¡se conjuraban contra él tantos elementos!... - -Saliendo la última vez de casa de Pablo, mustio y compungido, porque, -como en las dos anteriores, halló á su amigo reservado y serio, cerrada -la puerta de la sala y los pasadizos desiertos, topó, cerca de la -portalada, con la Rámila que iba á entrar por ella. - ---¡Hola, guapo mozo!--díjole la vieja, al notar que no le gustaba el -encuentro.--No pensé que eras tú de los que temen. - ---¡Temer yo!--respondió Nisco de mala gana.--¿Por qué había de temer -cosa alguna? - ---Eso es señal de que no la has hecho. Ya sabes: quien no la hace... - ---¡Ya se ve que no la he hecho! - ---¿Estás muy seguro de ello, Nisco? - ---No recuerdo haberla ofendido á usté. - ---¡Otra, bobo!... si no se habla de mí. Si de mí se hablara, igual -fuera una de más que de menos. Me han hecho tantas, que ya no reparo. -Pero bien pudieras habérsela hecho á otros. - ---¡Á naide! - ---¿Ni siquiera á Catalina, santuco de Dios? - ---¡Dale otra más!... ¡Mire usté que es tema, puño!--dijo Nisco -machacándose con los suyos cerrados las caderas.--Y á usté ¿qué le -importa? y por último, usté ¿qué sabe? - ---¿Pues no he de saberlo? ¿No ves que soy bruja, tocho?... El que me -importe ó no, ya es distinto, y sobre esto no reñiríamos en ningún -caso; pero te importa á tí, y, porque te importa, te voy á contar un -cuento. - -Nisco no sabía á qué santo encomendarse en aquel trance, ni sobre qué -pie echar el cuerpo para descansar mejor, en el desasosiego que le -consumía. Para cortar por lo sano, trató de largarse; pero la vieja se -le atravesó delante, y, á mayor abundamiento, le agarró por las solapas -de la chaqueta y le dijo muy seria: - ---¡Escúchame... ó te muerdo! - -Tembló Nisco al oir aquella amenaza en tal boca, y respondió, -resignándose á la fuerza: - ---¡Pero acabe pronto! - ---En dos palabras te despacho--dijo sonriéndose la vieja; y añadió en -seguida:--Amigo de Dios, éste era un mozo soltero, con pocos bienes de -fortuna, pero amañado y trabajador que pasmaba. Pasábase lo más del día -en el monte cortando varas de avellano para hacer en su casa zonchos -y adrales, que vendía en ferias y mercados; trabajaba además un poco -de tierra prestada, y tenía una vacuca en aparcería. Así iba tirando -el hombre de Dios, con los calzones remendados y no muy llena la -barriga, pero en buena salud y muy contento, porque no había conocido -cosa mejor. Pues, señor, que estando un día en el monte y en lo más -espeso de él, porque en lo más espeso se jallan siempre los buenos -avellanos, corta esta vara y corta la otra, cátate que oye tocar el -_bígaru_[3] ajunto á sí mesmo, y de un modo que gloria de Dios daba el -oirle. Y oyendo tocar el bígaru tan cerca, y no viendo por allí pastor -que pudiera hacerlo, fuése detrás del son; y yéndose detrás del son, -apartaba las malezas; y apartando y apartando, llegó á un campuco muy -majo, donde vió el bígaru solo arrimado á una topera grande y sonando -sin parar. Pues, señor, qué será, qué no será, acercóse á la topera, -y vió que en el borde mesmo de ella y con las patucas metías en el -ujero, estaba sentao un enanuco, menor que este puño cerrao, y que este -enanuco era el que tocaba el bígaru. Viendo el enanuco al mozo, deja de -tocar y dícele:--«¿Qué hay, buen amigo?--Pues aquí vengo,» respondió el -otro, «por saber quién tocaba tan finamente; pero si es que estorbo, me -volveré por donde vine.» Á lo que volvió á decirle el enanuco:--«¡Qué -estorbar ni qué ocho cuartos, hombre!... sépaste que para que tú -vinieras he tocado yo.» Pues, amigo de Dios, que en éstas y otras, -métense en conversación el enanuco y el mozo, y cuéntale el mozo al -enanuco todos los trabajos de su vida. Y contándole todos los trabajos -de su vida, dícele el enanuco al mozo:--«Pues, amigo, de todo eso era -yo sabedor y noticioso; y porque lo era, te llamé para preguntarte -qué deseas en premio de tu hombría de bien.» Á lo que respondió el -mozo:--«Con que fuera mío lo que á renta y en aparcería llevo, y dos -tantos más para vivir sin esta fatiga del monte, que es la que me -quebranta, creyérame el más rico del lugar y no envidiara al rey de las -Indias.--Pues tendrás lo que deseas, si eso te basta,» dijo el enanuco. -Y volvió á responder el mozo:--«Me basta, y hasta me sobra, si bien se -mira, lo que hasta hoy he tenido y el mal uso que haría de cosa mejor, -por desconocerla.» Con que, amigo de Dios, cátate que le dice en esto -el enanuco:--«Coge de esta tierra que ves junto á mí, y échatela en el -pañuelo.» Asombróse el mozo, porque pensó que el enanuco se burlaba de -él, y tornó á decirle el enanuco:--«Cógelo, hombre, sin recelo, que de -ello tengo yo llenos los mis palacios, á los que se va por este ujero -en que estoy.» Por si era ó por si no era, el hombre sacó del seno el -moquero, y echó en él una buena _mozá_ de aquella tierra, y añudó -luégo los picos. Y díjole entonces el enanuco:--«Ahora, vete á casa, y -cuando te acuestes, pon debajo de la almohada esa tierra, según está -en el pañuelo. Al despertarte mañana, verás si te he engañado.» Pues, -señor, que lo hizo como se lo mandaron; y ¡quién te dice á tí que, al -despertar al otro día con el sol, abre el pañuelo, y ve que la tierra -se ha convertido en ochentines y onzas de oro!... ¡más de mil había -entre unos y otras! Como que el pobre zonchero pensó enloquecer de -alegría. Pues, señor, que, entrando en su quicio poco á poco el mozo, -empezó á echar sus cuentas: tantos carros de tierra así; tantos asao; -tantas reses de esta clase; tantas de la otra; el carro de tal modo; -la casa de cuál otro... Y cátale en poco tiempo con unas labranzas -de lo mejor y unos ganados que tenían que ver; bien comido y bien -trajeado, y con buenas onzas sobrantes al pico del arca; motivao á lo -que las mejores mozas le persiguieron, echándole memoriales con los -ojos. Y bien lo merecía, que, no por ser buen mozo y rico, dejaba de -ser trabajador y honrado, como cuando era pobre. Pero, amigo de Dios, -cátate que un día se le antoja ver un poco de mundo, cosa que jamás -había visto, y plántase en la ciudad, de golpe y porrazo. ¡Él que allí -se ve entre tanta gala y señorío!... ¡Madre de Dios!... ¡Aquéllas -sí que eran mozas, con sus vestidos de seda y sus abanicos y sus -lazos de crespón y sus caras de rosa de mayo! ¡Aquéllos sí que eran -mozos, con sus casacas de paño fino, sus borlajes de oro y sus botas -relucientes! ¡Y qué vida la suya! Éste á caballo, aquél en coche; el -otro de brazalete con la señora; paseo abajo, paseo arriba; comedia -aquí, valseo allá; buena mesa, muchos sirvientes y gran palacio... -vamos, que vivir así y vivir en la gloria, pata. De modo y manera, que -volvió el mozo á su pueblo pensando ser la criatura más desgraciada -del mundo. Volviendo así á su pueblo, cogió _duda_ á la borona, dió en -aborrecer el trabajo, y los días enteros se pasaba pensando en aquello -que había visto y en ser un caballero de los más regalones; y pensando -de esta manera, quería una dama por mujer, y no había que mentarle -las mozas de su lugar, que todas le parecían poco para un personaje -como él. Pues, amigo de Dios, que abandonó las labranzas por entero, -y tuvo que comer de lo agorrao, mientras le andaba cierta idea en el -majín, que no se atrevía á poner por obra; pero cátate que no tuvo otro -remedio que ponerla, porque lo agorrao iba á acabarse, y él no estaba -por volver á trabajar las tierras que tenía en abandono. Un día unció -los bueyes al carro, puso en él media docena de sacos vacíos, y arreó -hacia el monte; y arreando hacia el monte, llegó al sitio que buscaba; -y llegando á aquel sitio, oyó sonar el caracol del enanuco; y oyéndole -sonar, se acerca al enanuco y le dice:--«Hola, buen amigo: pues yo -venía á darle á usté las gracias por el favor que me hizo tiempo atrás, -y á pedirle otro nuevo, si no ofende.--¡Qué ha de ofender, hombre!» -respondió el enanuco. «En siendo cosa que yo pueda, pide con libertad.» -Alegrósele el corazón al mozo, y tornó á decir al enanuco:--«Pues yo -deseara llenar estos sacos que traigo aquí, de la misma tierra que -usté me dió la otra vez.--Todo este campo es de ella,» respondió el -enanuco; «con que así, cava donde quieras y llénalos á tu gusto. No te -olvides de ponerlos esta noche cerca de la cama para abrirlos en cuanto -despiertes al amanecer.» Y con esto, metióse el enanuco por el ujero á -los sus palacios; con lo cual quedóse solo el mozo; y cava, cava, en -un periquete llenó de tierra los sacos, y se volvió á casa con ellos -más contento que unas pascuas. Llegó la noche, acostóse, durmió poco -con la brega que traía en el majín, y al amanecer ya estaba el mozo más -listo que las liebres; y estando más listo que las liebres, pensaba en -abrir un pozo muy hondo para guardar tantas onzas como iban á salir de -aquellos sacos; y pensando en esto, los abrió; y abriéndolos... ¡hijo -de mi alma!... no encontró en ellos más que la tierra que había cavao -en el monte. Quedóse en la agonía el pobre hombre; y quedándose así, -llegó á consolarse cavilando que, mirando bien las cosas, con lo que -ya tenía de antes le bastaba; y cavilando esto, fué al cajón donde -guardaba las pocas monedas sobrantes... ¡y tierra eran también como -la de los sacos!... ¡y tierra los papeles de sus compras! Fué á la -cuadra... ¡y montones de tierra los bueyes!... ¡y montones de tierra el -ganado que pagó con el dinero del enanuco! No quedaba allí otra bestia -que la vaca en aparcería. Reparó entonces en la casa, y vió que era -la misma en que él vivía cuando era pobre zonchero: á la puerta había -un coloño de varas y unos adrales á medio hacer. Gimió y golpeóse, el -venturao; y al monte fué á contar su desgracia al enanuco; pero el -enanuco le dijo:--«Eso que te pasa, no puedo remediarlo yo: quien por -mi mano te dió la riqueza que has menospreciado, te dice ahora por -mis labios que la miseria en que vuelves á verte es el castigo que da -Dios á los cubiciosos que quieren pasar de un salto, y sin merecerlo, -de zoncheros bien acomodados, á caballeros poderosos.» Y colorín -colorao... ¿Qué te paece del cuento, Nisco? - - [3] Caracol marino. - ---Pues no me paece cosa mayor--respondió Nisco, que había estado -escuchándole con la boca abierta.--Pero, valga ó no valga, ¿por qué me -le cuenta usté aquí? - ---Cuéntotelo aquí, porque, como dijo el otro, aquí te cojo y aquí -te mato; y cuéntotele también, por si conociste tú al zonchero, ú á -persona que se le ameje siquiera en los humos de la chimenea. - ---¡Yo no conozco ni he conocido á naide de esas señas! - ---Pues yo sí, Nisco. Yo conozco á uno, amejao al zonchero en las -infladuras de la vanidá; un mozo que, por tener de todo, tuvo una novia -como unas perlas, que por él se moría y por él se muere. - ---¡Bah, bah!--dijo aquí Nisco clavándose en la alusión de la -vieja.--¡No me venga con coplas! - ---No son coplas éstas--replicó la Rámila impertérrita:--son verdades -como puños, que te importan más que á mí. Hace ya mucho que andas -caminando hacia el monte con los sacos vacíos en el carro; y te salgo -al encuentro para decirte que te vuelvas, porque sé lo que te aguarda -si los llenas como el zonchero. Aquellos tesoros no son para tí, -probe tonto, que guardados están para quien mejor los merece. Buenos -los tienes en tu casa; vuélvete á cuidarlos, que tierra será para tí -el mejor de todos ellos, si la cubicia llega á descubrírsete como al -otro. Yo sé que hoy te quiere Catalina más que antes te quiso; pero -también sé que no te querrá así el día en que tú seas la rechifla de -Cumbrales. Y ahora vete con Dios y perdona el poste; pero no olvides el -cuento de _El zonchero cubicioso_, que has de agradecérmelo. - -Con lo que la Rámila se entró en la corralada de don Pedro Mortera, y -Nisco tomó el camino de su casa, mustio y contrariado... y voy á lo -que decíamos de los elementos conjurados contra los planes de este -mozo: no bien abocó al estragal, encaróse con él Juanguirle, que iba á -salir á _picar_ leña en la accesoria, y le echó un trepe que ardía. En -conclusión le dijo: - ---¡Por vida del chápiro verde, que no sé qué te hiciera para quitarte -ese hipo de monja en viernes!... Pues mira que si con guantadas se -curara, ya tenías un par de ellas encima. ¡Dígote con los hombres -de ahora, voto á briosbaco y balillo! Si tienes un pesar, dile ó -revienta... Si son chapucerías de desjuiciado, acuérdate de que eres -hijo de un hombre de bien. El demonio me lleve si yo sabía la menor -cosa hasta que tu madre me lo dijo esta tarde, por haberlo aprendido -ella en el río. Contábate, como yo, con los cinco sentidos puestos en -la muchacha, que, en ley de verdá, vale más que tú; cuando salimos -con que... ¡por vida del chápiro verde! resulta que no hay nada de lo -dicho, porque el fachendoso del hijo mío hace una eternidá que volvió -las espaldas. El porqué, tú lo sabrás: yo no le sé ni le sabe tu -madre; y en la muchacha no consiste, que así lo juró cuando tu madre -topó con ella al volver de lavar y la habló del caso, porque debía -hacerlo. De nada te acusa más que de ausencia; por leal se afirma, y -con llorar se venga. Esto la ensalza, si juró verdá, y á tí te honra -poco, Nisco... y á mí no mucho, que tu padre soy. Si el serlo te -encoge para hablar conmigo de esos particulares, no se los calles á -tu madre cuando venga de la mies y te busque la lengua... porque ha -de buscártela y con mucha razón. Lo que yo te digo es que, inocente ó -culpado, vuelvas á tus cabales y cumplas con tu deber, que no tienes -rentas para hacer vida de señor manido entre cristales... ¡Y en qué -tiempo, voto al chápiro! cuando asoma la _cogedera_ y más brazos se -necesitan en casa, y cuando me veo con una zancadilla á cada vuelta que -doy en el Ayuntamiento. Porque has de saberte que hasta de las locuras -de don Valentín se quiere sacar partido por la gente que allí me han -puesto para que tu padre caiga en la trampa, ya que no quiere cerrar -los ojos á sus fechorías... porque aquello, hablando en claridá, es -una ladronera consentida... Pero ¡voto á briosbaco y balillo! ¡yo les -juro que á la sombra mía no las han de urdir allí mientras tu padre sea -alcalde! - -Y se fué á su quehacer el bueno de Juanguirle, de muy mal humor, cosa -que le acontecía rarísimas veces en la vida. Pero Nisco era testarudo; -y por más que el mundo entero pareciera empeñado en meterle por los -ojos lo que sus ojos no querían ver, lo que tenía entre cejas allí -había de estarse mientras no se lo arrancara _quien_ allí se lo había -puesto. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XVI - -UNA DESHOJA - - -Con la _secura_, que no cesaba por seguir el tiempo al Sur, las mieses -se pusieron hechas una bendición de Dios, y en la última semana de -octubre no quedaba una caña de alubias sin _pelar_ en las heredades, -y las panojas, bien granadas y bien secas, iban á desprenderse ellas -solas de los maíces, si muy pronto no las amontonaban sus dueños en el -desván. Pero ¡con poco mimo las observaban éstos uno y otro día, para -dejarlas expuestas á la voracidad de los cuervos, ó á los riesgos del -temporal que podía presentarse á la hora menos pensada! ¡El fruto de -tantas fatigas, el pan de todo el año! - -Aún no había espirado el mes, cuando comenzaron á invadir la vega, por -todas sus _portillas_, carros con altos adrales; y cada familia en -su heredad, pela aquí, pela allí; panojas al garrote y _garrotados_ -de panojas á los carros; de vez en cuando, sube que sube los adrales, -según iban llenándose las teleras; después, los _calabazos_ encima -de las panojas y en el _payuelo_ de la pértiga, y hala para casa, á -campo travieso, primero, tirando los bueyes dentelladas furtivas al -retoño ajeno; y después, por la cambera, canta que canta el eje, untado -con tocino; y ya en el portal el carro, allá va la carga de panojas -arrastrada con las trentes sobre los garrotes, tan pronto llenos como -subidos al desván, al hombro del mocetón ó sobre la cabeza de su -hermana: en una pila el maíz, y aparte los calabazos; de éstos, los -duros y _berrugones_ á un lado, para la olla; y á otro, los blandos y -aguachones, para los cerdos. - -En poco más de una semana se cogieron todas las mieses, y aún sobraron -días para dar una pasada con el dalle á los prados viciosos, y para -_sacudir_ muchos castaños y recoger los entreabiertos erizos, pues los -muchachos empezaban á derribarlos del árbol á pedradas, y más de una -_magosta_ habían hecho ya con las castañas cosechadas así. - -Todas estas faenas eran de ver en una casa como la de don Pedro -Mortera, donde los frutos entraban en grandes cantidades. ¡Qué ir y -venir de carros y de obreros! ¡Qué cantar en aquel corral los ejes, -y vocear los carreteros, y sonar las panojas como fuelles de papel al -deslizarse unas sobre otras en los adrales, y después como truenos -lejanos, al caer por la rabera en el garrote; y el acompasado pisar, -escalera arriba y abajo, de los que las llevaban al desván! ¡Y qué -pilas se iban formando en él, clase por clase; porque el maíz de unas -heredades era de grano redondo, y el de otras de _diente de perro_! Y -cuando el desván se llenaba, la misma actividad y el propio ruido en el -vasto granero de la accesoria del corral, donde ya estaba la cosecha de -alubias oreándose. - -Para deshojar tanta panoja, se necesitaban muchos días y mucha gente, -y esta tarea la inauguraba don Pedro con una _deshoja_ pública, -digámoslo así, en el desván de la casa, por seguir una costumbre jamás -interrumpida en ella, ni en otras muchas del lugar. De esta costumbre -clásica de la vida campestre montañesa he hablado yo en otro libro; mas -no ha de impedirme esta consideración, que no deja de ser atendible, -dedicar unas cuantas pinceladas á aquella deshoja de don Pedro Mortera, -siquiera por el enlace que tuvo con los descosidos acontecimientos de -este insubstancial relato. - -No se tasaba el número ni la calidad de las personas para entrar allí; -y en la noche de que hablo, antes de las ocho, pasaban de cincuenta, -jóvenes las más y de buen humor, las que estaban sentadas en el suelo -alrededor de una montaña de panojas. Para alumbrar este cuadro no -bastaba un farol, y había hasta tres, colgados en otros tantos postes; -y aun así no se lograba más que barrer un poco las tinieblas hacia los -fondos interminables del desván, donde se _veían_, apretadas y negras, -debajo de las deprimidas vertientes del tejado. - -Menudeaban los cantares de las mozas; respondían los mozos con sus -baladas lentas y cadenciosas; relinchaban, entre balada y cantar, -los que sabían hacerlo con recio pulmón y adecuado gaznate; reíase -acá, murmurábase allá; y, en tanto, las panojas deshojadas caían en -los garrotes como lento pedrisco; y la montaña del centro descendía, -socavada poco á poco, mientras crecía sin cesar la cordillera de hojas -que iba formándose por detrás de la gente; desocupábanse á menudo -los garrotes llenos, en un espacio despejado en conveniente lugar; -y el ruido que aquellas cascadas de panojas producían al caer sobre -el sonoro tablado, ruido semejante al de un tren de artillería en -calles mal empedradas, era como el _bajo_ del incesante é infernal -desconcierto... Y cuenta, lector filarmónico, que esto del desconcierto -lo digo acordándome de lo fino de tu oreja; que, por lo que toca á -las de aquella rústica gente, por muy grata y sabrosa reputaban la -baraúnda. - -De nuestros conocidos, veíanse en la deshoja (estilo de revistero de -salones) á Catalina, Nisco, el Sevillano y Chiscón, Pablo entraba y -salía á menudo, porque su padrino y Ana estaban de tertulia en la sala -con motivo de la solemnidad de la noche, solemnidad tormentosa, pero, -al cabo, solemnidad, en que los buenos amigos debían tomar parte para -tener por un lado aquellas largas horas de barullo y desgobierno. -Repito que Pablo hacía frecuentes visitas á la deshoja, porque aquella -noche le solicitaban dos impaciencias á cual más poderosa: al lado -de Ana, la de ver lo que pasaba en el desván; y en el desván, la de -volverse al lado de Ana. - -Yo no sé si fué la malicia ó la casualidad ó el diablo quien lo -dispuso; pero es lo cierto que Catalina y Nisco estaban sentados hombro -con hombro, y enfrente de ellos, Chiscón y el Sevillano. Nisco, que no -soltaba la murria que le partía, había ido á la deshoja «por ser cosa -de Pablo,» y porque no hubiera tenido racional disculpa su ausencia de -allí aquella noche. Entró en el desván con su amigo, disimulando el -gusanillo que le roía; tomó puesto á la casualidad en medio del barullo -revuelto al comenzar la deshoja, y ¡cuáles no serían su asombro y su -despecho, viendo que cuando él posaba las asentaderas en el suelo, -hacía otro tanto á su lado Catalina con las suyas. Cambiar de puesto, -era escandalizar; pretender que la moza cambiara, una impertinencia -insostenible. Resignóse y propúsose tapar con máscara risueña y -jubilosa, la corajina que le hervía en el pecho. - -Al principio todo fué bien, salvo algún codazo que otro que Catalina -le daba, lo cual era inevitable, porque los brazos de la moza eran -argadillos, según lo que se movían, cogiendo, deshojando y despidiendo -panojas sin cesar con las manos, y el terreno no sobraba alrededor -de la pila; pero se fué encrespando la bulla; sonaron los primeros -relinchos; comenzaron los cantares, y ya se podía echar un párrafo á -media voz con un adyacente, sin ser oído de los demás. - -Esta ocasión aprovechó Catalina para decir á Nisco, con la cara y el -acento de la misma sátira en persona: - ---Vaya, que estarás, en el punto en que te hallas y pegante á esta -probeza, como si las tablas te quemaran el detrasero... Pues ¡cómo ha -de ser, hijo! yo no tengo la culpa. - -Nisco respondió, con la risa del conejo: - ---Se está uno aquí, porque le da la gana, que estar se sabe en lugar -más alto cuando al caso viene. - ---Y porque no mientes ahora--replicó Catalina,--dije yo lo dicho... ¡no -faltaba más! Basta mirarte, hijo, sin saber lo que se sabe, para ver -que este puesto no es el tuyo. La probeza aquí, como San Pedro en Roma; -pero la gente fina, como tú, á la sala con los señores. - ---¡No sería la primera vez! - ---¡Ya se ve que no!... ¡Y como que á la presente te estarán echando de -menos! Tonto serás, Nisco, en perder la ganga por este cumplido que -naide te agradece. - ---¡Cada uno á su hacienda, Catalina! - ---Vamos, que con lo grandona que va á ser la que te espera, no te -vendrá mal un mayordomo... ¡Vaya que fué estrella la tuya, hombre! - ---¡No escomencemos! - ---¡El diantre tiene cara de condenao!... ¡Mira que tendrás que ver, del -brazalete de una señora tan pudiente y tan fina, coleando la casaca por -esas callejas!... Oiréis la misa ajunto el altar mayor... ¡Jesús y los -santos del cielo no me falten en mis últimas!... Otra lotería como ella -nunca cayó en Cumbrales. - -Amoscóse más Nisco, y respondió á esta burla: - ---¡Te digo que no escomencemos... y que no traigas en boca á quien de -tí no se alcuerda!... - ---¡Ni de tí tampoco, fanfarrias!--saltó Catalina con reconcentrado -veneno, aunque bien disfrazado con sonrisas falsas para que los -circunstantes no le conocieran.--Como no comas otro pan que el que por -ahí te venga, buenas tripas vas á echar hogaño. Toma surbia con solimán -de lo fino, y maja terrones por recreo, que eso es regalo para un -descastao y fachendoso baldragas como tú... ¿No te dije yo que cuanto -más subieras mayor sería la costalada? Pues ya te la estás arrascando -días acá... Aunque piensas que no miro, bien te veo con el moco lacio, -contando los morrillos de las callejas. ¿Diéronte portazo? ¡Bien lo -merecías! ¡Toma estudios ahora y date vientos de señorío, mondregote, -que más arriba está quien manda, para hacer josticia seca! - -Nisco recibió todo este metrallazo á la oreja, sin poder contestarle á -su gusto, porque la ira le cegaba ya y temía dejarse arrastrar de ella -en aquel sitio. Dominóse como pudo, y remató el altercado amenazando á -Catalina con un desaire en público, si no enfrenaba la lengua. Temió -la moza y callóse... por entonces, porque su boca fué un alfiler para -Nisco mientras duró la bulla en el desván. - -Y aconteció también que, como la una y el otro siempre que hablaban se -sonreían, aunque de muy mala gana, Chiscón, que no los perdía de vista -un instante, tomó al pie de la letra aquel falso regocijo; creyóle -señal de una reconciliación, y vió, por ende, su pleito en riesgo -grave. Así lo entendió también el Sevillano; por lo que se brindó de -nuevo á _despachar_ el estorbo, si al de Rinconeda le convenía este -atajo para llegar más pronto al fin de su jornada. - ---Me dió á mí ya que cavilar--dijo Chiscón,--lo que pasó al respetive -del sitio. Con ella vine, á mi vera estaba aquí, presentóse allá él; -y cuando pensé que me sentaba arrimado á ella, ya la ví onde la ves -ahora. Pues la puerta me abrió; que no, nunca me dijo... pero esto no -lo entiendo. - ---¡Zi no hubiera tú largao tanta zoga!...--replicóle el Sevillano. - ---Verdá es--dijo el otro,--que por ansia de asegurarla mucho, bien -puede haberse escapao la ocasión. Eso ha de verse luégo; que tal está -el particular, que no deja más espera. - -Era Chiscón hombre poco palabrero en cosas que le llegaban á lo vivo; -y después de decir esto, no quiso que allí se hablara más del asunto; -pero continuó viendo y observando. - -Cuando cesó lo más recio de la bulla, porque los gaznates se cansaron -de gritar, comenzaron los dichos y los relatos á entretener á la -gente. Se apuntó algo sobre si entraría ó no entraría _el facioso_ en -Cumbrales; pero la mitad de los oyentes no creían en la existencia de -él, y la otra mitad daba el riesgo por fraguado en la imaginación del -ocioso don Valentín; por la cual este asunto dió poco entretenimiento. -Pero salió á relucir la tribulación de Tablucas, ¡y esta materia sí que -absorbió los sesos á la gente! - -Por lo que allí se dijo, desde que nosotros vimos á Tablucas en -la taberna de Resquemín, el asunto del perro no había mejorado un -punto, si es que no andaba peor: los mismos garrotazos á la puerta -en anocheciendo, y el propio animal en el murio en cuanto alumbraba -la luna; la viuda asegurando que nada oía ni veía de ello á tales -horas; la familia _embrujada_ llenando de cruces puertas y ventanas -de día, y tiritando de miedo por la noche; algunos vecinos de la -barriada encerrándose en casa al ponerse el sol, _por si acaso_; muchos -otros del lugar, recelosos de todo perro desconocido, y, lo que más -importaba, el pobre Tablucas sin hora de sosiego para trabajar la -herencia que traía entre manos, y dar en el quid de una dificultad que -no podía vencer en la máquina que imaginaba para pinchar _lumiacos_. - -Uno de la deshoja aseguró que, pasando una noche á su casa por delante -de la de Tablucas, oyó los tamborilazos; que, mirando por una rendija -de la portalada, creyó ver una persona que se metió corriendo en casa -de la viuda; pero que de perro en el murio, no vió pizca. Un viejo que -esto oyó, dijo mal de aquella mujer, y mezcló en los supuestos al hijo -de don Valentín. - ---¡Jos!--exclamó otro de los oyentes,--eso, ya pa con tocino, tío -Pamplingue... Por ahí no va el agua de los tamborilazos. - ---No vos diré que vaya--repuso el viejo.--Dicho es que vos dije por lo -que dicen; que yo, ni entro ni salgo. Porque tamién se dijo si en cá -de Tablucas se fisgoneaba mucho lo que pasaba en cá de la su vecina; y -bien pudieran, á modo de escarmiento, y pa cerrar los ojos á éste y al -otro... Pero tocante á lo del murio, ¡eso pasma de too! - -Sobre lo del murio, no faltó quien dijo que podría consistir (según -parecer del señor cura) en unos cantos gordos que había á medio caer en -el lomo del paredón; los cuales cantos, vistos desde casa de Tablucas -y alumbrados por la luna, á poco que el miedo hiciera de por sí, bien -pudieran parecerse á un perro muy grande. Respondióse á esto que el -tal perro se veía á unas horas y á otras no; á lo que replicó el -sustentante (también por boca ajena) que eso consistía en que la luna -no siempre alumbraba por el mismo lado, y que «según era el punto de -alumbre, así resultaba la fegura.» - -Se desechó este supuesto y cuantos se apuntaron allí fundados en lo -hacedero, y acomodables á las leyes del sentido común; y cátate, pío -lector, con éstas y con otras tales, á la pobre tía Rámila _sobre el -tapete_. Ya para entonces había descendido la montaña de panojas lo -suficiente para que todos los deshojadores pudieran verse las caras, -aunque algo turbias y de lejos; y una sola conversación entretenía -á todos los circunstantes, esforzándose mucho la voz. ¡Horrores se -contaron allí de la bruja! Apenas hubo persona en el desván que no -la debiera algún agravio y que no la hubiera _visto_, en tal ó cual -forma extraña, después de cometida la fechoría; y unánime estuvo la -gente aquélla en declarar que era punto menos que herejía el mimo con -que se la trataba en casa de don Pedro Mortera (aquí se bajó mucho la -voz), donde se le daba entrada franca, y tentar á Dios manosearla como -la manoseaba la señorita María, que tanta hermosura tenía que perder. -Hablóse después de otras brujas, y de las maldades de las brujas, y de -todos los remedios conocidos contra todas las brujas del mundo, y se -fué á parar, por fin y remate, á que lo de los tamborilazos á la puerta -de Tablucas, y lo del perro del murio contiguo á su corral, era obra de -la Rámila... porque no podía ser otra cosa. - -En esto, ladró el mastín de don Pedro Mortera en la garita de la -corralada, y, casi al misma tiempo, se oyó en el desván un grito de -espanto: - ---¡Ayyy! - -Y un segundo después: - ---¡Ahí... le tenéis! ¡Que vos come! - -Estos gritos los daba el Sevillano. El primero se le escapó del pecho -porque, desde que tanto se hablaba en Cumbrales de lo del murio, le -levantaba en vilo el inesperado latir de los perros. El segundo le dió -para borrar el mal color del otro; y como todo se concebía en aquel -valiente menos el miedo, celebróse la ocurrencia por los circunstantes -(saturados de relatos y comentos de brujas en figura de canes) después -de haberse estremecido de horror, aunque no tanto como el Sevillano -que, del primer respingo, se alzó dos jemes sobre la greña de Chiscón, -el cual, puesto de pie, le sacaba un palmo. - -No pasó de aquí el incidente, porque, deshojada la última panoja de la -pila, y siendo á la sazón muy corrida la media noche, subieron, detrás -de Pablo, los sirvientes de la casa con sendos garrotes repletos de -castañas cocidas, humeando todavía, más una gran _botija_, capaz de -seis azumbres, llena de aguardiente. Repartió Pablo las castañas con -una caldereta, y tres veces anduvo la rueda sin un tropiezo. No así -el que escanciaba el aguardiente, puesto que halló uno en cada moza -soltera, sabe Dios si por aborrecerlo todas; con lo que tocó á más á -las casadas y á los hombres, pues no quedó gota en la botija. - -Y vuelta entonces á los cantares, mientras comenzaba el desfile; -cantares alusivos á todos y cada uno de los señores de la casa, -presentes junto al arranque de la escalera del desván, pagando, aunque -soñolientos y decaídos, con sonrisas y ademanes, pues las palabras no -se hubieran oído, los saludos de la gente que se marchaba con estruendo -y temblor de todo el edificio. - -¡Y en el corral cantares, y en la calleja relinchos y más cantares! - -Nisco salió solo; Catalina, con la gente de su barriada; y como en -todas ellas se armó ruido, alborotáronse los perros que, aun sin que -nadie los hurgue, no cierran boca en toda la noche; muchos valientes -volvieron á pensar en lo del murio, y el Sevillano se agarró de Chiscón -y no le soltó hasta la puerta de su casa, pues todo aquel trayecto -hubo de necesitar, por las trazas, para convencerle de que no debía de -acompañar en público á Catalina, después de lo visto, hasta hablar con -ella en debida forma. - -Cuando el de Rinconeda tomó por la vega el camino de su lugar, solo -y casi á tientas, porque no había luna aquella noche, aún llegaban á -sus oídos los moribundos ecos de alguna balada, el cansado latir de -los perros alborotados, y hasta el alegre cantar de más de un gallo -madrugador. - -Chiscón entonces soltó un relincho que repitieron todos los ecos de la -vega; y ningún otro ruido turbó ya la negra soledad de su camino, sino -el triste, lento y remoto gemir del cárabo en el monte, y el bufar de -una lechuza que pasó volando hacia el campanario de Cumbrales. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XVII - -LA DERROTA - - -El domingo siguiente, después de misa, hubo en el local de la escuela, -debajo de la sala consistorial, una _concejada_ como no se había -visto en todo el año. Sabíase de qué se iba á tratar en el concejo -de aquel día, y faltaron contadísimos vecinos. Don Valentín llegó -de los primeros, apenas se oyó el tran, tran, tran de las campanas. -Juanguirle, rodeado de sus concejales, ocupó la presidencia en el -sitial del maestro; manifestó el objeto de la reunión, y hasta aventuró -un discursillo encareciendo las ventajas de las _derrotas_, mientras -las gentes, como sucedía en Cumbrales, no supieran dar á las mieses -destino mejor, desde noviembre á marzo; invocó, en apoyo de su parecer, -la ley de la costumbre, tan vieja allí como el mundo (pues no había -prueba de lo contrario), y sometió el caso al acuerdo, que había de ser -unánime, de sus administrados, para dar así debido cumplimiento á lo -mandado «arriba.» - -El discurso alcanzó la aprobación del concejo, exceptuando á don -Valentín, que se levantó airado de su asiento para llorar los males -de la patria y los peligros de la libertad. Puso todo este lacrimoso -cuadro enfrente de la criminal indolencia de sus convecinos, -«amenazados día y noche por el azote afrentoso del perjuro,» y concluyó -diciendo: - ---_Do ut des._ ¿Queréis derrota? Dadme ayuda; prestadme recursos para -rechazar la invasión del déspota ó morir con gloria en la batalla. Á -este precio tendréis mi voto, sin el cual no se pueden abrir las mieses -de Cumbrales. - -Tomóse esta actitud de don Valentín en muy diversos sentidos. Quién la -aplaudía entre burlas y cháchara; quién, menos paciente, denostaba al -veterano y al concejo que hacía caso de semejantes chapucerías. Los que -así se expresaban eran los más; y ya el debate iba tomando mal aspecto -para don Valentín, cuando Juanguirle, haciendo valer su autoridad, -restableció el orden y el silencio, y dijo así: - ---No hay que acelerarse, ¡voto al chápiro verde! ni sacar las cosas -de su quicio natural, para entenderse las personas. El señor don -Valentín se queja del poco aprecio que aquí se hace de esos amenículos -de política que le quitan á él el sueño de un tiempo acá; pero hay -sus más y sus menos respetive al caso, y se tocará el punto en su día, -con su cuenta y razón de pulso y patriotismo. Lo que ahora importa y -aquí nos reúne, es lo de la derrota; y sobre este particular, estamos, -gracias á Dios, en la mejor conformidad todos los presentes. - ---¡Menos yo!--gritó don Valentín. - ---Así se ha entendido aquí, ¿no es cierto?--dijo el alcalde, paseando -una mirada maliciosa por todo el concejo. - ---¡Cierto!--respondió éste á una voz. - ---¡Repito que no!--volvió á gritar don Valentín, estrujando entre sus -manos el enfundado sombrero.--¡Yo me opongo á que se abran las mieses -este año! - ---En vista de tal conformidad--dijo el impasible alcalde,--se acuerda -la derrota y se levanta la sesión. - ---¡Protesto contra esta infracción de la ley!--vociferaba el -veterano.--¡Invoco mis derechos de vecino libre... de ciudadano -español! ¡Viva la libertad!... ¡Exijo que mi protesta conste en el acta -para acudir en queja á donde se me oiga! - -¡Como si callara! La algarabía de la desordenada muchedumbre ahogó su -voz temblorosa y descompuesta; y, á mayor abundamiento, las campanas -comenzaron á tocar _á derrota_. - -Aún no había cesado la sonata en el campanario, cuando se oyó otra más -recia y atronadora en todas las callejas del lugar: mezcla de bramidos, -cencerradas, silbidos y jujeos. Nadie había soltado aquella mañana sus -ganados, en espera del acuerdo concejil que las campanas publicaban ya -con sus sonoras lenguas por todos los ámbitos de Cumbrales. - -Desaparecieron como por encanto los portillos y seturas de las mieses; -y cada una de las brechas resultantes fué vomitando en la vega el -ganado á borbotones, en abigarrada y pintoresca mezcla de especies, -sexos, edades y tamaños: la mansa oveja y el retozón becerro; la -cabra arisca y el perezoso buey; la dócil burra y la gentil novilla; -la sosegada vaca, el inquieto potro de recría y el toro rozagante. -Tras el ganado y por el lado de la Cajigona, que vuelve á ser nuestro -observatorio, apareció la gente que lo había conducido, y mucha más -que se le fué agregando; pero la parte juiciosa de ella no pasó de los -bordes de la meseta. Los muchachos, armados de sendos palos, terminados -en gruesa y curva cachiporra, se lanzaron mies abajo, silbando al -vacuno, apaleando á las burras, ladrando á las ovejas y espantando á -los potros con gritos y aspavientos. Pero no era necesaria tan ruidosa -excitación para que las inofensivas bestias dieran al traste con la -formalidad; pues no bien sus pezuñas hollaron el blando suelo de la -mies, toda la extensión de la vega les pareció poco para campo de su -regocijo. - -¡Válgame Dios, qué triscar el suyo y dar corcovos y sacudir el rabo! -¡Qué mugir los unos, y relinchar los otros, y balar aquestos, y -rebuznar por allí, y bramar por el otro lado! ¡Qué embestir los chicos -á los grandes, y hacerse éstos los temerosos y los débiles por chanza y -pasatiempo! ¡Qué revolcarse los burros, y galopar los potros sin punto -de sosiego, como si el lobo los persiguiera! ¡Qué derramarse por la -cuesta abajo el compacto rebaño, y entrar en la cañada, largo, angosto -y serpeante, verdadero río de lana tomando la forma de su lecho! ¡Qué -gallardearse á lo mejor el becerrillo negro con humos de toro, junto -á la apuesta novilla, y escarbar el suelo, y bajar la cabeza, y mirar -en derredor con fiera vista, y hacer la rosca con el rabo, sin qué ni -para qué, puesto que ningún rival le disputaba el campo! ¡Qué perder el -tiempo en estos alardes que no eran agradecidos ni siquiera observados! -Hasta el manso y trabajado buey olvidaba su esclava condición, sus años -y sus fatigas, para tomar parte en el general holgorio con tal cual -amago de corcovo mal hecho y aun ciertos asomos de galanteo á la vaca -de su vecino. - -Á todo esto, ni pensar en pacer seria y formalmente. Se tiraba un -bocado al fresco retoño de la hondonada, pasando de largo; y otro, más -lejos, á la _paulina_ de la heredad; y luégo otro, de refilón, al verde -de una regatada; y así se andaba y se probaba todo sin fijarse en nada, -creyendo acaso que lo desconocido era más sabroso que lo ya probado. -Faltaba el tiempo para recorrer la blanda y fragante alfombra de la -vega; y el loco y desacorde vocerío y el sonar incesante de esquilas y -cencerros, enardecía las bestias y túvolas sin juicio ni sosiego cerca -de una hora. - -Calmados los ímpetus poco á poco, los sesudos bueyes humillaron la -cabeza sobre el elegido terreno para pacer de veras y á qué quieres -estómago; trocóse en manso lago, sobre este prado ó aquella heredad, -cada rebaño que antes fué torrente de ovejas; enderezóse el burro, -harto de revolcarse, y sin sacudirse la basura, ahogó los últimos -suspiros, roncos y desconcertados, entre cogollos de helechos -arrancados á la sombra de una mimbrera terminal; los potros, dejando -de correr, cruzaron de dos en dos los enjutos cuellos, se _espulgaron_ -á dentelladas y por largo rato... y todo movimiento fué cesando en la -vega, hasta que no se oyó en ella otro ruido que el sonoro y acompasado -de las esquilas y los cencerrillos de las bestias, que los movían al -pacer blanda y sosegadamente. - -Entonces se retiró á paso lento, con los brazos cruzados y la pipa -en la boca, el último de los espectadores que habían contemplado el -descrito cuadro desde lo alto de la meseta por el lado de la Cajigona, -seguro de que, al anochecer, su ganado, sin otro conductor que el -natural instinto, estaría á pie firme y rumiando á la puerta del -establo ó á la del corral, esperando á que se la abrieran. - -En tanto, los muchachos dispersos por la vega fueron reuniéndose en -pandillas; una de las cuales, la más numerosa y apta para el lance de -que se trataba, se posesionó de la vasta y limpia pradera que comenzaba -pocas varas abajo de la Cajigona. - -Pasaban de veinte los muchachos, cada cual con su _cachurra_ (el -palo de que antes se habló); todos descalzos, los más de ellos en -mangas de camisa, y no eran los menos los que llevaban al aire la -cabeza, trasquilada de medio atrás hasta el pescuezo. Á esta sección -pertenecían, como cabos de ella, _Birriagas_, largo, chupado y pálido, -muy reñidor y no cobarde; _Cabra_, incomparable salteador de huertas -y robador de manzanas; tan ducho y hábil, que distinguía de noche, y -sin catarlas, las _carretonas_ de las _piqueras_; _Bodoques_, corto -de resuello y gordo, pero fuerte; seco de palabra y de muy respetado -consejo; _Lergato_ (lagarto), sutil y marrullero para escaparse sin -una desolladura de donde sus camaradas dejaban tiras del pellejo; -_Lambieta_, goloso y desdentado; y, por último, _Cerojas_, así llamado -por dos lobanillos negros que tenía en la cara y comenzaron á asomarle -poco tiempo después de haberse dado una panzada de las llamadas -_bruneras_, en el huerto de Asaduras. - -Tratábase de un desafío á la cachurra, ó á la _brilla_, como también -se dice; juego que se inaugura y cesa con las derrotas, porque sólo en -las praderas de la mies puede jugarse, y vociferaban y se revolvían -los muchachos de la pandilla sobre quién debía de _arrimarse_ á quién -para equilibrar con el posible acierto las fuerzas beligerantes. Hízose -al cabo lo que propuso Bodoques, y quedó la tropa dividida en dos -bandos, figurando en el uno Birriagas, Lergato y Cabra, y en el opuesto -Bodoques, Cerojas y Lambieta, con sus respectivos soldados de fila. Se -echaron _pajucas_ entre Bodoques y Cabra, y tocóle la mano al primero; -el cual, como tonto, eligió para _brillar_ la cabecera alta del prado -en que se hallaba la patulea. - -Sacó luégo del bolsillo una bola de madera, del tamaño de una pelota; -requirió su cachurra, que era de acebo con _porro_ macizo y á la veta, -y se fué á ocupar su puesto. Los demás muchachos se escalonaron prado -abajo en dos filas paralelas, cara á cara, á la distancia de dos -cachurras próximamente. Los últimos, y en el último tercio del prado -y bastante lejos de sus camaradas respectivos, se situaron, frente á -frente, Cabra y Cerojas. Entonces puso Bodoques la bola de madera, ó -sea la _catuna_, ó la _brilla_ (que de ambos modos se llama), encima de -una topera, previamente _amañada_; se escupió las palmas de las manos; -empuñó con las dos el extremo de la cachurra, y gritó con toda su voz, -sin dejar de hacer la puntería á la catuna: - ---¡Brilla va! - -Á lo que respondió Cabra, su contrario, poniéndose en guardia: - ---¡Brilla venga! - -Y replicó Bodoques: - ---¡_Al_ que rompa una pata, que la mantenga, y si no, que la venda! - -Dicho lo cual, hizo unas rúbricas en el aire con la cachurra, y -¡plaf!... allá fué la brilla, rápida y zumbando, por encima de los dos -ejércitos en expectativa. - -Corrieron debajo de ella siguiéndola, y Cerojas se dispuso á socorrerla -con su cachurra para _pasarla_ sin que tocara el suelo; pero erró el -golpe por ir muy alta; y Cabra, más sereno, dejándola perder fuerza -y altura, la recogió en el aire y á su gusto, y la volvió de un -cachiporrazo hasta muy cerca de la topera de donde había partido. Dos -varas más, y pierden el juego los de Bodoques. Pero andaba éste muy -alerta; la tomó con su cachurra apenas tocó el suelo, y la volvió al -medio del prado. Como iba rastrera entonces, cayeron sobre ella las -cachurras á manojos; y entre ruidoso machaqueo y discordante vocerío, -tan pronto subía la catuna como bajaba. Hubo un instante en que más de -diez cachurras la sujetaron contra el suelo, no queriendo nadie que su -enemigo la arrastrara á su terreno. Entonces Bodoques, que era forzudo, -tiró con brío, y un poco al sesgo, un cachurrazo al montón; y mientras -la brilla salió rápida del atolladero, las cachurras saltaron como si -las volara una mina; y cuál de ellas machacó la nariz del propietario; -cuál la espinilla del colateral; otra levantó en la frente chichones -como el puño, y alguien se quedó, tras de contuso, desarmado. Hubo, -por ende, ayes y por vidas de dolor, amenazas y protestas; y lo de -_soldado en tierra no hace guerra_, fué invocado por ambos ejércitos -en apoyo de sus conveniencias respectivas. Mas como en la porfía no se -lograba siquiera el armisticio, y entre tanto el juego continuaba más -abajo con varia suerte, poco á poco, mitigándose los dolores de los -contusos, fueron los ánimos entrando en caja; y aunque renqueando unos -y palpándose otros los coscorrones, cada cual se arrimó á su bando y -continuó con nuevo empeño la partida, que, al cabo, ganó la gente de -Bodoques, metiendo la catuna en la heredad con que lindaba la cabecera -baja del prado. - -Como el que gana es el que tiene derecho á brillar, y brilla desde el -mismo sitio en que ha ganado, las dos hileras de combatientes cambiaron -de terreno al brillar Bodoques; es decir, que jugaba prado arriba la -que antes había jugado prado abajo, y viceversa. - -Tal es el juego de la cachurra, ó brilla, que dura en la Montaña -tanto como la derrota. El lector ha visto que se reduce á pasar la -catuna de un lado á otro del terreno elegido. Para impedir que el -contrario lo consiga antes por su banda, hay mil ardides con que los -muchachos prueban su destreza; engaños lícitos, algo parecidos á los -de que se valen los jugadores de pelota. Todo es permitido allí menos -la intrusión de un jugador en el terreno del contrario. Cuando tal -acontece, se le apercibe con estas palabras: _á tu tierra, que te pego -un palo_; advirtiendo que el terreno de cada cual está bien determinado -siempre por las cachurras mismas en ejercicio, frente á frente y porro -con porro. Pero, por lo común, si la partida está muy empeñada, se -prescinde del apercibimiento y, á buena cuenta, se larga el palo en la -espinilla ó en los nudillos del pie desnudo. - -Juego, en fin, de lo más higiénico y entretenido, si no fuera por las -quiebras que lleva aparejadas, de piernas, dientes y otras no menos -integrantes y estimadas porciones del jugador. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XVIII - -EL SECRETO DE MARÍA - - -Los mejores mercados de la villa (porque en la villa se celebra uno -cada semana) son los del _maíz nuevo_. En ese tiempo no hay pobres en -el país, y cada cual acude á aquel concurridísimo centro de riqueza á -proveerse de lo que no tiene, con un poco de lo que menos necesita. Al -calorcillo de esta animación, hormiguean los tratantes y las mercancías -de mil especies; y unidos todos estos estímulos á la suavidad de la -temperatura, la belleza del lugar y la abundancia de las vías de -comunicación, acontece que cada mercado es entonces una fiesta en que -toman mucha parte las gentes desocupadas del contorno. - -En Cumbrales no abundan las distracciones para personas de la condición -social de Ana y María; por lo cual aprovechaban éstas la del mercado, -muy á menudo, especialmente en otoño. Y no se crea que iban á la -villa entonces con el único fin de recrearse: llevaban los bolsillos -bien repletos, amén de una interminable lista de _cosas_, en un papel -ó en la memoria; en la cual lista había de todo, desde el manojo de -chiribías, hasta la vara de raso; desde la palangana de loza, hasta -la resmilla de papel de cartas; desde la madeja de seda para bordar, -hasta el bombasí para un refajo; desde la libra y media de queso -pasiego, y el molinillo del chocolate, y el paquete de azucarillos, y -las zapatillas de alfombra, y las tres libras de arroz, y la cerraja -para el armario, y el vidrio para el _cuarterón_ de tal ventana, etc., -etc., hasta el lienzo para los calzoncillos de don Juan ó de don Pedro, -ó el tartán para el vestido de invierno de doña Teresa. Para conducir -este revoltijo de especies inconexas, acompañaban á las jóvenes sus -respectivas fámulas de mayor empuje, con sendas cestas de mimbre -pelado, de dos asas, á la cabeza, sobre el _rueño_ de colores, bien -guarnecido de picos pespunteados. Las leyes del bien parecer no exigían -otro acompañamiento que éste á dos señoritas que iban al mercado; pero, -á mayor abundamiento, Ana y María solían llevar el amparo de doña -Teresa, ó el de don Pedro, ó el de don Juan, y vez hubo de ir los tres -juntos; pero una, nada más. Y vamos al caso. - -Después de los sucesos referidos en los últimos capítulos; cogidas y -derrotadas las mieses y comenzadas las deshojas donde había mucho que -deshojar, y hasta desgranado el maíz donde éste era el pan y la moneda -de la casa; hechos dos tórtolas Ana y Pablo, y no tan regocijada, pero -sí muy animosa, María, acordaron los tres ir juntos al mercado el -primer día que le hubiera en la villa, si el tiempo no se entornaba; y -como el tiempo no se entornó, el acuerdo llegó á cumplirse. - -El camino derecho para ir á la villa desde Cumbrales, es por encima -de Rinconeda; pero es mucho más blando y placentero el del valle, y -éste usan las gentes de Cumbrales mientras las lluvias del invierno -no reblandecen el suelo de las praderas y le hacen intransitable en -algunos sitios las pozas y los pantanos. Este camino tomaron, en la -susodicha ocasión, por la Cajigona abajo, Ana, María y Pablo, con dos -mozas de carga, bien trajeadas, rozagantes y frescotas, antes que el -sol llegara al fin del primer cuarto de su diaria carrera. Caminaban -los cinco en ringle, porque el sendero era angosto y en los prados -sentían los pies la frescura y humedad del rocío, aún no seco por el -sol que aquel día andaba á la greña con las nubes. Como los bajos de -Ana y da María se mojaban al rozarse con la yerba, y para que esto no -sucediera era preciso levantarlos, y levantándolos se descubrían los -_altos_ del parlanchín y menudo zapato, y algo más que los arranques de -la fina y estirada media, Pablo, que iba detrás de Ana, con un pretexto -mal urdido por ésta, pasó á la cabeza de la fila. - -Mientras así caminaban, por todos los senderos que desde el pueblo -iban á parar al que nuestros amigos seguían, bajaban gentes con el -mismo rumbo que ellos. Por lo común, mujerucas con la cestilla al -brazo ó el saco lleno sobre la cabeza. Unas pasaban de largo después -de saludar muy atentas, y otras se agregaban al grupo de las señoras: -charlatanas insufribles, aduladoras sin medida, ó torpes y encogidas -hasta la tartamudez. De las primeras era la _Cotorrona_, alta, seca y -acartonada, alegre sin ser risueña, y relatora incansable de lo suyo, -de lo ajeno y de otro tanto más. Nunca perdió un mercado, y jamás se -supo á qué iba á ellos, con una cesta colgada del brazo izquierdo -y cubierta con un refajo tirado sobre el hombro. Nada compraba ni -vendía, aunque todo lo sobaba y ponía en precio; pero dejar de tomar -á la salida, en una taberna de su devoción, el pucherete de potaje y -dos cuartos de queso... antes faltaría el pedazo de borona para «el su -hombre.» - -Esta mujer se puso detrás de Ana, y comenzó á despotricar sin que nadie -se cuidara de ayudarla ni de contradecirla. En ocasiones dejaba la -tarea, no para descansar, sino para meterse donde no la llamaban; como -verbigracia: - ---Alevante un poco más, doña Ana, que le arrastra entovía la randa por -la herba... ¡Jos! no me mirara yo tanto en su caso, que, por cierto -vida mía, bien tiene que locir... ¡Vaya, que quien ve esa cinturica, -tan fina que se puede abarcar con la llave de la mano, y esos pies -de cañamón en dulce, no pensara que tan rollizas las tenía, hija!... -Dígote que onde menos se piensa... Bendito Dios, ¡cómo rejunde el buen -sustento!... Y no me dejará doña María por mentirosa, aunque esa más á -la vista lleva la rebustez. ¡El Señor las conserve tan majas y locías -para salú propia y bien de los caballeros que tengan la suerte de -merecerlas! - -Sonreíase Ana, bajaba María las faldas hasta los pies, y carraspeaba -Pablo. Tornaba luégo la Cotorrona á rajar con la lengua famas y -caudales; terciaba de vez en cuando en el empeño alguna de las mujeres -pegadizas; y de este modo se habló allí de cuantas gentes pasaban al -mercado; de lo que llevaban, de lo que traerían, de lo que dejaban -en casa, de la cosecha, del ganado, del Ayuntamiento, de _lo del -perro_, y, por último, de las «malas almas» de Rinconeda, cuyas mieses -comenzaban á pisar á la sazón las murmuradoras y sus taciturnos y -aburridos oyentes. Pablo, en tanto, espantaba las mansas bestias que -pastaban cerca del camino, para que nada temieran las dos jóvenes, ó -las ayudaba á saltar esta zanja ó aquel vallado; tareas en que el mozo -disimulaba mal el gusto con que oprimía la mano ó ceñía la cintura de -la hija de su padrino. - -Acabáronse las praderas y comenzaron los callejos, muy ásperos aunque -cortos; pero no calló un punto la Cotorrona, por más que Ana lo intentó -muchas veces. Después de los callejos, la sierra, donde el camino -se arrastra entre brezos y matorros. Allí necesitaron Ana y María -abrir las sombrillas, porque comenzaba el sol á calentar. Breve fué -la subida, pues la sierra no es larga; y estar en lo alto de ella es -estar en la villa, porque ya se la ve abajo, con la cabeza reclinada -en la falda del monte, tendida en la linde del valle de que es dueña y -señora; valle quizá el más hermoso de toda la Montaña, regado por el -mismo río que hemos visto pasar al Norte de Cumbrales. - -Ana y María, en un impulso que es instintivo en las mujeres en -semejantes casos, antes de comenzar á bajar la sierra, que espeso monte -es por aquella vertiente, se arreglaron el cabello y los pliegues de -la falda, como dama que llega á la puerta de un salón de baile, y se -detuvieron un buen rato, no tanto para orearse y descansar, como para -deshacerse de la molesta compañía de la Cotorrona. - -Quedáronse al fin solas con Pablo y las dos fámulas, y así entraron en -la villa por aquel arrabal, hasta donde llegaba el reflujo del hervor -que se oía más adentro; reflujo de gentes dispersas y errabundas que -iban y venían sin derrotero fijo, entre casas desperdigadas y medio -campesinas todavía. - -Andando, andando, las casas iban uniéndose y enfilándose unas con -otras, el gentío espesaba y los rumores crecían, hasta que se llegaba -al foco de la ebullición, verdadero mar de cosas y de gentes, con -sus bramidos sordos y su agitación incesante. Este mar estaba en la -plaza, vastísimo espacio circuído de grandes edificios con espaciosos -soportales de arcos de sillería. ¡Lo que había sobre aquel encachado -suelo! El cestuco de patatas; el taleguillo de harina; los nabos -de Reinosa; los limones de Cóbreces; las _calladas_ del Puente; -la triguera de chiribías; la banasta de manzanas; el queso de las -Cabeceras; el celemín de _fisanes_; las tres parejas de pollos; las dos -docenas de huevos... Todas estas menudencias y otras infinitas, delante -de los vendedores, acurrucados en el suelo en apretadas hileras. -Después, en espacios más anchos, los zapatos de Novales; las abarcas -de Carmona; los yugos y _prisiones_ de Cieza; los montes de pan en -roscos, en cruz y en tortas; los calderos y trébedes de Balmaseda; los -puestos de baratijas, como dedales de acero, alfileteros de latón, -navajas de poco más ó menos, cordones de estambre y gargantillas de -cristal; las montañas de pimientos _morrones_ y _choriceros_; los -corderos en capilla, quiero decir, atados de pies y manos, jadeantes, -con los ojos revirados y la punta de la lengua fuera de la boca, ora en -el suelo, ora danzando en el aire sopesados por el comprador; las ollas -y cazuelas de barro; las cestas de mimbre; los garrotes de Peñamellera; -la vasija valenciana; amoladores y zapateros ambulantes; gallineras de -Asturias... y demonios colorados; y entre todo ello, los compradores -y curiosos yendo y viniendo, oprimidos, casi prensados, guardando -el equilibrio, bregando sin cesar y ayudándose unos á otros para -avanzar un paso en el continuo atolladero de contrarios oleajes, más -irresistibles que por su fuerza, por su ruido ensordecedor y mordicante. - -Publicábase á gritos la mercancía; á gritos se regateaba, y á gritos -se la ofrecían más barata desde otro puesto al comprador indeciso; á -gritos se pedía paso donde, contra toda ley, no le había; á gritos se -quejaba quien no podía apartarse á un lado por falta de terreno para -moverse; á gritos se saludaban las gentes, y á gritos se citaban, -y á gritos se entendían; el ferretero tocaba con el martillo una -_palillera_ sin fin sobre la mayor de sus sartenes; cacareaban los -gallos; gemían los cabritos amontonados; gruñían los cerdos que -pasaban, á rempujones, del mercado de los de su especie desdichada; -resonaban las panderetas probadas por mozas de buena mano, y los -dalles, heridos contra las piedras; roznaba el paciente burro del -pasiego, atado á un pilar de los soportales, libres sus lomos por -entonces de la carga que su dueño publicaba á voces un poco más allá; -sonaban las campanillas de un puesto de ellas, sacudidas una á una -por el aldeano que buscaba un par bien acordado, cuando no zarandeaba -con toda su fuerza un collar cargado de esquilones... ¡que es lo que -hay que oir!; chirriaba el eje del carro que pasaba cargado de maíz; -aullaba el perro perseguido á puntapiés por el queso robado ó el pan -mordido; cantaba el ciego al son de la ronca gaita, y el lazarillo -al de su pandereta, herida á puñetazo seco; sonaba el martillo del -herrador, y el mazo del hojalatero... y, en fin, la campana del reló -cuando callaban las de la iglesia. - -En los soportales alzábanse, sobre improvisados mostradores, -cordilleras de paños y bayetas de todos los imaginables colores, y -había detrás de los mostradores tiendas atestadas de los mismos géneros -y otros sin número; y en cada calle de las que partían de la plaza, -tiendas y más tiendas, y hasta en los rincones de los edificios mal -alineados; y más lejos, otro mercado donde los granos y frutos de -muchas especies entraban por miles de fanegas y de arrobas; y más lejos -todavía, y en adecuado lugar, otro mercado de bestias de cerda; y lo -mismo que en la plaza principal, en los soportales, en las tiendas, en -las calles y en los otros mercados, gente y más gente, y ruido y más -ruido. - -Quisiera yo que el lector de ultrapuertos no tomara á broma esta -pintura que le borrajeo de un pueblo montañés, que es, en España, quizá -el primero entre los de su modesta categoría. Esto por lo que hace á -su rápido crecimiento; pues si se mira su belleza _externa_ y la del -paisaje que le circunda, es aún más difícil hallarle competidor. - -Volviendo al asunto, digo que muy buen rato antes de mediodía, -comenzaron á verse en el mercado las damas de la villa, en elegante -arreo, husmeando los puestos de la plaza, con su cortejo de galanes -de punta en blanco. Mirábanlos de reojo y con recelosa curiosidad los -caballeretes de los pueblos, que braceaban en aquel mar, un tanto -desaliñados y polvorientos á causa de la fatiga y estrago del camino, y -dejábanse mirar los de la villa con piadosa complacencia, seguros de su -importancia incomparable. - -Á María, corta de genio y muy desconfiada de su valer, la acoquinaban -las actitudes de aquel encopetado señorío, ante el cual, á pesar de su -lozana frescura y de su intachable atavío, se creía fea, desgarbada -y mal vestida. Ana, por el contrario, dejándose llevar de su natural -franco y abierto, parecía complacerse en excitar la curiosidad por -el gusto de vencerla con su mirar valiente, que sabía hacer burlón y -desdeñoso sin esfuerzo y muy al caso. Cuanto á Pablo, no hay para qué -decir lo que se aburría y mareaba entre el barullo, sin curarse más de -lo que pasaba ante sus ojos, que de las coplas de Calaínos. - -Ya, para entonces, estaban las cestas repletas, y hasta colgaban de -las asas, por fuera, muchas cosas que dentro no cabían; pero no había -que pensar aún en volverse á Cumbrales. Necesitaban antes dar una -vuelta por la villa y un vistazo á los otros mercados; porque cuando -de ellos se vuelve á casa, los que no han estado allá hacen muchísimas -preguntas; y es bueno saber entonces á cómo iban las alubias, y el maíz -y las patatas, y los cerdos de cría y los de matanza, para responder á -todos. - -Y brujuleando así entre calles, vió Ana que por la acera de enfrente -venía un mozo muy guapo y apuesto; que este mozo miraba mucho á María; -que María se puso encendida como la grana, y que el mozo, no muy dueño -de sí, anduvo, al cruzarse con ella, atarugado y confuso, amagando -palabras que no pronunció y saludos que no hizo. Siguieron los de -Cumbrales calle adelante, y el mozo los acompañó con la vista; y como -María, al doblar la esquina, mirara hacia atrás con el rabillo del ojo, -clavóse el hombre en aquella especie de anzuelo, y siguió desde lejos á -María. Al cabo se arriesgó; y en la primera parada que hicieron los de -Cumbrales, acercóse, al amparo del barullo; saludó muy cortés, y habló -á María sin misterios ni dengues y como si fuera la cosa más natural -del mundo; por lo que Pablo no paró mientes en ello. Pero Ana sí, y -hasta distrajo á Pablo y logró que, durante el paseo por la villa, -María y el galán apuesto se despacharan á su gusto. - -Al salir para Cumbrales, preguntó Pablo á María, después de contestar -al reverente saludo con que el mozo se despidió: - ---¿Quién es _ese_? - -Á lo que contestó María con mucha serenidad: - ---Pues _uno_ de aquí, que me conoce. - -Y no se habló más del caso. Pero andando monte arriba, quedóse Ana muy -roncera, hasta arrimarse á María, que iba detrás de todos; y mientras -Pablo trepaba á largos pasos y le seguían jadeando las dos mozas, con -las cestas sobre la cabeza, dijo aquélla á su amiga: - ---¿Tiene algo que ver... _ese que te conoce_ con el abismo de que -hablábamos tú y yo en cierta ocasión? - ---¿Por qué me lo preguntas?--preguntó, á su vez, María. - ---Porque lo sospecho. ¿Quién es? - ---Hijo de don Rodrigo Calderetas. - ---Pues cata el abismo, y no me digas más. - ---¿Abismo te parece á tí también, Ana? - ---Hablo por tu boca... pero mayores los hay en el mundo: como uno que -yo me temí. ¡Qué barbaridad! ¿Dónde tenía yo el entendimiento? - ---¿Pues qué pensaste, Ana?--preguntó María con viva sorpresa. - ---Nada, hija, nada; sino que á veces, tal se ensartan las casualidades -y tales visos toman de verdad, que llega uno á ver hasta bueyes que van -volando. - ---Cierto--dijo María sonriéndose:--por una sarta así, llegué yo, en una -ocasión, á sospechar de tí algo parecido; sólo que á mí me duró menos -la sospecha, aunque no me la quitaste con razones como la que tú acabas -de descubrir: bastóme un poco de reflexión. - ---Pues entonces estamos en paz en ese extravagante pensamiento... ¡qué -tiene que ver! Y ahora, dime, ¿dónde conociste á _ese que te conoce_? - ---En la villa. - ---Ya; pero ¿cuándo? - ---Cuando vine con mi madre, dos años hace, á pasar unos días en casa de -aquellos parientes suyos que se volvieron á Asturias poco después. - ---Y ¿cómo os habéis arreglado para continuar lo comenzado entonces? - ---Por cartas. - ---¡Hola!... ¿Por el correo? - ---¡Virgen María!... ¡Quién me lo mandara! Á la mano. - ---Y ¿por qué mano, inocente de Dios? - ---Por la de la Rámila. - ---¡Miren la cordera que no teme á las brujas!... ¡Vaya si supo poner el -secreto en lugar seguro! ¡Y no pensaste, criatura sin malicia, que á -negocio en que anda la mano del diablo no puede ayudarle Dios? - ---¿Créesle desesperado, Ana? Dime la verdad, sin zumbas. - ---¿Estás segura tú de que... _ese que te conoce_ te quiere como se debe? - ---Sí, porque yo he impedido que se acerque á mi padre. - ---¿Por qué lo has impedido? - ---Por la guerra en que está el suyo con él. ¡No se pueden ver, Ana! - ---¡Bah! Cosas de tu padre. - ---Pero ¿qué piensas tú del caso? - ---Que le dejes de mi cuenta. - ---¡Mira que está muy obscuro! - ---Yo le sacaré á la luz. - ---¿Con qué, Ana? - ---Con otro caso menos difícil. Verás cómo se enredan los dos; y hasta -puede llegar el tuyo á ser causa de grandes bienes para todos. - ---¿Qué caso es ese? - ---Delante de los ojos le has tenido y no le has visto. Pero, en fin, ya -te lo explicaré cuando deba. Ahora, chitón, que nos esperan Pablo y las -muchachas allá arriba. - -Acabaron de subir la cuesta; descansaron todos un rato en la loma; -y sin otros sucesos que dignos de narrar sean, llegaron media hora -después á Cumbrales, sanos y contentos, cada cual á su modo, aunque -un tanto despeadas y correosas las fámulas, y algo polvorientas y -rendidas, pero muy guapas, las señoras. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XIX - -RETAZOS - - - -En esto, don Rodrigo Calderetas escribió una carta á don Juan de -Prezanes, en la cual carta decía, entre otras cosas, la gran persona: - -«Menester será que redoble usted la vigilancia y active los trabajos -en ese terreno, porque no hay momento que perder. El Barón no sosiega -un punto y revuelve los imposibles. El Marqués confía en sus buenos -amigos, entre los que, con justicia, le cuenta á usted, y así me lo -dice. Para mantener las filas apretadas y reclutar soldados nuevos, no -le duelan á usted larguezas del género consabido: aquí estoy yo para -cuanto ocurra, y detrás de mí, lo que usted sabe, que puede y manda y -no deja mal á sus amigos, por nada ni por nadie. Lo verá quien dude y -le sirva, si, como otras veces, es preciso, por el bien del Estado, -saltar por encima de ciertas consideraciones y respetos. En estas -batallas no hay otro remedio que ser un poco duro de corazón con el -enemigo tenaz. Dígame qué exigencias presentan esos auxiliares, para ir -formando poco á poco el expediente, llamémosle así, que he de elevar á -donde ha de ser despachado con las debidas recompensas y los necesarios -escarmientos. - -»Nos está haciendo mucho daño el diablejo de Asaduras. Háblele, óigale -y _cómprele_, _pida lo que pidiere_. No habría necesidad de recurrir -á estos extremos, que parecen un tanto reñidos con la sana moral, -si ese amigo de usted y que tanto lo fué mío cuando yo no me había -resuelto aún á sacrificar mi reposo y mi hacienda al bien de este -país desventurado, que va hundiéndose en el abismo por las ruindades -y atrevimientos injustificados de cuatro ambiciosos intrigantes; si -ese amigo, repito, no llevara tan lejos su tesón y sus escrúpulos. Él -se entenderá... y yo también le entiendo. Sí, amigo mío, le entiendo; -y aunque me duela decírselo á usted, me consta, con nuevos datos, que -no solamente es desafecto á las instituciones que todos veneramos, -sino que también trabaja sordamente contra ellas y contra los que las -apoyan, sin exceptuar _á los amigos y compadres_... Téngalo usted muy -en cuenta, pues le interesa mucho; que á no interesarle tanto, no se -detendría en estos enojosos pormenores un caballero como yo. - -»Traigo entre manos el asunto del alcalde, única persona que no es -nuestra en ese Ayuntamiento; mas para quitarle se necesita envolverle -en una maraña cualquiera, que sirva de pretexto á la causa que se le -forme. El secretario se ha comprometido á desempeñar satisfactoriamente -ese _ligero_ preliminar, con la insignificante condición de que se -aprueben ciertas partidas de las cuentas municipales que aún andan por -allá en tela de juicio. Cuento con la aprobación solicitada, y, por -tanto, doy por destituido al alcalde, pues no cabe dudar de la destreza -y buenas agallas del secretario. No se olvide que este alcalde es -obra de don Pedro Mortera, que no tuvo reparo en librar una verdadera -batalla contra usted, que guerreaba por Asaduras. Recuérdoselo á -fin de que no se pare en cualquier escrúpulo de amistad que pudiera -asaltarle la conciencia, cuando se resuelva, como lo deseo, á ayudar al -secretario en sus propósitos. En la penuria en que se nos quiere poner, -no debemos desperdiciar ni las migajas. - -»Por eso le recomiendo mucho también la pretensión del amigo don -Valentín, con cuya falanje no podemos contar con seguridad á la hora -presente. Ya sabrá usted que ese respetable veterano tiene empeño en -que se apruebe y se ejecute ahí su plan de defensa contra el enemigo, -en el caso probable de que éste intentara entrar en Cumbrales. El tal -don Valentín vino á verme esta mañana y me explicó minuciosamente el -proyecto. Parecióme complicado, costoso y de éxito infalible; pero se -queja el valiente veterano de que nadie le presta atención ahí, y teme -no hallar los elementos que necesita para realizar sus patrióticos -fines. Atribuye él en gran parte esta frialdad de sus convecinos á la -influencia reaccionaria de cierta persona que no quiero nombrar porque -no crea usted que me complazco en indisponerle con ella, complacencia -que no cabe en el corazón de un caballero como yo; pero muy bien -pudiera no equivocarse don Valentín. Lo cierto es que éste no votará á -otro candidato que al de las gentes que le ayuden en la empresa, ó no -votará á nadie si nadie le ayuda á él. Por demás comprendo que no es -grano de anís lo que desea y necesita, y que hasta tiene sus puntas de -locura la ocurrencia; pero no hallo inconveniente en que se le preste -atención y se haga algo en muestra del buen deseo. Lo cierto es que -nosotros, los liberales de orden y de arraigo, no estamos bien con -las manos cruzadas delante de los criminales acontecimientos que son -causa de los desvelos de don Valentín, y juzgo que un alarde bélico de -Cumbrales contra el obscurantista rebelde, sería del mejor efecto en -el país; sobre todo, si lográramos eslabonar con ese noble y patriótico -sacudimiento, la candidatura de nuestro amigo el marqués de la Cuérniga. - -»Como usted comprenderá, señor don Juan, yo no hago otra cosa que dar -la voz de alerta y aconsejar lo que, en mi pobre juicio, debe hacerse; -á ustedes toca lo restante, puesto que les interesa más que á mí el -buen éxito de la batalla. Así cumplo con mi deber; y crea usted que no -es leve esa cruz que arrastro. ¡De qué buena gana se la cediera á los -que envidian mi legítima importancia en el país! Porque, después da -todo, los pueblos son ingratos, y me pagan con perfidias y deslealtades -los sacrificios que hago por ellos.» - -Horas después que la carta, llegó Asaduras á casa de don Juan de -Prezanes. - -No describo á este personaje, porque no me le tachen de parecido -á cierto Patricio Rigüelta, pariente suyo muy cercano, por parte -de padre; la cual semejanza, después de todo, no tendría nada de -particular, pues la da el oficio de ambos, ó, por mejor decir, la -naturaleza, que produce ciertos hombres formados ya para ejercerle con -fruto y lucimiento. - -Y hablando el tal Asaduras con don Juan de Prezanes, llegó á decir de -esta suerte: - ---Mucho me alegro de que se resuelva usté á abrir la mano (cosa que -hasta el presente no ha querido hacer, por lo cual el asunto no ha -pasado entre ambos á mayores) para que se vea y se cuente lo que hay -en ella; pues, á mi modo de ver, éste es el camino único por donde -las gentes de bien llegan á entenderse... Pues yo, señor don Juan, -voy á decirle á usté en lo que estimo la ayuda que con tanto empeño -me busca para el marqués de la Cuérniga, y mucho me alegrara de que -el precio no le pareciera subido, porque, en rigor de verdá y tanto -por tanto, mejor quisiera servirle á usté, que es, como quien dice, -de casa, que á ningún otro forastero de los que trabajan la partida -al barón de Siete-Suelas... Son corazonás de la nobleza de uno, que -no se pueden remediar. La tierra jala siempre á los suyos... y vamos -al caso. No es usté ignorante, señor don Juan, de que yo pretendí, en -tiempo legal, los terrenos que cercó junto al monte el señor don Pedro -Mortera. Era más pudiente que yo; subiólos en remate hasta donde él -solo era capaz de alcanzarlos, y quedóse con ellos... hemos de ser -justos, en buena ley. Pero yo no los perdí nunca la que les tuve, ni -se la perderé en los días de mi vida, porque los ojos me llevan al -mirarlos hechos un jardín. ¡Qué cierro, señor don Juan!... Pues ese -cierro es lo que yo pido por servirle á usté en esta ocasión... Ya veo -que usté se asombra, y es natural si se mira el caso por derecho; pero -déjeme acabar. Están en regla los decumentos del remate; todo se hizo -como la ley manda; pero yo le aseguro que si usté me ayuda á mover á -estos concejales que son de usté, antes de ocho días no conoce aquel -expediente la madre que le parió; se hace una denuncia á tiempo; la -apoya don Rodrigo, que ya está en autos; se manda abrir el cierro; se -encausa al Ayuntamiento que engañó á la Administración con decumentos -_falsos_; se vuelve á sacar á remate del modo que yo diré, y, sin que -pasen tres semanas, el cierro es mío. - ---... - ---¡No se enfade, por Dios, señor don Juan! que, en postre y finiquito, -ésta es una proposición como otra cualquiera. Si no gusta, tan amigos -como siempre; pero no se olvide que yo no me comprometí á decir cosa -que á usté le agradara, cuando usté me brindó á proponer lo que me -pareciera más conveniente. Y ahora oiga otra condición que tengo que -poner todavía; y eso, porque soy muy leal y juego siempre limpio: he de -estar en posesión buena y bastante de ese cierro, quince días antes de -las elecciones. Si usté me sirve al tenor de lo expuesto, de usté seré -con todas mis fuerzas; si no, cumpliré honradamente mis compromisos -con el señor Barón, que, si no me da el cierro, porque no puede, como -_otros_ podrían, sabe corresponder rumbosamente con los amigos con -aquello que está á sus alcances. - ---... - ---¡Pero, hombre, no se alborote usté así por cosas de tan poco momento! - ---... - ---¡De poco momento, sí, señor! - ---... - ---¡Anda, hijo, anda! ¡Con que en lugar de ponerme por mote Asaduras, -debieron haberme sacado las mías?... Pues mire usté: olvido de buen -aquél esa ofensa, por la gracia que me hace lo otro de que si guerrea -contra don Pedro, es sólo por tesón de que no valga la suya; y que tan -aína como él le conceda una pizca de razón en lo que usté hace, con él -se irá á donde él quiera llevarle. - ---... - ---¡No, no!... ¡ya veo que le pone usté cerca de los santos del cielo; y -mucho deben valer esas alabanzas en boca de un enemigo! - ---... - ---Hombre, enemigo dije por lo que á la vista está en la ocasión -presente y lo que ha estado en otras tales. La verdá es que, si vamos -á hilarlo muy delgado, bien pudiera quebrarse entre los dedos. ¿En qué -manifiesta corresponder á la buena amistá que usté le guarda? En casos -como el presente, no le ayuda; en otros parecidos, le combate á muerte; -si usté dice que blanco, allí está él para sostener que es negro, hasta -en los puntos de menor cuantía; y si á creer vamos lo que rutan las -gentes, no tienen ustés día de paz completa, por oponerse á todo su -genio mandón y riguroso. Yo no diré que esto sea tirria y mal querer -hacia usté, como algunos lo aseguran, porque en tales adentros no debo -meterme; pero el demonio me lleve si tiene trazas de sentir cariñoso ni -de buena intención. - ---... - ---No fué tal mi ánimo, señor don Juan: he respondido á un reparo que se -me ha hecho, y nada más. - ---... - ---Cierto; pero don Rodrigo me dice que se lo proponga á usté; usté -me llama á su casa; vengo y se lo propongo... De modo y manera que, -apurando las cosas, lo feo de la propuesta no está en ella ni en mí, -sino en el oficio que usté trae y de sí lo da. - ---... - ---¡No es insolencia, señor don Juan, sino la verdá pura! - ---... - ---Eso es muy distinto: en su casa, usté es el amo, y en su derecho está -al plantarme en el corral; pero entiéndase que si usté no me hubiera -llamado, yo no hubiera venido. Y con esto me largo, que también yo -tengo casa, donde soy amo y señor... y no debo nada á naide. - - * * * * * - -Por último, llegó don Valentín; y tras un largo discurso, enderezado -á probar el deber en que se hallaban los hombres libres de resistir á -todas horas y en todos terrenos «al perjuro, que de nuevo manchaba el -suelo de la patria con su planta inmunda,» se expresó así: - ---Hay más relación de la que usted se figura entre servir yo al -candidato de ustedes, y ayudarme ustedes en la empresa que me quita -el sueño. Yo soy esclavo de mis principios políticos, y á ellos -ajusto los actos de mi vida civil. Entra en mi conciencia política la -ejecución del plan que traigo entre manos; y ayudando á los hombres que -me ayuden, cumplo con mi deber, porque sirvo á mi causa, á la causa -de la libertad, que es la causa de la patria; y, por consiguiente, -obro con arreglo á mi conciencia. Yo bien sé, señor don Juan, que la -empresa es peliaguda y de riesgos; pero se intenta siquiera; se ponen -los medios; y, al último, si no se vence en ella, se muere con honra. -Y es peliaguda la empresa, porque no es fácil despertar en estas -gentes embrutecidas ciertos sentimientos delicados, con los cuales -hacen proezas otros pueblos y hasta vencen los imposibles; pero también -sé quién tiene la culpa de ese embrutecimiento ignominioso en que -vegetan nuestros desdichados convecinos... ¡vaya si lo sé! Aquí, señor -don Juan, tiene más arraigo de lo que á usted se le figura la causa -del perjuro; aquí conozco yo á un pudiente que, so capa de no querer -meterse en barullos de política, sirve en grande á la de su devoción, -y quizá conspira en la obscuridad de sus escondrijos misteriosos; -quizá él y los esbirros negros que le ayudan, afilan hoy el puñal con -que á usted y á mí ha de herirnos mañana el brazo del tirano que se -guarece ahora un poco más allá de esos montes. No tengo necesidad de -decir á usted quién es ese pudiente, rémora de todo progreso liberal en -Cumbrales. - ---... - ---No me ciega la pasión ni me engañan los ojos que han envejecido -mirando de qué pie cojean los hombres; y ciegos deben ser los de la -malicia de usted si no han visto mucho de lo que yo digo. - ---... - ---Eso que usted me responde honra mucho á su corazón; pero deja los -supuestos como estaban. El señor don Pedro Mortera no es trigo limpio, -ni, hablando en plata, tan leal amigo de usted como usted lo es suyo. - ---... - ---¿En qué me fundo?... Y ¿quién mejor que usted puede saberlo? ¿En -qué le ha servido? ¿De qué apuro serio le ha sacado á usted cuando -se ha visto con el agua al pescuezo en sus peleas electorales? ¿Qué -testimonio público ha dado jamás de que es capaz de hacer por usted... -lo que por él está usted haciendo ahora: defenderle? - ---... - ---Cierto: nunca ví que delante de él le ofendiera á usted nadie; pero -igual hubiera sido, porque casos se han dado, según cuentan... y yo me -entiendo. - ---... - ---Repito, señor don Juan, que obra usted como un caballero al -expresarse así, y me callo, puesto que lo desea, aunque con el -sentimiento de no quedar convencido; pero otra vez será. Por de pronto, -conste, en abono de mi conducta, que, hablando de la enfermedad, no -podía yo menos de investigar las causas de ella. Para concluir, señor -don Juan: ¿qué hay de mi pleito? - ---... - ---Eso no es decir nada. - ---... - ---Bien conozco que usted solo muy poca cosa puede hacer; pero si no se -da el primer paso siquiera... - ---... - ---Pues una cosa parecida respondo yo: veremos, señor don Juan, veremos; -y según sea el amparo que usted me preste hoy, así será el auxilio que -le dé yo mañana. Ya sabe usted dónde vivo; perdonar el mal rato... y -hasta cuando usted quiera. - - * * * * * - -El mismo demonio no dispusiera mejor un plan para sacar de quicio á -don Juan de Prezanes, que saboreaba con avidez las relativas dulzuras -de las _nuevas_ paces hechas con su compadre y amigo. Don Rodrigo -Calderetas, Asaduras, don Valentín, personajes inconexos entre sí, por -educación, por ideas, por aficiones, y, sin embargo, unánimes los tres -en considerar á don Pedro Mortera enemigo solapado del quisquilloso -jurisconsulto. ¡Y se lo contaban á éste sin reparo! ¡Qué de cosas no -sabrían cuando tales insinuaciones se les escapaban de los labios! - -Así es que al bueno de don Juan le chisporroteaba el cerebro en cuanto -se quedó solo y se puso á meditar. - ---¡Y sea usted dócil--exclamó de pronto dando un puñetazo sobre la -mesa y apartando, de un puntapié, la silla en que estuvo sentado;--y -humíllese usted y, en bien de la paz, olvide heridas y agravios, y -bese la mano que ha de darle la puñalada en el corazón! ¡Y todavía -seré yo el lobo indomesticable, y él el apacible y manso cordero!... -¡Hipócrita!... ¡Bribón! Pero yo te aseguro que no has de salirte ahora -con la tuya. Lucharé sin punto de sosiego, por lo mismo que estas -luchas te incomodan; y venceré, para que veas que ni te temo ni te -necesito... ¡Si yo no voy á tener otro remedio que hacer al fin una -barbaridad! - -En esta tensión estaban sus nervios cuando topó con don Pedro Mortera, -en uno de los paseos vertiginosos á que se había entregado en la sala. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - -XX - -EMOCIONES FUERTES - - -Á tiempo llegas, ¡vive Dios!--bramó el jurisconsulto, trémulo y erizado. - ---¿Ya estás con la mosca, hombre?--respondió don Pedro, parándose junto -al hueco de la puerta.--¿Dónde demonios la cogiste? ¿Por qué te pica -ahora? - ---¡Y tienes el candor de preguntármelo! - ---¿Es decir que yo debo saberlo? - ---Debieras presumirlo, cuando menos. - ---¿De manera que estamos como estábamos? - ---Así lo quieres tú y así sucede... ¡y así sucederá, mientras los -hombres no lleven, como yo, la conciencia en la palma de la mano, y -escritos en la frente sus pensamientos! - ---Todo eso me huele, Juan, á que has dado suelta á los tuyos, y -te andan á calabazadas en la mollera. ¡Que nada te aprovechen los -escarmientos y nada te enseñe la experiencia!... - ---Tienes razón, Pedro: nada me enseña la experiencia... ¡tanto me -cuesta creer en la falsedad de los hombres! ¡Y cuánto disgusto me -ahorrara si más escarmentado fuera: si de una vez para siempre cortara -por lo sano é hiciera un deslinde en el campo de _ciertas_ intimidades! - ---Como la nuestra, ¿no es eso? Mira, Juan: el pensar á voces, como tú -piensas y quieres que piensen los demás, tiene la contra, amén de otras -muchas, de que se hacen públicos los pensamientos ruines, como esos -que, por las trazas, me consagras ahora. Por fortuna, te conozco muy á -fondo; y, porque te conozco así, te los perdono, sin usar del derecho -que me das, pensando mal de mí, para preguntarte por la causa de ello. -¡Qué hermoso manicomio fuera el mundo, tan lleno de hombres aprensivos, -si todos pensáramos á voces, como tú lo deseas!... Pero dejemos esto -ahora. - ---No he de dejarlo, ¡vive Dios! que me interesa mucho ponerlo en claro. - ---Corriente, Juan; pero como yo no he venido á tratar de ese punto, -aplázalo siquiera hasta que yo te diga á qué vine; y, entre tanto, -piensa de mí cuantas maldades quieras. - -Esto dicho por don Pedro Mortera, detuvo á su amigo que por delante de -él pasaba muy agitado; asióle del brazo y le introdujo en el gabinete; -á todo lo cual se prestó el jurisconsulto como una máquina, pero una -máquina cargada de pólvora y erizada de mechas encendidas entre espinas -de acero. Cuando estuvieron encerrados los dos compadres, dijo de muy -mala gana don Juan de Prezanes, continuando allí sus paseos: - ---¿Á qué tantos misterios? ¿Qué es lo que tienes que decirme? - ---Que merecías que no te lo dijera, por obcecado y -cascarrabias,--respondió don Pedro Mortera. - ---¿Puedes decirme á qué has venido, sin provocar nuevos -altercados?--repuso don Juan, desentendiéndose de la chanza de su amigo. - ---He venido--respondió don Pedro,--á pedirte la mano de Ana para mi -hijo Pablo. - -No es dado á la rudeza de mis pinceles pintar con exacto parecido -la impresión que estas palabras causaron en el jurisconsulto de -Cumbrales. El corazón, el cerebro, los nervios, cuanto en su sér había -de inteligente y sensible, se conmovió al mismo tiempo por muchos y -diversos modos. Lo inesperado del caso; la vehemencia de su amor á -Ana; las prendas de Pablo, á quien quería como á un hijo; la alegría -reflejada en el noble rostro de su compadre; las ruines sospechas con -que él le ultrajaba un momento antes; el inmenso beneficio con que le -brindaba el enemigo supuesto, y la mal probada lealtad de los amigos -que con tan negros colores se le pintaban; la inquebrantable entereza -del uno; las sospechosas veleidades de los otros; lo que le estaba -pasando entonces; lo que le había pasado toda su vida; su soledad de -siempre; el abrigo y el amor de una familia para en adelante, cuando -el frío de la vejez le amenazaba con sus rigores y sus tristezas... -¿quién sabe lo que aquel hombre vió en un solo instante, á la luz de un -relámpago de su cerebro tempestuoso! - -Tembló de pies á cabeza; pensó que le faltaba suelo donde pisar, ó que -el techo se le desplomaba encima; trocóse la fiereza de su semblante en -mansa dulzura, y apenas halló voz en su garganta para decir á su amigo, -volviéndose hacia él rápidamente: - ---Á ver, hombre... á ver... Hazme el favor de repetirme las... _eso_, -¡eso que me has dicho! - -Sonrióse don Pedro, que estudiaba grado á grado la transformación de su -compadre, y le complació así: - ---Que te pido la mano de tu hija Ana para mi hijo Pablo. - ---Jesús, María y José! - ---¿Tanto te asombra la pretensión, Juan?... ¿Es posible que jamás te -haya pasado esa idea por las mientes? - ---Jurara que no, Pedro... y no porque el caso esté fuera de lo natural -y hacedero, y no sea, además, bueno y conveniente para todos... -quizá, si me apuras, sea Pablo el único hombre que yo juzgue digno de -ser el marido de Ana; pero está mi vida tan empapada en disgustos y -contrariedades; estoy tan avezado á la obscuridad de las penas y á los -quebrantos del espíritu, que ni soñando ven mis ojos cuadros de color -de rosa. Así es que ahora, con eso que me dices, tan de improviso, tan -de repente, tan inesperado y en tan especial ocasión, parece que salgo -de una pesadilla horrenda y entro en la vida regular de los hombres -libres y de los padres venturosos... ¡Ay, Pedro!... ¡Dios os lo pague! - -Y aquel desdichado, siervo del más tirano de los temperamentos, y -condenado al suplicio de arrastrar su corazón por todas las asperezas -de la vida, lloraba como un niño. - ---¡Qué demonches, hombre!--decía, entre puchero y puchero, á su amigo, -que le contemplaba con cariñoso interés:--¡mire usted que es raro -este efecto que me ha causado la noticia!... Te extrañará mucho, ¿no -es verdad, Pedro?... Nada, somos así, y perdona la debilidad... Pues -mira, hombre, me hace mucho bien acá dentro esta sacudida. Y dime, ¿qué -piensan ellos del proyecto?... ¿están de acuerdo? - ---¡No han de estarlo? - ---¡Picaronazos!... Pero ¿de cuándo acá, hombre? - ---Sospecho que desde que eran así de chiquitines. - ---¿Y no se han acordado hasta ahora de decirlo? - ---Por las trazas, no han caído en ello hasta ahora. Hoy me lo ha -declarado Pablo, y hoy te lo cuento á tí. - ---Y ¿qué dice tu mujer á eso?... ¿Qué dice María? - ---Lo que digo yo; lo que piensas tú: que si á ellos no se les hubiera -ocurrido, debiera ocurrírsenos á nosotros. - ---¿Se te ocurrió alguna vez á tí, Pedro? - ---¡Yo lo creo, Juan! - ---Y ¿por qué no lo dijiste? - ---Porque prefería que se anticiparan ellos, como se han anticipado. - ---¿Y si no se anticipaban? - ---Están en la flor de la juventud, y había mucho tiempo por delante. - ---¡Para tí, que eres feliz; no para mí, que corre siempre lleno de -pesadumbres! - ---¿Esperas que este suceso te libre de ellas? - ---De muchas sí, Pedro. La soledad fué siempre el mayor de mis males, -no lo dudes. Yo hubiera sido otro hombre con la casa llena de familia -y la conciencia cargada de obligaciones. La de no hacer desgraciada á -mi mujer fué freno que domó los ímpetus de mi temperamento; y el amor -y la abnegación con que ella pagaba el sacrificio, llegaron á hacerme -hasta venturoso. La muerte me arrebató este bien cuando empezaba á -saborearle... y volví á verme solo. - ---¡Solo!... ¿Y tu hija, hombre de Dios? - ---Precisamente nace el mayor de mis tormentos del celo heróico con que -está consagrada á mí; porque ¿qué derecho tengo yo para echar sobre -sus hombros la misma cruz que le tocó en suerte á su madre? ¡Vivir -por ella, mirarse en sus ojos, y hacerla desgraciada! ¿Habrá tortura -mayor para el corazón de un padre? Y si hoy en la noticia que me traes -columbro yo la dicha de Ana para el resto de sus días, ¿qué mucho que -en esa visión se deslumbre mi alma, y lo publiquen sin reparo mis ojos -y mi lengua? - -Trémulo estaba entonces don Juan de Prezanes, y gruesos lagrimones le -corrían por la pálida faz. Mirábale conmovido su compadre, y le dijo: - ---¿Te parece bien que hables del caso á tu hija estando yo delante? - ---¡Vaya si me parece!... y va á ser ahora mismo. - -Salió, diciendo esto, y llamó á Ana desde la puerta. No debía andar -muy lejos ni muy ajena á lo que se trataba en el gabinete de su -padre, porque llegó á él en seguida y muy turbada. La enteró éste de -lo que ocurría, y se turbó más; pero se repuso pronto, porque no era -su turbación hija de lo inesperado ni de lo desagradable. Respondió -serena al obligado interrogatorio á que se la sometió, y aun traspuso -los ordinarios límites, dando un poco de suelta á su corazón, alentada -por el regocijo que leía en la cara de su padre. Después dijo así, -volviendo á ser dueña de su genio alegre y travieso: - ---Bien está todo; pero le falta la salsa que ha de hacerlo más sabroso; -y esta salsa--añadió encarándose con su padrino,--va á ser de cuenta de -usted. - ---Pues tenla por segura--respondió don Pedro muy risueño,--si es cosa -hacedera en mi cocina. - ---¡Vaya si lo es!--repuso Ana.--Pero así y todo, mírese usted mucho -antes de comprometerse. - ---Hija mía--dijo don Pedro fingiéndose más preocupado de lo que -estaba:--me vas metiendo en cuidado, ¿Qué demonio de salsa puede ser -esa? - ---Oiga usted la receta... pero á condición de que si, como usted dijo, -es hacedera, no ha de faltar en mi boda. ¿Se acepta la condición? - ---¿Y si no la acepto?--preguntó á su vez don Pedro. - ---Si usted no lo acepta--respondió Ana muy seria,--no hay boda. - ---¡Demonio!--exclamaron aquí los dos compadres; y añadió don Pedro:--Á -tales amenazas, hija mía, no hay otro remedio que ceder. Con que venga -la receta. - ---Pues la salsa de mi boda--dijo entonces Ana,--ha de ser la boda de -María. - -Esta vez fué don Pedro Mortera quien se quedó hecho una estatua, -mientras don Juan de Prezanes, entre curioso y admirado, le contemplaba -con las cejas muy levantadas, la boca entreabierta y las manos cruzadas -atrás. - ---¡La boda de María!--repitió don Pedro sin salir de su sorpresa.--Pero -¿cómo?... ¿con quién? - ---Con un novio que tiene... ¡y muy apuesto y muy guapo! - ---¡María un novio! ¿Desde cuándo, mujer? - ---Hace más de dos años, padrino. - ---¡Y sin saber yo una palabra!... ¡Imposible! - -Soltó aquí la carcajada don Juan de Prezanes, y dijo á su compadre: - ---Á la zorra, candilazo... ¿Pensabas ser en tu casa más lince que yo en -la mía? Pues chúpate esa. - ---¡Qué lince ni qué demonio, hombre! si todo esto es una broma de tu -hija. ¿No es verdad, Ana? - ---No, señor, que es la pura verdad,--respondió ésta muy seria; y á -continuación refirió cuanto el lector sabe del caso, pero sin decir -quién era el padre del mancebo de la villa. - -Asombrábase cada vez más don Pedro Mortera, y dijo al terminar Ana su -relato: - ---Pues si tan honrado, tan bello y tan rico es el pretendiente, ¿por -qué tiene mi hija por imposible mi consentimiento? - ---¡Pues ahí verá usted!... ¡Como si el reparo fuera cosa del otro -jueves! - ---Pero ¿qué reparo es ese, Ana?... ¡Acaba, por Dios, de una vez! - ---Las pocas simpatías que hay entre usted y el padre del novio... ¡Como -si los hijos tuvieran la culpa de las flaquezas de los padres! - ---Apostamos algo á que... ¿Quién es ese padre, Ana? - ---Don Rodrigo Calderetas. - -Al oir esto, se santiguó don Juan de Prezanes y volvió la cara para que -su compadre no le viera reirse. - ---¡Justo!... ¡lo que yo iba sospechando!--exclamó don Pedro Mortera -apretando los puños.--Pero ¿qué demonio ha hilado esta madeja en que me -estáis enredando? y, sobre todo, y aun suponiendo que yo fuera capaz de -ser consuegro de un hombre semejante; que yo olvidara lo que olvidar -no puedo; que yo no viera lo que tengo delante de los ojos, ¿qué hay -aquí hasta ahora sino el antojo de dos mozuelos? ¿qué pasos se han dado -ante mí para que yo, sin desautorizarme, pueda... ni siquiera darme por -entendido de lo que ocurre?... ¿Ó se trata de humillarme hasta el punto -de que yo vaya á ofrecer mi hija al mequetrefe que la galantea, quizá -por pasatiempo? - ---En todo eso se ha pensado, padrino--respondió Ana con la más -hechicera gravedad,--y todo está de manera que sólo falta el -consentimiento de usted. - ---Y ¿quién lo ha arreglado así, señora medianera?--preguntó don Pedro, -que á duras penas contenía la risa á que le incitaba la cómica seriedad -de su ahijada. - ---Yo--respondió ésta. - ---¡Ave María Purísima! - -Don Juan de Prezanes no pudo más aquí, y soltó una carcajada que duró -un buen rato. - ---¡Te digo--exclamó después,--que es el mismo demonio esta muchacha! - ---Pues el asunto es más serio de lo que parece, ¡caramba!--dijo don -Pedro, verdaderamente alarmado.--Á ver, Ana, á ver... ¡Dime, con toda -formalidad, lo que has hecho; qué lío es ese en que me habéis metido! - ---No hay tal lío, padrino, sino la cosa más natural del mundo. -Previendo yo lo que sucede, y compadecida de la situación de María, -la aconsejé que aceptara la oferta que su novio la había hecho de -hablar del caso á su padre. Si en éste hallaba oposición, ¿á qué seguir -adelante? y si, por el contrario, le parecía bien, ¿por qué ocultárselo -á usted? Pues habló el pretendiente; y como halló buena acogida en su -padre, que no se atreve á dar ese paso que usted echa de menos, porque -teme ser mal recibido, y como yo sé todo esto _porque debía saberlo_, á -usted se lo cuento ahora. ¿Hay nada más natural... ni mejor conducido, -aunque no debiera decirlo yo? Además--añadió Ana, viendo que su padrino -se paseaba inquieto y cabizbajo, sin replicar una palabra, y que la -incitaba su padre con los ojos á continuar el asedio:--no es sólo -el bien de María lo que me ha movido á echar sobre mí el empeño de -_arreglar_ este asunto. Tiene él más alcance de lo que parece. Usted y -mi padre andan siempre á la greña porque mi padre se mete más de lo que -debiera en esos enredos que arman el barón de Siete-Suelas, el marqués -de la Cuérniga y otros tales que de eso viven, y está á matar con don -Rodrigo Calderetas, porque don Rodrigo Calderetas también se mete en -esto mismo... y en otro tanto más. Es de creer que cuando usted y mi -padrino sean todos unos, por... por _eso_ que se ha arreglado hoy, mi -padre tire más para los suyos que para los ajenos, y se acabe entre -usted y él ese motivo tan viejo de discordias y desazones. Pues que se -casa María con el hijo de don Rodrigo Calderetas, buen señor, por lo -demás, y amigo de usted en otro tiempo: cátele usted ya de la familia -y poniendo sus muchas influencias en el fondo común, para bien de -estas pobres gentes, y á los barones y marqueses en manos de Asaduras, -que es lo mismo que decir que no volverá á saberse de ellos en diez -leguas á la redonda de Cumbrales. ¿Le parece á usted, padrino, de poca -importancia el casamiento de María, aunque sólo se le mire por este -lado? - -Continuaba paseando don Pedro, mirábale anheloso don Juan, y también -quedaron sin respuesta estos razonamientos de Ana, que estaba muy lejos -de chancearse al exponerlos. ¿Labraron algo en el ánimo de don Pedro -Mortera? No pudo saberse por entonces, porque Ana no consiguió arrancar -á su padrino otras palabras que éstas, dichas al despedirse poco -después: - ---Hija mía, la salsa que te he ofrecido lleva demasiada sal y pimienta -para comprometerme yo desde ahora á preparártela; pero con esa salsa -ó sin ella, no faltará Dios de tus bodas, ni María dejará de ser tan -feliz como merezca serlo. - ---Envíame á Pablo en seguida,--le dijo don Juan de Prezanes, -despidiéndole con un abrazo en la puerta de la escalera. - -Cuando volvió á la sala, dió otro más apretado á su hija que le -esperaba allí. ¡Cuánto le dijo en aquella caricia, con las lágrimas de -sus ojos y los latidos de su corazón! - ---¿Cree usted que va vencido?--le preguntó Ana, secándose las mejillas -cuando la emoción la permitió hablar. - ---¡Y cómo no, hija mía, en una causa tan injusta como la suya, y con un -enemigo como tú? - - * * * * * - -Tres días después de estas ocurrencias recibió don Juan de Prezanes la -visita de don Rodrigo Calderetas. - -Era este personaje no muy alto, bien contorneado, aparatoso de traje -y apostura, de blanca tez, teñido bigote, muy afeitado el resto de la -barba, tersas, pulcras y cerradas tirillas, y gran cadena de reló. - -Iba de casa de don Pedro Mortera, y le preguntó su amigo don Juan, -apenas le hubo saludado: - ---¿Y el asunto? - ---Como era de esperarse--respondió la «gran persona;»--porque no vine -yo á ofrecer ninguna puñalada al señor don Pedro Mortera, amigo mío. - ---Lo sé muy bien, señor don Rodrigo; pero como no andaban ustedes en la -mejor armonía, bien pudiera haber surgido alguna dificultad... - ---Efectivamente; pero cuando se trata del bien de los hijos... ¡Mostró -el mío tal empeño en que se diera este paso!... Cierto que don Pedro es -una persona apreciabilísima, respetable y de gran posición; que su hija -es bella y digna, en todos conceptos, de un esposo como el que yo la he -ofrecido y ella ha aceptado, con regocijo de toda su familia; regocijo -que yo juzgo sincero y cordial, no menos que la cortés acogida que me -ha hecho mi antiguo amigo... aunque hubiera querido yo verle un poco -más expansivo, más... en fin, como en otro tiempo; pero ¡ya se ve! hay -que aparentar cierto... pues; porque el puntillo... Esto no obsta para -que yo me prometa grandes ventajas para todos de esta alianza entre dos -familias tan importantes, ó mejor dicho, entre tres, puesto que, según -acaba de decírseme allí, el joven Pablo, hermano de María, se casa -con la hija de usted... por lo que le felicito con toda cordialidad; -de manera que este doble enlace nos une á usted, á don Pedro y á mí, -íntima y estrechamente... Y á propósito: ¿conserva usted cierta carta -que le escribí pocos días hace? - -Sonrióse don Juan de Prezanes, y respondió: - ---No le apene ese cuidado, que yo nunca archivo documentos de esa -especie... por lo que pueda suceder. - ---Aplaudo la previsión--repuso don Rodrigo;--pero no entienda usted -por mi pregunta que estuviera yo alarmado ni mucho menos; aunque -creo recordar que apunté en esa carta ciertas sospechas que yo tenía -del señor don Pedro... Ya se ve: ¡se ensartan á veces de tal manera -los sucesos! ¡parecen tan fehacientes los informes! ¡apremian de tal -modo las circunstancias! ¡llegan á tan alto mis conexiones políticas! -¡solicitan mi cooperación fuerzas tan egregias y tan invencibles, y soy -yo tan caballero, señor don Juan, tan caballero!... Por otra parte, -este don Pedro Mortera ¡tiene un carácter tan inflexible, tan apegado -á sus convicciones, tan refractario á los procedimientos usuales en -estas manifestaciones del nuevo sistema político que gloriosamente nos -rige!... En fin, él se entenderá. Á usted ¿qué le parece? - ---Paréceme, señor don Rodrigo--respondió don Juan sin ambajes,--que -le ha sobrado la razón á mi compadre siempre que se ha resistido á -aliarse á nosotros para luchar en el poco limpio terreno á que le -hemos llamado; porque, sean cuales fueren las ventajas del sistema -nuevo, sistema que ni usted ni yo hemos tenido en cuenta para maldita -de Dios la cosa al lanzarnos á las luchas de que se trata, ni él -discute ni ha discutido jamás, es lo cierto que el papel que hacemos -nosotros agitando estos pueblos y ensañándonos, por satisfacer míseras -venganzas, en infelices desvalidos, sólo porque triunfe (digámoslo -aquí donde nadie nos oye) un aventurero farsante y desagradecido, como -el marqués de la Cuérniga ó el barón de Siete-Suelas, es mucho menos -honroso que el de mi compadre metido en su concha y resistiéndose á -ayudarnos en esta obra... verdaderamente inicua; creo, en fin, señor -don Rodrigo, que, por este lado, la cuenta que haya de dar á Dios -nuestro amigo, será mucho más corta que la nuestra. - ---Pshe... mirada la cuestión desde ese punto de vista... pero -considerando que son _males corrientes_, más diré, _indispensables_, -y que, si nosotros no los causamos, alguien los ha de causar, la cosa -cambia mucho de aspecto. - ---El mal, señor don Rodrigo, mal es siempre y donde quiera; y causarle, -jamás será obrar bien. Nosotros le causamos muy á menudo, ergo... - ---Y pensando así, ¿cómo está usted siempre á mi lado y enfrente de su -amigo? - ---Por el condenado amor propio, por el tesón, por la soberbia, que -ofuscan y enloquecen; por lo que se llama _sostener la bandera_... -por estar demasiado hecho á esa moral de sofismas y acomodamientos. -Pero esto no impide que, cuando pasa la fiebre, luzca la verdad en mi -razón y diga yo lo que siento, como lo digo ahora. ¡Ay, don Rodrigo, -cuánto ganaríamos usted y yo en la opinión pública y en reposo y en -tranquilidad de conciencia, si desde ahora nos resolviéramos á dar un -puntapié á las aspiraciones de algunos caballeros como el que fué causa -de ciertos párrafos de esa carta de usted; de la tempestad que éstos -levantaron en mi corazón, y del riesgo á que me expusieron; y, unidos -los tres, nos consagráramos á hacer el bien de estas gentes mientras se -presentaba un hombre honrado que tomara, _á la fuerza_, el cargo penoso -que tantos vividores _solicitan_! No creo que éste hiciera por sí solo -grandes cosas allá arriba; pero tampoco haría daño, que es bastante -hacer; viviríamos aquí en paz, y, sobre todo, nosotros habríamos -cumplido con nuestra obligación. Hablo, señor don Rodrigo, con la -autoridad de mis desengaños, y, como quien dice, con el pensamiento de -nuestro ya más que amigo, don Pedro Mortera. ¡Dichoso él que ha tenido -fuerza de voluntad bastante para no poner nunca en contradicción sus -obras con sus ideas! - ---Á la cuenta, señor don Juan, está usted muy dispuesto á pasarse á los -reales de su amigo y consuegro... si es que no se ha pasado ya. - ---Cosa es, don Rodrigo, á que no puedo responder en este instante; -pero, visto lo que ocurre, ni á usted ni á mí nos estará ya muy bien -reñir con él y acariciar á Asaduras, que pretende... - ---Sí, sí... ya recuerdo. La pretensión es grave, ciertamente, y -parecería mal... pero se me ha puesto en el caso de luchar á todo -trance... ¡y como soy tan caballero!... Por eso se lo indiqué á usted -para que le sirviera de gobierno; que, por lo demás... ¡Esta influencia -desdichada de que estoy revestido!... Créame usted, señor don Juan, -que daría lo que no es decible por ser un personaje obscuro... En fin, -el asunto es de meditarse, y veremos de conducirle de manera que yo -no falte á lo que debo á mis compromisos ni á lo que exigen, de un -caballero como yo, las nuevas circunstancias que me ligan con ustedes. - -Poco más se habló entonces entre don Rodrigo Calderetas y don Juan de -Prezanes. Despidiéronse con más cortesía que afecto; montó la gran -persona en el caballejo que le había traído, flaco y peludo, pero con -mucha placa y majos pespuntes en los arreos; agachó la cabeza al salir -de la portalada, aunque ni con vara y media llegaba su reluciente -sombrero á la viga que servía de dintel, y arreó hacia la villa por la -calleja inmediata. - - * * * * * - -Al día siguiente dijo Pablo á Nisco: - ---Me caso con Ana. - ---Es de razón--contestó Nisco,--y para bien sea por muchos años. ¡Buen -personal te llevas!... y de tu comenencia es, como en su día te dije. - ---También se casa María. - ---¿Tu hermana! - ---Mi hermana. - ---Con que... ¡tu hermana María!... ¿Y así, tan de porrazo? - ---Tan de porrazo no, puesto que son amores viejos. - ---¡Amores viejos!... ¡Naide lo diría! Y ¿con quién se casa, si se puede -saber? - ---Con un hijo de don Rodrigo Calderetas. - ---¿El de la villa? - ---El de la villa. - ---Vamos, con un caballero fino y pudiente... Tal para cual, como el -otro que dijo... El oro con la seda. Eso debe de ser, por lo visto... -Pues por muchos años, Pablo; y si otra cosa no mandas por ahora... - ---Vete con Dios, Nisco, y anímete el ejemplo. - ---¿Á qué, Pablo? - ---Á casarte con Catalina. - ---Es verdad; tal para cual: esa es la ley. ¡Ojalá no se faltara nunca á -ella... ni con el pensamiento! - ---Bien te la prediqué un día, y te atufaste. - ---Era hablar por hablar... ¿Y nosotros, _por eso_, tan amigos como -siempre? - ---¿Y cuál es _eso_? - ---_Eso_ es, Pablo, el casarte tú ahora. - ---¡Qué bolonio eres, hombre!: más amigos que nunca; y á cuenta de ello, -démonos un abrazo... ¡Aprieta, Nisco!... ¡Qué demonches! tienes la mano -fría y la cara algo pálida. - ---Pshe... pamplinas del arca, motivao á que estoy en ayunas... - ---Por lo demás, Nisco, igual que antes... en todo lo que no esté reñido -con el nuevo estado, se entiende. Si quieres continuar las lecciones... - ---¡Lecciones!... Para lo que valgo y soy, creo que ya he aprendido en -tu casa... todo lo que es menester. Con que, adiós, Pablo. - ---Adiós, Nisco. