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| author | Roger Frank <rfrank@pglaf.org> | 2025-10-14 20:11:13 -0700 |
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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: La novela de un novelista + +Author: Armando Palacio Valdés + +Release Date: February 9, 2012 [EBook #38814] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA NOVELA DE UN NOVELISTA *** + + + + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was +produced from images available at The Internet Archive) + + + + + + + + + +LA NOVELA DE UN NOVELISTA + +OBRAS DE PALACIO VALDÉS + +4 PESETAS TOMO + +EL SEÑORITO OCTAVIO, un tomo. + +MARTA Y MARÍA, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al sueco, al +ruso y al tcheque. + +EL IDILIO DE UN ENFERMO, un tomo. Traducido al francés y al tcheque. + +AGUAS FUERTES (novelas y cuadros, un tomo). Traducidas al francés, al +inglés, al alemán, al holandés, al sueco y al tcheque. Edición española +con notas y vocabulario en inglés. + +JOSÉ, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al alemán, al holandés, +al sueco, al tcheque, al danés y al portugués. Edición española con +notas en inglés para el estudio del español en Inglaterra y E. U. A. + +RIVERITA, un tomo. Traducida al francés. + +MAXIMINA (segunda parte de _Riverita_), un tomo. Traducida al inglés. + +EL CUARTO PODER, un tomo. Traducida al francés, al inglés y al holandés. + +LA HERMANA SAN SULPICIO, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al +holandés, al ruso, al sueco y al italiano. + +LA ESPUMA, un tomo. Traducida al inglés. + +LA FE, un tomo. Traducida al francés, al inglés y al alemán. + +EL MAESTRANTE, un tomo. Traducida al francés y al inglés. + +EL ORIGEN DEL PENSAMIENTO, un tomo. Traducida al francés y al inglés. + +LOS MAJOS DE CÁDIZ, un tomo. Traducida al francés y al holandés. + +LA ALEGRÍA DEL CAPITÁN RIBOT, un tomo. Traducida al francés, al inglés, +al sueco, al holandés y al italiano. Edición española con notas y +vocabulario en inglés. + +LA ALDEA PERDIDA, un tomo. + +TRISTÁN O EL PESIMISMO, un tomo. Traducida al inglés. + +SEMBLANZAS LITERARIAS (_Los oradores del Ateneo, Los novelistas +españoles, Nuevo viaje al Parnaso_), un tomo. + +PAPELES DEL DOCTOR ANGÉLICO, un tomo. Traducidos al alemán. AÑOS DE +JUVENTUD DEL DOCTOR ANGÉLICO, un tomo. LA NOVELA DE UN NOVELISTA. Un +tomo, 5 pesetas. + + + + +OBRAS COMPLETAS + +DE + +D. ARMANDO PALACIO VALDÉS + +TOMO XXI + +=LA NOVELA DE UN NOVELISTA= + +ESCENAS DE LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA + +[Illustration] + +MADRID + +LIBRERÍA DE VICTORIANO SUÁREZ + +Preciados, número 48. + +1922 + +ES PROPIEDAD DEL AUTOR + +Imprenta Helénica. Pasaje de la Alhambra, núm. 3, Madrid. + + +_DEDICATORIA_ + +_A LOS NIÑOS DE HOY_ + +_A vosotros dedico estas páginas, porque +seréis tal vez los únicos que con ellas se +diviertan. No me pesa. Quisiera terminar +mi vida haciendo meditar un poco a los +grandes y divirtiendo a los pequeños._ + +_A. P. V._ + + + + +ANTES DE EMPEZAR + + +Los niños encuentran siempre el mundo nuevo y jugoso. Para los viejos +como yo se cae a pedazos de puro seco. ¿Quién tiene razón? Ellos; sin +duda ellos. Todo pierde su valor con el tiempo, pero no es culpa de los +manjares, sino de la boca y la lengua. «Preguntad a los niños y los +pájaros cómo saben las cerezas», dice un proverbio alemán. Ignoro cómo +sabrán a los pájaros, pero en cuanto a mí me sabían tan bien hace +sesenta años que cuando veía una cesta de ellas caía inmediatamente en +éxtasis como Santa Teresa en presencia del Sacramento. + +La historia de la infancia es igual siempre a sí misma. Es la felicidad. +Todo niño es feliz si una mano brutal no se interpone entre él y la +felicidad. Aire, luz, libertad, un poco de arena o de barro. No +necesitamos entonces más para ser felices. Todo eso lo da Dios. Sólo en +la infancia percibimos el sabor de los elementos creados. Las cosas +tienen verdadera significación para nosotros: el mar, la lluvia, la +aurora, las montañas y los ríos, las fisonomías de los hombres y los +animales entran por los ojos en nuestra alma y allí se pintan con +caracteres indelebles. + +Recuerdo la profunda impresión que me causaba en mi niñez el mar. Cuando +me acercaba a él todo mi diminuto ser se estremecía; la brisa salina me +enajenaba, el fragor de las olas me enardecía, los barcos que se +balanceaban a la orilla me dirigían amables invitaciones, las gaviotas +volando sobre la inmensa llanura despertaban en mi corazón ansias locas +de lo infinito. Era una mezcla de terror y de gozo. No podía hartarme de +mirar y de sentir. Había una especie de fascinación en este abismo +azul, verde, argentado que me hacía esperar siempre algo inefable y +divino. ¿Qué nueva felicidad llegaría para mi? ¿Dónde se escondería en +este momento? Mi espíritu daba vueltas, trazaba círculos como aquellas +gaviotas sobre la fúlgida llanura. Pensaba ver surgir de las olas +figuras adorables, rostros divinos que me sonreían. Era el templo de +Dios aquel abismo líquido y transparente de donde se alzaba una música +que me inundaba de dicha y llenaba mis ojos de lágrimas... + +¡Ay! ahora me acerco al mar como si fuese a la Puerta del Sol. Contemplo +las volutas argentadas de sus olas con la misma indiferencia que los +chorros de las mangas de riego. Su estruendo temeroso me deja impasible +como el ruido de los coches, y me parece que las gaviotas con sus +graznidos pregonan los periódicos de la tarde. + +Al meditar sobre tal contraste llama a mi puerta con fuerte campanillazo +el idealismo trascendental--«¡Todo está en ti, iluso, todo está en +ti!»--. Todo no; algo queda fuera, y por este algo es posible la vida y +se hace imposible la muerte. + +En realidad sólo en la niñez somos sabios, sólo entonces establecemos +las verdaderas relaciones entre los hombres y las cosas: el odio es +odio, el orgullo es orgullo y la justicia justicia. + +Por eso escribo la historia de mi infancia, porque sólo entonces me +encuentro original y sincero. El niño no se acerca a un general, ni a un +ministro, ni a un clérigo ni a un mendigo; se acerca siempre a un +hombre. En todas las figuras y con todos los disfraces vemos al hombre y +a él nos ligamos o lo repelemos. Como salimos frescos de las manos de +Dios sabemos que todos somos imágenes de El y que no son los zapatos y +el sombrero lo que nos aproxima más al original. + +Los niños creen absolutamente en la bondad del Universo. Viniendo de lo +Infinito no pueden concebir la maldad más que como locura. Creen en la +salud moral, creen en la simpatía desinteresada y en la fidelidad. +Cuando un sujeto guapo que frecuenta su casa les besa cariñosamente y +les trae golosinas, no se les pasa por la mente que aquel sujeto hace +sólo esto por conquistar a su mamá. + +El amor es confiado. Por eso de niños no nos cansamos jamás de creer y +confiar. Porque en nuestra alma se halla entonces presente la paz +indescriptible, la justicia ilimitada, la bondad infinita del Señor. Se +necesita que el mundo nos arranque cruelmente la fe y con ella pedazos +del corazón para que desconfiemos de los que nos rodean. En mi casa hay +unas niñas que cuando van al colegio le piden todos los días a su mamá +que envíe a buscarlas media hora antes de la salida reglamentaria. La +madre se lo promete y jamás lo cumple; pero ellas se marchan tranquilas +confiando en su palabra, y al día siguiente lo mismo. ¡Es hermoso! En +cambio a nosotros, los viejos, un ministro nos jura por Dios y todos los +santos, por su padre y por su madre que acepta la cartera para trabajar +por el bien del país, sin pensar en lucrarse... y no le creemos. ¡Es +horrible! + +Esta confianza inquebrantable en la bondad del Universo es lo que nos +hace felices en la infancia. La mía ha sido particularmente dichosa por +una disposición de circunstancias que el lector apreciará si se digna +pasar la vista por las siguientes páginas. + +Mi infancia y mi adolescencia se pasaron en dos medios bien diferentes, +en las ásperas montañas de la más abrupta provincia española y en las +riberas del mar. Esta ventaja de alternar la vida campesina con la +marítima es inapreciable porque da variedad a la vida y desarrolla en +nosotros pensamientos y aptitudes diversas. Sabido es que nada refresca +tanto el cuerpo y el espíritu como el cambio de ambiente y de +costumbres. Además fuí educado con una libertad que pocos niños han +disfrutado en la clase a que yo pertenezco. Nadie me ha obligado jamás a +estudiar. Yo lo he hecho siempre cuando quería y como quería. Mi padre +era un escéptico irreductible en lo referente a educación; se +encolerizaba cada vez que oía decir que la educación puede mudar poco o +mucho nuestra naturaleza. Tal vez arrastrado por su tendencia a la +paradoja, fuese demasiado lejos en este punto. + +Después que salíamos de la escuela he discurrido siempre a mi antojo por +la villa o por el campo en compañía de otros niños hasta que sonaba el +_Angelus_ en la iglesia, en cuyo instante estábamos obligados a +restituirnos a casa sin pérdida de tiempo. Nada de ayas o vigilantes, +nada de colegios particulares y aristocráticos que no he pisado jamás. +He ido siempre a la escuela pública y más tarde al Instituto. No maldigo +de colegios y academias que no conozco; pero opino que es mejor para un +niño beberse el aire de la calle y recibir algunos sopapos de los hijos +de los carniceros. Acaso por esto en las pequeñas poblaciones no existe +ese odio irreconciliable entre burgueses y proletarios que observamos en +las grandes ciudades. + +Laviana con sus ingentes montañas; Avilés con sus vergeles, con la +belleza y alegría de sus mujeres incomparables, con sus habitantes +selectos, apasionados del Arte; Oviedo, ciudad rebosante de ingenio y +cultura fueron los dorados pórticos donde corrió mi infancia. El cielo +me concedió una madre solícita y tierna, un padre sensible, noble, +ilustrado, parientes afectuosos, amigos de extraordinario despejo que +fueron más tarde honor de nuestra nación. En verdad que no debo quejarme +de mi hado. Hay sujetos que pasan su vida lamentándose de cuanto les +rodea, de su patria, de su familia, de sus amigos, de su profesión y +hasta del siglo que les vió nacer, del tiempo y del espacio. El hombre +es un ser que quisiera siempre estar en _otra parte_. Yo no he aspirado +a moverme de la mía. Padres, deudos, vecinos, amigos, compañeros han +sido genios propicios para mí. He hallado en mi camino hermosas almas a +las cuales soy deudor del corto talento que he podido desplegar en este +mundo. Mis días se han deslizado dulces, serenos, perfumados por el amor +y la amistad, turbados solamente por la huída de seres muy queridos a +otra región más alta. Ignoro lo que la suerte me reserva. Aunque me +resta corta vida, para el dolor puede ser muy larga. Pero si Dios me +invitase a repetir la que hasta ahora he llevado, no vacilaría en +aceptar el convite. + + + + +I + +ADÁN EN EL PARAÍSO + + +Habíamos llegado a Entralgo la noche anterior; un día entero caminando +en diligencia hasta entrar en Sama de Langreo. Allí nos esperaba nuestro +mayordomo Cayetano con los caballos necesarios. Montó mi padre en un +caballo blanco, izaron a mi madre sobre otro negro provisto de jámugas, +acomodaron a las criadas sobre pacíficos asnos y a mí me puso Cayetano +delante de sí en su propio caballo _Gallardo_, más brioso que _Bucéfalo_ +y más juicioso que _Rocinante_. Nos servía de espolique José Mateo. + +Seguimos la orilla del río y cuando llegamos a Entralgo era ya noche. Yo +estaba medio dormido. Sólo me di cuenta de que había unas montañas muy +altas, muchos árboles, un río, una gran casa con balcones de madera y +delante de ella unos cuantos aldeanos y aldeanas que nos acogieron con +alegría. Dos de ellos llevaban sendos candiles en las manos, con los +cuales nos alumbraban mientras nos apeábamos. Recuerdo que una mujer +vieja y gorda, mejor vestida que las otras, me tomó de los brazos de +Cayetano en los suyos y me besó con efusión diciendo en voz alta que +parecía un clavel. Era Manola la noble esposa de Cayetano. Después +manifestó en voz más alta aún, que parecía un botón de rosa y recuerdo +que estos símiles me gustaron mucho y me hicieron formar buena idea de +las facultades discursivas de esta señora. + +Mi padre dijo: + +--Acostad a ese niño inmediatamente. + +Mi madre respondió: + +--Le daremos antes de cenar. + +Mi padre replicó: + +--No es necesario. Ha comido muchas golosinas. + +Y no recuerdo más. Cuando a la mañana siguiente abrí los ojos estaba en +el Paraíso terrenal. + +Por los cristales de mi balcón se veía el sol nadando ya por el cielo +azul. Frente a mí se alzaba una alta, hermosa montaña cuya crestería +semejaba la de un castillo fantástico. Sobre esta montaña venían a +posarse algunas nubecillas arreboladas que el viento empujaba +suavemente. El balcón abría sobre un corredor guarnecido de una +magnífica parra cuyos pámpanos caían como espléndido cortinaje, +ocultándome a medias el paisaje. + +En aquel mismo cuarto hacía seis años, el de gracia de 1853, había yo +visto por vez primera la luz del día. + +Mi padre me contó más tarde las circunstancias de mi nacimiento. Mi +madre se hallaba en manos de la partera, de Manola y de otras tres o +cuatro mujerucas expertas. Mientras tanto él, agitado y temeroso paseaba +por el salón de la casa en compañía del notario don Salvador, del +abogado Juncos y del señor cura de Lorio. A estos personajes fuí +presentado inmediatamente después de nacer con las solemnidades de +rúbrica. No hacía memoria mi padre de lo que había dicho en esta grave +ocasión don Salvador el notario, ni el señor cura de Lorio, pero sí +recordaba perfectamente que el abogado Juncos, mirándome fijamente y +extendiendo su mano sobre mi cabeza, profirió con acento severo estas +memorables palabras: + +--¡Dios le deje llegar al solio pontificio! + +El lector tendrá ya noticia seguramente de que los deseos proféticos del +abogado Juncos no se han verificado. Me consta que mientras vivió nunca +pudo consolarse de esta amarga decepción que le hizo experimentar el +Sacro Conclave Romano. + +Poco después de nacer yo se trasladó mi familia a Avilés, la villa +marítima que todo el mundo conoce. Y mis padres tuvieron el mal gusto de +pasar seis años sin poner los pies en Entralgo, lugar de celestiales +delicias enclavado en la montaña. + +Osadamente me vestí sin llamar a la _chacha_ y mi audacia llegó al punto +de deslizarme por la casa sin conocerla. Encontré una escalera, bajé por +ella y salí al campo. ¡Oh qué hermosa huerta se extendía delante de mí +toda llena de ciruelas, cerezas y otros frutos deliciosos! Apenas di +unos cuantos pasos tropecé con José Mateo, aquel criado moreno, fornido, +de cabellos rizados que nos había servido de espolique la tarde +anterior. + +--José Mateo, alcánzame una ciruela. + +José Mateo obedeció inmediatamente. Después vi un cerezo cubierto de +cerezas y ordené con el mismo imperio: + +--José Mateo, alcánzame cerezas. + +Y con igual sumisión José Mateo se encaramó en el árbol y me entregó una +rama cuajada de ellas. + +--¿Dónde vas?--le pregunté. + +José Mateo me enteró de que iba en aquel momento a ordeñar las vacas y +me preguntó si quería hacerle el honor de acompañarle. Se lo otorgué +generosamente. Fuimos al establo y delante de él había unos cuantos +hombres y mujeres arrancando patatas, que me acogieron con júbilo y me +vitorearon como a un emperador. Yo apenas correspondí a esta calurosa +ovación porque tenía prisa de hallarme frente a las vacas. Había cinco o +seis: la _Salia_, la _Cereza_, la _Garbosa_, la _Morueca_, etc. Las +contemplé con respeto y simpatía, pero mis ojos y mis sentidos todos se +dirigieron inmediatamente a los terneros que se hallaban amarrados lejos +de sus madres a un pesebre mucho más bajo. Acometido súbito de fervoroso +amor me precipité hacia ellos para abrazarlos y besarlos. Me acogieron +con notoria ingratitud, brincando y retorciéndose para esquivar mis +caricias. + +--José Mateo, móntame sobre una vaca. + +José Mateo me montó sobre una vaca y me sostuvo todo el tiempo que yo +quise. Después tomó su colodra y se puso a ordeñar. Los que arrancaban +las patatas vinieron un momento a reposarse y siguieron tributándome los +mismos homenajes. Pero yo estaba atentísimo a la operación que +realizaba José Mateo. Sin saber cómo, en mi mente nació un pensamiento +ambicioso, el de ordeñar yo también a uno de los terneros. En cuanto +signifiqué la proposición obtuvo un éxito inesperado. No sólo José Mateo +sino todos los que allí había lo mismo hombres que mujeres la aprobaron +fuertemente y manifestaron del modo más ostensible su satisfacción. José +Mateo buscó un zapito más chico y me lo entregó. Acto continuo me puse a +la obra... + +¿Por qué ríen aquellos mastuerzos? ¿Por qué ríen tanto? Reían hasta +desternillarse, apretándose las costillas como si fuesen a estallar. +Pero el ternero, brincaba, coceaba, se retorcía: y por más que yo, +diligente y enardecido por los gritos de entusiasmo que los arrancadores +de patatas lanzaban al aire, no cejaba en mi tarea, nunca pude extraer +de él una gota de leche. Para resarcirme de esta dolorosa decepción José +Mateo me ofreció un zapito rebosante de ella. Bebí hasta que me harté +con viva satisfacción del concurso, el cual prorrumpió en gritos de +entusiasmo al verme con las narices teñidas. + +En cuanto salimos del establo lo primero que encontramos ¡oh dicha! fué +un asno. + +--José Mateo, móntame sobre ese burro. + +José Mateo obedeció y todos los demás le ayudaron a izarme y me pasearon +largo rato por mis dominios hasta que me llamaron a tomar el chocolate. +Y apenas tomado, subí de nuevo al cielo, esto es, monté en el asno y +seguí paseándome, sirviéndome de palafreneros una muchedumbre de hombres +y mujeres, por aquellos parajes encantados donde todo era placer, dicha +y amor. + +Cuando llegó la hora de comer Manola y su digno esposo Cayetano, que +ocupaban los bajos de nuestra casa, me invitaron a su mesa. ¡Oh! esta +mesa era el artefacto más ingenioso y admirable que jamás se haya visto. +Nos sentábamos en un gran escaño de madera ennegrecida delante del lar; +se soltaban unas clavijas y de pronto bajaba una gran tabla a colocarse +delante de nosotros. A pesar de mis canas todavía no puedo recordar esta +mesa sin que mi corazón salte de alegría. + +Mientras comíamos, una gata maravillosa vino a ponerse sobre el hombro +de Cayetano y a comer las sobras de su plato. Mi sueño en aquel momento +sería que se montase también sobre mi hombro y comiese conmigo. Pues +bien, este sueño ambicioso se realizó antes de llegar al final de la +comida. La _Micona_, aquella gata majestuosa, madre de tres generaciones +de gatos guerreros, me hizo el honor de subirse a mi espalda y meter el +hocico en mi plato. Yo permanecí tan confuso y agradecido que me +apresuré a darle todo lo que había en él y si no hubiera sido por Manola +me quedo con hambre. + +Después salgo al campo otra vez, y mis pies recorren los deliciosos +senderos de la aldea, los bosques de avellanos, las calles estrechas +entre setos de zarzamora y madreselva. Un sentimiento de inmortal +felicidad invadía mi espíritu, lo tenía suspenso y extasiado. El aire +embalsamado penetraba en mis pulmones embriagándome, los pájaros +gorjeaban sobre mi cabeza bendiciones, las hojas de los árboles +susurraban a mi oído promesas de dicha. De pronto en una de las +revueltas del sendero, tropiezo con una gran cerda que llevaba en pos de +sí ocho o diez cerditos. Jamás he visto una aparición más celestial. +Aquellos animalitos bulliciosos, sonrosados, cautivaron inmediatamente +mi corazón. + +Y como yo estaba persuadido de que me hallaba en el Paraíso y que todas +las criaturas de Dios debían obedecerme y acatarme, en cuanto vi a un +paisano cerca le ordené que me diera uno de aquellos cerditos. Sin +pérdida de tiempo me lo entregó y yo le besé con transporte en el +hocico. Pero aquel animalito no debía estar acostumbrado a esta clase de +expansiones amorosas porque la tomó como una ofensa, se puso a chillar y +a forcejear hasta que logró desasirse y escapar con sus hermanos. + +Un poco más lejos vi algunos carneros pastando, y el pastor, que era un +chico de catorce o quince años, me invitó a que me sentara a su lado. Me +trató igualmente como a rey y señor, me regaló una flauta con la cual +distraía sus ocios y los de los carneros, me enseñó a hacer jaulas de +mimbre para los grillos, me adiestró en la caza de éstos, revelándome +algunos procedimientos de su invención y por último me hizo saber que +aquellos carneros me pertenecían y estaban a mis órdenes. Por lo tanto +no tenía más que pedir a mi papá que me hiciese construir un carrito de +madera y él se encargaba de enganchar los dos más fuertes y domarlos +hasta que pudiera pasearme por todo el concejo y llegar a Sama si fuera +necesario. Yo pensé que me volvía loco de alegría. Me fuí a casa y +haciendo irrupción en el despacho donde se hallaba mi padre con algunos +señores, le signifiqué a boca de jarro mi pretensión. Todos aquellos +señores la encontraron muy razonable y la apoyaron con todas sus +fuerzas, de modo que mi padre dió inmediatamente las órdenes oportunas +para que se construyese el carro. + +Pero ¿qué es lo que veo? Un perrito negro con un redondo lunar blanco en +la frente, que empieza a brincar en torno mío solicitando mi valiosa +protección. Me apoderé de él, le tomé en mis brazos y nuestra amistad +quedó sellada. Este perrito era una perrita, se llamaba _Peseta_ a causa +de la forma y tamaño del lunar, que semejaba la moneda de este nombre y +pertenecía al médico don Nicolás, uno de los señores presentes. Como es +lógico le pedí en seguida que me la regalase, y como es lógico también, +me respondió que desde aquel momento era mía. + +Salí con ella en los brazos y la paseé triunfante por la aldea +mostrándola con orgullo a todo el vecindario. El respeto a la verdad me +obliga a confesar que durante las dos o tres horas que la llevé sobre mi +pecho, aquella linda perrita me dió pruebas inequívocas del más fino +amor. Me decía cosas tiernas al oído y me lamía la cara, acaso más a +menudo que lo que hubiera aconsejado la decencia. ¿Por qué, pues, +aprovechando un descuido mío, saltó al suelo y emprendió una carrera +vertiginosa sin escuchar mis anhelantes llamamientos? Nunca he podido +comprenderlo. El corazón femenino es un abismo de contradicciones y +misterios. + +Cuando venía hacia casa mohino y entristecido, tropecé con don Marcos, +aquel famoso capellán que había perdido su fortuna en francachelas y +sobre el tapete verde. + +--¡Don Marcos--le dije con acento dolorido--se me escapó la _Peseta_! + +--¡Ay, hijo mío, cuántas se me habrán escapado a mí!--me respondió +sonriendo. + +Yo no entendí el equívoco y creí de buena fe que había tenido muchas +perritas y se le habían escapado. Y le compadecí sinceramente. + +Pero cuando llegué a casa el _Muley_, el obeso perro de caza de +Cayetano, vino a mí y me consoló de la traición de aquella pérfida. ¡Qué +honradote era aquel _Muley_! ¡qué gracioso! ¡Qué buen carácter tenía! +Aunque me montase sobre él, aunque le tirase de las orejas y del rabo +jamás le he visto enfadado. Lo único que hacía era sustraerme +bonitamente el pan de la merienda. Pero lo ejecutaba con tal gracia y +destreza que se lo perdonaba de todo corazón. Aquella tarde me hizo +feliz y se tragó tres buenos cachos de pan y un gran pedazo de queso. + +Por la noche, después de cenar me recosté en el gran sofá del comedor, +cerca de mi madre, que ocupaba el otro extremo. Más de una docena de +mujerucas de la aldea vinieron a hacernos la tertulia. Como no había +sillas bastantes, muchas de ellas se acomodaron en el suelo. Mi padre en +un ángulo de la estancia fumaba un cigarro puro y charlaba con el señor +cura, el notario don Salvador, el abogado Juncos y Cayetano. Las +mujerucas hilaban y mi madre hilaba también sirviéndose de una preciosa +rueca con incrustaciones de marfil que le había regalado mi abuelo. Sus +dedos de hada torcían el hilo tan fino que las mujerucas no se hartaban +de admirarla. De vez en cuando posaba en mí sus grandes, hermosos ojos +negros, y sonreía dulcemente. + +Los míos se entornaban ya a mi despecho para dormir. Sentía perder de +vista por algunas horas el paraíso en que la Providencia me había +colocado. A mis oídos llegaba, sin embargo, la conversación que sostenía +mi padre con aquellos señores. Se hablaba de unas cosas espantosas, del +robo que se había cometido hacía pocos días en casa del señor cura de +Pelúgano, de la ferocidad de los ladrones, de los tormentos que habían +infligido al buen sacerdote y a su ama de gobierno para hacerles +declarar dónde estaba escondido el dinero. Pero todo aquello no era más +que una horrible pesadilla. Yo estaba en el Paraíso, me hallaba +absolutamente convencido de ello, y ansiaba despertarme para gozar +nuevamente de sus alegrías inmortales. + + + + +II + +UNA SUERTE ORIGINAL DEL TOREO + + +Después de tan larga ausencia mi padre tenía muchos asuntos que arreglar +en Laviana. Permaneceríamos, pues, allí no sólo el verano sino el otoño, +acaso también el invierno; en fin, una eternidad. Yo me dispuse a pasar +la eternidad como la pasan los ángeles, suponiendo que los ángeles no +tengan colegio. Mi padre me había anunciado que todos los días +aprendería mis lecciones de gramática y de historia sagrada y escribiría +mi plana; pero yo conocía a mi padre perfectamente aunque no le hubiese +engendrado y la eficacia de sus preceptos cuando éstos tendían a +molestarme. + +Me puse, pues, tranquilamente en los primeros días a recorrer el Paraíso +terrenal y a reconocer sus parajes más deleitosos empezando por nuestra +morada. Era un gran caserón hecho a retazos por sucesivas generaciones. +Para pasar de una habitación a otra había que subir o bajar casi siempre +un escalón y esta circunstancia me impresionó muy agradablemente en su +favor, no sé por qué. Quizá, sin darme cuenta de ello, previese que +aquel constante subir y bajar iba a influir beneficiosamente en el +desarrollo de mis piernas. Sin embargo, lo primero que desarrollé fué la +cabeza, pues di unas cuantas caídas que levantaron otros tantos +chichones en ella. + +Había una gran sala en la parte trasera, que llamaban la _sala nueva_ +aunque era terriblemente vieja y a entrambos lados de la casa dos +amplios corredores de rejas guarnecidas con sendas parras. Los muebles +eran feos y toscos: sobre todo un reloj de pesas tenía tan espantosa +catadura, que no podía mirarlo sin sentirme inquieto, y cuando iba a dar +la hora comenzaba a producir unos ruidos extraños y odiosos que me +asustaban. + +La cama en que yo había nacido (esto lo supe después porque entonces no +dudaba de haber llegado de Madrid en la consabida cestita) era un +monumento de Semana Santa. Para subir a ella debía de existir una +escalera de mano, pero yo no la vi. Los sillones de la sala pertenecían +al tiempo de los cíclopes o por lo menos a la era pelásgica, pues ningún +hombre de este siglo podía sentarse en ellos por sus propias fuerzas. En +el sofá dormiríamos todos los de la casa sin molestarnos. Ciclópeas eran +también las mesas de roble, que no podían ser removidas sin que subiesen +los criados de la labranza a ayudar a las muchachas. + +Pero en medio de toda esta barbarie había un delicioso artefacto +modernista, un organillo no más antiguo de un siglo. Era más alto que yo +y su repertorio se componía de piezas de una ópera llamada _La +Caravana_, valses de la reina de Escocia, minués y gavotas. Así que +empuñé su manubrio y le hice sonar comprendí cuál era mi verdadera +vocación en este mundo. Yo había nacido para tocar el organillo. Fiel a +la voz del cielo estuve tocando cuarenta y ocho horas seguidas sin dejar +mi trabajo más que a las horas de comer y dormir. Ignoro por qué lo +abandoné pues nadie se empeñó en torcer mi vocación, pero es lo cierto +que al cabo, por mi propia voluntad, fuí dejando claros cada vez mayores +en mi tarea. + +En uno de estos intervalos se me ocurrió subir al desván. Era enorme, +obscuro, lleno de polvo y de telas de araña. Imposible imaginar nada más +interesante. Sillas desvencijadas, cajones medio abiertos, residuos de +vajilla, libros encuadernados en pergamino, argadillos y otros +cachivaches de formas para mí desconocidas. En un rincón había unos +cuantos fusiles de chispa, que apenas tuve fuerzas para levantar; había +espadas también, y en un viejo arcón hallé cinco o seis casacas azules, +encarnadas, blancas con las cuales determiné disfrazarme tan pronto +como se presentase la ocasión. Estas casacas habían pertenecido a mi +abuelo que había muerto tres o cuatro meses antes de venir yo al mundo. +Fué militar y se retiró joven a sus tierras. Siendo cadete y contando +sólo diez y seis años había hecho la guerra a la república francesa +cuando nuestra nación se la declaró después de la ejecución de Luis XVI. +Fué hecho prisionero y relataba, según me transmitía mi padre, que al +entrar en Burdeos con otros prisioneros y antes de ser conducido a la +prisión había visto cortar nueve cabezas en la guillotina. Una vez en la +cárcel, que era una especie de viejo almacén, trató de sobornar a varios +centinelas mostrándoles una onza de oro que había conservado. Todos le +rechazaron indignados y alguno le golpeó con la culata del fusil. Por +fin uno de los mozos que diariamente venían a traerles una cabeza de +carnero a cada uno y hacer la limpieza se ablandó, le cedió su +sombrerete y en mangas de camisa y con un cubo en cada mano logró burlar +la guardia y fugarse. Después de muchas y peligrosas peripecias entró al +cabo en España y pudo incorporarse de nuevo al ejército. Estaba de Dios +que mi abuelo, a quien me pintaban como un hombre extremadamente +aficionado a la vida de aldea, como un propietario ordenado y ahorrador, +había de morir como un militar, pues falleció a consecuencia de la caída +de un caballo. + +Delante de la casa había dos grandes hórreos[1] que servían para +depósito del trigo; porque en aquella época las rentas se pagaban en +especie. Aquellos hórreos eran deleitosos como todo lo demás. Debajo de +ellos nos cobijábamos cuando llovía y allí se bailaba, se jugaba y nos +podíamos divertir de todas maneras sin temor de la intemperie. Detrás se +extendía la pomarada. Un poco más lejos, y encima de ella se veía la +iglesia y la casa rectoral. Entralgo se halla situado en el ángulo que +forma el Nalón, río mayor de Asturias, con un pequeño afluente llamado +río de Villoria. No le bañan, pues, más que dos ríos y en este respecto +hay que reconocer que es inferior al Paraíso de nuestros primeros +padres, el cual estaba regado por cuatro. En cambio en éste, al decir de +mi profesor de griego en Madrid don Lázaro Bardón, que había estado allí +con una comisión del ministerio de Fomento, soplaba ordinariamente un +viento muy fastidioso. Nada de eso acaecía en Entralgo. Una temperatura +deliciosa entre veinte y veinticinco grados, rodeado de altas montañas, +que lo guardan de los huracanes, sentado sobre el césped, guarnecido por +bosques de castaños y avellanos, envuelto entre manzanos, nogales, +cerezos y otros árboles de fruta. Mucha humedad y mucho lodo durante el +invierno, es cierto; pero nosotros no estábamos obligados a pasar allí +el invierno, mientras Adán y Eva no podían salir de su jardín. En cuanto +a la variedad de frutas claro está que no es posible la comparación +porque en el Paraíso de nuestros primeros padres las había todas, pero +si me dicen que las manzanas y las cerezas que Adán tenía a su +disposición eran mejor que las que yo comía, me autorizo el dudarlo. + +El río Nalón distaría de nuestra casa unos quinientos pasos y ciento el +de Villoria. En la margen de éste se halla la célebre _Bolera_ o campo +de recreo donde los vecinos se entregan a sus juegos favoritos el de +bolos y el de la barra los domingos y días festivos. Allí fué donde +Jacinto de Fresnedo venció en buena lid un día del Carmen tirando la +barra a todos los mozos del valle de Langreo[2]. + +Sobre este río de Villoria hay un pontón de madera y se pasa al camino +de la Fuente por la derecha, y al de los Molinos y Cerezangos a la +izquierda. Cerezangos era un vasto prado en declive y con no pocos altos +y bajos que mi padre convirtió más tarde en pomarada. En aquella época +estaba dedicado a pradera, cerrado como casi todas las fincas de la +región por una paredilla cubierta de zarzamora y guarnecida toda su +extensión por avellanos, que salen de la tierra en forma de +canastillos. Contemplando el valle de Laviana desde lo alto de +cualquiera de sus montañas, se ven todos los prados como claras +esmeraldas cercadas por otras más obscuras. + +Una de aquellas tardes me aventuré a pasar el pontón, y encaminando mis +pasos por el sendero de los Molinos llegué hasta Cerezangos. La portilla +de rejas estaba cerrada con candado, pero a un lado había una saltadera +bastante cómoda que me invitaba a entrar. Y en efecto entré y espacié mi +vista con deleite por todo el ámbito de la pradera, matizada de blancas +florecillas. Me sentía dichoso y cada vez más contento de haber nacido. +Lentamente, como quien paladea con glotonería su felicidad, fuí +avanzando por la finca con el oído atento al canto de los pájaros, pero +más aún al de los grillos que en aquel momento me parecían excesivamente +interesantes. Allá en el centro pastaba tranquilo y solitario un +carnero. Aquel carnero me trajo a la memoria el carro que mi padre me +había prometido, y mi felicidad, aunque parezca imposible, aumentó +todavía más. ¡Quién había de pensar!... + +Poco a poco me fuí aproximando al sitio donde pastaba el carnero. Este +levantó dos o tres veces la cabeza para mirarme y volvió a bajarla. +Avancé un poco más y entonces el carnero quedó inmóvil contemplándome +con dulce mirada. Luego él también comenzó a avanzar lentamente hacia mí +como si quisiera darme la bienvenida. ¡Oh amable carnero! Me acometieron +deseos de besarle. + +¿Qué es esto, cielos? Cuando se hallaba a cinco o seis pasos de mí, toma +carrera, baja la cabeza y me embiste fieramente tumbándome en el suelo. + +¡Madre mía! ¡qué susto! ¡qué gritos! Traté de levantarme rápidamente, +pero así que me pongo en pie el carnero vuelve a embestirme y me tumba +de nuevo. Otra vez me levanto y otra vez me embiste y me tumba. Repito +la suerte otras tres o cuatro veces y otras tantas fuí derribado. + +En conciencia debo declarar que el animal no me hacía mucho daño, no sé +si porque el golpe era flojo o porque antes de que llegase su testa a +mi vientre ya me había yo dejado caer al suelo. De todos modos comprendí +al cabo con terror que eran inútiles todos mis esfuerzos para mantenerme +en la posición normal de un bípedo. Lo que hice entonces fué llorar como +una fuente y gritar como un energúmeno llamando a mi padre, a mi madre, +a Manola y a todos los criados uno por uno. Nadie acudió en mi auxilio. +¡Qué horrible decepción! Yo había imaginado que Dios había puesto a mi +servicio todos los animales de la creación, y ahora, repentinamente y +sin motivo aparente, uno de ellos se rebelaba, ¡qué digo rebelarse! me +atacaba, me tenía hecho prisionero, y ¡quién sabe lo que haría más tarde +de mí! + +La muerte se me presentó bajo su aspecto más espantoso. Tumbado boca +arriba y mirando al cielo gritaba hasta ponerme ronco, repitiendo los +nombres de todas aquellas personas que me parecían bastante poderosas +para luchar con mi enemigo. Hasta llamé a _Muley_, el perro de Cayetano, +que por supuesto tampoco pareció por allí. + +El carnero no hacía caso de mí o por lo menos aparentaba no hacerlo. +Tanto que al cabo de un rato me aventuré a incorporarme; pero entonces +levantó la cabeza, me miró fijamente y yo, aterrado, me dejé caer +nuevamente sobre el césped. Sólo la Virgen podía salvarme de aquella +angustiosa situación, y se lo pedí, repitiendo las oraciones que me +había enseñado mi madre. + +Y en efecto, la Virgen vino en mi auxilio sugiriéndome una idea +salvadora. Puesto que el carnero no hacía caso de mí mientras me hallaba +tumbado y sólo se irritaba cuando me veía en pie, tal vez caminando a +rastras lograría evitar su furor. Me arrastré, pues, cautelosamente y +avancé un metro poco más o menos. Miré hacia atrás; el carnero seguía +pastando sin advertir nada. Avanzo otro metro; tampoco. Sigo +deslizándome como una serpiente sobre el césped, mirando a cada instante +a mi enemigo y éste permite que me aleje sin notarlo siquiera. + +¿Sería una traición? ¿Me dejaría concebir esperanzas para caer de +improviso sobre mí? Eso pensé con espanto, cuando hallándome ya lo +menos a treinta pasos de él levantó la cabeza y me miró con fijeza. +Quedé yerto. Mi corazón parecía que se salía del pecho. Y sin embargo, +repito, que aquella mirada era más bien dulce que iracunda. En el curso +de mi existencia otra gente me ha mirado de un modo más agresivo sin +embestirme. + +Quedé inmóvil y pegado al suelo haciendo el muerto, o por mejor decir +estándolo casi de miedo. El carnero bajó al cabo la cabeza y siguió +pastando y desde entonces no volvió a mirarme. Yo seguí avanzando hacia +la saltadera con la misma prudencia, ensanchando y contrayendo +alternativamente los anillos musculares de mi cuerpo como un consumado +anélido. + +Por fin me encuentro a tres pasos de la saltadera. Miro hacia atrás. El +carnero está lejos, muy lejos y pasta tranquilo e indiferente la menuda +yerba. Entonces me levanto vivamente y en menos tiempo que se dice monto +la saltadera y me tiro al camino y corro como un gamo hasta llegar a +casa jadeante y sudoroso. + +Cualquiera pensará que llegué presa de la mayor desolación y amargura. +Nada de eso. Mi estado de ánimo era felicísimo: rebosaba de orgullo y de +entusiasmo por mí mismo, pensando en la burla que había hecho al +carnero. + +Así es como las satisfacciones de la vanidad esparcen casi siempre un +bálsamo refrigerante sobre nuestras heridas. + + + + +III + +IMPRESIONES DEL ESTÍO + + +Aquel verano envió Dios a la tierra el más verde follaje, las brisas más +perfumadas, las aguas más cristalinas y las cerezas más encarnadas de su +infinito repertorio. En el cielo también mostró su buena voluntad +haciendo nadar en él un sol refulgente seguido de alegre escolta de +nubecillas irisadas. Y en nuestra propia casa de Entralgo se ingenió +para que mi padre olvidase la mayor parte de los días el darme lección y +para que _Muley_, el perro de Cayetano, fuese cada vez más amable y +tolerante conmigo. + +Los animales seguían siendo mi dicha a pesar de la amarga decepción que +acabo de relatar. La fauna me interesaba muchísimo más que la flora y +como esto se sabía en el pueblo los chicos me traían con frecuencia +mirlos de cría, jilgueritos, pinzones, calandrias, etc., etc. Yo los +criaba a la mano, les abría el pico y les introducía cuanto alimento +podía hallar en la cocina. A pesar de eso ¡caso extraño! todos se morían +bien pronto: apenas pasó ninguno de las cuarenta y ocho horas. Esto +hacía montar en cólera a mi padre y me increpaba duramente, no sé por +qué, pues yo los cuidaba con el esmero y la diligencia que puede emplear +una madre con sus hijos. Si se morían, sin duda era por mala voluntad, +pues no es creíble que en edad tan tierna estuviesen ya fatigados de la +vida. + +Los terneros continuaban mereciendo mi aprobación aunque yo no merecía +la suya, pues en cuanto me acercaba y les ponía la mano encima +comenzaban a brincar y forcejear como desesperados y tiraban de la +cadena que los tenía sujetos al pesebre como si quisieran ahorcarse con +el collar. La madre allá en el fondo del establo volvía la cabeza y +dejaba escapar un sordo mugido de reprobación. + +José Mateo era siempre mi esclavo. Cuanto yo necesitaba o me placía en +el reino vegetal o animal estaba seguro de obtenerlo inmediatamente por +la intercesión de aquel hombre cuyo poder no reconocía límites. Trepaba +a los árboles, penetraba en las cuevas, se bañaba en el río sin reparo +alguno por proporcionarme el más pequeño placer. Cuando iba a efectuar +cualquier trabajo, como segar heno fresco para el ganado o helecho para +mullir el establo, me llevaba sobre sus robustos hombros, me sentaba +después sobre el césped y mientras trabajaba me iba instruyendo acerca +de las delicadas operaciones que exige el cultivo de la tierra y de la +vida y costumbres de los animales que poseíamos en la casa. Me decía que +el heno fresco se corta mejor a la madrugada porque está más blando: al +mediodía la guadaña encuentra mayor resistencia. En cambio el helecho +como se corta con la hoz vale más segarlo en las horas de calor en que +está más recio. Me enseñaba el modo de atar la carga con la gran soga de +cerda y me permitía ayudarle en esta importante operación montando sobre +el montón de heno o helecho para prensarlo. + +José Mateo era el hombre de las praderas. Para él no existía en el mundo +ni riqueza más apetecible, ni espectáculo más divertido, ni cosa más +digna de veneración que un buen prado de regadío. No le cabía en la +cabeza que se pudiera llamar rico a un hombre que no poseyese alguno. +Por eso mi padre, que poseía muchos, era un ser excepcional a sus ojos y +cuando yo le decía que había señores mucho más ricos que él sacudía la +cabeza dudando de mi aserto. Había estado una sola vez en Avilés y mi +padre, queriendo proporcionarle una sorpresa, le llevó por caminos +escondidos hasta el borde de la mar. Al hallarse repentinamente frente a +ella y ver la inmensa llanura de agua, abrió mucho los ojos y dándose +una palmada en la frente exclamó: «¡Dios, qué prado!» + +No tardé en averiguar que la yerba larga y dura la comen perfectamente +los caballos, pero las vacas la rechazan. La yerba cortita, mezclada de +manzanilla y otras plantas olorosas hace la delicia de éstas que con +ella se cargan de leche dulce y sabrosa. En el establo teníamos cinco o +seis vacas que José Mateo, con profundo espíritu crítico, clasificaba en +dos grupos: las _lechares_; esto es, aquellas que daban mucha leche, y +las _mantequeras_, o sea las que dando menos leche rendían mayor +cantidad de manteca. Aprendí cómo se extrae ésta mazando la leche en una +vasija de barro a la cual se había hecho previamente un agujerito que se +tapaba con una espiga de madera. Por este agujerito se dejaba correr el +suero cuando la manteca comenzaba a sonar ya como una bola pastosa +dentro de la vasija. + +Los días claros, serenos, se deslizaban para mí de un modo delicioso +aprendiendo estas y otras cosas que me parecían infinitamente más +interesantes que la conjugación de los verbos intransitivos. En aquel +tiempo pensaba yo como un bárbaro, imaginando que escribir el verbo +haber sin _h_ no tenía trascendencia alguna para la vida. + +Una mañana hallé a José Mateo vestido con su chaqueta nueva y su montera +de los domingos. Estaba grave y un poco pálido y contra su costumbre no +me interpeló alegremente. Yo le pregunté: + +--¿Por qué te has puesto la chaqueta nueva? + +--Porque la _Salia_ se quedó escosa--me respondió muy serio. + +Yo no vi clara la relación de causalidad que existía entre la chaqueta +nueva de José Mateo y el que la _Salia_ se quedase escosa (sin leche). +Callé sin embargo y al cabo de un momento él mismo se encargó de +explicármela. + +--El amo me mandó ir a venderla al mercado. + +El amo era Cayetano; a mi padre le llamaba, «el señor». + +--¡Ah! ¿vas a la Pola? Yo voy contigo. + +En efecto, me dejaron ir a la Pola con él y estuve toda la tarde en el +mercado del ganado. Después de mucha, muchísima conversación y de +infinitos tanteos y reconocimientos, después de regatear una hora entera +por cosa de medio duro, al cabo se vendió la _Salia_. José Mateo, que +había estado locuaz todo el día volvió a quedar silencioso y taciturno +cuando vió partir al comprador con la vaca atada por los cuernos. Hacía +seis años que la ordeñaba, que la daba de comer, que la llevaba al río a +beber, que la uncía al carro. Metió rápidamente en la faltriquera, como +si le quemase los dedos, el dinero del precio, me tomó de la mano y +emprendimos de nuevo silenciosos y tristes el camino de Entralgo. ¡Ah, +vosotros los que en la Bolsa vendéis y cambiáis indiferentes esos +papeles que llamáis valores, cuán poco imagináis las emociones que +representa la venta y el cambio de los valores de la aldea! + +Los domingos eran días más felices aún para mí. Al despertarme escuchaba +el dulce tañido de las campanas. Si al terminar el repique sonaban +lentamente dos campanadas por ellas averiguaba que era el segundo toque. +Saltaba del lecho prontamente y me asomaba al corredor de la parra. +Enfrente de mí, y bien lejana, se alzaba la gran Peña-Mea cuya crestería +se recortaba en el azul del cielo. Los castañares que vestían las +colinas, la pomarada, todo el follaje en que estaba envuelta mi casa +brillaba a las primeras luces del sol matinal. Por delante comenzaban ya +a pasar en dirección a la iglesia los vecinos de Canzana vestidos con el +traje de fiesta, la tosca camisa blanquísima, el calzón corto de paño +con botones plateados, la chaqueta al hombro, enhiesta la picuda montera +de pana. Este Canzana es un pueblecito de nuestra parroquia asentado en +el repliegue de una colina encima de Entralgo. + +Cuando ya estaba todo preparado y sonaba el tercer toque nos poníamos en +marcha hacia la iglesia. Mi madre solía ir a caballo porque siempre +estaba delicada de salud y el camino, aunque corto, era áspero. A mí me +parecía encantador, pedregoso, sombreado de avellanos que formaban sobre +él un túnel prolongado. Al llegar a la iglesia el sexo masculino se +separaba del femenino tomando el primero por la izquierda y el segundo +por la derecha. Los hombres se quedaban unos instantes en el pórtico +hasta que daba comienzo la misa; las mujeres entraban directamente. + +Mi padre y yo íbamos a la sacristía, donde se hallaban ya los personajes +más caracterizados de la aldea. El cura era un viejecito, delgado, +suave, meloso que nos acogía siempre con extraordinaria deferencia. Con +todo el mundo era amable y tolerante menos con San Nicolás. Este santo +tenía un santuario en Campiellos, lugar no muy distante del nuestro, al +cual acudían los habitantes de Laviana y aun de otros concejos buscando +el remedio de sus enfermedades y miserias. Tanta fe habían despertado +sus curaciones milagrosas que los peregrinos aumentaban sin cesar y no +se hablaba de otra cosa por aquellos contornos. Esto molestaba +grandemente a nuestro párroco que veía abandonada por San Nicolás a +nuestra Virgen del Carmen, patrona de Entralgo, y de la cual era +devotísimo. No le faltaba razón a mi juicio, porque suponer que San +Nicolás había de conseguir de Dios más que la Virgen era insensato y +hasta impío. Por eso siempre que se presentaba la ocasión en los +sermones o pláticas que pronunciaba antes del ofertorio solía aludir con +cierta acritud al afán imprudente que se había apoderado de sus +feligreses por ir a visitar y hacer ofrendas al santuario citado. + +Un día nos dió a quemarropa la siguiente noticia de sensación: «Amados +hermanos míos: San Nicolás de Campiellos no está en Campiellos; allí no +está más que una imagen.» Pues a pesar de esta y otras expresivas +advertencias el vecindario persistió en favorecer a San Nicolás; porque +lo mismo en la aldea que en la ciudad, en el orden temporal como en el +espiritual la moda ejerce un imperio despótico. + +Era devotísimo nuestro cura, como he dicho, de la Virgen del Carmen y no +cesaba de exhortarnos para que nosotros lo fuésemos también. «Pidamos a +la Virgen--nos decía un domingo--, pidámosla sin cesar, pidámosla con +insistencia, porque aunque parezca alguna vez que no nos escucha seguro +es que al fin nos atenderá. La Virgen es como una madre a quien su hijo +pequeñito le dice:--¡Madre, dame pan, madre, dame pan! La madre no le +hace caso y el niño repite:--Madre, dame pan. La madre parece que no le +oye y el niño no cesa de repetir:--¡Madre, dame pan, madre, dame pan! Y +al fin la cariñosa madre concluye por darle pan y manteca.» + +Esto me parecía muy bien porque era apasionado del pan con manteca, +sobre todo si se la espolvoreaba con un poco de azúcar. + +Quizá al llegar aquí el lector sonría pensando en Bossuet. ¿Pero qué +íbamos a hacer nosotros con Bossuet? ¿Quién le había de entender allí? +Dejemos el águila de Meaux en su nido y no despreciemos demasiado a este +pobre gorrión, porque todos los pájaros grandes y pequeños son de Dios y +todos cumplen su destino sobre la tierra. + +La salida de misa era siempre alegre. Bajábamos por la calzada pedregosa +sombreada de avellanos, formando grupos, charlando y riendo. Mis padres +se quedaban en casa, pero yo con Cayetano y José Mateo continuaba hasta +la _Bolera_ donde se organizaba inmediatamente el juego de bolos. ¡Qué +asombro el mío al ver a aquellos hombres lanzar al aire una inmensa y +pesada bola de roble con más facilidad que yo lanzaba una pelota de +goma! Los vecinos de Canzana que entraban en el partido allí se estaban +hasta el obscurecer sin tomar alimento y sin dar señales por esto de +flaqueza. Hay uno, labrador bien acomodado, pero tan avaro que al +comenzar el juego se despoja de sus zapatos nuevos para no estropearlos +y los oculta detrás de un madero. Pero hay otro de Entralgo, cazurro y +bromista, que lo observa y disimuladamente va hacia el madero, se +despoja también de sus zapatos y calza los del avaro. Todo el día juega +con ellos puestos y es de ver la risa que se apodera de los +circunstantes enterados del trueque cuando el de Entralgo disputando +sobre algún tanto con el de Canzana da furiosos zapatazos en el suelo +para estropearle aún más el calzado. Son las farsas de la aldea, +groseras si se quiere, pero tan divertidas como las de la ciudad. + +En las tardes de calor íbamos a bañarnos mi padre, Cayetano y yo, al +pozo llamado de la _Cuanya_, un remanso de río cerca de una peña, +sombreado por un inmenso nogal. El placer más grande de estos baños era +ver a Cayetano zambullirse, permanecer dentro del agua algunos instantes +y salir siempre con una trucha en la mano. Habilísimo para buscarlas +debajo de las piedras, en alguna ocasión le he visto salir con dos, una +en cada mano. Pero me hacía experimentar zozobras mortales. Cuando +tardaba en asomar la cabeza más de lo ordinario se me figuraba que se +había ahogado y mi corazón latía con violencia. El recuerdo de estos +momentos penosos me sugirió el cuento titulado _¡Solo!