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-The Project Gutenberg EBook of De carne y hueso; cuentos, by Eduardo Zamacois
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: De carne y hueso; cuentos
-
-Author: Eduardo Zamacois
-
-Release Date: April 10, 2016 [EBook #51721]
-[Last updated: May 7, 2016]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: ISO-8859-1
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK DE CARNE Y HUESO; CUENTOS ***
-
-
-
-
-Produced by Chuck Greif and the Online Distributed
-Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This book was
-produced from scanned images of public domain material
-from the Google Books project.)
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- DE CARNE Y HUESO
-
-
-
-
-
- EDUARDO ZAMACOIS
-
- DE CARNE Y HUESO
-
- (CUENTOS)
-
- [Illustration: colofón]
-
- BARCELONA
-
- CASA EDITORIAL SOPENA
-
- Provenza, 95
-
- Imp. y estereotípia de la casa editorial Sopena.--BARCELONA
-
-
-
-
-INTRODUCCIÓN
-
-
-Los astrónomos, al lanzar una mirada escrutadora á las profundidades del
-espacio, vieron que la Divinidad se empequeñecía y reculaba
-indefinidamente ante el poderoso objetivo de los telescopios, como los
-histólogos, analizando los elementos atómicos de los tejidos,
-desesperaron de poner jamás al alcance de sus escalpelos el espíritu
-humano: los astrónomos dudaron de Dios cuando el telescopio fracasó en
-el cielo, y los médicos dudaron del alma cuando el microscopio
-descompuso el nervio sin descubrir la X devorante de la vida; y es que
-el alma es la eterna quimera del individuo, como Dios es la quimera
-irresoluble del Cosmos.
-
-Si es verdad, como dice Moleschott, que la inteligencia es un movimiento
-de la materia y que el hombre, como ser pensante, es producto de sus
-sentidos; y si es cierto, como afirma Taine, que «el pensamiento y la
-virtud son productos como el vitriolo y el azúcar,» ¿qué resta del
-espíritu, esa inmortal mariposuela voladora que la consoladora filosofía
-mística supone aleteando á través de las inmensidades siderales, en
-busca de su castigo ó de su salvación perdurable, después del último
-convulsivo estertor de la carne agonizante?...
-
-Nada...
-
-El alma no está en el vientre, como suponían los cartesianos, ni en la
-sangre, ni en el cerebro, y los que antiguamente se denominaron
-fenómenos psíquicos, son manifestaciones de la materia; vibraciones
-magnéticas de la carne omnipotente que ama, que desea, que sufre...
-
-Eso es lo que la ciencia halló en el hombre: huesos que se mueven
-obedeciendo á órdenes musculares, y músculos que se contraen bajo el
-imperio de los nervios, que vibran sensaciones... ¡Materia, en fin, por
-todas partes! Materia que impresiona, materia que vibra, que se contrae
-y que obedece con la pasividad de lo inerte...
-
-Y eso son los hombres: figurillas de barro; tristes polichinelas de
-carne y hueso, galvanizados unas veces por el amor, que les une; otras
-por el odio, que les separa; ó por la codicia, que les consume, ó por
-sus ilusiones ó sus desesperanzas... pero rindiendo siempre pleito
-vasallaje á la sensación, el inexplicable resorte propulsor de la vida.
-
-Por eso titulo esta colección de artículos, así: De carne y hueso.
-
-En estos cuentos, escritos al correr de la pluma en noches de trabajo
-mortal, he procurado describir matices diversos del complicado ramillete
-de las pasiones, y siempre, aun en el fondo de lo más metafísico y
-conceptuoso, encontré la huella de la sensación omnipotente, uniendo al
-espíritu y á la materia con cadena de eslabones inrompibles. Por todas
-partes ví lo mismo: huesos, sangre, carne y nervios... Pero el alma, la
-feliz mariposuela de la inmortalidad, no la he visto nunca...
-
-¡Ah!... ¡Y si yo pudiese expresar cuánto he sufrido al convencerme de
-que sólo hay en nosotros carne y huesos...
-
-
-
-
-ODIO MORTAL
-
-
---No seas testaruda, Julia, y satisface mi curiosidad sin ambajes ni
-pleguerías retóricas importunas. ¿Por qué tus cartas las secas con
-ceniza y no con arenilla azul ó roja, que es el color emblemático de las
-pasiones ardientes?...
-
-Ella se encogió de hombros.
-
---Es un capricho.
-
---Capricho del cual debes corregirte--repuso Daniel Montoro entre
-seriote y risueño;--porque yo hago con tus cartas lo que Werther con las
-de Carlota; besarlas... y me hace poquísima gracia mancharme los labios
-de ceniza. ¿Por qué ensucias con esa basura los pliegues de tus
-billetitos perfumados?...
-
-Hubo un momento de silencio; Julia, apoltronada en su butaca, miraba al
-amado sin responder.
-
---No sé cómo explicar ese humorismo de tu temperamento artístico--añadió
-él:--á veces creo que con esa ceniza quieres expresar el fuego devorador
-de tu cariño, que todo lo calcina; otras, que te mofas de tus propios
-juramentos espolvoreando ceniza sobre ellos, como significándome, con
-ese recato delicioso de las mujeres ladinas, que tu pasión es antojo
-vano, fingimiento... humo y cenizas...
-
---Te engañas; ese capricho mío no obedece á los enrevesados intríngulis
-psicológicos que supones; es... una venganza. ¿Tú has odiado alguna
-vez?...
-
---Nunca--contestó Daniel Montoro, admirado;--imagino que es mucho más
-fácil amar que odiar.
-
---Tan difícil y tan exquisitamente agradable es lo uno como lo otro.
-Amar es vivir en el ser amado, discurriendo con su cerebro, sintiendo
-con su carne; en él hallamos lo mejor: las zarzas nos parecen flores,
-fausto la miseria y, bajo los mayores rigores de la suerte, nuestra alma
-goza paz y quietud dulcísimas... ¡Pero odiar!... Es no poder soportar la
-presencia ni el recuerdo torcedor del ser odiado, que nos roba el aire y
-empozoña el agua que bebemos... Créeme; ¡hay venganzas crueles que
-regocijan hasta los tuétanos como si fuesen un deleite!...
-
-Movida por la exaltación de su discurso, se había incorporado mirando á
-su amante con ojos grandes y negros de apasionada; luego añadió, un poco
-más serena:
-
---No maldigas de esas cenizas con que seco mis cartas, pues envuelven un
-amuleto misterioso que asegura la firmeza de mi amor hacia ti...
-
---No comprendo, habla...
-
---¿Y si después de saber este secreto trágico no me quieres? Me has
-sorprendido en uno de esos instantes de femenil debilidad en que no
-puedo rehusarte nada. Pero temo hablar y que me desprecies; los que
-odian como yo se exponen á ser odiados de igual manera. Mi secreto es
-algo satánico, inaudito, casi repugnante... Daniel, amado de mi alma, no
-me arranques esta confesión sin antes jurar que me quieres mucho, que me
-querrás siempre...
-
- * * * * *
-
-Estaban sentados junto á la ventana: ella en una butaca de elevado
-respaldar; él á sus pies, sobre una silla baja, medio arrodillado,
-acariciando y besando las blancas manos de la adorada.
-
-Era una tarde lluviosa de invierno; por el cielo gris pasaban grandes
-masas de nubes exprimiendo una llovizna compacta y menudita que caía sin
-ruido; los faroles de la calle, agitados por el viento, lanzaban haces
-de luz rojiza que penetraban por la ventana tiñendo los objetos de la
-habitación con reflejos sanguinolentos. Las puertas de aquel gabinete
-espacioso y bien alfombrado estaban cubiertas por opulentos cortinajes
-de terciopelo negro; sobre el fondo obscuro de las paredes rielaban los
-cristales de algunos armarios y perfiles marmóreos de estatuas que se
-bocetaban tímidamente en la penumbra, como espíritus livianos de
-personas muertas; los clavos dorados de la sillería salpicaban la
-obscuridad de puntos metalescentes; sobre la mesa colocada en medio de
-la habitación, un magnífico estuche de oro cincelado, terso y pulido,
-parecía brillar con luz propia.
-
-Los cuerpos de Julia y de Daniel Montoro, colocados delante de la luz,
-se recortaban sobre el techo con perfiles monstruosos, deformados según
-las leyes de la óptica; cabezas puntiagudas, narices gigantescas, brazos
-largos terminados en manos que huían moviendo los dedos, cual si fuesen
-arañas enormes.
-
-En el comedio de la habitación, silenciosa y anegada en tinieblas, el
-soberbio estuche de oro cincelado brillaba con reflejos glaucos de sol
-poniente...
-
- * * * * *
-
---Las cenizas con que seco mis cartas--dijo Julia,--las tengo encerradas
-ahí, en ese estuche de oro...
-
-Una ráfaga misteriosa de viento atravesó el gabinete lanzando un quejido
-agónico semejante al aleteo de un pájaro nocturno. Julia continuó:
-
---Voy á confesártelo todo, concisamente y de plano, porque estos
-secretos tan íntimos se dicen pronto ó no se dicen nunca. Ya sabes que
-me casé á los veinte años, y que á los veintisiete enviudé; pero ignoras
-cuán funesto fué aquel hombre para mí. Eso no lo sabe nadie, pues la
-sociedad condena á la mujer á honrar el apellido del esposo que la vejó
-y afrentó, como exige al condenado á muerte bese la mano del verdugo que
-va á ejecutarle.
-
-Su voz temblaba de emoción y por su semblante pálido de hembra nerviosa,
-rodaron dos lágrimas.
-
---¡Oh, Daniel--añadió, he sufrido tanto... tanto!... Yo, cuando le
-conocí, era una niña sin mancilla, con el corazón abierto á todos los
-seductores mirajes de la pasión... Él ajó mi juventud, desvaneció mis
-ensueños de opio y secó los fecundos raudales afectivos de mi alma con
-sus intransigencias y sus celos de macho brutal; yo servía de dócil
-recreo á sus caprichos; siempre me tenía encerrada creyendo que iba á
-traicionarle; me obligaba á jurar todas las noches que le amaba, que no
-le engañaría nunca, y como mi carácter altanero se rebela contra
-semejantes complacencias, el miserable me maltrataba...
-
-Creo que me quería, pero á su modo; con pasión rabiosa de fiera que me
-hizo sufrir infinitamente. El ruido de sus pasos me daba frío de
-cuartana: en cuanto llegaba me cogía por las muñecas para interrogarme:
-«¿Quién ha venido? ¿Por qué estás tan peinada?...» Miraba debajo de las
-camas, detrás de las puertas: me olfateaba los labios, creyendo que
-olían á tabaco; examinaba mis dedos para ver si los tenía manchados de
-tinta... Como recuerdo haberte referido en otras ocasiones, él padecía
-ataques epilépticos que le dejaban exánime durante dos y tres días... El
-temor de ser enterrado vivo le obligó á recomendarme que, después de
-muerto, le incinerasen... y yo satisfice su deseo...
-
-Daniel Montoro tembló violentamente; acababa de comprender.
-
---Luego esas cenizas...--murmuró.
-
---Sí, acertaste, son las suyas... las guardo en ese estuche de oro...
-
-Hubo otra pausa: la cabeza de la joven se dibujaba en el techo de la
-habitación con un perfil quimérico, y otra vez murmuró por la estancia
-el quejido del viento, tenue como el aleteo de un pájaro herido.
-
---Por eso le odio tanto--añadió ella incorporándose,--y me vengo del
-muerto, ya que mi débil constitución de mujer me impidió vengarme del
-vivo. Yo le odiaba con ardor sin límites; no sólo aborrecí aquellas
-manos y aquellos labios groseros que me insultaron, sino que cifré en
-cada uno de los miembros de su cuerpo un odio particular: odié sus ojos,
-su frente... ¡odié sus cabellos, uno por uno!... Artemisa amó tanto á
-Mausoleo que se bebió sus cenizas; yo, en cambio, gozo secando con las
-cenizas de aquella vil armazón de materia las cartas que te escribo, y
-con que tú las insultes también llevándotelas á los labios...
-
-Luego prosiguió:
-
---Es una venganza cruelísima, superior á cuantas ejecutan los ángeles
-precitos en los círculos del infierno dantesco. Si es cierto que tras
-esta vida efimera hay otra y que los muertos tienen la capacidad de
-espiar á los vivos... la venganza que ahora tomo de él, es digna secuela
-del martirio que de él recibí. Gozo imaginando que su alma vaga en torno
-mío, que se asoma por encima de mi hombro para leer las cartas que te
-escribo, que llora entre los pliegues del mosquitero que abriga el lecho
-donde me entrego á ti... Sí, odié todo su cuerpo, miembro por miembro,
-átomo por átomo... y ahora el polvo de sus huesos calcinados lo empleo
-en secar las cartas donde te cito, llamándote «luz de mis ojos...
-sangre de mi sangre...»
-
-Calló,..
-
-Daniel Montoro se puso de pie, horrorizado; ella también se levantó y
-sus dos cuerpos abrazados se recortaron sobre el fondo iluminado de la
-ventana.
-
---No me odies por eso--murmuró Julia muy quedo y cubriendo á su amante
-bajo una mirada de inextinguible pasión;--la mujer que odia como yo,
-también sabe amar infinitamente.
-
-
-
-
-AGONIA
-
-
-Les había visto juntos muchas veces y siempre me inspiraron esta
-curiosidad que enciende la intuición de los grandes secretos.
-
-_El_, blandengue y ahilado, con los débiles hombros muy altos, el tórax
-deprimido, la mirada cobarde de los enfermos de la médula y la frente
-angosta de los tontos sobre quienes la imbecilidad descargó su primer
-mazazo. Su mirada era fría; sus ademanes desmañados, sus piernas
-caminaban con paso incierto, cual si avanzasen por un terreno húmedo...
-
-_Ella_, su mujer, era alta y hermosa, con esa hermosura mate de los
-temperamentos ardientes; el talle largo y esbelto, el semblante
-vivificado por la expresión inolvidable de sus ojos: ojos de
-calenturienta, con mucho negro y mucha luz en la pupila...
-
-Al principio parecióme inverosímil que aquel macho débil fuese dueño de
-hembra tan poderosa: después fuí muy amigo de los dos: él logró
-conmoverme con su melancólico empaque de niño enfermo; ella, por el
-contrario, me sugestionó con sus apasionamientos y sus criminales
-ardores de hermosa bestia encelada; terrible como Pandora y, como ésta,
-fuerte y adorable.
-
- * * * * *
-
---No, no le quiero--me dijo con voz vibrante de rencor;--pocos días
-después de casarnos, ya no le quería. Es insignificante, es débil, es
-vulgar... y mi temperamento salvaje de artista odia lo pequeño. Yo
-anhelaba un esposo como Nana-Saib, no un habitante del Liliput...
-
-Me había recibido en el despacho, para que mi presencia no fuese
-sospechosa á la servidumbre, y desde el sitio donde me hallaba veía
-claramente su rostro pálido iluminado por la luz del quinqué colocado
-sobre la mesa.
-
-Yo estaba sentado en un sillón; ella delante de mí, devorándome con sus
-rasgados ojazos negros en los que bullía el turbulento silabario de los
-amores ardientes.
-
---Le odio--continuó;--á su lado siento frío, ese frío repulsivo que
-inspiran los anfibios; y cuando sus labios me besan ó sus manos yertas
-me acarician, mi cuerpo vibra como si sobre él se deslizase un
-caracol...
-
-Tras un momento de silencio, agregó:
-
---Di, ¿me crees?
-
-Había tanta ansiedad en su interrogación, que depuse toda reserva.
-
---Sí, te creo--dije--porque necesito creerte para vivir. Necesito saber
-que eres mía en cuerpo y alma, que vives para mí, que te engalanas
-tanto, para gustarme más, que soy el amante de tus pesadillas...
-
-Sugestionada por las zozobras que en mi corazón producían los tormentos
-del suyo, manifestóse tal cual era, revelándome el gran secreto, el
-misterio criminal de su existencia de mujer casada; y lo dijo deprisa y
-con extraños barboteos, cual si una mano invisible la apretase
-fuertemente el cuello.
-
---Quiero ser tuya completamente--prosiguió;--para ello necesito
-enviudar... y, créeme... enviudaré muy pronto...
-
-Y como yo hiciese un gesto de horror, exclamó sonriendo con su espantosa
-risa adorable de sirena:
-
---No te figures que soy una de esas criminales adocenadas que emplean el
-cuchillo ó el veneno. ¡Nunca! ¡yo no soy vulgo!... El beleño por mí
-empleado no cabe en ninguna fórmula química; es intangente. _El_ morirá
-y morirá entre mis brazos, sus yertos labios apoyados sobre los míos,
-bendiciéndome... ¡Morirá de amor!... Todas las noches, aunque no quiera,
-le sirvo una buena dosis de dulce veneno. La muerte viene á pequeñas
-jornadas, pero viene... y ten por cierto que del tremendo drama no
-quedarán rastros...
-
-Así habló ella, la adorable fiera sobre cuyo seno iba quedando exangüe
-aquel horriblemente bufo polichinela del matrimonio...
-
- * * * * *
-
-Otro día conversé con él...
-
-Tan débil, tan lacio, con sus labios anémicos, su mirada incierta y su
-cráneo desdibujado de idiota. Me habló de ella.
-
---Me quiere mucho--dijo;--durante el día, no bien estamos solos, acude á
-sentarse sobre mis rodillas, me estrecha la cabeza entre sus manos, me
-adormece con las palabras más suaves, me besuquea en los labios.....
-¡Oh, unos besos muy fuertes, muy duraderos, que si bien me hacen muy
-feliz, también me causan infinito daño!...
-
-Calló para destoser con esa tosecilla seca, entrecortada, de los
-tísicos; luego continuó:
-
---Por las noches su cariño se exacerba más aún. Ahora, como estoy tan
-delicado, no voy al teatro casi nunca; además, si alguna vez me acomete
-el antojo de ir al café, ella me lo quita de la cabeza. Pues bien; ella
-es quien me da el brazo para ir desde el comedor al dormitorio, quien me
-desnuda, quien me tibia el lecho acostándose antes que yo... Y ya
-ensabanados, ¡con qué esmero me abriga y sube el embozo, echándome los
-brazos al cuello y cosiéndose á mi como niña miedosa!... ¡Ay! ¿Qué
-quieres? Reconozco que estos excesos de cariño me son fatales, pero ella
-me quiere tanto que no sabe reprimirse... y yo tampoco acierto á
-regatearla mi amor.
-
-La voz doliente de aquella pobre víctima explicando y disculpando las
-crueldades de su verdugo, era altamente conmovedora.
-
---Y tú, ¿la quieres?--pregunté.
-
---¿Yo? ¡Con toda mi alma! No tengo padres, ni hijos; mi único bien es
-ella. Si ella me faltase, me moriría...
-
-Habló de sus proyectos, de sus ambiciones. En cuanto llegase el verano
-iría á baños; luego, si lograba restablecer un poco los descalabros de
-su salud, emprendería algún negocio.
-
---Y esas expediciones, ¿las harás con ella?
-
---¿Cómo no--repuso,--si ella es mi cielo y mi tierra... todo?...
-
-Aquellos diálogos no pueden borrarse de mi memoria. La temible
-catástrofe no ha ocurrido aún, pero puede suceder hoy, mañana...
-cualquier día. _El_ decae visiblemente; sus piernas se arrastran por el
-suelo; sus ojos se cierran, la fiebre estremece sus labios
-descoloridos... _Ella_, en cambio, es la hembra alta y poderosa de
-siempre, con su rostro marfileño y sus ojos fulgurantes de loca: nunca
-le deja y á todas partes le lleva trabado del brazo.
-
-¡Oh, la quiero mucho, mucho!... Con una de esas pasiones bravías que
-sólo saben inspirar los malos; mas, no obstante, me repugnan su crimen y
-la estúpida candidez del mártir, y me acometen tentaciones de descubrir
-á éste el peligro que corre.
-
-Pero, ¿para qué? Es inútil; la sentencia que le condena á morir es
-irrevocable: sin ella, le mataría la pesadumbre; con ella, le matará el
-deleite...
-
-Que siga, pues, así.
-
-¡Es tan dulce morir soñando!
-
-
-
-
-AGUAFUERTE
-
-
-La embarcación rompía suavemente el agua dejando tras sí una estela
-brillante como reguero de menudos cristales; las primeras sombras
-crepusculares invadían el espacio; sobre el mar inmenso, el lucero
-vespertino derramaba su resplandor frío; las olas, que encrespó la
-caricia del viento, se hundían al llegar junto al frágil esquife que
-pasaba sobre ellas como una caricia, amasándolas; las gaviotas huían
-enderezando hacia la playa el vuelo.
-
-Federico y Daniel, sentados el uno delante del otro, remaban á compás;
-se habían quitado la camisa, y bajo sus elegantes camisetas de seda
-temblaban los músculos pectorales, los biceps vigorosos y ágiles, y toda
-su enérgica complexión de aristócratas aficionados á los duros
-ejercicios de la gimnasia y de la esgrima.
-
-Desde popa, donde iba llevando las cuerdas del timón, Elisa Dantín
-envolvía á los dos hombres en una mirada extraña. Representaba veinte
-años: tenía el rostro pálido y un dejo de vaga pesadumbre embellecía sus
-labios; sus ojos negros eran crueles y fríos; bajo el talle esbelto, sus
-caderas amplias de mujer sensual dibujaban una doble curva firme y
-armoniosa.
-
---¿Quieres que emprendamos el regreso?--preguntó Federico.
-
---No--repuso ella,--sigamos; el tiempo es muy hermoso.
-
-El bote continuó avanzando hacia alta mar, moviendo sus remos que
-hendían las olas sin ruído, como un gigantesco insecto de cuatro patas.
-Las costas, ya distantes, recortaban bajo el cielo una silueta negra y
-borrosa; las luces palidecían en la niebla rodeadas de un nimbo glauco;
-allá, los mástiles de los buques anclados formaban una especie de bosque
-escueto y triste; las estrellas iban encendiéndose poco á poco, y su luz
-bruñía la blanca cresta de las olas. Elisa Dantín miraba á los remeros.
-
-Aborrecía á Federico, su marido, que la adoraba. Elisa no era
-responsable de aquel odio que vanamente procuró domeñar; que los cariños
-y los desvíos son como plantas parásitas que nacen donde quiera, sin
-necesidad de que la mano cuidadosa del jardinero las siembre ni agasaje.
-¡Y qué tormento aquel de vivir unida á un hombre cuyo trato iba siéndola
-insoportable de día en día! Fingiéndole amor, complaciendo sus deseos,
-ofreciendo sus labios á sus besos, acariciando lo que hubiese querido
-herir... Y así siempre, una noche y otra, para luego, á la mañana
-siguiente, volver á representar ante el mundo el papel, tristemente
-cómico, de una felicidad perfecta.
-
---¿Hay nada más horrible--pensaba Elisa--que ser amada por un hombre
-odiado?
-
-Y hubo, en el callado curso de sus meditaciones, una pausa que parecía
-responder al silencio augusto del mar y de los cielos en calma. Daniel
-preguntó:
-
---Elisa... ¿quiere usted que volvamos á tierra?
-
-Ella le miró duramente, con rencor; después, hablando en voz muy baja,
-como soñando, repuso:
-
---No, no... sigamos, sigamos...
-
-La embarcación continuó en línea recta, rompiendo las olas. A la
-izquierda se erguía el faro, con su luz triste, bienhechora como la
-sombra de los eucaliptos; más allá estaba el Océano, negro,
-impenetrable, reposando sobre abismos donde nunca penetró el sol. Elisa
-Dantín reanudó su soliloquio.
-
-Sí, hay algo peor que ser amada por quien se aborrece--pensó,--y es
-querer á un ingrato...
-
-Miró á Daniel, tan joven, tan apuesto, tan falaz, que parecía esquivar
-el relampagueo de sus ojos mirando á otra parte... Daniel y Federico se
-querían como hermanos; le conoció poco después de su matrimonio; él
-regresaba de una larga excursión por Oriente; volvía alegre, sediento de
-emociones, codicioso de referir las aventuras que corrió por aquellos
-lejanos países del sol. Daniel fué enamorándola con atenciones y
-palabras: después la declaró su pasión, que ella rechazó indignada; pero
-su protesta era tardía; cuando quiso olvidarle ya no pudo y fué suya...
-Meses después Daniel la olvidaba por otra mujer.
-
-Bajo el calor bochornoso de aquella tarde de Junio, Elisa Dantín sentía
-que todas sus malas pasiones se exasperaban. Veía á Daniel decidor,
-impúdico, riendo feliz entre los brazos de sus nuevas queridas, y el
-odio que encienden los celos nublaba el pensamiento de la desdeñada. Por
-él traicionó á su marido, y burlándose supo aborrecerle; por él aprendió
-el camino del adulterio y de la mancebía. ¿Y para qué?...
-
---Le odio tanto como á Federico, acaso más... pues me quitó el consuelo
-de ser honrada...
-
-Elisa comprendía que su pobre espíritu estaba sometido á las dos grandes
-torturas, límite de todos los sufrimientos pasionales: querer al que
-desprecia, odiar al que nos ama... Ella, por tanto, padecía toda suerte
-de sufrimientos: el amor que negaba á Federico, nadie lo quería; su
-honor era como rosa marchita, caída en un camino; ¿qué podría disculpar
-su adulterio?... Una idea que hasta allí anduvo vagando por los más
-ocultos escondrijos y desvanes de su pensamiento, surgió de pronto
-aterradora, fría, centelleante, como el zig-zag de una arma blanca.
-
---¿Y si yo me deshiciese de los dos?
-
-Tembló y procuró pensar en otra cosa; pero la idea terrible resurgía
-tentadora, irresistible... Aquellos hombres estaban á merced suya; en
-ella convergieron los voraces apetitos de los dos; aquel deseo podía
-convertirse instantáneamente en odio; bastaba un gesto... una sola
-palabra de sus labios... para precipitar al uno sobre el otro y
-obligarles á reñir hasta despedazarse, ¿Para qué sufrir? ¿Acaso no valía
-la muerte del amante la vida del marido?... Muertos ambos, ella quedaba
-libre: la destrucción es santa; no se puede edificar donde hay ruínas;
-la piqueta debe preparar el campo á la paleta y á la plomada... ¡Y tanto
-bien, podría alcanzarlo con sólo querer!...
-
-Elisa Dantín sonrió satisfecha, como reirían los viejos tiranos.
-Federico preguntó:
-
---¿Volvemos?
-
-Ella repuso distraída:
-
---Me es indiferente; como queráis...
-
-Ellos viraron la embarcación; Elisa Dantín volvió á pensar:
-
---¡Si yo hablase!...
-
-Pronto, antes de una hora, llegarían á tierra; la tierra era para ella
-la esclavitud, el disimulo, el secreto martirio de todas sus horas...
-¿Por qué no hablar?
-
---Una frase... menos aún, una palabra... una sola palabra mía...
-bastaba...--repitió Elisa.
-
-Miraba á Federico y á Daniel para aumentar el caudal de su odio; evocó
-recuerdos crueles: su caída, sus remordimientos, sus celos, su abandono;
-recompuso escenas repugnantes... La medida estaba bien colmada; aun
-tuvo vagos titubeos; luego habló; fué como una basca...
-
---Daniel--dijo,--¿me quieres?...
-
-Y sus ojos soportaron impasibles el choque de las miradas atónitas que
-sobre ella lanzaron los dos hombres: los remos quedaron suspendidos en
-el aire, goteando.
-
---¿Qué decía usted?--preguntó Daniel.
-
---¡Oh, no disimules!--repuso la joven, cuyo cuerpo parecía haber
-adquirido súbitamente la rigidez de las estatuas; estoy cansada de
-fingir; te quiero... y tenía ganas de decirlo así... en voz alta.
-
-Federico lanzó un grito y se puso de pie.
-
---¡Elisa... Elisa!... ¿Qué... qué has dicho?...
-
-Ella, siempre inmóvil, replicó lentamente, como presa de un vértigo
-tranquilo:
-
---¡Bah!... Dije... lo que saben muchos; que Daniel es mi amante...
-
-Este, fuera de sí, se había levantado, murmurando:
-
---¡Ah, miserables!... Sin duda urdisteis este plan para asesinarme...
-
-Bajo los nerviosos pies de los dos hombres, la lancha comenzó á oscilar
-violentamente. Aquel inesperado desbordamiento de cólera fué como uno de
-esos rayos que durante los calurosos crepúsculos estivales rasgan la
-extensión del espacio azul.
-
-Federico vacilaba, pasándose por la frente sus manos de remero, morenas
-y duras. De pronto exclamó, cual si la luz hubiese brotado
-repentinamente en su cerebro:
-
---¡No, yo no!... ¡Vosotros!... ¡Miserables, vosotros, que me
-engañábais!...
-
-Abrió los brazos precipitándose sobre Daniel, que le esperaba con los
-suyos abiertos, y se estrecharon frenéticamente, magullándose, con las
-caras y los pechos juntos. Elisa Dantín, sin dejar su asiento, les
-contemplaba con la mirada impasible de las esfinges. Federico, más bajo
-que su enemigo, tras una finta hábil logró afianzarle por la cintura y
-levantarle en alto, pero Daniel le cogió fuertemente el cuello entre los
-dientes y pudo desasirse, cayendo de pie: el bote retembló y un golpe de
-mar lo salpicó de agua.
-
-Súbitamente Elisa tuvo miedo, miedo á que uno de los dos sobreviviese á
-la lucha; ella anhelaba la libertad, la dulce libertad absoluta; ni amar
-ni ser amada...
-
-Casi ahogado, como en un rugido, Daniel murmuró:
-
---Ven.
-
-Asió á su rival por las piernas y quiso lanzarle por la proa; Federico,
-ya en el aire, puso un pie sobre una borda, la embarcación osciló y
-Daniel, perdiendo el equilibrio, cayó hacia atrás, en el mar,
-arrastrando á Federico. Sobre aquellos dos cuerpos las aguas se cerraron
-formando grandes círculos concéntricos; un turbión de burbujas ascendió
-á la superficie. Elisa Dantín, aterrada de su obra, se había levantado,
-mirando al abismo: transcurrieron pocos segundos... Los dos luchadores
-reaparecieron abrazados, mordiéndose, queriendo arrancarse algunos
-instantes de vida que ya no merecían el trabajo de ser defendidos: sus
-cabellos mojados colgaban sobre sus frentes; tornaron á hundirse... La
-joven esperó; las olas seguían pasando unas tras otras, enarcando sus
-lomos sobre la tumba recién abierta...
-
-Transcurría el tiempo; la luna ya iba muy alta; Elisa miró á su
-alrededor: las barcas pescadoras se hallaban lejos y sus tripulantes
-nada podían haber visto; el faro, luciendo en la serenidad de los
-cielos, mostraba el camino de la salvación y de la paz; el pasado, el
-horrible ayer, quedaba sepultado allí, bajo el misterio impenetrable de
-las olas. Satisfecha de sí misma y del porvenir, Elisa cogió los remos y
-bogó lentamente.
-
-
-
-
-LA MUERTA
-
-
-Aquella caseta de peones camineros fué puesta por orden de la Compañía
-al borde de un torrente seco, especie de cicatriz negra y profunda,
-abierta por una convulsión geológica entre dos cerros graníticos muy
-altos. En verano las agrias laderas de los montes colindantes se cubrían
-de verdura, y en el fondo de la cañada, bajo los jarales, los grillos
-cantaban: arriba, en la región azul, bañada por el sol, las águilas
-volaban pausadamente sumergiendo su mirada zahorí en las
-resquebrajaduras del planeta; pero el invierno desnudaba los cerros de
-molleja y apagaba el canto de los grillos, y la nieve caía
-silenciosamente sobre el cauce del torrente; cauce demasiado profundo,
-adonde las sonoras embestidas del viento no llegaban...
-
-Allí vivía Martina, la mujer de Juan, el maquinista, llevando siempre en
-la mano el banderín verde que da á los trenes paso franco, y los ojos
-fijos en los túneles abiertos en las vertientes de los dos cerros
-fronteros...
-
-Por aquellos agujeros, que en invierno aparecían sobre el fondo blanco
-del paisaje nevado como las cuencas orbitarias de un enorme esqueleto
-soterrado, entraba y salía continuamente, y como á borbotones, un flujo
-inagotable de vida que las locomotoras, en su eterno pasar y repasar,
-traían y llevaban de hora en hora.
-
-Desde muy lejos, rompiendo el silencio de la angosta cañada dormida como
-una serpiente bajo la nieve, se oía el afanoso trepidar de los trenes
-que atravesaban los túneles. Entonces Martina dejaba su labor, cogía el
-banderín de señales y acudía á colocarse junto á los rieles. El cerro
-vibraba con un estremecimiento sordo, íntimo, como un hervor: era un
-gemido gigante de dolor que crecía, anunciando un parto monstruoso;
-hasta que del fondo del negro agujero, de aquella cuenca orbitaria
-perteneciente á un esqueleto ciclópeo perdido, aparecía el tren,
-avanzando en desaforada carrera: la locomotora, incontrastable y fatal
-como el Destino, se acercaba jadeando, arrastrando un largo rosario de
-vagones, paseando su panza ardiente sobre las llanuras heladas; y un
-minuto después desaparecía por el túnel del lado opuesto, con un
-estertor que menguaba, como algo moribundo que se despide hundiéndose...
-
-La uniformidad de estas impresiones machacaban el espíritu de Martina:
-los trenes mixtos, con sus series interminables de vagones cerrados, no
-la emocionaban; eran coches mudos, sin alma, cargados de objetos
-muertos: en cambio, los expresos la impresionaban fuertemente,
-entristeciéndola: por las ventanillas de los coches veía cabezas que la
-miraban con curiosidad; cabezas siempre diferentes, que formaban legión
-y dejaban en su ánimo el recuerdo mareante de las multitudes. Otras
-veces, de noche, las ventanillas solían estar vacías; pero en cambio
-veía sombras fantásticas que se recortaban sobre los techos iluminados
-de los vagones. Una voz estaba segura de haber sorprendido las siluetas
-de una mujer y un hombre abrazados.
-
-El tren que Juan conducía, Martina lo esperaba con más impaciencia. En
-cuanto la locomotora salía del túnel, el maquinista echaba el busto
-fuera de la plataforma para ver á su esposa desde lejos, y ella reía
-feliz. Era una ilusión fantástica, inapresable, de aquelarre.
-
---¡Adiós!
-
---¡Adiós!
-
-La velocidad del tren no permitía otro saludo más expresivo, y Juan
-llegaba y se iba como una sombra: al principio parecía ser él quien
-arrastraba y regía la marcha de los vagones; luego diríase que el tren
-le empujaba... Y Martina, alta, fuerte, con su rostro moreno y sus
-grandes ojos pensativos de murciana, le veía alejarse permaneciendo
-inmóvil como una estatua de bronce, en medio de la nieve.
-
-Aquel sempiterno tragín de trenes en marcha, aquel ir y venir de
-individuos avanzando siempre, más allá, más allá, hacia el horizonte,
-aquellas siluetas de amantes que se abrazaban sobre los blandos asientos
-de los vagones reservados, despertaron en la guardavía el deseo de lo
-desconocido, de lo lejano, del misterio que las leyes castigan... Y
-pensó que ella no merecía vivir así, sepultada en el fondo de aquel
-torrente, siguiendo en verano el vuelo sereno de las águilas bañadas por
-el sol, recibiendo sobre sus hombros en invierno los copos de nieve
-desprendidos del cielo gris.
-
-Y por eso, una noche de soledad y de supremo aburrimiento, Martina oyó
-embelesada las palabras de Pedro, el fogonero que acompañaba á Juan en
-sus viajes, y que siempre, al pasar, la arrojaba desde el _tamdem_ una
-mirada de hambriento deseo. Pedro la ponderó su amor, aquel amor
-criminal que había de hallar satisfacción cumplida cuando ella se
-determinara á fugarse, siguiéndole á una ciudad lejana... Y Martina le
-creyó y le quiso...
-
-Desdo aquel día el exprés tuvo para ella un doble encanto: cuando Juan
-la saludaba, Pedro saludaba también, y su alma se estremecía con
-inquieto gozo viendo sobre el atezado semblante del fogonero, sus
-dientes que desnudaba la risa; aquellos dientes agudos y blancos que la
-habían mordido...
-
-Pasaron muchos meses, y el ansiado día de la emancipación y de la fuga
-no llegaba; Pedro, aburrido de la guardavía, dejaba de verla alegando
-motivos y ocupaciones que nunca tuvo, y tan evidentes fueron las pruebas
-de su ingratitud, que Martina llegó á comprender...
-
-Un remordimiento íntimo, creciente, devorador, como la carrera
-trepidante de los trenes bajo el túnel, se apoderó de la abandonada.
-Hasta allí la había servido de consuelo la conciencia de su virtud; pero
-al saberse burlada se apreció más sola, más triste, más insignificante
-que nunca, como bagazo humano despreciable arrojado junto á la vía por
-aquellas multitudes honradas que llevan los trenes.
-
-Con la llegada del exprés siempre venía el saludo de Juan, que la miraba
-echando el cuerpo fuera del tandem:
-
---¡Adiós!
-
---¡Adiós!...
-
-Pedro ya no saludaba, sonreía... con esa sonrisilla burlona con que
-suelen corresponder los hombres al saludo de las mujeres que engañaron.
-
-Viéndose sola, completamente sola, con la soledad de los astros muertos
-que ruedan por el vacío, reconociéndose despreciada del amante é indigna
-del esposo, atormentada por la voz de su conciencia que murmuraba á
-todas horas en sus oídos un reproche interminable, atraída
-siniestramente por la perspectiva de los trenes que se acercaban
-ofreciéndola un medio instantáneo de liberación y de descanso, Martina
-pensó morir.
-
-Y lo hizo como lo pensó.
-
-Fué una tarde, á la puesta del sol. De pie, junto á la vía, con el
-banderín verde en la mano, la joven escuchaba el lejano fragor de trueno
-del exprés. Ella, que conocía muy bien todos los ruidos, sabía que el
-tren iba pasando un puente, situado más allá del cerro; luego comprendió
-que había entrado en la montaña; el estrépito, que al principio tornóse
-sordo y como opaco, fué creciendo, más, más... hasta convertirse en
-alarido formidable. La guardavía, inmóvil, inconsciente como una
-sonámbula, esperaba, los ojos fijos en el túnel, que mostraba su bocaza
-negra sobre el fondo blanco del monte nevado. De pronto apareció la
-locomotora. Juan, según costumbre, asomaba la cabeza para saludar.
-Martina le miró y miró al cielo, despidiéndose; luego, instantáneamente,
-se arrojó de bruces sobre los rieles, tapándose los oídos para no oir...
-y el tren pasó...
-
- * * * * *
-
-Una cruz de piedra indica el sitio donde murió la guardavía. Alguien
-dijo que se había suicidado por celos y que su marido fué un mal hombre.
-Los maquinistas, cuando pasan por aquel sitio, se descubren siempre.
-
-
-
-
-DISCRETEOS
-
-
-JACINTA.--Te aseguro que Enrique me gusta. Es bueno, es rico... es
-amable...
-
-ADRIANA.--¡Oh, gustarte, gustarte!... Eso es muy vago, porque no hay
-hombre que sea absolutamente antipático.
-
-J.--Es verdad.
-
-A.--Te gusta Enrique como á mí me agrada Luis: un poco.
-
-J.--No, mucho.
-
-A.--Ea, pues mucho. Pero entre querer mucho y querer locamente, hay un
-pantano, donde naufragan las mejores ilusiones de la juventud soñadora.
-Antes de resolvernos á vivir con un hombre toda la vida, debíamos
-cerciorarnos de si le amamos con toda el alma.
-
-J.--Dices bien.
-
-A.--¡Mira que renunciar á la humanidad masculina por un esposo que, dos
-ó tres años después de la boda, puede parecernos el más insignificante
-de los hombres!...
-
-J.--Es absurdo.
-
-A.--Es horrible entregar toda nuestra hermosura á un feo sin talento.
-
-J.--Sí, horrible y ridículo. No obstante, importa casarse. El mundo es
-vulgar, hipócrita... y conviene sacrificarse al buen parecer y
-satisfacernos con una modesta medianía.
-
-A.--¿Luego, no quieres á Enrique?
-
-J.--¡Oh!... Sí le quiero.
-
-A.--¿Un poco?
-
-J.-Como tú á Luis.
-
-A.--Y como quieren á sus novios las tres cuartas partes de las mujeres
-que se casan. Porque ya conocerás algunos hombres mejores que tu futuro
-esposo...
-
-J.--¡Conozco muchos!
-
-A.--Yo, también: casi estaba por decir que mi novio es de los muchachos
-menos simpáticos que me han cortejado. Pero, en fin; urge decidirse y
-nosotras somos dos mujercitas discretas que saben poner los puntos sobre
-las íes y arreglar su porvenir. Enrique y Luis tienen sobre los demás
-hombres la inmensa ventaja de ser galanes propicios al casorio. ¡Cuán
-lejos están ellos de presumir que al otorgarles nuestra mano consumamos
-una venta! Porque, fíjate: la inacabable comedia del amor convierte á la
-sociedad en un gran mercado: los hombres compran; las mujeres se venden.
-Todas nos vendemos, todas... Las meretrices, por dinero; las honradas,
-por una bendición...
-
-J.--Eres muy mordaz.
-
-A.--No, soy muy justa. Nosotras, que dada nuestra posición social no
-osaríamos tener un amante, nos entregamos sin protesta á cualquier
-advenedizo que se case, cediéndole cuanto poseemos á trueque de su
-apellido. ¿Comprendes?... El matrimonio es el mercado donde se tasan y
-se venden las mujeres honradas.
-
-J.--_(Con tristeza)_ Es cierto.
-
-A.--Y lo más famoso es que nosotras somos las principales autoras de
-nuestra desgracia: nacimos cobardes, tenemos demasiada prisa en
-casarnos, temiendo quedar solteras, y en vez de luchar por rendir la
-voluntad de esos calaveras contumaces que tanto gustan, nos abandonamos
-fríamente entre los brazos de cualquier individuo adocenado que se case.
-Queremos ser felices en seguida, sin combate, sin afanes, y la felicidad
-que no cuesta trabajos y lágrimas, no puede ser larga ni valedera.
-Pongamos un ejemplo. ¿Tú serías dichosa con Juanito Pantoja?
-
-J.--¡Oh! ya lo creo.
-
-A.--Lo reune todo: la gentileza, la donosura de entendimiento, la
-verbosidad apasionada de los hombres ardientes. Podrá mentir cuando
-habla de amor, seguramente miente... pero, ¡qué bien lo hace!... Es el
-suyo un embuste bellísimo que vale una realidad.
-
-J.--_(Reflexiva.)_ Cierta noche me dijo que se moría por mí.
-
-A.--También á mí me juró algo igual. Es un hombre encantador, que se
-muere por todas. Confieso que me agrada infinitamente más que Luis.
-
-J.--¡Toma!... Y también vale mucho más que Enrique.
-
-A.--Ahí tienes. Comprendo que una mujer resbale y caiga con hombres como
-Juanito Pantoja; pero no concibo que ninguna se pierda ni por Enrique ni
-por Luis.
-
-J.--Yo tampoco.
-
-A.--¿Cualquier novio sirve para marido?
-
-J.--Cualquiera.
-
-A.--Pero ¡qué pocos novios merecen ascender á la categoría de amantes!
-
-_(Pausa)_.
-
-J.--Pantoja es un conversador irresistible.
-
-A.--Sí: ¡cuánto habla y qué bien lo dice todo!
-
-J.--La mujer que logre rendirle será feliz.
-
-A.--¡Oh, sí!... ¡Muy dichosa!...
-
-J.--Debo de ser altamente halagador eso de poder decir: mi marido es el
-más gentil, el más valiente, el más ingenioso, el más seductor de los
-hombres... Y en sus mocedades fué una mala cabeza, un gran perdido, que
-burló á muchas incautas y que yo sólo pude rendir...
-
-A. _(Suspirando)_.--Sí... la fábula de doña Inés inocente, rindiendo al
-Tenorio libertino, es el bello ideal de todas nosotras. ¡Y pensar que
-dentro de algunos meses nos casaremos con Enrique y con Luis!...
-
-_(Las dos amigas permanecen pensativas, acariciando mentalmente la dulce
-quimera de su felicidad fugitiva.) _ J.--Aunque estoy cierta de que
-Pantoja es un botarate, creo que siempre me saluda con especial cariño.
-
-A.--Y á mí.
-
-J.--Recuerdo que su declaración la formuló en términos tan apasionados,
-tan vehementes...
-
-A.--A mí también me dijo algo que no he olvidado... _(Pensativa.)_
-
-_(Pausa)_.
-
-J.--_(De pronto.)_ Vaya, vaya... Juanito es un hombre diabólico que sólo
-sirve para amante.
-
-A.--Y en esos galanes tan seductores, tan apuestos, que sólo sirven para
-amantes...
-
-J.--No hay que pensar.
-
-A.--Es lo mejor.
-
-J.--_(Riendo.)_ Hasta después que estemos casadas.
-
-
-
-
-GLUCK, EL INIMITABLE
-
-
---Desengáñate, pobre Gluck, yo no puedo deslumbrarme con las
-hiperbólicas ofertas de un hombre vulgar... La mujer que, como yo,
-levanta nueve arrobas con los dientes, no se apasiona por ningún
-calzafraque sin corazón. El dueño y señor de mi albedrío será más fuerte
-que yo, más valiente que yo.
-
---¡Adriana!--murmuró el payaso ruborizándose.
-
---No me supliques... tus súplicas me exasperan rebajándote á mis ojos,
-porque toda súplica reboza una debilidad. De los tres menguados que más
-decididos parecéis á molestarme con vuestras serenatas de amor, no
-quiero á ninguno. Nemo, el domador de leones, es valiente, pero tiene
-menos fuerza que yo y su apocamiento me disgusta... Parece un niño
-atrevido á quien podemos vapulear á telón alzado, si nos molesta. Los
-brazos de Alsini, el rey del trapecio, reconozco que son más vigorosos
-que los míos, pero Alsini es una bestia de carga, sumisa y cobarde. Le
-desprecio... En cuanto á ti, que pasaste la vida diciendo chistes, y que
-no tienes la fuerza del uno, ni diste muestras de atesorar la bravura
-del otro... A ti, mi pobre Gluck no quiero juzgarte... Adiós.
-
-Así habló Adriana Carmezza, la orgullosa italiana que recibía sobre las
-espaldas una bala de cañón de treinta kilos arrojada desde una gran
-altura, y levantaba nueve arrobas entre sus dientecillos de osezno,
-pequeñines y blancos. Y Gluck, _el Inimitable_, permaneció de pie, los
-brazos cruzados sobre su robusto pechazo de atleta y los ojos muy
-abiertos, para no llorar.
-
-Hasta los cuartos de los artistas llegaban los murmullos amenazadores
-del público que iba invadiendo las galerías: aquella noche Adriana
-Carmezza celebraba su beneficio y, como en obsequio á la beneficiada la
-empresa organizó un programa magnífico, la concurrencia era enorme.
-Cuando resonaron los primeros acordes de la orquesta, los artistas
-refluyeron hasta el callejón que conducía á la pista: la representación
-iba á empezar...
-
-El único que, abstraído en sus imaginaciones, permanecía ajeno á todo
-aquel movimiento, era el payaso Gluck; Gluck el Inimitable... Estaba
-disfrazado de salvaje, la cabeza adornada por un vistoso penacho de
-plumas, las caderas ceñidas con un faldellín salpicado de relucientes
-lentejuelas, y las piernas y los brazos embadurnados de negro y
-adornados con sendos anillos de oro... Inmóvil, fuerte y mudo, como un
-picacho basáltico.
-
-Casi todos los artistas que por allí pasaban, maravillados de su
-actitud, le dirigían alguna burleta ó le daban en el hombro un amistoso
-golpecito.
-
---¿En qué piensas, Gluck?... Gluck, ¿qué tienes?
-
-Y Gluck, el Inimitable, les miraba sin responder. Luego, cuando vió
-pasar al atlético Alsini balanceándose sobre sus membrudas piernas de
-jayán, y á Nemo, aquel héroe que había puesto el pie sobre el lomo de
-tantos leones amansados, el payaso sintió que los celos le mordían el
-corazón y que sus mejillas echaban fuego. Después pasó Adriana.
-
---Adiós, Gluck--dijo.
-
-En aquel momento el público aplaudía un ejercicio y todos los acróbatas
-se agolparon en un extremo del corredor, junto á la pista. Gluck y
-Adriana se hallaban en la sombra, tras unos bastidores. Ella vestía de
-negro: sobre el escote del corpiño se insinuaba el seno opulento y de
-marmóreas dureza y blancura; el cuello era grueso, el rostro expresivo,
-con una belleza varonil de amazona espartana; los ojos alegres y
-dominadores. El payaso se acercó á ella y cogiéndola fuertemente por una
-muñeca, la atrajo hacia sí.
-
---Adriana--repitió,--Adriana... ¡quiéreme!...
-
-Lo dijo de golpe, sin preámbulos, con ese laconismo brutal de las
-pasiones supremas; laconismo que daba severidad y valimiento á su
-sencillo disfraz de salvaje. Ella sonrió desdeñosa.
-
---¿Otra vez?
-
---¡Cómo no... si eres mi vida, si cuando te alejas de mí parece que me
-arrancan el alma!... ¡Adriana, dame una esperanza y no consigas con esos
-desvíos que sea célebre esta noche de tu beneficio!... ¡Adriana, que me
-pierdes!...
-
-Ella, irritada por la orden que envolvía aquella súplica, le rechazó
-vigorosamente.
-
---¡No!--dijo.
-
-El payaso exhaló un grito agónico y llevóse ambas manos á la cabeza con
-ademán de trágica desesperación; pero Adriana, furiosa, no satisfecha
-con desesperanzarle, le insultaba.
-
---¡No me satisfaces!... Eres cobarde, eres débil. Los fuertes no
-mendigan lo que pueden obtener por sus puños, y tú suplicas... ¿Lo
-comprendes ahora? Me repugnas; me repugnas y te odio. Vete, vete, que no
-me sirves...
-
-Sus palabras caían como mazos de batán sobre la cabeza de Gluck, que
-gemía sordamente. Después, cuando ya le juzgó bastante castigado y
-maltrecho, dió media vuelta y se alejó titubeando aquellas caderas
-amplias y firmes que parecían destinadas á engendrar una raza superior;
-Gluck, el Inimitable, quedó apoyado contra la pared, la cabeza sobre el
-pecho y flaqueándole las piernas, en la actitud de un salvaje herido.
-
-Momentos después, cuando Adriana Carmezza salía á la pista pagando con
-sonrisas amables los aplausos del público, Nemo y Alsini reaparecieron,
-trayendo cada uno de ellos un gran ramo de flores. Al verles, volvió á
-resonar en los oídos de Gluck el apóstrofe de Adriana: «Vete, que no me
-sirves...» y, enloquecido, les cerró el paso.
-
---¿Para quién son esas flores?--exclamó con voz que el coraje tremolaba
-siniestramente:
-
---Para Adriana--repuso Nemo sin inmutarse.
-
-Los tres hombres se miraron sañudamente: todos se odiaban desde que el
-Destino permitió que una misma mujer sirviese de norte á sus deseos, y
-en aquel momento casi se holgaron de tener un pretexto á qué asirse para
-dar vado á su antiguo rencor. Estaban en un carrejo obscuro abierto
-entre dos bastidores altos....
-
---A esa mujer--dijo Gluck,--nadie la obsequia más que yo.
-
---Quita, payaso--contestó Nemo subrayando la frase con dañina intención.
-
-Pero Gluck, el Inimitable, se precipitó sobre él y arrebatándole el ramo
-de flores lo arrojó al suelo, despedazado.
-
---¡¡Al que dé un paso--gritó,--le parto el alma!!
-
-Ni Nemo, el domador de leones, ni Alsini, podían luchar con Gluck,
-porque al primero le faltaba la fuerza y al segundo el valor; mas en
-aquel momento la furiosa acometividad del payaso les indujo á unirse en
-formidable alianza.
-
---Retírate, bruto--dijo Nemo.
-
---¡Atrás!--agregó Alsini á quien vigorizaba el esfuerzo temerario del
-domador.
-
-Pero Gluck, fuera de sí, arremetióles sin contestar; su primer golpe fué
-para Nemo, el segundo para Alsini; dos puñetazos de titán celoso que
-resonaron con un sordo crujido de huesos. Entonces comenzó una lucha
-terrible: Nemo había caído al suelo, pero levantóse enseguida y
-arremetió al payaso; éste ladeó el cuerpo hurtando un golpe de su rival,
-contestó con otro y Nemo volvió á caer... Mientras, Alsini descargaba
-sobre la cabeza de Gluck su brazo de hierro. Era una lucha de colosos;
-la lucha formidable por la _posesión de la hembra_, de que habló Darwin.
-
-Y entretanto, sofocando el seco estallido de aquellos golpes furibundos,
-llegaban hasta los combatientes, como ráfagas huracanadas de entusiasmo,
-los aplausos con que el público premiaba los ejercicios de Adriana
-Carmezza.
-
-En momentos tales, Gluck el Inimitable, se revolvía con la agilidad y el
-denuedo del jabalí que hace frente á la jauría. Unas veces se agachaba
-prestamente para coger á su enemigo por la cintura y voltearle; ó se
-recrecía para herir desde arriba, ó brincaba para evitar un golpe,
-mientras su brazo, aquel brazo vengativo, negro y musculoso como el de
-un cíclope, giraba infatigable, machacando cráneos. Enardecido hasta el
-paroxismo por el furor de la pelea, Gluck el Inimitable valía por
-ciento: según los casos, ciaba, se cubría, se retrepaba, defendiéndose ó
-atacando, pero siempre incansable y terco, magullando á sus enemigos con
-recios golpes, y exasperándoles y aturdiéndoles con denuestos. Cada
-puñada, era un tiro; cada insulto, un salivazo.
-
-De pronto Alsini y Nemo coincidieron en sus ataques y Gluck vaciló: por
-la nariz y por los oídos derramaba borbotones de sangre. En aquel
-momento Alsini cogió un martillo; Nemo un puñal; Gluck un formón.
-
-Entonces la lucha fué breve: al primer choque Alsini rodó por tierra,
-moribundo, y Nemo y Gluck quedaron solos, retándose con la mirada:
-
---¡Sobra uno de los dos!--murmuraba el payaso;--¡uno, uno!...
-
---¡Tú!--repuso Nemo.
-
-Y se acometieron: Gluck paró la cuchillada de su rival con el brazo;
-Nemo la paró con el corazón, y cayó muerto.
-
-Horrorizado de sí mismo, Gluck el Inimitable, echó á correr; iba con los
-ojos fuera de las órbitas, anhelante de fatiga, chorreando sangre, y
-aquellos hilillos rojizos se coagulaban formando sobre su pecho y sus
-hombros desnudos, extraños arabescos. Al llegar al corredor, todos los
-artistas que por allí andaban retrocedieron espantados, mientras Gluck
-les miraba estúpidamente, buscando un rostro que no hallaba. En aquel
-momento reapareció Adriana, que volvía de la pista sonriente y cargada
-de flores: Gluck, al verla, corrió hacia ella lanzando un grito de macho
-vencedor. Adriana palideció hasta la lividez, y bajo la acróbata viril
-que levantaba nueve arrobas con los dientes, reapareció la hembra, dulce
-y tímida.
-
---¡Sólo mía!...--exclamo Gluck;--¡más valiente que Nemo, más fuerte que
-Alsini!...
-
-Y repitió varias veces:
-
---¡Sólo mía!...
-
-Después, sujetando á Adriana fuertemente por las muñecas, murmuró con
-ese acento de rencorosa satisfacción del hombre que puede vengarse
-devolviendo ojo por ojo.
-
---Ahora, dime; ¿sirvo?...
-
-
-
-
-La herencia de un gran hombre
-
-
-Ella le amaba mucho, locamente, con ese cariño sumiso, idolátrico, que
-las mujeres sencillas profesan á los hombres de genio.
-
-El matrimonio fué para Luisa una negación de sí misma; Pablo la
-empequeñecía y eclipsaba como el sol obscurece el brillo de los planetas
-que de él reciben luz y calor: cuantas personas visitaban su casa
-preguntaban por él... de ella nadie se acordaba: ella sólo era la mujer
-del gran hombre, una cifra sin valor, una compañera fiel que, después de
-introducir á los visitantes en el despacho de su marido, se retiraba
-discretamente cerrando la puerta. Y, sin embargo, aquella negación,
-aquel olvido, constituían, sus mayores orgullos, pareciéndola que su
-infinitesimal pequeñez era lo que mejor acreditaba la pasmosa altitud y
-endiosamiento del esposo.
-
-Tan idolátrico fué aquel amor, que Luisa nunca sintió su pobreza; pues
-conviene advertir que su marido era muy pobre, con pobreza tan supina,
-tan solemne, como su mismo genio. Pablo tenía humorismos de loco: á
-veces el dinero que guardaba para gastos indispensables lo invertía en
-comprar un cuadro ó cualquier otro objeto artístico, pero inútil; ó bien
-regalaba á su mujer un traje de seda, sin acordarse de que no tenía
-zapatos. Mas á pesar de estos desequilibrios que solían ponerles en
-extremados aprietos, Luisa era feliz, con esa felicidad rotunda de los
-espíritus cándidos.
-
-Así vivieron hasta que Pablo publicó un artículo violentísimo contra
-cierto crítico que le había censurado rudamente: aquel artículo provocó
-otros varios, y todos un desafío en el que Pablo recibió una estocada
-mortal.
-
-Luisa, de pronto, se encontró viuda y sin otro cariño que el de un hijo
-pequeño. La muerte de Pablo fué tan repentina que ni siquiera tuvo el
-consuelo de poder llorarle; su pena no la arrancó ni un solo grito y sus
-lágrimas corrieron por dentro mientras sus ojos permanecían tristes y
-enjutos: fué un dolor mudo como el de los pajarillos á quienes el
-vendaval dejó sin nido en la época mejor de sus amores.
-
-Al principio la joven fué lanzada en el torbellino de una existencia
-febril que no daba espacio á la reflexión: en pocos días recibió
-centenares de telegramas que había de contestar inmediatamente, y
-hallóse solicitada y perseguida por individuos que acudían á darla el
-pésame, y por periodistas que deseaban publicar el retrato y la
-biografía del ilustre finado: los actores la hablaban del último drama
-que estaban ensayando; los editores de la última novela: todos querían
-algo, todos pedían algo... y Luisa les veía pasar creyendo que aquella
-grave y ceremoniosa procesión de sombras enlutadas, no concluiría nunca.
-
-Esta solicitud, no obstante, fué disminuyendo, la casa del gran artista
-iba sumiéndose en el silencio tétrico de las cosas olvidadas, y al fin
-Luisa se encontró sola en un hogar pobrísimo cuya frialdad y desnudez no
-había reparado hasta entonces.
-
-Así permaneció varios meses: por la mañana le enseñaba á leer á su hijo
-en una novela de su padre, y leyendo aquellas páginas que ella vió
-escribir, lloraba copiosamente; por las tardes permanecía brazo sobre
-brazo, no sabiendo cómo emplearse ni qué hacer para conjurar la miseria.
-
-Ella había vivido tan ajena á toda suerte de negocios y Pablo dejó sus
-asuntos tan embrollados, que la joven no pudo cobrar nada de los libros
-ni de los dramas de su marido: los editores decían que ninguna de
-aquellas obras estaba registrada y el abogado que se ofreció á poner en
-claro todo aquel laberinto, empezó exigiendo algunos centenares de
-pesetas para sufragio de los primeros gastos.
-
-Luisa, acobardada, renunció á todo y vendió algunos manuscritos de Pablo
-para seguir viviendo; y entretanto, el prestigio del gran hombre muerto
-menguaba mucho más de lo que Luisa creía.
-
-Llegó momento en que la pobre viuda, vendidos todos sus muebles y
-empeñadas todas sus alhajas, cayó en una situación precaria. En la
-cajita donde guardaba sus secretillos de esposa feliz, conservaba
-todavía un artículo de Pablo: ¡el último artículo!
-
-Luisa dudó mucho antes de resolverse á vender aquel manojito de queridas
-cuartillas: era un cuento muy bonito, muy tierno, que había leído muchas
-veces. Pero era preciso decidirse y se decidió, constreñida por el
-apremio brutal de la necesidad.
-
-Aquella misma noche, vestida con un modesto trajecillo negro y llevando
-á su hijo de la mano, la viuda se encaminó á la redacción del periódico
-que su marido dirigió algunos años y, durante el trayecto, pensaba en
-aquellas cuartillas que oprimía nerviosamente contra su seno dolorido,
-dándolas un romántico adiós, apasionado y mudo. Cuando subía las
-escaleras de la redacción, un ordenanza le salió al encuentro.
-
---¿El señor director?--preguntó Luisa.
-
-Está ocupado.
-
---Dígale que la viuda de don Pablo de Tal..... desea verle.
-
-El ordenanza se fué y luego reapareció murmurando:
-
---Pase usted.
-
-Luisa penetró en un despacho decorado con elegante sobriedad: la
-sillería era de cuero, el piso estaba alfombrado y los huecos de las
-ventanas disimulados por densos cortinajes de color obscuro. Ante una
-mesa había un individuo que escribía febrilmente, con el pálido
-semblante bañado en la penumbra melancólica de un quinqué con pantalla
-verde. Al ver á Luisa, aquel caballero se levantó con afectada solicitud
-y la ofreció una silla. Después hablaron un poco del ilustre muerto; los
-ojos de Luisa se humedecieron; su interlocutor también pareció muy
-conmovido; luego la invitó á que explicara el objeto de su visita...
-
---Le traigo á usted un artículo.
-
---¿Un artículo?
-
---Sí, señor; de Pablo...
-
---¿Para qué?
-
-Luisa se detuvo dolorosamente, sorprendida por la pregunta del que fué
-antiguo compañero de su marido.
-
---Por si lo quiere usted--repuso tras una breve pausa;--no puedo cobrar
-nada de lo que empresarios y editores me deben, y ahora tengo
-compromisos...
-
-Sus mejillas echaban fuego; no podía hablar.
-
---¡Oh!... Comprendo; pero, ahora, un artículo de Pablo... no tiene
-oportunidad... ¡Si hubiera sido cuando él murió!...
-
-Luisa rompió á llorar.
-
---Tiene usted razón--murmuró;--pero éste es su último artículo, el
-último... y yo no quería venderlo.
-
---Vaya, no se aflija usted, aquello pasó... Siento que el periódico no
-pueda pagar lo mucho que valdrán esas cuartillas; pero, en fin, ¿cuánto
-quiere usted?
-
-Lo que ella deseaba era concluir pronto y escapar de allí; el precio ya
-no la importaba.
-
---¿Pondremos... cuarenta pesetas?
-
---Bien, bien...
-
-Aquello era un suplicio inacabable; una especie de limosna que la
-ofrecían bajo recibo... Después, mientras salía de la redacción,
-escuchando el argentino tintineo de las monedas que llevaba en el
-bolsillo, pensaba en la bancarrota suprema de todas sus ilusiones. ¿Qué
-quedaba de los ruidosos triunfos de Pablo? De tantos aplausos, de tantas
-brillantes polémicas, de tantos ensueños ambiciosos, ¿qué quedó?... Sus
-amigos le habían olvidado; sus discípulos ya no le respetaban: era un
-maestro enterrado, un ídolo caído...
-
---¿Dónde fué aquel mundo de doradas quimeras?--pensaba Luisa;--¿qué
-resta de todo aquel glorioso poderío que me deslumbró?...
-
-Y las monedas recién cobradas, tintineando en su faltriquera, parecían
-responder:
-
---«Cuarenta pesetas; la herencia de un gran hombre...»
-
-
-
-
-A OBSCURAS
-
-
-Mercedes, una amiga que ignoraba los lazos de cariño habidos, desde muy
-antiguo, entre la hermosa cortesana y el célebre poeta, les presentó
-mutuamente.
-
---Don Pedro Equis... Antonia, mi mejor amiga.
-
-Ella y él se inclinaron ceremoniosos, aparentando no conocerse,
-sintiendo que aquella inocente superchería les hermanaba en la penumbra
-del disimulo.
-
-Sentáronse en el mismo sofá, cuidando inconscientemente de que sus
-rodillas no tropezasen, distrayendo sus miradas con los cuadros de
-alegres y pujantes colorines, las plantas y los disecados pajarillos que
-adornaban las paredes y ángulos del saloncito. Mercedes dijo
-jovialmente:
-
---Pues, sí: aquí tienes á mi amigo don Pedro, el gran cantor de los
-amores, cuyos versos no hay hombre, medianamente ilustrado que, en los
-momentos de borrachera sentimental, no sepa repetir de memoria.
-
---Así es.
-
---Bien recuerdo--prosiguió Mercedes riendo por la franqueza de la mujer
-que sabe tener la boca bonita--que cierto actor, conocido de todos, me
-sedujo recitándome versos de nuestro poeta.
-
-...Y el poeta, escuchando la evocación de aquellas deliciosas locuras,
-sonreía melancólico, reconociendo que la misión de los pobres artistas
-que de nada disfrutan y que todo lo cantan, es triste como la de los
-sacerdotes, obligados á bendecir los placeres de un amor vedado á ellos
-eternamente. Mercedes, que salió un instante, volvió mostrando un
-telegrama que acababan de traer y la forzaba á marchar á la calle.
-
---Quedan ustedes en su casa--dijo;--empero no dudo sabrán ser juiciosos
-y tratarse con respeto.
-
-Al verse solos, Antonia y el poeta volvieron los ojos al pasado.
-
---¿Te acuerdas?
-
---¡Cómo no!--repuso ella;--¿y quién pensara que íbamos á tropezamos
-aquí, después de tanto tiempo?...
-
-Más de quince años fueron pasados desde entonces, y, en la neblina de la
-distancia, el recuerdo de aquellos amores castos, nacidos en edad
-demasiado temprana, pintaba un ramalazo de alegre y suave color.
-
---¿He cambiado mucho?--preguntó él.
-
-Ella no hubiese querido disgustarle, pero la realidad se imponía con tal
-fuerza, que su generoso sentimiento quedó vencido.
-
---Bastante--murmuró.
-
-Aunque colocada en los linderos últimos de la segunda juventud, se
-conservaba hermosa y por todo extremo fresca y deseable, habiendo pasado
-la vida por ella como la brisa sobre las flores, sin marchitarla; para
-él, en cambio, la exístencia fué huracán fortísimo que apagó la lumbre
-de sus ojos y aró su frente y quebrantó los resortes de la ya
-desgobernada voluntad. Y aquel desvalimiento lo revelaban el arco
-desilusionado de sus labios y su mirada fría, como la de los viejos que
-presenciaron la desaparición de todo lo amado.
-
---Aquellos tiempos--exclamó Pedro cerrando los ojos para mejor rendir su
-espíritu al dulce columpio del recuerdo,--forman en mi memoria una
-acuarela de sencilla composición y regocijados tonos.
-
-Antonia suspiró.
-
---A pesar de los años transcurridos--dijo,--no he podido olvidarte y,
-siempre que leía tu nombre, el ayer renacía...
-
-Le contemplaba atentamente, doliéndose de hallarle tan viejo, tan caído,
-tan feo... con su calvo cráneo limado por el insomnio, su semblante que
-marchitó el hastío, sus labios cansados de besar y de mentir pasiones...
-
-Dos días después, en la misma casa, tornaron á verse; y tras aquel
-encuentro vino una cita, y luego otra... Citas honestas de amigos, de
-verdaderos amigos, que hallan, charlando juntos, sabroso pasatiempo.
-
---¿Cómo estoy?--preguntaba ella.
-
---Mejor que antes, más mujer, más hecha: diríase que los años te
-perfeccionaron, trazando curvas, puliendo angulosidades, corrigiendo, en
-fin, gallardamente, lo que la impaciente juventud dejó mal concluído.
-
-Mientras el poeta hablaba, la gentil cortesana se estremecía mordida por
-un capricho; raro capricho que iba definiéndose, sojuzgando su ánimo
-bajo una fuerza invasora incontestable. Sin saberlo, adoraba á Pedro; le
-admiraba, hubiese querido pasar la vida pendiente de sus labios
-elocuentes... y pertenecerle, para ahuyentar sus penas.
-
---Su alma es hermosa--pensaba Antonia, exaltándose.
-
-Mas inmediatamente después, la voz implacable de su buen sentido,
-respondía:
-
---¡Pero es tan feo!... ¡Tan feo!...
-
-Y para escucharle, miraba al suelo, hallando grato aquel apartamiento de
-la realidad desconsoladora.
-
-...Fué otra tarde en aquel mismo coquetón saloncillo. Pedro callaba,
-considerando imposible la reconquista de su antigua amada, que
-languidecía en el silencio; silencio augusto, cargado de recuerdos que
-desbordaban su amor. Mercedes había salido.
-
---¿Por qué ese mutismo?--preguntó Antonia.
-
---¿Qué puedo decir?... ¡Estás tan lejos de mí! ¡Tan lejos!...
-
---¡Oh!... No lo creas. Vivo muy cerca de ti, tan cerca como antes, acaso
-más vecina que nunca... Porque mi espíritu, instruído por la
-experiencia, comprende mejor los raros méritos del tuyo. ¡Háblame...
-háblame!
-
---¿De qué?
-
---¡Ah, no sé!... No sabría decírtelo... Pero, habla... la corrección de
-tu discurso y tu voz, que nubló la tristeza, aturden mi razón
-dulcemente, como el vaho aromoso de los pebeteros. Sí, por lo más
-santo... no me niegues el favor de escucharte. Háblame de amor... evoca
-lo pretérito; jura, como sólo tú sabes hacerlo, que no me has olvidado
-todavía... ¡Habla!
-
-Y él habló... friamente al principio, como viejo actor que representa;
-después con fuego, sintiendo caldearse sus nervios bajo la viril
-sacudida de su propia inspiración.
-
---Antonia... ¿te acuerdas?...
-
-Hablaba cogiéndola las manos, envolviéndola en una mirada ardiente,
-dejando que su aliento acariciase la frente de la amada. Y
-reconociéndose elocuente, se entregaba contento á este juego de gestos y
-de palabras, con la doble alegría del amante y del artista que espera
-ser aplaudido. Y proseguía:
-
---En vano intentas sustraerte á ti misma; me quieres, lo sé, me
-consta... Si así no fuese, ¿á qué esa turbación? ¿A qué ese humillar la
-cabeza y bajar los ojos?... Oyeme, soy yo... tu Pedro... quien te llama;
-soy tu pasado, tu juventud primera, que vuelven conmigo.
-
-Ella balbuceaba, entregándose al hechizo de la ficción.
-
---¡Pedro mío!... ¡Pedro!...
-
---Antonia, mi Antonia... adorada de mi alma... ¿Es posible que después
-de separación tan dilatada, volvamos á estar juntos?... Hace mucho
-tiempo, juré amarte, y mi fe cumplió lo jurado sin que ni la distancia
-ni los frívolos placeres mundanos quebrantasen el hierro fortísimo de mi
-juramento. Te conocí siendo niña, nos amamos: yo entonces ganaba lo
-suficiente para no morir, pero estudiaba sin desmayos, sabiendo que el
-estudio y el trabajo son las únicas carabelas que pueden conducirnos
-derechamente á las playas de la dicha, y en aquellas playas remotas tú
-esperabas.
-
-Trastornada por el fuego de esta romántica peroración, la joven abrió
-los ojos que hasta allí tuvo cerrados, queriendo gustar la contemplación
-del hombre que tantas y tan lindas cosas decía, y no pudo; vió su frente
-sombría que arrugaron los años, su boca triste, su tez marchita, su
-cuerpo encorvado, sus ojos sin luz... ¡Y no pudo!... El beso se heló en
-sus labios y volvió á cerrar los ojos. ¡Era tan feo!...
-
---Lo pasado ha vuelto... ¡oh, Antonia!... No dejes que esta felicidad
-torne al pasado otra vez.
-
-Ella, sintiendo que en la obscuridad su ilusión renacía, contestaba, sin
-abrir los párpados, meciéndose nuevamente en la música de aquel
-fingimiento adormecedor:
-
---Pedro mío, yo te amo, pero mi historia, sembrada de errores,
-imposibilita nuestra unión; yo soy una desgraciada; tú, en cambio,
-puedes ser feliz aún.
-
---¡Yo! ¡Yo dichoso!... ¿Sin tí?... Nunca. Ahora mi nombre llena tu
-memoria y esa convicción, acaso presuntuosa, me consuela. Pero más
-adelante, cuando nos separemos, cuando no te vea, cuando la casualidad
-que acaba de unirnos no exista... y mi recuerdo vaya empequeñeciéndose
-en tu espíritu con el tiempo, como la imagen de todo lo que pasa, de
-todo lo que huye... Entonces, ¿quién se acordará de mí... del
-vencido?...
-
---Me sofocas como sofocan las pesadillas.
-
-Contestó sin abrir los ojos, pareciéndola que en aquella obscuridad la
-voz cariñosa del poeta venía de muy lejos. Pedro prosiguió:
-
---Es el ayer, que te ahoga. Tú pasarás también, Antonia, y tu ocaso será
-muy triste...
