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-Project Gutenberg's El sabor de la tierruca, by José María de Pereda
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have
-to check the laws of the country where you are located before using this ebook.
-
-Title: El sabor de la tierruca
-
-Author: José María de Pereda
-
-Release Date: November 1, 2016 [EBook #53429]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL SABOR DE LA TIERRUCA ***
-
-
-
-
-Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the
-Distributed Proofreading team at DP-test Italia.
-
-
-
-
-
-
-NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
-
- * En el texto las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las
- versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.
-
- * Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la
- utilizada actualmente. Las inconsistencias ortográficas se han
- normalizado a la grafía de mayor frecuencia.
-
- * Se ha respetado la falta de emparejamiento de los signos de
- admiración e interrogación, por ser un rasgo de estilo del autor.
-
- * Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.
-
- * Se han añadido ilustraciones de adorno al final de los capítulos
- que, en el original impreso, carecen de ellas.
-
-
-
-
- OBRAS COMPLETAS
- DE
- D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA
-
-
-
-
- OBRAS COMPLETAS
- DE
- D. JOSÉ M. DE PEREDA
- de la Real Academia Española
-
-
- Tomo X
-
- EL SABOR DE LA TIERRUCA
-
- TERCERA EDICIÓN
-
-
- MADRID
- VIUDA É HIJOS DE MANUEL TELLO
- 1906
-
-
-
-
-_Es propiedad del autor._
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-JOSÉ M. DE PEREDA
-
-
-Y ahora que estamos solos, impaciente lector, en la antesala de un
-libro, esperando á que se nos abra la mampara del primer capítulo, voy
-á hablarte de aquel buen amigo, cuyo nombre viste, al entrar, estampado
-en el frontispicio de este noble alcázar de papel en que por ventura
-nos hallamos. Y no voy á hablarte de él porque su fama, que es grande,
-aunque no tanto como sus méritos, necesite de mis encomios, sino porque
-me mueve á ello un antojo, tenaz deseo quizás, ó más bien imperioso
-deber, nacido de impulsos diferentes. El motivo de que haya escogido
-esta ocasión ha sido puramente fortuito y no ha dependido de mí. Desde
-hace mucho tiempo tenía yo propósito de ofrecer á aquel maestro del
-arte de la novela un testimonio público de admiración, en el cual se
-vieran confundidos cariño de amigo y fervor de prosélito. Cada nueva
-manifestación del fecundo ingenio montañés me declaraba la oportunidad
-y la urgencia de cumplir el compromiso conmigo mismo contraído; luego
-los quehaceres lo diferían, y por fin, solicitado de un activo editor,
-que incluye en su Biblioteca el último libro de Pereda, veo llegada la
-mejor coyuntura para decir parte de lo mucho que pienso y siento acerca
-del autor de las _Escenas Montañesas_; acepto con gozo el encargo, lo
-desempeño con temor, y allá va este desordenado escrito, que debiera
-ponerse al fin del libro, pero que, por determinación superior, se
-coloca al principio, contra mi deseo. Ni es prólogo crítico, ni
-semblanza, ni panegírico: de todo tiene un poco, y has de ver en él
-una serie de apreciaciones incoherentes, recuerdos muy vivos, y otras
-cosas que quizás no vienen á cuento; pero á todo le dará algún valor
-la escrupulosa sinceridad que pongo en mi trabajo y la fe con que lo
-acometo.
-
-Veo que te haces cruces, ¡qué simpleza! pasmado de que al buen
-montañés le haya caído tal panegirista, existiendo entre el santo y
-el predicador tan grande disconformidad de ideas en cierto orden. Pero
-me apresuro á manifestarte que así tiene esto más lances, que es mucho
-más sabroso y, si se quiere, más autorizado. Véase por dónde lo que se
-desata en la tierra de las creencias, es atado en los cielos puros del
-Arte. Esto no lo comprenderán quizás muchos que arden, con _stridor
-dentum_, en el Infierno de la tontería, de donde no les sacará nadie.
-Tal vez lo lleven á mal muchos condenados de uno y otro bando, los unos
-encaperuzados á la usanza monástica, otros á la moda filosófica. Yo
-digo que _ruja la necedad_, y que en este piadoso escrito no se trata
-de hacer metafísicas sobre la gran disputa entre Jesús y Barrabás.
-Quédese esto en lo más hondo del tintero, y _á quien Dios se la dió,
-Cervantes se la bendiga_.
-
-Andando.
-
-Conocí á Pereda hace once años, cuando había escrito las _Escenas
-Montañesas_ y _Tipos y paisajes_. La lectura de esta segunda
-colección de cuadros de costumbres impresionó mi ánimo de la manera
-más viva. Fué como feliz descubrimiento de hermosas regiones no
-vistas aún, ni siquiera soñadas. Sintiéndome con tímida afición á
-trabajos semejantes, aquella admirable destreza para reproducir lo
-natural, aquel maravilloso poder para combinar la verdad con la
-fantasía, y aquella forma llena de vigor y hechizo, me revelaban
-la nueva dirección del arte narrativo, dirección que más tarde se
-ha hecho segura é invariable, obteniendo al fin un triunfo en el
-cual ha llevado su iniciador parte principalísima. Algunos de tales
-cuadros, principalmente el titulado _Blasones y talegas_, produjeron
-en mí verdadero estupor y esas vagas inquietudes del espíritu que
-se resuelven luego en punzantes estímulos ó en el cosquilleo de la
-vocación. Es que las obras más perfectas son las que más incitan,
-por su aparente facilidad, á la imitación. Luego viene, como diploma
-más alto de su mérito, la inutilidad del esfuerzo de los que quieren
-igualarlas, y tratándose de aquélla y otras obras de Pereda, hay que
-darles á boca llena, y sin género alguno de salvedad, el dictado de
-_desesperantes_. Son de privilegio exclusivo, y... ¡ay del infeliz que
-ponga la mano en ellas! No le quedarán ganas de volverlo á hacer.
-
-Como iba diciendo, la lectura de estas maravillas, después de la
-admiración que en mí produjo, infundióme un deseo ardiente de conocer
-el país, fondo ó escenario de tan hermosas pinturas. Suponía en él
-la misma originalidad, la propia frescura, gracia y acento de las
-_Escenas_, y figurábame que así como éstas no tienen rival, aquél
-no debía de tener semejante en el ramo de países. Esto me llevó á
-Santander: el simple reclamo de un prosista fué primer motivo y
-fundamento de esta especie de ciudadanía moral que he adquirido en la
-capital montañesa.
-
-En la puerta de una fonda ví por primera vez al que de tal modo
-cautivaba mi espíritu en el orden de gustos literarios, y desde
-entonces nuestra amistad ha ido endureciéndose con los años y
-acrisolándose ¡cosa extraña! con las disputas. Antes de conocerle,
-había oído decir que Pereda era ardiente partidario del absolutismo,
-y no lo quería creer. Por más que me aseguraban haberle visto en
-Madrid, nada menos que figurando como diputado en la minoría carlista,
-semejante idea se me hacía absurda, imposible; no me cabía en la
-cabeza, como suele decirse. Tratándole después, me cercioré de
-la funesta verdad. Él mismo, echando pestes contra lo que me era
-simpático, lo confirmó plenamente. Pero su firmeza, su tesón puro y
-desinteresado, y la noble sinceridad con que declaraba y defendía sus
-ideas, me causaban tal asombro y de tal modo informaron y completaron á
-mis ojos el carácter de Pereda, que hoy me costaría trabajo imaginarle
-de otro modo, y aun creo que se desfiguraría su personalidad vigorosa
-si perdiera la acentuada consecuencia y aquel tono admirablemente
-sombrío. En su manera de pensar hay mucho de su modo de escribir:
-el mismo horror al convencionalismo, la misma sinceridad. Otra
-circunstancia hace excepcional su proselitismo, y la exime de las
-censuras á que vive expuesta toda opinión radical en nuestros días: me
-refiero á su preciosísima independencia, que le aisla de los manejos de
-todos los partidos, incluso el suyo.
-
-Dicho esto, quiero añadir que Pereda es, como escritor, el hombre más
-revolucionario que hay entre nosotros, el más anti-tradicionalista, el
-emancipador literario por excelencia. Si no poseyera otros méritos,
-bastaría á poner su nombre en primera línea la gran reforma que ha
-hecho, introduciendo el lenguaje popular en el lenguaje literario,
-fundiéndolos con arte y conciliando formas que nuestros retóricos más
-eminentes consideraban incompatibles. Empresa es ésta que ninguno
-acometió con tantos bríos como él, y en realizarla todos se quedan
-tamañitos á su lado. Una de las mayores dificultades con que tropieza
-la novela en España, consiste en lo poco hecho y trabajado que está
-el lenguaje literario para reproducir los matices de la conversación
-corriente. Oradores y poetas lo sostienen en sus antiguos moldes
-académicos, defendiéndolo de los esfuerzos que hace la conversación
-para apoderarse de él; el terco régimen aduanero de los cultos le priva
-de flexibilidad. Por otra parte, la prensa, con raras excepciones, no
-se esmera en dar al lenguaje corriente la acentuación literaria, y de
-estas rancias antipatías entre la retórica y la conversación, entre
-la academia y el periódico, resultan infranqueables diferencias entre
-la _manera de escribir_ y la _manera de hablar_, diferencias que son
-desesperación y escollo del novelista. En vencer estas dificultades
-nadie ha adelantado tanto como Pereda: ha obtenido maravillosas
-ventajas, y nos ha ofrecido modelos que le hacen verdadero maestro
-en empresa tan áspera. Cualquiera hace hablar al vulgo, pero ¡cuán
-difícil es esto sin incurrir en pedestres bajezas! Hay escritores que
-al reproducir una conversación de duques, resultan ordinarios: Pereda,
-haciendo hablar á marineros y campesinos, es siempre castizo, noble
-y elegante, y tiene atractivos, finuras y matices de estilo que á
-nada son comparables. Por esto, por sus felicísimos atrevimientos en
-la pintura de lo natural, es preciso declararle porta-estandarte del
-realismo literario en España. Hizo prodigios cuando aún no habían dado
-señales de existencia otras maneras de realismo, exóticas, que ni son
-exclusivo don de un célebre escritor propagandista, ni ofrecen, bien
-miradas, novedad entre nosotros, no sólo por el ejemplo de Pereda, sino
-por las inmensas riquezas de este género que nos ofrece la literatura
-picaresca.
-
-Frente al natural, Pereda tiene una energía de asimilación que asusta.
-Los contornos y tintas que ve, las particularidades que escudriña,
-los conjuntos y efectos totales que sorprende, maravilla son que nos
-revelan en él como un poder milagroso. En _Los hombres de pró_, en las
-páginas culminantes de _Don Gonzalo González de la Gonzalera_ y _De
-tal palo, tal astilla_, se muestran en toda su riqueza la facultad
-observadora, la invención sobria y fecunda, el culto de la verdad, de
-donde resultan los caracteres más enérgicamente trazados, y el diálogo
-más vivo, más exacto y humano que es posible imaginar.
-
-Otra cosa. Pereda no viene nunca á Madrid. Para conocerle es preciso
-ir á Santander ó á su casa de Polanco, donde vive lo más del año,
-entre dichas domésticas y comodidades materiales que le añaden, como
-literato, una nueva originalidad á las demás que tiene. Es un escritor
-que desmiente, cual ningún otro de España, las añejas teorías sobre la
-discordia entre la riqueza y el ingenio. Por no dejar hueso sano al
-convencionalismo, le ha perseguido y destrozado hasta en esa rutina
-cursi de que el escritor es un sér esencialmente pobre. Así, en ninguna
-parte se conoce tan bien á nuestro buen príncipe montañés, como en
-aquellos hospitalarios estados de Polanco, residencia placentera y
-cómoda, asentada en medio de la poesía y de la soledad campestres,
-entre los variados horizontes y los paisajes limpios y puros de aquella
-hermosa costa, que con su ambiente fresco y su templada luz parece
-ofrecer al espíritu mayor suma de paz, más dulces recreos que ninguna
-otra región de la Península.
-
-Y el buen castellano de Polanco, sectario del absolutismo y muy deseoso
-de que resucite Felipe II para que vuelva á hacer sus gracias en el
-gobierno de estos reinos, es el hombre más pacífico del orbe, de
-costumbres en extremo sencillas, de trato amenísimo, llano y familiar,
-que podría derechamente llamarse democrático. Á veces imagino que, por
-trazas del demonio, la Humanidad pierde el sentido, que el tiempo se
-desmiente á sí mismo y nos hallamos de la noche á la mañana en plena
-situación absolutista. Llevando adelante la hipótesis, imagino que al
-autócrata se le ocurre una cosa muy natural, y es elegir para primer
-gobernante al hombre de más ingenio de su partido. Tenemos á Pereda de
-ministro universal. Pues ya podemos hacer lo que se nos antoje, porque
-de seguro no nos ha de chamuscar ni el pelo de la ropa, y viviremos en
-la más dulce de las anarquías.
-
-No sé por qué me figuro que la firmeza de las ideas de Pereda, bien
-analizada, resultaría más afecta al orden religioso que al político,
-y no sé, no sé... pero casi podría afirmar que gran parte de aquella
-intolerancia mordaz, de aquella flagelante y despiadada inquina contra
-ciertas instituciones, desaparecería si el espíritu de nuestro autor
-no estuviera enviciado y como engolosinado en la observación de los
-infinitos tipos de ridiculez que sabe ver y calificar como nadie;
-tipos que él atribuye, con ingeniosa parcialidad, al sistema político
-dominante en todo el mundo, y que en realidad aparecen contenidos en
-él por lo mismo que el tal sistema abarca la porción más grande de la
-sociedad... Eso sí, hombre que tenga en grado más alto la facultad de
-ver lo cómico y todos los grados de la ridiculez de sus semejantes, no
-creo que exista ni aun que haya existido. Posee perspicacia genial,
-vista milagrosa y olfato sutil que le permiten penetrar hasta donde
-no puede hacerlo la grosera observación de la mayoría. Y luego que
-descubre la pobre víctima, allí donde menos se pensaba, la coge en
-la poderosa zarpa, juega con ella cruel, la destroza, la arroja al
-fin hecha pedazos. Ejemplos de esta sátira implacable se hallan en
-sus celebrados libros _Los hombres de pró_ y _Don Gonzalo_, novelas
-de costumbres políticas, en que la energía de la pintura llega hasta
-lo sublime, y el espíritu de secta hasta la ferocidad; obras en que
-el autor ha puesto toda la irritación de su temperamento y todo el
-vigor de sus ideales extremados. Y no es fácil ni lógico juzgar estos
-acabados modelos de novela política con un criterio inspirado en ideas
-de prudencia, que vendría á encerrar la inspiración del artista dentro
-de límites mezquinos. Creo que las obras citadas no pueden ser de otra
-manera que como son. Así salieron, cruelmente sarcásticas y guerreras,
-de la mente de su autor, y con el ambiente de la imparcialidad
-perderían todo su vigor y encanto. Por lo demás, la intolerancia que
-tanto avalora y vigoriza el potente ingenio de Pereda, suele desarmarse
-en el seno de la amistad; en esos coloquios, sostenidos á lo largo
-de un prado ó por los ángulos y curvas de sombría calleja, con algún
-huésped de Polanco, allí donde parece no pueden llegar los ecos de
-la batalla empeñada por ésta ó la otra idea, de esas que al fin y á
-la postre, implantadas ó no, modifican poco las partes positivas de
-nuestra existencia. Fácil es en estos coloquios, en que el espíritu
-parece más expresivo que la palabra, sorprender en el buen campeón
-algo de cansancio por tantas y tan crudas batallas como ha reñido en
-el terreno más escabroso de todos, que es el de las letras. Y sin
-esfuerzo de conjeturas, sino por la lógica misma de las cosas, se viene
-á comprender que teniendo Pereda su familia, sus libros y sus amigos,
-no se le importa una higa de lo demás.
-
-Ignoro la edad de mi amigo, y me falta con esto el primer dato para su
-biografía. Para su retrato me faltan colores. Sólo puedo decir que es
-hombre moreno y avellanado, de regular estatura, con bigote y perilla,
-de un carácter demasiadamente español y cervantesco. Posee un retrato
-suyo, buena pintura y gentil cabeza, con valona y ropilla, al cual es
-necesario dar el tratamiento de _usarcé_. Tratándose de temperamentos
-nerviosos, hay que postergarles á todos para dar diploma de honor al
-de mi amigo, á quien frecuentemente es preciso reprender como á los
-niños, para que se le quiten de la cabeza mil aprensiones y manías. Hay
-quien le dice que todas estas _ruineras_ son pretexto de la pereza, y
-se le receta para curarse una medicina altamente provechosa para el
-médico, es decir, que se tome medio millar de cuartillas y que nos haga
-una novela. Recuerdo una temporada en que dió en la flor de que se iba
-á caer en medio de la calle, y salía con precauciones mil y temores
-muy graciosos. Sus amigos le recetaban que se pusiese al telar. No
-quería ni á empujones hacerlo; pero tanto se bregó con él, que el feliz
-término de todo aquel desconcierto nervioso fué la encantadora novela
-_De tal palo, tal astilla_.
-
-Para concluir. Es Pereda un hombre harto de bienestar, privilegiado
-sujeto en quien concurren dones altísimos como su poderoso ingenio, que
-le hace figura de primera magnitud en las letras españolas, su bondad y
-nobles prendas, y todo lo demás que ensancha y florea el camino de la
-vida. Por tener tan variados tesoros y ninguna pena, suele preocuparse
-de pequeñeces, y las contrariedades del tamaño de piedrecillas se le
-agrandan como montaña que obstruye el paso. Cualquier contratiempo
-en la impresión de sus libros, la tardanza de un editor ó, _pinto el
-caso_, la falta de cumplimiento del compromiso de un amigo, le hacen
-cavilar, y ponen en apretadísima torsión todo el cordaje de aquella
-incansable máquina de sus nervios.
-
-Por eso, si el no haber escrito estas líneas antes de ahora es causa
-de que tú, desesperado lector, no hayas podido gustar antes este libro
-campesino y esencialmente montañés, _El sabor de la tierruca_, flor
-la más pura quizás del ingenio de Pereda, á tí antes que á él pido
-perdón, aunque ambos hayan rabiado igualmente por culpa mía. Y no
-siento yo la tardanza, sino que no haya acertado á decir todo lo que sé
-sobre el originalísimo escritor y maestro incomparable que ha trazado
-á la novela española el seguro camino de la observación natural. Su
-influencia en nuestra literatura es de las más grandes que ha podido
-haber, y la señalarán en toda su extensión el tiempo y la venidera
-infalible justicia de las categorías literarias. Muchos le deben todo
-lo que son, y algunos más de lo que parece. Si este escrito pudiera
-ser largo, algo más diría yo que la brevedad me obliga á dejar de la
-mano; cosas que tal vez no sean necesarias por ser sabidas de todo
-el mundo, pero que yo quisiera indicar, porque sin indicarlas no me
-quedo satisfecho. Y es que hablando de Pereda y subiéndole hasta donde
-alcanzan mis fuerzas de sectario apologista, siempre me parece que no
-le enaltezco bastante, y quisiera volver á emprender de nuevo la tarea
-hasta ponerle más alto, más alto y donde debe estar.
-
- B. PÉREZ GALDÓS.
-
-MADRID, abril de 1882.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
- EL SABOR DE LA TIERRUCA
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-I
-
-EL ESCENARIO
-
-
-La cajiga aquélla era un soberbio ejemplar de su especie: grueso, duro
-y sano como una peña el tronco, de retorcida veta, como la filástica de
-un cable; las ramas horizontales, rígidas y potentes, con abundantes y
-entretejidos ramos; bien picadas y casi negras las espesas hojas; luégo
-otras ramas, y más arriba otras, y cuanto más altas más cortas, hasta
-concluir en débil horquilla, que era la clave de aquella rumorosa y
-oscilante bóveda.
-
-Ordinariamente, la cajiga (roble) es el _personaje_ bravío de la selva
-montañesa, indómito y desaliñado. Nace donde menos se le espera: entre
-zarzales, en la grieta de un peñasco, á la orilla del río, en la sierra
-calva, en la loma del cerro, en el fondo de la cañada... en cualquiera
-parte.
-
-Crece con mucha lentitud; y como si la inacción le aburriera, estira y
-retuerce los brazos, bosteza y se esparranca, y llega á viejo dislocado
-y con jorobas; y entonces se echa el ropaje á un lado y deja el otro
-medio desnudo. Jamás se acicala ni se peina; y sólo se muda el vestido
-viejo, cuando la primavera se le arranca en harapos para adornarle
-con el nuevo; le nacen zarzas en los pies, supuraciones corrosivas
-en el tronco, musgo y yesca en los brazos, y se deja invadir por la
-yedra, que le oprime y le chupa la savia. Esta incuria le cuesta la
-enfermedad de algún miembro, que, al fin, se le cae seco á pedazos, ó
-se le amputa con el hacha el leñador; y en las cicatrices, donde la
-madera se convierte en húmedo polvo, queda un seno profundo, y allí
-crecen el muérdago y el helecho, si no le eligen las abejas por morada
-para elaborar ricos panales de miel que nadie saborea. Es, en suma,
-la cajiga, un verdadero salvaje entre el haya ostentosa; el argentino
-abedul, atildado y geométrico, y el rozagante aliso, con su cohorte de
-rizados acebos, finas y olorosas retamas, y espléndidos algortos.
-
-Pero el ejemplar de mi cuento era de lo mejorcito de la casta; y como
-si hubiera pasado la vida mirándose en el espejo de su pariente la
-encina, parecíase mucho á ella en lo fornido del cuerpo y en el corte
-del ropaje.
-
-Alzábase majestuoso en la falda de una suavísima ladera, al Mediodía,
-y servíale de cortejo espesa legión de sus congéneres, enanos y
-contrahechos, que se extendían por uno y otro lado, como cenefa de la
-falda, asomando sus jorobas mal vestidas y sus miembros sarmentosos,
-entre marañas de escajos y zarzamora.
-
-Más fino lo gastaba el gigante, pues asentaba los pies en verde y
-florido césped, y aun los refrescaba en el caudal, siempre abundante
-y cristalino, de una fuente que á su sombra nacía, y que el ingenio
-campesino había encajonado en tres grandes lastras, dejando abierto el
-lado opuesto al que formaba la natural inclinación del terreno, para
-que saliera el agua sobrante y entraran los cacharros á llenarse de la
-que necesitaban.
-
-Al otro lado del tronco, no más distante de él que la fuente, habíase
-cavado ancho y cómodo peldaño, capaz de seis personas, que la
-fertilidad natural del suelo revistió bien pronto de verde y mullido
-tapiz. Desde aquel asiento, lo mismo que desde la fuente, podía la
-vista recrearse en la contemplación de un hermoso panorama; pues, como
-si de propio intento fuese hecho, la faja de arbustos se interrumpía
-en aquel sitio, es decir, enfrente de la cajiga, de la fuente y del
-asiento, un gran espacio.
-
-En primer término, una extensa vega de praderas y maizales, surcada de
-regatos y senderos: aquéllos arrastrándose escondidos por las húmedas
-hondonadas; éstos buscando siempre lo firme en los secos altozanos. Por
-límite de la vega, de Este á Oeste, una ancha zona de oteros y sierras
-calvas; más allá, altos y silvosos montes con grandes manchas verdes y
-sombrías barrancas; después montañas azuladas; y todavía más lejos, y
-allá arriba, picos y dientes plomizos recortando el fondo diáfano del
-horizonte.
-
-Subiendo sin fatiga por la ladera, y á poco más de cincuenta varas
-de la fuente, de la cajiga y del asiento, se llega al borde de una
-amplísima meseta, sobre la cual se desparrama un pueblo, entre grupos
-de frutales, cercas de fragante seto vivo, redes de camberones, paredes
-y callejas; pueblo de labradores montañeses, con sus casitas bajas,
-de anchos aleros y hondo soportal; la iglesia en lo más alto, y tal
-cual casona, de gente acomodada ó de abolengo, de larga solana, recia
-portalada y huerta de altos muros.
-
-Á su tiempo sabrá el lector cuanto le importe saber de este pueblo, que
-se llama _Cumbrales_. Entre tanto, hágame el obsequio de subir conmigo
-al campanario, en la seguridad de que no ha de pesarle la subida. Y
-pues acepta la invitación, vamos andando.
-
-Ya estamos en el porche de la iglesia. ¿Te llama la atención
-el pórtico? Es bizantino: hay muchos como él en la Montaña. Lo
-restante del templo es _trasmerano_ puro, y á retazos y por obra de
-misericordia. Entremos en él. Pobreza como afuera, y el mal gusto
-propio de la rustiquez de estas gentes. La Virgen con bata, lazos y
-papalina; un Santo Cristo, no mala escultura, con zaragüelles; los
-soldados de la Pasión, con botas y gregüescos; junto al Sagrario,
-ramos de papel dorado; y en las columnas de los altares, no malos
-ciertamente, litografías colgadas. (La intención ve Dios más que las
-obras.) Un coro postizo, labrado á hachazos, y una mala escalera para
-subir á él; desde el coro, otra, de dos tramos y al aire, para subir al
-campanario. Valor... ¡y arriba! Ya llegamos.
-
-La altura del observatorio nos permite examinar el paisaje en todas
-direcciones. ¡Hermoso cuadro, en verdad! La meseta llega, por el Oeste,
-á la zona de sierras, y con ellas se funde cerrando la vega por este
-lado. En el recodo mismo que forman la meseta y la sierra al unirse,
-hay otro pueblo, recostado en la vertiente y estribando con los pies en
-aquel extremo de la vega.
-
-El nombre le cae á maravilla: _Rinconeda_.
-
-Le envuelven por los flancos y la espalda espesos cajigales y
-castañeras, que hacia la parte de Cumbrales se desvanecen en la faja
-de arbustos ya descrita. Al Este, mengua la meseta, declina suavemente;
-y cargada de caseríos, huertos y solares, se agazapa y desaparece
-en el llano de la vega, la cual continúa en rápida curva hacia el
-Noroeste, con su barrera de montañas, bajas y redondas desde Oriente
-á Norte. Entre las _barriadas_ de Cumbrales, _llosas_ abrigadas; en
-el suave declive occidental de la meseta, brañas, turbas y junqueras;
-y en la llanura, otra vez prados y maizales, y el río, que, corriendo
-de Poniente á Levante, los recorta y hace en el valle un caprichoso
-tijereteo, mientras se bebe en un solo caño los varios regatos que
-vimos deslizarse al otro lado de la vega. Más allá del río y de las
-mieses, sierras y bosques; entre ellos y sobre los cerros cultivados,
-pueblecillos medio ocultos, en alegre anfiteatro, y caseríos dispersos;
-y por límite de este conjunto pintoresco y risueño, las montañas que
-vuelven á crecer y cierran la vasta circunferencia al Oeste, donde
-se alzan, en último término, gigantes de granito coronados de nieve
-eterna, como diamante colosal de este inmenso anillo.
-
-Á la parte de allá de la sierra que domina y asombra á Rinconeda,
-está la villa, de la cual se surten los pueblos que vemos, de lo que
-no sacan del propio terruño. Enfrente, es decir, á este otro lado y
-allende las montañas, está la ciudad. Hay más de seis leguas entre
-ésta y la villa. Por último, detrás de esa gran muralla del Norte se
-estrella el Cantábrico, camino de la desdicha para la mitad de la
-juventud de esos pueblos, tocada de la manía del oro, que se imagina á
-montones al otro lado de los mares.
-
-En la aldea en que nos hallamos abundan los viejos, anochece más tarde
-y amanece más temprano que en el resto de la comarca. Hay alguna razón
-física que explica lo primero por las mismas causas de lo segundo;
-es decir, por lo elevado de la situación del pueblo. Pero es el caso
-que los naturales de él han querido hacer de estas ventajas un título
-preeminente, así como de ser sus mozas excelentes cantadoras, y sus
-mozos, amén de apuestos, incansables bailadores, y diestros, sobre
-toda ponderación, en tocar las _tarrañuelas_; y como acontece que en
-el pueblo que está situado en el rincón de la vega, entre ésta, la
-sierra y la vertiente de la meseta, anochece á media tarde, menudean
-las tercianas, cantan las mozas como jilgueros y son los mozos grandes
-jugadores de bolos y muy capaces de alumbrar una paliza al lucero del
-alba, cátate que las dos aldeas vecinas viven siempre como el gato y
-el perro, en perpetuo desafío, en constante provocación y en continua
-burla. Porque, para colmo de contrariedades, las campanas de arriba
-son grandes y sonoras, al paso que las de abajo son chicas y están
-rajadas; en el pueblo en que nos hallamos hay dos casas de señores
-pudientes; en el otro no hay una siquiera; las mieses de Cumbrales
-son extensas, ricas y bien soleadas; las de Rinconeda, frías y
-pequeñas; Cumbrales se administra por sí mismo, y tiene su alcalde,
-sus regidores, su juez municipal y su escuela pública, en toda regla;
-Rinconeda no tiene más que un pedáneo, porque es pobre fracción de un
-municipio cuya capital está dos leguas de lejos; su cabaña, si no ha
-de salir en verano del término propio, va cuando la llaman y á donde
-la llevan los que mandan en la confederación; al paso que la de arriba
-tiene su puerto, sus pastores, su toro y sus perros, y va y vuelve en
-días y horas fijos. ¡Y cómo va y cómo vuelve! Rozando casi las barbas
-de los vecinos de abajo, silbando los pastores, latiendo los perros y
-cencerreando el ganado, de intento voceado y apaleado entonces para
-que las reses corran y se atropellen, y de este modo sacudan de lo
-lindo los cencerros. Tómanlo á provocación los de Rinconeda, y vénganse
-propalando la especie de que ese lujo y otros tales hacen gastar al
-pueblo autónomo lo que no tiene, y vivir en perpetua trampa, como señor
-de pocas rentas y mucha _fantesía_.
-
-Como Cumbrales está tan alto, no bien el _ábrego_ (viento del Sur)
-arrecia, andan las tejas por las nubes y las chimeneas por los
-suelos, mientras los vecinos de Rinconeda, amparados del viento por la
-sierra, dicen (según la fama) sobándose las manos y pensando en los de
-arriba:--«¡Hoy sí que vuelan _aquéllos_!» Pero cesa el Sur y comienza
-á llover á mares, y son verdaderas cascadas las laderas de la meseta y
-de la sierra, con lo cual cada calleja del otro pueblo es un torrente,
-y una isla cada casa; y dice la gente de arriba, acordándose del dicho
-tradicional y malicioso de los de abajo:--«Esta vez _los_ barre el
-agua, por _peces_ que sean.»
-
-Así anda todo encontrado y á testarazos en estas dos aldeas vecinas,
-llenas, por lo demás, de gentes honradísimas, trabajadoras y
-apreciables. Pero si entre los inquilinos de una misma casa hay
-puntillos y rivalidades que encienden á menudo las iras y los odios,
-¿qué mucho que suceda esto mismo y algo más entre dos pueblos
-montañeses que viven, como quien dice, en la misma escalera, y son de
-un mismo oficio y de la propia casta, y sólo se diferencian en que el
-uno tiene un palmo más de tela que el otro en el faldón de la camisa?
-
-Y con esto, descendamos del campanario, pues he dicho bastante más de
-lo que pensaba y hace falta en el presente capítulo, y volvamos á la
-cajiga, que no á humo de pajas comencé por ella el relato; mas no sin
-advertir que se la llama en Cumbrales _la Cajigona_, lo mismo que al
-sitio que ocupa, que á la fuente y que al asiento á ella cercanos; es
-decir, que «agua de la Cajigona» se llama á la de aquel manantial;
-«vamos á la Cajigona» dicen los que se encaminan á sentarse á la sombra
-de ella, y «prados de la Cajigona» se denominan los que la circundan.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-II
-
-Á MODO DE SINFONÍA
-
-
-Comenzaba el mes de octubre; parecía el fresco retoño de la vega tapiz
-de terciopelo, y las ya amarillas panojas se oreaban en los maíces
-despuntados, dentro de la seca envoltura, que chasqueaba y crujía como
-estrujado papel al secar sobre ella el calor del sol el rocío de la
-noche. Andaba rayano el mediodía; inmóvil estaba el follaje mustio,
-mal adherido á las ramas; podían contarse los árboles en el monte, por
-lo cercanos que los fingía la vista, y el cielo, como barrido de nubes
-en lo alto, las tenía amontonadas hacia el horizonte, revueltas las
-blancas con las negras, las nacaradas y las rojas.
-
-Las témporas de San Mateo habían _quedado de Sur_; y, según el
-almanaque montañés, así debía seguir el tiempo hasta las de Navidad; lo
-cual vendría de perlas para secar el maíz y las castañas y asegurar
-una excelente _pación_ á los ganados al _derrotarse_ las mieses. Y el
-pronóstico se iba cumpliendo hasta entonces. Estaba, pues, el día como
-de Sur en calma: bochornoso y pesado. No es de extrañar que á aquellas
-horas gustara la sombra como en el mes de agosto.
-
-Tomábanla con notoria complacencia, sentados en el banco de la
-Cajigona, dos sujetos: mozo el uno, en la flor de la juventud,
-sombreado el rostro lozano por un bigotillo negro y brillante, con
-el pelo de su cabeza, á la sazón descubierta, también negro y recio
-y corto; la frente angosta y no mal delineada; la boca fresca y no
-grande; los dientes blanquísimos y apretados; los ojos un tanto
-asombradizos y curiosos, como de persona impresionable que se estima
-en poco. Correspondía á la cabeza el cuerpo gallardo, y había soltura
-y gracia en todos sus ademanes y movimientos. Vestía un traje holgado,
-no cortado seguramente por el sastre de la aldea; y como el calor le
-molestaba, había deshecho el leve nudo de la corbata y soltado el botón
-del cuello de la camisa, por cuya abertura se entreveía su rollizo y
-blanco pescuezo, sin barruntos de nuez ni asomo de costurones.
-
-El otro personaje no se le parecía en nada. Estaba marchito y ajado,
-más que por la edad, por la incuria y el desaseo, que se echaban de
-ver en su barba mal afeitada, en su ropa sucia, en sus uñas negras, en
-su camisa deshilada y en sus dedos chamuscados por el cigarro. No era
-su rostro desagradable; pero se reflejaba en él un espíritu dormilón y
-perezoso.
-
-Este tal, quedándose con la apagada colilla del cigarro entre los
-labios, llegó á decir al joven, que recorría con los ojos cielo, montes
-y campiña:
-
---¿Con que al fin, ahorcaste los libros?
-
---Sospecho que sí,--respondió el mozo, recostándose en el campestre
-respaldo sobre el lado izquierdo, y poniéndose á arrancar maquinalmente
-con la diestra, yerbas y flores.
-
---Has obrado como un verdadero sabio,--añadió el otro.
-
---¿Por qué?
-
---Porque nada hay que estorbe tanto como el saber.
-
---¡Caramba! me parece mucho decir eso.
-
---Pues es la verdad pura. No concibo el ansia de saber, por mera
-curiosidad.
-
---¡Oh! pues yo sí.
-
---¡Mucho!... ¡y has arrojado los libros por la ventana!
-
---No tanto, señor don Baldomero.
-
---¡Cosa que más se le parezca!...
-
---Dejar los estudios, no es tomarlos en aborrecimiento.
-
---Tampoco en estimación, amigo Pablo.
-
---Pero como dice usted que el saber estorba...
-
---Y lo repito; y aun te añado que el deseo de saber no es otra cosa, en
-mi concepto, que un afán que hay en las gentes de meterse en lo que no
-les importa.
-
-Asombróse el joven; miró al nombrado don Baldomero, y atrevióse á
-responderle, no muy seguro de tener razón, pero sí de decir lo que
-sentía:
-
---No creo yo, ni creeré nunca, que el saber sea un estorbo: antes
-admiro y reverencio á los hombres que saben; pero me conozco ¿está
-usted? y porque me conozco, sé que no he nacido para sabio ni para
-mucho menos.
-
---Luego te estorban los libros.
-
---No, señor: me estorban los que me daban en la Universidad; me estorba
-la Universidad misma, porque cada hombre nace con sus inclinaciones, y
-las mías no van hacia ese lado. Por lo demás, yo he estudiado mucho,
-créame usted, don Baldomero, ¡muchísimo! Me he pasado noches en claro
-y semanas en vilo, porque, al cabo, tiene uno amor propio; y, gracias
-á estas faenas, no he perdido el tiempo, es decir, he ganado todos los
-cursos; pero esto no es estudiar ni aprender, ni siquiera aprovechar el
-tiempo.
-
---Ergo la borrica tiene sabañones.
-
---Ni asomo de ellos, señor don Baldomero... digo, créolo yo así; y
-verá usted por qué. Yo tenía condiscípulos que parecían cortados para
-aquella carrera: sueltos de palabra, finos de entendimiento... ¡me
-embobaba escuchándolos, y me aturdía viéndolos bullir y revolverse y
-cautivar los ánimos! Serán grandes jurisconsultos; brillarán en el
-foro; escribirán libros; irán á las Cortes... y hasta serán ministros,
-sí, señor, porque lo valen y lo merecen; pero estas prendas las da
-Dios, y á mí no me alcanzó ninguna de ellas en el reparto; y no
-alcanzándome, me gusta que las luzca el que las tiene; y, aunque las
-admiro, no las envidio, por lo mismo que me conozco... Mire usted,
-hombre, no es vanidad; pero creo que no se me altera el pulso si me
-hallo cara á cara con el lobo en un callejo del monte; y entro en
-cátedra, y tiemblo delante del profesor; colgado de la última rama
-con una mano, y con el hacha en la otra, desmocho una cajiga, si es
-preciso, sin que me asuste la altura ni el trabajo me fatigue; y entre
-mis compañeros de clase soy torpe, encogido y flojo; en las calles
-tropiezo con los transeuntes y los coches, y el ruido y el movimiento
-me marean, y las casas enfiladas me entristecen, en el teatro me duermo
-y en la posada me ahogo; y en la posada, y en la calle, y en el
-teatro, y en la cátedra, yo no pienso en otra cosa que en Cumbrales,
-y en cuanto hay en Cumbrales, y en esta cajiga, y en este banco, y en
-esta sombra, y en esta fuente...
-
---Justo: en la _vita bona_.
-
---¡Le digo á usted que no! Lo que sucede es que esta cajiga, y este
-banco, y esta fuente y cuanto los ojos ven desde aquí y pueden abarcar
-desde lo alto del campanario, lo tengo yo metido en el alma, con la
-rara condición de que cuanto más me alejo de ello, más hermoso lo
-veo... En fin, hombre, hasta oigo las campanas de la iglesia, y huelo
-el hinojo de estas regatadas. ¿Quiere usted más?
-
---¡Coplas, coplas, hojarasca... poesía huera!
-
---¡Si parece mentira lo que se ve desde lejos, mirando hacia la
-tierruca con los ojos del corazón! Si es en abril y mayo, jurara que
-veo á mis convecinos arando en la vega, ó moliendo los terrones con
-los cuños del rastro, ó cubriendo los surcos después de la siembra;
-si es en junio, cuando ya verdeguea el maíz sobre el fondo negro de
-la heredad, que oigo los cantares de las salladoras, y que las veo en
-largas filas, con el sombrero de paja, la saya de color y en mangas de
-camisa. ¡Pues dígote en agosto! Los maíces con pendones ya, y entre
-maizal y maizal, los segadores tendiendo la yerba del prado, con sus
-colodras á la cintura, y las obreras deshaciendo el _lombío_ con
-el mango de la rastrilla, ó atropando con ella la yerba oreada, y
-amontonándola en hacinas... y luégo entrar el carro con sus horcas y
-dobles teleras; y horconada va y horconada viene; la moza de arriba,
-acalda que te acalda, y otras, desde abajo, peina que te peina la
-carga con la rastrilla; y la carga, sube que sube y crece que crece,
-hasta que debajo de ella no se ven ni el carro ni los bueyes; y eche
-usted las tres cordadas, y arrímese al testuz de las bestias, ahijada
-en mano, y lléveme á pulso aquella balumba por cuestas y callejones
-sin entornarla; y _empayémela_ usted con aquella porfía entre el que
-descarga la yerba y el hormiguero de gente que la toma al boquerón
-del pajar, y la lleva hacia dentro y la acalda, sin que pelo quede de
-una horconada al boquerón cuando otra nueva viene del carro; porque
-ignominia fuera para los que empayan, no dar abasto al descargador.
-Pues que avanza octubre y se coge el maíz; y deme usted las deshojas,
-y tómate la siega del retoño, y el derrotar las mieses... ¡como si
-lo tuviera delante, don Baldomero; lo mismo que si lo tocara con las
-manos, veo yo todo esto y mucho más en cuanto me alejo de aquí! Lo
-veo, lo palpo... y lo huelo; porque no me negará usted que, en punto á
-olores, éstos del campo de Cumbrales parece que vienen de la gloria.
-
---¡Echa, hijo, echa, que ya te vas enmendando! Túvete antes por poeta,
-y ahora me pareces loco, si es que ambas cosas no andan siempre en una
-pieza.
-
---¡Poeta y loco por lo que le cuento á usted?
-
---¿Y qué es lo que me cuentas, ¡oh Pablo amigo! sino lo que se lee en
-coplas y romances de gentes desocupadas y soñadoras?
-
---Será que no me he explicado yo bien. ¡Si uno supiera decir todo lo
-que siente y del modo que lo siente!
-
---¡Para el demonio que te escuchara entonces! Desengáñate, Pablo: por
-muchas vueltas que des á esas pinturas, no pasan de hojarasca, y, en
-substancia, haraganería pura.
-
---¡Cáspita! eso sí que no... digo, paréceme á mí. Andaría usted cerca
-de la verdad, si todas esas cosas me entusiasmaran á ratos, ó en los
-libros, ó vistas desde mi casa, muy arrellanado en el sillón; pero
-usted sabe muy bien que no hay faena de labranza ni entretenimiento
-honrado aquí, en que yo no tome parte como lo pueda remediar, y que
-tengo cinco dedos en cada mano como el labrador más guapo de Cumbrales;
-y ha de saber desde ahora, si antes no lo ha presumido, que quisiera
-perder el poco respeto que tengo á la levita de la casta, para hacer
-muchas cosas que hoy no hago por el qué dirán las gentes. Si esto es
-afán de holganza, holgazán soy sin propósito de enmienda; pero sea lo
-que fuere, esto es lo que me gusta, y para ello me creo nacido; con lo
-cual vuelvo al tema de antes: que no me estorban los sabios. Ni ellos
-sirven para la vida del campo, ni yo para la del estudio; porque Dios
-no ha querido que todos sirvamos para todo. Cada cual á su oficio, pues
-no le hay que, siendo honrado, no sea útil; y útiles y honrados podemos
-ser, ellos en el mundo con la pluma y la palabra, y yo en Cumbrales con
-mis tierras y ganados... y en Cumbrales me quedo; porque mi padre, que
-nunca quiso hacerme sabio á la fuerza, piensa como yo, tiene amor á sus
-haciendas, y no le pesa que otro se encargue de administrarlas bien
-cuando él no pueda atenderlas... Y aquí tiene usted todo lo que hay
-acerca del particular.
-
-Calló el joven, dicho esto; y cuando ya no había al alcance de su mano
-derecha flores ni yerbas que arrancar, cambió de postura en el asiento;
-recorrió vega y horizontes con la vista, y comenzó á golpear con las
-rodillas, estiradas las piernas, las manos y el sombrero que metió
-entre ellas. No había hablado para porfiar ni para convencer, sino para
-decir lo que sentía, y le tenía sin cuidado lo que pudiera replicarle
-don Baldomero.
-
-El cual, después de rascarse la cabeza por debajo del sombrero, que
-quedó ladeado, lanzó de un soplido la colilla que saboreaba rato hacía
-entre sus labios, tendióse sobre la nuca después de envolverla en sus
-manos entrelazadas, y exclamó:
-
---¡Música celestial!
-
-Pablo se encogió de hombros, y continuó devorando con los ojos cielo,
-montes y llanuras.
-
---Y nada más que música--continuó el otro;--porque si admito que te
-animan propósitos de trabajo y no de holganza, y te cambio el apodo de
-poeta por el de guapo chico, lejos de probarme, en cuanto has dicho,
-que el saber vale para algo, has demostrado lo contrario con lo que has
-hecho.
-
---Pues no sé explicarme mejor,--dijo Pablo.
-
---No lo haces del todo mal para los años que tienes--replicó don
-Baldomero.--La dificultad está en la cosa misma, que por sí es
-indefendible. Y si no, dime, ¿qué demonios de tajada saca el mundo con
-que un sabio le diga, después de estarse despistojando veinte años,
-encorvado detrás de un telescopio: «Yo veo en el cielo una estrellita
-más que ustedes?...» Pues á mí me sobran más de la mitad de las que hay
-en él á la vista... y á tí también, Pablo. Que va á aparecer un cometa
-el mes que viene... Pues ya le veremos cuando aparezca; y si no hemos
-de verle, ¿de qué sirve el anuncio? Que el sol pesa tantos millones
-de quintales... Pues dele usted memorias. Que si Aristóteles dijo ó
-Platón sostuvo, ó que si el pensamiento antes ó si la palabra después,
-ó viceversa; y allá van pareceres, y disputas... y linternazos... ¿No
-es esto sandio, y ridículo y estúpido? Pues vengamos á lo práctico, á
-lo que se llama _ciencias de primera necesidad_: la física, la química,
-la mecánica... ¡afán, como te dije al principio, de meternos en todo
-lo que no nos importa! Que se acostumbre el hombre á vivir con lo que
-tiene á sus alcances, y verás cómo no se le da una higa por toda esa
-batahola de conquistas científicas con que tanto se pavonea el presente
-siglo.
-
---¿De manera que usted está por el tapa-rabo?--dijo Pablo.
-
---Lo que estoy es cada día más satisfecho de no conocer el tormento de
-la curiosidad; y bien sabes que predico con la fe de la experiencia.
-Mi padre, que todo lo funda en la ley del progreso porque estuvo
-en Luchana con Espartero, tuvo el mal acuerdo de gastar su paga de
-retirado y las rentas de su hacienda, en darme la carrera de abogado,
-porque tenía gran empeño en hacerme hombre de pluma y de palabra, para
-luchar por la causa de la libertad en el campo de las ideas, después de
-haber vencido él á la tiranía en el de batalla; pues no hay quien le
-saque de que entre el Duque y él, solitos, vencieron al «perjuro.» En
-vano le dije lo mismo que te he dicho á tí, y hasta le rogué que no me
-sacara de estos andurriales para meterme en aventuras que no cuadraban
-con mi carácter. Tuve que obedecerle; y á empujones y de mala gana,
-llegué á tener el título de abogado: como si me hubieran dado una copla
-de á dos cuartos. Si las causas eran feas, no me encargaba de ellas por
-repugnancia; si eran dudosas, porque no quería calentarme los cascos
-buscando una razón que no me importaba dos cominos; y si el derecho
-estaba claro, proponía un arreglo entre las partes para ahorrarnos
-tiempo, desvelos, honorarios y disgustos. Con este sistema me
-desacredité en un año; borréme de la matrícula por falta de negocios,
-y diéronme, á ruegos de mi padre, la secretaría de este Ayuntamiento.
-Tampoco debí de hacerlo muy bien en este cargo, porque á los diez y
-ocho meses me le quitaron, so pretexto, no mal fundado, de que no había
-en los libros municipales una sola acta escrita desde que estas cosas
-corrían de mi cuenta. ¡Si vieras, Pablo, qué feliz soy desde entonces,
-es decir, desde que, libre de todo cuidado, como el ollón patrimonial,
-y visto y fumo con lo poco que le sobra en su bolsa verde al héroe de
-Luchana! Y como éste se ha convencido de que yo no nací para otra cosa,
-y le acompaño sin serle muy gravoso, déjame vivir así, «ni envidioso
-ni envidiado,» como dicen que dijo un fraile poeta.
-
---Corriente; pero usted se halla bien así porque ese es su genio, y
-otros, porque le tienen distinto, no podrían con la vida que usted trae.
-
---Pues eso es, Pablo amigo, lo que yo no comprendo; es decir, que el no
-hacer nada ni pensar en nada ni apurarse por nada, pueda ser incómodo
-á ninguna persona que tenga sentido común. Ahí tenemos ahora, á dos
-pasos de nosotros, las partidas carlistas: gentes hay en este pueblo
-que aseguran haber oído los tiros á la parte de allá del monte, y
-acaso tengan razón. Que vienen, que no vienen; que pasarán ó que no
-pasarán por aquí; que son muchos, que son pocos; que cobardes, que
-valientes; que buenos, que malos; que si triunfan, que si corren; y
-todo se vuelve indagar y preguntar; y aquí temores, y allá esperanzas,
-y acullá porfías, y en todas partes la curiosidad y el ansia. ¿Y para
-qué, señor? Españoles somos todos, y á quien Dios se la diere, San
-Pedro se la bendiga. Que gane Juan ó que gane Diego, de mí no se ha de
-acordar nadie para sentarme á la mesa. Pues dejemos rodar la bola; y
-cuando pare, ella, por la cuenta que le tiene, nos dirá en dónde. ¿Á
-quién aprovecha la saliva que se gasta en disputas y el sueño que roban
-miedos y desazones? ¡Pues dígote mi padre! ¡Qué vida la suya, Dios
-eterno, desde que se armó de nuevo la guerra civil! ¡Qué invocar al
-Duque y á los manes de Riego y del Empecinado! ¡Qué bruñir el espadón
-de Luchana, y soñar con tajos y mandobles al perjuro, y renegar de los
-años que le amarran al hogar cuando la patria peligra y el faccioso
-bravea! ¡Y qué de ponerme á mí de mal hijo y de mal patriota porque me
-río de sus afanes y me duermo tan tranquilo al son de los cañonazos!
-Ahora le ha dado por revolver el pueblo para ponerle en armas, por
-si el caso llega. Hoy anda hecho una pólvora con las bolas que han
-corrido. ¡El demonio es el entusiasmo de la curiosidad!
-
-En esto se oyó la campana mayor de la iglesia.
-
---Al mediodía tocan ya,--dijo Pablo levantándose.
-
---Pues cata á mi padre volcando la puchera,--respondió don Baldomero,
-sacudiendo su pereza y poniéndose de pie.
-
-Y ambos, jugueteando Pablo con el sombrero y dándose aire con él, y don
-Baldomero con el suyo echado sobre una oreja y las dos manos hundidas
-hasta cerca de los codos en los rasgados bolsillos del pantalón,
-tomaron el sendero cuesta arriba. Á la mitad de ella se dividía éste en
-dos, formando una Y.
-
-En el vértice del ángulo dijo Pablo, que iba delante, volviendo un poco
-la cara hacia don Baldomero:
-
---Que aproveche.
-
---Lo mismo digo,--respondió el otro.
-
-Y Pablo tomó por el lado derecho, y don Baldomero por el izquierdo,
-porque sus respectivas casas estaban en opuestos extremos de un mismo
-barrio del lugar.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-III
-
-ALGO DEL ASUNTO
-
-
-Alzábase la iglesia de Cumbrales sobre un tumor del terreno, ó
-montículo de roca viva, mal cubierto de menuda y fragante vegetación,
-que, á modo de manta de pobre, roída y desgarrada á trechos, por los
-agujeros y desgarraduras dejaba asomar las que pudieran llamarse
-coyunturas del peñasco. Era éste de suave y bien entendido acceso por
-todas partes, y ocupaba el centro de una llanura, especie de plaza
-circundante, cruzada de camberas y senderos que partían el rústico
-suelo en caprichosas porciones geométricas. De éstas, unas estaban
-pobladas de árboles, no muy corpulentos, pero de ancha copa; otras,
-las de mayor relieve, adornadas de espesas cenefas de zarzas y saúco,
-y todas ellas tapizadas de fino y apretado césped, sobre el cual
-descollaban, aquí y allá, la menta silvestre, el enano poleo, la malva
-bienhechora y el desabrido cardo. Hubiera sido este pintoresco espacio
-algo como lo que hoy se llama un _parque á la inglesa_, con caminos
-menos ásperos y pedregosos, y sin las ortigas y jaramagos que hacían
-ingrato y peligroso al tacto lo que seducía y enamoraba á los ojos.
-
-Ocupaba parte de uno de los lados menores de esta plaza, que tendía á
-la forma rectangular y se llamaba en Cumbrales _Campo de la Iglesia_,
-la taberna, con su corro de bolos á la trasera, encajado entre cuatro
-paredillas que se saltaban de un brinco, y éstas y el corro encerrados
-en sendas hileras de añosos álamos que amparaban del sol en verano á
-los jugadores, y no los privaban de su dulce calor en las breves tardes
-del invierno. Otro lado, de los mayores, al Mediodía, le formaban,
-aunque con muchas sobras de terreno, las casas consistoriales y la
-escuela pública; y los dos restantes, al Saliente y al Norte, huertos
-y corrales de la barriada principal, que tenía tres salidas á la plaza
-por este último lado.
-
-Por una de estas callejas, la de en medio, entró Pablo. Anduvo muy buen
-trecho entre muros y vallados, aquéllos entretejidos de yedra, y éstos
-erizados de bardales, y llegó á desembocar en un _campuco_, á modo de
-plazoleta, cuyos dos frentes estaban ocupados por sendas portaladas
-que parecían gemelas: tan idénticas eran entre sí. Cada una de estas
-portaladas daba ingreso á un corral espacioso, en el que se alzaba una
-casa grande, de larga solana y amplísimo soportal de grueso poste en el
-centro; cuadras adyacentes, cobertizos inmediatos, huerta al costado,
-y todo lo de rigor y carácter en estas viviendas de _ricos de aldea_,
-tantas veces descritas por esta pluma pecadora.
-
-Pablo se acercó á la portalada de la derecha, cerca de la cual
-desembocaba la calleja que había seguido; y antes de poner la mano en
-el contrahecho barril del picaporte, abrióse el postigo y apareció en
-el hueco una muchacha como unas perlas. Negros eran sus ojos, dulces
-é insinuantes; la tez morena; el rostro oval y un tanto aguileño; la
-frente, sin _flequillos_ ni otros pingajos de la moda, tersa y bien
-delineada, perdíase en lo más alto entre flotantes ondas lustrosas de
-una cabellera tan negra como los ojos y las pulidas cejas; los labios,
-húmedos, un poco gruesos y no tan apretados que no dejasen entrever dos
-filas de dientes blanquísimos y menudos. Sobre los hombros redondos
-llevaba una pañoleta roja, de largos flecos, prendida sobre el curvo
-seno con un broche que á la vez aprisionaba un manojito de malvas de
-olor y pencas de albahaca. Una sencillísima bata de percal de largos
-pliegues la envolvía el gallardo cuerpo sin oprimirle ni desfigurarle.
-
-Asombróse Pablo al verla, y exclamó, mirándola de hito en hito:
-
---¡Ana!... ¿qué milagro es éste?
-
---¿Dónde está el milagro?--respondió Ana mirando á Pablo también y
-remedando su asombro con un expresivo gesto entre risueño y burlón.
-
---En andar tú por aquí--repuso el mozo con la sinceridad inocentona que
-le era peculiar; y añadió con la misma:--¡Si te viera tu padre!...
-
---¡Pues atúrdete, Pablo!--exclamó Ana con picaresca solemnidad:--de su
-parte vine.
-
---¡De su parte?
-
---Como te lo digo.
-
---Pero ¿á qué viniste?
-
---¿Á qué venía otras veces? Á ver á mi padrino, á ver á tu madre, á
-ver á María... y á verte á tí, simplón,--añadió Ana, tirándole á la
-cara una hoja de malva, que había tenido entre sus labios, después de
-quitarle el rabillo con los dientes.
-
-Pablo no hizo más caso de la hoja que de los mosquitos que zumbaban en
-el aire. Verdad es que tampoco Ana tomó á pechos la indolencia de Pablo.
-
---No te creo--insistió éste.--Cuando ha habido monos entre tu padre y
-el mío, jamás han acabado de repente.
-
---Y ¿quién ha dicho que hayan acabado así esta vez?
-
---Tú, cuando vienes á vernos de parte de tu padre.
-
---Es verdad que vengo; pero con su cuenta y razón, hijo.
-
---Eso es otra cosa.
-
---¡Vaya si lo es!... Y en prueba de ello, escucha. Esta mañana me dijo
-mi padre, paseándose á lo largo de la sala: «¡Estos genios, Ana, estos
-genios!...» y como yo sé, por experiencia, que por ahí comienza él
-siempre á reconocer las flaquezas del suyo y á buscar la paz... ¿Sabes
-tú, Pablo, por qué había guerra ahora entre tu padre y el mío?
-
---No por cierto, Ana.
-
---Pues tampoco yo. ¡Como estos nublados vienen tan á menudo, tan de
-repente y tan sin motivo!... Siempre que trata de explicármelos, me
-dice lo mismo: que tu padre es duro de frase, que le contraría, que le
-acosa y que, por conclusión, le injuria... ¡á él, que va siempre con
-el compás en la lengua y el corazón en la mano!... No te diré que en
-lo primero no yerre; pero puedo jurar que en lo segundo dice la pura
-verdad. Ello es que el buen señor toma estos lances como cuestión de
-honra; que los toma cada quince días, y que siendo capaz de dejarse
-desollar vivo por el bien de todos y cada uno de vosotros, se aisla,
-se encierra, no come, no duerme, y hasta la sombra de esta casa le
-estorba como el mayor enemigo... y lo peor del caso es que yo tengo que
-seguirle el humor. Fortuna que ya todos nos conocemos, porque la maña
-es tan vieja como tu padre y el mío... ¿En qué estábamos antes, Pablo?
-
---En que mi padrino te dijo esta mañana...
-
---Es verdad. Me dijo: «¡Estos genios, Ana, estos genios!...» Hay que
-advertir que, tres días hace, tuvo carta del marqués de la Cuérniga, el
-cual señor no suele escribirle sino cuando le necesita; y es también
-de saberse que después de recibir la carta ha hablado dos veces con
-_Asaduras_, señales todas, Pablo, de nuevas borrascas, pero también de
-que á mi padre le convenía intentar una reconciliación con el tuyo.
-Ello es que con esta sospecha y las palabras que le oí, apretando,
-apretando, obliguéle á declarar que estaba dispuesto á hacer las paces
-de cualquier manera, y que quería verse con tu padre, si éste se
-prestaba á recibirle. Tomé el asunto á mi cargo, vine aquí, hablé con
-tu padre, abracé á María y á tu madre, charlé con ellas hasta quedarme
-sin saliva en la boca... en fin, hombre, viví en una hora lo que había
-penado en quince días.
-
---¿Y mi padre?
-
---Tu padre, diciéndome: «pues por mí no ha de quedar,» tomó el
-sombrero y se fué á mi casa.
-
---¿Y en qué paró la entrevista?
-
---Eso es lo que yo no sé, porque mi padrino no ha vuelto todavía, y
-hace más de dos horas que está con el tuyo.
-
---¡Siempre lo habrán puesto peor que estaba!
-
---Me lo voy temiendo; y por eso me largo á enmendarlo en lo que
-pueda. ¡Ay, qué genios, Pablo! No, pues yo te aseguro que de hoy en
-adelante no he de pagar culpas ajenas. ¿Riñen? Que riñan. Vosotros y
-yo tan amigos como siempre. ¿No es cierto? Á buena cuenta, ya tengo
-el desahogo que acabo de darme. ¡Ay, Pablo! no me cabía ya más en el
-corazón... Porque yo le doy esta cruz al más valiente, y á ver cómo la
-lleva.
-
---La verdad es, Ana, que no se creerían esas cosas á no verlas. ¡Dos
-familias que tanto se quieren, vivir en perpetua enemistad por un
-quítame esas pajas! Malo por lo que á uno le duele, malo por el bien
-que no se hace, y peor por el escándalo que se da.
-
---¡Los genios, Pablo, los genios!
-
---Dí el genio, Ana... porque el de tu padre es insufrible por
-quisquilloso y aprensivo.
-
---¡Ingrato! ¡Bien haya lo que te quiere!
-
---Y bien sabe Dios cómo se lo pago. Por eso me duelen tanto estas
-cosas, Ana.
-
---¡Pues qué diré yo de mí, Pablo? Tú, al fin, cuando vienen estas
-borrascas, esparces al aire libre la parte que te toca de ellas, y
-dentro de tu casa tienes con quién hablar, con quién reir... Yo no
-tengo nada de eso; ni siquiera el recurso de disculparos, porque se
-toman las disculpas á parcialidad, y lo pongo peor. Hay que dejar la
-tormenta que se desahogue por sí ó por obra de una casualidad que á
-veces tarda un mes en presentarse; y, en tanto, soledad y cárcel... y
-paciencia; porque, al cabo, él es quien es, y bueno y cariñoso hasta
-tal extremo, que yo no sé qué le atormenta más en sus arrechuchos, si
-el dolor de la supuesta ofensa, ó la pesadumbre de vivir sin trato
-con los que le han ofendido. ¿No te parece, Pablo, que debiéramos
-conjurarnos todos contra esa mala costumbre?... Que se alborotan
-ellos... Pues nosotros como si tal cosa: yo á vuestra casa, y vosotros
-á la mía.
-
---Ya se ha intentado ese medio alguna vez.
-
---Pero sin arte, Pablo, y sin resolución: al primer bufido de mi padre,
-no se os ha vuelto á ver por allá.
-
---Ni á tí por acá, Ana.
-
---Porque me dejáis sola enfrente del enemigo, ¡caramba! Pero ayudadme
-un poco y veréis cómo le venzo y hasta hago imposibles esas guerras
-que me acaban... ¡me acaban, Pablo! Por eso quiero que ésta sea la
-última; y lo será, ó perezco en ella... Con que hazme el favor de no
-entretenerme, y déjame pasar, que estoy perdiendo un tiempo precioso.
-
---Pues rato hace, Ana, que tienes despejado el camino; y por donde te
-agarro yo, el diablo me lleve.
-
-Miróle Ana por debajo de las cejas, fruncidas por efecto de una sonrisa
-burlona en que envolvió toda su hermosa y picaresca faz, y le tiró con
-otra hoja de malva que había arrancado poco antes del ramillete del
-pecho.
-
---Hijo, ¡qué peste eres también... á tu modo!--dijo al mismo tiempo.
-
-Y recogió los pliegues delanteros de su falda con ambas manos; y, ágil
-y esbelta, partió hacia su casa, atravesando el campuco como diz que se
-deslizan las ninfas sobre las ondas del lago.
-
-Pablo, sin darse por entendido de este hecho ni de aquel dicho, entró
-en el corral y cerró la portalada. De modo que cuando Ana llegó á la
-suya no tuvo en qué satisfacer la curiosidad que le hizo volver la
-cabeza hacia la portalada de enfrente, y quedaron allí perdidas, por
-falta de recibo, una mirada y una sonrisa que se hubieran disputado á
-estocadas los galanes de Lope y Calderón.
-
-Como su padre andaba aún fuera de casa, Pablo, antes de subir á ella,
-quiso darse una vuelta por las cuadras, á la sazón punto menos que
-vacías. Sólo dos parejas de bueyes y algunos ternerillos había al
-pesebre. El resto del ganado, pocos días antes llegado del puerto,
-andaba al pasto en el monte al cuidado del pastor del lugar, que lo
-recogía por la mañana y lo entregaba al anochecer. La disposición de
-aquellas cuadras era obra del magín de Pablo, y acuerdo suyo también
-el régimen á que en ellas estaba sometido el ganado. Natural era la
-satisfacción que el mozo sentía, viéndole tan gordo y lozano, en
-pasarle la mano por el lomo, en llamar á cada bestia por su nombre,
-en increpar duramente á la que no comía hasta limpiar el pesebre, y
-en confundirla con el ejemplo de la que no dejaba en el fondo ni la
-_grana_. Pues ¿y los becerrillos? Horas se pasaba con ellos rascándoles
-el testuz y dándoles palmaditas en la cara. ¡Y cómo se arrimaban ellos
-á él, y le miraban con sus ojazos bonachones, y se iban adormeciendo
-poco á poco con el cosquilleo y presentando la cerviz para que también
-se la rascara; y después las orejas, y luégo el pescuezo, y vuelta al
-testuz y á la cara! Y cuando se cansaba Pablo, la mimosa bestezuela
-le golpeaba suavemente con la cabeza, le lamía las manos y tornaba á
-presentarle la cerviz. Lo cierto es que, fuera del corderillo, no hay
-otro animal de faz más atractiva ni que más se haga querer.
-
-Mientras nuestro mozo se entregaba á estos entretenimientos, arriba
-aguardaban su madre y su hermana, con la mesa puesta y haciendo labor
-cerca de ella, el resultado de la entrevista de los dos compadres;
-lance que las tenía sumidas en graves aprensiones, bien reflejadas en
-el desasosiego de que ambas estaban poseídas.
-
-Sentábale á maravilla esta inquietud á la joven, cuyo nombre ya
-conocemos por boca de Ana; pues daba viveza y grande expresión á su
-fisonomía, de ordinario, aunque bella por lo correcta y frescachona,
-mansa y serena, como esas noches de verano sin rumores, sin frío
-ni calor, que se contemplan con gusto, pero en perfecto reposo
-del espíritu y del cuerpo. Sus ojos negros, más meditabundos que
-habladores, brillando á la sazón con vivo fuego sobre el rosado
-cutis, y sus labios húmedos, graciosamente contraídos, pregonaban
-interiores batallas, señal de que en aquel lago apacible también
-cabían agitaciones y tempestades. Representaba la edad de Ana, y con
-la sencillez de ésta vestía, aunque no con tanto donaire, porque éste
-no es obra de las perfecciones plásticas y esculturales que abundaban
-en María acaso más que en Ana, sino de un misterioso equilibrio de
-proporciones y de sensibilidad entre el alma y el cuerpo, don de la
-naturaleza que no se adquiere por conquista.
-
-Cuanto puede parecerse una rama al tronco de que procede, se parecía
-nuestra joven á su madre, _señora de aldea_, sana y bien conservada,
-sin afeites ni aliños exagerados; antes bien, peinada y vestida con tal
-sencillez y modestia, que sólo en lo pulido de su cutis, señal de que
-éste andaba lejos de las injurias del trabajo al aire libre, revelaba
-la jerarquía. Verdad es ésta de la sencillez y modestia en el ordinario
-arreo, propia no sólo de las señoras de labradores ricos montañeses,
-sino también de las damas de alto copete, si son muy apegadas al
-terruño natal. Digámoslo en honra de la Montaña y de las montañesas.
-
-Poco hablaban madre é hija; y eso poco en frases breves entre largos
-espacios de silencio, para apuntar una sospecha ó fundar una esperanza.
-El tema era siempre el mismo: lo que tardaba el ausente y lo que podía
-significar la tardanza.
-
-Al cabo, se oyeron pasos en la escalera y apareció Pablo en la sala,
-y poco después, su padre. Representaba éste, y yo sé que los tenía,
-más de cincuenta años; no era muy alto, pero fornido y sano; de rostro
-abierto y noble; limpio y frescote y bien afeitada la espesa y recia
-barba; corto, áspero y muy apretado aún el pelo gris de su cabeza;
-lento y bien aplomado en el andar; los brazos un tanto arqueados; las
-manos anchas, musculosas y entreabiertas; la voz sonora, varonil y bien
-entonada; el traje holgado, de buen género, pero de modesta corte.
-
---Vamos á comer, que harto habéis aguardado,--dijo al entrar, mientras
-su mujer y su hija se levantaban á recibirle. Y no dijo más por
-entonces, ni en su semblante pudieron leer nada las curiosas miradas de
-su familia.
-
-Se sirvió la sopa; sentóse el patriarca á la mesa; bendíjola, según
-costumbre, después de ocupar cada cual su puesto; y andábase muy cerca
-ya del clásico estofado, cuando aquél refirió en compendio lo que el
-curioso lector hallará más adelante con los debidos pormenores.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-IV
-
-PELOS Y SEÑALES
-
-
-Pedro Mortera y Juan de Prezanes, vástagos de las dos familias más
-ricas y antiguas de Cumbrales, ligadas siempre por amistoso vínculo,
-¡caso raro en este país de quisquillas y reconcomios! Juan de Prezanes,
-repito, y Pedro Mortera, eran inseparables camaradas. Pero Juan
-era suspicaz, impetuoso y avinagrado de genio, y Pedro cachazudo y
-reflexivo. Éste, en sus juegos infantiles, gustaba de lo seguro y
-fuerte; aquél de lo más fácil, siempre que fuera nuevo, breve y vario:
-el uno era muy inclinado á los trabajos rústicos y á los esparcimientos
-campestres; el otro á fisgonear murmuraciones y á comentar dichos de
-las gentes: Pedro era todo observación y método; Juan sentimiento,
-nervios y palabra. Sólo se parecían ambos muchachos en la bondad del
-corazón y en estar siempre dispuestos á dar la pelleja el uno por el
-otro; así es que jamás hubo avenio entre ellos en cuestiones de gusto,
-y se pasaron lo mejor de la infancia refunfuñando, cuando no á la
-greña, pero queriéndose mucho.
-
-Juntos fueron después á estudiar á la ciudad; juntos vivieron en ella,
-y al mismo estudio se dedicaron. Pedro se cansó de los libros á los dos
-años, y se volvió á su pueblo. Juan continuó los estudios, y fué á la
-Universidad y llegó á ser abogado. Pedro, en Cumbrales, se consagró á
-la labranza con verdadera afición, y mejoró mucho la hacienda que, ya
-mozo, heredó de su padre. Juan, huérfano también poco después de volver
-de la Universidad, y sin las aficiones de su amigo, puso en renta las
-tierras que cultivaba su padre, y en aparcería los ganados que halló
-en las cuadras (parte mínima de los bienes que heredó), y abrió en
-Cumbrales su estudio, por no aburrirse.
-
-Fuera de los de la villa, no había otro abogado que él en toda la
-comarca; de manera que bien pronto le sobraron los negocios y las
-desazones. Las desazones, porque cada contrariedad le producía una
-mayúscula; y las contrariedades, verdaderos gajes de su oficio,
-menudeaban á maravilla, y su carácter, lejos de mejorar con los años,
-cada día era más vidrioso y quebradizo.
-
-Por la índole misma de su profesión, se puso en contacto con nuevas
-gentes y nuevas cosas; y como sus ímpetus geniales le llevaban siempre
-mucho más allá de sus propósitos, necesitando ancho terreno y fuertes
-aliados para vencer en los grandes apuros de sus batallas, dejóse
-arrastrar fácilmente de los que le brindaron con aquellas ventajas,
-y que, en rigor, iban buscando su legítimo influjo en la comarca, al
-precio de unas cuantas lisonjas bien aderezadas.
-
-De este modo llegó á ser don Juan de Prezanes un cacique de gran empuje
-en el distrito, y un enredador de dos mil demonios; pues, conocido el
-flaco de su carácter, no solamente lograron los seductores interesarle
-con alma y vida en todo linaje de intrigas, sino hacerle creer que era
-capitán y bandera á la vez, cuando, en substancia, no pasaba de ser la
-mano del gato, menos que soldado de filas en aquella tropa de polillas
-del bien público.
-
-Que estas cosas y otras de parecido jaez sacaban de quicio á su
-verdadero y único amigo, no hay para qué decirlo; ni son de mencionar
-tampoco las tempestades que las cuerdas advertencias de don Pedro
-Mortera producían en el ánimo del impetuoso don Juan de Prezanes. Era
-éste, como todos los hombres irreflexivos y apasionados, enemigo mortal
-de la verdad cuando la hallaba enfrente de sus flaquezas; no por
-ser la verdad, sino por ser obstáculo. Los temperamentos como el del
-abogado de Cumbrales, desbordados torrentes, embravecidos huracanes, no
-se detienen con frenos ni con barreras. El halago y las contemplaciones
-los calman alguna vez; la resistencia los espolea siempre. Son una
-enfermedad que tiene sus manifestaciones en esa forma necesaria y
-fatal; y esa enfermedad no ha de curarla el enfermo, sino los que le
-tratan. En el ordinario comercio de la vida creen poner una pica en
-Flandes los que hallan una fórmula, á modo de ley social, por la que
-deben regirse los hombres que quieran tener derecho al pomposo título
-de _gentes de buena educación_. ¡Qué sandez tan triste! ¡Como si todos
-los hombres hubiéramos sido moldeados en una misma turquesa y con el
-barro en iguales dosis y calidades! ¡Como si el alfilerazo que apenas
-ensangrienta la epidermis de uno, no fuera en otro puñalada que penetra
-hasta el corazón!
-
-Métome sin permiso del lector en estas honduras fisiológicas, porque
-por ellas andaba muy á menudo don Juan de Prezanes buscando la razón y
-la justicia, ó, cuando menos, la disculpa de sus arrebatos geniales,
-y al mismo tiempo la sinrazón, y hasta la falta de caridad con que
-su amigo don Pedro Mortera le contrariaba; en lo cual don Juan de
-Prezanes se equivocaba en más de la mitad, porque su amigo nunca le
-contrarió sin grave causa ni por el vano afán de que valiera la suya
-á todo trance; pero era demasiado crudo en sus verdades, terco en
-sostenerlas, socarrón _aliquando_ y mordaz en ocasiones; y en esto no
-eran infundadas las quejas del irascible jurisconsulto.
-
-Con notorios intentos de asegurarle mejor y de chupar sus caudales,
-lograron sus comilitones de allende hacerle el favor (¡el único que lo
-fué de veras!) de una señorita pobre, que por casualidad salió buena
-y honrada y hacendosa, y hasta supo, durante dos años de matrimonio,
-dulcificar las ingénitas acritudes de su marido, y hacerle placentera
-la vida del hogar. No duró más su dicha, porque Dios se llevó á mejor
-destino la causa de ella, dejando en cambio al triste viudo una niña,
-que recibió el nombre de Ana de su padrino don Pedro Mortera. Dos meses
-antes se había bautizado un hijo de éste (cuyas bodas anduvieron muy
-cercanas á las de su amigo) con el nombre de Pablo, siendo padrino don
-Juan de Prezanes.
-
-Tan diversa como sus genios fué la suerte de ambos amigos en el
-matrimonio, pues cuando el del abogado se deshacía con la muerte del
-único sér capaz de regir y dominar aquel carácter desdichado, el de don
-Pedro Mortera era bendecido con un nuevo fruto. Pero Dios, que da la
-llaga, da también la medicina; y Ana, la niña huérfana, tuvo una madre
-cariñosa en la madre de Pablo y de María, y en estos niños dos hermanos
-con quienes vivía más que con su padre. Cuanto á éste, confundió en
-un solo amor, pues había para todos en su corazón de fuego, á Ana y á
-la familia de su amigo. Pero sus tempestades nerviosas menudeaban á
-medida que se dilataba el radio de sus afectos íntimos; porque, como él
-decía, «cada punto de contacto me produce una desolladura; y cuanto más
-cordiales son los unos, más dolorosas son las otras.»
-
-Años andando, fueron Ana y María á un colegio, y Pablo, á quien don
-Juan amaba como á un hijo, comenzó á estudiar también; con lo cual el
-nervioso jurisconsulto se vió tan contrariado, solo y aburrido, que
-cerró el bufete para no abrirle más. ¡Ni el demonio podía aguantarle
-entonces! pues, para ayuda de males, su alianza con los trapisondistas
-de marras fué estrecha como nunca, y el campo de sus batallas vasto
-y revuelto á maravilla, porque los públicos acontecimientos así lo
-dispusieron.
-
-Pesaba la influencia de don Pedro Mortera, por hacienda y méritos
-personales de éste, sobre media comarca, es decir, tanto como la de
-don Juan de Prezanes y sus auxiliares juntos; pero, hombre sesudo y
-de buen temple, veía con honda pesadumbre el uso que hacía su amigo
-de las huestes que por necesidad le seguían al combate, y á qué
-móviles obedecía; y ociosos fueron cuantos esfuerzos se tantearon para
-obligarle á que tomara parte en las batallas que iban poco á poco
-desorganizando y corrompiendo la comarca.
-
---Contigo--decía el testarudo labrador á don Juan de Prezanes,--contigo
-y para hacer el bien de este pueblo, cuando quieras y á donde quieras.
-Con esos vividores intrigantes, que te están chupando hasta la honra,
-jamás.
-
-Entre los llamados «vividores intrigantes» contaba don Pedro Mortera á
-un señor de la villa, que había sido siempre muy amigo suyo, el cual
-señor, por hinchazones de vanidad, no tuvo reparo en ser allí delegado
-perpetuo de todos los poderes para sostener, _de cualquier modo_, la
-causa de los que le servían en tres leguas á la redonda, por lo que don
-Pedro Mortera no quiso más tratos con él, pues creía, y con fundamento,
-que son peores que los tunos sus cómplices y encubridores.
-
-Pues hasta este señor, don Rodrigo Calderetas (por lo demás, «gran
-persona y muy caballero»), descendió de su Olimpo en la crítica ocasión
-atrás citada, y cuando nada habían podido conseguir ruegos ni huracanes
-del jurisconsulto para tratar de sacar á don Pedro Mortera de su
-desesperante retraimiento, «del cual podía depender hasta la suerte
-de la patria.» ¡Á buena parte iba la «gran persona» con sensiblerías
-cursis! Don Pedro no cambió de actitud. Don Juan de Prezanes tocó
-el cielo con las manos, y el caballero de la villa le sopló al oído
-que su amigo y compadre era un desafecto á la situación, retrógrado,
-obscurantista... y _sospechoso_. Ya por entonces era moda en España
-tener por sospechoso á todo hombre formal apegado á la tranquilidad
-y al sosiego. Apoyó el dictamen de la «gran persona» todo su estado
-mayor, y don Juan de Prezanes, que en su sano juicio se pagaba muy poco
-de matices políticos, en la fiebre del despecho tragó la insinuación
-maliciosa, y no negó la posibilidad del pecado. En honor de la verdad,
-no por ello dejó de querer entrañablemente á su amigo, ni volvió á
-hablarle más del asunto de la alianza; pero la actitud impasible de don
-Pedro y la repulsa consabida, causa fueron, aunque sorda y disimulada,
-de muchas y muy repetidas desavenencias entre los dos amigos,
-provocadas por las vidriosidades del jurisconsulto.
-
-Pasó así mucho tiempo, y al cabo de él volvieron á Cumbrales Ana
-y María hechas dos señoritas primorosas. Desde entonces el genio
-abierto y animoso de la primera fué el bálsamo que calmó, ya que no
-llegara á curar, los desabrimientos y esquiveces de su padre, y el
-mejor lazo de unión entre las dos familias, tan á menudo aflojado
-por las intemperancias nerviosas de don Juan de Prezanes. Pablo,
-cuando se hallaba en el pueblo, contribuía en gran parte á aquellas
-reconciliaciones; pues con su sencilla bondad sabía llegar al alma de
-su padrino sin lastimarle, en lo cual consiste el secreto resorte con
-que se rigen y gobiernan esos temperamentos desdichados.
-
-Y ahora tenga el lector la bondad de pasar al capítulo siguiente, en el
-cual acabará de conocer, tratándolos de cerca, á estos dos personajes,
-y sabrá lo que ocurrió en la entrevista que, en compendio, refirió en
-la mesa don Pedro Mortera.
-
-[Ilustración]
-
-
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-
-[Ilustración]
-
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-
-
-V
-
-ENTRE COMPADRES
-
-
-Alto, enjuto, largo de brazos, afilados los dedos, pequeña la cabeza,
-el pelo escaso y rubio, los ojos azules y sombreados por largas cejas,
-nariz puntiaguda, labios delgados y pálidos, y sobre el superior un
-bigote cerdoso, entrecano y sin guías, por estar escrupulosamente
-recortado encima de aquel contorno de la boca. Tal era, en lo físico,
-don Juan de Prezanes. Pulquérrimo en el vestir, jamás se hallaba
-una mancha en su traje, siempre negro y fino, escotado el chaleco,
-blanquísima y tersa la pechera de la camisa, de cuello derecho y
-cerrado bajo la barbilla, y de largos faldones la desceñida levita;
-traje que se ponía al levantarse de la cama y no se quitaba hasta el
-momento de acostarse.
-
-En tal guisa se paseaba, cuando fué su amigo á verle, desde su gabinete
-(dormitorio y despacho á la vez, como lo demostraban una cama y avíos
-de limpieza en el fondo de la alcoba, y afuera una regular librería,
-mesa de escribir, sillones, etc.) hasta el extremo opuesto del contiguo
-salón, espacioso, limpio y decorosamente amueblado.
-
-No esperaba á su amigo, y se inmutó al verle allí. Don Pedro, como si
-nada hubiese pasado entre los dos, díjole con su aire campechano:
-
---Te agradezco en el alma tu deseo de verme, y aquí estoy para
-servirte, Juan.
-
-Éste, sin dejar de pasearse, respondió con voz poco segura:
-
---Acto es, Pedro, que me obliga y te honra; pero la verdad ante
-todo: yo no te he llamado á mi casa; te pedí una entrevista donde tú
-quisieras.
-
---¿Te pesa que haya venido?
-
-Detúvose en su paseo el hombre que era un manojo de nervios, miró á
-su amigo y compadre con ojos que lanzaban chispas, y dijo, ronco y
-tembloroso, dándose una manotada sobre el angosto pecho:
-
---¡Te juro que no!
-
---Pues entonces, sobran los reparos, Juan, y, si un poco me apuras,
-toda explicación entre nosotros; porque donde habla el corazón, calle
-la boca.
-
-Y en esto, don Pedro, con los brazos entreabiertos, cortaba el camino
-y seguía con la vista á su amigo, que había vuelto á sus agitados
-paseos.
-
---Entiendo tu deseo y ardo en el mismo--repuso éste desviándose y
-esquivando las miradas y los brazos de su compadre;--pero no es tiempo
-todavía.
-
---Pues si el corazón lo pide y Dios lo manda, ¿qué te
-detiene?--respondió don Pedro, dejando caer los brazos, desalentado y
-triste. Luégo añadió con honda amargura:--¡Parece mentira, Juan, que
-cosas tan leves nos conduzcan á situaciones tan graves!
-
---Nada es leve para el amor propio ofendido... Somos de esa hechura, y
-no por culpa nuestra.
-
---Pero tenemos una razón para domar las demasías del carácter.
-
---Prueba es de ello que te he propuesto una reconciliación... y por
-cierto que no se te ha ocurrido á tí otro tanto.
-
---De mi casa huíste sin haberte ofendido nadie en ella; te encerraste
-en la tuya y te negaste á toda comunicación con nosotros, que te
-queremos... que os queremos más que á la propia sangre.
-
---Toda la vida hemos andado así, Pedro.
-
---Pues esa triste experiencia me ha enseñado que el mejor remedio
-contra tus arrechuchos es dejar que se te pasen. Por pasado dí el
-último cuando me llamaste, y á tu lado vine con los brazos abiertos.
-¿Por qué me niegas los tuyos?
-
---Porque los reservo para después que hablemos y nos entendamos.
-
---¿Dudas de la lealtad de mi corazón?
-
---Dudara antes de la del mío, Pedro; mas entra en mis intentos que esta
-avenencia que hoy deseo y te propongo, se afirme en algo más que en el
-olvido de las pequeñeces pasadas... Ven, y sentémonos.
-
-Entraron los dos compadres en el gabinete; sentáronse frente á frente
-con la mesa entre ambos, y dijo así don Juan, manoseando al mismo
-tiempo una plegadera de boj que halló á sus alcances:
-
---Sin ciertas diferencias que nos dividen y nos separan á cada momento,
-tú y yo, en perfecta y cabal armonía, pudiéramos hacer grandes
-beneficios á Cumbrales.
-
---Ese es el tema de mi eterno pleito contigo, Juan.
-
---Sí; pero no se trata ahora de puntillos del carácter, de la cual
-dolencia todos padecemos algo, Pedro amigo, aunque no lo creamos así,
-sino de puntos de mayor alcance y entidad; puntos en los que pudiéramos
-ir tú y yo muy acordes aun dentro de nuestras continuas desavenencias,
-verdaderas nubes de verano.
-
---Sospecho á dónde vas á parar con ese preámbulo; y si las sospechas no
-mienten, el asunto es ya viejo entre los dos. De todas maneras, déjate
-de rodeos y dime en crudo qué es lo que pretendes de mí.
-
---Viejo es, en efecto, entre nosotros dos el asunto de que voy á
-hablarte, y del cual no te he hablado años hace por respetos que te son
-notorios; pero de poco tiempo acá, ofrece el caso aspectos de gravedad
-que antes no ofrecía, y esto me obliga á quebrantar mis propósitos. Á
-la vista está que de día en día crece el encono entre los bandos en que
-están divididos este pueblo y los limítrofes.
-
---Lo que á la vista salta, Juan, es que se detestan y se persiguen
-á muerte los capitanes de esos bandos. Los pobres soldados no hacen
-otra cosa que lo que se les manda ó les exige el deber... ó la triste
-necesidad.
-
---Lo mismo da lo uno que lo otro.
-
---Precisamente es todo lo contrario, puesto que el día en que los jefes
-dejen de ser enemigos, volverán los subalternos á ser hermanos.
-
---Á ese fin quiero yo ir á parar, Pedro.
-
---¿Por qué camino, Juan?
-
---Por el más breve y llano. Ayúdame con todas tus fuerzas en la batalla
-electoral que se prepara, y el triunfo es nuestro en todo el distrito.
-
---¿Y después?
-
---¡Después!... ¿Quién ignora lo que sucede después de un triunfo en
-tales condiciones?
-
---Tú lo ignoras, Juan, pese á tu larga experiencia.
-
---Gracias por la lisonja.
-
---Pues es el mejor piropo que puedo echarte en este momento. Si te
-dijera yo que el verdadero botín de esas batallas era el cebo que te
-llevaba á ellas, no creyera, como creo, que en esto, cual en otras
-muchas cosas, la pasión te ciega y el corazón te engaña.
-
---¡Á mí?
-
---Sí, y además te vende. Y en prueba de que no me equivoco, voy
-á decirte lo que verdaderamente hoy te apura y acongoja. Desde
-que candorosamente te pusiste al servicio de ciertos amigotes de
-campanillas, tomando sus adulaciones y embustes por sinceridades, has
-luchado á su favor en esta comarca con varia fortuna, según que los
-intrigantes de por acá te han ayudado ó te han combatido. Las últimas
-campañas han sido terminadas muy á tu gusto, porque no te han faltado
-auxiliares de fama y de empuje, fuera y dentro de este municipio.
-No conozco al pormenor la actitud en que hoy se hallan tus aliados
-forasteros; pero me consta que tu vecino _Asaduras_, el enredador
-electoral más sin vergüenza de la comarca, se ha pasado al enemigo
-con armas y bagajes; y te has dicho, como en parecidas ocasiones:
-«Si Pedro me ayudara con todas sus fuerzas, mi triunfo era infalible;
-y triunfando yo, no solamente conseguiría el objeto principal de la
-batalla, sino que ponía el pie en el pescuezo á ese pícaro desleal.»
-
---Y ¿qué mal habría en ello?--exclamó aquí con voz airada don Juan,
-doblando como un espadín la plegadera entre sus dedos convulsos.
-
---Ninguno, ciertamente--replicó don Pedro con entereza.--El mal está
-en que las cosas hayan venido á parar ahí; en que tú, hombre honrado,
-independiente, bueno y generoso, pactaras alianzas con esa canalla, y
-que entre todos hayáis convertido á Cumbrales en feudo desdichado de
-dos aventureros.
-
---¡Pedro!... ¡Pedro!--gritó aquí don Juan de Prezanes, incorporándose
-lívido en el sillón y haciendo crujir la plegadera.--¡No empecemos ya!
-¡De esos á quienes llamas aventureros, el uno siquiera, por amigo mío,
-merece tu respeto!
-
---¡Amigo tuyo!... ¡Merecedor de mi respeto! ¡El marqués de la Cuérniga,
-ayer traficante en reses de matadero, concursado cien veces, marrullero
-y tramposo, y de la noche á la mañana, y Dios sabe por qué, título de
-Castilla y diputado á Cortes!...
-
---¡Pedro!... ¡Pedro!...
-
---¡Amigo tuyo... porque te escribe y te adula cuando te necesita, como
-te escribía y te adulaba también el otro personaje de alquimia, el
-barón de Siete-Suelas, su digno competidor en el distrito, hoy amparado
-por el pillastre Asaduras!... ¡Amigo tuyo!... ¿En qué lo ha demostrado?
-¿Qué favores te ha hecho?
-
---Cuantos le he pedido, ¡vive Dios!
-
---Es verdad: obra de su poder y de tu deseo son las crueles venganzas
-consumadas aquí en infelices campesinos que, al seros desleales en la
-lucha, acaso les iba en ello el pan de sus familias; favores suyos son
-también las ratas que habéis metido en la administración municipal, y
-los esfuerzos que aún se hacen para echar á presidio lo único honrado
-que en ella nos queda.
-
---¡Voto á tal--rugió aquí don Juan de Prezanes (y le echó redondo)
-haciendo crujir la plegadera,--que esto ya pasa la raya de todas las
-conveniencias!
-
---Á los hombres como tú, Juan--añadió don Pedro imperturbable,--y
-á los niños, hay que decirles la verdad desnuda; y tú eres un niño
-tesonudo y obcecado, porque la sensibilidad te roba el entendimiento,
-y la pasión te deslumbra. Tú no harías el daño que haces, pues eres
-bueno y honrado, si no tuvieras quien te azuzara y pusiera las armas
-en tus manos. Ni siquiera te excusa la ignorancia ó la perversidad de
-los caciques del otro tiranuelo, que á su vez hacen lo mismo. ¡Lo
-mismo, Juan! porque en estos desdichados lugares, las venganzas y las
-tropelías se cometen por riguroso turno; y éste es el favor que debe
-Cumbrales á sus representantes. Ellos son los toros de la fábula; el
-distrito, el charco de pelea; y nuestros pobres convecinos, las ranas
-despachurradas. Y ¿para qué esos sacrificios incesantes? Para provecho
-y regalo de dos farsantes vividores, caídos aquí como en tierra de
-conquista. ¿Cuáles son sus títulos para representarnos en Cortes?
-¿Quién los ha llamado? ¿Quién los conoce en el distrito sino por la
-huella desastrosa que dejan á su paso por él? ¡Y quieres que yo te
-ayude en esta obra de iniquidad! ¡Y eso lo pretendes cuando la nación
-entera arde en guerras y escisiones, y hay un campo de batalla á las
-puertas de nuestros pobres hogares! ¡Nunca, Juan, nunca!
-
-Ya comprenderá el lector que con mucho menos que esta andanada,
-soltada á quemarropa y en mitad del pecho, había sobrado para que
-echara chispas el hombre más cachazudo, cuanto más el irritable y
-eléctrico don Juan de Prezanes. El cual, trémulo y desencajado, antes
-que su amigo dijera la última palabra, ya había convertido en hilachas
-la plegadera entre sus manos. Sudaba hieles y parecía una pila de
-rescoldo. No le cabía en la estancia; al revolverse en ella nervioso y
-desatentado como fiera enjaulada, tumbaba sillas á puntapiés, y con
-el aire de sus faldones agitados, volaban los papeles sueltos de la
-mesa. Rugió, golpeóse las caderas con los puños cerrados, mesóse el
-ralo cabello con las uñas, amagó apóstrofes fulminantes, injurias...
-hasta blasfemias, y ¡caso inaudito en él! ni á una sola palabra, de
-la tempestad de frases iracundas que bramaba en su pecho, dieron
-salida sus labios. Devorábalas á medida que á borbotones acudían á su
-boca; y aquella plenitud de furia comprimida, la denunciaban sus ojos
-inyectados de sangre y el temblor de todas sus fibras. Causaba espanto
-el bueno de don Juan de Prezanes. Felizmente no duró mucho tiempo la
-peligrosa crisis, porque también obra milagros la voluntad; y la del
-letrado de Cumbrales fué en aquella ocasión heróica sobremanera.
-
-Cuando, después de este triunfo, logró algún dominio sobre sus nervios
-desconcertados en la batalla, arrojó por la ventana la plegadera hecha
-una pelota; se enjugó el sudor con el pañuelo; dió algunas vueltas,
-relativamente sosegadas, en el gabinete, y, por último, se dejó caer
-en el sillón, apoyando los codos sobre la mesa y la cabeza entre las
-manos. Momentos después se encaró con su amigo, que no apartaba los
-ojos de él, y le dijo con voz enronquecida, pero no destemplada:
-
---Has venido á esta casa en busca de una reconciliación intentada
-por mí, y juro á Dios que no he de darte hoy motivos de nuevas
-desavenencias, como tú no las busques. Pero conste, y muy recio,
-que si las antiguas quedan en pie, no es por culpa de tu irascible,
-irreconciliable y rencoroso amigo, sino por la tuya, manso, razonable y
-dulcísimo Pedro.
-
---Por mi culpa no, Juan, puesto que no me niego ni me he negado jamás á
-una estrecha alianza contigo.
-
---¡Si pensarás que han pecado de turbias tus recientes palabras?
-
---El que yo me niegue á ser instrumento de cuatro intrigantes, no es
-resistirme á ayudarte con alma y vida á hacer algo bueno por el pueblo
-en que nacimos. Mas para esto es indispensable que, en lugar de ir yo á
-tu terreno, vengas tú al mío.
-
---¡Y cata ahí el puntillo montañés!--replicó don Juan con nerviosa
-sonrisa.--¡Ay, Pedro, qué ciego es quien no ve por tela de cedazo!
-
---Juzga lo que quieras, Juan, de mis intenciones: á mí me basta saber
-que son honradas; pero entiende que no lucharé jamás á tu lado, sino
-para exterminar de Cumbrales á esos intrusos tiranuelos; empresa tan
-fácil como necesaria y benéfica. Cien veces te lo he dicho: unámonos
-para arrancar la administración de este pueblo de las manos en que
-anda años hace; entreguémosla á los hombres de bien; hagamos porque
-no lleguen á pleito las cuestiones del lugar, y fállense en terreno
-á donde no alcance la mano del Estado ni se dejen sentir influjos de
-la política; guerra á muerte á los caciques, si alguno queda rezagado
-entre nosotros; y cuando por este camino llegue Cumbrales á ser dueño
-absoluto de lo que en justicia le pertenece, yo mismo abriré sus
-puertas á los merodeadores. La posesión de sí mismos hace cautos á los
-hombres; y si alguno es tan inocente que aun con los ojos abiertos cae
-en las redes tendidas, quéjese de su torpeza, pero no de su desamparo.
-Muy necio tiene que ser el que desconozca que le engaña quien se le
-brinda con el remedio de todos sus males, como charlatán de feria, para
-desempeñar un cargo que, ejercido á conciencia, más es cruz de suplicio
-que ocasión de prosperidades. ¿Crees, Juan, que, pensando así, puedo
-rechazar tus planes por la pueril satisfacción de que tu aceptes los
-míos?
-
---Puedo creer... creo, que te ciega una pasión, como tú crees que
-otra me ciega á mí. ¡Vaya usted á saber quién de los dos es el más
-apasionado!
-
---Aunque así sea y no valgan nada las razones que me has oído, mi
-ceguedad no daña á nadie.
-
---Lo cual quiere decir que la mía es muy nociva.
-
---Te he demostrado que sí.
-
---¡Mira, Pedro, que no se dispone dos veces de la paciencia!
-
---No he sacado yo á relucir este asunto malhadado. Tú me has impuesto
-mi complicidad en vuestros planes, como condición de nuestras paces
-alteradas por una chapucería. Yo no he hecho otra cosa que responderte.
-
---¡Hiriéndome en lo más vivo!
-
---Así se receta contra las malas costumbres, Juan; y esa en que estás
-encenagado por una aberración de tu buen sentido, es causa perenne
-de grandes desdichas para cuantos te rodean. Mi deber es decirte la
-verdad, y te la digo.
-
-Por algo decía don Juan de Prezanes que no se dispone de la paciencia
-dos veces seguidas. Yo soy de su parecer, y además creo que á los
-hombres del temperamento del abogado de Cumbrales, no les conviene
-tragar la ira cuando esta mala pasión forcejea en sus pechos y busca
-las válvulas de escape; porque no hay ejemplo de que esta metralla haya
-llegado á digerirse en ningún estómago, por recio que sea; y puesto que
-es de necesidad el desahogo, preferible es que éste ocurra á tiempo y
-sazón, á que acontezca fuera de toda oportunidad, como en el presente
-caso. El irascible jurisconsulto, que había conseguido dominar la
-furia de su temperamento irritado cuando su compadre le puso á bajar
-de un burro, perdió los estribos y dió en los mayores extremos de
-insensatez, por una bagatela; por aquello de las «malas costumbres.»
-
-Oyólo el desdichado, clavando las uñas en el tablero de la mesa y los
-ojos chispeantes en los impávidos de su compadre, que bien pudiera no
-haber pegado tan fuerte.
-
---¡Malas costumbres!... ¡encenagado en ellas!--repetía don Juan con voz
-cavernosa, y los pelos de punta y la faz desencajada.--¡Y, sin embargo,
-yo soy el díscolo, y el procaz, y el quisquilloso, y el descomedido!...
-¡y tú el varón justo y prudente y sabio... el caballero sin tacha! ¡Ira
-de Dios! ¡Malas costumbres! ¡Encenagado en ellas!--tornó á repetir,
-entre roncos bramidos, mientras se incorporaba derribando el sillón
-y se hacía pedazos en el suelo una salbadera de vidrio.--¡Y eso me
-lo vienes á decir á mi casa, cuando te brindo en ella con la paz!...
-Y ¿quién eres tú? ¿qué títulos, qué poderes son los que tienes para
-atreverte á tanto, hipócrita, mal amigo! Si lo que te propongo no
-te agrada, confórmate con no aceptarlo; ¡pero no me injuries, no me
-hieras! ¿Ó tienen razón los que me dicen que eres de la cepa de los
-tiranos?... ¡Sí, vive Dios! Cuando late en el pecho un corazón honrado
-y se sienten en él los dolores ajenos, no se dan las puñaladas, no se
-ultraja á nadie á sangre fría, como tú me has herido y ultrajado hoy...
-y ayer, y siempre... ¡bárbaro! ¡Y quieres paz y buscas la armonía!
-¿Cómo han de ser duraderas entre nosotros, si los más nobles impulsos
-de mi corazón se estrellan siempre contra tu intolerancia brutal!
-Porque me odias, porque me detestas. Y me odias y me detestas, porque
-soy mejor que tú, porque valgo más que tú; y valgo más que tú, ¡porque
-en una sola fibra de mi corazón hay más nobleza que en todo tu sér,
-henchido de soberbia, de vanidad y de hipocresía!
-
-Ni una palabra dura respondió don Pedro Mortera á esta primera
-explosión de ira de su compadre; pero éste nunca se colocaba en tales
-alturas sin despeñarse después, ciego y loco, entre torbellinos de
-improperios y desvergüenzas. ¡Qué cosas dijo á su impasible amigo!
-Porque una vez enredado en aquella infernal batalla, ya no reñía sólo
-por el punto en cuestión: en la mente volcánica del jurisconsulto
-fueron eslabonándose recuerdos de supuestos agravios, hasta los
-más remotos del tiempo de su niñez; y caldeados al fuego de su ira
-diabólica, arrojábalos en palabras, como lava de un cráter y en
-testimonio de una vida de abnegaciones y martirios.
-
-Trazas llevaba de no cesar la erupción en todo el día, cuando se
-presentó Ana despavorida y presurosa porque había oído las voces
-desde el corral. ¡Empresa peliaguda fué para la joven hacerse oir de
-su padre, desconcertado, lloroso y balbuciente! Pero lo consiguió al
-fin. Dueña de aquella brecha, minó con el arte de su larga y triste
-experiencia, y supo llegar hasta el corazón del pobre hombre, que acabó
-de rendir todos sus bríos á los halagos de su hija.
-
-Entonces volvió don Pedro á ofrecerle sus brazos.
-
---Si te ofendieron--le dijo--algunas de mis palabras, sin tal intento
-salidas de mis labios, harto te han vengado las que después me has
-dirigido. De todas suertes, yo te las perdono con todo mi corazón.
-Jamás de él te he arrojado, en él vives; lee en el tuyo, Juan, y
-acábense de una vez para siempre estas reyertas que nos matan.
-
-Don Juan de Prezanes, desfogadas ya sus iras, estaba más para
-sentir que para hablar; y tal vez á esta excusa se agarró su genio
-quisquilloso para no dar el brazo á torcer todavía, aunque Dios sabe si
-en el fondo del alma lo deseaba.
-
-Así lo comprendió Ana; y mientras su padre se sentaba desfallecido y
-pálido, hizo una seña á su padrino, y díjole al mismo tiempo en voz
-alta:
-
---Este asunto corre ya de mi cuenta; y bien sabe mi padre que yo nunca
-dejo las cosas á medio hacer.
-
-Con esto, se volvió á consolar al atribulado, y salió don Pedro
-Mortera, harto más pesaroso que complacido.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-VI
-
-DON VALENTÍN
-
-
-La casa á que llegó don Baldomero después de separarse de Pablo,
-estaba situada en lo más desabrigado, al vendaval de la barriada de la
-Iglesia. Era grande y vieja, sin portalada; con una accesoria, que en
-mejores tiempos había cumplido altos destinos, á un costado; al opuesto
-un nogal medio podrido, y en la trasera un huerto lóbrego.
-
-¡Qué tristes son en una aldea esos viejos testimonios de fenecidas
-prosperidades campestres! Tristes, porque al contemplarlos los ojos del
-sentimiento, más que las piezas herrumbrosas y dislocadas que tienen
-delante, ven la máquina activa que ya no existe. ¡Cuánto más alegre
-la miserable choza entre laureles y zarzas, con el becerrillo atado
-al tosco pesebre y una pollada picoteando en las goteras del corral,
-que el silencioso palación de abolengo, con las cuadras enjutas y
-encanecidas por desuso, y el pajar en esqueleto! La primera es la vida
-risueña, que no está reñida con la pobreza; el segundo es la muerte,
-ó, cuando menos, la decrepitud con todos sus achaques, tristezas y
-desalientos.
-
-Tal aspecto ofrecía la casa de que vamos hablando.
-
-Abrió don Baldomero el entornado portón del estragal, y tomó escalera
-arriba por una de peldaños que yesca parecían por lo carcomidos
-y esponjosos. Ya en el piso, entró en un salón de negro tillo de
-viejísimo castaño abarquillado y con jibas; el techo era de viguetería
-pintada de barro amarillo, y de las no muy blancas paredes pendían un
-retrato de Espartero, en lugar preferente, y en los secundarios una
-Virgen de las Caldas y un plano de Jerusalén; todas estas estampas en
-marcos con chapa de caoba, deslucida por el polvo de los años y la
-incuria de sus dueños.
-
-Á lo largo de aquel salón, gesticulando y hablando solo al mismo
-tiempo, paseábase un hombre no muy alto, seco, moreno verdoso y algo
-encorvado; pero ágil todavía, á pesar de sus muchos años. Comenzando
-á describirle por la cúspide, pues no había un punto en todo él de
-desperdicio para el dibujante, digo que la tenía coronada por un
-sombrero de copa alta, con funda de hule negro; seguía al sombrero
-una cara pequeñita y rugosa, cuyos detalles más notables eran los
-ojos verdes y chispeantes, como los del gato; las cejas blancas y
-erizadas; la nariz un poco remangada y gruesa, y debajo, á plomo de las
-ventanillas, sobre una boca desdentada, dos mechas cerdosas, separadas
-entre sí, formando lo que se llama, vulgar y gráficamente, _bigote de
-pábilos_. Las quijadas y la barbilla sustentábanse en las duras láminas
-de un corbatín militar de terciopelo raído, dentro de las que se movía
-el flácido pescuezo, como el del grillo entre su coraza. Vestía el
-singular personaje pantalón de color de hoja seca, corto y angosto
-de perneras y con pretina de trampa; chaleco azul, cerrado, con una
-fila de botones de metal amarillo, hasta la garganta, y, por último,
-casaquín, de cuello derecho, con narices en los arranques de las aletas
-traseras, ó faldones rudimentarios, prenda que fué muy usada, hasta
-no há mucho tiempo, en la Montaña, por los señores de aldea. El de
-quien vamos hablando no se la quitaba de encima jamás, acaso por los
-vislumbres marciales que despedía, combinada con estudio con el chaleco
-cerrado, el corbatín de terciopelo y el sombrero con funda.
-
-Ya habrá adivinado el lector que se trata del héroe de Luchana, don
-Valentín Gutiérrez de la Pernía, de quien nos ha dado algunas noticias
-su hijo don Baldomero, en el banco de la Cajigona.
-
-No se cruzó un triste saludo, y estoy por asegurar que ni una mirada,
-entre uno y otro personaje; pero movidos ambos de un mismo pensamiento,
-acercáronse á una mesa que estaba arrimada á la pared y con una de
-sus alas levantada. Sobre el menguado y no limpio mantel, tendido
-encima, había una botella, dos vasos, otros tantos platos con los
-correspondientes cubiertos (de peltre, si no mentían las apariencias),
-una escudilla sobre cada plato, un cuchillo de mango negro, y como dos
-libras de pan en media hogaza, no de flor ni del día. Ni don Valentín
-se quitó el sombrero forrado de hule, ni su hijo el hongo roñoso; y no
-había cesado aún el clamoroso crujir de las sillas arrastradas sobre el
-áspero suelo, cuando se llegó á la mesa, á mucho andar, una mocetona
-desgreñada y en soletos, con una tartera de barro entre las manos, y en
-la tartera la olla humeante y lacrimosa.
-
-Arrimándose la moza á don Valentín, acomodó la cobertera de modo que no
-quedara más que un resquicio en la boca del ollón; entornóle sobre la
-escudilla, y la llenó de caldo, soplando al mismo tiempo y sin cesar
-la escanciadora, para que torcieran su rumbo los cálidos vapores que
-subían en espesa columna vertical. Cuando hubo hecho lo mismo al lado
-de don Baldomero, puso la olla sobre la tartera en el centro de la
-mesa, y se largó á buen paso hacia la cocina, como diciendo:--Ahí queda
-eso, y allá os las compongáis.
-
-Y no se las compusieron del todo mal los dos comensales. Por de
-pronto, partieron sendas rebanadas de pan; luégo las subdividieron en
-transparentes lonjas que remojaron en el caldo de las escudillas, y,
-por último, se tomaron la sopa resultante, que á néctar debió saberles,
-por lo que la pulsearon antes de paladearla. Tras este refuerzo al
-desmayado estómago, un trago de vino y dos castañeteos de lengua, don
-Valentín volcó la olla en la tartera, que encogollada quedó de potaje,
-sobre el cual cayeron, en las tres últimas y acompasadas sacudidas
-que al cacharro dió el héroe, sabedor de lo que dentro había y no
-acababa de salir, dos piltrafas de carne y una buena ración de tocino.
-Sirviéronse y engulleron copiosa cantidad de bazofia, y, tras ella,
-casi todo el tocino. De carne, no quedó hebra.
-
-Ni una palabra se había cruzado todavía entre el padre y el hijo,
-hasta que, limpios los respectivos platos y apurados por tercera vez
-los vasos, dijo don Valentín, tras un par de chupetones á los pábilos
-del bigote, y arrojando sobre la mesa una llave que guardaba en el
-bolsillo de su chaleco:
-
---Sácalo tú.
-
-Y con ella en la mano, fuése don Baldomero á una alacena que en el
-mismo salón había, embutida en la pared, y tomó de sus negras entrañas
-un plato desportillado que contenía como hasta tres cuarterones de
-queso pasiego, duro y con ojos, señal de que ni era fresco ni era bueno.
-
-Antes de hincar en él las mandíbulas (pues es averiguado que, desde
-mucho atrás, no quedaban en ella ni raigones), exclamó el veterano,
-entre iracundo y plañidero, y como si continuara una serie no
-interrumpida de graves meditaciones:
-
---En verdad te digo que el hombre degenera de día en día, y que se
-acaban por instantes aquellas virtudes que hicieron del español, en
-otros tiempos, el modelo de los caballeros sin tacha. Ya no hay fe en
-los principios, ni verdadero amor á la patria, ni entusiasmo por la
-libertad.
-
-Don Baldomero tragaba y sorbía, y nada respondió á su padre. ¡Estaba
-tan hecho á oirle cantar aquella sonata!
-
-Don Valentín, mientras paladeaba el primer trozo de queso que se había
-llevado á la boca en la punta del cuchillo, continuó así:
-
---Digo y sostengo que no es de liberales de buena casta regalarse el
-cuerpo como nosotros, ni comer pan á manteles, mientras el faccioso
-tremola en el campo el negro pendón de la tiranía. ¿No es esto el
-evangelio?
-
---Bien podrá ser--respondió el otro, mascando á dos carrillos;--pero
-paréceme á mí que tendría más fuerza de verdad predicado antes de comer.
-
---¿Quieres decirme--saltó don Valentín,--que también yo me duermo en
-las delicias de Capua? ¿Quieres darme á entender, hombre sin vigor ni
-patriotismo, que no sé predicar con el ejemplo? Pues chasco te llevas,
-que, aunque viejo, todavía arde en mis venas la sangre que triunfó en
-Luchana; y bien sabes tú que si esta mano rugosa no esgrime el hierro
-centelleante en el campo del honor, no es culpa mía, sino de la raza
-afeminada y cobarde que me rodea y me oye, y se encoge de hombros, y se
-ríe de mi ardimiento, y se burla de los ayes de la patria roída por el
-cáncer del absolutismo.
-
-Aquí don Valentín, devorando el último de los pedazos en que había
-dividido su ración de queso, arrastró hacia el centro de la mesa el
-plato que tenía delante; y después de beber de un sorbo, temblándole
-la mano y la barbilla, el tinto que en su vaso quedaba, y de plantarle
-vacío y con estruendo sobre el mantel, continuó de este modo, llevando
-la diestra al bolsillo interior del casaquín:
-
---Pero yo no he de faltar á mi deber, aunque el mundo entero prevarique
-y toda carne corrompa su camino; yo he de insistir, mientras aliento
-tenga, en que cada cual ocupe su puesto y lleve su ofrenda al templo de
-la libertad. Soy hijo del siglo; he bebido su esencia; me he amamantado
-en sus progresos (al hablar así reapareció su diestra empuñando una
-petaca de suela y un rollo de hojas de maíz); y si hay hombres á
-quienes ofende la luz de nuestras conquistas y seduce la parsimonia
-estúpida de los viejos procedimientos, yo no soy de esos hombres.
-
-No afirmaré que lo hiciera en demostración de su aserto; pero es la
-verdad que, mientras tales cosas decía, raspaba con su cortaplumas una
-de las hojas de maíz por ambas caras, y la recortaba cuidadosamente
-hasta dejarla reducida al tamaño de un papel de cigarro. Púsose á liar
-uno, y en tanto, seguía declamando de esta suerte:
-
---No hay modo de convencer á estos zafios destripaterrones, de que
-la ley del progreso impone deberes, lo mismo que la ley de Dios...
-Y el progreso es fruto natural de la libertad, y la libertad padece
-persecuciones en el presente momento histórico... y el honor de los
-padres es el honor de los hijos; y donde padece la libertad, sufre
-el progreso; y si muere la una, acábase el otro... Pero la libertad
-es inmortal, porque Dios puso el sentimiento de ella en el corazón
-de los hombres; y siendo la libertad inmortal, el progreso no puede
-morir; pero pueden padecer... padecen ¡vive Dios! padecen; y padecen
-desdoro, porque el perjuro, el vencido en Luchana, los combate otra
-vez; y por el solo hecho de combatirlos, los afrenta... y el campo de
-batalla está á las puertas de nuestros hogares indefensos; indefensos,
-porque no hay patriotismo en ellos; y porque no le hay, se desoye mi
-voz que le invoca á cada instante, y sin cesar llama á la lid contra el
-pérfido... Pero yo no cejaré en mi empresa; yo levantaré el honor de
-Cumbrales peleando solo contra el tirano, si solo me dejan al frente de
-él, cuando profane este suelo con su planta inmunda. La muerte de un
-hombre libre lava la ignominia de un pueblo de esclavos. ¡Infelices!
-Ignoran que, en las corrientes del progreso, quien no va con ellas es
-arrollado y deshecho. Por eso mi voz es desoída aquí... por eso, en
-cuanto á los más, costra grosera del pobre terruño; y en cuanto á los
-menos, ¿qué excusa podrá salvarlos cuando la patria les pida cuenta de
-su conducta sospechosa? Sospechosa, sí, porque no todo es trigo limpio
-en Cumbrales, ¡vive el invicto Duque! Aquí también hay fósiles de los
-tiempos bárbaros; seres incomprensibles para quienes el tiempo no pasa,
-ni instruye, ni reforma, ni inventa, ni demuele. ¿En qué se conocería
-que vivimos en el siglo de la luz y del progreso, si ellos fueran los
-llamados á dirigir las corrientes de las ideas; si junto á esa raza
-obscurantista y retrógrada, no se alzara la de los hombres como yo?
-
-Cuando hubo dicho esto y liado el cigarro, púsole en la boca,
-restregóse las palmas de las manos para sacudir el polvillo del tabaco
-adherido á ellas, y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
-
---¡Sidora!... ¡la chofeta!
-
-Y Sidora acudió con la única que debía quedar en el siglo; venerable
-joya de metal de velones, con sus dos mangos torneados, tintos en
-almazarrón.
-
-Dejó la moza el braserillo clásico sobre la mesa, y marchóse,
-llevándose la olla vacía y la tartera con las sobras del potaje; y como
-ya no había qué comer ni qué beber á sus alcances, don Baldomero cogió
-la petaca de su padre, tomó de ella el tabaco necesario, y sin replicar
-ni siquiera prestar atención á lo que el veterano iba diciendo, hizo
-un cigarro con papel de su propio librillo, encendióle en las ascuas
-mortecinas de la chofeta, y comenzó á fumarle muy sosegadamente, entre
-eructos y carraspeos.
-
-Don Valentín continuó un buen rato todavía declamando contra la poca fe
-liberal de los tiempos, hasta que reparó en su hijo, de quien se había
-olvidado en el calor de su fiebre patriótica; y al verle dormilento y
-distraído, alzóse de la silla, y díjole en tono admirativo y corajudo:
-
---¡Hombre, parece mentira que seas sangre de mi sangre, y que no se te
-despierte ese espíritu holgazán... por respeto siquiera al nombre que
-llevas y que, en mal hora, te pusieron en la pila, en memoria del héroe
-ilustre con quien vencí en Luchana! ¡Sorda y ciega sea esta imagen de
-él que nos preside; que á trueque de que no vea lo que eres ni oiga lo
-que te digo, consiento en que ignore la fe que le guardo y el altar que
-tiene en mi corazón!
-
-Por toda réplica, y mientras don Valentín miraba el retrato,
-descubriéndose la cabeza calva, su hijo hundió los brazos en los
-bolsillos del pantalón, estiró las piernas debajo de la mesa, cargó el
-tronco sobre el respaldo hasta dar con éste y con la nuca en la pared,
-y así se quedó, arrojando por las narices el humo de la colilla que
-tenía entre los labios.
-
-El veterano le miró con ira despreciativa; volvió á cubrirse la cabeza,
-y salió á cumplir con lo que él llamaba su deber, después de empuñar
-un grueso roten, que estaba arrimado á la pared en un rincón de la sala.
-
-Momentos después roncaba don Baldomero con la apagada punta del cigarro
-pegada al labio inferior.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-VII
-
-MÁS ACTORES
-
-
-De una persona que tiene estrabismo, dicen las gentes aldeanas de por
-acá que _enguirla_ los ojos, ó simplemente que enguirla; y se llama la
-acción y efecto de enguirlar, _enguirle_. Ahora bien: Juan Garojos,
-hombre bien acomodado, trabajador, de sanas y honradas costumbres,
-alegre de genio y con sus puntas de socarrón, era un poco bizco; y como
-en esta tierra, lo mismo que en otras muchas, no bien se columbra el
-defecto en una persona, ya tiene ésta el mote encima, á Juan, desde que
-andaba á la escuela, dieron en llamarle Juan _Enguirla_; algunos, Juan
-_Enguirle_, y todos, al cabo de los años, _Juanguirle_, con el cual
-nombre se quedó por todos los días de su vida.
-
-Pues este Juanguirle, un poco bizco, bien acomodado, honradote,
-chancero y socarrón, más cercano á los sesenta que al medio siglo,
-y alcalde de Cumbrales al ocurrir los sucesos que vamos relatando,
-hallábase en el portal de su casa, de las mejores del lugar entre las
-de labranza, con cercado _solar_ enfrente, para lo tocante á forrajes
-y legumbres en las correspondientes estaciones, sin perjuicio de la
-cosecha del maíz á su tiempo (pues á todo se presta la tierra bien
-administrada, máxime si amparan sus frutos contra las injurias y
-demasías del procomún, cercados firmes y el ojo del amo, alerta y
-vigilante), y el corral bien provisto de rozo y junco para las _camas_,
-y de matas y tueros para el hogar la socarreña accesoria, capaz también
-del carro y su armadura de quita y pon, la sarzuela y los adrales, un
-tosco banco de carpintería, el rastro y el ariego y muchos trastos
-más del oficio, que no quiero apuntar porque no digan que peco de
-minucioso, aunque tengo para mí que, en esto de pintar con verdad,
-y, por ende, con arte, no debe omitirse detalle que no huelgue, por
-lo cual he de añadir, aunque añadiéndolo quebrante aquel propósito,
-que debajo de la _pértiga_ dormitaba un perrazo de los llamados _de
-pastor_, blanco con grandes manchas negras, y que en el corral andaba
-desparramado un copioso averío, buscándose la vida á picotazos sobre el
-terreno que escarbaba.
-
-Volviendo á Juanguirle, añado que estaba en mangas de camisa,
-canturriando unas seguidillas á media voz, pero desentonada, mientras
-pulía el asta que acababa de echar á un dalle; obra de prueba que pocos
-labradores son capaces de ejecutar debidamente. Raspaba el hombre con
-su navaja donde quiera que sus ojos veían una veta sobresaliendo, y
-luégo aproximaba á sus ojos la más cercana extremidad del asta; y
-tocando el _pie_ del dalle en el suelo, enfilaba una visual por los dos
-puntos extremos; y vuelta después á raspar, y vuelta á las visuales, y
-vuelta también á probar su obra, empuñando las _manillas_ y haciendo
-que segaba.
-
-Cuando se convenció de que el asta no tenía pero, echó una seguidilla
-casi por todo lo alto; y acabándola estaba en un calderón mal
-sostenido, cuando el perro comenzó á gruñir sin levantarse, y se le
-presentó delante don Valentín Gutiérrez de la Pernía. Saludó al alcalde
-en pocas palabras, y en otras tantas, pero regocijadas y en solfa, fué
-respondido.
-
---Le esperaba á usté hoy, señor don Valentín,--díjole en seguida
-Juanguirle, volviendo á retocar el asta aquí y allá con la navaja.
-
---Eso quiere decir que llego á tiempo--contestó el otro.--Y ¿por qué me
-esperabas hoy?
-
---Porque, salva la comparanza, es usté como el rayo: tan aína truena,
-ya está él encima.
-
---Luego ¿ha tronado hoy, á tu entender?
-
---Y recio, ¡voto al chápiro verde! Y muy recio, señor don Valentín;
-¡tan recio como no ha tronado en todo el año! Desde que me levanté y
-fué antes que el sol, no he oído otra cosa en todo el santo día...
-Como que si uno fuera á creerlo según suena, cosa era de encomendarse
-á Dios. El _menistro_ (con perdón de usté) que fué con un oficio mío
-á Praducos, por lo resultante de los ultrajes de ellos en el monte de
-acá, entendió que le cortaban el andar; y, por venirse por atajos y
-despeñaderos, llegó sin resuello y aticuenta que pidiendo la unción.
-De la pasiega no se diga, que hasta el cuévano trajo esta mañana
-encogollado de supuestos al respetive, y entre ésta y el otro, y el de
-aquí y el de allá, que lo corren y avientan, y que dale y que tumba
-y que así ha de ser, hasta los pájaros del aire cantan hoy la mesma
-solfa. De modo y manera que yo me dije: ó don Valentín es sordo, ó no
-tarda en darse una vuelta por acá, al auto de lo de costumbre.
-
---En efecto--respondió don Valentín:--en día estamos de grandes
-noticias; y esto me hace creer que no te hallaré, como otras veces,
-mano sobre mano.
-
---¡Mano sobre mano, voto á briosbaco y balillo!... ¿Y esto que tengo
-entre ellas? ¿Parécele á usté muestra de gandulería? Antayer era
-castaño de pie, que se curaba en el sarzo del desván; hoy está donde
-usté le ve, con el pulimento del caso. ¡Y que vengan los más amañantes
-del lugar y le pongan peros! Esto no es echar cambas, señor don
-Valentín, á golpe de mazo y corte usté por donde quiera: esto es obra
-fina, de espiga y mortaja... y punto menos que sin herramienta, porque
-de un clavijón hice un vedano á fuerza de puño.
-
---Ya sé que te pintas solo para lo tocante al oficio; pero yo no vengo
-hoy á visitar á Juan Garojos, sino al señor alcalde de Cumbrales, para
-preguntarle qué medidas ha tomado en vista de las noticias que corren.
-
---Pues el alcalde de Cumbrales, señor don Valentín, cumple con su deber.
-
---¿De qué modo?
-
---Dejando esas cosas como Dios las dispone, y no metiéndose en
-andaduras que pueden costarle al pueblo muchos coscorrones. Ya sabe
-usté que es viejo mi pensar al respetive.
-
---Pues para ese viaje no necesitábamos alforjas, mira.
-
---En las que yo le he pedido á usté me ajoguen, señor don Valentín. Y,
-por último, usté, que no piensa en otra cosa, debe de saber lo que hay
-que hacer, lo que puede hacerse, y hasta cómo se hace.
-
---¡Eso pido, Juan, eso pido! Pero ¿quién me oye? ¿quién me ayuda?
-¿quién me sigue?
-
---Pero usté, y vamos por partes, ¿qué es lo que teme?
-
---¡Que vengan!... ¡que entren!
-
---¡Que vengan!... ¡que entren! Pues tal día hará un año. ¡Vea usté qué
-ajogo! Por aquí entrarán y por allí saldrán... ú _viste-berza_.
-
---¡Bravo, señor alcalde! ¿Y el honor? ¿y el deber?
-
---El honor y el deber á salvo quedan, señor don Valentín; que naide
-está obligado á imposibles que rayan en locuras; y locura fuera, y
-hasta tentar á Dios, lo que usté pretende. Dejándolos venir, cuestión
-será de quitarles el hambre y abrirles el pajar para que se tiendan
-y maten el cansancio; pero cerrarles el paso es abrirnos todos la
-sepultura en los escombros del lugar. Con que tonto será quien al
-escoger se engañe.
-
---¡Que así se exprese la primera autoridad del pueblo!... ¡el
-representante del gobierno constituído!
-
---La primera autoridad del pueblo ha cumplido con la ley dando los
-hombres que se le han pedido. Allá está la flor y nata de Cumbrales:
-parte de ella no volverá. Al rey serví en su día; y si hoy tengo el
-hijo en casa, buen por qué me cuesta. ¿Qué más quieren? ¿qué más debo?
-¿Mando, por si acaso, en alguna plaza fuerte? ¿Son quiénes cuatro
-viejos y un puñado de mozos que los amparan por deber natural, y sin
-más armas que el horcón y las trentes, para hacer cara á quien tiene la
-guerra por oficio?
-
---Cuando la libertad peligra, señor alcalde, no se cuentan los
-enemigos... ¡Numancia!... ¡Zaragoza!
-
---Mire usté, don Valentín, no entiendo mayormente de historias; pero
-en lo tocante á tener ó no cada uno el alma en su lugar, que venga el
-moro ú que vuelva el francés... y hablaremos. Hoy por hoy, en saldo y
-finiquito, hermanos somos todos; la mesma lengua hablamos; á un mesmo
-Dios tememos...
-
---Juan, no están tus entendederas en armonía con la gravedad de los
-acontecimientos ni con el valor de mis advertencias patrióticas; pero
-habiéndote en el único lenguaje que penetras, te diré que al son que
-me toquen he de bailar; como os portéis conmigo ahora, he de portarme
-con vosotros mañana. No tardará en presentarse una ocasión en que el
-parecer de uno solo valga más que la conformidad de todos los restantes
-del pueblo. Ese parecer puede ser el mío: acuérdate del año pasado.
-Asaduras fué el causante del conflicto, que, al cabo, se conjuró;
-pero yo no soy Asaduras, ni estoy, como él, supeditado á nadie que me
-obligue á desdecirme cuando una vez empeño mi palabra.
-
---¿Lo dice usté por el caso de la derrota?
-
---Por eso mismo.
-
---¡Bah! señor don Valentín, usté no tiene punto de comparanza con
-Asaduras, y no se meterá usté donde él se metió sin qué ni para qué.
-Además, usté no es labrador ni ganadero.
-
---Pero lo son mis aparceros y colonos.
-
---No es igual; pero aunque lo fuera, ya nos entenderíamos, que usté no
-es hombre que intente el daño del vecino sólo por el aquél de hacerle.
-
---¡Verás qué chasco te llevas, Juan!
-
---Que no me le llevo, señor don Valentín. ¡Si le conoceré yo á usté!
-Además, en lo tocante á lo solicitado por usté, todo lo respondido
-por mí es pura chanza y fantesía de palabra... Si esa libertad llega
-á verse aquí en trance de muerte, ya sabremos sacarla avante. Para
-eso nos bastamos usté y yo, y á todo tirar, Asaduras y Resquemín. Uno
-en este portillo, dos en el de más allá y el otro en el campanario...
-¡pin! ¡pan! ¡pun! cuatro tiros hacia aquí, cuatro hacia allí, boca
-abajo el faicioso... y se acabó la guerra.
-
-Como si le hubiera picado un tábano, salió corralada afuera don
-Valentín al oir estas palabras de Juanguirle. Celebró éste con fuertes
-risotadas el efecto de su chanza, y continuó raspando el asta del
-dalle.
-
-En esto salió del cuarto del portal, pieza de carácter en las casas
-montañesas, un mozo como un trinquete: recién peinado, bien vestido,
-aunque no de gala, y con los zapatos, sobre medias de color, ajustados
-al empeine con cordones verdes. No tenía tacha el mancebo, en lo
-tocante á lo físico: buena estatura, hermosa cabeza y artística
-corrección en las demás partes de su cuerpo; pero en el modo de llevar
-el sombrero, en lo artificioso del peinado y en la forzada rigidez de
-sus miembros al moverse dentro del vestido del cual parecía esclavo más
-que dueño, muestras daba de ser, con exceso, presumido y fachendoso.
-
---No hay como tú, Nisco--díjole Juanguirle.--Hoy domingo, mañana
-fiesta: ¡buena vida es ésta!
-
---Gana de hablar es, padre, cuando sabe usté que á la hora presente
-tengo bien cumplida mi obligación. La ceba dejo en el pesebre, y las
-camas listas para cuando venga del monte el ganao. De leña picá, está
-el rincón de bote en bote.
-
---No lo dije por tanto, hombre; sino que, como te veo tan dao al zapato
-nuevo y al pelo reluciente de un tiempo acá, en días de entre semana...
-
---Voy con Pablo al cierro del monte.
-
---Por eso creía yo que sobraba la fantesía del vestir. ¡Para los
-tábanos que han de mirarte allá!...
-
---Pero entro antes en su casa... y ya ve usté...
-
---Antes y después, Nisco. Lléveme el diablo si no vives más en ella que
-en la tuya. Pero, en fin, si aprendes de lo que no sabes y ensalza el
-valer de la persona... ¡Mira qué alhaja, hombre!
-
-Dijo, y al mismo tiempo puso el dalle en manos del mancebo. Éste echó
-sobre el asta varias visuales, hizo también como que segaba, y, por
-último, arrimó el trasto á la pared, con la guadaña en lo alto. Marcó
-un punto con el _callo_ sin mover el asta, y haciendo centro con el
-extremo inferior de ésta, describió un arco hacia la derecha. La punta
-del dalle pasó entonces por la marca hecha con el callo.
-
---¡En lo justo, Nisco, en lo justo! Bien visto lo tengo.
-
---Ni menos ni más,--respondió solemnemente Nisco, entregando el dalle á
-su padre con todos los honores debidos al mérito de la obra.
-
---Ahora--añadió el alcalde,--voy á picarle, y luégo á segar un garrote
-de verde; y si no me le siega el dalle de por sí solo, te digo que no
-vale mi sudor dos anfileres.
-
-Con lo cual se marchó Nisco á casa de Pablo; y momentos después, medio
-tendido en el suelo, sobre las melenas de uncir los bueyes; apoyado el
-tronco sobre el codo del brazo izquierdo; el extremo del asta sobre
-la rodilla levantada, y el filo del dalle deslizándose, al suave
-empuje de la mano izquierda, por encima del yunque clavado en tierra,
-canturriaba una copla el bueno de Juanguirle, al compás del tic, tic de
-su martillo, sin acordarse más del cargo que ejercía en el pueblo ni de
-la visita de don Valentín, que del día en que le llevaron á bautizar.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-VIII
-
-ÉGLOGA
-
-
-Caminando Nisco de su casa á la de Pablo, como las callejas eran
-angostas y sombrías y convidaban á meditar, andando, andando, meditaba
-y acicalábase el mozo, pues á ambas cosas era dado, como soñador
-y presumido que era; y ¡vaya usted á saber por dónde volaba su
-imaginación mientras se atusaba el pelo con la mano, y observaba la
-caída de las perneras sobre los zapatos, y estudiaba aires y posturas,
-sonrisas y ademanes!
-
-Á lo más angosto de la calleja llegaba, punto extremo de la parte recta
-de ella, paso á paso, mira que te mira el propio andar y soba que te
-soba el pelo, cuando topó cara á cara con Catalina, la moza más apuesta
-y codiciada de Cumbrales. Pareja tan gallarda como aquélla, no podía
-hallarse en diez leguas á la redonda. Si él era el tipo de la gentileza
-varonil y rústica, ella era el modelo correcto de la zagala ideal de
-la égloga realista. Y, sin embargo, á Nisco no le gustó el encuentro,
-y hasta le salió á la cara el desagrado en gestos que devoraron los
-negros y punzantes ojos de Catalina.
-
-Con voz no tan firme como la mirada, dijo al mozo, cuando le vió
-delante de ella vacilando entre echarse á un lado para dejar el paso
-libre, ó detenerse para cumplir con la ley de cortesía:
-
---Si fuera la calleja tan ancha como el tu deseo, bien sé que los mis
-ojos te perdieran de vista ahora.
-
---Supuestos son esos, Catalina--respondió Nisco de mala gana,--que
-pueden venir... ú no venir al caso.
-
---Hijo, lo que á la cara salta, de corrido se lee.
-
---Si á ese libro vamos, de tí pudiera yo decir lo mesmo, Catalina.
-
---Abierto le llevo, es verdad; pero no leerás en él cosa que me afrente.
-
---Ninguna ventaja me sacas al auto.
-
---Eso va en concencias.
-
---La mía está como los ampos de la nieve.
-
---Entonces, ¡Virgen santa!--exclamó Catalina llevándose hasta la boca
-las manos entrelazadas,--¿qué color tienen los corazones falsos y
-traidores?
-
---Si por el mío lo preguntas, cuenta que te equivocas,--respondió
-Nisco fingiendo mal el aplomo que le faltaba.
-
---¡Con que me equivoco? ¡Con que tu corazón no es falso? ¡Con que no se
-apartó del mío de la noche á la mañana?
-
---Ninguna escritura habíamos firmao tú y yo.
-
---¿De cuándo acá necesita escrituras el querer con alma y vida,
-trapacero y engañoso! ¿Qué más escritura que el sentir de la persona!
-Desde que sé pensar, para tí ha sido día y noche el mi pensamiento:
-cortejantes me rondaron sin punto de sosiego... bien sabes tú que
-ninguno fué capaz de quebrantar la mi firmeza; y si la cara me lavaron
-á menudo por vistosa, por ser yo prenda tuya no tomé á embuste las
-alabanzas. Bienes tiene mi padre que han de ser míos: no dirás que por
-cubicia de los tuyos te perseguí. Señor fuiste de mi voluntad; y con
-serlo y todo, nunca en mi querer vistes obra que no fuera honrada y en
-ley de Dios... ¿Qué mejor escritura de mi parte! Y si no me engañabas
-cuando tanta firmeza me prometías, ¿por qué hace tiempo que de mí te
-escondes? Y si para mirarme á mí te puso Dios los ojos en la cara, como
-tantas veces me dijistes, ¿por qué no cegaron desde que no me miran? Si
-para mí eras en el porte la gala de Cumbrales, ¿para quién son ahora
-las prendas con que te emperejilas hasta para ir al monte?
-
-Agobiado parecía Nisco bajo este capítulo de cargos; y, sin duda por no
-tener su causa buena defensa, sólo pudo contestar, atarugado y de muy
-mala gana, estas palabras:
-
---Hay mucho que hablar al auto, Catalina.
-
---¡Mucho que hablar!--repuso Catalina entre admirada y afligida.--¿Para
-cuándo lo dejas, falso? ¿Qué menos consuelo has de darme que la razón
-de lo que has hecho!
-
---Ahora voy muy de prisa... Mañana ú el otro...
-
---Sí, vete, fachendoso; vete á tomar aires de señorío, que han de
-caerte como arracada en oreja de mulo. ¡Ay, Nisco! no le pido á Dios
-más sino que sea verdad lo que se corre.
-
---¿Qué se corre?--preguntó Nisco más colorado que un tomate.
-
---No quiero decírtelo, porque no te acabe de sofocar el sonrojo, que ya
-cerca le anda.
-
---¡Yo no tengo nada que me abichorne, sépastelo!
-
---Si tienes ó no, el tiempo lo dirá, y allá te espero.
-
---Pues vete asentándote ya.
-
---¡Sube, sube, que chimeneas más altas han caído!
-
---Valiérate más mirar por lo tuyo, Catalina, que meterte en la hacienda
-del excusao... Y ya que me haces hablar, diréte que bien poco había
-que fiar de tus quereres, cuando, por volver yo la espalda, estás dando
-cara á otro... y de Rinconeda, para mayor inominia.
-
---Es verdad: uno de allá me pretende desde que tú me dejaste, y hasta
-sé que va á pedirme.
-
---Pues dile que sí, y con eso tendrás todo lo que necesitas. Yo no he
-de ponerte pero, que fenecida eres por lo que me toca.
-
-Este brutal alarde de desdén produjo en Catalina el efecto de una
-puñalada.
-
---Lo que yo necesito, Nisco, para mi venganza--contestó, con los ojos
-arrasados en lágrimas,--son dos corazones, ó no haber querido nunca con
-el que tengo.
-
-Y como, al hablar así, la ahogaran los sollozos, se llevó el delantal á
-la cara y apoyó el hermoso busto contra la pared.
-
-Nisco intentó decir algunas palabras en disculpa de lo que tan mal
-efecto produjo en Catalina; pero no acertando á coordinar una mala
-frase de consuelo, cortó por lo sano largándose á buen andar.
-
-No se sabe, á punto fijo, á dónde iba Catalina cuando se encontró con
-Nisco; pero está fuera de duda que, no bien le perdió de vista en la
-solemne ocasión mencionada, retrocedió presurosa, y, andando, andando,
-llegó á una casita, punto más que choza, baja, muy baja, pobre, muy
-pobre, arrimada, como de misericordia, al paredón más alto de unas
-ruinas antiquísimas, sin dueño conocido, que poco á poco se iban
-desmoronando, hacia el extremo occidental de Cumbrales.
-
-Fuera de la casuca, junto á su puerta entreabierta, y sentada en un
-canto arrimado á la pared, estaba una vieja, flaca y apergaminada,
-acabando de remendar, á duras penas, por falta de vista y de pulso, un
-refajo negro con hilo blanco teñido en el sarro de una sartén que en el
-suelo yacía boca abajo.
-
-En uno de mis libros he dicho yo que no hay en la Montaña una aldea
-sin su correspondiente bruja. Pues la vieja de quien voy hablando era
-la bruja de Cumbrales. Temida de los más y aborrecida de muchos, raro
-era el día sin quebranto para la pobre mujer: unas veces por que con
-sus artes no hacía los imposibles que se le pedían; otras porque se
-la creía causante de todo lo malo que acontecía en el lugar. Así es
-que vivía de milagro, porque lo era, y grande, vivir, como ella, de
-limosna, con semejante fama, tantos años encima y tales tratamientos.
-¡Qué diferente vida la que pasó con su marido! Entonces trabajaban unas
-tierras, tenían una vaca y moraban en buena casa en el mejor de los
-barrios. Alternaban en todo trato lícito y honrado con sus convecinos,
-y hasta eran, él por lo diestro en _encambar_ carros, y ella por lo
-famosa en preparar el lino, muy solicitados y bien retribuídos de las
-gentes. Pero, á lo mejor de la vida, acabóse la del hombre, de la noche
-á la mañana; y ya bien entrada en años la mujer, sola y sin valimiento,
-tuvo que dejar la poca labranza que trabajaba y buscar un agujero en
-qué albergar el achacoso cuerpo, hasta que la última enfermedad le
-abriera la sepultura. Halló la casuca solitaria que la muerte de otro
-pobre, tan pobre y desvalido como ella, había dejado abandonada; y allí
-se metió con el mísero ajuar que le quedaba. Mientras pudo trabajar,
-como obrera ganaba la borona que comía; pero agobiáronla los achaques,
-y tuvo que vivir de limosna. En la Montaña no se muere nadie de hambre:
-esto es sabido y probado, porque el más miserable parte un mendrugo con
-el vecino que carece de él; pero ni en la Montaña ni en región alguna
-del mundo, engorda la limosna á quien de ella vive, por abundante que
-sea. Hay siempre en el corazón humano fibras indómitas á prueba de
-virtudes, y raro es el bollo regalado que no produce un coscorrón al
-hambriento.
-
-Como según el tiempo iba pasando íbase la buena mujer enflaqueciendo,
-y sólo se la veía en el lugar para pedir limosna en casa de don Pedro
-Mortera ó en la de don Juan de Prezanes, para ir á misa cada día de
-fiesta, ó de paso para la villa, á donde hacía también sus excursiones
-á menudo; y como no se concibe entre las gentes campesinas una mujer
-vieja, flaca y encorvada, sola, pobre y taciturna, sin tratos con el
-demonio, cata á la de mi cuento, de la noche á la mañana, bruja _con
-todas sus consecuencias_, sin lo que el supuesto no tendría maldita la
-gracia. Dieron en morirse muchas gallinas en aquel entonces y en faltar
-otras del gallinero, alguien vió plumas junto á la choza de la pobre
-mujer; y esto bastó para que, creyendo á la bruja aficionada al averío,
-la llamaran las gentes de Cumbrales la _Rámila_; el cual mote le quedó
-por nombre... también _con todas sus consecuencias_.
-
-No era Catalina de las más supersticiosas del lugar, ni, en su opinión,
-tan mala la bruja como las gentes creían: sobraba entendimiento á la
-buena moza para no tragar los absurdos vulgares como pan bendito; pero
-faltábale instrucción y era aldeana, y, por ende, llegaba hasta dejar
-las cosas en «veremos,» lo cual era rayar muy alto en la materia.
-Quiero decir con esto que al acercarse á la Rámila, impávida y
-resuelta, iba tan lejos de tenerla por santa, como por confidente del
-demonio.