_ que figura en la +colección de mis obras. + +Un goce mayor aun era comer en casa de cualquier vecino. Recorría con +frecuencia las de los más señalados y si llegaba a la hora del mediodía, +me ofrecían siempre con franqueza y cordialidad su pobre comida. Casi +todos cultivaban en arriendo tierras de mi padre y profesaban a nuestra +familia un afecto que nunca se ha extinguido. Aceptaba lleno de +regocijo. ¡Cuán poco necesita el hombre para ser feliz! Yo lo era +comiendo un miserable pote en un plato de barro con cuchara de madera y +bebiendo después una escudilla de leche. Aquella humildad placía a mi +corazón en vez de resquemarlo porque aun no había llegado para mí la +hora del orgullo. + +Y no sólo compartía con gozo sus groseros alimentos sino también quería +tomar parte en sus faenas. Me llevaban a los prados, me llevaban a las +tierras y yo me esforzaba en prestarles ayuda y ellos aceptaban +sonrientes mis esfuerzos y los alentaban. Cuando al fin me +decían:--«¡Bien, muy bien! hoy has ganado la comida», quedaba tan gozoso +como pudo quedarlo el patriarca Jacob cuando su tío Laban le entregó la +bella Raquel después de los siete años de servicios. + +La más culminante faena del verano es la yerba. A ella dediqué, pues, +toda mi atención y sobre ella concentré mis esfuerzos para pagar a mis +convecinos el alimento con que me regalaban. Antes del amanecer la +cuadrilla de segadores se constituye en el prado que se ha de segar. Las +primeras horas de la mañana, por ser las más frescas del día, son las +mejor aprovechadas. Pero yo nunca logré que me despertasen temprano. Iba +cuando llevaban a los segadores la _parva_, esto es, el ligero desayuno +compuesto de queso, pan y aguardiente. Naturalmente en esta dura tarea +de cortar la yerba con guadaña yo no podía prestarles grandes servicios +porque cuantas veces intenté hacer uso de aquel instrumento otras tantas +clavé la punta en el suelo sin cortar una mala yerba. Pero cuando a las +horas del sol se trataba de _revolverla_, esto es, de extenderla para +que se secase, entonces entraba yo en funciones y con un palito u +horquilla que me daban me ponía a trabajar con el mayor ardor, sufriendo +pacientemente el del sol, que no era flojo. + +Si no llovía, al día siguiente la yerba estaba seca y se metía en el +pajar o tinada, como allí dicen. Era cosa de probar mis fuerzas. Las +probaba haciendo que me atasen una carga que me empeñaba fuese grande. +No podía con ella y en cuanto me la ponían sobre los hombros caía al +suelo abrumado. Trataban de aminorarla, pero yo no lo consentía y volvía +a obligarles a que me la echasen encima y otra vez daba conmigo en el +suelo. Así repetía la suerte hasta que avergonzado y confuso me +entregaba a la desesperación, llorando mi impotencia con amargas +lágrimas. + +Otras más amargas aun vertí aquel verano y no fué por cumplir con mi +deber sino por faltar a él. Había en uno de los corredores guarnecidos +de parras un nido de golondrina que me interesaba muchísimo. Los padres +iban y venían sin cesar cebando a sus pequeños y éstos comenzaban ya a +asomar sus piquitos fuera del nido. Largos ratos pasaba en contemplación +de aquella tierna escena de familia cuando un día se me ocurrió trabar +relación más íntima con ellos. Y para lograrlo no hallé otro medio más +adecuado que tomar una escoba, subirme sobre una silla y... + +Ya se puede inferir lo que sucedió. Nunca pude comprender qué motivo +determinante me impulsó a realizar aquella triste hazaña. Sólo puedo +explicármela por una tentación del pequeño demonio de la curiosidad que +existe en cada niño. + +El nido se hizo migajas en el suelo y aquí y allí esparcidos aparecieron +unos cuantos pajaritos desplumados, nada gratos de ver. Una criada que +estaba en la habitación oyó el ruido, se asomó al corredor y dió un +grito. Otra criada que estaba cerca acudió al oír el grito y dió otro +grito. Mi madre llegó en seguida y lanzó otro grito. Después Manola y lo +mismo Cayetano... en fin todo el mundo. Y por fin acudió mi padre que al +ver lo que pasaba se puso rojo como si fuera a sufrir un ataque de +apoplejía. + +Todos me increparon a la vez furiosamente y todos en la misma forma, +esto es, dirigiéndome idéntica pregunta: + +--¡Niño! ¿por qué has hecho eso? + +Yo debía de estar pálido como un muerto y guardaba silencio. + +--¡Niño! ¿por qué has hecho eso? + +El mismo silencio. + +En realidad, aunque quisiera, no podría satisfacer su pregunta. Desde +entonces he pensado que en el mundo se hacen muchas cosas malas sin +saber por qué se hacen. + +--¡Mirad, mirad la madre cómo contempla el destrozo!--exclamó Manola. + +La golondrina, en efecto, sin miedo alguno a la gente estaba posada +sobre la baranda del corredor casi tocando con nosotros y parecía la +imagen de la desesperación. + +Mi padre, que se ocupaba en recoger el nido, alzó su rostro hacia ella y +en sus ojos vi temblar dos lágrimas. + +No sé lo que entonces pasó por mí. Pensé que el corazón se me partía de +dolor y comencé a dar tan altos gritos que todos acudieron en mi auxilio +abandonando a los desvalidos pajarillos. + +Por fin aquella gran ruina mejoró de aspecto. Mi padre hizo traer un +cestito, lo rellenó con algodón en rama y colocó en él delicadamente a +los tiernos golondrinitos. Después Cayetano se subió en una escala, +clavó una escarpia en el techo del corredor y colgó de ella el cestito. +Nos ausentamos todos y pocos minutos después pudimos observar con +satisfacción que los padres volvían de nuevo a cebar a sus hijos. + + + + +IV + +LA INFANCIA ANTE LA MUERTE + + +Las personas sensibles y que aman mucho a los niños se esfuerzan en +alejar de ellos los espectáculos de muerte. Suponen que ésta ejerce +sobre su impresionable imaginación un efecto pernicioso y que esta +turbación prolonga sus desastrosos efectos y repercute al través de toda +su existencia. + +Me parece que están en un error. La muerte impresiona poco a los niños +porque no creen en ella. El niño en este respecto, como en otros varios, +semeja al animal. En la infancia vemos y pensamos que los otros mueren, +pero no se nos ocurre imaginar que a nosotros nos puede suceder otro +tanto. Gozamos plenamente de la inmortalidad de las fuerzas que animan a +la naturaleza, de la sublime embriaguez de la vida y las infalibilidades +infinitas que engendra su ilusión. + +Esta es mi experiencia personal a lo menos. Recuerdo que en Avilés he +visto veinticuatro hombres asfixiados que acababan de extraer del agua, +tendidos sobre el muelle, y este horrible espectáculo no dejó huella +maléfica alguna en mi existencia. Eran unos obreros que trabajaban en +las canteras abiertas del lado de allá de la ría para la canalización de +ésta. Cuando sonaba la hora de dejar el trabajo, algunas lanchas los +transportaban del lado de acá. Los desgraciados tenían tanta prisa de +llegar a sus casas, que se amontonaban peligrosamente en las +embarcaciones por no esperar un nuevo viaje. + +Al cabo sucedió lo que era de temer. Cierta tarde aciaga, una lancha +cargada con veinticuatro hombres zozobró cerca ya del muelle, por +haberse puesto repentinamente en pie uno de ellos. Muchos sabían nadar, +pero los que no sabían se colgaron de ellos con tal ansia que todos +quedaron paralizados. Los sacaron entrelazados como las cerezas. + +Pues bien, declaro que mi sentimiento a su vista en aquellos momentos no +fué de aflicción ni de terror, sino de curiosidad. Y tengo motivos para +suponer que los otros niños que conmigo presenciaban tan horrible +espectáculo, no se hallaban más impresionados. + +Otro tanto me sucedió en Laviana cuando vi morir a un viejo de Canzana, +lugar que como ya he dicho se halla situado sobre una colina encima de +Entralgo. Por delante de mi casa vi pasar al señor cura, portador del +Santo Viático, precedido del sacristán y escoltado por un grupo de +vecinos que llevaban en las manos hachas de cera encendidas. Como otros +niños de la aldea, me uní inmediatamente a la comitiva, y emprendimos la +subida del áspero sendero que a Canzana conducía. Era una hermosa mañana +de verano. El sol esparcía su luz por el frondoso valle colgando sus +hilos de las hojas de los castaños, bañándose en los arroyos, dorando +las crestas de las montañas, empujando algunas nubecillas blancas y +rizadas hacia el horizonte, con el propósito sin duda de quedarse solo +en el cielo. Pocos días tan espléndidos podíamos disfrutar en aquella +región donde la lluvia es harto frecuente. + +Marchaba con mis fieles amigos en medio de la mayor alegría. La +campanilla del sacristán, en vez de causarme terror, sonaba en mis oídos +de un modo delicioso. Volvía a menudo la cabeza, y el espectáculo del +risueño valle surcado por la cinta de plata del Nalón, impresionaba +dulcemente mi corazón. Allá arriba caminaba el señor cura con la sagrada +bolsa sobre el pecho. Para preservarle del sol se había sacado del +armario de la sacristía la sombrilla blanca de seda destinada a este +efecto, y que poquísimas veces, por la razón ya dicha, tenía ocasión de +mostrarse. Era un quitasol de palo largo que recordaba los que usan los +orientales para preservar la cabeza de sus reyes. Un vecino la sostenía +mientras el sacristán, algunos pasos más adelante, caminaba con el gran +farol en una mano y en la otra la campanilla avisadora. Sonaba ésta de +un modo tan claro y argentino en el silencio de la montaña, brillaba tan +linda la sombrilla blanca allá en lo alto del sendero, exhalaban los +árboles y el heno con la frescura del rocío un aroma tan grato que el +recuerdo de aquella mañana ha hecho época en mi vida. Nunca sentí con +más intensidad el placer de vivir, ni me impresionó de un modo tan +gustoso la belleza del campo. + +Cuando llegamos a Canzana, a la entrada del lugarcito nos esperaba un +grupo de mujerucas con sendas y pequeñas velas de cera en las manos, que +se unieron a nosotros. Pronto dimos con la casa del enfermo, que pudiera +más bien llamarse choza. + +Al traspasar la desvencijada y mugrienta puertecita, se entraba en su +primera y última habitación que para todo servía: cocina, comedor, +dormitorio y taller. Allá en un rincón se veía un montón de cenizas y +algunos pucheros arrimados a él; en otro, algunos aperos de labranza y +herramientas de madreñero; en otro, el sórdido catre donde se moría el +dueño de todo aquello. Era un anciano cuyo nombre no recuerdo en este +momento aunque tengo idea de que se llamaba el tío Lucas. Vivía solo +desde hacía largo tiempo: era viudo y su única hija se había marchado +hacía tres o cuatro años a Buenos Aires con su marido a probar fortuna. + +Los vecinos que rodeaban aquel pobre lecho incorporaron al moribundo con +trabajo cuando el cura penetró en la estancia. Después de las oraciones +previas, éste le administró la última sagrada comunión. El rostro del +enfermo estaba tan amarillo como las velas que sostenían las mujerucas +en las manos: sus ojos vidriosos se paseaban por todos nosotros sin +expresión alguna, como si no nos viese. Las mujerucas arrodilladas +rezaban en voz alta y plañidera. + +Todo aquello era en verdad interesante. Así que cuando el cura se retiró +decidí quedarme con mis amigos a fin de enterarme cabal y +minuciosamente de lo que era la muerte. No hay para qué advertir que +ésta nada tenía que ver conmigo. La muerte era cosa de viejos, y yo no +comprendía entonces la posibilidad de serlo. Espectador completamente +desinteresado, semejante a un dios, presenciaba la muerte como un +fenómeno estético, como una proyección artística destinada a +entretenerme. + +En torno del lecho permanecieron contadas personas. Entonces fué cuando +entró en funciones el tío Pablo de Canzana, que era una de aquéllas. +Este tío Pablo, hombre enjuto, un poco torcido, de rostro arrugado y +cabellos negros y erizados, vestía el clásico calzón corto, pero en vez +de las medias de lana con ligas que usaban los demás, dejaba caer por +debajo el calzoncillo blanco hasta los zapatos. Su montera no tenía el +pico enhiesto sino doblado como si quisiera indicar que era un hombre +pacífico, que no se nutría de bagatelas como los demás, que rechazaba +los placeres fútiles y se hallaba entregado en cuerpo y alma a +meditaciones graves y extra-mundanas. + +Los domingos, antes de la misa, dirigía el rosario para las mujerucas +que lo rezaban, pues los hombres permanecían en el pórtico departiendo +hasta que la campanilla les advertía de que iba a comenzar el Santo +Sacrificio. Ayudaba también a éste cuando el cura se lo consentía, que +no era siempre, por razones que luego declararé. Si había algún enfermo +grave en Canzana, era quien venía corriendo a avisar al señor cura para +que fuese a confesarle. Después de la misa, cuando en el pórtico se +subastaban públicamente las ofrendas de pollos, de panes o de mantecas +que los aldeanos solían hacer a los santos, el tío Pablo servía de +pregonero y dirigía la puja con su voz aguda de falsete. Era en suma un +hombre de temperamento sacerdotal que amaba a la Iglesia como un buho y +que en vez de las patatas y la borona que le servían de cotidiano +alimento se hubiera nutrido de buena gana con el aceite de las lámparas. +No desempeñaba el oficio de sacristán porque desgraciadamente habitaba +en Canzana. Esto creía él por lo menos, aunque no era cierto. + +Tenía un grave defecto. Sea por falta de oído o de comprensión no salía +de su boca una palabra sana, sobre todo si expresaba algún objeto que no +fuese de la vida corriente. Las atrocidades que aquel hombre soltaba +eran proverbiales en la aldea. El público en general no las atribuía a +dureza del oído, sino a deficiencia del caletre. Digámoslo con +franqueza, el tío Pablo aun entre aquellos rudos aldeanos era tenido por +el mayor zote que comía borona en la parroquia de Entralgo. + +Excusado es añadir que el latín con que regalaba los oídos del cura +cuando le ayudaba a misa era de tal índole, que aunque a éste le había +tocado poquísimo de Cicerón le ponía fuera de sí; arqueaba las cejas, +torcía la boca y hasta rugía de espanto. Por eso sólo en último extremo, +esto es, sólo cuando el sacristán no se hallaba en la iglesia y no había +por allí nadie a quien encomendar la tarea se avenía a que el tío Pablo +le sirviese de monaguillo. + +Digo que el tío Pablo, así que el cura y el sacristán se partieron con +el grueso de la comitiva, se preparó con íntima satisfacción (no diré +con regocijo aunque tal vez pudiera decirlo) a ayudar a morir a su +vecino. Le roció las narices con agua que debía de estar bendita, rezó +un Credo que nos hizo repetir en voz alta a todos los presentes y +poniéndole un crucifijo delante de los ojos profirió solemnemente: + +--Lucas, di conmigo: «¡Jesús!» + +El moribundo, que tenía los ojos cerrados, repitió: + +--Jesús. + +--Los espíritus malignos me acompañen. + +El tío Lucas sin abrir los ojos dijo: + +--¡No! + +--Sí, Lucas, sí; di conmigo: «¡Jesús!» + +--Jesús--repitió el tío Lucas. + +--Los espíritus malignos me acompañen. + +--¡No! ¡No! + +--¿Por qué no, Lucas, por qué no? ¡Mira que estás a las puertas de la +muerte!--exclamó el tío Pablo con impaciente solicitud--. Vamos, no seas +burro, di conmigo: «¡Jesús!» + +--Jesús--repitió el moribundo. + +--Los espíritus malignos me acompañen. + +--¡No! ¡No!--volvió a murmurar el tío Lucas moviendo la cabeza con +señales de terror. + +No se pudo acabar con él que repitiera aquellas palabras y yo me marché +al cabo sin saber qué pensar de tal escena. Cuando se la describí a mi +padre éste me miró estupefacto. + +--¿Qué estás diciendo, ahí, niño? ¿Es de veras que decía los espíritus +malignos? + +--Sí, papá; decía los espíritus malignos. + +--¡Ave María, qué bárbaro!--exclamó haciéndose cruces. + +Y le faltó tiempo para contárselo al señor cura cuando éste vino por la +tarde a nuestra casa como tenía por costumbre. + +El señor cura al oírlo montó en una cólera furiosa y al día siguiente +hizo llamar al tío Pablo de Cananza a la rectoral, se encerró con él en +su despacho y por espacio de hora y cuarto, según testimonio de la +criada, estuvo llamándole borrico, pollino, asno, burro, jumento, en +fin, todos los sinónimos con que el idioma castellano cuenta para +representar el mismo simpático animal. No son muchos, pero si fuesen +sesenta y tres, como posee el idioma italiano al decir del sabio +Mustoxidi, todos se los hubiera encajado seguramente. Además le prohibió +de un modo terminante que volviese a ayudar a morir a nadie, y en el +caso de que infringiese este precepto le prometió ayudarle él mismo a +dejar esta vida terrestre por medio de algunos adecuados bastonazos +sobre el cogote. + +Para confirmar la impasibilidad con que en la infancia contemplamos la +muerte añadiré que el día de difuntos fué uno de los más felices de mi +vida. El sacristán tuvo la generosidad, que nunca le agradeceré +bastante, de permitirme tocar a muerto durante todo el día en el pequeño +campanario de la iglesia. Me acompañaban, como siempre, mis fieles +amigos. ¡Qué deliciosas horas las que pasamos agrupados en aquel exiguo +tablado al aire libre, que semejaba la cofa de un barco! Se tocaban tres +o cuatro lentas campanadas con la mayor, luego una con la pequeña; +después un silencio más o menos prolongado. Y vuelta a empezar, y así +todo el día hasta que cerró la noche. Mi única contrariedad durante +aquella memorable jornada fué verme obligado a ir a comer; pero lo hice +con tanta prisa que mi padre se vió precisado a darme algunos golpes en +la espalda porque los bocados se me atravesaban en la garganta. + +Recuerdo aquel campanario como uno de los parajes más amenos fabricados +por la mano del hombre. Desde él se divisa una gran parte del valle de +Laviana. Debajo de nosotros blanqueaban entre los árboles las casas de +Entralgo con sus techos rojos; encima sobre el repliegue que hace la +montaña estaba Canzana; se veía el pequeño río de Villoria, se veía el +Nalón majestuoso surcando las vegas de maíz; allá lejos, en el fondo del +valle, estaba la Pola y más lejos como cerrándolo los Barreros. Llegaban +a nuestros oídos las campanas de Carrio y de la Pola; pero las campanas +de estas iglesias no podían competir con las nuestras, todo el mundo lo +sabe, y por eso nos sentíamos orgullosos de hacerlas vibrar creyendo de +buena fe que el valle entero nos admiraba. + +Seguí frecuentando este campanario, experimentando siempre el mayor gozo +cuando a la hora del mediodía el sacristán, alguna que otra vez, me +permitía ir solo a sonar las campanas para advertir a los campesinos que +había llegado el momento de dejar el trabajo. Con ocasión de una de +estas visitas, cuando llegó la primavera, hice un descubrimiento +prodigioso. En una grieta del muro acerté a ver un nido de estornino. +Para contemplarlo a mi sabor tuve necesidad de saltar fuera del +campanario y colocarme sobre el tejado. Era tan delicado aquel nido y +contenía unos huevecitos tan deliciosos que me llenó de alegría el +hallazgo y no quise comunicarlo con nadie, ni aun con mis íntimos +amigos, por temor de que me lo robasen. + +Cuando me era posible le hacía solo una visita para la cual como he +dicho necesitaba caminar sobre el tejado. Es posible que en estas +excursiones haya roto alguna teja por lo que luego se verá; pero yo me +hallaba tan entusiasmado que nada me importaba causar desperfectos a la +iglesia. Veía al petulante estornino y a la remilgada estornina cebar a +sus hijuelos cuando los tuvieron y esto me causaba un placer indecible +prometiéndome arrebatárselos bárbaramente así que hubiesen echado pluma. + +No hubo lugar a que perpetrase este crimen. Otro cargó con él sobre su +conciencia. Acaeció que por aquellos días mi madre me llevó consigo a +confesar, aunque todavía ni en mucho tiempo después me acercaba yo a la +sagrada mesa para comulgar. Lo hacía para acostumbrarme a recibir este +sacramento y al mismo tiempo para que me corrigiese de mis travesuras, +que iban siendo muchas. El señor cura me confesó poniéndome de pie, no +de rodillas, mostrándose conmigo extremadamente afectuoso y tolerante. +Una de las preguntas que me hizo fué si ocultaba algo a mis papás, si +tenía algún secretillo que no quisiese comunicar con nadie. Yo me creí +en el caso de declarar que había descubierto un nido. El cura me +preguntó dónde estaba y se lo dije. + +Dos días después cuando tuve ocasión de hacer al nido una visita, había +desaparecido. El cura había dado orden al sacristán para que lo +derribase. El mismo sacristán me lo hizo saber entre groseras +carcajadas. + +No es posible representarse la tristeza y el dolor que experimenté. A +pesar de su carácter sacerdotal me pareció que el cura había abusado de +mi franqueza y cometido una negra traición. + +Por eso cuando algunos meses más tarde mi madre me llevó de nuevo a +confesar me hallaba fuertemente prevenido contra él. Me preguntó como la +otra vez si ocultaba algo, si mi conciencia estaba perfectamente limpia +de todo disimulo y yo bajo pena de pecado mortal y de sacrilegio me vi +precisado a confesar que tenía novia. + +¡Vaya una precocidad!--exclamará el lector pensando en mis pocos años. +Que no se admire demasiado, sin embargo, porque mi hermano que contaba +algunos menos cuando le preguntaban si tenía novia afirmaba muy +seriamente que tenía diez, y nombraba a todas las niñas de la vecindad. +Yo no había caído en tan degradante poligamia; me contentaba con una. +Era una niña hija de unos señores de la Pola a quien no había visto más +de tres o cuatro veces en mi vida y que ciertamente se hallaba tan ajena +como el Zar de Rusia del honor que la había dispensado. + +--¿Quién es?--me preguntó el cura. + +Yo, naturalmente, di la callada por respuesta. + +--¿Quién es esa novia?--repitió. + +Silencio sepulcral por mi parte. + +--Vamos, niño; ¿no quieres decirme quién es? + +Entonces yo, despechado, exclamé: + +--¿Para qué? ¿Para que me la quite como el nido? + +Pude observar que el cura se llevaba la mano a los ojos y hacía +esfuerzos desesperados para reprimir la risa, lo cual no dejó de +sorprenderme porque yo creía haberle dicho la cosa más lógica del +mundo. + + + + +V + +RAMONÍN + + +He aquí el otoño con su ropaje amarillo y sus nubes de color violeta. +Las manzanas encarnadas empiezan a desprenderse de los pomares y caer +sobre la yerba, y este suceso tan conforme con las leyes inmutables de +la naturaleza en vez de elevar mi espíritu a la consideración de la +gravitación universal como en otro tiempo a Newton, atacó directa y +perniciosamente a mi estómago. Renuncio a calcular las que comí. La +fabricación de la sidra debió de haber sufrido una merma considerable +aquel año a causa de esta circunstancia; pero yo he guardado el secreto +hasta ahora. + +De aquel verano salí convertido no sólo en agricultor inteligente y +práctico sino también en diestro cazador. Supe cómo se armaban trampas +para atrapar gorriones esparciendo algunos granos de trigo por el suelo +y colocando sobre ellos un cedazo que se mantenía de pie por medio de +una larga cuerda: cuando los gorriones venían a comer los granos se +soltaba la cuerda y quedaban prisioneros debajo. Supe hacer hoyos en la +tierra y poner sobre ellos una pizarra sostenida por un palito, de tal +ingenioso modo colocado que cuando el pájaro se posaba allí para comer +los granos caía la pizarra sobre él y quedaba preso dentro del hoyo. +Este artefacto iba dirigido particularmente contra las codornices. +También aprendí a untar con liga las ramitas superiores de los arbustos +para que los jilgueros al posarse quedasen allí pegados. No recuerdo +haber atrapado pájaro alguno con todos estos delicados artificios; pero +eso no importa para que los conociese perfectamente. + +Donde mis éxitos se mostraron claros y evidentes fué con los grillos. +Conocía cinco o seis maneras sutiles y graciosas de persuadirles a que +saliesen de la cueva. Casi ninguno se resistía a mis pérfidas +insinuaciones y se apresuraban a salir a respirar el aire fresco y se +dejaban atrapar en cuanto ponían el pie fuera de su casa. Pero si alguno +se obstinaba en permanecer en sus habitaciones bien porque sospechase de +mi buena fe o porque estuviese ocupado en aquel momento, entonces me +veía obligado a apelar a un terrible argumento que no describiré por no +ofender la susceptibilidad de las damas que lean estas memorias. + +Cayetano también era un ingenioso cazador, pero empleaba sus facultades +en otros animales de más fuste. Aparte de las truchas, que eran su +especialidad, cazaba con escopeta y en compañía de algunos señores de la +Pola, codornices, perdices y arceas. Dos o tres veces fueron también a +Peña Mayor y a los montes de Raigoso y mataron algún corzo. + +Pero mucho más ingenioso cazador que él era un zorro que de vez en +cuando visitaba por las noches nuestro gallinero. Esto nos tenía a todos +sobresaltados y a Cayetano furioso. El mastín estaba en el monte con el +ganado y el _Muley_, por su edad avanzada y por su larga experiencia de +la vida, miraba ya todas estas cosas con marcada frialdad. Cayetano veló +con la escopeta preparada unas cuantas noches, pero el astuto animal +olió la pólvora y no pareció. Entonces se decidió aquél a ir a Sama y +comprar un armadijo de hierro que en aquella región se conoce con el +nombre de _garduña_. Colocóse la trampa a la boca del gallinero y pocas +noches después el zorro vino y fué cogido en ella por una pata, pero con +gran estupefacción de todos el desgraciado animal la cortó con sus +propios dientes y se marchó sin ella. ¡Terrible caso de amor a la +libertad que me impresionó profundamente! + +Se fabricó la sidra y en los días que duró la operación no salí del +lagar ayudando con todas mis fuerzas al mejor éxito de tan importante +tarea y cerciorándome a cada instante de la dulzura y bondad del caldo +destilado. Tantas veces me cercioré que hube de purgarme sin +pretenderlo. Vino después la recolección del maíz y ayudé a los vecinos +a traer las mazorcas sentándome sobre ellas en el carro. Después también +les socorrí en la tarea de deshojarlas y trenzarlas en ristras. +Efectuábase la operación, llamada allí _esfoyaza_, por las noches, y los +vecinos se ayudaban unos a otros. Imposible imaginar nada más ameno y +deleitoso que estas _esfoyazas_. La nuestra duró algunas noches y si +hubiera durado eternamente creo que no hubiera perdido nada. En fin, +resumiendo mis impresiones agrícolas manifestaré que yo pensaba entonces +haber nacido para labrador como más tarde pensé que había nacido para +marinero y luego para filósofo. Siempre supe adaptarme al medio en que +me hallé y esta flexibilidad de mi naturaleza me ha procurado dos +ventajas en la vida: La primera y principal, no aburrirme nunca; y la +segunda, haber podido escribir novelas de regiones apartadas y medios +sociales muy diferentes. + +Comenzaba ya a llover del modo suave y constante que allí lo hace. Los +campos iban quedando poco a poco abandonados. La gente se retraía al +interior de las casas; pero aquí gozábamos también de señalados +placeres. En la mía se amasaba el pan dos veces por semana. Era una +diversión ver a las criadas heñir la masa, y ayudarlas a bregarlo +colgándome al manubrio de la máquina. La construcción de los bollos, el +atestar el horno de árgoma y darle fuego para arrojarlo era +interesantísimo. Luego se metían poco a poco los bollos dentro, se +tapaba el horno y entonces las mujeres se santiguaban, los hombres nos +descubríamos y se rezaba solemnemente un padrenuestro. ¡Cuán lejanos +estamos ahora de estas escenas sencillas e inocentes! Vivimos apartados +de la naturaleza; marchamos huídos de Dios. ¿Hemos ganado con ello +alegría? Que cada cual ponga la mano sobre el corazón y me responda. + +Las noches eran ya largas. Antes de subir a nuestra casa a jugar al +tresillo con mi padre, el cura y un indiano que allí estaba de +temporada, Cayetano solía quedarse un rato en la gran cocina de abajo +formando tertulia con nosotros. Sentado en el escaño, yo a su lado, la +_Micona_ encima del hombro se placía en contarnos algún caso chistoso y +en dar vaya a los presentes. Porque era hombre maligno y provocativo +sobre toda ponderación. Los que le servían generalmente de _cabeza de +turco_ eran un vecino llamado José de Anica y un criado que tenía por +nombre Pacho. Sobre este último singularmente se ensañaba tanto que el +pobre hombre acosado llegaba a faltarle alguna vez al respeto. + +Por aquellos días vino el ganado del monte. Había estado allí una larga +temporada quedando sólo en el establo una vaca de leche. Y con el ganado +vino el gran mastín llamado _Manchego_ por ser oriundo de la provincia +de Toledo. Traía al cuello un gran collar de cuero guarnecido de +afiladas puntas de hierro o sea una carlanca. Esta carlanca y lo mismo +el pelo del mastín estaban manchados de sangre. El vaquero nos informó +de que la noche anterior se había batido con los lobos. Nadie puede +figurarse la impresión que esto me causó. Los lobos eran para mí +animales legendarios, algo que no existía más que en la fantasía de los +cuentistas. El perro, batiéndose con ellos, adquiría a mis ojos un +aspecto sobrenatural. No me hartaba de contemplarle y de ponerle la mano +encima del lomo, admirándome al mismo tiempo de que un animal tan bravo +y poderoso no tuviese a menos el menear el rabo en presencia de un ser +tan ínfimo como yo. Todo el pan y el queso que había en la casa me +parecían poco para agasajar a aquel héroe. Y una vez que en testimonio +de reconocimiento me lamió la cara me sentí tan honrado como si Napoleón +me hubiera dado un beso. + +Aquella noche se habló de lobos en la cocina y Cayetano me contó el +siguiente suceso que ya conocían todos los que allí estaban menos yo: + +«Hará cosa de cuatro años y por este mismo tiempo estaba yo sentado una +tarde ahí en el poyo delante de casa, cuando pasó Ramonín, el del tío +Angel de Canzana, que bajaba del monte con el ganado. + +Tú ya conoces a Ramonín porque le ves todos los domingos cuando vamos a +misa. Ahora es un real mozo que ha entrado en quinta este año; pero +entonces no era más que un zagalillo y no muy medrado. + +Pues como digo venía del monte con su zurrón a la espalda y traía en la +mano un cestito tapado. Yo, que soy un poco curioso, le retuve por el +brazo y levanté la tapa del cesto. Había dentro un perrillo de cría. + +--¿Ha parido la perra en el monte, Ramonín? + +--No es un perro, señor Cayetano, es un lobo--me respondió riendo. + +--¿Un lobo? ¡El diablo me lleve si no es verdad! + +Saqué el animalito del cesto, lo puse en el suelo y comenzó a aullar +como un perrito recién nacido. + +Ramonín me contó que el día anterior Luisón de la Granja, que tenía la +cabaña cerca de la suya, había encontrado en una cueva tres lobeznos, +había matado dos y había traído éste. Por la tarde, hallándose sacando +el estiércol del establo fué atacado repentinamente por la loba. Gracias +a que tenía en la mano la pala de dientes no pereció en aquel momento. +Luchó con la fiera y logró ensartarla por el vientre. En aquellas horas +debía de estar ya en la Pola, para recibir del Ayuntamiento el premio +que dan por la matanza de cualquier alimaña. + +--¿Y tú para qué mil diablos quieres este animalito? + +--No era más que para enseñárselo a mi hermano. Luego lo mataremos. + +Entonces me vino la idea de criarlo y se lo pedí. Lo crié, en efecto, +dándole leche hasta que pudo comer. Comenzamos a llamarlo Ramonín como +el chico que lo había traído y Ramonín le quedó y por este nombre +comenzó a responder, pero no del modo vivo y alerta que lo hacen los +perros, porque los lobos son más torpes o como si dijéramos más cerrados +de cascos. Esto no tiene nada de particular porque entre los mismos +hombres unos son más cerrados que otros y si no que lo diga Pacho... + +--¡Milagro sería que no saliese yo a relucir!--gruñó Pacho encolerizado. + +El animalito fué creciendo y al cabo de seis meses era un cachorro +revoltoso que me seguía a todas partes. Le llevaba a la Pola, le +llevaba a Sama y excitaba la curiosidad por dondequiera que pasaba. +Llegué a cobrarle cariño. Una vez que fuí a Oviedo le traje un lindo +collar con chapa de bronce donde hice grabar su nombre y la fecha en que +lo adquirí. En fin, él se portaba lo mismo que un perro fiel. Lo único +en que se le conocía la raza fué cuando mató en pocos días tres corderos +que tuve que pagar quedándome con ellos. Yo estaba tan contento con el +animalito que le perdoné estas y otras fechorías semejantes. Jamás +mordió a las personas; los niños jugaban con él lo mismo que con un +perro. + +Un viernes del mes de noviembre, cuando ya tenía el lobo más de un año, +fuí al mercado de Cabañaquinta llevándolo conmigo. Monté a caballo +temprano, pasé la Collada y en tres horas poco más o menos di en el +mercado. Ya sabrás que Cabañaquinta está detrás de la Peña-Mea y que hay +que atravesar para llegar a allá todos esos montes, que ves delante de +casa. + +Pasé el día arreglando mis asuntos y por la tarde me metí en la taberna +de Andrea donde encontré a Xuanón, el célebre matador de osos que habrás +oído nombrar, y a don Salustiano el escribano. Me enredé en una partida +de _brisca_ con ellos de tal modo que cuando acordé conmigo eran las +ocho y ya hacía más de una hora que había cerrado la noche: + +Monto a caballo y pico espuelas para casa. La noche estaba fría ya de +verdad: en los altos había caído bastante nieve. Antes de doblar la +Collada se me ocurrió mirar hacia atrás y no veo a Ramonín. Silbo, le +llamo. Nada. «Ese pícaro se me escapó al monte--dije para mí--. Hice mal +en traerle por estos sitios.» + +Deploré el percance porque repito que estaba contento y ufano con el +animal. Además me dolía la pérdida del collar que me había costado nueve +pesetas. Doblo al fin la Collada y marcho bien tranquilo aunque al paso +más vivo que en aquellos endiablados caminos podía seguir el caballo, +cuando de pronto éste se para en firme, levanta las orejas y se +estremece. Le hinco las espuelas y en vez de arrancar de nuevo +retrocede. Comprendí en seguida que había olido el lobo. Y en efecto, +al instante percibo el bulto de uno a la claridad de las estrellas, +porque no había luna. Echo mano al revólver y veo repentinamente otro +del lado opuesto del camino. Y en menos tiempo que se cuenta se me ponen +delante tres, cuatro, cinco... yo no puedo decir cuántos. Acaso el miedo +espantoso que se apoderó de mí los haya multiplicado. ¿Pero qué es lo +que veo además? Pues veo entre ellos al mismo Ramonín con su collarito +reluciente dispuesto al parecer a arrojarse sobre mí como todos los +demás. + +El caso era apurado como comprenderéis. Hasta entonces no había visto +nunca la muerte tan cerca de mis ojos. Me tiré del caballo y comencé a +disparar tiros a ciegas, pues el miedo me impedía pararme siquiera a +apuntar. Los lobos huyeron, pero no se pasaron muchos segundos sin que +volviesen de nuevo. Me vi muerto; ya había disparado los seis tiros y no +traía más cápsulas. Pero Dios no quiso que lo fuese en aquella ocasión. +Detrás de mí oí gritos de gente que llegaba. Eran los tenderos +ambulantes que regresaban a la Pola. Habían encontrado mi caballo, que +huía despavorido, y lo habían detenido. Creyendo por los tiros que me +habían asaltado ladrones venían corriendo y gritaban para infundirme +valor. Los lobos al escuchar aquel ruido desaparecieron otra vez de mi +vista. + +Mucho se sorprendió aquella caravana, que no bajaría de veinte personas +entre hombres y mujeres, de lo que me había sucedido. Sobre todo la +traición de Ramonín excitó tanto su curiosidad que no se hartaban de +hacer comentarios. Me dieron un vaso de vino y después que me hube +serenado un poco monté de nuevo a caballo y con ellos llegué hasta aquí. + +Aunque ya era cerca de las once todos estaban levantados esperándome. + +--¡Qué cara traía, válgame Dios!--exclamó Pachón riendo. + +--Peor la traías tú cuando te dieron aquella manta de palos los mozos de +Rivota el día del Obellayo--repuso Cayetano encolerizado. + +Nos acostamos y al día siguiente por la mañana apenas me había +levantado de la cama vino José Mateo a decirme: + +--Señor, está ahí _Ramonín_. + +--¿Cómo? _¡Ramonín!_ + +No quería creerlo. Salgo corriendo a la calle y veo en efecto a mi lobo +que así que me divisa empieza a bajarse y arrastrarse por el suelo sin +atreverse a acercarse a mí y como si pidiese perdón de su villanía. + +--¡Ah maldito, traidor! Ahora me las pagarás. + +Entro en casa, cojo la escopeta y salgo otra vez. Ya no estaba +_Ramonín_. + +--_Ramonín_ se ha metido en el establo--me dijo un chico que pasaba. + +Voy al establo y lo hallé acurrucado debajo del pesebre. Me eché la +escopeta a la cara y allí le dejé muerto de un tiro. + + + + +VI + +MÚSICOS AMBULANTES + + +Mi madre fué toda su vida un frágil cristal de Bohemia. No podía +llamarse en verdad mujer a una criatura tan débil, tan delicada y +próxima a extinguirse que cualquier ráfaga de aire podía apagar en la +hora menos pensada. Ella lo sabía, todos lo sabíamos; por eso nuestra +gran preocupación en la casa era atajar el paso por cuantos medios se +hallaban a nuestro alcance a esta ráfaga traidora. Así que veíamos en su +estancia una puerta entreabierta nos precipitábamos llenos de terror a +cerrarla. Si se arriesgaba a salir de la sala para ir a otra habitación, +los unos iban delante como heraldos a prevenir que se cerrasen balcones +y ventanas, los otros como escolta para impedir que algún imprudente +abriese las puertas laterales. No hay para qué decir que en esta tarea +sanitaria se distinguía por su ardor y destreza mi padre, el cual sentía +por su esposa la adoración de un enamorado y la ternura de un padre. + +Mi pobre madre vegetaba en un rincón del sofá envuelta en su chal de +lana trabajando con el ganchillo de marfil. Por las noches le placía +hilar con aquella su artística rueca de que ya he hablado. Era primorosa +en todas las labores femeninas y sus dedos, aunque tan delicados, +incansables. ¡Oh Dios mío, cuán delgados y frágiles eran aquellos dedos! +Una de mis aprensiones dolorosas era verlos quebrarse cualquier día. + +Esta flaqueza corporal no excluía en ella una gran fuerza de carácter. +Era, como suele decirse, en lo físico una caña que se dobla pero no se +rompe; en lo moral un roble que se rompe pero no se dobla. Mi padre, +como reverso de ella, poseía un vigor físico extremado y un carácter +blando y sentimental. + +Con el ansia que suele acometer a los que cerca de sí ven la muerte +aparejada a arrastrarlos a la tumba, mi madre se agarraba con todas sus +fuerzas a la vida. Este anhelo de vivir se traducía por un deseo +irresistible de hallarse siempre rodeada de gente alegre y bulliciosa, +cuanto más alegre y bulliciosa mejor. Todas sus amigas eran mucho más +jóvenes que ella y en verlas divertirse y bailar, y en escuchar su +charla y sus confidencias amorosas hallaba la fuente de su alegría o por +lo menos el olvido de sus dolencias. + +Además de las pocas señoritas que en la aldea había y de algunas que de +vez en cuando venían a pasar temporadas a nuestra casa, recibía por las +noches buen golpe de labradoras que hilaban su copo sentadas en el +suelo. Se formaba de este modo una tertulia de quince o veinte personas. +Mi padre con sus amigos y Cayetano jugaba a las cartas en un ángulo de +la sala alumbrados por un quinqué de pantalla verde, mientras yo sentado +unas veces al lado de ellos, otras en el sofá a la vera de mi madre, +vagaba de un sitio a otro hasta que el sueño me rendía y quedaba +definitivamente dormido en el sofá. Algunas veces las carcajadas de los +tertulios me despertaban un instante, pero no tardaba en quedar de nuevo +dulcemente dormido. Al cabo mi padre solía apartarse un momento de la +mesa de juego, me tomaba entre los brazos, me llevaba medio dormido al +dormitorio, me desnudaba él mismo y me dejaba en la cama. + +Gozaba mi madre lo indecible viendo bailar y ella misma sobreponiéndose +a sus enfermedades por un esfuerzo maravilloso de su voluntad enérgica +tomaba parte alguna vez en los bailes de sociedad. Pero en Entralgo +faltaban caballeros para esta clase de bailes y sólo cuando nos +visitaban algunos amigos o parientes se podía organizar un pequeño +sarao. Ordinariamente se bailaba al estilo de la aldea, mucho más +divertido en mi opinión por entonces, que el de la ciudad. Ni faltaba +para acompañar o llevar el compás de la danza algún músico ambulante que +mi madre solía retener en casa días y días manteniéndole y dándole una +pequeña gratificación. Recuerdo que en aquella temporada estuvieron por +dos veces permaneciendo bastante tiempo entre nosotros un violinista +tuerto llamado Joaquín, acompañado de un muchacho de quince o diez y +seis años que tocaba el arpa. Este Joaquín no podía competir con +Paganini en el violín, pero seguramente podría habérselas con el propio +Falstaff delante de un tonel. Un río de sidra no hubiera extinguido la +sed de aquel artista. Con esto el único ojo que poseía estaba siempre +rameado de sangre lo cual se puede asegurar que no le embellecía. + +Era hombre divertidísimo aquel Joaquín, locuaz como pocos y embustero +como ninguno. Había que verle en el lagar de pie con un vaso en la mano. +Jamás se sentaba en aquel recinto como si respetase demasiado la +majestad del tonel y no osase tomar asiento en su presencia. Sin +embargo, cuando ya había trasegado una cantidad razonable de sidra a su +estómago se creía autorizado para faltarle al respeto y se recostaba +familiarmente sobre él. Es de saber que antes de llegar a este período +deplorable de descuido, por no decir de insolencia, había celebrado ya +su dulzura y su gloria por medio de cánticos fervorosos. Porque así que +el violinista se acercaba más o menos a uno de nuestros toneles y tenía +un vaso lleno en la mano, se creía en el deber de cambiar la música +instrumental por la vocal, dejando escapar de su garganta agradecida y +repitiendo cien veces la misma canción como una letanía en honor del +jugo vivificante que chispeaba en su vaso. ¿Qué es lo que hacía peor, +cantar o tocar el violín? Nadie logró jamás resolverlo. + +Pero tenía además otra manera de ensalzar la magnificencia de aquel vino +espumoso y era por medio de adecuadas y entusiastas inscripciones. Las +paredes del lagar estaban llenas de ellas escritas por su mano con +carboncillo. _Dios bendiga la sidra de este lugar_--decía una--. +_Bebamos esta sidra mientras nos quede un soplo de vida_--decía otra--. +_¡Desgraciados los hombres que no conocen la sidra de Entralgo!_--se +leía en otra tercera... y así sucesivamente. + +Como puede observarse tales inscripciones ofrecían un marcado carácter +apologético. En esto se distinguían de las cuneiformes de la Asiría y de +las jeroglíficas de Egipto casi todas históricas o conmemorativas. + +Mi padre odiaba casi tanto la epigrafía de Joaquín como su música. Pude +cerciorarme de ello cuando poco después de partirse con su acompañante +el arpista, hizo blanquear el lagar tapando con grosera cal mucho +profundo pensamiento. Acaso se halle reservado a las generaciones +venideras su descubrimiento. La capa de cal se desprenderá y debajo de +ella volverán a parecer, vivos aún, aquellos gritos entusiastas de furor +báquico. + +Cuando no se hallaba bajo la influencia del avinado o asidrado dios hijo +de Júpiter y Semele, era Joaquín un hombre muy agradable y nos +entretenía narrándonos sucesos de su vida errante y picaresca. No he +podido retener en la memoria más que uno, seguramente porque fué el que +más me impresionó. + +Nos hallábamos sentados alrededor del fuego en la gran cocina de +Cayetano. Este y yo en el escaño; los demás en tajuelas. Para Joaquín y +su arpista había traído Manola dos sillas. Joaquín habló de esta manera: + +«Después de haber pasado unos días en Villaviciosa, habíamos ido a la +fiesta del Nazareno en Noreña. Entonces no me acompañaba todavía este +muchacho sino Rufo, aquel guitarrista que se ahogó en Gijón el año +pasado y que habréis conocido o habréis oído nombrar. En Noreña corre la +sidra y el dinero como en ningún otro pueblo de la provincia. Aquella +tarde hicimos más de tres duros tocando en la calle, y por la noche +todavía tocamos en el baile del Ayuntamiento y nos dieron treinta +reales. Cuando salimos del baile eran más de las once; pero yo quería +dormir en la Pola de Siero, porque tengo allí un amigo y no me cuesta +nada la cama. Se lo dije a Rufo y desde luego quedó conforme porque +tenía la esperanza de que tampoco le cobraran. + +La emprendimos pues hasta la Pola, que como saben está muy cerquita. +Era una hermosa noche estrellada y no hacía frío ni calor. Al pasar por +el Berrón la taberna de Jerónimo estaba todavía abierta y llena de +gente. + +--¿Vamos a entrar un instante?--me dijo Rufo. + +--Vamos. + +Este Rufo era un buen hombre y como guitarrista, no se diga, porque +hacía hablar al instrumento, pero tenía un defecto muy feo y era que le +gustaba demasiado la sidra... + +Nos miramos todos unos a otros con sorpresa y Cayetano soltó una +estridente carcajada y los demás le siguieron. Joaquín quedó grandemente +amostazado y preguntó con voz sorda: + +--¿De qué os reís? + +--Hombre, nos reímos porque un vaso de sidra le gusta a +cualquiera--repuso Cayetano, guiñándonos un ojo. + +Y vuelta a reír todos de tan buena gana que el propio Joaquín concluyó +por reír también. + +--¡Bueno, corriente! Quedamos en que a él y a mí nos gustaba la sidra y +entramos a beber unos vasos del tonel que aquella misma tarde se había +abierto. Había allí bastante gente y entre ella unos gitanos o húngaros +que traían varios monos, un oso y un perro amaestrados. Los habíamos +visto todo el día en Noreña trabajando con sus animales, rodeados de +chicos. Nos acercamos al tonel con no poco trabajo y nos hicimos sacar +unos vasos. No sé cuántos fueron... + +--¡Muchos!--dijo Cayetano. + +--Puede ser. Había tanta gente y tanto ruido que al cabo me sentí +mareado y le dije a Rufo:--«Vámonos que estoy cansado y ya sabes que +mañana debemos salir temprano para Infiesto»--. No me hizo caso y +seguimos todavía otro rato y bebimos algunos vasos más. Volví a apurarle +para que nos fuésemos y... nada; el hombre como si hubiera echado allí +raíces y esperase florecer en la primavera. Enfadado ya de tanto +repetirle lo mismo y de esperarle le dije: + +--Mira Rufo, yo me voy: haz lo que quieras. + +--Aguárdate, compadre, aguárdate un momento. + +--No me aguardo más momentos. Adiós. + +Y me fuí hacia la puerta. + +--Bueno, hombre, bueno, no te apures, que yo también me voy. + +Y sentí que echaba a andar detrás de mí. Cuando salí a la carretera noté +que se ponía a mi lado y emparejados tomamos la dirección de la Pola. Yo +no le hablaba porque estaba irritado y además la lengua me pesaba un +poco en la boca. La noche más hermosa que antes. Había salido la luna y +alumbraba tanto que a mí me parecía ver dos, una al lado de otra. Poco a +poco se me fué pasando el enfado y para entrar en conversación le dije a +Rufo: + +--¡Vaya una noche linda, compadre! + +No me contestó más que con un grosero gruñido. + +--¡Anda! ¿Conque eres tú el que te enfadas después de lo que me has +hecho aguardar?--le dije parando y encarándome con él. + +¡Pero cuál fué mi sorpresa al ver que mi amigo Rufo se había +transformado en oso!...» + +--¡Eso es mentira, hombre!--exclamó Pacho desde su tajuela. + +--Aguarda un instante, amigo--repuso Joaquín. + +--¡Que te digo que eso es una gran mentira, hombre! + +--¡Cállate, animal!--exclamó Cayetano encolerizado--. Deja que Joaquín +termine su cuento. + +Pacho, sin hacer caso, rojo de indignación y como si quisiera arrojarse +sobre el pobre violinista, gritó más fuerte aún: + +--¡Que te digo, hombre, con toda la boca, que mientes, hombre! ¿Lo +quieres más claro, hombre? + +--¿Pero quieres callarte, pedazo de bárbaro?--volvió a decir Cayetano +tomando las tenazas con ademán de arrojárselas. + +A duras penas se logró hacerle callar y Joaquín pudo continuar su +cuento. + +«--Vaya unas bromas que me gastas, compadre--le dije--. ¿A qué conduce +esa tontería de transformarte en oso? + +Rufo no me respondió. + +--¡Anda, pues no eres poco chistoso, hijo!