-
---¡Sigue, sigue!...
-
---Será muy triste; y entonces, ¿quién te amparará? ¿Quién podrá
-consolarte del bien perdido?... Mientras que, viviendo juntos, no
-padecerías el tormento de la soledad, y tus últimos años serían dulces y
-tibios como los crepúsculos estivales...
-
-Hubo otra pausa. Antonia, con la cabeza caída hacia atrás y los hermosos
-ojos cerrados, preguntó:
-
---¿Quieres apagar la luz?
-
---¿Para qué?...--repuso el poeta.
-
-Y sin sospechar la triste razón que justificaba el capricho de su amiga,
-dijo:
-
---Estamos mejor así.
-
-Luego continuó:
-
---Nos veo viejecitos, examinando juntos y sin pena el panorama de lo
-vivido, confortando con mi aliento tus manos trémulas, espantando con
-mis besos los pesares de tu vieja frente... ¡Antonia, mi Antonia!...
-
-La emoción ahogó la voz de su garganta. Ella murmuró:
-
---Apaga la luz.
-
---No... necesito verte... déjame...
-
---Pedro...
-
---¡Eres tan hermosa!... Ven, más cerca, así... tus manos en mis manos...
-nuestros pechos muy juntos, más...
-
---¡Oh, adorado mío!... ¡Qué dulzura, qué persuación la de tus
-palabras!...
-
-Iba á abrir los párpados, pero recordó con miedo las trazas lamentables
-de su amador, y volvió á cerrarlos.
-
---Antonia--el poeta repetía,--¿me quieres?
-
-Como eco de la callada habitación, la joven contestó:
-
---Mucho.
-
---¿Con toda tu alma?
-
---Sí... con toda mi alma.
-
---¡Oh, placer!... Dilo, dilo otra vez para consuelo mio... ¡Repítelo muy
-alto!...
-
---Te quiero... te quiero... ¡Y nada me consolará de los años que viví
-sin amarte!
-
-Otra vez sus ojos se abrian, poseídos del ansia de mirar, pero se
-contuvo. Pedro, murmuraba:
-
---Ven...
-
-Ella sintió sobre la fresa de sus labios, los labios calenturientos del
-poeta, y su aliento, cálido como el jadeo de las fieras. Entonces se
-levantó y sin entreabrir los cerrados párpados, se dirigió á tientas
-hacia la mesa y apagó el quinqué; la habitación quedó á obscuras, en las
-tinieblas los objetos perdieron su forma; el hechizo de la conversación
-estaba salvado.
-
---¿Qué haces?--preguntó Pedro sorprendido.
-
-Ella repuso:
-
---Acercarme á tí...
-
-
-
-
-LA OCASIÓN
-
-(Cuento representable)
-
-ESCENA PRIMERA
-
-
-(=Gabinete bien amueblado, con diván, marquesitas, etc. Al fondo, la
-puerta del dormitorio. A la izquierda del actor, otra puerta. A la
-derecha, una ventana. Es de noche.=)
-
-
-CASTA.--(=En traje de calle y asomando la cabeza por la puerta de la
-izquierda, que estará entornada=). ¡Granuja, granuja!... ¡Poca
-vergüenza!... (=Pausa, como si alguien contestase á sus palabras desde
-dentro.=) ¿Qué dices? (=Pausa.=) ¡Me tiene sin cuidado! (=Gritando furiosa.=)
-Puedes venir cuando gustes, ó no venir... me es indiferente. Si quieres,
-pasa la noche donde pasaste la de ayer, y la otra... ¡y la otra!...
-(=Cerrando la puerta, como temiendo que su amenaza llegue á oídos del
-esposo, que se va.=) Pero no te admires, si, en llegando _la ocasión_...
-hago lo que tenga por conveniente. Eso es, ni más ni menos: lo que me dé
-la gana, mi real gana; aquello que ordene mi gusto... (=se quita el
-sombrero y va y vuelve por el escenario, dando señales de agitación y
-despecho vivisimos.)= ¡Linda conducta la de mi esposo!... Está cincuenta
-y tantas horas sin venir por aquí, metido... ¡sabe Dios dónde!... Y hoy
-reaparece, después de almorzar, con las manos y los dientes muy limpios
-y su cara de Pascua, repitiéndome la viejísima historia del amigo que,
-saliendo del teatro, enfermó repentinamente, y á quien fué necesario
-subir á un coche, llevarle á su casa, meterle entre colchas, darle
-tisanas... etcétera. Yo fingí dar crédito á todo aquel hilvanamiento de
-burdas mentiras, y repuse:--Bueno, ¿quieres llevarme esta noche al
-teatro?--¿Por qué no?--dijo. Mi señor marido es un caballero que no
-tiene palabra mala ni hecho bueno. Como le conozco, insistí.--Conque,
-¿me llevarás?--Sí, mujer.--¿De verdad?--De verdad.--¿No vendrás á última
-hora con alguna de las tuyas?... ¡Cómo se puso el muy hipócrita! ¡Qué
-protestas, qué extremos de cariño!... Era preciso creerle. Total: me
-dejó convencida y se marchó. ¡Es que las mujeres nacimos tontas!...
-(=Pausa.=) Por eso, mucho antes de cenar ya estaba yo vestida. Y dan las
-siete de la tarde, y las ocho... ¡y Mariano sin venir! (=Pausa.=) Cené
-sola, con el alma dada á todos los diablos, comprendiendo que, al fin,
-me quedaría compuesta y en casa. ¡Así fué!... A los postres reapareció
-mi señor; volvía para buscar dinero y decirme que tenía un asunto
-urgente... un negocio de minas... ¡No quiero recordarlo! (=Furiosa.=)
-¡Pillo, granujón!... ¡Si supiera que otros adoran lo que él
-desprecia!... Su amigo Ricardo, por ejemplo, me corteja desde que empezó
-el verano: ¡y es tan dulce, tan insinuante, tan delicado... tan
-guapo!... (=Suena un timbre.=) ¡Cómo! ¿Gente á estas horas? (=Pausa.=)
-¿Quién será?...
-
-
-ESCENA II
-
-CASTA, LUEGO SUSANA
-
-
-SUSANA.--(=Desde fuera.=) ¿Se puede?
-
-CASTA.--Adelante.
-
-S.--¿Cómo?... ¿Estás sola?
-
-C.--Sí.
-
-S.--¡Yo que no me atrevía á entrar, temiendo hallarte!...
-
-C.--¿Dónde?
-
-S.--En brazos del esposo.
-
-C.--No me hables de Mariano.
-
-S.--¿Está en casa?
-
-C.--No.
-
-S.--¡Me alegro! ¿Cuándo vendrá?
-
-C.--Ni el diablo lo sabe. Mañana... pasado... ¡Ni me importa!...
-
-S.--Mejor. Entonces...
-
-C.--¿Qué?
-
-S.--Vente conmigo.
-
-C.--¡Chiquilla!
-
-S.--Vente.
-
-C.--¿Dónde?
-
-S.--A la Bombilla.
-
-C.--¡A la Bombilla! (=Horrorizada.=)
-
-S.--Sí.
-
-C.--¿Solas?
-
-S.--¡Quiá!
-
-C.--¿Con quién?
-
-S.--Con mi amigo; ya le conoces... Federico...
-
-C.--¿Estás loca?
-
-S.--Sí, loca; loca y borracha, ¡pero no de vino, sino de alegría, de
-ilusión, de juventud!...
-
-C.--¿Y tu marido?
-
-S.--En Puente-Viesco, desde ayer, curándose el reúma. Vamos, ¿qué
-piensas?... Federico aguarda en la esquina.
-
-C.--Imposible, no voy.
-
-S.--¿Por qué? ¿Quién iba á enterarse?
-
-C.--(=Pensativa y dudosa.=) Nadie...
-
-S.--Entonces....
-
-O.--Dudo, tengo miedo.
-
-S.--¿A quién?
-
-C.--No sé.
-
-S.--¿No estás vestida?
-
-C.--Sí.
-
-S.--Pues, necia... sígueme. ¿A qué esperas?
-
-C.--Sin embargo...
-
-S.--¿Qué?
-
-C.--¡Bonito papel representaría yo en vuestro dúo de amor!
-
-S.--¡Psch!... Regular... (=Ríe.=)
-
-C.--Si yo tuviese...
-
-S.--¿Un amigo?
-
-C.--Eso es...
-
-S.--¡Naturalmente; un amigo! ¡Lo que tantas veces te aconsejé que debes
-procurarte!... Porque, mira: con los hombres debe hacerse lo que con los
-trajes: hay uno nuevo, para salir de día, ir al teatro, exhibirse en
-público... este es el marido. El amante es el traje modesto conque
-salimos de noche, por calles solitarias... ó al campo, para tendernos
-libremente sobre la hierba..!
-
-C.--(=pensativa.=) ¡Si Ricardito supiera!...
-
-S.--(=con gran interés.=) Oye, á propósito: ¿qué hay de eso?
-
-C.--Nada nuevo.
-
-S.--¿Te escribe?
-
-C.--Todos los días... y me sigue... y no me deja á sol ni á sombra.
-
-S.-¿Y tú?
-
-C.--Desdeñándole.
-
-S.--¿Y tu marido?
-
-C.--Como los maridos de Bocaccio: en la higuera.
-
-S.--¡Pobre Ricardo!
-
-C.--Si leyeses su última carta...
-
-S.--(=Con alegría.=) ¡A ver, á ver!...
-
-C.--(=Sacando un papel del seno.=) Lee; me llama su cielo...
-
-S.--(=leyendo, pero sin coger la carta.=) Y... su vida... Y te pide una
-cita...
-
-C.--Sí.
-
-S.--¡Pobrecillo!
-
-C.--Mira, cómo se despide: «Te beso en los labios...»
-
-S.--(=Leyendo.=) «En la nuca...»
-
-C.--(=Leyendo.=) «Donde tú quieras..»
-
-S.--¡Excelente muchacho!
-
-C.--¿Te parece?
-
-S.--Yo le protegeré.
-
-=Pausa. Las dos interlocutores meditan.=
-
-S.--Conque, ¿vienes?
-
-C.--No me atrevo.
-
-S.--Cobarde.
-
-C.--No, no soy cobarde... pero, reconoce que la caída de las mujeres
-depende, más que del deseo...
-
-S.--Sí, de la ocasión.
-
-C.--Tú lo digiste.
-
-S.--Del cuarto de hora...
-
-C.--Y esa ocasión, ese cuarto de hora, faltan... faltando Ricardo.
-
-S.--(=Resignándose.=) Bien; entonces, adiós, no quiero perder más tiempo.
-
-C.--(=Besándola.=) Adiós, que seas muy feliz.
-
-S.--Lo seré; no lo dudes.
-
-C.--Yo en cambio...
-
-S.--Encerrada y sola... y condenada á marido perpetuo. Adiós, feísima,
-adiós... (=Váse: Casta la acompaña. La escena queda un instante sola.=)
-
-
-ESCENA III
-
-CASTA
-
-(=Cerrando la puerta con llave.=)
-
-
-Cuando la ocasión no llega todo falta. Mi esposo me abandona, mi amiga
-se marcha también tras su alegría... ¡Bueno va!... Me acostaré; ¿qué
-remedio? (=Empieza á desnudarse poco á poco y hasta donde las buenas
-costumbres consientan.=) Hace calor, el ambiente perfumado de este
-gabinete es asfixiante... asfixiante como un abrazo muy estrecho. ¡Uf,
-me ahogo!... Todo me habla de amor: el silencio... los muebles... el
-lecho mullido donde dormiré sola... Abriré la ventana (=Pausa.=) ¡Oh, qué
-noche tan hermosa! ¡Cuánta paz en la tierra! En los cielos... ¡cuánta
-electricidad y cuánta luz!... Desfallezco; algo misterioso me besa sobre
-los labios. (=Asomándose á la ventana.=) ¿Qué es eso?... Una orquesta
-ambulante; ¡sólo faltaba la música para concluir de trastornarme!...
-(=Dentro algunos violines ejecutan un vals.=) ¡Ah, ese vals!... (=En
-éxtasis.=) Lo he bailado tantas veces siendo soltera, cuando era
-inocente... cuando soñaba... Me veo girando por los salones, la cabeza
-caída hacia atrás y sintiendo sobre los riñones la presión de un brazo
-enamorado... ¡Oh, aquellos tiempos! (=Continúa desnudándose.=) La música,
-llamando á mis recuerdos, trastorna mi espíritu; el calor muerde mis
-nervios y mi carne. ¡Amado!... ¿Dónde está?... ¡Estas noches húmedas de
-Septiembre roban al cielo tantas vírgenes!... (=Pausa.=) Hace pocos
-momentos decía que faltaba la ocasión y, no obstante, el cuarto de hora
-de los supremos vencimientos, está aquí; la hora azul del pecado, es
-ésta. (=Pausa. Cesa la música. Luego suena un timbre; llaman á la puerta.
-Casta despertando de su embelesamiento.=) ¿Quién va? ¿Quién es?...
-
-Voz.--(=Desde fuera.=) Abra usted, señora.
-
-C.--(=Aterrada.=) ¡Voy!... (=Aparte.=) ¿Qué es esto?... ¡Voy!... (_Siempre
-aparte._) ¿Qué pasa por mí?... ¡Voy, voy!...
-
-(=Se viste apresuradamente una bata y abre.=)
-
-
-ESCENA IV
-
-CASTA Y SU DONCELLA
-
-
-DONCELLA.--El señorito Ricardo... está ahí.
-
-CASTA.--¡Ricardo! (=Retrocede asustada.=)
-
-D.--Sí.
-
-C.--¿Cómo?
-
-D.--Quiere hablar con usted.
-
-C.--¡A estas horas!
-
-D.--Los hombres enamorados son terribles, está loco por usted... y como
-yo le dije que el señor no vendría hasta mañana... (=Ríe mirando al
-público.=)
-
-C.--¡Ah, está bien!... Te vendiste al ladrón...
-
-D.--(=Humilde.=) Señora...
-
-C.--Desde este momento quedas despedida.
-
-D.--(=Sonriendo.=) Creo que la señora cambiará de opinión hablando con el
-señorito Ricardo.
-
-C.--¡Miserable! (=Exaltándose.=)
-
-D.--Lo dije sin intención... (=Humilde y burlona.=)
-
-C.--(=Cayendo desfallecida sobre el diván.=) ¡Todo se conjura contra
-mí!... El desprecio de mi marido, los consejos de Susana... mi
-desnudez... la música, el calor húmedo de esta noche diabólica...
-
-D.--El señorito Ricardo espera.
-
-C.--¡Ay de mí!... ¿Qué me sucede?... ¿Qué siento?
-
-D.--¿Qué le digo?
-
-C.--El destino le trae y yo no puedo luchar contra lo invencible.
-
-D.--¿Señora?
-
-C.--Aguarda. (=Pausa.=)
-
-D.--Es que...
-
-C.--¡Un momento!... (=Suplicante.=)
-
-D.--(_Mirando hacia la puerta._) ¿El señorito Ricardo...?
-
-C.--Espera...
-
-D.--¿Qué le digo? (=Apremiante.=)
-
-(=Pausa.=)
-
-C.--(=Como desvanecida.=) Me muero...
-
-D.--¿Qué le digo?
-
-(=Pausa.=)
-
-C.--(=Suspirando.=) Que pase...
-
-TELÓN
-
-
-
-
-LA HIJA DEL SOL
-
-
-Lo mismo la alborotada juventud, tan fácil á la hipérbole, como las
-envidiosas mujeres, inclinadas á discutir y morder el ajeno mérito,
-coincidían en proclamar á Carmen, la gitana, como el tipo femenino más
-perfecto de la pujante flamenquería sevillana.
-
-Carmen nació en el campo: era hija de segadores y su madre la dió á luz
-una tarde de Agosto, tumbada entre los altos trigales, bajo el ancho
-espacio azul, abrasador y deslumbrador como la entrada de una fragua: de
-pronto resonó en los ámbitos de la planicie adormecida por el bochorno
-de la siesta, un grito, el grito selvático que lanzan las hembras cuando
-el último desgarro las convierte en madres; y nació Carmen... El viento
-de aquella tarde, un viento cálido como un bostezo del desierto, agitó
-los negros cabellos de la niña y la luz que caía á raudales tostó sus
-mejillas y su frente... Desde entonces, á Carmen la llamaron la _Hija
-del Sol_.
-
-Todo en ella, efectivamente, concurría á mantener la exactitud y
-legitimidad de aquel apodo: su talle esbelto y ágil, su cuello grueso,
-su tez cobriza, su cabeza algo grande, su boca de carnosos y encendidos
-labios, amargados por el gesto, casi doloroso, de sed, que contrae la
-boca insaciable de los libertinos; y luego su carácter... su carácter
-reconcentrado, á veces sumiso, con sumisiones de esclava, indomable y
-fiero á ratos, pero siempre taciturno y perezoso, de mujer oriental;
-mujeres supersticiosas y ardientes que adoran al Sol.
-
-Carmen profesaba al astro magnífico un culto idolátrico, casi sensual,
-de fetiquista. En la germinación y desarrollo de esta pasión debió de
-influir, amén de su idiosincrasia andaluza, la novela de su nacimiento,
-aquel nacer pintoresco, consumado durante las abrasadas horas de una
-tarde estival, en medio de la vasta planicie, convertida, bajo los rayos
-del sol, en inmensa charca de fuego y de luz... Las primeras sombras
-crepusculares ponían en su ánimo nostalgia y miedo inexplicables: se
-acostaba temprano para no ver la luna, la eterna muerta, tan triste, tan
-pálida, velando con su resplandor frío el reposo inquietante de las
-tumbas y de las ruinas; y madrugaba con el sol, que iba á sorprenderla
-en su lecho, espantando sus malos ensueños, derramando por sus venas una
-briosa corriente de vida. Los días de verano iba con sus padres á la
-siega, y allí, echada al pie de un árbol ó á la sombra de un bardal,
-abismaba sus ojos en el paisaje. Los pajarillos habían enmudecido, las
-cigarras, borrachas de calor, callaban bajo el rastrojo; la atmósfera
-ardía, el suelo exhalaba por sus poros un vaho abrasador, irrespirable,
-las golondrinas que intentaron atravesar volando la planicie, cayeron
-asfixiadas; en los confines del horizonte, tierra y cielo, borrados en
-la misma catarata luminosa, simulaban un incendio con oleadas de oro y
-nubes de púrpura; perdidos entre el trigo, con las recias espaldas y las
-frentes cubiertos de sudor, los segadores, estimulados por el orgulloso
-prurito de no quedarse retrasados en la faena, trabajaban sin descanso.
-
-Carmen, sumida en un emperezamiento invencible, miraba al cielo,
-cegándose bajo aquella intensísima reverberación solar. El mismo sol,
-que tanto excitaba con sus ardores la carne de la virgen gitana,
-reprimía con su luz la explosión de sus pasiones: Carmen, que sentía en
-la obscuridad los vergonzosos bostezos del pecado, hubiera tenido
-empacho de desnudarse ante una ventana abierta: el sol, brillando
-majestuoso en el cenit de los espacios, represaba sus malos deseos y
-fortalecía su voluntad y su virtud, y á él volvía los entornados ojos en
-las horas azules de dulce y peligroso quebranto, como las vírgenes
-frágiles, al ir á perderse, miran el retrato de su padre colgado á la
-cabecera del lecho fatal, como pidiéndole ayuda ó perdón. ¡No, ella no
-sería mala, mientras hubiese Sol!...
-
- * * * * *
-
-Antoñico el gitano, un mercader de potros que gozaba de gran fortuna y
-prestigio en las ferias de Sevilla y Mairena, había puesto estrecho
-cerco á la virtud de Carmen; persiguiéndola en la iglesia los domingos
-por la mañana, durante la misa; por las noches, rondando su reja, al pie
-de la cual su musa triste de amador desdeñado entonaba sentidos
-cantares; y en la siega, sentándose junto á Carmen, que le oía
-distraída, mirando á los segadores cuyas cabezas oscilaban entre las
-doradas mieses como puntos negros.
-
-Según el mozo extremaba sus agasajos, la joven fortalecía su
-resistencia, y hubo entre ambos disputas y luchas terribles, de las
-cuales la virtud de Carmen libró incólume. El, porfiaba, sin darse por
-vencido.
-
---¿Por qué me desprecias?--decía.
-
---Déjame--replicaba Carmen,--me aburres y te cansas en vano. Yo no puedo
-amarte; había de querer... ¡y no podría!... Hay algo en mí que te
-rechaza, que no transige contigo, aunque fueses el mejor de los
-hombres... Una especie de hipo, que te echa fuera de mi alma...
-
-El, herido en su pasión y en su orgullo, replicaba:
-
---Tú caerás. Esto, al fin, ha de ser como yo quiera...
-
-Ella, segura de si misma, reía provocándole al combate. ¿Para qué
-temerle?... De noche, la defendían los mismos hierros de su reja; de
-día, la guardaba su padre, el Sol...
-
-Una tarde, Carmen y Antonio se encontraron en uno de los callejones más
-solitarios y excéntricos del barrio, delante de una tiendecilla de
-vinos.
-
---Oye--dijo él,--¿aceptas una cañita de manzanilla?
-
---No--repuso ella,--déjame en paz.
-
-Entonces él la cogió por los sobacos y en volandas la metió en la
-taberna y luego en una habitación interior, donde un lecho, con
-sobrecama roja, parecía esperar... El ambiente del dormitorio era frío;
-las paredes, resquebrajadas por la humedad, ofrecían grandes manchas
-verduzcas; por la ventana penetraban los últimos reflejos crepusculares.
-
---Ya estamos solos--exclamó Antonio cerrando la puerta;--¡por fin!...
-
-En sus labios vagaba la risa petulante y procaz de los triunfadores; su
-manos ardían; sus ojos voraces de gitano llameaban en la sombra...
-Carmen no supo defenderse; un frío mortal helaba su sangre; no podía
-respirar; la obscuridad de aquel cuarto siniestro gravitaba sobre sus
-párpados obligándola á cerrarlos; sus brazos permanecieron inactivos,
-sus piernas flaquearon y echó la cabeza hacia atrás, entregando su
-garganta al deseo... Fué una caída inconsciente en cuyo lamentable
-desenlace la noche ejerció poderosa y decisiva tercería.
-
-De aquella casa salió Carmen como de un letargo, y cuando más tarde supo
-que iba á ser madre, se rindió á su suerte, aceptando al hombre que
-hasta allí nunca había logrado poseerla pacíficamente, sino por sorpresa
-y á zarpazos, como se aman las fieras. Obligada á vivir en un cuarto
-interior con su hija y sin otro recreo que el cuidado de las flores que
-adornaban los hierros de su ventana, la joven tornóse más huraña, más
-triste, según el odio hacia su amante aumentaba. Aquel hombre se lo
-había quitado todo: el cariño de sus padres, la estimación de sí misma,
-su belleza sin mácula, su libertad; y además la había robado el Sol,
-aquel dios resplandeciente que abrasaba su sangre y anegaba sus pupilas
-en luz, enseñándola el culto á la Naturaleza y á la vida... Pensando en
-esto y comparando su salvaje independencia de antaño con su monótona
-existencia actual, Carmen, la gitana, lloraba hilo á hilo lágrimas
-ardientes que agrandaron sus ojos. ¡Sí, odiaba á Antonio, funesto para
-ella como la sombra del manzanillo; y le aborrecía con ese
-aborrecimiento intenso que no retrocede ante el crimen!...
-
- * * * * *
-
-Fué otra tarde: una tarde de Agosto.
-
-Carmen y Antonio habían merendado en el campo; su hija les acompañaba.
-El almuerzo fué alegre; los tres comieron mucho y bebieron copiosamente;
-luego Antonio, mareado por los vapores de la digestión y del vino,
-tumbóse en el suelo y con la cabesa apoyada sobre el regazo de la joven
-se quedó dormido. Carmen, inmóvil, contemplaba el horizonte con ojos
-pensativos: el aire quemaba, la tierra ardía, del cielo azul caían sobre
-los campos oleadas mareantes de fuego; á un lado aparecían altos
-ribazos coronados de chumberas, luego una carretera que se alejaba
-blanqueando como un reguero de ceniza, y más allá planicies inacabables
-sembradas de trigo, con sus gavillas de segadores que avanzaban
-desplegados en ala, cual náufragos perdidos en un lago de oro líquido...
-En medio del campo, dominada por el silencio augusto de la siesta y
-mordida por los besos ardientes del Sol, Carmen sentía renacer sus
-orgullosas energías de antaño; su sangre hervía, crispando sus dedos, y
-una borrachera extraña, borrachera orientalesca de calor y de luz,
-turbaba su cerebro. Instintivamente miró á Antonio, el hombre que la
-había arrebatado tanto bien y que yacía dormido sobre sus rodillas, á
-merced suya, y sus miradas repararon con criminal ensañamiento en su
-cuello grueso y sanguíneo, de violador.
-
-Aquello pasó y Carmen tornó á fijarse en los pintorescos ribazos ceñidos
-de chumberas siempre verdes, y en los campos de trigo, con sus gavillas
-de segadores... Pero la tentación homicida volvía, cada vez más terrible
-y pujante... Antonio roncaba tranquilo; el calor había congestionado sus
-mejillas; bajo la piel se acentuaban las venas repletas de sangre...
-¡Oh, aquel hombre las había causado, á ella y á su hija, un daño
-infinito!... ¡Por él estaban así, alejadas del mundo, sin cariño de
-madre, sin blanduras de abuela, condenadas á vivir perpetuamente en la
-sombra... Y Carmen pensó que la muerte de Antonio sería la felicidad
-recobrada, la liberación definitiva...
-
-Un último sacudimiento de su conciencia la obligó á levantar los ojos;
-en aquel momento sus pupilas, nidal de malos pensamientos, parecían más
-negras, más duras... Carmen prosiguió acariciando el cuello de su amante
-con una mirada fría y sutil como el filo de una daga. Era imposible
-resistir la implacable tentación. A la borrachera del vino se aunaba la
-del sol... Y el sol hablaba, empujándola al crimen.
-
-«¡Mátale!...--decía;--él te robó cuanto de más hermoso tenías,
-regalándote, á cambio de tu sacrificio, una hija que habrá de
-avergonzarse de ti eternamente. ¡Mátale antes de que despierte y te
-vuelva á su cárcel! Recuerda aquella habitación obscura que jamás
-mereció el beneficio de mis rayos; aquellas paredes que agrietó la
-humedad, aquel lecho donde tiritas de frío... ¡Mata! Sé fuerte como yo,
-inspirador de todos los heroísmos, afrodisíaco despertador de todas las
-voluptuosidades, anda, no vaciles; sigue los consejos de tu padre el
-Sol... ¡Mata á ese hombre!...»
-
-Carmen, estremeciéndose, miró á su alrededor: no había nadie; la
-soledad, encubridora de los grandes crímenes, también la empujaba. ¿Por
-qué no recobrar su hermosa libertad perdida?... A veces, una vena que se
-corta es una cadena que se quiebra...
-
-Por entre la faja de Antonio asomaba tentador el mango de un cuchillo.
-Carmen quiso apartar de él los ojos, y ya no pudo; miraba, alargando el
-cuello, y su mano derecha se crispaba, calculando la violencia del
-golpe...
-
-En aquel instante la niña, como instrumento elegido por el Destino para
-precipitar la venganza de la madre, cogió el mango del cuchillo y la
-hoja salió de la vaina, con relampagueo deslumbrador. Aquel zig-zag
-trágico, arrancado al acero por el sol, cegó á Carmen, y el gitano rodó
-por el suelo, pasando sin estremecimiento de un sueño á otro. Quedó
-tumbado boca arriba, mirando al Sol que le había matado. La tierra,
-sedienta, empapó su sangre...
-
-
-
-
-IDOLOS CAIDOS
-
-
-Era de noche. Nos hallábamos en una espaciosa habitación, con los altos
-techos envigados según antigua costumbre provinciana, las ventanas
-huérfanas de visillos, cortinajes y demás vistosos paramentos del buen
-tono, y las paredes sin otro adorno que algunos clavos de donde pendían
-varias viejas prendas de vestir con esa gravedad soñolienta de las cosas
-inertes.
-
-Mi amigo estaba acostado en una cama, yo en otra, y ambos conversábamos
-pausadamente esperando la sorpresa del sueño. Sobre un taburete
-chisporroteaba la mortecina luz de una lamparilla de aceite; toda la
-casa yacía en el silencio solemne que envuelve á los pueblos pequeños, y
-únicamente revoltijeando en el ámbito del dormitorio vibraba el pertinaz
-y amenazador zumbido de algunos mosquitos hambrientos.
-
---Pues, mañana--dijo Joaquín,--antes de que el sol caliente, iremos á
-_El Robledal_, que es de los mejores y más pintorescos cortijos que
-posee mi cuñado por estas cercanías: luego visitaremos la iglesia, que
-tiene una capillita gótica muy notable; y si estamos de humor y la
-tarde da de sí para tanto, subiremos á Peña-Ramiro, cerro elevadísimo
-desde cuya cumbre se abarca un grandioso panorama: al fondo del valle,
-el pueblecito, con su centenar de casitas blancas parecidas á un rebaño
-de ovejas; después el riachuelo de Guadelzar, en cuyo cauce blanquea un
-chorrito de plata líquida, semejante al hilillo baboso que hubiera
-dejado al pasar por allí un caracol gigantesco; y más allá, en los
-brumosos confines del paisaje, un largo rosario de montañas, enderezando
-al cielo sus panzas ciclópeas coronadas de nieve...
-
---¿Y después, por la noche?
-
---Por la noche--repuso,--iremos á casa de Higinio, un muchacho
-comerciante que puntea la guitarra y con quien suelen reunirse algunas
-mozas vecinas y tres ó cuatro de los chicos más galanes y mejor
-templados del pueblo.
-
-Añadió interrumpiéndose para requerir la almohada y colocarse mejor:
-
---¡Hombre!... A quien deseo presentarte es al tío Baltasar, el tipo más
-notable de la provincia. Es un viejo muy corrido que en sus mocedades
-fué pendenciero temible y sempiterno y afortunado cortejador de
-doncellas; un don Juan rural, caballeresco y galán á su modo. Nació aquí
-y de estos contornos nunca salió si no fué para el presidio de
-Cartagena, á donde le llevaron por dar muerte á un marido que quiso
-meterse á «médico de su honra»...
-
-Joaquín, vencido por el sueño, articulaba lenta y trabajosamente; yo,
-empezanado por aquel inseguro balbuceo, cerré los ojos. Luego exclamé
-haciendo esfuerzos para no dormirme:
-
---¡Es raro que ese Baltasar haya llegado á viejo!
-
---¿Por qué?
-
---Porque... lo que el adagio enseña: el buen vino y los hombres guapos,
-duran poco...
-
-Pronunciábamos las palabras lentamente y separando unas sílabas de
-otras: era una conversación lánguida, incoherente, como un diálogo de
-sonámbulos.
-
---Pues, por esta vez, falló el refrán... porque Baltasar fué de los
-majos que tosió más fuerte entre los barateros de mejor resuello. Una
-noche, y esta anécdota te servirá para conocer la calidad y buen temple
-de su ánimo... detuvo él solo, trabuco en mano y por apuesta, á la
-diligencia de Almería.
-
-No dijo más, ó si continuó yo no le oí, rindiéndome al sopor que me
-infundieron la tarda exposición de aquellos romancescos disparates y el
-rítmico sonsonete de los mosquitos volanderos.
-
- * * * * *
-
-Al día siguiente me levanté tarde; y como Joaquín se hubiese marchado de
-jira con varios amigos y yo no tuviera otro asunto de más bulto y
-provecho en qué emplearme, salí á dar un paseo por el pueblo.
-
-En un villorrio tan incivil y menguado como aquel, la presencia de un
-forastero es motivo poderoso de curiosidad y de fisgoneo; por todas
-partes veía chiquillos que se quedaban embelesados y boquiabiertos
-mirándome pasar, cual si yo fuese un ente raro oriundo de lejanos
-planetas, y ojos femeninos que me avizoraban por entre las hendiduras de
-las persianas; y tanto llegó á molestarme aquella impolítica curiosidad,
-y tan feo me pareció el lugar con sus retorcidos callejones
-desempedrados y su pobrísimo caserío, que renuncié al paseo. Di, pues,
-media vuelta, y aventurándome por un angosto pasadizo abierto entre los
-bardales de dos huertas, anduve un buen trecho y llegué á la plaza:
-triste, polvorienta, rodeada de casuchas irregulares, con la iglesia á
-un lado y una fuentecilla á la que prestaban sombra escasa algunos
-arbolillos. Permanecí inmóvil largo rato, examinando el aspecto de aquel
-paraje que reconcentraba las vidas comercial, religiosa y hasta elegante
-de la población, puesto que allí concurrían á coquetear por las tardes
-los muchachos y mocitas casaderas.
-
-Eran las doce; el sol caía perpendicularmente, y aquellos torrentes de
-luz cenital, sumados á la intensa reverberación del suelo, producían una
-especie de peplo luminoso que esfumaba el contorno de los objetos; un
-remusgo cálido agitaba los toldos multicolores extendidos sobre la
-puerta de algunas tiendas, y la torre de la iglesia, altiva y robusta
-como el torreón aspillerado de un castillo medioeval, proyectaba sobre
-el suelo polvoriento una sombra gigante. Sentado en un poyo junto á la
-fuentecilla, había un viejo, al cual gritaban y silbaban hasta una
-docena de deslenguados arrapiezos.
-
---¡Que baile el tío Baltasar!--gritaban aquellos indígenas.
-
---¡No!, que no baile...--decían otros,--es mejor que cante...
-
-Y entonces todos empezaron á pedir rítmicamente y con cierta cadencia:
-
---¡Que cante el tío Baltasar, que cante, que cante!...
-
-Algunos individuos, sentados en el suelo y á la hila de las paredes,
-atisbaban la escena sonriendo; el tío Baltasar, por su parte, únicamente
-amenazaba á los chicuelos más atrevidos que se le acercaban demasiado y
-con la poca caritativa intención de colgarle algún ahimelollevas.
-Sofocado por el calor y deseando ver la capillita gótica de que Joaquín
-me había hablado, crucé la plaza en derechura á la iglesia. Al pasar
-junto á la fuentecilla, molestado por el griterío de los chicos, no pude
-abstenerme de espantarles á voces y de repartir varios pescozones entre
-los más indómitos.
-
---¡Déjeles usted estar, señorito, pues no me incomodan!--exclamó el
-viejo.
-
-Volvíme para mirar á quien tan mal agradecía mi protección y ayuda, y
-era un hombre setentón, con grandes patillas cortadas según la usanza de
-la clásica flamenquería y majeza andaluzas: los ojos nobles y fieros, la
-boca desdeñosa, la nariz aguileña y enérgica, el busto de complexión
-elegante y recia... y comprendí hallarme delante del célebre Baltasar,
-de quien tantas lindezas refería mi amigo.
-
---Celebro conocerle dije entonces;--aunque recién llegado aquí, ya me
-han dicho mucho bien de usted. Si la fama no miente, usted fué, allá en
-sus mocedades, un buen gallo...
-
---Hombre... sí, señor--repuso con esa modesta mansedumbre de los héroes
-encanecidos;--cuando lleva uno en las venas mucha sangre y muy caliente,
-comete muchas tonterías.
-
---¿Y ahora?
-
---¿Ahora?... ¿Qué quiere usted que haga, más que tomar el sol ó la
-sombra, según la estación?
-
-Los chicos se habían retirado y nos contemplaban desde lejos. Baltasar y
-yo continuamos charlando, cautivándome él por sus espontáneas
-caballerosidad y bizarría.
-
---Ogaño estoy mandado retirar por inútil--decía;--pues los gallos sin
-pico ni espolones no sirven para el reñidero ni para el corral... Pero
-antes... ¡ja, ja!... antes no hubo en toda la provincia otro majo que
-cantase más alto que yo...
-
-Según hablaba, los recuerdos iban exaltando las energías de su espíritu
-y tenía frases y gestos autoritarios que recordaban sus ya lejanos
-extremos de sultán dictador... Y había algo solemne en el ocaso de aquel
-ídolo caído.
-
-Luego Baltasar, como quien va á decir un gran secreto, púsose de pie
-acortando la distancia que nos separaba.
-
---Yo, señorito--añadió bajando la voz,--he sido el cogollito y la espuma
-de esta tierra... el esposo de todas las mujeres bonitas y el coco de
-todos los maridos... A ellas las quiero, pobrecitas, por agradecimiento,
-porque fueron buenas para mí; pero á ellos les desprecio, á todos, por
-cobardes y por... ¿Comprende usted?... Los muy... cuando éramos jóvenes,
-no tenían coraje para desafiarme y yo les afrentaba á mi antojo; si eran
-solteros, les quitaba la novia; si casados, les robaba la mujer... Y
-ellos, nada, tragando hieles... Ahora parecen vengarse de mí echándome
-sus hijos para que me chillen y atormenten; no me enfado, no puedo
-enfadarme, porque la voz de la sangre... ¿sabe usted, señorito?... Entre
-esos niños ¡habrá tantos hijos míos, tantos!...
-
-Miré á Baltasar, el antiguo recluso de Cartagena, admirando aquella
-frase tan obscena en la forma y que envolvía, no obstante, un dulce
-sentimiento paternal. Aquella frase era para la humanidad una puñalada
-terrible; ¡una puñalada de presidiario!
-
-
-
-
-LA ABUELA
-
-
-La abuela Francisca se quitó los gafas, restañó las lágrimas que arrancó
-de sus ojos el penoso esfuerzo de una lectura demasiado larga, y el
-periódico resbaló de sus rodillas al suelo. Aquel periódico relataba los
-últimos momentos de _Pelo-Rojo_: una bailarina que había muerto en su
-hotel de París debiendo trescientos mil francos, y por la que cierto
-marqués millonario dejó, á sus hijos sin pan.
-
---¡Para esas mujeres es el mundo!--pensó la abuela Francisca.
-
-Discurría así, melancólicamente, junto á la ventana, sobre cuyos
-cristales la lluvia rimaba su canción, la dulce canción hermana del
-sueño: la habitación estaba á obscuras, sin otra luz que el pobrísimo
-resplandor crepuscular que caía del cielo; todo callaba en aquel
-gabinete apercibido ya á los rigores del invierno; con su suelo
-alfombrado y sus cortinajes de pesado terciopelo, cerrando el paso al
-frío. Allá lejos, en las profundidades de la casa, resonaban el chirrido
-alegre del aceite que hervía en las sartenes, y el ruido de platos y
-voces infantiles...
-
-¿Quién hubiera creído que en el corazón de aquel confortable hogar
-burgués y tras la santa y castísima frente de la abuela Francisca, la
-muerte de _Pelo-Rojo_ despertaría un recuerdo tenaz?...
-
-Y, no obstante, así era: Francisca, ligando los datos biográficos que de
-la bailarina aparecieron desperdigados por la prensa, durante aquellos
-días, imaginaba conocer su historia exactamente: la veía saliendo de
-España, llegando á París, donde las locuras de un sportman, que se mató
-por ella la pusieron en moda; y luego en Londres, disputando á las
-cortesanas inglesas el oro de sus amantes; después en Monte-Carlo y
-Niza, donde corrió el Carnaval con una carroza cuajada de rosas
-valencianas... Y más tarde, en París otra vez, siempre pródiga,
-caprichosa, indócil, dejando las comodidades de su hotel por los
-estudios de Montmartre. A _Pelo-Rojo_ la conocían en todas las
-delegaciones: se embriagaba y reñía con otras mujeres; adoraba á los
-hombres de arrestos que no saben amenazar sin herir; la gran pasión de
-su juventud fué Luis, un pintor de mucho talento que la pegaba porpelo
-todo y que una noche la castigó dejándola dormir en la escalera de su
-taller.
-
---¡Y que hombres ricos y de talento pierdan el seso por mujeres
-así!--murmuró la anciana.
-
-En su honrado pensamiento, monstruosidad semejante no hallaba cabida y,
-sin embargo, reconocía que en el viejo mundo pagano, como en el nuestro,
-la juventud, la felicidad y el dinero, siempre fueron satélites de la
-diosa Locura. Tan hermosa como _Pelo-Rojo_ fué ella, la abuela
-Francisca, cuarenta años antes, y á querer... Pero no se atrevió; era
-buena y el ejemplo de su madre, primero, y la educación de su hija,
-después, apartaron de su voluntad todo deshonesto impulso.
-
-Tan cuerdo discurrir no impedía que la anciana sintiese un desvío
-secreto, una especie de inexplicable envidia hacia la aventurera que
-había fallecido, casi repentinamente, bajo una bata de encajes y en un
-hotel suntuoso que el talento de algunos y el dinero de muchos,
-convirtieron en museo... Porque á esas grandes perdidas, enemigas
-adoradas de todo el mundo, se las solicita, se las aplaude, se las
-adula; mientras que de las mujeres honradas, que vivieron para el hogar,
-¿quién se acuerda?...
-
-Allá adentro, en los profundos de la casa, el aceite chirriaba
-bullicioso sobre las cacerolas puestas al fuego, y las criadas
-aderezaban la mesa, dejando chocar los platos unos contra otros; en los
-cristales de la ventana, la lluvia repetía su serenata de ensueño; en el
-piso inferior, acompañando los acordes de un piano, varias voces
-infantiles cantaban:
-
- «Mambrú se fué á la guerra,
- mire usted, mire usted qué pena...»
-
-Eran las niñas que habían vuelto del colegio y jugaban felices,
-esperando la cena, con la despreocupación de la inocencia que ignora ser
-el pan de cada día algo muy triste, porque se gana difícilmente... La
-canción volvía, trepando hacía los cuartos superiores de la casa,
-invadiéndola, alegre y pujante:
-
- «Mambrú se fué á la guerra,
- no sé cuando vendrá...»
-
-Por la imaginación de la abuela Francisca, pasaron en incongruente
-aquelarre las remembranzas de su juventud, ya muy lejana. Se vió niña,
-yendo al colegio con un aya inglesa que la llamaba «señorita»;
-levantándose en invierno muy tarde, corriendo feliz tras su aro en las
-luminosas mañanas primaverales, bajo la bóveda esmeráldica que tejieron
-las hojas tempranas de los árboles en flor... Luego recordó su primer
-vestido largo, su primer novio, su matrimonio que, trayéndola una hija,
-la llenó de cuidados; cuidados que alejaron su niñez, empujándola allá,
-muy lejos...
-
-La vida de la abuela Francisca fué algo callado, perfectamente uniforme,
-sin notas alegres ni brochazos de color, como esos paisajes
-septentrionales dormidos y borrados bajo la niebla. Su matrimonio con
-don Alejandro fué su primera decepción, porque aquellas relaciones no
-trajeron luchas novelescas, ni lágrimas, ni traza alguna de esos
-accidentes que, mortificando el ánimo, embellecen la vida; sino que todo
-ello fué deslizándose suavemente, con la mansedumbre de las aguas que
-corren bajo tierra. Después llegaron esos innúmeros quehaceres de la
-existencia conyugal, donde la mujer, aunque pasiva, se asocia á todos
-los combates del marido, y luego la educación de su hija, cada día mayor
-y más hermosa, según la vida de la pobre madre iba retirándose.
-
-Sólo un hecho sencillo pintaba un oasis riente en el horrible desierto
-de aquellos cuarenta años.
-
-Fué una tarde, después del almuerzo; su hija había ido al colegio, don
-Alejandro á sus quehaceres; las criadas también habían salido. Francisca
-cruzaba el recibimiento cuando llamaron á la puerta de la escalera; la
-joven abrió: era Enrique, el amigo y consocio de don Alejandro.
-
---Mi esposo no está--dijo Francisca.
-
---Ya lo sabía--repuso Enrique.
-
---¡Ah!
-
---¡Sí, lo sabía; por eso he venido!
-
-Aquella contestación extraña desconcertó á Francisca, que adivinaba en
-Enrique un enemigo. Este, tras un breve preámbulo, declaró á la joven su
-amor loco, hincándose de rodillas ante ella, cubriendo de besos
-ardientes sus lindas manos.
-
---¡La adoro á usted!--repetía.
-
-Sus labios se cubrían de espuma; sus ojos llameaban; estaba hermoso y
-repugnante á la vez. Pero Francisca permaneció impasible, y hubo tal
-tristeza en sus palabras y tanta dignidad en su repulsa, que Enrique,
-humillado y corrido, salió de la habitación á reculones y huyó, sin
-atreverse á levantar los ojos. No pasó más.
-
-Esta aventura era el único recuerdo pintoresco, y, ¿cabe decirlo?... la
-única alegría de la abuela Francisca.
-
-Durante muchos años recordó la escena: el salón cuadrangular, con su
-piano y su sillería de yute obscuro; y á Enrique de rodillas,
-devorándola con los ojos, mientras ella, orgullosa como una reina, le
-indicaba la puerta con un gesto frío... Recordaba estos pormenores
-porque aquella declaración fué la sola bocanada de pasión impetuosa,
-desbordante, genuinamente criminal, que el vicio lanzó sobre ella; la
-única vez que se reconoció hembra, hembra deseable, apetecible, con ese
-apetito pujante que allana los hogares, que conduce al asesinato y á la
-bancarrota y al suicidio... y que ha sido, una vez por lo menos, el
-ideal de la mujer más santa.
-
-Recordando á Enrique, la abuela comprendía las salvajes pasiones que
-_Pelo-Rojo_ encendió, y dolíase secretamente de que su destino hubiera
-sido tan obscuro y diferente del de la célebre bailarina. Mas ¿á qué
-evocar aquello tan distante, tan empujado por el tiempo hacia los
-remotos linderos de lo irremediablemente perdido?
-
-En el piso de abajo, los niños cantaban á voz en cuello la epopeya del
-guerrero Mambrú:
-
- «No sé cuando vendrá...»
-
-La abuela Francisca pensaba:
-
---Para las perdidas del arroyo son las alegrías tumultuosas, las
-aventuras, la popularidad, el lujo... para las honradas, la soledad
-aburrida del hogar, la paz, el silencio... _Pelo-Rojo_ murió joven: ¿y
-qué?... ¿Acaso hay en toda mi vida los placeres que ella amontonaba en
-una siesta?...
-
-Las cenas en fondas y parajes de dudoso prestigio; los bailes de
-máscaras, esos viajes improvisados que parecen fugas... todo cruzó su
-cerebro en confusa visión cinematográfica; y por primera vez, después de
-haber consagrado toda su vida al bien, creyó sentir que hay en los
-hogares honrados y en la virtud algo seco que ahoga.
-
-Pasaban los minutos; la habitación, con sus cortinajes y su severo
-mobiliario, naufragaba en la sombra; la lluvia repetía sobre el zinc de
-la ventana su canción de ensueño. De pronto se abrió una puerta,
-recortando en la alfombra del gabinete un rectángulo luminoso, y dos
-niñas de ocho á diez años penetraron corriendo, dejando flotar sobre sus
-hombros, llenos de gracia, sus cabellos rubios como el oro y limpios y
-brillantes como el sol.
-
---¡Abuela, abuela!--gritaron alegremente:--¡la cena está en la mesa! ¡A
-cenar!...
-
---Ya voy... ya voy--murmuró la anciana estremeciéndose.
-
-Hablaba sin abrir los párpados.
-
---¿Tienes sueño, abuela?--preguntó una de las niñas.
-
-Y la otra añadió imperativa:
-
---Corre, ven con nosotras; ¡anda!... ¡No te duermas, abuela!... Ven;
-luego nos contarás un cuento.
-
-La abuela Francisca se dejó llevar; en el comedor la esperaban, como
-siempre, su yerno, su hija, don Alejandro; todos tranquilos, sentados
-alrededor de la mesa bajo la luz inmóvil y blanca del quinqué. La
-anciana ocupó su asiento. Don Alejandro preguntó:
-
---Tienes los ojos enrojecidos...
-
-Y su hija agregó, llena de interés:
-
---¿Has llorado, mamá?... ¿Tienes pena? ¿Estás mala? Di, ¿qué te pasa?
-
-Hubo varios momentos de expectación, durante los cuales las cucharas
-quedaron suspendidas entre el plato y la boca. Pero la abuela Francisca
-hizo un gesto negativo y empezó á comer, venciendo valerosamente el
-apretado nudo que el dolor la echaba al cuello. Prefirió callar; ¿cómo
-explicar su pena? ¿Quién hubiera podido comprender la tragedia que
-estaba desencadenándose bajo la nieve de sus cabellos?...
-
-Aquel incidente se olvidó; la sopa estaba muy buena, el vino llenaba las
-copas, las niñas, de rodillas en sus asientos, reían. La abuela
-Francisca pensaba, tragándose sus lágrimas:
-
---¡No haber sido mala!... ¡Ni una vez!...
-
-
-
-
-ENTRE ELLAS
-
-
-=Mariana: treinta y cuatro años; viuda.--Luisa: dieciocho años; soltera.
-Aparecen sentadas en dos cómodos silloncitos enanos y con los pies sobre
-los morillos de la chimenea encendida.=
-
-MARIANA.--A todas las mujeres nos sucede lo mismo. Primero luchamos por
-conquistar un novio, luego batallamos por enloquecerle y rendirle á
-nuestro talante; las inquietudes que nos atormentaron durante el
-noviazgo se recrudecen la semana anterior á la boda y después...
-
-(=Pausa.=)
-
-LUISA.--¿Después?
-
-M.--¡Qué sé yo!... Diríase que la misma intensidad de las emociones
-relaja la tonicidad de los nervios y apenas comprendemos lo que sucede.
-
-L.--Pero, ¿es cierto que el matrimonio es la triaca del veneno del amor?
-
-M.--¡Oh! ¡Quién sabe!... A veces parece que queremos al marido más que
-al novio: otras diríase que el cariño muere á manos de la costumbre.
-
-(=Pausa.=)
-
-L.--Dime; ¿qué secretos, qué misterios, qué locuras hay en la intimidad
-del matrimonio?
-
-(=Mariana ríe burlona.=)
-
-L.--(=Amostazándose.=) ¡Bah! ¿Te ríes de mi pregunta?
-
-M.--Sí, me río... ¿Cómo no?
-
-L.--Ninguna de mis amigas casadas quiso decírmelo.
-
-M.--¡Naturalmente! La mujer, al contrario del hombre, es gran avara de
-sensaciones; sin duda porque en los lances del amor desempeña un papel
-pasivo, y esta pasividad implica caída, vencimiento, vergüenza...
-
-L.--No comprendo.
-
-M.--¿Cómo así?... Todo ello es bien claro. Daniel, por ejemplo, ¿no ha
-intentado besarte la mano?
-
-L.--Sí.
-
-M.--Pues si él reclamó ese pequeño favor y tú se lo concediste, créeme;
-la vencida fuiste tú. Conque imagina que muy pronto te unirás á él, esto
-es, le pertenecerás completamente; no tendrás derecho á regatearle tus
-caricias, ni á poner coto á sus exigencias; y el marido ya no querrá
-besarte la punta de tus dedos enguantados, sino que te estrechará entre
-sus brazos y dispondrá de ti á su antojo... y tú le dejarás hacer...
-¿Quién será la vencida? No lo dudes. En el mundo sólo hay vencedores y
-vencidos, y el Destino quiso que el último papel lo representásemos
-nosotras.
-
-(=Nueva pausa, durante la cual la joven se frota las manos
-nerviosamente.=)
-
-M.--¿En qué piensas?
-
-L.--En todo eso... ¡Es extraño! Voy á casarme y no experimento regocijo
-intenso.
-
-M.--¿No quieres á Daniel?
-
-L.--Sí, pero...
-
-M.--¡Cómo! ¿Es posible que ese hombre ya tenga peros para ti?
-
-L.--Te diré... si acierto á explicar mi pensamiento. Le encuentro
-tímido, demasiado respetuoso, comedido en demasía...
-
-M.--Ya... Te gustaría verle más animoso, hablándote con más calor,
-propasándose, tal vez, á darte un abrazo sin pedirte consejo...
-
-L.--¡Mariana!
-
-M.--Fuera hipocresías... estamos solas.
-
-L.--Pues bien, sí... El dice que me quiere mucho, que me adora, que está
-loco por mí... No le creo; quien está loco, hace locuras... y él, cuando
-estuvo á solas conmigo, no las hizo...
-
-M.--(=Suspirando.=) Tampoco mi marido.
-
-L.--¿Sí? Y tal vez pensabas entonces como yo pienso ahora.
-
-M.--Lo mismo. (=Con tristeza.=)
-
-L.--(=Con arrebato.=) No comprendo que un hombre pueda respetar tanto á la
-mujer á quien ama... ¡No lo comprendo! En nuestras largas
-conversaciones, Daniel dice que mis ojos le emborrachan, que mi cariño
-es sol de su alma, que soy su ilusión única... Pero advierto que está
-más pendiente de quienes nos ven que de mi persona; la canción de su
-amor me la recita demasiado bien, con ampulosidades gongorinas que
-aburren, con atildamientos académicos que empachan... Habla, en fin, esa
-oratoria fría y correcta de los salones; no el lenguaje atropellado,
-incorrecto y ardiente que, á mi entender, debe hablarse en las alcobas.
-
-M.--¡Luisa!
-
-L.--¿Qué, te asusto?
-
-M.--Soy viuda y no puedo asustarme de nada, pero... sabes demasiado.
-
-L.--Nada sé, pues nada he aprendido: todo esto lo adivino, lo
-presiento... Por eso me disgusta Daniel.
-
-M.--Haces mal: Daniel te respeta porque es hombre educado, incapaz de
-abusar...
-
-L.--(=Interrumpiéndola y con despecho=.) ¡Malhaya la educación que hiela
-el alma; malhaya el respeto que mata el cariño!...
-
-M:--¡Pobre soñadora!
-
-L.--Sí, dices bien, ¡pobre de mi!... Porque es muy difícil la felicidad
-en brazos de un marido así. El hombre que yo imaginaba cuando empecé á
-sentir los primeros cosquilleos del sentimiento, era muy distinto. Nunca
-pensé en que fuese rubio, ni moreno, ni guapo, ni feo... me era
-indiferente; sólo me preocupaba su carácter, su alma... Yo queria un
-corazón de fuego; un hombre que se mirase en mis ojos, que bebiese la
-vida en mis labios, que tuviese todos los desplantes y los brutales
-arrebatos de los temperamentos ardientes, y que me amase mucho, mucho...
-Me imaginaba hablando con él y le veía sumiso, sin atreverse, casi, á
-poner sus deseos en mí... Y también me le representaba enloquecido,
-atropellando miramientos, cogiéndome entre sus brazos y sin curarse de
-nadie...
-
-M.--¡Luisa, Luisa... si te oyese Daniel!...
-
-L.--¿Y qué?... Entonces me conocería y tal vez cambiase...
-
-M.--(=Con hipocresía.=) Debemos hacernos respetar.
-
-L.--Convenido; pero concede también que los hombres no deben pujar su
-respeto tan lejos; porque si ellos lo hacen todo, ¿qué haremos
-nosotras?... Si ellos no suplican, ni atacan, ¿cómo podremos
-defendernos? Dime, ¿es cierto que no hay nada tan aburrido, tan
-estúpido, como un hombre siempre respetuoso?
-
-(=Daniel y el anciano vizconde de Marimón se acercan lentamente al salón
-donde están Luisa y Mariana.=)
-
-DANIEL.--Luisa es una mujer excepcional.
-
-VIZCONDE.--Seguramente.
-
-D.--Cándida, sin la menor idea del amor...
-
-V.--No afirmaría yo tanto.
-
-D.--Usted es un escéptico sistemático.
-
-V.--Usted un niño sin experiencia...
-
-D.--¡Bah! tengo bastante mando para saber que Luisa me ama con frenesí.
-
-V.--¿En qué lo conoce usted?
-
-D.--En sus ojos, que no mienten.
-
-V.--¿Eso es todo?
-
-D.--En sus miradas.
-
-V.--¿Nada más?
-
-D.--¿Qué más puede conceder una mujer inocente?
-
-V.--Una mujer inocente... conforme; pero una mujer enamorada... suele
-otorgar muchísimo más.
-
-(=Entran en el salón.=)
-
-D.--¡Hola, señoras mias! ¿De qué hablaban ustedes?
-
-M.--De música.
-
-L.--De perfumes de flores... Yo le decía á Mariana que la mejor esencia
-es el Chipre... Ella prefiere la violeta de Parma.
-
-V.--(=Al paño.=) ¿Eh? ¿Qué tal? La música... los perfumes... las flores...
-los enemigos capitales de la virtud.
-
-D.--(=Contestando al vizconde, pero dirigiéndose á las damas.=) ¿Con que
-charlando de perfumes, de flores y de música? ¡Qué candor!... ¡No
-hablarían de otra cosa los ángeles!...
-
-
-
-
-GERMINAL
-
-
-Los seminaristas llegaron al bosquecillo de cuatro en fondo, y
-repentinamente, obedeciendo á una voz del ayo ó dómine que les conducía,
-rompieron filas, dándose á correr como corzos, los unos en seguimiento
-de los otros, ó improvisando divertimientos varios, según sus edades y
-aficiones. Unos empezaron á jugar al toro y á piola; los más juiciosos
-buscaron el brazo de un amigo con quien repasar las últimas lecciones ó
-discutir algún punto difícil y obscuro de Teodicea.
-
-El día declinaba; era una tarde de Junio, hermosa y ardiente; sobre los
-viciosos herbazales matizados de margaritas, amapolas y otras
-florecillas silvestres, los rayos del sol poniente, filtrándose á través
-del follaje, dibujaban círculos luminosos que temblequeaban con
-indecisos aleteos de abeja; el aire era perfumado y tíbio; los insectos,
-agazapados en las resquebrajaduras del suelo, entonaban la somnífera
-cantinela de sus élitros; del cielo azul caía una catarata bochornosa de
-calor; las plantas trepadoras parecían asirse voluptuosamente al tronco
-de los árboles y por sus tallos flexibles la savia subía como una oleada
-irrefrenable de vida... Todo era paz, contento y vigor en aquella
-naturaleza á quien los lúbricos cosquilleos primaverales despertaban, y
-había algo elocuente en el contraste ofrecido por aquel paisaje
-desbordante de calor y de luz, y el fúnebre grupo de seminaristas
-ensotanados, con sus rostros pálidos y sus lánguidos ojos de
-convalecientes corriendo de un lado á otro, obedeciendo á la odiosa
-ordenanza que lo mismo prescribía sus horas de aplicación que sus ratos
-de divertimiento; blandengues, melancólicos, semejantes á pajarillos
-enfermos que saltasen sobre la hierba...
-
-Echado en el suelo, Pedro meditaba con la _Imitación de Cristo_ sobre
-las rodillas. Estaba triste, como avergonzado de su traje y de su
-destino en medio de aquella naturaleza prepotente que se desbordaba con
-sus perfumes, sus matices y sus entrañas rebosando zumos prolíficos.
-
-La semana anterior, yendo de pasea Pedro vió el rostro de una mujer que
-le atisbaba por entre unas persianas, y desde entonces el seminarista no
-pudo sustraerse al hechizo de aquel semblante expresivo, con su nariz
-aguileña, sus labios burlones y sus ojos negros y tranquilos de hebrea:
-en todas partes la veía, turbando el casto reposo de sus noches,
-reflejándose en la superficie de los espejos, modelándose sobre las
-figuras geométricas de sus libros de estudio... Y por eso el joven,
-sintiendo rota la cristiana ecuanimidad de su espíritu, se dió con
-redoblado ardor al estudio, al ayuno y á las meditaciones piadosas,
-abstrayéndose en la lectura de Kempis, ese talentoso visionario que
-tantas voluntades ha roto.
-
-Aquella tarde, mientras sus compañeros jugaban, Pedro, tumbado en el
-suelo como un filósofo peripatético, leía y meditaba. Kempis decía:
-
-«El que busca algo fuera de Dios y la salvación de su alma, sólo hallará
-tribulación y dolor. No puede vivir mucho tiempo en paz quien no procura
-ser el menor y el más sujeto á todos...»
-
-¿Conque importa ser pequeño y sumiso y esclavo de las ajenas voluntades
-si queremos ser acreedores á la redención perdurable?... ¿Conque nada
-positivo hay fuera de Dios; y la gloria, el amor y los placeres que la
-belleza y el dinero allegan son tentaciones nefandas, de las cuales, los
-puros de corazón, deben apartar prestamente los no mancillados ojos...
-
-Bajo el soberbio manto azul del cielo, la tierra, flagelada por los
-fecundantes abrazos del sol, entonaba un germinal glorioso; el viento
-arrastraba los acres perfumes de las florecillas silvestres; las
-enredaderas ceñían el tronco de los árboles con afición lúbrica; los
-insectos encelados cantaban un epitalamio bajo la hierba; entre el
-follaje, los pajarillos se picoteaban pensando en sus nidos...
-
-Pedro, inmóvil, permanecía con los ojos muy abiertos, viendo imaginarios
-rostros femeninos que le guiñaban desde lejos, sintiendo que la brisa
-escarabajeaba su piel, precipitando el curso de su sangre, musitando en
-sus oídos las ardientes estrofas del eterno poema de los deseos...
-
---¿Entonces, para qué nací?--pensaba el seminarista.
-
-Se reconocía humillado dentro de su sotana, que le condenaba á
-esterilidad perpetua, y nunca le parecieron más tristes y más dignos de
-lástima sus compañeros, corriendo entre el verde vestidos de negro...
-
-Maquinalmente tornó á coger el libro que sobre las rodillas tenía, lo
-abrió por cualquiera parte, y leyó:
-
-«¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa lo
-presente, sin cuidado de lo porvenir!..»
-
-Y más adelante:
-
-«Cuando fuese de mañana, piensa que no llegarás á la noche; y cuando
-fuese de noche, no te oses prometer la mañana...»
-
---¿Para qué nacimos?--decíase Pedro,--¿es posible que esta juventud y
-esta sangre bullente que hormiguea por mis miembros, y todas estas
-varoniles energías deben languidecer en el tedio y emplearse únicamente
-en la contemplación de la muerte?... ¿Para que viajar, si el mundo es un
-lugar de condenación que el espíritu infernal llenó de trampantojos y
-asechanzas?... ¿Para qué anhelar la gloria, si todo es humo y de nuestro
-paso por el mundo no quedará recuerdo? ¿Para qué amar, si nuestra carne
-está maldita y Dios castiga por toda una eternidad en nuestros hijos la
-falta imborrable de nuestros primeros padres?...
-
-El sol declinaba rápidamente y las sombras crepusculares iban invadiendo
-los campos: la brisa susurraba entre el follaje, los insectos se
-perseguían bajo la hierba; allá lejos, un ruiseñor entonaba la canción
-de sus amores...
-
---No--murmuró Pedro con voz sorda,--Kempis tiene razón; el mundo es
-malo, pues siempre, á despecho de todas las ficciones, la muerte
-concluye triunfando de la vida...
-
-A despecho de estas ascéticas reflexiones, Pedro continuaba absorto,
-viendo un rostro pálido de mujer que le sonreía desde lejos...
-
-De pronto aparecieron, á corta distancia de allí, un hombre y una mujer
-joven y muy bella; caminaban lentamente, cogidos del brazo y tan cosidos
-el uno al otro, que casi se besaban hablando. Pedro se incorporó
-bruscamente, avergonzado, sintiendo que toda su sangre afluía á sus
-mejillas. Los amantes iban acercándose; ella hizo un esguince burlesco,
-indefinible, señalando á los seminaristas; él dijo algo y ambos se
-echaron á reir. Pedro bajó los ojos...
-
-En su imaginación continuó viendo á los dos amantes: él, joven,
-caminando con la orgullosa petulancia de los mozalbetes que van
-acompañados de una mujer guapa; ella vestida con un trajecillo claro,
-bajo el cual se vislumbraban las curvas opulentas de su cuerpo,
-nalgueando con impúdica majestad, mostrando una doble hilera de blancos
-dientecillos entre dos labios rojos que la felicidad de vivir
-entreabría... Luego oyó Pedro el ruido cadencioso de sus pies que
-avanzaban resbalando sobre la menuda arenilla del camino... Y el
-seminarista, sin saber por qué, bajó la cabeza con esa vergonzosa
-tribulación que deben de sentir los eunucos ante las mujeres hermosas.
-Al pasar junto á él, Pedro oyó que la joven murmuraba:
-
---¡Qué triste está!... ¡Pobrecillo!...
-
-Y sintió que sus párpados se llenaban de lágrimas. Después levantó la
-frente para verles marchar. Proseguían su camino indiferentes á cuanto
-les rodeaba; ella, titubeando las caderas, feliz bajo la vigorosa
-caricia del brazo varonil que la oprimía. Aquello era algo muy hermoso;
-un poema pasional recitado á través de los campos; el prólogo de una
-posesión, el amor omnipotente que pasaba empujando á sus elegidos hacia
-los lugares secretos...
-
-Pedro continuaba persiguiéndoles con los ojos: la brisa soplaba
-mansamente, los pajarillos se arrullaban entre el boscaje, de la tierra
-ascendía un vaho afrodisíaco que excitaba los nervios. ¡No, Kempis, al
-proclamar el triunfo de la muerte, no tuvo razón!
-
-De pronto, Pedro volvió en sí: el libro había resbalado de sus rodillas
-y yacía en el suelo; con los ojos abiertos y los dientes apretados
-convulsivamente, Pedro, inmóvil, yerto y pálido como la imagen del
-dolor, se retorcía las manos con desesperación, renegando de su destino,
-y lloraba... lloraba...
-
-
-
-
-LA CADENA
-
-
---Soy fatalista--prosiguió Enrique,--y creo que cuanto el Destino
-escribió en el libro que rige el porvenir de los hombres y de los
-mundos, se cumple aquí abajo, sin que nada, ni aun la misma muerte,
-pueda evitarlo...
-
---¿Y qué?--preguntó Gabriela, clavando en los ojos del joven los suyos,
-penetrantes como la punta de un bisturí.
-
---Que nuestra separación estaba prevista desde há tiempo en el índice de
-los destinos, y que la hora de la emancipación ha llegado.
-
---¿Serás capaz de abandonarme?
-
---Sí.
-
---¿Sin dolor?
-
---¡No!... Con gran dolor y quebranto gravísimo de mi alma. ¡Pero te
-dejo!...
-
---¿Para siempre?
-
-Le miraba fijamente, traspasándole con una de esas miradas desesperadas
-con que los moribundos se despiden de la luz: él, al principio, sostuvo
-aquel mudo escrutinio; luego, desconcertado, bajó los ojos. Después,
-haciendo sobre sí mismo un gran esfuerzo, murmuró:
-
---Sí, para siempre...
-
-Ella lanzó un grito estridente, cual si la arrancasen á túrdigas las
-entrañas, y se desplomó en una silla, echándose de bruces sobre una
-mesa, ocultando el rostro entre las manos. Escenas como aquella
-ocurrieron muchas veces, pero nunca, hasta entonces, tuvo la visión
-neta, desgarradora, de que la separación iba á cumplirse. El quedó en
-pie, las manos metidas en los bolsillos, inmóvil y rígido dentro de su
-gabán abrochado. Hubo un largo silencio. Hasta aquella pobre boardilla
-suspendida en el espacio bajo el declive de un tejado, los ruidos de la
-calle ascendían confusamente: el viento gemebundeaba en la chimenea; de
-las paredes enjalbegadas pendían cromos y viejos retratos de parientes
-muertos; sobre la cabeza despeinada de la mujer jadeante de dolor, un
-quinqué vertía á raudales su luz fría... Todo ello hablaba á la
-imaginación del amador, con la voz dulcemente conmovedora de los
-recuerdos: la cómoda, en cuyos cajones las ropas de ella y las suyas
-yacieron reunidas varios años, los retratos de todas aquellas personas
-muertas, cuya sencilla historia de gente plebeya él conocía; el ramo de
-flores secas suspendido en el ángulo de un espejo y que recordaba un día
-feliz... Y revivió las dulces noches de invierno pasadas bajo la luz
-serena del quinqué, leyendo el mismo libro de amor con las cabezas
-juntas, enajenando sus almas en el mismo deseo... Entre las cuatro
-paredes de aquella casa y á trueque del corazón que le dieron, Enrique
-reconocía haber dejado el suyo en rehenes; sin embargo, urgía destruir
-de una vez el vergonzoso pasado, crearse una posición respetable, echar
-los cimientos de un porvenir tranquilo y decoroso: para lograr tanto,
-iba á casarse con una linda joven, algo patricia, que le traía en dote
-medio millón de pesetas.
-
---Me voy--repitió Enrique;--hora es ya de romper la cadena que nos une:
-devuélveme mi retrato y mis cartas.
-
-Gabriela levantó la cabeza mirándole con ojos brillantes, inyectados en
-sangre, que la rabia y el dolor inmovilizaban.
-
---Mañana te los daré.
-
---¡No; ahora mismo!... Los necesito ahora, en el acto.
-
-Reclamaba lo suyo tan perentoriamente, comprendiendo que, si volvía, ya
-no sabría marcharse: ella, sospechándolo así, procuró traerle de nuevo á
-su casa, para aprisionarle en el hechizo de aquellas paredes y de
-aquellos buenos muebles familiares, y vencerle.
-
---¿Temes volver?--preguntó Gabriela.
-
---¿Temor? ¿Y á qué?... Además, no pienso volver. Todo lo que pido puedes
-enviarlo á mi casa.
-
-Ella comprendió que la cobardía de su amante le quitaba el último
-refugio, la última esperanza, y sus ojos se anegaron en lágrimas.
-
---Bien está--dijo:--todo se hará según tu deseo.
-
---Pues... adiós.
-
---Adiós.
-
-Sin sacar las manos de los bolsillos para despedirse, atravesó la
-habitación con paso tácito, hundiéndose en la obscuridad de una puerta:
-ella le siguió con los ojos asombrados del morfimano que asiste al mudo
-desfile de un cortejo fantástico... Enrique llegó al recibimiento, abrió
-la puerta y salió cerrando tras sí. Al ruido que hizo la puerta,
-contestó la abandonada con un grito agudo...
-
-Ya en la calle, Enrique echó á andar camino de su casa: en su
-atolondrado pensamiento sólo esta idea se agitaba:
-
-«Mi pasado ha muerto: ella no me llamará; yo tampoco puedo ir á verla.
-¡Todo ha concluído!...»
-
-Y mientras andaba, aquella frase, horriblemente desoladora, volvía á sus
-labios:
-
-«¡Todo ha concluído!...»
-
-Hay una memoria, que los psicólogos llaman sensitiva, en virtud de la
-cual, los músculos, obedeciendo el impulso primero de la voluntad, nos
-llevan adonde pensamos, aun cuando la cascabelera imaginación esté
-preocupada y distraída con otras fantasías. En Enrique, la intensidad de
-su preocupación y de su dolor, borraron hasta las últimas
-manifestaciones de esta memoria orgánica, y concluyó por no saber adónde
-iba ni por dónde andaba...
-
---¿Qué barrios son estos?--pensó;--¿qué vengo á buscar aquí?...
-
-Y, sin embargo, andaba, andaba... con perfecta inconsciencia de tiempo y
-de la distancia, arrastrando la cadena que creyó rota.
-
-Ya era muy tarde; los transeuntes escaseaban, los tranvías habían dejado
-de circular; en los quicios de algunas puertas insinuábase la silueta
-borrosa de un sereno dormido: al atravesar una plaza desconocida,
-Enrique oyó la voz de una mujer que vendía café caliente.
-
---Debe de estar amaneciendo--pensó.
-
-Prosiguió andando lentamente, á través de la inmensa ciudad dormida bajo
-un manto de nieblas... El recuerdo de Gabriela llenaba su memoria,
-enloqueciéndole: «Ella me quiere, yo la adoro... y no obstante... ¡todo
-ha concluído entre nosotros!... ¡Todo!...»
-
-Empezaba á clarear. De pronto Enrique se halló en una calle que conocía
-y delante de una casa que le era muy familiar y muy querida: la casa de
-Gabriela: sus piernas, que le condujeron allí tantas veces, le habían
-llevado una vez más. Era algo fatal, como el concierto de los astros...
-El sereno acudió á abrirle la puerta.
-
---Buena madrugada, señorito. Hoy se retira usted muy tarde... La
-señorita estará impaciente.
-
-Enrique, sin responder, cruzó el zaguán, subió las escaleras y llegó al
-cuarto de Gabriela. Ella, que había reconocido sus pasos, salió á abrir
-sin darle tiempo á llamar: en su semblante la desesperación y la alegría
-pintaban una máscara extraña.
-
---¿A qué vienes?--preguntó.
-
-Rendido á la Fatalidad, poderosa como la muerte, Enrique, con la voz
-velada de los sonámbulos, repuso:
-
---¿No lo ves?... Como siempre... A dormir contigo...
-
-
-
-
-POR UNA ERRATA
-
-
-Desde muy joven su imaginación soñó amores difíciles: las novelas del
-viejo Lamartine, los versos de _Otello_, las cartas de _Werther_,
-deslizaron en la sangre de Julio Riego su ponzoña suicida; cualquiera
-mujer le apasionaba con pasión loca que no hubiese dudado ante el
-atropello ó violación de lo más santo; tenía el doble anhelo de lo
-sublime y de lo raro y envidiaba á Safo más que á Paón; á Safo amante,
-ganando la inmortalidad con la trágica elipse que describiera
-arrojándose al mar desde el promontorio Léucades.