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXI - -PRÓLOGO DE UN DRAMA - - -Chiscón, porque le corrían costas en el pleito, no se descuidó en -rematarle cuanto antes. - -Volvió á Cumbrales al otro día, cerca ya del anochecer; y después de -reforzar el ánimo con unos tragos en la taberna de Resquemín, donde le -dijeron que Tablucas acababa de marcharse para meterse en casa antes de -que llegara la noche, fuése á la de Catalina. Cabalmente, al entrar él, -estaba toda la familia reunida, porque acababa de cenar. - -Sin exordios ni tanteos, no bien se acomodó en el taburete cerca de -la _perezosa_, cargada aún con los cacharros vacíos y los codos de la -gente de casa, declaró sus honradas intenciones y expuso el inventario -de sus caudales. La respuesta fué breve y terminante: se agradeció -mucho la voluntad; pero se desestimó el propósito. - -Chiscón, que no podía llamarse á engaño, porque á nada obliga en la -Montaña á una moza soltera el abrir de noche la puerta al mozo que así -lo desea para hablarla delante de la familia al amor de la lumbre, de -los cuales términos él no había pasado allí, tragóse las calabazas -sin meterse en más indagaciones; se despidió como pudo, y volvió á la -taberna donde le esperaba el Sevillano. Llegó el hombre, que ahumaba, y -pidió á Resquemín una azumbre de lo blanco para apagar el incendio. - -Conoció el Sevillano dónde le dolían á su amigo las quemaduras, puso -el dedo sobre las llagas, bramó el doliente; y hablando, hablando, y -bebiendo, bebiendo, desfogóse el de Rinconeda á sus anchas, pero sin -decir pizca de verdad. Puso á Catalina y á toda su casta para pelar; -fingió haber sido en él chanza y pasatiempo lo que á tales injusticias -le arrastraba; supuso que se había negado á ser paño de las lágrimas -vertidas por los desdenes de Nisco; pintó en la moza los deseos, y en -él el desaire; y creyendo que por esta senda arriba se encaramaba muy -alto, dió en despotricar por el estilo á medida que bebía y entraban -gentes en la taberna. - -Al otro día todo el pueblo era sabedor de lo charlado allí por Chiscón, -que, después de dormir la mona y las pesadumbres, verdaderas lenguas -de sus descomedimientos, apenas se acordaba de otra cosa que de las -calabazas recibidas. - -El domingo siguiente se presentó en el corro de Cumbrales; y como -lo valiente no quita lo cortés, algo también por vía de memorial -indirecto, y mucho por alarde para desautorizar dichos y murmuraciones, -invitó á bailar á Catalina; pero ésta, que tenía buena memoria y muchos -agravios que vengar del mocetón de Rinconeda, le soltó á la cara -un no redondo, seco y frío... y gracias que no le soltó además una -desvergüenza. - -Pareciéronle á Chiscón, por ser públicas, estas segundas calabazas -más duras de tragar que las primeras; pero tragólas mal de su grado, -aunque no sin bascas y trasudores; y fingiendo una serenidad que no -tenía, apartóse de Catalina y acudió á otra moza con la pretensión. -Como había sido tan mirado y visto el desaire, y en casos tales á nadie -le gusta recoger lo que otro desecha, la moza invitada desairó también -á Chiscón; dirigióse éste en seguida á la de más allá... y lo mismo, y -así, de moza en moza, recorrió toda la fila el de Rinconeda, llevando -tal carga de calabazas, que le abrumaron; con lo que perdió la poca -serenidad que le quedaba y se largó de allí como perro con maza; mas -no sin decir antes, con su voz de trueno, vuelto el airado rostro hacia -la gente: - ---¡Yo vos aseguro que he de bailar aquí mesmo, hasta que me digáis que -lo deje! - -Para el siguiente domingo tenía dispuesta la juventud de Cumbrales una -_magosta_, precisamente en una castañera que lindaba con el término de -Rinconeda. - -Como la castañera estaba soltando el fruto de puro sazonado, y era de -la pertenencia de varios vecinos de Cumbrales que tenían hijos mozos, -autorizóse á éstos para que ofrecieran un sabroso regodeo á toda la -gente joven con las castañas que se _sacudieran_ de los árboles, en vez -de hacer la magosta con las compradas á escote, como ordinariamente -acontece. De este modo tendría la fiesta un aliciente más en los lances -de la sacudida, y una ventaja de consideración el ser la fruta regalada. - -Aquel día, después del rosario, no quedaron en el corro de Cumbrales -más que las viejas jugando á la brisca, y unos pocos hombres en la -bolera; todo lo demás se fué en alegre romería, después de hacer los -mozos el necesario acopio de vino, y de proveerse también de un par de -recias y larguísimas varas, camino de la castañera. - -Una vez allí la gente, varazo á esta rama, varazo á la otra, desde el -suelo si la vara alcanzaba al fruto, ó desde la cruz del castaño si -los erizos estaban muy altos; apañando esta moza las castañas sueltas; -_descachizando_ la otra los erizos con los tacones de los zapatos y con -mucho tiento para no reventar lo que guardaba la espinosa envoltura; -acopiando escajos secos unos mozos; avivando en lugar conveniente -dos mozas de las más amañadas la mortecina lumbre; templando otras á -su calor los flojos parches de las panderetas, y mordiendo todos y -todas, por un lado, las acopiadas castañas para que no reventaran en -el fuego, con peligro de los cercanos ojos; canturriando unas aquí, -relinchando otros allá, locuaces los más y risueños todos, el campo de -la castañera, abrigado del aire y del sol por las anchas, espesas y -bajas copas de los árboles, parecía un hormiguero en el ir y venir de -la gente, y una pajarera en lo ruidoso y pintoresco del conjunto. - -Acabóse el vareo y el acopio; trocóse la lumbre tímida en voraz -hoguera, y ésta, á su vez, en descomunal brasero; hízose en él con -una estaca honda sima; llenóse de castañas; volvieron á unirse los -bordes candentes; y mientras se dejó al cuidado de personas de juicio -é inteligencia la delicada tarea de revolver las ascuas y de sacar las -castañas que fueran asándose, pero sin quemarse, en lo que estriba -toda la dificultad del caso, la gente de sobra hizo corro más abajo, -sonaron las panderetas, y comenzó el baile, que es la salsa de todas -las fiestas aquí... «y en Valladolid,» anden en ellas el percal de -á peseta y el paño burdo, ó triunfen la seda turgente y el frac -diplomático. La misma raza con diferente librea; la propia carne con -distinto pelo. - -Duró el baile hasta que las castañas se asaron. Entonces se sentaron -en rueda mozos y mozas, y comenzó á circular la bota para remojar las -castañas, que se repartieron á sombrerada por concurrente. Amenizábase -el regodeo con dichos y risotadas, y se tiznaba la cara con pellejos -quemados al que se distraía un instante; en el cual empeño, condición -especial de las magostas, eran las mujeres las más tercas. - -Así se andaba allí, tan pronto sorbiendo como mascando, como -limpiándose la cara con el delantal ó la manga de la camisa, cuando -apareció Chiscón en la magosta, por el lado de Rinconeda. No se supo -nunca si fué casual ó de intento la llegada del calabaceado mocetón, -y á nadie agradó verle allí tan de improviso; pero como saludó muy -atento, se le brindó con lo que había. Tomó, por no desairar la -oferta, una castaña, y se llevó á los labios la bota de vino; y debió -infundirle ánimos la cortés acogida, porque, en vez de seguir su -camino, se sentó con los de Cumbrales. - -Terminado el refrigerio, _se enterró la bruja_[4] entre las ya tibias -cenizas de la lumbre, y volvió á comenzar el baile. Cada moza fué -_sacada_ por un mozo, y el de Rinconeda se quedó entre los pocos -desparejados que miraban; pero se tocó _á lo alto_, y entonces, al -amparo de la costumbre, que es ley en muchos casos, y en tales como -aquél, indiscutible, _echó fuera_ al mozo que bailaba con Catalina, -creyendo el testarudo que así no eran posibles las calabazas; pero se -equivocó. La esquiva moza se plantó en firme en cuanto le tuvo delante, -y en seguida le volvió la espalda. Sintió Chiscón el golpe en lo más -vivo, y para disimular sus efectos, echó fuera al mozo que le seguía -por la izquierda. También entonces se le plantó la moza. Atolondrado ya -por la ira y el despecho, siguió fila abajo empeñado en hallar pareja; -pero sólo halló desaires en todas partes. - - [4] Enterrar la bruja es dejar una castaña oculta entre la - ceniza, no sé por qué ni para qué; pero es detalle de carácter en - las magostas. - -Reventóle al fin la corajina del pecho, y dijo, dispuesto á todo: - ---¡Quisiera conocer al que tiene la culpa de esto! - -Á lo que respondió Catalina con gran serenidad: - ---Pues arráncate la lengua con que me agraviastes. - ---¡Arrancara yo--repuso el otro, lívido de rabia,--la que te fué con la -impostura! - ---Muchas son entonces las impostoras. - ---¡Pues todas las arrancara yo, si las conociera! - ---Con arrancar la tuya se acababa la peste. - ---¿Hay quien se atreva á hacerlo entre los presentes?... ¡Pues venga á -echarla mano!--dijo Chiscón, irguiendo su colosal escultura y sacando -luégo fuera de la boca un palmo de lengua, ancha, gruesa y roja como la -de un caballo. - -Acercósele un mozo de Cumbrales, y le respondió: - ---De lo que te pasa, á naide culpes en ley de josticia: que seas -valiente, no se te ha negado; pero que, con sólo decirlo, llegues _á -campar_ aquí, no lo sueñes nunca. Por el corazón se mide á los hombres -y no por la estampa, y corazón no falta al más ruín de los presentes. -De fiesta estamos y en nuestra casa; en ella entrastes y se te brindó -con lo que había; de lo demás, tuya es la culpa por no escarmentar -cuando debistes. Si buscas guerra, mal haces, que, sobre no ser justa -ahora, á tí te conviene menos que á nosotros. - ---Y eso que me cuentas--preguntó Chiscón al templado mozo, con burlona -sonrisa,--¿es amenaza ú caridá? - ---Esto que te cuento--respondió el otro,--es riflisión de hombre de -bien y de enemigo leal. - -En tanto platicaban los dos así, Catalina reunió el cotarro y consiguió -en cuatro palabras ponerle en marcha hacia Cumbrales. - ---Vámonos, Braulio--dijo con resped al pasar junto al mozo que hablaba -con Chiscón:--deja esa peste que te mancha. - -Obedeció Braulio; y tan á punto, que quedaron sin respuesta las últimas -palabras que enderezó al de Rinconeda. - -En un instante se vió éste solo en la castañera. Irritóle más aquel -nuevo desaire que recibía, y gritó mirando á los que se marchaban: - ---Vos prometí el domingo bailar en el corro de Cumbrales hasta -cansarvos... ¡Pos hoy vos lo juro por la luz que me alumbra! - -Las últimas palabras de esta amenaza se perdieron entre el son de -las panderetas y el cantar y el gritar desaforados de la gente de la -magosta, que se largaba hacia su pueblo, mientras el sol trasponía el -horizonte entre celajes de púrpura. - -Desde el siguiente día comenzó á circular por Cumbrales el rumor de -que los de Rinconeda pensaban armar una que fuera sonada contra sus -sempiternos enemigos. Los rumores crecieron durante la semana; el -jueves se dijo que se trataba de una invasión de los mozos de abajo, -para dar una batalla á los de arriba en el mismo Cumbrales; el -viernes se contó que vendrían mozos y mozas en son de romería á bailar -en el Campo de la Iglesia, y, por último, el sábado pudo asegurarse -que al día siguiente habría de todo en el pueblo; es decir, baile en -competencia y palos por remate. De todo ello tendría la culpa Chiscón, -aconsejado por su amigo el Sevillano. - -Bajo estas impresiones desagradables, y al arrullo del Sur, que bufaba -sordamente en las rendijas de las puertas y ventanas, se durmió aquella -noche el vecindario de Cumbrales. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - -XXII - -ENTREACTO RUIDOSO - - -Los que madrugaron al otro día (y cuenta que en Cumbrales se levanta -al alba la gente) vieron que, mientras el sol salía embozado en -crespones de escarlata, sobre las lomas del Sur relucía, fulguraba el -celaje, como si fuera lago de cristal fundido; lago con islotes de -nácar y grumos de oro; á trechos, ondas purpúreas, blancas vedijas -inalterables, y _rabos de gallo_ más efímeros, sobrenadando; y -por riberas y marco en toda la redondez de este espacio, moles de -negras y plomizas nubes amontonadas. Entre una y otra mole, densas -brumas cenicientas, valles fantásticos de aquellas raras montañas -que se prolongaban, en contrapuestos sentidos, en forma de ásperas -cordilleras. En lo más alto del cielo, tenues veladuras rotas; luégo -el éter purísimo hasta el horizonte del Norte, donde el celaje era -cárdeno, mate y estirado, como una inmensa lámina de acero sin bruñir. - -El aire era tibio y pesaba tanto sobre el ánimo como sobre el cuerpo; -ni una hoja se movía en los árboles, ni una yerba en los campos; la -vista y el oído adquirían un alcance prodigioso; las tintas de las -montañas, más que calientes, parecían caldeadas; los contornos y -relieves flotaban en un ambiente seco y carminoso que, acortando las -distancias, engrandecía las moles; y el silbido del pastor y el sonar -de las esquilas del ganado, llegaban claros y perceptibles al oído -desde los cerros del Mediodía. - -Cuando en la Montaña amanece entre estos fenómenos de la naturaleza, -todo montañés sabe qué viento va á reinar aquel día; y entonces se -llama al espacio brillante rodeado de nubarrones, _el agujero del -ábrego_[5]. - - [5] Los campesinos montañeses, los de la región central, por lo - menos, llaman ábrego al viento del Sur. - -Y por allí salió este caballero, en la ocasión de que se trata, dos -horas después de amanecer. - -Salió blando, sosegado y apacible, y como de recreo por el campo de sus -hazañas, jugueteando con el humo de las chimeneas, las mustias y ya -escasas hojas de los árboles, las yerbecillas solitarias de los muros -y las sueltas y errabundas pajas de la vega... Lo que haría cualquier -cefirillo de tres al cuarto. En Cumbrales no levantaba el polvo de las -callejas, ni movía las puertas entornadas, ni siquiera los pliegues de -un refajo ni los picos de una muselina. - -Así es que el señor cura tocó muy tranquilo á misa mayor, y luégo -las tres campanadas para los perezosos; y la iglesia se fué llenando -de gente que nada temía y sólo se quejaba del «bichorno, poco al -consonante de la bajura del mes que iba corriendo.» - -Con esta tranquilidad en los espíritus y sin alterarse la de la -naturaleza, comenzó la misa gorjeada y solemne. - -Pero no había llegado el _Credo_ á la mitad, cuando las chanzas -comenzaron á enardecer á la fiera; y la tramó con las ramas tenaces, -los matorrales espesos y las ventanas cerradas, que, siquiera, le -ofrecían alguna resistencia. Mas si doblegaba á las unas y bamboleaba á -los otros, las ventanas no cedían ni le franqueaban el paso. - -Tanteóle por las buhardillas, donde las había; y se encontró con que -las más de ellas tenían los postigos clavados desde que estaban allí; -quiso también entrar en la iglesia, y hasta logró apagar los cirios de -los primeros _tajos_; pero le cerraron la puerta apresuradamente. Con -estas contrariedades se fué embraveciendo poco á poco, y tornó á las -ventanas con propósito de desquiciarlas metiéndose por las rendijas. -Metióse, forcejeó y se hartó de dar bufidos de coraje; pero no logró -su intento. En venganza, con las ramas de los frutales de los huertos, -azotó las viviendas de sus dueños. Entonces conocieron éstos que la -cosa iba de veras; y los que no lo habían hecho todavía, se trancaron -por dentro á llave y palanca. Esta actitud equivalía á un reto; y el -enemigo, rugiendo amenazas, se retiró á sus antros, como para acabar -de pertrecharse. La calma y el silencio volvieron á reinar en la -naturaleza; pero por pocos momentos. - -Cuando reapareció el monstruo, temblaron hasta los más valientes. -Sordos mugidos le precedían; y, á su paso, humillaban los árboles -las erguidas copas; alzábase el polvo en remolinos; las puertas se -estremecían en sus quiciales, y el día se quedó á media luz parda -y traidora. Comenzó la batalla. ¡Qué estruendo!... ¡qué empuje!... -¡qué acometidas aquéllas! Algunas chimeneas vacilaron, y más de un -alero crujió, soltando la carcoma de la vejez al choque de la furia; -las puertas más firmes lanzaban gritos de agonía; las podridas ramas -de las vetustas higueras saltaban hechas pedazos; en los manzanos -tremolaba el muérdago desarraigado, como triste gallardete con que -demanda auxilio el desmantelado buque; lloraban escombros las humildes -socarrenas sobre sus regazos de ortigas, y chasqueaban y se conmovían -los empingorotados tejadillos de las altivas portaladas. - -En medio de su ferocidad imponente, el viento tenía caprichos -verdaderamente pueriles: recogía las hojas dispersas en solares y -callejos, y las arrinconaba donde mejor le parecía, en un solo montón: -encrespábale, revolvíale, alzábale del suelo, y en rápido y sonoro -remolino, subíale muy alto; allí le cernía, le ensanchaba, le encogía, -le alargaba, dejábale descender nuevamente; y cuando le tenía en el -suelo, dispersaba de un soplo todas las hojas, que desaparecían detrás -de los vallados, en los fosos y entre los bardales; volvía á reunirías -al instante sacándolas de sus escondrijos, y tornaba á amontonarlas y -á cernerlas, á subirlas y á bajarlas, y á darles libertad otra vez, y -otra vez á recogerlas. Con el polvo hacía diabluras: nubes espesas, -diáfanas neblinas, mangas y espirales. Desconchaba los lomos de los -muros revocados, y desnudaba á los viejos de sus vestiduras de yedra. - -Tras estos juegos y aquellas violencias, que no eran más que un tanteo -de fuerzas y un ensayo de batalla, las tablas dejaron de estremecerse -y las rendijas de silbar; callaron los gemidos de los árboles, y sólo -se oyó un rumor, á modo de jadeo, hacia la vega, como si sobre ella y -los montes vecinos se hubiera tendido el monstruo á descansar. De vez -en cuando se agitaban un poco las ramas, y el polvo y las esparcidas -hojas se revolvían en el suelo. Diríase entonces que tenían cara las -viviendas y los muros y los árboles, y que en ellas se pintaba el dolor -de lo pasado y el espanto de lo que aún les esperaba. ¡Qué acongojado -aspecto ofrecían aquellas casas con los ojos cerrados, y aquellos -árboles contraídos y tiritando! - -La tregua fué breve, y la embestida que le siguió, con el estruendo de -cien batallas, espantosa. - -En algunos embates parecía el viento macizo, y entonces resonaban sus -golpes como cañonazos; y cada golpe de éstos producía un desastre: lo -firme oscilaba, lo vacilante caía; las tejas se encrespaban, hervían -en los tejados, como si diablillos danzaran debajo de ellas; y en la -casa donde la puerta saltaba de sus pernos, barría el huracán muebles -y vasares; y al buscar salida por la cumbre, removía las tablas del -desván y derrengaba los cabrios. ¡Con qué astucia rastreaba los suelos -y husmeaba los hogares, buscando una chispa que llevarse al pajar para -regalarse con el espectáculo de un incendio! - -No había punto en el lugar donde la furia no metiera su cabeza, y con -la cabeza las garras, y con las garras el azote. Por eso todo era -estrago y fragor en torno suyo. Silbaba furioso en huecos y rendijas, -bufaba en los arbustos, bramaba en los callejones, y en las arboledas -rugía; y, en ocasiones, hasta las campanas lanzaban solas desacordes -sonidos, con pavor de los fieles que se guarecían en la iglesia. - -Á lo lejos, un rumor incesante, como el del mar cercano en noche -tormentosa: aquí, el crujir de la rama desgajada ó del tronco que se -quiebra; allí, el estruendo de la pared que se derrumba, ó el zumbido -del bardal que se agita desesperado y extiende sus greñas espinosas, -buscando de qué asirse para que no le arranquen de la tierra que le -nutre; y como complemento del cuadro, una luz tétrica y sulfúrea -iluminándole; la atmósfera, sofocante y enrarecida, sin sus alegres -y naturales pobladores, ocultos á la sazón Dios sabe dónde, llena de -objetos raros é inconexos: tallos de maíz, hojas maceradas, polvo, -astillas... y guijarros. - -Con frecuencia terminan estos huracanes con una _virazón_ rápida al -Noroeste, ó _galerna_: remedio mucho peor que la enfermedad; pues si -no llega á ésta en la fuerza del empuje, la aventaja en estragos, por -el agua demoledora que trae consigo; pero cuando el Sur es estacional, -como en el caso de que se trata aquí, concluyen sus furores por -cansancio, y el silencio y la inmovilidad reemplazan al fragoso -desconcierto. - -Tal sucedió en Cumbrales al rayar el mediodía. ¡Qué triste cuadro -contemplaron entonces los ojos! El Campo de la Iglesia y las corraladas -estaban cubiertos de menudo escombro, ramas, cascos y hojarasca. -No había árbol en el pueblo sin quebraduras ó cicatrices; algunos, -arrancados de cuajo; otros, hendidos; los arbustos, lacios, desgreñados -y con el follaje en esqueleto... Pero cuando la gente fué abriendo poco -á poco las puertas de sus hogares, y salió de la iglesia la que en ella -había estado encerrada, ¡válgame Dios, qué aspavientos los suyos y -qué puestos en razón eran! Por de pronto, cada uno se echó á examinar -los propios quebrantos, y luégo á compararlos con los del vecino. Y -aconteció lo que siempre que se reparten desventuras: cayeron las -mayores sobre los que podían menos; por lo que se llevó don Valentín -el premio gordo de esta desastrosa lotería. Ninguna casa fué tan -castigada como la suya: perdió la chimenea, medio alero, una ventana y -la cerradura del estragal, amén de alcanzarle su parte, y no pequeña, -del común revoltijo de los tejados. - -Es sabido que la mitad del vecindario de Rinconeda estuvo contemplando -el desastre de Cumbrales durante la furia del huracán, agazapado -al socaire del cerro adyacente, y aun se afirma que palmoteaba -aquella gente levantisca cada vez que un árbol se tronchaba ó caía -una chimenea. Esto se corrió por Cumbrales á la hora de calmarse el -viento; y fortuna fué que se tomara por cierta la noticia, pues con la -indignación que produjo en el lugar, se mató la pesadumbre que cada -cual sentía por los recientes descalabros. - ---¡No les faltaba más--decían todas las bocas de Cumbrales,--que venir -esta tarde á provocarnos! Pues ¡como vengan!... - -Y jurando echar hasta las asaduras en el trance, volcaron todos la -puchera mal sazonada; y con el último bocado entre los dientes, subióse -cada cual á su tejado á reparar lo más perentorio, por si la turbonada -que se iba formando hacia el Saliente, acababa en aguaceros antes de la -noche. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXIII - -GRIEGOS Y TROYANOS - - -Continuaban la calma sofocante y el cielo cargado de nubes como -peñascos, con unas intermitencias de sol que levantaba ampollas; -los desperfectos del Sur, en tejados y cerrajas, iban poco á poco -reparándose, y hasta se consolaban las gentes, unas á la fuerza y -otras como podían; pero no se olvidaba un punto la anunciada invasión -de los de Rinconeda; y hacia el camino de Rinconeda miraban todos los -ojos de Cumbrales desde huertas, callejas y tejados, y á voces de -Rinconeda sonaban todos los rumores en los oídos de la gente de arriba. -Odiosa era siempre una provocación semejante... ¡pero en aquel día!... -¡después de las devastaciones del huracán, apenas encalmado!... - ---¡Pues como vengan!... - -Y esto decían todas las bocas de Cumbrales. - -Pero subieron Cerojas y Lambieta al campanario con otros camaradas que -lo tenían por costumbre; hartáronse de repicar á vísperas... y nada. -Tocáronse luégo las tres campanadas al rosario; acudió la gente, llegó -el señor cura, rezóle y hasta _echó_ su poco de plática sobre la paz y -concordia entre los pueblos cristianos; acabóse la piadosa tarea, que -duró tres cuartos de hora... y nada. Se desocupó la iglesia; quedáronse -en el porche, murmurando, las mujerucas á ese manjar aficionadas; -agrupáronse de cuatro en cuatro, á la sombra de las tapias fronteras al -corro del baile, las viejas, acurrucadas en el suelo, á jugar el ochavo -á la _brisca_ ó al _mayor punto_; avanzó la gente moza; resonaron las -panderetas recién templadas; arrimáronse al calorcillo del baile muchos -de los mozos aficionados, y los restantes, entre los que estaban Pablo -y Nisco, entraron en la bolera; sentáronse los viejos mirones en las -paredillas; oyóse la voz alegre de las cantadoras acometer la tarea con -la tradicional y obligada copla - - Para espenzar á cantar, - licencia tengo pedida, - al señor cura, primero, - y á la señora Josticia. - -Dió principio también el baile; rifaban ya las viejas sobre si se vió -ó no se vió, si se hizo ó no se hizo la prohibida seña del _as_ ó del -_tres_ del palo del triunfo; alzóse regocijada gritería en el corro de -bolos por haber hecho Nisco un emboque á la segunda bolada; correteaban -Bodoques por aquí, Lergato por allí y Lambieta por el otro lado, -reclutando muchachos para jugar á la cachurra en la mies, silbando unas -veces, voceando otras y estorbando siempre... en fin, que el corro, -lleno, como quien dice, de bote en bote, se había normalizado ya... -y nada. Los de Rinconeda no venían, y los de Cumbrales llegaron á no -pensar en ellos: como que el cura se fué á rezar vísperas, y el alcalde -á dormir un rato. - -Así estaban los ánimos cuando se presentó Cabra á todo correr por el -camino alto de Rinconeda. - ---¡Ahí vienen!--gritó cerca del corro de bolos. - -Produjo la noticia mucha efervescencia en hombres y mujeres; tanta, que -los juegos cesaron y el baile se suspendió. - ---¡Eso es una cobardía!--gritó un mozo encaramándose en la pared de -la bolera y dirigiéndose á los dos corros.--¡Si vienen, que vengan! -¿Pensáis que vos van á comer? Pus lo que hagan haremos... yo, por mi -parte. - -Gustó la arenga, aprobóse, serenáronse los espíritus y continuaron los -juegos y el baile, interrumpidos más por curiosidad que por miedo, á mi -entender. - -En esto, apareció el enemigo en la ancha calleja por donde había venido -Cabra. Era una muchedumbre de hombres y mujeres: como una romería que -se trasladara de un punto á otro. Provocación como ella no se conocía -en la historia del odio tradicional entre ambos pueblos. Uno á uno, -tres á tres, ocho á ocho, hasta doce á doce, se habían pegado infinidad -de veces los de Rinconeda con los de Cumbrales, allí en Rinconeda -y en todas las romerías en que se habían encontrado, porque esto -era de necesidad; pero invadir un pueblo entero al otro pueblo, con -premeditación y á sangre fría, pasaba con mucho la raya de todas las -previsiones. - -Venían delante una ringlera de mozas, dos de ellas con panderetas, y -traían en medio á Chiscón con ramos en el sombrero y en los ojales -de la chaqueta, y un gran lazo de cintas en la pechera de la camisa. -Parecía un buey destinado al sacrificio en el ara de un dios pagano. -Esto ya era un dato para creer que la función era de desagravio y en -honor del Hércules de Rinconeda. El cual traía un palo, de _los de -pegar_, debajo del brazo: otro dato; y también lo era el verse algunos -garrotes más entre la turba, toda de gente moza, que seguía á la -primera fila. Si esto no era venir en son de guerra, dijéralo el más -lerdo. Pero se notó que abundaban mucho las mujeres en aquella tropa, y -que no todos los hombres eran igualmente temibles; se echó una ojeada -al corro de bolos y al Campo de la Iglesia, y se vió que, llegado el -caso, podía librarse la batalla con buen éxito. Por supuesto que las -mozas de Cumbrales, al ver la actitud provocativa de las de Rinconeda, -no acababan de hacerse cruces con los dedos. «¡Mosconazas!... -¡Tarasconas!...» ¡Cómo las ponían, entre cruz y cruz! Pero lo que acabó -de elevar la indignación á su colmo, fué ver al Sevillano entre los -invasores... ¡Con ellos venía el _Opas_, el _don Julián_ de Cumbrales! - -Pasó la procesión por delante de la bolera, cantando las mozas y con -una en cada brazo Chiscón, y llegó al Campo de la Iglesia, donde hizo -alto y relinchó de firme. Pablo dejó entonces de jugar y se encaramó en -la paredilla, mirando hacia allá. Estaba algo pálido y muy nervioso. -Nisco no apartaba de él la vista, y la gente de la bolera miraba tan -pronto á Nisco como á Pablo. Ya nadie sabía allí cuántos bolos iban -hechos ni á quién le tocaba birlar. En esto, cesó también el baile, -porque Chiscón se empeñó en que habían de sentarse las cantadoras de -Rinconeda donde estaban las de Cumbrales. Oyéronse voces de riña. -Chiscón, después de dejar sentadas á sus cantadoras junto á las -del pueblo (pues éstas no quisieron levantarse y él no cometió la -descortesía de obligarlas á hacerlo), volvióse á colocar á los suyos -en el mismo terreno en que acababan de bailar, y aún estaban, los de -Cumbrales. Con esto creció el vocerío y Pablo bajó de la paredilla; -llegóse á las cantadoras de Rinconeda y las preguntó secamente: - ---¿Venís de guerra? - ---De paz venimos,--respondieron las mozas. - ---Pues no toquéis entonces, que tocando están quienes deben, y corro -hay aquí para que bailen todos, si se trata de divertirse en paz. - ---¡Á tocar se va!--dijo, en esto, un mozo de Rinconeda, mirando airado -á las dos mozas increpadas por Pablo. - -Las dos mozas se dispusieron de nuevo á tocar. - ---¡Pues no se toca!--dijo Pablo, blanco de ira. - -Y hablando así, arrancó las dos panderetas de las manos en que estaban, -y rompió los parches sobre sus rodillas. - -¡Cristo mío, la que en seguida se armó allí! Pero Pablo, que ya la -esperaba, porque de un modo ó de otro tenía que venir, con las rotas -panderetas en las manos, la cabeza erguida, la boca entreabierta, -el pecho anhelante y lívida la tez, examinó el campo con una mirada -rápida, y la clavó firme sobre Chiscón que corría hacia él apartando la -gente como el oso los matorrales. Estremecióse el joven un momento, -arrojó los aros, dió dos pasos hacia el gigante que podía desbaratarle -entre sus brazos de roble, y le recibió con una puñada en la jeta, y -tal puntapié en la barriga, que el oso lanzó un bramido y necesitó -todas sus fuerzas bestiales para no desplomarse como torre socavada. -Nisco, que no había perdido de vista á Pablo, en cuanto le vió enfrente -de Chiscón saltó como un corzo desde la bolera al campo, sin tocar -la paredilla, y voló hacia su amigo; pero le salió al encuentro un -valentón del otro pueblo, y fuéronse á las manos. Creció con esto la -bulla; saltaron detrás de Nisco los jugadores de bolos; salieron los -hombres que estaban en la taberna; encontráronse con otros del bando -enemigo, y la lucha se trabó en todas partes con la prontitud con que -se inflama un reguero de pólvora. Acudieron al vocerío las mujerucas -del portal de la iglesia, y las viejas que jugaban á la brisca, y los -muchachos que correteaban por las inmediaciones, y se llenó de gente el -campo, desde el corro de bolos hasta el extremo opuesto. - -Toda aquella masa, al principio inquieta, nerviosa y movediza, fué -enrareciéndose poco á poco, aquietándose y buscando los puntos más -elevados y menos peligrosos, mientras los combatientes, en grupos -enmarañados, forcejeaban, iban, venían, se bamboleaban, alzábanse y se -agachaban; de manera que todo este conjunto de actores y espectadores -parecía embravecido torrente encajonado de pronto en recios é -insuperables muros. - -Ya no se oían voces allí, ni amenazas; ni se veía el garrote -describiendo rápidas curvas en el aire, porque (justo es declararlo) -los de Rinconeda arrojaron los suyos cuando vieron inermes á los de -Cumbrales; no brillaba, ni brilló antes, el acero homicida, porque -este arma vil no se conoce en los honrados campos montañeses, si algún -descastado no la usa á traición, muy raras veces. Sólo se percibían -sordos ronquidos, jadeos de la respiración, desgarraduras de camisas -y, de vez en cuando, un _cuajjj_ despatarrado, como odre henchido que -revienta de pronto: era que un luchador caía de espaldas en el suelo, -debajo de su adversario; el cual no abusaba de la ventaja adquirida: -no hería á su enemigo, ni siquiera le golpeaba en sitio peligroso; -conformábase con tenerle allí como crucificado, y con responder á sus -ronquidos y amenazas con sordos y mortificantes improperios; alguna vez -se oía también el estampido ronco de un puñetazo sobre un esternón de -acero... y poco ó nada más se oía; porque, tocante á los espectadores, -ni se movían ni chistaban: allí se estaban todos con los ojos -encandilados y el color de la muerte en el semblante; los muchachos, -royéndose las yemas de los dedos; las mujeres, con la boca abierta, y -los viejos dando mandíbula con mandíbula. - -Harto claro se vió que las mozas de Rinconeda no contaron con todo lo -que estaba pasando, al ir á Cumbrales como fueron; y por verse tan -claro en la sorpresa y dolor que mostraban, no cayeron sobre ellas las -hembras de Cumbrales y se libró de ser un verdadero campo de Agramante -aquel Campo de la Iglesia. - -Si un luchador, al levantar la cabeza, mostraba la faz ensangrentada, -alzábase en los contornos un rumor de espanto y de indignación al mismo -tiempo; y entonces alguna voz clamaba por la Justicia. ¡La Justicia! -¡Á buena puerta se llamaba! Tres concejales, el pedáneo y el alguacil -estaban enredados en lo más recio de la pelea, brega que brega, no -para poner paz, sino porque eran ellos de Cumbrales y los otros de -Rinconeda; el juez municipal, que al empezar la batalla se hallaba en -la taberna (cuya puerta trancó por dentro Resquemín, dicho sea de paso, -en cuanto quedó desocupada), se escondió en el pajar... con el sobrante -de la jarra que tenía entre manos; y por lo que hace al alcalde -Juanguirle, ya sabemos que se fué á dormir la siesta poco después de -salir del rosario. - -Á todo esto, los plúmbeos nubarrones se iban desmoronando en el cielo, -y extendían su zona tormentosa, cárdena y fulgurante, hasta la misma -senda que recorría el sol en su descenso; y cuando un rayo de él -lograba rasgar los apretados celajes y caía sobre los entrelazados -grupos de combatientes, relucía el sudor en los tostados rostros -manchados de sangre y medio ocultos bajo las greñas desgajadas de la -cabeza; y cual si aquel rayo, calcinante y duro, fuera aguijón que les -desgarrara las carnes, embravecíanse más los luchadores allí donde el -cansancio parecía rendirlos, y volvía la batalla á comenzar, lenta, -tenaz y quejumbrosa. - -Ya sabemos dónde luchaban Pablo y Chiscón; que éste era grande y -forzudo, y cómo recibió su primera embestida el valeroso mozo de -Cumbrales, que si no era tan fuerte como su enemigo, tenía, en cambio, -la agilidad de la corza y el temple del acero. Así saltaba, hería y -se cimbreaba. Eran los dos luchadores el ariete poderoso y la espada -toledana. Huir de los brazos hercúleos de Chiscón era todo el cuidado -de Pablo; y entre tanto, golpe y más golpe sobre el gigante. Reponíase -éste apenas del aturdimiento que le causaba un puñetazo en la boca, y -ya tenía otro más recio en las narices; con lo que el salvaje, poco -acostumbrado á aquel género de lucha, bramaba de ira; y bramando, -esgrimía las aspas de su cuerpo, y cuanto más las agitaba, más se -perdían sus derrotes en el espacio, más se quebrantaban sus bríos y -más espesos caían sobre su cara, llena ya de flemones, ensangrentada -y biliosa, los golpes de su ágil adversario. Pero necesitaba éste -terminar de algún modo aquella lucha desigual y expuesta, y tras ese -fin andaba rato hacía. No bastaba aturdir al atleta; era preciso -derribarle, vencerle. Al cabo, logró plantarle un par de puñetazos -entre mejilla y ceja; y con esto y otro puntapié hacia el estómago al -humillar el bruto la cerviz, quedóse éste como Polifemo cuando Ulises -le metió por el ojo el estacón ardiendo. Entonces se abalanzó Pablo á -su cuello de toro; hizo allí presa con las manos, que tenazas parecían; -sacudióle dos veces, y á la tercera, combinada con un hábil empuje -de la rodilla, _acaldó_ en el suelo al valentón de Rinconeda. Fragor -produjo esta caída; pero no por el choque de las armas, como cuando -caían los héroes de la Iliada, sino por el peso de la mole y el crujir -de los pulmones y costillas. Cayó el gigante con el rostro amoratado y -medio palmo de lengua fuera de la boca, porque Pablo, sin aflojar la -tenaza de sus dedos, se encaramó á su gusto sobre el derribado coloso. - -No muy lejos de Pablo andaba Nisco, que tampoco peleaba al uso de la -tierra, como su adversario quería; es decir, pecho á pecho y brazo á -brazo, con variantes de zarpada y mordisco, sino á puñetazo seco y -á rempujón pelado; mas no procedía así porque su contrario fuera más -fuerte que él, pues allá se andaban en brío y en tamaño, sino porque -en el hijo de Juanguirle obraban la vanidad y la presunción lo que -en Pablo la necesidad aquel día. Es de saberse que hasta para luchar -á muerte era vanidoso y presumido el demonio del muchacho aquél. Así -se le veía rechazar á su enemigo con un golpe seguro y meditado, y -aprovechar la breve tregua para atusarse el pelo y acomodar el sombrero -en la cabeza. Sus brazos, antes de herir con el puño, describían en -el aire elegantes rúbricas, y no tomó actitud su cuerpo que no fuera -estudiada. Parecía un gladiador romano. Estaba un poco pálido y se -sonreía mirando á las muchachas que le contemplaban. Otras veces -recibía con las manos la embestida del enemigo; le sujetaba por los -brazos, le zarandeaba un poco, y después le despedía seis pasos atrás; -y vuelta á componerse el vestido, á colocarse el sombrero, á sacudirse -el polvo de las perneras y á sonreir á las muchachas, entre las que -estaba Catalina, á tres varas de él, anhelosa, conmovida y siguiendo -con la vista, y en la vista el alma, todos sus ademanes y valentías. - -Cuando una sonrisa de las de Nisco era para ella, parecía decirle la -gallarda moza con los ojos:--«¡Ánimo, valiente! que en cuanto las -fuerzas y la serenidad te falten, aquí estoy yo para morir á tu lado -defendiendo tu vida.» ¡Era digno de estudio y de admiración aquel bravo -mozo! En su cara risueña, y mientras se acicalaba, entre embestida y -sopapo, se leían claramente estos pensamientos: - ---«No quiero mal á este enemigo; no tengo empeño en causarle daño; -peleo con él porque soy de Cumbrales y él es de Rinconeda, y para que -vea que ni le temo ni es capaz de vencerme... pero que no me toque en -el pelo de la ropa. ¡Eso sí que no lo tolero yo!» - -Al fin apareció por el lado de la iglesia el bueno de Juanguirle, á -quien había ido á despertar Cerojas. Subió á lo más alto de la peña, -recorrió con la vista azorada el campo de batalla, y se llevó ambas -manos á la cabeza; luégo pateó y se lamentó y se mesó las greñas. -Algunos espectadores se le acercaron encareciéndole la necesidad de que -la lucha terminase; y la digna autoridad, sin hacer caso de consejos -que no necesitaba, alzó el sombrero hasta donde alcanzaba su diestra, -bien estirado el brazo después de ponerse sobre las puntas de los pies, -y gritó así, con toda la fuerza de sus pulmones: - ---¡Alto!... ¡á la Josticia!... ¡á la Ley!... ¡á la Costitución!... ¡al -mesmo Dios, si á mano viene; que, á falta de otro mejor, á la presente -su vicario soy en este lugar!... ¡Ténganse, digo, los de Cumbrales!... -¡Respeten mi autoridad los de Rinconeda!... ó si no... ¡voto al chápiro -verde!... - -Como si callara. Volvió á patear el digno alcalde, y cambió de sitio, -y tornó á mesarse los pelos. Dos mozos de Rinconeda, que no habían -hallado con quién pelear, ó no lo habían intentado con gran empeño, le -miraban de hito en hito. - ---¡Á la Ley!... ¡Á la Costitución!... ¡Á la Josticia!--volvió á gritar -Juanguirle. - ---¡Á la Josticia!... ¡Á la Costitución!... ¡Á la Ley!--repitieron -algunas personas consternadas, recomendando así á los combatientes las -amonestaciones de la autoridad. - -La misma desobediencia. - ---¡Á mí los de josticia!--insistió el alcalde, gritando.--¡Á mí los -que estén por el sosiego!... ¡Déjalo ya, Bastián!... ¡suelta tu parte, -Braulio!... ¡Debajo le tienes!... ¡sin camisa y machucado está!... ¿Qué -más quieres?... ¿Qué más queréis los de Cumbrales por esta vez?... ¿No -me oís?... ¿No vos entregáis?... ¡Voto á briosbaco y balillo, que se han -de acordar de mí los peces de Rinconeda! ¡Ellos son los rebeldes á la -autoridad!... ¡á la Ley!... ¡á la Costitución!... ¡Viva Cumbrales! - -Oído esto por los de Rinconeda, dijo uno de ellos al alcalde, -encarándose con él y tirando al suelo al mismo tiempo la chaqueta que -tenía echada sobre el hombro izquierdo: - ---¡Pus nos futramos en Cumbrales, en la ley y en usté que la representa! - ---¡Hola, chafandín pomposo!--le replicó Juanguirle, volviéndose al -atrevido y echando el sombrero hacia el cogote, con un movimiento -rápido de su cabeza.--¡Con que todo eso sois capaces de hacer?... Pues -mírate tú, hombre: paso lo de mi persona, y no riñamos por lo de la -Ley; ¡pero relative á lo de Cumbrales, mereciera ser yo de Rinconeda si -no me pagaras el agravio! - -Y con esto se fué sobre el mozo, y le alumbró dos sopapos. Contestó -el de Rinconeda; quiso ayudarle el que le acompañaba; impidióselo un -espectador de Cumbrales, y agarráronse también los dos; con lo que se -animó bastante por aquel lado el campo de batalla. - -Al mismo tiempo llegó don Valentín á todo correr, con los pábilos -erizados, la gruesa caña al hombro y el sombrero bamboleándosele en -la cabeza. Acometió valeroso al primer grupo, y no pudo desenredarle; -acometió al segundo, y lo mismo; buscó de varios modos el cabo de -aquella enmarañada madeja, y no dió con él. Al último, subióse á la -altura donde había predicado el alcalde, y desde allí gritó: - ---¡Nacionales!... digo, ¡convecinos!... ¡Es una mala vergüenza que -mientras el perjuro amenaza vuestros hogares, malgastéis las fuerzas -que la patria y la libertad os reclaman, en destrozaros como bestias -enfurecidas!... ¡Convecinos!... basta de saña inútil... de valor -estéril... ¡guardadlo en vuestros corazones para el enemigo común!... -¡daos el fraternal abrazo... y seguidme después!... ¡Yo os llevaré -á la victoria!... ¡yo os devolveré á vuestros hogares, coronados de -laurel!... ¡Os lo aseguro yo!... ¡yo, que vencí en Luchana! - -Mientras así hablaba don Valentín, llegó por el extremo opuesto don -Pedro Mortera buscando á su hijo. - ---¡Pablo!--gritó con voz de trueno, cuando estuvo junto á él.--¡Qué -haces! - -Y Pablo, como movido por un resorte, se incorporó de un brinco al -oir la voz que le llamaba, y dócil acudió á ella; pero sin perder de -vista á Chiscón, que, al librarse del suplicio en que le había tenido -como clavado el valiente joven, se alzaba á duras penas, derrengado y -maltrecho, con la faz cárdena y monstruosa. Sentía el vencimiento como -una afrenta, y más pensaba en meterse donde no le viera nadie, que en -buscar un desquite en buena ley; en buena ley, porque es de advertir -que el coloso de Rinconeda no era traidor ni capaz de una villanía, -aunque, por efecto de su rudeza, no se ahogara con escrúpulos de otro -género; era, en suma, de los que querían, llegado el caso, - - «Jugar en injusto juego; - pero jugar lealmente.» - -No creyó don Pedro Mortera cumplido su deber con tener á Pablo -apaciguado y junto á sí; quiso también pronunciar el _quos ego_ de su -respetabilidad indiscutible sobre aquel mar embravecido. Pronuncióle -más de una vez, pero no adelantó nada. Este fracaso amilanó á los -angustiados espectadores; y más se amilanaron cuando vieron tan -desobedecido como don Pedro, al señor cura, que llegó inmediatamente. - ---¡Esto es obra del mismo demonio!--dijo entonces una voz desconsolada. - -¡Del mismo demonio!... No necesitaron oir más cuatro sujetos de los -desocupados, para ponerse de acuerdo en un instante y echar á correr -hacia la casuca de la Rámila. - -En tanto, don Pedro Mortera, que acababa de ver á Nisco, se dirigía á -él llamándole á la paz; á lo que el mozo respondió con una sonrisa, -después de pegar un bofetón á su contrario. Volvía otra vez la cara -hacia éste, cuando una piedra le hirió en la frente y le tendió de -espaldas, sin decir Jesús. No se supo cuál fué primero, si la pedrada, -la caída del herido, no en el suelo, sino en los brazos de Catalina, -ó el lanzar ésta un grito como si la hubieran atravesado el corazón de -una puñalada. - -Vió que la sangre fluía en abundancia de la herida y pensó volverse -loca. - ---¡Muérame yo!--gritaba, haciendo trizas su delantal y su pañuelo para -cerrar aquella brecha por donde creía ver escaparse la existencia del -valiente mozo.--¡Mate Dios cien veces al traidor que te ha herido!... -¡mate otras tantas al bruto que amañó esta guerra; pero que no te mate -á tí, que vales el mundo entero!... ¡Virgen María de los Dolores! ¡la -mejor vela te ofrezco con la promesa de no bailar más en mi vida, si la -de él conservas, aunque yo jamás la goce! - -Uníase á estos gritos el vocear del contrario de Nisco, negando toda -participación en la felonía; chispeaban los ojos de Pablo buscando -entre la muchedumbre algo que delatara al delincuente; ordenaba don -Pedro lo más acertado para bien del herido; acudían gentes aterradas á -su lado; y mientras esto acontecía y se buscaba á Juanguirle entre los -combatientes, las tintas de los celajes iban enfriándose; desleíanse -los nubarrones, cual si sobre ellos anduvieran manos gigantescas con -esfuminos colosales; una cortina gris, húmeda y deshilada, como trapo -sucio, se corrió sobre los picos más altos del horizonte; brilló -debajo de ella la luz sulfúrea del relámpago, y comenzaron á caer -lentas, grandes y acompasadas gotas de lluvia, que levantaban polvo y -sonaban en él como si fueran de plomo derretido. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXIV - -DEUS EX MÁCHINA - - -Corrían, corrían los cuatro sujetos hacia casa de la bruja, y en un -periquete llegaron allá. Sin detenerse á llamar á la puerta, abriéronla -de un empellón, y vieron á la Rámila acurrucada junto al llar de -la cocina, soplando unos carbones á los cuales estaba arrimado un -pucherete cubierto con un casco de teja. - ---¡Allí tiene el _unto_!--pensaron los cuatro al reparar en el puchero. - -La vieja se volvió hacia ellos y se estremeció. Ni aun en son de -paz entraba allí nadie que no le armara guerra. ¡Qué intenciones no -llevarían aquellos hombres que atropellaban su casa en ademán airado! - ---¡La gente se está matando!--dijo uno sin acercarse mucho á la Rámila, -porque su miedo supersticioso podía más que el mal intento que le -conducía. - ---¿Qué gente?--preguntó la vieja temblando. - ---La de Cumbrales. - ---¿Ónde? - ---En el Campo de la Iglesia. - ---¿Por qué? - ---Porque vinieron los de Rinconeda, acometieron, y se respondió como -era debido. - ---¿Y por qué no vais á separarlos? - ---Allá estuvimos; pero no podemos. - ---¡Muy en su punto traéis la ropa para haber hecho cosa mayor! ¿Y la -Josticia? - ---Panza arriba lo más de ella, y el alcalde en mucho apuro. - ---¿Por qué no se hace respetar? - ---Porque primero es lo otro: pa eso es de Cumbrales. - ---Y vusotros, ¿de ónde sois entonces? - ---¿Por qué es la pregunta? - ---Porque debiérais estar ayudando á los vuestros, y no escondidos como -liebres en este ujero. - ---Se ha convenido allá, en vista de que ni la Josticia ni el señor cura -ni don Valentín ni don Pedro Mortera pueden con aquello, en que andan -en el ajo manos que no son vistas de ojos corporales... y á eso venimos. - ---¿Á qué? - ---Á que vaya á deshacerlo el mesmo demonio que lo amañó. - -La pobre anciana, que había cobrado algunas fuerzas de espíritu en el -recelo que mostraban los cuatro invasores, que permanecían agrupados -cerca del que con forzada valentía llevaba la voz, se desalentó mucho -al oir la última respuesta de éste y al notar cierta resolución en -la actitud de los otros tres. Intentó, sin embargo, sacar el posible -partido del miedo que inspiraba su mala fama, y preguntó al hombre que -hablaba, con sus remedos de hechicera de teatro: - ---Y ¿quién es ese demonio? - ---Usté lo es. - ---¡Yo?... Pedazo de bruto, si yo fuera el demonio, ¿no estuviérais ya -asados los cuatro, en pena del mal querer que aquí vos trae? - -Miráronse los hombres nada seguros de estar en lo cierto, y hasta -recelosos de que aquel supuesto demonio, si le apuraban mucho, hiciera -lo que hasta entonces no había hecho, sabe Dios por qué consideración. -Uno de ellos, acaso el más bruto, se aventuró á decir: - ---No alcanza tanto el poder de usté, aunque mucho sea para hacer mal. - ---Pues entonces, almas de Dios, ¿á qué venís aquí? - ---Á que vaya usté á deshacer aquello. - ---¿Cómo he de deshacerlo? - ---Con el conjuro que mejor le cuadre. - ---¡Jesús me valga!--clamó entonces la pobre vieja,--¿por qué me habrá -nacido á mí esta fama tan negra y desdichada! - -Probó la exclamación que la Rámila perdía terreno; envalentonáronse -los otros al notarlo; acercáronse más á ella, y gritó uno en tono -amenazante y descompuesto: - ---¡Pronto, que pa luégo es tarde! - ---¡Pero, hijo, si yo no puedo hacer lo que queréis! - ---¡Por buenas ó por malas! - ---¡Que soy una pobre mujer sin ventura, que nunca mal hice á naide! - ---¡Echarla mano! - ---¡Por los clavos de Jesús!... - ---¡Llevémosla arrastrando, si por sus pies no va! - ---¡Miráime de rodillas pidiéndovos misericordia! - -Cuando decía esto la infeliz, ya tenía encima las manazas de dos -hombres que tiraban de ella y se disponían á arrastrarla. - ---No hay remedio--pensó entonces entre angustias mortales:--ó -arrastrada aquí si me resisto, ó arrastrada allá si voy y aquello no se -calma... ¡la muerte de todas maneras! - -El apego á la miserable vida la inspiró un recurso. - ---Dejáime un instante, que yo pueda hablar,--dijo á los dos verdugos. - -Aflojaron éstos los dedazos, y habló así la Rámila, sentada en el -suelo, con los mechones grises sobre la faz amarillenta y afilada, y el -mísero jubón desabrochado y roto, obra todo de aquellos bárbaros: - ---¿Creéis de veras que yo soy bruja? - ---Como nos hemos de morir,--la contestaron. - ---¿Y estáis seguros de que mi poder basta para poner en paz á los que -riñen en el Campo de la Iglesia? - ---Como lo estamos de que usté fué quien armó esa guerra. - ---¿Arméla desde allá? - ---No, desde aquí mesmo, porque de aquí no ha salido esta tarde, por las -trazas. - ---Esa es la verdá, hijos míos. Dios me mate si de esta choza he salido -desde que vine de misa esta mañana. Pues desde aquí tiene que ser el -conjuro. Dejáime que le haga, y dirvos vusotros. Yo vos aseguro que -cuando allá lleguéis, todo estará en paz. - ---¡Pamemas por salvar el pellejo! - ---¡Es que si no vos vais, aunque me quitéis aquí la vida aquello no -acabará! - ---¿Y si se nos engaña con la promesa? - ---Si vos engaño, almas de Dios, con volver acá y hacerme trizas, está -la deuda finiquita. ¡Á bien que naide vos ha de pedir cuentas de la -fechuría! - -Se miraron otra vez los cuatro, como en consulta, y entendiéronse con -los ojos. Uno de ellos tomó la voz de los demás y habló así: - ---Trato hecho: si al llegar al Campo de la Iglesia nusotros no está la -gente en paz, llame usté á Pateta que la socorra, porque no le queda -otro santo que la ampare contra la ira de todo el pueblo. - -Dicho esto, salieron á buen paso. La lluvia, hasta entonces contenida, -comenzaba á formalizarse; los achubascados celajes se extendían en -todas direcciones, y el aire refrescaba. Sin levantarse del suelo, dió -la Rámila gracias á Dios por haberla sacado con vida del primer trance, -y discurrió el modo de conjurar el último y el más grave. Incorporóse -después; se aliñó lo mejor que pudo; se echó otro refajo sobre la -cabeza; cubrió con ceniza la mortecina lumbre, y salió de la choza. ¿Á -dónde? Á donde hubiera un poco de caridad; á casa de don Pedro Mortera; -á la del señor cura... á esconderse donde no la delataran si, al llegar -los cuatro forajidos al Campo de la Iglesia, la batalla no se concluía. - -Trancando estaba la puerta por fuera, cuando la lluvia espesó de tal -modo, que la anciana tuvo necesidad de volverse á la choza mientras -aquello pasaba. Pero el aguacero continuaba espesando á toda prisa; y -espesando, espesando sin cesar, acortábanse los horizontes; dejaron -de verse todas las montañas; después todos los montes; después los -cerros; después los confines de la vega; luégo la vega misma; después -la iglesia, y los árboles, y las casas... y, en fin, todo menos la -braña y los cercados más próximos á la choza. Cada hondonada era un -lago; cada roderón un torrente. Mirando al cielo, parecía que de él -bajaban líquidos cables, gruesos y apiñados; ensordecía el ruido de -aquella inmensa cascada, y el agua que rebotaba al llegar al suelo la -que vertían las nubes, era otra lluvia hacia arriba, contra la que no -hay defensa fuera de techado. Pero hasta entonces llovía sereno y á -plomo; gustaba ver aquellos chorros infinitos cayendo rápidos, sonores -é incesantes, como gusta y entretiene en el silencio de la noche la -llama del hogar lamiendo las negras paredes de la chimenea. - -De pronto hubo una virazón al Noroeste; rugió el vendaval arisco; -llevóse por delante el diluvio; azotó con él muros y terreros; revolcó -las copas de los bardales en las charcas de las callejas; tumbó cuanto -el Sur de la mañana había dejado vacilante y removido; la noche -anticipó media hora su venida; y la Rámila, tranquila por entonces, -cerró por dentro la puerta de su choza, volvió á atizar la lumbre y -se acurrucó junto á la llama sin quitarse el refajo de encima de los -hombros, porque empezaba á sentirse el primer frío del invierno. - -Cuando los cuatro sujetos que la habían atormentado llegaron, echando -los bofes y calados hasta los huesos, á dar vista al Campo de la -Iglesia, ni huellas de lo ocurrido quedaban en él. El agua corría por -todas las camberas, se desbordaba en los senderos profundos, y saltaba -y hervía en los llanos al impulso de la que seguía cayendo. - -La gente se amontonaba en el portal de la taberna y en el de la -iglesia, y toda ella era de Rinconeda: los hombres, desgreñados, rotos, -sucios de fango y de verdín, con las caras borrosas, hinchadas, tintas -en lodo y en sangre; las mujeres, en refajo, con las sayas vueltas -sobre la cabeza. Unas y otros inmóviles, taciturnos y con los ojos -fijos en las goteras del corral y el oído atento al rumor de la lluvia. - -En el portal de Tablucas había gente de Cumbrales. Allí se metieron -los cuatro sujetos de marras, y allí aprendieron que la pelea había -cesado cuando el agua no cabía ya en canales; es decir, según se -calculó en el acto, poco después que ellos salieron de la choza de la -Rámila, justamente cuando ésta debió de acabar el prometido conjuro; -conjuro que, sin duda, armó el temporal que estaba reinando, como se -arman siempre que los demonios andan por la tierra desencadenados, ya -por obra de hechicerías, ya por gracia del hisopo. Deshecha la maraña -del Campo de la Iglesia, Resquemín tuvo el buen acuerdo de encerrar -en la taberna á los hombres de Cumbrales que en ella se refugiaron, -para separarlos de los de Rinconeda; otros corrieron á sus casas, y el -resto de la gente se guareció en la de Tablucas por no mezclarse con el -enemigo que _asubiaba_ en el portal de la iglesia. - ---¡Y negaréis entoavía que esa mujer es el mesmo demonio!--exclamaba -Tablucas, después de oir los relatos y las conjeturas de los cuatro -sujetos.--¡Y no tendré yo razón para jurar que ella es quien me golpea -la puerta y se planta en ese murio en fegura de perro!... ¡Y la -dejestis con vida!... ¡Córcia, si soy yo que vusotros, allí finiquita -hoy!... Y pué que vos pese no haberlo hecho; que la que es mala por el -gusto de serlo, ¿qué no será cuando la ofenden? En éstas y otras tales, -arreció el viento sin disminuir la lluvia; y como éstos son signos -de durar la tormenta, y la noche se venía encima, los de Rinconeda, -después de breve consulta, salieron de sus refugios y emprendieron -la marcha hacia su lugar, entrando en las pozas por derecho y sin -tratar de defenderse contra el diluvio que los empapaba y el viento -que los embestía de frente, porque hubiera sido trabajo inútil, -amén de embarazoso. ¡Cómo volvían escurridos, sucios, desaliñados, -taciturnos y maltrechos aquellos mozos que, horas antes, habían venido -emperejilados, alegres, sueltos y provocativos! Acaso, mientras -caminaban en fila, como ratas huyendo de la inundada alcantarilla, -pensaban en que sus hogares podían ser asaltados por el torrente que -bajaría ya de las laderas; y este pensamiento los espoleaba. ¡Justo -castigo de sus malos deseos de la mañana, cuando el Sur levantaba -en vilo los tejados de Cumbrales! No iba Chiscón en aquella triste -caravana, ni se le había visto en el pueblo desde mucho antes de -acabarse la refriega. - -Del Sevillano nadie supo dar noticias ciertas. Aseguróse por la noche -en la taberna de Resquemín que había desaparecido del corro tan pronto -como se armó la sarracina. Muchos temieron entonces los estragos de -su navaja; pero nadie le vió entre los combatientes. Sin embargo, se -afirmó, con el testimonio de Bodoques que le columbró desde lejos, -que él fué quien agazapado entre unos posarmos, detrás de la pared -de un huerto, hirió á Nisco con la piedra arrojada desde allí; y aun -juraba Bodoques, según el narrador, que el tiro no iba al hijo del -alcalde, sino á Pablo, por el modo que tuvo el Sevillano de hacer la -puntería. Verosímil pareció la hazaña en quien fué capaz de presentarse -en Cumbrales al frente del enemigo invasor; y bien hizo aquella noche -el traidorzuelo en no aportar por la taberna, porque toda su fama -tremebunda no Je hubiera librado de una mano de leña como para él solo. - -Excusado es advertir que se hizo público allí el caso de la Rámila, -el cual acabó de afirmar entre aquellas gentes su opinión de bruja -rematada; y Dios sabe lo que hubiera sido _en caliente_, de la infeliz, -á no estar la noche tan fría y tempestuosa. - -Sobre el estado de Nisco se contó mucho y muy contradictorio: desde -darle por muerto, hasta creerle ya sano y de pie. Á última hora entró -una vecina suya en busca de vino blanco para ponérselo, con aceite y -romero, en paños sobre la herida. El bravo mozo había recobrado el -conocimiento y estaba fuera de todo peligro. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXV - -MIEL SOBRE HOJUELAS - - -El temporal siguió reinando hasta cerca de media noche. Á esa hora -se corrió el viento al Norte, cesó el agua, rasgáronse los nublados, -fuéronse adelgazando por momentos; y cuando apareció el sol del nuevo -día, desplegó el lujo de sus rayos en un cielo sereno, azul y limpio -como el cristal de un espejo. Pero la brisa terral era fría y húmeda; -los tejados de Cumbrales relucían; los bardales goteaban; las callejas -eran charcos; las praderas brillaban como sartas de rica pedrería, y -comenzaba á oirse por las barriadas del pueblo el _clan_, _clen_ de las -herradas almadreñas de los transeuntes, entre los que apenas se veía -uno sin negros cardenales ó arañazos en la cara, muestras dolorosas de -la refriega del día anterior. - -Á media mañana salió Pablo de su casa en dirección á la de Nisco, -á cuyo lado había permanecido la noche antes con Catalina, que no -se apartaba un punto de allí, hasta que el mozo se despejó y pudo -conocerse la importancia de la herida. - -Este suceso, desde el momento de su ocurrencia, así como el recuerdo -de los que le habían precedido, traíanle caviloso é indignado por todo -extremo; pero aún le mortificaba más la cola que trajo para él su -intervención personal en la batalla. - -No hubo modo de ocultárselo á don Juan de Prezanes; y no bien lo supo, -fuése á casa de don Pedro Mortera, donde ya se hallaba éste con su hijo -tranquilizando á su madre, á María y á Ana, que también estaba allí: -las tres le contemplaban y le oían acongojadas y suspensas. La entrada -del jurisconsulto fué airada y sombría, como celaje de tormenta. -Increpó duramente al joven por haberse mezclado en un revoltijo tan -indigno de un hombre de sus condiciones, y en ocasión tan reñida con -calaveradas de semejante jaez. ¿Qué idea tenía de la seriedad del -trance en que estaba empeñado con él, con Ana y con su propia familia? -¿Pensaba entrar con aquellos resabios de una fatal educación, por una -tolerancia mal entendida, en el nuevo hogar, donde su hija debía ser -reina y no mártir? Y así por el estilo. - -Respondió Pablo como pudo y como lo sentía; replicó don Juan -irreflexivo y cáustico; intervino don Pedro, herido por las -intemperancias de su compadre, tras de apenado más que él por el -suceso; enfurecióse el otro... y se armó la gorda. El resultado fué que -don Juan de Prezanes salió, echando chispas, de casa de su compadre, -llevándose á Ana consigo y quedándose los demás atribulados y mustios. - -Así estaban las cosas cuando iba Pablo á casa de Nisco, maldiciendo -la casualidad que le había hecho intervenir en la batalla, y -prometiéndose, para en adelante, huir, como de la peste, de toda -ocasión que pudiera acarrearle disgustos semejantes. - -Y andando así, al revolver un recodo de la calleja, enfrente de la -barriada en que vivía Juanguirle, se encontró tope á tope con el -Sevillano. Toda la sangre del corazón sintió Pablo que le subía de un -salto al cerebro cuando se vió tan cerca del traidor que, según se -afirmaba ya por todos, había herido á Nisco y quizá provocado, con sus -consejos á Chiscón, el conflicto del día antes. La ira le hervía en -el pecho, y la indignación le impelía y le tentaba; pero el propósito -que había formado le contuvo y quiso seguir su camino sin darse por -enterado del encuentro. Creíase el Sevillano, como todos los bravucones -de su ralea, en el imprescindible deber de medir con los ojos, con -aire de perdonavidas, á todo hombre que á su lado pasara, en paz y en -gracia de Dios, se entiende. Con doble motivo debía de hacerlo con -Pablo, á quien detestaba por su valentía del día antes y por otras -razones más; y eso hizo en aquella ocasión el matasiete de Cumbrales en -cuanto notó que el joven se inmutaba y volvía la cabeza por no verle, -señales de timidez y apocamiento, á juicio del jandalete; por lo que, -no contento con mirarle burlón y desdeñoso, se puso en jarras delante -de él y le dijo contoneándose: - ---¿Tenía osté algo que ecirme, camará? - -Se necesitaba ser de hielo para que una actitud, una mirada y unas -palabras como aquéllas, se quedaran sin respuesta. Pablo, temblando -de pies á cabeza, no de miedo, sino de ira, pero con la voluntad -refrenada, se detuvo también y respondió: - ---En verdad que no es poco lo que te dijera, si de decir lo que siento -tratáramos ahora. - ---Po míate tú: yo me peresco por platicá con loj amigo. Con que venga -de ahí, que pa _ezo_ e la lengua e la boca. - ---Calla la tuya y aparta á un lado, que voy de prisa. - ---En el moo e abrirze camino ze conoze el temple e la prezona. Pero ya -ze ve, ¡como no tenemoj ahora quien nos guarde la eparda como teníamoj -ayé, no gayeamo tanto!... - ---Y tú ¿qué sabes lo que pasó ayer?... ¿Dónde estuvistes? - ---Librando á Cumbrale de una banduyá, con no meter en zambra la -jerramienta... ¡Ayí eztuve! - ---¡Como las liebres, debajo de los posarmos! - ---Camará, ¿ezo e china tirá á la jeta? - ---Esto es advertirte que te conviene menos que á mí alargar la plática. -Con que déjala donde está, y sigue tu camino para que yo siga el mío. - ---Y ¿quién te le cierra? - ---Tú. - ---¿Y pa cuándo e la voluntá e l’ hombre? - ---Para cuando se necesita, como yo la necesito ahora; no para pasar, -sino para dejar de hacerlo. ¿Quieres más? - ---¿No lo eztá viendo, nene? - ---¿Buscas quimera? - ---¡Zi de ezo vivo!... - ---Pues yo no la quiero. - -Todas estas respuestas de Pablo las tomaba el Sevillano por -encogimientos del espíritu; y en tal creencia, envalentonábase, y á -una provocación añadía otra más irritante. Como llegó á alzar mucho la -voz, los pocos transeuntes que asomaban por las callejas inmediatas -deteníanse con la azada ó el rozón al hombro, á ver y oir; y también -salieron al portal ó á la ventana gentes curiosas de las casas más -próximas. Por fortuna para el Sevillano, todos estos testigos eran -mujeres, viejos y muchachos, entre quienes el recuerdo de la víspera -no había de producir un acto vengativo. Seguro de esto, complacíale -la presencia de todos, porque iban á ser testigos de la humillación -de Pablo y, por ende, de su bravura sin rival, puesto que Pablo había -vencido el día antes al hombre más fuerte de la comarca. Redobló, pues, -sus provocaciones, y llegó á decir á Pablo, cuadrándose delante de él: - ---¡No ze paza po aquí! - ---Por última vez te pido--respondió Pablo, verde y convulso,--que me -dejes pasar. - -Á lo que respondió el Sevillano con burlona sonrisa y fuerte voz: - ---Jindama ze llama ezo en la tierra é lo valientej’ onde yo juí el amo. - -Pablo no apartaba un punto de su memoria la pasada desazón con su -padrino, el disgusto y las reprimendas de su padre, sus compromisos, -sus propósitos... Todo lo tenía presente y todo pesaba sobre su razón, -hasta entonces dueña y soberana de él; pero aquella provocación, -dispuesta sin duda por el mismo diablo, en el punto en que había -llegado á ponerla el atrevido, era mucho más de lo que se podía sufrir -con paciencia y delante de testigos. Cególe la indignación; crujieron -sus puños y sus dientes apretados; olvidóse de todo menos del miserable -que le provocaba, y díjole, en una actitud que le hizo dar un salto -atrás: - ---¡Fuera de ahí! - -El Sevillano no contaba seguramente con aquella rápida mutación que le -causó tan descomunal efecto. ¡Quién sabe el partido que hubiera tomado -entonces el valiente al hallarse á solas con Pablo! Pero el duelo era -público, y había que sostener la fama de cualquier modo, por vil que -fuera. - -Al saltar hacia atrás llevó las manos al ceñidor; y, sin perder de -vista á Pablo, tiró de la navaja, la abrió rápidamente y se puso en -actitud de defensa. Entonces fué Pablo quien retrocedió á su vez, al -brillo repulsivo de aquella arma innoble, que le hirió la vista como -la luz de una centella. Al mismo tiempo lanzaron un grito las mujeres -que presenciaban la escena. Eso buscaba el valentón: imponerse por el -espanto. - -En cuanto se vió dueño del terreno, parecía que con manos, ojos y boca -deshacía y devoraba el mundo entero. ¡Qué ademanes! ¡qué gestos! ¡qué -miradas! - ---¡Aquí ze ven lo guapo, zeñó futraque! ¿Pa qué jué el impétu?... Otro -arrempujonsiyo; y aunque zea poco á poco, ayégate acá... ¿ú quierej’ un -calezín pa vení ma repozao? - -Así hablaba el jandalete, mientras Pablo luchaba entre el deseo que -tenía de acogotarle, y el horror que le infundía el arma de los -presidiarios. - ---¡Arrójala, traidor!--dijo, sin apartar la vista de la navaja. - ---¡Po zi e un arfeñique, tonto! Ven á chumpale... ¿ú penzaba que te iba -á valé conmigo la sancaíya, como con el otro de ayé? - -Y Pablo, mordiéndose los nudillos de coraje, detestando á aquel hombre -provocativo, y con fuerzas y valor para luchar con él, no se atrevía á -acercársele, porque... porque tenía miedo, así como suena; pero miedo á -su navaja, cuyo aspecto le repugnaba como el de un bicho venenoso. - ---¿Vienej’... ú voy?--dijo el bravo dando un paso hacia Pablo. Este dió -otro también... hacia atrás. - ---¡Cobarde!--gritó, al notarlo, el Sevillano. - -Aquella palabra penetró como un bisturí en todas las fibras del mozo... -pero no le hizo moverse del sitio que ocupaba. Un sudor frío le bañaba -el rostro, y el corazón le aporreaba las paredes del pecho, como si -protestara contra la cordura de la cabeza. - -Los espectadores de la escena estaban aterrados y gritaban á Pablo que -huyera, porque no era igual la lucha; con lo que iban subiendo de punto -los atrevimientos del matón, que llegó á hablar así, dando otro paso -hacia el ofuscado joven, el cual también dió otro... hacia atrás: - ---No quiero tu vida, que ya veo la mala calidá que tiene; pero te voy -á pintá un muñeco en la jeta pa que le llevej’ á la boa el día que te -cazej’, y tenga la moza argo güeno que mirá en tí. - -¿Han visto ustedes saltar un tigre?... digo, ¡qué han ver, ni Dios lo -quiera! pero lo habrán oído ó lo habrán visto pintado. Pues como salta -un tigre, rápido, fiero y gallardo sobre su presa, así saltó Pablo -sobre el atrevido jaque tan pronto como le oyó mezclar en sus bravatas -lo que él guardaba en el relicario de su pecho. Cañones que le hubieran -puesto delante, no habrían conseguido detenerle en su ímpetu sublime. - -Al ver al uno en brazos del otro, y la navaja aparecer y desaparecer -entre ambos, alborotóse la gente espantada; acudieron nuevos curiosos -de la vecindad, y entre ellos Juanguirle, que se abalanzó á los -combatientes. Pero no era necesaria su ayuda. En pocos momentos desarmó -Pablo á su enemigo; le sopapeó, le revolcó en el fango, volvió á -levantarle asido por las greñas, le dió dos puntapiés, y arrojó el -arma vil á una poza, mientras el valiente, huyendo del alcalde que se -empeñaba en prenderle, y de la rechifla del público, corría que se las -pelaba, escupiendo basura y _chocleándole_ los zapatos llenos de agua -sucia de la charca. - -Pablo, salpicado de barro, desaliñado y convulso, se dejó de -comentarios ociosos, y fuése apresurado á casa de Juanguirle, -deplorando que el suceso no hubiera ocurrido á siete estados debajo de -tierra. - -Nisco estaba mejor y ya sentado en la cama. Asombróse al ver á su amigo -en tan desastroso aspecto; refirió éste el caso, y le abrazó el hijo -de Juanguirle, lamentándose de no haberle ayudado, siquiera con la -presencia, y de que hubiera salido vivo del empeño el traidor de la -navaja. Preguntóle si le había herido con ella. - ---Nada absolutamente--respondió Pablo.--Ni un arañazo me ha costado -pisotear la fama de ese bribón. Un dolorcillo siento hacia esta -costilla del lado izquierdo; pero no es de golpe alguno, sino de un -esfuerzo que hice al levantarle de la poza. - -Después se lavó las manos y la cara; se arregló el vestido; volvió á -sentarse á la cabecera de la cama, y mudó de conversación; hasta que -entró Juanguirle, que se había quedado charlando con los vecinos. - -Pablo, mientras oía al alcalde lamentarse de no haber preso al bribón -cuando pudo y debió hacerlo, palpábase con la diestra el punto dolorido -y se revolvía mucho en la silla. - ---¿Qué tienes?--le preguntó Nisco. Á lo que respondió el joven: - ---Que me anda aquí algo tibio y pegajoso... nada; pero me causa una -impresión muy desagradable. - -Por consejo de Juanguirle, muy alarmado, se descubrió la parte -donde Pablo sentía lo que tanto le molestaba. Las ropas estaban -allí empapadas en sangre, y ésta continuaba fluyendo, aunque no en -abundancia, de una herida en el costado. Nisco y su padre palidecieron. - ---¡Y yo que dejé escapar á ese villano!--exclamó Juanguirle mesándose -el pelo. - ---¿Qué es lo que tengo?--preguntó Pablo. - ---¡Una herida que hay que cuidar, hijo!--respondió el alcalde. - ---¡Una herida!... ¿Cuándo me la hizo, si yo no sentí nada? - ---¡Bueno estabas tú para sentir, aunque te hubieran abierto en -canal!... ¡Y estamos sin médico hace cuatro meses! ¡Voto á briosbaco y -balillo!... - ---Ande usted--repuso Pablo sonriendo, más por disimulo que por -ganas,--que como se curó Nisco me curaré yo. Lo que importa es que en -mi casa no se sepa esto. - ---No estoy, Pablo--dijo Nisco,--porque esas cosas se oculten. Bueno es -que, por de pronto, se ponga un reparo para que llegues á tu casa sin -asustar á la gente con la vista de la sangre; pero después... Cierre la -puerta, padre, y curémosle con lo mismo que el suyo me curó ayer á mí. -Dicen que dijo don Pedro que el agua fresca es el mejor remedio para -las heridas. Desnúdate, Pablo, de medio arriba. - ---Es cierto--añadió Juanguirle, azorado y presuroso.--Desnúdate, hijo, -en tanto voy yo por el agua y unos trapos. - -Salió, cerrando la puerta por fuera, y descubrió Pablo su tronco, -blanco como el alabastro, fornido y esbelto como el de un Apolo de -Fidias. - ---Tiéndete en la cama,--le dijo Nisco arrimándose él á la pared. - -Hízolo así Pablo; entró Juanguirle con una jofaina llena de agua, -y media sábana vieja al hombro, y dióse comienzo al lavatorio. La -herida estaba sobre una costilla. No se metieron los improvisados -cirujanos en otras investigaciones; pero vieron que tenía medio palmo -de larga, y esto los asustó. Hecha esta primera operación, pusieron -unos paños empapados en el mismo menjurje con que se curaba Nisco la -descalabradura; sujetáronlos con una ancha venda; vistióse Pablo, y le -dijo Juanguirle, que le quería de veras: - ---Ahora, á casa, hijo mío; cuéntalo del mejor modo que te parezca; -¡pero cuéntalo, por el amor de Dios! y llama á un médico en seguida, -porque esos boquetes suelen tener la salida por donde menos se -piensa... ¡Ah, como yo llegue á echar mano al traidor!... Y ¡voto al -chápiro verde que he de echársela, ó no seré más alcalde de este pueblo! - -Salió Pablo poco después, hallando en el portal, muy afligida, á la -alcaldesa, que, por ciertos respetillos pudorosos, no había asistido -á la cura; chanceóse con ella para tranquilizarla, y se encaminó á su -casa, pensando, más que en la herida, en el efecto que iba á producir -en las dos familias la noticia del suceso, si es que no había llegado -ya en alas de la oficiosidad de ciertas gentes entrometidas. - -¡Vaya si había llegado! Y salía ya don Pedro portalada afuera; y se -asomaban al balcón madre é hija desoladas y sin color en el rostro; -y acudía Ana, con el alma en un hilo, y quedaba don Juan en su casa -echando chispas por los pelos erizados y tempestades por la boca. - -Nada dijo Pablo de la herida; pero refirió el encuentro tal y como -había sido. - ---Ésta es la verdad--añadió.--Yo no lo he buscado; ello se vino solo... -ó traído por Satanás. Sé que es llover sobre mojado; barrunto cómo -estará mi padrino; conozco lo que á ustedes les aflige el caso por el -color que tiene; pero no lo pude evitar... Perdóname, Ana: otra vez me -dejaré poner la mano en la cara, si te gusto más, bien abofeteado y -huyendo, que mal vestido y triunfante. - ---¡Pero dicen que te hirió con una navaja!--exclamó su madre palpándole -desatinada todo el cuerpo. - ---¿En dónde?--dijo Pablo con fingido asombro, pero cuidando mucho -de que su madre no le tocara donde le dolía ya más de lo que él -esperó.--No hagan ustedes caso de charlatanes... ¡y por el amor de -Dios, no hablemos más de estas cosas! - ---Y... ¿ese hombre?--le preguntó don Pedro, que hasta entonces no había -desplegado los labios, aunque se los había mordido muchas veces. - ---Huyó corrido como una liebre--respondió Pablo;--y dudo que vuelva á -vérsele por Cumbrales en mucho tiempo. - -Ana, en tanto, descolorida y angustiada, no apartaba sus ojos del -mancebo, cuyo aspecto le daba mucho que pensar. - ---¡Tendrá que oir tu padre ahora!--la dijo Pablo. - ---La verdad es--interrumpió don Pedro, que se paseaba cabizbajo y -sombrío,--que se combinan de tal modo las cosas, que sin el genio -irascible de Juan, hay para darse á Barrabás con ellas. - ---¿Qué dijo al aprenderlo, Ana?--preguntó Pablo.--Cuéntalo todo sin -reparos, porque conviene saber á qué atenerse. - ---Poco, pero bueno--respondió Ana, esforzándose por echar á broma la -cuestión.--Ya con la noticia sola de la agarrada, se había puesto que -tocaba las vigas con la cabeza; pero al saber que había andado la -navaja por medio, entendí que le daba algo. Entonces me dijo: «mírate -bien, Ana; que por el camino de esas aventuras se va á presidio.» - ---Y tú ¿qué le respondiste? - ---Yo... corrí hacia acá, porque eso de la navaja me heló la sangre en -las venas. - -Acabóse pronto esta conversación; llegó el mediodía, y Pablo comió -muy poco. Después se encerró en su cuarto y se pasó la mayor parte -de la tarde con la cabeza entre las manos y los codos sobre la -mesa. La herida no sangraba ya; pero le dolía mucho. Al anochecer -sintióse destemplado y sediento; le ardía la cabeza, y tuvo necesidad -de acostarse. Su madre y su hermana habían entrado á verle varias -veces; pero él había conseguido, si no tranquilizarlas, por lo menos -convencerlas de que nada grave tenía. Don Pedro, que todo lo observaba, -llamó á un criado y le dijo: - ---Ensilla el caballo y prepárate tú para ir á donde yo te envíe. - -En seguida se fué al cuarto de Pablo. Acababa éste de acostarse. Le -pulsó, le tocó la frente... y se nubló la suya. - ---¡Tú estás herido, Pablo!--le dijo angustiado, pero enérgico:--horas -hace que lo estoy sospechando. - ---Es cierto--respondió el mozo.--No me he atrevido á decirlo delante de -las mujeres, por no alarmarlas. - ---¿Y yo?... ¿soy por ventura una de ellas? ¿No sabes, insensato, que en -estas ocasiones no deben desperdiciarse ni los instantes? - -Le dió cuenta el enfermo de la precaución que se había tomado en casa -de Juanguirle, y quiso don Pedro examinar la herida. Toda la fuerza de -su voluntad, que era mucha, necesitó para no lanzar una exclamación -de espanto al ver aquel ancho boquete con los bordes inflamados y -sanguinolentos. Volvió á cubrirle como se lo permitió su aturdimiento; -dejó á Pablo y voló al portal, donde esperaba el criado con las -espuelas calzadas y el caballo listo. - ---¡Á escape á la villa!--le dijo.--Avisa al médico de casa; adviértele -que se trata de una herida, para que traiga á prevención siquiera lo -más indispensable; que monte en este mismo caballo, si no tiene otro -más veloz, y que venga en el aire, porque el herido está muy grave. - -Este recado le oyeron doña Teresa y María, que andaban con oídos -sutiles detrás de la verdad. Al descubrirla se espantaron, y corrieron -hacia el dormitorio de Pablo. Don Pedro las detuvo. - ---Pero ¿se morirá, Dios mío?--exclamaba la dolorida madre, mientras su -hija lloraba amargamente. - ---¡Silencio, por la Virgen!--les decía don Pedro por lo bajo.--¡Que no -os oiga; que nada conozca! Entrad allá, vedle, acompañadle; pero como -si nada grave sucediera. - ---¡Hijo de mi corazón!... Pero ¿crees que se halla en peligro de muerte? - ---¡No lo permita Dios!--dijo don Pedro, descubriendo, en lo trémulo de -la voz y en las lágrimas que asomaban á sus ojos, el dardo que tenía -clavado en el alma. - -Luégo entraron todos en el cuarto del enfermo, que yacía postrado en el -sopor de la fiebre. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXVI - -DE VARIOS COLORES - - -¡Qué noche!... El tiempo pasaba; el médico no venía; Pablo continuaba -agravándose, y nadie se atrevía allí á aventurar un remedio, porque el -aspecto de la enfermedad ataba las manos indoctas, que bien podían dar -veneno por triaca. Se entraba y se salía á cada instante, y se andaba -de puntillas en la estancia á media luz; se aplicaba el oído á la -agitada y seca respiración, y la palma de la mano á la ardorosa frente -del enfermo; y cada acto de éstos producía una pregunta muda y anhelosa -en los ojos contristados de los demás. Del cuarto de Pablo se iba á -todas las puertas y ventanas que daban al corral; y por cada rendija -se escuchaban los ruidos de afuera, hasta los más leves rumores... el -latir de algún perro, los golpes del pesado rodal, las esquilas de la -yunta, las almadreñas del carretero, algún cantar lejano... todo muy -de tarde en tarde. Después, el silencio absoluto, impenetrable como -la obscuridad que le envolvía... ¡ni un sonido que se pareciera al de -las herraduras del brioso caballo de don Pedro sobre los resbaladizos -cantos de la calleja! - -Nada se le había dicho á Ana de la alarmante gravedad en que se hallaba -Pablo; pero hasta en las ondas del aire hay oficiosos correos para -las malas noticias; y ésta no tardó en llegar á casa de don Juan de -Prezanes. - -Cenando estaban ya padre é hija: ésta triste y sobresaltada por los -sucesos del día, y aquél sombrío, mudo y desazonado por la misma causa, -pero vista con ojos bien distintos de los de Ana. Cayó entre ambos -la noticia como la guadaña de la muerte; y, yertos y despavoridos, -alzáronse al punto de la mesa; abrigáronse mal y de prisa, y volaron al -lado del enfermo. - -Se adivinan, sin que yo las describa, las impresiones de Ana junto -á aquel lecho en que yacía Pablo medio aletargado por la calentura. -Corríanle á la infeliz las lágrimas por las mejillas, y ahogaba los -sollozos en su pecho y las palabras en su boca; pero no pudo evitar que -sus manos se posaran trémulas y codiciosas sobre la frente caldeada del -enfermo. - ---¡Se abrasa el desdichado!--tuvo que decir entonces, porque la pena y -el sobresalto de que se vió acometida, la impusieron aquel desahogo. - -Abrió los ojos Pablo al oir aquella voz, y dijo, queriendo sonreírse: - ---Esto pasará pronto... - ---¿Cómo te encuentras, hijo mío?--le preguntó su madre, anhelosa y -acongojada, aprovechando el inesperado momento de lucidez para explorar -el estado del enfermo. - ---Bastante bien--respondió éste volviendo á cerrar los ojos.--El calor -me incomoda mucho... ¡Más agua! - -Sobre la mesita cercana al lecho había una botella, casi vacía ya, y -una copa con agua. Ana se apoderó de ella rápidamente y la acercó á los -labios ardientes de Pablo. Este cogió con su mano, que abrasaba, la -copa, y con la copa la mano de Ana; y así bebió, sorbo á sorbo, como -si le refrescara, más que el agua que bebía, el contacto de aquella -piel fina y rosada, misterioso centro en que á la sazón convergían los -anhelos de dos almas y la esencia de dos vidas. - -Mientras esto pasaba, don Juan de Prezanes (que ya se había quejado -amargamente de que no se les hubiera dado antes la noticia) preguntaba -á todos y á cada uno cómo había sido _aquello_; qué trámites había -seguido la agravación; á qué hora se había ido á buscar al médico; -por qué no venía ya... y todo cuanto podía preguntarse y mucho más, -espeluznado, nervioso, inquieto y descolorido. Pero cuando observó que -Pablo hablaba, y tan pronto como Ana volvió á poner la copa sobre la -mesa, no pudo contenerse y avanzó hasta la cabecera del lecho. Pulsó al -enfermo, le palpó la frente, le arropó cuidadoso, le subió el embozo de -las sábanas y volvió á bajársele; tornó á subírsele, quiso hablarle, -y se contuvo; le arregló la almohada, y otra vez las ropas; volvió -al intento de preguntar algo... y tampoco dijo nada. Iba y venía; -escuchaba la respiración del enfermo y miraba á los circunstantes; y -á todo esto le temblaban los labios y la barbilla, y los ojos se le -humedecían; sacaba el pañuelo del bolsillo; llevábale rápido á las -narices; daba con ellas un trompetazo seco; volvía á guardarle... en -fin, mareaba. - -Al último, estalló así: - ---¡Pablo... hijo mío!... Yo no sé si algo de lo que ayer te dije -puede haber contribuido á la desazón en que te hallas. Si es así, -¡perdóname, por el amor de Dios!... Yo no podía presumir... no era -fácil adivinar... Creía tener mis razones, estar en mi derecho; porque -cabe muy bien que un viejo como yo, en determinados casos de la vida, -reprenda á un mozo como tú, que se halla en salud cabal, como tú te -hallabas cuando yo te reprendí... quizá con mayor dureza que la debida, -porque á la lengua más la mueve el temperamento que la voluntad. Pero -aquello pasa... pasó como pasan las tempestades; y ahora me asusta -el temor de que el recuerdo de ello pueda afligirte la memoria en -el estado en que te ves... Por supuesto, que no le doy importancia -maldita, y creo que eso ha de desaparecer como un relámpago... ¡Pues -no faltaba más!... Pero, aunque pasajero, te postra en la cama y te -hace padecer... ¡Si supiera yo dónde hallar al infame que te hirió!... -¡Y ese médico que no llega!... ¡Y al bestia que fué á traerle no se le -habrá ocurrido buscar otro á faltas de él!... Hay gentes que entienden -algo de remedios caseros para estos lances perentorios. Aquí todos -somos unos burros que no sabemos jota de ello. Nada se nos ocurre para -aliviar á este infeliz que se abrasa, Dios sabe por qué... ¡Y esto -es precisamente lo que hay que averiguar cuanto antes; y sólo puede -averiguarlo un médico, y el médico no viene!... ¡Si estos bestias de -Cumbrales no hubieran despedido al suyo hace cuatro meses!... Hombre, -¿no sería bueno mandar otro propio con el caballo del cura? No soy -gran jinete; pero me atrevo á ir hasta el fin del mundo en busca de un -médico ahora mismo... - -Hablaba y hablaba sin cesar don Juan de Prezanes, al tenor de lo -apuntado, mientras se paseaba inquieto y taciturno su compadre por -delante de la puerta de la estancia, y permanecían las tres mujeres -junto al lecho de Pablo, como otras tantas estatuas de la melancolía. - -Notábase demasiado calor allí; lo advirtió el enfermo y se desalojó el -cuarto, quedando en él solamente doña Teresa, sentada junto á los pies -de la cama. - -Pasó otra hora; y ya don Pedro había dado las órdenes para que se fuera -en busca de otro médico, cuando se oyeron en el corral las herraduras -del caballo que debía traer lo que con ansia mortal se esperaba... - -Y lo traía el noble bruto sobre sus lomos empapados en sudor. - -Digo que llegó el doctor, forrado, por cierto, de pies á cabeza en -altas polainas, recio capote y descomunal bufanda. - -Cómo fué recibido, no hay que contarlo, pues ya se sabe con qué -ansiedad se le esperaba. - -Siempre sucede lo mismo en idénticos casos; lo cual no nos impide, -cuando estamos en cabal salud, poner á los médicos á bajar de un -burro, por ignorantes y matasanos. Así somos, con la gracia de que en -otros muchos lances de la vida, aún somos peores y más injustos y más -ingratos. Pero vamos al asunto. - -Tardó el médico, porque se hallaba ausente de la villa cuando fueron á -buscarle. Llegado á su casa, le enteró de lo ocurrido el criado de don -Pedro; después salió á encargar á un farmacéutico los medicamentos que -juzgó necesarios, operación nada breve... Pero, en fin, ya estaba allí, -aunque un poco retrasado, con un frasco en cada bolsillo y llena de -emplastos la cartera. Aunque entradillo en años, era chancero y alegre; -por lo que sus palabras (después de oir de pie, y mientras se despojaba -de los pesados abrigos que llevaba encima, la relación hecha por don -Pedro) fueron á modo de brisa que, si no barrió, adelgazó mucho los -negros celajes que abrumaban el ánimo de aquellas buenas gentes. - -Entró luégo en el cuarto del enfermo, seguido de don Pedro Mortera y de -don Juan de Prezanes. Salió doña Teresa; cerróse la puerta y comenzó el -reconocimiento, que fué largo y escrupuloso. - -La herida, por estar muy inflamados sus bordes, no pudo examinarse como -el doctor quería; pero era indudable, por lo que estaba al alcance de -la sonda y lo que respondía el enfermo, que no era profunda, sino á lo -largo de la costilla sobre la cual estaba. - -Hízose la cura como debía de hacerse; se le dió á Pablo una bebida -al caso; se recomendó el silencio y el desahogo en la estancia, y -volvieron á salir de ella los hombres. Las tres mujeres los esperaban -en el _carrejo_, con la ansiedad que es de suponerse. El médico habló -así entonces, sin cuidarse maldita la cosa de bajar la voz: - ---Es más el ruido que las nueces. La calentura, que es muy alta, -tendría gran importancia si la herida fuera penetrante; pero felizmente -no lo es, y de ello he de convencerme más tan pronto como disminuya -la inflamación á beneficio de lo dispuesto ahora. Pablo es nervioso -y vehemente; han pasado muchas horas perdidas desde que fué herido; -precedió al lance una escena violenta, según me han dicho, y parece ser -que vino tras otra por el estilo ocurrida ayer. Todo esto contribuye, -indudablemente, á poner á Pablo en el estado de exacerbación en que se -halla; estado que no juzgo grave, ni mucho menos, aunque á los ojos -profanos lo aparenta... Con que á cenar, si no lo han hecho ustedes ya; -á la cama después los que no velen, y á dormir sin penas ni cuidados; -que, ó yo me engaño mucho, ó esto ha de ser obra de pocos días. - -¡Bendita boca! ¡Bendita ciencia que por ella habló! ¡Benditas palabras -que rompieron en un instante las férreas y candentes ligaduras que -oprimían y abrasaban tantos corazones henchidos de amor al valiente -mozo! - -Una hora antes habían llegado Juanguirle, el padre de Catalina y media -docena más de vecinos de las inmediaciones, á saber noticias del -enfermo, de cuyo estado gravísimo comenzaba á hablarse en el pueblo, y -á ofrecerse á todo cuanto ellos pudieran hacer en servicio y descanso -de la casa. Todos estaban en la cocina aguardando el resultado de la -visita del médico, y á todos les dió cuenta don Pedro Mortera, muy -regocijado, del fallo del doctor. - -Este consintió en quedarse allí aquella noche, y era muy corrida ya la -mitad de ella, cuando Ana y su padre, después de haber visto que Pablo -dormía con relativo sosiego, se retiraron á su casa. - -Á la mañana siguiente la calentura había cedido mucho; tenía poca sed -el enfermo, y la herida presentaba mejor aspecto; con lo que el médico, -confirmándose en su primer dictamen, se volvió á la villa. - -No entra en mis propósitos, ni vendría muy al caso, escribir la -historia detallada de la enfermedad de Pablo. Lo que importa conocer -aquí es el resultado de ella; y á este propósito, digo que, tres días -después de lo narrado, el enfermo estaba completamente limpio de -calentura, y su herida, nueva y cómodamente examinada por el doctor, en -las mejores condiciones apetecibles. - -Como ya se le permitía hablar, Nisco, que había saltado de la cama -en cuanto supo lo que á su amigo le ocurría (aunque, por acuerdo -de Juanguirle, lo ignoró hasta que hubo pasado lo más grave), le -acompañaba algunos ratos. - -No era ya el mozo aparatoso y remilgado de antes. Presentábase en la -nueva etapa de su vida sencillo, modesto y bondadoso. ¡Cuánto había -ganado en el cambio! Atribuíase éste en casa de don Pedro Mortera -al reciente percance que aún le tenía con la frente vendada, y á su -pena por lo acontecido á Pablo; pero yo sé que el descalabro que -principalmente había dado origen á tan notable transformación, era bien -diferente del que le produjo la pedrada del Sevillano. El resto fué -obra de la abnegación de Catalina, ejemplo admirable que acabó de abrir -los ojos al iluso. - -Estando una tarde sentado á la cabecera de la cama de Pablo, llegó -Chiscón al portal, hallándose en él don Pedro Mortera. Descubrióse con -respeto el hercúleo mozo, y habló así al caballero, que le miraba con -repugnancia: - ---Tiénenme por amigo del hombre que ha puesto á Pablo en peligro de -muerte. Nunca lo fuí, señor don Pedro, aunque dejé que me lo llamara -y que á mi lado se le viera muchas veces. De saber acabo la maldá -del alevoso; habrá quien piense que consejos míos le movieron la -mano traidora, como á mí los suyos me acabaron de mover la voluntá á -preparar la guerra del domingo... y aquí vengo, señor, á lavarme, -con la verdá, de la mancha de esa duda. Yo no soy santo; la ira me -tienta muy á menudo; y, por verme fuerte, gústame que valga la mía más -de lo que debiera gustarme; pero guerreo en buena ley, cara á cara y -con armas iguales. Á Pablo busqué así: pudo más la su maña que la mi -fuerza, y vencióme... Usté lo vió. Dolióme la afrenta, es verdá; pero -juzguéla castigo por mano de un valiente, y de allí no pasaron mis -rencores, aunque la pena fué grande. Sin ser visto de naide, volvíme á -mi casa... ¡Por el santo nombre de Dios, juro que, desde mucho antes de -enredarme con Pablo aquella tarde, no he vuelto á ver al traidor que al -otro día le dió la puñalada! - -Cayó mucho hacia la benevolencia la antipatía con que miraba don Pedro -á Chiscón, cuando éste acabó su apasionado razonamiento, y le dijo el -grave señor, pero sin dureza: - ---Nadie ha sospechado aquí semejante cosa: puedes estar tranquilo. - ---De justicia son, señor don Pedro; pero con no ser más que de -justicia, estimo mucho esas palabras. Y ahora--añadió el mocetón, -manoseando el sombrero,--si en ello no ofendiera... - -Y aquí se paró; pero don Pedro, leyéndole el pensamiento, noblote y -generoso, al través de aquella rudeza medio salvaje, le dijo, señalando -hacia la puerta del estragal: - ---Sube á ver á Pablo si quieres. - ---Ese favor iba á pedir, señor don Pedro,--respondió Chiscón agradecido. - -Un momento después crujían las tablas de los peldaños, holladas por los -herrados zapatones del gigante. - -Llamó arriba con un _deogracias_ que retumbó en toda la casa. Apareció -doña Teresa; y después de oir al mocetón, le condujo á la estancia de -Pablo. - -Por entrar, habló en términos parecidos á los que empleó delante de don -Pedro Mortera. Pablo, por toda respuesta, desde la cama en que estaba -sentado le alargó su mano pálida, fina y un tanto descarnada; mano que -desapareció al punto entre las dos de Chiscón y enormes, atezadas, -callosas y peludas. - ---Dicen--añadió el de Rinconeda un poco conmovido,--que anda oculto por -temor á la justicia. ¡Que Dios le libre de caer en la de mis manos! - -Después soltó la de Pablo y tendió una de las suyas á Nisco, diciéndole: - ---La misma culpa que en la herida de Pablo, tengo en la pedrada que te -alcanzó á tí, obra de un mismo traidor. Por lo demás, si prenda tuya -quise tomar, fué porque abandonada la ví. Confieso que el _no_ me sacó -de quicios; pero no todo lo que después vino fué sólo intento mío, que -lances y consejos lo fueron arreglando así. Á lo tuyo te has vuelto -ahora, y has hecho bien, que la prenda lo vale y la merecías más que yo. - -También Nisco le alargó la diestra, en señal de amistad sin -resentimientos. Después se enteró Chiscón muy al por menor del estado -de Pablo, y celebró cordialmente la mejoría. Luégo se despidió cortés, -á su manera, y salió del cuarto, carrejo adelante, dejando aquí un -pastel de arcilla blanda, y allá un chinarro, de lo agarrado en las -callejas por sus zapatones, y haciendo temblar los suelos en cada -zancada. - -En tanto, había llegado Juanguirle muy apurado, y estaba con don Pedro -Mortera en el cuarto del portal. Tratábase de un oficio del alcalde de -Praducos al alcalde de Cumbrales, recibido por éste en aquel momento. - ---Ya usted lo ve--decía Juanguirle:--esas gentes se han desbandado por -estar muy perseguidas, y andan en pandillas cortas de merodeo por acá -y por allá. Han entrado en Praducos y en Sopando... y en Coloños, que -está á dos pasos de este pueblo. Verdad que ha sido entrada por salida, -á lo que parece, y que se han conformado con unas cuantas raciones. De -todas suertes, ¿qué le parece á usted, señor don Pedro, que hagamos en -Cumbrales, en virtud de este aviso que me dan? - ---Hablar poco de ello y tener mucho juicio--respondió don Pedro;--y, -sobre todo, cuidar de que nada sepa don Valentín, que puede hacer una -majadería que nos cueste muy cara á todos. - ---Eso mismo creo yo... porque, señor, una aldea abierta, de poco -vecindario, sin otra arma que el sable de ese loco... - ---Y tan loco será como él quien llegue á escucharle con paciencia; y -mucho más loco, quien se pare á considerar lo que podrá creerse de los -que no le hagan caso. - ---¿Quiere decirse que este oficio... como si hubiera caído en un pozo? - ---No tanto, porque debe servirte el aviso para estar alerta y -prevenido, á fin de evitar al pueblo cuantas vejaciones puedan -evitarse, si tenemos la mala suerte de recibir esa visita. - ---Pues alerta está, señor don Pedro; y Dios sobre todo. - ---Esa es la fija... ¡y cuidado con don Valentín! - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXVII - -GENIO Y FIGURA... - - -La rápida y feliz convalecencia de Pablo volvió á normalizar la vida en -ambas casas; con lo que reaparecieron en el salón de don Pedro Mortera -los rollos de holandas y los paquetes de batistas que días antes -anduvieron por allí entre manos de Ana, de María y de doña Teresa; -preparativos de boda y mínima parte de lo que se había encargado con -igual destino á las modistas y costureras de la ciudad. - -Había, pues, tertulia constante en casa de don Pedro, á la que no -faltaban Pablo, muy animoso aunque algo dolorido y débil todavía; su -cuñadito en ciernes, por las tardes, y don Juan de Prezanes cuando -menos se le esperaba. Ya para entonces y desde antes de los trágicos -sucesos referidos, las familias de don Pedro Mortera y de don Rodrigo -Calderetas se habían hecho sendas visitas; por lo que también se vió -más de tres veces al caballero de la villa, con su señora y su otro -vástago (una jovenzuela pálida y muy peripuesta, que se llamaba Niquis, -contracción elegante del vulgar Nicasia que le arrimó en la pila su -padrino, un pañero acaudalado, pero de poco gusto), en la apacible -reunión aquélla. - -Antes la enfriaban que la divertían los ceremoniosos continentes de -estos tres personajes; pero eran sus visitas actos de cortesía, y había -que agradecerlas. En cambio, cuando se hallaban solos los de Cumbrales -y el novio de la villa, que era suelto y ocurrente, se cobraban con -usura los ratos tan mal empleados; porque hasta el mismo don Juan de -Prezanes andaba hecho unas castañuelas, y solamente en cinco ó seis -ocasiones se había ido del seguro con su compadre por cosas de poco más -ó menos. - -En fin, que todo era paz y alegría entre aquellas gentes, y hasta se -habían fijado las bodas para el día en que Pablo se viera completamente -restablecido (restablecimiento que ya daba el convaleciente por -alcanzado), cuando olió don Valentín lo de allende los montes, por más -empeño que puso Juanguirle en que ignorara lo que de oficio le había -dicho su _colega_ de Praducos. Pero ¿dónde se movería el perjuro que no -lo advirtiera el oído sutil del veterano de Luchana, que sólo vivía -para odiarle y para combatirle? - -No bien averiguó lo de Coloños, voló á casa de Juanguirle. Le preguntó, -le increpó y hasta le excomulgó; pero sólo burlas y malas razones pudo -obtener del alcalde de Cumbrales. Entonces corrió á la villa, y asaltó -el despacho de don Rodrigo Calderetas. - ---Ahora--le dijo sin preámbulos ociosos,--todos ustedes son unos; don -Pedro Mortera no podrá negarse á tomar en cuenta las indicaciones -patrióticas que usted le haga, ni usted á hacérselas en vista de la -gravedad de los sucesos que tenemos encima. - ---Cierto es--dijo el caballero,--que ustedes y nosotros estamos -amenazados de una invasión á la hora menos pensada; pero es también un -hecho que las fuerzas se han subdividido... - ---Tanto mejor para vencerlas, señor don Rodrigo. - ---No hay necesidad, don Valentín, de tomarlo tan por lo serio, puesto -que siendo grupos insignificantes los que merodean por ahí, no son de -temer extorsiones de gravedad. Piden unas cuantas raciones, se les -dan... y se van tan contentos. Esto es mucho más sencillo y conveniente -que una resistencia armada que puede costar perturbaciones y sangre. -Ya ve usted cuántos más elementos hay aquí que en Cumbrales para -resistir, y cuánta mayor responsabilidad adquirimos ante la historia -nosotros que ustedes, y, sin embargo, á nadie se le ha ocurrido aquí -apelar á medidas extremas que... - ---Yo, señor don Rodrigo--expuso don Valentín, comprimiendo la ira que -ardía en su pecho,--no tengo nada que ver con lo que en esta villa se -haga en el caso de que se trata. Impórtame sólo la honra del pueblo en -que nací, y esa es la que quiero salvar... porque debo salvarla. Don -Pedro Mortera es el único hombre que en Cumbrales puede llevar á buen -término mis propósitos; usted puede hoy mover el ánimo de mi convecino, -y al mismo tiempo hacer que don Juan de Prezanes acabe de ponerse á mi -lado, porque lo uno ha de venir como consecuencia de lo otro. Del pie -que cojea el don Pedro, no lo ignora usted, y aquí mismo hemos hablado -de ello los dos, no hace mucho tiempo, con leal franqueza... - ---Se hablan muchas cosas, señor don Valentín, con sobrada ligereza, -aunque la lealtad mueva los labios y esté el corazón henchido de los -más hidalgos sentimientos. Verdad que hablamos algo de lo que usted -dice; verdad que apoyé entonces, hasta cierto punto, las nobles miras -de usted; cierto que se las recomendé, digámoslo así, al señor don Juan -de Prezanes... pero hay circunstancias en la vida... y no siempre -los informes son exactos; la lealtad se engaña muchas veces, y los -caballeros, como yo, estamos expuestos á padecer alucinaciones... - ---Es decir, que don Pedro Mortera, para usted, es hoy muy distinto de -lo que fué ayer... En plata, que ya es liberal y trigo limpio. - ---Quizá, quizá, señor don Valentín. - ---¡Cómo había de resultar otra cosa!--exclamó el héroe, con la sonrisa -más burlona que puede imaginarse, y un brío impropio de sus muchos -años.--¡Cómo había de salir cosa mala un consuegro ricachón! - ---¡Señor Gutiérrez!... - ---¡De la Pernía, señor de Calderetas!--corrigió don Valentín, alzándose -sobre las enjutas piernas.--Y entienda usted que para cantar ahora esos -laúdes, no había para qué entonar el otro día tantos vituperios... -Fortuna que sé yo demasiado á qué atenerme. - -Y con esto salió don Valentín de casa de don Rodrigo Calderetas, sin -tomarse el trabajo de despedirse de él. - -Husmeando en la villa luégo, fué llenando de pormenores el saco de sus -noticias; y tan atacado le puso y tal se convenció de que el peligro -no daba ya instante de espera, que se vió á punto de que le faltara el -resuello á medio camino de su casa. - -¡En qué estado llegó! Jadeante, amarillo y desencajado; con el -sombrero en el cogote, el bastón al hombro, los ojos encandilados y -los pábilos con espuma. Era media tarde, no había comido aún, y se -negó á probar las sobras de la comida de su hijo, que Sidora le había -guardado. Se encerró en su cuarto, arrojó el sombrero y el bastón sobre -la cama, y se sentó á descansar en una silla vieja. No había otra mejor -allí. - -Á los pies de la cama había una percha de castaño negro y apolillado -ya; sobre la percha, un guardapolvo muy ancho, y sobre el guardapolvo, -entre dos viejas sombrereras de cartón, una caja de pino, más alta -que ancha, con tapadera sujeta con un cordel. En aquella caja clavó -la vista don Valentín en cuanto se sentó á descansar, y de aquella -caja se apoderó, empinándose sobre la silla, tan pronto como no le fué -necesaria para reposo de su cuerpo fatigado. - -Desatado el cordel y alzada la tapadera, sacó á pulso el héroe un -morrión descomunal, envuelto en _Gacetas_ arranciadas. El morrión era -de _herrada_, más ancho de arriba que de abajo, de felpa algo raída y -marchita de color, y con grandes chapas y carrilleras de metal. Después -de colocar con mucho mimo sobre la cama el morrión, don Valentín abrió -un cofre que había en otro rincón de la estancia. En aquel cofre -estaba el resto del uniforme: una casaca azul de faldones muy largos -y talle muy corto, vueltas amarillas (el veterano había servido en -fusileros) y acribillada de botones en las picudas solapas; un pantalón -de dril blanco; dos charreteras con flecos de cordoncillo de plata, -ennegrecidos, mohosos y de un palmo de largos; un sable envainado, con -su correspondiente tahalí, y un pompón, amarillo también, como de media -vara de alto, envuelto en dos bulas de la Cruzada. - -Todo lo fué colocando en el orden debido sobre la cama, y para cada -pieza tuvo un requiebro de amor y de entusiasmo su boca balbuciente. -¡Cuántos años hacía que su cuerpo no se envolvía en aquellos arreos -marciales! ¡Quién le diría á él que aquellas reliquias del tiempo de -sus glorias habían de volver á salir á la luz del sol, precisamente -para ahuyentar al «monstruo de la tiranía,» á quien él mismo había -enterrado en Vergara! - -En fin, que se quitó el casaquín y los calzones, y se encasquetó el -uniforme sobre la escasa ropa que le quedaba encima del rugoso pellejo. -Pero ¡cuánta sobra veía por todas partes! ¡Cómo se le hundía el chacó -y le hacían alforjas la casaca y los pantalones! Todo había mermado en -el héroe; todo menos el corazón, que le tenía tan grande y tan lleno de -amor á la causa de la libertad, como en los albores de su juventud. - ---No hay remedio--discurría mientras atacaba de papeles la badana -interior del morrión, añadía ropa vieja al _peto_ de la casaca y -colgaba las prendas de la paz en la percha de castaño:--me declaro -á mí mismo en estado de guerra, y publico yo solo y para mí solo la -ley marcial... Haré el último esfuerzo para adquirir auxiliares; y si -no los hallo, yo seré general, y ejército, y hasta plaza fuerte; y -después... ¡á vencer ó morir!... ¿De qué lado vendrá el enemigo? No lo -sé. ¿Qué fuerza será la suya? No debe importarme. Sé que anda cerca y -que puede estar aquí á la hora menos pensada, y esto me traza la senda. -Á ello me atengo, porque ese es mi deber. Sabré cumplirle. - -Iba anocheciendo ya. Sidora había salido de casa, y don Baldomero no -había vuelto á ella. Apareció don Valentín en la sala armado de pies -á cabeza. Se cuadró delante del retrato de Espartero; desenvainó el -sable; presentóle como cuando pasa el rey; después saludó marcialmente, -describiendo en el aire ancha curva con la bruñida hoja; giró hacia la -derecha sobre sus talones; envainó... y fuése. - -Media hora después aparecía en el despacho de don Pedro Mortera, el -cual personaje se creyó bajo el imperio de una pesadilla, al contemplar -la extraña catadura del que se le puso delante. - -Don Valentín habló así, temblando de emoción y de fatiga: - ---Mi ansiedad y este equipo en que vengo, le dicen á usted, señor don -Pedro, que no hay tiempo que perder y que es llegada la hora de hacer -un esfuerzo, si ha de hacerse. El enemigo puede venir, vendrá, de un -momento á otro, y no hay que contar con que la autoridad de Cumbrales -se aperciba á la defensa... Á usted acudo, por última vez, á pedirle -una parte, por mínima que sea, de su legítimo influjo sobre estas -gentes pacíficas, para que me ayuden en la empresa que estoy resuelto á -acometer. Con ese auxilio, y con el que obtendré seguramente del señor -don Juan de Prezanes... - ---¡El auxilio de don Juan de Prezanes!