-
-Llevábala á casa de la bruja, no la reflexión, sino un vértigo del
-espíritu, obra del reciente choque de su pasión generosa con el
-desdén brutal de Nisco. Sentía el dolor de la herida en lo más hondo
-del corazón, y buscaba algo que debía de haber para calmarle, aunque
-fuera el triste placer de la venganza. Sospechaba, pero no conocía, la
-verdadera causa del desvío de su novio, é ignoraba qué le dolía más, si
-el recelo de que otra mujer se le llevara, ó el temor de perderle ella;
-qué era lo que con mayor urgencia necesitaba, si reconquistar el bien
-perdido, ó hacer que _la otra_ no le adquiriera para sí. En cualquiera
-de estos casos, ¿cómo, cuándo y por qué camino, si no tenía otra luz
-para orientarse en el abismo en que se hallaba que el notorio desvío
-del ingrato? Filtros, adivinaciones, sortilegios, hechicerías por arte
-del diablo, noticias ciertas, consejos sanos por modo lícito y natural,
-y, en último extremo, ocasión de desahogo del pecho acongojado, casi
-en el secreto de la confesión... Todo esto, ó mucho ó algo de ello,
-podía encontrarse en la choza de la Rámila; y por eso iba Catalina
-al antro de la bruja; y por eso, cuando se halló delante de ella, no
-supo explicar lo que quería. Al último, refirió la historia de sus
-desventuras, que es por donde debió de haber empezado. Lloró mucho, y
-la Rámila la dejó llorar hasta que ya no hubo lágrimas en sus ojos ni
-quejidos en su pecho.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-IX
-
-LAS PRIMERAS CHISPAS
-
-
-Quien haya visto el mar después de un temporal deshecho, tenderse en
-la playa, rumoroso y ondulante, lamiendo manso lo que antes azotó
-iracundo, y trocados en arrullos sus bramidos, tendrá una idea del
-estado de don Juan de Prezanes, horas después de la borrasca que el
-lector presenció. En el fondo de aquella alma, transparente como el
-más limpio cristal, no se descubría un solo rencor. Remordimientos
-y heridas, sí. Remordimientos, porque su buen sentido, libre de
-las cadenas de la pasión, decíale que para defender su derecho no
-había necesidad de enfurecerse como él se enfurecía, dando con ello
-monstruosas proporciones á lo que de suyo era, en sus comienzos,
-pequeño y baladí, y rebajando lastimosamente el nivel de su propia
-dignidad. Hasta concedía, cierto derecho á su amigo para desaprobar
-sus viejas alianzas con determinadas gentes, porque á la vista estaban
-los muchos males qué habían producido al pueblo, y los grandes
-disgustos que á él le habían acarreado, sin un solo beneficio; pero
-nada más que _cierto derecho_: no en la amplitud en que su compadre
-se le tomaba y le comprendía. Y por aquí andaba el punto doloroso.
-Grabadas estaban en su memoria palabras de acero que, en el calor de
-la disputa, se le habían lanzado al corazón, sin respeto alguno á la
-honradez de sus intenciones ni á la _enfermedad_ de su temperamento,
-causa eficiente de los arrebatos á que de continuo se entregaba, contra
-sus deseos y propósitos.
-
-Apenábale el dolor de estas heridas, hechas sobre frescas cicatrices,
-y, por lo mismo, doblemente dolorosas; pero curábalas con la reflexión
-de que otras tales había causado él en la batalla; con el bálsamo del
-perdón implorado por su contendiente, y con la esperanza de que la
-reciente reyerta sería la última entre él y el amigo á quien más quería
-en el mundo. _Pero_, hecha entre los dos la definitiva liquidación de
-agravios, y vuelto cada cual á su tienda, que no se le obligara á él
-á dar el primer paso en la nueva y edificante vida que ambos habían
-de hacer en adelante. Era él el más desgraciado, el más solo y el más
-ofendido de los dos, y no podía arraigar la reconciliación en el fondo
-del alma, si se cimentaba en tan palmaria injusticia. En cambio, si,
-libre y espontáneamente, su amigo, ó cualquiera de la familia de su
-amigo, diera ese paso decisivo, ¡con qué ansia le saldría al encuentro
-y le recibiría en sus brazos, y firmaría entre ellos, con el olvido de
-todos los agravios, eternas y venturosas paces!
-
-Así pensaba, arrimado á la mesa de su despacho, y en la palma de la
-mano reclinada la descolorida frente, mientras Ana, sentada á su lado
-y leyéndole los pensamientos (porque los hombres como don Juan de
-Prezanes, no solamente son niños toda la vida por su afición á las
-cosas pequeñas, sino por su propensión á meditar á voces), le prometía
-lo que él deseaba y mucho más.
-
---Por si te equivocas--llegó á responder su padre,--bueno será que
-hagas el sacrificio de acompañarme esta tarde. La soledad es mala
-consejera, hija mía.
-
-Lo que en rigor buscaba don Juan al tener á Ana toda la tarde á su
-lado, era el convencimiento de que si alguno de la otra casa iba á
-visitarle, lo haría por iniciativa propia, no por sugestiones, y quizá
-ruegos, de su hija, quien, hablando en rigor de verdad, en lo tocante á
-que se cumplieran sus promesas, no las tenía todas consigo.
-
-En esto apareció Pablo en el corral, y á don Juan de Prezanes, al
-verle, se le escapó del pecho un rugido de gozo.
-
---¿Lo ve usted!--le dijo Ana sin disimular el grandísimo que ella
-sintió al mismo tiempo.
-
-No podía, en aquella ocasión, enviarse al abogado de Cumbrales emisario
-más de su gusto. Sin embargo, recibió al mozo con estudiada seriedad.
-¡Hasta en los menores detalles son niños los hombres quisquillosos!
-
---¡Ya es hora de que le veamos á usted por acá, señor don Pablo!--dijo,
-respondiendo al saludo cordial del joven.
-
---¡Como, á veces, no sabe uno en qué peca más!...--replicó éste.
-
---Como andaban ustedes de monos--añadió Ana,--habrá creído Pablo que no
-estaba el horno para rosquillas.
-
---Cabalmente,--dijo Pablo con la mayor sinceridad.
-
---¿Es decir--repuso don Juan con mal disimulada vehemencia,--que, por
-tu gusto, me hubieras visitado alguna vez?
-
---Pues como de costumbre: todos los días.
-
---¿De manera que al verte hoy á mi lado, sin miedo de que este ogro te
-devore, debo suponer que, en tu concepto, esos monos ya no existen?
-
---Justo y cabal.
-
---Y ¿quién se lo ha dicho á usted, caballerito?--preguntó aquí don
-Juan de Prezanes, dejando traslucir, en la mal fingida dureza de la
-pregunta, el propósito que ésta envolvía.
-
---¿Quién podía decírmelo sino mi padre?--contestó Pablo sencillamente,
-mientras Ana iba con anhelante mirada del uno al otro interlocutor.
-
---¿Luego su señor padre de usted--continuó don Juan,--no se opone á que
-se me haga esta visita?
-
---Como que traigo el encargo de brindarle á usted á tomar chocolate con
-él... digo, si no le queda á usted algún resentimiento...
-
---¡Qué cosas tiene tu padre, hombre!--exclamó el nervioso abogado,
-llenando todo su pecho de aquella especie de aura bienhechora
-que esparcía en la estancia el recado de su amigo.--Yo no tengo
-resentimientos con nadie, y mucho menos con vosotros... ¡Vayan al
-diablo, si es preciso, _esas cosas_ que no me interesan dos cominos
-y tan malos ratos me dan! Armonía con todos y sosiego en el hogar,
-Pablo: esto es vivir; que no está uno contento de sí mismo mientras se
-halle en guerra con los demás. Con que raya por debajo, y no volvamos á
-hablar del asunto.
-
-Así comenzó á entregarse don Juan de Prezanes á la pasión de regocijo
-que le solicitaba rato hacía, creyendo á salvo ya todos los fueros de
-su amor propio. ¡Cuántas veces se había hallado en idéntica situación!
-
-Preguntó á Pablo muchísimas cosas, sin orden ni concierto, mientras se
-paseaba á lo largo de la estancia; y su ahijado, muy cerquita de Ana,
-tan pronto contemplaba la labor que ésta tenía entre manos, como miraba
-las nubes por la ventana abierta. Llegando á preguntarle por la vida
-que traía, respondió el mozo en breves palabras, porque era escasa la
-materia y á la vista estaba en todo el lugar. Á lo que dijo don Juan de
-Prezanes:
-
---Pues mira, hombre: si he de decirte lo que siento, tratándose de un
-muchacho de tus condiciones, no me gusta ese modo de vivir. Bueno que
-tomes apego á las faenas del campo; bueno, en fin, que trates de ser
-un labrador hecho y derecho, pues que en eso has de venir á parar,
-según las trazas; pero en lo demás... en lo demás, Pablo, deseara
-yo que anduvieras con mucho tiento. Quiero decir que guardaras las
-distancias un poco más de lo que las guardas. Estás llamado á ser, por
-tu posición, la persona principal de Cumbrales, y esta circunstancia
-te impone ciertos deberes. Conviene que estas gentes te vean, pero á
-tiempo y no á todas horas y en todas partes; que te traten, pero que no
-te manoseen, si mañana han de tenerte en algo y ha de aprovecharles tu
-importancia; que los aventajes en todo lo bueno, pero que no intentes
-igualarlos en lo que pueda desautorizarte á sus ojos. Natural es que
-juegues á los bolos cada día de fiesta con los mozos de tu edad; pero
-no lo es tanto que bailes á su lado con las mozas en las romerías,
-y mucho menos que te agregues de noche á sus rondas y parranderas.
-Bien sé yo que á los años hay que darles lo que es suyo, y que aquí
-no se halla otra cosa mejor que eso para lo que pide la mocedad; pero
-considera que hay que estar á las duras y á las maduras, y que las
-duras de esos pasatiempos pueden ser muy graves para tí, sobre todo si
-tratas de buscar el desquite. Cuando menos, esas costumbres tienen de
-malo el que su centro natural es la taberna; y en la taberna, Pablo,
-siempre hace un desdichado papel la levita.
-
-Ana atajó aquí á su padre, temerosa de que el mozo se resintiera de la
-homilía que le estaban enderezando, y dijo á éste en el tono zumbón que
-tan bien sentaba á la traviesa joven:
-
---No dirás, Pablo, que, para improvisado, es malo el sermón de tu
-padrino.
-
---¡Sermón no!--saltó don Juan, apresurado.--¡Líbreme Dios de meterme
-en esas honduras!... ¡y cuando aún me rasco los coscorrones de uno
-muy amargo! No, hijo mío; no te predico ni trato de molestarte: digo
-sencillamente lo que siento, porque te quiero mucho y ha venido á
-pelo. Y con esta advertencia, y ya que lo tengo entre los labios, he de
-decirte, para concluir, que no me disgusta Nisco, el hijo del alcalde:
-es mozo de juicio, aunque pudiera ser menos presumido y valdría más;
-pero ¿por qué es tan amigo tuyo? De un tiempo acá, no os separáis.
-Ya sé que sois camaradas de la infancia; pero me parece demasiada
-intimidad la que os une para lo diversas que son vuestras educaciones.
-Lo probable es que se te pegue á tí su tosquedad, y no á él tu cultura.
-
---Pues ¡vea usted lo que son los juicios humanos!--respondió
-Pablo, mientras Ana atendía al diálogo con vivísima curiosidad,
-particularmente desde que su padre había nombrado al hijo de
-Juanguirle.--Precisamente porque se le pegue eso que usted ha llamado
-mi cultura, anda Nisco tan cerca de mí un tiempo hace.
-
---Asegúranlo por ahí--dijo Ana con malicia;--y es raro el caso.
-
---Pues yo le encuentro lo más natural del mundo--replicó Pablo.--Nisco
-es un mozo trabajador y muy despierto, harto más inteligente en su
-oficio que la cáfila de zopencos que le critican. Acompañábame al
-cierro del monte; me enseñaba lo que yo no sabía, y me ayudaba, y me
-ayuda, con su inteligencia, y hasta con sus brazos, en aquellas faenas
-que están á mi cuidado exclusivo desde que el cierro se roturó.
-Escribía mal y leía peor, porque no le enseñaron otra cosa. Andando en
-mi casa y descansando en mi cuarto muy á menudo, vió libros sobre la
-mesa y quiso que le leyera algunos. Eran cuentos agradables; gustáronle
-y deseó saber leerlos como yo se los leía, para penetrarlos mejor;
-después deseó también soltarse en la escritura, y comencé á darle
-lecciones de uno y de otro con mucho gusto, porque yo observaba el
-muy grande con que él las recibía. Y así estamos. No llegará á ser
-nunca gran pendolista ni un lector de nota, porque el oficio que trae
-es incompatible con esos primores; pero adelanta, se sujeta mucho,
-despiértanse en él aficiones y gustos superiores á su condición, y esto
-es muy recomendable; y, sobre todo, padrino, Nisco es lo mejor del
-pueblo para los fines que usted me predica, y á Nisco me agarro.
-
---¡Bien vuelta, muchacho!--contestó don Juan hecho unas
-castañuelas;--lo cual no quita que el pobre mozo, por el camino que va,
-se queda tan lejos de ser hombre culto, como de las labranzas de su
-padre; y ¡entonces sí que le tocó la lotería! De modo que tampoco es
-Nisco lo que te conviene para mucho tiempo.
-
---Pues usted dirá,--repuso Pablo, con una formalidad tan noblota, que
-hizo reir á don Juan y á su hija.
-
---¿Es cosa resuelta--preguntó el primero,--que abandones la carrera que
-seguías en la Universidad?
-
---Resuelta.
-
---Pues entonces, ¿qué demonio te diré yo, hombre? Si has de vivir
-perpetuamente en Cumbrales; si á la edad que tienes no sacas de
-tí mismo recursos para hacer la vida entretenida y llevadera, sin
-necesidad de tocar los extremos peligrosos de que antes te hablé; y si,
-á pesar de estos inconvenientes, has de ocupar con el decoro debido
-el puesto que aquí te corresponde, sólo veo un medio de conseguirlo:
-cásate.
-
-¡Cosa rara! Ana, que seguía con la vista á su padre mientras hablaba
-así, no bien oyó su última palabra, se puso roja como una amapola,
-bajó la cabeza sobre la labor, y no encontraba postura cómoda en la
-silla. Cuanto á Pablo, sin duda porque no había otra mujer que Ana
-allí, volvió los ojos hacia ella... y rojo se puso también al choque
-de su mirada curiosa con la turbada y eléctrica de la hermosa joven.
-¡Singular efecto de una palabra vulgar y prosáica! Ni siquiera tuvo
-el color de la malicia, puesto que don Juan de Prezanes, cuando la
-pronunció, estaba arrimado á la ventana y mirando maquinalmente las
-nubes del horizonte.
-
-Al volverse luégo hacia Pablo en demanda de su respuesta, ya era éste
-dueño de sí.
-
---Con que ¿qué te parece mi proposición?--dijo al mozo.
-
---Que tiene mucho que estudiar... y que _se estudiará_,
-padrino,--respondió Pablo con singular firmeza.
-
---Así me gustas, ahijado; y de tal modo, que si te decides por la
-afirmativa, me brindo á ser tu padrino de boda... Entre tanto, basta,
-si os parece, de conversación, y vamos á tomar ese chocolate que me
-ofrecen en tu casa. Créeme que tengo grandísimos deseos de ver á tu
-madre y á tu hermana, pobres víctimas inocentes de nuestras majaderías.
-
-Dispúsose Ana á complacer á su padre; y con tal apresuramiento y tan
-de buena gana, por lo visto, que al recoger los avíos de costura en
-su primorosa canastilla, por cada cosa que guardaba ¡ella á quien
-jamás igualaron prestidigitadores en destreza y agilidad! dejaba caer
-media docena. Mas allí estaba Pablo, que se desvivía con desusado afán
-por recogerlas en el aire y ponerlas en las blancas y finas, pero
-desatinadas, manos de la azorada joven.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-X
-
-LOS HUMOS DE NISCO
-
-
-Nisco llegó á casa de Pablo después que éste había entrado en la de don
-Juan de Prezanes. Subió el hijo de Juanguirle sin llamar, como era su
-costumbre, derecho al cuarto de su amigo. Al pasar por delante de la
-puerta de la sala, oyó que le decían desde el fondo de ella:
-
---Pablo ha salido.
-
-Era la voz de María. Conocióla el mozo, retrocedió dos pasos y se
-colocó en el hueco de la puerta, sombrero en mano, enfrente de la
-joven, que cosía sentada cerca del balcón.
-
---En ese caso--dijo Nisco algo atarugado y después de hacer una
-exagerada reverencia,--me marcharé.
-
---Si no quieres esperarle...--añadió María, respondiendo á la
-reverencia con una sonrisa.
-
---Pues le esperaré, _ya que usted se empeña_,--replicó Nisco. Y se
-sentó, con mucho tiento y grave parsimonia, en la silla más cercana.
-
-María volvió á sonreirse, y continuó cosiendo.
-
-Nisco, con el sombrero en la diestra y ésta sobre la rodilla,
-atusándose el pelo con la otra mano... no tuvo por entonces más que
-decir; pero, en cambio, clavó la vista de sus ojos negros, un tanto
-dormilones, en María; y largo rato estuvo como hechizado, viendo
-aquellas manos, blancas y rollizas, pasar y repasar la aguja, y estirar
-la seda para afirmar la puntada; el brillo de aquel abundoso pelo
-negro; la transparencia de aquel cutis de rosa; la luz de aquellos ojos
-húmedos, y, en suma, el palpitar, apenas perceptible, de toda aquella
-riqueza escultural, á cada movimiento del ágil brazo.
-
-Digo yo que todas estas cosas contemplaría Nisco, porque, según la
-expresión que brillaba en sus ojos, más bien parecía sorber con ellos á
-la joven que mirarla. De vez en cuando echaba ésta una ojeada firme y
-serena al mozo; y entonces el hijo del alcalde de Cumbrales no cabía en
-la silla.
-
-Iban así corriendo los minutos, y Pablo no venía ni se marchaba
-Nisco, ni entre éste y María se cruzaba una palabra. Don Pedro estaba
-en el portal en plática con don Valentín, que había ido á visitarle
-«por un motivo muy urgente,» al decir del veterano; y su señora
-andaba disponiendo el agasajo con que habían de celebrarse las paces
-consabidas, si don Juan aceptaba la invitación que se le había hecho.
-De manera que los actores de la sala no podían esperar de afuera
-incidentes que rompieran la monotonía de la escena: tenían que romperla
-ellos mismos, si no la hallaban muy divertida.
-
-Quizá pensando así, dijo, al cabo, María mientras examinaba el largo
-pespunte que acababa de hacer, deslizando la tela entre los dedos de
-sus manos:
-
---Y ¿cómo vamos de lecciones, Nisco? ¿Adelantas mucho?
-
-Ya ve el lector que no podía decirse menos que esto tras un espacio tan
-largo de silencio.
-
---No tanto como yo quisiera,--respondió Nisco mal y á trompicones, por
-lo mismo que tenía empeño en responder al caso y con voz bien afinada.
-Faltábale el hábito de hablar con señoras y bajo cielo-raso, y esto
-ofrece gravísimas dificultades cuando se trata de soltar de pronto
-la voz, una voz ajustada al diapasón de la naturaleza agreste, en un
-centro reducido y sonoro y delante de una dama á quien se desea agradar.
-
-María, sin fijarse gran cosa en los desentonos de Nisco, volvió á
-decirle:
-
---Es algo rara esa afición que te ha entrado de pronto á esas cosas.
-
---Rara, ¿eh?--contestó el mozo, más atrevido ya y menos
-desaplomado.--¿Cree usté que es rara? Pues quizaes lo sea, si bien se
-mira... y quizaes no, por otra parte.
-
---Ahora sí que no lo entiendo, Nisco,--díjole María riéndose muy de
-veras.
-
---Pues yo le diré á usté--añadió el mozo muy animado con la regocijada
-actitud de su interlocutora.--Para el oficio que traigo, no es
-mayormente al auto el pulimento que deseo en el porte y genial de la
-persona, si uno ha de estar de sol á luna, fijo en la brega del campo,
-sin más aquél de cubicia que lo que tiene á la vera; pero si, pinto el
-caso, al hombre, por su luz natural ú roce con quien la tenga, no le
-basta eso solo... y quiere, es un decir, quiere... vamos, valer algo
-más de lo que vale, bien séase por la fantesía del valer ú por tomar
-alas con qué volar un poco... porque sienta allí dentro... vamos, quien
-se lo mande, como el otro que dice... en fin, señorita, el saber no
-ocupa lugar; y yo quisiera, si no ofendo, saber algo más de lo que sé,
-por valer algo más de lo que valgo.
-
---Bien pensado está todo eso--replicó María muy afable;--pero algún
-motivo especial habrá para que tan de repente te haya entrado ese deseo.
-
---Pues ya se lo he dicho á usté; y si es cierto el refrán de «no con
-quien naces, sino con quien paces...»
-
---¿Luego tu frecuente trato con Pablo es la causa de todo?
-
---Puede que lo sea,--respondió Nisco, contoneándose en la silla y
-atusándose mucho el pelo.
-
---Pero ¿cómo ese deseo no te ha asaltado hasta ahora, siendo así que á
-mi hermano le tratas desde niño?
-
-Con esta pregunta le entró al mozo tal hormigueo, que en un buen rato
-no le dejó sosegar.
-
---Consiste eso, señorita--logró responder al fin, aunque á
-tropezones,--en que los tiempos, al respetive que corren, van
-cambeando... y, por otra parte, los ojos de la cara no lo ven todo de
-un golpe.
-
---¿Es decir que los tuyos han visto, de poco acá, algo que no habían
-visto antes?
-
---¡Cátalo ahí!--exclamó Nisco, sudando de congoja y medio turulato.
-
---Pues á eso quería yo venir á parar--añadió la joven, como si se
-gozara en la angustia del aldeano.--¿Es decir que porque ahora ves algo
-que antes no has visto, deseas valer más de lo que valías?
-
---¡Eso, eso!--gritó aquí el mocetón, rojo, cárdeno y amarillo, todo á
-la vez.
-
---Pues mira tú cómo la gente se equivoca en la mitad de lo que
-piensa--añadió María, esgrimiendo ya con verdadera saña, contra el
-acorralado galán, las armas de su travesura, que aunque no eran muchas,
-en el desapercibido é inerme muchachón causaban heridas tremendas:--yo
-te creía el mozo más feliz de Cumbrales, con una novia tan hermosa como
-Catalina; tan conveniente para tí...
-
-Estas palabras fueron para Nisco un golpe en mitad de la nuca. Tardó en
-volver del atolondramiento en que cayó; pero volvió al fin, remilgóse y
-dijo:
-
---Relative á este punto, crea usté que hay sus mases y sus menos.
-
---Ya lo supongo por lo que has hecho; pero precisamente en eso que has
-hecho está lo que no se comprende. Catalina es la mejor moza de la
-comarca.
-
---Esa fama tiene,--respondió Nisco con desdén.
-
---Y bien merecida. Cuéntanla muy enamorada de tí.
-
---Bien pudiera ser,--dijo el rústico galán, con una sonrisilla vanidosa
-en que se pintaba la alta idea que de su propio valer tenía el hijo de
-Juanguirle.
-
-Sonrióse también María, y continuó:
-
---Es rica entre las de su clase.
-
---No diré que no lo sea.
-
---Tiénenla por hacendosa.
-
---Pshe...
-
---Y es lista y de mucho juicio.
-
---Podrá ser.
-
---Pues si todo eso es Catalina, ¿dónde puedes haber visto tú cosa que
-más valga ni que más te convenga?
-
-Otro golpe en la nuca para Nisco.
-
---Onde está quien más vale que Catalina--logró decir el mozo,--bien lo
-sé yo. Si me conviene ú no me conviene más que _la otra_, también lo
-sé... Si se me dirá que sí ú se me dirá que no... ahí está el ite de la
-cosa; porque, hablando en verdá, si la merezco ú no la merezco, caso es
-de pleitearse mucho.
-
---Eso prueba, Nisco, que has puesto los ojos muy en alto.
-
---Confieso que sí; pero sin culpa mía, porque los ojos se van detrás de
-lo que apetecen, sin pedirle al hombre su parecer. Lo que decir puedo
-es que, desde que ví eso tan alto, ando buscando el modo de subir allá,
-siquiera para decir «aquí estoy» en la solfa en que debe decirse; cosa
-que al presente no sé... ¡que si lo supiera!...
-
-Interesábale tanto á la joven la conversación en que se había empeñado
-con el bueno de Nisco, que ya no cosía. Apoyando sus brazos en la
-almohadilla que sobre sus rodillas tenía, jugueteaba con la tijera
-y mordía una hebrita de seda, cuyo extremo suelto asomaba húmedo
-entre sus labios frescos y rojos; miraba al mozo con no disimulada
-curiosidad, y estudiaba en él las impresiones que iba causándole el
-interrogatorio á que le tenía sometido; interrogatorio que acaso no
-hallen del todo verosímil las damas del _mundo elegante_ (si entre
-ellas las hay con el mal gusto de leerme), la crítica superficial
-y cuantos desconocen el modo de ser de estas gentes montañesas. En
-pueblos como Cumbrales, se sabe en cada casa lo que ocurre en las
-demás; y en salones como el de don Pedro Mortera, donde la familia cose
-y habla y reza, muy á menudo se oyen relatos harto más insubstanciales
-y pesados que la amorosa cuita del hijo del alcalde; porque allí van
-los pobres á llorar las suyas; los atropellados á pedir consejos... y
-más de una vecina á remendar la saya ó á que le corten una chaqueta
-ó le escriban una carta para el hijo ausente. Además, los unos son
-colonos de la casa, otros han servido en ella, y todos se codean en la
-iglesia, en la calle ó en el concejo. De esta mancomunidad de intereses
-y de afectos, nace la íntima cohesión, algo patriarcal, que existe
-entre todas las jerarquías de un mismo pueblo; cohesión que, no por
-ser fecunda en ingratitudes, rencillas y disgustos, deja de existir en
-lo principal, afirmada en el inquebrantable respeto de los de abajo á
-los de arriba, y en la cordial estimación de éstos á los de abajo. Así
-se explica que María, con su genio _parado_, poco expansiva, y corta y
-desconfiada en su trato con gentes extrañas y de su esfera, aun sin el
-estímulo de la _segunda intención_ que algún malicioso pudiera suponer
-en ella, se mostrase tan animosa y confiada con Nisco, á quien, además,
-estaba viendo en su casa desde que éste era muchacho.
-
-Volviendo ahora al interrumpido diálogo, sépase que á la vehemente,
-apasionada y casi dramática exclamación del romántico hijo de
-Juanguirle, contestó María, mirándole de hito en hito:
-
---También ese propósito es juicioso y no deja de favorecerte mucho; y
-tanto podías estirarte tú, que á poco que ella se bajara...
-
---¿Cree usté que se bajaría?--preguntó Nisco anheloso, corriéndose una
-silla más hacia la joven.
-
---Hombre, de todo se ha visto en el mundo--contestó María, parándole
-con el fulgor de sus ojos rasgados.--Pero se me figura á mí que para
-que ella se baje todo lo que es necesario, y por mucho que lo desee,
-hay un inconveniente muy grande y muy difícil de vencer para tí. Puede
-creer _esa persona_ que te llevan hacia ella miras interesadas. Esto,
-por de pronto. Después... y aquí está lo grave, Nisco: si dejaste de
-la noche á la mañana á Catalina, que tanto vale y tanto te quería,
-¿cómo haces creer á... _esa otra persona_ que la quieres más que á
-Catalina?
-
-Aplanó al mozo este argumento. Meditó unos instantes, y replicó:
-
---La verdá es que si no se me cree por mi palabra ú no se me mandan los
-imposibles, para que, haciéndolos yo, se vea la buena ley del querer...
-
-Sonrióse María y atajó al mozo de esta manera:
-
---Te advierto, Nisco, que nos hemos colocado en el peor de los casos
-imaginables. Bien pudiera ella no reparar en tales tropiezos; y eso
-nadie lo sabrá mejor que tú que la conoces. Todo depende del carácter y
-de los humos que tenga esa señora... porque yo creo que es una señora,
-por la altura en que la has puesto.
-
---¡Vaya si lo es, caramba!--exclamó Nisco, con una delectación
-indescriptible.
-
---Y... ¿la has hablado alguna vez?--preguntóle María con un poquillo de
-cortedad.
-
-Aquí le entró á Nisco el hormigueo de otras veces; volvió á ponerse
-tricolor, volteó el sombrero entre las manos, se atusó luégo el pelo,
-carraspeó mucho, y dijo al fin, con voz ronquilla y destemplada, porque
-el corazón le daba en el pecho cada porrazo que le aturdía:
-
---¿Que si la he hablado!... Muchas veces... miento: ninguna... es
-decir, para que el diablo no se ría de la mentira: hablarla _de veras_,
-una sola.
-
---Pues mira, ya es algo eso. Y ¿qué cara te puso cuando la hablaste de
-veras?
-
---¡Como el sol de los cielos, porque así es la suya!
-
---¿Dijístele algo de lo que deseabas?
-
---Yo creo que sí... ó puede que no, aunque pretender, pretendílo; pero
-le entran á uno en esos trances tales congojas y malenconías, y unos
-trasudores, y siéntense unas ansias en el pecho, y pónense unas telas
-en los ojos, que por aquí va el hombre con la palabra, y por allá va el
-su pensamiento.
-
---Con tal que ella te entendiera... ¿sabes tú si te ha entendido?
-
-Trocóse en fuego la timidez de Nisco, y respondió impetuoso:
-
---Diera este brazo por saber que sí; que tal me miraron sus ojos y tal
-me habló con su boca, que luceros de la noche y sinfonías de la gloria
-me parecieron. ¡Qué señales fueran mejores de que lo alto se abajaba!
-
---¿Conózcola yo, Nisco?
-
---¡Como al mesmo personal de usté!
-
---Pues, hombre, para lo poco que falta ya, dime quién es.
-
-Quedóse aquí Nisco como quien ve visiones, con los ojos encandilados,
-la boca abierta, cárdeno el semblante y creo que hasta sin pulsos.
-
-En esto se oyó ruido en el corredor, y Ana y Pablo entraron en la sala
-un instante después. Ana llegó á ver la escena tal como quedó á la
-última palabra de María. Pablo, al reparar en su amigo, le preguntó:
-
---¿Me esperabas, eh?
-
---No... sí... digo, creo que no.., es decir, puede que sí,--respondió
-Nisco.
-
---¡Hombre, parece que estás atolondrado! Pues mira--añadió Pablo
-mientras Ana y María se abrazaban y salían juntas al balcón,--perdona
-por esta tarde, que estoy muy ocupado, y vuélvete á la noche un rato,
-como de costumbre... si quieres.
-
-Nisco, que necesitaba aire fresco, despidióse y salió de la sala hecho
-un palomino. Junto á la escalera halló á don Juan de Prezanes que subía
-con su compadre, el cual llamaba á su mujer á voces para avisarle
-la llegada del amigo. Cerca de la portalada alcanzó el mozo á don
-Valentín, que iba á salir también. El veterano, mientras zarandeaba el
-casaquín y se sonaba las narices con ímpetu, gruñía y murmuraba. Nisco
-le oyó decir con ira, mientras levantaba el picaporte del postigo:
-
---¡Sabandijas!... ¡Servilones!...
-
-No fué Nisco en derechura á su casa: estuvo oreándose la cabeza y
-los pensamientos largo rato por brañas y callejos. Pasando por una
-encrucijada, vió venir á Catalina. Irguióse altivo al emparejar con
-ella, y observó que traía la cara más risueña y el andar más resuelto
-que horas antes.
-
-Y díjole la moza al cruzarse con él:
-
---¡Híspete, pavo, que ya te pelarán!
-
-Á lo que respondió Nisco, mirándola por encima del hombro:
-
---Taday... ¡probeza!...
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XI
-
-APUNTES PARA UN CUADRO
-
-
-Bien corrida era ya la media tarde cuando despertó don Baldomero,
-porque fué Sidora á levantar la mesa y le dió en la cara con el mantel
-al echársele debajo del brazo. Incorporóse el hombre lentamente,
-bostezando mucho y con grande clamoreo; se desperezó á sus anchas, lió
-un cigarro y le encendió sin dejar de estremecerse ni de bostezar entre
-chupada y chupada. Salió después del caserón, y, paso á paso, llegó á
-la taberna, café de los holgazanes desidiosos de aldea.
-
-Junto á la enrejada ventana, por donde el tabernero despachaba á los
-parroquianos vergonzosos, había una mesa de basto tablero, y alrededor
-de ella, sentados, hasta tres personajes que voy á presentar al lector,
-porque debe conocerlos. Vestía el uno un traje entre andaluz y de la
-tierra (ancha faja de estambre negro á la cintura, calañés, chaleco
-desceñido, y en mangas de camisa); andaría rayando con los treinta
-y cinco años; y como aún era _mozo soltero_, presumía de apuesto
-sin serlo cosa mayor; ostentaba en la cara anchas patillas negras;
-miraba gacho y hablaba ceceoso y lento, más por alarde que por natural
-disposición. Había estado, de mozo, en Andalucía, como tantos otros
-coterráneos suyos; y era casi el único resto del antiguo _jándalo_, de
-los que volvían á caballo, entre rumbo y alamares, escupiendo por el
-colmillo y, á creer lo que ellos mismos aseguraban, sembrando el camino
-real de pañuelos de seda y onzas de oro.
-
-No le dió á éste gran cosa la vanidad por ese lado: en cambio, su
-boca era una carnicería, hablando, mientras acariciaba con la mano el
-cabo de una navaja que siempre llevaba asomando por el ceñidor, de la
-gente que él había despachado al otro mundo, no más que por tocarle
-con el codo al pasar, ó por no dejarle la acera libre, ó por mirar
-dos veces seguidas á la mujer que por él se moría. Con esto, con no
-trabajar nada, con frecuentar demasiado la taberna y con amenazar
-en voz sorda, marcando mucho la sonrisa, al lucero del alba á cada
-paso, llegó á hacerse temible en Cumbrales, aunque no hay memoria de
-que nadie le viera cumplir una pizca de lo mucho que ofreció en su
-vida, ni siquiera tomar parte en las serias contiendas de que fueron
-causa sus baladronadas impertinentes, en corros y romerías. Pretendió
-á todas las buenas mozas de Cumbrales, y de todas recibió calabazas;
-apechugó después con la que quedaba, y ocurrióle lo mismo. Desde
-entonces se hizo protector de las mozas de Rinconeda, y esto acabó de
-desacreditarle en su pueblo. Llamábanle el _Sevillano_, y nadie le
-podía ver en Cumbrales, pero ninguno se atrevía á decírselo á la cara.
-
-El personaje que estaba enfrente de él en la mesa era un mocetón
-hercúleo, de mucha y enmarañada greña, y sobre ella, tirado de
-cualquier modo, un sombrero negro de anchas alas. Estaba despechugado
-y dejaba ver un cuello robusto, unido al abovedado pecho por un istmo
-de pelos cerdosos, entre músculos como cables. No era fea su cara,
-pero tampoco atractiva, aunque risueña. Pecaba algo de sucia, y no
-eran sus ojos garzos todo lo grandes ni todo lo pulcros que fuera de
-desear. La barba, no muy bien afeitada, y el pelo, tenían un color mal
-determinado, entre rubio y negro, matiz que daba una feísima entonación
-al rostro; el cual, sin haber en él reflejo alguno de maldad, acusaba
-cierta grosería de instintos que repugnaba. Pues este mocetón, también
-en mangas de camisa y con la chaqueta al hombro, era el famoso
-_Chiscón el de Rinconeda_, gran amigo del Sevillano de Cumbrales, y
-pretendiente de Catalina desde que Nisco la había dejado. Tenía algunos
-bienes, y era trabajador cuando quería; pero mucho más dado á zambras y
-bureos, y un apaleador de gran fama.
-
-El tercer personaje era un pobre hombre, de edad incalculable á la
-simple vista, anguloso y acartonado, encogido y bisunto.
-
-Aunque cargado de familia, tenía horror al trabajo duro del campo, y
-se había propuesto hacerse rico de sopetón; para lo cual contaba con
-dos elementos importantísimos: su ingenio y la manía de las herencias
-gordas _de la otra banda_. De su ingenio eran producto multitud de
-artefactos, para los que había pedido, con mal éxito, privilegio de
-invención ó cincuenta mil duros al Estado. El más ingenioso de sus
-inventos, y por el que revolvió la provincia entera hasta conseguir
-que el ministro de Fomento examinara el prodigio, fué un cepo para
-cazar topos en el instante en que estos minadores sempiternos arrojan
-la tierra sobre el prado; pero se tocó el inconveniente de que era
-preciso adivinar dónde iba á formarse la topera para colocar allí el
-aparato y juzgar de su utilidad, y no hubo ocasión de tratar del punto
-_secundario_ que se mencionaba en la breve _memoria_ del autor, ó
-sea el millón y medio que éste pedía por el invento, aunque con la
-obligación de construir uno á sus expensas para las necesidades del
-Gobierno de la nación. En estos ensayos empleaba la mayor parte del
-tiempo que pasaba en casa, serrando listones y tabletería que atrapaba
-aquí y allí, aviniendo y combinando pedazos, fuerzas y resistencias.
-Diéronle, por esto, el nombre de _Tablucas_, y con él se le llamaba y á
-él respondía, casi olvidado ya del verdadero.
-
-No por estas atenciones descuidaba el asunto de las herencias, que
-todos los días le daba no poco que hacer. Siempre tenía una ó dos
-entre manos. Referían los periódicos que un archimillonario había
-muerto en el Japón, supongamos; contábanselo á él los que ya le
-conocían el flaco, ó lo inventaban, ó llegaba un pobre á la puerta y le
-decía:--«Y ello ¿habrá algo de cierto en eso que se corre al auto de
-unos treinta millones que están depositaos en el Gubierno de arriba,
-por no conocerse á los herederos del montañés que los dejó al morir
-en el Pirul, de Padre Santo, rey... ú cosa así?» En cualquiera de los
-casos preguntaba Tablucas:--«¿Está ese pueblo en _la otra banda_?»
-Contestábanle siempre que sí; y ya no necesitaba saber más.
-
-Hubo en su familia un individuo que sobre el año 20 pasó á las Américas
-y de cuyo paradero no volvió á saberse nunca; y en todos los ricos,
-muertos abintestato en _la otra banda_, es decir, en América, en la
-China... en cualquier punto remoto de la tierra, llamárase aquél como
-se llamara, veía Tablucas á su pariente, rebuscando su genealogía,
-cotejando fechas y acumulando supuestos é imaginaciones. Colocado
-ya sobre el rastro del asunto, como él decía, consultábale con los
-licurgos callejeros de Cumbrales; después con los abogados de veras;
-luégo con el cónsul de la nación en que había muerto el pariente, y,
-por último, trataba de entenderse con el ministro de Estado. Á todo
-esto, llenándose los bolsillos de papelucos con nombres de personajes,
-respuestas vagas de este agente ó del otro alcalde, y de fes de
-bautismo, sin que faltara la del ignorado pariente, y arreglando en
-su imaginación la historia de tal modo, que el más sutil se quedaba
-perplejo al oirla. Todo esto le costaba dinero, viajes y molestias
-sin número; pero vendía gustoso el mendrugo de su familia, y jamás le
-cansaban las idas y venidas, ni le desalentaban desengaños ni malas
-razones. Así, hasta que se moría otro millonario, y dejaba, por seguir
-á éste, el rastro del anterior, exclamando al emprender la nueva
-campaña, alegre y regocijado:--«¡Bien dije yo siempre que _por este
-lado_ había de venir la herencia!»
-
-Por lo demás, aunque frecuentaba mucho la taberna, no era gran
-bebedor, y rara vez se emborrachaba. Hablar de sus máquinas y enseñar
-los papeles referentes á la millonada que estaba para caerle, era su
-pasión predominante fuera de casa.
-
-Detrás del mostrador estaba, llenándole de cuentas con tiza, Resquemín,
-el tabernero, hombre bien engrasado, algo viejo y de áspero y
-avinagrado humor.
-
-Sobre la mesa, entre los tres personajes descritos, había, además de un
-jarro con su correspondiente vaso, una ociosa baraja, algo parecida,
-por lo resobada y maltrecha, á aquélla con que Pedro Rincón y Diego
-Cortado ganaron al arriero de la venta del Molinillo doce reales y
-veintidós maravedís, si no me engaña la memoria.
-
-Ociosa, como he dicho, estaba la baraja, acaso porque faltaba un pie
-para un partido á la flor de cuarenta; pero no lo estaba tanto el vaso,
-que á menudo andaba de mano en mano y de boca en boca, colmado del
-tinto que oportunamente escanciaba Chiscón, quien, por las trazas, era
-el que convidaba allí.
-
-Andaba éste en tentaciones de pedir á Catalina á la hora menos pensada;
-visitábala por las noches, en presencia de toda la familia, pues este
-favor no se niega jamás en ninguna cocina montañesa, y gustábale
-mostrarse rumboso ante la gente de Cumbrales, por lo que esto pudiera
-servirle de recomendación á los ojos de su novia, que, dicho sea de
-paso, no se los ponía de resistencia, aunque sólo con el disculpable
-propósito de encender resquemores en el pecho de Nisco. Tomaba Chiscón
-la buena acogida por donde más le halagaba, y proponíase abreviar los
-procedimientos, por lo que pudiera ocurrir. De esto se había hablado
-algo aquella tarde entre él y el Sevillano, que con sus consejos y
-protección le ayudaba, y hasta acababa de brindarse al de Rinconeda
-para _limpiarle_ de estorbos el camino, si por estorbo tenía á Nisco
-todavía. Cabalmente había sido el hijo de Juanguirle el causante de
-que Catalina no le diera cara cuando él la pretendió. Y bien sabe Dios
-que si Nisco le hizo desalojar la calleja más que á paso, fué porque
-él no llevaba encima _la herramienta_, y el otro comenzó á ventear el
-garrote. ¡Si le tendría ganas el Sevillano! Agradecióle el brindis
-Chiscón, pero desechó el servicio por innecesario.
-
-En esto llegó Tablucas, que no habló de sus máquinas ni sacó los
-papeles de su pleito. Traíale últimamente muy preocupado y absorto otro
-asunto harto excepcional y perentorio; y por esta herida respiraba
-solamente, y de esto hablaba en todas partes, y de esto habló allí
-entonces tan pronto como se sentó y le pellizcaron la lengua Resquemín
-y el Sevillano, que ya conocían el conflicto.
-
---De lejos todos somos valientes--decía el hombre de los inventos y de
-las herencias, respondiendo á las chanzas de los otros;--pero allí vos
-quisiera yo ver, ¡córcia! allí, en la soledá de la noche, clamando la
-familia aterecía de espanto; y tamborilazo va y tamborilazo viene á la
-puerta. ¡Vos digo que aquello levanta en vilo!...
-
-Aquí estaba el asunto cuando entró en la taberna don Baldomero.
-Arrimóse al lado libre de la mesa, sentóse perezosamente, y dijo,
-después de dar entre dientes las buenas tardes:
-
---Resquemín... la _sosiega_.
-
-El tabernero tiró de pronto la tiza contra la pared, púsose en jarras,
-y moviendo á uno y otro lado la cabeza, sin apartar de don Baldomero
-los ojos de gato irritado, comenzó á decir con su voz atiplada:
-
---Me paece á mí, ¡jinojo! que el día menos pensao le va á _resquemar_
-á alguno el mote en la asadura; porque ¡jinojo! si piensan que yo soy
-guitarra para dejarme tocar de todo chafandín que á bien lo tenga, ya
-estáis aviaos... ¡Porque ¡jinojo! cuando á mí se me sube el tufo á la
-cabeza, soy tan hombre como el que más!... ¡Y no digo más!... ¡Y ésta y
-no más!... ¡Pues no faltaba más!... ¡Jinojo!
-
---¡Ingrato! ¡mal tabernero!... ¡Después que te lo digo para adularte,
-me riñes todavía?
-
-Á esta chanza socarrona del impasible don Baldomero, replicó Resquemín
-hecho una lumbre:
-
---¡Yo no necesito las adulaciones de usté ni de naide, jinojo!...
-Yo me futro en ellas ahora y siempre; y en usté... y en todos los
-presentes... y en el mundo entero, ¡jinojo! que no estoy aquí para
-recreo de naide, sino por el mío, ¡jinojo!... Y el día que me dé la
-gana, dejo el oficio, ¡andando! que para eso tengo posibles... Y si me
-da el real antojo, echo todos estos trastos á la calleja, ¡rejinojo!...
-y si me apuran un poco, lo hago ahora mismo... ¿ve usté este vaso? ¿le
-ve usté bien? Pues éste es el caso que hago yo de este vaso... (Y no le
-rompió.)--¿Ve usté esta botella? ¿la ve usté bien? Pues éste es el caso
-que hago yo de esta botella. (Y la dejó donde estaba.) ¡Á mí con esas,
-jinojo!... ¡Si soy yo más hombre!... ¡Con burlas á mí!... Valiérales
-más á algunos pagar á menudo las cuentas; que á fe que la hay con más
-renglones que la letanía de los Santos, ¡jinojo! Y no digo de quién,
-porque no me da la gana: por eso... ¡Y no hay más que eso!... ¡Y sobra
-con eso!... ¡Jinojo!...
-
-Después abrió los bastidores de un armarillo, y volvió á cerrarlos,
-y tornó á abrirlos, y al cabo cogió un vaso pequeño, le llenó de
-aguardiente y se lo llevó á don Baldomero.
-
---Aquí está la sosiega--dijo plantando el cortadillo en la mesa.--Y
-¡jinojo!--continuó,--naide se extrañe de que el hombre se remonte un
-poco á lo mejor... porque no es uno de peña, ¡jinojo!... Y buenas son
-las chanzas, pero no tanto que ofendan. Tanto me estimas, tanto te
-aprecio. ¿No está esto en ley?... ¡Pues vívase en ley!... ¡Esa es la
-ley... jinojo!
-
-Así era aquel hombre.
-
-Chiscón y el Sevillano, sin hacerle maldito el caso, seguían
-comentando, medio en serio y medio en broma, los relatos de Tablucas.
-
---La primera vez--dijo éste, cuando calló Resquemín,--pensé que era
-algún vecino que llamaba con apuro. Salí corriendo, abrí la puerta...
-y ná, por más que miré aquí y allí. Pregunté á la viuda... porque ya
-sabéis cómo está la mi casa... desde aquí se ve enfilá con el esconce
-de la iglesia: tal como aquí está ella, y pegante por la derecha la de
-la viuda de Pedro Jelechos; en un mesmo portal... puerta con puerta,
-vamos. Pregunté á la viuda, y díjome que ni ella había llamao ni había
-oído porrazo alguno. Un bardalón tremendo rodea por detrás las dos
-casas... por allí no puede saltar naide á los huertos, ni tiempo tuvo
-de esconderse en ellos después de llamar, porque yo abrí tan aína
-como oí los golpes, y el corral no tiene más salida que la portalá;
-las tapias son muy altas, y en el corral no se vió alma viviente, ¡y
-eso que la luna alumbraba de firme! Bueno. Á la otra noche, estábamos
-cenando, y ¡plun! de repente, ¡zas! á la puerta. ¡Cristo mío, qué
-tamborilazos! ¡Naide probó más bocao allí! En esto se oye una voz, como
-de alma en pena, que dice por el ojo mesmo de la llave:--«¡El que salga
-afuera en toa la noche, ó quiera saber quién llama, perece!...» Quedéme
-patifuso, y entendí que la mujer y los hijos fenecían de temblor. ¡Como
-no saliéramos, córcia!...
-
---¿Y á la otra noche?--preguntó el Sevillano, que no apartaba la vista
-de los ojos de Tablucas.
-
---Á la otra noche--continuó éste,--ná, porque arreció el ábrego... ¡y
-esto me da á mí mucho que cavilar! ¿Hay juriacán ó negrura? Ni un soplo
-se oye allí. ¿Hay sosiego y luna clara? Pus ¡leña á la puerta! De modo
-y manera que, por unas ó por otras, de mi casa no sale una mosca tan
-aína como anochece... Y esta vida traigo dos semanas hace... ¡Decíme
-vusotros, córcia, si tal vida se puede aguantar!
-
-Don Baldomero, en tanto, fumaba, sorbía alguna que otra vez, y parecía
-no dar la menor importancia al relato de Tablucas.
-
-Preguntóle Chiscón si sospechaba de alguien, y respondió el atribulado
-personaje:
-
---¡Córcia, si sospecho!.,. Y no lo digo por la viuda, aunque mujer es
-de laberintos y tapujos y de un vivir como es público y notorio desde
-que le faltó el marido y paece que le cayeron las Indias en casa, según
-lo que se peripone y redondea, cuando, en pura equidá, debiera andar á
-la limosna, sola y sin bienes como se ve... Más poder tiene que ella y
-que todo hombre nació quien la mi puerta aporrea sin fegura corporal
-como nusotros. Lo que con ese ultraje se busca en mi casa, no lo sé á
-la presente; pero tocante á quien me le hace... ¡córcia si lo sé! Y lo
-sé, porque lo he visto... ¡lo he visto con estos mesmos ojos!... Y al
-auto de ello, vos diré que en una de las noches de los tamborilazos, no
-teniendo pecho para abrir la puerta, subíme al sobrao, y por un ujero
-de la ventana miré hacia el Campo de la Iglesia, por si descubría á
-alguno que corriera hacia acá, cuando veo encima de ese murio viejo
-que pega con el mi corral, y mira que mira hacia mí, un perrazo blanco
-y negro, que no miento si digo que era tan grande como el toro de la
-cabaña. Á la otra noche, el mesmo perro en el mesmo sitio... y siempre
-que hay garrotazos en la mi puerta, el perro en el murio. ¿Qué hace
-allí ese perro, córcia? ¿Qué perro puede ser ese? ¿Qué ha de ser ese
-perro sino _ella mesma_?
-
---Y ¿quién es ella mesma?--preguntáronle.
-
---¡Pus la Rámila, córcia... la Rámila! Pondría las dos orejas á que es
-ella. Y si miento ú no miento, ha de saberse pronto, porque tengo en el
-magín una idea... que se verá en su día... Y no digo más, ¡córcia!
-
-Apuró don Baldomero el último trago de la sosiega, y dijo á Tablucas:
-
---Pues yo te daría un consejo... si estás en tus cabales cuando oyes
-los linternazos á la puerta y ves el perro en el murio.
-
---Lo oigo y lo veo como á usté á la presente; y lo oyen y lo ven la
-mujer y los hijos. ¡Ojalá no lo viéramos ni lo oyéramos pizca!
-
---Pues mi consejo es que hables poco de ello y que sigáis cerrando la
-puerta al anochecer... por si acaso te baldan de un garrotazo. Por de
-pronto--añadió don Baldomero cogiendo la baraja que estaba sobre la
-mesa,--vamos tú y yo á meter mano á estos dos valientes, en un partido
-á la flor; y eso te distraerá un poco.
-
---Hasta el anochecer y no más, ¡córcia!--replicó Tablucas;--porque en
-cerrando la noche, no será el hijo de mi padre quien pase junto al
-murio.
-
---Yo te aseguro que estando conmigo--díjole don Baldomero,--nada malo
-han de hacerte las brujas: soy un puro amuleto de los pies á la cabeza.
-
-Aceptóse de buena gana el desafío por el Sevillano y Chiscón, á quienes
-tenía muy suspensos el relato de Tablucas, y se dió comienzo á la
-partida.
-
-Es cosa averiguada que aquella noche, por indicación del jándalo, en
-lugar de ir el de Rinconeda á casa de Catalina por la calleja contigua
-al murio, como de costumbre, se dieron ambos un paseo, _para tomar el
-aire_, por la barriada opuesta; y desde allí, rodeando mucho, llegó á
-su casa el Sevillano, admirado, por primera vez en su vida, de lo que
-ladraban los perros en Cumbrales en cuanto anochecía, y siguió Chiscón,
-solo y relinchando, en busca del norte de sus pensamientos.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XII
-
-MEDIAS TINTAS
-
-
-Bueno estuvo el agasajo aquél!... ¡bueno de veras!... Primeramente,
-conservas de guindas y ciruelas claudias, queso de Flandes y miel
-de abejas; después, chocolate con _sobadas_ de manteca y bollos de
-Mallorca; y para endulzar el agua, azucarillos de color de rosa. De
-todo había en la despensa, gracias á Dios. De lo uno, porque abundaban
-los frutales y los _dujos_[1] en la huerta, y las vacas de leche en los
-establos de don Pedro Mortera; y las manos de su señora (y aprovecho
-esta ocasión para decir que se llamaba doña Teresa Coteros, cepa de
-lustre en la Montaña), así como las de su hija, se pintaban solas para
-entender en ese ramo de golosinas. De lo demás y otro tanto, como la
-villa estaba cerca, nunca faltaba en casa la necesaria provisión.
-
- [1] Colmenas.
-
-Repito que estuvo bueno, ¡bueno de veras! el agasajo, servido en amplia
-mesa, en mitad de la sala. Pero ¡bien le hizo los honores y le ponderó
-el complacidísimo don Juan de Prezanes!
-
---¡Buen punto de dulce!--decía al probar el de guinda.--En este ramo,
-Ana, tienes que bajar la cabeza delante de tu madrina: no llegas á
-ella... ¡y eso que lo haces bien! En cambio, no hay repostero que
-entienda las compotas como tú.
-
---Pues mira cómo te equivocas--respondió su comadre:--ese dulce es obra
-de María.
-
---¿Sí? Pues es señal de que la discípula va á dar quince y raya á la
-maestra. Sea enhorabuena, muchacha.
-
-Al tomar luégo chocolate, exclamó, después de olerlo y de probarlo:
-
---¡Soberbio!... Esto es _de tres hervidas_, como mandan los
-inteligentes: el chocolate ha de _subir_ tres veces en la chocolatera;
-luégo un poquito de reposo, y á la jícara en seguida... Dame un par de
-rebanadas de ese pan tostado, Pedro... y esa mantequilla fresca para
-untarlas... ¡Cosa exquisita!
-
---El apetito que tú tienes, Juan--díjole su compadre,--y los buenos
-ojos con que lo miras todo. ¡Eso sí que es exquisito!
-
---No te diré que no, Pedro; que con el ánimo atribulado, suelen los
-estómagos ser melindrosos. Pero no por eso deja de ser bueno lo que lo
-es, como esto que yo alabo... Arrima hacia acá esos bollos de Mallorca,
-Teresa, que esponjas de miel deben ser para el chocolate... ¡Bien á
-mano los tenías, mujer, para regalarme hoy con ellos!
-
---Ayer se hicieron, Juan,--respondió doña Teresa arrimando la
-canastilla llena de bollos á su compadre.
-
---¡Mira qué á tiempo!
-
---¡Ésta sí que es obra de María!--exclamó don Juan de Prezanes
-saboreando parte de uno, mojado en chocolate.
-
---Pues cabalmente los hizo mi madre--respondió, riéndose, María:--lo
-mismo que las sobadas.
-
---¡Superior estaba también la que he comido!
-
---Torpe andas hoy, Juan, en tus presunciones--díjole don Pedro Mortera
-con socarronería;--y esa torpeza no es disculpable en un jurisconsulto
-viejo, que debe tener buena nariz para todo.
-
---Cierto es eso, Pedro amigo; pero ¡hace tanto tiempo que dejé el
-oficio!... Sin embargo, no he olvidado el principio fundamental de la
-recta justicia: _Suum cuique tribuere_; en virtud del cual, doy á tu
-mujer la enhorabuena que pensaba dar á María. Conste que te felicito,
-Teresa.
-
-Y así por el estilo. Á todo lo cual callaba Pablo y no decía Ana mucho
-más que su amiga, que también callaba. Verdad es que don Juan de
-Prezanes no dejaba meter baza á nadie, porque hablaba por todos.
-
- * * * * *
-
-Media hora después de anochecido, Ana y María estaban en un rincón de
-la solana, embutida entre los dos cortafuegos, muy salientes, de la
-fachada. El aire continuaba siendo seco y pesado, y no había que temer
-daños del relente. Ana se mecía sobre los pies traseros de una silla,
-apoyando las puntas de los suyos diminutos en los gruesos y torneados
-balaustres del balcón, para guardar el equilibrio, cuando no descansaba
-reclinando la silla contra la pared. María, sentada á su lado,
-contemplaba la luna, redonda y resplandeciente como un disco de oro
-bruñido, en el no muy ancho lugar que los nubarrones le dejaban libre
-en el cielo; y aun allí no imperaba á su antojo sobre las tinieblas de
-la noche, pues de vez en cuando empañaban sus fulgores pardos crespones
-que el viento llevaba por delante en la senda que recorría en el
-espacio. Estaban envueltas en sombra las montañas, y sólo las del Sur
-perfilaban sus crestas gallardamente sobre un fondo diáfano y luminoso.
-
-Rato hacía que las dos jóvenes callaban. De pronto Ana, cuyo carácter
-alegre y travieso no la permitía hacer largas amistades con el
-silencio, exclamó contemplando también la luna:
-
---Mírala, mujer, qué rechonchaza y papujona sale ahora. ¡De qué buena
-gana la daba un par de carrilladas en aquellos mofletes! Asomando entre
-las nubes, me recuerda la cara de tía Pepa Tortas, cuando se quita la
-muselina.
-
-María se echó á reir, y preguntó á su amiga:
-
---¿De veras hallas en la luna cosa que se parezca á un rostro humano?
-
---Yo no he visto eso en otras lunas que las pintadas en el calendario,
-María; pero, forzando un poco la imaginación, se distingue algo como
-nariz...
-
---Pues yo no veo sino un rimero de manchas...
-
---Justo, lo que ven los muchachos de Cumbrales: una vieja sentada
-encima de un coloño de espinos. Estaba robándolos de noche, y, en
-castigo, la sorbió la luna.
-
---Así dicen.
-
---Por bien poco se atufó esa señora... ¡Si el robo hubiera sido de un
-bolsillo de onzas siquiera!...
-
---¡Esta sí que no es ilusión, Ana!... Mira aquella nube amarillenta y
-sola, á la derecha de la luna. ¿Has visto cosa más parecida á un león
-agazapado?
-
---Algo tiene de eso, efectivamente... Pero si á ver vamos, mira estas
-pardas de la izquierda: yo veo en ellas un caballo á escape, y otro á
-su lado mordiéndole las crines; y detrás, un rebaño... no sé de qué; y
-hasta los pastores con sus palos...
-
---¡Ave María purísima! Yo no veo señal de esas cosas.
-
---Pues yo sí, y no me asombran, que, aun sin subir tan arriba, se ven
-otras mucho más raras. Aquí abajo, en Cumbrales mismo, hay mujer que
-á su amiga ¡qué digo amiga! á su hermana, le oculta el sentir de su
-corazón.
-
---¿Volvemos á lo de antes, Ana?
-
---Sí, señora... ¡y mucho que vuelvo! porque eso no se hace. ¡Tener
-ya envejecido, como quien dice, un amor en el pecho, y necesitar yo,
-su amiga y confidente, sacarle con tenazas lo poco que he llegado á
-saber!...
-
---Y ¿qué adelantaríamos, Ana, con que yo te hubiera dado cuenta de todo?
-
---Lo que se adelanta siempre en esos casos: por lo menos, hablar de
-ello á menudo.
-
---Un imposible. ¡Buen asunto para nuestras conversaciones!
-
---Se habla sobre el mejor modo de vencerle.
-
---Como yo sé que no le he de vencer...
-
---Pues se la riñe á usted por haberse metido en tales honduras á tontas
-y á locas.
-
---Cuanto más se manosea una herida, más duele: es preferible hacer lo
-que yo hago, considerando la mía incurable: tratar de olvidarla en
-silencio.
-
---Pero, María--dijo aquí Ana acercando más su silla á la de su
-amiga,--hablando con toda formalidad, ¿será posible que los síntomas
-que vengo observando en tí algún tiempo hace, y las pocas palabras que
-he podido arrancarte, acusen real y verdaderamente una enfermedad de
-tal naturaleza?
-
---¿De qué naturaleza?--preguntó María sorprendida.
-
---Me has asegurado que jamás tu padre aprobaría esa elección que has
-hecho...
-
---Y es la verdad.
-
---Porque hay entre él y esa persona poco menos que un abismo.
-
---Cabal.
-
---Pues en ese abismo es donde se pierde mi curiosidad, María; que
-aunque todos los abismos convienen en ser «negros é insondables,» según
-la fama (yo no he visto ninguno todavía), debe haberlos más y menos
-espantosos... y hasta más y menos necesarios; y tales riesgos pueden
-existir para tí al otro lado del tuyo, que mi padrino haya obrado como
-un sabio al ponértele delante.
-
---Muchas gracias por el consuelo, Ana.
-
---No te lo dije por mortificarte, María, y perdóname... pero escucha.
-Hay matrimonios, llamados imposibles, por discordancias de caracteres
-entre las dos familias interesadas; por diversidad de ideas religiosas
-ó políticas; por notable desequilibrio en los bienes de fortuna ó en
-la honra personal; por diferencia de alcurnias; y, por último, los hay
-que, además, son ridículos, y si me apuras, grotescos, por no concordar
-los novios ni en caudales, ni en jerarquía, ni en educación. Con
-franqueza, María, ¿cuál de estos casos es el tuyo?
-
-Á lo cual dijo María con calor:
-
---¿Me prometes, si te lo confieso, responderme con la misma franqueza á
-las preguntas que yo te haga después?
-
---¿Sobre asunto parecido?--preguntó Ana.
-
---Idéntico,--respondió María.
-
-Sonrióse aquélla y dijo:
-
---¡Qué más quisiera yo, hija mía, que tener algo de eso que contarte!
-
---No trates de curarte en sana salud.
-
---Te contaré hasta mis _aprensiones_: ¿quieres más?
-
---Eso me basta. Trato hecho, y empiezo á cumplir mi compromiso... es
-decir, á responder á tu pregunta.
-
-En esto se oyó vocear á don Juan de Prezanes, que con sus compadres y
-Pablo continuaba charlando, á obscuras, en la sala. Sobresaltóse Ana,
-más por lo especial del sonido que por la fuerza de la voz, y dijo á
-María interrumpiéndola:
-
---Se me antoja que no ha de ser muy duradera esta reconciliación si se
-dejan los genios á su albedrío. No va á haber otro remedio, María, que
-armar un pronunciamiento entre nosotras.
-
---¿Qué temes ahora?--preguntó María.
-
---Escucha á mi padre.
-
-La voz de éste era recia y destemplada entonces.
-
---Ya que el diablo ha metido aquí la pata--decía,--echando sobre la
-mesa la envenenada manzana de la sempiterna cuestión de los genios
-dulces ó amargos, déjese á cada cual defender el suyo en buena lid, que
-hablando se entiende la gente, y no metiéndose los dedos por los ojos,
-¡caramba! Yo no pretendo ser mejor que nadie; pero tampoco me conformo
-con que otros presuman de ser mejores que yo. La forma no importa dos
-cominos: el fondo es lo que hay que mirar; justamente lo que menos se
-mira y se respeta en el mundo. Estoy cansado de oir: «don Fulano...
-¡gran sujeto!... persona muy atenta, muy fina, incapaz de faltar
-á nadie;» y todo porque don Fulano jamás dijo una palabra más alta
-que otra, y tiene siempre una sonrisa en los labios... hasta cuando
-despluma á su vecino, ó vende la amistad jurada por un puñado de dinero
-ó por cosa que lo valga. Pues al contrario: «¡don Perengano!... ¡no se
-le puede aguantar; es un grosero, una fiera!» porque don Perengano se
-tasa en lo que vale y no engaña al mundo con sonrisas falsas.
-
---Te sales ya del carril, Juan--dijo entonces don Pedro.--Bueno es que
-el hombre lleve el corazón en la mano; pero en lo puramente genial, hay
-que irse con mucho tino; hay que contenerse, que dominarse un poco...
-
---Justamente, Pedro. Pero que no se eche toda la carga al irascible;
-que empiecen por contemplarle algo los que saben de qué enfermedad
-padece; que no le irriten; que no le puncen; que le concedan siquiera
-lo que en justicia se le debe... Y esto me trae á la memoria un ejemplo
-de todos los días. Cuatro personas se ponen á jugar, por pasar el
-tiempo. Tres de ellas son de las llamadas _de mucha correa_. Pierden,
-y permanecen serenas, inalterables, atentas, finas y comedidas en
-todo: lo mismo que cuando ganan. La otra persona es un hombre de los
-míos: nervioso, irritable, sulfúrico. Tócale perder á él y comienza á
-descomponerse, y acaba por ser, real y verdaderamente, inaguantable...
-Pero ¿por qué? Por la falta de consideración de los demás. Lo que
-pierde es insignificante; y no es esto lo que le irrita. Acaso sea él
-el más desinteresado de todos; quizá, fuera de allí, sea un manirroto
-para el dinero, al paso que los otros tres den primero un diente que
-un ochavo. Pero á las primeras señales de su inquietud, comenzaron los
-señores «de mucha correa» á dejar de tenerla para él; á irritarle con
-gestos de desagrado, con sonrisas de burla ó con palabras acres; hasta
-que, en fuerza de avivarse el fuego, llegó éste á la pólvora y voló la
-santabárbara.
-
---Pero ¿por qué el irascible no se contiene antes de dar ocasión á que
-sus compañeros, con razón sobrada, comiencen á renegar de él?
-
---Porque no puede: lisa y llanamente porque no puede. Cuando «los
-hombres de correa» pierden, no ven más sino que no ganan, que _se les
-niega el naipe_ y que se levantarán de la mesa con unos reales menos de
-los que tenían en el bolsillo cuando se sentaron. Esto es todo lo que
-ven y esto es todo lo que _sienten_: nada de lo que siente y ve el otro.
-
---¿Qué puede ver y sentir ese otro, que más valga en el juego, aunque
-sea éste por mero pasatiempo?
-
---¿Qué puede ver y sentir? Un infierno de cosas y de impresiones. Ve,
-por de pronto, convertirse para él en leyes infalibles lo que para
-otros son coincidencias insignificantes. Por ejemplo: que las cartas
-sin valor que recibe y le hacen perder las bazas, son del palo de oros
-cuando da Fulano, ó del de copas cuando da Mengano; que siempre que
-éste enciende un cigarro ó el otro enreda con las fichas, le ganan
-á él un resto, ó le dan codillo, ó le acusan las cuarenta; que cada
-vez que Zutano se sonríe mirándole, le sacan uno á uno, y arrastrados
-ignominiosamente, los pocos triunfos que había podido adquirir... en
-suma, cada peripecia del juego parece fatalmente subordinada á un plan
-de la enemiga suerte. Jurara entonces que las figuras de la baraja,
-tendidas sobre la mesa, adquieren vida y movimiento, y que se burlan de
-él con sus caras ridículas y contrahechas. Pero hay algo más irritante
-aún que todo esto; y es una especie de diablillo que lo va señalando
-con el dedo para que nada pase inadvertido; diablo sin color ni formas,
-pero perfectamente visible á los ojos del espíritu excitado y vibrante.
-Toda esta infernal conjuración asedia sin descanso al jugador de mi
-ejemplo; y esto es lo que le incomoda y le saca de quicio; esto es
-lo que le ensoberbece y descompone, no los tres míseros ochavos que
-pierde en la partida; esto es, en fin, lo que no toman en consideración
-los hombres de «mucha correa» que le acosan en vez de ayudarle, no
-á ganar, que absurdo fuera entre contrarios, sino á vencer á los
-conjurados, con un poco de tolerancia y de afabilidad. ¡Valiente hazaña
-consuman los que de nada se quejan porque nada les duele! En cambio,
-quien tiene por naturaleza un manojo de cuerdas sonoras, ¿qué mucho
-que, cuando se le hiere, vibre alguna de ellas! Lo asombroso fuera
-lo contrario. Luego no se ha de buscar en él sólo el remedio contra
-ciertas desafinaciones de su temperamento, sino también en la prudencia
-de quienes se le acerquen y le traten.
-
---No me parece del todo mal esta teoría--dijo don Pedro,--aunque
-algunos reparos se me ocurren en favor de las gentes cachazudas que
-juegan para divertirse y no para ejercitarse en la faena espinosa de
-conjurar las demasías de un compañero atrabiliario; pero ¿á qué viene
-toda esa cuestión aquí?
-
---¡Pues me gusta la pregunta!--repuso don Juan de Prezanes.--¿He sido
-yo, por ventura, quien la ha traído?... ¿Ó piensas que me mamo el
-dedo... que no penetro lo que _se me quiere decir_?
-
---Por el amor de Dios, Juan, ¡no empecemos!
-
---¿Lo ve usted!... Ya voy yo á pagar los vidrios rotos.
-
---¡Te digo que no!
-
---¡Te digo que sí!
-
-En este punto el altercado, entró Ana en la sala.
-
---Tiene razón mi padre--dijo muy formal y resuelta:--parece que se
-complace todo el mundo en llevarle la contraria. No es él quien ha
-sacado á relucir esa endiablada cuestión.
-
---Sí, hija mía, sí--añadió don Juan con nerviosa ironía:--sí he sido
-yo, el insufrible, el energúmeno de tu padre. Aquí todos son buenos,
-mansos é inofensivos... Ya lo ves: hasta tu madrina calla como una
-muerta, señal de que también ella me quiere endosar el mochuelo... Y es
-natural, ¡como yo tengo la culpa!... De todo, ¡de todo lo malo la tengo
-yo, hija mía! Aquí no oirás otra cosa.
-
---Pero ¿qué quieres que haga yo, Juan--dijo doña Teresa muy
-apenada,--si en cuanto comenzáis á hablar de eso ya me tiemblan las
-carnes! Lo que de buena gana haría, si pudiera, es poneros una mordaza
-algunas veces, como ahora.
-
---Con dar la razón al que la tiene, no se agravia á nadie y se evita
-que las cuestiones se caldeen,--observó don Juan de Prezanes.
-
---Pues figúrate que fué Pedro quien sacó la conversación...
-
---Yo no me he acordado de semejante cosa, ¡caramba!--saltó con presteza
-el aludido.
-
---Pues ni fué usted ni fué mi padre--dijo Ana.--Sépase de una vez la
-verdad: quien la sacó fué Pablo.
-
---¡Si no he desplegado los labios hace media hora!--respondió el mozo
-desde un rincón de la sala.
-
---Pues sería yo... ó el diablo, que es lo más seguro--añadió Ana,
-incomodada de veras.--¡Vea usted qué delito tan grave para que tanto
-nos empeñemos en sacudirnos de él! Tengan todos un poco de tolerancia,
-y verán cómo no pasan de lo justo las porfías.
-
---Por ese lado iban precisamente mis quejas,--exclamó don Juan.
-
---Pues se quejaba usted con muchísima razón,--repuso su hija.
-
---Lo cierto es--dijo Pablo, tal vez respondiendo más á sus recónditos
-pensamientos que á las palabras que oía,--que no bien comienza á
-sonreirle á uno un poco el corazón, ya tiene el nublado encima.
-
---Pues por esta vez al menos--contestó Ana,--no han de faltarte brisas
-que le esparzan... y le esparcerán... Ea, ¡ya le esparcieron!
-
-Y como al decir esto se iluminara repentinamente la sala con los rayos
-de la luna, que reaparecía sin estorbos enfrente de las puertas del
-balcón, añadió con suma gracia, señalando al astro refulgente de la
-noche, mientras fijaba sus ojos picarescos en su padrino:
-
---¿Quién es el guapo que se atreve á desmentirme?
-
-Celebró don Pedro con recias carcajadas la felicísima coincidencia,
-y aplaudiéronla los demás, excepto don Juan de Prezanes, que tuvo
-que morderse los labios porque no le _desautorizara_ la risa que le
-retozaba en ellos.
-
---Y ahora--prosiguió Ana,--sepan ustedes, si es que mi padre no lo ha
-dicho, como lo temo, que este santo que hoy se celebra aquí, tiene
-octava; en virtud de lo cual el señor don Juan de Prezanes invita á
-ustedes á tomar chocolate mañana en su casa, donde espera demostrarles
-que si en rumbo y en despensa hay quien le aventaje, á nadie cede en
-cariño y buen deseo. ¿No es esto lo que usted pensaba decir, padre?
-
---Cabalmente--respondió de muy buena gana don Juan, que no había
-pensado en semejante cosa.--Sólo que con la conversación...
-
---Se le fué á usted el santo al cielo--concluyó Ana.--Eso sucede
-siempre que se habla de lo que no viene al caso. Y con esto, si ustedes
-no disponen otra cosa, nos retiramos mi padre y yo, que ya es hora.
-
-Marcháronse, en efecto, tras una cordial despedida; y con marcharse
-estos personajes, se acabó el asunto del presente capítulo.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XIII
-
-LAS ALAS DE CERA
-
-
-Cuando Pablo y Nisco iban al cierro, su paso por las mieses de la vega
-era una continua observación y un incesante comentario.
-
---¡Lo que puede la desidia!--exclamaba, por ejemplo, el primero,
-delante de un prado con matorros y mimbreras.--Tres años hace no
-más que nació el primer escajo aquí. Con la punta de la navaja pudo
-arrancarse entonces: hoy da que rozar para medio día lo que se ve, y
-en una semana no desencasta los raigones el azadón. ¡Coja usted buena
-yerba así! Ni más ni menos que el que le sigue. ¿Te acuerdas de lo que
-era ese prado cuando le compró su dueño? La palma de la mano daba tanta
-yerba como él. Mírale hoy hecho una hermosura por beneficiársele mucho
-y á tiempo. Está visto que no hay tierra mala bien administrada, ni
-buena dejada en abandono... Después (yo no sé si tú has reparado en
-ello alguna vez): tal es la finca, tal es su dueño; según ella está de
-cultivo, así anda él de calzones.
-
---Lo que yo no acabo de entender--decía Nisco un poco más adelante,--es
-por qué esta tierra, que es buena de por sí, ha de perderse por la
-charca que tiene en medio, cuando con una sangría, por la parte de
-abajo, saldría lo que daña, sin llevarse la frescura que beneficia.
-
---¿Sabes de quién es la finca?--preguntábale Pablo.
-
---¡No he de saberlo?
-
---Pues sabiéndolo, ¿de qué te admiras, hombre? Su dueño es de los
-que ciegan de buena gana porque otros no vean. Esa sangría tiene que
-hacerse en el prado que le sigue y que peca de secano. Con las aguas
-que aquí sobran, ganaba mucho el otro, y hasta los de más abajo; y este
-hombre prefiere segar espadañas, juncos y rabos de zorra en agosto, en
-vez de yerba superior, á que el vecino la obtenga mediana por la virtud
-del riego regalado... Pues ¿qué diremos de esta heredad que hoy no da
-un garrote de panojas, en maíces tísicos, cuando antes era un granero
-de punta á cabo? Aprendió una vez el testarudo de su dueño que la cal
-es buena para las tierras, y, sin averiguar otra cosa, cuanta cal
-adquiere desde entonces, á la heredad con ella. Así la está abrasando,
-el pedazo de bárbaro, con lo mismo que, mezclado en las debidas
-proporciones, le produciría buenas cosechas.
-
---¡Qué quieres tú! No saben más.
-
---Pero saben reírse de quien les dice que se equivocan, como éste
-se rió de mí cuando le dije cómo debía hacerse uso de la cal, y en
-qué clase de tierras... ¡Buena va este año la heredad grande de tu
-padre!... ¡Vaya un bosque de maíces!... ¡Y qué muestra de _faisanes_!
-
---Milagros del abono, Pablo.
-
---Poca calabaza: así me gusta. Es fruto sin substancia y roba mucho á
-la tierra.
-
---Pero _campa_ en la heredad.
-
---Eso sí: gusta ver la planta, cargada de hojas como paraguas,
-arrastrarse larga, larga, dejando enredado acá un miembro y allá el
-otro, hasta poner al sol la cabeza sobre el retoño de la linde. Pero
-decía un médico viejo, á quien yo conocí, que de todas las calabazas
-del mundo no sacaría el mejor químico un adarme de substancia; y á esto
-me atengo. Fruto que no alimenta, ¿de qué sirve en la heredad, sino de
-estorbo?
-
-Así llegaban al cierro, verdadero muestrario de cultivos; vasta
-extensión de terreno, labrado en la sierra inmediata al monte, bien
-soleado y circuído de un vallado con hondo foso, y erizado de una
-espinera blanca, recia y tupida, que en la primavera, cargada de
-flores, parecía un muro de nieve. Allí ensayaba Pablo sus atrevimientos
-de cultivador cuando estaba en el pueblo; y desde que era mozo y tan
-pronto como se acentuaron en él estas aficiones, nunca dejó de hacer
-una escapada desde la Universidad, con mucha complacencia de su padre,
-en la estación conveniente á sus propósitos; pues no era imposible,
-durante el curso universitario, acomodar las exigencias de las
-principales labores agrícolas á los días de vacaciones.
-
-Cómo volaba el tiempo para Pablo mientras estaba allí metido con Nisco
-examinando el cierro planta á planta y yerba á yerba, ponderando
-esto y lamentándose de aquello, lo uno porque respondía fielmente á
-sus imaginaciones, y lo otro porque le había producido un desengaño,
-lo comprenderá el lector sin que yo se lo explique en largas
-consideraciones, que habrían de fatigarle, y á mí también. Y ahora le
-advierto que si digo todo lo que dicho queda en el presente capítulo,
-de los entusiasmos campestres de Pablo, no es porque yo me imagine que
-le sientan bien á un mozo de su edad estas formalidades precoces, pues
-bien sabe Dios que con ellas solas y sin las muchachadas por que le
-reprendió su padrino, y la sencillez y noble despreocupación de que nos
-ha dado muestras, más apto le juzgara para zagal de un idilio cursi,
-que para personaje de una novela realista; dígolo para que, teniéndolo
-en cuenta el que leyere, dé toda la significación que le corresponde
-á la actitud en que, al día siguiente de haber refrescado la familia
-de don Pedro Mortera en casa de don Juan de Prezanes, sin detrimento
-de la buena armonía, Pablo y su amigo, que no se habían visto desde la
-antevíspera, caminaban hacia el cierro del monte.
-
-Iban el uno en pos del otro, lentamente y pensativos. Pablo tronchando
-yerbas y flores con una varita que llevaba en la mano, y Nisco, con
-la chaqueta al hombro y el sombrero sobre las cejas, arrollando y
-desarrollando maquinalmente con sus índices una hoja de maíz. Pasaron
-junto á un maizal en que habían hozado puercos muy recientemente, y ni
-una palabra arrancó á los caminantes el suceso; más adelante hallaron
-á una familia _cogiendo_ una heredad, cosa que nadie pensaba hacer
-todavía en la vega, y ni siquiera se cansaron en preguntar si el maíz
-aquél se cogía por _tempraniego_ ó para secarlo en el horno... Aunque
-vieran cuervos picoteando las panojas, y maíces tronzados ó seturas
-entornadas, señales de haber entrado bestias en la mies, y tal cual
-prado todavía con el pelo de agosto, seco, podrido y ya sin jugos...
-nada, nada les ofrecía motivo para una sola pregunta, ni los sacaba de
-sus tenaces meditaciones.
-
-Databan éstas, que no eran tristes por cierto, de la misma fecha. Las
-de Pablo nacieron del consejo que le dió su padrino delante de Ana;
-las de Nisco, de su conversación con María. Desde entonces andaban los
-dos camaradas como pareja de palominos atolondrados. Pablo, como quien
-despierta de un sueño agradable y se deleita en armonizar ideas no muy
-acordes, y en grabar en la mente imágenes fugaces y confusas; Nisco,
-viendo y palpando cuadros de bulto, con luz de colores y auras de
-tomillo y malva rosa.
-
-Entraron en el cierro sin hablar palabra, y con el mismo silencio
-llegaron al punto más alto de él... y allí se sentaron _subter viridi
-fronde_, quedando ante su vista el panorama de Cumbrales y lo mejor
-de su vega. Llenóse Pablo los ojos de aquel hermoso espectáculo, y
-el pecho de aquellos aires puros y fragantes, y no dejó Nisco de dar
-pruebas de que también sabía sentir la hermosura de la naturaleza.
-Diólas primero mirando con avidez aquí y allá, á pesar de sus
-cavilaciones; y, por último, rompiendo á hablar de esta manera:
-
---Lo que se recrea el hombre con visualidades como ésta, es mucho de
-todo, Pablo.
-
-Nada respondió éste, y añadió el otro:
-
---Pues cuando uno tiene en sus adentros algo enternecida la entraña,
-por estimación á otra persona que le quita el sueño, dígote que cosa
-es que pasma cómo la ves onde quiera que pones los ojos, ni más ni
-menos que si la llevaras en ellos. Así es que resulta que esa persona,
-sin estar delante de tí en cuerpo y alma, es á modo de luz que te lo
-alumbra todo... Entiéndolo yo tal, sólo con las feguraciones de un bien
-querer... porque no cabe en lenguas ni en papeles lo que uno viera, en
-salva la ocasión presente, si en manos de uno estuviera aquello que
-apetece ó que puede apetecer, por convenirle.
-
-Calló Nisco porque se enmarañaba y perdía entre estas metafísicas, y
-acaso también porque Pablo parecía estar más atento que á escucharle, á
-contar los varazos que se daba en sus piernas estiradas sobre el campo.
-
-Tras otro rato de silencio, soltó Nisco, de repente y á quemarropa,
-esta pregunta á su amigo:
-
---¿Por qué no te casas con Ana, Pablo?
-
-Con la cual pregunta sintióse el mozo tocado en lo más profundo del
-alma; sacudió el letargo en que yacía, enrojeciósele el semblante, y
-respondió, entre contrariado y satisfecho:
-
---¡También tú, Nisco?
-
---No pensé que naide me hubiera cogido en el dicho la
-delantera--replicó éste.--Siempre entendí que eso debía de ser; vino
-á cuento ahora, y te lo dije. Por las trazas, ¿otros más que yo te han
-cantado la mesma solfa?
-
---¡Muchos!--respondió Pablo con la mayor sinceridad.
-
-Sólo á Nisco se lo había oído en el mundo; pero hacía cuarenta y ocho
-horas que se lo estaba aconsejando el corazón, y el pobre mozo pensaba
-que no le hablaban las gentes de otra cosa.
-
---Y ¿qué es lo que te para--volvió á preguntarle Nisco,--siendo cosa
-tan hacedera y conveniente?
-
---Ya trataremos de eso en tiempo y sazón,--respondió Pablo, mostrándose
-poco dispuesto á continuar hablando del mismo asunto.
-
-Pasado otro ratito de silencio, dijo Nisco tímidamente:
-
---Pues, hombre... ya que de eso no, bien pudiéramos tratar de algo que
-se le asemeja, respetive... á otra persona. ¿Paécete, Pablo?
-
---Tú dirás,--respondió éste con escaso interés.
-
-Se le bajó el color á Nisco entonces; empañósele la voz un tantico,
-señales de que iba á acometer arriesgada empresa, y habló así:
-
---Amigo eres mío, ú no le tengo en el mundo; un sentir me enternece
-de un tiempo acá, y contigo le quiero tratar como corresponde. Si,
-llegado el caso, el sentir te ofendiere, cuenta que no te le dije, y
-perdona... pero considera que si de él te hablo ahora, es porque ya no
-me cabe en la entraña.
-
-Con este exordio se despertó un poquillo la curiosidad de Pablo. Miró
-éste á su amigo, y díjole para animarle:
-
---Veamos qué es ello, señor enamorado.
-
---Bien sabes tú--prosiguió Nisco,--que hay un decir que dice que la
-primera vez que se quiere es cuando se quiere de veras... Pues yo te
-puedo asegurar que ese decir es una mentira muy gorda. Quise yo á...
-esa probe muchacha que está loca por mí, y antojóseme que aquello y
-no más era lo que había que ver en el mundo. Paecíanme de mieles sus
-palabras, soles sus ojos, el mesmo cielo su cara, y su cuerpo, estampa
-de la gracia andando; pero, hablando con verdá, aunque todo esto me
-paecía, ni me quebrantaba el apetito ni me quitaba el dormir... como
-ahora me pasa con esto otro, Pablo; que tal es, que no puedo con ello.
-Yo nunca tuve este desgano que me añuda el pasapán; ni este temblor de
-allá dentro, que me engurruña y apoca; ni este acabarme en sospiros día
-y noche; ni esta congoja del arca, como tengo de antayer acá, sin hora
-de sosiego.
-
---¿Desde anteayer lo tienes, Nisco?--preguntóle su amigo.
-
---¡Desde antayer, Pablo; desde antayer lo tengo!
-
---¡Malos vientos corrieron ese día!--dijo Pablo sonriendo.
-
---¡Ni aunque hechizos los trajeran!--respondió Nisco sin penetrar la
-intención de su amigo.--Desde entonces es cuando ni el sueño me busca,
-ni el pan me sabe, ni el trabajo me _rejunde_[2]... Tal me pasa, Pablo;
-tal te cuento, y el por qué sabrás también, si no te ofende.
-
- [2] Me luce.
-
---Vamos por partes--dijo Pablo, conteniendo á su amigo que iba
-animándose por instantes.--Supongo que esa mujer que tales impresiones
-te causa, valdrá más que Catalina.
-
---¡Qué tiene que ver!...
-
---Será más guapa...
-
---¡Qué tiene que ver!...
-
---Más rica...
-
---¡Qué tiene que ver!
-
---Vamos, una medio señora.
-
---Medio ¿eh?... ¡Tan señora como la que más!
-
---Y ¿quiérete como tú la quieres?
-
---Eso es lo que yo no sé á punto fijo, Pablo.
-
---Pero ¿lo sospechas?
-
---Barruntos y feguraciones tengo, que bien pudieran engañarme. Por eso
-quiero hablar contigo y oir tu paecer.
-
---Pues voy á dártele en seguida.
-
---¡Si no te he relatado el caso!
-
---No lo necesito... ni lo deseo,--dijo el mozo, muy formal.
-
-Si receló algo que no le hizo gracia, jamás se supo; pero es averiguado
-que habló al hijo de Juanguirle de este modo:
-
---Nunca te pregunté, Nisco, por qué dejaste á Catalina; pues nunca me
-hablaste de ese asunto, y á mí no me gusta meterme donde no me llaman.
-Ahora me llamas, y te lo pregunto. ¿Por qué la dejaste?
-
---Porque me gustó _la otra_ más que ella,--respondió Nisco sin titubear.
-
---Pues eso es una mala partida, y, además, un mal negocio para tí. Así
-lo entiendo y así te lo digo. Tú, con tu chaqueta, tus rizos y tus
-labranzas, con el hacha en la mano ó bailando en el corro en mangas de
-camisa, eres un mozo como no hay otro en estos lugares; pero échate
-encima de repente una levita y arrímate á una señora, y hasta los
-muchachos te correrán; porque todo esto que has aprendido y antes no
-sabías, si te levanta mucho sobre los de tu condición, te deja todavía
-á cien leguas de lo que pretendes. Doy por hecho que una dama como
-la que sueñas te elevara á su altura de la noche á la mañana, porque
-hay gustos para todo: ¿qué ibas ganando en ello, valiendo, donde te
-ponían, mucho menos que tu mujer? Y yo creo, Nisco, que el matrimonio
-en que el marido no sabe guardar su puesto, es mal matrimonio; y el
-puesto se guarda valiendo el marido más que la mujer, es decir, siendo
-rey y señor de su casa, no sólo por más fuerte, sino por más entendido
-en cuanto les rodee en la esfera que ocupen ambos. Cuanto más tenga la
-una que aprender del otro, más se ufanará con él y más alta se pondrá
-en la consideración de las gentes. Pues dame el caso á la inversa, y
-verás á los dos en la picota de la zumba; porque esa es la ley... y
-así debe de ser. Y si esto sucede aun siendo la mujer y el marido de
-una misma alcurnia y de idéntica educación, ¿qué no sucederá cuando,
-además de ignorante, él es tosco destripaterrones, y ella una dama
-culta y discreta? Y ¿cómo la mujer que comienza por avergonzarse en
-público de las groserías de su marido, no ha de concluir por perderle
-la estimación, y hasta por aborrecerle en secreto? Pues á todo esto
-se expone, á mi entender, quien intenta lo que tú, de golpe y porrazo
-y sin limpiarse antes las costras del oficio, rodando mucho por el
-mundo y calándose los hábitos de señor por sus pasos contados. Éste es,
-Nisco, mi parecer.
-
-Con las alas del corazón lacias y caídas le recibió el presuntuoso hijo
-del alcalde, que mayores alientos aguardaba de su amigo. ¡Y esa que
-Pablo sólo conocía hasta entonces el pecado! ¡Qué no se le ocurriera si
-también le fuera conocido el nombre de la pecadora!
-
-Guardóle Nisco en lo más recóndito de su memoria, y callóse como un
-muerto.
-
-No por verle mudo y abatido se ablandó Pablo, que era la misma
-sinceridad. Antes bien, tomó el punto donde le había dejado, y añadióle
-estas palabras:
-
---Por supuesto, que tú no estás enamorado.
-
---¡Que no?--exclamó Nisco casi haciendo pucheros.
-
---No--insistió Pablo.--El amor necesita algo en qué fundarse, y aquí
-no hay más base que el viento de tu cabeza. Eres presumido; eres
-ambicioso; antojósete que venían las cosas por el camino de tus
-deseos... y eso es lo que hoy te atolondra: la hinchazón de tu vanidad,
-por una ganga entre cejas. Ni más ni menos. ¡Y por esa majadería, que
-no pasa de un sueño tonto, dejas á Catalina!
-
---¡Dale con esa... miseria!--gruñó Nisco despechado y nervioso.
-
-Cargóse Pablo de veras, y le enderezó estas razones:
-
---¡Miseria Catalina!... ¡la mejor moza del pueblo! ¡tan rica como tú!
-¡honrada como la que más!... ¿En qué la aventajas, meleno? ¿Dónde
-habría matrimonio más igual ni más lucido? ¿Dónde te vieras tú más
-honrado, más en tu puesto, más rey y señor de tu casa, que siendo
-marido de Catalina, que se miraría en tus ojos y te adivinaría los
-pensamientos? Y ¿qué otra cosa necesitas tú, con la cuna en que
-naciste, la educación que tienes y el oficio que traes, para no
-envidiar ni al rey en su trono?... Yo no sé adular, Nisco.
-
---¡Bien se te conoce, paño!--respondió éste, de muy mal humor.
-
---Tú lo has querido.
-
---Es verdá; pero no lo conté tan amargo.
-
---Por tu bien lo dije como á mí me sabe.
-
---Se agradece el deseo, Pablo; pero... cada uno es cada uno... y yo me
-entiendo.
-
---Pues buen provecho te haga lo que te espera, si oyes más á tu vanidad
-que á mis consejos.
-
-Y con esto se acabó la conversación. Levantóse Pablo, imitóle Nisco; y
-ambos, después de dar una vuelta maquinal por el cierro, sin hablarse
-palabra, volviéronse á Cumbrales, mudos también: pensativo, pero no
-triste, el uno; acongojado, lacio y gemebundo el otro.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XIV
-
-POR LO FINO
-
-
-Pablo contaba uno á uno los días que iban corriendo sin que
-desapareciera la extraña impresión que le había causado aquella palabra
-prosáica y vulgar, dicha por su padrino delante de Ana, y observaba,
-con asombro, que cuanto más tiempo corría, más honda se le grababa
-dentro de su corazón. Arrastrábanle fuerzas invencibles y desconocidas
-hacia el objeto de sus nuevas ansias; y, al hallarse á su lado, antes
-crecía que se calmaba la singular anhelación de su espíritu. Porque Ana
-no era entonces la traviesa y desengañada amiga de otras veces, que le
-entretenía, sin cautivarle, con donaires y zumbas en casto y fraternal
-abandono. Parecía haber perdido el atrevimiento, ó, cuando menos, la
-confianza; y á menudo encomendaba á sus ojos tímidos empresas que
-debían acometer los labios. Estas miradas, al hallarse en el camino
-con las de Pablo, producían choques magnéticos, que repercutían en el
-corazón del sencillo mozo y se revelaban en Ana enrojeciendo sus tersas
-mejillas, y aquel color era para Pablo algo como fuego en que iba
-fundiéndose poco á poco el hielo de sus pasadas frialdades.
-
-Cuando transcurrió una semana y vió el hijo de don Pedro Mortera
-que estos fenómenos continuaban en progresión creciente, declaró de
-gravedad el caso. El cual tenía para él dos aspectos muy distintos:
-risueño el uno, y desagradable el otro. Risueño, porque, desde la
-altura á que se había elevado su espíritu, descubría espacios y
-horizontes que jamás había contemplado con los ojos del sentimiento.
-Encantábale el espectáculo por nuevo y por bello, y de aquel mundo
-quería hacer, y hacía desde luégo, la patria y el paraíso de su alma.
-Pero este mismo arrobamiento, tan dulce y sabroso, le alejaba del mundo
-de la realidad y de sus viejas tendencias y aficiones; de activo,
-fuerte y despreocupado, transformábale en muelle, débil y caviloso;
-extrañábanle las personas de su trato, y él mismo se consideraba
-desarraigado y sin apego dentro del hogar y en el seno de la familia.
-Éste era el aspecto desagradable del caso.
-
-Pero el mozo se arreglaba mal con las situaciones complejas y con los
-caminos enmarañados; quería, aunque fuera escabroso, suelo firme y
-luz para caminar; considerábase á obscuras y en una senda erizada de
-obstáculos inextricables; no podía retroceder, porque la vehemencia
-misma de sus deseos le había cortado la retirada, y entróse por
-derecho, resuelto á llegar pronto á donde se viera claro y se pisara en
-firme.
-
-Buscó á Ana, y la dijo en cuanto estuvo á su lado y sin testigos:
-
---¿Qué es esto que me sucede desde el día en que tu padre, delante de
-tí, me aconsejó que me casara?
-
-Siempre sobresaltan á las jóvenes preguntas de esta clase, aunque
-las esperen; y Ana, con ser tan animosa y resuelta de ordinario, no
-solamente se sobresaltó al oir la de su amigo, sino que se vió en
-grandes apuros para contestar, entre latidos del corazón y desmayos del
-espíritu, estas pocas palabras:
-
---Pues ¿qué te sucede, Pablo?
-
-Verdad es que, aunque sabía muy bien de qué se trataba, no debía
-responder mucho más que esto.
-
---Sucédeme--añadió Pablo,--que desde aquel instante parece que me he
-transformado de pies á cabeza; que no soy lo que antes era; que miro
-y veo de otro modo, y siento en otra forma... en fin, Ana, que me
-desconozco. ¿Qué pasó allí?... Yo recuerdo que te miré, y jurara que
-lo hice sólo por curiosidad; que tú me miraste también, y que las
-dos miradas se encontraron; que tus ojos, que nunca fueron cobardes,
-huyeron entonces, y huyendo siguen, de los míos; que de aquel choque
-repentino resultó algo, á modo de luz, con la que yo ví acá dentro,
-en lo más hondo y obscuro de mí mismo, cosas que jamás había visto ni
-pensado, y sentí lo que nunca había sentido. Al propio tiempo, aquella
-luz, y tú, y mis ojos, y los tuyos, y mi corazón, y mis pensamientos...
-y el aire que nos rodeaba, y el cielo que se distinguía... todo era una
-misma cosa; cosa que yo no podía explicar, porque era más de sentirse
-con el alma que de verse con el entendimiento. Apartéme de tí, y el
-encanto no se deshizo; pero noté que viéndote como eres, pintada en
-mi memoria, daba el mayor regalo á mis deseos. Desde entonces acá, en
-cuanto miran mis ojos sólo á tí ven; y si el campo y el aire y el sol
-me recrean, es porque todo lo contemplo con el ansia que siento, sin
-cesar de sentirla, de verte y de oirte. Esto no me pasaba á mí antes:
-yo te conocía y te trataba, como te conozco y te trato ahora, y tú eras
-la misma que eres. ¿En qué consiste esta mudanza?
-
-Se deja comprender que Ana oyó toda esta parrafada, ruborosa y un
-tanto conmovida, y que, llegado el caso de responder á la ociosa
-pregunta final, lo hizo del modo más sencillo, natural y elocuente:
-clavando los ojos tímidos en Pablo y callándose la boca.
-
---¿No lo sabes?--añadió el impetuoso y sencillote galán.--Pues lo mismo
-que ahora, me miraste aquel día, y la misma luz había en tu mirada.
-¿Sientes, al mirarme, lo que siento yo, Ana?... ¿Ó es que tus ojos
-queman, sin abrasarte?
-
-Sonrióse la joven y preguntó á su vez:
-
---¿Nunca habías pensado en mí hasta ahora, Pablo?
-
---Sí que he pensado, Ana; pero sin ser esclavo de esos pensamientos.
-Cavilando hoy en lo que he sido, en fuerza de asombrarme de lo que soy,
-acuérdome de que, en mis ausencias, era tu pensamiento el que más me
-asaltaba en ciertos actos de la vida: por ejemplo, si me ponderaban
-una mujer por aguda ó por hermosa, contigo la comparaba para calcular
-lo mucho que le faltaba para valer lo que decían; si algo me robaba
-la atención por nuevo ó por divertido, lamentábame de que tú no lo
-vieras también; si un trapo de moda caía con gracia en el cuerpo de una
-elegante de fama, pensaba yo lo mucho más que luciría en el tuyo... y
-así por este orden. Pero después se borraba el recuerdo con otros bien
-distintos. En fin, que, sin dejar de quererte mucho, pensaba yo que te
-quería... como quiero á mi hermana, supongamos. ¡Pero esto otro es muy
-distinto!
-
---Y si estuviera en tu mano la elección--preguntóle Ana,--¿con qué te
-quedarías, Pablo? ¿con esto que hoy te asombra y desasosiega, ó con lo
-que ayer sentías, muy tranquilo?
-
---¿Quién deseará cegar, Ana?
-
---¡Y dices eso y lo sientes, y no sabes lo que es?
-
---Sí: lo sé, Ana, lo sé... es decir, sé cómo lo llaman las gentes en el
-mundo: lo que ignoro es por qué lo siento ahora y no lo sentía antes;
-por qué bastó una palabra casual para que del encuentro de dos miradas
-que tantas veces se habían encontrado sin conmoverse, se produjera en
-mí cambio tan raro y pronto.
-
---¡Y eso te asombra, Pablo?
-
---¡No ha de asombrarme?
-
---Oye un ejemplo. Sobre un hogar frío hay un montón de ceniza: pasas
-delante de él una y cien veces, y nada ves allí que la atención te
-llame. De pronto, hace la casualidad que las cenizas se remuevan, y
-aparece el fuego que ocultaban... ¿Lo entiendes?
-
---¿Luego tú crees que yo llevaba conmigo el fuego, y que la palabra de
-tu padre aventó las cenizas que le cubrían?
-
---Eso mismo.
-
---Pero el que brilló después en tus ojos, ¿dónde estuvo primero?
-
---¡Qué más te da, si le había?
-
---Pero no te sorprende el hallazgo.
-
---Porque tenía que suceder... porque le esperaba.
-
---Y ¿por qué le esperabas?
-
---Porque... porque Dios es justo y bueno.
-
---Mira--dijo aquí el mozo, echando el resto,--hablemos ya para
-entendernos de una vez: esto que yo siento, es amor, no tiene duda; y
-empiezo á comprender que es verdad lo que de él cuentan los enamorados:
-bien correspondido, da la vida; pero también es puñal que mata si no
-halla esa correspondencia... ¿Siéntesla tú en el pecho, Ana?
-
-Cruda fué la pregunta, y harto excusada, por cierto; pero ya se habrá
-notado que á Pablo le gustaba mucho que le pusieran los puntos sobre
-las _ii_, y Ana no tuvo otro remedio que responder clara, precisa y
-terminantemente, según el sentir de su corazón; sentir tan viejo en
-ella, por las trazas, como las ya fenecidas indiferencias de Pablo; con
-lo que éste se encalabrinó hasta el punto de que quiso hacer público el
-suceso y llevar las tramitaciones por la posta.
-
---No tanto, Pablo--díjole Ana entre chanzas y veras,--que no por andar
-de prisa se llega primero. Nadie nos corre ahora; y no te vendrá mal
-un noviciado, aunque sea breve. No siempre se logra el fuego de que
-antes hablábamos: muchas veces se muere á poco de haberse descubierto.
-Cuida mucho el tuyo; y cuando estemos seguros de que no ha de apagarse,
-yo te avisaré. Reparte el tiempo entre ese cuidado y tus quehaceres y
-diversiones, _lícitas_, se entiende; mucho juicio... y apártate allá
-ahora y haz que te paseas, que llega tu padrino.
-
-Desde aquel día ya supo á qué atenerse Pablo; penetró en los laberintos
-que le obstruían la senda, y halló la luz que echaba de menos; y sin
-descender con la fantasía del Olimpo á que le habían elevado sus
-nuevas impresiones, volvió á ser en Cumbrales el amigo de Nisco, el
-jugador de bolos, el cultivador del cierro, el amante incansable de la
-naturaleza y de las costumbres de su país... todo, menos el concurrente
-á zambras y bureos, como alguna vez lo fué, según nos dijo su padrino,
-en ocasión bien señalada para esta parejita de nuestros personajes. Es
-decir, que la pasión de Pablo dejó de ser impetuoso torrente, é iba
-transformándose en manso, rumoroso y cristalino arroyo (como dicen los
-poetas), con harto gusto y complacencia de Ana, que fundaba en el amor
-firme y arraigado de aquel noble mancebo todas las aspiraciones de su
-vida.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-XV
-
-VERDADES AMARGAS
-
-
-¡Qué distintas de las de Pablo corrían las horas para Nisco! Aquellos
-pensamientos, dulces como las mieles, altos y relucientes como el
-sol y la luna, que saboreaba y entreveía el hijo de Juanguirle, sus
-dejos tenían ya de la ruda amarga en que el desengañado amigo los
-había empapado al hundirlos en la charca terrena y prosáica de sus
-consejos sesudos. Ya no arrullaban los sueños del presumido mozo dulces
-sinfonías, ni visiones de palacios de oro, donde reinas y emperatrices
-le vestían y le calzaban, duques eran sus mayordomos, y marqueses sus
-criados. Muy de continuo sentía el cencerreo del ganado en la vecina
-cuadra, y en sus espaldas los duros bodoques del mal tundido colchón
-de su pobre lecho; realidades de la vida más poderosas ya que las
-encantadas imaginaciones de otros días bien cercanos.
-
-No se entienda por esto que daba Nisco por perdidas sus esperanzas;
-pues bien sabe Dios que aún las mimaba y las consentía, porque el
-esencial fundamento de ellas no había padecido, que él supiera,
-menoscabo alguno. Pero era indudable que en la senda de flores que
-recorría había topado con un tropiezo de mucha cuenta. Las palabras de
-Pablo fueron claras y terminantes; y esto era muy grave, no tanto por
-ser de quien eran, cuanto por estar muy puestas en razón. Así le dolían
-á él en lo más hondo de su vanidad; así las recordaba y exprimía á cada
-instante, y muy especialmente cuando se miraba al espejillo colgado
-debajo del _cuarterón_ de su ventana; como si no comprendiera entonces,
-aunque lo temiera mucho, que aquéllos sus rizos pegados á las sienes,
-el mirar blando de aquéllos sus ojos negros, aquélla su belleza toda,
-en fin, con el saber adquirido, por su voluntad, y el buen querer de
-su corazón, no eran alas bastantes para volar hasta el sol que había
-contemplado cara á cara sin deslumbrarse. Desde el suceso del cierro
-(más de ocho días), tres veces nada más había estado en casa de Pablo,
-y otras tantas se habían visto y hablado los dos en la calle; pero en
-la calle y en casa, Pablo no era el amigo íntimo y afectuoso de antes:
-hallábale Nisco frío, reservado y lacónico hasta la sequedad; y como
-ignoraba los verdaderos motivos de este cambio, achacábale á lo que más
-temía; y esta aprensión le abrumaba el espíritu, porque para ayuda de
-sus males, ¡se conjuraban contra él tantos elementos!...
-
-Saliendo la última vez de casa de Pablo, mustio y compungido, porque,
-como en las dos anteriores, halló á su amigo reservado y serio, cerrada
-la puerta de la sala y los pasadizos desiertos, topó, cerca de la
-portalada, con la Rámila que iba á entrar por ella.
-
---¡Hola, guapo mozo!--díjole la vieja, al notar que no le gustaba el
-encuentro.--No pensé que eras tú de los que temen.
-
---¡Temer yo!--respondió Nisco de mala gana.--¿Por qué había de temer
-cosa alguna?
-
---Eso es señal de que no la has hecho. Ya sabes: quien no la hace...
-
---¡Ya se ve que no la he hecho!
-
---¿Estás muy seguro de ello, Nisco?
-
---No recuerdo haberla ofendido á usté.
-
---¡Otra, bobo!... si no se habla de mí. Si de mí se hablara, igual
-fuera una de más que de menos. Me han hecho tantas, que ya no reparo.
-Pero bien pudieras habérsela hecho á otros.
-
---¡Á naide!
-
---¿Ni siquiera á Catalina, santuco de Dios?
-
---¡Dale otra más!... ¡Mire usté que es tema, puño!--dijo Nisco
-machacándose con los suyos cerrados las caderas.--Y á usté ¿qué le
-importa? y por último, usté ¿qué sabe?
-
---¿Pues no he de saberlo? ¿No ves que soy bruja, tocho?... El que me
-importe ó no, ya es distinto, y sobre esto no reñiríamos en ningún
-caso; pero te importa á tí, y, porque te importa, te voy á contar un
-cuento.
-
-Nisco no sabía á qué santo encomendarse en aquel trance, ni sobre qué
-pie echar el cuerpo para descansar mejor, en el desasosiego que le
-consumía. Para cortar por lo sano, trató de largarse; pero la vieja se
-le atravesó delante, y, á mayor abundamiento, le agarró por las solapas
-de la chaqueta y le dijo muy seria:
-
---¡Escúchame... ó te muerdo!
-
-Tembló Nisco al oir aquella amenaza en tal boca, y respondió,
-resignándose á la fuerza:
-
---¡Pero acabe pronto!
-
---En dos palabras te despacho--dijo sonriéndose la vieja; y añadió en
-seguida:--Amigo de Dios, éste era un mozo soltero, con pocos bienes de
-fortuna, pero amañado y trabajador que pasmaba. Pasábase lo más del día
-en el monte cortando varas de avellano para hacer en su casa zonchos
-y adrales, que vendía en ferias y mercados; trabajaba además un poco
-de tierra prestada, y tenía una vacuca en aparcería. Así iba tirando
-el hombre de Dios, con los calzones remendados y no muy llena la
-barriga, pero en buena salud y muy contento, porque no había conocido
-cosa mejor. Pues, señor, que estando un día en el monte y en lo más
-espeso de él, porque en lo más espeso se jallan siempre los buenos
-avellanos, corta esta vara y corta la otra, cátate que oye tocar el
-_bígaru_[3] ajunto á sí mesmo, y de un modo que gloria de Dios daba el
-oirle. Y oyendo tocar el bígaru tan cerca, y no viendo por allí pastor
-que pudiera hacerlo, fuése detrás del son; y yéndose detrás del son,
-apartaba las malezas; y apartando y apartando, llegó á un campuco muy
-majo, donde vió el bígaru solo arrimado á una topera grande y sonando
-sin parar. Pues, señor, qué será, qué no será, acercóse á la topera,
-y vió que en el borde mesmo de ella y con las patucas metías en el
-ujero, estaba sentao un enanuco, menor que este puño cerrao, y que este
-enanuco era el que tocaba el bígaru. Viendo el enanuco al mozo, deja de
-tocar y dícele:--«¿Qué hay, buen amigo?--Pues aquí vengo,» respondió el
-otro, «por saber quién tocaba tan finamente; pero si es que estorbo, me
-volveré por donde vine.» Á lo que volvió á decirle el enanuco:--«¡Qué
-estorbar ni qué ocho cuartos, hombre!... sépaste que para que tú
-vinieras he tocado yo.» Pues, amigo de Dios, que en éstas y otras,
-métense en conversación el enanuco y el mozo, y cuéntale el mozo al
-enanuco todos los trabajos de su vida. Y contándole todos los trabajos
-de su vida, dícele el enanuco al mozo:--«Pues, amigo, de todo eso era
-yo sabedor y noticioso; y porque lo era, te llamé para preguntarte
-qué deseas en premio de tu hombría de bien.» Á lo que respondió el
-mozo:--«Con que fuera mío lo que á renta y en aparcería llevo, y dos
-tantos más para vivir sin esta fatiga del monte, que es la que me
-quebranta, creyérame el más rico del lugar y no envidiara al rey de las
-Indias.--Pues tendrás lo que deseas, si eso te basta,» dijo el enanuco.
-Y volvió á responder el mozo:--«Me basta, y hasta me sobra, si bien se
-mira, lo que hasta hoy he tenido y el mal uso que haría de cosa mejor,
-por desconocerla.» Con que, amigo de Dios, cátate que le dice en esto
-el enanuco:--«Coge de esta tierra que ves junto á mí, y échatela en el
-pañuelo.» Asombróse el mozo, porque pensó que el enanuco se burlaba de
-él, y tornó á decirle el enanuco:--«Cógelo, hombre, sin recelo, que de
-ello tengo yo llenos los mis palacios, á los que se va por este ujero
-en que estoy.» Por si era ó por si no era, el hombre sacó del seno el
-moquero, y echó en él una buena _mozá_ de aquella tierra, y añudó
-luégo los picos. Y díjole entonces el enanuco:--«Ahora, vete á casa, y
-cuando te acuestes, pon debajo de la almohada esa tierra, según está
-en el pañuelo. Al despertarte mañana, verás si te he engañado.» Pues,
-señor, que lo hizo como se lo mandaron; y ¡quién te dice á tí que, al
-despertar al otro día con el sol, abre el pañuelo, y ve que la tierra
-se ha convertido en ochentines y onzas de oro!... ¡más de mil había
-entre unos y otras! Como que el pobre zonchero pensó enloquecer de
-alegría. Pues, señor, que, entrando en su quicio poco á poco el mozo,
-empezó á echar sus cuentas: tantos carros de tierra así; tantos asao;
-tantas reses de esta clase; tantas de la otra; el carro de tal modo;
-la casa de cuál otro... Y cátale en poco tiempo con unas labranzas
-de lo mejor y unos ganados que tenían que ver; bien comido y bien
-trajeado, y con buenas onzas sobrantes al pico del arca; motivao á lo
-que las mejores mozas le persiguieron, echándole memoriales con los
-ojos. Y bien lo merecía, que, no por ser buen mozo y rico, dejaba de
-ser trabajador y honrado, como cuando era pobre. Pero, amigo de Dios,
-cátate que un día se le antoja ver un poco de mundo, cosa que jamás
-había visto, y plántase en la ciudad, de golpe y porrazo. ¡Él que allí
-se ve entre tanta gala y señorío!... ¡Madre de Dios!... ¡Aquéllas
-sí que eran mozas, con sus vestidos de seda y sus abanicos y sus
-lazos de crespón y sus caras de rosa de mayo! ¡Aquéllos sí que eran
-mozos, con sus casacas de paño fino, sus borlajes de oro y sus botas
-relucientes! ¡Y qué vida la suya! Éste á caballo, aquél en coche; el
-otro de brazalete con la señora; paseo abajo, paseo arriba; comedia
-aquí, valseo allá; buena mesa, muchos sirvientes y gran palacio...
-vamos, que vivir así y vivir en la gloria, pata. De modo y manera, que
-volvió el mozo á su pueblo pensando ser la criatura más desgraciada
-del mundo. Volviendo así á su pueblo, cogió _duda_ á la borona, dió en
-aborrecer el trabajo, y los días enteros se pasaba pensando en aquello
-que había visto y en ser un caballero de los más regalones; y pensando
-de esta manera, quería una dama por mujer, y no había que mentarle
-las mozas de su lugar, que todas le parecían poco para un personaje
-como él. Pues, amigo de Dios, que abandonó las labranzas por entero,
-y tuvo que comer de lo agorrao, mientras le andaba cierta idea en el
-majín, que no se atrevía á poner por obra; pero cátate que no tuvo otro
-remedio que ponerla, porque lo agorrao iba á acabarse, y él no estaba
-por volver á trabajar las tierras que tenía en abandono. Un día unció
-los bueyes al carro, puso en él media docena de sacos vacíos, y arreó
-hacia el monte; y arreando hacia el monte, llegó al sitio que buscaba;
-y llegando á aquel sitio, oyó sonar el caracol del enanuco; y oyéndole
-sonar, se acerca al enanuco y le dice:--«Hola, buen amigo: pues yo
-venía á darle á usté las gracias por el favor que me hizo tiempo atrás,
-y á pedirle otro nuevo, si no ofende.--¡Qué ha de ofender, hombre!»
-respondió el enanuco. «En siendo cosa que yo pueda, pide con libertad.»
-Alegrósele el corazón al mozo, y tornó á decir al enanuco:--«Pues yo
-deseara llenar estos sacos que traigo aquí, de la misma tierra que
-usté me dió la otra vez.--Todo este campo es de ella,» respondió el
-enanuco; «con que así, cava donde quieras y llénalos á tu gusto. No te
-olvides de ponerlos esta noche cerca de la cama para abrirlos en cuanto
-despiertes al amanecer.» Y con esto, metióse el enanuco por el ujero á
-los sus palacios; con lo cual quedóse solo el mozo; y cava, cava, en
-un periquete llenó de tierra los sacos, y se volvió á casa con ellos
-más contento que unas pascuas. Llegó la noche, acostóse, durmió poco
-con la brega que traía en el majín, y al amanecer ya estaba el mozo más
-listo que las liebres; y estando más listo que las liebres, pensaba en
-abrir un pozo muy hondo para guardar tantas onzas como iban á salir de
-aquellos sacos; y pensando en esto, los abrió; y abriéndolos... ¡hijo
-de mi alma!... no encontró en ellos más que la tierra que había cavao
-en el monte. Quedóse en la agonía el pobre hombre; y quedándose así,
-llegó á consolarse cavilando que, mirando bien las cosas, con lo que
-ya tenía de antes le bastaba; y cavilando esto, fué al cajón donde
-guardaba las pocas monedas sobrantes... ¡y tierra eran también como
-la de los sacos!... ¡y tierra los papeles de sus compras! Fué á la
-cuadra... ¡y montones de tierra los bueyes!... ¡y montones de tierra el
-ganado que pagó con el dinero del enanuco! No quedaba allí otra bestia
-que la vaca en aparcería. Reparó entonces en la casa, y vió que era
-la misma en que él vivía cuando era pobre zonchero: á la puerta había
-un coloño de varas y unos adrales á medio hacer. Gimió y golpeóse, el
-venturao; y al monte fué á contar su desgracia al enanuco; pero el
-enanuco le dijo:--«Eso que te pasa, no puedo remediarlo yo: quien por
-mi mano te dió la riqueza que has menospreciado, te dice ahora por
-mis labios que la miseria en que vuelves á verte es el castigo que da
-Dios á los cubiciosos que quieren pasar de un salto, y sin merecerlo,
-de zoncheros bien acomodados, á caballeros poderosos.» Y colorín
-colorao... ¿Qué te paece del cuento, Nisco?
-
- [3] Caracol marino.
-
---Pues no me paece cosa mayor--respondió Nisco, que había estado
-escuchándole con la boca abierta.--Pero, valga ó no valga, ¿por qué me
-le cuenta usté aquí?
-
---Cuéntotelo aquí, porque, como dijo el otro, aquí te cojo y aquí
-te mato; y cuéntotele también, por si conociste tú al zonchero, ú á
-persona que se le ameje siquiera en los humos de la chimenea.
-
---¡Yo no conozco ni he conocido á naide de esas señas!
-
---Pues yo sí, Nisco. Yo conozco á uno, amejao al zonchero en las
-infladuras de la vanidá; un mozo que, por tener de todo, tuvo una novia
-como unas perlas, que por él se moría y por él se muere.
-
---¡Bah, bah!--dijo aquí Nisco clavándose en la alusión de la
-vieja.--¡No me venga con coplas!
-
---No son coplas éstas--replicó la Rámila impertérrita:--son verdades
-como puños, que te importan más que á mí. Hace ya mucho que andas
-caminando hacia el monte con los sacos vacíos en el carro; y te salgo
-al encuentro para decirte que te vuelvas, porque sé lo que te aguarda
-si los llenas como el zonchero. Aquellos tesoros no son para tí,
-probe tonto, que guardados están para quien mejor los merece. Buenos
-los tienes en tu casa; vuélvete á cuidarlos, que tierra será para tí
-el mejor de todos ellos, si la cubicia llega á descubrírsete como al
-otro. Yo sé que hoy te quiere Catalina más que antes te quiso; pero
-también sé que no te querrá así el día en que tú seas la rechifla de
-Cumbrales. Y ahora vete con Dios y perdona el poste; pero no olvides el
-cuento de _El zonchero cubicioso_, que has de agradecérmelo.
-
-Con lo que la Rámila se entró en la corralada de don Pedro Mortera, y
-Nisco tomó el camino de su casa, mustio y contrariado... y voy á lo
-que decíamos de los elementos conjurados contra los planes de este
-mozo: no bien abocó al estragal, encaróse con él Juanguirle, que iba á
-salir á _picar_ leña en la accesoria, y le echó un trepe que ardía. En
-conclusión le dijo:
-
---¡Por vida del chápiro verde, que no sé qué te hiciera para quitarte
-ese hipo de monja en viernes!... Pues mira que si con guantadas se
-curara, ya tenías un par de ellas encima. ¡Dígote con los hombres
-de ahora, voto á briosbaco y balillo! Si tienes un pesar, dile ó
-revienta... Si son chapucerías de desjuiciado, acuérdate de que eres
-hijo de un hombre de bien. El demonio me lleve si yo sabía la menor
-cosa hasta que tu madre me lo dijo esta tarde, por haberlo aprendido
-ella en el río. Contábate, como yo, con los cinco sentidos puestos en
-la muchacha, que, en ley de verdá, vale más que tú; cuando salimos
-con que... ¡por vida del chápiro verde! resulta que no hay nada de lo
-dicho, porque el fachendoso del hijo mío hace una eternidá que volvió
-las espaldas. El porqué, tú lo sabrás: yo no le sé ni le sabe tu
-madre; y en la muchacha no consiste, que así lo juró cuando tu madre
-topó con ella al volver de lavar y la habló del caso, porque debía
-hacerlo. De nada te acusa más que de ausencia; por leal se afirma, y
-con llorar se venga. Esto la ensalza, si juró verdá, y á tí te honra
-poco, Nisco... y á mí no mucho, que tu padre soy. Si el serlo te
-encoge para hablar conmigo de esos particulares, no se los calles á
-tu madre cuando venga de la mies y te busque la lengua... porque ha
-de buscártela y con mucha razón. Lo que yo te digo es que, inocente ó
-culpado, vuelvas á tus cabales y cumplas con tu deber, que no tienes
-rentas para hacer vida de señor manido entre cristales... ¡Y en qué
-tiempo, voto al chápiro! cuando asoma la _cogedera_ y más brazos se
-necesitan en casa, y cuando me veo con una zancadilla á cada vuelta que
-doy en el Ayuntamiento. Porque has de saberte que hasta de las locuras
-de don Valentín se quiere sacar partido por la gente que allí me han
-puesto para que tu padre caiga en la trampa, ya que no quiere cerrar
-los ojos á sus fechorías... porque aquello, hablando en claridá, es
-una ladronera consentida... Pero ¡voto á briosbaco y balillo! ¡yo les
-juro que á la sombra mía no las han de urdir allí mientras tu padre sea
-alcalde!
-
-Y se fué á su quehacer el bueno de Juanguirle, de muy mal humor, cosa
-que le acontecía rarísimas veces en la vida. Pero Nisco era testarudo;
-y por más que el mundo entero pareciera empeñado en meterle por los
-ojos lo que sus ojos no querían ver, lo que tenía entre cejas allí
-había de estarse mientras no se lo arrancara _quien_ allí se lo había
-puesto.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XVI
-
-UNA DESHOJA
-
-
-Con la _secura_, que no cesaba por seguir el tiempo al Sur, las mieses
-se pusieron hechas una bendición de Dios, y en la última semana de
-octubre no quedaba una caña de alubias sin _pelar_ en las heredades,
-y las panojas, bien granadas y bien secas, iban á desprenderse ellas
-solas de los maíces, si muy pronto no las amontonaban sus dueños en el
-desván. Pero ¡con poco mimo las observaban éstos uno y otro día, para
-dejarlas expuestas á la voracidad de los cuervos, ó á los riesgos del
-temporal que podía presentarse á la hora menos pensada! ¡El fruto de
-tantas fatigas, el pan de todo el año!
-
-Aún no había espirado el mes, cuando comenzaron á invadir la vega, por
-todas sus _portillas_, carros con altos adrales; y cada familia en
-su heredad, pela aquí, pela allí; panojas al garrote y _garrotados_
-de panojas á los carros; de vez en cuando, sube que sube los adrales,
-según iban llenándose las teleras; después, los _calabazos_ encima
-de las panojas y en el _payuelo_ de la pértiga, y hala para casa, á
-campo travieso, primero, tirando los bueyes dentelladas furtivas al
-retoño ajeno; y después, por la cambera, canta que canta el eje, untado
-con tocino; y ya en el portal el carro, allá va la carga de panojas
-arrastrada con las trentes sobre los garrotes, tan pronto llenos como
-subidos al desván, al hombro del mocetón ó sobre la cabeza de su
-hermana: en una pila el maíz, y aparte los calabazos; de éstos, los
-duros y _berrugones_ á un lado, para la olla; y á otro, los blandos y
-aguachones, para los cerdos.
-
-En poco más de una semana se cogieron todas las mieses, y aún sobraron
-días para dar una pasada con el dalle á los prados viciosos, y para
-_sacudir_ muchos castaños y recoger los entreabiertos erizos, pues los
-muchachos empezaban á derribarlos del árbol á pedradas, y más de una
-_magosta_ habían hecho ya con las castañas cosechadas así.
-
-Todas estas faenas eran de ver en una casa como la de don Pedro
-Mortera, donde los frutos entraban en grandes cantidades. ¡Qué ir y
-venir de carros y de obreros! ¡Qué cantar en aquel corral los ejes,
-y vocear los carreteros, y sonar las panojas como fuelles de papel al
-deslizarse unas sobre otras en los adrales, y después como truenos
-lejanos, al caer por la rabera en el garrote; y el acompasado pisar,
-escalera arriba y abajo, de los que las llevaban al desván! ¡Y qué
-pilas se iban formando en él, clase por clase; porque el maíz de unas
-heredades era de grano redondo, y el de otras de _diente de perro_! Y
-cuando el desván se llenaba, la misma actividad y el propio ruido en el
-vasto granero de la accesoria del corral, donde ya estaba la cosecha de
-alubias oreándose.
-
-Para deshojar tanta panoja, se necesitaban muchos días y mucha gente,
-y esta tarea la inauguraba don Pedro con una _deshoja_ pública,
-digámoslo así, en el desván de la casa, por seguir una costumbre jamás
-interrumpida en ella, ni en otras muchas del lugar. De esta costumbre
-clásica de la vida campestre montañesa he hablado yo en otro libro; mas
-no ha de impedirme esta consideración, que no deja de ser atendible,
-dedicar unas cuantas pinceladas á aquella deshoja de don Pedro Mortera,
-siquiera por el enlace que tuvo con los descosidos acontecimientos de
-este insubstancial relato.
-
-No se tasaba el número ni la calidad de las personas para entrar allí;
-y en la noche de que hablo, antes de las ocho, pasaban de cincuenta,
-jóvenes las más y de buen humor, las que estaban sentadas en el suelo
-alrededor de una montaña de panojas. Para alumbrar este cuadro no
-bastaba un farol, y había hasta tres, colgados en otros tantos postes;
-y aun así no se lograba más que barrer un poco las tinieblas hacia los
-fondos interminables del desván, donde se _veían_, apretadas y negras,
-debajo de las deprimidas vertientes del tejado.
-
-Menudeaban los cantares de las mozas; respondían los mozos con sus
-baladas lentas y cadenciosas; relinchaban, entre balada y cantar,
-los que sabían hacerlo con recio pulmón y adecuado gaznate; reíase
-acá, murmurábase allá; y, en tanto, las panojas deshojadas caían en
-los garrotes como lento pedrisco; y la montaña del centro descendía,
-socavada poco á poco, mientras crecía sin cesar la cordillera de hojas
-que iba formándose por detrás de la gente; desocupábanse á menudo
-los garrotes llenos, en un espacio despejado en conveniente lugar;
-y el ruido que aquellas cascadas de panojas producían al caer sobre
-el sonoro tablado, ruido semejante al de un tren de artillería en
-calles mal empedradas, era como el _bajo_ del incesante é infernal
-desconcierto... Y cuenta, lector filarmónico, que esto del desconcierto
-lo digo acordándome de lo fino de tu oreja; que, por lo que toca á
-las de aquella rústica gente, por muy grata y sabrosa reputaban la
-baraúnda.
-
-De nuestros conocidos, veíanse en la deshoja (estilo de revistero de
-salones) á Catalina, Nisco, el Sevillano y Chiscón, Pablo entraba y
-salía á menudo, porque su padrino y Ana estaban de tertulia en la sala
-con motivo de la solemnidad de la noche, solemnidad tormentosa, pero,
-al cabo, solemnidad, en que los buenos amigos debían tomar parte para
-tener por un lado aquellas largas horas de barullo y desgobierno.
-Repito que Pablo hacía frecuentes visitas á la deshoja, porque aquella
-noche le solicitaban dos impaciencias á cual más poderosa: al lado
-de Ana, la de ver lo que pasaba en el desván; y en el desván, la de
-volverse al lado de Ana.
-
-Yo no sé si fué la malicia ó la casualidad ó el diablo quien lo
-dispuso; pero es lo cierto que Catalina y Nisco estaban sentados hombro
-con hombro, y enfrente de ellos, Chiscón y el Sevillano. Nisco, que no
-soltaba la murria que le partía, había ido á la deshoja «por ser cosa
-de Pablo,» y porque no hubiera tenido racional disculpa su ausencia de
-allí aquella noche. Entró en el desván con su amigo, disimulando el
-gusanillo que le roía; tomó puesto á la casualidad en medio del barullo
-revuelto al comenzar la deshoja, y ¡cuáles no serían su asombro y su
-despecho, viendo que cuando él posaba las asentaderas en el suelo,
-hacía otro tanto á su lado Catalina con las suyas. Cambiar de puesto,
-era escandalizar; pretender que la moza cambiara, una impertinencia
-insostenible. Resignóse y propúsose tapar con máscara risueña y
-jubilosa, la corajina que le hervía en el pecho.
-
-Al principio todo fué bien, salvo algún codazo que otro que Catalina
-le daba, lo cual era inevitable, porque los brazos de la moza eran
-argadillos, según lo que se movían, cogiendo, deshojando y despidiendo
-panojas sin cesar con las manos, y el terreno no sobraba alrededor
-de la pila; pero se fué encrespando la bulla; sonaron los primeros
-relinchos; comenzaron los cantares, y ya se podía echar un párrafo á
-media voz con un adyacente, sin ser oído de los demás.
-
-Esta ocasión aprovechó Catalina para decir á Nisco, con la cara y el
-acento de la misma sátira en persona:
-
---Vaya, que estarás, en el punto en que te hallas y pegante á esta
-probeza, como si las tablas te quemaran el detrasero... Pues ¡cómo ha
-de ser, hijo! yo no tengo la culpa.
-
-Nisco respondió, con la risa del conejo:
-
---Se está uno aquí, porque le da la gana, que estar se sabe en lugar
-más alto cuando al caso viene.
-
---Y porque no mientes ahora--replicó Catalina,--dije yo lo dicho... ¡no
-faltaba más! Basta mirarte, hijo, sin saber lo que se sabe, para ver
-que este puesto no es el tuyo. La probeza aquí, como San Pedro en Roma;
-pero la gente fina, como tú, á la sala con los señores.
-
---¡No sería la primera vez!
-
---¡Ya se ve que no!... ¡Y como que á la presente te estarán echando de
-menos! Tonto serás, Nisco, en perder la ganga por este cumplido que
-naide te agradece.
-
---¡Cada uno á su hacienda, Catalina!
-
---Vamos, que con lo grandona que va á ser la que te espera, no te
-vendrá mal un mayordomo... ¡Vaya que fué estrella la tuya, hombre!
-
---¡No escomencemos!
-
---¡El diantre tiene cara de condenao!... ¡Mira que tendrás que ver, del
-brazalete de una señora tan pudiente y tan fina, coleando la casaca por
-esas callejas!... Oiréis la misa ajunto el altar mayor... ¡Jesús y los
-santos del cielo no me falten en mis últimas!... Otra lotería como ella
-nunca cayó en Cumbrales.
-
-Amoscóse más Nisco, y respondió á esta burla:
-
---¡Te digo que no escomencemos... y que no traigas en boca á quien de
-tí no se alcuerda!...
-
---¡Ni de tí tampoco, fanfarrias!--saltó Catalina con reconcentrado
-veneno, aunque bien disfrazado con sonrisas falsas para que los
-circunstantes no le conocieran.--Como no comas otro pan que el que por
-ahí te venga, buenas tripas vas á echar hogaño. Toma surbia con solimán
-de lo fino, y maja terrones por recreo, que eso es regalo para un
-descastao y fachendoso baldragas como tú... ¿No te dije yo que cuanto
-más subieras mayor sería la costalada? Pues ya te la estás arrascando
-días acá... Aunque piensas que no miro, bien te veo con el moco lacio,
-contando los morrillos de las callejas. ¿Diéronte portazo? ¡Bien lo
-merecías! ¡Toma estudios ahora y date vientos de señorío, mondregote,
-que más arriba está quien manda, para hacer josticia seca!
-
-Nisco recibió todo este metrallazo á la oreja, sin poder contestarle á
-su gusto, porque la ira le cegaba ya y temía dejarse arrastrar de ella
-en aquel sitio. Dominóse como pudo, y remató el altercado amenazando á
-Catalina con un desaire en público, si no enfrenaba la lengua. Temió
-la moza y callóse... por entonces, porque su boca fué un alfiler para
-Nisco mientras duró la bulla en el desván.
-
-Y aconteció también que, como la una y el otro siempre que hablaban se
-sonreían, aunque de muy mala gana, Chiscón, que no los perdía de vista
-un instante, tomó al pie de la letra aquel falso regocijo; creyóle
-señal de una reconciliación, y vió, por ende, su pleito en riesgo
-grave. Así lo entendió también el Sevillano; por lo que se brindó de
-nuevo á _despachar_ el estorbo, si al de Rinconeda le convenía este
-atajo para llegar más pronto al fin de su jornada.
-
---Me dió á mí ya que cavilar--dijo Chiscón,--lo que pasó al respetive
-del sitio. Con ella vine, á mi vera estaba aquí, presentóse allá él;
-y cuando pensé que me sentaba arrimado á ella, ya la ví onde la ves
-ahora. Pues la puerta me abrió; que no, nunca me dijo... pero esto no
-lo entiendo.
-
---¡Zi no hubiera tú largao tanta zoga!...--replicóle el Sevillano.
-
---Verdá es--dijo el otro,--que por ansia de asegurarla mucho, bien
-puede haberse escapao la ocasión. Eso ha de verse luégo; que tal está
-el particular, que no deja más espera.
-
-Era Chiscón hombre poco palabrero en cosas que le llegaban á lo vivo;
-y después de decir esto, no quiso que allí se hablara más del asunto;
-pero continuó viendo y observando.
-
-Cuando cesó lo más recio de la bulla, porque los gaznates se cansaron
-de gritar, comenzaron los dichos y los relatos á entretener á la
-gente. Se apuntó algo sobre si entraría ó no entraría _el facioso_ en
-Cumbrales; pero la mitad de los oyentes no creían en la existencia de
-él, y la otra mitad daba el riesgo por fraguado en la imaginación del
-ocioso don Valentín; por la cual este asunto dió poco entretenimiento.
-Pero salió á relucir la tribulación de Tablucas, ¡y esta materia sí que
-absorbió los sesos á la gente!
-
-Por lo que allí se dijo, desde que nosotros vimos á Tablucas en
-la taberna de Resquemín, el asunto del perro no había mejorado un
-punto, si es que no andaba peor: los mismos garrotazos á la puerta
-en anocheciendo, y el propio animal en el murio en cuanto alumbraba
-la luna; la viuda asegurando que nada oía ni veía de ello á tales
-horas; la familia _embrujada_ llenando de cruces puertas y ventanas
-de día, y tiritando de miedo por la noche; algunos vecinos de la
-barriada encerrándose en casa al ponerse el sol, _por si acaso_; muchos
-otros del lugar, recelosos de todo perro desconocido, y, lo que más
-importaba, el pobre Tablucas sin hora de sosiego para trabajar la
-herencia que traía entre manos, y dar en el quid de una dificultad que
-no podía vencer en la máquina que imaginaba para pinchar _lumiacos_.
-
-Uno de la deshoja aseguró que, pasando una noche á su casa por delante
-de la de Tablucas, oyó los tamborilazos; que, mirando por una rendija
-de la portalada, creyó ver una persona que se metió corriendo en casa
-de la viuda; pero que de perro en el murio, no vió pizca. Un viejo que
-esto oyó, dijo mal de aquella mujer, y mezcló en los supuestos al hijo
-de don Valentín.
-
---¡Jos!--exclamó otro de los oyentes,--eso, ya pa con tocino, tío
-Pamplingue... Por ahí no va el agua de los tamborilazos.
-
---No vos diré que vaya--repuso el viejo.--Dicho es que vos dije por lo
-que dicen; que yo, ni entro ni salgo. Porque tamién se dijo si en cá
-de Tablucas se fisgoneaba mucho lo que pasaba en cá de la su vecina; y
-bien pudieran, á modo de escarmiento, y pa cerrar los ojos á éste y al
-otro... Pero tocante á lo del murio, ¡eso pasma de too!
-
-Sobre lo del murio, no faltó quien dijo que podría consistir (según
-parecer del señor cura) en unos cantos gordos que había á medio caer en
-el lomo del paredón; los cuales cantos, vistos desde casa de Tablucas
-y alumbrados por la luna, á poco que el miedo hiciera de por sí, bien
-pudieran parecerse á un perro muy grande. Respondióse á esto que el
-tal perro se veía á unas horas y á otras no; á lo que replicó el
-sustentante (también por boca ajena) que eso consistía en que la luna
-no siempre alumbraba por el mismo lado, y que «según era el punto de
-alumbre, así resultaba la fegura.»
-
-Se desechó este supuesto y cuantos se apuntaron allí fundados en lo
-hacedero, y acomodables á las leyes del sentido común; y cátate, pío
-lector, con éstas y con otras tales, á la pobre tía Rámila _sobre el
-tapete_. Ya para entonces había descendido la montaña de panojas lo
-suficiente para que todos los deshojadores pudieran verse las caras,
-aunque algo turbias y de lejos; y una sola conversación entretenía
-á todos los circunstantes, esforzándose mucho la voz. ¡Horrores se
-contaron allí de la bruja! Apenas hubo persona en el desván que no
-la debiera algún agravio y que no la hubiera _visto_, en tal ó cual
-forma extraña, después de cometida la fechoría; y unánime estuvo la
-gente aquélla en declarar que era punto menos que herejía el mimo con
-que se la trataba en casa de don Pedro Mortera (aquí se bajó mucho la
-voz), donde se le daba entrada franca, y tentar á Dios manosearla como
-la manoseaba la señorita María, que tanta hermosura tenía que perder.
-Hablóse después de otras brujas, y de las maldades de las brujas, y de
-todos los remedios conocidos contra todas las brujas del mundo, y se
-fué á parar, por fin y remate, á que lo de los tamborilazos á la puerta
-de Tablucas, y lo del perro del murio contiguo á su corral, era obra de
-la Rámila... porque no podía ser otra cosa.
-
-En esto, ladró el mastín de don Pedro Mortera en la garita de la
-corralada, y, casi al misma tiempo, se oyó en el desván un grito de
-espanto:
-
---¡Ayyy!
-
-Y un segundo después:
-
---¡Ahí... le tenéis! ¡Que vos come!
-
-Estos gritos los daba el Sevillano. El primero se le escapó del pecho
-porque, desde que tanto se hablaba en Cumbrales de lo del murio, le
-levantaba en vilo el inesperado latir de los perros. El segundo le dió
-para borrar el mal color del otro; y como todo se concebía en aquel
-valiente menos el miedo, celebróse la ocurrencia por los circunstantes
-(saturados de relatos y comentos de brujas en figura de canes) después
-de haberse estremecido de horror, aunque no tanto como el Sevillano
-que, del primer respingo, se alzó dos jemes sobre la greña de Chiscón,
-el cual, puesto de pie, le sacaba un palmo.
-
-No pasó de aquí el incidente, porque, deshojada la última panoja de la
-pila, y siendo á la sazón muy corrida la media noche, subieron, detrás
-de Pablo, los sirvientes de la casa con sendos garrotes repletos de
-castañas cocidas, humeando todavía, más una gran _botija_, capaz de
-seis azumbres, llena de aguardiente. Repartió Pablo las castañas con
-una caldereta, y tres veces anduvo la rueda sin un tropiezo. No así
-el que escanciaba el aguardiente, puesto que halló uno en cada moza
-soltera, sabe Dios si por aborrecerlo todas; con lo que tocó á más á
-las casadas y á los hombres, pues no quedó gota en la botija.
-
-Y vuelta entonces á los cantares, mientras comenzaba el desfile;
-cantares alusivos á todos y cada uno de los señores de la casa,
-presentes junto al arranque de la escalera del desván, pagando, aunque
-soñolientos y decaídos, con sonrisas y ademanes, pues las palabras no
-se hubieran oído, los saludos de la gente que se marchaba con estruendo
-y temblor de todo el edificio.
-
-¡Y en el corral cantares, y en la calleja relinchos y más cantares!
-
-Nisco salió solo; Catalina, con la gente de su barriada; y como en
-todas ellas se armó ruido, alborotáronse los perros que, aun sin que
-nadie los hurgue, no cierran boca en toda la noche; muchos valientes
-volvieron á pensar en lo del murio, y el Sevillano se agarró de Chiscón
-y no le soltó hasta la puerta de su casa, pues todo aquel trayecto
-hubo de necesitar, por las trazas, para convencerle de que no debía de
-acompañar en público á Catalina, después de lo visto, hasta hablar con
-ella en debida forma.
-
-Cuando el de Rinconeda tomó por la vega el camino de su lugar, solo
-y casi á tientas, porque no había luna aquella noche, aún llegaban á
-sus oídos los moribundos ecos de alguna balada, el cansado latir de
-los perros alborotados, y hasta el alegre cantar de más de un gallo
-madrugador.
-
-Chiscón entonces soltó un relincho que repitieron todos los ecos de la
-vega; y ningún otro ruido turbó ya la negra soledad de su camino, sino
-el triste, lento y remoto gemir del cárabo en el monte, y el bufar de
-una lechuza que pasó volando hacia el campanario de Cumbrales.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XVII
-
-LA DERROTA
-
-
-El domingo siguiente, después de misa, hubo en el local de la escuela,
-debajo de la sala consistorial, una _concejada_ como no se había
-visto en todo el año. Sabíase de qué se iba á tratar en el concejo
-de aquel día, y faltaron contadísimos vecinos. Don Valentín llegó
-de los primeros, apenas se oyó el tran, tran, tran de las campanas.
-Juanguirle, rodeado de sus concejales, ocupó la presidencia en el
-sitial del maestro; manifestó el objeto de la reunión, y hasta aventuró
-un discursillo encareciendo las ventajas de las _derrotas_, mientras
-las gentes, como sucedía en Cumbrales, no supieran dar á las mieses
-destino mejor, desde noviembre á marzo; invocó, en apoyo de su parecer,
-la ley de la costumbre, tan vieja allí como el mundo (pues no había
-prueba de lo contrario), y sometió el caso al acuerdo, que había de ser
-unánime, de sus administrados, para dar así debido cumplimiento á lo
-mandado «arriba.»
-
-El discurso alcanzó la aprobación del concejo, exceptuando á don
-Valentín, que se levantó airado de su asiento para llorar los males
-de la patria y los peligros de la libertad. Puso todo este lacrimoso
-cuadro enfrente de la criminal indolencia de sus convecinos,
-«amenazados día y noche por el azote afrentoso del perjuro,» y concluyó
-diciendo:
-
---_Do ut des._ ¿Queréis derrota? Dadme ayuda; prestadme recursos para
-rechazar la invasión del déspota ó morir con gloria en la batalla. Á
-este precio tendréis mi voto, sin el cual no se pueden abrir las mieses
-de Cumbrales.