-
---¡Morir!--pensaba Julio,--¿qué importa morir, si muriendo perpetuamos
-nuestro recuerdo en la memoria del ser desdeñoso y adorado?
-
-Tal era su credo: los desaires de la fortuna robustecieron su opinión;
-iba cruzando por el mundo como en éxtasis, el busto rígido, los ojos
-esclavizados en la ilusión paradisíaca del supremo amor, alzándose
-despreciativamente de hombros bajo la befa de la humanidad miserable que
-puede olvidar.
-
-El no sabía hacer esto; por nada hubiese cambiado de ídolo ni de fe;
-antes que destruir su altar, era preferible, acabar, como Sansón, entre
-los escombros del templo: sólo así lograría la veneración de aquellos
-escogidos que erigieron el amor y la fidelidad en religión. Fortalecido
-por este criterio, miraba serenamente al tiempo que todo lo trueca y
-desune: él no sería uno de tantos; él moriría antes que renegar de su
-fe. ¿Qué queréis? El romanticismo ha matado más gente que el arsénico.
-La figura de Julio Riego traducía su carácter fielmente: era un tipo
-sentimental, delgado, alto y nervioso; el mirar reposado y penetrante,
-la frente triste, aguileña la nariz; sus largos cabellos negros se
-abullonaban sobre las orejas de su rostro pálido, con palidez mortuoria,
-como anegado en la aureola de un martirio previsto: su voz calmosa, sin
-timbre, como velada por un suspiro que tuviese atravesado en la
-garganta, parecía venir de muy lejos ó de muy hondo.
-
-Pasados tres ó cuatro años de relaciones íntimas, Julio y Mariana
-Paredes riñeron. Ella era tiple de zarzuela; un cuerpo hermoso informado
-por un espíritu sano y fuerte, enamorado del mundo, que gustaba de reir
-á carcajadas bajo el alegre Sol, padre de la Vida. Durante los primeros
-meses, la melancolía de Riego interesó su imaginación; la nostalgia es
-misterio, porque toda alma triste parece ocultar algo, y el misterio
-atrae: después continuó tolerándole por miedo, temiendo que su desvío le
-indujese al suicidio; más tarde, la callada presencia de aquel espíritu
-tétrico mordido por todas las Furias de la desconfianza, la
-desesperación y los celos, llegó á serla intolerable y decidió romper
-con él. Aquella vez no ocurriría lo que otras; estaba resuelta á
-recobrar su libertad antigua; reñirían para siempre: sus palabras
-tendrían autoridad inapelable.
-
-Algo desusado hubo de sugerir á Julio Riego la certidumbre cruel de
-quedar despedido irrevocablemente. Fué una mañana, poco antes del
-almuerzo, tras una noche que ella pasó durmiendo tranquila de cara á la
-pared, y él con un codo apoyado sobre las almohadas y los ojos, llenos
-de lágrimas, de par en par abiertos ante las tinieblas de la alcoba;
-alcoba triste como nido roto caído al pie del árbol... Se separarían;
-Mariana lo acordó así en uso de su voluntad libérrima; ella necesitaba
-nuevas impresiones, otra vida, otro hombre... En pie cerca de la puerta,
-con el sombrero en la mano, dispuesto ya á marcharse, Julio repuso con
-su voz enturbiada por la pena:
-
---No lo tendrás; ese hombre que deseas no será nunca tuyo. Yo lo
-impediré, matándome; no podrás olvidarme; entre él y tú dormirá todas
-las noches mi recuerdo; ante tus ojos, el hilo sangriento que brote de
-mi herida correrá eternamente.
-
-Mariana Paredes se encogió de hombros; sus vehementes anhelos de tornar
-á ser libre endurecían su corazón.
-
---Puedes hacer tu gusto--murmuró;--cada cual obra según su criterio.
-
- * * * * *
-
-Se despidieron: él iba resuelto á matarse; lo había prometido y los
-hombres no deben renegar de su palabra: además, aquel era el único medio
-de castigar á la ingrata, lanzando sobre su frívolo vivir la noche
-ineluctable del remordimiento. Mariana quedó tranquila, segura de que
-Julio Riego no cumpliría su amenaza. Aquella noche, sin embargo, la
-joven leyó los diarios atentamente, buscando alguna noticia relacionada
-con su amante. No halló nada.
-
---¡Bien decía yo!--murmuró.
-
-Y de pronto sintióse un poco triste, humillada y como pesarosa de que
-aquel hombre no la hubiese amado lo bastante para matarse por ella.
-
-Pasó otro día; Mariana Paredes iba adormeciéndose en la confianza de la
-impunidad; aquella era una historia casi olvidada. Por la noche, de
-vuelta del teatro, se acostó y cogió un periódico; el sueño comenzaba á
-pesar sobre sus párpados; no obstante ojeó los telegramas, una Crónica
-de bastidores, otra de política general...
-
-En la sección de noticias, vió la siguiente:
-
-«Ayer se suicidó, disparándose un tiro en el pecho, un joven
-decentemente vestido, llamado Julio Pérez.»
-
-No pudo seguir leyendo; el cansancio cerraba sus ojos; el periódico
-resbaló de la cama al suelo.
-
-No sucedió más.
-
-Por una errata deslizada en aquel apellido, el sacrificio del pobre
-muerto no tendrá historia; las noches de Mariana Paredes no tendrán
-pesadillas...
-
-¡Más vale así!
-
-
-
-
-CREPÚSCULO
-
-
-Cae la tarde; un vientecillo suave arrastra por el suelo húmedo las
-primeras hojas secas; las lejanías del paisaje desaparecen tras el vaho
-neblinoso que enceniza el cielo; los árboles, de donde huye la vida,
-levantan sus ramas con desesperado ademán y su gesto simula responder á
-la conciencia que tienen de que la muerte llegará fatalmente para ellos
-con la paralización de la savia; los herbazales que visten los recuestos
-también están tristes, amarilleando entre el lodo; á lo largo de las
-tapias algunas enredaderas alargan sus ramas escuetas; bajo el espacio
-triste la tierra toda se estremece en una convulsión agónica.
-
-PERSONAJES: _Ella_; treinta años. Avanza rápidamente, mirando á todas
-partes con los hermosos ojos muy abiertos por la impaciencia de ver
-pronto al amado, que la espera. Viste sombrero redondo de fieltro y un
-gabán varonil, con cuello _Imperio_ y doble hilera de botones, que la
-llega á los pies: es alta, elegante y lamida de formas como una amazona
-inglesa.
-
-_El_: treinta y cuatro años; gallardo y simpático; su delicado
-temperamento de sentimental lo reflejan la mirada distraída de sus ojos,
-ensombrecidos por el insomnio; su frente, abrillantada por el nimbo
-indefinible de los ensueños; la línea de sus labios que, habiendo
-gustado los amargores de la vida, quedaron algo tristes.
-
-EULALIA.--(=Viendo, de pronto, al galán que entretiene su fastidio
-leyendo un periódico.=) ¡Niño, ya estoy aquí...!
-
-FERNANDO.--(=Vivamente emocionado.=) ¡Ah, qué impaciencia tan cruel!... Si
-yo estudiase metafísica, para representarme el concepto de eternidad
-evocaría la duración de las horas que vivo sin ti.
-
-(=Se dan las manos.=)
-
-E.--(=Mirando á todas partes.=) No hay nadie.
-
-F.--(=Mirando también.=) Nadie.
-
-E.--Toma mis labios.
-
-(=Se besan y caminan silenciosos bajo los árboles del paseo. Van cogidos
-del brazo, los hombros juntos; sus pies moviéndose acompasadamente,
-imprimen á sus cuerpos enamorados el mismo ritmo.=)
-
-F.--(=Despertando bajo el recuerdo de la realidad, amenazadora siempre.=)
-¿Y tu marido?
-
-E.--En la Audiencia.
-
-F.--¡Batallando, según costumbre, por enviar gente á presidio!
-
-E.--No sé. Damián es un hombre terrible que, como las cadenas, parece
-fabricado exclusivamente para sujetar... para oprimir... Dominar es su
-ley; el deber frío y anguloso, su Dios: por vencerlo todo, creo que ha
-sofocado el natural amor á sí mismo; ¡no se ama!... (=Con volubilidad.=)
-Después de almorzar me fingí enferma, para quedarme sola.--«Bien--replicó
-él;--te acompañaré.» Fué morir; Pasaban las horas lentamente; yo pensaba
-en ti, en nuestra cita de esta tarde, que iba á fracasar... ¡Qué
-martirio! (=Fernando escucha acariciando entre sus manos una de las
-enguantadas manecitas de la joven. Ella continúa.=) De pronto salí del
-gabinete y momentos después reaparecí diciendo que hallándome mejor,
-necesitaba salir.--¿Dónde?--preguntó mi tirano.--A hacer algunas
-compras--repuse;--no hay manteles; además, á la doncella le prometí ayer
-una blusa y debo cumplir lo ofrecido.--Mejor sería--contestó,--que te
-vistieras bien y fueses á visitar á la vizcondesita Matilde, que está
-enferma. ¡Debemos cumplir con todo el mundo!... Acepté la proposición
-haciendo grandes esfuerzos para disimular mi alegría: aquel era un feliz
-pretexto que me facilitaba una hora más de libertad que dedicarte,
-mejor y más hermosa para mí, que un rayo de luz. En un santiamén
-me puse mi mejor traje y volví al gabinete; Damián, al verme se
-levantó.--«Vaya--dijo,--hoy, para mí, es día de asueto; te acompaño.»
-¿Cómo rechazarle? Humillé la cabeza y eché á andar con la sombría
-resignación del que camina hacia el patíbulo. Cuando llegábamos al
-recibimiento, vibró el timbre de la escalera; abro la puerta... ¡Era un
-ordenanza que traía... no sé qué papelotes de la Audiencia! Un asunto
-urgentísimo.
-
-F.--La causa de algún desgraciado á quién el Código tendrá deseos de
-apretar el cuello...
-
-E.--Probablemente. Mas... ¡en fin!... gracias á eso, sea lo que fuere,
-estoy aquí. Es una entrevista que tal vez cueste una libertad, cuando no
-una cabeza.
-
-(=Vuelven á besarse. Caminan pausadamente, cambiando saludos distraídos
-con algunos obreros que vuelven del trabajo. En la línea sinuosa y más
-distante del paisaje aparece Madrid, recortándose bajo el cielo
-entristecido por los reflejos crepusculares.=)
-
-F.--Te quiero.
-
-E.--No más que yo á ti.
-
-F.--(=Enternecido.=) ¡Carne de mi alma!
-
-E.--(=Con arrebato.=) ¡Alma de mi cuerpo!...
-
-F.--Dame tus labios otra vez.
-
-E.--Tómalos. ¿No son tuyos?... ¿A qué me los pides?...
-
-F.--(=Rodeándola el talle con un brazo.=) ¡Oh!... ¡qué adormecedora, qué
-dulce es la canción de los amores!... ¡Cómo pesa sobre los párpados, con
-qué arpegios de ensueño roza los oídos!... Y simultáneamente penetra
-hasta mis tuétanos y calofría mi espalda con la suave caricia del
-terciopelo.
-
-E.--¡Fernando... (=Entorna los párpados y su cabeza mareada por la rara
-espuma del contento, busca sobre el hombro del amante un punto de
-apoyo.=)
-
-F.--Habla... necesito oirte... dí algo... arrúllame...
-
-E.--(=Sin abrir los ojos.=) ¿Qué quieres que diga?
-
- =Sus cuerpos, estrechamente unidos, tropiezan al andar,
- produciéndoles una á modo de trepidación carnal que les calofría de
- pies á cabeza. Caminan lánguidamente; diríase que la tierra
- benévola les atrae, incitándoles á caer de rodillas; al llegar á
- cierto paraje solitario, bajo un grupo de árboles, Eulalia y
- Fernando se detienen.=
-
-F.--¿Quieres?... (=En voz muy baja.=)
-
-E.--¿Aquí?
-
-F.--Sí. Sentémonos.
-
-E.--¡Oh, es imposible!
-
-F.--¿Por qué?... Estamos solos.
-
-E.--Sí, pero... ¿y mi traje?
-
-F.--Extenderé sobre el suelo mi pañuelo para que no te manches.
-
-E.--No basta. Y, mira... el piso está enfangado.
-
-F.--(=Pensativo.=) Es cierto.
-
-E.--Seamos juiciosos.
-
-F.--¿Qué remedio?...
-
-(=Se contemplan mezclando sus alientos, mirándose á los ojos ávidamente,
-con el vientre y las rodillas y los pies unidos.=)
-
-E.--(=Deseando tranquilizar á su amante.=) Mira, cómo vengo.
-
-(=Le enseña sus botas de tafilete, su magnífico traje de seda color
-salmón, su largo gabán de finísimo paño.=)
-
-F.--(=Extasiado.=) ¡Como una reina! (=Pausa.=) Y, sin embargo... perder
-estos instantes... es un crimen.
-
-E.--Ya lo sé, rey; pero, ¿qué quieres?... La fatalidad...
-
-F.--¿Me amas?
-
-E.--Más que á nadie.
-
-F.--¿Eres muy feliz entre mis brazos?... (=Empujándola.=) Entonces... ¿Qué
-importa lo demás?...
-
-E.--(=Resistiendo.=) Pero... ¿no comprendes?... Estamos en un lodazal.
-
-F.--A tu marido le dices que te caiste; un accidente... un coche que
-pasaba... cualquiera cosa.
-
-E.--Eso es lo de menos; un pretexto se busca fácilmente.
-
-F.--Entonces...
-
-E.--Es mi traje, mi sombrero, que representan un capital.
-
-F.--(=Alzándose de hombros.=) ¿Qué vale todo eso, comparado con lo
-otro?... Un vestido que se mancha ó que se rompe, puede ser substituído;
-¿pero quién recobrará el rato de felicidad que se pierde?
-
-E.--No me vuelvas loca.
-
-F.--Pronto nos separaremos y... ¿quién podrá consolarnos mañana de la
-hora feliz que hoy desaprovechamos?...
-
-E.--(=Languideciendo.=) Déjame.
-
-F.--El peinado que se deshace, como el sombrero ó el traje que se
-ensucian, constituyen pequeñas desgracias, fácilmente remediables; pero,
-¿cuándo ni dónde rescataremos las dulzuras de un feliz momento
-perdido?... Dime; ¿en qué bazar podrían los pobres viejos
-desencantados, comprar los millares de horas negras en que no amaron?...
-Ven, ven... el placer como la alegría, duran poco.
-
- * * * * *
-
-Han pasado treinta años; Fernando ha muerto. Eulalia que, como todos los
-viejos, comprende mejor que antes el gran valimiento de la vida,
-conserva entre sus más preciosos recuerdos la imagen de aquella tarde
-otoñal, húmeda y callada, en que dió noventa duros por un rato de amor.
-¡El amor!... Lo que no se compra...
-
-
-
-
-LO HORRIBLE
-
-
-Beltrán empujó la puerta suavemente y entró: era un mozo membrudo, con
-las manos y el rostro atezados por el calor de la fragua; vestía blusa
-azul y pantalón de pana; las botas eran de punta cuadrada, grandes y
-sólidas; tenía la mandíbula inferior ancha, el cuello grueso; bajo las
-cejas, sus ojos duros de perdonavidas miraban con insolencia y desvío.
-
-Al oirle Matilde, su hermana, que parecía meditar junto á la mesa, á la
-luz de un quinqué, volvió la cabeza. Beltrán preguntó:
-
---¿Quién ha venido?
-
---Don José.
-
---¡Don José!... ¿Qué quería?
-
---Nada... saber cómo estaba padre: ni siquiera se sentó; no pasó de la
-puerta.
-
-Beltrán clavó en la joven una larga mirada desconfiada y cruel; luego
-dijo:
-
---¿Y padre?
-
---Peor; apenas puede respirar.
-
-El mozo levantó la cortinilla que cubría una puerta y quedóse inmóvil,
-abismando sus ojos en un dormitorio estrecho y obscuro dentro del cual
-resonaba rítmicamente el angustioso jadeo de un hombre que se ahogaba.
-
---¿Qué dice el médico? ¿Tiene esperanzas?
-
---No. Asegura que recurrimos á él demasiado tarde.
-
-Beltrán se mordía los labios; Matilde lloraba en silencio, sin
-parpadear, como lloran las mujeres acostumbradas á sufrir: tenía el
-rostro inteligente y pálido, el pelo y los ojos negrísimos: era uno de
-esos nerviosos tipos meridionales, esclavos de la impresión y del
-momento, en quienes los ángeles del bien y del mal parecen luchar á
-brazo partido sobre un puente muy angosto.
-
---¿Recetó algo?--preguntó el herrero.
-
---Sí... mira.
-
-Sacó del bolsillo un papel sembrado de signos que Beltrán leyó y releyó
-sin comprender.
-
---¿Cuánto costarán estas medicinas?
-
---Unas... cuatro pesetas.
-
---¡Cuatro pesetas!...
-
---¿De dónde sacarlas, hermano?
-
-Y Matilde miraba á su alrededor; las paredes y los suelos desnudos, la
-casa toda, en fin, ahogándose de miseria y dolor bajo el declive rápido
-de los techos aboardillados Beltrán miró también, murmurando:
-
---No sé, no sé...
-
---Esas medicinas, sin embargo, hay que comprarlas en seguida, á todo
-trance.
-
-Aquella receta era para ellos algo santo y precioso, como una promesa.
-Pero ¿dónde hallar dinero?... Matilde y Beltrán estaban sin trabajo y la
-enfermedad de su padre agotó sus pequeños ahorros; en pocas semanas todo
-fué saliendo camino de la prendería ó de la casa de préstamos; fué una
-venta infamante, vergonzosa, triste, como la venta de huesos humanos.
-
-Beltrán alzóse de hombros; todas las puertas estaban bien cerradas; la
-miseria había tomado todos los caminos.
-
---¿Qué piensas?--exclamó Matilde;--¿se te ocurre algo?
-
---No... nada... ¿y á ti?
-
---Tampoco, pero es preciso discurrir... pronto... pronto... ¡padre se
-muere!
-
---Ya lo sé... ya lo sé... Espera.
-
-Por su memoria desfilaban precipitadamente nombres de vecinos y de
-amigos: con ninguno debían contar; eran pobres, tan pobres como ellos, y
-los mejores ya les habían socorrido en diferentes ocasiones. El único
-que podía ampararles era don José, el propietario, quien, por amor á
-Matilde, no les presentaba los recibos de inquilinato desde hacía dos
-meses. Beltrán conocía aquella pasión; y la vergüenza de sus favores,
-aceptados por él bajo la presión feroz de la miseria, enrojecían su
-frente. Una idea negra, una especie de noche, nublaba el pensamiento de
-los hermanos, que veían pasar por entre sombras el hambre y el crimen:
-Beltrán y Matilde sabían que en los momentos de supremo desamparo los
-hombres roban, las mujeres se venden...
-
-La joven, más franca que su hermano, preguntó:
-
---Si recurriésemos á don José...
-
-Beltrán se acercó á ella temblando violentamente, como potro picado del
-tábano.
-
---¿Qué has dicho?--gritó;--¿recurrir á don José? ¿Qué es eso?... ¿Has
-perdido el sentido ó perdiste el honor?... La sola idea de que le hayas
-insinuado algo me vuelve loco...
-
-La había cogido por un brazo, apretándoselo entre sus dedos como en un
-torno.
-
-Matilde bajó sus ojos anegados en lágrimas; en el silencio resonaba el
-isócrono jadeo del moribundo; aquella respiración anhelante de viajero
-que va muy cansado. Beltrán callaba, comprendiendo que era necesario
-optar entre el presidio y la mancebía. De pronto se decidió.
-
---¡Bien está!--dijo;--ya sé qué he de hacer; venga la receta... no
-perdamos tiempo.
-
---¿Tardarás?--preguntó Matilde.
-
---No... volveré pronto... antes de una hora...
-
-Salió precipitadamente, palpándose debajo de la blusa, cerciorándose de
-que la navaja estaba en su sitio.
-
- * * * * *
-
-Beltrán anduvo largo rato buscando las calles solitarias; ya no dudaba:
-robaría, pues era preciso, y hasta se hallaba propicio á hacerlo sin
-vergüenza ni empacho.
-
-El herrero, recatado en la sombra de una puerta, esperó... esperó...
-
-Los transeúntes eran escasos: todas las circunstancias parecían
-favorecerle; la calle estaba desierta, los portales cerrados, el sereno
-dormía en un punto distante.
-
-Al principio, Beltrán juzgaba la lucha inevitable; el asaltado se
-defendería, pediría socorro y sería necesario taparle la boca, arrojarle
-al suelo, matarle, tal vez... Luego, según iba apreciando el valimiento
-y legitimidad de los móviles que le arrastraban á perpetrar aquel
-despojo, llegó á creer que su conducta era irreprochable y que el primer
-caballero á quien se dirigiese, no bien supiera de qué se trataba, se
-apresuraría á favorecerle: todo aquello se le antojaba á Beltrán tan
-natural, tan noble, tan conmovedor...
-
-De pronto apareció un individuo solo, bien vestido; llevaba botas de
-charol, iba embozado y caminaba lentamente. Beltrán salió á su
-encuentro, cruzando la calle: el desconocido se detuvo y miró al
-herrero, desconfiando.
-
---Caballero--dijo Beltrán, haciendo con la cabeza un leve
-saludo;--perdone usted mi atrevimiento... pero... mi padre está
-agonizando.
-
-El interpelado, ya repuesto, murmuró:
-
---Dios le ampare, no llevo nada.
-
-Beltrán le miró confuso, y sus mejillas, coloreadas hasta entonces por
-la vergüenza, palidecieron: había dicho lo más grave, lo más grande, lo
-más terrible que puede confesar un hijo; que su padre se muere... y el
-individuo que le oía, lejos de asociarse á su dolor, le escuchaba
-impasible, encogiéndose de hombros... La ira cegó sus ojos.
-
---No--gritó,--yo no pido limosna.
-
---¿Entonces?...
-
---Quiero que me de usted cinco pesetas que necesito para pagar una
-receta... ¡Lo quiero... son para salvar á mi padre!
-
-Hablando así, zarandeaba á su interlocutor agarrándole por el embozo; el
-agredido, irritado por una exigencia que juzgó intolerable, le rechazó
-vigorosamente.
-
---¡Ladrón!--murmuró.
-
-Entonces Beltrán se abalanzó sobre su enemigo, procurando derribarle;
-mas el otro, que era mozo y valiente, le echó los brazos al cuello,
-mientras procuraba sacar un revólver que sin duda llevaba en el bolsillo
-trasero del pantalón. Espoleadas por el coraje, las fuerzas de Beltrán
-se centuplicaron, y cogiendo al desconocido por la cintura, le arrastró
-hacia un callejón vecino.
-
---¡Miserable, miserable!--repetía.
-
-El asaltado, viéndose perdido, quiso gritar, pero Beltrán le tapó la
-boca, y, asiéndole por el cuello, le derribó en tierra: cayó de bruces,
-los brazos presos bajo los pliegues de la capa. En aquel momento Beltrán
-oyó ruido de pasos; sin duda venían á prenderle... ¿Qué hacer?... Si
-huía, su enemigo correría tras él pidiendo socorro... y se vió atado
-codo con codo, y á su padre muerto, y á su hermana, bonita y en la
-calle... Fuera de sí, requirió la navaja, y asestó un golpe á su víctima
-en la nuca, después otro y otro... muchos... para que no hablase; luego
-registró precipitadamente los bolsillos de su chaleco, cogió una moneda,
-un duro... ¡uno solo!... y echó á correr desalado.
-
-En el fondo de la calle resonaban voces extrañas que repetían:
-
---¡A ese... á ese!...
-
-Beltrán corrió mucho tiempo; cuando penetró en una botica llevaba los
-labios lívidos y cubiertos de espuma; el terror y el cansancio de la
-lucha y de la fuga, dilataban sus ojos.
-
---A ver--murmuró;--despácheme usted, en seguida... en seguida...
-
-El boticario dejó el periódico que estaba leyendo y se acercó al
-mostrador tranquilamente.
-
---¿Qué es ello?
-
---Tome usted.
-
-El farmacéutico cogió la receta y la leyó poco á poco, informándose bien
-del nombre de las medicinas.
-
---¿Tardará usted en despacharme?--preguntó Beltrán suplicante;--el caso
-es gravísimo.
-
-Le aterraba la idea de que le prendiesen antes de ver á su padre.
-
-No--repuso el boticario,--estas medicinas están hechas.
-
-Marchóse y volvió trayendo dos frasquitos.
-
---¿Qué valen?--preguntó Beltrán.
-
---Cuatro pesetas con cincuenta céntimos.
-
---Cóbrese.
-
-Y arrojó el duro sobre el mármol del mostrador.
-
-El boticario cogió la moneda, la miró atentamente, la hizo resbalar
-entre sus dedos, volvió á sonarla...
-
---Este duro--dijo--es falso...
-
-
-
-
-MARCELA
-
-
-Desde el quicio de su puerta, Juan Antonio avizoraba todas las tardes á
-Marcela, que volvía de la fuente con el pesado cántaro sobre la cabeza,
-erguido el talle, las manos en los cuadriles, aumentando con su corto y
-menudo andar el picante titubeo de sus caderas poderosas. Juan Antonio
-reía embelesado viéndola acercarse: ella pasaba indiferente, plegando
-los rojos labios con un depresivo mohín desdeñoso, como si las sonrisas
-y las ardientes miradas y todo el apasionado embobamiento del mozo no
-fuesen otras tantas pruebas de amor quemadas, á guisa de incienso, en
-honor de su perfecta gentileza y bizarría; y cuando se alejaba
-orgullosa, inaccesible, pisando corto, y diciendo no, no... con las
-caderas, los ojos de Juan Antonio chispeaban de rencor, un
-estremecimiento doloroso mordía su carne, y el pliegue trágico de las
-venganzas cortaba su frente.
-
-Una tarde, Juan Antonio, no pudiendo dominar las furiosas acometidas de
-su pasión, salió del pueblo y fué á sentarse junto á unos bardales por
-donde Marcela solía pasar de vuelta de la fuente. La conversación fué
-breve, decisiva, como las conversaciones que preparan los duelos á
-muerte. Ella empezó diciendo que no le quería y que jamás podría
-traicionar á Fermín, su esposo, á quien estaba unida por los vínculos
-del cariño y del deber; Fermín era su Dios, su rey; á él se lo debía
-todo: la casa que habitaba, las ropas que cubrían su cuerpo...
-
-Y agregó:
-
---¿Y ahora quiés deshacer el lecho que yo toas las mañanas tiendo y
-mullo pa él? ¿Y quiés gozar del cuerpo que él viste y alimenta y agasaja
-con tóo lo que tiene?... ¡Vamos, Juan Antonio, que no me conoces!... No
-sólo no te quiero, sino que te odio... ¡ya ves!... Que eres mu chico, mu
-ruin... ¿sabes?... y que tiés el alma mu fría, cuando no entiendes lo
-que digo...
-
-Poco á poco, á tropezones, sofocado por la pasión que le extrangulaba,
-Juan Antonio procuró explicar sus celos y los tormentos de aquellas
-luchas íntimas que fueron enajenándole hasta obligarle á exigir de
-Marcela una explicación definitiva. El no era malo, ni ruin, ni tenía
-aquella frialdad de corazón que ella tan injustamente le reprochaba.
-
---Mi única desgracia consiste--dijo--en haberte conocío mu tarde, cuando
-tu libertad y tu corazón y tu cuerpo amadísimo, eran de otro...
-
-Ella le escuchaba impasible, frunciendo el sobrecejo con aire aburrido.
-Luego repuso, dando media vuelta y poniéndose otra vez en jarras,
-dispuesta á marchar.
-
---Tóo es inútil, Juan Antonio; yo no quiero, y no hay poderes en el
-mundo capaces de torcer mi voluntad... Y no me persigas, no me aburras;
-porque si la gente advierte tu cariño y da en murmurar, soy capaz de
-contárselo tóo á Fermín, pues antes que deshonrao, quieo verle andando
-camino de la horca ó del presidio. No digo más.
-
- * * * * *
-
-Las primeras horas de aquella noche las pasó Juan Antonio entre los
-matorrales de un altozano, desde donde se atalayaba un extenso paisaje.
-La luna trepaba hacia el cenit anegando las silenciosas extensiones
-siderales con los efluvios de su luz plateada: una paz augusta descendía
-del cielo sobre los campos dormidos; en el valle blanqueaban las casas
-del pueblo, con sus paredes irregulares y sus ventanas, por algunas de
-las cuales se filtraba un hilillo de luz; varios caminos vecinales
-seguían direcciones diversas, retorciéndose como sarmientos á través de
-los campos de labranza, subiendo, bajando, según los altibajos del
-terreno; y cerrando el horizonte, casi perdidos en las sombras de la
-noche, ondulaba una larga serie de cerros, con sus panzas enormes y sus
-altísimas crestas, semejantes á abortos monstruosos de una quimera
-geológica.
-
-Juan Antonio, casi echado en el suelo, no apartaba los ojos de la casa
-de Marcela, situada mucho más allá, junto al río. Un proyecto diabólico
-le había conducido allí. Fermín, que era guardabosque, salía de ojeo
-todas las noches entre doce y una de la madrugada, y aquella ocasión era
-la por Juan Antonio espiada para deslizarse sin peligro hasta Marcela;
-las consecuencias anexas al logro de sus propósitos, no le interesaban.
-Durante largo rato permaneció inmóvil, mirando, mirando... con la mirada
-angustiosa y fija de los que murieron ahogados. Luego se estremeció,
-oyendo resonar en la serena extensión de los campos las doce campanadas
-de un reloj lejano.
-
-Entretanto Fermín, sentado sobre un viejo taburete, se calzaba sus
-recias botas de campo, disponiéndose á salir.
-
-Marcela le observaba desde el lecho con ojos que el sueño va cerrando.
-
---¿Te vas?--preguntó.
-
---Sí.
-
---No tardes mucho... la noche está fría.
-
---Ya lo sé. No haré más que llegar al cementerio y volver.
-
-Se había ceñido la cartuchera; después embozóse en una manta, se caló su
-ancho sombrero de guardabosque y salió terciándose el fusil á la
-bandolera. La llave de su hogar la dejó, según costumbre, junto al
-quicio, debajo de la puerta, en previsión de que Marcela quisiera salir
-hallándose él ausente; y esta circunstancia era la que había de
-facilitar á Juan Antonio el triunfo de sus deseos.
-
-Marcela se había quedado profundamente dormida; de pronto sintió que
-abrían la puerta y entre sueños supuso que era su marido quien volvía:
-luego oyó unos pasos quedos que se acercaban y entreabrió los párpados;
-la obscuridad era completa y tornó á cerrar los ojos.
-
---Fermín... murmuró.
-
-El lecho crujía: Marcela, medio despierta, repitió balbuceando sin
-miedo.
-
---¿Eres... tú?...
-
-Al sentir que unos brazos la estrechaban por el talle, agregó.
-
---¡Qué frío vienes!...
-
-El repetido contacto de unos labios que oprimían los suyos y la presión
-de unas manos que la sobajeaban con ansia brutal, concluyeron de
-despertarla.
-
---¡Fermín, Fermín!...
-
-Entonces sintió que la dejaban; alguien saltó del lecho y resonaron los
-pasos precipitados, inseguros, de un hombre que huía. Marcela se
-incorporó en la cama, impulsada por un presentimiento horrible.
-
---¡Juan Antonio!--gritó.
-
-Y se ratificó en esta creencia al oir que el fugitivo deslizaba
-suavemente la llave bajo la puerta, como para borrar con aquella
-precaución el rastro de su delito.
-
-Largo rato Marcela permaneció alelada, temblando de rabia y de miedo;
-después sintió que abrían la puerta.
-
---Fermín... ¿eres tú?--preguntó.
-
---Sí, yo soy...
-
-Mientras él se desnudaba, ella añadió:
-
---¿Has venido antes?
-
---¿Cuándo?
-
---Después de marcharte.
-
---No. ¿Por qué lo preguntas?
-
---Por nada; me había parecido...
-
-Al día siguiente, domingo, Marcela y Juan Antonio se encontraron en la
-iglesia, junto á la pila del agua bendita: ella le miró de hito en hito,
-los ojos retadores, como desafiándole á hablar; él se acercó con aire
-insolente y satisfecho, murmurando:
-
---¿Me encontraste frío anoche?...
-
-Marcela no pudo responderle y se marchó llorando. Aquel día y los
-sucesivos los pasó acongojadísima, no sabiendo si devorar su humillación
-ó pedir á su esposo el justo castigo de tamaña ofensa; unas veces
-pensaba vengarse por sí misma, dando la muerte como ella había recibido
-la deshonra, á traición; otras temía que lenguas extrañas enterasen de
-lo ocurrido á Fermín, y que éste, interpretando mal el silencio de su
-mujer, juzgase criminal complacencia lo que fué sorpresa y
-forzamiento...
-
-Al fin optó por confesarse á su marido, refiriéndoselo todo... ¡todo!...
-Pues como ella decía: «antes que en ridículo, quieo verle andando camino
-de la horca ó del presidio...»
-
- * * * * *
-
-Aquella tarde Fermín y Juan Antonio se vieron en un claro del bosque.
-
---Estaba esperándote--dijo Fermín.
-
---¿Pa qué?
-
---¿No lo presumes? ¿No está diciéndotelo ese corazón que quieo
-arrancarte á mordiscos?...
-
-Fermín era ágil, fuerte y más alto que su enemigo, pero Juan Antonio era
-recio de cuerpo y tenía hombros cuadrados y brazos membrudos. Los dos
-hombres se miraron friamente, midiéndose con los ojos, buscando un sitio
-en donde herir: luego, simultáneamente, sin detenerse á sobreexcitar su
-enojo con vanas palabras, se arremetieron. Durante algunos momentos
-lucharon rabiosamente, sin que las piernas de ninguno de ellos
-flaqueasen; luego se separaron y antes de que Juan Antonio pudiese
-hurtar el golpe, Fermín se abalanzaba sobre él, traspasándole el cuello
-con una faca. El mozo giró sobre sí mismo, dió algunos pasos vacilantes,
-y cayó al suelo de bruces, muerto...
-
-Fermín, fuera de sí, echó á correr hacia su casa: Marcela; al verle
-entrar demudado y con las manos teñidas de sangre, lanzó un grito y
-corrió á su encuentro, mirándole con ojos donde había una pregunta
-desesperada.
-
---Sí--repuso el guardabosque:--le he matao.
-
-Y añadió extendiendo el brazo con gesto trágico:
-
---Allí está; allí le tienes, frío... ¡Más frío que nunca!... ¡Frío pa
-siempre!...
-
-
-
-
-EL BUEN PARECER
-
-
-La noticia circuló rápidamente por los cafés y las tertulias que cómicos
-y autores forman en los saloncillos de los teatros.
-
-A Felisa _la Loba_ la habían matado. Los testigos de la escena
-aseguraban haber visto á Felisa bajar de un coche en la calle Peligros,
-delante de Fornos; entonces brotó del hueco de una puerta la sombra de
-un hombre que, sin duda, estuvo en acecho, esperándola, y que
-instantáneamente se arrojó sobre ella; la joven lanzó un grito y cayó
-hacia atrás, abriendo los brazos: el matador huyó velozmente, revelando
-en la fuga la audacia y el vigor sobrehumanos que demostró en la
-agresión, y segundos después los que le vieron herir sólo percibieron su
-silueta cobarde esfumándose como un capricho antropomórfico en las
-sombras de la noche bajo la rojiza luz incierta de los faroles...
-
-Desde luego se trataba de un crimen pasional. Al principio creyóse que
-el asesino era un organillero; luego, por lo que varias amigas de
-Felisa dijeron, se supo que era un estudiante...
-
-Enrique y _la Loba_ se conocieron en el arroyo una noche de invierno muy
-cruda, muy triste, en que el aburrimiento de ella y la melancolía y
-desamparo de él los sugirió, simultáneamente, el capricho de pernoctar
-juntos; ella le quiso porque se parecía á un amante que la dejó por
-otra: él porque estaba muy solo, muy pobre, y en las horas de
-desvalimiento los temperamentos sentimentales padecen, más que el
-hambre, la necesidad de la mujer que abriga, que consuela, hablando de
-recuerdos dulces y frívolos... Ella era una chula, una verdadera hembra,
-apasionada y bravía, enamorada de la fuerza y del valor masculino, de
-los machos crudos que parecen ir por el mundo caminando siempre de cara
-al presidio: él, mesurado en las palabras y firme en la acción, era
-también un valiente persuadido de que cuando dos hombres riñen, uno de
-ellos, el más débil, tiene pena la vida.
-
---¿Tú serías capaz de pegarme en la cara?--solía preguntarle Felisa.
-
---No--contestaba Enrique;--en la cara note pegaré nunca; si alguna vez
-me engañases te rompería el corazón. A las mujeres, los hombres de honor
-no deben pegarlas más que una vez...
-
-Pero Felisa no cuidó de tales amenazas y le engañó: y el estudiante, que
-había puesto en aquella mujer toda su alma, cumplió lo ofrecido...
-
-Y allí quedó _la Loba_, tumbada en el arroyo, inmóvil. Los ojos
-cerrados, mostrando entre sus labios entreabiertos los dientes menudos y
-blancos que crispó la agonía, y por los pliegues de su pañuelo manchado
-de sangre, aquella garganta blanca y mórbida que se había ofrecido al
-deseo tantas veces...
-
-A última hora, en los corrillos del Casino de Madrid, La Peña y otros
-Círculos aristocráticos, los padres de la patria, los generales
-retirados, los príncipes de la banca, los valetudinarios representantes
-de las familias más nobles, comentaban en voz baja, con aire indiferente
-y cansado, la trágica muerte de Felisa.
-
-El intenso calor de las estufas de gas quedaba preso en los poros de las
-alfombras; sobre la superficie inmóvil de los espejos, las lámparas
-eléctricas vertían luz lechosa; alrededor de las mesas de tresillo,
-junto á la chimenea adornada por un reloj de bronce, ó reclinados
-perezosamente sobre los divanes, los concurrentes habituales del Círculo
-comentaban el crimen; y lo hacían poco á poco, con lentitud hipócrita,
-entre grandes bocanadas de humo.
-
---¿Ha oído usted hablar, marqués, del crimen de esta noche?--preguntaba
-el veterano general X.
-
---No; los periódicos nada dicen. Además, no leo la crónica de sucesos;
-es una sección repugnante.
-
---Los periódicos no relatan el hecho porque éste ocurrió entre ocho y
-nueve de la noche.
-
---¡Ah!... ¿Se refiere usted al crimen de la calle de Peligros?
-
---Sí.
-
---Algo oí decir. Creo que la víctima fué una muchacha de vida airada...
-
---Eso me contaron también... no sé donde--añadió el vizconde Z.
-
-Otros dos graves caballeros que ostentaban en el ojal de sus levitas una
-cinta roja, hicieron un vago signo afirmativo, demostrando hallarse al
-tanto de lo ocurrido.
-
-Bajo la luz fría de las lamparillas eléctricas, sobre el respaldo rojo
-de los divanes, aquellas cinco cabezas envejecidas por el tiempo y las
-luchas asoladoras de la ambición y del vicio, formaban un cenáculo
-extraño de caretas fúnebres.
-
---¿Y quién era esa desdichada?--preguntó K. al marqués.
-
---Felisa.
-
---¿Felisa?... ¡No recuerdo!
-
---Sí... una moza alta, no mal parecida... á quien llamaban _la Loba_...
-
---¿Pero usted la conocía, marqués?--interrogó el general.
-
-Y todos los circunstantes, sorprendidos, miraron al marqués, cuya vida
-de orgías no era un misterio para nadie.
-
---No--repuso el interpelado;--yo no la conocí; supondrán ustedes que mi
-posición me prohibe tratar á cierta clase de mujeres... Pero he oído
-hablar mucho de ella á mi primo Claudio, que fué un gran libertino.
-
---Dicen que era muy guapa.
-
---¡Mucho!
-
---¿Morena?
-
---Creo que sí; tenía los ojos expresivos, la boca un poquito grande,
-pero de labios frescos y rojos.
-
---¡Acierta usted!... Ahora recuerdo haberla visto varias veces.
-
---Si es la que sospecho, también la conocía yo, así... de vista.
-
-Siguieron hablando, procurando recomponer entre todos la terrible
-escena. Uno de ellos preguntó:
-
---¿Y quién es el criminal?
-
---Dicen que un organillero.
-
---A mí me han asegurado que el matador fué un estudiante.
-
---¿Le prendieron?
-
---No.
-
-El vizconde de N., que pasaba por la calle de Peligros á tiempo que el
-asesino huía, añadió á la información interesantes detalles. El matador
-era un muchacho de regular estatura, decentemente vestido; representaba
-tener veinticuatro años.
-
---¡Pobre inocente!...--exclamaron varios;--¿á quién se le ocurre
-perderse por una mujer así?...
-
-Hasta el saloncillo alfombrado, caldeado por las estufas de gas, el
-recuerdo de aquel hombre huyendo á través de la noche y de la pobre
-muerta con sus carnes yertas anegadas en sangre, penetró como una
-corriente de aire frío...
-
- * * * * *
-
-Era una tarde de invierno; sobre las orillas del Manzanares la noche
-derramaba tristeza infinita, los árboles enderezaban sus ramas escuetas
-hacia el cielo gris; por una parte, cerrando el horizonte, aparecían la
-Puerta de Toledo y Madrid, con sus millares de cúpulas y de tejados
-perdidos bajo la niebla; en el silencio de los campos, como voz
-misteriosa de aquella naturaleza agonizante, resonaban las vibraciones
-lentas de una campana.
-
-A la izquierda del puente, junto á un camino húmedo por donde los
-chirriones pasan dejando surcos profundos, está el Depósito de
-cadáveres: una casita blanca muy triste, con paredes renegridas por el
-polvo y la lluvia, que huelen á muerto.
-
-Aquella tarde, casi á la misma hora, llegaron al Depósito dos coches con
-portezuelas blasonadas; después, otros dos, luego otro... Y de aquellos
-vehículos bajaban caballeros graves, metidos en largas levitas
-abrochadas: el general X., el vizconde Z. y el barón K...
-
---¡Usted por aquí... don Juan!
-
---¡Y usted, don Luis!... ¡Qué casualidad!
-
---¡Hola, general!
-
---¿Viene usted á ver á la pobre Felisa?
-
---Sí... la curiosidad...
-
---Pues, entremos.
-
---Pase usted.
-
---No, usted.
-
---¡Oh, muchas gracias; es igual!...
-
-Y, con el sombrero en la mano, todos aquellos viejos libertinos,
-hipócritas, iban entrando, andando de puntillas, alargando el cuello,
-reconcentrando una mirada estúpida de terror sobre aquel cuerpo que
-habían ungido con sus besos, recordando con cierta vergüenza que toda
-aquella pobre carne había pasado bajo sus labios...
-
-Felisa, echada boca arriba sobre una mesa de mármol, mostrando su cuello
-ensangrentado, parecía escucharles. La luz que caía de un alto ventanal,
-bañaba su rostro lívido, proyectando sobre la pared húmeda, cubierta de
-verdina, un perfil inmóvil...
-
-
-
-
-REMORDIMIENTO
-
-
---¿Saldrás esta noche?--preguntó Matilde secamente.
-
---Sí--repuso Adolfo Latorre con aire distraído;--debo ir al Círculo;
-necesitamos elegir nuevo presidente y varios amigos presentarán mi
-candidatura...
-
---¿Y luego, dónde vas?
-
---Al café.
-
---¿Y después?
-
---¡Qué sé yo!
-
-La conversación desmayaba. Matilde, despechada y celosa, miró á su
-amante de hito en hito, queriendo ofenderle, deseando reñir; y Adolfo,
-en virtud de misteriosos magnetismos, sentía la intención agresiva de
-aquellas miradas. Él también experimentaba deseos de disputar, por pasar
-el rato. Hay momentos en que los amantes antiguos no tienen nada nuevo
-que decirse, y el mutismo y las miradas interrogadoras del uno, parecen
-acusaciones dirigidas á la discreción y cariño del otro; entonces
-conviene hablar para romper el encanto siniestro del silencio: en amor
-hay silencios más ofensivos que una bofetada.
-
-Estaban concluyendo de cenar; la criada acababa de marcharse después de
-servir el café; la lámpara suspendida en el comedio de la habitación
-recortaba un círculo luminoso sobre la mesa, con sus botellas de vino á
-medio vaciar, sus platos sucios y sus copas que los labios mancharon de
-grasa. Adolfo y Matilde continuaron hablando, excitándose mutuamente á
-la pelea, poniendo cada vez más acrimonia y torcida intención en sus
-palabras: con la diferencia que ella disputaba de buena fe, y él
-frívolamente, por decir algo y no aburrirse.
-
---¿Por qué--preguntó Matilde,--cuando salgas del Círculo no vuelves
-aquí?
-
---Porque saldré muy tarde y á esas horas no hay tranvías. Supongo que no
-querrás traerme á pie...
-
---Hace dos años venías todas las noches, sin que la distancia, ni el
-frío, ni la nieve, te importasen un ardite.
-
---¡Tú lo has dicho!--exclamó Latorre riendo;--¡hace dos años!
-
-Ella levantó la cabeza bruscamente; sus mejillas palidecieron hasta la
-lividez; en sus ojos grandes y negros chispeaba el rencor. Adolfo
-Latorre sostuvo impasible aquella mirada, lancinante y fría como un
-saetazo. De pronto la joven, obedeciendo á un indomable movimiento
-impulsivo de todos sus nervios, se levantó, derribando su taza de café.
-
---Según eso--gritó,--creo que debemos concluir.
-
-Estaba erguida, con una mano apoyada sobre la mesa y el ceño adusto, en
-la actitud de una reina absoluta que da órdenes. Adolfo, molestado por
-aquella acometividad, repuso fríamente:
-
---Como gustes.
-
---¿No te importa reñir conmigo?
-
---Sí, me importa... y hasta lo siento. Pero no olvides que, cuando más,
-lo siento tanto como tú.
-
---¿Qué quieres decir?
-
---Que si tienes valor para despedirme... ¿cómo han de faltarme bríos
-para dejarte?
-
---Acaso no tardes en arrepentirte de haber hablado así.
-
---¡Oh!, si no retiras tus desdenes, yo... ¡créelo!... no retiro los
-míos.
-
-Matilde sintió que el dolor y la ira arrasaban sus ojos en lágrimas y
-dió media vuelta para marcharse.
-
---Adiós--dijo.
-
---Adiós--repuso Latorre;--¿hasta cuándo?
-
-Ella tuvo un momento de vacilación: luego murmuró:
-
---Hasta nunca.
-
-Y se fué.
-
-Adolfo permaneció inmóvil, estrujando nerviosamente una servilleta entre
-sus manos, reconociendo que las palabras de Matilde habían mortificado
-bastante su amor propio de hombre que se cree muy querido. Después se
-levantó, salió del comedor y fué al recibimiento en busca de su
-sombrero. Al pasar por delante del dormitorio de Matilde, oyó llorar á
-ésta. La puerta de la habitación estaba cerrada; Adolfo acercó los
-labios á la cerradura.
-
---Me voy...--dijo.--¿Quieres que hagamos las paces?...
-
-Ella replicó colérica, dando firmeza á su, voz:
-
---No, hemos concluído. ¡Vete!
-
---¿Para siempre?
-
---Sí, para siempre... ¡Adiós!...
-
---¡Tú lo quisiste!--repuso Latorre;--acaso no pueda vivir sin ti, pero,
-no importa; adiós... ¡hasta nunca!...
-
-Después mientras bajaba la escalera encendiendo un cigarrillo con aire
-tranquilo, pensó:
-
---¡Bah, cosas de mujeres! Estoy seguro de que mañana viene á buscarme
-para que almorcemos juntos...
-
-Aquella noche de Agosto la pasó Adolfo Latorre muy alegremente: primero
-en los jardines del Buen Retiro, después en Fornos, cenando con amigos
-de buen humor. Volvió á su casa á las tres de la madrugada. Entretanto
-la pobre Matilde, transida de dolor, le había escrito una carta que
-empezaba diciendo:
-
-«Perdona mis arrebatos; estoy loca, no puedo vivir sin ti...»
-
-Al llegar á su casa, Adolfo Latorre se puso en mangas de camisa y salió
-al balcón: el calor era sofocante; bajo un cielo acribillado de
-estrellas, Madrid dormía el sueño letárgico de las noches estivales: en
-el fondo de la calle que avanzaba en zig-zag, algunos faroles
-parpadeaban, ejerciendo sobre Latorre atracción siniestra. Era
-inexplicable el hechizo que tenían las piedras del regajo, vistas desde
-la altura de aquel piso tercero. Adolfo, algo mareado por los vapores de
-la cena, permanecía acodado sobre la barandilla del balcón, é
-inconscientemente iba adelantando el busto más y más... como atraído por
-un imán diabólico. De pronto perdió el equilibrio y cayó al espacio,
-haciendo una contorsión trágica. Su cuerpo fué á estrellarse sobre las
-piedras de la acera con un ruido seco; el sereno y algunos transeúntes
-que acudieron á socorrerle le hallaron inmóvil, con el cráneo
-deshecho...
-
-Al día siguiente los periódicos publicaron el sangriento fin de Adolfo
-Latorre bajo el epígrafe: El suicidio de anoche. Para el público aquella
-noticia no tenía importancia y la olvidó pronto; Latorre era uno de
-tantos desdichados que se suicidan sin decir por qué...
-
-La desesperación, en cambio, de Matilde, no tuvo limites.
-
---«¡Yo le maté!...»--pensó.
-
-Un remordimiento sombrío embargó su alma; horrorizada de sí misma
-renunció al mundo, vistió de luto y gastó su hacienda en obras
-caritativas.
-
-Pasaron veinte años.
-
-Un día los guardas del cementerio la encontraron muerta, sobre la tumba
-de Adolfo Latorre, con un ramito de flores en la mano...
-
-
-
-
-NOCHE
-
-
-La locomotora lanzó un silbido autoritario y el tren echó á rodar
-cachazudamente, estremeciéndose con un sacudimiento lento y suave, como
-un desperezo; luego aceleró su marcha, los coches pasaron veloces unos
-tras otros, con sus ventanillas iluminadas, por las cuales se abocetaban
-perfiles borrosos de viajeros, y al fin el expreso desapareció en su
-vuelta del camino derramando esa tristeza indefinible que deja tras sí
-todo lo que huye...
-
-Allá lejos, sepultada en la inmensidad tenebrosa de la noche, quedaba la
-estación con sus cuatro paredes renegridas por el humo de las máquinas,
-su flaca techumbre de pizarra y su miserable andén de apeadero
-provinciano, iluminado por una linterna colgada junto á un reloj.
-
-Dentro, en el saloncillo destinado á la carga y descarga de los
-equipajes, había un hombre y una mujer. Ella, acurrucada contra el muro,
-entre un maletín de viaje y un lío de ropas, permanecía inmóvil, el
-rostro inclinado sobre el pecho, procurando conciliar el sueño: él,
-menos fatigado ó más impaciente, paseaba de un extremo á otro, con las
-manos metidas en los bolsillos de un viejo gabán que casi le llegaba á
-los talones. Al otro extremo del salón, un empleado dormitaba embozado
-en su bufanda. Fuera resonaban los silbidos del viento y el murmujeo de
-los árboles que agitaban en la sombra sus ramas escuetas.
-
-De pronto el individuo del gabán interrumpió sus paseos parándose
-delante de la mujer que dormía.
-
---¿Sabe usted--dijo--á qué hora pasa la diligencia para Almería?
-
-Ella levantó la cabeza: era una vieja con un semblante que acaso fué
-hermoso, pero que los años estropearon, dejándolo marchito y enjuto como
-un bagazo.
-
---Creo--repuso--que sale de aquí á las cinco. La diligencia que yo he de
-tomar parte á la misma hora.
-
-El no contestó y reanudó su paseo, andando á largas zancadas, pisando
-recio para ahuyentar el frío que le atería los pies. Era un viejo de
-mediana estatura, con rostro simpático y un continente imperativo y
-desembarazado de gran señor, que parecían protestar de la horrible
-estrechez que acusaban la raridad y el mal pelaje de sus vestidos.
-
-Pasaron algunos minutos y el desconocido tornó á prender la hebra con la
-viajera. Hablaban lentamente, como á la fuerza, cual si de todos los
-males que sufrían el de la conversación fuese el menor. El iba á
-Lucainena de las Torres; ella á Lubrín.
-
---¿De dónde viene usted?--preguntó la vieja.
-
---De Buenos Aires.
-
---Allí he vivido yo algunos años... Ahora vengo de Madrid... He viajado
-mucho...
-
---Yo, también.
-
-Hablando, hablando, vinieron en conocimiento de que la suerte les había
-llevado casi por los mismos derroteros: los dos estuvieron en París, en
-Londres y en América... y aquellas coincidencias provocaron entre ellos
-una repentina corriente simpática.
-
---En la fecha á que usted se refiere--decía él--yo trabajaba en el
-teatro Español con don José Roldán.
-
-Ella lanzó un grito de sorpresa.
-
---¡Cómo!--exclamó--¿usted conocía á Pepe?
-
---Muchísimo; fué mi maestro.
-
---¿Y á Rosario Molina?
-
---También. ¡Pobrecita!... Murió estando yo en París...
-
-La viajera se había levantado y miraba á su interlocutor azorada.
-
---Claro es--dijo tras una breve pausa,--que si conoció usted á Rosario,
-conocería también á su íntimo amigo Daniel Santana, el pintor...
-
---¿Cómo no?...--interrumpió el anciano admirado de que aquella vieja tan
-mal traída por la suerte le hablase de tantas personalidades
-ilustres;--Daniel y yo nos quisimos como hermanos...
-
-Contempláronse perplejos, agradeciéndose el inesperado bienestar y suave
-contento que mútuamente se proporcionaban.
-
---Indudablemente--exclamó ella,--nosotros nos conocemos; usted se
-llama...
-
---Mariano Guzmán.
-
---¡Mariano Guzmán!--repitió la anciana cruzando las manos;--¡oh, sí!...
-Hemos hablado muchas veces en el estudio de Daniel... Mas... ¿cómo
-conocerle á usted después de tantos años?
-
-Le miraba maravillándose de encontrarle en aquel sitio y tan viejo, con
-su gabán raído y salpicado de manchas, sus zapatos desgobernados y su
-rostro de hombre muy vivido, macilento y triste... El la observaba
-también adivinando sus pensamientos.
-
---¿Y usted--preguntó--quién es?...
-
---Elisa Marcial, la modelo que tuvo Daniel para sus cuadros _Safo_ y
-_Venus dormida_, premiados con medalla de oro en la Exposición de
-París...
-
-Poseído de verdadera emoción, Mariano Guzmán se aproximó á su
-interlocutora para examinarla mejor.
-
---¡Elisa, Elisa!--repetía;--¡ah, que cambiada está usted!... ¡Usted es
-la mujer más hermosa que he conocido!...
-
-Hablando así la cogió familiarmente por los hombros, admirado de verla
-tan vieja, con su frente rugosa, sus ojos hundidos y su semblante
-alargado y marchito por el sufrimiento...
-
---No hable usted, Mariano--repuso ella en voz baja,--de mi antigua
-belleza, ya que ahora sólo soy la caricatura lamentable de lo que fuí:
-los años crueles trocaron mi gentileza en fealdad, mis ilusiones en
-desencantos, y en miseria mi fastuosa opulencia de otros tiempos.
-¡Oh!... de Elisa Marcial ya no resta nada, nada... ¡Ni el recuerdo!
-
-El viejo actor alzó los hombros.
-
---¡Ni un recuerdo!--murmuró;--dice usted bien... ¡Tampoco se acuerda
-nadie de mí!...
-
-Continuaron hablando, repitiendo nombres de camaradas muertos y evocando
-sus efímeros triunfos de viejos ídolos abandonados.
-
-Sin hogar, sin familia, sin otra esperanza que la de hallar en sus
-pueblos algún pariente que les amparase hasta que viniese para su
-desvalida vejez la hora del eterno descanso, olvidaban su porvenir
-hambriento y desnudo para mejor evocar aquel pasado luminoso, tan fértil
-en aventuras y en ilusiones, que llenaba su vida.
-
-Mariano Guzmán, cuyo nombre figuró en las páginas más brillantes de
-nuestro teatro, era una especie de dios caído. Hubo un tiempo en que la
-fortuna le acarició y encumbró como á hijo predilecto; los mejores
-dramas fueron estrenados por él; los actores imitaban sus actitudes, su
-voz, sus gestos, y rindió á muchas mujeres prendadas de su gallarda
-apostura y altos merecimientos artísticos... Después, la estrella de sus
-aventuras empezó á eclipsarse: vinieron los disgustos con compañeros
-poderosos que le envidiaban, las malas contratas, las excursiones
-provincianas que tanto gastan y achabacanan á los buenos artistas, los
-viajes á América, los amores desgraciados que exprimen el alma...
-Insensiblemente fué quedándose sin figura, sin memoria y sin voz; ya no
-hallaba aquellas exaltaciones trágicas, aquellos gestos sublimes conque
-antaño vencía la silenciosa hostilidad de las muchedumbres; su genio
-declinaba. Cuando regresó á Madrid, el público no quiso reconocerle y
-tuvo que marcharse. Desde entonces, la vida fué para Mariano Guzmán el
-descenso humillante de un Calvario interminable; siempre rodando de un
-lado á otro, siempre bajando; hoy un poquito, mañana un poco más... Y al
-fin, cansado de tan largo combate, sin dinero, sin hijos, volvía al
-miserable pueblecillo de donde cincuenta años antes le sacó su ambición,
-con la vaga esperanza de hallar un hermano labrador á quien nunca había
-escrito...
-
-Mientras el anciano hablaba, su interlocutora hacía con la cabeza signos
-melancólicos de asentimiento.
-
-Ella también había luchado y contribuído eficazmente á la elaboración de
-muchas preclaras reputaciones artísticas.
-
-Elisa Marcial fué una de las mujeres más hermosas de su época: la copia
-de los cuadros que su guapeza inspiró se vendieron á millares, y no hubo
-aficionado para quien el cuerpo de la célebre modelo tuviese secretos:
-arrogante y esbelta como la Duval, de Gérome; voluptuosa y sensual como
-aquella Adriana, que el genio de Rallí ha legado desnuda á la
-posteridad: con sus hombros redondos, sus pechos duros de virgen
-salvaje, su talle anillado y sus caderas amplias y mórbidas de mujer
-ardiente... Elisa recorrió las principales ciudades europeas, luego fué
-á América, en brazos de un millonario brasileño, y cuando regresó á
-Madrid, muchos años después, comprendió que la brillante novela de sus
-triunfos terminaba.
-
-Había menos luz en sus ojos cansados, menos frescura en sus labios,
-menos gallardía en su cuerpo. Varios de sus amantes eran muertos; otros
-la trataban con cierto aire de compasiva protección, como á una vieja
-amiga con quien sólo puede hablarse de lo pasado; algunos, cuando la
-encontraban en la calle, miraban á otra parte, esquivando el trabajo
-inútil de saludar á una mujer fea...
-
---El tiempo--agregó Elisa Marcial--había dispersado la alegre comparsa
-de mis amigos y era inútil querer reconquistarles. En ese Madrid,
-testigo de mis triunfos gloriosos, quise morir; pero la miseria no me
-permite satisfacer este último capricho y regreso á mi pueblo, donde me
-espera una sobrina de quien guardo algunas cartas...
-
-No dijo más y aquellos dos náufragos ilustres á quien el espantoso
-vendaval de la vida arrojaba sobre la misma playa, se contemplaron en
-silencio; un silencio elocuente, lleno de confesiones. Después, él
-preguntó:
-
---¿No tiene usted hijos?
-
---No.
-
---Yo tampoco...
-
-Sus amores, como sus triunfos artísticos, fueron estériles. Aquello
-parecía una maldición.
-
---No nos queda nada--agregó Guzmán;--nada... ¡Ni siquiera un hijo que
-nos recuerde!
-
-Permanecieron mudos, pensando en aquel Madrid lejano que aplaudió sus
-victorias y encumbramientos, y que al verles viejos les arrojaba lejos
-de sí. Los escritores pueden holgarse de haber compuesto un libro que
-perpetúe su nombre; pero, ¿qué resta de los actores muertos, y qué de
-las modelos á quienes el tiempo privó de encantos?
-
---Todo ha concluído para nosotros--murmuró Guzmán.
-
---¡Todo--repitió Elisa!
-
-Hablando así, aquella mujer á quien un millonario brasileño sedujo en
-París envolviéndola en pieles de marta, tiritaba bajo sus viejos
-vestidos agujereados. De repente se oyó ruido de caballos y de coches
-que se acercaban.
-
---Ahí están las diligencias--dijo el actor,--vámonos.
-
-Y salieron. En la penumbra indecisa del amanecer aparecía la carretera
-que se alejaba serpeando hacia el horizonte neblinoso. A la izquierda
-quedaba la vía férrea sepultada entre dos ribazos, semejante al cauce de
-un enorme torrente seco. Las diligencias sólo se detenían allí algunos
-instantes, los indispensables para recoger las cartas que hubiese. Los
-dos ancianos se contemplaron con angustia, deplorando separarse después
-de haber reverdecido tantos recuerdos. Sin embargo, era preciso.
-
---Adiós, Mariano--dijo ella,--hasta otra vez...
-
-Sus ojos brillaban cubiertos por un velo de lágrimas. El apretó
-convulsivamente entre sus manos la mano flaca y yerta de su
-interlocutora y se alejó sin responder, avergonzado de que le viesen
-llorar. Cada uno parecía llevarse el pasado del otro. Cuando las
-diligencias partieron en opuestas direcciones, los dos viejecitos,
-asomados á las ventanillas de sus vehículos, agitaron sus pañuelos
-dándose el último adiós, dejando tras sí esa melancolía inexplicable de
-todo lo que huye...
-
-
-
-
-LO INCONFESABLE
-
-
-Fué una de esas conversaciones inolvidables, vibrantes, casi trágicas,
-que la emoción parece grabar en la memoria á golpe de martillo y de
-cincel.
-
-Hablaban de amor; de los que se casan por cariño ó por interés, de los
-hombres que traicionan á sus mujeres, de las esposas que burlan á sus
-maridos... Esta última variante del diálogo sugestionó la atención de
-Luis; su turbulento corazón enamorado y celoso fué exaltándose, y tras
-algunas pleguerías y circunloquios retóricos, que procuraron velar la
-salvaje vehemencia de los sentimientos, exclamó:
-
---Dime, ¿tú serías capaz de engañarme?
-
-Ella, riendo, le echó los brazos al cuello.
-
---¡Yo! ¿Engañarte yo?...--exclamó;--¿has perdido el juicio?...
-
-Luis hizo un gesto vago de hombre experto á quien el mundo enseñó a
-dudar de todo.
-
---¡Oh, no te rías!--dijo--la vida ofrece miríadas de peligros que una
-locuela como tú no puede prever, y lazos y añagazas sin número... No
-creas que pongo puertas á tu virtud... Pero advierte que si
-alambicásemos la historia íntima de los mejores matrimonios, acaso
-hallásemos en todos algún secreto horrible; un capitulo inconfesable,
-una de esas páginas que no pueden leerse sin rubor... No, Fernanda, todo
-no se sabe... Hay muchos adulterios que se conocen, pero también hay
-otros que quedan ignorados perpetuamente, crímenes fortuitos, sin poesía
-y sin fecha, cuyo afrentoso secreto baja al sepulcro con los criminales.
-
-Y agregó, anhelando obtener un juramento, una promesa, algo, en fin, que
-aquietase aquella roedora comezón de su espíritu.
-
---Responde, Fernanda: si andando los años la fatalidad te colocase en
-una de esas situaciones supremas en que el deber perece á manos de la
-fuerza, ¿me lo dirías? ¿Tendrías valor para decírmelo?...
-
-Hubo una pausa; la joven, cuyo espíritu inocente se mecía muy lejos de
-los siniestros linderos de lo inconfesable, murmuró con ese valor
-temerario de los niños:
-
---Sí, lo diré todo... ¿Por qué no?... Te lo juro.
-
- * * * * *
-
-Mucho tiempo después, Fernanda llegaba al apogeo de su vida y de su
-belleza: alta, gruesa y majestuosa como una deidad pagana, con pomposas
-caderas desarrolladas por la maternidad y grandes ojos ardientes.
-
-Hasta entonces Fernanda, tanto por cariño como por costumbre, no tuvo
-secretos para su marido; había hecho de él su madre, su confesor, hasta
-que una vez... conoció lo incomunicable, lo que no puede decirse.
-
-Felipa Godoy, la mejor amiga de Fernanda, tenía un amante á quien sólo
-veía de tarde en tardo y á trueque de innúmeros peligros, y necesitaba
-una compañera que la sirviese ante su familia de pretexto ó escudo de
-salidas. Aquel asunto los dos amantes lo discutieron minuciosamente, y
-convinieron en que Fernanda era la única mujer que, por su reserva y
-varonil discreción, podía ayudarles.
-
---Tú la confiesas nuestro secreto sin ambajes--dijo él,--y conmuévela
-describiendo la inmensidad de nuestro cariño, los obstáculos que nos
-separan, tus sufrimientos... Di también que lo único que solicitamos de
-su amistad es que te acompañe alguna que otra vez...
-
-Prosiguió sonriendo con gesto burlón.
-
---Más adelante y á fin de que estos paseos no la aburran, buscaré algún
-muchacho que la acompañe.
-
-Felipa Godoy, que conocía la virtud austera y sin mácula de la joven,
-protestó:
-
---No digas tonterías, no la conoces; Fernanda es incapaz.
-
---¡Oh, quién sabe!...
-
---Quiere mucho á su marido.
-
-Pero él continuó refutando victoriosamente aquellas objeciones: era
-preciso ser egoísta para triunfar: Fernanda podía cansarse de ayudarles
-ó reñir con ellos, en cuyo caso quedaban á merced suya: convenía, por
-tanto, tenderla un lazo; así las dos lucharían juntas, movidas por el
-mismo interés y el cuerpo de la una garantizaría la salud de la otra.
-
-Felipa Godoy empezó á ejecutar hábilmente todo aquel plan: refirió á su
-amiga los secretos pormenores de su pasión, se apoderó de su alma, la
-conmovió, la hizo llorar.., y obtuvo cuanto guiso. Fernanda se ofreció
-á protegerla: realmente, ella también deseaba estudiar por sí misma
-aquel mundo de los amores criminales que sólo conocía de referencias.
-Luego vió al amante de Felipa y le pareció simpático y muy galán... Y de
-este modo, la inocente casada fué abandonándose por la pendiente
-seductora de lo prohibido.
-
-Pocos meses bastaron para que los tres fuesen muy buenos compañeros, y
-entre tanto Luis no sabía nada, porque Fernanda no quiso amargar
-aquellas escapatorias rompiendo el hechizo del misterio.
-
-El desenlace de aquel enredo, preparado con tanta calma y tan
-diestramente, llegó de pronto.
-
---Mañana por la tarde--dijo Felipa Godoy á su amiga,--Claudio y yo
-merendaremos en la Bombilla; probablemente nos acompañará un amigo suyo
-y, como supondrás, me aburriré horrorosamente, ¿Quieres venir?...
-
-Fernanda vacilaba.
-
---No seas perezosa--insistió Felipa;--reiremos mucho, bailaremos y
-luego, al atardecer, á casita. ¿Qué te detiene?
-
-Aquello, en efecto, dicho así, no era grave; Fernanda prometió ir... Y
-fué...
-
-Julián, el amigo de Claudio, era muy ladino, habilísimo conversador,
-buen bailarín; hablaron mucho, bebieron copiosamente... Desde los
-primeros momentos Fernanda sintió que algo invisible agarrotaba sus
-manos y sus pies, y empezó á perder la confianza en sí misma... Se
-ahogaba: en aquel gabinetito tan perversamente aparejado para el amor,
-no había bastante aire respirable... A los postres Felipa y Claudio se
-besaban sin reserva, y Julián, sentado junto á Fernanda, la hablaba de
-amor apasionadamente. Esta, entontecida por los primeros vahos de la
-borrachera, se arrojó entre los brazos de su amiga:
-
---Por Dios--decía sollozando,--no me abandones, no me dejes sola, sácame
-de aquí...
-
-Claudio la miró guiñando un ojo picarescamente.
-
---¿Qué tienes?--preguntó besándola.
-
---No sé...
-
---¿Estás enferma?
-
---No, pero me ahogo... tengo miedo, mucho miedo de quedarme sola...
-Vámonos...
-
-Ella ignoraba que las mejores páginas de las novelas amorosas las
-escribe el Destino así, muy deprisa. Luego Fernanda y Julián salieron al
-patio, á bailar; el aire cálido de aquella tarde de Junio y los rayos
-caliginosos del sol, concluyeron de trastornarla. El, entretanto, la
-requebraba de amores; ella, con la enloquecida cabeza apoyada en su
-hombro, le escuchaba sin comprender...
-
-Cuando volvieron al gabinete, la joven apenas podía moverse; estaba
-idiotizada.
-
---Quédense ustedes aquí--dijo Felipa;--Claudio y yo vamos á bailar...
-
-Fernanda hizo un gesto desesperado, llamando á su amiga; pero Julián
-cerró violentamente la puerta y ella quedó á merced de aquella bestia
-encelada, terrible, que hablaba de amor...
-
- * * * * *
-
-¡No, jamás tornó á ver al hombre que en un momento de embriaguez la robó
-la honra y el sosiego! Pero aunque fué frágil, contra su deseo y la
-fuerza disculpaba su caída, Fernanda, batallando á solas con su
-remordimiento, no podía disculparse.
-
-¡Ya no era la misma! Había ocurrido algo enorme, lo ignorado, ¡lo
-inconfesable!... Recordando la promesa que un día hizo de decírselo todo
-á su marido, quiso revelarle también aquello para dar treguas á su
-delirante obsesión, y no pudo; un frío mortal paralizaba su lengua: los
-conceptos se cristalizaban en el cerebro... Estaba delante de lo
-incomunicable, de lo que no puede decirse, de lo que nadie sabe decir...
-
-Y muchos años después, cuando las tres únicas personas poseedoras de
-aquel secreto habían muerto, Fernanda, ya vieja, aun no estaba curada de
-su remordimiento. La costumbre de fingir la tornó pusilánime, suspicaz y
-recelosa; temía que algún accidente imprevisto revelase el criminal
-misterio de su vida, y cuando su marido la miraba fijamente, ó cuando
-veía á su hija engalanarse para ir al baile, la pobre madre, condenada
-voluntariamente al obscuro papel de hembra pasiva, bajaba los ojos
-confusa, avergonzada, murmurando:
-
---¡Dios mío... si lo supieran!...
-
-
-
-
-EL AMIGO
-
-
-Norberto Brito fué paladín esforzado de la libertad: defendióla en la
-prensa, desde la tribuna y, más de una vez, á mano armada, blandiendo un
-garrote ó tremolando una bandera á la cabeza de los motines populares, y
-por ella vió confiscados sus bienes y padeció injusticias, destierros,
-persecuciones y otros fieros reveses y malandanzas.
-
-A consecuencia de un violentísimo artículo publicado en el tercer número
-del semanario _El Terremoto_, Norberto Brito fué detenido y llevado en
-una cuerda de presos, como salteador de caminos ó solapado hurtador de
-relojes, á la Cárcel Celular de Madrid. Al día siguiente, Paulina, su
-mujer, y los ocho amigos que con él fundaron y redactaron _El
-Terremoto_, acudieron á verle. Brito ocupaba en el departamento de los
-políticos la letra K. Era una celda rectangular, con las paredes
-estucadas y un amplio portalón abierto sobre una galería bien soleada
-por donde iban y venían, la cabeza baja y las manos cruzadas atrás,
-otros dos reclusos; el mobiliario lo componían un lecho y un lavabo de
-hierro, una mesita y un sólido butacón canongil de elevados brazos y
-ancho respaldo.
-
-Allí estaba Brito, de pie, las manos metidas en los bolsillos del
-pantalón: á través de la ventana abarrotada del locutorio, aparecía su
-silueta elevada, triste y enjuta; rígido dentro de su largo _chaquet_
-como un signo admirativo: los negros cabellos cubrían la frente,
-llorando sobre el rostro cetrino, aviejado por la desilusión.
-
-Norberto besó las mejillas de su mujer por entre dos barrotes; luego
-estrechó las manos de sus compañeros, Daniel Bala, Pedro Rico, Jaime,
-Antonio... todos estaban allí mirándole con ojos dilatados por el
-interés y la curiosidad. Los más ingenuos quisieron consolarle,
-exhortándole á tener resignación y buen ánimo.
-
-Brito, afectando cierta insensibilidad artística, que juzgó del mejor
-tono, procuró demostrarles que jamás había estado _tan_ bien. Para el
-hombre vulgar, la prisión es un martirio; para el inteligente, para el
-pensador, es un refugio. Allí, en la paz del siniestro edificio donde
-los reclusos viven como los microbios en los poros de los cuerpos
-muertos, el espíritu puede reconcentrarse, el entendimiento y la
-imaginación se exaltan, se trabaja mucho mejor, se lee con más
-provecho...