--continué yo--. ¡Si creerás +que me vas a asustar! ¡Ja, ja! A pesar de esos pelos y ese hocico +puntiagudo, te conozco, querido, y estoy tan tranquilo como si me +tocases un tango con la guitarra... ¿Sabes lo que te digo Rufo?, que no +eres un oso, sino un ganso, y que me está apeteciendo alumbrarte una +torta en el hocico para que aprendas a no burlarte de los amigos. + +Y como lo dije lo hice, a mano suelta le di sobre el hocico un revés. + +Mi amigo Rufo lanzó un fuerte gruñido y dejando la posición cuadrúpeda +se puso de pie y comenzó a bailar en torno mío gruñendo terriblemente. +Os confieso amigos que si alguna vez sentí miedo en el mundo fué en esta +ocasión. Eché a correr como pude, que no podía gran cosa, pues los pies +me pesaban como si llevase zapatos de plomo. Rufo corrió detrás de mí +siempre de pie, pero aún corría menos que yo. Como yo le llevaba alguna +delantera me detenía de vez en cuando y le decía en tono suplicante: + +--Rufo, amigo mío, perdona. No te he dado esa torta por ofenderte. + +El no hacía caso y continuaba persiguiéndome. Cuando se acercaba yo +volvía a correr y así que me hallaba lejos le suplicaba otra vez: + +--Vamos, Rufo, no seas así. Una broma es una broma y entre amigos no +tiene importancia. + +Por fin se ablandó y dejándose caer, anduvo otra vez en cuatro patas. +Entonces me acerqué ya sin miedo a él y nos emparejamos como antes. Y +seguimos charlando con la mayor animación, es decir, recuerdo que era yo +el que charlaba porque mi amigo Rufo no hacía más que asentir con leves +gruñidos a lo que yo le decía. Tanto que cansado a la postre y un poco +impaciente detengo el paso, me planto delante de él y le digo: + +--Pero, hombre de Dios, ¿hasta cuándo va a durar esta broma? + +Mas he aquí que Rufo se pone otra vez de pie y comienza a bailar y a +gruñir de un modo espantoso. No poco trabajo me costó aplacarle y sólo +lo conseguí después de mucho tiempo. + +Por fin llegamos a la Pola, me dirigí a casa de mi amigo Ramón el +Puntillero y llamé a la puerta. Me abrieron en seguida y entonces +volviéndome a Rufo, que me seguía, le dije: + +--Compadre, puesto que no quieres dejar todavía esa bromita, dormirás +esta noche al fresco. + +Y le dí con la puerta en el hocico. Caí en la cama como una piedra y el +Puntillero tuvo compasión de mí y me dejó dormir hasta las diez de la +mañana. Pero a esa hora me despertó a gritos diciéndome: + +--Joaquín, Joaquín levántate ahora mismo. Está ahí un alguacil de parte +del alcalde para que te presentes inmediatamente en el Ayuntamiento. + +--¿Pero qué pasa?--exclamé sobresaltado. + +--Nada, al parecer, unos gitanos te acusan de que les has robado un oso. + +Quedé estupefacto. No me acordaba absolutamente de nada. Sin embargo, +poco a poco fué entrando la luz en mi cerebro y me di cuenta de lo que +había pasado aquella noche. Me vestí rápidamente y me dirigí al +Ayuntamiento. Cuando llegué allá, el oso ya había parecido y los +bohemios andaban por el pueblo tocando el pandero y haciéndole bailar. +Le habían encontrado debajo de un hórreo donde se había comido más de +una arroba de paja que allí estaba amontonada. + +Cuando le conté el caso al alcalde quería desnudarse de risa y en vez de +ponerme multa se la puso a los gitanos por haber dejado un animal +peligroso en libertad. + +Al salir del Ayuntamiento tropecé con mi amigo Rufo que había dormido en +la taberna de Jerónimo debajo de una mesa. Le habían robado la guitarra +y venía a dar queja al alcalde sospechando de los bohemios. No consiguió +nada. El oso había parecido pero la guitarra no volvió a verla en su +vida.» + + + + +VII + +LA PARTIDA + + +La primavera sopló otra vez sobre nuestra feliz aldea; las rosas se +abrieron, los mirlos cantaron en la pomarada, los terneros mugieron en +el establo, los céfiros nos traían sobre sus alas perfumadas los rumores +del bosque, gorjeos de pájaros enamorados: la zarzamora que tapizaba los +caminos se llenaba de florecillas moradas: del balcón de mi cuarto +colgaban ya los pámpanos que alegres temblaban al nacer la aurora... + +Todos estos signos de la gloriosa resurrección de la naturaleza alegraba +a los hombres y a los animales, pero a mí me inquietaban vivamente. +Había oído decir repetidas veces a mi madre que en cuanto viniese la +primavera partiríamos para Avilés. Por aquel tiempo no sabía yo que esta +villa guardaba en su seno placeres mucho más exquisitos que los que +podía brindarme Entralgo. Pensando en la escuela, en la gramática, en +las planas, en la vara de avellano de don Juan de la Cruz se me ponía la +carne de gallina. + +¿A qué pensar en ello, sin embargo? Aquí estaban aguardándome a la +puerta, como siempre, mis amigos Ramón, Sixto, José, Segundo, una +guardia fiel y decidida que yo había logrado formarme durante mi +estancia en la aldea. Corríamos los senderos, trepábamos a los árboles +para alcanzar los nidos, hacíamos hogueras y asábamos allí patatas, +cortábamos varas de sauco para construir _tira-tacos_, nos pasábamos +horas enteras espiando la guarida de las anguilas en los arroyos, pero +sin lograr jamás atrapar ninguna, toreábamos a los carneros (desde mi +fatal aventura y en pocos meses había ya dado grandes pasos en el arte +taurino), montábamos en todos los caballos que encontrábamos sueltos por +los caminos. + +Este último recreo ofrecía más de un peligro, para mí especialmente, que +no era ni tan duro ni tan diestro como mis compañeros. Tuve ocasión de +experimentarlo bien pronto. En una de aquellas tardes primaverales +habíamos estado en el río levantando piedras y piedras para atrapar +truchas. No era más que un simulacro, porque en el fondo estábamos +persuadidos de que nunca pescaríamos una. Cuando nos fatigamos de aquel +infructuoso ejercicio nos decidimos a regresar al pueblo. Apenas +habíamos caminado algunos pasos tropezamos con un gran caballo pastando +la yerba que crecía en aquel terreno guijarroso. Acometido de un vértigo +de grandeza dije: + +--Voy a montar ese caballo. + +Los amigos trataron de disuadirme porque sabían perfectamente a qué +atenerse respecto a mis adelantos en la equitación. + +--Es demasiado alto. + +--No importa. Vosotros me ayudaréis a montar. + +Debo confesar que lo hicieron de mala gana, pero lo hicieron. Entre +todos ellos fuí izado sobre el lomo del animal, que no era ni fogoso ni +resabiado. Lo único que hizo fué trotar acompasadamente en dirección a +la aldea. Pero yo no supe acomodarme a su compás, comencé a vacilar, +perdí al fin el equilibrio y di pronto con las narices en el suelo. + +Una de las cosas menos gratas de la existencia es, sin duda, caer de +narices contra una piedra desde un caballo de ocho cuartas. Yo que no +las tenía de cemento armado las sentí deteriorar con un vivo dolor que +me hizo prorrumpir en gritos. Mis amigos al escucharlos y al verme +yacente y ensangrentado, se dispersaron como los discípulos de Jesús +cuando su divino Maestro fué clavado a la cruz. Acudió a los pocos +momentos en mi auxilio un criado llamado Linón que ya lo había sido de +mi abuelo y que por casualidad acertó a pasar por allí. Me levantó del +suelo, me llevó al río y me lavó el rostro. Mientras lo hacía no cesaba +de instruirme con saludables advertencias. + +--Ya ves lo que sucede por ser atrevido.--¿Quién te ha mandado subirte a +un caballo si no sabes montar?--Si hubieras sido formal no te pasaría +esto.--¡Qué ocurrencia ha sido la tuya de montar en un caballo tan alto +y a pelo!, etc., etc. + +Es posible que sea un consuelo el averiguar cuando uno se rompe las +narices, que si hubiera hecho esto o dejado de hacer aquéllo habría +evitado la ruptura, pero yo no experimenté ninguno en aquella ocasión. +Al contrario, cuanto más persuasivo se mostraba Linón, más triste y +miserable me sentía yo. Por fin me llevó en brazos hasta casa y no fué +débil el susto de mis padres al verme en tal estado. Se me aplicaron +compresas de árnica y mi buen padre estuvo toda la noche renovándolas +incesantemente. + +Creí del caso en tales momentos encomendarme o hacer promesa de visitar +algún santuario. En vez de uno prometí visitar dos, el de la Virgen de +Covadonga y el del Santo Cristo de Candás. Ignoro por qué fuí tan lejos +en mi devoción teniendo cerca al milagroso San Nicolás de Campiellos. +¿Sería por deseos de viajar o bien porque se me hubiera comunicado el +desprecio que sentía nuestro párroco hacia el santuario de Campiellos? +De todos modos mi madre quedó complacidísima y prometió llevarme a +Covadonga y a Candás tan pronto como nos halláramos en Avilés. + +Al día siguiente vino el médico, se me pusieron los vendajes necesarios +y en pocos días quedé curado. Sin embargo, más adelante se necesitó la +intervención de un médico de Oviedo y toda mi vida me resentí de aquella +caída. + +Se hablaba ya bastante en casa de nuestra partida; se fijó por fin el +día. Yo estaba tristísimo, aunque se había restringido mi libertad, +después de la caída. Pero aún lo estaba más, a mi juicio, el sobrino del +señor cura de la Pola y diré en pocas palabras por qué. + +Había traído mi madre de Avilés una doncella de espléndida belleza +llamada Alvarina. Pasaba por una de las más hermosas jóvenes de Avilés: +no necesito añadir más, pues la belleza de las mujeres de esta villa es +proverbial en España. Yo amaba a esta Alvarina con todo mi corazón, no +tanto por su belleza como por su bondad. En los niños el amor es +intelectual y más razonado que en los hombres. Sólo en los degenerados +amanece temprano la sensualidad. Claro está que la belleza ejerce una +influencia favorable sobre todos los seres, mas a pesar de su gran +hermosura si esta mujer hubiera sido mala no la habría amado. Lejos de +esto, yo la encontraba siempre dulce y afable procurándome recreos, +guardándome golosinas, tapando mis faltas cuando las cometía. Hacía aún +más y mejor, y era darme aliento para ser bueno y valeroso. Con un +instinto pedagógico que hoy mismo me parece digno de toda admiración, +hallaba fácilmente los medios más adecuados para conseguirlo. Cuando en +casa había cualquier desavenencia y mi madre nos residenciaba y +comenzaba el interrogatorio, Alvarina decía en voz alta: + +--Que diga el niño cómo ha sucedido. El niño no miente. + +Es increíble el efecto que me causaba esta apelación a mi veracidad. Me +llenaba de orgullo, y en aquel momento hubiera declarado la verdad +aunque me arrastrasen después a la horca. + +Si se trataba de llevar la bujía después que me había acostado y dejarme +a obscuras, Alvarina decía en tono resuelto: + +--Podéis llevar la luz: el niño no tiene miedo. + +Y yo que lo sentía, y bien horrible por cierto, me mordía los labios, +metía la cabeza entre las sábanas pero no dejaba escapar la más leve +protesta. + +De tal manera esta hermosa joven contribuyó mejor a mi educación moral +que cuantos libros he leído y sermones he escuchado después. Ella me +hizo un hombre verídico y lo fuí bastante hasta que me dediqué a +novelista. Dios se lo pague. + +Pues de esta Alvarina tan bella, tan gentil, tan bondadosa, se enamoró +perdidamente el sobrino del señor cura de la Pola, un apuesto mancebo +que estudiaba el último año de sagrada teología. Aquel de mis lectores +que no hubiera hecho lo mismo que le tire la primera piedra. Había +venido a pasar una temporada a Laviana y había suspendido +momentáneamente sus estudios no recuerdo por qué; quizá porque su tío se +hallaba delicado de salud y viniese a cuidarlo. Nos visitaba con +frecuencia y puede suponerse que desde que el hijo de Venus le disparó +una de sus mortíferas flechas, nos visitaba con más frecuencia aún. El +cuitado inventaba mil artificiosos pretextos para justificar estas +visitas. Una vez venía a traer a mi padre cierta semilla de guisantes +para la huerta, otra venía a preguntarle de parte de su tío cualquier +menudencia referente a un arrendatario, o bien me traía una primorosa +casita de cartón para los grillos o traía a mi madre una plantita de +albahaca o geranio. Mi madre sonreía viéndole perderse en un laberinto +de razonamientos especiosos y yo sonreía también viendo a mi madre +sonreír. El pobre chico se ponía encarnado hasta las orejas, hasta que +concluía por toser de un modo formidable y mi madre le decía que cuidase +aquel catarro pues en los jóvenes es peligroso, y él se ponía más +colorado aún, lo cual parecía en verdad imposible. + +Mi enfermedad fué para él la salud. Venía a verme todos los días y raro +era aquel en que no me regalase con cualquier chuchería. Me acompañaba +largos ratos y durante estos ratos Alvarina entraba y salía tantas veces +en mi habitación llevando y trayendo objetos que no parecía otra cosa +sino que nos estábamos mudando de casa y fuera ella sola la encargada de +efectuar la mudanza. Cuando al cabo sané tampoco quiso privarme de su +amable compañía comprendiendo que en la convalecencia es cuando hay que +ejercer una vigilancia más activa y estrecha a fin de evitar una +recaída. + +Llegó por fin la víspera del día aciago en que debíamos abandonar +aquella mansión venturosa. Porque para mí Entralgo, a pesar del reciente +fracaso de mi nariz, continuaba siendo el paraíso terrenal. Se dispuso +que saliésemos al amanecer a fin de poder llegar a Avilés por la tarde. +Dejaríamos los caballos en Sama, donde nos aguardaba un coche que nos +trasladaría a nuestra villa haciendo parada en Oviedo para comer. Como +debíamos levantarnos excesivamente temprano, mi madre creyó mejor que no +nos acostásemos y pasásemos la noche en alegre reunión. No sólo los +amigos de Entralgo sino algunos de la Pola vinieron a acompañarnos en +aquella velada que fué divertida y ruidosa como ninguna. No me parece +necesario añadir que entre los últimos figuraba el enamorado seminarista +sobrino del cura de la Pola. + +Se bailó, se jugó, se cantó, se improvisó, se disparató cuanto es +imaginable. El seminarista y Alvarina, que hasta aquel día se habían +mostrado reservados y evitaban con el mayor cuidado el manifestar +públicamente su inclinación, se creyeron dispensados ya de todo disimulo +y sentados en un rincón de la sala no se apartaban el uno del otro y +charlaban animadamente con los ojos brillantes y las mejillas +encendidas. Ambos parecían estar alegres o por lo menos querían +demostrarlo. Sobre todo el seminarista ostentaba una jovialidad tan +excesiva que yo mismo, a pesar de no haber cursado aún la asignatura de +Psicología, adivinaba que era falsa. + +Naturalmente las bromas de los tertulios iban dirigidas a menudo hacia +ellos y naturalmente ellos se ruborizaban, pero no abandonaban por eso +ni su posición feliz ni el hilo de su discurso interminable. No faltaba +allí como en muchas tertulias, particularmente en las de aldea, un +payaso que nos divertía con sus bufonadas, y este payaso no cesaba de +vejar a la amartelada pareja, improvisando coplas a su salud. + +Como de costumbre yo sentí al cabo que los párpados me pesaban, fuí al +sofá y me dormí al lado de mi madre. Cuando desperté la tertulia +continuaba tan bulliciosa como antes, pero mi madre no estaba allí; el +seminarista y Alvarina también habían desaparecido. Entonces me levanté +y buscando a mi madre me dirigí al gabinete contiguo cuya puerta se +hallaba entreabierta. No había luz dentro y sólo la que entraba por la +puerta lo esclarecía. Pude ver, sin embargo, a mi amigo el seminarista +sentado en una silla con la cabeza entre las manos y sollozando +perdidamente. En pie al lado suyo mi madre y Manola hacían esfuerzos por +consolarle y animarle. + +¡Pobre joven! Jamás se me ha borrado de la memoria esta escena. Años +después supe que era un sacerdote ejemplar. No me sorprende porque Dios +no abandona a aquellos que saben tomar a su propio corazón entre las +manos y estrujarle. + + + + +VIII + +AVILÉS + + +Cuando llegué a Madrid para estudiar mi carrera y vi en los escaparates +de las tiendas de comestibles unos cartelitos que decían: _Jamón de +Avilés_ no pude menos de experimentar profunda sorpresa. A esta sorpresa +siguió inmediatamente un sentimiento de vergüenza y de irritación. +¿Cómo? ¡La villa poética por excelencia, la villa de las mujeres +hermosas y las canciones románticas, aquella blanca paloma del +Cantábrico era conocida en el resto de España solamente por sus jamones! + +Jamás pudiera imaginarlo ni lo imaginó ninguno de sus hijos. Viviendo en +Avilés hasta entonces a nadie había oído gloriarse de esta grosera +ventaja. Ni aun sabía que en Avilés existiesen cerdos. Mientras allí +estuve no conocí más que uno, cierto administrador de correos que se +comía las sardinas crudas y entregaba las cartas abiertas. Pero este +administrador no había nacido en Avilés. + +Si yo no he nacido tampoco en esta villa a ella me trajeron cuando +contaba sólo algunos meses de edad. De modo que puedo y quiero +considerarla como mi segunda patria. + +Los avilesinos son nobles, alegres, probos y están dotados de viva +imaginación, aman la música, son sentimentales y un poco románticos. +Reina en este pueblo una amable jovialidad infantil que ensancha el +corazón de cuantos viajeros lo visitan y aleja instantáneamente su mal +humor. A muchos he oído decir que así que ponían los pies en Avilés se +sentían cambiados, olvidaban sus penas y amaban otra vez la vida. Por +todo lo cual sería muy justo que el Gobierno de la nación declarase a +esta villa sanatorio oficial para los neurasténicos. + +A mis oídos ha llegado el rumor de que los avilesinos actualmente toman +en serio las mezquindades de la política. Me resisto a creerlo. Hace +sesenta años en Avilés no existía la política ni nadie pensaba más que +en servir a Dios y bailar habaneras. Si había elecciones, que yo lo dudo +mucho, era cosa que se efectuaba allá en secreto en el Ayuntamiento +entre unos cuantos señores que regresaban a la hora de comer a sus casas +furiosos porque se les hubiera molestado para cosa tan baladí. + +En cambio cuando se trataba de una romería todos éramos unos. Grandes y +pequeños, hombres y mujeres, ancianos y niños marchábamos como un solo +cuerpo. Si el santuario estaba lejos se iba por la mañana y las +domésticas llevaban en grandes cestas la comida: si estaba cerca íbamos +después de comer. Pero había uno, el más principal de todos, el de +Nuestra Señora de la Luz que estaba cerca y sin embargo no faltaban +sibaritas que al rayar el alba subían a la pintoresca colina provistos +de bizcochos, compraban a las aldeanas pucheros de leche y después de +proporcionarse este regalo jugaban con las vasijas hasta romperlas y +volvían a casa para restituirse de nuevo a la romería por la tarde. + +¿Qué se hacía en estas romerías? Pues bailar, bailar hasta caer exánime +sobre el césped. En Avilés el no saber bailar constituye un crimen de +lesa majestad. Todo el mundo habrá oído decir que de aquí han salido los +primeros bailarines del mundo. Cuando por primera vez me llevaron mis +padres a un baile del _Liceo_ (tenía yo diez y seis años) mi madre me +dijo gravemente:--«Anda ve a pedir este vals a Romana que es la que +mejor lo baila en Avilés.»--Romana era una señorita de cuarenta años y +bailaba de un modo increíble, como una sílfide veterana. Me arrebató en +sus brazos y después de hacerme rodar como un trompo por espacio de un +cuarto de hora me entregó casi privado de conocimiento a mis padres. + +Se formaban corros de señoritas y corros de artesanas y en unos y otros +se bailaba frenéticamente. No existía la lucha de clases; y la prueba es +que muchos señoritos abandonaban el círculo de sus iguales y se +introducían en el de las artesanas sin que los obreros se diesen por +ofendidos. En los años que allí viví no he presenciado jamás una +reyerta. ¡Cuán distintos de ellos los hijos belicosos del valle de +Laviana donde vi la luz del día! Aquí no se celebraba romería sin que a +la hora de ponerse el sol no viniesen fieramente a las manos las huestes +acaudilladas respectivamente por Nolo de la Braña y Toribión de +Lorio[3]. + +Al ponerse el sol regresaban los romeros a la villa entonando a dúo unas +canciones románticas que aún me enternecen cuando las recuerdo. + +Era la _Bayamesa_. + + _No recuerdas gentil Bayamesa_ + _Que tú fuiste mi sol refulgente_... + +Era la _Sútil nube_ + + _Sútil nube de luz ondulante._ + +Era el delicioso pasacalle que todo el mundo conoce. + + _Calle la del Rivero_ + _Calle del Cristo._ + +Y algunos señoritos, sin duda para cantar con más afinación, traían +colgada del brazo una linda menestrala más gentil y más ondulante que la +_bayamesa_ y la _nube_ de sus canciones. Cantaban estas muchachas como +los ángeles que rodean el trono del Altísimo y cuando las oía al pasar +por el soportal debajo de mi casa me creía transportado al cielo. Mi +padre pretendía que aliñaban el canto con adornos de mal gusto; pero no +hay que hacer caso de mi padre en este punto porque había nacido en +Oviedo y ya se sabe que todos los pueblos de la provincia, incluso la +capital, nos tenían una envidia rabiosa. + +La mayoría de las calles de Avilés está provista de arcos o pórticos que +preservan de la lluvia y del sol al transeunte. Las dos más largas, la +del _Rivero_, donde yo vivía, y la de _Galiana_, tienen al final cada +una un santuario donde se venera un milagroso Cristo, como si la hermosa +villa quisiera poner su alegría y su inocencia bajo la guarda de Aquel +que dijo: «O niños o como niños». + +Yo estaba persuadido en mi niñez de que estos pórticos se habían +construído exclusivamente con el objeto de que nosotros los chicos +pudiéramos divertirnos lo mismo que hiciera bueno que mal tiempo. +Asimismo pensaba que la Providencia había colocado una espaciosa plaza +delante de la iglesia de San Francisco llamada la _Campa_, para que +nosotros pudiéramos jugar a la pelota, a la peonza y a _Justicias y +Ladrones_, y delante del arruinado convento de la Merced, otro gran +espacio llamado _Campo Caín_, donde había siempre grandes montones de +lodo destinados sin duda alguna al juego del _llancón_ (la estaca). + +Pero cuando la Providencia se mostró verdaderamente perspicaz fué cuando +sugirió al ministro de Fomento la idea de canalizar la ría y de enviar +como director de las obras a un hermano de mi padre. Di gracias a Dios +de todo corazón porque comprendí inmediatamente que todos aquellos +trabajos y los millones gastados en ellos no tenían otro fin que el de +poner a mi disposición un bote, el _bote de la Empresa_, para convidar a +mis amigos y surcar con ellos en todas direcciones a marea baja y a +marea alta la famosa ría. Tanto la surqué que en poco tiempo llegué a +saberme de memoria las vueltas y revueltas del canal. A marea alta +podría señalar, sin equivocarme en medio metro, el sitio por donde +corría. + +Avilés se compone de dos barrios, uno el de la villa propiamente dicha y +otro el de Sabugo, donde habitan los marineros, pescadores y menestrales +de menor cuantía. Los separaba en mi tiempo un brazo de la ría, sobre el +cual había un puente de piedra. Hoy se ha cegado este brazo y sobre él +han edificado una plaza y construído un parque. Para nosotros, los niños +de la villa, Sabugo significaba el país enemigo. Allí estaban los +bárbaros acechándonos noche y día para caer sobre nosotros al menor +descuido y entregarse al pillaje. De allí salían aquellos bandidos que +cuando nos apartábamos un poco del recinto de la villa para echar al +aire nuestras _sierpes_ (cometas) acudían feroces como si la tierra o +por mejor decir el infierno los vomitasen y nos cortaban los hilos y se +apoderaban de nuestras sierpes y además nos hartaban de bofetadas. +¿Dónde estaba la Reina? ¿Dónde estaba la Guardia civil? ¿Dónde estaba la +policía para poner a buen recaudo a estos salteadores? Por ninguna parte +asomaba la mano del poder coercitivo mostrando que vivíamos en una +sociedad organizada. La vida de los niños repite sin cesar al través de +los siglos el tipo anárquico de los tiempos primitivos. + +Existía en Avilés una academia de música, un teatro, una sociedad de +baile. De todo esto era el alma un tío mío oficial de artillería +retirado y valetudinario. A pesar de sus crueles achaques este perfecto +caballero esparcía la alegría y mantenía vivo en su pueblo natal el +cultivo del arte. Cuando se erigió el pequeño teatro de la calle de la +Cámara sus conciudadanos agradecidos le dejaron construir en apartado +rincón un palco con celosía desde donde el buen viejo podía asistir a +las representaciones sin ser visto. + +La sociedad de baile llamada el _Liceo_ estaba situada en el antiguo +convento de San Francisco. Porque los arruinados conventos de la Merced +y de San Francisco servían para todo, para escuelas, para cátedras, para +cuartel, para oficinas, para aduanas... y hasta para salones de baile. +El del _Liceo_ era magnífico, de elevada techumbre y lindamente +decorado. Los bailes se celebraban allí con toda pompa y majestad y eran +el orgullo de la villa y la envidia de los extraños. Las damas y los +caballeros que a ellos asistían o estaban unidos por los lazos del +parentesco o eran amigos íntimos desde la infancia. En una población de +ocho mil habitantes nada tiene de asombroso. Pues a pesar de eso todo se +efectuaba allí con una gravedad y una corrección dignas de cualquier +recepción diplomática. Las damas iban descotadas luciendo sus brazos y +espaldas alabastrinas, los caballeros de frac y corbata blanca. El +presidente nombraba la comisión de jóvenes introductores. La orquesta +tocaba oculta desde una tribuna; los criados entraban a cierta hora con +grandes bandejas de plata atestadas de confites. Se hablaba en voz baja, +y los amigos con sus amigos y hasta los hermanos con sus hermanas +adoptaban una actitud fría y cortesana. Todo era allí ceremonioso, +imponente, dramático. Nadie dudaba de que al bailar un rigodón o una +mazurca estaba cumpliendo con el sagrado deber de ilustrar a su patria. + +Ya puede imaginarse el efecto que causaría la desenvoltura de un joven +lánguido y displicente hijo de un banquero de Oviedo que en el baile más +solemne de Avilés, nada menos que en el baile de San Agustín, penetró en +el salón del _Liceo_ con botas de color, americana de alpaca y una +sombrilla en la mano. El presidente le envió un recado por medio del +conserje para que desalojase inmediatamente. Así lo hizo, pero la herida +estaba ya inferida. A la mañana siguiente la noticia corrió como un +reguero de pólvora por todos los ámbitos de la población levantando una +tempestad de protestas. La villa entera vibró de indignación y de +cólera. Los jóvenes y los viejos, lo mismo los caballeros que los +menestrales gimieron al unísono por aquella puñalada que a nuestra amada +villa le habían dado por la espalda. En los cafés, en las tiendas, en +medio de la calle se hacían comentarios acalorados. Debajo de los arcos +del Ayuntamiento se formaron corrillos amenazadores. En el centro de uno +de ellos un viejo capitán de barco mercante vociferaba aconsejando que +se fuese al hotel donde el mequetrefe de Oviedo se alojaba y se le +arrojase por el balcón. El mequetrefe, escuchando la voz de la +prudencia, tomó a bien meterse en la diligencia de Oviedo sustrayéndose +de este modo a un probable _lynchamiento_. + +Los avilesinos son apasionados del arte lírico y dramático. Cada una de +las compañías de verso, de zarzuela o de ópera que durante la temporada +de verano venían a dar entre nosotros algunas representaciones, +lograban conmover hasta los cimientos la villa y exaltar todos los +ánimos. No sólo se aplaudía a los cómicos y cantantes en el teatro; se +les festejaba fuera, se organizaban en su obsequio jiras campestres y +excursiones marítimas y se aspiraba ambiciosamente a tratarles con +intimidad. Nuestros jóvenes se creían felices el día que tuteaban al +barítono o les llamaba por su nombre de pila la dama joven. El pueblo +improvisaba coplas alusivas a ellos y se cantaban por la calle. Recuerdo +que llegaron en cierta ocasión un tenor llamado Palermi y una tiple +llamada la Dalti que lograron cautivar como nunca a la población. +Habiendo enfermado ésta se oía cantar a los chicos y a las artesanas por +las calles de Avilés: + + ¿Qué tienes Palermi + que tan triste estás? + Me falta la Dalti + no puedo cantar. + +Cuando la compañía contaba con dos tiples o dos tenores inmediatamente +se tomaba parte por uno de ellos; la población se dividía en dos bandos: +lo mismo en las tertulias particulares que en los cafés se discutía +apasionadamente, se aquilataban sus méritos y se escudriñaban sus +defectos. En cierta compañía llegaron dos tiples, una alta y gruesa a +quien el pueblo llamó en seguida la _tiplona_, y otra bajita y menuda a +quien se conoció por el sobrenombre de la _tiplina_. Una y otra tuvieron +inmediatamente sus partidarios tan exaltados los unos como los otros. +Los dos bandos riñeron una tarde en el paseo del Bombé y vinieron a las +manos y un señorito partidario de la tiplona salió de la reyerta con las +narices ensangrentadas. + +Pero estas alegrías terminaban así que las Pléyades asomaban la punta de +su carrito por el horizonte y el cierzo comenzaba a soplar frío y +húmedo. Durante el invierno no había teatro. Algún prestidigitador +extraviado, algunos exhibidores de vacas sabias o de focas amaestradas, +niñas gordas, enanos y otros monstruos. Nada, en suma, que pudiera +satisfacer los anhelos espirituales de aquel pueblo artista por +excelencia. + +No obstante, estos anhelos se abrían paso y se mostraban poderosos al +través de las brumas, de la soledad y monotonía del invierno. Entregada +a sus propios recursos la villa de Avilés mostraba su vitalidad y su +amor a la carátula. Formábase una compañía de aficionados que actuaba +con bastante frecuencia en el teatro. Entre estos aficionados había +algunos que en mi opinión pudieran competir con los buenos actores que +después he visto en Madrid. Había también un fecundísimo poeta llamado +don Pedro Carreño que abastecía a la compañía de dramas, tragedias, +comedias y entremeses. Este notable poeta no sólo escribía las obras +dramáticas sino que, como Shakespeare, las dirigía y las representaba +personalmente, si bien, como el gran poeta inglés, se reservaba sólo los +papeles secundarios. Del inmenso catálogo de sus obras, sólo muy pocas +fueron impresas en vida lo mismo que acaeció con las del autor de +_Hamlet_, y para que la semejanza sea más completa añadiré que adoptaba +también para ellas títulos caprichosos y fantásticos. Uno de sus dramas +más aplaudidos se titulaba, si no recuerdo mal, _Más vale que sierren +tablas_, de sabor verdaderamente shakespeariano. + +Pero donde se hizo ostensible de manera más evidente el poder de nuestra +raza y lo maravillosamente dotada que está para el cultivo de las Artes, +fué cuando unos cuantos aficionados, luchando con dificultades +increíbles, se resolvieron a poner en escena y cantar una ópera. No creo +que ningún otro pueblo de España lo haya intentado siquiera. La ópera +elegida fué la _Lucía di Lammermoor_ del maestro Donizeti. Un ebanista +de la calle de la Herrería llamado Mariño, que poseía una agradable voz +de tenor, desempeñó el papel de Edgardo y un barbero de los arcos de la +plaza el de barítono. Lo más escogido de la sociedad avilesina figuraba +en los coros de ambos sexos. + +¿Será arrogancia, por mi parte, el decir que una villa capaz de llevar a +feliz término tales empresas merece ser conocida en el mundo de otro +modo que por sus jamones? + + + + +IX + +PRIMERAS IMPRESIONES + + +Mis primeras impresiones no son de Entralgo, aunque haya nacido allí +como he dicho. La primera vez que me di cuenta de la existencia o me +reconocí como un ser viviente fué en Avilés, debajo de una mesa. Estaba +allí oculto, silencioso y trabajando. ¿En qué trabajaba? En abrir un +agujero a un gran pan de cuatro libras que había logrado hacer descender +desde la mesa hasta mis manos. No comprendo cómo pude llevar a feliz +término esta grave operación tan superior a mis fuerzas, porque yo no +contaría entonces más de dos años de edad. Para realizarla no disponía +de maromas, cabestrantes y poleas, sino de mis propios brazos solamente, +que a más de no tener nada de atléticos se hallaban algo trabados por +una blusa verde demasiadamente almidonada. Tengo una idea de que el pan +estaba al borde de la mesa y que le fuí haciendo resbalar poco a poco +hasta que por su propio peso cayó sobre mí y como yo no podía sostenerle +me dejé caer a mi vez en el suelo abrazado a él. + +Ni mi madre, que bordaba en un rincón del comedor, ni una señora +parienta suya que la acompañaba, ni la costurera, empeñadas todas tres +en animada plática, se dieron cuenta del arriesgado trabajo preparatorio +que yo acababa de realizar. + +Una vez que me vi dueño del pan me arrastré cautelosamente hasta +colocarme debajo de la mesa y allí principié mi tarea perforadora con la +paciencia de un chino y la terquedad de un astur. Lo más difícil, lo +que parecía casi imposible de realizar era la ruptura de la corteza. Yo +la acometí, sin embargo, con buen ánimo. Humedeciendo el dedo con saliva +y después de largo y penoso trabajo logré al fin romperla. Lo demás era +relativamente fácil. El túnel se fué abriendo poco a poco y los +escombros pasaban rápidamente a mi estómago. + +Al cabo vi que mi madre preguntaba por mí. Se me buscó con la vista y +cuando advirtieron que me hallaba debajo de la mesa y tenía un pan entre +mis piernas quedaron altamente sorprendidas. Sin embargo, a la costurera +no le pareció aquella situación decorosa para el hijo primogénito de una +respetable familia y vino a sacarme de ella tomando el pan y colocándolo +sobre la mesa. ¡Cómo podía figurarse que aquel pan no guardaba ya su +integridad! Mis tiernas manos no podían, en efecto, atentar a ella de un +modo violento pero ignoraban lo que puede el ingenio apretado por la +necesidad. + +Un escozor le acometió a mi madre y era que el pan podía haberse +manchado en el suelo. Por su orden la costurera vino a comprobarlo. Al +hacerlo dejó escapar un grito de sorpresa y después una alegre +carcajada. + +--¡Señora, mire por su vida lo que el niño ha hecho! ¡Qué cosa más +graciosa! + +El agujero debía de ser efectivamente muy gracioso porque mi madre y mi +tía se retorcían de risa contemplándolo. Y según oía decir, entre las +carcajadas que fluían de su boca, estaba admirablemente hecho; era una +verdadera obra de arte. + +Tal es mi primera impresión consciente en esta vida terrestre a la cual +Dios plugo enviarme, y el dato intuitivo de más importancia que de ella +adquirí por entonces. La perforación de un túnel fué mi primer trabajo +serio en este mundo. Parecía por ello que yo estaba destinado a ser +ingeniero. Sin embargo, no fué así como el lector verá si se digna +seguir leyendo estas memorias. + +Después recuerdo perfectamente que no me pesaba poco ni mucho de haber +adquirido conciencia o haber nacido en este mundo, el cual no me parecía +un valle de lágrimas sino vergel delicioso. Todo era exquisito y bello; +la sala con su sillería enfundada, el gabinete, el tocador de mi madre, +el cestito de su labor, las librerías de mi padre, su butaca... ¡oh! su +butaca forrada de gutapercha verde, donde me refugiaba entre sus piernas +cuando le veía sentado y le hacía preguntas sobre preguntas, +informándome acerca de todos los secretos de la creación que yo +desconocía en absoluto. «Los carneros, ¿por qué tienen el pelo tan +largo, papá? Los caballos, ¿por qué no lo tienen? ¿La lluvia cae del +cielo? Entonces, el cielo estará mojado siempre ¿verdad? La huerta de mi +primo ¿por qué es mayor que la nuestra? ¿Por qué tienes barba y yo no la +tengo ni mamá tampoco? ¡Ah! la tengo dentro y me saldrá; entonces +también a mamá le saldrá. ¿Por qué no le saldrá a mamá y a mí sí?...» + +Mi padre respondía a mis preguntas con la mayor bondad, dulce y +satisfactoriamente. Es decir, satisfactoriamente no siempre. Alguna vez +advertía en sus respuestas cierta falta de lógica y que se deslizaba más +de un sofisma en su discurso. Pero no se lo hacía ver, disimulaba y me +daba por convencido porque adoraba a mi padre y por nada del mundo +quería verle humillado. + +Todos eran buenos y amables para mí. Cuando salía a la calle, cuantas +personas encontrábamos me acariciaban y pasaba de unos brazos a otros +encontrando en todos protección y cariño. En las casas de amigos y +parientes adonde me llevaban, me acogían con gritos de alegría, me +agasajaban y regalaban, nunca querían dejarme marchar. La que más me +placía era la de mi madrina, una hermana de mi abuela que tenía cuatro +hijos jóvenes, tres varones y una hembra, todos ellos entre diez y seis +y veinticinco años. Era una hermosa casa, un gran patio central rodeado +de galería de cristales y lleno para mí de sorpresas agradables, un +magnífico reloj de música, una terraza con columpio, una pajarera, dulce +de membrillo. Luego uno de mis tíos tocaba admirablemente la flauta, +otro el piano, mi tía Modestina cantaba. ¡Oh Dios mío cuánto me mimaban +aquellos buenos tíos! Lo recuerdo todo como un sueño feliz. El mundo se +me ofrecía bajo un aspecto mágico, era un fanal maravilloso destinado a +guardar seres amables y dichosos. Gustaba por primera vez el encanto de +vivir; como una irisada mariposa nadaba en un mar de perfumes bebiendo +la luz, saturándome de amor y de alegría... + +Todo pasó, todo se hundió en los abismos del tiempo. Sin embargo, Dios +misericordioso me ha dejado el consuelo de poder evocar cuando quiero +aquel mundo mágico. No tengo más que canturrear un vals, que cantaba en +aquella época mi tía Modestina y cuya letra empezaba: + + Hubo un tiempo vida mía + en que tu boca de rosa + una sonrisa amorosa + dibujaba para mí. + +para que repentinamente corra un estremecimiento de dicha por mi alma y +surja ante mis ojos con todo su embeleso la mañana de mi vida, y vuelva +a escuchar la voz y ver el rostro de aquellos seres amados que ya no +existen. Lo hago pocas veces, no obstante, porque sé que las impresiones +se gastan como el dinero y quiero ser avaro. La idea de que pudiera +disiparse mi tesoro me horroriza. + +Muchas, muchísimas veces me he preguntado después en el curso de mi +vida, ¿cuál será el mundo verdaderamente real, aquel que yo veía en mi +infancia o este otro que ahora contemplo al través del velo tejido de +perfidias, traiciones, bajezas y ruindades que los años colocaron +delante de mis ojos? Ya sé que para la gran mayoría de los hombres el +caso no es dudoso. Sin embargo, para mí lo es y para un cierto sujeto de +algún talento que vivió hace muchos años, a quien llamaban Platón, +también lo sería. Hay momentos en que me acometen ideas verdaderamente +extravagantes y absurdas. En uno de esos momentos he llegado a pensar +que en el concierto universal de los mundos siderales el vals de mi tía +Modestina significa más que una sesión de Cortes. Guárdame, lector, el +secreto de esta locura y de otras muchas que verás en las presentes +memorias. Eres para mí un amigo íntimo, un confidente discreto en cuyo +oído deposito todo lo que rebosa de mi corazón. + +Un poco más adelante se alza ya en mi memoria cierta triste impresión, +que es cronológicamente la primera de las muchas parecidas con que la +vida me brindó más adelante. Habiendo quedado abierta, por descuido, la +puerta de la calle, un mendigo anciano se deslizó dentro de casa; subió +la escalera y se apoderó de un objeto, que me parece era una gorra de mi +padre. Le sorprendieron en el momento de marcharse y hubo gran confusión +y alarma. Veo, como si lo tuviera delante de los ojos, a aquel anciano +andrajoso de barba blanca, en medio de la escalera, con sus brazos +abiertos disculpándose, pidiendo perdón. Y unos peldaños más arriba veo +a mi madre, a la costurera y las criadas increpándole furiosamente. +Recuerdo que sentí una impresión dolorosa, una compasión infinita por +aquel pobre viejo tan miserable, tan humillado. Mi pequeño corazón se +revelaba contra los insultos que le dirigían y se me representaba su +injusticia. Percibía claramente que nosotros vivíamos bien y teníamos +aún más de lo que nos hacía falta, mientras aquel anciano desvalido +carecía de lo indispensable para sustentarse. La piqueta socialista +comenzó a abrir brecha en mi cerebro infantil. + +Pocos días después o pocos meses, que esto no puedo precisarlo, era yo +feliz con un juguete que mi tío me había traído de Madrid, un moro de +goma pintado de vívidos colores. Estaba orgulloso con él y lo mostraba a +todos los conocidos y desconocidos. Entre estos últimos acertó a pasar +por delante de mi portal un chicuelo de seis u ocho años, el cual se +manifestó inmediatamente como un admirador incondicional de mi árabe. +Nada podía halagarme más en aquel momento. Así que para demostrarle mi +complacencia y lo mucho que estimaba sus honrados sentimientos, me +avine, como él lo deseaba, a entregárselo para que pudiera examinarlo +con todo detenimiento. Ponérselo en las manos y emprender una carrera +vertiginosa fué todo uno. De tal manera, que unos segundos después perdí +de vista al moro y a su compañero y no volví a verlos en mi vida. + +Las lágrimas que derramé y la cólera encendida que se apoderó de mí, +nadie puede figurárselos. En aquel momento deseaba ardientemente que +todo el peso de la ley cayese sobre el ladrón, que la Guardia Civil se +apoderase de él, que le metiese en un calabozo y le azotase. Las ideas +conservadoras se enseñorearon completamente de mi alma. + +Y he aquí cómo a los tres años de edad era ya lo que fuí después toda mi +vida, un conservador forrado de socialista o un socialista forrado de +conservador, como mejor se quiera. + +Hay otra impresión que guardo también muy viva de esta época. Me veo +sentado a la mesa en una silla de brazos estrecha y alta. Sirven una +fuente de truchas, me ponen una y yo me empeño en comerla con los dedos +como había visto hacer a Mateo el nieto de la Colasa, una mujer que +venía a casa a fregar los suelos. Mi madre se opone resueltamente y me +da un ligero golpe en las manos. Esto me irrita y enciende más mi deseo. +Vuelvo a tomar un pedacito de trucha con los dedos y mi madre me aplica +otro golpe más fuerte. Grito, me obstino, y a viva fuerza quiero hacer +mi voluntad. Entonces mi madre encolerizada se levanta, me da unas +cuantas bofetadas, me arranca de la silla, y me lleva a un cuarto +obscuro y me deja allí encerrado. Lloré y chillé tumbado en el suelo +hasta quedar rendido. Al cabo observé que el ruido de platos cesaba, que +la comida había terminado y mi madre se retiraba a su gabinete. + +Poco tiempo después se abre la puerta de mi prisión, entra mi padre, me +levanta, me besa y tomándome en brazos sube conmigo hasta su despacho, +me deja allí y baja de nuevo subiendo en seguida con la fuente de las +truchas. + +Me sienta en su sillón, me pone un plato delante y dice con resolución: + +--¡Ahora come como quieras! + +Y se cruza de brazos para verme comer con los dedos. + +Ya sé que esto es muy poco pedagógico y que mi madre tenía razón sobrada +para castigarme. Sin embargo, no puedo recordar esta escena sin sentirme +enternecido. + + + + +X + +COMETO UN ASESINATO + + +Todo hombre ha merecido alguna vez la horca en el curso de su vida, dice +Montaigne. Yo la merecí en edad bien temprana, pues no contaba más de +cuatro años de edad. Oíd cómo sucedió: + +En aquel tiempo existía en Avilés un monstruo llamado don Gregorio +Zaldua. Este monstruo no comía los niños crudos como suelen hacer los +otros monstruos; pero impedía que los niños comiesen nada ni crudo ni +asado, y el resultado era igualmente funesto. + +--El niño tiene la lengua sucia--decía mi madre en voz alta--. Hay que +avisar a don Gregorio. + +Y el niño, que era yo, se echaba a temblar como el cordero a la vista +del lobo. + +Llegaba el lobo, me miraba la lengua, me palpaba el vientre, me +examinaba los párpados, y después de estas y otras odiosas maniobras, +pronunciaba con la mayor indiferencia la horrible sentencia: + +--Denle ustedes una onza de aceite de ricino en dos veces... Y dieta... +¡sobre todo mucha dieta! + +¡Oh Dios del Sinaí! ¡el aceite de ricino! Escuchando este nombre se me +erizan aún los pocos cabellos blancos que me quedan en la cabeza. + +--Es, que se resiste a tomarlo--decía mi madre tímidamente. + +--Pues es muy sencillo hacérselo tragar. No tiene usted más que apretar +la nariz con el dedo índice y el pulgar, y cuando abra la boca echárselo +allá. + +¡Bárbaro! Otras veces la sentencia era más suave. + +--Póngale usted sobre el vientre una cataplasma de harina de linaza... y +dieta... ¡sobre todo mucha dieta! Cuidado con que el niño coma +absolutamente nada. En usted tengo confianza, pero hay que vigilar a +Silverio porque es un padrazo incapaz de resistir el llanto del niño. + +Verdad; mucha verdad. Mi padre por no verme sufrir, sería capaz de darme +una rosquilla bañada de la confitería de Nepomuceno. + +¡Oh las rosquillas bañadas de Nepomuceno! ¡Y las _tabletas_! ¡Y las +_crucetas_! Jamás se ha visto ni se verá en el arte de la confitería una +obra más perfecta, y apelo al testimonio de aquellos de mis +contemporáneos que hayan tenido la felicidad de gustarlas. + +Cuando alguna que otra vez tropiezo en los senderos de la vida con uno +de estos dichosos mortales que han sufrido indigestiones por haber +ingerido en su infancia demasiadas _tabletas_ no puedo menos de +abrazarle enternecido. + +¡Pero buenos estaban los tiempos para rosquillas bañadas! Mi madre era +vigilante y enérgica, y no diré una _tableta_, pero ni un pedazo de pan +de la cocina me permitiría llevar a la boca. Mi padre no osaba +interponerse; las criadas la secundaban, y yo quedaba a merced de aquel +monstruo de don Gregorio, sumido en la más horrible miseria. + +Imposible encontrarse en mayor aflicción y necesidad. Por mi pequeño +corazón pasaba toda la tristeza y desolación que caben en el mundo, y no +hay que dudar que caben bastantes. Y lloraba las lágrimas más amargas +que el hombre puede derramar en este valle; y si no maldecía de la vida +era que aun no había leído a Schopenhauer. + +Recuerdo que una noche me pusieron en el vientre la consabida cataplasma +de harina de linaza. Después de ponérmela apagaron la bujía, encendieron +una lamparilla y se marcharon dejándome solo. Yo gritaba pidiendo pan, +un mendrugo de pan siquiera: pero nadie escuchaba mis gritos. La +naturaleza, los hombres, el mismo Dios parecían haberse vuelto sordos. +Al cabo de un rato llegó Pepa la cocinera y me dijo que si no me callaba +seguramente vendría el Trasgo a cogerme por las piernas. Yo no había +tenido la desgracia hasta entonces de trabar conocimiento con el Trasgo +y como no lo deseaba me callé. + +Pero el hambre me punzaba, ¡qué diré punzaba! me roía las entrañas. +Entonces tuve una inspiración, uno de esos pensamientos felices que sólo +acuden a la mente humana una vez en la vida. + +Llevé mis manos a la cataplasma, la saqué de su envoltura de lienzo y me +la comí. + +Tengo entendido que hubo en los tiempos antiguos un joven príncipe +romano a quien hicieron morir de hambre, el cual se comió antes parte de +las ropas de la cama. Inútil manifestar que yo no tuve en cuenta para +nada este precedente, que no hubo espíritu de imitación ni de plagio. +Con la mano sobre el corazón declaro que al comerme la cataplasma creí +realizar una obra completamente original. + +Pero este pensamiento feliz produjo consternación en mi familia. Siempre +sucede lo mismo. Cuando surge un pensador original el mundo se agita +presa de viva inquietud. + +El resultado fué que, como todos los innovadores, pagué mi inspiración +con el martirio. Me aplicaron otra dosis de aceite de ricino. + +Mi pobre padre estaba desolado viendo al hijo de sus entrañas recorrer, +sin culpa alguna, el doloroso calvario de purgas y cataplasmas. El +desdichado me acariciaba, enjugaba mi sudor de agonía y me decía al oído +las cosas más halagüeñas. Hizo aún más; se fué al bazar de los arcos de +la plaza y me compró una preciosa escopeta. + +Quedé enajenado, loco de alegría. En aquel momento desaparecieron todas +mis penas; me olvidé del hambre, me olvidé de las cataplasmas y hasta +del sabor del aceite de ricino. + +La escopeta se cargaba con unos fulminantes que hacían bastante ruido. +Mi madre dijo malhumorada: + +--¡Qué ocurrencia la tuya de poner en manos del niño estas cosas! + +Mi padre replicó sonriendo: + +--El niño es muy juicioso y yo tengo la seguridad de que no ha de matar +a nadie. + +Yo afirmé vivamente con la cabeza. ¡Oh gran hipócrita! ¡Oh pérfido y +tenebroso embustero! En el momento que tomé el arma concebí el crimen; y +no lo concebí vagamente sino con todos sus repugnantes detalles. Pero +hice el inocente, sonreí de un modo angelical y todos confiaron en mí. + +No hubo jamás en el mundo confianza peor depositada. Cuando llegó la +noche y mis padres, después de besarme, se retiraron y sentí roncar a la +Felisa que dormía en otra cama cerca de la mía, entonces me alcé +cautelosamente y a la luz de la lamparilla cargué mi arma con el mayor +cuidado. La puse al alcance de la mano y me dormí tranquilamente como el +más fiero y empedernido criminal. + +Me despertó la voz de mi madre en el gabinete contiguo, hablando con don +Gregorio. Despierto sobresaltado y apenas despierto, veo asomar por la +puerta la faz aborrecida del monstruo. No tuve tiempo más que para echar +mano a la escopeta, ponerme en pie sobre la cama, echarme aquélla a la +cara y disparar sobre el infame. + +Carcajada general. Mi padre, mi madre, la Felisa, don Gregorio reían +dando muestras de la más viva alegría; sobre