-
-Tomóse esta actitud de don Valentín en muy diversos sentidos. Quién la
-aplaudía entre burlas y cháchara; quién, menos paciente, denostaba al
-veterano y al concejo que hacía caso de semejantes chapucerías. Los que
-así se expresaban eran los más; y ya el debate iba tomando mal aspecto
-para don Valentín, cuando Juanguirle, haciendo valer su autoridad,
-restableció el orden y el silencio, y dijo así:
-
---No hay que acelerarse, ¡voto al chápiro verde! ni sacar las cosas
-de su quicio natural, para entenderse las personas. El señor don
-Valentín se queja del poco aprecio que aquí se hace de esos amenículos
-de política que le quitan á él el sueño de un tiempo acá; pero hay
-sus más y sus menos respetive al caso, y se tocará el punto en su día,
-con su cuenta y razón de pulso y patriotismo. Lo que ahora importa y
-aquí nos reúne, es lo de la derrota; y sobre este particular, estamos,
-gracias á Dios, en la mejor conformidad todos los presentes.
-
---¡Menos yo!--gritó don Valentín.
-
---Así se ha entendido aquí, ¿no es cierto?--dijo el alcalde, paseando
-una mirada maliciosa por todo el concejo.
-
---¡Cierto!--respondió éste á una voz.
-
---¡Repito que no!--volvió á gritar don Valentín, estrujando entre sus
-manos el enfundado sombrero.--¡Yo me opongo á que se abran las mieses
-este año!
-
---En vista de tal conformidad--dijo el impasible alcalde,--se acuerda
-la derrota y se levanta la sesión.
-
---¡Protesto contra esta infracción de la ley!--vociferaba el
-veterano.--¡Invoco mis derechos de vecino libre... de ciudadano
-español! ¡Viva la libertad!... ¡Exijo que mi protesta conste en el acta
-para acudir en queja á donde se me oiga!
-
-¡Como si callara! La algarabía de la desordenada muchedumbre ahogó su
-voz temblorosa y descompuesta; y, á mayor abundamiento, las campanas
-comenzaron á tocar _á derrota_.
-
-Aún no había cesado la sonata en el campanario, cuando se oyó otra más
-recia y atronadora en todas las callejas del lugar: mezcla de bramidos,
-cencerradas, silbidos y jujeos. Nadie había soltado aquella mañana sus
-ganados, en espera del acuerdo concejil que las campanas publicaban ya
-con sus sonoras lenguas por todos los ámbitos de Cumbrales.
-
-Desaparecieron como por encanto los portillos y seturas de las mieses;
-y cada una de las brechas resultantes fué vomitando en la vega el
-ganado á borbotones, en abigarrada y pintoresca mezcla de especies,
-sexos, edades y tamaños: la mansa oveja y el retozón becerro; la
-cabra arisca y el perezoso buey; la dócil burra y la gentil novilla;
-la sosegada vaca, el inquieto potro de recría y el toro rozagante.
-Tras el ganado y por el lado de la Cajigona, que vuelve á ser nuestro
-observatorio, apareció la gente que lo había conducido, y mucha más
-que se le fué agregando; pero la parte juiciosa de ella no pasó de los
-bordes de la meseta. Los muchachos, armados de sendos palos, terminados
-en gruesa y curva cachiporra, se lanzaron mies abajo, silbando al
-vacuno, apaleando á las burras, ladrando á las ovejas y espantando á
-los potros con gritos y aspavientos. Pero no era necesaria tan ruidosa
-excitación para que las inofensivas bestias dieran al traste con la
-formalidad; pues no bien sus pezuñas hollaron el blando suelo de la
-mies, toda la extensión de la vega les pareció poco para campo de su
-regocijo.
-
-¡Válgame Dios, qué triscar el suyo y dar corcovos y sacudir el rabo!
-¡Qué mugir los unos, y relinchar los otros, y balar aquestos, y
-rebuznar por allí, y bramar por el otro lado! ¡Qué embestir los chicos
-á los grandes, y hacerse éstos los temerosos y los débiles por chanza y
-pasatiempo! ¡Qué revolcarse los burros, y galopar los potros sin punto
-de sosiego, como si el lobo los persiguiera! ¡Qué derramarse por la
-cuesta abajo el compacto rebaño, y entrar en la cañada, largo, angosto
-y serpeante, verdadero río de lana tomando la forma de su lecho! ¡Qué
-gallardearse á lo mejor el becerrillo negro con humos de toro, junto
-á la apuesta novilla, y escarbar el suelo, y bajar la cabeza, y mirar
-en derredor con fiera vista, y hacer la rosca con el rabo, sin qué ni
-para qué, puesto que ningún rival le disputaba el campo! ¡Qué perder el
-tiempo en estos alardes que no eran agradecidos ni siquiera observados!
-Hasta el manso y trabajado buey olvidaba su esclava condición, sus años
-y sus fatigas, para tomar parte en el general holgorio con tal cual
-amago de corcovo mal hecho y aun ciertos asomos de galanteo á la vaca
-de su vecino.
-
-Á todo esto, ni pensar en pacer seria y formalmente. Se tiraba un
-bocado al fresco retoño de la hondonada, pasando de largo; y otro, más
-lejos, á la _paulina_ de la heredad; y luégo otro, de refilón, al verde
-de una regatada; y así se andaba y se probaba todo sin fijarse en nada,
-creyendo acaso que lo desconocido era más sabroso que lo ya probado.
-Faltaba el tiempo para recorrer la blanda y fragante alfombra de la
-vega; y el loco y desacorde vocerío y el sonar incesante de esquilas y
-cencerros, enardecía las bestias y túvolas sin juicio ni sosiego cerca
-de una hora.
-
-Calmados los ímpetus poco á poco, los sesudos bueyes humillaron la
-cabeza sobre el elegido terreno para pacer de veras y á qué quieres
-estómago; trocóse en manso lago, sobre este prado ó aquella heredad,
-cada rebaño que antes fué torrente de ovejas; enderezóse el burro,
-harto de revolcarse, y sin sacudirse la basura, ahogó los últimos
-suspiros, roncos y desconcertados, entre cogollos de helechos
-arrancados á la sombra de una mimbrera terminal; los potros, dejando
-de correr, cruzaron de dos en dos los enjutos cuellos, se _espulgaron_
-á dentelladas y por largo rato... y todo movimiento fué cesando en la
-vega, hasta que no se oyó en ella otro ruido que el sonoro y acompasado
-de las esquilas y los cencerrillos de las bestias, que los movían al
-pacer blanda y sosegadamente.
-
-Entonces se retiró á paso lento, con los brazos cruzados y la pipa
-en la boca, el último de los espectadores que habían contemplado el
-descrito cuadro desde lo alto de la meseta por el lado de la Cajigona,
-seguro de que, al anochecer, su ganado, sin otro conductor que el
-natural instinto, estaría á pie firme y rumiando á la puerta del
-establo ó á la del corral, esperando á que se la abrieran.
-
-En tanto, los muchachos dispersos por la vega fueron reuniéndose en
-pandillas; una de las cuales, la más numerosa y apta para el lance de
-que se trataba, se posesionó de la vasta y limpia pradera que comenzaba
-pocas varas abajo de la Cajigona.
-
-Pasaban de veinte los muchachos, cada cual con su _cachurra_ (el
-palo de que antes se habló); todos descalzos, los más de ellos en
-mangas de camisa, y no eran los menos los que llevaban al aire la
-cabeza, trasquilada de medio atrás hasta el pescuezo. Á esta sección
-pertenecían, como cabos de ella, _Birriagas_, largo, chupado y pálido,
-muy reñidor y no cobarde; _Cabra_, incomparable salteador de huertas
-y robador de manzanas; tan ducho y hábil, que distinguía de noche, y
-sin catarlas, las _carretonas_ de las _piqueras_; _Bodoques_, corto
-de resuello y gordo, pero fuerte; seco de palabra y de muy respetado
-consejo; _Lergato_ (lagarto), sutil y marrullero para escaparse sin
-una desolladura de donde sus camaradas dejaban tiras del pellejo;
-_Lambieta_, goloso y desdentado; y, por último, _Cerojas_, así llamado
-por dos lobanillos negros que tenía en la cara y comenzaron á asomarle
-poco tiempo después de haberse dado una panzada de las llamadas
-_bruneras_, en el huerto de Asaduras.
-
-Tratábase de un desafío á la cachurra, ó á la _brilla_, como también
-se dice; juego que se inaugura y cesa con las derrotas, porque sólo en
-las praderas de la mies puede jugarse, y vociferaban y se revolvían
-los muchachos de la pandilla sobre quién debía de _arrimarse_ á quién
-para equilibrar con el posible acierto las fuerzas beligerantes. Hízose
-al cabo lo que propuso Bodoques, y quedó la tropa dividida en dos
-bandos, figurando en el uno Birriagas, Lergato y Cabra, y en el opuesto
-Bodoques, Cerojas y Lambieta, con sus respectivos soldados de fila. Se
-echaron _pajucas_ entre Bodoques y Cabra, y tocóle la mano al primero;
-el cual, como tonto, eligió para _brillar_ la cabecera alta del prado
-en que se hallaba la patulea.
-
-Sacó luégo del bolsillo una bola de madera, del tamaño de una pelota;
-requirió su cachurra, que era de acebo con _porro_ macizo y á la veta,
-y se fué á ocupar su puesto. Los demás muchachos se escalonaron prado
-abajo en dos filas paralelas, cara á cara, á la distancia de dos
-cachurras próximamente. Los últimos, y en el último tercio del prado
-y bastante lejos de sus camaradas respectivos, se situaron, frente á
-frente, Cabra y Cerojas. Entonces puso Bodoques la bola de madera, ó
-sea la _catuna_, ó la _brilla_ (que de ambos modos se llama), encima de
-una topera, previamente _amañada_; se escupió las palmas de las manos;
-empuñó con las dos el extremo de la cachurra, y gritó con toda su voz,
-sin dejar de hacer la puntería á la catuna:
-
---¡Brilla va!
-
-Á lo que respondió Cabra, su contrario, poniéndose en guardia:
-
---¡Brilla venga!
-
-Y replicó Bodoques:
-
---¡_Al_ que rompa una pata, que la mantenga, y si no, que la venda!
-
-Dicho lo cual, hizo unas rúbricas en el aire con la cachurra, y
-¡plaf!... allá fué la brilla, rápida y zumbando, por encima de los dos
-ejércitos en expectativa.
-
-Corrieron debajo de ella siguiéndola, y Cerojas se dispuso á socorrerla
-con su cachurra para _pasarla_ sin que tocara el suelo; pero erró el
-golpe por ir muy alta; y Cabra, más sereno, dejándola perder fuerza
-y altura, la recogió en el aire y á su gusto, y la volvió de un
-cachiporrazo hasta muy cerca de la topera de donde había partido. Dos
-varas más, y pierden el juego los de Bodoques. Pero andaba éste muy
-alerta; la tomó con su cachurra apenas tocó el suelo, y la volvió al
-medio del prado. Como iba rastrera entonces, cayeron sobre ella las
-cachurras á manojos; y entre ruidoso machaqueo y discordante vocerío,
-tan pronto subía la catuna como bajaba. Hubo un instante en que más de
-diez cachurras la sujetaron contra el suelo, no queriendo nadie que su
-enemigo la arrastrara á su terreno. Entonces Bodoques, que era forzudo,
-tiró con brío, y un poco al sesgo, un cachurrazo al montón; y mientras
-la brilla salió rápida del atolladero, las cachurras saltaron como si
-las volara una mina; y cuál de ellas machacó la nariz del propietario;
-cuál la espinilla del colateral; otra levantó en la frente chichones
-como el puño, y alguien se quedó, tras de contuso, desarmado. Hubo,
-por ende, ayes y por vidas de dolor, amenazas y protestas; y lo de
-_soldado en tierra no hace guerra_, fué invocado por ambos ejércitos
-en apoyo de sus conveniencias respectivas. Mas como en la porfía no se
-lograba siquiera el armisticio, y entre tanto el juego continuaba más
-abajo con varia suerte, poco á poco, mitigándose los dolores de los
-contusos, fueron los ánimos entrando en caja; y aunque renqueando unos
-y palpándose otros los coscorrones, cada cual se arrimó á su bando y
-continuó con nuevo empeño la partida, que, al cabo, ganó la gente de
-Bodoques, metiendo la catuna en la heredad con que lindaba la cabecera
-baja del prado.
-
-Como el que gana es el que tiene derecho á brillar, y brilla desde el
-mismo sitio en que ha ganado, las dos hileras de combatientes cambiaron
-de terreno al brillar Bodoques; es decir, que jugaba prado arriba la
-que antes había jugado prado abajo, y viceversa.
-
-Tal es el juego de la cachurra, ó brilla, que dura en la Montaña
-tanto como la derrota. El lector ha visto que se reduce á pasar la
-catuna de un lado á otro del terreno elegido. Para impedir que el
-contrario lo consiga antes por su banda, hay mil ardides con que los
-muchachos prueban su destreza; engaños lícitos, algo parecidos á los
-de que se valen los jugadores de pelota. Todo es permitido allí menos
-la intrusión de un jugador en el terreno del contrario. Cuando tal
-acontece, se le apercibe con estas palabras: _á tu tierra, que te pego
-un palo_; advirtiendo que el terreno de cada cual está bien determinado
-siempre por las cachurras mismas en ejercicio, frente á frente y porro
-con porro. Pero, por lo común, si la partida está muy empeñada, se
-prescinde del apercibimiento y, á buena cuenta, se larga el palo en la
-espinilla ó en los nudillos del pie desnudo.
-
-Juego, en fin, de lo más higiénico y entretenido, si no fuera por las
-quiebras que lleva aparejadas, de piernas, dientes y otras no menos
-integrantes y estimadas porciones del jugador.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XVIII
-
-EL SECRETO DE MARÍA
-
-
-Los mejores mercados de la villa (porque en la villa se celebra uno
-cada semana) son los del _maíz nuevo_. En ese tiempo no hay pobres en
-el país, y cada cual acude á aquel concurridísimo centro de riqueza á
-proveerse de lo que no tiene, con un poco de lo que menos necesita. Al
-calorcillo de esta animación, hormiguean los tratantes y las mercancías
-de mil especies; y unidos todos estos estímulos á la suavidad de la
-temperatura, la belleza del lugar y la abundancia de las vías de
-comunicación, acontece que cada mercado es entonces una fiesta en que
-toman mucha parte las gentes desocupadas del contorno.
-
-En Cumbrales no abundan las distracciones para personas de la condición
-social de Ana y María; por lo cual aprovechaban éstas la del mercado,
-muy á menudo, especialmente en otoño. Y no se crea que iban á la
-villa entonces con el único fin de recrearse: llevaban los bolsillos
-bien repletos, amén de una interminable lista de _cosas_, en un papel
-ó en la memoria; en la cual lista había de todo, desde el manojo de
-chiribías, hasta la vara de raso; desde la palangana de loza, hasta
-la resmilla de papel de cartas; desde la madeja de seda para bordar,
-hasta el bombasí para un refajo; desde la libra y media de queso
-pasiego, y el molinillo del chocolate, y el paquete de azucarillos, y
-las zapatillas de alfombra, y las tres libras de arroz, y la cerraja
-para el armario, y el vidrio para el _cuarterón_ de tal ventana, etc.,
-etc., hasta el lienzo para los calzoncillos de don Juan ó de don Pedro,
-ó el tartán para el vestido de invierno de doña Teresa. Para conducir
-este revoltijo de especies inconexas, acompañaban á las jóvenes sus
-respectivas fámulas de mayor empuje, con sendas cestas de mimbre
-pelado, de dos asas, á la cabeza, sobre el _rueño_ de colores, bien
-guarnecido de picos pespunteados. Las leyes del bien parecer no exigían
-otro acompañamiento que éste á dos señoritas que iban al mercado; pero,
-á mayor abundamiento, Ana y María solían llevar el amparo de doña
-Teresa, ó el de don Pedro, ó el de don Juan, y vez hubo de ir los tres
-juntos; pero una, nada más. Y vamos al caso.
-
-Después de los sucesos referidos en los últimos capítulos; cogidas y
-derrotadas las mieses y comenzadas las deshojas donde había mucho que
-deshojar, y hasta desgranado el maíz donde éste era el pan y la moneda
-de la casa; hechos dos tórtolas Ana y Pablo, y no tan regocijada, pero
-sí muy animosa, María, acordaron los tres ir juntos al mercado el
-primer día que le hubiera en la villa, si el tiempo no se entornaba; y
-como el tiempo no se entornó, el acuerdo llegó á cumplirse.
-
-El camino derecho para ir á la villa desde Cumbrales, es por encima
-de Rinconeda; pero es mucho más blando y placentero el del valle, y
-éste usan las gentes de Cumbrales mientras las lluvias del invierno
-no reblandecen el suelo de las praderas y le hacen intransitable en
-algunos sitios las pozas y los pantanos. Este camino tomaron, en la
-susodicha ocasión, por la Cajigona abajo, Ana, María y Pablo, con dos
-mozas de carga, bien trajeadas, rozagantes y frescotas, antes que el
-sol llegara al fin del primer cuarto de su diaria carrera. Caminaban
-los cinco en ringle, porque el sendero era angosto y en los prados
-sentían los pies la frescura y humedad del rocío, aún no seco por el
-sol que aquel día andaba á la greña con las nubes. Como los bajos de
-Ana y da María se mojaban al rozarse con la yerba, y para que esto no
-sucediera era preciso levantarlos, y levantándolos se descubrían los
-_altos_ del parlanchín y menudo zapato, y algo más que los arranques de
-la fina y estirada media, Pablo, que iba detrás de Ana, con un pretexto
-mal urdido por ésta, pasó á la cabeza de la fila.
-
-Mientras así caminaban, por todos los senderos que desde el pueblo
-iban á parar al que nuestros amigos seguían, bajaban gentes con el
-mismo rumbo que ellos. Por lo común, mujerucas con la cestilla al
-brazo ó el saco lleno sobre la cabeza. Unas pasaban de largo después
-de saludar muy atentas, y otras se agregaban al grupo de las señoras:
-charlatanas insufribles, aduladoras sin medida, ó torpes y encogidas
-hasta la tartamudez. De las primeras era la _Cotorrona_, alta, seca y
-acartonada, alegre sin ser risueña, y relatora incansable de lo suyo,
-de lo ajeno y de otro tanto más. Nunca perdió un mercado, y jamás se
-supo á qué iba á ellos, con una cesta colgada del brazo izquierdo
-y cubierta con un refajo tirado sobre el hombro. Nada compraba ni
-vendía, aunque todo lo sobaba y ponía en precio; pero dejar de tomar
-á la salida, en una taberna de su devoción, el pucherete de potaje y
-dos cuartos de queso... antes faltaría el pedazo de borona para «el su
-hombre.»
-
-Esta mujer se puso detrás de Ana, y comenzó á despotricar sin que nadie
-se cuidara de ayudarla ni de contradecirla. En ocasiones dejaba la
-tarea, no para descansar, sino para meterse donde no la llamaban; como
-verbigracia:
-
---Alevante un poco más, doña Ana, que le arrastra entovía la randa por
-la herba... ¡Jos! no me mirara yo tanto en su caso, que, por cierto
-vida mía, bien tiene que locir... ¡Vaya, que quien ve esa cinturica,
-tan fina que se puede abarcar con la llave de la mano, y esos pies
-de cañamón en dulce, no pensara que tan rollizas las tenía, hija!...
-Dígote que onde menos se piensa... Bendito Dios, ¡cómo rejunde el buen
-sustento!... Y no me dejará doña María por mentirosa, aunque esa más á
-la vista lleva la rebustez. ¡El Señor las conserve tan majas y locías
-para salú propia y bien de los caballeros que tengan la suerte de
-merecerlas!
-
-Sonreíase Ana, bajaba María las faldas hasta los pies, y carraspeaba
-Pablo. Tornaba luégo la Cotorrona á rajar con la lengua famas y
-caudales; terciaba de vez en cuando en el empeño alguna de las mujeres
-pegadizas; y de este modo se habló allí de cuantas gentes pasaban al
-mercado; de lo que llevaban, de lo que traerían, de lo que dejaban
-en casa, de la cosecha, del ganado, del Ayuntamiento, de _lo del
-perro_, y, por último, de las «malas almas» de Rinconeda, cuyas mieses
-comenzaban á pisar á la sazón las murmuradoras y sus taciturnos y
-aburridos oyentes. Pablo, en tanto, espantaba las mansas bestias que
-pastaban cerca del camino, para que nada temieran las dos jóvenes, ó
-las ayudaba á saltar esta zanja ó aquel vallado; tareas en que el mozo
-disimulaba mal el gusto con que oprimía la mano ó ceñía la cintura de
-la hija de su padrino.
-
-Acabáronse las praderas y comenzaron los callejos, muy ásperos aunque
-cortos; pero no calló un punto la Cotorrona, por más que Ana lo intentó
-muchas veces. Después de los callejos, la sierra, donde el camino
-se arrastra entre brezos y matorros. Allí necesitaron Ana y María
-abrir las sombrillas, porque comenzaba el sol á calentar. Breve fué
-la subida, pues la sierra no es larga; y estar en lo alto de ella es
-estar en la villa, porque ya se la ve abajo, con la cabeza reclinada
-en la falda del monte, tendida en la linde del valle de que es dueña y
-señora; valle quizá el más hermoso de toda la Montaña, regado por el
-mismo río que hemos visto pasar al Norte de Cumbrales.
-
-Ana y María, en un impulso que es instintivo en las mujeres en
-semejantes casos, antes de comenzar á bajar la sierra, que espeso monte
-es por aquella vertiente, se arreglaron el cabello y los pliegues de
-la falda, como dama que llega á la puerta de un salón de baile, y se
-detuvieron un buen rato, no tanto para orearse y descansar, como para
-deshacerse de la molesta compañía de la Cotorrona.
-
-Quedáronse al fin solas con Pablo y las dos fámulas, y así entraron en
-la villa por aquel arrabal, hasta donde llegaba el reflujo del hervor
-que se oía más adentro; reflujo de gentes dispersas y errabundas que
-iban y venían sin derrotero fijo, entre casas desperdigadas y medio
-campesinas todavía.
-
-Andando, andando, las casas iban uniéndose y enfilándose unas con
-otras, el gentío espesaba y los rumores crecían, hasta que se llegaba
-al foco de la ebullición, verdadero mar de cosas y de gentes, con
-sus bramidos sordos y su agitación incesante. Este mar estaba en la
-plaza, vastísimo espacio circuído de grandes edificios con espaciosos
-soportales de arcos de sillería. ¡Lo que había sobre aquel encachado
-suelo! El cestuco de patatas; el taleguillo de harina; los nabos
-de Reinosa; los limones de Cóbreces; las _calladas_ del Puente;
-la triguera de chiribías; la banasta de manzanas; el queso de las
-Cabeceras; el celemín de _fisanes_; las tres parejas de pollos; las dos
-docenas de huevos... Todas estas menudencias y otras infinitas, delante
-de los vendedores, acurrucados en el suelo en apretadas hileras.
-Después, en espacios más anchos, los zapatos de Novales; las abarcas
-de Carmona; los yugos y _prisiones_ de Cieza; los montes de pan en
-roscos, en cruz y en tortas; los calderos y trébedes de Balmaseda; los
-puestos de baratijas, como dedales de acero, alfileteros de latón,
-navajas de poco más ó menos, cordones de estambre y gargantillas de
-cristal; las montañas de pimientos _morrones_ y _choriceros_; los
-corderos en capilla, quiero decir, atados de pies y manos, jadeantes,
-con los ojos revirados y la punta de la lengua fuera de la boca, ora en
-el suelo, ora danzando en el aire sopesados por el comprador; las ollas
-y cazuelas de barro; las cestas de mimbre; los garrotes de Peñamellera;
-la vasija valenciana; amoladores y zapateros ambulantes; gallineras de
-Asturias... y demonios colorados; y entre todo ello, los compradores
-y curiosos yendo y viniendo, oprimidos, casi prensados, guardando
-el equilibrio, bregando sin cesar y ayudándose unos á otros para
-avanzar un paso en el continuo atolladero de contrarios oleajes, más
-irresistibles que por su fuerza, por su ruido ensordecedor y mordicante.
-
-Publicábase á gritos la mercancía; á gritos se regateaba, y á gritos
-se la ofrecían más barata desde otro puesto al comprador indeciso; á
-gritos se pedía paso donde, contra toda ley, no le había; á gritos se
-quejaba quien no podía apartarse á un lado por falta de terreno para
-moverse; á gritos se saludaban las gentes, y á gritos se citaban,
-y á gritos se entendían; el ferretero tocaba con el martillo una
-_palillera_ sin fin sobre la mayor de sus sartenes; cacareaban los
-gallos; gemían los cabritos amontonados; gruñían los cerdos que
-pasaban, á rempujones, del mercado de los de su especie desdichada;
-resonaban las panderetas probadas por mozas de buena mano, y los
-dalles, heridos contra las piedras; roznaba el paciente burro del
-pasiego, atado á un pilar de los soportales, libres sus lomos por
-entonces de la carga que su dueño publicaba á voces un poco más allá;
-sonaban las campanillas de un puesto de ellas, sacudidas una á una
-por el aldeano que buscaba un par bien acordado, cuando no zarandeaba
-con toda su fuerza un collar cargado de esquilones... ¡que es lo que
-hay que oir!; chirriaba el eje del carro que pasaba cargado de maíz;
-aullaba el perro perseguido á puntapiés por el queso robado ó el pan
-mordido; cantaba el ciego al son de la ronca gaita, y el lazarillo
-al de su pandereta, herida á puñetazo seco; sonaba el martillo del
-herrador, y el mazo del hojalatero... y, en fin, la campana del reló
-cuando callaban las de la iglesia.
-
-En los soportales alzábanse, sobre improvisados mostradores,
-cordilleras de paños y bayetas de todos los imaginables colores, y
-había detrás de los mostradores tiendas atestadas de los mismos géneros
-y otros sin número; y en cada calle de las que partían de la plaza,
-tiendas y más tiendas, y hasta en los rincones de los edificios mal
-alineados; y más lejos, otro mercado donde los granos y frutos de
-muchas especies entraban por miles de fanegas y de arrobas; y más lejos
-todavía, y en adecuado lugar, otro mercado de bestias de cerda; y lo
-mismo que en la plaza principal, en los soportales, en las tiendas, en
-las calles y en los otros mercados, gente y más gente, y ruido y más
-ruido.
-
-Quisiera yo que el lector de ultrapuertos no tomara á broma esta
-pintura que le borrajeo de un pueblo montañés, que es, en España, quizá
-el primero entre los de su modesta categoría. Esto por lo que hace á
-su rápido crecimiento; pues si se mira su belleza _externa_ y la del
-paisaje que le circunda, es aún más difícil hallarle competidor.
-
-Volviendo al asunto, digo que muy buen rato antes de mediodía,
-comenzaron á verse en el mercado las damas de la villa, en elegante
-arreo, husmeando los puestos de la plaza, con su cortejo de galanes
-de punta en blanco. Mirábanlos de reojo y con recelosa curiosidad los
-caballeretes de los pueblos, que braceaban en aquel mar, un tanto
-desaliñados y polvorientos á causa de la fatiga y estrago del camino, y
-dejábanse mirar los de la villa con piadosa complacencia, seguros de su
-importancia incomparable.
-
-Á María, corta de genio y muy desconfiada de su valer, la acoquinaban
-las actitudes de aquel encopetado señorío, ante el cual, á pesar de su
-lozana frescura y de su intachable atavío, se creía fea, desgarbada
-y mal vestida. Ana, por el contrario, dejándose llevar de su natural
-franco y abierto, parecía complacerse en excitar la curiosidad por
-el gusto de vencerla con su mirar valiente, que sabía hacer burlón y
-desdeñoso sin esfuerzo y muy al caso. Cuanto á Pablo, no hay para qué
-decir lo que se aburría y mareaba entre el barullo, sin curarse más de
-lo que pasaba ante sus ojos, que de las coplas de Calaínos.
-
-Ya, para entonces, estaban las cestas repletas, y hasta colgaban de
-las asas, por fuera, muchas cosas que dentro no cabían; pero no había
-que pensar aún en volverse á Cumbrales. Necesitaban antes dar una
-vuelta por la villa y un vistazo á los otros mercados; porque cuando
-de ellos se vuelve á casa, los que no han estado allá hacen muchísimas
-preguntas; y es bueno saber entonces á cómo iban las alubias, y el maíz
-y las patatas, y los cerdos de cría y los de matanza, para responder á
-todos.
-
-Y brujuleando así entre calles, vió Ana que por la acera de enfrente
-venía un mozo muy guapo y apuesto; que este mozo miraba mucho á María;
-que María se puso encendida como la grana, y que el mozo, no muy dueño
-de sí, anduvo, al cruzarse con ella, atarugado y confuso, amagando
-palabras que no pronunció y saludos que no hizo. Siguieron los de
-Cumbrales calle adelante, y el mozo los acompañó con la vista; y como
-María, al doblar la esquina, mirara hacia atrás con el rabillo del ojo,
-clavóse el hombre en aquella especie de anzuelo, y siguió desde lejos á
-María. Al cabo se arriesgó; y en la primera parada que hicieron los de
-Cumbrales, acercóse, al amparo del barullo; saludó muy cortés, y habló
-á María sin misterios ni dengues y como si fuera la cosa más natural
-del mundo; por lo que Pablo no paró mientes en ello. Pero Ana sí, y
-hasta distrajo á Pablo y logró que, durante el paseo por la villa,
-María y el galán apuesto se despacharan á su gusto.
-
-Al salir para Cumbrales, preguntó Pablo á María, después de contestar
-al reverente saludo con que el mozo se despidió:
-
---¿Quién es _ese_?
-
-Á lo que contestó María con mucha serenidad:
-
---Pues _uno_ de aquí, que me conoce.
-
-Y no se habló más del caso. Pero andando monte arriba, quedóse Ana muy
-roncera, hasta arrimarse á María, que iba detrás de todos; y mientras
-Pablo trepaba á largos pasos y le seguían jadeando las dos mozas, con
-las cestas sobre la cabeza, dijo aquélla á su amiga:
-
---¿Tiene algo que ver... _ese que te conoce_ con el abismo de que
-hablábamos tú y yo en cierta ocasión?
-
---¿Por qué me lo preguntas?--preguntó, á su vez, María.
-
---Porque lo sospecho. ¿Quién es?
-
---Hijo de don Rodrigo Calderetas.
-
---Pues cata el abismo, y no me digas más.
-
---¿Abismo te parece á tí también, Ana?
-
---Hablo por tu boca... pero mayores los hay en el mundo: como uno que
-yo me temí. ¡Qué barbaridad! ¿Dónde tenía yo el entendimiento?
-
---¿Pues qué pensaste, Ana?--preguntó María con viva sorpresa.
-
---Nada, hija, nada; sino que á veces, tal se ensartan las casualidades
-y tales visos toman de verdad, que llega uno á ver hasta bueyes que van
-volando.
-
---Cierto--dijo María sonriéndose:--por una sarta así, llegué yo, en una
-ocasión, á sospechar de tí algo parecido; sólo que á mí me duró menos
-la sospecha, aunque no me la quitaste con razones como la que tú acabas
-de descubrir: bastóme un poco de reflexión.
-
---Pues entonces estamos en paz en ese extravagante pensamiento... ¡qué
-tiene que ver! Y ahora, dime, ¿dónde conociste á _ese que te conoce_?
-
---En la villa.
-
---Ya; pero ¿cuándo?
-
---Cuando vine con mi madre, dos años hace, á pasar unos días en casa de
-aquellos parientes suyos que se volvieron á Asturias poco después.
-
---Y ¿cómo os habéis arreglado para continuar lo comenzado entonces?
-
---Por cartas.
-
---¡Hola!... ¿Por el correo?
-
---¡Virgen María!... ¡Quién me lo mandara! Á la mano.
-
---Y ¿por qué mano, inocente de Dios?
-
---Por la de la Rámila.
-
---¡Miren la cordera que no teme á las brujas!... ¡Vaya si supo poner el
-secreto en lugar seguro! ¡Y no pensaste, criatura sin malicia, que á
-negocio en que anda la mano del diablo no puede ayudarle Dios?
-
---¿Créesle desesperado, Ana? Dime la verdad, sin zumbas.
-
---¿Estás segura tú de que... _ese que te conoce_ te quiere como se debe?
-
---Sí, porque yo he impedido que se acerque á mi padre.
-
---¿Por qué lo has impedido?
-
---Por la guerra en que está el suyo con él. ¡No se pueden ver, Ana!
-
---¡Bah! Cosas de tu padre.
-
---Pero ¿qué piensas tú del caso?
-
---Que le dejes de mi cuenta.
-
---¡Mira que está muy obscuro!
-
---Yo le sacaré á la luz.
-
---¿Con qué, Ana?
-
---Con otro caso menos difícil. Verás cómo se enredan los dos; y hasta
-puede llegar el tuyo á ser causa de grandes bienes para todos.
-
---¿Qué caso es ese?
-
---Delante de los ojos le has tenido y no le has visto. Pero, en fin, ya
-te lo explicaré cuando deba. Ahora, chitón, que nos esperan Pablo y las
-muchachas allá arriba.
-
-Acabaron de subir la cuesta; descansaron todos un rato en la loma;
-y sin otros sucesos que dignos de narrar sean, llegaron media hora
-después á Cumbrales, sanos y contentos, cada cual á su modo, aunque
-un tanto despeadas y correosas las fámulas, y algo polvorientas y
-rendidas, pero muy guapas, las señoras.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XIX
-
-RETAZOS
-
-
-
-En esto, don Rodrigo Calderetas escribió una carta á don Juan de
-Prezanes, en la cual carta decía, entre otras cosas, la gran persona:
-
-«Menester será que redoble usted la vigilancia y active los trabajos
-en ese terreno, porque no hay momento que perder. El Barón no sosiega
-un punto y revuelve los imposibles. El Marqués confía en sus buenos
-amigos, entre los que, con justicia, le cuenta á usted, y así me lo
-dice. Para mantener las filas apretadas y reclutar soldados nuevos, no
-le duelan á usted larguezas del género consabido: aquí estoy yo para
-cuanto ocurra, y detrás de mí, lo que usted sabe, que puede y manda y
-no deja mal á sus amigos, por nada ni por nadie. Lo verá quien dude y
-le sirva, si, como otras veces, es preciso, por el bien del Estado,
-saltar por encima de ciertas consideraciones y respetos. En estas
-batallas no hay otro remedio que ser un poco duro de corazón con el
-enemigo tenaz. Dígame qué exigencias presentan esos auxiliares, para ir
-formando poco á poco el expediente, llamémosle así, que he de elevar á
-donde ha de ser despachado con las debidas recompensas y los necesarios
-escarmientos.
-
-»Nos está haciendo mucho daño el diablejo de Asaduras. Háblele, óigale
-y _cómprele_, _pida lo que pidiere_. No habría necesidad de recurrir
-á estos extremos, que parecen un tanto reñidos con la sana moral,
-si ese amigo de usted y que tanto lo fué mío cuando yo no me había
-resuelto aún á sacrificar mi reposo y mi hacienda al bien de este
-país desventurado, que va hundiéndose en el abismo por las ruindades
-y atrevimientos injustificados de cuatro ambiciosos intrigantes; si
-ese amigo, repito, no llevara tan lejos su tesón y sus escrúpulos. Él
-se entenderá... y yo también le entiendo. Sí, amigo mío, le entiendo;
-y aunque me duela decírselo á usted, me consta, con nuevos datos, que
-no solamente es desafecto á las instituciones que todos veneramos,
-sino que también trabaja sordamente contra ellas y contra los que las
-apoyan, sin exceptuar _á los amigos y compadres_... Téngalo usted muy
-en cuenta, pues le interesa mucho; que á no interesarle tanto, no se
-detendría en estos enojosos pormenores un caballero como yo.
-
-»Traigo entre manos el asunto del alcalde, única persona que no es
-nuestra en ese Ayuntamiento; mas para quitarle se necesita envolverle
-en una maraña cualquiera, que sirva de pretexto á la causa que se le
-forme. El secretario se ha comprometido á desempeñar satisfactoriamente
-ese _ligero_ preliminar, con la insignificante condición de que se
-aprueben ciertas partidas de las cuentas municipales que aún andan por
-allá en tela de juicio. Cuento con la aprobación solicitada, y, por
-tanto, doy por destituido al alcalde, pues no cabe dudar de la destreza
-y buenas agallas del secretario. No se olvide que este alcalde es
-obra de don Pedro Mortera, que no tuvo reparo en librar una verdadera
-batalla contra usted, que guerreaba por Asaduras. Recuérdoselo á
-fin de que no se pare en cualquier escrúpulo de amistad que pudiera
-asaltarle la conciencia, cuando se resuelva, como lo deseo, á ayudar al
-secretario en sus propósitos. En la penuria en que se nos quiere poner,
-no debemos desperdiciar ni las migajas.
-
-»Por eso le recomiendo mucho también la pretensión del amigo don
-Valentín, con cuya falanje no podemos contar con seguridad á la hora
-presente. Ya sabrá usted que ese respetable veterano tiene empeño en
-que se apruebe y se ejecute ahí su plan de defensa contra el enemigo,
-en el caso probable de que éste intentara entrar en Cumbrales. El tal
-don Valentín vino á verme esta mañana y me explicó minuciosamente el
-proyecto. Parecióme complicado, costoso y de éxito infalible; pero se
-queja el valiente veterano de que nadie le presta atención ahí, y teme
-no hallar los elementos que necesita para realizar sus patrióticos
-fines. Atribuye él en gran parte esta frialdad de sus convecinos á la
-influencia reaccionaria de cierta persona que no quiero nombrar porque
-no crea usted que me complazco en indisponerle con ella, complacencia
-que no cabe en el corazón de un caballero como yo; pero muy bien
-pudiera no equivocarse don Valentín. Lo cierto es que éste no votará á
-otro candidato que al de las gentes que le ayuden en la empresa, ó no
-votará á nadie si nadie le ayuda á él. Por demás comprendo que no es
-grano de anís lo que desea y necesita, y que hasta tiene sus puntas de
-locura la ocurrencia; pero no hallo inconveniente en que se le preste
-atención y se haga algo en muestra del buen deseo. Lo cierto es que
-nosotros, los liberales de orden y de arraigo, no estamos bien con
-las manos cruzadas delante de los criminales acontecimientos que son
-causa de los desvelos de don Valentín, y juzgo que un alarde bélico de
-Cumbrales contra el obscurantista rebelde, sería del mejor efecto en
-el país; sobre todo, si lográramos eslabonar con ese noble y patriótico
-sacudimiento, la candidatura de nuestro amigo el marqués de la Cuérniga.
-
-»Como usted comprenderá, señor don Juan, yo no hago otra cosa que dar
-la voz de alerta y aconsejar lo que, en mi pobre juicio, debe hacerse;
-á ustedes toca lo restante, puesto que les interesa más que á mí el
-buen éxito de la batalla. Así cumplo con mi deber; y crea usted que no
-es leve esa cruz que arrastro. ¡De qué buena gana se la cediera á los
-que envidian mi legítima importancia en el país! Porque, después da
-todo, los pueblos son ingratos, y me pagan con perfidias y deslealtades
-los sacrificios que hago por ellos.»
-
-Horas después que la carta, llegó Asaduras á casa de don Juan de
-Prezanes.
-
-No describo á este personaje, porque no me le tachen de parecido
-á cierto Patricio Rigüelta, pariente suyo muy cercano, por parte
-de padre; la cual semejanza, después de todo, no tendría nada de
-particular, pues la da el oficio de ambos, ó, por mejor decir, la
-naturaleza, que produce ciertos hombres formados ya para ejercerle con
-fruto y lucimiento.
-
-Y hablando el tal Asaduras con don Juan de Prezanes, llegó á decir de
-esta suerte:
-
---Mucho me alegro de que se resuelva usté á abrir la mano (cosa que
-hasta el presente no ha querido hacer, por lo cual el asunto no ha
-pasado entre ambos á mayores) para que se vea y se cuente lo que hay
-en ella; pues, á mi modo de ver, éste es el camino único por donde
-las gentes de bien llegan á entenderse... Pues yo, señor don Juan,
-voy á decirle á usté en lo que estimo la ayuda que con tanto empeño
-me busca para el marqués de la Cuérniga, y mucho me alegrara de que
-el precio no le pareciera subido, porque, en rigor de verdá y tanto
-por tanto, mejor quisiera servirle á usté, que es, como quien dice,
-de casa, que á ningún otro forastero de los que trabajan la partida
-al barón de Siete-Suelas... Son corazonás de la nobleza de uno, que
-no se pueden remediar. La tierra jala siempre á los suyos... y vamos
-al caso. No es usté ignorante, señor don Juan, de que yo pretendí, en
-tiempo legal, los terrenos que cercó junto al monte el señor don Pedro
-Mortera. Era más pudiente que yo; subiólos en remate hasta donde él
-solo era capaz de alcanzarlos, y quedóse con ellos... hemos de ser
-justos, en buena ley. Pero yo no los perdí nunca la que les tuve, ni
-se la perderé en los días de mi vida, porque los ojos me llevan al
-mirarlos hechos un jardín. ¡Qué cierro, señor don Juan!... Pues ese
-cierro es lo que yo pido por servirle á usté en esta ocasión... Ya veo
-que usté se asombra, y es natural si se mira el caso por derecho; pero
-déjeme acabar. Están en regla los decumentos del remate; todo se hizo
-como la ley manda; pero yo le aseguro que si usté me ayuda á mover á
-estos concejales que son de usté, antes de ocho días no conoce aquel
-expediente la madre que le parió; se hace una denuncia á tiempo; la
-apoya don Rodrigo, que ya está en autos; se manda abrir el cierro; se
-encausa al Ayuntamiento que engañó á la Administración con decumentos
-_falsos_; se vuelve á sacar á remate del modo que yo diré, y, sin que
-pasen tres semanas, el cierro es mío.
-
---...
-
---¡No se enfade, por Dios, señor don Juan! que, en postre y finiquito,
-ésta es una proposición como otra cualquiera. Si no gusta, tan amigos
-como siempre; pero no se olvide que yo no me comprometí á decir cosa
-que á usté le agradara, cuando usté me brindó á proponer lo que me
-pareciera más conveniente. Y ahora oiga otra condición que tengo que
-poner todavía; y eso, porque soy muy leal y juego siempre limpio: he de
-estar en posesión buena y bastante de ese cierro, quince días antes de
-las elecciones. Si usté me sirve al tenor de lo expuesto, de usté seré
-con todas mis fuerzas; si no, cumpliré honradamente mis compromisos
-con el señor Barón, que, si no me da el cierro, porque no puede, como
-_otros_ podrían, sabe corresponder rumbosamente con los amigos con
-aquello que está á sus alcances.
-
---...
-
---¡Pero, hombre, no se alborote usté así por cosas de tan poco momento!
-
---...
-
---¡De poco momento, sí, señor!
-
---...
-
---¡Anda, hijo, anda! ¡Con que en lugar de ponerme por mote Asaduras,
-debieron haberme sacado las mías?... Pues mire usté: olvido de buen
-aquél esa ofensa, por la gracia que me hace lo otro de que si guerrea
-contra don Pedro, es sólo por tesón de que no valga la suya; y que tan
-aína como él le conceda una pizca de razón en lo que usté hace, con él
-se irá á donde él quiera llevarle.
-
---...
-
---¡No, no!... ¡ya veo que le pone usté cerca de los santos del cielo; y
-mucho deben valer esas alabanzas en boca de un enemigo!
-
---...
-
---Hombre, enemigo dije por lo que á la vista está en la ocasión
-presente y lo que ha estado en otras tales. La verdá es que, si vamos
-á hilarlo muy delgado, bien pudiera quebrarse entre los dedos. ¿En qué
-manifiesta corresponder á la buena amistá que usté le guarda? En casos
-como el presente, no le ayuda; en otros parecidos, le combate á muerte;
-si usté dice que blanco, allí está él para sostener que es negro, hasta
-en los puntos de menor cuantía; y si á creer vamos lo que rutan las
-gentes, no tienen ustés día de paz completa, por oponerse á todo su
-genio mandón y riguroso. Yo no diré que esto sea tirria y mal querer
-hacia usté, como algunos lo aseguran, porque en tales adentros no debo
-meterme; pero el demonio me lleve si tiene trazas de sentir cariñoso ni
-de buena intención.
-
---...
-
---No fué tal mi ánimo, señor don Juan: he respondido á un reparo que se
-me ha hecho, y nada más.
-
---...
-
---Cierto; pero don Rodrigo me dice que se lo proponga á usté; usté
-me llama á su casa; vengo y se lo propongo... De modo y manera que,
-apurando las cosas, lo feo de la propuesta no está en ella ni en mí,
-sino en el oficio que usté trae y de sí lo da.
-
---...
-
---¡No es insolencia, señor don Juan, sino la verdá pura!
-
---...
-
---Eso es muy distinto: en su casa, usté es el amo, y en su derecho está
-al plantarme en el corral; pero entiéndase que si usté no me hubiera
-llamado, yo no hubiera venido. Y con esto me largo, que también yo
-tengo casa, donde soy amo y señor... y no debo nada á naide.
-
- * * * * *
-
-Por último, llegó don Valentín; y tras un largo discurso, enderezado
-á probar el deber en que se hallaban los hombres libres de resistir á
-todas horas y en todos terrenos «al perjuro, que de nuevo manchaba el
-suelo de la patria con su planta inmunda,» se expresó así:
-
---Hay más relación de la que usted se figura entre servir yo al
-candidato de ustedes, y ayudarme ustedes en la empresa que me quita
-el sueño. Yo soy esclavo de mis principios políticos, y á ellos
-ajusto los actos de mi vida civil. Entra en mi conciencia política la
-ejecución del plan que traigo entre manos; y ayudando á los hombres que
-me ayuden, cumplo con mi deber, porque sirvo á mi causa, á la causa
-de la libertad, que es la causa de la patria; y, por consiguiente,
-obro con arreglo á mi conciencia. Yo bien sé, señor don Juan, que la
-empresa es peliaguda y de riesgos; pero se intenta siquiera; se ponen
-los medios; y, al último, si no se vence en ella, se muere con honra.
-Y es peliaguda la empresa, porque no es fácil despertar en estas
-gentes embrutecidas ciertos sentimientos delicados, con los cuales
-hacen proezas otros pueblos y hasta vencen los imposibles; pero también
-sé quién tiene la culpa de ese embrutecimiento ignominioso en que
-vegetan nuestros desdichados convecinos... ¡vaya si lo sé! Aquí, señor
-don Juan, tiene más arraigo de lo que á usted se le figura la causa
-del perjuro; aquí conozco yo á un pudiente que, so capa de no querer
-meterse en barullos de política, sirve en grande á la de su devoción,
-y quizá conspira en la obscuridad de sus escondrijos misteriosos;
-quizá él y los esbirros negros que le ayudan, afilan hoy el puñal con
-que á usted y á mí ha de herirnos mañana el brazo del tirano que se
-guarece ahora un poco más allá de esos montes. No tengo necesidad de
-decir á usted quién es ese pudiente, rémora de todo progreso liberal en
-Cumbrales.
-
---...
-
---No me ciega la pasión ni me engañan los ojos que han envejecido
-mirando de qué pie cojean los hombres; y ciegos deben ser los de la
-malicia de usted si no han visto mucho de lo que yo digo.
-
---...
-
---Eso que usted me responde honra mucho á su corazón; pero deja los
-supuestos como estaban. El señor don Pedro Mortera no es trigo limpio,
-ni, hablando en plata, tan leal amigo de usted como usted lo es suyo.
-
---...
-
---¿En qué me fundo?... Y ¿quién mejor que usted puede saberlo? ¿En
-qué le ha servido? ¿De qué apuro serio le ha sacado á usted cuando
-se ha visto con el agua al pescuezo en sus peleas electorales? ¿Qué
-testimonio público ha dado jamás de que es capaz de hacer por usted...
-lo que por él está usted haciendo ahora: defenderle?
-
---...
-
---Cierto: nunca ví que delante de él le ofendiera á usted nadie; pero
-igual hubiera sido, porque casos se han dado, según cuentan... y yo me
-entiendo.
-
---...
-
---Repito, señor don Juan, que obra usted como un caballero al
-expresarse así, y me callo, puesto que lo desea, aunque con el
-sentimiento de no quedar convencido; pero otra vez será. Por de pronto,
-conste, en abono de mi conducta, que, hablando de la enfermedad, no
-podía yo menos de investigar las causas de ella. Para concluir, señor
-don Juan: ¿qué hay de mi pleito?
-
---...
-
---Eso no es decir nada.
-
---...
-
---Bien conozco que usted solo muy poca cosa puede hacer; pero si no se
-da el primer paso siquiera...
-
---...
-
---Pues una cosa parecida respondo yo: veremos, señor don Juan, veremos;
-y según sea el amparo que usted me preste hoy, así será el auxilio que
-le dé yo mañana. Ya sabe usted dónde vivo; perdonar el mal rato... y
-hasta cuando usted quiera.
-
- * * * * *
-
-El mismo demonio no dispusiera mejor un plan para sacar de quicio á
-don Juan de Prezanes, que saboreaba con avidez las relativas dulzuras
-de las _nuevas_ paces hechas con su compadre y amigo. Don Rodrigo
-Calderetas, Asaduras, don Valentín, personajes inconexos entre sí, por
-educación, por ideas, por aficiones, y, sin embargo, unánimes los tres
-en considerar á don Pedro Mortera enemigo solapado del quisquilloso
-jurisconsulto. ¡Y se lo contaban á éste sin reparo! ¡Qué de cosas no
-sabrían cuando tales insinuaciones se les escapaban de los labios!
-
-Así es que al bueno de don Juan le chisporroteaba el cerebro en cuanto
-se quedó solo y se puso á meditar.
-
---¡Y sea usted dócil--exclamó de pronto dando un puñetazo sobre la
-mesa y apartando, de un puntapié, la silla en que estuvo sentado;--y
-humíllese usted y, en bien de la paz, olvide heridas y agravios, y
-bese la mano que ha de darle la puñalada en el corazón! ¡Y todavía
-seré yo el lobo indomesticable, y él el apacible y manso cordero!...
-¡Hipócrita!... ¡Bribón! Pero yo te aseguro que no has de salirte ahora
-con la tuya. Lucharé sin punto de sosiego, por lo mismo que estas
-luchas te incomodan; y venceré, para que veas que ni te temo ni te
-necesito... ¡Si yo no voy á tener otro remedio que hacer al fin una
-barbaridad!
-
-En esta tensión estaban sus nervios cuando topó con don Pedro Mortera,
-en uno de los paseos vertiginosos á que se había entregado en la sala.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-XX
-
-EMOCIONES FUERTES
-
-
-Á tiempo llegas, ¡vive Dios!--bramó el jurisconsulto, trémulo y erizado.
-
---¿Ya estás con la mosca, hombre?--respondió don Pedro, parándose junto
-al hueco de la puerta.--¿Dónde demonios la cogiste? ¿Por qué te pica
-ahora?
-
---¡Y tienes el candor de preguntármelo!
-
---¿Es decir que yo debo saberlo?
-
---Debieras presumirlo, cuando menos.
-
---¿De manera que estamos como estábamos?
-
---Así lo quieres tú y así sucede... ¡y así sucederá, mientras los
-hombres no lleven, como yo, la conciencia en la palma de la mano, y
-escritos en la frente sus pensamientos!
-
---Todo eso me huele, Juan, á que has dado suelta á los tuyos, y
-te andan á calabazadas en la mollera. ¡Que nada te aprovechen los
-escarmientos y nada te enseñe la experiencia!...
-
---Tienes razón, Pedro: nada me enseña la experiencia... ¡tanto me
-cuesta creer en la falsedad de los hombres! ¡Y cuánto disgusto me
-ahorrara si más escarmentado fuera: si de una vez para siempre cortara
-por lo sano é hiciera un deslinde en el campo de _ciertas_ intimidades!
-
---Como la nuestra, ¿no es eso? Mira, Juan: el pensar á voces, como tú
-piensas y quieres que piensen los demás, tiene la contra, amén de otras
-muchas, de que se hacen públicos los pensamientos ruines, como esos
-que, por las trazas, me consagras ahora. Por fortuna, te conozco muy á
-fondo; y, porque te conozco así, te los perdono, sin usar del derecho
-que me das, pensando mal de mí, para preguntarte por la causa de ello.
-¡Qué hermoso manicomio fuera el mundo, tan lleno de hombres aprensivos,
-si todos pensáramos á voces, como tú lo deseas!... Pero dejemos esto
-ahora.
-
---No he de dejarlo, ¡vive Dios! que me interesa mucho ponerlo en claro.
-
---Corriente, Juan; pero como yo no he venido á tratar de ese punto,
-aplázalo siquiera hasta que yo te diga á qué vine; y, entre tanto,
-piensa de mí cuantas maldades quieras.
-
-Esto dicho por don Pedro Mortera, detuvo á su amigo que por delante de
-él pasaba muy agitado; asióle del brazo y le introdujo en el gabinete;
-á todo lo cual se prestó el jurisconsulto como una máquina, pero una
-máquina cargada de pólvora y erizada de mechas encendidas entre espinas
-de acero. Cuando estuvieron encerrados los dos compadres, dijo de muy
-mala gana don Juan de Prezanes, continuando allí sus paseos:
-
---¿Á qué tantos misterios? ¿Qué es lo que tienes que decirme?
-
---Que merecías que no te lo dijera, por obcecado y
-cascarrabias,--respondió don Pedro Mortera.
-
---¿Puedes decirme á qué has venido, sin provocar nuevos
-altercados?--repuso don Juan, desentendiéndose de la chanza de su amigo.
-
---He venido--respondió don Pedro,--á pedirte la mano de Ana para mi
-hijo Pablo.
-
-No es dado á la rudeza de mis pinceles pintar con exacto parecido
-la impresión que estas palabras causaron en el jurisconsulto de
-Cumbrales. El corazón, el cerebro, los nervios, cuanto en su sér había
-de inteligente y sensible, se conmovió al mismo tiempo por muchos y
-diversos modos. Lo inesperado del caso; la vehemencia de su amor á
-Ana; las prendas de Pablo, á quien quería como á un hijo; la alegría
-reflejada en el noble rostro de su compadre; las ruines sospechas con
-que él le ultrajaba un momento antes; el inmenso beneficio con que le
-brindaba el enemigo supuesto, y la mal probada lealtad de los amigos
-que con tan negros colores se le pintaban; la inquebrantable entereza
-del uno; las sospechosas veleidades de los otros; lo que le estaba
-pasando entonces; lo que le había pasado toda su vida; su soledad de
-siempre; el abrigo y el amor de una familia para en adelante, cuando
-el frío de la vejez le amenazaba con sus rigores y sus tristezas...
-¿quién sabe lo que aquel hombre vió en un solo instante, á la luz de un
-relámpago de su cerebro tempestuoso!
-
-Tembló de pies á cabeza; pensó que le faltaba suelo donde pisar, ó que
-el techo se le desplomaba encima; trocóse la fiereza de su semblante en
-mansa dulzura, y apenas halló voz en su garganta para decir á su amigo,
-volviéndose hacia él rápidamente:
-
---Á ver, hombre... á ver... Hazme el favor de repetirme las... _eso_,
-¡eso que me has dicho!
-
-Sonrióse don Pedro, que estudiaba grado á grado la transformación de su
-compadre, y le complació así:
-
---Que te pido la mano de tu hija Ana para mi hijo Pablo.
-
---Jesús, María y José!
-
---¿Tanto te asombra la pretensión, Juan?... ¿Es posible que jamás te
-haya pasado esa idea por las mientes?
-
---Jurara que no, Pedro... y no porque el caso esté fuera de lo natural
-y hacedero, y no sea, además, bueno y conveniente para todos...
-quizá, si me apuras, sea Pablo el único hombre que yo juzgue digno de
-ser el marido de Ana; pero está mi vida tan empapada en disgustos y
-contrariedades; estoy tan avezado á la obscuridad de las penas y á los
-quebrantos del espíritu, que ni soñando ven mis ojos cuadros de color
-de rosa. Así es que ahora, con eso que me dices, tan de improviso, tan
-de repente, tan inesperado y en tan especial ocasión, parece que salgo
-de una pesadilla horrenda y entro en la vida regular de los hombres
-libres y de los padres venturosos... ¡Ay, Pedro!... ¡Dios os lo pague!
-
-Y aquel desdichado, siervo del más tirano de los temperamentos, y
-condenado al suplicio de arrastrar su corazón por todas las asperezas
-de la vida, lloraba como un niño.
-
---¡Qué demonches, hombre!--decía, entre puchero y puchero, á su amigo,
-que le contemplaba con cariñoso interés:--¡mire usted que es raro
-este efecto que me ha causado la noticia!... Te extrañará mucho, ¿no
-es verdad, Pedro?... Nada, somos así, y perdona la debilidad... Pues
-mira, hombre, me hace mucho bien acá dentro esta sacudida. Y dime, ¿qué
-piensan ellos del proyecto?... ¿están de acuerdo?
-
---¡No han de estarlo?
-
---¡Picaronazos!... Pero ¿de cuándo acá, hombre?
-
---Sospecho que desde que eran así de chiquitines.
-
---¿Y no se han acordado hasta ahora de decirlo?
-
---Por las trazas, no han caído en ello hasta ahora. Hoy me lo ha
-declarado Pablo, y hoy te lo cuento á tí.
-
---Y ¿qué dice tu mujer á eso?... ¿Qué dice María?
-
---Lo que digo yo; lo que piensas tú: que si á ellos no se les hubiera
-ocurrido, debiera ocurrírsenos á nosotros.
-
---¿Se te ocurrió alguna vez á tí, Pedro?
-
---¡Yo lo creo, Juan!
-
---Y ¿por qué no lo dijiste?
-
---Porque prefería que se anticiparan ellos, como se han anticipado.
-
---¿Y si no se anticipaban?
-
---Están en la flor de la juventud, y había mucho tiempo por delante.
-
---¡Para tí, que eres feliz; no para mí, que corre siempre lleno de
-pesadumbres!
-
---¿Esperas que este suceso te libre de ellas?
-
---De muchas sí, Pedro. La soledad fué siempre el mayor de mis males,
-no lo dudes. Yo hubiera sido otro hombre con la casa llena de familia
-y la conciencia cargada de obligaciones. La de no hacer desgraciada á
-mi mujer fué freno que domó los ímpetus de mi temperamento; y el amor
-y la abnegación con que ella pagaba el sacrificio, llegaron á hacerme
-hasta venturoso. La muerte me arrebató este bien cuando empezaba á
-saborearle... y volví á verme solo.
-
---¡Solo!... ¿Y tu hija, hombre de Dios?
-
---Precisamente nace el mayor de mis tormentos del celo heróico con que
-está consagrada á mí; porque ¿qué derecho tengo yo para echar sobre
-sus hombros la misma cruz que le tocó en suerte á su madre? ¡Vivir
-por ella, mirarse en sus ojos, y hacerla desgraciada! ¿Habrá tortura
-mayor para el corazón de un padre? Y si hoy en la noticia que me traes
-columbro yo la dicha de Ana para el resto de sus días, ¿qué mucho que
-en esa visión se deslumbre mi alma, y lo publiquen sin reparo mis ojos
-y mi lengua?
-
-Trémulo estaba entonces don Juan de Prezanes, y gruesos lagrimones le
-corrían por la pálida faz. Mirábale conmovido su compadre, y le dijo:
-
---¿Te parece bien que hables del caso á tu hija estando yo delante?
-
---¡Vaya si me parece!... y va á ser ahora mismo.
-
-Salió, diciendo esto, y llamó á Ana desde la puerta. No debía andar
-muy lejos ni muy ajena á lo que se trataba en el gabinete de su
-padre, porque llegó á él en seguida y muy turbada. La enteró éste de
-lo que ocurría, y se turbó más; pero se repuso pronto, porque no era
-su turbación hija de lo inesperado ni de lo desagradable. Respondió
-serena al obligado interrogatorio á que se la sometió, y aun traspuso
-los ordinarios límites, dando un poco de suelta á su corazón, alentada
-por el regocijo que leía en la cara de su padre. Después dijo así,
-volviendo á ser dueña de su genio alegre y travieso:
-
---Bien está todo; pero le falta la salsa que ha de hacerlo más sabroso;
-y esta salsa--añadió encarándose con su padrino,--va á ser de cuenta de
-usted.
-
---Pues tenla por segura--respondió don Pedro muy risueño,--si es cosa
-hacedera en mi cocina.
-
---¡Vaya si lo es!--repuso Ana.--Pero así y todo, mírese usted mucho
-antes de comprometerse.
-
---Hija mía--dijo don Pedro fingiéndose más preocupado de lo que
-estaba:--me vas metiendo en cuidado, ¿Qué demonio de salsa puede ser
-esa?
-
---Oiga usted la receta... pero á condición de que si, como usted dijo,
-es hacedera, no ha de faltar en mi boda. ¿Se acepta la condición?
-
---¿Y si no la acepto?--preguntó á su vez don Pedro.
-
---Si usted no lo acepta--respondió Ana muy seria,--no hay boda.
-
---¡Demonio!--exclamaron aquí los dos compadres; y añadió don Pedro:--Á
-tales amenazas, hija mía, no hay otro remedio que ceder. Con que venga
-la receta.
-
---Pues la salsa de mi boda--dijo entonces Ana,--ha de ser la boda de
-María.
-
-Esta vez fué don Pedro Mortera quien se quedó hecho una estatua,
-mientras don Juan de Prezanes, entre curioso y admirado, le contemplaba
-con las cejas muy levantadas, la boca entreabierta y las manos cruzadas
-atrás.
-
---¡La boda de María!--repitió don Pedro sin salir de su sorpresa.--Pero
-¿cómo?... ¿con quién?
-
---Con un novio que tiene... ¡y muy apuesto y muy guapo!
-
---¡María un novio! ¿Desde cuándo, mujer?
-
---Hace más de dos años, padrino.
-
---¡Y sin saber yo una palabra!... ¡Imposible!
-
-Soltó aquí la carcajada don Juan de Prezanes, y dijo á su compadre:
-
---Á la zorra, candilazo... ¿Pensabas ser en tu casa más lince que yo en
-la mía? Pues chúpate esa.
-
---¡Qué lince ni qué demonio, hombre! si todo esto es una broma de tu
-hija. ¿No es verdad, Ana?
-
---No, señor, que es la pura verdad,--respondió ésta muy seria; y á
-continuación refirió cuanto el lector sabe del caso, pero sin decir
-quién era el padre del mancebo de la villa.
-
-Asombrábase cada vez más don Pedro Mortera, y dijo al terminar Ana su
-relato:
-
---Pues si tan honrado, tan bello y tan rico es el pretendiente, ¿por
-qué tiene mi hija por imposible mi consentimiento?
-
---¡Pues ahí verá usted!... ¡Como si el reparo fuera cosa del otro
-jueves!
-
---Pero ¿qué reparo es ese, Ana?... ¡Acaba, por Dios, de una vez!
-
---Las pocas simpatías que hay entre usted y el padre del novio... ¡Como
-si los hijos tuvieran la culpa de las flaquezas de los padres!
-
---Apostamos algo á que... ¿Quién es ese padre, Ana?
-
---Don Rodrigo Calderetas.
-
-Al oir esto, se santiguó don Juan de Prezanes y volvió la cara para que
-su compadre no le viera reirse.
-
---¡Justo!... ¡lo que yo iba sospechando!--exclamó don Pedro Mortera
-apretando los puños.--Pero ¿qué demonio ha hilado esta madeja en que me
-estáis enredando? y, sobre todo, y aun suponiendo que yo fuera capaz de
-ser consuegro de un hombre semejante; que yo olvidara lo que olvidar
-no puedo; que yo no viera lo que tengo delante de los ojos, ¿qué hay
-aquí hasta ahora sino el antojo de dos mozuelos? ¿qué pasos se han dado
-ante mí para que yo, sin desautorizarme, pueda... ni siquiera darme por
-entendido de lo que ocurre?... ¿Ó se trata de humillarme hasta el punto
-de que yo vaya á ofrecer mi hija al mequetrefe que la galantea, quizá
-por pasatiempo?
-
---En todo eso se ha pensado, padrino--respondió Ana con la más
-hechicera gravedad,--y todo está de manera que sólo falta el
-consentimiento de usted.
-
---Y ¿quién lo ha arreglado así, señora medianera?--preguntó don Pedro,
-que á duras penas contenía la risa á que le incitaba la cómica seriedad
-de su ahijada.
-
---Yo--respondió ésta.
-
---¡Ave María Purísima!
-
-Don Juan de Prezanes no pudo más aquí, y soltó una carcajada que duró
-un buen rato.
-
---¡Te digo--exclamó después,--que es el mismo demonio esta muchacha!
-
---Pues el asunto es más serio de lo que parece, ¡caramba!--dijo don
-Pedro, verdaderamente alarmado.--Á ver, Ana, á ver... ¡Dime, con toda
-formalidad, lo que has hecho; qué lío es ese en que me habéis metido!
-
---No hay tal lío, padrino, sino la cosa más natural del mundo.
-Previendo yo lo que sucede, y compadecida de la situación de María,
-la aconsejé que aceptara la oferta que su novio la había hecho de
-hablar del caso á su padre. Si en éste hallaba oposición, ¿á qué seguir
-adelante? y si, por el contrario, le parecía bien, ¿por qué ocultárselo
-á usted? Pues habló el pretendiente; y como halló buena acogida en su
-padre, que no se atreve á dar ese paso que usted echa de menos, porque
-teme ser mal recibido, y como yo sé todo esto _porque debía saberlo_, á
-usted se lo cuento ahora. ¿Hay nada más natural... ni mejor conducido,
-aunque no debiera decirlo yo? Además--añadió Ana, viendo que su padrino
-se paseaba inquieto y cabizbajo, sin replicar una palabra, y que la
-incitaba su padre con los ojos á continuar el asedio:--no es sólo
-el bien de María lo que me ha movido á echar sobre mí el empeño de
-_arreglar_ este asunto. Tiene él más alcance de lo que parece. Usted y
-mi padre andan siempre á la greña porque mi padre se mete más de lo que
-debiera en esos enredos que arman el barón de Siete-Suelas, el marqués
-de la Cuérniga y otros tales que de eso viven, y está á matar con don
-Rodrigo Calderetas, porque don Rodrigo Calderetas también se mete en
-esto mismo... y en otro tanto más. Es de creer que cuando usted y mi
-padrino sean todos unos, por... por _eso_ que se ha arreglado hoy, mi
-padre tire más para los suyos que para los ajenos, y se acabe entre
-usted y él ese motivo tan viejo de discordias y desazones. Pues que se
-casa María con el hijo de don Rodrigo Calderetas, buen señor, por lo
-demás, y amigo de usted en otro tiempo: cátele usted ya de la familia
-y poniendo sus muchas influencias en el fondo común, para bien de
-estas pobres gentes, y á los barones y marqueses en manos de Asaduras,
-que es lo mismo que decir que no volverá á saberse de ellos en diez
-leguas á la redonda de Cumbrales. ¿Le parece á usted, padrino, de poca
-importancia el casamiento de María, aunque sólo se le mire por este
-lado?
-
-Continuaba paseando don Pedro, mirábale anheloso don Juan, y también
-quedaron sin respuesta estos razonamientos de Ana, que estaba muy lejos
-de chancearse al exponerlos. ¿Labraron algo en el ánimo de don Pedro
-Mortera? No pudo saberse por entonces, porque Ana no consiguió arrancar
-á su padrino otras palabras que éstas, dichas al despedirse poco
-después:
-
---Hija mía, la salsa que te he ofrecido lleva demasiada sal y pimienta
-para comprometerme yo desde ahora á preparártela; pero con esa salsa
-ó sin ella, no faltará Dios de tus bodas, ni María dejará de ser tan
-feliz como merezca serlo.
-
---Envíame á Pablo en seguida,--le dijo don Juan de Prezanes,
-despidiéndole con un abrazo en la puerta de la escalera.
-
-Cuando volvió á la sala, dió otro más apretado á su hija que le
-esperaba allí. ¡Cuánto le dijo en aquella caricia, con las lágrimas de
-sus ojos y los latidos de su corazón!
-
---¿Cree usted que va vencido?--le preguntó Ana, secándose las mejillas
-cuando la emoción la permitió hablar.
-
---¡Y cómo no, hija mía, en una causa tan injusta como la suya, y con un
-enemigo como tú?
-
- * * * * *
-
-Tres días después de estas ocurrencias recibió don Juan de Prezanes la
-visita de don Rodrigo Calderetas.
-
-Era este personaje no muy alto, bien contorneado, aparatoso de traje
-y apostura, de blanca tez, teñido bigote, muy afeitado el resto de la
-barba, tersas, pulcras y cerradas tirillas, y gran cadena de reló.
-
-Iba de casa de don Pedro Mortera, y le preguntó su amigo don Juan,
-apenas le hubo saludado:
-
---¿Y el asunto?
-
---Como era de esperarse--respondió la «gran persona;»--porque no vine
-yo á ofrecer ninguna puñalada al señor don Pedro Mortera, amigo mío.
-
---Lo sé muy bien, señor don Rodrigo; pero como no andaban ustedes en la
-mejor armonía, bien pudiera haber surgido alguna dificultad...
-
---Efectivamente; pero cuando se trata del bien de los hijos... ¡Mostró
-el mío tal empeño en que se diera este paso!... Cierto que don Pedro es
-una persona apreciabilísima, respetable y de gran posición; que su hija
-es bella y digna, en todos conceptos, de un esposo como el que yo la he
-ofrecido y ella ha aceptado, con regocijo de toda su familia; regocijo
-que yo juzgo sincero y cordial, no menos que la cortés acogida que me
-ha hecho mi antiguo amigo... aunque hubiera querido yo verle un poco
-más expansivo, más... en fin, como en otro tiempo; pero ¡ya se ve! hay
-que aparentar cierto... pues; porque el puntillo... Esto no obsta para
-que yo me prometa grandes ventajas para todos de esta alianza entre dos
-familias tan importantes, ó mejor dicho, entre tres, puesto que, según
-acaba de decírseme allí, el joven Pablo, hermano de María, se casa
-con la hija de usted... por lo que le felicito con toda cordialidad;
-de manera que este doble enlace nos une á usted, á don Pedro y á mí,
-íntima y estrechamente... Y á propósito: ¿conserva usted cierta carta
-que le escribí pocos días hace?
-
-Sonrióse don Juan de Prezanes, y respondió:
-
---No le apene ese cuidado, que yo nunca archivo documentos de esa
-especie... por lo que pueda suceder.
-
---Aplaudo la previsión--repuso don Rodrigo;--pero no entienda usted
-por mi pregunta que estuviera yo alarmado ni mucho menos; aunque
-creo recordar que apunté en esa carta ciertas sospechas que yo tenía
-del señor don Pedro... Ya se ve: ¡se ensartan á veces de tal manera
-los sucesos! ¡parecen tan fehacientes los informes! ¡apremian de tal
-modo las circunstancias! ¡llegan á tan alto mis conexiones políticas!
-¡solicitan mi cooperación fuerzas tan egregias y tan invencibles, y soy
-yo tan caballero, señor don Juan, tan caballero!... Por otra parte,
-este don Pedro Mortera ¡tiene un carácter tan inflexible, tan apegado
-á sus convicciones, tan refractario á los procedimientos usuales en
-estas manifestaciones del nuevo sistema político que gloriosamente nos
-rige!... En fin, él se entenderá. Á usted ¿qué le parece?
-
---Paréceme, señor don Rodrigo--respondió don Juan sin ambajes,--que
-le ha sobrado la razón á mi compadre siempre que se ha resistido á
-aliarse á nosotros para luchar en el poco limpio terreno á que le
-hemos llamado; porque, sean cuales fueren las ventajas del sistema
-nuevo, sistema que ni usted ni yo hemos tenido en cuenta para maldita
-de Dios la cosa al lanzarnos á las luchas de que se trata, ni él
-discute ni ha discutido jamás, es lo cierto que el papel que hacemos
-nosotros agitando estos pueblos y ensañándonos, por satisfacer míseras
-venganzas, en infelices desvalidos, sólo porque triunfe (digámoslo
-aquí donde nadie nos oye) un aventurero farsante y desagradecido, como
-el marqués de la Cuérniga ó el barón de Siete-Suelas, es mucho menos
-honroso que el de mi compadre metido en su concha y resistiéndose á
-ayudarnos en esta obra... verdaderamente inicua; creo, en fin, señor
-don Rodrigo, que, por este lado, la cuenta que haya de dar á Dios
-nuestro amigo, será mucho más corta que la nuestra.
-
---Pshe... mirada la cuestión desde ese punto de vista... pero
-considerando que son _males corrientes_, más diré, _indispensables_,
-y que, si nosotros no los causamos, alguien los ha de causar, la cosa
-cambia mucho de aspecto.
-
---El mal, señor don Rodrigo, mal es siempre y donde quiera; y causarle,
-jamás será obrar bien. Nosotros le causamos muy á menudo, ergo...
-
---Y pensando así, ¿cómo está usted siempre á mi lado y enfrente de su
-amigo?
-
---Por el condenado amor propio, por el tesón, por la soberbia, que
-ofuscan y enloquecen; por lo que se llama _sostener la bandera_...
-por estar demasiado hecho á esa moral de sofismas y acomodamientos.
-Pero esto no impide que, cuando pasa la fiebre, luzca la verdad en mi
-razón y diga yo lo que siento, como lo digo ahora. ¡Ay, don Rodrigo,
-cuánto ganaríamos usted y yo en la opinión pública y en reposo y en
-tranquilidad de conciencia, si desde ahora nos resolviéramos á dar un
-puntapié á las aspiraciones de algunos caballeros como el que fué causa
-de ciertos párrafos de esa carta de usted; de la tempestad que éstos
-levantaron en mi corazón, y del riesgo á que me expusieron; y, unidos
-los tres, nos consagráramos á hacer el bien de estas gentes mientras se
-presentaba un hombre honrado que tomara, _á la fuerza_, el cargo penoso
-que tantos vividores _solicitan_! No creo que éste hiciera por sí solo
-grandes cosas allá arriba; pero tampoco haría daño, que es bastante
-hacer; viviríamos aquí en paz, y, sobre todo, nosotros habríamos
-cumplido con nuestra obligación. Hablo, señor don Rodrigo, con la
-autoridad de mis desengaños, y, como quien dice, con el pensamiento de
-nuestro ya más que amigo, don Pedro Mortera. ¡Dichoso él que ha tenido
-fuerza de voluntad bastante para no poner nunca en contradicción sus
-obras con sus ideas!
-
---Á la cuenta, señor don Juan, está usted muy dispuesto á pasarse á los
-reales de su amigo y consuegro... si es que no se ha pasado ya.
-
---Cosa es, don Rodrigo, á que no puedo responder en este instante;
-pero, visto lo que ocurre, ni á usted ni á mí nos estará ya muy bien
-reñir con él y acariciar á Asaduras, que pretende...
-
---Sí, sí... ya recuerdo. La pretensión es grave, ciertamente, y
-parecería mal... pero se me ha puesto en el caso de luchar á todo
-trance... ¡y como soy tan caballero!... Por eso se lo indiqué á usted
-para que le sirviera de gobierno; que, por lo demás... ¡Esta influencia
-desdichada de que estoy revestido!... Créame usted, señor don Juan,
-que daría lo que no es decible por ser un personaje obscuro... En fin,
-el asunto es de meditarse, y veremos de conducirle de manera que yo
-no falte á lo que debo á mis compromisos ni á lo que exigen, de un
-caballero como yo, las nuevas circunstancias que me ligan con ustedes.
-
-Poco más se habló entonces entre don Rodrigo Calderetas y don Juan de
-Prezanes. Despidiéronse con más cortesía que afecto; montó la gran
-persona en el caballejo que le había traído, flaco y peludo, pero con
-mucha placa y majos pespuntes en los arreos; agachó la cabeza al salir
-de la portalada, aunque ni con vara y media llegaba su reluciente
-sombrero á la viga que servía de dintel, y arreó hacia la villa por la
-calleja inmediata.
-
- * * * * *
-
-Al día siguiente dijo Pablo á Nisco:
-
---Me caso con Ana.
-
---Es de razón--contestó Nisco,--y para bien sea por muchos años. ¡Buen
-personal te llevas!... y de tu comenencia es, como en su día te dije.
-
---También se casa María.
-
---¿Tu hermana!
-
---Mi hermana.
-
---Con que... ¡tu hermana María!... ¿Y así, tan de porrazo?
-
---Tan de porrazo no, puesto que son amores viejos.
-
---¡Amores viejos!... ¡Naide lo diría! Y ¿con quién se casa, si se puede
-saber?
-
---Con un hijo de don Rodrigo Calderetas.
-
---¿El de la villa?
-
---El de la villa.
-
---Vamos, con un caballero fino y pudiente... Tal para cual, como el
-otro que dijo... El oro con la seda. Eso debe de ser, por lo visto...
-Pues por muchos años, Pablo; y si otra cosa no mandas por ahora...
-
---Vete con Dios, Nisco, y anímete el ejemplo.
-
---¿Á qué, Pablo?
-
---Á casarte con Catalina.
-
---Es verdad; tal para cual: esa es la ley. ¡Ojalá no se faltara nunca á
-ella... ni con el pensamiento!
-
---Bien te la prediqué un día, y te atufaste.
-
---Era hablar por hablar... ¿Y nosotros, _por eso_, tan amigos como
-siempre?
-
---¿Y cuál es _eso_?
-
---_Eso_ es, Pablo, el casarte tú ahora.
-
---¡Qué bolonio eres, hombre!: más amigos que nunca; y á cuenta de ello,
-démonos un abrazo... ¡Aprieta, Nisco!... ¡Qué demonches! tienes la mano
-fría y la cara algo pálida.
-
---Pshe... pamplinas del arca, motivao á que estoy en ayunas...
-
---Por lo demás, Nisco, igual que antes... en todo lo que no esté reñido
-con el nuevo estado, se entiende. Si quieres continuar las lecciones...
-
---¡Lecciones!... Para lo que valgo y soy, creo que ya he aprendido en
-tu casa... todo lo que es menester. Con que, adiós, Pablo.
-
---Adiós, Nisco.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXI
-
-PRÓLOGO DE UN DRAMA
-
-
-Chiscón, porque le corrían costas en el pleito, no se descuidó en
-rematarle cuanto antes.
-
-Volvió á Cumbrales al otro día, cerca ya del anochecer; y después de
-reforzar el ánimo con unos tragos en la taberna de Resquemín, donde le
-dijeron que Tablucas acababa de marcharse para meterse en casa antes de
-que llegara la noche, fuése á la de Catalina. Cabalmente, al entrar él,
-estaba toda la familia reunida, porque acababa de cenar.
-
-Sin exordios ni tanteos, no bien se acomodó en el taburete cerca de
-la _perezosa_, cargada aún con los cacharros vacíos y los codos de la
-gente de casa, declaró sus honradas intenciones y expuso el inventario
-de sus caudales. La respuesta fué breve y terminante: se agradeció
-mucho la voluntad; pero se desestimó el propósito.
-
-Chiscón, que no podía llamarse á engaño, porque á nada obliga en la
-Montaña á una moza soltera el abrir de noche la puerta al mozo que así
-lo desea para hablarla delante de la familia al amor de la lumbre, de
-los cuales términos él no había pasado allí, tragóse las calabazas
-sin meterse en más indagaciones; se despidió como pudo, y volvió á la
-taberna donde le esperaba el Sevillano. Llegó el hombre, que ahumaba, y
-pidió á Resquemín una azumbre de lo blanco para apagar el incendio.
-
-Conoció el Sevillano dónde le dolían á su amigo las quemaduras, puso
-el dedo sobre las llagas, bramó el doliente; y hablando, hablando, y
-bebiendo, bebiendo, desfogóse el de Rinconeda á sus anchas, pero sin
-decir pizca de verdad. Puso á Catalina y á toda su casta para pelar;
-fingió haber sido en él chanza y pasatiempo lo que á tales injusticias
-le arrastraba; supuso que se había negado á ser paño de las lágrimas
-vertidas por los desdenes de Nisco; pintó en la moza los deseos, y en
-él el desaire; y creyendo que por esta senda arriba se encaramaba muy
-alto, dió en despotricar por el estilo á medida que bebía y entraban
-gentes en la taberna.
-
-Al otro día todo el pueblo era sabedor de lo charlado allí por Chiscón,
-que, después de dormir la mona y las pesadumbres, verdaderas lenguas
-de sus descomedimientos, apenas se acordaba de otra cosa que de las
-calabazas recibidas.
-
-El domingo siguiente se presentó en el corro de Cumbrales; y como
-lo valiente no quita lo cortés, algo también por vía de memorial
-indirecto, y mucho por alarde para desautorizar dichos y murmuraciones,
-invitó á bailar á Catalina; pero ésta, que tenía buena memoria y muchos
-agravios que vengar del mocetón de Rinconeda, le soltó á la cara
-un no redondo, seco y frío... y gracias que no le soltó además una
-desvergüenza.
-
-Pareciéronle á Chiscón, por ser públicas, estas segundas calabazas
-más duras de tragar que las primeras; pero tragólas mal de su grado,
-aunque no sin bascas y trasudores; y fingiendo una serenidad que no
-tenía, apartóse de Catalina y acudió á otra moza con la pretensión.
-Como había sido tan mirado y visto el desaire, y en casos tales á nadie
-le gusta recoger lo que otro desecha, la moza invitada desairó también
-á Chiscón; dirigióse éste en seguida á la de más allá... y lo mismo, y
-así, de moza en moza, recorrió toda la fila el de Rinconeda, llevando
-tal carga de calabazas, que le abrumaron; con lo que perdió la poca
-serenidad que le quedaba y se largó de allí como perro con maza; mas
-no sin decir antes, con su voz de trueno, vuelto el airado rostro hacia
-la gente:
-
---¡Yo vos aseguro que he de bailar aquí mesmo, hasta que me digáis que
-lo deje!
-
-Para el siguiente domingo tenía dispuesta la juventud de Cumbrales una
-_magosta_, precisamente en una castañera que lindaba con el término de
-Rinconeda.
-
-Como la castañera estaba soltando el fruto de puro sazonado, y era de
-la pertenencia de varios vecinos de Cumbrales que tenían hijos mozos,
-autorizóse á éstos para que ofrecieran un sabroso regodeo á toda la
-gente joven con las castañas que se _sacudieran_ de los árboles, en vez
-de hacer la magosta con las compradas á escote, como ordinariamente
-acontece. De este modo tendría la fiesta un aliciente más en los lances
-de la sacudida, y una ventaja de consideración el ser la fruta regalada.
-
-Aquel día, después del rosario, no quedaron en el corro de Cumbrales
-más que las viejas jugando á la brisca, y unos pocos hombres en la
-bolera; todo lo demás se fué en alegre romería, después de hacer los
-mozos el necesario acopio de vino, y de proveerse también de un par de
-recias y larguísimas varas, camino de la castañera.
-
-Una vez allí la gente, varazo á esta rama, varazo á la otra, desde el
-suelo si la vara alcanzaba al fruto, ó desde la cruz del castaño si
-los erizos estaban muy altos; apañando esta moza las castañas sueltas;
-_descachizando_ la otra los erizos con los tacones de los zapatos y con
-mucho tiento para no reventar lo que guardaba la espinosa envoltura;
-acopiando escajos secos unos mozos; avivando en lugar conveniente
-dos mozas de las más amañadas la mortecina lumbre; templando otras á
-su calor los flojos parches de las panderetas, y mordiendo todos y
-todas, por un lado, las acopiadas castañas para que no reventaran en
-el fuego, con peligro de los cercanos ojos; canturriando unas aquí,
-relinchando otros allá, locuaces los más y risueños todos, el campo de
-la castañera, abrigado del aire y del sol por las anchas, espesas y
-bajas copas de los árboles, parecía un hormiguero en el ir y venir de
-la gente, y una pajarera en lo ruidoso y pintoresco del conjunto.
-
-Acabóse el vareo y el acopio; trocóse la lumbre tímida en voraz
-hoguera, y ésta, á su vez, en descomunal brasero; hízose en él con
-una estaca honda sima; llenóse de castañas; volvieron á unirse los
-bordes candentes; y mientras se dejó al cuidado de personas de juicio
-é inteligencia la delicada tarea de revolver las ascuas y de sacar las
-castañas que fueran asándose, pero sin quemarse, en lo que estriba
-toda la dificultad del caso, la gente de sobra hizo corro más abajo,
-sonaron las panderetas, y comenzó el baile, que es la salsa de todas
-las fiestas aquí... «y en Valladolid,» anden en ellas el percal de
-á peseta y el paño burdo, ó triunfen la seda turgente y el frac
-diplomático. La misma raza con diferente librea; la propia carne con
-distinto pelo.
-
-Duró el baile hasta que las castañas se asaron. Entonces se sentaron
-en rueda mozos y mozas, y comenzó á circular la bota para remojar las
-castañas, que se repartieron á sombrerada por concurrente. Amenizábase
-el regodeo con dichos y risotadas, y se tiznaba la cara con pellejos
-quemados al que se distraía un instante; en el cual empeño, condición
-especial de las magostas, eran las mujeres las más tercas.
-
-Así se andaba allí, tan pronto sorbiendo como mascando, como
-limpiándose la cara con el delantal ó la manga de la camisa, cuando
-apareció Chiscón en la magosta, por el lado de Rinconeda. No se supo
-nunca si fué casual ó de intento la llegada del calabaceado mocetón,
-y á nadie agradó verle allí tan de improviso; pero como saludó muy
-atento, se le brindó con lo que había. Tomó, por no desairar la
-oferta, una castaña, y se llevó á los labios la bota de vino; y debió
-infundirle ánimos la cortés acogida, porque, en vez de seguir su
-camino, se sentó con los de Cumbrales.
-
-Terminado el refrigerio, _se enterró la bruja_[4] entre las ya tibias
-cenizas de la lumbre, y volvió á comenzar el baile. Cada moza fué
-_sacada_ por un mozo, y el de Rinconeda se quedó entre los pocos
-desparejados que miraban; pero se tocó _á lo alto_, y entonces, al
-amparo de la costumbre, que es ley en muchos casos, y en tales como
-aquél, indiscutible, _echó fuera_ al mozo que bailaba con Catalina,
-creyendo el testarudo que así no eran posibles las calabazas; pero se
-equivocó. La esquiva moza se plantó en firme en cuanto le tuvo delante,
-y en seguida le volvió la espalda. Sintió Chiscón el golpe en lo más
-vivo, y para disimular sus efectos, echó fuera al mozo que le seguía
-por la izquierda. También entonces se le plantó la moza. Atolondrado ya
-por la ira y el despecho, siguió fila abajo empeñado en hallar pareja;
-pero sólo halló desaires en todas partes.
-
- [4] Enterrar la bruja es dejar una castaña oculta entre la
- ceniza, no sé por qué ni para qué; pero es detalle de carácter en
- las magostas.
-
-Reventóle al fin la corajina del pecho, y dijo, dispuesto á todo:
-
---¡Quisiera conocer al que tiene la culpa de esto!
-
-Á lo que respondió Catalina con gran serenidad:
-
---Pues arráncate la lengua con que me agraviastes.
-
---¡Arrancara yo--repuso el otro, lívido de rabia,--la que te fué con la
-impostura!
-
---Muchas son entonces las impostoras.
-
---¡Pues todas las arrancara yo, si las conociera!
-
---Con arrancar la tuya se acababa la peste.
-
---¿Hay quien se atreva á hacerlo entre los presentes?... ¡Pues venga á
-echarla mano!--dijo Chiscón, irguiendo su colosal escultura y sacando
-luégo fuera de la boca un palmo de lengua, ancha, gruesa y roja como la
-de un caballo.
-
-Acercósele un mozo de Cumbrales, y le respondió:
-
---De lo que te pasa, á naide culpes en ley de josticia: que seas
-valiente, no se te ha negado; pero que, con sólo decirlo, llegues _á
-campar_ aquí, no lo sueñes nunca. Por el corazón se mide á los hombres
-y no por la estampa, y corazón no falta al más ruín de los presentes.
-De fiesta estamos y en nuestra casa; en ella entrastes y se te brindó
-con lo que había; de lo demás, tuya es la culpa por no escarmentar
-cuando debistes. Si buscas guerra, mal haces, que, sobre no ser justa
-ahora, á tí te conviene menos que á nosotros.
-
---Y eso que me cuentas--preguntó Chiscón al templado mozo, con burlona
-sonrisa,--¿es amenaza ú caridá?
-
---Esto que te cuento--respondió el otro,--es riflisión de hombre de
-bien y de enemigo leal.
-
-En tanto platicaban los dos así, Catalina reunió el cotarro y consiguió
-en cuatro palabras ponerle en marcha hacia Cumbrales.
-
---Vámonos, Braulio--dijo con resped al pasar junto al mozo que hablaba
-con Chiscón:--deja esa peste que te mancha.
-
-Obedeció Braulio; y tan á punto, que quedaron sin respuesta las últimas
-palabras que enderezó al de Rinconeda.
-
-En un instante se vió éste solo en la castañera. Irritóle más aquel
-nuevo desaire que recibía, y gritó mirando á los que se marchaban:
-
---Vos prometí el domingo bailar en el corro de Cumbrales hasta
-cansarvos... ¡Pos hoy vos lo juro por la luz que me alumbra!
-
-Las últimas palabras de esta amenaza se perdieron entre el son de
-las panderetas y el cantar y el gritar desaforados de la gente de la
-magosta, que se largaba hacia su pueblo, mientras el sol trasponía el
-horizonte entre celajes de púrpura.
-
-Desde el siguiente día comenzó á circular por Cumbrales el rumor de
-que los de Rinconeda pensaban armar una que fuera sonada contra sus
-sempiternos enemigos. Los rumores crecieron durante la semana; el
-jueves se dijo que se trataba de una invasión de los mozos de abajo,
-para dar una batalla á los de arriba en el mismo Cumbrales; el
-viernes se contó que vendrían mozos y mozas en son de romería á bailar
-en el Campo de la Iglesia, y, por último, el sábado pudo asegurarse
-que al día siguiente habría de todo en el pueblo; es decir, baile en
-competencia y palos por remate. De todo ello tendría la culpa Chiscón,
-aconsejado por su amigo el Sevillano.
-
-Bajo estas impresiones desagradables, y al arrullo del Sur, que bufaba
-sordamente en las rendijas de las puertas y ventanas, se durmió aquella
-noche el vecindario de Cumbrales.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-XXII
-
-ENTREACTO RUIDOSO
-
-
-Los que madrugaron al otro día (y cuenta que en Cumbrales se levanta
-al alba la gente) vieron que, mientras el sol salía embozado en
-crespones de escarlata, sobre las lomas del Sur relucía, fulguraba el
-celaje, como si fuera lago de cristal fundido; lago con islotes de
-nácar y grumos de oro; á trechos, ondas purpúreas, blancas vedijas
-inalterables, y _rabos de gallo_ más efímeros, sobrenadando; y
-por riberas y marco en toda la redondez de este espacio, moles de
-negras y plomizas nubes amontonadas. Entre una y otra mole, densas
-brumas cenicientas, valles fantásticos de aquellas raras montañas
-que se prolongaban, en contrapuestos sentidos, en forma de ásperas
-cordilleras. En lo más alto del cielo, tenues veladuras rotas; luégo
-el éter purísimo hasta el horizonte del Norte, donde el celaje era
-cárdeno, mate y estirado, como una inmensa lámina de acero sin bruñir.
-
-El aire era tibio y pesaba tanto sobre el ánimo como sobre el cuerpo;
-ni una hoja se movía en los árboles, ni una yerba en los campos; la
-vista y el oído adquirían un alcance prodigioso; las tintas de las
-montañas, más que calientes, parecían caldeadas; los contornos y
-relieves flotaban en un ambiente seco y carminoso que, acortando las
-distancias, engrandecía las moles; y el silbido del pastor y el sonar
-de las esquilas del ganado, llegaban claros y perceptibles al oído
-desde los cerros del Mediodía.
-
-Cuando en la Montaña amanece entre estos fenómenos de la naturaleza,
-todo montañés sabe qué viento va á reinar aquel día; y entonces se
-llama al espacio brillante rodeado de nubarrones, _el agujero del
-ábrego_[5].
-
- [5] Los campesinos montañeses, los de la región central, por lo
- menos, llaman ábrego al viento del Sur.
-
-Y por allí salió este caballero, en la ocasión de que se trata, dos
-horas después de amanecer.
-
-Salió blando, sosegado y apacible, y como de recreo por el campo de sus
-hazañas, jugueteando con el humo de las chimeneas, las mustias y ya
-escasas hojas de los árboles, las yerbecillas solitarias de los muros
-y las sueltas y errabundas pajas de la vega... Lo que haría cualquier
-cefirillo de tres al cuarto. En Cumbrales no levantaba el polvo de las
-callejas, ni movía las puertas entornadas, ni siquiera los pliegues de
-un refajo ni los picos de una muselina.
-
-Así es que el señor cura tocó muy tranquilo á misa mayor, y luégo
-las tres campanadas para los perezosos; y la iglesia se fué llenando
-de gente que nada temía y sólo se quejaba del «bichorno, poco al
-consonante de la bajura del mes que iba corriendo.»
-
-Con esta tranquilidad en los espíritus y sin alterarse la de la
-naturaleza, comenzó la misa gorjeada y solemne.
-
-Pero no había llegado el _Credo_ á la mitad, cuando las chanzas
-comenzaron á enardecer á la fiera; y la tramó con las ramas tenaces,
-los matorrales espesos y las ventanas cerradas, que, siquiera, le
-ofrecían alguna resistencia. Mas si doblegaba á las unas y bamboleaba á
-los otros, las ventanas no cedían ni le franqueaban el paso.
-
-Tanteóle por las buhardillas, donde las había; y se encontró con que
-las más de ellas tenían los postigos clavados desde que estaban allí;
-quiso también entrar en la iglesia, y hasta logró apagar los cirios de
-los primeros _tajos_; pero le cerraron la puerta apresuradamente. Con
-estas contrariedades se fué embraveciendo poco á poco, y tornó á las
-ventanas con propósito de desquiciarlas metiéndose por las rendijas.
-Metióse, forcejeó y se hartó de dar bufidos de coraje; pero no logró
-su intento. En venganza, con las ramas de los frutales de los huertos,
-azotó las viviendas de sus dueños. Entonces conocieron éstos que la
-cosa iba de veras; y los que no lo habían hecho todavía, se trancaron
-por dentro á llave y palanca. Esta actitud equivalía á un reto; y el
-enemigo, rugiendo amenazas, se retiró á sus antros, como para acabar
-de pertrecharse. La calma y el silencio volvieron á reinar en la
-naturaleza; pero por pocos momentos.
-
-Cuando reapareció el monstruo, temblaron hasta los más valientes.
-Sordos mugidos le precedían; y, á su paso, humillaban los árboles
-las erguidas copas; alzábase el polvo en remolinos; las puertas se
-estremecían en sus quiciales, y el día se quedó á media luz parda
-y traidora. Comenzó la batalla. ¡Qué estruendo!... ¡qué empuje!...
-¡qué acometidas aquéllas! Algunas chimeneas vacilaron, y más de un
-alero crujió, soltando la carcoma de la vejez al choque de la furia;
-las puertas más firmes lanzaban gritos de agonía; las podridas ramas
-de las vetustas higueras saltaban hechas pedazos; en los manzanos
-tremolaba el muérdago desarraigado, como triste gallardete con que
-demanda auxilio el desmantelado buque; lloraban escombros las humildes
-socarrenas sobre sus regazos de ortigas, y chasqueaban y se conmovían
-los empingorotados tejadillos de las altivas portaladas.
-
-En medio de su ferocidad imponente, el viento tenía caprichos
-verdaderamente pueriles: recogía las hojas dispersas en solares y
-callejos, y las arrinconaba donde mejor le parecía, en un solo montón:
-encrespábale, revolvíale, alzábale del suelo, y en rápido y sonoro
-remolino, subíale muy alto; allí le cernía, le ensanchaba, le encogía,
-le alargaba, dejábale descender nuevamente; y cuando le tenía en el
-suelo, dispersaba de un soplo todas las hojas, que desaparecían detrás
-de los vallados, en los fosos y entre los bardales; volvía á reunirías
-al instante sacándolas de sus escondrijos, y tornaba á amontonarlas y
-á cernerlas, á subirlas y á bajarlas, y á darles libertad otra vez, y
-otra vez á recogerlas. Con el polvo hacía diabluras: nubes espesas,
-diáfanas neblinas, mangas y espirales. Desconchaba los lomos de los
-muros revocados, y desnudaba á los viejos de sus vestiduras de yedra.
-
-Tras estos juegos y aquellas violencias, que no eran más que un tanteo
-de fuerzas y un ensayo de batalla, las tablas dejaron de estremecerse
-y las rendijas de silbar; callaron los gemidos de los árboles, y sólo
-se oyó un rumor, á modo de jadeo, hacia la vega, como si sobre ella y
-los montes vecinos se hubiera tendido el monstruo á descansar. De vez
-en cuando se agitaban un poco las ramas, y el polvo y las esparcidas
-hojas se revolvían en el suelo. Diríase entonces que tenían cara las
-viviendas y los muros y los árboles, y que en ellas se pintaba el dolor
-de lo pasado y el espanto de lo que aún les esperaba. ¡Qué acongojado
-aspecto ofrecían aquellas casas con los ojos cerrados, y aquellos
-árboles contraídos y tiritando!
-
-La tregua fué breve, y la embestida que le siguió, con el estruendo de
-cien batallas, espantosa.
-
-En algunos embates parecía el viento macizo, y entonces resonaban sus
-golpes como cañonazos; y cada golpe de éstos producía un desastre: lo
-firme oscilaba, lo vacilante caía; las tejas se encrespaban, hervían
-en los tejados, como si diablillos danzaran debajo de ellas; y en la
-casa donde la puerta saltaba de sus pernos, barría el huracán muebles
-y vasares; y al buscar salida por la cumbre, removía las tablas del
-desván y derrengaba los cabrios. ¡Con qué astucia rastreaba los suelos
-y husmeaba los hogares, buscando una chispa que llevarse al pajar para
-regalarse con el espectáculo de un incendio!
-
-No había punto en el lugar donde la furia no metiera su cabeza, y con
-la cabeza las garras, y con las garras el azote. Por eso todo era
-estrago y fragor en torno suyo. Silbaba furioso en huecos y rendijas,
-bufaba en los arbustos, bramaba en los callejones, y en las arboledas
-rugía; y, en ocasiones, hasta las campanas lanzaban solas desacordes
-sonidos, con pavor de los fieles que se guarecían en la iglesia.
-
-Á lo lejos, un rumor incesante, como el del mar cercano en noche
-tormentosa: aquí, el crujir de la rama desgajada ó del tronco que se
-quiebra; allí, el estruendo de la pared que se derrumba, ó el zumbido
-del bardal que se agita desesperado y extiende sus greñas espinosas,
-buscando de qué asirse para que no le arranquen de la tierra que le
-nutre; y como complemento del cuadro, una luz tétrica y sulfúrea
-iluminándole; la atmósfera, sofocante y enrarecida, sin sus alegres
-y naturales pobladores, ocultos á la sazón Dios sabe dónde, llena de
-objetos raros é inconexos: tallos de maíz, hojas maceradas, polvo,
-astillas... y guijarros.
-
-Con frecuencia terminan estos huracanes con una _virazón_ rápida al
-Noroeste, ó _galerna_: remedio mucho peor que la enfermedad; pues si
-no llega á ésta en la fuerza del empuje, la aventaja en estragos, por
-el agua demoledora que trae consigo; pero cuando el Sur es estacional,
-como en el caso de que se trata aquí, concluyen sus furores por
-cansancio, y el silencio y la inmovilidad reemplazan al fragoso
-desconcierto.
-
-Tal sucedió en Cumbrales al rayar el mediodía. ¡Qué triste cuadro
-contemplaron entonces los ojos! El Campo de la Iglesia y las corraladas
-estaban cubiertos de menudo escombro, ramas, cascos y hojarasca.
-No había árbol en el pueblo sin quebraduras ó cicatrices; algunos,
-arrancados de cuajo; otros, hendidos; los arbustos, lacios, desgreñados
-y con el follaje en esqueleto... Pero cuando la gente fué abriendo poco
-á poco las puertas de sus hogares, y salió de la iglesia la que en ella
-había estado encerrada, ¡válgame Dios, qué aspavientos los suyos y
-qué puestos en razón eran! Por de pronto, cada uno se echó á examinar
-los propios quebrantos, y luégo á compararlos con los del vecino. Y
-aconteció lo que siempre que se reparten desventuras: cayeron las
-mayores sobre los que podían menos; por lo que se llevó don Valentín
-el premio gordo de esta desastrosa lotería. Ninguna casa fué tan
-castigada como la suya: perdió la chimenea, medio alero, una ventana y
-la cerradura del estragal, amén de alcanzarle su parte, y no pequeña,
-del común revoltijo de los tejados.
-
-Es sabido que la mitad del vecindario de Rinconeda estuvo contemplando
-el desastre de Cumbrales durante la furia del huracán, agazapado
-al socaire del cerro adyacente, y aun se afirma que palmoteaba
-aquella gente levantisca cada vez que un árbol se tronchaba ó caía
-una chimenea. Esto se corrió por Cumbrales á la hora de calmarse el
-viento; y fortuna fué que se tomara por cierta la noticia, pues con la
-indignación que produjo en el lugar, se mató la pesadumbre que cada
-cual sentía por los recientes descalabros.
-
---¡No les faltaba más--decían todas las bocas de Cumbrales,--que venir
-esta tarde á provocarnos! Pues ¡como vengan!...
-
-Y jurando echar hasta las asaduras en el trance, volcaron todos la
-puchera mal sazonada; y con el último bocado entre los dientes, subióse
-cada cual á su tejado á reparar lo más perentorio, por si la turbonada
-que se iba formando hacia el Saliente, acababa en aguaceros antes de la
-noche.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXIII
-
-GRIEGOS Y TROYANOS
-
-
-Continuaban la calma sofocante y el cielo cargado de nubes como
-peñascos, con unas intermitencias de sol que levantaba ampollas;
-los desperfectos del Sur, en tejados y cerrajas, iban poco á poco
-reparándose, y hasta se consolaban las gentes, unas á la fuerza y
-otras como podían; pero no se olvidaba un punto la anunciada invasión
-de los de Rinconeda; y hacia el camino de Rinconeda miraban todos los
-ojos de Cumbrales desde huertas, callejas y tejados, y á voces de
-Rinconeda sonaban todos los rumores en los oídos de la gente de arriba.
-Odiosa era siempre una provocación semejante... ¡pero en aquel día!...
-¡después de las devastaciones del huracán, apenas encalmado!...
-
---¡Pues como vengan!...
-
-Y esto decían todas las bocas de Cumbrales.
-
-Pero subieron Cerojas y Lambieta al campanario con otros camaradas que
-lo tenían por costumbre; hartáronse de repicar á vísperas... y nada.
-Tocáronse luégo las tres campanadas al rosario; acudió la gente, llegó
-el señor cura, rezóle y hasta _echó_ su poco de plática sobre la paz y
-concordia entre los pueblos cristianos; acabóse la piadosa tarea, que
-duró tres cuartos de hora... y nada. Se desocupó la iglesia; quedáronse
-en el porche, murmurando, las mujerucas á ese manjar aficionadas;
-agrupáronse de cuatro en cuatro, á la sombra de las tapias fronteras al
-corro del baile, las viejas, acurrucadas en el suelo, á jugar el ochavo
-á la _brisca_ ó al _mayor punto_; avanzó la gente moza; resonaron las
-panderetas recién templadas; arrimáronse al calorcillo del baile muchos
-de los mozos aficionados, y los restantes, entre los que estaban Pablo
-y Nisco, entraron en la bolera; sentáronse los viejos mirones en las
-paredillas; oyóse la voz alegre de las cantadoras acometer la tarea con
-la tradicional y obligada copla
-
- Para espenzar á cantar,
- licencia tengo pedida,
- al señor cura, primero,
- y á la señora Josticia.
-
-Dió principio también el baile; rifaban ya las viejas sobre si se vió
-ó no se vió, si se hizo ó no se hizo la prohibida seña del _as_ ó del
-_tres_ del palo del triunfo; alzóse regocijada gritería en el corro de
-bolos por haber hecho Nisco un emboque á la segunda bolada; correteaban
-Bodoques por aquí, Lergato por allí y Lambieta por el otro lado,
-reclutando muchachos para jugar á la cachurra en la mies, silbando unas
-veces, voceando otras y estorbando siempre... en fin, que el corro,
-lleno, como quien dice, de bote en bote, se había normalizado ya...
-y nada. Los de Rinconeda no venían, y los de Cumbrales llegaron á no
-pensar en ellos: como que el cura se fué á rezar vísperas, y el alcalde
-á dormir un rato.
-
-Así estaban los ánimos cuando se presentó Cabra á todo correr por el
-camino alto de Rinconeda.
-
---¡Ahí vienen!--gritó cerca del corro de bolos.
-
-Produjo la noticia mucha efervescencia en hombres y mujeres; tanta, que
-los juegos cesaron y el baile se suspendió.
-
---¡Eso es una cobardía!--gritó un mozo encaramándose en la pared de
-la bolera y dirigiéndose á los dos corros.--¡Si vienen, que vengan!
-¿Pensáis que vos van á comer? Pus lo que hagan haremos... yo, por mi
-parte.
-
-Gustó la arenga, aprobóse, serenáronse los espíritus y continuaron los
-juegos y el baile, interrumpidos más por curiosidad que por miedo, á mi
-entender.
-
-En esto, apareció el enemigo en la ancha calleja por donde había venido
-Cabra. Era una muchedumbre de hombres y mujeres: como una romería que
-se trasladara de un punto á otro. Provocación como ella no se conocía
-en la historia del odio tradicional entre ambos pueblos. Uno á uno,
-tres á tres, ocho á ocho, hasta doce á doce, se habían pegado infinidad
-de veces los de Rinconeda con los de Cumbrales, allí en Rinconeda
-y en todas las romerías en que se habían encontrado, porque esto
-era de necesidad; pero invadir un pueblo entero al otro pueblo, con
-premeditación y á sangre fría, pasaba con mucho la raya de todas las
-previsiones.
-
-Venían delante una ringlera de mozas, dos de ellas con panderetas, y
-traían en medio á Chiscón con ramos en el sombrero y en los ojales
-de la chaqueta, y un gran lazo de cintas en la pechera de la camisa.
-Parecía un buey destinado al sacrificio en el ara de un dios pagano.
-Esto ya era un dato para creer que la función era de desagravio y en
-honor del Hércules de Rinconeda. El cual traía un palo, de _los de
-pegar_, debajo del brazo: otro dato; y también lo era el verse algunos
-garrotes más entre la turba, toda de gente moza, que seguía á la
-primera fila. Si esto no era venir en son de guerra, dijéralo el más
-lerdo. Pero se notó que abundaban mucho las mujeres en aquella tropa, y
-que no todos los hombres eran igualmente temibles; se echó una ojeada
-al corro de bolos y al Campo de la Iglesia, y se vió que, llegado el
-caso, podía librarse la batalla con buen éxito. Por supuesto que las
-mozas de Cumbrales, al ver la actitud provocativa de las de Rinconeda,
-no acababan de hacerse cruces con los dedos. «¡Mosconazas!...
-¡Tarasconas!...» ¡Cómo las ponían, entre cruz y cruz! Pero lo que acabó
-de elevar la indignación á su colmo, fué ver al Sevillano entre los
-invasores... ¡Con ellos venía el _Opas_, el _don Julián_ de Cumbrales!
-
-Pasó la procesión por delante de la bolera, cantando las mozas y con
-una en cada brazo Chiscón, y llegó al Campo de la Iglesia, donde hizo
-alto y relinchó de firme. Pablo dejó entonces de jugar y se encaramó en
-la paredilla, mirando hacia allá. Estaba algo pálido y muy nervioso.
-Nisco no apartaba de él la vista, y la gente de la bolera miraba tan
-pronto á Nisco como á Pablo. Ya nadie sabía allí cuántos bolos iban
-hechos ni á quién le tocaba birlar. En esto, cesó también el baile,
-porque Chiscón se empeñó en que habían de sentarse las cantadoras de
-Rinconeda donde estaban las de Cumbrales. Oyéronse voces de riña.
-Chiscón, después de dejar sentadas á sus cantadoras junto á las
-del pueblo (pues éstas no quisieron levantarse y él no cometió la
-descortesía de obligarlas á hacerlo), volvióse á colocar á los suyos
-en el mismo terreno en que acababan de bailar, y aún estaban, los de
-Cumbrales. Con esto creció el vocerío y Pablo bajó de la paredilla;
-llegóse á las cantadoras de Rinconeda y las preguntó secamente:
-
---¿Venís de guerra?
-
---De paz venimos,--respondieron las mozas.
-
---Pues no toquéis entonces, que tocando están quienes deben, y corro
-hay aquí para que bailen todos, si se trata de divertirse en paz.
-
---¡Á tocar se va!--dijo, en esto, un mozo de Rinconeda, mirando airado
-á las dos mozas increpadas por Pablo.
-
-Las dos mozas se dispusieron de nuevo á tocar.
-
---¡Pues no se toca!--dijo Pablo, blanco de ira.
-
-Y hablando así, arrancó las dos panderetas de las manos en que estaban,
-y rompió los parches sobre sus rodillas.
-
-¡Cristo mío, la que en seguida se armó allí! Pero Pablo, que ya la
-esperaba, porque de un modo ó de otro tenía que venir, con las rotas
-panderetas en las manos, la cabeza erguida, la boca entreabierta,
-el pecho anhelante y lívida la tez, examinó el campo con una mirada
-rápida, y la clavó firme sobre Chiscón que corría hacia él apartando la
-gente como el oso los matorrales. Estremecióse el joven un momento,
-arrojó los aros, dió dos pasos hacia el gigante que podía desbaratarle
-entre sus brazos de roble, y le recibió con una puñada en la jeta, y
-tal puntapié en la barriga, que el oso lanzó un bramido y necesitó
-todas sus fuerzas bestiales para no desplomarse como torre socavada.
-Nisco, que no había perdido de vista á Pablo, en cuanto le vió enfrente
-de Chiscón saltó como un corzo desde la bolera al campo, sin tocar
-la paredilla, y voló hacia su amigo; pero le salió al encuentro un
-valentón del otro pueblo, y fuéronse á las manos. Creció con esto la
-bulla; saltaron detrás de Nisco los jugadores de bolos; salieron los
-hombres que estaban en la taberna; encontráronse con otros del bando
-enemigo, y la lucha se trabó en todas partes con la prontitud con que
-se inflama un reguero de pólvora. Acudieron al vocerío las mujerucas
-del portal de la iglesia, y las viejas que jugaban á la brisca, y los
-muchachos que correteaban por las inmediaciones, y se llenó de gente el
-campo, desde el corro de bolos hasta el extremo opuesto.
-
-Toda aquella masa, al principio inquieta, nerviosa y movediza, fué
-enrareciéndose poco á poco, aquietándose y buscando los puntos más
-elevados y menos peligrosos, mientras los combatientes, en grupos
-enmarañados, forcejeaban, iban, venían, se bamboleaban, alzábanse y se
-agachaban; de manera que todo este conjunto de actores y espectadores
-parecía embravecido torrente encajonado de pronto en recios é
-insuperables muros.
-
-Ya no se oían voces allí, ni amenazas; ni se veía el garrote
-describiendo rápidas curvas en el aire, porque (justo es declararlo)
-los de Rinconeda arrojaron los suyos cuando vieron inermes á los de
-Cumbrales; no brillaba, ni brilló antes, el acero homicida, porque
-este arma vil no se conoce en los honrados campos montañeses, si algún
-descastado no la usa á traición, muy raras veces. Sólo se percibían
-sordos ronquidos, jadeos de la respiración, desgarraduras de camisas
-y, de vez en cuando, un _cuajjj_ despatarrado, como odre henchido que
-revienta de pronto: era que un luchador caía de espaldas en el suelo,
-debajo de su adversario; el cual no abusaba de la ventaja adquirida:
-no hería á su enemigo, ni siquiera le golpeaba en sitio peligroso;
-conformábase con tenerle allí como crucificado, y con responder á sus
-ronquidos y amenazas con sordos y mortificantes improperios; alguna vez
-se oía también el estampido ronco de un puñetazo sobre un esternón de
-acero... y poco ó nada más se oía; porque, tocante á los espectadores,
-ni se movían ni chistaban: allí se estaban todos con los ojos
-encandilados y el color de la muerte en el semblante; los muchachos,
-royéndose las yemas de los dedos; las mujeres, con la boca abierta, y
-los viejos dando mandíbula con mandíbula.
-
-Harto claro se vió que las mozas de Rinconeda no contaron con todo lo
-que estaba pasando, al ir á Cumbrales como fueron; y por verse tan
-claro en la sorpresa y dolor que mostraban, no cayeron sobre ellas las
-hembras de Cumbrales y se libró de ser un verdadero campo de Agramante
-aquel Campo de la Iglesia.
-
-Si un luchador, al levantar la cabeza, mostraba la faz ensangrentada,
-alzábase en los contornos un rumor de espanto y de indignación al mismo
-tiempo; y entonces alguna voz clamaba por la Justicia. ¡La Justicia!
-¡Á buena puerta se llamaba! Tres concejales, el pedáneo y el alguacil
-estaban enredados en lo más recio de la pelea, brega que brega, no
-para poner paz, sino porque eran ellos de Cumbrales y los otros de
-Rinconeda; el juez municipal, que al empezar la batalla se hallaba en
-la taberna (cuya puerta trancó por dentro Resquemín, dicho sea de paso,
-en cuanto quedó desocupada), se escondió en el pajar... con el sobrante
-de la jarra que tenía entre manos; y por lo que hace al alcalde
-Juanguirle, ya sabemos que se fué á dormir la siesta poco después de
-salir del rosario.
-
-Á todo esto, los plúmbeos nubarrones se iban desmoronando en el cielo,
-y extendían su zona tormentosa, cárdena y fulgurante, hasta la misma
-senda que recorría el sol en su descenso; y cuando un rayo de él
-lograba rasgar los apretados celajes y caía sobre los entrelazados
-grupos de combatientes, relucía el sudor en los tostados rostros
-manchados de sangre y medio ocultos bajo las greñas desgajadas de la
-cabeza; y cual si aquel rayo, calcinante y duro, fuera aguijón que les
-desgarrara las carnes, embravecíanse más los luchadores allí donde el
-cansancio parecía rendirlos, y volvía la batalla á comenzar, lenta,
-tenaz y quejumbrosa.
-
-Ya sabemos dónde luchaban Pablo y Chiscón; que éste era grande y
-forzudo, y cómo recibió su primera embestida el valeroso mozo de
-Cumbrales, que si no era tan fuerte como su enemigo, tenía, en cambio,
-la agilidad de la corza y el temple del acero. Así saltaba, hería y
-se cimbreaba. Eran los dos luchadores el ariete poderoso y la espada
-toledana. Huir de los brazos hercúleos de Chiscón era todo el cuidado
-de Pablo; y entre tanto, golpe y más golpe sobre el gigante. Reponíase
-éste apenas del aturdimiento que le causaba un puñetazo en la boca, y
-ya tenía otro más recio en las narices; con lo que el salvaje, poco
-acostumbrado á aquel género de lucha, bramaba de ira; y bramando,
-esgrimía las aspas de su cuerpo, y cuanto más las agitaba, más se
-perdían sus derrotes en el espacio, más se quebrantaban sus bríos y
-más espesos caían sobre su cara, llena ya de flemones, ensangrentada
-y biliosa, los golpes de su ágil adversario. Pero necesitaba éste
-terminar de algún modo aquella lucha desigual y expuesta, y tras ese
-fin andaba rato hacía. No bastaba aturdir al atleta; era preciso
-derribarle, vencerle. Al cabo, logró plantarle un par de puñetazos
-entre mejilla y ceja; y con esto y otro puntapié hacia el estómago al
-humillar el bruto la cerviz, quedóse éste como Polifemo cuando Ulises
-le metió por el ojo el estacón ardiendo. Entonces se abalanzó Pablo á
-su cuello de toro; hizo allí presa con las manos, que tenazas parecían;
-sacudióle dos veces, y á la tercera, combinada con un hábil empuje
-de la rodilla, _acaldó_ en el suelo al valentón de Rinconeda. Fragor
-produjo esta caída; pero no por el choque de las armas, como cuando
-caían los héroes de la Iliada, sino por el peso de la mole y el crujir
-de los pulmones y costillas. Cayó el gigante con el rostro amoratado y
-medio palmo de lengua fuera de la boca, porque Pablo, sin aflojar la
-tenaza de sus dedos, se encaramó á su gusto sobre el derribado coloso.
-
-No muy lejos de Pablo andaba Nisco, que tampoco peleaba al uso de la
-tierra, como su adversario quería; es decir, pecho á pecho y brazo á
-brazo, con variantes de zarpada y mordisco, sino á puñetazo seco y
-á rempujón pelado; mas no procedía así porque su contrario fuera más
-fuerte que él, pues allá se andaban en brío y en tamaño, sino porque
-en el hijo de Juanguirle obraban la vanidad y la presunción lo que
-en Pablo la necesidad aquel día. Es de saberse que hasta para luchar
-á muerte era vanidoso y presumido el demonio del muchacho aquél. Así
-se le veía rechazar á su enemigo con un golpe seguro y meditado, y
-aprovechar la breve tregua para atusarse el pelo y acomodar el sombrero
-en la cabeza. Sus brazos, antes de herir con el puño, describían en
-el aire elegantes rúbricas, y no tomó actitud su cuerpo que no fuera
-estudiada. Parecía un gladiador romano. Estaba un poco pálido y se
-sonreía mirando á las muchachas que le contemplaban. Otras veces
-recibía con las manos la embestida del enemigo; le sujetaba por los
-brazos, le zarandeaba un poco, y después le despedía seis pasos atrás;
-y vuelta á componerse el vestido, á colocarse el sombrero, á sacudirse
-el polvo de las perneras y á sonreir á las muchachas, entre las que
-estaba Catalina, á tres varas de él, anhelosa, conmovida y siguiendo
-con la vista, y en la vista el alma, todos sus ademanes y valentías.
-
-Cuando una sonrisa de las de Nisco era para ella, parecía decirle la
-gallarda moza con los ojos:--«¡Ánimo, valiente! que en cuanto las
-fuerzas y la serenidad te falten, aquí estoy yo para morir á tu lado
-defendiendo tu vida.» ¡Era digno de estudio y de admiración aquel bravo
-mozo! En su cara risueña, y mientras se acicalaba, entre embestida y
-sopapo, se leían claramente estos pensamientos:
-
---«No quiero mal á este enemigo; no tengo empeño en causarle daño;
-peleo con él porque soy de Cumbrales y él es de Rinconeda, y para que
-vea que ni le temo ni es capaz de vencerme... pero que no me toque en
-el pelo de la ropa. ¡Eso sí que no lo tolero yo!»
-
-Al fin apareció por el lado de la iglesia el bueno de Juanguirle, á
-quien había ido á despertar Cerojas. Subió á lo más alto de la peña,
-recorrió con la vista azorada el campo de batalla, y se llevó ambas
-manos á la cabeza; luégo pateó y se lamentó y se mesó las greñas.
-Algunos espectadores se le acercaron encareciéndole la necesidad de que
-la lucha terminase; y la digna autoridad, sin hacer caso de consejos
-que no necesitaba, alzó el sombrero hasta donde alcanzaba su diestra,
-bien estirado el brazo después de ponerse sobre las puntas de los pies,
-y gritó así, con toda la fuerza de sus pulmones:
-
---¡Alto!... ¡á la Josticia!... ¡á la Ley!... ¡á la Costitución!... ¡al
-mesmo Dios, si á mano viene; que, á falta de otro mejor, á la presente
-su vicario soy en este lugar!... ¡Ténganse, digo, los de Cumbrales!...
-¡Respeten mi autoridad los de Rinconeda!... ó si no... ¡voto al chápiro
-verde!...
-
-Como si callara. Volvió á patear el digno alcalde, y cambió de sitio,
-y tornó á mesarse los pelos. Dos mozos de Rinconeda, que no habían
-hallado con quién pelear, ó no lo habían intentado con gran empeño, le
-miraban de hito en hito.
-
---¡Á la Ley!... ¡Á la Costitución!... ¡Á la Josticia!--volvió á gritar
-Juanguirle.
-
---¡Á la Josticia!... ¡Á la Costitución!... ¡Á la Ley!--repitieron
-algunas personas consternadas, recomendando así á los combatientes las
-amonestaciones de la autoridad.
-
-La misma desobediencia.
-
---¡Á mí los de josticia!--insistió el alcalde, gritando.--¡Á mí los
-que estén por el sosiego!... ¡Déjalo ya, Bastián!... ¡suelta tu parte,
-Braulio!... ¡Debajo le tienes!... ¡sin camisa y machucado está!... ¿Qué
-más quieres?... ¿Qué más queréis los de Cumbrales por esta vez?... ¿No
-me oís?... ¿No vos entregáis?... ¡Voto á briosbaco y balillo, que se han
-de acordar de mí los peces de Rinconeda! ¡Ellos son los rebeldes á la
-autoridad!... ¡á la Ley!... ¡á la Costitución!... ¡Viva Cumbrales!
-
-Oído esto por los de Rinconeda, dijo uno de ellos al alcalde,
-encarándose con él y tirando al suelo al mismo tiempo la chaqueta que
-tenía echada sobre el hombro izquierdo:
-
---¡Pus nos futramos en Cumbrales, en la ley y en usté que la representa!
-
---¡Hola, chafandín pomposo!--le replicó Juanguirle, volviéndose al
-atrevido y echando el sombrero hacia el cogote, con un movimiento
-rápido de su cabeza.--¡Con que todo eso sois capaces de hacer?... Pues
-mírate tú, hombre: paso lo de mi persona, y no riñamos por lo de la
-Ley; ¡pero relative á lo de Cumbrales, mereciera ser yo de Rinconeda si
-no me pagaras el agravio!
-
-Y con esto se fué sobre el mozo, y le alumbró dos sopapos. Contestó
-el de Rinconeda; quiso ayudarle el que le acompañaba; impidióselo un
-espectador de Cumbrales, y agarráronse también los dos; con lo que se
-animó bastante por aquel lado el campo de batalla.
-
-Al mismo tiempo llegó don Valentín á todo correr, con los pábilos
-erizados, la gruesa caña al hombro y el sombrero bamboleándosele en
-la cabeza. Acometió valeroso al primer grupo, y no pudo desenredarle;
-acometió al segundo, y lo mismo; buscó de varios modos el cabo de
-aquella enmarañada madeja, y no dió con él. Al último, subióse á la
-altura donde había predicado el alcalde, y desde allí gritó:
-
---¡Nacionales!... digo, ¡convecinos!... ¡Es una mala vergüenza que
-mientras el perjuro amenaza vuestros hogares, malgastéis las fuerzas
-que la patria y la libertad os reclaman, en destrozaros como bestias
-enfurecidas!... ¡Convecinos!... basta de saña inútil... de valor
-estéril... ¡guardadlo en vuestros corazones para el enemigo común!...
-¡daos el fraternal abrazo... y seguidme después!... ¡Yo os llevaré
-á la victoria!... ¡yo os devolveré á vuestros hogares, coronados de
-laurel!... ¡Os lo aseguro yo!... ¡yo, que vencí en Luchana!
-
-Mientras así hablaba don Valentín, llegó por el extremo opuesto don
-Pedro Mortera buscando á su hijo.
-
---¡Pablo!--gritó con voz de trueno, cuando estuvo junto á él.--¡Qué
-haces!
-
-Y Pablo, como movido por un resorte, se incorporó de un brinco al
-oir la voz que le llamaba, y dócil acudió á ella; pero sin perder de
-vista á Chiscón, que, al librarse del suplicio en que le había tenido
-como clavado el valiente joven, se alzaba á duras penas, derrengado y
-maltrecho, con la faz cárdena y monstruosa. Sentía el vencimiento como
-una afrenta, y más pensaba en meterse donde no le viera nadie, que en
-buscar un desquite en buena ley; en buena ley, porque es de advertir
-que el coloso de Rinconeda no era traidor ni capaz de una villanía,
-aunque, por efecto de su rudeza, no se ahogara con escrúpulos de otro
-género; era, en suma, de los que querían, llegado el caso,
-
- «Jugar en injusto juego;
- pero jugar lealmente.»
-
-No creyó don Pedro Mortera cumplido su deber con tener á Pablo
-apaciguado y junto á sí; quiso también pronunciar el _quos ego_ de su
-respetabilidad indiscutible sobre aquel mar embravecido. Pronuncióle
-más de una vez, pero no adelantó nada. Este fracaso amilanó á los
-angustiados espectadores; y más se amilanaron cuando vieron tan
-desobedecido como don Pedro, al señor cura, que llegó inmediatamente.
-
---¡Esto es obra del mismo demonio!--dijo entonces una voz desconsolada.
-
-¡Del mismo demonio!... No necesitaron oir más cuatro sujetos de los
-desocupados, para ponerse de acuerdo en un instante y echar á correr
-hacia la casuca de la Rámila.
-
-En tanto, don Pedro Mortera, que acababa de ver á Nisco, se dirigía á
-él llamándole á la paz; á lo que el mozo respondió con una sonrisa,
-después de pegar un bofetón á su contrario. Volvía otra vez la cara
-hacia éste, cuando una piedra le hirió en la frente y le tendió de
-espaldas, sin decir Jesús. No se supo cuál fué primero, si la pedrada,
-la caída del herido, no en el suelo, sino en los brazos de Catalina,
-ó el lanzar ésta un grito como si la hubieran atravesado el corazón de
-una puñalada.
-
-Vió que la sangre fluía en abundancia de la herida y pensó volverse
-loca.
-
---¡Muérame yo!--gritaba, haciendo trizas su delantal y su pañuelo para
-cerrar aquella brecha por donde creía ver escaparse la existencia del
-valiente mozo.--¡Mate Dios cien veces al traidor que te ha herido!...
-¡mate otras tantas al bruto que amañó esta guerra; pero que no te mate
-á tí, que vales el mundo entero!... ¡Virgen María de los Dolores! ¡la
-mejor vela te ofrezco con la promesa de no bailar más en mi vida, si la
-de él conservas, aunque yo jamás la goce!
-
-Uníase á estos gritos el vocear del contrario de Nisco, negando toda
-participación en la felonía; chispeaban los ojos de Pablo buscando
-entre la muchedumbre algo que delatara al delincuente; ordenaba don
-Pedro lo más acertado para bien del herido; acudían gentes aterradas á
-su lado; y mientras esto acontecía y se buscaba á Juanguirle entre los
-combatientes, las tintas de los celajes iban enfriándose; desleíanse
-los nubarrones, cual si sobre ellos anduvieran manos gigantescas con
-esfuminos colosales; una cortina gris, húmeda y deshilada, como trapo
-sucio, se corrió sobre los picos más altos del horizonte; brilló
-debajo de ella la luz sulfúrea del relámpago, y comenzaron á caer
-lentas, grandes y acompasadas gotas de lluvia, que levantaban polvo y
-sonaban en él como si fueran de plomo derretido.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXIV
-
-DEUS EX MÁCHINA
-
-
-Corrían, corrían los cuatro sujetos hacia casa de la bruja, y en un
-periquete llegaron allá. Sin detenerse á llamar á la puerta, abriéronla
-de un empellón, y vieron á la Rámila acurrucada junto al llar de
-la cocina, soplando unos carbones á los cuales estaba arrimado un
-pucherete cubierto con un casco de teja.
-
---¡Allí tiene el _unto_!--pensaron los cuatro al reparar en el puchero.
-
-La vieja se volvió hacia ellos y se estremeció. Ni aun en son de
-paz entraba allí nadie que no le armara guerra. ¡Qué intenciones no
-llevarían aquellos hombres que atropellaban su casa en ademán airado!
-
---¡La gente se está matando!--dijo uno sin acercarse mucho á la Rámila,
-porque su miedo supersticioso podía más que el mal intento que le
-conducía.
-
---¿Qué gente?--preguntó la vieja temblando.
-
---La de Cumbrales.
-
---¿Ónde?
-
---En el Campo de la Iglesia.
-
---¿Por qué?
-
---Porque vinieron los de Rinconeda, acometieron, y se respondió como
-era debido.
-
---¿Y por qué no vais á separarlos?
-
---Allá estuvimos; pero no podemos.
-
---¡Muy en su punto traéis la ropa para haber hecho cosa mayor! ¿Y la
-Josticia?
-
---Panza arriba lo más de ella, y el alcalde en mucho apuro.
-
---¿Por qué no se hace respetar?
-
---Porque primero es lo otro: pa eso es de Cumbrales.
-
---Y vusotros, ¿de ónde sois entonces?
-
---¿Por qué es la pregunta?
-
---Porque debiérais estar ayudando á los vuestros, y no escondidos como
-liebres en este ujero.
-
---Se ha convenido allá, en vista de que ni la Josticia ni el señor cura
-ni don Valentín ni don Pedro Mortera pueden con aquello, en que andan
-en el ajo manos que no son vistas de ojos corporales... y á eso venimos.
-
---¿Á qué?
-
---Á que vaya á deshacerlo el mesmo demonio que lo amañó.
-
-La pobre anciana, que había cobrado algunas fuerzas de espíritu en el
-recelo que mostraban los cuatro invasores, que permanecían agrupados
-cerca del que con forzada valentía llevaba la voz, se desalentó mucho
-al oir la última respuesta de éste y al notar cierta resolución en
-la actitud de los otros tres. Intentó, sin embargo, sacar el posible
-partido del miedo que inspiraba su mala fama, y preguntó al hombre que
-hablaba, con sus remedos de hechicera de teatro:
-
---Y ¿quién es ese demonio?
-
---Usté lo es.
-
---¡Yo?... Pedazo de bruto, si yo fuera el demonio, ¿no estuviérais ya
-asados los cuatro, en pena del mal querer que aquí vos trae?
-
-Miráronse los hombres nada seguros de estar en lo cierto, y hasta
-recelosos de que aquel supuesto demonio, si le apuraban mucho, hiciera
-lo que hasta entonces no había hecho, sabe Dios por qué consideración.
-Uno de ellos, acaso el más bruto, se aventuró á decir:
-
---No alcanza tanto el poder de usté, aunque mucho sea para hacer mal.
-
---Pues entonces, almas de Dios, ¿á qué venís aquí?
-
---Á que vaya usté á deshacer aquello.
-
---¿Cómo he de deshacerlo?
-
---Con el conjuro que mejor le cuadre.
-
---¡Jesús me valga!--clamó entonces la pobre vieja,--¿por qué me habrá
-nacido á mí esta fama tan negra y desdichada!
-
-Probó la exclamación que la Rámila perdía terreno; envalentonáronse
-los otros al notarlo; acercáronse más á ella, y gritó uno en tono
-amenazante y descompuesto:
-
---¡Pronto, que pa luégo es tarde!
-
---¡Pero, hijo, si yo no puedo hacer lo que queréis!
-
---¡Por buenas ó por malas!
-
---¡Que soy una pobre mujer sin ventura, que nunca mal hice á naide!
-
---¡Echarla mano!
-
---¡Por los clavos de Jesús!...
-
---¡Llevémosla arrastrando, si por sus pies no va!
-
---¡Miráime de rodillas pidiéndovos misericordia!
-
-Cuando decía esto la infeliz, ya tenía encima las manazas de dos
-hombres que tiraban de ella y se disponían á arrastrarla.
-
---No hay remedio--pensó entonces entre angustias mortales:--ó
-arrastrada aquí si me resisto, ó arrastrada allá si voy y aquello no se
-calma... ¡la muerte de todas maneras!
-
-El apego á la miserable vida la inspiró un recurso.
-
---Dejáime un instante, que yo pueda hablar,--dijo á los dos verdugos.
-
-Aflojaron éstos los dedazos, y habló así la Rámila, sentada en el
-suelo, con los mechones grises sobre la faz amarillenta y afilada, y el
-mísero jubón desabrochado y roto, obra todo de aquellos bárbaros:
-
---¿Creéis de veras que yo soy bruja?
-
---Como nos hemos de morir,--la contestaron.
-
---¿Y estáis seguros de que mi poder basta para poner en paz á los que
-riñen en el Campo de la Iglesia?
-
---Como lo estamos de que usté fué quien armó esa guerra.
-
---¿Arméla desde allá?
-
---No, desde aquí mesmo, porque de aquí no ha salido esta tarde, por las
-trazas.
-
---Esa es la verdá, hijos míos. Dios me mate si de esta choza he salido
-desde que vine de misa esta mañana. Pues desde aquí tiene que ser el
-conjuro. Dejáime que le haga, y dirvos vusotros. Yo vos aseguro que
-cuando allá lleguéis, todo estará en paz.
-
---¡Pamemas por salvar el pellejo!
-
---¡Es que si no vos vais, aunque me quitéis aquí la vida aquello no
-acabará!
-
---¿Y si se nos engaña con la promesa?
-
---Si vos engaño, almas de Dios, con volver acá y hacerme trizas, está
-la deuda finiquita. ¡Á bien que naide vos ha de pedir cuentas de la
-fechuría!
-
-Se miraron otra vez los cuatro, como en consulta, y entendiéronse con
-los ojos. Uno de ellos tomó la voz de los demás y habló así:
-
---Trato hecho: si al llegar al Campo de la Iglesia nusotros no está la
-gente en paz, llame usté á Pateta que la socorra, porque no le queda
-otro santo que la ampare contra la ira de todo el pueblo.
-
-Dicho esto, salieron á buen paso. La lluvia, hasta entonces contenida,
-comenzaba á formalizarse; los achubascados celajes se extendían en
-todas direcciones, y el aire refrescaba. Sin levantarse del suelo, dió
-la Rámila gracias á Dios por haberla sacado con vida del primer trance,
-y discurrió el modo de conjurar el último y el más grave. Incorporóse
-después; se aliñó lo mejor que pudo; se echó otro refajo sobre la
-cabeza; cubrió con ceniza la mortecina lumbre, y salió de la choza. ¿Á
-dónde? Á donde hubiera un poco de caridad; á casa de don Pedro Mortera;
-á la del señor cura... á esconderse donde no la delataran si, al llegar
-los cuatro forajidos al Campo de la Iglesia, la batalla no se concluía.
-
-Trancando estaba la puerta por fuera, cuando la lluvia espesó de tal
-modo, que la anciana tuvo necesidad de volverse á la choza mientras
-aquello pasaba. Pero el aguacero continuaba espesando á toda prisa; y
-espesando, espesando sin cesar, acortábanse los horizontes; dejaron
-de verse todas las montañas; después todos los montes; después los
-cerros; después los confines de la vega; luégo la vega misma; después
-la iglesia, y los árboles, y las casas... y, en fin, todo menos la
-braña y los cercados más próximos á la choza. Cada hondonada era un
-lago; cada roderón un torrente. Mirando al cielo, parecía que de él
-bajaban líquidos cables, gruesos y apiñados; ensordecía el ruido de
-aquella inmensa cascada, y el agua que rebotaba al llegar al suelo la
-que vertían las nubes, era otra lluvia hacia arriba, contra la que no
-hay defensa fuera de techado. Pero hasta entonces llovía sereno y á
-plomo; gustaba ver aquellos chorros infinitos cayendo rápidos, sonores
-é incesantes, como gusta y entretiene en el silencio de la noche la
-llama del hogar lamiendo las negras paredes de la chimenea.
-
-De pronto hubo una virazón al Noroeste; rugió el vendaval arisco;
-llevóse por delante el diluvio; azotó con él muros y terreros; revolcó
-las copas de los bardales en las charcas de las callejas; tumbó cuanto
-el Sur de la mañana había dejado vacilante y removido; la noche
-anticipó media hora su venida; y la Rámila, tranquila por entonces,
-cerró por dentro la puerta de su choza, volvió á atizar la lumbre y
-se acurrucó junto á la llama sin quitarse el refajo de encima de los
-hombros, porque empezaba á sentirse el primer frío del invierno.
-
-Cuando los cuatro sujetos que la habían atormentado llegaron, echando
-los bofes y calados hasta los huesos, á dar vista al Campo de la
-Iglesia, ni huellas de lo ocurrido quedaban en él. El agua corría por
-todas las camberas, se desbordaba en los senderos profundos, y saltaba
-y hervía en los llanos al impulso de la que seguía cayendo.
-
-La gente se amontonaba en el portal de la taberna y en el de la
-iglesia, y toda ella era de Rinconeda: los hombres, desgreñados, rotos,
-sucios de fango y de verdín, con las caras borrosas, hinchadas, tintas
-en lodo y en sangre; las mujeres, en refajo, con las sayas vueltas
-sobre la cabeza. Unas y otros inmóviles, taciturnos y con los ojos
-fijos en las goteras del corral y el oído atento al rumor de la lluvia.
-
-En el portal de Tablucas había gente de Cumbrales. Allí se metieron
-los cuatro sujetos de marras, y allí aprendieron que la pelea había
-cesado cuando el agua no cabía ya en canales; es decir, según se
-calculó en el acto, poco después que ellos salieron de la choza de la
-Rámila, justamente cuando ésta debió de acabar el prometido conjuro;
-conjuro que, sin duda, armó el temporal que estaba reinando, como se
-arman siempre que los demonios andan por la tierra desencadenados, ya
-por obra de hechicerías, ya por gracia del hisopo. Deshecha la maraña
-del Campo de la Iglesia, Resquemín tuvo el buen acuerdo de encerrar
-en la taberna á los hombres de Cumbrales que en ella se refugiaron,
-para separarlos de los de Rinconeda; otros corrieron á sus casas, y el
-resto de la gente se guareció en la de Tablucas por no mezclarse con el
-enemigo que _asubiaba_ en el portal de la iglesia.
-
---¡Y negaréis entoavía que esa mujer es el mesmo demonio!--exclamaba
-Tablucas, después de oir los relatos y las conjeturas de los cuatro
-sujetos.--¡Y no tendré yo razón para jurar que ella es quien me golpea
-la puerta y se planta en ese murio en fegura de perro!... ¡Y la
-dejestis con vida!... ¡Córcia, si soy yo que vusotros, allí finiquita
-hoy!... Y pué que vos pese no haberlo hecho; que la que es mala por el
-gusto de serlo, ¿qué no será cuando la ofenden? En éstas y otras tales,
-arreció el viento sin disminuir la lluvia; y como éstos son signos
-de durar la tormenta, y la noche se venía encima, los de Rinconeda,
-después de breve consulta, salieron de sus refugios y emprendieron
-la marcha hacia su lugar, entrando en las pozas por derecho y sin
-tratar de defenderse contra el diluvio que los empapaba y el viento
-que los embestía de frente, porque hubiera sido trabajo inútil,
-amén de embarazoso. ¡Cómo volvían escurridos, sucios, desaliñados,
-taciturnos y maltrechos aquellos mozos que, horas antes, habían venido
-emperejilados, alegres, sueltos y provocativos! Acaso, mientras
-caminaban en fila, como ratas huyendo de la inundada alcantarilla,
-pensaban en que sus hogares podían ser asaltados por el torrente que
-bajaría ya de las laderas; y este pensamiento los espoleaba. ¡Justo
-castigo de sus malos deseos de la mañana, cuando el Sur levantaba
-en vilo los tejados de Cumbrales! No iba Chiscón en aquella triste
-caravana, ni se le había visto en el pueblo desde mucho antes de
-acabarse la refriega.
-
-Del Sevillano nadie supo dar noticias ciertas. Aseguróse por la noche
-en la taberna de Resquemín que había desaparecido del corro tan pronto
-como se armó la sarracina. Muchos temieron entonces los estragos de
-su navaja; pero nadie le vió entre los combatientes. Sin embargo, se
-afirmó, con el testimonio de Bodoques que le columbró desde lejos,
-que él fué quien agazapado entre unos posarmos, detrás de la pared
-de un huerto, hirió á Nisco con la piedra arrojada desde allí; y aun
-juraba Bodoques, según el narrador, que el tiro no iba al hijo del
-alcalde, sino á Pablo, por el modo que tuvo el Sevillano de hacer la
-puntería. Verosímil pareció la hazaña en quien fué capaz de presentarse
-en Cumbrales al frente del enemigo invasor; y bien hizo aquella noche
-el traidorzuelo en no aportar por la taberna, porque toda su fama
-tremebunda no Je hubiera librado de una mano de leña como para él solo.