-
---En esta celda--añadió,--prometo escribir dos libros por lo menos.
-
-Aquellas afirmaciones que, á no ser falsas, acusaban un espíritu
-varonil, inaccesible al dolor, fueron recibidas de distinto modo;
-algunos admiraron la fortaleza de Norberto, otros sonreían incrédulos;
-Paulina y Pedro Rico escuchaban amablemente, pues de algo necesitaban
-hablar, pero sin emoción, sabiendo cuánto artificio había en el fondo de
-todo aquello.
-
-A la tarde siguiente, ocurrió lo mismo; Brito habló del día de su
-excarcelación como de algo problemático y remoto; los amigos le
-embromaron delicadamente, recordándole su estado de forzosa viudez;
-Pedro Rico miró á Paulina mordiéndose los labios: ella reía impávida:
-era una mujer delgada y pequeña, con unos ojos glaucos y fríos, de una
-frialdad cínica. Norberto, manteniendo su empeño de parecer raro y
-fuerte, tornó á asegurar que jamás sospechara la cárcel tan hospitalaria
-y agradable. Esta escena, con ligerísimas variantes, se repetía
-diariamente: Brito siempre aparecía impasible, moviéndose tras los
-barrotes de la ventana como un pájaro extraño; su cuerpo, sin embargo,
-sufría la doble acción debilitante de la quietud y de la sombra, y sus
-manos iban resfriándose: las manos, por el contrario, de sus compañeros,
-que gozaban la vida de la libertad y del sol, estaban calientes.
-
-La cárcel ocupa en el plano de Madrid una situación excéntrica, y los
-caminos que á ella conducen, no obstante ser hermosos y bien soleados,
-padecen la huella ó impresión de algo triste. Lentamente, los amigos de
-Norberto comenzaron á cansarse de visitarle todos los días: primero
-faltó Antonio, quien achacaba su alejamiento á perentorios quehaceres;
-luego Jaime...
-
-Ante aquella deserción, Brito, siempre estoico y magnánimo, se cruzaba
-de brazos; la humanidad es ingrata.
-
---Lo raro sería--agregaba parodiando á Heine,--que los amigos nos
-acompañasen en la desgracia.
-
-Pasó el verano y el otoño iba ya de vencida; el viento era frío, las
-nubes encharcaron las calles; la cárcel, vista desde arriba, con su
-enorme mole obscura, debía de parecer un galápago gigantesco, muerto
-sobre el barro.
-
-Los presos políticos pueden ser visitados todas las tardes hasta las
-cuatro. Dos redactores de _El Terremoto_ que aun iban diariamente á
-cambiar con Brito un apretón de manos, se aburrían de aquel dilatado
-homenaje amistoso: la celda, con su locutorio atravesado por un largo
-banco de vieja gutapercha, llegó á parecerles una oficina donde nada
-inesperado ni agradable podía aguardarles. Siempre experimentaban
-impresiones idénticas; sus pisadas resonaban bulliciosas bajo la altiva
-rotonda de la escalera; los espesos muros trasudaban hielo y pesadumbre;
-los empleados de la penitenciaría examinaban á los visitantes de extraño
-modo como maravillándose de que aun tuvieran valor y constancia para ir
-hasta allí, aconsejándoles también con aquella mirada, que no
-sostuvieran tal empeño, pues todo sacrificio era inútil.
-
-Arriba, en el locutorio K, las conversaciones no variaban: Brito,
-siempre recibía á sus compañeros del mismo modo: en pie, agarrado á los
-barrotes de la ventana, aparentando una entereza de ánimo que la
-flacidez y tristura de su rostro desmentían. A veces hablaban de los
-amigos que ya no concurrían allí tildándoles de ingratos; pero todos,
-íntimamente, les envidiaban, admirando su despreocupación para
-emanciparse de aquel vano y enojoso deber social.
-
-Una tarde de Diciembre salían de la cárcel Paulina, Daniel y Pedro Rico.
-
---¡Qué pocos vamos quedando!--exclamó Pedro;--el mal tiempo y la
-distancia han reducido los amigos de Norberto á monos de la mitad.
-
---Así es--repuso Daniel.
-
-Luego se despidió, subiendo precipitadamente á un tranvía que pasaba.
-Paulina y Pedro Rico continuaron andando lentamente, callados, la vista
-fija en el suelo, como se sigue á los muertos. Sobre las calles húmedas,
-desde el cielo sembrado de nubecillas blancas, un sol de invierno vertía
-su luz amarilla.
-
---Estoy triste--dijo ella;--¿quiere usted acompañarme á dar un paseo?
-
-El repuso estremeciéndose:
-
---Vamos por donde usted guste.
-
-La adoraba en silencio; con los ojos se lo dijo muchas veces; ella lo
-sabía y también le amaba. Fué aquel un paseo muy dulce, lleno de
-voluptuosidades exquisitas y nuevas. Paulina habló de Norberto: era un
-hombre frío que la acarreó con su humillante despego disgustos
-innúmeros; ella necesitaba cariño y reverdecer su juventud, procurándose
-una pasión, una gran pasión que saciase las ambiciones del codicioso
-pensamiento. Pedro asentía acercándose á ella, disfrutando la vecindad
-de aquel cuerpo fácil. Tan agradable paseo lo repitieron en los días
-sucesivos; las tardes eran tibias, el sol caía á plomo sobre los caminos
-poblados de chiquillos y niñeras, con delantales blancos. Daniel Bala
-había escrito á Norberto asegurándole hallarse enfermo de cuidado y
-rogándole imputase á esto, que no á indiferencia ó censurable olvido, su
-ausencia y eclipsamiento.
-
-Ella apretó más las ligaduras que ya unían á Pedro Rico con el preso:
-Norberto reconocía que su compañero era un hombre de corazón y un
-camarada excelente, ya que en el hospital y en la cárcel, según el
-adagio, es donde se conocen los amigos buenos. De esto habló con su
-mujer varias veces; la joven afirmaba levemente moviendo la cabeza,
-pensando que si los otros se marcharon fué porque ella no les retuvo.
-
-Todos los días, al salir de la cárcel, Pedro y Paulina, seguros de su
-impunidad, paseaban los campo de la Moncloa. Una tarde regresaron á
-Madrid casi de noche, y él estaba muy pálido y ella muy roja... y con
-los cabellos manchados de tierra. La primavera volvía; los árboles
-comenzaban á cubrirse de brotes nuevos; de pronto, en la lejanía del
-nebuloso horizonte, apareció la cárcel, imponente tras sus altos
-murallones de ladrillo.
-
---Allí está--murmuró la joven.
-
-Rico repuso:
-
---No mires, déjale...
-
-Y siguieron adelante, oprimiéndose las manos.
-
-Aquel íntimo enredo de amor pasó; Norberto Brito nada supo, y cuando
-habla de Pedro, la emoción más sincera nubla su voz.
-
---Jamás olvidaré sus favores--dice;--cuando estuve preso, no dejó de ir
-á verme ni un solo día. Es mi mejor amigo.
-
-
-
-
-EN PRESIDIO
-
-
-El acusado, sentado en el fatal banquillo por donde pasan los que un
-arrebato de codicia ó de cólera puso fuera de la ley, escuchaba el
-terrible informe acusatorio del fiscal con los ojos fijos en la tierra,
-que le atraía como reclamando ya la inmediata posesión de aquella pobre
-carne condenada al patíbulo. Era un mozo de veintiocho á treinta años,
-moreno, con cejas fuertes y pupilas brillantes y sangrientas como
-brasas; la cabeza cuadrada y terca, los hombros anchos, las manos cortas
-y gruesas de matador que no tiembla al herir...
-
-El fiscal terminaba su discurso pidiendo para Gerardo López la pena
-capital. El crimen del acusado era una de esas terribles hazañas que, de
-cuando en cuando, rompen la uniformidad de la vida diaria, calofriando
-la sociedad con un estremecimiento de horror. La tarde del crimen,
-Gerardo llegó á su casa inopinadamente, cuando todos le creían en la
-fábrica; la puerta estaba entornada; aquello le sorprendió... Dentro, en
-la pequeña habitación que servía simultáneamente de gabinete y comedor,
-resonaban las confusas voces de un hombre y una mujer. El marido avanzó
-cautelosamente sobre la punta de los pies, conteniendo el aliento... Al
-llegar al término del pasillo, reconoció á los que con tanta vehemencia
-y misterio discutían: eran su mujer y don Cleto, el casero, á quien
-adeudaban tres meses de alquiler: él, sofocado por el torvo deseo carnal
-que le oprimía la garganta, jadeaba asegurando que todo aquello tendría
-fácil arreglo si ella era complaciente... La esposa le rechazaba
-enérgicamente, sintiendo que aquella innoble proposición flagelaba su
-rostro como un látigo. Entonces don Cleto arremetió á la joven
-empujándola hacia un sofá. Este fué el momento elegido por Gerardo López
-para perpetrar su crimen: sin pensar que á la generosidad de su víctima
-debía haber dormido bajo techado aquellos tres últimos meses, cayó sobre
-ella derribándola al primer mazazo de sus manos hercúleas; luego le
-cogió por el cuello, arrastrándole, magullando su ensangrentada cabeza
-contra los muebles y, finalmente, le mató arrojándole á la calle desde
-la altura de un cuarto piso...
-
-El fiscal allegaba y zurcía malévolamente cuantos puntos eran más ó
-menos hostiles al acusado; pues Gerardo estaba seguro de la fidelidad de
-su mujer, sus celos no tenían disculpa ni explicación legítima: López,
-en vez de ceder á la ira, debió limitarse á despedir al casero y
-presentar contra él la oportuna denuncia; para algo vivimos en una
-sociedad civilizada y bajo el amparo de códigos sabiamente compuestos...
-
-El abogado defensor comenzó su discurso coronándolo con párrafos
-brillantes y ampulosos enderezados á conmover la honrada sensibilidad
-del Jurado.
-
-Gerardo López no era un criminal, sí un hombre de arrestos y de honor:
-examinó sus antecedentes sin tacha y su existencia metódica, consagrada
-al trabajo y al cariño de aquella mujer que era todo su bien, su
-familia, su consuelo y su esperanza; y luego pintaba con frases cortadas
-y duras, como golpes de escoplo, el trágico cuadro de la lucha: al
-propietario, crapuloso y obsceno, invocando, para vencer la honrada
-resistencia de la pobre obrera, sus títulos de acreedor, y cayendo
-después bajo los puños de Gerardo López, que defendía lo suyo, la mujer
-que era para él deleite y arrimo, compañera santa en sus fieros combates
-por el pan, consoladora como un amigo, bondadosa como una madre...
-
-Al llegar cierto momento en que el abogado invocaba el derecho
-indiscutible que su defendido tenía para hacer lo que hizo sin acordarse
-del Código que, como todo lo reglamentado, es muerto y frío, Gerardo
-López, fuera de sí, le interrumpió para exclamar:
-
---¡Sobre todo, antes que hombres civilizados... somos... hombres!
-
-No supo decir otra cosa, pero él se entendía; su defensor también le
-comprendió y aquella interrupción le sugirió una improvisación
-elocuente. Gerardo, sin más luz que la de su buen instinto, había dado
-en el hito: «antes que hombres civilizados... somos... hombres;» seres
-que saben sentir intensamente, y querer hasta el sacrificio heroico y
-odiar hasta el crimen; de poco sirven los códigos cuando la pasión se
-revuelve y estalla. En los trances supremos, el instinto independiente y
-dominador del macho primitivo despierta; ¿qué hombre, viendo amenazados
-el honor ó la vida de su madre ó de su esposa, podría reprimir el
-impulso vengativo de todos sus nervios para invocar fríamente el socorro
-de la ley?...
-
-El fiscal se levantó á ratificar; su despiadada inspiración tuvo
-párrafos de terrible y abrumadora elocuencia; el Jurado se declaraba en
-su favor; Gerardo López fué condenado á cadena perpetua.
-
- * * * * *
-
-Pasaron muchos años; don Víctor, el fiscal que envió á Gerardo á
-presidio, se había retirado del foro para casarse y dar á los últimos
-años de su vida algún reposo.
-
-A pesar de sus cincuenta y cuatro años, don Víctor se conservaba fuerte
-y erguido dentro de su levita negra, amplia y larga; vivía en un
-hotelito, cerca del Hipódromo, en medio de su vasto jardín con callejas
-enarenadas y frutales que la primavera cubría de flores; Joaquina, su
-mujer, que apenas contaba veinte mayos, parecía adorarle y su temprana
-juventud le prometía herederos robustos que, por ciertos indicios
-inequívocos, no tardarían en llegar.
-
-Muchas noches don Víctor, sentado ante su mesa de trabajo y rodeado de
-estantes atiborrados de libros, recordaba aquel pasado de luchas que iba
-alejándose, como algo que se hunde en una noche sin fin; á veces
-Joaquina le acompañaba, leyendo una novela bajo la luz del quinqué. Don
-Víctor, sumido en delicioso emperezamiento, comparaba su existencia
-actual, tranquila y feliz, con las luchas de otros días. A su alrededor,
-dormidos en la penumbra de los estantes, reposaban los centenares de
-volúmenes que guardaban cuanto acerca de las injusticias y derechos
-humanos se ha escrito, y en los cuales él aprendió el ingrato arte de
-mandar gente á presidio ó al patíbulo: á ratos, evocando los bizarros
-extremos de su verbo brillante y frío como la cuchilla de una
-guillotina, le asaltaba el temor de haber sido cruel, y reconstituía
-escenas: el reo sentado en el banquillo, con la cabeza caída sobre el
-pecho, cual si la oratoria implacable del fiscal le patease el cráneo; y
-él en pie, empujando sañudamente hacia el castigo la conciencia de los
-jueces. Pero no; él siempre fué justo; él nada legisló; se había
-circunscripto á ser el representante de la legalidad, la encarnación del
-Código, la voz temerosa de aquellos libros cerrados. Sí; él fué justo y
-bueno: sin esto no se concebía que el Destino recompensase sus afanes
-pretéritos rodeándole ogaño de tantos agasajos: aquella mujer joven,
-dulce y bonita, aquel hotel que en las noches estivales dormía bajo la
-luz blanca de la luna, entre un bosque de frutales y sobre un odorante
-tapiz de flores era el condigno premio á sus esfuerzos en pro de la
-humanidad honrada.
-
-Y don Víctor creía que su felicidad sería eterna, como el suplicio de
-los condenados á cadena perpetua.
-
-Transcurrieron doce años; el anciano fiscal, embebecido en el cariño de
-su mujer y la crianza de su hijo único, no visitaba á sus viejos
-compañeros, que también le habían olvidado; su antiguo prestigio era
-agua pasada.
-
-Un día, al regresar á su hotel á hora desusada, le impresionó
-dolorosarnente oir en su gabinete un murmullo indefinible de
-conversaciones y de risas: don Víctor subió las escaleras de puntillas;
-Joaquina hablaba con un hombre á quien el fiscal procuró inútilmente
-reconocer por la voz: don Víctor se deslizaba lo largo del pasillo, y al
-llegar á la puerta de su despacho se detuvo y aplicó el oído... Oyó una
-frase amor, luego otra... y sus mejillas ardieron con el incendio de la
-vergüenza y de la ira. Fuera de si allanó la habitación, babeando,
-agitando los brazos, como un oso herido que zarpea. El amante cobarde
-huyó, saltando por la ventana, Joaquina, abnegada y heroica, protegió su
-fuga, colocándose tras él, defendiéndole con su cuerpo. Don Víctor, se
-arrojó sobre ella, la derribó al suelo, pateó su vientre, sus entrañas
-traidoras, oprimió su garganta hasta estrangularla. Después se levantó
-aturdido, pero satisfecho de sí mismo, pareciéndole respirar mejor, y
-paseó en torno suyo una mirada estúpida, sin comprender el mudo lenguaje
-de aquellos centenares de volúmenes que le acusaban recordándole que la
-venganza de todas las afrentas, como él tantas veces había dicho, no
-estaba nunca entre las manos del ofendido, sino en los tribunales de
-justicia... Pero, pasados algunos minutos, don Víctor creyó oir aquella
-voz que llenaba su juventud, y por primera vez el anciano fiscal tembló,
-reconociéndose injusto y frió y cruel...
-
-Don Víctor fué preso; sus antiguas relaciones no le favorecieron; el día
-de la sentencia el representante de la ley le atacó furiosamente y la
-defensa fué mala. Don Víctor fué condenado á tres años de presidio.
-
-La noche en que el viejo fiscal llegó á la penitenciaría, le impresionó
-un semblante moreno, de ojos ardientes y grandes y poderosas cejas, al
-que estaba seguro de haber visto otra vez...
-
---¿Es usted Gerardo López?--preguntó.
-
---Sí, señor.
-
-El antiguo recluso, á su vez, reconoció en aquel viejecillo á quien la
-fatalidad parecía haber encorvado repentinamente, al fiscal que le
-condenó.
-
---Y usted--dijo,--¿es don Víctor?...
-
-Don Víctor comprendía entonces lo que jamás pudo entender; y las
-palabras con que el obscuro presidiario había querido defenderse
-volvieron á su memoria.
-
---Aquí estamos los dos--exclamó el viejo magistrado;--tenía usted razón
-al decir que, antes que hombres civilizados... somos... hombres. Sí, fuí
-injusto con usted; no me guarde por ello rencor. Deme usted la mano...
-
-
-
-
-LA CARTA
-
-
-La anciana penetró en el despacho caminando ágilmente, con paso
-infantil, alocado y ligero.
-
---Esta era la habitación favorita de mi pobre esposo--dijo;--todo está
-según él lo dejó: la mesa de escribir, los estantes cargados de libros
-que nadie ha vuelto á manosear desde entonces, la chimenea ante la cual
-solía sentarse cuando ya estaba enfermo, á calentarse los pies; el
-sillón Voltaire donde dormía las siestas, y la panoplia con las espadas
-y los floretes que el generoso Ricardo descolgó tantas veces para
-defender propios y ajenos errores. ¡Oh, no puedo recordar sin pánico
-aquellas mañanas en que, tras una noche de ausencia, le veía llegar muy
-pálido y con los puños de la camisa salpicados de sangre!...
-
-En el testero principal de la habitación, y sobre un diván, había un
-retrato al óleo de Ricardo Valdés. La pátina del tiempo había
-obscurecido la pintura, y la cabeza, de color terroso, surgía del fondo
-negro, con su frente ancha, su nariz aguileña, su bigote donjuanesco,
-retorcido y largo, como los que cortan el rostro de los guerreros de
-Velázquez; los ojos grandes, desencantados y burlones... Aquel retrato
-recordaba al turbulento aventurero de antaño, procaz, enamorado,
-vagabundo, que después de casarse huyó de Madrid poniendo el porvenir de
-sus hijos y la felicidad de su mujer á los pies de una bailarina...
-Rápidamente pasó por mi memoria la silueta de aquel hombre cuya historia
-fué unida á la mía durante muchos años, y luego imaginé sus últimos
-momentos terribles de cardíaco, pasados allí, bajo el rayo de sol que
-ahora calentaba inútilmente el sillón vacío, junto á la esposa que
-presenciaba la catástrofe desesperada, jadeante de dolor, después de
-perdonarle todas sus culpas.
-
---Sí, fué bueno--dijo Teresa, que sin duda iba leyendo en mis ojos mis
-pensamientos;--¡pobre mío!... Nunca podré absolverme de los
-remordimientos que, bien involuntariamente, le causé... Ricardo, con sus
-locuras, me atormentó mucho, pero también mis penas le herían de
-soslayo, y estos sufrimientos que al fin le restituyeron á mis brazos,
-aceleraron su muerte...
-
-Después añadió con el atolondrado regocijo del niño que va á enseñarnos
-una caja de juguetes nuevos:
-
---Venga usted: aquí, en esta gaveta, conservo varios recuerdos suyos:
-retratos, pañuelos y una carta... carta deliciosa, que me escribió desde
-París, poco antes de volver á España, herido ya mortalmente por la
-enfermedad que había de robármele. Nadie sería capaz de quitarme este
-papel; en sus renglones vive el alma de Ricardo, á veces impetuosa,
-sentimental á ratos, siempre generosa y noble. ¿Quiere usted leer?...
-
-Y me alargaba un pliego de papel escrito con una tinta que ya pardeaba:
-carta dulce y triste, de arrepentimiento y de amor, que había recibido
-muchos besos y sobre la cual se derramaron muchas lágrimas...
-
-Decía así:
-
- París, Mayo 18...
-
-«Pronto hará cinco años que nos separamos, y durante este largo espacio
-de tiempo, apenas si se han cruzado entre nosotros una docena de cartas.
-
-«¡Oh mía, mía!... ¿Crees que te he olvidado?...
-
-¡No!... En medio de mis viajes y del abominable catálogo de mis locuras,
-tu recuerdo vivía en mí inspirándome la dulce confianza de que hay entre
-nosotros algo muy grande, indestructible, que nada, ni aun el mismo
-Destino, puede romper. ¡Ah!... ¿Por qué no decírtelo, cuando estas
-verdades crueles pueden servirte de infinita consolación?... ¡Sí, quiero
-que lo sepas!... Siempre había en la voz de mis queridas una inflexión
-que recordaba la tuya: ésta tenía tus ojos, ardientes y melancólicos de
-abandonada; aquélla tus cabellos negrísimos, estotra tus labios y tus
-dientes; y por las noches, cuando me hallaba á solas en mi lecho después
-de gozar una alegría que siempre tuvo algo de postizo, tu imagen
-amadísima volvía á mi memoria poco á poco, acariciándome con el suave
-perfume de tiempos lejanos, como una de esas sencillas oraciones que
-aprendímos siendo niños y que nunca se olvidan... Y aquella oración
-decía que tú me amabas también, que tus labios y tus brazos siempre
-estaban abiertos para mí...
-
-»¿Me engañaré? ¿Será posible que el recuerdo de las horas felices que
-disfrutamos juntos haya muerto en tu alma? Estoy enfermo, mía; el
-corazón me duele mucho; me ahogo... ¡Déjame volver á ti!...
-
-»Te escribo desde un café del boulevard; son las diez de la mañana y
-estoy solo; por la puerta entornada penetran ráfagas de aire tibio,
-bocanadas alegres, vigorizadoras, de la primavera que vuelve; el sol de
-Mayo ha disipado las nubes, convirtiendo el suelo en un charco de añil.
-
-»¡Te quiero, mía!... Este último invierno, con sus días de nieve y sus
-bacanales nocturnas, pasadas en los comedores reservados de las fondas,
-dejó en mi memoria una impresión tristísima: recuerdo las mesas, con sus
-manteles salpicados de vino, la silueta de los camareros silenciosos,
-que salían llevándose los platos sucios y cerrando la puerta con el pie,
-y las figuras de mis amigos: ellas tumbadas sobre los divanes, con los
-corpiños entreabiertos y los cabellos desrizados, caídos sobre la
-frente; ellos muy blancos, muy pálidos, con esa palidez cadavérica que
-agranda los ojos, levantando en alto sus copas de _champagne_, brindando
-y riendo, con alegría fúnebre de Pierrot... todo ello moviéndose en el
-nimbo gris de las pesadillas.
-
-»Pero aquéllo pasó, la primavera está ahí, y con la nueva sangre torna á
-circular por mis venas el ardiente deseo de volver á ti: deseo tu alma,
-hermana gemela de la mía, y codicio tu cuerpo, que á través de los años
-y de la distancia, surge otra vez ofreciéndome el hechizo de las
-ilusiones insaciables.
-
-»¡Mía... deja que te llame así!... Necesito acariciar la esperanza de
-volver á retratarme en tus ojos y que éstos sabrán mirarme sin tristeza
-ni reproches; que tus manos jugarán con mis cabellos, que tus labios
-húmedos espantarán de mi frente los malos pensamientos, que sentiré
-sobre mi rodilla el peso y el dulce calor de tu cuerpo amadísimo; ¡oh,
-la muerte no me asustará si, cuando llegue, me encuentra dormido entre
-tus brazos!
-
-»Adiós, mía; perdona el mal que te hice y ámame. Tengo sed de ti.»
-
-Cerré la carta doblándola por los mismos antiguos dobleces que ya tenía,
-y se la devolví á Teresa. Ella dijo:
-
---Separada de mis hijos por la distancia y de mi marido por la muerte,
-esta carta constituye mi única consolación, la flor de mi juventud, la
-voz adormecedora del ayer, el amuleto con que Ricardo borró todo el daño
-que me hizo...
-
-Mientras hablaba, los ojos de la pobre anciana brillaban en el fondo de
-sus cuencas iluminados por un regocijo extraño; y yo la veía animarse,
-sonreir desde el desamparado invierno de su vejez á la lozana juventud
-perdida.
-
---¿No es cierto--añadió,--que esta carta es muy hermosa?
-
---Sí--repuse,--muy hermosa; consérvela usted...
-
- * * * * *
-
-Sólo yo conozco el secreto de aquella carta que quince años antes
-Ricardo Valdés había escrito delante de mí.
-
-Aquella mañana Ricardo redactó dos cartas; una cariñosa y ardiente, para
-la bailarina amada de su alma; y otra correcta, fría, plagada de lugares
-comunes, para su esposa. Luego incurrió en la distracción, harto
-frecuente, de cambiar los sobres. Yo, que había sorprendido el engaño,
-se lo advertí.
-
---De todos modos--contestó Ricardo sonriendo,--ninguna de las
-interesadas hubiese podido sospechar mi equivocación, pues acostumbro á
-no llamarlas nunca por sus nombres...
-
---En tal caso--exclamé--no deshagas el engaño; deja que la casualidad
-realice sus planes. De todo esto puede resultar un gran bien.
-
-Hubo una pausa.
-
---¡Quién sabe!--murmuró Ricardo pensativo;--¡acaso tengas razón!...
-
-Y el trueque quedó hecho.
-
-¡Pobre Teresa! Si ella hubiese sabido...
-
-
-
-
-DECLARACION
-
-
-Noche primaveral. Sobre el velador hay un elegante quinqué de mármol,
-vestido por amplia pantalla de muselina azul; de las paredes cuelgan
-tapices estilo Watteau, con pastores y emperifolladas princesitas que se
-enamoran sobre un fondo gris: los muebles son de felpa, bajos y muelles;
-sutil esterilla de junco cubre el suelo; en el comedio de la habitación,
-suspendidos del techo por invisibles cabellos rubios, varios pájaros
-disecados parecen sostenerse sobre sus alas extendidas; desde el balcón
-abierto se abarca un ancho trozo de mar, mar calmoso cuyas olas
-fosforean con vago y melancólico cabrilleo bajo la luz lunar. Del
-horizonte asciende el gemido inmenso de la marea; suspiro doloroso que
-llena el espacio remontándose hasta la región inaccesible de las
-estrellas inmóviles.
-
-_Personajes_:
-
-ELISA.--Treinta años, viuda. Regular estatura, pelo y ojos negrísimos,
-labios tristes, frente distraída, más que reflexiva. Ocupa una mecedora
-junto al balcón.
-
-CLAUDIO.--Cuarenta años; elevada estatura, semblante de Greco, largo y
-seco; uno de esos rostros ascéticos que las ideas fijas empalidecen. Sus
-miradas curiosean el espacio.
-
-ELISA.--¿En qué piensa usted?
-
-CLAUDIO.--No sé... oía...
-
-E.--¿Qué?
-
-C.--Al mar.
-
-E.--Las olas hablan, ¿no es cierto?
-
-C.--A ratos; esos diálogos que el hombre sostiene con la Naturaleza
-dependen del observador, de sus nervios, del momento psicológico que
-atraviese... A veces los pajarillos, el viento, las nubes, dicen cosas
-agradables, sin trascendencia, que hacen amable la vida; otras, de noche
-especialmente, el mar y los cielos parecen revelarse á nosotros cual si,
-temerosos de quedar eternamente ignorados, pretendiesen descubrirnos el
-secreto de lo incognoscible, de lo que nunca podrá saberse...
-
-E.--¿Y ahora?... ¿Qué dicen las olas?...
-
-C.--¡Oh!... ¿Cómo quiere usted que yo reduzca á palabras lo que apenas
-cabe en la amplitud de mi pensamiento? El mar y los astros que sobre él
-se reflejan, son para mí imagen ó fiel trasunto del amor, ideal supremo
-del espíritu. Todos los hombres de imaginación llevamos un prototipo
-femenino que provoca y presido la germinación de nuestros amores; cada
-cual tiene su Julieta, su Beatriz... ¿De dónde surgió esa mujer,
-arquetipo fantástico de toda belleza y de toda virtud?... ¡Quién sabe!
-Probablemente nació con nosotros, y luego adquirió forma con la lectura
-del libro de versos que hojeamos una noche de fiebre, ó con el retrato
-de la diosa desnuda que vimos en la biblioteca de nuestro padre siendo
-niños... Más tarde, el recuerdo de ese ideal nos acosa, nos sigue á
-todas partes y creemos verlo en cuantas mujeres tropezamos, porque á
-todas ellas alcanza su luz. «¡Esta es!»... Decimos llenos de júbilo y no
-sosegamos hasta obtener su amor; y después, desvanecida la ofuscación
-del primer momento, el alma desolada murmura: «¡No, no era ella!...
-¿Comprende usted? La pasión siempre es única; sólo varia la forma ó el
-objeto en que dicha pasión se complace, así vemos brillar en todas las
-olas la luz del mismo astro; mas como no hay en ellas nada estable ni
-sólido, su mentiroso cristal varía y la ilusión huye, y con ella la
-serena luz robada á los cielos.
-
-E.--De modo que las mujeres son para usted... olas...
-
-C.--Esto es, olas del mar humano; olas poderosas que acarician, que
-suelen llevarnos muy lejos y que, como las del Océano, pueden darnos ó
-quitarnos la vida.
-
-E.--Olas que pasan...
-
-C.--Que pasan llenándonos de amargura el alma, pues sólo reflejan
-fugitivamente la luz del astro que nuestra generosa imaginación colgó
-muy alto, en la serena región donde los huracanes pasionales no llegan.
-(=Pausa.=)
-
-E.--¡Pobre Claudio! ¡Usted es un náufrago! (=El la mira sorprendido, ella
-prosigue.=) Un náufrago que bracea desesperadamente contra el turbión que
-le arrastra.
-
-C.--(=Con tristeza.=) ¡Tal vez!
-
-E.--¿Qué edad tiene usted?
-
-C.--Más de cuarenta años.
-
-E.--¡Cuarenta años!... A esa edad todavía el corazón y los músculos
-conservan su vigor, pero la ilusión y la fe, brújulas ó divinos orientes
-del espíritu ya se han apagado, y el horizonte obscuro es una amenaza,
-una promesa siniestra. ¡Si usted hallase un leño, un salvavidas á que
-unirse!...
-
-C.--(=Mirándola sorprendido, como despertando de un sueño.=) Ya le he
-hallado.
-
-E.--(=Con súbita alegría.=) ¿Es posible?
-
-C.--Sí.
-
-E.--¿Quién?
-
-C.--¡Oh!... (=La mira de modo singular, y luego baja los ojos
-avergonzado.=)
-
-E.--(=Tristemente.=) ¡Bah! ¿Para qué saberlo? Esa mujer... será una de
-tantas; reflejo que se extingue, ola que pasa...
-
-C.--No, Elisa; se engaña usted; á mi edad la fantasía, domada por los
-desengaños, no forja ilusiones. La mujer de que hablo... es la soñada,
-el ideal, la estrella que yo coloqué muy alto, allá arriba... en el
-cielo, donde nos esperan todos los seres queridos que ya han callado...
-(=Pausa.=)
-
-E.--¿Y ella, le quiere á usted?...
-
-C.--(=Vacilando.=) No sé.
-
-E.--¿Nunca la descubrió usted su pasión?
-
-C.--Nunca.
-
-E.--¿Y ella, sabe que usted la ama?
-
-C.--(=Con firmeza.=) Sí.
-
-E.--¡Es raro!...
-
-(=Le mira de hito en hito; él desvía los ojos, confuso.=)
-
-E.--¿Hace mucho tiempo que la trata usted?
-
-C.--Dos años.
-
-E.--¡Lo mismo que á mí!
-
-C.--(=Ruborizándose, temiendo haber dicho demasiado.=) Precisamente.
-
-E.--(=Sondeándole astutamente.=) Pues... pasión que tanto se oculta y
-recata, no puede ser firme.
-
-C.--Al contrario.
-
-E.--¿Cómo?
-
-C.--Porque ese amor es una esperanza... ¡mi última esperanza!... y el
-temor de perderla me aterra. Soy como jugador que malgastó un capital,
-como padre que perdió muchos hijos: la desgracia me acobarda, el recelo
-de que esa ilusión se convierta en desengaño y no en realidad, refrena
-mi impaciencia: ella es mi último duro, el último hijo que puedo
-perder...
-
-E.--(=Pensativa.=) Comprendo su pensamiento. No obstante, yo, en su caso,
-no sabría esperar; ¡es tan cruel la incertidumbre!...
-
-(=Pausa. En el silencio el rugido del mar llena los horizontes como eco
-apocalíptico de una voz lejana.=)
-
-E.--Hable usted, Claudio, sea franco conmigo.
-
-C.--¿Qué más puedo decir?
-
-E.--¿Conozco yo á esa mujer?
-
-C.--(=Titubeando.=) Sí.
-
-E.--¡Ah!... ¿Quién es?
-
-C.--Elisa, perdóneme usted, no puedo decirlo...
-
-E.--Basta. ¿Cómo es? ¿Se parece á mi?
-
-C.--Sí... (=Con arrebato.=) ¡Oh sí!... ¡Mucho!
-
-E.--¿Tiene mi estatura?
-
-C.--Sí.
-
-E.--¿Y el pelo?
-
-C.--Como usted.
-
-E.--¿Y los ojos?
-
-C.--Como usted.
-
-E.--(=Fingiendo admirarse.=) ¡Es extraño!... ¡Dijérase que soy yo misma.
-(=Pausa. Las mejillas de Claudio echan fuego.=) ¿Y en el carácter también
-se parece á mí?
-
-C.--También.
-
-E.--¿Su nombre?... (=El la mira suplicante.=) ¡Tiene usted razón!... Había
-olvidado que debo saberlo.
-
-C.--(=Tragando saliva.=) Por ahora no; mañana...
-
-E.--¿Mañana, sí?
-
-C.--Sí.
-
-E.--(=Riendo.=) ¡Es usted un hombre original!
-
-C.--No se burle usted de mi cortedad; es que así, de sopetón... no
-podría... no sabría decírselo...
-
-E.--¿Y mañana?
-
-C.--Mañana... le enviaré á usted su retrato.
-
-E.--¡Ah!... (=Sorprendida.=) ¿Tiene usted su retrato?
-
-C.--No.
-
-E.--Entonces...
-
-C.--Es decir... (=Tartamudeando.=) Es... ¿cómo explicarme?... es un
-retrato que... sólo usted puede ver.
-
-E.--No comprendo.
-
-C.--Ni yo acierto á expresarme mejor. (=Levantándose.=) Adiós. Elisa.
-
-E.--¿Quedamos, pues, en que mañana quedará despejada la incógnita?
-
-C.--(=Con firmeza.=) Sí.
-
-E.--¿Palabra de honor?
-
-C.--Palabra de honor.
-
-(=Se despiden estrechándose las manos largamente.)=
-
-Al día siguiente Elisa recibió el retrato prometido. Venía dentro de un
-estuche. Era un espejito de mano.
-
-
-
-
-UN CUENTO RARO
-
-
-Yo dirigía, por aquella fecha, un periódico diario de gran circulación.
-Era una madrugada de Enero: me hallaba en mi despacho, escribiendo á
-vuela pluma la _última hora_. Los suelos estaban alfombrados, los
-cortinajes de las ventanas corridos; en el hogar ardía un buen fuego de
-tuero y encina; el quinqué con pantalla verde puesto sobre mi mesa de
-trabajo, proyectaba á su alrededor un cono luminoso: las manecillas de
-un grave reloj de bronce colocado en la chimenea, bajo un almanaque de
-pared, marcaban las tres de la madrugada.
-
-La puerta del despacho abrióse lentamente y un ordenanza anunció la
-llegada de un caballero que deseaba hablar conmigo.
-
---¿Quién es?--pregunté.
-
---No sé; no quiso decir su nombre. Asegura que necesita verle á usted
-para un asunto urgentísimo y de mucha importancia...
-
---Está bien; que pase.
-
-Permanecí mirando impaciente á la puerta, irritándome contra el
-desconocido importuno que venía á interrumpir mi trabajo. Luego mi mal
-humor cesó, trocándose en un sentimiento de curiosidad que había de ir
-en aumento. El recién llegado era un hombre alto, extraordinariamente
-delgado, preso en un gabán azul. Representaba cuarenta años: tenía la
-frente grande, el rostro enjuto, la barba canosa y mal cuidada, la nariz
-aguileña, los labios desencantados y finos; sus ojos miraban con esa
-expresión penetrante y fría de los marinos viejos acostumbrados á
-interrogar el horizonte...
-
-Saludóme con una leve inclinación de cabeza, y sin más ambages se acercó
-presentándome una docena de cuartillas.
-
---Tome usted--dijo,--es un cuento, acaso una historia... que acabo de
-escribir.
-
---¡Un cuento!--repetí admirado de que viniesen á ofrecerme á tales horas
-un retazo de amena literatura.
-
---Sí--añadió mi interlocutor sin inmutarse,--un cuento precioso,
-originalísimo, que debe publicarse en el número de mañana.
-
---¡Usted está loco!--exclamé riendo, más sorprendido que irritado de
-aquella exigencia;--á hora tan avanzada de la noche los periódicos
-diarios sólo pueden admitir telegramas y noticias de gran actualidad é
-interés general.
-
---Es que mi cuento tiene actualidad...
-
---En ese caso...
-
-Alargué la mano y cogí las cuartillas que el desconocido continuaba
-ofreciéndome. Le dí aquella contestación ambigua que á nada me
-comprometía, para que se fuese y quedarme tranquilo. El así lo
-comprendió, porque repuso:
-
---¿Cumplirá usted su palabra?...
-
-Y me miraba, registrándome con los ojos el pensamiento. Yo, creyendo
-realmente habérmelas con un loco, contesté:
-
---Sí.
-
---¿Lo promete usted por su fe de caballero?
-
---Lo prometo... siempre que el artículo sea bueno.
-
---Entonces me voy tranquilo; el artículo es bueno; se publicará...
-
-Dió algunos pasos para marcharse; de pronto se detuvo dándose una
-palmada en la frente, recordando algo muy importante:
-
---Mi cuento--dijo,--no está concluído, pero no importa... voy á
-terminarlo dentro de un momento; falta sólo una cuartilla, la última.
-Cuartilla que traerán, caso de que yo no pudiese volver, antes de media
-hora.
-
-Y sin darme tiempo á contestar, saludó y salió del despacho como una
-sombra, sin ruido.
-
---Decididamente--pensé--ese hombre está loco.
-
-No obstante, cogí su artículo y empecé á leer. Era un cuento
-autobiográfico muy raro, escrito con estilo enérgico y fácil, salpicado
-de incongruencias deslumbrantes, que esclavizaron mi atención. Lo leí
-rápidamente, de un tirón. Se trataba de un viejo libertino que, la noche
-del último día de Diciembre, había querido epilogar la larga historia de
-sus azarosos amores y romper definitivamente con todo su pasado. Para
-ello colocó sobre la mesa de su despacho el baulito donde desde hacía
-muchos años, venía guardando los trofeos que de sus diferentes mujeres
-iba conquistando; retratos, pelo, guantes, cintas; flores marchitas,
-restos melancólicos de primaveras remotas, zapatitos de seda que
-recordaban algún baile de máscaras... El desengañado burlador quería
-conservar cuanto perteneció á la amada muerta, á la inolvidable, y
-romper el resto. De pronto, su mano febril tropezó con la arquilla, ésta
-cayó al suelo y los recuerdos de aquellos viejos amores quedaron
-confundidos y revueltos en galimatías inexplicable. ¿Cómo descubrir
-entre los numerosos rizos de diferentes cabelleras morenas y rubias los
-que pertenecieron á la muy amada? ¿Cómo guardar el pelo de una mujer que
-no quiso? ¿Cómo tirar al arroyo los cabellos de la que amó?... Y el
-burlador sentía la desesperación trágica, desgarradora como un zarpazo,
-del fanático que ve caer á sus pies y saltar en pedazos una imagen
-bendita.
-
-«Desde hace tres días--añadía el autor del cuento--vivo en una
-incertidumbre cruelísima que trastorna el concierto de mis ideas. ¿Dónde
-estarán los cabellos de la muerta?... La silueta macabra del suicidio
-bailotea ante mis ojos y sonríe, mostrándome sobre su semblante de ébano
-unos dientes muy blancos y unos labios muy rojos, que convidan con el
-último beso...»
-
-No pude seguir; el regente de la imprenta llegaba pidiendo original.
-
---¿Cuántas columnas faltan para completar el número?--pregunté.
-
---Tres.
-
---Toma ese cuento y que vayan componiéndolo; falta una cuartilla que irá
-en seguida...
-
-Permanecí solo, el ceño fruncido bajo la impresión poderosa de aquellas
-cuartillas extrañas, recordando el semblante lívido y enjuto de su
-autor, y sus ojos inmóviles que parecían inspeccionar lo definitivo...
-Después volví á la realidad, abismándome en el examen prosaico de los
-telegramas que iban llegando. Eran las cuatro de la madrugada. Pasó otra
-media hora. El regente reapareció pidiendo la última cuartilla del
-cuento... Me quedé perplejo, no sabiendo qué hacer; el desconocido no
-había vuelto; la tirada del periódico iba á retrasarse por una
-tontería...
-
-En aquel momento llegó el _reporter_, que venía del Juzgado de guardia
-con las últimas noticias.
-
---¿Qué hay?--pregunté.
-
---Poca cosa; un incendio en la calle de... y el suicidio de un
-caballero.
-
---¿Un hombre de cuarenta años, alto, delgado, vestido con un gabán
-azul?...
-
---Sí; ¿cómo sabe usted?...
-
-Entonces lo comprendí todo; yo mismo redacté la noticia; aquella
-cuartilla era la que faltaba. El hombre raro no me había engañado: su
-cuento estaba hecho.
-
-
-
-
-LA COMEDIANTA
-
-
-Echado afanosamente sobre la barandilla del palco, con los ojos muy
-abiertos y la mirada inmóvil del desdichado que siente la angustiosa
-atracción de los abismos, Claudio Roldán espiaba las movimientos de
-Matilde, la actriz prodigiosa en quien hallaban eco todas las notas de
-la gama sentimental: el cariño y el odio, la duda y la fe, los arrebatos
-del deseo y el amor reservado y discreto de las vírgenes....
-
-Matilde estaba en la plenitud de sus facultades y en el apogeo de su
-belleza. Su voz, clara y dulce, resonaba en el teatro con inflexiones
-suaves, resbalando cariciosa sobre la cabeza de los espectadores
-atentos; luego, en los recitados, la tiple se metamorfoseaba en
-verdadera actriz; el genio hermoseaba sus ojos; una sonrisa dulce, como
-promesa de amor, embellecía sus labios; su rostro brillaba bajo el casco
-de sus cabellos rizosos y sus ademanes adquirían elegancia y desenfado
-encantadores... Y mientras Matilde representaba, Claudio Roldán,
-fascinado, iba acercándose á la barandilla del palco, adelantando el
-busto, alargando el cuello con un embeleso en que había algo fatal.
-
-Aquella pasión fué creciendo, ponzoñosa y devoradora como un cáncer, y
-Claudio ya no pudo resistir la tentación de conocer personalmente á
-Matilde. Un actor amigo suyo se ofreció á presentarle, y aquella misma
-noche, durante un entreacto, Roldán fué al cuarto de la actriz. Era un
-gabinete monísimo, tapizado de azul, sobre cuyas paredes la luz de una
-lamparilla eléctrica vertía suave resplandor nimbado.
-
-La presentación fué breve y expresiva:
-
---Aquí tiene usted á Claudio Roldán, escritor de gran corazón, buen
-amigo y buen artista...
-
-Claudio encomió la hermosura y el talento de la actriz; ella respondía
-sonriendo, halagada, entornando los párpados modestamente; y estaba
-seductora con sus ojos perversos de mujer muy vivida, que todo lo sabe,
-su entrecejo pensativo, su traviesa naricilla de artista y sus labios
-finos, alegres y dulces, como un epitalamio...
-
-Aquella primera entrevista sirvió de prólogo á otras muchas, y lo que en
-un principio fué afición discreta y suave, trocóse bien pronto en
-furioso deseo. Claudio amó á Matilde con pasión frenética: amó sus ojos
-negrísimos, sus labios que, á pesar del fuego calcinante de las
-pasiones, se mantenían purpurinos y frescos como los de una virgen que
-nunca ha besado; la dulce expresión de su rostro, siempre propicio á la
-risa; su cuello oculto bajo la brillante cascada de sus cabellos negros;
-su cuerpo prodigioso, ramillete de femeniles hechizos... Claudio amó
-todo esto en Matilde, y contribuyó á fortalecer su pasión la perfecta
-identidad moral y física que halló entre la actriz y la mujer que
-inspiró sus primeros amores y que murió llevándose á la tumba la dorada
-primera juventud de Claudio Roldán. La presencia de Matilde retrotraía á
-la memoria del escritor los años pasados; volvió á sentirse mozo y á
-reconocerse capaz de vencer la corriente fatal de las cosas, tornando á
-vivir lo ya vivido, si, como suponía, Matilde se prestaba á ayudarle.
-
-Durante varias noches consecutivas, Claudio Roldán fué al cuarto de la
-actriz resuelto á descubrir el misterio de su cariño; pero nunca se
-atrevió, acobardado bajo la mirada zahorí de aquella mujer en cuya
-historia no se insinuaba el recuerdo de ninguna pasión, y que siempre
-parecía recibirle con cierto agasajo desdeñoso y burlón. Al fin,
-convencido de que no sabía hablarla, resolvió escribirla: fué una carta
-admirable que compendiaba todo un drama de amor. En ella se advertían
-contradicciones encantadoras. Temiendo la posibilidad de que la actriz
-contestase á su declaración con una negativa rotunda, el tímido amante
-disimulaba el verdadero alcance de sus deseos con una modesta petición.
-
-«Yo, pobre y obscuro, ¿cómo he de abandonarme á la ilusión de llegar á
-usted, rica, feliz y envuelta en el nimbo glorioso de sus triunfos
-artísticos?... No, Matilde, yo no aspiro á tanto: mis ambiciones se
-reducen á conversar con usted algunas horas; no en su cuarto, donde
-nunca faltan visitantes importunos que me molestan, sino por ahí, á
-solas, donde pueda yo dar libre curso al flujo tempestuoso de mis
-pensamientos.
-
-»No desoiga usted mi ruego, Matilde; usted es artista y los artistas se
-deben al público; y, pues usted procura agradar y divertir á los
-espectadores que acuden al teatro, ¿por qué no había usted de resignarse
-á divertirme á mí solo algunos momentos?... Aparte de que usted no será
-para mí necio divertimiento ni pasatiempo vano, sino preciosísimo rayo
-de luz, de cuyo benéfico calor quedarán en las yertas lobregueces de mi
-vida imperecedero recuerdo...»
-
-Continuaba hablando de su melancólica existencia de artista pobre, de
-sus ambiciosos ensueños, no realizados aún, y agregaba:
-
-«Necesito que pasemos una tarde juntos, como si fuésemos amantes: yo la
-esperaré en un coche de alquiler que nos llevará á un café de los
-arrabales. Ya sé que tiene usted coche propio, mas no puedo subir á él;
-porque ese coche lo compró usted con el dinero que ganó divertiendo al
-público, y estoy celoso de esas ráfagas de deseo que palpitan en el
-aplauso de las multitudes: creo que en ese vehiculo, sobre cuyos muelles
-asientos usted se adormece cuando sale del teatro, yo me ahogaría...
-Durante esas tres ó cuatro horas que su bondad me otorgue, hablaré
-libremente... es decir, hablaremos; porque también necesito que usted me
-trate como á un viejo amigo, y nos tutearemos, si su condescendencia
-para conmigo llega á tanto... Y si durante esta conversación soy tan
-menguado que no acierte á decir á usted nada que la interese, tiene
-usted derecho para despedirme...»
-
-Cuando aquella noche Claudio Roldán se presentó en el cuarto de Matilde,
-ésta le recibió sonriendo:
-
---He leído su carta--dijo;--es usted un hombre original.
-
---¿Y accede usted á mi deseo?
-
---Sí... ¿por qué no?... Los artistas, como usted advierte muy
-discretamente, nos debemos al público.
-
-Roldán no supo qué responder, estremeciéndose de cabeza á pies con un
-sacudimiento delicioso, cual si acabase de recibir en la espalda una
-ducha de felicidad. Luego, queriendo cerciorarse de que sus oídos no le
-habían engañado, preguntó:
-
---¿Cuándo nos vemos?
-
-Ella frunció el lindo entrecejo, dudando.
-
---Espere usted... Mañana, no tengo ensayo; pues... mañana mismo.
-
---¿Dónde?
-
---En la plaza del Rey, á las dos de la tarde.
-
-Lo dijo con afabilidad desdeñosa, como quien no da importancia á lo que
-dice.
-
-Al día siguiente, en efecto, se vieron. El esperaba desde hacía largo
-rato cuando ella llegó; iba ataviada con elegancia y sencillez, como una
-burguesita de buen gusto.
-
---Esto--dijo, estrechando cordialmente la mano que Claudio le
-ofrecía,--viene á ser algo así como una función de tarde.
-
-El la miró receloso y feliz: después subieron al coche. Durante el
-paseo, Claudio estuvo conversador, apasionado, elocuente...
-
---Tú eres--decía,--el ideal que yo perseguí tantos años, y si tuve
-relaciones con otras mujeres, fué porque en ellas creía hallarte. Todas
-tenían algo tuyo: unas, tus ojos, brillantes y agudos; otras, tu ingenio
-picante, de variados recursos, ó tu frente pequeña, bombeada,
-embellecida por el arco pensativo de tus cejas; ó tu boca de rojos y
-cariñosos labios, llenos de piedad, ó tus manos, entre cuyos dedos
-infantiles algún hechicero puso el difícil secreto de todas las
-voluptuosidades... Por eso te quiero tanto, Matilde, porque tú sola, con
-ser tan pequeña, comprendías cuanto de hermoso y adorable mi experiencia
-fué hallando en las demás mujeres.
-
-Ella le escuchaba sonriendo, y en la penumbra del coche sus ojos
-parpadeaban con expresión indescifrable, desesperante... De pronto
-Claudio creyó que la actriz le engañaba, y exclamó:
-
---Pero... ¿oyes lo que digo? ¿Es cierto que me quieres?
-
---Sí.
-
---¿Es cierto que mis palabras despiertan en tu alma un eco simpático?
-
---Sí.
-
-La miró de hito en hito, temiendo haberse franqueado tanto con aquella
-mujer que nunca había querido. En el café, Claudio Roldán estuvo más
-sereno y su conversación fué menos arrebatada, más íntima. Hablaba en
-voz baja, oprimiendo entre sus manos las manos de la actriz; luego
-intentó una caricia algo más atrevida: la joven le contuvo suavemente:
-
---¡Ambicioso!--dijo,--¿no estás contento aún?
-
-Claudio la miró con ojos bañados en lágrimas de agradecimiento infinito.
-
---¡Tienes razón!--murmuró;--me has hecho muy feliz; el recuerdo de esta
-cita durará lo que dure mi vida...
-
-Quedó silencioso, la cabeza caída sobre el respaldo del diván, mirando
-al techo.
-
---Hablemos--dijo Matilde.
-
---No--repuso Claudio,--mejor estamos así; hay estados de alma
-intraducibles, estados que se sienten, pero que no se oyen... Déjame...
-
-Ella le miró sonriendo, con risa compasiva. Luego dijo:
-
---¿Vámonos?
-
-Roldán levantó la cabeza bruscamente, atónito, como quien despierta de
-un sueño profundo.
-
---¿Ya?--dijo.
-
---Sí, son las siete.
-
-El se encogió de hombros.
-
---Bien--murmuró;--como quieras...
-
-Tornaron á subir en el coche, que les esperaba á la puerta del café, y
-Matilde dió al cochero las señas de su casa.
-
---¿Cuándo volveremos á vernos?--preguntó Claudio.
-
-El rostro de la actriz expresó una sorpresa perfectamente estudiada.
-
---¡Cómo!--dijo;--¿vernos, como hoy, á solas?
-
---Sí.
-
---¡Ah, eso... nunca!...
-
-Claudio la miró con ojos inmóviles, brillantes; ojos de loco que no
-pestañea; sus labios lívidos temblaban. Matilde continuó:
-
---Yo me he limitado á complacerle en todo cuanto usted ha solicitado de
-mí...
-
---De suerte que esto ha sido...
-
---Una comedia.
-
---¡Una... comedia!
-
---Sí.
-
-Claudio Roldán, anonadado, no supo qué responder. La joven agregó:
-
---Usted me decía en su carta que «los artistas nos debemos al
-público...» y yo, como actriz, accedí á su deseo. Usted era para mí...
-un espectador; un espectador á quien aprecio mucho, y para cuyo recreo
-he representado la comedia del amor durante algunas horas.
-
-Y añadió tras una breve pausa:
-
---Separémonos, Claudio. El telón ha bajado ya; la representación ha
-concluído.
-
-Barcelona.--Noviembre, 1899.
-
- FIN
-
-
-
-
-INDICE
-
-
- Págs.
-
-Introducción 5
-
-Odio mortal 7
-
-Agonía 13
-
-Aguafuerte 19
-
-La muerta 25
-
-Discreteos 31
-
-Gluck, el inimitable 35
-
-La herencia de un gran hombre 41
-
-A obscuras 47
-
-La ocasión 55
-
-La hija del Sol 65
-
-Idolos caídos 73
-
-La abuela 79
-
-Entre ellas 87
-
-Germinal 93
-
-La cadena 99
-
-Por una errata 105
-
-Crepúsculo 109
-
-Lo horrible 115
-
-Marcela 123
-
-El buen parecer 131
-
-Remordimiento 137
-
-Noche 143
-
-Lo inconfesable 151
-
-El amigo 157
-
-En presidio 163
-
-La carta 171
-
-Declaración 177
-
-Un cuento raro 183
-
-La comedianta 189
-
-
-
-
-
-End of Project Gutenberg's De carne y hueso; cuentos, by Eduardo Zamacois
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK DE CARNE Y HUESO; CUENTOS ***
-
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-even without complying with the full terms of this agreement. See
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-Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this agreement
-and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm electronic
-works. See paragraph 1.E below.
-
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-1.E.9.
-
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- The Project Gutenberg eBook of De carne y hueso, por Eduardo Zamacois.
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-
-
-<pre>
-
-The Project Gutenberg EBook of De carne y hueso; cuentos, by Eduardo Zamacois
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: De carne y hueso; cuentos
-
-Author: Eduardo Zamacois
-
-Release Date: April 10, 2016 [EBook #51721]
-[Last updated: May 7, 2016]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: ISO-8859-1
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK DE CARNE Y HUESO; CUENTOS ***
-
-
-
-
-Produced by Chuck Greif and the Online Distributed
-Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This book was
-produced from scanned images of public domain material
-from the Google Books project.)
-
-
-
-
-
-
-</pre>
-
-<hr class="full" />
-
-<p class="cb">DE CARNE Y HUESO</p>
-
-<div class="figcenter">
-<img src="images/cover.jpg" width="287" height="475" alt="" title="" />
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_001" id="page_001"></a>{1}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_002" id="page_002"></a>{2}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_003" id="page_003"></a>{3}</span></p>
-
-<p class="cb">
-<br />
-EDUARDO ZAMACOIS<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<h1>DE CARNE Y HUESO<br />
-<br />
-(CUENTOS)</h1>
-
-<p class="c">&nbsp; <br />
-<img src="images/colofon.png" width="80" height="80" alt="colofón" title="" />
-<br />
-<br />
-BARCELONA<br />
-
-CASA EDITORIAL SOPENA<br />
-
-Provenza, 95<span class="pagenum"><a name="page_004" id="page_004"></a>{4}</span><br />
-<br /><br />
-Imp. y estereotípia de la casa editorial Sopena.&mdash;BARCELONA</p>
-
-<table border="1" cellpadding="10" cellspacing="0" summary="">
-<tr><td align="center"><a href="#INDICE"><b>AL INDICE</b></a></td></tr>
-</table>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_005" id="page_005"></a>{5}</span></p>
-
-<h2><a name="INTRODUCCION" id="INTRODUCCION"></a>INTRODUCCIÓN<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Los astrónomos, al lanzar una mirada escrutadora á las profundidades del
-espacio, vieron que la Divinidad se empequeñecía y reculaba
-indefinidamente ante el poderoso objetivo de los telescopios, como los
-histólogos, analizando los elementos atómicos de los tejidos,
-desesperaron de poner jamás al alcance de sus escalpelos el espíritu
-humano: los astrónomos dudaron de Dios cuando el telescopio fracasó en
-el cielo, y los médicos dudaron del alma cuando el microscopio
-descompuso el nervio sin descubrir la X devorante de la vida; y es que
-el alma es la eterna quimera del individuo, como Dios es la quimera
-irresoluble del Cosmos.</p>
-
-<p>Si es verdad, como dice Moleschott, que la inteligencia es un movimiento
-de la materia y que el hombre, como ser pensante, es producto de sus
-sentidos; y si es cierto, como afirma Taine, que «el pensamiento y la
-virtud son productos como el vitriolo y el azúcar,» ¿qué resta del
-espíritu, esa inmortal mariposuela voladora que la consoladora filosofía
-mística supone aleteando á través de las inmensidades siderales, en
-busca de su castigo ó de su salvación perdurable, después del último
-convulsivo estertor de la carne agonizante?...</p>
-
-<p>Nada...</p>
-
-<p>El alma no está en el vientre, como suponían los<span class="pagenum"><a name="page_006" id="page_006"></a>{6}</span> cartesianos, ni en la
-sangre, ni en el cerebro, y los que antiguamente se denominaron
-fenómenos psíquicos, son manifestaciones de la materia; vibraciones
-magnéticas de la carne omnipotente que ama, que desea, que sufre...</p>
-
-<p>Eso es lo que la ciencia halló en el hombre: huesos que se mueven
-obedeciendo á órdenes musculares, y músculos que se contraen bajo el
-imperio de los nervios, que vibran sensaciones... ¡Materia, en fin, por
-todas partes! Materia que impresiona, materia que vibra, que se contrae
-y que obedece con la pasividad de lo inerte...</p>
-
-<p>Y eso son los hombres: figurillas de barro; tristes polichinelas de
-carne y hueso, galvanizados unas veces por el amor, que les une; otras
-por el odio, que les separa; ó por la codicia, que les consume, ó por
-sus ilusiones ó sus desesperanzas... pero rindiendo siempre pleito
-vasallaje á la sensación, el inexplicable resorte propulsor de la vida.</p>
-
-<p>Por eso titulo esta colección de artículos, así: De carne y hueso.</p>
-
-<p>En estos cuentos, escritos al correr de la pluma en noches de trabajo
-mortal, he procurado describir matices diversos del complicado ramillete
-de las pasiones, y siempre, aun en el fondo de lo más metafísico y
-conceptuoso, encontré la huella de la sensación omnipotente, uniendo al
-espíritu y á la materia con cadena de eslabones inrompibles. Por todas
-partes ví lo mismo: huesos, sangre, carne y nervios... Pero el alma, la
-feliz mariposuela de la inmortalidad, no la he visto nunca...</p>
-
-<p>¡Ah!... ¡Y si yo pudiese expresar cuánto he sufrido al convencerme de
-que sólo hay en nosotros carne y huesos...<span class="pagenum"><a name="page_007" id="page_007"></a>{7}</span></p>
-
-<h2><a name="ODIO_MORTAL" id="ODIO_MORTAL"></a>ODIO MORTAL<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>&mdash;No seas testaruda, Julia, y satisface mi curiosidad sin ambajes ni
-pleguerías retóricas importunas. ¿Por qué tus cartas las secas con
-ceniza y no con arenilla azul ó roja, que es el color emblemático de las
-pasiones ardientes?...</p>
-
-<p>Ella se encogió de hombros.</p>
-
-<p>&mdash;Es un capricho.</p>
-
-<p>&mdash;Capricho del cual debes corregirte&mdash;repuso Daniel Montoro entre
-seriote y risueño;&mdash;porque yo hago con tus cartas lo que Werther con las
-de Carlota; besarlas... y me hace poquísima gracia mancharme los labios
-de ceniza. ¿Por qué ensucias con esa basura los pliegues de tus
-billetitos perfumados?...</p>
-
-<p>Hubo un momento de silencio; Julia, apoltronada en su butaca, miraba al
-amado sin responder.</p>
-
-<p>&mdash;No sé cómo explicar ese humorismo de tu temperamento artístico&mdash;añadió
-él:&mdash;á veces creo que con esa ceniza quieres expresar el fuego devorador
-de tu cariño, que todo lo calcina; otras, que te mofas de tus propios
-juramentos espolvoreando ceniza sobre ellos, como significándome, con
-ese recato delicioso de las mujeres ladinas, que tu pasión es antojo
-vano, fingimiento... humo y cenizas...<span class="pagenum"><a name="page_008" id="page_008"></a>{8}</span></p>
-
-<p>&mdash;Te engañas; ese capricho mío no obedece á los enrevesados intríngulis
-psicológicos que supones; es... una venganza. ¿Tú has odiado alguna
-vez?...</p>
-
-<p>&mdash;Nunca&mdash;contestó Daniel Montoro, admirado;&mdash;imagino que es mucho más
-fácil amar que odiar.</p>
-
-<p>&mdash;Tan difícil y tan exquisitamente agradable es lo uno como lo otro.
-Amar es vivir en el ser amado, discurriendo con su cerebro, sintiendo
-con su carne; en él hallamos lo mejor: las zarzas nos parecen flores,
-fausto la miseria y, bajo los mayores rigores de la suerte, nuestra alma
-goza paz y quietud dulcísimas... ¡Pero odiar!... Es no poder soportar la
-presencia ni el recuerdo torcedor del ser odiado, que nos roba el aire y
-empozoña el agua que bebemos... Créeme; ¡hay venganzas crueles que
-regocijan hasta los tuétanos como si fuesen un deleite!...</p>
-
-<p>Movida por la exaltación de su discurso, se había incorporado mirando á
-su amante con ojos grandes y negros de apasionada; luego añadió, un poco
-más serena:</p>
-
-<p>&mdash;No maldigas de esas cenizas con que seco mis cartas, pues envuelven un
-amuleto misterioso que asegura la firmeza de mi amor hacia ti...</p>
-
-<p>&mdash;No comprendo, habla...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si después de saber este secreto trágico no me quieres? Me has
-sorprendido en uno de esos instantes de femenil debilidad en que no
-puedo rehusarte nada. Pero temo hablar y que me desprecies; los que
-odian como yo se exponen á ser odiados de igual manera. Mi secreto es
-algo satánico, inaudito, casi repugnante... Daniel, amado de mi alma, no
-me arranques esta confesión sin antes jurar que me quieres mucho, que me
-querrás siempre...</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Estaban sentados junto á la ventana: ella en una butaca<span class="pagenum"><a name="page_009" id="page_009"></a>{9}</span> de elevado
-respaldar; él á sus pies, sobre una silla baja, medio arrodillado,
-acariciando y besando las blancas manos de la adorada.</p>
-
-<p>Era una tarde lluviosa de invierno; por el cielo gris pasaban grandes
-masas de nubes exprimiendo una llovizna compacta y menudita que caía sin
-ruido; los faroles de la calle, agitados por el viento, lanzaban haces
-de luz rojiza que penetraban por la ventana tiñendo los objetos de la
-habitación con reflejos sanguinolentos. Las puertas de aquel gabinete
-espacioso y bien alfombrado estaban cubiertas por opulentos cortinajes
-de terciopelo negro; sobre el fondo obscuro de las paredes rielaban los
-cristales de algunos armarios y perfiles marmóreos de estatuas que se
-bocetaban tímidamente en la penumbra, como espíritus livianos de
-personas muertas; los clavos dorados de la sillería salpicaban la
-obscuridad de puntos metalescentes; sobre la mesa colocada en medio de
-la habitación, un magnífico estuche de oro cincelado, terso y pulido,
-parecía brillar con luz propia.</p>
-
-<p>Los cuerpos de Julia y de Daniel Montoro, colocados delante de la luz,
-se recortaban sobre el techo con perfiles monstruosos, deformados según
-las leyes de la óptica; cabezas puntiagudas, narices gigantescas, brazos
-largos terminados en manos que huían moviendo los dedos, cual si fuesen
-arañas enormes.</p>
-
-<p>En el comedio de la habitación, silenciosa y anegada en tinieblas, el
-soberbio estuche de oro cincelado brillaba con reflejos glaucos de sol
-poniente...</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>&mdash;Las cenizas con que seco mis cartas&mdash;dijo Julia,&mdash;las tengo encerradas
-ahí, en ese estuche de oro...</p>
-
-<p>Una ráfaga misteriosa de viento atravesó el gabinete lanzando un quejido
-agónico semejante al aleteo de un pájaro nocturno. Julia continuó:<span class="pagenum"><a name="page_010" id="page_010"></a>{10}</span></p>
-
-<p>&mdash;Voy á confesártelo todo, concisamente y de plano, porque estos
-secretos tan íntimos se dicen pronto ó no se dicen nunca. Ya sabes que
-me casé á los veinte años, y que á los veintisiete enviudé; pero ignoras
-cuán funesto fué aquel hombre para mí. Eso no lo sabe nadie, pues la
-sociedad condena á la mujer á honrar el apellido del esposo que la vejó
-y afrentó, como exige al condenado á muerte bese la mano del verdugo que
-va á ejecutarle.</p>
-
-<p>Su voz temblaba de emoción y por su semblante pálido de hembra nerviosa,
-rodaron dos lágrimas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, Daniel&mdash;añadió, he sufrido tanto... tanto!... Yo, cuando le
-conocí, era una niña sin mancilla, con el corazón abierto á todos los
-seductores mirajes de la pasión... Él ajó mi juventud, desvaneció mis
-ensueños de opio y secó los fecundos raudales afectivos de mi alma con
-sus intransigencias y sus celos de macho brutal; yo servía de dócil
-recreo á sus caprichos; siempre me tenía encerrada creyendo que iba á
-traicionarle; me obligaba á jurar todas las noches que le amaba, que no
-le engañaría nunca, y como mi carácter altanero se rebela contra
-semejantes complacencias, el miserable me maltrataba...</p>
-
-<p>Creo que me quería, pero á su modo; con pasión rabiosa de fiera que me
-hizo sufrir infinitamente. El ruido de sus pasos me daba frío de
-cuartana: en cuanto llegaba me cogía por las muñecas para interrogarme:
-«¿Quién ha venido? ¿Por qué estás tan peinada?...» Miraba debajo de las
-camas, detrás de las puertas: me olfateaba los labios, creyendo que
-olían á tabaco; examinaba mis dedos para ver si los tenía manchados de
-tinta... Como recuerdo haberte referido en otras ocasiones, él padecía
-ataques epilépticos que le dejaban exánime durante dos y tres días... El
-temor de ser enterrado vivo le obligó á recomendarme que, después<span class="pagenum"><a name="page_011" id="page_011"></a>{11}</span> de
-muerto, le incinerasen... y yo satisfice su deseo...</p>
-
-<p>Daniel Montoro tembló violentamente; acababa de comprender.</p>
-
-<p>&mdash;Luego esas cenizas...&mdash;murmuró.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, acertaste, son las suyas... las guardo en ese estuche de oro...</p>
-
-<p>Hubo otra pausa: la cabeza de la joven se dibujaba en el techo de la
-habitación con un perfil quimérico, y otra vez murmuró por la estancia
-el quejido del viento, tenue como el aleteo de un pájaro herido.</p>
-
-<p>&mdash;Por eso le odio tanto&mdash;añadió ella incorporándose,&mdash;y me vengo del
-muerto, ya que mi débil constitución de mujer me impidió vengarme del
-vivo. Yo le odiaba con ardor sin límites; no sólo aborrecí aquellas
-manos y aquellos labios groseros que me insultaron, sino que cifré en
-cada uno de los miembros de su cuerpo un odio particular: odié sus ojos,
-su frente... ¡odié sus cabellos, uno por uno!... Artemisa amó tanto á
-Mausoleo que se bebió sus cenizas; yo, en cambio, gozo secando con las
-cenizas de aquella vil armazón de materia las cartas que te escribo, y
-con que tú las insultes también llevándotelas á los labios...</p>
-
-<p>Luego prosiguió:</p>
-
-<p>&mdash;Es una venganza cruelísima, superior á cuantas ejecutan los ángeles
-precitos en los círculos del infierno dantesco. Si es cierto que tras
-esta vida efimera hay otra y que los muertos tienen la capacidad de
-espiar á los vivos... la venganza que ahora tomo de él, es digna secuela
-del martirio que de él recibí. Gozo imaginando que su alma vaga en torno
-mío, que se asoma por encima de mi hombro para leer las cartas que te
-escribo, que llora entre los pliegues del mosquitero que abriga el lecho
-donde me entrego á ti... Sí, odié todo su cuerpo, miembro por miembro,
-átomo por átomo... y ahora el polvo de sus huesos calcinados lo empleo
-en<span class="pagenum"><a name="page_012" id="page_012"></a>{12}</span> secar las cartas donde te cito, llamándote «luz de mis ojos...
-sangre de mi sangre...»</p>
-
-<p>Calló,..</p>
-
-<p>Daniel Montoro se puso de pie, horrorizado; ella también se levantó y
-sus dos cuerpos abrazados se recortaron sobre el fondo iluminado de la
-ventana.</p>
-
-<p>&mdash;No me odies por eso&mdash;murmuró Julia muy quedo y cubriendo á su amante
-bajo una mirada de inextinguible pasión;&mdash;la mujer que odia como yo,
-también sabe amar infinitamente.<span class="pagenum"><a name="page_013" id="page_013"></a>{13}</span></p>
-
-<h2><a name="AGONIA" id="AGONIA"></a>AGONIA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Les había visto juntos muchas veces y siempre me inspiraron esta
-curiosidad que enciende la intuición de los grandes secretos.</p>
-
-<p><i>El</i>, blandengue y ahilado, con los débiles hombros muy altos, el tórax
-deprimido, la mirada cobarde de los enfermos de la médula y la frente
-angosta de los tontos sobre quienes la imbecilidad descargó su primer
-mazazo. Su mirada era fría; sus ademanes desmañados, sus piernas
-caminaban con paso incierto, cual si avanzasen por un terreno húmedo...</p>
-
-<p><i>Ella</i>, su mujer, era alta y hermosa, con esa hermosura mate de los
-temperamentos ardientes; el talle largo y esbelto, el semblante
-vivificado por la expresión inolvidable de sus ojos: ojos de
-calenturienta, con mucho negro y mucha luz en la pupila...</p>
-
-<p>Al principio parecióme inverosímil que aquel macho débil fuese dueño de
-hembra tan poderosa: después fuí muy amigo de los dos: él logró
-conmoverme con su melancólico empaque de niño enfermo; ella, por el
-contrario, me sugestionó con sus apasionamientos y sus criminales
-ardores de hermosa bestia encelada; terrible como Pandora y, como ésta,
-fuerte y adorable.<span class="pagenum"><a name="page_014" id="page_014"></a>{14}</span></p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>&mdash;No, no le quiero&mdash;me dijo con voz vibrante de rencor;&mdash;pocos días
-después de casarnos, ya no le quería. Es insignificante, es débil, es
-vulgar... y mi temperamento salvaje de artista odia lo pequeño. Yo
-anhelaba un esposo como Nana-Saib, no un habitante del Liliput...</p>
-
-<p>Me había recibido en el despacho, para que mi presencia no fuese
-sospechosa á la servidumbre, y desde el sitio donde me hallaba veía
-claramente su rostro pálido iluminado por la luz del quinqué colocado
-sobre la mesa.</p>
-
-<p>Yo estaba sentado en un sillón; ella delante de mí, devorándome con sus
-rasgados ojazos negros en los que bullía el turbulento silabario de los
-amores ardientes.</p>
-
-<p>&mdash;Le odio&mdash;continuó;&mdash;á su lado siento frío, ese frío repulsivo que
-inspiran los anfibios; y cuando sus labios me besan ó sus manos yertas
-me acarician, mi cuerpo vibra como si sobre él se deslizase un
-caracol...</p>
-
-<p>Tras un momento de silencio, agregó:</p>
-
-<p>&mdash;Di, ¿me crees?</p>
-
-<p>Había tanta ansiedad en su interrogación, que depuse toda reserva.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, te creo&mdash;dije&mdash;porque necesito creerte para vivir. Necesito saber
-que eres mía en cuerpo y alma, que vives para mí, que te engalanas
-tanto, para gustarme más, que soy el amante de tus pesadillas...</p>
-
-<p>Sugestionada por las zozobras que en mi corazón producían los tormentos
-del suyo, manifestóse tal cual era, revelándome el gran secreto, el
-misterio criminal de su existencia de mujer casada; y lo dijo deprisa y
-con extraños barboteos, cual si una mano invisible la apretase
-fuertemente el cuello.<span class="pagenum"><a name="page_015" id="page_015"></a>{15}</span></p>
-
-<p>&mdash;Quiero ser tuya completamente&mdash;prosiguió;&mdash;para ello necesito
-enviudar... y, créeme... enviudaré muy pronto...</p>
-
-<p>Y como yo hiciese un gesto de horror, exclamó sonriendo con su espantosa
-risa adorable de sirena:</p>
-
-<p>&mdash;No te figures que soy una de esas criminales adocenadas que emplean el
-cuchillo ó el veneno. ¡Nunca! ¡yo no soy vulgo!... El beleño por mí
-empleado no cabe en ninguna fórmula química; es intangente. <i>El</i> morirá
-y morirá entre mis brazos, sus yertos labios apoyados sobre los míos,
-bendiciéndome... ¡Morirá de amor!... Todas las noches, aunque no quiera,
-le sirvo una buena dosis de dulce veneno. La muerte viene á pequeñas
-jornadas, pero viene... y ten por cierto que del tremendo drama no
-quedarán rastros...</p>
-
-<p>Así habló ella, la adorable fiera sobre cuyo seno iba quedando exangüe
-aquel horriblemente bufo polichinela del matrimonio...</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Otro día conversé con él...</p>
-
-<p>Tan débil, tan lacio, con sus labios anémicos, su mirada incierta y su
-cráneo desdibujado de idiota. Me habló de ella.</p>
-
-<p>&mdash;Me quiere mucho&mdash;dijo;&mdash;durante el día, no bien estamos solos, acude á
-sentarse sobre mis rodillas, me estrecha la cabeza entre sus manos, me
-adormece con las palabras más suaves, me besuquea en los labios.....