--exclamó don Pedro Mortera -mirando con asombro á don Valentín.--¿En qué se funda usted para creer -que le obtendrá? - ---En que no se resistió á concedérmele cuando otra vez se le pedí. - ---Mentira. - ---¡Señor don Pedro!... ¡Yo no miento nunca! - ---Pues vaya usted á pedírsele, y déjeme en paz. - ---Sí, señor, que iré... y me le concederá, por lo mismo que usted me le -niega. Cuento con él, porque me le ha ofrecido y es caballero... y muy -liberal. - ---Pues será tan mentecato como usted si le ha oído con paciencia, y -loco rematado si le aplaude. - ---¡Ira de Dios! Si eso es ser loco, ¿dónde está la cordura? - ---En quien, teniendo atribuciones para ello, se apoderara de usted -ahora y le encerrara en una jaula, antes de que con sus majaderías -produzca una ociosa alarma en el pueblo. - ---Esa es la justicia de los tiranos: amarrado el mastín, y suelto el -lobo entre las ovejas. - ---Todo lo que usted quiera, con tal que me deje en paz inmediatamente. - ---Eso es echarme de casa. - ---Figúrese usted que sí, y buenas noches. - ---¡Yo no hago eso con nadie, señor don Pedro! - ---Yo con todos los que vengan á molestarme con locuras como la de usted. - -El pobre don Valentín ya no supo qué replicar á esto, porque no se le -ocurrían sino improperios, y no se atrevía á soltarlos, ni estaban su -boca balbuciente ni su pecho jadeante para meterse en recias disputas. -Conformóse con apretar los puños y mirar fiero y torcido á don Pedro -Mortera, y se largó, poniéndole entre mandíbulas (pues ya se ha dicho -que ni raigones tenía en ellas) de tirano, servilón y mal patriota, que -no había por dónde cogerle. - -¿Quién sabe lo que anduvo después, de puerta en puerta, predicando -aquí, amenazando allá: al uno porque era joven y debía toda su sangre -á la patria; al otro, porque tenía hijos á quienes dar ejemplo de -independencia y valor; á éste, porque estaba amenazado su hogar de un -atropello; á aquél, porque su novia y su hija podían ser presa de los -«inmundos chacales!»... Pero nada consiguió sino servir de espectáculo -á las atónitas gentes, con su pompón cimbreante, su morrión descomunal, -sus charreteras lacias, sus faldones inmensos y su pantalón blanco -salpicado del lodo de las callejas, ¡en tal mes, á tales horas y con la -helada que estaba dejándose sentir! - -Eran cerca de las nueve de la noche cuando llegó á casa de don Juan de -Prezanes, último refugio de sus mortecinas esperanzas. - -Hay que advertir que, á la sazón, se disponía el bueno del -jurisconsulto á ir á buscar á su hija, que aún estaba en casa de don -Pedro Mortera, entregada á los sabidos afanes de costura. Don Juan -se había despedido de allí aquella tarde algo amostazado, porque su -compadre le hizo la contra en no sé qué pequeñeces, con no sé qué -palabras y qué gestos; gestos y palabras que le traían mareado desde -que se había encerrado en su casa, dándolos vueltas en el magín; y -claro es que cuanto más lo revolvía en aquel horno, más le caldeaba y -más _burlón_ y más _dominante_ iba pareciéndole don Pedro Mortera. De -modo que volvía á casa de éste de muy mala gana, y sólo porque se lo -había prometido á su hija que le esperaba allí. En este propósito y con -un humor endemoniado, le halló don Valentín. No fué menor el asombro -que le produjo la rara silueta del héroe, que el causado en cuantas -personas le habían tenido delante aquella noche. Dijo el pobre hombre -qué pensamientos le sacaban de casa á tales horas y en aquella guisa, y -se asombró más don Juan y le tuvo lástima. - ---¡Es posible, don Valentín--exclamó,--que hasta ese punto le enardezca -á usted su manía? - -Precisamente lo que no comprendía don Valentín era que se llamara -manía á su ardimiento patriótico, y que se asombrara nadie de su -bélica actitud enfrente del enemigo. Respondió en este sentido al -jurisconsulto, y añadió: - ---No hay para qué hablar más en demostración de esta verdad palmaria, -no hace mucho tiempo aceptada por sus amigos de usted... y aun por -usted mismo. - ---¡Por mí? - ---Por usted no fué negada al menos, cuando le pedí su apoyo con la -recomendación del señor don Rodrigo Calderetas; apoyo que tampoco le -pareció entonces cosa del otro jueves... Verdad que estaba de por -medio el señor don Pedro Mortera, á quien tratábamos de combatir. Hoy -han variado las circunstancias, bien lo veo, y con ellas el fondo de -ciertas personas á los ojos de otras. - ---Señor don Valentín, hoy, como ayer, don Pedro Mortera es un -caballero, mi mejor amigo, casi mi hermano. Si tiene sus debilidades, -yo tengo las mías también; pero ésta es cuenta para ajustada entre él y -yo solos, si lo tenemos por conveniente. - ---No entiendo, señor don Juan... - ---Pues esto quiere decir que hoy le prohibo á usted, como se lo prohibí -en la ocasión que cita, traer á cuento el nombre de esa persona, si no -es para honrarle como se merece. - ---Pues á eso respondo hoy, señor don Juan de Prezanes, lo mismo que -respondí entonces á usted por una observación idéntica y con razones -que en aquella ocasión no tenía: que don Pedro Mortera corresponde muy -mal á las ausencias que hace usted de él. - ---¿Quién se lo ha dicho á usted? - ---Nadie, porque lo he oído yo mismo. - ---¿Á quién?... ¿en dónde?... ¿cuándo? - ---Á don Pedro Mortera, en su casa, dos horas hace. - ---¡Falso! - ---Mentecato le llamó á usted, con todas sus letras, y por tan digno le -reputó como á mí de ser encerrado en una jaula. - ---¡Falso!... ¡falso! - ---Tan cierto como estamos aquí los dos, frente á frente. - ---Repito que es falso, señor don Valentín... y si no lo es, quiero que -lo sea. ¿Me entiende usted? ¿Me entiende usted, espíritu diabólico y -tentador? - ---¡Pero, señor don Juan!... - ---¡Vaya usted al demonio! Lárguese usted de aquí cuanto antes, y déjeme -en paz, ¡si esto es ya posible! - -Y salió don Valentín, que no podía con el peso de tantas contrariedades -ni con el del morrión que le abrumaba. - -Quedóse solo otra vez don Juan de Prezanes; y quedándose solo, comenzó -por quitarse el sombrero, que ya se había puesto para ir á buscar á su -hija cuando entró don Valentín, y por arrojarle sobre la mesa. Después, -con las manos en los bolsillos, echó á andar, á andar por el cuarto, -de aquí para allí, y, por último, se enredó en la siguiente maraña de -reflexiones, sin dejar de moverse como un azogado: - ---Que vengan á decirme ahora que esto es una ofuscación de mi genio -impresionable y feroz. Que venga el hombre de más paciencia... que -venga Job en persona; que se coloque en mi lugar, y á ver cómo se -las arregla; á ver qué cara pone cuando le larguen por la espalda una -puñalada así. Que no se pase un día sin que el mejor de sus amigos... -¡amigo!... le dé un alfilerazo, y celebren y aplaudan la gracia hasta -sus propios hijos; que responda á esas provocaciones y á esas burlas -ahogando su dolor y su pesadumbre con una prudencia heróica; que gentes -de todas cataduras le digan una y otra vez: «ese amigo no es cosa -buena y te quiere mal;» que se indisponga con todas esas gentes por -defender el honor del falso amigo, es decir, que pague con caricias sus -bofetones; que los vínculos de amistad lleguen á ser de parentesco; que -busquen al santo Job y le mimen y le halaguen; que cuando más confiado -se entregue á los halagos y á los mimos, sienta otra vez en sus carnes -las heridas alevosas, y vea el arma sutil en la mano que le acaricia; -que se resigne y calle todavía, aunque, tras de ofendido, oiga que le -murmuran por violento é intolerable; que tenga, en fin, la evidencia de -que el amigo, á sangre fría, con premeditación y en medio de la plaza -pública, como quien dice, le llama á boca llena mentecato, y le juzga -digno de ser encerrado en una jaula de locos... y á ver si Job no acaba -por darse á todos los demonios y por buscar al falso amigo y armar un -escándalo que sirva de ejemplo á todos los oprimidos, y de escarmiento -á todos los hipócritas... Pues yo, el irascible, el insoportable, tengo -más paciencia que Job; porque devoro acá dentro, en este pecho donde no -cabe la nobleza de mi corazón, esas provocaciones alevosas. - -Sentíase don Juan sofocado en la estrechez del gabinete, y abrió -la ventana. La noche no estaba tan serena y estrellada como antes. -Reaparecía el Sur; amontonábanse nubarrones en el cielo, y la luna sólo -á intervalos lucía. Algunas bocanadas de aire llegaban á la ventana, -trayendo consigo rumor de lejanas voces; rumor de que don Juan no se -dió cuenta, porque no estaba entonces ni para oir ni para ver sino lo -que tenía dentro y le hervía en la mollera. - ---¿Qué móviles son los que guían á ese hombre--se decía el -jurisconsulto volviendo á pasear intranquilo y vertiginoso,--para -conducirse como se conduce conmigo? Su altanería, su soberbia... el -empeño de imponerme sus ideas y sus gustos hasta en las cosas más -nimias, como se los impone á cuantos le rodean ó le deben algo. Pero -yo no le debo nada, ¡voto á Lucifer!... nada, si no son disgustos como -éste que ahora me enciende la sangre. No soy tampoco un zafio campesino -que necesite pedirle permiso para discurrir. Tengo mi criterio propio, -mis luces en la inteligencia; tantas luces... más luces que él, sí, -señor; ¡muchas más! porque he visto más mundo, he estudiado más libros -y he ejercitado más el entendimiento, ¡muchísimo más! ¡Tengo, cuando -menos, iguales derechos que los suyos á ser oído y respetado; á hablar -donde él hable, á pensar donde él piense, á vivir donde él viva!... - -Aquí ya don Juan de Prezanes, sin percatarse de ello, decía á voces -todo lo que iba pensando; y como si su amigo estuviera provocándole en -el hueco de la ventana, delante de ella era donde más aspavientos hacía -y más levantaba la voz. - -Entre tanto, los rumores de afuera continuaban acercándose, y llegaron -á oirse próximos á la pared del corral, por la parte de la calleja. - -Tampoco entonces reparó en ellos. - -Volviendo á sus paseos y á su monólogo, llegó á decir, enardeciéndose -por instantes: - ---¡Me quieres idiota?... ¡me quieres esclavo?... pues chasco te llevas, -¡tirano! Tengo una razón... á Dios se la debo, y por ella soy libre... -¡libre como el pájaro y el aire! - -En esto, y mientras la luna se escondía detrás de espesos nubarrones, -y se oía ruido cercano, como de gentes en tropel, don Juan de Prezanes -temblaba, y se arrimó á la ventana, y sintió dentro de sí una cosa que -le exigía un esfuerzo supremo; algo que necesitaba salir de su pecho y -de su garganta, veloz y bullicioso; algo que le oprimía el corazón y le -golpeaba el cerebro... No pudo contenerse más. Echó todo el busto fuera -de la ventana; y, apretando los puños, gritó loco, desaforado: - ---¡Viva la libertad! - -En aquel instante crecieron los rumores de la calleja y se agitaron -unos bultos en la obscuridad; brillaron dos fogonazos; se oyeron dos -tiros, y lanzó un grito don Juan de Prezanes, desapareciendo de la -ventana mientras saltaban las maderas hechas astillas, y en polvo los -cristales. - -Casi al mismo tiempo sonó hacia la iglesia otro tiro que pareció un eco -de los primeros. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXVIII - -SICUT VITA... - - -Mientras caminaba don Valentín, después de salir de casa de don Juan -de Prezanes, calleja arriba, por donde vino el tropel de que se hace -mención en el capítulo antecedente, resbalando en este morrillo y -metiéndose en aquella poza, tropezando aquí y estando á pique de caer -allá, despechado y febril, reflexionaba de este modo: - ---Nada espero, nada temo, nada quiero; en nadie confío sino en Dios y -en el odio que tengo al perjuro. Tristeza en mí, tristeza y soledad -en mi casa, menosprecio y burlas en la ajena, viejo, moribundo ya; -envuelto en los hábitos de mis glorias, con la espada de Luchana al -costado... ¡qué mejor ocasión que ésta para dar el último grito de -libertad, delante del sempiterno enemigo de ella? ¡Qué muerte más -señalada para un hombre como yo?... ¡Ah, si topara con _ellos_ esta -noche! - -Pensando así, andaba, andaba, y corría el sudor por los surcos de su -cara rugosa, porque la gimnasia que iba haciendo, el peso del uniforme -y la brega que traía desde media mañana, no eran para menos; y andaba -maquinalmente y sin rumbo determinado, aunque á veces creía oir en sus -adentros una voz que le aconsejaba seguir adelante y apercibido, porque -_por allí se iba_. - -Y andando, andando, llegó á un recodo que formaba la calleja, y oyó -ruido de voces y de pasos inseguros al otro lado. Le latió el corazón -con desusada fuerza. Llevó la diestra á la empuñadura del sable, y -detúvose. Los rumores se acercaron más. Don Valentín aguzó entonces -el oído, la vista, hasta el olfato. Parecía un sabueso delante de _la -barda_. Cierto que tenía, por don misterioso de la naturaleza, una -nariz para conocer al perjuro por el rastro, como el perro la tiene -para el jabalí. - ---¡_Él_ es!--dijo balbuciente y conmovido. - -Sin otras averiguaciones, desenvainó el sable y plantóse en mitad de la -calleja, bien alumbrada entonces por la luna. - -Y no se equivocaba don Valentín: era _él_, ó, por lo menos, algo que -lo aparentaba. Á la vuelta del recodo, á pocas varas de distancia, -apareció un grupo armado y vestido como el héroe suponía. El grupo -no llegaba á una docena de hombres; pero era un ejército para don -Valentín, solo y viejo y casi inerme. Nada le importó esta reflexión -que no pudo menos de hacerse: antes le infundió mayores bríos en medio -de aquella fiebre que le estaba devorando horas hacía. Se afirmó sobre -los pies, enderezó cuanto pudo el encorvado cuerpecillo; y temblando -de entusiasmo desde la coronilla hasta los talones, gritó, resuelto á -todo, presentando el jadeante pecho al enemigo: - ---¡Alto ahí! - -Y el enemigo se detuvo; y aun hizo más, para gloria de don Valentín: -retrocedió, acaso porque creyera que había fuerzas militares detrás -de aquellos arreos, en cuya vetusta é inusitada conformación no pudo -reparar de pronto y á tan escasa luz como la intermitente de la luna; -pero es lo cierto que retrocedió, y á esto se atuvo el héroe. - ---¡Cobardes!--gritó en seguida, ebrio de entusiasmo, partiendo hacia -los ocultos invasores.--¡Huís de un hombre solo, viejo y desarmado!... -¡Dadme la cara, bandidos! - -Esta baladronada, que puso en evidencia su pequeñez y su soledad, -perdió á don Valentín. Sin ella, acaso hubiera corrido aquella noche -detrás del enemigo alucinado. Pero éste se rehizo con la advertencia, y -se encaró con el extraño retador. - ---¡Matadle--dijo el que mandaba allí,--si no se entrega callando! - ---¡Entregarme yo!--exclamó don Valentín,--¡y á vosotros, infames!... -¡Muerto, sí; pero rendido, nunca!... ¡Viva el Duque! - -Y se lanzó, blandiendo el sable, al enemigo que, á su vez, le embestía. - ---¡Viva la lib!... - -El infeliz no acabó de dar este segundo grito de su heróico ardimiento, -porque se sintió oprimido y atropellado por aquellos hombres; los -cuales, al verle un momento después, en el paroxismo de su rabia, -caer de espaldas en la calleja y quedar inmóvil, creyéronle muerto ó -poco menos, y allí le dejaron, continuando ellos el camino que antes -llevaban. - -Ya sabemos cómo respondieron dos de los más irreflexivos de la partida, -al grito casual de don Juan de Prezanes; y es de saberse ahora que -el lance no hubiera concluido así, á juzgar por las trazas, sin el -otro tiro que sonó hacia la iglesia y puso en precipitada fuga á los -invasores, señal de que andaban con poca tranquilidad y perseguidos de -cerca por enemigos más serios que el pobre don Valentín. - -El cual permaneció muy cerca de una hora tendido sobre el fango de la -calleja; y allí se hubiera muerto de frío, ya que no de los golpes ó -de la corajina que tal le habían puesto, sin la llegada de Juanguirle -y de algunas otras personas que le acompañaban, entre ellas Nisco, -armadas de sendos garrotes, excepto el montanero y el alguacil, que -llevaban, para estorbo y compromiso, como ellos decían, dos fusilones -de chispa. - -Comenzaba á moverse un poco y á balbucir palabras inconexas en el -momento de topar con él la ronda. - ---¡Siempre me temí yo algo de esto, voto al chápiro verde!--dijo el -alcalde al levantar á don Valentín, cogiéndole por debajo de los -brazos;--aunque nunca pensé que llegara á tanto. El diablo me lleve -si no está á punto de entregar el alma... ¡Agarray vusotros por las -patas, muchachos!... ¡Uf!... ¡cómo está de barro, el infeliz, hasta el -cogote! Vamos, señor don Valentín, un poco de ánimo, que la cosa no es -tanto como aparenta. Dígote que fué suerte para todos que al demonio de -Lambieta le moviera la curiosidad de los tiros y saliera á tiempo de -ver correr á los causantes vega abajo, y me diera parte y saliera yo -también, y se viera lo visto y se discurriera lo discurrido; que si no, -aquí fenece esta noche el venturao del hombre, sin tus ni mus. ¡Voto -á briosbaco y balillo, que hubiera sido caso de andar en coplas!... -¿Estáis ya? Pues hágase ahora la silla con los brazos... ¡Ajá!... Tú, -por aquí, Nisco... Sostenle tú la cabeza por atrás, Ogenio... ¡Jum! -mucho la zarandea para cosa buena... Apañay vusotros esa espada y ese -murrión... ¡Mil demonios si no hace media fanega larga el sandifesio! -Y á todo esto, el de su hijo... ¡por vida del chápiro verde! pondría -las orejas á que anda por onde no debe. ¡Cuando no espante yo de una -vez á esa pingolondona, afrenta del lugar y acabación de las casas -honradas... voto á briosbaco y balillo!... ¿Qué tal vamos, señor don -Valentín? - ---Mal,--respondió el pobre hombre, con apagada voz, mientras con todo -su cuerpo inerte, movido arriba y abajo y de un lado á otro, marcaba el -andar desconcertado de los mozos que le conducían. - -Así llegó á casa, donde le recibió Sidora entre aspavientos y -declamaciones, y se trató de desnudarle para meterle en la cama. - ---¡Eso no!--dijo don Valentín.--Nadie me despoje de lo que llevo -encima. Ya que no me ha valido para bandera, quiero que me sirva de -mortaja. Con eso no lo profanará nadie, vendiéndolo por un vaso de -aguardiente. - ---¿Quién piensa en mortajas ahora, por vida del chápiro verde! - ---Yo, hijo, yo... yo, que me muero sin remedio... ¡Siento un frío... y -una debilidad!... - ---¡Algo caliente, y un vaso de buen vino!--gritó Juanguirle encarándose -con Sidora;--y si no lo hay en casa, á la mía volando por ello, que -guardado tengo un botellón de la Nava rancio, para estas ocasiones. - -Corrió Sidora á la cocina por una taza de caldo del que reservaba todos -los días para comienzo de la cena de don Valentín, y descerrajando la -alacena de la sala, por no parecer la llave, se sacó una botella de -vino blanco que denunció la fámula. - -Probó con dificultad uno y otro el extenuado y yerto veterano; -reanimóse un instante, y dijo, mientras le envolvían en mantas sobre la -cama, pero sin desnudarle: - ---Estos fríos no se curan á la lumbre... Son los de la muerte. Por -tanto, que venga el cura, y á escape... que cristiano soy ante todo... -y como cristiano debo y quiero morir. - -Fueron en busca del cura dos mozos de los allí presentes, pues uno solo -no se atrevía en noche de tales peripecias; y en tanto preguntó don -Valentín: - ---¿Y el perjuro? - ---Ajuyó al monte tan aína como pisó á Cumbrales--respondió -Juanguirle.--Y ello ¿tropezóle usté, ú qué fué lo que así le puso? - ---Topé con él, Juan... por la misericordia divina... Acometíle como -debía... solo, frente á frente... Arrollóme porque eran muchos... -sentíme golpeado... caí... acabóme de aturdir un golpe en la cabeza... -y no sé más... Pero si huye el inicuo... ¡bendito sea Dios!... ¡quién -piensa en otra cosa?... De todas maneras, yo bien conozco ahora que -ciertos asuntos... no debieran tomarse tan á pechos... pero no lo puedo -remediar... Muriendo así, muero á mi gusto... Esa es mi ley... Obscura -fué la hazaña y no servirá de ejemplo... ni el Duque la conocerá... -pero Dios la ha visto... ¡Viva el Duque!... ¡Viva la!... - -No pudo más el pobre hombre. Quedóse inerte y amarillo, y todos -pensaron que allí acababa; pero volvió á revivir, y diéronle otro sorbo -de vino. - -En esto entró don Baldomero, que nada ignoraba ya, porque se lo habían -dicho los mozos que iban por el cura, al encontrarle en el Campo de la -Iglesia. Presentóse más encogido, torvo y desaliñado que de costumbre; -y con esto sólo pintó la pena que le causaba el suceso, si es que -alguna sentía real y verdaderamente. Así se acercó á la cama, sin -desplegar sus labios ni sacar las manos de los bolsillos. - -Vióle don Valentín, y díjole: - ---Solo te quedas, Baldomero... porque yo me voy... la verdad sea -dicha, sin gran pena de no volver á verte... aunque un poco mayor que -la tuya... por perderme de vista... Eres un Adán, y no espero que te -enmiendes... pero, ya que por tí no lo hagas... por el honor de tu -padre... no acabes de perder la vergüenza al acabar con lo que te -dejo... Conserva á Sidora, que ha sido muy fiel y cuidadosa... págala -en seguida la manda que le hago en el testamento... que hallarás entre -mis papeles... aléjate de ciertas compañías... acércate más á Dios... -y aparta allá un poco ahora para que yo piense en Él mientras llega el -señor cura. - -Fuése á la sala don Baldomero, y allí se dejó caer en una silla, con -las piernas estiradas y la cabeza caída sobre el pecho. Juanguirle -mandó despejar por completo el cuarto, y él mismo dió el ejemplo; pero -sin perder de vista al moribundo hasta que llegó el señor cura. - -Se confesó don Valentín despacio y bien, como hombre que era de mucha -cuenta y razón, aunque las de su conciencia las saldaba cada año, y -no eran complicadas, según el lector habrá ido comprendiendo; recibió -después el Viático y luégo la Unción; hasta que, á poco más de la media -noche, apagándose el último soplo de su vida, entregó á Dios el alma, -limpia y candorosa como la de un niño. - -Quedóse Juanguirle con algunos de su ronda velando el cadáver, y se -acostó don Baldomero. - - * * * * * - -Amanecía apenas, cuando llegó á la puerta del estragal una mujer. -Conocióla en la voz Juanguirle, salió á su encuentro y la apostrofó -así, atravesado delante de ella: - ---¿Aónde vas? ¿Qué buscas? ¿Quién te llama aquí? - ---¿Á usté qué le importa?--respondió con desgarro la mujer. - ---¡Voto á briosbaco y balillo--exclamó Juanguirle,--que, si un poco me -apuras, haré que valga mi autoridad y te lleven aonde no te dé el sol -en mucho tiempo!... ¡Taday, moscalindrona! - ---Sepa usté que vengo aonde puedo, y en busca de lo que es mío. - ---¡Taday, zarramplinga! Si algo te deben y de algo vos remuerde la -concencia, bien que lo cobres y la pongáis en gracia de Dios... y -aticuenta que poco se pierde, porque tal para cual; pero á su tiempo: -no ahora ni aquí... ¡Aguarda siquiera á que saquen de casa al que, -vivo, nunca te hubiera dejado entrar en ella! - ---¡No es usté quién para mandar en este sitio! - ---Para cerrarte la puerta á tí y á cuantos jedores como tú la quieran -apestar, todas las casas de Cumbrales son mías. ¿Lo entiendes, cárabo? -Pues vuélvete al monte, ó te escurro yo á guantás... ¡Y mira que á mí -no me la dais con la pamema de lo del murio, como al simplón del tu -vecino! - -Con esto se volvió Juanguirle arriba, porque la mujer aquélla se largó -hecha un veneno. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXIX - -LO DEL MURIO - - -Al grito de don Juan de Prezanes y al fragor de las ventanas hechas -trizas, acudieron las criadas que estaban al otro extremo de la casa. -Halláronle tendido en el suelo, juzgáronle asesinado, aturdiéronse; y -sin otras averiguaciones, corrieron despavoridas á casa de don Pedro -Mortera. - -Aunque no dijeron cuanto pensaban y sentían, sus palabras, y más -que sus palabras, el modo de decirlas, produjo el efecto que es de -presumir; y entre aspavientos y gritos, trasladóse en un verbo la -familia entera, con sirvientes y adherentes, á casa de don Juan de -Prezanes. - -Ya estaba éste de pie; pero aturdido y medio alelado. Entró don Pedro -delante; y al oirle hablar con su amigo, los que detrás iban, llevando -medio acongojada á Ana, avanzaron en tropel. Todo lo que antes era -angustia, se trocó en curiosidad al ver el aspecto que ofrecía el -cuarto sembrado de astillas y de cascos de vidrio, y en medio don Juan, -que no acababa de romper á hablar. Ana se colgó de su cuello; y aunque -le colmaba de caricias, anhelante y llorosa, el hombre parecía una -estatua. - -Al fin respondió al torbellino de preguntas con que le acosaban por -todas partes: - ---¡Yo no sé qué demonios puede haber sido!... Estaba poniéndome el -sombrero... es decir, me le había puesto ya, para salir en busca tuya, -hija mía... De pronto, oí ruido hacia la calleja, abrí un poco esa -ventana, y... ¡pin! ¡pan!... todo fué estruendo á mi alrededor, como -si la casa se desplomara. No sé si alguna astilla... ó el sobresalto; -pero es lo cierto que aquí me ví, un momento hace, tendido en el suelo, -sin poder darme cuenta de nada... luégo entrásteis vosotros, y he -recordado esto poco que os refiero. Nada en substancia, como veis... -Pero ¿quién demonios soltó los tiros cuando yo... es decir, cuando abrí -la ventana?... ¿Habéis oído algo vosotros, Pedro?... - ---Nosotros--respondió éste,--oímos esos tiros de que hablas, y otro más -hacia la iglesia; y precisamente estábamos disputando sobre si habían -sido tres ó dos y el eco de ellos, cuando llegaron tus criadas que te -vieron aquí tendido al acudir al grito que diste. - ---¿Á qué grito, hombre?--saltó don Juan apresuradamente.--¡Si yo no -dije una palabra! - ---Por lo que refirieron las muchachas--añadió don Pedro con -socarronería,--lanzaste un ¡ay! terrible, sin duda al caer... - ---¡Vamos!... al caer. Sí, porque lo que es antes de los tiros... - -Al decir esto don Juan se estremeció de pies á cabeza, en una -convulsión nerviosa. - ---Lo esencial es que hayas salido ileso de la catástrofe--prosiguió don -Pedro mientras los demás no apartaban los ojos de don Juan, que, poco á -poco, iba serenándose.--¿Quieres tomar algo? - ---Nada, nada... una taza de salvia, si acaso, porque estoy algo -nervioso. - -Voló Ana á preparar el antiespasmódico, y tornó á preguntar don Pedro á -su compadre: - ---¿Estás seguro de no haber recibido herida ni golpe? - ---Ya lo veis... nada siento, nada me duele... digo mal, un coscorrón -debo tener aquí... - -Tenía, en efecto, don Juan un chichón en la cabeza; pero cosa -insignificante. - ---Sin duda contribuyó este golpe--dijo don Pedro,--á que perdieras el -sentido cuando caíste. - -Y añadió por lo bajo, al oído de su mujer: - ---Apostaría las orejas á que tu compadre hizo una barbaridad. Aquella -voz que yo oí antes de los tiros, fué la suya, no me cabe duda. - ---Pero á todo esto--insistió don Juan de Prezanes,--¿de dónde salieron -aquellos dos tiros cuando yo grité... es decir, cuando abrí la ventana? - -Y se estremeció de nuevo, como si le asaltara un escalofrío. - ---Pues nadie lo sabe--respondiéronle,--como no se sabe quién soltó el -de hacia la iglesia. - ---¡El demonio ha andado suelto aquí esta noche! - ---Días hace que no huelga en Cumbrales. - ---En fin, de buena te has librado. - ---¡Sí, sí!... y hablemos de otra cosa, si queréis,--concluyó don Juan -volviendo á estremecerse. - ---Es que el asunto es grave, y hay que averiguar... - ---¡Vaya si lo es! Pero dejad siquiera que me tranquilice antes un poco. - -Llegó luégo Ana con la infusión de salvia; tomóla el sobrexcitado -señor, y se entonó mucho; pero no dejó de temblar cada vez que salía á -colación el caso de los tiros, caso que no cesaba de salir. - -Media hora después apareció Juanguirle en la sala con la gente de que -le hemos visto acompañado en el capítulo anterior. Iba desalado, porque -le habían referido horrores de lo ocurrido en aquella casa. - ---¡Pícaros!--dijo cuando se enteró de la verdad.--¡Si la intención es -lo que vale, en garrote vil acabéis! - ---Pero ¿quién fué? ¿Llegaremos á saberlo al fin?--preguntaron á -Juanguirle. - ---¿Quién había de ser, voto á briosbaco y balillo! El faicioso -mesmo,--respondió el alcalde. - ---¡Demonio!--exclamó don Pedro, mientras don Juan se estremecía y las -mujeres se miraban sobresaltadas. - ---Pero ¿dónde está ahora?--preguntó Pablo. - ---Camino del monte, según mis noticias. - ---Así me lo explico yo todo--decía, en tanto, don Juan:--siendo ellos, -naturalmente habían de responder... es decir, tenían que hacer una de -las suyas. Vieron luz, vendrían acosados... - ---¡Vea usted si don Valentín estaba en lo cierto! - ---¡Don Valentín!--gritó don Juan de Prezanes.--Ahora recuerdo que poco -antes del suceso, estuvo aquí, de gran uniforme. ¡Desdichado de él si -le han visto con aquella arboladura! - ---Pues á rondar vamos, señor don Juan--dijo el alcalde;--y si no se le -llevaron, que lo dudo, con él hemos de dar. Con que, ya que no hacemos -falta aquí, después de dar el parabién por lo poco que ha sido en -comparanza de lo que pudo ser... - ---Pero ¿quién los ahuyentó, Juan?--preguntó don Pedro. - ---Se cree que un tiro que oyeron hacia la iglesia, ó que creyeron oir: -tal venían ellos de recelosos y perseguidos. El intento era, según -voces, llegar á mi casa y pedir raciones, ó cosa que lo valiera... Con -que lo dicho, y á la paz de Dios, que vamos á recorrer el pueblo para -ver el rastro que han dejado. - -Salió Juanguirle con su gente, y ya sabemos que halló á don Valentín; -cómo le halló y lo que aconteció en su casa, hasta que amaneció el -nuevo día. - -Una hora después, mientras las campanas doblaban á muerto, el alcalde, -acompañado solamente de Nisco y del alguacil, continuó la ronda, -interrumpida durante la noche por los narrados sucesos; pero la mayor -parte de los vecinos ni siquiera tenía noticia de lo acontecido. -Felicitábase de ello el alcalde; y ya iba á dar por concluída su -exploración, cuando se le ocurrió detenerse delante de la choza de -la Rámila. Digo que se le ocurrió, porque su primera intención, por -consejo de sus acompañantes, fué pasar de largo. ¿Qué había de buscar -allí nadie, y mucho menos gente hambrienta y fugitiva? Y aunque hubiera -ido alguien... y aunque hubiera matado á la bruja, ¿qué? Esta reflexión -no se la hizo Juanguirle; pero se la hicieron sus acompañantes, y por -eso le aconsejaron tan inhumanamente. - ---Criatura es de Dios como nosotros--dijo el alcalde después de vacilar -un momento,--y derecho tiene á mi amparo como la que más. - -Y entró resuelto en la choza; cosa que le costó bien poco trabajo, -porque la puerta estaba entreabierta y desquiciada. - -En el rincón de la izquierda había una mísera cama sobre un zarzo -viejo, sostenido por cuatro estacas; y en aquella cama yacía la Rámila, -quejándose y con la cabeza entrapajada. Á las preguntas de Juanguirle -respondió: - ---Yo no sé qué decirte, hijo de Dios. En la cama estaba y oí golpes -á la puerta y el hablar de mucha gente. Pedían agua para beber, y -parecióme entenderles que querían saber por dónde se iba á casa del -alcalde. Levantéme; los porrazos iban á más; y al ir á correr la llave -saltó la puerta, dióme en la cabeza, caí, descalabréme de esta otra -parte, y medio me descoyunté este brazo. Atontecióme el golpe... y ahí -me estuve en el suelo lo más de la noche, sin saber lo que hicieron -aquellos hombres, que me parecieron armados, aunque no lo jurara, -porque con el golpe de la puerta sobró para que yo no viera más por -entonces... Creo que esto no sea cosa de muerte; pero me resquema y -me duele mucho. Sola me veo y sin más amparo que el de Dios. Ya que -Él te trae acá, hazme la misericordia de decir en casa del señor don -Pedro cómo me hallo... y de enquiciar esa puerta, siquiera para que las -bestias no entren aquí mientras yo no pueda salir de la cama... si está -de Dios que he de salir, para jalar otro poco de la cruz que arrastro -por el mundo. - -El bueno del alcalde, por de pronto, y al saber que la pobre vieja -estaba en ayunas, mandó á su hijo y al alguacil á buscar á las casas -más próximas lo que con mayor urgencia reclamaba el estado de la -infeliz; le reconoció, mientras aquéllos volvían, las heridas de la -cabeza, que eran varias aunque no graves; las lavó cuidadosamente y -las cubrió de nuevo, único _bálsamo_ de que podía disponer allí donde -no había gota de aceite en la alcuza, ni casco que revelara que había -contenido jamás un sorbo de vino; y cuando, pasado un rato, estuvo más -consolado el estómago de la Rámila con lo que trajeron el alguacil y -Nisco, fuéronse los tres, no sin enquiciar antes la puerta, bien seguro -Juanguirle de que, tan pronto como relatara aquella gran necesidad en -casa de don Pedro Mortera, de nada carecería ya la infeliz menesterosa. - -Cerca de la iglesia, de vuelta para su casa, encontró Juanguirle á -Tablucas. Preguntóle éste por el resultado de su exploración, y contóle -el alcalde el percance de la Rámila, dándole por remate y en chanza la -enhorabuena. Tablucas se puso pálido. - ---¿Ónde tiene las heridas?--preguntó al alcalde. - ---En la cabeza,--respondió éste. - ---¿Muchas? - ---Varias. - ---¿No muy grandes?... - ---Así, así... regulares. - ---Con que regulares... Y ¿no se queja de más? - ---Un brazo del mismo lado tiene también de mala manera. - ---¡Del mismo lado!... ¡y puede que sea el derecho! - ---El derecho es. - ---¡Córcia!... ¡el derecho!... ¡Con que el derecho!... ¡Y puede que diga -que todo ello resultó de una caída!... - ---Eso afirma, y verdad será; no porque lo que yo he visto no pudiera -ser lo mismo de arma de fuego, y de refilón, según está el pellejo como -una criba. - ---¡De arma de fuego!... ¡de refilón! ¡María, Madre de gracia!... -¡Córcia!... ¡córcia!... ¡córcia! - ---¿Qué mil demonios de piojera te roe, que no paras, alma de Dios? - ---¡No es cosa, no es cosa!... Es que ando yo así tiempo hace; y luégo -¡tanto se corre hoy de unos y otros!... Y ¿no barrunta ella cómo fué? - ---¿Pues no te lo relato punto por punto? ¿Á que acabas por llorarla -después de haberla plagado de maldiciones? ¡Por vida del chápiro verde, -que si te entiendo me atenacen! - ---¡Córcia!... ¡y luégo dirán de uno que si torna, que si vira!... ¡La -luz mesma no es más clara que ello! ¡María Santísima de la Encarnación -y el Sursumcorda Paráclito y Unigénito!... - -Esto dijo Tablucas santiguándose aturullado y tembloroso; se volvió -hacia su casa, y apretó á andar, sin despedirse del alcalde que le vió -alejarse, santiguándose de asombro, á su vez. - -¡Era muy singular aquel Tablucas! - -Ya nos dijo en una ocasión que tenía en el magín un proyecto para -acabar con el mal demonio que le perseguía. Desde entonces, como -también sabemos, su vida fué una incesante agonía: cada noche, los -tamborilazos á la puerta; cada luna, el perro en el murio. Á todo -esto, solo con su familia y entregado con ella á los horrores de su -tribulación; porque pensar que nadie entrara en aquella corralada -después de anochecer, era pensar los imposibles. ¿Quién era el guapo -que á tanto se atrevía? Alguien, bien acompañado, por supuesto, se -aventuró á pasar por la calleja, muy cerca del murio, mientras brillaba -la luna á más y mejor; pero nada vió encima del ruinoso paredón, sino -los mencionados cantos, que se bamboleaban cuando apretaba el viento, -y un ramajo tísico de laurel que asomaba entre ellos, de medio lado. -De aquello no resultaba forma de perro ni de cosa que se le pareciera, -y esto convenció al valiente explorador y á las gentes que le oyeron -después, de que lo que veían Tablucas y su familia lo veían ellos -solos, porque para ellos solos se mostraba allí, por arte del demonio. - -Lo cierto es que Tablucas no pudo más, y que un día le pidió la -escopeta á Resquemín. Díjole, en confianza, para qué la quería; y el -tabernero, que era supersticioso, no solamente se la dió, sino que le -aplaudió el intento. - ---Apunta bien y á cañón posao--le dijo al entregarle el arma:--de oreja -á paletilla; que en estos casos no está el mal en tirar al enemigo, -sino en dejarle vida para vengarse... ¡Jinojo! - -El mismo Resquemín cargó la escopeta con un puñado de pólvora y medio -maquilero de metralla. Un palmo asomaba la baqueta fuera del cañón -después de apretado el último taco. Puso también la cápsula en la -chimenea, y, por si faltaba, dió á Tablucas media docena de ellas. - -Pues, señor, que se fué Tablucas á casa al anochecer, precisamente -cuando el pobre don Valentín salía de la suya á la del alcalde. Reunió -la familia en la cocina; declaró ante ella su pensamiento, y terminó el -discurso con estas palabras: - ---Porque, hijos míos, esta vida no es para llevada mucho tiempo; y aquí -traigo la muerte ó la salvación de todos. Si _retingla_ mucho, taparvos -las orejas... lo peor será para mí; pero lo que es tirar, ¡córcia! lo -que es tirar, tiro, aunque se me venga la casa encima. - -Después se trató de cenar: ¡para cenar estaba la familia de Tablucas! -Así como así, no había qué, sino un poco de borona fría y unos -cascos de cebolla. De modo que cuando salió la luna y se oyeron los -tamborilazos á la puerta, y, entre la consternación de su mujer y sus -hijos, empuñó la escopeta y subió al desván Tablucas, casi podía éste -comulgar. ¡Y bien le hubiera venido al pobre, según lo trasudado, -amarillo y congojoso que iba! - -Por último, se acercó á la ventana, se tumbó en el suelo boca abajo, -y por una rendija muy ancha miró... ¡Allí estaba el perrazo, mitad -blanco, mitad negro, con la boca abierta y los ojos saltones, fijos -en la ventana; de medio adelante, echado sobre las manos tendidas; -de medio atrás, empinado y con el rabo tieso, en actitud de lanzarse -sobre la presa á la menor provocación! Tablucas cerró los ojos y pensó -desmayarse. Luégo se reanimó un poco. - ---Veamos--se dijo,--qué cara me pone, haciendo que tiro. - -Y sacó con mucho pulso el extremo del cañón por la rendija; le apoyó -en la misma tabla; hizo la puntería... y nada: el perro inmóvil como -un canto. Alentó aquello al hombre; resolvióse; apuntó donde le dijo -Resquemín, y ¡Virgen de los Milagros, qué estruendo bajo aquel techo -carcomido! ¡qué llover cascotes el tejado, y qué rodar Tablucas por el -suelo con una astilla de la culata en la mano, única porción que á la -vista quedaba de la escopeta, tan bestialmente cargada por el tabernero! - -Aquel tiro fué el que se oyó casi al mismo tiempo que los otros dos -enderezados á don Juan de Prezanes. - -Pero el perro no estaba ya en el murio. - ---¡Ya lleva lo que necesita, córcia!--exclamó Tablucas cuando se -cercioró de ello, y no le vieron tampoco su mujer y sus hijos, que -subieron al desván inmediatamente.--Lo peor es que de la escopeta no -queda más que esta pizca; pero él se empeñó en cargarla tanto, y con -su pan se lo coma. - -Un muchacho tropezó luégo con el resto del arma en un rincón del -desván. No había reventado el cañón; solamente se había partido la -caja, y esto afirmó á Tablucas en la idea de que el tiro no se había -extraviado en el camino que llevaba. - -Que el suceso causó verdadero regocijo en la familia, no hay que -decirlo. Hasta se atrevió Tablucas á salir fuera de la portalada, -pensando hallar al perro descuartizado al pie del murio. - ---Aquí hay unos cantos que antes no había; pero no hay señal de perro, -muerto ni vivo--dijo la mujer, que le acompañaba.--¡Toma!... ¡y son los -de arriba que ya no están allí! - ---Habrán caído con el perro--contestó Tablucas con el mayor -convencimiento.--Y el que él no esté aquí, no te pasme, ¡córcia! que -esas gentes no fenecen como nusotros, y suelen convertirse en jumera -hidionda... Pus mira que algo de ella me da en la nariz, ó yo no sé -agoler ya... De toas suertes, mañana amanecerá Dios y se verá lo -cierto. ¡Ah, córcia, lo que va á verse! - -Ahora comprenderá el lector por qué á Tablucas le causaron tan honda -impresión las noticias que de la Rámila le dió el alcalde. - -Llevólas á casa y después á la taberna, muy en confianza; y como -aquella noche, aunque alumbró la luna, ni hubo tamborilazos á la puerta -ni perro en el murio, afirmóse más Tablucas en sus trece, y fué rodando -la bola, y todo Cumbrales lo supo al día siguiente, y muy pocos dejaban -de creer que lo que á la Rámila le dolía era el metrallazo de Tablucas. - -Mas el triunfo de este pobre hombre no fué completo. Había logrado -demostrar que la bruja no era invulnerable; quizá dejar descubierto un -camino por donde otros podían llegar hasta matarla, ó matar á otras -tan brujas como ella; pero la Rámila vivía; y aunque en el murio no se -la vió más ni en la puerta se oyeron sus garrotazos, la bruja no podía -dejar de vengarse; y el temor de aquella venganza fué el espadón que -tuvo sobre su cabeza el pobre Tablucas; temor tan insufrible como las -apariciones del perro, hasta que Dios dispuso de la infeliz anciana -y se la llevó á mejor vida que la que le cupo en suerte entre los -crédulos campesinos de Cumbrales, que no se han curado todavía, ni se -curarán jamás, de esas flaquezas, como tantas otras gentes que no son -de Cumbrales, ni montañesas ni campesinas. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXX - -REBAÑADURAS - - -Esto se acaba, lector, y ¡ojalá te pese de ello! Por mi gusto, hubiera -soltado la pluma después de escrito el capítulo que antecede, pues, en -rigor de verdad, todo lo que á decir voy no vale dos cominos, y ya no -ha de salvarme si lo que atrás queda tira de mi pobre fama hacia lo -hondo. Pero allá va, porque, al fin, soy hombre de cuenta y razón, y -hay lectores que no perdonan ni los maravedís del pico. - -Enterrado don Valentín; exterminado el perro del murio; hartos los -vecinos todos de Cumbrales de hablar de los sucesos de aquella noche, -que hicieron palidecer el recuerdo de los del domingo de marras, y -atreviéndose ya Tablucas á volver solo á su casa á todas horas, acabó -el pueblo de normalizarse con la noticia, oficial y auténtica, de que -no quedaba rastro de _facioso_ en muchas leguas á la redonda, y con -la no menos grata y comprobada de que, al marcharse, se había llevado -por delante al Sevillano, que, desde la felonía hecha á Pablo, andaba -fugitivo de pueblo en pueblo y de encrucijada en encrucijada, en una -de las que fué atrapado y metido _en filas_; lance que deploró Chiscón -en gran manera, porque pensaba resarcirse de todas sus pesadumbres -descoyuntando los huesos al pícaro matasiete que tanto le había -comprometido y desacreditado á él. - -Estando así las cosas y reinando otra vez el Sur, aunque con -intermitencias de chubascos, porque, al cabo, asomaba diciembre; -restablecido Pablo por completo y terminados los pertrechos de boda, -don Juan de Prezanes... - -¡Era muy raro lo que le acontecía á este señor desde los tiros -aquéllos! Se había convertido en una malva. Tan suave y tan dócil era. -Por de pronto, le dijo á don Rodrigo Calderetas, después de ponerse de -acuerdo con don Pedro Mortera: - ---Que no cuente conmigo el marqués de la Cuérniga, ni ahora ni nunca. -Por lo demás, aquí le queda el campo para que le explote á su gusto; -pero será mejor que no se acuerde de ello, _por si acaso_. Lo mismo -digo por el barón de Siete-Suelas y por cuantos personajes de su calaña -traten de merodear por esta tierra bajo el amparo de usted ó de -cualquier otro en quien recaiga el _virreinato_ cuando usted le deje -ó le pierda. Yo me permito aconsejarle otra vez más que le deje, en -alivio de todos y especialmente de usted mismo. ¡Qué bien se está así, -como yo estoy ahora, en paz y en gracia de Dios y con los nervios en -reposo perfecto! - -No era perfecto, sin embargo, el reposo, puesto que á menudo le -acometían aquellos estremecimientos momentáneos, que ya observamos -en él en la noche de los tiros. De tarde en cuando le decía -el temperamento: «aquí estoy,» y quería el jurisconsulto como -emberrinchinarse; pero en seguida recordaba la última corajina que -había tenido; asaltábale el temblor de arriba abajo; pedía por Dios que -se cambiara de conversación; complacíanle todos de buena gana, y se -quedaba hecho unas dulzuras. - -Pues digo que estando así don Juan de Prezanes, Pablo restablecido -y los preparativos terminados, tal ansia mostró porque las bodas se -celebraran pronto, y tan de acuerdo estuvieron con él los cuatro -novios, que no hubo manera de contrariarle... Y se celebraron las bodas -antes que mediara diciembre, en un día de sol esplendoroso, aunque muy -frío de crepúsculos. Pero ¿qué importaban estas leves crudezas á los -que llevaban la primavera en la mente y el estío en el corazón? - -Casáronse, pues, Ana y María, y casóse también, al mismo tiempo, Nisco -con Catalina, á quien llenaron de regalos las dos venturosas jóvenes, -como Pablo llenó á Nisco de otros no menos valiosos y adecuados. Fué -aquél un día de fiesta para Cumbrales; pues entre deudos, amigos -y curiosos, se llevaron de calle todo el vecindario. ¡Bien le fué -entonces á la Rámila! ¡Bien les fué á todos los pobres! ¡Bien le fué -al cura, y, sobre todo, á los muchachos que le ayudaron! Entre ellos -andaban Cabra y Lambieta. Á más de cinco reales partieron, ¡que ya es -partir! pues nunca llegó á seis cuartos lo que sacó en los casorios y -bautizos más solemnes cada muchacho de los arrimados allá. - -Á propósito de la Rámila. Don Pedro Mortera le habilitó una casita con -huerto, que tenía cerca de la suya, y allí pasó los poquísimos años que -vivió todavía, relativamente feliz y descuidada. Resquemín la surtía de -pan, no de muy buena gana, aunque por cuenta de don Pedro, y Tablucas -lo censuraba altamente. María no se cansó nunca de mirar por ella, -aunque la Cotorrona se le arrimó muchas veces al salir de misa para -aconsejarla que llevara sus caridades hacia otro lado, porque hacer -bien al demonio era ofender á Dios y perder la limosna. - -Ya ve el lector cómo va acabando esto no del todo mal que digamos, -por lo que toca al paradero de cada personaje. Casi resulta un cuento -ejemplar de lo más edificante, porque hay que añadir á lo dicho que -la mujer aquélla que despabiló Juanguirle desde la escalera de don -Valentín, volvió á insistir al día siguiente; y como no estaba allí el -alcalde entonces, entró, y no volvió á salir; porque don Baldomero, -después de pagar á Sidora la manda de su amo, la plantó en la calle y -dejó en su lugar á la otra, que era la viuda de marras. Y quedándose -allí la viuda, comenzó á mandar en casa más que su dueño; y mandando -así, mandóle un día que se casara con ella; y casóse don Baldomero, que -á aquellas fechas (dos semanas después de la muerte de su padre) dió en -tomar cada _curda_ de aguardiente, que ardía. Pero las tomaba en casa, -á cuenta y mitad con su mujer; y esto siempre era una circunstancia -atenuante. - -Excuso decir á ustedes que á Juanguirle no pudo hincarle el diente -el secretario; antes fué éste quien estuvo á pique de ir á presidio, -porque el alcalde le rebuscó los pliegues y le halló el contrabando. -¡Qué cosas descubrió! Pero tuvo lástima del pícaro, que era padre -de familia, y se conformó con quitarle el destino, á ruego de don -Rodrigo Calderetas, que se comprometió, en cambio, á no volver á -amparar á ningún tunante; y lo cumplió entonces uniéndose á sus -amigos de Cumbrales para perseguir á Asaduras y á su protegido el de -Siete-Suelas; por lo que aquel año no hubo elecciones allí por falta de -candidato. - -Y en esto, avanzaba diciembre; desapareció por completo el Sur; y -aunque la alfombra de verdura, con todos los imaginables tonos de este -color, cubría la vega, la sierra y los montes, porque estas galas -no las pierde jamás el incomparable paisaje montañés, los desnudos -árboles lloraban gota á gota por las mañanas el rocío ó la lluvia de la -noche; relucía el barro de las callejas, porque el sol que alumbraba -en los descansos de los aguaceros no calentaba bastante para secarle; -andaba errabunda y quejumbrosa de bardal en bardal, arisca y azorada, -la negra miruella que en mayo alegra las enramadas con armoniosos -cantos; picoteaba ya el _nevero_ en las corraladas, y acercábase el -colorín al calorcillo de los hogares; derramábanse por las mieses -nubes de tordipollos y otras aves de costa, arrojadas por los fríos y -los temporales de sus playas del Norte; blanqueaban los altos picos -lejanos cargados de nieve; _cortaban_ las brisas; reinaba la soledad -en los campos y la quietud en las barriadas; iba la _pación_ de capa -caída; y mientras al anochecer se arrimaban las gentes al calor de -la _zaramada_, ardiendo sobre la borona que se _cocía_ en el llar, -y se estrellaba contra las paredes del vendaval la fría cellisca, la -aguantaba el ganado, de vuelta de las encharcadas y raídas mieses, -rumiando á la puerta del corral, con el lomo encorvado, erizado el -pelo, la cabeza gacha, el cuello retorcido y el rabo entre las patas; -señales, éstas y aquéllas, de que se estaba en el corazón del invierno, -nunca tan triste ni tan crudo como la fama le pinta, ni tan malo como -muchos de ultrapuertos, que la gozan de buenos sin merecerla. Pero -otras injusticias mayores comete todavía esa señora con la Montaña. - -¡Qué suerte la mía si con este librejo, ya que no lo haya logrado con -tantos otros informados del mismo sentimiento, consiguiera yo, lector -extraño y pío, darte siquiera una idea, pero exacta, de las gentes, -de las costumbres y de las cosas; del país y sus celajes; en fin, del -_sabor de la tierruca_! - - POLANCO, octubre de 1881. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -ÍNDICE - - - Páginas. - - Prólogo por D. B. Pérez Galdós 5 - - I. --El escenario 23 - - II. --Á modo de sinfonía 33 - - III. --Algo del asunto 49 - - IV. --Pelos y señales 63 - - V. --Entre compadres 73 - - VI. --Don Valentín 91 - - VII. --Más actores 103 - - VIII. --Égloga 115 - - IX. --Las primeras chispas 125 - - X. --Los humos de Nisco 137 - - XI. --Apuntes para un cuadro 151 - - XII. --Medias tintas 167 - - XIII. --Las alas de cera 183 - - XIV. --Por lo fino 197 - - XV. --Verdades amargas 205 - - XVI. --Una deshoja 219 - - XVII. --La derrota 235 - - XVIII. --El secreto de María 247 - - XIX. --Retazos 263 - - XX. --Emociones fuertes 277 - - XXI. --Prólogo de un drama 299 - - XXII. --Entreacto ruidoso 309 - - XXIII. --Griegos y troyanos 319 - - XXIV. --Deus ex máchina 339 - - XXV. --Miel sobre hojuelas 351 - - XXVI. --De varios colores 369 - - XXVII. --Genio y figura... 383 - - XXVIII.--Sicut vita... 401 - - XXIX. --Lo del murio 411 - - XXX. --Rebañaduras 427 - -[Ilustración] - - - - - - -End of Project Gutenberg's El sabor de la tierruca, by José María de Pereda - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL SABOR DE LA TIERRUCA *** - -***** This file should be named 53429-0.txt or 53429-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/3/4/2/53429/ - -Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive -specific permission. If you do not charge anything for copies of this -eBook, complying with the rules is very easy. You may use this eBook -for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports, -performances and research. They may be modified and printed and given -away--you may do practically ANYTHING in the United States with eBooks -not protected by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the -trademark license, especially commercial redistribution. - -START: FULL LICENSE - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg-tm License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the -person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph -1.E.8. - -1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few -things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works -even without complying with the full terms of this agreement. See -paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project -Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this -agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm -electronic works. See paragraph 1.E below. - -1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the -Foundation" or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection -of Project Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual -works in the collection are in the public domain in the United -States. If an individual work is unprotected by copyright law in the -United States and you are located in the United States, we do not -claim a right to prevent you from copying, distributing, performing, -displaying or creating derivative works based on the work as long as -all references to Project Gutenberg are removed. Of course, we hope -that you will support the Project Gutenberg-tm mission of promoting -free access to electronic works by freely sharing Project Gutenberg-tm -works in compliance with the terms of this agreement for keeping the -Project Gutenberg-tm name associated with the work. You can easily -comply with the terms of this agreement by keeping this work in the -same format with its attached full Project Gutenberg-tm License when -you share it without charge with others. - -1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern -what you can do with this work. Copyright laws in most countries are -in a constant state of change. If you are outside the United States, -check the laws of your country in addition to the terms of this -agreement before downloading, copying, displaying, performing, -distributing or creating derivative works based on this work or any -other Project Gutenberg-tm work. The Foundation makes no -representations concerning the copyright status of any work in any -country outside the United States. - -1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg: - -1.E.1. The following sentence, with active links to, or other -immediate access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear -prominently whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work -on which the phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the -phrase "Project Gutenberg" is associated) is accessed, displayed, -performed, viewed, copied or distributed: - - This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and - most other parts of the world at no cost and with almost no - restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it - under the terms of the Project Gutenberg License included with this - eBook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the - United States, you'll have to check the laws of the country where you - are located before using this ebook. - -1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is -derived from texts not protected by U.S. copyright law (does not -contain a notice indicating that it is posted with permission of the -copyright holder), the work can be copied and distributed to anyone in -the United States without paying any fees or charges. If you are -redistributing or providing access to a work with the phrase "Project -Gutenberg" associated with or appearing on the work, you must comply -either with the requirements of paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 or -obtain permission for the use of the work and the Project Gutenberg-tm -trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or 1.E.9. - -1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted -with the permission of the copyright holder, your use and distribution -must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any -additional terms imposed by the copyright holder. Additional terms -will be linked to the Project Gutenberg-tm License for all works -posted with the permission of the copyright holder found at the -beginning of this work. - -1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg-tm -License terms from this work, or any files containing a part of this -work or any other work associated with Project Gutenberg-tm. - -1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this -electronic work, or any part of this electronic work, without -prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with -active links or immediate access to the full terms of the Project -Gutenberg-tm License. - -1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary, -compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including -any word processing or hypertext form. However, if you provide access -to or distribute copies of a Project Gutenberg-tm work in a format -other than "Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official -version posted on the official Project Gutenberg-tm web site -(www.gutenberg.org), you must, at no additional cost, fee or expense -to the user, provide a copy, a means of exporting a copy, or a means -of obtaining a copy upon request, of the work in its original "Plain -Vanilla ASCII" or other form. Any alternate format must include the -full Project Gutenberg-tm License as specified in paragraph 1.E.1. - -1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying, -performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works -unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9. - -1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing -access to or distributing Project Gutenberg-tm electronic works -provided that - -* You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from - the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method - you already use to calculate your applicable taxes. The fee is owed - to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he has - agreed to donate royalties under this paragraph to the Project - Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments must be paid - within 60 days following each date on which you prepare (or are - legally required to prepare) your periodic tax returns. Royalty - payments should be clearly marked as such and sent to the Project - Gutenberg Literary Archive Foundation at the address specified in - Section 4, "Information about donations to the Project Gutenberg - Literary Archive Foundation." - -* You provide a full refund of any money paid by a user who notifies - you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he - does not agree to the terms of the full Project Gutenberg-tm - License. You must require such a user to return or destroy all - copies of the works possessed in a physical medium and discontinue - all use of and all access to other copies of Project Gutenberg-tm - works. - -* You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of - any money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the - electronic work is discovered and reported to you within 90 days of - receipt of the work. - -* You comply with all other terms of this agreement for free - distribution of Project Gutenberg-tm works. - -1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project -Gutenberg-tm electronic work or group of works on different terms than -are set forth in this agreement, you must obtain permission in writing -from both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and The -Project Gutenberg Trademark LLC, the owner of the Project Gutenberg-tm -trademark. Contact the Foundation as set forth in Section 3 below. - -1.F. - -1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable -effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread -works not protected by U.S. copyright law in creating the Project -Gutenberg-tm collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm -electronic works, and the medium on which they may be stored, may -contain "Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate -or corrupt data, transcription errors, a copyright or other -intellectual property infringement, a defective or damaged disk or -other medium, a computer virus, or computer codes that damage or -cannot be read by your equipment. - -1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the "Right -of Replacement or Refund" described in paragraph 1.F.3, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project -Gutenberg-tm trademark, and any other party distributing a Project -Gutenberg-tm electronic work under this agreement, disclaim all -liability to you for damages, costs and expenses, including legal -fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT -LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE -PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE -TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE -LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR -INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH -DAMAGE. - -1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a -defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can -receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a -written explanation to the person you received the work from. If you -received the work on a physical medium, you must return the medium -with your written explanation. The person or entity that provided you -with the defective work may elect to provide a replacement copy in -lieu of a refund. If you received the work electronically, the person -or entity providing it to you may choose to give you a second -opportunity to receive the work electronically in lieu of a refund. If -the second copy is also defective, you may demand a refund in writing -without further opportunities to fix the problem. - -1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth -in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS', WITH NO -OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT -LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE. - -1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied -warranties or the exclusion or limitation of certain types of -damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement -violates the law of the state applicable to this agreement, the -agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or -limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or -unenforceability of any provision of this agreement shall not void the -remaining provisions. - -1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in -accordance with this agreement, and any volunteers associated with the -production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm -electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, -including legal fees, that arise directly or indirectly from any of -the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this -or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or -additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any -Defect you cause. - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at -www.gutenberg.org - - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the -mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its -volunteers and employees are scattered throughout numerous -locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt -Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To SEND -DONATIONS or determine the status of compliance for any particular -state visit www.gutenberg.org/donate - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. To -donate, please visit: www.gutenberg.org/donate - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works. - -Professor Michael S. Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - diff --git a/old/53429-0.zip b/old/53429-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index b3120a2..0000000 --- a/old/53429-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h.zip b/old/53429-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index fc011b8..0000000 --- a/old/53429-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/53429-h.htm b/old/53429-h/53429-h.htm deleted file mode 100644 index 135a36e..0000000 --- a/old/53429-h/53429-h.htm +++ /dev/null @@ -1,11485 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; charset=utf-8" /> - <meta http-equiv="Content-Style-Type" content="text/css" /> - <title> - El sabor de la tierruca, by José María de Pereda—A Project Gutenberg eBook - </title> - <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> - <style type="text/css"> - - body { margin: 0 auto; max-width: 32em; } - p { margin: 0; text-align: justify; text-indent: 1.25em; } - - h1, h2 { text-align: center; clear: both; font-weight: normal; } - - h1.faux { margin: 0; font-size: xx-small; visibility: hidden; } - h2 { margin: 2em 0 0 0; font-size: 175%; line-height: 150%; } - h2.nobreak { page-break-before: avoid; } - .subh2 { margin: 1em 0 0 0; font-size: 110%; line-height: 150%; text-indent: 0; - text-align: center; } - - .mt05 { margin-top: 0.5em; } - .mt1 { margin-top: 1em; } - .mt2 { margin-top: 2em; } - .mt3 { margin-top: 3em; } - - .pt3 { padding-top: 0; } - .pt6 { padding-top: 0; } - - .small { font-size: small; } - .medium { font-size: medium; } - .large { font-size: large; } - .xl { font-size: x-large; } - .xxl { font-size: xx-large; } - - .g2 { letter-spacing: 0.2em; margin-right: -0.2em; } - .g4 { letter-spacing: 1em; font-weight: bold; } - - hr { clear: both; width: 33%; text-align: center; margin: 3em auto; } - hr.full { width: 100%; border: medium solid silver; margin: 3em 0; } - hr.chap { width: 20%; } - hr.sep { width: 8%; margin: 2em auto; } - hr.tb { width: 12%; margin: 2em auto; } - - .front { padding: 3em 0 0 0; page-break-before: always; } - .front p { margin: 0; text-indent: 0; text-align: left; - font-family: sans-serif; font-size: 90%; } - .tit { margin: 3em auto 0 auto; page-break-before: always; } - .tit p { text-indent: 0; text-align: center; } - .aftit { margin: 3em auto; page-break-before: always; } - .aftit p { text-indent: 0; text-align: center; } - .aftit p.f { text-indent: 0; text-align: right; padding-right: 3em; } - - .chapter { page-break-before: always; margin-bottom: 2em; } - .centra { text-align: center; text-indent: 0; } - .red { color: #d00; } - .smcap { font-variant: small-caps; font-style: normal; } - .firma { font-size: 110%; margin-top: 1em; text-align: right; padding-right: 3em; } - - table { margin: 0 auto; border-collapse: separate; border-spacing: 0 0.5em; } - .tdl { text-align: left; } - .tdr { text-align: right; vertical-align: bottom; padding: 0 0 0 0.5em; } - - .pagenum { /* uncomment the next line for invisible page numbers */ - /* visibility: hidden; */ - position: absolute; - right: 91%; - font-size: small; - font-variant: normal; - font-style: normal; - font-weight: normal; - letter-spacing: normal; - text-align: right; - color: #B0B0B0; - text-indent: 0; - } - - /* Drop-caps */ - div.drop-cap { float: left; margin: 0.4em 0.2em 0 0; text-align: left; } - p.drop-cap { text-indent: 0.3em; } - p.drop-cap2 { text-indent: -0.2em; } - p.drop-cap:first-letter { color: transparent; visibility: hidden; margin-left: -1em; } - p.drop-cap2:first-letter { color: transparent; visibility: hidden; margin-left: -1em; } - - /* Images */ - .figcenter { text-align: center; } - .screenonly { display: block; } - - /* Footnotes */ - .footnotes { margin: 0; border: medium solid #C0C0C0; } - .footnote { margin: 1em 1.5em; font-size: 90%; } - .footnote p { margin-top: 0; margin-bottom: 0; text-indent: 0; } - .footnote .label { padding-right: .5em; } - .fnanchor { vertical-align: top; text-decoration: none; font-size: 0.65em; - font-weight: normal; font-style: normal; white-space: nowrap; } - - /* Poetry */ - .poem { text-align: center; font-size: 90%; } - .poem .stanza { display: inline-block; margin: 1em 0 0 0; text-align: left; } - .poem p.i0 { display: block; margin: 0; padding-left: 3em; text-indent: -3em; } - .poem p.i2 { display: block; margin-left: 1em; padding-left: 3em; text-indent: -3em; } - - /* Transcriber's notes */ - .transnote { border: thin solid gray; background-color: #f8f8f8; font-family: sans-serif; - font-size: smaller; margin: 0; page-break-before: always; padding: 1em 0; } - #tnote ul { list-style-type: inherit; margin: 0 0 0 1.5em; padding: 0 2em 0.5em 1em; } - #tnote li { margin-top: 0.5em; text-align: justify; } - .tnotetit { font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0; margin-bottom: 1em; } - - @media handheld, print - { - .pt3 { padding-top: 3em; } - .pt6 { padding-top: 6em; } - - hr { clear: both; width: 34%; margin-left: 33%; } - hr.chap { display: none; visibility: hidden; } - hr.sep { width: 8%; margin-left: 46%; } - hr.tb { width: 12%; margin-left: 44%; } - - .chapter { margin: 0 0 1em 0; } - div.drop-cap { float: left; } - .screenonly { display: none; } - .pagenum { display: none; } - .footnotes { border: none; } - .footnote { margin: 1em 0; } - } - - </style> - </head> - <body> - - -<pre> - -Project Gutenberg's El sabor de la tierruca, by José María de Pereda - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most -other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: El sabor de la tierruca - -Author: José María de Pereda - -Release Date: November 1, 2016 [EBook #53429] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL SABOR DE LA TIERRUCA *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - - - - - -</pre> - - -<div class="front"> - <hr class="full" /> - <h1 class="faux">EL SABOR DE LA TIERRUCA</h1> - <p><a href="#tnote">Nota de transcripción</a></p> - <p><a href="#ToC">Índice</a></p> -</div> - -<div class="screenonly"> - <hr class="chap" /> - <div class="figcenter"> - <img src="images/cover.jpg" - alt="Cubierta del libro" /> - </div> -</div> - - -<div class="aftit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p class="large"><span class="pagenum" id="Page_1">[p. 1]</span>OBRAS COMPLETAS</p> - <p class="small mt1">DE</p> - <p class="xl mt05">D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA</p> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="tit pt3"> - <p class="xl"><span class="pagenum" id="Page_3">[p. 3]</span>OBRAS COMPLETAS</p> - <p class="medium mt1">DE</p> - <p class="xxl red mt05">D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA</p> - <p class="medium smcap mt1">de la Real Academia Española</p> - - <hr class="sep" /> - - <p class="smcap g2 large">Tomo X</p> - <p class="xl red mt1">EL SABOR DE LA TIERRUCA</p> - <p class="small mt2">TERCERA EDICIÓN</p> - - <hr class="sep" /> - - <p class="large">MADRID</p> - <p class="medium">VIUDA É HIJOS DE MANUEL TELLO</p> - <p class="large">1906</p> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="aftit pt6"> - <p class="f large"><span class="pagenum" id="Page_4">[p. 4]</span><i>Es propiedad - del autor.</i></p> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_0"> - <p><span class="pagenum" id="Page_5">[p. 5]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">JOSÉ M. DE PEREDA</h2> - <hr class="sep" /> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-y.jpg" alt="Y adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Y ahora</span> que estamos -solos, impaciente lector, en la antesala de un libro, esperando á que -se nos abra la mampara del primer capítulo, voy á hablarte de aquel -buen amigo, cuyo nombre viste, al entrar, estampado en el frontispicio -de este noble alcázar de papel en que por ventura nos hallamos. Y no -voy á hablarte de él porque su fama, que es grande, aunque no tanto -como sus méritos, necesite de mis encomios, sino porque me mueve á -ello un antojo, tenaz deseo quizás, ó más bien imperioso deber, nacido -de impulsos diferentes. El motivo de que haya escogido esta ocasión -ha sido puramente fortuito y no ha dependido de mí. Desde hace mucho -tiempo tenía yo propósito de ofrecer á aquel<span class="pagenum" -id="Page_6">[p. 6]</span> maestro del arte de la novela un testimonio -público de admiración, en el cual se vieran confundidos cariño de amigo -y fervor de prosélito. Cada nueva manifestación del fecundo ingenio -montañés me declaraba la oportunidad y la urgencia de cumplir el -compromiso conmigo mismo contraído; luego los quehaceres lo diferían, y -por fin, solicitado de un activo editor, que incluye en su Biblioteca -el último libro de Pereda, veo llegada la mejor coyuntura para decir -parte de lo mucho que pienso y siento acerca del autor de las <i>Escenas -Montañesas</i>; acepto con gozo el encargo, lo desempeño con temor, y -allá va este desordenado escrito, que debiera ponerse al fin del -libro, pero que, por determinación superior, se coloca al principio, -contra mi deseo. Ni es prólogo crítico, ni semblanza, ni panegírico: -de todo tiene un poco, y has de ver en él una serie de apreciaciones -incoherentes, recuerdos muy vivos, y otras cosas que quizás no vienen á -cuento; pero á todo le dará algún valor la escrupulosa sinceridad que -pongo en mi trabajo y la fe con que lo acometo.</p> - -<p>Veo que te haces cruces, ¡qué simpleza! pasmado de que al buen -montañés le haya<span class="pagenum" id="Page_7">[p. 7]</span> -caído tal panegirista, existiendo entre el santo y el predicador tan -grande disconformidad de ideas en cierto orden. Pero me apresuro á -manifestarte que así tiene esto más lances, que es mucho más sabroso -y, si se quiere, más autorizado. Véase por dónde lo que se desata en -la tierra de las creencias, es atado en los cielos puros del Arte. -Esto no lo comprenderán quizás muchos que arden, con <i>stridor dentum</i>, -en el Infierno de la tontería, de donde no les sacará nadie. Tal -vez lo lleven á mal muchos condenados de uno y otro bando, los unos -encaperuzados á la usanza monástica, otros á la moda filosófica. Yo -digo que <i>ruja la necedad</i>, y que en este piadoso escrito no se trata -de hacer metafísicas sobre la gran disputa entre Jesús y Barrabás. -Quédese esto en lo más hondo del tintero, y <i>á quien Dios se la dió, -Cervantes se la bendiga</i>.</p> - -<p>Andando.</p> - -<p>Conocí á Pereda hace once años, cuando había escrito las <i>Escenas -Montañesas</i> y <i>Tipos y paisajes</i>. La lectura de esta segunda colección -de cuadros de costumbres impresionó mi ánimo de la manera más viva. -Fué como feliz descubrimiento de hermosas regio<span class="pagenum" -id="Page_8">[p. 8]</span>nes no vistas aún, ni siquiera soñadas. -Sintiéndome con tímida afición á trabajos semejantes, aquella admirable -destreza para reproducir lo natural, aquel maravilloso poder para -combinar la verdad con la fantasía, y aquella forma llena de vigor y -hechizo, me revelaban la nueva dirección del arte narrativo, dirección -que más tarde se ha hecho segura é invariable, obteniendo al fin un -triunfo en el cual ha llevado su iniciador parte principalísima. -Algunos de tales cuadros, principalmente el titulado <i>Blasones y -talegas</i>, produjeron en mí verdadero estupor y esas vagas inquietudes -del espíritu que se resuelven luego en punzantes estímulos ó en el -cosquilleo de la vocación. Es que las obras más perfectas son las que -más incitan, por su aparente facilidad, á la imitación. Luego viene, -como diploma más alto de su mérito, la inutilidad del esfuerzo de -los que quieren igualarlas, y tratándose de aquélla y otras obras de -Pereda, hay que darles á boca llena, y sin género alguno de salvedad, -el dictado de <i>desesperantes</i>. Son de privilegio exclusivo, y... -¡ay del infeliz que ponga la mano en ellas! No le quedarán ganas de -volverlo á hacer.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_9">[p. 9]</span></p> - -<p>Como iba diciendo, la lectura de estas maravillas, después de la -admiración que en mí produjo, infundióme un deseo ardiente de conocer -el país, fondo ó escenario de tan hermosas pinturas. Suponía en él -la misma originalidad, la propia frescura, gracia y acento de las -<i>Escenas</i>, y figurábame que así como éstas no tienen rival, aquél -no debía de tener semejante en el ramo de países. Esto me llevó á -Santander: el simple reclamo de un prosista fué primer motivo y -fundamento de esta especie de ciudadanía moral que he adquirido en la -capital montañesa.</p> - -<p>En la puerta de una fonda ví por primera vez al que de tal modo -cautivaba mi espíritu en el orden de gustos literarios, y desde -entonces nuestra amistad ha ido endureciéndose con los años y -acrisolándose ¡cosa extraña! con las disputas. Antes de conocerle, -había oído decir que Pereda era ardiente partidario del absolutismo, -y no lo quería creer. Por más que me aseguraban haberle visto en -Madrid, nada menos que figurando como diputado en la minoría carlista, -semejante idea se me hacía absurda, imposible; no me cabía en la -cabeza, como suele<span class="pagenum" id="Page_10">[p. 10]</span> -decirse. Tratándole después, me cercioré de la funesta verdad. Él -mismo, echando pestes contra lo que me era simpático, lo confirmó -plenamente. Pero su firmeza, su tesón puro y desinteresado, y la noble -sinceridad con que declaraba y defendía sus ideas, me causaban tal -asombro y de tal modo informaron y completaron á mis ojos el carácter -de Pereda, que hoy me costaría trabajo imaginarle de otro modo, y -aun creo que se desfiguraría su personalidad vigorosa si perdiera la -acentuada consecuencia y aquel tono admirablemente sombrío. En su -manera de pensar hay mucho de su modo de escribir: el mismo horror -al convencionalismo, la misma sinceridad. Otra circunstancia hace -excepcional su proselitismo, y la exime de las censuras á que vive -expuesta toda opinión radical en nuestros días: me refiero á su -preciosísima independencia, que le aisla de los manejos de todos los -partidos, incluso el suyo.</p> - -<p>Dicho esto, quiero añadir que Pereda es, como escritor, el hombre -más revolucionario que hay entre nosotros, el más anti-tradicionalista, -el emancipador literario por excelencia. Si no poseyera otros méritos, -bas<span class="pagenum" id="Page_11">[p. 11]</span>taría á poner su -nombre en primera línea la gran reforma que ha hecho, introduciendo -el lenguaje popular en el lenguaje literario, fundiéndolos con arte y -conciliando formas que nuestros retóricos más eminentes consideraban -incompatibles. Empresa es ésta que ninguno acometió con tantos bríos -como él, y en realizarla todos se quedan tamañitos á su lado. Una -de las mayores dificultades con que tropieza la novela en España, -consiste en lo poco hecho y trabajado que está el lenguaje literario -para reproducir los matices de la conversación corriente. Oradores y -poetas lo sostienen en sus antiguos moldes académicos, defendiéndolo -de los esfuerzos que hace la conversación para apoderarse de él; -el terco régimen aduanero de los cultos le priva de flexibilidad. -Por otra parte, la prensa, con raras excepciones, no se esmera en -dar al lenguaje corriente la acentuación literaria, y de estas -rancias antipatías entre la retórica y la conversación, entre la -academia y el periódico, resultan infranqueables diferencias entre -la <i>manera de escribir</i> y la <i>manera de hablar</i>, diferencias que -son desesperación y escollo del novelista. En vencer es<span -class="pagenum" id="Page_12">[p. 12]</span>tas dificultades nadie ha -adelantado tanto como Pereda: ha obtenido maravillosas ventajas, y -nos ha ofrecido modelos que le hacen verdadero maestro en empresa tan -áspera. Cualquiera hace hablar al vulgo, pero ¡cuán difícil es esto sin -incurrir en pedestres bajezas! Hay escritores que al reproducir una -conversación de duques, resultan ordinarios: Pereda, haciendo hablar á -marineros y campesinos, es siempre castizo, noble y elegante, y tiene -atractivos, finuras y matices de estilo que á nada son comparables. Por -esto, por sus felicísimos atrevimientos en la pintura de lo natural, -es preciso declararle porta-estandarte del realismo literario en -España. Hizo prodigios cuando aún no habían dado señales de existencia -otras maneras de realismo, exóticas, que ni son exclusivo don de un -célebre escritor propagandista, ni ofrecen, bien miradas, novedad entre -nosotros, no sólo por el ejemplo de Pereda, sino por las inmensas -riquezas de este género que nos ofrece la literatura picaresca.</p> - -<p>Frente al natural, Pereda tiene una energía de asimilación que -asusta. Los contornos y tintas que ve, las particularidades que<span -class="pagenum" id="Page_13">[p. 13]</span> escudriña, los conjuntos -y efectos totales que sorprende, maravilla son que nos revelan en -él como un poder milagroso. En <i>Los hombres de pró</i>, en las páginas -culminantes de <i>Don Gonzalo González de la Gonzalera</i> y <i>De tal palo, -tal astilla</i>, se muestran en toda su riqueza la facultad observadora, -la invención sobria y fecunda, el culto de la verdad, de donde resultan -los caracteres más enérgicamente trazados, y el diálogo más vivo, más -exacto y humano que es posible imaginar.</p> - -<p>Otra cosa. Pereda no viene nunca á Madrid. Para conocerle es -preciso ir á Santander ó á su casa de Polanco, donde vive lo más del -año, entre dichas domésticas y comodidades materiales que le añaden, -como literato, una nueva originalidad á las demás que tiene. Es un -escritor que desmiente, cual ningún otro de España, las añejas teorías -sobre la discordia entre la riqueza y el ingenio. Por no dejar hueso -sano al convencionalismo, le ha perseguido y destrozado hasta en esa -rutina cursi de que el escritor es un sér esencialmente pobre. Así, -en ninguna parte se conoce tan bien á nuestro buen príncipe montañés, -como en aque<span class="pagenum" id="Page_14">[p. 14]</span>llos -hospitalarios estados de Polanco, residencia placentera y cómoda, -asentada en medio de la poesía y de la soledad campestres, entre los -variados horizontes y los paisajes limpios y puros de aquella hermosa -costa, que con su ambiente fresco y su templada luz parece ofrecer al -espíritu mayor suma de paz, más dulces recreos que ninguna otra región -de la Península.</p> - -<p>Y el buen castellano de Polanco, sectario del absolutismo y muy -deseoso de que resucite Felipe II para que vuelva á hacer sus gracias -en el gobierno de estos reinos, es el hombre más pacífico del orbe, de -costumbres en extremo sencillas, de trato amenísimo, llano y familiar, -que podría derechamente llamarse democrático. Á veces imagino que, por -trazas del demonio, la Humanidad pierde el sentido, que el tiempo se -desmiente á sí mismo y nos hallamos de la noche á la mañana en plena -situación absolutista. Llevando adelante la hipótesis, imagino que al -autócrata se le ocurre una cosa muy natural, y es elegir para primer -gobernante al hombre de más ingenio de su partido. Tenemos á Pereda de -ministro universal. Pues ya podemos hacer lo que<span class="pagenum" -id="Page_15">[p. 15]</span> se nos antoje, porque de seguro no nos ha -de chamuscar ni el pelo de la ropa, y viviremos en la más dulce de las -anarquías.</p> - -<p>No sé por qué me figuro que la firmeza de las ideas de Pereda, bien -analizada, resultaría más afecta al orden religioso que al político, -y no sé, no sé... pero casi podría afirmar que gran parte de aquella -intolerancia mordaz, de aquella flagelante y despiadada inquina contra -ciertas instituciones, desaparecería si el espíritu de nuestro autor -no estuviera enviciado y como engolosinado en la observación de los -infinitos tipos de ridiculez que sabe ver y calificar como nadie; -tipos que él atribuye, con ingeniosa parcialidad, al sistema político -dominante en todo el mundo, y que en realidad aparecen contenidos en -él por lo mismo que el tal sistema abarca la porción más grande de la -sociedad... Eso sí, hombre que tenga en grado más alto la facultad de -ver lo cómico y todos los grados de la ridiculez de sus semejantes, no -creo que exista ni aun que haya existido. Posee perspicacia genial, -vista milagrosa y olfato sutil que le permiten penetrar hasta donde -no puede hacerlo la grosera observación de la mayoría. Y luego que -descubre la pobre<span class="pagenum" id="Page_16">[p. 16]</span> -víctima, allí donde menos se pensaba, la coge en la poderosa zarpa, -juega con ella cruel, la destroza, la arroja al fin hecha pedazos. -Ejemplos de esta sátira implacable se hallan en sus celebrados libros -<i>Los hombres de pró</i> y <i>Don Gonzalo</i>, novelas de costumbres políticas, -en que la energía de la pintura llega hasta lo sublime, y el espíritu -de secta hasta la ferocidad; obras en que el autor ha puesto toda -la irritación de su temperamento y todo el vigor de sus ideales -extremados. Y no es fácil ni lógico juzgar estos acabados modelos -de novela política con un criterio inspirado en ideas de prudencia, -que vendría á encerrar la inspiración del artista dentro de límites -mezquinos. Creo que las obras citadas no pueden ser de otra manera -que como son. Así salieron, cruelmente sarcásticas y guerreras, de la -mente de su autor, y con el ambiente de la imparcialidad perderían todo -su vigor y encanto. Por lo demás, la intolerancia que tanto avalora y -vigoriza el potente ingenio de Pereda, suele desarmarse en el seno de -la amistad; en esos coloquios, sostenidos á lo largo de un prado ó por -los ángulos y curvas de sombría calleja, con algún huésped de Polanco, -allí<span class="pagenum" id="Page_17">[p. 17]</span> donde parece no -pueden llegar los ecos de la batalla empeñada por ésta ó la otra idea, -de esas que al fin y á la postre, implantadas ó no, modifican poco las -partes positivas de nuestra existencia. Fácil es en estos coloquios, en -que el espíritu parece más expresivo que la palabra, sorprender en el -buen campeón algo de cansancio por tantas y tan crudas batallas como ha -reñido en el terreno más escabroso de todos, que es el de las letras. -Y sin esfuerzo de conjeturas, sino por la lógica misma de las cosas, -se viene á comprender que teniendo Pereda su familia, sus libros y sus -amigos, no se le importa una higa de lo demás.</p> - -<p>Ignoro la edad de mi amigo, y me falta con esto el primer dato para -su biografía. Para su retrato me faltan colores. Sólo puedo decir -que es hombre moreno y avellanado, de regular estatura, con bigote y -perilla, de un carácter demasiadamente español y cervantesco. Posee -un retrato suyo, buena pintura y gentil cabeza, con valona y ropilla, -al cual es necesario dar el tratamiento de <i>usarcé</i>. Tratándose de -temperamentos nerviosos, hay que postergarles á todos para dar diploma -de honor al de mi<span class="pagenum" id="Page_18">[p. 18]</span> -amigo, á quien frecuentemente es preciso reprender como á los niños, -para que se le quiten de la cabeza mil aprensiones y manías. Hay quien -le dice que todas estas <i>ruineras</i> son pretexto de la pereza, y se le -receta para curarse una medicina altamente provechosa para el médico, -es decir, que se tome medio millar de cuartillas y que nos haga una -novela. Recuerdo una temporada en que dió en la flor de que se iba á -caer en medio de la calle, y salía con precauciones mil y temores muy -graciosos. Sus amigos le recetaban que se pusiese al telar. No quería -ni á empujones hacerlo; pero tanto se bregó con él, que el feliz -término de todo aquel desconcierto nervioso fué la encantadora novela -<i>De tal palo, tal astilla</i>.</p> - -<p>Para concluir. Es Pereda un hombre harto de bienestar, privilegiado -sujeto en quien concurren dones altísimos como su poderoso ingenio, que -le hace figura de primera magnitud en las letras españolas, su bondad y -nobles prendas, y todo lo demás que ensancha y florea el camino de la -vida. Por tener tan variados tesoros y ninguna pena, suele preocuparse -de pequeñeces, y las contrariedades del tamaño de piedrecillas se -le<span class="pagenum" id="Page_19">[p. 19]</span> agrandan como -montaña que obstruye el paso. Cualquier contratiempo en la impresión de -sus libros, la tardanza de un editor ó, <i>pinto el caso</i>, la falta de -cumplimiento del compromiso de un amigo, le hacen cavilar, y ponen en -apretadísima torsión todo el cordaje de aquella incansable máquina de -sus nervios.</p> - -<p>Por eso, si el no haber escrito estas líneas antes de ahora es -causa de que tú, desesperado lector, no hayas podido gustar antes este -libro campesino y esencialmente montañés, <i>El sabor de la tierruca</i>, -flor la más pura quizás del ingenio de Pereda, á tí antes que á él -pido perdón, aunque ambos hayan rabiado igualmente por culpa mía. Y -no siento yo la tardanza, sino que no haya acertado á decir todo lo -que sé sobre el originalísimo escritor y maestro incomparable que -ha trazado á la novela española el seguro camino de la observación -natural. Su influencia en nuestra literatura es de las más grandes que -ha podido haber, y la señalarán en toda su extensión el tiempo y la -venidera infalible justicia de las categorías literarias. Muchos le -deben todo lo que son, y algunos más de lo que parece. Si este es<span -class="pagenum" id="Page_20">[p. 20]</span>crito pudiera ser largo, -algo más diría yo que la brevedad me obliga á dejar de la mano; cosas -que tal vez no sean necesarias por ser sabidas de todo el mundo, pero -que yo quisiera indicar, porque sin indicarlas no me quedo satisfecho. -Y es que hablando de Pereda y subiéndole hasta donde alcanzan mis -fuerzas de sectario apologista, siempre me parece que no le enaltezco -bastante, y quisiera volver á emprender de nuevo la tarea hasta ponerle -más alto, más alto y donde debe estar.</p> - -<p class="firma"><span class="smcap">B. Pérez Galdós.</span></p> - -<p><span class="small smcap">Madrid</span>, abril de 1882.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_pelopincho.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -<div class="aftit pt6"> - <p class="xl"><span class="pagenum" id="Page_21">[p. 21]</span>EL SABOR - DE LA TIERRUCA</p> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_23">[p. 23]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="I. EL ESCENARIO">I</h2> - <p class="subh2">EL ESCENARIO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">La cajiga</span> aquélla era -un soberbio ejemplar de su especie: grueso, duro y sano como una peña -el tronco, de retorcida veta, como la filástica de un cable; las ramas -horizontales, rígidas y potentes, con abundantes y entretejidos ramos; -bien picadas y casi negras las espesas hojas; luégo otras ramas, y más -arriba otras, y cuanto más altas más cortas, hasta concluir en débil -horquilla, que era la clave de aquella rumorosa y oscilante bóveda.</p> - -<p>Ordinariamente, la cajiga (roble) es el <i>personaje</i> bravío de la -selva montañesa, indómito y desaliñado. Nace donde menos se le espera: -entre zarzales, en la grieta de un peñasco, á la orilla del río, en -la sierra calva, en la loma del cerro, en el fondo de la cañada... en -cualquiera parte.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_24">[p. 24]</span></p> - -<p>Crece con mucha lentitud; y como si la inacción le aburriera, -estira y retuerce los brazos, bosteza y se esparranca, y llega á viejo -dislocado y con jorobas; y entonces se echa el ropaje á un lado y deja -el otro medio desnudo. Jamás se acicala ni se peina; y sólo se muda -el vestido viejo, cuando la primavera se le arranca en harapos para -adornarle con el nuevo; le nacen zarzas en los pies, supuraciones -corrosivas en el tronco, musgo y yesca en los brazos, y se deja invadir -por la yedra, que le oprime y le chupa la savia. Esta incuria le cuesta -la enfermedad de algún miembro, que, al fin, se le cae seco á pedazos, -ó se le amputa con el hacha el leñador; y en las cicatrices, donde la -madera se convierte en húmedo polvo, queda un seno profundo, y allí -crecen el muérdago y el helecho, si no le eligen las abejas por morada -para elaborar ricos panales de miel que nadie saborea. Es, en suma, -la cajiga, un verdadero salvaje entre el haya ostentosa; el argentino -abedul, atildado y geométrico, y el rozagante aliso, con su cohorte de -rizados acebos, finas y olorosas retamas, y espléndidos algortos.</p> - -<p>Pero el ejemplar de mi cuento era de lo mejorcito de la casta; y -como si hubiera pasado la vida mirándose en el espejo de su pariente la -encina, parecíase mucho á ella en lo fornido del cuerpo y en el corte -del ropaje.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_25">[p. 25]</span></p> - -<p>Alzábase majestuoso en la falda de una suavísima ladera, al -Mediodía, y servíale de cortejo espesa legión de sus congéneres, enanos -y contrahechos, que se extendían por uno y otro lado, como cenefa de la -falda, asomando sus jorobas mal vestidas y sus miembros sarmentosos, -entre marañas de escajos y zarzamora.</p> - -<p>Más fino lo gastaba el gigante, pues asentaba los pies en verde y -florido césped, y aun los refrescaba en el caudal, siempre abundante -y cristalino, de una fuente que á su sombra nacía, y que el ingenio -campesino había encajonado en tres grandes lastras, dejando abierto el -lado opuesto al que formaba la natural inclinación del terreno, para -que saliera el agua sobrante y entraran los cacharros á llenarse de la -que necesitaban.</p> - -<p>Al otro lado del tronco, no más distante de él que la fuente, -habíase cavado ancho y cómodo peldaño, capaz de seis personas, que la -fertilidad natural del suelo revistió bien pronto de verde y mullido -tapiz. Desde aquel asiento, lo mismo que desde la fuente, podía la -vista recrearse en la contemplación de un hermoso panorama; pues, como -si de propio intento fuese hecho, la faja de arbustos se interrumpía -en aquel sitio, es decir, enfrente de la cajiga, de la fuente y del -asiento, un gran espacio.</p> - -<p>En primer término, una extensa vega de pra<span class="pagenum" -id="Page_26">[p. 26]</span>deras y maizales, surcada de regatos y -senderos: aquéllos arrastrándose escondidos por las húmedas hondonadas; -éstos buscando siempre lo firme en los secos altozanos. Por límite de -la vega, de Este á Oeste, una ancha zona de oteros y sierras calvas; -más allá, altos y silvosos montes con grandes manchas verdes y sombrías -barrancas; después montañas azuladas; y todavía más lejos, y allá -arriba, picos y dientes plomizos recortando el fondo diáfano del -horizonte.</p> - -<p>Subiendo sin fatiga por la ladera, y á poco más de cincuenta varas -de la fuente, de la cajiga y del asiento, se llega al borde de una -amplísima meseta, sobre la cual se desparrama un pueblo, entre grupos -de frutales, cercas de fragante seto vivo, redes de camberones, paredes -y callejas; pueblo de labradores montañeses, con sus casitas bajas, -de anchos aleros y hondo soportal; la iglesia en lo más alto, y tal -cual casona, de gente acomodada ó de abolengo, de larga solana, recia -portalada y huerta de altos muros.</p> - -<p>Á su tiempo sabrá el lector cuanto le importe saber de este pueblo, -que se llama <i>Cumbrales</i>. Entre tanto, hágame el obsequio de subir -conmigo al campanario, en la seguridad de que no ha de pesarle la -subida. Y pues acepta la invitación, vamos andando.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_27">[p. 27]</span></p> - -<p>Ya estamos en el porche de la iglesia. ¿Te llama la atención -el pórtico? Es bizantino: hay muchos como él en la Montaña. Lo -restante del templo es <i>trasmerano</i> puro, y á retazos y por obra de -misericordia. Entremos en él. Pobreza como afuera, y el mal gusto -propio de la rustiquez de estas gentes. La Virgen con bata, lazos y -papalina; un Santo Cristo, no mala escultura, con zaragüelles; los -soldados de la Pasión, con botas y gregüescos; junto al Sagrario, -ramos de papel dorado; y en las columnas de los altares, no malos -ciertamente, litografías colgadas. (La intención ve Dios más que las -obras.) Un coro postizo, labrado á hachazos, y una mala escalera para -subir á él; desde el coro, otra, de dos tramos y al aire, para subir al -campanario. Valor... ¡y arriba! Ya llegamos.</p> - -<p>La altura del observatorio nos permite examinar el paisaje en todas -direcciones. ¡Hermoso cuadro, en verdad! La meseta llega, por el Oeste, -á la zona de sierras, y con ellas se funde cerrando la vega por este -lado. En el recodo mismo que forman la meseta y la sierra al unirse, -hay otro pueblo, recostado en la vertiente y estribando con los pies en -aquel extremo de la vega.</p> - -<p>El nombre le cae á maravilla: <i>Rinconeda</i>.</p> - -<p>Le envuelven por los flancos y la espalda espesos cajigales y -castañeras, que hacia la parte<span class="pagenum" id="Page_28">[p. -28]</span> de Cumbrales se desvanecen en la faja de arbustos ya -descrita. Al Este, mengua la meseta, declina suavemente; y cargada -de caseríos, huertos y solares, se agazapa y desaparece en el llano -de la vega, la cual continúa en rápida curva hacia el Noroeste, con -su barrera de montañas, bajas y redondas desde Oriente á Norte. -Entre las <i>barriadas</i> de Cumbrales, <i>llosas</i> abrigadas; en el suave -declive occidental de la meseta, brañas, turbas y junqueras; y en -la llanura, otra vez prados y maizales, y el río, que, corriendo de -Poniente á Levante, los recorta y hace en el valle un caprichoso -tijereteo, mientras se bebe en un solo caño los varios regatos que -vimos deslizarse al otro lado de la vega. Más allá del río y de las -mieses, sierras y bosques; entre ellos y sobre los cerros cultivados, -pueblecillos medio ocultos, en alegre anfiteatro, y caseríos dispersos; -y por límite de este conjunto pintoresco y risueño, las montañas que -vuelven á crecer y cierran la vasta circunferencia al Oeste, donde -se alzan, en último término, gigantes de granito coronados de nieve -eterna, como diamante colosal de este inmenso anillo.</p> - -<p>Á la parte de allá de la sierra que domina y asombra á Rinconeda, -está la villa, de la cual se surten los pueblos que vemos, de lo que -no sacan del propio terruño. Enfrente, es decir, á este otro lado y -allende las montañas, está la<span class="pagenum" id="Page_29">[p. -29]</span> ciudad. Hay más de seis leguas entre ésta y la villa. Por -último, detrás de esa gran muralla del Norte se estrella el Cantábrico, -camino de la desdicha para la mitad de la juventud de esos pueblos, -tocada de la manía del oro, que se imagina á montones al otro lado de -los mares.</p> - -<p>En la aldea en que nos hallamos abundan los viejos, anochece más -tarde y amanece más temprano que en el resto de la comarca. Hay alguna -razón física que explica lo primero por las mismas causas de lo -segundo; es decir, por lo elevado de la situación del pueblo. Pero es -el caso que los naturales de él han querido hacer de estas ventajas un -título preeminente, así como de ser sus mozas excelentes cantadoras, y -sus mozos, amén de apuestos, incansables bailadores, y diestros, sobre -toda ponderación, en tocar las <i>tarrañuelas</i>; y como acontece que en -el pueblo que está situado en el rincón de la vega, entre ésta, la -sierra y la vertiente de la meseta, anochece á media tarde, menudean -las tercianas, cantan las mozas como jilgueros y son los mozos grandes -jugadores de bolos y muy capaces de alumbrar una paliza al lucero -del alba, cátate que las dos aldeas vecinas viven siempre como el -gato y el perro, en perpetuo desafío, en constante provocación y en -continua burla. Porque, para colmo de contrariedades, las campanas de -arriba son grandes y sonoras, al paso que las de<span class="pagenum" -id="Page_30">[p. 30]</span> abajo son chicas y están rajadas; en el -pueblo en que nos hallamos hay dos casas de señores pudientes; en el -otro no hay una siquiera; las mieses de Cumbrales son extensas, ricas -y bien soleadas; las de Rinconeda, frías y pequeñas; Cumbrales se -administra por sí mismo, y tiene su alcalde, sus regidores, su juez -municipal y su escuela pública, en toda regla; Rinconeda no tiene más -que un pedáneo, porque es pobre fracción de un municipio cuya capital -está dos leguas de lejos; su cabaña, si no ha de salir en verano del -término propio, va cuando la llaman y á donde la llevan los que mandan -en la confederación; al paso que la de arriba tiene su puerto, sus -pastores, su toro y sus perros, y va y vuelve en días y horas fijos. ¡Y -cómo va y cómo vuelve! Rozando casi las barbas de los vecinos de abajo, -silbando los pastores, latiendo los perros y cencerreando el ganado, -de intento voceado y apaleado entonces para que las reses corran y se -atropellen, y de este modo sacudan de lo lindo los cencerros. Tómanlo -á provocación los de Rinconeda, y vénganse propalando la especie de -que ese lujo y otros tales hacen gastar al pueblo autónomo lo que no -tiene, y vivir en perpetua trampa, como señor de pocas rentas y mucha -<i>fantesía</i>.</p> - -<p>Como Cumbrales está tan alto, no bien el <i>ábrego</i> (viento del -Sur) arrecia, andan las tejas<span class="pagenum" id="Page_31">[p. -31]</span> por las nubes y las chimeneas por los suelos, mientras los -vecinos de Rinconeda, amparados del viento por la sierra, dicen (según -la fama) sobándose las manos y pensando en los de arriba:—«¡Hoy -sí que vuelan <i>aquéllos</i>!» Pero cesa el Sur y comienza á llover á -mares, y son verdaderas cascadas las laderas de la meseta y de la -sierra, con lo cual cada calleja del otro pueblo es un torrente, y -una isla cada casa; y dice la gente de arriba, acordándose del dicho -tradicional y malicioso de los de abajo:—«Esta vez <i>los</i> barre el -agua, por <i>peces</i> que sean.»</p> - -<p>Así anda todo encontrado y á testarazos en estas dos aldeas -vecinas, llenas, por lo demás, de gentes honradísimas, trabajadoras -y apreciables. Pero si entre los inquilinos de una misma casa hay -puntillos y rivalidades que encienden á menudo las iras y los odios, -¿qué mucho que suceda esto mismo y algo más entre dos pueblos -montañeses que viven, como quien dice, en la misma escalera, y son -de un mismo oficio y de la propia casta, y sólo se diferencian en -que el uno tiene un palmo más de tela que el otro en el faldón de la -camisa?</p> - -<p>Y con esto, descendamos del campanario, pues he dicho bastante más -de lo que pensaba y hace falta en el presente capítulo, y volvamos á la -cajiga, que no á humo de pajas comencé por ella el relato; mas no sin -advertir que se la<span class="pagenum" id="Page_32">[p. 32]</span> -llama en Cumbrales <i>la Cajigona</i>, lo mismo que al sitio que ocupa, que -á la fuente y que al asiento á ella cercanos; es decir, que «agua de la -Cajigona» se llama á la de aquel manantial; «vamos á la Cajigona» dicen -los que se encaminan á sentarse á la sombra de ella, y «prados de la -Cajigona» se denominan los que la circundan.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_concha.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_2"> - <p><span class="pagenum" id="Page_33">[p. 33]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="II. Á MODO DE SINFONÍA">II</h2> - <p class="subh2">Á MODO DE SINFONÍA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Comenzaba</span> el mes de -octubre; parecía el fresco retoño de la vega tapiz de terciopelo, y las -ya amarillas panojas se oreaban en los maíces despuntados, dentro de la -seca envoltura, que chasqueaba y crujía como estrujado papel al secar -sobre ella el calor del sol el rocío de la noche. Andaba rayano el -mediodía; inmóvil estaba el follaje mustio, mal adherido á las ramas; -podían contarse los árboles en el monte, por lo cercanos que los fingía -la vista, y el cielo, como barrido de nubes en lo alto, las tenía -amontonadas hacia el horizonte, revueltas las blancas con las negras, -las nacaradas y las rojas.