-
-Excusado es advertir que se hizo público allí el caso de la Rámila,
-el cual acabó de afirmar entre aquellas gentes su opinión de bruja
-rematada; y Dios sabe lo que hubiera sido _en caliente_, de la infeliz,
-á no estar la noche tan fría y tempestuosa.
-
-Sobre el estado de Nisco se contó mucho y muy contradictorio: desde
-darle por muerto, hasta creerle ya sano y de pie. Á última hora entró
-una vecina suya en busca de vino blanco para ponérselo, con aceite y
-romero, en paños sobre la herida. El bravo mozo había recobrado el
-conocimiento y estaba fuera de todo peligro.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXV
-
-MIEL SOBRE HOJUELAS
-
-
-El temporal siguió reinando hasta cerca de media noche. Á esa hora
-se corrió el viento al Norte, cesó el agua, rasgáronse los nublados,
-fuéronse adelgazando por momentos; y cuando apareció el sol del nuevo
-día, desplegó el lujo de sus rayos en un cielo sereno, azul y limpio
-como el cristal de un espejo. Pero la brisa terral era fría y húmeda;
-los tejados de Cumbrales relucían; los bardales goteaban; las callejas
-eran charcos; las praderas brillaban como sartas de rica pedrería, y
-comenzaba á oirse por las barriadas del pueblo el _clan_, _clen_ de las
-herradas almadreñas de los transeuntes, entre los que apenas se veía
-uno sin negros cardenales ó arañazos en la cara, muestras dolorosas de
-la refriega del día anterior.
-
-Á media mañana salió Pablo de su casa en dirección á la de Nisco,
-á cuyo lado había permanecido la noche antes con Catalina, que no
-se apartaba un punto de allí, hasta que el mozo se despejó y pudo
-conocerse la importancia de la herida.
-
-Este suceso, desde el momento de su ocurrencia, así como el recuerdo
-de los que le habían precedido, traíanle caviloso é indignado por todo
-extremo; pero aún le mortificaba más la cola que trajo para él su
-intervención personal en la batalla.
-
-No hubo modo de ocultárselo á don Juan de Prezanes; y no bien lo supo,
-fuése á casa de don Pedro Mortera, donde ya se hallaba éste con su hijo
-tranquilizando á su madre, á María y á Ana, que también estaba allí:
-las tres le contemplaban y le oían acongojadas y suspensas. La entrada
-del jurisconsulto fué airada y sombría, como celaje de tormenta.
-Increpó duramente al joven por haberse mezclado en un revoltijo tan
-indigno de un hombre de sus condiciones, y en ocasión tan reñida con
-calaveradas de semejante jaez. ¿Qué idea tenía de la seriedad del
-trance en que estaba empeñado con él, con Ana y con su propia familia?
-¿Pensaba entrar con aquellos resabios de una fatal educación, por una
-tolerancia mal entendida, en el nuevo hogar, donde su hija debía ser
-reina y no mártir? Y así por el estilo.
-
-Respondió Pablo como pudo y como lo sentía; replicó don Juan
-irreflexivo y cáustico; intervino don Pedro, herido por las
-intemperancias de su compadre, tras de apenado más que él por el
-suceso; enfurecióse el otro... y se armó la gorda. El resultado fué que
-don Juan de Prezanes salió, echando chispas, de casa de su compadre,
-llevándose á Ana consigo y quedándose los demás atribulados y mustios.
-
-Así estaban las cosas cuando iba Pablo á casa de Nisco, maldiciendo
-la casualidad que le había hecho intervenir en la batalla, y
-prometiéndose, para en adelante, huir, como de la peste, de toda
-ocasión que pudiera acarrearle disgustos semejantes.
-
-Y andando así, al revolver un recodo de la calleja, enfrente de la
-barriada en que vivía Juanguirle, se encontró tope á tope con el
-Sevillano. Toda la sangre del corazón sintió Pablo que le subía de un
-salto al cerebro cuando se vió tan cerca del traidor que, según se
-afirmaba ya por todos, había herido á Nisco y quizá provocado, con sus
-consejos á Chiscón, el conflicto del día antes. La ira le hervía en
-el pecho, y la indignación le impelía y le tentaba; pero el propósito
-que había formado le contuvo y quiso seguir su camino sin darse por
-enterado del encuentro. Creíase el Sevillano, como todos los bravucones
-de su ralea, en el imprescindible deber de medir con los ojos, con
-aire de perdonavidas, á todo hombre que á su lado pasara, en paz y en
-gracia de Dios, se entiende. Con doble motivo debía de hacerlo con
-Pablo, á quien detestaba por su valentía del día antes y por otras
-razones más; y eso hizo en aquella ocasión el matasiete de Cumbrales en
-cuanto notó que el joven se inmutaba y volvía la cabeza por no verle,
-señales de timidez y apocamiento, á juicio del jandalete; por lo que,
-no contento con mirarle burlón y desdeñoso, se puso en jarras delante
-de él y le dijo contoneándose:
-
---¿Tenía osté algo que ecirme, camará?
-
-Se necesitaba ser de hielo para que una actitud, una mirada y unas
-palabras como aquéllas, se quedaran sin respuesta. Pablo, temblando
-de pies á cabeza, no de miedo, sino de ira, pero con la voluntad
-refrenada, se detuvo también y respondió:
-
---En verdad que no es poco lo que te dijera, si de decir lo que siento
-tratáramos ahora.
-
---Po míate tú: yo me peresco por platicá con loj amigo. Con que venga
-de ahí, que pa _ezo_ e la lengua e la boca.
-
---Calla la tuya y aparta á un lado, que voy de prisa.
-
---En el moo e abrirze camino ze conoze el temple e la prezona. Pero ya
-ze ve, ¡como no tenemoj ahora quien nos guarde la eparda como teníamoj
-ayé, no gayeamo tanto!...
-
---Y tú ¿qué sabes lo que pasó ayer?... ¿Dónde estuvistes?
-
---Librando á Cumbrale de una banduyá, con no meter en zambra la
-jerramienta... ¡Ayí eztuve!
-
---¡Como las liebres, debajo de los posarmos!
-
---Camará, ¿ezo e china tirá á la jeta?
-
---Esto es advertirte que te conviene menos que á mí alargar la plática.
-Con que déjala donde está, y sigue tu camino para que yo siga el mío.
-
---Y ¿quién te le cierra?
-
---Tú.
-
---¿Y pa cuándo e la voluntá e l’ hombre?
-
---Para cuando se necesita, como yo la necesito ahora; no para pasar,
-sino para dejar de hacerlo. ¿Quieres más?
-
---¿No lo eztá viendo, nene?
-
---¿Buscas quimera?
-
---¡Zi de ezo vivo!...
-
---Pues yo no la quiero.
-
-Todas estas respuestas de Pablo las tomaba el Sevillano por
-encogimientos del espíritu; y en tal creencia, envalentonábase, y á
-una provocación añadía otra más irritante. Como llegó á alzar mucho la
-voz, los pocos transeuntes que asomaban por las callejas inmediatas
-deteníanse con la azada ó el rozón al hombro, á ver y oir; y también
-salieron al portal ó á la ventana gentes curiosas de las casas más
-próximas. Por fortuna para el Sevillano, todos estos testigos eran
-mujeres, viejos y muchachos, entre quienes el recuerdo de la víspera
-no había de producir un acto vengativo. Seguro de esto, complacíale
-la presencia de todos, porque iban á ser testigos de la humillación
-de Pablo y, por ende, de su bravura sin rival, puesto que Pablo había
-vencido el día antes al hombre más fuerte de la comarca. Redobló, pues,
-sus provocaciones, y llegó á decir á Pablo, cuadrándose delante de él:
-
---¡No ze paza po aquí!
-
---Por última vez te pido--respondió Pablo, verde y convulso,--que me
-dejes pasar.
-
-Á lo que respondió el Sevillano con burlona sonrisa y fuerte voz:
-
---Jindama ze llama ezo en la tierra é lo valientej’ onde yo juí el amo.
-
-Pablo no apartaba un punto de su memoria la pasada desazón con su
-padrino, el disgusto y las reprimendas de su padre, sus compromisos,
-sus propósitos... Todo lo tenía presente y todo pesaba sobre su razón,
-hasta entonces dueña y soberana de él; pero aquella provocación,
-dispuesta sin duda por el mismo diablo, en el punto en que había
-llegado á ponerla el atrevido, era mucho más de lo que se podía sufrir
-con paciencia y delante de testigos. Cególe la indignación; crujieron
-sus puños y sus dientes apretados; olvidóse de todo menos del miserable
-que le provocaba, y díjole, en una actitud que le hizo dar un salto
-atrás:
-
---¡Fuera de ahí!
-
-El Sevillano no contaba seguramente con aquella rápida mutación que le
-causó tan descomunal efecto. ¡Quién sabe el partido que hubiera tomado
-entonces el valiente al hallarse á solas con Pablo! Pero el duelo era
-público, y había que sostener la fama de cualquier modo, por vil que
-fuera.
-
-Al saltar hacia atrás llevó las manos al ceñidor; y, sin perder de
-vista á Pablo, tiró de la navaja, la abrió rápidamente y se puso en
-actitud de defensa. Entonces fué Pablo quien retrocedió á su vez, al
-brillo repulsivo de aquella arma innoble, que le hirió la vista como
-la luz de una centella. Al mismo tiempo lanzaron un grito las mujeres
-que presenciaban la escena. Eso buscaba el valentón: imponerse por el
-espanto.
-
-En cuanto se vió dueño del terreno, parecía que con manos, ojos y boca
-deshacía y devoraba el mundo entero. ¡Qué ademanes! ¡qué gestos! ¡qué
-miradas!
-
---¡Aquí ze ven lo guapo, zeñó futraque! ¿Pa qué jué el impétu?... Otro
-arrempujonsiyo; y aunque zea poco á poco, ayégate acá... ¿ú quierej’ un
-calezín pa vení ma repozao?
-
-Así hablaba el jandalete, mientras Pablo luchaba entre el deseo que
-tenía de acogotarle, y el horror que le infundía el arma de los
-presidiarios.
-
---¡Arrójala, traidor!--dijo, sin apartar la vista de la navaja.
-
---¡Po zi e un arfeñique, tonto! Ven á chumpale... ¿ú penzaba que te iba
-á valé conmigo la sancaíya, como con el otro de ayé?
-
-Y Pablo, mordiéndose los nudillos de coraje, detestando á aquel hombre
-provocativo, y con fuerzas y valor para luchar con él, no se atrevía á
-acercársele, porque... porque tenía miedo, así como suena; pero miedo á
-su navaja, cuyo aspecto le repugnaba como el de un bicho venenoso.
-
---¿Vienej’... ú voy?--dijo el bravo dando un paso hacia Pablo. Este dió
-otro también... hacia atrás.
-
---¡Cobarde!--gritó, al notarlo, el Sevillano.
-
-Aquella palabra penetró como un bisturí en todas las fibras del mozo...
-pero no le hizo moverse del sitio que ocupaba. Un sudor frío le bañaba
-el rostro, y el corazón le aporreaba las paredes del pecho, como si
-protestara contra la cordura de la cabeza.
-
-Los espectadores de la escena estaban aterrados y gritaban á Pablo que
-huyera, porque no era igual la lucha; con lo que iban subiendo de punto
-los atrevimientos del matón, que llegó á hablar así, dando otro paso
-hacia el ofuscado joven, el cual también dió otro... hacia atrás:
-
---No quiero tu vida, que ya veo la mala calidá que tiene; pero te voy
-á pintá un muñeco en la jeta pa que le llevej’ á la boa el día que te
-cazej’, y tenga la moza argo güeno que mirá en tí.
-
-¿Han visto ustedes saltar un tigre?... digo, ¡qué han ver, ni Dios lo
-quiera! pero lo habrán oído ó lo habrán visto pintado. Pues como salta
-un tigre, rápido, fiero y gallardo sobre su presa, así saltó Pablo
-sobre el atrevido jaque tan pronto como le oyó mezclar en sus bravatas
-lo que él guardaba en el relicario de su pecho. Cañones que le hubieran
-puesto delante, no habrían conseguido detenerle en su ímpetu sublime.
-
-Al ver al uno en brazos del otro, y la navaja aparecer y desaparecer
-entre ambos, alborotóse la gente espantada; acudieron nuevos curiosos
-de la vecindad, y entre ellos Juanguirle, que se abalanzó á los
-combatientes. Pero no era necesaria su ayuda. En pocos momentos desarmó
-Pablo á su enemigo; le sopapeó, le revolcó en el fango, volvió á
-levantarle asido por las greñas, le dió dos puntapiés, y arrojó el
-arma vil á una poza, mientras el valiente, huyendo del alcalde que se
-empeñaba en prenderle, y de la rechifla del público, corría que se las
-pelaba, escupiendo basura y _chocleándole_ los zapatos llenos de agua
-sucia de la charca.
-
-Pablo, salpicado de barro, desaliñado y convulso, se dejó de
-comentarios ociosos, y fuése apresurado á casa de Juanguirle,
-deplorando que el suceso no hubiera ocurrido á siete estados debajo de
-tierra.
-
-Nisco estaba mejor y ya sentado en la cama. Asombróse al ver á su amigo
-en tan desastroso aspecto; refirió éste el caso, y le abrazó el hijo
-de Juanguirle, lamentándose de no haberle ayudado, siquiera con la
-presencia, y de que hubiera salido vivo del empeño el traidor de la
-navaja. Preguntóle si le había herido con ella.
-
---Nada absolutamente--respondió Pablo.--Ni un arañazo me ha costado
-pisotear la fama de ese bribón. Un dolorcillo siento hacia esta
-costilla del lado izquierdo; pero no es de golpe alguno, sino de un
-esfuerzo que hice al levantarle de la poza.
-
-Después se lavó las manos y la cara; se arregló el vestido; volvió á
-sentarse á la cabecera de la cama, y mudó de conversación; hasta que
-entró Juanguirle, que se había quedado charlando con los vecinos.
-
-Pablo, mientras oía al alcalde lamentarse de no haber preso al bribón
-cuando pudo y debió hacerlo, palpábase con la diestra el punto dolorido
-y se revolvía mucho en la silla.
-
---¿Qué tienes?--le preguntó Nisco. Á lo que respondió el joven:
-
---Que me anda aquí algo tibio y pegajoso... nada; pero me causa una
-impresión muy desagradable.
-
-Por consejo de Juanguirle, muy alarmado, se descubrió la parte
-donde Pablo sentía lo que tanto le molestaba. Las ropas estaban
-allí empapadas en sangre, y ésta continuaba fluyendo, aunque no en
-abundancia, de una herida en el costado. Nisco y su padre palidecieron.
-
---¡Y yo que dejé escapar á ese villano!--exclamó Juanguirle mesándose
-el pelo.
-
---¿Qué es lo que tengo?--preguntó Pablo.
-
---¡Una herida que hay que cuidar, hijo!--respondió el alcalde.
-
---¡Una herida!... ¿Cuándo me la hizo, si yo no sentí nada?
-
---¡Bueno estabas tú para sentir, aunque te hubieran abierto en
-canal!... ¡Y estamos sin médico hace cuatro meses! ¡Voto á briosbaco y
-balillo!...
-
---Ande usted--repuso Pablo sonriendo, más por disimulo que por
-ganas,--que como se curó Nisco me curaré yo. Lo que importa es que en
-mi casa no se sepa esto.
-
---No estoy, Pablo--dijo Nisco,--porque esas cosas se oculten. Bueno es
-que, por de pronto, se ponga un reparo para que llegues á tu casa sin
-asustar á la gente con la vista de la sangre; pero después... Cierre la
-puerta, padre, y curémosle con lo mismo que el suyo me curó ayer á mí.
-Dicen que dijo don Pedro que el agua fresca es el mejor remedio para
-las heridas. Desnúdate, Pablo, de medio arriba.
-
---Es cierto--añadió Juanguirle, azorado y presuroso.--Desnúdate, hijo,
-en tanto voy yo por el agua y unos trapos.
-
-Salió, cerrando la puerta por fuera, y descubrió Pablo su tronco,
-blanco como el alabastro, fornido y esbelto como el de un Apolo de
-Fidias.
-
---Tiéndete en la cama,--le dijo Nisco arrimándose él á la pared.
-
-Hízolo así Pablo; entró Juanguirle con una jofaina llena de agua,
-y media sábana vieja al hombro, y dióse comienzo al lavatorio. La
-herida estaba sobre una costilla. No se metieron los improvisados
-cirujanos en otras investigaciones; pero vieron que tenía medio palmo
-de larga, y esto los asustó. Hecha esta primera operación, pusieron
-unos paños empapados en el mismo menjurje con que se curaba Nisco la
-descalabradura; sujetáronlos con una ancha venda; vistióse Pablo, y le
-dijo Juanguirle, que le quería de veras:
-
---Ahora, á casa, hijo mío; cuéntalo del mejor modo que te parezca;
-¡pero cuéntalo, por el amor de Dios! y llama á un médico en seguida,
-porque esos boquetes suelen tener la salida por donde menos se
-piensa... ¡Ah, como yo llegue á echar mano al traidor!... Y ¡voto al
-chápiro verde que he de echársela, ó no seré más alcalde de este pueblo!
-
-Salió Pablo poco después, hallando en el portal, muy afligida, á la
-alcaldesa, que, por ciertos respetillos pudorosos, no había asistido
-á la cura; chanceóse con ella para tranquilizarla, y se encaminó á su
-casa, pensando, más que en la herida, en el efecto que iba á producir
-en las dos familias la noticia del suceso, si es que no había llegado
-ya en alas de la oficiosidad de ciertas gentes entrometidas.
-
-¡Vaya si había llegado! Y salía ya don Pedro portalada afuera; y se
-asomaban al balcón madre é hija desoladas y sin color en el rostro;
-y acudía Ana, con el alma en un hilo, y quedaba don Juan en su casa
-echando chispas por los pelos erizados y tempestades por la boca.
-
-Nada dijo Pablo de la herida; pero refirió el encuentro tal y como
-había sido.
-
---Ésta es la verdad--añadió.--Yo no lo he buscado; ello se vino solo...
-ó traído por Satanás. Sé que es llover sobre mojado; barrunto cómo
-estará mi padrino; conozco lo que á ustedes les aflige el caso por el
-color que tiene; pero no lo pude evitar... Perdóname, Ana: otra vez me
-dejaré poner la mano en la cara, si te gusto más, bien abofeteado y
-huyendo, que mal vestido y triunfante.
-
---¡Pero dicen que te hirió con una navaja!--exclamó su madre palpándole
-desatinada todo el cuerpo.
-
---¿En dónde?--dijo Pablo con fingido asombro, pero cuidando mucho
-de que su madre no le tocara donde le dolía ya más de lo que él
-esperó.--No hagan ustedes caso de charlatanes... ¡y por el amor de
-Dios, no hablemos más de estas cosas!
-
---Y... ¿ese hombre?--le preguntó don Pedro, que hasta entonces no había
-desplegado los labios, aunque se los había mordido muchas veces.
-
---Huyó corrido como una liebre--respondió Pablo;--y dudo que vuelva á
-vérsele por Cumbrales en mucho tiempo.
-
-Ana, en tanto, descolorida y angustiada, no apartaba sus ojos del
-mancebo, cuyo aspecto le daba mucho que pensar.
-
---¡Tendrá que oir tu padre ahora!--la dijo Pablo.
-
---La verdad es--interrumpió don Pedro, que se paseaba cabizbajo y
-sombrío,--que se combinan de tal modo las cosas, que sin el genio
-irascible de Juan, hay para darse á Barrabás con ellas.
-
---¿Qué dijo al aprenderlo, Ana?--preguntó Pablo.--Cuéntalo todo sin
-reparos, porque conviene saber á qué atenerse.
-
---Poco, pero bueno--respondió Ana, esforzándose por echar á broma la
-cuestión.--Ya con la noticia sola de la agarrada, se había puesto que
-tocaba las vigas con la cabeza; pero al saber que había andado la
-navaja por medio, entendí que le daba algo. Entonces me dijo: «mírate
-bien, Ana; que por el camino de esas aventuras se va á presidio.»
-
---Y tú ¿qué le respondiste?
-
---Yo... corrí hacia acá, porque eso de la navaja me heló la sangre en
-las venas.
-
-Acabóse pronto esta conversación; llegó el mediodía, y Pablo comió
-muy poco. Después se encerró en su cuarto y se pasó la mayor parte
-de la tarde con la cabeza entre las manos y los codos sobre la
-mesa. La herida no sangraba ya; pero le dolía mucho. Al anochecer
-sintióse destemplado y sediento; le ardía la cabeza, y tuvo necesidad
-de acostarse. Su madre y su hermana habían entrado á verle varias
-veces; pero él había conseguido, si no tranquilizarlas, por lo menos
-convencerlas de que nada grave tenía. Don Pedro, que todo lo observaba,
-llamó á un criado y le dijo:
-
---Ensilla el caballo y prepárate tú para ir á donde yo te envíe.
-
-En seguida se fué al cuarto de Pablo. Acababa éste de acostarse. Le
-pulsó, le tocó la frente... y se nubló la suya.
-
---¡Tú estás herido, Pablo!--le dijo angustiado, pero enérgico:--horas
-hace que lo estoy sospechando.
-
---Es cierto--respondió el mozo.--No me he atrevido á decirlo delante de
-las mujeres, por no alarmarlas.
-
---¿Y yo?... ¿soy por ventura una de ellas? ¿No sabes, insensato, que en
-estas ocasiones no deben desperdiciarse ni los instantes?
-
-Le dió cuenta el enfermo de la precaución que se había tomado en casa
-de Juanguirle, y quiso don Pedro examinar la herida. Toda la fuerza de
-su voluntad, que era mucha, necesitó para no lanzar una exclamación
-de espanto al ver aquel ancho boquete con los bordes inflamados y
-sanguinolentos. Volvió á cubrirle como se lo permitió su aturdimiento;
-dejó á Pablo y voló al portal, donde esperaba el criado con las
-espuelas calzadas y el caballo listo.
-
---¡Á escape á la villa!--le dijo.--Avisa al médico de casa; adviértele
-que se trata de una herida, para que traiga á prevención siquiera lo
-más indispensable; que monte en este mismo caballo, si no tiene otro
-más veloz, y que venga en el aire, porque el herido está muy grave.
-
-Este recado le oyeron doña Teresa y María, que andaban con oídos
-sutiles detrás de la verdad. Al descubrirla se espantaron, y corrieron
-hacia el dormitorio de Pablo. Don Pedro las detuvo.
-
---Pero ¿se morirá, Dios mío?--exclamaba la dolorida madre, mientras su
-hija lloraba amargamente.
-
---¡Silencio, por la Virgen!--les decía don Pedro por lo bajo.--¡Que no
-os oiga; que nada conozca! Entrad allá, vedle, acompañadle; pero como
-si nada grave sucediera.
-
---¡Hijo de mi corazón!... Pero ¿crees que se halla en peligro de muerte?
-
---¡No lo permita Dios!--dijo don Pedro, descubriendo, en lo trémulo de
-la voz y en las lágrimas que asomaban á sus ojos, el dardo que tenía
-clavado en el alma.
-
-Luégo entraron todos en el cuarto del enfermo, que yacía postrado en el
-sopor de la fiebre.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXVI
-
-DE VARIOS COLORES
-
-
-¡Qué noche!... El tiempo pasaba; el médico no venía; Pablo continuaba
-agravándose, y nadie se atrevía allí á aventurar un remedio, porque el
-aspecto de la enfermedad ataba las manos indoctas, que bien podían dar
-veneno por triaca. Se entraba y se salía á cada instante, y se andaba
-de puntillas en la estancia á media luz; se aplicaba el oído á la
-agitada y seca respiración, y la palma de la mano á la ardorosa frente
-del enfermo; y cada acto de éstos producía una pregunta muda y anhelosa
-en los ojos contristados de los demás. Del cuarto de Pablo se iba á
-todas las puertas y ventanas que daban al corral; y por cada rendija
-se escuchaban los ruidos de afuera, hasta los más leves rumores... el
-latir de algún perro, los golpes del pesado rodal, las esquilas de la
-yunta, las almadreñas del carretero, algún cantar lejano... todo muy
-de tarde en tarde. Después, el silencio absoluto, impenetrable como
-la obscuridad que le envolvía... ¡ni un sonido que se pareciera al de
-las herraduras del brioso caballo de don Pedro sobre los resbaladizos
-cantos de la calleja!
-
-Nada se le había dicho á Ana de la alarmante gravedad en que se hallaba
-Pablo; pero hasta en las ondas del aire hay oficiosos correos para
-las malas noticias; y ésta no tardó en llegar á casa de don Juan de
-Prezanes.
-
-Cenando estaban ya padre é hija: ésta triste y sobresaltada por los
-sucesos del día, y aquél sombrío, mudo y desazonado por la misma causa,
-pero vista con ojos bien distintos de los de Ana. Cayó entre ambos
-la noticia como la guadaña de la muerte; y, yertos y despavoridos,
-alzáronse al punto de la mesa; abrigáronse mal y de prisa, y volaron al
-lado del enfermo.
-
-Se adivinan, sin que yo las describa, las impresiones de Ana junto
-á aquel lecho en que yacía Pablo medio aletargado por la calentura.
-Corríanle á la infeliz las lágrimas por las mejillas, y ahogaba los
-sollozos en su pecho y las palabras en su boca; pero no pudo evitar que
-sus manos se posaran trémulas y codiciosas sobre la frente caldeada del
-enfermo.
-
---¡Se abrasa el desdichado!--tuvo que decir entonces, porque la pena y
-el sobresalto de que se vió acometida, la impusieron aquel desahogo.
-
-Abrió los ojos Pablo al oir aquella voz, y dijo, queriendo sonreírse:
-
---Esto pasará pronto...
-
---¿Cómo te encuentras, hijo mío?--le preguntó su madre, anhelosa y
-acongojada, aprovechando el inesperado momento de lucidez para explorar
-el estado del enfermo.
-
---Bastante bien--respondió éste volviendo á cerrar los ojos.--El calor
-me incomoda mucho... ¡Más agua!
-
-Sobre la mesita cercana al lecho había una botella, casi vacía ya, y
-una copa con agua. Ana se apoderó de ella rápidamente y la acercó á los
-labios ardientes de Pablo. Este cogió con su mano, que abrasaba, la
-copa, y con la copa la mano de Ana; y así bebió, sorbo á sorbo, como
-si le refrescara, más que el agua que bebía, el contacto de aquella
-piel fina y rosada, misterioso centro en que á la sazón convergían los
-anhelos de dos almas y la esencia de dos vidas.
-
-Mientras esto pasaba, don Juan de Prezanes (que ya se había quejado
-amargamente de que no se les hubiera dado antes la noticia) preguntaba
-á todos y á cada uno cómo había sido _aquello_; qué trámites había
-seguido la agravación; á qué hora se había ido á buscar al médico;
-por qué no venía ya... y todo cuanto podía preguntarse y mucho más,
-espeluznado, nervioso, inquieto y descolorido. Pero cuando observó que
-Pablo hablaba, y tan pronto como Ana volvió á poner la copa sobre la
-mesa, no pudo contenerse y avanzó hasta la cabecera del lecho. Pulsó al
-enfermo, le palpó la frente, le arropó cuidadoso, le subió el embozo de
-las sábanas y volvió á bajársele; tornó á subírsele, quiso hablarle,
-y se contuvo; le arregló la almohada, y otra vez las ropas; volvió
-al intento de preguntar algo... y tampoco dijo nada. Iba y venía;
-escuchaba la respiración del enfermo y miraba á los circunstantes; y
-á todo esto le temblaban los labios y la barbilla, y los ojos se le
-humedecían; sacaba el pañuelo del bolsillo; llevábale rápido á las
-narices; daba con ellas un trompetazo seco; volvía á guardarle... en
-fin, mareaba.
-
-Al último, estalló así:
-
---¡Pablo... hijo mío!... Yo no sé si algo de lo que ayer te dije
-puede haber contribuido á la desazón en que te hallas. Si es así,
-¡perdóname, por el amor de Dios!... Yo no podía presumir... no era
-fácil adivinar... Creía tener mis razones, estar en mi derecho; porque
-cabe muy bien que un viejo como yo, en determinados casos de la vida,
-reprenda á un mozo como tú, que se halla en salud cabal, como tú te
-hallabas cuando yo te reprendí... quizá con mayor dureza que la debida,
-porque á la lengua más la mueve el temperamento que la voluntad. Pero
-aquello pasa... pasó como pasan las tempestades; y ahora me asusta
-el temor de que el recuerdo de ello pueda afligirte la memoria en
-el estado en que te ves... Por supuesto, que no le doy importancia
-maldita, y creo que eso ha de desaparecer como un relámpago... ¡Pues
-no faltaba más!... Pero, aunque pasajero, te postra en la cama y te
-hace padecer... ¡Si supiera yo dónde hallar al infame que te hirió!...
-¡Y ese médico que no llega!... ¡Y al bestia que fué á traerle no se le
-habrá ocurrido buscar otro á faltas de él!... Hay gentes que entienden
-algo de remedios caseros para estos lances perentorios. Aquí todos
-somos unos burros que no sabemos jota de ello. Nada se nos ocurre para
-aliviar á este infeliz que se abrasa, Dios sabe por qué... ¡Y esto
-es precisamente lo que hay que averiguar cuanto antes; y sólo puede
-averiguarlo un médico, y el médico no viene!... ¡Si estos bestias de
-Cumbrales no hubieran despedido al suyo hace cuatro meses!... Hombre,
-¿no sería bueno mandar otro propio con el caballo del cura? No soy
-gran jinete; pero me atrevo á ir hasta el fin del mundo en busca de un
-médico ahora mismo...
-
-Hablaba y hablaba sin cesar don Juan de Prezanes, al tenor de lo
-apuntado, mientras se paseaba inquieto y taciturno su compadre por
-delante de la puerta de la estancia, y permanecían las tres mujeres
-junto al lecho de Pablo, como otras tantas estatuas de la melancolía.
-
-Notábase demasiado calor allí; lo advirtió el enfermo y se desalojó el
-cuarto, quedando en él solamente doña Teresa, sentada junto á los pies
-de la cama.
-
-Pasó otra hora; y ya don Pedro había dado las órdenes para que se fuera
-en busca de otro médico, cuando se oyeron en el corral las herraduras
-del caballo que debía traer lo que con ansia mortal se esperaba...
-
-Y lo traía el noble bruto sobre sus lomos empapados en sudor.
-
-Digo que llegó el doctor, forrado, por cierto, de pies á cabeza en
-altas polainas, recio capote y descomunal bufanda.
-
-Cómo fué recibido, no hay que contarlo, pues ya se sabe con qué
-ansiedad se le esperaba.
-
-Siempre sucede lo mismo en idénticos casos; lo cual no nos impide,
-cuando estamos en cabal salud, poner á los médicos á bajar de un
-burro, por ignorantes y matasanos. Así somos, con la gracia de que en
-otros muchos lances de la vida, aún somos peores y más injustos y más
-ingratos. Pero vamos al asunto.
-
-Tardó el médico, porque se hallaba ausente de la villa cuando fueron á
-buscarle. Llegado á su casa, le enteró de lo ocurrido el criado de don
-Pedro; después salió á encargar á un farmacéutico los medicamentos que
-juzgó necesarios, operación nada breve... Pero, en fin, ya estaba allí,
-aunque un poco retrasado, con un frasco en cada bolsillo y llena de
-emplastos la cartera. Aunque entradillo en años, era chancero y alegre;
-por lo que sus palabras (después de oir de pie, y mientras se despojaba
-de los pesados abrigos que llevaba encima, la relación hecha por don
-Pedro) fueron á modo de brisa que, si no barrió, adelgazó mucho los
-negros celajes que abrumaban el ánimo de aquellas buenas gentes.
-
-Entró luégo en el cuarto del enfermo, seguido de don Pedro Mortera y de
-don Juan de Prezanes. Salió doña Teresa; cerróse la puerta y comenzó el
-reconocimiento, que fué largo y escrupuloso.
-
-La herida, por estar muy inflamados sus bordes, no pudo examinarse como
-el doctor quería; pero era indudable, por lo que estaba al alcance de
-la sonda y lo que respondía el enfermo, que no era profunda, sino á lo
-largo de la costilla sobre la cual estaba.
-
-Hízose la cura como debía de hacerse; se le dió á Pablo una bebida
-al caso; se recomendó el silencio y el desahogo en la estancia, y
-volvieron á salir de ella los hombres. Las tres mujeres los esperaban
-en el _carrejo_, con la ansiedad que es de suponerse. El médico habló
-así entonces, sin cuidarse maldita la cosa de bajar la voz:
-
---Es más el ruido que las nueces. La calentura, que es muy alta,
-tendría gran importancia si la herida fuera penetrante; pero felizmente
-no lo es, y de ello he de convencerme más tan pronto como disminuya
-la inflamación á beneficio de lo dispuesto ahora. Pablo es nervioso
-y vehemente; han pasado muchas horas perdidas desde que fué herido;
-precedió al lance una escena violenta, según me han dicho, y parece ser
-que vino tras otra por el estilo ocurrida ayer. Todo esto contribuye,
-indudablemente, á poner á Pablo en el estado de exacerbación en que se
-halla; estado que no juzgo grave, ni mucho menos, aunque á los ojos
-profanos lo aparenta... Con que á cenar, si no lo han hecho ustedes ya;
-á la cama después los que no velen, y á dormir sin penas ni cuidados;
-que, ó yo me engaño mucho, ó esto ha de ser obra de pocos días.
-
-¡Bendita boca! ¡Bendita ciencia que por ella habló! ¡Benditas palabras
-que rompieron en un instante las férreas y candentes ligaduras que
-oprimían y abrasaban tantos corazones henchidos de amor al valiente
-mozo!
-
-Una hora antes habían llegado Juanguirle, el padre de Catalina y media
-docena más de vecinos de las inmediaciones, á saber noticias del
-enfermo, de cuyo estado gravísimo comenzaba á hablarse en el pueblo, y
-á ofrecerse á todo cuanto ellos pudieran hacer en servicio y descanso
-de la casa. Todos estaban en la cocina aguardando el resultado de la
-visita del médico, y á todos les dió cuenta don Pedro Mortera, muy
-regocijado, del fallo del doctor.
-
-Este consintió en quedarse allí aquella noche, y era muy corrida ya la
-mitad de ella, cuando Ana y su padre, después de haber visto que Pablo
-dormía con relativo sosiego, se retiraron á su casa.
-
-Á la mañana siguiente la calentura había cedido mucho; tenía poca sed
-el enfermo, y la herida presentaba mejor aspecto; con lo que el médico,
-confirmándose en su primer dictamen, se volvió á la villa.
-
-No entra en mis propósitos, ni vendría muy al caso, escribir la
-historia detallada de la enfermedad de Pablo. Lo que importa conocer
-aquí es el resultado de ella; y á este propósito, digo que, tres días
-después de lo narrado, el enfermo estaba completamente limpio de
-calentura, y su herida, nueva y cómodamente examinada por el doctor, en
-las mejores condiciones apetecibles.
-
-Como ya se le permitía hablar, Nisco, que había saltado de la cama
-en cuanto supo lo que á su amigo le ocurría (aunque, por acuerdo
-de Juanguirle, lo ignoró hasta que hubo pasado lo más grave), le
-acompañaba algunos ratos.
-
-No era ya el mozo aparatoso y remilgado de antes. Presentábase en la
-nueva etapa de su vida sencillo, modesto y bondadoso. ¡Cuánto había
-ganado en el cambio! Atribuíase éste en casa de don Pedro Mortera
-al reciente percance que aún le tenía con la frente vendada, y á su
-pena por lo acontecido á Pablo; pero yo sé que el descalabro que
-principalmente había dado origen á tan notable transformación, era bien
-diferente del que le produjo la pedrada del Sevillano. El resto fué
-obra de la abnegación de Catalina, ejemplo admirable que acabó de abrir
-los ojos al iluso.
-
-Estando una tarde sentado á la cabecera de la cama de Pablo, llegó
-Chiscón al portal, hallándose en él don Pedro Mortera. Descubrióse con
-respeto el hercúleo mozo, y habló así al caballero, que le miraba con
-repugnancia:
-
---Tiénenme por amigo del hombre que ha puesto á Pablo en peligro de
-muerte. Nunca lo fuí, señor don Pedro, aunque dejé que me lo llamara
-y que á mi lado se le viera muchas veces. De saber acabo la maldá
-del alevoso; habrá quien piense que consejos míos le movieron la
-mano traidora, como á mí los suyos me acabaron de mover la voluntá á
-preparar la guerra del domingo... y aquí vengo, señor, á lavarme,
-con la verdá, de la mancha de esa duda. Yo no soy santo; la ira me
-tienta muy á menudo; y, por verme fuerte, gústame que valga la mía más
-de lo que debiera gustarme; pero guerreo en buena ley, cara á cara y
-con armas iguales. Á Pablo busqué así: pudo más la su maña que la mi
-fuerza, y vencióme... Usté lo vió. Dolióme la afrenta, es verdá; pero
-juzguéla castigo por mano de un valiente, y de allí no pasaron mis
-rencores, aunque la pena fué grande. Sin ser visto de naide, volvíme á
-mi casa... ¡Por el santo nombre de Dios, juro que, desde mucho antes de
-enredarme con Pablo aquella tarde, no he vuelto á ver al traidor que al
-otro día le dió la puñalada!
-
-Cayó mucho hacia la benevolencia la antipatía con que miraba don Pedro
-á Chiscón, cuando éste acabó su apasionado razonamiento, y le dijo el
-grave señor, pero sin dureza:
-
---Nadie ha sospechado aquí semejante cosa: puedes estar tranquilo.
-
---De justicia son, señor don Pedro; pero con no ser más que de
-justicia, estimo mucho esas palabras. Y ahora--añadió el mocetón,
-manoseando el sombrero,--si en ello no ofendiera...
-
-Y aquí se paró; pero don Pedro, leyéndole el pensamiento, noblote y
-generoso, al través de aquella rudeza medio salvaje, le dijo, señalando
-hacia la puerta del estragal:
-
---Sube á ver á Pablo si quieres.
-
---Ese favor iba á pedir, señor don Pedro,--respondió Chiscón agradecido.
-
-Un momento después crujían las tablas de los peldaños, holladas por los
-herrados zapatones del gigante.
-
-Llamó arriba con un _deogracias_ que retumbó en toda la casa. Apareció
-doña Teresa; y después de oir al mocetón, le condujo á la estancia de
-Pablo.
-
-Por entrar, habló en términos parecidos á los que empleó delante de don
-Pedro Mortera. Pablo, por toda respuesta, desde la cama en que estaba
-sentado le alargó su mano pálida, fina y un tanto descarnada; mano que
-desapareció al punto entre las dos de Chiscón y enormes, atezadas,
-callosas y peludas.
-
---Dicen--añadió el de Rinconeda un poco conmovido,--que anda oculto por
-temor á la justicia. ¡Que Dios le libre de caer en la de mis manos!
-
-Después soltó la de Pablo y tendió una de las suyas á Nisco, diciéndole:
-
---La misma culpa que en la herida de Pablo, tengo en la pedrada que te
-alcanzó á tí, obra de un mismo traidor. Por lo demás, si prenda tuya
-quise tomar, fué porque abandonada la ví. Confieso que el _no_ me sacó
-de quicios; pero no todo lo que después vino fué sólo intento mío, que
-lances y consejos lo fueron arreglando así. Á lo tuyo te has vuelto
-ahora, y has hecho bien, que la prenda lo vale y la merecías más que yo.
-
-También Nisco le alargó la diestra, en señal de amistad sin
-resentimientos. Después se enteró Chiscón muy al por menor del estado
-de Pablo, y celebró cordialmente la mejoría. Luégo se despidió cortés,
-á su manera, y salió del cuarto, carrejo adelante, dejando aquí un
-pastel de arcilla blanda, y allá un chinarro, de lo agarrado en las
-callejas por sus zapatones, y haciendo temblar los suelos en cada
-zancada.
-
-En tanto, había llegado Juanguirle muy apurado, y estaba con don Pedro
-Mortera en el cuarto del portal. Tratábase de un oficio del alcalde de
-Praducos al alcalde de Cumbrales, recibido por éste en aquel momento.
-
---Ya usted lo ve--decía Juanguirle:--esas gentes se han desbandado por
-estar muy perseguidas, y andan en pandillas cortas de merodeo por acá
-y por allá. Han entrado en Praducos y en Sopando... y en Coloños, que
-está á dos pasos de este pueblo. Verdad que ha sido entrada por salida,
-á lo que parece, y que se han conformado con unas cuantas raciones. De
-todas suertes, ¿qué le parece á usted, señor don Pedro, que hagamos en
-Cumbrales, en virtud de este aviso que me dan?
-
---Hablar poco de ello y tener mucho juicio--respondió don Pedro;--y,
-sobre todo, cuidar de que nada sepa don Valentín, que puede hacer una
-majadería que nos cueste muy cara á todos.
-
---Eso mismo creo yo... porque, señor, una aldea abierta, de poco
-vecindario, sin otra arma que el sable de ese loco...
-
---Y tan loco será como él quien llegue á escucharle con paciencia; y
-mucho más loco, quien se pare á considerar lo que podrá creerse de los
-que no le hagan caso.
-
---¿Quiere decirse que este oficio... como si hubiera caído en un pozo?
-
---No tanto, porque debe servirte el aviso para estar alerta y
-prevenido, á fin de evitar al pueblo cuantas vejaciones puedan
-evitarse, si tenemos la mala suerte de recibir esa visita.
-
---Pues alerta está, señor don Pedro; y Dios sobre todo.
-
---Esa es la fija... ¡y cuidado con don Valentín!
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXVII
-
-GENIO Y FIGURA...
-
-
-La rápida y feliz convalecencia de Pablo volvió á normalizar la vida en
-ambas casas; con lo que reaparecieron en el salón de don Pedro Mortera
-los rollos de holandas y los paquetes de batistas que días antes
-anduvieron por allí entre manos de Ana, de María y de doña Teresa;
-preparativos de boda y mínima parte de lo que se había encargado con
-igual destino á las modistas y costureras de la ciudad.
-
-Había, pues, tertulia constante en casa de don Pedro, á la que no
-faltaban Pablo, muy animoso aunque algo dolorido y débil todavía; su
-cuñadito en ciernes, por las tardes, y don Juan de Prezanes cuando
-menos se le esperaba. Ya para entonces y desde antes de los trágicos
-sucesos referidos, las familias de don Pedro Mortera y de don Rodrigo
-Calderetas se habían hecho sendas visitas; por lo que también se vió
-más de tres veces al caballero de la villa, con su señora y su otro
-vástago (una jovenzuela pálida y muy peripuesta, que se llamaba Niquis,
-contracción elegante del vulgar Nicasia que le arrimó en la pila su
-padrino, un pañero acaudalado, pero de poco gusto), en la apacible
-reunión aquélla.
-
-Antes la enfriaban que la divertían los ceremoniosos continentes de
-estos tres personajes; pero eran sus visitas actos de cortesía, y había
-que agradecerlas. En cambio, cuando se hallaban solos los de Cumbrales
-y el novio de la villa, que era suelto y ocurrente, se cobraban con
-usura los ratos tan mal empleados; porque hasta el mismo don Juan de
-Prezanes andaba hecho unas castañuelas, y solamente en cinco ó seis
-ocasiones se había ido del seguro con su compadre por cosas de poco más
-ó menos.
-
-En fin, que todo era paz y alegría entre aquellas gentes, y hasta se
-habían fijado las bodas para el día en que Pablo se viera completamente
-restablecido (restablecimiento que ya daba el convaleciente por
-alcanzado), cuando olió don Valentín lo de allende los montes, por más
-empeño que puso Juanguirle en que ignorara lo que de oficio le había
-dicho su _colega_ de Praducos. Pero ¿dónde se movería el perjuro que no
-lo advirtiera el oído sutil del veterano de Luchana, que sólo vivía
-para odiarle y para combatirle?
-
-No bien averiguó lo de Coloños, voló á casa de Juanguirle. Le preguntó,
-le increpó y hasta le excomulgó; pero sólo burlas y malas razones pudo
-obtener del alcalde de Cumbrales. Entonces corrió á la villa, y asaltó
-el despacho de don Rodrigo Calderetas.
-
---Ahora--le dijo sin preámbulos ociosos,--todos ustedes son unos; don
-Pedro Mortera no podrá negarse á tomar en cuenta las indicaciones
-patrióticas que usted le haga, ni usted á hacérselas en vista de la
-gravedad de los sucesos que tenemos encima.
-
---Cierto es--dijo el caballero,--que ustedes y nosotros estamos
-amenazados de una invasión á la hora menos pensada; pero es también un
-hecho que las fuerzas se han subdividido...
-
---Tanto mejor para vencerlas, señor don Rodrigo.
-
---No hay necesidad, don Valentín, de tomarlo tan por lo serio, puesto
-que siendo grupos insignificantes los que merodean por ahí, no son de
-temer extorsiones de gravedad. Piden unas cuantas raciones, se les
-dan... y se van tan contentos. Esto es mucho más sencillo y conveniente
-que una resistencia armada que puede costar perturbaciones y sangre.
-Ya ve usted cuántos más elementos hay aquí que en Cumbrales para
-resistir, y cuánta mayor responsabilidad adquirimos ante la historia
-nosotros que ustedes, y, sin embargo, á nadie se le ha ocurrido aquí
-apelar á medidas extremas que...
-
---Yo, señor don Rodrigo--expuso don Valentín, comprimiendo la ira que
-ardía en su pecho,--no tengo nada que ver con lo que en esta villa se
-haga en el caso de que se trata. Impórtame sólo la honra del pueblo en
-que nací, y esa es la que quiero salvar... porque debo salvarla. Don
-Pedro Mortera es el único hombre que en Cumbrales puede llevar á buen
-término mis propósitos; usted puede hoy mover el ánimo de mi convecino,
-y al mismo tiempo hacer que don Juan de Prezanes acabe de ponerse á mi
-lado, porque lo uno ha de venir como consecuencia de lo otro. Del pie
-que cojea el don Pedro, no lo ignora usted, y aquí mismo hemos hablado
-de ello los dos, no hace mucho tiempo, con leal franqueza...
-
---Se hablan muchas cosas, señor don Valentín, con sobrada ligereza,
-aunque la lealtad mueva los labios y esté el corazón henchido de los
-más hidalgos sentimientos. Verdad que hablamos algo de lo que usted
-dice; verdad que apoyé entonces, hasta cierto punto, las nobles miras
-de usted; cierto que se las recomendé, digámoslo así, al señor don Juan
-de Prezanes... pero hay circunstancias en la vida... y no siempre
-los informes son exactos; la lealtad se engaña muchas veces, y los
-caballeros, como yo, estamos expuestos á padecer alucinaciones...
-
---Es decir, que don Pedro Mortera, para usted, es hoy muy distinto de
-lo que fué ayer... En plata, que ya es liberal y trigo limpio.
-
---Quizá, quizá, señor don Valentín.
-
---¡Cómo había de resultar otra cosa!--exclamó el héroe, con la sonrisa
-más burlona que puede imaginarse, y un brío impropio de sus muchos
-años.--¡Cómo había de salir cosa mala un consuegro ricachón!
-
---¡Señor Gutiérrez!...
-
---¡De la Pernía, señor de Calderetas!--corrigió don Valentín, alzándose
-sobre las enjutas piernas.--Y entienda usted que para cantar ahora esos
-laúdes, no había para qué entonar el otro día tantos vituperios...
-Fortuna que sé yo demasiado á qué atenerme.
-
-Y con esto salió don Valentín de casa de don Rodrigo Calderetas, sin
-tomarse el trabajo de despedirse de él.
-
-Husmeando en la villa luégo, fué llenando de pormenores el saco de sus
-noticias; y tan atacado le puso y tal se convenció de que el peligro
-no daba ya instante de espera, que se vió á punto de que le faltara el
-resuello á medio camino de su casa.
-
-¡En qué estado llegó! Jadeante, amarillo y desencajado; con el
-sombrero en el cogote, el bastón al hombro, los ojos encandilados y
-los pábilos con espuma. Era media tarde, no había comido aún, y se
-negó á probar las sobras de la comida de su hijo, que Sidora le había
-guardado. Se encerró en su cuarto, arrojó el sombrero y el bastón sobre
-la cama, y se sentó á descansar en una silla vieja. No había otra mejor
-allí.
-
-Á los pies de la cama había una percha de castaño negro y apolillado
-ya; sobre la percha, un guardapolvo muy ancho, y sobre el guardapolvo,
-entre dos viejas sombrereras de cartón, una caja de pino, más alta
-que ancha, con tapadera sujeta con un cordel. En aquella caja clavó
-la vista don Valentín en cuanto se sentó á descansar, y de aquella
-caja se apoderó, empinándose sobre la silla, tan pronto como no le fué
-necesaria para reposo de su cuerpo fatigado.
-
-Desatado el cordel y alzada la tapadera, sacó á pulso el héroe un
-morrión descomunal, envuelto en _Gacetas_ arranciadas. El morrión era
-de _herrada_, más ancho de arriba que de abajo, de felpa algo raída y
-marchita de color, y con grandes chapas y carrilleras de metal. Después
-de colocar con mucho mimo sobre la cama el morrión, don Valentín abrió
-un cofre que había en otro rincón de la estancia. En aquel cofre
-estaba el resto del uniforme: una casaca azul de faldones muy largos
-y talle muy corto, vueltas amarillas (el veterano había servido en
-fusileros) y acribillada de botones en las picudas solapas; un pantalón
-de dril blanco; dos charreteras con flecos de cordoncillo de plata,
-ennegrecidos, mohosos y de un palmo de largos; un sable envainado, con
-su correspondiente tahalí, y un pompón, amarillo también, como de media
-vara de alto, envuelto en dos bulas de la Cruzada.
-
-Todo lo fué colocando en el orden debido sobre la cama, y para cada
-pieza tuvo un requiebro de amor y de entusiasmo su boca balbuciente.
-¡Cuántos años hacía que su cuerpo no se envolvía en aquellos arreos
-marciales! ¡Quién le diría á él que aquellas reliquias del tiempo de
-sus glorias habían de volver á salir á la luz del sol, precisamente
-para ahuyentar al «monstruo de la tiranía,» á quien él mismo había
-enterrado en Vergara!
-
-En fin, que se quitó el casaquín y los calzones, y se encasquetó el
-uniforme sobre la escasa ropa que le quedaba encima del rugoso pellejo.
-Pero ¡cuánta sobra veía por todas partes! ¡Cómo se le hundía el chacó
-y le hacían alforjas la casaca y los pantalones! Todo había mermado en
-el héroe; todo menos el corazón, que le tenía tan grande y tan lleno de
-amor á la causa de la libertad, como en los albores de su juventud.
-
---No hay remedio--discurría mientras atacaba de papeles la badana
-interior del morrión, añadía ropa vieja al _peto_ de la casaca y
-colgaba las prendas de la paz en la percha de castaño:--me declaro
-á mí mismo en estado de guerra, y publico yo solo y para mí solo la
-ley marcial... Haré el último esfuerzo para adquirir auxiliares; y si
-no los hallo, yo seré general, y ejército, y hasta plaza fuerte; y
-después... ¡á vencer ó morir!... ¿De qué lado vendrá el enemigo? No lo
-sé. ¿Qué fuerza será la suya? No debe importarme. Sé que anda cerca y
-que puede estar aquí á la hora menos pensada, y esto me traza la senda.
-Á ello me atengo, porque ese es mi deber. Sabré cumplirle.
-
-Iba anocheciendo ya. Sidora había salido de casa, y don Baldomero no
-había vuelto á ella. Apareció don Valentín en la sala armado de pies
-á cabeza. Se cuadró delante del retrato de Espartero; desenvainó el
-sable; presentóle como cuando pasa el rey; después saludó marcialmente,
-describiendo en el aire ancha curva con la bruñida hoja; giró hacia la
-derecha sobre sus talones; envainó... y fuése.
-
-Media hora después aparecía en el despacho de don Pedro Mortera, el
-cual personaje se creyó bajo el imperio de una pesadilla, al contemplar
-la extraña catadura del que se le puso delante.
-
-Don Valentín habló así, temblando de emoción y de fatiga:
-
---Mi ansiedad y este equipo en que vengo, le dicen á usted, señor don
-Pedro, que no hay tiempo que perder y que es llegada la hora de hacer
-un esfuerzo, si ha de hacerse. El enemigo puede venir, vendrá, de un
-momento á otro, y no hay que contar con que la autoridad de Cumbrales
-se aperciba á la defensa... Á usted acudo, por última vez, á pedirle
-una parte, por mínima que sea, de su legítimo influjo sobre estas
-gentes pacíficas, para que me ayuden en la empresa que estoy resuelto á
-acometer. Con ese auxilio, y con el que obtendré seguramente del señor
-don Juan de Prezanes...
-
---¡El auxilio de don Juan de Prezanes!--exclamó don Pedro Mortera
-mirando con asombro á don Valentín.--¿En qué se funda usted para creer
-que le obtendrá?
-
---En que no se resistió á concedérmele cuando otra vez se le pedí.
-
---Mentira.
-
---¡Señor don Pedro!... ¡Yo no miento nunca!
-
---Pues vaya usted á pedírsele, y déjeme en paz.
-
---Sí, señor, que iré... y me le concederá, por lo mismo que usted me le
-niega. Cuento con él, porque me le ha ofrecido y es caballero... y muy
-liberal.
-
---Pues será tan mentecato como usted si le ha oído con paciencia, y
-loco rematado si le aplaude.
-
---¡Ira de Dios! Si eso es ser loco, ¿dónde está la cordura?
-
---En quien, teniendo atribuciones para ello, se apoderara de usted
-ahora y le encerrara en una jaula, antes de que con sus majaderías
-produzca una ociosa alarma en el pueblo.
-
---Esa es la justicia de los tiranos: amarrado el mastín, y suelto el
-lobo entre las ovejas.
-
---Todo lo que usted quiera, con tal que me deje en paz inmediatamente.
-
---Eso es echarme de casa.
-
---Figúrese usted que sí, y buenas noches.
-
---¡Yo no hago eso con nadie, señor don Pedro!
-
---Yo con todos los que vengan á molestarme con locuras como la de usted.
-
-El pobre don Valentín ya no supo qué replicar á esto, porque no se le
-ocurrían sino improperios, y no se atrevía á soltarlos, ni estaban su
-boca balbuciente ni su pecho jadeante para meterse en recias disputas.
-Conformóse con apretar los puños y mirar fiero y torcido á don Pedro
-Mortera, y se largó, poniéndole entre mandíbulas (pues ya se ha dicho
-que ni raigones tenía en ellas) de tirano, servilón y mal patriota, que
-no había por dónde cogerle.
-
-¿Quién sabe lo que anduvo después, de puerta en puerta, predicando
-aquí, amenazando allá: al uno porque era joven y debía toda su sangre
-á la patria; al otro, porque tenía hijos á quienes dar ejemplo de
-independencia y valor; á éste, porque estaba amenazado su hogar de un
-atropello; á aquél, porque su novia y su hija podían ser presa de los
-«inmundos chacales!»... Pero nada consiguió sino servir de espectáculo
-á las atónitas gentes, con su pompón cimbreante, su morrión descomunal,
-sus charreteras lacias, sus faldones inmensos y su pantalón blanco
-salpicado del lodo de las callejas, ¡en tal mes, á tales horas y con la
-helada que estaba dejándose sentir!
-
-Eran cerca de las nueve de la noche cuando llegó á casa de don Juan de
-Prezanes, último refugio de sus mortecinas esperanzas.
-
-Hay que advertir que, á la sazón, se disponía el bueno del
-jurisconsulto á ir á buscar á su hija, que aún estaba en casa de don
-Pedro Mortera, entregada á los sabidos afanes de costura. Don Juan
-se había despedido de allí aquella tarde algo amostazado, porque su
-compadre le hizo la contra en no sé qué pequeñeces, con no sé qué
-palabras y qué gestos; gestos y palabras que le traían mareado desde
-que se había encerrado en su casa, dándolos vueltas en el magín; y
-claro es que cuanto más lo revolvía en aquel horno, más le caldeaba y
-más _burlón_ y más _dominante_ iba pareciéndole don Pedro Mortera. De
-modo que volvía á casa de éste de muy mala gana, y sólo porque se lo
-había prometido á su hija que le esperaba allí. En este propósito y con
-un humor endemoniado, le halló don Valentín. No fué menor el asombro
-que le produjo la rara silueta del héroe, que el causado en cuantas
-personas le habían tenido delante aquella noche. Dijo el pobre hombre
-qué pensamientos le sacaban de casa á tales horas y en aquella guisa, y
-se asombró más don Juan y le tuvo lástima.
-
---¡Es posible, don Valentín--exclamó,--que hasta ese punto le enardezca
-á usted su manía?
-
-Precisamente lo que no comprendía don Valentín era que se llamara
-manía á su ardimiento patriótico, y que se asombrara nadie de su
-bélica actitud enfrente del enemigo. Respondió en este sentido al
-jurisconsulto, y añadió:
-
---No hay para qué hablar más en demostración de esta verdad palmaria,
-no hace mucho tiempo aceptada por sus amigos de usted... y aun por
-usted mismo.
-
---¡Por mí?
-
---Por usted no fué negada al menos, cuando le pedí su apoyo con la
-recomendación del señor don Rodrigo Calderetas; apoyo que tampoco le
-pareció entonces cosa del otro jueves... Verdad que estaba de por
-medio el señor don Pedro Mortera, á quien tratábamos de combatir. Hoy
-han variado las circunstancias, bien lo veo, y con ellas el fondo de
-ciertas personas á los ojos de otras.
-
---Señor don Valentín, hoy, como ayer, don Pedro Mortera es un
-caballero, mi mejor amigo, casi mi hermano. Si tiene sus debilidades,
-yo tengo las mías también; pero ésta es cuenta para ajustada entre él y
-yo solos, si lo tenemos por conveniente.
-
---No entiendo, señor don Juan...
-
---Pues esto quiere decir que hoy le prohibo á usted, como se lo prohibí
-en la ocasión que cita, traer á cuento el nombre de esa persona, si no
-es para honrarle como se merece.
-
---Pues á eso respondo hoy, señor don Juan de Prezanes, lo mismo que
-respondí entonces á usted por una observación idéntica y con razones
-que en aquella ocasión no tenía: que don Pedro Mortera corresponde muy
-mal á las ausencias que hace usted de él.
-
---¿Quién se lo ha dicho á usted?
-
---Nadie, porque lo he oído yo mismo.
-
---¿Á quién?... ¿en dónde?... ¿cuándo?
-
---Á don Pedro Mortera, en su casa, dos horas hace.
-
---¡Falso!
-
---Mentecato le llamó á usted, con todas sus letras, y por tan digno le
-reputó como á mí de ser encerrado en una jaula.
-
---¡Falso!... ¡falso!
-
---Tan cierto como estamos aquí los dos, frente á frente.
-
---Repito que es falso, señor don Valentín... y si no lo es, quiero que
-lo sea. ¿Me entiende usted? ¿Me entiende usted, espíritu diabólico y
-tentador?
-
---¡Pero, señor don Juan!...
-
---¡Vaya usted al demonio! Lárguese usted de aquí cuanto antes, y déjeme
-en paz, ¡si esto es ya posible!
-
-Y salió don Valentín, que no podía con el peso de tantas contrariedades
-ni con el del morrión que le abrumaba.
-
-Quedóse solo otra vez don Juan de Prezanes; y quedándose solo, comenzó
-por quitarse el sombrero, que ya se había puesto para ir á buscar á su
-hija cuando entró don Valentín, y por arrojarle sobre la mesa. Después,
-con las manos en los bolsillos, echó á andar, á andar por el cuarto,
-de aquí para allí, y, por último, se enredó en la siguiente maraña de
-reflexiones, sin dejar de moverse como un azogado:
-
---Que vengan á decirme ahora que esto es una ofuscación de mi genio
-impresionable y feroz. Que venga el hombre de más paciencia... que
-venga Job en persona; que se coloque en mi lugar, y á ver cómo se
-las arregla; á ver qué cara pone cuando le larguen por la espalda una
-puñalada así. Que no se pase un día sin que el mejor de sus amigos...
-¡amigo!... le dé un alfilerazo, y celebren y aplaudan la gracia hasta
-sus propios hijos; que responda á esas provocaciones y á esas burlas
-ahogando su dolor y su pesadumbre con una prudencia heróica; que gentes
-de todas cataduras le digan una y otra vez: «ese amigo no es cosa
-buena y te quiere mal;» que se indisponga con todas esas gentes por
-defender el honor del falso amigo, es decir, que pague con caricias sus
-bofetones; que los vínculos de amistad lleguen á ser de parentesco; que
-busquen al santo Job y le mimen y le halaguen; que cuando más confiado
-se entregue á los halagos y á los mimos, sienta otra vez en sus carnes
-las heridas alevosas, y vea el arma sutil en la mano que le acaricia;
-que se resigne y calle todavía, aunque, tras de ofendido, oiga que le
-murmuran por violento é intolerable; que tenga, en fin, la evidencia de
-que el amigo, á sangre fría, con premeditación y en medio de la plaza
-pública, como quien dice, le llama á boca llena mentecato, y le juzga
-digno de ser encerrado en una jaula de locos... y á ver si Job no acaba
-por darse á todos los demonios y por buscar al falso amigo y armar un
-escándalo que sirva de ejemplo á todos los oprimidos, y de escarmiento
-á todos los hipócritas... Pues yo, el irascible, el insoportable, tengo
-más paciencia que Job; porque devoro acá dentro, en este pecho donde no
-cabe la nobleza de mi corazón, esas provocaciones alevosas.
-
-Sentíase don Juan sofocado en la estrechez del gabinete, y abrió
-la ventana. La noche no estaba tan serena y estrellada como antes.
-Reaparecía el Sur; amontonábanse nubarrones en el cielo, y la luna sólo
-á intervalos lucía. Algunas bocanadas de aire llegaban á la ventana,
-trayendo consigo rumor de lejanas voces; rumor de que don Juan no se
-dió cuenta, porque no estaba entonces ni para oir ni para ver sino lo
-que tenía dentro y le hervía en la mollera.
-
---¿Qué móviles son los que guían á ese hombre--se decía el
-jurisconsulto volviendo á pasear intranquilo y vertiginoso,--para
-conducirse como se conduce conmigo? Su altanería, su soberbia... el
-empeño de imponerme sus ideas y sus gustos hasta en las cosas más
-nimias, como se los impone á cuantos le rodean ó le deben algo. Pero
-yo no le debo nada, ¡voto á Lucifer!... nada, si no son disgustos como
-éste que ahora me enciende la sangre. No soy tampoco un zafio campesino
-que necesite pedirle permiso para discurrir. Tengo mi criterio propio,
-mis luces en la inteligencia; tantas luces... más luces que él, sí,
-señor; ¡muchas más! porque he visto más mundo, he estudiado más libros
-y he ejercitado más el entendimiento, ¡muchísimo más! ¡Tengo, cuando
-menos, iguales derechos que los suyos á ser oído y respetado; á hablar
-donde él hable, á pensar donde él piense, á vivir donde él viva!...
-
-Aquí ya don Juan de Prezanes, sin percatarse de ello, decía á voces
-todo lo que iba pensando; y como si su amigo estuviera provocándole en
-el hueco de la ventana, delante de ella era donde más aspavientos hacía
-y más levantaba la voz.
-
-Entre tanto, los rumores de afuera continuaban acercándose, y llegaron
-á oirse próximos á la pared del corral, por la parte de la calleja.
-
-Tampoco entonces reparó en ellos.
-
-Volviendo á sus paseos y á su monólogo, llegó á decir, enardeciéndose
-por instantes:
-
---¡Me quieres idiota?... ¡me quieres esclavo?... pues chasco te llevas,
-¡tirano! Tengo una razón... á Dios se la debo, y por ella soy libre...
-¡libre como el pájaro y el aire!
-
-En esto, y mientras la luna se escondía detrás de espesos nubarrones,
-y se oía ruido cercano, como de gentes en tropel, don Juan de Prezanes
-temblaba, y se arrimó á la ventana, y sintió dentro de sí una cosa que
-le exigía un esfuerzo supremo; algo que necesitaba salir de su pecho y
-de su garganta, veloz y bullicioso; algo que le oprimía el corazón y le
-golpeaba el cerebro... No pudo contenerse más. Echó todo el busto fuera
-de la ventana; y, apretando los puños, gritó loco, desaforado:
-
---¡Viva la libertad!
-
-En aquel instante crecieron los rumores de la calleja y se agitaron
-unos bultos en la obscuridad; brillaron dos fogonazos; se oyeron dos
-tiros, y lanzó un grito don Juan de Prezanes, desapareciendo de la
-ventana mientras saltaban las maderas hechas astillas, y en polvo los
-cristales.
-
-Casi al mismo tiempo sonó hacia la iglesia otro tiro que pareció un eco
-de los primeros.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXVIII
-
-SICUT VITA...
-
-
-Mientras caminaba don Valentín, después de salir de casa de don Juan
-de Prezanes, calleja arriba, por donde vino el tropel de que se hace
-mención en el capítulo antecedente, resbalando en este morrillo y
-metiéndose en aquella poza, tropezando aquí y estando á pique de caer
-allá, despechado y febril, reflexionaba de este modo:
-
---Nada espero, nada temo, nada quiero; en nadie confío sino en Dios y
-en el odio que tengo al perjuro. Tristeza en mí, tristeza y soledad
-en mi casa, menosprecio y burlas en la ajena, viejo, moribundo ya;
-envuelto en los hábitos de mis glorias, con la espada de Luchana al
-costado... ¡qué mejor ocasión que ésta para dar el último grito de
-libertad, delante del sempiterno enemigo de ella? ¡Qué muerte más
-señalada para un hombre como yo?... ¡Ah, si topara con _ellos_ esta
-noche!
-
-Pensando así, andaba, andaba, y corría el sudor por los surcos de su
-cara rugosa, porque la gimnasia que iba haciendo, el peso del uniforme
-y la brega que traía desde media mañana, no eran para menos; y andaba
-maquinalmente y sin rumbo determinado, aunque á veces creía oir en sus
-adentros una voz que le aconsejaba seguir adelante y apercibido, porque
-_por allí se iba_.
-
-Y andando, andando, llegó á un recodo que formaba la calleja, y oyó
-ruido de voces y de pasos inseguros al otro lado. Le latió el corazón
-con desusada fuerza. Llevó la diestra á la empuñadura del sable, y
-detúvose. Los rumores se acercaron más. Don Valentín aguzó entonces
-el oído, la vista, hasta el olfato. Parecía un sabueso delante de _la
-barda_. Cierto que tenía, por don misterioso de la naturaleza, una
-nariz para conocer al perjuro por el rastro, como el perro la tiene
-para el jabalí.
-
---¡_Él_ es!--dijo balbuciente y conmovido.
-
-Sin otras averiguaciones, desenvainó el sable y plantóse en mitad de la
-calleja, bien alumbrada entonces por la luna.
-
-Y no se equivocaba don Valentín: era _él_, ó, por lo menos, algo que
-lo aparentaba. Á la vuelta del recodo, á pocas varas de distancia,
-apareció un grupo armado y vestido como el héroe suponía. El grupo
-no llegaba á una docena de hombres; pero era un ejército para don
-Valentín, solo y viejo y casi inerme. Nada le importó esta reflexión
-que no pudo menos de hacerse: antes le infundió mayores bríos en medio
-de aquella fiebre que le estaba devorando horas hacía. Se afirmó sobre
-los pies, enderezó cuanto pudo el encorvado cuerpecillo; y temblando
-de entusiasmo desde la coronilla hasta los talones, gritó, resuelto á
-todo, presentando el jadeante pecho al enemigo:
-
---¡Alto ahí!
-
-Y el enemigo se detuvo; y aun hizo más, para gloria de don Valentín:
-retrocedió, acaso porque creyera que había fuerzas militares detrás
-de aquellos arreos, en cuya vetusta é inusitada conformación no pudo
-reparar de pronto y á tan escasa luz como la intermitente de la luna;
-pero es lo cierto que retrocedió, y á esto se atuvo el héroe.
-
---¡Cobardes!--gritó en seguida, ebrio de entusiasmo, partiendo hacia
-los ocultos invasores.--¡Huís de un hombre solo, viejo y desarmado!...
-¡Dadme la cara, bandidos!
-
-Esta baladronada, que puso en evidencia su pequeñez y su soledad,
-perdió á don Valentín. Sin ella, acaso hubiera corrido aquella noche
-detrás del enemigo alucinado. Pero éste se rehizo con la advertencia, y
-se encaró con el extraño retador.
-
---¡Matadle--dijo el que mandaba allí,--si no se entrega callando!
-
---¡Entregarme yo!--exclamó don Valentín,--¡y á vosotros, infames!...
-¡Muerto, sí; pero rendido, nunca!... ¡Viva el Duque!
-
-Y se lanzó, blandiendo el sable, al enemigo que, á su vez, le embestía.
-
---¡Viva la lib!...
-
-El infeliz no acabó de dar este segundo grito de su heróico ardimiento,
-porque se sintió oprimido y atropellado por aquellos hombres; los
-cuales, al verle un momento después, en el paroxismo de su rabia,
-caer de espaldas en la calleja y quedar inmóvil, creyéronle muerto ó
-poco menos, y allí le dejaron, continuando ellos el camino que antes
-llevaban.
-
-Ya sabemos cómo respondieron dos de los más irreflexivos de la partida,
-al grito casual de don Juan de Prezanes; y es de saberse ahora que
-el lance no hubiera concluido así, á juzgar por las trazas, sin el
-otro tiro que sonó hacia la iglesia y puso en precipitada fuga á los
-invasores, señal de que andaban con poca tranquilidad y perseguidos de
-cerca por enemigos más serios que el pobre don Valentín.
-
-El cual permaneció muy cerca de una hora tendido sobre el fango de la
-calleja; y allí se hubiera muerto de frío, ya que no de los golpes ó
-de la corajina que tal le habían puesto, sin la llegada de Juanguirle
-y de algunas otras personas que le acompañaban, entre ellas Nisco,
-armadas de sendos garrotes, excepto el montanero y el alguacil, que
-llevaban, para estorbo y compromiso, como ellos decían, dos fusilones
-de chispa.
-
-Comenzaba á moverse un poco y á balbucir palabras inconexas en el
-momento de topar con él la ronda.
-
---¡Siempre me temí yo algo de esto, voto al chápiro verde!--dijo el
-alcalde al levantar á don Valentín, cogiéndole por debajo de los
-brazos;--aunque nunca pensé que llegara á tanto. El diablo me lleve
-si no está á punto de entregar el alma... ¡Agarray vusotros por las
-patas, muchachos!... ¡Uf!... ¡cómo está de barro, el infeliz, hasta el
-cogote! Vamos, señor don Valentín, un poco de ánimo, que la cosa no es
-tanto como aparenta. Dígote que fué suerte para todos que al demonio de
-Lambieta le moviera la curiosidad de los tiros y saliera á tiempo de
-ver correr á los causantes vega abajo, y me diera parte y saliera yo
-también, y se viera lo visto y se discurriera lo discurrido; que si no,
-aquí fenece esta noche el venturao del hombre, sin tus ni mus. ¡Voto
-á briosbaco y balillo, que hubiera sido caso de andar en coplas!...
-¿Estáis ya? Pues hágase ahora la silla con los brazos... ¡Ajá!... Tú,
-por aquí, Nisco... Sostenle tú la cabeza por atrás, Ogenio... ¡Jum!
-mucho la zarandea para cosa buena... Apañay vusotros esa espada y ese
-murrión... ¡Mil demonios si no hace media fanega larga el sandifesio!
-Y á todo esto, el de su hijo... ¡por vida del chápiro verde! pondría
-las orejas á que anda por onde no debe. ¡Cuando no espante yo de una
-vez á esa pingolondona, afrenta del lugar y acabación de las casas
-honradas... voto á briosbaco y balillo!... ¿Qué tal vamos, señor don
-Valentín?
-
---Mal,--respondió el pobre hombre, con apagada voz, mientras con todo
-su cuerpo inerte, movido arriba y abajo y de un lado á otro, marcaba el
-andar desconcertado de los mozos que le conducían.
-
-Así llegó á casa, donde le recibió Sidora entre aspavientos y
-declamaciones, y se trató de desnudarle para meterle en la cama.
-
---¡Eso no!--dijo don Valentín.--Nadie me despoje de lo que llevo
-encima. Ya que no me ha valido para bandera, quiero que me sirva de
-mortaja. Con eso no lo profanará nadie, vendiéndolo por un vaso de
-aguardiente.
-
---¿Quién piensa en mortajas ahora, por vida del chápiro verde!
-
---Yo, hijo, yo... yo, que me muero sin remedio... ¡Siento un frío... y
-una debilidad!...
-
---¡Algo caliente, y un vaso de buen vino!--gritó Juanguirle encarándose
-con Sidora;--y si no lo hay en casa, á la mía volando por ello, que
-guardado tengo un botellón de la Nava rancio, para estas ocasiones.
-
-Corrió Sidora á la cocina por una taza de caldo del que reservaba todos
-los días para comienzo de la cena de don Valentín, y descerrajando la
-alacena de la sala, por no parecer la llave, se sacó una botella de
-vino blanco que denunció la fámula.
-
-Probó con dificultad uno y otro el extenuado y yerto veterano;
-reanimóse un instante, y dijo, mientras le envolvían en mantas sobre la
-cama, pero sin desnudarle:
-
---Estos fríos no se curan á la lumbre... Son los de la muerte. Por
-tanto, que venga el cura, y á escape... que cristiano soy ante todo...
-y como cristiano debo y quiero morir.
-
-Fueron en busca del cura dos mozos de los allí presentes, pues uno solo
-no se atrevía en noche de tales peripecias; y en tanto preguntó don
-Valentín:
-
---¿Y el perjuro?
-
---Ajuyó al monte tan aína como pisó á Cumbrales--respondió
-Juanguirle.--Y ello ¿tropezóle usté, ú qué fué lo que así le puso?
-
---Topé con él, Juan... por la misericordia divina... Acometíle como
-debía... solo, frente á frente... Arrollóme porque eran muchos...
-sentíme golpeado... caí... acabóme de aturdir un golpe en la cabeza...
-y no sé más... Pero si huye el inicuo... ¡bendito sea Dios!... ¡quién
-piensa en otra cosa?... De todas maneras, yo bien conozco ahora que
-ciertos asuntos... no debieran tomarse tan á pechos... pero no lo puedo
-remediar... Muriendo así, muero á mi gusto... Esa es mi ley... Obscura
-fué la hazaña y no servirá de ejemplo... ni el Duque la conocerá...
-pero Dios la ha visto... ¡Viva el Duque!... ¡Viva la!...
-
-No pudo más el pobre hombre. Quedóse inerte y amarillo, y todos
-pensaron que allí acababa; pero volvió á revivir, y diéronle otro sorbo
-de vino.
-
-En esto entró don Baldomero, que nada ignoraba ya, porque se lo habían
-dicho los mozos que iban por el cura, al encontrarle en el Campo de la
-Iglesia. Presentóse más encogido, torvo y desaliñado que de costumbre;
-y con esto sólo pintó la pena que le causaba el suceso, si es que
-alguna sentía real y verdaderamente. Así se acercó á la cama, sin
-desplegar sus labios ni sacar las manos de los bolsillos.
-
-Vióle don Valentín, y díjole:
-
---Solo te quedas, Baldomero... porque yo me voy... la verdad sea
-dicha, sin gran pena de no volver á verte... aunque un poco mayor que
-la tuya... por perderme de vista... Eres un Adán, y no espero que te
-enmiendes... pero, ya que por tí no lo hagas... por el honor de tu
-padre... no acabes de perder la vergüenza al acabar con lo que te
-dejo... Conserva á Sidora, que ha sido muy fiel y cuidadosa... págala
-en seguida la manda que le hago en el testamento... que hallarás entre
-mis papeles... aléjate de ciertas compañías... acércate más á Dios...
-y aparta allá un poco ahora para que yo piense en Él mientras llega el
-señor cura.
-
-Fuése á la sala don Baldomero, y allí se dejó caer en una silla, con
-las piernas estiradas y la cabeza caída sobre el pecho. Juanguirle
-mandó despejar por completo el cuarto, y él mismo dió el ejemplo; pero
-sin perder de vista al moribundo hasta que llegó el señor cura.
-
-Se confesó don Valentín despacio y bien, como hombre que era de mucha
-cuenta y razón, aunque las de su conciencia las saldaba cada año, y
-no eran complicadas, según el lector habrá ido comprendiendo; recibió
-después el Viático y luégo la Unción; hasta que, á poco más de la media
-noche, apagándose el último soplo de su vida, entregó á Dios el alma,
-limpia y candorosa como la de un niño.
-
-Quedóse Juanguirle con algunos de su ronda velando el cadáver, y se
-acostó don Baldomero.
-
- * * * * *
-
-Amanecía apenas, cuando llegó á la puerta del estragal una mujer.
-Conocióla en la voz Juanguirle, salió á su encuentro y la apostrofó
-así, atravesado delante de ella:
-
---¿Aónde vas? ¿Qué buscas? ¿Quién te llama aquí?
-
---¿Á usté qué le importa?--respondió con desgarro la mujer.
-
---¡Voto á briosbaco y balillo--exclamó Juanguirle,--que, si un poco me
-apuras, haré que valga mi autoridad y te lleven aonde no te dé el sol
-en mucho tiempo!... ¡Taday, moscalindrona!
-
---Sepa usté que vengo aonde puedo, y en busca de lo que es mío.
-
---¡Taday, zarramplinga! Si algo te deben y de algo vos remuerde la
-concencia, bien que lo cobres y la pongáis en gracia de Dios... y
-aticuenta que poco se pierde, porque tal para cual; pero á su tiempo:
-no ahora ni aquí... ¡Aguarda siquiera á que saquen de casa al que,
-vivo, nunca te hubiera dejado entrar en ella!
-
---¡No es usté quién para mandar en este sitio!
-
---Para cerrarte la puerta á tí y á cuantos jedores como tú la quieran
-apestar, todas las casas de Cumbrales son mías. ¿Lo entiendes, cárabo?
-Pues vuélvete al monte, ó te escurro yo á guantás... ¡Y mira que á mí
-no me la dais con la pamema de lo del murio, como al simplón del tu
-vecino!
-
-Con esto se volvió Juanguirle arriba, porque la mujer aquélla se largó
-hecha un veneno.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXIX
-
-LO DEL MURIO
-
-
-Al grito de don Juan de Prezanes y al fragor de las ventanas hechas
-trizas, acudieron las criadas que estaban al otro extremo de la casa.
-Halláronle tendido en el suelo, juzgáronle asesinado, aturdiéronse; y
-sin otras averiguaciones, corrieron despavoridas á casa de don Pedro
-Mortera.
-
-Aunque no dijeron cuanto pensaban y sentían, sus palabras, y más
-que sus palabras, el modo de decirlas, produjo el efecto que es de
-presumir; y entre aspavientos y gritos, trasladóse en un verbo la
-familia entera, con sirvientes y adherentes, á casa de don Juan de
-Prezanes.
-
-Ya estaba éste de pie; pero aturdido y medio alelado. Entró don Pedro
-delante; y al oirle hablar con su amigo, los que detrás iban, llevando
-medio acongojada á Ana, avanzaron en tropel. Todo lo que antes era
-angustia, se trocó en curiosidad al ver el aspecto que ofrecía el
-cuarto sembrado de astillas y de cascos de vidrio, y en medio don Juan,
-que no acababa de romper á hablar. Ana se colgó de su cuello; y aunque
-le colmaba de caricias, anhelante y llorosa, el hombre parecía una
-estatua.
-
-Al fin respondió al torbellino de preguntas con que le acosaban por
-todas partes:
-
---¡Yo no sé qué demonios puede haber sido!... Estaba poniéndome el
-sombrero... es decir, me le había puesto ya, para salir en busca tuya,
-hija mía... De pronto, oí ruido hacia la calleja, abrí un poco esa
-ventana, y... ¡pin! ¡pan!... todo fué estruendo á mi alrededor, como
-si la casa se desplomara. No sé si alguna astilla... ó el sobresalto;
-pero es lo cierto que aquí me ví, un momento hace, tendido en el suelo,
-sin poder darme cuenta de nada... luégo entrásteis vosotros, y he
-recordado esto poco que os refiero. Nada en substancia, como veis...
-Pero ¿quién demonios soltó los tiros cuando yo... es decir, cuando abrí
-la ventana?... ¿Habéis oído algo vosotros, Pedro?...
-
---Nosotros--respondió éste,--oímos esos tiros de que hablas, y otro más
-hacia la iglesia; y precisamente estábamos disputando sobre si habían
-sido tres ó dos y el eco de ellos, cuando llegaron tus criadas que te
-vieron aquí tendido al acudir al grito que diste.
-
---¿Á qué grito, hombre?--saltó don Juan apresuradamente.--¡Si yo no
-dije una palabra!
-
---Por lo que refirieron las muchachas--añadió don Pedro con
-socarronería,--lanzaste un ¡ay! terrible, sin duda al caer...
-
---¡Vamos!... al caer. Sí, porque lo que es antes de los tiros...
-
-Al decir esto don Juan se estremeció de pies á cabeza, en una
-convulsión nerviosa.
-
---Lo esencial es que hayas salido ileso de la catástrofe--prosiguió don
-Pedro mientras los demás no apartaban los ojos de don Juan, que, poco á
-poco, iba serenándose.--¿Quieres tomar algo?
-
---Nada, nada... una taza de salvia, si acaso, porque estoy algo
-nervioso.
-
-Voló Ana á preparar el antiespasmódico, y tornó á preguntar don Pedro á
-su compadre:
-
---¿Estás seguro de no haber recibido herida ni golpe?
-
---Ya lo veis... nada siento, nada me duele... digo mal, un coscorrón
-debo tener aquí...
-
-Tenía, en efecto, don Juan un chichón en la cabeza; pero cosa
-insignificante.
-
---Sin duda contribuyó este golpe--dijo don Pedro,--á que perdieras el
-sentido cuando caíste.
-
-Y añadió por lo bajo, al oído de su mujer:
-
---Apostaría las orejas á que tu compadre hizo una barbaridad. Aquella
-voz que yo oí antes de los tiros, fué la suya, no me cabe duda.
-
---Pero á todo esto--insistió don Juan de Prezanes,--¿de dónde salieron
-aquellos dos tiros cuando yo grité... es decir, cuando abrí la ventana?
-
-Y se estremeció de nuevo, como si le asaltara un escalofrío.
-
---Pues nadie lo sabe--respondiéronle,--como no se sabe quién soltó el
-de hacia la iglesia.
-
---¡El demonio ha andado suelto aquí esta noche!
-
---Días hace que no huelga en Cumbrales.
-
---En fin, de buena te has librado.
-
---¡Sí, sí!... y hablemos de otra cosa, si queréis,--concluyó don Juan
-volviendo á estremecerse.
-
---Es que el asunto es grave, y hay que averiguar...
-
---¡Vaya si lo es! Pero dejad siquiera que me tranquilice antes un poco.
-
-Llegó luégo Ana con la infusión de salvia; tomóla el sobrexcitado
-señor, y se entonó mucho; pero no dejó de temblar cada vez que salía á
-colación el caso de los tiros, caso que no cesaba de salir.
-
-Media hora después apareció Juanguirle en la sala con la gente de que
-le hemos visto acompañado en el capítulo anterior. Iba desalado, porque
-le habían referido horrores de lo ocurrido en aquella casa.
-
---¡Pícaros!--dijo cuando se enteró de la verdad.--¡Si la intención es
-lo que vale, en garrote vil acabéis!
-
---Pero ¿quién fué? ¿Llegaremos á saberlo al fin?--preguntaron á
-Juanguirle.
-
---¿Quién había de ser, voto á briosbaco y balillo! El faicioso
-mesmo,--respondió el alcalde.
-
---¡Demonio!--exclamó don Pedro, mientras don Juan se estremecía y las
-mujeres se miraban sobresaltadas.
-
---Pero ¿dónde está ahora?--preguntó Pablo.
-
---Camino del monte, según mis noticias.
-
---Así me lo explico yo todo--decía, en tanto, don Juan:--siendo ellos,
-naturalmente habían de responder... es decir, tenían que hacer una de
-las suyas. Vieron luz, vendrían acosados...
-
---¡Vea usted si don Valentín estaba en lo cierto!
-
---¡Don Valentín!--gritó don Juan de Prezanes.--Ahora recuerdo que poco
-antes del suceso, estuvo aquí, de gran uniforme. ¡Desdichado de él si
-le han visto con aquella arboladura!
-
---Pues á rondar vamos, señor don Juan--dijo el alcalde;--y si no se le
-llevaron, que lo dudo, con él hemos de dar. Con que, ya que no hacemos
-falta aquí, después de dar el parabién por lo poco que ha sido en
-comparanza de lo que pudo ser...
-
---Pero ¿quién los ahuyentó, Juan?--preguntó don Pedro.
-
---Se cree que un tiro que oyeron hacia la iglesia, ó que creyeron oir:
-tal venían ellos de recelosos y perseguidos. El intento era, según
-voces, llegar á mi casa y pedir raciones, ó cosa que lo valiera... Con
-que lo dicho, y á la paz de Dios, que vamos á recorrer el pueblo para
-ver el rastro que han dejado.
-
-Salió Juanguirle con su gente, y ya sabemos que halló á don Valentín;
-cómo le halló y lo que aconteció en su casa, hasta que amaneció el
-nuevo día.
-
-Una hora después, mientras las campanas doblaban á muerto, el alcalde,
-acompañado solamente de Nisco y del alguacil, continuó la ronda,
-interrumpida durante la noche por los narrados sucesos; pero la mayor
-parte de los vecinos ni siquiera tenía noticia de lo acontecido.
-Felicitábase de ello el alcalde; y ya iba á dar por concluída su
-exploración, cuando se le ocurrió detenerse delante de la choza de
-la Rámila. Digo que se le ocurrió, porque su primera intención, por
-consejo de sus acompañantes, fué pasar de largo. ¿Qué había de buscar
-allí nadie, y mucho menos gente hambrienta y fugitiva? Y aunque hubiera
-ido alguien... y aunque hubiera matado á la bruja, ¿qué? Esta reflexión
-no se la hizo Juanguirle; pero se la hicieron sus acompañantes, y por
-eso le aconsejaron tan inhumanamente.
-
---Criatura es de Dios como nosotros--dijo el alcalde después de vacilar
-un momento,--y derecho tiene á mi amparo como la que más.
-
-Y entró resuelto en la choza; cosa que le costó bien poco trabajo,
-porque la puerta estaba entreabierta y desquiciada.
-
-En el rincón de la izquierda había una mísera cama sobre un zarzo
-viejo, sostenido por cuatro estacas; y en aquella cama yacía la Rámila,
-quejándose y con la cabeza entrapajada. Á las preguntas de Juanguirle
-respondió:
-
---Yo no sé qué decirte, hijo de Dios. En la cama estaba y oí golpes
-á la puerta y el hablar de mucha gente. Pedían agua para beber, y
-parecióme entenderles que querían saber por dónde se iba á casa del
-alcalde. Levantéme; los porrazos iban á más; y al ir á correr la llave
-saltó la puerta, dióme en la cabeza, caí, descalabréme de esta otra
-parte, y medio me descoyunté este brazo. Atontecióme el golpe... y ahí
-me estuve en el suelo lo más de la noche, sin saber lo que hicieron
-aquellos hombres, que me parecieron armados, aunque no lo jurara,
-porque con el golpe de la puerta sobró para que yo no viera más por
-entonces... Creo que esto no sea cosa de muerte; pero me resquema y
-me duele mucho. Sola me veo y sin más amparo que el de Dios. Ya que
-Él te trae acá, hazme la misericordia de decir en casa del señor don
-Pedro cómo me hallo... y de enquiciar esa puerta, siquiera para que las
-bestias no entren aquí mientras yo no pueda salir de la cama... si está
-de Dios que he de salir, para jalar otro poco de la cruz que arrastro
-por el mundo.
-
-El bueno del alcalde, por de pronto, y al saber que la pobre vieja
-estaba en ayunas, mandó á su hijo y al alguacil á buscar á las casas
-más próximas lo que con mayor urgencia reclamaba el estado de la
-infeliz; le reconoció, mientras aquéllos volvían, las heridas de la
-cabeza, que eran varias aunque no graves; las lavó cuidadosamente y
-las cubrió de nuevo, único _bálsamo_ de que podía disponer allí donde
-no había gota de aceite en la alcuza, ni casco que revelara que había
-contenido jamás un sorbo de vino; y cuando, pasado un rato, estuvo más
-consolado el estómago de la Rámila con lo que trajeron el alguacil y
-Nisco, fuéronse los tres, no sin enquiciar antes la puerta, bien seguro
-Juanguirle de que, tan pronto como relatara aquella gran necesidad en
-casa de don Pedro Mortera, de nada carecería ya la infeliz menesterosa.
-
-Cerca de la iglesia, de vuelta para su casa, encontró Juanguirle á
-Tablucas. Preguntóle éste por el resultado de su exploración, y contóle
-el alcalde el percance de la Rámila, dándole por remate y en chanza la
-enhorabuena. Tablucas se puso pálido.
-
---¿Ónde tiene las heridas?--preguntó al alcalde.
-
---En la cabeza,--respondió éste.
-
---¿Muchas?
-
---Varias.
-
---¿No muy grandes?...
-
---Así, así... regulares.
-
---Con que regulares... Y ¿no se queja de más?
-
---Un brazo del mismo lado tiene también de mala manera.
-
---¡Del mismo lado!... ¡y puede que sea el derecho!
-
---El derecho es.
-
---¡Córcia!... ¡el derecho!... ¡Con que el derecho!... ¡Y puede que diga
-que todo ello resultó de una caída!...
-
---Eso afirma, y verdad será; no porque lo que yo he visto no pudiera
-ser lo mismo de arma de fuego, y de refilón, según está el pellejo como
-una criba.
-
---¡De arma de fuego!... ¡de refilón! ¡María, Madre de gracia!...
-¡Córcia!... ¡córcia!... ¡córcia!
-
---¿Qué mil demonios de piojera te roe, que no paras, alma de Dios?
-
---¡No es cosa, no es cosa!... Es que ando yo así tiempo hace; y luégo
-¡tanto se corre hoy de unos y otros!... Y ¿no barrunta ella cómo fué?
-
---¿Pues no te lo relato punto por punto? ¿Á que acabas por llorarla
-después de haberla plagado de maldiciones? ¡Por vida del chápiro verde,
-que si te entiendo me atenacen!
-
---¡Córcia!... ¡y luégo dirán de uno que si torna, que si vira!... ¡La
-luz mesma no es más clara que ello! ¡María Santísima de la Encarnación
-y el Sursumcorda Paráclito y Unigénito!...
-
-Esto dijo Tablucas santiguándose aturullado y tembloroso; se volvió
-hacia su casa, y apretó á andar, sin despedirse del alcalde que le vió
-alejarse, santiguándose de asombro, á su vez.
-
-¡Era muy singular aquel Tablucas!
-
-Ya nos dijo en una ocasión que tenía en el magín un proyecto para
-acabar con el mal demonio que le perseguía. Desde entonces, como
-también sabemos, su vida fué una incesante agonía: cada noche, los
-tamborilazos á la puerta; cada luna, el perro en el murio. Á todo
-esto, solo con su familia y entregado con ella á los horrores de su
-tribulación; porque pensar que nadie entrara en aquella corralada
-después de anochecer, era pensar los imposibles. ¿Quién era el guapo
-que á tanto se atrevía? Alguien, bien acompañado, por supuesto, se
-aventuró á pasar por la calleja, muy cerca del murio, mientras brillaba
-la luna á más y mejor; pero nada vió encima del ruinoso paredón, sino
-los mencionados cantos, que se bamboleaban cuando apretaba el viento,
-y un ramajo tísico de laurel que asomaba entre ellos, de medio lado.
-De aquello no resultaba forma de perro ni de cosa que se le pareciera,
-y esto convenció al valiente explorador y á las gentes que le oyeron
-después, de que lo que veían Tablucas y su familia lo veían ellos
-solos, porque para ellos solos se mostraba allí, por arte del demonio.
-
-Lo cierto es que Tablucas no pudo más, y que un día le pidió la
-escopeta á Resquemín. Díjole, en confianza, para qué la quería; y el
-tabernero, que era supersticioso, no solamente se la dió, sino que le
-aplaudió el intento.
-
---Apunta bien y á cañón posao--le dijo al entregarle el arma:--de oreja
-á paletilla; que en estos casos no está el mal en tirar al enemigo,
-sino en dejarle vida para vengarse... ¡Jinojo!
-
-El mismo Resquemín cargó la escopeta con un puñado de pólvora y medio
-maquilero de metralla. Un palmo asomaba la baqueta fuera del cañón
-después de apretado el último taco. Puso también la cápsula en la
-chimenea, y, por si faltaba, dió á Tablucas media docena de ellas.
-
-Pues, señor, que se fué Tablucas á casa al anochecer, precisamente
-cuando el pobre don Valentín salía de la suya á la del alcalde. Reunió
-la familia en la cocina; declaró ante ella su pensamiento, y terminó el
-discurso con estas palabras:
-
---Porque, hijos míos, esta vida no es para llevada mucho tiempo; y aquí
-traigo la muerte ó la salvación de todos. Si _retingla_ mucho, taparvos
-las orejas... lo peor será para mí; pero lo que es tirar, ¡córcia! lo
-que es tirar, tiro, aunque se me venga la casa encima.
-
-Después se trató de cenar: ¡para cenar estaba la familia de Tablucas!
-Así como así, no había qué, sino un poco de borona fría y unos
-cascos de cebolla. De modo que cuando salió la luna y se oyeron los
-tamborilazos á la puerta, y, entre la consternación de su mujer y sus
-hijos, empuñó la escopeta y subió al desván Tablucas, casi podía éste
-comulgar. ¡Y bien le hubiera venido al pobre, según lo trasudado,
-amarillo y congojoso que iba!
-
-Por último, se acercó á la ventana, se tumbó en el suelo boca abajo,
-y por una rendija muy ancha miró... ¡Allí estaba el perrazo, mitad
-blanco, mitad negro, con la boca abierta y los ojos saltones, fijos
-en la ventana; de medio adelante, echado sobre las manos tendidas;
-de medio atrás, empinado y con el rabo tieso, en actitud de lanzarse
-sobre la presa á la menor provocación! Tablucas cerró los ojos y pensó
-desmayarse. Luégo se reanimó un poco.
-
---Veamos--se dijo,--qué cara me pone, haciendo que tiro.
-
-Y sacó con mucho pulso el extremo del cañón por la rendija; le apoyó
-en la misma tabla; hizo la puntería... y nada: el perro inmóvil como
-un canto. Alentó aquello al hombre; resolvióse; apuntó donde le dijo
-Resquemín, y ¡Virgen de los Milagros, qué estruendo bajo aquel techo
-carcomido! ¡qué llover cascotes el tejado, y qué rodar Tablucas por el
-suelo con una astilla de la culata en la mano, única porción que á la
-vista quedaba de la escopeta, tan bestialmente cargada por el tabernero!
-
-Aquel tiro fué el que se oyó casi al mismo tiempo que los otros dos
-enderezados á don Juan de Prezanes.
-
-Pero el perro no estaba ya en el murio.
-
---¡Ya lleva lo que necesita, córcia!--exclamó Tablucas cuando se
-cercioró de ello, y no le vieron tampoco su mujer y sus hijos, que
-subieron al desván inmediatamente.--Lo peor es que de la escopeta no
-queda más que esta pizca; pero él se empeñó en cargarla tanto, y con
-su pan se lo coma.
-
-Un muchacho tropezó luégo con el resto del arma en un rincón del
-desván. No había reventado el cañón; solamente se había partido la
-caja, y esto afirmó á Tablucas en la idea de que el tiro no se había
-extraviado en el camino que llevaba.
-
-Que el suceso causó verdadero regocijo en la familia, no hay que
-decirlo. Hasta se atrevió Tablucas á salir fuera de la portalada,
-pensando hallar al perro descuartizado al pie del murio.
-
---Aquí hay unos cantos que antes no había; pero no hay señal de perro,
-muerto ni vivo--dijo la mujer, que le acompañaba.--¡Toma!... ¡y son los
-de arriba que ya no están allí!
-
---Habrán caído con el perro--contestó Tablucas con el mayor
-convencimiento.--Y el que él no esté aquí, no te pasme, ¡córcia! que
-esas gentes no fenecen como nusotros, y suelen convertirse en jumera
-hidionda... Pus mira que algo de ella me da en la nariz, ó yo no sé
-agoler ya... De toas suertes, mañana amanecerá Dios y se verá lo
-cierto. ¡Ah, córcia, lo que va á verse!
-
-Ahora comprenderá el lector por qué á Tablucas le causaron tan honda
-impresión las noticias que de la Rámila le dió el alcalde.
-
-Llevólas á casa y después á la taberna, muy en confianza; y como
-aquella noche, aunque alumbró la luna, ni hubo tamborilazos á la puerta
-ni perro en el murio, afirmóse más Tablucas en sus trece, y fué rodando
-la bola, y todo Cumbrales lo supo al día siguiente, y muy pocos dejaban
-de creer que lo que á la Rámila le dolía era el metrallazo de Tablucas.
-
-Mas el triunfo de este pobre hombre no fué completo. Había logrado
-demostrar que la bruja no era invulnerable; quizá dejar descubierto un
-camino por donde otros podían llegar hasta matarla, ó matar á otras
-tan brujas como ella; pero la Rámila vivía; y aunque en el murio no se
-la vió más ni en la puerta se oyeron sus garrotazos, la bruja no podía
-dejar de vengarse; y el temor de aquella venganza fué el espadón que
-tuvo sobre su cabeza el pobre Tablucas; temor tan insufrible como las
-apariciones del perro, hasta que Dios dispuso de la infeliz anciana
-y se la llevó á mejor vida que la que le cupo en suerte entre los
-crédulos campesinos de Cumbrales, que no se han curado todavía, ni se
-curarán jamás, de esas flaquezas, como tantas otras gentes que no son
-de Cumbrales, ni montañesas ni campesinas.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-XXX
-
-REBAÑADURAS
-
-
-Esto se acaba, lector, y ¡ojalá te pese de ello! Por mi gusto, hubiera
-soltado la pluma después de escrito el capítulo que antecede, pues, en
-rigor de verdad, todo lo que á decir voy no vale dos cominos, y ya no
-ha de salvarme si lo que atrás queda tira de mi pobre fama hacia lo
-hondo. Pero allá va, porque, al fin, soy hombre de cuenta y razón, y
-hay lectores que no perdonan ni los maravedís del pico.
-
-Enterrado don Valentín; exterminado el perro del murio; hartos los
-vecinos todos de Cumbrales de hablar de los sucesos de aquella noche,
-que hicieron palidecer el recuerdo de los del domingo de marras, y
-atreviéndose ya Tablucas á volver solo á su casa á todas horas, acabó
-el pueblo de normalizarse con la noticia, oficial y auténtica, de que
-no quedaba rastro de _facioso_ en muchas leguas á la redonda, y con
-la no menos grata y comprobada de que, al marcharse, se había llevado
-por delante al Sevillano, que, desde la felonía hecha á Pablo, andaba
-fugitivo de pueblo en pueblo y de encrucijada en encrucijada, en una
-de las que fué atrapado y metido _en filas_; lance que deploró Chiscón
-en gran manera, porque pensaba resarcirse de todas sus pesadumbres
-descoyuntando los huesos al pícaro matasiete que tanto le había
-comprometido y desacreditado á él.
-
-Estando así las cosas y reinando otra vez el Sur, aunque con
-intermitencias de chubascos, porque, al cabo, asomaba diciembre;
-restablecido Pablo por completo y terminados los pertrechos de boda,
-don Juan de Prezanes...
-
-¡Era muy raro lo que le acontecía á este señor desde los tiros
-aquéllos! Se había convertido en una malva. Tan suave y tan dócil era.
-Por de pronto, le dijo á don Rodrigo Calderetas, después de ponerse de
-acuerdo con don Pedro Mortera:
-
---Que no cuente conmigo el marqués de la Cuérniga, ni ahora ni nunca.
-Por lo demás, aquí le queda el campo para que le explote á su gusto;
-pero será mejor que no se acuerde de ello, _por si acaso_. Lo mismo
-digo por el barón de Siete-Suelas y por cuantos personajes de su calaña
-traten de merodear por esta tierra bajo el amparo de usted ó de
-cualquier otro en quien recaiga el _virreinato_ cuando usted le deje
-ó le pierda. Yo me permito aconsejarle otra vez más que le deje, en
-alivio de todos y especialmente de usted mismo. ¡Qué bien se está así,
-como yo estoy ahora, en paz y en gracia de Dios y con los nervios en
-reposo perfecto!
-
-No era perfecto, sin embargo, el reposo, puesto que á menudo le
-acometían aquellos estremecimientos momentáneos, que ya observamos
-en él en la noche de los tiros. De tarde en cuando le decía
-el temperamento: «aquí estoy,» y quería el jurisconsulto como
-emberrinchinarse; pero en seguida recordaba la última corajina que
-había tenido; asaltábale el temblor de arriba abajo; pedía por Dios que
-se cambiara de conversación; complacíanle todos de buena gana, y se
-quedaba hecho unas dulzuras.
-
-Pues digo que estando así don Juan de Prezanes, Pablo restablecido
-y los preparativos terminados, tal ansia mostró porque las bodas se
-celebraran pronto, y tan de acuerdo estuvieron con él los cuatro
-novios, que no hubo manera de contrariarle... Y se celebraron las bodas
-antes que mediara diciembre, en un día de sol esplendoroso, aunque muy
-frío de crepúsculos. Pero ¿qué importaban estas leves crudezas á los
-que llevaban la primavera en la mente y el estío en el corazón?
-
-Casáronse, pues, Ana y María, y casóse también, al mismo tiempo, Nisco
-con Catalina, á quien llenaron de regalos las dos venturosas jóvenes,
-como Pablo llenó á Nisco de otros no menos valiosos y adecuados. Fué
-aquél un día de fiesta para Cumbrales; pues entre deudos, amigos
-y curiosos, se llevaron de calle todo el vecindario. ¡Bien le fué
-entonces á la Rámila! ¡Bien les fué á todos los pobres! ¡Bien le fué
-al cura, y, sobre todo, á los muchachos que le ayudaron! Entre ellos
-andaban Cabra y Lambieta. Á más de cinco reales partieron, ¡que ya es
-partir! pues nunca llegó á seis cuartos lo que sacó en los casorios y
-bautizos más solemnes cada muchacho de los arrimados allá.
-
-Á propósito de la Rámila. Don Pedro Mortera le habilitó una casita con
-huerto, que tenía cerca de la suya, y allí pasó los poquísimos años que
-vivió todavía, relativamente feliz y descuidada. Resquemín la surtía de
-pan, no de muy buena gana, aunque por cuenta de don Pedro, y Tablucas
-lo censuraba altamente. María no se cansó nunca de mirar por ella,
-aunque la Cotorrona se le arrimó muchas veces al salir de misa para
-aconsejarla que llevara sus caridades hacia otro lado, porque hacer
-bien al demonio era ofender á Dios y perder la limosna.
-
-Ya ve el lector cómo va acabando esto no del todo mal que digamos,
-por lo que toca al paradero de cada personaje. Casi resulta un cuento
-ejemplar de lo más edificante, porque hay que añadir á lo dicho que
-la mujer aquélla que despabiló Juanguirle desde la escalera de don
-Valentín, volvió á insistir al día siguiente; y como no estaba allí el
-alcalde entonces, entró, y no volvió á salir; porque don Baldomero,
-después de pagar á Sidora la manda de su amo, la plantó en la calle y
-dejó en su lugar á la otra, que era la viuda de marras. Y quedándose
-allí la viuda, comenzó á mandar en casa más que su dueño; y mandando
-así, mandóle un día que se casara con ella; y casóse don Baldomero, que
-á aquellas fechas (dos semanas después de la muerte de su padre) dió en
-tomar cada _curda_ de aguardiente, que ardía. Pero las tomaba en casa,
-á cuenta y mitad con su mujer; y esto siempre era una circunstancia
-atenuante.
-
-Excuso decir á ustedes que á Juanguirle no pudo hincarle el diente
-el secretario; antes fué éste quien estuvo á pique de ir á presidio,
-porque el alcalde le rebuscó los pliegues y le halló el contrabando.
-¡Qué cosas descubrió! Pero tuvo lástima del pícaro, que era padre
-de familia, y se conformó con quitarle el destino, á ruego de don
-Rodrigo Calderetas, que se comprometió, en cambio, á no volver á
-amparar á ningún tunante; y lo cumplió entonces uniéndose á sus
-amigos de Cumbrales para perseguir á Asaduras y á su protegido el de
-Siete-Suelas; por lo que aquel año no hubo elecciones allí por falta de
-candidato.
-
-Y en esto, avanzaba diciembre; desapareció por completo el Sur; y
-aunque la alfombra de verdura, con todos los imaginables tonos de este
-color, cubría la vega, la sierra y los montes, porque estas galas
-no las pierde jamás el incomparable paisaje montañés, los desnudos
-árboles lloraban gota á gota por las mañanas el rocío ó la lluvia de la
-noche; relucía el barro de las callejas, porque el sol que alumbraba
-en los descansos de los aguaceros no calentaba bastante para secarle;
-andaba errabunda y quejumbrosa de bardal en bardal, arisca y azorada,
-la negra miruella que en mayo alegra las enramadas con armoniosos
-cantos; picoteaba ya el _nevero_ en las corraladas, y acercábase el
-colorín al calorcillo de los hogares; derramábanse por las mieses
-nubes de tordipollos y otras aves de costa, arrojadas por los fríos y
-los temporales de sus playas del Norte; blanqueaban los altos picos
-lejanos cargados de nieve; _cortaban_ las brisas; reinaba la soledad
-en los campos y la quietud en las barriadas; iba la _pación_ de capa
-caída; y mientras al anochecer se arrimaban las gentes al calor de
-la _zaramada_, ardiendo sobre la borona que se _cocía_ en el llar,
-y se estrellaba contra las paredes del vendaval la fría cellisca, la
-aguantaba el ganado, de vuelta de las encharcadas y raídas mieses,
-rumiando á la puerta del corral, con el lomo encorvado, erizado el
-pelo, la cabeza gacha, el cuello retorcido y el rabo entre las patas;
-señales, éstas y aquéllas, de que se estaba en el corazón del invierno,
-nunca tan triste ni tan crudo como la fama le pinta, ni tan malo como
-muchos de ultrapuertos, que la gozan de buenos sin merecerla. Pero
-otras injusticias mayores comete todavía esa señora con la Montaña.
-
-¡Qué suerte la mía si con este librejo, ya que no lo haya logrado con
-tantos otros informados del mismo sentimiento, consiguiera yo, lector
-extraño y pío, darte siquiera una idea, pero exacta, de las gentes,
-de las costumbres y de las cosas; del país y sus celajes; en fin, del
-_sabor de la tierruca_!
-
- POLANCO, octubre de 1881.
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- Páginas.
-
- Prólogo por D. B. Pérez Galdós 5
-
- I. --El escenario 23
-
- II. --Á modo de sinfonía 33
-
- III. --Algo del asunto 49
-
- IV. --Pelos y señales 63
-
- V. --Entre compadres 73
-
- VI. --Don Valentín 91
-
- VII. --Más actores 103
-
- VIII. --Égloga 115
-
- IX. --Las primeras chispas 125
-
- X. --Los humos de Nisco 137
-
- XI. --Apuntes para un cuadro 151
-
- XII. --Medias tintas 167
-
- XIII. --Las alas de cera 183
-
- XIV. --Por lo fino 197
-
- XV. --Verdades amargas 205
-
- XVI. --Una deshoja 219
-
- XVII. --La derrota 235
-
- XVIII. --El secreto de María 247
-
- XIX. --Retazos 263
-
- XX. --Emociones fuertes 277
-
- XXI. --Prólogo de un drama 299
-
- XXII. --Entreacto ruidoso 309
-
- XXIII. --Griegos y troyanos 319
-
- XXIV. --Deus ex máchina 339
-
- XXV. --Miel sobre hojuelas 351
-
- XXVI. --De varios colores 369
-
- XXVII. --Genio y figura... 383
-
- XXVIII.--Sicut vita... 401
-
- XXIX. --Lo del murio 411
-
- XXX. --Rebañaduras 427
-
-[Ilustración]
-
-
-
-
-
-
-End of Project Gutenberg's El sabor de la tierruca, by José María de Pereda
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL SABOR DE LA TIERRUCA ***
-
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-Project Gutenberg's El sabor de la tierruca, by José María de Pereda
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-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
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-
-Title: El sabor de la tierruca
-
-Author: José María de Pereda
-
-Release Date: November 1, 2016 [EBook #53429]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL SABOR DE LA TIERRUCA ***
-
-
-
-
-Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the
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- <p><a href="#tnote">Nota de transcripción</a></p>
- <p><a href="#ToC">Índice</a></p>
-</div>
-
-<div class="screenonly">
- <hr class="chap" />
- <div class="figcenter">
- <img src="images/cover.jpg"
- alt="Cubierta del libro" />
- </div>
-</div>
-
-
-<div class="aftit pt6">
- <hr class="chap" />
- <p class="large"><span class="pagenum" id="Page_1">[p. 1]</span>OBRAS COMPLETAS</p>
- <p class="small mt1">DE</p>
- <p class="xl mt05">D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA</p>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="tit pt3">
- <p class="xl"><span class="pagenum" id="Page_3">[p. 3]</span>OBRAS COMPLETAS</p>
- <p class="medium mt1">DE</p>
- <p class="xxl red mt05">D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA</p>
- <p class="medium smcap mt1">de la Real Academia Española</p>
-
- <hr class="sep" />
-
- <p class="smcap g2 large">Tomo X</p>
- <p class="xl red mt1">EL SABOR DE LA TIERRUCA</p>
- <p class="small mt2">TERCERA EDICIÓN</p>
-
- <hr class="sep" />
-
- <p class="large">MADRID</p>
- <p class="medium">VIUDA É HIJOS DE MANUEL TELLO</p>
- <p class="large">1906</p>
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="aftit pt6">
- <p class="f large"><span class="pagenum" id="Page_4">[p. 4]</span><i>Es propiedad
- del autor.</i></p>
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_0">
- <p><span class="pagenum" id="Page_5">[p. 5]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_copa.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak">JOSÉ M. DE PEREDA</h2>
- <hr class="sep" />
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-y.jpg" alt="Y adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Y ahora</span> que estamos
-solos, impaciente lector, en la antesala de un libro, esperando á que
-se nos abra la mampara del primer capítulo, voy á hablarte de aquel
-buen amigo, cuyo nombre viste, al entrar, estampado en el frontispicio
-de este noble alcázar de papel en que por ventura nos hallamos. Y no
-voy á hablarte de él porque su fama, que es grande, aunque no tanto
-como sus méritos, necesite de mis encomios, sino porque me mueve á
-ello un antojo, tenaz deseo quizás, ó más bien imperioso deber, nacido
-de impulsos diferentes. El motivo de que haya escogido esta ocasión
-ha sido puramente fortuito y no ha dependido de mí. Desde hace mucho
-tiempo tenía yo propósito de ofrecer á aquel<span class="pagenum"
-id="Page_6">[p. 6]</span> maestro del arte de la novela un testimonio
-público de admiración, en el cual se vieran confundidos cariño de amigo
-y fervor de prosélito. Cada nueva manifestación del fecundo ingenio
-montañés me declaraba la oportunidad y la urgencia de cumplir el
-compromiso conmigo mismo contraído; luego los quehaceres lo diferían, y
-por fin, solicitado de un activo editor, que incluye en su Biblioteca
-el último libro de Pereda, veo llegada la mejor coyuntura para decir
-parte de lo mucho que pienso y siento acerca del autor de las <i>Escenas
-Montañesas</i>; acepto con gozo el encargo, lo desempeño con temor, y
-allá va este desordenado escrito, que debiera ponerse al fin del
-libro, pero que, por determinación superior, se coloca al principio,
-contra mi deseo. Ni es prólogo crítico, ni semblanza, ni panegírico:
-de todo tiene un poco, y has de ver en él una serie de apreciaciones
-incoherentes, recuerdos muy vivos, y otras cosas que quizás no vienen á
-cuento; pero á todo le dará algún valor la escrupulosa sinceridad que
-pongo en mi trabajo y la fe con que lo acometo.</p>
-
-<p>Veo que te haces cruces, ¡qué simpleza! pasmado de que al buen
-montañés le haya<span class="pagenum" id="Page_7">[p. 7]</span>
-caído tal panegirista, existiendo entre el santo y el predicador tan
-grande disconformidad de ideas en cierto orden. Pero me apresuro á
-manifestarte que así tiene esto más lances, que es mucho más sabroso
-y, si se quiere, más autorizado. Véase por dónde lo que se desata en
-la tierra de las creencias, es atado en los cielos puros del Arte.
-Esto no lo comprenderán quizás muchos que arden, con <i>stridor dentum</i>,
-en el Infierno de la tontería, de donde no les sacará nadie. Tal
-vez lo lleven á mal muchos condenados de uno y otro bando, los unos
-encaperuzados á la usanza monástica, otros á la moda filosófica. Yo
-digo que <i>ruja la necedad</i>, y que en este piadoso escrito no se trata
-de hacer metafísicas sobre la gran disputa entre Jesús y Barrabás.
-Quédese esto en lo más hondo del tintero, y <i>á quien Dios se la dió,
-Cervantes se la bendiga</i>.</p>
-
-<p>Andando.</p>
-
-<p>Conocí á Pereda hace once años, cuando había escrito las <i>Escenas
-Montañesas</i> y <i>Tipos y paisajes</i>. La lectura de esta segunda colección
-de cuadros de costumbres impresionó mi ánimo de la manera más viva.
-Fué como feliz descubrimiento de hermosas regio<span class="pagenum"
-id="Page_8">[p. 8]</span>nes no vistas aún, ni siquiera soñadas.
-Sintiéndome con tímida afición á trabajos semejantes, aquella admirable
-destreza para reproducir lo natural, aquel maravilloso poder para
-combinar la verdad con la fantasía, y aquella forma llena de vigor y
-hechizo, me revelaban la nueva dirección del arte narrativo, dirección
-que más tarde se ha hecho segura é invariable, obteniendo al fin un
-triunfo en el cual ha llevado su iniciador parte principalísima.
-Algunos de tales cuadros, principalmente el titulado <i>Blasones y
-talegas</i>, produjeron en mí verdadero estupor y esas vagas inquietudes
-del espíritu que se resuelven luego en punzantes estímulos ó en el
-cosquilleo de la vocación. Es que las obras más perfectas son las que
-más incitan, por su aparente facilidad, á la imitación. Luego viene,
-como diploma más alto de su mérito, la inutilidad del esfuerzo de
-los que quieren igualarlas, y tratándose de aquélla y otras obras de
-Pereda, hay que darles á boca llena, y sin género alguno de salvedad,
-el dictado de <i>desesperantes</i>. Son de privilegio exclusivo, y...
-¡ay del infeliz que ponga la mano en ellas! No le quedarán ganas de
-volverlo á hacer.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_9">[p. 9]</span></p>
-
-<p>Como iba diciendo, la lectura de estas maravillas, después de la
-admiración que en mí produjo, infundióme un deseo ardiente de conocer
-el país, fondo ó escenario de tan hermosas pinturas. Suponía en él
-la misma originalidad, la propia frescura, gracia y acento de las
-<i>Escenas</i>, y figurábame que así como éstas no tienen rival, aquél
-no debía de tener semejante en el ramo de países. Esto me llevó á
-Santander: el simple reclamo de un prosista fué primer motivo y
-fundamento de esta especie de ciudadanía moral que he adquirido en la
-capital montañesa.</p>
-
-<p>En la puerta de una fonda ví por primera vez al que de tal modo
-cautivaba mi espíritu en el orden de gustos literarios, y desde
-entonces nuestra amistad ha ido endureciéndose con los años y
-acrisolándose ¡cosa extraña! con las disputas. Antes de conocerle,
-había oído decir que Pereda era ardiente partidario del absolutismo,
-y no lo quería creer. Por más que me aseguraban haberle visto en
-Madrid, nada menos que figurando como diputado en la minoría carlista,
-semejante idea se me hacía absurda, imposible; no me cabía en la
-cabeza, como suele<span class="pagenum" id="Page_10">[p. 10]</span>
-decirse. Tratándole después, me cercioré de la funesta verdad. Él
-mismo, echando pestes contra lo que me era simpático, lo confirmó
-plenamente. Pero su firmeza, su tesón puro y desinteresado, y la noble
-sinceridad con que declaraba y defendía sus ideas, me causaban tal
-asombro y de tal modo informaron y completaron á mis ojos el carácter
-de Pereda, que hoy me costaría trabajo imaginarle de otro modo, y
-aun creo que se desfiguraría su personalidad vigorosa si perdiera la
-acentuada consecuencia y aquel tono admirablemente sombrío. En su
-manera de pensar hay mucho de su modo de escribir: el mismo horror
-al convencionalismo, la misma sinceridad. Otra circunstancia hace
-excepcional su proselitismo, y la exime de las censuras á que vive
-expuesta toda opinión radical en nuestros días: me refiero á su
-preciosísima independencia, que le aisla de los manejos de todos los
-partidos, incluso el suyo.</p>
-
-<p>Dicho esto, quiero añadir que Pereda es, como escritor, el hombre
-más revolucionario que hay entre nosotros, el más anti-tradicionalista,
-el emancipador literario por excelencia. Si no poseyera otros méritos,
-bas<span class="pagenum" id="Page_11">[p. 11]</span>taría á poner su
-nombre en primera línea la gran reforma que ha hecho, introduciendo
-el lenguaje popular en el lenguaje literario, fundiéndolos con arte y
-conciliando formas que nuestros retóricos más eminentes consideraban
-incompatibles. Empresa es ésta que ninguno acometió con tantos bríos
-como él, y en realizarla todos se quedan tamañitos á su lado. Una
-de las mayores dificultades con que tropieza la novela en España,
-consiste en lo poco hecho y trabajado que está el lenguaje literario
-para reproducir los matices de la conversación corriente. Oradores y
-poetas lo sostienen en sus antiguos moldes académicos, defendiéndolo
-de los esfuerzos que hace la conversación para apoderarse de él;
-el terco régimen aduanero de los cultos le priva de flexibilidad.
-Por otra parte, la prensa, con raras excepciones, no se esmera en
-dar al lenguaje corriente la acentuación literaria, y de estas
-rancias antipatías entre la retórica y la conversación, entre la
-academia y el periódico, resultan infranqueables diferencias entre
-la <i>manera de escribir</i> y la <i>manera de hablar</i>, diferencias que
-son desesperación y escollo del novelista. En vencer es<span
-class="pagenum" id="Page_12">[p. 12]</span>tas dificultades nadie ha
-adelantado tanto como Pereda: ha obtenido maravillosas ventajas, y
-nos ha ofrecido modelos que le hacen verdadero maestro en empresa tan
-áspera. Cualquiera hace hablar al vulgo, pero ¡cuán difícil es esto sin
-incurrir en pedestres bajezas! Hay escritores que al reproducir una
-conversación de duques, resultan ordinarios: Pereda, haciendo hablar á
-marineros y campesinos, es siempre castizo, noble y elegante, y tiene
-atractivos, finuras y matices de estilo que á nada son comparables. Por
-esto, por sus felicísimos atrevimientos en la pintura de lo natural,
-es preciso declararle porta-estandarte del realismo literario en
-España. Hizo prodigios cuando aún no habían dado señales de existencia
-otras maneras de realismo, exóticas, que ni son exclusivo don de un
-célebre escritor propagandista, ni ofrecen, bien miradas, novedad entre
-nosotros, no sólo por el ejemplo de Pereda, sino por las inmensas
-riquezas de este género que nos ofrece la literatura picaresca.</p>
-
-<p>Frente al natural, Pereda tiene una energía de asimilación que
-asusta. Los contornos y tintas que ve, las particularidades que<span
-class="pagenum" id="Page_13">[p. 13]</span> escudriña, los conjuntos
-y efectos totales que sorprende, maravilla son que nos revelan en
-él como un poder milagroso. En <i>Los hombres de pró</i>, en las páginas
-culminantes de <i>Don Gonzalo González de la Gonzalera</i> y <i>De tal palo,
-tal astilla</i>, se muestran en toda su riqueza la facultad observadora,
-la invención sobria y fecunda, el culto de la verdad, de donde resultan
-los caracteres más enérgicamente trazados, y el diálogo más vivo, más
-exacto y humano que es posible imaginar.</p>
-
-<p>Otra cosa. Pereda no viene nunca á Madrid. Para conocerle es
-preciso ir á Santander ó á su casa de Polanco, donde vive lo más del
-año, entre dichas domésticas y comodidades materiales que le añaden,
-como literato, una nueva originalidad á las demás que tiene. Es un
-escritor que desmiente, cual ningún otro de España, las añejas teorías
-sobre la discordia entre la riqueza y el ingenio. Por no dejar hueso
-sano al convencionalismo, le ha perseguido y destrozado hasta en esa
-rutina cursi de que el escritor es un sér esencialmente pobre. Así,
-en ninguna parte se conoce tan bien á nuestro buen príncipe montañés,
-como en aque<span class="pagenum" id="Page_14">[p. 14]</span>llos
-hospitalarios estados de Polanco, residencia placentera y cómoda,
-asentada en medio de la poesía y de la soledad campestres, entre los
-variados horizontes y los paisajes limpios y puros de aquella hermosa
-costa, que con su ambiente fresco y su templada luz parece ofrecer al
-espíritu mayor suma de paz, más dulces recreos que ninguna otra región
-de la Península.</p>
-
-<p>Y el buen castellano de Polanco, sectario del absolutismo y muy
-deseoso de que resucite Felipe II para que vuelva á hacer sus gracias
-en el gobierno de estos reinos, es el hombre más pacífico del orbe, de
-costumbres en extremo sencillas, de trato amenísimo, llano y familiar,
-que podría derechamente llamarse democrático. Á veces imagino que, por
-trazas del demonio, la Humanidad pierde el sentido, que el tiempo se
-desmiente á sí mismo y nos hallamos de la noche á la mañana en plena
-situación absolutista. Llevando adelante la hipótesis, imagino que al
-autócrata se le ocurre una cosa muy natural, y es elegir para primer
-gobernante al hombre de más ingenio de su partido. Tenemos á Pereda de
-ministro universal. Pues ya podemos hacer lo que<span class="pagenum"
-id="Page_15">[p. 15]</span> se nos antoje, porque de seguro no nos ha
-de chamuscar ni el pelo de la ropa, y viviremos en la más dulce de las
-anarquías.</p>
-
-<p>No sé por qué me figuro que la firmeza de las ideas de Pereda, bien
-analizada, resultaría más afecta al orden religioso que al político,
-y no sé, no sé... pero casi podría afirmar que gran parte de aquella
-intolerancia mordaz, de aquella flagelante y despiadada inquina contra
-ciertas instituciones, desaparecería si el espíritu de nuestro autor
-no estuviera enviciado y como engolosinado en la observación de los
-infinitos tipos de ridiculez que sabe ver y calificar como nadie;
-tipos que él atribuye, con ingeniosa parcialidad, al sistema político
-dominante en todo el mundo, y que en realidad aparecen contenidos en
-él por lo mismo que el tal sistema abarca la porción más grande de la
-sociedad... Eso sí, hombre que tenga en grado más alto la facultad de
-ver lo cómico y todos los grados de la ridiculez de sus semejantes, no
-creo que exista ni aun que haya existido. Posee perspicacia genial,
-vista milagrosa y olfato sutil que le permiten penetrar hasta donde
-no puede hacerlo la grosera observación de la mayoría. Y luego que
-descubre la pobre<span class="pagenum" id="Page_16">[p. 16]</span>
-víctima, allí donde menos se pensaba, la coge en la poderosa zarpa,
-juega con ella cruel, la destroza, la arroja al fin hecha pedazos.
-Ejemplos de esta sátira implacable se hallan en sus celebrados libros
-<i>Los hombres de pró</i> y <i>Don Gonzalo</i>, novelas de costumbres políticas,
-en que la energía de la pintura llega hasta lo sublime, y el espíritu
-de secta hasta la ferocidad; obras en que el autor ha puesto toda
-la irritación de su temperamento y todo el vigor de sus ideales
-extremados. Y no es fácil ni lógico juzgar estos acabados modelos
-de novela política con un criterio inspirado en ideas de prudencia,
-que vendría á encerrar la inspiración del artista dentro de límites
-mezquinos. Creo que las obras citadas no pueden ser de otra manera
-que como son. Así salieron, cruelmente sarcásticas y guerreras, de la
-mente de su autor, y con el ambiente de la imparcialidad perderían todo
-su vigor y encanto. Por lo demás, la intolerancia que tanto avalora y
-vigoriza el potente ingenio de Pereda, suele desarmarse en el seno de
-la amistad; en esos coloquios, sostenidos á lo largo de un prado ó por
-los ángulos y curvas de sombría calleja, con algún huésped de Polanco,
-allí<span class="pagenum" id="Page_17">[p. 17]</span> donde parece no
-pueden llegar los ecos de la batalla empeñada por ésta ó la otra idea,
-de esas que al fin y á la postre, implantadas ó no, modifican poco las
-partes positivas de nuestra existencia. Fácil es en estos coloquios, en
-que el espíritu parece más expresivo que la palabra, sorprender en el
-buen campeón algo de cansancio por tantas y tan crudas batallas como ha
-reñido en el terreno más escabroso de todos, que es el de las letras.
-Y sin esfuerzo de conjeturas, sino por la lógica misma de las cosas,
-se viene á comprender que teniendo Pereda su familia, sus libros y sus
-amigos, no se le importa una higa de lo demás.</p>
-
-<p>Ignoro la edad de mi amigo, y me falta con esto el primer dato para
-su biografía. Para su retrato me faltan colores. Sólo puedo decir
-que es hombre moreno y avellanado, de regular estatura, con bigote y
-perilla, de un carácter demasiadamente español y cervantesco. Posee
-un retrato suyo, buena pintura y gentil cabeza, con valona y ropilla,
-al cual es necesario dar el tratamiento de <i>usarcé</i>. Tratándose de
-temperamentos nerviosos, hay que postergarles á todos para dar diploma
-de honor al de mi<span class="pagenum" id="Page_18">[p. 18]</span>
-amigo, á quien frecuentemente es preciso reprender como á los niños,
-para que se le quiten de la cabeza mil aprensiones y manías. Hay quien
-le dice que todas estas <i>ruineras</i> son pretexto de la pereza, y se le
-receta para curarse una medicina altamente provechosa para el médico,
-es decir, que se tome medio millar de cuartillas y que nos haga una
-novela. Recuerdo una temporada en que dió en la flor de que se iba á
-caer en medio de la calle, y salía con precauciones mil y temores muy
-graciosos. Sus amigos le recetaban que se pusiese al telar. No quería
-ni á empujones hacerlo; pero tanto se bregó con él, que el feliz
-término de todo aquel desconcierto nervioso fué la encantadora novela
-<i>De tal palo, tal astilla</i>.</p>
-
-<p>Para concluir. Es Pereda un hombre harto de bienestar, privilegiado
-sujeto en quien concurren dones altísimos como su poderoso ingenio, que
-le hace figura de primera magnitud en las letras españolas, su bondad y
-nobles prendas, y todo lo demás que ensancha y florea el camino de la
-vida. Por tener tan variados tesoros y ninguna pena, suele preocuparse
-de pequeñeces, y las contrariedades del tamaño de piedrecillas se
-le<span class="pagenum" id="Page_19">[p. 19]</span> agrandan como
-montaña que obstruye el paso. Cualquier contratiempo en la impresión de
-sus libros, la tardanza de un editor ó, <i>pinto el caso</i>, la falta de
-cumplimiento del compromiso de un amigo, le hacen cavilar, y ponen en
-apretadísima torsión todo el cordaje de aquella incansable máquina de
-sus nervios.</p>
-
-<p>Por eso, si el no haber escrito estas líneas antes de ahora es
-causa de que tú, desesperado lector, no hayas podido gustar antes este
-libro campesino y esencialmente montañés, <i>El sabor de la tierruca</i>,
-flor la más pura quizás del ingenio de Pereda, á tí antes que á él
-pido perdón, aunque ambos hayan rabiado igualmente por culpa mía. Y
-no siento yo la tardanza, sino que no haya acertado á decir todo lo
-que sé sobre el originalísimo escritor y maestro incomparable que
-ha trazado á la novela española el seguro camino de la observación
-natural. Su influencia en nuestra literatura es de las más grandes que
-ha podido haber, y la señalarán en toda su extensión el tiempo y la
-venidera infalible justicia de las categorías literarias. Muchos le
-deben todo lo que son, y algunos más de lo que parece. Si este es<span
-class="pagenum" id="Page_20">[p. 20]</span>crito pudiera ser largo,
-algo más diría yo que la brevedad me obliga á dejar de la mano; cosas
-que tal vez no sean necesarias por ser sabidas de todo el mundo, pero
-que yo quisiera indicar, porque sin indicarlas no me quedo satisfecho.
-Y es que hablando de Pereda y subiéndole hasta donde alcanzan mis
-fuerzas de sectario apologista, siempre me parece que no le enaltezco
-bastante, y quisiera volver á emprender de nuevo la tarea hasta ponerle
-más alto, más alto y donde debe estar.</p>
-
-<p class="firma"><span class="smcap">B. Pérez Galdós.</span></p>
-
-<p><span class="small smcap">Madrid</span>, abril de 1882.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_pelopincho.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-<div class="aftit pt6">
- <p class="xl"><span class="pagenum" id="Page_21">[p. 21]</span>EL SABOR
- DE LA TIERRUCA</p>
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_23">[p. 23]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_inicio.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="I. EL ESCENARIO">I</h2>
- <p class="subh2">EL ESCENARIO</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">La cajiga</span> aquélla era
-un soberbio ejemplar de su especie: grueso, duro y sano como una peña
-el tronco, de retorcida veta, como la filástica de un cable; las ramas
-horizontales, rígidas y potentes, con abundantes y entretejidos ramos;
-bien picadas y casi negras las espesas hojas; luégo otras ramas, y más
-arriba otras, y cuanto más altas más cortas, hasta concluir en débil
-horquilla, que era la clave de aquella rumorosa y oscilante bóveda.</p>
-
-<p>Ordinariamente, la cajiga (roble) es el <i>personaje</i> bravío de la
-selva montañesa, indómito y desaliñado. Nace donde menos se le espera:
-entre zarzales, en la grieta de un peñasco, á la orilla del río, en
-la sierra calva, en la loma del cerro, en el fondo de la cañada... en
-cualquiera parte.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_24">[p. 24]</span></p>
-
-<p>Crece con mucha lentitud; y como si la inacción le aburriera,
-estira y retuerce los brazos, bosteza y se esparranca, y llega á viejo
-dislocado y con jorobas; y entonces se echa el ropaje á un lado y deja
-el otro medio desnudo. Jamás se acicala ni se peina; y sólo se muda
-el vestido viejo, cuando la primavera se le arranca en harapos para
-adornarle con el nuevo; le nacen zarzas en los pies, supuraciones
-corrosivas en el tronco, musgo y yesca en los brazos, y se deja invadir
-por la yedra, que le oprime y le chupa la savia. Esta incuria le cuesta
-la enfermedad de algún miembro, que, al fin, se le cae seco á pedazos,
-ó se le amputa con el hacha el leñador; y en las cicatrices, donde la
-madera se convierte en húmedo polvo, queda un seno profundo, y allí
-crecen el muérdago y el helecho, si no le eligen las abejas por morada
-para elaborar ricos panales de miel que nadie saborea. Es, en suma,
-la cajiga, un verdadero salvaje entre el haya ostentosa; el argentino
-abedul, atildado y geométrico, y el rozagante aliso, con su cohorte de
-rizados acebos, finas y olorosas retamas, y espléndidos algortos.</p>
-
-<p>Pero el ejemplar de mi cuento era de lo mejorcito de la casta; y
-como si hubiera pasado la vida mirándose en el espejo de su pariente la
-encina, parecíase mucho á ella en lo fornido del cuerpo y en el corte
-del ropaje.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_25">[p. 25]</span></p>
-
-<p>Alzábase majestuoso en la falda de una suavísima ladera, al
-Mediodía, y servíale de cortejo espesa legión de sus congéneres, enanos
-y contrahechos, que se extendían por uno y otro lado, como cenefa de la
-falda, asomando sus jorobas mal vestidas y sus miembros sarmentosos,
-entre marañas de escajos y zarzamora.</p>
-
-<p>Más fino lo gastaba el gigante, pues asentaba los pies en verde y
-florido césped, y aun los refrescaba en el caudal, siempre abundante
-y cristalino, de una fuente que á su sombra nacía, y que el ingenio
-campesino había encajonado en tres grandes lastras, dejando abierto el
-lado opuesto al que formaba la natural inclinación del terreno, para
-que saliera el agua sobrante y entraran los cacharros á llenarse de la
-que necesitaban.</p>
-
-<p>Al otro lado del tronco, no más distante de él que la fuente,
-habíase cavado ancho y cómodo peldaño, capaz de seis personas, que la
-fertilidad natural del suelo revistió bien pronto de verde y mullido
-tapiz. Desde aquel asiento, lo mismo que desde la fuente, podía la
-vista recrearse en la contemplación de un hermoso panorama; pues, como
-si de propio intento fuese hecho, la faja de arbustos se interrumpía
-en aquel sitio, es decir, enfrente de la cajiga, de la fuente y del
-asiento, un gran espacio.</p>
-
-<p>En primer término, una extensa vega de pra<span class="pagenum"
-id="Page_26">[p. 26]</span>deras y maizales, surcada de regatos y
-senderos: aquéllos arrastrándose escondidos por las húmedas hondonadas;
-éstos buscando siempre lo firme en los secos altozanos. Por límite de
-la vega, de Este á Oeste, una ancha zona de oteros y sierras calvas;
-más allá, altos y silvosos montes con grandes manchas verdes y sombrías
-barrancas; después montañas azuladas; y todavía más lejos, y allá
-arriba, picos y dientes plomizos recortando el fondo diáfano del
-horizonte.</p>
-
-<p>Subiendo sin fatiga por la ladera, y á poco más de cincuenta varas
-de la fuente, de la cajiga y del asiento, se llega al borde de una
-amplísima meseta, sobre la cual se desparrama un pueblo, entre grupos
-de frutales, cercas de fragante seto vivo, redes de camberones, paredes
-y callejas; pueblo de labradores montañeses, con sus casitas bajas,
-de anchos aleros y hondo soportal; la iglesia en lo más alto, y tal
-cual casona, de gente acomodada ó de abolengo, de larga solana, recia
-portalada y huerta de altos muros.</p>
-
-<p>Á su tiempo sabrá el lector cuanto le importe saber de este pueblo,
-que se llama <i>Cumbrales</i>. Entre tanto, hágame el obsequio de subir
-conmigo al campanario, en la seguridad de que no ha de pesarle la
-subida. Y pues acepta la invitación, vamos andando.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_27">[p. 27]</span></p>
-
-<p>Ya estamos en el porche de la iglesia. ¿Te llama la atención
-el pórtico? Es bizantino: hay muchos como él en la Montaña. Lo
-restante del templo es <i>trasmerano</i> puro, y á retazos y por obra de
-misericordia. Entremos en él. Pobreza como afuera, y el mal gusto
-propio de la rustiquez de estas gentes. La Virgen con bata, lazos y
-papalina; un Santo Cristo, no mala escultura, con zaragüelles; los
-soldados de la Pasión, con botas y gregüescos; junto al Sagrario,
-ramos de papel dorado; y en las columnas de los altares, no malos
-ciertamente, litografías colgadas. (La intención ve Dios más que las
-obras.) Un coro postizo, labrado á hachazos, y una mala escalera para
-subir á él; desde el coro, otra, de dos tramos y al aire, para subir al
-campanario. Valor... ¡y arriba! Ya llegamos.</p>
-
-<p>La altura del observatorio nos permite examinar el paisaje en todas
-direcciones. ¡Hermoso cuadro, en verdad! La meseta llega, por el Oeste,
-á la zona de sierras, y con ellas se funde cerrando la vega por este
-lado. En el recodo mismo que forman la meseta y la sierra al unirse,
-hay otro pueblo, recostado en la vertiente y estribando con los pies en
-aquel extremo de la vega.</p>
-
-<p>El nombre le cae á maravilla: <i>Rinconeda</i>.</p>
-
-<p>Le envuelven por los flancos y la espalda espesos cajigales y
-castañeras, que hacia la parte<span class="pagenum" id="Page_28">[p.
-28]</span> de Cumbrales se desvanecen en la faja de arbustos ya
-descrita. Al Este, mengua la meseta, declina suavemente; y cargada
-de caseríos, huertos y solares, se agazapa y desaparece en el llano
-de la vega, la cual continúa en rápida curva hacia el Noroeste, con
-su barrera de montañas, bajas y redondas desde Oriente á Norte.
-Entre las <i>barriadas</i> de Cumbrales, <i>llosas</i> abrigadas; en el suave
-declive occidental de la meseta, brañas, turbas y junqueras; y en
-la llanura, otra vez prados y maizales, y el río, que, corriendo de
-Poniente á Levante, los recorta y hace en el valle un caprichoso
-tijereteo, mientras se bebe en un solo caño los varios regatos que
-vimos deslizarse al otro lado de la vega. Más allá del río y de las
-mieses, sierras y bosques; entre ellos y sobre los cerros cultivados,
-pueblecillos medio ocultos, en alegre anfiteatro, y caseríos dispersos;
-y por límite de este conjunto pintoresco y risueño, las montañas que
-vuelven á crecer y cierran la vasta circunferencia al Oeste, donde
-se alzan, en último término, gigantes de granito coronados de nieve
-eterna, como diamante colosal de este inmenso anillo.</p>
-
-<p>Á la parte de allá de la sierra que domina y asombra á Rinconeda,
-está la villa, de la cual se surten los pueblos que vemos, de lo que
-no sacan del propio terruño. Enfrente, es decir, á este otro lado y
-allende las montañas, está la<span class="pagenum" id="Page_29">[p.