-¡Oh, unos besos muy fuertes, muy duraderos, que si bien me hacen muy
-feliz, también me causan infinito daño!...</p>
-
-<p>Calló para destoser con esa tosecilla seca, entrecortada, de los
-tísicos; luego continuó:</p>
-
-<p>&mdash;Por las noches su cariño se exacerba más aún.<span class="pagenum"><a name="page_016" id="page_016"></a>{16}</span> Ahora, como estoy tan
-delicado, no voy al teatro casi nunca; además, si alguna vez me acomete
-el antojo de ir al café, ella me lo quita de la cabeza. Pues bien; ella
-es quien me da el brazo para ir desde el comedor al dormitorio, quien me
-desnuda, quien me tibia el lecho acostándose antes que yo... Y ya
-ensabanados, ¡con qué esmero me abriga y sube el embozo, echándome los
-brazos al cuello y cosiéndose á mi como niña miedosa!... ¡Ay! ¿Qué
-quieres? Reconozco que estos excesos de cariño me son fatales, pero ella
-me quiere tanto que no sabe reprimirse... y yo tampoco acierto á
-regatearla mi amor.</p>
-
-<p>La voz doliente de aquella pobre víctima explicando y disculpando las
-crueldades de su verdugo, era altamente conmovedora.</p>
-
-<p>&mdash;Y tú, ¿la quieres?&mdash;pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;¿Yo? ¡Con toda mi alma! No tengo padres, ni hijos; mi único bien es
-ella. Si ella me faltase, me moriría...</p>
-
-<p>Habló de sus proyectos, de sus ambiciones. En cuanto llegase el verano
-iría á baños; luego, si lograba restablecer un poco los descalabros de
-su salud, emprendería algún negocio.</p>
-
-<p>&mdash;Y esas expediciones, ¿las harás con ella?</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo no&mdash;repuso,&mdash;si ella es mi cielo y mi tierra... todo?...</p>
-
-<p>Aquellos diálogos no pueden borrarse de mi memoria. La temible
-catástrofe no ha ocurrido aún, pero puede suceder hoy, mañana...
-cualquier día. <i>El</i> decae visiblemente; sus piernas se arrastran por el
-suelo; sus ojos se cierran, la fiebre estremece sus labios
-descoloridos... <i>Ella</i>, en cambio, es la hembra alta y poderosa de
-siempre, con su rostro marfileño y sus ojos fulgurantes de loca: nunca
-le deja y á todas partes le lleva trabado del brazo.</p>
-
-<p>¡Oh, la quiero mucho, mucho!... Con una de esas pasiones<span class="pagenum"><a name="page_017" id="page_017"></a>{17}</span> bravías que
-sólo saben inspirar los malos; mas, no obstante, me repugnan su crimen y
-la estúpida candidez del mártir, y me acometen tentaciones de descubrir
-á éste el peligro que corre.</p>
-
-<p>Pero, ¿para qué? Es inútil; la sentencia que le condena á morir es
-irrevocable: sin ella, le mataría la pesadumbre; con ella, le matará el
-deleite...</p>
-
-<p>Que siga, pues, así.</p>
-
-<p>¡Es tan dulce morir soñando!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_018" id="page_018"></a>{18}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_019" id="page_019"></a>{19}</span></p>
-
-<h2><a name="AGUAFUERTE" id="AGUAFUERTE"></a>AGUAFUERTE<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>La embarcación rompía suavemente el agua dejando tras sí una estela
-brillante como reguero de menudos cristales; las primeras sombras
-crepusculares invadían el espacio; sobre el mar inmenso, el lucero
-vespertino derramaba su resplandor frío; las olas, que encrespó la
-caricia del viento, se hundían al llegar junto al frágil esquife que
-pasaba sobre ellas como una caricia, amasándolas; las gaviotas huían
-enderezando hacia la playa el vuelo.</p>
-
-<p>Federico y Daniel, sentados el uno delante del otro, remaban á compás;
-se habían quitado la camisa, y bajo sus elegantes camisetas de seda
-temblaban los músculos pectorales, los biceps vigorosos y ágiles, y toda
-su enérgica complexión de aristócratas aficionados á los duros
-ejercicios de la gimnasia y de la esgrima.</p>
-
-<p>Desde popa, donde iba llevando las cuerdas del timón, Elisa Dantín
-envolvía á los dos hombres en una mirada extraña. Representaba veinte
-años: tenía el rostro pálido y un dejo de vaga pesadumbre embellecía sus
-labios; sus ojos negros eran crueles y fríos; bajo el talle esbelto, sus
-caderas amplias de mujer sensual dibujaban una doble curva firme y
-armoniosa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres que emprendamos el regreso?&mdash;preguntó Federico.<span class="pagenum"><a name="page_020" id="page_020"></a>{20}</span></p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;repuso ella,&mdash;sigamos; el tiempo es muy hermoso.</p>
-
-<p>El bote continuó avanzando hacia alta mar, moviendo sus remos que
-hendían las olas sin ruído, como un gigantesco insecto de cuatro patas.
-Las costas, ya distantes, recortaban bajo el cielo una silueta negra y
-borrosa; las luces palidecían en la niebla rodeadas de un nimbo glauco;
-allá, los mástiles de los buques anclados formaban una especie de bosque
-escueto y triste; las estrellas iban encendiéndose poco á poco, y su luz
-bruñía la blanca cresta de las olas. Elisa Dantín miraba á los remeros.</p>
-
-<p>Aborrecía á Federico, su marido, que la adoraba. Elisa no era
-responsable de aquel odio que vanamente procuró domeñar; que los cariños
-y los desvíos son como plantas parásitas que nacen donde quiera, sin
-necesidad de que la mano cuidadosa del jardinero las siembre ni agasaje.
-¡Y qué tormento aquel de vivir unida á un hombre cuyo trato iba siéndola
-insoportable de día en día! Fingiéndole amor, complaciendo sus deseos,
-ofreciendo sus labios á sus besos, acariciando lo que hubiese querido
-herir... Y así siempre, una noche y otra, para luego, á la mañana
-siguiente, volver á representar ante el mundo el papel, tristemente
-cómico, de una felicidad perfecta.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hay nada más horrible&mdash;pensaba Elisa&mdash;que ser amada por un hombre
-odiado?</p>
-
-<p>Y hubo, en el callado curso de sus meditaciones, una pausa que parecía
-responder al silencio augusto del mar y de los cielos en calma. Daniel
-preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;Elisa... ¿quiere usted que volvamos á tierra?</p>
-
-<p>Ella le miró duramente, con rencor; después, hablando en voz muy baja,
-como soñando, repuso:</p>
-
-<p>&mdash;No, no... sigamos, sigamos...</p>
-
-<p>La embarcación continuó en línea recta, rompiendo<span class="pagenum"><a name="page_021" id="page_021"></a>{21}</span> las olas. A la
-izquierda se erguía el faro, con su luz triste, bienhechora como la
-sombra de los eucaliptos; más allá estaba el Océano, negro,
-impenetrable, reposando sobre abismos donde nunca penetró el sol. Elisa
-Dantín reanudó su soliloquio.</p>
-
-<p>Sí, hay algo peor que ser amada por quien se aborrece&mdash;pensó,&mdash;y es
-querer á un ingrato...</p>
-
-<p>Miró á Daniel, tan joven, tan apuesto, tan falaz, que parecía esquivar
-el relampagueo de sus ojos mirando á otra parte... Daniel y Federico se
-querían como hermanos; le conoció poco después de su matrimonio; él
-regresaba de una larga excursión por Oriente; volvía alegre, sediento de
-emociones, codicioso de referir las aventuras que corrió por aquellos
-lejanos países del sol. Daniel fué enamorándola con atenciones y
-palabras: después la declaró su pasión, que ella rechazó indignada; pero
-su protesta era tardía; cuando quiso olvidarle ya no pudo y fué suya...
-Meses después Daniel la olvidaba por otra mujer.</p>
-
-<p>Bajo el calor bochornoso de aquella tarde de Junio, Elisa Dantín sentía
-que todas sus malas pasiones se exasperaban. Veía á Daniel decidor,
-impúdico, riendo feliz entre los brazos de sus nuevas queridas, y el
-odio que encienden los celos nublaba el pensamiento de la desdeñada. Por
-él traicionó á su marido, y burlándose supo aborrecerle; por él aprendió
-el camino del adulterio y de la mancebía. ¿Y para qué?...</p>
-
-<p>&mdash;Le odio tanto como á Federico, acaso más... pues me quitó el consuelo
-de ser honrada...</p>
-
-<p>Elisa comprendía que su pobre espíritu estaba sometido á las dos grandes
-torturas, límite de todos los sufrimientos pasionales: querer al que
-desprecia, odiar al que nos ama... Ella, por tanto, padecía toda suerte
-de sufrimientos: el amor que negaba á Federico, nadie lo quería; su
-honor era como rosa marchita, caída en<span class="pagenum"><a name="page_022" id="page_022"></a>{22}</span> un camino; ¿qué podría disculpar
-su adulterio?... Una idea que hasta allí anduvo vagando por los más
-ocultos escondrijos y desvanes de su pensamiento, surgió de pronto
-aterradora, fría, centelleante, como el zig-zag de una arma blanca.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si yo me deshiciese de los dos?</p>
-
-<p>Tembló y procuró pensar en otra cosa; pero la idea terrible resurgía
-tentadora, irresistible... Aquellos hombres estaban á merced suya; en
-ella convergieron los voraces apetitos de los dos; aquel deseo podía
-convertirse instantáneamente en odio; bastaba un gesto... una sola
-palabra de sus labios... para precipitar al uno sobre el otro y
-obligarles á reñir hasta despedazarse, ¿Para qué sufrir? ¿Acaso no valía
-la muerte del amante la vida del marido?... Muertos ambos, ella quedaba
-libre: la destrucción es santa; no se puede edificar donde hay ruínas;
-la piqueta debe preparar el campo á la paleta y á la plomada... ¡Y tanto
-bien, podría alcanzarlo con sólo querer!...</p>
-
-<p>Elisa Dantín sonrió satisfecha, como reirían los viejos tiranos.
-Federico preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Volvemos?</p>
-
-<p>Ella repuso distraída:</p>
-
-<p>&mdash;Me es indiferente; como queráis...</p>
-
-<p>Ellos viraron la embarcación; Elisa Dantín volvió á pensar:</p>
-
-<p>&mdash;¡Si yo hablase!...</p>
-
-<p>Pronto, antes de una hora, llegarían á tierra; la tierra era para ella
-la esclavitud, el disimulo, el secreto martirio de todas sus horas...
-¿Por qué no hablar?</p>
-
-<p>&mdash;Una frase... menos aún, una palabra... una sola palabra mía...
-bastaba...&mdash;repitió Elisa.</p>
-
-<p>Miraba á Federico y á Daniel para aumentar el caudal de su odio; evocó
-recuerdos crueles: su caída, sus remordimientos, sus celos, su abandono;
-recompuso<span class="pagenum"><a name="page_023" id="page_023"></a>{23}</span> escenas repugnantes... La medida estaba bien colmada; aun
-tuvo vagos titubeos; luego habló; fué como una basca...</p>
-
-<p>&mdash;Daniel&mdash;dijo,&mdash;¿me quieres?...</p>
-
-<p>Y sus ojos soportaron impasibles el choque de las miradas atónitas que
-sobre ella lanzaron los dos hombres: los remos quedaron suspendidos en
-el aire, goteando.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué decía usted?&mdash;preguntó Daniel.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, no disimules!&mdash;repuso la joven, cuyo cuerpo parecía haber
-adquirido súbitamente la rigidez de las estatuas; estoy cansada de
-fingir; te quiero... y tenía ganas de decirlo así... en voz alta.</p>
-
-<p>Federico lanzó un grito y se puso de pie.</p>
-
-<p>&mdash;¡Elisa... Elisa!... ¿Qué... qué has dicho?...</p>
-
-<p>Ella, siempre inmóvil, replicó lentamente, como presa de un vértigo
-tranquilo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah!... Dije... lo que saben muchos; que Daniel es mi amante...</p>
-
-<p>Este, fuera de sí, se había levantado, murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, miserables!... Sin duda urdisteis este plan para asesinarme...</p>
-
-<p>Bajo los nerviosos pies de los dos hombres, la lancha comenzó á oscilar
-violentamente. Aquel inesperado desbordamiento de cólera fué como uno de
-esos rayos que durante los calurosos crepúsculos estivales rasgan la
-extensión del espacio azul.</p>
-
-<p>Federico vacilaba, pasándose por la frente sus manos de remero, morenas
-y duras. De pronto exclamó, cual si la luz hubiese brotado
-repentinamente en su cerebro:</p>
-
-<p>&mdash;¡No, yo no!... ¡Vosotros!... ¡Miserables, vosotros, que me
-engañábais!...</p>
-
-<p>Abrió los brazos precipitándose sobre Daniel, que le esperaba con los
-suyos abiertos, y se estrecharon frenéticamente, magullándose, con las
-caras y los pechos<span class="pagenum"><a name="page_024" id="page_024"></a>{24}</span> juntos. Elisa Dantín, sin dejar su asiento, les
-contemplaba con la mirada impasible de las esfinges. Federico, más bajo
-que su enemigo, tras una finta hábil logró afianzarle por la cintura y
-levantarle en alto, pero Daniel le cogió fuertemente el cuello entre los
-dientes y pudo desasirse, cayendo de pie: el bote retembló y un golpe de
-mar lo salpicó de agua.</p>
-
-<p>Súbitamente Elisa tuvo miedo, miedo á que uno de los dos sobreviviese á
-la lucha; ella anhelaba la libertad, la dulce libertad absoluta; ni amar
-ni ser amada...</p>
-
-<p>Casi ahogado, como en un rugido, Daniel murmuró:</p>
-
-<p>&mdash;Ven.</p>
-
-<p>Asió á su rival por las piernas y quiso lanzarle por la proa; Federico,
-ya en el aire, puso un pie sobre una borda, la embarcación osciló y
-Daniel, perdiendo el equilibrio, cayó hacia atrás, en el mar,
-arrastrando á Federico. Sobre aquellos dos cuerpos las aguas se cerraron
-formando grandes círculos concéntricos; un turbión de burbujas ascendió
-á la superficie. Elisa Dantín, aterrada de su obra, se había levantado,
-mirando al abismo: transcurrieron pocos segundos... Los dos luchadores
-reaparecieron abrazados, mordiéndose, queriendo arrancarse algunos
-instantes de vida que ya no merecían el trabajo de ser defendidos: sus
-cabellos mojados colgaban sobre sus frentes; tornaron á hundirse... La
-joven esperó; las olas seguían pasando unas tras otras, enarcando sus
-lomos sobre la tumba recién abierta...</p>
-
-<p>Transcurría el tiempo; la luna ya iba muy alta; Elisa miró á su
-alrededor: las barcas pescadoras se hallaban lejos y sus tripulantes
-nada podían haber visto; el faro, luciendo en la serenidad de los
-cielos, mostraba el camino de la salvación y de la paz; el pasado, el
-horrible ayer, quedaba sepultado allí, bajo el misterio impenetrable de
-las olas. Satisfecha de sí misma y del porvenir, Elisa cogió los remos y
-bogó lentamente.<span class="pagenum"><a name="page_025" id="page_025"></a>{25}</span></p>
-
-<h2><a name="LA_MUERTA" id="LA_MUERTA"></a>LA MUERTA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Aquella caseta de peones camineros fué puesta por orden de la Compañía
-al borde de un torrente seco, especie de cicatriz negra y profunda,
-abierta por una convulsión geológica entre dos cerros graníticos muy
-altos. En verano las agrias laderas de los montes colindantes se cubrían
-de verdura, y en el fondo de la cañada, bajo los jarales, los grillos
-cantaban: arriba, en la región azul, bañada por el sol, las águilas
-volaban pausadamente sumergiendo su mirada zahorí en las
-resquebrajaduras del planeta; pero el invierno desnudaba los cerros de
-molleja y apagaba el canto de los grillos, y la nieve caía
-silenciosamente sobre el cauce del torrente; cauce demasiado profundo,
-adonde las sonoras embestidas del viento no llegaban...</p>
-
-<p>Allí vivía Martina, la mujer de Juan, el maquinista, llevando siempre en
-la mano el banderín verde que da á los trenes paso franco, y los ojos
-fijos en los túneles abiertos en las vertientes de los dos cerros
-fronteros...</p>
-
-<p>Por aquellos agujeros, que en invierno aparecían sobre el fondo blanco
-del paisaje nevado como las cuencas orbitarias de un enorme esqueleto
-soterrado, entraba y salía continuamente, y como á borbotones, un flujo
-inagotable de vida que las locomotoras, en su eterno pasar y repasar,
-traían y llevaban de hora en hora.<span class="pagenum"><a name="page_026" id="page_026"></a>{26}</span></p>
-
-<p>Desde muy lejos, rompiendo el silencio de la angosta cañada dormida como
-una serpiente bajo la nieve, se oía el afanoso trepidar de los trenes
-que atravesaban los túneles. Entonces Martina dejaba su labor, cogía el
-banderín de señales y acudía á colocarse junto á los rieles. El cerro
-vibraba con un estremecimiento sordo, íntimo, como un hervor: era un
-gemido gigante de dolor que crecía, anunciando un parto monstruoso;
-hasta que del fondo del negro agujero, de aquella cuenca orbitaria
-perteneciente á un esqueleto ciclópeo perdido, aparecía el tren,
-avanzando en desaforada carrera: la locomotora, incontrastable y fatal
-como el Destino, se acercaba jadeando, arrastrando un largo rosario de
-vagones, paseando su panza ardiente sobre las llanuras heladas; y un
-minuto después desaparecía por el túnel del lado opuesto, con un
-estertor que menguaba, como algo moribundo que se despide hundiéndose...</p>
-
-<p>La uniformidad de estas impresiones machacaban el espíritu de Martina:
-los trenes mixtos, con sus series interminables de vagones cerrados, no
-la emocionaban; eran coches mudos, sin alma, cargados de objetos
-muertos: en cambio, los expresos la impresionaban fuertemente,
-entristeciéndola: por las ventanillas de los coches veía cabezas que la
-miraban con curiosidad; cabezas siempre diferentes, que formaban legión
-y dejaban en su ánimo el recuerdo mareante de las multitudes. Otras
-veces, de noche, las ventanillas solían estar vacías; pero en cambio
-veía sombras fantásticas que se recortaban sobre los techos iluminados
-de los vagones. Una voz estaba segura de haber sorprendido las siluetas
-de una mujer y un hombre abrazados.</p>
-
-<p>El tren que Juan conducía, Martina lo esperaba con más impaciencia. En
-cuanto la locomotora salía del túnel, el maquinista echaba el busto
-fuera de la plataforma para ver á su esposa desde lejos, y ella reía
-feliz.<span class="pagenum"><a name="page_027" id="page_027"></a>{27}</span> Era una ilusión fantástica, inapresable, de aquelarre.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós!</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós!</p>
-
-<p>La velocidad del tren no permitía otro saludo más expresivo, y Juan
-llegaba y se iba como una sombra: al principio parecía ser él quien
-arrastraba y regía la marcha de los vagones; luego diríase que el tren
-le empujaba... Y Martina, alta, fuerte, con su rostro moreno y sus
-grandes ojos pensativos de murciana, le veía alejarse permaneciendo
-inmóvil como una estatua de bronce, en medio de la nieve.</p>
-
-<p>Aquel sempiterno tragín de trenes en marcha, aquel ir y venir de
-individuos avanzando siempre, más allá, más allá, hacia el horizonte,
-aquellas siluetas de amantes que se abrazaban sobre los blandos asientos
-de los vagones reservados, despertaron en la guardavía el deseo de lo
-desconocido, de lo lejano, del misterio que las leyes castigan... Y
-pensó que ella no merecía vivir así, sepultada en el fondo de aquel
-torrente, siguiendo en verano el vuelo sereno de las águilas bañadas por
-el sol, recibiendo sobre sus hombros en invierno los copos de nieve
-desprendidos del cielo gris.</p>
-
-<p>Y por eso, una noche de soledad y de supremo aburrimiento, Martina oyó
-embelesada las palabras de Pedro, el fogonero que acompañaba á Juan en
-sus viajes, y que siempre, al pasar, la arrojaba desde el <i>tamdem</i> una
-mirada de hambriento deseo. Pedro la ponderó su amor, aquel amor
-criminal que había de hallar satisfacción cumplida cuando ella se
-determinara á fugarse, siguiéndole á una ciudad lejana... Y Martina le
-creyó y le quiso...</p>
-
-<p>Desdo aquel día el exprés tuvo para ella un doble encanto: cuando Juan
-la saludaba, Pedro saludaba también, y su alma se estremecía con
-inquieto gozo viendo sobre el atezado semblante del fogonero, sus
-dientes<span class="pagenum"><a name="page_028" id="page_028"></a>{28}</span> que desnudaba la risa; aquellos dientes agudos y blancos que la
-habían mordido...</p>
-
-<p>Pasaron muchos meses, y el ansiado día de la emancipación y de la fuga
-no llegaba; Pedro, aburrido de la guardavía, dejaba de verla alegando
-motivos y ocupaciones que nunca tuvo, y tan evidentes fueron las pruebas
-de su ingratitud, que Martina llegó á comprender...</p>
-
-<p>Un remordimiento íntimo, creciente, devorador, como la carrera
-trepidante de los trenes bajo el túnel, se apoderó de la abandonada.
-Hasta allí la había servido de consuelo la conciencia de su virtud; pero
-al saberse burlada se apreció más sola, más triste, más insignificante
-que nunca, como bagazo humano despreciable arrojado junto á la vía por
-aquellas multitudes honradas que llevan los trenes.</p>
-
-<p>Con la llegada del exprés siempre venía el saludo de Juan, que la miraba
-echando el cuerpo fuera del tandem:</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós!</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós!...</p>
-
-<p>Pedro ya no saludaba, sonreía... con esa sonrisilla burlona con que
-suelen corresponder los hombres al saludo de las mujeres que engañaron.</p>
-
-<p>Viéndose sola, completamente sola, con la soledad de los astros muertos
-que ruedan por el vacío, reconociéndose despreciada del amante é indigna
-del esposo, atormentada por la voz de su conciencia que murmuraba á
-todas horas en sus oídos un reproche interminable, atraída
-siniestramente por la perspectiva de los trenes que se acercaban
-ofreciéndola un medio instantáneo de liberación y de descanso, Martina
-pensó morir.</p>
-
-<p>Y lo hizo como lo pensó.</p>
-
-<p>Fué una tarde, á la puesta del sol. De pie, junto á la<span class="pagenum"><a name="page_029" id="page_029"></a>{29}</span> vía, con el
-banderín verde en la mano, la joven escuchaba el lejano fragor de trueno
-del exprés. Ella, que conocía muy bien todos los ruidos, sabía que el
-tren iba pasando un puente, situado más allá del cerro; luego comprendió
-que había entrado en la montaña; el estrépito, que al principio tornóse
-sordo y como opaco, fué creciendo, más, más... hasta convertirse en
-alarido formidable. La guardavía, inmóvil, inconsciente como una
-sonámbula, esperaba, los ojos fijos en el túnel, que mostraba su bocaza
-negra sobre el fondo blanco del monte nevado. De pronto apareció la
-locomotora. Juan, según costumbre, asomaba la cabeza para saludar.
-Martina le miró y miró al cielo, despidiéndose; luego, instantáneamente,
-se arrojó de bruces sobre los rieles, tapándose los oídos para no oir...
-y el tren pasó...</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Una cruz de piedra indica el sitio donde murió la guardavía. Alguien
-dijo que se había suicidado por celos y que su marido fué un mal hombre.
-Los maquinistas, cuando pasan por aquel sitio, se descubren siempre.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_030" id="page_030"></a>{30}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_031" id="page_031"></a>{31}</span></p>
-
-<h2><a name="DISCRETEOS" id="DISCRETEOS"></a>DISCRETEOS<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p><span class="smcap">Jacinta</span>.&mdash;Te aseguro que Enrique me gusta. Es bueno, es rico... es
-amable...</p>
-
-<p><span class="smcap">Adriana</span>.&mdash;¡Oh, gustarte, gustarte!... Eso es muy vago, porque no hay
-hombre que sea absolutamente antipático.</p>
-
-<p>J.&mdash;Es verdad.</p>
-
-<p>A.&mdash;Te gusta Enrique como á mí me agrada Luis: un poco.</p>
-
-<p>J.&mdash;No, mucho.</p>
-
-<p>A.&mdash;Ea, pues mucho. Pero entre querer mucho y querer locamente, hay un
-pantano, donde naufragan las mejores ilusiones de la juventud soñadora.
-Antes de resolvernos á vivir con un hombre toda la vida, debíamos
-cerciorarnos de si le amamos con toda el alma.</p>
-
-<p>J.&mdash;Dices bien.</p>
-
-<p>A.&mdash;¡Mira que renunciar á la humanidad masculina por un esposo que, dos
-ó tres años después de la boda, puede parecernos el más insignificante
-de los hombres!...</p>
-
-<p>J.&mdash;Es absurdo.</p>
-
-<p>A.&mdash;Es horrible entregar toda nuestra hermosura á un feo sin talento.</p>
-
-<p>J.&mdash;Sí, horrible y ridículo. No obstante, importa casarse. El mundo es
-vulgar, hipócrita... y conviene sacrificarse<span class="pagenum"><a name="page_032" id="page_032"></a>{32}</span> al buen parecer y
-satisfacernos con una modesta medianía.</p>
-
-<p>A.&mdash;¿Luego, no quieres á Enrique?</p>
-
-<p>J.&mdash;¡Oh!... Sí le quiero.</p>
-
-<p>A.&mdash;¿Un poco?</p>
-
-<p>J.-Como tú á Luis.</p>
-
-<p>A.&mdash;Y como quieren á sus novios las tres cuartas partes de las mujeres
-que se casan. Porque ya conocerás algunos hombres mejores que tu futuro
-esposo...</p>
-
-<p>J.&mdash;¡Conozco muchos!</p>
-
-<p>A.&mdash;Yo, también: casi estaba por decir que mi novio es de los muchachos
-menos simpáticos que me han cortejado. Pero, en fin; urge decidirse y
-nosotras somos dos mujercitas discretas que saben poner los puntos sobre
-las íes y arreglar su porvenir. Enrique y Luis tienen sobre los demás
-hombres la inmensa ventaja de ser galanes propicios al casorio. ¡Cuán
-lejos están ellos de presumir que al otorgarles nuestra mano consumamos
-una venta! Porque, fíjate: la inacabable comedia del amor convierte á la
-sociedad en un gran mercado: los hombres compran; las mujeres se venden.
-Todas nos vendemos, todas... Las meretrices, por dinero; las honradas,
-por una bendición...</p>
-
-<p>J.&mdash;Eres muy mordaz.</p>
-
-<p>A.&mdash;No, soy muy justa. Nosotras, que dada nuestra posición social no
-osaríamos tener un amante, nos entregamos sin protesta á cualquier
-advenedizo que se case, cediéndole cuanto poseemos á trueque de su
-apellido. ¿Comprendes?... El matrimonio es el mercado donde se tasan y
-se venden las mujeres honradas.</p>
-
-<p>J.&mdash;<i>(Con tristeza)</i> Es cierto.</p>
-
-<p>A.&mdash;Y lo más famoso es que nosotras somos las principales autoras de
-nuestra desgracia: nacimos cobardes, tenemos demasiada prisa en
-casarnos, temiendo<span class="pagenum"><a name="page_033" id="page_033"></a>{33}</span> quedar solteras, y en vez de luchar por rendir la
-voluntad de esos calaveras contumaces que tanto gustan, nos abandonamos
-fríamente entre los brazos de cualquier individuo adocenado que se case.
-Queremos ser felices en seguida, sin combate, sin afanes, y la felicidad
-que no cuesta trabajos y lágrimas, no puede ser larga ni valedera.
-Pongamos un ejemplo. ¿Tú serías dichosa con Juanito Pantoja?</p>
-
-<p>J.&mdash;¡Oh! ya lo creo.</p>
-
-<p>A.&mdash;Lo reune todo: la gentileza, la donosura de entendimiento, la
-verbosidad apasionada de los hombres ardientes. Podrá mentir cuando
-habla de amor, seguramente miente... pero, ¡qué bien lo hace!... Es el
-suyo un embuste bellísimo que vale una realidad.</p>
-
-<p>J.&mdash;<i>(Reflexiva.)</i> Cierta noche me dijo que se moría por mí.</p>
-
-<p>A.&mdash;También á mí me juró algo igual. Es un hombre encantador, que se
-muere por todas. Confieso que me agrada infinitamente más que Luis.</p>
-
-<p>J.&mdash;¡Toma!... Y también vale mucho más que Enrique.</p>
-
-<p>A.&mdash;Ahí tienes. Comprendo que una mujer resbale y caiga con hombres como
-Juanito Pantoja; pero no concibo que ninguna se pierda ni por Enrique ni
-por Luis.</p>
-
-<p>J.&mdash;Yo tampoco.</p>
-
-<p>A.&mdash;¿Cualquier novio sirve para marido?</p>
-
-<p>J.&mdash;Cualquiera.</p>
-
-<p>A.&mdash;Pero ¡qué pocos novios merecen ascender á la categoría de amantes!</p>
-
-<p><i>(Pausa)</i>.</p>
-
-<p>J.&mdash;Pantoja es un conversador irresistible.</p>
-
-<p>A.&mdash;Sí: ¡cuánto habla y qué bien lo dice todo!</p>
-
-<p>J.&mdash;La mujer que logre rendirle será feliz.<span class="pagenum"><a name="page_034" id="page_034"></a>{34}</span></p>
-
-<p>A.&mdash;¡Oh, sí!... ¡Muy dichosa!...</p>
-
-<p>J.&mdash;Debo de ser altamente halagador eso de poder decir: mi marido es el
-más gentil, el más valiente, el más ingenioso, el más seductor de los
-hombres... Y en sus mocedades fué una mala cabeza, un gran perdido, que
-burló á muchas incautas y que yo sólo pude rendir...</p>
-
-<p>A. <i>(Suspirando)</i>.&mdash;Sí... la fábula de doña Inés inocente, rindiendo al
-Tenorio libertino, es el bello ideal de todas nosotras. ¡Y pensar que
-dentro de algunos meses nos casaremos con Enrique y con Luis!...</p>
-
-<p><i>(Las dos amigas permanecen pensativas, acariciando mentalmente la dulce
-quimera de su felicidad fugitiva.) </i> J.&mdash;Aunque estoy cierta de que
-Pantoja es un botarate, creo que siempre me saluda con especial cariño.</p>
-
-<p>A.&mdash;Y á mí.</p>
-
-<p>J.&mdash;Recuerdo que su declaración la formuló en términos tan apasionados,
-tan vehementes...</p>
-
-<p>A.&mdash;A mí también me dijo algo que no he olvidado... <i>(Pensativa.)</i></p>
-
-<p><i>(Pausa)</i>.</p>
-
-<p>J.&mdash;<i>(De pronto.)</i> Vaya, vaya... Juanito es un hombre diabólico que sólo
-sirve para amante.</p>
-
-<p>A.&mdash;Y en esos galanes tan seductores, tan apuestos, que sólo sirven para
-amantes...</p>
-
-<p>J.&mdash;No hay que pensar.</p>
-
-<p>A.&mdash;Es lo mejor.</p>
-
-<p>J.&mdash;<i>(Riendo.)</i> Hasta después que estemos casadas.<span class="pagenum"><a name="page_035" id="page_035"></a>{35}</span></p>
-
-<h2><a name="GLUCK_EL_INIMITABLE" id="GLUCK_EL_INIMITABLE"></a>GLUCK, EL INIMITABLE<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>&mdash;Desengáñate, pobre Gluck, yo no puedo deslumbrarme con las
-hiperbólicas ofertas de un hombre vulgar... La mujer que, como yo,
-levanta nueve arrobas con los dientes, no se apasiona por ningún
-calzafraque sin corazón. El dueño y señor de mi albedrío será más fuerte
-que yo, más valiente que yo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adriana!&mdash;murmuró el payaso ruborizándose.</p>
-
-<p>&mdash;No me supliques... tus súplicas me exasperan rebajándote á mis ojos,
-porque toda súplica reboza una debilidad. De los tres menguados que más
-decididos parecéis á molestarme con vuestras serenatas de amor, no
-quiero á ninguno. Nemo, el domador de leones, es valiente, pero tiene
-menos fuerza que yo y su apocamiento me disgusta... Parece un niño
-atrevido á quien podemos vapulear á telón alzado, si nos molesta. Los
-brazos de Alsini, el rey del trapecio, reconozco que son más vigorosos
-que los míos, pero Alsini es una bestia de carga, sumisa y cobarde. Le
-desprecio... En cuanto á ti, que pasaste la vida diciendo chistes, y que
-no tienes la fuerza del uno, ni diste muestras de atesorar la bravura
-del otro... A ti, mi pobre Gluck no quiero juzgarte... Adiós.</p>
-
-<p>Así habló Adriana Carmezza, la orgullosa italiana que recibía sobre las
-espaldas una bala de cañón de<span class="pagenum"><a name="page_036" id="page_036"></a>{36}</span> treinta kilos arrojada desde una gran
-altura, y levantaba nueve arrobas entre sus dientecillos de osezno,
-pequeñines y blancos. Y Gluck, <i>el Inimitable</i>, permaneció de pie, los
-brazos cruzados sobre su robusto pechazo de atleta y los ojos muy
-abiertos, para no llorar.</p>
-
-<p>Hasta los cuartos de los artistas llegaban los murmullos amenazadores
-del público que iba invadiendo las galerías: aquella noche Adriana
-Carmezza celebraba su beneficio y, como en obsequio á la beneficiada la
-empresa organizó un programa magnífico, la concurrencia era enorme.
-Cuando resonaron los primeros acordes de la orquesta, los artistas
-refluyeron hasta el callejón que conducía á la pista: la representación
-iba á empezar...</p>
-
-<p>El único que, abstraído en sus imaginaciones, permanecía ajeno á todo
-aquel movimiento, era el payaso Gluck; Gluck el Inimitable... Estaba
-disfrazado de salvaje, la cabeza adornada por un vistoso penacho de
-plumas, las caderas ceñidas con un faldellín salpicado de relucientes
-lentejuelas, y las piernas y los brazos embadurnados de negro y
-adornados con sendos anillos de oro... Inmóvil, fuerte y mudo, como un
-picacho basáltico.</p>
-
-<p>Casi todos los artistas que por allí pasaban, maravillados de su
-actitud, le dirigían alguna burleta ó le daban en el hombro un amistoso
-golpecito.</p>
-
-<p>&mdash;¿En qué piensas, Gluck?... Gluck, ¿qué tienes?</p>
-
-<p>Y Gluck, el Inimitable, les miraba sin responder. Luego, cuando vió
-pasar al atlético Alsini balanceándose sobre sus membrudas piernas de
-jayán, y á Nemo, aquel héroe que había puesto el pie sobre el lomo de
-tantos leones amansados, el payaso sintió que los celos le mordían el
-corazón y que sus mejillas echaban fuego. Después pasó Adriana.</p>
-
-<p>&mdash;Adiós, Gluck&mdash;dijo.<span class="pagenum"><a name="page_037" id="page_037"></a>{37}</span></p>
-
-<p>En aquel momento el público aplaudía un ejercicio y todos los acróbatas
-se agolparon en un extremo del corredor, junto á la pista. Gluck y
-Adriana se hallaban en la sombra, tras unos bastidores. Ella vestía de
-negro: sobre el escote del corpiño se insinuaba el seno opulento y de
-marmóreas dureza y blancura; el cuello era grueso, el rostro expresivo,
-con una belleza varonil de amazona espartana; los ojos alegres y
-dominadores. El payaso se acercó á ella y cogiéndola fuertemente por una
-muñeca, la atrajo hacia sí.</p>
-
-<p>&mdash;Adriana&mdash;repitió,&mdash;Adriana... ¡quiéreme!...</p>
-
-<p>Lo dijo de golpe, sin preámbulos, con ese laconismo brutal de las
-pasiones supremas; laconismo que daba severidad y valimiento á su
-sencillo disfraz de salvaje. Ella sonrió desdeñosa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Otra vez?</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo no... si eres mi vida, si cuando te alejas de mí parece que me
-arrancan el alma!... ¡Adriana, dame una esperanza y no consigas con esos
-desvíos que sea célebre esta noche de tu beneficio!... ¡Adriana, que me
-pierdes!...</p>
-
-<p>Ella, irritada por la orden que envolvía aquella súplica, le rechazó
-vigorosamente.</p>
-
-<p>&mdash;¡No!&mdash;dijo.</p>
-
-<p>El payaso exhaló un grito agónico y llevóse ambas manos á la cabeza con
-ademán de trágica desesperación; pero Adriana, furiosa, no satisfecha
-con desesperanzarle, le insultaba.</p>
-
-<p>&mdash;¡No me satisfaces!... Eres cobarde, eres débil. Los fuertes no
-mendigan lo que pueden obtener por sus puños, y tú suplicas... ¿Lo
-comprendes ahora? Me repugnas; me repugnas y te odio. Vete, vete, que no
-me sirves...</p>
-
-<p>Sus palabras caían como mazos de batán sobre la cabeza de Gluck, que
-gemía sordamente. Después, cuando<span class="pagenum"><a name="page_038" id="page_038"></a>{38}</span> ya le juzgó bastante castigado y
-maltrecho, dió media vuelta y se alejó titubeando aquellas caderas
-amplias y firmes que parecían destinadas á engendrar una raza superior;
-Gluck, el Inimitable, quedó apoyado contra la pared, la cabeza sobre el
-pecho y flaqueándole las piernas, en la actitud de un salvaje herido.</p>
-
-<p>Momentos después, cuando Adriana Carmezza salía á la pista pagando con
-sonrisas amables los aplausos del público, Nemo y Alsini reaparecieron,
-trayendo cada uno de ellos un gran ramo de flores. Al verles, volvió á
-resonar en los oídos de Gluck el apóstrofe de Adriana: «Vete, que no me
-sirves...» y, enloquecido, les cerró el paso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Para quién son esas flores?&mdash;exclamó con voz que el coraje tremolaba
-siniestramente:</p>
-
-<p>&mdash;Para Adriana&mdash;repuso Nemo sin inmutarse.</p>
-
-<p>Los tres hombres se miraron sañudamente: todos se odiaban desde que el
-Destino permitió que una misma mujer sirviese de norte á sus deseos, y
-en aquel momento casi se holgaron de tener un pretexto á qué asirse para
-dar vado á su antiguo rencor. Estaban en un carrejo obscuro abierto
-entre dos bastidores altos....</p>
-
-<p>&mdash;A esa mujer&mdash;dijo Gluck,&mdash;nadie la obsequia más que yo.</p>
-
-<p>&mdash;Quita, payaso&mdash;contestó Nemo subrayando la frase con dañina intención.</p>
-
-<p>Pero Gluck, el Inimitable, se precipitó sobre él y arrebatándole el ramo
-de flores lo arrojó al suelo, despedazado.</p>
-
-<p>&mdash;¡¡Al que dé un paso&mdash;gritó,&mdash;le parto el alma!!</p>
-
-<p>Ni Nemo, el domador de leones, ni Alsini, podían luchar con Gluck,
-porque al primero le faltaba la fuerza y al segundo el valor; mas en
-aquel momento la furiosa acometividad del payaso les indujo á unirse en
-formidable alianza.<span class="pagenum"><a name="page_039" id="page_039"></a>{39}</span></p>
-
-<p>&mdash;Retírate, bruto&mdash;dijo Nemo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Atrás!&mdash;agregó Alsini á quien vigorizaba el esfuerzo temerario del
-domador.</p>
-
-<p>Pero Gluck, fuera de sí, arremetióles sin contestar; su primer golpe fué
-para Nemo, el segundo para Alsini; dos puñetazos de titán celoso que
-resonaron con un sordo crujido de huesos. Entonces comenzó una lucha
-terrible: Nemo había caído al suelo, pero levantóse enseguida y
-arremetió al payaso; éste ladeó el cuerpo hurtando un golpe de su rival,
-contestó con otro y Nemo volvió á caer... Mientras, Alsini descargaba
-sobre la cabeza de Gluck su brazo de hierro. Era una lucha de colosos;
-la lucha formidable por la <i>posesión de la hembra</i>, de que habló Darwin.</p>
-
-<p>Y entretanto, sofocando el seco estallido de aquellos golpes furibundos,
-llegaban hasta los combatientes, como ráfagas huracanadas de entusiasmo,
-los aplausos con que el público premiaba los ejercicios de Adriana
-Carmezza.</p>
-
-<p>En momentos tales, Gluck el Inimitable, se revolvía con la agilidad y el
-denuedo del jabalí que hace frente á la jauría. Unas veces se agachaba
-prestamente para coger á su enemigo por la cintura y voltearle; ó se
-recrecía para herir desde arriba, ó brincaba para evitar un golpe,
-mientras su brazo, aquel brazo vengativo, negro y musculoso como el de
-un cíclope, giraba infatigable, machacando cráneos. Enardecido hasta el
-paroxismo por el furor de la pelea, Gluck el Inimitable valía por
-ciento: según los casos, ciaba, se cubría, se retrepaba, defendiéndose ó
-atacando, pero siempre incansable y terco, magullando á sus enemigos con
-recios golpes, y exasperándoles y aturdiéndoles con denuestos. Cada
-puñada, era un tiro; cada insulto, un salivazo.</p>
-
-<p>De pronto Alsini y Nemo coincidieron en sus ataques<span class="pagenum"><a name="page_040" id="page_040"></a>{40}</span> y Gluck vaciló: por
-la nariz y por los oídos derramaba borbotones de sangre. En aquel
-momento Alsini cogió un martillo; Nemo un puñal; Gluck un formón.</p>
-
-<p>Entonces la lucha fué breve: al primer choque Alsini rodó por tierra,
-moribundo, y Nemo y Gluck quedaron solos, retándose con la mirada:</p>
-
-<p>&mdash;¡Sobra uno de los dos!&mdash;murmuraba el payaso;&mdash;¡uno, uno!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Tú!&mdash;repuso Nemo.</p>
-
-<p>Y se acometieron: Gluck paró la cuchillada de su rival con el brazo;
-Nemo la paró con el corazón, y cayó muerto.</p>
-
-<p>Horrorizado de sí mismo, Gluck el Inimitable, echó á correr; iba con los
-ojos fuera de las órbitas, anhelante de fatiga, chorreando sangre, y
-aquellos hilillos rojizos se coagulaban formando sobre su pecho y sus
-hombros desnudos, extraños arabescos. Al llegar al corredor, todos los
-artistas que por allí andaban retrocedieron espantados, mientras Gluck
-les miraba estúpidamente, buscando un rostro que no hallaba. En aquel
-momento reapareció Adriana, que volvía de la pista sonriente y cargada
-de flores: Gluck, al verla, corrió hacia ella lanzando un grito de macho
-vencedor. Adriana palideció hasta la lividez, y bajo la acróbata viril
-que levantaba nueve arrobas con los dientes, reapareció la hembra, dulce
-y tímida.</p>
-
-<p>&mdash;¡Sólo mía!...&mdash;exclamo Gluck;&mdash;¡más valiente que Nemo, más fuerte que
-Alsini!...</p>
-
-<p>Y repitió varias veces:</p>
-
-<p>&mdash;¡Sólo mía!...</p>
-
-<p>Después, sujetando á Adriana fuertemente por las muñecas, murmuró con
-ese acento de rencorosa satisfacción del hombre que puede vengarse
-devolviendo ojo por ojo.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora, dime; ¿sirvo?...<span class="pagenum"><a name="page_041" id="page_041"></a>{41}</span></p>
-
-<h2><a name="LA_HERENCIA" id="LA_HERENCIA"></a>La herencia de un gran hombre<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Ella le amaba mucho, locamente, con ese cariño sumiso, idolátrico, que
-las mujeres sencillas profesan á los hombres de genio.</p>
-
-<p>El matrimonio fué para Luisa una negación de sí misma; Pablo la
-empequeñecía y eclipsaba como el sol obscurece el brillo de los planetas
-que de él reciben luz y calor: cuantas personas visitaban su casa
-preguntaban por él... de ella nadie se acordaba: ella sólo era la mujer
-del gran hombre, una cifra sin valor, una compañera fiel que, después de
-introducir á los visitantes en el despacho de su marido, se retiraba
-discretamente cerrando la puerta. Y, sin embargo, aquella negación,
-aquel olvido, constituían, sus mayores orgullos, pareciéndola que su
-infinitesimal pequeñez era lo que mejor acreditaba la pasmosa altitud y
-endiosamiento del esposo.</p>
-
-<p>Tan idolátrico fué aquel amor, que Luisa nunca sintió su pobreza; pues
-conviene advertir que su marido era muy pobre, con pobreza tan supina,
-tan solemne, como su mismo genio. Pablo tenía humorismos de loco: á
-veces el dinero que guardaba para gastos indispensables lo invertía en
-comprar un cuadro ó cualquier otro objeto artístico, pero inútil; ó bien
-regalaba á su mujer un traje de seda, sin acordarse de que no<span class="pagenum"><a name="page_042" id="page_042"></a>{42}</span> tenía
-zapatos. Mas á pesar de estos desequilibrios que solían ponerles en
-extremados aprietos, Luisa era feliz, con esa felicidad rotunda de los
-espíritus cándidos.</p>
-
-<p>Así vivieron hasta que Pablo publicó un artículo violentísimo contra
-cierto crítico que le había censurado rudamente: aquel artículo provocó
-otros varios, y todos un desafío en el que Pablo recibió una estocada
-mortal.</p>
-
-<p>Luisa, de pronto, se encontró viuda y sin otro cariño que el de un hijo
-pequeño. La muerte de Pablo fué tan repentina que ni siquiera tuvo el
-consuelo de poder llorarle; su pena no la arrancó ni un solo grito y sus
-lágrimas corrieron por dentro mientras sus ojos permanecían tristes y
-enjutos: fué un dolor mudo como el de los pajarillos á quienes el
-vendaval dejó sin nido en la época mejor de sus amores.</p>
-
-<p>Al principio la joven fué lanzada en el torbellino de una existencia
-febril que no daba espacio á la reflexión: en pocos días recibió
-centenares de telegramas que había de contestar inmediatamente, y
-hallóse solicitada y perseguida por individuos que acudían á darla el
-pésame, y por periodistas que deseaban publicar el retrato y la
-biografía del ilustre finado: los actores la hablaban del último drama
-que estaban ensayando; los editores de la última novela: todos querían
-algo, todos pedían algo... y Luisa les veía pasar creyendo que aquella
-grave y ceremoniosa procesión de sombras enlutadas, no concluiría nunca.</p>
-
-<p>Esta solicitud, no obstante, fué disminuyendo, la casa del gran artista
-iba sumiéndose en el silencio tétrico de las cosas olvidadas, y al fin
-Luisa se encontró sola en un hogar pobrísimo cuya frialdad y desnudez no
-había reparado hasta entonces.</p>
-
-<p>Así permaneció varios meses: por la mañana le enseñaba á leer á su hijo
-en una novela de su padre, y leyendo<span class="pagenum"><a name="page_043" id="page_043"></a>{43}</span> aquellas páginas que ella vió
-escribir, lloraba copiosamente; por las tardes permanecía brazo sobre
-brazo, no sabiendo cómo emplearse ni qué hacer para conjurar la miseria.</p>
-
-<p>Ella había vivido tan ajena á toda suerte de negocios y Pablo dejó sus
-asuntos tan embrollados, que la joven no pudo cobrar nada de los libros
-ni de los dramas de su marido: los editores decían que ninguna de
-aquellas obras estaba registrada y el abogado que se ofreció á poner en
-claro todo aquel laberinto, empezó exigiendo algunos centenares de
-pesetas para sufragio de los primeros gastos.</p>
-
-<p>Luisa, acobardada, renunció á todo y vendió algunos manuscritos de Pablo
-para seguir viviendo; y entretanto, el prestigio del gran hombre muerto
-menguaba mucho más de lo que Luisa creía.</p>
-
-<p>Llegó momento en que la pobre viuda, vendidos todos sus muebles y
-empeñadas todas sus alhajas, cayó en una situación precaria. En la
-cajita donde guardaba sus secretillos de esposa feliz, conservaba
-todavía un artículo de Pablo: ¡el último artículo!</p>
-
-<p>Luisa dudó mucho antes de resolverse á vender aquel manojito de queridas
-cuartillas: era un cuento muy bonito, muy tierno, que había leído muchas
-veces. Pero era preciso decidirse y se decidió, constreñida por el
-apremio brutal de la necesidad.</p>
-
-<p>Aquella misma noche, vestida con un modesto trajecillo negro y llevando
-á su hijo de la mano, la viuda se encaminó á la redacción del periódico
-que su marido dirigió algunos años y, durante el trayecto, pensaba en
-aquellas cuartillas que oprimía nerviosamente contra su seno dolorido,
-dándolas un romántico adiós, apasionado y mudo. Cuando subía las
-escaleras de la redacción, un ordenanza le salió al encuentro.</p>
-
-<p>&mdash;¿El señor director?&mdash;preguntó Luisa.<span class="pagenum"><a name="page_044" id="page_044"></a>{44}</span></p>
-
-<p>Está ocupado.</p>
-
-<p>&mdash;Dígale que la viuda de don Pablo de Tal..... desea verle.</p>
-
-<p>El ordenanza se fué y luego reapareció murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;Pase usted.</p>
-
-<p>Luisa penetró en un despacho decorado con elegante sobriedad: la
-sillería era de cuero, el piso estaba alfombrado y los huecos de las
-ventanas disimulados por densos cortinajes de color obscuro. Ante una
-mesa había un individuo que escribía febrilmente, con el pálido
-semblante bañado en la penumbra melancólica de un quinqué con pantalla
-verde. Al ver á Luisa, aquel caballero se levantó con afectada solicitud
-y la ofreció una silla. Después hablaron un poco del ilustre muerto; los
-ojos de Luisa se humedecieron; su interlocutor también pareció muy
-conmovido; luego la invitó á que explicara el objeto de su visita...</p>
-
-<p>&mdash;Le traigo á usted un artículo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Un artículo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor; de Pablo...</p>
-
-<p>&mdash;¿Para qué?</p>
-
-<p>Luisa se detuvo dolorosamente, sorprendida por la pregunta del que fué
-antiguo compañero de su marido.</p>
-
-<p>&mdash;Por si lo quiere usted&mdash;repuso tras una breve pausa;&mdash;no puedo cobrar
-nada de lo que empresarios y editores me deben, y ahora tengo
-compromisos...</p>
-
-<p>Sus mejillas echaban fuego; no podía hablar.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh!... Comprendo; pero, ahora, un artículo de Pablo... no tiene
-oportunidad... ¡Si hubiera sido cuando él murió!...</p>
-
-<p>Luisa rompió á llorar.</p>
-
-<p>&mdash;Tiene usted razón&mdash;murmuró;&mdash;pero éste es su último artículo, el
-último... y yo no quería venderlo.<span class="pagenum"><a name="page_045" id="page_045"></a>{45}</span></p>
-
-<p>&mdash;Vaya, no se aflija usted, aquello pasó... Siento que el periódico no
-pueda pagar lo mucho que valdrán esas cuartillas; pero, en fin, ¿cuánto
-quiere usted?</p>
-
-<p>Lo que ella deseaba era concluir pronto y escapar de allí; el precio ya
-no la importaba.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pondremos... cuarenta pesetas?</p>
-
-<p>&mdash;Bien, bien...</p>
-
-<p>Aquello era un suplicio inacabable; una especie de limosna que la
-ofrecían bajo recibo... Después, mientras salía de la redacción,
-escuchando el argentino tintineo de las monedas que llevaba en el
-bolsillo, pensaba en la bancarrota suprema de todas sus ilusiones. ¿Qué
-quedaba de los ruidosos triunfos de Pablo? De tantos aplausos, de tantas
-brillantes polémicas, de tantos ensueños ambiciosos, ¿qué quedó?... Sus
-amigos le habían olvidado; sus discípulos ya no le respetaban: era un
-maestro enterrado, un ídolo caído...</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde fué aquel mundo de doradas quimeras?&mdash;pensaba Luisa;&mdash;¿qué
-resta de todo aquel glorioso poderío que me deslumbró?...</p>
-
-<p>Y las monedas recién cobradas, tintineando en su faltriquera, parecían
-responder:</p>
-
-<p>&mdash;«Cuarenta pesetas; la herencia de un gran hombre...»</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_046" id="page_046"></a>{46}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_047" id="page_047"></a>{47}</span></p>
-
-<h2><a name="A_OBSCURAS" id="A_OBSCURAS"></a>A OBSCURAS<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Mercedes, una amiga que ignoraba los lazos de cariño habidos, desde muy
-antiguo, entre la hermosa cortesana y el célebre poeta, les presentó
-mutuamente.</p>
-
-<p>&mdash;Don Pedro Equis... Antonia, mi mejor amiga.</p>
-
-<p>Ella y él se inclinaron ceremoniosos, aparentando no conocerse,
-sintiendo que aquella inocente superchería les hermanaba en la penumbra
-del disimulo.</p>
-
-<p>Sentáronse en el mismo sofá, cuidando inconscientemente de que sus
-rodillas no tropezasen, distrayendo sus miradas con los cuadros de
-alegres y pujantes colorines, las plantas y los disecados pajarillos que
-adornaban las paredes y ángulos del saloncito. Mercedes dijo
-jovialmente:</p>
-
-<p>&mdash;Pues, sí: aquí tienes á mi amigo don Pedro, el gran cantor de los
-amores, cuyos versos no hay hombre, medianamente ilustrado que, en los
-momentos de borrachera sentimental, no sepa repetir de memoria.</p>
-
-<p>&mdash;Así es.</p>
-
-<p>&mdash;Bien recuerdo&mdash;prosiguió Mercedes riendo por la franqueza de la mujer
-que sabe tener la boca bonita&mdash;que cierto actor, conocido de todos, me
-sedujo recitándome versos de nuestro poeta.</p>
-
-<p>...Y el poeta, escuchando la evocación de aquellas deliciosas locuras,
-sonreía melancólico, reconociendo que la misión de los pobres artistas
-que de nada disfrutan<span class="pagenum"><a name="page_048" id="page_048"></a>{48}</span> y que todo lo cantan, es triste como la de los
-sacerdotes, obligados á bendecir los placeres de un amor vedado á ellos
-eternamente. Mercedes, que salió un instante, volvió mostrando un
-telegrama que acababan de traer y la forzaba á marchar á la calle.</p>
-
-<p>&mdash;Quedan ustedes en su casa&mdash;dijo;&mdash;empero no dudo sabrán ser juiciosos
-y tratarse con respeto.</p>
-
-<p>Al verse solos, Antonia y el poeta volvieron los ojos al pasado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Te acuerdas?</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo no!&mdash;repuso ella;&mdash;¿y quién pensara que íbamos á tropezamos
-aquí, después de tanto tiempo?...</p>
-
-<p>Más de quince años fueron pasados desde entonces, y, en la neblina de la
-distancia, el recuerdo de aquellos amores castos, nacidos en edad
-demasiado temprana, pintaba un ramalazo de alegre y suave color.</p>
-
-<p>&mdash;¿He cambiado mucho?&mdash;preguntó él.</p>
-
-<p>Ella no hubiese querido disgustarle, pero la realidad se imponía con tal
-fuerza, que su generoso sentimiento quedó vencido.</p>
-
-<p>&mdash;Bastante&mdash;murmuró.</p>
-
-<p>Aunque colocada en los linderos últimos de la segunda juventud, se
-conservaba hermosa y por todo extremo fresca y deseable, habiendo pasado
-la vida por ella como la brisa sobre las flores, sin marchitarla; para
-él, en cambio, la exístencia fué huracán fortísimo que apagó la lumbre
-de sus ojos y aró su frente y quebrantó los resortes de la ya
-desgobernada voluntad. Y aquel desvalimiento lo revelaban el arco
-desilusionado de sus labios y su mirada fría, como la de los viejos que
-presenciaron la desaparición de todo lo amado.</p>
-
-<p>&mdash;Aquellos tiempos&mdash;exclamó Pedro cerrando los ojos para mejor rendir su
-espíritu al dulce columpio del recuerdo,&mdash;forman en mi memoria una
-acuarela de sencilla composición y regocijados tonos.<span class="pagenum"><a name="page_049" id="page_049"></a>{49}</span></p>
-
-<p>Antonia suspiró.</p>
-
-<p>&mdash;A pesar de los años transcurridos&mdash;dijo,&mdash;no he podido olvidarte y,
-siempre que leía tu nombre, el ayer renacía...</p>
-
-<p>Le contemplaba atentamente, doliéndose de hallarle tan viejo, tan caído,
-tan feo... con su calvo cráneo limado por el insomnio, su semblante que
-marchitó el hastío, sus labios cansados de besar y de mentir pasiones...</p>
-
-<p>Dos días después, en la misma casa, tornaron á verse; y tras aquel
-encuentro vino una cita, y luego otra... Citas honestas de amigos, de
-verdaderos amigos, que hallan, charlando juntos, sabroso pasatiempo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo estoy?&mdash;preguntaba ella.</p>
-
-<p>&mdash;Mejor que antes, más mujer, más hecha: diríase que los años te
-perfeccionaron, trazando curvas, puliendo angulosidades, corrigiendo, en
-fin, gallardamente, lo que la impaciente juventud dejó mal concluído.</p>
-
-<p>Mientras el poeta hablaba, la gentil cortesana se estremecía mordida por
-un capricho; raro capricho que iba definiéndose, sojuzgando su ánimo
-bajo una fuerza invasora incontestable. Sin saberlo, adoraba á Pedro; le
-admiraba, hubiese querido pasar la vida pendiente de sus labios
-elocuentes... y pertenecerle, para ahuyentar sus penas.</p>
-
-<p>&mdash;Su alma es hermosa&mdash;pensaba Antonia, exaltándose.</p>
-
-<p>Mas inmediatamente después, la voz implacable de su buen sentido,
-respondía:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero es tan feo!... ¡Tan feo!...</p>
-
-<p>Y para escucharle, miraba al suelo, hallando grato aquel apartamiento de
-la realidad desconsoladora.</p>
-
-<p>...Fué otra tarde en aquel mismo coquetón saloncillo. Pedro callaba,
-considerando imposible la reconquista de su antigua amada, que
-languidecía en el silencio;<span class="pagenum"><a name="page_050" id="page_050"></a>{50}</span> silencio augusto, cargado de recuerdos que
-desbordaban su amor. Mercedes había salido.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué ese mutismo?&mdash;preguntó Antonia.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué puedo decir?... ¡Estás tan lejos de mí! ¡Tan lejos!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh!... No lo creas. Vivo muy cerca de ti, tan cerca como antes, acaso
-más vecina que nunca... Porque mi espíritu, instruído por la
-experiencia, comprende mejor los raros méritos del tuyo. ¡Háblame...
-háblame!</p>
-
-<p>&mdash;¿De qué?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, no sé!... No sabría decírtelo... Pero, habla... la corrección de
-tu discurso y tu voz, que nubló la tristeza, aturden mi razón
-dulcemente, como el vaho aromoso de los pebeteros. Sí, por lo más
-santo... no me niegues el favor de escucharte. Háblame de amor... evoca
-lo pretérito; jura, como sólo tú sabes hacerlo, que no me has olvidado
-todavía... ¡Habla!</p>
-
-<p>Y él habló... friamente al principio, como viejo actor que representa;
-después con fuego, sintiendo caldearse sus nervios bajo la viril
-sacudida de su propia inspiración.</p>
-
-<p>&mdash;Antonia... ¿te acuerdas?...</p>
-
-<p>Hablaba cogiéndola las manos, envolviéndola en una mirada ardiente,
-dejando que su aliento acariciase la frente de la amada. Y
-reconociéndose elocuente, se entregaba contento á este juego de gestos y
-de palabras, con la doble alegría del amante y del artista que espera
-ser aplaudido. Y proseguía:</p>
-
-<p>&mdash;En vano intentas sustraerte á ti misma; me quieres, lo sé, me
-consta... Si así no fuese, ¿á qué esa turbación? ¿A qué ese humillar la
-cabeza y bajar los ojos?... Oyeme, soy yo... tu Pedro... quien te llama;
-soy tu pasado, tu juventud primera, que vuelven conmigo.</p>
-
-<p>Ella balbuceaba, entregándose al hechizo de la ficción.<span class="pagenum"><a name="page_051" id="page_051"></a>{51}</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Pedro mío!... ¡Pedro!...</p>
-
-<p>&mdash;Antonia, mi Antonia... adorada de mi alma... ¿Es posible que después
-de separación tan dilatada, volvamos á estar juntos?... Hace mucho
-tiempo, juré amarte, y mi fe cumplió lo jurado sin que ni la distancia
-ni los frívolos placeres mundanos quebrantasen el hierro fortísimo de mi
-juramento. Te conocí siendo niña, nos amamos: yo entonces ganaba lo
-suficiente para no morir, pero estudiaba sin desmayos, sabiendo que el
-estudio y el trabajo son las únicas carabelas que pueden conducirnos
-derechamente á las playas de la dicha, y en aquellas playas remotas tú
-esperabas.</p>
-
-<p>Trastornada por el fuego de esta romántica peroración, la joven abrió
-los ojos que hasta allí tuvo cerrados, queriendo gustar la contemplación
-del hombre que tantas y tan lindas cosas decía, y no pudo; vió su frente
-sombría que arrugaron los años, su boca triste, su tez marchita, su
-cuerpo encorvado, sus ojos sin luz... ¡Y no pudo!... El beso se heló en
-sus labios y volvió á cerrar los ojos. ¡Era tan feo!...</p>
-
-<p>&mdash;Lo pasado ha vuelto... ¡oh, Antonia!... No dejes que esta felicidad
-torne al pasado otra vez.</p>
-
-<p>Ella, sintiendo que en la obscuridad su ilusión renacía, contestaba, sin
-abrir los párpados, meciéndose nuevamente en la música de aquel
-fingimiento adormecedor:</p>
-
-<p>&mdash;Pedro mío, yo te amo, pero mi historia, sembrada de errores,
-imposibilita nuestra unión; yo soy una desgraciada; tú, en cambio,
-puedes ser feliz aún.</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo! ¡Yo dichoso!... ¿Sin tí?... Nunca. Ahora mi nombre llena tu
-memoria y esa convicción, acaso presuntuosa, me consuela. Pero más
-adelante, cuando nos separemos, cuando no te vea, cuando la casualidad
-que acaba de unirnos no exista... y mi recuerdo vaya empequeñeciéndose
-en tu espíritu con el tiempo, como<span class="pagenum"><a name="page_052" id="page_052"></a>{52}</span> la imagen de todo lo que pasa, de
-todo lo que huye... Entonces, ¿quién se acordará de mí... del
-vencido?...</p>
-
-<p>&mdash;Me sofocas como sofocan las pesadillas.</p>
-
-<p>Contestó sin abrir los ojos, pareciéndola que en aquella obscuridad la
-voz cariñosa del poeta venía de muy lejos. Pedro prosiguió:</p>
-
-<p>&mdash;Es el ayer, que te ahoga. Tú pasarás también, Antonia, y tu ocaso será
-muy triste...</p>
-
-<p>&mdash;¡Sigue, sigue!...</p>
-
-<p>&mdash;Será muy triste; y entonces, ¿quién te amparará? ¿Quién podrá
-consolarte del bien perdido?... Mientras que, viviendo juntos, no
-padecerías el tormento de la soledad, y tus últimos años serían dulces y
-tibios como los crepúsculos estivales...</p>
-
-<p>Hubo otra pausa. Antonia, con la cabeza caída hacia atrás y los hermosos
-ojos cerrados, preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres apagar la luz?</p>
-
-<p>&mdash;¿Para qué?...&mdash;repuso el poeta.</p>
-
-<p>Y sin sospechar la triste razón que justificaba el capricho de su amiga,
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Estamos mejor así.</p>
-
-<p>Luego continuó:</p>
-
-<p>&mdash;Nos veo viejecitos, examinando juntos y sin pena el panorama de lo
-vivido, confortando con mi aliento tus manos trémulas, espantando con
-mis besos los pesares de tu vieja frente... ¡Antonia, mi Antonia!...</p>
-
-<p>La emoción ahogó la voz de su garganta. Ella murmuró:</p>
-
-<p>&mdash;Apaga la luz.</p>
-
-<p>&mdash;No... necesito verte... déjame...</p>
-
-<p>&mdash;Pedro...</p>
-
-<p>&mdash;¡Eres tan hermosa!... Ven, más cerca, así... tus manos en mis manos...
-nuestros pechos muy juntos, más...</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, adorado mío!... ¡Qué dulzura, qué persuación la de tus
-palabras!...<span class="pagenum"><a name="page_053" id="page_053"></a>{53}</span></p>
-
-<p>Iba á abrir los párpados, pero recordó con miedo las trazas lamentables
-de su amador, y volvió á cerrarlos.</p>
-
-<p>&mdash;Antonia&mdash;el poeta repetía,&mdash;¿me quieres?</p>
-
-<p>Como eco de la callada habitación, la joven contestó:</p>
-
-<p>&mdash;Mucho.</p>
-
-<p>&mdash;¿Con toda tu alma?</p>
-
-<p>&mdash;Sí... con toda mi alma.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, placer!... Dilo, dilo otra vez para consuelo mio... ¡Repítelo muy
-alto!...</p>
-
-<p>&mdash;Te quiero... te quiero... ¡Y nada me consolará de los años que viví
-sin amarte!</p>
-
-<p>Otra vez sus ojos se abrian, poseídos del ansia de mirar, pero se
-contuvo. Pedro, murmuraba:</p>
-
-<p>&mdash;Ven...</p>
-
-<p>Ella sintió sobre la fresa de sus labios, los labios calenturientos del
-poeta, y su aliento, cálido como el jadeo de las fieras. Entonces se
-levantó y sin entreabrir los cerrados párpados, se dirigió á tientas
-hacia la mesa y apagó el quinqué; la habitación quedó á obscuras, en las
-tinieblas los objetos perdieron su forma; el hechizo de la conversación
-estaba salvado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué haces?&mdash;preguntó Pedro sorprendido.</p>
-
-<p>Ella repuso:</p>
-
-<p>&mdash;Acercarme á tí...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_054" id="page_054"></a>{54}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_055" id="page_055"></a>{55}</span></p>
-
-<h2><a name="LA_OCASION" id="LA_OCASION"></a>LA OCASIÓN<br /><br />
-<span class="sans">(Cuento representable)</span><br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<h3>ESCENA PRIMERA</h3>
-
-<p>(<small>Gabinete bien amueblado, con diván, marquesitas, etc. Al fondo, la
-puerta del dormitorio. A la izquierda del actor, otra puerta. A la
-derecha, una ventana. Es de noche.</small>)</p>
-
-<p><span class="smcap">Casta</span>.&mdash;(<small>En traje de calle y asomando la cabeza por la puerta de la
-izquierda, que estará entornada</small>). ¡Granuja, granuja!... ¡Poca
-vergüenza!... (<small>Pausa, como si alguien contestase á sus palabras desde
-dentro.</small>) ¿Qué dices? (<small>Pausa.</small>) ¡Me tiene sin cuidado! (<small>Gritando furiosa.</small>)
-Puedes venir cuando gustes, ó no venir... me es indiferente. Si quieres,
-pasa la noche donde pasaste la de ayer, y la otra... ¡y la otra!...
-(<small>Cerrando la puerta, como temiendo que su amenaza llegue á oídos del
-esposo, que se va.</small>) Pero no te admires, si, en llegando <i>la ocasión</i>...
-hago lo que tenga por conveniente. Eso es, ni más ni menos: lo que me dé
-la gana, mi real gana; aquello que ordene mi gusto... (<small>se quita el
-sombrero y va y vuelve por el escenario, dando señales de agitación y<span class="pagenum"><a name="page_056" id="page_056"></a>{56}</span>
-despecho vivisimos.)</small> ¡Linda conducta la de mi esposo!... Está cincuenta
-y tantas horas sin venir por aquí, metido... ¡sabe Dios dónde!... Y hoy
-reaparece, después de almorzar, con las manos y los dientes muy limpios
-y su cara de Pascua, repitiéndome la viejísima historia del amigo que,
-saliendo del teatro, enfermó repentinamente, y á quien fué necesario
-subir á un coche, llevarle á su casa, meterle entre colchas, darle
-tisanas... etcétera. Yo fingí dar crédito á todo aquel hilvanamiento de
-burdas mentiras, y repuse:&mdash;Bueno, ¿quieres llevarme esta noche al
-teatro?&mdash;¿Por qué no?&mdash;dijo. Mi señor marido es un caballero que no
-tiene palabra mala ni hecho bueno. Como le conozco, insistí.&mdash;Conque,
-¿me llevarás?&mdash;Sí, mujer.&mdash;¿De verdad?&mdash;De verdad.&mdash;¿No vendrás á última
-hora con alguna de las tuyas?... ¡Cómo se puso el muy hipócrita! ¡Qué
-protestas, qué extremos de cariño!... Era preciso creerle. Total: me
-dejó convencida y se marchó. ¡Es que las mujeres nacimos tontas!...