todo éste parecía querer +desternillarse. + + + + +XI + +DE CÓMO FUÍ EXCOMULGADO + + +Ignoro si la excomunión en que incurrí era mayor o menor, de las +llamadas _ferendae_, _sententiae_ o de _latae sententiae_; pero es +innegable que había incurrido en una de ellas. + +Contaba yo a la sazón siete años y acaeció poco después de mi primera +hegira a Entralgo. + +En el convento de San Bernardo de Avilés vegetaba, renqueaba, salmodiaba +el oficio y se atascaba de rapé la nariz desde hacía setenta años una +hermana de mi bisabuela llamada doña Florentina. Había entrado en él a +los doce años: por consiguiente tenía ochenta y dos. En la familia no se +la llamaba _madre_ Florentina ni _hermana_ Florentina, aunque fuese +monja profesa. Mi misma madre cuando hablaba de ella decía siempre: «mi +tía doña Florentina». + +Aquel convento de San Bernardo ejercía sobre mí un atractivo +inexplicable al que se mezclaba un poquito de miedo. Cuando mi madre me +llevaba a misa, en vez de atender al oficio divino pasaba el tiempo en +extática contemplación del coro de las monjas que al través de la verja +de hierro se veía envuelto en tenue y fantástica claridad. Era una +claridad adorable, misteriosa. Las blancas figuras de las religiosas y +sus voces plañideras, y sus rezos incomprensibles hacían palpitar mi +corazón con vagos anhelos de felicidad celestial. Mi cabeza infantil se +poblaba de sueños hasta que mi madre me daba sobre ella un coscorrón +invitándome a volverla hacia el altar mayor. + +Además el convento ofrecía para mí un atractivo infinitamente mayor y +que nada tenía de fantástico. De allí salían unas rosquillas embutidas +de crema y bañadas de azúcar que parecían fabricadas por los ángeles y +un cierto confite llamado _flor de azahar_ más divino todavía. Se +componía de unas escamitas blancas y tan dulces que se pasaban sin +sentir. No he vuelto a comerlo en mi vida ni he logrado siquiera verlo, +a pesar de las largas y serias investigaciones que para ello llevé a +cabo. + +No sé si sería a causa de las rosquillas o por otro motivo espiritual, +pero es lo cierto que mi madre respetaba mucho a su tía doña Florentina. +Mi padre, no tanto. Decía que era una inocente, que su desarrollo +intelectual se había detenido en el momento de entrar en el convento y +que seguía siendo una niña de doce años. Contaba riendo que habiéndole +preguntado un día: + +--Pero tía, ¿cómo es posible que haya usted repetido durante setenta +años todas esas oraciones en latín sin entenderlas? + +--Hijo mío--le contestó la pobre vieja alzando compungida los ojos al +cielo--esas son palabras demasiado sublimes y misteriosas para nosotras. + +Por supuesto mi padre se guardaba de pronunciar estos juicios delante de +los niños y yo respetaba a mi tía doña Florentina casi tanto como al +arcángel San Rafael. + +Mi madre me enviaba algunas veces al convento con Pepa para traer o +llevar algún recado a su tía. Esta Pepa, nuestra criada, era una mujer +estúpida y embustera, estúpida y embustera aun para criada, que me +contaba cómo había visto al diablo varias veces allá en su aldea, el +cual le había tomado ojeriza sin saber por qué. Cuando por la noche +dejaba la cocina, bien limpia y bien arregladita, a la mañana siguiente +la encontraba toda sucia y revuelta, los pucheros fuera de su sitio, la +pila del agua llena de inmundicias, la ceniza esparcida por el suelo. +Una noche le había acechado y le vió entrar por el tubo de la chimenea. +Entonces ella hizo la señal de la cruz y el diablo lanzó un rugido y se +escapó de nuevo por la chimenea, pero ella pudo agarrarle la punta del +rabo y le hubiera retenido a no ser porque el maldito se volvió +rápidamente y le dió un terrible mordisco en la mano. + +A mí con esas cosas se me erizaban los cabellos. + +Mi tía doña Florentina nos hablaba casi siempre por detrás del torno y +estos coloquios excitaban mi imaginación aunque lo que nos decíamos nada +tenía de misterioso. Me preguntaba por la salud de mi madre, siempre +vacilante, si había salido bueno el dulce de ciruela que nos había +enviado, si sabía ya el catecismo y si llevaba siempre en el pecho la +medalla que me había regalado. Por el torno me pasaba también algunos +paquetitos de aquel dulce de azahar de feliz recordación. + +Pero alguna que otra vez mi tía doña Florentina abría la gran puerta del +zaguán y se mostraba de cuerpo entero. Al través de esta puerta se veía +el claustro con su vetusta arquería de piedra y en el centro algunos +árboles cuyo follaje apenas dejaba entrar la luz en él. Nada me ha +parecido jamás en la vida más poético, más fantástico y misterioso que +aquel claustro del convento de San Bernardo. Se hallaba más bajo que el +portal, de suerte que para pasar a él era necesario descender un +escalón. Mi tía de la parte de adentro parecía mucho más pequeña que +Pepa y su cabeza casi estaba al nivel de la mía. En esta forma nos +recibía y nos hablaba. Es decir, se hablaban ella y Pepa, porque yo +permanecía silencioso y sobrecogido contemplando aquel claustro sombrío +y encantado, el cual me atraía, me fascinaba como la ninfa Loreley +debajo del agua fascina a los que contemplan el fondo del mar desde la +orilla. + +Mi tía era gárrula; mi criada Pepa lo era aún más. Charlando, charlando, +dejaban transcurrir el tiempo y llegaban casi a olvidarse de que yo +estaba allí. + +Acaeció que un día cedí a la fascinación que sobre mí ejercía aquel +claustro y aunque era un pecado horrible, sin darme cuenta de lo que +hacía bajé el escalón y me introduje en él. Mi tía y Pepa se hallaban +tan embebidas en su charla que no se dieron cuenta de mi ausencia. + +Yo dejaba deslizar mis pasos sacrílegos sobre las losas húmedas y +parecía querer beber con los ojos el encanto misterioso de aquel paraje. +La luz del sol, que se filtraba con trabajo por el follaje de las +acacias y los plátanos, formaba arabescos en el pavimento. Una fuente de +piedra, deteriorada, cubierta de musgo hacía correr un hilito de agua +con rumor melancólico. Un pájaro cantaba entre las hojas y me parecía +distinto de los pájaros que hasta entonces había oído. Era un pájaro +ascético, litúrgico y enclaustrado también como las monjas. + +Mas he aquí que mi tía Florentina me echa al fin de menos, vuelve la +vista a todos lados y me divisa allá a lo lejos. Lanza un grito, eleva +sus manos al cielo y exclama con desesperación: + +--¡Ay, hijo de mi alma, que estás excomulgado! + +Yo debí contestarle entonces: + +--Señora y tía mía, está usted en un error. A la excomunión deben +preceder las moniciones canónicas exigidas por las palabras mismas de +Jesucristo en el Evangelio y por la doctrina de la Iglesia. El Concilio +de Lyon mandó que fuesen tres o una sola, según los casos: _nisi factis +necessitas aliter ea suaserit moderanda_. El Concilio de Trento +determinó que hubieran de preceder por lo menos dos amonestaciones. + +Nada de esto dije porque no lo sabía. Lo único que hice fué no hacer +nada. Quedé paralizado, yerto y debí ponerme más blanco que un papel. +Sentí también que algo como si fuese una entraña se me desprendía allá +dentro. + +La tía Florentina corrió hacia mí y a empellones me llevó hasta la +puerta y sin decir palabra la cerró con gran estrépito. + +Pepa y yo quedamos aterrados, mudos, y salimos del convento +apresuradamente. Mi terror y mi angustia eran tan grandes que no podía +siquiera llorar. Pepa no pronunciaba una palabra. Al cabo tuve fuerza +para decirle: + +--Pepa, no dirás nada a mamá, ¿verdad? + +--No; no diré nada--me respondió secamente. + +Al cabo de un rato la pregunté tímidamente: + +--¿Los excomulgados no pueden oír misa? + +--No; los excomulgados no pueden oír misa ni pueden rezar. + +Al cabo de otro rato más largo aún le pregunté de nuevo: + +--¿Crees que don Manolito el capellán de las monjas me puede levantar la +excomunión? + +--No; don Manolito no tiene poder para ello. Es necesario que hagas +mucha penitencia y luego vayas a Roma para que el Papa te perdone. + +Entonces callé y me decidí a hacer penitencia. + +Aquella tarde me dió mi madre para merendar unas ciruelas y +sigilosamente las arrojé por el tubo del retrete. Por la noche también +me levanté de la mesa sin comer el postre. Al día siguiente pasé largos +ratos de rodillas y con los brazos en cruz y después de comer salí con +el postre en la mano pretextando que iba a comerlo al balcón pero fué +para arrojarlo igualmente al retrete. + +No recuerdo bien ahora las penitencias que hice en aquellos días, pero +fueron muchas y terribles. Sé que me levantaba en medio de la noche y me +acostaba sobre el duro entarimado y que me pinchaba alguna vez los +brazos con un alfiler. Hasta se me ocurrió meter algunas ortigas en la +cama, pero no las hallé en el jardín. Vagaba silencioso por la casa, +rechazaba la compañía de mi primo José María que tanto me placía, +lloraba amargamente oculto en los rincones y no parecía siquiera por la +sala cuando había gente. + +No sé quién ha dicho que las excomuniones engordan. ¡Mentira! Yo me puse +en ocho días flaco y amarillo que daba pena verme. Mi madre dijo un día +en voz alta: + +--Este niño está enfermo; hay que llamar a don Gregorio. + +Don Gregorio era el monstruo que ya conoce el lector. Yo protesté que +nada tenía y nada me dolía. + +Una de las penas para mí mayores y la más afrentosa era que Pepa huía de +mí como si temiese contaminarse de mi herejía. Alguna vez cuando me +encontraba por los pasillos clavaba en mí una mirada severa y me decía +con acento lúgubre e imperioso: + +--¡Niño, haz penitencia! + +Otra cosa que no podía sufrir era que me llamasen para rezar el rosario. +Hacía esfuerzos increíbles de habilidad buscando pretextos para no +rezarlo. Cuando no podía menos cerraba la boca herméticamente sin +responder a la oración. Esto, como es lógico, me valía algunos pellizcos +de mi piadosa madre. + +En fin, tales cosas hice y tan extraña fué mi conducta que aquélla me +llamó a capítulo. Se encerró conmigo en el cuarto de la plancha y me +hizo sufrir un apremiante interrogatorio. + +Recuerdo que era el santo de mi padre. Habían sido invitadas diez o doce +personas, casi todos parientes, a comer, y estaban de sobremesa. Desde +la habitación en que nos hallábamos se oía el ruido de su conversación. + +--Vamos a ver niño, quiero que me digas qué es lo que te pasa. ¿Por qué +estás tan triste? ¿Por qué no juegas? ¿Por qué no comes? ¿Por qué huyes +de todo el mundo? + +Afirmé descaradamente que no me pasaba nada digno de mencionarse. Pero +mi madre estaba resuelta a descubrir el secreto y empleando +alternativamente las caricias y las amenazas logró arrancármelo. + +--Mamá--le dije al cabo--yo quiero ir a Roma. + +Mi madre abrió los ojos como si hubiera visto en aquel momento bajar por +el aire volando un buey y posarse sobre la flecha de la torre de la +iglesia de San Francisco. + +--¡Niño! ¿Qué dices? ¿Cómo quieres ir a Roma? + +--Quiero ir a pie. + +Mi madre abrió otra vez los ojos como si escuchase gritar al buey desde +la torre: «¡Viva la república!» + +--¡Niño! ¿Te has vuelto loco? ¿Pero qué estás ahí diciendo? ¿Por qué +dices eso? + +Entonces yo caí en sus brazos y exclamé sollozando: + +--¡Mamá, porque estoy excomulgado! + +Y entre suspiros y sollozos le conté todo lo que me había ocurrido. Yo +pensé que mi buena mamá iba a quedar aterrada, pero ¡oh sorpresa! en vez +de eso comienza a reír como una loca exclamando: + +--¡Ay qué gracia! ¡excomulgado! ¡excomulgado! + +Y me abraza y me besa repetidas veces. + +Inmediatamente llama a mi padre y sin dejar de reír le dice: + +--¿No sabes que este niño está excomulgado? + +Y mi padre suelta la carcajada igualmente como si fuera un caso +chistosísimo. Me hace contar de nuevo la ocurrencia y limpiándome las +lágrimas y besándome tiernamente como había hecho mi madre me lleva +hasta el comedor. Todo el mundo estaba alegre allí y recuerdo que hasta +las señoras tenían unas chapitas rojas en las mejillas. + +Mi padre abrió la puerta y empujándome adentro dice en voz alta: + +--Ahí tenéis un niño que afirma que está excomulgado. + +Carcajada general. Todos se ponen a gritar a un tiempo: + +--¡Excomulgado! ¡excomulgado! ¡excomulgado! ¡ja! ¡ja! ¡ja! ¡excomulgado! +¡ja! ¡ja! ¡ja! + +Se armó una batahola infernal. Uno me ofrecía un pastelito, otro una +copa de cognac, otro un cigarro; me besaban, me zarandeaban, me +estrujaban sin dejar de reír y de exclamar: + +--¡Excomulgado! ¡excomulgado! + +Tanto rieron que al cabo también yo concluí por reír. Y he aquí cómo a +fuerza de carcajadas logré entrar de nuevo en el seno de la Iglesia +católica. + + + + +XII + +RESUELVO HACERME ERMITAÑO + + +¡Hermosos días de fe venid a mí! Soplad en este corazón herido por los +desengaños, soplad en este pensamiento marchito por tanto estéril +trabajo. Refrescadme unos instantes. Que vuelva a ser al despertarme el +niño que se postraba de rodillas sobre su diminuto lecho y vuelto hacia +una imagen de Jesús Crucificado le pedía con palabras fervorosas la +salud de mis padres y la salvación de mi alma. Dejadme ver otra vez en +el azul del cielo la imagen de María, hollando con su divina planta el +creciente de la luna rodeada de niños alados. Dejad que lleguen a mis +oídos como entonces sus cánticos celestes. Dejadme sentir de nuevo sobre +la frente las alas del Angel de mi guarda al tiempo de dormirme. + +Aún me veo en la iglesia de San Francisco oyendo misa con mi padre. Los +sones del órgano me transportaban; la voz de bajo profundo de Fray +Antonio Arenas cantando desde el coro me estremecía con santo terror; +las nubes de incienso me embriagaban. Y allá en lo alto, sobre el altar +mayor veía una hermosa escultura de la Virgen envuelta en una luz +fantástica que dejaban filtrar los cristales de color. Y mis ojos no se +apartaban de ella y hacia ella volaba mi corazón con ansias de dicha +inmortal. Entonces pasaban por mi alma sublimes emociones que por +experimentarlas de nuevo diera cien vidas si las tuviese, emociones que +espero sentir después de la muerte. + +Aún me veo caminando con mi madre bajo los arcos de la calle de Galiana +hacia el santuario donde se venera al Cristo con la cruz sobre los +hombros. La noche ha cerrado ya. A esta hora próxima al crepúsculo las +damas piadosas de Avilés tienen costumbre de ir a rezar un credo delante +de la milagrosa imagen. Los arcos apenas están esclarecidos. Allá hacia +el medio, sobre uno de ellos hay una hornacina y dentro una pequeña +escultura de la Virgen alumbrada por una lámpara de aceite. Algunas +parejas enamoradas se sientan en los pretiles de la calle. Sólo +percibimos sus bultos y escuchamos el rumor de su plática. Llegamos al +santuario; subimos algunos peldaños; nos postramos delante de Jesús +agobiado bajo el peso de la Cruz y su frente pálida coronada de espinas +me infunde una compasión infinita. Sus ojos me miran doloridos y parecen +decirme: «Hijo mío, hoy eres dichoso, pero si algún día estás triste +acuérdate de mí.» + +Aún me veo en el mes de Mayo cantando por las calles de Avilés la +letanía de la Virgen. Todos los niños de la escuela formábamos en dos +filas. En el centro iba una gran cruz cubierta de flores, soportada +alternativamente por los más fuertes entre nosotros. Detrás de ella +caminaban algunos sacerdotes acompañados del maestro. ¡Oh, qué luz +radiosa en el cielo! ¡Qué alegría en la tierra! Estábamos en el mes de +las flores y cada uno de nosotros con un puñado de ellas en la mano +marchábamos cantando para ofrecerlas a la Reina del Cielo. Y al volver +nuestra cabeza descubierta hacia las puertas y los balcones de las casas +no tropezábamos con las miradas burlonas, con las sonrisas escépticas +que hielan el corazón de la infancia. No; los hombres graves y +silenciosos hacían un imperceptible signo de aprobación; las mujeres +enternecidas nos enviaban con los ojos afectuosas bendiciones. Para que +un pueblo viva unido y forme una gran familia, para que exista la +verdadera patria no basta que articulemos el mismo idioma, es necesario +que balbuceemos las mismas oraciones. Nuestro pequeño corazón latía +feliz dentro del pecho porque nos sentíamos amados y protegidos por el +pueblo entero, porque aquellos hombres y aquellas mujeres que se +asomaban a los balcones o se agolpaban en las aceras para vernos pasar +respetaban nuestra fe y nuestra inocencia. + +Mi amigo Alfonso, un niño pálido, bueno y pacífico, se mostraba más +piadoso que ninguno. Su madre, que era una santa mujer, le llevaba a +misa todos los días antes de la escuela, le veíamos en las procesiones +con un pequeño cirio en la mano y alguna vez también cuando por las +tardes de los días de fiesta se me ocurría asomarme a la iglesia delante +de la cual jugábamos, le veía en la nave solitaria del templo orando +ante los altares. Aunque yo era de un humor bastante distinto y me +gustaban los juegos con pasión y mostraba tanto ardor como el que más en +las peleas, me sentía, no obstante, atraído hacia aquel niño y buscaba +su amistad. No me la otorgó él fácilmente. Como todos los seres +espirituales era tímido y retraído y mi carácter turbulento debía de +impresionarle desagradablemente. Pero al fin logré ganar su confianza y +entonces fué expansivo y afectuoso conmigo, y con el celo de un pequeño +apóstol procuró ganarme para Dios y la Virgen. Estaba yo preparado para +ello porque en el fondo del alma siempre he sido idealista y aunque en +el curso de mi vida haya amontonado sobre este fuego sagrado mucho polvo +y mucho escombro, por fortuna nunca ha llegado a apagarse. + +El me decía que no era necesario pensar tanto en esta vida efímera, que +aun la más larga valía poco y que pudiéramos morir antes de llegar a +viejos. ¡Cuán en lo cierto estaba aquel piadoso niño, pues que murió +antes de salir de la adolescencia! Me decía que debíamos ser buenos como +los ángeles para poder estar algún día entre ellos y que si nos +encomendábamos todos los días a la Virgen y a San José ellos nos +sacarían de los peligros de este mundo. Empezamos a pasar largas horas +en confidencias místicas. Me llevó a su casa y vi con asombro y placer +que su madre le había dejado un cuartito para oratorio y que él lo había +arreglado tan primorosamente que no faltaba allí nada de lo que se +hallaba en las iglesias. Un altar con su retablo y su sabanilla, una +imagen de la Virgen del Carmen, otra de San José, un Niño Jesús, +incensario, ciriales, casulla, bonete. Él celebraba misa y yo le +ayudaba. Los días de gran fiesta, la mamá, los hermanos mayores y los +criados venían a presenciarla, se cantaba la letanía, se hacía una +procesión por el jardín y se quemaba tanto incienso y se formaba tal +espesa humareda en el cuartito que alguna vez pensaba ahogarme. + +Nuestro fervor iba cada día en aumento. No sólo celebrábamos misa sino +que también confesábamos. Alfonso mostraba enormes disposiciones para el +confesonario y ataba y desataba los pecados como el más experto +penitenciario. Vestido con un roquete que su madre le había cosido y +sentado dentro de un gran cajón que colocábamos en sentido vertical y al +cual habíamos abierto a un lado algunos agujeritos con una barrena, +confesaba a sus hermanitas, me confesaba a mí y alguna vez venían +también las criadas a arrodillarse y con la boca pegada a aquellos +agujeritos decían sus pecados y recibían la absolución. Estas no se +mostraban tan contritas y arrepentidas como fuera de desear porque se +les escapaba no pocas veces la risa y obligaban al confesor a mostrarse +demasiado severo y amenazarles con que lo diría a su mamá. Porque mi +amigo Alfonso tomaba aquello muy en serio, nos daba consejos excelentes, +nos pintaba con minuciosos detalles las penas del infierno, nos +exhortaba a la penitencia y por último nos echaba la absolución +alargando su manecita para que la besáramos con la misma gravedad que un +padre jesuíta. + +Un día me dijo que su hermanita más pequeña estaba muy enferma y para +que no se muriese él rezaba todos los días una hora de rodillas sobre +las piedras y se había frotado el pecho con ortigas. Y, en efecto, +abriendo el chaleco y la camisa me mostró sus tiernas carnes +enrojecidas. Me sentí conmovido y admirado. «Yo también quiero hacer +alguna penitencia por que tu hermana no se muera», le dije. Y dicho y +hecho, bajo al jardín con él y llevo mis manos con resolución a las +ortigas, pero ¡ay! fué tal el dolor, que di un grito y comencé a llorar. +Alfonso asustado subió a casa por aceite y me untó delicadamente las +manos. Después me abrazó y me consoló diciéndome que aún no estaba +preparado para las penitencias, pero que al cabo lograría hacerlas +mayores aún que él. + +Leíamos las vidas de los santos y las que más nos placían eran las de +aquellos que se habían retirado a un desierto y habían pasado largos +años oyendo cantar los pájaros y alimentándose con frutas y con los +mariscos que hallaban entre las peñas. Nada tiene de particular porque +yo era apasionadísimo de las cerezas y de los caracoles de mar. Ignoro +de quién de los dos partió la idea, pero un día concebimos el proyecto +de retirarnos nosotros igualmente del mundo y de sus pompas para hacer +penitencia. Viviríamos los dos solos en algún paraje apartado, +comeríamos lo que los campesinos quisieran darnos de limosna, haríamos +oración por nuestras familias y cuando fuéramos grandes vendríamos a +predicar a Avilés y a otras villas. ¿Dónde encontrar el paraje +solitario? Alfonso me dijo que a una legua próximamente de Avilés había +visto una cueva cerca del mar que parecía hecha a propósito para que nos +retiráramos allí e hiciésemos vida cenobítica. + +Meditamos nuestro proyecto largamente y sólo nos decidimos a ponerlo en +práctica después de maduras reflexiones. Una de las graves cuestiones +que debatimos fué la de resolver si habíamos de renunciar a nuestras +familias para siempre o habíamos de visitarlas alguna vez. Alfonso +opinaba que debíamos de venir cada año a ver a nuestros papás: yo creía +que debíamos de venir cada seis meses. Por fin decidimos que vendríamos +cada ocho días a mudarnos la ropa interior. Ni por un momento se nos +pasó por la imaginación que aquéllas pudieran oponer reparos a nuestra +resolución. Alfonso decía que su mamá era tan piadosa que lloraría +lágrimas de placer al saberlo. Yo no estaba tan seguro de la mía, pero +aunque no llorase precisamente de placer, estaba seguro de que se +sentiría honrada viendo a su hijo emprender valerosamente la carrera de +santo. De todos modos decidimos marcharnos sin decir una palabra para +evitar escenas patéticas. + +Ahora bien; en esta mi resolución de abandonar el mundo ¿no habría +también cierto vago deseo de abandonar la escuela? Porque recuerdo que +la vara de avellano que usaba el maestro don Juan de la Cruz no me +inspiraba simpatía, ni tampoco los coscorrones y bofetadas del pasante, +ni me placía estar de rodillas una hora con las narices en la pared +cuando mi plana tenía algunos borrones. Y todavía me parece experimentar +la sensación dolorosa que me penetraba cuando en el portal de casa mi +padre me despedía con un beso al marchar a la escuela, después de comer. +Nos separábamos; yo seguía por los arcos hacia mi triste destino y le +veía a él atravesar la plaza hacia el casino fumando un cigarro puro. +¿Cuándo sería yo grande para hacer lo mismo? Es posible, pues, que en +mis ardorosos deseos de sacrificarme entrase, aunque fuese en pequeña +dosis, el placer de apartarme de otros deberes, porque nuestras +resoluciones en la vida casi nunca están determinadas por un solo +motivo. No conviene, sin embargo, profundizar demasiado en el alma de +los místicos. + +Salimos, pues, un día a cosa de las tres de la tarde después de comer en +busca de la cueva santificante. Yo llevaba como equipaje, repartidos por +los bolsillos, unas zapatillas, una cajita de caramelos que me había +regalado mi madrina el día anterior y la peonza. No era, en verdad, +bagaje adecuado para un penitente que huye los placeres de la carne, +pero en este punto fiaba por completo en mi amigo Alfonso y no me +equivocaba. Mi piadosísimo amigo llevaba por todo equipo y envueltas +cuidadosamente en un papel, unas preciosas disciplinas fabricadas con +sus propias, delicadas manos. Eran de cuerda y tenían por mango el de +una comba y al cabo de cada ramal unos primorosos nuditos que debían de +ser menos dulces que los caramelos de mi madrina. + +Antes de partir, y por iniciativa de Alfonso, habíamos orado unos +momentos en la iglesia de San Francisco. Luego atravesando el campo Caín +y bordeando el enemigo barrio de Sabugo, sin entrar en él salimos al +camino de San Cristóbal. Antes de media hora llegaríamos al sitio +denominado la _Garita_ sobre el mar. No muy lejos de él se hallaba la +cueva que había visto o había creído ver mi amigo Alfonso. Caminábamos +silenciosos. Alfonso iba gozosísimo, resplandeciente. Yo no tan +resplandeciente. + +No habíamos andado un kilómetro cuando tumbados sobre el blando césped, +a la vera del camino, acertamos a ver dos pillastres de Sabugo. El uno +era Antón el zapatero, muchacho ferocísimo, conocido en la villa por sus +hazañas y temido de todos los niños por sus crueldades. El otro un +pilluelo apodado _Anguila_, feo y grotesco que divertía al vecindario en +los días de regatas con sus sandeces cuando desnudo y embadurnado de +lodo para no resbalar intentaba subir la cucaña. Era un payaso consumado +del cual ya hablaré más adelante. + +Al divisarlos me dió un vuelco el corazón y creo que a mi amigo Alfonso, +a pesar de su santidad, le pasó otro tanto. + +--Ahí están _esos_--proferí sordamente. + +--Ya los veo--me respondió Alfonso lacónicamente. + +--Pasemos de largo como si no los viésemos. + +Y en efecto, mirando al cielo, mirando a la tierra, mirando a todos +lados menos al punto determinado en que se hallaba aquel par de alhajas +intentamos cruzar apretando el paso. Eramos los pobres avestruces que +meten la cabeza bajo el ala cuando divisan al cazador. + +--¡Eh! chicos... ¿Adónde vais? + +Nada; no oímos nada. + +--¡Eh! chicos... ¿Adónde vais? + +La misma sordera inveterada. Tratamos de seguir adelante; pero _Anguila_ +se levantó rápidamente y en dos saltos se plantó delante de nosotros. + +--¿Adónde vais «vos digo» granujas? + +Oírse llamar granujas, dos seres tan espirituales como nosotros por +aquel miserable andrajoso era cosa para inspirar risa más que cólera. + +Ni una ni otra nos inspiró la pregunta. Lo que ambos experimentamos en +aquel instante fué, hablando con toda franqueza, miedo, un miedo cerval. + +--Vamos a San Cristóbal--balbuceé yo con toda la humildad, con toda la +sumisión de que puede ser capaz un ser humano. + +--¿Y a qué vais a San Cristóbal? + +--Vamos a dar un recado al señor cura--murmuré con más humildad y +sumisión todavía. + +--Bueno, pues, atracad al muelle y echad el ancla que aquí están los +carabineros para hacer el registro. + +Y echó a andar de nuevo hacia el prado donde aún permanecía tendido su +digno compañero que nos dirigía una insistente mirada fría y cruel. Le +seguimos como dos mansos corderos. ¿Y qué íbamos a hacer? Nosotros +teníamos nueve años y aquellos malhechores lo menos doce; pero aparte de +eso su indómita fiereza primitiva como seres que aun no han salido de la +barbarie les daba una superioridad reconocida, tratándose de guerra, +sobre dos chicos tan civilizados como nosotros. + +Efectivamente comenzó el registro que llevó a cabo _Anguila_ con toda +escrupulosidad, empezando por mí. Antón el zapatero no se dignó siquiera +moverse. Salieron a relucir mis caramelos, que fueron instantáneamente +decomisados; pero Antón con un gesto imperioso dijo: + +--Trae aquí eso. + +Y _Anguila_ humildemente fué a depositarlos a sus pies. Se echaba de ver +que Antón era el emperador y _Anguila_ su bufón. Salió mi peonza que en +la misma forma fué depositada con los caramelos. Y salieron mis +zapatillas. Estas fueron despreciadas, y envueltas en su papel, +volvieron al bolsillo de mi chaqueta. + +Comenzó en seguida el de Alfonso. Traía un pedazo de pan, que _Anguila_ +se puso a morder acto continuo después de haberse cerciorado, con una +rápida mirada que echó a Antón, de que aquello no le interesaba. Y salió +el papelito de las disciplinas. _Anguila_ al desdoblarlo quedó +estupefacto. + +--¿Qué es esto?... ¡El diablo me lleve si no son unas disciplinas! + +Antón se puso en pie de un salto y las tomó en la mano. + +--¡Pues sí que son unas disciplinas! + +Y aquel rostro espantable se contrajo con una risa que daba miedo. + +--¡Ay qué gracia!... ¡Unas disciplinas! ¡Ay qué risa! + +Y efectivamente se retorcía de risa y _Anguila_ lo mismo. + +--Estas son las disciplinas con que te azota tu madre, ¿verdad? Y tú se +las has robado, ¿verdad? Pues eso no se hace. ¡Toma, para que no lo +hagas otra vez! + +Y la emprendió a zurriagazos con mi pobre amigo que chillaba con su +vocecita dulce. + +--¡No! ¡no las he robado!... Mi madre no me pega. + +Yo me creía salvado, pero así que concluyó con Alfonso la emprendió +conmigo «por haberle ayudado», según decía. + +--Bueno. Ahora largo de aquí. Y si decís una palabra de todo esto en +casa contad conmigo--profirió Antón tumbándose de nuevo en el césped con +la pereza displicente de un déspota oriental. + +Ibamos ya a seguir tan saludable consejo, pero estaba de Dios que no +habíamos de salir tan pronto de las garras de aquellos piratas. + +--Oye, Antón, ¿no te parece que enseñemos a estos chicos el +ejercicio?--manifestó _Anguila_. + +--Haz lo que quieras--respondió el zapatero encogiéndose de hombros con +su acostumbrada displicencia. + +_Anguila_ cortó dos largas varas de los árboles que bordaban el camino y +nos las puso en la mano. + +--¡Firmes!... ¡Tercien... ar!... ¡Presenten... ar!... ¡Apunten... ar!... +¡En su lugar... descanso!... ¡Media vuelta a la derecha... deré! + +Más de una hora duró nuestro martirio. Bofetadas, repelones, puntapiés, +estirones de orejas, de todo hubo y en abundancia. El sargento más +bárbaro no lo hubiera hecho mejor. Si llorábamos más de la cuenta nos +hacía callar a mojicones. Por fin, cuando se hubo hartado de darlos nos +dejó marchar. + +Libres ya, no continuamos hacia el desierto para regenerarnos por medio +de la penitencia sino que caminamos apresuradamente la vuelta del +poblado. Llevábamos los ojos enrojecidos por el llanto y las mejillas +por las bofetadas; pero yo llevaba más roja aún el alma por la cólera y +la rabia. Un ansia loca de venganza me subía a la garganta y parecía +asfixiarme rompiendo por intervalos en terribles imprecaciones y gritos +inarticulados. En cuanto llegase a la villa se lo diría a Emilio el +Herrador. Nosotros, los chicos de la escuela en Avilés, teníamos, +siguiendo la costumbre espartana, un mozalbete que nos servía de +protector o que «saltaba por nosotros», como decíamos en la jerga +infantil. Emilio el Herrador había saltado siempre por mí. Estaba seguro +de que en cuanto supiera la infamia hecha conmigo entraría a saco en el +barrio de Sabugo y no dejaría piedra sobre piedra. El pobre Alfonso +lloraba y suspiraba en silencio. + +Cuando recuerdo este incidente de mi infancia no puedo menos de +admirarme de mi extraña aberración. Porque al partirme de casa y buscar +la soledad ¿qué es lo que me proponía? ¿Hacer penitencia y santificarme? +¿Pues qué penitencia más adecuada y eficaz que la que me infligían +aquellos chicos? ¿Qué mejor ocasión para mostrarme resignado y humilde y +seguir las huellas de Jesucristo? + +De modo semejante durante el curso de mi vida Dios me ha ofrecido a +manos llenas los medios de ser un santo; pero ¡ay! siempre he +desperdiciado la ocasión. + + + + +XIII + +LA VARA DE FALARIS + + +Si mi amigo Leoncio perteneciese todavía al número de los vivos dudo +mucho que nadie osara recordarle el incidente que voy a narrar. Nada más +fácil que saliese de su empresa con las narices hinchadas como habían +salido por otros motivos Manolín el chocolatero, Pepín el hijo del +carnicero y su hermano Ciriaco. + +Porque mi amigo Leoncio, a pesar de su rostro mofletudo y plácido, era, +cuando montaba en cólera, un ser furibundo y pernicioso y poseía unos +puños que infundían respeto a toda la escuela de don Juan de la Cruz. + +¿Quién no recuerda en Avilés a este don Juan de la Cruz tan modesto, tan +melifluo, tan pulcro? ¿Quién no recuerda a aquel hombrecillo pálido, de +cabellos lacios, de ojos negros guarnecidos de largas pestañas que +apenas se alzaban del suelo con expresión tímida y humilde? Enseñó las +primeras letras a tres generaciones y murió a los ochenta años +declinando un pronombre relativo. Sosegado, grave, silencioso, +atravesaba el salón de la escuela sin que nos diéramos cuenta de su +presencia hasta que lo teníamos encima. La expresión apacible de su +rostro no se turbaba jamás: no recuerdo haberle visto enfurecido. Un +esbozo de sonrisa se dibujaba casi constantemente en sus labios. No era +más que un conato de sonrisa que comenzaba en el ángulo izquierdo de la +boca y allí se detenía sin pasar jamás al derecho. Rara vez nos miraba a +la cara; nos hablaba ceremoniosamente de usted y cuando nos reprendía +lo hacía siempre en voz baja con los ojos puestos en el suelo como si se +estuviera confesando de alguna falta. Nos tajaba las plumas, que eran de +ave en aquella época, nos echaba tinta en los tinteros, nos corregía las +planas con la mayor modestia y compostura y cuando llegaba el caso, que +llegaba con harta frecuencia, con la misma modestia y compostura +empuñaba su vara y nos sacudía de lo lindo. Era un hombre tan modesto +que cuando nos zurraba la piel parecía que nos estaba haciendo +reverencias. + +Las varas que empleaba para esta operación delicada eran generalmente de +avellano y se las proporcionaban los mismos chicos de la escuela, hijos +de labradores que residían en los alrededores de la villa. Eran muy +adecuadas para levantarnos la piel y hacernos ver las estrellas. +Recuerdo que en cierta ocasión en que me hallaba dulcemente entretenido +en frotar un botón de bronce contra el pupitre hasta ponerlo bien +caliente y luego aplicarlo a las manos de los compañeros que tenía +cerca, sentí en la espalda y en la nuca la impresión de cien botones de +fuego. Me volví y vi a don Juan que me sacudió cortésmente otros seis +lapos y me dijo después con voz dulce como el soplo de la brisa entre +las flores: + +--Hijo mío, aplíquese al estudio y déjese de fútiles entretenimientos. + +Pero estas varas tenían, como todas las cosas de este mundo, una ventaja +y una desventaja. Para don Juan tenían el inconveniente de que se +concluían pronto y necesitaba renovarlas, lo cual no siempre era fácil +porque los chicos aldeanos con pretextos más o menos fundados se +resistían algunas veces a proporcionarlas. En cambio para nosotros +poseían la ventaja de que muy pronto se les quebraba las puntas y +entonces ya no ceñían la carne y su golpe era menos doloroso. Así que +los chicos más despejados procurábamos cuidadosamente no estrenarlas, +porque entonces y sólo entonces poseían toda su virtud maléfica. Cuando +las veíamos bien despuntadas, nuestra conducta empezaba a relajarse. + +Mi amigo Leoncio, que era un chico de gran talento y además complaciente +y servicial como pocos, quiso obviar el inconveniente que ofrecían las +varas de avellano para el maestro. Pensando constantemente en ello como +Newton en la gravitación universal, acertó al cabo con la solución. La +caída de una manzana sugirió al pensador inglés la idea de la fuerza de +atracción. La vista de una ballena del corsé de su mamá iluminó +repentinamente el cerebro del mofletudo Leoncio. Exploró un día y otro +día el desván de su casa donde se amontonaban mil cachivaches. Al cabo +tropezó con una ballena delgada y redonda y del tamaño aproximadamente +de las varas que don Juan de la Cruz empleaba. + +Leoncio se sintió feliz desde aquel momento. No hay nada que dilate el +alma tanto como un descubrimiento imprevisto. Desempolvó la famosa +ballena, la envolvió esmeradamente en papeles de seda y sujetó estos +papeles con una cuerdecita encarnada. Al día siguiente, sin duda para +dar mayor solemnidad al acto, procuró retrasarse un poco para llegar a +la escuela. Y cuando ya estábamos todos acomodados en nuestros bancos y +el maestro allá en el fondo sentado detrás de su mesa, he aquí que +aparece nuestro Leoncio con aquel extraño objeto en la mano, atraviesa +erguido y sosegado el vasto salón y acercándose a la mesa del maestro +deposita en ella gravemente su tesoro. Hecho lo cual, con la misma +solemnidad se dirigió a su sitio y se sentó. + +Una ardiente curiosidad se apoderó de todos nosotros. ¿Qué sería +aquello? ¿Un regalo? Hubo alguno que imaginó sería un caramelo +monstruoso semejante a los que nosotros chupábamos con delectación en +cuanto teníamos algún dinero para comprarlos. Don Juan comenzó también a +examinarlo con curiosidad antes de desenvolverlo. Al fin se decidió a +quitarle los papeles y poco después quedó al descubierto la preciosa +ballena. + +Nuestra estupefacción fué enorme; pero nuestra indignación fué aún mucho +mayor. Cincuenta pares de ojos se clavaron furibundos en el mofletudo +Leoncio. Si estos ojos fueran dardos venenosos como los de las abejas, +el mofletudo Leoncio hubiera perdido allí mismo la vida. Un sordo rumor, +temeroso, corrió por toda la escuela. Si se analizase este rumor se +vería inmediatamente que estaba compuesto de doscientos «¡miserable!», +trescientos «¡cochino!» y lo menos quinientos «¡indecente!». + +Leoncio se mantenía sosegado y satisfecho sin advertir el éxito +extraordinario de su regalo. O si lo advertía, aparentaba mostrar que le +tenía sin cuidado. Don Juan seguía examinando atentamente el famoso +caramelo. Al cabo profirió con su voz meliflua: + +--Leoncio, hijo mío, tenga usted la bondad de venir un momento. + +Leoncio acudió solícito. Don Juan se levantó de la silla con calma, y +sujetándole por el cuello le aplicó un cumplido vardascazo en el +trasero. Leoncio dejó escapar un grito de dolor. A este grito +respondimos nosotros con un rugido de alegría. Don Juan (¡Dios le +bendiga!) secundó el golpe y con su acostumbrada modestia le estuvo +solfeando un buen rato. Mientras duraba la operación parecía hablarse a +sí mismo y le oímos murmurar: + +--En efecto; es flexible... Es sólida... Se ciñe admirablemente. + +¡Vaya si se ceñía! Que lo digan las nalgas del pobre Leoncio que seguía +chillando como un condenado mientras nosotros respondíamos a sus +lamentos con bárbaras carcajadas. + +Cuando a don Juan de la Cruz le pareció bien probada la flexibilidad y +la solidez del nuevo instrumento, soltó al sujeto de la experiencia y le +dijo con voz suave y mirando, como siempre, humildemente al suelo: + +--Hijo mío, en tiempos muy antiguos existía en la ciudad de Agrigento, +en la Italia meridional, un tirano que se llamaba Falaris. Este tirano +era tan cruel que se complacía en atormentar de mil maneras a todos +aquellos que tenían la desgracia de no complacerle. Sucedió que uno de +sus cortesanos, por captarse su benevolencia, le hizo regalo de un toro +de bronce hueco donde se podía meter a la persona que se quisiera hacer +morir atormentada. Debajo de este toro de bronce se encendía una hoguera +y el desdichado que estaba dentro, al comenzar a asarse, dejaba escapar +terribles gritos que al pasar por el cuello y la boca del toro semejaban +los rugidos de esta fiera... Falaris quedó prendado de tan ingenioso +artefacto y después de dar las gracias a quien se lo había regalado no +se le ocurrió otra cosa mejor que ensayarlo metiendo dentro de él al +propio inventor. + +Hizo una pausa don Juan, y dando una cariñosa palmadita a Leoncio en las +llorosas mejillas, + +--Así, pues, muchas gracias, hijo mío, por este precioso regalo. +Aplíquese el cuento y váyase a su sitio. + + + + +XIV + +EL TRIUNFO DE LA FRATERNIDAD + + +Recuerdo que por aquel tiempo existía en Avilés un zapatero +librepensador llamado Mamerto. Este Mamerto vivía en lucha abierta con +el Supremo Hacedor y con sus ministros responsables en la tierra, el +señor cura de la villa y el de Sabugo, particularmente con este último +por ser el del barrio que habitaba. No confesaba, no comulgaba, no iba a +misa, no ponía siquiera los pies en la iglesia, y, lo que es mucho más +grave, no bautizaba a sus hijos. Acometido de un furor ateísta no +perdonaba ocasión de atacar el presupuesto del clero y aspiraba nada +menos que a demoler las iglesias o a convertirlas en fábricas y obligar +a los sacerdotes a ganarse el pan con el sudor de su frente. + +Leía en sus ocios y se sabía casi de memoria algunos libros infamantes +titulados _El fraile_, _La Monja_, _El Cura de misa y olla_, y de ellos +sacaba argumentos metafísicos para minar los cimientos de nuestra +religión. Discutía, vociferaba en todas las tabernas, refería historias +escandalosas de las beatas y los curas, y cuando tenía algunos vasos de +sidra en el cuerpo entonaba canciones subversivas. Una de estas +canciones le acarreó el mayor disgusto de su vida. Al cantar el himno de +Garibaldi en vez de limitarse a victorear al enemigo del Papa se ensañó +con éste gritando repetidas veces: «¡Que muera Pío IX, viva la +libertad!» Se le denunció al señor cura de Sabugo, el cual a su vez lo +denunció al Juzgado: se le formó proceso y fué condenado con otros tres +amigos a dos años de presidio. Así las gastaba en aquella época el +partido moderado que se hallaba en el poder. + +Fué agraciado con algún indulto y poco antes del año regresó Mamerto a +sus lares con la aureola del martirio sobre la frente. La población se +conmovió al verle llegar: todos los ojos se clavaban sobre él con mezcla +de curiosidad y admiración. Los suyos adquirieron ese brillo fatídico +peculiar de los héroes, una expresión de ferocidad desdeñosa que +sobresaltaba a los pacíficos habitantes de nuestra villa. + +Mamerto se consideró desde entonces como un hombre peligrosísimo: acaso +no mentiría diciendo que tenía miedo de sí mismo. De aquel pecho, de +aquella cabeza podía salir algo funesto para la tradición. Si las +instituciones hubieran tenido algún instinto de conservación (que no lo +tenían), Mamerto no debiera de andar suelto. Esta era su opinión por lo +menos. De esta imprudencia de la justicia se aprovechaba nuestro +zapatero para perseguir al Cristianismo y a la Monarquía contando las +copas de ginebra que bebía el capellán de las monjas de San Bernardo y +ahuecando la voz para hablar de los escándalos del palacio real. + +No hay para qué decir que Mamerto era odiado de muerte por el sexo +femenino en Avilés. Mi madre le profesaba tal horror que si por +casualidad se le nombraba en la conversación veía alterarse los rasgos +de su fisonomía, se quedaba tan pálida que mi padre inquieto pedía que +la sirviesen una taza de caldo para confortarla. De este horror me hizo +a mí partícipe. Cuando alguna vez mi mala suerte me hacía pasar a su +lado me sentía sobrecogido de espanto como a la vista del demonio, me +parecía verle ya envuelto por las llamas del infierno y arrojando por la +boca toda clase de _bichos_ inmundos. + +En cambio el sexo fuerte le guardaba indebidas consideraciones. +Pretextaba para ello que era un zapatero extraordinario, que el calzado +elaborado por sus manos no tenía fin, que en toda España ningún otro +maestro de obra _prima_ le ponía el pie delante. Se decía que sus botas +habían llamado la atención de ciertos extranjeros que habían pasado por +allí, que las habían llevado a Londres y que desde entonces no pocos +ingleses enviaban sus medidas a Mamerto para que los calzase. Por +supuesto, yo estoy seguro de que todo esto era pura mitología. En el +fondo se le admiraba por su audacia; porque en todo hombre hay oculto +casi siempre un insurrecto más o menos cobarde. Sólo las mujeres tienen +el valor de sus convicciones y saben lo que quieren. + +La audacia de Mamerto llegaba como he dicho hasta el punto de no +bautizar a sus hijos: y no sólo no los bautizaba sino que les daba +nombres extravagantes. Tuvo una hija y la llamó _Libertad_. Tuvo un hijo +y le nombró _Dantón_. Por cierto que este pobre Dantón no hacía honor a +su homónimo; era patizambo, y enteco. Por donde le tocaba algo al gran +tribuno francés era por los pelos, que los gastaba largos y +aborrascados. Más tarde tuvo dos hijas y a una llamó _Igualdad_ y a otra +_Fraternidad_. Esta última podría contar de dos a tres años cuando +acaeció lo que voy a narrar. + +Jamás se había visto en Avilés una criatura más bella: nadie podía +comprender en la villa cómo un ser tan angelical había salido de hombre +tan endiablado. Su cabecita blonda y rizada, sus ojos azules de largas +pestañas, su tez nacarada excitaban la admiración de cuantos acertaban a +verla. Las mujeres no se recataban para decir que aquel bárbaro no era +digno de poseer una joya de tal valor. + +No lo pensaba así Mamerto como puede comprenderse. Estaba tan orgulloso +y pagado de su niña que la exhibía por todas partes rebosante de placer. +La llevaba de la mano al paseo del Bombé, la llevaba en brazos a las +romerías y hasta la metía en las tabernas para que sus amigachos la +admirasen y rabiasen de envidia. _Fraternidad_ iba vestida siempre de +blanco o de azul como la hija de cualquier hacendado. Para eso su padre +trabajaba como un mulo, y se privaba, a veces, hasta de lo +indispensable. + +Un día fuimos sorprendidos con la noticia de que la reina vendría a +visitar nuestra villa. Después de permanecer un día en Oviedo y otro en +Gijón, S. M. pasaría unas horas en Avilés. Un vértigo de orgullo y +placer se apoderó de todas las cabezas lo mismo las infantiles que las +adultas. No había manos bastantes en nuestra villa para alzar arcos de +triunfo con bastidores de lienzo pintado, para plantar gallardetes, para +fijar guirnaldas. Los pintores, subidos en los andamios, pintaban las +fachadas de las casas, los barrenderos del municipio aventaban lejos el +polvo, las mujeres lavaban los cristales y las puertas, los poetas +componían versos alusivos al magno acontecimiento que se preparaba; uno +de estos, tío mío, hizo una canción que puso en música el director de la +banda del hospicio de Oviedo: + + Giren tus remos + linda barquilla + +Así empezaba, si no recuerdo mal, y fué cantada por un coro de jóvenes +avilesinas en el momento que Su Majestad puso el pie en la falúa de los +carabineros para trasladarse a San Juan, punto extremo de nuestra ría y +boca del puerto. + +Conservo un recuerdo vago pero delicioso de aquel día memorable. Una +fila larga de carruajes, una mano blanca que agita un pañuelo desde uno +de ellos, los cohetes estallando en el aire, las bayonetas brillando a +los reflejos del sol, las charangas tocando alegres pasodobles, mi padre +de frac y corbata blanca, los balcones engalanados con brillantes +colgaduras, mi madre inclinada sobre uno de los nuestros y arrojando +puñados de flores sobre el coche de la soberana... + +Después me veo en medio de la gran plaza de Avilés, llevado de la mano +por uno de mis jóvenes tíos. Una muchedumbre inmensa llenaba aquella +plaza y los ojos todos de la muchedumbre se dirigían a uno de los +balcones de la casa de los marqueses de Ferrera, donde según decían se +hallaba la reina. Yo no acertaba a ver en el balcón más que un grupo de +señoras y caballeros. A mi lado se gritaba sin cesar «¡viva la reina!» +Un viejo alguacil del Ayuntamiento, a quien llamábamos Marcones, agitaba +su tricornio repitiendo con voz ronca «¡viva la reina!» Los campesinos +lanzaban sus monteras al aire y las recogían, y otra vez las lanzaban +repitiendo el mismo grito. Por fin desapareció del balcón el grupo que +lo llenaba, quedó un momento vacío, y al cabo apareció una señora gruesa +y blanquísima que presentó al pueblo un niño vestido con el traje típico +de nuestros aldeanos, el calzón corto, la faja, el chaleco con botones +de plata y la montera. «¡Viva la reina! ¡Viva la reina! ¡Viva el +príncipe de Asturias!» El entusiasmo era frenético, imponente... + +Más tarde me veo en el muelle, siempre de la mano de mi tío. La reina ha +ido a San Juan y se la espera. Habían construído un atracadero de madera +y se le había engalanado y tapizado lujosamente. Desde el atracadero se +tendió una alfombra y por allí debía de pasar la soberana para montar en +el carruaje que ya la esperaba. Mi tío era amigo de un oficial y gracias +a ello logramos colocarnos en primera fila. Enfrente de mí veo, con +profundo disgusto, al zapatero Mamerto, que llevaba también a su niña de +la mano. ¿Qué haría allí aquel ganso? Eso se preguntaba mi tío, +mirándole con ojos airados. Mamerto sonreía sarcásticamente; a eso sin +duda había venido. Desde que se anunciara la visita de la reina a +Avilés, no se le había caído de los labios aquella su sonrisa +sarcástica. Pero hacía algo peor, y era murmurar en todos los oídos que +querían escucharle lo malo que se decía de nuestra reina, las suciedades +que entonces corrían como válidas entre la plebe. Para apoyar sus +_aserciones_ el zapatero revolucionario exhibía secretamente unas +fotografías que representaban al padre Claret, patriarca de las Indias, +bailando el _can can_ con Sor Patrocinio, una monja que tenía sorbido el +seso a la reina, según contaban. + +--Si no se quita el sombrero ese tunante le hago prender--oí decir entre +dientes a mi joven tío, que estaba muy pagado de su amistad con las +autoridades. + +Ya estallan los cohetes, ya se divisa en medio de la ría la hermosa +falúa de los carabineros seguida de buen golpe de embarcaciones todas +engalanadas, ya suenan las músicas, ya se oyen las aclamaciones. La +reina Isabel II pone el pie en el embarcadero; un señor de gran +uniforme le ofrece el brazo; sube las escaleras y comienza a marchar +lentamente entre las apretadas filas de la muchedumbre que a duras penas +pueden los soldados contener en su puesto. Todos nos despojamos del +sombrero. ¿Mamerto también? Sí, Mamerto también. Había tratado de +dejárselo encasquetado, pero una mirada muy significativa de un sargento +de la guardia le hizo volver sobre su _acuerdo_. + +La reina avanza sonriente, saludando a un lado y a otro con la mano y +con la cabeza. De pronto se detiene y deja escapar un débil grito de +admiración. + +--¡Oh qué encanto de niña!