-29]</span> ciudad. Hay más de seis leguas entre ésta y la villa. Por
-último, detrás de esa gran muralla del Norte se estrella el Cantábrico,
-camino de la desdicha para la mitad de la juventud de esos pueblos,
-tocada de la manía del oro, que se imagina á montones al otro lado de
-los mares.</p>
-
-<p>En la aldea en que nos hallamos abundan los viejos, anochece más
-tarde y amanece más temprano que en el resto de la comarca. Hay alguna
-razón física que explica lo primero por las mismas causas de lo
-segundo; es decir, por lo elevado de la situación del pueblo. Pero es
-el caso que los naturales de él han querido hacer de estas ventajas un
-título preeminente, así como de ser sus mozas excelentes cantadoras, y
-sus mozos, amén de apuestos, incansables bailadores, y diestros, sobre
-toda ponderación, en tocar las <i>tarrañuelas</i>; y como acontece que en
-el pueblo que está situado en el rincón de la vega, entre ésta, la
-sierra y la vertiente de la meseta, anochece á media tarde, menudean
-las tercianas, cantan las mozas como jilgueros y son los mozos grandes
-jugadores de bolos y muy capaces de alumbrar una paliza al lucero
-del alba, cátate que las dos aldeas vecinas viven siempre como el
-gato y el perro, en perpetuo desafío, en constante provocación y en
-continua burla. Porque, para colmo de contrariedades, las campanas de
-arriba son grandes y sonoras, al paso que las de<span class="pagenum"
-id="Page_30">[p. 30]</span> abajo son chicas y están rajadas; en el
-pueblo en que nos hallamos hay dos casas de señores pudientes; en el
-otro no hay una siquiera; las mieses de Cumbrales son extensas, ricas
-y bien soleadas; las de Rinconeda, frías y pequeñas; Cumbrales se
-administra por sí mismo, y tiene su alcalde, sus regidores, su juez
-municipal y su escuela pública, en toda regla; Rinconeda no tiene más
-que un pedáneo, porque es pobre fracción de un municipio cuya capital
-está dos leguas de lejos; su cabaña, si no ha de salir en verano del
-término propio, va cuando la llaman y á donde la llevan los que mandan
-en la confederación; al paso que la de arriba tiene su puerto, sus
-pastores, su toro y sus perros, y va y vuelve en días y horas fijos. ¡Y
-cómo va y cómo vuelve! Rozando casi las barbas de los vecinos de abajo,
-silbando los pastores, latiendo los perros y cencerreando el ganado,
-de intento voceado y apaleado entonces para que las reses corran y se
-atropellen, y de este modo sacudan de lo lindo los cencerros. Tómanlo
-á provocación los de Rinconeda, y vénganse propalando la especie de
-que ese lujo y otros tales hacen gastar al pueblo autónomo lo que no
-tiene, y vivir en perpetua trampa, como señor de pocas rentas y mucha
-<i>fantesía</i>.</p>
-
-<p>Como Cumbrales está tan alto, no bien el <i>ábrego</i> (viento del
-Sur) arrecia, andan las tejas<span class="pagenum" id="Page_31">[p.
-31]</span> por las nubes y las chimeneas por los suelos, mientras los
-vecinos de Rinconeda, amparados del viento por la sierra, dicen (según
-la fama) sobándose las manos y pensando en los de arriba:&mdash;«¡Hoy
-sí que vuelan <i>aquéllos</i>!» Pero cesa el Sur y comienza á llover á
-mares, y son verdaderas cascadas las laderas de la meseta y de la
-sierra, con lo cual cada calleja del otro pueblo es un torrente, y
-una isla cada casa; y dice la gente de arriba, acordándose del dicho
-tradicional y malicioso de los de abajo:&mdash;«Esta vez <i>los</i> barre el
-agua, por <i>peces</i> que sean.»</p>
-
-<p>Así anda todo encontrado y á testarazos en estas dos aldeas
-vecinas, llenas, por lo demás, de gentes honradísimas, trabajadoras
-y apreciables. Pero si entre los inquilinos de una misma casa hay
-puntillos y rivalidades que encienden á menudo las iras y los odios,
-¿qué mucho que suceda esto mismo y algo más entre dos pueblos
-montañeses que viven, como quien dice, en la misma escalera, y son
-de un mismo oficio y de la propia casta, y sólo se diferencian en
-que el uno tiene un palmo más de tela que el otro en el faldón de la
-camisa?</p>
-
-<p>Y con esto, descendamos del campanario, pues he dicho bastante más
-de lo que pensaba y hace falta en el presente capítulo, y volvamos á la
-cajiga, que no á humo de pajas comencé por ella el relato; mas no sin
-advertir que se la<span class="pagenum" id="Page_32">[p. 32]</span>
-llama en Cumbrales <i>la Cajigona</i>, lo mismo que al sitio que ocupa, que
-á la fuente y que al asiento á ella cercanos; es decir, que «agua de la
-Cajigona» se llama á la de aquel manantial; «vamos á la Cajigona» dicen
-los que se encaminan á sentarse á la sombra de ella, y «prados de la
-Cajigona» se denominan los que la circundan.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_concha.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_2">
- <p><span class="pagenum" id="Page_33">[p. 33]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_homo.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="II. Á MODO DE SINFONÍA">II</h2>
- <p class="subh2">Á MODO DE SINFONÍA</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Comenzaba</span> el mes de
-octubre; parecía el fresco retoño de la vega tapiz de terciopelo, y las
-ya amarillas panojas se oreaban en los maíces despuntados, dentro de la
-seca envoltura, que chasqueaba y crujía como estrujado papel al secar
-sobre ella el calor del sol el rocío de la noche. Andaba rayano el
-mediodía; inmóvil estaba el follaje mustio, mal adherido á las ramas;
-podían contarse los árboles en el monte, por lo cercanos que los fingía
-la vista, y el cielo, como barrido de nubes en lo alto, las tenía
-amontonadas hacia el horizonte, revueltas las blancas con las negras,
-las nacaradas y las rojas.</p>
-
-<p>Las témporas de San Mateo habían <i>quedado de Sur</i>; y, según el
-almanaque montañés, así debía seguir el tiempo hasta las de Navidad; lo
-cual vendría de perlas para secar el maíz y las<span class="pagenum"
-id="Page_34">[p. 34]</span> castañas y asegurar una excelente <i>pación</i>
-á los ganados al <i>derrotarse</i> las mieses. Y el pronóstico se iba
-cumpliendo hasta entonces. Estaba, pues, el día como de Sur en calma:
-bochornoso y pesado. No es de extrañar que á aquellas horas gustara la
-sombra como en el mes de agosto.</p>
-
-<p>Tomábanla con notoria complacencia, sentados en el banco de la
-Cajigona, dos sujetos: mozo el uno, en la flor de la juventud,
-sombreado el rostro lozano por un bigotillo negro y brillante, con
-el pelo de su cabeza, á la sazón descubierta, también negro y recio
-y corto; la frente angosta y no mal delineada; la boca fresca y no
-grande; los dientes blanquísimos y apretados; los ojos un tanto
-asombradizos y curiosos, como de persona impresionable que se estima
-en poco. Correspondía á la cabeza el cuerpo gallardo, y había soltura
-y gracia en todos sus ademanes y movimientos. Vestía un traje holgado,
-no cortado seguramente por el sastre de la aldea; y como el calor le
-molestaba, había deshecho el leve nudo de la corbata y soltado el botón
-del cuello de la camisa, por cuya abertura se entreveía su rollizo y
-blanco pescuezo, sin barruntos de nuez ni asomo de costurones.</p>
-
-<p>El otro personaje no se le parecía en nada. Estaba marchito y
-ajado, más que por la edad, por la incuria y el desaseo, que se
-echaban de<span class="pagenum" id="Page_35">[p. 35]</span> ver en
-su barba mal afeitada, en su ropa sucia, en sus uñas negras, en su
-camisa deshilada y en sus dedos chamuscados por el cigarro. No era su
-rostro desagradable; pero se reflejaba en él un espíritu dormilón y
-perezoso.</p>
-
-<p>Este tal, quedándose con la apagada colilla del cigarro entre los
-labios, llegó á decir al joven, que recorría con los ojos cielo, montes
-y campiña:</p>
-
-<p>&mdash;¿Con que al fin, ahorcaste los libros?</p>
-
-<p>&mdash;Sospecho que sí,&mdash;respondió el mozo, recostándose en el
-campestre respaldo sobre el lado izquierdo, y poniéndose á arrancar
-maquinalmente con la diestra, yerbas y flores.</p>
-
-<p>&mdash;Has obrado como un verdadero sabio,&mdash;añadió el otro.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué?</p>
-
-<p>&mdash;Porque nada hay que estorbe tanto como el saber.</p>
-
-<p>&mdash;¡Caramba! me parece mucho decir eso.</p>
-
-<p>&mdash;Pues es la verdad pura. No concibo el ansia de saber, por
-mera curiosidad.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh! pues yo sí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mucho!... ¡y has arrojado los libros por la ventana!</p>
-
-<p>&mdash;No tanto, señor don Baldomero.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cosa que más se le parezca!...</p>
-
-<p>&mdash;Dejar los estudios, no es tomarlos en aborrecimiento.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_36">[p. 36]</span></p>
-
-<p>&mdash;Tampoco en estimación, amigo Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero como dice usted que el saber estorba...</p>
-
-<p>&mdash;Y lo repito; y aun te añado que el deseo de saber no es otra
-cosa, en mi concepto, que un afán que hay en las gentes de meterse en
-lo que no les importa.</p>
-
-<p>Asombróse el joven; miró al nombrado don Baldomero, y atrevióse á
-responderle, no muy seguro de tener razón, pero sí de decir lo que
-sentía:</p>
-
-<p>&mdash;No creo yo, ni creeré nunca, que el saber sea un estorbo:
-antes admiro y reverencio á los hombres que saben; pero me conozco
-¿está usted? y porque me conozco, sé que no he nacido para sabio ni
-para mucho menos.</p>
-
-<p>&mdash;Luego te estorban los libros.</p>
-
-<p>&mdash;No, señor: me estorban los que me daban en la Universidad;
-me estorba la Universidad misma, porque cada hombre nace con sus
-inclinaciones, y las mías no van hacia ese lado. Por lo demás, yo he
-estudiado mucho, créame usted, don Baldomero, ¡muchísimo! Me he pasado
-noches en claro y semanas en vilo, porque, al cabo, tiene uno amor
-propio; y, gracias á estas faenas, no he perdido el tiempo, es decir,
-he ganado todos los cursos; pero esto no es estudiar ni aprender, ni
-siquiera aprovechar el tiempo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_37">[p. 37]</span></p>
-
-<p>&mdash;Ergo la borrica tiene sabañones.</p>
-
-<p>&mdash;Ni asomo de ellos, señor don Baldomero... digo, créolo yo
-así; y verá usted por qué. Yo tenía condiscípulos que parecían cortados
-para aquella carrera: sueltos de palabra, finos de entendimiento...
-¡me embobaba escuchándolos, y me aturdía viéndolos bullir y revolverse
-y cautivar los ánimos! Serán grandes jurisconsultos; brillarán en el
-foro; escribirán libros; irán á las Cortes... y hasta serán ministros,
-sí, señor, porque lo valen y lo merecen; pero estas prendas las da
-Dios, y á mí no me alcanzó ninguna de ellas en el reparto; y no
-alcanzándome, me gusta que las luzca el que las tiene; y, aunque las
-admiro, no las envidio, por lo mismo que me conozco... Mire usted,
-hombre, no es vanidad; pero creo que no se me altera el pulso si me
-hallo cara á cara con el lobo en un callejo del monte; y entro en
-cátedra, y tiemblo delante del profesor; colgado de la última rama
-con una mano, y con el hacha en la otra, desmocho una cajiga, si es
-preciso, sin que me asuste la altura ni el trabajo me fatigue; y entre
-mis compañeros de clase soy torpe, encogido y flojo; en las calles
-tropiezo con los transeuntes y los coches, y el ruido y el movimiento
-me marean, y las casas enfiladas me entristecen, en el teatro me
-duermo y en la posada me ahogo; y en la posada, y en la calle, y
-en<span class="pagenum" id="Page_38">[p. 38]</span> el teatro, y en la
-cátedra, yo no pienso en otra cosa que en Cumbrales, y en cuanto hay en
-Cumbrales, y en esta cajiga, y en este banco, y en esta sombra, y en
-esta fuente...</p>
-
-<p>&mdash;Justo: en la <i>vita bona</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¡Le digo á usted que no! Lo que sucede es que esta cajiga,
-y este banco, y esta fuente y cuanto los ojos ven desde aquí y pueden
-abarcar desde lo alto del campanario, lo tengo yo metido en el alma,
-con la rara condición de que cuanto más me alejo de ello, más hermoso
-lo veo... En fin, hombre, hasta oigo las campanas de la iglesia, y
-huelo el hinojo de estas regatadas. ¿Quiere usted más?</p>
-
-<p>&mdash;¡Coplas, coplas, hojarasca... poesía huera!</p>
-
-<p>&mdash;¡Si parece mentira lo que se ve desde lejos, mirando hacia
-la tierruca con los ojos del corazón! Si es en abril y mayo, jurara
-que veo á mis convecinos arando en la vega, ó moliendo los terrones
-con los cuños del rastro, ó cubriendo los surcos después de la
-siembra; si es en junio, cuando ya verdeguea el maíz sobre el fondo
-negro de la heredad, que oigo los cantares de las salladoras, y que
-las veo en largas filas, con el sombrero de paja, la saya de color y
-en mangas de camisa. ¡Pues dígote en agosto! Los maíces con pendones
-ya, y entre maizal y maizal, los segadores tendiendo la yerba del
-prado, con sus colodras á la cintura, y las<span class="pagenum"
-id="Page_39">[p. 39]</span> obreras deshaciendo el <i>lombío</i> con
-el mango de la rastrilla, ó atropando con ella la yerba oreada, y
-amontonándola en hacinas... y luégo entrar el carro con sus horcas y
-dobles teleras; y horconada va y horconada viene; la moza de arriba,
-acalda que te acalda, y otras, desde abajo, peina que te peina la
-carga con la rastrilla; y la carga, sube que sube y crece que crece,
-hasta que debajo de ella no se ven ni el carro ni los bueyes; y eche
-usted las tres cordadas, y arrímese al testuz de las bestias, ahijada
-en mano, y lléveme á pulso aquella balumba por cuestas y callejones
-sin entornarla; y <i>empayémela</i> usted con aquella porfía entre el que
-descarga la yerba y el hormiguero de gente que la toma al boquerón
-del pajar, y la lleva hacia dentro y la acalda, sin que pelo quede de
-una horconada al boquerón cuando otra nueva viene del carro; porque
-ignominia fuera para los que empayan, no dar abasto al descargador.
-Pues que avanza octubre y se coge el maíz; y deme usted las deshojas,
-y tómate la siega del retoño, y el derrotar las mieses... ¡como si
-lo tuviera delante, don Baldomero; lo mismo que si lo tocara con
-las manos, veo yo todo esto y mucho más en cuanto me alejo de aquí!
-Lo veo, lo palpo... y lo huelo; porque no me negará usted que, en
-punto á olores, éstos del campo de Cumbrales parece que vienen de la
-gloria.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_40">[p. 40]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Echa, hijo, echa, que ya te vas enmendando! Túvete antes por
-poeta, y ahora me pareces loco, si es que ambas cosas no andan siempre
-en una pieza.</p>
-
-<p>&mdash;¡Poeta y loco por lo que le cuento á usted?</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué es lo que me cuentas, ¡oh Pablo amigo! sino lo que se
-lee en coplas y romances de gentes desocupadas y soñadoras?</p>
-
-<p>&mdash;Será que no me he explicado yo bien. ¡Si uno supiera decir
-todo lo que siente y del modo que lo siente!</p>
-
-<p>&mdash;¡Para el demonio que te escuchara entonces! Desengáñate,
-Pablo: por muchas vueltas que des á esas pinturas, no pasan de
-hojarasca, y, en substancia, haraganería pura.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cáspita! eso sí que no... digo, paréceme á mí. Andaría usted
-cerca de la verdad, si todas esas cosas me entusiasmaran á ratos, ó en
-los libros, ó vistas desde mi casa, muy arrellanado en el sillón; pero
-usted sabe muy bien que no hay faena de labranza ni entretenimiento
-honrado aquí, en que yo no tome parte como lo pueda remediar, y que
-tengo cinco dedos en cada mano como el labrador más guapo de Cumbrales;
-y ha de saber desde ahora, si antes no lo ha presumido, que quisiera
-perder el poco respeto que tengo á la levita de la casta, para hacer
-muchas cosas que hoy no hago por el qué dirán las gentes. Si esto es
-afán de holganza,<span class="pagenum" id="Page_41">[p. 41]</span>
-holgazán soy sin propósito de enmienda; pero sea lo que fuere, esto es
-lo que me gusta, y para ello me creo nacido; con lo cual vuelvo al tema
-de antes: que no me estorban los sabios. Ni ellos sirven para la vida
-del campo, ni yo para la del estudio; porque Dios no ha querido que
-todos sirvamos para todo. Cada cual á su oficio, pues no le hay que,
-siendo honrado, no sea útil; y útiles y honrados podemos ser, ellos en
-el mundo con la pluma y la palabra, y yo en Cumbrales con mis tierras
-y ganados... y en Cumbrales me quedo; porque mi padre, que nunca quiso
-hacerme sabio á la fuerza, piensa como yo, tiene amor á sus haciendas,
-y no le pesa que otro se encargue de administrarlas bien cuando él
-no pueda atenderlas... Y aquí tiene usted todo lo que hay acerca del
-particular.</p>
-
-<p>Calló el joven, dicho esto; y cuando ya no había al alcance de su
-mano derecha flores ni yerbas que arrancar, cambió de postura en el
-asiento; recorrió vega y horizontes con la vista, y comenzó á golpear
-con las rodillas, estiradas las piernas, las manos y el sombrero que
-metió entre ellas. No había hablado para porfiar ni para convencer,
-sino para decir lo que sentía, y le tenía sin cuidado lo que pudiera
-replicarle don Baldomero.</p>
-
-<p>El cual, después de rascarse la cabeza por debajo del sombrero, que
-quedó ladeado, lanzó<span class="pagenum" id="Page_42">[p. 42]</span>
-de un soplido la colilla que saboreaba rato hacía entre sus labios,
-tendióse sobre la nuca después de envolverla en sus manos entrelazadas,
-y exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Música celestial!</p>
-
-<p>Pablo se encogió de hombros, y continuó devorando con los ojos
-cielo, montes y llanuras.</p>
-
-<p>&mdash;Y nada más que música&mdash;continuó el otro;&mdash;porque
-si admito que te animan propósitos de trabajo y no de holganza, y te
-cambio el apodo de poeta por el de guapo chico, lejos de probarme,
-en cuanto has dicho, que el saber vale para algo, has demostrado lo
-contrario con lo que has hecho.</p>
-
-<p>&mdash;Pues no sé explicarme mejor,&mdash;dijo Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;No lo haces del todo mal para los años que
-tienes&mdash;replicó don Baldomero.&mdash;La dificultad está en la
-cosa misma, que por sí es indefendible. Y si no, dime, ¿qué demonios
-de tajada saca el mundo con que un sabio le diga, después de estarse
-despistojando veinte años, encorvado detrás de un telescopio: «Yo veo
-en el cielo una estrellita más que ustedes?...» Pues á mí me sobran más
-de la mitad de las que hay en él á la vista... y á tí también, Pablo.
-Que va á aparecer un cometa el mes que viene... Pues ya le veremos
-cuando aparezca; y si no hemos de verle, ¿de qué sirve el anuncio?
-Que el sol pesa tantos millones de quintales... Pues dele<span
-class="pagenum" id="Page_43">[p. 43]</span> usted memorias. Que si
-Aristóteles dijo ó Platón sostuvo, ó que si el pensamiento antes ó si
-la palabra después, ó viceversa; y allá van pareceres, y disputas... y
-linternazos... ¿No es esto sandio, y ridículo y estúpido? Pues vengamos
-á lo práctico, á lo que se llama <i>ciencias de primera necesidad</i>: la
-física, la química, la mecánica... ¡afán, como te dije al principio,
-de meternos en todo lo que no nos importa! Que se acostumbre el hombre
-á vivir con lo que tiene á sus alcances, y verás cómo no se le da una
-higa por toda esa batahola de conquistas científicas con que tanto se
-pavonea el presente siglo.</p>
-
-<p>&mdash;¿De manera que usted está por el tapa-rabo?&mdash;dijo
-Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;Lo que estoy es cada día más satisfecho de no conocer el
-tormento de la curiosidad; y bien sabes que predico con la fe de
-la experiencia. Mi padre, que todo lo funda en la ley del progreso
-porque estuvo en Luchana con Espartero, tuvo el mal acuerdo de
-gastar su paga de retirado y las rentas de su hacienda, en darme la
-carrera de abogado, porque tenía gran empeño en hacerme hombre de
-pluma y de palabra, para luchar por la causa de la libertad en el
-campo de las ideas, después de haber vencido él á la tiranía en el
-de batalla; pues no hay quien le saque de que entre el Duque y él,
-so<span class="pagenum" id="Page_44">[p. 44]</span>litos, vencieron
-al «perjuro.» En vano le dije lo mismo que te he dicho á tí, y
-hasta le rogué que no me sacara de estos andurriales para meterme
-en aventuras que no cuadraban con mi carácter. Tuve que obedecerle;
-y á empujones y de mala gana, llegué á tener el título de abogado:
-como si me hubieran dado una copla de á dos cuartos. Si las causas
-eran feas, no me encargaba de ellas por repugnancia; si eran dudosas,
-porque no quería calentarme los cascos buscando una razón que no me
-importaba dos cominos; y si el derecho estaba claro, proponía un
-arreglo entre las partes para ahorrarnos tiempo, desvelos, honorarios
-y disgustos. Con este sistema me desacredité en un año; borréme de la
-matrícula por falta de negocios, y diéronme, á ruegos de mi padre, la
-secretaría de este Ayuntamiento. Tampoco debí de hacerlo muy bien en
-este cargo, porque á los diez y ocho meses me le quitaron, so pretexto,
-no mal fundado, de que no había en los libros municipales una sola
-acta escrita desde que estas cosas corrían de mi cuenta. ¡Si vieras,
-Pablo, qué feliz soy desde entonces, es decir, desde que, libre de
-todo cuidado, como el ollón patrimonial, y visto y fumo con lo poco
-que le sobra en su bolsa verde al héroe de Luchana! Y como éste se ha
-convencido de que yo no nací para otra cosa, y le acompaño sin serle
-muy gravoso, dé<span class="pagenum" id="Page_45">[p. 45]</span>jame
-vivir así, «ni envidioso ni envidiado,» como dicen que dijo un fraile
-poeta.</p>
-
-<p>&mdash;Corriente; pero usted se halla bien así porque ese es su
-genio, y otros, porque le tienen distinto, no podrían con la vida que
-usted trae.</p>
-
-<p>&mdash;Pues eso es, Pablo amigo, lo que yo no comprendo; es decir,
-que el no hacer nada ni pensar en nada ni apurarse por nada, pueda
-ser incómodo á ninguna persona que tenga sentido común. Ahí tenemos
-ahora, á dos pasos de nosotros, las partidas carlistas: gentes hay en
-este pueblo que aseguran haber oído los tiros á la parte de allá del
-monte, y acaso tengan razón. Que vienen, que no vienen; que pasarán ó
-que no pasarán por aquí; que son muchos, que son pocos; que cobardes,
-que valientes; que buenos, que malos; que si triunfan, que si corren; y
-todo se vuelve indagar y preguntar; y aquí temores, y allá esperanzas,
-y acullá porfías, y en todas partes la curiosidad y el ansia. ¿Y para
-qué, señor? Españoles somos todos, y á quien Dios se la diere, San
-Pedro se la bendiga. Que gane Juan ó que gane Diego, de mí no se ha de
-acordar nadie para sentarme á la mesa. Pues dejemos rodar la bola; y
-cuando pare, ella, por la cuenta que le tiene, nos dirá en dónde. ¿Á
-quién aprovecha la saliva que se gasta en disputas y el sueño que roban
-miedos<span class="pagenum" id="Page_46">[p. 46]</span> y desazones?
-¡Pues dígote mi padre! ¡Qué vida la suya, Dios eterno, desde que se
-armó de nuevo la guerra civil! ¡Qué invocar al Duque y á los manes de
-Riego y del Empecinado! ¡Qué bruñir el espadón de Luchana, y soñar con
-tajos y mandobles al perjuro, y renegar de los años que le amarran al
-hogar cuando la patria peligra y el faccioso bravea! ¡Y qué de ponerme
-á mí de mal hijo y de mal patriota porque me río de sus afanes y me
-duermo tan tranquilo al son de los cañonazos! Ahora le ha dado por
-revolver el pueblo para ponerle en armas, por si el caso llega. Hoy
-anda hecho una pólvora con las bolas que han corrido. ¡El demonio es el
-entusiasmo de la curiosidad!</p>
-
-<p>En esto se oyó la campana mayor de la iglesia.</p>
-
-<p>&mdash;Al mediodía tocan ya,&mdash;dijo Pablo levantándose.</p>
-
-<p>&mdash;Pues cata á mi padre volcando la puchera,&mdash;respondió don
-Baldomero, sacudiendo su pereza y poniéndose de pie.</p>
-
-<p>Y ambos, jugueteando Pablo con el sombrero y dándose aire con él,
-y don Baldomero con el suyo echado sobre una oreja y las dos manos
-hundidas hasta cerca de los codos en los rasgados bolsillos del
-pantalón, tomaron el sendero cuesta arriba. Á la mitad de ella se
-dividía éste en dos, formando una Y.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_47">[p. 47]</span></p>
-
-<p>En el vértice del ángulo dijo Pablo, que iba delante, volviendo un
-poco la cara hacia don Baldomero:</p>
-
-<p>&mdash;Que aproveche.</p>
-
-<p>&mdash;Lo mismo digo,&mdash;respondió el otro.</p>
-
-<p>Y Pablo tomó por el lado derecho, y don Baldomero por el izquierdo,
-porque sus respectivas casas estaban en opuestos extremos de un mismo
-barrio del lugar.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_custodia.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_3">
- <p><span class="pagenum" id="Page_49">[p. 49]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_sonrisa.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="III. ALGO DEL ASUNTO">III</h2>
- <p class="subh2">ALGO DEL ASUNTO</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-a.jpg" alt="A adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Alzábase</span> la iglesia
-de Cumbrales sobre un tumor del terreno, ó montículo de roca viva,
-mal cubierto de menuda y fragante vegetación, que, á modo de manta de
-pobre, roída y desgarrada á trechos, por los agujeros y desgarraduras
-dejaba asomar las que pudieran llamarse coyunturas del peñasco. Era
-éste de suave y bien entendido acceso por todas partes, y ocupaba
-el centro de una llanura, especie de plaza circundante, cruzada de
-camberas y senderos que partían el rústico suelo en caprichosas
-porciones geométricas. De éstas, unas estaban pobladas de árboles,
-no muy corpulentos, pero de ancha copa; otras, las de mayor relieve,
-adornadas de espesas cenefas de zarzas y saúco, y todas ellas tapizadas
-de fino y apretado césped, sobre el cual descollaban, aquí y allá, la
-menta<span class="pagenum" id="Page_50">[p. 50]</span> silvestre, el
-enano poleo, la malva bienhechora y el desabrido cardo. Hubiera sido
-este pintoresco espacio algo como lo que hoy se llama un <i>parque á la
-inglesa</i>, con caminos menos ásperos y pedregosos, y sin las ortigas
-y jaramagos que hacían ingrato y peligroso al tacto lo que seducía y
-enamoraba á los ojos.</p>
-
-<p>Ocupaba parte de uno de los lados menores de esta plaza, que tendía
-á la forma rectangular y se llamaba en Cumbrales <i>Campo de la Iglesia</i>,
-la taberna, con su corro de bolos á la trasera, encajado entre cuatro
-paredillas que se saltaban de un brinco, y éstas y el corro encerrados
-en sendas hileras de añosos álamos que amparaban del sol en verano á
-los jugadores, y no los privaban de su dulce calor en las breves tardes
-del invierno. Otro lado, de los mayores, al Mediodía, le formaban,
-aunque con muchas sobras de terreno, las casas consistoriales y la
-escuela pública; y los dos restantes, al Saliente y al Norte, huertos
-y corrales de la barriada principal, que tenía tres salidas á la plaza
-por este último lado.</p>
-
-<p>Por una de estas callejas, la de en medio, entró Pablo. Anduvo muy
-buen trecho entre muros y vallados, aquéllos entretejidos de yedra, y
-éstos erizados de bardales, y llegó á desembocar en un <i>campuco</i>, á
-modo de plazoleta, cuyos dos frentes estaban ocupados por sendas<span
-class="pagenum" id="Page_51">[p. 51]</span> portaladas que parecían
-gemelas: tan idénticas eran entre sí. Cada una de estas portaladas daba
-ingreso á un corral espacioso, en el que se alzaba una casa grande, de
-larga solana y amplísimo soportal de grueso poste en el centro; cuadras
-adyacentes, cobertizos inmediatos, huerta al costado, y todo lo de
-rigor y carácter en estas viviendas de <i>ricos de aldea</i>, tantas veces
-descritas por esta pluma pecadora.</p>
-
-<p>Pablo se acercó á la portalada de la derecha, cerca de la cual
-desembocaba la calleja que había seguido; y antes de poner la mano en
-el contrahecho barril del picaporte, abrióse el postigo y apareció en
-el hueco una muchacha como unas perlas. Negros eran sus ojos, dulces
-é insinuantes; la tez morena; el rostro oval y un tanto aguileño; la
-frente, sin <i>flequillos</i> ni otros pingajos de la moda, tersa y bien
-delineada, perdíase en lo más alto entre flotantes ondas lustrosas de
-una cabellera tan negra como los ojos y las pulidas cejas; los labios,
-húmedos, un poco gruesos y no tan apretados que no dejasen entrever dos
-filas de dientes blanquísimos y menudos. Sobre los hombros redondos
-llevaba una pañoleta roja, de largos flecos, prendida sobre el curvo
-seno con un broche que á la vez aprisionaba un manojito de malvas de
-olor y pencas de albahaca. Una sencillísima bata de percal de largos
-pliegues la envolvía<span class="pagenum" id="Page_52">[p. 52]</span>
-el gallardo cuerpo sin oprimirle ni desfigurarle.</p>
-
-<p>Asombróse Pablo al verla, y exclamó, mirándola de hito en hito:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ana!... ¿qué milagro es éste?</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde está el milagro?&mdash;respondió Ana mirando á Pablo
-también y remedando su asombro con un expresivo gesto entre risueño y
-burlón.</p>
-
-<p>&mdash;En andar tú por aquí&mdash;repuso el mozo con la sinceridad
-inocentona que le era peculiar; y añadió con la misma:&mdash;¡Si te
-viera tu padre!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues atúrdete, Pablo!&mdash;exclamó Ana con picaresca
-solemnidad:&mdash;de su parte vine.</p>
-
-<p>&mdash;¡De su parte?</p>
-
-<p>&mdash;Como te lo digo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿á qué viniste?</p>
-
-<p>&mdash;¿Á qué venía otras veces? Á ver á mi padrino, á ver á tu
-madre, á ver á María... y á verte á tí, simplón,&mdash;añadió Ana,
-tirándole á la cara una hoja de malva, que había tenido entre sus
-labios, después de quitarle el rabillo con los dientes.</p>
-
-<p>Pablo no hizo más caso de la hoja que de los mosquitos que zumbaban
-en el aire. Verdad es que tampoco Ana tomó á pechos la indolencia de
-Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;No te creo&mdash;insistió éste.&mdash;Cuando ha habido monos
-entre tu padre y el mío, jamás han acabado de repente.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_53">[p. 53]</span></p>
-
-<p>&mdash;Y ¿quién ha dicho que hayan acabado así esta vez?</p>
-
-<p>&mdash;Tú, cuando vienes á vernos de parte de tu padre.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad que vengo; pero con su cuenta y razón, hijo.</p>
-
-<p>&mdash;Eso es otra cosa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Vaya si lo es!... Y en prueba de ello, escucha. Esta mañana
-me dijo mi padre, paseándose á lo largo de la sala: «¡Estos genios,
-Ana, estos genios!...» y como yo sé, por experiencia, que por ahí
-comienza él siempre á reconocer las flaquezas del suyo y á buscar la
-paz... ¿Sabes tú, Pablo, por qué había guerra ahora entre tu padre y el
-mío?</p>
-
-<p>&mdash;No por cierto, Ana.</p>
-
-<p>&mdash;Pues tampoco yo. ¡Como estos nublados vienen tan á menudo,
-tan de repente y tan sin motivo!... Siempre que trata de explicármelos,
-me dice lo mismo: que tu padre es duro de frase, que le contraría, que
-le acosa y que, por conclusión, le injuria... ¡á él, que va siempre con
-el compás en la lengua y el corazón en la mano!... No te diré que en
-lo primero no yerre; pero puedo jurar que en lo segundo dice la pura
-verdad. Ello es que el buen señor toma estos lances como cuestión de
-honra; que los toma cada quince días, y que siendo capaz de dejarse
-desollar vivo por el bien de todos y cada uno<span class="pagenum"
-id="Page_54">[p. 54]</span> de vosotros, se aisla, se encierra, no
-come, no duerme, y hasta la sombra de esta casa le estorba como el
-mayor enemigo... y lo peor del caso es que yo tengo que seguirle el
-humor. Fortuna que ya todos nos conocemos, porque la maña es tan vieja
-como tu padre y el mío... ¿En qué estábamos antes, Pablo?</p>
-
-<p>&mdash;En que mi padrino te dijo esta mañana...</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad. Me dijo: «¡Estos genios, Ana, estos genios!...»
-Hay que advertir que, tres días hace, tuvo carta del marqués de la
-Cuérniga, el cual señor no suele escribirle sino cuando le necesita;
-y es también de saberse que después de recibir la carta ha hablado
-dos veces con <i>Asaduras</i>, señales todas, Pablo, de nuevas borrascas,
-pero también de que á mi padre le convenía intentar una reconciliación
-con el tuyo. Ello es que con esta sospecha y las palabras que le oí,
-apretando, apretando, obliguéle á declarar que estaba dispuesto á hacer
-las paces de cualquier manera, y que quería verse con tu padre, si
-éste se prestaba á recibirle. Tomé el asunto á mi cargo, vine aquí,
-hablé con tu padre, abracé á María y á tu madre, charlé con ellas hasta
-quedarme sin saliva en la boca... en fin, hombre, viví en una hora lo
-que había penado en quince días.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y mi padre?</p>
-
-<p>&mdash;Tu padre, diciéndome: «pues por mí no ha<span
-class="pagenum" id="Page_55">[p. 55]</span> de quedar,» tomó el
-sombrero y se fué á mi casa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y en qué paró la entrevista?</p>
-
-<p>&mdash;Eso es lo que yo no sé, porque mi padrino no ha vuelto
-todavía, y hace más de dos horas que está con el tuyo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Siempre lo habrán puesto peor que estaba!</p>
-
-<p>&mdash;Me lo voy temiendo; y por eso me largo á enmendarlo en lo
-que pueda. ¡Ay, qué genios, Pablo! No, pues yo te aseguro que de hoy
-en adelante no he de pagar culpas ajenas. ¿Riñen? Que riñan. Vosotros
-y yo tan amigos como siempre. ¿No es cierto? Á buena cuenta, ya tengo
-el desahogo que acabo de darme. ¡Ay, Pablo! no me cabía ya más en el
-corazón... Porque yo le doy esta cruz al más valiente, y á ver cómo la
-lleva.</p>
-
-<p>&mdash;La verdad es, Ana, que no se creerían esas cosas á no verlas.
-¡Dos familias que tanto se quieren, vivir en perpetua enemistad por un
-quítame esas pajas! Malo por lo que á uno le duele, malo por el bien
-que no se hace, y peor por el escándalo que se da.</p>
-
-<p>&mdash;¡Los genios, Pablo, los genios!</p>
-
-<p>&mdash;Dí el genio, Ana... porque el de tu padre es insufrible por
-quisquilloso y aprensivo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ingrato! ¡Bien haya lo que te quiere!</p>
-
-<p>&mdash;Y bien sabe Dios cómo se lo pago. Por eso me duelen tanto
-estas cosas, Ana.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues qué diré yo de mí, Pablo? Tú, al fin,<span
-class="pagenum" id="Page_56">[p. 56]</span> cuando vienen estas
-borrascas, esparces al aire libre la parte que te toca de ellas, y
-dentro de tu casa tienes con quién hablar, con quién reir... Yo no
-tengo nada de eso; ni siquiera el recurso de disculparos, porque se
-toman las disculpas á parcialidad, y lo pongo peor. Hay que dejar la
-tormenta que se desahogue por sí ó por obra de una casualidad que á
-veces tarda un mes en presentarse; y, en tanto, soledad y cárcel... y
-paciencia; porque, al cabo, él es quien es, y bueno y cariñoso hasta
-tal extremo, que yo no sé qué le atormenta más en sus arrechuchos, si
-el dolor de la supuesta ofensa, ó la pesadumbre de vivir sin trato
-con los que le han ofendido. ¿No te parece, Pablo, que debiéramos
-conjurarnos todos contra esa mala costumbre?... Que se alborotan
-ellos... Pues nosotros como si tal cosa: yo á vuestra casa, y vosotros
-á la mía.</p>
-
-<p>&mdash;Ya se ha intentado ese medio alguna vez.</p>
-
-<p>&mdash;Pero sin arte, Pablo, y sin resolución: al primer bufido de
-mi padre, no se os ha vuelto á ver por allá.</p>
-
-<p>&mdash;Ni á tí por acá, Ana.</p>
-
-<p>&mdash;Porque me dejáis sola enfrente del enemigo, ¡caramba! Pero
-ayudadme un poco y veréis cómo le venzo y hasta hago imposibles esas
-guerras que me acaban... ¡me acaban, Pablo! Por eso quiero que ésta sea
-la última; y lo será, ó perezco en ella... Con que hazme el favor de
-no<span class="pagenum" id="Page_57">[p. 57]</span> entretenerme, y
-déjame pasar, que estoy perdiendo un tiempo precioso.</p>
-
-<p>&mdash;Pues rato hace, Ana, que tienes despejado el camino; y por
-donde te agarro yo, el diablo me lleve.</p>
-
-<p>Miróle Ana por debajo de las cejas, fruncidas por efecto de una
-sonrisa burlona en que envolvió toda su hermosa y picaresca faz, y
-le tiró con otra hoja de malva que había arrancado poco antes del
-ramillete del pecho.</p>
-
-<p>&mdash;Hijo, ¡qué peste eres también... á tu modo!&mdash;dijo al
-mismo tiempo.</p>
-
-<p>Y recogió los pliegues delanteros de su falda con ambas manos; y,
-ágil y esbelta, partió hacia su casa, atravesando el campuco como diz
-que se deslizan las ninfas sobre las ondas del lago.</p>
-
-<p>Pablo, sin darse por entendido de este hecho ni de aquel dicho,
-entró en el corral y cerró la portalada. De modo que cuando Ana llegó á
-la suya no tuvo en qué satisfacer la curiosidad que le hizo volver la
-cabeza hacia la portalada de enfrente, y quedaron allí perdidas, por
-falta de recibo, una mirada y una sonrisa que se hubieran disputado á
-estocadas los galanes de Lope y Calderón.</p>
-
-<p>Como su padre andaba aún fuera de casa, Pablo, antes de subir
-á ella, quiso darse una vuelta por las cuadras, á la sazón punto
-menos<span class="pagenum" id="Page_58">[p. 58]</span> que vacías.
-Sólo dos parejas de bueyes y algunos ternerillos había al pesebre. El
-resto del ganado, pocos días antes llegado del puerto, andaba al pasto
-en el monte al cuidado del pastor del lugar, que lo recogía por la
-mañana y lo entregaba al anochecer. La disposición de aquellas cuadras
-era obra del magín de Pablo, y acuerdo suyo también el régimen á que
-en ellas estaba sometido el ganado. Natural era la satisfacción que el
-mozo sentía, viéndole tan gordo y lozano, en pasarle la mano por el
-lomo, en llamar á cada bestia por su nombre, en increpar duramente á la
-que no comía hasta limpiar el pesebre, y en confundirla con el ejemplo
-de la que no dejaba en el fondo ni la <i>grana</i>. Pues ¿y los becerrillos?
-Horas se pasaba con ellos rascándoles el testuz y dándoles palmaditas
-en la cara. ¡Y cómo se arrimaban ellos á él, y le miraban con sus
-ojazos bonachones, y se iban adormeciendo poco á poco con el cosquilleo
-y presentando la cerviz para que también se la rascara; y después las
-orejas, y luégo el pescuezo, y vuelta al testuz y á la cara! Y cuando
-se cansaba Pablo, la mimosa bestezuela le golpeaba suavemente con la
-cabeza, le lamía las manos y tornaba á presentarle la cerviz. Lo cierto
-es que, fuera del corderillo, no hay otro animal de faz más atractiva
-ni que más se haga querer.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_59">[p. 59]</span></p>
-
-<p>Mientras nuestro mozo se entregaba á estos entretenimientos, arriba
-aguardaban su madre y su hermana, con la mesa puesta y haciendo labor
-cerca de ella, el resultado de la entrevista de los dos compadres;
-lance que las tenía sumidas en graves aprensiones, bien reflejadas en
-el desasosiego de que ambas estaban poseídas.</p>
-
-<p>Sentábale á maravilla esta inquietud á la joven, cuyo nombre ya
-conocemos por boca de Ana; pues daba viveza y grande expresión á su
-fisonomía, de ordinario, aunque bella por lo correcta y frescachona,
-mansa y serena, como esas noches de verano sin rumores, sin frío
-ni calor, que se contemplan con gusto, pero en perfecto reposo
-del espíritu y del cuerpo. Sus ojos negros, más meditabundos que
-habladores, brillando á la sazón con vivo fuego sobre el rosado
-cutis, y sus labios húmedos, graciosamente contraídos, pregonaban
-interiores batallas, señal de que en aquel lago apacible también
-cabían agitaciones y tempestades. Representaba la edad de Ana, y con
-la sencillez de ésta vestía, aunque no con tanto donaire, porque éste
-no es obra de las perfecciones plásticas y esculturales que abundaban
-en María acaso más que en Ana, sino de un misterioso equilibrio de
-proporciones y de sensibilidad entre el alma y el cuerpo, don de la
-naturaleza que no se adquiere por conquista.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_60">[p. 60]</span></p>
-
-<p>Cuanto puede parecerse una rama al tronco de que procede, se parecía
-nuestra joven á su madre, <i>señora de aldea</i>, sana y bien conservada,
-sin afeites ni aliños exagerados; antes bien, peinada y vestida con tal
-sencillez y modestia, que sólo en lo pulido de su cutis, señal de que
-éste andaba lejos de las injurias del trabajo al aire libre, revelaba
-la jerarquía. Verdad es ésta de la sencillez y modestia en el ordinario
-arreo, propia no sólo de las señoras de labradores ricos montañeses,
-sino también de las damas de alto copete, si son muy apegadas al
-terruño natal. Digámoslo en honra de la Montaña y de las montañesas.</p>
-
-<p>Poco hablaban madre é hija; y eso poco en frases breves entre largos
-espacios de silencio, para apuntar una sospecha ó fundar una esperanza.
-El tema era siempre el mismo: lo que tardaba el ausente y lo que podía
-significar la tardanza.</p>
-
-<p>Al cabo, se oyeron pasos en la escalera y apareció Pablo en la sala,
-y poco después, su padre. Representaba éste, y yo sé que los tenía,
-más de cincuenta años; no era muy alto, pero fornido y sano; de rostro
-abierto y noble; limpio y frescote y bien afeitada la espesa y recia
-barba; corto, áspero y muy apretado aún el pelo gris de su cabeza;
-lento y bien aplomado en el andar; los brazos un tanto arqueados;
-las<span class="pagenum" id="Page_61">[p. 61]</span> manos anchas,
-musculosas y entreabiertas; la voz sonora, varonil y bien entonada; el
-traje holgado, de buen género, pero de modesta corte.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos á comer, que harto habéis aguardado,&mdash;dijo al
-entrar, mientras su mujer y su hija se levantaban á recibirle. Y no
-dijo más por entonces, ni en su semblante pudieron leer nada las
-curiosas miradas de su familia.</p>
-
-<p>Se sirvió la sopa; sentóse el patriarca á la mesa; bendíjola, según
-costumbre, después de ocupar cada cual su puesto; y andábase muy cerca
-ya del clásico estofado, cuando aquél refirió en compendio lo que el
-curioso lector hallará más adelante con los debidos pormenores.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_coronas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_4">
- <p><span class="pagenum" id="Page_63">[p. 63]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_inicio.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="IV. PELOS Y SEÑALES">IV</h2>
- <p class="subh2">PELOS Y SEÑALES</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-p.jpg" alt="P adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Pedro</span> Mortera y Juan
-de Prezanes, vástagos de las dos familias más ricas y antiguas de
-Cumbrales, ligadas siempre por amistoso vínculo, ¡caso raro en este
-país de quisquillas y reconcomios! Juan de Prezanes, repito, y Pedro
-Mortera, eran inseparables camaradas. Pero Juan era suspicaz, impetuoso
-y avinagrado de genio, y Pedro cachazudo y reflexivo. Éste, en sus
-juegos infantiles, gustaba de lo seguro y fuerte; aquél de lo más
-fácil, siempre que fuera nuevo, breve y vario: el uno era muy inclinado
-á los trabajos rústicos y á los esparcimientos campestres; el otro á
-fisgonear murmuraciones y á comentar dichos de las gentes: Pedro era
-todo observación y método; Juan sentimiento, nervios y palabra. Sólo se
-parecían ambos muchachos en la bondad del corazón y en estar siempre
-dispues<span class="pagenum" id="Page_64">[p. 64]</span>tos á dar la
-pelleja el uno por el otro; así es que jamás hubo avenio entre ellos en
-cuestiones de gusto, y se pasaron lo mejor de la infancia refunfuñando,
-cuando no á la greña, pero queriéndose mucho.</p>
-
-<p>Juntos fueron después á estudiar á la ciudad; juntos vivieron en
-ella, y al mismo estudio se dedicaron. Pedro se cansó de los libros
-á los dos años, y se volvió á su pueblo. Juan continuó los estudios,
-y fué á la Universidad y llegó á ser abogado. Pedro, en Cumbrales,
-se consagró á la labranza con verdadera afición, y mejoró mucho la
-hacienda que, ya mozo, heredó de su padre. Juan, huérfano también
-poco después de volver de la Universidad, y sin las aficiones de su
-amigo, puso en renta las tierras que cultivaba su padre, y en aparcería
-los ganados que halló en las cuadras (parte mínima de los bienes que
-heredó), y abrió en Cumbrales su estudio, por no aburrirse.</p>
-
-<p>Fuera de los de la villa, no había otro abogado que él en toda
-la comarca; de manera que bien pronto le sobraron los negocios y
-las desazones. Las desazones, porque cada contrariedad le producía
-una mayúscula; y las contrariedades, verdaderos gajes de su oficio,
-menudeaban á maravilla, y su carácter, lejos de mejorar con los años,
-cada día era más vidrioso y quebradizo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_65">[p. 65]</span></p>
-
-<p>Por la índole misma de su profesión, se puso en contacto con nuevas
-gentes y nuevas cosas; y como sus ímpetus geniales le llevaban siempre
-mucho más allá de sus propósitos, necesitando ancho terreno y fuertes
-aliados para vencer en los grandes apuros de sus batallas, dejóse
-arrastrar fácilmente de los que le brindaron con aquellas ventajas,
-y que, en rigor, iban buscando su legítimo influjo en la comarca, al
-precio de unas cuantas lisonjas bien aderezadas.</p>
-
-<p>De este modo llegó á ser don Juan de Prezanes un cacique de gran
-empuje en el distrito, y un enredador de dos mil demonios; pues,
-conocido el flaco de su carácter, no solamente lograron los seductores
-interesarle con alma y vida en todo linaje de intrigas, sino hacerle
-creer que era capitán y bandera á la vez, cuando, en substancia, no
-pasaba de ser la mano del gato, menos que soldado de filas en aquella
-tropa de polillas del bien público.</p>
-
-<p>Que estas cosas y otras de parecido jaez sacaban de quicio á su
-verdadero y único amigo, no hay para qué decirlo; ni son de mencionar
-tampoco las tempestades que las cuerdas advertencias de don Pedro
-Mortera producían en el ánimo del impetuoso don Juan de Prezanes. Era
-éste, como todos los hombres irreflexivos y apasionados, enemigo mortal
-de la verdad cuando la hallaba enfrente de sus flaquezas; no<span
-class="pagenum" id="Page_66">[p. 66]</span> por ser la verdad, sino
-por ser obstáculo. Los temperamentos como el del abogado de Cumbrales,
-desbordados torrentes, embravecidos huracanes, no se detienen con
-frenos ni con barreras. El halago y las contemplaciones los calman
-alguna vez; la resistencia los espolea siempre. Son una enfermedad
-que tiene sus manifestaciones en esa forma necesaria y fatal; y esa
-enfermedad no ha de curarla el enfermo, sino los que le tratan. En
-el ordinario comercio de la vida creen poner una pica en Flandes
-los que hallan una fórmula, á modo de ley social, por la que deben
-regirse los hombres que quieran tener derecho al pomposo título de
-<i>gentes de buena educación</i>. ¡Qué sandez tan triste! ¡Como si todos
-los hombres hubiéramos sido moldeados en una misma turquesa y con el
-barro en iguales dosis y calidades! ¡Como si el alfilerazo que apenas
-ensangrienta la epidermis de uno, no fuera en otro puñalada que penetra
-hasta el corazón!</p>
-
-<p>Métome sin permiso del lector en estas honduras fisiológicas, porque
-por ellas andaba muy á menudo don Juan de Prezanes buscando la razón y
-la justicia, ó, cuando menos, la disculpa de sus arrebatos geniales,
-y al mismo tiempo la sinrazón, y hasta la falta de caridad con que su
-amigo don Pedro Mortera le contrariaba; en lo cual don Juan de Prezanes
-se equivocaba<span class="pagenum" id="Page_67">[p. 67]</span> en más
-de la mitad, porque su amigo nunca le contrarió sin grave causa ni por
-el vano afán de que valiera la suya á todo trance; pero era demasiado
-crudo en sus verdades, terco en sostenerlas, socarrón <i>aliquando</i>
-y mordaz en ocasiones; y en esto no eran infundadas las quejas del
-irascible jurisconsulto.</p>
-
-<p>Con notorios intentos de asegurarle mejor y de chupar sus caudales,
-lograron sus comilitones de allende hacerle el favor (¡el único que lo
-fué de veras!) de una señorita pobre, que por casualidad salió buena
-y honrada y hacendosa, y hasta supo, durante dos años de matrimonio,
-dulcificar las ingénitas acritudes de su marido, y hacerle placentera
-la vida del hogar. No duró más su dicha, porque Dios se llevó á mejor
-destino la causa de ella, dejando en cambio al triste viudo una niña,
-que recibió el nombre de Ana de su padrino don Pedro Mortera. Dos meses
-antes se había bautizado un hijo de éste (cuyas bodas anduvieron muy
-cercanas á las de su amigo) con el nombre de Pablo, siendo padrino don
-Juan de Prezanes.</p>
-
-<p>Tan diversa como sus genios fué la suerte de ambos amigos en el
-matrimonio, pues cuando el del abogado se deshacía con la muerte del
-único sér capaz de regir y dominar aquel carácter desdichado, el de don
-Pedro Mortera era bendecido con un nuevo fruto. Pero Dios, que<span
-class="pagenum" id="Page_68">[p. 68]</span> da la llaga, da también
-la medicina; y Ana, la niña huérfana, tuvo una madre cariñosa en la
-madre de Pablo y de María, y en estos niños dos hermanos con quienes
-vivía más que con su padre. Cuanto á éste, confundió en un solo amor,
-pues había para todos en su corazón de fuego, á Ana y á la familia de
-su amigo. Pero sus tempestades nerviosas menudeaban á medida que se
-dilataba el radio de sus afectos íntimos; porque, como él decía, «cada
-punto de contacto me produce una desolladura; y cuanto más cordiales
-son los unos, más dolorosas son las otras.»</p>
-
-<p>Años andando, fueron Ana y María á un colegio, y Pablo, á quien don
-Juan amaba como á un hijo, comenzó á estudiar también; con lo cual el
-nervioso jurisconsulto se vió tan contrariado, solo y aburrido, que
-cerró el bufete para no abrirle más. ¡Ni el demonio podía aguantarle
-entonces! pues, para ayuda de males, su alianza con los trapisondistas
-de marras fué estrecha como nunca, y el campo de sus batallas vasto
-y revuelto á maravilla, porque los públicos acontecimientos así lo
-dispusieron.</p>
-
-<p>Pesaba la influencia de don Pedro Mortera, por hacienda y méritos
-personales de éste, sobre media comarca, es decir, tanto como la de
-don Juan de Prezanes y sus auxiliares juntos; pero, hombre sesudo y
-de buen temple, veía con hon<span class="pagenum" id="Page_69">[p.
-69]</span>da pesadumbre el uso que hacía su amigo de las huestes que
-por necesidad le seguían al combate, y á qué móviles obedecía; y
-ociosos fueron cuantos esfuerzos se tantearon para obligarle á que
-tomara parte en las batallas que iban poco á poco desorganizando y
-corrompiendo la comarca.</p>
-
-<p>&mdash;Contigo&mdash;decía el testarudo labrador á don Juan de
-Prezanes,&mdash;contigo y para hacer el bien de este pueblo, cuando
-quieras y á donde quieras. Con esos vividores intrigantes, que te están
-chupando hasta la honra, jamás.</p>
-
-<p>Entre los llamados «vividores intrigantes» contaba don Pedro Mortera
-á un señor de la villa, que había sido siempre muy amigo suyo, el cual
-señor, por hinchazones de vanidad, no tuvo reparo en ser allí delegado
-perpetuo de todos los poderes para sostener, <i>de cualquier modo</i>, la
-causa de los que le servían en tres leguas á la redonda, por lo que don
-Pedro Mortera no quiso más tratos con él, pues creía, y con fundamento,
-que son peores que los tunos sus cómplices y encubridores.</p>
-
-<p>Pues hasta este señor, don Rodrigo Calderetas (por lo demás, «gran
-persona y muy caballero»), descendió de su Olimpo en la crítica ocasión
-atrás citada, y cuando nada habían podido conseguir ruegos ni huracanes
-del jurisconsulto para tratar de sacar á don Pedro Mortera<span
-class="pagenum" id="Page_70">[p. 70]</span> de su desesperante
-retraimiento, «del cual podía depender hasta la suerte de la patria.»
-¡Á buena parte iba la «gran persona» con sensiblerías cursis! Don
-Pedro no cambió de actitud. Don Juan de Prezanes tocó el cielo con
-las manos, y el caballero de la villa le sopló al oído que su amigo y
-compadre era un desafecto á la situación, retrógrado, obscurantista...
-y <i>sospechoso</i>. Ya por entonces era moda en España tener por sospechoso
-á todo hombre formal apegado á la tranquilidad y al sosiego. Apoyó
-el dictamen de la «gran persona» todo su estado mayor, y don Juan
-de Prezanes, que en su sano juicio se pagaba muy poco de matices
-políticos, en la fiebre del despecho tragó la insinuación maliciosa, y
-no negó la posibilidad del pecado. En honor de la verdad, no por ello
-dejó de querer entrañablemente á su amigo, ni volvió á hablarle más
-del asunto de la alianza; pero la actitud impasible de don Pedro y la
-repulsa consabida, causa fueron, aunque sorda y disimulada, de muchas
-y muy repetidas desavenencias entre los dos amigos, provocadas por las
-vidriosidades del jurisconsulto.</p>
-
-<p>Pasó así mucho tiempo, y al cabo de él volvieron á Cumbrales Ana
-y María hechas dos señoritas primorosas. Desde entonces el genio
-abierto y animoso de la primera fué el bálsamo que calmó, ya que no
-llegara á curar, los desa<span class="pagenum" id="Page_71">[p.
-71]</span>brimientos y esquiveces de su padre, y el mejor lazo de unión
-entre las dos familias, tan á menudo aflojado por las intemperancias
-nerviosas de don Juan de Prezanes. Pablo, cuando se hallaba en el
-pueblo, contribuía en gran parte á aquellas reconciliaciones; pues con
-su sencilla bondad sabía llegar al alma de su padrino sin lastimarle,
-en lo cual consiste el secreto resorte con que se rigen y gobiernan
-esos temperamentos desdichados.</p>
-
-<p>Y ahora tenga el lector la bondad de pasar al capítulo siguiente,
-en el cual acabará de conocer, tratándolos de cerca, á estos dos
-personajes, y sabrá lo que ocurrió en la entrevista que, en compendio,
-refirió en la mesa don Pedro Mortera.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_rosco.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_5">
- <p><span class="pagenum" id="Page_73">[p. 73]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_tristeza.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="V. ENTRE COMPADRES">V</h2>
- <p class="subh2">ENTRE COMPADRES</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-a.jpg" alt="A adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Alto</span>, enjuto, largo
-de brazos, afilados los dedos, pequeña la cabeza, el pelo escaso y
-rubio, los ojos azules y sombreados por largas cejas, nariz puntiaguda,
-labios delgados y pálidos, y sobre el superior un bigote cerdoso,
-entrecano y sin guías, por estar escrupulosamente recortado encima de
-aquel contorno de la boca. Tal era, en lo físico, don Juan de Prezanes.
-Pulquérrimo en el vestir, jamás se hallaba una mancha en su traje,
-siempre negro y fino, escotado el chaleco, blanquísima y tersa la
-pechera de la camisa, de cuello derecho y cerrado bajo la barbilla,
-y de largos faldones la desceñida levita; traje que se ponía al
-levantarse de la cama y no se quitaba hasta el momento de acostarse.</p>
-
-<p>En tal guisa se paseaba, cuando fué su amigo á verle, desde su
-gabinete (dormitorio y des<span class="pagenum" id="Page_74">[p.
-74]</span>pacho á la vez, como lo demostraban una cama y avíos de
-limpieza en el fondo de la alcoba, y afuera una regular librería, mesa
-de escribir, sillones, etc.) hasta el extremo opuesto del contiguo
-salón, espacioso, limpio y decorosamente amueblado.</p>
-
-<p>No esperaba á su amigo, y se inmutó al verle allí. Don Pedro, como
-si nada hubiese pasado entre los dos, díjole con su aire campechano:</p>
-
-<p>&mdash;Te agradezco en el alma tu deseo de verme, y aquí estoy para
-servirte, Juan.</p>
-
-<p>Éste, sin dejar de pasearse, respondió con voz poco segura:</p>
-
-<p>&mdash;Acto es, Pedro, que me obliga y te honra; pero la verdad ante
-todo: yo no te he llamado á mi casa; te pedí una entrevista donde tú
-quisieras.</p>
-
-<p>&mdash;¿Te pesa que haya venido?</p>
-
-<p>Detúvose en su paseo el hombre que era un manojo de nervios, miró
-á su amigo y compadre con ojos que lanzaban chispas, y dijo, ronco y
-tembloroso, dándose una manotada sobre el angosto pecho:</p>
-
-<p>&mdash;¡Te juro que no!</p>
-
-<p>&mdash;Pues entonces, sobran los reparos, Juan, y, si un poco me
-apuras, toda explicación entre nosotros; porque donde habla el corazón,
-calle la boca.</p>
-
-<p>Y en esto, don Pedro, con los brazos entrea<span class="pagenum"
-id="Page_75">[p. 75]</span>biertos, cortaba el camino y seguía con la
-vista á su amigo, que había vuelto á sus agitados paseos.</p>
-
-<p>&mdash;Entiendo tu deseo y ardo en el mismo&mdash;repuso
-éste desviándose y esquivando las miradas y los brazos de su
-compadre;&mdash;pero no es tiempo todavía.</p>
-
-<p>&mdash;Pues si el corazón lo pide y Dios lo manda, ¿qué te
-detiene?&mdash;respondió don Pedro, dejando caer los brazos,
-desalentado y triste. Luégo añadió con honda amargura:&mdash;¡Parece
-mentira, Juan, que cosas tan leves nos conduzcan á situaciones tan
-graves!</p>
-
-<p>&mdash;Nada es leve para el amor propio ofendido... Somos de esa
-hechura, y no por culpa nuestra.</p>
-
-<p>&mdash;Pero tenemos una razón para domar las demasías del
-carácter.</p>
-
-<p>&mdash;Prueba es de ello que te he propuesto una reconciliación... y
-por cierto que no se te ha ocurrido á tí otro tanto.</p>
-
-<p>&mdash;De mi casa huíste sin haberte ofendido nadie en ella; te
-encerraste en la tuya y te negaste á toda comunicación con nosotros,
-que te queremos... que os queremos más que á la propia sangre.</p>
-
-<p>&mdash;Toda la vida hemos andado así, Pedro.</p>
-
-<p>&mdash;Pues esa triste experiencia me ha enseñado que el mejor
-remedio contra tus arrechuchos<span class="pagenum" id="Page_76">[p.
-76]</span> es dejar que se te pasen. Por pasado dí el último cuando me
-llamaste, y á tu lado vine con los brazos abiertos. ¿Por qué me niegas
-los tuyos?</p>
-
-<p>&mdash;Porque los reservo para después que hablemos y nos
-entendamos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Dudas de la lealtad de mi corazón?</p>
-
-<p>&mdash;Dudara antes de la del mío, Pedro; mas entra en mis intentos
-que esta avenencia que hoy deseo y te propongo, se afirme en algo más
-que en el olvido de las pequeñeces pasadas... Ven, y sentémonos.</p>
-
-<p>Entraron los dos compadres en el gabinete; sentáronse frente á
-frente con la mesa entre ambos, y dijo así don Juan, manoseando al
-mismo tiempo una plegadera de boj que halló á sus alcances:</p>
-
-<p>&mdash;Sin ciertas diferencias que nos dividen y nos separan á cada
-momento, tú y yo, en perfecta y cabal armonía, pudiéramos hacer grandes
-beneficios á Cumbrales.</p>
-
-<p>&mdash;Ese es el tema de mi eterno pleito contigo, Juan.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; pero no se trata ahora de puntillos del carácter, de la
-cual dolencia todos padecemos algo, Pedro amigo, aunque no lo creamos
-así, sino de puntos de mayor alcance y entidad; puntos en los que
-pudiéramos ir tú y yo muy acordes aun dentro de nuestras continuas
-desavenencias, verdaderas nubes de verano.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_77">[p. 77]</span></p>
-
-<p>&mdash;Sospecho á dónde vas á parar con ese preámbulo; y si las
-sospechas no mienten, el asunto es ya viejo entre los dos. De todas
-maneras, déjate de rodeos y dime en crudo qué es lo que pretendes de
-mí.</p>
-
-<p>&mdash;Viejo es, en efecto, entre nosotros dos el asunto de que
-voy á hablarte, y del cual no te he hablado años hace por respetos
-que te son notorios; pero de poco tiempo acá, ofrece el caso aspectos
-de gravedad que antes no ofrecía, y esto me obliga á quebrantar mis
-propósitos. Á la vista está que de día en día crece el encono entre los
-bandos en que están divididos este pueblo y los limítrofes.</p>
-
-<p>&mdash;Lo que á la vista salta, Juan, es que se detestan y se
-persiguen á muerte los capitanes de esos bandos. Los pobres soldados no
-hacen otra cosa que lo que se les manda ó les exige el deber... ó la
-triste necesidad.</p>
-
-<p>&mdash;Lo mismo da lo uno que lo otro.</p>
-
-<p>&mdash;Precisamente es todo lo contrario, puesto que el día en
-que los jefes dejen de ser enemigos, volverán los subalternos á ser
-hermanos.</p>
-
-<p>&mdash;Á ese fin quiero yo ir á parar, Pedro.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué camino, Juan?</p>
-
-<p>&mdash;Por el más breve y llano. Ayúdame con todas tus fuerzas en la
-batalla electoral que se prepara, y el triunfo es nuestro en todo el
-distrito.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y después?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_78">[p. 78]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Después!... ¿Quién ignora lo que sucede después de un
-triunfo en tales condiciones?</p>
-
-<p>&mdash;Tú lo ignoras, Juan, pese á tu larga experiencia.</p>
-
-<p>&mdash;Gracias por la lisonja.</p>
-
-<p>&mdash;Pues es el mejor piropo que puedo echarte en este momento. Si
-te dijera yo que el verdadero botín de esas batallas era el cebo que
-te llevaba á ellas, no creyera, como creo, que en esto, cual en otras
-muchas cosas, la pasión te ciega y el corazón te engaña.</p>
-
-<p>&mdash;¡Á mí?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, y además te vende. Y en prueba de que no me equivoco,
-voy á decirte lo que verdaderamente hoy te apura y acongoja. Desde
-que candorosamente te pusiste al servicio de ciertos amigotes de
-campanillas, tomando sus adulaciones y embustes por sinceridades, has
-luchado á su favor en esta comarca con varia fortuna, según que los
-intrigantes de por acá te han ayudado ó te han combatido. Las últimas
-campañas han sido terminadas muy á tu gusto, porque no te han faltado
-auxiliares de fama y de empuje, fuera y dentro de este municipio.
-No conozco al pormenor la actitud en que hoy se hallan tus aliados
-forasteros; pero me consta que tu vecino <i>Asaduras</i>, el enredador
-electoral más sin vergüenza de la comarca, se ha pasado al enemigo con
-armas y bagajes; y te has dicho,<span class="pagenum" id="Page_79">[p.
-79]</span> como en parecidas ocasiones: «Si Pedro me ayudara con todas
-sus fuerzas, mi triunfo era infalible; y triunfando yo, no solamente
-conseguiría el objeto principal de la batalla, sino que ponía el pie en
-el pescuezo á ese pícaro desleal.»</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿qué mal habría en ello?&mdash;exclamó aquí con voz airada
-don Juan, doblando como un espadín la plegadera entre sus dedos
-convulsos.</p>
-
-<p>&mdash;Ninguno, ciertamente&mdash;replicó don Pedro con
-entereza.&mdash;El mal está en que las cosas hayan venido á parar ahí;
-en que tú, hombre honrado, independiente, bueno y generoso, pactaras
-alianzas con esa canalla, y que entre todos hayáis convertido á
-Cumbrales en feudo desdichado de dos aventureros.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pedro!... ¡Pedro!&mdash;gritó aquí don Juan de
-Prezanes, incorporándose lívido en el sillón y haciendo crujir
-la plegadera.&mdash;¡No empecemos ya! ¡De esos á quienes llamas
-aventureros, el uno siquiera, por amigo mío, merece tu respeto!</p>
-
-<p>&mdash;¡Amigo tuyo!... ¡Merecedor de mi respeto! ¡El marqués de la
-Cuérniga, ayer traficante en reses de matadero, concursado cien veces,
-marrullero y tramposo, y de la noche á la mañana, y Dios sabe por qué,
-título de Castilla y diputado á Cortes!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Pedro!... ¡Pedro!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Amigo tuyo... porque te escribe y te adu<span
-class="pagenum" id="Page_80">[p. 80]</span>la cuando te necesita, como
-te escribía y te adulaba también el otro personaje de alquimia, el
-barón de Siete-Suelas, su digno competidor en el distrito, hoy amparado
-por el pillastre Asaduras!... ¡Amigo tuyo!... ¿En qué lo ha demostrado?
-¿Qué favores te ha hecho?</p>
-
-<p>&mdash;Cuantos le he pedido, ¡vive Dios!</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad: obra de su poder y de tu deseo son las crueles
-venganzas consumadas aquí en infelices campesinos que, al seros
-desleales en la lucha, acaso les iba en ello el pan de sus familias;
-favores suyos son también las ratas que habéis metido en la
-administración municipal, y los esfuerzos que aún se hacen para echar á
-presidio lo único honrado que en ella nos queda.</p>
-
-<p>&mdash;¡Voto á tal&mdash;rugió aquí don Juan de Prezanes (y le echó
-redondo) haciendo crujir la plegadera,&mdash;que esto ya pasa la raya
-de todas las conveniencias!</p>
-
-<p>&mdash;Á los hombres como tú, Juan&mdash;añadió don Pedro
-imperturbable,&mdash;y á los niños, hay que decirles la verdad desnuda;
-y tú eres un niño tesonudo y obcecado, porque la sensibilidad te roba
-el entendimiento, y la pasión te deslumbra. Tú no harías el daño que
-haces, pues eres bueno y honrado, si no tuvieras quien te azuzara y
-pusiera las armas en tus manos. Ni siquiera te excusa la ignorancia
-ó la perversidad de los caciques del otro tiranuelo, que á su vez
-hacen<span class="pagenum" id="Page_81">[p. 81]</span> lo mismo. ¡Lo
-mismo, Juan! porque en estos desdichados lugares, las venganzas y las
-tropelías se cometen por riguroso turno; y éste es el favor que debe
-Cumbrales á sus representantes. Ellos son los toros de la fábula; el
-distrito, el charco de pelea; y nuestros pobres convecinos, las ranas
-despachurradas. Y ¿para qué esos sacrificios incesantes? Para provecho
-y regalo de dos farsantes vividores, caídos aquí como en tierra de
-conquista. ¿Cuáles son sus títulos para representarnos en Cortes?
-¿Quién los ha llamado? ¿Quién los conoce en el distrito sino por la
-huella desastrosa que dejan á su paso por él? ¡Y quieres que yo te
-ayude en esta obra de iniquidad! ¡Y eso lo pretendes cuando la nación
-entera arde en guerras y escisiones, y hay un campo de batalla á las
-puertas de nuestros pobres hogares! ¡Nunca, Juan, nunca!</p>
-
-<p>Ya comprenderá el lector que con mucho menos que esta andanada,
-soltada á quemarropa y en mitad del pecho, había sobrado para que
-echara chispas el hombre más cachazudo, cuanto más el irritable y
-eléctrico don Juan de Prezanes. El cual, trémulo y desencajado, antes
-que su amigo dijera la última palabra, ya había convertido en hilachas
-la plegadera entre sus manos. Sudaba hieles y parecía una pila de
-rescoldo. No le cabía en la estancia; al revolverse en ella nervioso
-y desatentado como fiera en<span class="pagenum" id="Page_82">[p.
-82]</span>jaulada, tumbaba sillas á puntapiés, y con el aire de sus
-faldones agitados, volaban los papeles sueltos de la mesa. Rugió,
-golpeóse las caderas con los puños cerrados, mesóse el ralo cabello con
-las uñas, amagó apóstrofes fulminantes, injurias... hasta blasfemias,
-y ¡caso inaudito en él! ni á una sola palabra, de la tempestad de
-frases iracundas que bramaba en su pecho, dieron salida sus labios.
-Devorábalas á medida que á borbotones acudían á su boca; y aquella
-plenitud de furia comprimida, la denunciaban sus ojos inyectados de
-sangre y el temblor de todas sus fibras. Causaba espanto el bueno de
-don Juan de Prezanes. Felizmente no duró mucho tiempo la peligrosa
-crisis, porque también obra milagros la voluntad; y la del letrado de
-Cumbrales fué en aquella ocasión heróica sobremanera.</p>
-
-<p>Cuando, después de este triunfo, logró algún dominio sobre sus
-nervios desconcertados en la batalla, arrojó por la ventana la
-plegadera hecha una pelota; se enjugó el sudor con el pañuelo; dió
-algunas vueltas, relativamente sosegadas, en el gabinete, y, por
-último, se dejó caer en el sillón, apoyando los codos sobre la mesa y
-la cabeza entre las manos. Momentos después se encaró con su amigo, que
-no apartaba los ojos de él, y le dijo con voz enronquecida, pero no
-destemplada:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_83">[p. 83]</span></p>
-
-<p>&mdash;Has venido á esta casa en busca de una reconciliación
-intentada por mí, y juro á Dios que no he de darte hoy motivos de
-nuevas desavenencias, como tú no las busques. Pero conste, y muy recio,
-que si las antiguas quedan en pie, no es por culpa de tu irascible,
-irreconciliable y rencoroso amigo, sino por la tuya, manso, razonable y
-dulcísimo Pedro.</p>
-
-<p>&mdash;Por mi culpa no, Juan, puesto que no me niego ni me he negado
-jamás á una estrecha alianza contigo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si pensarás que han pecado de turbias tus recientes
-palabras?</p>
-
-<p>&mdash;El que yo me niegue á ser instrumento de cuatro intrigantes,
-no es resistirme á ayudarte con alma y vida á hacer algo bueno por el
-pueblo en que nacimos. Mas para esto es indispensable que, en lugar de
-ir yo á tu terreno, vengas tú al mío.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y cata ahí el puntillo montañés!&mdash;replicó don Juan con
-nerviosa sonrisa.&mdash;¡Ay, Pedro, qué ciego es quien no ve por tela
-de cedazo!</p>
-
-<p>&mdash;Juzga lo que quieras, Juan, de mis intenciones: á mí me
-basta saber que son honradas; pero entiende que no lucharé jamás á tu
-lado, sino para exterminar de Cumbrales á esos intrusos tiranuelos;
-empresa tan fácil como necesaria y benéfica. Cien veces te lo he dicho:
-unámonos para arrancar la administración de<span class="pagenum"
-id="Page_84">[p. 84]</span> este pueblo de las manos en que anda
-años hace; entreguémosla á los hombres de bien; hagamos porque no
-lleguen á pleito las cuestiones del lugar, y fállense en terreno á
-donde no alcance la mano del Estado ni se dejen sentir influjos de la
-política; guerra á muerte á los caciques, si alguno queda rezagado
-entre nosotros; y cuando por este camino llegue Cumbrales á ser dueño
-absoluto de lo que en justicia le pertenece, yo mismo abriré sus
-puertas á los merodeadores. La posesión de sí mismos hace cautos á los
-hombres; y si alguno es tan inocente que aun con los ojos abiertos cae
-en las redes tendidas, quéjese de su torpeza, pero no de su desamparo.
-Muy necio tiene que ser el que desconozca que le engaña quien se le
-brinda con el remedio de todos sus males, como charlatán de feria, para
-desempeñar un cargo que, ejercido á conciencia, más es cruz de suplicio
-que ocasión de prosperidades. ¿Crees, Juan, que, pensando así, puedo
-rechazar tus planes por la pueril satisfacción de que tu aceptes los
-míos?</p>
-
-<p>&mdash;Puedo creer... creo, que te ciega una pasión, como tú crees
-que otra me ciega á mí. ¡Vaya usted á saber quién de los dos es el más
-apasionado!</p>
-
-<p>&mdash;Aunque así sea y no valgan nada las razones que me has oído,
-mi ceguedad no daña á nadie.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_85">[p. 85]</span></p>
-
-<p>&mdash;Lo cual quiere decir que la mía es muy nociva.</p>
-
-<p>&mdash;Te he demostrado que sí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mira, Pedro, que no se dispone dos veces de la paciencia!</p>
-
-<p>&mdash;No he sacado yo á relucir este asunto malhadado. Tú me has
-impuesto mi complicidad en vuestros planes, como condición de nuestras
-paces alteradas por una chapucería. Yo no he hecho otra cosa que
-responderte.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hiriéndome en lo más vivo!</p>
-
-<p>&mdash;Así se receta contra las malas costumbres, Juan; y esa en
-que estás encenagado por una aberración de tu buen sentido, es causa
-perenne de grandes desdichas para cuantos te rodean. Mi deber es
-decirte la verdad, y te la digo.</p>
-
-<p>Por algo decía don Juan de Prezanes que no se dispone de la
-paciencia dos veces seguidas. Yo soy de su parecer, y además creo que á
-los hombres del temperamento del abogado de Cumbrales, no les conviene
-tragar la ira cuando esta mala pasión forcejea en sus pechos y busca
-las válvulas de escape; porque no hay ejemplo de que esta metralla
-haya llegado á digerirse en ningún estómago, por recio que sea; y
-puesto que es de necesidad el desahogo, preferible es que éste ocurra
-á tiempo y sazón, á que acontezca fuera de toda oportunidad, como en
-el presente caso. El irascible jurisconsulto,<span class="pagenum"
-id="Page_86">[p. 86]</span> que había conseguido dominar la furia de su
-temperamento irritado cuando su compadre le puso á bajar de un burro,
-perdió los estribos y dió en los mayores extremos de insensatez, por
-una bagatela; por aquello de las «malas costumbres.»</p>
-
-<p>Oyólo el desdichado, clavando las uñas en el tablero de la mesa y
-los ojos chispeantes en los impávidos de su compadre, que bien pudiera
-no haber pegado tan fuerte.</p>
-
-<p>&mdash;¡Malas costumbres!... ¡encenagado en ellas!&mdash;repetía
-don Juan con voz cavernosa, y los pelos de punta y la faz
-desencajada.&mdash;¡Y, sin embargo, yo soy el díscolo, y el procaz, y
-el quisquilloso, y el descomedido!... ¡y tú el varón justo y prudente
-y sabio... el caballero sin tacha! ¡Ira de Dios! ¡Malas costumbres!
-¡Encenagado en ellas!&mdash;tornó á repetir, entre roncos bramidos,
-mientras se incorporaba derribando el sillón y se hacía pedazos en
-el suelo una salbadera de vidrio.&mdash;¡Y eso me lo vienes á decir
-á mi casa, cuando te brindo en ella con la paz!... Y ¿quién eres tú?
-¿qué títulos, qué poderes son los que tienes para atreverte á tanto,
-hipócrita, mal amigo! Si lo que te propongo no te agrada, confórmate
-con no aceptarlo; ¡pero no me injuries, no me hieras! ¿Ó tienen
-razón los que me dicen que eres de la cepa de los tiranos?... ¡Sí,
-vive Dios! Cuando late en el pecho un corazón<span class="pagenum"
-id="Page_87">[p. 87]</span> honrado y se sienten en él los dolores
-ajenos, no se dan las puñaladas, no se ultraja á nadie á sangre fría,
-como tú me has herido y ultrajado hoy... y ayer, y siempre... ¡bárbaro!
-¡Y quieres paz y buscas la armonía! ¿Cómo han de ser duraderas entre
-nosotros, si los más nobles impulsos de mi corazón se estrellan siempre
-contra tu intolerancia brutal! Porque me odias, porque me detestas. Y
-me odias y me detestas, porque soy mejor que tú, porque valgo más que
-tú; y valgo más que tú, ¡porque en una sola fibra de mi corazón hay
-más nobleza que en todo tu sér, henchido de soberbia, de vanidad y de
-hipocresía!</p>
-
-<p>Ni una palabra dura respondió don Pedro Mortera á esta primera
-explosión de ira de su compadre; pero éste nunca se colocaba en tales
-alturas sin despeñarse después, ciego y loco, entre torbellinos de
-improperios y desvergüenzas. ¡Qué cosas dijo á su impasible amigo!
-Porque una vez enredado en aquella infernal batalla, ya no reñía sólo
-por el punto en cuestión: en la mente volcánica del jurisconsulto
-fueron eslabonándose recuerdos de supuestos agravios, hasta los
-más remotos del tiempo de su niñez; y caldeados al fuego de su ira
-diabólica, arrojábalos en palabras, como lava de un cráter y en
-testimonio de una vida de abnegaciones y martirios.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_88">[p. 88]</span></p>
-
-<p>Trazas llevaba de no cesar la erupción en todo el día, cuando se
-presentó Ana despavorida y presurosa porque había oído las voces
-desde el corral. ¡Empresa peliaguda fué para la joven hacerse oir de
-su padre, desconcertado, lloroso y balbuciente! Pero lo consiguió al
-fin. Dueña de aquella brecha, minó con el arte de su larga y triste
-experiencia, y supo llegar hasta el corazón del pobre hombre, que acabó
-de rendir todos sus bríos á los halagos de su hija.</p>
-
-<p>Entonces volvió don Pedro á ofrecerle sus brazos.</p>
-
-<p>&mdash;Si te ofendieron&mdash;le dijo&mdash;algunas de mis palabras,
-sin tal intento salidas de mis labios, harto te han vengado las que
-después me has dirigido. De todas suertes, yo te las perdono con
-todo mi corazón. Jamás de él te he arrojado, en él vives; lee en el
-tuyo, Juan, y acábense de una vez para siempre estas reyertas que nos
-matan.</p>
-
-<p>Don Juan de Prezanes, desfogadas ya sus iras, estaba más para
-sentir que para hablar; y tal vez á esta excusa se agarró su genio
-quisquilloso para no dar el brazo á torcer todavía, aunque Dios sabe si
-en el fondo del alma lo deseaba.</p>
-
-<p>Así lo comprendió Ana; y mientras su padre se sentaba desfallecido
-y pálido, hizo una seña á su padrino, y díjole al mismo tiempo en voz
-alta:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_89">[p. 89]</span></p>
-
-<p>&mdash;Este asunto corre ya de mi cuenta; y bien sabe mi padre que
-yo nunca dejo las cosas á medio hacer.</p>
-
-<p>Con esto, se volvió á consolar al atribulado, y salió don Pedro
-Mortera, harto más pesaroso que complacido.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_monos.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_6">
- <p><span class="pagenum" id="Page_91">[p. 91]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_orejas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="VI. DON VALENTÍN">VI</h2>
- <p class="subh2">DON VALENTÍN</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">La casa</span> á que llegó
-don Baldomero después de separarse de Pablo, estaba situada en lo más
-desabrigado, al vendaval de la barriada de la Iglesia. Era grande y
-vieja, sin portalada; con una accesoria, que en mejores tiempos había
-cumplido altos destinos, á un costado; al opuesto un nogal medio
-podrido, y en la trasera un huerto lóbrego.</p>
-
-<p>¡Qué tristes son en una aldea esos viejos testimonios de fenecidas
-prosperidades campestres! Tristes, porque al contemplarlos los ojos del
-sentimiento, más que las piezas herrumbrosas y dislocadas que tienen
-delante, ven la máquina activa que ya no existe. ¡Cuánto más alegre la
-miserable choza entre laureles y zarzas, con el becerrillo atado al
-tosco pesebre y una<span class="pagenum" id="Page_92">[p. 92]</span>
-pollada picoteando en las goteras del corral, que el silencioso
-palación de abolengo, con las cuadras enjutas y encanecidas por desuso,
-y el pajar en esqueleto! La primera es la vida risueña, que no está
-reñida con la pobreza; el segundo es la muerte, ó, cuando menos, la
-decrepitud con todos sus achaques, tristezas y desalientos.</p>
-
-<p>Tal aspecto ofrecía la casa de que vamos hablando.</p>
-
-<p>Abrió don Baldomero el entornado portón del estragal, y tomó
-escalera arriba por una de peldaños que yesca parecían por lo
-carcomidos y esponjosos. Ya en el piso, entró en un salón de negro
-tillo de viejísimo castaño abarquillado y con jibas; el techo era
-de viguetería pintada de barro amarillo, y de las no muy blancas
-paredes pendían un retrato de Espartero, en lugar preferente, y en los
-secundarios una Virgen de las Caldas y un plano de Jerusalén; todas
-estas estampas en marcos con chapa de caoba, deslucida por el polvo de
-los años y la incuria de sus dueños.</p>
-
-<p>Á lo largo de aquel salón, gesticulando y hablando solo al mismo
-tiempo, paseábase un hombre no muy alto, seco, moreno verdoso y algo
-encorvado; pero ágil todavía, á pesar de sus muchos años. Comenzando
-á describirle por la cúspide, pues no había un punto en todo él de
-desperdicio para el dibujante, digo que la te<span class="pagenum"
-id="Page_93">[p. 93]</span>nía coronada por un sombrero de copa alta,
-con funda de hule negro; seguía al sombrero una cara pequeñita y
-rugosa, cuyos detalles más notables eran los ojos verdes y chispeantes,
-como los del gato; las cejas blancas y erizadas; la nariz un poco
-remangada y gruesa, y debajo, á plomo de las ventanillas, sobre una
-boca desdentada, dos mechas cerdosas, separadas entre sí, formando lo
-que se llama, vulgar y gráficamente, <i>bigote de pábilos</i>. Las quijadas
-y la barbilla sustentábanse en las duras láminas de un corbatín militar
-de terciopelo raído, dentro de las que se movía el flácido pescuezo,
-como el del grillo entre su coraza. Vestía el singular personaje
-pantalón de color de hoja seca, corto y angosto de perneras y con
-pretina de trampa; chaleco azul, cerrado, con una fila de botones
-de metal amarillo, hasta la garganta, y, por último, casaquín, de
-cuello derecho, con narices en los arranques de las aletas traseras,
-ó faldones rudimentarios, prenda que fué muy usada, hasta no há mucho
-tiempo, en la Montaña, por los señores de aldea. El de quien vamos
-hablando no se la quitaba de encima jamás, acaso por los vislumbres
-marciales que despedía, combinada con estudio con el chaleco cerrado,
-el corbatín de terciopelo y el sombrero con funda.</p>
-
-<p>Ya habrá adivinado el lector que se trata del héroe de Luchana, don
-Valentín Gutiérrez de<span class="pagenum" id="Page_94">[p. 94]</span>
-la Pernía, de quien nos ha dado algunas noticias su hijo don Baldomero,
-en el banco de la Cajigona.</p>
-
-<p>No se cruzó un triste saludo, y estoy por asegurar que ni una
-mirada, entre uno y otro personaje; pero movidos ambos de un mismo
-pensamiento, acercáronse á una mesa que estaba arrimada á la pared y
-con una de sus alas levantada. Sobre el menguado y no limpio mantel,
-tendido encima, había una botella, dos vasos, otros tantos platos
-con los correspondientes cubiertos (de peltre, si no mentían las
-apariencias), una escudilla sobre cada plato, un cuchillo de mango
-negro, y como dos libras de pan en media hogaza, no de flor ni del día.
-Ni don Valentín se quitó el sombrero forrado de hule, ni su hijo el
-hongo roñoso; y no había cesado aún el clamoroso crujir de las sillas
-arrastradas sobre el áspero suelo, cuando se llegó á la mesa, á mucho
-andar, una mocetona desgreñada y en soletos, con una tartera de barro
-entre las manos, y en la tartera la olla humeante y lacrimosa.</p>
-
-<p>Arrimándose la moza á don Valentín, acomodó la cobertera de modo que
-no quedara más que un resquicio en la boca del ollón; entornóle sobre
-la escudilla, y la llenó de caldo, soplando al mismo tiempo y sin cesar
-la escanciadora, para que torcieran su rumbo los cálidos vapo<span
-class="pagenum" id="Page_95">[p. 95]</span>res que subían en espesa
-columna vertical. Cuando hubo hecho lo mismo al lado de don Baldomero,
-puso la olla sobre la tartera en el centro de la mesa, y se largó á
-buen paso hacia la cocina, como diciendo:&mdash;Ahí queda eso, y allá
-os las compongáis.</p>
-
-<p>Y no se las compusieron del todo mal los dos comensales. Por de
-pronto, partieron sendas rebanadas de pan; luégo las subdividieron en
-transparentes lonjas que remojaron en el caldo de las escudillas, y,
-por último, se tomaron la sopa resultante, que á néctar debió saberles,
-por lo que la pulsearon antes de paladearla. Tras este refuerzo al
-desmayado estómago, un trago de vino y dos castañeteos de lengua, don
-Valentín volcó la olla en la tartera, que encogollada quedó de potaje,
-sobre el cual cayeron, en las tres últimas y acompasadas sacudidas
-que al cacharro dió el héroe, sabedor de lo que dentro había y no
-acababa de salir, dos piltrafas de carne y una buena ración de tocino.
-Sirviéronse y engulleron copiosa cantidad de bazofia, y, tras ella,
-casi todo el tocino. De carne, no quedó hebra.</p>
-
-<p>Ni una palabra se había cruzado todavía entre el padre y el hijo,
-hasta que, limpios los respectivos platos y apurados por tercera
-vez los vasos, dijo don Valentín, tras un par de chupetones á los
-pábilos del bigote, y arrojando<span class="pagenum" id="Page_96">[p.
-96]</span> sobre la mesa una llave que guardaba en el bolsillo de su
-chaleco:</p>
-
-<p>&mdash;Sácalo tú.</p>
-
-<p>Y con ella en la mano, fuése don Baldomero á una alacena que en el
-mismo salón había, embutida en la pared, y tomó de sus negras entrañas
-un plato desportillado que contenía como hasta tres cuarterones de
-queso pasiego, duro y con ojos, señal de que ni era fresco ni era
-bueno.</p>
-
-<p>Antes de hincar en él las mandíbulas (pues es averiguado que,
-desde mucho atrás, no quedaban en ella ni raigones), exclamó el
-veterano, entre iracundo y plañidero, y como si continuara una serie no
-interrumpida de graves meditaciones:</p>
-
-<p>&mdash;En verdad te digo que el hombre degenera de día en día, y que
-se acaban por instantes aquellas virtudes que hicieron del español, en
-otros tiempos, el modelo de los caballeros sin tacha. Ya no hay fe en
-los principios, ni verdadero amor á la patria, ni entusiasmo por la
-libertad.</p>
-
-<p>Don Baldomero tragaba y sorbía, y nada respondió á su padre. ¡Estaba
-tan hecho á oirle cantar aquella sonata!</p>
-
-<p>Don Valentín, mientras paladeaba el primer trozo de queso que se
-había llevado á la boca en la punta del cuchillo, continuó así:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_97">[p. 97]</span></p>
-
-<p>&mdash;Digo y sostengo que no es de liberales de buena casta
-regalarse el cuerpo como nosotros, ni comer pan á manteles, mientras el
-faccioso tremola en el campo el negro pendón de la tiranía. ¿No es esto
-el evangelio?</p>
-
-<p>&mdash;Bien podrá ser&mdash;respondió el otro, mascando á dos
-carrillos;&mdash;pero paréceme á mí que tendría más fuerza de verdad
-predicado antes de comer.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres decirme&mdash;saltó don Valentín,&mdash;que también
-yo me duermo en las delicias de Capua? ¿Quieres darme á entender,
-hombre sin vigor ni patriotismo, que no sé predicar con el ejemplo?
-Pues chasco te llevas, que, aunque viejo, todavía arde en mis venas la
-sangre que triunfó en Luchana; y bien sabes tú que si esta mano rugosa
-no esgrime el hierro centelleante en el campo del honor, no es culpa
-mía, sino de la raza afeminada y cobarde que me rodea y me oye, y se
-encoge de hombros, y se ríe de mi ardimiento, y se burla de los ayes de
-la patria roída por el cáncer del absolutismo.</p>
-
-<p>Aquí don Valentín, devorando el último de los pedazos en que había
-dividido su ración de queso, arrastró hacia el centro de la mesa el
-plato que tenía delante; y después de beber de un sorbo, temblándole
-la mano y la barbilla, el tinto que en su vaso quedaba, y de plantarle
-vacío y con estruendo sobre el mantel, conti<span class="pagenum"
-id="Page_98">[p. 98]</span>nuó de este modo, llevando la diestra al
-bolsillo interior del casaquín:</p>
-
-<p>&mdash;Pero yo no he de faltar á mi deber, aunque el mundo entero
-prevarique y toda carne corrompa su camino; yo he de insistir, mientras
-aliento tenga, en que cada cual ocupe su puesto y lleve su ofrenda al
-templo de la libertad. Soy hijo del siglo; he bebido su esencia; me
-he amamantado en sus progresos (al hablar así reapareció su diestra
-empuñando una petaca de suela y un rollo de hojas de maíz); y si hay
-hombres á quienes ofende la luz de nuestras conquistas y seduce la
-parsimonia estúpida de los viejos procedimientos, yo no soy de esos
-hombres.</p>
-
-<p>No afirmaré que lo hiciera en demostración de su aserto; pero es la
-verdad que, mientras tales cosas decía, raspaba con su cortaplumas una
-de las hojas de maíz por ambas caras, y la recortaba cuidadosamente
-hasta dejarla reducida al tamaño de un papel de cigarro. Púsose á liar
-uno, y en tanto, seguía declamando de esta suerte:</p>
-
-<p>&mdash;No hay modo de convencer á estos zafios destripaterrones, de
-que la ley del progreso impone deberes, lo mismo que la ley de Dios...
-Y el progreso es fruto natural de la libertad, y la libertad padece
-persecuciones en el presente momento histórico... y el honor de los
-padres<span class="pagenum" id="Page_99">[p. 99]</span> es el honor de
-los hijos; y donde padece la libertad, sufre el progreso; y si muere
-la una, acábase el otro... Pero la libertad es inmortal, porque Dios
-puso el sentimiento de ella en el corazón de los hombres; y siendo la
-libertad inmortal, el progreso no puede morir; pero pueden padecer...
-padecen ¡vive Dios! padecen; y padecen desdoro, porque el perjuro,
-el vencido en Luchana, los combate otra vez; y por el solo hecho de
-combatirlos, los afrenta... y el campo de batalla está á las puertas
-de nuestros hogares indefensos; indefensos, porque no hay patriotismo
-en ellos; y porque no le hay, se desoye mi voz que le invoca á cada
-instante, y sin cesar llama á la lid contra el pérfido... Pero yo no
-cejaré en mi empresa; yo levantaré el honor de Cumbrales peleando solo
-contra el tirano, si solo me dejan al frente de él, cuando profane
-este suelo con su planta inmunda. La muerte de un hombre libre lava la
-ignominia de un pueblo de esclavos. ¡Infelices! Ignoran que, en las
-corrientes del progreso, quien no va con ellas es arrollado y deshecho.
-Por eso mi voz es desoída aquí... por eso, en cuanto á los más, costra
-grosera del pobre terruño; y en cuanto á los menos, ¿qué excusa podrá
-salvarlos cuando la patria les pida cuenta de su conducta sospechosa?
-Sospechosa, sí, porque no todo es trigo limpio en Cumbrales,<span
-class="pagenum" id="Page_100">[p. 100]</span> ¡vive el invicto Duque!
-Aquí también hay fósiles de los tiempos bárbaros; seres incomprensibles
-para quienes el tiempo no pasa, ni instruye, ni reforma, ni inventa, ni
-demuele. ¿En qué se conocería que vivimos en el siglo de la luz y del
-progreso, si ellos fueran los llamados á dirigir las corrientes de las
-ideas; si junto á esa raza obscurantista y retrógrada, no se alzara la
-de los hombres como yo?</p>
-
-<p>Cuando hubo dicho esto y liado el cigarro, púsole en la boca,
-restregóse las palmas de las manos para sacudir el polvillo del tabaco
-adherido á ellas, y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:</p>
-
-<p>&mdash;¡Sidora!... ¡la chofeta!</p>
-
-<p>Y Sidora acudió con la única que debía quedar en el siglo; venerable
-joya de metal de velones, con sus dos mangos torneados, tintos en
-almazarrón.</p>
-
-<p>Dejó la moza el braserillo clásico sobre la mesa, y marchóse,
-llevándose la olla vacía y la tartera con las sobras del potaje; y como
-ya no había qué comer ni qué beber á sus alcances, don Baldomero cogió
-la petaca de su padre, tomó de ella el tabaco necesario, y sin replicar
-ni siquiera prestar atención á lo que el veterano iba diciendo, hizo
-un cigarro con papel de su propio librillo, encendióle en las ascuas
-mortecinas de la chofeta, y comenzó á fumarle<span class="pagenum"
-id="Page_101">[p. 101]</span> muy sosegadamente, entre eructos y
-carraspeos.</p>
-
-<p>Don Valentín continuó un buen rato todavía declamando contra la
-poca fe liberal de los tiempos, hasta que reparó en su hijo, de quien
-se había olvidado en el calor de su fiebre patriótica; y al verle
-dormilento y distraído, alzóse de la silla, y díjole en tono admirativo
-y corajudo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Hombre, parece mentira que seas sangre de mi sangre, y
-que no se te despierte ese espíritu holgazán... por respeto siquiera
-al nombre que llevas y que, en mal hora, te pusieron en la pila, en
-memoria del héroe ilustre con quien vencí en Luchana! ¡Sorda y ciega
-sea esta imagen de él que nos preside; que á trueque de que no vea lo
-que eres ni oiga lo que te digo, consiento en que ignore la fe que le
-guardo y el altar que tiene en mi corazón!</p>
-
-<p>Por toda réplica, y mientras don Valentín miraba el retrato,
-descubriéndose la cabeza calva, su hijo hundió los brazos en los
-bolsillos del pantalón, estiró las piernas debajo de la mesa, cargó el
-tronco sobre el respaldo hasta dar con éste y con la nuca en la pared,
-y así se quedó, arrojando por las narices el humo de la colilla que
-tenía entre los labios.</p>
-
-<p>El veterano le miró con ira despreciativa; volvió á cubrirse la
-cabeza, y salió á cumplir<span class="pagenum" id="Page_102">[p.
-102]</span> con lo que él llamaba su deber, después de empuñar un
-grueso roten, que estaba arrimado á la pared en un rincón de la
-sala.</p>
-
-<p>Momentos después roncaba don Baldomero con la apagada punta del
-cigarro pegada al labio inferior.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_cara.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_7">
- <p><span class="pagenum" id="Page_103">[p. 103]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_ojos.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="VII. MÁS ACTORES">VII</h2>
- <p class="subh2">MÁS ACTORES</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-d.jpg" alt="D adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">De una</span> persona que
-tiene estrabismo, dicen las gentes aldeanas de por acá que <i>enguirla</i>
-los ojos, ó simplemente que enguirla; y se llama la acción y efecto de
-enguirlar, <i>enguirle</i>. Ahora bien: Juan Garojos, hombre bien acomodado,
-trabajador, de sanas y honradas costumbres, alegre de genio y con sus
-puntas de socarrón, era un poco bizco; y como en esta tierra, lo mismo
-que en otras muchas, no bien se columbra el defecto en una persona,
-ya tiene ésta el mote encima, á Juan, desde que andaba á la escuela,
-dieron en llamarle Juan <i>Enguirla</i>; algunos, Juan <i>Enguirle</i>, y todos,
-al cabo de los años, <i>Juanguirle</i>, con el cual nombre se quedó por
-todos los días de su vida.</p>
-
-<p>Pues este Juanguirle, un poco bizco, bien acomodado, honradote,
-chancero y socarrón, más<span class="pagenum" id="Page_104">[p.
-104]</span> cercano á los sesenta que al medio siglo, y alcalde de
-Cumbrales al ocurrir los sucesos que vamos relatando, hallábase en el
-portal de su casa, de las mejores del lugar entre las de labranza,
-con cercado <i>solar</i> enfrente, para lo tocante á forrajes y legumbres
-en las correspondientes estaciones, sin perjuicio de la cosecha del
-maíz á su tiempo (pues á todo se presta la tierra bien administrada,
-máxime si amparan sus frutos contra las injurias y demasías del
-procomún, cercados firmes y el ojo del amo, alerta y vigilante), y el
-corral bien provisto de rozo y junco para las <i>camas</i>, y de matas y
-tueros para el hogar la socarreña accesoria, capaz también del carro
-y su armadura de quita y pon, la sarzuela y los adrales, un tosco
-banco de carpintería, el rastro y el ariego y muchos trastos más del
-oficio, que no quiero apuntar porque no digan que peco de minucioso,
-aunque tengo para mí que, en esto de pintar con verdad, y, por ende,
-con arte, no debe omitirse detalle que no huelgue, por lo cual he de
-añadir, aunque añadiéndolo quebrante aquel propósito, que debajo de
-la <i>pértiga</i> dormitaba un perrazo de los llamados <i>de pastor</i>, blanco
-con grandes manchas negras, y que en el corral andaba desparramado un
-copioso averío, buscándose la vida á picotazos sobre el terreno que
-escarbaba.</p>
-
-<p>Volviendo á Juanguirle, añado que estaba en<span class="pagenum"
-id="Page_105">[p. 105]</span> mangas de camisa, canturriando unas
-seguidillas á media voz, pero desentonada, mientras pulía el asta que
-acababa de echar á un dalle; obra de prueba que pocos labradores son
-capaces de ejecutar debidamente. Raspaba el hombre con su navaja donde
-quiera que sus ojos veían una veta sobresaliendo, y luégo aproximaba
-á sus ojos la más cercana extremidad del asta; y tocando el <i>pie</i> del
-dalle en el suelo, enfilaba una visual por los dos puntos extremos; y
-vuelta después á raspar, y vuelta á las visuales, y vuelta también á
-probar su obra, empuñando las <i>manillas</i> y haciendo que segaba.</p>
-
-<p>Cuando se convenció de que el asta no tenía pero, echó una
-seguidilla casi por todo lo alto; y acabándola estaba en un calderón
-mal sostenido, cuando el perro comenzó á gruñir sin levantarse, y se le
-presentó delante don Valentín Gutiérrez de la Pernía. Saludó al alcalde
-en pocas palabras, y en otras tantas, pero regocijadas y en solfa, fué
-respondido.</p>
-
-<p>&mdash;Le esperaba á usté hoy, señor don Valentín,&mdash;díjole en
-seguida Juanguirle, volviendo á retocar el asta aquí y allá con la
-navaja.</p>
-
-<p>&mdash;Eso quiere decir que llego á tiempo&mdash;contestó el
-otro.&mdash;Y ¿por qué me esperabas hoy?</p>
-
-<p>&mdash;Porque, salva la comparanza, es usté como el rayo: tan aína
-truena, ya está él encima.</p>
-
-<p>&mdash;Luego ¿ha tronado hoy, á tu entender?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_106">[p. 106]</span></p>
-
-<p>&mdash;Y recio, ¡voto al chápiro verde! Y muy recio, señor don
-Valentín; ¡tan recio como no ha tronado en todo el año! Desde que
-me levanté y fué antes que el sol, no he oído otra cosa en todo el
-santo día... Como que si uno fuera á creerlo según suena, cosa era de
-encomendarse á Dios. El <i>menistro</i> (con perdón de usté) que fué con
-un oficio mío á Praducos, por lo resultante de los ultrajes de ellos
-en el monte de acá, entendió que le cortaban el andar; y, por venirse
-por atajos y despeñaderos, llegó sin resuello y aticuenta que pidiendo
-la unción. De la pasiega no se diga, que hasta el cuévano trajo esta
-mañana encogollado de supuestos al respetive, y entre ésta y el otro,
-y el de aquí y el de allá, que lo corren y avientan, y que dale y que
-tumba y que así ha de ser, hasta los pájaros del aire cantan hoy la
-mesma solfa. De modo y manera que yo me dije: ó don Valentín es sordo,
-ó no tarda en darse una vuelta por acá, al auto de lo de costumbre.</p>
-
-<p>&mdash;En efecto&mdash;respondió don Valentín:&mdash;en día estamos
-de grandes noticias; y esto me hace creer que no te hallaré, como otras
-veces, mano sobre mano.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mano sobre mano, voto á briosbaco y balillo!... ¿Y esto que
-tengo entre ellas? ¿Parécele á usté muestra de gandulería? Antayer era
-castaño de pie, que se curaba en el sarzo del des<span class="pagenum"
-id="Page_107">[p. 107]</span>ván; hoy está donde usté le ve, con el
-pulimento del caso. ¡Y que vengan los más amañantes del lugar y le
-pongan peros! Esto no es echar cambas, señor don Valentín, á golpe de
-mazo y corte usté por donde quiera: esto es obra fina, de espiga y
-mortaja... y punto menos que sin herramienta, porque de un clavijón
-hice un vedano á fuerza de puño.</p>
-
-<p>&mdash;Ya sé que te pintas solo para lo tocante al oficio; pero
-yo no vengo hoy á visitar á Juan Garojos, sino al señor alcalde de
-Cumbrales, para preguntarle qué medidas ha tomado en vista de las
-noticias que corren.</p>
-
-<p>&mdash;Pues el alcalde de Cumbrales, señor don Valentín, cumple con
-su deber.</p>
-
-<p>&mdash;¿De qué modo?</p>
-
-<p>&mdash;Dejando esas cosas como Dios las dispone, y no metiéndose en
-andaduras que pueden costarle al pueblo muchos coscorrones. Ya sabe
-usté que es viejo mi pensar al respetive.</p>
-
-<p>&mdash;Pues para ese viaje no necesitábamos alforjas, mira.</p>
-
-<p>&mdash;En las que yo le he pedido á usté me ajoguen, señor don
-Valentín. Y, por último, usté, que no piensa en otra cosa, debe de
-saber lo que hay que hacer, lo que puede hacerse, y hasta cómo se
-hace.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eso pido, Juan, eso pido! Pero ¿quién me oye? ¿quién me
-ayuda? ¿quién me sigue?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_108">[p. 108]</span></p>
-
-<p>&mdash;Pero usté, y vamos por partes, ¿qué es lo que teme?</p>
-
-<p>&mdash;¡Que vengan!... ¡que entren!</p>
-
-<p>&mdash;¡Que vengan!... ¡que entren! Pues tal día hará un año.
-¡Vea usté qué ajogo! Por aquí entrarán y por allí saldrán... ú
-<i>viste-berza</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bravo, señor alcalde! ¿Y el honor? ¿y el deber?</p>
-
-<p>&mdash;El honor y el deber á salvo quedan, señor don Valentín;
-que naide está obligado á imposibles que rayan en locuras; y locura
-fuera, y hasta tentar á Dios, lo que usté pretende. Dejándolos venir,
-cuestión será de quitarles el hambre y abrirles el pajar para que se
-tiendan y maten el cansancio; pero cerrarles el paso es abrirnos todos
-la sepultura en los escombros del lugar. Con que tonto será quien al
-escoger se engañe.</p>
-
-<p>&mdash;¡Que así se exprese la primera autoridad del pueblo!... ¡el
-representante del gobierno constituído!</p>
-
-<p>&mdash;La primera autoridad del pueblo ha cumplido con la ley
-dando los hombres que se le han pedido. Allá está la flor y nata de
-Cumbrales: parte de ella no volverá. Al rey serví en su día; y si hoy
-tengo el hijo en casa, buen por qué me cuesta. ¿Qué más quieren? ¿qué
-más debo? ¿Mando, por si acaso, en alguna plaza fuerte? ¿Son quiénes
-cuatro viejos y un<span class="pagenum" id="Page_109">[p. 109]</span>
-puñado de mozos que los amparan por deber natural, y sin más armas que
-el horcón y las trentes, para hacer cara á quien tiene la guerra por
-oficio?</p>
-
-<p>&mdash;Cuando la libertad peligra, señor alcalde, no se cuentan los
-enemigos... ¡Numancia!... ¡Zaragoza!</p>
-
-<p>&mdash;Mire usté, don Valentín, no entiendo mayormente de historias;
-pero en lo tocante á tener ó no cada uno el alma en su lugar, que venga
-el moro ú que vuelva el francés... y hablaremos. Hoy por hoy, en saldo
-y finiquito, hermanos somos todos; la mesma lengua hablamos; á un mesmo
-Dios tememos...</p>
-
-<p>&mdash;Juan, no están tus entendederas en armonía con la gravedad de
-los acontecimientos ni con el valor de mis advertencias patrióticas;
-pero habiéndote en el único lenguaje que penetras, te diré que al
-son que me toquen he de bailar; como os portéis conmigo ahora, he de
-portarme con vosotros mañana. No tardará en presentarse una ocasión
-en que el parecer de uno solo valga más que la conformidad de todos
-los restantes del pueblo. Ese parecer puede ser el mío: acuérdate del
-año pasado. Asaduras fué el causante del conflicto, que, al cabo, se
-conjuró; pero yo no soy Asaduras, ni estoy, como él, supeditado á nadie
-que me obligue á desdecirme cuando una vez empeño mi palabra.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_110">[p. 110]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Lo dice usté por el caso de la derrota?</p>
-
-<p>&mdash;Por eso mismo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah! señor don Valentín, usté no tiene punto de comparanza
-con Asaduras, y no se meterá usté donde él se metió sin qué ni para
-qué. Además, usté no es labrador ni ganadero.</p>
-
-<p>&mdash;Pero lo son mis aparceros y colonos.</p>
-
-<p>&mdash;No es igual; pero aunque lo fuera, ya nos entenderíamos, que
-usté no es hombre que intente el daño del vecino sólo por el aquél de
-hacerle.</p>
-
-<p>&mdash;¡Verás qué chasco te llevas, Juan!</p>
-
-<p>&mdash;Que no me le llevo, señor don Valentín. ¡Si le conoceré
-yo á usté! Además, en lo tocante á lo solicitado por usté, todo lo
-respondido por mí es pura chanza y fantesía de palabra... Si esa
-libertad llega á verse aquí en trance de muerte, ya sabremos sacarla
-avante. Para eso nos bastamos usté y yo, y á todo tirar, Asaduras y
-Resquemín. Uno en este portillo, dos en el de más allá y el otro en el
-campanario... ¡pin! ¡pan! ¡pun! cuatro tiros hacia aquí, cuatro hacia
-allí, boca abajo el faicioso... y se acabó la guerra.</p>
-
-<p>Como si le hubiera picado un tábano, salió corralada afuera don
-Valentín al oir estas palabras de Juanguirle. Celebró éste con fuertes
-risotadas el efecto de su chanza, y continuó raspando el asta del
-dalle.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_111">[p. 111]</span></p>
-
-<p>En esto salió del cuarto del portal, pieza de carácter en las
-casas montañesas, un mozo como un trinquete: recién peinado, bien
-vestido, aunque no de gala, y con los zapatos, sobre medias de color,
-ajustados al empeine con cordones verdes. No tenía tacha el mancebo,
-en lo tocante á lo físico: buena estatura, hermosa cabeza y artística
-corrección en las demás partes de su cuerpo; pero en el modo de llevar
-el sombrero, en lo artificioso del peinado y en la forzada rigidez de
-sus miembros al moverse dentro del vestido del cual parecía esclavo más
-que dueño, muestras daba de ser, con exceso, presumido y fachendoso.</p>
-
-<p>&mdash;No hay como tú, Nisco&mdash;díjole Juanguirle.&mdash;Hoy
-domingo, mañana fiesta: ¡buena vida es ésta!</p>
-
-<p>&mdash;Gana de hablar es, padre, cuando sabe usté que á la hora
-presente tengo bien cumplida mi obligación. La ceba dejo en el pesebre,
-y las camas listas para cuando venga del monte el ganao. De leña picá,
-está el rincón de bote en bote.</p>
-
-<p>&mdash;No lo dije por tanto, hombre; sino que, como te veo tan dao
-al zapato nuevo y al pelo reluciente de un tiempo acá, en días de entre
-semana...</p>
-
-<p>&mdash;Voy con Pablo al cierro del monte.</p>
-
-<p>&mdash;Por eso creía yo que sobraba la fantesía<span
-class="pagenum" id="Page_112">[p. 112]</span> del vestir. ¡Para los
-tábanos que han de mirarte allá!...</p>
-
-<p>&mdash;Pero entro antes en su casa... y ya ve usté...</p>
-
-<p>&mdash;Antes y después, Nisco. Lléveme el diablo si no vives más en
-ella que en la tuya. Pero, en fin, si aprendes de lo que no sabes y
-ensalza el valer de la persona... ¡Mira qué alhaja, hombre!</p>
-
-<p>Dijo, y al mismo tiempo puso el dalle en manos del mancebo. Éste
-echó sobre el asta varias visuales, hizo también como que segaba, y,
-por último, arrimó el trasto á la pared, con la guadaña en lo alto.
-Marcó un punto con el <i>callo</i> sin mover el asta, y haciendo centro con
-el extremo inferior de ésta, describió un arco hacia la derecha. La
-punta del dalle pasó entonces por la marca hecha con el callo.</p>
-
-<p>&mdash;¡En lo justo, Nisco, en lo justo! Bien visto lo tengo.</p>
-
-<p>&mdash;Ni menos ni más,&mdash;respondió solemnemente Nisco,
-entregando el dalle á su padre con todos los honores debidos al mérito
-de la obra.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora&mdash;añadió el alcalde,&mdash;voy á picarle, y luégo á
-segar un garrote de verde; y si no me le siega el dalle de por sí solo,
-te digo que no vale mi sudor dos anfileres.</p>
-
-<p>Con lo cual se marchó Nisco á casa de Pa<span class="pagenum"
-id="Page_113">[p. 113]</span>blo; y momentos después, medio tendido
-en el suelo, sobre las melenas de uncir los bueyes; apoyado el tronco
-sobre el codo del brazo izquierdo; el extremo del asta sobre la rodilla
-levantada, y el filo del dalle deslizándose, al suave empuje de la mano
-izquierda, por encima del yunque clavado en tierra, canturriaba una
-copla el bueno de Juanguirle, al compás del tic, tic de su martillo,
-sin acordarse más del cargo que ejercía en el pueblo ni de la visita de
-don Valentín, que del día en que le llevaron á bautizar.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_lm.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_8">
- <p><span class="pagenum" id="Page_115">[p. 115]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_copa.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="VIII. ÉGLOGA">VIII</h2>
- <p class="subh2">ÉGLOGA</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Caminando</span> Nisco de
-su casa á la de Pablo, como las callejas eran angostas y sombrías y
-convidaban á meditar, andando, andando, meditaba y acicalábase el mozo,
-pues á ambas cosas era dado, como soñador y presumido que era; y ¡vaya
-usted á saber por dónde volaba su imaginación mientras se atusaba
-el pelo con la mano, y observaba la caída de las perneras sobre los
-zapatos, y estudiaba aires y posturas, sonrisas y ademanes!</p>
-
-<p>Á lo más angosto de la calleja llegaba, punto extremo de la parte
-recta de ella, paso á paso, mira que te mira el propio andar y soba
-que te soba el pelo, cuando topó cara á cara con Catalina, la moza
-más apuesta y codiciada de Cumbrales. Pareja tan gallarda como
-aquélla, no podía hallarse en diez leguas á la redonda. Si él era el
-tipo de la gentileza varonil y rústica, ella<span class="pagenum"
-id="Page_116">[p. 116]</span> era el modelo correcto de la zagala
-ideal de la égloga realista. Y, sin embargo, á Nisco no le gustó el
-encuentro, y hasta le salió á la cara el desagrado en gestos que
-devoraron los negros y punzantes ojos de Catalina.</p>
-
-<p>Con voz no tan firme como la mirada, dijo al mozo, cuando le vió
-delante de ella vacilando entre echarse á un lado para dejar el paso
-libre, ó detenerse para cumplir con la ley de cortesía:</p>
-
-<p>&mdash;Si fuera la calleja tan ancha como el tu deseo, bien sé que
-los mis ojos te perdieran de vista ahora.</p>
-
-<p>&mdash;Supuestos son esos, Catalina&mdash;respondió Nisco de mala
-gana,&mdash;que pueden venir... ú no venir al caso.</p>
-
-<p>&mdash;Hijo, lo que á la cara salta, de corrido se lee.</p>
-
-<p>&mdash;Si á ese libro vamos, de tí pudiera yo decir lo mesmo,
-Catalina.</p>
-
-<p>&mdash;Abierto le llevo, es verdad; pero no leerás en él cosa que me
-afrente.</p>
-
-<p>&mdash;Ninguna ventaja me sacas al auto.</p>
-
-<p>&mdash;Eso va en concencias.</p>
-
-<p>&mdash;La mía está como los ampos de la nieve.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces, ¡Virgen santa!&mdash;exclamó Catalina llevándose
-hasta la boca las manos entrelazadas,&mdash;¿qué color tienen los
-corazones falsos y traidores?</p>
-
-<p>&mdash;Si por el mío lo preguntas, cuenta que
-te<span class="pagenum" id="Page_117">[p. 117]</span>
-equivocas,&mdash;respondió Nisco fingiendo mal el aplomo que le
-faltaba.</p>
-
-<p>&mdash;¡Con que me equivoco? ¡Con que tu corazón no es falso? ¡Con
-que no se apartó del mío de la noche á la mañana?</p>
-
-<p>&mdash;Ninguna escritura habíamos firmao tú y yo.</p>
-
-<p>&mdash;¿De cuándo acá necesita escrituras el querer con alma y vida,
-trapacero y engañoso! ¿Qué más escritura que el sentir de la persona!
-Desde que sé pensar, para tí ha sido día y noche el mi pensamiento:
-cortejantes me rondaron sin punto de sosiego... bien sabes tú que
-ninguno fué capaz de quebrantar la mi firmeza; y si la cara me lavaron
-á menudo por vistosa, por ser yo prenda tuya no tomé á embuste las
-alabanzas. Bienes tiene mi padre que han de ser míos: no dirás que por
-cubicia de los tuyos te perseguí. Señor fuiste de mi voluntad; y con
-serlo y todo, nunca en mi querer vistes obra que no fuera honrada y en
-ley de Dios... ¿Qué mejor escritura de mi parte! Y si no me engañabas
-cuando tanta firmeza me prometías, ¿por qué hace tiempo que de mí te
-escondes? Y si para mirarme á mí te puso Dios los ojos en la cara, como
-tantas veces me dijistes, ¿por qué no cegaron desde que no me miran? Si
-para mí eras en el porte la gala de Cumbrales, ¿para quién son ahora
-las prendas con que te emperejilas hasta para ir al monte?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_118">[p. 118]</span></p>
-
-<p>Agobiado parecía Nisco bajo este capítulo de cargos; y, sin duda por
-no tener su causa buena defensa, sólo pudo contestar, atarugado y de
-muy mala gana, estas palabras:</p>
-
-<p>&mdash;Hay mucho que hablar al auto, Catalina.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mucho que hablar!&mdash;repuso Catalina entre admirada y
-afligida.&mdash;¿Para cuándo lo dejas, falso? ¿Qué menos consuelo has
-de darme que la razón de lo que has hecho!</p>
-
-<p>&mdash;Ahora voy muy de prisa... Mañana ú el otro...</p>
-
-<p>&mdash;Sí, vete, fachendoso; vete á tomar aires de señorío, que han
-de caerte como arracada en oreja de mulo. ¡Ay, Nisco! no le pido á Dios
-más sino que sea verdad lo que se corre.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué se corre?&mdash;preguntó Nisco más colorado que un
-tomate.</p>
-
-<p>&mdash;No quiero decírtelo, porque no te acabe de sofocar el
-sonrojo, que ya cerca le anda.</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo no tengo nada que me abichorne, sépastelo!</p>
-
-<p>&mdash;Si tienes ó no, el tiempo lo dirá, y allá te espero.</p>
-
-<p>&mdash;Pues vete asentándote ya.</p>
-
-<p>&mdash;¡Sube, sube, que chimeneas más altas han caído!</p>
-
-<p>&mdash;Valiérate más mirar por lo tuyo, Catalina, que meterte en
-la hacienda del excusao... Y ya que me haces hablar, diréte que bien
-poco ha<span class="pagenum" id="Page_119">[p. 119]</span>bía que fiar
-de tus quereres, cuando, por volver yo la espalda, estás dando cara á
-otro... y de Rinconeda, para mayor inominia.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad: uno de allá me pretende desde que tú me dejaste, y
-hasta sé que va á pedirme.</p>
-
-<p>&mdash;Pues dile que sí, y con eso tendrás todo lo que necesitas. Yo
-no he de ponerte pero, que fenecida eres por lo que me toca.</p>
-
-<p>Este brutal alarde de desdén produjo en Catalina el efecto de una
-puñalada.</p>
-
-<p>&mdash;Lo que yo necesito, Nisco, para mi venganza&mdash;contestó,
-con los ojos arrasados en lágrimas,&mdash;son dos corazones, ó no haber
-querido nunca con el que tengo.</p>
-
-<p>Y como, al hablar así, la ahogaran los sollozos, se llevó el
-delantal á la cara y apoyó el hermoso busto contra la pared.</p>
-
-<p>Nisco intentó decir algunas palabras en disculpa de lo que tan mal
-efecto produjo en Catalina; pero no acertando á coordinar una mala
-frase de consuelo, cortó por lo sano largándose á buen andar.</p>
-
-<p>No se sabe, á punto fijo, á dónde iba Catalina cuando se encontró
-con Nisco; pero está fuera de duda que, no bien le perdió de vista
-en la solemne ocasión mencionada, retrocedió presurosa, y, andando,
-andando, llegó á una casita, punto más que choza, baja, muy baja,
-pobre, muy pobre, arrimada, como de misericor<span class="pagenum"
-id="Page_120">[p. 120]</span>dia, al paredón más alto de unas ruinas
-antiquísimas, sin dueño conocido, que poco á poco se iban desmoronando,
-hacia el extremo occidental de Cumbrales.</p>
-
-<p>Fuera de la casuca, junto á su puerta entreabierta, y sentada en
-un canto arrimado á la pared, estaba una vieja, flaca y apergaminada,
-acabando de remendar, á duras penas, por falta de vista y de pulso, un
-refajo negro con hilo blanco teñido en el sarro de una sartén que en el
-suelo yacía boca abajo.</p>
-
-<p>En uno de mis libros he dicho yo que no hay en la Montaña una aldea
-sin su correspondiente bruja. Pues la vieja de quien voy hablando era
-la bruja de Cumbrales. Temida de los más y aborrecida de muchos, raro
-era el día sin quebranto para la pobre mujer: unas veces por que con
-sus artes no hacía los imposibles que se le pedían; otras porque se
-la creía causante de todo lo malo que acontecía en el lugar. Así es
-que vivía de milagro, porque lo era, y grande, vivir, como ella, de
-limosna, con semejante fama, tantos años encima y tales tratamientos.
-¡Qué diferente vida la que pasó con su marido! Entonces trabajaban
-unas tierras, tenían una vaca y moraban en buena casa en el mejor
-de los barrios. Alternaban en todo trato lícito y honrado con sus
-convecinos, y hasta eran, él por lo diestro en <i>encambar</i> carros, y
-ella<span class="pagenum" id="Page_121">[p. 121]</span> por lo famosa
-en preparar el lino, muy solicitados y bien retribuídos de las gentes.
-Pero, á lo mejor de la vida, acabóse la del hombre, de la noche á la
-mañana; y ya bien entrada en años la mujer, sola y sin valimiento, tuvo
-que dejar la poca labranza que trabajaba y buscar un agujero en qué
-albergar el achacoso cuerpo, hasta que la última enfermedad le abriera
-la sepultura. Halló la casuca solitaria que la muerte de otro pobre,
-tan pobre y desvalido como ella, había dejado abandonada; y allí se
-metió con el mísero ajuar que le quedaba. Mientras pudo trabajar, como
-obrera ganaba la borona que comía; pero agobiáronla los achaques, y
-tuvo que vivir de limosna. En la Montaña no se muere nadie de hambre:
-esto es sabido y probado, porque el más miserable parte un mendrugo con
-el vecino que carece de él; pero ni en la Montaña ni en región alguna
-del mundo, engorda la limosna á quien de ella vive, por abundante que
-sea. Hay siempre en el corazón humano fibras indómitas á prueba de
-virtudes, y raro es el bollo regalado que no produce un coscorrón al
-hambriento.</p>
-
-<p>Como según el tiempo iba pasando íbase la buena mujer
-enflaqueciendo, y sólo se la veía en el lugar para pedir limosna
-en casa de don Pedro Mortera ó en la de don Juan de Prezanes, para
-ir á misa cada día de fiesta, ó de paso pa<span class="pagenum"
-id="Page_122">[p. 122]</span>ra la villa, á donde hacía también sus
-excursiones á menudo; y como no se concibe entre las gentes campesinas
-una mujer vieja, flaca y encorvada, sola, pobre y taciturna, sin tratos
-con el demonio, cata á la de mi cuento, de la noche á la mañana, bruja
-<i>con todas sus consecuencias</i>, sin lo que el supuesto no tendría
-maldita la gracia. Dieron en morirse muchas gallinas en aquel entonces
-y en faltar otras del gallinero, alguien vió plumas junto á la choza de
-la pobre mujer; y esto bastó para que, creyendo á la bruja aficionada
-al averío, la llamaran las gentes de Cumbrales la <i>Rámila</i>; el cual
-mote le quedó por nombre... también <i>con todas sus consecuencias</i>.</p>
-
-<p>No era Catalina de las más supersticiosas del lugar, ni, en
-su opinión, tan mala la bruja como las gentes creían: sobraba
-entendimiento á la buena moza para no tragar los absurdos vulgares como
-pan bendito; pero faltábale instrucción y era aldeana, y, por ende,
-llegaba hasta dejar las cosas en «veremos,» lo cual era rayar muy alto
-en la materia. Quiero decir con esto que al acercarse á la Rámila,
-impávida y resuelta, iba tan lejos de tenerla por santa, como por
-confidente del demonio.</p>
-
-<p>Llevábala á casa de la bruja, no la reflexión, sino un vértigo
-del espíritu, obra del reciente choque de su pasión generosa con el
-desdén<span class="pagenum" id="Page_123">[p. 123]</span> brutal de
-Nisco. Sentía el dolor de la herida en lo más hondo del corazón, y
-buscaba algo que debía de haber para calmarle, aunque fuera el triste
-placer de la venganza. Sospechaba, pero no conocía, la verdadera causa
-del desvío de su novio, é ignoraba qué le dolía más, si el recelo de
-que otra mujer se le llevara, ó el temor de perderle ella; qué era lo
-que con mayor urgencia necesitaba, si reconquistar el bien perdido, ó
-hacer que <i>la otra</i> no le adquiriera para sí. En cualquiera de estos
-casos, ¿cómo, cuándo y por qué camino, si no tenía otra luz para
-orientarse en el abismo en que se hallaba que el notorio desvío del
-ingrato? Filtros, adivinaciones, sortilegios, hechicerías por arte del
-diablo, noticias ciertas, consejos sanos por modo lícito y natural,
-y, en último extremo, ocasión de desahogo del pecho acongojado, casi
-en el secreto de la confesión... Todo esto, ó mucho ó algo de ello,
-podía encontrarse en la choza de la Rámila; y por eso iba Catalina
-al antro de la bruja; y por eso, cuando se halló delante de ella, no
-supo explicar lo que quería. Al último, refirió la historia de sus
-desventuras, que es por donde debió de haber empezado. Lloró mucho, y
-la Rámila la dejó llorar hasta que ya no hubo lágrimas en sus ojos ni
-quejidos en su pecho.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_satiro.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_9">
- <p><span class="pagenum" id="Page_125">[p. 125]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_homo.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="IX. LAS PRIMERAS CHISPAS">IX</h2>
- <p class="subh2">LAS PRIMERAS CHISPAS</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-q.jpg" alt="Q adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Quien haya</span> visto el
-mar después de un temporal deshecho, tenderse en la playa, rumoroso
-y ondulante, lamiendo manso lo que antes azotó iracundo, y trocados
-en arrullos sus bramidos, tendrá una idea del estado de don Juan de
-Prezanes, horas después de la borrasca que el lector presenció. En el
-fondo de aquella alma, transparente como el más limpio cristal, no se
-descubría un solo rencor. Remordimientos y heridas, sí. Remordimientos,
-porque su buen sentido, libre de las cadenas de la pasión, decíale que
-para defender su derecho no había necesidad de enfurecerse como él se
-enfurecía, dando con ello monstruosas proporciones á lo que de suyo
-era, en sus comienzos, pequeño y baladí, y rebajando lastimosamente
-el nivel de su propia dignidad. Hasta concedía, cierto derecho á
-su amigo<span class="pagenum" id="Page_126">[p. 126]</span> para
-desaprobar sus viejas alianzas con determinadas gentes, porque á la
-vista estaban los muchos males qué habían producido al pueblo, y los
-grandes disgustos que á él le habían acarreado, sin un solo beneficio;
-pero nada más que <i>cierto derecho</i>: no en la amplitud en que su
-compadre se le tomaba y le comprendía. Y por aquí andaba el punto
-doloroso. Grabadas estaban en su memoria palabras de acero que, en
-el calor de la disputa, se le habían lanzado al corazón, sin respeto
-alguno á la honradez de sus intenciones ni á la <i>enfermedad</i> de su
-temperamento, causa eficiente de los arrebatos á que de continuo se
-entregaba, contra sus deseos y propósitos.</p>
-
-<p>Apenábale el dolor de estas heridas, hechas sobre frescas
-cicatrices, y, por lo mismo, doblemente dolorosas; pero curábalas con
-la reflexión de que otras tales había causado él en la batalla; con el
-bálsamo del perdón implorado por su contendiente, y con la esperanza
-de que la reciente reyerta sería la última entre él y el amigo á quien
-más quería en el mundo. <i>Pero</i>, hecha entre los dos la definitiva
-liquidación de agravios, y vuelto cada cual á su tienda, que no se
-le obligara á él á dar el primer paso en la nueva y edificante vida
-que ambos habían de hacer en adelante. Era él el más desgraciado, el
-más solo y el más ofendido de los dos, y no<span class="pagenum"
-id="Page_127">[p. 127]</span> podía arraigar la reconciliación en el
-fondo del alma, si se cimentaba en tan palmaria injusticia. En cambio,
-si, libre y espontáneamente, su amigo, ó cualquiera de la familia de su
-amigo, diera ese paso decisivo, ¡con qué ansia le saldría al encuentro
-y le recibiría en sus brazos, y firmaría entre ellos, con el olvido de
-todos los agravios, eternas y venturosas paces!</p>
-
-<p>Así pensaba, arrimado á la mesa de su despacho, y en la palma de
-la mano reclinada la descolorida frente, mientras Ana, sentada á su
-lado y leyéndole los pensamientos (porque los hombres como don Juan
-de Prezanes, no solamente son niños toda la vida por su afición á las
-cosas pequeñas, sino por su propensión á meditar á voces), le prometía
-lo que él deseaba y mucho más.</p>
-
-<p>&mdash;Por si te equivocas&mdash;llegó á responder su
-padre,&mdash;bueno será que hagas el sacrificio de acompañarme esta
-tarde. La soledad es mala consejera, hija mía.</p>
-
-<p>Lo que en rigor buscaba don Juan al tener á Ana toda la tarde á su
-lado, era el convencimiento de que si alguno de la otra casa iba á
-visitarle, lo haría por iniciativa propia, no por sugestiones, y quizá
-ruegos, de su hija, quien, hablando en rigor de verdad, en lo tocante á
-que se cumplieran sus promesas, no las tenía todas consigo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_128">[p. 128]</span></p>
-
-<p>En esto apareció Pablo en el corral, y á don Juan de Prezanes, al
-verle, se le escapó del pecho un rugido de gozo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Lo ve usted!&mdash;le dijo Ana sin disimular el grandísimo
-que ella sintió al mismo tiempo.</p>
-
-<p>No podía, en aquella ocasión, enviarse al abogado de Cumbrales
-emisario más de su gusto. Sin embargo, recibió al mozo con estudiada
-seriedad. ¡Hasta en los menores detalles son niños los hombres
-quisquillosos!</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya es hora de que le veamos á usted por acá, señor don
-Pablo!&mdash;dijo, respondiendo al saludo cordial del joven.</p>
-
-<p>&mdash;¡Como, á veces, no sabe uno en qué peca más!...&mdash;replicó
-éste.</p>
-
-<p>&mdash;Como andaban ustedes de monos&mdash;añadió Ana,&mdash;habrá
-creído Pablo que no estaba el horno para rosquillas.</p>
-
-<p>&mdash;Cabalmente,&mdash;dijo Pablo con la mayor sinceridad.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es decir&mdash;repuso don Juan con mal disimulada
-vehemencia,&mdash;que, por tu gusto, me hubieras visitado alguna
-vez?</p>
-
-<p>&mdash;Pues como de costumbre: todos los días.</p>
-
-<p>&mdash;¿De manera que al verte hoy á mi lado, sin miedo de que este
-ogro te devore, debo suponer que, en tu concepto, esos monos ya no
-existen?</p>
-
-<p>&mdash;Justo y cabal.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_129">[p. 129]</span></p>
-
-<p>&mdash;Y ¿quién se lo ha dicho á usted, caballerito?&mdash;preguntó
-aquí don Juan de Prezanes, dejando traslucir, en la mal fingida dureza
-de la pregunta, el propósito que ésta envolvía.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién podía decírmelo sino mi padre?&mdash;contestó Pablo
-sencillamente, mientras Ana iba con anhelante mirada del uno al otro
-interlocutor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Luego su señor padre de usted&mdash;continuó don
-Juan,&mdash;no se opone á que se me haga esta visita?</p>
-
-<p>&mdash;Como que traigo el encargo de brindarle á usted á
-tomar chocolate con él... digo, si no le queda á usted algún
-resentimiento...</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué cosas tiene tu padre, hombre!&mdash;exclamó el nervioso
-abogado, llenando todo su pecho de aquella especie de aura bienhechora
-que esparcía en la estancia el recado de su amigo.&mdash;Yo no tengo
-resentimientos con nadie, y mucho menos con vosotros... ¡Vayan al
-diablo, si es preciso, <i>esas cosas</i> que no me interesan dos cominos
-y tan malos ratos me dan! Armonía con todos y sosiego en el hogar,
-Pablo: esto es vivir; que no está uno contento de sí mismo mientras se
-halle en guerra con los demás. Con que raya por debajo, y no volvamos á
-hablar del asunto.</p>
-
-<p>Así comenzó á entregarse don Juan de Prezanes á la pasión de
-regocijo que le solicitaba<span class="pagenum" id="Page_130">[p.
-130]</span> rato hacía, creyendo á salvo ya todos los fueros de su amor
-propio. ¡Cuántas veces se había hallado en idéntica situación!</p>
-
-<p>Preguntó á Pablo muchísimas cosas, sin orden ni concierto, mientras
-se paseaba á lo largo de la estancia; y su ahijado, muy cerquita de
-Ana, tan pronto contemplaba la labor que ésta tenía entre manos, como
-miraba las nubes por la ventana abierta. Llegando á preguntarle por la
-vida que traía, respondió el mozo en breves palabras, porque era escasa
-la materia y á la vista estaba en todo el lugar. Á lo que dijo don Juan
-de Prezanes:</p>
-
-<p>&mdash;Pues mira, hombre: si he de decirte lo que siento, tratándose
-de un muchacho de tus condiciones, no me gusta ese modo de vivir. Bueno
-que tomes apego á las faenas del campo; bueno, en fin, que trates de
-ser un labrador hecho y derecho, pues que en eso has de venir á parar,
-según las trazas; pero en lo demás... en lo demás, Pablo, deseara
-yo que anduvieras con mucho tiento. Quiero decir que guardaras las
-distancias un poco más de lo que las guardas. Estás llamado á ser, por
-tu posición, la persona principal de Cumbrales, y esta circunstancia
-te impone ciertos deberes. Conviene que estas gentes te vean, pero á
-tiempo y no á todas horas y en todas partes; que te traten, pero que no
-te manoseen, si mañana han de tenerte en algo y<span class="pagenum"
-id="Page_131">[p. 131]</span> ha de aprovecharles tu importancia; que
-los aventajes en todo lo bueno, pero que no intentes igualarlos en lo
-que pueda desautorizarte á sus ojos. Natural es que juegues á los bolos
-cada día de fiesta con los mozos de tu edad; pero no lo es tanto que
-bailes á su lado con las mozas en las romerías, y mucho menos que te
-agregues de noche á sus rondas y parranderas. Bien sé yo que á los años
-hay que darles lo que es suyo, y que aquí no se halla otra cosa mejor
-que eso para lo que pide la mocedad; pero considera que hay que estar á
-las duras y á las maduras, y que las duras de esos pasatiempos pueden
-ser muy graves para tí, sobre todo si tratas de buscar el desquite.
-Cuando menos, esas costumbres tienen de malo el que su centro natural
-es la taberna; y en la taberna, Pablo, siempre hace un desdichado papel
-la levita.</p>
-
-<p>Ana atajó aquí á su padre, temerosa de que el mozo se resintiera de
-la homilía que le estaban enderezando, y dijo á éste en el tono zumbón
-que tan bien sentaba á la traviesa joven:</p>
-
-<p>&mdash;No dirás, Pablo, que, para improvisado, es malo el sermón de
-tu padrino.</p>
-
-<p>&mdash;¡Sermón no!&mdash;saltó don Juan, apresurado.&mdash;¡Líbreme
-Dios de meterme en esas honduras!... ¡y cuando aún me rasco los
-coscorrones de uno muy amargo! No, hijo mío; no te predico ni trato
-de molestarte: digo sencilla<span class="pagenum" id="Page_132">[p.
-132]</span>mente lo que siento, porque te quiero mucho y ha venido
-á pelo. Y con esta advertencia, y ya que lo tengo entre los labios,
-he de decirte, para concluir, que no me disgusta Nisco, el hijo del
-alcalde: es mozo de juicio, aunque pudiera ser menos presumido y
-valdría más; pero ¿por qué es tan amigo tuyo? De un tiempo acá, no
-os separáis. Ya sé que sois camaradas de la infancia; pero me parece
-demasiada intimidad la que os une para lo diversas que son vuestras
-educaciones. Lo probable es que se te pegue á tí su tosquedad, y no á
-él tu cultura.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ¡vea usted lo que son los juicios
-humanos!&mdash;respondió Pablo, mientras Ana atendía al diálogo con
-vivísima curiosidad, particularmente desde que su padre había nombrado
-al hijo de Juanguirle.&mdash;Precisamente porque se le pegue eso que
-usted ha llamado mi cultura, anda Nisco tan cerca de mí un tiempo
-hace.</p>
-
-<p>&mdash;Asegúranlo por ahí&mdash;dijo Ana con malicia;&mdash;y es
-raro el caso.</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo le encuentro lo más natural del mundo&mdash;replicó
-Pablo.&mdash;Nisco es un mozo trabajador y muy despierto, harto más
-inteligente en su oficio que la cáfila de zopencos que le critican.
-Acompañábame al cierro del monte; me enseñaba lo que yo no sabía,
-y me ayudaba, y me ayuda, con su inteligencia, y hasta con sus
-brazos, en aquellas faenas que están á mi cui<span class="pagenum"
-id="Page_133">[p. 133]</span>dado exclusivo desde que el cierro se
-roturó. Escribía mal y leía peor, porque no le enseñaron otra cosa.
-Andando en mi casa y descansando en mi cuarto muy á menudo, vió libros
-sobre la mesa y quiso que le leyera algunos. Eran cuentos agradables;
-gustáronle y deseó saber leerlos como yo se los leía, para penetrarlos
-mejor; después deseó también soltarse en la escritura, y comencé á
-darle lecciones de uno y de otro con mucho gusto, porque yo observaba
-el muy grande con que él las recibía. Y así estamos. No llegará á ser
-nunca gran pendolista ni un lector de nota, porque el oficio que trae
-es incompatible con esos primores; pero adelanta, se sujeta mucho,
-despiértanse en él aficiones y gustos superiores á su condición, y esto
-es muy recomendable; y, sobre todo, padrino, Nisco es lo mejor del
-pueblo para los fines que usted me predica, y á Nisco me agarro.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bien vuelta, muchacho!&mdash;contestó don Juan hecho unas
-castañuelas;&mdash;lo cual no quita que el pobre mozo, por el camino
-que va, se queda tan lejos de ser hombre culto, como de las labranzas
-de su padre; y ¡entonces sí que le tocó la lotería! De modo que tampoco
-es Nisco lo que te conviene para mucho tiempo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues usted dirá,&mdash;repuso Pablo, con una formalidad tan
-noblota, que hizo reir á don Juan y á su hija.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_134">[p. 134]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Es cosa resuelta&mdash;preguntó el primero,&mdash;que
-abandones la carrera que seguías en la Universidad?</p>
-
-<p>&mdash;Resuelta.</p>
-
-<p>&mdash;Pues entonces, ¿qué demonio te diré yo, hombre? Si has de
-vivir perpetuamente en Cumbrales; si á la edad que tienes no sacas
-de tí mismo recursos para hacer la vida entretenida y llevadera, sin
-necesidad de tocar los extremos peligrosos de que antes te hablé; y si,
-á pesar de estos inconvenientes, has de ocupar con el decoro debido
-el puesto que aquí te corresponde, sólo veo un medio de conseguirlo:
-cásate.</p>
-
-<p>¡Cosa rara! Ana, que seguía con la vista á su padre mientras hablaba
-así, no bien oyó su última palabra, se puso roja como una amapola,
-bajó la cabeza sobre la labor, y no encontraba postura cómoda en la
-silla. Cuanto á Pablo, sin duda porque no había otra mujer que Ana
-allí, volvió los ojos hacia ella... y rojo se puso también al choque
-de su mirada curiosa con la turbada y eléctrica de la hermosa joven.
-¡Singular efecto de una palabra vulgar y prosáica! Ni siquiera tuvo
-el color de la malicia, puesto que don Juan de Prezanes, cuando la
-pronunció, estaba arrimado á la ventana y mirando maquinalmente las
-nubes del horizonte.</p>
-
-<p>Al volverse luégo hacia Pablo en demanda de su respuesta, ya era
-éste dueño de sí.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_135">[p. 135]</span></p>
-
-<p>&mdash;Con que ¿qué te parece mi proposición?&mdash;dijo al mozo.</p>
-
-<p>&mdash;Que tiene mucho que estudiar... y que <i>se estudiará</i>,
-padrino,&mdash;respondió Pablo con singular firmeza.</p>
-
-<p>&mdash;Así me gustas, ahijado; y de tal modo, que si te decides
-por la afirmativa, me brindo á ser tu padrino de boda... Entre tanto,
-basta, si os parece, de conversación, y vamos á tomar ese chocolate
-que me ofrecen en tu casa. Créeme que tengo grandísimos deseos de
-ver á tu madre y á tu hermana, pobres víctimas inocentes de nuestras
-majaderías.</p>
-
-<p>Dispúsose Ana á complacer á su padre; y con tal apresuramiento y
-tan de buena gana, por lo visto, que al recoger los avíos de costura
-en su primorosa canastilla, por cada cosa que guardaba ¡ella á quien
-jamás igualaron prestidigitadores en destreza y agilidad! dejaba caer
-media docena. Mas allí estaba Pablo, que se desvivía con desusado afán
-por recogerlas en el aire y ponerlas en las blancas y finas, pero
-desatinadas, manos de la azorada joven.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_ojos.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_10">
- <p><span class="pagenum" id="Page_137">[p. 137]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_sonrisa.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="X. LOS HUMOS DE NISCO">X</h2>
- <p class="subh2">LOS HUMOS DE NISCO</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-n.jpg" alt="N adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Nisco</span> llegó á casa de
-Pablo después que éste había entrado en la de don Juan de Prezanes.