</p> - -<p>Las témporas de San Mateo habían <i>quedado de Sur</i>; y, según el -almanaque montañés, así debía seguir el tiempo hasta las de Navidad; lo -cual vendría de perlas para secar el maíz y las<span class="pagenum" -id="Page_34">[p. 34]</span> castañas y asegurar una excelente <i>pación</i> -á los ganados al <i>derrotarse</i> las mieses. Y el pronóstico se iba -cumpliendo hasta entonces. Estaba, pues, el día como de Sur en calma: -bochornoso y pesado. No es de extrañar que á aquellas horas gustara la -sombra como en el mes de agosto.</p> - -<p>Tomábanla con notoria complacencia, sentados en el banco de la -Cajigona, dos sujetos: mozo el uno, en la flor de la juventud, -sombreado el rostro lozano por un bigotillo negro y brillante, con -el pelo de su cabeza, á la sazón descubierta, también negro y recio -y corto; la frente angosta y no mal delineada; la boca fresca y no -grande; los dientes blanquísimos y apretados; los ojos un tanto -asombradizos y curiosos, como de persona impresionable que se estima -en poco. Correspondía á la cabeza el cuerpo gallardo, y había soltura -y gracia en todos sus ademanes y movimientos. Vestía un traje holgado, -no cortado seguramente por el sastre de la aldea; y como el calor le -molestaba, había deshecho el leve nudo de la corbata y soltado el botón -del cuello de la camisa, por cuya abertura se entreveía su rollizo y -blanco pescuezo, sin barruntos de nuez ni asomo de costurones.</p> - -<p>El otro personaje no se le parecía en nada. Estaba marchito y -ajado, más que por la edad, por la incuria y el desaseo, que se -echaban de<span class="pagenum" id="Page_35">[p. 35]</span> ver en -su barba mal afeitada, en su ropa sucia, en sus uñas negras, en su -camisa deshilada y en sus dedos chamuscados por el cigarro. No era su -rostro desagradable; pero se reflejaba en él un espíritu dormilón y -perezoso.</p> - -<p>Este tal, quedándose con la apagada colilla del cigarro entre los -labios, llegó á decir al joven, que recorría con los ojos cielo, montes -y campiña:</p> - -<p>—¿Con que al fin, ahorcaste los libros?</p> - -<p>—Sospecho que sí,—respondió el mozo, recostándose en el -campestre respaldo sobre el lado izquierdo, y poniéndose á arrancar -maquinalmente con la diestra, yerbas y flores.</p> - -<p>—Has obrado como un verdadero sabio,—añadió el otro.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Porque nada hay que estorbe tanto como el saber.</p> - -<p>—¡Caramba! me parece mucho decir eso.</p> - -<p>—Pues es la verdad pura. No concibo el ansia de saber, por -mera curiosidad.</p> - -<p>—¡Oh! pues yo sí.</p> - -<p>—¡Mucho!... ¡y has arrojado los libros por la ventana!</p> - -<p>—No tanto, señor don Baldomero.</p> - -<p>—¡Cosa que más se le parezca!...</p> - -<p>—Dejar los estudios, no es tomarlos en aborrecimiento.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_36">[p. 36]</span></p> - -<p>—Tampoco en estimación, amigo Pablo.</p> - -<p>—Pero como dice usted que el saber estorba...</p> - -<p>—Y lo repito; y aun te añado que el deseo de saber no es otra -cosa, en mi concepto, que un afán que hay en las gentes de meterse en -lo que no les importa.</p> - -<p>Asombróse el joven; miró al nombrado don Baldomero, y atrevióse á -responderle, no muy seguro de tener razón, pero sí de decir lo que -sentía:</p> - -<p>—No creo yo, ni creeré nunca, que el saber sea un estorbo: -antes admiro y reverencio á los hombres que saben; pero me conozco -¿está usted? y porque me conozco, sé que no he nacido para sabio ni -para mucho menos.</p> - -<p>—Luego te estorban los libros.</p> - -<p>—No, señor: me estorban los que me daban en la Universidad; -me estorba la Universidad misma, porque cada hombre nace con sus -inclinaciones, y las mías no van hacia ese lado. Por lo demás, yo he -estudiado mucho, créame usted, don Baldomero, ¡muchísimo! Me he pasado -noches en claro y semanas en vilo, porque, al cabo, tiene uno amor -propio; y, gracias á estas faenas, no he perdido el tiempo, es decir, -he ganado todos los cursos; pero esto no es estudiar ni aprender, ni -siquiera aprovechar el tiempo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_37">[p. 37]</span></p> - -<p>—Ergo la borrica tiene sabañones.</p> - -<p>—Ni asomo de ellos, señor don Baldomero... digo, créolo yo -así; y verá usted por qué. Yo tenía condiscípulos que parecían cortados -para aquella carrera: sueltos de palabra, finos de entendimiento... -¡me embobaba escuchándolos, y me aturdía viéndolos bullir y revolverse -y cautivar los ánimos! Serán grandes jurisconsultos; brillarán en el -foro; escribirán libros; irán á las Cortes... y hasta serán ministros, -sí, señor, porque lo valen y lo merecen; pero estas prendas las da -Dios, y á mí no me alcanzó ninguna de ellas en el reparto; y no -alcanzándome, me gusta que las luzca el que las tiene; y, aunque las -admiro, no las envidio, por lo mismo que me conozco... Mire usted, -hombre, no es vanidad; pero creo que no se me altera el pulso si me -hallo cara á cara con el lobo en un callejo del monte; y entro en -cátedra, y tiemblo delante del profesor; colgado de la última rama -con una mano, y con el hacha en la otra, desmocho una cajiga, si es -preciso, sin que me asuste la altura ni el trabajo me fatigue; y entre -mis compañeros de clase soy torpe, encogido y flojo; en las calles -tropiezo con los transeuntes y los coches, y el ruido y el movimiento -me marean, y las casas enfiladas me entristecen, en el teatro me -duermo y en la posada me ahogo; y en la posada, y en la calle, y -en<span class="pagenum" id="Page_38">[p. 38]</span> el teatro, y en la -cátedra, yo no pienso en otra cosa que en Cumbrales, y en cuanto hay en -Cumbrales, y en esta cajiga, y en este banco, y en esta sombra, y en -esta fuente...</p> - -<p>—Justo: en la <i>vita bona</i>.</p> - -<p>—¡Le digo á usted que no! Lo que sucede es que esta cajiga, -y este banco, y esta fuente y cuanto los ojos ven desde aquí y pueden -abarcar desde lo alto del campanario, lo tengo yo metido en el alma, -con la rara condición de que cuanto más me alejo de ello, más hermoso -lo veo... En fin, hombre, hasta oigo las campanas de la iglesia, y -huelo el hinojo de estas regatadas. ¿Quiere usted más?</p> - -<p>—¡Coplas, coplas, hojarasca... poesía huera!</p> - -<p>—¡Si parece mentira lo que se ve desde lejos, mirando hacia -la tierruca con los ojos del corazón! Si es en abril y mayo, jurara -que veo á mis convecinos arando en la vega, ó moliendo los terrones -con los cuños del rastro, ó cubriendo los surcos después de la -siembra; si es en junio, cuando ya verdeguea el maíz sobre el fondo -negro de la heredad, que oigo los cantares de las salladoras, y que -las veo en largas filas, con el sombrero de paja, la saya de color y -en mangas de camisa. ¡Pues dígote en agosto! Los maíces con pendones -ya, y entre maizal y maizal, los segadores tendiendo la yerba del -prado, con sus colodras á la cintura, y las<span class="pagenum" -id="Page_39">[p. 39]</span> obreras deshaciendo el <i>lombío</i> con -el mango de la rastrilla, ó atropando con ella la yerba oreada, y -amontonándola en hacinas... y luégo entrar el carro con sus horcas y -dobles teleras; y horconada va y horconada viene; la moza de arriba, -acalda que te acalda, y otras, desde abajo, peina que te peina la -carga con la rastrilla; y la carga, sube que sube y crece que crece, -hasta que debajo de ella no se ven ni el carro ni los bueyes; y eche -usted las tres cordadas, y arrímese al testuz de las bestias, ahijada -en mano, y lléveme á pulso aquella balumba por cuestas y callejones -sin entornarla; y <i>empayémela</i> usted con aquella porfía entre el que -descarga la yerba y el hormiguero de gente que la toma al boquerón -del pajar, y la lleva hacia dentro y la acalda, sin que pelo quede de -una horconada al boquerón cuando otra nueva viene del carro; porque -ignominia fuera para los que empayan, no dar abasto al descargador. -Pues que avanza octubre y se coge el maíz; y deme usted las deshojas, -y tómate la siega del retoño, y el derrotar las mieses... ¡como si -lo tuviera delante, don Baldomero; lo mismo que si lo tocara con -las manos, veo yo todo esto y mucho más en cuanto me alejo de aquí! -Lo veo, lo palpo... y lo huelo; porque no me negará usted que, en -punto á olores, éstos del campo de Cumbrales parece que vienen de la -gloria.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_40">[p. 40]</span></p> - -<p>—¡Echa, hijo, echa, que ya te vas enmendando! Túvete antes por -poeta, y ahora me pareces loco, si es que ambas cosas no andan siempre -en una pieza.</p> - -<p>—¡Poeta y loco por lo que le cuento á usted?</p> - -<p>—¿Y qué es lo que me cuentas, ¡oh Pablo amigo! sino lo que se -lee en coplas y romances de gentes desocupadas y soñadoras?</p> - -<p>—Será que no me he explicado yo bien. ¡Si uno supiera decir -todo lo que siente y del modo que lo siente!</p> - -<p>—¡Para el demonio que te escuchara entonces! Desengáñate, -Pablo: por muchas vueltas que des á esas pinturas, no pasan de -hojarasca, y, en substancia, haraganería pura.</p> - -<p>—¡Cáspita! eso sí que no... digo, paréceme á mí. Andaría usted -cerca de la verdad, si todas esas cosas me entusiasmaran á ratos, ó en -los libros, ó vistas desde mi casa, muy arrellanado en el sillón; pero -usted sabe muy bien que no hay faena de labranza ni entretenimiento -honrado aquí, en que yo no tome parte como lo pueda remediar, y que -tengo cinco dedos en cada mano como el labrador más guapo de Cumbrales; -y ha de saber desde ahora, si antes no lo ha presumido, que quisiera -perder el poco respeto que tengo á la levita de la casta, para hacer -muchas cosas que hoy no hago por el qué dirán las gentes. Si esto es -afán de holganza,<span class="pagenum" id="Page_41">[p. 41]</span> -holgazán soy sin propósito de enmienda; pero sea lo que fuere, esto es -lo que me gusta, y para ello me creo nacido; con lo cual vuelvo al tema -de antes: que no me estorban los sabios. Ni ellos sirven para la vida -del campo, ni yo para la del estudio; porque Dios no ha querido que -todos sirvamos para todo. Cada cual á su oficio, pues no le hay que, -siendo honrado, no sea útil; y útiles y honrados podemos ser, ellos en -el mundo con la pluma y la palabra, y yo en Cumbrales con mis tierras -y ganados... y en Cumbrales me quedo; porque mi padre, que nunca quiso -hacerme sabio á la fuerza, piensa como yo, tiene amor á sus haciendas, -y no le pesa que otro se encargue de administrarlas bien cuando él -no pueda atenderlas... Y aquí tiene usted todo lo que hay acerca del -particular.</p> - -<p>Calló el joven, dicho esto; y cuando ya no había al alcance de su -mano derecha flores ni yerbas que arrancar, cambió de postura en el -asiento; recorrió vega y horizontes con la vista, y comenzó á golpear -con las rodillas, estiradas las piernas, las manos y el sombrero que -metió entre ellas. No había hablado para porfiar ni para convencer, -sino para decir lo que sentía, y le tenía sin cuidado lo que pudiera -replicarle don Baldomero.</p> - -<p>El cual, después de rascarse la cabeza por debajo del sombrero, que -quedó ladeado, lanzó<span class="pagenum" id="Page_42">[p. 42]</span> -de un soplido la colilla que saboreaba rato hacía entre sus labios, -tendióse sobre la nuca después de envolverla en sus manos entrelazadas, -y exclamó:</p> - -<p>—¡Música celestial!</p> - -<p>Pablo se encogió de hombros, y continuó devorando con los ojos -cielo, montes y llanuras.</p> - -<p>—Y nada más que música—continuó el otro;—porque -si admito que te animan propósitos de trabajo y no de holganza, y te -cambio el apodo de poeta por el de guapo chico, lejos de probarme, -en cuanto has dicho, que el saber vale para algo, has demostrado lo -contrario con lo que has hecho.</p> - -<p>—Pues no sé explicarme mejor,—dijo Pablo.</p> - -<p>—No lo haces del todo mal para los años que -tienes—replicó don Baldomero.—La dificultad está en la -cosa misma, que por sí es indefendible. Y si no, dime, ¿qué demonios -de tajada saca el mundo con que un sabio le diga, después de estarse -despistojando veinte años, encorvado detrás de un telescopio: «Yo veo -en el cielo una estrellita más que ustedes?...» Pues á mí me sobran más -de la mitad de las que hay en él á la vista... y á tí también, Pablo. -Que va á aparecer un cometa el mes que viene... Pues ya le veremos -cuando aparezca; y si no hemos de verle, ¿de qué sirve el anuncio? -Que el sol pesa tantos millones de quintales... Pues dele<span -class="pagenum" id="Page_43">[p. 43]</span> usted memorias. Que si -Aristóteles dijo ó Platón sostuvo, ó que si el pensamiento antes ó si -la palabra después, ó viceversa; y allá van pareceres, y disputas... y -linternazos... ¿No es esto sandio, y ridículo y estúpido? Pues vengamos -á lo práctico, á lo que se llama <i>ciencias de primera necesidad</i>: la -física, la química, la mecánica... ¡afán, como te dije al principio, -de meternos en todo lo que no nos importa! Que se acostumbre el hombre -á vivir con lo que tiene á sus alcances, y verás cómo no se le da una -higa por toda esa batahola de conquistas científicas con que tanto se -pavonea el presente siglo.</p> - -<p>—¿De manera que usted está por el tapa-rabo?—dijo -Pablo.</p> - -<p>—Lo que estoy es cada día más satisfecho de no conocer el -tormento de la curiosidad; y bien sabes que predico con la fe de -la experiencia. Mi padre, que todo lo funda en la ley del progreso -porque estuvo en Luchana con Espartero, tuvo el mal acuerdo de -gastar su paga de retirado y las rentas de su hacienda, en darme la -carrera de abogado, porque tenía gran empeño en hacerme hombre de -pluma y de palabra, para luchar por la causa de la libertad en el -campo de las ideas, después de haber vencido él á la tiranía en el -de batalla; pues no hay quien le saque de que entre el Duque y él, -so<span class="pagenum" id="Page_44">[p. 44]</span>litos, vencieron -al «perjuro.» En vano le dije lo mismo que te he dicho á tí, y -hasta le rogué que no me sacara de estos andurriales para meterme -en aventuras que no cuadraban con mi carácter. Tuve que obedecerle; -y á empujones y de mala gana, llegué á tener el título de abogado: -como si me hubieran dado una copla de á dos cuartos. Si las causas -eran feas, no me encargaba de ellas por repugnancia; si eran dudosas, -porque no quería calentarme los cascos buscando una razón que no me -importaba dos cominos; y si el derecho estaba claro, proponía un -arreglo entre las partes para ahorrarnos tiempo, desvelos, honorarios -y disgustos. Con este sistema me desacredité en un año; borréme de la -matrícula por falta de negocios, y diéronme, á ruegos de mi padre, la -secretaría de este Ayuntamiento. Tampoco debí de hacerlo muy bien en -este cargo, porque á los diez y ocho meses me le quitaron, so pretexto, -no mal fundado, de que no había en los libros municipales una sola -acta escrita desde que estas cosas corrían de mi cuenta. ¡Si vieras, -Pablo, qué feliz soy desde entonces, es decir, desde que, libre de -todo cuidado, como el ollón patrimonial, y visto y fumo con lo poco -que le sobra en su bolsa verde al héroe de Luchana! Y como éste se ha -convencido de que yo no nací para otra cosa, y le acompaño sin serle -muy gravoso, dé<span class="pagenum" id="Page_45">[p. 45]</span>jame -vivir así, «ni envidioso ni envidiado,» como dicen que dijo un fraile -poeta.</p> - -<p>—Corriente; pero usted se halla bien así porque ese es su -genio, y otros, porque le tienen distinto, no podrían con la vida que -usted trae.</p> - -<p>—Pues eso es, Pablo amigo, lo que yo no comprendo; es decir, -que el no hacer nada ni pensar en nada ni apurarse por nada, pueda -ser incómodo á ninguna persona que tenga sentido común. Ahí tenemos -ahora, á dos pasos de nosotros, las partidas carlistas: gentes hay en -este pueblo que aseguran haber oído los tiros á la parte de allá del -monte, y acaso tengan razón. Que vienen, que no vienen; que pasarán ó -que no pasarán por aquí; que son muchos, que son pocos; que cobardes, -que valientes; que buenos, que malos; que si triunfan, que si corren; y -todo se vuelve indagar y preguntar; y aquí temores, y allá esperanzas, -y acullá porfías, y en todas partes la curiosidad y el ansia. ¿Y para -qué, señor? Españoles somos todos, y á quien Dios se la diere, San -Pedro se la bendiga. Que gane Juan ó que gane Diego, de mí no se ha de -acordar nadie para sentarme á la mesa. Pues dejemos rodar la bola; y -cuando pare, ella, por la cuenta que le tiene, nos dirá en dónde. ¿Á -quién aprovecha la saliva que se gasta en disputas y el sueño que roban -miedos<span class="pagenum" id="Page_46">[p. 46]</span> y desazones? -¡Pues dígote mi padre! ¡Qué vida la suya, Dios eterno, desde que se -armó de nuevo la guerra civil! ¡Qué invocar al Duque y á los manes de -Riego y del Empecinado! ¡Qué bruñir el espadón de Luchana, y soñar con -tajos y mandobles al perjuro, y renegar de los años que le amarran al -hogar cuando la patria peligra y el faccioso bravea! ¡Y qué de ponerme -á mí de mal hijo y de mal patriota porque me río de sus afanes y me -duermo tan tranquilo al son de los cañonazos! Ahora le ha dado por -revolver el pueblo para ponerle en armas, por si el caso llega. Hoy -anda hecho una pólvora con las bolas que han corrido. ¡El demonio es el -entusiasmo de la curiosidad!</p> - -<p>En esto se oyó la campana mayor de la iglesia.</p> - -<p>—Al mediodía tocan ya,—dijo Pablo levantándose.</p> - -<p>—Pues cata á mi padre volcando la puchera,—respondió don -Baldomero, sacudiendo su pereza y poniéndose de pie.</p> - -<p>Y ambos, jugueteando Pablo con el sombrero y dándose aire con él, -y don Baldomero con el suyo echado sobre una oreja y las dos manos -hundidas hasta cerca de los codos en los rasgados bolsillos del -pantalón, tomaron el sendero cuesta arriba. Á la mitad de ella se -dividía éste en dos, formando una Y.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_47">[p. 47]</span></p> - -<p>En el vértice del ángulo dijo Pablo, que iba delante, volviendo un -poco la cara hacia don Baldomero:</p> - -<p>—Que aproveche.</p> - -<p>—Lo mismo digo,—respondió el otro.</p> - -<p>Y Pablo tomó por el lado derecho, y don Baldomero por el izquierdo, -porque sus respectivas casas estaban en opuestos extremos de un mismo -barrio del lugar.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_custodia.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_49">[p. 49]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_sonrisa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="III. ALGO DEL ASUNTO">III</h2> - <p class="subh2">ALGO DEL ASUNTO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-a.jpg" alt="A adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Alzábase</span> la iglesia -de Cumbrales sobre un tumor del terreno, ó montículo de roca viva, -mal cubierto de menuda y fragante vegetación, que, á modo de manta de -pobre, roída y desgarrada á trechos, por los agujeros y desgarraduras -dejaba asomar las que pudieran llamarse coyunturas del peñasco. Era -éste de suave y bien entendido acceso por todas partes, y ocupaba -el centro de una llanura, especie de plaza circundante, cruzada de -camberas y senderos que partían el rústico suelo en caprichosas -porciones geométricas. De éstas, unas estaban pobladas de árboles, -no muy corpulentos, pero de ancha copa; otras, las de mayor relieve, -adornadas de espesas cenefas de zarzas y saúco, y todas ellas tapizadas -de fino y apretado césped, sobre el cual descollaban, aquí y allá, la -menta<span class="pagenum" id="Page_50">[p. 50]</span> silvestre, el -enano poleo, la malva bienhechora y el desabrido cardo. Hubiera sido -este pintoresco espacio algo como lo que hoy se llama un <i>parque á la -inglesa</i>, con caminos menos ásperos y pedregosos, y sin las ortigas -y jaramagos que hacían ingrato y peligroso al tacto lo que seducía y -enamoraba á los ojos.</p> - -<p>Ocupaba parte de uno de los lados menores de esta plaza, que tendía -á la forma rectangular y se llamaba en Cumbrales <i>Campo de la Iglesia</i>, -la taberna, con su corro de bolos á la trasera, encajado entre cuatro -paredillas que se saltaban de un brinco, y éstas y el corro encerrados -en sendas hileras de añosos álamos que amparaban del sol en verano á -los jugadores, y no los privaban de su dulce calor en las breves tardes -del invierno. Otro lado, de los mayores, al Mediodía, le formaban, -aunque con muchas sobras de terreno, las casas consistoriales y la -escuela pública; y los dos restantes, al Saliente y al Norte, huertos -y corrales de la barriada principal, que tenía tres salidas á la plaza -por este último lado.</p> - -<p>Por una de estas callejas, la de en medio, entró Pablo. Anduvo muy -buen trecho entre muros y vallados, aquéllos entretejidos de yedra, y -éstos erizados de bardales, y llegó á desembocar en un <i>campuco</i>, á -modo de plazoleta, cuyos dos frentes estaban ocupados por sendas<span -class="pagenum" id="Page_51">[p. 51]</span> portaladas que parecían -gemelas: tan idénticas eran entre sí. Cada una de estas portaladas daba -ingreso á un corral espacioso, en el que se alzaba una casa grande, de -larga solana y amplísimo soportal de grueso poste en el centro; cuadras -adyacentes, cobertizos inmediatos, huerta al costado, y todo lo de -rigor y carácter en estas viviendas de <i>ricos de aldea</i>, tantas veces -descritas por esta pluma pecadora.</p> - -<p>Pablo se acercó á la portalada de la derecha, cerca de la cual -desembocaba la calleja que había seguido; y antes de poner la mano en -el contrahecho barril del picaporte, abrióse el postigo y apareció en -el hueco una muchacha como unas perlas. Negros eran sus ojos, dulces -é insinuantes; la tez morena; el rostro oval y un tanto aguileño; la -frente, sin <i>flequillos</i> ni otros pingajos de la moda, tersa y bien -delineada, perdíase en lo más alto entre flotantes ondas lustrosas de -una cabellera tan negra como los ojos y las pulidas cejas; los labios, -húmedos, un poco gruesos y no tan apretados que no dejasen entrever dos -filas de dientes blanquísimos y menudos. Sobre los hombros redondos -llevaba una pañoleta roja, de largos flecos, prendida sobre el curvo -seno con un broche que á la vez aprisionaba un manojito de malvas de -olor y pencas de albahaca. Una sencillísima bata de percal de largos -pliegues la envolvía<span class="pagenum" id="Page_52">[p. 52]</span> -el gallardo cuerpo sin oprimirle ni desfigurarle.</p> - -<p>Asombróse Pablo al verla, y exclamó, mirándola de hito en hito:</p> - -<p>—¡Ana!... ¿qué milagro es éste?</p> - -<p>—¿Dónde está el milagro?—respondió Ana mirando á Pablo -también y remedando su asombro con un expresivo gesto entre risueño y -burlón.</p> - -<p>—En andar tú por aquí—repuso el mozo con la sinceridad -inocentona que le era peculiar; y añadió con la misma:—¡Si te -viera tu padre!...</p> - -<p>—¡Pues atúrdete, Pablo!—exclamó Ana con picaresca -solemnidad:—de su parte vine.</p> - -<p>—¡De su parte?</p> - -<p>—Como te lo digo.</p> - -<p>—Pero ¿á qué viniste?</p> - -<p>—¿Á qué venía otras veces? Á ver á mi padrino, á ver á tu -madre, á ver á María... y á verte á tí, simplón,—añadió Ana, -tirándole á la cara una hoja de malva, que había tenido entre sus -labios, después de quitarle el rabillo con los dientes.</p> - -<p>Pablo no hizo más caso de la hoja que de los mosquitos que zumbaban -en el aire. Verdad es que tampoco Ana tomó á pechos la indolencia de -Pablo.</p> - -<p>—No te creo—insistió éste.—Cuando ha habido monos -entre tu padre y el mío, jamás han acabado de repente.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_53">[p. 53]</span></p> - -<p>—Y ¿quién ha dicho que hayan acabado así esta vez?</p> - -<p>—Tú, cuando vienes á vernos de parte de tu padre.</p> - -<p>—Es verdad que vengo; pero con su cuenta y razón, hijo.</p> - -<p>—Eso es otra cosa.</p> - -<p>—¡Vaya si lo es!... Y en prueba de ello, escucha. Esta mañana -me dijo mi padre, paseándose á lo largo de la sala: «¡Estos genios, -Ana, estos genios!...» y como yo sé, por experiencia, que por ahí -comienza él siempre á reconocer las flaquezas del suyo y á buscar la -paz... ¿Sabes tú, Pablo, por qué había guerra ahora entre tu padre y el -mío?</p> - -<p>—No por cierto, Ana.</p> - -<p>—Pues tampoco yo. ¡Como estos nublados vienen tan á menudo, -tan de repente y tan sin motivo!... Siempre que trata de explicármelos, -me dice lo mismo: que tu padre es duro de frase, que le contraría, que -le acosa y que, por conclusión, le injuria... ¡á él, que va siempre con -el compás en la lengua y el corazón en la mano!... No te diré que en -lo primero no yerre; pero puedo jurar que en lo segundo dice la pura -verdad. Ello es que el buen señor toma estos lances como cuestión de -honra; que los toma cada quince días, y que siendo capaz de dejarse -desollar vivo por el bien de todos y cada uno<span class="pagenum" -id="Page_54">[p. 54]</span> de vosotros, se aisla, se encierra, no -come, no duerme, y hasta la sombra de esta casa le estorba como el -mayor enemigo... y lo peor del caso es que yo tengo que seguirle el -humor. Fortuna que ya todos nos conocemos, porque la maña es tan vieja -como tu padre y el mío... ¿En qué estábamos antes, Pablo?</p> - -<p>—En que mi padrino te dijo esta mañana...</p> - -<p>—Es verdad. Me dijo: «¡Estos genios, Ana, estos genios!...» -Hay que advertir que, tres días hace, tuvo carta del marqués de la -Cuérniga, el cual señor no suele escribirle sino cuando le necesita; -y es también de saberse que después de recibir la carta ha hablado -dos veces con <i>Asaduras</i>, señales todas, Pablo, de nuevas borrascas, -pero también de que á mi padre le convenía intentar una reconciliación -con el tuyo. Ello es que con esta sospecha y las palabras que le oí, -apretando, apretando, obliguéle á declarar que estaba dispuesto á hacer -las paces de cualquier manera, y que quería verse con tu padre, si -éste se prestaba á recibirle. Tomé el asunto á mi cargo, vine aquí, -hablé con tu padre, abracé á María y á tu madre, charlé con ellas hasta -quedarme sin saliva en la boca... en fin, hombre, viví en una hora lo -que había penado en quince días.</p> - -<p>—¿Y mi padre?</p> - -<p>—Tu padre, diciéndome: «pues por mí no ha<span -class="pagenum" id="Page_55">[p. 55]</span> de quedar,» tomó el -sombrero y se fué á mi casa.</p> - -<p>—¿Y en qué paró la entrevista?</p> - -<p>—Eso es lo que yo no sé, porque mi padrino no ha vuelto -todavía, y hace más de dos horas que está con el tuyo.</p> - -<p>—¡Siempre lo habrán puesto peor que estaba!</p> - -<p>—Me lo voy temiendo; y por eso me largo á enmendarlo en lo -que pueda. ¡Ay, qué genios, Pablo! No, pues yo te aseguro que de hoy -en adelante no he de pagar culpas ajenas. ¿Riñen? Que riñan. Vosotros -y yo tan amigos como siempre. ¿No es cierto? Á buena cuenta, ya tengo -el desahogo que acabo de darme. ¡Ay, Pablo! no me cabía ya más en el -corazón... Porque yo le doy esta cruz al más valiente, y á ver cómo la -lleva.</p> - -<p>—La verdad es, Ana, que no se creerían esas cosas á no verlas. -¡Dos familias que tanto se quieren, vivir en perpetua enemistad por un -quítame esas pajas! Malo por lo que á uno le duele, malo por el bien -que no se hace, y peor por el escándalo que se da.</p> - -<p>—¡Los genios, Pablo, los genios!</p> - -<p>—Dí el genio, Ana... porque el de tu padre es insufrible por -quisquilloso y aprensivo.</p> - -<p>—¡Ingrato! ¡Bien haya lo que te quiere!</p> - -<p>—Y bien sabe Dios cómo se lo pago. Por eso me duelen tanto -estas cosas, Ana.</p> - -<p>—¡Pues qué diré yo de mí, Pablo? Tú, al fin,<span -class="pagenum" id="Page_56">[p. 56]</span> cuando vienen estas -borrascas, esparces al aire libre la parte que te toca de ellas, y -dentro de tu casa tienes con quién hablar, con quién reir... Yo no -tengo nada de eso; ni siquiera el recurso de disculparos, porque se -toman las disculpas á parcialidad, y lo pongo peor. Hay que dejar la -tormenta que se desahogue por sí ó por obra de una casualidad que á -veces tarda un mes en presentarse; y, en tanto, soledad y cárcel... y -paciencia; porque, al cabo, él es quien es, y bueno y cariñoso hasta -tal extremo, que yo no sé qué le atormenta más en sus arrechuchos, si -el dolor de la supuesta ofensa, ó la pesadumbre de vivir sin trato -con los que le han ofendido. ¿No te parece, Pablo, que debiéramos -conjurarnos todos contra esa mala costumbre?... Que se alborotan -ellos... Pues nosotros como si tal cosa: yo á vuestra casa, y vosotros -á la mía.</p> - -<p>—Ya se ha intentado ese medio alguna vez.</p> - -<p>—Pero sin arte, Pablo, y sin resolución: al primer bufido de -mi padre, no se os ha vuelto á ver por allá.</p> - -<p>—Ni á tí por acá, Ana.</p> - -<p>—Porque me dejáis sola enfrente del enemigo, ¡caramba! Pero -ayudadme un poco y veréis cómo le venzo y hasta hago imposibles esas -guerras que me acaban... ¡me acaban, Pablo! Por eso quiero que ésta sea -la última; y lo será, ó perezco en ella... Con que hazme el favor de -no<span class="pagenum" id="Page_57">[p. 57]</span> entretenerme, y -déjame pasar, que estoy perdiendo un tiempo precioso.</p> - -<p>—Pues rato hace, Ana, que tienes despejado el camino; y por -donde te agarro yo, el diablo me lleve.</p> - -<p>Miróle Ana por debajo de las cejas, fruncidas por efecto de una -sonrisa burlona en que envolvió toda su hermosa y picaresca faz, y -le tiró con otra hoja de malva que había arrancado poco antes del -ramillete del pecho.</p> - -<p>—Hijo, ¡qué peste eres también... á tu modo!—dijo al -mismo tiempo.</p> - -<p>Y recogió los pliegues delanteros de su falda con ambas manos; y, -ágil y esbelta, partió hacia su casa, atravesando el campuco como diz -que se deslizan las ninfas sobre las ondas del lago.</p> - -<p>Pablo, sin darse por entendido de este hecho ni de aquel dicho, -entró en el corral y cerró la portalada. De modo que cuando Ana llegó á -la suya no tuvo en qué satisfacer la curiosidad que le hizo volver la -cabeza hacia la portalada de enfrente, y quedaron allí perdidas, por -falta de recibo, una mirada y una sonrisa que se hubieran disputado á -estocadas los galanes de Lope y Calderón.</p> - -<p>Como su padre andaba aún fuera de casa, Pablo, antes de subir -á ella, quiso darse una vuelta por las cuadras, á la sazón punto -menos<span class="pagenum" id="Page_58">[p. 58]</span> que vacías. -Sólo dos parejas de bueyes y algunos ternerillos había al pesebre. El -resto del ganado, pocos días antes llegado del puerto, andaba al pasto -en el monte al cuidado del pastor del lugar, que lo recogía por la -mañana y lo entregaba al anochecer. La disposición de aquellas cuadras -era obra del magín de Pablo, y acuerdo suyo también el régimen á que -en ellas estaba sometido el ganado. Natural era la satisfacción que el -mozo sentía, viéndole tan gordo y lozano, en pasarle la mano por el -lomo, en llamar á cada bestia por su nombre, en increpar duramente á la -que no comía hasta limpiar el pesebre, y en confundirla con el ejemplo -de la que no dejaba en el fondo ni la <i>grana</i>. Pues ¿y los becerrillos? -Horas se pasaba con ellos rascándoles el testuz y dándoles palmaditas -en la cara. ¡Y cómo se arrimaban ellos á él, y le miraban con sus -ojazos bonachones, y se iban adormeciendo poco á poco con el cosquilleo -y presentando la cerviz para que también se la rascara; y después las -orejas, y luégo el pescuezo, y vuelta al testuz y á la cara! Y cuando -se cansaba Pablo, la mimosa bestezuela le golpeaba suavemente con la -cabeza, le lamía las manos y tornaba á presentarle la cerviz. Lo cierto -es que, fuera del corderillo, no hay otro animal de faz más atractiva -ni que más se haga querer.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_59">[p. 59]</span></p> - -<p>Mientras nuestro mozo se entregaba á estos entretenimientos, arriba -aguardaban su madre y su hermana, con la mesa puesta y haciendo labor -cerca de ella, el resultado de la entrevista de los dos compadres; -lance que las tenía sumidas en graves aprensiones, bien reflejadas en -el desasosiego de que ambas estaban poseídas.</p> - -<p>Sentábale á maravilla esta inquietud á la joven, cuyo nombre ya -conocemos por boca de Ana; pues daba viveza y grande expresión á su -fisonomía, de ordinario, aunque bella por lo correcta y frescachona, -mansa y serena, como esas noches de verano sin rumores, sin frío -ni calor, que se contemplan con gusto, pero en perfecto reposo -del espíritu y del cuerpo. Sus ojos negros, más meditabundos que -habladores, brillando á la sazón con vivo fuego sobre el rosado -cutis, y sus labios húmedos, graciosamente contraídos, pregonaban -interiores batallas, señal de que en aquel lago apacible también -cabían agitaciones y tempestades. Representaba la edad de Ana, y con -la sencillez de ésta vestía, aunque no con tanto donaire, porque éste -no es obra de las perfecciones plásticas y esculturales que abundaban -en María acaso más que en Ana, sino de un misterioso equilibrio de -proporciones y de sensibilidad entre el alma y el cuerpo, don de la -naturaleza que no se adquiere por conquista.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_60">[p. 60]</span></p> - -<p>Cuanto puede parecerse una rama al tronco de que procede, se parecía -nuestra joven á su madre, <i>señora de aldea</i>, sana y bien conservada, -sin afeites ni aliños exagerados; antes bien, peinada y vestida con tal -sencillez y modestia, que sólo en lo pulido de su cutis, señal de que -éste andaba lejos de las injurias del trabajo al aire libre, revelaba -la jerarquía. Verdad es ésta de la sencillez y modestia en el ordinario -arreo, propia no sólo de las señoras de labradores ricos montañeses, -sino también de las damas de alto copete, si son muy apegadas al -terruño natal. Digámoslo en honra de la Montaña y de las montañesas.</p> - -<p>Poco hablaban madre é hija; y eso poco en frases breves entre largos -espacios de silencio, para apuntar una sospecha ó fundar una esperanza. -El tema era siempre el mismo: lo que tardaba el ausente y lo que podía -significar la tardanza.</p> - -<p>Al cabo, se oyeron pasos en la escalera y apareció Pablo en la sala, -y poco después, su padre. Representaba éste, y yo sé que los tenía, -más de cincuenta años; no era muy alto, pero fornido y sano; de rostro -abierto y noble; limpio y frescote y bien afeitada la espesa y recia -barba; corto, áspero y muy apretado aún el pelo gris de su cabeza; -lento y bien aplomado en el andar; los brazos un tanto arqueados; -las<span class="pagenum" id="Page_61">[p. 61]</span> manos anchas, -musculosas y entreabiertas; la voz sonora, varonil y bien entonada; el -traje holgado, de buen género, pero de modesta corte.</p> - -<p>—Vamos á comer, que harto habéis aguardado,—dijo al -entrar, mientras su mujer y su hija se levantaban á recibirle. Y no -dijo más por entonces, ni en su semblante pudieron leer nada las -curiosas miradas de su familia.</p> - -<p>Se sirvió la sopa; sentóse el patriarca á la mesa; bendíjola, según -costumbre, después de ocupar cada cual su puesto; y andábase muy cerca -ya del clásico estofado, cuando aquél refirió en compendio lo que el -curioso lector hallará más adelante con los debidos pormenores.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_coronas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_4"> - <p><span class="pagenum" id="Page_63">[p. 63]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="IV. PELOS Y SEÑALES">IV</h2> - <p class="subh2">PELOS Y SEÑALES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-p.jpg" alt="P adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Pedro</span> Mortera y Juan -de Prezanes, vástagos de las dos familias más ricas y antiguas de -Cumbrales, ligadas siempre por amistoso vínculo, ¡caso raro en este -país de quisquillas y reconcomios! Juan de Prezanes, repito, y Pedro -Mortera, eran inseparables camaradas. Pero Juan era suspicaz, impetuoso -y avinagrado de genio, y Pedro cachazudo y reflexivo. Éste, en sus -juegos infantiles, gustaba de lo seguro y fuerte; aquél de lo más -fácil, siempre que fuera nuevo, breve y vario: el uno era muy inclinado -á los trabajos rústicos y á los esparcimientos campestres; el otro á -fisgonear murmuraciones y á comentar dichos de las gentes: Pedro era -todo observación y método; Juan sentimiento, nervios y palabra. Sólo se -parecían ambos muchachos en la bondad del corazón y en estar siempre -dispues<span class="pagenum" id="Page_64">[p. 64]</span>tos á dar la -pelleja el uno por el otro; así es que jamás hubo avenio entre ellos en -cuestiones de gusto, y se pasaron lo mejor de la infancia refunfuñando, -cuando no á la greña, pero queriéndose mucho.</p> - -<p>Juntos fueron después á estudiar á la ciudad; juntos vivieron en -ella, y al mismo estudio se dedicaron. Pedro se cansó de los libros -á los dos años, y se volvió á su pueblo. Juan continuó los estudios, -y fué á la Universidad y llegó á ser abogado. Pedro, en Cumbrales, -se consagró á la labranza con verdadera afición, y mejoró mucho la -hacienda que, ya mozo, heredó de su padre. Juan, huérfano también -poco después de volver de la Universidad, y sin las aficiones de su -amigo, puso en renta las tierras que cultivaba su padre, y en aparcería -los ganados que halló en las cuadras (parte mínima de los bienes que -heredó), y abrió en Cumbrales su estudio, por no aburrirse.</p> - -<p>Fuera de los de la villa, no había otro abogado que él en toda -la comarca; de manera que bien pronto le sobraron los negocios y -las desazones. Las desazones, porque cada contrariedad le producía -una mayúscula; y las contrariedades, verdaderos gajes de su oficio, -menudeaban á maravilla, y su carácter, lejos de mejorar con los años, -cada día era más vidrioso y quebradizo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_65">[p. 65]</span></p> - -<p>Por la índole misma de su profesión, se puso en contacto con nuevas -gentes y nuevas cosas; y como sus ímpetus geniales le llevaban siempre -mucho más allá de sus propósitos, necesitando ancho terreno y fuertes -aliados para vencer en los grandes apuros de sus batallas, dejóse -arrastrar fácilmente de los que le brindaron con aquellas ventajas, -y que, en rigor, iban buscando su legítimo influjo en la comarca, al -precio de unas cuantas lisonjas bien aderezadas.</p> - -<p>De este modo llegó á ser don Juan de Prezanes un cacique de gran -empuje en el distrito, y un enredador de dos mil demonios; pues, -conocido el flaco de su carácter, no solamente lograron los seductores -interesarle con alma y vida en todo linaje de intrigas, sino hacerle -creer que era capitán y bandera á la vez, cuando, en substancia, no -pasaba de ser la mano del gato, menos que soldado de filas en aquella -tropa de polillas del bien público.</p> - -<p>Que estas cosas y otras de parecido jaez sacaban de quicio á su -verdadero y único amigo, no hay para qué decirlo; ni son de mencionar -tampoco las tempestades que las cuerdas advertencias de don Pedro -Mortera producían en el ánimo del impetuoso don Juan de Prezanes. Era -éste, como todos los hombres irreflexivos y apasionados, enemigo mortal -de la verdad cuando la hallaba enfrente de sus flaquezas; no<span -class="pagenum" id="Page_66">[p. 66]</span> por ser la verdad, sino -por ser obstáculo. Los temperamentos como el del abogado de Cumbrales, -desbordados torrentes, embravecidos huracanes, no se detienen con -frenos ni con barreras. El halago y las contemplaciones los calman -alguna vez; la resistencia los espolea siempre. Son una enfermedad -que tiene sus manifestaciones en esa forma necesaria y fatal; y esa -enfermedad no ha de curarla el enfermo, sino los que le tratan. En -el ordinario comercio de la vida creen poner una pica en Flandes -los que hallan una fórmula, á modo de ley social, por la que deben -regirse los hombres que quieran tener derecho al pomposo título de -<i>gentes de buena educación</i>. ¡Qué sandez tan triste! ¡Como si todos -los hombres hubiéramos sido moldeados en una misma turquesa y con el -barro en iguales dosis y calidades! ¡Como si el alfilerazo que apenas -ensangrienta la epidermis de uno, no fuera en otro puñalada que penetra -hasta el corazón!</p> - -<p>Métome sin permiso del lector en estas honduras fisiológicas, porque -por ellas andaba muy á menudo don Juan de Prezanes buscando la razón y -la justicia, ó, cuando menos, la disculpa de sus arrebatos geniales, -y al mismo tiempo la sinrazón, y hasta la falta de caridad con que su -amigo don Pedro Mortera le contrariaba; en lo cual don Juan de Prezanes -se equivocaba<span class="pagenum" id="Page_67">[p. 67]</span> en más -de la mitad, porque su amigo nunca le contrarió sin grave causa ni por -el vano afán de que valiera la suya á todo trance; pero era demasiado -crudo en sus verdades, terco en sostenerlas, socarrón <i>aliquando</i> -y mordaz en ocasiones; y en esto no eran infundadas las quejas del -irascible jurisconsulto.</p> - -<p>Con notorios intentos de asegurarle mejor y de chupar sus caudales, -lograron sus comilitones de allende hacerle el favor (¡el único que lo -fué de veras!) de una señorita pobre, que por casualidad salió buena -y honrada y hacendosa, y hasta supo, durante dos años de matrimonio, -dulcificar las ingénitas acritudes de su marido, y hacerle placentera -la vida del hogar. No duró más su dicha, porque Dios se llevó á mejor -destino la causa de ella, dejando en cambio al triste viudo una niña, -que recibió el nombre de Ana de su padrino don Pedro Mortera. Dos meses -antes se había bautizado un hijo de éste (cuyas bodas anduvieron muy -cercanas á las de su amigo) con el nombre de Pablo, siendo padrino don -Juan de Prezanes.</p> - -<p>Tan diversa como sus genios fué la suerte de ambos amigos en el -matrimonio, pues cuando el del abogado se deshacía con la muerte del -único sér capaz de regir y dominar aquel carácter desdichado, el de don -Pedro Mortera era bendecido con un nuevo fruto. Pero Dios, que<span -class="pagenum" id="Page_68">[p. 68]</span> da la llaga, da también -la medicina; y Ana, la niña huérfana, tuvo una madre cariñosa en la -madre de Pablo y de María, y en estos niños dos hermanos con quienes -vivía más que con su padre. Cuanto á éste, confundió en un solo amor, -pues había para todos en su corazón de fuego, á Ana y á la familia de -su amigo. Pero sus tempestades nerviosas menudeaban á medida que se -dilataba el radio de sus afectos íntimos; porque, como él decía, «cada -punto de contacto me produce una desolladura; y cuanto más cordiales -son los unos, más dolorosas son las otras.»</p> - -<p>Años andando, fueron Ana y María á un colegio, y Pablo, á quien don -Juan amaba como á un hijo, comenzó á estudiar también; con lo cual el -nervioso jurisconsulto se vió tan contrariado, solo y aburrido, que -cerró el bufete para no abrirle más. ¡Ni el demonio podía aguantarle -entonces! pues, para ayuda de males, su alianza con los trapisondistas -de marras fué estrecha como nunca, y el campo de sus batallas vasto -y revuelto á maravilla, porque los públicos acontecimientos así lo -dispusieron.</p> - -<p>Pesaba la influencia de don Pedro Mortera, por hacienda y méritos -personales de éste, sobre media comarca, es decir, tanto como la de -don Juan de Prezanes y sus auxiliares juntos; pero, hombre sesudo y -de buen temple, veía con hon<span class="pagenum" id="Page_69">[p. -69]</span>da pesadumbre el uso que hacía su amigo de las huestes que -por necesidad le seguían al combate, y á qué móviles obedecía; y -ociosos fueron cuantos esfuerzos se tantearon para obligarle á que -tomara parte en las batallas que iban poco á poco desorganizando y -corrompiendo la comarca.</p> - -<p>—Contigo—decía el testarudo labrador á don Juan de -Prezanes,—contigo y para hacer el bien de este pueblo, cuando -quieras y á donde quieras. Con esos vividores intrigantes, que te están -chupando hasta la honra, jamás.</p> - -<p>Entre los llamados «vividores intrigantes» contaba don Pedro Mortera -á un señor de la villa, que había sido siempre muy amigo suyo, el cual -señor, por hinchazones de vanidad, no tuvo reparo en ser allí delegado -perpetuo de todos los poderes para sostener, <i>de cualquier modo</i>, la -causa de los que le servían en tres leguas á la redonda, por lo que don -Pedro Mortera no quiso más tratos con él, pues creía, y con fundamento, -que son peores que los tunos sus cómplices y encubridores.</p> - -<p>Pues hasta este señor, don Rodrigo Calderetas (por lo demás, «gran -persona y muy caballero»), descendió de su Olimpo en la crítica ocasión -atrás citada, y cuando nada habían podido conseguir ruegos ni huracanes -del jurisconsulto para tratar de sacar á don Pedro Mortera<span -class="pagenum" id="Page_70">[p. 70]</span> de su desesperante -retraimiento, «del cual podía depender hasta la suerte de la patria.» -¡Á buena parte iba la «gran persona» con sensiblerías cursis! Don -Pedro no cambió de actitud. Don Juan de Prezanes tocó el cielo con -las manos, y el caballero de la villa le sopló al oído que su amigo y -compadre era un desafecto á la situación, retrógrado, obscurantista... -y <i>sospechoso</i>. Ya por entonces era moda en España tener por sospechoso -á todo hombre formal apegado á la tranquilidad y al sosiego. Apoyó -el dictamen de la «gran persona» todo su estado mayor, y don Juan -de Prezanes, que en su sano juicio se pagaba muy poco de matices -políticos, en la fiebre del despecho tragó la insinuación maliciosa, y -no negó la posibilidad del pecado. En honor de la verdad, no por ello -dejó de querer entrañablemente á su amigo, ni volvió á hablarle más -del asunto de la alianza; pero la actitud impasible de don Pedro y la -repulsa consabida, causa fueron, aunque sorda y disimulada, de muchas -y muy repetidas desavenencias entre los dos amigos, provocadas por las -vidriosidades del jurisconsulto.</p> - -<p>Pasó así mucho tiempo, y al cabo de él volvieron á Cumbrales Ana -y María hechas dos señoritas primorosas. Desde entonces el genio -abierto y animoso de la primera fué el bálsamo que calmó, ya que no -llegara á curar, los desa<span class="pagenum" id="Page_71">[p. -71]</span>brimientos y esquiveces de su padre, y el mejor lazo de unión -entre las dos familias, tan á menudo aflojado por las intemperancias -nerviosas de don Juan de Prezanes. Pablo, cuando se hallaba en el -pueblo, contribuía en gran parte á aquellas reconciliaciones; pues con -su sencilla bondad sabía llegar al alma de su padrino sin lastimarle, -en lo cual consiste el secreto resorte con que se rigen y gobiernan -esos temperamentos desdichados.</p> - -<p>Y ahora tenga el lector la bondad de pasar al capítulo siguiente, -en el cual acabará de conocer, tratándolos de cerca, á estos dos -personajes, y sabrá lo que ocurrió en la entrevista que, en compendio, -refirió en la mesa don Pedro Mortera.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_rosco.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_5"> - <p><span class="pagenum" id="Page_73">[p. 73]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="V. ENTRE COMPADRES">V</h2> - <p class="subh2">ENTRE COMPADRES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-a.jpg" alt="A adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Alto</span>, enjuto, largo -de brazos, afilados los dedos, pequeña la cabeza, el pelo escaso y -rubio, los ojos azules y sombreados por largas cejas, nariz puntiaguda, -labios delgados y pálidos, y sobre el superior un bigote cerdoso, -entrecano y sin guías, por estar escrupulosamente recortado encima de -aquel contorno de la boca. Tal era, en lo físico, don Juan de Prezanes. -Pulquérrimo en el vestir, jamás se hallaba una mancha en su traje, -siempre negro y fino, escotado el chaleco, blanquísima y tersa la -pechera de la camisa, de cuello derecho y cerrado bajo la barbilla, -y de largos faldones la desceñida levita; traje que se ponía al -levantarse de la cama y no se quitaba hasta el momento de acostarse.</p> - -<p>En tal guisa se paseaba, cuando fué su amigo á verle, desde su -gabinete (dormitorio y des<span class="pagenum" id="Page_74">[p. -74]</span>pacho á la vez, como lo demostraban una cama y avíos de -limpieza en el fondo de la alcoba, y afuera una regular librería, mesa -de escribir, sillones, etc.) hasta el extremo opuesto del contiguo -salón, espacioso, limpio y decorosamente amueblado.</p> - -<p>No esperaba á su amigo, y se inmutó al verle allí. Don Pedro, como -si nada hubiese pasado entre los dos, díjole con su aire campechano:</p> - -<p>—Te agradezco en el alma tu deseo de verme, y aquí estoy para -servirte, Juan.</p> - -<p>Éste, sin dejar de pasearse, respondió con voz poco segura:</p> - -<p>—Acto es, Pedro, que me obliga y te honra; pero la verdad ante -todo: yo no te he llamado á mi casa; te pedí una entrevista donde tú -quisieras.</p> - -<p>—¿Te pesa que haya venido?</p> - -<p>Detúvose en su paseo el hombre que era un manojo de nervios, miró -á su amigo y compadre con ojos que lanzaban chispas, y dijo, ronco y -tembloroso, dándose una manotada sobre el angosto pecho:</p> - -<p>—¡Te juro que no!</p> - -<p>—Pues entonces, sobran los reparos, Juan, y, si un poco me -apuras, toda explicación entre nosotros; porque donde habla el corazón, -calle la boca.</p> - -<p>Y en esto, don Pedro, con los brazos entrea<span class="pagenum" -id="Page_75">[p. 75]</span>biertos, cortaba el camino y seguía con la -vista á su amigo, que había vuelto á sus agitados paseos.</p> - -<p>—Entiendo tu deseo y ardo en el mismo—repuso -éste desviándose y esquivando las miradas y los brazos de su -compadre;—pero no es tiempo todavía.</p> - -<p>—Pues si el corazón lo pide y Dios lo manda, ¿qué te -detiene?—respondió don Pedro, dejando caer los brazos, -desalentado y triste. Luégo añadió con honda amargura:—¡Parece -mentira, Juan, que cosas tan leves nos conduzcan á situaciones tan -graves!</p> - -<p>—Nada es leve para el amor propio ofendido... Somos de esa -hechura, y no por culpa nuestra.</p> - -<p>—Pero tenemos una razón para domar las demasías del -carácter.</p> - -<p>—Prueba es de ello que te he propuesto una reconciliación... y -por cierto que no se te ha ocurrido á tí otro tanto.</p> - -<p>—De mi casa huíste sin haberte ofendido nadie en ella; te -encerraste en la tuya y te negaste á toda comunicación con nosotros, -que te queremos... que os queremos más que á la propia sangre.</p> - -<p>—Toda la vida hemos andado así, Pedro.</p> - -<p>—Pues esa triste experiencia me ha enseñado que el mejor -remedio contra tus arrechuchos<span class="pagenum" id="Page_76">[p. -76]</span> es dejar que se te pasen. Por pasado dí el último cuando me -llamaste, y á tu lado vine con los brazos abiertos. ¿Por qué me niegas -los tuyos?</p> - -<p>—Porque los reservo para después que hablemos y nos -entendamos.</p> - -<p>—¿Dudas de la lealtad de mi corazón?</p> - -<p>—Dudara antes de la del mío, Pedro; mas entra en mis intentos -que esta avenencia que hoy deseo y te propongo, se afirme en algo más -que en el olvido de las pequeñeces pasadas... Ven, y sentémonos.</p> - -<p>Entraron los dos compadres en el gabinete; sentáronse frente á -frente con la mesa entre ambos, y dijo así don Juan, manoseando al -mismo tiempo una plegadera de boj que halló á sus alcances:</p> - -<p>—Sin ciertas diferencias que nos dividen y nos separan á cada -momento, tú y yo, en perfecta y cabal armonía, pudiéramos hacer grandes -beneficios á Cumbrales.</p> - -<p>—Ese es el tema de mi eterno pleito contigo, Juan.</p> - -<p>—Sí; pero no se trata ahora de puntillos del carácter, de la -cual dolencia todos padecemos algo, Pedro amigo, aunque no lo creamos -así, sino de puntos de mayor alcance y entidad; puntos en los que -pudiéramos ir tú y yo muy acordes aun dentro de nuestras continuas -desavenencias, verdaderas nubes de verano.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_77">[p. 77]</span></p> - -<p>—Sospecho á dónde vas á parar con ese preámbulo; y si las -sospechas no mienten, el asunto es ya viejo entre los dos. De todas -maneras, déjate de rodeos y dime en crudo qué es lo que pretendes de -mí.</p> - -<p>—Viejo es, en efecto, entre nosotros dos el asunto de que -voy á hablarte, y del cual no te he hablado años hace por respetos -que te son notorios; pero de poco tiempo acá, ofrece el caso aspectos -de gravedad que antes no ofrecía, y esto me obliga á quebrantar mis -propósitos. Á la vista está que de día en día crece el encono entre los -bandos en que están divididos este pueblo y los limítrofes.</p> - -<p>—Lo que á la vista salta, Juan, es que se detestan y se -persiguen á muerte los capitanes de esos bandos. Los pobres soldados no -hacen otra cosa que lo que se les manda ó les exige el deber... ó la -triste necesidad.</p> - -<p>—Lo mismo da lo uno que lo otro.</p> - -<p>—Precisamente es todo lo contrario, puesto que el día en -que los jefes dejen de ser enemigos, volverán los subalternos á ser -hermanos.</p> - -<p>—Á ese fin quiero yo ir á parar, Pedro.</p> - -<p>—¿Por qué camino, Juan?</p> - -<p>—Por el más breve y llano. Ayúdame con todas tus fuerzas en la -batalla electoral que se prepara, y el triunfo es nuestro en todo el -distrito.</p> - -<p>—¿Y después?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_78">[p. 78]</span></p> - -<p>—¡Después!... ¿Quién ignora lo que sucede después de un -triunfo en tales condiciones?</p> - -<p>—Tú lo ignoras, Juan, pese á tu larga experiencia.</p> - -<p>—Gracias por la lisonja.</p> - -<p>—Pues es el mejor piropo que puedo echarte en este momento. Si -te dijera yo que el verdadero botín de esas batallas era el cebo que -te llevaba á ellas, no creyera, como creo, que en esto, cual en otras -muchas cosas, la pasión te ciega y el corazón te engaña.</p> - -<p>—¡Á mí?</p> - -<p>—Sí, y además te vende. Y en prueba de que no me equivoco, -voy á decirte lo que verdaderamente hoy te apura y acongoja. Desde -que candorosamente te pusiste al servicio de ciertos amigotes de -campanillas, tomando sus adulaciones y embustes por sinceridades, has -luchado á su favor en esta comarca con varia fortuna, según que los -intrigantes de por acá te han ayudado ó te han combatido. Las últimas -campañas han sido terminadas muy á tu gusto, porque no te han faltado -auxiliares de fama y de empuje, fuera y dentro de este municipio. -No conozco al pormenor la actitud en que hoy se hallan tus aliados -forasteros; pero me consta que tu vecino <i>Asaduras</i>, el enredador -electoral más sin vergüenza de la comarca, se ha pasado al enemigo con -armas y bagajes; y te has dicho,<span class="pagenum" id="Page_79">[p. -79]</span> como en parecidas ocasiones: «Si Pedro me ayudara con todas -sus fuerzas, mi triunfo era infalible; y triunfando yo, no solamente -conseguiría el objeto principal de la batalla, sino que ponía el pie en -el pescuezo á ese pícaro desleal.»</p> - -<p>—Y ¿qué mal habría en ello?—exclamó aquí con voz airada -don Juan, doblando como un espadín la plegadera entre sus dedos -convulsos.</p> - -<p>—Ninguno, ciertamente—replicó don Pedro con -entereza.—El mal está en que las cosas hayan venido á parar ahí; -en que tú, hombre honrado, independiente, bueno y generoso, pactaras -alianzas con esa canalla, y que entre todos hayáis convertido á -Cumbrales en feudo desdichado de dos aventureros.</p> - -<p>—¡Pedro!... ¡Pedro!—gritó aquí don Juan de -Prezanes, incorporándose lívido en el sillón y haciendo crujir -la plegadera.—¡No empecemos ya! ¡De esos á quienes llamas -aventureros, el uno siquiera, por amigo mío, merece tu respeto!</p> - -<p>—¡Amigo tuyo!... ¡Merecedor de mi respeto! ¡El marqués de la -Cuérniga, ayer traficante en reses de matadero, concursado cien veces, -marrullero y tramposo, y de la noche á la mañana, y Dios sabe por qué, -título de Castilla y diputado á Cortes!...</p> - -<p>—¡Pedro!... ¡Pedro!...</p> - -<p>—¡Amigo tuyo... porque te escribe y te adu<span -class="pagenum" id="Page_80">[p. 80]</span>la cuando te necesita, como -te escribía y te adulaba también el otro personaje de alquimia, el -barón de Siete-Suelas, su digno competidor en el distrito, hoy amparado -por el pillastre Asaduras!... ¡Amigo tuyo!... ¿En qué lo ha demostrado? -¿Qué favores te ha hecho?</p> - -<p>—Cuantos le he pedido, ¡vive Dios!</p> - -<p>—Es verdad: obra de su poder y de tu deseo son las crueles -venganzas consumadas aquí en infelices campesinos que, al seros -desleales en la lucha, acaso les iba en ello el pan de sus familias; -favores suyos son también las ratas que habéis metido en la -administración municipal, y los esfuerzos que aún se hacen para echar á -presidio lo único honrado que en ella nos queda.</p> - -<p>—¡Voto á tal—rugió aquí don Juan de Prezanes (y le echó -redondo) haciendo crujir la plegadera,—que esto ya pasa la raya -de todas las conveniencias!</p> - -<p>—Á los hombres como tú, Juan—añadió don Pedro -imperturbable,—y á los niños, hay que decirles la verdad desnuda; -y tú eres un niño tesonudo y obcecado, porque la sensibilidad te roba -el entendimiento, y la pasión te deslumbra. Tú no harías el daño que -haces, pues eres bueno y honrado, si no tuvieras quien te azuzara y -pusiera las armas en tus manos. Ni siquiera te excusa la ignorancia -ó la perversidad de los caciques del otro tiranuelo, que á su vez -hacen<span class="pagenum" id="Page_81">[p. 81]</span> lo mismo. ¡Lo -mismo, Juan! porque en estos desdichados lugares, las venganzas y las -tropelías se cometen por riguroso turno; y éste es el favor que debe -Cumbrales á sus representantes. Ellos son los toros de la fábula; el -distrito, el charco de pelea; y nuestros pobres convecinos, las ranas -despachurradas. Y ¿para qué esos sacrificios incesantes? Para provecho -y regalo de dos farsantes vividores, caídos aquí como en tierra de -conquista. ¿Cuáles son sus títulos para representarnos en Cortes? -¿Quién los ha llamado? ¿Quién los conoce en el distrito sino por la -huella desastrosa que dejan á su paso por él? ¡Y quieres que yo te -ayude en esta obra de iniquidad! ¡Y eso lo pretendes cuando la nación -entera arde en guerras y escisiones, y hay un campo de batalla á las -puertas de nuestros pobres hogares! ¡Nunca, Juan, nunca!</p> - -<p>Ya comprenderá el lector que con mucho menos que esta andanada, -soltada á quemarropa y en mitad del pecho, había sobrado para que -echara chispas el hombre más cachazudo, cuanto más el irritable y -eléctrico don Juan de Prezanes. El cual, trémulo y desencajado, antes -que su amigo dijera la última palabra, ya había convertido en hilachas -la plegadera entre sus manos. Sudaba hieles y parecía una pila de -rescoldo. No le cabía en la estancia; al revolverse en ella nervioso -y desatentado como fiera en<span class="pagenum" id="Page_82">[p. -82]</span>jaulada, tumbaba sillas á puntapiés, y con el aire de sus -faldones agitados, volaban los papeles sueltos de la mesa. Rugió, -golpeóse las caderas con los puños cerrados, mesóse el ralo cabello con -las uñas, amagó apóstrofes fulminantes, injurias... hasta blasfemias, -y ¡caso inaudito en él! ni á una sola palabra, de la tempestad de -frases iracundas que bramaba en su pecho, dieron salida sus labios. -Devorábalas á medida que á borbotones acudían á su boca; y aquella -plenitud de furia comprimida, la denunciaban sus ojos inyectados de -sangre y el temblor de todas sus fibras. Causaba espanto el bueno de -don Juan de Prezanes. Felizmente no duró mucho tiempo la peligrosa -crisis, porque también obra milagros la voluntad; y la del letrado de -Cumbrales fué en aquella ocasión heróica sobremanera.</p> - -<p>Cuando, después de este triunfo, logró algún dominio sobre sus -nervios desconcertados en la batalla, arrojó por la ventana la -plegadera hecha una pelota; se enjugó el sudor con el pañuelo; dió -algunas vueltas, relativamente sosegadas, en el gabinete, y, por -último, se dejó caer en el sillón, apoyando los codos sobre la mesa y -la cabeza entre las manos. Momentos después se encaró con su amigo, que -no apartaba los ojos de él, y le dijo con voz enronquecida, pero no -destemplada:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_83">[p. 83]</span></p> - -<p>—Has venido á esta casa en busca de una reconciliación -intentada por mí, y juro á Dios que no he de darte hoy motivos de -nuevas desavenencias, como tú no las busques. Pero conste, y muy recio, -que si las antiguas quedan en pie, no es por culpa de tu irascible, -irreconciliable y rencoroso amigo, sino por la tuya, manso, razonable y -dulcísimo Pedro.</p> - -<p>—Por mi culpa no, Juan, puesto que no me niego ni me he negado -jamás á una estrecha alianza contigo.</p> - -<p>—¡Si pensarás que han pecado de turbias tus recientes -palabras?</p> - -<p>—El que yo me niegue á ser instrumento de cuatro intrigantes, -no es resistirme á ayudarte con alma y vida á hacer algo bueno por el -pueblo en que nacimos. Mas para esto es indispensable que, en lugar de -ir yo á tu terreno, vengas tú al mío.</p> - -<p>—¡Y cata ahí el puntillo montañés!—replicó don Juan con -nerviosa sonrisa.—¡Ay, Pedro, qué ciego es quien no ve por tela -de cedazo!</p> - -<p>—Juzga lo que quieras, Juan, de mis intenciones: á mí me -basta saber que son honradas; pero entiende que no lucharé jamás á tu -lado, sino para exterminar de Cumbrales á esos intrusos tiranuelos; -empresa tan fácil como necesaria y benéfica. Cien veces te lo he dicho: -unámonos para arrancar la administración de<span class="pagenum" -id="Page_84">[p. 84]</span> este pueblo de las manos en que anda -años hace; entreguémosla á los hombres de bien; hagamos porque no -lleguen á pleito las cuestiones del lugar, y fállense en terreno á -donde no alcance la mano del Estado ni se dejen sentir influjos de la -política; guerra á muerte á los caciques, si alguno queda rezagado -entre nosotros; y cuando por este camino llegue Cumbrales á ser dueño -absoluto de lo que en justicia le pertenece, yo mismo abriré sus -puertas á los merodeadores. La posesión de sí mismos hace cautos á los -hombres; y si alguno es tan inocente que aun con los ojos abiertos cae -en las redes tendidas, quéjese de su torpeza, pero no de su desamparo. -Muy necio tiene que ser el que desconozca que le engaña quien se le -brinda con el remedio de todos sus males, como charlatán de feria, para -desempeñar un cargo que, ejercido á conciencia, más es cruz de suplicio -que ocasión de prosperidades. ¿Crees, Juan, que, pensando así, puedo -rechazar tus planes por la pueril satisfacción de que tu aceptes los -míos?</p> - -<p>—Puedo creer... creo, que te ciega una pasión, como tú crees -que otra me ciega á mí. ¡Vaya usted á saber quién de los dos es el más -apasionado!</p> - -<p>—Aunque así sea y no valgan nada las razones que me has oído, -mi ceguedad no daña á nadie.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_85">[p. 85]</span></p> - -<p>—Lo cual quiere decir que la mía es muy nociva.</p> - -<p>—Te he demostrado que sí.</p> - -<p>—¡Mira, Pedro, que no se dispone dos veces de la paciencia!</p> - -<p>—No he sacado yo á relucir este asunto malhadado. Tú me has -impuesto mi complicidad en vuestros planes, como condición de nuestras -paces alteradas por una chapucería. Yo no he hecho otra cosa que -responderte.</p> - -<p>—¡Hiriéndome en lo más vivo!</p> - -<p>—Así se receta contra las malas costumbres, Juan; y esa en -que estás encenagado por una aberración de tu buen sentido, es causa -perenne de grandes desdichas para cuantos te rodean. Mi deber es -decirte la verdad, y te la digo.</p> - -<p>Por algo decía don Juan de Prezanes que no se dispone de la -paciencia dos veces seguidas. Yo soy de su parecer, y además creo que á -los hombres del temperamento del abogado de Cumbrales, no les conviene -tragar la ira cuando esta mala pasión forcejea en sus pechos y busca -las válvulas de escape; porque no hay ejemplo de que esta metralla -haya llegado á digerirse en ningún estómago, por recio que sea; y -puesto que es de necesidad el desahogo, preferible es que éste ocurra -á tiempo y sazón, á que acontezca fuera de toda oportunidad, como en -el presente caso. El irascible jurisconsulto,<span class="pagenum" -id="Page_86">[p. 86]</span> que había conseguido dominar la furia de su -temperamento irritado cuando su compadre le puso á bajar de un burro, -perdió los estribos y dió en los mayores extremos de insensatez, por -una bagatela; por aquello de las «malas costumbres.»</p> - -<p>Oyólo el desdichado, clavando las uñas en el tablero de la mesa y -los ojos chispeantes en los impávidos de su compadre, que bien pudiera -no haber pegado tan fuerte.</p> - -<p>—¡Malas costumbres!... ¡encenagado en ellas!—repetía -don Juan con voz cavernosa, y los pelos de punta y la faz -desencajada.—¡Y, sin embargo, yo soy el díscolo, y el procaz, y -el quisquilloso, y el descomedido!... ¡y tú el varón justo y prudente -y sabio... el caballero sin tacha! ¡Ira de Dios! ¡Malas costumbres! -¡Encenagado en ellas!—tornó á repetir, entre roncos bramidos, -mientras se incorporaba derribando el sillón y se hacía pedazos en -el suelo una salbadera de vidrio.—¡Y eso me lo vienes á decir -á mi casa, cuando te brindo en ella con la paz!... Y ¿quién eres tú? -¿qué títulos, qué poderes son los que tienes para atreverte á tanto, -hipócrita, mal amigo! Si lo que te propongo no te agrada, confórmate -con no aceptarlo; ¡pero no me injuries, no me hieras! ¿Ó tienen -razón los que me dicen que eres de la cepa de los tiranos?... ¡Sí, -vive Dios! Cuando late en el pecho un corazón<span class="pagenum" -id="Page_87">[p. 87]</span> honrado y se sienten en él los dolores -ajenos, no se dan las puñaladas, no se ultraja á nadie á sangre fría, -como tú me has herido y ultrajado hoy... y ayer, y siempre... ¡bárbaro! -¡Y quieres paz y buscas la armonía! ¿Cómo han de ser duraderas entre -nosotros, si los más nobles impulsos de mi corazón se estrellan siempre -contra tu intolerancia brutal! Porque me odias, porque me detestas. Y -me odias y me detestas, porque soy mejor que tú, porque valgo más que -tú; y valgo más que tú, ¡porque en una sola fibra de mi corazón hay -más nobleza que en todo tu sér, henchido de soberbia, de vanidad y de -hipocresía!</p> - -<p>Ni una palabra dura respondió don Pedro Mortera á esta primera -explosión de ira de su compadre; pero éste nunca se colocaba en tales -alturas sin despeñarse después, ciego y loco, entre torbellinos de -improperios y desvergüenzas. ¡Qué cosas dijo á su impasible amigo! -Porque una vez enredado en aquella infernal batalla, ya no reñía sólo -por el punto en cuestión: en la mente volcánica del jurisconsulto -fueron eslabonándose recuerdos de supuestos agravios, hasta los -más remotos del tiempo de su niñez; y caldeados al fuego de su ira -diabólica, arrojábalos en palabras, como lava de un cráter y en -testimonio de una vida de abnegaciones y martirios.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_88">[p. 88]</span></p> - -<p>Trazas llevaba de no cesar la erupción en todo el día, cuando se -presentó Ana despavorida y presurosa porque había oído las voces -desde el corral. ¡Empresa peliaguda fué para la joven hacerse oir de -su padre, desconcertado, lloroso y balbuciente! Pero lo consiguió al -fin. Dueña de aquella brecha, minó con el arte de su larga y triste -experiencia, y supo llegar hasta el corazón del pobre hombre, que acabó -de rendir todos sus bríos á los halagos de su hija.</p> - -<p>Entonces volvió don Pedro á ofrecerle sus brazos.</p> - -<p>—Si te ofendieron—le dijo—algunas de mis palabras, -sin tal intento salidas de mis labios, harto te han vengado las que -después me has dirigido. De todas suertes, yo te las perdono con -todo mi corazón. Jamás de él te he arrojado, en él vives; lee en el -tuyo, Juan, y acábense de una vez para siempre estas reyertas que nos -matan.</p> - -<p>Don Juan de Prezanes, desfogadas ya sus iras, estaba más para -sentir que para hablar; y tal vez á esta excusa se agarró su genio -quisquilloso para no dar el brazo á torcer todavía, aunque Dios sabe si -en el fondo del alma lo deseaba.</p> - -<p>Así lo comprendió Ana; y mientras su padre se sentaba desfallecido -y pálido, hizo una seña á su padrino, y díjole al mismo tiempo en voz -alta:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_89">[p. 89]</span></p> - -<p>—Este asunto corre ya de mi cuenta; y bien sabe mi padre que -yo nunca dejo las cosas á medio hacer.</p> - -<p>Con esto, se volvió á consolar al atribulado, y salió don Pedro -Mortera, harto más pesaroso que complacido.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_monos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_6"> - <p><span class="pagenum" id="Page_91">[p. 91]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_orejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="VI. DON VALENTÍN">VI</h2> - <p class="subh2">DON VALENTÍN</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">La casa</span> á que llegó -don Baldomero después de separarse de Pablo, estaba situada en lo más -desabrigado, al vendaval de la barriada de la Iglesia. Era grande y -vieja, sin portalada; con una accesoria, que en mejores tiempos había -cumplido altos destinos, á un costado; al opuesto un nogal medio -podrido, y en la trasera un huerto lóbrego.</p> - -<p>¡Qué tristes son en una aldea esos viejos testimonios de fenecidas -prosperidades campestres! Tristes, porque al contemplarlos los ojos del -sentimiento, más que las piezas herrumbrosas y dislocadas que tienen -delante, ven la máquina activa que ya no existe. ¡Cuánto más alegre la -miserable choza entre laureles y zarzas, con el becerrillo atado al -tosco pesebre y una<span class="pagenum" id="Page_92">[p. 92]</span> -pollada picoteando en las goteras del corral, que el silencioso -palación de abolengo, con las cuadras enjutas y encanecidas por desuso, -y el pajar en esqueleto! La primera es la vida risueña, que no está -reñida con la pobreza; el segundo es la muerte, ó, cuando menos, la -decrepitud con todos sus achaques, tristezas y desalientos.</p> - -<p>Tal aspecto ofrecía la casa de que vamos hablando.</p> - -<p>Abrió don Baldomero el entornado portón del estragal, y tomó -escalera arriba por una de peldaños que yesca parecían por lo -carcomidos y esponjosos. Ya en el piso, entró en un salón de negro -tillo de viejísimo castaño abarquillado y con jibas; el techo era -de viguetería pintada de barro amarillo, y de las no muy blancas -paredes pendían un retrato de Espartero, en lugar preferente, y en los -secundarios una Virgen de las Caldas y un plano de Jerusalén; todas -estas estampas en marcos con chapa de caoba, deslucida por el polvo de -los años y la incuria de sus dueños.</p> - -<p>Á lo largo de aquel salón, gesticulando y hablando solo al mismo -tiempo, paseábase un hombre no muy alto, seco, moreno verdoso y algo -encorvado; pero ágil todavía, á pesar de sus muchos años. Comenzando -á describirle por la cúspide, pues no había un punto en todo él de -desperdicio para el dibujante, digo que la te<span class="pagenum" -id="Page_93">[p. 93]</span>nía coronada por un sombrero de copa alta, -con funda de hule negro; seguía al sombrero una cara pequeñita y -rugosa, cuyos detalles más notables eran los ojos verdes y chispeantes, -como los del gato; las cejas blancas y erizadas; la nariz un poco -remangada y gruesa, y debajo, á plomo de las ventanillas, sobre una -boca desdentada, dos mechas cerdosas, separadas entre sí, formando lo -que se llama, vulgar y gráficamente, <i>bigote de pábilos</i>. Las quijadas -y la barbilla sustentábanse en las duras láminas de un corbatín militar -de terciopelo raído, dentro de las que se movía el flácido pescuezo, -como el del grillo entre su coraza. Vestía el singular personaje -pantalón de color de hoja seca, corto y angosto de perneras y con -pretina de trampa; chaleco azul, cerrado, con una fila de botones -de metal amarillo, hasta la garganta, y, por último, casaquín, de -cuello derecho, con narices en los arranques de las aletas traseras, -ó faldones rudimentarios, prenda que fué muy usada, hasta no há mucho -tiempo, en la Montaña, por los señores de aldea. El de quien vamos -hablando no se la quitaba de encima jamás, acaso por los vislumbres -marciales que despedía, combinada con estudio con el chaleco cerrado, -el corbatín de terciopelo y el sombrero con funda.</p> - -<p>Ya habrá adivinado el lector que se trata del héroe de Luchana, don -Valentín Gutiérrez de<span class="pagenum" id="Page_94">[p. 94]</span> -la Pernía, de quien nos ha dado algunas noticias su hijo don Baldomero, -en el banco de la Cajigona.</p> - -<p>No se cruzó un triste saludo, y estoy por asegurar que ni una -mirada, entre uno y otro personaje; pero movidos ambos de un mismo -pensamiento, acercáronse á una mesa que estaba arrimada á la pared y -con una de sus alas levantada. Sobre el menguado y no limpio mantel, -tendido encima, había una botella, dos vasos, otros tantos platos -con los correspondientes cubiertos (de peltre, si no mentían las -apariencias), una escudilla sobre cada plato, un cuchillo de mango -negro, y como dos libras de pan en media hogaza, no de flor ni del día. -Ni don Valentín se quitó el sombrero forrado de hule, ni su hijo el -hongo roñoso; y no había cesado aún el clamoroso crujir de las sillas -arrastradas sobre el áspero suelo, cuando se llegó á la mesa, á mucho -andar, una mocetona desgreñada y en soletos, con una tartera de barro -entre las manos, y en la tartera la olla humeante y lacrimosa.</p> - -<p>Arrimándose la moza á don Valentín, acomodó la cobertera de modo que -no quedara más que un resquicio en la boca del ollón; entornóle sobre -la escudilla, y la llenó de caldo, soplando al mismo tiempo y sin cesar -la escanciadora, para que torcieran su rumbo los cálidos vapo<span -class="pagenum" id="Page_95">[p. 95]</span>res que subían en espesa -columna vertical. Cuando hubo hecho lo mismo al lado de don Baldomero, -puso la olla sobre la tartera en el centro de la mesa, y se largó á -buen paso hacia la cocina, como diciendo:—Ahí queda eso, y allá -os las compongáis.</p> - -<p>Y no se las compusieron del todo mal los dos comensales. Por de -pronto, partieron sendas rebanadas de pan; luégo las subdividieron en -transparentes lonjas que remojaron en el caldo de las escudillas, y, -por último, se tomaron la sopa resultante, que á néctar debió saberles, -por lo que la pulsearon antes de paladearla. Tras este refuerzo al -desmayado estómago, un trago de vino y dos castañeteos de lengua, don -Valentín volcó la olla en la tartera, que encogollada quedó de potaje, -sobre el cual cayeron, en las tres últimas y acompasadas sacudidas -que al cacharro dió el héroe, sabedor de lo que dentro había y no -acababa de salir, dos piltrafas de carne y una buena ración de tocino. -Sirviéronse y engulleron copiosa cantidad de bazofia, y, tras ella, -casi todo el tocino. De carne, no quedó hebra.</p> - -<p>Ni una palabra se había cruzado todavía entre el padre y el hijo, -hasta que, limpios los respectivos platos y apurados por tercera -vez los vasos, dijo don Valentín, tras un par de chupetones á los -pábilos del bigote, y arrojando<span class="pagenum" id="Page_96">[p. -96]</span> sobre la mesa una llave que guardaba en el bolsillo de su -chaleco:</p> - -<p>—Sácalo tú.</p> - -<p>Y con ella en la mano, fuése don Baldomero á una alacena que en el -mismo salón había, embutida en la pared, y tomó de sus negras entrañas -un plato desportillado que contenía como hasta tres cuarterones de -queso pasiego, duro y con ojos, señal de que ni era fresco ni era -bueno.</p> - -<p>Antes de hincar en él las mandíbulas (pues es averiguado que, -desde mucho atrás, no quedaban en ella ni raigones), exclamó el -veterano, entre iracundo y plañidero, y como si continuara una serie no -interrumpida de graves meditaciones:</p> - -<p>—En verdad te digo que el hombre degenera de día en día, y que -se acaban por instantes aquellas virtudes que hicieron del español, en -otros tiempos, el modelo de los caballeros sin tacha. Ya no hay fe en -los principios, ni verdadero amor á la patria, ni entusiasmo por la -libertad.</p> - -<p>Don Baldomero tragaba y sorbía, y nada respondió á su padre. ¡Estaba -tan hecho á oirle cantar aquella sonata!</p> - -<p>Don Valentín, mientras paladeaba el primer trozo de queso que se -había llevado á la boca en la punta del cuchillo, continuó así:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_97">[p. 97]</span></p> - -<p>—Digo y sostengo que no es de liberales de buena casta -regalarse el cuerpo como nosotros, ni comer pan á manteles, mientras el -faccioso tremola en el campo el negro pendón de la tiranía. ¿No es esto -el evangelio?</p> - -<p>—Bien podrá ser—respondió el otro, mascando á dos -carrillos;—pero paréceme á mí que tendría más fuerza de verdad -predicado antes de comer.</p> - -<p>—¿Quieres decirme—saltó don Valentín,—que también -yo me duermo en las delicias de Capua? ¿Quieres darme á entender, -hombre sin vigor ni patriotismo, que no sé predicar con el ejemplo? -Pues chasco te llevas, que, aunque viejo, todavía arde en mis venas la -sangre que triunfó en Luchana; y bien sabes tú que si esta mano rugosa -no esgrime el hierro centelleante en el campo del honor, no es culpa -mía, sino de la raza afeminada y cobarde que me rodea y me oye, y se -encoge de hombros, y se ríe de mi ardimiento, y se burla de los ayes de -la patria roída por el cáncer del absolutismo.</p> - -<p>Aquí don Valentín, devorando el último de los pedazos en que había -dividido su ración de queso, arrastró hacia el centro de la mesa el -plato que tenía delante; y después de beber de un sorbo, temblándole -la mano y la barbilla, el tinto que en su vaso quedaba, y de plantarle -vacío y con estruendo sobre el mantel, conti<span class="pagenum" -id="Page_98">[p. 98]</span>nuó de este modo, llevando la diestra al -bolsillo interior del casaquín:</p> - -<p>—Pero yo no he de faltar á mi deber, aunque el mundo entero -prevarique y toda carne corrompa su camino; yo he de insistir, mientras -aliento tenga, en que cada cual ocupe su puesto y lleve su ofrenda al -templo de la libertad. Soy hijo del siglo; he bebido su esencia; me -he amamantado en sus progresos (al hablar así reapareció su diestra -empuñando una petaca de suela y un rollo de hojas de maíz); y si hay -hombres á quienes ofende la luz de nuestras conquistas y seduce la -parsimonia estúpida de los viejos procedimientos, yo no soy de esos -hombres.</p> - -<p>No afirmaré que lo hiciera en demostración de su aserto; pero es la -verdad que, mientras tales cosas decía, raspaba con su cortaplumas una -de las hojas de maíz por ambas caras, y la recortaba cuidadosamente -hasta dejarla reducida al tamaño de un papel de cigarro. Púsose á liar -uno, y en tanto, seguía declamando de esta suerte:</p> - -<p>—No hay modo de convencer á estos zafios destripaterrones, de -que la ley del progreso impone deberes, lo mismo que la ley de Dios... -Y el progreso es fruto natural de la libertad, y la libertad padece -persecuciones en el presente momento histórico... y el honor de los -padres<span class="pagenum" id="Page_99">[p. 99]</span> es el honor de -los hijos; y donde padece la libertad, sufre el progreso; y si muere -la una, acábase el otro... Pero la libertad es inmortal, porque Dios -puso el sentimiento de ella en el corazón de los hombres; y siendo la -libertad inmortal, el progreso no puede morir; pero pueden padecer... -padecen ¡vive Dios! padecen; y padecen desdoro, porque el perjuro, -el vencido en Luchana, los combate otra vez; y por el solo hecho de -combatirlos, los afrenta... y el campo de batalla está á las puertas -de nuestros hogares indefensos; indefensos, porque no hay patriotismo -en ellos; y porque no le hay, se desoye mi voz que le invoca á cada -instante, y sin cesar llama á la lid contra el pérfido... Pero yo no -cejaré en mi empresa; yo levantaré el honor de Cumbrales peleando solo -contra el tirano, si solo me dejan al frente de él, cuando profane -este suelo con su planta inmunda. La muerte de un hombre libre lava la -ignominia de un pueblo de esclavos. ¡Infelices! Ignoran que, en las -corrientes del progreso, quien no va con ellas es arrollado y deshecho. -Por eso mi voz es desoída aquí... por eso, en cuanto á los más, costra -grosera del pobre terruño; y en cuanto á los menos, ¿qué excusa podrá -salvarlos cuando la patria les pida cuenta de su conducta sospechosa? -Sospechosa, sí, porque no todo es trigo limpio en Cumbrales,<span -class="pagenum" id="Page_100">[p. 100]</span> ¡vive el invicto Duque! -Aquí también hay fósiles de los tiempos bárbaros; seres incomprensibles -para quienes el tiempo no pasa, ni instruye, ni reforma, ni inventa, ni -demuele. ¿En qué se conocería que vivimos en el siglo de la luz y del -progreso, si ellos fueran los llamados á dirigir las corrientes de las -ideas; si junto á esa raza obscurantista y retrógrada, no se alzara la -de los hombres como yo?</p> - -<p>Cuando hubo dicho esto y liado el cigarro, púsole en la boca, -restregóse las palmas de las manos para sacudir el polvillo del tabaco -adherido á ellas, y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:</p> - -<p>—¡Sidora!... ¡la chofeta!</p> - -<p>Y Sidora acudió con la única que debía quedar en el siglo; venerable -joya de metal de velones, con sus dos mangos torneados, tintos en -almazarrón.</p> - -<p>Dejó la moza el braserillo clásico sobre la mesa, y marchóse, -llevándose la olla vacía y la tartera con las sobras del potaje; y como -ya no había qué comer ni qué beber á sus alcances, don Baldomero cogió -la petaca de su padre, tomó de ella el tabaco necesario, y sin replicar -ni siquiera prestar atención á lo que el veterano iba diciendo, hizo -un cigarro con papel de su propio librillo, encendióle en las ascuas -mortecinas de la chofeta, y comenzó á fumarle<span class="pagenum" -id="Page_101">[p. 101]</span> muy sosegadamente, entre eructos y -carraspeos.</p> - -<p>Don Valentín continuó un buen rato todavía declamando contra la -poca fe liberal de los tiempos, hasta que reparó en su hijo, de quien -se había olvidado en el calor de su fiebre patriótica; y al verle -dormilento y distraído, alzóse de la silla, y díjole en tono admirativo -y corajudo:</p> - -<p>—¡Hombre, parece mentira que seas sangre de mi sangre, y -que no se te despierte ese espíritu holgazán... por respeto siquiera -al nombre que llevas y que, en mal hora, te pusieron en la pila, en -memoria del héroe ilustre con quien vencí en Luchana! ¡Sorda y ciega -sea esta imagen de él que nos preside; que á trueque de que no vea lo -que eres ni oiga lo que te digo, consiento en que ignore la fe que le -guardo y el altar que tiene en mi corazón!</p> - -<p>Por toda réplica, y mientras don Valentín miraba el retrato, -descubriéndose la cabeza calva, su hijo hundió los brazos en los -bolsillos del pantalón, estiró las piernas debajo de la mesa, cargó el -tronco sobre el respaldo hasta dar con éste y con la nuca en la pared, -y así se quedó, arrojando por las narices el humo de la colilla que -tenía entre los labios.</p> - -<p>El veterano le miró con ira despreciativa; volvió á cubrirse la -cabeza, y salió á cumplir<span class="pagenum" id="Page_102">[p. -102]</span> con lo que él llamaba su deber, después de empuñar un -grueso roten, que estaba arrimado á la pared en un rincón de la -sala.</p> - -<p>Momentos después roncaba don Baldomero con la apagada punta del -cigarro pegada al labio inferior.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cara.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_7"> - <p><span class="pagenum" id="Page_103">[p. 103]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_ojos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="VII. MÁS ACTORES">VII</h2> - <p class="subh2">MÁS ACTORES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-d.jpg" alt="D adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">De una</span> persona que -tiene estrabismo, dicen las gentes aldeanas de por acá que <i>enguirla</i> -los ojos, ó simplemente que enguirla; y se llama la acción y efecto de -enguirlar, <i>enguirle</i>. Ahora bien: Juan Garojos, hombre bien acomodado, -trabajador, de sanas y honradas costumbres, alegre de genio y con sus -puntas de socarrón, era un poco bizco; y como en esta tierra, lo mismo -que en otras muchas, no bien se columbra el defecto en una persona, -ya tiene ésta el mote encima, á Juan, desde que andaba á la escuela, -dieron en llamarle Juan <i>Enguirla</i>; algunos, Juan <i>Enguirle</i>, y todos, -al cabo de los años, <i>Juanguirle</i>, con el cual nombre se quedó por -todos los días de su vida.</p> - -<p>Pues este Juanguirle, un poco bizco, bien acomodado, honradote, -chancero y socarrón, más<span class="pagenum" id="Page_104">[p. -104]</span> cercano á los sesenta que al medio siglo, y alcalde de -Cumbrales al ocurrir los sucesos que vamos relatando, hallábase en el -portal de su casa, de las mejores del lugar entre las de labranza, -con cercado <i>solar</i> enfrente, para lo tocante á forrajes y legumbres -en las correspondientes estaciones, sin perjuicio de la cosecha del -maíz á su tiempo (pues á todo se presta la tierra bien administrada, -máxime si amparan sus frutos contra las injurias y demasías del -procomún, cercados firmes y el ojo del amo, alerta y vigilante), y el -corral bien provisto de rozo y junco para las <i>camas</i>, y de matas y -tueros para el hogar la socarreña accesoria, capaz también del carro -y su armadura de quita y pon, la sarzuela y los adrales, un tosco -banco de carpintería, el rastro y el ariego y muchos trastos más del -oficio, que no quiero apuntar porque no digan que peco de minucioso, -aunque tengo para mí que, en esto de pintar con verdad, y, por ende, -con arte, no debe omitirse detalle que no huelgue, por lo cual he de -añadir, aunque añadiéndolo quebrante aquel propósito, que debajo de -la <i>pértiga</i> dormitaba un perrazo de los llamados <i>de pastor</i>, blanco -con grandes manchas negras, y que en el corral andaba desparramado un -copioso averío, buscándose la vida á picotazos sobre el terreno que -escarbaba.</p> - -<p>Volviendo á Juanguirle, añado que estaba en<span class="pagenum" -id="Page_105">[p. 105]</span> mangas de camisa, canturriando unas -seguidillas á media voz, pero desentonada, mientras pulía el asta que -acababa de echar á un dalle; obra de prueba que pocos labradores son -capaces de ejecutar debidamente. Raspaba el hombre con su navaja donde -quiera que sus ojos veían una veta sobresaliendo, y luégo aproximaba -á sus ojos la más cercana extremidad del asta; y tocando el <i>pie</i> del -dalle en el suelo, enfilaba una visual por los dos puntos extremos; y -vuelta después á raspar, y vuelta á las visuales, y vuelta también á -probar su obra, empuñando las <i>manillas</i> y haciendo que segaba.</p> - -<p>Cuando se convenció de que el asta no tenía pero, echó una -seguidilla casi por todo lo alto; y acabándola estaba en un calderón -mal sostenido, cuando el perro comenzó á gruñir sin levantarse, y se le -presentó delante don Valentín Gutiérrez de la Pernía. Saludó al alcalde -en pocas palabras, y en otras tantas, pero regocijadas y en solfa, fué -respondido.</p> - -<p>—Le esperaba á usté hoy, señor don Valentín,—díjole en -seguida Juanguirle, volviendo á retocar el asta aquí y allá con la -navaja.</p> - -<p>—Eso quiere decir que llego á tiempo—contestó el -otro.—Y ¿por qué me esperabas hoy?</p> - -<p>—Porque, salva la comparanza, es usté como el rayo: tan aína -truena, ya está él encima.</p> - -<p>—Luego ¿ha tronado hoy, á tu entender?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_106">[p. 106]</span></p> - -<p>—Y recio, ¡voto al chápiro verde! Y muy recio, señor don -Valentín; ¡tan recio como no ha tronado en todo el año! Desde que -me levanté y fué antes que el sol, no he oído otra cosa en todo el -santo día... Como que si uno fuera á creerlo según suena, cosa era de -encomendarse á Dios. El <i>menistro</i> (con perdón de usté) que fué con -un oficio mío á Praducos, por lo resultante de los ultrajes de ellos -en el monte de acá, entendió que le cortaban el andar; y, por venirse -por atajos y despeñaderos, llegó sin resuello y aticuenta que pidiendo -la unción. De la pasiega no se diga, que hasta el cuévano trajo esta -mañana encogollado de supuestos al respetive, y entre ésta y el otro, -y el de aquí y el de allá, que lo corren y avientan, y que dale y que -tumba y que así ha de ser, hasta los pájaros del aire cantan hoy la -mesma solfa. De modo y manera que yo me dije: ó don Valentín es sordo, -ó no tarda en darse una vuelta por acá, al auto de lo de costumbre.</p> - -<p>—En efecto—respondió don Valentín:—en día estamos -de grandes noticias; y esto me hace creer que no te hallaré, como otras -veces, mano sobre mano.</p> - -<p>—¡Mano sobre mano, voto á briosbaco y balillo!... ¿Y esto que -tengo entre ellas? ¿Parécele á usté muestra de gandulería? Antayer era -castaño de pie, que se curaba en el sarzo del des<span class="pagenum" -id="Page_107">[p. 107]</span>ván; hoy está donde usté le ve, con el -pulimento del caso. ¡Y que vengan los más amañantes del lugar y le -pongan peros! Esto no es echar cambas, señor don Valentín, á golpe de -mazo y corte usté por donde quiera: esto es obra fina, de espiga y -mortaja... y punto menos que sin herramienta, porque de un clavijón -hice un vedano á fuerza de puño.</p> - -<p>—Ya sé que te pintas solo para lo tocante al oficio; pero -yo no vengo hoy á visitar á Juan Garojos, sino al señor alcalde de -Cumbrales, para preguntarle qué medidas ha tomado en vista de las -noticias que corren.</p> - -<p>—Pues el alcalde de Cumbrales, señor don Valentín, cumple con -su deber.</p> - -<p>—¿De qué modo?</p> - -<p>—Dejando esas cosas como Dios las dispone, y no metiéndose en -andaduras que pueden costarle al pueblo muchos coscorrones. Ya sabe -usté que es viejo mi pensar al respetive.</p> - -<p>—Pues para ese viaje no necesitábamos alforjas, mira.</p> - -<p>—En las que yo le he pedido á usté me ajoguen, señor don -Valentín. Y, por último, usté, que no piensa en otra cosa, debe de -saber lo que hay que hacer, lo que puede hacerse, y hasta cómo se -hace.</p> - -<p>—¡Eso pido, Juan, eso pido! Pero ¿quién me oye? ¿quién me -ayuda? ¿quién me sigue?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_108">[p. 108]</span></p> - -<p>—Pero usté, y vamos por partes, ¿qué es lo que teme?</p> - -<p>—¡Que vengan!... ¡que entren!</p> - -<p>—¡Que vengan!... ¡que entren! Pues tal día hará un año. -¡Vea usté qué ajogo! Por aquí entrarán y por allí saldrán... ú -<i>viste-berza</i>.</p> - -<p>—¡Bravo, señor alcalde! ¿Y el honor? ¿y el deber?</p> - -<p>—El honor y el deber á salvo quedan, señor don Valentín; -que naide está obligado á imposibles que rayan en locuras; y locura -fuera, y hasta tentar á Dios, lo que usté pretende. Dejándolos venir, -cuestión será de quitarles el hambre y abrirles el pajar para que se -tiendan y maten el cansancio; pero cerrarles el paso es abrirnos todos -la sepultura en los escombros del lugar. Con que tonto será quien al -escoger se engañe.</p> - -<p>—¡Que así se exprese la primera autoridad del pueblo!... ¡el -representante del gobierno constituído!</p> - -<p>—La primera autoridad del pueblo ha cumplido con la ley -dando los hombres que se le han pedido. Allá está la flor y nata de -Cumbrales: parte de ella no volverá. Al rey serví en su día; y si hoy -tengo el hijo en casa, buen por qué me cuesta. ¿Qué más quieren? ¿qué -más debo? ¿Mando, por si acaso, en alguna plaza fuerte? ¿Son quiénes -cuatro viejos y un<span class="pagenum" id="Page_109">[p. 109]</span> -puñado de mozos que los amparan por deber natural, y sin más armas que -el horcón y las trentes, para hacer cara á quien tiene la guerra por -oficio?</p> - -<p>—Cuando la libertad peligra, señor alcalde, no se cuentan los -enemigos... ¡Numancia!... ¡Zaragoza!</p> - -<p>—Mire usté, don Valentín, no entiendo mayormente de historias; -pero en lo tocante á tener ó no cada uno el alma en su lugar, que venga -el moro ú que vuelva el francés... y hablaremos. Hoy por hoy, en saldo -y finiquito, hermanos somos todos; la mesma lengua hablamos; á un mesmo -Dios tememos...</p> - -<p>—Juan, no están tus entendederas en armonía con la gravedad de -los acontecimientos ni con el valor de mis advertencias patrióticas; -pero habiéndote en el único lenguaje que penetras, te diré que al -son que me toquen he de bailar; como os portéis conmigo ahora, he de -portarme con vosotros mañana. No tardará en presentarse una ocasión -en que el parecer de uno solo valga más que la conformidad de todos -los restantes del pueblo. Ese parecer puede ser el mío: acuérdate del -año pasado. Asaduras fué el causante del conflicto, que, al cabo, se -conjuró; pero yo no soy Asaduras, ni estoy, como él, supeditado á nadie -que me obligue á desdecirme cuando una vez empeño mi palabra.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_110">[p. 110]</span></p> - -<p>—¿Lo dice usté por el caso de la derrota?</p> - -<p>—Por eso mismo.</p> - -<p>—¡Bah! señor don Valentín, usté no tiene punto de comparanza -con Asaduras, y no se meterá usté donde él se metió sin qué ni para -qué. Además, usté no es labrador ni ganadero.</p> - -<p>—Pero lo son mis aparceros y colonos.</p> - -<p>—No es igual; pero aunque lo fuera, ya nos entenderíamos, que -usté no es hombre que intente el daño del vecino sólo por el aquél de -hacerle.</p> - -<p>—¡Verás qué chasco te llevas, Juan!</p> - -<p>—Que no me le llevo, señor don Valentín. ¡Si le conoceré -yo á usté! Además, en lo tocante á lo solicitado por usté, todo lo -respondido por mí es pura chanza y fantesía de palabra... Si esa -libertad llega á verse aquí en trance de muerte, ya sabremos sacarla -avante. Para eso nos bastamos usté y yo, y á todo tirar, Asaduras y -Resquemín. Uno en este portillo, dos en el de más allá y el otro en el -campanario... ¡pin! ¡pan! ¡pun! cuatro tiros hacia aquí, cuatro hacia -allí, boca abajo el faicioso... y se acabó la guerra.</p> - -<p>Como si le hubiera picado un tábano, salió corralada afuera don -Valentín al oir estas palabras de Juanguirle. Celebró éste con fuertes -risotadas el efecto de su chanza, y continuó raspando el asta del -dalle.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_111">[p. 111]</span></p> - -<p>En esto salió del cuarto del portal, pieza de carácter en las -casas montañesas, un mozo como un trinquete: recién peinado, bien -vestido, aunque no de gala, y con los zapatos, sobre medias de color, -ajustados al empeine con cordones verdes. No tenía tacha el mancebo, -en lo tocante á lo físico: buena estatura, hermosa cabeza y artística -corrección en las demás partes de su cuerpo; pero en el modo de llevar -el sombrero, en lo artificioso del peinado y en la forzada rigidez de -sus miembros al moverse dentro del vestido del cual parecía esclavo más -que dueño, muestras daba de ser, con exceso, presumido y fachendoso.</p> - -<p>—No hay como tú, Nisco—díjole Juanguirle.—Hoy -domingo, mañana fiesta: ¡buena vida es ésta!</p> - -<p>—Gana de hablar es, padre, cuando sabe usté que á la hora -presente tengo bien cumplida mi obligación. La ceba dejo en el pesebre, -y las camas listas para cuando venga del monte el ganao. De leña picá, -está el rincón de bote en bote.</p> - -<p>—No lo dije por tanto, hombre; sino que, como te veo tan dao -al zapato nuevo y al pelo reluciente de un tiempo acá, en días de entre -semana...</p> - -<p>—Voy con Pablo al cierro del monte.</p> - -<p>—Por eso creía yo que sobraba la fantesía<span -class="pagenum" id="Page_112">[p. 112]</span> del vestir. ¡Para los -tábanos que han de mirarte allá!...</p> - -<p>—Pero entro antes en su casa... y ya ve usté...</p> - -<p>—Antes y después, Nisco. Lléveme el diablo si no vives más en -ella que en la tuya. Pero, en fin, si aprendes de lo que no sabes y -ensalza el valer de la persona... ¡Mira qué alhaja, hombre!</p> - -<p>Dijo, y al mismo tiempo puso el dalle en manos del mancebo. Éste -echó sobre el asta varias visuales, hizo también como que segaba, y, -por último, arrimó el trasto á la pared, con la guadaña en lo alto. -Marcó un punto con el <i>callo</i> sin mover el asta, y haciendo centro con -el extremo inferior de ésta, describió un arco hacia la derecha. La -punta del dalle pasó entonces por la marca hecha con el callo.</p> - -<p>—¡En lo justo, Nisco, en lo justo! Bien visto lo tengo.</p> - -<p>—Ni menos ni más,—respondió solemnemente Nisco, -entregando el dalle á su padre con todos los honores debidos al mérito -de la obra.</p> - -<p>—Ahora—añadió el alcalde,—voy á picarle, y luégo á -segar un garrote de verde; y si no me le siega el dalle de por sí solo, -te digo que no vale mi sudor dos anfileres.</p> - -<p>Con lo cual se marchó Nisco á casa de Pa<span class="pagenum" -id="Page_113">[p. 113]</span>blo; y momentos después, medio tendido -en el suelo, sobre las melenas de uncir los bueyes; apoyado el tronco -sobre el codo del brazo izquierdo; el extremo del asta sobre la rodilla -levantada, y el filo del dalle deslizándose, al suave empuje de la mano -izquierda, por encima del yunque clavado en tierra, canturriaba una -copla el bueno de Juanguirle, al compás del tic, tic de su martillo, -sin acordarse más del cargo que ejercía en el pueblo ni de la visita de -don Valentín, que del día en que le llevaron á bautizar.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_lm.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_8"> - <p><span class="pagenum" id="Page_115">[p. 115]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="VIII. ÉGLOGA">VIII</h2> - <p class="subh2">ÉGLOGA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Caminando</span> Nisco de -su casa á la de Pablo, como las callejas eran angostas y sombrías y -convidaban á meditar, andando, andando, meditaba y acicalábase el mozo, -pues á ambas cosas era dado, como soñador y presumido que era; y ¡vaya -usted á saber por dónde volaba su imaginación mientras se atusaba -el pelo con la mano, y observaba la caída de las perneras sobre los -zapatos, y estudiaba aires y posturas, sonrisas y ademanes!</p> - -<p>Á lo más angosto de la calleja llegaba, punto extremo de la parte -recta de ella, paso á paso, mira que te mira el propio andar y soba -que te soba el pelo, cuando topó cara á cara con Catalina, la moza -más apuesta y codiciada de Cumbrales. Pareja tan gallarda como -aquélla, no podía hallarse en diez leguas á la redonda. Si él era el -tipo de la gentileza varonil y rústica, ella<span class="pagenum" -id="Page_116">[p. 116]</span> era el modelo correcto de la zagala -ideal de la égloga realista. Y, sin embargo, á Nisco no le gustó el -encuentro, y hasta le salió á la cara el desagrado en gestos que -devoraron los negros y punzantes ojos de Catalina.</p> - -<p>Con voz no tan firme como la mirada, dijo al mozo, cuando le vió -delante de ella vacilando entre echarse á un lado para dejar el paso -libre, ó detenerse para cumplir con la ley de cortesía:</p> - -<p>—Si fuera la calleja tan ancha como el tu deseo, bien sé que -los mis ojos te perdieran de vista ahora.</p> - -<p>—Supuestos son esos, Catalina—respondió Nisco de mala -gana,—que pueden venir... ú no venir al caso.</p> - -<p>—Hijo, lo que á la cara salta, de corrido se lee.</p> - -<p>—Si á ese libro vamos, de tí pudiera yo decir lo mesmo, -Catalina.</p> - -<p>—Abierto le llevo, es verdad; pero no leerás en él cosa que me -afrente.</p> - -<p>—Ninguna ventaja me sacas al auto.</p> - -<p>—Eso va en concencias.</p> - -<p>—La mía está como los ampos de la nieve.</p> - -<p>—Entonces, ¡Virgen santa!—exclamó Catalina llevándose -hasta la boca las manos entrelazadas,—¿qué color tienen los -corazones falsos y traidores?</p> - -<p>—Si por el mío lo preguntas, cuenta que -te<span class="pagenum" id="Page_117">[p. 117]</span> -equivocas,—respondió Nisco fingiendo mal el aplomo que le -faltaba.</p> - -<p>—¡Con que me equivoco? ¡Con que tu corazón no es falso? ¡Con -que no se apartó del mío de la noche á la mañana?</p> - -<p>—Ninguna escritura habíamos firmao tú y yo.</p> - -<p>—¿De cuándo acá necesita escrituras el querer con alma y vida, -trapacero y engañoso! ¿Qué más escritura que el sentir de la persona! -Desde que sé pensar, para tí ha sido día y noche el mi pensamiento: -cortejantes me rondaron sin punto de sosiego... bien sabes tú que -ninguno fué capaz de quebrantar la mi firmeza; y si la cara me lavaron -á menudo por vistosa, por ser yo prenda tuya no tomé á embuste las -alabanzas. Bienes tiene mi padre que han de ser míos: no dirás que por -cubicia de los tuyos te perseguí. Señor fuiste de mi voluntad; y con -serlo y todo, nunca en mi querer vistes obra que no fuera honrada y en -ley de Dios... ¿Qué mejor escritura de mi parte! Y si no me engañabas -cuando tanta firmeza me prometías, ¿por qué hace tiempo que de mí te -escondes? Y si para mirarme á mí te puso Dios los ojos en la cara, como -tantas veces me dijistes, ¿por qué no cegaron desde que no me miran? Si -para mí eras en el porte la gala de Cumbrales, ¿para quién son ahora -las prendas con que te emperejilas hasta para ir al monte?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_118">[p. 118]</span></p> - -<p>Agobiado parecía Nisco bajo este capítulo de cargos; y, sin duda por -no tener su causa buena defensa, sólo pudo contestar, atarugado y de -muy mala gana, estas palabras:</p> - -<p>—Hay mucho que hablar al auto, Catalina.</p> - -<p>—¡Mucho que hablar!—repuso Catalina entre admirada y -afligida.—¿Para cuándo lo dejas, falso? ¿Qué menos consuelo has -de darme que la razón de lo que has hecho!</p> - -<p>—Ahora voy muy de prisa... Mañana ú el otro...</p> - -<p>—Sí, vete, fachendoso; vete á tomar aires de señorío, que han -de caerte como arracada en oreja de mulo. ¡Ay, Nisco! no le pido á Dios -más sino que sea verdad lo que se corre.</p> - -<p>—¿Qué se corre?—preguntó Nisco más colorado que un -tomate.</p> - -<p>—No quiero decírtelo, porque no te acabe de sofocar el -sonrojo, que ya cerca le anda.</p> - -<p>—¡Yo no tengo nada que me abichorne, sépastelo!</p> - -<p>—Si tienes ó no, el tiempo lo dirá, y allá te espero.</p> - -<p>—Pues vete asentándote ya.</p> - -<p>—¡Sube, sube, que chimeneas más altas han caído!</p> - -<p>—Valiérate más mirar por lo tuyo, Catalina, que meterte en -la hacienda del excusao... Y ya que me haces hablar, diréte que bien -poco ha<span class="pagenum" id="Page_119">[p. 119]</span>bía que fiar -de tus quereres, cuando, por volver yo la espalda, estás dando cara á -otro... y de Rinconeda, para mayor inominia.</p> - -<p>—Es verdad: uno de allá me pretende desde que tú me dejaste, y -hasta sé que va á pedirme.</p> - -<p>—Pues dile que sí, y con eso tendrás todo lo que necesitas. Yo -no he de ponerte pero, que fenecida eres por lo que me toca.</p> - -<p>Este brutal alarde de desdén produjo en Catalina el efecto de una -puñalada.</p> - -<p>—Lo que yo necesito, Nisco, para mi venganza—contestó, -con los ojos arrasados en lágrimas,—son dos corazones, ó no haber -querido nunca con el que tengo.</p> - -<p>Y como, al hablar así, la ahogaran los sollozos, se llevó el -delantal á la cara y apoyó el hermoso busto contra la pared.</p> - -<p>Nisco intentó decir algunas palabras en disculpa de lo que tan mal -efecto produjo en Catalina; pero no acertando á coordinar una mala -frase de consuelo, cortó por lo sano largándose á buen andar.</p> - -<p>No se sabe, á punto fijo, á dónde iba Catalina cuando se encontró -con Nisco; pero está fuera de duda que, no bien le perdió de vista -en la solemne ocasión mencionada, retrocedió presurosa, y, andando, -andando, llegó á una casita, punto más que choza, baja, muy baja, -pobre, muy pobre, arrimada, como de misericor<span class="pagenum" -id="Page_120">[p. 120]</span>dia, al paredón más alto de unas ruinas -antiquísimas, sin dueño conocido, que poco á poco se iban desmoronando, -hacia el extremo occidental de Cumbrales.</p> - -<p>Fuera de la casuca, junto á su puerta entreabierta, y sentada en -un canto arrimado á la pared, estaba una vieja, flaca y apergaminada, -acabando de remendar, á duras penas, por falta de vista y de pulso, un -refajo negro con hilo blanco teñido en el sarro de una sartén que en el -suelo yacía boca abajo.</p> - -<p>En uno de mis libros he dicho yo que no hay en la Montaña una aldea -sin su correspondiente bruja. Pues la vieja de quien voy hablando era -la bruja de Cumbrales. Temida de los más y aborrecida de muchos, raro -era el día sin quebranto para la pobre mujer: unas veces por que con -sus artes no hacía los imposibles que se le pedían; otras porque se -la creía causante de todo lo malo que acontecía en el lugar. Así es -que vivía de milagro, porque lo era, y grande, vivir, como ella, de -limosna, con semejante fama, tantos años encima y tales tratamientos. -¡Qué diferente vida la que pasó con su marido! Entonces trabajaban -unas tierras, tenían una vaca y moraban en buena casa en el mejor -de los barrios. Alternaban en todo trato lícito y honrado con sus -convecinos, y hasta eran, él por lo diestro en <i>encambar</i> carros, y -ella<span class="pagenum" id="Page_121">[p. 121]</span> por lo famosa -en preparar el lino, muy solicitados y bien retribuídos de las gentes. -Pero, á lo mejor de la vida, acabóse la del hombre, de la noche á la -mañana; y ya bien entrada en años la mujer, sola y sin valimiento, tuvo -que dejar la poca labranza que trabajaba y buscar un agujero en qué -albergar el achacoso cuerpo, hasta que la última enfermedad le abriera -la sepultura. Halló la casuca solitaria que la muerte de otro pobre, -tan pobre y desvalido como ella, había dejado abandonada; y allí se -metió con el mísero ajuar que le quedaba. Mientras pudo trabajar, como -obrera ganaba la borona que comía; pero agobiáronla los achaques, y -tuvo que vivir de limosna. En la Montaña no se muere nadie de hambre: -esto es sabido y probado, porque el más miserable parte un mendrugo con -el vecino que carece de él; pero ni en la Montaña ni en región alguna -del mundo, engorda la limosna á quien de ella vive, por abundante que -sea. Hay siempre en el corazón humano fibras indómitas á prueba de -virtudes, y raro es el bollo regalado que no produce un coscorrón al -hambriento.