-(<small>Pausa.</small>) Por eso, mucho antes de cenar ya estaba yo vestida. Y dan las
-siete de la tarde, y las ocho... ¡y Mariano sin venir! (<small>Pausa.</small>) Cené
-sola, con el alma dada á todos los diablos, comprendiendo que, al fin,
-me quedaría compuesta y en casa. ¡Así fué!... A los postres reapareció
-mi señor; volvía para buscar dinero y decirme que tenía un asunto
-urgente... un negocio de minas... ¡No quiero recordarlo! (<small>Furiosa.</small>)
-¡Pillo, granujón!... ¡Si supiera que otros adoran lo que él
-desprecia!... Su amigo Ricardo, por ejemplo, me corteja desde que empezó
-el verano: ¡y es tan dulce, tan insinuante, tan delicado... tan
-guapo!... (<small>Suena un timbre.</small>) ¡Cómo! ¿Gente á estas horas? (<small>Pausa.</small>)
-¿Quién será?...<span class="pagenum"><a name="page_057" id="page_057"></a>{57}</span></p>
-
-<h3>ESCENA II</h3>
-
-<p class="c"><span class="smcap">Casta, luego Susana</span></p>
-
-<p><span class="smcap">Susana.</span>&mdash;(<small>Desde fuera.</small>) ¿Se puede?</p>
-
-<p><span class="smcap">Casta.</span>&mdash;Adelante.</p>
-
-<p>S.&mdash;¿Cómo?... ¿Estás sola?</p>
-
-<p>C.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>S.&mdash;¡Yo que no me atrevía á entrar, temiendo hallarte!...</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Dónde?</p>
-
-<p>S.&mdash;En brazos del esposo.</p>
-
-<p>C.&mdash;No me hables de Mariano.</p>
-
-<p>S.&mdash;¿Está en casa?</p>
-
-<p>C.&mdash;No.</p>
-
-<p>S.&mdash;¡Me alegro! ¿Cuándo vendrá?</p>
-
-<p>C.&mdash;Ni el diablo lo sabe. Mañana... pasado... ¡Ni me importa!...</p>
-
-<p>S.&mdash;Mejor. Entonces...</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Qué?</p>
-
-<p>S.&mdash;Vente conmigo.</p>
-
-<p>C.&mdash;¡Chiquilla!</p>
-
-<p>S.&mdash;Vente.</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Dónde?</p>
-
-<p>S.&mdash;A la Bombilla.<span class="pagenum"><a name="page_058" id="page_058"></a>{58}</span></p>
-
-<p>C.&mdash;¡A la Bombilla! (<small>Horrorizada.</small>)</p>
-
-<p>S.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Solas?</p>
-
-<p>S.&mdash;¡Quiá!</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Con quién?</p>
-
-<p>S.&mdash;Con mi amigo; ya le conoces... Federico...</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Estás loca?</p>
-
-<p>S.&mdash;Sí, loca; loca y borracha, ¡pero no de vino, sino de alegría, de
-ilusión, de juventud!...</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Y tu marido?</p>
-
-<p>S.&mdash;En Puente-Viesco, desde ayer, curándose el reúma. Vamos, ¿qué
-piensas?... Federico aguarda en la esquina.</p>
-
-<p>C.&mdash;Imposible, no voy.</p>
-
-<p>S.&mdash;¿Por qué? ¿Quién iba á enterarse?</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Pensativa y dudosa.</small>) Nadie...</p>
-
-<p>S.&mdash;Entonces....</p>
-
-<p>O.&mdash;Dudo, tengo miedo.</p>
-
-<p>S.&mdash;¿A quién?</p>
-
-<p>C.&mdash;No sé.</p>
-
-<p>S.&mdash;¿No estás vestida?</p>
-
-<p>C.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>S.&mdash;Pues, necia... sígueme. ¿A qué esperas?</p>
-
-<p>C.&mdash;Sin embargo...</p>
-
-<p>S.&mdash;¿Qué?</p>
-
-<p>C.&mdash;¡Bonito papel representaría yo en vuestro dúo de amor!</p>
-
-<p>S.&mdash;¡Psch!... Regular... (<small>Ríe.</small>)</p>
-
-<p>C.&mdash;Si yo tuviese...</p>
-
-<p>S.&mdash;¿Un amigo?</p>
-
-<p>C.&mdash;Eso es...</p>
-
-<p>S.&mdash;¡Naturalmente; un amigo! ¡Lo que tantas veces te aconsejé que debes
-procurarte!... Porque, mira: con los hombres debe hacerse lo que con los
-trajes: hay uno nuevo, para salir de día, ir al teatro, exhibirse en<span class="pagenum"><a name="page_059" id="page_059"></a>{59}</span>
-público... este es el marido. El amante es el traje modesto conque
-salimos de noche, por calles solitarias... ó al campo, para tendernos
-libremente sobre la hierba..!</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>pensativa.</small>) ¡Si Ricardito supiera!...</p>
-
-<p>S.&mdash;(<small>con gran interés.</small>) Oye, á propósito: ¿qué hay de eso?</p>
-
-<p>C.&mdash;Nada nuevo.</p>
-
-<p>S.&mdash;¿Te escribe?</p>
-
-<p>C.&mdash;Todos los días... y me sigue... y no me deja á sol ni á sombra.</p>
-
-<p>S.-¿Y tú?</p>
-
-<p>C.&mdash;Desdeñándole.</p>
-
-<p>S.&mdash;¿Y tu marido?</p>
-
-<p>C.&mdash;Como los maridos de Bocaccio: en la higuera.</p>
-
-<p>S.&mdash;¡Pobre Ricardo!</p>
-
-<p>C.&mdash;Si leyeses su última carta...</p>
-
-<p>S.&mdash;(<small>Con alegría.</small>) ¡A ver, á ver!...</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Sacando un papel del seno.</small>) Lee; me llama su cielo...</p>
-
-<p>S.&mdash;(<small>leyendo, pero sin coger la carta.</small>) Y... su vida... Y te pide una
-cita...</p>
-
-<p>C.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>S.&mdash;¡Pobrecillo!</p>
-
-<p>C.&mdash;Mira, cómo se despide: «Te beso en los labios...»</p>
-
-<p>S.&mdash;(<small>Leyendo.</small>) «En la nuca...»</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Leyendo.</small>) «Donde tú quieras..»</p>
-
-<p>S.&mdash;¡Excelente muchacho!</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Te parece?</p>
-
-<p>S.&mdash;Yo le protegeré.</p>
-
-<p><small>Pausa. Las dos interlocutores meditan.</small></p>
-
-<p>S.&mdash;Conque, ¿vienes?</p>
-
-<p>C.&mdash;No me atrevo.</p>
-
-<p>S.&mdash;Cobarde.<span class="pagenum"><a name="page_060" id="page_060"></a>{60}</span></p>
-
-<p>C.&mdash;No, no soy cobarde... pero, reconoce que la caída de las mujeres
-depende, más que del deseo...</p>
-
-<p>S.&mdash;Sí, de la ocasión.</p>
-
-<p>C.&mdash;Tú lo digiste.</p>
-
-<p>S.&mdash;Del cuarto de hora...</p>
-
-<p>C.&mdash;Y esa ocasión, ese cuarto de hora, faltan... faltando Ricardo.</p>
-
-<p>S.&mdash;(<small>Resignándose.</small>) Bien; entonces, adiós, no quiero perder más tiempo.</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Besándola.</small>) Adiós, que seas muy feliz.</p>
-
-<p>S.&mdash;Lo seré; no lo dudes.</p>
-
-<p>C.&mdash;Yo en cambio...</p>
-
-<p>S.&mdash;Encerrada y sola... y condenada á marido perpetuo. Adiós, feísima,
-adiós... (<small>Váse: Casta la acompaña. La escena queda un instante sola.</small>)</p>
-
-<h3>ESCENA III</h3>
-
-<p class="c"><span class="smcap">Casta</span></p>
-
-<p class="c">(<small>Cerrando la puerta con llave.</small>)</p>
-
-<p>Cuando la ocasión no llega todo falta. Mi esposo me abandona, mi amiga
-se marcha también tras su alegría... ¡Bueno va!... Me acostaré; ¿qué
-remedio? (<small>Empieza á desnudarse poco á poco y hasta donde las buenas
-costumbres consientan.</small>) Hace calor, el ambiente perfumado de este
-gabinete es asfixiante... asfixiante como un abrazo muy<span class="pagenum"><a name="page_061" id="page_061"></a>{61}</span> estrecho. ¡Uf,
-me ahogo!... Todo me habla de amor: el silencio... los muebles... el
-lecho mullido donde dormiré sola... Abriré la ventana (<small>Pausa.</small>) ¡Oh, qué
-noche tan hermosa! ¡Cuánta paz en la tierra! En los cielos... ¡cuánta
-electricidad y cuánta luz!... Desfallezco; algo misterioso me besa sobre
-los labios. (<small>Asomándose á la ventana.</small>) ¿Qué es eso?... Una orquesta
-ambulante; ¡sólo faltaba la música para concluir de trastornarme!...
-(<small>Dentro algunos violines ejecutan un vals.</small>) ¡Ah, ese vals!... (<small>En
-éxtasis.</small>) Lo he bailado tantas veces siendo soltera, cuando era
-inocente... cuando soñaba... Me veo girando por los salones, la cabeza
-caída hacia atrás y sintiendo sobre los riñones la presión de un brazo
-enamorado... ¡Oh, aquellos tiempos! (<small>Continúa desnudándose.</small>) La música,
-llamando á mis recuerdos, trastorna mi espíritu; el calor muerde mis
-nervios y mi carne. ¡Amado!... ¿Dónde está?... ¡Estas noches húmedas de
-Septiembre roban al cielo tantas vírgenes!... (<small>Pausa.</small>) Hace pocos
-momentos decía que faltaba la ocasión y, no obstante, el cuarto de hora
-de los supremos vencimientos, está aquí; la hora azul del pecado, es
-ésta. (<small>Pausa. Cesa la música. Luego suena un timbre; llaman á la puerta.
-Casta despertando de su embelesamiento.</small>) ¿Quién va? ¿Quién es?...</p>
-
-<p>Voz.&mdash;(<small>Desde fuera.</small>) Abra usted, señora.</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Aterrada.</small>) ¡Voy!... (<small>Aparte.</small>) ¿Qué es esto?... ¡Voy!... (<i>Siempre
-aparte.</i>) ¿Qué pasa por mí?... ¡Voy, voy!...</p>
-
-<p>(<small>Se viste apresuradamente una bata y abre.</small>)<span class="pagenum"><a name="page_062" id="page_062"></a>{62}</span></p>
-
-<h3>ESCENA IV</h3>
-
-<p class="c"><span class="smcap">Casta y su Doncella</span></p>
-
-<p><span class="smcap">Doncella.</span>&mdash;El señorito Ricardo... está ahí.</p>
-
-<p><span class="smcap">Casta.</span>&mdash;¡Ricardo! (<small>Retrocede asustada.</small>)</p>
-
-<p>D.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>C.&mdash;¿Cómo?</p>
-
-<p>D.&mdash;Quiere hablar con usted.</p>
-
-<p>C.&mdash;¡A estas horas!</p>
-
-<p>D.&mdash;Los hombres enamorados son terribles, está loco por usted... y como
-yo le dije que el señor no vendría hasta mañana... (<small>Ríe mirando al
-público.</small>)</p>
-
-<p>C.&mdash;¡Ah, está bien!... Te vendiste al ladrón...</p>
-
-<p>D.&mdash;(<small>Humilde.</small>) Señora...</p>
-
-<p>C.&mdash;Desde este momento quedas despedida.</p>
-
-<p>D.&mdash;(<small>Sonriendo.</small>) Creo que la señora cambiará de opinión hablando con el
-señorito Ricardo.</p>
-
-<p>C.&mdash;¡Miserable! (<small>Exaltándose.</small>)</p>
-
-<p>D.&mdash;Lo dije sin intención... (<small>Humilde y burlona.</small>)</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Cayendo desfallecida sobre el diván.</small>) ¡Todo se conjura contra
-mí!... El desprecio de mi marido, los consejos de Susana... mi
-desnudez... la música, el calor húmedo de esta noche diabólica...</p>
-
-<p>D.&mdash;El señorito Ricardo espera.</p>
-
-<p>C.&mdash;¡Ay de mí!... ¿Qué me sucede?... ¿Qué siento?</p>
-
-<p>D.&mdash;¿Qué le digo?<span class="pagenum"><a name="page_063" id="page_063"></a>{63}</span></p>
-
-<p>C.&mdash;El destino le trae y yo no puedo luchar contra lo invencible.</p>
-
-<p>D.&mdash;¿Señora?</p>
-
-<p>C.&mdash;Aguarda. (<small>Pausa.</small>)</p>
-
-<p>D.&mdash;Es que...</p>
-
-<p>C.&mdash;¡Un momento!... (<small>Suplicante.</small>)</p>
-
-<p>D.&mdash;(<i>Mirando hacia la puerta.</i>) ¿El señorito Ricardo...?</p>
-
-<p>C.&mdash;Espera...</p>
-
-<p>D.&mdash;¿Qué le digo? (<small>Apremiante.</small>)</p>
-
-<p>(<small>Pausa.</small>)</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Como desvanecida.</small>) Me muero...</p>
-
-<p>D.&mdash;¿Qué le digo?</p>
-
-<p>(<small>Pausa.</small>)</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Suspirando.</small>) Que pase...</p>
-
-<p class="c"><span class="smcap">Telón</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_064" id="page_064"></a>{64}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_065" id="page_065"></a>{65}</span></p>
-
-<h2><a name="LA_HIJA_DEL_SOL" id="LA_HIJA_DEL_SOL"></a>LA HIJA DEL SOL<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Lo mismo la alborotada juventud, tan fácil á la hipérbole, como las
-envidiosas mujeres, inclinadas á discutir y morder el ajeno mérito,
-coincidían en proclamar á Carmen, la gitana, como el tipo femenino más
-perfecto de la pujante flamenquería sevillana.</p>
-
-<p>Carmen nació en el campo: era hija de segadores y su madre la dió á luz
-una tarde de Agosto, tumbada entre los altos trigales, bajo el ancho
-espacio azul, abrasador y deslumbrador como la entrada de una fragua: de
-pronto resonó en los ámbitos de la planicie adormecida por el bochorno
-de la siesta, un grito, el grito selvático que lanzan las hembras cuando
-el último desgarro las convierte en madres; y nació Carmen... El viento
-de aquella tarde, un viento cálido como un bostezo del desierto, agitó
-los negros cabellos de la niña y la luz que caía á raudales tostó sus
-mejillas y su frente... Desde entonces, á Carmen la llamaron la <i>Hija
-del Sol</i>.</p>
-
-<p>Todo en ella, efectivamente, concurría á mantener la exactitud y
-legitimidad de aquel apodo: su talle esbelto y ágil, su cuello grueso,
-su tez cobriza, su cabeza algo grande, su boca de carnosos y encendidos
-labios,<span class="pagenum"><a name="page_066" id="page_066"></a>{66}</span> amargados por el gesto, casi doloroso, de sed, que contrae la
-boca insaciable de los libertinos; y luego su carácter... su carácter
-reconcentrado, á veces sumiso, con sumisiones de esclava, indomable y
-fiero á ratos, pero siempre taciturno y perezoso, de mujer oriental;
-mujeres supersticiosas y ardientes que adoran al Sol.</p>
-
-<p>Carmen profesaba al astro magnífico un culto idolátrico, casi sensual,
-de fetiquista. En la germinación y desarrollo de esta pasión debió de
-influir, amén de su idiosincrasia andaluza, la novela de su nacimiento,
-aquel nacer pintoresco, consumado durante las abrasadas horas de una
-tarde estival, en medio de la vasta planicie, convertida, bajo los rayos
-del sol, en inmensa charca de fuego y de luz... Las primeras sombras
-crepusculares ponían en su ánimo nostalgia y miedo inexplicables: se
-acostaba temprano para no ver la luna, la eterna muerta, tan triste, tan
-pálida, velando con su resplandor frío el reposo inquietante de las
-tumbas y de las ruinas; y madrugaba con el sol, que iba á sorprenderla
-en su lecho, espantando sus malos ensueños, derramando por sus venas una
-briosa corriente de vida. Los días de verano iba con sus padres á la
-siega, y allí, echada al pie de un árbol ó á la sombra de un bardal,
-abismaba sus ojos en el paisaje. Los pajarillos habían enmudecido, las
-cigarras, borrachas de calor, callaban bajo el rastrojo; la atmósfera
-ardía, el suelo exhalaba por sus poros un vaho abrasador, irrespirable,
-las golondrinas que intentaron atravesar volando la planicie, cayeron
-asfixiadas; en los confines del horizonte, tierra y cielo, borrados en
-la misma catarata luminosa, simulaban un incendio con oleadas de oro y
-nubes de púrpura; perdidos entre el trigo, con las recias espaldas y las
-frentes cubiertos de sudor, los segadores, estimulados por el orgulloso
-prurito de no quedarse retrasados en la faena, trabajaban sin descanso.<span class="pagenum"><a name="page_067" id="page_067"></a>{67}</span></p>
-
-<p>Carmen, sumida en un emperezamiento invencible, miraba al cielo,
-cegándose bajo aquella intensísima reverberación solar. El mismo sol,
-que tanto excitaba con sus ardores la carne de la virgen gitana,
-reprimía con su luz la explosión de sus pasiones: Carmen, que sentía en
-la obscuridad los vergonzosos bostezos del pecado, hubiera tenido
-empacho de desnudarse ante una ventana abierta: el sol, brillando
-majestuoso en el cenit de los espacios, represaba sus malos deseos y
-fortalecía su voluntad y su virtud, y á él volvía los entornados ojos en
-las horas azules de dulce y peligroso quebranto, como las vírgenes
-frágiles, al ir á perderse, miran el retrato de su padre colgado á la
-cabecera del lecho fatal, como pidiéndole ayuda ó perdón. ¡No, ella no
-sería mala, mientras hubiese Sol!...</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Antoñico el gitano, un mercader de potros que gozaba de gran fortuna y
-prestigio en las ferias de Sevilla y Mairena, había puesto estrecho
-cerco á la virtud de Carmen; persiguiéndola en la iglesia los domingos
-por la mañana, durante la misa; por las noches, rondando su reja, al pie
-de la cual su musa triste de amador desdeñado entonaba sentidos
-cantares; y en la siega, sentándose junto á Carmen, que le oía
-distraída, mirando á los segadores cuyas cabezas oscilaban entre las
-doradas mieses como puntos negros.</p>
-
-<p>Según el mozo extremaba sus agasajos, la joven fortalecía su
-resistencia, y hubo entre ambos disputas y luchas terribles, de las
-cuales la virtud de Carmen libró incólume. El, porfiaba, sin darse por
-vencido.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué me desprecias?&mdash;decía.</p>
-
-<p>&mdash;Déjame&mdash;replicaba Carmen,&mdash;me aburres y te cansas en vano. Yo no puedo
-amarte; había de querer... ¡y<span class="pagenum"><a name="page_068" id="page_068"></a>{68}</span> no podría!... Hay algo en mí que te
-rechaza, que no transige contigo, aunque fueses el mejor de los
-hombres... Una especie de hipo, que te echa fuera de mi alma...</p>
-
-<p>El, herido en su pasión y en su orgullo, replicaba:</p>
-
-<p>&mdash;Tú caerás. Esto, al fin, ha de ser como yo quiera...</p>
-
-<p>Ella, segura de si misma, reía provocándole al combate. ¿Para qué
-temerle?... De noche, la defendían los mismos hierros de su reja; de
-día, la guardaba su padre, el Sol...</p>
-
-<p>Una tarde, Carmen y Antonio se encontraron en uno de los callejones más
-solitarios y excéntricos del barrio, delante de una tiendecilla de
-vinos.</p>
-
-<p>&mdash;Oye&mdash;dijo él,&mdash;¿aceptas una cañita de manzanilla?</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;repuso ella,&mdash;déjame en paz.</p>
-
-<p>Entonces él la cogió por los sobacos y en volandas la metió en la
-taberna y luego en una habitación interior, donde un lecho, con
-sobrecama roja, parecía esperar... El ambiente del dormitorio era frío;
-las paredes, resquebrajadas por la humedad, ofrecían grandes manchas
-verduzcas; por la ventana penetraban los últimos reflejos crepusculares.</p>
-
-<p>&mdash;Ya estamos solos&mdash;exclamó Antonio cerrando la puerta;&mdash;¡por fin!...</p>
-
-<p>En sus labios vagaba la risa petulante y procaz de los triunfadores; su
-manos ardían; sus ojos voraces de gitano llameaban en la sombra...
-Carmen no supo defenderse; un frío mortal helaba su sangre; no podía
-respirar; la obscuridad de aquel cuarto siniestro gravitaba sobre sus
-párpados obligándola á cerrarlos; sus brazos permanecieron inactivos,
-sus piernas flaquearon y echó la cabeza hacia atrás, entregando su
-garganta al deseo... Fué una caída inconsciente en cuyo lamentable
-desenlace la noche ejerció poderosa y decisiva tercería.<span class="pagenum"><a name="page_069" id="page_069"></a>{69}</span></p>
-
-<p>De aquella casa salió Carmen como de un letargo, y cuando más tarde supo
-que iba á ser madre, se rindió á su suerte, aceptando al hombre que
-hasta allí nunca había logrado poseerla pacíficamente, sino por sorpresa
-y á zarpazos, como se aman las fieras. Obligada á vivir en un cuarto
-interior con su hija y sin otro recreo que el cuidado de las flores que
-adornaban los hierros de su ventana, la joven tornóse más huraña, más
-triste, según el odio hacia su amante aumentaba. Aquel hombre se lo
-había quitado todo: el cariño de sus padres, la estimación de sí misma,
-su belleza sin mácula, su libertad; y además la había robado el Sol,
-aquel dios resplandeciente que abrasaba su sangre y anegaba sus pupilas
-en luz, enseñándola el culto á la Naturaleza y á la vida... Pensando en
-esto y comparando su salvaje independencia de antaño con su monótona
-existencia actual, Carmen, la gitana, lloraba hilo á hilo lágrimas
-ardientes que agrandaron sus ojos. ¡Sí, odiaba á Antonio, funesto para
-ella como la sombra del manzanillo; y le aborrecía con ese
-aborrecimiento intenso que no retrocede ante el crimen!...</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Fué otra tarde: una tarde de Agosto.</p>
-
-<p>Carmen y Antonio habían merendado en el campo; su hija les acompañaba.
-El almuerzo fué alegre; los tres comieron mucho y bebieron copiosamente;
-luego Antonio, mareado por los vapores de la digestión y del vino,
-tumbóse en el suelo y con la cabesa apoyada sobre el regazo de la joven
-se quedó dormido. Carmen, inmóvil, contemplaba el horizonte con ojos
-pensativos: el aire quemaba, la tierra ardía, del cielo azul caían sobre
-los campos oleadas mareantes de fuego; á un lado<span class="pagenum"><a name="page_070" id="page_070"></a>{70}</span> aparecían altos
-ribazos coronados de chumberas, luego una carretera que se alejaba
-blanqueando como un reguero de ceniza, y más allá planicies inacabables
-sembradas de trigo, con sus gavillas de segadores que avanzaban
-desplegados en ala, cual náufragos perdidos en un lago de oro líquido...
-En medio del campo, dominada por el silencio augusto de la siesta y
-mordida por los besos ardientes del Sol, Carmen sentía renacer sus
-orgullosas energías de antaño; su sangre hervía, crispando sus dedos, y
-una borrachera extraña, borrachera orientalesca de calor y de luz,
-turbaba su cerebro. Instintivamente miró á Antonio, el hombre que la
-había arrebatado tanto bien y que yacía dormido sobre sus rodillas, á
-merced suya, y sus miradas repararon con criminal ensañamiento en su
-cuello grueso y sanguíneo, de violador.</p>
-
-<p>Aquello pasó y Carmen tornó á fijarse en los pintorescos ribazos ceñidos
-de chumberas siempre verdes, y en los campos de trigo, con sus gavillas
-de segadores... Pero la tentación homicida volvía, cada vez más terrible
-y pujante... Antonio roncaba tranquilo; el calor había congestionado sus
-mejillas; bajo la piel se acentuaban las venas repletas de sangre...
-¡Oh, aquel hombre las había causado, á ella y á su hija, un daño
-infinito!... ¡Por él estaban así, alejadas del mundo, sin cariño de
-madre, sin blanduras de abuela, condenadas á vivir perpetuamente en la
-sombra... Y Carmen pensó que la muerte de Antonio sería la felicidad
-recobrada, la liberación definitiva...</p>
-
-<p>Un último sacudimiento de su conciencia la obligó á levantar los ojos;
-en aquel momento sus pupilas, nidal de malos pensamientos, parecían más
-negras, más duras... Carmen prosiguió acariciando el cuello de su amante
-con una mirada fría y sutil como el filo de una daga. Era imposible
-resistir la implacable tentación. A<span class="pagenum"><a name="page_071" id="page_071"></a>{71}</span> la borrachera del vino se aunaba la
-del sol... Y el sol hablaba, empujándola al crimen.</p>
-
-<p>«¡Mátale!...&mdash;decía;&mdash;él te robó cuanto de más hermoso tenías,
-regalándote, á cambio de tu sacrificio, una hija que habrá de
-avergonzarse de ti eternamente. ¡Mátale antes de que despierte y te
-vuelva á su cárcel! Recuerda aquella habitación obscura que jamás
-mereció el beneficio de mis rayos; aquellas paredes que agrietó la
-humedad, aquel lecho donde tiritas de frío... ¡Mata! Sé fuerte como yo,
-inspirador de todos los heroísmos, afrodisíaco despertador de todas las
-voluptuosidades, anda, no vaciles; sigue los consejos de tu padre el
-Sol... ¡Mata á ese hombre!...»</p>
-
-<p>Carmen, estremeciéndose, miró á su alrededor: no había nadie; la
-soledad, encubridora de los grandes crímenes, también la empujaba. ¿Por
-qué no recobrar su hermosa libertad perdida?... A veces, una vena que se
-corta es una cadena que se quiebra...</p>
-
-<p>Por entre la faja de Antonio asomaba tentador el mango de un cuchillo.
-Carmen quiso apartar de él los ojos, y ya no pudo; miraba, alargando el
-cuello, y su mano derecha se crispaba, calculando la violencia del
-golpe...</p>
-
-<p>En aquel instante la niña, como instrumento elegido por el Destino para
-precipitar la venganza de la madre, cogió el mango del cuchillo y la
-hoja salió de la vaina, con relampagueo deslumbrador. Aquel zig-zag
-trágico, arrancado al acero por el sol, cegó á Carmen, y el gitano rodó
-por el suelo, pasando sin estremecimiento de un sueño á otro. Quedó
-tumbado boca arriba, mirando al Sol que le había matado. La tierra,
-sedienta, empapó su sangre...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_072" id="page_072"></a>{72}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_073" id="page_073"></a>{73}</span></p>
-
-<h2><a name="IDOLOS_CAIDOS" id="IDOLOS_CAIDOS"></a>IDOLOS CAIDOS<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Era de noche. Nos hallábamos en una espaciosa habitación, con los altos
-techos envigados según antigua costumbre provinciana, las ventanas
-huérfanas de visillos, cortinajes y demás vistosos paramentos del buen
-tono, y las paredes sin otro adorno que algunos clavos de donde pendían
-varias viejas prendas de vestir con esa gravedad soñolienta de las cosas
-inertes.</p>
-
-<p>Mi amigo estaba acostado en una cama, yo en otra, y ambos conversábamos
-pausadamente esperando la sorpresa del sueño. Sobre un taburete
-chisporroteaba la mortecina luz de una lamparilla de aceite; toda la
-casa yacía en el silencio solemne que envuelve á los pueblos pequeños, y
-únicamente revoltijeando en el ámbito del dormitorio vibraba el pertinaz
-y amenazador zumbido de algunos mosquitos hambrientos.</p>
-
-<p>&mdash;Pues, mañana&mdash;dijo Joaquín,&mdash;antes de que el sol caliente, iremos á
-<i>El Robledal</i>, que es de los mejores y más pintorescos cortijos que
-posee mi cuñado por estas cercanías: luego visitaremos la iglesia, que
-tiene<span class="pagenum"><a name="page_074" id="page_074"></a>{74}</span> una capillita gótica muy notable; y si estamos de humor y la
-tarde da de sí para tanto, subiremos á Peña-Ramiro, cerro elevadísimo
-desde cuya cumbre se abarca un grandioso panorama: al fondo del valle,
-el pueblecito, con su centenar de casitas blancas parecidas á un rebaño
-de ovejas; después el riachuelo de Guadelzar, en cuyo cauce blanquea un
-chorrito de plata líquida, semejante al hilillo baboso que hubiera
-dejado al pasar por allí un caracol gigantesco; y más allá, en los
-brumosos confines del paisaje, un largo rosario de montañas, enderezando
-al cielo sus panzas ciclópeas coronadas de nieve...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y después, por la noche?</p>
-
-<p>&mdash;Por la noche&mdash;repuso,&mdash;iremos á casa de Higinio, un muchacho
-comerciante que puntea la guitarra y con quien suelen reunirse algunas
-mozas vecinas y tres ó cuatro de los chicos más galanes y mejor
-templados del pueblo.</p>
-
-<p>Añadió interrumpiéndose para requerir la almohada y colocarse mejor:</p>
-
-<p>&mdash;¡Hombre!... A quien deseo presentarte es al tío Baltasar, el tipo más
-notable de la provincia. Es un viejo muy corrido que en sus mocedades
-fué pendenciero temible y sempiterno y afortunado cortejador de
-doncellas; un don Juan rural, caballeresco y galán á su modo. Nació aquí
-y de estos contornos nunca salió si no fué para el presidio de
-Cartagena, á donde le llevaron por dar muerte á un marido que quiso
-meterse á «médico de su honra»...</p>
-
-<p>Joaquín, vencido por el sueño, articulaba lenta y trabajosamente; yo,
-empezanado por aquel inseguro balbuceo, cerré los ojos. Luego exclamé
-haciendo esfuerzos para no dormirme:</p>
-
-<p>&mdash;¡Es raro que ese Baltasar haya llegado á viejo!</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué?<span class="pagenum"><a name="page_075" id="page_075"></a>{75}</span></p>
-
-<p>&mdash;Porque... lo que el adagio enseña: el buen vino y los hombres guapos,
-duran poco...</p>
-
-<p>Pronunciábamos las palabras lentamente y separando unas sílabas de
-otras: era una conversación lánguida, incoherente, como un diálogo de
-sonámbulos.</p>
-
-<p>&mdash;Pues, por esta vez, falló el refrán... porque Baltasar fué de los
-majos que tosió más fuerte entre los barateros de mejor resuello. Una
-noche, y esta anécdota te servirá para conocer la calidad y buen temple
-de su ánimo... detuvo él solo, trabuco en mano y por apuesta, á la
-diligencia de Almería.</p>
-
-<p>No dijo más, ó si continuó yo no le oí, rindiéndome al sopor que me
-infundieron la tarda exposición de aquellos romancescos disparates y el
-rítmico sonsonete de los mosquitos volanderos.</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Al día siguiente me levanté tarde; y como Joaquín se hubiese marchado de
-jira con varios amigos y yo no tuviera otro asunto de más bulto y
-provecho en qué emplearme, salí á dar un paseo por el pueblo.</p>
-
-<p>En un villorrio tan incivil y menguado como aquel, la presencia de un
-forastero es motivo poderoso de curiosidad y de fisgoneo; por todas
-partes veía chiquillos que se quedaban embelesados y boquiabiertos
-mirándome pasar, cual si yo fuese un ente raro oriundo de lejanos
-planetas, y ojos femeninos que me avizoraban por entre las hendiduras de
-las persianas; y tanto llegó á molestarme aquella impolítica curiosidad,
-y tan feo me pareció el lugar con sus retorcidos callejones
-desempedrados y su pobrísimo caserío, que renuncié al paseo. Di, pues,
-media vuelta, y aventurándome por un<span class="pagenum"><a name="page_076" id="page_076"></a>{76}</span> angosto pasadizo abierto entre los
-bardales de dos huertas, anduve un buen trecho y llegué á la plaza:
-triste, polvorienta, rodeada de casuchas irregulares, con la iglesia á
-un lado y una fuentecilla á la que prestaban sombra escasa algunos
-arbolillos. Permanecí inmóvil largo rato, examinando el aspecto de aquel
-paraje que reconcentraba las vidas comercial, religiosa y hasta elegante
-de la población, puesto que allí concurrían á coquetear por las tardes
-los muchachos y mocitas casaderas.</p>
-
-<p>Eran las doce; el sol caía perpendicularmente, y aquellos torrentes de
-luz cenital, sumados á la intensa reverberación del suelo, producían una
-especie de peplo luminoso que esfumaba el contorno de los objetos; un
-remusgo cálido agitaba los toldos multicolores extendidos sobre la
-puerta de algunas tiendas, y la torre de la iglesia, altiva y robusta
-como el torreón aspillerado de un castillo medioeval, proyectaba sobre
-el suelo polvoriento una sombra gigante. Sentado en un poyo junto á la
-fuentecilla, había un viejo, al cual gritaban y silbaban hasta una
-docena de deslenguados arrapiezos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Que baile el tío Baltasar!&mdash;gritaban aquellos indígenas.</p>
-
-<p>&mdash;¡No!, que no baile...&mdash;decían otros,&mdash;es mejor que cante...</p>
-
-<p>Y entonces todos empezaron á pedir rítmicamente y con cierta cadencia:</p>
-
-<p>&mdash;¡Que cante el tío Baltasar, que cante, que cante!...</p>
-
-<p>Algunos individuos, sentados en el suelo y á la hila de las paredes,
-atisbaban la escena sonriendo; el tío Baltasar, por su parte, únicamente
-amenazaba á los chicuelos más atrevidos que se le acercaban demasiado y
-con la poca caritativa intención de colgarle algún ahimelollevas.
-Sofocado por el calor y deseando ver la<span class="pagenum"><a name="page_077" id="page_077"></a>{77}</span> capillita gótica de que Joaquín
-me había hablado, crucé la plaza en derechura á la iglesia. Al pasar
-junto á la fuentecilla, molestado por el griterío de los chicos, no pude
-abstenerme de espantarles á voces y de repartir varios pescozones entre
-los más indómitos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Déjeles usted estar, señorito, pues no me incomodan!&mdash;exclamó el
-viejo.</p>
-
-<p>Volvíme para mirar á quien tan mal agradecía mi protección y ayuda, y
-era un hombre setentón, con grandes patillas cortadas según la usanza de
-la clásica flamenquería y majeza andaluzas: los ojos nobles y fieros, la
-boca desdeñosa, la nariz aguileña y enérgica, el busto de complexión
-elegante y recia... y comprendí hallarme delante del célebre Baltasar,
-de quien tantas lindezas refería mi amigo.</p>
-
-<p>&mdash;Celebro conocerle dije entonces;&mdash;aunque recién llegado aquí, ya me
-han dicho mucho bien de usted. Si la fama no miente, usted fué, allá en
-sus mocedades, un buen gallo...</p>
-
-<p>&mdash;Hombre... sí, señor&mdash;repuso con esa modesta mansedumbre de los héroes
-encanecidos;&mdash;cuando lleva uno en las venas mucha sangre y muy caliente,
-comete muchas tonterías.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y ahora?</p>
-
-<p>&mdash;¿Ahora?... ¿Qué quiere usted que haga, más que tomar el sol ó la
-sombra, según la estación?</p>
-
-<p>Los chicos se habían retirado y nos contemplaban desde lejos. Baltasar y
-yo continuamos charlando, cautivándome él por sus espontáneas
-caballerosidad y bizarría.</p>
-
-<p>&mdash;Ogaño estoy mandado retirar por inútil&mdash;decía;&mdash;pues los gallos sin
-pico ni espolones no sirven para el reñidero ni para el corral... Pero
-antes... ¡ja, ja!... antes no hubo en toda la provincia otro majo que
-cantase más alto que yo...<span class="pagenum"><a name="page_078" id="page_078"></a>{78}</span></p>
-
-<p>Según hablaba, los recuerdos iban exaltando las energías de su espíritu
-y tenía frases y gestos autoritarios que recordaban sus ya lejanos
-extremos de sultán dictador... Y había algo solemne en el ocaso de aquel
-ídolo caído.</p>
-
-<p>Luego Baltasar, como quien va á decir un gran secreto, púsose de pie
-acortando la distancia que nos separaba.</p>
-
-<p>&mdash;Yo, señorito&mdash;añadió bajando la voz,&mdash;he sido el cogollito y la espuma
-de esta tierra... el esposo de todas las mujeres bonitas y el coco de
-todos los maridos... A ellas las quiero, pobrecitas, por agradecimiento,
-porque fueron buenas para mí; pero á ellos les desprecio, á todos, por
-cobardes y por... ¿Comprende usted?... Los muy... cuando éramos jóvenes,
-no tenían coraje para desafiarme y yo les afrentaba á mi antojo; si eran
-solteros, les quitaba la novia; si casados, les robaba la mujer... Y
-ellos, nada, tragando hieles... Ahora parecen vengarse de mí echándome
-sus hijos para que me chillen y atormenten; no me enfado, no puedo
-enfadarme, porque la voz de la sangre... ¿sabe usted, señorito?... Entre
-esos niños ¡habrá tantos hijos míos, tantos!...</p>
-
-<p>Miré á Baltasar, el antiguo recluso de Cartagena, admirando aquella
-frase tan obscena en la forma y que envolvía, no obstante, un dulce
-sentimiento paternal. Aquella frase era para la humanidad una puñalada
-terrible; ¡una puñalada de presidiario!<span class="pagenum"><a name="page_079" id="page_079"></a>{79}</span></p>
-
-<h2><a name="LA_ABUELA" id="LA_ABUELA"></a>LA ABUELA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>La abuela Francisca se quitó los gafas, restañó las lágrimas que arrancó
-de sus ojos el penoso esfuerzo de una lectura demasiado larga, y el
-periódico resbaló de sus rodillas al suelo. Aquel periódico relataba los
-últimos momentos de <i>Pelo-Rojo</i>: una bailarina que había muerto en su
-hotel de París debiendo trescientos mil francos, y por la que cierto
-marqués millonario dejó, á sus hijos sin pan.</p>
-
-<p>&mdash;¡Para esas mujeres es el mundo!&mdash;pensó la abuela Francisca.</p>
-
-<p>Discurría así, melancólicamente, junto á la ventana, sobre cuyos
-cristales la lluvia rimaba su canción, la dulce canción hermana del
-sueño: la habitación estaba á obscuras, sin otra luz que el pobrísimo
-resplandor crepuscular que caía del cielo; todo callaba en aquel
-gabinete apercibido ya á los rigores del invierno; con su suelo
-alfombrado y sus cortinajes de pesado terciopelo, cerrando el paso al
-frío. Allá lejos, en las profundidades de la casa, resonaban el chirrido
-alegre del aceite que hervía en las sartenes, y el ruido de platos y
-voces infantiles...</p>
-
-<p>¿Quién hubiera creído que en el corazón de aquel<span class="pagenum"><a name="page_080" id="page_080"></a>{80}</span> confortable hogar
-burgués y tras la santa y castísima frente de la abuela Francisca, la
-muerte de <i>Pelo-Rojo</i> despertaría un recuerdo tenaz?...</p>
-
-<p>Y, no obstante, así era: Francisca, ligando los datos biográficos que de
-la bailarina aparecieron desperdigados por la prensa, durante aquellos
-días, imaginaba conocer su historia exactamente: la veía saliendo de
-España, llegando á París, donde las locuras de un sportman, que se mató
-por ella la pusieron en moda; y luego en Londres, disputando á las
-cortesanas inglesas el oro de sus amantes; después en Monte-Carlo y
-Niza, donde corrió el Carnaval con una carroza cuajada de rosas
-valencianas... Y más tarde, en París otra vez, siempre pródiga,
-caprichosa, indócil, dejando las comodidades de su hotel por los
-estudios de Montmartre. A <i>Pelo-Rojo</i> la conocían en todas las
-delegaciones: se embriagaba y reñía con otras mujeres; adoraba á los
-hombres de arrestos que no saben amenazar sin herir; la gran pasión de
-su juventud fué Luis, un pintor de mucho talento que la pegaba porpelo
-todo y que una noche la castigó dejándola dormir en la escalera de su
-taller.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y que hombres ricos y de talento pierdan el seso por mujeres
-así!&mdash;murmuró la anciana.</p>
-
-<p>En su honrado pensamiento, monstruosidad semejante no hallaba cabida y,
-sin embargo, reconocía que en el viejo mundo pagano, como en el nuestro,
-la juventud, la felicidad y el dinero, siempre fueron satélites de la
-diosa Locura. Tan hermosa como <i>Pelo-Rojo</i> fué ella, la abuela
-Francisca, cuarenta años antes, y á querer... Pero no se atrevió; era
-buena y el ejemplo de su madre, primero, y la educación de su hija,
-después, apartaron de su voluntad todo deshonesto impulso.</p>
-
-<p>Tan cuerdo discurrir no impedía que la anciana sintiese un desvío
-secreto, una especie de inexplicable envidia hacia la aventurera que
-había fallecido, casi<span class="pagenum"><a name="page_081" id="page_081"></a>{81}</span> repentinamente, bajo una bata de encajes y en un
-hotel suntuoso que el talento de algunos y el dinero de muchos,
-convirtieron en museo... Porque á esas grandes perdidas, enemigas
-adoradas de todo el mundo, se las solicita, se las aplaude, se las
-adula; mientras que de las mujeres honradas, que vivieron para el hogar,
-¿quién se acuerda?...</p>
-
-<p>Allá adentro, en los profundos de la casa, el aceite chirriaba
-bullicioso sobre las cacerolas puestas al fuego, y las criadas
-aderezaban la mesa, dejando chocar los platos unos contra otros; en los
-cristales de la ventana, la lluvia repetía su serenata de ensueño; en el
-piso inferior, acompañando los acordes de un piano, varias voces
-infantiles cantaban:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i1">«Mambrú se fué á la guerra,<br /></span>
-<span class="i0">mire usted, mire usted qué pena...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Eran las niñas que habían vuelto del colegio y jugaban felices,
-esperando la cena, con la despreocupación de la inocencia que ignora ser
-el pan de cada día algo muy triste, porque se gana difícilmente... La
-canción volvía, trepando hacía los cuartos superiores de la casa,
-invadiéndola, alegre y pujante:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i1">«Mambrú se fué á la guerra,<br /></span>
-<span class="i0">no sé cuando vendrá...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Por la imaginación de la abuela Francisca, pasaron en incongruente
-aquelarre las remembranzas de su juventud, ya muy lejana. Se vió niña,
-yendo al colegio con un aya inglesa que la llamaba «señorita»;
-levantándose<span class="pagenum"><a name="page_082" id="page_082"></a>{82}</span> en invierno muy tarde, corriendo feliz tras su aro en las
-luminosas mañanas primaverales, bajo la bóveda esmeráldica que tejieron
-las hojas tempranas de los árboles en flor... Luego recordó su primer
-vestido largo, su primer novio, su matrimonio que, trayéndola una hija,
-la llenó de cuidados; cuidados que alejaron su niñez, empujándola allá,
-muy lejos...</p>
-
-<p>La vida de la abuela Francisca fué algo callado, perfectamente uniforme,
-sin notas alegres ni brochazos de color, como esos paisajes
-septentrionales dormidos y borrados bajo la niebla. Su matrimonio con
-don Alejandro fué su primera decepción, porque aquellas relaciones no
-trajeron luchas novelescas, ni lágrimas, ni traza alguna de esos
-accidentes que, mortificando el ánimo, embellecen la vida; sino que todo
-ello fué deslizándose suavemente, con la mansedumbre de las aguas que
-corren bajo tierra. Después llegaron esos innúmeros quehaceres de la
-existencia conyugal, donde la mujer, aunque pasiva, se asocia á todos
-los combates del marido, y luego la educación de su hija, cada día mayor
-y más hermosa, según la vida de la pobre madre iba retirándose.</p>
-
-<p>Sólo un hecho sencillo pintaba un oasis riente en el horrible desierto
-de aquellos cuarenta años.</p>
-
-<p>Fué una tarde, después del almuerzo; su hija había ido al colegio, don
-Alejandro á sus quehaceres; las criadas también habían salido. Francisca
-cruzaba el recibimiento cuando llamaron á la puerta de la escalera; la
-joven abrió: era Enrique, el amigo y consocio de don Alejandro.</p>
-
-<p>&mdash;Mi esposo no está&mdash;dijo Francisca.</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo sabía&mdash;repuso Enrique.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!</p>
-
-<p>&mdash;¡Sí, lo sabía; por eso he venido!</p>
-
-<p>Aquella contestación extraña desconcertó á Francisca,<span class="pagenum"><a name="page_083" id="page_083"></a>{83}</span> que adivinaba en
-Enrique un enemigo. Este, tras un breve preámbulo, declaró á la joven su
-amor loco, hincándose de rodillas ante ella, cubriendo de besos
-ardientes sus lindas manos.</p>
-
-<p>&mdash;¡La adoro á usted!&mdash;repetía.</p>
-
-<p>Sus labios se cubrían de espuma; sus ojos llameaban; estaba hermoso y
-repugnante á la vez. Pero Francisca permaneció impasible, y hubo tal
-tristeza en sus palabras y tanta dignidad en su repulsa, que Enrique,
-humillado y corrido, salió de la habitación á reculones y huyó, sin
-atreverse á levantar los ojos. No pasó más.</p>
-
-<p>Esta aventura era el único recuerdo pintoresco, y, ¿cabe decirlo?... la
-única alegría de la abuela Francisca.</p>
-
-<p>Durante muchos años recordó la escena: el salón cuadrangular, con su
-piano y su sillería de yute obscuro; y á Enrique de rodillas,
-devorándola con los ojos, mientras ella, orgullosa como una reina, le
-indicaba la puerta con un gesto frío... Recordaba estos pormenores
-porque aquella declaración fué la sola bocanada de pasión impetuosa,
-desbordante, genuinamente criminal, que el vicio lanzó sobre ella; la
-única vez que se reconoció hembra, hembra deseable, apetecible, con ese
-apetito pujante que allana los hogares, que conduce al asesinato y á la
-bancarrota y al suicidio... y que ha sido, una vez por lo menos, el
-ideal de la mujer más santa.</p>
-
-<p>Recordando á Enrique, la abuela comprendía las salvajes pasiones que
-<i>Pelo-Rojo</i> encendió, y dolíase secretamente de que su destino hubiera
-sido tan obscuro y diferente del de la célebre bailarina. Mas ¿á qué
-evocar aquello tan distante, tan empujado por el tiempo hacia los
-remotos linderos de lo irremediablemente perdido?<span class="pagenum"><a name="page_084" id="page_084"></a>{84}</span></p>
-
-<p>En el piso de abajo, los niños cantaban á voz en cuello la epopeya del
-guerrero Mambrú:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i0">«No sé cuando vendrá...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>La abuela Francisca pensaba:</p>
-
-<p>&mdash;Para las perdidas del arroyo son las alegrías tumultuosas, las
-aventuras, la popularidad, el lujo... para las honradas, la soledad
-aburrida del hogar, la paz, el silencio... <i>Pelo-Rojo</i> murió joven: ¿y
-qué?... ¿Acaso hay en toda mi vida los placeres que ella amontonaba en
-una siesta?...</p>
-
-<p>Las cenas en fondas y parajes de dudoso prestigio; los bailes de
-máscaras, esos viajes improvisados que parecen fugas... todo cruzó su
-cerebro en confusa visión cinematográfica; y por primera vez, después de
-haber consagrado toda su vida al bien, creyó sentir que hay en los
-hogares honrados y en la virtud algo seco que ahoga.</p>
-
-<p>Pasaban los minutos; la habitación, con sus cortinajes y su severo
-mobiliario, naufragaba en la sombra; la lluvia repetía sobre el zinc de
-la ventana su canción de ensueño. De pronto se abrió una puerta,
-recortando en la alfombra del gabinete un rectángulo luminoso, y dos
-niñas de ocho á diez años penetraron corriendo, dejando flotar sobre sus
-hombros, llenos de gracia, sus cabellos rubios como el oro y limpios y
-brillantes como el sol.</p>
-
-<p>&mdash;¡Abuela, abuela!&mdash;gritaron alegremente:&mdash;¡la cena está en la mesa! ¡A
-cenar!...</p>
-
-<p>&mdash;Ya voy... ya voy&mdash;murmuró la anciana estremeciéndose.</p>
-
-<p>Hablaba sin abrir los párpados.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tienes sueño, abuela?&mdash;preguntó una de las niñas.<span class="pagenum"><a name="page_085" id="page_085"></a>{85}</span></p>
-
-<p>Y la otra añadió imperativa:</p>
-
-<p>&mdash;Corre, ven con nosotras; ¡anda!... ¡No te duermas, abuela!... Ven;
-luego nos contarás un cuento.</p>
-
-<p>La abuela Francisca se dejó llevar; en el comedor la esperaban, como
-siempre, su yerno, su hija, don Alejandro; todos tranquilos, sentados
-alrededor de la mesa bajo la luz inmóvil y blanca del quinqué. La
-anciana ocupó su asiento. Don Alejandro preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;Tienes los ojos enrojecidos...</p>
-
-<p>Y su hija agregó, llena de interés:</p>
-
-<p>&mdash;¿Has llorado, mamá?... ¿Tienes pena? ¿Estás mala? Di, ¿qué te pasa?</p>
-
-<p>Hubo varios momentos de expectación, durante los cuales las cucharas
-quedaron suspendidas entre el plato y la boca. Pero la abuela Francisca
-hizo un gesto negativo y empezó á comer, venciendo valerosamente el
-apretado nudo que el dolor la echaba al cuello. Prefirió callar; ¿cómo
-explicar su pena? ¿Quién hubiera podido comprender la tragedia que
-estaba desencadenándose bajo la nieve de sus cabellos?...</p>
-
-<p>Aquel incidente se olvidó; la sopa estaba muy buena, el vino llenaba las
-copas, las niñas, de rodillas en sus asientos, reían. La abuela
-Francisca pensaba, tragándose sus lágrimas:</p>
-
-<p>&mdash;¡No haber sido mala!... ¡Ni una vez!...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_086" id="page_086"></a>{86}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_087" id="page_087"></a>{87}</span></p>
-
-<h2><a name="ENTRE_ELLAS" id="ENTRE_ELLAS"></a>ENTRE ELLAS<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<div class="blockquot">
-<p><small>Mariana: treinta y cuatro años; viuda.&mdash;Luisa: dieciocho años; soltera.
-Aparecen sentadas en dos cómodos silloncitos enanos y con los pies sobre
-los morillos de la chimenea encendida.</small></p>
-</div>
-
-<p><span class="smcap">Mariana</span>.&mdash;A todas las mujeres nos sucede lo mismo. Primero luchamos por
-conquistar un novio, luego batallamos por enloquecerle y rendirle á
-nuestro talante; las inquietudes que nos atormentaron durante el
-noviazgo se recrudecen la semana anterior á la boda y después...</p>
-
-<p>(<small>Pausa.</small>)</p>
-
-<p><span class="smcap">Luisa</span>.&mdash;¿Después?</p>
-
-<p>M.&mdash;¡Qué sé yo!... Diríase que la misma intensidad de las emociones
-relaja la tonicidad de los nervios y apenas comprendemos lo que sucede.</p>
-
-<p>L.&mdash;Pero, ¿es cierto que el matrimonio es la triaca del veneno del amor?</p>
-
-<p>M.&mdash;¡Oh! ¡Quién sabe!... A veces parece que queremos al marido más que
-al novio: otras diríase que el cariño muere á manos de la costumbre.</p>
-
-<p>(<small>Pausa.</small>)<span class="pagenum"><a name="page_088" id="page_088"></a>{88}</span></p>
-
-<p>L.&mdash;Dime; ¿qué secretos, qué misterios, qué locuras hay en la intimidad
-del matrimonio?</p>
-
-<p>(<small>Mariana ríe burlona.</small>)</p>
-
-<p>L.&mdash;(<small>Amostazándose.</small>) ¡Bah! ¿Te ríes de mi pregunta?</p>
-
-<p>M.&mdash;Sí, me río... ¿Cómo no?</p>
-
-<p>L.&mdash;Ninguna de mis amigas casadas quiso decírmelo.</p>
-
-<p>M.&mdash;¡Naturalmente! La mujer, al contrario del hombre, es gran avara de
-sensaciones; sin duda porque en los lances del amor desempeña un papel
-pasivo, y esta pasividad implica caída, vencimiento, vergüenza...</p>
-
-<p>L.&mdash;No comprendo.</p>
-
-<p>M.&mdash;¿Cómo así?... Todo ello es bien claro. Daniel, por ejemplo, ¿no ha
-intentado besarte la mano?</p>
-
-<p>L.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>M.&mdash;Pues si él reclamó ese pequeño favor y tú se lo concediste, créeme;
-la vencida fuiste tú. Conque imagina que muy pronto te unirás á él, esto
-es, le pertenecerás completamente; no tendrás derecho á regatearle tus
-caricias, ni á poner coto á sus exigencias; y el marido ya no querrá
-besarte la punta de tus dedos enguantados, sino que te estrechará entre
-sus brazos y dispondrá de ti á su antojo... y tú le dejarás hacer...
-¿Quién será la vencida? No lo dudes. En el mundo sólo hay vencedores y
-vencidos, y el Destino quiso que el último papel lo representásemos
-nosotras.</p>
-
-<p>(<small>Nueva pausa, durante la cual la joven se frota las manos
-nerviosamente.</small>)</p>
-
-<p>M.&mdash;¿En qué piensas?</p>
-
-<p>L.&mdash;En todo eso... ¡Es extraño! Voy á casarme y no experimento regocijo
-intenso.</p>
-
-<p>M.&mdash;¿No quieres á Daniel?</p>
-
-<p>L.&mdash;Sí, pero...</p>
-
-<p>M.&mdash;¡Cómo! ¿Es posible que ese hombre ya tenga peros para ti?<span class="pagenum"><a name="page_089" id="page_089"></a>{89}</span></p>
-
-<p>L.&mdash;Te diré... si acierto á explicar mi pensamiento. Le encuentro
-tímido, demasiado respetuoso, comedido en demasía...</p>
-
-<p>M.&mdash;Ya... Te gustaría verle más animoso, hablándote con más calor,
-propasándose, tal vez, á darte un abrazo sin pedirte consejo...</p>
-
-<p>L.&mdash;¡Mariana!</p>
-
-<p>M.&mdash;Fuera hipocresías... estamos solas.</p>
-
-<p>L.&mdash;Pues bien, sí... El dice que me quiere mucho, que me adora, que está
-loco por mí... No le creo; quien está loco, hace locuras... y él, cuando
-estuvo á solas conmigo, no las hizo...</p>
-
-<p>M.&mdash;(<small>Suspirando.</small>) Tampoco mi marido.</p>
-
-<p>L.&mdash;¿Sí? Y tal vez pensabas entonces como yo pienso ahora.</p>
-
-<p>M.&mdash;Lo mismo. (<small>Con tristeza.</small>)</p>
-
-<p>L.&mdash;(<small>Con arrebato.</small>) No comprendo que un hombre pueda respetar tanto á la
-mujer á quien ama... ¡No lo comprendo! En nuestras largas
-conversaciones, Daniel dice que mis ojos le emborrachan, que mi cariño
-es sol de su alma, que soy su ilusión única... Pero advierto que está
-más pendiente de quienes nos ven que de mi persona; la canción de su
-amor me la recita demasiado bien, con ampulosidades gongorinas que
-aburren, con atildamientos académicos que empachan... Habla, en fin, esa
-oratoria fría y correcta de los salones; no el lenguaje atropellado,
-incorrecto y ardiente que, á mi entender, debe hablarse en las alcobas.</p>
-
-<p>M.&mdash;¡Luisa!</p>
-
-<p>L.&mdash;¿Qué, te asusto?</p>
-
-<p>M.&mdash;Soy viuda y no puedo asustarme de nada, pero... sabes demasiado.</p>
-
-<p>L.&mdash;Nada sé, pues nada he aprendido: todo esto lo adivino, lo
-presiento... Por eso me disgusta Daniel.<span class="pagenum"><a name="page_090" id="page_090"></a>{90}</span></p>
-
-<p>M.&mdash;Haces mal: Daniel te respeta porque es hombre educado, incapaz de
-abusar...</p>
-
-<p>L.&mdash;(<small>Interrumpiéndola y con despecho</small>.) ¡Malhaya la educación que hiela
-el alma; malhaya el respeto que mata el cariño!...</p>
-
-<p>M:&mdash;¡Pobre soñadora!</p>
-
-<p>L.&mdash;Sí, dices bien, ¡pobre de mi!... Porque es muy difícil la felicidad
-en brazos de un marido así. El hombre que yo imaginaba cuando empecé á
-sentir los primeros cosquilleos del sentimiento, era muy distinto. Nunca
-pensé en que fuese rubio, ni moreno, ni guapo, ni feo... me era
-indiferente; sólo me preocupaba su carácter, su alma... Yo queria un
-corazón de fuego; un hombre que se mirase en mis ojos, que bebiese la
-vida en mis labios, que tuviese todos los desplantes y los brutales
-arrebatos de los temperamentos ardientes, y que me amase mucho, mucho...
-Me imaginaba hablando con él y le veía sumiso, sin atreverse, casi, á
-poner sus deseos en mí... Y también me le representaba enloquecido,
-atropellando miramientos, cogiéndome entre sus brazos y sin curarse de
-nadie...</p>
-
-<p>M.&mdash;¡Luisa, Luisa... si te oyese Daniel!...</p>
-
-<p>L.&mdash;¿Y qué?... Entonces me conocería y tal vez cambiase...</p>
-
-<p>M.&mdash;(<small>Con hipocresía.</small>) Debemos hacernos respetar.</p>
-
-<p>L.&mdash;Convenido; pero concede también que los hombres no deben pujar su
-respeto tan lejos; porque si ellos lo hacen todo, ¿qué haremos
-nosotras?... Si ellos no suplican, ni atacan, ¿cómo podremos
-defendernos? Dime, ¿es cierto que no hay nada tan aburrido, tan
-estúpido, como un hombre siempre respetuoso?</p>
-
-<div class="blockquot">
-<p>(<small>Daniel y el anciano vizconde de Marimón se acercan lentamente al salón
-donde están Luisa y Mariana.</small>)</p>
-</div>
-
-<p><span class="smcap">Daniel</span>.&mdash;Luisa es una mujer excepcional.<span class="pagenum"><a name="page_091" id="page_091"></a>{91}</span></p>
-
-<p><span class="smcap">Vizconde</span>.&mdash;Seguramente.</p>
-
-<p>D.&mdash;Cándida, sin la menor idea del amor...</p>
-
-<p>V.&mdash;No afirmaría yo tanto.</p>
-
-<p>D.&mdash;Usted es un escéptico sistemático.</p>
-
-<p>V.&mdash;Usted un niño sin experiencia...</p>
-
-<p>D.&mdash;¡Bah! tengo bastante mando para saber que Luisa me ama con frenesí.</p>
-
-<p>V.&mdash;¿En qué lo conoce usted?</p>
-
-<p>D.&mdash;En sus ojos, que no mienten.</p>
-
-<p>V.&mdash;¿Eso es todo?</p>
-
-<p>D.&mdash;En sus miradas.</p>
-
-<p>V.&mdash;¿Nada más?</p>
-
-<p>D.&mdash;¿Qué más puede conceder una mujer inocente?</p>
-
-<p>V.&mdash;Una mujer inocente... conforme; pero una mujer enamorada... suele
-otorgar muchísimo más.</p>
-
-<p>(<small>Entran en el salón.</small>)</p>
-
-<p>D.&mdash;¡Hola, señoras mias! ¿De qué hablaban ustedes?</p>
-
-<p>M.&mdash;De música.</p>
-
-<p>L.&mdash;De perfumes de flores... Yo le decía á Mariana que la mejor esencia
-es el Chipre... Ella prefiere la violeta de Parma.</p>
-
-<p>V.&mdash;(<small>Al paño.</small>) ¿Eh? ¿Qué tal? La música... los perfumes... las flores...
-los enemigos capitales de la virtud.</p>
-
-<p>D.&mdash;(<small>Contestando al vizconde, pero dirigiéndose á las damas.</small>) ¿Con que
-charlando de perfumes, de flores y de música? ¡Qué candor!... ¡No
-hablarían de otra cosa los ángeles!...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_092" id="page_092"></a>{92}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_093" id="page_093"></a>{93}</span></p>
-
-<h2><a name="GERMINAL" id="GERMINAL"></a>GERMINAL<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Los seminaristas llegaron al bosquecillo de cuatro en fondo, y
-repentinamente, obedeciendo á una voz del ayo ó dómine que les conducía,
-rompieron filas, dándose á correr como corzos, los unos en seguimiento
-de los otros, ó improvisando divertimientos varios, según sus edades y
-aficiones. Unos empezaron á jugar al toro y á piola; los más juiciosos
-buscaron el brazo de un amigo con quien repasar las últimas lecciones ó
-discutir algún punto difícil y obscuro de Teodicea.</p>
-
-<p>El día declinaba; era una tarde de Junio, hermosa y ardiente; sobre los
-viciosos herbazales matizados de margaritas, amapolas y otras
-florecillas silvestres, los rayos del sol poniente, filtrándose á través
-del follaje, dibujaban círculos luminosos que temblequeaban con
-indecisos aleteos de abeja; el aire era perfumado y tíbio; los insectos,
-agazapados en las resquebrajaduras del suelo, entonaban la somnífera
-cantinela de sus élitros; del cielo azul caía una catarata bochornosa de
-calor; las plantas trepadoras parecían asirse voluptuosamente<span class="pagenum"><a name="page_094" id="page_094"></a>{94}</span> al tronco
-de los árboles y por sus tallos flexibles la savia subía como una oleada
-irrefrenable de vida... Todo era paz, contento y vigor en aquella
-naturaleza á quien los lúbricos cosquilleos primaverales despertaban, y
-había algo elocuente en el contraste ofrecido por aquel paisaje
-desbordante de calor y de luz, y el fúnebre grupo de seminaristas
-ensotanados, con sus rostros pálidos y sus lánguidos ojos de
-convalecientes corriendo de un lado á otro, obedeciendo á la odiosa
-ordenanza que lo mismo prescribía sus horas de aplicación que sus ratos
-de divertimiento; blandengues, melancólicos, semejantes á pajarillos
-enfermos que saltasen sobre la hierba...</p>
-
-<p>Echado en el suelo, Pedro meditaba con la <i>Imitación de Cristo</i> sobre
-las rodillas. Estaba triste, como avergonzado de su traje y de su
-destino en medio de aquella naturaleza prepotente que se desbordaba con
-sus perfumes, sus matices y sus entrañas rebosando zumos prolíficos.</p>
-
-<p>La semana anterior, yendo de pasea Pedro vió el rostro de una mujer que
-le atisbaba por entre unas persianas, y desde entonces el seminarista no
-pudo sustraerse al hechizo de aquel semblante expresivo, con su nariz
-aguileña, sus labios burlones y sus ojos negros y tranquilos de hebrea:
-en todas partes la veía, turbando el casto reposo de sus noches,
-reflejándose en la superficie de los espejos, modelándose sobre las
-figuras geométricas de sus libros de estudio... Y por eso el joven,
-sintiendo rota la cristiana ecuanimidad de su espíritu, se dió con
-redoblado ardor al estudio, al ayuno y á las meditaciones piadosas,
-abstrayéndose en la lectura de Kempis, ese talentoso visionario que
-tantas voluntades ha roto.</p>
-
-<p>Aquella tarde, mientras sus compañeros jugaban, Pedro, tumbado en el
-suelo como un filósofo peripatético, leía y meditaba. Kempis decía:<span class="pagenum"><a name="page_095" id="page_095"></a>{95}</span></p>
-
-<p>«El que busca algo fuera de Dios y la salvación de su alma, sólo hallará
-tribulación y dolor. No puede vivir mucho tiempo en paz quien no procura
-ser el menor y el más sujeto á todos...»</p>
-
-<p>¿Conque importa ser pequeño y sumiso y esclavo de las ajenas voluntades
-si queremos ser acreedores á la redención perdurable?... ¿Conque nada
-positivo hay fuera de Dios; y la gloria, el amor y los placeres que la
-belleza y el dinero allegan son tentaciones nefandas, de las cuales, los
-puros de corazón, deben apartar prestamente los no mancillados ojos...</p>
-
-<p>Bajo el soberbio manto azul del cielo, la tierra, flagelada por los
-fecundantes abrazos del sol, entonaba un germinal glorioso; el viento
-arrastraba los acres perfumes de las florecillas silvestres; las
-enredaderas ceñían el tronco de los árboles con afición lúbrica; los
-insectos encelados cantaban un epitalamio bajo la hierba; entre el
-follaje, los pajarillos se picoteaban pensando en sus nidos...</p>
-
-<p>Pedro, inmóvil, permanecía con los ojos muy abiertos, viendo imaginarios
-rostros femeninos que le guiñaban desde lejos, sintiendo que la brisa
-escarabajeaba su piel, precipitando el curso de su sangre, musitando en
-sus oídos las ardientes estrofas del eterno poema de los deseos...</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces, para qué nací?&mdash;pensaba el seminarista.</p>
-
-<p>Se reconocía humillado dentro de su sotana, que le condenaba á
-esterilidad perpetua, y nunca le parecieron más tristes y más dignos de
-lástima sus compañeros, corriendo entre el verde vestidos de negro...</p>
-
-<p>Maquinalmente tornó á coger el libro que sobre las rodillas tenía, lo
-abrió por cualquiera parte, y leyó:</p>
-
-<p>«¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa lo
-presente, sin cuidado de lo porvenir!..»</p>
-
-<p>Y más adelante:<span class="pagenum"><a name="page_096" id="page_096"></a>{96}</span></p>
-
-<p>«Cuando fuese de mañana, piensa que no llegarás á la noche; y cuando
-fuese de noche, no te oses prometer la mañana...»</p>
-
-<p>&mdash;¿Para qué nacimos?&mdash;decíase Pedro,&mdash;¿es posible que esta juventud y
-esta sangre bullente que hormiguea por mis miembros, y todas estas
-varoniles energías deben languidecer en el tedio y emplearse únicamente
-en la contemplación de la muerte?... ¿Para que viajar, si el mundo es un
-lugar de condenación que el espíritu infernal llenó de trampantojos y
-asechanzas?... ¿Para qué anhelar la gloria, si todo es humo y de nuestro
-paso por el mundo no quedará recuerdo? ¿Para qué amar, si nuestra carne
-está maldita y Dios castiga por toda una eternidad en nuestros hijos la
-falta imborrable de nuestros primeros padres?...</p>
-
-<p>El sol declinaba rápidamente y las sombras crepusculares iban invadiendo
-los campos: la brisa susurraba entre el follaje, los insectos se
-perseguían bajo la hierba; allá lejos, un ruiseñor entonaba la canción
-de sus amores...</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;murmuró Pedro con voz sorda,&mdash;Kempis tiene razón; el mundo es
-malo, pues siempre, á despecho de todas las ficciones, la muerte
-concluye triunfando de la vida...</p>
-
-<p>A despecho de estas ascéticas reflexiones, Pedro continuaba absorto,
-viendo un rostro pálido de mujer que le sonreía desde lejos...</p>
-
-<p>De pronto aparecieron, á corta distancia de allí, un hombre y una mujer
-joven y muy bella; caminaban lentamente, cogidos del brazo y tan cosidos
-el uno al otro, que casi se besaban hablando. Pedro se incorporó
-bruscamente, avergonzado, sintiendo que toda su sangre afluía á sus
-mejillas. Los amantes iban acercándose; ella hizo un esguince burlesco,
-indefinible, señalando á los seminaristas; él dijo algo y ambos se
-echaron á reir. Pedro bajó los ojos...<span class="pagenum"><a name="page_097" id="page_097"></a>{97}</span></p>
-
-<p>En su imaginación continuó viendo á los dos amantes: él, joven,
-caminando con la orgullosa petulancia de los mozalbetes que van
-acompañados de una mujer guapa; ella vestida con un trajecillo claro,
-bajo el cual se vislumbraban las curvas opulentas de su cuerpo,
-nalgueando con impúdica majestad, mostrando una doble hilera de blancos
-dientecillos entre dos labios rojos que la felicidad de vivir
-entreabría... Luego oyó Pedro el ruido cadencioso de sus pies que
-avanzaban resbalando sobre la menuda arenilla del camino... Y el
-seminarista, sin saber por qué, bajó la cabeza con esa vergonzosa
-tribulación que deben de sentir los eunucos ante las mujeres hermosas.
-Al pasar junto á él, Pedro oyó que la joven murmuraba:</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué triste está!... ¡Pobrecillo!...</p>
-
-<p>Y sintió que sus párpados se llenaban de lágrimas. Después levantó la
-frente para verles marchar. Proseguían su camino indiferentes á cuanto
-les rodeaba; ella, titubeando las caderas, feliz bajo la vigorosa
-caricia del brazo varonil que la oprimía. Aquello era algo muy hermoso;
-un poema pasional recitado á través de los campos; el prólogo de una
-posesión, el amor omnipotente que pasaba empujando á sus elegidos hacia
-los lugares secretos...</p>
-
-<p>Pedro continuaba persiguiéndoles con los ojos: la brisa soplaba
-mansamente, los pajarillos se arrullaban entre el boscaje, de la tierra
-ascendía un vaho afrodisíaco que excitaba los nervios. ¡No, Kempis, al
-proclamar el triunfo de la muerte, no tuvo razón!</p>
-
-<p>De pronto, Pedro volvió en sí: el libro había resbalado de sus rodillas
-y yacía en el suelo; con los ojos abiertos y los dientes apretados
-convulsivamente, Pedro, inmóvil, yerto y pálido como la imagen del
-dolor, se retorcía las manos con desesperación, renegando de su destino,
-y lloraba... lloraba...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_098" id="page_098"></a>{98}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_099" id="page_099"></a>{99}</span></p>
-
-<h2><a name="LA_CADENA" id="LA_CADENA"></a>LA CADENA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>&mdash;Soy fatalista&mdash;prosiguió Enrique,&mdash;y creo que cuanto el Destino
-escribió en el libro que rige el porvenir de los hombres y de los
-mundos, se cumple aquí abajo, sin que nada, ni aun la misma muerte,
-pueda evitarlo...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué?&mdash;preguntó Gabriela, clavando en los ojos del joven los suyos,
-penetrantes como la punta de un bisturí.</p>
-
-<p>&mdash;Que nuestra separación estaba prevista desde há tiempo en el índice de
-los destinos, y que la hora de la emancipación ha llegado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Serás capaz de abandonarme?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sin dolor?</p>
-
-<p>&mdash;¡No!... Con gran dolor y quebranto gravísimo de mi alma. ¡Pero te
-dejo!...</p>
-
-<p>&mdash;¿Para siempre?</p>
-
-<p>Le miraba fijamente, traspasándole con una de esas miradas desesperadas
-con que los moribundos se despiden<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100"></a>{100}</span> de la luz: él, al principio, sostuvo
-aquel mudo escrutinio; luego, desconcertado, bajó los ojos. Después,
-haciendo sobre sí mismo un gran esfuerzo, murmuró:</p>
-
-<p>&mdash;Sí, para siempre...</p>
-
-<p>Ella lanzó un grito estridente, cual si la arrancasen á túrdigas las
-entrañas, y se desplomó en una silla, echándose de bruces sobre una
-mesa, ocultando el rostro entre las manos. Escenas como aquella
-ocurrieron muchas veces, pero nunca, hasta entonces, tuvo la visión
-neta, desgarradora, de que la separación iba á cumplirse. El quedó en
-pie, las manos metidas en los bolsillos, inmóvil y rígido dentro de su
-gabán abrochado. Hubo un largo silencio. Hasta aquella pobre boardilla
-suspendida en el espacio bajo el declive de un tejado, los ruidos de la
-calle ascendían confusamente: el viento gemebundeaba en la chimenea; de
-las paredes enjalbegadas pendían cromos y viejos retratos de parientes
-muertos; sobre la cabeza despeinada de la mujer jadeante de dolor, un
-quinqué vertía á raudales su luz fría... Todo ello hablaba á la
-imaginación del amador, con la voz dulcemente conmovedora de los
-recuerdos: la cómoda, en cuyos cajones las ropas de ella y las suyas
-yacieron reunidas varios años, los retratos de todas aquellas personas
-muertas, cuya sencilla historia de gente plebeya él conocía; el ramo de
-flores secas suspendido en el ángulo de un espejo y que recordaba un día
-feliz... Y revivió las dulces noches de invierno pasadas bajo la luz
-serena del quinqué, leyendo el mismo libro de amor con las cabezas
-juntas, enajenando sus almas en el mismo deseo... Entre las cuatro
-paredes de aquella casa y á trueque del corazón que le dieron, Enrique
-reconocía haber dejado el suyo en rehenes; sin embargo, urgía destruir
-de una vez el vergonzoso pasado, crearse una posición respetable, echar
-los cimientos<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101"></a>{101}</span> de un porvenir tranquilo y decoroso: para lograr tanto,
-iba á casarse con una linda joven, algo patricia, que le traía en dote
-medio millón de pesetas.</p>
-
-<p>&mdash;Me voy&mdash;repitió Enrique;&mdash;hora es ya de romper la cadena que nos une:
-devuélveme mi retrato y mis cartas.</p>
-
-<p>Gabriela levantó la cabeza mirándole con ojos brillantes, inyectados en
-sangre, que la rabia y el dolor inmovilizaban.</p>
-
-<p>&mdash;Mañana te los daré.</p>
-
-<p>&mdash;¡No; ahora mismo!... Los necesito ahora, en el acto.</p>
-
-<p>Reclamaba lo suyo tan perentoriamente, comprendiendo que, si volvía, ya
-no sabría marcharse: ella, sospechándolo así, procuró traerle de nuevo á
-su casa, para aprisionarle en el hechizo de aquellas paredes y de
-aquellos buenos muebles familiares, y vencerle.</p>
-
-<p>&mdash;¿Temes volver?&mdash;preguntó Gabriela.</p>
-
-<p>&mdash;¿Temor? ¿Y á qué?... Además, no pienso volver. Todo lo que pido puedes
-enviarlo á mi casa.</p>
-
-<p>Ella comprendió que la cobardía de su amante le quitaba el último
-refugio, la última esperanza, y sus ojos se anegaron en lágrimas.</p>
-
-<p>&mdash;Bien está&mdash;dijo:&mdash;todo se hará según tu deseo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues... adiós.</p>
-
-<p>&mdash;Adiós.</p>
-
-<p>Sin sacar las manos de los bolsillos para despedirse, atravesó la
-habitación con paso tácito, hundiéndose en la obscuridad de una puerta:
-ella le siguió con los ojos asombrados del morfimano que asiste al mudo
-desfile de un cortejo fantástico... Enrique llegó al recibimiento, abrió
-la puerta y salió cerrando tras sí. Al ruido que hizo la puerta,
-contestó la abandonada con un grito agudo...</p>
-
-<p>Ya en la calle, Enrique echó á andar camino de su casa: en su
-atolondrado pensamiento sólo esta idea se agitaba:<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102"></a>{102}</span></p>
-
-<p>«Mi pasado ha muerto: ella no me llamará; yo tampoco puedo ir á verla.