-Subió el hijo de Juanguirle sin llamar, como era su costumbre, derecho
-al cuarto de su amigo. Al pasar por delante de la puerta de la sala,
-oyó que le decían desde el fondo de ella:</p>
-
-<p>&mdash;Pablo ha salido.</p>
-
-<p>Era la voz de María. Conocióla el mozo, retrocedió dos pasos y se
-colocó en el hueco de la puerta, sombrero en mano, enfrente de la
-joven, que cosía sentada cerca del balcón.</p>
-
-<p>&mdash;En ese caso&mdash;dijo Nisco algo atarugado y después de
-hacer una exagerada reverencia,&mdash;me marcharé.</p>
-
-<p>&mdash;Si no quieres esperarle...&mdash;añadió María, respondiendo á
-la reverencia con una sonrisa.</p>
-
-<p>&mdash;Pues le esperaré, <i>ya que usted se empeña</i>,&mdash;<span
-class="pagenum" id="Page_138">[p. 138]</span> replicó Nisco. Y se
-sentó, con mucho tiento y grave parsimonia, en la silla más cercana.</p>
-
-<p>María volvió á sonreirse, y continuó cosiendo.</p>
-
-<p>Nisco, con el sombrero en la diestra y ésta sobre la rodilla,
-atusándose el pelo con la otra mano... no tuvo por entonces más que
-decir; pero, en cambio, clavó la vista de sus ojos negros, un tanto
-dormilones, en María; y largo rato estuvo como hechizado, viendo
-aquellas manos, blancas y rollizas, pasar y repasar la aguja, y estirar
-la seda para afirmar la puntada; el brillo de aquel abundoso pelo
-negro; la transparencia de aquel cutis de rosa; la luz de aquellos ojos
-húmedos, y, en suma, el palpitar, apenas perceptible, de toda aquella
-riqueza escultural, á cada movimiento del ágil brazo.</p>
-
-<p>Digo yo que todas estas cosas contemplaría Nisco, porque, según la
-expresión que brillaba en sus ojos, más bien parecía sorber con ellos á
-la joven que mirarla. De vez en cuando echaba ésta una ojeada firme y
-serena al mozo; y entonces el hijo del alcalde de Cumbrales no cabía en
-la silla.</p>
-
-<p>Iban así corriendo los minutos, y Pablo no venía ni se marchaba
-Nisco, ni entre éste y María se cruzaba una palabra. Don Pedro estaba
-en el portal en plática con don Valentín, que había ido á visitarle
-«por un motivo muy urgente,» al decir del veterano; y su señora
-an<span class="pagenum" id="Page_139">[p. 139]</span>daba disponiendo
-el agasajo con que habían de celebrarse las paces consabidas, si don
-Juan aceptaba la invitación que se le había hecho. De manera que los
-actores de la sala no podían esperar de afuera incidentes que rompieran
-la monotonía de la escena: tenían que romperla ellos mismos, si no la
-hallaban muy divertida.</p>
-
-<p>Quizá pensando así, dijo, al cabo, María mientras examinaba el largo
-pespunte que acababa de hacer, deslizando la tela entre los dedos de
-sus manos:</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿cómo vamos de lecciones, Nisco? ¿Adelantas mucho?</p>
-
-<p>Ya ve el lector que no podía decirse menos que esto tras un espacio
-tan largo de silencio.</p>
-
-<p>&mdash;No tanto como yo quisiera,&mdash;respondió Nisco mal y á
-trompicones, por lo mismo que tenía empeño en responder al caso y con
-voz bien afinada. Faltábale el hábito de hablar con señoras y bajo
-cielo-raso, y esto ofrece gravísimas dificultades cuando se trata de
-soltar de pronto la voz, una voz ajustada al diapasón de la naturaleza
-agreste, en un centro reducido y sonoro y delante de una dama á quien
-se desea agradar.</p>
-
-<p>María, sin fijarse gran cosa en los desentonos de Nisco, volvió á
-decirle:</p>
-
-<p>&mdash;Es algo rara esa afición que te ha entrado de pronto á esas
-cosas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_140">[p. 140]</span></p>
-
-<p>&mdash;Rara, ¿eh?&mdash;contestó el mozo, más atrevido ya y menos
-desaplomado.&mdash;¿Cree usté que es rara? Pues quizaes lo sea, si bien
-se mira... y quizaes no, por otra parte.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora sí que no lo entiendo, Nisco,&mdash;díjole María
-riéndose muy de veras.</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo le diré á usté&mdash;añadió el mozo muy animado con
-la regocijada actitud de su interlocutora.&mdash;Para el oficio que
-traigo, no es mayormente al auto el pulimento que deseo en el porte
-y genial de la persona, si uno ha de estar de sol á luna, fijo en la
-brega del campo, sin más aquél de cubicia que lo que tiene á la vera;
-pero si, pinto el caso, al hombre, por su luz natural ú roce con quien
-la tenga, no le basta eso solo... y quiere, es un decir, quiere...
-vamos, valer algo más de lo que vale, bien séase por la fantesía del
-valer ú por tomar alas con qué volar un poco... porque sienta allí
-dentro... vamos, quien se lo mande, como el otro que dice... en fin,
-señorita, el saber no ocupa lugar; y yo quisiera, si no ofendo, saber
-algo más de lo que sé, por valer algo más de lo que valgo.</p>
-
-<p>&mdash;Bien pensado está todo eso&mdash;replicó María muy
-afable;&mdash;pero algún motivo especial habrá para que tan de repente
-te haya entrado ese deseo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ya se lo he dicho á usté; y si es cier<span
-class="pagenum" id="Page_141">[p. 141]</span>to el refrán de «no con
-quien naces, sino con quien paces...»</p>
-
-<p>&mdash;¿Luego tu frecuente trato con Pablo es la causa de todo?</p>
-
-<p>&mdash;Puede que lo sea,&mdash;respondió Nisco, contoneándose en la
-silla y atusándose mucho el pelo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿cómo ese deseo no te ha asaltado hasta ahora, siendo
-así que á mi hermano le tratas desde niño?</p>
-
-<p>Con esta pregunta le entró al mozo tal hormigueo, que en un buen
-rato no le dejó sosegar.</p>
-
-<p>&mdash;Consiste eso, señorita&mdash;logró responder al fin, aunque
-á tropezones,&mdash;en que los tiempos, al respetive que corren, van
-cambeando... y, por otra parte, los ojos de la cara no lo ven todo de
-un golpe.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es decir que los tuyos han visto, de poco acá, algo que no
-habían visto antes?</p>
-
-<p>&mdash;¡Cátalo ahí!&mdash;exclamó Nisco, sudando de congoja y medio
-turulato.</p>
-
-<p>&mdash;Pues á eso quería yo venir á parar&mdash;añadió la joven,
-como si se gozara en la angustia del aldeano.&mdash;¿Es decir que
-porque ahora ves algo que antes no has visto, deseas valer más de lo
-que valías?</p>
-
-<p>&mdash;¡Eso, eso!&mdash;gritó aquí el mocetón, rojo, cárdeno y
-amarillo, todo á la vez.</p>
-
-<p>&mdash;Pues mira tú cómo la gente se equivoca<span class="pagenum"
-id="Page_142">[p. 142]</span> en la mitad de lo que piensa&mdash;añadió
-María, esgrimiendo ya con verdadera saña, contra el acorralado
-galán, las armas de su travesura, que aunque no eran muchas, en el
-desapercibido é inerme muchachón causaban heridas tremendas:&mdash;yo
-te creía el mozo más feliz de Cumbrales, con una novia tan hermosa como
-Catalina; tan conveniente para tí...</p>
-
-<p>Estas palabras fueron para Nisco un golpe en mitad de la nuca.
-Tardó en volver del atolondramiento en que cayó; pero volvió al fin,
-remilgóse y dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Relative á este punto, crea usté que hay sus mases y sus
-menos.</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo supongo por lo que has hecho; pero precisamente en eso
-que has hecho está lo que no se comprende. Catalina es la mejor moza de
-la comarca.</p>
-
-<p>&mdash;Esa fama tiene,&mdash;respondió Nisco con desdén.</p>
-
-<p>&mdash;Y bien merecida. Cuéntanla muy enamorada de tí.</p>
-
-<p>&mdash;Bien pudiera ser,&mdash;dijo el rústico galán, con una
-sonrisilla vanidosa en que se pintaba la alta idea que de su propio
-valer tenía el hijo de Juanguirle.</p>
-
-<p>Sonrióse también María, y continuó:</p>
-
-<p>&mdash;Es rica entre las de su clase.</p>
-
-<p>&mdash;No diré que no lo sea.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_143">[p. 143]</span></p>
-
-<p>&mdash;Tiénenla por hacendosa.</p>
-
-<p>&mdash;Pshe...</p>
-
-<p>&mdash;Y es lista y de mucho juicio.</p>
-
-<p>&mdash;Podrá ser.</p>
-
-<p>&mdash;Pues si todo eso es Catalina, ¿dónde puedes haber visto tú
-cosa que más valga ni que más te convenga?</p>
-
-<p>Otro golpe en la nuca para Nisco.</p>
-
-<p>&mdash;Onde está quien más vale que Catalina&mdash;logró decir el
-mozo,&mdash;bien lo sé yo. Si me conviene ú no me conviene más que <i>la
-otra</i>, también lo sé... Si se me dirá que sí ú se me dirá que no... ahí
-está el ite de la cosa; porque, hablando en verdá, si la merezco ú no
-la merezco, caso es de pleitearse mucho.</p>
-
-<p>&mdash;Eso prueba, Nisco, que has puesto los ojos muy en alto.</p>
-
-<p>&mdash;Confieso que sí; pero sin culpa mía, porque los ojos se van
-detrás de lo que apetecen, sin pedirle al hombre su parecer. Lo que
-decir puedo es que, desde que ví eso tan alto, ando buscando el modo de
-subir allá, siquiera para decir «aquí estoy» en la solfa en que debe
-decirse; cosa que al presente no sé... ¡que si lo supiera!...</p>
-
-<p>Interesábale tanto á la joven la conversación en que se había
-empeñado con el bueno de Nisco, que ya no cosía. Apoyando sus brazos
-en la almohadilla que sobre sus rodillas tenía,<span class="pagenum"
-id="Page_144">[p. 144]</span> jugueteaba con la tijera y mordía una
-hebrita de seda, cuyo extremo suelto asomaba húmedo entre sus labios
-frescos y rojos; miraba al mozo con no disimulada curiosidad, y
-estudiaba en él las impresiones que iba causándole el interrogatorio
-á que le tenía sometido; interrogatorio que acaso no hallen del todo
-verosímil las damas del <i>mundo elegante</i> (si entre ellas las hay con
-el mal gusto de leerme), la crítica superficial y cuantos desconocen
-el modo de ser de estas gentes montañesas. En pueblos como Cumbrales,
-se sabe en cada casa lo que ocurre en las demás; y en salones como
-el de don Pedro Mortera, donde la familia cose y habla y reza, muy
-á menudo se oyen relatos harto más insubstanciales y pesados que la
-amorosa cuita del hijo del alcalde; porque allí van los pobres á llorar
-las suyas; los atropellados á pedir consejos... y más de una vecina á
-remendar la saya ó á que le corten una chaqueta ó le escriban una carta
-para el hijo ausente. Además, los unos son colonos de la casa, otros
-han servido en ella, y todos se codean en la iglesia, en la calle ó en
-el concejo. De esta mancomunidad de intereses y de afectos, nace la
-íntima cohesión, algo patriarcal, que existe entre todas las jerarquías
-de un mismo pueblo; cohesión que, no por ser fecunda en ingratitudes,
-rencillas y disgustos, deja de existir en lo principal, afirmada en
-el<span class="pagenum" id="Page_145">[p. 145]</span> inquebrantable
-respeto de los de abajo á los de arriba, y en la cordial estimación de
-éstos á los de abajo. Así se explica que María, con su genio <i>parado</i>,
-poco expansiva, y corta y desconfiada en su trato con gentes extrañas y
-de su esfera, aun sin el estímulo de la <i>segunda intención</i> que algún
-malicioso pudiera suponer en ella, se mostrase tan animosa y confiada
-con Nisco, á quien, además, estaba viendo en su casa desde que éste era
-muchacho.</p>
-
-<p>Volviendo ahora al interrumpido diálogo, sépase que á la vehemente,
-apasionada y casi dramática exclamación del romántico hijo de
-Juanguirle, contestó María, mirándole de hito en hito:</p>
-
-<p>&mdash;También ese propósito es juicioso y no deja de favorecerte
-mucho; y tanto podías estirarte tú, que á poco que ella se bajara...</p>
-
-<p>&mdash;¿Cree usté que se bajaría?&mdash;preguntó Nisco anheloso,
-corriéndose una silla más hacia la joven.</p>
-
-<p>&mdash;Hombre, de todo se ha visto en el mundo&mdash;contestó
-María, parándole con el fulgor de sus ojos rasgados.&mdash;Pero se me
-figura á mí que para que ella se baje todo lo que es necesario, y por
-mucho que lo desee, hay un inconveniente muy grande y muy difícil de
-vencer para tí. Puede creer <i>esa persona</i> que te llevan hacia ella
-miras interesadas. Esto, por de pronto. Des<span class="pagenum"
-id="Page_146">[p. 146]</span>pués... y aquí está lo grave, Nisco: si
-dejaste de la noche á la mañana á Catalina, que tanto vale y tanto te
-quería, ¿cómo haces creer á... <i>esa otra persona</i> que la quieres más
-que á Catalina?</p>
-
-<p>Aplanó al mozo este argumento. Meditó unos instantes, y replicó:</p>
-
-<p>&mdash;La verdá es que si no se me cree por mi palabra ú no se me
-mandan los imposibles, para que, haciéndolos yo, se vea la buena ley
-del querer...</p>
-
-<p>Sonrióse María y atajó al mozo de esta manera:</p>
-
-<p>&mdash;Te advierto, Nisco, que nos hemos colocado en el peor de los
-casos imaginables. Bien pudiera ella no reparar en tales tropiezos;
-y eso nadie lo sabrá mejor que tú que la conoces. Todo depende del
-carácter y de los humos que tenga esa señora... porque yo creo que es
-una señora, por la altura en que la has puesto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Vaya si lo es, caramba!&mdash;exclamó Nisco, con una
-delectación indescriptible.</p>
-
-<p>&mdash;Y... ¿la has hablado alguna vez?&mdash;preguntóle María con
-un poquillo de cortedad.</p>
-
-<p>Aquí le entró á Nisco el hormigueo de otras veces; volvió á ponerse
-tricolor, volteó el sombrero entre las manos, se atusó luégo el pelo,
-carraspeó mucho, y dijo al fin, con voz ronquilla y destemplada, porque
-el corazón le daba en el pecho cada porrazo que le aturdía:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_147">[p. 147]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Que si la he hablado!... Muchas veces... miento: ninguna...
-es decir, para que el diablo no se ría de la mentira: hablarla <i>de
-veras</i>, una sola.</p>
-
-<p>&mdash;Pues mira, ya es algo eso. Y ¿qué cara te puso cuando la
-hablaste de veras?</p>
-
-<p>&mdash;¡Como el sol de los cielos, porque así es la suya!</p>
-
-<p>&mdash;¿Dijístele algo de lo que deseabas?</p>
-
-<p>&mdash;Yo creo que sí... ó puede que no, aunque pretender,
-pretendílo; pero le entran á uno en esos trances tales congojas y
-malenconías, y unos trasudores, y siéntense unas ansias en el pecho,
-y pónense unas telas en los ojos, que por aquí va el hombre con la
-palabra, y por allá va el su pensamiento.</p>
-
-<p>&mdash;Con tal que ella te entendiera... ¿sabes tú si te ha
-entendido?</p>
-
-<p>Trocóse en fuego la timidez de Nisco, y respondió impetuoso:</p>
-
-<p>&mdash;Diera este brazo por saber que sí; que tal me miraron sus
-ojos y tal me habló con su boca, que luceros de la noche y sinfonías de
-la gloria me parecieron. ¡Qué señales fueran mejores de que lo alto se
-abajaba!</p>
-
-<p>&mdash;¿Conózcola yo, Nisco?</p>
-
-<p>&mdash;¡Como al mesmo personal de usté!</p>
-
-<p>&mdash;Pues, hombre, para lo poco que falta ya, dime quién es.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_148">[p. 148]</span></p>
-
-<p>Quedóse aquí Nisco como quien ve visiones, con los ojos
-encandilados, la boca abierta, cárdeno el semblante y creo que hasta
-sin pulsos.</p>
-
-<p>En esto se oyó ruido en el corredor, y Ana y Pablo entraron en la
-sala un instante después. Ana llegó á ver la escena tal como quedó á la
-última palabra de María. Pablo, al reparar en su amigo, le preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Me esperabas, eh?</p>
-
-<p>&mdash;No... sí... digo, creo que no.., es decir, puede que
-sí,&mdash;respondió Nisco.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hombre, parece que estás atolondrado! Pues mira&mdash;añadió
-Pablo mientras Ana y María se abrazaban y salían juntas al
-balcón,&mdash;perdona por esta tarde, que estoy muy ocupado, y vuélvete
-á la noche un rato, como de costumbre... si quieres.</p>
-
-<p>Nisco, que necesitaba aire fresco, despidióse y salió de la sala
-hecho un palomino. Junto á la escalera halló á don Juan de Prezanes que
-subía con su compadre, el cual llamaba á su mujer á voces para avisarle
-la llegada del amigo. Cerca de la portalada alcanzó el mozo á don
-Valentín, que iba á salir también. El veterano, mientras zarandeaba el
-casaquín y se sonaba las narices con ímpetu, gruñía y murmuraba. Nisco
-le oyó decir con ira, mientras levantaba el picaporte del postigo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Sabandijas!... ¡Servilones!...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_149">[p. 149]</span></p>
-
-<p>No fué Nisco en derechura á su casa: estuvo oreándose la cabeza y
-los pensamientos largo rato por brañas y callejos. Pasando por una
-encrucijada, vió venir á Catalina. Irguióse altivo al emparejar con
-ella, y observó que traía la cara más risueña y el andar más resuelto
-que horas antes.</p>
-
-<p>Y díjole la moza al cruzarse con él:</p>
-
-<p>&mdash;¡Híspete, pavo, que ya te pelarán!</p>
-
-<p>Á lo que respondió Nisco, mirándola por encima del hombro:</p>
-
-<p>&mdash;Taday... ¡probeza!...</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_cennudo.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_11">
- <p><span class="pagenum" id="Page_151">[p. 151]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_busto.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XI. APUNTES PARA UN CUADRO">XI</h2>
- <p class="subh2">APUNTES PARA UN CUADRO</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-b.jpg" alt="B adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Bien corrida</span> era ya la
-media tarde cuando despertó don Baldomero, porque fué Sidora á levantar
-la mesa y le dió en la cara con el mantel al echársele debajo del
-brazo. Incorporóse el hombre lentamente, bostezando mucho y con grande
-clamoreo; se desperezó á sus anchas, lió un cigarro y le encendió sin
-dejar de estremecerse ni de bostezar entre chupada y chupada. Salió
-después del caserón, y, paso á paso, llegó á la taberna, café de los
-holgazanes desidiosos de aldea.</p>
-
-<p>Junto á la enrejada ventana, por donde el tabernero despachaba á los
-parroquianos vergonzosos, había una mesa de basto tablero, y alrededor
-de ella, sentados, hasta tres personajes que voy á presentar al lector,
-porque debe conocerlos. Vestía el uno un traje entre anda<span
-class="pagenum" id="Page_152">[p. 152]</span>luz y de la tierra (ancha
-faja de estambre negro á la cintura, calañés, chaleco desceñido, y en
-mangas de camisa); andaría rayando con los treinta y cinco años; y
-como aún era <i>mozo soltero</i>, presumía de apuesto sin serlo cosa mayor;
-ostentaba en la cara anchas patillas negras; miraba gacho y hablaba
-ceceoso y lento, más por alarde que por natural disposición. Había
-estado, de mozo, en Andalucía, como tantos otros coterráneos suyos; y
-era casi el único resto del antiguo <i>jándalo</i>, de los que volvían á
-caballo, entre rumbo y alamares, escupiendo por el colmillo y, á creer
-lo que ellos mismos aseguraban, sembrando el camino real de pañuelos de
-seda y onzas de oro.</p>
-
-<p>No le dió á éste gran cosa la vanidad por ese lado: en cambio, su
-boca era una carnicería, hablando, mientras acariciaba con la mano el
-cabo de una navaja que siempre llevaba asomando por el ceñidor, de la
-gente que él había despachado al otro mundo, no más que por tocarle
-con el codo al pasar, ó por no dejarle la acera libre, ó por mirar
-dos veces seguidas á la mujer que por él se moría. Con esto, con no
-trabajar nada, con frecuentar demasiado la taberna y con amenazar
-en voz sorda, marcando mucho la sonrisa, al lucero del alba á cada
-paso, llegó á hacerse temible en Cumbrales, aunque no hay memoria
-de que nadie le viera cum<span class="pagenum" id="Page_153">[p.
-153]</span>plir una pizca de lo mucho que ofreció en su vida, ni
-siquiera tomar parte en las serias contiendas de que fueron causa
-sus baladronadas impertinentes, en corros y romerías. Pretendió á
-todas las buenas mozas de Cumbrales, y de todas recibió calabazas;
-apechugó después con la que quedaba, y ocurrióle lo mismo. Desde
-entonces se hizo protector de las mozas de Rinconeda, y esto acabó
-de desacreditarle en su pueblo. Llamábanle el <i>Sevillano</i>, y nadie
-le podía ver en Cumbrales, pero ninguno se atrevía á decírselo á la
-cara.</p>
-
-<p>El personaje que estaba enfrente de él en la mesa era un mocetón
-hercúleo, de mucha y enmarañada greña, y sobre ella, tirado de
-cualquier modo, un sombrero negro de anchas alas. Estaba despechugado
-y dejaba ver un cuello robusto, unido al abovedado pecho por un istmo
-de pelos cerdosos, entre músculos como cables. No era fea su cara,
-pero tampoco atractiva, aunque risueña. Pecaba algo de sucia, y no
-eran sus ojos garzos todo lo grandes ni todo lo pulcros que fuera de
-desear. La barba, no muy bien afeitada, y el pelo, tenían un color mal
-determinado, entre rubio y negro, matiz que daba una feísima entonación
-al rostro; el cual, sin haber en él reflejo alguno de maldad, acusaba
-cierta grosería de instintos que repugnaba. Pues este mocetón,
-también en mangas de camisa y<span class="pagenum" id="Page_154">[p.
-154]</span> con la chaqueta al hombro, era el famoso <i>Chiscón el de
-Rinconeda</i>, gran amigo del Sevillano de Cumbrales, y pretendiente de
-Catalina desde que Nisco la había dejado. Tenía algunos bienes, y era
-trabajador cuando quería; pero mucho más dado á zambras y bureos, y un
-apaleador de gran fama.</p>
-
-<p>El tercer personaje era un pobre hombre, de edad incalculable á la
-simple vista, anguloso y acartonado, encogido y bisunto.</p>
-
-<p>Aunque cargado de familia, tenía horror al trabajo duro del campo,
-y se había propuesto hacerse rico de sopetón; para lo cual contaba con
-dos elementos importantísimos: su ingenio y la manía de las herencias
-gordas <i>de la otra banda</i>. De su ingenio eran producto multitud de
-artefactos, para los que había pedido, con mal éxito, privilegio de
-invención ó cincuenta mil duros al Estado. El más ingenioso de sus
-inventos, y por el que revolvió la provincia entera hasta conseguir
-que el ministro de Fomento examinara el prodigio, fué un cepo para
-cazar topos en el instante en que estos minadores sempiternos arrojan
-la tierra sobre el prado; pero se tocó el inconveniente de que era
-preciso adivinar dónde iba á formarse la topera para colocar allí el
-aparato y juzgar de su utilidad, y no hubo ocasión de tratar del punto
-<i>secundario</i> que se mencionaba en la breve <i>memoria</i> del au<span
-class="pagenum" id="Page_155">[p. 155]</span>tor, ó sea el millón
-y medio que éste pedía por el invento, aunque con la obligación de
-construir uno á sus expensas para las necesidades del Gobierno de la
-nación. En estos ensayos empleaba la mayor parte del tiempo que pasaba
-en casa, serrando listones y tabletería que atrapaba aquí y allí,
-aviniendo y combinando pedazos, fuerzas y resistencias. Diéronle, por
-esto, el nombre de <i>Tablucas</i>, y con él se le llamaba y á él respondía,
-casi olvidado ya del verdadero.</p>
-
-<p>No por estas atenciones descuidaba el asunto de las herencias, que
-todos los días le daba no poco que hacer. Siempre tenía una ó dos
-entre manos. Referían los periódicos que un archimillonario había
-muerto en el Japón, supongamos; contábanselo á él los que ya le
-conocían el flaco, ó lo inventaban, ó llegaba un pobre á la puerta y le
-decía:&mdash;«Y ello ¿habrá algo de cierto en eso que se corre al auto
-de unos treinta millones que están depositaos en el Gubierno de arriba,
-por no conocerse á los herederos del montañés que los dejó al morir
-en el Pirul, de Padre Santo, rey... ú cosa así?» En cualquiera de los
-casos preguntaba Tablucas:&mdash;«¿Está ese pueblo en <i>la otra banda</i>?»
-Contestábanle siempre que sí; y ya no necesitaba saber más.</p>
-
-<p>Hubo en su familia un individuo que sobre el año 20 pasó á las
-Américas y de cuyo paradero<span class="pagenum" id="Page_156">[p.
-156]</span> no volvió á saberse nunca; y en todos los ricos, muertos
-abintestato en <i>la otra banda</i>, es decir, en América, en la China... en
-cualquier punto remoto de la tierra, llamárase aquél como se llamara,
-veía Tablucas á su pariente, rebuscando su genealogía, cotejando fechas
-y acumulando supuestos é imaginaciones. Colocado ya sobre el rastro
-del asunto, como él decía, consultábale con los licurgos callejeros
-de Cumbrales; después con los abogados de veras; luégo con el cónsul
-de la nación en que había muerto el pariente, y, por último, trataba
-de entenderse con el ministro de Estado. Á todo esto, llenándose los
-bolsillos de papelucos con nombres de personajes, respuestas vagas de
-este agente ó del otro alcalde, y de fes de bautismo, sin que faltara
-la del ignorado pariente, y arreglando en su imaginación la historia
-de tal modo, que el más sutil se quedaba perplejo al oirla. Todo
-esto le costaba dinero, viajes y molestias sin número; pero vendía
-gustoso el mendrugo de su familia, y jamás le cansaban las idas y
-venidas, ni le desalentaban desengaños ni malas razones. Así, hasta
-que se moría otro millonario, y dejaba, por seguir á éste, el rastro
-del anterior, exclamando al emprender la nueva campaña, alegre y
-regocijado:&mdash;«¡Bien dije yo siempre que <i>por este lado</i> había de
-venir la herencia!»</p>
-
-<p>Por lo demás, aunque frecuentaba mucho la<span class="pagenum"
-id="Page_157">[p. 157]</span> taberna, no era gran bebedor, y rara
-vez se emborrachaba. Hablar de sus máquinas y enseñar los papeles
-referentes á la millonada que estaba para caerle, era su pasión
-predominante fuera de casa.</p>
-
-<p>Detrás del mostrador estaba, llenándole de cuentas con tiza,
-Resquemín, el tabernero, hombre bien engrasado, algo viejo y de áspero
-y avinagrado humor.</p>
-
-<p>Sobre la mesa, entre los tres personajes descritos, había, además de
-un jarro con su correspondiente vaso, una ociosa baraja, algo parecida,
-por lo resobada y maltrecha, á aquélla con que Pedro Rincón y Diego
-Cortado ganaron al arriero de la venta del Molinillo doce reales y
-veintidós maravedís, si no me engaña la memoria.</p>
-
-<p>Ociosa, como he dicho, estaba la baraja, acaso porque faltaba un pie
-para un partido á la flor de cuarenta; pero no lo estaba tanto el vaso,
-que á menudo andaba de mano en mano y de boca en boca, colmado del
-tinto que oportunamente escanciaba Chiscón, quien, por las trazas, era
-el que convidaba allí.</p>
-
-<p>Andaba éste en tentaciones de pedir á Catalina á la hora
-menos pensada; visitábala por las noches, en presencia de toda
-la familia, pues este favor no se niega jamás en ninguna cocina
-montañesa, y gustábale mostrarse rumboso ante<span class="pagenum"
-id="Page_158">[p. 158]</span> la gente de Cumbrales, por lo que
-esto pudiera servirle de recomendación á los ojos de su novia, que,
-dicho sea de paso, no se los ponía de resistencia, aunque sólo con
-el disculpable propósito de encender resquemores en el pecho de
-Nisco. Tomaba Chiscón la buena acogida por donde más le halagaba, y
-proponíase abreviar los procedimientos, por lo que pudiera ocurrir.
-De esto se había hablado algo aquella tarde entre él y el Sevillano,
-que con sus consejos y protección le ayudaba, y hasta acababa de
-brindarse al de Rinconeda para <i>limpiarle</i> de estorbos el camino, si
-por estorbo tenía á Nisco todavía. Cabalmente había sido el hijo de
-Juanguirle el causante de que Catalina no le diera cara cuando él la
-pretendió. Y bien sabe Dios que si Nisco le hizo desalojar la calleja
-más que á paso, fué porque él no llevaba encima <i>la herramienta</i>,
-y el otro comenzó á ventear el garrote. ¡Si le tendría ganas el
-Sevillano! Agradecióle el brindis Chiscón, pero desechó el servicio por
-innecesario.</p>
-
-<p>En esto llegó Tablucas, que no habló de sus máquinas ni sacó los
-papeles de su pleito. Traíale últimamente muy preocupado y absorto otro
-asunto harto excepcional y perentorio; y por esta herida respiraba
-solamente, y de esto hablaba en todas partes, y de esto habló allí
-entonces tan pronto como se sentó y le pelliz<span class="pagenum"
-id="Page_159">[p. 159]</span>caron la lengua Resquemín y el Sevillano,
-que ya conocían el conflicto.</p>
-
-<p>&mdash;De lejos todos somos valientes&mdash;decía el hombre de
-los inventos y de las herencias, respondiendo á las chanzas de los
-otros;&mdash;pero allí vos quisiera yo ver, ¡córcia! allí, en la soledá
-de la noche, clamando la familia aterecía de espanto; y tamborilazo
-va y tamborilazo viene á la puerta. ¡Vos digo que aquello levanta en
-vilo!...</p>
-
-<p>Aquí estaba el asunto cuando entró en la taberna don Baldomero.
-Arrimóse al lado libre de la mesa, sentóse perezosamente, y dijo,
-después de dar entre dientes las buenas tardes:</p>
-
-<p>&mdash;Resquemín... la <i>sosiega</i>.</p>
-
-<p>El tabernero tiró de pronto la tiza contra la pared, púsose en
-jarras, y moviendo á uno y otro lado la cabeza, sin apartar de don
-Baldomero los ojos de gato irritado, comenzó á decir con su voz
-atiplada:</p>
-
-<p>&mdash;Me paece á mí, ¡jinojo! que el día menos pensao le va á
-<i>resquemar</i> á alguno el mote en la asadura; porque ¡jinojo! si piensan
-que yo soy guitarra para dejarme tocar de todo chafandín que á bien lo
-tenga, ya estáis aviaos... ¡Porque ¡jinojo! cuando á mí se me sube el
-tufo á la cabeza, soy tan hombre como el que más!... ¡Y no digo más!...
-¡Y ésta y no más!... ¡Pues no faltaba más!... ¡Jinojo!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_160">[p. 160]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Ingrato! ¡mal tabernero!... ¡Después que te lo digo para
-adularte, me riñes todavía?</p>
-
-<p>Á esta chanza socarrona del impasible don Baldomero, replicó
-Resquemín hecho una lumbre:</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo no necesito las adulaciones de usté ni de naide,
-jinojo!... Yo me futro en ellas ahora y siempre; y en usté... y en
-todos los presentes... y en el mundo entero, ¡jinojo! que no estoy aquí
-para recreo de naide, sino por el mío, ¡jinojo!... Y el día que me
-dé la gana, dejo el oficio, ¡andando! que para eso tengo posibles...
-Y si me da el real antojo, echo todos estos trastos á la calleja,
-¡rejinojo!... y si me apuran un poco, lo hago ahora mismo... ¿ve usté
-este vaso? ¿le ve usté bien? Pues éste es el caso que hago yo de este
-vaso... (Y no le rompió.)&mdash;¿Ve usté esta botella? ¿la ve usté
-bien? Pues éste es el caso que hago yo de esta botella. (Y la dejó
-donde estaba.) ¡Á mí con esas, jinojo!... ¡Si soy yo más hombre!...
-¡Con burlas á mí!... Valiérales más á algunos pagar á menudo las
-cuentas; que á fe que la hay con más renglones que la letanía de los
-Santos, ¡jinojo! Y no digo de quién, porque no me da la gana: por
-eso... ¡Y no hay más que eso!... ¡Y sobra con eso!... ¡Jinojo!...</p>
-
-<p>Después abrió los bastidores de un armarillo, y volvió á cerrarlos,
-y tornó á abrirlos, y al<span class="pagenum" id="Page_161">[p.
-161]</span> cabo cogió un vaso pequeño, le llenó de aguardiente y se lo
-llevó á don Baldomero.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí está la sosiega&mdash;dijo plantando el cortadillo en la
-mesa.&mdash;Y ¡jinojo!&mdash;continuó,&mdash;naide se extrañe de que
-el hombre se remonte un poco á lo mejor... porque no es uno de peña,
-¡jinojo!... Y buenas son las chanzas, pero no tanto que ofendan. Tanto
-me estimas, tanto te aprecio. ¿No está esto en ley?... ¡Pues vívase en
-ley!... ¡Esa es la ley... jinojo!</p>
-
-<p>Así era aquel hombre.</p>
-
-<p>Chiscón y el Sevillano, sin hacerle maldito el caso, seguían
-comentando, medio en serio y medio en broma, los relatos de
-Tablucas.</p>
-
-<p>&mdash;La primera vez&mdash;dijo éste, cuando calló
-Resquemín,&mdash;pensé que era algún vecino que llamaba con apuro.
-Salí corriendo, abrí la puerta... y ná, por más que miré aquí y allí.
-Pregunté á la viuda... porque ya sabéis cómo está la mi casa... desde
-aquí se ve enfilá con el esconce de la iglesia: tal como aquí está
-ella, y pegante por la derecha la de la viuda de Pedro Jelechos; en
-un mesmo portal... puerta con puerta, vamos. Pregunté á la viuda,
-y díjome que ni ella había llamao ni había oído porrazo alguno. Un
-bardalón tremendo rodea por detrás las dos casas... por allí no puede
-saltar naide á los huertos, ni tiempo tuvo de esconderse en ellos
-después de llamar, porque yo<span class="pagenum" id="Page_162">[p.
-162]</span> abrí tan aína como oí los golpes, y el corral no tiene más
-salida que la portalá; las tapias son muy altas, y en el corral no se
-vió alma viviente, ¡y eso que la luna alumbraba de firme! Bueno. Á la
-otra noche, estábamos cenando, y ¡plun! de repente, ¡zas! á la puerta.
-¡Cristo mío, qué tamborilazos! ¡Naide probó más bocao allí! En esto
-se oye una voz, como de alma en pena, que dice por el ojo mesmo de la
-llave:&mdash;«¡El que salga afuera en toa la noche, ó quiera saber
-quién llama, perece!...» Quedéme patifuso, y entendí que la mujer y los
-hijos fenecían de temblor. ¡Como no saliéramos, córcia!...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y á la otra noche?&mdash;preguntó el Sevillano, que no
-apartaba la vista de los ojos de Tablucas.</p>
-
-<p>&mdash;Á la otra noche&mdash;continuó éste,&mdash;ná, porque arreció
-el ábrego... ¡y esto me da á mí mucho que cavilar! ¿Hay juriacán ó
-negrura? Ni un soplo se oye allí. ¿Hay sosiego y luna clara? Pus ¡leña
-á la puerta! De modo y manera que, por unas ó por otras, de mi casa no
-sale una mosca tan aína como anochece... Y esta vida traigo dos semanas
-hace... ¡Decíme vusotros, córcia, si tal vida se puede aguantar!</p>
-
-<p>Don Baldomero, en tanto, fumaba, sorbía alguna que otra vez, y
-parecía no dar la menor importancia al relato de Tablucas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_163">[p. 163]</span></p>
-
-<p>Preguntóle Chiscón si sospechaba de alguien, y respondió el
-atribulado personaje:</p>
-
-<p>&mdash;¡Córcia, si sospecho!.,. Y no lo digo por la viuda, aunque
-mujer es de laberintos y tapujos y de un vivir como es público y
-notorio desde que le faltó el marido y paece que le cayeron las Indias
-en casa, según lo que se peripone y redondea, cuando, en pura equidá,
-debiera andar á la limosna, sola y sin bienes como se ve... Más poder
-tiene que ella y que todo hombre nació quien la mi puerta aporrea sin
-fegura corporal como nusotros. Lo que con ese ultraje se busca en
-mi casa, no lo sé á la presente; pero tocante á quien me le hace...
-¡córcia si lo sé! Y lo sé, porque lo he visto... ¡lo he visto con estos
-mesmos ojos!... Y al auto de ello, vos diré que en una de las noches
-de los tamborilazos, no teniendo pecho para abrir la puerta, subíme al
-sobrao, y por un ujero de la ventana miré hacia el Campo de la Iglesia,
-por si descubría á alguno que corriera hacia acá, cuando veo encima de
-ese murio viejo que pega con el mi corral, y mira que mira hacia mí,
-un perrazo blanco y negro, que no miento si digo que era tan grande
-como el toro de la cabaña. Á la otra noche, el mesmo perro en el mesmo
-sitio... y siempre que hay garrotazos en la mi puerta, el perro en el
-murio. ¿Qué hace allí ese perro, córcia? ¿Qué perro puede ser<span
-class="pagenum" id="Page_164">[p. 164]</span> ese? ¿Qué ha de ser ese
-perro sino <i>ella mesma</i>?</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿quién es ella mesma?&mdash;preguntáronle.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pus la Rámila, córcia... la Rámila! Pondría las dos orejas
-á que es ella. Y si miento ú no miento, ha de saberse pronto, porque
-tengo en el magín una idea... que se verá en su día... Y no digo más,
-¡córcia!</p>
-
-<p>Apuró don Baldomero el último trago de la sosiega, y dijo á
-Tablucas:</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo te daría un consejo... si estás en tus cabales cuando
-oyes los linternazos á la puerta y ves el perro en el murio.</p>
-
-<p>&mdash;Lo oigo y lo veo como á usté á la presente; y lo oyen y
-lo ven la mujer y los hijos. ¡Ojalá no lo viéramos ni lo oyéramos
-pizca!</p>
-
-<p>&mdash;Pues mi consejo es que hables poco de ello y que sigáis
-cerrando la puerta al anochecer... por si acaso te baldan de un
-garrotazo. Por de pronto&mdash;añadió don Baldomero cogiendo la baraja
-que estaba sobre la mesa,&mdash;vamos tú y yo á meter mano á estos dos
-valientes, en un partido á la flor; y eso te distraerá un poco.</p>
-
-<p>&mdash;Hasta el anochecer y no más, ¡córcia!&mdash;replicó
-Tablucas;&mdash;porque en cerrando la noche, no será el hijo de mi
-padre quien pase junto al murio.</p>
-
-<p>&mdash;Yo te aseguro que estando conmigo&mdash;díjole don
-Baldomero,&mdash;nada malo han de hacerte<span class="pagenum"
-id="Page_165">[p. 165]</span> las brujas: soy un puro amuleto de los
-pies á la cabeza.</p>
-
-<p>Aceptóse de buena gana el desafío por el Sevillano y Chiscón, á
-quienes tenía muy suspensos el relato de Tablucas, y se dió comienzo á
-la partida.</p>
-
-<p>Es cosa averiguada que aquella noche, por indicación del jándalo, en
-lugar de ir el de Rinconeda á casa de Catalina por la calleja contigua
-al murio, como de costumbre, se dieron ambos un paseo, <i>para tomar el
-aire</i>, por la barriada opuesta; y desde allí, rodeando mucho, llegó á
-su casa el Sevillano, admirado, por primera vez en su vida, de lo que
-ladraban los perros en Cumbrales en cuanto anochecía, y siguió Chiscón,
-solo y relinchando, en busca del norte de sus pensamientos.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_pelopincho.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_12">
- <p><span class="pagenum" id="Page_167">[p. 167]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_tristeza.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XII. MEDIAS TINTAS">XII</h2>
- <p class="subh2">MEDIAS TINTAS</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-b.jpg" alt="B adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Bueno estuvo</span> el
-agasajo aquél!... ¡bueno de veras!... Primeramente, conservas de
-guindas y ciruelas claudias, queso de Flandes y miel de abejas;
-después, chocolate con <i>sobadas</i> de manteca y bollos de Mallorca;
-y para endulzar el agua, azucarillos de color de rosa. De todo
-había en la despensa, gracias á Dios. De lo uno, porque abundaban
-los frutales y los <i>dujos</i><a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1"
-class="fnanchor">[1]</a> en la huerta, y las vacas de leche en los
-establos de don Pedro Mortera; y las manos de su señora (y aprovecho
-esta ocasión para decir que se llamaba doña Teresa Coteros, cepa de
-lustre en la Montaña), así como las de su hija, se pintaban solas para
-entender en ese ramo de golosinas. De lo demás y otro tanto, como la
-villa estaba<span class="pagenum" id="Page_168">[p. 168]</span> cerca,
-nunca faltaba en casa la necesaria provisión.</p>
-
-<p>Repito que estuvo bueno, ¡bueno de veras! el agasajo, servido en
-amplia mesa, en mitad de la sala. Pero ¡bien le hizo los honores y le
-ponderó el complacidísimo don Juan de Prezanes!</p>
-
-<p>&mdash;¡Buen punto de dulce!&mdash;decía al probar el de
-guinda.&mdash;En este ramo, Ana, tienes que bajar la cabeza delante de
-tu madrina: no llegas á ella... ¡y eso que lo haces bien! En cambio, no
-hay repostero que entienda las compotas como tú.</p>
-
-<p>&mdash;Pues mira cómo te equivocas&mdash;respondió su
-comadre:&mdash;ese dulce es obra de María.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sí? Pues es señal de que la discípula va á dar quince y raya
-á la maestra. Sea enhorabuena, muchacha.</p>
-
-<p>Al tomar luégo chocolate, exclamó, después de olerlo y de
-probarlo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Soberbio!... Esto es <i>de tres hervidas</i>, como mandan los
-inteligentes: el chocolate ha de <i>subir</i> tres veces en la chocolatera;
-luégo un poquito de reposo, y á la jícara en seguida... Dame un par de
-rebanadas de ese pan tostado, Pedro... y esa mantequilla fresca para
-untarlas... ¡Cosa exquisita!</p>
-
-<p>&mdash;El apetito que tú tienes, Juan&mdash;díjole su
-compadre,&mdash;y los buenos ojos con que lo miras todo. ¡Eso sí que es
-exquisito!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_169">[p. 169]</span></p>
-
-<p>&mdash;No te diré que no, Pedro; que con el ánimo atribulado, suelen
-los estómagos ser melindrosos. Pero no por eso deja de ser bueno lo
-que lo es, como esto que yo alabo... Arrima hacia acá esos bollos de
-Mallorca, Teresa, que esponjas de miel deben ser para el chocolate...
-¡Bien á mano los tenías, mujer, para regalarme hoy con ellos!</p>
-
-<p>&mdash;Ayer se hicieron, Juan,&mdash;respondió doña Teresa arrimando
-la canastilla llena de bollos á su compadre.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mira qué á tiempo!</p>
-
-<p>&mdash;¡Ésta sí que es obra de María!&mdash;exclamó don Juan de
-Prezanes saboreando parte de uno, mojado en chocolate.</p>
-
-<p>&mdash;Pues cabalmente los hizo mi madre&mdash;respondió, riéndose,
-María:&mdash;lo mismo que las sobadas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Superior estaba también la que he comido!</p>
-
-<p>&mdash;Torpe andas hoy, Juan, en tus presunciones&mdash;díjole don
-Pedro Mortera con socarronería;&mdash;y esa torpeza no es disculpable
-en un jurisconsulto viejo, que debe tener buena nariz para todo.</p>
-
-<p>&mdash;Cierto es eso, Pedro amigo; pero ¡hace tanto tiempo que dejé
-el oficio!... Sin embargo, no he olvidado el principio fundamental de
-la recta justicia: <i>Suum cuique tribuere</i>; en virtud del cual, doy á tu
-mujer la enhorabuena que pen<span class="pagenum" id="Page_170">[p.
-170]</span>saba dar á María. Conste que te felicito, Teresa.</p>
-
-<p>Y así por el estilo. Á todo lo cual callaba Pablo y no decía Ana
-mucho más que su amiga, que también callaba. Verdad es que don Juan de
-Prezanes no dejaba meter baza á nadie, porque hablaba por todos.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Media hora después de anochecido, Ana y María estaban en un rincón
-de la solana, embutida entre los dos cortafuegos, muy salientes, de la
-fachada. El aire continuaba siendo seco y pesado, y no había que temer
-daños del relente. Ana se mecía sobre los pies traseros de una silla,
-apoyando las puntas de los suyos diminutos en los gruesos y torneados
-balaustres del balcón, para guardar el equilibrio, cuando no descansaba
-reclinando la silla contra la pared. María, sentada á su lado,
-contemplaba la luna, redonda y resplandeciente como un disco de oro
-bruñido, en el no muy ancho lugar que los nubarrones le dejaban libre
-en el cielo; y aun allí no imperaba á su antojo sobre las tinieblas
-de la noche, pues de vez en cuando empañaban sus fulgores pardos
-crespones que el viento llevaba por delante en la senda que recorría
-en el espacio. Estaban envueltas en sombra las montañas, y sólo las
-del Sur perfilaban sus crestas<span class="pagenum" id="Page_171">[p.
-171]</span> gallardamente sobre un fondo diáfano y luminoso.</p>
-
-<p>Rato hacía que las dos jóvenes callaban. De pronto Ana, cuyo
-carácter alegre y travieso no la permitía hacer largas amistades con el
-silencio, exclamó contemplando también la luna:</p>
-
-<p>&mdash;Mírala, mujer, qué rechonchaza y papujona sale ahora. ¡De qué
-buena gana la daba un par de carrilladas en aquellos mofletes! Asomando
-entre las nubes, me recuerda la cara de tía Pepa Tortas, cuando se
-quita la muselina.</p>
-
-<p>María se echó á reir, y preguntó á su amiga:</p>
-
-<p>&mdash;¿De veras hallas en la luna cosa que se parezca á un rostro
-humano?</p>
-
-<p>&mdash;Yo no he visto eso en otras lunas que las pintadas en el
-calendario, María; pero, forzando un poco la imaginación, se distingue
-algo como nariz...</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo no veo sino un rimero de manchas...</p>
-
-<p>&mdash;Justo, lo que ven los muchachos de Cumbrales: una vieja
-sentada encima de un coloño de espinos. Estaba robándolos de noche, y,
-en castigo, la sorbió la luna.</p>
-
-<p>&mdash;Así dicen.</p>
-
-<p>&mdash;Por bien poco se atufó esa señora... ¡Si el robo hubiera sido
-de un bolsillo de onzas siquiera!...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_172">[p. 172]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Esta sí que no es ilusión, Ana!... Mira aquella nube
-amarillenta y sola, á la derecha de la luna. ¿Has visto cosa más
-parecida á un león agazapado?</p>
-
-<p>&mdash;Algo tiene de eso, efectivamente... Pero si á ver vamos, mira
-estas pardas de la izquierda: yo veo en ellas un caballo á escape, y
-otro á su lado mordiéndole las crines; y detrás, un rebaño... no sé de
-qué; y hasta los pastores con sus palos...</p>
-
-<p>&mdash;¡Ave María purísima! Yo no veo señal de esas cosas.</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo sí, y no me asombran, que, aun sin subir tan arriba,
-se ven otras mucho más raras. Aquí abajo, en Cumbrales mismo, hay mujer
-que á su amiga ¡qué digo amiga! á su hermana, le oculta el sentir de su
-corazón.</p>
-
-<p>&mdash;¿Volvemos á lo de antes, Ana?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señora... ¡y mucho que vuelvo! porque eso no se hace.
-¡Tener ya envejecido, como quien dice, un amor en el pecho, y necesitar
-yo, su amiga y confidente, sacarle con tenazas lo poco que he llegado á
-saber!...</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿qué adelantaríamos, Ana, con que yo te hubiera dado cuenta
-de todo?</p>
-
-<p>&mdash;Lo que se adelanta siempre en esos casos: por lo menos,
-hablar de ello á menudo.</p>
-
-<p>&mdash;Un imposible. ¡Buen asunto para nuestras conversaciones!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_173">[p. 173]</span></p>
-
-<p>&mdash;Se habla sobre el mejor modo de vencerle.</p>
-
-<p>&mdash;Como yo sé que no le he de vencer...</p>
-
-<p>&mdash;Pues se la riñe á usted por haberse metido en tales honduras
-á tontas y á locas.</p>
-
-<p>&mdash;Cuanto más se manosea una herida, más duele: es preferible
-hacer lo que yo hago, considerando la mía incurable: tratar de
-olvidarla en silencio.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, María&mdash;dijo aquí Ana acercando más su silla á la
-de su amiga,&mdash;hablando con toda formalidad, ¿será posible que los
-síntomas que vengo observando en tí algún tiempo hace, y las pocas
-palabras que he podido arrancarte, acusen real y verdaderamente una
-enfermedad de tal naturaleza?</p>
-
-<p>&mdash;¿De qué naturaleza?&mdash;preguntó María sorprendida.</p>
-
-<p>&mdash;Me has asegurado que jamás tu padre aprobaría esa elección
-que has hecho...</p>
-
-<p>&mdash;Y es la verdad.</p>
-
-<p>&mdash;Porque hay entre él y esa persona poco menos que un
-abismo.</p>
-
-<p>&mdash;Cabal.</p>
-
-<p>&mdash;Pues en ese abismo es donde se pierde mi curiosidad, María;
-que aunque todos los abismos convienen en ser «negros é insondables,»
-según la fama (yo no he visto ninguno todavía), debe haberlos más y
-menos espantosos... y hasta más y menos necesarios; y tales riesgos
-pue<span class="pagenum" id="Page_174">[p. 174]</span>den existir para
-tí al otro lado del tuyo, que mi padrino haya obrado como un sabio al
-ponértele delante.</p>
-
-<p>&mdash;Muchas gracias por el consuelo, Ana.</p>
-
-<p>&mdash;No te lo dije por mortificarte, María, y perdóname... pero
-escucha. Hay matrimonios, llamados imposibles, por discordancias de
-caracteres entre las dos familias interesadas; por diversidad de ideas
-religiosas ó políticas; por notable desequilibrio en los bienes de
-fortuna ó en la honra personal; por diferencia de alcurnias; y, por
-último, los hay que, además, son ridículos, y si me apuras, grotescos,
-por no concordar los novios ni en caudales, ni en jerarquía, ni en
-educación. Con franqueza, María, ¿cuál de estos casos es el tuyo?</p>
-
-<p>Á lo cual dijo María con calor:</p>
-
-<p>&mdash;¿Me prometes, si te lo confieso, responderme con la misma
-franqueza á las preguntas que yo te haga después?</p>
-
-<p>&mdash;¿Sobre asunto parecido?&mdash;preguntó Ana.</p>
-
-<p>&mdash;Idéntico,&mdash;respondió María.</p>
-
-<p>Sonrióse aquélla y dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué más quisiera yo, hija mía, que tener algo de eso que
-contarte!</p>
-
-<p>&mdash;No trates de curarte en sana salud.</p>
-
-<p>&mdash;Te contaré hasta mis <i>aprensiones</i>: ¿quieres más?</p>
-
-<p>&mdash;Eso me basta. Trato hecho, y empiezo á<span class="pagenum"
-id="Page_175">[p. 175]</span> cumplir mi compromiso... es decir, á
-responder á tu pregunta.</p>
-
-<p>En esto se oyó vocear á don Juan de Prezanes, que con sus compadres
-y Pablo continuaba charlando, á obscuras, en la sala. Sobresaltóse Ana,
-más por lo especial del sonido que por la fuerza de la voz, y dijo á
-María interrumpiéndola:</p>
-
-<p>&mdash;Se me antoja que no ha de ser muy duradera esta
-reconciliación si se dejan los genios á su albedrío. No va á haber otro
-remedio, María, que armar un pronunciamiento entre nosotras.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué temes ahora?&mdash;preguntó María.</p>
-
-<p>&mdash;Escucha á mi padre.</p>
-
-<p>La voz de éste era recia y destemplada entonces.</p>
-
-<p>&mdash;Ya que el diablo ha metido aquí la
-pata&mdash;decía,&mdash;echando sobre la mesa la envenenada manzana de
-la sempiterna cuestión de los genios dulces ó amargos, déjese á cada
-cual defender el suyo en buena lid, que hablando se entiende la gente,
-y no metiéndose los dedos por los ojos, ¡caramba! Yo no pretendo ser
-mejor que nadie; pero tampoco me conformo con que otros presuman de ser
-mejores que yo. La forma no importa dos cominos: el fondo es lo que hay
-que mirar; justamente lo que menos se mira y se respeta en el mundo.
-Estoy cansado de oir: «don Fulano... ¡gran sujeto!... persona<span
-class="pagenum" id="Page_176">[p. 176]</span> muy atenta, muy fina,
-incapaz de faltar á nadie;» y todo porque don Fulano jamás dijo una
-palabra más alta que otra, y tiene siempre una sonrisa en los labios...
-hasta cuando despluma á su vecino, ó vende la amistad jurada por un
-puñado de dinero ó por cosa que lo valga. Pues al contrario: «¡don
-Perengano!... ¡no se le puede aguantar; es un grosero, una fiera!»
-porque don Perengano se tasa en lo que vale y no engaña al mundo con
-sonrisas falsas.</p>
-
-<p>&mdash;Te sales ya del carril, Juan&mdash;dijo entonces don
-Pedro.&mdash;Bueno es que el hombre lleve el corazón en la mano;
-pero en lo puramente genial, hay que irse con mucho tino; hay que
-contenerse, que dominarse un poco...</p>
-
-<p>&mdash;Justamente, Pedro. Pero que no se eche toda la carga al
-irascible; que empiecen por contemplarle algo los que saben de qué
-enfermedad padece; que no le irriten; que no le puncen; que le
-concedan siquiera lo que en justicia se le debe... Y esto me trae á
-la memoria un ejemplo de todos los días. Cuatro personas se ponen á
-jugar, por pasar el tiempo. Tres de ellas son de las llamadas <i>de mucha
-correa</i>. Pierden, y permanecen serenas, inalterables, atentas, finas
-y comedidas en todo: lo mismo que cuando ganan. La otra persona es un
-hombre de los míos: nervioso, irritable, sulfúrico. Tócale perder á
-él y comienza á descomponerse, y acaba por ser,<span class="pagenum"
-id="Page_177">[p. 177]</span> real y verdaderamente, inaguantable...
-Pero ¿por qué? Por la falta de consideración de los demás. Lo que
-pierde es insignificante; y no es esto lo que le irrita. Acaso sea él
-el más desinteresado de todos; quizá, fuera de allí, sea un manirroto
-para el dinero, al paso que los otros tres den primero un diente que
-un ochavo. Pero á las primeras señales de su inquietud, comenzaron los
-señores «de mucha correa» á dejar de tenerla para él; á irritarle con
-gestos de desagrado, con sonrisas de burla ó con palabras acres; hasta
-que, en fuerza de avivarse el fuego, llegó éste á la pólvora y voló la
-santabárbara.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿por qué el irascible no se contiene antes de dar
-ocasión á que sus compañeros, con razón sobrada, comiencen á renegar de
-él?</p>
-
-<p>&mdash;Porque no puede: lisa y llanamente porque no puede. Cuando
-«los hombres de correa» pierden, no ven más sino que no ganan, que <i>se
-les niega el naipe</i> y que se levantarán de la mesa con unos reales
-menos de los que tenían en el bolsillo cuando se sentaron. Esto es todo
-lo que ven y esto es todo lo que <i>sienten</i>: nada de lo que siente y ve
-el otro.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué puede ver y sentir ese otro, que más valga en el juego,
-aunque sea éste por mero pasatiempo?</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué puede ver y sentir? Un infierno de cosas y de
-impresiones. Ve, por de pronto,<span class="pagenum" id="Page_178">[p.
-178]</span> convertirse para él en leyes infalibles lo que para otros
-son coincidencias insignificantes. Por ejemplo: que las cartas sin
-valor que recibe y le hacen perder las bazas, son del palo de oros
-cuando da Fulano, ó del de copas cuando da Mengano; que siempre que
-éste enciende un cigarro ó el otro enreda con las fichas, le ganan
-á él un resto, ó le dan codillo, ó le acusan las cuarenta; que cada
-vez que Zutano se sonríe mirándole, le sacan uno á uno, y arrastrados
-ignominiosamente, los pocos triunfos que había podido adquirir... en
-suma, cada peripecia del juego parece fatalmente subordinada á un plan
-de la enemiga suerte. Jurara entonces que las figuras de la baraja,
-tendidas sobre la mesa, adquieren vida y movimiento, y que se burlan de
-él con sus caras ridículas y contrahechas. Pero hay algo más irritante
-aún que todo esto; y es una especie de diablillo que lo va señalando
-con el dedo para que nada pase inadvertido; diablo sin color ni formas,
-pero perfectamente visible á los ojos del espíritu excitado y vibrante.
-Toda esta infernal conjuración asedia sin descanso al jugador de mi
-ejemplo; y esto es lo que le incomoda y le saca de quicio; esto es
-lo que le ensoberbece y descompone, no los tres míseros ochavos que
-pierde en la partida; esto es, en fin, lo que no toman en consideración
-los hombres de «mucha correa» que le acosan<span class="pagenum"
-id="Page_179">[p. 179]</span> en vez de ayudarle, no á ganar, que
-absurdo fuera entre contrarios, sino á vencer á los conjurados, con un
-poco de tolerancia y de afabilidad. ¡Valiente hazaña consuman los que
-de nada se quejan porque nada les duele! En cambio, quien tiene por
-naturaleza un manojo de cuerdas sonoras, ¿qué mucho que, cuando se le
-hiere, vibre alguna de ellas! Lo asombroso fuera lo contrario. Luego no
-se ha de buscar en él sólo el remedio contra ciertas desafinaciones de
-su temperamento, sino también en la prudencia de quienes se le acerquen
-y le traten.</p>
-
-<p>&mdash;No me parece del todo mal esta teoría&mdash;dijo don
-Pedro,&mdash;aunque algunos reparos se me ocurren en favor de las
-gentes cachazudas que juegan para divertirse y no para ejercitarse
-en la faena espinosa de conjurar las demasías de un compañero
-atrabiliario; pero ¿á qué viene toda esa cuestión aquí?</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues me gusta la pregunta!&mdash;repuso don Juan de
-Prezanes.&mdash;¿He sido yo, por ventura, quien la ha traído?... ¿Ó
-piensas que me mamo el dedo... que no penetro lo que <i>se me quiere
-decir</i>?</p>
-
-<p>&mdash;Por el amor de Dios, Juan, ¡no empecemos!</p>
-
-<p>&mdash;¿Lo ve usted!... Ya voy yo á pagar los vidrios rotos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Te digo que no!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_180">[p. 180]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Te digo que sí!</p>
-
-<p>En este punto el altercado, entró Ana en la sala.</p>
-
-<p>&mdash;Tiene razón mi padre&mdash;dijo muy formal y
-resuelta:&mdash;parece que se complace todo el mundo en llevarle
-la contraria. No es él quien ha sacado á relucir esa endiablada
-cuestión.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, hija mía, sí&mdash;añadió don Juan con nerviosa
-ironía:&mdash;sí he sido yo, el insufrible, el energúmeno de tu padre.
-Aquí todos son buenos, mansos é inofensivos... Ya lo ves: hasta tu
-madrina calla como una muerta, señal de que también ella me quiere
-endosar el mochuelo... Y es natural, ¡como yo tengo la culpa!... De
-todo, ¡de todo lo malo la tengo yo, hija mía! Aquí no oirás otra
-cosa.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿qué quieres que haga yo, Juan&mdash;dijo doña Teresa
-muy apenada,&mdash;si en cuanto comenzáis á hablar de eso ya me
-tiemblan las carnes! Lo que de buena gana haría, si pudiera, es poneros
-una mordaza algunas veces, como ahora.</p>
-
-<p>&mdash;Con dar la razón al que la tiene, no se agravia á nadie y
-se evita que las cuestiones se caldeen,&mdash;observó don Juan de
-Prezanes.</p>
-
-<p>&mdash;Pues figúrate que fué Pedro quien sacó la conversación...</p>
-
-<p>&mdash;Yo no me he acordado de semejante cosa, ¡caramba!&mdash;saltó
-con presteza el aludido.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ni fué usted ni fué mi padre&mdash;dijo<span
-class="pagenum" id="Page_181">[p. 181]</span> Ana.&mdash;Sépase de una
-vez la verdad: quien la sacó fué Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si no he desplegado los labios hace media
-hora!&mdash;respondió el mozo desde un rincón de la sala.</p>
-
-<p>&mdash;Pues sería yo... ó el diablo, que es lo más
-seguro&mdash;añadió Ana, incomodada de veras.&mdash;¡Vea usted qué
-delito tan grave para que tanto nos empeñemos en sacudirnos de él!
-Tengan todos un poco de tolerancia, y verán cómo no pasan de lo justo
-las porfías.</p>
-
-<p>&mdash;Por ese lado iban precisamente mis quejas,&mdash;exclamó don
-Juan.</p>
-
-<p>&mdash;Pues se quejaba usted con muchísima razón,&mdash;repuso su
-hija.</p>
-
-<p>&mdash;Lo cierto es&mdash;dijo Pablo, tal vez respondiendo más á
-sus recónditos pensamientos que á las palabras que oía,&mdash;que no
-bien comienza á sonreirle á uno un poco el corazón, ya tiene el nublado
-encima.</p>
-
-<p>&mdash;Pues por esta vez al menos&mdash;contestó Ana,&mdash;no han
-de faltarte brisas que le esparzan... y le esparcerán... Ea, ¡ya le
-esparcieron!</p>
-
-<p>Y como al decir esto se iluminara repentinamente la sala con los
-rayos de la luna, que reaparecía sin estorbos enfrente de las puertas
-del balcón, añadió con suma gracia, señalando al astro refulgente de la
-noche, mientras fijaba sus ojos picarescos en su padrino:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_182">[p. 182]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Quién es el guapo que se atreve á desmentirme?</p>
-
-<p>Celebró don Pedro con recias carcajadas la felicísima coincidencia,
-y aplaudiéronla los demás, excepto don Juan de Prezanes, que tuvo
-que morderse los labios porque no le <i>desautorizara</i> la risa que le
-retozaba en ellos.</p>
-
-<p>&mdash;Y ahora&mdash;prosiguió Ana,&mdash;sepan ustedes, si es
-que mi padre no lo ha dicho, como lo temo, que este santo que hoy se
-celebra aquí, tiene octava; en virtud de lo cual el señor don Juan
-de Prezanes invita á ustedes á tomar chocolate mañana en su casa,
-donde espera demostrarles que si en rumbo y en despensa hay quien le
-aventaje, á nadie cede en cariño y buen deseo. ¿No es esto lo que usted
-pensaba decir, padre?</p>
-
-<p>&mdash;Cabalmente&mdash;respondió de muy buena gana don Juan,
-que no había pensado en semejante cosa.&mdash;Sólo que con la
-conversación...</p>
-
-<p>&mdash;Se le fué á usted el santo al cielo&mdash;concluyó
-Ana.&mdash;Eso sucede siempre que se habla de lo que no viene al caso.
-Y con esto, si ustedes no disponen otra cosa, nos retiramos mi padre y
-yo, que ya es hora.</p>
-
-<p>Marcháronse, en efecto, tras una cordial despedida; y con marcharse
-estos personajes, se acabó el asunto del presente capítulo.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_coronas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_13">
- <p><span class="pagenum" id="Page_183">[p. 183]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_orejas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XIII. LAS ALAS DE CERA">XIII</h2>
- <p class="subh2">LAS ALAS DE CERA</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Cuando</span> Pablo y Nisco
-iban al cierro, su paso por las mieses de la vega era una continua
-observación y un incesante comentario.</p>
-
-<p>&mdash;¡Lo que puede la desidia!&mdash;exclamaba, por ejemplo, el
-primero, delante de un prado con matorros y mimbreras.&mdash;Tres años
-hace no más que nació el primer escajo aquí. Con la punta de la navaja
-pudo arrancarse entonces: hoy da que rozar para medio día lo que se ve,
-y en una semana no desencasta los raigones el azadón. ¡Coja usted buena
-yerba así! Ni más ni menos que el que le sigue. ¿Te acuerdas de lo
-que era ese prado cuando le compró su dueño? La palma de la mano daba
-tanta yerba como él. Mírale hoy hecho una hermosura por beneficiársele
-mucho y á tiempo. Está visto que no hay tierra mala bien administrada,
-ni buena de<span class="pagenum" id="Page_184">[p. 184]</span>jada en
-abandono... Después (yo no sé si tú has reparado en ello alguna vez):
-tal es la finca, tal es su dueño; según ella está de cultivo, así anda
-él de calzones.</p>
-
-<p>&mdash;Lo que yo no acabo de entender&mdash;decía Nisco un poco más
-adelante,&mdash;es por qué esta tierra, que es buena de por sí, ha de
-perderse por la charca que tiene en medio, cuando con una sangría, por
-la parte de abajo, saldría lo que daña, sin llevarse la frescura que
-beneficia.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabes de quién es la finca?&mdash;preguntábale Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;¡No he de saberlo?</p>
-
-<p>&mdash;Pues sabiéndolo, ¿de qué te admiras, hombre? Su dueño es de
-los que ciegan de buena gana porque otros no vean. Esa sangría tiene
-que hacerse en el prado que le sigue y que peca de secano. Con las
-aguas que aquí sobran, ganaba mucho el otro, y hasta los de más abajo;
-y este hombre prefiere segar espadañas, juncos y rabos de zorra en
-agosto, en vez de yerba superior, á que el vecino la obtenga mediana
-por la virtud del riego regalado... Pues ¿qué diremos de esta heredad
-que hoy no da un garrote de panojas, en maíces tísicos, cuando antes
-era un granero de punta á cabo? Aprendió una vez el testarudo de su
-dueño que la cal es buena para las tierras, y, sin averiguar otra cosa,
-cuanta cal adquiere desde entonces, á la heredad<span class="pagenum"
-id="Page_185">[p. 185]</span> con ella. Así la está abrasando,
-el pedazo de bárbaro, con lo mismo que, mezclado en las debidas
-proporciones, le produciría buenas cosechas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué quieres tú! No saben más.</p>
-
-<p>&mdash;Pero saben reírse de quien les dice que se equivocan, como
-éste se rió de mí cuando le dije cómo debía hacerse uso de la cal,
-y en qué clase de tierras... ¡Buena va este año la heredad grande
-de tu padre!... ¡Vaya un bosque de maíces!... ¡Y qué muestra de
-<i>faisanes</i>!</p>
-
-<p>&mdash;Milagros del abono, Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;Poca calabaza: así me gusta. Es fruto sin substancia y roba
-mucho á la tierra.</p>
-
-<p>&mdash;Pero <i>campa</i> en la heredad.</p>
-
-<p>&mdash;Eso sí: gusta ver la planta, cargada de hojas como paraguas,
-arrastrarse larga, larga, dejando enredado acá un miembro y allá el
-otro, hasta poner al sol la cabeza sobre el retoño de la linde. Pero
-decía un médico viejo, á quien yo conocí, que de todas las calabazas
-del mundo no sacaría el mejor químico un adarme de substancia; y á esto
-me atengo. Fruto que no alimenta, ¿de qué sirve en la heredad, sino de
-estorbo?</p>
-
-<p>Así llegaban al cierro, verdadero muestrario de cultivos; vasta
-extensión de terreno, labrado en la sierra inmediata al monte, bien
-soleado y circuído de un vallado con hondo foso, y eriza<span
-class="pagenum" id="Page_186">[p. 186]</span>do de una espinera blanca,
-recia y tupida, que en la primavera, cargada de flores, parecía un
-muro de nieve. Allí ensayaba Pablo sus atrevimientos de cultivador
-cuando estaba en el pueblo; y desde que era mozo y tan pronto como se
-acentuaron en él estas aficiones, nunca dejó de hacer una escapada
-desde la Universidad, con mucha complacencia de su padre, en la
-estación conveniente á sus propósitos; pues no era imposible, durante
-el curso universitario, acomodar las exigencias de las principales
-labores agrícolas á los días de vacaciones.</p>
-
-<p>Cómo volaba el tiempo para Pablo mientras estaba allí metido
-con Nisco examinando el cierro planta á planta y yerba á yerba,
-ponderando esto y lamentándose de aquello, lo uno porque respondía
-fielmente á sus imaginaciones, y lo otro porque le había producido un
-desengaño, lo comprenderá el lector sin que yo se lo explique en largas
-consideraciones, que habrían de fatigarle, y á mí también. Y ahora le
-advierto que si digo todo lo que dicho queda en el presente capítulo,
-de los entusiasmos campestres de Pablo, no es porque yo me imagine que
-le sientan bien á un mozo de su edad estas formalidades precoces, pues
-bien sabe Dios que con ellas solas y sin las muchachadas por que le
-reprendió su padrino, y la sencillez y noble despreocupación de que nos
-ha dado muestras,<span class="pagenum" id="Page_187">[p. 187]</span>
-más apto le juzgara para zagal de un idilio cursi, que para personaje
-de una novela realista; dígolo para que, teniéndolo en cuenta el que
-leyere, dé toda la significación que le corresponde á la actitud en
-que, al día siguiente de haber refrescado la familia de don Pedro
-Mortera en casa de don Juan de Prezanes, sin detrimento de la buena
-armonía, Pablo y su amigo, que no se habían visto desde la antevíspera,
-caminaban hacia el cierro del monte.</p>
-
-<p>Iban el uno en pos del otro, lentamente y pensativos. Pablo
-tronchando yerbas y flores con una varita que llevaba en la mano,
-y Nisco, con la chaqueta al hombro y el sombrero sobre las cejas,
-arrollando y desarrollando maquinalmente con sus índices una hoja
-de maíz. Pasaron junto á un maizal en que habían hozado puercos muy
-recientemente, y ni una palabra arrancó á los caminantes el suceso;
-más adelante hallaron á una familia <i>cogiendo</i> una heredad, cosa que
-nadie pensaba hacer todavía en la vega, y ni siquiera se cansaron en
-preguntar si el maíz aquél se cogía por <i>tempraniego</i> ó para secarlo
-en el horno... Aunque vieran cuervos picoteando las panojas, y maíces
-tronzados ó seturas entornadas, señales de haber entrado bestias en la
-mies, y tal cual prado todavía con el pelo de agosto, seco, podrido y
-ya sin jugos... nada, nada les ofrecía motivo para una sola pre<span
-class="pagenum" id="Page_188">[p. 188]</span>gunta, ni los sacaba de
-sus tenaces meditaciones.</p>
-
-<p>Databan éstas, que no eran tristes por cierto, de la misma fecha.
-Las de Pablo nacieron del consejo que le dió su padrino delante de Ana;
-las de Nisco, de su conversación con María. Desde entonces andaban los
-dos camaradas como pareja de palominos atolondrados. Pablo, como quien
-despierta de un sueño agradable y se deleita en armonizar ideas no muy
-acordes, y en grabar en la mente imágenes fugaces y confusas; Nisco,
-viendo y palpando cuadros de bulto, con luz de colores y auras de
-tomillo y malva rosa.</p>
-
-<p>Entraron en el cierro sin hablar palabra, y con el mismo silencio
-llegaron al punto más alto de él... y allí se sentaron <i>subter viridi
-fronde</i>, quedando ante su vista el panorama de Cumbrales y lo mejor
-de su vega. Llenóse Pablo los ojos de aquel hermoso espectáculo, y
-el pecho de aquellos aires puros y fragantes, y no dejó Nisco de dar
-pruebas de que también sabía sentir la hermosura de la naturaleza.
-Diólas primero mirando con avidez aquí y allá, á pesar de sus
-cavilaciones; y, por último, rompiendo á hablar de esta manera:</p>
-
-<p>&mdash;Lo que se recrea el hombre con visualidades como ésta, es
-mucho de todo, Pablo.</p>
-
-<p>Nada respondió éste, y añadió el otro:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_189">[p. 189]</span></p>
-
-<p>&mdash;Pues cuando uno tiene en sus adentros algo enternecida la
-entraña, por estimación á otra persona que le quita el sueño, dígote
-que cosa es que pasma cómo la ves onde quiera que pones los ojos, ni
-más ni menos que si la llevaras en ellos. Así es que resulta que esa
-persona, sin estar delante de tí en cuerpo y alma, es á modo de luz
-que te lo alumbra todo... Entiéndolo yo tal, sólo con las feguraciones
-de un bien querer... porque no cabe en lenguas ni en papeles lo que
-uno viera, en salva la ocasión presente, si en manos de uno estuviera
-aquello que apetece ó que puede apetecer, por convenirle.</p>
-
-<p>Calló Nisco porque se enmarañaba y perdía entre estas metafísicas, y
-acaso también porque Pablo parecía estar más atento que á escucharle,
-á contar los varazos que se daba en sus piernas estiradas sobre el
-campo.</p>
-
-<p>Tras otro rato de silencio, soltó Nisco, de repente y á quemarropa,
-esta pregunta á su amigo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no te casas con Ana, Pablo?</p>
-
-<p>Con la cual pregunta sintióse el mozo tocado en lo más profundo del
-alma; sacudió el letargo en que yacía, enrojeciósele el semblante, y
-respondió, entre contrariado y satisfecho:</p>
-
-<p>&mdash;¡También tú, Nisco?</p>
-
-<p>&mdash;No pensé que naide me hubiera cogido en el dicho la
-delantera&mdash;replicó éste.&mdash;Siempre<span class="pagenum"
-id="Page_190">[p. 190]</span> entendí que eso debía de ser; vino á
-cuento ahora, y te lo dije. Por las trazas, ¿otros más que yo te han
-cantado la mesma solfa?</p>
-
-<p>&mdash;¡Muchos!&mdash;respondió Pablo con la mayor sinceridad.</p>
-
-<p>Sólo á Nisco se lo había oído en el mundo; pero hacía cuarenta y
-ocho horas que se lo estaba aconsejando el corazón, y el pobre mozo
-pensaba que no le hablaban las gentes de otra cosa.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿qué es lo que te para&mdash;volvió á preguntarle
-Nisco,&mdash;siendo cosa tan hacedera y conveniente?</p>
-
-<p>&mdash;Ya trataremos de eso en tiempo y sazón,&mdash;respondió
-Pablo, mostrándose poco dispuesto á continuar hablando del mismo
-asunto.</p>
-
-<p>Pasado otro ratito de silencio, dijo Nisco tímidamente:</p>
-
-<p>&mdash;Pues, hombre... ya que de eso no, bien pudiéramos tratar
-de algo que se le asemeja, respetive... á otra persona. ¿Paécete,
-Pablo?</p>
-
-<p>&mdash;Tú dirás,&mdash;respondió éste con escaso interés.</p>
-
-<p>Se le bajó el color á Nisco entonces; empañósele la voz un tantico,
-señales de que iba á acometer arriesgada empresa, y habló así:</p>
-
-<p>&mdash;Amigo eres mío, ú no le tengo en el mundo; un sentir
-me enternece de un tiempo acá, y contigo le quiero tratar como
-corresponde. Si,<span class="pagenum" id="Page_191">[p. 191]</span>
-llegado el caso, el sentir te ofendiere, cuenta que no te le dije, y
-perdona... pero considera que si de él te hablo ahora, es porque ya no
-me cabe en la entraña.</p>
-
-<p>Con este exordio se despertó un poquillo la curiosidad de Pablo.
-Miró éste á su amigo, y díjole para animarle:</p>
-
-<p>&mdash;Veamos qué es ello, señor enamorado.</p>
-
-<p>&mdash;Bien sabes tú&mdash;prosiguió Nisco,&mdash;que hay un
-decir que dice que la primera vez que se quiere es cuando se quiere
-de veras... Pues yo te puedo asegurar que ese decir es una mentira
-muy gorda. Quise yo á... esa probe muchacha que está loca por mí, y
-antojóseme que aquello y no más era lo que había que ver en el mundo.
-Paecíanme de mieles sus palabras, soles sus ojos, el mesmo cielo su
-cara, y su cuerpo, estampa de la gracia andando; pero, hablando con
-verdá, aunque todo esto me paecía, ni me quebrantaba el apetito ni me
-quitaba el dormir... como ahora me pasa con esto otro, Pablo; que tal
-es, que no puedo con ello. Yo nunca tuve este desgano que me añuda el
-pasapán; ni este temblor de allá dentro, que me engurruña y apoca; ni
-este acabarme en sospiros día y noche; ni esta congoja del arca, como
-tengo de antayer acá, sin hora de sosiego.</p>
-
-<p>&mdash;¿Desde anteayer lo tienes, Nisco?&mdash;preguntóle su
-amigo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_192">[p. 192]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Desde antayer, Pablo; desde antayer lo tengo!</p>
-
-<p>&mdash;¡Malos vientos corrieron ese día!&mdash;dijo Pablo
-sonriendo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ni aunque hechizos los trajeran!&mdash;respondió Nisco sin
-penetrar la intención de su amigo.&mdash;Desde entonces es cuando ni
-el sueño me busca, ni el pan me sabe, ni el trabajo me <i>rejunde</i><a
-id="FNanchor_2" href="#Footnote_2" class="fnanchor">[2]</a>... Tal
-me pasa, Pablo; tal te cuento, y el por qué sabrás también, si no te
-ofende.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos por partes&mdash;dijo Pablo, conteniendo á su amigo que
-iba animándose por instantes.&mdash;Supongo que esa mujer que tales
-impresiones te causa, valdrá más que Catalina.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué tiene que ver!...</p>
-
-<p>&mdash;Será más guapa...</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué tiene que ver!...</p>
-
-<p>&mdash;Más rica...</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué tiene que ver!</p>
-
-<p>&mdash;Vamos, una medio señora.</p>
-
-<p>&mdash;Medio ¿eh?... ¡Tan señora como la que más!</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿quiérete como tú la quieres?</p>
-
-<p>&mdash;Eso es lo que yo no sé á punto fijo, Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿lo sospechas?</p>
-
-<p>&mdash;Barruntos y feguraciones tengo, que bien pudieran engañarme.
-Por eso quiero hablar contigo y oir tu paecer.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_193">[p. 193]</span></p>
-
-<p>&mdash;Pues voy á dártele en seguida.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si no te he relatado el caso!</p>
-
-<p>&mdash;No lo necesito... ni lo deseo,&mdash;dijo el mozo, muy
-formal.</p>
-
-<p>Si receló algo que no le hizo gracia, jamás se supo; pero es
-averiguado que habló al hijo de Juanguirle de este modo:</p>
-
-<p>&mdash;Nunca te pregunté, Nisco, por qué dejaste á Catalina; pues
-nunca me hablaste de ese asunto, y á mí no me gusta meterme donde no me
-llaman. Ahora me llamas, y te lo pregunto. ¿Por qué la dejaste?</p>
-
-<p>&mdash;Porque me gustó <i>la otra</i> más que ella,&mdash;respondió Nisco
-sin titubear.</p>
-
-<p>&mdash;Pues eso es una mala partida, y, además, un mal negocio
-para tí. Así lo entiendo y así te lo digo. Tú, con tu chaqueta, tus
-rizos y tus labranzas, con el hacha en la mano ó bailando en el corro
-en mangas de camisa, eres un mozo como no hay otro en estos lugares;
-pero échate encima de repente una levita y arrímate á una señora, y
-hasta los muchachos te correrán; porque todo esto que has aprendido
-y antes no sabías, si te levanta mucho sobre los de tu condición, te
-deja todavía á cien leguas de lo que pretendes. Doy por hecho que una
-dama como la que sueñas te elevara á su altura de la noche á la mañana,
-porque hay gustos para todo: ¿qué ibas ganando en ello, valiendo,
-donde te po<span class="pagenum" id="Page_194">[p. 194]</span>nían,
-mucho menos que tu mujer? Y yo creo, Nisco, que el matrimonio en que
-el marido no sabe guardar su puesto, es mal matrimonio; y el puesto
-se guarda valiendo el marido más que la mujer, es decir, siendo rey y
-señor de su casa, no sólo por más fuerte, sino por más entendido en
-cuanto les rodee en la esfera que ocupen ambos. Cuanto más tenga la
-una que aprender del otro, más se ufanará con él y más alta se pondrá
-en la consideración de las gentes. Pues dame el caso á la inversa, y
-verás á los dos en la picota de la zumba; porque esa es la ley... y
-así debe de ser. Y si esto sucede aun siendo la mujer y el marido de
-una misma alcurnia y de idéntica educación, ¿qué no sucederá cuando,
-además de ignorante, él es tosco destripaterrones, y ella una dama
-culta y discreta? Y ¿cómo la mujer que comienza por avergonzarse en
-público de las groserías de su marido, no ha de concluir por perderle
-la estimación, y hasta por aborrecerle en secreto? Pues á todo esto
-se expone, á mi entender, quien intenta lo que tú, de golpe y porrazo
-y sin limpiarse antes las costras del oficio, rodando mucho por el
-mundo y calándose los hábitos de señor por sus pasos contados. Éste es,
-Nisco, mi parecer.</p>
-
-<p>Con las alas del corazón lacias y caídas le recibió el presuntuoso
-hijo del alcalde, que ma<span class="pagenum" id="Page_195">[p.
-195]</span>yores alientos aguardaba de su amigo. ¡Y esa que Pablo sólo
-conocía hasta entonces el pecado! ¡Qué no se le ocurriera si también le
-fuera conocido el nombre de la pecadora!</p>
-
-<p>Guardóle Nisco en lo más recóndito de su memoria, y callóse como un
-muerto.</p>
-
-<p>No por verle mudo y abatido se ablandó Pablo, que era la misma
-sinceridad. Antes bien, tomó el punto donde le había dejado, y añadióle
-estas palabras:</p>
-
-<p>&mdash;Por supuesto, que tú no estás enamorado.</p>
-
-<p>&mdash;¡Que no?&mdash;exclamó Nisco casi haciendo pucheros.</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;insistió Pablo.&mdash;El amor necesita algo en qué
-fundarse, y aquí no hay más base que el viento de tu cabeza. Eres
-presumido; eres ambicioso; antojósete que venían las cosas por el
-camino de tus deseos... y eso es lo que hoy te atolondra: la hinchazón
-de tu vanidad, por una ganga entre cejas. Ni más ni menos. ¡Y por esa
-majadería, que no pasa de un sueño tonto, dejas á Catalina!</p>
-
-<p>&mdash;¡Dale con esa... miseria!&mdash;gruñó Nisco despechado y
-nervioso.</p>
-
-<p>Cargóse Pablo de veras, y le enderezó estas razones:</p>
-
-<p>&mdash;¡Miseria Catalina!... ¡la mejor moza del pueblo! ¡tan rica
-como tú! ¡honrada como la que más!... ¿En qué la aventajas, meleno?
-¿Dón<span class="pagenum" id="Page_196">[p. 196]</span>de habría
-matrimonio más igual ni más lucido? ¿Dónde te vieras tú más honrado,
-más en tu puesto, más rey y señor de tu casa, que siendo marido de
-Catalina, que se miraría en tus ojos y te adivinaría los pensamientos?
-Y ¿qué otra cosa necesitas tú, con la cuna en que naciste, la educación
-que tienes y el oficio que traes, para no envidiar ni al rey en su
-trono?... Yo no sé adular, Nisco.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bien se te conoce, paño!&mdash;respondió éste, de muy mal
-humor.</p>
-
-<p>&mdash;Tú lo has querido.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdá; pero no lo conté tan amargo.</p>
-
-<p>&mdash;Por tu bien lo dije como á mí me sabe.</p>
-
-<p>&mdash;Se agradece el deseo, Pablo; pero... cada uno es cada uno...
-y yo me entiendo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues buen provecho te haga lo que te espera, si oyes más á tu
-vanidad que á mis consejos.</p>
-
-<p>Y con esto se acabó la conversación. Levantóse Pablo, imitóle Nisco;
-y ambos, después de dar una vuelta maquinal por el cierro, sin hablarse
-palabra, volviéronse á Cumbrales, mudos también: pensativo, pero no
-triste, el uno; acongojado, lacio y gemebundo el otro.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_florido.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_14">
- <p><span class="pagenum" id="Page_197">[p. 197]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_copa.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XIV. POR LO FINO">XIV</h2>
- <p class="subh2">POR LO FINO</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-p.jpg" alt="P adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Pablo</span> contaba uno
-á uno los días que iban corriendo sin que desapareciera la extraña
-impresión que le había causado aquella palabra prosáica y vulgar,
-dicha por su padrino delante de Ana, y observaba, con asombro, que
-cuanto más tiempo corría, más honda se le grababa dentro de su corazón.
-Arrastrábanle fuerzas invencibles y desconocidas hacia el objeto de sus
-nuevas ansias; y, al hallarse á su lado, antes crecía que se calmaba
-la singular anhelación de su espíritu. Porque Ana no era entonces
-la traviesa y desengañada amiga de otras veces, que le entretenía,
-sin cautivarle, con donaires y zumbas en casto y fraternal abandono.
-Parecía haber perdido el atrevimiento, ó, cuando menos, la confianza;
-y á menudo encomendaba á sus ojos tímidos empresas que debían acometer
-los <span class="pagenum" id="Page_198">[p. 198]</span>labios. Estas
-miradas, al hallarse en el camino con las de Pablo, producían choques
-magnéticos, que repercutían en el corazón del sencillo mozo y se
-revelaban en Ana enrojeciendo sus tersas mejillas, y aquel color era
-para Pablo algo como fuego en que iba fundiéndose poco á poco el hielo
-de sus pasadas frialdades.</p>
-
-<p>Cuando transcurrió una semana y vió el hijo de don Pedro Mortera
-que estos fenómenos continuaban en progresión creciente, declaró de
-gravedad el caso. El cual tenía para él dos aspectos muy distintos:
-risueño el uno, y desagradable el otro. Risueño, porque, desde la
-altura á que se había elevado su espíritu, descubría espacios y
-horizontes que jamás había contemplado con los ojos del sentimiento.
-Encantábale el espectáculo por nuevo y por bello, y de aquel mundo
-quería hacer, y hacía desde luégo, la patria y el paraíso de su alma.
-Pero este mismo arrobamiento, tan dulce y sabroso, le alejaba del mundo
-de la realidad y de sus viejas tendencias y aficiones; de activo,
-fuerte y despreocupado, transformábale en muelle, débil y caviloso;
-extrañábanle las personas de su trato, y él mismo se consideraba
-desarraigado y sin apego dentro del hogar y en el seno de la familia.
-Éste era el aspecto desagradable del caso.</p>
-
-<p>Pero el mozo se arreglaba mal con las situa<span class="pagenum"
-id="Page_199">[p. 199]</span>ciones complejas y con los caminos
-enmarañados; quería, aunque fuera escabroso, suelo firme y luz para
-caminar; considerábase á obscuras y en una senda erizada de obstáculos
-inextricables; no podía retroceder, porque la vehemencia misma de sus
-deseos le había cortado la retirada, y entróse por derecho, resuelto á
-llegar pronto á donde se viera claro y se pisara en firme.</p>
-
-<p>Buscó á Ana, y la dijo en cuanto estuvo á su lado y sin testigos:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué es esto que me sucede desde el día en que tu padre,
-delante de tí, me aconsejó que me casara?</p>
-
-<p>Siempre sobresaltan á las jóvenes preguntas de esta clase, aunque
-las esperen; y Ana, con ser tan animosa y resuelta de ordinario, no
-solamente se sobresaltó al oir la de su amigo, sino que se vió en
-grandes apuros para contestar, entre latidos del corazón y desmayos del
-espíritu, estas pocas palabras:</p>
-
-<p>&mdash;Pues ¿qué te sucede, Pablo?</p>
-
-<p>Verdad es que, aunque sabía muy bien de qué se trataba, no debía
-responder mucho más que esto.</p>
-
-<p>&mdash;Sucédeme&mdash;añadió Pablo,&mdash;que desde aquel instante
-parece que me he transformado de pies á cabeza; que no soy lo que
-antes era; que miro y veo de otro modo, y siento en otra<span
-class="pagenum" id="Page_200">[p. 200]</span> forma... en fin, Ana, que
-me desconozco. ¿Qué pasó allí?... Yo recuerdo que te miré, y jurara
-que lo hice sólo por curiosidad; que tú me miraste también, y que las
-dos miradas se encontraron; que tus ojos, que nunca fueron cobardes,
-huyeron entonces, y huyendo siguen, de los míos; que de aquel choque
-repentino resultó algo, á modo de luz, con la que yo ví acá dentro,
-en lo más hondo y obscuro de mí mismo, cosas que jamás había visto ni
-pensado, y sentí lo que nunca había sentido. Al propio tiempo, aquella
-luz, y tú, y mis ojos, y los tuyos, y mi corazón, y mis pensamientos...
-y el aire que nos rodeaba, y el cielo que se distinguía... todo era una
-misma cosa; cosa que yo no podía explicar, porque era más de sentirse
-con el alma que de verse con el entendimiento. Apartéme de tí, y el
-encanto no se deshizo; pero noté que viéndote como eres, pintada en
-mi memoria, daba el mayor regalo á mis deseos. Desde entonces acá, en
-cuanto miran mis ojos sólo á tí ven; y si el campo y el aire y el sol
-me recrean, es porque todo lo contemplo con el ansia que siento, sin
-cesar de sentirla, de verte y de oirte. Esto no me pasaba á mí antes:
-yo te conocía y te trataba, como te conozco y te trato ahora, y tú eras
-la misma que eres. ¿En qué consiste esta mudanza?</p>
-
-<p>Se deja comprender que Ana oyó toda esta<span class="pagenum"
-id="Page_201">[p. 201]</span> parrafada, ruborosa y un tanto conmovida,
-y que, llegado el caso de responder á la ociosa pregunta final, lo hizo
-del modo más sencillo, natural y elocuente: clavando los ojos tímidos
-en Pablo y callándose la boca.</p>
-
-<p>&mdash;¿No lo sabes?&mdash;añadió el impetuoso y sencillote
-galán.&mdash;Pues lo mismo que ahora, me miraste aquel día, y la misma
-luz había en tu mirada. ¿Sientes, al mirarme, lo que siento yo, Ana?...
-¿Ó es que tus ojos queman, sin abrasarte?</p>
-
-<p>Sonrióse la joven y preguntó á su vez:</p>
-
-<p>&mdash;¿Nunca habías pensado en mí hasta ahora, Pablo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí que he pensado, Ana; pero sin ser esclavo de esos
-pensamientos. Cavilando hoy en lo que he sido, en fuerza de asombrarme
-de lo que soy, acuérdome de que, en mis ausencias, era tu pensamiento
-el que más me asaltaba en ciertos actos de la vida: por ejemplo, si
-me ponderaban una mujer por aguda ó por hermosa, contigo la comparaba
-para calcular lo mucho que le faltaba para valer lo que decían; si
-algo me robaba la atención por nuevo ó por divertido, lamentábame
-de que tú no lo vieras también; si un trapo de moda caía con gracia
-en el cuerpo de una elegante de fama, pensaba yo lo mucho más que
-luciría en el tuyo... y así por este orden. Pero después se borraba el
-recuerdo<span class="pagenum" id="Page_202">[p. 202]</span> con otros
-bien distintos. En fin, que, sin dejar de quererte mucho, pensaba yo
-que te quería... como quiero á mi hermana, supongamos. ¡Pero esto otro
-es muy distinto!</p>
-
-<p>&mdash;Y si estuviera en tu mano la elección&mdash;preguntóle
-Ana,&mdash;¿con qué te quedarías, Pablo? ¿con esto que hoy te asombra y
-desasosiega, ó con lo que ayer sentías, muy tranquilo?</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién deseará cegar, Ana?</p>
-
-<p>&mdash;¡Y dices eso y lo sientes, y no sabes lo que es?</p>
-
-<p>&mdash;Sí: lo sé, Ana, lo sé... es decir, sé cómo lo llaman las
-gentes en el mundo: lo que ignoro es por qué lo siento ahora y no lo
-sentía antes; por qué bastó una palabra casual para que del encuentro
-de dos miradas que tantas veces se habían encontrado sin conmoverse, se
-produjera en mí cambio tan raro y pronto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y eso te asombra, Pablo?</p>
-
-<p>&mdash;¡No ha de asombrarme?</p>
-
-<p>&mdash;Oye un ejemplo. Sobre un hogar frío hay un montón de ceniza:
-pasas delante de él una y cien veces, y nada ves allí que la atención
-te llame. De pronto, hace la casualidad que las cenizas se remuevan, y
-aparece el fuego que ocultaban... ¿Lo entiendes?</p>
-
-<p>&mdash;¿Luego tú crees que yo llevaba conmigo el fuego, y que la
-palabra de tu padre aventó las cenizas que le cubrían?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_203">[p. 203]</span></p>
-
-<p>&mdash;Eso mismo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero el que brilló después en tus ojos, ¿dónde estuvo
-primero?</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué más te da, si le había?</p>
-
-<p>&mdash;Pero no te sorprende el hallazgo.</p>
-
-<p>&mdash;Porque tenía que suceder... porque le esperaba.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿por qué le esperabas?</p>
-
-<p>&mdash;Porque... porque Dios es justo y bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Mira&mdash;dijo aquí el mozo, echando el
-resto,&mdash;hablemos ya para entendernos de una vez: esto que yo
-siento, es amor, no tiene duda; y empiezo á comprender que es verdad lo
-que de él cuentan los enamorados: bien correspondido, da la vida; pero
-también es puñal que mata si no halla esa correspondencia... ¿Siéntesla
-tú en el pecho, Ana?</p>
-
-<p>Cruda fué la pregunta, y harto excusada, por cierto; pero ya se
-habrá notado que á Pablo le gustaba mucho que le pusieran los puntos
-sobre las <i>ii</i>, y Ana no tuvo otro remedio que responder clara, precisa
-y terminantemente, según el sentir de su corazón; sentir tan viejo en
-ella, por las trazas, como las ya fenecidas indiferencias de Pablo; con
-lo que éste se encalabrinó hasta el punto de que quiso hacer público el
-suceso y llevar las tramitaciones por la posta.</p>
-
-<p>&mdash;No tanto, Pablo&mdash;díjole Ana entre chanzas y
-veras,&mdash;que no por andar de prisa se lle<span class="pagenum"
-id="Page_204">[p. 204]</span>ga primero. Nadie nos corre ahora; y no
-te vendrá mal un noviciado, aunque sea breve. No siempre se logra el
-fuego de que antes hablábamos: muchas veces se muere á poco de haberse
-descubierto. Cuida mucho el tuyo; y cuando estemos seguros de que no
-ha de apagarse, yo te avisaré. Reparte el tiempo entre ese cuidado y
-tus quehaceres y diversiones, <i>lícitas</i>, se entiende; mucho juicio... y
-apártate allá ahora y haz que te paseas, que llega tu padrino.</p>
-
-<p>Desde aquel día ya supo á qué atenerse Pablo; penetró en los
-laberintos que le obstruían la senda, y halló la luz que echaba de
-menos; y sin descender con la fantasía del Olimpo á que le habían
-elevado sus nuevas impresiones, volvió á ser en Cumbrales el amigo
-de Nisco, el jugador de bolos, el cultivador del cierro, el amante
-incansable de la naturaleza y de las costumbres de su país... todo,
-menos el concurrente á zambras y bureos, como alguna vez lo fué, según
-nos dijo su padrino, en ocasión bien señalada para esta parejita
-de nuestros personajes. Es decir, que la pasión de Pablo dejó de
-ser impetuoso torrente, é iba transformándose en manso, rumoroso
-y cristalino arroyo (como dicen los poetas), con harto gusto y
-complacencia de Ana, que fundaba en el amor firme y arraigado de aquel
-noble mancebo todas las aspiraciones de su vida.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_garzas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_15">
- <p><span class="pagenum" id="Page_205">[p. 205]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_inicio.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XV. VERDADES AMARGAS">XV</h2>
- <p class="subh2">VERDADES AMARGAS</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-q.jpg" alt="Q adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">¡Qué</span> distintas de
-las de Pablo corrían las horas para Nisco! Aquellos pensamientos,
-dulces como las mieles, altos y relucientes como el sol y la luna, que
-saboreaba y entreveía el hijo de Juanguirle, sus dejos tenían ya de la
-ruda amarga en que el desengañado amigo los había empapado al hundirlos
-en la charca terrena y prosáica de sus consejos sesudos. Ya no
-arrullaban los sueños del presumido mozo dulces sinfonías, ni visiones
-de palacios de oro, donde reinas y emperatrices le vestían y le
-calzaban, duques eran sus mayordomos, y marqueses sus criados. Muy de
-continuo sentía el cencerreo del ganado en la vecina cuadra, y en sus
-espaldas los duros bodoques del mal tundido colchón de su pobre lecho;
-realidades de la vida más<span class="pagenum" id="Page_206">[p.
-206]</span> poderosas ya que las encantadas imaginaciones de otros días
-bien cercanos.</p>
-
-<p>No se entienda por esto que daba Nisco por perdidas sus esperanzas;
-pues bien sabe Dios que aún las mimaba y las consentía, porque el
-esencial fundamento de ellas no había padecido, que él supiera,
-menoscabo alguno. Pero era indudable que en la senda de flores que
-recorría había topado con un tropiezo de mucha cuenta. Las palabras de
-Pablo fueron claras y terminantes; y esto era muy grave, no tanto por
-ser de quien eran, cuanto por estar muy puestas en razón. Así le dolían
-á él en lo más hondo de su vanidad; así las recordaba y exprimía á cada
-instante, y muy especialmente cuando se miraba al espejillo colgado
-debajo del <i>cuarterón</i> de su ventana; como si no comprendiera entonces,
-aunque lo temiera mucho, que aquéllos sus rizos pegados á las sienes,
-el mirar blando de aquéllos sus ojos negros, aquélla su belleza toda,
-en fin, con el saber adquirido, por su voluntad, y el buen querer de
-su corazón, no eran alas bastantes para volar hasta el sol que había
-contemplado cara á cara sin deslumbrarse. Desde el suceso del cierro
-(más de ocho días), tres veces nada más había estado en casa de Pablo,
-y otras tantas se habían visto y hablado los dos en la calle; pero en
-la calle y en casa, Pablo no era el amigo íntimo y afectuoso de antes:
-hallá<span class="pagenum" id="Page_207">[p. 207]</span>bale Nisco
-frío, reservado y lacónico hasta la sequedad; y como ignoraba los
-verdaderos motivos de este cambio, achacábale á lo que más temía; y
-esta aprensión le abrumaba el espíritu, porque para ayuda de sus males,
-¡se conjuraban contra él tantos elementos!...</p>
-
-<p>Saliendo la última vez de casa de Pablo, mustio y compungido,
-porque, como en las dos anteriores, halló á su amigo reservado y serio,
-cerrada la puerta de la sala y los pasadizos desiertos, topó, cerca de
-la portalada, con la Rámila que iba á entrar por ella.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hola, guapo mozo!&mdash;díjole la vieja, al notar que no le
-gustaba el encuentro.&mdash;No pensé que eras tú de los que temen.</p>
-
-<p>&mdash;¡Temer yo!&mdash;respondió Nisco de mala gana.&mdash;¿Por qué
-había de temer cosa alguna?</p>
-
-<p>&mdash;Eso es señal de que no la has hecho. Ya sabes: quien no la
-hace...</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya se ve que no la he hecho!</p>
-
-<p>&mdash;¿Estás muy seguro de ello, Nisco?</p>
-
-<p>&mdash;No recuerdo haberla ofendido á usté.</p>
-
-<p>&mdash;¡Otra, bobo!... si no se habla de mí. Si de mí se hablara,
-igual fuera una de más que de menos. Me han hecho tantas, que ya no
-reparo. Pero bien pudieras habérsela hecho á otros.</p>
-
-<p>&mdash;¡Á naide!</p>
-
-<p>&mdash;¿Ni siquiera á Catalina, santuco de Dios?</p>
-
-<p>&mdash;¡Dale otra más!... ¡Mire usté que es tema,<span
-class="pagenum" id="Page_208">[p. 208]</span> puño!&mdash;dijo Nisco
-machacándose con los suyos cerrados las caderas.&mdash;Y á usté ¿qué le
-importa? y por último, usté ¿qué sabe?</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues no he de saberlo? ¿No ves que soy bruja, tocho?...
-El que me importe ó no, ya es distinto, y sobre esto no reñiríamos
-en ningún caso; pero te importa á tí, y, porque te importa, te voy á
-contar un cuento.</p>
-
-<p>Nisco no sabía á qué santo encomendarse en aquel trance, ni sobre
-qué pie echar el cuerpo para descansar mejor, en el desasosiego que le
-consumía. Para cortar por lo sano, trató de largarse; pero la vieja se
-le atravesó delante, y, á mayor abundamiento, le agarró por las solapas
-de la chaqueta y le dijo muy seria:</p>
-
-<p>&mdash;¡Escúchame... ó te muerdo!</p>
-
-<p>Tembló Nisco al oir aquella amenaza en tal boca, y respondió,
-resignándose á la fuerza:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero acabe pronto!</p>
-
-<p>&mdash;En dos palabras te despacho&mdash;dijo sonriéndose la vieja;
-y añadió en seguida:&mdash;Amigo de Dios, éste era un mozo soltero,
-con pocos bienes de fortuna, pero amañado y trabajador que pasmaba.
-Pasábase lo más del día en el monte cortando varas de avellano para
-hacer en su casa zonchos y adrales, que vendía en ferias y mercados;
-trabajaba además un poco de tierra prestada, y tenía una vacuca
-en aparcería. Así iba tirando el hombre de Dios, con los<span
-class="pagenum" id="Page_209">[p. 209]</span> calzones remendados y
-no muy llena la barriga, pero en buena salud y muy contento, porque
-no había conocido cosa mejor. Pues, señor, que estando un día en el
-monte y en lo más espeso de él, porque en lo más espeso se jallan
-siempre los buenos avellanos, corta esta vara y corta la otra, cátate
-que oye tocar el <i>bígaru</i><a id="FNanchor_3" href="#Footnote_3"
-class="fnanchor">[3]</a> ajunto á sí mesmo, y de un modo que gloria de
-Dios daba el oirle. Y oyendo tocar el bígaru tan cerca, y no viendo por
-allí pastor que pudiera hacerlo, fuése detrás del son; y yéndose detrás
-del son, apartaba las malezas; y apartando y apartando, llegó á un
-campuco muy majo, donde vió el bígaru solo arrimado á una topera grande
-y sonando sin parar. Pues, señor, qué será, qué no será, acercóse á la
-topera, y vió que en el borde mesmo de ella y con las patucas metías
-en el ujero, estaba sentao un enanuco, menor que este puño cerrao, y
-que este enanuco era el que tocaba el bígaru. Viendo el enanuco al
-mozo, deja de tocar y dícele:&mdash;«¿Qué hay, buen amigo?&mdash;Pues
-aquí vengo,» respondió el otro, «por saber quién tocaba tan finamente;
-pero si es que estorbo, me volveré por donde vine.» Á lo que volvió
-á decirle el enanuco:&mdash;«¡Qué estorbar ni qué ocho cuartos,
-hombre!... sépaste que para que<span class="pagenum" id="Page_210">[p.
-210]</span> tú vinieras he tocado yo.» Pues, amigo de Dios, que en
-éstas y otras, métense en conversación el enanuco y el mozo, y cuéntale
-el mozo al enanuco todos los trabajos de su vida. Y contándole todos
-los trabajos de su vida, dícele el enanuco al mozo:&mdash;«Pues,
-amigo, de todo eso era yo sabedor y noticioso; y porque lo era, te
-llamé para preguntarte qué deseas en premio de tu hombría de bien.» Á
-lo que respondió el mozo:&mdash;«Con que fuera mío lo que á renta y
-en aparcería llevo, y dos tantos más para vivir sin esta fatiga del
-monte, que es la que me quebranta, creyérame el más rico del lugar y no
-envidiara al rey de las Indias.&mdash;Pues tendrás lo que deseas, si
-eso te basta,» dijo el enanuco. Y volvió á responder el mozo:&mdash;«Me
-basta, y hasta me sobra, si bien se mira, lo que hasta hoy he tenido y
-el mal uso que haría de cosa mejor, por desconocerla.» Con que, amigo
-de Dios, cátate que le dice en esto el enanuco:&mdash;«Coge de esta
-tierra que ves junto á mí, y échatela en el pañuelo.» Asombróse el
-mozo, porque pensó que el enanuco se burlaba de él, y tornó á decirle
-el enanuco:&mdash;«Cógelo, hombre, sin recelo, que de ello tengo yo
-llenos los mis palacios, á los que se va por este ujero en que estoy.»
-Por si era ó por si no era, el hombre sacó del seno el moquero, y echó
-en él una buena <i>mozá</i> de aquella tierra, y<span class="pagenum"
-id="Page_211">[p. 211]</span> añudó luégo los picos. Y díjole entonces
-el enanuco:&mdash;«Ahora, vete á casa, y cuando te acuestes, pon debajo
-de la almohada esa tierra, según está en el pañuelo. Al despertarte
-mañana, verás si te he engañado.» Pues, señor, que lo hizo como se lo
-mandaron; y ¡quién te dice á tí que, al despertar al otro día con el
-sol, abre el pañuelo, y ve que la tierra se ha convertido en ochentines
-y onzas de oro!... ¡más de mil había entre unos y otras! Como que el
-pobre zonchero pensó enloquecer de alegría. Pues, señor, que, entrando
-en su quicio poco á poco el mozo, empezó á echar sus cuentas: tantos
-carros de tierra así; tantos asao; tantas reses de esta clase; tantas
-de la otra; el carro de tal modo; la casa de cuál otro... Y cátale en
-poco tiempo con unas labranzas de lo mejor y unos ganados que tenían
-que ver; bien comido y bien trajeado, y con buenas onzas sobrantes al
-pico del arca; motivao á lo que las mejores mozas le persiguieron,
-echándole memoriales con los ojos. Y bien lo merecía, que, no por ser
-buen mozo y rico, dejaba de ser trabajador y honrado, como cuando era
-pobre. Pero, amigo de Dios, cátate que un día se le antoja ver un poco
-de mundo, cosa que jamás había visto, y plántase en la ciudad, de golpe
-y porrazo. ¡Él que allí se ve entre tanta gala y señorío!... ¡Madre
-de Dios!... ¡Aquéllas sí que eran mozas, con sus vestidos de se<span
-class="pagenum" id="Page_212">[p. 212]</span>da y sus abanicos y sus
-lazos de crespón y sus caras de rosa de mayo! ¡Aquéllos sí que eran
-mozos, con sus casacas de paño fino, sus borlajes de oro y sus botas
-relucientes! ¡Y qué vida la suya! Éste á caballo, aquél en coche; el
-otro de brazalete con la señora; paseo abajo, paseo arriba; comedia
-aquí, valseo allá; buena mesa, muchos sirvientes y gran palacio...
-vamos, que vivir así y vivir en la gloria, pata. De modo y manera, que
-volvió el mozo á su pueblo pensando ser la criatura más desgraciada
-del mundo. Volviendo así á su pueblo, cogió <i>duda</i> á la borona, dió en
-aborrecer el trabajo, y los días enteros se pasaba pensando en aquello
-que había visto y en ser un caballero de los más regalones; y pensando
-de esta manera, quería una dama por mujer, y no había que mentarle
-las mozas de su lugar, que todas le parecían poco para un personaje
-como él. Pues, amigo de Dios, que abandonó las labranzas por entero,
-y tuvo que comer de lo agorrao, mientras le andaba cierta idea en el
-majín, que no se atrevía á poner por obra; pero cátate que no tuvo
-otro remedio que ponerla, porque lo agorrao iba á acabarse, y él no
-estaba por volver á trabajar las tierras que tenía en abandono. Un día
-unció los bueyes al carro, puso en él media docena de sacos vacíos, y
-arreó hacia el monte; y arreando hacia el monte, llegó al sitio<span
-class="pagenum" id="Page_213">[p. 213]</span> que buscaba; y llegando
-á aquel sitio, oyó sonar el caracol del enanuco; y oyéndole sonar, se
-acerca al enanuco y le dice:&mdash;«Hola, buen amigo: pues yo venía á
-darle á usté las gracias por el favor que me hizo tiempo atrás, y á
-pedirle otro nuevo, si no ofende.&mdash;¡Qué ha de ofender, hombre!»
-respondió el enanuco. «En siendo cosa que yo pueda, pide con libertad.»
-Alegrósele el corazón al mozo, y tornó á decir al enanuco:&mdash;«Pues
-yo deseara llenar estos sacos que traigo aquí, de la misma tierra que
-usté me dió la otra vez.&mdash;Todo este campo es de ella,» respondió
-el enanuco; «con que así, cava donde quieras y llénalos á tu gusto. No
-te olvides de ponerlos esta noche cerca de la cama para abrirlos en
-cuanto despiertes al amanecer.» Y con esto, metióse el enanuco por el
-ujero á los sus palacios; con lo cual quedóse solo el mozo; y cava,
-cava, en un periquete llenó de tierra los sacos, y se volvió á casa
-con ellos más contento que unas pascuas. Llegó la noche, acostóse,
-durmió poco con la brega que traía en el majín, y al amanecer ya
-estaba el mozo más listo que las liebres; y estando más listo que las
-liebres, pensaba en abrir un pozo muy hondo para guardar tantas onzas
-como iban á salir de aquellos sacos; y pensando en esto, los abrió; y
-abriéndolos... ¡hijo de mi alma!... no encontró en ellos más que la
-tierra<span class="pagenum" id="Page_214">[p. 214]</span> que había
-cavao en el monte. Quedóse en la agonía el pobre hombre; y quedándose
-así, llegó á consolarse cavilando que, mirando bien las cosas, con lo
-que ya tenía de antes le bastaba; y cavilando esto, fué al cajón donde
-guardaba las pocas monedas sobrantes... ¡y tierra eran también como
-la de los sacos!... ¡y tierra los papeles de sus compras! Fué á la
-cuadra... ¡y montones de tierra los bueyes!... ¡y montones de tierra el
-ganado que pagó con el dinero del enanuco! No quedaba allí otra bestia
-que la vaca en aparcería. Reparó entonces en la casa, y vió que era
-la misma en que él vivía cuando era pobre zonchero: á la puerta había
-un coloño de varas y unos adrales á medio hacer. Gimió y golpeóse, el
-venturao; y al monte fué á contar su desgracia al enanuco; pero el
-enanuco le dijo:&mdash;«Eso que te pasa, no puedo remediarlo yo: quien
-por mi mano te dió la riqueza que has menospreciado, te dice ahora por
-mis labios que la miseria en que vuelves á verte es el castigo que da
-Dios á los cubiciosos que quieren pasar de un salto, y sin merecerlo,
-de zoncheros bien acomodados, á caballeros poderosos.» Y colorín
-colorao... ¿Qué te paece del cuento, Nisco?</p>
-
-<p>&mdash;Pues no me paece cosa mayor&mdash;respondió Nisco, que había
-estado escuchándole con la boca abierta.&mdash;Pero, valga ó no valga,
-¿por qué me le cuenta usté aquí?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_215">[p. 215]</span></p>
-
-<p>&mdash;Cuéntotelo aquí, porque, como dijo el otro, aquí te cojo y
-aquí te mato; y cuéntotele también, por si conociste tú al zonchero, ú
-á persona que se le ameje siquiera en los humos de la chimenea.</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo no conozco ni he conocido á naide de esas señas!</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo sí, Nisco. Yo conozco á uno, amejao al zonchero en
-las infladuras de la vanidá; un mozo que, por tener de todo, tuvo una
-novia como unas perlas, que por él se moría y por él se muere.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah, bah!&mdash;dijo aquí Nisco clavándose en la alusión de
-la vieja.&mdash;¡No me venga con coplas!</p>
-
-<p>&mdash;No son coplas éstas&mdash;replicó la Rámila
-impertérrita:&mdash;son verdades como puños, que te importan más
-que á mí. Hace ya mucho que andas caminando hacia el monte con los
-sacos vacíos en el carro; y te salgo al encuentro para decirte que te
-vuelvas, porque sé lo que te aguarda si los llenas como el zonchero.
-Aquellos tesoros no son para tí, probe tonto, que guardados están
-para quien mejor los merece. Buenos los tienes en tu casa; vuélvete
-á cuidarlos, que tierra será para tí el mejor de todos ellos, si la
-cubicia llega á descubrírsete como al otro. Yo sé que hoy te quiere
-Catalina más que antes te quiso; pero también sé que no te<span
-class="pagenum" id="Page_216">[p. 216]</span> querrá así el día en que
-tú seas la rechifla de Cumbrales. Y ahora vete con Dios y perdona el
-poste; pero no olvides el cuento de <i>El zonchero cubicioso</i>, que has de
-agradecérmelo.</p>
-
-<p>Con lo que la Rámila se entró en la corralada de don Pedro Mortera,
-y Nisco tomó el camino de su casa, mustio y contrariado... y voy á lo
-que decíamos de los elementos conjurados contra los planes de este
-mozo: no bien abocó al estragal, encaróse con él Juanguirle, que iba á
-salir á <i>picar</i> leña en la accesoria, y le echó un trepe que ardía. En
-conclusión le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Por vida del chápiro verde, que no sé qué te hiciera
-para quitarte ese hipo de monja en viernes!... Pues mira que si con
-guantadas se curara, ya tenías un par de ellas encima. ¡Dígote con
-los hombres de ahora, voto á briosbaco y balillo! Si tienes un pesar,
-dile ó revienta... Si son chapucerías de desjuiciado, acuérdate de
-que eres hijo de un hombre de bien. El demonio me lleve si yo sabía
-la menor cosa hasta que tu madre me lo dijo esta tarde, por haberlo
-aprendido ella en el río. Contábate, como yo, con los cinco sentidos
-puestos en la muchacha, que, en ley de verdá, vale más que tú; cuando
-salimos con que... ¡por vida del chápiro verde! resulta que no hay nada
-de lo dicho, porque el fachendoso del hijo mío hace una eternidá que
-volvió las espaldas. El porqué, tú lo sabrás:<span class="pagenum"
-id="Page_217">[p. 217]</span> yo no le sé ni le sabe tu madre; y en la
-muchacha no consiste, que así lo juró cuando tu madre topó con ella al
-volver de lavar y la habló del caso, porque debía hacerlo. De nada te
-acusa más que de ausencia; por leal se afirma, y con llorar se venga.
-Esto la ensalza, si juró verdá, y á tí te honra poco, Nisco... y á mí
-no mucho, que tu padre soy. Si el serlo te encoge para hablar conmigo
-de esos particulares, no se los calles á tu madre cuando venga de la
-mies y te busque la lengua... porque ha de buscártela y con mucha
-razón. Lo que yo te digo es que, inocente ó culpado, vuelvas á tus
-cabales y cumplas con tu deber, que no tienes rentas para hacer vida
-de señor manido entre cristales... ¡Y en qué tiempo, voto al chápiro!
-cuando asoma la <i>cogedera</i> y más brazos se necesitan en casa, y cuando
-me veo con una zancadilla á cada vuelta que doy en el Ayuntamiento.
-Porque has de saberte que hasta de las locuras de don Valentín se
-quiere sacar partido por la gente que allí me han puesto para que
-tu padre caiga en la trampa, ya que no quiere cerrar los ojos á sus
-fechorías... porque aquello, hablando en claridá, es una ladronera
-consentida... Pero ¡voto á briosbaco y balillo! ¡yo les juro que á la
-sombra mía no las han de urdir allí mientras tu padre sea alcalde!</p>
-
-<p>Y se fué á su quehacer el bueno de Juanguir<span class="pagenum"
-id="Page_218">[p. 218]</span>le, de muy mal humor, cosa que le
-acontecía rarísimas veces en la vida. Pero Nisco era testarudo; y por
-más que el mundo entero pareciera empeñado en meterle por los ojos lo
-que sus ojos no querían ver, lo que tenía entre cejas allí había de
-estarse mientras no se lo arrancara <i>quien</i> allí se lo había puesto.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_concha.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_16">
- <p><span class="pagenum" id="Page_219">[p. 219]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_homo.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XVI. UNA DESHOJA">XVI</h2>
- <p class="subh2">UNA DESHOJA</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Con la</span> <i>secura</i>, que
-no cesaba por seguir el tiempo al Sur, las mieses se pusieron hechas
-una bendición de Dios, y en la última semana de octubre no quedaba
-una caña de alubias sin <i>pelar</i> en las heredades, y las panojas, bien
-granadas y bien secas, iban á desprenderse ellas solas de los maíces,
-si muy pronto no las amontonaban sus dueños en el desván. Pero ¡con
-poco mimo las observaban éstos uno y otro día, para dejarlas expuestas
-á la voracidad de los cuervos, ó á los riesgos del temporal que podía
-presentarse á la hora menos pensada! ¡El fruto de tantas fatigas, el
-pan de todo el año!</p>
-
-<p>Aún no había espirado el mes, cuando comenzaron á invadir la vega,
-por todas sus <i>portillas</i>, carros con altos adrales; y cada familia
-en<span class="pagenum" id="Page_220">[p. 220]</span> su heredad,
-pela aquí, pela allí; panojas al garrote y <i>garrotados</i> de panojas
-á los carros; de vez en cuando, sube que sube los adrales, según
-iban llenándose las teleras; después, los <i>calabazos</i> encima de las
-panojas y en el <i>payuelo</i> de la pértiga, y hala para casa, á campo
-travieso, primero, tirando los bueyes dentelladas furtivas al retoño
-ajeno; y después, por la cambera, canta que canta el eje, untado
-con tocino; y ya en el portal el carro, allá va la carga de panojas
-arrastrada con las trentes sobre los garrotes, tan pronto llenos como
-subidos al desván, al hombro del mocetón ó sobre la cabeza de su
-hermana: en una pila el maíz, y aparte los calabazos; de éstos, los
-duros y <i>berrugones</i> á un lado, para la olla; y á otro, los blandos y
-aguachones, para los cerdos.</p>
-
-<p>En poco más de una semana se cogieron todas las mieses, y aún
-sobraron días para dar una pasada con el dalle á los prados viciosos, y
-para <i>sacudir</i> muchos castaños y recoger los entreabiertos erizos, pues
-los muchachos empezaban á derribarlos del árbol á pedradas, y más de
-una <i>magosta</i> habían hecho ya con las castañas cosechadas así.</p>
-
-<p>Todas estas faenas eran de ver en una casa como la de don Pedro
-Mortera, donde los frutos entraban en grandes cantidades. ¡Qué ir y
-venir de carros y de obreros! ¡Qué cantar en<span class="pagenum"
-id="Page_221">[p. 221]</span> aquel corral los ejes, y vocear los
-carreteros, y sonar las panojas como fuelles de papel al deslizarse
-unas sobre otras en los adrales, y después como truenos lejanos, al
-caer por la rabera en el garrote; y el acompasado pisar, escalera
-arriba y abajo, de los que las llevaban al desván! ¡Y qué pilas se
-iban formando en él, clase por clase; porque el maíz de unas heredades
-era de grano redondo, y el de otras de <i>diente de perro</i>! Y cuando el
-desván se llenaba, la misma actividad y el propio ruido en el vasto
-granero de la accesoria del corral, donde ya estaba la cosecha de
-alubias oreándose.</p>
-
-<p>Para deshojar tanta panoja, se necesitaban muchos días y mucha
-gente, y esta tarea la inauguraba don Pedro con una <i>deshoja</i> pública,
-digámoslo así, en el desván de la casa, por seguir una costumbre jamás
-interrumpida en ella, ni en otras muchas del lugar. De esta costumbre
-clásica de la vida campestre montañesa he hablado yo en otro libro; mas
-no ha de impedirme esta consideración, que no deja de ser atendible,
-dedicar unas cuantas pinceladas á aquella deshoja de don Pedro Mortera,
-siquiera por el enlace que tuvo con los descosidos acontecimientos de
-este insubstancial relato.</p>
-
-<p>No se tasaba el número ni la calidad de las personas para entrar
-allí; y en la noche de que hablo, antes de las ocho, pasaban de
-cincuen<span class="pagenum" id="Page_222">[p. 222]</span>ta, jóvenes
-las más y de buen humor, las que estaban sentadas en el suelo alrededor
-de una montaña de panojas. Para alumbrar este cuadro no bastaba un
-farol, y había hasta tres, colgados en otros tantos postes; y aun así
-no se lograba más que barrer un poco las tinieblas hacia los fondos
-interminables del desván, donde se <i>veían</i>, apretadas y negras, debajo
-de las deprimidas vertientes del tejado.</p>
-
-<p>Menudeaban los cantares de las mozas; respondían los mozos con sus
-baladas lentas y cadenciosas; relinchaban, entre balada y cantar,
-los que sabían hacerlo con recio pulmón y adecuado gaznate; reíase
-acá, murmurábase allá; y, en tanto, las panojas deshojadas caían en
-los garrotes como lento pedrisco; y la montaña del centro descendía,
-socavada poco á poco, mientras crecía sin cesar la cordillera de hojas
-que iba formándose por detrás de la gente; desocupábanse á menudo
-los garrotes llenos, en un espacio despejado en conveniente lugar;
-y el ruido que aquellas cascadas de panojas producían al caer sobre
-el sonoro tablado, ruido semejante al de un tren de artillería en
-calles mal empedradas, era como el <i>bajo</i> del incesante é infernal
-desconcierto... Y cuenta, lector filarmónico, que esto del desconcierto
-lo digo acordándome de lo fino de tu oreja; que, por lo que toca á las
-de aquella rústica<span class="pagenum" id="Page_223">[p. 223]</span>
-gente, por muy grata y sabrosa reputaban la baraúnda.</p>
-
-<p>De nuestros conocidos, veíanse en la deshoja (estilo de revistero
-de salones) á Catalina, Nisco, el Sevillano y Chiscón, Pablo entraba
-y salía á menudo, porque su padrino y Ana estaban de tertulia en la
-sala con motivo de la solemnidad de la noche, solemnidad tormentosa,
-pero, al cabo, solemnidad, en que los buenos amigos debían tomar parte
-para tener por un lado aquellas largas horas de barullo y desgobierno.
-Repito que Pablo hacía frecuentes visitas á la deshoja, porque aquella
-noche le solicitaban dos impaciencias á cual más poderosa: al lado
-de Ana, la de ver lo que pasaba en el desván; y en el desván, la de
-volverse al lado de Ana.</p>
-
-<p>Yo no sé si fué la malicia ó la casualidad ó el diablo quien lo
-dispuso; pero es lo cierto que Catalina y Nisco estaban sentados hombro
-con hombro, y enfrente de ellos, Chiscón y el Sevillano. Nisco, que no
-soltaba la murria que le partía, había ido á la deshoja «por ser cosa
-de Pablo,» y porque no hubiera tenido racional disculpa su ausencia de
-allí aquella noche. Entró en el desván con su amigo, disimulando el
-gusanillo que le roía; tomó puesto á la casualidad en medio del barullo
-revuelto al comenzar la deshoja, y ¡cuáles no serían su asom<span
-class="pagenum" id="Page_224">[p. 224]</span>bro y su despecho, viendo
-que cuando él posaba las asentaderas en el suelo, hacía otro tanto á
-su lado Catalina con las suyas. Cambiar de puesto, era escandalizar;
-pretender que la moza cambiara, una impertinencia insostenible.
-Resignóse y propúsose tapar con máscara risueña y jubilosa, la corajina
-que le hervía en el pecho.</p>
-
-<p>Al principio todo fué bien, salvo algún codazo que otro que Catalina
-le daba, lo cual era inevitable, porque los brazos de la moza eran
-argadillos, según lo que se movían, cogiendo, deshojando y despidiendo
-panojas sin cesar con las manos, y el terreno no sobraba alrededor
-de la pila; pero se fué encrespando la bulla; sonaron los primeros
-relinchos; comenzaron los cantares, y ya se podía echar un párrafo á
-media voz con un adyacente, sin ser oído de los demás.</p>
-
-<p>Esta ocasión aprovechó Catalina para decir á Nisco, con la cara y el
-acento de la misma sátira en persona:</p>
-
-<p>&mdash;Vaya, que estarás, en el punto en que te hallas y pegante á
-esta probeza, como si las tablas te quemaran el detrasero... Pues ¡cómo
-ha de ser, hijo! yo no tengo la culpa.</p>
-
-<p>Nisco respondió, con la risa del conejo:</p>
-
-<p>&mdash;Se está uno aquí, porque le da la gana, que estar se sabe en
-lugar más alto cuando al caso viene.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_225">[p. 225]</span></p>
-
-<p>&mdash;Y porque no mientes ahora&mdash;replicó Catalina,&mdash;dije
-yo lo dicho... ¡no faltaba más! Basta mirarte, hijo, sin saber lo que
-se sabe, para ver que este puesto no es el tuyo. La probeza aquí, como
-San Pedro en Roma; pero la gente fina, como tú, á la sala con los
-señores.</p>
-
-<p>&mdash;¡No sería la primera vez!</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya se ve que no!... ¡Y como que á la presente te estarán
-echando de menos! Tonto serás, Nisco, en perder la ganga por este
-cumplido que naide te agradece.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cada uno á su hacienda, Catalina!</p>
-
-<p>&mdash;Vamos, que con lo grandona que va á ser la que te espera,
-no te vendrá mal un mayordomo... ¡Vaya que fué estrella la tuya,
-hombre!</p>
-
-<p>&mdash;¡No escomencemos!</p>
-
-<p>&mdash;¡El diantre tiene cara de condenao!... ¡Mira que tendrás que
-ver, del brazalete de una señora tan pudiente y tan fina, coleando la
-casaca por esas callejas!... Oiréis la misa ajunto el altar mayor...
-¡Jesús y los santos del cielo no me falten en mis últimas!... Otra
-lotería como ella nunca cayó en Cumbrales.</p>
-
-<p>Amoscóse más Nisco, y respondió á esta burla:</p>
-
-<p>&mdash;¡Te digo que no escomencemos... y que no traigas en boca á
-quien de tí no se alcuerda!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Ni de tí tampoco, fanfarrias!&mdash;saltó Catalina
-con reconcentrado veneno, aunque bien<span class="pagenum"
-id="Page_226">[p. 226]</span> disfrazado con sonrisas falsas para que
-los circunstantes no le conocieran.&mdash;Como no comas otro pan que
-el que por ahí te venga, buenas tripas vas á echar hogaño. Toma surbia
-con solimán de lo fino, y maja terrones por recreo, que eso es regalo
-para un descastao y fachendoso baldragas como tú... ¿No te dije yo
-que cuanto más subieras mayor sería la costalada? Pues ya te la estás
-arrascando días acá... Aunque piensas que no miro, bien te veo con el
-moco lacio, contando los morrillos de las callejas. ¿Diéronte portazo?
-¡Bien lo merecías! ¡Toma estudios ahora y date vientos de señorío,
-mondregote, que más arriba está quien manda, para hacer josticia
-seca!</p>
-
-<p>Nisco recibió todo este metrallazo á la oreja, sin poder contestarle
-á su gusto, porque la ira le cegaba ya y temía dejarse arrastrar
-de ella en aquel sitio. Dominóse como pudo, y remató el altercado
-amenazando á Catalina con un desaire en público, si no enfrenaba la
-lengua. Temió la moza y callóse... por entonces, porque su boca fué un
-alfiler para Nisco mientras duró la bulla en el desván.</p>
-
-<p>Y aconteció también que, como la una y el otro siempre que hablaban
-se sonreían, aunque de muy mala gana, Chiscón, que no los perdía de
-vista un instante, tomó al pie de la letra aquel falso regocijo;
-creyóle señal de una re<span class="pagenum" id="Page_227">[p.
-227]</span>conciliación, y vió, por ende, su pleito en riesgo grave.
-Así lo entendió también el Sevillano; por lo que se brindó de nuevo á
-<i>despachar</i> el estorbo, si al de Rinconeda le convenía este atajo para
-llegar más pronto al fin de su jornada.</p>
-
-<p>&mdash;Me dió á mí ya que cavilar&mdash;dijo Chiscón,&mdash;lo que
-pasó al respetive del sitio. Con ella vine, á mi vera estaba aquí,
-presentóse allá él; y cuando pensé que me sentaba arrimado á ella, ya
-la ví onde la ves ahora. Pues la puerta me abrió; que no, nunca me
-dijo... pero esto no lo entiendo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Zi no hubiera tú largao tanta zoga!...&mdash;replicóle el
-Sevillano.</p>
-
-<p>&mdash;Verdá es&mdash;dijo el otro,&mdash;que por ansia de
-asegurarla mucho, bien puede haberse escapao la ocasión. Eso ha de
-verse luégo; que tal está el particular, que no deja más espera.</p>
-
-<p>Era Chiscón hombre poco palabrero en cosas que le llegaban á lo
-vivo; y después de decir esto, no quiso que allí se hablara más del
-asunto; pero continuó viendo y observando.</p>
-
-<p>Cuando cesó lo más recio de la bulla, porque los gaznates se
-cansaron de gritar, comenzaron los dichos y los relatos á entretener á
-la gente. Se apuntó algo sobre si entraría ó no entraría <i>el facioso</i>
-en Cumbrales; pero la mitad de los oyentes no creían en la existencia
-de él, y la otra mitad daba el riesgo por fraguado en la<span
-class="pagenum" id="Page_228">[p. 228]</span> imaginación del ocioso
-don Valentín; por la cual este asunto dió poco entretenimiento. Pero
-salió á relucir la tribulación de Tablucas, ¡y esta materia sí que
-absorbió los sesos á la gente!</p>
-
-<p>Por lo que allí se dijo, desde que nosotros vimos á Tablucas en
-la taberna de Resquemín, el asunto del perro no había mejorado un
-punto, si es que no andaba peor: los mismos garrotazos á la puerta
-en anocheciendo, y el propio animal en el murio en cuanto alumbraba
-la luna; la viuda asegurando que nada oía ni veía de ello á tales
-horas; la familia <i>embrujada</i> llenando de cruces puertas y ventanas
-de día, y tiritando de miedo por la noche; algunos vecinos de la
-barriada encerrándose en casa al ponerse el sol, <i>por si acaso</i>; muchos
-otros del lugar, recelosos de todo perro desconocido, y, lo que más
-importaba, el pobre Tablucas sin hora de sosiego para trabajar la
-herencia que traía entre manos, y dar en el quid de una dificultad que
-no podía vencer en la máquina que imaginaba para pinchar <i>lumiacos</i>.</p>
-
-<p>Uno de la deshoja aseguró que, pasando una noche á su casa por
-delante de la de Tablucas, oyó los tamborilazos; que, mirando por una
-rendija de la portalada, creyó ver una persona que se metió corriendo
-en casa de la viuda; pero que de perro en el murio, no vió pizca. Un
-viejo que esto oyó, dijo mal de aquella mujer,<span class="pagenum"
-id="Page_229">[p. 229]</span> y mezcló en los supuestos al hijo de don
-Valentín.</p>
-
-<p>&mdash;¡Jos!&mdash;exclamó otro de los oyentes,&mdash;eso, ya pa con
-tocino, tío Pamplingue... Por ahí no va el agua de los tamborilazos.</p>
-
-<p>&mdash;No vos diré que vaya&mdash;repuso el viejo.&mdash;Dicho es
-que vos dije por lo que dicen; que yo, ni entro ni salgo. Porque tamién
-se dijo si en cá de Tablucas se fisgoneaba mucho lo que pasaba en cá
-de la su vecina; y bien pudieran, á modo de escarmiento, y pa cerrar
-los ojos á éste y al otro... Pero tocante á lo del murio, ¡eso pasma de
-too!</p>
-
-<p>Sobre lo del murio, no faltó quien dijo que podría consistir (según
-parecer del señor cura) en unos cantos gordos que había á medio caer en
-el lomo del paredón; los cuales cantos, vistos desde casa de Tablucas
-y alumbrados por la luna, á poco que el miedo hiciera de por sí, bien
-pudieran parecerse á un perro muy grande. Respondióse á esto que el
-tal perro se veía á unas horas y á otras no; á lo que replicó el
-sustentante (también por boca ajena) que eso consistía en que la luna
-no siempre alumbraba por el mismo lado, y que «según era el punto de
-alumbre, así resultaba la fegura.»</p>
-
-<p>Se desechó este supuesto y cuantos se apuntaron allí fundados en lo
-hacedero, y acomodables á las leyes del sentido común; y cátate,<span
-class="pagenum" id="Page_230">[p. 230]</span> pío lector, con éstas
-y con otras tales, á la pobre tía Rámila <i>sobre el tapete</i>. Ya para
-entonces había descendido la montaña de panojas lo suficiente para que
-todos los deshojadores pudieran verse las caras, aunque algo turbias y
-de lejos; y una sola conversación entretenía á todos los circunstantes,
-esforzándose mucho la voz. ¡Horrores se contaron allí de la bruja!
-Apenas hubo persona en el desván que no la debiera algún agravio y que
-no la hubiera <i>visto</i>, en tal ó cual forma extraña, después de cometida
-la fechoría; y unánime estuvo la gente aquélla en declarar que era
-punto menos que herejía el mimo con que se la trataba en casa de don
-Pedro Mortera (aquí se bajó mucho la voz), donde se le daba entrada
-franca, y tentar á Dios manosearla como la manoseaba la señorita María,
-que tanta hermosura tenía que perder. Hablóse después de otras brujas,
-y de las maldades de las brujas, y de todos los remedios conocidos
-contra todas las brujas del mundo, y se fué á parar, por fin y remate,
-á que lo de los tamborilazos á la puerta de Tablucas, y lo del perro
-del murio contiguo á su corral, era obra de la Rámila... porque no
-podía ser otra cosa.</p>
-
-<p>En esto, ladró el mastín de don Pedro Mortera en la garita de la
-corralada, y, casi al misma tiempo, se oyó en el desván un grito de
-espanto:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_231">[p. 231]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Ayyy!</p>
-
-<p>Y un segundo después:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ahí... le tenéis! ¡Que vos come!</p>
-
-<p>Estos gritos los daba el Sevillano. El primero se le escapó del
-pecho porque, desde que tanto se hablaba en Cumbrales de lo del murio,
-le levantaba en vilo el inesperado latir de los perros. El segundo le
-dió para borrar el mal color del otro; y como todo se concebía en aquel
-valiente menos el miedo, celebróse la ocurrencia por los circunstantes
-(saturados de relatos y comentos de brujas en figura de canes) después
-de haberse estremecido de horror, aunque no tanto como el Sevillano
-que, del primer respingo, se alzó dos jemes sobre la greña de Chiscón,
-el cual, puesto de pie, le sacaba un palmo.</p>
-
-<p>No pasó de aquí el incidente, porque, deshojada la última panoja
-de la pila, y siendo á la sazón muy corrida la media noche, subieron,
-detrás de Pablo, los sirvientes de la casa con sendos garrotes repletos
-de castañas cocidas, humeando todavía, más una gran <i>botija</i>, capaz de
-seis azumbres, llena de aguardiente. Repartió Pablo las castañas con
-una caldereta, y tres veces anduvo la rueda sin un tropiezo. No así
-el que escanciaba el aguardiente, puesto que halló uno en cada moza
-soltera, sabe Dios si por aborrecerlo todas; con lo que tocó á más
-á<span class="pagenum" id="Page_232">[p. 232]</span> las casadas y á
-los hombres, pues no quedó gota en la botija.</p>
-
-<p>Y vuelta entonces á los cantares, mientras comenzaba el desfile;
-cantares alusivos á todos y cada uno de los señores de la casa,
-presentes junto al arranque de la escalera del desván, pagando, aunque
-soñolientos y decaídos, con sonrisas y ademanes, pues las palabras no
-se hubieran oído, los saludos de la gente que se marchaba con estruendo
-y temblor de todo el edificio.</p>
-
-<p>¡Y en el corral cantares, y en la calleja relinchos y más
-cantares!</p>
-
-<p>Nisco salió solo; Catalina, con la gente de su barriada; y como en
-todas ellas se armó ruido, alborotáronse los perros que, aun sin que
-nadie los hurgue, no cierran boca en toda la noche; muchos valientes
-volvieron á pensar en lo del murio, y el Sevillano se agarró de Chiscón
-y no le soltó hasta la puerta de su casa, pues todo aquel trayecto
-hubo de necesitar, por las trazas, para convencerle de que no debía de
-acompañar en público á Catalina, después de lo visto, hasta hablar con
-ella en debida forma.</p>
-
-<p>Cuando el de Rinconeda tomó por la vega el camino de su lugar, solo
-y casi á tientas, porque no había luna aquella noche, aún llegaban á
-sus oídos los moribundos ecos de alguna balada, el cansado latir de los
-perros alborotados,<span class="pagenum" id="Page_233">[p. 233]</span>
-y hasta el alegre cantar de más de un gallo madrugador.</p>
-
-<p>Chiscón entonces soltó un relincho que repitieron todos los ecos de
-la vega; y ningún otro ruido turbó ya la negra soledad de su camino,
-sino el triste, lento y remoto gemir del cárabo en el monte, y el bufar
-de una lechuza que pasó volando hacia el campanario de Cumbrales.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_monos.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_17">
- <p><span class="pagenum" id="Page_235">[p. 235]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_inicio.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XVII. LA DERROTA">XVII</h2>
- <p class="subh2">LA DERROTA</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-e.jpg" alt="E adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">El domingo</span> siguiente,
-después de misa, hubo en el local de la escuela, debajo de la sala
-consistorial, una <i>concejada</i> como no se había visto en todo el año.
-Sabíase de qué se iba á tratar en el concejo de aquel día, y faltaron
-contadísimos vecinos. Don Valentín llegó de los primeros, apenas se
-oyó el tran, tran, tran de las campanas. Juanguirle, rodeado de sus
-concejales, ocupó la presidencia en el sitial del maestro; manifestó
-el objeto de la reunión, y hasta aventuró un discursillo encareciendo
-las ventajas de las <i>derrotas</i>, mientras las gentes, como sucedía en
-Cumbrales, no supieran dar á las mieses destino mejor, desde noviembre
-á marzo; invocó, en apoyo de su parecer, la ley de la costumbre, tan
-vieja allí como el mundo (pues no había prueba de lo contrario),
-y sometió el caso al acuerdo, que había de ser unánime, de sus
-administrados, pa<span class="pagenum" id="Page_236">[p. 236]</span>ra
-dar así debido cumplimiento á lo mandado «arriba.»</p>
-
-<p>El discurso alcanzó la aprobación del concejo, exceptuando á
-don Valentín, que se levantó airado de su asiento para llorar los
-males de la patria y los peligros de la libertad. Puso todo este
-lacrimoso cuadro enfrente de la criminal indolencia de sus convecinos,
-«amenazados día y noche por el azote afrentoso del perjuro,» y concluyó
-diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;<i>Do ut des.</i> ¿Queréis derrota? Dadme ayuda; prestadme
-recursos para rechazar la invasión del déspota ó morir con gloria en la
-batalla. Á este precio tendréis mi voto, sin el cual no se pueden abrir
-las mieses de Cumbrales.</p>
-
-<p>Tomóse esta actitud de don Valentín en muy diversos sentidos. Quién
-la aplaudía entre burlas y cháchara; quién, menos paciente, denostaba
-al veterano y al concejo que hacía caso de semejantes chapucerías.