--se la oye exclamar contemplando a la hija de +Mamerto. + +Se detiene un instante frente a ella y la dice: + +--¡Qué hermosa eres, hija mía! ¡Qué hermosa eres! ¡Dios te bendiga!... +¿Me das un beso? + +Y alzándola del suelo con sus reales manos, la aplicó un sonoro beso en +la mejilla. + +Entonces vimos a Mamerto demudarse; quedó pálido como un muerto, y +agitando su sombrero frenéticamente gritó con voz estentórea: + +--¡Viva la reina! + + + + +XV + +DON ANTONIO JOYANA + + +Era un capellán que mis tíos Alvaro y Felisa tenían en su quinta de +Illas cerca de Avilés, y fué el hombre más original que ha producido +Asturias después de la invasión de los árabes. + +Me llevaron a confesar con él cuando yo tenía nueve años de edad. Graves +amonestaciones me dirigió en aquella ocasión. Recuerdo que me aconsejó +con mucho encarecimiento que cuando entrase a saco en la despensa de mi +casa de ningún modo me comiese la mermelada con los dedos, sino que +llevase para el caso una cucharilla escondida en el bolsillo. + +Don Antonio Joyana era un hombre según Dios y según la naturaleza, pero +no según los hombres. Por eso los hombres se reían de él. Tenía +caprichos como los niños y antojos como las mujeres. Cierto día entró +con mi padre en una tienda de paños y habiéndole gustado uno +extremadamente no se contentó con comprar algunas varas sino que se +empeñó en llevarse la pieza entera. Después la entregó a una hermana +vieja y sorda con quien vivía, y ésta se puso a cortarle y coserle +pantalones. Salieron tres docenas de ella, según contaban en Avilés. + +En otra ocasión, cuando se celebraba con un banquete el santo de mi tía +Felisa, presentaron en la mesa una botellita de licor muy linda y +caprichosa. Verla don Antonio y quedar hipnotizado fué todo uno. Ya no +pudo comer ni beber: ya no tuvo ojos más que para aquella botellita +hechicera. Al fin, no pudiendo sufrir más tiempo su estado de congoja, +se acercó a mi tía y le dijo al oído con voz temblorosa: + +--Señora, si después que se haya vaciado me regalase aquella botellita +azul de licor se lo estimaría como un gran favor. + +Mi tía se lo prometió riendo y la calma renació en su espíritu. + +Tal era aquel hombre singular y tal quisiera que fuereis vosotros +también. Porque era un sabio que servía a Dios y amaba a su prójimo. + +--¿Era un sabio? + +--Sí, era un sabio. Pasaba su vida o rezando o leyendo. Poseía gran +copia de libros que tenía amontonados en sendos cajones de azúcar, los +cuales no yacían en el suelo sino que pendían del techo colgados por +fuertes cordeles y se balanceaban al más leve contacto dentro de su +habitación. Acaso juzgara don Antonio que así columpiados sus libros +estarían mejor dispuestos para comunicarle la ciencia que guardaban. + +Don Antonio Joyana trataba a los hombres solamente como hombres. Para él +un zapatero era un hombre y un marqués otro hombre. Las diferencias +sociales nada añadían a sus ojos a la imagen de Dios. + +Recuerdo que en una jira campestre, a la cual asistí, siendo ya un +joven, y en la cual tuvimos el honor de llevar con nosotros a algunos +empingorotados personajes y a unas damiselas más pagadas de su estirpe +que las hijas de una familia reinante, don Antonio comenzó a tratar a +estos personajes con tal confianza y tan graciosa familiaridad que nos +hizo mucho reír. ¡Pero los próceres, y sobre todo las altas y poderosas +señoritas no reían, no! ¡Qué cara de vinagre! ¡Qué gestos despectivos! + +«¡Bravo, don Antonio!»--exclamábamos todos en voz baja con íntimo +regocijo. + +Y don Antonio sin ver nada, sin advertir los gestos desdeñosos y las +miradas coléricas iba de uno a otro aristócrata, de una a otra damisela, +poniendo a aquéllos la mano sobre el hombro, dirigiendo a éstas saladas +cuchufletas, que dicho sea con verdad, resultaban un poco burdas. + +Fué una de las pocas veces en que vi a la verdad y a la naturaleza +triunfar de la convención y la mentira. + +Los hombres de este temple, ni se asombran de nada ni tienen miedo a +nadie. + +Una tarde entraron de improviso algunos ladrones enmascarados en la +posesión de Illas. Después de sorprender a los criados que estaban en la +planta baja de la casa y haberlos maniatado y amordazado subieron al +piso superior y penetraron en la habitación de don Antonio. Este se +hallaba leyendo como de costumbre. + +--¡Alto, no se mueva usted! + +Don Antonio levantó la cabeza y paseó una mirada con más curiosidad que +miedo por aquellos foragidos. Entre ellos había uno de tan exigua +estatura y corpulencia que parecía un chicuelo de catorce o quince años. +Don Antonio se fijó en él, y alzándose de la silla entre risueño y +encolerizado, le sacudió por el brazo, diciéndole: + +--¿A ti, mequetrefe, quién te ha metido en estas aventuras? ¡Anda a la +escuela, majadero! + +Sacando luego una llave del bolsillo la tiró al suelo. + +--Ahí en ese armario tenéis todo el dinero que hay en casa. ¡Cuidado con +romperme la botella de tinta que está junto al talego! + +Después se sentó otra vez y siguió leyendo. + +Pues bien, este hombre virtuoso y magnánimo, siento decirlo, pagó +también su tributo a la flaqueza humana. Una pasión desgraciada +apoderándose de sus sentidos y empañando los más claros principios de su +intachable conducta logró en cierta ocasión empujarle al crimen. + +No fué una mujer hermosa la que inspiró aquella pasión loca que tan +gravemente comprometió la salvación de su alma, sino unos animales +inmundos. + +Mi tío Alvaro hacía criar algunos cerdos en la posesión de Illas para el +abastecimiento de su casa. Don Antonio desde el primer año que allí +estuvo se comprometió a vigilar su crianza. ¡Nunca hubiera tomado sobre +sí este cargo! A la manera que un joven libertino, satisfaciendo los +caprichos de su querida, colmándola de regalos y vaciando el bolsillo +para adornarla con preciosas joyas, va poco a poco hundiéndose en el +amor y perdiendo su albedrío, así nuestro capellán, procurando toda +clase de regalos nutritivos y mimando a aquellos groseros animales, cual +si fuesen hijos de sus entrañas, quedó preso en las redes de una pasión +desgraciada. + +No le bastaban las más finas verduras y legumbres de la huerta, no le +bastaban los relieves de su mesa y de la de los criados, no era bastante +el maíz y la harina que sustraía del pienso de las vacas y caballos. +Llegó a entrar en el granero donde se guardaba el trigo con que pagaban +su renta los colonos de mis tíos y tomar de allí serias cantidades para +satisfacer la voracidad de sus adorados cerdos. + +Cuando se acercaba el día de la matanza nuestro capellán perdía el +apetito y el sueño. Se le veía silencioso y taciturno. Pasaba largos +ratos contemplando con ojos enternecidos a aquellas inocentes criaturas +que presto iban a sucumbir de muerte violenta. Y el día mismo llegado, +don Antonio desaparecía de casa y no volvía a ella hasta la noche. + +Al año siguiente igual. Don Antonio se prometía no apasionarse por +aquellos pequeños y tiernos animalitos que le entregaban; pero viéndoles +comer, viéndoles engordar no podía resistir al atractivo de sus encantos +y se entregaba. Su ardiente caridad iba más allá que la de San +Francisco. Porque si éste decía: «--Hermano borrico», don Antonio decía: +«--Hermano cochino». Acaso querría indemnizarse de las muchas veces que +había tenido que exclamar para sus adentros: «¡Cochino hermano!» + +Pero voy a narrar con mucho disgusto de qué modo el demonio tentó y +sedujo a aquel santo varón y le arrastró a cometer una acción +vergonzosa. + +Cuando vino mi tío Alvaro durante el verano a pasar algunos días en +Illas los criados le enteraron de los abusos que don Antonio cometía +contra el granero en favor de los cerdos. Esto le disgustó como puede +suponerse. Llamó al capellán y le hizo amigable y dulcemente algunas +observaciones. Don Antonio bajó la cabeza y prometió atenderlas. + +Pero allá en el infierno Satanás se frotó las manos y exclamó riendo: +«¡Ya veremos!» + +Una noche entre las doce y la una se hallaba mi tío entregado al sueño +cuando un criado llamó quedo a la puerta de su alcoba. Despertó +sobresaltado y le invitó a que entrase. + +--¡Señor, hay ladrones en casa!--le dijo al oído. + +Esta noticia no era a propósito para tranquilizarle. + +--¿Dónde están? + +--Acaban de entrar por la puerta de atrás en la cocina de abajo--le +respondió con voz de falsete tenue como un soplo de la brisa de Mayo. + +Mi tío comprendió que ya era imposible oponerse al asalto de su casa. Se +sentó en la cama dispuesto a esperarlos y dijo: + +--Ve a ver lo que hacen. + +Al poco rato apareció de nuevo. + +--¡Señor, están ya en el comedor! + +A mi tío, aunque hombre valeroso, le latía con violencia el corazón. + +--¡Señor, han llegado a la escalera y empiezan a subirla! + +Desapareció el criado y tardó un rato en presentarse de nuevo. Cuando lo +hizo al cabo, venía apretándose las ijadas de risa. + +--¡Señor, si es don Antonio que viene con un saco! + +--¿Don Antonio? ¿Un saco? + +--Sí, señor; sin duda va al granero a robar trigo para los cerdos. + +Mi tío respiró con satisfacción, estuvo unos instantes suspenso y le +dijo: + +--Bueno, vete a la cama y no digas una palabra de esto a nadie. Ya lo +arreglaremos mañana. + +En efecto, al día siguiente pidió con un pretexto plausible la llave del +granero al capellán y nunca más volvió a entregársela. + +Yo no tuve conocimiento en aquella época de este grave pecado de don +Antonio. Si lo hubiera tenido es casi seguro que se lo hubiera +perdonado. ¿No me había perdonado él que entrase furtivamente en la +despensa y me comiese las mermeladas de mi madre? + +Declaro que me sentía atraído hacia aquel hombre, y mi primo José María +igualmente. A los dos nos era extremadamente simpático, quizá porque +adivinásemos en él un niño como nosotros, más grande y más sabio. + +José María de las Alas era mi primo y mi tío a la vez, porque su madre +era prima hermana de la mía y su padre hermano de mi abuela. Teníamos la +misma edad y nos queríamos entrañablemente como si fuéramos hermanos. +Pasábamos la vida juntos, él en mi casa o yo en la suya; y las horas de +escuela también juntos porque asistíamos ambos a la de don Juan de la +Cruz. + +Pues un día, en las vacaciones de Agosto, nos vino a la mente la idea de +hacer una visita a don Antonio Joyana en Illas. Quedamos en reunirnos a +las ocho de la mañana en los soportales de Galiana, y en efecto desde +allí emprendimos la marcha por la carretera en uno de los días más +espléndidos de aquel verano. + +¡Qué radiante sol! ¡Qué fresca brisa! ¡Qué gorjeos de pájaros! ¡Qué +mugidos de terneros! ¡Cuán felices caminaban aquellos dos niños por la +estrecha carretera guarnecida de zarzamora! + +La posesión de Illas dista de Avilés algunos kilómetros, no sé cuántos; +nosotros los recorrimos en poco más de una hora. Nos recibió a la puerta +de casa Pepa, la vieja hermana de don Antonio, y nos dijo que éste se +hallaba en su cuarto y nos invitó a subir. + +Llamamos a la puerta del gabinete con los nudillos de los dedos. + +--¿Quién va? + +--Somos nosotros. + +--¿Quiénes sois vosotros? + +--José María y Armando. + +--Estoy rezando. + +Puesto que don Antonio estaba rezando, nosotros debíamos sentarnos en la +escalera y aguardar a que terminase. Así lo hicimos y esperamos un buen +rato. Al cabo apareció con su gorro negro y sus gafas azules y nos +abrazó dando muestras de gran regocijo. Pasamos a su cuarto donde todos +los elementos estaban mezclados y confundidos como en el caos, y +procedió a descolgar de la pared dos sillas que pendían de sendos clavos +y nos hizo sentar en ellas. Después, dando paseos por delante de +nosotros con las manos a la espalda, se informó prolijamente de la tarta +de borraja y del queso de almendra que habíamos comido en casa de la tía +Bruna el día de su cumpleaños, del moquillo que estaba padeciendo +_Milord_, el perro del tío Víctor, de las ciruelas que la tía Felisa +había cosechado en la posesión de los Carbayedos y de otros extremos no +menos interesantes que nos llegaban directamente al alma. Cuando hubimos +terminado de desahogar nuestra conciencia, don Antonio nos preguntó muy +cortésmente si teníamos hambre. Antes que le hubiéramos respondido llamó +a grandes voces por el hueco de la escalera a su hermana y le ordenó que +nos sirviesen lo más pronto posible algo de almorzar. Después se acercó +a la ventana, la abrió de par en par y se asomó a ella. Una sonrisa de +felicidad incomprensible dilató su rostro. + +--¡Mirad, hijos míos, mirad! + +Nos asomamos como él y vimos allá en el fondo del patio tres o cuatro +cerdos tan gordos que no se podía entender cómo escapaban a la +apoplejía. + +--¿Qué os parece?--nos preguntó triunfante. + +--¿Por qué no los matan ya?--pregunté yo con la mayor inocencia. + +Don Antonio me dirigió, al través de sus gafas, una mirada pulverizante. +Pero meditó sin duda que yo era un pequeño pagano con una cultura +superficial y no se dignó responder. + +--Ahí donde los veis, cada quince días aumentan media arroba de peso... +Pero yo creo que _Proudhon_ aumenta más. + +--¿Cuál es _Proudhon_?--preguntó mi primo. + +--El de la derecha, el de las orejas rajadas... Todas las noches antes +de acostarme abro la ventana y les doy las buenas noches. Ellos levantan +la cabeza cuanto pueden y me responden gruñendo. + +Quedamos admirados de tanta inteligencia, lo cual hizo concebir a don +Antonio una idea ventajosa de la nuestra. + +Nos llevó inmediatamente a la huerta y nos obligó a admirar las coles, +los guisantes y las cebollas que allí tenía. Antes que hubiésemos +terminado de admirarlas llegó Pepa para hacernos saber que nuestro +refrigerio estaba preparado. + +Era una inmensa tortilla de jamón. Mi primo y yo nos arrojamos +vorazmente sobre ella y en poco tiempo logramos dejarla bien chica. Pero +el jamón estaba rabiosamente salado y pedimos agua con ansia. + +--No la hay--nos respondió don Antonio en tono perentorio. + +Quedamos aterrados. + +--¿No hay agua?... ¡Pues nosotros tenemos mucha sed! + +--¡Pepa!--gritó el capellán--saca dos botellas de la bodega y tráelas. + +Vinieron dos botellas de vino blanco y pudimos saciarnos. Mas sucedió lo +que ya puede concebirse. Un cuarto de hora después comenzamos a dar +señales de trastorno mental. Tiramos algunos platos al suelo, nos +desabrochamos la camisa, cantamos a gritos y llamamos vieja y fea a la +hermana del capellán. + +Este se puso serio y se dió cuenta, aunque tarde, de la gran imprudencia +que había cometido. Inquieto en grado sumo no se le ocurrió al pobre +hombre otra cosa que invitarnos a marchar a nuestras casas. Con gran +premura nos hizo salir a la huerta y a paso largo nos condujo hasta la +puerta enrejada de salida. + +No habíamos dado cien pasos por la carretera cuando mi primo se detuvo +repentinamente y echando miradas feroces a derecha e izquierda me +anunció de un modo categórico que él, José María, era el chico más +valiente de Avilés. + +Esta declaración no pudo menos de dejarme estupefacto. Porque mi primo +era un niño inteligentísimo, pero enfermizo y desmedrado a tal punto que +en la escuela se burlaban de él y no pocas veces tuve que salir a su +defensa. + +Ignoro por qué, mas en aquel instante me inspiró tanta lástima que en +vez de contradecirle le abracé y le besé con efusión manifestándole al +mismo tiempo con la mayor vehemencia que nadie le pondría la mano encima +en mi presencia y que estaba dispuesto a dar por él toda mi sangre. Pero +él rechazó mis caricias con increíble ferocidad, diciendo que no +necesitaba para nada de toda ni de parte de mi sangre porque se bastaba +y se sobraba para hinchar las narices a todos los chicos de Avilés, +tanto de la villa como de Sabugo. + +Yo insistí en ofrecérsela con igual vehemencia y él en rechazarla con la +misma ferocidad. Tan tercos nos pusimos ambos que faltó poco para que +viniésemos a las manos, quiero decir para que me pegase, porque yo me +hallaba en un estado de enternecimiento tal que me hubiera dejado matar +antes que hacerle daño alguno. Las lágrimas corrían abundantes por mis +mejillas y a cada instante me detenía para abrazarle y besarle, cosa que +a él le indignaba muchísimo. + +Alguna vez me descuidaba también en ofrecerle mi sangre de nuevo y +entonces su furor no tenía límites. + +Para demostrarme sus fuerzas excepcionales y su coraje se daba golpes en +el pecho con los puños como un atleta y amenazaba con ellos a los +aldeanos que íbamos tropezando por el camino y los desafiaba a singular +combate. Yo observaba, con asombro, que en vez de irritarles con estos +retos se ponían todos extremadamente alegres, reían a carcajadas y nos +seguían con la vista largo trecho después que habíamos pasado. + +En esta disposición llegamos a casa. Tanto mi madre como mi tía Justina +pusieron el grito en el cielo al vernos; se apresuraron a llevarnos a la +cama y mientras nos desnudaban estalló su indignación en muy pesadas +palabras contra «el loco de don Antonio Joyana». + + + + +XVI + +MI PADRE + + +Personas hay tan admirablemente dotadas para la domesticación que ningún +animal, por salvaje y obtuso que sea, les resiste. He visto lobos y +conejos y cuervos y hasta pulgas y cerdos maravillosamente amaestrados, +y se cuenta de un prisionero en la Bastilla que llegó a domesticar una +araña. Una señora amiga mía logró que los gorriones parados en el alero +de su tejado entrasen en su dormitorio y allí durmiesen. Por la mañana +al despertarse venían a su cama y comían alegremente las migas de +bizcocho que les repartía, hecho lo cual se despedían hasta la noche. + +A nadie, sin embargo, he visto en mi vida con mayores aptitudes para +reducir y educar animales que a mi padre. Pero los que escogía para sus +notables experiencias eran siempre animales bípedos más o menos +racionales. Un juez de instrucción, un promotor fiscal, un coronel, un +registrador de la propiedad o cualquier otro funcionario que llegaba a +nuestra villa y que se hacía inmediatamente temer por su genio adusto o +por un temperamento bilioso e irascible. Mi padre se sentía atraído +hacia esta clase de sujetos y no sosegaba hasta colocarse en situación +de ejercitar sobre ellos aquellas naturales disposiciones con que el +cielo le había dotado. + +No se pasaba mucho tiempo sin que la villa viese con estupefacción al +montaraz funcionario paseando emparejado con mi padre y completamente +desarrugado, feliz y sonriente. En Avilés habitaba un tío abuelo mío +con rostro y talle de inquisidor; alto, enjuto, aguileño, mirada dura y +penetrante. Era persona inteligente y de muchas letras, pero de un +orgullo tal y de humor tan desapacible que vivía materialmente aislado +desde hacía largos años. Cuando mi padre vino a establecerse con su +esposa en aquella villa la existencia de este viejo severo cambió por +entero. Que hiciese bueno o malo todos los días llegaba a nuestra casa +buscando a mi padre, salía con él de paseo, se mostraba locuaz y por +primera vez después de veinte años reía a carcajadas. + +Pensando en este raro privilegio del autor de mis días llegué a concebir +claramente que no debía atribuirse a la amenidad de su conversación, que +era grande por hallarse dotado de una imaginación pintoresca, memoria +felicísima, espíritu observador y afluencia de palabra. Todas estas +dotes las poseen muchos hombres sin que logren hacerse amar. Se les +escucha con placer, pero no se les busca con empeño ni menos se les hace +compañeros íntimos y confidentes. El secreto de mi padre era otro y +consistía en la ausencia de vanidad. Era una ausencia completa, +absoluta, inverosímil; era una fuerza opuesta y contraria que en vez de +empujarle a producir y realzar su persona como acaece a casi la +totalidad de los hombres le arrastraba a disminuirla y borrarla. + +La verdad me obliga a confesar que esta rarísima cualidad no tenía un +fundamento religioso; no era lo que se llama humildad cristiana. +Procedía más bien de un rasgo original del carácter por lo cual alguna +vez tocaba en el capricho o la extravagancia. A este rasgo se unía un +pesimismo más original aún. Mi padre era un pesimista teórico y un +optimista práctico, de cuyo contraste resultaban efectos verdaderamente +cómicos. Pensaba como Schopenhauer que el dolor es lo único positivo en +la vida y que este mundo es triste por esencia, pero él vivía siempre +contento y ponía contentos a cuantos se le acercaban; creía con el +Eclesiastés que todo es vanidad y él se las arreglaba para no tener +ninguna. ¡Había que oírle lamentarse de la existencia, exhalar +singulares profecías y vaticinar cataclismos! Cinco minutos más tarde +nos contaba una anécdota chistosa y después de habernos apretado el +corazón y llenarnos de angustia nos hacía estallar en carcajadas. + +Así que llegó a los cuarenta años y a pesar de gozar una salud +robustísima se reconoció como un anciano decrépito: cuando se hablaba de +años bajaba la cabeza tristemente, suspiraba y decía con voz +desfallecida que se hallaba ya «con un pie en el sepulcro». Si admiraban +su memoria se ponía a contar en seguida cualquier incidente en que +aparecía como un hombre desmemoriado; si hacían notar su aspecto robusto +y sano, se llevaba con desesperación la mano a los riñones y decía que +su organismo «estaba minado»; si ensalzaban las cualidades de cualquiera +de sus fincas se ponía a hablar de las de los vecinos colocándolas muy +por encima de las suyas. Para verle enfurecido no había más que +suponerle con alguna influencia en la región, aunque era el primer +contribuyente. Un día le hallé particularmente risueño y satisfecho +porque un millonario de Bilbao a quien le presentaron en el café le +había hablado con tono protector y compasivo:--«No puedes figurarte--me +decía riendo a carcajadas--cuánto me despreció aquel buen señor.» + +Y con nosotros sus hijos también practicaba largamente este su anhelo +desmedido de abatimiento. ¡Caso extraño, porque los padres aunque sean +modestos por su cuenta no lo son casi nunca por la de sus hijos! Yo era +el menos inteligente y aprovechado de la escuela y me daba en rostro no +con uno ni dos sino con un tropel de chicos que a su parecer eran +lumbreras esplendentes a mi lado. Ni se imagine que esto era un rasgo de +habilidad o un artificio pedagógico. Se hallaba perfectamente convencido +de ello y la prueba es que cuando llegaron ciertos exámenes +extraordinarios en la escuela juzgándome yo absolutamente inepto no me +atreví a presentarme y mi padre quedó de esta vergonzosa retirada muy +satisfecho. + +Pues bien; repito que a esta modestia encarnizada no a su donaire, debía +mi padre sus éxitos en el mundo. Los hombres aman la modestia en los +demás y la prefieren con mucho al talento, a la riqueza y a la +hermosura. Debieran amarle también por su exquisita sensibilidad, pero +no lo hacían: la sensibilidad no es valor que se cotice en el mercado +social. Dios me perdone, pero imagino que esta sensibilidad era el único +punto flaco que el mundo hallaba en mi padre. Yo he visto a sus amigos +sacudir la cabeza y sonreír burlonamente cuando advertían en él señales +de emoción. Y mi padre por más esfuerzos que hacía no lograba ocultarla. +Si escuchaba una orquesta, si se sentaba frente al mar a la hora del +crepúsculo, si le narraban un incidente desgraciado o se ponía a +tararear una canción de su niñez, le saltaban fácilmente las lágrimas; y +cuando en la calle veía maltratar a un niño o a un animal se ponía rojo +y con riesgo de ser agredido no vacilaba en increpar duramente al autor +de la crueldad. Recuerdo que un carpintero fué denunciado por los +vecinos a causa de los malos tratos que daba a un hijo suyo, niño de +ocho o nueve años de edad. Mi padre era entonces juez de paz, y al +escuchar de labios de un testigo cómo aquel bruto desnudaba a su hijo, +le amarraba y le azotaba sin piedad, saltó de su sillón y sacudiendo al +feroz carpintero por las solapas le gritó:--«¡Bárbaro, bárbaro, bárbaro! +¡Es usted un miserable!» + +Por lo demás estos eran los únicos casos en que podía aparecer como un +hombre violento. Su calma y su dulzura eran proverbiales y su +condescendencia tan excesiva, que provocaba, como acaece casi siempre en +este desgraciado mundo, el abuso. Los criados, los arrendatarios, los +hijos, todos abusábamos de su bondad. Era uno de esos hombres a los +cuales se puede hacer daño impunemente, porque hay la seguridad de que +no lo volverá. Y sin embargo, no le faltaban medios para ello: no daba +su bondad como los pomares dan las manzanas sin saberlo y sin quererlo, +según decía Diderot. Su inteligencia, su conocimiento del mundo y su +gran perspicacia le suministrarían recursos para hacerse temer si así lo +quisiera. + +Hay que confesar, no obstante, que nadie le hizo jamás grave daño y sólo +tuvo que sufrir las pequeñas molestias y los pequeños abusos que el +pequeño egoísmo engendra. Era generalmente amado y murió sin haber +tenido en toda su vida ni un enemigo, ni un envidioso. Esto último me +parece increíble; no lo era en su caso porque ya hemos visto de qué modo +original desarmaba a la envidia. Cuando estalló la guerra carlista, +nuestro valle de Laviana fué el cuartel general de los partidarios del +Pretendiente en Asturias. Por allí merodeaban a la continua pequeñas +partidas que no eran modelo de disciplina. Nuestra casa fué respetada +siempre a pesar de las ideas liberales de mi padre. Es más, tal +confianza inspiraba su lealtad, que un cabecilla perseguido vino a +refugiarse en ella. Le tuvimos por huésped algunos días y le hubiéramos +tenido indefinidamente si él mismo, por temor a comprometernos, no se +hubiera ido. Al día siguiente de su partida paseábamos mi padre y yo con +mi hermanito pequeño por las cercanías de la Pola, cuando acertamos a +ver una compañía de soldados que marchaba hacia nosotros. Al acercarse +pudimos contemplar con tristeza a nuestro huésped en el medio y +amarrado, quien tuvo la delicadeza de no saludarnos ni aun de mirarnos. +Pero mi hermanito exclamó en voz alta: «¡Papá, este es el señor que +comía con nosotros y se marchó ayer!» Mi padre se puso pálido y yo me +sentí sobrecogido. El capitán, al oír estas palabras, volvió la cabeza +vivamente, miró al niño, miró a mi padre y, sonriendo maliciosamente, +nos hizo un saludo con su espada. + + + + +XVII + +MISTERIOS DOLOROSOS + + +Un lunes por la tarde iba yo a su casa; otro lunes por la tarde venía él +a la mía; era día de mercado y no teníamos escuela sino por la mañana. +Lo pasábamos deliciosamente, como nadie podrá dudar sabiendo que lo +mismo la casa de mi amigo Juanito que la mía poseían un espacioso jardín +donde jugábamos a la peonza, al volante y al salto, donde trepábamos a +los árboles y alcanzábamos ciruelas y peras en su más tierna infancia, +donde ensayábamos nuestras aptitudes para la ingeniería y arquitectura +alzando edificios con tejas rotas, barro y arena, trazando canales, +abriendo pantanos, donde nos ejercitábamos en el arte de conducir +vehículos haciendo alternativamente él y yo de caballo y cochero, donde +encendíamos hogueras y asábamos patatas, donde por fin, cuando llegaba +el caso, nos dábamos de mojicones y nos tirábamos de los cabellos. + +Su jardín era más dilatado que el mío; por tanto los fogosos caballitos +podían correr y caracolear a su sabor; pero el mío tenía allá en el +fondo un hórreo y esto constituía una ventaja inapreciable. Porque +debajo de este hórreo nos guarecíamos cuando hacía mal tiempo y nos +divertíamos sin necesidad de meternos en casa y sufrir la presencia +enfadosa de la familia. Además nos servía de escondrijo para ocultar +todos aquellos objetos que merecían ocultarse, particularmente la fruta +verde, de la cual acumulábamos tal cantidad, que alguna vez se pudría +sin comerla. Esta fruta verde era el negocio más interesante y reservado +de nuestra existencia. Mi madre nos tenía prohibido, bajo penas +severísimas, tocar a la fruta, y nos vigilaba bastante desde casa y nos +hacía vigilar. Prodigios de ingenio y habilidad se necesitaban para +burlar esta vigilancia. Los desplegábamos, y pocas veces éramos cogidos +in fraganti. + +Lo fuí, sin embargo, en cierta ocasión, pero no por mi madre. Pluguiese +al cielo que ella hubiera sido, aunque me costase algunos coscorrones. +Lindante con nuestra huerta o jardín había otro mucho mejor cuidado y +provisto. Pertenecía a unos señores que vivían en la casa contigua, dos +hermanos y dos hermanas ya viejos y solteros, personas graves, +correctísimas, pacíficas y silenciosas. No nos tratábamos; pero ellos y +mis padres, en la calle, o desde el balcón, se saludaban muy +ceremoniosamente. + +Aquel su jardín rebosaba de fruta dulce y sazonada, que tanto a mi amigo +Juanito como a mí nos llevaba los ojos y nos tentaba. Había +particularmente un árbol tan cargado de enormes peras que era una +verdadera bendición. + +Las contemplábamos cierto día con avidez, cuando el diablo nos sugirió +la idea de apoderarnos de algunas de ellas. La pared de nuestro jardín +no era muy alta y tenía un pretil que llegaba hasta la mitad; de modo +que fácilmente lo dominábamos. Pero el de nuestros vecinos estaba mucho +más bajo, por lo cual había que descolgarse para llegar a él, lo cual no +era fácil. Mas como nuestro ingenio venía ya ejercitado de largo tiempo +por otras empresas, se nos ocurrió el arbitrio feliz de servirnos de una +de las astas de banderolas que allí teníamos pertenecientes a las obras +de canalización de la ría, cuyo director era mi tío como ya he dicho. + +Después de cerciorarnos bien de que nadie había en los balcones de la +casa contigua, ni desde la nuestra nos espiaban, apoyamos una punta del +asta en nuestra pared y la otra en el jardín vecino, monté sobre ella y +me deslicé facilísimamente, atravesé el jardín en toda su anchura, pues +el peral se hallaba en el extremo opuesto, arranqué dos peras, las +oculté en los bolsillos y vuelvo rápidamente. Mas al atravesar de nuevo +el jardín dirijo una mirada a la casa y observo con espanto que en el +amplio balcón de madera de nuestros vecinos se hallaban los cuatro +hermanos contemplándome con ojos serios, más sorprendidos que irritados. +Me acerco a la pared y ¡oh rabia! advierto que no puedo escalarla. Como +sucede casi siempre en los negocios de la vida había visto la entrada +pero no la salida. + +Esta era punto menos que imposible. Aunque procuro trepar por el asta +que me había servido para deslizarme, pronto eché de ver que nunca lo +lograría. Subir por la pared no había que pensarlo. Entonces en el colmo +de la angustia llamé a Juanito que se había ocultado cuando vió a +nuestros vecinos en el balcón. Vino en mi ayuda, me tendió una mano, y +agarrándome a ella, pude, con muchísimo trabajo, montar sobre la pared. + +Todas estas operaciones exigieron bastante tiempo y yo, sin volver la +cabeza, veía posados sobre mí los ojos de aquellos respetables señores. +Nadie puede figurarse la confusión y vergüenza que de mí se habían +apoderado. Si hubiesen gritado, si me hubieran increpado creo que sería +cien veces menor; pero aquella grave tranquilidad, aquel silencio me +abrumaban y por largo tiempo después, cuando recordaba esta escena, +sentía que me subían los colores al rostro. + +Además del hórreo poseía nuestro jardín la ventaja de una fuente con +copioso chorro de agua que corría incesantemente. Esta agua no se +enturbiaba jamás y cuando a la de las fuentes públicas le ocurría tal +alteración los vecinos de la calle o sus criados acudían a pedirnos +permiso para llenar sus vasijas. Era un constante llamar a nuestra +puerta todo el día bastante enfadoso, pero no vi a mi madre, a pesar de +su genio vivo, quejarse nunca ni mostrar impaciencia. + +Sin embargo, yo me divertía infinitamente más en casa de mi amigo +Juanito, no sólo por la novedad de salir de la mía, sino porque tenía +una hermana de diez y seis años, alegre y juguetona, que nos ayudaba en +nuestros recreos y excitaba y protegía nuestras travesuras. Era +deliciosa aquella Paquita con su naricita remangada, sus ojos +chispeantes y la extrema movilidad de su cuerpo. Inagotable en sus +recursos, felicísima en sus invenciones, dispuesta a toda clase de +farsas, infatigable para seguirlas, nos manejaba a su antojo y nos +embriagaba con su alegría. Un día nos disfrazaba con sus propias ropas, +nos hacía llamar a la puerta y nos introducía en el salón anunciando a +su madre la visita de dos señoras; otro me disfrazaba de doméstica, me +ponía un pañuelo a la cabeza y un delantalito blanco y me enviaba a la +tienda próxima a comprar agujas; o bien disponía el bautizo de una +muñeca, vestía a uno de nosotros de sacerdote, a otro de monaguillo, +hacía partícipes a las criadas de la solemne ceremonia y la seguía hasta +el final con toda gravedad y diligencia; o bien ella misma se disfrazaba +de hombre, se ponía bigote, tomaba un bastón y entraba fumando un +cigarro como médico en el cuarto de una criada que se hallaba enferma. +Nos hacía representar escenas de comedias, nos hacía cantar, nos +obligaba a pedir limosna con voz plañidera desde la puerta, jugaba al +escondite con nosotros, nos echaba polvos de arroz en la cara y nos +enseñaba el lenguaje de las manos, en el cual era peritísima. En fin, +que si hubiera seguido toda la vida a su lado, ella siempre con sus diez +y seis años y yo con mis diez imagino que nunca hubiera maldecido de la +existencia ni habría experimentado la necesidad de estudiar metafísica. + +El reverso de esta encantadora joven era su mamá doña Leocadia, tan +tristona, tan adusta y lacrimosa. Había sido una hermosa mujer, según +afirmaba mi madre, y aún se advertían en su rostro las señales, pero se +hallaba bien ajada, más aún por las tristezas que por los años, pues no +pasaría mucho de los cuarenta. Doña Leocadia se había acostumbrado de +tal modo a llorar y moquear y suspirar y hablar en tono quejumbroso, que +si le tocase la lotería estoy seguro de que nos hubiera dado la noticia +con acento desgarrador. Yo no podía mirar su rostro, donde las lágrimas +parecían haber trazado surcos indelebles, sin acordarme de la Dolorosa +que se venera en la iglesia de San Nicolás. Y me sorprendía mucho no +ver sobre su pecho las siete espadas que traspasan el corazón de esta +imagen. Es posible que las llevase ocultas debajo de la ropa. + +¿Quién clavaba, no siete, sino setecientas espadas en el pecho de +aquella dolorida señora? Todos, todos la martirizaban en su casa, pero +muy particularmente ¡quién lo diría! su digno esposo don Julio. Yo no lo +hubiera concebido en aquella época, porque don Julio era el hombre más +simpático, alegre y cariñoso del mundo. Pues precisamente por ser +demasiado alegre y cariñoso es por lo que daba pesadumbres infinitas a +doña Leocadia, a lo que podía entender vagamente cuando mis padres +hablaban de este matrimonio. Si salía en la conversación el nombre de +don Julio mi padre sonreía y mi madre se ponía seria. Don Julio pasaba +los días en el café y las noches no se sabía dónde; vivía de sus rentas, +pero las iba mermando poco a poco, vendiendo hoy una finca, mañana otra. +Y de este dinero derrochado, el que más le dolía a doña Leocadia, no era +el que se empleaba en los licores espirituosos, en el juego, en jiras a +_San Juan_ y al bosque de la Magdalena. Otro había ¡otro! que le tocaba +más en el alma. Pero no hablemos de estas cosas que ahora comprendo +perfectamente y entonces no. + +La alegría de don Julio era comunicativa. Tenía un modo de reír +característico que hacía fluir inmediatamente la risa a los labios de +los otros. Sus carcajadas eran tan claras, tan sonoras y espontáneas que +no se confundían con las de ningún otro. Estas carcajadas salían como +gozosa cascada mezcladas a los chasquidos de las bolas de billar por los +balcones del café de la Plaza haciendo bailar mi corazón con ansia de +placeres cuando por allí acertaba a pasar. + +El café de la Plaza, que ocupaba el principal de una casa, se llamaba en +realidad _Café del León de Oro_, a juzgar por la muestra que sobre él se +parecía, pero jamás de memoria de hombre lo llamó nadie de este modo. +Cuando no le llamaban café de la Plaza se decía _Café de Tomasín_, +porque tal era el nombre de su dueño, un anciano de baja estatura, que +sólo recuerdo vagamente. Este anciano tenía una hija que dirigió aquel +café largos años con tal brillantez y fortuna que llegó a ser una +institución en Avilés. + +Pues este café era el teatro donde nuestro don Julio ejercitaba casi +todas las preciosas cualidades con que la providencia de Dios le había +dotado. Jugaba al _tresillo_ y al _golfo_ como los ángeles, y al billar +como los serafines que rodean al Altísimo: las carambolas no tenían fin +cuando empuñaba el taco; en cuanto al _chapó_ no es posible que nadie +poseyese mayor finura y precisión para colocar la bola donde quería. Y +con esto ¡qué reír, qué gritar, qué bromear, qué chorro de donaires! No +parecía mas que aquel café se había abierto exclusivamente para don +Julio, y don Julio, engendrado con el único fin de jugar al _chapó_ en +aquel café. Cuando mi padre me llevaba alguna vez allí para tomar un +sorbete de fresa y veía a don Julio con su gran barba negra y rizada y +el taco en la mano, riendo, gesticulando, no acertaba a comprender cómo +en mi casa se hablaba mal de un caballero tan cumplido, me parecía un +absurdo que se pudiera dirigir ningún reproche serio a un hombre capaz +de hacer veinticinco o treinta carambolas seguidas. + +Todavía tenía doña Leocadia otro reverso en casa y era su hijo Adolfo, +mancebo de dieciocho años bien fornido y espigado y atrozmente velludo. +El pelo le llegaba al medio de la frente mostrando ansias locas de +reunirse con el de las cejas y le invadía ya a pesar de su corta edad +las mejillas. Sus ojos apagados y entreabiertos, la nariz imitando +groseramente la de su hermana, las espaldas anchas y abovedadas, sus +modales desmañados y torpes. En fin, el hermano de mi amigo Juanito +tenía todo el aspecto de un bruto... y los hechos también. Sombrío, +taciturno, ceñudo como su madre, gandul y calavera como su padre no +había sido posible hacer carrera de él. Después de salir de la primera +enseñanza se trató de que aprendiera latín enviándole a una cátedra que +había en el convento de San Francisco. Un fracaso. Le enviaron después a +la escuela privada de don Román para estudiar matemáticas. Mayor fracaso +aún. Por fin le habían colocado en el comercio de un amigo a fin de que +se fuese enterando de la marcha y secretos de la carrera comercial; pero +más de la mitad de los días no parecía por allí. Con otros cuantos +jóvenes tan interesantes como él vagabundeaba por la villa y sus +afueras, introduciéndose para descansar en las capillas de Baco o en +otros sitios aún menos respetables. + +Pues a pesar de todo esto su madre le adoraba; era el predilecto de su +corazón. No hay duda que la hacía sufrir mucho con su conducta y que en +vez de agradecer las caricias que le prodigaba, su paciencia y sus +desvelos, no perdonaba ocasión de vejarla con groseros desvíos y la +ostentación cínica de sus vicios; pero ella se lo perdonaba de buen +grado, de mejor grado, aunque parezca monstruoso que a su señor y marido +don Julio. En cuanto a nosotros, esto es, en cuanto a Juanito y a mí le +admirábamos y le temíamos. El ignoraba nuestra existencia. + +En las tardes cortas del invierno así que empezaba a obscurecer nos +entrábamos en casa y jugábamos con Paquita y las criadas del modo más +agradable y divertido que jugó nadie en el mundo desde que éste fué +sacado por Dios de la nada. Jugábamos a la _gallina ciega_, jugábamos al +_escondite_, jugábamos _al milano que le dan, cebollita con el pan_... +(Un amigo mío aficionado a las investigaciones eruditas me ha comunicado +que primitivamente debía decirse _al esclavo que le dan_. Es casi +seguro, porque lo del milano no tiene sentido común. Sin embargo yo +prefiero el milano: es más pintoresco.) + +Y cuando nos hartábamos de jugar, Josefa, una gruesa y añosa costurera +que doña Leocadia tenía, nos juntaba en torno suyo y nos refería cuentos +deliciosos de princesas encantadas y moras enamoradas de cristianos. +Parece que me estoy viendo en aquel gran comedor sencillo y confortable. +Había dos grandes grabados con marcos de caoba representando el uno la +_Maldición del padre_ (la Malediction paternel, de un antiguo pintor +francés cuyo nombre no recuerdo), y el otro la entrevista de Alejandro +Magno con la familia del vencido rey Darío. Después se rezaba el rosario +y me llevaban a casa o venían a buscarme, que era lo más frecuente. Por +ciertas curiosas particularidades durante él acaecidas quedó impreso en +mi memoria uno de estos rosarios. + +Una noche nos arrodillamos todos como siempre en el comedor delante de +una imagen de Nuestra Señora del Rosario pintada al óleo. Doña Leocadia +se ponía delante casi tocando la pared debajo del cuadro, Paquita +detrás, nosotros más atrás aún y las criadas completamente a +retaguardia. + +Doña Leocadia con su rosario de nácar en la mano y los ojos puestos en +la sagrada imagen dijo con voz plañidera: + +--Misterios dolorosos del santísimo rosario. Primer misterio: de la +Oración en el Huerto: Padre nuestro que estás en los cielos... + +Nosotros respondíamos en voz alta y también un poco plañidera aunque no +tanto. + +--Segundo misterio doloroso: de los azotes que el Hijo de Dios sufrió +atado a una columna: Padre nuestro que estás en los cielos... + +Antes que terminase el decenario Paquita se levanta y va a cerrar el +mirador que se hallaba abierto. Doña Leocadia vuelve la cabeza y la +sigue con la vista sin dejar el rezo. Paquita se detiene un poco dentro +del mirador y entonces su madre suspende el rezo, se levanta bruscamente +y va con paso rápido hacia allá. + +--¡Ya me lo parecía a mí!--exclama con acento colérico después de echar +una mirada investigadora a la calle--. ¡Allí está el mequetrefe debajo +del farol!... ¿Y para eso te levantas y dejas el rosario, pícara?... +¡Toma, toma, desvergonzada! + +Y le aplicó dos soberbias bofetadas. Paquita lanzó un gemido y comenzó a +protestar altamente de aquel castigo que juzgaba absolutamente injusto, +pues ella no había ido al mirador sino para cerrarlo y no se le había +ocurrido mirar a la calle, ni había visto ni quería ver mequetrefe +alguno. + +Debo hacer constar que este mequetrefe era nada menos que un cadete de +caballería que usaba brillantes espuelas y arrastraba un largo sable +pendiente de la cintura. Por esto sólo se comprenderá el absurdo de +aquella buena señora al calificarle de tan denigrante manera. Era además +un joven guapísimo, casi tan alto como don Julio, que fumaba cigarros +puros y me regalaba caramelos cada vez que me encontraba en la calle. +Estaba allí pasando las vacaciones de Navidad con su familia. Desde el +verano anterior en que había bailado con ella en la romería de la Luz +había rendido sus espuelas, su sable y su grandeza a los pies de la +simpática Paquita. + +--¡Silencio, insolente! Ya te he dicho que no quiero que hables con ese +mequetrefe (¡vuelta con el mequetrefe!) Si fueses una hija obediente no +volverías a mirarle a la cara... ¿Es que piensas que tu madre no sabe +mejor que tú lo que te conviene? ¿Qué es lo que te propones? + +--¡Yo no me propongo nada! ¡Es una injusticia!--gritó Paquita +sollozando. + +--¡Silencio! ¿No sabes que esas relaciones no pueden conducir a nada? +¿Vas a casarte cuando sea alférez? ¿Con qué te va a mantener? ¿Vas a +esperar a que sea capitán? Puedes esperar sentada... ¡Pues vaya un +partido que se nos entra por las puertas! + +--¡Yo no lo soy tampoco!--gritó Paquita sin dejar de sollozar. + +--¡Silencio te digo!--exclamó doña Leocadia dando un paso con ademán +amenazador hacia la joven--. Por lo mismo que no lo eres... porque la +desgracia y mis pecados han querido que no lo seas--añadió con voz +sorda--, por lo mismo que no lo eres necesitas pensar como una persona +formal y sin perder el tiempo con un mequetrefe (¡y dale con el +mequetrefe!) que no tendrá bastante nunca para sus vicios... porque los +militares son unos viciosos... + +--¡Todos no!--profirió con energía Paquita--. Además no se necesita ser +militar para ser vicioso. + +Doña Leocadia sintió la estocada en el pecho, quedó un momento suspensa +y dijo suavizando el tono: + +--¿No ves a Paulina la hija de don Ramón que apenas te lleva dos años y +es ya una gran señora con magnífica casa y coche y media docena de +criados y hace viajes a París y Londres cuando se le antoja?... + +--¡Pocas gracias! ¡Casándose con un viejo!--exclama la niña con risita +sarcástica. + +--¡Don Pancho no es un viejo, deslenguada! Es un hombre en muy buena +edad y vale más que ese alfeñique que así te levanta de cascos... Bueno, +ya hemos hablado bastante... ¡A callar y obedecer! + +Doña Leocadia se arrodilla nuevamente y continúa: + +--Tercer misterio doloroso: de la corona de espinas. Padre nuestro que +estás en los cielos... + +Un olor penetrante y nada grato de guisado llegó hasta nuestra nariz. +Doña Leocadia se detiene, cree percibir humo y exclama volviendo la +cabeza hacia la cocinera: + +--¿Lo ves, Carmen?... La carne se está quemando. + +--Señora, la he dejado separada. + +Doña Leocadia sin replicar se levanta vivamente y marcha hacia la cocina +dejándonos a todos arrodillados y suspensos. La cocinera la sigue +murmurando, aunque ya con alguna vacilación. + +--Señora, la he dejado bastante separada. + +Escuchamos fuerte altercado allá dentro: la voz de doña Leocadia se deja +oír irritada; la de la cocinera sorda y humillada. Por fin entra de +nuevo aquélla exclamando en un tono que nada tenía de resignado aunque +quería parecerlo: + +--¡Oh qué paciencia, Dios mío! ¡oh qué paciencia! ¡oh qué paciencia se +necesita!... + +Se arrodilla y continúa el rosario: + +--Cuarto misterio doloroso: de la cruz a cuestas. Padre nuestro que +estás en los cielos... + +Poco después suena la campanilla de la puerta de la calle. Rita la +doncella, salió a abrir; entró poco después y se arrodilló. Detrás de +ella oímos los pasos de Adolfo que entró en el comedor cejijunto, +sombrío, nos echó una mirada torva y se dejó caer de rodillas con tan +fuerte golpe que a Juanito y a mí nos acometió la risa y nos costó gran +trabajo sofocarla. Su madre volvió la cabeza, le miró severamente y +haciendo un leve gesto de resignación continuó rezando. + +Comprendimos inmediatamente que estaba ebrio. Su madre lo comprendió +también, porque de vez en cuando volvía la cabeza y le dirigía una +rápida y tímida mirada. + +Juanito me hacía muecas poniendo el dedo pulgar en la boca con ademán de +beber. Yo no podía reprimir la risa y pellizcaba a Juanito. Paquita +sacudía la cabeza de un modo cómico afectando desesperación. Las +muchachas entre asustadas y risueñas apenas podían rezar. + +Sólo Adolfo permanecía serio, enteramente ajeno al efecto que causaba. +Respondía al rosario con sonidos cavernosos donde nadie podría percibir +señales de oración alguna, bufaba como un buey y se balanceaba como un +barco. + +El balanceo, que al principio era insignificante, se fué acentuando de +tal modo que nos inquietó. Juanito dejó de hacer muecas, Paquita de +sacudir la cabeza y las criadas quedaron graves y suspensas. Todos +teníamos clavada la vista en aquel extraño y alarmante cabeceo temiendo +que acaeciese lo que al fin acaeció. + +Adolfo cayó de bruces sobre el suelo con tanto estrépito que doña +Leocadia dió un salto y quedó de pie. Adolfo no pudo levantarse ya: +abrió la boca y soltó por ella un raudal de vino que pronto se esparció +por el comedor con gran sobresalto de todos nosotros que huimos de aquel +río encarnado y nauseabundo como si fuese lava ardiente del Vesubio. En +particular Paquita se levantaba la falda con tan cómico terror, caminaba +sobre la punta de los pies y hacía tales muecas y cabriolas que Juanito +y yo a pesar del susto reventábamos por reír. Pero no era posible esto +mirando a doña Leocadia, que parecía la imagen de la desolación. + +--¡Jesús mío; qué me pasa!