</p> - -<p>Como según el tiempo iba pasando íbase la buena mujer -enflaqueciendo, y sólo se la veía en el lugar para pedir limosna -en casa de don Pedro Mortera ó en la de don Juan de Prezanes, para -ir á misa cada día de fiesta, ó de paso pa<span class="pagenum" -id="Page_122">[p. 122]</span>ra la villa, á donde hacía también sus -excursiones á menudo; y como no se concibe entre las gentes campesinas -una mujer vieja, flaca y encorvada, sola, pobre y taciturna, sin tratos -con el demonio, cata á la de mi cuento, de la noche á la mañana, bruja -<i>con todas sus consecuencias</i>, sin lo que el supuesto no tendría -maldita la gracia. Dieron en morirse muchas gallinas en aquel entonces -y en faltar otras del gallinero, alguien vió plumas junto á la choza de -la pobre mujer; y esto bastó para que, creyendo á la bruja aficionada -al averío, la llamaran las gentes de Cumbrales la <i>Rámila</i>; el cual -mote le quedó por nombre... también <i>con todas sus consecuencias</i>.</p> - -<p>No era Catalina de las más supersticiosas del lugar, ni, en -su opinión, tan mala la bruja como las gentes creían: sobraba -entendimiento á la buena moza para no tragar los absurdos vulgares como -pan bendito; pero faltábale instrucción y era aldeana, y, por ende, -llegaba hasta dejar las cosas en «veremos,» lo cual era rayar muy alto -en la materia. Quiero decir con esto que al acercarse á la Rámila, -impávida y resuelta, iba tan lejos de tenerla por santa, como por -confidente del demonio.</p> - -<p>Llevábala á casa de la bruja, no la reflexión, sino un vértigo -del espíritu, obra del reciente choque de su pasión generosa con el -desdén<span class="pagenum" id="Page_123">[p. 123]</span> brutal de -Nisco. Sentía el dolor de la herida en lo más hondo del corazón, y -buscaba algo que debía de haber para calmarle, aunque fuera el triste -placer de la venganza. Sospechaba, pero no conocía, la verdadera causa -del desvío de su novio, é ignoraba qué le dolía más, si el recelo de -que otra mujer se le llevara, ó el temor de perderle ella; qué era lo -que con mayor urgencia necesitaba, si reconquistar el bien perdido, ó -hacer que <i>la otra</i> no le adquiriera para sí. En cualquiera de estos -casos, ¿cómo, cuándo y por qué camino, si no tenía otra luz para -orientarse en el abismo en que se hallaba que el notorio desvío del -ingrato? Filtros, adivinaciones, sortilegios, hechicerías por arte del -diablo, noticias ciertas, consejos sanos por modo lícito y natural, -y, en último extremo, ocasión de desahogo del pecho acongojado, casi -en el secreto de la confesión... Todo esto, ó mucho ó algo de ello, -podía encontrarse en la choza de la Rámila; y por eso iba Catalina -al antro de la bruja; y por eso, cuando se halló delante de ella, no -supo explicar lo que quería. Al último, refirió la historia de sus -desventuras, que es por donde debió de haber empezado. Lloró mucho, y -la Rámila la dejó llorar hasta que ya no hubo lágrimas en sus ojos ni -quejidos en su pecho.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_satiro.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_9"> - <p><span class="pagenum" id="Page_125">[p. 125]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="IX. LAS PRIMERAS CHISPAS">IX</h2> - <p class="subh2">LAS PRIMERAS CHISPAS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-q.jpg" alt="Q adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Quien haya</span> visto el -mar después de un temporal deshecho, tenderse en la playa, rumoroso -y ondulante, lamiendo manso lo que antes azotó iracundo, y trocados -en arrullos sus bramidos, tendrá una idea del estado de don Juan de -Prezanes, horas después de la borrasca que el lector presenció. En el -fondo de aquella alma, transparente como el más limpio cristal, no se -descubría un solo rencor. Remordimientos y heridas, sí. Remordimientos, -porque su buen sentido, libre de las cadenas de la pasión, decíale que -para defender su derecho no había necesidad de enfurecerse como él se -enfurecía, dando con ello monstruosas proporciones á lo que de suyo -era, en sus comienzos, pequeño y baladí, y rebajando lastimosamente -el nivel de su propia dignidad. Hasta concedía, cierto derecho á -su amigo<span class="pagenum" id="Page_126">[p. 126]</span> para -desaprobar sus viejas alianzas con determinadas gentes, porque á la -vista estaban los muchos males qué habían producido al pueblo, y los -grandes disgustos que á él le habían acarreado, sin un solo beneficio; -pero nada más que <i>cierto derecho</i>: no en la amplitud en que su -compadre se le tomaba y le comprendía. Y por aquí andaba el punto -doloroso. Grabadas estaban en su memoria palabras de acero que, en -el calor de la disputa, se le habían lanzado al corazón, sin respeto -alguno á la honradez de sus intenciones ni á la <i>enfermedad</i> de su -temperamento, causa eficiente de los arrebatos á que de continuo se -entregaba, contra sus deseos y propósitos.</p> - -<p>Apenábale el dolor de estas heridas, hechas sobre frescas -cicatrices, y, por lo mismo, doblemente dolorosas; pero curábalas con -la reflexión de que otras tales había causado él en la batalla; con el -bálsamo del perdón implorado por su contendiente, y con la esperanza -de que la reciente reyerta sería la última entre él y el amigo á quien -más quería en el mundo. <i>Pero</i>, hecha entre los dos la definitiva -liquidación de agravios, y vuelto cada cual á su tienda, que no se -le obligara á él á dar el primer paso en la nueva y edificante vida -que ambos habían de hacer en adelante. Era él el más desgraciado, el -más solo y el más ofendido de los dos, y no<span class="pagenum" -id="Page_127">[p. 127]</span> podía arraigar la reconciliación en el -fondo del alma, si se cimentaba en tan palmaria injusticia. En cambio, -si, libre y espontáneamente, su amigo, ó cualquiera de la familia de su -amigo, diera ese paso decisivo, ¡con qué ansia le saldría al encuentro -y le recibiría en sus brazos, y firmaría entre ellos, con el olvido de -todos los agravios, eternas y venturosas paces!</p> - -<p>Así pensaba, arrimado á la mesa de su despacho, y en la palma de -la mano reclinada la descolorida frente, mientras Ana, sentada á su -lado y leyéndole los pensamientos (porque los hombres como don Juan -de Prezanes, no solamente son niños toda la vida por su afición á las -cosas pequeñas, sino por su propensión á meditar á voces), le prometía -lo que él deseaba y mucho más.</p> - -<p>—Por si te equivocas—llegó á responder su -padre,—bueno será que hagas el sacrificio de acompañarme esta -tarde. La soledad es mala consejera, hija mía.</p> - -<p>Lo que en rigor buscaba don Juan al tener á Ana toda la tarde á su -lado, era el convencimiento de que si alguno de la otra casa iba á -visitarle, lo haría por iniciativa propia, no por sugestiones, y quizá -ruegos, de su hija, quien, hablando en rigor de verdad, en lo tocante á -que se cumplieran sus promesas, no las tenía todas consigo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_128">[p. 128]</span></p> - -<p>En esto apareció Pablo en el corral, y á don Juan de Prezanes, al -verle, se le escapó del pecho un rugido de gozo.</p> - -<p>—¿Lo ve usted!—le dijo Ana sin disimular el grandísimo -que ella sintió al mismo tiempo.</p> - -<p>No podía, en aquella ocasión, enviarse al abogado de Cumbrales -emisario más de su gusto. Sin embargo, recibió al mozo con estudiada -seriedad. ¡Hasta en los menores detalles son niños los hombres -quisquillosos!</p> - -<p>—¡Ya es hora de que le veamos á usted por acá, señor don -Pablo!—dijo, respondiendo al saludo cordial del joven.</p> - -<p>—¡Como, á veces, no sabe uno en qué peca más!...—replicó -éste.</p> - -<p>—Como andaban ustedes de monos—añadió Ana,—habrá -creído Pablo que no estaba el horno para rosquillas.</p> - -<p>—Cabalmente,—dijo Pablo con la mayor sinceridad.</p> - -<p>—¿Es decir—repuso don Juan con mal disimulada -vehemencia,—que, por tu gusto, me hubieras visitado alguna -vez?</p> - -<p>—Pues como de costumbre: todos los días.</p> - -<p>—¿De manera que al verte hoy á mi lado, sin miedo de que este -ogro te devore, debo suponer que, en tu concepto, esos monos ya no -existen?</p> - -<p>—Justo y cabal.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_129">[p. 129]</span></p> - -<p>—Y ¿quién se lo ha dicho á usted, caballerito?—preguntó -aquí don Juan de Prezanes, dejando traslucir, en la mal fingida dureza -de la pregunta, el propósito que ésta envolvía.</p> - -<p>—¿Quién podía decírmelo sino mi padre?—contestó Pablo -sencillamente, mientras Ana iba con anhelante mirada del uno al otro -interlocutor.</p> - -<p>—¿Luego su señor padre de usted—continuó don -Juan,—no se opone á que se me haga esta visita?</p> - -<p>—Como que traigo el encargo de brindarle á usted á -tomar chocolate con él... digo, si no le queda á usted algún -resentimiento...</p> - -<p>—¡Qué cosas tiene tu padre, hombre!—exclamó el nervioso -abogado, llenando todo su pecho de aquella especie de aura bienhechora -que esparcía en la estancia el recado de su amigo.—Yo no tengo -resentimientos con nadie, y mucho menos con vosotros... ¡Vayan al -diablo, si es preciso, <i>esas cosas</i> que no me interesan dos cominos -y tan malos ratos me dan! Armonía con todos y sosiego en el hogar, -Pablo: esto es vivir; que no está uno contento de sí mismo mientras se -halle en guerra con los demás. Con que raya por debajo, y no volvamos á -hablar del asunto.</p> - -<p>Así comenzó á entregarse don Juan de Prezanes á la pasión de -regocijo que le solicitaba<span class="pagenum" id="Page_130">[p. -130]</span> rato hacía, creyendo á salvo ya todos los fueros de su amor -propio. ¡Cuántas veces se había hallado en idéntica situación!</p> - -<p>Preguntó á Pablo muchísimas cosas, sin orden ni concierto, mientras -se paseaba á lo largo de la estancia; y su ahijado, muy cerquita de -Ana, tan pronto contemplaba la labor que ésta tenía entre manos, como -miraba las nubes por la ventana abierta. Llegando á preguntarle por la -vida que traía, respondió el mozo en breves palabras, porque era escasa -la materia y á la vista estaba en todo el lugar. Á lo que dijo don Juan -de Prezanes:</p> - -<p>—Pues mira, hombre: si he de decirte lo que siento, tratándose -de un muchacho de tus condiciones, no me gusta ese modo de vivir. Bueno -que tomes apego á las faenas del campo; bueno, en fin, que trates de -ser un labrador hecho y derecho, pues que en eso has de venir á parar, -según las trazas; pero en lo demás... en lo demás, Pablo, deseara -yo que anduvieras con mucho tiento. Quiero decir que guardaras las -distancias un poco más de lo que las guardas. Estás llamado á ser, por -tu posición, la persona principal de Cumbrales, y esta circunstancia -te impone ciertos deberes. Conviene que estas gentes te vean, pero á -tiempo y no á todas horas y en todas partes; que te traten, pero que no -te manoseen, si mañana han de tenerte en algo y<span class="pagenum" -id="Page_131">[p. 131]</span> ha de aprovecharles tu importancia; que -los aventajes en todo lo bueno, pero que no intentes igualarlos en lo -que pueda desautorizarte á sus ojos. Natural es que juegues á los bolos -cada día de fiesta con los mozos de tu edad; pero no lo es tanto que -bailes á su lado con las mozas en las romerías, y mucho menos que te -agregues de noche á sus rondas y parranderas. Bien sé yo que á los años -hay que darles lo que es suyo, y que aquí no se halla otra cosa mejor -que eso para lo que pide la mocedad; pero considera que hay que estar á -las duras y á las maduras, y que las duras de esos pasatiempos pueden -ser muy graves para tí, sobre todo si tratas de buscar el desquite. -Cuando menos, esas costumbres tienen de malo el que su centro natural -es la taberna; y en la taberna, Pablo, siempre hace un desdichado papel -la levita.</p> - -<p>Ana atajó aquí á su padre, temerosa de que el mozo se resintiera de -la homilía que le estaban enderezando, y dijo á éste en el tono zumbón -que tan bien sentaba á la traviesa joven:</p> - -<p>—No dirás, Pablo, que, para improvisado, es malo el sermón de -tu padrino.</p> - -<p>—¡Sermón no!—saltó don Juan, apresurado.—¡Líbreme -Dios de meterme en esas honduras!... ¡y cuando aún me rasco los -coscorrones de uno muy amargo! No, hijo mío; no te predico ni trato -de molestarte: digo sencilla<span class="pagenum" id="Page_132">[p. -132]</span>mente lo que siento, porque te quiero mucho y ha venido -á pelo. Y con esta advertencia, y ya que lo tengo entre los labios, -he de decirte, para concluir, que no me disgusta Nisco, el hijo del -alcalde: es mozo de juicio, aunque pudiera ser menos presumido y -valdría más; pero ¿por qué es tan amigo tuyo? De un tiempo acá, no -os separáis. Ya sé que sois camaradas de la infancia; pero me parece -demasiada intimidad la que os une para lo diversas que son vuestras -educaciones. Lo probable es que se te pegue á tí su tosquedad, y no á -él tu cultura.</p> - -<p>—Pues ¡vea usted lo que son los juicios -humanos!—respondió Pablo, mientras Ana atendía al diálogo con -vivísima curiosidad, particularmente desde que su padre había nombrado -al hijo de Juanguirle.—Precisamente porque se le pegue eso que -usted ha llamado mi cultura, anda Nisco tan cerca de mí un tiempo -hace.</p> - -<p>—Asegúranlo por ahí—dijo Ana con malicia;—y es -raro el caso.</p> - -<p>—Pues yo le encuentro lo más natural del mundo—replicó -Pablo.—Nisco es un mozo trabajador y muy despierto, harto más -inteligente en su oficio que la cáfila de zopencos que le critican. -Acompañábame al cierro del monte; me enseñaba lo que yo no sabía, -y me ayudaba, y me ayuda, con su inteligencia, y hasta con sus -brazos, en aquellas faenas que están á mi cui<span class="pagenum" -id="Page_133">[p. 133]</span>dado exclusivo desde que el cierro se -roturó. Escribía mal y leía peor, porque no le enseñaron otra cosa. -Andando en mi casa y descansando en mi cuarto muy á menudo, vió libros -sobre la mesa y quiso que le leyera algunos. Eran cuentos agradables; -gustáronle y deseó saber leerlos como yo se los leía, para penetrarlos -mejor; después deseó también soltarse en la escritura, y comencé á -darle lecciones de uno y de otro con mucho gusto, porque yo observaba -el muy grande con que él las recibía. Y así estamos. No llegará á ser -nunca gran pendolista ni un lector de nota, porque el oficio que trae -es incompatible con esos primores; pero adelanta, se sujeta mucho, -despiértanse en él aficiones y gustos superiores á su condición, y esto -es muy recomendable; y, sobre todo, padrino, Nisco es lo mejor del -pueblo para los fines que usted me predica, y á Nisco me agarro.</p> - -<p>—¡Bien vuelta, muchacho!—contestó don Juan hecho unas -castañuelas;—lo cual no quita que el pobre mozo, por el camino -que va, se queda tan lejos de ser hombre culto, como de las labranzas -de su padre; y ¡entonces sí que le tocó la lotería! De modo que tampoco -es Nisco lo que te conviene para mucho tiempo.</p> - -<p>—Pues usted dirá,—repuso Pablo, con una formalidad tan -noblota, que hizo reir á don Juan y á su hija.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_134">[p. 134]</span></p> - -<p>—¿Es cosa resuelta—preguntó el primero,—que -abandones la carrera que seguías en la Universidad?</p> - -<p>—Resuelta.</p> - -<p>—Pues entonces, ¿qué demonio te diré yo, hombre? Si has de -vivir perpetuamente en Cumbrales; si á la edad que tienes no sacas -de tí mismo recursos para hacer la vida entretenida y llevadera, sin -necesidad de tocar los extremos peligrosos de que antes te hablé; y si, -á pesar de estos inconvenientes, has de ocupar con el decoro debido -el puesto que aquí te corresponde, sólo veo un medio de conseguirlo: -cásate.</p> - -<p>¡Cosa rara! Ana, que seguía con la vista á su padre mientras hablaba -así, no bien oyó su última palabra, se puso roja como una amapola, -bajó la cabeza sobre la labor, y no encontraba postura cómoda en la -silla. Cuanto á Pablo, sin duda porque no había otra mujer que Ana -allí, volvió los ojos hacia ella... y rojo se puso también al choque -de su mirada curiosa con la turbada y eléctrica de la hermosa joven. -¡Singular efecto de una palabra vulgar y prosáica! Ni siquiera tuvo -el color de la malicia, puesto que don Juan de Prezanes, cuando la -pronunció, estaba arrimado á la ventana y mirando maquinalmente las -nubes del horizonte.</p> - -<p>Al volverse luégo hacia Pablo en demanda de su respuesta, ya era -éste dueño de sí.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_135">[p. 135]</span></p> - -<p>—Con que ¿qué te parece mi proposición?—dijo al mozo.</p> - -<p>—Que tiene mucho que estudiar... y que <i>se estudiará</i>, -padrino,—respondió Pablo con singular firmeza.</p> - -<p>—Así me gustas, ahijado; y de tal modo, que si te decides -por la afirmativa, me brindo á ser tu padrino de boda... Entre tanto, -basta, si os parece, de conversación, y vamos á tomar ese chocolate -que me ofrecen en tu casa. Créeme que tengo grandísimos deseos de -ver á tu madre y á tu hermana, pobres víctimas inocentes de nuestras -majaderías.</p> - -<p>Dispúsose Ana á complacer á su padre; y con tal apresuramiento y -tan de buena gana, por lo visto, que al recoger los avíos de costura -en su primorosa canastilla, por cada cosa que guardaba ¡ella á quien -jamás igualaron prestidigitadores en destreza y agilidad! dejaba caer -media docena. Mas allí estaba Pablo, que se desvivía con desusado afán -por recogerlas en el aire y ponerlas en las blancas y finas, pero -desatinadas, manos de la azorada joven.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_ojos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_10"> - <p><span class="pagenum" id="Page_137">[p. 137]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_sonrisa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="X. LOS HUMOS DE NISCO">X</h2> - <p class="subh2">LOS HUMOS DE NISCO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-n.jpg" alt="N adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Nisco</span> llegó á casa de -Pablo después que éste había entrado en la de don Juan de Prezanes. -Subió el hijo de Juanguirle sin llamar, como era su costumbre, derecho -al cuarto de su amigo. Al pasar por delante de la puerta de la sala, -oyó que le decían desde el fondo de ella:</p> - -<p>—Pablo ha salido.</p> - -<p>Era la voz de María. Conocióla el mozo, retrocedió dos pasos y se -colocó en el hueco de la puerta, sombrero en mano, enfrente de la -joven, que cosía sentada cerca del balcón.</p> - -<p>—En ese caso—dijo Nisco algo atarugado y después de -hacer una exagerada reverencia,—me marcharé.</p> - -<p>—Si no quieres esperarle...—añadió María, respondiendo á -la reverencia con una sonrisa.</p> - -<p>—Pues le esperaré, <i>ya que usted se empeña</i>,—<span -class="pagenum" id="Page_138">[p. 138]</span> replicó Nisco. Y se -sentó, con mucho tiento y grave parsimonia, en la silla más cercana.</p> - -<p>María volvió á sonreirse, y continuó cosiendo.</p> - -<p>Nisco, con el sombrero en la diestra y ésta sobre la rodilla, -atusándose el pelo con la otra mano... no tuvo por entonces más que -decir; pero, en cambio, clavó la vista de sus ojos negros, un tanto -dormilones, en María; y largo rato estuvo como hechizado, viendo -aquellas manos, blancas y rollizas, pasar y repasar la aguja, y estirar -la seda para afirmar la puntada; el brillo de aquel abundoso pelo -negro; la transparencia de aquel cutis de rosa; la luz de aquellos ojos -húmedos, y, en suma, el palpitar, apenas perceptible, de toda aquella -riqueza escultural, á cada movimiento del ágil brazo.</p> - -<p>Digo yo que todas estas cosas contemplaría Nisco, porque, según la -expresión que brillaba en sus ojos, más bien parecía sorber con ellos á -la joven que mirarla. De vez en cuando echaba ésta una ojeada firme y -serena al mozo; y entonces el hijo del alcalde de Cumbrales no cabía en -la silla.</p> - -<p>Iban así corriendo los minutos, y Pablo no venía ni se marchaba -Nisco, ni entre éste y María se cruzaba una palabra. Don Pedro estaba -en el portal en plática con don Valentín, que había ido á visitarle -«por un motivo muy urgente,» al decir del veterano; y su señora -an<span class="pagenum" id="Page_139">[p. 139]</span>daba disponiendo -el agasajo con que habían de celebrarse las paces consabidas, si don -Juan aceptaba la invitación que se le había hecho. De manera que los -actores de la sala no podían esperar de afuera incidentes que rompieran -la monotonía de la escena: tenían que romperla ellos mismos, si no la -hallaban muy divertida.</p> - -<p>Quizá pensando así, dijo, al cabo, María mientras examinaba el largo -pespunte que acababa de hacer, deslizando la tela entre los dedos de -sus manos:</p> - -<p>—Y ¿cómo vamos de lecciones, Nisco? ¿Adelantas mucho?</p> - -<p>Ya ve el lector que no podía decirse menos que esto tras un espacio -tan largo de silencio.</p> - -<p>—No tanto como yo quisiera,—respondió Nisco mal y á -trompicones, por lo mismo que tenía empeño en responder al caso y con -voz bien afinada. Faltábale el hábito de hablar con señoras y bajo -cielo-raso, y esto ofrece gravísimas dificultades cuando se trata de -soltar de pronto la voz, una voz ajustada al diapasón de la naturaleza -agreste, en un centro reducido y sonoro y delante de una dama á quien -se desea agradar.</p> - -<p>María, sin fijarse gran cosa en los desentonos de Nisco, volvió á -decirle:</p> - -<p>—Es algo rara esa afición que te ha entrado de pronto á esas -cosas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_140">[p. 140]</span></p> - -<p>—Rara, ¿eh?—contestó el mozo, más atrevido ya y menos -desaplomado.—¿Cree usté que es rara? Pues quizaes lo sea, si bien -se mira... y quizaes no, por otra parte.</p> - -<p>—Ahora sí que no lo entiendo, Nisco,—díjole María -riéndose muy de veras.</p> - -<p>—Pues yo le diré á usté—añadió el mozo muy animado con -la regocijada actitud de su interlocutora.—Para el oficio que -traigo, no es mayormente al auto el pulimento que deseo en el porte -y genial de la persona, si uno ha de estar de sol á luna, fijo en la -brega del campo, sin más aquél de cubicia que lo que tiene á la vera; -pero si, pinto el caso, al hombre, por su luz natural ú roce con quien -la tenga, no le basta eso solo... y quiere, es un decir, quiere... -vamos, valer algo más de lo que vale, bien séase por la fantesía del -valer ú por tomar alas con qué volar un poco... porque sienta allí -dentro... vamos, quien se lo mande, como el otro que dice... en fin, -señorita, el saber no ocupa lugar; y yo quisiera, si no ofendo, saber -algo más de lo que sé, por valer algo más de lo que valgo.</p> - -<p>—Bien pensado está todo eso—replicó María muy -afable;—pero algún motivo especial habrá para que tan de repente -te haya entrado ese deseo.</p> - -<p>—Pues ya se lo he dicho á usté; y si es cier<span -class="pagenum" id="Page_141">[p. 141]</span>to el refrán de «no con -quien naces, sino con quien paces...»</p> - -<p>—¿Luego tu frecuente trato con Pablo es la causa de todo?</p> - -<p>—Puede que lo sea,—respondió Nisco, contoneándose en la -silla y atusándose mucho el pelo.</p> - -<p>—Pero ¿cómo ese deseo no te ha asaltado hasta ahora, siendo -así que á mi hermano le tratas desde niño?</p> - -<p>Con esta pregunta le entró al mozo tal hormigueo, que en un buen -rato no le dejó sosegar.</p> - -<p>—Consiste eso, señorita—logró responder al fin, aunque -á tropezones,—en que los tiempos, al respetive que corren, van -cambeando... y, por otra parte, los ojos de la cara no lo ven todo de -un golpe.</p> - -<p>—¿Es decir que los tuyos han visto, de poco acá, algo que no -habían visto antes?</p> - -<p>—¡Cátalo ahí!—exclamó Nisco, sudando de congoja y medio -turulato.</p> - -<p>—Pues á eso quería yo venir á parar—añadió la joven, -como si se gozara en la angustia del aldeano.—¿Es decir que -porque ahora ves algo que antes no has visto, deseas valer más de lo -que valías?</p> - -<p>—¡Eso, eso!—gritó aquí el mocetón, rojo, cárdeno y -amarillo, todo á la vez.</p> - -<p>—Pues mira tú cómo la gente se equivoca<span class="pagenum" -id="Page_142">[p. 142]</span> en la mitad de lo que piensa—añadió -María, esgrimiendo ya con verdadera saña, contra el acorralado -galán, las armas de su travesura, que aunque no eran muchas, en el -desapercibido é inerme muchachón causaban heridas tremendas:—yo -te creía el mozo más feliz de Cumbrales, con una novia tan hermosa como -Catalina; tan conveniente para tí...</p> - -<p>Estas palabras fueron para Nisco un golpe en mitad de la nuca. -Tardó en volver del atolondramiento en que cayó; pero volvió al fin, -remilgóse y dijo:</p> - -<p>—Relative á este punto, crea usté que hay sus mases y sus -menos.</p> - -<p>—Ya lo supongo por lo que has hecho; pero precisamente en eso -que has hecho está lo que no se comprende. Catalina es la mejor moza de -la comarca.</p> - -<p>—Esa fama tiene,—respondió Nisco con desdén.</p> - -<p>—Y bien merecida. Cuéntanla muy enamorada de tí.</p> - -<p>—Bien pudiera ser,—dijo el rústico galán, con una -sonrisilla vanidosa en que se pintaba la alta idea que de su propio -valer tenía el hijo de Juanguirle.</p> - -<p>Sonrióse también María, y continuó:</p> - -<p>—Es rica entre las de su clase.</p> - -<p>—No diré que no lo sea.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_143">[p. 143]</span></p> - -<p>—Tiénenla por hacendosa.</p> - -<p>—Pshe...</p> - -<p>—Y es lista y de mucho juicio.</p> - -<p>—Podrá ser.</p> - -<p>—Pues si todo eso es Catalina, ¿dónde puedes haber visto tú -cosa que más valga ni que más te convenga?</p> - -<p>Otro golpe en la nuca para Nisco.</p> - -<p>—Onde está quien más vale que Catalina—logró decir el -mozo,—bien lo sé yo. Si me conviene ú no me conviene más que <i>la -otra</i>, también lo sé... Si se me dirá que sí ú se me dirá que no... ahí -está el ite de la cosa; porque, hablando en verdá, si la merezco ú no -la merezco, caso es de pleitearse mucho.</p> - -<p>—Eso prueba, Nisco, que has puesto los ojos muy en alto.</p> - -<p>—Confieso que sí; pero sin culpa mía, porque los ojos se van -detrás de lo que apetecen, sin pedirle al hombre su parecer. Lo que -decir puedo es que, desde que ví eso tan alto, ando buscando el modo de -subir allá, siquiera para decir «aquí estoy» en la solfa en que debe -decirse; cosa que al presente no sé... ¡que si lo supiera!...</p> - -<p>Interesábale tanto á la joven la conversación en que se había -empeñado con el bueno de Nisco, que ya no cosía. Apoyando sus brazos -en la almohadilla que sobre sus rodillas tenía,<span class="pagenum" -id="Page_144">[p. 144]</span> jugueteaba con la tijera y mordía una -hebrita de seda, cuyo extremo suelto asomaba húmedo entre sus labios -frescos y rojos; miraba al mozo con no disimulada curiosidad, y -estudiaba en él las impresiones que iba causándole el interrogatorio -á que le tenía sometido; interrogatorio que acaso no hallen del todo -verosímil las damas del <i>mundo elegante</i> (si entre ellas las hay con -el mal gusto de leerme), la crítica superficial y cuantos desconocen -el modo de ser de estas gentes montañesas. En pueblos como Cumbrales, -se sabe en cada casa lo que ocurre en las demás; y en salones como -el de don Pedro Mortera, donde la familia cose y habla y reza, muy -á menudo se oyen relatos harto más insubstanciales y pesados que la -amorosa cuita del hijo del alcalde; porque allí van los pobres á llorar -las suyas; los atropellados á pedir consejos... y más de una vecina á -remendar la saya ó á que le corten una chaqueta ó le escriban una carta -para el hijo ausente. Además, los unos son colonos de la casa, otros -han servido en ella, y todos se codean en la iglesia, en la calle ó en -el concejo. De esta mancomunidad de intereses y de afectos, nace la -íntima cohesión, algo patriarcal, que existe entre todas las jerarquías -de un mismo pueblo; cohesión que, no por ser fecunda en ingratitudes, -rencillas y disgustos, deja de existir en lo principal, afirmada en -el<span class="pagenum" id="Page_145">[p. 145]</span> inquebrantable -respeto de los de abajo á los de arriba, y en la cordial estimación de -éstos á los de abajo. Así se explica que María, con su genio <i>parado</i>, -poco expansiva, y corta y desconfiada en su trato con gentes extrañas y -de su esfera, aun sin el estímulo de la <i>segunda intención</i> que algún -malicioso pudiera suponer en ella, se mostrase tan animosa y confiada -con Nisco, á quien, además, estaba viendo en su casa desde que éste era -muchacho.</p> - -<p>Volviendo ahora al interrumpido diálogo, sépase que á la vehemente, -apasionada y casi dramática exclamación del romántico hijo de -Juanguirle, contestó María, mirándole de hito en hito:</p> - -<p>—También ese propósito es juicioso y no deja de favorecerte -mucho; y tanto podías estirarte tú, que á poco que ella se bajara...</p> - -<p>—¿Cree usté que se bajaría?—preguntó Nisco anheloso, -corriéndose una silla más hacia la joven.</p> - -<p>—Hombre, de todo se ha visto en el mundo—contestó -María, parándole con el fulgor de sus ojos rasgados.—Pero se me -figura á mí que para que ella se baje todo lo que es necesario, y por -mucho que lo desee, hay un inconveniente muy grande y muy difícil de -vencer para tí. Puede creer <i>esa persona</i> que te llevan hacia ella -miras interesadas. Esto, por de pronto. Des<span class="pagenum" -id="Page_146">[p. 146]</span>pués... y aquí está lo grave, Nisco: si -dejaste de la noche á la mañana á Catalina, que tanto vale y tanto te -quería, ¿cómo haces creer á... <i>esa otra persona</i> que la quieres más -que á Catalina?</p> - -<p>Aplanó al mozo este argumento. Meditó unos instantes, y replicó:</p> - -<p>—La verdá es que si no se me cree por mi palabra ú no se me -mandan los imposibles, para que, haciéndolos yo, se vea la buena ley -del querer...</p> - -<p>Sonrióse María y atajó al mozo de esta manera:</p> - -<p>—Te advierto, Nisco, que nos hemos colocado en el peor de los -casos imaginables. Bien pudiera ella no reparar en tales tropiezos; -y eso nadie lo sabrá mejor que tú que la conoces. Todo depende del -carácter y de los humos que tenga esa señora... porque yo creo que es -una señora, por la altura en que la has puesto.</p> - -<p>—¡Vaya si lo es, caramba!—exclamó Nisco, con una -delectación indescriptible.</p> - -<p>—Y... ¿la has hablado alguna vez?—preguntóle María con -un poquillo de cortedad.</p> - -<p>Aquí le entró á Nisco el hormigueo de otras veces; volvió á ponerse -tricolor, volteó el sombrero entre las manos, se atusó luégo el pelo, -carraspeó mucho, y dijo al fin, con voz ronquilla y destemplada, porque -el corazón le daba en el pecho cada porrazo que le aturdía:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_147">[p. 147]</span></p> - -<p>—¿Que si la he hablado!... Muchas veces... miento: ninguna... -es decir, para que el diablo no se ría de la mentira: hablarla <i>de -veras</i>, una sola.</p> - -<p>—Pues mira, ya es algo eso. Y ¿qué cara te puso cuando la -hablaste de veras?</p> - -<p>—¡Como el sol de los cielos, porque así es la suya!</p> - -<p>—¿Dijístele algo de lo que deseabas?</p> - -<p>—Yo creo que sí... ó puede que no, aunque pretender, -pretendílo; pero le entran á uno en esos trances tales congojas y -malenconías, y unos trasudores, y siéntense unas ansias en el pecho, -y pónense unas telas en los ojos, que por aquí va el hombre con la -palabra, y por allá va el su pensamiento.</p> - -<p>—Con tal que ella te entendiera... ¿sabes tú si te ha -entendido?</p> - -<p>Trocóse en fuego la timidez de Nisco, y respondió impetuoso:</p> - -<p>—Diera este brazo por saber que sí; que tal me miraron sus -ojos y tal me habló con su boca, que luceros de la noche y sinfonías de -la gloria me parecieron. ¡Qué señales fueran mejores de que lo alto se -abajaba!</p> - -<p>—¿Conózcola yo, Nisco?</p> - -<p>—¡Como al mesmo personal de usté!</p> - -<p>—Pues, hombre, para lo poco que falta ya, dime quién es.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_148">[p. 148]</span></p> - -<p>Quedóse aquí Nisco como quien ve visiones, con los ojos -encandilados, la boca abierta, cárdeno el semblante y creo que hasta -sin pulsos.</p> - -<p>En esto se oyó ruido en el corredor, y Ana y Pablo entraron en la -sala un instante después. Ana llegó á ver la escena tal como quedó á la -última palabra de María. Pablo, al reparar en su amigo, le preguntó:</p> - -<p>—¿Me esperabas, eh?</p> - -<p>—No... sí... digo, creo que no.., es decir, puede que -sí,—respondió Nisco.</p> - -<p>—¡Hombre, parece que estás atolondrado! Pues mira—añadió -Pablo mientras Ana y María se abrazaban y salían juntas al -balcón,—perdona por esta tarde, que estoy muy ocupado, y vuélvete -á la noche un rato, como de costumbre... si quieres.</p> - -<p>Nisco, que necesitaba aire fresco, despidióse y salió de la sala -hecho un palomino. Junto á la escalera halló á don Juan de Prezanes que -subía con su compadre, el cual llamaba á su mujer á voces para avisarle -la llegada del amigo. Cerca de la portalada alcanzó el mozo á don -Valentín, que iba á salir también. El veterano, mientras zarandeaba el -casaquín y se sonaba las narices con ímpetu, gruñía y murmuraba. Nisco -le oyó decir con ira, mientras levantaba el picaporte del postigo:</p> - -<p>—¡Sabandijas!... ¡Servilones!...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_149">[p. 149]</span></p> - -<p>No fué Nisco en derechura á su casa: estuvo oreándose la cabeza y -los pensamientos largo rato por brañas y callejos. Pasando por una -encrucijada, vió venir á Catalina. Irguióse altivo al emparejar con -ella, y observó que traía la cara más risueña y el andar más resuelto -que horas antes.</p> - -<p>Y díjole la moza al cruzarse con él:</p> - -<p>—¡Híspete, pavo, que ya te pelarán!</p> - -<p>Á lo que respondió Nisco, mirándola por encima del hombro:</p> - -<p>—Taday... ¡probeza!...</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cennudo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_11"> - <p><span class="pagenum" id="Page_151">[p. 151]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_busto.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XI. APUNTES PARA UN CUADRO">XI</h2> - <p class="subh2">APUNTES PARA UN CUADRO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-b.jpg" alt="B adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Bien corrida</span> era ya la -media tarde cuando despertó don Baldomero, porque fué Sidora á levantar -la mesa y le dió en la cara con el mantel al echársele debajo del -brazo. Incorporóse el hombre lentamente, bostezando mucho y con grande -clamoreo; se desperezó á sus anchas, lió un cigarro y le encendió sin -dejar de estremecerse ni de bostezar entre chupada y chupada. Salió -después del caserón, y, paso á paso, llegó á la taberna, café de los -holgazanes desidiosos de aldea.</p> - -<p>Junto á la enrejada ventana, por donde el tabernero despachaba á los -parroquianos vergonzosos, había una mesa de basto tablero, y alrededor -de ella, sentados, hasta tres personajes que voy á presentar al lector, -porque debe conocerlos. Vestía el uno un traje entre anda<span -class="pagenum" id="Page_152">[p. 152]</span>luz y de la tierra (ancha -faja de estambre negro á la cintura, calañés, chaleco desceñido, y en -mangas de camisa); andaría rayando con los treinta y cinco años; y -como aún era <i>mozo soltero</i>, presumía de apuesto sin serlo cosa mayor; -ostentaba en la cara anchas patillas negras; miraba gacho y hablaba -ceceoso y lento, más por alarde que por natural disposición. Había -estado, de mozo, en Andalucía, como tantos otros coterráneos suyos; y -era casi el único resto del antiguo <i>jándalo</i>, de los que volvían á -caballo, entre rumbo y alamares, escupiendo por el colmillo y, á creer -lo que ellos mismos aseguraban, sembrando el camino real de pañuelos de -seda y onzas de oro.</p> - -<p>No le dió á éste gran cosa la vanidad por ese lado: en cambio, su -boca era una carnicería, hablando, mientras acariciaba con la mano el -cabo de una navaja que siempre llevaba asomando por el ceñidor, de la -gente que él había despachado al otro mundo, no más que por tocarle -con el codo al pasar, ó por no dejarle la acera libre, ó por mirar -dos veces seguidas á la mujer que por él se moría. Con esto, con no -trabajar nada, con frecuentar demasiado la taberna y con amenazar -en voz sorda, marcando mucho la sonrisa, al lucero del alba á cada -paso, llegó á hacerse temible en Cumbrales, aunque no hay memoria -de que nadie le viera cum<span class="pagenum" id="Page_153">[p. -153]</span>plir una pizca de lo mucho que ofreció en su vida, ni -siquiera tomar parte en las serias contiendas de que fueron causa -sus baladronadas impertinentes, en corros y romerías. Pretendió á -todas las buenas mozas de Cumbrales, y de todas recibió calabazas; -apechugó después con la que quedaba, y ocurrióle lo mismo. Desde -entonces se hizo protector de las mozas de Rinconeda, y esto acabó -de desacreditarle en su pueblo. Llamábanle el <i>Sevillano</i>, y nadie -le podía ver en Cumbrales, pero ninguno se atrevía á decírselo á la -cara.</p> - -<p>El personaje que estaba enfrente de él en la mesa era un mocetón -hercúleo, de mucha y enmarañada greña, y sobre ella, tirado de -cualquier modo, un sombrero negro de anchas alas. Estaba despechugado -y dejaba ver un cuello robusto, unido al abovedado pecho por un istmo -de pelos cerdosos, entre músculos como cables. No era fea su cara, -pero tampoco atractiva, aunque risueña. Pecaba algo de sucia, y no -eran sus ojos garzos todo lo grandes ni todo lo pulcros que fuera de -desear. La barba, no muy bien afeitada, y el pelo, tenían un color mal -determinado, entre rubio y negro, matiz que daba una feísima entonación -al rostro; el cual, sin haber en él reflejo alguno de maldad, acusaba -cierta grosería de instintos que repugnaba. Pues este mocetón, -también en mangas de camisa y<span class="pagenum" id="Page_154">[p. -154]</span> con la chaqueta al hombro, era el famoso <i>Chiscón el de -Rinconeda</i>, gran amigo del Sevillano de Cumbrales, y pretendiente de -Catalina desde que Nisco la había dejado. Tenía algunos bienes, y era -trabajador cuando quería; pero mucho más dado á zambras y bureos, y un -apaleador de gran fama.</p> - -<p>El tercer personaje era un pobre hombre, de edad incalculable á la -simple vista, anguloso y acartonado, encogido y bisunto.</p> - -<p>Aunque cargado de familia, tenía horror al trabajo duro del campo, -y se había propuesto hacerse rico de sopetón; para lo cual contaba con -dos elementos importantísimos: su ingenio y la manía de las herencias -gordas <i>de la otra banda</i>. De su ingenio eran producto multitud de -artefactos, para los que había pedido, con mal éxito, privilegio de -invención ó cincuenta mil duros al Estado. El más ingenioso de sus -inventos, y por el que revolvió la provincia entera hasta conseguir -que el ministro de Fomento examinara el prodigio, fué un cepo para -cazar topos en el instante en que estos minadores sempiternos arrojan -la tierra sobre el prado; pero se tocó el inconveniente de que era -preciso adivinar dónde iba á formarse la topera para colocar allí el -aparato y juzgar de su utilidad, y no hubo ocasión de tratar del punto -<i>secundario</i> que se mencionaba en la breve <i>memoria</i> del au<span -class="pagenum" id="Page_155">[p. 155]</span>tor, ó sea el millón -y medio que éste pedía por el invento, aunque con la obligación de -construir uno á sus expensas para las necesidades del Gobierno de la -nación. En estos ensayos empleaba la mayor parte del tiempo que pasaba -en casa, serrando listones y tabletería que atrapaba aquí y allí, -aviniendo y combinando pedazos, fuerzas y resistencias. Diéronle, por -esto, el nombre de <i>Tablucas</i>, y con él se le llamaba y á él respondía, -casi olvidado ya del verdadero.</p> - -<p>No por estas atenciones descuidaba el asunto de las herencias, que -todos los días le daba no poco que hacer. Siempre tenía una ó dos -entre manos. Referían los periódicos que un archimillonario había -muerto en el Japón, supongamos; contábanselo á él los que ya le -conocían el flaco, ó lo inventaban, ó llegaba un pobre á la puerta y le -decía:—«Y ello ¿habrá algo de cierto en eso que se corre al auto -de unos treinta millones que están depositaos en el Gubierno de arriba, -por no conocerse á los herederos del montañés que los dejó al morir -en el Pirul, de Padre Santo, rey... ú cosa así?» En cualquiera de los -casos preguntaba Tablucas:—«¿Está ese pueblo en <i>la otra banda</i>?» -Contestábanle siempre que sí; y ya no necesitaba saber más.</p> - -<p>Hubo en su familia un individuo que sobre el año 20 pasó á las -Américas y de cuyo paradero<span class="pagenum" id="Page_156">[p. -156]</span> no volvió á saberse nunca; y en todos los ricos, muertos -abintestato en <i>la otra banda</i>, es decir, en América, en la China... en -cualquier punto remoto de la tierra, llamárase aquél como se llamara, -veía Tablucas á su pariente, rebuscando su genealogía, cotejando fechas -y acumulando supuestos é imaginaciones. Colocado ya sobre el rastro -del asunto, como él decía, consultábale con los licurgos callejeros -de Cumbrales; después con los abogados de veras; luégo con el cónsul -de la nación en que había muerto el pariente, y, por último, trataba -de entenderse con el ministro de Estado. Á todo esto, llenándose los -bolsillos de papelucos con nombres de personajes, respuestas vagas de -este agente ó del otro alcalde, y de fes de bautismo, sin que faltara -la del ignorado pariente, y arreglando en su imaginación la historia -de tal modo, que el más sutil se quedaba perplejo al oirla. Todo -esto le costaba dinero, viajes y molestias sin número; pero vendía -gustoso el mendrugo de su familia, y jamás le cansaban las idas y -venidas, ni le desalentaban desengaños ni malas razones. Así, hasta -que se moría otro millonario, y dejaba, por seguir á éste, el rastro -del anterior, exclamando al emprender la nueva campaña, alegre y -regocijado:—«¡Bien dije yo siempre que <i>por este lado</i> había de -venir la herencia!»</p> - -<p>Por lo demás, aunque frecuentaba mucho la<span class="pagenum" -id="Page_157">[p. 157]</span> taberna, no era gran bebedor, y rara -vez se emborrachaba. Hablar de sus máquinas y enseñar los papeles -referentes á la millonada que estaba para caerle, era su pasión -predominante fuera de casa.</p> - -<p>Detrás del mostrador estaba, llenándole de cuentas con tiza, -Resquemín, el tabernero, hombre bien engrasado, algo viejo y de áspero -y avinagrado humor.</p> - -<p>Sobre la mesa, entre los tres personajes descritos, había, además de -un jarro con su correspondiente vaso, una ociosa baraja, algo parecida, -por lo resobada y maltrecha, á aquélla con que Pedro Rincón y Diego -Cortado ganaron al arriero de la venta del Molinillo doce reales y -veintidós maravedís, si no me engaña la memoria.</p> - -<p>Ociosa, como he dicho, estaba la baraja, acaso porque faltaba un pie -para un partido á la flor de cuarenta; pero no lo estaba tanto el vaso, -que á menudo andaba de mano en mano y de boca en boca, colmado del -tinto que oportunamente escanciaba Chiscón, quien, por las trazas, era -el que convidaba allí.</p> - -<p>Andaba éste en tentaciones de pedir á Catalina á la hora -menos pensada; visitábala por las noches, en presencia de toda -la familia, pues este favor no se niega jamás en ninguna cocina -montañesa, y gustábale mostrarse rumboso ante<span class="pagenum" -id="Page_158">[p. 158]</span> la gente de Cumbrales, por lo que -esto pudiera servirle de recomendación á los ojos de su novia, que, -dicho sea de paso, no se los ponía de resistencia, aunque sólo con -el disculpable propósito de encender resquemores en el pecho de -Nisco. Tomaba Chiscón la buena acogida por donde más le halagaba, y -proponíase abreviar los procedimientos, por lo que pudiera ocurrir. -De esto se había hablado algo aquella tarde entre él y el Sevillano, -que con sus consejos y protección le ayudaba, y hasta acababa de -brindarse al de Rinconeda para <i>limpiarle</i> de estorbos el camino, si -por estorbo tenía á Nisco todavía. Cabalmente había sido el hijo de -Juanguirle el causante de que Catalina no le diera cara cuando él la -pretendió. Y bien sabe Dios que si Nisco le hizo desalojar la calleja -más que á paso, fué porque él no llevaba encima <i>la herramienta</i>, -y el otro comenzó á ventear el garrote. ¡Si le tendría ganas el -Sevillano! Agradecióle el brindis Chiscón, pero desechó el servicio por -innecesario.</p> - -<p>En esto llegó Tablucas, que no habló de sus máquinas ni sacó los -papeles de su pleito. Traíale últimamente muy preocupado y absorto otro -asunto harto excepcional y perentorio; y por esta herida respiraba -solamente, y de esto hablaba en todas partes, y de esto habló allí -entonces tan pronto como se sentó y le pelliz<span class="pagenum" -id="Page_159">[p. 159]</span>caron la lengua Resquemín y el Sevillano, -que ya conocían el conflicto.</p> - -<p>—De lejos todos somos valientes—decía el hombre de -los inventos y de las herencias, respondiendo á las chanzas de los -otros;—pero allí vos quisiera yo ver, ¡córcia! allí, en la soledá -de la noche, clamando la familia aterecía de espanto; y tamborilazo -va y tamborilazo viene á la puerta. ¡Vos digo que aquello levanta en -vilo!...</p> - -<p>Aquí estaba el asunto cuando entró en la taberna don Baldomero. -Arrimóse al lado libre de la mesa, sentóse perezosamente, y dijo, -después de dar entre dientes las buenas tardes:</p> - -<p>—Resquemín... la <i>sosiega</i>.</p> - -<p>El tabernero tiró de pronto la tiza contra la pared, púsose en -jarras, y moviendo á uno y otro lado la cabeza, sin apartar de don -Baldomero los ojos de gato irritado, comenzó á decir con su voz -atiplada:</p> - -<p>—Me paece á mí, ¡jinojo! que el día menos pensao le va á -<i>resquemar</i> á alguno el mote en la asadura; porque ¡jinojo! si piensan -que yo soy guitarra para dejarme tocar de todo chafandín que á bien lo -tenga, ya estáis aviaos... ¡Porque ¡jinojo! cuando á mí se me sube el -tufo á la cabeza, soy tan hombre como el que más!... ¡Y no digo más!... -¡Y ésta y no más!... ¡Pues no faltaba más!... ¡Jinojo!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_160">[p. 160]</span></p> - -<p>—¡Ingrato! ¡mal tabernero!... ¡Después que te lo digo para -adularte, me riñes todavía?</p> - -<p>Á esta chanza socarrona del impasible don Baldomero, replicó -Resquemín hecho una lumbre:</p> - -<p>—¡Yo no necesito las adulaciones de usté ni de naide, -jinojo!... Yo me futro en ellas ahora y siempre; y en usté... y en -todos los presentes... y en el mundo entero, ¡jinojo! que no estoy aquí -para recreo de naide, sino por el mío, ¡jinojo!... Y el día que me -dé la gana, dejo el oficio, ¡andando! que para eso tengo posibles... -Y si me da el real antojo, echo todos estos trastos á la calleja, -¡rejinojo!... y si me apuran un poco, lo hago ahora mismo... ¿ve usté -este vaso? ¿le ve usté bien? Pues éste es el caso que hago yo de este -vaso... (Y no le rompió.)—¿Ve usté esta botella? ¿la ve usté -bien? Pues éste es el caso que hago yo de esta botella. (Y la dejó -donde estaba.) ¡Á mí con esas, jinojo!... ¡Si soy yo más hombre!... -¡Con burlas á mí!... Valiérales más á algunos pagar á menudo las -cuentas; que á fe que la hay con más renglones que la letanía de los -Santos, ¡jinojo! Y no digo de quién, porque no me da la gana: por -eso... ¡Y no hay más que eso!... ¡Y sobra con eso!... ¡Jinojo!...</p> - -<p>Después abrió los bastidores de un armarillo, y volvió á cerrarlos, -y tornó á abrirlos, y al<span class="pagenum" id="Page_161">[p. -161]</span> cabo cogió un vaso pequeño, le llenó de aguardiente y se lo -llevó á don Baldomero.</p> - -<p>—Aquí está la sosiega—dijo plantando el cortadillo en la -mesa.—Y ¡jinojo!—continuó,—naide se extrañe de que -el hombre se remonte un poco á lo mejor... porque no es uno de peña, -¡jinojo!... Y buenas son las chanzas, pero no tanto que ofendan. Tanto -me estimas, tanto te aprecio. ¿No está esto en ley?... ¡Pues vívase en -ley!... ¡Esa es la ley... jinojo!</p> - -<p>Así era aquel hombre.</p> - -<p>Chiscón y el Sevillano, sin hacerle maldito el caso, seguían -comentando, medio en serio y medio en broma, los relatos de -Tablucas.</p> - -<p>—La primera vez—dijo éste, cuando calló -Resquemín,—pensé que era algún vecino que llamaba con apuro. -Salí corriendo, abrí la puerta... y ná, por más que miré aquí y allí. -Pregunté á la viuda... porque ya sabéis cómo está la mi casa... desde -aquí se ve enfilá con el esconce de la iglesia: tal como aquí está -ella, y pegante por la derecha la de la viuda de Pedro Jelechos; en -un mesmo portal... puerta con puerta, vamos. Pregunté á la viuda, -y díjome que ni ella había llamao ni había oído porrazo alguno. Un -bardalón tremendo rodea por detrás las dos casas... por allí no puede -saltar naide á los huertos, ni tiempo tuvo de esconderse en ellos -después de llamar, porque yo<span class="pagenum" id="Page_162">[p. -162]</span> abrí tan aína como oí los golpes, y el corral no tiene más -salida que la portalá; las tapias son muy altas, y en el corral no se -vió alma viviente, ¡y eso que la luna alumbraba de firme! Bueno. Á la -otra noche, estábamos cenando, y ¡plun! de repente, ¡zas! á la puerta. -¡Cristo mío, qué tamborilazos! ¡Naide probó más bocao allí! En esto -se oye una voz, como de alma en pena, que dice por el ojo mesmo de la -llave:—«¡El que salga afuera en toa la noche, ó quiera saber -quién llama, perece!...» Quedéme patifuso, y entendí que la mujer y los -hijos fenecían de temblor. ¡Como no saliéramos, córcia!...</p> - -<p>—¿Y á la otra noche?—preguntó el Sevillano, que no -apartaba la vista de los ojos de Tablucas.</p> - -<p>—Á la otra noche—continuó éste,—ná, porque arreció -el ábrego... ¡y esto me da á mí mucho que cavilar! ¿Hay juriacán ó -negrura? Ni un soplo se oye allí. ¿Hay sosiego y luna clara? Pus ¡leña -á la puerta! De modo y manera que, por unas ó por otras, de mi casa no -sale una mosca tan aína como anochece... Y esta vida traigo dos semanas -hace... ¡Decíme vusotros, córcia, si tal vida se puede aguantar!</p> - -<p>Don Baldomero, en tanto, fumaba, sorbía alguna que otra vez, y -parecía no dar la menor importancia al relato de Tablucas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_163">[p. 163]</span></p> - -<p>Preguntóle Chiscón si sospechaba de alguien, y respondió el -atribulado personaje:</p> - -<p>—¡Córcia, si sospecho!.,. Y no lo digo por la viuda, aunque -mujer es de laberintos y tapujos y de un vivir como es público y -notorio desde que le faltó el marido y paece que le cayeron las Indias -en casa, según lo que se peripone y redondea, cuando, en pura equidá, -debiera andar á la limosna, sola y sin bienes como se ve... Más poder -tiene que ella y que todo hombre nació quien la mi puerta aporrea sin -fegura corporal como nusotros. Lo que con ese ultraje se busca en -mi casa, no lo sé á la presente; pero tocante á quien me le hace... -¡córcia si lo sé! Y lo sé, porque lo he visto... ¡lo he visto con estos -mesmos ojos!... Y al auto de ello, vos diré que en una de las noches -de los tamborilazos, no teniendo pecho para abrir la puerta, subíme al -sobrao, y por un ujero de la ventana miré hacia el Campo de la Iglesia, -por si descubría á alguno que corriera hacia acá, cuando veo encima de -ese murio viejo que pega con el mi corral, y mira que mira hacia mí, -un perrazo blanco y negro, que no miento si digo que era tan grande -como el toro de la cabaña. Á la otra noche, el mesmo perro en el mesmo -sitio... y siempre que hay garrotazos en la mi puerta, el perro en el -murio. ¿Qué hace allí ese perro, córcia? ¿Qué perro puede ser<span -class="pagenum" id="Page_164">[p. 164]</span> ese? ¿Qué ha de ser ese -perro sino <i>ella mesma</i>?</p> - -<p>—Y ¿quién es ella mesma?—preguntáronle.</p> - -<p>—¡Pus la Rámila, córcia... la Rámila! Pondría las dos orejas -á que es ella. Y si miento ú no miento, ha de saberse pronto, porque -tengo en el magín una idea... que se verá en su día... Y no digo más, -¡córcia!</p> - -<p>Apuró don Baldomero el último trago de la sosiega, y dijo á -Tablucas:</p> - -<p>—Pues yo te daría un consejo... si estás en tus cabales cuando -oyes los linternazos á la puerta y ves el perro en el murio.</p> - -<p>—Lo oigo y lo veo como á usté á la presente; y lo oyen y -lo ven la mujer y los hijos. ¡Ojalá no lo viéramos ni lo oyéramos -pizca!</p> - -<p>—Pues mi consejo es que hables poco de ello y que sigáis -cerrando la puerta al anochecer... por si acaso te baldan de un -garrotazo. Por de pronto—añadió don Baldomero cogiendo la baraja -que estaba sobre la mesa,—vamos tú y yo á meter mano á estos dos -valientes, en un partido á la flor; y eso te distraerá un poco.</p> - -<p>—Hasta el anochecer y no más, ¡córcia!—replicó -Tablucas;—porque en cerrando la noche, no será el hijo de mi -padre quien pase junto al murio.</p> - -<p>—Yo te aseguro que estando conmigo—díjole don -Baldomero,—nada malo han de hacerte<span class="pagenum" -id="Page_165">[p. 165]</span> las brujas: soy un puro amuleto de los -pies á la cabeza.</p> - -<p>Aceptóse de buena gana el desafío por el Sevillano y Chiscón, á -quienes tenía muy suspensos el relato de Tablucas, y se dió comienzo á -la partida.</p> - -<p>Es cosa averiguada que aquella noche, por indicación del jándalo, en -lugar de ir el de Rinconeda á casa de Catalina por la calleja contigua -al murio, como de costumbre, se dieron ambos un paseo, <i>para tomar el -aire</i>, por la barriada opuesta; y desde allí, rodeando mucho, llegó á -su casa el Sevillano, admirado, por primera vez en su vida, de lo que -ladraban los perros en Cumbrales en cuanto anochecía, y siguió Chiscón, -solo y relinchando, en busca del norte de sus pensamientos.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_pelopincho.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_12"> - <p><span class="pagenum" id="Page_167">[p. 167]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XII. MEDIAS TINTAS">XII</h2> - <p class="subh2">MEDIAS TINTAS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-b.jpg" alt="B adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Bueno estuvo</span> el -agasajo aquél!... ¡bueno de veras!... Primeramente, conservas de -guindas y ciruelas claudias, queso de Flandes y miel de abejas; -después, chocolate con <i>sobadas</i> de manteca y bollos de Mallorca; -y para endulzar el agua, azucarillos de color de rosa. De todo -había en la despensa, gracias á Dios. De lo uno, porque abundaban -los frutales y los <i>dujos</i><a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" -class="fnanchor">[1]</a> en la huerta, y las vacas de leche en los -establos de don Pedro Mortera; y las manos de su señora (y aprovecho -esta ocasión para decir que se llamaba doña Teresa Coteros, cepa de -lustre en la Montaña), así como las de su hija, se pintaban solas para -entender en ese ramo de golosinas. De lo demás y otro tanto, como la -villa estaba<span class="pagenum" id="Page_168">[p. 168]</span> cerca, -nunca faltaba en casa la necesaria provisión.</p> - -<p>Repito que estuvo bueno, ¡bueno de veras! el agasajo, servido en -amplia mesa, en mitad de la sala. Pero ¡bien le hizo los honores y le -ponderó el complacidísimo don Juan de Prezanes!</p> - -<p>—¡Buen punto de dulce!—decía al probar el de -guinda.—En este ramo, Ana, tienes que bajar la cabeza delante de -tu madrina: no llegas á ella... ¡y eso que lo haces bien! En cambio, no -hay repostero que entienda las compotas como tú.</p> - -<p>—Pues mira cómo te equivocas—respondió su -comadre:—ese dulce es obra de María.</p> - -<p>—¿Sí? Pues es señal de que la discípula va á dar quince y raya -á la maestra. Sea enhorabuena, muchacha.</p> - -<p>Al tomar luégo chocolate, exclamó, después de olerlo y de -probarlo:</p> - -<p>—¡Soberbio!... Esto es <i>de tres hervidas</i>, como mandan los -inteligentes: el chocolate ha de <i>subir</i> tres veces en la chocolatera; -luégo un poquito de reposo, y á la jícara en seguida... Dame un par de -rebanadas de ese pan tostado, Pedro... y esa mantequilla fresca para -untarlas... ¡Cosa exquisita!</p> - -<p>—El apetito que tú tienes, Juan—díjole su -compadre,—y los buenos ojos con que lo miras todo. ¡Eso sí que es -exquisito!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_169">[p. 169]</span></p> - -<p>—No te diré que no, Pedro; que con el ánimo atribulado, suelen -los estómagos ser melindrosos. Pero no por eso deja de ser bueno lo -que lo es, como esto que yo alabo... Arrima hacia acá esos bollos de -Mallorca, Teresa, que esponjas de miel deben ser para el chocolate... -¡Bien á mano los tenías, mujer, para regalarme hoy con ellos!</p> - -<p>—Ayer se hicieron, Juan,—respondió doña Teresa arrimando -la canastilla llena de bollos á su compadre.</p> - -<p>—¡Mira qué á tiempo!</p> - -<p>—¡Ésta sí que es obra de María!—exclamó don Juan de -Prezanes saboreando parte de uno, mojado en chocolate.</p> - -<p>—Pues cabalmente los hizo mi madre—respondió, riéndose, -María:—lo mismo que las sobadas.</p> - -<p>—¡Superior estaba también la que he comido!</p> - -<p>—Torpe andas hoy, Juan, en tus presunciones—díjole don -Pedro Mortera con socarronería;—y esa torpeza no es disculpable -en un jurisconsulto viejo, que debe tener buena nariz para todo.</p> - -<p>—Cierto es eso, Pedro amigo; pero ¡hace tanto tiempo que dejé -el oficio!... Sin embargo, no he olvidado el principio fundamental de -la recta justicia: <i>Suum cuique tribuere</i>; en virtud del cual, doy á tu -mujer la enhorabuena que pen<span class="pagenum" id="Page_170">[p. -170]</span>saba dar á María. Conste que te felicito, Teresa.</p> - -<p>Y así por el estilo. Á todo lo cual callaba Pablo y no decía Ana -mucho más que su amiga, que también callaba. Verdad es que don Juan de -Prezanes no dejaba meter baza á nadie, porque hablaba por todos.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Media hora después de anochecido, Ana y María estaban en un rincón -de la solana, embutida entre los dos cortafuegos, muy salientes, de la -fachada. El aire continuaba siendo seco y pesado, y no había que temer -daños del relente. Ana se mecía sobre los pies traseros de una silla, -apoyando las puntas de los suyos diminutos en los gruesos y torneados -balaustres del balcón, para guardar el equilibrio, cuando no descansaba -reclinando la silla contra la pared. María, sentada á su lado, -contemplaba la luna, redonda y resplandeciente como un disco de oro -bruñido, en el no muy ancho lugar que los nubarrones le dejaban libre -en el cielo; y aun allí no imperaba á su antojo sobre las tinieblas -de la noche, pues de vez en cuando empañaban sus fulgores pardos -crespones que el viento llevaba por delante en la senda que recorría -en el espacio. Estaban envueltas en sombra las montañas, y sólo las -del Sur perfilaban sus crestas<span class="pagenum" id="Page_171">[p. -171]</span> gallardamente sobre un fondo diáfano y luminoso.</p> - -<p>Rato hacía que las dos jóvenes callaban. De pronto Ana, cuyo -carácter alegre y travieso no la permitía hacer largas amistades con el -silencio, exclamó contemplando también la luna:</p> - -<p>—Mírala, mujer, qué rechonchaza y papujona sale ahora. ¡De qué -buena gana la daba un par de carrilladas en aquellos mofletes! Asomando -entre las nubes, me recuerda la cara de tía Pepa Tortas, cuando se -quita la muselina.</p> - -<p>María se echó á reir, y preguntó á su amiga:</p> - -<p>—¿De veras hallas en la luna cosa que se parezca á un rostro -humano?</p> - -<p>—Yo no he visto eso en otras lunas que las pintadas en el -calendario, María; pero, forzando un poco la imaginación, se distingue -algo como nariz...</p> - -<p>—Pues yo no veo sino un rimero de manchas...</p> - -<p>—Justo, lo que ven los muchachos de Cumbrales: una vieja -sentada encima de un coloño de espinos. Estaba robándolos de noche, y, -en castigo, la sorbió la luna.</p> - -<p>—Así dicen.</p> - -<p>—Por bien poco se atufó esa señora... ¡Si el robo hubiera sido -de un bolsillo de onzas siquiera!...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_172">[p. 172]</span></p> - -<p>—¡Esta sí que no es ilusión, Ana!... Mira aquella nube -amarillenta y sola, á la derecha de la luna. ¿Has visto cosa más -parecida á un león agazapado?</p> - -<p>—Algo tiene de eso, efectivamente... Pero si á ver vamos, mira -estas pardas de la izquierda: yo veo en ellas un caballo á escape, y -otro á su lado mordiéndole las crines; y detrás, un rebaño... no sé de -qué; y hasta los pastores con sus palos...</p> - -<p>—¡Ave María purísima! Yo no veo señal de esas cosas.</p> - -<p>—Pues yo sí, y no me asombran, que, aun sin subir tan arriba, -se ven otras mucho más raras. Aquí abajo, en Cumbrales mismo, hay mujer -que á su amiga ¡qué digo amiga! á su hermana, le oculta el sentir de su -corazón.</p> - -<p>—¿Volvemos á lo de antes, Ana?</p> - -<p>—Sí, señora... ¡y mucho que vuelvo! porque eso no se hace. -¡Tener ya envejecido, como quien dice, un amor en el pecho, y necesitar -yo, su amiga y confidente, sacarle con tenazas lo poco que he llegado á -saber!...</p> - -<p>—Y ¿qué adelantaríamos, Ana, con que yo te hubiera dado cuenta -de todo?</p> - -<p>—Lo que se adelanta siempre en esos casos: por lo menos, -hablar de ello á menudo.</p> - -<p>—Un imposible. ¡Buen asunto para nuestras conversaciones!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_173">[p. 173]</span></p> - -<p>—Se habla sobre el mejor modo de vencerle.</p> - -<p>—Como yo sé que no le he de vencer...</p> - -<p>—Pues se la riñe á usted por haberse metido en tales honduras -á tontas y á locas.</p> - -<p>—Cuanto más se manosea una herida, más duele: es preferible -hacer lo que yo hago, considerando la mía incurable: tratar de -olvidarla en silencio.</p> - -<p>—Pero, María—dijo aquí Ana acercando más su silla á la -de su amiga,—hablando con toda formalidad, ¿será posible que los -síntomas que vengo observando en tí algún tiempo hace, y las pocas -palabras que he podido arrancarte, acusen real y verdaderamente una -enfermedad de tal naturaleza?</p> - -<p>—¿De qué naturaleza?—preguntó María sorprendida.</p> - -<p>—Me has asegurado que jamás tu padre aprobaría esa elección -que has hecho...</p> - -<p>—Y es la verdad.</p> - -<p>—Porque hay entre él y esa persona poco menos que un -abismo.</p> - -<p>—Cabal.</p> - -<p>—Pues en ese abismo es donde se pierde mi curiosidad, María; -que aunque todos los abismos convienen en ser «negros é insondables,» -según la fama (yo no he visto ninguno todavía), debe haberlos más y -menos espantosos... y hasta más y menos necesarios; y tales riesgos -pue<span class="pagenum" id="Page_174">[p. 174]</span>den existir para -tí al otro lado del tuyo, que mi padrino haya obrado como un sabio al -ponértele delante.</p> - -<p>—Muchas gracias por el consuelo, Ana.</p> - -<p>—No te lo dije por mortificarte, María, y perdóname... pero -escucha. Hay matrimonios, llamados imposibles, por discordancias de -caracteres entre las dos familias interesadas; por diversidad de ideas -religiosas ó políticas; por notable desequilibrio en los bienes de -fortuna ó en la honra personal; por diferencia de alcurnias; y, por -último, los hay que, además, son ridículos, y si me apuras, grotescos, -por no concordar los novios ni en caudales, ni en jerarquía, ni en -educación. Con franqueza, María, ¿cuál de estos casos es el tuyo?</p> - -<p>Á lo cual dijo María con calor:</p> - -<p>—¿Me prometes, si te lo confieso, responderme con la misma -franqueza á las preguntas que yo te haga después?</p> - -<p>—¿Sobre asunto parecido?—preguntó Ana.</p> - -<p>—Idéntico,—respondió María.</p> - -<p>Sonrióse aquélla y dijo:</p> - -<p>—¡Qué más quisiera yo, hija mía, que tener algo de eso que -contarte!</p> - -<p>—No trates de curarte en sana salud.</p> - -<p>—Te contaré hasta mis <i>aprensiones</i>: ¿quieres más?</p> - -<p>—Eso me basta. Trato hecho, y empiezo á<span class="pagenum" -id="Page_175">[p. 175]</span> cumplir mi compromiso... es decir, á -responder á tu pregunta.</p> - -<p>En esto se oyó vocear á don Juan de Prezanes, que con sus compadres -y Pablo continuaba charlando, á obscuras, en la sala. Sobresaltóse Ana, -más por lo especial del sonido que por la fuerza de la voz, y dijo á -María interrumpiéndola:</p> - -<p>—Se me antoja que no ha de ser muy duradera esta -reconciliación si se dejan los genios á su albedrío. No va á haber otro -remedio, María, que armar un pronunciamiento entre nosotras.</p> - -<p>—¿Qué temes ahora?—preguntó María.</p> - -<p>—Escucha á mi padre.</p> - -<p>La voz de éste era recia y destemplada entonces.</p> - -<p>—Ya que el diablo ha metido aquí la -pata—decía,—echando sobre la mesa la envenenada manzana de -la sempiterna cuestión de los genios dulces ó amargos, déjese á cada -cual defender el suyo en buena lid, que hablando se entiende la gente, -y no metiéndose los dedos por los ojos, ¡caramba! Yo no pretendo ser -mejor que nadie; pero tampoco me conformo con que otros presuman de ser -mejores que yo. La forma no importa dos cominos: el fondo es lo que hay -que mirar; justamente lo que menos se mira y se respeta en el mundo. -Estoy cansado de oir: «don Fulano... ¡gran sujeto!... persona<span -class="pagenum" id="Page_176">[p. 176]</span> muy atenta, muy fina, -incapaz de faltar á nadie;» y todo porque don Fulano jamás dijo una -palabra más alta que otra, y tiene siempre una sonrisa en los labios... -hasta cuando despluma á su vecino, ó vende la amistad jurada por un -puñado de dinero ó por cosa que lo valga. Pues al contrario: «¡don -Perengano!... ¡no se le puede aguantar; es un grosero, una fiera!» -porque don Perengano se tasa en lo que vale y no engaña al mundo con -sonrisas falsas.</p> - -<p>—Te sales ya del carril, Juan—dijo entonces don -Pedro.—Bueno es que el hombre lleve el corazón en la mano; -pero en lo puramente genial, hay que irse con mucho tino; hay que -contenerse, que dominarse un poco...</p> - -<p>—Justamente, Pedro. Pero que no se eche toda la carga al -irascible; que empiecen por contemplarle algo los que saben de qué -enfermedad padece; que no le irriten; que no le puncen; que le -concedan siquiera lo que en justicia se le debe... Y esto me trae á -la memoria un ejemplo de todos los días. Cuatro personas se ponen á -jugar, por pasar el tiempo. Tres de ellas son de las llamadas <i>de mucha -correa</i>. Pierden, y permanecen serenas, inalterables, atentas, finas -y comedidas en todo: lo mismo que cuando ganan. La otra persona es un -hombre de los míos: nervioso, irritable, sulfúrico. Tócale perder á -él y comienza á descomponerse, y acaba por ser,<span class="pagenum" -id="Page_177">[p. 177]</span> real y verdaderamente, inaguantable... -Pero ¿por qué? Por la falta de consideración de los demás. Lo que -pierde es insignificante; y no es esto lo que le irrita. Acaso sea él -el más desinteresado de todos; quizá, fuera de allí, sea un manirroto -para el dinero, al paso que los otros tres den primero un diente que -un ochavo. Pero á las primeras señales de su inquietud, comenzaron los -señores «de mucha correa» á dejar de tenerla para él; á irritarle con -gestos de desagrado, con sonrisas de burla ó con palabras acres; hasta -que, en fuerza de avivarse el fuego, llegó éste á la pólvora y voló la -santabárbara.</p> - -<p>—Pero ¿por qué el irascible no se contiene antes de dar -ocasión á que sus compañeros, con razón sobrada, comiencen á renegar de -él?</p> - -<p>—Porque no puede: lisa y llanamente porque no puede. Cuando -«los hombres de correa» pierden, no ven más sino que no ganan, que <i>se -les niega el naipe</i> y que se levantarán de la mesa con unos reales -menos de los que tenían en el bolsillo cuando se sentaron. Esto es todo -lo que ven y esto es todo lo que <i>sienten</i>: nada de lo que siente y ve -el otro.</p> - -<p>—¿Qué puede ver y sentir ese otro, que más valga en el juego, -aunque sea éste por mero pasatiempo?</p> - -<p>—¿Qué puede ver y sentir? Un infierno de cosas y de -impresiones. Ve, por de pronto,<span class="pagenum" id="Page_178">[p. -178]</span> convertirse para él en leyes infalibles lo que para otros -son coincidencias insignificantes. Por ejemplo: que las cartas sin -valor que recibe y le hacen perder las bazas, son del palo de oros -cuando da Fulano, ó del de copas cuando da Mengano; que siempre que -éste enciende un cigarro ó el otro enreda con las fichas, le ganan -á él un resto, ó le dan codillo, ó le acusan las cuarenta; que cada -vez que Zutano se sonríe mirándole, le sacan uno á uno, y arrastrados -ignominiosamente, los pocos triunfos que había podido adquirir... en -suma, cada peripecia del juego parece fatalmente subordinada á un plan -de la enemiga suerte. Jurara entonces que las figuras de la baraja, -tendidas sobre la mesa, adquieren vida y movimiento, y que se burlan de -él con sus caras ridículas y contrahechas. Pero hay algo más irritante -aún que todo esto; y es una especie de diablillo que lo va señalando -con el dedo para que nada pase inadvertido; diablo sin color ni formas, -pero perfectamente visible á los ojos del espíritu excitado y vibrante. -Toda esta infernal conjuración asedia sin descanso al jugador de mi -ejemplo; y esto es lo que le incomoda y le saca de quicio; esto es -lo que le ensoberbece y descompone, no los tres míseros ochavos que -pierde en la partida; esto es, en fin, lo que no toman en consideración -los hombres de «mucha correa» que le acosan<span class="pagenum" -id="Page_179">[p. 179]</span> en vez de ayudarle, no á ganar, que -absurdo fuera entre contrarios, sino á vencer á los conjurados, con un -poco de tolerancia y de afabilidad. ¡Valiente hazaña consuman los que -de nada se quejan porque nada les duele! En cambio, quien tiene por -naturaleza un manojo de cuerdas sonoras, ¿qué mucho que, cuando se le -hiere, vibre alguna de ellas! Lo asombroso fuera lo contrario. Luego no -se ha de buscar en él sólo el remedio contra ciertas desafinaciones de -su temperamento, sino también en la prudencia de quienes se le acerquen -y le traten.</p> - -<p>—No me parece del todo mal esta teoría—dijo don -Pedro,—aunque algunos reparos se me ocurren en favor de las -gentes cachazudas que juegan para divertirse y no para ejercitarse -en la faena espinosa de conjurar las demasías de un compañero -atrabiliario; pero ¿á qué viene toda esa cuestión aquí?</p> - -<p>—¡Pues me gusta la pregunta!—repuso don Juan de -Prezanes.—¿He sido yo, por ventura, quien la ha traído?... ¿Ó -piensas que me mamo el dedo... que no penetro lo que <i>se me quiere -decir</i>?</p> - -<p>—Por el amor de Dios, Juan, ¡no empecemos!</p> - -<p>—¿Lo ve usted!... Ya voy yo á pagar los vidrios rotos.</p> - -<p>—¡Te digo que no!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_180">[p. 180]</span></p> - -<p>—¡Te digo que sí!</p> - -<p>En este punto el altercado, entró Ana en la sala.</p> - -<p>—Tiene razón mi padre—dijo muy formal y -resuelta:—parece que se complace todo el mundo en llevarle -la contraria. No es él quien ha sacado á relucir esa endiablada -cuestión.</p> - -<p>—Sí, hija mía, sí—añadió don Juan con nerviosa -ironía:—sí he sido yo, el insufrible, el energúmeno de tu padre. -Aquí todos son buenos, mansos é inofensivos... Ya lo ves: hasta tu -madrina calla como una muerta, señal de que también ella me quiere -endosar el mochuelo... Y es natural, ¡como yo tengo la culpa!... De -todo, ¡de todo lo malo la tengo yo, hija mía! Aquí no oirás otra -cosa.</p> - -<p>—Pero ¿qué quieres que haga yo, Juan—dijo doña Teresa -muy apenada,—si en cuanto comenzáis á hablar de eso ya me -tiemblan las carnes! Lo que de buena gana haría, si pudiera, es poneros -una mordaza algunas veces, como ahora.</p> - -<p>—Con dar la razón al que la tiene, no se agravia á nadie y -se evita que las cuestiones se caldeen,—observó don Juan de -Prezanes.</p> - -<p>—Pues figúrate que fué Pedro quien sacó la conversación...</p> - -<p>—Yo no me he acordado de semejante cosa, ¡caramba!—saltó -con presteza el aludido.</p> - -<p>—Pues ni fué usted ni fué mi padre—dijo<span -class="pagenum" id="Page_181">[p. 181]</span> Ana.—Sépase de una -vez la verdad: quien la sacó fué Pablo.</p> - -<p>—¡Si no he desplegado los labios hace media -hora!—respondió el mozo desde un rincón de la sala.</p> - -<p>—Pues sería yo... ó el diablo, que es lo más -seguro—añadió Ana, incomodada de veras.—¡Vea usted qué -delito tan grave para que tanto nos empeñemos en sacudirnos de él! -Tengan todos un poco de tolerancia, y verán cómo no pasan de lo justo -las porfías.</p> - -<p>—Por ese lado iban precisamente mis quejas,—exclamó don -Juan.</p> - -<p>—Pues se quejaba usted con muchísima razón,—repuso su -hija.</p> - -<p>—Lo cierto es—dijo Pablo, tal vez respondiendo más á -sus recónditos pensamientos que á las palabras que oía,—que no -bien comienza á sonreirle á uno un poco el corazón, ya tiene el nublado -encima.</p> - -<p>—Pues por esta vez al menos—contestó Ana,—no han -de faltarte brisas que le esparzan... y le esparcerán... Ea, ¡ya le -esparcieron!</p> - -<p>Y como al decir esto se iluminara repentinamente la sala con los -rayos de la luna, que reaparecía sin estorbos enfrente de las puertas -del balcón, añadió con suma gracia, señalando al astro refulgente de la -noche, mientras fijaba sus ojos picarescos en su padrino:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_182">[p. 182]</span></p> - -<p>—¿Quién es el guapo que se atreve á desmentirme?</p> - -<p>Celebró don Pedro con recias carcajadas la felicísima coincidencia, -y aplaudiéronla los demás, excepto don Juan de Prezanes, que tuvo -que morderse los labios porque no le <i>desautorizara</i> la risa que le -retozaba en ellos.</p> - -<p>—Y ahora—prosiguió Ana,—sepan ustedes, si es -que mi padre no lo ha dicho, como lo temo, que este santo que hoy se -celebra aquí, tiene octava; en virtud de lo cual el señor don Juan -de Prezanes invita á ustedes á tomar chocolate mañana en su casa, -donde espera demostrarles que si en rumbo y en despensa hay quien le -aventaje, á nadie cede en cariño y buen deseo. ¿No es esto lo que usted -pensaba decir, padre?</p> - -<p>—Cabalmente—respondió de muy buena gana don Juan, -que no había pensado en semejante cosa.—Sólo que con la -conversación...</p> - -<p>—Se le fué á usted el santo al cielo—concluyó -Ana.—Eso sucede siempre que se habla de lo que no viene al caso. -Y con esto, si ustedes no disponen otra cosa, nos retiramos mi padre y -yo, que ya es hora.</p> - -<p>Marcháronse, en efecto, tras una cordial despedida; y con marcharse -estos personajes, se acabó el asunto del presente capítulo.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_coronas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_13"> - <p><span class="pagenum" id="Page_183">[p. 183]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_orejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XIII. LAS ALAS DE CERA">XIII</h2> - <p class="subh2">LAS ALAS DE CERA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Cuando</span> Pablo y Nisco -iban al cierro, su paso por las mieses de la vega era una continua -observación y un incesante comentario.</p> - -<p>—¡Lo que puede la desidia!—exclamaba, por ejemplo, el -primero, delante de un prado con matorros y mimbreras.—Tres años -hace no más que nació el primer escajo aquí. Con la punta de la navaja -pudo arrancarse entonces: hoy da que rozar para medio día lo que se ve, -y en una semana no desencasta los raigones el azadón. ¡Coja usted buena -yerba así! Ni más ni menos que el que le sigue. ¿Te acuerdas de lo -que era ese prado cuando le compró su dueño? La palma de la mano daba -tanta yerba como él. Mírale hoy hecho una hermosura por beneficiársele -mucho y á tiempo. Está visto que no hay tierra mala bien administrada, -ni buena de<span class="pagenum" id="Page_184">[p. 184]</span>jada en -abandono... Después (yo no sé si tú has reparado en ello alguna vez): -tal es la finca, tal es su dueño; según ella está de cultivo, así anda -él de calzones.</p> - -<p>—Lo que yo no acabo de entender—decía Nisco un poco más -adelante,—es por qué esta tierra, que es buena de por sí, ha de -perderse por la charca que tiene en medio, cuando con una sangría, por -la parte de abajo, saldría lo que daña, sin llevarse la frescura que -beneficia.</p> - -<p>—¿Sabes de quién es la finca?—preguntábale Pablo.</p> - -<p>—¡No he de saberlo?</p> - -<p>—Pues sabiéndolo, ¿de qué te admiras, hombre? Su dueño es de -los que ciegan de buena gana porque otros no vean. Esa sangría tiene -que hacerse en el prado que le sigue y que peca de secano. Con las -aguas que aquí sobran, ganaba mucho el otro, y hasta los de más abajo; -y este hombre prefiere segar espadañas, juncos y rabos de zorra en -agosto, en vez de yerba superior, á que el vecino la obtenga mediana -por la virtud del riego regalado... Pues ¿qué diremos de esta heredad -que hoy no da un garrote de panojas, en maíces tísicos, cuando antes -era un granero de punta á cabo? Aprendió una vez el testarudo de su -dueño que la cal es buena para las tierras, y, sin averiguar otra cosa, -cuanta cal adquiere desde entonces, á la heredad<span class="pagenum" -id="Page_185">[p. 185]</span> con ella. Así la está abrasando, -el pedazo de bárbaro, con lo mismo que, mezclado en las debidas -proporciones, le produciría buenas cosechas.</p> - -<p>—¡Qué quieres tú! No saben más.</p> - -<p>—Pero saben reírse de quien les dice que se equivocan, como -éste se rió de mí cuando le dije cómo debía hacerse uso de la cal, -y en qué clase de tierras... ¡Buena va este año la heredad grande -de tu padre!... ¡Vaya un bosque de maíces!... ¡Y qué muestra de -<i>faisanes</i>!</p> - -<p>—Milagros del abono, Pablo.</p> - -<p>—Poca calabaza: así me gusta. Es fruto sin substancia y roba -mucho á la tierra.</p> - -<p>—Pero <i>campa</i> en la heredad.</p> - -<p>—Eso sí: gusta ver la planta, cargada de hojas como paraguas, -arrastrarse larga, larga, dejando enredado acá un miembro y allá el -otro, hasta poner al sol la cabeza sobre el retoño de la linde. Pero -decía un médico viejo, á quien yo conocí, que de todas las calabazas -del mundo no sacaría el mejor químico un adarme de substancia; y á esto -me atengo. Fruto que no alimenta, ¿de qué sirve en la heredad, sino de -estorbo?</p> - -<p>Así llegaban al cierro, verdadero muestrario de cultivos; vasta -extensión de terreno, labrado en la sierra inmediata al monte, bien -soleado y circuído de un vallado con hondo foso, y eriza<span -class="pagenum" id="Page_186">[p. 186]</span>do de una espinera blanca, -recia y tupida, que en la primavera, cargada de flores, parecía un -muro de nieve. Allí ensayaba Pablo sus atrevimientos de cultivador -cuando estaba en el pueblo; y desde que era mozo y tan pronto como se -acentuaron en él estas aficiones, nunca dejó de hacer una escapada -desde la Universidad, con mucha complacencia de su padre, en la -estación conveniente á sus propósitos; pues no era imposible, durante -el curso universitario, acomodar las exigencias de las principales -labores agrícolas á los días de vacaciones.</p> - -<p>Cómo volaba el tiempo para Pablo mientras estaba allí metido -con Nisco examinando el cierro planta á planta y yerba á yerba, -ponderando esto y lamentándose de aquello, lo uno porque respondía -fielmente á sus imaginaciones, y lo otro porque le había producido un -desengaño, lo comprenderá el lector sin que yo se lo explique en largas -consideraciones, que habrían de fatigarle, y á mí también. Y ahora le -advierto que si digo todo lo que dicho queda en el presente capítulo, -de los entusiasmos campestres de Pablo, no es porque yo me imagine que -le sientan bien á un mozo de su edad estas formalidades precoces, pues -bien sabe Dios que con ellas solas y sin las muchachadas por que le -reprendió su padrino, y la sencillez y noble despreocupación de que nos -ha dado muestras,<span class="pagenum" id="Page_187">[p. 187]</span> -más apto le juzgara para zagal de un idilio cursi, que para personaje -de una novela realista; dígolo para que, teniéndolo en cuenta el que -leyere, dé toda la significación que le corresponde á la actitud en -que, al día siguiente de haber refrescado la familia de don Pedro -Mortera en casa de don Juan de Prezanes, sin detrimento de la buena -armonía, Pablo y su amigo, que no se habían visto desde la antevíspera, -caminaban hacia el cierro del monte.</p> - -<p>Iban el uno en pos del otro, lentamente y pensativos. Pablo -tronchando yerbas y flores con una varita que llevaba en la mano, -y Nisco, con la chaqueta al hombro y el sombrero sobre las cejas, -arrollando y desarrollando maquinalmente con sus índices una hoja -de maíz. Pasaron junto á un maizal en que habían hozado puercos muy -recientemente, y ni una palabra arrancó á los caminantes el suceso; -más adelante hallaron á una familia <i>cogiendo</i> una heredad, cosa que -nadie pensaba hacer todavía en la vega, y ni siquiera se cansaron en -preguntar si el maíz aquél se cogía por <i>tempraniego</i> ó para secarlo -en el horno... Aunque vieran cuervos picoteando las panojas, y maíces -tronzados ó seturas entornadas, señales de haber entrado bestias en la -mies, y tal cual prado todavía con el pelo de agosto, seco, podrido y -ya sin jugos... nada, nada les ofrecía motivo para una sola pre<span -class="pagenum" id="Page_188">[p. 188]</span>gunta, ni los sacaba de -sus tenaces meditaciones.</p> - -<p>Databan éstas, que no eran tristes por cierto, de la misma fecha. -Las de Pablo nacieron del consejo que le dió su padrino delante de Ana; -las de Nisco, de su conversación con María. Desde entonces andaban los -dos camaradas como pareja de palominos atolondrados. Pablo, como quien -despierta de un sueño agradable y se deleita en armonizar ideas no muy -acordes, y en grabar en la mente imágenes fugaces y confusas; Nisco, -viendo y palpando cuadros de bulto, con luz de colores y auras de -tomillo y malva rosa.</p> - -<p>Entraron en el cierro sin hablar palabra, y con el mismo silencio -llegaron al punto más alto de él... y allí se sentaron <i>subter viridi -fronde</i>, quedando ante su vista el panorama de Cumbrales y lo mejor -de su vega. Llenóse Pablo los ojos de aquel hermoso espectáculo, y -el pecho de aquellos aires puros y fragantes, y no dejó Nisco de dar -pruebas de que también sabía sentir la hermosura de la naturaleza. -Diólas primero mirando con avidez aquí y allá, á pesar de sus -cavilaciones; y, por último, rompiendo á hablar de esta manera:</p> - -<p>—Lo que se recrea el hombre con visualidades como ésta, es -mucho de todo, Pablo.</p> - -<p>Nada respondió éste, y añadió el otro:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_189">[p. 189]</span></p> - -<p>—Pues cuando uno tiene en sus adentros algo enternecida la -entraña, por estimación á otra persona que le quita el sueño, dígote -que cosa es que pasma cómo la ves onde quiera que pones los ojos, ni -más ni menos que si la llevaras en ellos. Así es que resulta que esa -persona, sin estar delante de tí en cuerpo y alma, es á modo de luz -que te lo alumbra todo... Entiéndolo yo tal, sólo con las feguraciones -de un bien querer... porque no cabe en lenguas ni en papeles lo que -uno viera, en salva la ocasión presente, si en manos de uno estuviera -aquello que apetece ó que puede apetecer, por convenirle.</p> - -<p>Calló Nisco porque se enmarañaba y perdía entre estas metafísicas, y -acaso también porque Pablo parecía estar más atento que á escucharle, -á contar los varazos que se daba en sus piernas estiradas sobre el -campo.</p> - -<p>Tras otro rato de silencio, soltó Nisco, de repente y á quemarropa, -esta pregunta á su amigo:</p> - -<p>—¿Por qué no te casas con Ana, Pablo?</p> - -<p>Con la cual pregunta sintióse el mozo tocado en lo más profundo del -alma; sacudió el letargo en que yacía, enrojeciósele el semblante, y -respondió, entre contrariado y satisfecho:</p> - -<p>—¡También tú, Nisco?</p> - -<p>—No pensé que naide me hubiera cogido en el dicho la -delantera—replicó éste.—Siempre<span class="pagenum" -id="Page_190">[p. 190]</span> entendí que eso debía de ser; vino á -cuento ahora, y te lo dije. Por las trazas, ¿otros más que yo te han -cantado la mesma solfa?</p> - -<p>—¡Muchos!—respondió Pablo con la mayor sinceridad.</p> - -<p>Sólo á Nisco se lo había oído en el mundo; pero hacía cuarenta y -ocho horas que se lo estaba aconsejando el corazón, y el pobre mozo -pensaba que no le hablaban las gentes de otra cosa.</p> - -<p>—Y ¿qué es lo que te para—volvió á preguntarle -Nisco,—siendo cosa tan hacedera y conveniente?</p> - -<p>—Ya trataremos de eso en tiempo y sazón,—respondió -Pablo, mostrándose poco dispuesto á continuar hablando del mismo -asunto.</p> - -<p>Pasado otro ratito de silencio, dijo Nisco tímidamente:</p> - -<p>—Pues, hombre... ya que de eso no, bien pudiéramos tratar -de algo que se le asemeja, respetive... á otra persona. ¿Paécete, -Pablo?</p> - -<p>—Tú dirás,—respondió éste con escaso interés.</p> - -<p>Se le bajó el color á Nisco entonces; empañósele la voz un tantico, -señales de que iba á acometer arriesgada empresa, y habló así:</p> - -<p>—Amigo eres mío, ú no le tengo en el mundo; un sentir -me enternece de un tiempo acá, y contigo le quiero tratar como -corresponde. Si,<span class="pagenum" id="Page_191">[p. 191]</span> -llegado el caso, el sentir te ofendiere, cuenta que no te le dije, y -perdona... pero considera que si de él te hablo ahora, es porque ya no -me cabe en la entraña.</p> - -<p>Con este exordio se despertó un poquillo la curiosidad de Pablo. -Miró éste á su amigo, y díjole para animarle:</p> - -<p>—Veamos qué es ello, señor enamorado.</p> - -<p>—Bien sabes tú—prosiguió Nisco,—que hay un -decir que dice que la primera vez que se quiere es cuando se quiere -de veras... Pues yo te puedo asegurar que ese decir es una mentira -muy gorda. Quise yo á... esa probe muchacha que está loca por mí, y -antojóseme que aquello y no más era lo que había que ver en el mundo. -Paecíanme de mieles sus palabras, soles sus ojos, el mesmo cielo su -cara, y su cuerpo, estampa de la gracia andando; pero, hablando con -verdá, aunque todo esto me paecía, ni me quebrantaba el apetito ni me -quitaba el dormir... como ahora me pasa con esto otro, Pablo; que tal -es, que no puedo con ello. Yo nunca tuve este desgano que me añuda el -pasapán; ni este temblor de allá dentro, que me engurruña y apoca; ni -este acabarme en sospiros día y noche; ni esta congoja del arca, como -tengo de antayer acá, sin hora de sosiego.</p> - -<p>—¿Desde anteayer lo tienes, Nisco?—preguntóle su -amigo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_192">[p. 192]</span></p> - -<p>—¡Desde antayer, Pablo; desde antayer lo tengo!</p> - -<p>—¡Malos vientos corrieron ese día!—dijo Pablo -sonriendo.</p> - -<p>—¡Ni aunque hechizos los trajeran!—respondió Nisco sin -penetrar la intención de su amigo.—Desde entonces es cuando ni -el sueño me busca, ni el pan me sabe, ni el trabajo me <i>rejunde</i><a -id="FNanchor_2" href="#Footnote_2" class="fnanchor">[2]</a>... Tal -me pasa, Pablo; tal te cuento, y el por qué sabrás también, si no te -ofende.</p> - -<p>—Vamos por partes—dijo Pablo, conteniendo á su amigo que -iba animándose por instantes.—Supongo que esa mujer que tales -impresiones te causa, valdrá más que Catalina.</p> - -<p>—¡Qué tiene que ver!...</p> - -<p>—Será más guapa...</p> - -<p>—¡Qué tiene que ver!...</p> - -<p>—Más rica...</p> - -<p>—¡Qué tiene que ver!</p> - -<p>—Vamos, una medio señora.</p> - -<p>—Medio ¿eh?... ¡Tan señora como la que más!</p> - -<p>—Y ¿quiérete como tú la quieres?</p> - -<p>—Eso es lo que yo no sé á punto fijo, Pablo.</p> - -<p>—Pero ¿lo sospechas?</p> - -<p>—Barruntos y feguraciones tengo, que bien pudieran engañarme. -Por eso quiero hablar contigo y oir tu paecer.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_193">[p. 193]</span></p> - -<p>—Pues voy á dártele en seguida.</p> - -<p>—¡Si no te he relatado el caso!</p> - -<p>—No lo necesito... ni lo deseo,—dijo el mozo, muy -formal.</p> - -<p>Si receló algo que no le hizo gracia, jamás se supo; pero es -averiguado que habló al hijo de Juanguirle de este modo:</p> - -<p>—Nunca te pregunté, Nisco, por qué dejaste á Catalina; pues -nunca me hablaste de ese asunto, y á mí no me gusta meterme donde no me -llaman. Ahora me llamas, y te lo pregunto. ¿Por qué la dejaste?</p> - -<p>—Porque me gustó <i>la otra</i> más que ella,—respondió Nisco -sin titubear.</p> - -<p>—Pues eso es una mala partida, y, además, un mal negocio -para tí. Así lo entiendo y así te lo digo. Tú, con tu chaqueta, tus -rizos y tus labranzas, con el hacha en la mano ó bailando en el corro -en mangas de camisa, eres un mozo como no hay otro en estos lugares; -pero échate encima de repente una levita y arrímate á una señora, y -hasta los muchachos te correrán; porque todo esto que has aprendido -y antes no sabías, si te levanta mucho sobre los de tu condición, te -deja todavía á cien leguas de lo que pretendes. Doy por hecho que una -dama como la que sueñas te elevara á su altura de la noche á la mañana, -porque hay gustos para todo: ¿qué ibas ganando en ello, valiendo, -donde te po<span class="pagenum" id="Page_194">[p. 194]</span>nían, -mucho menos que tu mujer? Y yo creo, Nisco, que el matrimonio en que -el marido no sabe guardar su puesto, es mal matrimonio; y el puesto -se guarda valiendo el marido más que la mujer, es decir, siendo rey y -señor de su casa, no sólo por más fuerte, sino por más entendido en -cuanto les rodee en la esfera que ocupen ambos. Cuanto más tenga la -una que aprender del otro, más se ufanará con él y más alta se pondrá -en la consideración de las gentes. Pues dame el caso á la inversa, y -verás á los dos en la picota de la zumba; porque esa es la ley... y -así debe de ser. Y si esto sucede aun siendo la mujer y el marido de -una misma alcurnia y de idéntica educación, ¿qué no sucederá cuando, -además de ignorante, él es tosco destripaterrones, y ella una dama -culta y discreta? Y ¿cómo la mujer que comienza por avergonzarse en -público de las groserías de su marido, no ha de concluir por perderle -la estimación, y hasta por aborrecerle en secreto? Pues á todo esto -se expone, á mi entender, quien intenta lo que tú, de golpe y porrazo -y sin limpiarse antes las costras del oficio, rodando mucho por el -mundo y calándose los hábitos de señor por sus pasos contados. Éste es, -Nisco, mi parecer.</p> - -<p>Con las alas del corazón lacias y caídas le recibió el presuntuoso -hijo del alcalde, que ma<span class="pagenum" id="Page_195">[p. -195]</span>yores alientos aguardaba de su amigo. ¡Y esa que Pablo sólo -conocía hasta entonces el pecado! ¡Qué no se le ocurriera si también le -fuera conocido el nombre de la pecadora!</p> - -<p>Guardóle Nisco en lo más recóndito de su memoria, y callóse como un -muerto.</p> - -<p>No por verle mudo y abatido se ablandó Pablo, que era la misma -sinceridad. Antes bien, tomó el punto donde le había dejado, y añadióle -estas palabras:</p> - -<p>—Por supuesto, que tú no estás enamorado.</p> - -<p>—¡Que no?—exclamó Nisco casi haciendo pucheros.</p> - -<p>—No—insistió Pablo.—El amor necesita algo en qué -fundarse, y aquí no hay más base que el viento de tu cabeza. Eres -presumido; eres ambicioso; antojósete que venían las cosas por el -camino de tus deseos... y eso es lo que hoy te atolondra: la hinchazón -de tu vanidad, por una ganga entre cejas. Ni más ni menos. ¡Y por esa -majadería, que no pasa de un sueño tonto, dejas á Catalina!</p> - -<p>—¡Dale con esa... miseria!—gruñó Nisco despechado y -nervioso.</p> - -<p>Cargóse Pablo de veras, y le enderezó estas razones:</p> - -<p>—¡Miseria Catalina!... ¡la mejor moza del pueblo! ¡tan rica -como tú! ¡honrada como la que más!... ¿En qué la aventajas, meleno? -¿Dón<span class="pagenum" id="Page_196">[p. 196]</span>de habría -matrimonio más igual ni más lucido? ¿Dónde te vieras tú más honrado, -más en tu puesto, más rey y señor de tu casa, que siendo marido de -Catalina, que se miraría en tus ojos y te adivinaría los pensamientos? -Y ¿qué otra cosa necesitas tú, con la cuna en que naciste, la educación -que tienes y el oficio que traes, para no envidiar ni al rey en su -trono?... Yo no sé adular, Nisco.</p> - -<p>—¡Bien se te conoce, paño!—respondió éste, de muy mal -humor.</p> - -<p>—Tú lo has querido.</p> - -<p>—Es verdá; pero no lo conté tan amargo.</p> - -<p>—Por tu bien lo dije como á mí me sabe.</p> - -<p>—Se agradece el deseo, Pablo; pero... cada uno es cada uno... -y yo me entiendo.</p> - -<p>—Pues buen provecho te haga lo que te espera, si oyes más á tu -vanidad que á mis consejos.</p> - -<p>Y con esto se acabó la conversación. Levantóse Pablo, imitóle Nisco; -y ambos, después de dar una vuelta maquinal por el cierro, sin hablarse -palabra, volviéronse á Cumbrales, mudos también: pensativo, pero no -triste, el uno; acongojado, lacio y gemebundo el otro.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_florido.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_14"> - <p><span class="pagenum" id="Page_197">[p. 197]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XIV. POR LO FINO">XIV</h2> - <p class="subh2">POR LO FINO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-p.jpg" alt="P adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Pablo</span> contaba uno -á uno los días que iban corriendo sin que desapareciera la extraña -impresión que le había causado aquella palabra prosáica y vulgar, -dicha por su padrino delante de Ana, y observaba, con asombro, que -cuanto más tiempo corría, más honda se le grababa dentro de su corazón. -Arrastrábanle fuerzas invencibles y desconocidas hacia el objeto de sus -nuevas ansias; y, al hallarse á su lado, antes crecía que se calmaba -la singular anhelación de su espíritu. Porque Ana no era entonces -la traviesa y desengañada amiga de otras veces, que le entretenía, -sin cautivarle, con donaires y zumbas en casto y fraternal abandono. -Parecía haber perdido el atrevimiento, ó, cuando menos, la confianza; -y á menudo encomendaba á sus ojos tímidos empresas que debían acometer -los <span class="pagenum" id="Page_198">[p. 198]</span>labios. Estas -miradas, al hallarse en el camino con las de Pablo, producían choques -magnéticos, que repercutían en el corazón del sencillo mozo y se -revelaban en Ana enrojeciendo sus tersas mejillas, y aquel color era -para Pablo algo como fuego en que iba fundiéndose poco á poco el hielo -de sus pasadas frialdades.</p> - -<p>Cuando transcurrió una semana y vió el hijo de don Pedro Mortera -que estos fenómenos continuaban en progresión creciente, declaró de -gravedad el caso. El cual tenía para él dos aspectos muy distintos: -risueño el uno, y desagradable el otro. Risueño, porque, desde la -altura á que se había elevado su espíritu, descubría espacios y -horizontes que jamás había contemplado con los ojos del sentimiento. -Encantábale el espectáculo por nuevo y por bello, y de aquel mundo -quería hacer, y hacía desde luégo, la patria y el paraíso de su alma. -Pero este mismo arrobamiento, tan dulce y sabroso, le alejaba del mundo -de la realidad y de sus viejas tendencias y aficiones; de activo, -fuerte y despreocupado, transformábale en muelle, débil y caviloso; -extrañábanle las personas de su trato, y él mismo se consideraba -desarraigado y sin apego dentro del hogar y en el seno de la familia. -Éste era el aspecto desagradable del caso.</p> - -<p>Pero el mozo se arreglaba mal con las situa<span class="pagenum" -id="Page_199">[p. 199]</span>ciones complejas y con los caminos -enmarañados; quería, aunque fuera escabroso, suelo firme y luz para -caminar; considerábase á obscuras y en una senda erizada de obstáculos -inextricables; no podía retroceder, porque la vehemencia misma de sus -deseos le había cortado la retirada, y entróse por derecho, resuelto á -llegar pronto á donde se viera claro y se pisara en firme.</p> - -<p>Buscó á Ana, y la dijo en cuanto estuvo á su lado y sin testigos:</p> - -<p>—¿Qué es esto que me sucede desde el día en que tu padre, -delante de tí, me aconsejó que me casara?</p> - -<p>Siempre sobresaltan á las jóvenes preguntas de esta clase, aunque -las esperen; y Ana, con ser tan animosa y resuelta de ordinario, no -solamente se sobresaltó al oir la de su amigo, sino que se vió en -grandes apuros para contestar, entre latidos del corazón y desmayos del -espíritu, estas pocas palabras:</p> - -<p>—Pues ¿qué te sucede, Pablo?</p> - -<p>Verdad es que, aunque sabía muy bien de qué se trataba, no debía -responder mucho más que esto.</p> - -<p>—Sucédeme—añadió Pablo,—que desde aquel instante -parece que me he transformado de pies á cabeza; que no soy lo que -antes era; que miro y veo de otro modo, y siento en otra<span -class="pagenum" id="Page_200">[p. 200]</span> forma... en fin, Ana, que -me desconozco. ¿Qué pasó allí?... Yo recuerdo que te miré, y jurara -que lo hice sólo por curiosidad; que tú me miraste también, y que las -dos miradas se encontraron; que tus ojos, que nunca fueron cobardes, -huyeron entonces, y huyendo siguen, de los míos; que de aquel choque -repentino resultó algo, á modo de luz, con la que yo ví acá dentro, -en lo más hondo y obscuro de mí mismo, cosas que jamás había visto ni -pensado, y sentí lo que nunca había sentido. Al propio tiempo, aquella -luz, y tú, y mis ojos, y los tuyos, y mi corazón, y mis pensamientos... -y el aire que nos rodeaba, y el cielo que se distinguía... todo era una -misma cosa; cosa que yo no podía explicar, porque era más de sentirse -con el alma que de verse con el entendimiento. Apartéme de tí, y el -encanto no se deshizo; pero noté que viéndote como eres, pintada en -mi memoria, daba el mayor regalo á mis deseos. Desde entonces acá, en -cuanto miran mis ojos sólo á tí ven; y si el campo y el aire y el sol -me recrean, es porque todo lo contemplo con el ansia que siento, sin -cesar de sentirla, de verte y de oirte. Esto no me pasaba á mí antes: -yo te conocía y te trataba, como te conozco y te trato ahora, y tú eras -la misma que eres. ¿En qué consiste esta mudanza?</p> - -<p>Se deja comprender que Ana oyó toda esta<span class="pagenum" -id="Page_201">[p. 201]</span> parrafada, ruborosa y un tanto conmovida, -y que, llegado el caso de responder á la ociosa pregunta final, lo hizo -del modo más sencillo, natural y elocuente: clavando los ojos tímidos -en Pablo y callándose la boca.</p> - -<p>—¿No lo sabes?—añadió el impetuoso y sencillote -galán.—Pues lo mismo que ahora, me miraste aquel día, y la misma -luz había en tu mirada. ¿Sientes, al mirarme, lo que siento yo, Ana?... -¿Ó es que tus ojos queman, sin abrasarte?</p> - -<p>Sonrióse la joven y preguntó á su vez:</p> - -<p>—¿Nunca habías pensado en mí hasta ahora, Pablo?</p> - -<p>—Sí que he pensado, Ana; pero sin ser esclavo de esos -pensamientos. Cavilando hoy en lo que he sido, en fuerza de asombrarme -de lo que soy, acuérdome de que, en mis ausencias, era tu pensamiento -el que más me asaltaba en ciertos actos de la vida: por ejemplo, si -me ponderaban una mujer por aguda ó por hermosa, contigo la comparaba -para calcular lo mucho que le faltaba para valer lo que decían; si -algo me robaba la atención por nuevo ó por divertido, lamentábame -de que tú no lo vieras también; si un trapo de moda caía con gracia -en el cuerpo de una elegante de fama, pensaba yo lo mucho más que -luciría en el tuyo... y así por este orden. Pero después se borraba el -recuerdo<span class="pagenum" id="Page_202">[p. 202]</span> con otros -bien distintos. En fin, que, sin dejar de quererte mucho, pensaba yo -que te quería... como quiero á mi hermana, supongamos. ¡Pero esto otro -es muy distinto!</p> - -<p>—Y si estuviera en tu mano la elección—preguntóle -Ana,—¿con qué te quedarías, Pablo? ¿con esto que hoy te asombra y -desasosiega, ó con lo que ayer sentías, muy tranquilo?</p> - -<p>—¿Quién deseará cegar, Ana?</p> - -<p>—¡Y dices eso y lo sientes, y no sabes lo que es?</p> - -<p>—Sí: lo sé, Ana, lo sé... es decir, sé cómo lo llaman las -gentes en el mundo: lo que ignoro es por qué lo siento ahora y no lo -sentía antes; por qué bastó una palabra casual para que del encuentro -de dos miradas que tantas veces se habían encontrado sin conmoverse, se -produjera en mí cambio tan raro y pronto.</p> - -<p>—¡Y eso te asombra, Pablo?</p> - -<p>—¡No ha de asombrarme?</p> - -<p>—Oye un ejemplo. Sobre un hogar frío hay un montón de ceniza: -pasas delante de él una y cien veces, y nada ves allí que la atención -te llame. De pronto, hace la casualidad que las cenizas se remuevan, y -aparece el fuego que ocultaban... ¿Lo entiendes?</p> - -<p>—¿Luego tú crees que yo llevaba conmigo el fuego, y que la -palabra de tu padre aventó las cenizas que le cubrían?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_203">[p. 203]</span></p> - -<p>—Eso mismo.</p> - -<p>—Pero el que brilló después en tus ojos, ¿dónde estuvo -primero?</p> - -<p>—¡Qué más te da, si le había?</p> - -<p>—Pero no te sorprende el hallazgo.</p> - -<p>—Porque tenía que suceder... porque le esperaba.</p> - -<p>—Y ¿por qué le esperabas?</p> - -<p>—Porque... porque Dios es justo y bueno.</p> - -<p>—Mira—dijo aquí el mozo, echando el -resto,—hablemos ya para entendernos de una vez: esto que yo -siento, es amor, no tiene duda; y empiezo á comprender que es verdad lo -que de él cuentan los enamorados: bien correspondido, da la vida; pero -también es puñal que mata si no halla esa correspondencia... ¿Siéntesla -tú en el pecho, Ana?</p> - -<p>Cruda fué la pregunta, y harto excusada, por cierto; pero ya se -habrá notado que á Pablo le gustaba mucho que le pusieran los puntos -sobre las <i>ii</i>, y Ana no tuvo otro remedio que responder clara, precisa -y terminantemente, según el sentir de su corazón; sentir tan viejo en -ella, por las trazas, como las ya fenecidas indiferencias de Pablo; con -lo que éste se encalabrinó hasta el punto de que quiso hacer público el -suceso y llevar las tramitaciones por la posta.</p> - -<p>—No tanto, Pablo—díjole Ana entre chanzas y -veras,—que no por andar de prisa se lle<span class="pagenum" -id="Page_204">[p. 204]</span>ga primero. Nadie nos corre ahora; y no -te vendrá mal un noviciado, aunque sea breve. No siempre se logra el -fuego de que antes hablábamos: muchas veces se muere á poco de haberse -descubierto. Cuida mucho el tuyo; y cuando estemos seguros de que no -ha de apagarse, yo te avisaré. Reparte el tiempo entre ese cuidado y -tus quehaceres y diversiones, <i>lícitas</i>, se entiende; mucho juicio... y -apártate allá ahora y haz que te paseas, que llega tu padrino.</p> - -<p>Desde aquel día ya supo á qué atenerse Pablo; penetró en los -laberintos que le obstruían la senda, y halló la luz que echaba de -menos; y sin descender con la fantasía del Olimpo á que le habían -elevado sus nuevas impresiones, volvió á ser en Cumbrales el amigo -de Nisco, el jugador de bolos, el cultivador del cierro, el amante -incansable de la naturaleza y de las costumbres de su país... todo, -menos el concurrente á zambras y bureos, como alguna vez lo fué, según -nos dijo su padrino, en ocasión bien señalada para esta parejita -de nuestros personajes. Es decir, que la pasión de Pablo dejó de -ser impetuoso torrente, é iba transformándose en manso, rumoroso -y cristalino arroyo (como dicen los poetas), con harto gusto y -complacencia de Ana, que fundaba en el amor firme y arraigado de aquel -noble mancebo todas las aspiraciones de su vida.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_garzas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_15"> - <p><span class="pagenum" id="Page_205">[p. 205]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XV. VERDADES AMARGAS">XV</h2> - <p class="subh2">VERDADES AMARGAS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-q.jpg" alt="Q adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">¡Qué</span> distintas de -las de Pablo corrían las horas para Nisco! Aquellos pensamientos, -dulces como las mieles, altos y relucientes como el sol y la luna, que -saboreaba y entreveía el hijo de Juanguirle, sus dejos tenían ya de la -ruda amarga en que el desengañado amigo los había empapado al hundirlos -en la charca terrena y prosáica de sus consejos sesudos. Ya no -arrullaban los sueños del presumido mozo dulces sinfonías, ni visiones -de palacios de oro, donde reinas y emperatrices le vestían y le -calzaban, duques eran sus mayordomos, y marqueses sus criados. Muy de -continuo sentía el cencerreo del ganado en la vecina cuadra, y en sus -espaldas los duros bodoques del mal tundido colchón de su pobre lecho; -realidades de la vida más<span class="pagenum" id="Page_206">[p. -206]</span> poderosas ya que las encantadas imaginaciones de otros días -bien cercanos.