-¡Todo ha concluído!...»</p>
-
-<p>Y mientras andaba, aquella frase, horriblemente desoladora, volvía á sus
-labios:</p>
-
-<p>«¡Todo ha concluído!...»</p>
-
-<p>Hay una memoria, que los psicólogos llaman sensitiva, en virtud de la
-cual, los músculos, obedeciendo el impulso primero de la voluntad, nos
-llevan adonde pensamos, aun cuando la cascabelera imaginación esté
-preocupada y distraída con otras fantasías. En Enrique, la intensidad de
-su preocupación y de su dolor, borraron hasta las últimas
-manifestaciones de esta memoria orgánica, y concluyó por no saber adónde
-iba ni por dónde andaba...</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué barrios son estos?&mdash;pensó;&mdash;¿qué vengo á buscar aquí?...</p>
-
-<p>Y, sin embargo, andaba, andaba... con perfecta inconsciencia de tiempo y
-de la distancia, arrastrando la cadena que creyó rota.</p>
-
-<p>Ya era muy tarde; los transeuntes escaseaban, los tranvías habían dejado
-de circular; en los quicios de algunas puertas insinuábase la silueta
-borrosa de un sereno dormido: al atravesar una plaza desconocida,
-Enrique oyó la voz de una mujer que vendía café caliente.</p>
-
-<p>&mdash;Debe de estar amaneciendo&mdash;pensó.</p>
-
-<p>Prosiguió andando lentamente, á través de la inmensa ciudad dormida bajo
-un manto de nieblas... El recuerdo de Gabriela llenaba su memoria,
-enloqueciéndole: «Ella me quiere, yo la adoro... y no obstante... ¡todo
-ha concluído entre nosotros!... ¡Todo!...»</p>
-
-<p>Empezaba á clarear. De pronto Enrique se halló en una calle que conocía
-y delante de una casa que le era muy familiar y muy querida: la casa de
-Gabriela: sus piernas, que le condujeron allí tantas veces, le habían<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103"></a>{103}</span>
-llevado una vez más. Era algo fatal, como el concierto de los astros...
-El sereno acudió á abrirle la puerta.</p>
-
-<p>&mdash;Buena madrugada, señorito. Hoy se retira usted muy tarde... La
-señorita estará impaciente.</p>
-
-<p>Enrique, sin responder, cruzó el zaguán, subió las escaleras y llegó al
-cuarto de Gabriela. Ella, que había reconocido sus pasos, salió á abrir
-sin darle tiempo á llamar: en su semblante la desesperación y la alegría
-pintaban una máscara extraña.</p>
-
-<p>&mdash;¿A qué vienes?&mdash;preguntó.</p>
-
-<p>Rendido á la Fatalidad, poderosa como la muerte, Enrique, con la voz
-velada de los sonámbulos, repuso:</p>
-
-<p>&mdash;¿No lo ves?... Como siempre... A dormir contigo...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104"></a>{104}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105"></a>{105}</span></p>
-
-<h2><a name="POR_UNA_ERRATA" id="POR_UNA_ERRATA"></a>POR UNA ERRATA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Desde muy joven su imaginación soñó amores difíciles: las novelas del
-viejo Lamartine, los versos de <i>Otello</i>, las cartas de <i>Werther</i>,
-deslizaron en la sangre de Julio Riego su ponzoña suicida; cualquiera
-mujer le apasionaba con pasión loca que no hubiese dudado ante el
-atropello ó violación de lo más santo; tenía el doble anhelo de lo
-sublime y de lo raro y envidiaba á Safo más que á Paón; á Safo amante,
-ganando la inmortalidad con la trágica elipse que describiera
-arrojándose al mar desde el promontorio Léucades.</p>
-
-<p>&mdash;¡Morir!&mdash;pensaba Julio,&mdash;¿qué importa morir, si muriendo perpetuamos
-nuestro recuerdo en la memoria del ser desdeñoso y adorado?</p>
-
-<p>Tal era su credo: los desaires de la fortuna robustecieron su opinión;
-iba cruzando por el mundo como en éxtasis, el busto rígido, los ojos
-esclavizados en la ilusión paradisíaca del supremo amor, alzándose
-despreciativamente de hombros bajo la befa de la humanidad miserable que
-puede olvidar.<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106"></a>{106}</span></p>
-
-<p>El no sabía hacer esto; por nada hubiese cambiado de ídolo ni de fe;
-antes que destruir su altar, era preferible, acabar, como Sansón, entre
-los escombros del templo: sólo así lograría la veneración de aquellos
-escogidos que erigieron el amor y la fidelidad en religión. Fortalecido
-por este criterio, miraba serenamente al tiempo que todo lo trueca y
-desune: él no sería uno de tantos; él moriría antes que renegar de su
-fe. ¿Qué queréis? El romanticismo ha matado más gente que el arsénico.
-La figura de Julio Riego traducía su carácter fielmente: era un tipo
-sentimental, delgado, alto y nervioso; el mirar reposado y penetrante,
-la frente triste, aguileña la nariz; sus largos cabellos negros se
-abullonaban sobre las orejas de su rostro pálido, con palidez mortuoria,
-como anegado en la aureola de un martirio previsto: su voz calmosa, sin
-timbre, como velada por un suspiro que tuviese atravesado en la
-garganta, parecía venir de muy lejos ó de muy hondo.</p>
-
-<p>Pasados tres ó cuatro años de relaciones íntimas, Julio y Mariana
-Paredes riñeron. Ella era tiple de zarzuela; un cuerpo hermoso informado
-por un espíritu sano y fuerte, enamorado del mundo, que gustaba de reir
-á carcajadas bajo el alegre Sol, padre de la Vida. Durante los primeros
-meses, la melancolía de Riego interesó su imaginación; la nostalgia es
-misterio, porque toda alma triste parece ocultar algo, y el misterio
-atrae: después continuó tolerándole por miedo, temiendo que su desvío le
-indujese al suicidio; más tarde, la callada presencia de aquel espíritu
-tétrico mordido por todas las Furias de la desconfianza, la
-desesperación y los celos, llegó á serla intolerable y decidió romper
-con él. Aquella vez no ocurriría lo que otras; estaba resuelta á
-recobrar su libertad antigua; reñirían para siempre: sus palabras
-tendrían autoridad inapelable.</p>
-
-<p>Algo desusado hubo de sugerir á Julio Riego la certidumbre<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107"></a>{107}</span> cruel de
-quedar despedido irrevocablemente. Fué una mañana, poco antes del
-almuerzo, tras una noche que ella pasó durmiendo tranquila de cara á la
-pared, y él con un codo apoyado sobre las almohadas y los ojos, llenos
-de lágrimas, de par en par abiertos ante las tinieblas de la alcoba;
-alcoba triste como nido roto caído al pie del árbol... Se separarían;
-Mariana lo acordó así en uso de su voluntad libérrima; ella necesitaba
-nuevas impresiones, otra vida, otro hombre... En pie cerca de la puerta,
-con el sombrero en la mano, dispuesto ya á marcharse, Julio repuso con
-su voz enturbiada por la pena:</p>
-
-<p>&mdash;No lo tendrás; ese hombre que deseas no será nunca tuyo. Yo lo
-impediré, matándome; no podrás olvidarme; entre él y tú dormirá todas
-las noches mi recuerdo; ante tus ojos, el hilo sangriento que brote de
-mi herida correrá eternamente.</p>
-
-<p>Mariana Paredes se encogió de hombros; sus vehementes anhelos de tornar
-á ser libre endurecían su corazón.</p>
-
-<p>&mdash;Puedes hacer tu gusto&mdash;murmuró;&mdash;cada cual obra según su criterio.</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Se despidieron: él iba resuelto á matarse; lo había prometido y los
-hombres no deben renegar de su palabra: además, aquel era el único medio
-de castigar á la ingrata, lanzando sobre su frívolo vivir la noche
-ineluctable del remordimiento. Mariana quedó tranquila, segura de que
-Julio Riego no cumpliría su amenaza. Aquella noche, sin embargo, la
-joven leyó los diarios atentamente, buscando alguna noticia relacionada
-con su amante. No halló nada.<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108"></a>{108}</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Bien decía yo!&mdash;murmuró.</p>
-
-<p>Y de pronto sintióse un poco triste, humillada y como pesarosa de que
-aquel hombre no la hubiese amado lo bastante para matarse por ella.</p>
-
-<p>Pasó otro día; Mariana Paredes iba adormeciéndose en la confianza de la
-impunidad; aquella era una historia casi olvidada. Por la noche, de
-vuelta del teatro, se acostó y cogió un periódico; el sueño comenzaba á
-pesar sobre sus párpados; no obstante ojeó los telegramas, una Crónica
-de bastidores, otra de política general...</p>
-
-<p>En la sección de noticias, vió la siguiente:</p>
-
-<p>«Ayer se suicidó, disparándose un tiro en el pecho, un joven
-decentemente vestido, llamado Julio Pérez.»</p>
-
-<p>No pudo seguir leyendo; el cansancio cerraba sus ojos; el periódico
-resbaló de la cama al suelo.</p>
-
-<p>No sucedió más.</p>
-
-<p>Por una errata deslizada en aquel apellido, el sacrificio del pobre
-muerto no tendrá historia; las noches de Mariana Paredes no tendrán
-pesadillas...</p>
-
-<p>¡Más vale así!<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109"></a>{109}</span></p>
-
-<h2><a name="CREPUSCULO" id="CREPUSCULO"></a>CREPÚSCULO<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Cae la tarde; un vientecillo suave arrastra por el suelo húmedo las
-primeras hojas secas; las lejanías del paisaje desaparecen tras el vaho
-neblinoso que enceniza el cielo; los árboles, de donde huye la vida,
-levantan sus ramas con desesperado ademán y su gesto simula responder á
-la conciencia que tienen de que la muerte llegará fatalmente para ellos
-con la paralización de la savia; los herbazales que visten los recuestos
-también están tristes, amarilleando entre el lodo; á lo largo de las
-tapias algunas enredaderas alargan sus ramas escuetas; bajo el espacio
-triste la tierra toda se estremece en una convulsión agónica.</p>
-
-<p><span class="smcap">Personajes</span>: <i>Ella</i>; treinta años. Avanza rápidamente, mirando á todas
-partes con los hermosos ojos muy abiertos por la impaciencia de ver
-pronto al amado, que la espera. Viste sombrero redondo de fieltro y un
-gabán varonil, con cuello <i>Imperio</i> y doble hilera de botones, que la
-llega á los pies: es alta, elegante y lamida de formas como una amazona
-inglesa.</p>
-
-<p><i>El</i>: treinta y cuatro años; gallardo y simpático; su<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110"></a>{110}</span> delicado
-temperamento de sentimental lo reflejan la mirada distraída de sus ojos,
-ensombrecidos por el insomnio; su frente, abrillantada por el nimbo
-indefinible de los ensueños; la línea de sus labios que, habiendo
-gustado los amargores de la vida, quedaron algo tristes.</p>
-
-<p><span class="smcap">Eulalia</span>.&mdash;(<small>Viendo, de pronto, al galán que entretiene su fastidio
-leyendo un periódico.</small>) ¡Niño, ya estoy aquí...!</p>
-
-<p><span class="smcap">Fernando</span>.&mdash;(<small>Vivamente emocionado.</small>) ¡Ah, qué impaciencia tan cruel!... Si
-yo estudiase metafísica, para representarme el concepto de eternidad
-evocaría la duración de las horas que vivo sin ti.</p>
-
-<p>(<small>Se dan las manos.</small>)</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Mirando á todas partes.</small>) No hay nadie.</p>
-
-<p>F.&mdash;(<small>Mirando también.</small>) Nadie.</p>
-
-<p>E.&mdash;Toma mis labios.</p>
-
-<div class="blockquot">
-<p>(<small>Se besan y caminan silenciosos bajo los árboles del paseo. Van cogidos
-del brazo, los hombros juntos; sus pies moviéndose acompasadamente,
-imprimen á sus cuerpos enamorados el mismo ritmo.</small>)</p>
-</div>
-
-<p>F.&mdash;(<small>Despertando bajo el recuerdo de la realidad, amenazadora siempre.</small>)
-¿Y tu marido?</p>
-
-<p>E.&mdash;En la Audiencia.</p>
-
-<p>F.&mdash;¡Batallando, según costumbre, por enviar gente á presidio!</p>
-
-<p>E.&mdash;No sé. Damián es un hombre terrible que, como las cadenas, parece
-fabricado exclusivamente para sujetar... para oprimir... Dominar es su
-ley; el deber frío y anguloso, su Dios: por vencerlo todo, creo que ha
-sofocado el natural amor á sí mismo; ¡no se ama!... (<small>Con volubilidad.</small>)
-Después de almorzar me fingí enferma, para quedarme
-sola.&mdash;«Bien&mdash;replicó él;&mdash;te acompañaré.» Fué morir; Pasaban las horas
-lentamente; yo pensaba en ti, en nuestra cita de esta tarde, que iba á
-fracasar... ¡Qué martirio! (<small>Fernando escucha acariciando entre<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111"></a>{111}</span> sus
-manos una de las enguantadas manecitas de la joven. Ella continúa.</small>) De
-pronto salí del gabinete y momentos después reaparecí diciendo que
-hallándome mejor, necesitaba salir.&mdash;¿Dónde?&mdash;preguntó mi tirano.&mdash;A
-hacer algunas compras&mdash;repuse;&mdash;no hay manteles; además, á la doncella
-le prometí ayer una blusa y debo cumplir lo ofrecido.&mdash;Mejor
-sería&mdash;contestó,&mdash;que te vistieras bien y fueses á visitar á la
-vizcondesita Matilde, que está enferma. ¡Debemos cumplir con todo el
-mundo!... Acepté la proposición haciendo grandes esfuerzos para
-disimular mi alegría: aquel era un feliz pretexto que me facilitaba una
-hora más de libertad que dedicarte, mejor y más hermosa para mí, que un
-rayo de luz. En un santiamén me puse mi mejor traje y volví al gabinete;
-Damián, al verme se levantó.&mdash;«Vaya&mdash;dijo,&mdash;hoy, para mí, es día de
-asueto; te acompaño.» ¿Cómo rechazarle? Humillé la cabeza y eché á andar
-con la sombría resignación del que camina hacia el patíbulo. Cuando
-llegábamos al recibimiento, vibró el timbre de la escalera; abro la
-puerta... ¡Era un ordenanza que traía... no sé qué papelotes de la
-Audiencia! Un asunto urgentísimo.</p>
-
-<p>F.&mdash;La causa de algún desgraciado á quién el Código tendrá deseos de
-apretar el cuello...</p>
-
-<p>E.&mdash;Probablemente. Mas... ¡en fin!... gracias á eso, sea lo que fuere,
-estoy aquí. Es una entrevista que tal vez cueste una libertad, cuando no
-una cabeza.</p>
-
-<div class="blockquot">
-<p>(<small>Vuelven á besarse. Caminan pausadamente, cambiando saludos distraídos
-con algunos obreros que vuelven del trabajo. En la línea sinuosa y más
-distante del paisaje aparece Madrid, recortándose bajo el cielo
-entristecido por los reflejos crepusculares.</small>)</p>
-</div>
-
-<p>F.&mdash;Te quiero.</p>
-
-<p>E.&mdash;No más que yo á ti.</p>
-
-<p>F.&mdash;(<small>Enternecido.</small>) ¡Carne de mi alma!</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Con arrebato.</small>) ¡Alma de mi cuerpo!...<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112"></a>{112}</span></p>
-
-<p>F.&mdash;Dame tus labios otra vez.</p>
-
-<p>E.&mdash;Tómalos. ¿No son tuyos?... ¿A qué me los pides?...</p>
-
-<p>F.&mdash;(<small>Rodeándola el talle con un brazo.</small>) ¡Oh!... ¡qué adormecedora, qué
-dulce es la canción de los amores!... ¡Cómo pesa sobre los párpados, con
-qué arpegios de ensueño roza los oídos!... Y simultáneamente penetra
-hasta mis tuétanos y calofría mi espalda con la suave caricia del
-terciopelo.</p>
-
-<p>E.&mdash;¡Fernando... (<small>Entorna los párpados y su cabeza mareada por la rara
-espuma del contento, busca sobre el hombro del amante un punto de
-apoyo.</small>)</p>
-
-<p>F.&mdash;Habla... necesito oirte... dí algo... arrúllame...</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Sin abrir los ojos.</small>) ¿Qué quieres que diga?</p>
-
-<div class="blockquot"><p><small>Sus cuerpos, estrechamente unidos, tropiezan al andar,
-produciéndoles una á modo de trepidación carnal que les calofría de
-pies á cabeza. Caminan lánguidamente; diríase que la tierra
-benévola les atrae, incitándoles á caer de rodillas; al llegar á
-cierto paraje solitario, bajo un grupo de árboles, Eulalia y
-Fernando se detienen.</small></p></div>
-
-<p>F.&mdash;¿Quieres?... (<small>En voz muy baja.</small>)</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Aquí?</p>
-
-<p>F.&mdash;Sí. Sentémonos.</p>
-
-<p>E.&mdash;¡Oh, es imposible!</p>
-
-<p>F.&mdash;¿Por qué?... Estamos solos.</p>
-
-<p>E.&mdash;Sí, pero... ¿y mi traje?</p>
-
-<p>F.&mdash;Extenderé sobre el suelo mi pañuelo para que no te manches.</p>
-
-<p>E.&mdash;No basta. Y, mira... el piso está enfangado.</p>
-
-<p>F.&mdash;(<small>Pensativo.</small>) Es cierto.</p>
-
-<p>E.&mdash;Seamos juiciosos.</p>
-
-<p>F.&mdash;¿Qué remedio?...</p>
-
-<p>(<small>Se contemplan mezclando sus alientos, mirándose á los ojos ávidamente,
-con el vientre y las rodillas y los pies unidos.</small>)</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Deseando tranquilizar á su amante.</small>) Mira, cómo vengo.<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113"></a>{113}</span></p>
-
-<p>(<small>Le enseña sus botas de tafilete, su magnífico traje de seda color
-salmón, su largo gabán de finísimo paño.</small>)</p>
-
-<p>F.&mdash;(<small>Extasiado.</small>) ¡Como una reina! (<small>Pausa.</small>) Y, sin embargo... perder
-estos instantes... es un crimen.</p>
-
-<p>E.&mdash;Ya lo sé, rey; pero, ¿qué quieres?... La fatalidad...</p>
-
-<p>F.&mdash;¿Me amas?</p>
-
-<p>E.&mdash;Más que á nadie.</p>
-
-<p>F.&mdash;¿Eres muy feliz entre mis brazos?... (<small>Empujándola.</small>) Entonces... ¿Qué
-importa lo demás?...</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Resistiendo.</small>) Pero... ¿no comprendes?... Estamos en un lodazal.</p>
-
-<p>F.&mdash;A tu marido le dices que te caiste; un accidente... un coche que
-pasaba... cualquiera cosa.</p>
-
-<p>E.&mdash;Eso es lo de menos; un pretexto se busca fácilmente.</p>
-
-<p>F.&mdash;Entonces...</p>
-
-<p>E.&mdash;Es mi traje, mi sombrero, que representan un capital.</p>
-
-<p>F.&mdash;(<small>Alzándose de hombros.</small>) ¿Qué vale todo eso, comparado con lo
-otro?... Un vestido que se mancha ó que se rompe, puede ser substituído;
-¿pero quién recobrará el rato de felicidad que se pierde?</p>
-
-<p>E.&mdash;No me vuelvas loca.</p>
-
-<p>F.&mdash;Pronto nos separaremos y... ¿quién podrá consolarnos mañana de la
-hora feliz que hoy desaprovechamos?...</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Languideciendo.</small>) Déjame.</p>
-
-<p>F.&mdash;El peinado que se deshace, como el sombrero ó el traje que se
-ensucian, constituyen pequeñas desgracias, fácilmente remediables; pero,
-¿cuándo ni dónde rescataremos las dulzuras de un feliz momento
-perdido?... Dime; ¿en qué bazar podrían los pobres viejos<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114"></a>{114}</span>
-desencantados, comprar los millares de horas negras en que no amaron?...
-Ven, ven... el placer como la alegría, duran poco.</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Han pasado treinta años; Fernando ha muerto. Eulalia que, como todos los
-viejos, comprende mejor que antes el gran valimiento de la vida,
-conserva entre sus más preciosos recuerdos la imagen de aquella tarde
-otoñal, húmeda y callada, en que dió noventa duros por un rato de amor.
-¡El amor!... Lo que no se compra...<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115"></a>{115}</span></p>
-
-<h2><a name="LO_HORRIBLE" id="LO_HORRIBLE"></a>LO HORRIBLE<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Beltrán empujó la puerta suavemente y entró: era un mozo membrudo, con
-las manos y el rostro atezados por el calor de la fragua; vestía blusa
-azul y pantalón de pana; las botas eran de punta cuadrada, grandes y
-sólidas; tenía la mandíbula inferior ancha, el cuello grueso; bajo las
-cejas, sus ojos duros de perdonavidas miraban con insolencia y desvío.</p>
-
-<p>Al oirle Matilde, su hermana, que parecía meditar junto á la mesa, á la
-luz de un quinqué, volvió la cabeza. Beltrán preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién ha venido?</p>
-
-<p>&mdash;Don José.</p>
-
-<p>&mdash;¡Don José!... ¿Qué quería?</p>
-
-<p>&mdash;Nada... saber cómo estaba padre: ni siquiera se sentó; no pasó de la
-puerta.</p>
-
-<p>Beltrán clavó en la joven una larga mirada desconfiada y cruel; luego
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y padre?</p>
-
-<p>&mdash;Peor; apenas puede respirar.<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116"></a>{116}</span></p>
-
-<p>El mozo levantó la cortinilla que cubría una puerta y quedóse inmóvil,
-abismando sus ojos en un dormitorio estrecho y obscuro dentro del cual
-resonaba rítmicamente el angustioso jadeo de un hombre que se ahogaba.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué dice el médico? ¿Tiene esperanzas?</p>
-
-<p>&mdash;No. Asegura que recurrimos á él demasiado tarde.</p>
-
-<p>Beltrán se mordía los labios; Matilde lloraba en silencio, sin
-parpadear, como lloran las mujeres acostumbradas á sufrir: tenía el
-rostro inteligente y pálido, el pelo y los ojos negrísimos: era uno de
-esos nerviosos tipos meridionales, esclavos de la impresión y del
-momento, en quienes los ángeles del bien y del mal parecen luchar á
-brazo partido sobre un puente muy angosto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Recetó algo?&mdash;preguntó el herrero.</p>
-
-<p>&mdash;Sí... mira.</p>
-
-<p>Sacó del bolsillo un papel sembrado de signos que Beltrán leyó y releyó
-sin comprender.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuánto costarán estas medicinas?</p>
-
-<p>&mdash;Unas... cuatro pesetas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cuatro pesetas!...</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde sacarlas, hermano?</p>
-
-<p>Y Matilde miraba á su alrededor; las paredes y los suelos desnudos, la
-casa toda, en fin, ahogándose de miseria y dolor bajo el declive rápido
-de los techos aboardillados Beltrán miró también, murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;No sé, no sé...</p>
-
-<p>&mdash;Esas medicinas, sin embargo, hay que comprarlas en seguida, á todo
-trance.</p>
-
-<p>Aquella receta era para ellos algo santo y precioso, como una promesa.
-Pero ¿dónde hallar dinero?... Matilde y Beltrán estaban sin trabajo y la
-enfermedad de su padre agotó sus pequeños ahorros; en pocas semanas todo
-fué saliendo camino de la prendería ó de la<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117"></a>{117}</span> casa de préstamos; fué una
-venta infamante, vergonzosa, triste, como la venta de huesos humanos.</p>
-
-<p>Beltrán alzóse de hombros; todas las puertas estaban bien cerradas; la
-miseria había tomado todos los caminos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué piensas?&mdash;exclamó Matilde;&mdash;¿se te ocurre algo?</p>
-
-<p>&mdash;No... nada... ¿y á ti?</p>
-
-<p>&mdash;Tampoco, pero es preciso discurrir... pronto... pronto... ¡padre se
-muere!</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo sé... ya lo sé... Espera.</p>
-
-<p>Por su memoria desfilaban precipitadamente nombres de vecinos y de
-amigos: con ninguno debían contar; eran pobres, tan pobres como ellos, y
-los mejores ya les habían socorrido en diferentes ocasiones. El único
-que podía ampararles era don José, el propietario, quien, por amor á
-Matilde, no les presentaba los recibos de inquilinato desde hacía dos
-meses. Beltrán conocía aquella pasión; y la vergüenza de sus favores,
-aceptados por él bajo la presión feroz de la miseria, enrojecían su
-frente. Una idea negra, una especie de noche, nublaba el pensamiento de
-los hermanos, que veían pasar por entre sombras el hambre y el crimen:
-Beltrán y Matilde sabían que en los momentos de supremo desamparo los
-hombres roban, las mujeres se venden...</p>
-
-<p>La joven, más franca que su hermano, preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;Si recurriésemos á don José...</p>
-
-<p>Beltrán se acercó á ella temblando violentamente, como potro picado del
-tábano.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué has dicho?&mdash;gritó;&mdash;¿recurrir á don José? ¿Qué es eso?... ¿Has
-perdido el sentido ó perdiste el honor?... La sola idea de que le hayas
-insinuado algo me vuelve loco...<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118"></a>{118}</span></p>
-
-<p>La había cogido por un brazo, apretándoselo entre sus dedos como en un
-torno.</p>
-
-<p>Matilde bajó sus ojos anegados en lágrimas; en el silencio resonaba el
-isócrono jadeo del moribundo; aquella respiración anhelante de viajero
-que va muy cansado. Beltrán callaba, comprendiendo que era necesario
-optar entre el presidio y la mancebía. De pronto se decidió.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bien está!&mdash;dijo;&mdash;ya sé qué he de hacer; venga la receta... no
-perdamos tiempo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tardarás?&mdash;preguntó Matilde.</p>
-
-<p>&mdash;No... volveré pronto... antes de una hora...</p>
-
-<p>Salió precipitadamente, palpándose debajo de la blusa, cerciorándose de
-que la navaja estaba en su sitio.</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Beltrán anduvo largo rato buscando las calles solitarias; ya no dudaba:
-robaría, pues era preciso, y hasta se hallaba propicio á hacerlo sin
-vergüenza ni empacho.</p>
-
-<p>El herrero, recatado en la sombra de una puerta, esperó... esperó...</p>
-
-<p>Los transeúntes eran escasos: todas las circunstancias parecían
-favorecerle; la calle estaba desierta, los portales cerrados, el sereno
-dormía en un punto distante.</p>
-
-<p>Al principio, Beltrán juzgaba la lucha inevitable; el asaltado se
-defendería, pediría socorro y sería necesario taparle la boca, arrojarle
-al suelo, matarle, tal vez... Luego, según iba apreciando el valimiento
-y legitimidad<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119"></a>{119}</span> de los móviles que le arrastraban á perpetrar aquel
-despojo, llegó á creer que su conducta era irreprochable y que el primer
-caballero á quien se dirigiese, no bien supiera de qué se trataba, se
-apresuraría á favorecerle: todo aquello se le antojaba á Beltrán tan
-natural, tan noble, tan conmovedor...</p>
-
-<p>De pronto apareció un individuo solo, bien vestido; llevaba botas de
-charol, iba embozado y caminaba lentamente. Beltrán salió á su
-encuentro, cruzando la calle: el desconocido se detuvo y miró al
-herrero, desconfiando.</p>
-
-<p>&mdash;Caballero&mdash;dijo Beltrán, haciendo con la cabeza un leve
-saludo;&mdash;perdone usted mi atrevimiento... pero... mi padre está
-agonizando.</p>
-
-<p>El interpelado, ya repuesto, murmuró:</p>
-
-<p>&mdash;Dios le ampare, no llevo nada.</p>
-
-<p>Beltrán le miró confuso, y sus mejillas, coloreadas hasta entonces por
-la vergüenza, palidecieron: había dicho lo más grave, lo más grande, lo
-más terrible que puede confesar un hijo; que su padre se muere... y el
-individuo que le oía, lejos de asociarse á su dolor, le escuchaba
-impasible, encogiéndose de hombros... La ira cegó sus ojos.</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;gritó,&mdash;yo no pido limosna.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces?...</p>
-
-<p>&mdash;Quiero que me de usted cinco pesetas que necesito para pagar una
-receta... ¡Lo quiero... son para salvar á mi padre!</p>
-
-<p>Hablando así, zarandeaba á su interlocutor agarrándole por el embozo; el
-agredido, irritado por una exigencia que juzgó intolerable, le rechazó
-vigorosamente.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ladrón!&mdash;murmuró.</p>
-
-<p>Entonces Beltrán se abalanzó sobre su enemigo, procurando derribarle;
-mas el otro, que era mozo y valiente,<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120"></a>{120}</span> le echó los brazos al cuello,
-mientras procuraba sacar un revólver que sin duda llevaba en el bolsillo
-trasero del pantalón. Espoleadas por el coraje, las fuerzas de Beltrán
-se centuplicaron, y cogiendo al desconocido por la cintura, le arrastró
-hacia un callejón vecino.</p>
-
-<p>&mdash;¡Miserable, miserable!&mdash;repetía.</p>
-
-<p>El asaltado, viéndose perdido, quiso gritar, pero Beltrán le tapó la
-boca, y, asiéndole por el cuello, le derribó en tierra: cayó de bruces,
-los brazos presos bajo los pliegues de la capa. En aquel momento Beltrán
-oyó ruido de pasos; sin duda venían á prenderle... ¿Qué hacer?... Si
-huía, su enemigo correría tras él pidiendo socorro... y se vió atado
-codo con codo, y á su padre muerto, y á su hermana, bonita y en la
-calle... Fuera de sí, requirió la navaja, y asestó un golpe á su víctima
-en la nuca, después otro y otro... muchos... para que no hablase; luego
-registró precipitadamente los bolsillos de su chaleco, cogió una moneda,
-un duro... ¡uno solo!... y echó á correr desalado.</p>
-
-<p>En el fondo de la calle resonaban voces extrañas que repetían:</p>
-
-<p>&mdash;¡A ese... á ese!...</p>
-
-<p>Beltrán corrió mucho tiempo; cuando penetró en una botica llevaba los
-labios lívidos y cubiertos de espuma; el terror y el cansancio de la
-lucha y de la fuga, dilataban sus ojos.</p>
-
-<p>&mdash;A ver&mdash;murmuró;&mdash;despácheme usted, en seguida... en seguida...</p>
-
-<p>El boticario dejó el periódico que estaba leyendo y se acercó al
-mostrador tranquilamente.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué es ello?</p>
-
-<p>&mdash;Tome usted.</p>
-
-<p>El farmacéutico cogió la receta y la leyó poco á poco, informándose bien
-del nombre de las medicinas.<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121"></a>{121}</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Tardará usted en despacharme?&mdash;preguntó Beltrán suplicante;&mdash;el caso
-es gravísimo.</p>
-
-<p>Le aterraba la idea de que le prendiesen antes de ver á su padre.</p>
-
-<p>No&mdash;repuso el boticario,&mdash;estas medicinas están hechas.</p>
-
-<p>Marchóse y volvió trayendo dos frasquitos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué valen?&mdash;preguntó Beltrán.</p>
-
-<p>&mdash;Cuatro pesetas con cincuenta céntimos.</p>
-
-<p>&mdash;Cóbrese.</p>
-
-<p>Y arrojó el duro sobre el mármol del mostrador.</p>
-
-<p>El boticario cogió la moneda, la miró atentamente, la hizo resbalar
-entre sus dedos, volvió á sonarla...</p>
-
-<p>&mdash;Este duro&mdash;dijo&mdash;es falso...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122"></a>{122}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123"></a>{123}</span></p>
-
-<h2><a name="MARCELA" id="MARCELA"></a>MARCELA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Desde el quicio de su puerta, Juan Antonio avizoraba todas las tardes á
-Marcela, que volvía de la fuente con el pesado cántaro sobre la cabeza,
-erguido el talle, las manos en los cuadriles, aumentando con su corto y
-menudo andar el picante titubeo de sus caderas poderosas. Juan Antonio
-reía embelesado viéndola acercarse: ella pasaba indiferente, plegando
-los rojos labios con un depresivo mohín desdeñoso, como si las sonrisas
-y las ardientes miradas y todo el apasionado embobamiento del mozo no
-fuesen otras tantas pruebas de amor quemadas, á guisa de incienso, en
-honor de su perfecta gentileza y bizarría; y cuando se alejaba
-orgullosa, inaccesible, pisando corto, y diciendo no, no... con las
-caderas, los ojos de Juan Antonio chispeaban de rencor, un
-estremecimiento doloroso mordía su carne, y el pliegue trágico de las
-venganzas cortaba su frente.</p>
-
-<p>Una tarde, Juan Antonio, no pudiendo dominar las furiosas acometidas de
-su pasión, salió del pueblo y fué á sentarse junto á unos bardales por
-donde Marcela solía pasar de vuelta de la fuente. La conversación fué
-breve, decisiva, como las conversaciones que preparan<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124"></a>{124}</span> los duelos á
-muerte. Ella empezó diciendo que no le quería y que jamás podría
-traicionar á Fermín, su esposo, á quien estaba unida por los vínculos
-del cariño y del deber; Fermín era su Dios, su rey; á él se lo debía
-todo: la casa que habitaba, las ropas que cubrían su cuerpo...</p>
-
-<p>Y agregó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y ahora quiés deshacer el lecho que yo toas las mañanas tiendo y
-mullo pa él? ¿Y quiés gozar del cuerpo que él viste y alimenta y agasaja
-con tóo lo que tiene?... ¡Vamos, Juan Antonio, que no me conoces!... No
-sólo no te quiero, sino que te odio... ¡ya ves!... Que eres mu chico, mu
-ruin... ¿sabes?... y que tiés el alma mu fría, cuando no entiendes lo
-que digo...</p>
-
-<p>Poco á poco, á tropezones, sofocado por la pasión que le extrangulaba,
-Juan Antonio procuró explicar sus celos y los tormentos de aquellas
-luchas íntimas que fueron enajenándole hasta obligarle á exigir de
-Marcela una explicación definitiva. El no era malo, ni ruin, ni tenía
-aquella frialdad de corazón que ella tan injustamente le reprochaba.</p>
-
-<p>&mdash;Mi única desgracia consiste&mdash;dijo&mdash;en haberte conocío mu tarde, cuando
-tu libertad y tu corazón y tu cuerpo amadísimo, eran de otro...</p>
-
-<p>Ella le escuchaba impasible, frunciendo el sobrecejo con aire aburrido.
-Luego repuso, dando media vuelta y poniéndose otra vez en jarras,
-dispuesta á marchar.</p>
-
-<p>&mdash;Tóo es inútil, Juan Antonio; yo no quiero, y no hay poderes en el
-mundo capaces de torcer mi voluntad... Y no me persigas, no me aburras;
-porque si la gente advierte tu cariño y da en murmurar, soy capaz de
-contárselo tóo á Fermín, pues antes que deshonrao, quieo verle andando
-camino de la horca ó del presidio. No digo más.<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125"></a>{125}</span></p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Las primeras horas de aquella noche las pasó Juan Antonio entre los
-matorrales de un altozano, desde donde se atalayaba un extenso paisaje.
-La luna trepaba hacia el cenit anegando las silenciosas extensiones
-siderales con los efluvios de su luz plateada: una paz augusta descendía
-del cielo sobre los campos dormidos; en el valle blanqueaban las casas
-del pueblo, con sus paredes irregulares y sus ventanas, por algunas de
-las cuales se filtraba un hilillo de luz; varios caminos vecinales
-seguían direcciones diversas, retorciéndose como sarmientos á través de
-los campos de labranza, subiendo, bajando, según los altibajos del
-terreno; y cerrando el horizonte, casi perdidos en las sombras de la
-noche, ondulaba una larga serie de cerros, con sus panzas enormes y sus
-altísimas crestas, semejantes á abortos monstruosos de una quimera
-geológica.</p>
-
-<p>Juan Antonio, casi echado en el suelo, no apartaba los ojos de la casa
-de Marcela, situada mucho más allá, junto al río. Un proyecto diabólico
-le había conducido allí. Fermín, que era guardabosque, salía de ojeo
-todas las noches entre doce y una de la madrugada, y aquella ocasión era
-la por Juan Antonio espiada para deslizarse sin peligro hasta Marcela;
-las consecuencias anexas al logro de sus propósitos, no le interesaban.
-Durante largo rato permaneció inmóvil, mirando, mirando... con la mirada
-angustiosa y fija de los que murieron ahogados. Luego se estremeció,
-oyendo resonar en<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126"></a>{126}</span> la serena extensión de los campos las doce campanadas
-de un reloj lejano.</p>
-
-<p>Entretanto Fermín, sentado sobre un viejo taburete, se calzaba sus
-recias botas de campo, disponiéndose á salir.</p>
-
-<p>Marcela le observaba desde el lecho con ojos que el sueño va cerrando.</p>
-
-<p>&mdash;¿Te vas?&mdash;preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;No tardes mucho... la noche está fría.</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo sé. No haré más que llegar al cementerio y volver.</p>
-
-<p>Se había ceñido la cartuchera; después embozóse en una manta, se caló su
-ancho sombrero de guardabosque y salió terciándose el fusil á la
-bandolera. La llave de su hogar la dejó, según costumbre, junto al
-quicio, debajo de la puerta, en previsión de que Marcela quisiera salir
-hallándose él ausente; y esta circunstancia era la que había de
-facilitar á Juan Antonio el triunfo de sus deseos.</p>
-
-<p>Marcela se había quedado profundamente dormida; de pronto sintió que
-abrían la puerta y entre sueños supuso que era su marido quien volvía:
-luego oyó unos pasos quedos que se acercaban y entreabrió los párpados;
-la obscuridad era completa y tornó á cerrar los ojos.</p>
-
-<p>&mdash;Fermín... murmuró.</p>
-
-<p>El lecho crujía: Marcela, medio despierta, repitió balbuceando sin
-miedo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Eres... tú?...</p>
-
-<p>Al sentir que unos brazos la estrechaban por el talle, agregó.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué frío vienes!...</p>
-
-<p>El repetido contacto de unos labios que oprimían los<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127"></a>{127}</span> suyos y la presión
-de unas manos que la sobajeaban con ansia brutal, concluyeron de
-despertarla.</p>
-
-<p>&mdash;¡Fermín, Fermín!...</p>
-
-<p>Entonces sintió que la dejaban; alguien saltó del lecho y resonaron los
-pasos precipitados, inseguros, de un hombre que huía. Marcela se
-incorporó en la cama, impulsada por un presentimiento horrible.</p>
-
-<p>&mdash;¡Juan Antonio!&mdash;gritó.</p>
-
-<p>Y se ratificó en esta creencia al oir que el fugitivo deslizaba
-suavemente la llave bajo la puerta, como para borrar con aquella
-precaución el rastro de su delito.</p>
-
-<p>Largo rato Marcela permaneció alelada, temblando de rabia y de miedo;
-después sintió que abrían la puerta.</p>
-
-<p>&mdash;Fermín... ¿eres tú?&mdash;preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, yo soy...</p>
-
-<p>Mientras él se desnudaba, ella añadió:</p>
-
-<p>&mdash;¿Has venido antes?</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuándo?</p>
-
-<p>&mdash;Después de marcharte.</p>
-
-<p>&mdash;No. ¿Por qué lo preguntas?</p>
-
-<p>&mdash;Por nada; me había parecido...</p>
-
-<p>Al día siguiente, domingo, Marcela y Juan Antonio se encontraron en la
-iglesia, junto á la pila del agua bendita: ella le miró de hito en hito,
-los ojos retadores, como desafiándole á hablar; él se acercó con aire
-insolente y satisfecho, murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;¿Me encontraste frío anoche?...</p>
-
-<p>Marcela no pudo responderle y se marchó llorando. Aquel día y los
-sucesivos los pasó acongojadísima, no sabiendo si devorar su humillación
-ó pedir á su esposo el justo castigo de tamaña ofensa; unas veces
-pensaba vengarse por sí misma, dando la muerte como ella había recibido
-la deshonra, á traición; otras temía que<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128"></a>{128}</span> lenguas extrañas enterasen de
-lo ocurrido á Fermín, y que éste, interpretando mal el silencio de su
-mujer, juzgase criminal complacencia lo que fué sorpresa y
-forzamiento...</p>
-
-<p>Al fin optó por confesarse á su marido, refiriéndoselo todo... ¡todo!...
-Pues como ella decía: «antes que en ridículo, quieo verle andando camino
-de la horca ó del presidio...»</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Aquella tarde Fermín y Juan Antonio se vieron en un claro del bosque.</p>
-
-<p>&mdash;Estaba esperándote&mdash;dijo Fermín.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pa qué?</p>
-
-<p>&mdash;¿No lo presumes? ¿No está diciéndotelo ese corazón que quieo
-arrancarte á mordiscos?...</p>
-
-<p>Fermín era ágil, fuerte y más alto que su enemigo, pero Juan Antonio era
-recio de cuerpo y tenía hombros cuadrados y brazos membrudos. Los dos
-hombres se miraron friamente, midiéndose con los ojos, buscando un sitio
-en donde herir: luego, simultáneamente, sin detenerse á sobreexcitar su
-enojo con vanas palabras, se arremetieron. Durante algunos momentos
-lucharon rabiosamente, sin que las piernas de ninguno de ellos
-flaqueasen; luego se separaron y antes de que Juan Antonio pudiese
-hurtar el golpe, Fermín se abalanzaba sobre él, traspasándole el cuello
-con una faca. El mozo giró sobre sí mismo, dió algunos pasos vacilantes,
-y cayó al suelo de bruces, muerto...<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129"></a>{129}</span></p>
-
-<p>Fermín, fuera de sí, echó á correr hacia su casa: Marcela; al verle
-entrar demudado y con las manos teñidas de sangre, lanzó un grito y
-corrió á su encuentro, mirándole con ojos donde había una pregunta
-desesperada.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;repuso el guardabosque:&mdash;le he matao.</p>
-
-<p>Y añadió extendiendo el brazo con gesto trágico:</p>
-
-<p>&mdash;Allí está; allí le tienes, frío... ¡Más frío que nunca!... ¡Frío pa
-siempre!...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130"></a>{130}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131"></a>{131}</span></p>
-
-<h2><a name="EL_BUEN_PARECER" id="EL_BUEN_PARECER"></a>EL BUEN PARECER<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>La noticia circuló rápidamente por los cafés y las tertulias que cómicos
-y autores forman en los saloncillos de los teatros.</p>
-
-<p>A Felisa <i>la Loba</i> la habían matado. Los testigos de la escena
-aseguraban haber visto á Felisa bajar de un coche en la calle Peligros,
-delante de Fornos; entonces brotó del hueco de una puerta la sombra de
-un hombre que, sin duda, estuvo en acecho, esperándola, y que
-instantáneamente se arrojó sobre ella; la joven lanzó un grito y cayó
-hacia atrás, abriendo los brazos: el matador huyó velozmente, revelando
-en la fuga la audacia y el vigor sobrehumanos que demostró en la
-agresión, y segundos después los que le vieron herir sólo percibieron su
-silueta cobarde esfumándose como un capricho antropomórfico en las
-sombras de la noche bajo la rojiza luz incierta de los faroles...</p>
-
-<p>Desde luego se trataba de un crimen pasional. Al principio creyóse que
-el asesino era un organillero;<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132"></a>{132}</span> luego, por lo que varias amigas de
-Felisa dijeron, se supo que era un estudiante...</p>
-
-<p>Enrique y <i>la Loba</i> se conocieron en el arroyo una noche de invierno muy
-cruda, muy triste, en que el aburrimiento de ella y la melancolía y
-desamparo de él los sugirió, simultáneamente, el capricho de pernoctar
-juntos; ella le quiso porque se parecía á un amante que la dejó por
-otra: él porque estaba muy solo, muy pobre, y en las horas de
-desvalimiento los temperamentos sentimentales padecen, más que el
-hambre, la necesidad de la mujer que abriga, que consuela, hablando de
-recuerdos dulces y frívolos... Ella era una chula, una verdadera hembra,
-apasionada y bravía, enamorada de la fuerza y del valor masculino, de
-los machos crudos que parecen ir por el mundo caminando siempre de cara
-al presidio: él, mesurado en las palabras y firme en la acción, era
-también un valiente persuadido de que cuando dos hombres riñen, uno de
-ellos, el más débil, tiene pena la vida.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tú serías capaz de pegarme en la cara?&mdash;solía preguntarle Felisa.</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;contestaba Enrique;&mdash;en la cara note pegaré nunca; si alguna vez
-me engañases te rompería el corazón. A las mujeres, los hombres de honor
-no deben pegarlas más que una vez...</p>
-
-<p>Pero Felisa no cuidó de tales amenazas y le engañó: y el estudiante, que
-había puesto en aquella mujer toda su alma, cumplió lo ofrecido...</p>
-
-<p>Y allí quedó <i>la Loba</i>, tumbada en el arroyo, inmóvil. Los ojos
-cerrados, mostrando entre sus labios entreabiertos los dientes menudos y
-blancos que crispó la agonía, y por los pliegues de su pañuelo manchado
-de sangre, aquella garganta blanca y mórbida que se había ofrecido al
-deseo tantas veces...</p>
-
-<p>A última hora, en los corrillos del Casino de Madrid,<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133"></a>{133}</span> La Peña y otros
-Círculos aristocráticos, los padres de la patria, los generales
-retirados, los príncipes de la banca, los valetudinarios representantes
-de las familias más nobles, comentaban en voz baja, con aire indiferente
-y cansado, la trágica muerte de Felisa.</p>
-
-<p>El intenso calor de las estufas de gas quedaba preso en los poros de las
-alfombras; sobre la superficie inmóvil de los espejos, las lámparas
-eléctricas vertían luz lechosa; alrededor de las mesas de tresillo,
-junto á la chimenea adornada por un reloj de bronce, ó reclinados
-perezosamente sobre los divanes, los concurrentes habituales del Círculo
-comentaban el crimen; y lo hacían poco á poco, con lentitud hipócrita,
-entre grandes bocanadas de humo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ha oído usted hablar, marqués, del crimen de esta noche?&mdash;preguntaba
-el veterano general X.</p>
-
-<p>&mdash;No; los periódicos nada dicen. Además, no leo la crónica de sucesos;
-es una sección repugnante.</p>
-
-<p>&mdash;Los periódicos no relatan el hecho porque éste ocurrió entre ocho y
-nueve de la noche.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!... ¿Se refiere usted al crimen de la calle de Peligros?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;Algo oí decir. Creo que la víctima fué una muchacha de vida airada...</p>
-
-<p>&mdash;Eso me contaron también... no sé donde&mdash;añadió el vizconde Z.</p>
-
-<p>Otros dos graves caballeros que ostentaban en el ojal de sus levitas una
-cinta roja, hicieron un vago signo afirmativo, demostrando hallarse al
-tanto de lo ocurrido.</p>
-
-<p>Bajo la luz fría de las lamparillas eléctricas, sobre el respaldo rojo
-de los divanes, aquellas cinco cabezas envejecidas por el tiempo y las
-luchas asoladoras de la<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134"></a>{134}</span> ambición y del vicio, formaban un cenáculo
-extraño de caretas fúnebres.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y quién era esa desdichada?&mdash;preguntó K. al marqués.</p>
-
-<p>&mdash;Felisa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Felisa?... ¡No recuerdo!</p>
-
-<p>&mdash;Sí... una moza alta, no mal parecida... á quien llamaban <i>la Loba</i>...</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero usted la conocía, marqués?&mdash;interrogó el general.</p>
-
-<p>Y todos los circunstantes, sorprendidos, miraron al marqués, cuya vida
-de orgías no era un misterio para nadie.</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;repuso el interpelado;&mdash;yo no la conocí; supondrán ustedes que mi
-posición me prohibe tratar á cierta clase de mujeres... Pero he oído
-hablar mucho de ella á mi primo Claudio, que fué un gran libertino.</p>
-
-<p>&mdash;Dicen que era muy guapa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mucho!</p>
-
-<p>&mdash;¿Morena?</p>
-
-<p>&mdash;Creo que sí; tenía los ojos expresivos, la boca un poquito grande,
-pero de labios frescos y rojos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Acierta usted!... Ahora recuerdo haberla visto varias veces.</p>
-
-<p>&mdash;Si es la que sospecho, también la conocía yo, así... de vista.</p>
-
-<p>Siguieron hablando, procurando recomponer entre todos la terrible
-escena. Uno de ellos preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y quién es el criminal?</p>
-
-<p>&mdash;Dicen que un organillero.</p>
-
-<p>&mdash;A mí me han asegurado que el matador fué un estudiante.</p>
-
-<p>&mdash;¿Le prendieron?</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>El vizconde de N., que pasaba por la calle de Peligros<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135"></a>{135}</span> á tiempo que el
-asesino huía, añadió á la información interesantes detalles. El matador
-era un muchacho de regular estatura, decentemente vestido; representaba
-tener veinticuatro años.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre inocente!...&mdash;exclamaron varios;&mdash;¿á quién se le ocurre
-perderse por una mujer así?...</p>
-
-<p>Hasta el saloncillo alfombrado, caldeado por las estufas de gas, el
-recuerdo de aquel hombre huyendo á través de la noche y de la pobre
-muerta con sus carnes yertas anegadas en sangre, penetró como una
-corriente de aire frío...</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Era una tarde de invierno; sobre las orillas del Manzanares la noche
-derramaba tristeza infinita, los árboles enderezaban sus ramas escuetas
-hacia el cielo gris; por una parte, cerrando el horizonte, aparecían la
-Puerta de Toledo y Madrid, con sus millares de cúpulas y de tejados
-perdidos bajo la niebla; en el silencio de los campos, como voz
-misteriosa de aquella naturaleza agonizante, resonaban las vibraciones
-lentas de una campana.</p>
-
-<p>A la izquierda del puente, junto á un camino húmedo por donde los
-chirriones pasan dejando surcos profundos, está el Depósito de
-cadáveres: una casita blanca muy triste, con paredes renegridas por el
-polvo y la lluvia, que huelen á muerto.</p>
-
-<p>Aquella tarde, casi á la misma hora, llegaron al Depósito dos coches con
-portezuelas blasonadas; después, otros dos, luego otro... Y de aquellos
-vehículos bajaban<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136"></a>{136}</span> caballeros graves, metidos en largas levitas
-abrochadas: el general X., el vizconde Z. y el barón K...</p>
-
-<p>&mdash;¡Usted por aquí... don Juan!</p>
-
-<p>&mdash;¡Y usted, don Luis!... ¡Qué casualidad!</p>
-
-<p>&mdash;¡Hola, general!</p>
-
-<p>&mdash;¿Viene usted á ver á la pobre Felisa?</p>
-
-<p>&mdash;Sí... la curiosidad...</p>
-
-<p>&mdash;Pues, entremos.</p>
-
-<p>&mdash;Pase usted.</p>
-
-<p>&mdash;No, usted.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, muchas gracias; es igual!...</p>
-
-<p>Y, con el sombrero en la mano, todos aquellos viejos libertinos,
-hipócritas, iban entrando, andando de puntillas, alargando el cuello,
-reconcentrando una mirada estúpida de terror sobre aquel cuerpo que
-habían ungido con sus besos, recordando con cierta vergüenza que toda
-aquella pobre carne había pasado bajo sus labios...</p>
-
-<p>Felisa, echada boca arriba sobre una mesa de mármol, mostrando su cuello
-ensangrentado, parecía escucharles. La luz que caía de un alto ventanal,
-bañaba su rostro lívido, proyectando sobre la pared húmeda, cubierta de
-verdina, un perfil inmóvil...<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137"></a>{137}</span></p>
-
-<h2><a name="REMORDIMIENTO" id="REMORDIMIENTO"></a>REMORDIMIENTO<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>&mdash;¿Saldrás esta noche?&mdash;preguntó Matilde secamente.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;repuso Adolfo Latorre con aire distraído;&mdash;debo ir al Círculo;
-necesitamos elegir nuevo presidente y varios amigos presentarán mi
-candidatura...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y luego, dónde vas?</p>
-
-<p>&mdash;Al café.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y después?</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué sé yo!</p>
-
-<p>La conversación desmayaba. Matilde, despechada y celosa, miró á su
-amante de hito en hito, queriendo ofenderle, deseando reñir; y Adolfo,
-en virtud de misteriosos magnetismos, sentía la intención agresiva de
-aquellas miradas. Él también experimentaba deseos de disputar, por pasar
-el rato. Hay momentos en que los amantes antiguos no tienen nada nuevo
-que decirse, y el mutismo y las miradas interrogadoras del uno, parecen
-acusaciones dirigidas á la discreción y cariño del otro; entonces
-conviene hablar para romper el encanto siniestro del silencio: en amor
-hay silencios más ofensivos que una bofetada.<span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138"></a>{138}</span></p>
-
-<p>Estaban concluyendo de cenar; la criada acababa de marcharse después de
-servir el café; la lámpara suspendida en el comedio de la habitación
-recortaba un círculo luminoso sobre la mesa, con sus botellas de vino á
-medio vaciar, sus platos sucios y sus copas que los labios mancharon de
-grasa. Adolfo y Matilde continuaron hablando, excitándose mutuamente á
-la pelea, poniendo cada vez más acrimonia y torcida intención en sus
-palabras: con la diferencia que ella disputaba de buena fe, y él
-frívolamente, por decir algo y no aburrirse.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué&mdash;preguntó Matilde,&mdash;cuando salgas del Círculo no vuelves
-aquí?</p>
-
-<p>&mdash;Porque saldré muy tarde y á esas horas no hay tranvías. Supongo que no
-querrás traerme á pie...</p>
-
-<p>&mdash;Hace dos años venías todas las noches, sin que la distancia, ni el
-frío, ni la nieve, te importasen un ardite.</p>
-
-<p>&mdash;¡Tú lo has dicho!&mdash;exclamó Latorre riendo;&mdash;¡hace dos años!</p>
-
-<p>Ella levantó la cabeza bruscamente; sus mejillas palidecieron hasta la
-lividez; en sus ojos grandes y negros chispeaba el rencor. Adolfo
-Latorre sostuvo impasible aquella mirada, lancinante y fría como un
-saetazo. De pronto la joven, obedeciendo á un indomable movimiento
-impulsivo de todos sus nervios, se levantó, derribando su taza de café.</p>
-
-<p>&mdash;Según eso&mdash;gritó,&mdash;creo que debemos concluir.</p>
-
-<p>Estaba erguida, con una mano apoyada sobre la mesa y el ceño adusto, en
-la actitud de una reina absoluta que da órdenes. Adolfo, molestado por
-aquella acometividad, repuso fríamente:</p>
-
-<p>&mdash;Como gustes.</p>
-
-<p>&mdash;¿No te importa reñir conmigo?<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139"></a>{139}</span></p>
-
-<p>&mdash;Sí, me importa... y hasta lo siento. Pero no olvides que, cuando más,
-lo siento tanto como tú.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué quieres decir?</p>
-
-<p>&mdash;Que si tienes valor para despedirme... ¿cómo han de faltarme bríos
-para dejarte?</p>
-
-<p>&mdash;Acaso no tardes en arrepentirte de haber hablado así.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh!, si no retiras tus desdenes, yo... ¡créelo!... no retiro los
-míos.</p>
-
-<p>Matilde sintió que el dolor y la ira arrasaban sus ojos en lágrimas y
-dió media vuelta para marcharse.</p>
-
-<p>&mdash;Adiós&mdash;dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Adiós&mdash;repuso Latorre;&mdash;¿hasta cuándo?</p>
-
-<p>Ella tuvo un momento de vacilación: luego murmuró:</p>
-
-<p>&mdash;Hasta nunca.</p>
-
-<p>Y se fué.</p>
-
-<p>Adolfo permaneció inmóvil, estrujando nerviosamente una servilleta entre
-sus manos, reconociendo que las palabras de Matilde habían mortificado
-bastante su amor propio de hombre que se cree muy querido. Después se
-levantó, salió del comedor y fué al recibimiento en busca de su
-sombrero. Al pasar por delante del dormitorio de Matilde, oyó llorar á
-ésta. La puerta de la habitación estaba cerrada; Adolfo acercó los
-labios á la cerradura.</p>
-
-<p>&mdash;Me voy...&mdash;dijo.&mdash;¿Quieres que hagamos las paces?...</p>
-
-<p>Ella replicó colérica, dando firmeza á su, voz:</p>
-
-<p>&mdash;No, hemos concluído. ¡Vete!</p>
-
-<p>&mdash;¿Para siempre?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, para siempre... ¡Adiós!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Tú lo quisiste!&mdash;repuso Latorre;&mdash;acaso no pueda vivir sin ti, pero,
-no importa; adiós... ¡hasta nunca!...</p>
-
-<p>Después mientras bajaba la escalera encendiendo un cigarrillo con aire
-tranquilo, pensó:<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140"></a>{140}</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Bah, cosas de mujeres! Estoy seguro de que mañana viene á buscarme
-para que almorcemos juntos...</p>
-
-<p>Aquella noche de Agosto la pasó Adolfo Latorre muy alegremente: primero
-en los jardines del Buen Retiro, después en Fornos, cenando con amigos
-de buen humor. Volvió á su casa á las tres de la madrugada. Entretanto
-la pobre Matilde, transida de dolor, le había escrito una carta que
-empezaba diciendo:</p>
-
-<p>«Perdona mis arrebatos; estoy loca, no puedo vivir sin ti...»</p>
-
-<p>Al llegar á su casa, Adolfo Latorre se puso en mangas de camisa y salió
-al balcón: el calor era sofocante; bajo un cielo acribillado de
-estrellas, Madrid dormía el sueño letárgico de las noches estivales: en
-el fondo de la calle que avanzaba en zig-zag, algunos faroles
-parpadeaban, ejerciendo sobre Latorre atracción siniestra. Era
-inexplicable el hechizo que tenían las piedras del regajo, vistas desde
-la altura de aquel piso tercero. Adolfo, algo mareado por los vapores de
-la cena, permanecía acodado sobre la barandilla del balcón, é
-inconscientemente iba adelantando el busto más y más... como atraído por
-un imán diabólico. De pronto perdió el equilibrio y cayó al espacio,
-haciendo una contorsión trágica. Su cuerpo fué á estrellarse sobre las
-piedras de la acera con un ruido seco; el sereno y algunos transeúntes
-que acudieron á socorrerle le hallaron inmóvil, con el cráneo
-deshecho...</p>
-
-<p>Al día siguiente los periódicos publicaron el sangriento fin de Adolfo
-Latorre bajo el epígrafe: El suicidio de anoche. Para el público aquella
-noticia no tenía importancia y la olvidó pronto; Latorre era uno de
-tantos desdichados que se suicidan sin decir por qué...</p>
-
-<p>La desesperación, en cambio, de Matilde, no tuvo limites.</p>
-
-<p>&mdash;«¡Yo le maté!...»&mdash;pensó.<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141"></a>{141}</span></p>
-
-<p>Un remordimiento sombrío embargó su alma; horrorizada de sí misma
-renunció al mundo, vistió de luto y gastó su hacienda en obras
-caritativas.</p>
-
-<p>Pasaron veinte años.</p>
-
-<p>Un día los guardas del cementerio la encontraron muerta, sobre la tumba
-de Adolfo Latorre, con un ramito de flores en la mano...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142"></a>{142}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143"></a>{143}</span></p>
-
-<h2><a name="NOCHE" id="NOCHE"></a>NOCHE<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>La locomotora lanzó un silbido autoritario y el tren echó á rodar
-cachazudamente, estremeciéndose con un sacudimiento lento y suave, como
-un desperezo; luego aceleró su marcha, los coches pasaron veloces unos
-tras otros, con sus ventanillas iluminadas, por las cuales se abocetaban
-perfiles borrosos de viajeros, y al fin el expreso desapareció en su
-vuelta del camino derramando esa tristeza indefinible que deja tras sí
-todo lo que huye...</p>
-
-<p>Allá lejos, sepultada en la inmensidad tenebrosa de la noche, quedaba la
-estación con sus cuatro paredes renegridas por el humo de las máquinas,
-su flaca techumbre de pizarra y su miserable andén de apeadero
-provinciano, iluminado por una linterna colgada junto á un reloj.</p>
-
-<p>Dentro, en el saloncillo destinado á la carga y descarga de los
-equipajes, había un hombre y una mujer. Ella, acurrucada contra el muro,
-entre un maletín de viaje y un lío de ropas, permanecía inmóvil, el
-rostro<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144"></a>{144}</span> inclinado sobre el pecho, procurando conciliar el sueño: él,
-menos fatigado ó más impaciente, paseaba de un extremo á otro, con las
-manos metidas en los bolsillos de un viejo gabán que casi le llegaba á
-los talones. Al otro extremo del salón, un empleado dormitaba embozado
-en su bufanda. Fuera resonaban los silbidos del viento y el murmujeo de
-los árboles que agitaban en la sombra sus ramas escuetas.</p>
-
-<p>De pronto el individuo del gabán interrumpió sus paseos parándose
-delante de la mujer que dormía.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabe usted&mdash;dijo&mdash;á qué hora pasa la diligencia para Almería?</p>
-
-<p>Ella levantó la cabeza: era una vieja con un semblante que acaso fué
-hermoso, pero que los años estropearon, dejándolo marchito y enjuto como
-un bagazo.</p>
-
-<p>&mdash;Creo&mdash;repuso&mdash;que sale de aquí á las cinco. La diligencia que yo he de
-tomar parte á la misma hora.</p>
-
-<p>El no contestó y reanudó su paseo, andando á largas zancadas, pisando
-recio para ahuyentar el frío que le atería los pies. Era un viejo de
-mediana estatura, con rostro simpático y un continente imperativo y
-desembarazado de gran señor, que parecían protestar de la horrible
-estrechez que acusaban la raridad y el mal pelaje de sus vestidos.</p>
-
-<p>Pasaron algunos minutos y el desconocido tornó á prender la hebra con la
-viajera. Hablaban lentamente, como á la fuerza, cual si de todos los
-males que sufrían el de la conversación fuese el menor. El iba á
-Lucainena de las Torres; ella á Lubrín.</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde viene usted?&mdash;preguntó la vieja.</p>
-
-<p>&mdash;De Buenos Aires.</p>
-
-<p>&mdash;Allí he vivido yo algunos años... Ahora vengo de Madrid... He viajado
-mucho...</p>
-
-<p>&mdash;Yo, también.</p>
-
-<p>Hablando, hablando, vinieron en conocimiento de<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145"></a>{145}</span> que la suerte les había
-llevado casi por los mismos derroteros: los dos estuvieron en París, en
-Londres y en América... y aquellas coincidencias provocaron entre ellos
-una repentina corriente simpática.</p>
-
-<p>&mdash;En la fecha á que usted se refiere&mdash;decía él&mdash;yo trabajaba en el
-teatro Español con don José Roldán.</p>
-
-<p>Ella lanzó un grito de sorpresa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo!&mdash;exclamó&mdash;¿usted conocía á Pepe?</p>
-
-<p>&mdash;Muchísimo; fué mi maestro.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y á Rosario Molina?</p>
-
-<p>&mdash;También. ¡Pobrecita!... Murió estando yo en París...</p>
-
-<p>La viajera se había levantado y miraba á su interlocutor azorada.</p>
-
-<p>&mdash;Claro es&mdash;dijo tras una breve pausa,&mdash;que si conoció usted á Rosario,
-conocería también á su íntimo amigo Daniel Santana, el pintor...</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo no?...&mdash;interrumpió el anciano admirado de que aquella vieja tan
-mal traída por la suerte le hablase de tantas personalidades
-ilustres;&mdash;Daniel y yo nos quisimos como hermanos...</p>
-
-<p>Contempláronse perplejos, agradeciéndose el inesperado bienestar y suave
-contento que mútuamente se proporcionaban.</p>
-
-<p>&mdash;Indudablemente&mdash;exclamó ella,&mdash;nosotros nos conocemos; usted se
-llama...</p>
-
-<p>&mdash;Mariano Guzmán.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mariano Guzmán!&mdash;repitió la anciana cruzando las manos;&mdash;¡oh, sí!...
-Hemos hablado muchas veces en el estudio de Daniel... Mas... ¿cómo
-conocerle á usted después de tantos años?</p>
-
-<p>Le miraba maravillándose de encontrarle en aquel sitio y tan viejo, con
-su gabán raído y salpicado de manchas, sus zapatos desgobernados y su
-rostro de<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146"></a>{146}</span> hombre muy vivido, macilento y triste... El la observaba
-también adivinando sus pensamientos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y usted&mdash;preguntó&mdash;quién es?...</p>
-
-<p>&mdash;Elisa Marcial, la modelo que tuvo Daniel para sus cuadros <i>Safo</i> y
-<i>Venus dormida</i>, premiados con medalla de oro en la Exposición de
-París...</p>
-
-<p>Poseído de verdadera emoción, Mariano Guzmán se aproximó á su
-interlocutora para examinarla mejor.</p>
-
-<p>&mdash;¡Elisa, Elisa!&mdash;repetía;&mdash;¡ah, que cambiada está usted!... ¡Usted es
-la mujer más hermosa que he conocido!...</p>
-
-<p>Hablando así la cogió familiarmente por los hombros, admirado de verla
-tan vieja, con su frente rugosa, sus ojos hundidos y su semblante
-alargado y marchito por el sufrimiento...</p>
-
-<p>&mdash;No hable usted, Mariano&mdash;repuso ella en voz baja,&mdash;de mi antigua
-belleza, ya que ahora sólo soy la caricatura lamentable de lo que fuí:
-los años crueles trocaron mi gentileza en fealdad, mis ilusiones en
-desencantos, y en miseria mi fastuosa opulencia de otros tiempos.
-¡Oh!... de Elisa Marcial ya no resta nada, nada... ¡Ni el recuerdo!</p>
-
-<p>El viejo actor alzó los hombros.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ni un recuerdo!&mdash;murmuró;&mdash;dice usted bien... ¡Tampoco se acuerda
-nadie de mí!...</p>
-
-<p>Continuaron hablando, repitiendo nombres de camaradas muertos y evocando
-sus efímeros triunfos de viejos ídolos abandonados.</p>
-
-<p>Sin hogar, sin familia, sin otra esperanza que la de hallar en sus
-pueblos algún pariente que les amparase hasta que viniese para su
-desvalida vejez la hora del eterno descanso, olvidaban su porvenir
-hambriento y desnudo para mejor evocar aquel pasado luminoso, tan fértil
-en aventuras y en ilusiones, que llenaba su vida.<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147"></a>{147}</span></p>
-
-<p>Mariano Guzmán, cuyo nombre figuró en las páginas más brillantes de
-nuestro teatro, era una especie de dios caído. Hubo un tiempo en que la
-fortuna le acarició y encumbró como á hijo predilecto; los mejores
-dramas fueron estrenados por él; los actores imitaban sus actitudes, su
-voz, sus gestos, y rindió á muchas mujeres prendadas de su gallarda
-apostura y altos merecimientos artísticos... Después, la estrella de sus
-aventuras empezó á eclipsarse: vinieron los disgustos con compañeros
-poderosos que le envidiaban, las malas contratas, las excursiones
-provincianas que tanto gastan y achabacanan á los buenos artistas, los
-viajes á América, los amores desgraciados que exprimen el alma...
-Insensiblemente fué quedándose sin figura, sin memoria y sin voz; ya no
-hallaba aquellas exaltaciones trágicas, aquellos gestos sublimes conque
-antaño vencía la silenciosa hostilidad de las muchedumbres; su genio
-declinaba. Cuando regresó á Madrid, el público no quiso reconocerle y
-tuvo que marcharse. Desde entonces, la vida fué para Mariano Guzmán el
-descenso humillante de un Calvario interminable; siempre rodando de un
-lado á otro, siempre bajando; hoy un poquito, mañana un poco más... Y al
-fin, cansado de tan largo combate, sin dinero, sin hijos, volvía al
-miserable pueblecillo de donde cincuenta años antes le sacó su ambición,
-con la vaga esperanza de hallar un hermano labrador á quien nunca había
-escrito...</p>
-
-<p>Mientras el anciano hablaba, su interlocutora hacía con la cabeza signos
-melancólicos de asentimiento.</p>
-
-<p>Ella también había luchado y contribuído eficazmente á la elaboración de
-muchas preclaras reputaciones artísticas.</p>
-
-<p>Elisa Marcial fué una de las mujeres más hermosas de su época: la copia
-de los cuadros que su guapeza inspiró se vendieron á millares, y no hubo
-aficionado<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148"></a>{148}</span> para quien el cuerpo de la célebre modelo tuviese secretos:
-arrogante y esbelta como la Duval, de Gérome; voluptuosa y sensual como
-aquella Adriana, que el genio de Rallí ha legado desnuda á la
-posteridad: con sus hombros redondos, sus pechos duros de virgen
-salvaje, su talle anillado y sus caderas amplias y mórbidas de mujer
-ardiente... Elisa recorrió las principales ciudades europeas, luego fué
-á América, en brazos de un millonario brasileño, y cuando regresó á
-Madrid, muchos años después, comprendió que la brillante novela de sus
-triunfos terminaba.</p>
-
-<p>Había menos luz en sus ojos cansados, menos frescura en sus labios,
-menos gallardía en su cuerpo. Varios de sus amantes eran muertos; otros
-la trataban con cierto aire de compasiva protección, como á una vieja
-amiga con quien sólo puede hablarse de lo pasado; algunos, cuando la
-encontraban en la calle, miraban á otra parte, esquivando el trabajo
-inútil de saludar á una mujer fea...</p>
-
-<p>&mdash;El tiempo&mdash;agregó Elisa Marcial&mdash;había dispersado la alegre comparsa
-de mis amigos y era inútil querer reconquistarles. En ese Madrid,
-testigo de mis triunfos gloriosos, quise morir; pero la miseria no me
-permite satisfacer este último capricho y regreso á mi pueblo, donde me
-espera una sobrina de quien guardo algunas cartas...</p>
-
-<p>No dijo más y aquellos dos náufragos ilustres á quien el espantoso
-vendaval de la vida arrojaba sobre la misma playa, se contemplaron en
-silencio; un silencio elocuente, lleno de confesiones. Después, él
-preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿No tiene usted hijos?</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>&mdash;Yo tampoco...</p>
-
-<p>Sus amores, como sus triunfos artísticos, fueron estériles. Aquello
-parecía una maldición.<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149"></a>{149}</span></p>
-
-<p>&mdash;No nos queda nada&mdash;agregó Guzmán;&mdash;nada... ¡Ni siquiera un hijo que
-nos recuerde!</p>
-
-<p>Permanecieron mudos, pensando en aquel Madrid lejano que aplaudió sus
-victorias y encumbramientos, y que al verles viejos les arrojaba lejos
-de sí. Los escritores pueden holgarse de haber compuesto un libro que
-perpetúe su nombre; pero, ¿qué resta de los actores muertos, y qué de
-las modelos á quienes el tiempo privó de encantos?</p>
-
-<p>&mdash;Todo ha concluído para nosotros&mdash;murmuró Guzmán.</p>
-
-<p>&mdash;¡Todo&mdash;repitió Elisa!</p>
-
-<p>Hablando así, aquella mujer á quien un millonario brasileño sedujo en
-París envolviéndola en pieles de marta, tiritaba bajo sus viejos
-vestidos agujereados. De repente se oyó ruido de caballos y de coches
-que se acercaban.</p>
-
-<p>&mdash;Ahí están las diligencias&mdash;dijo el actor,&mdash;vámonos.</p>
-
-<p>Y salieron. En la penumbra indecisa del amanecer aparecía la carretera
-que se alejaba serpeando hacia el horizonte neblinoso. A la izquierda
-quedaba la vía férrea sepultada entre dos ribazos, semejante al cauce de
-un enorme torrente seco. Las diligencias sólo se detenían allí algunos
-instantes, los indispensables para recoger las cartas que hubiese. Los
-dos ancianos se contemplaron con angustia, deplorando separarse después
-de haber reverdecido tantos recuerdos. Sin embargo, era preciso.</p>
-
-<p>&mdash;Adiós, Mariano&mdash;dijo ella,&mdash;hasta otra vez...</p>
-
-<p>Sus ojos brillaban cubiertos por un velo de lágrimas. El apretó
-convulsivamente entre sus manos la mano flaca y yerta de su
-interlocutora y se alejó sin responder, avergonzado de que le viesen
-llorar. Cada uno parecía llevarse el pasado del otro. Cuando las
-diligencias<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150"></a>{150}</span> partieron en opuestas direcciones, los dos viejecitos,
-asomados á las ventanillas de sus vehículos, agitaron sus pañuelos
-dándose el último adiós, dejando tras sí esa melancolía inexplicable de
-todo lo que huye...<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151"></a>{151}</span></p>
-
-<h2><a name="LO_INCONFESABLE" id="LO_INCONFESABLE"></a>LO INCONFESABLE<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Fué una de esas conversaciones inolvidables, vibrantes, casi trágicas,
-que la emoción parece grabar en la memoria á golpe de martillo y de
-cincel.</p>
-
-<p>Hablaban de amor; de los que se casan por cariño ó por interés, de los
-hombres que traicionan á sus mujeres, de las esposas que burlan á sus
-maridos... Esta última variante del diálogo sugestionó la atención de
-Luis; su turbulento corazón enamorado y celoso fué exaltándose, y tras
-algunas pleguerías y circunloquios retóricos, que procuraron velar la
-salvaje vehemencia de los sentimientos, exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;Dime, ¿tú serías capaz de engañarme?</p>
-
-<p>Ella, riendo, le echó los brazos al cuello.</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo! ¿Engañarte yo?...&mdash;exclamó;&mdash;¿has perdido el juicio?...</p>
-
-<p>Luis hizo un gesto vago de hombre experto á quien el mundo enseñó a
-dudar de todo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, no te rías!&mdash;dijo&mdash;la vida ofrece miríadas de peligros que una
-locuela como tú no puede prever, y<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152"></a>{152}</span> lazos y añagazas sin número... No
-creas que pongo puertas á tu virtud... Pero advierte que si
-alambicásemos la historia íntima de los mejores matrimonios, acaso
-hallásemos en todos algún secreto horrible; un capitulo inconfesable,
-una de esas páginas que no pueden leerse sin rubor... No, Fernanda, todo
-no se sabe... Hay muchos adulterios que se conocen, pero también hay
-otros que quedan ignorados perpetuamente, crímenes fortuitos, sin poesía
-y sin fecha, cuyo afrentoso secreto baja al sepulcro con los criminales.</p>
-
-<p>Y agregó, anhelando obtener un juramento, una promesa, algo, en fin, que
-aquietase aquella roedora comezón de su espíritu.</p>
-
-<p>&mdash;Responde, Fernanda: si andando los años la fatalidad te colocase en
-una de esas situaciones supremas en que el deber perece á manos de la
-fuerza, ¿me lo dirías? ¿Tendrías valor para decírmelo?...</p>
-
-<p>Hubo una pausa; la joven, cuyo espíritu inocente se mecía muy lejos de
-los siniestros linderos de lo inconfesable, murmuró con ese valor
-temerario de los niños:</p>
-
-<p>&mdash;Sí, lo diré todo... ¿Por qué no?... Te lo juro.</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Mucho tiempo después, Fernanda llegaba al apogeo de su vida y de su
-belleza: alta, gruesa y majestuosa como una deidad pagana, con pomposas
-caderas desarrolladas por la maternidad y grandes ojos ardientes.</p>
-
-<p>Hasta entonces Fernanda, tanto por cariño como por costumbre, no tuvo
-secretos para su marido; había hecho<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153"></a>{153}</span> de él su madre, su confesor, hasta
-que una vez... conoció lo incomunicable, lo que no puede decirse.</p>
-
-<p>Felipa Godoy, la mejor amiga de Fernanda, tenía un amante á quien sólo
-veía de tarde en tardo y á trueque de innúmeros peligros, y necesitaba
-una compañera que la sirviese ante su familia de pretexto ó escudo de
-salidas. Aquel asunto los dos amantes lo discutieron minuciosamente, y
-convinieron en que Fernanda era la única mujer que, por su reserva y
-varonil discreción, podía ayudarles.</p>
-
-<p>&mdash;Tú la confiesas nuestro secreto sin ambajes&mdash;dijo él,&mdash;y conmuévela
-describiendo la inmensidad de nuestro cariño, los obstáculos que nos
-separan, tus sufrimientos... Di también que lo único que solicitamos de
-su amistad es que te acompañe alguna que otra vez...</p>
-
-<p>Prosiguió sonriendo con gesto burlón.</p>
-
-<p>&mdash;Más adelante y á fin de que estos paseos no la aburran, buscaré algún
-muchacho que la acompañe.</p>
-
-<p>Felipa Godoy, que conocía la virtud austera y sin mácula de la joven,
-protestó:</p>
-
-<p>&mdash;No digas tonterías, no la conoces; Fernanda es incapaz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, quién sabe!...</p>
-
-<p>&mdash;Quiere mucho á su marido.</p>
-
-<p>Pero él continuó refutando victoriosamente aquellas objeciones: era
-preciso ser egoísta para triunfar: Fernanda podía cansarse de ayudarles
-ó reñir con ellos, en cuyo caso quedaban á merced suya: convenía, por
-tanto, tenderla un lazo; así las dos lucharían juntas, movidas por el
-mismo interés y el cuerpo de la una garantizaría la salud de la otra.</p>
-
-<p>Felipa Godoy empezó á ejecutar hábilmente todo aquel plan: refirió á su
-amiga los secretos pormenores de su pasión, se apoderó de su alma, la
-conmovió, la hizo llorar.., y obtuvo cuanto guiso. Fernanda se ofreció<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154"></a>{154}</span>
-á protegerla: realmente, ella también deseaba estudiar por sí misma
-aquel mundo de los amores criminales que sólo conocía de referencias.