--exclamaba la buena señora mesándose los +cabellos--. ¡Este hijo concluye conmigo!... ¡Qué cruz, madre mía del +Carmen, qué cruz!... + +Entre tanto, Rita, Carmen y Josefa la costurera levantaban a aquel cerdo +del suelo y lo transportaban a su cuarto. Doña Leocadia las siguió +exhalando suspiros y lamentaciones. Una vez solos, Paquita, Juanito y yo +pudimos entregarnos a la algazara y lo hicimos de buen grado. Paquita +nos incitaba a ello con sus monerías. Daba saltos por encima de los +charcos de vino. + +--¡Qué asco, hijos míos, qué asco! Mi hermanito no se emborracha con +Jerez. + +Pero Carmen, la cocinera, llegó inmediatamente con un cubo de agua y una +rodilla y limpió con presteza aquellas inmundicias. No tardaron tampoco +en aparecer doña Leocadia, Rita y Josefa después de haber dejado metido +en su lecho al héroe de la fiesta. Y ya nos disponíamos a continuar el +rosario cuando sonó nuevamente la campanilla. + +Era un mozo del café de la Plaza que traía una cartita para doña +Leocadia, quien la abrió con viveza y al leerla se puso pálida. + +--Carmen, haz el favor de dar el llavín de la puerta de la calle a ese +muchacho. El señor no viene hoy a cenar. + +Quedó un instante inmóvil con los ojos en el vacío. Su rostro expresaba +tan profundo abatimiento que a todos se nos apretó el corazón. Dos +gruesas lágrimas comenzaron a rodar por sus marchitas mejillas. + +Al fin sacando el pañuelo y enjugándolas se dejó caer nuevamente de +rodillas ante la imagen de la Virgen diciendo con voz apagada: + +--Quinto misterio doloroso: cómo el Hijo de Dios fué crucificado. Padre +nuestro que estás en los cielos... + + + + +XVIII + +PRIMERAS LECTURAS + + +No será imposible que el lector al llegar a este punto y acaso antes se +haya preguntado: «Pero este novelista que nos da cuenta de su infancia +¿cómo nada dice de sus impresiones literarias, de la influencia que +sobre su espíritu ejercieron los primeros libros que cayeron en sus +manos?» + +¡Ah, caro lector, ahí me duele! Sobre este toque no puedo comunicarte +más que cosas vergonzosas. Bien me apetece decirte, como alguno de mis +colegas, que a los siete u ocho años leía asiduamente la Biblia, me +entusiasmaba con Homero y de vez en cuando para desengrasar me echaba al +cuerpo una tragedia de Sófocles. Quisiera presentarme ante tus ojos como +un niño excéntrico, sombrío, apartado de los juegos de mis compañeros, +gozándose en la soledad, paseando a las orillas de la mar o por los +bosques, llorando y riendo sin motivo aparente, mirando más a las +estrellas que a la tierra. O bien como una maravilla de agudeza y +donaire, enloqueciendo a la familia y los amigos de la casa con sus +ocurrencias felices, despertando la admiración con sus observaciones +penetrantes y preguntas ingenuas. + +Si esto te dijere, lector amigo, te engañaría miserablemente y todo lo +que me resta de vida me remordería la conciencia. Prefiero confesarte +que en mi niñez me agradaba correr y saltar con mis compañeros de +escuela, cazar grillos, jugar a los botones y cambiar de vez en cuando +algunos puñetazos. Ni más alegre ni más triste que los demás. Nada de +pasearme solo por la ribera de la mar con la cabellera al viento +desafiando a la tempestad. Nada de llorar sin motivo. Cuando lo hacía +era porque don Juan de la Cruz, mi maestro, me administraba algunos +vardascazos o algún pillastre de Sabugo me cortaba el hilo de la cometa +(sierpe en Avilés) o por otros motivos no menos fútiles y prosaicos. +Caprichos, sí los tenía, pero nada románticos; no creo haber sido nunca +un niño incomprensible; antes bien me parece que todo el mundo me +comprendía perfectamente. Mi originalidad era tan escasa que estaba +desesperado con mi nombre porque no había otro igual en la población y +reprochaba a mis padres interiormente el no haberme puesto Manuel o Pepe +o Antonio. Me desesperaba igualmente cuando mi madre me ponía un traje +nuevo o vistoso y procuraba ajarlo inmediatamente para que no llamase la +atención y semejase a los de mis camaradas. En fin, habiéndome contado +mi padre que en su infancia aborrecía el pan con manteca espolvoreado de +azúcar y que una vez que se había visto obligado a aceptarlo lo había +arrojado a hurtadillas por el balcón, yo que me perecía por este manjar +hice lo mismo (¡con qué dolor de mi corazón!) cuando la madre de mi +amigo Alfonso N. me lo dió cierta tarde para merendar. Me parece que no +se puede llevar más lejos el espíritu de imitación. + +¿Salidas ingeniosas? Dios las diera. Por más que busco y rebusco en mi +memoria algún donaire prematuro, alguno de esos rasgos oportunos que +anuncian un natural privilegiado nada encuentro digno de mencionarse. +¡Cuán feliz sería si pudiera ostentar ante tus ojos como marca de Dios +alguna frase memorable de las que tanto abundan en la infancia de +ciertos escritores! Al leer en sus memorias tales agudezas e +ingeniosidades me entusiasmo, les admiro, con todo mi corazón, aunque no +puedo menos de pensar que acaso les hubiera convenido no salir jamás de +la infancia. Despechado de no hallar en los archivos de la memoria +ningún documento que acreditase mi nobleza intelectual acudí antes de +escribir este libro a una vieja servidora de mi casa, escribí a un +hermano de mi padre, único tío que aún conservo. Nada pude obtener más +que simplezas, inepcias, vulgaridades indignas de ser comunicadas. + +En orden a mis tempranas aptitudes para la literatura con tristeza +declaro que a los ocho años aun no habían llegado a mi conocimiento por +conducto de los rapsodas homéridas las hazañas de Aquiles hijo de Peleo +ni los discursos artificiosos de Ulises: nada sabía tampoco de _Edipo +rey_ ni de _Edipo en Colona_. Mi erudición era bastante limitada en +aquella época y si ahora sé poco, puedes creer, lector, sobre mi palabra +que entonces sabía menos. Quedamos, pues, en que no leía con fruición a +Homero a Sófocles y a Píndaro. En cambio, ¡oh terrible humillación!, me +entusiasmaban las novelas de un señor Pérez Escrich (que Dios perdone) y +de una doña María del Pilar Sinués (a quien Dios perdone también). No +puedo menos de recordar con enternecimiento una del primero titulada _El +cura de aldea_ que me hizo disfrutar placeres increíbles. Mientras la +leía, de tal modo me identifiqué con sus personajes que me parecía vivir +en su compañía y pertenecer a la familia. Me alegraba con sus alegrías, +me sentaba a su mesa, bebía un poco más de lo ordinario en sus inocentes +holgorios, reía con sus chistes no menos inocentes, me hacía el +distraído cuando aquella modista encantadora se ponía a hablar en voz +baja con aquel joven tan simpático, y estaba enteramente resuelto a +prestarles mi eficaz ayuda para desenmascarar y confundir al miserable +que retenía injustamente su fortuna. Y cuando llegaba el caso de llorar +alguna de sus desgracias yo creo que lo hacía mucho mejor y más +copiosamente que ellos. En fin, poco me faltaba para poner por obra lo +que cierta discreta señora amiga mía cuando tenía trece o catorce años: +entusiasmada con una de aquellas divinas modistas creadas por la +imaginación de Pérez Escrich, tomó el dinerito que tenía en la hucha y +se fué con su doncella preguntando por aquélla en todas las casas de la +calle donde el autor había colocado su domicilio para entregárselo. + +Bien sé que esto hará sonreír a mis colegas los precoces lectores de +Homero y Píndaro pero ¿qué voy a hacer? Escribo mis memorias, debo la +verdad a mis lectores y prefiero que me reputen por un ser vulgar a +faltar descaradamente a ella. Después de todo no estoy lejos de pensar +como algún filósofo que las cosas no son bellas ni feas, es nuestra +propia alma la que se embellece al contacto de la realidad. La mía, +fresca en aquel tiempo, se embelleció con la música inocente de ciertas +zarzuelas y con la lectura de algunas novelas deplorables como jamás lo +ha hecho después con las obras más sublimes del ingenio humano. + +¿Y por qué deplorables? Si no se hubiera escrito más música que la de +Haydn, Mozart y Beethoven, ni más dramas que los de Esquilo, Sófocles, +Shakespeare, Calderón y Schiller, ni más poemas que los de Homero, +Virgilio, Dante, Milton y Goethe, la casi totalidad de los humanos +bajarían al sepulcro sin haber gozado los placeres inefables que el arte +proporciona. Yo mismo, si hubiera sucumbido antes de los quince años, me +iría al otro mundo sin haber experimentado algunas dulces emociones y +divinos estremecimientos que me han hecho en mi infancia más feliz que +un rey. Seguro estoy de que nadie ha gozado con la _Iliada_ más que yo +con _Los tres Mosqueteros_ de Alejandro Dumas. Y entonces ¿qué?... + +He llegado a pensar que el libro no lo hace el autor sino el lector. +Recuerdo que a la edad de quince años leí el de Michelet titulado _El +Pájaro_. Es una obra estimada con justicia en el mundo literario como lo +son todas las de este singular escritor. No es fácil imaginar la +impresión deleitosa que me causó su lectura. Aún me veo tendido en un +vetusto y enorme sofá de mi casa de Entralgo con el volumen de roja +cubierta entre las manos. Era una traducción española y presumo que no +debía de ser muy esmerada. Pues a pesar de eso me causó tanto placer que +toda mi vida he recordado aquellas horas felices y he bendecido la pluma +que me las había procurado. + +No hace mucho tiempo cayó por casualidad en mis manos el mismo libro en +francés. Mi conocimiento de este idioma me permite ahora apreciar el +brillo y tersura del estilo de Michelet. Tomé el volumen y como un chico +goloso que guarda en su mesa de noche un pastel para regalarse con él a +solas, así puse yo sobre la mía el precioso libro. Esperaba resucitar mi +adolescencia, sentir de nuevo aquellas dulces emociones que tan feliz me +habían hecho y lo abrí con mano respetuosa y trémula. + +¡Qué decepción! ¡Qué amargo desengaño! No es que el libro me pareciese +feo: al contrario, mejor que antes podía reconocer su mérito. Pero no +hallaba en él aquello que en otro tiempo había visto. Me parecía seco, +pálido, y me preguntaba con tristeza. ¿Dónde está ahora aquel pájaro +seductor, aquel poeta alado que saltaba gorjeando delante de mis ojos? +¿Dónde están aquellas representaciones interesantes de sus amores, de +sus sabias construcciones, de sus viajes, de sus costumbres pintorescas? +Comparado el libro con el que yo había leído lo encontraba +admirablemente escrito, pero falto de imaginación y de vida. ¿Es que +carece de esto? No; quien carece soy yo... + +Lejos de mi ánimo la pretensión de resolver ni siquiera plantear el +problema de la subjetividad u objetividad de la belleza. Sólo quiero +indicar a los autores que deben apetecer para sus libros lectores +imaginativos más que cultos. Un crítico distinguirá admirablemente lo +que es bello y lo que es feo en una obra de arte, pero nunca gozará de +ella de modo tan intenso como un adolescente dotado de imaginación y +sensibilidad. ¿Que lo mismo goza con una obra maestra que con una +mediana? Esto no debe de humillar al autor. Si es hombre de corazón y no +excesivamente vanidoso debe deleitarse particularmente con el deleite +que proporciona a los demás. Obsérvese que me refiero a la adolescencia +cuando, si el juicio no es seguro, las impresiones lo son más que nunca. +En cuanto a la infancia no se puede contar con ella tratándose del arte +literario. Los niños no sólo no distinguen sino que rara vez sienten. + +Mientras yo lo fuí me seducían extremadamente las historias de bandidos. +Una de las novelas que más me impresionaron fué la titulada _Los siete +niños de Ecija_ por Fernández y González. Hubo un instante de mi +existencia en que tuve clara vocación de salteador. Felizmente duró poco +tiempo. Después leí las hazañas de Bernardo del Carpio y los Doce pares +de Francia y quise ser guerrero. Tampoco duró mucho. Más adelante, +entrando ya en la adolescencia, aspiré a la condición de salvaje leyendo +_Los Natchez_ de Chateaubriand. Esta novela exótica me causó una +impresión profunda y sentimental, no ya puramente imaginativa. Quedé tan +prendado de aquellos _pieles rojas_, que soñaba con partirme a América +como René y presentarme a algún descendiente del viejo Chactas para que +me afiliase en su tribu después de haber fumado el «calumet de paz». +Soñaba con aquella dulce y hermosa Celuta y hacerla mi esposa. Y me +prometía amarla más y mejor que el hipocondríaco René haciéndola tan +feliz como merecía. Soñaba con la simpática y juguetona Mila a quien +también hiciera mi esposa si no fuera gran pecado la poligamia. Soñaba +con aquel grande, aquel noble Outugamiz hermano de Celuta. Su +inquebrantable lealtad me penetró tanto en el alma que cuando fuí a +Oviedo y escribí a un amigo que dejaba en Avilés empezaba mi carta: «Mi +querido Outugamiz». Todavía recuerdo con incomprensible emoción cierta +excursión por el Misisipí en una noche calurosa del estío. La mayoría de +los guerreros dejó la piragua y se lanzó al agua para hacer el trayecto +a nado: las mujeres los imitaron, y toda aquella muchedumbre se dejaba +arrastrar por la suave corriente del río bajo un cielo tachonado de +estrellas, donde la luna nadaba también feliz y serena como ellos. Los +guerreros se contaban en voz alta sus hazañas y los amantes se +deslizaban cogidos de la mano murmurándose dulcemente sus secretos. Esto +es lo que recuerdo de aquella poética descripción. No sé si me será fiel +la memoria después de tantos años, porque no he vuelto a leer esta +novela. Si ahora lo hiciese no sé por qué imagino que aquellos salvajes, +que tanto me cautivaron, me harían vomitar. + +Cuando alcancé los doce o trece años me placía registrar la biblioteca +de mi padre donde había hallado las obras de Chateaubriand y otros +libros de amena literatura. También los tenía científicos y algunos me +interesaron vivamente. Si no he logrado nunca ser hombre de ciencia he +tenido despierta desde mi infancia la curiosidad científica. En uno de +aquellos registros tropecé con un libro extraño ilustrado con unas +estampas horrorosas. Era un tratado de la virilidad. + +--¿Qué es esto?--pregunté a mi padre que estaba escribiendo. + +Levantó la cabeza, miró el libro, me miró a mí fijamente y quedando un +instante pensativo respondió: + +--Léelo. + +Aquella palabra fué mi salvación. Habrá personas timoratas que se +asombren y aun se escandalicen de la audacia de mi padre. Sin embargo yo +bendigo su memoria por ésta como por las muchas cosas buenas que ha +hecho conmigo. + + + + +XIX + +FRAY MELITÓN + + +Si el Cielo me concediese una nueva existencia en este nuestro planeta +de la orden de menores y me diera a escoger el sitio donde se deslizase +mi infancia, respondería sin vacilar: ¡Avilés! + +Lo que recuerdo de esta villa es tan amable, tan alegre y pintoresco, +que dudo que en parte alguna de Europa o de América (dejemos el Africa +para los negros y el Asia para los chinos) se encuentre otra que la +supere. + +Sin embargo, nadie se figure que era todo algazara y romerías y +habaneras y pasacalles. Había en nuestra villa más de una docena de +figuras decorativas que no sólo mantenían en ella la respetabilidad y el +decoro sino que la comunicaban esplendor a los ojos del forastero. +Cuando bien temprano, mucho más temprano de lo que yo quisiera, salía de +mi casa para la escuela, encontraba indefectiblemente paseando debajo de +los arcos a uno de nuestros vecinos vestido de levita negra, corbata +blanca, gran pechera con botones de diamantes, sombrero de copa alta, +bastón con puño de oro y botas charoladas lo mismo que si se dispusiese +a ir a la recepción de la embajada de Inglaterra. Allá había estado, +según contaban, varios años: por eso gastaba patillas y era tan +correcto, tan grave y silencioso. Que hiciera bueno que hiciera mal +tiempo, en los días más calurosos de Julio como en los más ateridos de +Enero, por allí paseaba revestido de aquellos ornamentos que me +infundían un respeto indecible. Desde el feo asunto de las peras yo no +osaba mirar como antes a su blanca pechera, ni siquiera a sus botas +charoladas. + +Un poco más allá, en los arcos mismos de la plaza paseaba mi tío Víctor, +también de levita. Coronel retirado, luenga barba blanca. Era persona de +tan heroica estatura que cuando se doblaba para darme un beso, yo +pensaba que descendía sobre mí el mismo Padre Eterno con sombrero de +copa. + +Algo más lejos, al comenzar los arcos de Galiana tropezaba debajo de +ellos con otro respetable personaje, don Manolo P. Vestía igualmente +levita y sombrero de copa. Su bastón era una primorosa caña de Indias +con puño de marfil y contera de la misma materia, que rara vez ponía en +el suelo por no estropearla, según se decía maliciosamente en la villa. +Frisaba ya en los cincuenta años; el rostro cuidadosamente rasurado y +tan rojo y congestionado, que daba en violáceo: parecía una figura de la +corte de Carlos IV. Este grave sujeto paseaba con la mayor solemnidad +por delante de su casa, deteniéndose a menudo delante de una hojalatería +próxima a ella y cambiando con el hojalatero algunos pensamientos más o +menos trascendentales. Miraba fijamente a los transeuntes como si +sospechase de su honradez; la mía debía de inspirarle mayores dudas que +la de ningún otro a juzgar por la insistencia con que sus grandes ojos +redondos me seguían. Tenía el título de abogado, pero no ejercía su +profesión; vivía de sus rentas y era un caballero tan digno y venerable, +que como imposible tenía yo que nadie osara faltarle al respeto. Sin +embargo, este imposible se realizó. Un borracho llamado Platina se +acercó a él un día tambaleándose: + +--¿A que no sabe usted don Manolo en qué se parece usted a San Roque? + +--No adivino--respondió nuestro caballero abriendo todavía más sus +grandes ojos redondos. + +--En que San Roque es abogado de la peste y usted es la peste de los +abogados. + +Da grima pensar que en este mundo nadie pueda verse libre de un insulto +soez ni aun los más altos próceres que, como éste, son ornato de su +pueblo nativo y orgullo de sus convecinos. + +A la postre él mismo se encargó de faltarse al respeto, pues cuando +menos podía pensarse cayó enamorado de nuestra costurera. La primera +noticia que tuvimos fué por una carta que de él recibió mi madre. En +ella la suplicaba que le permitiese venir algún rato a casa para poder +hablar con su prometida, pues ya la consideraba como tal. La pretensión +era un poco extravagante, pues mis padres no tenían el gusto de +tratarle. Sin embargo, mi madre cedió inmediatamente de buen grado, y he +aquí a nuestro caballero sentado por las tardes en el comedor, entre +ella y la gentil costurerilla, departiendo cortésmente de cosas +indiferentes como un pollastre que hiciese la corte a una damisela +delante de su mamá. La mía le dirigía siempre la palabra sonriendo, y mi +padre, cuando por allí pasaba, lo mismo. Y en la sonrisa de mi madre +había un granito de burla y en la de mi padre dos. Por fin aquel buen +señor se casó y toda su vida se mostró agradecido, colmándonos de +atenciones, prueba irrecusable de la bondad y honradez de la joven a la +cual había unido sus destinos. + +Dicho queda que a más de éstos existían en la villa otros próceres que +realzaban con su majestuosa indumentaria a nuestra villa. Pero estos +próceres no se mantenían como los de otras ciudades, encastillados en su +grandeza ni se oponían o desdeñaban a la juventud bulliciosa. Al +contrario, se les hallaba siempre propicios a proteger y alentar +cualquier proyecto recreativo iniciado por ésta. Algunas veces de ellos +mismos partía la iniciativa. Semejantes a los ancianos de Atenas +consagraban su experiencia a los nobles recreos de la vida y velaban por +el decoro de las fiestas. Mi buen tío Jorge de las Alas, viejo y +achacoso, fué quien creó la Academia de música en Avilés, quien organizó +la sociedad del _Liceo_ y quien llevó a cabo la erección de un teatro +cuando no existía. Merece este infatigable anciano, que tanto contribuyó +a la cultura de nuestra villa, que ésta le erija una estatua. No +hallábamos los jóvenes de Avilés, en estos nobles ancianos, ni una +sonrisa desdeñosa, ni una frase severa. Todavía recuerdo que al asistir +por vez primera a un baile del Liceo, no contando aún diez y siete años, +como me hallase apurado porque no podía abrochar mis guantes, el mismo +presidente de la sociedad, que era un respetable caballero con la cabeza +canosa, vino en mi auxilio y logró abrochármelos. + +Avilés guardaba en aquel tiempo más de una semejanza con Atenas. Porque +reinaba la alegría y el decoro y el amor al arte como en la ciudad de +Minerva, y además se vivía en una dulce ociosidad que permitía +consagrarse enteramente a los placeres del espíritu. Para lograr esto +Aristóteles creía necesario un número considerable de esclavos +encargados de alimentar a los ciudadanos. Entre nosotros no existía que +yo sepa más esclavo que un negro muy feo que había traído de América un +indiano llamado don Pancho. Con este negro, que al parecer estaba +siempre ansioso de llevar a los niños malos en un saco, nos amenazaba la +maestra (porque de tres a cuatro años tuve el honor de asistir a un +colegio de señoritas) cuando hacíamos demasiado ruido. Tantas veces nos +había amenazado, sin embargo, que llegamos a despreciar, como +inverosímil, aquella horrorosa perspectiva. Mas he aquí que un día +aciago, al conjuro de la maestra, aparece en la puerta de la sala la +espantable figura del negro de don Pancho con el famoso saco al hombro +haciendo rodar por las órbitas sus ojos de tigre hambriento. No es fácil +describir ni decoroso lo que allí pasó. Toda aquella juventud bi-sexual +se sintió atacada a la vez en el corazón y la vejiga. No volvimos a ser +_malos_ en ocho días. + +Vivíamos, pues, en nuestra villa sin trabajar, como he dicho. Quién +trabajaba para nosotros no me importaba entonces averiguarlo. Cada casa +albergaba un pequeño hidalgo o rentista que disfrutaba serenamente de la +vida, bailando de joven, paseando de viejo. No faltaban artesanos, es +cierto; había carpinteros, chocolateros, hojalateros, pintores, +albañiles; pero casi todos estaban relegados al barrio de Sabugo. Los +que había en la villa eran tan graves personajes casi como los que he +descrito: algunos ya viejos gastaban sombrero de copa alta. Se les +trataba con respetuosa consideración, se contaba con ellos para los +festejos y algunos tenían tiempo para consagrarse a la música y la +declamación y alcanzar señalados triunfos, como el ebanista Mariño y el +barbero Manolo. + +Al revés de lo que acaece en las grandes ciudades europeas y americanas, +donde se vive en perpetuo afán y no hay tiempo para nada, en Avilés +había tiempo para todo: si faltaba alguna vez no era ciertamente para el +trabajo sino para divertirse. No existía la fiebre del dinero ni esa +congojosa solicitud por el lucro que envilece las almas y entristece la +vida. El comercio mismo, que por su naturaleza es sórdido, tenía en +nuestra villa un temperamento noble y tranquilo. Los comerciantes +recibían a sus amigos en las tiendas, departían y reían con ellos y +apenas se curaban de la venta de sus artículos. Había un tendero llamado +Braulio que poseía en la calle de la Herrería un bastante bien surtido +almacén de quincalla. Pues este Braulio, cuando un amigo llegaba a +invitarle a jugar al billar o a comer una langosta en el café de Tirita +se ponía el sombrero, cerraba la tienda y se marchaba tranquilamente con +él. ¡Que aguardasen los parroquianos! + +Los próceres, la juventud impetuosa, los comerciantes y los artesanos no +constituían por entero a nuestra villa. Existía, como es justo en ella, +un elemento teológico compuesto por los párrocos de la villa y Sabugo +con sus respectivos coadjutores, el vicario de las monjas de San +Bernardo y hasta una media docena de frailes exclaustrados que habían +quedado vivos en la matanza del año treinta y seis. Había un padre +Cerezo cuya sabiduría nadie ponía en duda, un fray Antonio Arenas +taciturno, bilioso, que cantaba desde el coro de la iglesia de San +Francisco la misa mayor con una voz que envidiaría Satán para dirigirse +a los condenados del infierno, un Manzaneda (ignoro porqué a éste se le +suprimía el _fray_) y había sobre todo un fray Melitón de perdurable +memoria sobre la tierra y que en el cielo, donde no dudo que se hallará +a estas horas, hará las delicias de los bienaventurados. + +Este elemento teológico gastaba como el de los próceres levita y +sombrero de copa. Solamente que como correspondía a su elevada dignidad +teológica, las levitas eran mucho más largas y los sombreros mucho más +altos. Cuando de niño veía al padre Cerezo o a Manzaneda debajo de uno +de ellos sudaba de congoja. + +Fray Melitón era el organista de la parroquia. Líbreme Dios de suponer +que tocando el órgano es como alegrará a la corte celestial. Al +contrario, me parece que si a fray Melitón se le ocurriese tocar alguna +vez el órgano en el cielo, no duraría allí mucho tiempo. Lo que +regocijará seguramente a sus hermanos de bienaventuranza es su grande, +inconcebible inocencia. Fray Melitón era un niño de sesenta años. De +medianas carnes y estatura, vigoroso, la faz roja, los ojos débiles, el +pelo negro todavía, hablando siempre a gritos, unas veces enfadado, +otras riendo, jamás tranquilo o indiferente. No pienso que tuviera +licencia para confesar, porque este ministerio exige conocimiento del +corazón humano y fray Melitón no conocía siquiera el suyo; celebraba +misa y tocaba el órgano en las misas solemnes y festividades. De él +estábamos enamorados unos cuantos chicos y él lo estaba de nosotros +aunque no nos escaseaba los coscorrones cuando le molestábamos +demasiado. Si nos hallaba en la _Campa_ jugando a la peonza se detenía +para contemplarnos, nos animaba a gritos, nos aplaudía o nos increpaba +exactamente como si fuese uno de nosotros. + +--¡Eso está bien, carape! ¡Bien! ¡Bien!... ¡Leoncio, eres un burro! + +Si nos tropezaba en el campo Caín se sentaba a nuestro lado y nos +contaba historias milagrosas. Los milagros eran su especialidad. Otras +veces nos hablaba de su convento y nos describía la enorme despensa de +la cual estaba él encargado, los sacos de garbanzos, las pilas de nueces +y avellanas, las filas de jamones colgados del techo; nos pintaba la +huerta donde crecían toda clase de árboles frutales, cerezos, perales, +que daban peras tamaño de una libra, ciruelas claudias y encarnadas, +albaricoqueros de espalera: de tal modo que a los chicos se nos hacía la +boca agua. Recordaba también con enternecimiento los grandiosos cerdos +que allí se criaban y nos comunicaba en secreto de qué medios se valía +para hacerles engordar una arroba por semana al llegar el mes de +Octubre. A menudo también se placía haciéndonos preguntas y enterándose +de nuestros estudios y propósitos. + +--¿Qué es lo que tú quieres ser? + +--Yo, militar. + +--¡Bravo! ¡A la lid, valiente!... ¿Y tú? + +--Yo, médico. + +--Mírame la lengua (y la sacaba)... ¿Y tú? + +--Yo quiero ser oidor. + +--¿Oidor? Aguarda un poco que te escarbe los oídos. + +Y echaba mano a la punta de una ramita; con lo cual reíamos a +carcajadas, y él más que nosotros. + +Si alguno le decía que quería ser cura, torcía el gesto. + +--¿Sabes, burro, si tienes vocación para el estado eclesiástico?... +Además, para ganar el cielo no se necesita ser cura ni fraile. + +Y tenía razón, porque él lo hubiera ganado en cualquier condición. + +Entre todos nosotros distinguía particularmente a tres, y yo era uno de +ellos. Por eso cedió a nuestras instancias concediéndonos el honor de +mover los fuelles del órgano, tarea que antes desempeñaba el hijo del +sacristán. + +Detrás del órgano de la iglesia de San Francisco existía, y es posible +que aún exista, un pequeño y obscuro y sucio desván donde se hallan los +fuelles que lo alimentan de aire. Estos fuelles, que eran tres, tenían +cada uno un madero en forma de lanza, bajando el cual hasta tocar el +suelo, el fuelle se hinchaba; luego, a medida que se gastaba el aire +iban subiendo paulatinamente hasta llegar al techo. Me encargué, pues, +de bajar una de estas lanzas y mis amigos de las otras dos. Para +bajarlas necesitábamos colgarnos de ellas, y después que las teníamos a +nuestra altura montarnos encima hasta humillarlas por completo. Así que +lo habíamos conseguido podíamos descansar unos minutos mientras +lentamente los fuelles se deshinchaban y los maderos subían. + +¿Cómo es posible que allí encerrados medio a obscuras, respirando polvo +y obligados a trabajar como negros sin descuidarnos un instante fuésemos +dichosos? Pues lo éramos y no poco. Estábamos poseídos de nuestro papel, +que juzgábamos principalísimo. Sin nosotros el órgano no sonaría y todo +aquel estrépito que fray Melitón armaba se extinguiría miserablemente y +la gran solemnidad vendría a tierra. + +No recuerdo bien cómo acaeció: me parece que yo estaba contando a mis +amigos en qué forma había entrado un pájaro en el comedor de mi casa y +cómo había podido atraparlo arrojándole una toalla encima. Sea por esto +o por otra causa, lo cierto es que en una ocasión nos descuidamos +olvidando los fuelles. Los maderos habían subido hasta su límite máximo, +tocando en el techo. De pronto se abre con estrépito la puertecita del +coro y aparece por ella la faz congestionada de fray Melitón echando +chispas de sus ojos por detrás de los cristales de las gafas y se lanza +sobre nosotros dejando caer sobre nuestras cabezas una lluvia maléfica +de coscorrones. Sin hacer caso de ellos nos lanzamos a los maderos, para +alcanzar los cuales necesitábamos dar saltos prodigiosos. + +--¡Burros! ¡Más que burros! ¿Para eso os he dejado venir a hinchar los +fuelles? ¡Y en el momento mismo de ejecutar el _trémolo_! + +Es de saber que cuando en la misa llegaba el momento de elevar la Hostia +Santa fray Melitón hacía ejecutar al órgano un _trémolo_ tan misterioso, +tan solemne, tan patético que no había corazón por duro que fuese que no +se sintiera sobrecogido. + +--¡Dejarme sin aire en el _trémolo_, nada menos que en el +_trémolo_!--exclamaba enfurecido sin dar paz a la mano--. ¿No sabíais +que estaba ejecutando el _trémolo_, burros? + +Yo no conocía entonces esa palabreja. Largo tiempo después cuando +llegaba a mis oídos percibía en la cabeza la sensación vaga de un +coscorrón. + +De aquellos tres hinchadores de fuelles vivimos dos, y estoy en fe que +lo mismo mi compañero que yo los hincharíamos de nuevo con placer si +nos volvieran a los doce años. + +Pero no sólo debo a fray Melitón estos momentos de intensa y pura +felicidad: algo más le debo y voy a contarlo sin cuidado alguno puesto +que él no ha de salir de la tumba a llamarme burro otra vez y a darme de +coscorrones. + +En los meses calurosos del estío solía bañarme en la ría con unos +cuantos amigos de mi edad. Apenas salíamos de la escuela salvábamos el +puente de San Sebastián y por el largo malecón de las Huelgas +caminábamos hasta un sitio bien lejano donde pudiéramos desnudarnos sin +faltar al pudor. En sábanas o toallas para secarnos no había que pensar +porque todos se bañaban como yo a escondidas de sus padres. Nos +acurrucábamos un momento al sol y luego nos vestíamos sin aprensión +alguna. Este sistema, que por mucho tiempo me pareció peligroso, lo he +visto hace poco tiempo preconizado por un médico alemán. + +Una tarde por haber tenido que ir antes a casa me vi obligado a caminar +solo hasta el puente donde me habían dado cita mis compañeros. No les +hallé en aquel sitio y pareciéndome que ya habían tomado la delantera me +dirigí sin apurarme por el malecón al sitio acostumbrado. Tampoco +estaban allí. Largo tiempo los estuve aguardando y viendo que no +llegaban me decidí a desnudarme y echarme al agua. + +Era casi la hora de la pleamar; el sol reverberaba todavía sobre la +superficie de la ría que se mostraba brillante y poderosa como un gran +brazo de mar. Me hallaba solitario: sólo allá lejos sobre el malecón +percibí un montón de ropa y en medio de la ría la cabeza de un hombre +que nadaba y que no pude entonces reconocer. + +Sin cuidado alguno, porque estaba bien acostumbrado a ello, me zambullí +y comencé a nadar en la dirección de la cabeza que veía sobre el agua. +No tardé en averiguar que aquella cabeza pertenecía a fray Melitón y +desde entonces con más fuerza me dirigí nadando adonde estaba. Pero él, +que no me reconoció, y a quien sin duda molestaba ser conocido se alejó +nadando y yo le seguí con esperanza de alcanzarle. Tanto nadé que al fin +me hice cargo de que me estaba alejando demasiado de la orilla. Pensar +esto, volver la cabeza, ver la orilla lejana y sentir un miedo cerval +fué todo uno. + +El miedo me dejó yerto. Sentí que el frío me penetraba y que pronto iba +a paralizar mis piernas y mis brazos. En fin, sospeché que estaba +corriendo un grave peligro de muerte, y esta sospecha no contribuyó, +como cualquiera puede calcular, a tranquilizarme. Di rápidamente la +vuelta, pero si antes me pareció la orilla lejana ahora me pareció la +misma costa de la América. Entonces me decidí a gritar: + +--¡Fray Melitón! ¡fray Melitón! + +--¿Qué pasa?--respondió éste alarmado por lo extraño de aquel grito. + +--¡Que me ahogo, fray Melitón! + +Fray Melitón nadó con fuerza hacia el sitio donde yo estaba. + +--¿Qué dices, muchacho?--exclamó al mismo tiempo reconociéndome. + +--¡Que me ahogo! ¡que me ahogo! + +--¿No puedes sostenerte hasta que yo llegue? + +--Creo que sí. + +En efecto, así que le vi nadando hacia mí me acudieron repentinamente +las fuerzas, pues sólo el miedo y no la fatiga las había paralizado. + +--¿Qué te pasa? + +--No sé... Creo que tengo frío--respondí por no confesar mi miedo. + +--Cógete al cinturón de mi calzoncillo... ¿Podrás mover las piernas? + +--Sí. + +Y haciendo lo que me ordenaba puse una mano sobre su cintura y con este +solo apoyo y nadando con las piernas llegamos perfectamente a la orilla. + +Una vez allí ¿qué se figura el lector que hizo aquel buen hombre? Pues +emprenderla a mojicones conmigo... ¡por burro! + +--¿Si no sabes nadar grandísimo burro para qué vas adonde te cubra? +¡Eres un burro! ¿Quién, si no un burro se va al medio de la ría sin +saber nadar? + +Tantas veces me llamó burro el bueno de fray Melitón que no sé cómo en +aquel mismo punto no me brotaron las orejas. + + + + +XX + +EL CACHORRILLO + + +No recuerdo cuánto me costó. Tengo una idea de que di por ella todo el +dinero que tenía en la hucha, que sumaría lo menos cuatro o cinco +pesetas en calderilla. Además entregué una cadenita de plata, algunos +botones dorados de un frac viejo de mi padre y una navajita que me +habían regalado. + +A pesar de todo quedé convencido de que Ovidio, el hijo del boticario de +la calle de la Fruta, había tenido un momento de extravío y que yo había +abusado miserablemente de este muchacho cambiando aquellas baratijas por +su pistola. + +Porque era una pistola, una verdadera pistola que se cargaba con +pólvora, no uno de esos ridículos juguetes que nos regalaban nuestros +parientes por las ferias de San Agustín y que se disparan con un muelle. + +¿Cómo vino a poder de Ovidio esta arma? Lo más probable es que +perteneciese a un hermano mayor que había llegado de Cuba hacía unos +meses. Lo sospeché pensando en la facilidad y aun la prisa con que de +ella se desprendió. Si hubiera llegado a sus manos por un camino +honrado, es seguro que la habría conservado en su poder con el mismo +agrado, ¡qué digo agrado! con el mismo entusiasmo que yo la hice mía. + +Parece que la estoy viendo con su cañón pavonado y sus llaves bruñidas. +La culata era obscura y charolada. Compré un cuarterón de pólvora y una +cajita de pistones y recuerdo con emoción la primera vez que la +disparé. Fué en el bosque de la Magdalena, próximo a Avilés, cosa de dos +o tres kilómetros. Para este trascendental experimento se reunieron +cinco o seis chicos de la escuela. Y en medio de ellos, caminaba hacia +el campo de operaciones pálido y agitado, como si fuese a un duelo. +Después de cargarla cuidadosamente, según las instrucciones que Ovidio +me había dado, después de haber puesto el pistón en la chimenea, +permanecí con ella en la mano presa de amarga incertidumbre. ¿Qué +resultaría de aquello? Mis compañeros y yo nos mirábamos unos a otros y +a todos nos latía el corazón como si se jugase en aquel ensayo nuestra +existencia. Al fin, armándome de valor, me destaqué del grupo, avancé +unos pasos y grité: ¡A la una! ¡a las dos!... ¡a las tres! ¡Pum! + +El estampido causó en nosotros un estremecimiento, pero muy +especialmente en mí, como debe suponerse. Sin embargo, todos al punto +recobran el valor, todos quieren disparar la pistola. Me costó no poco +trabajo reprimir los ímpetus de aquellos héroes. Fuí, no obstante, lo +bastante magnánimo en tal ocasión, para gastar el cuarterón de pólvora y +buena parte de los pistones. Regresamos a nuestros hogares cubiertos de +gloria y con el corazón henchido de sentimientos bélicos. + +Así que se divulgó entre la juventud de las escuelas la nueva de que era +poseedor de aquella arma preciosa, me vi rodeado de aduladores. Cuando +un hombre logra acaparar una cantidad respetable de fuerza, los demás +acuden a él por un impulso irresistible, como las raspaduras del acero +hacia el imán. Tal acaeció al califa Omar, a Pedro el Grande de Rusia, a +Napoleón; tal me acaeció a mí. Desde entonces no me vi libre ya de un +enjambre de cortesanos, especie de guardia fiel, que me seguía a todas +partes ansiando participar de mi imperio y tomar parte en las felices +aventuras que aquel instrumento mortífero había de proporcionarme. + +En la escuela sujetos que antes me despreciaban profundamente, mirábanme +ahora con respeto y me preguntaban al oído misteriosamente: + +--¿Lo tienes ahí? + +Yo me hacía el interesante. + +--¿El qué? + +--El cachorrillo. + +--Lo tengo. + +--¿Cargado? + +--¡Ya lo creo! + +Entonces aquel sujeto desdeñoso me apretaba la mano con sigilo y se +alejaba en silencio para comunicar a los demás noticia de tanta +sensación. + +Debo advertir, para que el lector no se sobresalte demasiado, que el +cachorrillo estaba cargado solamente con pólvora. Ni a mí se me ocurrió +ni a mis compañeros tampoco, introducir en él ningún proyectil. + +Después de la escuela solíamos irnos a la Magdalena, aldea deleitosa +como pocas, en cuyo bosquecillo habíamos recibido nuestro bautismo de +fuego. Una vez allí, lejos de las miradas, aunque no de los oídos de los +hombres, nos entregábamos a un tiroteo pernicioso que tenía un poco +inquietos a los pacíficos labradores de aquel lugar. + +Sin embargo, las aventuras gloriosas no parecían. Hacía seis u ocho días +que el cachorrillo estaba en mi poder y todavía no había logrado +utilizarlo para algo que pudiera ser narrado algún día a mis amigos de +Entralgo, pues en aquella época no sospechaba que pudiera tener cabida +en mis memorias. + +La fortuna vino en mi ayuda al cabo en forma semejante a la de Don +Quijote. Caminábamos una tarde hacia nuestro acostumbrado retiro de la +Magdalena, cuando acertamos a ver un zagalote de quince a diez y seis +años que corría hacia nosotros siguiendo a una niña como de diez. La +alcanzó presto y comenzó a golpearla cruelmente, a tirarla del pelo y de +las orejas. Entonces yo, con el sentimiento de mi fuerza incontrastable, +le grito osadamente: + +--¡Deja a esa niña, animal! + +Levantó la cabeza, y al ver el ínfimo ser que se atrevía a hablarle de +esta forma, quedó más estupefacto que indignado. + +--Sí; voy a dejarla--respondió sonriendo sarcásticamente--pero es para +comenzar contigo, granujilla. Y avanzó con terrible calma hacia mí. Yo +en vez de retroceder avanzo también algunos pasos y sacando la pistola y +apuntándole al pecho exclamo colérico: + +--¡Si das un paso más eres muerto! + +Quedó inmóvil, clavado por la sorpresa y dirigiendo la vista a mis +compañeros preguntó: + +--No estará cargada, ¿verdad? + +--¡Sí!... ¡cargada!... ¡está cargada!--le respondieron a un tiempo +todos. + +Entonces el zagalote se pone pálido, vuelve grupas instantáneamente y +emprende a correr gritando: + +--¡No tires, chico!... ¡No tires! + +Yo le sigo corriendo también. + +--¡Vas a morir! ¡Vas a morir! + +--¡Por Dios, no tires! ¡Por Dios, no tires!--clamaba el pobre diablo +volviendo de vez en cuando la cabeza con terror. + +--¡Vas a morir!... ¡Vas a morir!--replicaba yo lúgubremente entre +colérico y alegre. + +Al fin me cansé de seguirle y volví hacia mis compañeros, que me +acogieron con estruendosa alegría. ¡Cuánto reímos, cuánto celebramos +aquel triunfo! No nos hartábamos de recordarlo pintando el miedo de +aquel gran zángano con rasgos cada vez más cómicos. Y así que llegamos a +la villa cada uno de mis compañeros fué una bocina poderosa que esparció +la nueva por todos sus ámbitos. + +De tal modo, que cuando al día siguiente por la mañana entré en la +escuela un poco tarde, todos los ojos se volvieron hacia mí con viva +curiosidad y admiración. Me senté en mi banco, pero aún allí me seguían +las miradas de los compañeros. Yo paladeaba mi triunfo con deleite, pero +en actitud modesta. ¡Ah, cuán lejos estaba de sospechar que tenía cerca +la roca Tarpeya! + +Recuerdo que el maestro se hallaba frente al encerado y nos explicaba +una operación de quebrados. Su amplia levita flotaba majestuosa a medida +que su brazo, provisto de unas mangas postizas de percalina negra para +no ensuciarse, iba trazando cifras y borrándolas después con una +esponja. Pero aquel día nadie reparaba en la levita, ni en las mangas de +percalina ni en la esponja ni en las cifras. Toda la atención de la +escuela estaba concentrada sobre mí o, por mejor decir, sobre mi +pistola. + +Uno de mis amigos más íntimos, que estaba cerca, se inclinó y me dijo en +voz baja: + +--Mariano quiere ver la pistola. Déjamela un momento. + +Me resistí porque tenía miedo de que don Juan se volviese de pronto. Sin +embargo, mi amigo insistió y como aquel Mariano era uno de los chicos +más respetables de la escuela por su fuerza y yo le debía algunos +favores, tuve la debilidad de ceder. + +La pistola no se detuvo en las manos de Mariano. Todos los chicos que se +hallaban cerca querían tocarla y fué pasando de uno a otro mientras yo +estaba en brasas mordiéndome los labios y maldiciendo de aquella +peligrosa curiosidad. + +Al fin la pistola comenzó a retroceder lentamente sin que don Juan +volviese la cabeza y pude recuperarla. Pero fuese porque algún chico +hubiera andado con las llaves o porque yo la tomara con harto +apresuramiento en el momento mismo de ir a meterla en el bolsillo se +disparó. + +El estampido fué horroroso. Parecía que la escuela se había venido +abajo. Don Juan cayó de bruces sobre el encerado y permaneció unos +instantes inmóvil. Al estampido había sucedido un silencio de muerte. +Don Juan se volvió al cabo y su faz estaba lívida: quizá contribuyese a +ello el haberla restregado contra las cifras de quebrados que acababa de +trazar. Paseó sus ojos extraviados por la escuela y como advirtiese que +los de todos se hallaban fijos en mí me miró y vió la pistola. Entonces +a paso lento se dirigió al sitio que yo ocupaba. + +No es fácil definir lo que por mí pasaba en aquel momento. Era más que +terror una especie de anestesia de todos los sentidos, una vaga +conciencia de que iba a morir y cierta indiferencia por la muerte. Mi +sangre toda, sin faltar una gota, debió de haberse refugiado en el +corazón, porque según me dijeron después mi rostro era el de un cadáver. + +Don Juan llegó al fin hasta mí y me tomó la pistola de las manos; las +suyas temblaban tanto como las mías. Sin pronunciar una palabra se +dirigió a la mesa y depositó sobre ella el arma, despojóse lentamente de +los manguitos, abrió un pequeño armario donde guardaba siempre su +sombrero de copa alta y lo sacó y se lo puso; llamó después al pasante y +habló con él un momento en voz baja; volvió a tomar la pistola, la +examinó detenidamente y cerciorándose sin duda de que no había peligro +alguno la guardó en el bolsillo; luego vino de nuevo hacia mí, me tomó +de la mano y en medio de un gran silencio y expectación salimos ambos de +la escuela. + +La primera idea que acudió a mi mente cuando me vi en la calle de +aquella forma sujeto por la mano de don Juan fué que me llevaba a la +cárcel. Entonces resucitaron dentro de mi pequeño ser todos los +espíritus muertos y me propuse no entrar en ella sino hecho pedazos. En +cuanto aflojase un poco la mano ¡zas! daba un tirón y emprendía la +carrera. + +Pero no la aflojó. Llegamos a la plaza, seguimos por los arcos y en vez +de tomar la calle del Muelle, donde estaba la prisión, seguimos por la +del Rivero. Entonces comprendí que me llevaba a casa y se me ensanchó el +corazón. De mi padre estaba yo bien seguro. Cuando don Juan le explicó +con su habitual compostura y modestia todo el negocio se mostró +grandemente colérico, aseguró que iba desde luego a comenzar sus +investigaciones para averiguar de dónde procedía aquella arma y prometió +que se me castigaría severamente. + +Como yo esperaba, luego que don Juan se hubo ido no hizo otra cosa más +que amonestarme sin demasiada acritud haciéndome algunas reflexiones que +me impresionaron profundamente. En cambio mi madre se alarmó y enfureció +lo indecible, me privó de toda golosina y no me dejó salir a la calle +con mis amigos durante muchos días. Sin embargo, puedo asegurar que las +palabras de mi padre fueron medicina más provechosa. + + + + +XXI + +LA BATALLA DE GALIANA + + +No he leído la descripción de esta batalla en ninguna historia +contemporánea. No la he visto tampoco citada en las efemérides de los +almanaques de pared. Creo, por tanto, que se me agradecerá el que venga +a llenar un vacío en la historia militar de España. Si no se me +agradece, peor para los ingratos. + +La calle de Galiana, donde se ha librado, lleva hoy mi nombre. Para que +las futuras generaciones no se equivoquen suponiendo que se le ha dado +por haber sido yo el general victorioso que dirigió esta batalla me +cumple declarar que no he sido en ella más que un humilde soldado y no +del ejército vencedor sino del vencido. + +Descargada así mi conciencia, penetro en los dominios de la historia. + +Entre Rivero y Galiana existía desde hacía muchos siglos un antagonismo +irreductible. Si hablabais a un chico de Rivero de los zagales de +Galiana crujía los dientes y dejaba escapar por la nariz resoplidos de +fiera. Si mentaban delante de uno de Galiana a los rapazucos de Rivero +le veríais poner los ojos en blanco y escupir. Ignoro qué agravios +podían tener los unos de los otros, pero se odiaban como si en la +antigüedad existiese un Paris de Galiana que hubiera raptado a una +Helena de Rivero, o viceversa. + +Por lo tanto los choques eran frecuentes. Sin embargo, aunque se hablaba +entre nosotros de formidables batallas libradas en tiempos remotos, +cuya narración circunstanciada se conserva en los archivos del +Ayuntamiento, en el mío no se había efectuado ninguna. Todo se reducía a +operaciones de poca monta y a torneos individuales. Un chico de Galiana +desafiaba a otro de Rivero y a la salida de la escuela se daban de +moquetes en el muelle o en el Campo Caín. Algunas veces eran dos contra +dos o tres contra tres como los Horacios y Curiacios. + +Estos repetidos escarceos mantenían vivo el odio secular. Por tal causa +yo, recluta disponible de Rivero, cuando iba a casa de mi tía Justina, +que habitaba en Galiana, tomaba toda suerte de precauciones hasta llegar +a su puerta. Procuraba hacerlo cuando los chicos estuviesen en la +escuela; jamás los domingos; si podía ir acompañado de una criada mucho +mejor. En este último caso desafiaba impávido las iras de mis enemigos, +que reducidos a la impotencia me lanzaban miradas furibundas y me +enseñaban los puños. + +A mi primo José María por recibirme en su huerta y jugar conmigo a los +caballitos haciendo él de cochero y yo de caballo o viceversa, se le +miraba con desconfianza entre los suyos y estuvo amenazado de un proceso +de alta traición. + +El odio así incubado y creciendo sordamente cada día, forzosamente debía +provocar una catástrofe. Los volcanes que durante muchos años sólo dan +cuenta de su existencia con algunos leves rugidos y un poco de humo, +estallan súbito con formidable erupción. + +Todos sentíamos la necesidad de una batalla que decidiese para siempre +la cuestión de la hegemonía en Avilés. + +Comenzó a trabajar la diplomacia. Nuestro servicio de espionaje nos +informó de que nuestros adversarios habían pactado una alianza ofensiva +y defensiva con los chicos de Miranda, la parroquia rural más próxima a +su barrio. Estos aldeanitos de Miranda eran numerosos y gozaban fama de +osados y aguerridos. + +El caso era serio. + +Por nuestra parte, entonces, se iniciaron secretas inteligencias con los +campesinos de las parroquias de Villalegre y la Magdalena, los cuales +nos ofrecieron algunos contingentes. También buscamos apoyo en los +franceses de la «Fábrica de vidrios». Yo fuí comisionado para hablar con +mi amigo Rodolfo Dinten, un francesito rubio, guapo y robusto, hijo de +uno de los principales operarios de la fábrica. Este me sugirió +confidencialmente que aunque sus compatriotas se negasen a intervenir en +la guerra él por su parte se hallaba resuelto a batirse con nosotros +hasta exhalar el último suspiro. + +Las negociaciones diplomáticas y los preparativos técnicos se +prolongaron desde el mes de Marzo al de Mayo. Todos nos hallábamos +extraordinariamente nerviosos. Tragábamos sin apetito la merienda que +íbamos a buscar a casa después de la escuela y nos eternizábamos en +inacabables conversaciones que se prolongaban hasta la noche. Nuestro +Estado Mayor concertaba el plan de la batalla con tanto desconcierto que +enronquecía a fuerza de discutir y no acababa de concertarse. La demora, +sin embargo, aunque forzosa, no dejaba de convenirnos. La preparación +era más sólida y escrupulosa; nuestras alianzas se consolidaban. Por +otra