</p> - -<p>No se entienda por esto que daba Nisco por perdidas sus esperanzas; -pues bien sabe Dios que aún las mimaba y las consentía, porque el -esencial fundamento de ellas no había padecido, que él supiera, -menoscabo alguno. Pero era indudable que en la senda de flores que -recorría había topado con un tropiezo de mucha cuenta. Las palabras de -Pablo fueron claras y terminantes; y esto era muy grave, no tanto por -ser de quien eran, cuanto por estar muy puestas en razón. Así le dolían -á él en lo más hondo de su vanidad; así las recordaba y exprimía á cada -instante, y muy especialmente cuando se miraba al espejillo colgado -debajo del <i>cuarterón</i> de su ventana; como si no comprendiera entonces, -aunque lo temiera mucho, que aquéllos sus rizos pegados á las sienes, -el mirar blando de aquéllos sus ojos negros, aquélla su belleza toda, -en fin, con el saber adquirido, por su voluntad, y el buen querer de -su corazón, no eran alas bastantes para volar hasta el sol que había -contemplado cara á cara sin deslumbrarse. Desde el suceso del cierro -(más de ocho días), tres veces nada más había estado en casa de Pablo, -y otras tantas se habían visto y hablado los dos en la calle; pero en -la calle y en casa, Pablo no era el amigo íntimo y afectuoso de antes: -hallá<span class="pagenum" id="Page_207">[p. 207]</span>bale Nisco -frío, reservado y lacónico hasta la sequedad; y como ignoraba los -verdaderos motivos de este cambio, achacábale á lo que más temía; y -esta aprensión le abrumaba el espíritu, porque para ayuda de sus males, -¡se conjuraban contra él tantos elementos!...</p> - -<p>Saliendo la última vez de casa de Pablo, mustio y compungido, -porque, como en las dos anteriores, halló á su amigo reservado y serio, -cerrada la puerta de la sala y los pasadizos desiertos, topó, cerca de -la portalada, con la Rámila que iba á entrar por ella.</p> - -<p>—¡Hola, guapo mozo!—díjole la vieja, al notar que no le -gustaba el encuentro.—No pensé que eras tú de los que temen.</p> - -<p>—¡Temer yo!—respondió Nisco de mala gana.—¿Por qué -había de temer cosa alguna?</p> - -<p>—Eso es señal de que no la has hecho. Ya sabes: quien no la -hace...</p> - -<p>—¡Ya se ve que no la he hecho!</p> - -<p>—¿Estás muy seguro de ello, Nisco?</p> - -<p>—No recuerdo haberla ofendido á usté.</p> - -<p>—¡Otra, bobo!... si no se habla de mí. Si de mí se hablara, -igual fuera una de más que de menos. Me han hecho tantas, que ya no -reparo. Pero bien pudieras habérsela hecho á otros.</p> - -<p>—¡Á naide!</p> - -<p>—¿Ni siquiera á Catalina, santuco de Dios?</p> - -<p>—¡Dale otra más!... ¡Mire usté que es tema,<span -class="pagenum" id="Page_208">[p. 208]</span> puño!—dijo Nisco -machacándose con los suyos cerrados las caderas.—Y á usté ¿qué le -importa? y por último, usté ¿qué sabe?</p> - -<p>—¿Pues no he de saberlo? ¿No ves que soy bruja, tocho?... -El que me importe ó no, ya es distinto, y sobre esto no reñiríamos -en ningún caso; pero te importa á tí, y, porque te importa, te voy á -contar un cuento.</p> - -<p>Nisco no sabía á qué santo encomendarse en aquel trance, ni sobre -qué pie echar el cuerpo para descansar mejor, en el desasosiego que le -consumía. Para cortar por lo sano, trató de largarse; pero la vieja se -le atravesó delante, y, á mayor abundamiento, le agarró por las solapas -de la chaqueta y le dijo muy seria:</p> - -<p>—¡Escúchame... ó te muerdo!</p> - -<p>Tembló Nisco al oir aquella amenaza en tal boca, y respondió, -resignándose á la fuerza:</p> - -<p>—¡Pero acabe pronto!</p> - -<p>—En dos palabras te despacho—dijo sonriéndose la vieja; -y añadió en seguida:—Amigo de Dios, éste era un mozo soltero, -con pocos bienes de fortuna, pero amañado y trabajador que pasmaba. -Pasábase lo más del día en el monte cortando varas de avellano para -hacer en su casa zonchos y adrales, que vendía en ferias y mercados; -trabajaba además un poco de tierra prestada, y tenía una vacuca -en aparcería. Así iba tirando el hombre de Dios, con los<span -class="pagenum" id="Page_209">[p. 209]</span> calzones remendados y -no muy llena la barriga, pero en buena salud y muy contento, porque -no había conocido cosa mejor. Pues, señor, que estando un día en el -monte y en lo más espeso de él, porque en lo más espeso se jallan -siempre los buenos avellanos, corta esta vara y corta la otra, cátate -que oye tocar el <i>bígaru</i><a id="FNanchor_3" href="#Footnote_3" -class="fnanchor">[3]</a> ajunto á sí mesmo, y de un modo que gloria de -Dios daba el oirle. Y oyendo tocar el bígaru tan cerca, y no viendo por -allí pastor que pudiera hacerlo, fuése detrás del son; y yéndose detrás -del son, apartaba las malezas; y apartando y apartando, llegó á un -campuco muy majo, donde vió el bígaru solo arrimado á una topera grande -y sonando sin parar. Pues, señor, qué será, qué no será, acercóse á la -topera, y vió que en el borde mesmo de ella y con las patucas metías -en el ujero, estaba sentao un enanuco, menor que este puño cerrao, y -que este enanuco era el que tocaba el bígaru. Viendo el enanuco al -mozo, deja de tocar y dícele:—«¿Qué hay, buen amigo?—Pues -aquí vengo,» respondió el otro, «por saber quién tocaba tan finamente; -pero si es que estorbo, me volveré por donde vine.» Á lo que volvió -á decirle el enanuco:—«¡Qué estorbar ni qué ocho cuartos, -hombre!... sépaste que para que<span class="pagenum" id="Page_210">[p. -210]</span> tú vinieras he tocado yo.» Pues, amigo de Dios, que en -éstas y otras, métense en conversación el enanuco y el mozo, y cuéntale -el mozo al enanuco todos los trabajos de su vida. Y contándole todos -los trabajos de su vida, dícele el enanuco al mozo:—«Pues, -amigo, de todo eso era yo sabedor y noticioso; y porque lo era, te -llamé para preguntarte qué deseas en premio de tu hombría de bien.» Á -lo que respondió el mozo:—«Con que fuera mío lo que á renta y -en aparcería llevo, y dos tantos más para vivir sin esta fatiga del -monte, que es la que me quebranta, creyérame el más rico del lugar y no -envidiara al rey de las Indias.—Pues tendrás lo que deseas, si -eso te basta,» dijo el enanuco. Y volvió á responder el mozo:—«Me -basta, y hasta me sobra, si bien se mira, lo que hasta hoy he tenido y -el mal uso que haría de cosa mejor, por desconocerla.» Con que, amigo -de Dios, cátate que le dice en esto el enanuco:—«Coge de esta -tierra que ves junto á mí, y échatela en el pañuelo.» Asombróse el -mozo, porque pensó que el enanuco se burlaba de él, y tornó á decirle -el enanuco:—«Cógelo, hombre, sin recelo, que de ello tengo yo -llenos los mis palacios, á los que se va por este ujero en que estoy.» -Por si era ó por si no era, el hombre sacó del seno el moquero, y echó -en él una buena <i>mozá</i> de aquella tierra, y<span class="pagenum" -id="Page_211">[p. 211]</span> añudó luégo los picos. Y díjole entonces -el enanuco:—«Ahora, vete á casa, y cuando te acuestes, pon debajo -de la almohada esa tierra, según está en el pañuelo. Al despertarte -mañana, verás si te he engañado.» Pues, señor, que lo hizo como se lo -mandaron; y ¡quién te dice á tí que, al despertar al otro día con el -sol, abre el pañuelo, y ve que la tierra se ha convertido en ochentines -y onzas de oro!... ¡más de mil había entre unos y otras! Como que el -pobre zonchero pensó enloquecer de alegría. Pues, señor, que, entrando -en su quicio poco á poco el mozo, empezó á echar sus cuentas: tantos -carros de tierra así; tantos asao; tantas reses de esta clase; tantas -de la otra; el carro de tal modo; la casa de cuál otro... Y cátale en -poco tiempo con unas labranzas de lo mejor y unos ganados que tenían -que ver; bien comido y bien trajeado, y con buenas onzas sobrantes al -pico del arca; motivao á lo que las mejores mozas le persiguieron, -echándole memoriales con los ojos. Y bien lo merecía, que, no por ser -buen mozo y rico, dejaba de ser trabajador y honrado, como cuando era -pobre. Pero, amigo de Dios, cátate que un día se le antoja ver un poco -de mundo, cosa que jamás había visto, y plántase en la ciudad, de golpe -y porrazo. ¡Él que allí se ve entre tanta gala y señorío!... ¡Madre -de Dios!... ¡Aquéllas sí que eran mozas, con sus vestidos de se<span -class="pagenum" id="Page_212">[p. 212]</span>da y sus abanicos y sus -lazos de crespón y sus caras de rosa de mayo! ¡Aquéllos sí que eran -mozos, con sus casacas de paño fino, sus borlajes de oro y sus botas -relucientes! ¡Y qué vida la suya! Éste á caballo, aquél en coche; el -otro de brazalete con la señora; paseo abajo, paseo arriba; comedia -aquí, valseo allá; buena mesa, muchos sirvientes y gran palacio... -vamos, que vivir así y vivir en la gloria, pata. De modo y manera, que -volvió el mozo á su pueblo pensando ser la criatura más desgraciada -del mundo. Volviendo así á su pueblo, cogió <i>duda</i> á la borona, dió en -aborrecer el trabajo, y los días enteros se pasaba pensando en aquello -que había visto y en ser un caballero de los más regalones; y pensando -de esta manera, quería una dama por mujer, y no había que mentarle -las mozas de su lugar, que todas le parecían poco para un personaje -como él. Pues, amigo de Dios, que abandonó las labranzas por entero, -y tuvo que comer de lo agorrao, mientras le andaba cierta idea en el -majín, que no se atrevía á poner por obra; pero cátate que no tuvo -otro remedio que ponerla, porque lo agorrao iba á acabarse, y él no -estaba por volver á trabajar las tierras que tenía en abandono. Un día -unció los bueyes al carro, puso en él media docena de sacos vacíos, y -arreó hacia el monte; y arreando hacia el monte, llegó al sitio<span -class="pagenum" id="Page_213">[p. 213]</span> que buscaba; y llegando -á aquel sitio, oyó sonar el caracol del enanuco; y oyéndole sonar, se -acerca al enanuco y le dice:—«Hola, buen amigo: pues yo venía á -darle á usté las gracias por el favor que me hizo tiempo atrás, y á -pedirle otro nuevo, si no ofende.—¡Qué ha de ofender, hombre!» -respondió el enanuco. «En siendo cosa que yo pueda, pide con libertad.» -Alegrósele el corazón al mozo, y tornó á decir al enanuco:—«Pues -yo deseara llenar estos sacos que traigo aquí, de la misma tierra que -usté me dió la otra vez.—Todo este campo es de ella,» respondió -el enanuco; «con que así, cava donde quieras y llénalos á tu gusto. No -te olvides de ponerlos esta noche cerca de la cama para abrirlos en -cuanto despiertes al amanecer.» Y con esto, metióse el enanuco por el -ujero á los sus palacios; con lo cual quedóse solo el mozo; y cava, -cava, en un periquete llenó de tierra los sacos, y se volvió á casa -con ellos más contento que unas pascuas. Llegó la noche, acostóse, -durmió poco con la brega que traía en el majín, y al amanecer ya -estaba el mozo más listo que las liebres; y estando más listo que las -liebres, pensaba en abrir un pozo muy hondo para guardar tantas onzas -como iban á salir de aquellos sacos; y pensando en esto, los abrió; y -abriéndolos... ¡hijo de mi alma!... no encontró en ellos más que la -tierra<span class="pagenum" id="Page_214">[p. 214]</span> que había -cavao en el monte. Quedóse en la agonía el pobre hombre; y quedándose -así, llegó á consolarse cavilando que, mirando bien las cosas, con lo -que ya tenía de antes le bastaba; y cavilando esto, fué al cajón donde -guardaba las pocas monedas sobrantes... ¡y tierra eran también como -la de los sacos!... ¡y tierra los papeles de sus compras! Fué á la -cuadra... ¡y montones de tierra los bueyes!... ¡y montones de tierra el -ganado que pagó con el dinero del enanuco! No quedaba allí otra bestia -que la vaca en aparcería. Reparó entonces en la casa, y vió que era -la misma en que él vivía cuando era pobre zonchero: á la puerta había -un coloño de varas y unos adrales á medio hacer. Gimió y golpeóse, el -venturao; y al monte fué á contar su desgracia al enanuco; pero el -enanuco le dijo:—«Eso que te pasa, no puedo remediarlo yo: quien -por mi mano te dió la riqueza que has menospreciado, te dice ahora por -mis labios que la miseria en que vuelves á verte es el castigo que da -Dios á los cubiciosos que quieren pasar de un salto, y sin merecerlo, -de zoncheros bien acomodados, á caballeros poderosos.» Y colorín -colorao... ¿Qué te paece del cuento, Nisco?</p> - -<p>—Pues no me paece cosa mayor—respondió Nisco, que había -estado escuchándole con la boca abierta.—Pero, valga ó no valga, -¿por qué me le cuenta usté aquí?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_215">[p. 215]</span></p> - -<p>—Cuéntotelo aquí, porque, como dijo el otro, aquí te cojo y -aquí te mato; y cuéntotele también, por si conociste tú al zonchero, ú -á persona que se le ameje siquiera en los humos de la chimenea.</p> - -<p>—¡Yo no conozco ni he conocido á naide de esas señas!</p> - -<p>—Pues yo sí, Nisco. Yo conozco á uno, amejao al zonchero en -las infladuras de la vanidá; un mozo que, por tener de todo, tuvo una -novia como unas perlas, que por él se moría y por él se muere.</p> - -<p>—¡Bah, bah!—dijo aquí Nisco clavándose en la alusión de -la vieja.—¡No me venga con coplas!</p> - -<p>—No son coplas éstas—replicó la Rámila -impertérrita:—son verdades como puños, que te importan más -que á mí. Hace ya mucho que andas caminando hacia el monte con los -sacos vacíos en el carro; y te salgo al encuentro para decirte que te -vuelvas, porque sé lo que te aguarda si los llenas como el zonchero. -Aquellos tesoros no son para tí, probe tonto, que guardados están -para quien mejor los merece. Buenos los tienes en tu casa; vuélvete -á cuidarlos, que tierra será para tí el mejor de todos ellos, si la -cubicia llega á descubrírsete como al otro. Yo sé que hoy te quiere -Catalina más que antes te quiso; pero también sé que no te<span -class="pagenum" id="Page_216">[p. 216]</span> querrá así el día en que -tú seas la rechifla de Cumbrales. Y ahora vete con Dios y perdona el -poste; pero no olvides el cuento de <i>El zonchero cubicioso</i>, que has de -agradecérmelo.</p> - -<p>Con lo que la Rámila se entró en la corralada de don Pedro Mortera, -y Nisco tomó el camino de su casa, mustio y contrariado... y voy á lo -que decíamos de los elementos conjurados contra los planes de este -mozo: no bien abocó al estragal, encaróse con él Juanguirle, que iba á -salir á <i>picar</i> leña en la accesoria, y le echó un trepe que ardía. En -conclusión le dijo:</p> - -<p>—¡Por vida del chápiro verde, que no sé qué te hiciera -para quitarte ese hipo de monja en viernes!... Pues mira que si con -guantadas se curara, ya tenías un par de ellas encima. ¡Dígote con -los hombres de ahora, voto á briosbaco y balillo! Si tienes un pesar, -dile ó revienta... Si son chapucerías de desjuiciado, acuérdate de -que eres hijo de un hombre de bien. El demonio me lleve si yo sabía -la menor cosa hasta que tu madre me lo dijo esta tarde, por haberlo -aprendido ella en el río. Contábate, como yo, con los cinco sentidos -puestos en la muchacha, que, en ley de verdá, vale más que tú; cuando -salimos con que... ¡por vida del chápiro verde! resulta que no hay nada -de lo dicho, porque el fachendoso del hijo mío hace una eternidá que -volvió las espaldas. El porqué, tú lo sabrás:<span class="pagenum" -id="Page_217">[p. 217]</span> yo no le sé ni le sabe tu madre; y en la -muchacha no consiste, que así lo juró cuando tu madre topó con ella al -volver de lavar y la habló del caso, porque debía hacerlo. De nada te -acusa más que de ausencia; por leal se afirma, y con llorar se venga. -Esto la ensalza, si juró verdá, y á tí te honra poco, Nisco... y á mí -no mucho, que tu padre soy. Si el serlo te encoge para hablar conmigo -de esos particulares, no se los calles á tu madre cuando venga de la -mies y te busque la lengua... porque ha de buscártela y con mucha -razón. Lo que yo te digo es que, inocente ó culpado, vuelvas á tus -cabales y cumplas con tu deber, que no tienes rentas para hacer vida -de señor manido entre cristales... ¡Y en qué tiempo, voto al chápiro! -cuando asoma la <i>cogedera</i> y más brazos se necesitan en casa, y cuando -me veo con una zancadilla á cada vuelta que doy en el Ayuntamiento. -Porque has de saberte que hasta de las locuras de don Valentín se -quiere sacar partido por la gente que allí me han puesto para que -tu padre caiga en la trampa, ya que no quiere cerrar los ojos á sus -fechorías... porque aquello, hablando en claridá, es una ladronera -consentida... Pero ¡voto á briosbaco y balillo! ¡yo les juro que á la -sombra mía no las han de urdir allí mientras tu padre sea alcalde!</p> - -<p>Y se fué á su quehacer el bueno de Juanguir<span class="pagenum" -id="Page_218">[p. 218]</span>le, de muy mal humor, cosa que le -acontecía rarísimas veces en la vida. Pero Nisco era testarudo; y por -más que el mundo entero pareciera empeñado en meterle por los ojos lo -que sus ojos no querían ver, lo que tenía entre cejas allí había de -estarse mientras no se lo arrancara <i>quien</i> allí se lo había puesto.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_concha.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_16"> - <p><span class="pagenum" id="Page_219">[p. 219]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XVI. UNA DESHOJA">XVI</h2> - <p class="subh2">UNA DESHOJA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Con la</span> <i>secura</i>, que -no cesaba por seguir el tiempo al Sur, las mieses se pusieron hechas -una bendición de Dios, y en la última semana de octubre no quedaba -una caña de alubias sin <i>pelar</i> en las heredades, y las panojas, bien -granadas y bien secas, iban á desprenderse ellas solas de los maíces, -si muy pronto no las amontonaban sus dueños en el desván. Pero ¡con -poco mimo las observaban éstos uno y otro día, para dejarlas expuestas -á la voracidad de los cuervos, ó á los riesgos del temporal que podía -presentarse á la hora menos pensada! ¡El fruto de tantas fatigas, el -pan de todo el año!</p> - -<p>Aún no había espirado el mes, cuando comenzaron á invadir la vega, -por todas sus <i>portillas</i>, carros con altos adrales; y cada familia -en<span class="pagenum" id="Page_220">[p. 220]</span> su heredad, -pela aquí, pela allí; panojas al garrote y <i>garrotados</i> de panojas -á los carros; de vez en cuando, sube que sube los adrales, según -iban llenándose las teleras; después, los <i>calabazos</i> encima de las -panojas y en el <i>payuelo</i> de la pértiga, y hala para casa, á campo -travieso, primero, tirando los bueyes dentelladas furtivas al retoño -ajeno; y después, por la cambera, canta que canta el eje, untado -con tocino; y ya en el portal el carro, allá va la carga de panojas -arrastrada con las trentes sobre los garrotes, tan pronto llenos como -subidos al desván, al hombro del mocetón ó sobre la cabeza de su -hermana: en una pila el maíz, y aparte los calabazos; de éstos, los -duros y <i>berrugones</i> á un lado, para la olla; y á otro, los blandos y -aguachones, para los cerdos.</p> - -<p>En poco más de una semana se cogieron todas las mieses, y aún -sobraron días para dar una pasada con el dalle á los prados viciosos, y -para <i>sacudir</i> muchos castaños y recoger los entreabiertos erizos, pues -los muchachos empezaban á derribarlos del árbol á pedradas, y más de -una <i>magosta</i> habían hecho ya con las castañas cosechadas así.</p> - -<p>Todas estas faenas eran de ver en una casa como la de don Pedro -Mortera, donde los frutos entraban en grandes cantidades. ¡Qué ir y -venir de carros y de obreros! ¡Qué cantar en<span class="pagenum" -id="Page_221">[p. 221]</span> aquel corral los ejes, y vocear los -carreteros, y sonar las panojas como fuelles de papel al deslizarse -unas sobre otras en los adrales, y después como truenos lejanos, al -caer por la rabera en el garrote; y el acompasado pisar, escalera -arriba y abajo, de los que las llevaban al desván! ¡Y qué pilas se -iban formando en él, clase por clase; porque el maíz de unas heredades -era de grano redondo, y el de otras de <i>diente de perro</i>! Y cuando el -desván se llenaba, la misma actividad y el propio ruido en el vasto -granero de la accesoria del corral, donde ya estaba la cosecha de -alubias oreándose.</p> - -<p>Para deshojar tanta panoja, se necesitaban muchos días y mucha -gente, y esta tarea la inauguraba don Pedro con una <i>deshoja</i> pública, -digámoslo así, en el desván de la casa, por seguir una costumbre jamás -interrumpida en ella, ni en otras muchas del lugar. De esta costumbre -clásica de la vida campestre montañesa he hablado yo en otro libro; mas -no ha de impedirme esta consideración, que no deja de ser atendible, -dedicar unas cuantas pinceladas á aquella deshoja de don Pedro Mortera, -siquiera por el enlace que tuvo con los descosidos acontecimientos de -este insubstancial relato.</p> - -<p>No se tasaba el número ni la calidad de las personas para entrar -allí; y en la noche de que hablo, antes de las ocho, pasaban de -cincuen<span class="pagenum" id="Page_222">[p. 222]</span>ta, jóvenes -las más y de buen humor, las que estaban sentadas en el suelo alrededor -de una montaña de panojas. Para alumbrar este cuadro no bastaba un -farol, y había hasta tres, colgados en otros tantos postes; y aun así -no se lograba más que barrer un poco las tinieblas hacia los fondos -interminables del desván, donde se <i>veían</i>, apretadas y negras, debajo -de las deprimidas vertientes del tejado.</p> - -<p>Menudeaban los cantares de las mozas; respondían los mozos con sus -baladas lentas y cadenciosas; relinchaban, entre balada y cantar, -los que sabían hacerlo con recio pulmón y adecuado gaznate; reíase -acá, murmurábase allá; y, en tanto, las panojas deshojadas caían en -los garrotes como lento pedrisco; y la montaña del centro descendía, -socavada poco á poco, mientras crecía sin cesar la cordillera de hojas -que iba formándose por detrás de la gente; desocupábanse á menudo -los garrotes llenos, en un espacio despejado en conveniente lugar; -y el ruido que aquellas cascadas de panojas producían al caer sobre -el sonoro tablado, ruido semejante al de un tren de artillería en -calles mal empedradas, era como el <i>bajo</i> del incesante é infernal -desconcierto... Y cuenta, lector filarmónico, que esto del desconcierto -lo digo acordándome de lo fino de tu oreja; que, por lo que toca á las -de aquella rústica<span class="pagenum" id="Page_223">[p. 223]</span> -gente, por muy grata y sabrosa reputaban la baraúnda.</p> - -<p>De nuestros conocidos, veíanse en la deshoja (estilo de revistero -de salones) á Catalina, Nisco, el Sevillano y Chiscón, Pablo entraba -y salía á menudo, porque su padrino y Ana estaban de tertulia en la -sala con motivo de la solemnidad de la noche, solemnidad tormentosa, -pero, al cabo, solemnidad, en que los buenos amigos debían tomar parte -para tener por un lado aquellas largas horas de barullo y desgobierno. -Repito que Pablo hacía frecuentes visitas á la deshoja, porque aquella -noche le solicitaban dos impaciencias á cual más poderosa: al lado -de Ana, la de ver lo que pasaba en el desván; y en el desván, la de -volverse al lado de Ana.</p> - -<p>Yo no sé si fué la malicia ó la casualidad ó el diablo quien lo -dispuso; pero es lo cierto que Catalina y Nisco estaban sentados hombro -con hombro, y enfrente de ellos, Chiscón y el Sevillano. Nisco, que no -soltaba la murria que le partía, había ido á la deshoja «por ser cosa -de Pablo,» y porque no hubiera tenido racional disculpa su ausencia de -allí aquella noche. Entró en el desván con su amigo, disimulando el -gusanillo que le roía; tomó puesto á la casualidad en medio del barullo -revuelto al comenzar la deshoja, y ¡cuáles no serían su asom<span -class="pagenum" id="Page_224">[p. 224]</span>bro y su despecho, viendo -que cuando él posaba las asentaderas en el suelo, hacía otro tanto á -su lado Catalina con las suyas. Cambiar de puesto, era escandalizar; -pretender que la moza cambiara, una impertinencia insostenible. -Resignóse y propúsose tapar con máscara risueña y jubilosa, la corajina -que le hervía en el pecho.</p> - -<p>Al principio todo fué bien, salvo algún codazo que otro que Catalina -le daba, lo cual era inevitable, porque los brazos de la moza eran -argadillos, según lo que se movían, cogiendo, deshojando y despidiendo -panojas sin cesar con las manos, y el terreno no sobraba alrededor -de la pila; pero se fué encrespando la bulla; sonaron los primeros -relinchos; comenzaron los cantares, y ya se podía echar un párrafo á -media voz con un adyacente, sin ser oído de los demás.</p> - -<p>Esta ocasión aprovechó Catalina para decir á Nisco, con la cara y el -acento de la misma sátira en persona:</p> - -<p>—Vaya, que estarás, en el punto en que te hallas y pegante á -esta probeza, como si las tablas te quemaran el detrasero... Pues ¡cómo -ha de ser, hijo! yo no tengo la culpa.</p> - -<p>Nisco respondió, con la risa del conejo:</p> - -<p>—Se está uno aquí, porque le da la gana, que estar se sabe en -lugar más alto cuando al caso viene.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_225">[p. 225]</span></p> - -<p>—Y porque no mientes ahora—replicó Catalina,—dije -yo lo dicho... ¡no faltaba más! Basta mirarte, hijo, sin saber lo que -se sabe, para ver que este puesto no es el tuyo. La probeza aquí, como -San Pedro en Roma; pero la gente fina, como tú, á la sala con los -señores.</p> - -<p>—¡No sería la primera vez!</p> - -<p>—¡Ya se ve que no!... ¡Y como que á la presente te estarán -echando de menos! Tonto serás, Nisco, en perder la ganga por este -cumplido que naide te agradece.</p> - -<p>—¡Cada uno á su hacienda, Catalina!</p> - -<p>—Vamos, que con lo grandona que va á ser la que te espera, -no te vendrá mal un mayordomo... ¡Vaya que fué estrella la tuya, -hombre!</p> - -<p>—¡No escomencemos!</p> - -<p>—¡El diantre tiene cara de condenao!... ¡Mira que tendrás que -ver, del brazalete de una señora tan pudiente y tan fina, coleando la -casaca por esas callejas!... Oiréis la misa ajunto el altar mayor... -¡Jesús y los santos del cielo no me falten en mis últimas!... Otra -lotería como ella nunca cayó en Cumbrales.</p> - -<p>Amoscóse más Nisco, y respondió á esta burla:</p> - -<p>—¡Te digo que no escomencemos... y que no traigas en boca á -quien de tí no se alcuerda!...</p> - -<p>—¡Ni de tí tampoco, fanfarrias!—saltó Catalina -con reconcentrado veneno, aunque bien<span class="pagenum" -id="Page_226">[p. 226]</span> disfrazado con sonrisas falsas para que -los circunstantes no le conocieran.—Como no comas otro pan que -el que por ahí te venga, buenas tripas vas á echar hogaño. Toma surbia -con solimán de lo fino, y maja terrones por recreo, que eso es regalo -para un descastao y fachendoso baldragas como tú... ¿No te dije yo -que cuanto más subieras mayor sería la costalada? Pues ya te la estás -arrascando días acá... Aunque piensas que no miro, bien te veo con el -moco lacio, contando los morrillos de las callejas. ¿Diéronte portazo? -¡Bien lo merecías! ¡Toma estudios ahora y date vientos de señorío, -mondregote, que más arriba está quien manda, para hacer josticia -seca!</p> - -<p>Nisco recibió todo este metrallazo á la oreja, sin poder contestarle -á su gusto, porque la ira le cegaba ya y temía dejarse arrastrar -de ella en aquel sitio. Dominóse como pudo, y remató el altercado -amenazando á Catalina con un desaire en público, si no enfrenaba la -lengua. Temió la moza y callóse... por entonces, porque su boca fué un -alfiler para Nisco mientras duró la bulla en el desván.</p> - -<p>Y aconteció también que, como la una y el otro siempre que hablaban -se sonreían, aunque de muy mala gana, Chiscón, que no los perdía de -vista un instante, tomó al pie de la letra aquel falso regocijo; -creyóle señal de una re<span class="pagenum" id="Page_227">[p. -227]</span>conciliación, y vió, por ende, su pleito en riesgo grave. -Así lo entendió también el Sevillano; por lo que se brindó de nuevo á -<i>despachar</i> el estorbo, si al de Rinconeda le convenía este atajo para -llegar más pronto al fin de su jornada.</p> - -<p>—Me dió á mí ya que cavilar—dijo Chiscón,—lo que -pasó al respetive del sitio. Con ella vine, á mi vera estaba aquí, -presentóse allá él; y cuando pensé que me sentaba arrimado á ella, ya -la ví onde la ves ahora. Pues la puerta me abrió; que no, nunca me -dijo... pero esto no lo entiendo.</p> - -<p>—¡Zi no hubiera tú largao tanta zoga!...—replicóle el -Sevillano.</p> - -<p>—Verdá es—dijo el otro,—que por ansia de -asegurarla mucho, bien puede haberse escapao la ocasión. Eso ha de -verse luégo; que tal está el particular, que no deja más espera.</p> - -<p>Era Chiscón hombre poco palabrero en cosas que le llegaban á lo -vivo; y después de decir esto, no quiso que allí se hablara más del -asunto; pero continuó viendo y observando.</p> - -<p>Cuando cesó lo más recio de la bulla, porque los gaznates se -cansaron de gritar, comenzaron los dichos y los relatos á entretener á -la gente. Se apuntó algo sobre si entraría ó no entraría <i>el facioso</i> -en Cumbrales; pero la mitad de los oyentes no creían en la existencia -de él, y la otra mitad daba el riesgo por fraguado en la<span -class="pagenum" id="Page_228">[p. 228]</span> imaginación del ocioso -don Valentín; por la cual este asunto dió poco entretenimiento. Pero -salió á relucir la tribulación de Tablucas, ¡y esta materia sí que -absorbió los sesos á la gente!</p> - -<p>Por lo que allí se dijo, desde que nosotros vimos á Tablucas en -la taberna de Resquemín, el asunto del perro no había mejorado un -punto, si es que no andaba peor: los mismos garrotazos á la puerta -en anocheciendo, y el propio animal en el murio en cuanto alumbraba -la luna; la viuda asegurando que nada oía ni veía de ello á tales -horas; la familia <i>embrujada</i> llenando de cruces puertas y ventanas -de día, y tiritando de miedo por la noche; algunos vecinos de la -barriada encerrándose en casa al ponerse el sol, <i>por si acaso</i>; muchos -otros del lugar, recelosos de todo perro desconocido, y, lo que más -importaba, el pobre Tablucas sin hora de sosiego para trabajar la -herencia que traía entre manos, y dar en el quid de una dificultad que -no podía vencer en la máquina que imaginaba para pinchar <i>lumiacos</i>.</p> - -<p>Uno de la deshoja aseguró que, pasando una noche á su casa por -delante de la de Tablucas, oyó los tamborilazos; que, mirando por una -rendija de la portalada, creyó ver una persona que se metió corriendo -en casa de la viuda; pero que de perro en el murio, no vió pizca. Un -viejo que esto oyó, dijo mal de aquella mujer,<span class="pagenum" -id="Page_229">[p. 229]</span> y mezcló en los supuestos al hijo de don -Valentín.</p> - -<p>—¡Jos!—exclamó otro de los oyentes,—eso, ya pa con -tocino, tío Pamplingue... Por ahí no va el agua de los tamborilazos.</p> - -<p>—No vos diré que vaya—repuso el viejo.—Dicho es -que vos dije por lo que dicen; que yo, ni entro ni salgo. Porque tamién -se dijo si en cá de Tablucas se fisgoneaba mucho lo que pasaba en cá -de la su vecina; y bien pudieran, á modo de escarmiento, y pa cerrar -los ojos á éste y al otro... Pero tocante á lo del murio, ¡eso pasma de -too!</p> - -<p>Sobre lo del murio, no faltó quien dijo que podría consistir (según -parecer del señor cura) en unos cantos gordos que había á medio caer en -el lomo del paredón; los cuales cantos, vistos desde casa de Tablucas -y alumbrados por la luna, á poco que el miedo hiciera de por sí, bien -pudieran parecerse á un perro muy grande. Respondióse á esto que el -tal perro se veía á unas horas y á otras no; á lo que replicó el -sustentante (también por boca ajena) que eso consistía en que la luna -no siempre alumbraba por el mismo lado, y que «según era el punto de -alumbre, así resultaba la fegura.»</p> - -<p>Se desechó este supuesto y cuantos se apuntaron allí fundados en lo -hacedero, y acomodables á las leyes del sentido común; y cátate,<span -class="pagenum" id="Page_230">[p. 230]</span> pío lector, con éstas -y con otras tales, á la pobre tía Rámila <i>sobre el tapete</i>. Ya para -entonces había descendido la montaña de panojas lo suficiente para que -todos los deshojadores pudieran verse las caras, aunque algo turbias y -de lejos; y una sola conversación entretenía á todos los circunstantes, -esforzándose mucho la voz. ¡Horrores se contaron allí de la bruja! -Apenas hubo persona en el desván que no la debiera algún agravio y que -no la hubiera <i>visto</i>, en tal ó cual forma extraña, después de cometida -la fechoría; y unánime estuvo la gente aquélla en declarar que era -punto menos que herejía el mimo con que se la trataba en casa de don -Pedro Mortera (aquí se bajó mucho la voz), donde se le daba entrada -franca, y tentar á Dios manosearla como la manoseaba la señorita María, -que tanta hermosura tenía que perder. Hablóse después de otras brujas, -y de las maldades de las brujas, y de todos los remedios conocidos -contra todas las brujas del mundo, y se fué á parar, por fin y remate, -á que lo de los tamborilazos á la puerta de Tablucas, y lo del perro -del murio contiguo á su corral, era obra de la Rámila... porque no -podía ser otra cosa.</p> - -<p>En esto, ladró el mastín de don Pedro Mortera en la garita de la -corralada, y, casi al misma tiempo, se oyó en el desván un grito de -espanto:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_231">[p. 231]</span></p> - -<p>—¡Ayyy!</p> - -<p>Y un segundo después:</p> - -<p>—¡Ahí... le tenéis! ¡Que vos come!</p> - -<p>Estos gritos los daba el Sevillano. El primero se le escapó del -pecho porque, desde que tanto se hablaba en Cumbrales de lo del murio, -le levantaba en vilo el inesperado latir de los perros. El segundo le -dió para borrar el mal color del otro; y como todo se concebía en aquel -valiente menos el miedo, celebróse la ocurrencia por los circunstantes -(saturados de relatos y comentos de brujas en figura de canes) después -de haberse estremecido de horror, aunque no tanto como el Sevillano -que, del primer respingo, se alzó dos jemes sobre la greña de Chiscón, -el cual, puesto de pie, le sacaba un palmo.</p> - -<p>No pasó de aquí el incidente, porque, deshojada la última panoja -de la pila, y siendo á la sazón muy corrida la media noche, subieron, -detrás de Pablo, los sirvientes de la casa con sendos garrotes repletos -de castañas cocidas, humeando todavía, más una gran <i>botija</i>, capaz de -seis azumbres, llena de aguardiente. Repartió Pablo las castañas con -una caldereta, y tres veces anduvo la rueda sin un tropiezo. No así -el que escanciaba el aguardiente, puesto que halló uno en cada moza -soltera, sabe Dios si por aborrecerlo todas; con lo que tocó á más -á<span class="pagenum" id="Page_232">[p. 232]</span> las casadas y á -los hombres, pues no quedó gota en la botija.</p> - -<p>Y vuelta entonces á los cantares, mientras comenzaba el desfile; -cantares alusivos á todos y cada uno de los señores de la casa, -presentes junto al arranque de la escalera del desván, pagando, aunque -soñolientos y decaídos, con sonrisas y ademanes, pues las palabras no -se hubieran oído, los saludos de la gente que se marchaba con estruendo -y temblor de todo el edificio.</p> - -<p>¡Y en el corral cantares, y en la calleja relinchos y más -cantares!</p> - -<p>Nisco salió solo; Catalina, con la gente de su barriada; y como en -todas ellas se armó ruido, alborotáronse los perros que, aun sin que -nadie los hurgue, no cierran boca en toda la noche; muchos valientes -volvieron á pensar en lo del murio, y el Sevillano se agarró de Chiscón -y no le soltó hasta la puerta de su casa, pues todo aquel trayecto -hubo de necesitar, por las trazas, para convencerle de que no debía de -acompañar en público á Catalina, después de lo visto, hasta hablar con -ella en debida forma.</p> - -<p>Cuando el de Rinconeda tomó por la vega el camino de su lugar, solo -y casi á tientas, porque no había luna aquella noche, aún llegaban á -sus oídos los moribundos ecos de alguna balada, el cansado latir de los -perros alborotados,<span class="pagenum" id="Page_233">[p. 233]</span> -y hasta el alegre cantar de más de un gallo madrugador.</p> - -<p>Chiscón entonces soltó un relincho que repitieron todos los ecos de -la vega; y ningún otro ruido turbó ya la negra soledad de su camino, -sino el triste, lento y remoto gemir del cárabo en el monte, y el bufar -de una lechuza que pasó volando hacia el campanario de Cumbrales.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_monos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_17"> - <p><span class="pagenum" id="Page_235">[p. 235]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XVII. LA DERROTA">XVII</h2> - <p class="subh2">LA DERROTA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">El domingo</span> siguiente, -después de misa, hubo en el local de la escuela, debajo de la sala -consistorial, una <i>concejada</i> como no se había visto en todo el año. -Sabíase de qué se iba á tratar en el concejo de aquel día, y faltaron -contadísimos vecinos. Don Valentín llegó de los primeros, apenas se -oyó el tran, tran, tran de las campanas. Juanguirle, rodeado de sus -concejales, ocupó la presidencia en el sitial del maestro; manifestó -el objeto de la reunión, y hasta aventuró un discursillo encareciendo -las ventajas de las <i>derrotas</i>, mientras las gentes, como sucedía en -Cumbrales, no supieran dar á las mieses destino mejor, desde noviembre -á marzo; invocó, en apoyo de su parecer, la ley de la costumbre, tan -vieja allí como el mundo (pues no había prueba de lo contrario), -y sometió el caso al acuerdo, que había de ser unánime, de sus -administrados, pa<span class="pagenum" id="Page_236">[p. 236]</span>ra -dar así debido cumplimiento á lo mandado «arriba.»</p> - -<p>El discurso alcanzó la aprobación del concejo, exceptuando á -don Valentín, que se levantó airado de su asiento para llorar los -males de la patria y los peligros de la libertad. Puso todo este -lacrimoso cuadro enfrente de la criminal indolencia de sus convecinos, -«amenazados día y noche por el azote afrentoso del perjuro,» y concluyó -diciendo:</p> - -<p>—<i>Do ut des.</i> ¿Queréis derrota? Dadme ayuda; prestadme -recursos para rechazar la invasión del déspota ó morir con gloria en la -batalla. Á este precio tendréis mi voto, sin el cual no se pueden abrir -las mieses de Cumbrales.</p> - -<p>Tomóse esta actitud de don Valentín en muy diversos sentidos. Quién -la aplaudía entre burlas y cháchara; quién, menos paciente, denostaba -al veterano y al concejo que hacía caso de semejantes chapucerías. -Los que así se expresaban eran los más; y ya el debate iba tomando -mal aspecto para don Valentín, cuando Juanguirle, haciendo valer su -autoridad, restableció el orden y el silencio, y dijo así:</p> - -<p>—No hay que acelerarse, ¡voto al chápiro verde! ni sacar las -cosas de su quicio natural, para entenderse las personas. El señor don -Valentín se queja del poco aprecio que aquí se hace de esos amenículos -de política que le quitan<span class="pagenum" id="Page_237">[p. -237]</span> á él el sueño de un tiempo acá; pero hay sus más y sus -menos respetive al caso, y se tocará el punto en su día, con su cuenta -y razón de pulso y patriotismo. Lo que ahora importa y aquí nos reúne, -es lo de la derrota; y sobre este particular, estamos, gracias á Dios, -en la mejor conformidad todos los presentes.</p> - -<p>—¡Menos yo!—gritó don Valentín.</p> - -<p>—Así se ha entendido aquí, ¿no es cierto?—dijo el -alcalde, paseando una mirada maliciosa por todo el concejo.</p> - -<p>—¡Cierto!—respondió éste á una voz.</p> - -<p>—¡Repito que no!—volvió á gritar don Valentín, -estrujando entre sus manos el enfundado sombrero.—¡Yo me opongo á -que se abran las mieses este año!</p> - -<p>—En vista de tal conformidad—dijo el impasible -alcalde,—se acuerda la derrota y se levanta la sesión.</p> - -<p>—¡Protesto contra esta infracción de la ley! —vociferaba -el veterano.—¡Invoco mis derechos de vecino libre... de ciudadano -español! ¡Viva la libertad!... ¡Exijo que mi protesta conste en el acta -para acudir en queja á donde se me oiga!</p> - -<p>¡Como si callara! La algarabía de la desordenada muchedumbre ahogó -su voz temblorosa y descompuesta; y, á mayor abundamiento, las campanas -comenzaron á tocar <i>á derrota</i>.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_238">[p. 238]</span></p> - -<p>Aún no había cesado la sonata en el campanario, cuando se oyó -otra más recia y atronadora en todas las callejas del lugar: mezcla -de bramidos, cencerradas, silbidos y jujeos. Nadie había soltado -aquella mañana sus ganados, en espera del acuerdo concejil que las -campanas publicaban ya con sus sonoras lenguas por todos los ámbitos de -Cumbrales.</p> - -<p>Desaparecieron como por encanto los portillos y seturas de las -mieses; y cada una de las brechas resultantes fué vomitando en la vega -el ganado á borbotones, en abigarrada y pintoresca mezcla de especies, -sexos, edades y tamaños: la mansa oveja y el retozón becerro; la -cabra arisca y el perezoso buey; la dócil burra y la gentil novilla; -la sosegada vaca, el inquieto potro de recría y el toro rozagante. -Tras el ganado y por el lado de la Cajigona, que vuelve á ser nuestro -observatorio, apareció la gente que lo había conducido, y mucha más -que se le fué agregando; pero la parte juiciosa de ella no pasó de los -bordes de la meseta. Los muchachos, armados de sendos palos, terminados -en gruesa y curva cachiporra, se lanzaron mies abajo, silbando al -vacuno, apaleando á las burras, ladrando á las ovejas y espantando á -los potros con gritos y aspavientos. Pero no era necesaria tan ruidosa -excitación para que las inofensivas bestias dieran al traste con la -formalidad; pues<span class="pagenum" id="Page_239">[p. 239]</span> no -bien sus pezuñas hollaron el blando suelo de la mies, toda la extensión -de la vega les pareció poco para campo de su regocijo.</p> - -<p>¡Válgame Dios, qué triscar el suyo y dar corcovos y sacudir el -rabo! ¡Qué mugir los unos, y relinchar los otros, y balar aquestos, y -rebuznar por allí, y bramar por el otro lado! ¡Qué embestir los chicos -á los grandes, y hacerse éstos los temerosos y los débiles por chanza y -pasatiempo! ¡Qué revolcarse los burros, y galopar los potros sin punto -de sosiego, como si el lobo los persiguiera! ¡Qué derramarse por la -cuesta abajo el compacto rebaño, y entrar en la cañada, largo, angosto -y serpeante, verdadero río de lana tomando la forma de su lecho! ¡Qué -gallardearse á lo mejor el becerrillo negro con humos de toro, junto -á la apuesta novilla, y escarbar el suelo, y bajar la cabeza, y mirar -en derredor con fiera vista, y hacer la rosca con el rabo, sin qué ni -para qué, puesto que ningún rival le disputaba el campo! ¡Qué perder el -tiempo en estos alardes que no eran agradecidos ni siquiera observados! -Hasta el manso y trabajado buey olvidaba su esclava condición, sus años -y sus fatigas, para tomar parte en el general holgorio con tal cual -amago de corcovo mal hecho y aun ciertos asomos de galanteo á la vaca -de su vecino.</p> - -<p>Á todo esto, ni pensar en pacer seria y for<span class="pagenum" -id="Page_240">[p. 240]</span>malmente. Se tiraba un bocado al fresco -retoño de la hondonada, pasando de largo; y otro, más lejos, á la -<i>paulina</i> de la heredad; y luégo otro, de refilón, al verde de una -regatada; y así se andaba y se probaba todo sin fijarse en nada, -creyendo acaso que lo desconocido era más sabroso que lo ya probado. -Faltaba el tiempo para recorrer la blanda y fragante alfombra de la -vega; y el loco y desacorde vocerío y el sonar incesante de esquilas y -cencerros, enardecía las bestias y túvolas sin juicio ni sosiego cerca -de una hora.</p> - -<p>Calmados los ímpetus poco á poco, los sesudos bueyes humillaron -la cabeza sobre el elegido terreno para pacer de veras y á qué -quieres estómago; trocóse en manso lago, sobre este prado ó aquella -heredad, cada rebaño que antes fué torrente de ovejas; enderezóse -el burro, harto de revolcarse, y sin sacudirse la basura, ahogó los -últimos suspiros, roncos y desconcertados, entre cogollos de helechos -arrancados á la sombra de una mimbrera terminal; los potros, dejando -de correr, cruzaron de dos en dos los enjutos cuellos, se <i>espulgaron</i> -á dentelladas y por largo rato... y todo movimiento fué cesando en la -vega, hasta que no se oyó en ella otro ruido que el sonoro y acompasado -de las esquilas y los cencerrillos de las bestias, que los movían al -pacer blanda y sosegadamente.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_241">[p. 241]</span></p> - -<p>Entonces se retiró á paso lento, con los brazos cruzados y la pipa -en la boca, el último de los espectadores que habían contemplado el -descrito cuadro desde lo alto de la meseta por el lado de la Cajigona, -seguro de que, al anochecer, su ganado, sin otro conductor que el -natural instinto, estaría á pie firme y rumiando á la puerta del -establo ó á la del corral, esperando á que se la abrieran.</p> - -<p>En tanto, los muchachos dispersos por la vega fueron reuniéndose en -pandillas; una de las cuales, la más numerosa y apta para el lance de -que se trataba, se posesionó de la vasta y limpia pradera que comenzaba -pocas varas abajo de la Cajigona.</p> - -<p>Pasaban de veinte los muchachos, cada cual con su <i>cachurra</i> (el -palo de que antes se habló); todos descalzos, los más de ellos en -mangas de camisa, y no eran los menos los que llevaban al aire la -cabeza, trasquilada de medio atrás hasta el pescuezo. Á esta sección -pertenecían, como cabos de ella, <i>Birriagas</i>, largo, chupado y pálido, -muy reñidor y no cobarde; <i>Cabra</i>, incomparable salteador de huertas -y robador de manzanas; tan ducho y hábil, que distinguía de noche, y -sin catarlas, las <i>carretonas</i> de las <i>piqueras</i>; <i>Bodoques</i>, corto -de resuello y gordo, pero fuerte; seco de palabra y de muy respetado -consejo; <i>Lergato</i> (lagarto), sutil y marru<span class="pagenum" -id="Page_242">[p. 242]</span>llero para escaparse sin una desolladura -de donde sus camaradas dejaban tiras del pellejo; <i>Lambieta</i>, goloso y -desdentado; y, por último, <i>Cerojas</i>, así llamado por dos lobanillos -negros que tenía en la cara y comenzaron á asomarle poco tiempo después -de haberse dado una panzada de las llamadas <i>bruneras</i>, en el huerto de -Asaduras.</p> - -<p>Tratábase de un desafío á la cachurra, ó á la <i>brilla</i>, como también -se dice; juego que se inaugura y cesa con las derrotas, porque sólo en -las praderas de la mies puede jugarse, y vociferaban y se revolvían -los muchachos de la pandilla sobre quién debía de <i>arrimarse</i> á quién -para equilibrar con el posible acierto las fuerzas beligerantes. Hízose -al cabo lo que propuso Bodoques, y quedó la tropa dividida en dos -bandos, figurando en el uno Birriagas, Lergato y Cabra, y en el opuesto -Bodoques, Cerojas y Lambieta, con sus respectivos soldados de fila. Se -echaron <i>pajucas</i> entre Bodoques y Cabra, y tocóle la mano al primero; -el cual, como tonto, eligió para <i>brillar</i> la cabecera alta del prado -en que se hallaba la patulea.</p> - -<p>Sacó luégo del bolsillo una bola de madera, del tamaño de una -pelota; requirió su cachurra, que era de acebo con <i>porro</i> macizo -y á la veta, y se fué á ocupar su puesto. Los demás muchachos se -escalonaron prado abajo en dos filas pa<span class="pagenum" -id="Page_243">[p. 243]</span>ralelas, cara á cara, á la distancia de -dos cachurras próximamente. Los últimos, y en el último tercio del -prado y bastante lejos de sus camaradas respectivos, se situaron, -frente á frente, Cabra y Cerojas. Entonces puso Bodoques la bola de -madera, ó sea la <i>catuna</i>, ó la <i>brilla</i> (que de ambos modos se llama), -encima de una topera, previamente <i>amañada</i>; se escupió las palmas de -las manos; empuñó con las dos el extremo de la cachurra, y gritó con -toda su voz, sin dejar de hacer la puntería á la catuna:</p> - -<p>—¡Brilla va!</p> - -<p>Á lo que respondió Cabra, su contrario, poniéndose en guardia:</p> - -<p>—¡Brilla venga!</p> - -<p>Y replicó Bodoques:</p> - -<p>—¡<i>Al</i> que rompa una pata, que la mantenga, y si no, que la -venda!</p> - -<p>Dicho lo cual, hizo unas rúbricas en el aire con la cachurra, y -¡plaf!... allá fué la brilla, rápida y zumbando, por encima de los dos -ejércitos en expectativa.</p> - -<p>Corrieron debajo de ella siguiéndola, y Cerojas se dispuso á -socorrerla con su cachurra para <i>pasarla</i> sin que tocara el suelo; -pero erró el golpe por ir muy alta; y Cabra, más sereno, dejándola -perder fuerza y altura, la recogió en el aire y á su gusto, y la volvió -de un cachiporrazo hasta muy cerca de la topera de donde había<span -class="pagenum" id="Page_244">[p. 244]</span> partido. Dos varas más, -y pierden el juego los de Bodoques. Pero andaba éste muy alerta; la -tomó con su cachurra apenas tocó el suelo, y la volvió al medio del -prado. Como iba rastrera entonces, cayeron sobre ella las cachurras á -manojos; y entre ruidoso machaqueo y discordante vocerío, tan pronto -subía la catuna como bajaba. Hubo un instante en que más de diez -cachurras la sujetaron contra el suelo, no queriendo nadie que su -enemigo la arrastrara á su terreno. Entonces Bodoques, que era forzudo, -tiró con brío, y un poco al sesgo, un cachurrazo al montón; y mientras -la brilla salió rápida del atolladero, las cachurras saltaron como si -las volara una mina; y cuál de ellas machacó la nariz del propietario; -cuál la espinilla del colateral; otra levantó en la frente chichones -como el puño, y alguien se quedó, tras de contuso, desarmado. Hubo, -por ende, ayes y por vidas de dolor, amenazas y protestas; y lo de -<i>soldado en tierra no hace guerra</i>, fué invocado por ambos ejércitos -en apoyo de sus conveniencias respectivas. Mas como en la porfía no se -lograba siquiera el armisticio, y entre tanto el juego continuaba más -abajo con varia suerte, poco á poco, mitigándose los dolores de los -contusos, fueron los ánimos entrando en caja; y aunque renqueando unos -y palpándose otros los coscorrones, cada cual se arrimó á su bando y -con<span class="pagenum" id="Page_245">[p. 245]</span>tinuó con nuevo -empeño la partida, que, al cabo, ganó la gente de Bodoques, metiendo la -catuna en la heredad con que lindaba la cabecera baja del prado.</p> - -<p>Como el que gana es el que tiene derecho á brillar, y brilla desde -el mismo sitio en que ha ganado, las dos hileras de combatientes -cambiaron de terreno al brillar Bodoques; es decir, que jugaba prado -arriba la que antes había jugado prado abajo, y viceversa.</p> - -<p>Tal es el juego de la cachurra, ó brilla, que dura en la Montaña -tanto como la derrota. El lector ha visto que se reduce á pasar la -catuna de un lado á otro del terreno elegido. Para impedir que el -contrario lo consiga antes por su banda, hay mil ardides con que los -muchachos prueban su destreza; engaños lícitos, algo parecidos á los -de que se valen los jugadores de pelota. Todo es permitido allí menos -la intrusión de un jugador en el terreno del contrario. Cuando tal -acontece, se le apercibe con estas palabras: <i>á tu tierra, que te pego -un palo</i>; advirtiendo que el terreno de cada cual está bien determinado -siempre por las cachurras mismas en ejercicio, frente á frente y porro -con porro. Pero, por lo común, si la partida está muy empeñada, se -prescinde del apercibimiento y, á buena cuenta, se larga el palo en la -espinilla ó en los nudillos del pie desnudo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_246">[p. 246]</span></p> - -<p>Juego, en fin, de lo más higiénico y entretenido, si no fuera por -las quiebras que lleva aparejadas, de piernas, dientes y otras no menos -integrantes y estimadas porciones del jugador.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_custodia.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_18"> - <p><span class="pagenum" id="Page_247">[p. 247]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_simple.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XVIII. EL SECRETO DE MARÍA">XVIII</h2> - <p class="subh2">EL SECRETO DE MARÍA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Los mejores</span> mercados -de la villa (porque en la villa se celebra uno cada semana) son los -del <i>maíz nuevo</i>. En ese tiempo no hay pobres en el país, y cada cual -acude á aquel concurridísimo centro de riqueza á proveerse de lo que -no tiene, con un poco de lo que menos necesita. Al calorcillo de esta -animación, hormiguean los tratantes y las mercancías de mil especies; -y unidos todos estos estímulos á la suavidad de la temperatura, la -belleza del lugar y la abundancia de las vías de comunicación, acontece -que cada mercado es entonces una fiesta en que toman mucha parte las -gentes desocupadas del contorno.</p> - -<p>En Cumbrales no abundan las distracciones para personas de la -condición social de Ana y María; por lo cual aprovechaban éstas la -del mercado, muy á menudo, especialmente en oto<span class="pagenum" -id="Page_248">[p. 248]</span>ño. Y no se crea que iban á la villa -entonces con el único fin de recrearse: llevaban los bolsillos bien -repletos, amén de una interminable lista de <i>cosas</i>, en un papel ó -en la memoria; en la cual lista había de todo, desde el manojo de -chiribías, hasta la vara de raso; desde la palangana de loza, hasta -la resmilla de papel de cartas; desde la madeja de seda para bordar, -hasta el bombasí para un refajo; desde la libra y media de queso -pasiego, y el molinillo del chocolate, y el paquete de azucarillos, y -las zapatillas de alfombra, y las tres libras de arroz, y la cerraja -para el armario, y el vidrio para el <i>cuarterón</i> de tal ventana, etc., -etc., hasta el lienzo para los calzoncillos de don Juan ó de don Pedro, -ó el tartán para el vestido de invierno de doña Teresa. Para conducir -este revoltijo de especies inconexas, acompañaban á las jóvenes sus -respectivas fámulas de mayor empuje, con sendas cestas de mimbre -pelado, de dos asas, á la cabeza, sobre el <i>rueño</i> de colores, bien -guarnecido de picos pespunteados. Las leyes del bien parecer no exigían -otro acompañamiento que éste á dos señoritas que iban al mercado; pero, -á mayor abundamiento, Ana y María solían llevar el amparo de doña -Teresa, ó el de don Pedro, ó el de don Juan, y vez hubo de ir los tres -juntos; pero una, nada más. Y vamos al caso.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_249">[p. 249]</span></p> - -<p>Después de los sucesos referidos en los últimos capítulos; cogidas y -derrotadas las mieses y comenzadas las deshojas donde había mucho que -deshojar, y hasta desgranado el maíz donde éste era el pan y la moneda -de la casa; hechos dos tórtolas Ana y Pablo, y no tan regocijada, pero -sí muy animosa, María, acordaron los tres ir juntos al mercado el -primer día que le hubiera en la villa, si el tiempo no se entornaba; y -como el tiempo no se entornó, el acuerdo llegó á cumplirse.</p> - -<p>El camino derecho para ir á la villa desde Cumbrales, es por encima -de Rinconeda; pero es mucho más blando y placentero el del valle, y -éste usan las gentes de Cumbrales mientras las lluvias del invierno -no reblandecen el suelo de las praderas y le hacen intransitable en -algunos sitios las pozas y los pantanos. Este camino tomaron, en la -susodicha ocasión, por la Cajigona abajo, Ana, María y Pablo, con dos -mozas de carga, bien trajeadas, rozagantes y frescotas, antes que el -sol llegara al fin del primer cuarto de su diaria carrera. Caminaban -los cinco en ringle, porque el sendero era angosto y en los prados -sentían los pies la frescura y humedad del rocío, aún no seco por el -sol que aquel día andaba á la greña con las nubes. Como los bajos de -Ana y da María se mojaban al rozarse con la yerba, y para que esto -no sucediera era<span class="pagenum" id="Page_250">[p. 250]</span> -preciso levantarlos, y levantándolos se descubrían los <i>altos</i> del -parlanchín y menudo zapato, y algo más que los arranques de la fina -y estirada media, Pablo, que iba detrás de Ana, con un pretexto mal -urdido por ésta, pasó á la cabeza de la fila.</p> - -<p>Mientras así caminaban, por todos los senderos que desde el pueblo -iban á parar al que nuestros amigos seguían, bajaban gentes con el -mismo rumbo que ellos. Por lo común, mujerucas con la cestilla al -brazo ó el saco lleno sobre la cabeza. Unas pasaban de largo después -de saludar muy atentas, y otras se agregaban al grupo de las señoras: -charlatanas insufribles, aduladoras sin medida, ó torpes y encogidas -hasta la tartamudez. De las primeras era la <i>Cotorrona</i>, alta, seca y -acartonada, alegre sin ser risueña, y relatora incansable de lo suyo, -de lo ajeno y de otro tanto más. Nunca perdió un mercado, y jamás se -supo á qué iba á ellos, con una cesta colgada del brazo izquierdo -y cubierta con un refajo tirado sobre el hombro. Nada compraba ni -vendía, aunque todo lo sobaba y ponía en precio; pero dejar de tomar -á la salida, en una taberna de su devoción, el pucherete de potaje y -dos cuartos de queso... antes faltaría el pedazo de borona para «el su -hombre.»</p> - -<p>Esta mujer se puso detrás de Ana, y comenzó á despotricar sin que -nadie se cuidara de<span class="pagenum" id="Page_251">[p. 251]</span> -ayudarla ni de contradecirla. En ocasiones dejaba la tarea, no para -descansar, sino para meterse donde no la llamaban; como verbigracia:</p> - -<p>—Alevante un poco más, doña Ana, que le arrastra entovía la -randa por la herba... ¡Jos! no me mirara yo tanto en su caso, que, -por cierto vida mía, bien tiene que locir... ¡Vaya, que quien ve esa -cinturica, tan fina que se puede abarcar con la llave de la mano, y -esos pies de cañamón en dulce, no pensara que tan rollizas las tenía, -hija!... Dígote que onde menos se piensa... Bendito Dios, ¡cómo rejunde -el buen sustento!... Y no me dejará doña María por mentirosa, aunque -esa más á la vista lleva la rebustez. ¡El Señor las conserve tan majas -y locías para salú propia y bien de los caballeros que tengan la suerte -de merecerlas!</p> - -<p>Sonreíase Ana, bajaba María las faldas hasta los pies, y carraspeaba -Pablo. Tornaba luégo la Cotorrona á rajar con la lengua famas y -caudales; terciaba de vez en cuando en el empeño alguna de las mujeres -pegadizas; y de este modo se habló allí de cuantas gentes pasaban al -mercado; de lo que llevaban, de lo que traerían, de lo que dejaban -en casa, de la cosecha, del ganado, del Ayuntamiento, de <i>lo del -perro</i>, y, por último, de las «malas almas» de Rinconeda, cuyas mieses -comenzaban á pisar á la sazón las murmuradoras y sus taciturnos y -aburridos<span class="pagenum" id="Page_252">[p. 252]</span> oyentes. -Pablo, en tanto, espantaba las mansas bestias que pastaban cerca del -camino, para que nada temieran las dos jóvenes, ó las ayudaba á saltar -esta zanja ó aquel vallado; tareas en que el mozo disimulaba mal el -gusto con que oprimía la mano ó ceñía la cintura de la hija de su -padrino.</p> - -<p>Acabáronse las praderas y comenzaron los callejos, muy ásperos -aunque cortos; pero no calló un punto la Cotorrona, por más que Ana -lo intentó muchas veces. Después de los callejos, la sierra, donde el -camino se arrastra entre brezos y matorros. Allí necesitaron Ana y -María abrir las sombrillas, porque comenzaba el sol á calentar. Breve -fué la subida, pues la sierra no es larga; y estar en lo alto de ella -es estar en la villa, porque ya se la ve abajo, con la cabeza reclinada -en la falda del monte, tendida en la linde del valle de que es dueña y -señora; valle quizá el más hermoso de toda la Montaña, regado por el -mismo río que hemos visto pasar al Norte de Cumbrales.</p> - -<p>Ana y María, en un impulso que es instintivo en las mujeres en -semejantes casos, antes de comenzar á bajar la sierra, que espeso monte -es por aquella vertiente, se arreglaron el cabello y los pliegues -de la falda, como dama que llega á la puerta de un salón de baile, -y se detuvieron un buen rato, no tanto para orearse y descan<span -class="pagenum" id="Page_253">[p. 253]</span>sar, como para deshacerse -de la molesta compañía de la Cotorrona.</p> - -<p>Quedáronse al fin solas con Pablo y las dos fámulas, y así entraron -en la villa por aquel arrabal, hasta donde llegaba el reflujo del -hervor que se oía más adentro; reflujo de gentes dispersas y errabundas -que iban y venían sin derrotero fijo, entre casas desperdigadas y medio -campesinas todavía.</p> - -<p>Andando, andando, las casas iban uniéndose y enfilándose unas con -otras, el gentío espesaba y los rumores crecían, hasta que se llegaba -al foco de la ebullición, verdadero mar de cosas y de gentes, con -sus bramidos sordos y su agitación incesante. Este mar estaba en la -plaza, vastísimo espacio circuído de grandes edificios con espaciosos -soportales de arcos de sillería. ¡Lo que había sobre aquel encachado -suelo! El cestuco de patatas; el taleguillo de harina; los nabos -de Reinosa; los limones de Cóbreces; las <i>calladas</i> del Puente; -la triguera de chiribías; la banasta de manzanas; el queso de las -Cabeceras; el celemín de <i>fisanes</i>; las tres parejas de pollos; las dos -docenas de huevos... Todas estas menudencias y otras infinitas, delante -de los vendedores, acurrucados en el suelo en apretadas hileras. -Después, en espacios más anchos, los zapatos de Novales; las abarcas de -Carmona; los yugos y <i>prisiones</i> de Cieza; los<span class="pagenum" -id="Page_254">[p. 254]</span> montes de pan en roscos, en cruz y en -tortas; los calderos y trébedes de Balmaseda; los puestos de baratijas, -como dedales de acero, alfileteros de latón, navajas de poco más ó -menos, cordones de estambre y gargantillas de cristal; las montañas de -pimientos <i>morrones</i> y <i>choriceros</i>; los corderos en capilla, quiero -decir, atados de pies y manos, jadeantes, con los ojos revirados y la -punta de la lengua fuera de la boca, ora en el suelo, ora danzando en -el aire sopesados por el comprador; las ollas y cazuelas de barro; las -cestas de mimbre; los garrotes de Peñamellera; la vasija valenciana; -amoladores y zapateros ambulantes; gallineras de Asturias... y demonios -colorados; y entre todo ello, los compradores y curiosos yendo y -viniendo, oprimidos, casi prensados, guardando el equilibrio, bregando -sin cesar y ayudándose unos á otros para avanzar un paso en el continuo -atolladero de contrarios oleajes, más irresistibles que por su fuerza, -por su ruido ensordecedor y mordicante.</p> - -<p>Publicábase á gritos la mercancía; á gritos se regateaba, y á gritos -se la ofrecían más barata desde otro puesto al comprador indeciso; á -gritos se pedía paso donde, contra toda ley, no le había; á gritos se -quejaba quien no podía apartarse á un lado por falta de terreno para -moverse; á gritos se saludaban las gentes, y á gritos se citaban, y á -gritos se entendían; el ferre<span class="pagenum" id="Page_255">[p. -255]</span>tero tocaba con el martillo una <i>palillera</i> sin fin sobre -la mayor de sus sartenes; cacareaban los gallos; gemían los cabritos -amontonados; gruñían los cerdos que pasaban, á rempujones, del mercado -de los de su especie desdichada; resonaban las panderetas probadas por -mozas de buena mano, y los dalles, heridos contra las piedras; roznaba -el paciente burro del pasiego, atado á un pilar de los soportales, -libres sus lomos por entonces de la carga que su dueño publicaba -á voces un poco más allá; sonaban las campanillas de un puesto de -ellas, sacudidas una á una por el aldeano que buscaba un par bien -acordado, cuando no zarandeaba con toda su fuerza un collar cargado de -esquilones... ¡que es lo que hay que oir!; chirriaba el eje del carro -que pasaba cargado de maíz; aullaba el perro perseguido á puntapiés -por el queso robado ó el pan mordido; cantaba el ciego al son de la -ronca gaita, y el lazarillo al de su pandereta, herida á puñetazo seco; -sonaba el martillo del herrador, y el mazo del hojalatero... y, en fin, -la campana del reló cuando callaban las de la iglesia.</p> - -<p>En los soportales alzábanse, sobre improvisados mostradores, -cordilleras de paños y bayetas de todos los imaginables colores, y -había detrás de los mostradores tiendas atestadas de los mismos géneros -y otros sin número; y en ca<span class="pagenum" id="Page_256">[p. -256]</span>da calle de las que partían de la plaza, tiendas y más -tiendas, y hasta en los rincones de los edificios mal alineados; y -más lejos, otro mercado donde los granos y frutos de muchas especies -entraban por miles de fanegas y de arrobas; y más lejos todavía, y en -adecuado lugar, otro mercado de bestias de cerda; y lo mismo que en la -plaza principal, en los soportales, en las tiendas, en las calles y en -los otros mercados, gente y más gente, y ruido y más ruido.</p> - -<p>Quisiera yo que el lector de ultrapuertos no tomara á broma esta -pintura que le borrajeo de un pueblo montañés, que es, en España, quizá -el primero entre los de su modesta categoría. Esto por lo que hace á -su rápido crecimiento; pues si se mira su belleza <i>externa</i> y la del -paisaje que le circunda, es aún más difícil hallarle competidor.</p> - -<p>Volviendo al asunto, digo que muy buen rato antes de mediodía, -comenzaron á verse en el mercado las damas de la villa, en elegante -arreo, husmeando los puestos de la plaza, con su cortejo de galanes -de punta en blanco. Mirábanlos de reojo y con recelosa curiosidad los -caballeretes de los pueblos, que braceaban en aquel mar, un tanto -desaliñados y polvorientos á causa de la fatiga y estrago del camino, y -dejábanse mirar los de la villa con piadosa complacencia, seguros de su -importancia incomparable.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_257">[p. 257]</span></p> - -<p>Á María, corta de genio y muy desconfiada de su valer, la -acoquinaban las actitudes de aquel encopetado señorío, ante el cual, á -pesar de su lozana frescura y de su intachable atavío, se creía fea, -desgarbada y mal vestida. Ana, por el contrario, dejándose llevar de su -natural franco y abierto, parecía complacerse en excitar la curiosidad -por el gusto de vencerla con su mirar valiente, que sabía hacer burlón -y desdeñoso sin esfuerzo y muy al caso. Cuanto á Pablo, no hay para qué -decir lo que se aburría y mareaba entre el barullo, sin curarse más de -lo que pasaba ante sus ojos, que de las coplas de Calaínos.</p> - -<p>Ya, para entonces, estaban las cestas repletas, y hasta colgaban de -las asas, por fuera, muchas cosas que dentro no cabían; pero no había -que pensar aún en volverse á Cumbrales. Necesitaban antes dar una -vuelta por la villa y un vistazo á los otros mercados; porque cuando -de ellos se vuelve á casa, los que no han estado allá hacen muchísimas -preguntas; y es bueno saber entonces á cómo iban las alubias, y el maíz -y las patatas, y los cerdos de cría y los de matanza, para responder á -todos.</p> - -<p>Y brujuleando así entre calles, vió Ana que por la acera de -enfrente venía un mozo muy guapo y apuesto; que este mozo miraba mucho -á María; que María se puso encendida como la<span class="pagenum" -id="Page_258">[p. 258]</span> grana, y que el mozo, no muy dueño de sí, -anduvo, al cruzarse con ella, atarugado y confuso, amagando palabras -que no pronunció y saludos que no hizo. Siguieron los de Cumbrales -calle adelante, y el mozo los acompañó con la vista; y como María, al -doblar la esquina, mirara hacia atrás con el rabillo del ojo, clavóse -el hombre en aquella especie de anzuelo, y siguió desde lejos á María. -Al cabo se arriesgó; y en la primera parada que hicieron los de -Cumbrales, acercóse, al amparo del barullo; saludó muy cortés, y habló -á María sin misterios ni dengues y como si fuera la cosa más natural -del mundo; por lo que Pablo no paró mientes en ello. Pero Ana sí, y -hasta distrajo á Pablo y logró que, durante el paseo por la villa, -María y el galán apuesto se despacharan á su gusto.</p> - -<p>Al salir para Cumbrales, preguntó Pablo á María, después de -contestar al reverente saludo con que el mozo se despidió:</p> - -<p>—¿Quién es <i>ese</i>?</p> - -<p>Á lo que contestó María con mucha serenidad:</p> - -<p>—Pues <i>uno</i> de aquí, que me conoce.</p> - -<p>Y no se habló más del caso. Pero andando monte arriba, quedóse -Ana muy roncera, hasta arrimarse á María, que iba detrás de todos; y -mientras Pablo trepaba á largos pasos y le seguían jadeando las dos -mozas, con las cestas sobre la cabeza, dijo aquélla á su amiga:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_259">[p. 259]</span></p> - -<p>—¿Tiene algo que ver... <i>ese que te conoce</i> con el abismo de -que hablábamos tú y yo en cierta ocasión?</p> - -<p>—¿Por qué me lo preguntas?—preguntó, á su vez, María.</p> - -<p>—Porque lo sospecho. ¿Quién es?</p> - -<p>—Hijo de don Rodrigo Calderetas.</p> - -<p>—Pues cata el abismo, y no me digas más.</p> - -<p>—¿Abismo te parece á tí también, Ana?</p> - -<p>—Hablo por tu boca... pero mayores los hay en el mundo: -como uno que yo me temí. ¡Qué barbaridad! ¿Dónde tenía yo el -entendimiento?</p> - -<p>—¿Pues qué pensaste, Ana?—preguntó María con viva -sorpresa.</p> - -<p>—Nada, hija, nada; sino que á veces, tal se ensartan las -casualidades y tales visos toman de verdad, que llega uno á ver hasta -bueyes que van volando.</p> - -<p>—Cierto—dijo María sonriéndose:—por una sarta así, -llegué yo, en una ocasión, á sospechar de tí algo parecido; sólo que á -mí me duró menos la sospecha, aunque no me la quitaste con razones como -la que tú acabas de descubrir: bastóme un poco de reflexión.</p> - -<p>—Pues entonces estamos en paz en ese extravagante -pensamiento... ¡qué tiene que ver! Y ahora, dime, ¿dónde conociste á -<i>ese que te conoce</i>?</p> - -<p>—En la villa.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_260">[p. 260]</span></p> - -<p>—Ya; pero ¿cuándo?</p> - -<p>—Cuando vine con mi madre, dos años hace, á pasar unos días -en casa de aquellos parientes suyos que se volvieron á Asturias poco -después.</p> - -<p>—Y ¿cómo os habéis arreglado para continuar lo comenzado -entonces?</p> - -<p>—Por cartas.</p> - -<p>—¡Hola!... ¿Por el correo?</p> - -<p>—¡Virgen María!... ¡Quién me lo mandara! Á la mano.</p> - -<p>—Y ¿por qué mano, inocente de Dios?</p> - -<p>—Por la de la Rámila.</p> - -<p>—¡Miren la cordera que no teme á las brujas!... ¡Vaya si supo -poner el secreto en lugar seguro! ¡Y no pensaste, criatura sin malicia, -que á negocio en que anda la mano del diablo no puede ayudarle Dios?</p> - -<p>—¿Créesle desesperado, Ana? Dime la verdad, sin zumbas.</p> - -<p>—¿Estás segura tú de que... <i>ese que te conoce</i> te quiere como -se debe?</p> - -<p>—Sí, porque yo he impedido que se acerque á mi padre.</p> - -<p>—¿Por qué lo has impedido?</p> - -<p>—Por la guerra en que está el suyo con él. ¡No se pueden ver, -Ana!</p> - -<p>—¡Bah! Cosas de tu padre.</p> - -<p>—Pero ¿qué piensas tú del caso?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_261">[p. 261]</span></p> - -<p>—Que le dejes de mi cuenta.</p> - -<p>—¡Mira que está muy obscuro!</p> - -<p>—Yo le sacaré á la luz.</p> - -<p>—¿Con qué, Ana?</p> - -<p>—Con otro caso menos difícil. Verás cómo se enredan los dos; y -hasta puede llegar el tuyo á ser causa de grandes bienes para todos.</p> - -<p>—¿Qué caso es ese?</p> - -<p>—Delante de los ojos le has tenido y no le has visto. Pero, -en fin, ya te lo explicaré cuando deba. Ahora, chitón, que nos esperan -Pablo y las muchachas allá arriba.</p> - -<p>Acabaron de subir la cuesta; descansaron todos un rato en la loma; -y sin otros sucesos que dignos de narrar sean, llegaron media hora -después á Cumbrales, sanos y contentos, cada cual á su modo, aunque -un tanto despeadas y correosas las fámulas, y algo polvorientas y -rendidas, pero muy guapas, las señoras.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_pelopincho.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_19"> - <p><span class="pagenum" id="Page_263">[p. 263]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_orejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XIX. RETAZOS">XIX</h2> - <p class="subh2">RETAZOS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">En esto</span>, don Rodrigo -Calderetas escribió una carta á don Juan de Prezanes, en la cual carta -decía, entre otras cosas, la gran persona:</p> - -<p>«Menester será que redoble usted la vigilancia y active los trabajos -en ese terreno, porque no hay momento que perder. El Barón no sosiega -un punto y revuelve los imposibles. El Marqués confía en sus buenos -amigos, entre los que, con justicia, le cuenta á usted, y así me lo -dice. Para mantener las filas apretadas y reclutar soldados nuevos, -no le duelan á usted larguezas del género consabido: aquí estoy yo -para cuanto ocurra, y detrás de mí, lo que usted sabe, que puede y -manda y no deja mal á sus amigos, por nada ni por nadie. Lo verá quien -dude y le sirva, si, como otras veces, es preci<span class="pagenum" -id="Page_264">[p. 264]</span>so, por el bien del Estado, saltar por -encima de ciertas consideraciones y respetos. En estas batallas no hay -otro remedio que ser un poco duro de corazón con el enemigo tenaz. -Dígame qué exigencias presentan esos auxiliares, para ir formando -poco á poco el expediente, llamémosle así, que he de elevar á donde -ha de ser despachado con las debidas recompensas y los necesarios -escarmientos.</p> - -<p>»Nos está haciendo mucho daño el diablejo de Asaduras. Háblele, -óigale y <i>cómprele</i>, <i>pida lo que pidiere</i>. No habría necesidad de -recurrir á estos extremos, que parecen un tanto reñidos con la sana -moral, si ese amigo de usted y que tanto lo fué mío cuando yo no me -había resuelto aún á sacrificar mi reposo y mi hacienda al bien de este -país desventurado, que va hundiéndose en el abismo por las ruindades -y atrevimientos injustificados de cuatro ambiciosos intrigantes; si -ese amigo, repito, no llevara tan lejos su tesón y sus escrúpulos. Él -se entenderá... y yo también le entiendo. Sí, amigo mío, le entiendo; -y aunque me duela decírselo á usted, me consta, con nuevos datos, que -no solamente es desafecto á las instituciones que todos veneramos, -sino que también trabaja sordamente contra ellas y contra los que las -apoyan, sin exceptuar <i>á los amigos y compadres</i>... Téngalo usted muy -en cuenta, pues le interesa mucho; que á no inte<span class="pagenum" -id="Page_265">[p. 265]</span>resarle tanto, no se detendría en estos -enojosos pormenores un caballero como yo.</p> - -<p>»Traigo entre manos el asunto del alcalde, única persona que no es -nuestra en ese Ayuntamiento; mas para quitarle se necesita envolverle -en una maraña cualquiera, que sirva de pretexto á la causa que se le -forme. El secretario se ha comprometido á desempeñar satisfactoriamente -ese <i>ligero</i> preliminar, con la insignificante condición de que se -aprueben ciertas partidas de las cuentas municipales que aún andan por -allá en tela de juicio. Cuento con la aprobación solicitada, y, por -tanto, doy por destituido al alcalde, pues no cabe dudar de la destreza -y buenas agallas del secretario. No se olvide que este alcalde es -obra de don Pedro Mortera, que no tuvo reparo en librar una verdadera -batalla contra usted, que guerreaba por Asaduras. Recuérdoselo á -fin de que no se pare en cualquier escrúpulo de amistad que pudiera -asaltarle la conciencia, cuando se resuelva, como lo deseo, á ayudar al -secretario en sus propósitos. En la penuria en que se nos quiere poner, -no debemos desperdiciar ni las migajas.</p> - -<p>»Por eso le recomiendo mucho también la pretensión del amigo don -Valentín, con cuya falanje no podemos contar con seguridad á la hora -presente. Ya sabrá usted que ese respetable veterano tiene empeño en -que se apruebe y<span class="pagenum" id="Page_266">[p. 266]</span> se -ejecute ahí su plan de defensa contra el enemigo, en el caso probable -de que éste intentara entrar en Cumbrales. El tal don Valentín vino á -verme esta mañana y me explicó minuciosamente el proyecto. Parecióme -complicado, costoso y de éxito infalible; pero se queja el valiente -veterano de que nadie le presta atención ahí, y teme no hallar los -elementos que necesita para realizar sus patrióticos fines. Atribuye -él en gran parte esta frialdad de sus convecinos á la influencia -reaccionaria de cierta persona que no quiero nombrar porque no crea -usted que me complazco en indisponerle con ella, complacencia que no -cabe en el corazón de un caballero como yo; pero muy bien pudiera -no equivocarse don Valentín. Lo cierto es que éste no votará á otro -candidato que al de las gentes que le ayuden en la empresa, ó no votará -á nadie si nadie le ayuda á él. Por demás comprendo que no es grano de -anís lo que desea y necesita, y que hasta tiene sus puntas de locura la -ocurrencia; pero no hallo inconveniente en que se le preste atención -y se haga algo en muestra del buen deseo. Lo cierto es que nosotros, -los liberales de orden y de arraigo, no estamos bien con las manos -cruzadas delante de los criminales acontecimientos que son causa de los -desvelos de don Valentín, y juzgo que un alarde bélico de Cumbrales -contra el obscurantista rebel<span class="pagenum" id="Page_267">[p. -267]</span>de, sería del mejor efecto en el país; sobre todo, si -lográramos eslabonar con ese noble y patriótico sacudimiento, la -candidatura de nuestro amigo el marqués de la Cuérniga.</p> - -<p>»Como usted comprenderá, señor don Juan, yo no hago otra cosa que -dar la voz de alerta y aconsejar lo que, en mi pobre juicio, debe -hacerse; á ustedes toca lo restante, puesto que les interesa más que -á mí el buen éxito de la batalla. Así cumplo con mi deber; y crea -usted que no es leve esa cruz que arrastro. ¡De qué buena gana se la -cediera á los que envidian mi legítima importancia en el país! Porque, -después da todo, los pueblos son ingratos, y me pagan con perfidias y -deslealtades los sacrificios que hago por ellos.»</p> - -<p>Horas después que la carta, llegó Asaduras á casa de don Juan de -Prezanes.</p> - -<p>No describo á este personaje, porque no me le tachen de parecido -á cierto Patricio Rigüelta, pariente suyo muy cercano, por parte -de padre; la cual semejanza, después de todo, no tendría nada de -particular, pues la da el oficio de ambos, ó, por mejor decir, la -naturaleza, que produce ciertos hombres formados ya para ejercerle con -fruto y lucimiento.</p> - -<p>Y hablando el tal Asaduras con don Juan de Prezanes, llegó á decir -de esta suerte:</p> - -<p>—Mucho me alegro de que se resuelva usté á<span -class="pagenum" id="Page_268">[p. 268]</span> abrir la mano (cosa que -hasta el presente no ha querido hacer, por lo cual el asunto no ha -pasado entre ambos á mayores) para que se vea y se cuente lo que hay -en ella; pues, á mi modo de ver, éste es el camino único por donde las -gentes de bien llegan á entenderse... Pues yo, señor don Juan, voy á -decirle á usté en lo que estimo la ayuda que con tanto empeño me busca -para el marqués de la Cuérniga, y mucho me alegrara de que el precio -no le pareciera subido, porque, en rigor de verdá y tanto por tanto, -mejor quisiera servirle á usté, que es, como quien dice, de casa, que -á ningún otro forastero de los que trabajan la partida al barón de -Siete-Suelas... Son corazonás de la nobleza de uno, que no se pueden -remediar. La tierra jala siempre á los suyos... y vamos al caso. No es -usté ignorante, señor don Juan, de que yo pretendí, en tiempo legal, -los terrenos que cercó junto al monte el señor don Pedro Mortera. -Era más pudiente que yo; subiólos en remate hasta donde él solo era -capaz de alcanzarlos, y quedóse con ellos... hemos de ser justos, -en buena ley. Pero yo no los perdí nunca la que les tuve, ni se la -perderé en los días de mi vida, porque los ojos me llevan al mirarlos -hechos un jardín. ¡Qué cierro, señor don Juan!... Pues ese cierro es -lo que yo pido por servirle á usté en esta ocasión... Ya veo que usté -se asombra,<span class="pagenum" id="Page_269">[p. 269]</span> y es -natural si se mira el caso por derecho; pero déjeme acabar. Están en -regla los decumentos del remate; todo se hizo como la ley manda; pero -yo le aseguro que si usté me ayuda á mover á estos concejales que son -de usté, antes de ocho días no conoce aquel expediente la madre que -le parió; se hace una denuncia á tiempo; la apoya don Rodrigo, que ya -está en autos; se manda abrir el cierro; se encausa al Ayuntamiento que -engañó á la Administración con decumentos <i>falsos</i>; se vuelve á sacar á -remate del modo que yo diré, y, sin que pasen tres semanas, el cierro -es mío.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—¡No se enfade, por Dios, señor don Juan! que, en postre y -finiquito, ésta es una proposición como otra cualquiera. Si no gusta, -tan amigos como siempre; pero no se olvide que yo no me comprometí á -decir cosa que á usté le agradara, cuando usté me brindó á proponer -lo que me pareciera más conveniente. Y ahora oiga otra condición que -tengo que poner todavía; y eso, porque soy muy leal y juego siempre -limpio: he de estar en posesión buena y bastante de ese cierro, quince -días antes de las elecciones. Si usté me sirve al tenor de lo expuesto, -de usté seré con todas mis fuerzas; si no, cumpliré honradamente mis -compromisos con el señor Barón, que, si no me da el cierro, por<span -class="pagenum" id="Page_270">[p. 270]</span>que no puede, como <i>otros</i> -podrían, sabe corresponder rumbosamente con los amigos con aquello que -está á sus alcances.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—¡Pero, hombre, no se alborote usté así por cosas de tan poco -momento!</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—¡De poco momento, sí, señor!</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—¡Anda, hijo, anda! ¡Con que en lugar de ponerme por mote -Asaduras, debieron haberme sacado las mías?... Pues mire usté: olvido -de buen aquél esa ofensa, por la gracia que me hace lo otro de que si -guerrea contra don Pedro, es sólo por tesón de que no valga la suya; y -que tan aína como él le conceda una pizca de razón en lo que usté hace, -con él se irá á donde él quiera llevarle.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—¡No, no!... ¡ya veo que le pone usté cerca de los santos del -cielo; y mucho deben valer esas alabanzas en boca de un enemigo!</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—Hombre, enemigo dije por lo que á la vista está en la ocasión -presente y lo que ha estado en otras tales. La verdá es que, si vamos -á hilarlo muy delgado, bien pudiera quebrarse entre los dedos. ¿En qué -manifiesta corresponder á la buena amistá que usté le guarda? En<span -class="pagenum" id="Page_271">[p. 271]</span> casos como el presente, -no le ayuda; en otros parecidos, le combate á muerte; si usté dice que -blanco, allí está él para sostener que es negro, hasta en los puntos -de menor cuantía; y si á creer vamos lo que rutan las gentes, no -tienen ustés día de paz completa, por oponerse á todo su genio mandón -y riguroso. Yo no diré que esto sea tirria y mal querer hacia usté, -como algunos lo aseguran, porque en tales adentros no debo meterme; -pero el demonio me lleve si tiene trazas de sentir cariñoso ni de buena -intención.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—No fué tal mi ánimo, señor don Juan: he respondido á un -reparo que se me ha hecho, y nada más.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—Cierto; pero don Rodrigo me dice que se lo proponga á usté; -usté me llama á su casa; vengo y se lo propongo... De modo y manera -que, apurando las cosas, lo feo de la propuesta no está en ella ni en -mí, sino en el oficio que usté trae y de sí lo da.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—¡No es insolencia, señor don Juan, sino la verdá pura!</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—Eso es muy distinto: en su casa, usté es el amo, y en su -derecho está al plantarme en el<span class="pagenum" id="Page_272">[p. -272]</span> corral; pero entiéndase que si usté no me hubiera llamado, -yo no hubiera venido. Y con esto me largo, que también yo tengo casa, -donde soy amo y señor... y no debo nada á naide.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Por último, llegó don Valentín; y tras un largo discurso, enderezado -á probar el deber en que se hallaban los hombres libres de resistir á -todas horas y en todos terrenos «al perjuro, que de nuevo manchaba el -suelo de la patria con su planta inmunda,» se expresó así:</p> - -<p>—Hay más relación de la que usted se figura entre servir -yo al candidato de ustedes, y ayudarme ustedes en la empresa que me -quita el sueño. Yo soy esclavo de mis principios políticos, y á ellos -ajusto los actos de mi vida civil. Entra en mi conciencia política la -ejecución del plan que traigo entre manos; y ayudando á los hombres que -me ayuden, cumplo con mi deber, porque sirvo á mi causa, á la causa -de la libertad, que es la causa de la patria; y, por consiguiente, -obro con arreglo á mi conciencia. Yo bien sé, señor don Juan, que la -empresa es peliaguda y de riesgos; pero se intenta siquiera; se ponen -los medios; y, al último, si no se vence en ella, se muere con honra. -Y es peliaguda la empresa, porque no es fácil despertar en<span -class="pagenum" id="Page_273">[p. 273]</span> estas gentes embrutecidas -ciertos sentimientos delicados, con los cuales hacen proezas otros -pueblos y hasta vencen los imposibles; pero también sé quién tiene -la culpa de ese embrutecimiento ignominioso en que vegetan nuestros -desdichados convecinos... ¡vaya si lo sé! Aquí, señor don Juan, tiene -más arraigo de lo que á usted se le figura la causa del perjuro; aquí -conozco yo á un pudiente que, so capa de no querer meterse en barullos -de política, sirve en grande á la de su devoción, y quizá conspira en -la obscuridad de sus escondrijos misteriosos; quizá él y los esbirros -negros que le ayudan, afilan hoy el puñal con que á usted y á mí ha de -herirnos mañana el brazo del tirano que se guarece ahora un poco más -allá de esos montes. No tengo necesidad de decir á usted quién es ese -pudiente, rémora de todo progreso liberal en Cumbrales.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—No me ciega la pasión ni me engañan los ojos que han -envejecido mirando de qué pie cojean los hombres; y ciegos deben ser -los de la malicia de usted si no han visto mucho de lo que yo digo.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—Eso que usted me responde honra mucho á su corazón; pero -deja los supuestos como estaban. El señor don Pedro Mortera no es -trigo<span class="pagenum" id="Page_274">[p. 274]</span> limpio, ni, -hablando en plata, tan leal amigo de usted como usted lo es suyo.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—¿En qué me fundo?... Y ¿quién mejor que usted puede saberlo? -¿En qué le ha servido? ¿De qué apuro serio le ha sacado á usted cuando -se ha visto con el agua al pescuezo en sus peleas electorales? ¿Qué -testimonio público ha dado jamás de que es capaz de hacer por usted... -lo que por él está usted haciendo ahora: defenderle?</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—Cierto: nunca ví que delante de él le ofendiera á usted -nadie; pero igual hubiera sido, porque casos se han dado, según -cuentan... y yo me entiendo.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—Repito, señor don Juan, que obra usted como un caballero -al expresarse así, y me callo, puesto que lo desea, aunque con el -sentimiento de no quedar convencido; pero otra vez será. Por de pronto, -conste, en abono de mi conducta, que, hablando de la enfermedad, no -podía yo menos de investigar las causas de ella. Para concluir, señor -don Juan: ¿qué hay de mi pleito?</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—Eso no es decir nada.</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_275">[p. 275]</span></p> - -<p>—Bien conozco que usted solo muy poca cosa puede hacer; pero -si no se da el primer paso siquiera...</p> - -<p class="g4">—............</p> - -<p>—Pues una cosa parecida respondo yo: veremos, señor don Juan, -veremos; y según sea el amparo que usted me preste hoy, así será el -auxilio que le dé yo mañana. Ya sabe usted dónde vivo; perdonar el mal -rato... y hasta cuando usted quiera.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>El mismo demonio no dispusiera mejor un plan para sacar de quicio á -don Juan de Prezanes, que saboreaba con avidez las relativas dulzuras -de las <i>nuevas</i> paces hechas con su compadre y amigo. Don Rodrigo -Calderetas, Asaduras, don Valentín, personajes inconexos entre sí, por -educación, por ideas, por aficiones, y, sin embargo, unánimes los tres -en considerar á don Pedro Mortera enemigo solapado del quisquilloso -jurisconsulto. ¡Y se lo contaban á éste sin reparo! ¡Qué de cosas no -sabrían cuando tales insinuaciones se les escapaban de los labios!</p> - -<p>Así es que al bueno de don Juan le chisporroteaba el cerebro en -cuanto se quedó solo y se puso á meditar.</p> - -<p>—¡Y sea usted dócil—exclamó de pronto<span -class="pagenum" id="Page_276">[p. 276]</span> dando un puñetazo -sobre la mesa y apartando, de un puntapié, la silla en que estuvo -sentado;—y humíllese usted y, en bien de la paz, olvide heridas -y agravios, y bese la mano que ha de darle la puñalada en el corazón! -¡Y todavía seré yo el lobo indomesticable, y él el apacible y manso -cordero!... ¡Hipócrita!... ¡Bribón! Pero yo te aseguro que no has de -salirte ahora con la tuya. Lucharé sin punto de sosiego, por lo mismo -que estas luchas te incomodan; y venceré, para que veas que ni te temo -ni te necesito... ¡Si yo no voy á tener otro remedio que hacer al fin -una barbaridad!</p> - -<p>En esta tensión estaban sus nervios cuando topó con don Pedro -Mortera, en uno de los paseos vertiginosos á que se había entregado en -la sala.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_pelopincho.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_20"> - <p><span class="pagenum" id="Page_277">[p. 277]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XX. EMOCIONES FUERTES">XX</h2> - <p class="subh2">EMOCIONES FUERTES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-a.jpg" alt="A adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Á tiempo</span> llegas, ¡vive -Dios!—bramó el jurisconsulto, trémulo y erizado.</p> - -<p>—¿Ya estás con la mosca, hombre?—respondió don Pedro, -parándose junto al hueco de la puerta.—¿Dónde demonios la -cogiste? ¿Por qué te pica ahora?</p> - -<p>—¡Y tienes el candor de preguntármelo!</p> - -<p>—¿Es decir que yo debo saberlo?</p> - -<p>—Debieras presumirlo, cuando menos.</p> - -<p>—¿De manera que estamos como estábamos?</p> - -<p>—Así lo quieres tú y así sucede... ¡y así sucederá, mientras -los hombres no lleven, como yo, la conciencia en la palma de la mano, y -escritos en la frente sus pensamientos!</p> - -<p>—Todo eso me huele, Juan, á que has dado suelta á los tuyos, -y te andan á calabazadas en la mollera. ¡Que nada te aprovechen los -escarmientos y nada te enseñe la experiencia!...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_278">[p. 278]</span></p> - -<p>—Tienes razón, Pedro: nada me enseña la experiencia... ¡tanto -me cuesta creer en la falsedad de los hombres! ¡Y cuánto disgusto -me ahorrara si más escarmentado fuera: si de una vez para siempre -cortara por lo sano é hiciera un deslinde en el campo de <i>ciertas</i> -intimidades!</p> - -<p>—Como la nuestra, ¿no es eso? Mira, Juan: el pensar á voces, -como tú piensas y quieres que piensen los demás, tiene la contra, amén -de otras muchas, de que se hacen públicos los pensamientos ruines, como -esos que, por las trazas, me consagras ahora. Por fortuna, te conozco -muy á fondo; y, porque te conozco así, te los perdono, sin usar del -derecho que me das, pensando mal de mí, para preguntarte por la causa -de ello. ¡Qué hermoso manicomio fuera el mundo, tan lleno de hombres -aprensivos, si todos pensáramos á voces, como tú lo deseas!... Pero -dejemos esto ahora.</p> - -<p>—No he de dejarlo, ¡vive Dios! que me interesa mucho ponerlo -en claro.</p> - -<p>—Corriente, Juan; pero como yo no he venido á tratar de ese -punto, aplázalo siquiera hasta que yo te diga á qué vine; y, entre -tanto, piensa de mí cuantas maldades quieras.</p> - -<p>Esto dicho por don Pedro Mortera, detuvo á su amigo que por delante -de él pasaba muy agitado; asióle del brazo y le introdujo en el -gabinete; á todo lo cual se prestó el juriscon<span class="pagenum" -id="Page_279">[p. 279]</span>sulto como una máquina, pero una máquina -cargada de pólvora y erizada de mechas encendidas entre espinas de -acero. Cuando estuvieron encerrados los dos compadres, dijo de muy mala -gana don Juan de Prezanes, continuando allí sus paseos:</p> - -<p>—¿Á qué tantos misterios? ¿Qué es lo que tienes que -decirme?</p> - -<p>—Que merecías que no te lo dijera, por obcecado y -cascarrabias,—respondió don Pedro Mortera.</p> - -<p>—¿Puedes decirme á qué has venido, sin provocar nuevos -altercados?—repuso don Juan, desentendiéndose de la chanza de su -amigo.</p> - -<p>—He venido—respondió don Pedro,—á pedirte la mano -de Ana para mi hijo Pablo.</p> - -<p>No es dado á la rudeza de mis pinceles pintar con exacto parecido -la impresión que estas palabras causaron en el jurisconsulto de -Cumbrales. El corazón, el cerebro, los nervios, cuanto en su sér había -de inteligente y sensible, se conmovió al mismo tiempo por muchos y -diversos modos. Lo inesperado del caso; la vehemencia de su amor á -Ana; las prendas de Pablo, á quien quería como á un hijo; la alegría -reflejada en el noble rostro de su compadre; las ruines sospechas con -que él le ultrajaba un momento antes; el inmenso beneficio con que le -brindaba el enemigo supuesto, y la mal proba<span class="pagenum" -id="Page_280">[p. 280]</span>da lealtad de los amigos que con tan -negros colores se le pintaban; la inquebrantable entereza del uno; las -sospechosas veleidades de los otros; lo que le estaba pasando entonces; -lo que le había pasado toda su vida; su soledad de siempre; el abrigo y -el amor de una familia para en adelante, cuando el frío de la vejez le -amenazaba con sus rigores y sus tristezas... ¿quién sabe lo que aquel -hombre vió en un solo instante, á la luz de un relámpago de su cerebro -tempestuoso!</p> - -<p>Tembló de pies á cabeza; pensó que le faltaba suelo donde pisar, -ó que el techo se le desplomaba encima; trocóse la fiereza de su -semblante en mansa dulzura, y apenas halló voz en su garganta para -decir á su amigo, volviéndose hacia él rápidamente:</p> - -<p>—Á ver, hombre... á ver... Hazme el favor de repetirme las... -<i>eso</i>, ¡eso que me has dicho!</p> - -<p>Sonrióse don Pedro, que estudiaba grado á grado la transformación de -su compadre, y le complació así:</p> - -<p>—Que te pido la mano de tu hija Ana para mi hijo Pablo.</p> - -<p>—Jesús, María y José!</p> - -<p>—¿Tanto te asombra la pretensión, Juan?... ¿Es posible que -jamás te haya pasado esa idea por las mientes?</p> - -<p>—Jurara que no, Pedro... y no porque el caso esté fuera de lo -natural y hacedero, y no sea,<span class="pagenum" id="Page_281">[p. -281]</span> además, bueno y conveniente para todos... quizá, si me -apuras, sea Pablo el único hombre que yo juzgue digno de ser el marido -de Ana; pero está mi vida tan empapada en disgustos y contrariedades; -estoy tan avezado á la obscuridad de las penas y á los quebrantos del -espíritu, que ni soñando ven mis ojos cuadros de color de rosa. Así es -que ahora, con eso que me dices, tan de improviso, tan de repente, tan -inesperado y en tan especial ocasión, parece que salgo de una pesadilla -horrenda y entro en la vida regular de los hombres libres y de los -padres venturosos... ¡Ay, Pedro!... ¡Dios os lo pague!</p> - -<p>Y aquel desdichado, siervo del más tirano de los temperamentos, y -condenado al suplicio de arrastrar su corazón por todas las asperezas -de la vida, lloraba como un niño.</p> - -<p>—¡Qué demonches, hombre!—decía, entre puchero y puchero, -á su amigo, que le contemplaba con cariñoso interés:—¡mire -usted que es raro este efecto que me ha causado la noticia!... Te -extrañará mucho, ¿no es verdad, Pedro?... Nada, somos así, y perdona -la debilidad... Pues mira, hombre, me hace mucho bien acá dentro -esta sacudida. Y dime, ¿qué piensan ellos del proyecto?... ¿están de -acuerdo?</p> - -<p>—¡No han de estarlo?</p> - -<p>—¡Picaronazos!... Pero ¿de cuándo acá, hombre?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_282">[p. 282]</span></p> - -<p>—Sospecho que desde que eran así de chiquitines.</p> - -<p>—¿Y no se han acordado hasta ahora de decirlo?</p> - -<p>—Por las trazas, no han caído en ello hasta ahora. Hoy me lo -ha declarado Pablo, y hoy te lo cuento á tí.</p> - -<p>—Y ¿qué dice tu mujer á eso?... ¿Qué dice María?</p> - -<p>—Lo que digo yo; lo que piensas tú: que si á ellos no se les -hubiera ocurrido, debiera ocurrírsenos á nosotros.</p> - -<p>—¿Se te ocurrió alguna vez á tí, Pedro?</p> - -<p>—¡Yo lo creo, Juan!</p> - -<p>—Y ¿por qué no lo dijiste?</p> - -<p>—Porque prefería que se anticiparan ellos, como se han -anticipado.</p> - -<p>—¿Y si no se anticipaban?</p> - -<p>—Están en la flor de la juventud, y había mucho tiempo por -delante.</p> - -<p>—¡Para tí, que eres feliz; no para mí, que corre siempre lleno -de pesadumbres!</p> - -<p>—¿Esperas que este suceso te libre de ellas?</p> - -<p>—De muchas sí, Pedro. La soledad fué siempre el mayor de mis -males, no lo dudes. Yo hubiera sido otro hombre con la casa llena -de familia y la conciencia cargada de obligaciones. La de no hacer -desgraciada á mi mujer fué freno que domó los ímpetus de mi tem<span -class="pagenum" id="Page_283">[p. 283]</span>peramento; y el amor y -la abnegación con que ella pagaba el sacrificio, llegaron á hacerme -hasta venturoso. La muerte me arrebató este bien cuando empezaba á -saborearle... y volví á verme solo.</p> - -<p>—¡Solo!... ¿Y tu hija, hombre de Dios?</p> - -<p>—Precisamente nace el mayor de mis tormentos del celo heróico -con que está consagrada á mí; porque ¿qué derecho tengo yo para echar -sobre sus hombros la misma cruz que le tocó en suerte á su madre? -¡Vivir por ella, mirarse en sus ojos, y hacerla desgraciada! ¿Habrá -tortura mayor para el corazón de un padre? Y si hoy en la noticia que -me traes columbro yo la dicha de Ana para el resto de sus días, ¿qué -mucho que en esa visión se deslumbre mi alma, y lo publiquen sin reparo -mis ojos y mi lengua?</p> - -<p>Trémulo estaba entonces don Juan de Prezanes, y gruesos lagrimones -le corrían por la pálida faz. Mirábale conmovido su compadre, y le -dijo:</p> - -<p>—¿Te parece bien que hables del caso á tu hija estando yo -delante?</p> - -<p>—¡Vaya si me parece!... y va á ser ahora mismo.</p> - -<p>Salió, diciendo esto, y llamó á Ana desde la puerta. No debía -andar muy lejos ni muy ajena á lo que se trataba en el gabinete de -su pa<span class="pagenum" id="Page_284">[p. 284]</span>dre, porque -llegó á él en seguida y muy turbada. La enteró éste de lo que ocurría, -y se turbó más; pero se repuso pronto, porque no era su turbación hija -de lo inesperado ni de lo desagradable. Respondió serena al obligado -interrogatorio á que se la sometió, y aun traspuso los ordinarios -límites, dando un poco de suelta á su corazón, alentada por el regocijo -que leía en la cara de su padre. Después dijo así, volviendo á ser -dueña de su genio alegre y travieso:</p> - -<p>—Bien está todo; pero le falta la salsa que ha de hacerlo más -sabroso; y esta salsa—añadió encarándose con su padrino,—va -á ser de cuenta de usted.</p> - -<p>—Pues tenla por segura—respondió don Pedro muy -risueño,—si es cosa hacedera en mi cocina.</p> - -<p>—¡Vaya si lo es!—repuso Ana.—Pero así y todo, -mírese usted mucho antes de comprometerse.</p> - -<p>—Hija mía—dijo don Pedro fingiéndose más preocupado de -lo que estaba:—me vas metiendo en cuidado, ¿Qué demonio de salsa -puede ser esa?</p> - -<p>—Oiga usted la receta... pero á condición de que si, como -usted dijo, es hacedera, no ha de faltar en mi boda. ¿Se acepta la -condición?</p> - -<p>—¿Y si no la acepto?—preguntó á su vez don Pedro.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_285">[p. 285]</span></p> - -<p>—Si usted no lo acepta—respondió Ana muy seria,—no -hay boda.</p> - -<p>—¡Demonio!—exclamaron aquí los dos compadres; y añadió -don Pedro:—Á tales amenazas, hija mía, no hay otro remedio que -ceder. Con que venga la receta.</p> - -<p>—Pues la salsa de mi boda—dijo entonces Ana,—ha de -ser la boda de María.</p> - -<p>Esta vez fué don Pedro Mortera quien se quedó hecho una estatua, -mientras don Juan de Prezanes, entre curioso y admirado, le contemplaba -con las cejas muy levantadas, la boca entreabierta y las manos cruzadas -atrás.</p> - -<p>—¡La boda de María!—repitió don Pedro sin salir de su -sorpresa.—Pero ¿cómo?... ¿con quién?</p> - -<p>—Con un novio que tiene... ¡y muy apuesto y muy guapo!</p> - -<p>—¡María un novio! ¿Desde cuándo, mujer?</p> - -<p>—Hace más de dos años, padrino.</p> - -<p>—¡Y sin saber yo una palabra!... ¡Imposible!</p> - -<p>Soltó aquí la carcajada don Juan de Prezanes, y dijo á su -compadre:</p> - -<p>—Á la zorra, candilazo... ¿Pensabas ser en tu casa más lince -que yo en la mía? Pues chúpate esa.</p> - -<p>—¡Qué lince ni qué demonio, hombre! si todo esto es una broma -de tu hija. ¿No es verdad, Ana?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_286">[p. 286]</span></p> - -<p>—No, señor, que es la pura verdad,—respondió ésta muy -seria; y á continuación refirió cuanto el lector sabe del caso, pero -sin decir quién era el padre del mancebo de la villa.</p> - -<p>Asombrábase cada vez más don Pedro Mortera, y dijo al terminar Ana -su relato:</p> - -<p>—Pues si tan honrado, tan bello y tan rico es el pretendiente, -¿por qué tiene mi hija por imposible mi consentimiento?</p> - -<p>—¡Pues ahí verá usted!... ¡Como si el reparo fuera cosa del -otro jueves!</p> - -<p>—Pero ¿qué reparo es ese, Ana?... ¡Acaba, por Dios, de una -vez!</p> - -<p>—Las pocas simpatías que hay entre usted y el padre del -novio... ¡Como si los hijos tuvieran la culpa de las flaquezas de los -padres!</p> - -<p>—Apostamos algo á que... ¿Quién es ese padre, Ana?</p> - -<p>—Don Rodrigo Calderetas.</p> - -<p>Al oir esto, se santiguó don Juan de Prezanes y volvió la cara para -que su compadre no le viera reirse.</p> - -<p>—¡Justo!... ¡lo que yo iba sospechando!—exclamó don -Pedro Mortera apretando los puños.—Pero ¿qué demonio ha hilado -esta madeja en que me estáis enredando? y, sobre todo, y aun suponiendo -que yo fuera capaz de ser consuegro de un hombre semejante; que yo -olvidara lo que olvidar no puedo; que yo no vie<span class="pagenum" -id="Page_287">[p. 287]</span>ra lo que tengo delante de los ojos, ¿qué -hay aquí hasta ahora sino el antojo de dos mozuelos? ¿qué pasos se han -dado ante mí para que yo, sin desautorizarme, pueda... ni siquiera -darme por entendido de lo que ocurre?... ¿Ó se trata de humillarme -hasta el punto de que yo vaya á ofrecer mi hija al mequetrefe que la -galantea, quizá por pasatiempo?</p> - -<p>—En todo eso se ha pensado, padrino—respondió Ana con la -más hechicera gravedad,—y todo está de manera que sólo falta el -consentimiento de usted.</p> - -<p>—Y ¿quién lo ha arreglado así, señora -medianera?—preguntó don Pedro, que á duras penas contenía la risa -á que le incitaba la cómica seriedad de su ahijada.</p> - -<p>—Yo—respondió ésta.</p> - -<p>—¡Ave María Purísima!</p> - -<p>Don Juan de Prezanes no pudo más aquí, y soltó una carcajada que -duró un buen rato.</p> - -<p>—¡Te digo—exclamó después,—que es el mismo demonio -esta muchacha!</p> - -<p>—Pues el asunto es más serio de lo que parece, -¡caramba!—dijo don Pedro, verdaderamente alarmado.—Á ver, -Ana, á ver... ¡Dime, con toda formalidad, lo que has hecho; qué lío es -ese en que me habéis metido!