-Luego vió al amante de Felipa y le pareció simpático y muy galán... Y de
-este modo, la inocente casada fué abandonándose por la pendiente
-seductora de lo prohibido.</p>
-
-<p>Pocos meses bastaron para que los tres fuesen muy buenos compañeros, y
-entre tanto Luis no sabía nada, porque Fernanda no quiso amargar
-aquellas escapatorias rompiendo el hechizo del misterio.</p>
-
-<p>El desenlace de aquel enredo, preparado con tanta calma y tan
-diestramente, llegó de pronto.</p>
-
-<p>&mdash;Mañana por la tarde&mdash;dijo Felipa Godoy á su amiga,&mdash;Claudio y yo
-merendaremos en la Bombilla; probablemente nos acompañará un amigo suyo
-y, como supondrás, me aburriré horrorosamente, ¿Quieres venir?...</p>
-
-<p>Fernanda vacilaba.</p>
-
-<p>&mdash;No seas perezosa&mdash;insistió Felipa;&mdash;reiremos mucho, bailaremos y
-luego, al atardecer, á casita. ¿Qué te detiene?</p>
-
-<p>Aquello, en efecto, dicho así, no era grave; Fernanda prometió ir... Y
-fué...</p>
-
-<p>Julián, el amigo de Claudio, era muy ladino, habilísimo conversador,
-buen bailarín; hablaron mucho, bebieron copiosamente... Desde los
-primeros momentos Fernanda sintió que algo invisible agarrotaba sus
-manos y sus pies, y empezó á perder la confianza en sí misma... Se
-ahogaba: en aquel gabinetito tan perversamente aparejado para el amor,
-no había bastante aire respirable... A los postres Felipa y Claudio se
-besaban sin reserva, y Julián, sentado junto á Fernanda, la hablaba de
-amor apasionadamente. Esta, entontecida por los primeros vahos de la
-borrachera, se arrojó entre los brazos de su amiga:<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155"></a>{155}</span></p>
-
-<p>&mdash;Por Dios&mdash;decía sollozando,&mdash;no me abandones, no me dejes sola, sácame
-de aquí...</p>
-
-<p>Claudio la miró guiñando un ojo picarescamente.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tienes?&mdash;preguntó besándola.</p>
-
-<p>&mdash;No sé...</p>
-
-<p>&mdash;¿Estás enferma?</p>
-
-<p>&mdash;No, pero me ahogo... tengo miedo, mucho miedo de quedarme sola...
-Vámonos...</p>
-
-<p>Ella ignoraba que las mejores páginas de las novelas amorosas las
-escribe el Destino así, muy deprisa. Luego Fernanda y Julián salieron al
-patio, á bailar; el aire cálido de aquella tarde de Junio y los rayos
-caliginosos del sol, concluyeron de trastornarla. El, entretanto, la
-requebraba de amores; ella, con la enloquecida cabeza apoyada en su
-hombro, le escuchaba sin comprender...</p>
-
-<p>Cuando volvieron al gabinete, la joven apenas podía moverse; estaba
-idiotizada.</p>
-
-<p>&mdash;Quédense ustedes aquí&mdash;dijo Felipa;&mdash;Claudio y yo vamos á bailar...</p>
-
-<p>Fernanda hizo un gesto desesperado, llamando á su amiga; pero Julián
-cerró violentamente la puerta y ella quedó á merced de aquella bestia
-encelada, terrible, que hablaba de amor...</p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>¡No, jamás tornó á ver al hombre que en un momento de embriaguez la robó
-la honra y el sosiego! Pero aunque fué frágil, contra su deseo y la
-fuerza disculpaba su caída, Fernanda, batallando á solas con su
-remordimiento, no podía disculparse.<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156"></a>{156}</span></p>
-
-<p>¡Ya no era la misma! Había ocurrido algo enorme, lo ignorado, ¡lo
-inconfesable!... Recordando la promesa que un día hizo de decírselo todo
-á su marido, quiso revelarle también aquello para dar treguas á su
-delirante obsesión, y no pudo; un frío mortal paralizaba su lengua: los
-conceptos se cristalizaban en el cerebro... Estaba delante de lo
-incomunicable, de lo que no puede decirse, de lo que nadie sabe decir...</p>
-
-<p>Y muchos años después, cuando las tres únicas personas poseedoras de
-aquel secreto habían muerto, Fernanda, ya vieja, aun no estaba curada de
-su remordimiento. La costumbre de fingir la tornó pusilánime, suspicaz y
-recelosa; temía que algún accidente imprevisto revelase el criminal
-misterio de su vida, y cuando su marido la miraba fijamente, ó cuando
-veía á su hija engalanarse para ir al baile, la pobre madre, condenada
-voluntariamente al obscuro papel de hembra pasiva, bajaba los ojos
-confusa, avergonzada, murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios mío... si lo supieran!...<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157"></a>{157}</span></p>
-
-<h2><a name="EL_AMIGO" id="EL_AMIGO"></a>EL AMIGO<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Norberto Brito fué paladín esforzado de la libertad: defendióla en la
-prensa, desde la tribuna y, más de una vez, á mano armada, blandiendo un
-garrote ó tremolando una bandera á la cabeza de los motines populares, y
-por ella vió confiscados sus bienes y padeció injusticias, destierros,
-persecuciones y otros fieros reveses y malandanzas.</p>
-
-<p>A consecuencia de un violentísimo artículo publicado en el tercer número
-del semanario <i>El Terremoto</i>, Norberto Brito fué detenido y llevado en
-una cuerda de presos, como salteador de caminos ó solapado hurtador de
-relojes, á la Cárcel Celular de Madrid. Al día siguiente, Paulina, su
-mujer, y los ocho amigos que con él fundaron y redactaron <i>El
-Terremoto</i>, acudieron á verle. Brito ocupaba en el departamento de los
-políticos la letra K. Era una celda rectangular, con las paredes
-estucadas y un amplio portalón abierto sobre una galería bien soleada
-por donde iban y venían, la cabeza baja y las manos cruzadas atrás,
-otros dos reclusos; el<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158"></a>{158}</span> mobiliario lo componían un lecho y un lavabo de
-hierro, una mesita y un sólido butacón canongil de elevados brazos y
-ancho respaldo.</p>
-
-<p>Allí estaba Brito, de pie, las manos metidas en los bolsillos del
-pantalón: á través de la ventana abarrotada del locutorio, aparecía su
-silueta elevada, triste y enjuta; rígido dentro de su largo <i>chaquet</i>
-como un signo admirativo: los negros cabellos cubrían la frente,
-llorando sobre el rostro cetrino, aviejado por la desilusión.</p>
-
-<p>Norberto besó las mejillas de su mujer por entre dos barrotes; luego
-estrechó las manos de sus compañeros, Daniel Bala, Pedro Rico, Jaime,
-Antonio... todos estaban allí mirándole con ojos dilatados por el
-interés y la curiosidad. Los más ingenuos quisieron consolarle,
-exhortándole á tener resignación y buen ánimo.</p>
-
-<p>Brito, afectando cierta insensibilidad artística, que juzgó del mejor
-tono, procuró demostrarles que jamás había estado <i>tan</i> bien. Para el
-hombre vulgar, la prisión es un martirio; para el inteligente, para el
-pensador, es un refugio. Allí, en la paz del siniestro edificio donde
-los reclusos viven como los microbios en los poros de los cuerpos
-muertos, el espíritu puede reconcentrarse, el entendimiento y la
-imaginación se exaltan, se trabaja mucho mejor, se lee con más
-provecho...</p>
-
-<p>&mdash;En esta celda&mdash;añadió,&mdash;prometo escribir dos libros por lo menos.</p>
-
-<p>Aquellas afirmaciones que, á no ser falsas, acusaban un espíritu
-varonil, inaccesible al dolor, fueron recibidas de distinto modo;
-algunos admiraron la fortaleza de Norberto, otros sonreían incrédulos;
-Paulina y Pedro Rico escuchaban amablemente, pues de algo necesitaban
-hablar, pero sin emoción, sabiendo cuánto artificio había en el fondo de
-todo aquello.</p>
-
-<p>A la tarde siguiente, ocurrió lo mismo; Brito habló<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159"></a>{159}</span> del día de su
-excarcelación como de algo problemático y remoto; los amigos le
-embromaron delicadamente, recordándole su estado de forzosa viudez;
-Pedro Rico miró á Paulina mordiéndose los labios: ella reía impávida:
-era una mujer delgada y pequeña, con unos ojos glaucos y fríos, de una
-frialdad cínica. Norberto, manteniendo su empeño de parecer raro y
-fuerte, tornó á asegurar que jamás sospechara la cárcel tan hospitalaria
-y agradable. Esta escena, con ligerísimas variantes, se repetía
-diariamente: Brito siempre aparecía impasible, moviéndose tras los
-barrotes de la ventana como un pájaro extraño; su cuerpo, sin embargo,
-sufría la doble acción debilitante de la quietud y de la sombra, y sus
-manos iban resfriándose: las manos, por el contrario, de sus compañeros,
-que gozaban la vida de la libertad y del sol, estaban calientes.</p>
-
-<p>La cárcel ocupa en el plano de Madrid una situación excéntrica, y los
-caminos que á ella conducen, no obstante ser hermosos y bien soleados,
-padecen la huella ó impresión de algo triste. Lentamente, los amigos de
-Norberto comenzaron á cansarse de visitarle todos los días: primero
-faltó Antonio, quien achacaba su alejamiento á perentorios quehaceres;
-luego Jaime...</p>
-
-<p>Ante aquella deserción, Brito, siempre estoico y magnánimo, se cruzaba
-de brazos; la humanidad es ingrata.</p>
-
-<p>&mdash;Lo raro sería&mdash;agregaba parodiando á Heine,&mdash;que los amigos nos
-acompañasen en la desgracia.</p>
-
-<p>Pasó el verano y el otoño iba ya de vencida; el viento era frío, las
-nubes encharcaron las calles; la cárcel, vista desde arriba, con su
-enorme mole obscura, debía de parecer un galápago gigantesco, muerto
-sobre el barro.</p>
-
-<p>Los presos políticos pueden ser visitados todas las tardes hasta las
-cuatro. Dos redactores de <i>El Terremoto</i><span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160"></a>{160}</span> que aun iban diariamente á
-cambiar con Brito un apretón de manos, se aburrían de aquel dilatado
-homenaje amistoso: la celda, con su locutorio atravesado por un largo
-banco de vieja gutapercha, llegó á parecerles una oficina donde nada
-inesperado ni agradable podía aguardarles. Siempre experimentaban
-impresiones idénticas; sus pisadas resonaban bulliciosas bajo la altiva
-rotonda de la escalera; los espesos muros trasudaban hielo y pesadumbre;
-los empleados de la penitenciaría examinaban á los visitantes de extraño
-modo como maravillándose de que aun tuvieran valor y constancia para ir
-hasta allí, aconsejándoles también con aquella mirada, que no
-sostuvieran tal empeño, pues todo sacrificio era inútil.</p>
-
-<p>Arriba, en el locutorio K, las conversaciones no variaban: Brito,
-siempre recibía á sus compañeros del mismo modo: en pie, agarrado á los
-barrotes de la ventana, aparentando una entereza de ánimo que la
-flacidez y tristura de su rostro desmentían. A veces hablaban de los
-amigos que ya no concurrían allí tildándoles de ingratos; pero todos,
-íntimamente, les envidiaban, admirando su despreocupación para
-emanciparse de aquel vano y enojoso deber social.</p>
-
-<p>Una tarde de Diciembre salían de la cárcel Paulina, Daniel y Pedro Rico.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué pocos vamos quedando!&mdash;exclamó Pedro;&mdash;el mal tiempo y la
-distancia han reducido los amigos de Norberto á monos de la mitad.</p>
-
-<p>&mdash;Así es&mdash;repuso Daniel.</p>
-
-<p>Luego se despidió, subiendo precipitadamente á un tranvía que pasaba.
-Paulina y Pedro Rico continuaron andando lentamente, callados, la vista
-fija en el suelo, como se sigue á los muertos. Sobre las calles húmedas,
-desde el cielo sembrado de nubecillas blancas, un sol de invierno vertía
-su luz amarilla.<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161"></a>{161}</span></p>
-
-<p>&mdash;Estoy triste&mdash;dijo ella;&mdash;¿quiere usted acompañarme á dar un paseo?</p>
-
-<p>El repuso estremeciéndose:</p>
-
-<p>&mdash;Vamos por donde usted guste.</p>
-
-<p>La adoraba en silencio; con los ojos se lo dijo muchas veces; ella lo
-sabía y también le amaba. Fué aquel un paseo muy dulce, lleno de
-voluptuosidades exquisitas y nuevas. Paulina habló de Norberto: era un
-hombre frío que la acarreó con su humillante despego disgustos
-innúmeros; ella necesitaba cariño y reverdecer su juventud, procurándose
-una pasión, una gran pasión que saciase las ambiciones del codicioso
-pensamiento. Pedro asentía acercándose á ella, disfrutando la vecindad
-de aquel cuerpo fácil. Tan agradable paseo lo repitieron en los días
-sucesivos; las tardes eran tibias, el sol caía á plomo sobre los caminos
-poblados de chiquillos y niñeras, con delantales blancos. Daniel Bala
-había escrito á Norberto asegurándole hallarse enfermo de cuidado y
-rogándole imputase á esto, que no á indiferencia ó censurable olvido, su
-ausencia y eclipsamiento.</p>
-
-<p>Ella apretó más las ligaduras que ya unían á Pedro Rico con el preso:
-Norberto reconocía que su compañero era un hombre de corazón y un
-camarada excelente, ya que en el hospital y en la cárcel, según el
-adagio, es donde se conocen los amigos buenos. De esto habló con su
-mujer varias veces; la joven afirmaba levemente moviendo la cabeza,
-pensando que si los otros se marcharon fué porque ella no les retuvo.</p>
-
-<p>Todos los días, al salir de la cárcel, Pedro y Paulina, seguros de su
-impunidad, paseaban los campo de la Moncloa. Una tarde regresaron á
-Madrid casi de noche, y él estaba muy pálido y ella muy roja... y con
-los cabellos manchados de tierra. La primavera volvía; los<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162"></a>{162}</span> árboles
-comenzaban á cubrirse de brotes nuevos; de pronto, en la lejanía del
-nebuloso horizonte, apareció la cárcel, imponente tras sus altos
-murallones de ladrillo.</p>
-
-<p>&mdash;Allí está&mdash;murmuró la joven.</p>
-
-<p>Rico repuso:</p>
-
-<p>&mdash;No mires, déjale...</p>
-
-<p>Y siguieron adelante, oprimiéndose las manos.</p>
-
-<p>Aquel íntimo enredo de amor pasó; Norberto Brito nada supo, y cuando
-habla de Pedro, la emoción más sincera nubla su voz.</p>
-
-<p>&mdash;Jamás olvidaré sus favores&mdash;dice;&mdash;cuando estuve preso, no dejó de ir
-á verme ni un solo día. Es mi mejor amigo.<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163"></a>{163}</span></p>
-
-<h2><a name="EN_PRESIDIO" id="EN_PRESIDIO"></a>EN PRESIDIO<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>El acusado, sentado en el fatal banquillo por donde pasan los que un
-arrebato de codicia ó de cólera puso fuera de la ley, escuchaba el
-terrible informe acusatorio del fiscal con los ojos fijos en la tierra,
-que le atraía como reclamando ya la inmediata posesión de aquella pobre
-carne condenada al patíbulo. Era un mozo de veintiocho á treinta años,
-moreno, con cejas fuertes y pupilas brillantes y sangrientas como
-brasas; la cabeza cuadrada y terca, los hombros anchos, las manos cortas
-y gruesas de matador que no tiembla al herir...</p>
-
-<p>El fiscal terminaba su discurso pidiendo para Gerardo López la pena
-capital. El crimen del acusado era una de esas terribles hazañas que, de
-cuando en cuando, rompen la uniformidad de la vida diaria, calofriando
-la sociedad con un estremecimiento de horror. La tarde del crimen,
-Gerardo llegó á su casa inopinadamente, cuando todos le creían en la
-fábrica; la puerta estaba entornada; aquello le sorprendió... Dentro, en
-la pequeña habitación que servía simultáneamente de<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164"></a>{164}</span> gabinete y comedor,
-resonaban las confusas voces de un hombre y una mujer. El marido avanzó
-cautelosamente sobre la punta de los pies, conteniendo el aliento... Al
-llegar al término del pasillo, reconoció á los que con tanta vehemencia
-y misterio discutían: eran su mujer y don Cleto, el casero, á quien
-adeudaban tres meses de alquiler: él, sofocado por el torvo deseo carnal
-que le oprimía la garganta, jadeaba asegurando que todo aquello tendría
-fácil arreglo si ella era complaciente... La esposa le rechazaba
-enérgicamente, sintiendo que aquella innoble proposición flagelaba su
-rostro como un látigo. Entonces don Cleto arremetió á la joven
-empujándola hacia un sofá. Este fué el momento elegido por Gerardo López
-para perpetrar su crimen: sin pensar que á la generosidad de su víctima
-debía haber dormido bajo techado aquellos tres últimos meses, cayó sobre
-ella derribándola al primer mazazo de sus manos hercúleas; luego le
-cogió por el cuello, arrastrándole, magullando su ensangrentada cabeza
-contra los muebles y, finalmente, le mató arrojándole á la calle desde
-la altura de un cuarto piso...</p>
-
-<p>El fiscal allegaba y zurcía malévolamente cuantos puntos eran más ó
-menos hostiles al acusado; pues Gerardo estaba seguro de la fidelidad de
-su mujer, sus celos no tenían disculpa ni explicación legítima: López,
-en vez de ceder á la ira, debió limitarse á despedir al casero y
-presentar contra él la oportuna denuncia; para algo vivimos en una
-sociedad civilizada y bajo el amparo de códigos sabiamente compuestos...</p>
-
-<p>El abogado defensor comenzó su discurso coronándolo con párrafos
-brillantes y ampulosos enderezados á conmover la honrada sensibilidad
-del Jurado.</p>
-
-<p>Gerardo López no era un criminal, sí un hombre de arrestos y de honor:
-examinó sus antecedentes sin tacha y su existencia metódica, consagrada
-al trabajo y<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165"></a>{165}</span> al cariño de aquella mujer que era todo su bien, su
-familia, su consuelo y su esperanza; y luego pintaba con frases cortadas
-y duras, como golpes de escoplo, el trágico cuadro de la lucha: al
-propietario, crapuloso y obsceno, invocando, para vencer la honrada
-resistencia de la pobre obrera, sus títulos de acreedor, y cayendo
-después bajo los puños de Gerardo López, que defendía lo suyo, la mujer
-que era para él deleite y arrimo, compañera santa en sus fieros combates
-por el pan, consoladora como un amigo, bondadosa como una madre...</p>
-
-<p>Al llegar cierto momento en que el abogado invocaba el derecho
-indiscutible que su defendido tenía para hacer lo que hizo sin acordarse
-del Código que, como todo lo reglamentado, es muerto y frío, Gerardo
-López, fuera de sí, le interrumpió para exclamar:</p>
-
-<p>&mdash;¡Sobre todo, antes que hombres civilizados... somos... hombres!</p>
-
-<p>No supo decir otra cosa, pero él se entendía; su defensor también le
-comprendió y aquella interrupción le sugirió una improvisación
-elocuente. Gerardo, sin más luz que la de su buen instinto, había dado
-en el hito: «antes que hombres civilizados... somos... hombres;» seres
-que saben sentir intensamente, y querer hasta el sacrificio heroico y
-odiar hasta el crimen; de poco sirven los códigos cuando la pasión se
-revuelve y estalla. En los trances supremos, el instinto independiente y
-dominador del macho primitivo despierta; ¿qué hombre, viendo amenazados
-el honor ó la vida de su madre ó de su esposa, podría reprimir el
-impulso vengativo de todos sus nervios para invocar fríamente el socorro
-de la ley?...</p>
-
-<p>El fiscal se levantó á ratificar; su despiadada inspiración tuvo
-párrafos de terrible y abrumadora elocuencia; el Jurado se declaraba en
-su favor; Gerardo López fué condenado á cadena perpetua.<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166"></a>{166}</span></p>
-
-<p class="c">*<br />
-&nbsp; * &nbsp;* &nbsp;</p>
-
-<p>Pasaron muchos años; don Víctor, el fiscal que envió á Gerardo á
-presidio, se había retirado del foro para casarse y dar á los últimos
-años de su vida algún reposo.</p>
-
-<p>A pesar de sus cincuenta y cuatro años, don Víctor se conservaba fuerte
-y erguido dentro de su levita negra, amplia y larga; vivía en un
-hotelito, cerca del Hipódromo, en medio de su vasto jardín con callejas
-enarenadas y frutales que la primavera cubría de flores; Joaquina, su
-mujer, que apenas contaba veinte mayos, parecía adorarle y su temprana
-juventud le prometía herederos robustos que, por ciertos indicios
-inequívocos, no tardarían en llegar.</p>
-
-<p>Muchas noches don Víctor, sentado ante su mesa de trabajo y rodeado de
-estantes atiborrados de libros, recordaba aquel pasado de luchas que iba
-alejándose, como algo que se hunde en una noche sin fin; á veces
-Joaquina le acompañaba, leyendo una novela bajo la luz del quinqué. Don
-Víctor, sumido en delicioso emperezamiento, comparaba su existencia
-actual, tranquila y feliz, con las luchas de otros días. A su alrededor,
-dormidos en la penumbra de los estantes, reposaban los centenares de
-volúmenes que guardaban cuanto acerca de las injusticias y derechos
-humanos se ha escrito, y en los cuales él aprendió el ingrato arte de
-mandar gente á presidio ó al patíbulo: á ratos, evocando los bizarros
-extremos de su verbo brillante y<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167"></a>{167}</span> frío como la cuchilla de una
-guillotina, le asaltaba el temor de haber sido cruel, y reconstituía
-escenas: el reo sentado en el banquillo, con la cabeza caída sobre el
-pecho, cual si la oratoria implacable del fiscal le patease el cráneo; y
-él en pie, empujando sañudamente hacia el castigo la conciencia de los
-jueces. Pero no; él siempre fué justo; él nada legisló; se había
-circunscripto á ser el representante de la legalidad, la encarnación del
-Código, la voz temerosa de aquellos libros cerrados. Sí; él fué justo y
-bueno: sin esto no se concebía que el Destino recompensase sus afanes
-pretéritos rodeándole ogaño de tantos agasajos: aquella mujer joven,
-dulce y bonita, aquel hotel que en las noches estivales dormía bajo la
-luz blanca de la luna, entre un bosque de frutales y sobre un odorante
-tapiz de flores era el condigno premio á sus esfuerzos en pro de la
-humanidad honrada.</p>
-
-<p>Y don Víctor creía que su felicidad sería eterna, como el suplicio de
-los condenados á cadena perpetua.</p>
-
-<p>Transcurrieron doce años; el anciano fiscal, embebecido en el cariño de
-su mujer y la crianza de su hijo único, no visitaba á sus viejos
-compañeros, que también le habían olvidado; su antiguo prestigio era
-agua pasada.</p>
-
-<p>Un día, al regresar á su hotel á hora desusada, le impresionó
-dolorosarnente oir en su gabinete un murmullo indefinible de
-conversaciones y de risas: don Víctor subió las escaleras de puntillas;
-Joaquina hablaba con un hombre á quien el fiscal procuró inútilmente
-reconocer por la voz: don Víctor se deslizaba lo largo del pasillo, y al
-llegar á la puerta de su despacho se detuvo y aplicó el oído... Oyó una
-frase amor, luego otra... y sus mejillas ardieron con el incendio de la
-vergüenza y de la ira. Fuera de si allanó<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168"></a>{168}</span> la habitación, babeando,
-agitando los brazos, como un oso herido que zarpea. El amante cobarde
-huyó, saltando por la ventana, Joaquina, abnegada y heroica, protegió su
-fuga, colocándose tras él, defendiéndole con su cuerpo. Don Víctor, se
-arrojó sobre ella, la derribó al suelo, pateó su vientre, sus entrañas
-traidoras, oprimió su garganta hasta estrangularla. Después se levantó
-aturdido, pero satisfecho de sí mismo, pareciéndole respirar mejor, y
-paseó en torno suyo una mirada estúpida, sin comprender el mudo lenguaje
-de aquellos centenares de volúmenes que le acusaban recordándole que la
-venganza de todas las afrentas, como él tantas veces había dicho, no
-estaba nunca entre las manos del ofendido, sino en los tribunales de
-justicia... Pero, pasados algunos minutos, don Víctor creyó oir aquella
-voz que llenaba su juventud, y por primera vez el anciano fiscal tembló,
-reconociéndose injusto y frió y cruel...</p>
-
-<p>Don Víctor fué preso; sus antiguas relaciones no le favorecieron; el día
-de la sentencia el representante de la ley le atacó furiosamente y la
-defensa fué mala. Don Víctor fué condenado á tres años de presidio.</p>
-
-<p>La noche en que el viejo fiscal llegó á la penitenciaría, le impresionó
-un semblante moreno, de ojos ardientes y grandes y poderosas cejas, al
-que estaba seguro de haber visto otra vez...</p>
-
-<p>&mdash;¿Es usted Gerardo López?&mdash;preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>El antiguo recluso, á su vez, reconoció en aquel viejecillo á quien la
-fatalidad parecía haber encorvado repentinamente, al fiscal que le
-condenó.</p>
-
-<p>&mdash;Y usted&mdash;dijo,&mdash;¿es don Víctor?...</p>
-
-<p>Don Víctor comprendía entonces lo que jamás pudo entender; y las
-palabras con que el obscuro presidiario había querido defenderse
-volvieron á su memoria.<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169"></a>{169}</span></p>
-
-<p>&mdash;Aquí estamos los dos&mdash;exclamó el viejo magistrado;&mdash;tenía usted razón
-al decir que, antes que hombres civilizados... somos... hombres. Sí, fuí
-injusto con usted; no me guarde por ello rencor. Deme usted la mano...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170"></a>{170}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171"></a>{171}</span></p>
-
-<h2><a name="LA_CARTA" id="LA_CARTA"></a>LA CARTA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>La anciana penetró en el despacho caminando ágilmente, con paso
-infantil, alocado y ligero.</p>
-
-<p>&mdash;Esta era la habitación favorita de mi pobre esposo&mdash;dijo;&mdash;todo está
-según él lo dejó: la mesa de escribir, los estantes cargados de libros
-que nadie ha vuelto á manosear desde entonces, la chimenea ante la cual
-solía sentarse cuando ya estaba enfermo, á calentarse los pies; el
-sillón Voltaire donde dormía las siestas, y la panoplia con las espadas
-y los floretes que el generoso Ricardo descolgó tantas veces para
-defender propios y ajenos errores. ¡Oh, no puedo recordar sin pánico
-aquellas mañanas en que, tras una noche de ausencia, le veía llegar muy
-pálido y con los puños de la camisa salpicados de sangre!...</p>
-
-<p>En el testero principal de la habitación, y sobre un diván, había un
-retrato al óleo de Ricardo Valdés. La pátina del tiempo había
-obscurecido la pintura, y la cabeza, de color terroso, surgía del fondo
-negro, con su frente ancha, su nariz aguileña, su bigote donjuanesco,<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172"></a>{172}</span>
-retorcido y largo, como los que cortan el rostro de los guerreros de
-Velázquez; los ojos grandes, desencantados y burlones... Aquel retrato
-recordaba al turbulento aventurero de antaño, procaz, enamorado,
-vagabundo, que después de casarse huyó de Madrid poniendo el porvenir de
-sus hijos y la felicidad de su mujer á los pies de una bailarina...
-Rápidamente pasó por mi memoria la silueta de aquel hombre cuya historia
-fué unida á la mía durante muchos años, y luego imaginé sus últimos
-momentos terribles de cardíaco, pasados allí, bajo el rayo de sol que
-ahora calentaba inútilmente el sillón vacío, junto á la esposa que
-presenciaba la catástrofe desesperada, jadeante de dolor, después de
-perdonarle todas sus culpas.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, fué bueno&mdash;dijo Teresa, que sin duda iba leyendo en mis ojos mis
-pensamientos;&mdash;¡pobre mío!... Nunca podré absolverme de los
-remordimientos que, bien involuntariamente, le causé... Ricardo, con sus
-locuras, me atormentó mucho, pero también mis penas le herían de
-soslayo, y estos sufrimientos que al fin le restituyeron á mis brazos,
-aceleraron su muerte...</p>
-
-<p>Después añadió con el atolondrado regocijo del niño que va á enseñarnos
-una caja de juguetes nuevos:</p>
-
-<p>&mdash;Venga usted: aquí, en esta gaveta, conservo varios recuerdos suyos:
-retratos, pañuelos y una carta... carta deliciosa, que me escribió desde
-París, poco antes de volver á España, herido ya mortalmente por la
-enfermedad que había de robármele. Nadie sería capaz de quitarme este
-papel; en sus renglones vive el alma de Ricardo, á veces impetuosa,
-sentimental á ratos, siempre generosa y noble. ¿Quiere usted leer?...</p>
-
-<p>Y me alargaba un pliego de papel escrito con una tinta que ya pardeaba:
-carta dulce y triste, de arrepentimiento y de amor, que había recibido
-muchos besos y sobre la cual se derramaron muchas lágrimas...<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173"></a>{173}</span></p>
-
-<p>Decía así:</p>
-
-<p class="r">
-París, Mayo 18...<br />
-</p>
-
-<p>«Pronto hará cinco años que nos separamos, y durante este largo espacio
-de tiempo, apenas si se han cruzado entre nosotros una docena de cartas.</p>
-
-<p>«¡Oh mía, mía!... ¿Crees que te he olvidado?...</p>
-
-<p>¡No!... En medio de mis viajes y del abominable catálogo de mis locuras,
-tu recuerdo vivía en mí inspirándome la dulce confianza de que hay entre
-nosotros algo muy grande, indestructible, que nada, ni aun el mismo
-Destino, puede romper. ¡Ah!... ¿Por qué no decírtelo, cuando estas
-verdades crueles pueden servirte de infinita consolación?... ¡Sí, quiero
-que lo sepas!... Siempre había en la voz de mis queridas una inflexión
-que recordaba la tuya: ésta tenía tus ojos, ardientes y melancólicos de
-abandonada; aquélla tus cabellos negrísimos, estotra tus labios y tus
-dientes; y por las noches, cuando me hallaba á solas en mi lecho después
-de gozar una alegría que siempre tuvo algo de postizo, tu imagen
-amadísima volvía á mi memoria poco á poco, acariciándome con el suave
-perfume de tiempos lejanos, como una de esas sencillas oraciones que
-aprendímos siendo niños y que nunca se olvidan... Y aquella oración
-decía que tú me amabas también, que tus labios y tus brazos siempre
-estaban abiertos para mí...</p>
-
-<p>»¿Me engañaré? ¿Será posible que el recuerdo de las horas felices que
-disfrutamos juntos haya muerto en tu alma? Estoy enfermo, mía; el
-corazón me duele mucho; me ahogo... ¡Déjame volver á ti!...</p>
-
-<p>»Te escribo desde un café del boulevard; son las diez de la mañana y
-estoy solo; por la puerta entornada penetran ráfagas de aire tibio,
-bocanadas alegres, vigorizadoras, de la primavera que vuelve; el sol de
-Mayo ha<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174"></a>{174}</span> disipado las nubes, convirtiendo el suelo en un charco de añil.</p>
-
-<p>»¡Te quiero, mía!... Este último invierno, con sus días de nieve y sus
-bacanales nocturnas, pasadas en los comedores reservados de las fondas,
-dejó en mi memoria una impresión tristísima: recuerdo las mesas, con sus
-manteles salpicados de vino, la silueta de los camareros silenciosos,
-que salían llevándose los platos sucios y cerrando la puerta con el pie,
-y las figuras de mis amigos: ellas tumbadas sobre los divanes, con los
-corpiños entreabiertos y los cabellos desrizados, caídos sobre la
-frente; ellos muy blancos, muy pálidos, con esa palidez cadavérica que
-agranda los ojos, levantando en alto sus copas de <i>champagne</i>, brindando
-y riendo, con alegría fúnebre de Pierrot... todo ello moviéndose en el
-nimbo gris de las pesadillas.</p>
-
-<p>»Pero aquéllo pasó, la primavera está ahí, y con la nueva sangre torna á
-circular por mis venas el ardiente deseo de volver á ti: deseo tu alma,
-hermana gemela de la mía, y codicio tu cuerpo, que á través de los años
-y de la distancia, surge otra vez ofreciéndome el hechizo de las
-ilusiones insaciables.</p>
-
-<p>»¡Mía... deja que te llame así!... Necesito acariciar la esperanza de
-volver á retratarme en tus ojos y que éstos sabrán mirarme sin tristeza
-ni reproches; que tus manos jugarán con mis cabellos, que tus labios
-húmedos espantarán de mi frente los malos pensamientos, que sentiré
-sobre mi rodilla el peso y el dulce calor de tu cuerpo amadísimo; ¡oh,
-la muerte no me asustará si, cuando llegue, me encuentra dormido entre
-tus brazos!</p>
-
-<p>»Adiós, mía; perdona el mal que te hice y ámame. Tengo sed de ti.»</p>
-
-<p>Cerré la carta doblándola por los mismos antiguos dobleces que ya tenía,
-y se la devolví á Teresa. Ella dijo:<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175"></a>{175}</span></p>
-
-<p>&mdash;Separada de mis hijos por la distancia y de mi marido por la muerte,
-esta carta constituye mi única consolación, la flor de mi juventud, la
-voz adormecedora del ayer, el amuleto con que Ricardo borró todo el daño
-que me hizo...</p>
-
-<p>Mientras hablaba, los ojos de la pobre anciana brillaban en el fondo de
-sus cuencas iluminados por un regocijo extraño; y yo la veía animarse,
-sonreir desde el desamparado invierno de su vejez á la lozana juventud
-perdida.</p>
-
-<p>&mdash;¿No es cierto&mdash;añadió,&mdash;que esta carta es muy hermosa?</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;repuse,&mdash;muy hermosa; consérvela usted...</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Sólo yo conozco el secreto de aquella carta que quince años antes
-Ricardo Valdés había escrito delante de mí.</p>
-
-<p>Aquella mañana Ricardo redactó dos cartas; una cariñosa y ardiente, para
-la bailarina amada de su alma; y otra correcta, fría, plagada de lugares
-comunes, para su esposa. Luego incurrió en la distracción, harto
-frecuente, de cambiar los sobres. Yo, que había sorprendido el engaño,
-se lo advertí.</p>
-
-<p>&mdash;De todos modos&mdash;contestó Ricardo sonriendo,&mdash;ninguna de las
-interesadas hubiese podido sospechar mi equivocación, pues acostumbro á
-no llamarlas nunca por sus nombres...</p>
-
-<p>&mdash;En tal caso&mdash;exclamé&mdash;no deshagas el engaño; deja que la casualidad
-realice sus planes. De todo esto puede resultar un gran bien.</p>
-
-<p>Hubo una pausa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Quién sabe!&mdash;murmuró Ricardo pensativo;&mdash;¡acaso tengas razón!...</p>
-
-<p>Y el trueque quedó hecho.</p>
-
-<p>¡Pobre Teresa! Si ella hubiese sabido...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176"></a>{176}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177"></a>{177}</span></p>
-
-<h2><a name="DECLARACION" id="DECLARACION"></a>DECLARACION<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Noche primaveral. Sobre el velador hay un elegante quinqué de mármol,
-vestido por amplia pantalla de muselina azul; de las paredes cuelgan
-tapices estilo Watteau, con pastores y emperifolladas princesitas que se
-enamoran sobre un fondo gris: los muebles son de felpa, bajos y muelles;
-sutil esterilla de junco cubre el suelo; en el comedio de la habitación,
-suspendidos del techo por invisibles cabellos rubios, varios pájaros
-disecados parecen sostenerse sobre sus alas extendidas; desde el balcón
-abierto se abarca un ancho trozo de mar, mar calmoso cuyas olas
-fosforean con vago y melancólico cabrilleo bajo la luz lunar. Del
-horizonte asciende el gemido inmenso de la marea; suspiro doloroso que
-llena el espacio remontándose hasta la región inaccesible de las
-estrellas inmóviles.</p>
-
-<p><i>Personajes</i>:</p>
-
-<p><span class="smcap">Elisa</span>.&mdash;Treinta años, viuda. Regular estatura, pelo y ojos negrísimos,
-labios tristes, frente distraída, más que reflexiva. Ocupa una mecedora
-junto al balcón.</p>
-
-<p><span class="smcap">Claudio</span>.&mdash;Cuarenta años; elevada estatura, semblante de Greco, largo y
-seco; uno de esos rostros ascéticos que las ideas fijas empalidecen. Sus
-miradas curiosean el espacio.</p>
-
-<p><span class="smcap">Elisa</span>.&mdash;¿En qué piensa usted?</p>
-
-<p><span class="smcap">Claudio</span>.&mdash;No sé... oía...</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Qué?</p>
-
-<p>C.&mdash;Al mar.<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178"></a>{178}</span></p>
-
-<p>E.&mdash;Las olas hablan, ¿no es cierto?</p>
-
-<p>C.&mdash;A ratos; esos diálogos que el hombre sostiene con la Naturaleza
-dependen del observador, de sus nervios, del momento psicológico que
-atraviese... A veces los pajarillos, el viento, las nubes, dicen cosas
-agradables, sin trascendencia, que hacen amable la vida; otras, de noche
-especialmente, el mar y los cielos parecen revelarse á nosotros cual si,
-temerosos de quedar eternamente ignorados, pretendiesen descubrirnos el
-secreto de lo incognoscible, de lo que nunca podrá saberse...</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Y ahora?... ¿Qué dicen las olas?...</p>
-
-<p>C.&mdash;¡Oh!... ¿Cómo quiere usted que yo reduzca á palabras lo que apenas
-cabe en la amplitud de mi pensamiento? El mar y los astros que sobre él
-se reflejan, son para mí imagen ó fiel trasunto del amor, ideal supremo
-del espíritu. Todos los hombres de imaginación llevamos un prototipo
-femenino que provoca y presido la germinación de nuestros amores; cada
-cual tiene su Julieta, su Beatriz... ¿De dónde surgió esa mujer,
-arquetipo fantástico de toda belleza y de toda virtud?... ¡Quién sabe!
-Probablemente nació con nosotros, y luego adquirió forma con la lectura
-del libro de versos que hojeamos una noche de fiebre, ó con el retrato
-de la diosa desnuda que vimos en la biblioteca de nuestro padre siendo
-niños... Más tarde, el recuerdo de ese ideal nos acosa, nos sigue á
-todas partes y creemos verlo en cuantas mujeres tropezamos, porque á
-todas ellas alcanza su luz. «¡Esta es!»... Decimos llenos de júbilo y no
-sosegamos hasta obtener su amor; y después, desvanecida la ofuscación
-del primer momento, el alma desolada murmura: «¡No, no era ella!...
-¿Comprende usted? La pasión siempre es única; sólo varia la forma ó el
-objeto en que dicha pasión se complace, así vemos brillar en todas las
-olas la luz del mismo astro; mas como no hay en ellas nada estable ni
-sólido, su mentiroso cristal<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179"></a>{179}</span> varía y la ilusión huye, y con ella la
-serena luz robada á los cielos.</p>
-
-<p>E.&mdash;De modo que las mujeres son para usted... olas...</p>
-
-<p>C.&mdash;Esto es, olas del mar humano; olas poderosas que acarician, que
-suelen llevarnos muy lejos y que, como las del Océano, pueden darnos ó
-quitarnos la vida.</p>
-
-<p>E.&mdash;Olas que pasan...</p>
-
-<p>C.&mdash;Que pasan llenándonos de amargura el alma, pues sólo reflejan
-fugitivamente la luz del astro que nuestra generosa imaginación colgó
-muy alto, en la serena región donde los huracanes pasionales no llegan.
-(<small>Pausa.</small>)</p>
-
-<p>E.&mdash;¡Pobre Claudio! ¡Usted es un náufrago! (<small>El la mira sorprendido, ella
-prosigue.</small>) Un náufrago que bracea desesperadamente contra el turbión que
-le arrastra.</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Con tristeza.</small>) ¡Tal vez!</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Qué edad tiene usted?</p>
-
-<p>C.&mdash;Más de cuarenta años.</p>
-
-<p>E.&mdash;¡Cuarenta años!... A esa edad todavía el corazón y los músculos
-conservan su vigor, pero la ilusión y la fe, brújulas ó divinos orientes
-del espíritu ya se han apagado, y el horizonte obscuro es una amenaza,
-una promesa siniestra. ¡Si usted hallase un leño, un salvavidas á que
-unirse!...</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Mirándola sorprendido, como despertando de un sueño.</small>) Ya le he
-hallado.</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Con súbita alegría.</small>) ¿Es posible?</p>
-
-<p>C.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Quién?</p>
-
-<p>C.&mdash;¡Oh!... (<small>La mira de modo singular, y luego baja los ojos
-avergonzado.</small>)</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Tristemente.</small>) ¡Bah! ¿Para qué saberlo? Esa mujer... será una de
-tantas; reflejo que se extingue, ola que pasa...</p>
-
-<p>C.&mdash;No, Elisa; se engaña usted; á mi edad la fantasía,<span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180"></a>{180}</span> domada por los
-desengaños, no forja ilusiones. La mujer de que hablo... es la soñada,
-el ideal, la estrella que yo coloqué muy alto, allá arriba... en el
-cielo, donde nos esperan todos los seres queridos que ya han callado...
-(<small>Pausa.</small>)</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Y ella, le quiere á usted?...</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Vacilando.</small>) No sé.</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Nunca la descubrió usted su pasión?</p>
-
-<p>C.&mdash;Nunca.</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Y ella, sabe que usted la ama?</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Con firmeza.</small>) Sí.</p>
-
-<p>E.&mdash;¡Es raro!...</p>
-
-<p>(<small>Le mira de hito en hito; él desvía los ojos, confuso.</small>)</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Hace mucho tiempo que la trata usted?</p>
-
-<p>C.&mdash;Dos años.</p>
-
-<p>E.&mdash;¡Lo mismo que á mí!</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Ruborizándose, temiendo haber dicho demasiado.</small>) Precisamente.</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Sondeándole astutamente.</small>) Pues... pasión que tanto se oculta y
-recata, no puede ser firme.</p>
-
-<p>C.&mdash;Al contrario.</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Cómo?</p>
-
-<p>C.&mdash;Porque ese amor es una esperanza... ¡mi última esperanza!... y el
-temor de perderla me aterra. Soy como jugador que malgastó un capital,
-como padre que perdió muchos hijos: la desgracia me acobarda, el recelo
-de que esa ilusión se convierta en desengaño y no en realidad, refrena
-mi impaciencia: ella es mi último duro, el último hijo que puedo
-perder...</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Pensativa.</small>) Comprendo su pensamiento. No obstante, yo, en su caso,
-no sabría esperar; ¡es tan cruel la incertidumbre!...</p>
-
-<p>(<small>Pausa. En el silencio el rugido del mar llena los horizontes como eco
-apocalíptico de una voz lejana.</small>)</p>
-
-<p>E.&mdash;Hable usted, Claudio, sea franco conmigo.<span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181"></a>{181}</span></p>
-
-<p>C.&mdash;¿Qué más puedo decir?</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Conozco yo á esa mujer?</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Titubeando.</small>) Sí.</p>
-
-<p>E.&mdash;¡Ah!... ¿Quién es?</p>
-
-<p>C.&mdash;Elisa, perdóneme usted, no puedo decirlo...</p>
-
-<p>E.&mdash;Basta. ¿Cómo es? ¿Se parece á mi?</p>
-
-<p>C.&mdash;Sí... (<small>Con arrebato.</small>) ¡Oh sí!... ¡Mucho!</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Tiene mi estatura?</p>
-
-<p>C.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Y el pelo?</p>
-
-<p>C.&mdash;Como usted.</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Y los ojos?</p>
-
-<p>C.&mdash;Como usted.</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Fingiendo admirarse.</small>) ¡Es extraño!... ¡Dijérase que soy yo misma.
-(<small>Pausa. Las mejillas de Claudio echan fuego.</small>) ¿Y en el carácter también
-se parece á mí?</p>
-
-<p>C.&mdash;También.</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Su nombre?... (<small>El la mira suplicante.</small>) ¡Tiene usted razón!... Había
-olvidado que debo saberlo.</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Tragando saliva.</small>) Por ahora no; mañana...</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Mañana, sí?</p>
-
-<p>C.&mdash;Sí.</p>
-
-<p>E.&mdash;(<small>Riendo.</small>) ¡Es usted un hombre original!</p>
-
-<p>C.&mdash;No se burle usted de mi cortedad; es que así, de sopetón... no
-podría... no sabría decírselo...</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Y mañana?</p>
-
-<p>C.&mdash;Mañana... le enviaré á usted su retrato.</p>
-
-<p>E.&mdash;¡Ah!... (<small>Sorprendida.</small>) ¿Tiene usted su retrato?</p>
-
-<p>C.&mdash;No.</p>
-
-<p>E.&mdash;Entonces...</p>
-
-<p>C.&mdash;Es decir... (<small>Tartamudeando.</small>) Es... ¿cómo explicarme?... es un
-retrato que... sólo usted puede ver.</p>
-
-<p>E.&mdash;No comprendo.</p>
-
-<p>C.&mdash;Ni yo acierto á expresarme mejor. (<small>Levantándose.</small>) Adiós. Elisa.<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182"></a>{182}</span></p>
-
-<p>E.&mdash;¿Quedamos, pues, en que mañana quedará despejada la incógnita?</p>
-
-<p>C.&mdash;(<small>Con firmeza.</small>) Sí.</p>
-
-<p>E.&mdash;¿Palabra de honor?</p>
-
-<p>C.&mdash;Palabra de honor.</p>
-
-<p>(<small>Se despiden estrechándose las manos largamente.)</small></p>
-
-<p>Al día siguiente Elisa recibió el retrato prometido. Venía dentro de un
-estuche. Era un espejito de mano.<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183"></a>{183}</span></p>
-
-<h2><a name="UN_CUENTO_RARO" id="UN_CUENTO_RARO"></a>UN CUENTO RARO<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Yo dirigía, por aquella fecha, un periódico diario de gran circulación.
-Era una madrugada de Enero: me hallaba en mi despacho, escribiendo á
-vuela pluma la <i>última hora</i>. Los suelos estaban alfombrados, los
-cortinajes de las ventanas corridos; en el hogar ardía un buen fuego de
-tuero y encina; el quinqué con pantalla verde puesto sobre mi mesa de
-trabajo, proyectaba á su alrededor un cono luminoso: las manecillas de
-un grave reloj de bronce colocado en la chimenea, bajo un almanaque de
-pared, marcaban las tres de la madrugada.</p>
-
-<p>La puerta del despacho abrióse lentamente y un ordenanza anunció la
-llegada de un caballero que deseaba hablar conmigo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién es?&mdash;pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;No sé; no quiso decir su nombre. Asegura que necesita verle á usted
-para un asunto urgentísimo y de mucha importancia...</p>
-
-<p>&mdash;Está bien; que pase.<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184"></a>{184}</span></p>
-
-<p>Permanecí mirando impaciente á la puerta, irritándome contra el
-desconocido importuno que venía á interrumpir mi trabajo. Luego mi mal
-humor cesó, trocándose en un sentimiento de curiosidad que había de ir
-en aumento. El recién llegado era un hombre alto, extraordinariamente
-delgado, preso en un gabán azul. Representaba cuarenta años: tenía la
-frente grande, el rostro enjuto, la barba canosa y mal cuidada, la nariz
-aguileña, los labios desencantados y finos; sus ojos miraban con esa
-expresión penetrante y fría de los marinos viejos acostumbrados á
-interrogar el horizonte...</p>
-
-<p>Saludóme con una leve inclinación de cabeza, y sin más ambages se acercó
-presentándome una docena de cuartillas.</p>
-
-<p>&mdash;Tome usted&mdash;dijo,&mdash;es un cuento, acaso una historia... que acabo de
-escribir.</p>
-
-<p>&mdash;¡Un cuento!&mdash;repetí admirado de que viniesen á ofrecerme á tales horas
-un retazo de amena literatura.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;añadió mi interlocutor sin inmutarse,&mdash;un cuento precioso,
-originalísimo, que debe publicarse en el número de mañana.</p>
-
-<p>&mdash;¡Usted está loco!&mdash;exclamé riendo, más sorprendido que irritado de
-aquella exigencia;&mdash;á hora tan avanzada de la noche los periódicos
-diarios sólo pueden admitir telegramas y noticias de gran actualidad é
-interés general.</p>
-
-<p>&mdash;Es que mi cuento tiene actualidad...</p>
-
-<p>&mdash;En ese caso...</p>
-
-<p>Alargué la mano y cogí las cuartillas que el desconocido continuaba
-ofreciéndome. Le dí aquella contestación ambigua que á nada me
-comprometía, para que se fuese y quedarme tranquilo. El así lo
-comprendió, porque repuso:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cumplirá usted su palabra?...</p>
-
-<p>Y me miraba, registrándome con los ojos el pensamiento.<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185"></a>{185}</span> Yo, creyendo
-realmente habérmelas con un loco, contesté:</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Lo promete usted por su fe de caballero?</p>
-
-<p>&mdash;Lo prometo... siempre que el artículo sea bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces me voy tranquilo; el artículo es bueno; se publicará...</p>
-
-<p>Dió algunos pasos para marcharse; de pronto se detuvo dándose una
-palmada en la frente, recordando algo muy importante:</p>
-
-<p>&mdash;Mi cuento&mdash;dijo,&mdash;no está concluído, pero no importa... voy á
-terminarlo dentro de un momento; falta sólo una cuartilla, la última.
-Cuartilla que traerán, caso de que yo no pudiese volver, antes de media
-hora.</p>
-
-<p>Y sin darme tiempo á contestar, saludó y salió del despacho como una
-sombra, sin ruido.</p>
-
-<p>&mdash;Decididamente&mdash;pensé&mdash;ese hombre está loco.</p>
-
-<p>No obstante, cogí su artículo y empecé á leer. Era un cuento
-autobiográfico muy raro, escrito con estilo enérgico y fácil, salpicado
-de incongruencias deslumbrantes, que esclavizaron mi atención. Lo leí
-rápidamente, de un tirón. Se trataba de un viejo libertino que, la noche
-del último día de Diciembre, había querido epilogar la larga historia de
-sus azarosos amores y romper definitivamente con todo su pasado. Para
-ello colocó sobre la mesa de su despacho el baulito donde desde hacía
-muchos años, venía guardando los trofeos que de sus diferentes mujeres
-iba conquistando; retratos, pelo, guantes, cintas; flores marchitas,
-restos melancólicos de primaveras remotas, zapatitos de seda que
-recordaban algún baile de máscaras... El desengañado burlador quería
-conservar cuanto perteneció á la amada muerta, á la inolvidable, y
-romper el resto. De pronto, su mano febril tropezó con la arquilla, ésta
-cayó al suelo y los recuerdos de aquellos viejos amores<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186"></a>{186}</span> quedaron
-confundidos y revueltos en galimatías inexplicable. ¿Cómo descubrir
-entre los numerosos rizos de diferentes cabelleras morenas y rubias los
-que pertenecieron á la muy amada? ¿Cómo guardar el pelo de una mujer que
-no quiso? ¿Cómo tirar al arroyo los cabellos de la que amó?... Y el
-burlador sentía la desesperación trágica, desgarradora como un zarpazo,
-del fanático que ve caer á sus pies y saltar en pedazos una imagen
-bendita.</p>
-
-<p>«Desde hace tres días&mdash;añadía el autor del cuento&mdash;vivo en una
-incertidumbre cruelísima que trastorna el concierto de mis ideas. ¿Dónde
-estarán los cabellos de la muerta?... La silueta macabra del suicidio
-bailotea ante mis ojos y sonríe, mostrándome sobre su semblante de ébano
-unos dientes muy blancos y unos labios muy rojos, que convidan con el
-último beso...»</p>
-
-<p>No pude seguir; el regente de la imprenta llegaba pidiendo original.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuántas columnas faltan para completar el número?&mdash;pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Tres.</p>
-
-<p>&mdash;Toma ese cuento y que vayan componiéndolo; falta una cuartilla que irá
-en seguida...</p>
-
-<p>Permanecí solo, el ceño fruncido bajo la impresión poderosa de aquellas
-cuartillas extrañas, recordando el semblante lívido y enjuto de su
-autor, y sus ojos inmóviles que parecían inspeccionar lo definitivo...
-Después volví á la realidad, abismándome en el examen prosaico de los
-telegramas que iban llegando. Eran las cuatro de la madrugada. Pasó otra
-media hora. El regente reapareció pidiendo la última cuartilla del
-cuento... Me quedé perplejo, no sabiendo qué hacer; el desconocido no
-había vuelto; la tirada del periódico iba á retrasarse por una
-tontería...<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187"></a>{187}</span></p>
-
-<p>En aquel momento llegó el <i>reporter</i>, que venía del Juzgado de guardia
-con las últimas noticias.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay?&mdash;pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Poca cosa; un incendio en la calle de... y el suicidio de un
-caballero.</p>
-
-<p>&mdash;¿Un hombre de cuarenta años, alto, delgado, vestido con un gabán
-azul?...</p>
-
-<p>&mdash;Sí; ¿cómo sabe usted?...</p>
-
-<p>Entonces lo comprendí todo; yo mismo redacté la noticia; aquella
-cuartilla era la que faltaba. El hombre raro no me había engañado: su
-cuento estaba hecho.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188"></a>{188}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189"></a>{189}</span></p>
-
-<h2><a name="LA_COMEDIANTA" id="LA_COMEDIANTA"></a>LA COMEDIANTA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<p>Echado afanosamente sobre la barandilla del palco, con los ojos muy
-abiertos y la mirada inmóvil del desdichado que siente la angustiosa
-atracción de los abismos, Claudio Roldán espiaba las movimientos de
-Matilde, la actriz prodigiosa en quien hallaban eco todas las notas de
-la gama sentimental: el cariño y el odio, la duda y la fe, los arrebatos
-del deseo y el amor reservado y discreto de las vírgenes....</p>
-
-<p>Matilde estaba en la plenitud de sus facultades y en el apogeo de su
-belleza. Su voz, clara y dulce, resonaba en el teatro con inflexiones
-suaves, resbalando cariciosa sobre la cabeza de los espectadores
-atentos; luego, en los recitados, la tiple se metamorfoseaba en
-verdadera actriz; el genio hermoseaba sus ojos; una sonrisa dulce, como
-promesa de amor, embellecía sus labios; su rostro brillaba bajo el casco
-de sus cabellos rizosos y sus ademanes adquirían elegancia y desenfado
-encantadores... Y mientras Matilde representaba, Claudio<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190"></a>{190}</span> Roldán,
-fascinado, iba acercándose á la barandilla del palco, adelantando el
-busto, alargando el cuello con un embeleso en que había algo fatal.</p>
-
-<p>Aquella pasión fué creciendo, ponzoñosa y devoradora como un cáncer, y
-Claudio ya no pudo resistir la tentación de conocer personalmente á
-Matilde. Un actor amigo suyo se ofreció á presentarle, y aquella misma
-noche, durante un entreacto, Roldán fué al cuarto de la actriz. Era un
-gabinete monísimo, tapizado de azul, sobre cuyas paredes la luz de una
-lamparilla eléctrica vertía suave resplandor nimbado.</p>
-
-<p>La presentación fué breve y expresiva:</p>
-
-<p>&mdash;Aquí tiene usted á Claudio Roldán, escritor de gran corazón, buen
-amigo y buen artista...</p>
-
-<p>Claudio encomió la hermosura y el talento de la actriz; ella respondía
-sonriendo, halagada, entornando los párpados modestamente; y estaba
-seductora con sus ojos perversos de mujer muy vivida, que todo lo sabe,
-su entrecejo pensativo, su traviesa naricilla de artista y sus labios
-finos, alegres y dulces, como un epitalamio...</p>
-
-<p>Aquella primera entrevista sirvió de prólogo á otras muchas, y lo que en
-un principio fué afición discreta y suave, trocóse bien pronto en
-furioso deseo. Claudio amó á Matilde con pasión frenética: amó sus ojos
-negrísimos, sus labios que, á pesar del fuego calcinante de las
-pasiones, se mantenían purpurinos y frescos como los de una virgen que
-nunca ha besado; la dulce expresión de su rostro, siempre propicio á la
-risa; su cuello oculto bajo la brillante cascada de sus cabellos negros;
-su cuerpo prodigioso, ramillete de femeniles hechizos... Claudio amó
-todo esto en Matilde, y contribuyó á fortalecer su pasión la perfecta
-identidad moral y física que halló entre la actriz y la mujer que
-inspiró sus primeros amores y que<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191"></a>{191}</span> murió llevándose á la tumba la dorada
-primera juventud de Claudio Roldán. La presencia de Matilde retrotraía á
-la memoria del escritor los años pasados; volvió á sentirse mozo y á
-reconocerse capaz de vencer la corriente fatal de las cosas, tornando á
-vivir lo ya vivido, si, como suponía, Matilde se prestaba á ayudarle.</p>
-
-<p>Durante varias noches consecutivas, Claudio Roldán fué al cuarto de la
-actriz resuelto á descubrir el misterio de su cariño; pero nunca se
-atrevió, acobardado bajo la mirada zahorí de aquella mujer en cuya
-historia no se insinuaba el recuerdo de ninguna pasión, y que siempre
-parecía recibirle con cierto agasajo desdeñoso y burlón. Al fin,
-convencido de que no sabía hablarla, resolvió escribirla: fué una carta
-admirable que compendiaba todo un drama de amor. En ella se advertían
-contradicciones encantadoras. Temiendo la posibilidad de que la actriz
-contestase á su declaración con una negativa rotunda, el tímido amante
-disimulaba el verdadero alcance de sus deseos con una modesta petición.</p>
-
-<p>«Yo, pobre y obscuro, ¿cómo he de abandonarme á la ilusión de llegar á
-usted, rica, feliz y envuelta en el nimbo glorioso de sus triunfos
-artísticos?... No, Matilde, yo no aspiro á tanto: mis ambiciones se
-reducen á conversar con usted algunas horas; no en su cuarto, donde
-nunca faltan visitantes importunos que me molestan, sino por ahí, á
-solas, donde pueda yo dar libre curso al flujo tempestuoso de mis
-pensamientos.</p>
-
-<p>»No desoiga usted mi ruego, Matilde; usted es artista y los artistas se
-deben al público; y, pues usted procura agradar y divertir á los
-espectadores que acuden al teatro, ¿por qué no había usted de resignarse
-á divertirme á mí solo algunos momentos?... Aparte de que usted no será
-para mí necio divertimiento ni pasatiempo vano, sino preciosísimo rayo
-de luz, de cuyo benéfico<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192"></a>{192}</span> calor quedarán en las yertas lobregueces de mi
-vida imperecedero recuerdo...»</p>
-
-<p>Continuaba hablando de su melancólica existencia de artista pobre, de
-sus ambiciosos ensueños, no realizados aún, y agregaba:</p>
-
-<p>«Necesito que pasemos una tarde juntos, como si fuésemos amantes: yo la
-esperaré en un coche de alquiler que nos llevará á un café de los
-arrabales. Ya sé que tiene usted coche propio, mas no puedo subir á él;
-porque ese coche lo compró usted con el dinero que ganó divertiendo al
-público, y estoy celoso de esas ráfagas de deseo que palpitan en el
-aplauso de las multitudes: creo que en ese vehiculo, sobre cuyos muelles
-asientos usted se adormece cuando sale del teatro, yo me ahogaría...
-Durante esas tres ó cuatro horas que su bondad me otorgue, hablaré
-libremente... es decir, hablaremos; porque también necesito que usted me
-trate como á un viejo amigo, y nos tutearemos, si su condescendencia
-para conmigo llega á tanto... Y si durante esta conversación soy tan
-menguado que no acierte á decir á usted nada que la interese, tiene
-usted derecho para despedirme...»</p>
-
-<p>Cuando aquella noche Claudio Roldán se presentó en el cuarto de Matilde,
-ésta le recibió sonriendo:</p>
-
-<p>&mdash;He leído su carta&mdash;dijo;&mdash;es usted un hombre original.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y accede usted á mi deseo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí... ¿por qué no?... Los artistas, como usted advierte muy
-discretamente, nos debemos al público.</p>
-
-<p>Roldán no supo qué responder, estremeciéndose de cabeza á pies con un
-sacudimiento delicioso, cual si acabase de recibir en la espalda una
-ducha de felicidad. Luego, queriendo cerciorarse de que sus oídos no le
-habían engañado, preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuándo nos vemos?<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193"></a>{193}</span></p>
-
-<p>Ella frunció el lindo entrecejo, dudando.</p>
-
-<p>&mdash;Espere usted... Mañana, no tengo ensayo; pues... mañana mismo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde?</p>
-
-<p>&mdash;En la plaza del Rey, á las dos de la tarde.</p>
-
-<p>Lo dijo con afabilidad desdeñosa, como quien no da importancia á lo que
-dice.</p>
-
-<p>Al día siguiente, en efecto, se vieron. El esperaba desde hacía largo
-rato cuando ella llegó; iba ataviada con elegancia y sencillez, como una
-burguesita de buen gusto.</p>
-
-<p>&mdash;Esto&mdash;dijo, estrechando cordialmente la mano que Claudio le
-ofrecía,&mdash;viene á ser algo así como una función de tarde.</p>
-
-<p>El la miró receloso y feliz: después subieron al coche. Durante el
-paseo, Claudio estuvo conversador, apasionado, elocuente...</p>
-
-<p>&mdash;Tú eres&mdash;decía,&mdash;el ideal que yo perseguí tantos años, y si tuve
-relaciones con otras mujeres, fué porque en ellas creía hallarte. Todas
-tenían algo tuyo: unas, tus ojos, brillantes y agudos; otras, tu ingenio
-picante, de variados recursos, ó tu frente pequeña, bombeada,
-embellecida por el arco pensativo de tus cejas; ó tu boca de rojos y
-cariñosos labios, llenos de piedad, ó tus manos, entre cuyos dedos
-infantiles algún hechicero puso el difícil secreto de todas las
-voluptuosidades... Por eso te quiero tanto, Matilde, porque tú sola, con
-ser tan pequeña, comprendías cuanto de hermoso y adorable mi experiencia
-fué hallando en las demás mujeres.</p>
-
-<p>Ella le escuchaba sonriendo, y en la penumbra del coche sus ojos
-parpadeaban con expresión indescifrable, desesperante... De pronto
-Claudio creyó que la actriz le engañaba, y exclamó:<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194"></a>{194}</span></p>
-
-<p>&mdash;Pero... ¿oyes lo que digo? ¿Es cierto que me quieres?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es cierto que mis palabras despiertan en tu alma un eco simpático?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>La miró de hito en hito, temiendo haberse franqueado tanto con aquella
-mujer que nunca había querido. En el café, Claudio Roldán estuvo más
-sereno y su conversación fué menos arrebatada, más íntima. Hablaba en
-voz baja, oprimiendo entre sus manos las manos de la actriz; luego
-intentó una caricia algo más atrevida: la joven le contuvo suavemente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ambicioso!&mdash;dijo,&mdash;¿no estás contento aún?</p>
-
-<p>Claudio la miró con ojos bañados en lágrimas de agradecimiento infinito.</p>
-
-<p>&mdash;¡Tienes razón!&mdash;murmuró;&mdash;me has hecho muy feliz; el recuerdo de esta
-cita durará lo que dure mi vida...</p>
-
-<p>Quedó silencioso, la cabeza caída sobre el respaldo del diván, mirando
-al techo.</p>
-
-<p>&mdash;Hablemos&mdash;dijo Matilde.</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;repuso Claudio,&mdash;mejor estamos así; hay estados de alma
-intraducibles, estados que se sienten, pero que no se oyen... Déjame...</p>
-
-<p>Ella le miró sonriendo, con risa compasiva. Luego dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Vámonos?</p>
-
-<p>Roldán levantó la cabeza bruscamente, atónito, como quien despierta de
-un sueño profundo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ya?&mdash;dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, son las siete.</p>
-
-<p>El se encogió de hombros.</p>
-
-<p>&mdash;Bien&mdash;murmuró;&mdash;como quieras...</p>
-
-<p>Tornaron á subir en el coche, que les esperaba á la<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195"></a>{195}</span> puerta del café, y
-Matilde dió al cochero las señas de su casa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuándo volveremos á vernos?&mdash;preguntó Claudio.</p>
-
-<p>El rostro de la actriz expresó una sorpresa perfectamente estudiada.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo!&mdash;dijo;&mdash;¿vernos, como hoy, á solas?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, eso... nunca!...</p>
-
-<p>Claudio la miró con ojos inmóviles, brillantes; ojos de loco que no
-pestañea; sus labios lívidos temblaban. Matilde continuó:</p>
-
-<p>&mdash;Yo me he limitado á complacerle en todo cuanto usted ha solicitado de
-mí...</p>
-
-<p>&mdash;De suerte que esto ha sido...</p>
-
-<p>&mdash;Una comedia.</p>
-
-<p>&mdash;¡Una... comedia!</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>Claudio Roldán, anonadado, no supo qué responder. La joven agregó:</p>
-
-<p>&mdash;Usted me decía en su carta que «los artistas nos debemos al
-público...» y yo, como actriz, accedí á su deseo. Usted era para mí...
-un espectador; un espectador á quien aprecio mucho, y para cuyo recreo
-he representado la comedia del amor durante algunas horas.</p>
-
-<p>Y añadió tras una breve pausa:</p>
-
-<p>&mdash;Separémonos, Claudio. El telón ha bajado ya; la representación ha
-concluído.</p>
-
-<p>&nbsp;</p>
-
-<p>Barcelona.&mdash;Noviembre, 1899.</p>
-
-<p>&nbsp;</p>
-
-<p class="c">
-FIN<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196"></a>{196}</span><br />
-</p>
-
-<h2><a name="INDICE" id="INDICE"></a>INDICE<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;</h2>
-
-<table border="0" cellpadding="1" cellspacing="0" summary="">
-
-<tr><td>&nbsp; </td><td valign="top" class="rt">Págs.</td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#INTRODUCCION">Introduccion</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_005">5</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#ODIO_MORTAL">Odio mortal</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_007">7</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#AGONIA">Agonía</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_013">13</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#AGUAFUERTE">Aguafuerte</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_019">19</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_MUERTA">La muerta</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_025">25</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#DISCRETEOS">Discreteos</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_031">31</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#GLUCK_EL_INIMITABLE">Gluck, el inimitable</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_035">35</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_HERENCIA">La herencia de un gran hombre</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_041">41</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#A_OBSCURAS">A obscuras</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_047">47</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_OCASION">La ocasión</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_055">55</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_HIJA_DEL_SOL">La hija del Sol</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_065">65</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#IDOLOS_CAIDOS">Idolos caídos</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_073">73</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_ABUELA">La abuela</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_079">79</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#ENTRE_ELLAS">Entre ellas</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_087">87</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#GERMINAL">Germinal</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_093">93</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_CADENA">La cadena</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_099">99</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#POR_UNA_ERRATA">Por una errata</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_105">105</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#CREPUSCULO">Crepúsculo</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_109">109</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LO_HORRIBLE">Lo horrible</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_115">115</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#MARCELA">Marcela</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_123">123</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_BUEN_PARECER">El buen parecer</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_131">131</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#REMORDIMIENTO">Remordimiento</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_137">137</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#NOCHE">Noche</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_143">143</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LO_INCONFESABLE">Lo inconfesable</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_151">151</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_AMIGO">El amigo</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_157">157</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#EN_PRESIDIO">En presidio</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_163">163</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_CARTA">La carta</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_171">171</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#DECLARACION">Declaración</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_177">177</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#UN_CUENTO_RARO">Un cuento raro</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_183">183</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_COMEDIANTA">La comedianta</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_189">189</a></td></tr>
-</table>
-
-<hr class="full" />
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of Project Gutenberg's De carne y hueso; cuentos, by Eduardo Zamacois
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK DE CARNE Y HUESO; CUENTOS ***
-
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-To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
-and the Foundation web page at http://www.pglaf.org.
-
-
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive
-Foundation
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-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
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