parte deseábamos que la batalla se librase en una de las tardes más +largas del año, porque no estábamos seguros de parar el curso del sol +como Josué. + +Al fin quedó resuelto que fuese el próximo sábado al salir de la +escuela. La batalla debía reñirse por convenio tácito entre ambos +ejércitos en la calle de Galiana por razones especiales que paso a +exponer. + +Esta calle, según se asciende de la Plaza, tiene a la derecha amplios +soportales bastante elevados sobre el resto de la vía, por donde +discurren los transeuntes. La parte baja, destinada casi exclusivamente +a los vehículos de rueda, no contaba a su izquierda en aquel tiempo con +edificio alguno. Por lo tanto allí se podía combatir libremente sin +grave riesgo para los neutrales. + +Apenas terminado el rosario, que dirigía siempre los sábados nuestro +venerable maestro don Juan de la Cruz, salimos tumultuosamente de la +escuela y fuimos todos a formar en los soportales de Rivero. Allí +teníamos preparadas nuestras municiones, un gran montón de piedras con +las cuales llenamos nuestros bolsillos hasta desgarrarlos. Ningún +guerrero que yo sepa pudo aquella tarde tragar la merienda. + +Una gran decepción nos aguardaba. Los prometidos contingentes de +Villalegre y la Magdalena no acababan de llegar. En cambio la Francia +estaba magníficamente representada por una docena de chicos de la +fábrica, ágiles, vigorosos, atrevidos como lo son casi siempre los +soldados de esta heroica nación. + +Cansados de esperar inútilmente, nos decidimos al fin a prescindir de +las fuerzas aliadas rurales y en apretada falange nos dirigimos en +silencio hacia Galiana. + +Formados también y cada cual con su piedra en la mano nos aguardaban +allí nuestros enemigos. Una gran gritería nos acogió y una espesa nube +de piedras cayó casi al mismo tiempo sobre nosotros. De nuestras manos +partió inmediatamente otra descarga no menos temerosa. + +El fuego se generalizó. Durante algún tiempo ambos ejércitos mantuvieron +sus posiciones respectivas. Después comenzó el vaivén natural en estos +casos; tan pronto avanzábamos como retrocedíamos. + +¿Había muchos heridos? No, porque unos y otros procurábamos conservar +saludable distancia y los proyectiles rara vez alcanzaban a nuestras +filas. Por desgracia yo fuí uno de los pocos alcanzados. Una piedra me +dió en la mejilla y me sacó sangre. Para enjugarla eché mano de mi +pañuelo sin recordar que con él había limpiado hacía un instante el +banco de la escuela donde se me había vertido el tintero. Puede +figurarse cualquiera lo que sucedería. Entre la sangre y la tinta +mezclada mi rostro ofrecía un aspecto tan aterrador, según me aseguraron +después mis compañeros, que estuvo a punto de hacer flaquear su ánimo. +Sin embargo, yo no sentía dolor alguno y seguí combatiendo hasta el +final. + +La batalla se prolongó así largo rato. Al fin observamos con alegría que +el enemigo comenzaba a retroceder sin tratar de recuperar el terreno +perdido. Este retroceso inesperado nos envalentonó de tal suerte que nos +arrojamos a perseguirlo de cerca y con brío. Así fuimos llevándole hasta +lo más alto de la calle. Mas cuando ya le creíamos en plena derrota y +próximo a refugiarse cada cual en su vivienda, he aquí que surge de +improviso de los soportales donde se hallaba escondido un enjambre de +chicos de Miranda que cayó sobre nosotros acribillándonos a pedradas. + +Aquel retroceso había sido una traidora emboscada. + +En nuestras filas la sorpresa produjo bastante turbación y retrocedimos +desordenadamente. Pronto nos repusimos, sin embargo, y comenzamos a +disputar el terreno palmo a palmo. + +Sin duda la retirada era de absoluta necesidad. El ejército enemigo, +engrosado con aquel socorro, era muy superior al nuestro. Supimos, no +obstante, llevarla a cabo con tanta serenidad y acierto que quedará en +la historia como uno de los más famosos hechos de armas. No fué tan +larga y difícil como la de los diez mil griegos mandada por Jenofonte, +pero sí tan peligrosa. + +Por medio de hábiles y furiosos contraataques de nuestra retaguardia +mantuvimos en respeto al enemigo. Rodolfo Dinten, Sidrín el +_Chocolatero_, Luis Orovio, Floro Vidal realizaron prodigios de valor y +sangre fría. Es deplorable que tales hazañas permanezcan sepultadas en +los archivos del Ayuntamiento y no alcancen en nuestro país la +notoriedad que merecen. + +Nos retirábamos pues en perfecto orden y causando daño al enemigo cuando +al llegar al sitio en que la calleja de los _Cuernos_ confluye con la +calle de Galiana observamos que un grupo numeroso de enemigos se +precipitaba por ella. Esta calleja, cuyo nombre harto agresivo supongo +que ya se habrá cambiado por otro más apacible, termina en la calle de +la Cámara, la cual a su vez desemboca en la Plaza. De modo que nuestros +enemigos marchando por ella podían tomarnos entre dos fuegos. Si el +lector se procura un plano de Avilés podrá seguir, mediante mis +indicaciones, los accidentes y episodios de esta memorable batalla. + +Inmediatamente nos dimos cuenta del peligro que ofrecía aquella maniobra +envolvente. Nuestra retirada se hizo entonces más rápida aunque sin +llegar al desorden. El lector no se admirará de ello porque tampoco a +él le agradará seguramente que le cojan por la espalda. + +Nuestros enemigos, juzgándonos en vergonzosa huída cerraron la distancia +de sus líneas y nos persiguieron más de cerca. Uno de ellos bien osado +llegó a ponerse en contacto con nuestra retaguardia. Este guerrero +temerario era _Belín_, uno de los más valientes campeones de Galiana. + +Confieso que a todos nos infundía respeto aquel héroe. No era un +señorito, sino hijo de un menestral, fuerte por naturaleza y contando +algunos años más que nosotros. Algunos suponían que tenía ya catorce. Yo +no creo que hubiese alcanzado una edad tan avanzada. De todos modos nos +llevaba la cabeza en estatura y mucha ventaja por la fuerza de sus +puños. Fiando en esta fuerza el insensato no sólo se puso en contacto +con nuestra retaguardia sino que penetró en ella y no satisfecho aún +avanzó casi hasta el centro de nuestras tropas asestando terribles +puñetazos a uno y otro lado. + +Entonces por movimiento instintivo y simultáneo, sin que la voz de +ningún jefe hubiese dado la orden, las filas se apretaron contra él de +modo que le hicieron imposible toda ofensiva. Trató con fuertes +sacudidas de romper aquella espesa red que le sujetaba, pero fueron +inútiles sus esfuerzos. + +Arrastrándole de esta suerte en nuestra retirada llegó con nosotros +hasta la Plaza. El enemigo, que había visto con dolor la desaparición de +uno de sus caudillos más reputados, trató de rescatarlo persiguiéndonos +todavía en un paraje donde sabía perfectamente que estaba prohibida la +lucha armada. Pero en aquel instante la fuerza coercitiva del Estado, +representada por el octogenario alguacil Marcones, hizo su aparición +habitual; levantó amenazador su viejo bastón de espino, y súbito las +fuerzas de Galiana quedaron paralizadas y no tardaron mucho en retraerse +a sus antiguas posiciones. + +Un rugido de alegría se escapó de nuestros pechos. Habíamos perdido la +batalla pero teníamos en nuestro poder a Belín, al mortífero Belín, +orgullo y esperanza de su barrio. Todavía quiso zafarse poniendo en +tensión sus músculos poderosos, mas todos sus intentos se estrellaron +contra el número incalculable de manos que le sujetaron. Entonces, +comprendiendo que no existía posibilidad de salvación cesaron sus +esfuerzos y adoptó una postura altanera y estoica que nos impresionó +profundamente. Ni un grito, ni una palabra, ni un movimiento: se dejó +conducir tranquilamente. + +¿Adónde? He aquí la pregunta que nos hicimos en seguida. Deliberamos +ansiosamente porque el tiempo apremiaba. No conocíamos en nuestras +tierras fortaleza alguna donde pudiéramos guardarlo, y estábamos ya a +punto de dejarle en libertad cuando uno de nuestros compañeros tomó la +palabra para manifestar que en su casa había una cuadra donde no se +guardaba caballería alguna desde hacía largo tiempo y que bien podría +hospedar a nuestro prisionero. + +Así se realizó punto por punto. Le llevamos hasta el final de la calle +de Rivero. Nuestro compañero entró en su casa, y cerciorándose de que +nadie podía estorbar nuestro designio, hizo una señal, y cuatro números +sujetando al prisionero le introdujeron secretamente en la cuadra y allí +le dejaron amarrado al pesebre. Lo que todavía hoy me admira al +recordarlo, es que se dejó atar sin oponer resistencia, sin pronunciar +siquiera una palabra. + +Era un caudillo de rara energía y sus ideas acerca del honor militar +dignas de aplauso. + +¿Cómo llegó a conocimiento del propietario de la casa y papá de nuestro +compañero que tenía en su cuadra amarrado un bípedo en vez de un +cuadrúpedo? Nunca pudimos averiguarlo. Lo cierto es que no se había +pasado todavía media hora, cuando en un estado de cólera increíble bajó +a la cuadra, desató al noble adalid de Galiana y con las mismas cuerdas +que le aprisionaron aplicó tantos zurriagazos al alcaide de la fortaleza +que seguramente no le quedaron más ganas en su vida de guardar +prisioneros. + +Este famoso Belín logró más tarde a costa de laudables esfuerzos seguir +y terminar la carrera de Medicina. Se llamó don Abel García Loredo y fué +uno de los facultativos más acreditados de Oviedo, donde falleció hace +bastantes años. + +Alguna vez sentados en los divanes del Casino nos entreteníamos +alegremente recordando nuestra edad infantil. Cuando yo le traía a la +memoria este episodio reía a carcajadas exclamando: + +--¡Cosas de la guerra! + + + + +XXII + +EL SUICIDIO DE ANGUILA + + +Los lectores se acordarán, seguramente con horror, de aquel bandido +apodado Anguila, que en compañía de otro facineroso a quien llamaban +Antón el zapatero, nos asaltó en el camino de San Cristóbal a mi amigo +Alfonso y a mí cuando nos propusimos hacer vida solitaria y eremítica. + +Voy a narrar ahora en qué forma intentó despojarse de la vida este +sujeto. + +Pero antes bueno es que comunique al universo entero, para que nadie se +equivoque respecto a su temperamento moral, algunos datos que le han de +hacer más odioso. Si aún vive (cosa que sentiría) no dudo que +experimentará honda confusión y vergüenza y esto es precisamente lo que +me propongo. + +Es de saber que después de haberme maltratado indignamente so pretexto +de enseñarme el ejercicio de las armas, me obligaba a hacerle el saludo +militar cada vez que le encontraba en la calle. Y si me descuidaba de +ello me lo recordaba dolorosamente con un puntapié o una bofetada. Al +aproximarse a él era necesario cuadrarse y hacerle la venia. Entonces +dirigiéndose a sus compañeros les decía guiñando un ojo: + +--A este chico le he enseñado yo el ejercicio. Por eso me respeta +siempre como su capitán. + +Este payaso inmundo era popular en Avilés y sus farsas muy celebradas. +¡A tal punto puede un pueblo equivocarse respecto al valor de sus +hijos! + +Por las ferias de San Agustín acudían a nuestra villa muchos forasteros. +Algunos llegaban de Madrid. Anguila tenía noticias de esta gran ciudad, +no por la Geografía, pues seguro estoy de que en su vida había tomado un +libro en las manos, sino por las noticias fantásticas de estos +forasteros. Entre ellos había quien divertía sus ocios arrojando monedas +de cobre envueltas en un papel desde el muelle a la hora de la marea, +para que los pilluelos zambulléndose las cogiesen con los dientes. + +Anguila sobresalía de tal modo en tan noble ejercicio que no tenía +rival. + +Jamás se había visto en Avilés un pez más acuático que Anguila. + +Cuanto pueda hacer un cetáceo dentro del agua él lo hacía. + +Yo creo que algo más. + +En las mareas vivas se arrojaba de cabeza a la ría desde el puente de +San Sebastián, que tenía una altura considerable, desaparecía de nuestra +vista y al cabo de largo tiempo surgía allá lejos, muy lejos, haciendo +muecas horrorosas. Y como su piel era dura, negra, curtida y como el +cabello cerdoso le llegaba hasta cerca de los ojos, cuando asomaba medio +cuerpo fuera del agua parecía realmente una foca marina apresada en las +costas de Terranova. + +Pero el momento en que se mostraba con verdadero esplendor su naturaleza +de anfibio era en las fiestas náuticas celebradas durante las ferias de +San Agustín. Se puede afirmar que Anguila era el héroe de estas fiestas. +Ninguno logró jamás divertir tanto al público ni hacerse aplaudir tan +calurosamente. Si se trataba de atrapar un bolsillo con dinero colocado +en la punta de un mástil horizontal bien untado de sebo, Anguila a +fuerza de intentarlo y caer infinitas veces al agua lograba al fin con +destreza increíble apoderarse del dinero y al arrojarse al agua con el +bolsillo en la mano lanzaba un ¡hurra! estentóreo al cual respondía el +público con estruendoso palmoteo. + +Cuando había carreras de patos y a estos desgraciados animales se les +colgaba con la cabeza abajo de un bauprés, y los botes pasaban a todo +remo por debajo conduciendo los efebos desnudos en pie sobre la popa, +era de ver a Anguila lanzarse al aire como un pájaro de presa y clavar +sus garras en el cuello del pato y quedar colgado de él hasta que se lo +arrancaba. + +Que me perdonen los manes de los señores de la comisión de festejos de +la villa si afirmo que tal recreo era bárbaro, cruel y digno solamente +de un hereje como Anguila. + +Cuentan que éste durante unas ferias llegó a ganar la respetable +cantidad de ocho duros y que una vez rico concibió la idea de viajar. +Comunicóla con Antón el zapatero, su cómplice, y como éste le diese su +aprobación determinaron para dar comienzo trasladarse ambos a la capital +de España. + +Nada de cuanto voy a narrar he presenciado. Lo sé por la voz pública. +Pero como hizo mucho ruido en Avilés y no dejará de haber allí algún +personaje prehistórico que lo recuerde no temo garantizarlo como +rigurosamente exacto. + +Salieron, pues, una mañana estas buenas piezas de nuestra villa sin dar +un tierno adiós a sus familias y llegaron a Oviedo en una jornada +caminando a pie, como era entonces la moda. Hicieron noche en esta +ciudad, durmiendo al aire libre, lo cual no puede ser más higiénico, y +al día siguiente prosiguieron su marcha hacia León, adonde llegaron al +cabo de cuatro. + +Una vez en León ¿qué impresiones agitan el ánimo de Antón el zapatero a +la vista de esta ciudad? Nada menos que un sentimiento de nostalgia +irresistible. Al menos esto fué lo que hizo presente a su compañero +Anguila. Lo que no dijo es que todas aquellas noches había tenido +pesadillas espantosas. Veía constantemente a su padre con el tirapié en +la mano haciéndole reflexiones. Y pensando, sin duda, que estaba amagado +a un desarreglo del estómago o quizá a la neurastenia determinó volverse +a respirar de nuevo los aires natales. + +Anguila trató de oponerse, pero fué en vano. Se discutió largamente el +asunto y al cabo quedó resuelto que Antón se volviera y Anguila +continuaría solo el viaje. + +Inmediatamente se presentó un problema que siempre es de difícil +solución, al menos en nuestro planeta, el problema del dinero. Antón +quería llevarse la mitad de lo que había en caja, o sea sesenta reales. +Anguila no quería darle más que veinte. Hubo disputa muy agria y +estuvieron a punto de venir a las manos. Al fin predominó el dictamen de +Antón, porque si Anguila semejaba mucho a un gorila, Antón era un +verdadero tigre de Hircania. + +Cuando este tigre llegó a su madriguera de Avilés no se sabe lo que allí +pasó; pero entre nosotros los chicos de la escuela corrió como muy +válido el rumor de que había tenido que ir al médico para arreglarle la +piel. Mentiría si dijese que no me había alegrado. + +En cuanto al gorila, así que se vió solo crecieron sus ánimos, cosa que +nada tiene de sorprendente tratándose de un animal salvaje. + +El ferrocarril del Noroeste de España no llegaba entonces más que a +León. Anguila se fué a la estación, comió un panecillo y un pedazo de +queso en la cantina, bebió un vaso de vino y se puso a dar paseos +gravemente por el andén, como un rentista, esperando la hora del tren. +Preguntó cuál era la estación más próxima y como le nombrasen Torneros, +cuando llegó el momento de sacar los billetes pidió en la taquilla uno +de tercera para Torneros, que le costó solamente algunos céntimos. + +Los viajeros eran numerosos porque se acumulaban los que habían llegado +en las diligencias de Asturias y Galicia: Anguila observó en qué coche +había más gente y allí se encajó. En los departamentos de tercera suele +viajar la gente menos aromática pero también la más franca y afectuosa. +Fuera del coche podrán ser los unos para los otros lobos feroces, pero +en cuanto allí se acomodan todo es cordialidad y alegría y fraternidad y +cuchipanda. Los caballeros no llevan abrigos de pieles sino groseros +sacos al hombro; las señoras enormes cestas cargadas de legumbres en vez +del primoroso _cabás_ con las joyas; mas no por eso maldicen de la +existencia. + +A esta sociedad trató de hacerse pronto simpático Anguila, y lo +consiguió fácilmente. A uno le quitaba el viento con su gorra para que +pudiese encender el cigarro, a otro le desembarazaba del saco o de la +cesta colocándolos debajo del asiento, a los niños les sentaba sobre sus +rodillas y les enseñaba juegos de manos. Nada de esto necesitaba para +obtener la benevolencia de los viajeros, porque repito que en los coches +de tercera se practican todas las virtudes cristianas de una vez. + +A los quince minutos era allí popular. Uno le regalaba la mitad de un +chorizo, otro le daba nueces, otro le hacía beber un trago de su bota, y +había quien le daba pescozones cariñosos llamándole granuja. El se +dejaba querer. Por supuesto, había tenido cuidado de manifestar que iba +a Madrid, de lo cual nadie dudó porque llevaba siempre empuñado su +billete en la mano izquierda. + +Mas he aquí que hallándose asomado a la ventanilla cuando el tren +marchaba a toda velocidad, se le oye lanzar un grito lastimero. +Inmediatamente vuelve la cabeza con tales señales de consternación en el +rostro, que los viajeros, asustados, le preguntan a un tiempo: + +--¿Qué te pasa, chico? + +--¡Se me cayó!, ¡se me cayó!--gimió Anguila desesperadamente. + +--¿Qué te ha caído? + +--¡El billete...! ¡Se me cayó el billete! + +Y sus mejillas se bañan de lágrimas porque este pícaro tenia la rara +facultad de llorar cuando le daba la gana. Lloraba tan amargamente y +estaba tan feo llorando, que todos se sintieron conmovidos. + +--¿Pero cómo fué eso, chico? + +Él, entre suspiros y lágrimas, explicaba que no sabía cómo había sido... +Estaba descuidado..., la mano se le había aflojado..., el viento era muy +fuerte. Y venga llorar y suspirar y moquear. + +--No te apures niño--dijo uno--. Ya veremos cómo se arregla eso. + +--¡Ya lo creo que se ha de arreglar! ¡No faltaba más!--exclamó otro. + +Inmediatamente se formó un conclave y se discutió con calor el asunto. +Los hombres, en general, opinaban que cuando llegase el revisor se le +debía explicar con franqueza lo acaecido, pensando que sería suficiente +para que no hiciese bajar al muchacho. Las mujeres no se fiaban del +revisor, encontraban más seguro ocultar al chico, para lo cual había +bastante acomodo con sus faldas. + +Predominó, como siempre, la opinión de las mujeres. Unos y otros se +estuvieron relevando a la ventanilla para espiar la venida del empleado +y cuando le vieron, Anguila se hizo un pequeño ovillo de algodón y quedó +disimulado entre los pliegues de una basquiña. + +Los viajeros hallaban tan divertido este juego, que reían sin cesar. +Trataban a aquel malhechor con afectuosa atención y le regalaban y le +mimaban como si fuese su propio hijo. + +Al llegar a Madrid también pasó la puerta de la estación oculto entre +tres o cuatro mujeres que se apretaban unas contra otras más de lo +razonable. En cuanto se vió fuera y libre despidióse de aquella buena +gente diciendo que iba en busca de un hermano que allí tenía, y se lanzó +a las calles de la corte tan alegre como el pájaro que por vez primera +abandona el nido. + +Era necesario estirar, cuanto fuese posible, los tres duros mal contados +que tenia en el bolsillo. Por lo tanto, en vez de montar en un coche de +punto y hacerse trasladar al hotel de París, compró un bollo de pan en +el primer puesto que halló y por dos cuartos más tomó el café con que le +brindaba un vendedor ambulante en la esquina de la Cuesta de San +Vicente. + +Aquella noche durmió patriarcalmente sobre uno de los bancos de la plaza +de Oriente. + +Se propuso aprovechar el tiempo y no partir de Madrid sin ver todo lo +que de notable encierra, ya que calculaba que no había de permanecer +muchos días. Todo lo visitó, pues, rápidamente, las calles principales, +los barrios bajos, la Casa de Fieras, el Palacio Real, los Museos, los +teatros, el Congreso de los Diputados, etc., etc. No hay para qué +advertir que lo vió todo por fuera porque Anguila había vivido siempre +al aire libre y no era cosa de romper con sus hábitos. Los leones de +bronce del Congreso, acabados de fundir con los cañones tomados a los +moros, le interesaron muchísimo. No entró en el Salón de Conferencias +porque odiaba la política. En cambio, como el Derecho penal era su +especialidad, asistió muy cerca y sin perder un detalle a la ejecución +de un reo en el Campo de Guardias. Lo que algo vale algo cuesta. Su +curiosidad científica le costó algunos puntapiés de los agentes de Orden +público, pero los dió por bien empleados puesto que había logrado +presenciar un espectáculo que ni Antón el zapatero ni ninguno de sus +camaradas de Avilés verían probablemente en su vida. + +Ignoro cuántos días empleó en ilustrar su joven inteligencia de esta +suerte. No debieron de ser muchos, porque aunque la cama le salía +barata, los comestibles eran caros ya en aquella época. De todos modos +tan agradable temporada se hubiera prolongado un poco más, si no fuese +porque una mañana, al despertarse en su marmóreo lecho de la plaza de +Oriente, se encontró con que durante el sueño le habían desembarazado de +las pocas pesetas que le quedaban. No lloró, porque Anguila aborrecía +las cosas inútiles. Se contentó con proferir con voz recia sucesivamente +y en ristra, todas las blasfemias y palabras sucias que había logrado +aprender en su pueblo natal. Se dirá que esto es también inútil. No +tanto; algunas blasfemias proferidas con adecuada entonación, pueden +salvar a un hombre de un derrame biliar o cólico nefrítico. + +Aunque libre por el momento de estos accidentes, Anguila no pudo menos +de pensar que su situación distaba un poco de ser brillante. Poco +después comprendió, igualmente, que si algo había indispensable para él +en aquel momento era almorzar. En consecuencia, dirigió sus pasos hacia +la taberna donde solía hacerlo desde que había llegado, comió lo que +tenía por costumbre y aprovechando la distracción de la tabernera que, +por otra parte no le vigilaba considerándole ya como parroquiano, logró +salir sin ser notado y se alejó velozmente de aquellos lugares. Era +domingo. Estábamos en los primeros días de Septiembre; el tiempo +espléndido; temperatura agradable; grande animación por las calles. +Aunque sus negocios le preocupaban un poco, Anguila gozó como cualquier +ciudadano bien acomodado de estas ventajas naturales y sociales. +Recorrió las calles, entró en las iglesias, paseó por la acera de las +Calatravas y cuando llegó la hora se fué, como siempre, a escuchar la +música y presenciar el relevo de la guardia del Palacio Real. En la +Puerta del Sol vió a unos chicos limpiando el calzado de los transeuntes +y, súbitamente, le acometió la idea de hacerse limpiabotas. Pero apenas +nacida la idea la desechó con desprecio. ¡Limpiabotas! ¡Puf! Lo último +que él sería en este mundo. + +No hay forastero en Madrid que los domingos por la tarde no vaya a +pasearse a la Castellana o al Retiro. Anguila optó por este último +punto, como más pintoresco y divertido. El real sitio, del cual todavía +una parte estaba vedada para el público, rebosaba de gente. La burguesía +madrileña se derramaba por sus caminos arenosos produciendo con su +charla y su risa un gozoso rumor que Anguila aspiró deliciosamente. Le +parecía hallarse todavía en las ferias de Avilés. Innumerables niños que +corrían riendo, gritando y se caían y lloraban, señoras elegantísimas, +mancebos que jugaban a la pelota, grupos de hermosas jóvenes que +saltaban a la cuerda, apuestos militares que las miraban y +requebraban... Pero lo que más atraía su atención y más le interesaba +era, como debe suponerse, el gran estanque que surcaban algunas +barquichuelas tripuladas por marineritos acicalados como los de las +cajas de bombones. Puede calcularse el desprecio y la risa que a Anguila +inspiraban estas barcas y estos marineros. + +Aquel día se amontonaba una muchedumbre inmensa en las orillas del +estanque. Anguila miraba al estanque, miraba a la gente y se hallaba en +un estado contemplativo sin pensar absolutamente en nada cuando de +pronto nace en su cerebro una idea maravillosa. + +Fué una de esas ideas que sólo acuden a los hombres cuando Dios quiere +demostrarles que su providencia jamás deja de velar por ellos. + +Dió vuelta lentamente al estanque y después de haberse cerciorado dónde +había más gente y dónde estaban más lejanas las lanchas, se encarama +velozmente sobre la barandilla de hierro, da un grito desgarrador y se +precipita en el agua. + +A este grito contestaron otros cien que partieron de la muchedumbre. + +--¡Un niño se ha caído al agua! + +--¡No; se ha tirado! ¡Lo he visto yo! + +--¡Se ha caído! + +--Le digo a usted que se ha tirado. + +Anguila había desaparecido debajo del agua y quedó oculto unos +instantes, pero al cabo asoma el rostro haciendo muecas horribles, +agitando las manos como quien lucha con la muerte. Vuelve a sumergirse y +otra vez aparece gesticulando, chapoteando, gritando: + +--¡Madre!... ¡Madre del alma! ¡Socorro! + +--¡Que se ahoga ese niño! ¡Salvad a ese niño!--gritaban de todas partes. + +Anguila desaparecía otra vez, permanecía unos instantes bajo el agua y +de nuevo aparecía con el rostro más descompuesto todavía, exhalando +gemidos lastimeros. + +El público se agitaba, gritaba, pero nadie se atrevía a tirarse al agua. +Hay que comprender que Madrid es el pueblo más interior de España. + +Las mujeres convulsas, frenéticas increpaban a los hombres. + +--¡Salvad a ese niño, cobardes! + +Las lanchas se hallaban en el extremo opuesto. Una de ellas venía ya +remando hacia el sitio, pero antes de que llegase tenía tiempo el chico +de ahogarse diez veces. + +Al fin un hombre, el mismo que afirmaba haberle visto tirarse se despojó +rápidamente de la chaqueta diciendo: + +--El se ha tirado; yo lo he visto por mis ojos... pero no importa. + +Y se arrojó al agua. Nadó unos instantes, se aproximó con cautela al +chico y tomándole por los cabellos en el momento en que aparecía otra +vez le arrastró hacia la orilla. Allí numerosas manos se apresuraron a +izarle. + +Anguila parecía medio asfixiado. Quisieron volverle la cabeza para que +soltase el agua que había tragado pero él se opuso enérgicamente a esta +operación. Un grupo inmenso de gente le rodeaba. El hombre que le había +salvado y que a todo trance quería hacer valer su opinión le preguntó: + +--¿Te has caído o te has tirado? + +--¡Me he tirado!--balbuceó Anguila. + +--¿Y por qué te has tirado? + +--¡Porque... porque quería matarme! + +--¿Y por qué querías matarte? + +--¡Porque estoy muerto de hambre!--profirió entre sollozos aquel +tunante. + +La noticia corrió como un reguero de pólvora por la multitud. + +Un niño que trató de suicidarse por estar en la última miseria, se +decían los unos a los otros. Un tierno sentimiento de compasión se +apoderó de todos los corazones. En un momento se recaudó allí un montón +de calderilla y algunas pesetas. Metieron todo este dinero en un pañuelo +y se lo entregaron al náufrago. + +Pero ya algunos guardas habían llegado, los cuales se empeñaron en +llevarle a la Casa de Socorro. Antes de hacerlo un caballero anciano +elegantemente vestido se abrió paso entre la gente y llegando hasta el +suicida le habló con el mayor afecto y le dió una tarjeta para que se +pasase por su casa. + +En la de socorro metieron al buen Anguila en la cama mientras le secaban +la ropa. Una vez seco y restaurado y dueño de algunas pesetas se dirigió +al palacio del conde de F., cuya era la tarjeta que le dieran. Este +caritativo señor se enteró con emoción de la historia lamentable que a +Anguila le plugo ensartarle, le hizo dormir en su casa y al día +siguiente le envió con un criado a la estación del Norte. Allí le dieron +un billete para León y otro para la diligencia hasta Oviedo. + +Esta es la historia verídica del suicidio de Anguila. Yo he presenciado +una repetición desde el muelle, porque alguna vez hacía reír a sus +amigos parodiándolo. + +¡Había que ver a aquel payaso hundirse en el agua y aparecer medio +asfixiado pidiendo socorro con las ansias de la muerte! + +Al sujeto que le salvó la vida le dieron, a petición de la Prensa, la +cruz de Beneficencia. + + + + +XXIII + +PEDRO MENÉNDEZ + + +Las ferias de Avilés tienen, como todo el mundo sabe, la misma +significación histórica que los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia. + +Si hubiese tropezado en mi infancia con un japonés o un persa, que no +hubiera oído nunca hablar de estas ferias, quedaría seguramente +estupefacto. + +No sé lo que son ahora, pero doy fe de que en aquellos tiempos eran una +antesala del Paraíso. Y si me dejaran, es posible que me quedase +contento en la antesala sin entrar jamás en el salón. + +Pasábamos un año entero soñando con aquellos cinco días. Si algún +pariente generoso nos ponía en la mano una peseta, corríamos a meterla +en la hucha de barro ¡para las ferias! Si nos compraban un lindo +sombrerito de paja, era ¡para las ferias! Si el sastre nos cortaba un +terno de paño fino o el zapatero nos fabricaba unos zapatitos de charol, +naturalmente, era ¡para las ferias! + +Fuera de casa, en el paseo, bajo los arcos de la plaza y a la salida de +la escuela, comentábamos acaloradamente los festejos. Vendrá una +compañía dramática; vendrá otra de circo. Y a los chicos se nos hacía la +boca agua porque se aseguraba confidencialmente, pero con visos de +verdad, que en esta última figuraba un clown maravilloso que se tragaba +un largo sable hasta la empuñadura y otro que daba sin trampolín el +doble salto mortal. + +Mientras las ferias duraban vivíamos en medio de un aturdimiento feliz, +fuera enteramente de nosotros mismos y de nuestras costumbres. Eran días +de exaltación, de vértigo, de ataque de nervios. Cuando nos +aproximábamos a ellos sentíamos su calor y nos iluminábamos por dentro +como los cometas al acercarse al sol. Aquellos cinco días y ocho antes +los pasábamos en un estado de inconsciencia angélica. No era vida mortal +la que llevábamos sino inmortal y olímpica. Los dioses bajaban a +nosotros y nos besaban en la frente y nos daban de beber de su ambrosía. +Apelo al testimonio de los viejos avilesinos que me lean. + +Quince días antes, los peones del Ayuntamiento empezaban a clavar los +mástiles con gallardetes a lo largo del muelle y de las calles +principales. Avilés fué siempre una villa pródiga en gallardetes. +Recuerdo la viva, inefable emoción que me embargaba cuando veía a los +obreros erigir los primeros mástiles, símbolo de dicha inmarcesible. +Algunas veces pensaba que si en el Cielo no hay gallardetes, es un Cielo +incompleto. + +Pero la más característica entre las señales precursoras de tan magno +acontecimiento, más aún que la erección de los mástiles con gallardetes, +eran dos grandes bastidores de madera que la corporación municipal hacía +colocar unos días antes a los dos lados de la puerta del Bombé, aquel +exiguo Bombé, germen del hermoso parque de ahora. Eran dos figurones que +representaban, el uno a Pedro Menéndez y el otro a Ruy Pérez de Avilés, +según rezaba la leyenda que debajo ostentaban. + +Cuando al descender por la calle de la Herrería cualquiera de los días +precedentes a la feria, divisaba a lo lejos a Pedro Menéndez y a Ruy +Pérez, mi alegría era tan intensa, que me obligaba a detenerme. El +corazón quería saltarme del pecho, la dicha me ahogaba y de buena gana +hubiera corrido a aquellos héroes y les hubiera besado y abrazado. + +Más tarde les perdí un poco el respeto porque me hice filósofo y +pacifista. Pero en aquella época mi temperamento era extremadamente +marcial; soñaba con batallas y escaramuzas, tajos y mandobles. Yo mismo, +con mis propias manos, fabricaba lanzas y sables aprovechando los +barrotes de algún viejo cajón de pino, plateándoles con papel de estaño +arrancado de los paquetes de chocolate. Y como nos hallábamos entonces +en guerra con los moros de Africa, pensaba vagamente en fugarme de casa +y marchar a ponerme a las órdenes del general Prim y ofrecerle el +auxilio de mi sable de madera. + +Felizmente esto no llegó a efectuarse y pude alcanzar la edad viril y +después la vejez, sin haber cortado la cabeza ni haber hecho la más +pequeña incisión a ningún moro. + +Aunque abominando, pues, de la guerra, conservé siempre, por lo que +acabo de decir una tierna inclinación hacia Pedro Menéndez, Adelantado +del reino y conquistador de la Florida. Así que cuando llegó a mis oídos +la noticia de que le habían alzado una estatua en el parque de Avilés, +me sentí complacido y me propuse hacerle una visita. + +Le vi de pie sobre un alto pedestal y apenas pude reconocerle. Era un +personaje obscuro, verdoso, siniestro, que tenía la espada desenvainada +como apercibido a ponerse en guardia y darle una estocada al primero que +se le pusiera delante. ¡Qué diferencia de aquel Pedro Menéndez de mi +infancia, tranquilo, majestuoso, encuadrado en un pintoresco bastidor de +madera! En vez de intentar darle un abrazo como en otro tiempo, aparté +de él la vista con tedio y me alejé de aquel sitio velozmente. Quiero +decir que no me fué simpático. + +Por eso, cuando en aquellos días un notable poeta regional que firma con +el pseudónimo de «Marcos del Torniello» en una de sus sabrosas +composiciones propuso que se me erigiese una estatua en el parque de +Avilés frente a la de Pedro Menéndez, me sentí extrañamente agitado. +Inmediatamente me representé yo mismo con cuerpo de mármol, pero +sensible y pensante, sobre una columna de piedra, sufriendo día y noche +los embates del viento y los rigores del sol, azotado por la lluvia o +ensuciado por el polvo. Me vi años y años frente a aquel negro, +siniestro guerrero de la espada desenvainada, sin poder apartarme un +punto de su vista. Y se me oprimió el corazón. + +Anduve preocupado todo el día; me acerqué cuatro o cinco veces a la +estatua, y otras tantas me alejé echando una mirada oblicua, nada +amorosa, al feo soldado que iba a ser mi socio por los siglos de los +siglos. Inquieto y caviloso me fuí aquella noche a la cama y tuve el +sueño siguiente: + +Soñé que llegaba a Avilés por el ferrocarril, embalado en un gran cajón +de madera y que en la estación me arrastraron algunos mozos hasta un +carro de bueyes en presencia del escultor y tres o cuatro señores +desconocidos. Me llevaron hasta el parque y por la noche me desembalaron +y me colocaron sigilosamente sobre una columna de granito que allí +estaba preparada, al efecto, y me taparon después la cara y el cuerpo +con un trozo de harpillera. Al día siguiente se efectuó la ceremonia de +destaparme, en presencia de una gran muchedumbre, con asistencia de las +autoridades y amenizado el acto por la orquesta municipal. Yo estaba +confuso y avergonzado de tanto honor y viendo a algunos viejos amigos +conmovidos hasta derramar lágrimas, se me derretía el corazón cual si +fuese de manteca y no de mármol. + +Pasé algunas horas distraído aquella tarde. Mucha gente se detenía a +contemplarme y hacían comentarios. Unos sacudían la cabeza con ademán +severo y expresaban en alta voz sus dudas sobre si yo merecía o no ser +elevado a la categoría de los héroes. Otros por el contrario aplaudían +el acuerdo del Municipio manifestando que yo les había hecho pasar +algunos ratos divertidos y que no era mal muchacho. Gentiles avilesinas +fijaban sus menudos pies en la arena y me miraban con ojos risueños +haciendo un mohín de satisfacción. Yo sentía unos deseos locos de +bajarme del pedestal, postrarme a sus pies y darles las gracias. + +Pero de vez en cuando me acordaba de que pronto iba a quedar solo en +presencia del terrible conquistador de la Florida, y me estremecía. + +Llegó la noche. Las últimas luces del sol relampaguearon un instante +sobre la superficie de la ría; hicieron brillar después los cristales de +los balcones del Gran Hotel, quedaron algunos segundos recogidas en las +copas de los árboles, y por fin se fueron. Y con ellos también los ojos +hermosos de las avilesinas. Todo quedó en tinieblas. + +Heme aquí frente a don Pedro Menéndez. La noche era obscura y hacía +bastante calor. La agitación de aquel día me tenía cansado y la +sofocante temperatura me inclinaba al sueño. Empezaba a dormitar cuando +me sacó de mi letargo una voz ronca y espantosa. Era la estatua del +conquistador de la Florida que hablaba. + +--¡Eh, amigo! ¿Por qué estáis ahí plantado frente a mí? + +--Porque me han puesto--respondí tembloroso. + +--¿Y por qué os han puesto, decidme? ¿Por qué os hicieron tanta honra de +vos colocar frente a mí en figura de piedra? + +Yo debí responder ciertamente: «Porque les ha dado la gana.» + +Pero me sentí lleno de miedo, un miedo abyecto: y balbucí más que dije: + +--Quizá hayan pensado que merecían esta recompensa mis servicios. + +--¡Ah, sois un guerrero famoso! Perdonad que os haya hablado sin los +respetos que se os deben. Agora decidme ¿qué reinos habéis conquistado, +qué enemigos de Dios y del rey habéis vencido, en cuántas batallas +habéis combatido? + +--Con todo respeto y miramiento os diré que no he conquistado ningún +reino. Solamente en mi edad juvenil quise conquistar el corazón de +alguna bella, pero no pocas veces me vi necesitado a levantar el sitio. +En cuanto a batallas, la única seria en que he tomado parte fué la de +Galiana. + +--¡Nunca oí mentar esa batalla! + +--Pues fué recia y cruel, y en ella tuve la mala fortuna de quedar +herido. + +--¿De pica o de algún arcabuzazo? + +--No, señor, de piedra. + +--¡De piedra! ¿Entonces os hallabais todavía en la edad de los honderos +y catapultas? ¿No conocíais el uso de la pólvora, ni las culebrinas, ni +los morteros ni los arcabuces? Erais unos bárbaros. + +--En efecto, así nos llamaba casi todos los días el señor don Juan de la +Cruz. + +--¿Quién era ese varón? + +--Nuestro maestro de escuela. + +--¡Por Dios que no os entiendo! ¿Qué tienen que partir en estos asuntos +de armas los maestros de escuela? + +--Es que no se trata de armas. Yo no soy guerrero. + +--Entonces, decidme, con mil de a caballo ¿quién sois y qué maravillas +habéis hecho para que así os honren con mármoles y bronces? + +--Pues yo no he hecho en este mundo más que algunos libros que andan +rodando por él con inmerecido aplauso. + +Don Pedro quedó un instante suspenso y soltó después una horrísona +metálica carcajada. + +--¡Vamos, sois un c... tintas! + +--No tanto, señor Adelantado. Mi linaje radica aquí mismo en Avilés y es +tan antiguo como el vuestro... Pero ya nadie se precia de linajes en +estos tiempos... Cada cual se fabrica el suyo con su cabeza o con sus +manos. Trabajar; extraer de la madre tierra aquellos elementos +necesarios para la vida de los hombres es nobleza; forjar los metales, +tallar las piedras, modelar el barro, enviar los productos de una región +del planeta a otra, difundirlos, comerciar con ellos, es nobleza. Pero +la mayor nobleza en estos tiempos es el expresar con belleza y decoro +ideas justas, es alzar el espíritu de los hombres a las altas +especulaciones de la metafísica, es recrearla con sabrosas, peregrinas +invenciones. No hay monarca ni potentado hoy sobre la tierra que no +envidie el laurel de un publicista. + +--¡Por vida mía!... ¿Es que a vosotros, ruin canalla, se os corona agora +con laureles? Mucho soy maravillado. ¿Entonces, qué es dejado a los +varones señalados que abrazan con afecto el arte de la milicia corporal, +a los mancebos bélicos, a los varones esforzados de inmortal memoria que +han vertido su sangre en crudas batallas? + +--En el día, señor Adelantado, los mancebos belicosos suelen parar en la +cárcel o en el hospital. Los hombres hemos llegado a convencernos de +que los tajos y mandobles, lanzadas y cintarazos, aunque sean inferidos +con singular destreza, no deben ser considerados como signos de nobleza +sino de barbarie; que no deben llamarse héroes a los que saben dar +buenos mordiscos, porque mejores los dan los chacales. Somos espíritus y +el teatro de nuestra actividad debe ser el mundo espiritual. Nuestro +negocio más importante en la edad presente es el huir de la edad +cuadrúpeda que vos representáis. + +--¡Rayos y centellas! ¿Y tenéis en menos las hazañas portentosas de +aquellos guerreros que han sabido conquistar para su rey y señor +dilatados territorios y encadenar a sus pies a millares de esclavos? + +--Sí, los tenemos en menos; siento verme obligado a decíroslo. No son +conquistadores para nosotros los que se apoderan de un pedazo de tierra +que hermanos suyos han regado con el sudor de su frente sino los que +descubren nuevos horizontes para la ciencia y con la luz de su ingenio +esclarecen las almas de sus semejantes. El hombre no ha nacido para +luchar con el hombre sino con las ciegas fuerzas de la naturaleza que +nos oprimen. Newton, Kepler, Bacon, Palissy, Gutenberg, Franklin, +Pasteur, Edison han sido los conquistadores legítimos de nuestra raza. + +--No conozco a esos varones. ¿Pertenecieron a la armada o a la gente de +a caballo? Nunca les vi apuntados en la relación de las grandes y +señaladas victorias del rey, nuestro señor. + +--Pertenecieron a la armada del talento... Pero todavía, señor +Adelantado, han existido y existen otros luchadores más grandes, más +generosos. Estos no luchan con la tierra y el mar ni con el aire y el +fuego sino con la _Esfinge_.--«Adivina o te devoro»--dice la _Esfinge_. +Y estos buenos guerreros del espíritu luchan con ella, se rompen los +huesos contra su cuerpo de piedra y caen rendidos y ensangrentados +queriendo arrancarle su secreto. Pitágoras, Heráclito, Sócrates, Platón, +Plotino, Spinoza, Descartes, Pascal, Leibnitz, Kant, Hegel, Schopenhauer +son los héroes más queridos de la Humanidad. + +--¡Habláis un habla, pardiez, que nunca sonó hasta ahora en mis oídos! +Todo eso son enredos y trampantojos, y en verdad que merecierais por +tales maleficios ser llevado a un calabozo del Santo Oficio para que +allí os castigasen o enmendasen o que el rey, nuestro señor, os enviase +a galeras después de vos haber aplicado doscientos azotes. + +--El Santo Oficio que invocáis no fué más que un odioso tribunal donde +sobre víctimas inocentes se cebó la crueldad nativa, la ignorancia, el +orgullo y la envidia de algunos clérigos vomitados por el infierno... En +cuanto a vuestro rey don Felipe segundo está en el día reputado por un +déspota rencoroso y sombrío que destruyó la obra grandiosa de aquella +santa mujer que se llamó Isabel primera de Castilla, apagando la +inteligencia y envileciendo el carácter del pueblo español. + +--¡Qué estáis diciendo, temerario!--gritó con estruendosa voz el +guerrero de bronce--. ¿Al Santo Oficio esas blasfemias? ¿A mi rey +tamaños ultrajes? ¡Por vida mía que he de castigar tanta insolencia!... +¡Toma, menguado! + +Y diciendo y haciendo me tiró con su espada un tajo al cuello y mi +cabeza marmórea cayó al suelo con un ruido sordo que me despertó. + + + + +XXIV + +HISTORIA TRISTE DE MI AMIGO GENARO[4] + + +Sus padres tenían un almacén de enseres marítimos no lejos del muelle. +Era tan pequeño y estaba de tal modo atestado que apenas podrían +mantenerse tres o cuatro personas dentro de él. + +Barricas de raba para la pesca de la sardina, montones de cables +enrollados, paquetes de lona, cajas de brea, remos, garfios, anclotes, +latas de aceite, pantalones impermeables, todo hacinado de un modo +delicioso. Yo por lo menos lo encontraba así. El techo era bajo, +circunstancia que lo hacía más grato aún a mis ojos, y de él pendían +ristras de anzuelos, alpargatas y botas de agua. Tenía una escalerita +estrecha y empinada que conducía al piso primero y único de la casa. +Todo esto le prestaba cierta semejanza con el camarote de un barco; y +aquí está precisamente la causa de que esta tiendecita ejerciese sobre +mí tal fascinación. + +En aquella época yo amaba el mar sobre todas las cosas: era mi elemento, +soñaba con ser marino. + +Me encantaba, pues, visitar aquella tiendecita tan abarrotada de tesoros +marítimos y me hubiese encantado aún más si el padre de mi amigo Genaro +no fuese un hombre tan serio y tan barbudo. Su barba negra, erizada, le +brotaba hasta por debajo de los ojos, que eran negros también y grandes +y severos. Cuando iba a preguntar por su hijo me informaba por medio de +un gruñido señalando al techo o a la puerta, según estuviese en casa o +fuera. + +Genaro tenía bastante parecido con su padre y seguramente sería un +perfecto retrato suyo cuando transcurriesen los años. La misma tez +cetrina, los mismos grandes ojos negros y una cierta seriedad que +imponía respeto a primera vista. Después que se entraba con él en +amistad resultaba extremadamente simpático. Era un chico franco, +resuelto, leal, no muy inteligente y un poco aturdido. Todos le +estimábamos, no sólo por su carácter, sino también y especialmente por +su agilidad y su fuerza, pues es cosa cierta que los niños como los +griegos adoran el cuerpo primero y después el alma. + +Ninguno más diestro que él en toda clase de juegos y ejercicios, sobre +todo en los marítimos, esto es en nadar, remar, trepar a pulso por la +jarcia de los barcos, etc. En el arte de la navegación nos sacaba a +todos gran ventaja, pues era ya a los trece o catorce años un perfecto +marinero que izaba y echaba rizos a la vela en el momento oportuno, que +sabía orzar y arribar y tesar o arriar la escota y dejaba caer el rezón +con perfecta exactitud donde quería. Por esto siempre que disponíamos +cualquier excursión a los puntos extremos de la ría buscábamos su +compañía. + +Felizmente para mí, su casa no sólo tenía entrada por la tienda. En el +portal había otra escalera que conducía al piso, y cuando la puerta no +estaba cerrada subía por ella para llamarle evitando con esto la barba +espinosa de su padre. + +En vez de esta barba solía recibirme en lo alto de la escalera un rostro +halagüeño y hermoso que me placía ver casi tanto como los tesoros +marítimos de la tienda. Este rostro pertenecía a una joven llamada +Delfina, mitad costurera, mitad amiga de la casa. Venía con frecuencia a +ella para ayudar a la madre de Genaro que, enteramente ocupada con la +tienda, no podía atender a los quehaceres domésticos. + +Esta Delfina, que podría contar diez y siete o diez y ocho años de +edad, era un estuche. Cosía primorosamente, aplanchaba aún mejor, +dirigía las faenas de la casa con la habilidad de una vieja ama de +llaves y sabía contar cuentos mejor que la sultana Serezada. Era además +bella como lo eran sus tres hermanas; porque tenía nada menos que tres; +y era igualmente coqueta como ellas. Entre las jóvenes artesanas de +Avilés estas cuatro gozaban con justicia fama de hermosas y elegantes; +es decir, que sus trajes eran más cuidados y más finos que los de las +demás, aunque sin salirse de su esfera, porque en aquel tiempo ninguna +osaba hacerlo. Era además alegre como un jilguero y nos hacía reír con +sus bromas y después nos pellizcaba para que no riésemos alto; porque +ella también tenía miedo de las barbas del amo de la casa. + +Así, que cuando subía a la de mi amigo para invitarle a alguna +excursión, si Delfina estaba en ella, más de una vez y más de dos olvidé +mi propósito y me quedé embelesado con la risa y los cuentos de la +costurera. Y si se me había caído un botón o me había hecho un siete en +el traje, esta encantadora hada se apresuraba a reparar el desperfecto, +dándome después una ligera bofetada que me dejaba con apetito de +desgarrarme otra vez el pantalón. + +Un día, no obstante, al subir la escalera para llamar a Genaro, la +encontré excesivamente seria y desde lo alto me despidió secamente +diciéndome que mi amigo no podía salir conmigo porque su padre le tenía +ocupado. Me sorprendió un poco, pero no hice demasiado alto en ello. +Aquella misma tarde uno de nuestros amigos me dijo confidencialmente: + +--Acabo de saber que Genaro ha robado bastante dinero a su padre y que +éste le ha dado tantos palos que ha tenido que guardar cama. + +Quedé consternado. Entonces comprendí la razón de la seriedad de +Delfina. + +--Pero ¿cómo ha sido? + +--No sé... Creo que ha metido mano en el cajón de la mesa donde guarda +el dinero allá en su cuarto. + +Me produjo un sentimiento tristísimo. Aquel chico era un amigo a quien +yo quería de veras y jamás le creyera capaz de semejante bajeza. + +Transcurrieron bastantes días y una tarde le encontré en el muelle. +Estaba un poco más pálido, pero alegre e impetuoso como siempre. +Embarcamos en nuestro bote y nos paseamos por la ría al tenor de otras +veces. Yo sentía que mi estimación hacia aquel muchacho mermaba; pero no +podia sustraerme a la simpatía que había logrado inspirarme. Sin +embargo, desde entonces me abstuve de ir a buscarle y sólo cuando le +encontraba casualmente en el muelle nos embarcábamos juntos. + +Pero su asistencia a este sitio, que antes era tan continua, sufría +algunos eclipses. Algunas veces se pasaban ocho días sin que le viese +saltando por las lanchas o encaramándose en la jarcia de los barcos. Por +otra parte, cada vez que le veía le encontraba más pálido: la tristeza +se esparcía como una nube negra por su rostro. + +Aquel amigo, que por relaciones de familia tenía noticias auténticas de +lo que pasaba en casa de Genaro, me comunicó que éste seguía robando a +su padre y que los castigos continuaban cada vez más crueles y +terribles. Al parecer, la noche anterior su padre le había azotado de +tal manera con unas cuerdas que a sus gritos habían acudido los vecinos +y le habían hallado en un estado lamentable. + +Entonces súbitamente despertóse en mí una compasión infinita hacia aquel +chico; aún puedo decir que creció mi cariño, porque siempre en mi alma +la compasión engendró el amor. Me rebelé contra aquella barbarie y me +dije con indignación: «¿Después de todo, qué? ¿No trabaja y ahorra para +él? Si se ha tomado antes lo que más tarde le ha de pertenecer no hay en +ello tan gran delito.» + +He aquí cómo la compasión y el afecto hicieron brotar en mi cerebro +ideas subversivas en el orden moral y jurídico. + +Algunos días después volví a encontrarle en el muelle y por un impulso +repentino que no pude reprimir le eché los brazos al cuello. El quedó +sorprendido, se puso aún más pálido y rompió a sollozar perdidamente. +Como nunca había sido blando para llorar, su llanto provocó el mío, que +siempre lo he tenido fácil. + +No hablamos una palabra. Nos secamos las lágrimas en silencio y montamos +en el bote para dar nuestro paseo habitual. + +Al cabo supe que su padre había resuelto enviarle a Cuba y que estaba +señalado el barco que había de conducirle. No recuerdo, o por mejor +decir no quiero recordar, si era la _Eusebia_, la _Flora_ o la _Villa_, +los tres barquitos principales que entonces hacían la carrera de +América; pero era uno de ellos. Estaba anclado en San Juan esperando el +Nordeste para hacerse a la vela. + +Aquellos días no vi a Genaro en el muelle. Cuando llegó el de la partida +tuve de ello noticia por un viejo marinero cuyo hijo era grumete en el +barco. Entonces me acometió el deseo de ir a despedirle. Lo propuse a +otros dos amigos que aceptaron al instante, pues todos amábamos a aquel +chico a pesar de sus faltas. Y una tarde, después de comer, nos +acomodamos en un bote y comenzamos a bogar en dirección a San Juan. + +En el muelle habíamos sabido antes de partir que Genaro ya estaba allá +desde por la mañana y que ni su padre ni su madre ni persona alguna de +la familia había ido a despedirle. Sólo un marinero le había acompañado +con el baúl. Aquello nos pareció el colmo de la crueldad. + +Cuando llegamos a San Juan, el barco estaba ya a punto de hacerse a la +vela. Nos acercamos a su casco negro y advertimos que a bordo se estaban +efectuando las maniobras preliminares. En torno de él había tres o +cuatro lanchas con personas que decían adiós a los pasajeros. Estos, +inclinados sobre la borda, hablaban a gritos con sus amigos o deudos. +Dimos la vuelta al buque y no vimos por ninguna parte a Genaro. Entonces +nos pusimos a llamarle con toda la fuerza de nuestos pulmones. + +--¡Genaro! ¡Genaro! + +Al cabo apareció en la popa. Con una mano se sujetaba a un cable y con +la otra nos envió un saludo acompañado de una triste sonrisa. + +Jamás olvidaré aquella sonrisa de dolor, de vergüenza, de resignación, +de desprecio... + +Quisimos hablar, pero no sabíamos qué decirle. Un marinero se acercó a +él y le apartó bruscamente y se colocó en su sitio para ejecutar una +maniobra. + +--¡Adiós, Genaro!