</p> - -<p>—No hay tal lío, padrino, sino la cosa más natural del mundo. -Previendo yo lo que suce<span class="pagenum" id="Page_288">[p. -288]</span>de, y compadecida de la situación de María, la aconsejé que -aceptara la oferta que su novio la había hecho de hablar del caso á -su padre. Si en éste hallaba oposición, ¿á qué seguir adelante? y si, -por el contrario, le parecía bien, ¿por qué ocultárselo á usted? Pues -habló el pretendiente; y como halló buena acogida en su padre, que no -se atreve á dar ese paso que usted echa de menos, porque teme ser mal -recibido, y como yo sé todo esto <i>porque debía saberlo</i>, á usted se -lo cuento ahora. ¿Hay nada más natural... ni mejor conducido, aunque -no debiera decirlo yo? Además—añadió Ana, viendo que su padrino -se paseaba inquieto y cabizbajo, sin replicar una palabra, y que la -incitaba su padre con los ojos á continuar el asedio:—no es sólo -el bien de María lo que me ha movido á echar sobre mí el empeño de -<i>arreglar</i> este asunto. Tiene él más alcance de lo que parece. Usted y -mi padre andan siempre á la greña porque mi padre se mete más de lo que -debiera en esos enredos que arman el barón de Siete-Suelas, el marqués -de la Cuérniga y otros tales que de eso viven, y está á matar con don -Rodrigo Calderetas, porque don Rodrigo Calderetas también se mete en -esto mismo... y en otro tanto más. Es de creer que cuando usted y mi -padrino sean todos unos, por... por <i>eso</i> que se ha arreglado hoy, mi -padre tire más para los su<span class="pagenum" id="Page_289">[p. -289]</span>yos que para los ajenos, y se acabe entre usted y él ese -motivo tan viejo de discordias y desazones. Pues que se casa María con -el hijo de don Rodrigo Calderetas, buen señor, por lo demás, y amigo -de usted en otro tiempo: cátele usted ya de la familia y poniendo sus -muchas influencias en el fondo común, para bien de estas pobres gentes, -y á los barones y marqueses en manos de Asaduras, que es lo mismo que -decir que no volverá á saberse de ellos en diez leguas á la redonda -de Cumbrales. ¿Le parece á usted, padrino, de poca importancia el -casamiento de María, aunque sólo se le mire por este lado?</p> - -<p>Continuaba paseando don Pedro, mirábale anheloso don Juan, y también -quedaron sin respuesta estos razonamientos de Ana, que estaba muy lejos -de chancearse al exponerlos. ¿Labraron algo en el ánimo de don Pedro -Mortera? No pudo saberse por entonces, porque Ana no consiguió arrancar -á su padrino otras palabras que éstas, dichas al despedirse poco -después:</p> - -<p>—Hija mía, la salsa que te he ofrecido lleva demasiada sal y -pimienta para comprometerme yo desde ahora á preparártela; pero con esa -salsa ó sin ella, no faltará Dios de tus bodas, ni María dejará de ser -tan feliz como merezca serlo.</p> - -<p>—Envíame á Pablo en seguida,—le dijo don Juan de -Prezanes, despidiéndole con un abrazo en la puerta de la escalera.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_290">[p. 290]</span></p> - -<p>Cuando volvió á la sala, dió otro más apretado á su hija que le -esperaba allí. ¡Cuánto le dijo en aquella caricia, con las lágrimas de -sus ojos y los latidos de su corazón!</p> - -<p>—¿Cree usted que va vencido?—le preguntó Ana, secándose -las mejillas cuando la emoción la permitió hablar.</p> - -<p>—¡Y cómo no, hija mía, en una causa tan injusta como la suya, -y con un enemigo como tú?</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Tres días después de estas ocurrencias recibió don Juan de Prezanes -la visita de don Rodrigo Calderetas.</p> - -<p>Era este personaje no muy alto, bien contorneado, aparatoso de traje -y apostura, de blanca tez, teñido bigote, muy afeitado el resto de la -barba, tersas, pulcras y cerradas tirillas, y gran cadena de reló.</p> - -<p>Iba de casa de don Pedro Mortera, y le preguntó su amigo don Juan, -apenas le hubo saludado:</p> - -<p>—¿Y el asunto?</p> - -<p>—Como era de esperarse—respondió la «gran -persona;»—porque no vine yo á ofrecer ninguna puñalada al señor -don Pedro Mortera, amigo mío.</p> - -<p>—Lo sé muy bien, señor don Rodrigo; pero como no andaban -ustedes en la mejor armonía,<span class="pagenum" id="Page_291">[p. -291]</span> bien pudiera haber surgido alguna dificultad...</p> - -<p>—Efectivamente; pero cuando se trata del bien de los hijos... -¡Mostró el mío tal empeño en que se diera este paso!... Cierto que don -Pedro es una persona apreciabilísima, respetable y de gran posición; -que su hija es bella y digna, en todos conceptos, de un esposo como -el que yo la he ofrecido y ella ha aceptado, con regocijo de toda su -familia; regocijo que yo juzgo sincero y cordial, no menos que la -cortés acogida que me ha hecho mi antiguo amigo... aunque hubiera -querido yo verle un poco más expansivo, más... en fin, como en otro -tiempo; pero ¡ya se ve! hay que aparentar cierto... pues; porque el -puntillo... Esto no obsta para que yo me prometa grandes ventajas para -todos de esta alianza entre dos familias tan importantes, ó mejor -dicho, entre tres, puesto que, según acaba de decírseme allí, el joven -Pablo, hermano de María, se casa con la hija de usted... por lo que le -felicito con toda cordialidad; de manera que este doble enlace nos une -á usted, á don Pedro y á mí, íntima y estrechamente... Y á propósito: -¿conserva usted cierta carta que le escribí pocos días hace?</p> - -<p>Sonrióse don Juan de Prezanes, y respondió:</p> - -<p>—No le apene ese cuidado, que yo nunca archivo documentos de -esa especie... por lo que pueda suceder.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_292">[p. 292]</span></p> - -<p>—Aplaudo la previsión—repuso don Rodrigo;—pero -no entienda usted por mi pregunta que estuviera yo alarmado ni mucho -menos; aunque creo recordar que apunté en esa carta ciertas sospechas -que yo tenía del señor don Pedro... Ya se ve: ¡se ensartan á veces -de tal manera los sucesos! ¡parecen tan fehacientes los informes! -¡apremian de tal modo las circunstancias! ¡llegan á tan alto mis -conexiones políticas! ¡solicitan mi cooperación fuerzas tan egregias -y tan invencibles, y soy yo tan caballero, señor don Juan, tan -caballero!... Por otra parte, este don Pedro Mortera ¡tiene un carácter -tan inflexible, tan apegado á sus convicciones, tan refractario á los -procedimientos usuales en estas manifestaciones del nuevo sistema -político que gloriosamente nos rige!... En fin, él se entenderá. Á -usted ¿qué le parece?</p> - -<p>—Paréceme, señor don Rodrigo—respondió don Juan sin -ambajes,—que le ha sobrado la razón á mi compadre siempre que se -ha resistido á aliarse á nosotros para luchar en el poco limpio terreno -á que le hemos llamado; porque, sean cuales fueren las ventajas del -sistema nuevo, sistema que ni usted ni yo hemos tenido en cuenta para -maldita de Dios la cosa al lanzarnos á las luchas de que se trata, -ni él discute ni ha discutido jamás, es lo cierto que el papel que -hacemos nosotros agitando estos pueblos y en<span class="pagenum" -id="Page_293">[p. 293]</span>sañándonos, por satisfacer míseras -venganzas, en infelices desvalidos, sólo porque triunfe (digámoslo -aquí donde nadie nos oye) un aventurero farsante y desagradecido, como -el marqués de la Cuérniga ó el barón de Siete-Suelas, es mucho menos -honroso que el de mi compadre metido en su concha y resistiéndose á -ayudarnos en esta obra... verdaderamente inicua; creo, en fin, señor -don Rodrigo, que, por este lado, la cuenta que haya de dar á Dios -nuestro amigo, será mucho más corta que la nuestra.</p> - -<p>—Pshe... mirada la cuestión desde ese punto de vista... pero -considerando que son <i>males corrientes</i>, más diré, <i>indispensables</i>, -y que, si nosotros no los causamos, alguien los ha de causar, la cosa -cambia mucho de aspecto.</p> - -<p>—El mal, señor don Rodrigo, mal es siempre y donde quiera; y -causarle, jamás será obrar bien. Nosotros le causamos muy á menudo, -ergo...</p> - -<p>—Y pensando así, ¿cómo está usted siempre á mi lado y enfrente -de su amigo?</p> - -<p>—Por el condenado amor propio, por el tesón, por la soberbia, -que ofuscan y enloquecen; por lo que se llama <i>sostener la bandera</i>... -por estar demasiado hecho á esa moral de sofismas y acomodamientos. -Pero esto no impide que, cuando pasa la fiebre, luzca la verdad -en mi razón y diga yo lo que siento, como lo digo ahora.<span -class="pagenum" id="Page_294">[p. 294]</span> ¡Ay, don Rodrigo, -cuánto ganaríamos usted y yo en la opinión pública y en reposo y en -tranquilidad de conciencia, si desde ahora nos resolviéramos á dar un -puntapié á las aspiraciones de algunos caballeros como el que fué causa -de ciertos párrafos de esa carta de usted; de la tempestad que éstos -levantaron en mi corazón, y del riesgo á que me expusieron; y, unidos -los tres, nos consagráramos á hacer el bien de estas gentes mientras se -presentaba un hombre honrado que tomara, <i>á la fuerza</i>, el cargo penoso -que tantos vividores <i>solicitan</i>! No creo que éste hiciera por sí solo -grandes cosas allá arriba; pero tampoco haría daño, que es bastante -hacer; viviríamos aquí en paz, y, sobre todo, nosotros habríamos -cumplido con nuestra obligación. Hablo, señor don Rodrigo, con la -autoridad de mis desengaños, y, como quien dice, con el pensamiento de -nuestro ya más que amigo, don Pedro Mortera. ¡Dichoso él que ha tenido -fuerza de voluntad bastante para no poner nunca en contradicción sus -obras con sus ideas!</p> - -<p>—Á la cuenta, señor don Juan, está usted muy dispuesto á -pasarse á los reales de su amigo y consuegro... si es que no se ha -pasado ya.</p> - -<p>—Cosa es, don Rodrigo, á que no puedo responder en este -instante; pero, visto lo que ocurre, ni á usted ni á mí nos estará ya -muy bien<span class="pagenum" id="Page_295">[p. 295]</span> reñir con -él y acariciar á Asaduras, que pretende...</p> - -<p>—Sí, sí... ya recuerdo. La pretensión es grave, ciertamente, -y parecería mal... pero se me ha puesto en el caso de luchar á todo -trance... ¡y como soy tan caballero!... Por eso se lo indiqué á usted -para que le sirviera de gobierno; que, por lo demás... ¡Esta influencia -desdichada de que estoy revestido!... Créame usted, señor don Juan, -que daría lo que no es decible por ser un personaje obscuro... En -fin, el asunto es de meditarse, y veremos de conducirle de manera -que yo no falte á lo que debo á mis compromisos ni á lo que exigen, -de un caballero como yo, las nuevas circunstancias que me ligan con -ustedes.</p> - -<p>Poco más se habló entonces entre don Rodrigo Calderetas y don Juan -de Prezanes. Despidiéronse con más cortesía que afecto; montó la gran -persona en el caballejo que le había traído, flaco y peludo, pero con -mucha placa y majos pespuntes en los arreos; agachó la cabeza al salir -de la portalada, aunque ni con vara y media llegaba su reluciente -sombrero á la viga que servía de dintel, y arreó hacia la villa por la -calleja inmediata.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_296">[p. 296]</span></p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Al día siguiente dijo Pablo á Nisco:</p> - -<p>—Me caso con Ana.</p> - -<p>—Es de razón—contestó Nisco,—y para bien sea por -muchos años. ¡Buen personal te llevas!... y de tu comenencia es, como -en su día te dije.</p> - -<p>—También se casa María.</p> - -<p>—¿Tu hermana!</p> - -<p>—Mi hermana.</p> - -<p>—Con que... ¡tu hermana María!... ¿Y así, tan de porrazo?</p> - -<p>—Tan de porrazo no, puesto que son amores viejos.</p> - -<p>—¡Amores viejos!... ¡Naide lo diría! Y ¿con quién se casa, si -se puede saber?</p> - -<p>—Con un hijo de don Rodrigo Calderetas.</p> - -<p>—¿El de la villa?</p> - -<p>—El de la villa.</p> - -<p>—Vamos, con un caballero fino y pudiente... Tal para cual, -como el otro que dijo... El oro con la seda. Eso debe de ser, por lo -visto... Pues por muchos años, Pablo; y si otra cosa no mandas por -ahora...</p> - -<p>—Vete con Dios, Nisco, y anímete el ejemplo.</p> - -<p>—¿Á qué, Pablo?</p> - -<p>—Á casarte con Catalina.</p> - -<p>—Es verdad; tal para cual: esa es la ley. ¡Ojalá no se faltara -nunca á ella... ni con el pensamiento!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_297">[p. 297]</span></p> - -<p>—Bien te la prediqué un día, y te atufaste.</p> - -<p>—Era hablar por hablar... ¿Y nosotros, <i>por eso</i>, tan amigos -como siempre?</p> - -<p>—¿Y cuál es <i>eso</i>?</p> - -<p>—<i>Eso</i> es, Pablo, el casarte tú ahora.</p> - -<p>—¡Qué bolonio eres, hombre!: más amigos que nunca; y á cuenta -de ello, démonos un abrazo... ¡Aprieta, Nisco!... ¡Qué demonches! -tienes la mano fría y la cara algo pálida.</p> - -<p>—Pshe... pamplinas del arca, motivao á que estoy en -ayunas...</p> - -<p>—Por lo demás, Nisco, igual que antes... en todo lo que no -esté reñido con el nuevo estado, se entiende. Si quieres continuar las -lecciones...</p> - -<p>—¡Lecciones!... Para lo que valgo y soy, creo que ya he -aprendido en tu casa... todo lo que es menester. Con que, adiós, -Pablo.</p> - -<p>—Adiós, Nisco.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cennudo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_21"> - <p><span class="pagenum" id="Page_299">[p. 299]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_busto.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXI. PRÓLOGO DE UN DRAMA">XXI</h2> - <p class="subh2">PRÓLOGO DE UN DRAMA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Chiscón</span>, porque le -corrían costas en el pleito, no se descuidó en rematarle cuanto -antes.</p> - -<p>Volvió á Cumbrales al otro día, cerca ya del anochecer; y después de -reforzar el ánimo con unos tragos en la taberna de Resquemín, donde le -dijeron que Tablucas acababa de marcharse para meterse en casa antes de -que llegara la noche, fuése á la de Catalina. Cabalmente, al entrar él, -estaba toda la familia reunida, porque acababa de cenar.</p> - -<p>Sin exordios ni tanteos, no bien se acomodó en el taburete cerca de -la <i>perezosa</i>, cargada aún con los cacharros vacíos y los codos de la -gente de casa, declaró sus honradas intenciones y expuso el inventario -de sus caudales. La res<span class="pagenum" id="Page_300">[p. -300]</span>puesta fué breve y terminante: se agradeció mucho la -voluntad; pero se desestimó el propósito.</p> - -<p>Chiscón, que no podía llamarse á engaño, porque á nada obliga en -la Montaña á una moza soltera el abrir de noche la puerta al mozo que -así lo desea para hablarla delante de la familia al amor de la lumbre, -de los cuales términos él no había pasado allí, tragóse las calabazas -sin meterse en más indagaciones; se despidió como pudo, y volvió á la -taberna donde le esperaba el Sevillano. Llegó el hombre, que ahumaba, y -pidió á Resquemín una azumbre de lo blanco para apagar el incendio.</p> - -<p>Conoció el Sevillano dónde le dolían á su amigo las quemaduras, puso -el dedo sobre las llagas, bramó el doliente; y hablando, hablando, y -bebiendo, bebiendo, desfogóse el de Rinconeda á sus anchas, pero sin -decir pizca de verdad. Puso á Catalina y á toda su casta para pelar; -fingió haber sido en él chanza y pasatiempo lo que á tales injusticias -le arrastraba; supuso que se había negado á ser paño de las lágrimas -vertidas por los desdenes de Nisco; pintó en la moza los deseos, y en -él el desaire; y creyendo que por esta senda arriba se encaramaba muy -alto, dió en despotricar por el estilo á medida que bebía y entraban -gentes en la taberna.</p> - -<p>Al otro día todo el pueblo era sabedor de lo charlado allí por -Chiscón, que, después de dor<span class="pagenum" id="Page_301">[p. -301]</span>mir la mona y las pesadumbres, verdaderas lenguas de sus -descomedimientos, apenas se acordaba de otra cosa que de las calabazas -recibidas.</p> - -<p>El domingo siguiente se presentó en el corro de Cumbrales; y como -lo valiente no quita lo cortés, algo también por vía de memorial -indirecto, y mucho por alarde para desautorizar dichos y murmuraciones, -invitó á bailar á Catalina; pero ésta, que tenía buena memoria y muchos -agravios que vengar del mocetón de Rinconeda, le soltó á la cara -un no redondo, seco y frío... y gracias que no le soltó además una -desvergüenza.</p> - -<p>Pareciéronle á Chiscón, por ser públicas, estas segundas calabazas -más duras de tragar que las primeras; pero tragólas mal de su grado, -aunque no sin bascas y trasudores; y fingiendo una serenidad que no -tenía, apartóse de Catalina y acudió á otra moza con la pretensión. -Como había sido tan mirado y visto el desaire, y en casos tales á -nadie le gusta recoger lo que otro desecha, la moza invitada desairó -también á Chiscón; dirigióse éste en seguida á la de más allá... y lo -mismo, y así, de moza en moza, recorrió toda la fila el de Rinconeda, -llevando tal carga de calabazas, que le abrumaron; con lo que perdió la -poca serenidad que le quedaba y se largó de allí como perro con<span -class="pagenum" id="Page_302">[p. 302]</span> maza; mas no sin decir -antes, con su voz de trueno, vuelto el airado rostro hacia la gente:</p> - -<p>—¡Yo vos aseguro que he de bailar aquí mesmo, hasta que me -digáis que lo deje!</p> - -<p>Para el siguiente domingo tenía dispuesta la juventud de Cumbrales -una <i>magosta</i>, precisamente en una castañera que lindaba con el término -de Rinconeda.</p> - -<p>Como la castañera estaba soltando el fruto de puro sazonado, y era -de la pertenencia de varios vecinos de Cumbrales que tenían hijos -mozos, autorizóse á éstos para que ofrecieran un sabroso regodeo á toda -la gente joven con las castañas que se <i>sacudieran</i> de los árboles, en -vez de hacer la magosta con las compradas á escote, como ordinariamente -acontece. De este modo tendría la fiesta un aliciente más en los -lances de la sacudida, y una ventaja de consideración el ser la fruta -regalada.</p> - -<p>Aquel día, después del rosario, no quedaron en el corro de Cumbrales -más que las viejas jugando á la brisca, y unos pocos hombres en la -bolera; todo lo demás se fué en alegre romería, después de hacer los -mozos el necesario acopio de vino, y de proveerse también de un par de -recias y larguísimas varas, camino de la castañera.</p> - -<p>Una vez allí la gente, varazo á esta rama, varazo á la otra, desde -el suelo si la vara alcan<span class="pagenum" id="Page_303">[p. -303]</span>zaba al fruto, ó desde la cruz del castaño si los -erizos estaban muy altos; apañando esta moza las castañas sueltas; -<i>descachizando</i> la otra los erizos con los tacones de los zapatos y con -mucho tiento para no reventar lo que guardaba la espinosa envoltura; -acopiando escajos secos unos mozos; avivando en lugar conveniente -dos mozas de las más amañadas la mortecina lumbre; templando otras á -su calor los flojos parches de las panderetas, y mordiendo todos y -todas, por un lado, las acopiadas castañas para que no reventaran en -el fuego, con peligro de los cercanos ojos; canturriando unas aquí, -relinchando otros allá, locuaces los más y risueños todos, el campo de -la castañera, abrigado del aire y del sol por las anchas, espesas y -bajas copas de los árboles, parecía un hormiguero en el ir y venir de -la gente, y una pajarera en lo ruidoso y pintoresco del conjunto.</p> - -<p>Acabóse el vareo y el acopio; trocóse la lumbre tímida en voraz -hoguera, y ésta, á su vez, en descomunal brasero; hízose en él con -una estaca honda sima; llenóse de castañas; volvieron á unirse los -bordes candentes; y mientras se dejó al cuidado de personas de juicio -é inteligencia la delicada tarea de revolver las ascuas y de sacar las -castañas que fueran asándose, pero sin quemarse, en lo que estriba toda -la dificultad del caso, la gente de sobra hizo co<span class="pagenum" -id="Page_304">[p. 304]</span>rro más abajo, sonaron las panderetas, -y comenzó el baile, que es la salsa de todas las fiestas aquí... «y -en Valladolid,» anden en ellas el percal de á peseta y el paño burdo, -ó triunfen la seda turgente y el frac diplomático. La misma raza con -diferente librea; la propia carne con distinto pelo.</p> - -<p>Duró el baile hasta que las castañas se asaron. Entonces se sentaron -en rueda mozos y mozas, y comenzó á circular la bota para remojar las -castañas, que se repartieron á sombrerada por concurrente. Amenizábase -el regodeo con dichos y risotadas, y se tiznaba la cara con pellejos -quemados al que se distraía un instante; en el cual empeño, condición -especial de las magostas, eran las mujeres las más tercas.</p> - -<p>Así se andaba allí, tan pronto sorbiendo como mascando, como -limpiándose la cara con el delantal ó la manga de la camisa, cuando -apareció Chiscón en la magosta, por el lado de Rinconeda. No se supo -nunca si fué casual ó de intento la llegada del calabaceado mocetón, -y á nadie agradó verle allí tan de improviso; pero como saludó muy -atento, se le brindó con lo que había. Tomó, por no desairar la -oferta, una castaña, y se llevó á los labios la bota de vino; y debió -infundirle ánimos la cortés acogida, porque, en vez de seguir su -camino, se sentó con los de Cumbrales.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_305">[p. 305]</span></p> - -<p>Terminado el refrigerio, <i>se enterró la bruja</i><a id="FNanchor_4" -href="#Footnote_4" class="fnanchor">[4]</a> entre las ya tibias cenizas -de la lumbre, y volvió á comenzar el baile. Cada moza fué <i>sacada</i> -por un mozo, y el de Rinconeda se quedó entre los pocos desparejados -que miraban; pero se tocó <i>á lo alto</i>, y entonces, al amparo de -la costumbre, que es ley en muchos casos, y en tales como aquél, -indiscutible, <i>echó fuera</i> al mozo que bailaba con Catalina, creyendo -el testarudo que así no eran posibles las calabazas; pero se equivocó. -La esquiva moza se plantó en firme en cuanto le tuvo delante, y en -seguida le volvió la espalda. Sintió Chiscón el golpe en lo más vivo, -y para disimular sus efectos, echó fuera al mozo que le seguía por la -izquierda. También entonces se le plantó la moza. Atolondrado ya por la -ira y el despecho, siguió fila abajo empeñado en hallar pareja; pero -sólo halló desaires en todas partes.</p> - -<p>Reventóle al fin la corajina del pecho, y dijo, dispuesto á todo:</p> - -<p>—¡Quisiera conocer al que tiene la culpa de esto!</p> - -<p>Á lo que respondió Catalina con gran serenidad:</p> - -<p>—Pues arráncate la lengua con que me agraviastes.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_306">[p. 306]</span></p> - -<p>—¡Arrancara yo—repuso el otro, lívido de rabia,—la -que te fué con la impostura!</p> - -<p>—Muchas son entonces las impostoras.</p> - -<p>—¡Pues todas las arrancara yo, si las conociera!</p> - -<p>—Con arrancar la tuya se acababa la peste.</p> - -<p>—¿Hay quien se atreva á hacerlo entre los presentes?... -¡Pues venga á echarla mano!—dijo Chiscón, irguiendo su colosal -escultura y sacando luégo fuera de la boca un palmo de lengua, ancha, -gruesa y roja como la de un caballo.</p> - -<p>Acercósele un mozo de Cumbrales, y le respondió:</p> - -<p>—De lo que te pasa, á naide culpes en ley de josticia: que -seas valiente, no se te ha negado; pero que, con sólo decirlo, llegues -<i>á campar</i> aquí, no lo sueñes nunca. Por el corazón se mide á los -hombres y no por la estampa, y corazón no falta al más ruín de los -presentes. De fiesta estamos y en nuestra casa; en ella entrastes y -se te brindó con lo que había; de lo demás, tuya es la culpa por no -escarmentar cuando debistes. Si buscas guerra, mal haces, que, sobre no -ser justa ahora, á tí te conviene menos que á nosotros.</p> - -<p>—Y eso que me cuentas—preguntó Chiscón al templado mozo, -con burlona sonrisa,—¿es amenaza ú caridá?</p> - -<p>—Esto que te cuento—respondió el otro,—es<span -class="pagenum" id="Page_307">[p. 307]</span> riflisión de hombre de -bien y de enemigo leal.</p> - -<p>En tanto platicaban los dos así, Catalina reunió el cotarro y -consiguió en cuatro palabras ponerle en marcha hacia Cumbrales.</p> - -<p>—Vámonos, Braulio—dijo con resped al pasar junto al mozo -que hablaba con Chiscón:—deja esa peste que te mancha.</p> - -<p>Obedeció Braulio; y tan á punto, que quedaron sin respuesta las -últimas palabras que enderezó al de Rinconeda.</p> - -<p>En un instante se vió éste solo en la castañera. Irritóle más aquel -nuevo desaire que recibía, y gritó mirando á los que se marchaban:</p> - -<p>—Vos prometí el domingo bailar en el corro de Cumbrales hasta -cansarvos... ¡Pos hoy vos lo juro por la luz que me alumbra!</p> - -<p>Las últimas palabras de esta amenaza se perdieron entre el son de -las panderetas y el cantar y el gritar desaforados de la gente de la -magosta, que se largaba hacia su pueblo, mientras el sol trasponía el -horizonte entre celajes de púrpura.</p> - -<p>Desde el siguiente día comenzó á circular por Cumbrales el rumor -de que los de Rinconeda pensaban armar una que fuera sonada contra -sus sempiternos enemigos. Los rumores crecieron durante la semana; el -jueves se dijo que se trataba de una invasión de los mozos de abajo, -para dar una batalla á los de arriba en el mis<span class="pagenum" -id="Page_308">[p. 308]</span>mo Cumbrales; el viernes se contó que -vendrían mozos y mozas en son de romería á bailar en el Campo de la -Iglesia, y, por último, el sábado pudo asegurarse que al día siguiente -habría de todo en el pueblo; es decir, baile en competencia y palos por -remate. De todo ello tendría la culpa Chiscón, aconsejado por su amigo -el Sevillano.</p> - -<p>Bajo estas impresiones desagradables, y al arrullo del Sur, que -bufaba sordamente en las rendijas de las puertas y ventanas, se durmió -aquella noche el vecindario de Cumbrales.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_custodia.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_22"> - <p><span class="pagenum" id="Page_309">[p. 309]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXII. ENTREACTO RUIDOSO">XXII</h2> - <p class="subh2">ENTREACTO RUIDOSO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Los que</span> madrugaron al -otro día (y cuenta que en Cumbrales se levanta al alba la gente) vieron -que, mientras el sol salía embozado en crespones de escarlata, sobre -las lomas del Sur relucía, fulguraba el celaje, como si fuera lago de -cristal fundido; lago con islotes de nácar y grumos de oro; á trechos, -ondas purpúreas, blancas vedijas inalterables, y <i>rabos de gallo</i> más -efímeros, sobrenadando; y por riberas y marco en toda la redondez de -este espacio, moles de negras y plomizas nubes amontonadas. Entre una -y otra mole, densas brumas cenicientas, valles fantásticos de aquellas -raras montañas que se prolongaban, en contrapuestos sentidos, en forma -de ásperas cordilleras. En lo más alto del cielo, tenues veladuras -rotas; luégo el éter purísimo hasta el horizonte del Norte, donde el -celaje era<span class="pagenum" id="Page_310">[p. 310]</span> cárdeno, -mate y estirado, como una inmensa lámina de acero sin bruñir.</p> - -<p>El aire era tibio y pesaba tanto sobre el ánimo como sobre el -cuerpo; ni una hoja se movía en los árboles, ni una yerba en los -campos; la vista y el oído adquirían un alcance prodigioso; las tintas -de las montañas, más que calientes, parecían caldeadas; los contornos -y relieves flotaban en un ambiente seco y carminoso que, acortando las -distancias, engrandecía las moles; y el silbido del pastor y el sonar -de las esquilas del ganado, llegaban claros y perceptibles al oído -desde los cerros del Mediodía.</p> - -<p>Cuando en la Montaña amanece entre estos fenómenos de la -naturaleza, todo montañés sabe qué viento va á reinar aquel día; -y entonces se llama al espacio brillante rodeado de nubarrones, -<i>el agujero del ábrego</i><a id="FNanchor_5" href="#Footnote_5" -class="fnanchor">[5]</a>.</p> - -<p>Y por allí salió este caballero, en la ocasión de que se trata, dos -horas después de amanecer.</p> - -<p>Salió blando, sosegado y apacible, y como de recreo por el campo -de sus hazañas, jugueteando con el humo de las chimeneas, las mustias -y ya escasas hojas de los árboles, las yerbecillas solitarias de los -muros y las sueltas y errabundas pajas de la vega... Lo que haría -cualquier cefirillo de tres al cuarto. En Cum<span class="pagenum" -id="Page_311">[p. 311]</span>brales no levantaba el polvo de las -callejas, ni movía las puertas entornadas, ni siquiera los pliegues de -un refajo ni los picos de una muselina.</p> - -<p>Así es que el señor cura tocó muy tranquilo á misa mayor, y luégo -las tres campanadas para los perezosos; y la iglesia se fué llenando -de gente que nada temía y sólo se quejaba del «bichorno, poco al -consonante de la bajura del mes que iba corriendo.»</p> - -<p>Con esta tranquilidad en los espíritus y sin alterarse la de la -naturaleza, comenzó la misa gorjeada y solemne.</p> - -<p>Pero no había llegado el <i>Credo</i> á la mitad, cuando las chanzas -comenzaron á enardecer á la fiera; y la tramó con las ramas tenaces, -los matorrales espesos y las ventanas cerradas, que, siquiera, le -ofrecían alguna resistencia. Mas si doblegaba á las unas y bamboleaba á -los otros, las ventanas no cedían ni le franqueaban el paso.</p> - -<p>Tanteóle por las buhardillas, donde las había; y se encontró con que -las más de ellas tenían los postigos clavados desde que estaban allí; -quiso también entrar en la iglesia, y hasta logró apagar los cirios -de los primeros <i>tajos</i>; pero le cerraron la puerta apresuradamente. -Con estas contrariedades se fué embraveciendo poco á poco, y tornó á -las ventanas con propósito de<span class="pagenum" id="Page_312">[p. -312]</span> desquiciarlas metiéndose por las rendijas. Metióse, -forcejeó y se hartó de dar bufidos de coraje; pero no logró su -intento. En venganza, con las ramas de los frutales de los huertos, -azotó las viviendas de sus dueños. Entonces conocieron éstos que la -cosa iba de veras; y los que no lo habían hecho todavía, se trancaron -por dentro á llave y palanca. Esta actitud equivalía á un reto; y el -enemigo, rugiendo amenazas, se retiró á sus antros, como para acabar -de pertrecharse. La calma y el silencio volvieron á reinar en la -naturaleza; pero por pocos momentos.</p> - -<p>Cuando reapareció el monstruo, temblaron hasta los más valientes. -Sordos mugidos le precedían; y, á su paso, humillaban los árboles -las erguidas copas; alzábase el polvo en remolinos; las puertas se -estremecían en sus quiciales, y el día se quedó á media luz parda y -traidora. Comenzó la batalla. ¡Qué estruendo!... ¡qué empuje!... ¡qué -acometidas aquéllas! Algunas chimeneas vacilaron, y más de un alero -crujió, soltando la carcoma de la vejez al choque de la furia; las -puertas más firmes lanzaban gritos de agonía; las podridas ramas de las -vetustas higueras saltaban hechas pedazos; en los manzanos tremolaba el -muérdago desarraigado, como triste gallardete con que demanda auxilio -el desmantelado buque; lloraban escombros las hu<span class="pagenum" -id="Page_313">[p. 313]</span>mildes socarrenas sobre sus regazos de -ortigas, y chasqueaban y se conmovían los empingorotados tejadillos de -las altivas portaladas.</p> - -<p>En medio de su ferocidad imponente, el viento tenía caprichos -verdaderamente pueriles: recogía las hojas dispersas en solares y -callejos, y las arrinconaba donde mejor le parecía, en un solo montón: -encrespábale, revolvíale, alzábale del suelo, y en rápido y sonoro -remolino, subíale muy alto; allí le cernía, le ensanchaba, le encogía, -le alargaba, dejábale descender nuevamente; y cuando le tenía en el -suelo, dispersaba de un soplo todas las hojas, que desaparecían detrás -de los vallados, en los fosos y entre los bardales; volvía á reunirías -al instante sacándolas de sus escondrijos, y tornaba á amontonarlas -y á cernerlas, á subirlas y á bajarlas, y á darles libertad otra -vez, y otra vez á recogerlas. Con el polvo hacía diabluras: nubes -espesas, diáfanas neblinas, mangas y espirales. Desconchaba los lomos -de los muros revocados, y desnudaba á los viejos de sus vestiduras de -yedra.</p> - -<p>Tras estos juegos y aquellas violencias, que no eran más que un -tanteo de fuerzas y un ensayo de batalla, las tablas dejaron de -estremecerse y las rendijas de silbar; callaron los gemidos de los -árboles, y sólo se oyó un rumor, á modo de jadeo, hacia la vega, como -si sobre<span class="pagenum" id="Page_314">[p. 314]</span> ella y -los montes vecinos se hubiera tendido el monstruo á descansar. De vez -en cuando se agitaban un poco las ramas, y el polvo y las esparcidas -hojas se revolvían en el suelo. Diríase entonces que tenían cara las -viviendas y los muros y los árboles, y que en ellas se pintaba el dolor -de lo pasado y el espanto de lo que aún les esperaba. ¡Qué acongojado -aspecto ofrecían aquellas casas con los ojos cerrados, y aquellos -árboles contraídos y tiritando!</p> - -<p>La tregua fué breve, y la embestida que le siguió, con el estruendo -de cien batallas, espantosa.</p> - -<p>En algunos embates parecía el viento macizo, y entonces resonaban -sus golpes como cañonazos; y cada golpe de éstos producía un desastre: -lo firme oscilaba, lo vacilante caía; las tejas se encrespaban, hervían -en los tejados, como si diablillos danzaran debajo de ellas; y en la -casa donde la puerta saltaba de sus pernos, barría el huracán muebles -y vasares; y al buscar salida por la cumbre, removía las tablas del -desván y derrengaba los cabrios. ¡Con qué astucia rastreaba los suelos -y husmeaba los hogares, buscando una chispa que llevarse al pajar para -regalarse con el espectáculo de un incendio!</p> - -<p>No había punto en el lugar donde la furia no metiera su cabeza, y -con la cabeza las garras, y<span class="pagenum" id="Page_315">[p. -315]</span> con las garras el azote. Por eso todo era estrago y fragor -en torno suyo. Silbaba furioso en huecos y rendijas, bufaba en los -arbustos, bramaba en los callejones, y en las arboledas rugía; y, en -ocasiones, hasta las campanas lanzaban solas desacordes sonidos, con -pavor de los fieles que se guarecían en la iglesia.</p> - -<p>Á lo lejos, un rumor incesante, como el del mar cercano en noche -tormentosa: aquí, el crujir de la rama desgajada ó del tronco que se -quiebra; allí, el estruendo de la pared que se derrumba, ó el zumbido -del bardal que se agita desesperado y extiende sus greñas espinosas, -buscando de qué asirse para que no le arranquen de la tierra que le -nutre; y como complemento del cuadro, una luz tétrica y sulfúrea -iluminándole; la atmósfera, sofocante y enrarecida, sin sus alegres -y naturales pobladores, ocultos á la sazón Dios sabe dónde, llena de -objetos raros é inconexos: tallos de maíz, hojas maceradas, polvo, -astillas... y guijarros.</p> - -<p>Con frecuencia terminan estos huracanes con una <i>virazón</i> rápida -al Noroeste, ó <i>galerna</i>: remedio mucho peor que la enfermedad; pues -si no llega á ésta en la fuerza del empuje, la aventaja en estragos, -por el agua demoledora que trae consigo; pero cuando el Sur es -estacional, como en el caso de que se trata aquí, concluyen sus furores -por cansancio, y el silencio<span class="pagenum" id="Page_316">[p. -316]</span> y la inmovilidad reemplazan al fragoso desconcierto.</p> - -<p>Tal sucedió en Cumbrales al rayar el mediodía. ¡Qué triste cuadro -contemplaron entonces los ojos! El Campo de la Iglesia y las corraladas -estaban cubiertos de menudo escombro, ramas, cascos y hojarasca. -No había árbol en el pueblo sin quebraduras ó cicatrices; algunos, -arrancados de cuajo; otros, hendidos; los arbustos, lacios, desgreñados -y con el follaje en esqueleto... Pero cuando la gente fué abriendo poco -á poco las puertas de sus hogares, y salió de la iglesia la que en ella -había estado encerrada, ¡válgame Dios, qué aspavientos los suyos y -qué puestos en razón eran! Por de pronto, cada uno se echó á examinar -los propios quebrantos, y luégo á compararlos con los del vecino. Y -aconteció lo que siempre que se reparten desventuras: cayeron las -mayores sobre los que podían menos; por lo que se llevó don Valentín -el premio gordo de esta desastrosa lotería. Ninguna casa fué tan -castigada como la suya: perdió la chimenea, medio alero, una ventana y -la cerradura del estragal, amén de alcanzarle su parte, y no pequeña, -del común revoltijo de los tejados.</p> - -<p>Es sabido que la mitad del vecindario de Rinconeda estuvo -contemplando el desastre de Cumbrales durante la furia del huracán, -aga<span class="pagenum" id="Page_317">[p. 317]</span>zapado al -socaire del cerro adyacente, y aun se afirma que palmoteaba aquella -gente levantisca cada vez que un árbol se tronchaba ó caía una -chimenea. Esto se corrió por Cumbrales á la hora de calmarse el -viento; y fortuna fué que se tomara por cierta la noticia, pues con la -indignación que produjo en el lugar, se mató la pesadumbre que cada -cual sentía por los recientes descalabros.</p> - -<p>—¡No les faltaba más—decían todas las bocas de -Cumbrales,—que venir esta tarde á provocarnos! Pues ¡como -vengan!...</p> - -<p>Y jurando echar hasta las asaduras en el trance, volcaron todos la -puchera mal sazonada; y con el último bocado entre los dientes, subióse -cada cual á su tejado á reparar lo más perentorio, por si la turbonada -que se iba formando hacia el Saliente, acababa en aguaceros antes de la -noche.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_pelopincho.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_23"> - <p><span class="pagenum" id="Page_319">[p. 319]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_orejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXIII. GRIEGOS Y TROYANOS">XXIII</h2> - <p class="subh2">GRIEGOS Y TROYANOS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Continuaban</span> la -calma sofocante y el cielo cargado de nubes como peñascos, con unas -intermitencias de sol que levantaba ampollas; los desperfectos del -Sur, en tejados y cerrajas, iban poco á poco reparándose, y hasta se -consolaban las gentes, unas á la fuerza y otras como podían; pero no se -olvidaba un punto la anunciada invasión de los de Rinconeda; y hacia el -camino de Rinconeda miraban todos los ojos de Cumbrales desde huertas, -callejas y tejados, y á voces de Rinconeda sonaban todos los rumores -en los oídos de la gente de arriba. Odiosa era siempre una provocación -semejante... ¡pero en aquel día!... ¡después de las devastaciones del -huracán, apenas encalmado!...</p> - -<p>—¡Pues como vengan!...</p> - -<p>Y esto decían todas las bocas de Cumbrales.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_320">[p. 320]</span></p> - -<p>Pero subieron Cerojas y Lambieta al campanario con otros camaradas -que lo tenían por costumbre; hartáronse de repicar á vísperas... y -nada. Tocáronse luégo las tres campanadas al rosario; acudió la gente, -llegó el señor cura, rezóle y hasta <i>echó</i> su poco de plática sobre -la paz y concordia entre los pueblos cristianos; acabóse la piadosa -tarea, que duró tres cuartos de hora... y nada. Se desocupó la iglesia; -quedáronse en el porche, murmurando, las mujerucas á ese manjar -aficionadas; agrupáronse de cuatro en cuatro, á la sombra de las tapias -fronteras al corro del baile, las viejas, acurrucadas en el suelo, á -jugar el ochavo á la <i>brisca</i> ó al <i>mayor punto</i>; avanzó la gente moza; -resonaron las panderetas recién templadas; arrimáronse al calorcillo -del baile muchos de los mozos aficionados, y los restantes, entre -los que estaban Pablo y Nisco, entraron en la bolera; sentáronse los -viejos mirones en las paredillas; oyóse la voz alegre de las cantadoras -acometer la tarea con la tradicional y obligada copla</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i2">Para espenzar á cantar,</p> -<p class="i0">licencia tengo pedida,</p> -<p class="i0">al señor cura, primero,</p> -<p class="i0">y á la señora Josticia.</p> -</div></div> - -<p class="mt1">Dió principio también el baile; rifaban ya las viejas -sobre si se vió ó no se vió, si se hizo ó no se hizo la prohibida seña -del <i>as</i> ó del <i>tres</i> del<span class="pagenum" id="Page_321">[p. -321]</span> palo del triunfo; alzóse regocijada gritería en el corro de -bolos por haber hecho Nisco un emboque á la segunda bolada; correteaban -Bodoques por aquí, Lergato por allí y Lambieta por el otro lado, -reclutando muchachos para jugar á la cachurra en la mies, silbando unas -veces, voceando otras y estorbando siempre... en fin, que el corro, -lleno, como quien dice, de bote en bote, se había normalizado ya... -y nada. Los de Rinconeda no venían, y los de Cumbrales llegaron á no -pensar en ellos: como que el cura se fué á rezar vísperas, y el alcalde -á dormir un rato.</p> - -<p>Así estaban los ánimos cuando se presentó Cabra á todo correr por el -camino alto de Rinconeda.</p> - -<p>—¡Ahí vienen!—gritó cerca del corro de bolos.</p> - -<p>Produjo la noticia mucha efervescencia en hombres y mujeres; tanta, -que los juegos cesaron y el baile se suspendió.</p> - -<p>—¡Eso es una cobardía!—gritó un mozo encaramándose en la -pared de la bolera y dirigiéndose á los dos corros.—¡Si vienen, -que vengan! ¿Pensáis que vos van á comer? Pus lo que hagan haremos... -yo, por mi parte.</p> - -<p>Gustó la arenga, aprobóse, serenáronse los espíritus y continuaron -los juegos y el baile, interrumpidos más por curiosidad que por miedo, -á mi entender.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_322">[p. 322]</span></p> - -<p>En esto, apareció el enemigo en la ancha calleja por donde había -venido Cabra. Era una muchedumbre de hombres y mujeres: como una -romería que se trasladara de un punto á otro. Provocación como ella no -se conocía en la historia del odio tradicional entre ambos pueblos. Uno -á uno, tres á tres, ocho á ocho, hasta doce á doce, se habían pegado -infinidad de veces los de Rinconeda con los de Cumbrales, allí en -Rinconeda y en todas las romerías en que se habían encontrado, porque -esto era de necesidad; pero invadir un pueblo entero al otro pueblo, -con premeditación y á sangre fría, pasaba con mucho la raya de todas -las previsiones.</p> - -<p>Venían delante una ringlera de mozas, dos de ellas con panderetas, -y traían en medio á Chiscón con ramos en el sombrero y en los ojales -de la chaqueta, y un gran lazo de cintas en la pechera de la camisa. -Parecía un buey destinado al sacrificio en el ara de un dios pagano. -Esto ya era un dato para creer que la función era de desagravio y en -honor del Hércules de Rinconeda. El cual traía un palo, de <i>los de -pegar</i>, debajo del brazo: otro dato; y también lo era el verse algunos -garrotes más entre la turba, toda de gente moza, que seguía á la -primera fila. Si esto no era venir en son de guerra, dijéralo el más -lerdo. Pero se notó que abundaban mucho las mujeres en aquella tropa, -y que no todos los<span class="pagenum" id="Page_323">[p. 323]</span> -hombres eran igualmente temibles; se echó una ojeada al corro de bolos -y al Campo de la Iglesia, y se vió que, llegado el caso, podía librarse -la batalla con buen éxito. Por supuesto que las mozas de Cumbrales, al -ver la actitud provocativa de las de Rinconeda, no acababan de hacerse -cruces con los dedos. «¡Mosconazas!... ¡Tarasconas!...» ¡Cómo las -ponían, entre cruz y cruz! Pero lo que acabó de elevar la indignación á -su colmo, fué ver al Sevillano entre los invasores... ¡Con ellos venía -el <i>Opas</i>, el <i>don Julián</i> de Cumbrales!</p> - -<p>Pasó la procesión por delante de la bolera, cantando las mozas y -con una en cada brazo Chiscón, y llegó al Campo de la Iglesia, donde -hizo alto y relinchó de firme. Pablo dejó entonces de jugar y se -encaramó en la paredilla, mirando hacia allá. Estaba algo pálido y muy -nervioso. Nisco no apartaba de él la vista, y la gente de la bolera -miraba tan pronto á Nisco como á Pablo. Ya nadie sabía allí cuántos -bolos iban hechos ni á quién le tocaba birlar. En esto, cesó también -el baile, porque Chiscón se empeñó en que habían de sentarse las -cantadoras de Rinconeda donde estaban las de Cumbrales. Oyéronse voces -de riña. Chiscón, después de dejar sentadas á sus cantadoras junto á -las del pueblo (pues éstas no quisieron levantarse y él no cometió -la descortesía de obligar<span class="pagenum" id="Page_324">[p. -324]</span>las á hacerlo), volvióse á colocar á los suyos en el mismo -terreno en que acababan de bailar, y aún estaban, los de Cumbrales. -Con esto creció el vocerío y Pablo bajó de la paredilla; llegóse á las -cantadoras de Rinconeda y las preguntó secamente:</p> - -<p>—¿Venís de guerra?</p> - -<p>—De paz venimos,—respondieron las mozas.</p> - -<p>—Pues no toquéis entonces, que tocando están quienes deben, -y corro hay aquí para que bailen todos, si se trata de divertirse en -paz.</p> - -<p>—¡Á tocar se va!—dijo, en esto, un mozo de Rinconeda, -mirando airado á las dos mozas increpadas por Pablo.</p> - -<p>Las dos mozas se dispusieron de nuevo á tocar.</p> - -<p>—¡Pues no se toca!—dijo Pablo, blanco de ira.</p> - -<p>Y hablando así, arrancó las dos panderetas de las manos en que -estaban, y rompió los parches sobre sus rodillas.</p> - -<p>¡Cristo mío, la que en seguida se armó allí! Pero Pablo, que ya la -esperaba, porque de un modo ó de otro tenía que venir, con las rotas -panderetas en las manos, la cabeza erguida, la boca entreabierta, -el pecho anhelante y lívida la tez, examinó el campo con una mirada -rápida, y la clavó firme sobre Chiscón que corría hacia él apartando la -gente como el oso los matorra<span class="pagenum" id="Page_325">[p. -325]</span>les. Estremecióse el joven un momento, arrojó los aros, dió -dos pasos hacia el gigante que podía desbaratarle entre sus brazos -de roble, y le recibió con una puñada en la jeta, y tal puntapié en -la barriga, que el oso lanzó un bramido y necesitó todas sus fuerzas -bestiales para no desplomarse como torre socavada. Nisco, que no había -perdido de vista á Pablo, en cuanto le vió enfrente de Chiscón saltó -como un corzo desde la bolera al campo, sin tocar la paredilla, y voló -hacia su amigo; pero le salió al encuentro un valentón del otro pueblo, -y fuéronse á las manos. Creció con esto la bulla; saltaron detrás de -Nisco los jugadores de bolos; salieron los hombres que estaban en la -taberna; encontráronse con otros del bando enemigo, y la lucha se trabó -en todas partes con la prontitud con que se inflama un reguero de -pólvora. Acudieron al vocerío las mujerucas del portal de la iglesia, -y las viejas que jugaban á la brisca, y los muchachos que correteaban -por las inmediaciones, y se llenó de gente el campo, desde el corro de -bolos hasta el extremo opuesto.</p> - -<p>Toda aquella masa, al principio inquieta, nerviosa y movediza, fué -enrareciéndose poco á poco, aquietándose y buscando los puntos más -elevados y menos peligrosos, mientras los combatientes, en grupos -enmarañados, forcejeaban, iban, venían, se bamboleaban, alzábanse<span -class="pagenum" id="Page_326">[p. 326]</span> y se agachaban; de manera -que todo este conjunto de actores y espectadores parecía embravecido -torrente encajonado de pronto en recios é insuperables muros.</p> - -<p>Ya no se oían voces allí, ni amenazas; ni se veía el garrote -describiendo rápidas curvas en el aire, porque (justo es declararlo) -los de Rinconeda arrojaron los suyos cuando vieron inermes á los de -Cumbrales; no brillaba, ni brilló antes, el acero homicida, porque -este arma vil no se conoce en los honrados campos montañeses, si algún -descastado no la usa á traición, muy raras veces. Sólo se percibían -sordos ronquidos, jadeos de la respiración, desgarraduras de camisas -y, de vez en cuando, un <i>cuajjj</i> despatarrado, como odre henchido que -revienta de pronto: era que un luchador caía de espaldas en el suelo, -debajo de su adversario; el cual no abusaba de la ventaja adquirida: -no hería á su enemigo, ni siquiera le golpeaba en sitio peligroso; -conformábase con tenerle allí como crucificado, y con responder á -sus ronquidos y amenazas con sordos y mortificantes improperios; -alguna vez se oía también el estampido ronco de un puñetazo sobre un -esternón de acero... y poco ó nada más se oía; porque, tocante á los -espectadores, ni se movían ni chistaban: allí se estaban todos con los -ojos encandilados y el color de la muerte en el semblante; los mu<span -class="pagenum" id="Page_327">[p. 327]</span>chachos, royéndose las -yemas de los dedos; las mujeres, con la boca abierta, y los viejos -dando mandíbula con mandíbula.</p> - -<p>Harto claro se vió que las mozas de Rinconeda no contaron con todo -lo que estaba pasando, al ir á Cumbrales como fueron; y por verse tan -claro en la sorpresa y dolor que mostraban, no cayeron sobre ellas las -hembras de Cumbrales y se libró de ser un verdadero campo de Agramante -aquel Campo de la Iglesia.</p> - -<p>Si un luchador, al levantar la cabeza, mostraba la faz -ensangrentada, alzábase en los contornos un rumor de espanto y de -indignación al mismo tiempo; y entonces alguna voz clamaba por la -Justicia. ¡La Justicia! ¡Á buena puerta se llamaba! Tres concejales, -el pedáneo y el alguacil estaban enredados en lo más recio de la -pelea, brega que brega, no para poner paz, sino porque eran ellos de -Cumbrales y los otros de Rinconeda; el juez municipal, que al empezar -la batalla se hallaba en la taberna (cuya puerta trancó por dentro -Resquemín, dicho sea de paso, en cuanto quedó desocupada), se escondió -en el pajar... con el sobrante de la jarra que tenía entre manos; y por -lo que hace al alcalde Juanguirle, ya sabemos que se fué á dormir la -siesta poco después de salir del rosario.</p> - -<p>Á todo esto, los plúmbeos nubarrones se iban desmoronando en el -cielo, y extendían su zona<span class="pagenum" id="Page_328">[p. -328]</span> tormentosa, cárdena y fulgurante, hasta la misma senda -que recorría el sol en su descenso; y cuando un rayo de él lograba -rasgar los apretados celajes y caía sobre los entrelazados grupos de -combatientes, relucía el sudor en los tostados rostros manchados de -sangre y medio ocultos bajo las greñas desgajadas de la cabeza; y cual -si aquel rayo, calcinante y duro, fuera aguijón que les desgarrara -las carnes, embravecíanse más los luchadores allí donde el cansancio -parecía rendirlos, y volvía la batalla á comenzar, lenta, tenaz y -quejumbrosa.</p> - -<p>Ya sabemos dónde luchaban Pablo y Chiscón; que éste era grande -y forzudo, y cómo recibió su primera embestida el valeroso mozo de -Cumbrales, que si no era tan fuerte como su enemigo, tenía, en cambio, -la agilidad de la corza y el temple del acero. Así saltaba, hería y -se cimbreaba. Eran los dos luchadores el ariete poderoso y la espada -toledana. Huir de los brazos hercúleos de Chiscón era todo el cuidado -de Pablo; y entre tanto, golpe y más golpe sobre el gigante. Reponíase -éste apenas del aturdimiento que le causaba un puñetazo en la boca, y -ya tenía otro más recio en las narices; con lo que el salvaje, poco -acostumbrado á aquel género de lucha, bramaba de ira; y bramando, -esgrimía las aspas de su cuerpo, y cuanto más las agitaba, más se -perdían sus derrotes en el<span class="pagenum" id="Page_329">[p. -329]</span> espacio, más se quebrantaban sus bríos y más espesos caían -sobre su cara, llena ya de flemones, ensangrentada y biliosa, los -golpes de su ágil adversario. Pero necesitaba éste terminar de algún -modo aquella lucha desigual y expuesta, y tras ese fin andaba rato -hacía. No bastaba aturdir al atleta; era preciso derribarle, vencerle. -Al cabo, logró plantarle un par de puñetazos entre mejilla y ceja; y -con esto y otro puntapié hacia el estómago al humillar el bruto la -cerviz, quedóse éste como Polifemo cuando Ulises le metió por el ojo el -estacón ardiendo. Entonces se abalanzó Pablo á su cuello de toro; hizo -allí presa con las manos, que tenazas parecían; sacudióle dos veces, y -á la tercera, combinada con un hábil empuje de la rodilla, <i>acaldó</i> en -el suelo al valentón de Rinconeda. Fragor produjo esta caída; pero no -por el choque de las armas, como cuando caían los héroes de la Iliada, -sino por el peso de la mole y el crujir de los pulmones y costillas. -Cayó el gigante con el rostro amoratado y medio palmo de lengua fuera -de la boca, porque Pablo, sin aflojar la tenaza de sus dedos, se -encaramó á su gusto sobre el derribado coloso.</p> - -<p>No muy lejos de Pablo andaba Nisco, que tampoco peleaba al uso -de la tierra, como su adversario quería; es decir, pecho á pecho y -brazo á brazo, con variantes de zarpada y mor<span class="pagenum" -id="Page_330">[p. 330]</span>disco, sino á puñetazo seco y á rempujón -pelado; mas no procedía así porque su contrario fuera más fuerte que -él, pues allá se andaban en brío y en tamaño, sino porque en el hijo -de Juanguirle obraban la vanidad y la presunción lo que en Pablo la -necesidad aquel día. Es de saberse que hasta para luchar á muerte era -vanidoso y presumido el demonio del muchacho aquél. Así se le veía -rechazar á su enemigo con un golpe seguro y meditado, y aprovechar la -breve tregua para atusarse el pelo y acomodar el sombrero en la cabeza. -Sus brazos, antes de herir con el puño, describían en el aire elegantes -rúbricas, y no tomó actitud su cuerpo que no fuera estudiada. Parecía -un gladiador romano. Estaba un poco pálido y se sonreía mirando á las -muchachas que le contemplaban. Otras veces recibía con las manos la -embestida del enemigo; le sujetaba por los brazos, le zarandeaba un -poco, y después le despedía seis pasos atrás; y vuelta á componerse el -vestido, á colocarse el sombrero, á sacudirse el polvo de las perneras -y á sonreir á las muchachas, entre las que estaba Catalina, á tres -varas de él, anhelosa, conmovida y siguiendo con la vista, y en la -vista el alma, todos sus ademanes y valentías.</p> - -<p>Cuando una sonrisa de las de Nisco era para ella, parecía decirle -la gallarda moza con los<span class="pagenum" id="Page_331">[p. -331]</span> ojos:—«¡Ánimo, valiente! que en cuanto las fuerzas y -la serenidad te falten, aquí estoy yo para morir á tu lado defendiendo -tu vida.» ¡Era digno de estudio y de admiración aquel bravo mozo! En -su cara risueña, y mientras se acicalaba, entre embestida y sopapo, se -leían claramente estos pensamientos:</p> - -<p>—«No quiero mal á este enemigo; no tengo empeño en causarle -daño; peleo con él porque soy de Cumbrales y él es de Rinconeda, y para -que vea que ni le temo ni es capaz de vencerme... pero que no me toque -en el pelo de la ropa. ¡Eso sí que no lo tolero yo!»</p> - -<p>Al fin apareció por el lado de la iglesia el bueno de Juanguirle, á -quien había ido á despertar Cerojas. Subió á lo más alto de la peña, -recorrió con la vista azorada el campo de batalla, y se llevó ambas -manos á la cabeza; luégo pateó y se lamentó y se mesó las greñas. -Algunos espectadores se le acercaron encareciéndole la necesidad de que -la lucha terminase; y la digna autoridad, sin hacer caso de consejos -que no necesitaba, alzó el sombrero hasta donde alcanzaba su diestra, -bien estirado el brazo después de ponerse sobre las puntas de los pies, -y gritó así, con toda la fuerza de sus pulmones:</p> - -<p>—¡Alto!... ¡á la Josticia!... ¡á la Ley!... ¡á la -Costitución!... ¡al mesmo Dios, si á mano viene; que, á falta de -otro mejor, á la presente<span class="pagenum" id="Page_332">[p. -332]</span> su vicario soy en este lugar!... ¡Ténganse, digo, los de -Cumbrales!... ¡Respeten mi autoridad los de Rinconeda!... ó si no... -¡voto al chápiro verde!...</p> - -<p>Como si callara. Volvió á patear el digno alcalde, y cambió de -sitio, y tornó á mesarse los pelos. Dos mozos de Rinconeda, que no -habían hallado con quién pelear, ó no lo habían intentado con gran -empeño, le miraban de hito en hito.</p> - -<p>—¡Á la Ley!... ¡Á la Costitución!... ¡Á la -Josticia!—volvió á gritar Juanguirle.</p> - -<p>—¡Á la Josticia!... ¡Á la Costitución!... ¡Á la -Ley!—repitieron algunas personas consternadas, recomendando así á -los combatientes las amonestaciones de la autoridad.</p> - -<p>La misma desobediencia.</p> - -<p>—¡Á mí los de josticia!—insistió el alcalde, -gritando.—¡Á mí los que estén por el sosiego!... ¡Déjalo ya, -Bastián!... ¡suelta tu parte, Braulio!... ¡Debajo le tienes!... ¡sin -camisa y machucado está!... ¿Qué más quieres?... ¿Qué más queréis los -de Cumbrales por esta vez?... ¿No me oís?... ¿No vos entregáis?... -¡Voto á briosbaco y balillo, que se han de acordar de mí los peces de -Rinconeda! ¡Ellos son los rebeldes á la autoridad!... ¡á la Ley!... ¡á -la Costitución!... ¡Viva Cumbrales!</p> - -<p>Oído esto por los de Rinconeda, dijo uno de<span class="pagenum" -id="Page_333">[p. 333]</span> ellos al alcalde, encarándose con él y -tirando al suelo al mismo tiempo la chaqueta que tenía echada sobre el -hombro izquierdo:</p> - -<p>—¡Pus nos futramos en Cumbrales, en la ley y en usté que la -representa!</p> - -<p>—¡Hola, chafandín pomposo!—le replicó Juanguirle, -volviéndose al atrevido y echando el sombrero hacia el cogote, con un -movimiento rápido de su cabeza.—¡Con que todo eso sois capaces de -hacer?... Pues mírate tú, hombre: paso lo de mi persona, y no riñamos -por lo de la Ley; ¡pero relative á lo de Cumbrales, mereciera ser yo de -Rinconeda si no me pagaras el agravio!</p> - -<p>Y con esto se fué sobre el mozo, y le alumbró dos sopapos. Contestó -el de Rinconeda; quiso ayudarle el que le acompañaba; impidióselo un -espectador de Cumbrales, y agarráronse también los dos; con lo que se -animó bastante por aquel lado el campo de batalla.</p> - -<p>Al mismo tiempo llegó don Valentín á todo correr, con los pábilos -erizados, la gruesa caña al hombro y el sombrero bamboleándosele en -la cabeza. Acometió valeroso al primer grupo, y no pudo desenredarle; -acometió al segundo, y lo mismo; buscó de varios modos el cabo de -aquella enmarañada madeja, y no dió con él. Al último, subióse á la -altura donde había predicado el alcalde, y desde allí gritó:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_334">[p. 334]</span></p> - -<p>—¡Nacionales!... digo, ¡convecinos!... ¡Es una mala vergüenza -que mientras el perjuro amenaza vuestros hogares, malgastéis las -fuerzas que la patria y la libertad os reclaman, en destrozaros como -bestias enfurecidas!... ¡Convecinos!... basta de saña inútil... de -valor estéril... ¡guardadlo en vuestros corazones para el enemigo -común!... ¡daos el fraternal abrazo... y seguidme después!... ¡Yo -os llevaré á la victoria!... ¡yo os devolveré á vuestros hogares, -coronados de laurel!... ¡Os lo aseguro yo!... ¡yo, que vencí en -Luchana!</p> - -<p>Mientras así hablaba don Valentín, llegó por el extremo opuesto don -Pedro Mortera buscando á su hijo.</p> - -<p>—¡Pablo!—gritó con voz de trueno, cuando estuvo junto á -él.—¡Qué haces!</p> - -<p>Y Pablo, como movido por un resorte, se incorporó de un brinco al -oir la voz que le llamaba, y dócil acudió á ella; pero sin perder de -vista á Chiscón, que, al librarse del suplicio en que le había tenido -como clavado el valiente joven, se alzaba á duras penas, derrengado -y maltrecho, con la faz cárdena y monstruosa. Sentía el vencimiento -como una afrenta, y más pensaba en meterse donde no le viera nadie, -que en buscar un desquite en buena ley; en buena ley, porque es de -advertir que el coloso de Rinconeda no era traidor ni capaz de una -villanía,<span class="pagenum" id="Page_335">[p. 335]</span> aunque, -por efecto de su rudeza, no se ahogara con escrúpulos de otro género; -era, en suma, de los que querían, llegado el caso,</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0">«Jugar en injusto juego;</p> -<p class="i0">pero jugar lealmente.»</p> -</div></div> - -<p class="mt1">No creyó don Pedro Mortera cumplido su deber con tener -á Pablo apaciguado y junto á sí; quiso también pronunciar el <i>quos -ego</i> de su respetabilidad indiscutible sobre aquel mar embravecido. -Pronuncióle más de una vez, pero no adelantó nada. Este fracaso -amilanó á los angustiados espectadores; y más se amilanaron cuando -vieron tan desobedecido como don Pedro, al señor cura, que llegó -inmediatamente.</p> - -<p>—¡Esto es obra del mismo demonio!—dijo entonces una voz -desconsolada.</p> - -<p>¡Del mismo demonio!... No necesitaron oir más cuatro sujetos de los -desocupados, para ponerse de acuerdo en un instante y echar á correr -hacia la casuca de la Rámila.</p> - -<p>En tanto, don Pedro Mortera, que acababa de ver á Nisco, se dirigía -á él llamándole á la paz; á lo que el mozo respondió con una sonrisa, -después de pegar un bofetón á su contrario. Volvía otra vez la cara -hacia éste, cuando una piedra le hirió en la frente y le tendió de -espaldas, sin decir Jesús. No se supo cuál fué primero, si la pedrada, -la caída del herido, no en<span class="pagenum" id="Page_336">[p. -336]</span> el suelo, sino en los brazos de Catalina, ó el lanzar ésta -un grito como si la hubieran atravesado el corazón de una puñalada.</p> - -<p>Vió que la sangre fluía en abundancia de la herida y pensó volverse -loca.</p> - -<p>—¡Muérame yo!—gritaba, haciendo trizas su delantal y su -pañuelo para cerrar aquella brecha por donde creía ver escaparse la -existencia del valiente mozo.—¡Mate Dios cien veces al traidor -que te ha herido!... ¡mate otras tantas al bruto que amañó esta guerra; -pero que no te mate á tí, que vales el mundo entero!... ¡Virgen María -de los Dolores! ¡la mejor vela te ofrezco con la promesa de no bailar -más en mi vida, si la de él conservas, aunque yo jamás la goce!</p> - -<p>Uníase á estos gritos el vocear del contrario de Nisco, negando toda -participación en la felonía; chispeaban los ojos de Pablo buscando -entre la muchedumbre algo que delatara al delincuente; ordenaba don -Pedro lo más acertado para bien del herido; acudían gentes aterradas á -su lado; y mientras esto acontecía y se buscaba á Juanguirle entre los -combatientes, las tintas de los celajes iban enfriándose; desleíanse -los nubarrones, cual si sobre ellos anduvieran manos gigantescas con -esfuminos colosales; una cortina gris, húmeda y deshilada, como trapo -sucio, se corrió sobre los picos más altos<span class="pagenum" -id="Page_337">[p. 337]</span> del horizonte; brilló debajo de ella -la luz sulfúrea del relámpago, y comenzaron á caer lentas, grandes y -acompasadas gotas de lluvia, que levantaban polvo y sonaban en él como -si fueran de plomo derretido.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_custodia.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_24"> - <p><span class="pagenum" id="Page_339">[p. 339]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXIV. DEUS EX MÁCHINA">XXIV</h2> - <p class="subh2">DEUS EX MÁCHINA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Corrían</span>, corrían los -cuatro sujetos hacia casa de la bruja, y en un periquete llegaron -allá. Sin detenerse á llamar á la puerta, abriéronla de un empellón, -y vieron á la Rámila acurrucada junto al llar de la cocina, soplando -unos carbones á los cuales estaba arrimado un pucherete cubierto con un -casco de teja.</p> - -<p>—¡Allí tiene el <i>unto</i>!—pensaron los cuatro al reparar -en el puchero.</p> - -<p>La vieja se volvió hacia ellos y se estremeció. Ni aun en son de -paz entraba allí nadie que no le armara guerra. ¡Qué intenciones -no llevarían aquellos hombres que atropellaban su casa en ademán -airado!</p> - -<p>—¡La gente se está matando!—dijo uno sin acercarse mucho -á la Rámila, porque su miedo<span class="pagenum" id="Page_340">[p. -340]</span> supersticioso podía más que el mal intento que le -conducía.</p> - -<p>—¿Qué gente?—preguntó la vieja temblando.</p> - -<p>—La de Cumbrales.</p> - -<p>—¿Ónde?</p> - -<p>—En el Campo de la Iglesia.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Porque vinieron los de Rinconeda, acometieron, y se respondió -como era debido.</p> - -<p>—¿Y por qué no vais á separarlos?</p> - -<p>—Allá estuvimos; pero no podemos.</p> - -<p>—¡Muy en su punto traéis la ropa para haber hecho cosa mayor! -¿Y la Josticia?</p> - -<p>—Panza arriba lo más de ella, y el alcalde en mucho apuro.</p> - -<p>—¿Por qué no se hace respetar?</p> - -<p>—Porque primero es lo otro: pa eso es de Cumbrales.</p> - -<p>—Y vusotros, ¿de ónde sois entonces?</p> - -<p>—¿Por qué es la pregunta?</p> - -<p>—Porque debiérais estar ayudando á los vuestros, y no -escondidos como liebres en este ujero.</p> - -<p>—Se ha convenido allá, en vista de que ni la Josticia ni el -señor cura ni don Valentín ni don Pedro Mortera pueden con aquello, en -que andan en el ajo manos que no son vistas de ojos corporales... y á -eso venimos.</p> - -<p>—¿Á qué?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_341">[p. 341]</span></p> - -<p>—Á que vaya á deshacerlo el mesmo demonio que lo amañó.</p> - -<p>La pobre anciana, que había cobrado algunas fuerzas de espíritu en -el recelo que mostraban los cuatro invasores, que permanecían agrupados -cerca del que con forzada valentía llevaba la voz, se desalentó mucho -al oir la última respuesta de éste y al notar cierta resolución en -la actitud de los otros tres. Intentó, sin embargo, sacar el posible -partido del miedo que inspiraba su mala fama, y preguntó al hombre que -hablaba, con sus remedos de hechicera de teatro:</p> - -<p>—Y ¿quién es ese demonio?</p> - -<p>—Usté lo es.</p> - -<p>—¡Yo?... Pedazo de bruto, si yo fuera el demonio, ¿no -estuviérais ya asados los cuatro, en pena del mal querer que aquí vos -trae?</p> - -<p>Miráronse los hombres nada seguros de estar en lo cierto, y hasta -recelosos de que aquel supuesto demonio, si le apuraban mucho, hiciera -lo que hasta entonces no había hecho, sabe Dios por qué consideración. -Uno de ellos, acaso el más bruto, se aventuró á decir:</p> - -<p>—No alcanza tanto el poder de usté, aunque mucho sea para -hacer mal.</p> - -<p>—Pues entonces, almas de Dios, ¿á qué venís aquí?</p> - -<p>—Á que vaya usté á deshacer aquello.</p> - -<p>—¿Cómo he de deshacerlo?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_342">[p. 342]</span></p> - -<p>—Con el conjuro que mejor le cuadre.</p> - -<p>—¡Jesús me valga!—clamó entonces la pobre -vieja,—¿por qué me habrá nacido á mí esta fama tan negra y -desdichada!</p> - -<p>Probó la exclamación que la Rámila perdía terreno; envalentonáronse -los otros al notarlo; acercáronse más á ella, y gritó uno en tono -amenazante y descompuesto:</p> - -<p>—¡Pronto, que pa luégo es tarde!</p> - -<p>—¡Pero, hijo, si yo no puedo hacer lo que queréis!</p> - -<p>—¡Por buenas ó por malas!</p> - -<p>—¡Que soy una pobre mujer sin ventura, que nunca mal hice á -naide!</p> - -<p>—¡Echarla mano!</p> - -<p>—¡Por los clavos de Jesús!...</p> - -<p>—¡Llevémosla arrastrando, si por sus pies no va!</p> - -<p>—¡Miráime de rodillas pidiéndovos misericordia!</p> - -<p>Cuando decía esto la infeliz, ya tenía encima las manazas de dos -hombres que tiraban de ella y se disponían á arrastrarla.</p> - -<p>—No hay remedio—pensó entonces entre angustias -mortales:—ó arrastrada aquí si me resisto, ó arrastrada allá si -voy y aquello no se calma... ¡la muerte de todas maneras!</p> - -<p>El apego á la miserable vida la inspiró un recurso.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_343">[p. 343]</span></p> - -<p>—Dejáime un instante, que yo pueda hablar,—dijo á los -dos verdugos.</p> - -<p>Aflojaron éstos los dedazos, y habló así la Rámila, sentada en el -suelo, con los mechones grises sobre la faz amarillenta y afilada, y el -mísero jubón desabrochado y roto, obra todo de aquellos bárbaros:</p> - -<p>—¿Creéis de veras que yo soy bruja?</p> - -<p>—Como nos hemos de morir,—la contestaron.</p> - -<p>—¿Y estáis seguros de que mi poder basta para poner en paz á -los que riñen en el Campo de la Iglesia?</p> - -<p>—Como lo estamos de que usté fué quien armó esa guerra.</p> - -<p>—¿Arméla desde allá?</p> - -<p>—No, desde aquí mesmo, porque de aquí no ha salido esta tarde, -por las trazas.</p> - -<p>—Esa es la verdá, hijos míos. Dios me mate si de esta choza he -salido desde que vine de misa esta mañana. Pues desde aquí tiene que -ser el conjuro. Dejáime que le haga, y dirvos vusotros. Yo vos aseguro -que cuando allá lleguéis, todo estará en paz.</p> - -<p>—¡Pamemas por salvar el pellejo!</p> - -<p>—¡Es que si no vos vais, aunque me quitéis aquí la vida -aquello no acabará!</p> - -<p>—¿Y si se nos engaña con la promesa?</p> - -<p>—Si vos engaño, almas de Dios, con volver<span -class="pagenum" id="Page_344">[p. 344]</span> acá y hacerme trizas, -está la deuda finiquita. ¡Á bien que naide vos ha de pedir cuentas de -la fechuría!</p> - -<p>Se miraron otra vez los cuatro, como en consulta, y entendiéronse -con los ojos. Uno de ellos tomó la voz de los demás y habló así:</p> - -<p>—Trato hecho: si al llegar al Campo de la Iglesia nusotros no -está la gente en paz, llame usté á Pateta que la socorra, porque no le -queda otro santo que la ampare contra la ira de todo el pueblo.</p> - -<p>Dicho esto, salieron á buen paso. La lluvia, hasta entonces -contenida, comenzaba á formalizarse; los achubascados celajes se -extendían en todas direcciones, y el aire refrescaba. Sin levantarse -del suelo, dió la Rámila gracias á Dios por haberla sacado con vida -del primer trance, y discurrió el modo de conjurar el último y el más -grave. Incorporóse después; se aliñó lo mejor que pudo; se echó otro -refajo sobre la cabeza; cubrió con ceniza la mortecina lumbre, y salió -de la choza. ¿Á dónde? Á donde hubiera un poco de caridad; á casa de -don Pedro Mortera; á la del señor cura... á esconderse donde no la -delataran si, al llegar los cuatro forajidos al Campo de la Iglesia, la -batalla no se concluía.</p> - -<p>Trancando estaba la puerta por fuera, cuando la lluvia espesó de -tal modo, que la anciana tu<span class="pagenum" id="Page_345">[p. -345]</span>vo necesidad de volverse á la choza mientras aquello pasaba. -Pero el aguacero continuaba espesando á toda prisa; y espesando, -espesando sin cesar, acortábanse los horizontes; dejaron de verse todas -las montañas; después todos los montes; después los cerros; después los -confines de la vega; luégo la vega misma; después la iglesia, y los -árboles, y las casas... y, en fin, todo menos la braña y los cercados -más próximos á la choza. Cada hondonada era un lago; cada roderón un -torrente. Mirando al cielo, parecía que de él bajaban líquidos cables, -gruesos y apiñados; ensordecía el ruido de aquella inmensa cascada, -y el agua que rebotaba al llegar al suelo la que vertían las nubes, -era otra lluvia hacia arriba, contra la que no hay defensa fuera de -techado. Pero hasta entonces llovía sereno y á plomo; gustaba ver -aquellos chorros infinitos cayendo rápidos, sonores é incesantes, -como gusta y entretiene en el silencio de la noche la llama del hogar -lamiendo las negras paredes de la chimenea.</p> - -<p>De pronto hubo una virazón al Noroeste; rugió el vendaval arisco; -llevóse por delante el diluvio; azotó con él muros y terreros; revolcó -las copas de los bardales en las charcas de las callejas; tumbó cuanto -el Sur de la mañana había dejado vacilante y removido; la noche -anticipó media hora su venida; y la Rámila, tran<span class="pagenum" -id="Page_346">[p. 346]</span>quila por entonces, cerró por dentro la -puerta de su choza, volvió á atizar la lumbre y se acurrucó junto á la -llama sin quitarse el refajo de encima de los hombros, porque empezaba -á sentirse el primer frío del invierno.</p> - -<p>Cuando los cuatro sujetos que la habían atormentado llegaron, -echando los bofes y calados hasta los huesos, á dar vista al Campo de -la Iglesia, ni huellas de lo ocurrido quedaban en él. El agua corría -por todas las camberas, se desbordaba en los senderos profundos, y -saltaba y hervía en los llanos al impulso de la que seguía cayendo.</p> - -<p>La gente se amontonaba en el portal de la taberna y en el de la -iglesia, y toda ella era de Rinconeda: los hombres, desgreñados, -rotos, sucios de fango y de verdín, con las caras borrosas, hinchadas, -tintas en lodo y en sangre; las mujeres, en refajo, con las sayas -vueltas sobre la cabeza. Unas y otros inmóviles, taciturnos y con los -ojos fijos en las goteras del corral y el oído atento al rumor de la -lluvia.</p> - -<p>En el portal de Tablucas había gente de Cumbrales. Allí se metieron -los cuatro sujetos de marras, y allí aprendieron que la pelea había -cesado cuando el agua no cabía ya en canales; es decir, según se -calculó en el acto, poco después que ellos salieron de la choza de la -Rámila, justamente cuando ésta debió de acabar<span class="pagenum" -id="Page_347">[p. 347]</span> el prometido conjuro; conjuro que, sin -duda, armó el temporal que estaba reinando, como se arman siempre -que los demonios andan por la tierra desencadenados, ya por obra de -hechicerías, ya por gracia del hisopo. Deshecha la maraña del Campo de -la Iglesia, Resquemín tuvo el buen acuerdo de encerrar en la taberna -á los hombres de Cumbrales que en ella se refugiaron, para separarlos -de los de Rinconeda; otros corrieron á sus casas, y el resto de la -gente se guareció en la de Tablucas por no mezclarse con el enemigo que -<i>asubiaba</i> en el portal de la iglesia.</p> - -<p>—¡Y negaréis entoavía que esa mujer es el mesmo -demonio!—exclamaba Tablucas, después de oir los relatos y las -conjeturas de los cuatro sujetos.—¡Y no tendré yo razón para -jurar que ella es quien me golpea la puerta y se planta en ese murio -en fegura de perro!... ¡Y la dejestis con vida!... ¡Córcia, si soy yo -que vusotros, allí finiquita hoy!... Y pué que vos pese no haberlo -hecho; que la que es mala por el gusto de serlo, ¿qué no será cuando -la ofenden? En éstas y otras tales, arreció el viento sin disminuir la -lluvia; y como éstos son signos de durar la tormenta, y la noche se -venía encima, los de Rinconeda, después de breve consulta, salieron de -sus refugios y emprendieron la marcha hacia su lugar, entrando en las -pozas por<span class="pagenum" id="Page_348">[p. 348]</span> derecho -y sin tratar de defenderse contra el diluvio que los empapaba y el -viento que los embestía de frente, porque hubiera sido trabajo inútil, -amén de embarazoso. ¡Cómo volvían escurridos, sucios, desaliñados, -taciturnos y maltrechos aquellos mozos que, horas antes, habían venido -emperejilados, alegres, sueltos y provocativos! Acaso, mientras -caminaban en fila, como ratas huyendo de la inundada alcantarilla, -pensaban en que sus hogares podían ser asaltados por el torrente que -bajaría ya de las laderas; y este pensamiento los espoleaba. ¡Justo -castigo de sus malos deseos de la mañana, cuando el Sur levantaba -en vilo los tejados de Cumbrales! No iba Chiscón en aquella triste -caravana, ni se le había visto en el pueblo desde mucho antes de -acabarse la refriega.</p> - -<p>Del Sevillano nadie supo dar noticias ciertas. Aseguróse por la -noche en la taberna de Resquemín que había desaparecido del corro -tan pronto como se armó la sarracina. Muchos temieron entonces los -estragos de su navaja; pero nadie le vió entre los combatientes. Sin -embargo, se afirmó, con el testimonio de Bodoques que le columbró desde -lejos, que él fué quien agazapado entre unos posarmos, detrás de la -pared de un huerto, hirió á Nisco con la piedra arrojada desde allí; -y aun juraba Bodoques, según el narrador, que el tiro no iba al<span -class="pagenum" id="Page_349">[p. 349]</span> hijo del alcalde, sino -á Pablo, por el modo que tuvo el Sevillano de hacer la puntería. -Verosímil pareció la hazaña en quien fué capaz de presentarse en -Cumbrales al frente del enemigo invasor; y bien hizo aquella noche -el traidorzuelo en no aportar por la taberna, porque toda su fama -tremebunda no Je hubiera librado de una mano de leña como para él -solo.</p> - -<p>Excusado es advertir que se hizo público allí el caso de la Rámila, -el cual acabó de afirmar entre aquellas gentes su opinión de bruja -rematada; y Dios sabe lo que hubiera sido <i>en caliente</i>, de la infeliz, -á no estar la noche tan fría y tempestuosa.</p> - -<p>Sobre el estado de Nisco se contó mucho y muy contradictorio: desde -darle por muerto, hasta creerle ya sano y de pie. Á última hora entró -una vecina suya en busca de vino blanco para ponérselo, con aceite y -romero, en paños sobre la herida. El bravo mozo había recobrado el -conocimiento y estaba fuera de todo peligro.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_florido.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_25"> - <p><span class="pagenum" id="Page_351">[p. 351]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXV. MIEL SOBRE HOJUELAS">XXV</h2> - <p class="subh2">MIEL SOBRE HOJUELAS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">El temporal</span> siguió -reinando hasta cerca de media noche. Á esa hora se corrió el viento -al Norte, cesó el agua, rasgáronse los nublados, fuéronse adelgazando -por momentos; y cuando apareció el sol del nuevo día, desplegó el -lujo de sus rayos en un cielo sereno, azul y limpio como el cristal -de un espejo. Pero la brisa terral era fría y húmeda; los tejados de -Cumbrales relucían; los bardales goteaban; las callejas eran charcos; -las praderas brillaban como sartas de rica pedrería, y comenzaba á -oirse por las barriadas del pueblo el <i>clan</i>, <i>clen</i> de las herradas -almadreñas de los transeuntes, entre los que apenas se veía uno sin -negros cardenales ó arañazos en la cara, muestras dolorosas de la -refriega del día anterior.</p> - -<p>Á media mañana salió Pablo de su casa en<span class="pagenum" -id="Page_352">[p. 352]</span> dirección á la de Nisco, á cuyo lado -había permanecido la noche antes con Catalina, que no se apartaba -un punto de allí, hasta que el mozo se despejó y pudo conocerse la -importancia de la herida.</p> - -<p>Este suceso, desde el momento de su ocurrencia, así como el recuerdo -de los que le habían precedido, traíanle caviloso é indignado por todo -extremo; pero aún le mortificaba más la cola que trajo para él su -intervención personal en la batalla.</p> - -<p>No hubo modo de ocultárselo á don Juan de Prezanes; y no bien lo -supo, fuése á casa de don Pedro Mortera, donde ya se hallaba éste con -su hijo tranquilizando á su madre, á María y á Ana, que también estaba -allí: las tres le contemplaban y le oían acongojadas y suspensas. -La entrada del jurisconsulto fué airada y sombría, como celaje de -tormenta. Increpó duramente al joven por haberse mezclado en un -revoltijo tan indigno de un hombre de sus condiciones, y en ocasión -tan reñida con calaveradas de semejante jaez. ¿Qué idea tenía de la -seriedad del trance en que estaba empeñado con él, con Ana y con su -propia familia? ¿Pensaba entrar con aquellos resabios de una fatal -educación, por una tolerancia mal entendida, en el nuevo hogar, donde -su hija debía ser reina y no mártir? Y así por el estilo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_353">[p. 353]</span></p> - -<p>Respondió Pablo como pudo y como lo sentía; replicó don Juan -irreflexivo y cáustico; intervino don Pedro, herido por las -intemperancias de su compadre, tras de apenado más que él por el -suceso; enfurecióse el otro... y se armó la gorda. El resultado -fué que don Juan de Prezanes salió, echando chispas, de casa de su -compadre, llevándose á Ana consigo y quedándose los demás atribulados y -mustios.</p> - -<p>Así estaban las cosas cuando iba Pablo á casa de Nisco, maldiciendo -la casualidad que le había hecho intervenir en la batalla, y -prometiéndose, para en adelante, huir, como de la peste, de toda -ocasión que pudiera acarrearle disgustos semejantes.</p> - -<p>Y andando así, al revolver un recodo de la calleja, enfrente de -la barriada en que vivía Juanguirle, se encontró tope á tope con el -Sevillano. Toda la sangre del corazón sintió Pablo que le subía de un -salto al cerebro cuando se vió tan cerca del traidor que, según se -afirmaba ya por todos, había herido á Nisco y quizá provocado, con sus -consejos á Chiscón, el conflicto del día antes. La ira le hervía en -el pecho, y la indignación le impelía y le tentaba; pero el propósito -que había formado le contuvo y quiso seguir su camino sin darse por -enterado del encuentro. Creíase el Sevillano, como todos los bravucones -de su ralea, en el im<span class="pagenum" id="Page_354">[p. -354]</span>prescindible deber de medir con los ojos, con aire de -perdonavidas, á todo hombre que á su lado pasara, en paz y en gracia de -Dios, se entiende. Con doble motivo debía de hacerlo con Pablo, á quien -detestaba por su valentía del día antes y por otras razones más; y eso -hizo en aquella ocasión el matasiete de Cumbrales en cuanto notó que el -joven se inmutaba y volvía la cabeza por no verle, señales de timidez -y apocamiento, á juicio del jandalete; por lo que, no contento con -mirarle burlón y desdeñoso, se puso en jarras delante de él y le dijo -contoneándose:</p> - -<p>—¿Tenía osté algo que ecirme, camará?</p> - -<p>Se necesitaba ser de hielo para que una actitud, una mirada y unas -palabras como aquéllas, se quedaran sin respuesta. Pablo, temblando -de pies á cabeza, no de miedo, sino de ira, pero con la voluntad -refrenada, se detuvo también y respondió:</p> - -<p>—En verdad que no es poco lo que te dijera, si de decir lo que -siento tratáramos ahora.</p> - -<p>—Po míate tú: yo me peresco por platicá con loj amigo. Con que -venga de ahí, que pa <i>ezo</i> e la lengua e la boca.</p> - -<p>—Calla la tuya y aparta á un lado, que voy de prisa.</p> - -<p>—En el moo e abrirze camino ze conoze el temple e la prezona. -Pero ya ze ve, ¡como no<span class="pagenum" id="Page_355">[p. -355]</span> tenemoj ahora quien nos guarde la eparda como teníamoj ayé, -no gayeamo tanto!...</p> - -<p>—Y tú ¿qué sabes lo que pasó ayer?... ¿Dónde estuvistes?</p> - -<p>—Librando á Cumbrale de una banduyá, con no meter en zambra la -jerramienta... ¡Ayí eztuve!</p> - -<p>—¡Como las liebres, debajo de los posarmos!</p> - -<p>—Camará, ¿ezo e china tirá á la jeta?</p> - -<p>—Esto es advertirte que te conviene menos que á mí alargar la -plática. Con que déjala donde está, y sigue tu camino para que yo siga -el mío.</p> - -<p>—Y ¿quién te le cierra?</p> - -<p>—Tú.</p> - -<p>—¿Y pa cuándo e la voluntá e l’ hombre?</p> - -<p>—Para cuando se necesita, como yo la necesito ahora; no para -pasar, sino para dejar de hacerlo. ¿Quieres más?</p> - -<p>—¿No lo eztá viendo, nene?</p> - -<p>—¿Buscas quimera?</p> - -<p>—¡Zi de ezo vivo!...</p> - -<p>—Pues yo no la quiero.</p> - -<p>Todas estas respuestas de Pablo las tomaba el Sevillano por -encogimientos del espíritu; y en tal creencia, envalentonábase, y á -una provocación añadía otra más irritante. Como llegó á alzar mucho la -voz, los pocos transeuntes que asomaban por las callejas inmediatas -detenían<span class="pagenum" id="Page_356">[p. 356]</span>se con -la azada ó el rozón al hombro, á ver y oir; y también salieron al -portal ó á la ventana gentes curiosas de las casas más próximas. Por -fortuna para el Sevillano, todos estos testigos eran mujeres, viejos y -muchachos, entre quienes el recuerdo de la víspera no había de producir -un acto vengativo. Seguro de esto, complacíale la presencia de todos, -porque iban á ser testigos de la humillación de Pablo y, por ende, de -su bravura sin rival, puesto que Pablo había vencido el día antes al -hombre más fuerte de la comarca. Redobló, pues, sus provocaciones, y -llegó á decir á Pablo, cuadrándose delante de él:</p> - -<p>—¡No ze paza po aquí!</p> - -<p>—Por última vez te pido—respondió Pablo, verde y -convulso,—que me dejes pasar.</p> - -<p>Á lo que respondió el Sevillano con burlona sonrisa y fuerte voz:</p> - -<p>—Jindama ze llama ezo en la tierra é lo valientej’ onde yo juí -el amo.</p> - -<p>Pablo no apartaba un punto de su memoria la pasada desazón con su -padrino, el disgusto y las reprimendas de su padre, sus compromisos, -sus propósitos... Todo lo tenía presente y todo pesaba sobre su razón, -hasta entonces dueña y soberana de él; pero aquella provocación, -dispuesta sin duda por el mismo diablo, en el punto en que había -llegado á ponerla el atrevido,<span class="pagenum" id="Page_357">[p. -357]</span> era mucho más de lo que se podía sufrir con paciencia y -delante de testigos. Cególe la indignación; crujieron sus puños y -sus dientes apretados; olvidóse de todo menos del miserable que le -provocaba, y díjole, en una actitud que le hizo dar un salto atrás:</p> - -<p>—¡Fuera de ahí!</p> - -<p>El Sevillano no contaba seguramente con aquella rápida mutación que -le causó tan descomunal efecto. ¡Quién sabe el partido que hubiera -tomado entonces el valiente al hallarse á solas con Pablo! Pero el -duelo era público, y había que sostener la fama de cualquier modo, por -vil que fuera.</p> - -<p>Al saltar hacia atrás llevó las manos al ceñidor; y, sin perder de -vista á Pablo, tiró de la navaja, la abrió rápidamente y se puso en -actitud de defensa. Entonces fué Pablo quien retrocedió á su vez, al -brillo repulsivo de aquella arma innoble, que le hirió la vista como -la luz de una centella. Al mismo tiempo lanzaron un grito las mujeres -que presenciaban la escena. Eso buscaba el valentón: imponerse por el -espanto.</p> - -<p>En cuanto se vió dueño del terreno, parecía que con manos, ojos y -boca deshacía y devoraba el mundo entero. ¡Qué ademanes! ¡qué gestos! -¡qué miradas!</p> - -<p>—¡Aquí ze ven lo guapo, zeñó futraque! ¿Pa<span -class="pagenum" id="Page_358">[p. 358]</span> qué jué el impétu?... -Otro arrempujonsiyo; y aunque zea poco á poco, ayégate acá... ¿ú -quierej’ un calezín pa vení ma repozao?</p> - -<p>Así hablaba el jandalete, mientras Pablo luchaba entre el deseo -que tenía de acogotarle, y el horror que le infundía el arma de los -presidiarios.</p> - -<p>—¡Arrójala, traidor!—dijo, sin apartar la vista de la -navaja.</p> - -<p>—¡Po zi e un arfeñique, tonto! Ven á chumpale... ¿ú penzaba -que te iba á valé conmigo la sancaíya, como con el otro de ayé?</p> - -<p>Y Pablo, mordiéndose los nudillos de coraje, detestando á aquel -hombre provocativo, y con fuerzas y valor para luchar con él, no se -atrevía á acercársele, porque... porque tenía miedo, así como suena; -pero miedo á su navaja, cuyo aspecto le repugnaba como el de un bicho -venenoso.</p> - -<p>—¿Vienej’... ú voy?—dijo el bravo dando un paso hacia -Pablo. Este dió otro también... hacia atrás.</p> - -<p>—¡Cobarde!—gritó, al notarlo, el Sevillano.</p> - -<p>Aquella palabra penetró como un bisturí en todas las fibras del -mozo... pero no le hizo moverse del sitio que ocupaba. Un sudor frío le -bañaba el rostro, y el corazón le aporreaba las paredes del pecho, como -si protestara contra la cordura de la cabeza.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_359">[p. 359]</span></p> - -<p>Los espectadores de la escena estaban aterrados y gritaban á Pablo -que huyera, porque no era igual la lucha; con lo que iban subiendo -de punto los atrevimientos del matón, que llegó á hablar así, dando -otro paso hacia el ofuscado joven, el cual también dió otro... hacia -atrás:</p> - -<p>—No quiero tu vida, que ya veo la mala calidá que tiene; pero -te voy á pintá un muñeco en la jeta pa que le llevej’ á la boa el día -que te cazej’, y tenga la moza argo güeno que mirá en tí.</p> - -<p>¿Han visto ustedes saltar un tigre?... digo, ¡qué han ver, ni Dios -lo quiera! pero lo habrán oído ó lo habrán visto pintado. Pues como -salta un tigre, rápido, fiero y gallardo sobre su presa, así saltó -Pablo sobre el atrevido jaque tan pronto como le oyó mezclar en sus -bravatas lo que él guardaba en el relicario de su pecho. Cañones que le -hubieran puesto delante, no habrían conseguido detenerle en su ímpetu -sublime.</p> - -<p>Al ver al uno en brazos del otro, y la navaja aparecer y desaparecer -entre ambos, alborotóse la gente espantada; acudieron nuevos curiosos -de la vecindad, y entre ellos Juanguirle, que se abalanzó á los -combatientes. Pero no era necesaria su ayuda. En pocos momentos desarmó -Pablo á su enemigo; le sopapeó, le revolcó en el fango, volvió á -levantarle asido por las gre<span class="pagenum" id="Page_360">[p. -360]</span>ñas, le dió dos puntapiés, y arrojó el arma vil á una -poza, mientras el valiente, huyendo del alcalde que se empeñaba en -prenderle, y de la rechifla del público, corría que se las pelaba, -escupiendo basura y <i>chocleándole</i> los zapatos llenos de agua sucia de -la charca.</p> - -<p>Pablo, salpicado de barro, desaliñado y convulso, se dejó de -comentarios ociosos, y fuése apresurado á casa de Juanguirle, -deplorando que el suceso no hubiera ocurrido á siete estados debajo de -tierra.</p> - -<p>Nisco estaba mejor y ya sentado en la cama. Asombróse al ver á su -amigo en tan desastroso aspecto; refirió éste el caso, y le abrazó el -hijo de Juanguirle, lamentándose de no haberle ayudado, siquiera con -la presencia, y de que hubiera salido vivo del empeño el traidor de la -navaja. Preguntóle si le había herido con ella.</p> - -<p>—Nada absolutamente—respondió Pablo.—Ni un arañazo -me ha costado pisotear la fama de ese bribón. Un dolorcillo siento -hacia esta costilla del lado izquierdo; pero no es de golpe alguno, -sino de un esfuerzo que hice al levantarle de la poza.</p> - -<p>Después se lavó las manos y la cara; se arregló el vestido; volvió -á sentarse á la cabecera de la cama, y mudó de conversación; hasta que -entró Juanguirle, que se había quedado charlando con los vecinos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_361">[p. 361]</span></p> - -<p>Pablo, mientras oía al alcalde lamentarse de no haber preso al -bribón cuando pudo y debió hacerlo, palpábase con la diestra el punto -dolorido y se revolvía mucho en la silla.</p> - -<p>—¿Qué tienes?—le preguntó Nisco. Á lo que respondió el -joven:</p> - -<p>—Que me anda aquí algo tibio y pegajoso... nada; pero me causa -una impresión muy desagradable.</p> - -<p>Por consejo de Juanguirle, muy alarmado, se descubrió la parte -donde Pablo sentía lo que tanto le molestaba. Las ropas estaban -allí empapadas en sangre, y ésta continuaba fluyendo, aunque no -en abundancia, de una herida en el costado. Nisco y su padre -palidecieron.</p> - -<p>—¡Y yo que dejé escapar á ese villano!—exclamó -Juanguirle mesándose el pelo.</p> - -<p>—¿Qué es lo que tengo?—preguntó Pablo.</p> - -<p>—¡Una herida que hay que cuidar, hijo!—respondió el -alcalde.</p> - -<p>—¡Una herida!... ¿Cuándo me la hizo, si yo no sentí nada?</p> - -<p>—¡Bueno estabas tú para sentir, aunque te hubieran abierto en -canal!... ¡Y estamos sin médico hace cuatro meses! ¡Voto á briosbaco y -balillo!...</p> - -<p>—Ande usted—repuso Pablo sonriendo, más por disimulo que -por ganas,—que como se curó Nisco me curaré yo. Lo que importa es -que en mi casa no se sepa esto.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_362">[p. 362]</span></p> - -<p>—No estoy, Pablo—dijo Nisco,—porque esas cosas -se oculten. Bueno es que, por de pronto, se ponga un reparo para que -llegues á tu casa sin asustar á la gente con la vista de la sangre; -pero después... Cierre la puerta, padre, y curémosle con lo mismo -que el suyo me curó ayer á mí. Dicen que dijo don Pedro que el agua -fresca es el mejor remedio para las heridas. Desnúdate, Pablo, de medio -arriba.</p> - -<p>—Es cierto—añadió Juanguirle, azorado y -presuroso.—Desnúdate, hijo, en tanto voy yo por el agua y unos -trapos.</p> - -<p>Salió, cerrando la puerta por fuera, y descubrió Pablo su tronco, -blanco como el alabastro, fornido y esbelto como el de un Apolo de -Fidias.</p> - -<p>—Tiéndete en la cama,—le dijo Nisco arrimándose él á la -pared.</p> - -<p>Hízolo así Pablo; entró Juanguirle con una jofaina llena de agua, -y media sábana vieja al hombro, y dióse comienzo al lavatorio. La -herida estaba sobre una costilla. No se metieron los improvisados -cirujanos en otras investigaciones; pero vieron que tenía medio palmo -de larga, y esto los asustó. Hecha esta primera operación, pusieron -unos paños empapados en el mismo menjurje con que se curaba Nisco la -descalabradura; sujetáronlos con una ancha venda; vistióse Pablo, y le -dijo Juanguirle, que le quería de veras:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_363">[p. 363]</span></p> - -<p>—Ahora, á casa, hijo mío; cuéntalo del mejor modo que te -parezca; ¡pero cuéntalo, por el amor de Dios! y llama á un médico en -seguida, porque esos boquetes suelen tener la salida por donde menos -se piensa... ¡Ah, como yo llegue á echar mano al traidor!... Y ¡voto -al chápiro verde que he de echársela, ó no seré más alcalde de este -pueblo!</p> - -<p>Salió Pablo poco después, hallando en el portal, muy afligida, á la -alcaldesa, que, por ciertos respetillos pudorosos, no había asistido -á la cura; chanceóse con ella para tranquilizarla, y se encaminó á su -casa, pensando, más que en la herida, en el efecto que iba á producir -en las dos familias la noticia del suceso, si es que no había llegado -ya en alas de la oficiosidad de ciertas gentes entrometidas.</p> - -<p>¡Vaya si había llegado! Y salía ya don Pedro portalada afuera; y se -asomaban al balcón madre é hija desoladas y sin color en el rostro; -y acudía Ana, con el alma en un hilo, y quedaba don Juan en su casa -echando chispas por los pelos erizados y tempestades por la boca.</p> - -<p>Nada dijo Pablo de la herida; pero refirió el encuentro tal y como -había sido.</p> - -<p>—Ésta es la verdad—añadió.—Yo no lo he buscado; -ello se vino solo... ó traído por Satanás. Sé que es llover sobre -mojado; barrunto cómo estará mi padrino; conozco lo que á uste<span -class="pagenum" id="Page_364">[p. 364]</span>des les aflige el caso por -el color que tiene; pero no lo pude evitar... Perdóname, Ana: otra vez -me dejaré poner la mano en la cara, si te gusto más, bien abofeteado y -huyendo, que mal vestido y triunfante.</p> - -<p>—¡Pero dicen que te hirió con una navaja!—exclamó su -madre palpándole desatinada todo el cuerpo.</p> - -<p>—¿En dónde?—dijo Pablo con fingido asombro, pero -cuidando mucho de que su madre no le tocara donde le dolía ya más de lo -que él esperó.—No hagan ustedes caso de charlatanes... ¡y por el -amor de Dios, no hablemos más de estas cosas!</p> - -<p>—Y... ¿ese hombre?—le preguntó don Pedro, que hasta -entonces no había desplegado los labios, aunque se los había mordido -muchas veces.</p> - -<p>—Huyó corrido como una liebre—respondió Pablo;—y -dudo que vuelva á vérsele por Cumbrales en mucho tiempo.</p> - -<p>Ana, en tanto, descolorida y angustiada, no apartaba sus ojos del -mancebo, cuyo aspecto le daba mucho que pensar.</p> - -<p>—¡Tendrá que oir tu padre ahora!—la dijo Pablo.</p> - -<p>—La verdad es—interrumpió don Pedro, que se paseaba -cabizbajo y sombrío,—que se combinan de tal modo las cosas, -que sin el<span class="pagenum" id="Page_365">[p. 365]</span> genio -irascible de Juan, hay para darse á Barrabás con ellas.</p> - -<p>—¿Qué dijo al aprenderlo, Ana?—preguntó -Pablo.—Cuéntalo todo sin reparos, porque conviene saber á qué -atenerse.</p> - -<p>—Poco, pero bueno—respondió Ana, esforzándose por echar -á broma la cuestión.—Ya con la noticia sola de la agarrada, se -había puesto que tocaba las vigas con la cabeza; pero al saber que -había andado la navaja por medio, entendí que le daba algo. Entonces me -dijo: «mírate bien, Ana; que por el camino de esas aventuras se va á -presidio.»</p> - -<p>—Y tú ¿qué le respondiste?</p> - -<p>—Yo... corrí hacia acá, porque eso de la navaja me heló la -sangre en las venas.</p> - -<p>Acabóse pronto esta conversación; llegó el mediodía, y Pablo -comió muy poco. Después se encerró en su cuarto y se pasó la mayor -parte de la tarde con la cabeza entre las manos y los codos sobre la -mesa. La herida no sangraba ya; pero le dolía mucho. Al anochecer -sintióse destemplado y sediento; le ardía la cabeza, y tuvo necesidad -de acostarse. Su madre y su hermana habían entrado á verle varias -veces; pero él había conseguido, si no tranquilizarlas, por lo menos -convencerlas de que nada grave tenía. Don Pedro, que todo lo observaba, -llamó á un criado y le dijo:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_366">[p. 366]</span></p> - -<p>—Ensilla el caballo y prepárate tú para ir á donde yo te -envíe.</p> - -<p>En seguida se fué al cuarto de Pablo. Acababa éste de acostarse. Le -pulsó, le tocó la frente... y se nubló la suya.</p> - -<p>—¡Tú estás herido, Pablo!—le dijo angustiado, pero -enérgico:—horas hace que lo estoy sospechando.</p> - -<p>—Es cierto—respondió el mozo.—No me he atrevido á -decirlo delante de las mujeres, por no alarmarlas.</p> - -<p>—¿Y yo?... ¿soy por ventura una de ellas? ¿No sabes, -insensato, que en estas ocasiones no deben desperdiciarse ni los -instantes?</p> - -<p>Le dió cuenta el enfermo de la precaución que se había tomado en -casa de Juanguirle, y quiso don Pedro examinar la herida. Toda la -fuerza de su voluntad, que era mucha, necesitó para no lanzar una -exclamación de espanto al ver aquel ancho boquete con los bordes -inflamados y sanguinolentos. Volvió á cubrirle como se lo permitió su -aturdimiento; dejó á Pablo y voló al portal, donde esperaba el criado -con las espuelas calzadas y el caballo listo.</p> - -<p>—¡Á escape á la villa!—le dijo.—Avisa al médico -de casa; adviértele que se trata de una herida, para que traiga á -prevención siquiera lo más indispensable; que monte en este mismo -caballo, si no tiene otro más veloz, y que ven<span class="pagenum" -id="Page_367">[p. 367]</span>ga en el aire, porque el herido está muy -grave.</p> - -<p>Este recado le oyeron doña Teresa y María, que andaban con oídos -sutiles detrás de la verdad. Al descubrirla se espantaron, y corrieron -hacia el dormitorio de Pablo. Don Pedro las detuvo.</p> - -<p>—Pero ¿se morirá, Dios mío?—exclamaba la dolorida madre, -mientras su hija lloraba amargamente.</p> - -<p>—¡Silencio, por la Virgen!—les decía don Pedro por lo -bajo.—¡Que no os oiga; que nada conozca! Entrad allá, vedle, -acompañadle; pero como si nada grave sucediera.</p> - -<p>—¡Hijo de mi corazón!... Pero ¿crees que se halla en peligro -de muerte?</p> - -<p>—¡No lo permita Dios!—dijo don Pedro, descubriendo, en -lo trémulo de la voz y en las lágrimas que asomaban á sus ojos, el -dardo que tenía clavado en el alma.</p> - -<p>Luégo entraron todos en el cuarto del enfermo, que yacía postrado en -el sopor de la fiebre.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_borlas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_26"> - <p><span class="pagenum" id="Page_369">[p. 369]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXVI. DE VARIOS COLORES">XXVI</h2> - <p class="subh2">DE VARIOS COLORES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-q.jpg" alt="Q adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">¡Qué noche!</span>... El -tiempo pasaba; el médico no venía; Pablo continuaba agravándose, y -nadie se atrevía allí á aventurar un remedio, porque el aspecto de -la enfermedad ataba las manos indoctas, que bien podían dar veneno -por triaca. Se entraba y se salía á cada instante, y se andaba de -puntillas en la estancia á media luz; se aplicaba el oído á la agitada -y seca respiración, y la palma de la mano á la ardorosa frente del -enfermo; y cada acto de éstos producía una pregunta muda y anhelosa -en los ojos contristados de los demás. Del cuarto de Pablo se iba á -todas las puertas y ventanas que daban al corral; y por cada rendija -se escuchaban los ruidos de afuera, hasta los más leves rumores... -el latir de algún perro, los golpes del pesado rodal, las esquilas -de la yunta, las almadreñas del carretero,<span class="pagenum" -id="Page_370">[p. 370]</span> algún cantar lejano... todo muy de -tarde en tarde. Después, el silencio absoluto, impenetrable como la -obscuridad que le envolvía... ¡ni un sonido que se pareciera al de -las herraduras del brioso caballo de don Pedro sobre los resbaladizos -cantos de la calleja!</p> - -<p>Nada se le había dicho á Ana de la alarmante gravedad en que se -hallaba Pablo; pero hasta en las ondas del aire hay oficiosos correos -para las malas noticias; y ésta no tardó en llegar á casa de don Juan -de Prezanes.</p> - -<p>Cenando estaban ya padre é hija: ésta triste y sobresaltada por los -sucesos del día, y aquél sombrío, mudo y desazonado por la misma causa, -pero vista con ojos bien distintos de los de Ana. Cayó entre ambos -la noticia como la guadaña de la muerte; y, yertos y despavoridos, -alzáronse al punto de la mesa; abrigáronse mal y de prisa, y volaron al -lado del enfermo.</p> - -<p>Se adivinan, sin que yo las describa, las impresiones de Ana junto -á aquel lecho en que yacía Pablo medio aletargado por la calentura. -Corríanle á la infeliz las lágrimas por las mejillas, y ahogaba los -sollozos en su pecho y las palabras en su boca; pero no pudo evitar que -sus manos se posaran trémulas y codiciosas sobre la frente caldeada del -enfermo.</p> - -<p>—¡Se abrasa el desdichado!—tuvo que decir entonces, -porque la pena y el sobresalto de que<span class="pagenum" -id="Page_371">[p. 371]</span> se vió acometida, la impusieron aquel -desahogo.</p> - -<p>Abrió los ojos Pablo al oir aquella voz, y dijo, queriendo -sonreírse:</p> - -<p>—Esto pasará pronto...</p> - -<p>—¿Cómo te encuentras, hijo mío?—le preguntó su madre, -anhelosa y acongojada, aprovechando el inesperado momento de lucidez -para explorar el estado del enfermo.</p> - -<p>—Bastante bien—respondió éste volviendo á cerrar los -ojos.—El calor me incomoda mucho... ¡Más agua!</p> - -<p>Sobre la mesita cercana al lecho había una botella, casi vacía ya, -y una copa con agua. Ana se apoderó de ella rápidamente y la acercó á -los labios ardientes de Pablo. Este cogió con su mano, que abrasaba, la -copa, y con la copa la mano de Ana; y así bebió, sorbo á sorbo, como -si le refrescara, más que el agua que bebía, el contacto de aquella -piel fina y rosada, misterioso centro en que á la sazón convergían los -anhelos de dos almas y la esencia de dos vidas.</p> - -<p>Mientras esto pasaba, don Juan de Prezanes (que ya se había quejado -amargamente de que no se les hubiera dado antes la noticia) preguntaba -á todos y á cada uno cómo había sido <i>aquello</i>; qué trámites había -seguido la agravación; á qué hora se había ido á buscar al médico; -por qué no venía ya... y todo cuanto podía preguntarse y mucho más, -espeluznado, nervioso, inquieto<span class="pagenum" id="Page_372">[p. -372]</span> y descolorido. Pero cuando observó que Pablo hablaba, y -tan pronto como Ana volvió á poner la copa sobre la mesa, no pudo -contenerse y avanzó hasta la cabecera del lecho. Pulsó al enfermo, le -palpó la frente, le arropó cuidadoso, le subió el embozo de las sábanas -y volvió á bajársele; tornó á subírsele, quiso hablarle, y se contuvo; -le arregló la almohada, y otra vez las ropas; volvió al intento de -preguntar algo... y tampoco dijo nada. Iba y venía; escuchaba la -respiración del enfermo y miraba á los circunstantes; y á todo esto le -temblaban los labios y la barbilla, y los ojos se le humedecían; sacaba -el pañuelo del bolsillo; llevábale rápido á las narices; daba con ellas -un trompetazo seco; volvía á guardarle... en fin, mareaba.</p> - -<p>Al último, estalló así:</p> - -<p>—¡Pablo... hijo mío!... Yo no sé si algo de lo que ayer te -dije puede haber contribuido á la desazón en que te hallas. Si es así, -¡perdóname, por el amor de Dios!... Yo no podía presumir... no era -fácil adivinar... Creía tener mis razones, estar en mi derecho; porque -cabe muy bien que un viejo como yo, en determinados casos de la vida, -reprenda á un mozo como tú, que se halla en salud cabal, como tú te -hallabas cuando yo te reprendí... quizá con mayor dureza que la debida, -porque á la lengua más la mueve el temperamento que la voluntad. -Pero<span class="pagenum" id="Page_373">[p. 373]</span> aquello -pasa... pasó como pasan las tempestades; y ahora me asusta el temor de -que el recuerdo de ello pueda afligirte la memoria en el estado en que -te ves... Por supuesto, que no le doy importancia maldita, y creo que -eso ha de desaparecer como un relámpago... ¡Pues no faltaba más!... -Pero, aunque pasajero, te postra en la cama y te hace padecer... ¡Si -supiera yo dónde hallar al infame que te hirió!... ¡Y ese médico que no -llega!... ¡Y al bestia que fué á traerle no se le habrá ocurrido buscar -otro á faltas de él!... Hay gentes que entienden algo de remedios -caseros para estos lances perentorios. Aquí todos somos unos burros -que no sabemos jota de ello. Nada se nos ocurre para aliviar á este -infeliz que se abrasa, Dios sabe por qué... ¡Y esto es precisamente lo -que hay que averiguar cuanto antes; y sólo puede averiguarlo un médico, -y el médico no viene!... ¡Si estos bestias de Cumbrales no hubieran -despedido al suyo hace cuatro meses!... Hombre, ¿no sería bueno mandar -otro propio con el caballo del cura? No soy gran jinete; pero me atrevo -á ir hasta el fin del mundo en busca de un médico ahora mismo...</p> - -<p>Hablaba y hablaba sin cesar don Juan de Prezanes, al tenor de lo -apuntado, mientras se paseaba inquieto y taciturno su compadre por -delante de la puerta de la estancia, y permane<span class="pagenum" -id="Page_374">[p. 374]</span>cían las tres mujeres junto al lecho de -Pablo, como otras tantas estatuas de la melancolía.</p> - -<p>Notábase demasiado calor allí; lo advirtió el enfermo y se desalojó -el cuarto, quedando en él solamente doña Teresa, sentada junto á los -pies de la cama.</p> - -<p>Pasó otra hora; y ya don Pedro había dado las órdenes para que -se fuera en busca de otro médico, cuando se oyeron en el corral las -herraduras del caballo que debía traer lo que con ansia mortal se -esperaba...