-Los que así se expresaban eran los más; y ya el debate iba tomando
-mal aspecto para don Valentín, cuando Juanguirle, haciendo valer su
-autoridad, restableció el orden y el silencio, y dijo así:</p>
-
-<p>&mdash;No hay que acelerarse, ¡voto al chápiro verde! ni sacar las
-cosas de su quicio natural, para entenderse las personas. El señor don
-Valentín se queja del poco aprecio que aquí se hace de esos amenículos
-de política que le quitan<span class="pagenum" id="Page_237">[p.
-237]</span> á él el sueño de un tiempo acá; pero hay sus más y sus
-menos respetive al caso, y se tocará el punto en su día, con su cuenta
-y razón de pulso y patriotismo. Lo que ahora importa y aquí nos reúne,
-es lo de la derrota; y sobre este particular, estamos, gracias á Dios,
-en la mejor conformidad todos los presentes.</p>
-
-<p>&mdash;¡Menos yo!&mdash;gritó don Valentín.</p>
-
-<p>&mdash;Así se ha entendido aquí, ¿no es cierto?&mdash;dijo el
-alcalde, paseando una mirada maliciosa por todo el concejo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cierto!&mdash;respondió éste á una voz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Repito que no!&mdash;volvió á gritar don Valentín,
-estrujando entre sus manos el enfundado sombrero.&mdash;¡Yo me opongo á
-que se abran las mieses este año!</p>
-
-<p>&mdash;En vista de tal conformidad&mdash;dijo el impasible
-alcalde,&mdash;se acuerda la derrota y se levanta la sesión.</p>
-
-<p>&mdash;¡Protesto contra esta infracción de la ley! &mdash;vociferaba
-el veterano.&mdash;¡Invoco mis derechos de vecino libre... de ciudadano
-español! ¡Viva la libertad!... ¡Exijo que mi protesta conste en el acta
-para acudir en queja á donde se me oiga!</p>
-
-<p>¡Como si callara! La algarabía de la desordenada muchedumbre ahogó
-su voz temblorosa y descompuesta; y, á mayor abundamiento, las campanas
-comenzaron á tocar <i>á derrota</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_238">[p. 238]</span></p>
-
-<p>Aún no había cesado la sonata en el campanario, cuando se oyó
-otra más recia y atronadora en todas las callejas del lugar: mezcla
-de bramidos, cencerradas, silbidos y jujeos. Nadie había soltado
-aquella mañana sus ganados, en espera del acuerdo concejil que las
-campanas publicaban ya con sus sonoras lenguas por todos los ámbitos de
-Cumbrales.</p>
-
-<p>Desaparecieron como por encanto los portillos y seturas de las
-mieses; y cada una de las brechas resultantes fué vomitando en la vega
-el ganado á borbotones, en abigarrada y pintoresca mezcla de especies,
-sexos, edades y tamaños: la mansa oveja y el retozón becerro; la
-cabra arisca y el perezoso buey; la dócil burra y la gentil novilla;
-la sosegada vaca, el inquieto potro de recría y el toro rozagante.
-Tras el ganado y por el lado de la Cajigona, que vuelve á ser nuestro
-observatorio, apareció la gente que lo había conducido, y mucha más
-que se le fué agregando; pero la parte juiciosa de ella no pasó de los
-bordes de la meseta. Los muchachos, armados de sendos palos, terminados
-en gruesa y curva cachiporra, se lanzaron mies abajo, silbando al
-vacuno, apaleando á las burras, ladrando á las ovejas y espantando á
-los potros con gritos y aspavientos. Pero no era necesaria tan ruidosa
-excitación para que las inofensivas bestias dieran al traste con la
-formalidad; pues<span class="pagenum" id="Page_239">[p. 239]</span> no
-bien sus pezuñas hollaron el blando suelo de la mies, toda la extensión
-de la vega les pareció poco para campo de su regocijo.</p>
-
-<p>¡Válgame Dios, qué triscar el suyo y dar corcovos y sacudir el
-rabo! ¡Qué mugir los unos, y relinchar los otros, y balar aquestos, y
-rebuznar por allí, y bramar por el otro lado! ¡Qué embestir los chicos
-á los grandes, y hacerse éstos los temerosos y los débiles por chanza y
-pasatiempo! ¡Qué revolcarse los burros, y galopar los potros sin punto
-de sosiego, como si el lobo los persiguiera! ¡Qué derramarse por la
-cuesta abajo el compacto rebaño, y entrar en la cañada, largo, angosto
-y serpeante, verdadero río de lana tomando la forma de su lecho! ¡Qué
-gallardearse á lo mejor el becerrillo negro con humos de toro, junto
-á la apuesta novilla, y escarbar el suelo, y bajar la cabeza, y mirar
-en derredor con fiera vista, y hacer la rosca con el rabo, sin qué ni
-para qué, puesto que ningún rival le disputaba el campo! ¡Qué perder el
-tiempo en estos alardes que no eran agradecidos ni siquiera observados!
-Hasta el manso y trabajado buey olvidaba su esclava condición, sus años
-y sus fatigas, para tomar parte en el general holgorio con tal cual
-amago de corcovo mal hecho y aun ciertos asomos de galanteo á la vaca
-de su vecino.</p>
-
-<p>Á todo esto, ni pensar en pacer seria y for<span class="pagenum"
-id="Page_240">[p. 240]</span>malmente. Se tiraba un bocado al fresco
-retoño de la hondonada, pasando de largo; y otro, más lejos, á la
-<i>paulina</i> de la heredad; y luégo otro, de refilón, al verde de una
-regatada; y así se andaba y se probaba todo sin fijarse en nada,
-creyendo acaso que lo desconocido era más sabroso que lo ya probado.
-Faltaba el tiempo para recorrer la blanda y fragante alfombra de la
-vega; y el loco y desacorde vocerío y el sonar incesante de esquilas y
-cencerros, enardecía las bestias y túvolas sin juicio ni sosiego cerca
-de una hora.</p>
-
-<p>Calmados los ímpetus poco á poco, los sesudos bueyes humillaron
-la cabeza sobre el elegido terreno para pacer de veras y á qué
-quieres estómago; trocóse en manso lago, sobre este prado ó aquella
-heredad, cada rebaño que antes fué torrente de ovejas; enderezóse
-el burro, harto de revolcarse, y sin sacudirse la basura, ahogó los
-últimos suspiros, roncos y desconcertados, entre cogollos de helechos
-arrancados á la sombra de una mimbrera terminal; los potros, dejando
-de correr, cruzaron de dos en dos los enjutos cuellos, se <i>espulgaron</i>
-á dentelladas y por largo rato... y todo movimiento fué cesando en la
-vega, hasta que no se oyó en ella otro ruido que el sonoro y acompasado
-de las esquilas y los cencerrillos de las bestias, que los movían al
-pacer blanda y sosegadamente.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_241">[p. 241]</span></p>
-
-<p>Entonces se retiró á paso lento, con los brazos cruzados y la pipa
-en la boca, el último de los espectadores que habían contemplado el
-descrito cuadro desde lo alto de la meseta por el lado de la Cajigona,
-seguro de que, al anochecer, su ganado, sin otro conductor que el
-natural instinto, estaría á pie firme y rumiando á la puerta del
-establo ó á la del corral, esperando á que se la abrieran.</p>
-
-<p>En tanto, los muchachos dispersos por la vega fueron reuniéndose en
-pandillas; una de las cuales, la más numerosa y apta para el lance de
-que se trataba, se posesionó de la vasta y limpia pradera que comenzaba
-pocas varas abajo de la Cajigona.</p>
-
-<p>Pasaban de veinte los muchachos, cada cual con su <i>cachurra</i> (el
-palo de que antes se habló); todos descalzos, los más de ellos en
-mangas de camisa, y no eran los menos los que llevaban al aire la
-cabeza, trasquilada de medio atrás hasta el pescuezo. Á esta sección
-pertenecían, como cabos de ella, <i>Birriagas</i>, largo, chupado y pálido,
-muy reñidor y no cobarde; <i>Cabra</i>, incomparable salteador de huertas
-y robador de manzanas; tan ducho y hábil, que distinguía de noche, y
-sin catarlas, las <i>carretonas</i> de las <i>piqueras</i>; <i>Bodoques</i>, corto
-de resuello y gordo, pero fuerte; seco de palabra y de muy respetado
-consejo; <i>Lergato</i> (lagarto), sutil y marru<span class="pagenum"
-id="Page_242">[p. 242]</span>llero para escaparse sin una desolladura
-de donde sus camaradas dejaban tiras del pellejo; <i>Lambieta</i>, goloso y
-desdentado; y, por último, <i>Cerojas</i>, así llamado por dos lobanillos
-negros que tenía en la cara y comenzaron á asomarle poco tiempo después
-de haberse dado una panzada de las llamadas <i>bruneras</i>, en el huerto de
-Asaduras.</p>
-
-<p>Tratábase de un desafío á la cachurra, ó á la <i>brilla</i>, como también
-se dice; juego que se inaugura y cesa con las derrotas, porque sólo en
-las praderas de la mies puede jugarse, y vociferaban y se revolvían
-los muchachos de la pandilla sobre quién debía de <i>arrimarse</i> á quién
-para equilibrar con el posible acierto las fuerzas beligerantes. Hízose
-al cabo lo que propuso Bodoques, y quedó la tropa dividida en dos
-bandos, figurando en el uno Birriagas, Lergato y Cabra, y en el opuesto
-Bodoques, Cerojas y Lambieta, con sus respectivos soldados de fila. Se
-echaron <i>pajucas</i> entre Bodoques y Cabra, y tocóle la mano al primero;
-el cual, como tonto, eligió para <i>brillar</i> la cabecera alta del prado
-en que se hallaba la patulea.</p>
-
-<p>Sacó luégo del bolsillo una bola de madera, del tamaño de una
-pelota; requirió su cachurra, que era de acebo con <i>porro</i> macizo
-y á la veta, y se fué á ocupar su puesto. Los demás muchachos se
-escalonaron prado abajo en dos filas pa<span class="pagenum"
-id="Page_243">[p. 243]</span>ralelas, cara á cara, á la distancia de
-dos cachurras próximamente. Los últimos, y en el último tercio del
-prado y bastante lejos de sus camaradas respectivos, se situaron,
-frente á frente, Cabra y Cerojas. Entonces puso Bodoques la bola de
-madera, ó sea la <i>catuna</i>, ó la <i>brilla</i> (que de ambos modos se llama),
-encima de una topera, previamente <i>amañada</i>; se escupió las palmas de
-las manos; empuñó con las dos el extremo de la cachurra, y gritó con
-toda su voz, sin dejar de hacer la puntería á la catuna:</p>
-
-<p>&mdash;¡Brilla va!</p>
-
-<p>Á lo que respondió Cabra, su contrario, poniéndose en guardia:</p>
-
-<p>&mdash;¡Brilla venga!</p>
-
-<p>Y replicó Bodoques:</p>
-
-<p>&mdash;¡<i>Al</i> que rompa una pata, que la mantenga, y si no, que la
-venda!</p>
-
-<p>Dicho lo cual, hizo unas rúbricas en el aire con la cachurra, y
-¡plaf!... allá fué la brilla, rápida y zumbando, por encima de los dos
-ejércitos en expectativa.</p>
-
-<p>Corrieron debajo de ella siguiéndola, y Cerojas se dispuso á
-socorrerla con su cachurra para <i>pasarla</i> sin que tocara el suelo;
-pero erró el golpe por ir muy alta; y Cabra, más sereno, dejándola
-perder fuerza y altura, la recogió en el aire y á su gusto, y la volvió
-de un cachiporrazo hasta muy cerca de la topera de donde había<span
-class="pagenum" id="Page_244">[p. 244]</span> partido. Dos varas más,
-y pierden el juego los de Bodoques. Pero andaba éste muy alerta; la
-tomó con su cachurra apenas tocó el suelo, y la volvió al medio del
-prado. Como iba rastrera entonces, cayeron sobre ella las cachurras á
-manojos; y entre ruidoso machaqueo y discordante vocerío, tan pronto
-subía la catuna como bajaba. Hubo un instante en que más de diez
-cachurras la sujetaron contra el suelo, no queriendo nadie que su
-enemigo la arrastrara á su terreno. Entonces Bodoques, que era forzudo,
-tiró con brío, y un poco al sesgo, un cachurrazo al montón; y mientras
-la brilla salió rápida del atolladero, las cachurras saltaron como si
-las volara una mina; y cuál de ellas machacó la nariz del propietario;
-cuál la espinilla del colateral; otra levantó en la frente chichones
-como el puño, y alguien se quedó, tras de contuso, desarmado. Hubo,
-por ende, ayes y por vidas de dolor, amenazas y protestas; y lo de
-<i>soldado en tierra no hace guerra</i>, fué invocado por ambos ejércitos
-en apoyo de sus conveniencias respectivas. Mas como en la porfía no se
-lograba siquiera el armisticio, y entre tanto el juego continuaba más
-abajo con varia suerte, poco á poco, mitigándose los dolores de los
-contusos, fueron los ánimos entrando en caja; y aunque renqueando unos
-y palpándose otros los coscorrones, cada cual se arrimó á su bando y
-con<span class="pagenum" id="Page_245">[p. 245]</span>tinuó con nuevo
-empeño la partida, que, al cabo, ganó la gente de Bodoques, metiendo la
-catuna en la heredad con que lindaba la cabecera baja del prado.</p>
-
-<p>Como el que gana es el que tiene derecho á brillar, y brilla desde
-el mismo sitio en que ha ganado, las dos hileras de combatientes
-cambiaron de terreno al brillar Bodoques; es decir, que jugaba prado
-arriba la que antes había jugado prado abajo, y viceversa.</p>
-
-<p>Tal es el juego de la cachurra, ó brilla, que dura en la Montaña
-tanto como la derrota. El lector ha visto que se reduce á pasar la
-catuna de un lado á otro del terreno elegido. Para impedir que el
-contrario lo consiga antes por su banda, hay mil ardides con que los
-muchachos prueban su destreza; engaños lícitos, algo parecidos á los
-de que se valen los jugadores de pelota. Todo es permitido allí menos
-la intrusión de un jugador en el terreno del contrario. Cuando tal
-acontece, se le apercibe con estas palabras: <i>á tu tierra, que te pego
-un palo</i>; advirtiendo que el terreno de cada cual está bien determinado
-siempre por las cachurras mismas en ejercicio, frente á frente y porro
-con porro. Pero, por lo común, si la partida está muy empeñada, se
-prescinde del apercibimiento y, á buena cuenta, se larga el palo en la
-espinilla ó en los nudillos del pie desnudo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_246">[p. 246]</span></p>
-
-<p>Juego, en fin, de lo más higiénico y entretenido, si no fuera por
-las quiebras que lleva aparejadas, de piernas, dientes y otras no menos
-integrantes y estimadas porciones del jugador.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_custodia.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_18">
- <p><span class="pagenum" id="Page_247">[p. 247]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_simple.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XVIII. EL SECRETO DE MARÍA">XVIII</h2>
- <p class="subh2">EL SECRETO DE MARÍA</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Los mejores</span> mercados
-de la villa (porque en la villa se celebra uno cada semana) son los
-del <i>maíz nuevo</i>. En ese tiempo no hay pobres en el país, y cada cual
-acude á aquel concurridísimo centro de riqueza á proveerse de lo que
-no tiene, con un poco de lo que menos necesita. Al calorcillo de esta
-animación, hormiguean los tratantes y las mercancías de mil especies;
-y unidos todos estos estímulos á la suavidad de la temperatura, la
-belleza del lugar y la abundancia de las vías de comunicación, acontece
-que cada mercado es entonces una fiesta en que toman mucha parte las
-gentes desocupadas del contorno.</p>
-
-<p>En Cumbrales no abundan las distracciones para personas de la
-condición social de Ana y María; por lo cual aprovechaban éstas la
-del mercado, muy á menudo, especialmente en oto<span class="pagenum"
-id="Page_248">[p. 248]</span>ño. Y no se crea que iban á la villa
-entonces con el único fin de recrearse: llevaban los bolsillos bien
-repletos, amén de una interminable lista de <i>cosas</i>, en un papel ó
-en la memoria; en la cual lista había de todo, desde el manojo de
-chiribías, hasta la vara de raso; desde la palangana de loza, hasta
-la resmilla de papel de cartas; desde la madeja de seda para bordar,
-hasta el bombasí para un refajo; desde la libra y media de queso
-pasiego, y el molinillo del chocolate, y el paquete de azucarillos, y
-las zapatillas de alfombra, y las tres libras de arroz, y la cerraja
-para el armario, y el vidrio para el <i>cuarterón</i> de tal ventana, etc.,
-etc., hasta el lienzo para los calzoncillos de don Juan ó de don Pedro,
-ó el tartán para el vestido de invierno de doña Teresa. Para conducir
-este revoltijo de especies inconexas, acompañaban á las jóvenes sus
-respectivas fámulas de mayor empuje, con sendas cestas de mimbre
-pelado, de dos asas, á la cabeza, sobre el <i>rueño</i> de colores, bien
-guarnecido de picos pespunteados. Las leyes del bien parecer no exigían
-otro acompañamiento que éste á dos señoritas que iban al mercado; pero,
-á mayor abundamiento, Ana y María solían llevar el amparo de doña
-Teresa, ó el de don Pedro, ó el de don Juan, y vez hubo de ir los tres
-juntos; pero una, nada más. Y vamos al caso.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_249">[p. 249]</span></p>
-
-<p>Después de los sucesos referidos en los últimos capítulos; cogidas y
-derrotadas las mieses y comenzadas las deshojas donde había mucho que
-deshojar, y hasta desgranado el maíz donde éste era el pan y la moneda
-de la casa; hechos dos tórtolas Ana y Pablo, y no tan regocijada, pero
-sí muy animosa, María, acordaron los tres ir juntos al mercado el
-primer día que le hubiera en la villa, si el tiempo no se entornaba; y
-como el tiempo no se entornó, el acuerdo llegó á cumplirse.</p>
-
-<p>El camino derecho para ir á la villa desde Cumbrales, es por encima
-de Rinconeda; pero es mucho más blando y placentero el del valle, y
-éste usan las gentes de Cumbrales mientras las lluvias del invierno
-no reblandecen el suelo de las praderas y le hacen intransitable en
-algunos sitios las pozas y los pantanos. Este camino tomaron, en la
-susodicha ocasión, por la Cajigona abajo, Ana, María y Pablo, con dos
-mozas de carga, bien trajeadas, rozagantes y frescotas, antes que el
-sol llegara al fin del primer cuarto de su diaria carrera. Caminaban
-los cinco en ringle, porque el sendero era angosto y en los prados
-sentían los pies la frescura y humedad del rocío, aún no seco por el
-sol que aquel día andaba á la greña con las nubes. Como los bajos de
-Ana y da María se mojaban al rozarse con la yerba, y para que esto
-no sucediera era<span class="pagenum" id="Page_250">[p. 250]</span>
-preciso levantarlos, y levantándolos se descubrían los <i>altos</i> del
-parlanchín y menudo zapato, y algo más que los arranques de la fina
-y estirada media, Pablo, que iba detrás de Ana, con un pretexto mal
-urdido por ésta, pasó á la cabeza de la fila.</p>
-
-<p>Mientras así caminaban, por todos los senderos que desde el pueblo
-iban á parar al que nuestros amigos seguían, bajaban gentes con el
-mismo rumbo que ellos. Por lo común, mujerucas con la cestilla al
-brazo ó el saco lleno sobre la cabeza. Unas pasaban de largo después
-de saludar muy atentas, y otras se agregaban al grupo de las señoras:
-charlatanas insufribles, aduladoras sin medida, ó torpes y encogidas
-hasta la tartamudez. De las primeras era la <i>Cotorrona</i>, alta, seca y
-acartonada, alegre sin ser risueña, y relatora incansable de lo suyo,
-de lo ajeno y de otro tanto más. Nunca perdió un mercado, y jamás se
-supo á qué iba á ellos, con una cesta colgada del brazo izquierdo
-y cubierta con un refajo tirado sobre el hombro. Nada compraba ni
-vendía, aunque todo lo sobaba y ponía en precio; pero dejar de tomar
-á la salida, en una taberna de su devoción, el pucherete de potaje y
-dos cuartos de queso... antes faltaría el pedazo de borona para «el su
-hombre.»</p>
-
-<p>Esta mujer se puso detrás de Ana, y comenzó á despotricar sin que
-nadie se cuidara de<span class="pagenum" id="Page_251">[p. 251]</span>
-ayudarla ni de contradecirla. En ocasiones dejaba la tarea, no para
-descansar, sino para meterse donde no la llamaban; como verbigracia:</p>
-
-<p>&mdash;Alevante un poco más, doña Ana, que le arrastra entovía la
-randa por la herba... ¡Jos! no me mirara yo tanto en su caso, que,
-por cierto vida mía, bien tiene que locir... ¡Vaya, que quien ve esa
-cinturica, tan fina que se puede abarcar con la llave de la mano, y
-esos pies de cañamón en dulce, no pensara que tan rollizas las tenía,
-hija!... Dígote que onde menos se piensa... Bendito Dios, ¡cómo rejunde
-el buen sustento!... Y no me dejará doña María por mentirosa, aunque
-esa más á la vista lleva la rebustez. ¡El Señor las conserve tan majas
-y locías para salú propia y bien de los caballeros que tengan la suerte
-de merecerlas!</p>
-
-<p>Sonreíase Ana, bajaba María las faldas hasta los pies, y carraspeaba
-Pablo. Tornaba luégo la Cotorrona á rajar con la lengua famas y
-caudales; terciaba de vez en cuando en el empeño alguna de las mujeres
-pegadizas; y de este modo se habló allí de cuantas gentes pasaban al
-mercado; de lo que llevaban, de lo que traerían, de lo que dejaban
-en casa, de la cosecha, del ganado, del Ayuntamiento, de <i>lo del
-perro</i>, y, por último, de las «malas almas» de Rinconeda, cuyas mieses
-comenzaban á pisar á la sazón las murmuradoras y sus taciturnos y
-aburridos<span class="pagenum" id="Page_252">[p. 252]</span> oyentes.
-Pablo, en tanto, espantaba las mansas bestias que pastaban cerca del
-camino, para que nada temieran las dos jóvenes, ó las ayudaba á saltar
-esta zanja ó aquel vallado; tareas en que el mozo disimulaba mal el
-gusto con que oprimía la mano ó ceñía la cintura de la hija de su
-padrino.</p>
-
-<p>Acabáronse las praderas y comenzaron los callejos, muy ásperos
-aunque cortos; pero no calló un punto la Cotorrona, por más que Ana
-lo intentó muchas veces. Después de los callejos, la sierra, donde el
-camino se arrastra entre brezos y matorros. Allí necesitaron Ana y
-María abrir las sombrillas, porque comenzaba el sol á calentar. Breve
-fué la subida, pues la sierra no es larga; y estar en lo alto de ella
-es estar en la villa, porque ya se la ve abajo, con la cabeza reclinada
-en la falda del monte, tendida en la linde del valle de que es dueña y
-señora; valle quizá el más hermoso de toda la Montaña, regado por el
-mismo río que hemos visto pasar al Norte de Cumbrales.</p>
-
-<p>Ana y María, en un impulso que es instintivo en las mujeres en
-semejantes casos, antes de comenzar á bajar la sierra, que espeso monte
-es por aquella vertiente, se arreglaron el cabello y los pliegues
-de la falda, como dama que llega á la puerta de un salón de baile,
-y se detuvieron un buen rato, no tanto para orearse y descan<span
-class="pagenum" id="Page_253">[p. 253]</span>sar, como para deshacerse
-de la molesta compañía de la Cotorrona.</p>
-
-<p>Quedáronse al fin solas con Pablo y las dos fámulas, y así entraron
-en la villa por aquel arrabal, hasta donde llegaba el reflujo del
-hervor que se oía más adentro; reflujo de gentes dispersas y errabundas
-que iban y venían sin derrotero fijo, entre casas desperdigadas y medio
-campesinas todavía.</p>
-
-<p>Andando, andando, las casas iban uniéndose y enfilándose unas con
-otras, el gentío espesaba y los rumores crecían, hasta que se llegaba
-al foco de la ebullición, verdadero mar de cosas y de gentes, con
-sus bramidos sordos y su agitación incesante. Este mar estaba en la
-plaza, vastísimo espacio circuído de grandes edificios con espaciosos
-soportales de arcos de sillería. ¡Lo que había sobre aquel encachado
-suelo! El cestuco de patatas; el taleguillo de harina; los nabos
-de Reinosa; los limones de Cóbreces; las <i>calladas</i> del Puente;
-la triguera de chiribías; la banasta de manzanas; el queso de las
-Cabeceras; el celemín de <i>fisanes</i>; las tres parejas de pollos; las dos
-docenas de huevos... Todas estas menudencias y otras infinitas, delante
-de los vendedores, acurrucados en el suelo en apretadas hileras.
-Después, en espacios más anchos, los zapatos de Novales; las abarcas de
-Carmona; los yugos y <i>prisiones</i> de Cieza; los<span class="pagenum"
-id="Page_254">[p. 254]</span> montes de pan en roscos, en cruz y en
-tortas; los calderos y trébedes de Balmaseda; los puestos de baratijas,
-como dedales de acero, alfileteros de latón, navajas de poco más ó
-menos, cordones de estambre y gargantillas de cristal; las montañas de
-pimientos <i>morrones</i> y <i>choriceros</i>; los corderos en capilla, quiero
-decir, atados de pies y manos, jadeantes, con los ojos revirados y la
-punta de la lengua fuera de la boca, ora en el suelo, ora danzando en
-el aire sopesados por el comprador; las ollas y cazuelas de barro; las
-cestas de mimbre; los garrotes de Peñamellera; la vasija valenciana;
-amoladores y zapateros ambulantes; gallineras de Asturias... y demonios
-colorados; y entre todo ello, los compradores y curiosos yendo y
-viniendo, oprimidos, casi prensados, guardando el equilibrio, bregando
-sin cesar y ayudándose unos á otros para avanzar un paso en el continuo
-atolladero de contrarios oleajes, más irresistibles que por su fuerza,
-por su ruido ensordecedor y mordicante.</p>
-
-<p>Publicábase á gritos la mercancía; á gritos se regateaba, y á gritos
-se la ofrecían más barata desde otro puesto al comprador indeciso; á
-gritos se pedía paso donde, contra toda ley, no le había; á gritos se
-quejaba quien no podía apartarse á un lado por falta de terreno para
-moverse; á gritos se saludaban las gentes, y á gritos se citaban, y á
-gritos se entendían; el ferre<span class="pagenum" id="Page_255">[p.
-255]</span>tero tocaba con el martillo una <i>palillera</i> sin fin sobre
-la mayor de sus sartenes; cacareaban los gallos; gemían los cabritos
-amontonados; gruñían los cerdos que pasaban, á rempujones, del mercado
-de los de su especie desdichada; resonaban las panderetas probadas por
-mozas de buena mano, y los dalles, heridos contra las piedras; roznaba
-el paciente burro del pasiego, atado á un pilar de los soportales,
-libres sus lomos por entonces de la carga que su dueño publicaba
-á voces un poco más allá; sonaban las campanillas de un puesto de
-ellas, sacudidas una á una por el aldeano que buscaba un par bien
-acordado, cuando no zarandeaba con toda su fuerza un collar cargado de
-esquilones... ¡que es lo que hay que oir!; chirriaba el eje del carro
-que pasaba cargado de maíz; aullaba el perro perseguido á puntapiés
-por el queso robado ó el pan mordido; cantaba el ciego al son de la
-ronca gaita, y el lazarillo al de su pandereta, herida á puñetazo seco;
-sonaba el martillo del herrador, y el mazo del hojalatero... y, en fin,
-la campana del reló cuando callaban las de la iglesia.</p>
-
-<p>En los soportales alzábanse, sobre improvisados mostradores,
-cordilleras de paños y bayetas de todos los imaginables colores, y
-había detrás de los mostradores tiendas atestadas de los mismos géneros
-y otros sin número; y en ca<span class="pagenum" id="Page_256">[p.
-256]</span>da calle de las que partían de la plaza, tiendas y más
-tiendas, y hasta en los rincones de los edificios mal alineados; y
-más lejos, otro mercado donde los granos y frutos de muchas especies
-entraban por miles de fanegas y de arrobas; y más lejos todavía, y en
-adecuado lugar, otro mercado de bestias de cerda; y lo mismo que en la
-plaza principal, en los soportales, en las tiendas, en las calles y en
-los otros mercados, gente y más gente, y ruido y más ruido.</p>
-
-<p>Quisiera yo que el lector de ultrapuertos no tomara á broma esta
-pintura que le borrajeo de un pueblo montañés, que es, en España, quizá
-el primero entre los de su modesta categoría. Esto por lo que hace á
-su rápido crecimiento; pues si se mira su belleza <i>externa</i> y la del
-paisaje que le circunda, es aún más difícil hallarle competidor.</p>
-
-<p>Volviendo al asunto, digo que muy buen rato antes de mediodía,
-comenzaron á verse en el mercado las damas de la villa, en elegante
-arreo, husmeando los puestos de la plaza, con su cortejo de galanes
-de punta en blanco. Mirábanlos de reojo y con recelosa curiosidad los
-caballeretes de los pueblos, que braceaban en aquel mar, un tanto
-desaliñados y polvorientos á causa de la fatiga y estrago del camino, y
-dejábanse mirar los de la villa con piadosa complacencia, seguros de su
-importancia incomparable.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_257">[p. 257]</span></p>
-
-<p>Á María, corta de genio y muy desconfiada de su valer, la
-acoquinaban las actitudes de aquel encopetado señorío, ante el cual, á
-pesar de su lozana frescura y de su intachable atavío, se creía fea,
-desgarbada y mal vestida. Ana, por el contrario, dejándose llevar de su
-natural franco y abierto, parecía complacerse en excitar la curiosidad
-por el gusto de vencerla con su mirar valiente, que sabía hacer burlón
-y desdeñoso sin esfuerzo y muy al caso. Cuanto á Pablo, no hay para qué
-decir lo que se aburría y mareaba entre el barullo, sin curarse más de
-lo que pasaba ante sus ojos, que de las coplas de Calaínos.</p>
-
-<p>Ya, para entonces, estaban las cestas repletas, y hasta colgaban de
-las asas, por fuera, muchas cosas que dentro no cabían; pero no había
-que pensar aún en volverse á Cumbrales. Necesitaban antes dar una
-vuelta por la villa y un vistazo á los otros mercados; porque cuando
-de ellos se vuelve á casa, los que no han estado allá hacen muchísimas
-preguntas; y es bueno saber entonces á cómo iban las alubias, y el maíz
-y las patatas, y los cerdos de cría y los de matanza, para responder á
-todos.</p>
-
-<p>Y brujuleando así entre calles, vió Ana que por la acera de
-enfrente venía un mozo muy guapo y apuesto; que este mozo miraba mucho
-á María; que María se puso encendida como la<span class="pagenum"
-id="Page_258">[p. 258]</span> grana, y que el mozo, no muy dueño de sí,
-anduvo, al cruzarse con ella, atarugado y confuso, amagando palabras
-que no pronunció y saludos que no hizo. Siguieron los de Cumbrales
-calle adelante, y el mozo los acompañó con la vista; y como María, al
-doblar la esquina, mirara hacia atrás con el rabillo del ojo, clavóse
-el hombre en aquella especie de anzuelo, y siguió desde lejos á María.
-Al cabo se arriesgó; y en la primera parada que hicieron los de
-Cumbrales, acercóse, al amparo del barullo; saludó muy cortés, y habló
-á María sin misterios ni dengues y como si fuera la cosa más natural
-del mundo; por lo que Pablo no paró mientes en ello. Pero Ana sí, y
-hasta distrajo á Pablo y logró que, durante el paseo por la villa,
-María y el galán apuesto se despacharan á su gusto.</p>
-
-<p>Al salir para Cumbrales, preguntó Pablo á María, después de
-contestar al reverente saludo con que el mozo se despidió:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién es <i>ese</i>?</p>
-
-<p>Á lo que contestó María con mucha serenidad:</p>
-
-<p>&mdash;Pues <i>uno</i> de aquí, que me conoce.</p>
-
-<p>Y no se habló más del caso. Pero andando monte arriba, quedóse
-Ana muy roncera, hasta arrimarse á María, que iba detrás de todos; y
-mientras Pablo trepaba á largos pasos y le seguían jadeando las dos
-mozas, con las cestas sobre la cabeza, dijo aquélla á su amiga:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_259">[p. 259]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Tiene algo que ver... <i>ese que te conoce</i> con el abismo de
-que hablábamos tú y yo en cierta ocasión?</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué me lo preguntas?&mdash;preguntó, á su vez, María.</p>
-
-<p>&mdash;Porque lo sospecho. ¿Quién es?</p>
-
-<p>&mdash;Hijo de don Rodrigo Calderetas.</p>
-
-<p>&mdash;Pues cata el abismo, y no me digas más.</p>
-
-<p>&mdash;¿Abismo te parece á tí también, Ana?</p>
-
-<p>&mdash;Hablo por tu boca... pero mayores los hay en el mundo:
-como uno que yo me temí. ¡Qué barbaridad! ¿Dónde tenía yo el
-entendimiento?</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues qué pensaste, Ana?&mdash;preguntó María con viva
-sorpresa.</p>
-
-<p>&mdash;Nada, hija, nada; sino que á veces, tal se ensartan las
-casualidades y tales visos toman de verdad, que llega uno á ver hasta
-bueyes que van volando.</p>
-
-<p>&mdash;Cierto&mdash;dijo María sonriéndose:&mdash;por una sarta así,
-llegué yo, en una ocasión, á sospechar de tí algo parecido; sólo que á
-mí me duró menos la sospecha, aunque no me la quitaste con razones como
-la que tú acabas de descubrir: bastóme un poco de reflexión.</p>
-
-<p>&mdash;Pues entonces estamos en paz en ese extravagante
-pensamiento... ¡qué tiene que ver! Y ahora, dime, ¿dónde conociste á
-<i>ese que te conoce</i>?</p>
-
-<p>&mdash;En la villa.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_260">[p. 260]</span></p>
-
-<p>&mdash;Ya; pero ¿cuándo?</p>
-
-<p>&mdash;Cuando vine con mi madre, dos años hace, á pasar unos días
-en casa de aquellos parientes suyos que se volvieron á Asturias poco
-después.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿cómo os habéis arreglado para continuar lo comenzado
-entonces?</p>
-
-<p>&mdash;Por cartas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hola!... ¿Por el correo?</p>
-
-<p>&mdash;¡Virgen María!... ¡Quién me lo mandara! Á la mano.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿por qué mano, inocente de Dios?</p>
-
-<p>&mdash;Por la de la Rámila.</p>
-
-<p>&mdash;¡Miren la cordera que no teme á las brujas!... ¡Vaya si supo
-poner el secreto en lugar seguro! ¡Y no pensaste, criatura sin malicia,
-que á negocio en que anda la mano del diablo no puede ayudarle Dios?</p>
-
-<p>&mdash;¿Créesle desesperado, Ana? Dime la verdad, sin zumbas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Estás segura tú de que... <i>ese que te conoce</i> te quiere como
-se debe?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, porque yo he impedido que se acerque á mi padre.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué lo has impedido?</p>
-
-<p>&mdash;Por la guerra en que está el suyo con él. ¡No se pueden ver,
-Ana!</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah! Cosas de tu padre.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿qué piensas tú del caso?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_261">[p. 261]</span></p>
-
-<p>&mdash;Que le dejes de mi cuenta.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mira que está muy obscuro!</p>
-
-<p>&mdash;Yo le sacaré á la luz.</p>
-
-<p>&mdash;¿Con qué, Ana?</p>
-
-<p>&mdash;Con otro caso menos difícil. Verás cómo se enredan los dos; y
-hasta puede llegar el tuyo á ser causa de grandes bienes para todos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué caso es ese?</p>
-
-<p>&mdash;Delante de los ojos le has tenido y no le has visto. Pero,
-en fin, ya te lo explicaré cuando deba. Ahora, chitón, que nos esperan
-Pablo y las muchachas allá arriba.</p>
-
-<p>Acabaron de subir la cuesta; descansaron todos un rato en la loma;
-y sin otros sucesos que dignos de narrar sean, llegaron media hora
-después á Cumbrales, sanos y contentos, cada cual á su modo, aunque
-un tanto despeadas y correosas las fámulas, y algo polvorientas y
-rendidas, pero muy guapas, las señoras.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_pelopincho.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_19">
- <p><span class="pagenum" id="Page_263">[p. 263]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_orejas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XIX. RETAZOS">XIX</h2>
- <p class="subh2">RETAZOS</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-e.jpg" alt="E adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">En esto</span>, don Rodrigo
-Calderetas escribió una carta á don Juan de Prezanes, en la cual carta
-decía, entre otras cosas, la gran persona:</p>
-
-<p>«Menester será que redoble usted la vigilancia y active los trabajos
-en ese terreno, porque no hay momento que perder. El Barón no sosiega
-un punto y revuelve los imposibles. El Marqués confía en sus buenos
-amigos, entre los que, con justicia, le cuenta á usted, y así me lo
-dice. Para mantener las filas apretadas y reclutar soldados nuevos,
-no le duelan á usted larguezas del género consabido: aquí estoy yo
-para cuanto ocurra, y detrás de mí, lo que usted sabe, que puede y
-manda y no deja mal á sus amigos, por nada ni por nadie. Lo verá quien
-dude y le sirva, si, como otras veces, es preci<span class="pagenum"
-id="Page_264">[p. 264]</span>so, por el bien del Estado, saltar por
-encima de ciertas consideraciones y respetos. En estas batallas no hay
-otro remedio que ser un poco duro de corazón con el enemigo tenaz.
-Dígame qué exigencias presentan esos auxiliares, para ir formando
-poco á poco el expediente, llamémosle así, que he de elevar á donde
-ha de ser despachado con las debidas recompensas y los necesarios
-escarmientos.</p>
-
-<p>»Nos está haciendo mucho daño el diablejo de Asaduras. Háblele,
-óigale y <i>cómprele</i>, <i>pida lo que pidiere</i>. No habría necesidad de
-recurrir á estos extremos, que parecen un tanto reñidos con la sana
-moral, si ese amigo de usted y que tanto lo fué mío cuando yo no me
-había resuelto aún á sacrificar mi reposo y mi hacienda al bien de este
-país desventurado, que va hundiéndose en el abismo por las ruindades
-y atrevimientos injustificados de cuatro ambiciosos intrigantes; si
-ese amigo, repito, no llevara tan lejos su tesón y sus escrúpulos. Él
-se entenderá... y yo también le entiendo. Sí, amigo mío, le entiendo;
-y aunque me duela decírselo á usted, me consta, con nuevos datos, que
-no solamente es desafecto á las instituciones que todos veneramos,
-sino que también trabaja sordamente contra ellas y contra los que las
-apoyan, sin exceptuar <i>á los amigos y compadres</i>... Téngalo usted muy
-en cuenta, pues le interesa mucho; que á no inte<span class="pagenum"
-id="Page_265">[p. 265]</span>resarle tanto, no se detendría en estos
-enojosos pormenores un caballero como yo.</p>
-
-<p>»Traigo entre manos el asunto del alcalde, única persona que no es
-nuestra en ese Ayuntamiento; mas para quitarle se necesita envolverle
-en una maraña cualquiera, que sirva de pretexto á la causa que se le
-forme. El secretario se ha comprometido á desempeñar satisfactoriamente
-ese <i>ligero</i> preliminar, con la insignificante condición de que se
-aprueben ciertas partidas de las cuentas municipales que aún andan por
-allá en tela de juicio. Cuento con la aprobación solicitada, y, por
-tanto, doy por destituido al alcalde, pues no cabe dudar de la destreza
-y buenas agallas del secretario. No se olvide que este alcalde es
-obra de don Pedro Mortera, que no tuvo reparo en librar una verdadera
-batalla contra usted, que guerreaba por Asaduras. Recuérdoselo á
-fin de que no se pare en cualquier escrúpulo de amistad que pudiera
-asaltarle la conciencia, cuando se resuelva, como lo deseo, á ayudar al
-secretario en sus propósitos. En la penuria en que se nos quiere poner,
-no debemos desperdiciar ni las migajas.</p>
-
-<p>»Por eso le recomiendo mucho también la pretensión del amigo don
-Valentín, con cuya falanje no podemos contar con seguridad á la hora
-presente. Ya sabrá usted que ese respetable veterano tiene empeño en
-que se apruebe y<span class="pagenum" id="Page_266">[p. 266]</span> se
-ejecute ahí su plan de defensa contra el enemigo, en el caso probable
-de que éste intentara entrar en Cumbrales. El tal don Valentín vino á
-verme esta mañana y me explicó minuciosamente el proyecto. Parecióme
-complicado, costoso y de éxito infalible; pero se queja el valiente
-veterano de que nadie le presta atención ahí, y teme no hallar los
-elementos que necesita para realizar sus patrióticos fines. Atribuye
-él en gran parte esta frialdad de sus convecinos á la influencia
-reaccionaria de cierta persona que no quiero nombrar porque no crea
-usted que me complazco en indisponerle con ella, complacencia que no
-cabe en el corazón de un caballero como yo; pero muy bien pudiera
-no equivocarse don Valentín. Lo cierto es que éste no votará á otro
-candidato que al de las gentes que le ayuden en la empresa, ó no votará
-á nadie si nadie le ayuda á él. Por demás comprendo que no es grano de
-anís lo que desea y necesita, y que hasta tiene sus puntas de locura la
-ocurrencia; pero no hallo inconveniente en que se le preste atención
-y se haga algo en muestra del buen deseo. Lo cierto es que nosotros,
-los liberales de orden y de arraigo, no estamos bien con las manos
-cruzadas delante de los criminales acontecimientos que son causa de los
-desvelos de don Valentín, y juzgo que un alarde bélico de Cumbrales
-contra el obscurantista rebel<span class="pagenum" id="Page_267">[p.
-267]</span>de, sería del mejor efecto en el país; sobre todo, si
-lográramos eslabonar con ese noble y patriótico sacudimiento, la
-candidatura de nuestro amigo el marqués de la Cuérniga.</p>
-
-<p>»Como usted comprenderá, señor don Juan, yo no hago otra cosa que
-dar la voz de alerta y aconsejar lo que, en mi pobre juicio, debe
-hacerse; á ustedes toca lo restante, puesto que les interesa más que
-á mí el buen éxito de la batalla. Así cumplo con mi deber; y crea
-usted que no es leve esa cruz que arrastro. ¡De qué buena gana se la
-cediera á los que envidian mi legítima importancia en el país! Porque,
-después da todo, los pueblos son ingratos, y me pagan con perfidias y
-deslealtades los sacrificios que hago por ellos.»</p>
-
-<p>Horas después que la carta, llegó Asaduras á casa de don Juan de
-Prezanes.</p>
-
-<p>No describo á este personaje, porque no me le tachen de parecido
-á cierto Patricio Rigüelta, pariente suyo muy cercano, por parte
-de padre; la cual semejanza, después de todo, no tendría nada de
-particular, pues la da el oficio de ambos, ó, por mejor decir, la
-naturaleza, que produce ciertos hombres formados ya para ejercerle con
-fruto y lucimiento.</p>
-
-<p>Y hablando el tal Asaduras con don Juan de Prezanes, llegó á decir
-de esta suerte:</p>
-
-<p>&mdash;Mucho me alegro de que se resuelva usté á<span
-class="pagenum" id="Page_268">[p. 268]</span> abrir la mano (cosa que
-hasta el presente no ha querido hacer, por lo cual el asunto no ha
-pasado entre ambos á mayores) para que se vea y se cuente lo que hay
-en ella; pues, á mi modo de ver, éste es el camino único por donde las
-gentes de bien llegan á entenderse... Pues yo, señor don Juan, voy á
-decirle á usté en lo que estimo la ayuda que con tanto empeño me busca
-para el marqués de la Cuérniga, y mucho me alegrara de que el precio
-no le pareciera subido, porque, en rigor de verdá y tanto por tanto,
-mejor quisiera servirle á usté, que es, como quien dice, de casa, que
-á ningún otro forastero de los que trabajan la partida al barón de
-Siete-Suelas... Son corazonás de la nobleza de uno, que no se pueden
-remediar. La tierra jala siempre á los suyos... y vamos al caso. No es
-usté ignorante, señor don Juan, de que yo pretendí, en tiempo legal,
-los terrenos que cercó junto al monte el señor don Pedro Mortera.
-Era más pudiente que yo; subiólos en remate hasta donde él solo era
-capaz de alcanzarlos, y quedóse con ellos... hemos de ser justos,
-en buena ley. Pero yo no los perdí nunca la que les tuve, ni se la
-perderé en los días de mi vida, porque los ojos me llevan al mirarlos
-hechos un jardín. ¡Qué cierro, señor don Juan!... Pues ese cierro es
-lo que yo pido por servirle á usté en esta ocasión... Ya veo que usté
-se asombra,<span class="pagenum" id="Page_269">[p. 269]</span> y es
-natural si se mira el caso por derecho; pero déjeme acabar. Están en
-regla los decumentos del remate; todo se hizo como la ley manda; pero
-yo le aseguro que si usté me ayuda á mover á estos concejales que son
-de usté, antes de ocho días no conoce aquel expediente la madre que
-le parió; se hace una denuncia á tiempo; la apoya don Rodrigo, que ya
-está en autos; se manda abrir el cierro; se encausa al Ayuntamiento que
-engañó á la Administración con decumentos <i>falsos</i>; se vuelve á sacar á
-remate del modo que yo diré, y, sin que pasen tres semanas, el cierro
-es mío.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;¡No se enfade, por Dios, señor don Juan! que, en postre y
-finiquito, ésta es una proposición como otra cualquiera. Si no gusta,
-tan amigos como siempre; pero no se olvide que yo no me comprometí á
-decir cosa que á usté le agradara, cuando usté me brindó á proponer
-lo que me pareciera más conveniente. Y ahora oiga otra condición que
-tengo que poner todavía; y eso, porque soy muy leal y juego siempre
-limpio: he de estar en posesión buena y bastante de ese cierro, quince
-días antes de las elecciones. Si usté me sirve al tenor de lo expuesto,
-de usté seré con todas mis fuerzas; si no, cumpliré honradamente mis
-compromisos con el señor Barón, que, si no me da el cierro, por<span
-class="pagenum" id="Page_270">[p. 270]</span>que no puede, como <i>otros</i>
-podrían, sabe corresponder rumbosamente con los amigos con aquello que
-está á sus alcances.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero, hombre, no se alborote usté así por cosas de tan poco
-momento!</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;¡De poco momento, sí, señor!</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;¡Anda, hijo, anda! ¡Con que en lugar de ponerme por mote
-Asaduras, debieron haberme sacado las mías?... Pues mire usté: olvido
-de buen aquél esa ofensa, por la gracia que me hace lo otro de que si
-guerrea contra don Pedro, es sólo por tesón de que no valga la suya; y
-que tan aína como él le conceda una pizca de razón en lo que usté hace,
-con él se irá á donde él quiera llevarle.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;¡No, no!... ¡ya veo que le pone usté cerca de los santos del
-cielo; y mucho deben valer esas alabanzas en boca de un enemigo!</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;Hombre, enemigo dije por lo que á la vista está en la ocasión
-presente y lo que ha estado en otras tales. La verdá es que, si vamos
-á hilarlo muy delgado, bien pudiera quebrarse entre los dedos. ¿En qué
-manifiesta corresponder á la buena amistá que usté le guarda? En<span
-class="pagenum" id="Page_271">[p. 271]</span> casos como el presente,
-no le ayuda; en otros parecidos, le combate á muerte; si usté dice que
-blanco, allí está él para sostener que es negro, hasta en los puntos
-de menor cuantía; y si á creer vamos lo que rutan las gentes, no
-tienen ustés día de paz completa, por oponerse á todo su genio mandón
-y riguroso. Yo no diré que esto sea tirria y mal querer hacia usté,
-como algunos lo aseguran, porque en tales adentros no debo meterme;
-pero el demonio me lleve si tiene trazas de sentir cariñoso ni de buena
-intención.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;No fué tal mi ánimo, señor don Juan: he respondido á un
-reparo que se me ha hecho, y nada más.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;Cierto; pero don Rodrigo me dice que se lo proponga á usté;
-usté me llama á su casa; vengo y se lo propongo... De modo y manera
-que, apurando las cosas, lo feo de la propuesta no está en ella ni en
-mí, sino en el oficio que usté trae y de sí lo da.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;¡No es insolencia, señor don Juan, sino la verdá pura!</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;Eso es muy distinto: en su casa, usté es el amo, y en su
-derecho está al plantarme en el<span class="pagenum" id="Page_272">[p.
-272]</span> corral; pero entiéndase que si usté no me hubiera llamado,
-yo no hubiera venido. Y con esto me largo, que también yo tengo casa,
-donde soy amo y señor... y no debo nada á naide.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Por último, llegó don Valentín; y tras un largo discurso, enderezado
-á probar el deber en que se hallaban los hombres libres de resistir á
-todas horas y en todos terrenos «al perjuro, que de nuevo manchaba el
-suelo de la patria con su planta inmunda,» se expresó así:</p>
-
-<p>&mdash;Hay más relación de la que usted se figura entre servir
-yo al candidato de ustedes, y ayudarme ustedes en la empresa que me
-quita el sueño. Yo soy esclavo de mis principios políticos, y á ellos
-ajusto los actos de mi vida civil. Entra en mi conciencia política la
-ejecución del plan que traigo entre manos; y ayudando á los hombres que
-me ayuden, cumplo con mi deber, porque sirvo á mi causa, á la causa
-de la libertad, que es la causa de la patria; y, por consiguiente,
-obro con arreglo á mi conciencia. Yo bien sé, señor don Juan, que la
-empresa es peliaguda y de riesgos; pero se intenta siquiera; se ponen
-los medios; y, al último, si no se vence en ella, se muere con honra.
-Y es peliaguda la empresa, porque no es fácil despertar en<span
-class="pagenum" id="Page_273">[p. 273]</span> estas gentes embrutecidas
-ciertos sentimientos delicados, con los cuales hacen proezas otros
-pueblos y hasta vencen los imposibles; pero también sé quién tiene
-la culpa de ese embrutecimiento ignominioso en que vegetan nuestros
-desdichados convecinos... ¡vaya si lo sé! Aquí, señor don Juan, tiene
-más arraigo de lo que á usted se le figura la causa del perjuro; aquí
-conozco yo á un pudiente que, so capa de no querer meterse en barullos
-de política, sirve en grande á la de su devoción, y quizá conspira en
-la obscuridad de sus escondrijos misteriosos; quizá él y los esbirros
-negros que le ayudan, afilan hoy el puñal con que á usted y á mí ha de
-herirnos mañana el brazo del tirano que se guarece ahora un poco más
-allá de esos montes. No tengo necesidad de decir á usted quién es ese
-pudiente, rémora de todo progreso liberal en Cumbrales.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;No me ciega la pasión ni me engañan los ojos que han
-envejecido mirando de qué pie cojean los hombres; y ciegos deben ser
-los de la malicia de usted si no han visto mucho de lo que yo digo.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;Eso que usted me responde honra mucho á su corazón; pero
-deja los supuestos como estaban. El señor don Pedro Mortera no es
-trigo<span class="pagenum" id="Page_274">[p. 274]</span> limpio, ni,
-hablando en plata, tan leal amigo de usted como usted lo es suyo.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;¿En qué me fundo?... Y ¿quién mejor que usted puede saberlo?
-¿En qué le ha servido? ¿De qué apuro serio le ha sacado á usted cuando
-se ha visto con el agua al pescuezo en sus peleas electorales? ¿Qué
-testimonio público ha dado jamás de que es capaz de hacer por usted...
-lo que por él está usted haciendo ahora: defenderle?</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;Cierto: nunca ví que delante de él le ofendiera á usted
-nadie; pero igual hubiera sido, porque casos se han dado, según
-cuentan... y yo me entiendo.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;Repito, señor don Juan, que obra usted como un caballero
-al expresarse así, y me callo, puesto que lo desea, aunque con el
-sentimiento de no quedar convencido; pero otra vez será. Por de pronto,
-conste, en abono de mi conducta, que, hablando de la enfermedad, no
-podía yo menos de investigar las causas de ella. Para concluir, señor
-don Juan: ¿qué hay de mi pleito?</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;Eso no es decir nada.</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_275">[p. 275]</span></p>
-
-<p>&mdash;Bien conozco que usted solo muy poca cosa puede hacer; pero
-si no se da el primer paso siquiera...</p>
-
-<p class="g4">&mdash;............</p>
-
-<p>&mdash;Pues una cosa parecida respondo yo: veremos, señor don Juan,
-veremos; y según sea el amparo que usted me preste hoy, así será el
-auxilio que le dé yo mañana. Ya sabe usted dónde vivo; perdonar el mal
-rato... y hasta cuando usted quiera.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>El mismo demonio no dispusiera mejor un plan para sacar de quicio á
-don Juan de Prezanes, que saboreaba con avidez las relativas dulzuras
-de las <i>nuevas</i> paces hechas con su compadre y amigo. Don Rodrigo
-Calderetas, Asaduras, don Valentín, personajes inconexos entre sí, por
-educación, por ideas, por aficiones, y, sin embargo, unánimes los tres
-en considerar á don Pedro Mortera enemigo solapado del quisquilloso
-jurisconsulto. ¡Y se lo contaban á éste sin reparo! ¡Qué de cosas no
-sabrían cuando tales insinuaciones se les escapaban de los labios!</p>
-
-<p>Así es que al bueno de don Juan le chisporroteaba el cerebro en
-cuanto se quedó solo y se puso á meditar.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y sea usted dócil&mdash;exclamó de pronto<span
-class="pagenum" id="Page_276">[p. 276]</span> dando un puñetazo
-sobre la mesa y apartando, de un puntapié, la silla en que estuvo
-sentado;&mdash;y humíllese usted y, en bien de la paz, olvide heridas
-y agravios, y bese la mano que ha de darle la puñalada en el corazón!
-¡Y todavía seré yo el lobo indomesticable, y él el apacible y manso
-cordero!... ¡Hipócrita!... ¡Bribón! Pero yo te aseguro que no has de
-salirte ahora con la tuya. Lucharé sin punto de sosiego, por lo mismo
-que estas luchas te incomodan; y venceré, para que veas que ni te temo
-ni te necesito... ¡Si yo no voy á tener otro remedio que hacer al fin
-una barbaridad!</p>
-
-<p>En esta tensión estaban sus nervios cuando topó con don Pedro
-Mortera, en uno de los paseos vertiginosos á que se había entregado en
-la sala.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_pelopincho.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_20">
- <p><span class="pagenum" id="Page_277">[p. 277]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_copa.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XX. EMOCIONES FUERTES">XX</h2>
- <p class="subh2">EMOCIONES FUERTES</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-a.jpg" alt="A adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Á tiempo</span> llegas, ¡vive
-Dios!&mdash;bramó el jurisconsulto, trémulo y erizado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ya estás con la mosca, hombre?&mdash;respondió don Pedro,
-parándose junto al hueco de la puerta.&mdash;¿Dónde demonios la
-cogiste? ¿Por qué te pica ahora?</p>
-
-<p>&mdash;¡Y tienes el candor de preguntármelo!</p>
-
-<p>&mdash;¿Es decir que yo debo saberlo?</p>
-
-<p>&mdash;Debieras presumirlo, cuando menos.</p>
-
-<p>&mdash;¿De manera que estamos como estábamos?</p>
-
-<p>&mdash;Así lo quieres tú y así sucede... ¡y así sucederá, mientras
-los hombres no lleven, como yo, la conciencia en la palma de la mano, y
-escritos en la frente sus pensamientos!</p>
-
-<p>&mdash;Todo eso me huele, Juan, á que has dado suelta á los tuyos,
-y te andan á calabazadas en la mollera. ¡Que nada te aprovechen los
-escarmientos y nada te enseñe la experiencia!...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_278">[p. 278]</span></p>
-
-<p>&mdash;Tienes razón, Pedro: nada me enseña la experiencia... ¡tanto
-me cuesta creer en la falsedad de los hombres! ¡Y cuánto disgusto
-me ahorrara si más escarmentado fuera: si de una vez para siempre
-cortara por lo sano é hiciera un deslinde en el campo de <i>ciertas</i>
-intimidades!</p>
-
-<p>&mdash;Como la nuestra, ¿no es eso? Mira, Juan: el pensar á voces,
-como tú piensas y quieres que piensen los demás, tiene la contra, amén
-de otras muchas, de que se hacen públicos los pensamientos ruines, como
-esos que, por las trazas, me consagras ahora. Por fortuna, te conozco
-muy á fondo; y, porque te conozco así, te los perdono, sin usar del
-derecho que me das, pensando mal de mí, para preguntarte por la causa
-de ello. ¡Qué hermoso manicomio fuera el mundo, tan lleno de hombres
-aprensivos, si todos pensáramos á voces, como tú lo deseas!... Pero
-dejemos esto ahora.</p>
-
-<p>&mdash;No he de dejarlo, ¡vive Dios! que me interesa mucho ponerlo
-en claro.</p>
-
-<p>&mdash;Corriente, Juan; pero como yo no he venido á tratar de ese
-punto, aplázalo siquiera hasta que yo te diga á qué vine; y, entre
-tanto, piensa de mí cuantas maldades quieras.</p>
-
-<p>Esto dicho por don Pedro Mortera, detuvo á su amigo que por delante
-de él pasaba muy agitado; asióle del brazo y le introdujo en el
-gabinete; á todo lo cual se prestó el juriscon<span class="pagenum"
-id="Page_279">[p. 279]</span>sulto como una máquina, pero una máquina
-cargada de pólvora y erizada de mechas encendidas entre espinas de
-acero. Cuando estuvieron encerrados los dos compadres, dijo de muy mala
-gana don Juan de Prezanes, continuando allí sus paseos:</p>
-
-<p>&mdash;¿Á qué tantos misterios? ¿Qué es lo que tienes que
-decirme?</p>
-
-<p>&mdash;Que merecías que no te lo dijera, por obcecado y
-cascarrabias,&mdash;respondió don Pedro Mortera.</p>
-
-<p>&mdash;¿Puedes decirme á qué has venido, sin provocar nuevos
-altercados?&mdash;repuso don Juan, desentendiéndose de la chanza de su
-amigo.</p>
-
-<p>&mdash;He venido&mdash;respondió don Pedro,&mdash;á pedirte la mano
-de Ana para mi hijo Pablo.</p>
-
-<p>No es dado á la rudeza de mis pinceles pintar con exacto parecido
-la impresión que estas palabras causaron en el jurisconsulto de
-Cumbrales. El corazón, el cerebro, los nervios, cuanto en su sér había
-de inteligente y sensible, se conmovió al mismo tiempo por muchos y
-diversos modos. Lo inesperado del caso; la vehemencia de su amor á
-Ana; las prendas de Pablo, á quien quería como á un hijo; la alegría
-reflejada en el noble rostro de su compadre; las ruines sospechas con
-que él le ultrajaba un momento antes; el inmenso beneficio con que le
-brindaba el enemigo supuesto, y la mal proba<span class="pagenum"
-id="Page_280">[p. 280]</span>da lealtad de los amigos que con tan
-negros colores se le pintaban; la inquebrantable entereza del uno; las
-sospechosas veleidades de los otros; lo que le estaba pasando entonces;
-lo que le había pasado toda su vida; su soledad de siempre; el abrigo y
-el amor de una familia para en adelante, cuando el frío de la vejez le
-amenazaba con sus rigores y sus tristezas... ¿quién sabe lo que aquel
-hombre vió en un solo instante, á la luz de un relámpago de su cerebro
-tempestuoso!</p>
-
-<p>Tembló de pies á cabeza; pensó que le faltaba suelo donde pisar,
-ó que el techo se le desplomaba encima; trocóse la fiereza de su
-semblante en mansa dulzura, y apenas halló voz en su garganta para
-decir á su amigo, volviéndose hacia él rápidamente:</p>
-
-<p>&mdash;Á ver, hombre... á ver... Hazme el favor de repetirme las...
-<i>eso</i>, ¡eso que me has dicho!</p>
-
-<p>Sonrióse don Pedro, que estudiaba grado á grado la transformación de
-su compadre, y le complació así:</p>
-
-<p>&mdash;Que te pido la mano de tu hija Ana para mi hijo Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;Jesús, María y José!</p>
-
-<p>&mdash;¿Tanto te asombra la pretensión, Juan?... ¿Es posible que
-jamás te haya pasado esa idea por las mientes?</p>
-
-<p>&mdash;Jurara que no, Pedro... y no porque el caso esté fuera de lo
-natural y hacedero, y no sea,<span class="pagenum" id="Page_281">[p.
-281]</span> además, bueno y conveniente para todos... quizá, si me
-apuras, sea Pablo el único hombre que yo juzgue digno de ser el marido
-de Ana; pero está mi vida tan empapada en disgustos y contrariedades;
-estoy tan avezado á la obscuridad de las penas y á los quebrantos del
-espíritu, que ni soñando ven mis ojos cuadros de color de rosa. Así es
-que ahora, con eso que me dices, tan de improviso, tan de repente, tan
-inesperado y en tan especial ocasión, parece que salgo de una pesadilla
-horrenda y entro en la vida regular de los hombres libres y de los
-padres venturosos... ¡Ay, Pedro!... ¡Dios os lo pague!</p>
-
-<p>Y aquel desdichado, siervo del más tirano de los temperamentos, y
-condenado al suplicio de arrastrar su corazón por todas las asperezas
-de la vida, lloraba como un niño.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué demonches, hombre!&mdash;decía, entre puchero y puchero,
-á su amigo, que le contemplaba con cariñoso interés:&mdash;¡mire
-usted que es raro este efecto que me ha causado la noticia!... Te
-extrañará mucho, ¿no es verdad, Pedro?... Nada, somos así, y perdona
-la debilidad... Pues mira, hombre, me hace mucho bien acá dentro
-esta sacudida. Y dime, ¿qué piensan ellos del proyecto?... ¿están de
-acuerdo?</p>
-
-<p>&mdash;¡No han de estarlo?</p>
-
-<p>&mdash;¡Picaronazos!... Pero ¿de cuándo acá, hombre?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_282">[p. 282]</span></p>
-
-<p>&mdash;Sospecho que desde que eran así de chiquitines.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y no se han acordado hasta ahora de decirlo?</p>
-
-<p>&mdash;Por las trazas, no han caído en ello hasta ahora. Hoy me lo
-ha declarado Pablo, y hoy te lo cuento á tí.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿qué dice tu mujer á eso?... ¿Qué dice María?</p>
-
-<p>&mdash;Lo que digo yo; lo que piensas tú: que si á ellos no se les
-hubiera ocurrido, debiera ocurrírsenos á nosotros.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se te ocurrió alguna vez á tí, Pedro?</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo lo creo, Juan!</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿por qué no lo dijiste?</p>
-
-<p>&mdash;Porque prefería que se anticiparan ellos, como se han
-anticipado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si no se anticipaban?</p>
-
-<p>&mdash;Están en la flor de la juventud, y había mucho tiempo por
-delante.</p>
-
-<p>&mdash;¡Para tí, que eres feliz; no para mí, que corre siempre lleno
-de pesadumbres!</p>
-
-<p>&mdash;¿Esperas que este suceso te libre de ellas?</p>
-
-<p>&mdash;De muchas sí, Pedro. La soledad fué siempre el mayor de mis
-males, no lo dudes. Yo hubiera sido otro hombre con la casa llena
-de familia y la conciencia cargada de obligaciones. La de no hacer
-desgraciada á mi mujer fué freno que domó los ímpetus de mi tem<span
-class="pagenum" id="Page_283">[p. 283]</span>peramento; y el amor y
-la abnegación con que ella pagaba el sacrificio, llegaron á hacerme
-hasta venturoso. La muerte me arrebató este bien cuando empezaba á
-saborearle... y volví á verme solo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Solo!... ¿Y tu hija, hombre de Dios?</p>
-
-<p>&mdash;Precisamente nace el mayor de mis tormentos del celo heróico
-con que está consagrada á mí; porque ¿qué derecho tengo yo para echar
-sobre sus hombros la misma cruz que le tocó en suerte á su madre?
-¡Vivir por ella, mirarse en sus ojos, y hacerla desgraciada! ¿Habrá
-tortura mayor para el corazón de un padre? Y si hoy en la noticia que
-me traes columbro yo la dicha de Ana para el resto de sus días, ¿qué
-mucho que en esa visión se deslumbre mi alma, y lo publiquen sin reparo
-mis ojos y mi lengua?</p>
-
-<p>Trémulo estaba entonces don Juan de Prezanes, y gruesos lagrimones
-le corrían por la pálida faz. Mirábale conmovido su compadre, y le
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Te parece bien que hables del caso á tu hija estando yo
-delante?</p>
-
-<p>&mdash;¡Vaya si me parece!... y va á ser ahora mismo.</p>
-
-<p>Salió, diciendo esto, y llamó á Ana desde la puerta. No debía
-andar muy lejos ni muy ajena á lo que se trataba en el gabinete de
-su pa<span class="pagenum" id="Page_284">[p. 284]</span>dre, porque
-llegó á él en seguida y muy turbada. La enteró éste de lo que ocurría,
-y se turbó más; pero se repuso pronto, porque no era su turbación hija
-de lo inesperado ni de lo desagradable. Respondió serena al obligado
-interrogatorio á que se la sometió, y aun traspuso los ordinarios
-límites, dando un poco de suelta á su corazón, alentada por el regocijo
-que leía en la cara de su padre. Después dijo así, volviendo á ser
-dueña de su genio alegre y travieso:</p>
-
-<p>&mdash;Bien está todo; pero le falta la salsa que ha de hacerlo más
-sabroso; y esta salsa&mdash;añadió encarándose con su padrino,&mdash;va
-á ser de cuenta de usted.</p>
-
-<p>&mdash;Pues tenla por segura&mdash;respondió don Pedro muy
-risueño,&mdash;si es cosa hacedera en mi cocina.</p>
-
-<p>&mdash;¡Vaya si lo es!&mdash;repuso Ana.&mdash;Pero así y todo,
-mírese usted mucho antes de comprometerse.</p>
-
-<p>&mdash;Hija mía&mdash;dijo don Pedro fingiéndose más preocupado de
-lo que estaba:&mdash;me vas metiendo en cuidado, ¿Qué demonio de salsa
-puede ser esa?</p>
-
-<p>&mdash;Oiga usted la receta... pero á condición de que si, como
-usted dijo, es hacedera, no ha de faltar en mi boda. ¿Se acepta la
-condición?</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si no la acepto?&mdash;preguntó á su vez don Pedro.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_285">[p. 285]</span></p>
-
-<p>&mdash;Si usted no lo acepta&mdash;respondió Ana muy seria,&mdash;no
-hay boda.</p>
-
-<p>&mdash;¡Demonio!&mdash;exclamaron aquí los dos compadres; y añadió
-don Pedro:&mdash;Á tales amenazas, hija mía, no hay otro remedio que
-ceder. Con que venga la receta.</p>
-
-<p>&mdash;Pues la salsa de mi boda&mdash;dijo entonces Ana,&mdash;ha de
-ser la boda de María.</p>
-
-<p>Esta vez fué don Pedro Mortera quien se quedó hecho una estatua,
-mientras don Juan de Prezanes, entre curioso y admirado, le contemplaba
-con las cejas muy levantadas, la boca entreabierta y las manos cruzadas
-atrás.</p>
-
-<p>&mdash;¡La boda de María!&mdash;repitió don Pedro sin salir de su
-sorpresa.&mdash;Pero ¿cómo?... ¿con quién?</p>
-
-<p>&mdash;Con un novio que tiene... ¡y muy apuesto y muy guapo!</p>
-
-<p>&mdash;¡María un novio! ¿Desde cuándo, mujer?</p>
-
-<p>&mdash;Hace más de dos años, padrino.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y sin saber yo una palabra!... ¡Imposible!</p>
-
-<p>Soltó aquí la carcajada don Juan de Prezanes, y dijo á su
-compadre:</p>
-
-<p>&mdash;Á la zorra, candilazo... ¿Pensabas ser en tu casa más lince
-que yo en la mía? Pues chúpate esa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué lince ni qué demonio, hombre! si todo esto es una broma
-de tu hija. ¿No es verdad, Ana?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_286">[p. 286]</span></p>
-
-<p>&mdash;No, señor, que es la pura verdad,&mdash;respondió ésta muy
-seria; y á continuación refirió cuanto el lector sabe del caso, pero
-sin decir quién era el padre del mancebo de la villa.</p>
-
-<p>Asombrábase cada vez más don Pedro Mortera, y dijo al terminar Ana
-su relato:</p>
-
-<p>&mdash;Pues si tan honrado, tan bello y tan rico es el pretendiente,
-¿por qué tiene mi hija por imposible mi consentimiento?</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues ahí verá usted!... ¡Como si el reparo fuera cosa del
-otro jueves!</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿qué reparo es ese, Ana?... ¡Acaba, por Dios, de una
-vez!</p>
-
-<p>&mdash;Las pocas simpatías que hay entre usted y el padre del
-novio... ¡Como si los hijos tuvieran la culpa de las flaquezas de los
-padres!</p>
-
-<p>&mdash;Apostamos algo á que... ¿Quién es ese padre, Ana?</p>
-
-<p>&mdash;Don Rodrigo Calderetas.</p>
-
-<p>Al oir esto, se santiguó don Juan de Prezanes y volvió la cara para
-que su compadre no le viera reirse.</p>
-
-<p>&mdash;¡Justo!... ¡lo que yo iba sospechando!&mdash;exclamó don
-Pedro Mortera apretando los puños.&mdash;Pero ¿qué demonio ha hilado
-esta madeja en que me estáis enredando? y, sobre todo, y aun suponiendo
-que yo fuera capaz de ser consuegro de un hombre semejante; que yo
-olvidara lo que olvidar no puedo; que yo no vie<span class="pagenum"
-id="Page_287">[p. 287]</span>ra lo que tengo delante de los ojos, ¿qué
-hay aquí hasta ahora sino el antojo de dos mozuelos? ¿qué pasos se han
-dado ante mí para que yo, sin desautorizarme, pueda... ni siquiera
-darme por entendido de lo que ocurre?... ¿Ó se trata de humillarme
-hasta el punto de que yo vaya á ofrecer mi hija al mequetrefe que la
-galantea, quizá por pasatiempo?</p>
-
-<p>&mdash;En todo eso se ha pensado, padrino&mdash;respondió Ana con la
-más hechicera gravedad,&mdash;y todo está de manera que sólo falta el
-consentimiento de usted.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿quién lo ha arreglado así, señora
-medianera?&mdash;preguntó don Pedro, que á duras penas contenía la risa
-á que le incitaba la cómica seriedad de su ahijada.</p>
-
-<p>&mdash;Yo&mdash;respondió ésta.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ave María Purísima!</p>
-
-<p>Don Juan de Prezanes no pudo más aquí, y soltó una carcajada que
-duró un buen rato.</p>
-
-<p>&mdash;¡Te digo&mdash;exclamó después,&mdash;que es el mismo demonio
-esta muchacha!</p>
-
-<p>&mdash;Pues el asunto es más serio de lo que parece,
-¡caramba!&mdash;dijo don Pedro, verdaderamente alarmado.&mdash;Á ver,
-Ana, á ver... ¡Dime, con toda formalidad, lo que has hecho; qué lío es
-ese en que me habéis metido!</p>
-
-<p>&mdash;No hay tal lío, padrino, sino la cosa más natural del mundo.
-Previendo yo lo que suce<span class="pagenum" id="Page_288">[p.
-288]</span>de, y compadecida de la situación de María, la aconsejé que
-aceptara la oferta que su novio la había hecho de hablar del caso á
-su padre. Si en éste hallaba oposición, ¿á qué seguir adelante? y si,
-por el contrario, le parecía bien, ¿por qué ocultárselo á usted? Pues
-habló el pretendiente; y como halló buena acogida en su padre, que no
-se atreve á dar ese paso que usted echa de menos, porque teme ser mal
-recibido, y como yo sé todo esto <i>porque debía saberlo</i>, á usted se
-lo cuento ahora. ¿Hay nada más natural... ni mejor conducido, aunque
-no debiera decirlo yo? Además&mdash;añadió Ana, viendo que su padrino
-se paseaba inquieto y cabizbajo, sin replicar una palabra, y que la
-incitaba su padre con los ojos á continuar el asedio:&mdash;no es sólo
-el bien de María lo que me ha movido á echar sobre mí el empeño de
-<i>arreglar</i> este asunto. Tiene él más alcance de lo que parece. Usted y
-mi padre andan siempre á la greña porque mi padre se mete más de lo que
-debiera en esos enredos que arman el barón de Siete-Suelas, el marqués
-de la Cuérniga y otros tales que de eso viven, y está á matar con don
-Rodrigo Calderetas, porque don Rodrigo Calderetas también se mete en
-esto mismo... y en otro tanto más. Es de creer que cuando usted y mi
-padrino sean todos unos, por... por <i>eso</i> que se ha arreglado hoy, mi
-padre tire más para los su<span class="pagenum" id="Page_289">[p.
-289]</span>yos que para los ajenos, y se acabe entre usted y él ese
-motivo tan viejo de discordias y desazones. Pues que se casa María con
-el hijo de don Rodrigo Calderetas, buen señor, por lo demás, y amigo
-de usted en otro tiempo: cátele usted ya de la familia y poniendo sus
-muchas influencias en el fondo común, para bien de estas pobres gentes,
-y á los barones y marqueses en manos de Asaduras, que es lo mismo que
-decir que no volverá á saberse de ellos en diez leguas á la redonda
-de Cumbrales. ¿Le parece á usted, padrino, de poca importancia el
-casamiento de María, aunque sólo se le mire por este lado?</p>
-
-<p>Continuaba paseando don Pedro, mirábale anheloso don Juan, y también
-quedaron sin respuesta estos razonamientos de Ana, que estaba muy lejos
-de chancearse al exponerlos. ¿Labraron algo en el ánimo de don Pedro
-Mortera? No pudo saberse por entonces, porque Ana no consiguió arrancar
-á su padrino otras palabras que éstas, dichas al despedirse poco
-después:</p>
-
-<p>&mdash;Hija mía, la salsa que te he ofrecido lleva demasiada sal y
-pimienta para comprometerme yo desde ahora á preparártela; pero con esa
-salsa ó sin ella, no faltará Dios de tus bodas, ni María dejará de ser
-tan feliz como merezca serlo.</p>
-
-<p>&mdash;Envíame á Pablo en seguida,&mdash;le dijo don Juan de
-Prezanes, despidiéndole con un abrazo en la puerta de la escalera.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_290">[p. 290]</span></p>
-
-<p>Cuando volvió á la sala, dió otro más apretado á su hija que le
-esperaba allí. ¡Cuánto le dijo en aquella caricia, con las lágrimas de
-sus ojos y los latidos de su corazón!</p>
-
-<p>&mdash;¿Cree usted que va vencido?&mdash;le preguntó Ana, secándose
-las mejillas cuando la emoción la permitió hablar.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y cómo no, hija mía, en una causa tan injusta como la suya,
-y con un enemigo como tú?</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Tres días después de estas ocurrencias recibió don Juan de Prezanes
-la visita de don Rodrigo Calderetas.</p>
-
-<p>Era este personaje no muy alto, bien contorneado, aparatoso de traje
-y apostura, de blanca tez, teñido bigote, muy afeitado el resto de la
-barba, tersas, pulcras y cerradas tirillas, y gran cadena de reló.</p>
-
-<p>Iba de casa de don Pedro Mortera, y le preguntó su amigo don Juan,
-apenas le hubo saludado:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y el asunto?</p>
-
-<p>&mdash;Como era de esperarse&mdash;respondió la «gran
-persona;»&mdash;porque no vine yo á ofrecer ninguna puñalada al señor
-don Pedro Mortera, amigo mío.</p>
-
-<p>&mdash;Lo sé muy bien, señor don Rodrigo; pero como no andaban
-ustedes en la mejor armonía,<span class="pagenum" id="Page_291">[p.
-291]</span> bien pudiera haber surgido alguna dificultad...</p>
-
-<p>&mdash;Efectivamente; pero cuando se trata del bien de los hijos...
-¡Mostró el mío tal empeño en que se diera este paso!... Cierto que don
-Pedro es una persona apreciabilísima, respetable y de gran posición;
-que su hija es bella y digna, en todos conceptos, de un esposo como
-el que yo la he ofrecido y ella ha aceptado, con regocijo de toda su
-familia; regocijo que yo juzgo sincero y cordial, no menos que la
-cortés acogida que me ha hecho mi antiguo amigo... aunque hubiera
-querido yo verle un poco más expansivo, más... en fin, como en otro
-tiempo; pero ¡ya se ve! hay que aparentar cierto... pues; porque el
-puntillo... Esto no obsta para que yo me prometa grandes ventajas para
-todos de esta alianza entre dos familias tan importantes, ó mejor
-dicho, entre tres, puesto que, según acaba de decírseme allí, el joven
-Pablo, hermano de María, se casa con la hija de usted... por lo que le
-felicito con toda cordialidad; de manera que este doble enlace nos une
-á usted, á don Pedro y á mí, íntima y estrechamente... Y á propósito:
-¿conserva usted cierta carta que le escribí pocos días hace?</p>
-
-<p>Sonrióse don Juan de Prezanes, y respondió:</p>
-
-<p>&mdash;No le apene ese cuidado, que yo nunca archivo documentos de
-esa especie... por lo que pueda suceder.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_292">[p. 292]</span></p>
-
-<p>&mdash;Aplaudo la previsión&mdash;repuso don Rodrigo;&mdash;pero
-no entienda usted por mi pregunta que estuviera yo alarmado ni mucho
-menos; aunque creo recordar que apunté en esa carta ciertas sospechas
-que yo tenía del señor don Pedro... Ya se ve: ¡se ensartan á veces
-de tal manera los sucesos! ¡parecen tan fehacientes los informes!
-¡apremian de tal modo las circunstancias! ¡llegan á tan alto mis
-conexiones políticas! ¡solicitan mi cooperación fuerzas tan egregias
-y tan invencibles, y soy yo tan caballero, señor don Juan, tan
-caballero!... Por otra parte, este don Pedro Mortera ¡tiene un carácter
-tan inflexible, tan apegado á sus convicciones, tan refractario á los
-procedimientos usuales en estas manifestaciones del nuevo sistema
-político que gloriosamente nos rige!... En fin, él se entenderá. Á
-usted ¿qué le parece?</p>
-
-<p>&mdash;Paréceme, señor don Rodrigo&mdash;respondió don Juan sin
-ambajes,&mdash;que le ha sobrado la razón á mi compadre siempre que se
-ha resistido á aliarse á nosotros para luchar en el poco limpio terreno
-á que le hemos llamado; porque, sean cuales fueren las ventajas del
-sistema nuevo, sistema que ni usted ni yo hemos tenido en cuenta para
-maldita de Dios la cosa al lanzarnos á las luchas de que se trata,
-ni él discute ni ha discutido jamás, es lo cierto que el papel que
-hacemos nosotros agitando estos pueblos y en<span class="pagenum"
-id="Page_293">[p. 293]</span>sañándonos, por satisfacer míseras
-venganzas, en infelices desvalidos, sólo porque triunfe (digámoslo
-aquí donde nadie nos oye) un aventurero farsante y desagradecido, como
-el marqués de la Cuérniga ó el barón de Siete-Suelas, es mucho menos
-honroso que el de mi compadre metido en su concha y resistiéndose á
-ayudarnos en esta obra... verdaderamente inicua; creo, en fin, señor
-don Rodrigo, que, por este lado, la cuenta que haya de dar á Dios
-nuestro amigo, será mucho más corta que la nuestra.</p>
-
-<p>&mdash;Pshe... mirada la cuestión desde ese punto de vista... pero
-considerando que son <i>males corrientes</i>, más diré, <i>indispensables</i>,
-y que, si nosotros no los causamos, alguien los ha de causar, la cosa
-cambia mucho de aspecto.</p>
-
-<p>&mdash;El mal, señor don Rodrigo, mal es siempre y donde quiera; y
-causarle, jamás será obrar bien. Nosotros le causamos muy á menudo,
-ergo...</p>
-
-<p>&mdash;Y pensando así, ¿cómo está usted siempre á mi lado y enfrente
-de su amigo?</p>
-
-<p>&mdash;Por el condenado amor propio, por el tesón, por la soberbia,
-que ofuscan y enloquecen; por lo que se llama <i>sostener la bandera</i>...
-por estar demasiado hecho á esa moral de sofismas y acomodamientos.
-Pero esto no impide que, cuando pasa la fiebre, luzca la verdad
-en mi razón y diga yo lo que siento, como lo digo ahora.<span
-class="pagenum" id="Page_294">[p. 294]</span> ¡Ay, don Rodrigo,
-cuánto ganaríamos usted y yo en la opinión pública y en reposo y en
-tranquilidad de conciencia, si desde ahora nos resolviéramos á dar un
-puntapié á las aspiraciones de algunos caballeros como el que fué causa
-de ciertos párrafos de esa carta de usted; de la tempestad que éstos
-levantaron en mi corazón, y del riesgo á que me expusieron; y, unidos
-los tres, nos consagráramos á hacer el bien de estas gentes mientras se
-presentaba un hombre honrado que tomara, <i>á la fuerza</i>, el cargo penoso
-que tantos vividores <i>solicitan</i>! No creo que éste hiciera por sí solo
-grandes cosas allá arriba; pero tampoco haría daño, que es bastante
-hacer; viviríamos aquí en paz, y, sobre todo, nosotros habríamos
-cumplido con nuestra obligación. Hablo, señor don Rodrigo, con la
-autoridad de mis desengaños, y, como quien dice, con el pensamiento de
-nuestro ya más que amigo, don Pedro Mortera. ¡Dichoso él que ha tenido
-fuerza de voluntad bastante para no poner nunca en contradicción sus
-obras con sus ideas!</p>
-
-<p>&mdash;Á la cuenta, señor don Juan, está usted muy dispuesto á
-pasarse á los reales de su amigo y consuegro... si es que no se ha
-pasado ya.</p>
-
-<p>&mdash;Cosa es, don Rodrigo, á que no puedo responder en este
-instante; pero, visto lo que ocurre, ni á usted ni á mí nos estará ya
-muy bien<span class="pagenum" id="Page_295">[p. 295]</span> reñir con
-él y acariciar á Asaduras, que pretende...</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí... ya recuerdo. La pretensión es grave, ciertamente,
-y parecería mal... pero se me ha puesto en el caso de luchar á todo
-trance... ¡y como soy tan caballero!... Por eso se lo indiqué á usted
-para que le sirviera de gobierno; que, por lo demás... ¡Esta influencia
-desdichada de que estoy revestido!... Créame usted, señor don Juan,
-que daría lo que no es decible por ser un personaje obscuro... En
-fin, el asunto es de meditarse, y veremos de conducirle de manera
-que yo no falte á lo que debo á mis compromisos ni á lo que exigen,
-de un caballero como yo, las nuevas circunstancias que me ligan con
-ustedes.</p>
-
-<p>Poco más se habló entonces entre don Rodrigo Calderetas y don Juan
-de Prezanes. Despidiéronse con más cortesía que afecto; montó la gran
-persona en el caballejo que le había traído, flaco y peludo, pero con
-mucha placa y majos pespuntes en los arreos; agachó la cabeza al salir
-de la portalada, aunque ni con vara y media llegaba su reluciente
-sombrero á la viga que servía de dintel, y arreó hacia la villa por la
-calleja inmediata.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_296">[p. 296]</span></p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Al día siguiente dijo Pablo á Nisco:</p>
-
-<p>&mdash;Me caso con Ana.</p>
-
-<p>&mdash;Es de razón&mdash;contestó Nisco,&mdash;y para bien sea por
-muchos años. ¡Buen personal te llevas!... y de tu comenencia es, como
-en su día te dije.</p>
-
-<p>&mdash;También se casa María.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tu hermana!</p>
-
-<p>&mdash;Mi hermana.</p>
-
-<p>&mdash;Con que... ¡tu hermana María!... ¿Y así, tan de porrazo?</p>
-
-<p>&mdash;Tan de porrazo no, puesto que son amores viejos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Amores viejos!... ¡Naide lo diría! Y ¿con quién se casa, si
-se puede saber?</p>
-
-<p>&mdash;Con un hijo de don Rodrigo Calderetas.</p>
-
-<p>&mdash;¿El de la villa?</p>
-
-<p>&mdash;El de la villa.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos, con un caballero fino y pudiente... Tal para cual,
-como el otro que dijo... El oro con la seda. Eso debe de ser, por lo
-visto... Pues por muchos años, Pablo; y si otra cosa no mandas por
-ahora...</p>
-
-<p>&mdash;Vete con Dios, Nisco, y anímete el ejemplo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Á qué, Pablo?</p>
-
-<p>&mdash;Á casarte con Catalina.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad; tal para cual: esa es la ley. ¡Ojalá no se faltara
-nunca á ella... ni con el pensamiento!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_297">[p. 297]</span></p>
-
-<p>&mdash;Bien te la prediqué un día, y te atufaste.</p>
-
-<p>&mdash;Era hablar por hablar... ¿Y nosotros, <i>por eso</i>, tan amigos
-como siempre?</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuál es <i>eso</i>?</p>
-
-<p>&mdash;<i>Eso</i> es, Pablo, el casarte tú ahora.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué bolonio eres, hombre!: más amigos que nunca; y á cuenta
-de ello, démonos un abrazo... ¡Aprieta, Nisco!... ¡Qué demonches!
-tienes la mano fría y la cara algo pálida.</p>
-
-<p>&mdash;Pshe... pamplinas del arca, motivao á que estoy en
-ayunas...</p>
-
-<p>&mdash;Por lo demás, Nisco, igual que antes... en todo lo que no
-esté reñido con el nuevo estado, se entiende. Si quieres continuar las
-lecciones...</p>
-
-<p>&mdash;¡Lecciones!... Para lo que valgo y soy, creo que ya he
-aprendido en tu casa... todo lo que es menester. Con que, adiós,
-Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;Adiós, Nisco.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_cennudo.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_21">
- <p><span class="pagenum" id="Page_299">[p. 299]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_busto.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXI. PRÓLOGO DE UN DRAMA">XXI</h2>
- <p class="subh2">PRÓLOGO DE UN DRAMA</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Chiscón</span>, porque le
-corrían costas en el pleito, no se descuidó en rematarle cuanto
-antes.</p>
-
-<p>Volvió á Cumbrales al otro día, cerca ya del anochecer; y después de
-reforzar el ánimo con unos tragos en la taberna de Resquemín, donde le
-dijeron que Tablucas acababa de marcharse para meterse en casa antes de
-que llegara la noche, fuése á la de Catalina. Cabalmente, al entrar él,
-estaba toda la familia reunida, porque acababa de cenar.</p>
-
-<p>Sin exordios ni tanteos, no bien se acomodó en el taburete cerca de
-la <i>perezosa</i>, cargada aún con los cacharros vacíos y los codos de la
-gente de casa, declaró sus honradas intenciones y expuso el inventario
-de sus caudales. La res<span class="pagenum" id="Page_300">[p.
-300]</span>puesta fué breve y terminante: se agradeció mucho la
-voluntad; pero se desestimó el propósito.</p>
-
-<p>Chiscón, que no podía llamarse á engaño, porque á nada obliga en
-la Montaña á una moza soltera el abrir de noche la puerta al mozo que
-así lo desea para hablarla delante de la familia al amor de la lumbre,
-de los cuales términos él no había pasado allí, tragóse las calabazas
-sin meterse en más indagaciones; se despidió como pudo, y volvió á la
-taberna donde le esperaba el Sevillano. Llegó el hombre, que ahumaba, y
-pidió á Resquemín una azumbre de lo blanco para apagar el incendio.</p>
-
-<p>Conoció el Sevillano dónde le dolían á su amigo las quemaduras, puso
-el dedo sobre las llagas, bramó el doliente; y hablando, hablando, y
-bebiendo, bebiendo, desfogóse el de Rinconeda á sus anchas, pero sin
-decir pizca de verdad. Puso á Catalina y á toda su casta para pelar;
-fingió haber sido en él chanza y pasatiempo lo que á tales injusticias
-le arrastraba; supuso que se había negado á ser paño de las lágrimas
-vertidas por los desdenes de Nisco; pintó en la moza los deseos, y en
-él el desaire; y creyendo que por esta senda arriba se encaramaba muy
-alto, dió en despotricar por el estilo á medida que bebía y entraban
-gentes en la taberna.</p>
-
-<p>Al otro día todo el pueblo era sabedor de lo charlado allí por
-Chiscón, que, después de dor<span class="pagenum" id="Page_301">[p.
-301]</span>mir la mona y las pesadumbres, verdaderas lenguas de sus
-descomedimientos, apenas se acordaba de otra cosa que de las calabazas
-recibidas.</p>
-
-<p>El domingo siguiente se presentó en el corro de Cumbrales; y como
-lo valiente no quita lo cortés, algo también por vía de memorial
-indirecto, y mucho por alarde para desautorizar dichos y murmuraciones,
-invitó á bailar á Catalina; pero ésta, que tenía buena memoria y muchos
-agravios que vengar del mocetón de Rinconeda, le soltó á la cara
-un no redondo, seco y frío... y gracias que no le soltó además una
-desvergüenza.</p>
-
-<p>Pareciéronle á Chiscón, por ser públicas, estas segundas calabazas
-más duras de tragar que las primeras; pero tragólas mal de su grado,
-aunque no sin bascas y trasudores; y fingiendo una serenidad que no
-tenía, apartóse de Catalina y acudió á otra moza con la pretensión.
-Como había sido tan mirado y visto el desaire, y en casos tales á
-nadie le gusta recoger lo que otro desecha, la moza invitada desairó
-también á Chiscón; dirigióse éste en seguida á la de más allá... y lo
-mismo, y así, de moza en moza, recorrió toda la fila el de Rinconeda,
-llevando tal carga de calabazas, que le abrumaron; con lo que perdió la
-poca serenidad que le quedaba y se largó de allí como perro con<span
-class="pagenum" id="Page_302">[p. 302]</span> maza; mas no sin decir
-antes, con su voz de trueno, vuelto el airado rostro hacia la gente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo vos aseguro que he de bailar aquí mesmo, hasta que me
-digáis que lo deje!</p>
-
-<p>Para el siguiente domingo tenía dispuesta la juventud de Cumbrales
-una <i>magosta</i>, precisamente en una castañera que lindaba con el término
-de Rinconeda.</p>
-
-<p>Como la castañera estaba soltando el fruto de puro sazonado, y era
-de la pertenencia de varios vecinos de Cumbrales que tenían hijos
-mozos, autorizóse á éstos para que ofrecieran un sabroso regodeo á toda
-la gente joven con las castañas que se <i>sacudieran</i> de los árboles, en
-vez de hacer la magosta con las compradas á escote, como ordinariamente
-acontece. De este modo tendría la fiesta un aliciente más en los
-lances de la sacudida, y una ventaja de consideración el ser la fruta
-regalada.</p>
-
-<p>Aquel día, después del rosario, no quedaron en el corro de Cumbrales
-más que las viejas jugando á la brisca, y unos pocos hombres en la
-bolera; todo lo demás se fué en alegre romería, después de hacer los
-mozos el necesario acopio de vino, y de proveerse también de un par de
-recias y larguísimas varas, camino de la castañera.</p>
-
-<p>Una vez allí la gente, varazo á esta rama, varazo á la otra, desde
-el suelo si la vara alcan<span class="pagenum" id="Page_303">[p.
-303]</span>zaba al fruto, ó desde la cruz del castaño si los
-erizos estaban muy altos; apañando esta moza las castañas sueltas;
-<i>descachizando</i> la otra los erizos con los tacones de los zapatos y con
-mucho tiento para no reventar lo que guardaba la espinosa envoltura;
-acopiando escajos secos unos mozos; avivando en lugar conveniente
-dos mozas de las más amañadas la mortecina lumbre; templando otras á
-su calor los flojos parches de las panderetas, y mordiendo todos y
-todas, por un lado, las acopiadas castañas para que no reventaran en
-el fuego, con peligro de los cercanos ojos; canturriando unas aquí,
-relinchando otros allá, locuaces los más y risueños todos, el campo de
-la castañera, abrigado del aire y del sol por las anchas, espesas y
-bajas copas de los árboles, parecía un hormiguero en el ir y venir de
-la gente, y una pajarera en lo ruidoso y pintoresco del conjunto.</p>
-
-<p>Acabóse el vareo y el acopio; trocóse la lumbre tímida en voraz
-hoguera, y ésta, á su vez, en descomunal brasero; hízose en él con
-una estaca honda sima; llenóse de castañas; volvieron á unirse los
-bordes candentes; y mientras se dejó al cuidado de personas de juicio
-é inteligencia la delicada tarea de revolver las ascuas y de sacar las
-castañas que fueran asándose, pero sin quemarse, en lo que estriba toda
-la dificultad del caso, la gente de sobra hizo co<span class="pagenum"
-id="Page_304">[p. 304]</span>rro más abajo, sonaron las panderetas,
-y comenzó el baile, que es la salsa de todas las fiestas aquí... «y
-en Valladolid,» anden en ellas el percal de á peseta y el paño burdo,
-ó triunfen la seda turgente y el frac diplomático. La misma raza con
-diferente librea; la propia carne con distinto pelo.</p>
-
-<p>Duró el baile hasta que las castañas se asaron. Entonces se sentaron
-en rueda mozos y mozas, y comenzó á circular la bota para remojar las
-castañas, que se repartieron á sombrerada por concurrente. Amenizábase
-el regodeo con dichos y risotadas, y se tiznaba la cara con pellejos
-quemados al que se distraía un instante; en el cual empeño, condición
-especial de las magostas, eran las mujeres las más tercas.</p>
-
-<p>Así se andaba allí, tan pronto sorbiendo como mascando, como
-limpiándose la cara con el delantal ó la manga de la camisa, cuando
-apareció Chiscón en la magosta, por el lado de Rinconeda. No se supo
-nunca si fué casual ó de intento la llegada del calabaceado mocetón,
-y á nadie agradó verle allí tan de improviso; pero como saludó muy
-atento, se le brindó con lo que había. Tomó, por no desairar la
-oferta, una castaña, y se llevó á los labios la bota de vino; y debió
-infundirle ánimos la cortés acogida, porque, en vez de seguir su
-camino, se sentó con los de Cumbrales.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_305">[p. 305]</span></p>
-
-<p>Terminado el refrigerio, <i>se enterró la bruja</i><a id="FNanchor_4"
-href="#Footnote_4" class="fnanchor">[4]</a> entre las ya tibias cenizas
-de la lumbre, y volvió á comenzar el baile. Cada moza fué <i>sacada</i>
-por un mozo, y el de Rinconeda se quedó entre los pocos desparejados
-que miraban; pero se tocó <i>á lo alto</i>, y entonces, al amparo de
-la costumbre, que es ley en muchos casos, y en tales como aquél,
-indiscutible, <i>echó fuera</i> al mozo que bailaba con Catalina, creyendo
-el testarudo que así no eran posibles las calabazas; pero se equivocó.
-La esquiva moza se plantó en firme en cuanto le tuvo delante, y en
-seguida le volvió la espalda. Sintió Chiscón el golpe en lo más vivo,
-y para disimular sus efectos, echó fuera al mozo que le seguía por la
-izquierda. También entonces se le plantó la moza. Atolondrado ya por la
-ira y el despecho, siguió fila abajo empeñado en hallar pareja; pero
-sólo halló desaires en todas partes.</p>
-
-<p>Reventóle al fin la corajina del pecho, y dijo, dispuesto á todo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Quisiera conocer al que tiene la culpa de esto!</p>
-
-<p>Á lo que respondió Catalina con gran serenidad:</p>
-
-<p>&mdash;Pues arráncate la lengua con que me agraviastes.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_306">[p. 306]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Arrancara yo&mdash;repuso el otro, lívido de rabia,&mdash;la
-que te fué con la impostura!</p>
-
-<p>&mdash;Muchas son entonces las impostoras.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues todas las arrancara yo, si las conociera!</p>
-
-<p>&mdash;Con arrancar la tuya se acababa la peste.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hay quien se atreva á hacerlo entre los presentes?...
-¡Pues venga á echarla mano!&mdash;dijo Chiscón, irguiendo su colosal
-escultura y sacando luégo fuera de la boca un palmo de lengua, ancha,
-gruesa y roja como la de un caballo.</p>
-
-<p>Acercósele un mozo de Cumbrales, y le respondió:</p>
-
-<p>&mdash;De lo que te pasa, á naide culpes en ley de josticia: que
-seas valiente, no se te ha negado; pero que, con sólo decirlo, llegues
-<i>á campar</i> aquí, no lo sueñes nunca. Por el corazón se mide á los
-hombres y no por la estampa, y corazón no falta al más ruín de los
-presentes. De fiesta estamos y en nuestra casa; en ella entrastes y
-se te brindó con lo que había; de lo demás, tuya es la culpa por no
-escarmentar cuando debistes. Si buscas guerra, mal haces, que, sobre no
-ser justa ahora, á tí te conviene menos que á nosotros.</p>
-
-<p>&mdash;Y eso que me cuentas&mdash;preguntó Chiscón al templado mozo,
-con burlona sonrisa,&mdash;¿es amenaza ú caridá?</p>
-
-<p>&mdash;Esto que te cuento&mdash;respondió el otro,&mdash;es<span
-class="pagenum" id="Page_307">[p. 307]</span> riflisión de hombre de
-bien y de enemigo leal.</p>
-
-<p>En tanto platicaban los dos así, Catalina reunió el cotarro y
-consiguió en cuatro palabras ponerle en marcha hacia Cumbrales.</p>
-
-<p>&mdash;Vámonos, Braulio&mdash;dijo con resped al pasar junto al mozo
-que hablaba con Chiscón:&mdash;deja esa peste que te mancha.</p>
-
-<p>Obedeció Braulio; y tan á punto, que quedaron sin respuesta las
-últimas palabras que enderezó al de Rinconeda.</p>
-
-<p>En un instante se vió éste solo en la castañera. Irritóle más aquel
-nuevo desaire que recibía, y gritó mirando á los que se marchaban:</p>
-
-<p>&mdash;Vos prometí el domingo bailar en el corro de Cumbrales hasta
-cansarvos... ¡Pos hoy vos lo juro por la luz que me alumbra!</p>
-
-<p>Las últimas palabras de esta amenaza se perdieron entre el son de
-las panderetas y el cantar y el gritar desaforados de la gente de la
-magosta, que se largaba hacia su pueblo, mientras el sol trasponía el
-horizonte entre celajes de púrpura.</p>
-
-<p>Desde el siguiente día comenzó á circular por Cumbrales el rumor
-de que los de Rinconeda pensaban armar una que fuera sonada contra
-sus sempiternos enemigos. Los rumores crecieron durante la semana; el
-jueves se dijo que se trataba de una invasión de los mozos de abajo,
-para dar una batalla á los de arriba en el mis<span class="pagenum"
-id="Page_308">[p. 308]</span>mo Cumbrales; el viernes se contó que
-vendrían mozos y mozas en son de romería á bailar en el Campo de la
-Iglesia, y, por último, el sábado pudo asegurarse que al día siguiente
-habría de todo en el pueblo; es decir, baile en competencia y palos por
-remate. De todo ello tendría la culpa Chiscón, aconsejado por su amigo
-el Sevillano.</p>
-
-<p>Bajo estas impresiones desagradables, y al arrullo del Sur, que
-bufaba sordamente en las rendijas de las puertas y ventanas, se durmió
-aquella noche el vecindario de Cumbrales.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_custodia.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_22">
- <p><span class="pagenum" id="Page_309">[p. 309]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_tristeza.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXII. ENTREACTO RUIDOSO">XXII</h2>
- <p class="subh2">ENTREACTO RUIDOSO</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Los que</span> madrugaron al
-otro día (y cuenta que en Cumbrales se levanta al alba la gente) vieron
-que, mientras el sol salía embozado en crespones de escarlata, sobre
-las lomas del Sur relucía, fulguraba el celaje, como si fuera lago de
-cristal fundido; lago con islotes de nácar y grumos de oro; á trechos,
-ondas purpúreas, blancas vedijas inalterables, y <i>rabos de gallo</i> más
-efímeros, sobrenadando; y por riberas y marco en toda la redondez de
-este espacio, moles de negras y plomizas nubes amontonadas. Entre una
-y otra mole, densas brumas cenicientas, valles fantásticos de aquellas
-raras montañas que se prolongaban, en contrapuestos sentidos, en forma
-de ásperas cordilleras. En lo más alto del cielo, tenues veladuras
-rotas; luégo el éter purísimo hasta el horizonte del Norte, donde el
-celaje era<span class="pagenum" id="Page_310">[p. 310]</span> cárdeno,
-mate y estirado, como una inmensa lámina de acero sin bruñir.</p>
-
-<p>El aire era tibio y pesaba tanto sobre el ánimo como sobre el
-cuerpo; ni una hoja se movía en los árboles, ni una yerba en los
-campos; la vista y el oído adquirían un alcance prodigioso; las tintas
-de las montañas, más que calientes, parecían caldeadas; los contornos
-y relieves flotaban en un ambiente seco y carminoso que, acortando las
-distancias, engrandecía las moles; y el silbido del pastor y el sonar
-de las esquilas del ganado, llegaban claros y perceptibles al oído
-desde los cerros del Mediodía.</p>
-
-<p>Cuando en la Montaña amanece entre estos fenómenos de la
-naturaleza, todo montañés sabe qué viento va á reinar aquel día;
-y entonces se llama al espacio brillante rodeado de nubarrones,
-<i>el agujero del ábrego</i><a id="FNanchor_5" href="#Footnote_5"
-class="fnanchor">[5]</a>.</p>
-
-<p>Y por allí salió este caballero, en la ocasión de que se trata, dos
-horas después de amanecer.</p>
-
-<p>Salió blando, sosegado y apacible, y como de recreo por el campo
-de sus hazañas, jugueteando con el humo de las chimeneas, las mustias
-y ya escasas hojas de los árboles, las yerbecillas solitarias de los
-muros y las sueltas y errabundas pajas de la vega... Lo que haría
-cualquier cefirillo de tres al cuarto. En Cum<span class="pagenum"
-id="Page_311">[p. 311]</span>brales no levantaba el polvo de las
-callejas, ni movía las puertas entornadas, ni siquiera los pliegues de
-un refajo ni los picos de una muselina.</p>
-
-<p>Así es que el señor cura tocó muy tranquilo á misa mayor, y luégo
-las tres campanadas para los perezosos; y la iglesia se fué llenando
-de gente que nada temía y sólo se quejaba del «bichorno, poco al
-consonante de la bajura del mes que iba corriendo.»</p>
-
-<p>Con esta tranquilidad en los espíritus y sin alterarse la de la
-naturaleza, comenzó la misa gorjeada y solemne.</p>
-
-<p>Pero no había llegado el <i>Credo</i> á la mitad, cuando las chanzas
-comenzaron á enardecer á la fiera; y la tramó con las ramas tenaces,
-los matorrales espesos y las ventanas cerradas, que, siquiera, le
-ofrecían alguna resistencia. Mas si doblegaba á las unas y bamboleaba á
-los otros, las ventanas no cedían ni le franqueaban el paso.</p>
-
-<p>Tanteóle por las buhardillas, donde las había; y se encontró con que
-las más de ellas tenían los postigos clavados desde que estaban allí;
-quiso también entrar en la iglesia, y hasta logró apagar los cirios
-de los primeros <i>tajos</i>; pero le cerraron la puerta apresuradamente.
-Con estas contrariedades se fué embraveciendo poco á poco, y tornó á
-las ventanas con propósito de<span class="pagenum" id="Page_312">[p.
-312]</span> desquiciarlas metiéndose por las rendijas. Metióse,
-forcejeó y se hartó de dar bufidos de coraje; pero no logró su
-intento. En venganza, con las ramas de los frutales de los huertos,
-azotó las viviendas de sus dueños. Entonces conocieron éstos que la
-cosa iba de veras; y los que no lo habían hecho todavía, se trancaron
-por dentro á llave y palanca. Esta actitud equivalía á un reto; y el
-enemigo, rugiendo amenazas, se retiró á sus antros, como para acabar
-de pertrecharse. La calma y el silencio volvieron á reinar en la
-naturaleza; pero por pocos momentos.</p>
-
-<p>Cuando reapareció el monstruo, temblaron hasta los más valientes.
-Sordos mugidos le precedían; y, á su paso, humillaban los árboles
-las erguidas copas; alzábase el polvo en remolinos; las puertas se
-estremecían en sus quiciales, y el día se quedó á media luz parda y
-traidora. Comenzó la batalla. ¡Qué estruendo!... ¡qué empuje!... ¡qué
-acometidas aquéllas! Algunas chimeneas vacilaron, y más de un alero
-crujió, soltando la carcoma de la vejez al choque de la furia; las
-puertas más firmes lanzaban gritos de agonía; las podridas ramas de las
-vetustas higueras saltaban hechas pedazos; en los manzanos tremolaba el
-muérdago desarraigado, como triste gallardete con que demanda auxilio
-el desmantelado buque; lloraban escombros las hu<span class="pagenum"
-id="Page_313">[p. 313]</span>mildes socarrenas sobre sus regazos de
-ortigas, y chasqueaban y se conmovían los empingorotados tejadillos de
-las altivas portaladas.</p>
-
-<p>En medio de su ferocidad imponente, el viento tenía caprichos
-verdaderamente pueriles: recogía las hojas dispersas en solares y
-callejos, y las arrinconaba donde mejor le parecía, en un solo montón:
-encrespábale, revolvíale, alzábale del suelo, y en rápido y sonoro
-remolino, subíale muy alto; allí le cernía, le ensanchaba, le encogía,
-le alargaba, dejábale descender nuevamente; y cuando le tenía en el
-suelo, dispersaba de un soplo todas las hojas, que desaparecían detrás
-de los vallados, en los fosos y entre los bardales; volvía á reunirías
-al instante sacándolas de sus escondrijos, y tornaba á amontonarlas
-y á cernerlas, á subirlas y á bajarlas, y á darles libertad otra
-vez, y otra vez á recogerlas. Con el polvo hacía diabluras: nubes
-espesas, diáfanas neblinas, mangas y espirales. Desconchaba los lomos
-de los muros revocados, y desnudaba á los viejos de sus vestiduras de
-yedra.</p>
-
-<p>Tras estos juegos y aquellas violencias, que no eran más que un
-tanteo de fuerzas y un ensayo de batalla, las tablas dejaron de
-estremecerse y las rendijas de silbar; callaron los gemidos de los
-árboles, y sólo se oyó un rumor, á modo de jadeo, hacia la vega, como
-si sobre<span class="pagenum" id="Page_314">[p. 314]</span> ella y
-los montes vecinos se hubiera tendido el monstruo á descansar. De vez
-en cuando se agitaban un poco las ramas, y el polvo y las esparcidas
-hojas se revolvían en el suelo. Diríase entonces que tenían cara las
-viviendas y los muros y los árboles, y que en ellas se pintaba el dolor
-de lo pasado y el espanto de lo que aún les esperaba. ¡Qué acongojado
-aspecto ofrecían aquellas casas con los ojos cerrados, y aquellos
-árboles contraídos y tiritando!</p>
-
-<p>La tregua fué breve, y la embestida que le siguió, con el estruendo
-de cien batallas, espantosa.</p>
-
-<p>En algunos embates parecía el viento macizo, y entonces resonaban
-sus golpes como cañonazos; y cada golpe de éstos producía un desastre:
-lo firme oscilaba, lo vacilante caía; las tejas se encrespaban, hervían
-en los tejados, como si diablillos danzaran debajo de ellas; y en la
-casa donde la puerta saltaba de sus pernos, barría el huracán muebles
-y vasares; y al buscar salida por la cumbre, removía las tablas del
-desván y derrengaba los cabrios. ¡Con qué astucia rastreaba los suelos
-y husmeaba los hogares, buscando una chispa que llevarse al pajar para
-regalarse con el espectáculo de un incendio!</p>
-
-<p>No había punto en el lugar donde la furia no metiera su cabeza, y
-con la cabeza las garras, y<span class="pagenum" id="Page_315">[p.
-315]</span> con las garras el azote. Por eso todo era estrago y fragor
-en torno suyo. Silbaba furioso en huecos y rendijas, bufaba en los
-arbustos, bramaba en los callejones, y en las arboledas rugía; y, en
-ocasiones, hasta las campanas lanzaban solas desacordes sonidos, con
-pavor de los fieles que se guarecían en la iglesia.</p>
-
-<p>Á lo lejos, un rumor incesante, como el del mar cercano en noche
-tormentosa: aquí, el crujir de la rama desgajada ó del tronco que se
-quiebra; allí, el estruendo de la pared que se derrumba, ó el zumbido
-del bardal que se agita desesperado y extiende sus greñas espinosas,
-buscando de qué asirse para que no le arranquen de la tierra que le
-nutre; y como complemento del cuadro, una luz tétrica y sulfúrea
-iluminándole; la atmósfera, sofocante y enrarecida, sin sus alegres
-y naturales pobladores, ocultos á la sazón Dios sabe dónde, llena de
-objetos raros é inconexos: tallos de maíz, hojas maceradas, polvo,
-astillas... y guijarros.</p>
-
-<p>Con frecuencia terminan estos huracanes con una <i>virazón</i> rápida
-al Noroeste, ó <i>galerna</i>: remedio mucho peor que la enfermedad; pues
-si no llega á ésta en la fuerza del empuje, la aventaja en estragos,
-por el agua demoledora que trae consigo; pero cuando el Sur es
-estacional, como en el caso de que se trata aquí, concluyen sus furores
-por cansancio, y el silencio<span class="pagenum" id="Page_316">[p.
-316]</span> y la inmovilidad reemplazan al fragoso desconcierto.</p>
-
-<p>Tal sucedió en Cumbrales al rayar el mediodía. ¡Qué triste cuadro
-contemplaron entonces los ojos! El Campo de la Iglesia y las corraladas
-estaban cubiertos de menudo escombro, ramas, cascos y hojarasca.
-No había árbol en el pueblo sin quebraduras ó cicatrices; algunos,
-arrancados de cuajo; otros, hendidos; los arbustos, lacios, desgreñados
-y con el follaje en esqueleto... Pero cuando la gente fué abriendo poco
-á poco las puertas de sus hogares, y salió de la iglesia la que en ella
-había estado encerrada, ¡válgame Dios, qué aspavientos los suyos y
-qué puestos en razón eran! Por de pronto, cada uno se echó á examinar
-los propios quebrantos, y luégo á compararlos con los del vecino. Y
-aconteció lo que siempre que se reparten desventuras: cayeron las
-mayores sobre los que podían menos; por lo que se llevó don Valentín
-el premio gordo de esta desastrosa lotería. Ninguna casa fué tan
-castigada como la suya: perdió la chimenea, medio alero, una ventana y
-la cerradura del estragal, amén de alcanzarle su parte, y no pequeña,
-del común revoltijo de los tejados.</p>
-
-<p>Es sabido que la mitad del vecindario de Rinconeda estuvo
-contemplando el desastre de Cumbrales durante la furia del huracán,
-aga<span class="pagenum" id="Page_317">[p. 317]</span>zapado al
-socaire del cerro adyacente, y aun se afirma que palmoteaba aquella
-gente levantisca cada vez que un árbol se tronchaba ó caía una
-chimenea. Esto se corrió por Cumbrales á la hora de calmarse el
-viento; y fortuna fué que se tomara por cierta la noticia, pues con la
-indignación que produjo en el lugar, se mató la pesadumbre que cada
-cual sentía por los recientes descalabros.</p>
-
-<p>&mdash;¡No les faltaba más&mdash;decían todas las bocas de
-Cumbrales,&mdash;que venir esta tarde á provocarnos! Pues ¡como
-vengan!...</p>
-
-<p>Y jurando echar hasta las asaduras en el trance, volcaron todos la
-puchera mal sazonada; y con el último bocado entre los dientes, subióse
-cada cual á su tejado á reparar lo más perentorio, por si la turbonada
-que se iba formando hacia el Saliente, acababa en aguaceros antes de la
-noche.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_pelopincho.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_23">
- <p><span class="pagenum" id="Page_319">[p. 319]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_orejas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXIII. GRIEGOS Y TROYANOS">XXIII</h2>
- <p class="subh2">GRIEGOS Y TROYANOS</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Continuaban</span> la
-calma sofocante y el cielo cargado de nubes como peñascos, con unas
-intermitencias de sol que levantaba ampollas; los desperfectos del
-Sur, en tejados y cerrajas, iban poco á poco reparándose, y hasta se
-consolaban las gentes, unas á la fuerza y otras como podían; pero no se
-olvidaba un punto la anunciada invasión de los de Rinconeda; y hacia el
-camino de Rinconeda miraban todos los ojos de Cumbrales desde huertas,
-callejas y tejados, y á voces de Rinconeda sonaban todos los rumores
-en los oídos de la gente de arriba. Odiosa era siempre una provocación
-semejante... ¡pero en aquel día!... ¡después de las devastaciones del
-huracán, apenas encalmado!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues como vengan!...</p>
-
-<p>Y esto decían todas las bocas de Cumbrales.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_320">[p. 320]</span></p>
-
-<p>Pero subieron Cerojas y Lambieta al campanario con otros camaradas
-que lo tenían por costumbre; hartáronse de repicar á vísperas... y
-nada. Tocáronse luégo las tres campanadas al rosario; acudió la gente,
-llegó el señor cura, rezóle y hasta <i>echó</i> su poco de plática sobre
-la paz y concordia entre los pueblos cristianos; acabóse la piadosa
-tarea, que duró tres cuartos de hora... y nada. Se desocupó la iglesia;
-quedáronse en el porche, murmurando, las mujerucas á ese manjar
-aficionadas; agrupáronse de cuatro en cuatro, á la sombra de las tapias
-fronteras al corro del baile, las viejas, acurrucadas en el suelo, á
-jugar el ochavo á la <i>brisca</i> ó al <i>mayor punto</i>; avanzó la gente moza;
-resonaron las panderetas recién templadas; arrimáronse al calorcillo
-del baile muchos de los mozos aficionados, y los restantes, entre
-los que estaban Pablo y Nisco, entraron en la bolera; sentáronse los
-viejos mirones en las paredillas; oyóse la voz alegre de las cantadoras
-acometer la tarea con la tradicional y obligada copla</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i2">Para espenzar á cantar,</p>
-<p class="i0">licencia tengo pedida,</p>
-<p class="i0">al señor cura, primero,</p>
-<p class="i0">y á la señora Josticia.</p>
-</div></div>
-
-<p class="mt1">Dió principio también el baile; rifaban ya las viejas
-sobre si se vió ó no se vió, si se hizo ó no se hizo la prohibida seña
-del <i>as</i> ó del <i>tres</i> del<span class="pagenum" id="Page_321">[p.
-321]</span> palo del triunfo; alzóse regocijada gritería en el corro de
-bolos por haber hecho Nisco un emboque á la segunda bolada; correteaban
-Bodoques por aquí, Lergato por allí y Lambieta por el otro lado,
-reclutando muchachos para jugar á la cachurra en la mies, silbando unas
-veces, voceando otras y estorbando siempre... en fin, que el corro,
-lleno, como quien dice, de bote en bote, se había normalizado ya...
-y nada. Los de Rinconeda no venían, y los de Cumbrales llegaron á no
-pensar en ellos: como que el cura se fué á rezar vísperas, y el alcalde
-á dormir un rato.</p>
-
-<p>Así estaban los ánimos cuando se presentó Cabra á todo correr por el
-camino alto de Rinconeda.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ahí vienen!&mdash;gritó cerca del corro de bolos.</p>
-
-<p>Produjo la noticia mucha efervescencia en hombres y mujeres; tanta,
-que los juegos cesaron y el baile se suspendió.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eso es una cobardía!&mdash;gritó un mozo encaramándose en la
-pared de la bolera y dirigiéndose á los dos corros.&mdash;¡Si vienen,
-que vengan! ¿Pensáis que vos van á comer? Pus lo que hagan haremos...
-yo, por mi parte.</p>
-
-<p>Gustó la arenga, aprobóse, serenáronse los espíritus y continuaron
-los juegos y el baile, interrumpidos más por curiosidad que por miedo,
-á mi entender.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_322">[p. 322]</span></p>
-
-<p>En esto, apareció el enemigo en la ancha calleja por donde había
-venido Cabra. Era una muchedumbre de hombres y mujeres: como una
-romería que se trasladara de un punto á otro. Provocación como ella no
-se conocía en la historia del odio tradicional entre ambos pueblos. Uno
-á uno, tres á tres, ocho á ocho, hasta doce á doce, se habían pegado
-infinidad de veces los de Rinconeda con los de Cumbrales, allí en
-Rinconeda y en todas las romerías en que se habían encontrado, porque
-esto era de necesidad; pero invadir un pueblo entero al otro pueblo,
-con premeditación y á sangre fría, pasaba con mucho la raya de todas
-las previsiones.</p>
-
-<p>Venían delante una ringlera de mozas, dos de ellas con panderetas,
-y traían en medio á Chiscón con ramos en el sombrero y en los ojales
-de la chaqueta, y un gran lazo de cintas en la pechera de la camisa.
-Parecía un buey destinado al sacrificio en el ara de un dios pagano.
-Esto ya era un dato para creer que la función era de desagravio y en
-honor del Hércules de Rinconeda. El cual traía un palo, de <i>los de
-pegar</i>, debajo del brazo: otro dato; y también lo era el verse algunos
-garrotes más entre la turba, toda de gente moza, que seguía á la
-primera fila. Si esto no era venir en son de guerra, dijéralo el más
-lerdo. Pero se notó que abundaban mucho las mujeres en aquella tropa,
-y que no todos los<span class="pagenum" id="Page_323">[p. 323]</span>
-hombres eran igualmente temibles; se echó una ojeada al corro de bolos
-y al Campo de la Iglesia, y se vió que, llegado el caso, podía librarse
-la batalla con buen éxito. Por supuesto que las mozas de Cumbrales, al
-ver la actitud provocativa de las de Rinconeda, no acababan de hacerse
-cruces con los dedos. «¡Mosconazas!... ¡Tarasconas!...» ¡Cómo las
-ponían, entre cruz y cruz! Pero lo que acabó de elevar la indignación á
-su colmo, fué ver al Sevillano entre los invasores... ¡Con ellos venía
-el <i>Opas</i>, el <i>don Julián</i> de Cumbrales!</p>
-
-<p>Pasó la procesión por delante de la bolera, cantando las mozas y
-con una en cada brazo Chiscón, y llegó al Campo de la Iglesia, donde
-hizo alto y relinchó de firme. Pablo dejó entonces de jugar y se
-encaramó en la paredilla, mirando hacia allá. Estaba algo pálido y muy
-nervioso. Nisco no apartaba de él la vista, y la gente de la bolera
-miraba tan pronto á Nisco como á Pablo. Ya nadie sabía allí cuántos
-bolos iban hechos ni á quién le tocaba birlar. En esto, cesó también
-el baile, porque Chiscón se empeñó en que habían de sentarse las
-cantadoras de Rinconeda donde estaban las de Cumbrales. Oyéronse voces
-de riña. Chiscón, después de dejar sentadas á sus cantadoras junto á
-las del pueblo (pues éstas no quisieron levantarse y él no cometió
-la descortesía de obligar<span class="pagenum" id="Page_324">[p.
-324]</span>las á hacerlo), volvióse á colocar á los suyos en el mismo
-terreno en que acababan de bailar, y aún estaban, los de Cumbrales.
-Con esto creció el vocerío y Pablo bajó de la paredilla; llegóse á las
-cantadoras de Rinconeda y las preguntó secamente:</p>
-
-<p>&mdash;¿Venís de guerra?</p>
-
-<p>&mdash;De paz venimos,&mdash;respondieron las mozas.</p>
-
-<p>&mdash;Pues no toquéis entonces, que tocando están quienes deben,
-y corro hay aquí para que bailen todos, si se trata de divertirse en
-paz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Á tocar se va!&mdash;dijo, en esto, un mozo de Rinconeda,
-mirando airado á las dos mozas increpadas por Pablo.</p>
-
-<p>Las dos mozas se dispusieron de nuevo á tocar.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues no se toca!&mdash;dijo Pablo, blanco de ira.</p>
-
-<p>Y hablando así, arrancó las dos panderetas de las manos en que
-estaban, y rompió los parches sobre sus rodillas.</p>
-
-<p>¡Cristo mío, la que en seguida se armó allí! Pero Pablo, que ya la
-esperaba, porque de un modo ó de otro tenía que venir, con las rotas
-panderetas en las manos, la cabeza erguida, la boca entreabierta,
-el pecho anhelante y lívida la tez, examinó el campo con una mirada
-rápida, y la clavó firme sobre Chiscón que corría hacia él apartando la
-gente como el oso los matorra<span class="pagenum" id="Page_325">[p.
-325]</span>les. Estremecióse el joven un momento, arrojó los aros, dió
-dos pasos hacia el gigante que podía desbaratarle entre sus brazos
-de roble, y le recibió con una puñada en la jeta, y tal puntapié en
-la barriga, que el oso lanzó un bramido y necesitó todas sus fuerzas
-bestiales para no desplomarse como torre socavada. Nisco, que no había
-perdido de vista á Pablo, en cuanto le vió enfrente de Chiscón saltó
-como un corzo desde la bolera al campo, sin tocar la paredilla, y voló
-hacia su amigo; pero le salió al encuentro un valentón del otro pueblo,
-y fuéronse á las manos. Creció con esto la bulla; saltaron detrás de
-Nisco los jugadores de bolos; salieron los hombres que estaban en la
-taberna; encontráronse con otros del bando enemigo, y la lucha se trabó
-en todas partes con la prontitud con que se inflama un reguero de
-pólvora. Acudieron al vocerío las mujerucas del portal de la iglesia,
-y las viejas que jugaban á la brisca, y los muchachos que correteaban
-por las inmediaciones, y se llenó de gente el campo, desde el corro de
-bolos hasta el extremo opuesto.</p>
-
-<p>Toda aquella masa, al principio inquieta, nerviosa y movediza, fué
-enrareciéndose poco á poco, aquietándose y buscando los puntos más
-elevados y menos peligrosos, mientras los combatientes, en grupos
-enmarañados, forcejeaban, iban, venían, se bamboleaban, alzábanse<span
-class="pagenum" id="Page_326">[p. 326]</span> y se agachaban; de manera
-que todo este conjunto de actores y espectadores parecía embravecido
-torrente encajonado de pronto en recios é insuperables muros.</p>
-
-<p>Ya no se oían voces allí, ni amenazas; ni se veía el garrote
-describiendo rápidas curvas en el aire, porque (justo es declararlo)
-los de Rinconeda arrojaron los suyos cuando vieron inermes á los de
-Cumbrales; no brillaba, ni brilló antes, el acero homicida, porque
-este arma vil no se conoce en los honrados campos montañeses, si algún
-descastado no la usa á traición, muy raras veces. Sólo se percibían
-sordos ronquidos, jadeos de la respiración, desgarraduras de camisas
-y, de vez en cuando, un <i>cuajjj</i> despatarrado, como odre henchido que
-revienta de pronto: era que un luchador caía de espaldas en el suelo,
-debajo de su adversario; el cual no abusaba de la ventaja adquirida:
-no hería á su enemigo, ni siquiera le golpeaba en sitio peligroso;
-conformábase con tenerle allí como crucificado, y con responder á
-sus ronquidos y amenazas con sordos y mortificantes improperios;
-alguna vez se oía también el estampido ronco de un puñetazo sobre un
-esternón de acero... y poco ó nada más se oía; porque, tocante á los
-espectadores, ni se movían ni chistaban: allí se estaban todos con los
-ojos encandilados y el color de la muerte en el semblante; los mu<span
-class="pagenum" id="Page_327">[p. 327]</span>chachos, royéndose las
-yemas de los dedos; las mujeres, con la boca abierta, y los viejos
-dando mandíbula con mandíbula.</p>
-
-<p>Harto claro se vió que las mozas de Rinconeda no contaron con todo
-lo que estaba pasando, al ir á Cumbrales como fueron; y por verse tan
-claro en la sorpresa y dolor que mostraban, no cayeron sobre ellas las
-hembras de Cumbrales y se libró de ser un verdadero campo de Agramante
-aquel Campo de la Iglesia.</p>
-
-<p>Si un luchador, al levantar la cabeza, mostraba la faz
-ensangrentada, alzábase en los contornos un rumor de espanto y de
-indignación al mismo tiempo; y entonces alguna voz clamaba por la
-Justicia. ¡La Justicia! ¡Á buena puerta se llamaba! Tres concejales,
-el pedáneo y el alguacil estaban enredados en lo más recio de la
-pelea, brega que brega, no para poner paz, sino porque eran ellos de
-Cumbrales y los otros de Rinconeda; el juez municipal, que al empezar
-la batalla se hallaba en la taberna (cuya puerta trancó por dentro
-Resquemín, dicho sea de paso, en cuanto quedó desocupada), se escondió
-en el pajar... con el sobrante de la jarra que tenía entre manos; y por
-lo que hace al alcalde Juanguirle, ya sabemos que se fué á dormir la
-siesta poco después de salir del rosario.</p>
-
-<p>Á todo esto, los plúmbeos nubarrones se iban desmoronando en el
-cielo, y extendían su zona<span class="pagenum" id="Page_328">[p.
-328]</span> tormentosa, cárdena y fulgurante, hasta la misma senda
-que recorría el sol en su descenso; y cuando un rayo de él lograba
-rasgar los apretados celajes y caía sobre los entrelazados grupos de
-combatientes, relucía el sudor en los tostados rostros manchados de
-sangre y medio ocultos bajo las greñas desgajadas de la cabeza; y cual
-si aquel rayo, calcinante y duro, fuera aguijón que les desgarrara
-las carnes, embravecíanse más los luchadores allí donde el cansancio
-parecía rendirlos, y volvía la batalla á comenzar, lenta, tenaz y
-quejumbrosa.</p>
-
-<p>Ya sabemos dónde luchaban Pablo y Chiscón; que éste era grande
-y forzudo, y cómo recibió su primera embestida el valeroso mozo de
-Cumbrales, que si no era tan fuerte como su enemigo, tenía, en cambio,
-la agilidad de la corza y el temple del acero. Así saltaba, hería y
-se cimbreaba. Eran los dos luchadores el ariete poderoso y la espada
-toledana. Huir de los brazos hercúleos de Chiscón era todo el cuidado
-de Pablo; y entre tanto, golpe y más golpe sobre el gigante. Reponíase
-éste apenas del aturdimiento que le causaba un puñetazo en la boca, y
-ya tenía otro más recio en las narices; con lo que el salvaje, poco
-acostumbrado á aquel género de lucha, bramaba de ira; y bramando,
-esgrimía las aspas de su cuerpo, y cuanto más las agitaba, más se
-perdían sus derrotes en el<span class="pagenum" id="Page_329">[p.
-329]</span> espacio, más se quebrantaban sus bríos y más espesos caían
-sobre su cara, llena ya de flemones, ensangrentada y biliosa, los
-golpes de su ágil adversario. Pero necesitaba éste terminar de algún
-modo aquella lucha desigual y expuesta, y tras ese fin andaba rato
-hacía. No bastaba aturdir al atleta; era preciso derribarle, vencerle.
-Al cabo, logró plantarle un par de puñetazos entre mejilla y ceja; y
-con esto y otro puntapié hacia el estómago al humillar el bruto la
-cerviz, quedóse éste como Polifemo cuando Ulises le metió por el ojo el
-estacón ardiendo. Entonces se abalanzó Pablo á su cuello de toro; hizo
-allí presa con las manos, que tenazas parecían; sacudióle dos veces, y
-á la tercera, combinada con un hábil empuje de la rodilla, <i>acaldó</i> en
-el suelo al valentón de Rinconeda. Fragor produjo esta caída; pero no
-por el choque de las armas, como cuando caían los héroes de la Iliada,
-sino por el peso de la mole y el crujir de los pulmones y costillas.
-Cayó el gigante con el rostro amoratado y medio palmo de lengua fuera
-de la boca, porque Pablo, sin aflojar la tenaza de sus dedos, se
-encaramó á su gusto sobre el derribado coloso.</p>
-
-<p>No muy lejos de Pablo andaba Nisco, que tampoco peleaba al uso
-de la tierra, como su adversario quería; es decir, pecho á pecho y
-brazo á brazo, con variantes de zarpada y mor<span class="pagenum"
-id="Page_330">[p. 330]</span>disco, sino á puñetazo seco y á rempujón
-pelado; mas no procedía así porque su contrario fuera más fuerte que
-él, pues allá se andaban en brío y en tamaño, sino porque en el hijo
-de Juanguirle obraban la vanidad y la presunción lo que en Pablo la
-necesidad aquel día. Es de saberse que hasta para luchar á muerte era
-vanidoso y presumido el demonio del muchacho aquél. Así se le veía
-rechazar á su enemigo con un golpe seguro y meditado, y aprovechar la
-breve tregua para atusarse el pelo y acomodar el sombrero en la cabeza.
-Sus brazos, antes de herir con el puño, describían en el aire elegantes
-rúbricas, y no tomó actitud su cuerpo que no fuera estudiada. Parecía
-un gladiador romano. Estaba un poco pálido y se sonreía mirando á las
-muchachas que le contemplaban. Otras veces recibía con las manos la
-embestida del enemigo; le sujetaba por los brazos, le zarandeaba un
-poco, y después le despedía seis pasos atrás; y vuelta á componerse el
-vestido, á colocarse el sombrero, á sacudirse el polvo de las perneras
-y á sonreir á las muchachas, entre las que estaba Catalina, á tres
-varas de él, anhelosa, conmovida y siguiendo con la vista, y en la
-vista el alma, todos sus ademanes y valentías.</p>
-
-<p>Cuando una sonrisa de las de Nisco era para ella, parecía decirle
-la gallarda moza con los<span class="pagenum" id="Page_331">[p.
-331]</span> ojos:&mdash;«¡Ánimo, valiente! que en cuanto las fuerzas y
-la serenidad te falten, aquí estoy yo para morir á tu lado defendiendo
-tu vida.» ¡Era digno de estudio y de admiración aquel bravo mozo! En
-su cara risueña, y mientras se acicalaba, entre embestida y sopapo, se
-leían claramente estos pensamientos:</p>
-
-<p>&mdash;«No quiero mal á este enemigo; no tengo empeño en causarle
-daño; peleo con él porque soy de Cumbrales y él es de Rinconeda, y para
-que vea que ni le temo ni es capaz de vencerme... pero que no me toque
-en el pelo de la ropa. ¡Eso sí que no lo tolero yo!»</p>
-
-<p>Al fin apareció por el lado de la iglesia el bueno de Juanguirle, á
-quien había ido á despertar Cerojas. Subió á lo más alto de la peña,
-recorrió con la vista azorada el campo de batalla, y se llevó ambas
-manos á la cabeza; luégo pateó y se lamentó y se mesó las greñas.
-Algunos espectadores se le acercaron encareciéndole la necesidad de que
-la lucha terminase; y la digna autoridad, sin hacer caso de consejos
-que no necesitaba, alzó el sombrero hasta donde alcanzaba su diestra,
-bien estirado el brazo después de ponerse sobre las puntas de los pies,
-y gritó así, con toda la fuerza de sus pulmones:</p>
-
-<p>&mdash;¡Alto!... ¡á la Josticia!... ¡á la Ley!... ¡á la
-Costitución!... ¡al mesmo Dios, si á mano viene; que, á falta de
-otro mejor, á la presente<span class="pagenum" id="Page_332">[p.
-332]</span> su vicario soy en este lugar!... ¡Ténganse, digo, los de
-Cumbrales!... ¡Respeten mi autoridad los de Rinconeda!... ó si no...
-¡voto al chápiro verde!...</p>
-
-<p>Como si callara. Volvió á patear el digno alcalde, y cambió de
-sitio, y tornó á mesarse los pelos. Dos mozos de Rinconeda, que no
-habían hallado con quién pelear, ó no lo habían intentado con gran
-empeño, le miraban de hito en hito.</p>
-
-<p>&mdash;¡Á la Ley!... ¡Á la Costitución!... ¡Á la
-Josticia!&mdash;volvió á gritar Juanguirle.</p>
-
-<p>&mdash;¡Á la Josticia!... ¡Á la Costitución!... ¡Á la
-Ley!&mdash;repitieron algunas personas consternadas, recomendando así á
-los combatientes las amonestaciones de la autoridad.</p>
-
-<p>La misma desobediencia.</p>
-
-<p>&mdash;¡Á mí los de josticia!&mdash;insistió el alcalde,
-gritando.&mdash;¡Á mí los que estén por el sosiego!... ¡Déjalo ya,
-Bastián!... ¡suelta tu parte, Braulio!... ¡Debajo le tienes!... ¡sin
-camisa y machucado está!... ¿Qué más quieres?... ¿Qué más queréis los
-de Cumbrales por esta vez?... ¿No me oís?... ¿No vos entregáis?...
-¡Voto á briosbaco y balillo, que se han de acordar de mí los peces de
-Rinconeda! ¡Ellos son los rebeldes á la autoridad!... ¡á la Ley!... ¡á
-la Costitución!... ¡Viva Cumbrales!</p>
-
-<p>Oído esto por los de Rinconeda, dijo uno de<span class="pagenum"
-id="Page_333">[p. 333]</span> ellos al alcalde, encarándose con él y
-tirando al suelo al mismo tiempo la chaqueta que tenía echada sobre el
-hombro izquierdo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pus nos futramos en Cumbrales, en la ley y en usté que la
-representa!</p>
-
-<p>&mdash;¡Hola, chafandín pomposo!&mdash;le replicó Juanguirle,
-volviéndose al atrevido y echando el sombrero hacia el cogote, con un
-movimiento rápido de su cabeza.&mdash;¡Con que todo eso sois capaces de
-hacer?... Pues mírate tú, hombre: paso lo de mi persona, y no riñamos
-por lo de la Ley; ¡pero relative á lo de Cumbrales, mereciera ser yo de
-Rinconeda si no me pagaras el agravio!</p>
-
-<p>Y con esto se fué sobre el mozo, y le alumbró dos sopapos. Contestó
-el de Rinconeda; quiso ayudarle el que le acompañaba; impidióselo un
-espectador de Cumbrales, y agarráronse también los dos; con lo que se
-animó bastante por aquel lado el campo de batalla.</p>
-
-<p>Al mismo tiempo llegó don Valentín á todo correr, con los pábilos
-erizados, la gruesa caña al hombro y el sombrero bamboleándosele en
-la cabeza. Acometió valeroso al primer grupo, y no pudo desenredarle;
-acometió al segundo, y lo mismo; buscó de varios modos el cabo de
-aquella enmarañada madeja, y no dió con él. Al último, subióse á la
-altura donde había predicado el alcalde, y desde allí gritó:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_334">[p. 334]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Nacionales!... digo, ¡convecinos!... ¡Es una mala vergüenza
-que mientras el perjuro amenaza vuestros hogares, malgastéis las
-fuerzas que la patria y la libertad os reclaman, en destrozaros como
-bestias enfurecidas!... ¡Convecinos!... basta de saña inútil... de
-valor estéril... ¡guardadlo en vuestros corazones para el enemigo
-común!... ¡daos el fraternal abrazo... y seguidme después!... ¡Yo
-os llevaré á la victoria!... ¡yo os devolveré á vuestros hogares,
-coronados de laurel!... ¡Os lo aseguro yo!... ¡yo, que vencí en
-Luchana!</p>
-
-<p>Mientras así hablaba don Valentín, llegó por el extremo opuesto don
-Pedro Mortera buscando á su hijo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pablo!&mdash;gritó con voz de trueno, cuando estuvo junto á
-él.&mdash;¡Qué haces!</p>
-
-<p>Y Pablo, como movido por un resorte, se incorporó de un brinco al
-oir la voz que le llamaba, y dócil acudió á ella; pero sin perder de
-vista á Chiscón, que, al librarse del suplicio en que le había tenido
-como clavado el valiente joven, se alzaba á duras penas, derrengado
-y maltrecho, con la faz cárdena y monstruosa. Sentía el vencimiento
-como una afrenta, y más pensaba en meterse donde no le viera nadie,
-que en buscar un desquite en buena ley; en buena ley, porque es de
-advertir que el coloso de Rinconeda no era traidor ni capaz de una
-villanía,<span class="pagenum" id="Page_335">[p. 335]</span> aunque,
-por efecto de su rudeza, no se ahogara con escrúpulos de otro género;
-era, en suma, de los que querían, llegado el caso,</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0">«Jugar en injusto juego;</p>
-<p class="i0">pero jugar lealmente.»</p>
-</div></div>
-
-<p class="mt1">No creyó don Pedro Mortera cumplido su deber con tener
-á Pablo apaciguado y junto á sí; quiso también pronunciar el <i>quos
-ego</i> de su respetabilidad indiscutible sobre aquel mar embravecido.
-Pronuncióle más de una vez, pero no adelantó nada. Este fracaso
-amilanó á los angustiados espectadores; y más se amilanaron cuando
-vieron tan desobedecido como don Pedro, al señor cura, que llegó
-inmediatamente.</p>
-
-<p>&mdash;¡Esto es obra del mismo demonio!&mdash;dijo entonces una voz
-desconsolada.</p>
-
-<p>¡Del mismo demonio!... No necesitaron oir más cuatro sujetos de los
-desocupados, para ponerse de acuerdo en un instante y echar á correr
-hacia la casuca de la Rámila.</p>
-
-<p>En tanto, don Pedro Mortera, que acababa de ver á Nisco, se dirigía
-á él llamándole á la paz; á lo que el mozo respondió con una sonrisa,
-después de pegar un bofetón á su contrario. Volvía otra vez la cara
-hacia éste, cuando una piedra le hirió en la frente y le tendió de
-espaldas, sin decir Jesús. No se supo cuál fué primero, si la pedrada,
-la caída del herido, no en<span class="pagenum" id="Page_336">[p.
-336]</span> el suelo, sino en los brazos de Catalina, ó el lanzar ésta
-un grito como si la hubieran atravesado el corazón de una puñalada.</p>
-
-<p>Vió que la sangre fluía en abundancia de la herida y pensó volverse
-loca.</p>
-
-<p>&mdash;¡Muérame yo!&mdash;gritaba, haciendo trizas su delantal y su
-pañuelo para cerrar aquella brecha por donde creía ver escaparse la
-existencia del valiente mozo.&mdash;¡Mate Dios cien veces al traidor
-que te ha herido!... ¡mate otras tantas al bruto que amañó esta guerra;
-pero que no te mate á tí, que vales el mundo entero!... ¡Virgen María
-de los Dolores! ¡la mejor vela te ofrezco con la promesa de no bailar
-más en mi vida, si la de él conservas, aunque yo jamás la goce!</p>
-
-<p>Uníase á estos gritos el vocear del contrario de Nisco, negando toda
-participación en la felonía; chispeaban los ojos de Pablo buscando
-entre la muchedumbre algo que delatara al delincuente; ordenaba don
-Pedro lo más acertado para bien del herido; acudían gentes aterradas á
-su lado; y mientras esto acontecía y se buscaba á Juanguirle entre los
-combatientes, las tintas de los celajes iban enfriándose; desleíanse
-los nubarrones, cual si sobre ellos anduvieran manos gigantescas con
-esfuminos colosales; una cortina gris, húmeda y deshilada, como trapo
-sucio, se corrió sobre los picos más altos<span class="pagenum"
-id="Page_337">[p. 337]</span> del horizonte; brilló debajo de ella
-la luz sulfúrea del relámpago, y comenzaron á caer lentas, grandes y
-acompasadas gotas de lluvia, que levantaban polvo y sonaban en él como
-si fueran de plomo derretido.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_custodia.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_24">
- <p><span class="pagenum" id="Page_339">[p. 339]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_inicio.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXIV. DEUS EX MÁCHINA">XXIV</h2>
- <p class="subh2">DEUS EX MÁCHINA</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-c.jpg" alt="C adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Corrían</span>, corrían los
-cuatro sujetos hacia casa de la bruja, y en un periquete llegaron
-allá. Sin detenerse á llamar á la puerta, abriéronla de un empellón,
-y vieron á la Rámila acurrucada junto al llar de la cocina, soplando
-unos carbones á los cuales estaba arrimado un pucherete cubierto con un
-casco de teja.</p>
-
-<p>&mdash;¡Allí tiene el <i>unto</i>!&mdash;pensaron los cuatro al reparar
-en el puchero.</p>
-
-<p>La vieja se volvió hacia ellos y se estremeció. Ni aun en son de
-paz entraba allí nadie que no le armara guerra. ¡Qué intenciones
-no llevarían aquellos hombres que atropellaban su casa en ademán
-airado!</p>
-
-<p>&mdash;¡La gente se está matando!&mdash;dijo uno sin acercarse mucho
-á la Rámila, porque su miedo<span class="pagenum" id="Page_340">[p.