</p> - -<p>Y lo traía el noble bruto sobre sus lomos empapados en sudor.</p> - -<p>Digo que llegó el doctor, forrado, por cierto, de pies á cabeza en -altas polainas, recio capote y descomunal bufanda.</p> - -<p>Cómo fué recibido, no hay que contarlo, pues ya se sabe con qué -ansiedad se le esperaba.</p> - -<p>Siempre sucede lo mismo en idénticos casos; lo cual no nos impide, -cuando estamos en cabal salud, poner á los médicos á bajar de un -burro, por ignorantes y matasanos. Así somos, con la gracia de que en -otros muchos lances de la vida, aún somos peores y más injustos y más -ingratos. Pero vamos al asunto.</p> - -<p>Tardó el médico, porque se hallaba ausente de la villa cuando fueron -á buscarle. Llegado á su casa, le enteró de lo ocurrido el criado de -don Pedro; después salió á encargar á un far<span class="pagenum" -id="Page_375">[p. 375]</span>macéutico los medicamentos que juzgó -necesarios, operación nada breve... Pero, en fin, ya estaba allí, -aunque un poco retrasado, con un frasco en cada bolsillo y llena de -emplastos la cartera. Aunque entradillo en años, era chancero y alegre; -por lo que sus palabras (después de oir de pie, y mientras se despojaba -de los pesados abrigos que llevaba encima, la relación hecha por don -Pedro) fueron á modo de brisa que, si no barrió, adelgazó mucho los -negros celajes que abrumaban el ánimo de aquellas buenas gentes.</p> - -<p>Entró luégo en el cuarto del enfermo, seguido de don Pedro Mortera y -de don Juan de Prezanes. Salió doña Teresa; cerróse la puerta y comenzó -el reconocimiento, que fué largo y escrupuloso.</p> - -<p>La herida, por estar muy inflamados sus bordes, no pudo examinarse -como el doctor quería; pero era indudable, por lo que estaba al alcance -de la sonda y lo que respondía el enfermo, que no era profunda, sino á -lo largo de la costilla sobre la cual estaba.</p> - -<p>Hízose la cura como debía de hacerse; se le dió á Pablo una bebida -al caso; se recomendó el silencio y el desahogo en la estancia, y -volvieron á salir de ella los hombres. Las tres mujeres los esperaban -en el <i>carrejo</i>, con la ansiedad que es de suponerse. El médico habló -así en<span class="pagenum" id="Page_376">[p. 376]</span>tonces, sin -cuidarse maldita la cosa de bajar la voz:</p> - -<p>—Es más el ruido que las nueces. La calentura, que es muy -alta, tendría gran importancia si la herida fuera penetrante; pero -felizmente no lo es, y de ello he de convencerme más tan pronto como -disminuya la inflamación á beneficio de lo dispuesto ahora. Pablo es -nervioso y vehemente; han pasado muchas horas perdidas desde que fué -herido; precedió al lance una escena violenta, según me han dicho, -y parece ser que vino tras otra por el estilo ocurrida ayer. Todo -esto contribuye, indudablemente, á poner á Pablo en el estado de -exacerbación en que se halla; estado que no juzgo grave, ni mucho -menos, aunque á los ojos profanos lo aparenta... Con que á cenar, si no -lo han hecho ustedes ya; á la cama después los que no velen, y á dormir -sin penas ni cuidados; que, ó yo me engaño mucho, ó esto ha de ser obra -de pocos días.</p> - -<p>¡Bendita boca! ¡Bendita ciencia que por ella habló! ¡Benditas -palabras que rompieron en un instante las férreas y candentes ligaduras -que oprimían y abrasaban tantos corazones henchidos de amor al valiente -mozo!</p> - -<p>Una hora antes habían llegado Juanguirle, el padre de Catalina y -media docena más de vecinos de las inmediaciones, á saber noticias -del<span class="pagenum" id="Page_377">[p. 377]</span> enfermo, de -cuyo estado gravísimo comenzaba á hablarse en el pueblo, y á ofrecerse -á todo cuanto ellos pudieran hacer en servicio y descanso de la casa. -Todos estaban en la cocina aguardando el resultado de la visita del -médico, y á todos les dió cuenta don Pedro Mortera, muy regocijado, del -fallo del doctor.</p> - -<p>Este consintió en quedarse allí aquella noche, y era muy corrida ya -la mitad de ella, cuando Ana y su padre, después de haber visto que -Pablo dormía con relativo sosiego, se retiraron á su casa.</p> - -<p>Á la mañana siguiente la calentura había cedido mucho; tenía poca -sed el enfermo, y la herida presentaba mejor aspecto; con lo que el -médico, confirmándose en su primer dictamen, se volvió á la villa.</p> - -<p>No entra en mis propósitos, ni vendría muy al caso, escribir la -historia detallada de la enfermedad de Pablo. Lo que importa conocer -aquí es el resultado de ella; y á este propósito, digo que, tres días -después de lo narrado, el enfermo estaba completamente limpio de -calentura, y su herida, nueva y cómodamente examinada por el doctor, en -las mejores condiciones apetecibles.</p> - -<p>Como ya se le permitía hablar, Nisco, que había saltado de la cama -en cuanto supo lo que á su amigo le ocurría (aunque, por acuerdo<span -class="pagenum" id="Page_378">[p. 378]</span> de Juanguirle, lo ignoró -hasta que hubo pasado lo más grave), le acompañaba algunos ratos.</p> - -<p>No era ya el mozo aparatoso y remilgado de antes. Presentábase en -la nueva etapa de su vida sencillo, modesto y bondadoso. ¡Cuánto había -ganado en el cambio! Atribuíase éste en casa de don Pedro Mortera -al reciente percance que aún le tenía con la frente vendada, y á su -pena por lo acontecido á Pablo; pero yo sé que el descalabro que -principalmente había dado origen á tan notable transformación, era bien -diferente del que le produjo la pedrada del Sevillano. El resto fué -obra de la abnegación de Catalina, ejemplo admirable que acabó de abrir -los ojos al iluso.</p> - -<p>Estando una tarde sentado á la cabecera de la cama de Pablo, llegó -Chiscón al portal, hallándose en él don Pedro Mortera. Descubrióse con -respeto el hercúleo mozo, y habló así al caballero, que le miraba con -repugnancia:</p> - -<p>—Tiénenme por amigo del hombre que ha puesto á Pablo en -peligro de muerte. Nunca lo fuí, señor don Pedro, aunque dejé que me -lo llamara y que á mi lado se le viera muchas veces. De saber acabo la -maldá del alevoso; habrá quien piense que consejos míos le movieron la -mano traidora, como á mí los suyos me acabaron de mover la voluntá á -preparar la guerra del domingo... y aquí vengo, señor, á lavarme<span -class="pagenum" id="Page_379">[p. 379]</span>, con la verdá, de la -mancha de esa duda. Yo no soy santo; la ira me tienta muy á menudo; -y, por verme fuerte, gústame que valga la mía más de lo que debiera -gustarme; pero guerreo en buena ley, cara á cara y con armas iguales. Á -Pablo busqué así: pudo más la su maña que la mi fuerza, y vencióme... -Usté lo vió. Dolióme la afrenta, es verdá; pero juzguéla castigo por -mano de un valiente, y de allí no pasaron mis rencores, aunque la pena -fué grande. Sin ser visto de naide, volvíme á mi casa... ¡Por el santo -nombre de Dios, juro que, desde mucho antes de enredarme con Pablo -aquella tarde, no he vuelto á ver al traidor que al otro día le dió la -puñalada!</p> - -<p>Cayó mucho hacia la benevolencia la antipatía con que miraba don -Pedro á Chiscón, cuando éste acabó su apasionado razonamiento, y le -dijo el grave señor, pero sin dureza:</p> - -<p>—Nadie ha sospechado aquí semejante cosa: puedes estar -tranquilo.</p> - -<p>—De justicia son, señor don Pedro; pero con no ser más que de -justicia, estimo mucho esas palabras. Y ahora—añadió el mocetón, -manoseando el sombrero,—si en ello no ofendiera...</p> - -<p>Y aquí se paró; pero don Pedro, leyéndole el pensamiento, noblote y -generoso, al través de aquella rudeza medio salvaje, le dijo, señalando -hacia la puerta del estragal:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_380">[p. 380]</span></p> - -<p>—Sube á ver á Pablo si quieres.</p> - -<p>—Ese favor iba á pedir, señor don Pedro,—respondió -Chiscón agradecido.</p> - -<p>Un momento después crujían las tablas de los peldaños, holladas por -los herrados zapatones del gigante.</p> - -<p>Llamó arriba con un <i>deogracias</i> que retumbó en toda la casa. -Apareció doña Teresa; y después de oir al mocetón, le condujo á la -estancia de Pablo.</p> - -<p>Por entrar, habló en términos parecidos á los que empleó delante -de don Pedro Mortera. Pablo, por toda respuesta, desde la cama en que -estaba sentado le alargó su mano pálida, fina y un tanto descarnada; -mano que desapareció al punto entre las dos de Chiscón y enormes, -atezadas, callosas y peludas.</p> - -<p>—Dicen—añadió el de Rinconeda un poco -conmovido,—que anda oculto por temor á la justicia. ¡Que Dios le -libre de caer en la de mis manos!</p> - -<p>Después soltó la de Pablo y tendió una de las suyas á Nisco, -diciéndole:</p> - -<p>—La misma culpa que en la herida de Pablo, tengo en la pedrada -que te alcanzó á tí, obra de un mismo traidor. Por lo demás, si prenda -tuya quise tomar, fué porque abandonada la ví. Confieso que el <i>no</i> -me sacó de quicios; pero no todo lo que después vino fué sólo intento -mío,<span class="pagenum" id="Page_381">[p. 381]</span> que lances y -consejos lo fueron arreglando así. Á lo tuyo te has vuelto ahora, y has -hecho bien, que la prenda lo vale y la merecías más que yo.</p> - -<p>También Nisco le alargó la diestra, en señal de amistad sin -resentimientos. Después se enteró Chiscón muy al por menor del estado -de Pablo, y celebró cordialmente la mejoría. Luégo se despidió cortés, -á su manera, y salió del cuarto, carrejo adelante, dejando aquí un -pastel de arcilla blanda, y allá un chinarro, de lo agarrado en las -callejas por sus zapatones, y haciendo temblar los suelos en cada -zancada.</p> - -<p>En tanto, había llegado Juanguirle muy apurado, y estaba con don -Pedro Mortera en el cuarto del portal. Tratábase de un oficio del -alcalde de Praducos al alcalde de Cumbrales, recibido por éste en aquel -momento.</p> - -<p>—Ya usted lo ve—decía Juanguirle:—esas gentes se -han desbandado por estar muy perseguidas, y andan en pandillas cortas -de merodeo por acá y por allá. Han entrado en Praducos y en Sopando... -y en Coloños, que está á dos pasos de este pueblo. Verdad que ha sido -entrada por salida, á lo que parece, y que se han conformado con unas -cuantas raciones. De todas suertes, ¿qué le parece á usted, señor don -Pedro, que hagamos en Cumbrales, en virtud de este aviso que me dan?</p> - -<p>—Hablar poco de ello y tener mucho juicio<span -class="pagenum" id="Page_382">[p. 382]</span>—respondió don -Pedro;—y, sobre todo, cuidar de que nada sepa don Valentín, que -puede hacer una majadería que nos cueste muy cara á todos.</p> - -<p>—Eso mismo creo yo... porque, señor, una aldea abierta, de -poco vecindario, sin otra arma que el sable de ese loco...</p> - -<p>—Y tan loco será como él quien llegue á escucharle con -paciencia; y mucho más loco, quien se pare á considerar lo que podrá -creerse de los que no le hagan caso.</p> - -<p>—¿Quiere decirse que este oficio... como si hubiera caído en -un pozo?</p> - -<p>—No tanto, porque debe servirte el aviso para estar alerta -y prevenido, á fin de evitar al pueblo cuantas vejaciones puedan -evitarse, si tenemos la mala suerte de recibir esa visita.</p> - -<p>—Pues alerta está, señor don Pedro; y Dios sobre todo.</p> - -<p>—Esa es la fija... ¡y cuidado con don Valentín!</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_ojos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_27"> - <p><span class="pagenum" id="Page_383">[p. 383]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXVII. GENIO Y FIGURA...">XXVII</h2> - <p class="subh2">GENIO Y FIGURA...</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">La rápida</span> y feliz -convalecencia de Pablo volvió á normalizar la vida en ambas casas; con -lo que reaparecieron en el salón de don Pedro Mortera los rollos de -holandas y los paquetes de batistas que días antes anduvieron por allí -entre manos de Ana, de María y de doña Teresa; preparativos de boda -y mínima parte de lo que se había encargado con igual destino á las -modistas y costureras de la ciudad.</p> - -<p>Había, pues, tertulia constante en casa de don Pedro, á la que no -faltaban Pablo, muy animoso aunque algo dolorido y débil todavía; su -cuñadito en ciernes, por las tardes, y don Juan de Prezanes cuando -menos se le esperaba. Ya para entonces y desde antes de los trágicos -sucesos referidos, las familias de don Pedro Mortera y de don Rodrigo -Calderetas se habían hecho<span class="pagenum" id="Page_384">[p. -384]</span> sendas visitas; por lo que también se vió más de tres -veces al caballero de la villa, con su señora y su otro vástago (una -jovenzuela pálida y muy peripuesta, que se llamaba Niquis, contracción -elegante del vulgar Nicasia que le arrimó en la pila su padrino, -un pañero acaudalado, pero de poco gusto), en la apacible reunión -aquélla.</p> - -<p>Antes la enfriaban que la divertían los ceremoniosos continentes de -estos tres personajes; pero eran sus visitas actos de cortesía, y había -que agradecerlas. En cambio, cuando se hallaban solos los de Cumbrales -y el novio de la villa, que era suelto y ocurrente, se cobraban con -usura los ratos tan mal empleados; porque hasta el mismo don Juan de -Prezanes andaba hecho unas castañuelas, y solamente en cinco ó seis -ocasiones se había ido del seguro con su compadre por cosas de poco más -ó menos.</p> - -<p>En fin, que todo era paz y alegría entre aquellas gentes, y hasta se -habían fijado las bodas para el día en que Pablo se viera completamente -restablecido (restablecimiento que ya daba el convaleciente por -alcanzado), cuando olió don Valentín lo de allende los montes, por más -empeño que puso Juanguirle en que ignorara lo que de oficio le había -dicho su <i>colega</i> de Praducos. Pero ¿dónde se movería el perjuro que -no lo advirtiera el oído sutil del veterano de<span class="pagenum" -id="Page_385">[p. 385]</span> Luchana, que sólo vivía para odiarle y -para combatirle?</p> - -<p>No bien averiguó lo de Coloños, voló á casa de Juanguirle. Le -preguntó, le increpó y hasta le excomulgó; pero sólo burlas y malas -razones pudo obtener del alcalde de Cumbrales. Entonces corrió á la -villa, y asaltó el despacho de don Rodrigo Calderetas.</p> - -<p>—Ahora—le dijo sin preámbulos ociosos,—todos -ustedes son unos; don Pedro Mortera no podrá negarse á tomar en cuenta -las indicaciones patrióticas que usted le haga, ni usted á hacérselas -en vista de la gravedad de los sucesos que tenemos encima.</p> - -<p>—Cierto es—dijo el caballero,—que ustedes y -nosotros estamos amenazados de una invasión á la hora menos pensada; -pero es también un hecho que las fuerzas se han subdividido...</p> - -<p>—Tanto mejor para vencerlas, señor don Rodrigo.</p> - -<p>—No hay necesidad, don Valentín, de tomarlo tan por lo serio, -puesto que siendo grupos insignificantes los que merodean por ahí, no -son de temer extorsiones de gravedad. Piden unas cuantas raciones, -se les dan... y se van tan contentos. Esto es mucho más sencillo y -conveniente que una resistencia armada que puede costar perturbaciones -y sangre. Ya ve usted cuántos más elementos hay aquí que en<span -class="pagenum" id="Page_386">[p. 386]</span> Cumbrales para resistir, -y cuánta mayor responsabilidad adquirimos ante la historia nosotros -que ustedes, y, sin embargo, á nadie se le ha ocurrido aquí apelar á -medidas extremas que...</p> - -<p>—Yo, señor don Rodrigo—expuso don Valentín, comprimiendo -la ira que ardía en su pecho,—no tengo nada que ver con lo que en -esta villa se haga en el caso de que se trata. Impórtame sólo la honra -del pueblo en que nací, y esa es la que quiero salvar... porque debo -salvarla. Don Pedro Mortera es el único hombre que en Cumbrales puede -llevar á buen término mis propósitos; usted puede hoy mover el ánimo de -mi convecino, y al mismo tiempo hacer que don Juan de Prezanes acabe -de ponerse á mi lado, porque lo uno ha de venir como consecuencia de -lo otro. Del pie que cojea el don Pedro, no lo ignora usted, y aquí -mismo hemos hablado de ello los dos, no hace mucho tiempo, con leal -franqueza...</p> - -<p>—Se hablan muchas cosas, señor don Valentín, con sobrada -ligereza, aunque la lealtad mueva los labios y esté el corazón henchido -de los más hidalgos sentimientos. Verdad que hablamos algo de lo -que usted dice; verdad que apoyé entonces, hasta cierto punto, las -nobles miras de usted; cierto que se las recomendé, digámoslo así, al -señor don Juan de Prezanes... pero hay circunstancias en la vida... -y no siem<span class="pagenum" id="Page_387">[p. 387]</span>pre -los informes son exactos; la lealtad se engaña muchas veces, y los -caballeros, como yo, estamos expuestos á padecer alucinaciones...</p> - -<p>—Es decir, que don Pedro Mortera, para usted, es hoy muy -distinto de lo que fué ayer... En plata, que ya es liberal y trigo -limpio.</p> - -<p>—Quizá, quizá, señor don Valentín.</p> - -<p>—¡Cómo había de resultar otra cosa!—exclamó el héroe, -con la sonrisa más burlona que puede imaginarse, y un brío impropio -de sus muchos años.—¡Cómo había de salir cosa mala un consuegro -ricachón!</p> - -<p>—¡Señor Gutiérrez!...</p> - -<p>—¡De la Pernía, señor de Calderetas!—corrigió don -Valentín, alzándose sobre las enjutas piernas.—Y entienda usted -que para cantar ahora esos laúdes, no había para qué entonar el otro -día tantos vituperios... Fortuna que sé yo demasiado á qué atenerme.</p> - -<p>Y con esto salió don Valentín de casa de don Rodrigo Calderetas, sin -tomarse el trabajo de despedirse de él.</p> - -<p>Husmeando en la villa luégo, fué llenando de pormenores el saco -de sus noticias; y tan atacado le puso y tal se convenció de que el -peligro no daba ya instante de espera, que se vió á punto de que le -faltara el resuello á medio camino de su casa.</p> - -<p>¡En qué estado llegó! Jadeante, amarillo y<span class="pagenum" -id="Page_388">[p. 388]</span> desencajado; con el sombrero en el -cogote, el bastón al hombro, los ojos encandilados y los pábilos con -espuma. Era media tarde, no había comido aún, y se negó á probar las -sobras de la comida de su hijo, que Sidora le había guardado. Se -encerró en su cuarto, arrojó el sombrero y el bastón sobre la cama, y -se sentó á descansar en una silla vieja. No había otra mejor allí.</p> - -<p>Á los pies de la cama había una percha de castaño negro y apolillado -ya; sobre la percha, un guardapolvo muy ancho, y sobre el guardapolvo, -entre dos viejas sombrereras de cartón, una caja de pino, más alta -que ancha, con tapadera sujeta con un cordel. En aquella caja clavó -la vista don Valentín en cuanto se sentó á descansar, y de aquella -caja se apoderó, empinándose sobre la silla, tan pronto como no le fué -necesaria para reposo de su cuerpo fatigado.</p> - -<p>Desatado el cordel y alzada la tapadera, sacó á pulso el héroe un -morrión descomunal, envuelto en <i>Gacetas</i> arranciadas. El morrión era -de <i>herrada</i>, más ancho de arriba que de abajo, de felpa algo raída -y marchita de color, y con grandes chapas y carrilleras de metal. -Después de colocar con mucho mimo sobre la cama el morrión, don -Valentín abrió un cofre que había en otro rincón de la estancia. En -aquel cofre estaba el resto del uniforme: una casaca azul de fal<span -class="pagenum" id="Page_389">[p. 389]</span>dones muy largos y talle -muy corto, vueltas amarillas (el veterano había servido en fusileros) -y acribillada de botones en las picudas solapas; un pantalón de -dril blanco; dos charreteras con flecos de cordoncillo de plata, -ennegrecidos, mohosos y de un palmo de largos; un sable envainado, con -su correspondiente tahalí, y un pompón, amarillo también, como de media -vara de alto, envuelto en dos bulas de la Cruzada.</p> - -<p>Todo lo fué colocando en el orden debido sobre la cama, y para cada -pieza tuvo un requiebro de amor y de entusiasmo su boca balbuciente. -¡Cuántos años hacía que su cuerpo no se envolvía en aquellos arreos -marciales! ¡Quién le diría á él que aquellas reliquias del tiempo de -sus glorias habían de volver á salir á la luz del sol, precisamente -para ahuyentar al «monstruo de la tiranía,» á quien él mismo había -enterrado en Vergara!</p> - -<p>En fin, que se quitó el casaquín y los calzones, y se encasquetó el -uniforme sobre la escasa ropa que le quedaba encima del rugoso pellejo. -Pero ¡cuánta sobra veía por todas partes! ¡Cómo se le hundía el chacó -y le hacían alforjas la casaca y los pantalones! Todo había mermado en -el héroe; todo menos el corazón, que le tenía tan grande y tan lleno de -amor á la causa de la libertad, como en los albores de su juventud.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_390">[p. 390]</span></p> - -<p>—No hay remedio—discurría mientras atacaba de papeles la -badana interior del morrión, añadía ropa vieja al <i>peto</i> de la casaca y -colgaba las prendas de la paz en la percha de castaño:—me declaro -á mí mismo en estado de guerra, y publico yo solo y para mí solo la -ley marcial... Haré el último esfuerzo para adquirir auxiliares; y si -no los hallo, yo seré general, y ejército, y hasta plaza fuerte; y -después... ¡á vencer ó morir!... ¿De qué lado vendrá el enemigo? No lo -sé. ¿Qué fuerza será la suya? No debe importarme. Sé que anda cerca y -que puede estar aquí á la hora menos pensada, y esto me traza la senda. -Á ello me atengo, porque ese es mi deber. Sabré cumplirle.</p> - -<p>Iba anocheciendo ya. Sidora había salido de casa, y don Baldomero no -había vuelto á ella. Apareció don Valentín en la sala armado de pies -á cabeza. Se cuadró delante del retrato de Espartero; desenvainó el -sable; presentóle como cuando pasa el rey; después saludó marcialmente, -describiendo en el aire ancha curva con la bruñida hoja; giró hacia la -derecha sobre sus talones; envainó... y fuése.</p> - -<p>Media hora después aparecía en el despacho de don Pedro Mortera, el -cual personaje se creyó bajo el imperio de una pesadilla, al contemplar -la extraña catadura del que se le puso delante.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_391">[p. 391]</span></p> - -<p>Don Valentín habló así, temblando de emoción y de fatiga:</p> - -<p>—Mi ansiedad y este equipo en que vengo, le dicen á usted, -señor don Pedro, que no hay tiempo que perder y que es llegada la hora -de hacer un esfuerzo, si ha de hacerse. El enemigo puede venir, vendrá, -de un momento á otro, y no hay que contar con que la autoridad de -Cumbrales se aperciba á la defensa... Á usted acudo, por última vez, -á pedirle una parte, por mínima que sea, de su legítimo influjo sobre -estas gentes pacíficas, para que me ayuden en la empresa que estoy -resuelto á acometer. Con ese auxilio, y con el que obtendré seguramente -del señor don Juan de Prezanes...</p> - -<p>—¡El auxilio de don Juan de Prezanes!—exclamó don Pedro -Mortera mirando con asombro á don Valentín.—¿En qué se funda -usted para creer que le obtendrá?</p> - -<p>—En que no se resistió á concedérmele cuando otra vez se le -pedí.</p> - -<p>—Mentira.</p> - -<p>—¡Señor don Pedro!... ¡Yo no miento nunca!</p> - -<p>—Pues vaya usted á pedírsele, y déjeme en paz.</p> - -<p>—Sí, señor, que iré... y me le concederá, por lo mismo que -usted me le niega. Cuento con él, porque me le ha ofrecido y es -caballero... y muy liberal.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_392">[p. 392]</span></p> - -<p>—Pues será tan mentecato como usted si le ha oído con -paciencia, y loco rematado si le aplaude.</p> - -<p>—¡Ira de Dios! Si eso es ser loco, ¿dónde está la cordura?</p> - -<p>—En quien, teniendo atribuciones para ello, se apoderara -de usted ahora y le encerrara en una jaula, antes de que con sus -majaderías produzca una ociosa alarma en el pueblo.</p> - -<p>—Esa es la justicia de los tiranos: amarrado el mastín, y -suelto el lobo entre las ovejas.</p> - -<p>—Todo lo que usted quiera, con tal que me deje en paz -inmediatamente.</p> - -<p>—Eso es echarme de casa.</p> - -<p>—Figúrese usted que sí, y buenas noches.</p> - -<p>—¡Yo no hago eso con nadie, señor don Pedro!</p> - -<p>—Yo con todos los que vengan á molestarme con locuras como la -de usted.</p> - -<p>El pobre don Valentín ya no supo qué replicar á esto, porque no se -le ocurrían sino improperios, y no se atrevía á soltarlos, ni estaban -su boca balbuciente ni su pecho jadeante para meterse en recias -disputas. Conformóse con apretar los puños y mirar fiero y torcido á -don Pedro Mortera, y se largó, poniéndole entre mandíbulas (pues ya -se ha dicho que ni raigones tenía en ellas) de tirano, servilón y mal -patriota, que no había por dónde cogerle.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_393">[p. 393]</span></p> - -<p>¿Quién sabe lo que anduvo después, de puerta en puerta, predicando -aquí, amenazando allá: al uno porque era joven y debía toda su sangre -á la patria; al otro, porque tenía hijos á quienes dar ejemplo de -independencia y valor; á éste, porque estaba amenazado su hogar de un -atropello; á aquél, porque su novia y su hija podían ser presa de los -«inmundos chacales!»... Pero nada consiguió sino servir de espectáculo -á las atónitas gentes, con su pompón cimbreante, su morrión descomunal, -sus charreteras lacias, sus faldones inmensos y su pantalón blanco -salpicado del lodo de las callejas, ¡en tal mes, á tales horas y con la -helada que estaba dejándose sentir!</p> - -<p>Eran cerca de las nueve de la noche cuando llegó á casa de don Juan -de Prezanes, último refugio de sus mortecinas esperanzas.</p> - -<p>Hay que advertir que, á la sazón, se disponía el bueno del -jurisconsulto á ir á buscar á su hija, que aún estaba en casa de don -Pedro Mortera, entregada á los sabidos afanes de costura. Don Juan -se había despedido de allí aquella tarde algo amostazado, porque su -compadre le hizo la contra en no sé qué pequeñeces, con no sé qué -palabras y qué gestos; gestos y palabras que le traían mareado desde -que se había encerrado en su casa, dándolos vueltas en el magín; y -claro es que cuanto más lo revolvía en aquel hor<span class="pagenum" -id="Page_394">[p. 394]</span>no, más le caldeaba y más <i>burlón</i> y más -<i>dominante</i> iba pareciéndole don Pedro Mortera. De modo que volvía á -casa de éste de muy mala gana, y sólo porque se lo había prometido -á su hija que le esperaba allí. En este propósito y con un humor -endemoniado, le halló don Valentín. No fué menor el asombro que le -produjo la rara silueta del héroe, que el causado en cuantas personas -le habían tenido delante aquella noche. Dijo el pobre hombre qué -pensamientos le sacaban de casa á tales horas y en aquella guisa, y se -asombró más don Juan y le tuvo lástima.</p> - -<p>—¡Es posible, don Valentín—exclamó,—que hasta ese -punto le enardezca á usted su manía?</p> - -<p>Precisamente lo que no comprendía don Valentín era que se llamara -manía á su ardimiento patriótico, y que se asombrara nadie de su -bélica actitud enfrente del enemigo. Respondió en este sentido al -jurisconsulto, y añadió:</p> - -<p>—No hay para qué hablar más en demostración de esta verdad -palmaria, no hace mucho tiempo aceptada por sus amigos de usted... y -aun por usted mismo.</p> - -<p>—¡Por mí?</p> - -<p>—Por usted no fué negada al menos, cuando le pedí su apoyo con -la recomendación del señor don Rodrigo Calderetas; apoyo que tampoco -le pareció entonces cosa del otro jueves...<span class="pagenum" -id="Page_395">[p. 395]</span> Verdad que estaba de por medio el señor -don Pedro Mortera, á quien tratábamos de combatir. Hoy han variado las -circunstancias, bien lo veo, y con ellas el fondo de ciertas personas á -los ojos de otras.</p> - -<p>—Señor don Valentín, hoy, como ayer, don Pedro Mortera es un -caballero, mi mejor amigo, casi mi hermano. Si tiene sus debilidades, -yo tengo las mías también; pero ésta es cuenta para ajustada entre él y -yo solos, si lo tenemos por conveniente.</p> - -<p>—No entiendo, señor don Juan...</p> - -<p>—Pues esto quiere decir que hoy le prohibo á usted, como se -lo prohibí en la ocasión que cita, traer á cuento el nombre de esa -persona, si no es para honrarle como se merece.</p> - -<p>—Pues á eso respondo hoy, señor don Juan de Prezanes, lo -mismo que respondí entonces á usted por una observación idéntica y -con razones que en aquella ocasión no tenía: que don Pedro Mortera -corresponde muy mal á las ausencias que hace usted de él.</p> - -<p>—¿Quién se lo ha dicho á usted?</p> - -<p>—Nadie, porque lo he oído yo mismo.</p> - -<p>—¿Á quién?... ¿en dónde?... ¿cuándo?</p> - -<p>—Á don Pedro Mortera, en su casa, dos horas hace.</p> - -<p>—¡Falso!</p> - -<p>—Mentecato le llamó á usted, con todas sus<span -class="pagenum" id="Page_396">[p. 396]</span> letras, y por tan digno -le reputó como á mí de ser encerrado en una jaula.</p> - -<p>—¡Falso!... ¡falso!</p> - -<p>—Tan cierto como estamos aquí los dos, frente á frente.</p> - -<p>—Repito que es falso, señor don Valentín... y si no lo es, -quiero que lo sea. ¿Me entiende usted? ¿Me entiende usted, espíritu -diabólico y tentador?</p> - -<p>—¡Pero, señor don Juan!...</p> - -<p>—¡Vaya usted al demonio! Lárguese usted de aquí cuanto antes, -y déjeme en paz, ¡si esto es ya posible!</p> - -<p>Y salió don Valentín, que no podía con el peso de tantas -contrariedades ni con el del morrión que le abrumaba.</p> - -<p>Quedóse solo otra vez don Juan de Prezanes; y quedándose solo, -comenzó por quitarse el sombrero, que ya se había puesto para ir á -buscar á su hija cuando entró don Valentín, y por arrojarle sobre -la mesa. Después, con las manos en los bolsillos, echó á andar, á -andar por el cuarto, de aquí para allí, y, por último, se enredó en -la siguiente maraña de reflexiones, sin dejar de moverse como un -azogado:</p> - -<p>—Que vengan á decirme ahora que esto es una ofuscación de mi -genio impresionable y feroz. Que venga el hombre de más paciencia... -que venga Job en persona; que se coloque en<span class="pagenum" -id="Page_397">[p. 397]</span> mi lugar, y á ver cómo se las arregla; á -ver qué cara pone cuando le larguen por la espalda una puñalada así. -Que no se pase un día sin que el mejor de sus amigos... ¡amigo!... le -dé un alfilerazo, y celebren y aplaudan la gracia hasta sus propios -hijos; que responda á esas provocaciones y á esas burlas ahogando su -dolor y su pesadumbre con una prudencia heróica; que gentes de todas -cataduras le digan una y otra vez: «ese amigo no es cosa buena y te -quiere mal;» que se indisponga con todas esas gentes por defender el -honor del falso amigo, es decir, que pague con caricias sus bofetones; -que los vínculos de amistad lleguen á ser de parentesco; que busquen -al santo Job y le mimen y le halaguen; que cuando más confiado se -entregue á los halagos y á los mimos, sienta otra vez en sus carnes -las heridas alevosas, y vea el arma sutil en la mano que le acaricia; -que se resigne y calle todavía, aunque, tras de ofendido, oiga que le -murmuran por violento é intolerable; que tenga, en fin, la evidencia -de que el amigo, á sangre fría, con premeditación y en medio de la -plaza pública, como quien dice, le llama á boca llena mentecato, y le -juzga digno de ser encerrado en una jaula de locos... y á ver si Job -no acaba por darse á todos los demonios y por buscar al falso amigo y -armar un escándalo que sirva de ejemplo á todos los oprimidos, y<span -class="pagenum" id="Page_398">[p. 398]</span> de escarmiento á todos -los hipócritas... Pues yo, el irascible, el insoportable, tengo más -paciencia que Job; porque devoro acá dentro, en este pecho donde no -cabe la nobleza de mi corazón, esas provocaciones alevosas.</p> - -<p>Sentíase don Juan sofocado en la estrechez del gabinete, y abrió -la ventana. La noche no estaba tan serena y estrellada como antes. -Reaparecía el Sur; amontonábanse nubarrones en el cielo, y la luna sólo -á intervalos lucía. Algunas bocanadas de aire llegaban á la ventana, -trayendo consigo rumor de lejanas voces; rumor de que don Juan no se -dió cuenta, porque no estaba entonces ni para oir ni para ver sino lo -que tenía dentro y le hervía en la mollera.</p> - -<p>—¿Qué móviles son los que guían á ese hombre—se decía el -jurisconsulto volviendo á pasear intranquilo y vertiginoso,—para -conducirse como se conduce conmigo? Su altanería, su soberbia... el -empeño de imponerme sus ideas y sus gustos hasta en las cosas más -nimias, como se los impone á cuantos le rodean ó le deben algo. Pero -yo no le debo nada, ¡voto á Lucifer!... nada, si no son disgustos como -éste que ahora me enciende la sangre. No soy tampoco un zafio campesino -que necesite pedirle permiso para discurrir. Tengo mi criterio propio, -mis luces en la inteligencia; tantas luces... más luces que él, sí, -señor; ¡muchas más! porque<span class="pagenum" id="Page_399">[p. -399]</span> he visto más mundo, he estudiado más libros y he ejercitado -más el entendimiento, ¡muchísimo más! ¡Tengo, cuando menos, iguales -derechos que los suyos á ser oído y respetado; á hablar donde él hable, -á pensar donde él piense, á vivir donde él viva!...</p> - -<p>Aquí ya don Juan de Prezanes, sin percatarse de ello, decía á voces -todo lo que iba pensando; y como si su amigo estuviera provocándole en -el hueco de la ventana, delante de ella era donde más aspavientos hacía -y más levantaba la voz.</p> - -<p>Entre tanto, los rumores de afuera continuaban acercándose, y -llegaron á oirse próximos á la pared del corral, por la parte de la -calleja.</p> - -<p>Tampoco entonces reparó en ellos.</p> - -<p>Volviendo á sus paseos y á su monólogo, llegó á decir, -enardeciéndose por instantes:</p> - -<p>—¡Me quieres idiota?... ¡me quieres esclavo?... pues chasco te -llevas, ¡tirano! Tengo una razón... á Dios se la debo, y por ella soy -libre... ¡libre como el pájaro y el aire!</p> - -<p>En esto, y mientras la luna se escondía detrás de espesos -nubarrones, y se oía ruido cercano, como de gentes en tropel, don Juan -de Prezanes temblaba, y se arrimó á la ventana, y sintió dentro de sí -una cosa que le exigía un esfuerzo supremo; algo que necesitaba salir -de<span class="pagenum" id="Page_400">[p. 400]</span> su pecho y de -su garganta, veloz y bullicioso; algo que le oprimía el corazón y le -golpeaba el cerebro... No pudo contenerse más. Echó todo el busto fuera -de la ventana; y, apretando los puños, gritó loco, desaforado:</p> - -<p>—¡Viva la libertad!</p> - -<p>En aquel instante crecieron los rumores de la calleja y se agitaron -unos bultos en la obscuridad; brillaron dos fogonazos; se oyeron dos -tiros, y lanzó un grito don Juan de Prezanes, desapareciendo de la -ventana mientras saltaban las maderas hechas astillas, y en polvo los -cristales.</p> - -<p>Casi al mismo tiempo sonó hacia la iglesia otro tiro que pareció un -eco de los primeros.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_coronas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_28"> - <p><span class="pagenum" id="Page_401">[p. Page_401]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXVIII. SICUT VITA...">XXVIII</h2> - <p class="subh2">SICUT VITA...</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-m.jpg" alt="M adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Mientras</span> caminaba don -Valentín, después de salir de casa de don Juan de Prezanes, calleja -arriba, por donde vino el tropel de que se hace mención en el capítulo -antecedente, resbalando en este morrillo y metiéndose en aquella poza, -tropezando aquí y estando á pique de caer allá, despechado y febril, -reflexionaba de este modo:</p> - -<p>—Nada espero, nada temo, nada quiero; en nadie confío sino -en Dios y en el odio que tengo al perjuro. Tristeza en mí, tristeza y -soledad en mi casa, menosprecio y burlas en la ajena, viejo, moribundo -ya; envuelto en los hábitos de mis glorias, con la espada de Luchana -al costado... ¡qué mejor ocasión que ésta para dar el último grito -de libertad, delante del sempiterno enemigo de ella? ¡Qué muerte más -señalada para un hombre como yo?... ¡Ah, si topara con <i>ellos</i> esta -noche!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_402">[p. 402]</span></p> - -<p>Pensando así, andaba, andaba, y corría el sudor por los surcos de su -cara rugosa, porque la gimnasia que iba haciendo, el peso del uniforme -y la brega que traía desde media mañana, no eran para menos; y andaba -maquinalmente y sin rumbo determinado, aunque á veces creía oir en sus -adentros una voz que le aconsejaba seguir adelante y apercibido, porque -<i>por allí se iba</i>.</p> - -<p>Y andando, andando, llegó á un recodo que formaba la calleja, y oyó -ruido de voces y de pasos inseguros al otro lado. Le latió el corazón -con desusada fuerza. Llevó la diestra á la empuñadura del sable, y -detúvose. Los rumores se acercaron más. Don Valentín aguzó entonces -el oído, la vista, hasta el olfato. Parecía un sabueso delante de <i>la -barda</i>. Cierto que tenía, por don misterioso de la naturaleza, una -nariz para conocer al perjuro por el rastro, como el perro la tiene -para el jabalí.</p> - -<p>—¡<i>Él</i> es!—dijo balbuciente y conmovido.</p> - -<p>Sin otras averiguaciones, desenvainó el sable y plantóse en mitad de -la calleja, bien alumbrada entonces por la luna.</p> - -<p>Y no se equivocaba don Valentín: era <i>él</i>, ó, por lo menos, algo -que lo aparentaba. Á la vuelta del recodo, á pocas varas de distancia, -apareció un grupo armado y vestido como el héroe suponía. El grupo -no llegaba á una docena<span class="pagenum" id="Page_403">[p. -403]</span> de hombres; pero era un ejército para don Valentín, solo y -viejo y casi inerme. Nada le importó esta reflexión que no pudo menos -de hacerse: antes le infundió mayores bríos en medio de aquella fiebre -que le estaba devorando horas hacía. Se afirmó sobre los pies, enderezó -cuanto pudo el encorvado cuerpecillo; y temblando de entusiasmo desde -la coronilla hasta los talones, gritó, resuelto á todo, presentando el -jadeante pecho al enemigo:</p> - -<p>—¡Alto ahí!</p> - -<p>Y el enemigo se detuvo; y aun hizo más, para gloria de don Valentín: -retrocedió, acaso porque creyera que había fuerzas militares detrás -de aquellos arreos, en cuya vetusta é inusitada conformación no pudo -reparar de pronto y á tan escasa luz como la intermitente de la luna; -pero es lo cierto que retrocedió, y á esto se atuvo el héroe.</p> - -<p>—¡Cobardes!—gritó en seguida, ebrio de entusiasmo, -partiendo hacia los ocultos invasores.—¡Huís de un hombre solo, -viejo y desarmado!... ¡Dadme la cara, bandidos!</p> - -<p>Esta baladronada, que puso en evidencia su pequeñez y su soledad, -perdió á don Valentín. Sin ella, acaso hubiera corrido aquella noche -detrás del enemigo alucinado. Pero éste se rehizo con la advertencia, y -se encaró con el extraño retador.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_404">[p. 404]</span></p> - -<p>—¡Matadle—dijo el que mandaba allí,—si no se -entrega callando!</p> - -<p>—¡Entregarme yo!—exclamó don Valentín,—¡y á -vosotros, infames!... ¡Muerto, sí; pero rendido, nunca!... ¡Viva el -Duque!</p> - -<p>Y se lanzó, blandiendo el sable, al enemigo que, á su vez, le -embestía.</p> - -<p>—¡Viva la lib!...</p> - -<p>El infeliz no acabó de dar este segundo grito de su heróico -ardimiento, porque se sintió oprimido y atropellado por aquellos -hombres; los cuales, al verle un momento después, en el paroxismo de -su rabia, caer de espaldas en la calleja y quedar inmóvil, creyéronle -muerto ó poco menos, y allí le dejaron, continuando ellos el camino que -antes llevaban.</p> - -<p>Ya sabemos cómo respondieron dos de los más irreflexivos de la -partida, al grito casual de don Juan de Prezanes; y es de saberse ahora -que el lance no hubiera concluido así, á juzgar por las trazas, sin el -otro tiro que sonó hacia la iglesia y puso en precipitada fuga á los -invasores, señal de que andaban con poca tranquilidad y perseguidos de -cerca por enemigos más serios que el pobre don Valentín.</p> - -<p>El cual permaneció muy cerca de una hora tendido sobre el fango de -la calleja; y allí se hubiera muerto de frío, ya que no de los golpes -ó de la corajina que tal le habían puesto, sin<span class="pagenum" -id="Page_405">[p. 405]</span> la llegada de Juanguirle y de algunas -otras personas que le acompañaban, entre ellas Nisco, armadas de sendos -garrotes, excepto el montanero y el alguacil, que llevaban, para -estorbo y compromiso, como ellos decían, dos fusilones de chispa.</p> - -<p>Comenzaba á moverse un poco y á balbucir palabras inconexas en el -momento de topar con él la ronda.</p> - -<p>—¡Siempre me temí yo algo de esto, voto al chápiro -verde!—dijo el alcalde al levantar á don Valentín, cogiéndole por -debajo de los brazos;—aunque nunca pensé que llegara á tanto. -El diablo me lleve si no está á punto de entregar el alma... ¡Agarray -vusotros por las patas, muchachos!... ¡Uf!... ¡cómo está de barro, el -infeliz, hasta el cogote! Vamos, señor don Valentín, un poco de ánimo, -que la cosa no es tanto como aparenta. Dígote que fué suerte para todos -que al demonio de Lambieta le moviera la curiosidad de los tiros y -saliera á tiempo de ver correr á los causantes vega abajo, y me diera -parte y saliera yo también, y se viera lo visto y se discurriera lo -discurrido; que si no, aquí fenece esta noche el venturao del hombre, -sin tus ni mus. ¡Voto á briosbaco y balillo, que hubiera sido caso -de andar en coplas!... ¿Estáis ya? Pues hágase ahora la silla con -los brazos... ¡Ajá!... Tú, por aquí, Nisco... Sostenle tú la<span -class="pagenum" id="Page_406">[p. 406]</span> cabeza por atrás, -Ogenio... ¡Jum! mucho la zarandea para cosa buena... Apañay vusotros -esa espada y ese murrión... ¡Mil demonios si no hace media fanega larga -el sandifesio! Y á todo esto, el de su hijo... ¡por vida del chápiro -verde! pondría las orejas á que anda por onde no debe. ¡Cuando no -espante yo de una vez á esa pingolondona, afrenta del lugar y acabación -de las casas honradas... voto á briosbaco y balillo!... ¿Qué tal vamos, -señor don Valentín?</p> - -<p>—Mal,—respondió el pobre hombre, con apagada voz, -mientras con todo su cuerpo inerte, movido arriba y abajo y de un -lado á otro, marcaba el andar desconcertado de los mozos que le -conducían.</p> - -<p>Así llegó á casa, donde le recibió Sidora entre aspavientos y -declamaciones, y se trató de desnudarle para meterle en la cama.</p> - -<p>—¡Eso no!—dijo don Valentín.—Nadie me despoje de -lo que llevo encima. Ya que no me ha valido para bandera, quiero que -me sirva de mortaja. Con eso no lo profanará nadie, vendiéndolo por un -vaso de aguardiente.</p> - -<p>—¿Quién piensa en mortajas ahora, por vida del chápiro -verde!</p> - -<p>—Yo, hijo, yo... yo, que me muero sin remedio... ¡Siento un -frío... y una debilidad!...</p> - -<p>—¡Algo caliente, y un vaso de buen vino!—gritó -Juanguirle encarándose con Sidora;—y si<span class="pagenum" -id="Page_407">[p. 407]</span> no lo hay en casa, á la mía volando por -ello, que guardado tengo un botellón de la Nava rancio, para estas -ocasiones.</p> - -<p>Corrió Sidora á la cocina por una taza de caldo del que reservaba -todos los días para comienzo de la cena de don Valentín, y -descerrajando la alacena de la sala, por no parecer la llave, se sacó -una botella de vino blanco que denunció la fámula.</p> - -<p>Probó con dificultad uno y otro el extenuado y yerto veterano; -reanimóse un instante, y dijo, mientras le envolvían en mantas sobre la -cama, pero sin desnudarle:</p> - -<p>—Estos fríos no se curan á la lumbre... Son los de la muerte. -Por tanto, que venga el cura, y á escape... que cristiano soy ante -todo... y como cristiano debo y quiero morir.</p> - -<p>Fueron en busca del cura dos mozos de los allí presentes, pues uno -solo no se atrevía en noche de tales peripecias; y en tanto preguntó -don Valentín:</p> - -<p>—¿Y el perjuro?</p> - -<p>—Ajuyó al monte tan aína como pisó á Cumbrales—respondió -Juanguirle.—Y ello ¿tropezóle usté, ú qué fué lo que así le -puso?</p> - -<p>—Topé con él, Juan... por la misericordia divina... Acometíle -como debía... solo, frente á frente... Arrollóme porque eran muchos... -sentíme golpeado... caí... acabóme de aturdir<span class="pagenum" -id="Page_408">[p. 408]</span> un golpe en la cabeza... y no sé más... -Pero si huye el inicuo... ¡bendito sea Dios!... ¡quién piensa en otra -cosa?... De todas maneras, yo bien conozco ahora que ciertos asuntos... -no debieran tomarse tan á pechos... pero no lo puedo remediar... -Muriendo así, muero á mi gusto... Esa es mi ley... Obscura fué la -hazaña y no servirá de ejemplo... ni el Duque la conocerá... pero Dios -la ha visto... ¡Viva el Duque!... ¡Viva la!...</p> - -<p>No pudo más el pobre hombre. Quedóse inerte y amarillo, y todos -pensaron que allí acababa; pero volvió á revivir, y diéronle otro sorbo -de vino.</p> - -<p>En esto entró don Baldomero, que nada ignoraba ya, porque se lo -habían dicho los mozos que iban por el cura, al encontrarle en el Campo -de la Iglesia. Presentóse más encogido, torvo y desaliñado que de -costumbre; y con esto sólo pintó la pena que le causaba el suceso, si -es que alguna sentía real y verdaderamente. Así se acercó á la cama, -sin desplegar sus labios ni sacar las manos de los bolsillos.</p> - -<p>Vióle don Valentín, y díjole:</p> - -<p>—Solo te quedas, Baldomero... porque yo me voy... la verdad -sea dicha, sin gran pena de no volver á verte... aunque un poco mayor -que la tuya... por perderme de vista... Eres un Adán, y no espero -que te enmiendes... pero, ya<span class="pagenum" id="Page_409">[p. -409]</span> que por tí no lo hagas... por el honor de tu padre... no -acabes de perder la vergüenza al acabar con lo que te dejo... Conserva -á Sidora, que ha sido muy fiel y cuidadosa... págala en seguida la -manda que le hago en el testamento... que hallarás entre mis papeles... -aléjate de ciertas compañías... acércate más á Dios... y aparta allá un -poco ahora para que yo piense en Él mientras llega el señor cura.</p> - -<p>Fuése á la sala don Baldomero, y allí se dejó caer en una silla, -con las piernas estiradas y la cabeza caída sobre el pecho. Juanguirle -mandó despejar por completo el cuarto, y él mismo dió el ejemplo; pero -sin perder de vista al moribundo hasta que llegó el señor cura.</p> - -<p>Se confesó don Valentín despacio y bien, como hombre que era de -mucha cuenta y razón, aunque las de su conciencia las saldaba cada año, -y no eran complicadas, según el lector habrá ido comprendiendo; recibió -después el Viático y luégo la Unción; hasta que, á poco más de la media -noche, apagándose el último soplo de su vida, entregó á Dios el alma, -limpia y candorosa como la de un niño.</p> - -<p>Quedóse Juanguirle con algunos de su ronda velando el cadáver, y se -acostó don Baldomero.</p> - -<p class="mt2">Amanecía apenas, cuando llegó á la puerta del estragal -una mujer. Conocióla en la voz<span class="pagenum" id="Page_410">[p. -410]</span> Juanguirle, salió á su encuentro y la apostrofó así, -atravesado delante de ella:</p> - -<p>—¿Aónde vas? ¿Qué buscas? ¿Quién te llama aquí?</p> - -<p>—¿Á usté qué le importa?—respondió con desgarro la -mujer.</p> - -<p>—¡Voto á briosbaco y balillo—exclamó -Juanguirle,—que, si un poco me apuras, haré que valga mi -autoridad y te lleven aonde no te dé el sol en mucho tiempo!... ¡Taday, -moscalindrona!</p> - -<p>—Sepa usté que vengo aonde puedo, y en busca de lo que es -mío.</p> - -<p>—¡Taday, zarramplinga! Si algo te deben y de algo vos remuerde -la concencia, bien que lo cobres y la pongáis en gracia de Dios... y -aticuenta que poco se pierde, porque tal para cual; pero á su tiempo: -no ahora ni aquí... ¡Aguarda siquiera á que saquen de casa al que, -vivo, nunca te hubiera dejado entrar en ella!</p> - -<p>—¡No es usté quién para mandar en este sitio!</p> - -<p>—Para cerrarte la puerta á tí y á cuantos jedores como tú la -quieran apestar, todas las casas de Cumbrales son mías. ¿Lo entiendes, -cárabo? Pues vuélvete al monte, ó te escurro yo á guantás... ¡Y mira -que á mí no me la dais con la pamema de lo del murio, como al simplón -del tu vecino!</p> - -<p>Con esto se volvió Juanguirle arriba, porque la mujer aquélla se -largó hecha un veneno.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_lm.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_29"> - <p><span class="pagenum" id="Page_411">[p. 411]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXIX. LO DEL MURIO">XXIX</h2> - <p class="subh2">LO DEL MURIO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-a.jpg" alt="A adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Al grito</span> de don Juan -de Prezanes y al fragor de las ventanas hechas trizas, acudieron -las criadas que estaban al otro extremo de la casa. Halláronle -tendido en el suelo, juzgáronle asesinado, aturdiéronse; y sin otras -averiguaciones, corrieron despavoridas á casa de don Pedro Mortera.</p> - -<p>Aunque no dijeron cuanto pensaban y sentían, sus palabras, y más -que sus palabras, el modo de decirlas, produjo el efecto que es de -presumir; y entre aspavientos y gritos, trasladóse en un verbo la -familia entera, con sirvientes y adherentes, á casa de don Juan de -Prezanes.</p> - -<p>Ya estaba éste de pie; pero aturdido y medio alelado. Entró don -Pedro delante; y al oirle hablar con su amigo, los que detrás iban, -lle<span class="pagenum" id="Page_412">[p. 412]</span>vando medio -acongojada á Ana, avanzaron en tropel. Todo lo que antes era angustia, -se trocó en curiosidad al ver el aspecto que ofrecía el cuarto sembrado -de astillas y de cascos de vidrio, y en medio don Juan, que no acababa -de romper á hablar. Ana se colgó de su cuello; y aunque le colmaba de -caricias, anhelante y llorosa, el hombre parecía una estatua.</p> - -<p>Al fin respondió al torbellino de preguntas con que le acosaban por -todas partes:</p> - -<p>—¡Yo no sé qué demonios puede haber sido!... Estaba poniéndome -el sombrero... es decir, me le había puesto ya, para salir en busca -tuya, hija mía... De pronto, oí ruido hacia la calleja, abrí un poco -esa ventana, y... ¡pin! ¡pan!... todo fué estruendo á mi alrededor, -como si la casa se desplomara. No sé si alguna astilla... ó el -sobresalto; pero es lo cierto que aquí me ví, un momento hace, tendido -en el suelo, sin poder darme cuenta de nada... luégo entrásteis -vosotros, y he recordado esto poco que os refiero. Nada en substancia, -como veis... Pero ¿quién demonios soltó los tiros cuando yo... -es decir, cuando abrí la ventana?... ¿Habéis oído algo vosotros, -Pedro?...</p> - -<p>—Nosotros—respondió éste,—oímos esos tiros de -que hablas, y otro más hacia la iglesia; y precisamente estábamos -disputando sobre si habían sido tres ó dos y el eco de ellos, -cuan<span class="pagenum" id="Page_413">[p. 413]</span>do llegaron tus -criadas que te vieron aquí tendido al acudir al grito que diste.</p> - -<p>—¿Á qué grito, hombre?—saltó don Juan -apresuradamente.—¡Si yo no dije una palabra!</p> - -<p>—Por lo que refirieron las muchachas—añadió don Pedro -con socarronería,—lanzaste un ¡ay! terrible, sin duda al -caer...</p> - -<p>—¡Vamos!... al caer. Sí, porque lo que es antes de los -tiros...</p> - -<p>Al decir esto don Juan se estremeció de pies á cabeza, en una -convulsión nerviosa.</p> - -<p>—Lo esencial es que hayas salido ileso de la -catástrofe—prosiguió don Pedro mientras los demás no apartaban -los ojos de don Juan, que, poco á poco, iba serenándose.—¿Quieres -tomar algo?</p> - -<p>—Nada, nada... una taza de salvia, si acaso, porque estoy algo -nervioso.</p> - -<p>Voló Ana á preparar el antiespasmódico, y tornó á preguntar don -Pedro á su compadre:</p> - -<p>—¿Estás seguro de no haber recibido herida ni golpe?</p> - -<p>—Ya lo veis... nada siento, nada me duele... digo mal, un -coscorrón debo tener aquí...</p> - -<p>Tenía, en efecto, don Juan un chichón en la cabeza; pero cosa -insignificante.</p> - -<p>—Sin duda contribuyó este golpe—dijo don Pedro,—á -que perdieras el sentido cuando caíste.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_414">[p. 414]</span></p> - -<p>Y añadió por lo bajo, al oído de su mujer:</p> - -<p>—Apostaría las orejas á que tu compadre hizo una barbaridad. -Aquella voz que yo oí antes de los tiros, fué la suya, no me cabe -duda.</p> - -<p>—Pero á todo esto—insistió don Juan de -Prezanes,—¿de dónde salieron aquellos dos tiros cuando yo -grité... es decir, cuando abrí la ventana?</p> - -<p>Y se estremeció de nuevo, como si le asaltara un escalofrío.</p> - -<p>—Pues nadie lo sabe—respondiéronle,—como no se -sabe quién soltó el de hacia la iglesia.</p> - -<p>—¡El demonio ha andado suelto aquí esta noche!</p> - -<p>—Días hace que no huelga en Cumbrales.</p> - -<p>—En fin, de buena te has librado.</p> - -<p>—¡Sí, sí!... y hablemos de otra cosa, si -queréis,—concluyó don Juan volviendo á estremecerse.</p> - -<p>—Es que el asunto es grave, y hay que averiguar...</p> - -<p>—¡Vaya si lo es! Pero dejad siquiera que me tranquilice antes -un poco.</p> - -<p>Llegó luégo Ana con la infusión de salvia; tomóla el sobrexcitado -señor, y se entonó mucho; pero no dejó de temblar cada vez que salía á -colación el caso de los tiros, caso que no cesaba de salir.</p> - -<p>Media hora después apareció Juanguirle en la<span class="pagenum" -id="Page_415">[p. 415]</span> sala con la gente de que le hemos visto -acompañado en el capítulo anterior. Iba desalado, porque le habían -referido horrores de lo ocurrido en aquella casa.</p> - -<p>—¡Pícaros!—dijo cuando se enteró de la verdad.—¡Si -la intención es lo que vale, en garrote vil acabéis!</p> - -<p>—Pero ¿quién fué? ¿Llegaremos á saberlo al -fin?—preguntaron á Juanguirle.</p> - -<p>—¿Quién había de ser, voto á briosbaco y balillo! El faicioso -mesmo,—respondió el alcalde.</p> - -<p>—¡Demonio!—exclamó don Pedro, mientras don Juan se -estremecía y las mujeres se miraban sobresaltadas.</p> - -<p>—Pero ¿dónde está ahora?—preguntó Pablo.</p> - -<p>—Camino del monte, según mis noticias.</p> - -<p>—Así me lo explico yo todo—decía, en tanto, don -Juan:—siendo ellos, naturalmente habían de responder... es decir, -tenían que hacer una de las suyas. Vieron luz, vendrían acosados...</p> - -<p>—¡Vea usted si don Valentín estaba en lo cierto!</p> - -<p>—¡Don Valentín!—gritó don Juan de Prezanes.—Ahora -recuerdo que poco antes del suceso, estuvo aquí, de gran uniforme. -¡Desdichado de él si le han visto con aquella arboladura!</p> - -<p>—Pues á rondar vamos, señor don Juan—di<span -class="pagenum" id="Page_416">[p. 416]</span>jo el alcalde;—y si -no se le llevaron, que lo dudo, con él hemos de dar. Con que, ya que no -hacemos falta aquí, después de dar el parabién por lo poco que ha sido -en comparanza de lo que pudo ser...</p> - -<p>—Pero ¿quién los ahuyentó, Juan?—preguntó don Pedro.</p> - -<p>—Se cree que un tiro que oyeron hacia la iglesia, ó que -creyeron oir: tal venían ellos de recelosos y perseguidos. El intento -era, según voces, llegar á mi casa y pedir raciones, ó cosa que lo -valiera... Con que lo dicho, y á la paz de Dios, que vamos á recorrer -el pueblo para ver el rastro que han dejado.</p> - -<p>Salió Juanguirle con su gente, y ya sabemos que halló á don -Valentín; cómo le halló y lo que aconteció en su casa, hasta que -amaneció el nuevo día.</p> - -<p>Una hora después, mientras las campanas doblaban á muerto, el -alcalde, acompañado solamente de Nisco y del alguacil, continuó la -ronda, interrumpida durante la noche por los narrados sucesos; pero la -mayor parte de los vecinos ni siquiera tenía noticia de lo acontecido. -Felicitábase de ello el alcalde; y ya iba á dar por concluída su -exploración, cuando se le ocurrió detenerse delante de la choza de -la Rámila. Digo que se le ocurrió, porque su primera intención, -por consejo de sus acompa<span class="pagenum" id="Page_417">[p. -417]</span>ñantes, fué pasar de largo. ¿Qué había de buscar allí -nadie, y mucho menos gente hambrienta y fugitiva? Y aunque hubiera ido -alguien... y aunque hubiera matado á la bruja, ¿qué? Esta reflexión no -se la hizo Juanguirle; pero se la hicieron sus acompañantes, y por eso -le aconsejaron tan inhumanamente.</p> - -<p>—Criatura es de Dios como nosotros—dijo el alcalde -después de vacilar un momento,—y derecho tiene á mi amparo como -la que más.</p> - -<p>Y entró resuelto en la choza; cosa que le costó bien poco trabajo, -porque la puerta estaba entreabierta y desquiciada.</p> - -<p>En el rincón de la izquierda había una mísera cama sobre un zarzo -viejo, sostenido por cuatro estacas; y en aquella cama yacía la Rámila, -quejándose y con la cabeza entrapajada. Á las preguntas de Juanguirle -respondió:</p> - -<p>—Yo no sé qué decirte, hijo de Dios. En la cama estaba y oí -golpes á la puerta y el hablar de mucha gente. Pedían agua para beber, -y parecióme entenderles que querían saber por dónde se iba á casa -del alcalde. Levantéme; los porrazos iban á más; y al ir á correr la -llave saltó la puerta, dióme en la cabeza, caí, descalabréme de esta -otra parte, y medio me descoyunté este brazo. Atontecióme el golpe... -y ahí me estuve en el suelo lo más de la noche, sin saber lo que -hicieron aquellos hombres, que<span class="pagenum" id="Page_418">[p. -418]</span> me parecieron armados, aunque no lo jurara, porque con el -golpe de la puerta sobró para que yo no viera más por entonces... Creo -que esto no sea cosa de muerte; pero me resquema y me duele mucho. Sola -me veo y sin más amparo que el de Dios. Ya que Él te trae acá, hazme la -misericordia de decir en casa del señor don Pedro cómo me hallo... y -de enquiciar esa puerta, siquiera para que las bestias no entren aquí -mientras yo no pueda salir de la cama... si está de Dios que he de -salir, para jalar otro poco de la cruz que arrastro por el mundo.</p> - -<p>El bueno del alcalde, por de pronto, y al saber que la pobre vieja -estaba en ayunas, mandó á su hijo y al alguacil á buscar á las casas -más próximas lo que con mayor urgencia reclamaba el estado de la -infeliz; le reconoció, mientras aquéllos volvían, las heridas de la -cabeza, que eran varias aunque no graves; las lavó cuidadosamente y -las cubrió de nuevo, único <i>bálsamo</i> de que podía disponer allí donde -no había gota de aceite en la alcuza, ni casco que revelara que había -contenido jamás un sorbo de vino; y cuando, pasado un rato, estuvo más -consolado el estómago de la Rámila con lo que trajeron el alguacil y -Nisco, fuéronse los tres, no sin enquiciar antes la puerta, bien seguro -Juanguirle de que, tan pronto como relatara aquella gran necesidad -en casa de don Pedro Morte<span class="pagenum" id="Page_419">[p. -419]</span>ra, de nada carecería ya la infeliz menesterosa.</p> - -<p>Cerca de la iglesia, de vuelta para su casa, encontró Juanguirle á -Tablucas. Preguntóle éste por el resultado de su exploración, y contóle -el alcalde el percance de la Rámila, dándole por remate y en chanza la -enhorabuena. Tablucas se puso pálido.</p> - -<p>—¿Ónde tiene las heridas?—preguntó al alcalde.</p> - -<p>—En la cabeza,—respondió éste.</p> - -<p>—¿Muchas?</p> - -<p>—Varias.</p> - -<p>—¿No muy grandes?...</p> - -<p>—Así, así... regulares.</p> - -<p>—Con que regulares... Y ¿no se queja de más?</p> - -<p>—Un brazo del mismo lado tiene también de mala manera.</p> - -<p>—¡Del mismo lado!... ¡y puede que sea el derecho!</p> - -<p>—El derecho es.</p> - -<p>—¡Córcia!... ¡el derecho!... ¡Con que el derecho!... ¡Y puede -que diga que todo ello resultó de una caída!...</p> - -<p>—Eso afirma, y verdad será; no porque lo que yo he visto no -pudiera ser lo mismo de arma de fuego, y de refilón, según está el -pellejo como una criba.</p> - -<p>—¡De arma de fuego!... ¡de refilón! ¡Ma<span class="pagenum" -id="Page_420">[p. 420]</span>ría, Madre de gracia!... ¡Córcia!... -¡córcia!... ¡córcia!</p> - -<p>—¿Qué mil demonios de piojera te roe, que no paras, alma de -Dios?</p> - -<p>—¡No es cosa, no es cosa!... Es que ando yo así tiempo hace; y -luégo ¡tanto se corre hoy de unos y otros!... Y ¿no barrunta ella cómo -fué?</p> - -<p>—¿Pues no te lo relato punto por punto? ¿Á que acabas por -llorarla después de haberla plagado de maldiciones? ¡Por vida del -chápiro verde, que si te entiendo me atenacen!</p> - -<p>—¡Córcia!... ¡y luégo dirán de uno que si torna, que si -vira!... ¡La luz mesma no es más clara que ello! ¡María Santísima de la -Encarnación y el Sursumcorda Paráclito y Unigénito!...</p> - -<p>Esto dijo Tablucas santiguándose aturullado y tembloroso; se volvió -hacia su casa, y apretó á andar, sin despedirse del alcalde que le vió -alejarse, santiguándose de asombro, á su vez.</p> - -<p>¡Era muy singular aquel Tablucas!</p> - -<p>Ya nos dijo en una ocasión que tenía en el magín un proyecto para -acabar con el mal demonio que le perseguía. Desde entonces, como -también sabemos, su vida fué una incesante agonía: cada noche, los -tamborilazos á la puerta; cada luna, el perro en el murio. Á todo -esto, solo con su familia y entregado con ella á<span class="pagenum" -id="Page_421">[p. 421]</span> los horrores de su tribulación; porque -pensar que nadie entrara en aquella corralada después de anochecer, -era pensar los imposibles. ¿Quién era el guapo que á tanto se atrevía? -Alguien, bien acompañado, por supuesto, se aventuró á pasar por la -calleja, muy cerca del murio, mientras brillaba la luna á más y mejor; -pero nada vió encima del ruinoso paredón, sino los mencionados cantos, -que se bamboleaban cuando apretaba el viento, y un ramajo tísico de -laurel que asomaba entre ellos, de medio lado. De aquello no resultaba -forma de perro ni de cosa que se le pareciera, y esto convenció al -valiente explorador y á las gentes que le oyeron después, de que lo que -veían Tablucas y su familia lo veían ellos solos, porque para ellos -solos se mostraba allí, por arte del demonio.</p> - -<p>Lo cierto es que Tablucas no pudo más, y que un día le pidió la -escopeta á Resquemín. Díjole, en confianza, para qué la quería; y el -tabernero, que era supersticioso, no solamente se la dió, sino que le -aplaudió el intento.</p> - -<p>—Apunta bien y á cañón posao—le dijo al entregarle el -arma:—de oreja á paletilla; que en estos casos no está el mal en -tirar al enemigo, sino en dejarle vida para vengarse... ¡Jinojo!</p> - -<p>El mismo Resquemín cargó la escopeta con un puñado de pólvora y -medio maquilero de metralla. Un palmo asomaba la baqueta fuera<span -class="pagenum" id="Page_422">[p. 422]</span> del cañón después de -apretado el último taco. Puso también la cápsula en la chimenea, y, por -si faltaba, dió á Tablucas media docena de ellas.</p> - -<p>Pues, señor, que se fué Tablucas á casa al anochecer, precisamente -cuando el pobre don Valentín salía de la suya á la del alcalde. Reunió -la familia en la cocina; declaró ante ella su pensamiento, y terminó el -discurso con estas palabras:</p> - -<p>—Porque, hijos míos, esta vida no es para llevada mucho -tiempo; y aquí traigo la muerte ó la salvación de todos. Si <i>retingla</i> -mucho, taparvos las orejas... lo peor será para mí; pero lo que es -tirar, ¡córcia! lo que es tirar, tiro, aunque se me venga la casa -encima.</p> - -<p>Después se trató de cenar: ¡para cenar estaba la familia de -Tablucas! Así como así, no había qué, sino un poco de borona fría y -unos cascos de cebolla. De modo que cuando salió la luna y se oyeron -los tamborilazos á la puerta, y, entre la consternación de su mujer y -sus hijos, empuñó la escopeta y subió al desván Tablucas, casi podía -éste comulgar. ¡Y bien le hubiera venido al pobre, según lo trasudado, -amarillo y congojoso que iba!</p> - -<p>Por último, se acercó á la ventana, se tumbó en el suelo boca -abajo, y por una rendija muy ancha miró... ¡Allí estaba el perrazo, -mitad<span class="pagenum" id="Page_423">[p. 423]</span> blanco, mitad -negro, con la boca abierta y los ojos saltones, fijos en la ventana; -de medio adelante, echado sobre las manos tendidas; de medio atrás, -empinado y con el rabo tieso, en actitud de lanzarse sobre la presa á -la menor provocación! Tablucas cerró los ojos y pensó desmayarse. Luégo -se reanimó un poco.</p> - -<p>—Veamos—se dijo,—qué cara me pone, haciendo que -tiro.</p> - -<p>Y sacó con mucho pulso el extremo del cañón por la rendija; le apoyó -en la misma tabla; hizo la puntería... y nada: el perro inmóvil como -un canto. Alentó aquello al hombre; resolvióse; apuntó donde le dijo -Resquemín, y ¡Virgen de los Milagros, qué estruendo bajo aquel techo -carcomido! ¡qué llover cascotes el tejado, y qué rodar Tablucas por -el suelo con una astilla de la culata en la mano, única porción que -á la vista quedaba de la escopeta, tan bestialmente cargada por el -tabernero!</p> - -<p>Aquel tiro fué el que se oyó casi al mismo tiempo que los otros dos -enderezados á don Juan de Prezanes.</p> - -<p>Pero el perro no estaba ya en el murio.</p> - -<p>—¡Ya lleva lo que necesita, córcia!—exclamó Tablucas -cuando se cercioró de ello, y no le vieron tampoco su mujer y sus -hijos, que subieron al desván inmediatamente.—Lo peor es que -de la escopeta no queda más que esta piz<span class="pagenum" -id="Page_424">[p. 424]</span>ca; pero él se empeñó en cargarla tanto, y -con su pan se lo coma.</p> - -<p>Un muchacho tropezó luégo con el resto del arma en un rincón del -desván. No había reventado el cañón; solamente se había partido la -caja, y esto afirmó á Tablucas en la idea de que el tiro no se había -extraviado en el camino que llevaba.</p> - -<p>Que el suceso causó verdadero regocijo en la familia, no hay que -decirlo. Hasta se atrevió Tablucas á salir fuera de la portalada, -pensando hallar al perro descuartizado al pie del murio.</p> - -<p>—Aquí hay unos cantos que antes no había; pero no hay -señal de perro, muerto ni vivo—dijo la mujer, que le -acompañaba.—¡Toma!... ¡y son los de arriba que ya no están -allí!</p> - -<p>—Habrán caído con el perro—contestó Tablucas con el -mayor convencimiento.—Y el que él no esté aquí, no te pasme, -¡córcia! que esas gentes no fenecen como nusotros, y suelen convertirse -en jumera hidionda... Pus mira que algo de ella me da en la nariz, ó yo -no sé agoler ya... De toas suertes, mañana amanecerá Dios y se verá lo -cierto. ¡Ah, córcia, lo que va á verse!</p> - -<p>Ahora comprenderá el lector por qué á Tablucas le causaron tan honda -impresión las noticias que de la Rámila le dió el alcalde.</p> - -<p>Llevólas á casa y después á la taberna, muy<span class="pagenum" -id="Page_425">[p. 425]</span> en confianza; y como aquella noche, -aunque alumbró la luna, ni hubo tamborilazos á la puerta ni perro en -el murio, afirmóse más Tablucas en sus trece, y fué rodando la bola, y -todo Cumbrales lo supo al día siguiente, y muy pocos dejaban de creer -que lo que á la Rámila le dolía era el metrallazo de Tablucas.</p> - -<p>Mas el triunfo de este pobre hombre no fué completo. Había logrado -demostrar que la bruja no era invulnerable; quizá dejar descubierto un -camino por donde otros podían llegar hasta matarla, ó matar á otras -tan brujas como ella; pero la Rámila vivía; y aunque en el murio no se -la vió más ni en la puerta se oyeron sus garrotazos, la bruja no podía -dejar de vengarse; y el temor de aquella venganza fué el espadón que -tuvo sobre su cabeza el pobre Tablucas; temor tan insufrible como las -apariciones del perro, hasta que Dios dispuso de la infeliz anciana -y se la llevó á mejor vida que la que le cupo en suerte entre los -crédulos campesinos de Cumbrales, que no se han curado todavía, ni se -curarán jamás, de esas flaquezas, como tantas otras gentes que no son -de Cumbrales, ni montañesas ni campesinas.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_aros.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_30"> - <p><span class="pagenum" id="Page_427">[p. 427]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_orejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak" title="XXX. REBAÑADURAS">XXX</h2> - <p class="subh2">REBAÑADURAS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E adornada" /> -</div> - -<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Esto</span> se acaba, lector, -y ¡ojalá te pese de ello! Por mi gusto, hubiera soltado la pluma -después de escrito el capítulo que antecede, pues, en rigor de verdad, -todo lo que á decir voy no vale dos cominos, y ya no ha de salvarme si -lo que atrás queda tira de mi pobre fama hacia lo hondo. Pero allá va, -porque, al fin, soy hombre de cuenta y razón, y hay lectores que no -perdonan ni los maravedís del pico.</p> - -<p>Enterrado don Valentín; exterminado el perro del murio; hartos los -vecinos todos de Cumbrales de hablar de los sucesos de aquella noche, -que hicieron palidecer el recuerdo de los del domingo de marras, -y atreviéndose ya Tablucas á volver solo á su casa á todas horas, -acabó el pueblo de normalizarse con la noticia, oficial y auténtica, -de que no quedaba rastro de<span class="pagenum" id="Page_428">[p. -428]</span> <i>facioso</i> en muchas leguas á la redonda, y con la no menos -grata y comprobada de que, al marcharse, se había llevado por delante -al Sevillano, que, desde la felonía hecha á Pablo, andaba fugitivo de -pueblo en pueblo y de encrucijada en encrucijada, en una de las que fué -atrapado y metido <i>en filas</i>; lance que deploró Chiscón en gran manera, -porque pensaba resarcirse de todas sus pesadumbres descoyuntando -los huesos al pícaro matasiete que tanto le había comprometido y -desacreditado á él.</p> - -<p>Estando así las cosas y reinando otra vez el Sur, aunque con -intermitencias de chubascos, porque, al cabo, asomaba diciembre; -restablecido Pablo por completo y terminados los pertrechos de boda, -don Juan de Prezanes...</p> - -<p>¡Era muy raro lo que le acontecía á este señor desde los tiros -aquéllos! Se había convertido en una malva. Tan suave y tan dócil era. -Por de pronto, le dijo á don Rodrigo Calderetas, después de ponerse de -acuerdo con don Pedro Mortera:</p> - -<p>—Que no cuente conmigo el marqués de la Cuérniga, ni ahora ni -nunca. Por lo demás, aquí le queda el campo para que le explote á su -gusto; pero será mejor que no se acuerde de ello, <i>por si acaso</i>. Lo -mismo digo por el barón de Siete-Suelas y por cuantos personajes de su -calaña traten de merodear por esta tierra bajo<span class="pagenum" -id="Page_429">[p. 429]</span> el amparo de usted ó de cualquier otro -en quien recaiga el <i>virreinato</i> cuando usted le deje ó le pierda. -Yo me permito aconsejarle otra vez más que le deje, en alivio de -todos y especialmente de usted mismo. ¡Qué bien se está así, como yo -estoy ahora, en paz y en gracia de Dios y con los nervios en reposo -perfecto!</p> - -<p>No era perfecto, sin embargo, el reposo, puesto que á menudo le -acometían aquellos estremecimientos momentáneos, que ya observamos -en él en la noche de los tiros. De tarde en cuando le decía -el temperamento: «aquí estoy,» y quería el jurisconsulto como -emberrinchinarse; pero en seguida recordaba la última corajina que -había tenido; asaltábale el temblor de arriba abajo; pedía por Dios que -se cambiara de conversación; complacíanle todos de buena gana, y se -quedaba hecho unas dulzuras.</p> - -<p>Pues digo que estando así don Juan de Prezanes, Pablo restablecido -y los preparativos terminados, tal ansia mostró porque las bodas se -celebraran pronto, y tan de acuerdo estuvieron con él los cuatro -novios, que no hubo manera de contrariarle... Y se celebraron las bodas -antes que mediara diciembre, en un día de sol esplendoroso, aunque muy -frío de crepúsculos. Pero ¿qué importaban estas leves crudezas á los -que llevaban la primavera en la mente y el estío en el corazón?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_430">[p. 430]</span></p> - -<p>Casáronse, pues, Ana y María, y casóse también, al mismo tiempo, -Nisco con Catalina, á quien llenaron de regalos las dos venturosas -jóvenes, como Pablo llenó á Nisco de otros no menos valiosos y -adecuados. Fué aquél un día de fiesta para Cumbrales; pues entre -deudos, amigos y curiosos, se llevaron de calle todo el vecindario. -¡Bien le fué entonces á la Rámila! ¡Bien les fué á todos los pobres! -¡Bien le fué al cura, y, sobre todo, á los muchachos que le ayudaron! -Entre ellos andaban Cabra y Lambieta. Á más de cinco reales partieron, -¡que ya es partir! pues nunca llegó á seis cuartos lo que sacó en -los casorios y bautizos más solemnes cada muchacho de los arrimados -allá.</p> - -<p>Á propósito de la Rámila. Don Pedro Mortera le habilitó una casita -con huerto, que tenía cerca de la suya, y allí pasó los poquísimos -años que vivió todavía, relativamente feliz y descuidada. Resquemín la -surtía de pan, no de muy buena gana, aunque por cuenta de don Pedro, y -Tablucas lo censuraba altamente. María no se cansó nunca de mirar por -ella, aunque la Cotorrona se le arrimó muchas veces al salir de misa -para aconsejarla que llevara sus caridades hacia otro lado, porque -hacer bien al demonio era ofender á Dios y perder la limosna.</p> - -<p>Ya ve el lector cómo va acabando esto no<span class="pagenum" -id="Page_431">[p. 431]</span> del todo mal que digamos, por lo que toca -al paradero de cada personaje. Casi resulta un cuento ejemplar de lo -más edificante, porque hay que añadir á lo dicho que la mujer aquélla -que despabiló Juanguirle desde la escalera de don Valentín, volvió á -insistir al día siguiente; y como no estaba allí el alcalde entonces, -entró, y no volvió á salir; porque don Baldomero, después de pagar á -Sidora la manda de su amo, la plantó en la calle y dejó en su lugar -á la otra, que era la viuda de marras. Y quedándose allí la viuda, -comenzó á mandar en casa más que su dueño; y mandando así, mandóle un -día que se casara con ella; y casóse don Baldomero, que á aquellas -fechas (dos semanas después de la muerte de su padre) dió en tomar cada -<i>curda</i> de aguardiente, que ardía. Pero las tomaba en casa, á cuenta y -mitad con su mujer; y esto siempre era una circunstancia atenuante.</p> - -<p>Excuso decir á ustedes que á Juanguirle no pudo hincarle el diente -el secretario; antes fué éste quien estuvo á pique de ir á presidio, -porque el alcalde le rebuscó los pliegues y le halló el contrabando. -¡Qué cosas descubrió! Pero tuvo lástima del pícaro, que era padre de -familia, y se conformó con quitarle el destino, á ruego de don Rodrigo -Calderetas, que se comprometió, en cambio, á no volver á amparar á -ningún<span class="pagenum" id="Page_432">[p. 432]</span> tunante; y -lo cumplió entonces uniéndose á sus amigos de Cumbrales para perseguir -á Asaduras y á su protegido el de Siete-Suelas; por lo que aquel año no -hubo elecciones allí por falta de candidato.</p> - -<p>Y en esto, avanzaba diciembre; desapareció por completo el Sur; -y aunque la alfombra de verdura, con todos los imaginables tonos de -este color, cubría la vega, la sierra y los montes, porque estas galas -no las pierde jamás el incomparable paisaje montañés, los desnudos -árboles lloraban gota á gota por las mañanas el rocío ó la lluvia de la -noche; relucía el barro de las callejas, porque el sol que alumbraba -en los descansos de los aguaceros no calentaba bastante para secarle; -andaba errabunda y quejumbrosa de bardal en bardal, arisca y azorada, -la negra miruella que en mayo alegra las enramadas con armoniosos -cantos; picoteaba ya el <i>nevero</i> en las corraladas, y acercábase el -colorín al calorcillo de los hogares; derramábanse por las mieses -nubes de tordipollos y otras aves de costa, arrojadas por los fríos y -los temporales de sus playas del Norte; blanqueaban los altos picos -lejanos cargados de nieve; <i>cortaban</i> las brisas; reinaba la soledad -en los campos y la quietud en las barriadas; iba la <i>pación</i> de capa -caída; y mientras al anochecer se arrimaban las gentes al calor de -la <i>zaramada</i>, ardiendo<span class="pagenum" id="Page_433">[p. -433]</span> sobre la borona que se <i>cocía</i> en el llar, y se estrellaba -contra las paredes del vendaval la fría cellisca, la aguantaba el -ganado, de vuelta de las encharcadas y raídas mieses, rumiando á la -puerta del corral, con el lomo encorvado, erizado el pelo, la cabeza -gacha, el cuello retorcido y el rabo entre las patas; señales, éstas -y aquéllas, de que se estaba en el corazón del invierno, nunca tan -triste ni tan crudo como la fama le pinta, ni tan malo como muchos -de ultrapuertos, que la gozan de buenos sin merecerla. Pero otras -injusticias mayores comete todavía esa señora con la Montaña.</p> - -<p>¡Qué suerte la mía si con este librejo, ya que no lo haya logrado -con tantos otros informados del mismo sentimiento, consiguiera yo, -lector extraño y pío, darte siquiera una idea, pero exacta, de las -gentes, de las costumbres y de las cosas; del país y sus celajes; en -fin, del <i>sabor de la tierruca</i>!</p> - -<p class="mt2"> <span class="small"><span class="smcap">Polanco</span>, octubre de 1881.</span></p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_ojos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter" id="ToC"> - <p><span class="pagenum" id="Page_435">[p. 435]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">ÍNDICE</h2> -</div> - -<table summary="Índice de contenidos"> - <tr> - <td colspan="2"> </td> - <td class="tdr">Páginas.</td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdl"><a href="#Ch_0">Prólogo</a> por D. B. Pérez Galdós</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_0">5</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_1">I.</a></td> - <td class="tdl">—El escenario</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_1">23</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_2">II.</a></td> - <td class="tdl">—Á modo de sinfonía</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_2">33</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_3">III.</a></td> - <td class="tdl">—Algo del asunto</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_3">49</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_4">IV.</a></td> - <td class="tdl">—Pelos y señales</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_4">63</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_5">V.</a></td> - <td class="tdl">—Entre compadres</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_5">73</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_6">VI.</a></td> - <td class="tdl">—Don Valentín</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_6">91</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_7">VII.</a></td> - <td class="tdl">—Más actores</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_7">103</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_8">VIII.</a></td> - <td class="tdl">—Égloga</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_8">115</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_9">IX.</a></td> - <td class="tdl">—Las primeras chispas</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_9">125</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_10">X.</a></td> - <td class="tdl">—Los humos de Nisco</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_10">137</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_11">XI.</a></td> - <td class="tdl">—Apuntes para un cuadro</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_11">151</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_12">XII.</a></td> - <td class="tdl">—Medias tintas</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_12">167</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_13">XIII.</a></td> - <td class="tdl">—Las alas de cera</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_13">183</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_14">XIV.</a></td> - <td class="tdl">—Por lo fino</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_14">197</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_15">XV.</a></td> - <td class="tdl">—Verdades amargas</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_15">205</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_16">XVI.</a></td> - <td class="tdl">—Una deshoja</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_16">219</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_17">XVII.</a></td> - <td class="tdl">—La derrota</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_17">235</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_18">XVIII.</a></td> - <td class="tdl">—El secreto de María</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_18">247</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_19">XIX.</a></td> - <td class="tdl">—Retazos</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_19">263</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_20"><span class="pagenum" id="Page_436">[p. 436]</span>XX.</a></td> - <td class="tdl">—Emociones fuertes</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_20">277</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_21">XXI.</a></td> - <td class="tdl">—Prólogo de un drama</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_21">299</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_22">XXII.</a></td> - <td class="tdl">—Entreacto ruidoso</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_22">309</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_23">XXIII.</a></td> - <td class="tdl">—Griegos y troyanos</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_23">319</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_24">XXIV.</a></td> - <td class="tdl">—Deus ex máchina</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_24">339</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_25">XXV.</a></td> - <td class="tdl">—Miel sobre hojuelas</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_25">351</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_26">XXVI.</a></td> - <td class="tdl">—De varios colores</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_26">369</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_27">XXVII.</a></td> - <td class="tdl">—Genio y figura...</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_27">383</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_28">XXVIII.</a></td> - <td class="tdl">—Sicut vita...</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_28">401</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_29">XXIX.</a></td> - <td class="tdl">—Lo del murio</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_29">411</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_30">XXX.</a></td> - <td class="tdl">—Rebañaduras</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_30">427</a></td> - </tr> -</table> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_monos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter pt3"> -<div class="footnotes"> - -<p class="large centra mt1">NOTAS</p> - -<div class="footnote"> - -<p id="Footnote_1"><span class="label"><a -href="#FNanchor_1">[1]</a></span> Colmenas.</p> - -</div> - -<div class="footnote"> - -<p id="Footnote_2"><span class="label"><a -href="#FNanchor_2">[2]</a></span> Me luce.</p> - -</div> - -<div class="footnote"> - -<p id="Footnote_3"><span class="label"><a -href="#FNanchor_3">[3]</a></span> Caracol marino.</p> - -</div> - -<div class="footnote"> - -<p id="Footnote_4"><span class="label"><a -href="#FNanchor_4">[4]</a></span> Enterrar la bruja es dejar una -castaña oculta entre la ceniza, no sé por qué ni para qué; pero es -detalle de carácter en las magostas.</p> - -</div> - -<div class="footnote"> - -<p id="Footnote_5"><span class="label"><a -href="#FNanchor_5">[5]</a></span> Los campesinos montañeses, los de la -región central, por lo menos, llaman ábrego al viento del Sur.</p> - -</div> - -</div> -</div> - -<hr class="chap" /> - - -<div class="chapter pt3"> -<div class="transnote" id="tnote"> - <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p> - - <ul> - <li>Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la - utilizada actualmente. Las inconsistencias ortográficas se han - normalizado a la grafía de mayor frecuencia.</li> - - <li>Se ha respetado la falta de emparejamiento de los signos de - admiración e interrogación, por ser un rasgo de estilo del autor.</li> - - <li>Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.</li> - - <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li> - - <li>Se han añadido ilustraciones de adorno al final de los capítulos - que, en el original impreso, carecen de ellas.</li> - - <li>El transcriptor ha creado la imagen de la cubierta y la sitúa - en el dominio público.</li> - </ul> -</div> -</div> - -<hr class="full" /> - - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of Project Gutenberg's El sabor de la tierruca, by José María de Pereda - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL SABOR DE LA TIERRUCA *** - -***** This file should be named 53429-h.htm or 53429-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/3/4/2/53429/ - -Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive -specific permission. If you do not charge anything for copies of this -eBook, complying with the rules is very easy. You may use this eBook -for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports, -performances and research. They may be modified and printed and given -away--you may do practically ANYTHING in the United States with eBooks -not protected by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the -trademark license, especially commercial redistribution. - -START: FULL LICENSE - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg-tm License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the -person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph -1.E.8. - -1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few -things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works -even without complying with the full terms of this agreement. See -paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project -Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this -agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm -electronic works. See paragraph 1.E below. - -1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the -Foundation" or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection -of Project Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual -works in the collection are in the public domain in the United -States. If an individual work is unprotected by copyright law in the -United States and you are located in the United States, we do not -claim a right to prevent you from copying, distributing, performing, -displaying or creating derivative works based on the work as long as -all references to Project Gutenberg are removed. Of course, we hope -that you will support the Project Gutenberg-tm mission of promoting -free access to electronic works by freely sharing Project Gutenberg-tm -works in compliance with the terms of this agreement for keeping the -Project Gutenberg-tm name associated with the work. You can easily -comply with the terms of this agreement by keeping this work in the -same format with its attached full Project Gutenberg-tm License when -you share it without charge with others. - -1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern -what you can do with this work. Copyright laws in most countries are -in a constant state of change. If you are outside the United States, -check the laws of your country in addition to the terms of this -agreement before downloading, copying, displaying, performing, -distributing or creating derivative works based on this work or any -other Project Gutenberg-tm work. The Foundation makes no -representations concerning the copyright status of any work in any -country outside the United States. - -1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg: - -1.E.1. The following sentence, with active links to, or other -immediate access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear -prominently whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work -on which the phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the -phrase "Project Gutenberg" is associated) is accessed, displayed, -performed, viewed, copied or distributed: - - This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and - most other parts of the world at no cost and with almost no - restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it - under the terms of the Project Gutenberg License included with this - eBook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the - United States, you'll have to check the laws of the country where you - are located before using this ebook. - -1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is -derived from texts not protected by U.S. copyright law (does not -contain a notice indicating that it is posted with permission of the -copyright holder), the work can be copied and distributed to anyone in -the United States without paying any fees or charges. If you are -redistributing or providing access to a work with the phrase "Project -Gutenberg" associated with or appearing on the work, you must comply -either with the requirements of paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 or -obtain permission for the use of the work and the Project Gutenberg-tm -trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or 1.E.9. - -1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted -with the permission of the copyright holder, your use and distribution -must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any -additional terms imposed by the copyright holder. Additional terms -will be linked to the Project Gutenberg-tm License for all works -posted with the permission of the copyright holder found at the -beginning of this work. - -1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg-tm -License terms from this work, or any files containing a part of this -work or any other work associated with Project Gutenberg-tm. - -1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this -electronic work, or any part of this electronic work, without -prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with -active links or immediate access to the full terms of the Project -Gutenberg-tm License. - -1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary, -compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including -any word processing or hypertext form. However, if you provide access -to or distribute copies of a Project Gutenberg-tm work in a format -other than "Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official -version posted on the official Project Gutenberg-tm web site -(www.gutenberg.org), you must, at no additional cost, fee or expense -to the user, provide a copy, a means of exporting a copy, or a means -of obtaining a copy upon request, of the work in its original "Plain -Vanilla ASCII" or other form. Any alternate format must include the -full Project Gutenberg-tm License as specified in paragraph 1.E.1. - -1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying, -performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works -unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9. - -1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing -access to or distributing Project Gutenberg-tm electronic works -provided that - -* You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from - the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method - you already use to calculate your applicable taxes. The fee is owed - to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he has - agreed to donate royalties under this paragraph to the Project - Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments must be paid - within 60 days following each date on which you prepare (or are - legally required to prepare) your periodic tax returns. Royalty - payments should be clearly marked as such and sent to the Project - Gutenberg Literary Archive Foundation at the address specified in - Section 4, "Information about donations to the Project Gutenberg - Literary Archive Foundation." - -* You provide a full refund of any money paid by a user who notifies - you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he - does not agree to the terms of the full Project Gutenberg-tm - License. You must require such a user to return or destroy all - copies of the works possessed in a physical medium and discontinue - all use of and all access to other copies of Project Gutenberg-tm - works. - -* You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of - any money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the - electronic work is discovered and reported to you within 90 days of - receipt of the work. - -* You comply with all other terms of this agreement for free - distribution of Project Gutenberg-tm works. - -1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project -Gutenberg-tm electronic work or group of works on different terms than -are set forth in this agreement, you must obtain permission in writing -from both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and The -Project Gutenberg Trademark LLC, the owner of the Project Gutenberg-tm -trademark. Contact the Foundation as set forth in Section 3 below. - -1.F. - -1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable -effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread -works not protected by U.S. copyright law in creating the Project -Gutenberg-tm collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm -electronic works, and the medium on which they may be stored, may -contain "Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate -or corrupt data, transcription errors, a copyright or other -intellectual property infringement, a defective or damaged disk or -other medium, a computer virus, or computer codes that damage or -cannot be read by your equipment. - -1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the "Right -of Replacement or Refund" described in paragraph 1.F.3, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project -Gutenberg-tm trademark, and any other party distributing a Project -Gutenberg-tm electronic work under this agreement, disclaim all -liability to you for damages, costs and expenses, including legal -fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT -LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE -PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE -TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE -LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR -INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH -DAMAGE. - -1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a -defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can -receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a -written explanation to the person you received the work from. If you -received the work on a physical medium, you must return the medium -with your written explanation. The person or entity that provided you -with the defective work may elect to provide a replacement copy in -lieu of a refund. If you received the work electronically, the person -or entity providing it to you may choose to give you a second -opportunity to receive the work electronically in lieu of a refund. If -the second copy is also defective, you may demand a refund in writing -without further opportunities to fix the problem. - -1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth -in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS', WITH NO -OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT -LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE. - -1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied -warranties or the exclusion or limitation of certain types of -damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement -violates the law of the state applicable to this agreement, the -agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or -limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or -unenforceability of any provision of this agreement shall not void the -remaining provisions. - -1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in -accordance with this agreement, and any volunteers associated with the -production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm -electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, -including legal fees, that arise directly or indirectly from any of -the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this -or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or -additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any -Defect you cause. - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at -www.gutenberg.org - - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the -mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its -volunteers and employees are scattered throughout numerous -locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt -Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To SEND -DONATIONS or determine the status of compliance for any particular -state visit www.gutenberg.org/donate - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. To -donate, please visit: www.gutenberg.org/donate - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works. - -Professor Michael S. Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/53429-h/images/barra_busto.jpg b/old/53429-h/images/barra_busto.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 88fafca..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_busto.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/barra_copa.jpg b/old/53429-h/images/barra_copa.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index db1326c..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_copa.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/barra_homo.jpg b/old/53429-h/images/barra_homo.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 845cef5..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_homo.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/barra_inicio.jpg b/old/53429-h/images/barra_inicio.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index b7f3fa8..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_inicio.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/barra_ojos.jpg b/old/53429-h/images/barra_ojos.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index bb71d9a..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_ojos.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/barra_orejas.jpg b/old/53429-h/images/barra_orejas.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index f6e9854..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_orejas.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/barra_simple.jpg b/old/53429-h/images/barra_simple.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 6084ea2..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_simple.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/barra_sonrisa.jpg b/old/53429-h/images/barra_sonrisa.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 6563efe..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_sonrisa.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/barra_tristeza.jpg b/old/53429-h/images/barra_tristeza.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index b6ae6d4..0000000 --- a/old/53429-h/images/barra_tristeza.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/cover.jpg b/old/53429-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index e47054e..0000000 --- a/old/53429-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-a.jpg b/old/53429-h/images/drop-a.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 1989abe..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-a.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-b.jpg b/old/53429-h/images/drop-b.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 7e3ea9b..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-b.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-c.jpg b/old/53429-h/images/drop-c.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index cc61f79..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-c.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-d.jpg b/old/53429-h/images/drop-d.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 62895ee..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-d.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-e.jpg b/old/53429-h/images/drop-e.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 6b3f778..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-e.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-l.jpg b/old/53429-h/images/drop-l.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 37d65da..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-l.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-m.jpg b/old/53429-h/images/drop-m.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index dd926be..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-m.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-n.jpg b/old/53429-h/images/drop-n.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index e68b3b3..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-n.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-p.jpg b/old/53429-h/images/drop-p.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index c050495..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-p.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-q.jpg b/old/53429-h/images/drop-q.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 78c0558..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-q.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/drop-y.jpg b/old/53429-h/images/drop-y.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index e2d6120..0000000 --- a/old/53429-h/images/drop-y.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_aros.jpg b/old/53429-h/images/fin_aros.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index d1eaf7e..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_aros.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_borlas.jpg b/old/53429-h/images/fin_borlas.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index ab44991..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_borlas.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_cara.jpg b/old/53429-h/images/fin_cara.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 747bbb7..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_cara.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_cennudo.jpg b/old/53429-h/images/fin_cennudo.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 6dd2606..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_cennudo.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_concha.jpg b/old/53429-h/images/fin_concha.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 1f23bea..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_concha.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_coronas.jpg b/old/53429-h/images/fin_coronas.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 641f9f8..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_coronas.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_custodia.jpg b/old/53429-h/images/fin_custodia.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 2a78661..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_custodia.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_florido.jpg b/old/53429-h/images/fin_florido.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index ef9fccc..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_florido.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_garzas.jpg b/old/53429-h/images/fin_garzas.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index abee564..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_garzas.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_lm.jpg b/old/53429-h/images/fin_lm.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index e10121b..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_lm.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_monos.jpg b/old/53429-h/images/fin_monos.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index d6af1fc..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_monos.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_ojos.jpg b/old/53429-h/images/fin_ojos.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index ea7ffa8..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_ojos.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_pelopincho.jpg b/old/53429-h/images/fin_pelopincho.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 4a68af1..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_pelopincho.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_rosco.jpg b/old/53429-h/images/fin_rosco.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 994785f..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_rosco.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/53429-h/images/fin_satiro.jpg b/old/53429-h/images/fin_satiro.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index f8eb049..0000000 --- a/old/53429-h/images/fin_satiro.jpg +++ /dev/null |