-340]</span> supersticioso podía más que el mal intento que le
-conducía.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué gente?&mdash;preguntó la vieja temblando.</p>
-
-<p>&mdash;La de Cumbrales.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ónde?</p>
-
-<p>&mdash;En el Campo de la Iglesia.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué?</p>
-
-<p>&mdash;Porque vinieron los de Rinconeda, acometieron, y se respondió
-como era debido.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué no vais á separarlos?</p>
-
-<p>&mdash;Allá estuvimos; pero no podemos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Muy en su punto traéis la ropa para haber hecho cosa mayor!
-¿Y la Josticia?</p>
-
-<p>&mdash;Panza arriba lo más de ella, y el alcalde en mucho apuro.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no se hace respetar?</p>
-
-<p>&mdash;Porque primero es lo otro: pa eso es de Cumbrales.</p>
-
-<p>&mdash;Y vusotros, ¿de ónde sois entonces?</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué es la pregunta?</p>
-
-<p>&mdash;Porque debiérais estar ayudando á los vuestros, y no
-escondidos como liebres en este ujero.</p>
-
-<p>&mdash;Se ha convenido allá, en vista de que ni la Josticia ni el
-señor cura ni don Valentín ni don Pedro Mortera pueden con aquello, en
-que andan en el ajo manos que no son vistas de ojos corporales... y á
-eso venimos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Á qué?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_341">[p. 341]</span></p>
-
-<p>&mdash;Á que vaya á deshacerlo el mesmo demonio que lo amañó.</p>
-
-<p>La pobre anciana, que había cobrado algunas fuerzas de espíritu en
-el recelo que mostraban los cuatro invasores, que permanecían agrupados
-cerca del que con forzada valentía llevaba la voz, se desalentó mucho
-al oir la última respuesta de éste y al notar cierta resolución en
-la actitud de los otros tres. Intentó, sin embargo, sacar el posible
-partido del miedo que inspiraba su mala fama, y preguntó al hombre que
-hablaba, con sus remedos de hechicera de teatro:</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿quién es ese demonio?</p>
-
-<p>&mdash;Usté lo es.</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo?... Pedazo de bruto, si yo fuera el demonio, ¿no
-estuviérais ya asados los cuatro, en pena del mal querer que aquí vos
-trae?</p>
-
-<p>Miráronse los hombres nada seguros de estar en lo cierto, y hasta
-recelosos de que aquel supuesto demonio, si le apuraban mucho, hiciera
-lo que hasta entonces no había hecho, sabe Dios por qué consideración.
-Uno de ellos, acaso el más bruto, se aventuró á decir:</p>
-
-<p>&mdash;No alcanza tanto el poder de usté, aunque mucho sea para
-hacer mal.</p>
-
-<p>&mdash;Pues entonces, almas de Dios, ¿á qué venís aquí?</p>
-
-<p>&mdash;Á que vaya usté á deshacer aquello.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo he de deshacerlo?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_342">[p. 342]</span></p>
-
-<p>&mdash;Con el conjuro que mejor le cuadre.</p>
-
-<p>&mdash;¡Jesús me valga!&mdash;clamó entonces la pobre
-vieja,&mdash;¿por qué me habrá nacido á mí esta fama tan negra y
-desdichada!</p>
-
-<p>Probó la exclamación que la Rámila perdía terreno; envalentonáronse
-los otros al notarlo; acercáronse más á ella, y gritó uno en tono
-amenazante y descompuesto:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pronto, que pa luégo es tarde!</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero, hijo, si yo no puedo hacer lo que queréis!</p>
-
-<p>&mdash;¡Por buenas ó por malas!</p>
-
-<p>&mdash;¡Que soy una pobre mujer sin ventura, que nunca mal hice á
-naide!</p>
-
-<p>&mdash;¡Echarla mano!</p>
-
-<p>&mdash;¡Por los clavos de Jesús!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Llevémosla arrastrando, si por sus pies no va!</p>
-
-<p>&mdash;¡Miráime de rodillas pidiéndovos misericordia!</p>
-
-<p>Cuando decía esto la infeliz, ya tenía encima las manazas de dos
-hombres que tiraban de ella y se disponían á arrastrarla.</p>
-
-<p>&mdash;No hay remedio&mdash;pensó entonces entre angustias
-mortales:&mdash;ó arrastrada aquí si me resisto, ó arrastrada allá si
-voy y aquello no se calma... ¡la muerte de todas maneras!</p>
-
-<p>El apego á la miserable vida la inspiró un recurso.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_343">[p. 343]</span></p>
-
-<p>&mdash;Dejáime un instante, que yo pueda hablar,&mdash;dijo á los
-dos verdugos.</p>
-
-<p>Aflojaron éstos los dedazos, y habló así la Rámila, sentada en el
-suelo, con los mechones grises sobre la faz amarillenta y afilada, y el
-mísero jubón desabrochado y roto, obra todo de aquellos bárbaros:</p>
-
-<p>&mdash;¿Creéis de veras que yo soy bruja?</p>
-
-<p>&mdash;Como nos hemos de morir,&mdash;la contestaron.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y estáis seguros de que mi poder basta para poner en paz á
-los que riñen en el Campo de la Iglesia?</p>
-
-<p>&mdash;Como lo estamos de que usté fué quien armó esa guerra.</p>
-
-<p>&mdash;¿Arméla desde allá?</p>
-
-<p>&mdash;No, desde aquí mesmo, porque de aquí no ha salido esta tarde,
-por las trazas.</p>
-
-<p>&mdash;Esa es la verdá, hijos míos. Dios me mate si de esta choza he
-salido desde que vine de misa esta mañana. Pues desde aquí tiene que
-ser el conjuro. Dejáime que le haga, y dirvos vusotros. Yo vos aseguro
-que cuando allá lleguéis, todo estará en paz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pamemas por salvar el pellejo!</p>
-
-<p>&mdash;¡Es que si no vos vais, aunque me quitéis aquí la vida
-aquello no acabará!</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si se nos engaña con la promesa?</p>
-
-<p>&mdash;Si vos engaño, almas de Dios, con volver<span
-class="pagenum" id="Page_344">[p. 344]</span> acá y hacerme trizas,
-está la deuda finiquita. ¡Á bien que naide vos ha de pedir cuentas de
-la fechuría!</p>
-
-<p>Se miraron otra vez los cuatro, como en consulta, y entendiéronse
-con los ojos. Uno de ellos tomó la voz de los demás y habló así:</p>
-
-<p>&mdash;Trato hecho: si al llegar al Campo de la Iglesia nusotros no
-está la gente en paz, llame usté á Pateta que la socorra, porque no le
-queda otro santo que la ampare contra la ira de todo el pueblo.</p>
-
-<p>Dicho esto, salieron á buen paso. La lluvia, hasta entonces
-contenida, comenzaba á formalizarse; los achubascados celajes se
-extendían en todas direcciones, y el aire refrescaba. Sin levantarse
-del suelo, dió la Rámila gracias á Dios por haberla sacado con vida
-del primer trance, y discurrió el modo de conjurar el último y el más
-grave. Incorporóse después; se aliñó lo mejor que pudo; se echó otro
-refajo sobre la cabeza; cubrió con ceniza la mortecina lumbre, y salió
-de la choza. ¿Á dónde? Á donde hubiera un poco de caridad; á casa de
-don Pedro Mortera; á la del señor cura... á esconderse donde no la
-delataran si, al llegar los cuatro forajidos al Campo de la Iglesia, la
-batalla no se concluía.</p>
-
-<p>Trancando estaba la puerta por fuera, cuando la lluvia espesó de
-tal modo, que la anciana tu<span class="pagenum" id="Page_345">[p.
-345]</span>vo necesidad de volverse á la choza mientras aquello pasaba.
-Pero el aguacero continuaba espesando á toda prisa; y espesando,
-espesando sin cesar, acortábanse los horizontes; dejaron de verse todas
-las montañas; después todos los montes; después los cerros; después los
-confines de la vega; luégo la vega misma; después la iglesia, y los
-árboles, y las casas... y, en fin, todo menos la braña y los cercados
-más próximos á la choza. Cada hondonada era un lago; cada roderón un
-torrente. Mirando al cielo, parecía que de él bajaban líquidos cables,
-gruesos y apiñados; ensordecía el ruido de aquella inmensa cascada,
-y el agua que rebotaba al llegar al suelo la que vertían las nubes,
-era otra lluvia hacia arriba, contra la que no hay defensa fuera de
-techado. Pero hasta entonces llovía sereno y á plomo; gustaba ver
-aquellos chorros infinitos cayendo rápidos, sonores é incesantes,
-como gusta y entretiene en el silencio de la noche la llama del hogar
-lamiendo las negras paredes de la chimenea.</p>
-
-<p>De pronto hubo una virazón al Noroeste; rugió el vendaval arisco;
-llevóse por delante el diluvio; azotó con él muros y terreros; revolcó
-las copas de los bardales en las charcas de las callejas; tumbó cuanto
-el Sur de la mañana había dejado vacilante y removido; la noche
-anticipó media hora su venida; y la Rámila, tran<span class="pagenum"
-id="Page_346">[p. 346]</span>quila por entonces, cerró por dentro la
-puerta de su choza, volvió á atizar la lumbre y se acurrucó junto á la
-llama sin quitarse el refajo de encima de los hombros, porque empezaba
-á sentirse el primer frío del invierno.</p>
-
-<p>Cuando los cuatro sujetos que la habían atormentado llegaron,
-echando los bofes y calados hasta los huesos, á dar vista al Campo de
-la Iglesia, ni huellas de lo ocurrido quedaban en él. El agua corría
-por todas las camberas, se desbordaba en los senderos profundos, y
-saltaba y hervía en los llanos al impulso de la que seguía cayendo.</p>
-
-<p>La gente se amontonaba en el portal de la taberna y en el de la
-iglesia, y toda ella era de Rinconeda: los hombres, desgreñados,
-rotos, sucios de fango y de verdín, con las caras borrosas, hinchadas,
-tintas en lodo y en sangre; las mujeres, en refajo, con las sayas
-vueltas sobre la cabeza. Unas y otros inmóviles, taciturnos y con los
-ojos fijos en las goteras del corral y el oído atento al rumor de la
-lluvia.</p>
-
-<p>En el portal de Tablucas había gente de Cumbrales. Allí se metieron
-los cuatro sujetos de marras, y allí aprendieron que la pelea había
-cesado cuando el agua no cabía ya en canales; es decir, según se
-calculó en el acto, poco después que ellos salieron de la choza de la
-Rámila, justamente cuando ésta debió de acabar<span class="pagenum"
-id="Page_347">[p. 347]</span> el prometido conjuro; conjuro que, sin
-duda, armó el temporal que estaba reinando, como se arman siempre
-que los demonios andan por la tierra desencadenados, ya por obra de
-hechicerías, ya por gracia del hisopo. Deshecha la maraña del Campo de
-la Iglesia, Resquemín tuvo el buen acuerdo de encerrar en la taberna
-á los hombres de Cumbrales que en ella se refugiaron, para separarlos
-de los de Rinconeda; otros corrieron á sus casas, y el resto de la
-gente se guareció en la de Tablucas por no mezclarse con el enemigo que
-<i>asubiaba</i> en el portal de la iglesia.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y negaréis entoavía que esa mujer es el mesmo
-demonio!&mdash;exclamaba Tablucas, después de oir los relatos y las
-conjeturas de los cuatro sujetos.&mdash;¡Y no tendré yo razón para
-jurar que ella es quien me golpea la puerta y se planta en ese murio
-en fegura de perro!... ¡Y la dejestis con vida!... ¡Córcia, si soy yo
-que vusotros, allí finiquita hoy!... Y pué que vos pese no haberlo
-hecho; que la que es mala por el gusto de serlo, ¿qué no será cuando
-la ofenden? En éstas y otras tales, arreció el viento sin disminuir la
-lluvia; y como éstos son signos de durar la tormenta, y la noche se
-venía encima, los de Rinconeda, después de breve consulta, salieron de
-sus refugios y emprendieron la marcha hacia su lugar, entrando en las
-pozas por<span class="pagenum" id="Page_348">[p. 348]</span> derecho
-y sin tratar de defenderse contra el diluvio que los empapaba y el
-viento que los embestía de frente, porque hubiera sido trabajo inútil,
-amén de embarazoso. ¡Cómo volvían escurridos, sucios, desaliñados,
-taciturnos y maltrechos aquellos mozos que, horas antes, habían venido
-emperejilados, alegres, sueltos y provocativos! Acaso, mientras
-caminaban en fila, como ratas huyendo de la inundada alcantarilla,
-pensaban en que sus hogares podían ser asaltados por el torrente que
-bajaría ya de las laderas; y este pensamiento los espoleaba. ¡Justo
-castigo de sus malos deseos de la mañana, cuando el Sur levantaba
-en vilo los tejados de Cumbrales! No iba Chiscón en aquella triste
-caravana, ni se le había visto en el pueblo desde mucho antes de
-acabarse la refriega.</p>
-
-<p>Del Sevillano nadie supo dar noticias ciertas. Aseguróse por la
-noche en la taberna de Resquemín que había desaparecido del corro
-tan pronto como se armó la sarracina. Muchos temieron entonces los
-estragos de su navaja; pero nadie le vió entre los combatientes. Sin
-embargo, se afirmó, con el testimonio de Bodoques que le columbró desde
-lejos, que él fué quien agazapado entre unos posarmos, detrás de la
-pared de un huerto, hirió á Nisco con la piedra arrojada desde allí;
-y aun juraba Bodoques, según el narrador, que el tiro no iba al<span
-class="pagenum" id="Page_349">[p. 349]</span> hijo del alcalde, sino
-á Pablo, por el modo que tuvo el Sevillano de hacer la puntería.
-Verosímil pareció la hazaña en quien fué capaz de presentarse en
-Cumbrales al frente del enemigo invasor; y bien hizo aquella noche
-el traidorzuelo en no aportar por la taberna, porque toda su fama
-tremebunda no Je hubiera librado de una mano de leña como para él
-solo.</p>
-
-<p>Excusado es advertir que se hizo público allí el caso de la Rámila,
-el cual acabó de afirmar entre aquellas gentes su opinión de bruja
-rematada; y Dios sabe lo que hubiera sido <i>en caliente</i>, de la infeliz,
-á no estar la noche tan fría y tempestuosa.</p>
-
-<p>Sobre el estado de Nisco se contó mucho y muy contradictorio: desde
-darle por muerto, hasta creerle ya sano y de pie. Á última hora entró
-una vecina suya en busca de vino blanco para ponérselo, con aceite y
-romero, en paños sobre la herida. El bravo mozo había recobrado el
-conocimiento y estaba fuera de todo peligro.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_florido.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_25">
- <p><span class="pagenum" id="Page_351">[p. 351]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_copa.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXV. MIEL SOBRE HOJUELAS">XXV</h2>
- <p class="subh2">MIEL SOBRE HOJUELAS</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-e.jpg" alt="E adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">El temporal</span> siguió
-reinando hasta cerca de media noche. Á esa hora se corrió el viento
-al Norte, cesó el agua, rasgáronse los nublados, fuéronse adelgazando
-por momentos; y cuando apareció el sol del nuevo día, desplegó el
-lujo de sus rayos en un cielo sereno, azul y limpio como el cristal
-de un espejo. Pero la brisa terral era fría y húmeda; los tejados de
-Cumbrales relucían; los bardales goteaban; las callejas eran charcos;
-las praderas brillaban como sartas de rica pedrería, y comenzaba á
-oirse por las barriadas del pueblo el <i>clan</i>, <i>clen</i> de las herradas
-almadreñas de los transeuntes, entre los que apenas se veía uno sin
-negros cardenales ó arañazos en la cara, muestras dolorosas de la
-refriega del día anterior.</p>
-
-<p>Á media mañana salió Pablo de su casa en<span class="pagenum"
-id="Page_352">[p. 352]</span> dirección á la de Nisco, á cuyo lado
-había permanecido la noche antes con Catalina, que no se apartaba
-un punto de allí, hasta que el mozo se despejó y pudo conocerse la
-importancia de la herida.</p>
-
-<p>Este suceso, desde el momento de su ocurrencia, así como el recuerdo
-de los que le habían precedido, traíanle caviloso é indignado por todo
-extremo; pero aún le mortificaba más la cola que trajo para él su
-intervención personal en la batalla.</p>
-
-<p>No hubo modo de ocultárselo á don Juan de Prezanes; y no bien lo
-supo, fuése á casa de don Pedro Mortera, donde ya se hallaba éste con
-su hijo tranquilizando á su madre, á María y á Ana, que también estaba
-allí: las tres le contemplaban y le oían acongojadas y suspensas.
-La entrada del jurisconsulto fué airada y sombría, como celaje de
-tormenta. Increpó duramente al joven por haberse mezclado en un
-revoltijo tan indigno de un hombre de sus condiciones, y en ocasión
-tan reñida con calaveradas de semejante jaez. ¿Qué idea tenía de la
-seriedad del trance en que estaba empeñado con él, con Ana y con su
-propia familia? ¿Pensaba entrar con aquellos resabios de una fatal
-educación, por una tolerancia mal entendida, en el nuevo hogar, donde
-su hija debía ser reina y no mártir? Y así por el estilo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_353">[p. 353]</span></p>
-
-<p>Respondió Pablo como pudo y como lo sentía; replicó don Juan
-irreflexivo y cáustico; intervino don Pedro, herido por las
-intemperancias de su compadre, tras de apenado más que él por el
-suceso; enfurecióse el otro... y se armó la gorda. El resultado
-fué que don Juan de Prezanes salió, echando chispas, de casa de su
-compadre, llevándose á Ana consigo y quedándose los demás atribulados y
-mustios.</p>
-
-<p>Así estaban las cosas cuando iba Pablo á casa de Nisco, maldiciendo
-la casualidad que le había hecho intervenir en la batalla, y
-prometiéndose, para en adelante, huir, como de la peste, de toda
-ocasión que pudiera acarrearle disgustos semejantes.</p>
-
-<p>Y andando así, al revolver un recodo de la calleja, enfrente de
-la barriada en que vivía Juanguirle, se encontró tope á tope con el
-Sevillano. Toda la sangre del corazón sintió Pablo que le subía de un
-salto al cerebro cuando se vió tan cerca del traidor que, según se
-afirmaba ya por todos, había herido á Nisco y quizá provocado, con sus
-consejos á Chiscón, el conflicto del día antes. La ira le hervía en
-el pecho, y la indignación le impelía y le tentaba; pero el propósito
-que había formado le contuvo y quiso seguir su camino sin darse por
-enterado del encuentro. Creíase el Sevillano, como todos los bravucones
-de su ralea, en el im<span class="pagenum" id="Page_354">[p.
-354]</span>prescindible deber de medir con los ojos, con aire de
-perdonavidas, á todo hombre que á su lado pasara, en paz y en gracia de
-Dios, se entiende. Con doble motivo debía de hacerlo con Pablo, á quien
-detestaba por su valentía del día antes y por otras razones más; y eso
-hizo en aquella ocasión el matasiete de Cumbrales en cuanto notó que el
-joven se inmutaba y volvía la cabeza por no verle, señales de timidez
-y apocamiento, á juicio del jandalete; por lo que, no contento con
-mirarle burlón y desdeñoso, se puso en jarras delante de él y le dijo
-contoneándose:</p>
-
-<p>&mdash;¿Tenía osté algo que ecirme, camará?</p>
-
-<p>Se necesitaba ser de hielo para que una actitud, una mirada y unas
-palabras como aquéllas, se quedaran sin respuesta. Pablo, temblando
-de pies á cabeza, no de miedo, sino de ira, pero con la voluntad
-refrenada, se detuvo también y respondió:</p>
-
-<p>&mdash;En verdad que no es poco lo que te dijera, si de decir lo que
-siento tratáramos ahora.</p>
-
-<p>&mdash;Po míate tú: yo me peresco por platicá con loj amigo. Con que
-venga de ahí, que pa <i>ezo</i> e la lengua e la boca.</p>
-
-<p>&mdash;Calla la tuya y aparta á un lado, que voy de prisa.</p>
-
-<p>&mdash;En el moo e abrirze camino ze conoze el temple e la prezona.
-Pero ya ze ve, ¡como no<span class="pagenum" id="Page_355">[p.
-355]</span> tenemoj ahora quien nos guarde la eparda como teníamoj ayé,
-no gayeamo tanto!...</p>
-
-<p>&mdash;Y tú ¿qué sabes lo que pasó ayer?... ¿Dónde estuvistes?</p>
-
-<p>&mdash;Librando á Cumbrale de una banduyá, con no meter en zambra la
-jerramienta... ¡Ayí eztuve!</p>
-
-<p>&mdash;¡Como las liebres, debajo de los posarmos!</p>
-
-<p>&mdash;Camará, ¿ezo e china tirá á la jeta?</p>
-
-<p>&mdash;Esto es advertirte que te conviene menos que á mí alargar la
-plática. Con que déjala donde está, y sigue tu camino para que yo siga
-el mío.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿quién te le cierra?</p>
-
-<p>&mdash;Tú.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y pa cuándo e la voluntá e l’ hombre?</p>
-
-<p>&mdash;Para cuando se necesita, como yo la necesito ahora; no para
-pasar, sino para dejar de hacerlo. ¿Quieres más?</p>
-
-<p>&mdash;¿No lo eztá viendo, nene?</p>
-
-<p>&mdash;¿Buscas quimera?</p>
-
-<p>&mdash;¡Zi de ezo vivo!...</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo no la quiero.</p>
-
-<p>Todas estas respuestas de Pablo las tomaba el Sevillano por
-encogimientos del espíritu; y en tal creencia, envalentonábase, y á
-una provocación añadía otra más irritante. Como llegó á alzar mucho la
-voz, los pocos transeuntes que asomaban por las callejas inmediatas
-detenían<span class="pagenum" id="Page_356">[p. 356]</span>se con
-la azada ó el rozón al hombro, á ver y oir; y también salieron al
-portal ó á la ventana gentes curiosas de las casas más próximas. Por
-fortuna para el Sevillano, todos estos testigos eran mujeres, viejos y
-muchachos, entre quienes el recuerdo de la víspera no había de producir
-un acto vengativo. Seguro de esto, complacíale la presencia de todos,
-porque iban á ser testigos de la humillación de Pablo y, por ende, de
-su bravura sin rival, puesto que Pablo había vencido el día antes al
-hombre más fuerte de la comarca. Redobló, pues, sus provocaciones, y
-llegó á decir á Pablo, cuadrándose delante de él:</p>
-
-<p>&mdash;¡No ze paza po aquí!</p>
-
-<p>&mdash;Por última vez te pido&mdash;respondió Pablo, verde y
-convulso,&mdash;que me dejes pasar.</p>
-
-<p>Á lo que respondió el Sevillano con burlona sonrisa y fuerte voz:</p>
-
-<p>&mdash;Jindama ze llama ezo en la tierra é lo valientej’ onde yo juí
-el amo.</p>
-
-<p>Pablo no apartaba un punto de su memoria la pasada desazón con su
-padrino, el disgusto y las reprimendas de su padre, sus compromisos,
-sus propósitos... Todo lo tenía presente y todo pesaba sobre su razón,
-hasta entonces dueña y soberana de él; pero aquella provocación,
-dispuesta sin duda por el mismo diablo, en el punto en que había
-llegado á ponerla el atrevido,<span class="pagenum" id="Page_357">[p.
-357]</span> era mucho más de lo que se podía sufrir con paciencia y
-delante de testigos. Cególe la indignación; crujieron sus puños y
-sus dientes apretados; olvidóse de todo menos del miserable que le
-provocaba, y díjole, en una actitud que le hizo dar un salto atrás:</p>
-
-<p>&mdash;¡Fuera de ahí!</p>
-
-<p>El Sevillano no contaba seguramente con aquella rápida mutación que
-le causó tan descomunal efecto. ¡Quién sabe el partido que hubiera
-tomado entonces el valiente al hallarse á solas con Pablo! Pero el
-duelo era público, y había que sostener la fama de cualquier modo, por
-vil que fuera.</p>
-
-<p>Al saltar hacia atrás llevó las manos al ceñidor; y, sin perder de
-vista á Pablo, tiró de la navaja, la abrió rápidamente y se puso en
-actitud de defensa. Entonces fué Pablo quien retrocedió á su vez, al
-brillo repulsivo de aquella arma innoble, que le hirió la vista como
-la luz de una centella. Al mismo tiempo lanzaron un grito las mujeres
-que presenciaban la escena. Eso buscaba el valentón: imponerse por el
-espanto.</p>
-
-<p>En cuanto se vió dueño del terreno, parecía que con manos, ojos y
-boca deshacía y devoraba el mundo entero. ¡Qué ademanes! ¡qué gestos!
-¡qué miradas!</p>
-
-<p>&mdash;¡Aquí ze ven lo guapo, zeñó futraque! ¿Pa<span
-class="pagenum" id="Page_358">[p. 358]</span> qué jué el impétu?...
-Otro arrempujonsiyo; y aunque zea poco á poco, ayégate acá... ¿ú
-quierej’ un calezín pa vení ma repozao?</p>
-
-<p>Así hablaba el jandalete, mientras Pablo luchaba entre el deseo
-que tenía de acogotarle, y el horror que le infundía el arma de los
-presidiarios.</p>
-
-<p>&mdash;¡Arrójala, traidor!&mdash;dijo, sin apartar la vista de la
-navaja.</p>
-
-<p>&mdash;¡Po zi e un arfeñique, tonto! Ven á chumpale... ¿ú penzaba
-que te iba á valé conmigo la sancaíya, como con el otro de ayé?</p>
-
-<p>Y Pablo, mordiéndose los nudillos de coraje, detestando á aquel
-hombre provocativo, y con fuerzas y valor para luchar con él, no se
-atrevía á acercársele, porque... porque tenía miedo, así como suena;
-pero miedo á su navaja, cuyo aspecto le repugnaba como el de un bicho
-venenoso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Vienej’... ú voy?&mdash;dijo el bravo dando un paso hacia
-Pablo. Este dió otro también... hacia atrás.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cobarde!&mdash;gritó, al notarlo, el Sevillano.</p>
-
-<p>Aquella palabra penetró como un bisturí en todas las fibras del
-mozo... pero no le hizo moverse del sitio que ocupaba. Un sudor frío le
-bañaba el rostro, y el corazón le aporreaba las paredes del pecho, como
-si protestara contra la cordura de la cabeza.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_359">[p. 359]</span></p>
-
-<p>Los espectadores de la escena estaban aterrados y gritaban á Pablo
-que huyera, porque no era igual la lucha; con lo que iban subiendo
-de punto los atrevimientos del matón, que llegó á hablar así, dando
-otro paso hacia el ofuscado joven, el cual también dió otro... hacia
-atrás:</p>
-
-<p>&mdash;No quiero tu vida, que ya veo la mala calidá que tiene; pero
-te voy á pintá un muñeco en la jeta pa que le llevej’ á la boa el día
-que te cazej’, y tenga la moza argo güeno que mirá en tí.</p>
-
-<p>¿Han visto ustedes saltar un tigre?... digo, ¡qué han ver, ni Dios
-lo quiera! pero lo habrán oído ó lo habrán visto pintado. Pues como
-salta un tigre, rápido, fiero y gallardo sobre su presa, así saltó
-Pablo sobre el atrevido jaque tan pronto como le oyó mezclar en sus
-bravatas lo que él guardaba en el relicario de su pecho. Cañones que le
-hubieran puesto delante, no habrían conseguido detenerle en su ímpetu
-sublime.</p>
-
-<p>Al ver al uno en brazos del otro, y la navaja aparecer y desaparecer
-entre ambos, alborotóse la gente espantada; acudieron nuevos curiosos
-de la vecindad, y entre ellos Juanguirle, que se abalanzó á los
-combatientes. Pero no era necesaria su ayuda. En pocos momentos desarmó
-Pablo á su enemigo; le sopapeó, le revolcó en el fango, volvió á
-levantarle asido por las gre<span class="pagenum" id="Page_360">[p.
-360]</span>ñas, le dió dos puntapiés, y arrojó el arma vil á una
-poza, mientras el valiente, huyendo del alcalde que se empeñaba en
-prenderle, y de la rechifla del público, corría que se las pelaba,
-escupiendo basura y <i>chocleándole</i> los zapatos llenos de agua sucia de
-la charca.</p>
-
-<p>Pablo, salpicado de barro, desaliñado y convulso, se dejó de
-comentarios ociosos, y fuése apresurado á casa de Juanguirle,
-deplorando que el suceso no hubiera ocurrido á siete estados debajo de
-tierra.</p>
-
-<p>Nisco estaba mejor y ya sentado en la cama. Asombróse al ver á su
-amigo en tan desastroso aspecto; refirió éste el caso, y le abrazó el
-hijo de Juanguirle, lamentándose de no haberle ayudado, siquiera con
-la presencia, y de que hubiera salido vivo del empeño el traidor de la
-navaja. Preguntóle si le había herido con ella.</p>
-
-<p>&mdash;Nada absolutamente&mdash;respondió Pablo.&mdash;Ni un arañazo
-me ha costado pisotear la fama de ese bribón. Un dolorcillo siento
-hacia esta costilla del lado izquierdo; pero no es de golpe alguno,
-sino de un esfuerzo que hice al levantarle de la poza.</p>
-
-<p>Después se lavó las manos y la cara; se arregló el vestido; volvió
-á sentarse á la cabecera de la cama, y mudó de conversación; hasta que
-entró Juanguirle, que se había quedado charlando con los vecinos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_361">[p. 361]</span></p>
-
-<p>Pablo, mientras oía al alcalde lamentarse de no haber preso al
-bribón cuando pudo y debió hacerlo, palpábase con la diestra el punto
-dolorido y se revolvía mucho en la silla.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tienes?&mdash;le preguntó Nisco. Á lo que respondió el
-joven:</p>
-
-<p>&mdash;Que me anda aquí algo tibio y pegajoso... nada; pero me causa
-una impresión muy desagradable.</p>
-
-<p>Por consejo de Juanguirle, muy alarmado, se descubrió la parte
-donde Pablo sentía lo que tanto le molestaba. Las ropas estaban
-allí empapadas en sangre, y ésta continuaba fluyendo, aunque no
-en abundancia, de una herida en el costado. Nisco y su padre
-palidecieron.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y yo que dejé escapar á ese villano!&mdash;exclamó
-Juanguirle mesándose el pelo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué es lo que tengo?&mdash;preguntó Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Una herida que hay que cuidar, hijo!&mdash;respondió el
-alcalde.</p>
-
-<p>&mdash;¡Una herida!... ¿Cuándo me la hizo, si yo no sentí nada?</p>
-
-<p>&mdash;¡Bueno estabas tú para sentir, aunque te hubieran abierto en
-canal!... ¡Y estamos sin médico hace cuatro meses! ¡Voto á briosbaco y
-balillo!...</p>
-
-<p>&mdash;Ande usted&mdash;repuso Pablo sonriendo, más por disimulo que
-por ganas,&mdash;que como se curó Nisco me curaré yo. Lo que importa es
-que en mi casa no se sepa esto.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_362">[p. 362]</span></p>
-
-<p>&mdash;No estoy, Pablo&mdash;dijo Nisco,&mdash;porque esas cosas
-se oculten. Bueno es que, por de pronto, se ponga un reparo para que
-llegues á tu casa sin asustar á la gente con la vista de la sangre;
-pero después... Cierre la puerta, padre, y curémosle con lo mismo
-que el suyo me curó ayer á mí. Dicen que dijo don Pedro que el agua
-fresca es el mejor remedio para las heridas. Desnúdate, Pablo, de medio
-arriba.</p>
-
-<p>&mdash;Es cierto&mdash;añadió Juanguirle, azorado y
-presuroso.&mdash;Desnúdate, hijo, en tanto voy yo por el agua y unos
-trapos.</p>
-
-<p>Salió, cerrando la puerta por fuera, y descubrió Pablo su tronco,
-blanco como el alabastro, fornido y esbelto como el de un Apolo de
-Fidias.</p>
-
-<p>&mdash;Tiéndete en la cama,&mdash;le dijo Nisco arrimándose él á la
-pared.</p>
-
-<p>Hízolo así Pablo; entró Juanguirle con una jofaina llena de agua,
-y media sábana vieja al hombro, y dióse comienzo al lavatorio. La
-herida estaba sobre una costilla. No se metieron los improvisados
-cirujanos en otras investigaciones; pero vieron que tenía medio palmo
-de larga, y esto los asustó. Hecha esta primera operación, pusieron
-unos paños empapados en el mismo menjurje con que se curaba Nisco la
-descalabradura; sujetáronlos con una ancha venda; vistióse Pablo, y le
-dijo Juanguirle, que le quería de veras:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_363">[p. 363]</span></p>
-
-<p>&mdash;Ahora, á casa, hijo mío; cuéntalo del mejor modo que te
-parezca; ¡pero cuéntalo, por el amor de Dios! y llama á un médico en
-seguida, porque esos boquetes suelen tener la salida por donde menos
-se piensa... ¡Ah, como yo llegue á echar mano al traidor!... Y ¡voto
-al chápiro verde que he de echársela, ó no seré más alcalde de este
-pueblo!</p>
-
-<p>Salió Pablo poco después, hallando en el portal, muy afligida, á la
-alcaldesa, que, por ciertos respetillos pudorosos, no había asistido
-á la cura; chanceóse con ella para tranquilizarla, y se encaminó á su
-casa, pensando, más que en la herida, en el efecto que iba á producir
-en las dos familias la noticia del suceso, si es que no había llegado
-ya en alas de la oficiosidad de ciertas gentes entrometidas.</p>
-
-<p>¡Vaya si había llegado! Y salía ya don Pedro portalada afuera; y se
-asomaban al balcón madre é hija desoladas y sin color en el rostro;
-y acudía Ana, con el alma en un hilo, y quedaba don Juan en su casa
-echando chispas por los pelos erizados y tempestades por la boca.</p>
-
-<p>Nada dijo Pablo de la herida; pero refirió el encuentro tal y como
-había sido.</p>
-
-<p>&mdash;Ésta es la verdad&mdash;añadió.&mdash;Yo no lo he buscado;
-ello se vino solo... ó traído por Satanás. Sé que es llover sobre
-mojado; barrunto cómo estará mi padrino; conozco lo que á uste<span
-class="pagenum" id="Page_364">[p. 364]</span>des les aflige el caso por
-el color que tiene; pero no lo pude evitar... Perdóname, Ana: otra vez
-me dejaré poner la mano en la cara, si te gusto más, bien abofeteado y
-huyendo, que mal vestido y triunfante.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero dicen que te hirió con una navaja!&mdash;exclamó su
-madre palpándole desatinada todo el cuerpo.</p>
-
-<p>&mdash;¿En dónde?&mdash;dijo Pablo con fingido asombro, pero
-cuidando mucho de que su madre no le tocara donde le dolía ya más de lo
-que él esperó.&mdash;No hagan ustedes caso de charlatanes... ¡y por el
-amor de Dios, no hablemos más de estas cosas!</p>
-
-<p>&mdash;Y... ¿ese hombre?&mdash;le preguntó don Pedro, que hasta
-entonces no había desplegado los labios, aunque se los había mordido
-muchas veces.</p>
-
-<p>&mdash;Huyó corrido como una liebre&mdash;respondió Pablo;&mdash;y
-dudo que vuelva á vérsele por Cumbrales en mucho tiempo.</p>
-
-<p>Ana, en tanto, descolorida y angustiada, no apartaba sus ojos del
-mancebo, cuyo aspecto le daba mucho que pensar.</p>
-
-<p>&mdash;¡Tendrá que oir tu padre ahora!&mdash;la dijo Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;La verdad es&mdash;interrumpió don Pedro, que se paseaba
-cabizbajo y sombrío,&mdash;que se combinan de tal modo las cosas,
-que sin el<span class="pagenum" id="Page_365">[p. 365]</span> genio
-irascible de Juan, hay para darse á Barrabás con ellas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué dijo al aprenderlo, Ana?&mdash;preguntó
-Pablo.&mdash;Cuéntalo todo sin reparos, porque conviene saber á qué
-atenerse.</p>
-
-<p>&mdash;Poco, pero bueno&mdash;respondió Ana, esforzándose por echar
-á broma la cuestión.&mdash;Ya con la noticia sola de la agarrada, se
-había puesto que tocaba las vigas con la cabeza; pero al saber que
-había andado la navaja por medio, entendí que le daba algo. Entonces me
-dijo: «mírate bien, Ana; que por el camino de esas aventuras se va á
-presidio.»</p>
-
-<p>&mdash;Y tú ¿qué le respondiste?</p>
-
-<p>&mdash;Yo... corrí hacia acá, porque eso de la navaja me heló la
-sangre en las venas.</p>
-
-<p>Acabóse pronto esta conversación; llegó el mediodía, y Pablo
-comió muy poco. Después se encerró en su cuarto y se pasó la mayor
-parte de la tarde con la cabeza entre las manos y los codos sobre la
-mesa. La herida no sangraba ya; pero le dolía mucho. Al anochecer
-sintióse destemplado y sediento; le ardía la cabeza, y tuvo necesidad
-de acostarse. Su madre y su hermana habían entrado á verle varias
-veces; pero él había conseguido, si no tranquilizarlas, por lo menos
-convencerlas de que nada grave tenía. Don Pedro, que todo lo observaba,
-llamó á un criado y le dijo:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_366">[p. 366]</span></p>
-
-<p>&mdash;Ensilla el caballo y prepárate tú para ir á donde yo te
-envíe.</p>
-
-<p>En seguida se fué al cuarto de Pablo. Acababa éste de acostarse. Le
-pulsó, le tocó la frente... y se nubló la suya.</p>
-
-<p>&mdash;¡Tú estás herido, Pablo!&mdash;le dijo angustiado, pero
-enérgico:&mdash;horas hace que lo estoy sospechando.</p>
-
-<p>&mdash;Es cierto&mdash;respondió el mozo.&mdash;No me he atrevido á
-decirlo delante de las mujeres, por no alarmarlas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y yo?... ¿soy por ventura una de ellas? ¿No sabes,
-insensato, que en estas ocasiones no deben desperdiciarse ni los
-instantes?</p>
-
-<p>Le dió cuenta el enfermo de la precaución que se había tomado en
-casa de Juanguirle, y quiso don Pedro examinar la herida. Toda la
-fuerza de su voluntad, que era mucha, necesitó para no lanzar una
-exclamación de espanto al ver aquel ancho boquete con los bordes
-inflamados y sanguinolentos. Volvió á cubrirle como se lo permitió su
-aturdimiento; dejó á Pablo y voló al portal, donde esperaba el criado
-con las espuelas calzadas y el caballo listo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Á escape á la villa!&mdash;le dijo.&mdash;Avisa al médico
-de casa; adviértele que se trata de una herida, para que traiga á
-prevención siquiera lo más indispensable; que monte en este mismo
-caballo, si no tiene otro más veloz, y que ven<span class="pagenum"
-id="Page_367">[p. 367]</span>ga en el aire, porque el herido está muy
-grave.</p>
-
-<p>Este recado le oyeron doña Teresa y María, que andaban con oídos
-sutiles detrás de la verdad. Al descubrirla se espantaron, y corrieron
-hacia el dormitorio de Pablo. Don Pedro las detuvo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿se morirá, Dios mío?&mdash;exclamaba la dolorida madre,
-mientras su hija lloraba amargamente.</p>
-
-<p>&mdash;¡Silencio, por la Virgen!&mdash;les decía don Pedro por lo
-bajo.&mdash;¡Que no os oiga; que nada conozca! Entrad allá, vedle,
-acompañadle; pero como si nada grave sucediera.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hijo de mi corazón!... Pero ¿crees que se halla en peligro
-de muerte?</p>
-
-<p>&mdash;¡No lo permita Dios!&mdash;dijo don Pedro, descubriendo, en
-lo trémulo de la voz y en las lágrimas que asomaban á sus ojos, el
-dardo que tenía clavado en el alma.</p>
-
-<p>Luégo entraron todos en el cuarto del enfermo, que yacía postrado en
-el sopor de la fiebre.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_borlas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_26">
- <p><span class="pagenum" id="Page_369">[p. 369]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_homo.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXVI. DE VARIOS COLORES">XXVI</h2>
- <p class="subh2">DE VARIOS COLORES</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-q.jpg" alt="Q adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">¡Qué noche!</span>... El
-tiempo pasaba; el médico no venía; Pablo continuaba agravándose, y
-nadie se atrevía allí á aventurar un remedio, porque el aspecto de
-la enfermedad ataba las manos indoctas, que bien podían dar veneno
-por triaca. Se entraba y se salía á cada instante, y se andaba de
-puntillas en la estancia á media luz; se aplicaba el oído á la agitada
-y seca respiración, y la palma de la mano á la ardorosa frente del
-enfermo; y cada acto de éstos producía una pregunta muda y anhelosa
-en los ojos contristados de los demás. Del cuarto de Pablo se iba á
-todas las puertas y ventanas que daban al corral; y por cada rendija
-se escuchaban los ruidos de afuera, hasta los más leves rumores...
-el latir de algún perro, los golpes del pesado rodal, las esquilas
-de la yunta, las almadreñas del carretero,<span class="pagenum"
-id="Page_370">[p. 370]</span> algún cantar lejano... todo muy de
-tarde en tarde. Después, el silencio absoluto, impenetrable como la
-obscuridad que le envolvía... ¡ni un sonido que se pareciera al de
-las herraduras del brioso caballo de don Pedro sobre los resbaladizos
-cantos de la calleja!</p>
-
-<p>Nada se le había dicho á Ana de la alarmante gravedad en que se
-hallaba Pablo; pero hasta en las ondas del aire hay oficiosos correos
-para las malas noticias; y ésta no tardó en llegar á casa de don Juan
-de Prezanes.</p>
-
-<p>Cenando estaban ya padre é hija: ésta triste y sobresaltada por los
-sucesos del día, y aquél sombrío, mudo y desazonado por la misma causa,
-pero vista con ojos bien distintos de los de Ana. Cayó entre ambos
-la noticia como la guadaña de la muerte; y, yertos y despavoridos,
-alzáronse al punto de la mesa; abrigáronse mal y de prisa, y volaron al
-lado del enfermo.</p>
-
-<p>Se adivinan, sin que yo las describa, las impresiones de Ana junto
-á aquel lecho en que yacía Pablo medio aletargado por la calentura.
-Corríanle á la infeliz las lágrimas por las mejillas, y ahogaba los
-sollozos en su pecho y las palabras en su boca; pero no pudo evitar que
-sus manos se posaran trémulas y codiciosas sobre la frente caldeada del
-enfermo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Se abrasa el desdichado!&mdash;tuvo que decir entonces,
-porque la pena y el sobresalto de que<span class="pagenum"
-id="Page_371">[p. 371]</span> se vió acometida, la impusieron aquel
-desahogo.</p>
-
-<p>Abrió los ojos Pablo al oir aquella voz, y dijo, queriendo
-sonreírse:</p>
-
-<p>&mdash;Esto pasará pronto...</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo te encuentras, hijo mío?&mdash;le preguntó su madre,
-anhelosa y acongojada, aprovechando el inesperado momento de lucidez
-para explorar el estado del enfermo.</p>
-
-<p>&mdash;Bastante bien&mdash;respondió éste volviendo á cerrar los
-ojos.&mdash;El calor me incomoda mucho... ¡Más agua!</p>
-
-<p>Sobre la mesita cercana al lecho había una botella, casi vacía ya,
-y una copa con agua. Ana se apoderó de ella rápidamente y la acercó á
-los labios ardientes de Pablo. Este cogió con su mano, que abrasaba, la
-copa, y con la copa la mano de Ana; y así bebió, sorbo á sorbo, como
-si le refrescara, más que el agua que bebía, el contacto de aquella
-piel fina y rosada, misterioso centro en que á la sazón convergían los
-anhelos de dos almas y la esencia de dos vidas.</p>
-
-<p>Mientras esto pasaba, don Juan de Prezanes (que ya se había quejado
-amargamente de que no se les hubiera dado antes la noticia) preguntaba
-á todos y á cada uno cómo había sido <i>aquello</i>; qué trámites había
-seguido la agravación; á qué hora se había ido á buscar al médico;
-por qué no venía ya... y todo cuanto podía preguntarse y mucho más,
-espeluznado, nervioso, inquieto<span class="pagenum" id="Page_372">[p.
-372]</span> y descolorido. Pero cuando observó que Pablo hablaba, y
-tan pronto como Ana volvió á poner la copa sobre la mesa, no pudo
-contenerse y avanzó hasta la cabecera del lecho. Pulsó al enfermo, le
-palpó la frente, le arropó cuidadoso, le subió el embozo de las sábanas
-y volvió á bajársele; tornó á subírsele, quiso hablarle, y se contuvo;
-le arregló la almohada, y otra vez las ropas; volvió al intento de
-preguntar algo... y tampoco dijo nada. Iba y venía; escuchaba la
-respiración del enfermo y miraba á los circunstantes; y á todo esto le
-temblaban los labios y la barbilla, y los ojos se le humedecían; sacaba
-el pañuelo del bolsillo; llevábale rápido á las narices; daba con ellas
-un trompetazo seco; volvía á guardarle... en fin, mareaba.</p>
-
-<p>Al último, estalló así:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pablo... hijo mío!... Yo no sé si algo de lo que ayer te
-dije puede haber contribuido á la desazón en que te hallas. Si es así,
-¡perdóname, por el amor de Dios!... Yo no podía presumir... no era
-fácil adivinar... Creía tener mis razones, estar en mi derecho; porque
-cabe muy bien que un viejo como yo, en determinados casos de la vida,
-reprenda á un mozo como tú, que se halla en salud cabal, como tú te
-hallabas cuando yo te reprendí... quizá con mayor dureza que la debida,
-porque á la lengua más la mueve el temperamento que la voluntad.
-Pero<span class="pagenum" id="Page_373">[p. 373]</span> aquello
-pasa... pasó como pasan las tempestades; y ahora me asusta el temor de
-que el recuerdo de ello pueda afligirte la memoria en el estado en que
-te ves... Por supuesto, que no le doy importancia maldita, y creo que
-eso ha de desaparecer como un relámpago... ¡Pues no faltaba más!...
-Pero, aunque pasajero, te postra en la cama y te hace padecer... ¡Si
-supiera yo dónde hallar al infame que te hirió!... ¡Y ese médico que no
-llega!... ¡Y al bestia que fué á traerle no se le habrá ocurrido buscar
-otro á faltas de él!... Hay gentes que entienden algo de remedios
-caseros para estos lances perentorios. Aquí todos somos unos burros
-que no sabemos jota de ello. Nada se nos ocurre para aliviar á este
-infeliz que se abrasa, Dios sabe por qué... ¡Y esto es precisamente lo
-que hay que averiguar cuanto antes; y sólo puede averiguarlo un médico,
-y el médico no viene!... ¡Si estos bestias de Cumbrales no hubieran
-despedido al suyo hace cuatro meses!... Hombre, ¿no sería bueno mandar
-otro propio con el caballo del cura? No soy gran jinete; pero me atrevo
-á ir hasta el fin del mundo en busca de un médico ahora mismo...</p>
-
-<p>Hablaba y hablaba sin cesar don Juan de Prezanes, al tenor de lo
-apuntado, mientras se paseaba inquieto y taciturno su compadre por
-delante de la puerta de la estancia, y permane<span class="pagenum"
-id="Page_374">[p. 374]</span>cían las tres mujeres junto al lecho de
-Pablo, como otras tantas estatuas de la melancolía.</p>
-
-<p>Notábase demasiado calor allí; lo advirtió el enfermo y se desalojó
-el cuarto, quedando en él solamente doña Teresa, sentada junto á los
-pies de la cama.</p>
-
-<p>Pasó otra hora; y ya don Pedro había dado las órdenes para que
-se fuera en busca de otro médico, cuando se oyeron en el corral las
-herraduras del caballo que debía traer lo que con ansia mortal se
-esperaba...</p>
-
-<p>Y lo traía el noble bruto sobre sus lomos empapados en sudor.</p>
-
-<p>Digo que llegó el doctor, forrado, por cierto, de pies á cabeza en
-altas polainas, recio capote y descomunal bufanda.</p>
-
-<p>Cómo fué recibido, no hay que contarlo, pues ya se sabe con qué
-ansiedad se le esperaba.</p>
-
-<p>Siempre sucede lo mismo en idénticos casos; lo cual no nos impide,
-cuando estamos en cabal salud, poner á los médicos á bajar de un
-burro, por ignorantes y matasanos. Así somos, con la gracia de que en
-otros muchos lances de la vida, aún somos peores y más injustos y más
-ingratos. Pero vamos al asunto.</p>
-
-<p>Tardó el médico, porque se hallaba ausente de la villa cuando fueron
-á buscarle. Llegado á su casa, le enteró de lo ocurrido el criado de
-don Pedro; después salió á encargar á un far<span class="pagenum"
-id="Page_375">[p. 375]</span>macéutico los medicamentos que juzgó
-necesarios, operación nada breve... Pero, en fin, ya estaba allí,
-aunque un poco retrasado, con un frasco en cada bolsillo y llena de
-emplastos la cartera. Aunque entradillo en años, era chancero y alegre;
-por lo que sus palabras (después de oir de pie, y mientras se despojaba
-de los pesados abrigos que llevaba encima, la relación hecha por don
-Pedro) fueron á modo de brisa que, si no barrió, adelgazó mucho los
-negros celajes que abrumaban el ánimo de aquellas buenas gentes.</p>
-
-<p>Entró luégo en el cuarto del enfermo, seguido de don Pedro Mortera y
-de don Juan de Prezanes. Salió doña Teresa; cerróse la puerta y comenzó
-el reconocimiento, que fué largo y escrupuloso.</p>
-
-<p>La herida, por estar muy inflamados sus bordes, no pudo examinarse
-como el doctor quería; pero era indudable, por lo que estaba al alcance
-de la sonda y lo que respondía el enfermo, que no era profunda, sino á
-lo largo de la costilla sobre la cual estaba.</p>
-
-<p>Hízose la cura como debía de hacerse; se le dió á Pablo una bebida
-al caso; se recomendó el silencio y el desahogo en la estancia, y
-volvieron á salir de ella los hombres. Las tres mujeres los esperaban
-en el <i>carrejo</i>, con la ansiedad que es de suponerse. El médico habló
-así en<span class="pagenum" id="Page_376">[p. 376]</span>tonces, sin
-cuidarse maldita la cosa de bajar la voz:</p>
-
-<p>&mdash;Es más el ruido que las nueces. La calentura, que es muy
-alta, tendría gran importancia si la herida fuera penetrante; pero
-felizmente no lo es, y de ello he de convencerme más tan pronto como
-disminuya la inflamación á beneficio de lo dispuesto ahora. Pablo es
-nervioso y vehemente; han pasado muchas horas perdidas desde que fué
-herido; precedió al lance una escena violenta, según me han dicho,
-y parece ser que vino tras otra por el estilo ocurrida ayer. Todo
-esto contribuye, indudablemente, á poner á Pablo en el estado de
-exacerbación en que se halla; estado que no juzgo grave, ni mucho
-menos, aunque á los ojos profanos lo aparenta... Con que á cenar, si no
-lo han hecho ustedes ya; á la cama después los que no velen, y á dormir
-sin penas ni cuidados; que, ó yo me engaño mucho, ó esto ha de ser obra
-de pocos días.</p>
-
-<p>¡Bendita boca! ¡Bendita ciencia que por ella habló! ¡Benditas
-palabras que rompieron en un instante las férreas y candentes ligaduras
-que oprimían y abrasaban tantos corazones henchidos de amor al valiente
-mozo!</p>
-
-<p>Una hora antes habían llegado Juanguirle, el padre de Catalina y
-media docena más de vecinos de las inmediaciones, á saber noticias
-del<span class="pagenum" id="Page_377">[p. 377]</span> enfermo, de
-cuyo estado gravísimo comenzaba á hablarse en el pueblo, y á ofrecerse
-á todo cuanto ellos pudieran hacer en servicio y descanso de la casa.
-Todos estaban en la cocina aguardando el resultado de la visita del
-médico, y á todos les dió cuenta don Pedro Mortera, muy regocijado, del
-fallo del doctor.</p>
-
-<p>Este consintió en quedarse allí aquella noche, y era muy corrida ya
-la mitad de ella, cuando Ana y su padre, después de haber visto que
-Pablo dormía con relativo sosiego, se retiraron á su casa.</p>
-
-<p>Á la mañana siguiente la calentura había cedido mucho; tenía poca
-sed el enfermo, y la herida presentaba mejor aspecto; con lo que el
-médico, confirmándose en su primer dictamen, se volvió á la villa.</p>
-
-<p>No entra en mis propósitos, ni vendría muy al caso, escribir la
-historia detallada de la enfermedad de Pablo. Lo que importa conocer
-aquí es el resultado de ella; y á este propósito, digo que, tres días
-después de lo narrado, el enfermo estaba completamente limpio de
-calentura, y su herida, nueva y cómodamente examinada por el doctor, en
-las mejores condiciones apetecibles.</p>
-
-<p>Como ya se le permitía hablar, Nisco, que había saltado de la cama
-en cuanto supo lo que á su amigo le ocurría (aunque, por acuerdo<span
-class="pagenum" id="Page_378">[p. 378]</span> de Juanguirle, lo ignoró
-hasta que hubo pasado lo más grave), le acompañaba algunos ratos.</p>
-
-<p>No era ya el mozo aparatoso y remilgado de antes. Presentábase en
-la nueva etapa de su vida sencillo, modesto y bondadoso. ¡Cuánto había
-ganado en el cambio! Atribuíase éste en casa de don Pedro Mortera
-al reciente percance que aún le tenía con la frente vendada, y á su
-pena por lo acontecido á Pablo; pero yo sé que el descalabro que
-principalmente había dado origen á tan notable transformación, era bien
-diferente del que le produjo la pedrada del Sevillano. El resto fué
-obra de la abnegación de Catalina, ejemplo admirable que acabó de abrir
-los ojos al iluso.</p>
-
-<p>Estando una tarde sentado á la cabecera de la cama de Pablo, llegó
-Chiscón al portal, hallándose en él don Pedro Mortera. Descubrióse con
-respeto el hercúleo mozo, y habló así al caballero, que le miraba con
-repugnancia:</p>
-
-<p>&mdash;Tiénenme por amigo del hombre que ha puesto á Pablo en
-peligro de muerte. Nunca lo fuí, señor don Pedro, aunque dejé que me
-lo llamara y que á mi lado se le viera muchas veces. De saber acabo la
-maldá del alevoso; habrá quien piense que consejos míos le movieron la
-mano traidora, como á mí los suyos me acabaron de mover la voluntá á
-preparar la guerra del domingo... y aquí vengo, señor, á lavarme<span
-class="pagenum" id="Page_379">[p. 379]</span>, con la verdá, de la
-mancha de esa duda. Yo no soy santo; la ira me tienta muy á menudo;
-y, por verme fuerte, gústame que valga la mía más de lo que debiera
-gustarme; pero guerreo en buena ley, cara á cara y con armas iguales. Á
-Pablo busqué así: pudo más la su maña que la mi fuerza, y vencióme...
-Usté lo vió. Dolióme la afrenta, es verdá; pero juzguéla castigo por
-mano de un valiente, y de allí no pasaron mis rencores, aunque la pena
-fué grande. Sin ser visto de naide, volvíme á mi casa... ¡Por el santo
-nombre de Dios, juro que, desde mucho antes de enredarme con Pablo
-aquella tarde, no he vuelto á ver al traidor que al otro día le dió la
-puñalada!</p>
-
-<p>Cayó mucho hacia la benevolencia la antipatía con que miraba don
-Pedro á Chiscón, cuando éste acabó su apasionado razonamiento, y le
-dijo el grave señor, pero sin dureza:</p>
-
-<p>&mdash;Nadie ha sospechado aquí semejante cosa: puedes estar
-tranquilo.</p>
-
-<p>&mdash;De justicia son, señor don Pedro; pero con no ser más que de
-justicia, estimo mucho esas palabras. Y ahora&mdash;añadió el mocetón,
-manoseando el sombrero,&mdash;si en ello no ofendiera...</p>
-
-<p>Y aquí se paró; pero don Pedro, leyéndole el pensamiento, noblote y
-generoso, al través de aquella rudeza medio salvaje, le dijo, señalando
-hacia la puerta del estragal:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_380">[p. 380]</span></p>
-
-<p>&mdash;Sube á ver á Pablo si quieres.</p>
-
-<p>&mdash;Ese favor iba á pedir, señor don Pedro,&mdash;respondió
-Chiscón agradecido.</p>
-
-<p>Un momento después crujían las tablas de los peldaños, holladas por
-los herrados zapatones del gigante.</p>
-
-<p>Llamó arriba con un <i>deogracias</i> que retumbó en toda la casa.
-Apareció doña Teresa; y después de oir al mocetón, le condujo á la
-estancia de Pablo.</p>
-
-<p>Por entrar, habló en términos parecidos á los que empleó delante
-de don Pedro Mortera. Pablo, por toda respuesta, desde la cama en que
-estaba sentado le alargó su mano pálida, fina y un tanto descarnada;
-mano que desapareció al punto entre las dos de Chiscón y enormes,
-atezadas, callosas y peludas.</p>
-
-<p>&mdash;Dicen&mdash;añadió el de Rinconeda un poco
-conmovido,&mdash;que anda oculto por temor á la justicia. ¡Que Dios le
-libre de caer en la de mis manos!</p>
-
-<p>Después soltó la de Pablo y tendió una de las suyas á Nisco,
-diciéndole:</p>
-
-<p>&mdash;La misma culpa que en la herida de Pablo, tengo en la pedrada
-que te alcanzó á tí, obra de un mismo traidor. Por lo demás, si prenda
-tuya quise tomar, fué porque abandonada la ví. Confieso que el <i>no</i>
-me sacó de quicios; pero no todo lo que después vino fué sólo intento
-mío,<span class="pagenum" id="Page_381">[p. 381]</span> que lances y
-consejos lo fueron arreglando así. Á lo tuyo te has vuelto ahora, y has
-hecho bien, que la prenda lo vale y la merecías más que yo.</p>
-
-<p>También Nisco le alargó la diestra, en señal de amistad sin
-resentimientos. Después se enteró Chiscón muy al por menor del estado
-de Pablo, y celebró cordialmente la mejoría. Luégo se despidió cortés,
-á su manera, y salió del cuarto, carrejo adelante, dejando aquí un
-pastel de arcilla blanda, y allá un chinarro, de lo agarrado en las
-callejas por sus zapatones, y haciendo temblar los suelos en cada
-zancada.</p>
-
-<p>En tanto, había llegado Juanguirle muy apurado, y estaba con don
-Pedro Mortera en el cuarto del portal. Tratábase de un oficio del
-alcalde de Praducos al alcalde de Cumbrales, recibido por éste en aquel
-momento.</p>
-
-<p>&mdash;Ya usted lo ve&mdash;decía Juanguirle:&mdash;esas gentes se
-han desbandado por estar muy perseguidas, y andan en pandillas cortas
-de merodeo por acá y por allá. Han entrado en Praducos y en Sopando...
-y en Coloños, que está á dos pasos de este pueblo. Verdad que ha sido
-entrada por salida, á lo que parece, y que se han conformado con unas
-cuantas raciones. De todas suertes, ¿qué le parece á usted, señor don
-Pedro, que hagamos en Cumbrales, en virtud de este aviso que me dan?</p>
-
-<p>&mdash;Hablar poco de ello y tener mucho juicio<span
-class="pagenum" id="Page_382">[p. 382]</span>&mdash;respondió don
-Pedro;&mdash;y, sobre todo, cuidar de que nada sepa don Valentín, que
-puede hacer una majadería que nos cueste muy cara á todos.</p>
-
-<p>&mdash;Eso mismo creo yo... porque, señor, una aldea abierta, de
-poco vecindario, sin otra arma que el sable de ese loco...</p>
-
-<p>&mdash;Y tan loco será como él quien llegue á escucharle con
-paciencia; y mucho más loco, quien se pare á considerar lo que podrá
-creerse de los que no le hagan caso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quiere decirse que este oficio... como si hubiera caído en
-un pozo?</p>
-
-<p>&mdash;No tanto, porque debe servirte el aviso para estar alerta
-y prevenido, á fin de evitar al pueblo cuantas vejaciones puedan
-evitarse, si tenemos la mala suerte de recibir esa visita.</p>
-
-<p>&mdash;Pues alerta está, señor don Pedro; y Dios sobre todo.</p>
-
-<p>&mdash;Esa es la fija... ¡y cuidado con don Valentín!</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_ojos.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_27">
- <p><span class="pagenum" id="Page_383">[p. 383]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_inicio.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXVII. GENIO Y FIGURA...">XXVII</h2>
- <p class="subh2">GENIO Y FIGURA...</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-l.jpg" alt="L adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">La rápida</span> y feliz
-convalecencia de Pablo volvió á normalizar la vida en ambas casas; con
-lo que reaparecieron en el salón de don Pedro Mortera los rollos de
-holandas y los paquetes de batistas que días antes anduvieron por allí
-entre manos de Ana, de María y de doña Teresa; preparativos de boda
-y mínima parte de lo que se había encargado con igual destino á las
-modistas y costureras de la ciudad.</p>
-
-<p>Había, pues, tertulia constante en casa de don Pedro, á la que no
-faltaban Pablo, muy animoso aunque algo dolorido y débil todavía; su
-cuñadito en ciernes, por las tardes, y don Juan de Prezanes cuando
-menos se le esperaba. Ya para entonces y desde antes de los trágicos
-sucesos referidos, las familias de don Pedro Mortera y de don Rodrigo
-Calderetas se habían hecho<span class="pagenum" id="Page_384">[p.
-384]</span> sendas visitas; por lo que también se vió más de tres
-veces al caballero de la villa, con su señora y su otro vástago (una
-jovenzuela pálida y muy peripuesta, que se llamaba Niquis, contracción
-elegante del vulgar Nicasia que le arrimó en la pila su padrino,
-un pañero acaudalado, pero de poco gusto), en la apacible reunión
-aquélla.</p>
-
-<p>Antes la enfriaban que la divertían los ceremoniosos continentes de
-estos tres personajes; pero eran sus visitas actos de cortesía, y había
-que agradecerlas. En cambio, cuando se hallaban solos los de Cumbrales
-y el novio de la villa, que era suelto y ocurrente, se cobraban con
-usura los ratos tan mal empleados; porque hasta el mismo don Juan de
-Prezanes andaba hecho unas castañuelas, y solamente en cinco ó seis
-ocasiones se había ido del seguro con su compadre por cosas de poco más
-ó menos.</p>
-
-<p>En fin, que todo era paz y alegría entre aquellas gentes, y hasta se
-habían fijado las bodas para el día en que Pablo se viera completamente
-restablecido (restablecimiento que ya daba el convaleciente por
-alcanzado), cuando olió don Valentín lo de allende los montes, por más
-empeño que puso Juanguirle en que ignorara lo que de oficio le había
-dicho su <i>colega</i> de Praducos. Pero ¿dónde se movería el perjuro que
-no lo advirtiera el oído sutil del veterano de<span class="pagenum"
-id="Page_385">[p. 385]</span> Luchana, que sólo vivía para odiarle y
-para combatirle?</p>
-
-<p>No bien averiguó lo de Coloños, voló á casa de Juanguirle. Le
-preguntó, le increpó y hasta le excomulgó; pero sólo burlas y malas
-razones pudo obtener del alcalde de Cumbrales. Entonces corrió á la
-villa, y asaltó el despacho de don Rodrigo Calderetas.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora&mdash;le dijo sin preámbulos ociosos,&mdash;todos
-ustedes son unos; don Pedro Mortera no podrá negarse á tomar en cuenta
-las indicaciones patrióticas que usted le haga, ni usted á hacérselas
-en vista de la gravedad de los sucesos que tenemos encima.</p>
-
-<p>&mdash;Cierto es&mdash;dijo el caballero,&mdash;que ustedes y
-nosotros estamos amenazados de una invasión á la hora menos pensada;
-pero es también un hecho que las fuerzas se han subdividido...</p>
-
-<p>&mdash;Tanto mejor para vencerlas, señor don Rodrigo.</p>
-
-<p>&mdash;No hay necesidad, don Valentín, de tomarlo tan por lo serio,
-puesto que siendo grupos insignificantes los que merodean por ahí, no
-son de temer extorsiones de gravedad. Piden unas cuantas raciones,
-se les dan... y se van tan contentos. Esto es mucho más sencillo y
-conveniente que una resistencia armada que puede costar perturbaciones
-y sangre. Ya ve usted cuántos más elementos hay aquí que en<span
-class="pagenum" id="Page_386">[p. 386]</span> Cumbrales para resistir,
-y cuánta mayor responsabilidad adquirimos ante la historia nosotros
-que ustedes, y, sin embargo, á nadie se le ha ocurrido aquí apelar á
-medidas extremas que...</p>
-
-<p>&mdash;Yo, señor don Rodrigo&mdash;expuso don Valentín, comprimiendo
-la ira que ardía en su pecho,&mdash;no tengo nada que ver con lo que en
-esta villa se haga en el caso de que se trata. Impórtame sólo la honra
-del pueblo en que nací, y esa es la que quiero salvar... porque debo
-salvarla. Don Pedro Mortera es el único hombre que en Cumbrales puede
-llevar á buen término mis propósitos; usted puede hoy mover el ánimo de
-mi convecino, y al mismo tiempo hacer que don Juan de Prezanes acabe
-de ponerse á mi lado, porque lo uno ha de venir como consecuencia de
-lo otro. Del pie que cojea el don Pedro, no lo ignora usted, y aquí
-mismo hemos hablado de ello los dos, no hace mucho tiempo, con leal
-franqueza...</p>
-
-<p>&mdash;Se hablan muchas cosas, señor don Valentín, con sobrada
-ligereza, aunque la lealtad mueva los labios y esté el corazón henchido
-de los más hidalgos sentimientos. Verdad que hablamos algo de lo
-que usted dice; verdad que apoyé entonces, hasta cierto punto, las
-nobles miras de usted; cierto que se las recomendé, digámoslo así, al
-señor don Juan de Prezanes... pero hay circunstancias en la vida...
-y no siem<span class="pagenum" id="Page_387">[p. 387]</span>pre
-los informes son exactos; la lealtad se engaña muchas veces, y los
-caballeros, como yo, estamos expuestos á padecer alucinaciones...</p>
-
-<p>&mdash;Es decir, que don Pedro Mortera, para usted, es hoy muy
-distinto de lo que fué ayer... En plata, que ya es liberal y trigo
-limpio.</p>
-
-<p>&mdash;Quizá, quizá, señor don Valentín.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo había de resultar otra cosa!&mdash;exclamó el héroe,
-con la sonrisa más burlona que puede imaginarse, y un brío impropio
-de sus muchos años.&mdash;¡Cómo había de salir cosa mala un consuegro
-ricachón!</p>
-
-<p>&mdash;¡Señor Gutiérrez!...</p>
-
-<p>&mdash;¡De la Pernía, señor de Calderetas!&mdash;corrigió don
-Valentín, alzándose sobre las enjutas piernas.&mdash;Y entienda usted
-que para cantar ahora esos laúdes, no había para qué entonar el otro
-día tantos vituperios... Fortuna que sé yo demasiado á qué atenerme.</p>
-
-<p>Y con esto salió don Valentín de casa de don Rodrigo Calderetas, sin
-tomarse el trabajo de despedirse de él.</p>
-
-<p>Husmeando en la villa luégo, fué llenando de pormenores el saco
-de sus noticias; y tan atacado le puso y tal se convenció de que el
-peligro no daba ya instante de espera, que se vió á punto de que le
-faltara el resuello á medio camino de su casa.</p>
-
-<p>¡En qué estado llegó! Jadeante, amarillo y<span class="pagenum"
-id="Page_388">[p. 388]</span> desencajado; con el sombrero en el
-cogote, el bastón al hombro, los ojos encandilados y los pábilos con
-espuma. Era media tarde, no había comido aún, y se negó á probar las
-sobras de la comida de su hijo, que Sidora le había guardado. Se
-encerró en su cuarto, arrojó el sombrero y el bastón sobre la cama, y
-se sentó á descansar en una silla vieja. No había otra mejor allí.</p>
-
-<p>Á los pies de la cama había una percha de castaño negro y apolillado
-ya; sobre la percha, un guardapolvo muy ancho, y sobre el guardapolvo,
-entre dos viejas sombrereras de cartón, una caja de pino, más alta
-que ancha, con tapadera sujeta con un cordel. En aquella caja clavó
-la vista don Valentín en cuanto se sentó á descansar, y de aquella
-caja se apoderó, empinándose sobre la silla, tan pronto como no le fué
-necesaria para reposo de su cuerpo fatigado.</p>
-
-<p>Desatado el cordel y alzada la tapadera, sacó á pulso el héroe un
-morrión descomunal, envuelto en <i>Gacetas</i> arranciadas. El morrión era
-de <i>herrada</i>, más ancho de arriba que de abajo, de felpa algo raída
-y marchita de color, y con grandes chapas y carrilleras de metal.
-Después de colocar con mucho mimo sobre la cama el morrión, don
-Valentín abrió un cofre que había en otro rincón de la estancia. En
-aquel cofre estaba el resto del uniforme: una casaca azul de fal<span
-class="pagenum" id="Page_389">[p. 389]</span>dones muy largos y talle
-muy corto, vueltas amarillas (el veterano había servido en fusileros)
-y acribillada de botones en las picudas solapas; un pantalón de
-dril blanco; dos charreteras con flecos de cordoncillo de plata,
-ennegrecidos, mohosos y de un palmo de largos; un sable envainado, con
-su correspondiente tahalí, y un pompón, amarillo también, como de media
-vara de alto, envuelto en dos bulas de la Cruzada.</p>
-
-<p>Todo lo fué colocando en el orden debido sobre la cama, y para cada
-pieza tuvo un requiebro de amor y de entusiasmo su boca balbuciente.
-¡Cuántos años hacía que su cuerpo no se envolvía en aquellos arreos
-marciales! ¡Quién le diría á él que aquellas reliquias del tiempo de
-sus glorias habían de volver á salir á la luz del sol, precisamente
-para ahuyentar al «monstruo de la tiranía,» á quien él mismo había
-enterrado en Vergara!</p>
-
-<p>En fin, que se quitó el casaquín y los calzones, y se encasquetó el
-uniforme sobre la escasa ropa que le quedaba encima del rugoso pellejo.
-Pero ¡cuánta sobra veía por todas partes! ¡Cómo se le hundía el chacó
-y le hacían alforjas la casaca y los pantalones! Todo había mermado en
-el héroe; todo menos el corazón, que le tenía tan grande y tan lleno de
-amor á la causa de la libertad, como en los albores de su juventud.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_390">[p. 390]</span></p>
-
-<p>&mdash;No hay remedio&mdash;discurría mientras atacaba de papeles la
-badana interior del morrión, añadía ropa vieja al <i>peto</i> de la casaca y
-colgaba las prendas de la paz en la percha de castaño:&mdash;me declaro
-á mí mismo en estado de guerra, y publico yo solo y para mí solo la
-ley marcial... Haré el último esfuerzo para adquirir auxiliares; y si
-no los hallo, yo seré general, y ejército, y hasta plaza fuerte; y
-después... ¡á vencer ó morir!... ¿De qué lado vendrá el enemigo? No lo
-sé. ¿Qué fuerza será la suya? No debe importarme. Sé que anda cerca y
-que puede estar aquí á la hora menos pensada, y esto me traza la senda.
-Á ello me atengo, porque ese es mi deber. Sabré cumplirle.</p>
-
-<p>Iba anocheciendo ya. Sidora había salido de casa, y don Baldomero no
-había vuelto á ella. Apareció don Valentín en la sala armado de pies
-á cabeza. Se cuadró delante del retrato de Espartero; desenvainó el
-sable; presentóle como cuando pasa el rey; después saludó marcialmente,
-describiendo en el aire ancha curva con la bruñida hoja; giró hacia la
-derecha sobre sus talones; envainó... y fuése.</p>
-
-<p>Media hora después aparecía en el despacho de don Pedro Mortera, el
-cual personaje se creyó bajo el imperio de una pesadilla, al contemplar
-la extraña catadura del que se le puso delante.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_391">[p. 391]</span></p>
-
-<p>Don Valentín habló así, temblando de emoción y de fatiga:</p>
-
-<p>&mdash;Mi ansiedad y este equipo en que vengo, le dicen á usted,
-señor don Pedro, que no hay tiempo que perder y que es llegada la hora
-de hacer un esfuerzo, si ha de hacerse. El enemigo puede venir, vendrá,
-de un momento á otro, y no hay que contar con que la autoridad de
-Cumbrales se aperciba á la defensa... Á usted acudo, por última vez,
-á pedirle una parte, por mínima que sea, de su legítimo influjo sobre
-estas gentes pacíficas, para que me ayuden en la empresa que estoy
-resuelto á acometer. Con ese auxilio, y con el que obtendré seguramente
-del señor don Juan de Prezanes...</p>
-
-<p>&mdash;¡El auxilio de don Juan de Prezanes!&mdash;exclamó don Pedro
-Mortera mirando con asombro á don Valentín.&mdash;¿En qué se funda
-usted para creer que le obtendrá?</p>
-
-<p>&mdash;En que no se resistió á concedérmele cuando otra vez se le
-pedí.</p>
-
-<p>&mdash;Mentira.</p>
-
-<p>&mdash;¡Señor don Pedro!... ¡Yo no miento nunca!</p>
-
-<p>&mdash;Pues vaya usted á pedírsele, y déjeme en paz.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor, que iré... y me le concederá, por lo mismo que
-usted me le niega. Cuento con él, porque me le ha ofrecido y es
-caballero... y muy liberal.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_392">[p. 392]</span></p>
-
-<p>&mdash;Pues será tan mentecato como usted si le ha oído con
-paciencia, y loco rematado si le aplaude.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ira de Dios! Si eso es ser loco, ¿dónde está la cordura?</p>
-
-<p>&mdash;En quien, teniendo atribuciones para ello, se apoderara
-de usted ahora y le encerrara en una jaula, antes de que con sus
-majaderías produzca una ociosa alarma en el pueblo.</p>
-
-<p>&mdash;Esa es la justicia de los tiranos: amarrado el mastín, y
-suelto el lobo entre las ovejas.</p>
-
-<p>&mdash;Todo lo que usted quiera, con tal que me deje en paz
-inmediatamente.</p>
-
-<p>&mdash;Eso es echarme de casa.</p>
-
-<p>&mdash;Figúrese usted que sí, y buenas noches.</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo no hago eso con nadie, señor don Pedro!</p>
-
-<p>&mdash;Yo con todos los que vengan á molestarme con locuras como la
-de usted.</p>
-
-<p>El pobre don Valentín ya no supo qué replicar á esto, porque no se
-le ocurrían sino improperios, y no se atrevía á soltarlos, ni estaban
-su boca balbuciente ni su pecho jadeante para meterse en recias
-disputas. Conformóse con apretar los puños y mirar fiero y torcido á
-don Pedro Mortera, y se largó, poniéndole entre mandíbulas (pues ya
-se ha dicho que ni raigones tenía en ellas) de tirano, servilón y mal
-patriota, que no había por dónde cogerle.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_393">[p. 393]</span></p>
-
-<p>¿Quién sabe lo que anduvo después, de puerta en puerta, predicando
-aquí, amenazando allá: al uno porque era joven y debía toda su sangre
-á la patria; al otro, porque tenía hijos á quienes dar ejemplo de
-independencia y valor; á éste, porque estaba amenazado su hogar de un
-atropello; á aquél, porque su novia y su hija podían ser presa de los
-«inmundos chacales!»... Pero nada consiguió sino servir de espectáculo
-á las atónitas gentes, con su pompón cimbreante, su morrión descomunal,
-sus charreteras lacias, sus faldones inmensos y su pantalón blanco
-salpicado del lodo de las callejas, ¡en tal mes, á tales horas y con la
-helada que estaba dejándose sentir!</p>
-
-<p>Eran cerca de las nueve de la noche cuando llegó á casa de don Juan
-de Prezanes, último refugio de sus mortecinas esperanzas.</p>
-
-<p>Hay que advertir que, á la sazón, se disponía el bueno del
-jurisconsulto á ir á buscar á su hija, que aún estaba en casa de don
-Pedro Mortera, entregada á los sabidos afanes de costura. Don Juan
-se había despedido de allí aquella tarde algo amostazado, porque su
-compadre le hizo la contra en no sé qué pequeñeces, con no sé qué
-palabras y qué gestos; gestos y palabras que le traían mareado desde
-que se había encerrado en su casa, dándolos vueltas en el magín; y
-claro es que cuanto más lo revolvía en aquel hor<span class="pagenum"
-id="Page_394">[p. 394]</span>no, más le caldeaba y más <i>burlón</i> y más
-<i>dominante</i> iba pareciéndole don Pedro Mortera. De modo que volvía á
-casa de éste de muy mala gana, y sólo porque se lo había prometido
-á su hija que le esperaba allí. En este propósito y con un humor
-endemoniado, le halló don Valentín. No fué menor el asombro que le
-produjo la rara silueta del héroe, que el causado en cuantas personas
-le habían tenido delante aquella noche. Dijo el pobre hombre qué
-pensamientos le sacaban de casa á tales horas y en aquella guisa, y se
-asombró más don Juan y le tuvo lástima.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es posible, don Valentín&mdash;exclamó,&mdash;que hasta ese
-punto le enardezca á usted su manía?</p>
-
-<p>Precisamente lo que no comprendía don Valentín era que se llamara
-manía á su ardimiento patriótico, y que se asombrara nadie de su
-bélica actitud enfrente del enemigo. Respondió en este sentido al
-jurisconsulto, y añadió:</p>
-
-<p>&mdash;No hay para qué hablar más en demostración de esta verdad
-palmaria, no hace mucho tiempo aceptada por sus amigos de usted... y
-aun por usted mismo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Por mí?</p>
-
-<p>&mdash;Por usted no fué negada al menos, cuando le pedí su apoyo con
-la recomendación del señor don Rodrigo Calderetas; apoyo que tampoco
-le pareció entonces cosa del otro jueves...<span class="pagenum"
-id="Page_395">[p. 395]</span> Verdad que estaba de por medio el señor
-don Pedro Mortera, á quien tratábamos de combatir. Hoy han variado las
-circunstancias, bien lo veo, y con ellas el fondo de ciertas personas á
-los ojos de otras.</p>
-
-<p>&mdash;Señor don Valentín, hoy, como ayer, don Pedro Mortera es un
-caballero, mi mejor amigo, casi mi hermano. Si tiene sus debilidades,
-yo tengo las mías también; pero ésta es cuenta para ajustada entre él y
-yo solos, si lo tenemos por conveniente.</p>
-
-<p>&mdash;No entiendo, señor don Juan...</p>
-
-<p>&mdash;Pues esto quiere decir que hoy le prohibo á usted, como se
-lo prohibí en la ocasión que cita, traer á cuento el nombre de esa
-persona, si no es para honrarle como se merece.</p>
-
-<p>&mdash;Pues á eso respondo hoy, señor don Juan de Prezanes, lo
-mismo que respondí entonces á usted por una observación idéntica y
-con razones que en aquella ocasión no tenía: que don Pedro Mortera
-corresponde muy mal á las ausencias que hace usted de él.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién se lo ha dicho á usted?</p>
-
-<p>&mdash;Nadie, porque lo he oído yo mismo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Á quién?... ¿en dónde?... ¿cuándo?</p>
-
-<p>&mdash;Á don Pedro Mortera, en su casa, dos horas hace.</p>
-
-<p>&mdash;¡Falso!</p>
-
-<p>&mdash;Mentecato le llamó á usted, con todas sus<span
-class="pagenum" id="Page_396">[p. 396]</span> letras, y por tan digno
-le reputó como á mí de ser encerrado en una jaula.</p>
-
-<p>&mdash;¡Falso!... ¡falso!</p>
-
-<p>&mdash;Tan cierto como estamos aquí los dos, frente á frente.</p>
-
-<p>&mdash;Repito que es falso, señor don Valentín... y si no lo es,
-quiero que lo sea. ¿Me entiende usted? ¿Me entiende usted, espíritu
-diabólico y tentador?</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero, señor don Juan!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Vaya usted al demonio! Lárguese usted de aquí cuanto antes,
-y déjeme en paz, ¡si esto es ya posible!</p>
-
-<p>Y salió don Valentín, que no podía con el peso de tantas
-contrariedades ni con el del morrión que le abrumaba.</p>
-
-<p>Quedóse solo otra vez don Juan de Prezanes; y quedándose solo,
-comenzó por quitarse el sombrero, que ya se había puesto para ir á
-buscar á su hija cuando entró don Valentín, y por arrojarle sobre
-la mesa. Después, con las manos en los bolsillos, echó á andar, á
-andar por el cuarto, de aquí para allí, y, por último, se enredó en
-la siguiente maraña de reflexiones, sin dejar de moverse como un
-azogado:</p>
-
-<p>&mdash;Que vengan á decirme ahora que esto es una ofuscación de mi
-genio impresionable y feroz. Que venga el hombre de más paciencia...
-que venga Job en persona; que se coloque en<span class="pagenum"
-id="Page_397">[p. 397]</span> mi lugar, y á ver cómo se las arregla; á
-ver qué cara pone cuando le larguen por la espalda una puñalada así.
-Que no se pase un día sin que el mejor de sus amigos... ¡amigo!... le
-dé un alfilerazo, y celebren y aplaudan la gracia hasta sus propios
-hijos; que responda á esas provocaciones y á esas burlas ahogando su
-dolor y su pesadumbre con una prudencia heróica; que gentes de todas
-cataduras le digan una y otra vez: «ese amigo no es cosa buena y te
-quiere mal;» que se indisponga con todas esas gentes por defender el
-honor del falso amigo, es decir, que pague con caricias sus bofetones;
-que los vínculos de amistad lleguen á ser de parentesco; que busquen
-al santo Job y le mimen y le halaguen; que cuando más confiado se
-entregue á los halagos y á los mimos, sienta otra vez en sus carnes
-las heridas alevosas, y vea el arma sutil en la mano que le acaricia;
-que se resigne y calle todavía, aunque, tras de ofendido, oiga que le
-murmuran por violento é intolerable; que tenga, en fin, la evidencia
-de que el amigo, á sangre fría, con premeditación y en medio de la
-plaza pública, como quien dice, le llama á boca llena mentecato, y le
-juzga digno de ser encerrado en una jaula de locos... y á ver si Job
-no acaba por darse á todos los demonios y por buscar al falso amigo y
-armar un escándalo que sirva de ejemplo á todos los oprimidos, y<span
-class="pagenum" id="Page_398">[p. 398]</span> de escarmiento á todos
-los hipócritas... Pues yo, el irascible, el insoportable, tengo más
-paciencia que Job; porque devoro acá dentro, en este pecho donde no
-cabe la nobleza de mi corazón, esas provocaciones alevosas.</p>
-
-<p>Sentíase don Juan sofocado en la estrechez del gabinete, y abrió
-la ventana. La noche no estaba tan serena y estrellada como antes.
-Reaparecía el Sur; amontonábanse nubarrones en el cielo, y la luna sólo
-á intervalos lucía. Algunas bocanadas de aire llegaban á la ventana,
-trayendo consigo rumor de lejanas voces; rumor de que don Juan no se
-dió cuenta, porque no estaba entonces ni para oir ni para ver sino lo
-que tenía dentro y le hervía en la mollera.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué móviles son los que guían á ese hombre&mdash;se decía el
-jurisconsulto volviendo á pasear intranquilo y vertiginoso,&mdash;para
-conducirse como se conduce conmigo? Su altanería, su soberbia... el
-empeño de imponerme sus ideas y sus gustos hasta en las cosas más
-nimias, como se los impone á cuantos le rodean ó le deben algo. Pero
-yo no le debo nada, ¡voto á Lucifer!... nada, si no son disgustos como
-éste que ahora me enciende la sangre. No soy tampoco un zafio campesino
-que necesite pedirle permiso para discurrir. Tengo mi criterio propio,
-mis luces en la inteligencia; tantas luces... más luces que él, sí,
-señor; ¡muchas más! porque<span class="pagenum" id="Page_399">[p.
-399]</span> he visto más mundo, he estudiado más libros y he ejercitado
-más el entendimiento, ¡muchísimo más! ¡Tengo, cuando menos, iguales
-derechos que los suyos á ser oído y respetado; á hablar donde él hable,
-á pensar donde él piense, á vivir donde él viva!...</p>
-
-<p>Aquí ya don Juan de Prezanes, sin percatarse de ello, decía á voces
-todo lo que iba pensando; y como si su amigo estuviera provocándole en
-el hueco de la ventana, delante de ella era donde más aspavientos hacía
-y más levantaba la voz.</p>
-
-<p>Entre tanto, los rumores de afuera continuaban acercándose, y
-llegaron á oirse próximos á la pared del corral, por la parte de la
-calleja.</p>
-
-<p>Tampoco entonces reparó en ellos.</p>
-
-<p>Volviendo á sus paseos y á su monólogo, llegó á decir,
-enardeciéndose por instantes:</p>
-
-<p>&mdash;¡Me quieres idiota?... ¡me quieres esclavo?... pues chasco te
-llevas, ¡tirano! Tengo una razón... á Dios se la debo, y por ella soy
-libre... ¡libre como el pájaro y el aire!</p>
-
-<p>En esto, y mientras la luna se escondía detrás de espesos
-nubarrones, y se oía ruido cercano, como de gentes en tropel, don Juan
-de Prezanes temblaba, y se arrimó á la ventana, y sintió dentro de sí
-una cosa que le exigía un esfuerzo supremo; algo que necesitaba salir
-de<span class="pagenum" id="Page_400">[p. 400]</span> su pecho y de
-su garganta, veloz y bullicioso; algo que le oprimía el corazón y le
-golpeaba el cerebro... No pudo contenerse más. Echó todo el busto fuera
-de la ventana; y, apretando los puños, gritó loco, desaforado:</p>
-
-<p>&mdash;¡Viva la libertad!</p>
-
-<p>En aquel instante crecieron los rumores de la calleja y se agitaron
-unos bultos en la obscuridad; brillaron dos fogonazos; se oyeron dos
-tiros, y lanzó un grito don Juan de Prezanes, desapareciendo de la
-ventana mientras saltaban las maderas hechas astillas, y en polvo los
-cristales.</p>
-
-<p>Casi al mismo tiempo sonó hacia la iglesia otro tiro que pareció un
-eco de los primeros.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_coronas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_28">
- <p><span class="pagenum" id="Page_401">[p. Page_401]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_inicio.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXVIII. SICUT VITA...">XXVIII</h2>
- <p class="subh2">SICUT VITA...</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-m.jpg" alt="M adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Mientras</span> caminaba don
-Valentín, después de salir de casa de don Juan de Prezanes, calleja
-arriba, por donde vino el tropel de que se hace mención en el capítulo
-antecedente, resbalando en este morrillo y metiéndose en aquella poza,
-tropezando aquí y estando á pique de caer allá, despechado y febril,
-reflexionaba de este modo:</p>
-
-<p>&mdash;Nada espero, nada temo, nada quiero; en nadie confío sino
-en Dios y en el odio que tengo al perjuro. Tristeza en mí, tristeza y
-soledad en mi casa, menosprecio y burlas en la ajena, viejo, moribundo
-ya; envuelto en los hábitos de mis glorias, con la espada de Luchana
-al costado... ¡qué mejor ocasión que ésta para dar el último grito
-de libertad, delante del sempiterno enemigo de ella? ¡Qué muerte más
-señalada para un hombre como yo?... ¡Ah, si topara con <i>ellos</i> esta
-noche!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_402">[p. 402]</span></p>
-
-<p>Pensando así, andaba, andaba, y corría el sudor por los surcos de su
-cara rugosa, porque la gimnasia que iba haciendo, el peso del uniforme
-y la brega que traía desde media mañana, no eran para menos; y andaba
-maquinalmente y sin rumbo determinado, aunque á veces creía oir en sus
-adentros una voz que le aconsejaba seguir adelante y apercibido, porque
-<i>por allí se iba</i>.</p>
-
-<p>Y andando, andando, llegó á un recodo que formaba la calleja, y oyó
-ruido de voces y de pasos inseguros al otro lado. Le latió el corazón
-con desusada fuerza. Llevó la diestra á la empuñadura del sable, y
-detúvose. Los rumores se acercaron más. Don Valentín aguzó entonces
-el oído, la vista, hasta el olfato. Parecía un sabueso delante de <i>la
-barda</i>. Cierto que tenía, por don misterioso de la naturaleza, una
-nariz para conocer al perjuro por el rastro, como el perro la tiene
-para el jabalí.</p>
-
-<p>&mdash;¡<i>Él</i> es!&mdash;dijo balbuciente y conmovido.</p>
-
-<p>Sin otras averiguaciones, desenvainó el sable y plantóse en mitad de
-la calleja, bien alumbrada entonces por la luna.</p>
-
-<p>Y no se equivocaba don Valentín: era <i>él</i>, ó, por lo menos, algo
-que lo aparentaba. Á la vuelta del recodo, á pocas varas de distancia,
-apareció un grupo armado y vestido como el héroe suponía. El grupo
-no llegaba á una docena<span class="pagenum" id="Page_403">[p.
-403]</span> de hombres; pero era un ejército para don Valentín, solo y
-viejo y casi inerme. Nada le importó esta reflexión que no pudo menos
-de hacerse: antes le infundió mayores bríos en medio de aquella fiebre
-que le estaba devorando horas hacía. Se afirmó sobre los pies, enderezó
-cuanto pudo el encorvado cuerpecillo; y temblando de entusiasmo desde
-la coronilla hasta los talones, gritó, resuelto á todo, presentando el
-jadeante pecho al enemigo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Alto ahí!</p>
-
-<p>Y el enemigo se detuvo; y aun hizo más, para gloria de don Valentín:
-retrocedió, acaso porque creyera que había fuerzas militares detrás
-de aquellos arreos, en cuya vetusta é inusitada conformación no pudo
-reparar de pronto y á tan escasa luz como la intermitente de la luna;
-pero es lo cierto que retrocedió, y á esto se atuvo el héroe.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cobardes!&mdash;gritó en seguida, ebrio de entusiasmo,
-partiendo hacia los ocultos invasores.&mdash;¡Huís de un hombre solo,
-viejo y desarmado!... ¡Dadme la cara, bandidos!</p>
-
-<p>Esta baladronada, que puso en evidencia su pequeñez y su soledad,
-perdió á don Valentín. Sin ella, acaso hubiera corrido aquella noche
-detrás del enemigo alucinado. Pero éste se rehizo con la advertencia, y
-se encaró con el extraño retador.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_404">[p. 404]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Matadle&mdash;dijo el que mandaba allí,&mdash;si no se
-entrega callando!</p>
-
-<p>&mdash;¡Entregarme yo!&mdash;exclamó don Valentín,&mdash;¡y á
-vosotros, infames!... ¡Muerto, sí; pero rendido, nunca!... ¡Viva el
-Duque!</p>
-
-<p>Y se lanzó, blandiendo el sable, al enemigo que, á su vez, le
-embestía.</p>
-
-<p>&mdash;¡Viva la lib!...</p>
-
-<p>El infeliz no acabó de dar este segundo grito de su heróico
-ardimiento, porque se sintió oprimido y atropellado por aquellos
-hombres; los cuales, al verle un momento después, en el paroxismo de
-su rabia, caer de espaldas en la calleja y quedar inmóvil, creyéronle
-muerto ó poco menos, y allí le dejaron, continuando ellos el camino que
-antes llevaban.</p>
-
-<p>Ya sabemos cómo respondieron dos de los más irreflexivos de la
-partida, al grito casual de don Juan de Prezanes; y es de saberse ahora
-que el lance no hubiera concluido así, á juzgar por las trazas, sin el
-otro tiro que sonó hacia la iglesia y puso en precipitada fuga á los
-invasores, señal de que andaban con poca tranquilidad y perseguidos de
-cerca por enemigos más serios que el pobre don Valentín.</p>
-
-<p>El cual permaneció muy cerca de una hora tendido sobre el fango de
-la calleja; y allí se hubiera muerto de frío, ya que no de los golpes
-ó de la corajina que tal le habían puesto, sin<span class="pagenum"
-id="Page_405">[p. 405]</span> la llegada de Juanguirle y de algunas
-otras personas que le acompañaban, entre ellas Nisco, armadas de sendos
-garrotes, excepto el montanero y el alguacil, que llevaban, para
-estorbo y compromiso, como ellos decían, dos fusilones de chispa.</p>
-
-<p>Comenzaba á moverse un poco y á balbucir palabras inconexas en el
-momento de topar con él la ronda.</p>
-
-<p>&mdash;¡Siempre me temí yo algo de esto, voto al chápiro
-verde!&mdash;dijo el alcalde al levantar á don Valentín, cogiéndole por
-debajo de los brazos;&mdash;aunque nunca pensé que llegara á tanto.
-El diablo me lleve si no está á punto de entregar el alma... ¡Agarray
-vusotros por las patas, muchachos!... ¡Uf!... ¡cómo está de barro, el
-infeliz, hasta el cogote! Vamos, señor don Valentín, un poco de ánimo,
-que la cosa no es tanto como aparenta. Dígote que fué suerte para todos
-que al demonio de Lambieta le moviera la curiosidad de los tiros y
-saliera á tiempo de ver correr á los causantes vega abajo, y me diera
-parte y saliera yo también, y se viera lo visto y se discurriera lo
-discurrido; que si no, aquí fenece esta noche el venturao del hombre,
-sin tus ni mus. ¡Voto á briosbaco y balillo, que hubiera sido caso
-de andar en coplas!... ¿Estáis ya? Pues hágase ahora la silla con
-los brazos... ¡Ajá!... Tú, por aquí, Nisco... Sostenle tú la<span
-class="pagenum" id="Page_406">[p. 406]</span> cabeza por atrás,
-Ogenio... ¡Jum! mucho la zarandea para cosa buena... Apañay vusotros
-esa espada y ese murrión... ¡Mil demonios si no hace media fanega larga
-el sandifesio! Y á todo esto, el de su hijo... ¡por vida del chápiro
-verde! pondría las orejas á que anda por onde no debe. ¡Cuando no
-espante yo de una vez á esa pingolondona, afrenta del lugar y acabación
-de las casas honradas... voto á briosbaco y balillo!... ¿Qué tal vamos,
-señor don Valentín?</p>
-
-<p>&mdash;Mal,&mdash;respondió el pobre hombre, con apagada voz,
-mientras con todo su cuerpo inerte, movido arriba y abajo y de un
-lado á otro, marcaba el andar desconcertado de los mozos que le
-conducían.</p>
-
-<p>Así llegó á casa, donde le recibió Sidora entre aspavientos y
-declamaciones, y se trató de desnudarle para meterle en la cama.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eso no!&mdash;dijo don Valentín.&mdash;Nadie me despoje de
-lo que llevo encima. Ya que no me ha valido para bandera, quiero que
-me sirva de mortaja. Con eso no lo profanará nadie, vendiéndolo por un
-vaso de aguardiente.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién piensa en mortajas ahora, por vida del chápiro
-verde!</p>
-
-<p>&mdash;Yo, hijo, yo... yo, que me muero sin remedio... ¡Siento un
-frío... y una debilidad!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Algo caliente, y un vaso de buen vino!&mdash;gritó
-Juanguirle encarándose con Sidora;&mdash;y si<span class="pagenum"
-id="Page_407">[p. 407]</span> no lo hay en casa, á la mía volando por
-ello, que guardado tengo un botellón de la Nava rancio, para estas
-ocasiones.</p>
-
-<p>Corrió Sidora á la cocina por una taza de caldo del que reservaba
-todos los días para comienzo de la cena de don Valentín, y
-descerrajando la alacena de la sala, por no parecer la llave, se sacó
-una botella de vino blanco que denunció la fámula.</p>
-
-<p>Probó con dificultad uno y otro el extenuado y yerto veterano;
-reanimóse un instante, y dijo, mientras le envolvían en mantas sobre la
-cama, pero sin desnudarle:</p>
-
-<p>&mdash;Estos fríos no se curan á la lumbre... Son los de la muerte.
-Por tanto, que venga el cura, y á escape... que cristiano soy ante
-todo... y como cristiano debo y quiero morir.</p>
-
-<p>Fueron en busca del cura dos mozos de los allí presentes, pues uno
-solo no se atrevía en noche de tales peripecias; y en tanto preguntó
-don Valentín:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y el perjuro?</p>
-
-<p>&mdash;Ajuyó al monte tan aína como pisó á Cumbrales&mdash;respondió
-Juanguirle.&mdash;Y ello ¿tropezóle usté, ú qué fué lo que así le
-puso?</p>
-
-<p>&mdash;Topé con él, Juan... por la misericordia divina... Acometíle
-como debía... solo, frente á frente... Arrollóme porque eran muchos...
-sentíme golpeado... caí... acabóme de aturdir<span class="pagenum"
-id="Page_408">[p. 408]</span> un golpe en la cabeza... y no sé más...
-Pero si huye el inicuo... ¡bendito sea Dios!... ¡quién piensa en otra
-cosa?... De todas maneras, yo bien conozco ahora que ciertos asuntos...
-no debieran tomarse tan á pechos... pero no lo puedo remediar...
-Muriendo así, muero á mi gusto... Esa es mi ley... Obscura fué la
-hazaña y no servirá de ejemplo... ni el Duque la conocerá... pero Dios
-la ha visto... ¡Viva el Duque!... ¡Viva la!...</p>
-
-<p>No pudo más el pobre hombre. Quedóse inerte y amarillo, y todos
-pensaron que allí acababa; pero volvió á revivir, y diéronle otro sorbo
-de vino.</p>
-
-<p>En esto entró don Baldomero, que nada ignoraba ya, porque se lo
-habían dicho los mozos que iban por el cura, al encontrarle en el Campo
-de la Iglesia. Presentóse más encogido, torvo y desaliñado que de
-costumbre; y con esto sólo pintó la pena que le causaba el suceso, si
-es que alguna sentía real y verdaderamente. Así se acercó á la cama,
-sin desplegar sus labios ni sacar las manos de los bolsillos.</p>
-
-<p>Vióle don Valentín, y díjole:</p>
-
-<p>&mdash;Solo te quedas, Baldomero... porque yo me voy... la verdad
-sea dicha, sin gran pena de no volver á verte... aunque un poco mayor
-que la tuya... por perderme de vista... Eres un Adán, y no espero
-que te enmiendes... pero, ya<span class="pagenum" id="Page_409">[p.
-409]</span> que por tí no lo hagas... por el honor de tu padre... no
-acabes de perder la vergüenza al acabar con lo que te dejo... Conserva
-á Sidora, que ha sido muy fiel y cuidadosa... págala en seguida la
-manda que le hago en el testamento... que hallarás entre mis papeles...
-aléjate de ciertas compañías... acércate más á Dios... y aparta allá un
-poco ahora para que yo piense en Él mientras llega el señor cura.</p>
-
-<p>Fuése á la sala don Baldomero, y allí se dejó caer en una silla,
-con las piernas estiradas y la cabeza caída sobre el pecho. Juanguirle
-mandó despejar por completo el cuarto, y él mismo dió el ejemplo; pero
-sin perder de vista al moribundo hasta que llegó el señor cura.</p>
-
-<p>Se confesó don Valentín despacio y bien, como hombre que era de
-mucha cuenta y razón, aunque las de su conciencia las saldaba cada año,
-y no eran complicadas, según el lector habrá ido comprendiendo; recibió
-después el Viático y luégo la Unción; hasta que, á poco más de la media
-noche, apagándose el último soplo de su vida, entregó á Dios el alma,
-limpia y candorosa como la de un niño.</p>
-
-<p>Quedóse Juanguirle con algunos de su ronda velando el cadáver, y se
-acostó don Baldomero.</p>
-
-<p class="mt2">Amanecía apenas, cuando llegó á la puerta del estragal
-una mujer. Conocióla en la voz<span class="pagenum" id="Page_410">[p.
-410]</span> Juanguirle, salió á su encuentro y la apostrofó así,
-atravesado delante de ella:</p>
-
-<p>&mdash;¿Aónde vas? ¿Qué buscas? ¿Quién te llama aquí?</p>
-
-<p>&mdash;¿Á usté qué le importa?&mdash;respondió con desgarro la
-mujer.</p>
-
-<p>&mdash;¡Voto á briosbaco y balillo&mdash;exclamó
-Juanguirle,&mdash;que, si un poco me apuras, haré que valga mi
-autoridad y te lleven aonde no te dé el sol en mucho tiempo!... ¡Taday,
-moscalindrona!</p>
-
-<p>&mdash;Sepa usté que vengo aonde puedo, y en busca de lo que es
-mío.</p>
-
-<p>&mdash;¡Taday, zarramplinga! Si algo te deben y de algo vos remuerde
-la concencia, bien que lo cobres y la pongáis en gracia de Dios... y
-aticuenta que poco se pierde, porque tal para cual; pero á su tiempo:
-no ahora ni aquí... ¡Aguarda siquiera á que saquen de casa al que,
-vivo, nunca te hubiera dejado entrar en ella!</p>
-
-<p>&mdash;¡No es usté quién para mandar en este sitio!</p>
-
-<p>&mdash;Para cerrarte la puerta á tí y á cuantos jedores como tú la
-quieran apestar, todas las casas de Cumbrales son mías. ¿Lo entiendes,
-cárabo? Pues vuélvete al monte, ó te escurro yo á guantás... ¡Y mira
-que á mí no me la dais con la pamema de lo del murio, como al simplón
-del tu vecino!</p>
-
-<p>Con esto se volvió Juanguirle arriba, porque la mujer aquélla se
-largó hecha un veneno.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_lm.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_29">
- <p><span class="pagenum" id="Page_411">[p. 411]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_tristeza.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXIX. LO DEL MURIO">XXIX</h2>
- <p class="subh2">LO DEL MURIO</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-a.jpg" alt="A adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Al grito</span> de don Juan
-de Prezanes y al fragor de las ventanas hechas trizas, acudieron
-las criadas que estaban al otro extremo de la casa. Halláronle
-tendido en el suelo, juzgáronle asesinado, aturdiéronse; y sin otras
-averiguaciones, corrieron despavoridas á casa de don Pedro Mortera.</p>
-
-<p>Aunque no dijeron cuanto pensaban y sentían, sus palabras, y más
-que sus palabras, el modo de decirlas, produjo el efecto que es de
-presumir; y entre aspavientos y gritos, trasladóse en un verbo la
-familia entera, con sirvientes y adherentes, á casa de don Juan de
-Prezanes.</p>
-
-<p>Ya estaba éste de pie; pero aturdido y medio alelado. Entró don
-Pedro delante; y al oirle hablar con su amigo, los que detrás iban,
-lle<span class="pagenum" id="Page_412">[p. 412]</span>vando medio
-acongojada á Ana, avanzaron en tropel. Todo lo que antes era angustia,
-se trocó en curiosidad al ver el aspecto que ofrecía el cuarto sembrado
-de astillas y de cascos de vidrio, y en medio don Juan, que no acababa
-de romper á hablar. Ana se colgó de su cuello; y aunque le colmaba de
-caricias, anhelante y llorosa, el hombre parecía una estatua.</p>
-
-<p>Al fin respondió al torbellino de preguntas con que le acosaban por
-todas partes:</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo no sé qué demonios puede haber sido!... Estaba poniéndome
-el sombrero... es decir, me le había puesto ya, para salir en busca
-tuya, hija mía... De pronto, oí ruido hacia la calleja, abrí un poco
-esa ventana, y... ¡pin! ¡pan!... todo fué estruendo á mi alrededor,
-como si la casa se desplomara. No sé si alguna astilla... ó el
-sobresalto; pero es lo cierto que aquí me ví, un momento hace, tendido
-en el suelo, sin poder darme cuenta de nada... luégo entrásteis
-vosotros, y he recordado esto poco que os refiero. Nada en substancia,
-como veis... Pero ¿quién demonios soltó los tiros cuando yo...
-es decir, cuando abrí la ventana?... ¿Habéis oído algo vosotros,
-Pedro?...</p>
-
-<p>&mdash;Nosotros&mdash;respondió éste,&mdash;oímos esos tiros de
-que hablas, y otro más hacia la iglesia; y precisamente estábamos
-disputando sobre si habían sido tres ó dos y el eco de ellos,
-cuan<span class="pagenum" id="Page_413">[p. 413]</span>do llegaron tus
-criadas que te vieron aquí tendido al acudir al grito que diste.</p>
-
-<p>&mdash;¿Á qué grito, hombre?&mdash;saltó don Juan
-apresuradamente.&mdash;¡Si yo no dije una palabra!</p>
-
-<p>&mdash;Por lo que refirieron las muchachas&mdash;añadió don Pedro
-con socarronería,&mdash;lanzaste un ¡ay! terrible, sin duda al
-caer...</p>
-
-<p>&mdash;¡Vamos!... al caer. Sí, porque lo que es antes de los
-tiros...</p>
-
-<p>Al decir esto don Juan se estremeció de pies á cabeza, en una
-convulsión nerviosa.</p>
-
-<p>&mdash;Lo esencial es que hayas salido ileso de la
-catástrofe&mdash;prosiguió don Pedro mientras los demás no apartaban
-los ojos de don Juan, que, poco á poco, iba serenándose.&mdash;¿Quieres
-tomar algo?</p>
-
-<p>&mdash;Nada, nada... una taza de salvia, si acaso, porque estoy algo
-nervioso.</p>
-
-<p>Voló Ana á preparar el antiespasmódico, y tornó á preguntar don
-Pedro á su compadre:</p>
-
-<p>&mdash;¿Estás seguro de no haber recibido herida ni golpe?</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo veis... nada siento, nada me duele... digo mal, un
-coscorrón debo tener aquí...</p>
-
-<p>Tenía, en efecto, don Juan un chichón en la cabeza; pero cosa
-insignificante.</p>
-
-<p>&mdash;Sin duda contribuyó este golpe&mdash;dijo don Pedro,&mdash;á
-que perdieras el sentido cuando caíste.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_414">[p. 414]</span></p>
-
-<p>Y añadió por lo bajo, al oído de su mujer:</p>
-
-<p>&mdash;Apostaría las orejas á que tu compadre hizo una barbaridad.
-Aquella voz que yo oí antes de los tiros, fué la suya, no me cabe
-duda.</p>
-
-<p>&mdash;Pero á todo esto&mdash;insistió don Juan de
-Prezanes,&mdash;¿de dónde salieron aquellos dos tiros cuando yo
-grité... es decir, cuando abrí la ventana?</p>
-
-<p>Y se estremeció de nuevo, como si le asaltara un escalofrío.</p>
-
-<p>&mdash;Pues nadie lo sabe&mdash;respondiéronle,&mdash;como no se
-sabe quién soltó el de hacia la iglesia.</p>
-
-<p>&mdash;¡El demonio ha andado suelto aquí esta noche!</p>
-
-<p>&mdash;Días hace que no huelga en Cumbrales.</p>
-
-<p>&mdash;En fin, de buena te has librado.</p>
-
-<p>&mdash;¡Sí, sí!... y hablemos de otra cosa, si
-queréis,&mdash;concluyó don Juan volviendo á estremecerse.</p>
-
-<p>&mdash;Es que el asunto es grave, y hay que averiguar...</p>
-
-<p>&mdash;¡Vaya si lo es! Pero dejad siquiera que me tranquilice antes
-un poco.</p>
-
-<p>Llegó luégo Ana con la infusión de salvia; tomóla el sobrexcitado
-señor, y se entonó mucho; pero no dejó de temblar cada vez que salía á
-colación el caso de los tiros, caso que no cesaba de salir.</p>
-
-<p>Media hora después apareció Juanguirle en la<span class="pagenum"
-id="Page_415">[p. 415]</span> sala con la gente de que le hemos visto
-acompañado en el capítulo anterior. Iba desalado, porque le habían
-referido horrores de lo ocurrido en aquella casa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pícaros!&mdash;dijo cuando se enteró de la verdad.&mdash;¡Si
-la intención es lo que vale, en garrote vil acabéis!</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿quién fué? ¿Llegaremos á saberlo al
-fin?&mdash;preguntaron á Juanguirle.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién había de ser, voto á briosbaco y balillo! El faicioso
-mesmo,&mdash;respondió el alcalde.</p>
-
-<p>&mdash;¡Demonio!&mdash;exclamó don Pedro, mientras don Juan se
-estremecía y las mujeres se miraban sobresaltadas.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿dónde está ahora?&mdash;preguntó Pablo.</p>
-
-<p>&mdash;Camino del monte, según mis noticias.</p>
-
-<p>&mdash;Así me lo explico yo todo&mdash;decía, en tanto, don
-Juan:&mdash;siendo ellos, naturalmente habían de responder... es decir,
-tenían que hacer una de las suyas. Vieron luz, vendrían acosados...</p>
-
-<p>&mdash;¡Vea usted si don Valentín estaba en lo cierto!</p>
-
-<p>&mdash;¡Don Valentín!&mdash;gritó don Juan de Prezanes.&mdash;Ahora
-recuerdo que poco antes del suceso, estuvo aquí, de gran uniforme.
-¡Desdichado de él si le han visto con aquella arboladura!</p>
-
-<p>&mdash;Pues á rondar vamos, señor don Juan&mdash;di<span
-class="pagenum" id="Page_416">[p. 416]</span>jo el alcalde;&mdash;y si
-no se le llevaron, que lo dudo, con él hemos de dar. Con que, ya que no
-hacemos falta aquí, después de dar el parabién por lo poco que ha sido
-en comparanza de lo que pudo ser...</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¿quién los ahuyentó, Juan?&mdash;preguntó don Pedro.</p>
-
-<p>&mdash;Se cree que un tiro que oyeron hacia la iglesia, ó que
-creyeron oir: tal venían ellos de recelosos y perseguidos. El intento
-era, según voces, llegar á mi casa y pedir raciones, ó cosa que lo
-valiera... Con que lo dicho, y á la paz de Dios, que vamos á recorrer
-el pueblo para ver el rastro que han dejado.</p>
-
-<p>Salió Juanguirle con su gente, y ya sabemos que halló á don
-Valentín; cómo le halló y lo que aconteció en su casa, hasta que
-amaneció el nuevo día.</p>
-
-<p>Una hora después, mientras las campanas doblaban á muerto, el
-alcalde, acompañado solamente de Nisco y del alguacil, continuó la
-ronda, interrumpida durante la noche por los narrados sucesos; pero la
-mayor parte de los vecinos ni siquiera tenía noticia de lo acontecido.
-Felicitábase de ello el alcalde; y ya iba á dar por concluída su
-exploración, cuando se le ocurrió detenerse delante de la choza de
-la Rámila. Digo que se le ocurrió, porque su primera intención,
-por consejo de sus acompa<span class="pagenum" id="Page_417">[p.
-417]</span>ñantes, fué pasar de largo. ¿Qué había de buscar allí
-nadie, y mucho menos gente hambrienta y fugitiva? Y aunque hubiera ido
-alguien... y aunque hubiera matado á la bruja, ¿qué? Esta reflexión no
-se la hizo Juanguirle; pero se la hicieron sus acompañantes, y por eso
-le aconsejaron tan inhumanamente.</p>
-
-<p>&mdash;Criatura es de Dios como nosotros&mdash;dijo el alcalde
-después de vacilar un momento,&mdash;y derecho tiene á mi amparo como
-la que más.</p>
-
-<p>Y entró resuelto en la choza; cosa que le costó bien poco trabajo,
-porque la puerta estaba entreabierta y desquiciada.</p>
-
-<p>En el rincón de la izquierda había una mísera cama sobre un zarzo
-viejo, sostenido por cuatro estacas; y en aquella cama yacía la Rámila,
-quejándose y con la cabeza entrapajada. Á las preguntas de Juanguirle
-respondió:</p>
-
-<p>&mdash;Yo no sé qué decirte, hijo de Dios. En la cama estaba y oí
-golpes á la puerta y el hablar de mucha gente. Pedían agua para beber,
-y parecióme entenderles que querían saber por dónde se iba á casa
-del alcalde. Levantéme; los porrazos iban á más; y al ir á correr la
-llave saltó la puerta, dióme en la cabeza, caí, descalabréme de esta
-otra parte, y medio me descoyunté este brazo. Atontecióme el golpe...
-y ahí me estuve en el suelo lo más de la noche, sin saber lo que
-hicieron aquellos hombres, que<span class="pagenum" id="Page_418">[p.
-418]</span> me parecieron armados, aunque no lo jurara, porque con el
-golpe de la puerta sobró para que yo no viera más por entonces... Creo
-que esto no sea cosa de muerte; pero me resquema y me duele mucho. Sola
-me veo y sin más amparo que el de Dios. Ya que Él te trae acá, hazme la
-misericordia de decir en casa del señor don Pedro cómo me hallo... y
-de enquiciar esa puerta, siquiera para que las bestias no entren aquí
-mientras yo no pueda salir de la cama... si está de Dios que he de
-salir, para jalar otro poco de la cruz que arrastro por el mundo.</p>
-
-<p>El bueno del alcalde, por de pronto, y al saber que la pobre vieja
-estaba en ayunas, mandó á su hijo y al alguacil á buscar á las casas
-más próximas lo que con mayor urgencia reclamaba el estado de la
-infeliz; le reconoció, mientras aquéllos volvían, las heridas de la
-cabeza, que eran varias aunque no graves; las lavó cuidadosamente y
-las cubrió de nuevo, único <i>bálsamo</i> de que podía disponer allí donde
-no había gota de aceite en la alcuza, ni casco que revelara que había
-contenido jamás un sorbo de vino; y cuando, pasado un rato, estuvo más
-consolado el estómago de la Rámila con lo que trajeron el alguacil y
-Nisco, fuéronse los tres, no sin enquiciar antes la puerta, bien seguro
-Juanguirle de que, tan pronto como relatara aquella gran necesidad
-en casa de don Pedro Morte<span class="pagenum" id="Page_419">[p.
-419]</span>ra, de nada carecería ya la infeliz menesterosa.</p>
-
-<p>Cerca de la iglesia, de vuelta para su casa, encontró Juanguirle á
-Tablucas. Preguntóle éste por el resultado de su exploración, y contóle
-el alcalde el percance de la Rámila, dándole por remate y en chanza la
-enhorabuena. Tablucas se puso pálido.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ónde tiene las heridas?&mdash;preguntó al alcalde.</p>
-
-<p>&mdash;En la cabeza,&mdash;respondió éste.</p>
-
-<p>&mdash;¿Muchas?</p>
-
-<p>&mdash;Varias.</p>
-
-<p>&mdash;¿No muy grandes?...</p>
-
-<p>&mdash;Así, así... regulares.</p>
-
-<p>&mdash;Con que regulares... Y ¿no se queja de más?</p>
-
-<p>&mdash;Un brazo del mismo lado tiene también de mala manera.</p>
-
-<p>&mdash;¡Del mismo lado!... ¡y puede que sea el derecho!</p>
-
-<p>&mdash;El derecho es.</p>
-
-<p>&mdash;¡Córcia!... ¡el derecho!... ¡Con que el derecho!... ¡Y puede
-que diga que todo ello resultó de una caída!...</p>
-
-<p>&mdash;Eso afirma, y verdad será; no porque lo que yo he visto no
-pudiera ser lo mismo de arma de fuego, y de refilón, según está el
-pellejo como una criba.</p>
-
-<p>&mdash;¡De arma de fuego!... ¡de refilón! ¡Ma<span class="pagenum"
-id="Page_420">[p. 420]</span>ría, Madre de gracia!... ¡Córcia!...
-¡córcia!... ¡córcia!</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué mil demonios de piojera te roe, que no paras, alma de
-Dios?</p>
-
-<p>&mdash;¡No es cosa, no es cosa!... Es que ando yo así tiempo hace; y
-luégo ¡tanto se corre hoy de unos y otros!... Y ¿no barrunta ella cómo
-fué?</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues no te lo relato punto por punto? ¿Á que acabas por
-llorarla después de haberla plagado de maldiciones? ¡Por vida del
-chápiro verde, que si te entiendo me atenacen!</p>
-
-<p>&mdash;¡Córcia!... ¡y luégo dirán de uno que si torna, que si
-vira!... ¡La luz mesma no es más clara que ello! ¡María Santísima de la
-Encarnación y el Sursumcorda Paráclito y Unigénito!...</p>
-
-<p>Esto dijo Tablucas santiguándose aturullado y tembloroso; se volvió
-hacia su casa, y apretó á andar, sin despedirse del alcalde que le vió
-alejarse, santiguándose de asombro, á su vez.</p>
-
-<p>¡Era muy singular aquel Tablucas!</p>
-
-<p>Ya nos dijo en una ocasión que tenía en el magín un proyecto para
-acabar con el mal demonio que le perseguía. Desde entonces, como
-también sabemos, su vida fué una incesante agonía: cada noche, los
-tamborilazos á la puerta; cada luna, el perro en el murio. Á todo
-esto, solo con su familia y entregado con ella á<span class="pagenum"
-id="Page_421">[p. 421]</span> los horrores de su tribulación; porque
-pensar que nadie entrara en aquella corralada después de anochecer,
-era pensar los imposibles. ¿Quién era el guapo que á tanto se atrevía?
-Alguien, bien acompañado, por supuesto, se aventuró á pasar por la
-calleja, muy cerca del murio, mientras brillaba la luna á más y mejor;
-pero nada vió encima del ruinoso paredón, sino los mencionados cantos,
-que se bamboleaban cuando apretaba el viento, y un ramajo tísico de
-laurel que asomaba entre ellos, de medio lado. De aquello no resultaba
-forma de perro ni de cosa que se le pareciera, y esto convenció al
-valiente explorador y á las gentes que le oyeron después, de que lo que
-veían Tablucas y su familia lo veían ellos solos, porque para ellos
-solos se mostraba allí, por arte del demonio.</p>
-
-<p>Lo cierto es que Tablucas no pudo más, y que un día le pidió la
-escopeta á Resquemín. Díjole, en confianza, para qué la quería; y el
-tabernero, que era supersticioso, no solamente se la dió, sino que le
-aplaudió el intento.</p>
-
-<p>&mdash;Apunta bien y á cañón posao&mdash;le dijo al entregarle el
-arma:&mdash;de oreja á paletilla; que en estos casos no está el mal en
-tirar al enemigo, sino en dejarle vida para vengarse... ¡Jinojo!</p>
-
-<p>El mismo Resquemín cargó la escopeta con un puñado de pólvora y
-medio maquilero de metralla. Un palmo asomaba la baqueta fuera<span
-class="pagenum" id="Page_422">[p. 422]</span> del cañón después de
-apretado el último taco. Puso también la cápsula en la chimenea, y, por
-si faltaba, dió á Tablucas media docena de ellas.</p>
-
-<p>Pues, señor, que se fué Tablucas á casa al anochecer, precisamente
-cuando el pobre don Valentín salía de la suya á la del alcalde. Reunió
-la familia en la cocina; declaró ante ella su pensamiento, y terminó el
-discurso con estas palabras:</p>
-
-<p>&mdash;Porque, hijos míos, esta vida no es para llevada mucho
-tiempo; y aquí traigo la muerte ó la salvación de todos. Si <i>retingla</i>
-mucho, taparvos las orejas... lo peor será para mí; pero lo que es
-tirar, ¡córcia! lo que es tirar, tiro, aunque se me venga la casa
-encima.</p>
-
-<p>Después se trató de cenar: ¡para cenar estaba la familia de
-Tablucas! Así como así, no había qué, sino un poco de borona fría y
-unos cascos de cebolla. De modo que cuando salió la luna y se oyeron
-los tamborilazos á la puerta, y, entre la consternación de su mujer y
-sus hijos, empuñó la escopeta y subió al desván Tablucas, casi podía
-éste comulgar. ¡Y bien le hubiera venido al pobre, según lo trasudado,
-amarillo y congojoso que iba!</p>
-
-<p>Por último, se acercó á la ventana, se tumbó en el suelo boca
-abajo, y por una rendija muy ancha miró... ¡Allí estaba el perrazo,
-mitad<span class="pagenum" id="Page_423">[p. 423]</span> blanco, mitad
-negro, con la boca abierta y los ojos saltones, fijos en la ventana;
-de medio adelante, echado sobre las manos tendidas; de medio atrás,
-empinado y con el rabo tieso, en actitud de lanzarse sobre la presa á
-la menor provocación! Tablucas cerró los ojos y pensó desmayarse. Luégo
-se reanimó un poco.</p>
-
-<p>&mdash;Veamos&mdash;se dijo,&mdash;qué cara me pone, haciendo que
-tiro.</p>
-
-<p>Y sacó con mucho pulso el extremo del cañón por la rendija; le apoyó
-en la misma tabla; hizo la puntería... y nada: el perro inmóvil como
-un canto. Alentó aquello al hombre; resolvióse; apuntó donde le dijo
-Resquemín, y ¡Virgen de los Milagros, qué estruendo bajo aquel techo
-carcomido! ¡qué llover cascotes el tejado, y qué rodar Tablucas por
-el suelo con una astilla de la culata en la mano, única porción que
-á la vista quedaba de la escopeta, tan bestialmente cargada por el
-tabernero!</p>
-
-<p>Aquel tiro fué el que se oyó casi al mismo tiempo que los otros dos
-enderezados á don Juan de Prezanes.</p>
-
-<p>Pero el perro no estaba ya en el murio.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya lleva lo que necesita, córcia!&mdash;exclamó Tablucas
-cuando se cercioró de ello, y no le vieron tampoco su mujer y sus
-hijos, que subieron al desván inmediatamente.&mdash;Lo peor es que
-de la escopeta no queda más que esta piz<span class="pagenum"
-id="Page_424">[p. 424]</span>ca; pero él se empeñó en cargarla tanto, y
-con su pan se lo coma.</p>
-
-<p>Un muchacho tropezó luégo con el resto del arma en un rincón del
-desván. No había reventado el cañón; solamente se había partido la
-caja, y esto afirmó á Tablucas en la idea de que el tiro no se había
-extraviado en el camino que llevaba.</p>
-
-<p>Que el suceso causó verdadero regocijo en la familia, no hay que
-decirlo. Hasta se atrevió Tablucas á salir fuera de la portalada,
-pensando hallar al perro descuartizado al pie del murio.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí hay unos cantos que antes no había; pero no hay
-señal de perro, muerto ni vivo&mdash;dijo la mujer, que le
-acompañaba.&mdash;¡Toma!... ¡y son los de arriba que ya no están
-allí!</p>
-
-<p>&mdash;Habrán caído con el perro&mdash;contestó Tablucas con el
-mayor convencimiento.&mdash;Y el que él no esté aquí, no te pasme,
-¡córcia! que esas gentes no fenecen como nusotros, y suelen convertirse
-en jumera hidionda... Pus mira que algo de ella me da en la nariz, ó yo
-no sé agoler ya... De toas suertes, mañana amanecerá Dios y se verá lo
-cierto. ¡Ah, córcia, lo que va á verse!</p>
-
-<p>Ahora comprenderá el lector por qué á Tablucas le causaron tan honda
-impresión las noticias que de la Rámila le dió el alcalde.</p>
-
-<p>Llevólas á casa y después á la taberna, muy<span class="pagenum"
-id="Page_425">[p. 425]</span> en confianza; y como aquella noche,
-aunque alumbró la luna, ni hubo tamborilazos á la puerta ni perro en
-el murio, afirmóse más Tablucas en sus trece, y fué rodando la bola, y
-todo Cumbrales lo supo al día siguiente, y muy pocos dejaban de creer
-que lo que á la Rámila le dolía era el metrallazo de Tablucas.</p>
-
-<p>Mas el triunfo de este pobre hombre no fué completo. Había logrado
-demostrar que la bruja no era invulnerable; quizá dejar descubierto un
-camino por donde otros podían llegar hasta matarla, ó matar á otras
-tan brujas como ella; pero la Rámila vivía; y aunque en el murio no se
-la vió más ni en la puerta se oyeron sus garrotazos, la bruja no podía
-dejar de vengarse; y el temor de aquella venganza fué el espadón que
-tuvo sobre su cabeza el pobre Tablucas; temor tan insufrible como las
-apariciones del perro, hasta que Dios dispuso de la infeliz anciana
-y se la llevó á mejor vida que la que le cupo en suerte entre los
-crédulos campesinos de Cumbrales, que no se han curado todavía, ni se
-curarán jamás, de esas flaquezas, como tantas otras gentes que no son
-de Cumbrales, ni montañesas ni campesinas.</p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_aros.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="Ch_30">
- <p><span class="pagenum" id="Page_427">[p. 427]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_orejas.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak" title="XXX. REBAÑADURAS">XXX</h2>
- <p class="subh2">REBAÑADURAS</p>
-</div>
-
-<div class="drop-cap">
- <img src="images/drop-e.jpg" alt="E adornada" />
-</div>
-
-<p class="drop-cap2"><span class="smcap">Esto</span> se acaba, lector,
-y ¡ojalá te pese de ello! Por mi gusto, hubiera soltado la pluma
-después de escrito el capítulo que antecede, pues, en rigor de verdad,
-todo lo que á decir voy no vale dos cominos, y ya no ha de salvarme si
-lo que atrás queda tira de mi pobre fama hacia lo hondo. Pero allá va,
-porque, al fin, soy hombre de cuenta y razón, y hay lectores que no
-perdonan ni los maravedís del pico.</p>
-
-<p>Enterrado don Valentín; exterminado el perro del murio; hartos los
-vecinos todos de Cumbrales de hablar de los sucesos de aquella noche,
-que hicieron palidecer el recuerdo de los del domingo de marras,
-y atreviéndose ya Tablucas á volver solo á su casa á todas horas,
-acabó el pueblo de normalizarse con la noticia, oficial y auténtica,
-de que no quedaba rastro de<span class="pagenum" id="Page_428">[p.
-428]</span> <i>facioso</i> en muchas leguas á la redonda, y con la no menos
-grata y comprobada de que, al marcharse, se había llevado por delante
-al Sevillano, que, desde la felonía hecha á Pablo, andaba fugitivo de
-pueblo en pueblo y de encrucijada en encrucijada, en una de las que fué
-atrapado y metido <i>en filas</i>; lance que deploró Chiscón en gran manera,
-porque pensaba resarcirse de todas sus pesadumbres descoyuntando
-los huesos al pícaro matasiete que tanto le había comprometido y
-desacreditado á él.</p>
-
-<p>Estando así las cosas y reinando otra vez el Sur, aunque con
-intermitencias de chubascos, porque, al cabo, asomaba diciembre;
-restablecido Pablo por completo y terminados los pertrechos de boda,
-don Juan de Prezanes...</p>
-
-<p>¡Era muy raro lo que le acontecía á este señor desde los tiros
-aquéllos! Se había convertido en una malva. Tan suave y tan dócil era.
-Por de pronto, le dijo á don Rodrigo Calderetas, después de ponerse de
-acuerdo con don Pedro Mortera:</p>
-
-<p>&mdash;Que no cuente conmigo el marqués de la Cuérniga, ni ahora ni
-nunca. Por lo demás, aquí le queda el campo para que le explote á su
-gusto; pero será mejor que no se acuerde de ello, <i>por si acaso</i>. Lo
-mismo digo por el barón de Siete-Suelas y por cuantos personajes de su
-calaña traten de merodear por esta tierra bajo<span class="pagenum"
-id="Page_429">[p. 429]</span> el amparo de usted ó de cualquier otro
-en quien recaiga el <i>virreinato</i> cuando usted le deje ó le pierda.
-Yo me permito aconsejarle otra vez más que le deje, en alivio de
-todos y especialmente de usted mismo. ¡Qué bien se está así, como yo
-estoy ahora, en paz y en gracia de Dios y con los nervios en reposo
-perfecto!</p>
-
-<p>No era perfecto, sin embargo, el reposo, puesto que á menudo le
-acometían aquellos estremecimientos momentáneos, que ya observamos
-en él en la noche de los tiros. De tarde en cuando le decía
-el temperamento: «aquí estoy,» y quería el jurisconsulto como
-emberrinchinarse; pero en seguida recordaba la última corajina que
-había tenido; asaltábale el temblor de arriba abajo; pedía por Dios que
-se cambiara de conversación; complacíanle todos de buena gana, y se
-quedaba hecho unas dulzuras.</p>
-
-<p>Pues digo que estando así don Juan de Prezanes, Pablo restablecido
-y los preparativos terminados, tal ansia mostró porque las bodas se
-celebraran pronto, y tan de acuerdo estuvieron con él los cuatro
-novios, que no hubo manera de contrariarle... Y se celebraron las bodas
-antes que mediara diciembre, en un día de sol esplendoroso, aunque muy
-frío de crepúsculos. Pero ¿qué importaban estas leves crudezas á los
-que llevaban la primavera en la mente y el estío en el corazón?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_430">[p. 430]</span></p>
-
-<p>Casáronse, pues, Ana y María, y casóse también, al mismo tiempo,
-Nisco con Catalina, á quien llenaron de regalos las dos venturosas
-jóvenes, como Pablo llenó á Nisco de otros no menos valiosos y
-adecuados. Fué aquél un día de fiesta para Cumbrales; pues entre
-deudos, amigos y curiosos, se llevaron de calle todo el vecindario.
-¡Bien le fué entonces á la Rámila! ¡Bien les fué á todos los pobres!
-¡Bien le fué al cura, y, sobre todo, á los muchachos que le ayudaron!
-Entre ellos andaban Cabra y Lambieta. Á más de cinco reales partieron,
-¡que ya es partir! pues nunca llegó á seis cuartos lo que sacó en
-los casorios y bautizos más solemnes cada muchacho de los arrimados
-allá.</p>
-
-<p>Á propósito de la Rámila. Don Pedro Mortera le habilitó una casita
-con huerto, que tenía cerca de la suya, y allí pasó los poquísimos
-años que vivió todavía, relativamente feliz y descuidada. Resquemín la
-surtía de pan, no de muy buena gana, aunque por cuenta de don Pedro, y
-Tablucas lo censuraba altamente. María no se cansó nunca de mirar por
-ella, aunque la Cotorrona se le arrimó muchas veces al salir de misa
-para aconsejarla que llevara sus caridades hacia otro lado, porque
-hacer bien al demonio era ofender á Dios y perder la limosna.</p>
-
-<p>Ya ve el lector cómo va acabando esto no<span class="pagenum"
-id="Page_431">[p. 431]</span> del todo mal que digamos, por lo que toca
-al paradero de cada personaje. Casi resulta un cuento ejemplar de lo
-más edificante, porque hay que añadir á lo dicho que la mujer aquélla
-que despabiló Juanguirle desde la escalera de don Valentín, volvió á
-insistir al día siguiente; y como no estaba allí el alcalde entonces,
-entró, y no volvió á salir; porque don Baldomero, después de pagar á
-Sidora la manda de su amo, la plantó en la calle y dejó en su lugar
-á la otra, que era la viuda de marras. Y quedándose allí la viuda,
-comenzó á mandar en casa más que su dueño; y mandando así, mandóle un
-día que se casara con ella; y casóse don Baldomero, que á aquellas
-fechas (dos semanas después de la muerte de su padre) dió en tomar cada
-<i>curda</i> de aguardiente, que ardía. Pero las tomaba en casa, á cuenta y
-mitad con su mujer; y esto siempre era una circunstancia atenuante.</p>
-
-<p>Excuso decir á ustedes que á Juanguirle no pudo hincarle el diente
-el secretario; antes fué éste quien estuvo á pique de ir á presidio,
-porque el alcalde le rebuscó los pliegues y le halló el contrabando.
-¡Qué cosas descubrió! Pero tuvo lástima del pícaro, que era padre de
-familia, y se conformó con quitarle el destino, á ruego de don Rodrigo
-Calderetas, que se comprometió, en cambio, á no volver á amparar á
-ningún<span class="pagenum" id="Page_432">[p. 432]</span> tunante; y
-lo cumplió entonces uniéndose á sus amigos de Cumbrales para perseguir
-á Asaduras y á su protegido el de Siete-Suelas; por lo que aquel año no
-hubo elecciones allí por falta de candidato.</p>
-
-<p>Y en esto, avanzaba diciembre; desapareció por completo el Sur;
-y aunque la alfombra de verdura, con todos los imaginables tonos de
-este color, cubría la vega, la sierra y los montes, porque estas galas
-no las pierde jamás el incomparable paisaje montañés, los desnudos
-árboles lloraban gota á gota por las mañanas el rocío ó la lluvia de la
-noche; relucía el barro de las callejas, porque el sol que alumbraba
-en los descansos de los aguaceros no calentaba bastante para secarle;
-andaba errabunda y quejumbrosa de bardal en bardal, arisca y azorada,
-la negra miruella que en mayo alegra las enramadas con armoniosos
-cantos; picoteaba ya el <i>nevero</i> en las corraladas, y acercábase el
-colorín al calorcillo de los hogares; derramábanse por las mieses
-nubes de tordipollos y otras aves de costa, arrojadas por los fríos y
-los temporales de sus playas del Norte; blanqueaban los altos picos
-lejanos cargados de nieve; <i>cortaban</i> las brisas; reinaba la soledad
-en los campos y la quietud en las barriadas; iba la <i>pación</i> de capa
-caída; y mientras al anochecer se arrimaban las gentes al calor de
-la <i>zaramada</i>, ardiendo<span class="pagenum" id="Page_433">[p.
-433]</span> sobre la borona que se <i>cocía</i> en el llar, y se estrellaba
-contra las paredes del vendaval la fría cellisca, la aguantaba el
-ganado, de vuelta de las encharcadas y raídas mieses, rumiando á la
-puerta del corral, con el lomo encorvado, erizado el pelo, la cabeza
-gacha, el cuello retorcido y el rabo entre las patas; señales, éstas
-y aquéllas, de que se estaba en el corazón del invierno, nunca tan
-triste ni tan crudo como la fama le pinta, ni tan malo como muchos
-de ultrapuertos, que la gozan de buenos sin merecerla. Pero otras
-injusticias mayores comete todavía esa señora con la Montaña.</p>
-
-<p>¡Qué suerte la mía si con este librejo, ya que no lo haya logrado
-con tantos otros informados del mismo sentimiento, consiguiera yo,
-lector extraño y pío, darte siquiera una idea, pero exacta, de las
-gentes, de las costumbres y de las cosas; del país y sus celajes; en
-fin, del <i>sabor de la tierruca</i>!</p>
-
-<p class="mt2">&nbsp;<span class="small"><span class="smcap">Polanco</span>, octubre de 1881.</span></p>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_ojos.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter" id="ToC">
- <p><span class="pagenum" id="Page_435">[p. 435]</span></p>
- <div class="figcenter">
- <img src="images/barra_copa.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
- </div>
- <h2 class="nobreak">ÍNDICE</h2>
-</div>
-
-<table summary="Índice de contenidos">
- <tr>
- <td colspan="2">&nbsp;</td>
- <td class="tdr">Páginas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdl"><a href="#Ch_0">Prólogo</a> por D. B. Pérez Galdós</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_0">5</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_1">I.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;El escenario</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_1">23</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_2">II.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Á modo de sinfonía</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_2">33</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_3">III.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Algo del asunto</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_3">49</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_4">IV.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Pelos y señales</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_4">63</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_5">V.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Entre compadres</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_5">73</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_6">VI.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Don Valentín</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_6">91</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_7">VII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Más actores</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_7">103</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_8">VIII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Égloga</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_8">115</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_9">IX.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Las primeras chispas</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_9">125</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_10">X.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Los humos de Nisco</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_10">137</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_11">XI.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Apuntes para un cuadro</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_11">151</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_12">XII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Medias tintas</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_12">167</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_13">XIII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Las alas de cera</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_13">183</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_14">XIV.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Por lo fino</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_14">197</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_15">XV.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Verdades amargas</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_15">205</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_16">XVI.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Una deshoja</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_16">219</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_17">XVII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;La derrota</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_17">235</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_18">XVIII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;El secreto de María</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_18">247</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_19">XIX.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Retazos</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_19">263</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_20"><span class="pagenum" id="Page_436">[p. 436]</span>XX.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Emociones fuertes</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_20">277</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_21">XXI.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Prólogo de un drama</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_21">299</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_22">XXII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Entreacto ruidoso</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_22">309</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_23">XXIII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Griegos y troyanos</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_23">319</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_24">XXIV.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Deus ex máchina</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_24">339</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_25">XXV.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Miel sobre hojuelas</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_25">351</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_26">XXVI.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;De varios colores</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_26">369</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_27">XXVII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Genio y figura...</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_27">383</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_28">XXVIII.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Sicut vita...</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_28">401</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_29">XXIX.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Lo del murio</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_29">411</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_30">XXX.</a></td>
- <td class="tdl">&mdash;Rebañaduras</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_30">427</a></td>
- </tr>
-</table>
-
-<div class="figcenter mt3">
- <img src="images/fin_monos.jpg"
- alt="Ilustración de adorno" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter pt3">
-<div class="footnotes">
-
-<p class="large centra mt1">NOTAS</p>
-
-<div class="footnote">
-
-<p id="Footnote_1"><span class="label"><a
-href="#FNanchor_1">[1]</a></span> Colmenas.</p>
-
-</div>
-
-<div class="footnote">
-
-<p id="Footnote_2"><span class="label"><a
-href="#FNanchor_2">[2]</a></span> Me luce.</p>
-
-</div>
-
-<div class="footnote">
-
-<p id="Footnote_3"><span class="label"><a
-href="#FNanchor_3">[3]</a></span> Caracol marino.</p>
-
-</div>
-
-<div class="footnote">
-
-<p id="Footnote_4"><span class="label"><a
-href="#FNanchor_4">[4]</a></span> Enterrar la bruja es dejar una
-castaña oculta entre la ceniza, no sé por qué ni para qué; pero es
-detalle de carácter en las magostas.</p>
-
-</div>
-
-<div class="footnote">
-
-<p id="Footnote_5"><span class="label"><a
-href="#FNanchor_5">[5]</a></span> Los campesinos montañeses, los de la
-región central, por lo menos, llaman ábrego al viento del Sur.</p>
-
-</div>
-
-</div>
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<div class="chapter pt3">
-<div class="transnote" id="tnote">
- <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
-
- <ul>
- <li>Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la
- utilizada actualmente. Las inconsistencias ortográficas se han
- normalizado a la grafía de mayor frecuencia.</li>
-
- <li>Se ha respetado la falta de emparejamiento de los signos de
- admiración e interrogación, por ser un rasgo de estilo del autor.</li>
-
- <li>Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.</li>
-
- <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li>
-
- <li>Se han añadido ilustraciones de adorno al final de los capítulos
- que, en el original impreso, carecen de ellas.</li>
-
- <li>El transcriptor ha creado la imagen de la cubierta y la sitúa
- en el dominio público.</li>
- </ul>
-</div>
-</div>
-
-<hr class="full" />
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of Project Gutenberg's El sabor de la tierruca, by José María de Pereda
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL SABOR DE LA TIERRUCA ***
-
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