--le gritamos. + +Él nos hizo otro saludo con la mano. Y no volvimos a verle. + +Entonces comenzamos de nuevo a navegar la vuelta de Avilés. Bogábamos +silenciosos, melancólicos. Los tres sentíamos en el fondo del corazón +que una gran infamia se acababa de cometer en este mundo. + +Pocos días después lo habíamos olvidado. Sin embargo, al cabo de dos o +tres meses se produjo un acontecimiento misterioso que llegó hasta +nosotros y nos causó profunda impresión. + +El padre de Genaro al abrir un día el cajón de la mesa de su cuarto se +enteró con estupor de que había sido robado. + +Entonces se le ocurrió a aquel bárbaro lo que mucho antes debió de +habérsele ocurrido. Buscó una traza ingeniosa para averiguar quién le +robaba. + +Amarró una cuerda al fondo del cajón por la parte exterior, taladró la +mesa, taladró el piso y la hizo pasar hasta la tienda, donde colocó +disimuladamente una campanilla. + +En efecto, algunos días después sonó esta campanilla: el comerciante se +precipitó por la escalera sin hacer ruido y sorprendió al ladrón in +fraganti. Era Delfina, la bella costurera que a todos nos tenía +hechizados. + +Fué entregada a la justicia y el padre de Genaro se apresuró a escribir +a Cuba para hacerle venir. La carta llegó demasiado tarde. No mucho +después de arribar a la Habana fué atacado por el vómito negro y había +dejado de existir. + +Esta es la historia triste de mi amigo Genaro. + +No roguéis a Dios por aquel niño mártir. Rogad por sus verdugos. + + + + +XXV + +ROSAS TEMPRANAS + + +Corría el año 1861. En Avilés vivíamos ignorados, pero felices. Allá +lejos podían sublevarse los batallones y en Madrid alzarse barricadas y +en todas partes encenderse la lucha y venir en pos de ella las +sangrientas represiones, matanzas y fusilamientos. Nosotros no nos +ocupábamos en semejantes bagatelas. Nuestros sucesos interesantes eran +los Carnavales, el baile de Piñata, los días de San Juan y de San Pedro +con sus paseos por mar y por tierra, las romerías, las ferias. + +¿Quién osará afirmar que no estábamos en lo cierto? ¿Hay algo más +interesante para el hombre que su felicidad? Un moralista me dirá que la +bondad debe ir delante. Yo responderé que bondad y felicidad son una +misma cosa, y se lo demostraría con párrafos muy elocuentes de Plotino, +de Santo Tomás y de Fichte; pero no estoy seguro de que esto sea +oportuno en unas memorias. Por el momento, me limito a exclamar con el +Evangelio: ¡Bienaventurados los pacíficos! Nosotros lo éramos; por eso +Dios nos recompensaba derramando sobre nuestra villa torrentes de +alegría. + +La noche de San Juan era particularmente regocijada. Como en otras +muchas regiones de España, días antes, los niños trabajábamos +ardorosamente en la construcción de jardines en plena calle, +aprovechando los rincones y encrucijadas. Estos jardines eran nuestro +orgullo, porque sabíamos que habían de ser visitados. Para ello +poníamos a contribución los bolsillos de nuestros padres y deudos. +Enarenábamos sus caminitos esmeradamente; los adornábamos, no solamente +con plantas y flores, sino, a veces, también con estatuas y fuentes, y +comprábamos farolillos venecianos, con los cuales los iluminábamos _a +giorno_. Al día siguiente escuchábamos con avidez el dictamen y las +críticas de la gente. Si oíamos decir que el jardín del Rivero era mejor +que el de Galiana, nuestro corazón latía de entusiasmo, y celebrábamos +nuestro triunfo gritando por las calles: ¡Viva Rivero! + +Pero uno de aquellos mis compañeros me había afirmado seriamente que, +echando un huevo en un vaso de agua a las doce en punto de la noche de +San Juan, y dejándolo reposarse al sereno, podría verse al día +siguiente, dentro del agua, la figura de un barco perfectamente +esculpida, con sus mástiles, sus velas y toda su jarcia. + +Quise ver esta maravilla, de la cual, ni por un instante dudé. Lo +maravilloso es el manjar que mejor digieren los niños. Como no podía +permanecer en pie hasta la hora señalada, porque no me lo hubieran +consentido, me acosté, pero sin dormirme. Al escuchar en el reloj del +comedor las once y media, aguardé todavía un rato; me levanté +sigilosamente, fuí a la cocina, llené un vaso de agua, tomé un huevo y, +saliendo al corredor, que daba sobre nuestro jardín, esperé anhelante +las doce. Cuando el gran reloj del Ayuntamiento hizo vibrar la primera +campanada en el silencio de la noche, partí el huevo y vertí su +contenido en el vaso. + +Al día siguiente, en el momento de abrir los ojos a la luz me acudió el +recuerdo del barco. Salto del lecho velozmente, y, en camisa, salgo al +corredor y miro con ávida intensidad mi huevo. ¡Oh, amarga decepción! En +el vaso no había más que un licor amarillento, asqueroso, sin figura de +barco alguno. + +¡Cuántas veces así en el curso de mi vida he puesto también a serenar +alguna dulce ilusión! Como ahora, he hallado siempre, en vez del barco +mágico, el licor nauseabundo del desengaño. + +Llegaba después el día de San Pedro, ¡Qué brillante paseo en el _bombé_! +Llamábase así en Avilés un trozo de terreno de forma ovalada, +enarenado, cercado por una paredilla alta, de medio metro, y guarnecido +de altos álamos blancos de hoja plateada. Este cercadito minúsculo, que +no tendría, de punta a punta, más de cien metros, era el paseo oficial +de la población, el paseo de gala. + +Llegaban las romerías. Las romerías son la alegría del verano. Avilés +está rodeado de frondosas aldeas, que semejan otras tantas esmeraldas +formando la orla de una perla. La Magdalena, Villalegre, San Martín, San +Pelayo, Miranda, Balliniello y San Cristóbal son las principales. Todas +ellas tienen su romería, que van escalonadas al través de los meses +estivales. La más concurrida, la más espléndida, la abadesa mitrada de +estas romerías, es la de la Luz. Ya la he descrito en mi novela titulada +_El Cuarto Poder_, y a esta descripción me remito. + +Mas aquel año a mi felicidad se añadió otra que todo el mundo +comprenderá inmediatamente; aquel año tuve una novia. Es decir, no sé a +punto fijo si tuve una novia, pero esa fué la opinión del público. + +Acostumbrábamos los chicos a recrearnos por las tardes, como ya creo +haber dicho, en el llamado _Campo Caín_, o sea el trozo de terreno con +árboles que se extendía delante del antiguo convento de la Merced. + +Este convento medio derruído servía para todas las cosas de este mundo, +para escuela, para vivienda, para oficinas de la Aduana, para cuartel de +carabineros, para telégrafo cuando lo hubo, etc., etc. + +El Campo Caín sólo servía para nosotros. + +Ignoro cómo a este campo ameno y pacífico le dieron un nombre tan +trágico. Es posible que en los siglos pasados se cometiese allí un +fratricidio. + +A él dieron también en venir por las tardes a solazarse aquella +primavera las niñas de la población con sus doncellas. El solaz de las +niñas no era como el nuestro jugar a la estaca, saltar los unos sobre +los otros y darse de mojicones. Ellas formaban corrillos, cantaban +dulcemente y bailaban la _giraldilla_. + +Llámase así en Asturias una danza en que los bailarines forman círculo +cogidos de la mano. Dentro de él quedan unos cuantos. Se canta dando +vueltas y cuando llega cierto pasaje convenido los que están dentro +eligen con un signo de la mano pareja entre los de fuera, se rompe el +círculo y bailan uno frente a otro abrazándose después para dar las +últimas vueltas. + +No es necesario decir que este baile es mucho más grato e interesante +cuando toman parte en él los dos sexos. Entonces los hombres quedan una +vez dentro del corro y otra vez las mujeres. + +Las niñas bailaron solas durante algunosdías. Nosotros las +contemplábamos de lejos serios y un poco turbados. Seguíamos nuestros +juegos; pero sin darnos cuenta nos sentíamos atraídos hacia la +giraldilla de las niñas. + +Al fin uno de nosotros, ¡un valiente! cuyo nombre no recuerdo se +aventuró a entrar dentro de ella. Las niñas se agitaron, hubo cuchicheo +y apariencia de debate y gestos desabridos y sonrisas maliciosas; pero +al cabo aquel valiente se quedó dentro y bailó como un sultán con todas +ellas. Otro le imitó, luego otro, y al fin todos entramos. + +Desde entonces el Campo Caín adquirió un nuevo y singular atractivo para +nosotros. Todas las tardes, sin faltar una, nos juntábamos allí y +pasábamos más de una hora cantando y bailando. Las criadas sentadas en +los poyos nos miraban benévolas, departiendo entre sí y animándonos con +sus picarescas sonrisas. Después de todo ellas eran unas niñas grandes +también y se divertían con nuestra alegría. + +No tardó mucho tiempo en actuar dentro de aquellas giraldillas la ley +química de las afinidades electivas. Cada uno de nosotros empezó a +distinguir a una niña e inmediatamente tanto entre nosotros como en el +conclave de las domésticas fué considerado como su novio. + +Yo me sentí atraído muy pronto hacia una llamada Concesa (no he vuelto a +oír este nombre en mi vida) y se lo declaré del modo único que entonces +sabía; esto es, sacándola a bailar más a menudo que a las otras, y +procurando ponerme a su lado cuando dábamos las vueltas cantando. +Naturalmente, fuimos declarados novios y tanto ella como yo aceptamos +tácitamente esta declaración. + +Pero no corría todo allí como sobre rieles. En este mundo junto a la luz +está la sombra y la ley de la competencia es desgraciadamente tan +inflexible como la del amor. La niña gustaba a otros tanto como a mí. +Tuve rivales, fuí más constante, al cabo más dichoso; pasado algún +tiempo no se me molestó más. + +El Campo Caín no fué el único paraje donde nos juntábamos y bailábamos. +Aprovechamos también poco después las romerías. Niños y niñas formamos +aquel verano un mundo aparte, en el cual vivíamos felices sin cuidarnos +de lo que pasaba en torno nuestro. Si alguna de las niñas dejaba de +venir al Campo Caín o faltaba a la romería, el pretendido novio no se +atrevía a preguntar por ella, pero las amiguitas compasivas le hacían +saber el motivo, aunque de una manera indirecta. + +--¿Por qué no ha venido Fulanita a la romería?--preguntaba en voz alta +una niña a otra. + +--Porque se ha dado un golpe en la rodilla y su mamá no la permite +moverse de una butaca. + +Nos dábamos por enterados y el interesado se mostraba triste aquella +tarde para que las amiguitas fuesen con el cuento a la niña contusa. + +Yo no sé si allí existía el amor: creo que no. Por mi parte al menos me +parece que lo que sentía hacia aquella hermosa niña llamada Concesa era +una viva simpatía, una suave amistad que sólo de lejos semejaba a la +pasión amorosa, la cual no prendió en mí hasta mucho más tarde. Me +agradaba verla y bailar con ella, y me enorgullecía que me distinguiese; +pero esta simpatía dejaba perfectamente libre mi espíritu. Por otra +parte, no se cruzaba entre nosotros ninguna palabra que trascendiese a +galanteo. Si he de confesar la verdad diré que apenas he hablado nunca +con ella. Solamente cuando en la giraldilla nos abrazábamos para dar las +últimas vueltas, lo cual duraba pocos segundos, nos decíamos alguna vez +cualquier palabra indiferente. + +Recuerdo, sin embargo, que en cierta ocasión como yo hubiese sacado a +bailar con excesiva frecuencia a otra niña, Concesa se enojó y no +volvió a sacarme a mí aquella tarde. Al día siguiente se celebraba la +romería de Balliniello. Como siempre las niñas formaron su giraldilla y +nosotros nos juntamos a ellas. La primera vez que Concesa quedó dentro +del corro me eligió a mí por pareja. Yo le dije con voz temblorosa al +dar las últimas vueltas: + +--Creía que estabas enfadada conmigo, Concesa. + +Ella me respondió: + +--Yo no me enfado con nadie... y menos contigo. + +Y se desprendió de mí bruscamente ruborizándose. + +Fué lo más vivo, lo más apasionado que hubo en la historia de aquellos +amores. + +La de mis amigos supongo que habrá sido idéntica. Sin embargo, ignoro +por qué causa la mía se hizo más pública. Quizá porque la Providencia +quiso probar ya mi paciencia desde la edad más tierna. Mis amores se +hicieron célebres, no sólo en el mundo infantil, sino en la villa +entera. En todas partes se supo que yo tenía una novia y en todas partes +se me daba vaya con ella gozándose en mi confusión y vergüenza. Los +amigos de la casa me saeteaban con indirectas, sonreían, se hacían +guiños significativos, mientras, ¡misero de mí!, yo me ponía más rojo +que una cereza. Tal era mi sobresalto, que cuando pasaba por delante de +cualquier corrillo de gente se me figuraba que hablaban siempre de mis +amores, como si no hubiese otra conversación en Avilés. Recuerdo que una +noche jugando en casa de unos señores amigos a la _Aduana (le Cheval +blanc)_, que entonces era una novedad, solían algunos sujetos pródigos y +derrochadores hacer dos puestas a fin de tener derecho a tirar dos veces +los dados. Al colocar las dos puestas decían: «--Por mi... y por la +novia.» Era el chiste de siempre. Yo que también ambicionaba el tirar +los dados dos veces me aventuré aquella noche a doblar mi puesta, aunque +sin repetir el chiste, como se debe suponer. Pero un joven burlón dijo +en voz alta mirándome con sonrisa maliciosa: «--Por ti y por Concesita, +¿verdad?» + +¡Oh Dios mío! ¡Qué turbación! ¡Qué vergüenza! Una ola de rubor me subió +a la cara con tal violencia que pienso que hasta el blanco de mis ojos +debería de estar rojo también. Al cabo rompí a llorar y los hombres +rieron con más ganas. Pero las señoras, respetuosas siempre aun con las +más ínfimas manifestaciones del amor, se compadecieron de mi: + +«--Vaya, dejar a ese niño. ¿Qué les importa a ustedes que tenga o no +tenga novia?» + +Pero aún fuí vejado de otra más terrible manera. Ignoro quién fué el +chico desalmado a quien se le ocurrió componer una letra sobre cierto +pasacalle que entonces se cantaba mucho, aludiendo a mis amores. Quizá +fuese uno de mis despechados rivales. Lo cierto es que esta letra +alcanzó tal fortuna en el mundo infantil que por mucho tiempo no se +cantó con otra el citado pasacalle. Sólo recuerdo de ella el estribillo +que decía: + + Armando la quiere más + que todos en general. + Todos la quieren bastante, + pero Armando mucho más. + +Dejo al lector suponer los tormentos inconcebibles que esta canción me +hizo experimentar. En Rivero los chicos me la cantaban en cuanto salía +de casa. Si iba a Galiana así que me divisaban ya comenzaba el coro + + Armando la quiere más + que todos en general. + +Lo mismo que me dirigiese al muelle que al Campo Caín, que a los Arcos +del Ayuntamiento, en todas partes escuchaba el mismo estribillo. ¡Qué +horrible congoja! Hasta paseando un día por la vecina aldea de la +Magdalena oí cantar al hijo de un labrador el famoso «Armando la quiere +más». + +En fin, que si me trasladase a los antípodas era seguro que allí también +Armando la querría más. + +Años después, cuando ya estudiaba yo la carrera de Jurisprudencia en +Madrid y me afeitaba la barba, habiendo venido a Avilés a pasar algunos +días del verano, al cruzar por una callejuela solitaria, acerté a ver +sobre el viejo muro de una huerta esta leyenda trazada con carbón: + + _Concesa y Armando._ + +Me hizo sonreír. Yo era un sabio en aquella época y desde lo alto de mi +ciencia contemplaba aquellos pueriles amores con soberano desdén. + +Hoy desde lo bajo de mi experiencia los miro con un poco más de +respeto. + + + + +XXVI + +PARÉNTESIS + + +Salta este capítulo, lector minúsculo, pues no va dedicado a ti, y +permite que un instante desahogue mi pecho oprimido con aquellos que +como yo ven cercana la fatal ribera y a quien hace ya señas el adusto +barquero. + +¡Con qué placer evoqué los seres que alegraron mi niñez! Mi fantasía los +representa con los rasgos que tenían, escucho su voz, miro su sonrisa o +su gesto severo, contemplo su marcha: unos son dulces, afectuosos, otros +graves, éstos melancólicos, aquéllos alegres, los otros grotescos; pero +todos amables, porque todos habían sido enviados por Dios para hacerme +dichoso. + +¿Dónde estáis, nobles seres que compartisteis mi amor y mi alegría? Una +mano glacial os arrebató para siempre de mi lado. ¡Para siempre! +Horrible palabra que oprime mi corazón y me llena de estupor. Si la +muerte es la separación definitiva, si nunca más os volveré a ver, +valiera más que no nos hubiéramos juntado un instante en este pequeño +globo que nada indiferente por los abismos del espacio. ¿Viviréis en +otras regiones luminosas, inmarcesibles y seréis dichosos como lo +merecíais, o la mano cruel que os arrebató os habrá precipitado en una +noche eterna? + +¡Ah, quién me volviera a aquellos hermosos días de mi infancia! ¡Quién +me diera vivir otra vez entre vosotros! Dondequiera que habitéis, en el +seno del Elíseo o errando por las praderas sin flores de un mundo +subterráneo, y aunque debiese beber como Ulises la sangre del carnero +negro para reconoceros, allí quisiera estar. Porque cada uno de vosotros +era una parte de mi ser y al marcharos me dejasteis mutilado. + +Y si ya no existís en parte alguna ¿qué fuisteis entonces? Vanos +fantasmas que se disiparon como la niebla de la mañana. Y si fantasmas +habéis sido, fantasma también soy yo y mi existencia una bomba de jabón +que tiembla y brilla un momento a la luz del sol para romperse sin dejar +rastro alguno. + +Próxima está ya a estallar. Este mundo de pensamientos y recuerdos que +llevo en mi cabeza, el espectáculo brillante que me seduce se disipará +conmigo. Otros vendrán que gozarán de la luz del sol como yo y amarán y +pensarán y vivirán un instante mecidos en una dulce alegría, y otros +después... y otros... y otros. Y al cabo este pobre planeta que también +es una bomba de jabón nadando en el espacio explotará igualmente +haciéndose pedazos o morirá lentamente por consunción... + +¡Todo fué un sueño! Las cien generaciones que turbaron este mundo con +sus amores y sus odios, con sus progresos soberbios, con su piedad o con +su cólera se convertirán en éter impalpable. ¿Dónde están sus lágrimas y +sus risas, dónde están sus pensamientos altivos? Los monstruos +repugnantes que poblaron la tierra en las primeras edades, los poetas y +filósofos que nos cautivan en la presente, los santos, los malvados, las +emociones más puras, los pensamientos más altos, todo, todo ha sido +igual, todo se convirtió en éter. + +En vano me dice Spinosa: «Ningún ser puede caer en la nada.» En vano me +aseguran que es de todo punto imposible que un átomo de materia pueda +desaparecer y aniquilarse. ¿Qué tengo yo que ver con esos átomos? ¿Me +devolverán por ventura a los seres que amo? Pues si esto no hacen, su +fuerza eterna es para mí absolutamente despreciable. + + * * * * * + +Me represento con terror el momento en que mi pobre cuerpo cadavérico va +a quedar encerrado para siempre en el sepulcro. Llega la noche. Una +calma profunda reina en el cementerio. No sopla ninguna brisa, no se +escucha ningún rumor. La luna baña con su luz fatídica el recinto y los +cipreses se alzan inmóviles sobre las tumbas. + +De repente escucho a lo lejos un clamor rumoroso que se acerca: levanto +un poco la losa de mi sepulcro y me encuentro rodeado de una muchedumbre +abigarrada que me mira en silencio. Son los filósofos de la palingenesia +antiguos y modernos, los pitagóricos, los platónicos, los estoicos, los +alejandrinos, los origenistas, los trascendentalistas, los fourieristas, +los sansimonianos. Uno de ellos toma la palabra y me dice: + +«Nada temas. Tu alma es inmortal y al abandonar tu cuerpo perecedero se +vestirá de otro y después de otro en una serie infinita de existencias +distintas. Y en cada una de ellas serás desgraciado o feliz expiando tus +faltas o recibiendo la recompensa de tus buenas acciones; pasarás de una +vida más imperfecta a otra más perfecta o recíprocamente según hayas +ascendido hacia el bien o hayas descendido más abajo en el mal. Tu mismo +cuerpo será cada vez menos material, más sutil y espiritual y tus +sentidos más delicados si no los manchas con impurezas, y si emancipado +de groseros errores vuelas cada vez más alto en el cielo de la verdad y +la justicia... ¿Temes perder tu _yo_, no reconocerte en la serie +infinita de existencias ulteriores? Temor pueril, porque todos los días +lo pierdes con delicia al entregarte al sueño. Y después de todo ¿qué es +ese _yo_ que tanto te preocupa? Si con serenidad lo examinas no se +compone de otra cosa que de sensaciones, ideas más o menos claras, +recuerdos, costumbres, a todo lo cual la memoria presta unidad. Y esta +memoria ¿qué valor tiene? Por experiencia debes saber cuán frágil es y +cuán poco significa. La inmensa mayoría de los instantes de tu vida +sepultados están en la nada. Compara lo que de ella recuerdas con lo que +has olvidado. Este olvido no es una desgracia: al contrario, pesado y +doloroso sería para ti y para todo hombre recordar tanta pequeñez, +tanta miseria como integran nuestra existencia aquí abajo. ¿Para qué +arrastrar consigo por toda una eternidad tal fardo de insignificancias?... +Deja de mecerte en sueños imposibles que serán para ti una desgracia si +se realizasen, deja ese concepto estrecho de la inmortalidad, propio de +edades bárbaras o de hombres ignorantes. Una vida nueva, absolutamente +nueva está ya preparada para ti. De ella no tienes idea como no tiene un +ciego de nacimiento idea de la luz; pero no por eso deja de existir y de +ser hermosa y cuando abras los ojos la verás y la gozarás con la dichosa +certeza de que cuando otra vez los cierres será ella la que desaparezca, +no tú, que de nuevo los abrirás para gozar de otras más bellas en +sucesión eterna.» + + * * * * * + +«Señores míos--respondo yo a tan amables palabras--, respeto +profundamente vuestro sentir porque entre vosotros se hallan a no +dudarlo los más altos pensadores que han honrado nuestro planeta hasta +ahora; pero no me cautiva la inmortalidad que me ofrecéis. Os confieso, +aunque peque de ignorante y bárbaro, que este pobre _yo_ que tanto +afectáis despreciar es lo único que me interesa en este momento. Si en +otras vidas no me reconozco a mí mismo tanto vale la nada. Vuestra +opinión es que antes de esta vida he vivido otras. ¿Qué valor han tenido +para mí tales vidas? Es cierto que al entregarme al sueño pierdo mi _yo_ +sin pena; pero es porque tengo la seguridad de encontrarlo al despertar. +Cierto es igualmente que la inmensa mayoría de las acciones y de los +sucesos de mi vida se hallan sepultados en el olvido, pero mi _yo_ ha +permanecido idéntico y no ha habido al través de mi existencia solución +de continuidad... ¡Continuidad! He aquí la palabra mágica, he aquí la +clave del misterio. Sin la continuidad la inmortalidad no existe. + +Por otra parte, si he de vivir infinitas veces, he de morir también +infinitas veces y pasar por los horrores que a la muerte acompañan. +Anudaré infinitas veces lazos de amor con otros seres como los que hoy +aprisionan mi corazón y otras tantas los veré quebrarse con una +separación eterna. ¿A quién no infundirá pavor semejante horizonte? Los +discípulos del Buda, que predicaban la nada, recorrían las ciudades de +la India gritando:--«¡Alegraos, alegraos! la muerte ha sido vencida»--. +Yo también me alegro de morir para siempre. Vuestra inmortalidad me +horroriza. Dejadme tranquilo.» + + * * * * * + +En efecto, aquella muchedumbre abigarrada se desvanece entre las sombras +del cementerio, pero no tarda en reemplazarla otra más homogénea. En +ella reconozco a la gran mayoría de los pensadores contemporáneos. El +más viejo de todos ellos, el filósofo sajón Fechner me habló de esta +manera: + +«Aspiras ardientemente a guardarte como individuo; ¿pero qué es tu +individuo? Nosotros, los seres humanos, nos alzamos sobre la tierra como +se alzan las olas sobre la superficie del Océano, salimos del suelo como +salen las hojas del árbol. Unas y otras viven su propia historia. Las +olas reflejan separadamente los rayos del sol; las hojas se agitan +mientras las ramas permanecen inmóviles. Así, en nuestra conciencia, +cuando un hecho llega a ser predominante obscurece todo lo que se halla +detrás. Y sin embargo, lo que se halla detrás aunque sustraído ya a la +observación obra sobre él lo mismo que las olas superiores obran sobre +las que están debajo, como el temblor de las hojas obra sobre la savia +en lo interior de la rama. El Océano entero, lo mismo que el árbol +sienten la acción de la ola y de la hoja y quedan por el hecho mismo +modificados, esto es, son otra cosa que antes eran. + +»De igual modo nosotros somos actores en el gran teatro del universo. +Nuestras percepciones no se desvanecen cuando morimos sino que quedan +impresas en el alma universal de la tierra y viven la vida inmortal de +las ideas, y combinadas con las de otros hombres entran a formar parte +del gran sistema del mundo. Nuestra conciencia no muere, pero se +ensancha, y así como la suma de nuestras percepciones es lo que +constituye nuestra conciencia, así la suma de nuestras conciencias +constituyen la conciencia de un ser más grande, de un tipo superior. + +»Deja pues de afligirte. Ese pequeño _yo_ que tanto amas sólo desaparece +en apariencia. Nada de lo que realmente lo constituía, esto es, ninguna +de tus ideas, ninguna de tus acciones dejan de existir. Impresas quedan +todas ellas en el mundo y gozan de la inmortalidad. Y los que como tú +han pasado por la vida comunicando con los otros no sólo sus +pensamientos sino sus más íntimas emociones pueden gozar aún con más +seguridad de este hermoso porvenir. Si has logrado que tus libros +dejasen una pequeña huella en el alma de tus lectores, esta huella por +leve que sea no se borrará jamás, formará parte de su misma alma y con +esta alma entrará en el concierto universal de los espíritus.» + + * * * * * + +«¡Oh, gran filósofo!--me apresuro a responder--, la inmortalidad +colectiva que me ofreces es un pan demasiado duro para mis dientes. Ese +gran _yo_ de que me hablas no es el mío y debo confesarte que no puedo +amarlo porque sólo me interesa este otro diminuto, este pequeño punto +central donde se refleja, sin embargo, el universo. Durante mi vida +terrenal he sido rey en mi pequeño reino y no puedo pasar sin dolor a +ser esclavo inconsciente. Fuí una melodía más o menos importante en el +concierto; me pesa convertirme en una nota del pentagrama. No me hables +de la inmortalidad literaria, porque es un cuento para entretener a los +niños. La gloria más grande del más grande artista de la tierra no puede +durar veinte mil años. Cierto que a pesar de eso la amamos todos y más +aún aquellos hipócritas que fingen desdeñarla; pero es algo siempre +secundario en nuestra vida. El valor de la mía no se cifra en lo que he +escrito sino en lo que he amado. No me ligan a la existencia ni mis +pensamientos ni mis libros; todos ellos os los entrego sin pesar +alguno. Lo único que me atormenta en este instante es separarme de los +seres que hoy amo, es perder la esperanza de volver a ver aquellos otros +que hace tiempo se han partido de la tierra. Si no hay nadie en el +universo o fuera de él que pueda devolvérmelos, ¡cese, cese para siempre +esta vida miserable y húndase como una hormiga mi pobre ser en la nada!» + + * * * * * + +Los filósofos de la inmortalidad colectiva se retiran también. Apenas +desaparecidos se presentan en ruidoso tropel otros mucho más osados y +enérgicos. + +«No te engañes a ti mismo--me dice uno de ellos--. No te dejes engañar +tampoco por los otros. La inmortalidad del alma es imposible, porque el +alma no existe; es una pueril creación de nuestra mente: nadie la ha +visto ni la ha tocado. Lo que existe sin poder dudarlo es nuestro cuerpo +visible y palpable y este cuerpo ha sido el origen de todas tus +tristezas y alegrías. Consuélate, porque este cuerpo es inmortal. Un ser +vivo permanece eternamente vivo. No existe la muerte para la naturaleza; +su juventud es eterna como su actividad y su fecundidad. La muerte +transforma pero no destruye y no es otra cosa que la misteriosa +continuación de la vida en formas diversas. Esa federación de seres +vivos que llamabas tu _yo_ se disuelve pero no se aniquila. Cada uno de +los socios recobra su libertad y continúa su carrera vital +alegremente... + +»¿Me preguntas si cada uno de estos seres tienen conciencia? Sólo puedo +responderte que hay muchos hombres vivos que apenas la tienen tampoco. +Ni podemos afirmar ni podemos negar facultades que escapan a nuestra +observación. Lo que te puedo asegurar es que la vida subterránea que +ahora comenzará para tu cuerpo es mucho más animada que la que has +llevado sobre la tierra. Prepárate a recibir un sinnúmero de gozosos +campañeros llenos de salud y de fuerza. ¡Son los trabajadores de la +muerte! Vendrán en tropel las preciosas moscas llamadas _Lucilia_, de un +verde metálico brillante acompañadas de sus hermanas las _Lucilia +Cesar_, de un verde dorado y frente blanca. Inmediatamente acudirán los +_Sarcófagos_ y detrás de ellos los encantadores lepidópteros del género +_Aglosa_, lindas maripositas que duermen durante el día sobre las hojas +de los árboles y vuelan al crepúsculo en torno de la luz. Después vienen +otras moscas no menos hermosas, las _Profilas_, de cuerpo luciente y +pequeña cabeza, a las cuales seguirá una muchedumbre inmensa de +_Acarios_ encargados de facilitar la momificación. Y estos acarios se +hallan dotados de virtud tan prolífica que una sola pareja puede +producir al cabo de tres meses un millón y medio de individuos. + +»Así pues que no te infunda pavor la idea de la destrucción. Dentro de +la tumba la vida prosigue como fuera, una vida aún más ruidosa y animada +que se renueva sin cesar...» + + * * * * * + +«¡Muchas gracias!» + + * * * * * + +Dejo caer otra vez sobre mí la pesada losa y me dispongo resignadamente +a entrar en la nada. + +Mas he aquí que poco después escucho un suave rumor lejano que pone en +movimiento mi aterido corazón: batir de alas, chocar de besos, cantos de +triunfo... + +Levanto tímidamente la piedra de mi sepulcro. El alba flotaba ya sobre +el cementerio y a su luz indecisa veo un glorioso cortejo de ángeles +alados envueltos en las brumas temblorosas de la mañana. Un rayo de luz +cayó sobre sus alas doradas y los vi resplandecientes girar en torno de +mi tumba. Uno de ellos, el más hermoso, vino a posarse al pie de ella. +Mantúvose algunos instantes silencioso frente a mí y pude contemplar a +mi sabor su belleza inmortal, el brillo deslumbrador de sus ojos, la +altivez de su frente, su talla gigantesca, la intrepidez y la calma que +se exhalaba de su figura radiosa. + +«Soy el arcángel Miguel--me dijo con voz cuya extraña melodía no +pertenece a la tierra--y en nombre del Señor vengo a ofrecerte la +verdadera, la única inmortalidad digna de su adorable providencia. Si +has creído y has confiado en El así que te hayas purificado entrarás a +gozar de la vida eterna y de la suprema dicha. No se pierde tu _yo_, no +se desvanece como una melodía en el aire, porque el amor de sí mismo es +el fundamento y la condición de todo otro amor. El reposo perfecto y el +goce de Dios que te ofrezco no destruirán tu conciencia, que es el +sostén y la raíz misma de tu felicidad. No hay más que una vida temporal +para los humanos y en ella se decide si han de vivir eternamente gozando +del bien supremo o eternamente gemirán alejados de él... + +»¿Tiemblas por tu suerte? Desecha tu temor. Dios con ser omnipotente no +puede condenar a un alma que se entrega a El en la hora de la muerte. +¿Deseas poseer tu cuerpo? Lo poseerás eternamente, pero glorioso, +purificado. ¿Deseas el reposo? Reposarás en la paz eterna. ¿Amas el +honor, la gloria y el poder? Participarás de la majestad y del soberano +dominio de Dios. ¿Buscas la compañía de los nobles y los sabios? Gozarás +de la sociedad de todos los hombres de bien que en el mundo han sido. +¿Quieres en fin (y este es sin duda tu más ardiente deseo) amar a los +tuyos más allá de la tumba? Volverás a encontrarlos y esta vez para no +perderlos jamás. La muerte no rompe los lazos que unen a dos corazones +sobre la tierra. Tu amor en el cielo sin dejar de ser íntimo y tierno +quedará limpio de toda aspereza; porque el corazón humano es un abismo +insondable de misterios, un campo de batalla donde alternativamente el +calor y el frío son vencedores. + +»¡Paz para siempre! ¡Un corazón y un alma! He aquí lo que eternamente se +realiza en nuestro Paraíso... + +»¿Estás conforme, débil mortal, con las promesas del Cristo?» + + * * * * * + +Entonces todo mi ser se baña de alegría. Hago un esfuerzo supremo y +alzando la piedra que me encierra exclamo gozosamente: + +«¡Tuyo soy!» + + + + +XXVII + +OVIEDO + + +En el Otoño de este mismo año fuí enviado a Oviedo para estudiar la +segunda enseñanza. La capital de Asturias no ofrece apenas, en su +aspecto material, nada que pueda fijar la atención y hacerla +interesante. Asentada sobre el lomo de un verde collado, sus contornos +son bellos como lo es toda la provincia, pero sin relieve; las calles, +en general estrechas e irregulares, el caserío mezquino con pocos +edificios notables que la decoren. Aunque fué corte en los primeros +tiempos de la Reconquista, lo fué por tan breve tiempo y en época tan +remota, que apenas quedan huellas monumentales de su realeza. Sus +iglesias distan mucho de ser joyas artísticas como las de León y Toledo. +Su misma catedral, de estilo gótico, ni por su magnitud ni por la +riqueza de sus ornamentos, sale de lo común en esta clase de templos. +Pero su torre... ¡Ah!, su torre merece capítulo aparte. + +Es la más esbelta, la más armónica, la más primorosa de cuantas existen +en España. Oviedo alardea, con razón, de esta torre, como una mujer fea +se vanagloria de poseer copiosos y ondulantes cabellos. + +Pero esta fea, además de su espléndida cabellera, tiene atractivo y gana +mucho con el trato. ¿Cuál es su atractivo? La sonrisa: una sonrisa +alegre y cordial, franca y picaresca. He conocido algunos viajeros que, +prendados de esta sonrisa, han plantado su tienda en la capital de +Asturias y no han querido salir ya más de ella. + +Si el encanto de Avilés consiste en su alegría infantil, el de Oviedo se +cifra en su donaire malicioso. En ninguna otra región de España, ni aun +en Andalucía, tierra clásica de la gracia, se hallará una población más +regocijada y burlona. Su agudeza no es ligera, aparatosa, espumante como +la de Sevilla y Málaga: son los asturianos hombres del Norte y pagan +tributo a la frialdad de su clima y al tono gris de su cielo. Pero hay +más profundidad en su ingenio, su malicia es más espiritual, más +penetrante y también, hay que confesarlo, más despiadada. + +La burla es la deidad a la que se rinde culto incesante en Oviedo; es su +recreo y casi su necesidad. Los ovetenses tienen nariz de sabueso para +olfatear el ridículo. Así que lo encuentran se paran como los buenos +perros de muestra y esperan a los demás para dar comienzo a la caza. +Esta caza es una verdadera fiesta o regocijo público, particularmente +cuando la víctima se halla constituída en autoridad. + +Llegó en cierta época a Oviedo un gobernador que era un literato +ramplón, pero muy pagado de sus obras. En cuanto se dieron cuenta de su +flaqueza no hubo banquete ni solemnidad donde se pronunciasen brindis o +discursos en los cuales no se trajesen a cuento frases y hasta párrafos +enteros de las obras de la primera autoridad. Se le citaba como a +Plutarco o Cervantes. Aquel badulaque fué dichoso durante los meses que +gobernó la provincia y los ovetenses más felices aún que él. + +Nada les entristece a éstos ser mandados por cualquier majadero: al +contrario, sospecho que se hallan más complacidos cuando sus autoridades +lo son en grado máximo. Hubo una época, ya remota, en que el gobernador, +el alcalde, el rector de la Universidad y el presidente de la Audiencia +eran cuatro graciosos payasos sin pizca de sentido común. Pues bien; +nunca se sintió tan feliz la población: fué el siglo de oro de Oviedo. + +Confesemos, sin embargo, que sus bromas son, no pocas veces, crueles y +hasta alevosas. Existía en mi tiempo un honrado hojalatero atacado de la +manía de la oratoria. En cuanto se le dejaba perorar lo hacía con tanto +énfasis y fuego defendiendo sus ideas tradicionalistas, que nadie podía +irle a la mano. Es innecesario decir que nadie, en efecto, pensaba en +atajarle: antes al contrario, se le tiraba de la lengua, se le encendía +y se le atizaba dondequiera que se presentaba, sobre todo en el café. + +No bastaron, sin embargo, el café y la calle. Un grupo de jóvenes +alegres ideó nada menos que fundar un Círculo de recreo con el exclusivo +objeto de nombrar presidente de él al citado hojalatero y poder tenerle +a su servicio todas las noches. + +Y, en efecto, se alquiló un local, se redactaron los estatutos y nuestro +hojalatero fué elegido por voto unánime presidente de la Sociedad. Aquel +honor inesperado se le subió de tal forma a la cabeza, pronunció tal +número de discursos vehementes y fué tan aplaudido y festejado que +terminó por enfermar. Pocas noches después de tomar posesión de su +cargo, tres o cuatro socios, de acuerdo con los demás, presentaron a la +Junta directiva una proposición pidiendo que se comprase una regadera +con destino al barrido del Círculo. El hojalatero, al leer la +proposición se levantó y pronunció un discurso que hizo época. + +«--Señores: El presidente de esta Sociedad es maestro hojalatero, +vidriero, plomero y está dispuesto a construir gratuitamente no una +regadera, sino diez regaderas, veinte regaderas, todas las regaderas que +sean necesarias para el aseo del Círculo que tiene el honor de +presidir...» + +Años después todavía los chicos de Oviedo sabían de memoria este +discurso y se lo gritaban al infeliz hojalatero cuando pasaba por las +calles. + +La política, que suele ser trágica en los pueblos y encender las +pasiones y producir graves desabrimientos, reviste en Oviedo un aspecto +cómico. Entre los enemigos políticos nada de injurias soeces, ni de +miradas melodramáticas, ni de pedradas o tiros por la noche. Los más +encarnizados adversarios se encuentran en Cimadevilla, punto céntrico de +la población, se saludan, se sonríen, se forma círculo de amigos en +torno de ellos y comienzan a embromarse alegremente. Es un certamen, un +tiroteo de chanzas y agudezas en el cual, el más gracioso, el que hace +reír mejor a los amigos, es quien pone el cascabel al gato y sale +vencedor. + +Hay caciques en Oviedo como los hay desgraciadamente en todas las +capitales de España, pero aquí lo son a condición de aparecer modestos y +familiares con todo el mundo y dejarse embromar en los corrillos de la +calle. Si se le ocurriese a cualquier diputado o senador el no dar ni +admitir chanzas, mostrarse reservado y erguido, caería inmediatamente en +el desprecio público, se le cubriría de ridículo y ya no volvería a +levantarse. Cuando las autoridades o los próceres de la política son +comunicativos e ingeniosos y descienden a presentarse en el café y +formar tertulia y ríen y charlan como los demás, entonces es cuando son +verdaderamente respetados y queridos. Es un caso raro, acaso único, que +habla muy alto en favor de la dignidad y el entendimiento de los +habitantes de la capital de Asturias. + +Pudiera sospecharse que en un pueblo donde corre con tal fortuna la +burla andará igualmente desatada la maledicencia. No sucede así. Existe +ciertamente la murmuración, pero no es tan agresiva y traidora como en +otras poblaciones. A los ovetenses les agrada más descubrir una manía +ridícula que un robo y burlarse en la cara más que por la espalda. Se +dicen frente a frente y en tono jocoso frases que acaso harían funcionar +las pistolas en otra región. Allí se acogen con una carcajada. + +Muchas farsas regocijadas he presenciado en Oviedo durante mi +adolescencia, pero la que mejor recuerdo y más impresión me causó fué la +que compusieron para cierto clérigo de misa y olla unos cuantos jóvenes +traviesos. + +Buscaba con sobrada diligencia dicho clérigo su reino en este mundo, no +en el otro; carecía de instrucción, carecía de inteligencia y tampoco +había dado largos pasos en el camino de la perfección espiritual. +Habíase hecho muy familiar de un político influyente, al cual servía y +adulaba en la medida de sus fuerzas. Para recompensar estos servicios +domésticos y electorales, el personaje político logró que se le nombrase +canónigo. ¡Tales y tan vituperables excesos se ven por la nefanda +intrusión del poder civil en la santa libertad de la Iglesia! + +Las personas piadosas gimieron por aquel escándalo, pero los cazurros +ovetenses rieron y no perdieron ya de vista al ambicioso clérigo, +prometiéndose pasar algún buen rato a sus expensas. + +Llegó en efecto un día en que cierto joven muy conocido en la población +recibió una carta de un hermano político, diputado y hombre de +influencia en Madrid. Comunicábale en ella que hallándose vacante la +diócesis de *** el Gobierno de acuerdo con el Nuncio de Su Santidad +pensaba buscar obispo en el cabildo catedral de Oviedo, y que a él como +diputado ministerial se le había consultado respecto a este particular. +Sabiendo la cariñosa amistad que le ligaba a don... (el nombre del +canónigo) y las muchas partes que a éste adornaban no había vacilado en +designarle para la sede vacante y había tenido el gusto de saber que +otros tres o cuatro diputados de la provincia siguieron su ejemplo. Por +tanto, le rogaba que se avistase con el interesado y se lo hiciese +saber. Antes de dar un paso más era necesario que éste manifestase si +estaba dispuesto a aceptar. + +Con gran sigilo y reserva, el malicioso joven comunicó la carta de su +cuñado con el canónigo. Quedóse éste densamente pálido, perdió el uso de +la palabra por algunos momentos, comenzó a tragar la saliva con +dificultad y al cabo, protestando de su insuficiencia, manifestó que +estaba dispuesto a obedecer a sus superiores en esto como en todo. Sin +embargo, principió a celebrar consultas con los sacerdotes y los +seglares más caracterizados de la población. Fingía vacilar, se +declaraba indigno, pedía consejo; todo para darse aún más tono y +escuchar elogios. + +Duró este trajín de las consultas por varios días como si fuese una +crisis ministerial. Las personas sinceramente religiosas de la ciudad se +hallaban aterradas: el obispo, el cabildo catedral y en general todo el +clero estupefacto. Cruzábanse entretanto cartas, venían telegramas. +Pronto la población entera se puso al tanto de la farsa y tomó parte en +ella. Fué una verdadera corrida en pelo la que sufrió aquel desdichado +sin darse cuenta. Marchaba por las calles en actitud imponente y +majestuosa, dirigía sonrisas de protección a los conocidos, le faltaba +ya poquísimo para echarnos bendiciones como si tuviese la mitra sobre la +cabeza y el báculo en la mano. Tácitamente convencidos todos afectaban +la mayor seriedad y respeto. Los estudiantes se despojaban del sombrero +cuando pasaba, los comerciantes salían de sus tiendas y le daban la +enhorabuena llamándole _su ilustrísima_. El canónigo recibía los +plácemes con orgullosa condescendencia y echándose hacia atrás un poco +respondía gravemente: + +--Pidan ustedes a Dios que me dé luces para gobernar la diócesis. + + + + +XXVIII + +EL CUADRO DE HONOR + + +Mi abuelo paterno, a cuya casa vine a parar, era un honrado burgués que +vivió hasta los noventa y tres años cuidando de su salud física. + +De la moral no había cuidado: se la daba Dios por añadidura. + +Cuando entró en este mundo, allá en el último tercio del siglo XVIII, no +pensó como Schopenhauer que había caído en una cueva de bandidos, sino +en un nido de ángeles. En esta creencia vivió y murió al cabo de un +siglo. + +Mas si creyó siempre en el bien, no imaginaba que éste se hallaba +igualmente repartido en el mundo. Por un decreto especial de la +Providencia, cuya justicia jamás puso en duda, a su patria, a su +provincia, a sus parientes, a sus amigos y conocidos tocaba una parte +mucho mayor que al resto del universo. + +Que le viniesen a hablar de las bellezas de Suiza. Sonreía +compasivamente y nos contaba cómo el conde de Toreno, el famoso +historiador de la _Guerra de la Independencia_, le había dicho en +confianza cierta tarde en el parque de San Francisco: «He viajado por +Francia, por Inglaterra, por Alemania, por Suiza, por Italia: nada he +visto comparable a Asturias.» + +Que se elogiase en su presencia la sabiduría o la elocuencia de un +hombre eminente español o extranjero. La misma sonrisa por parte de mi +abuelo. Sonreía porque estaba bien seguro de que nadie en este mundo +alcanzaba la claridad de juicio, la fuerza de razonamiento, la +insondable profundidad teológica de su íntimo amigo V*** el deán de la +Catedral. + +Y a este tenor, su amigo el doctor A***, era el abogado más notable del +reino; el coronel P***, el más hábil estratégico; el farmacéutico L***, +en cuya botica se reposaba de sus paseos higiénicos, un químico sin +rival, y C***, el tendero de comestibles con quien alguna vez fumaba un +cigarro por las tardes, poseía en su opinión un verdadero tesoro en +productos alimenticios. + +¡Ya se guardarían mis tías de enviar por cualquier medicamento a otra +farmacia que no fuese la del licenciado L***! Si esto acaeciese, mi +abuelo pensaría que se le había envenenado. En cuanto a los comestibles +se creían con derecho a más independencia, y una que otra vez se +autorizaban la libertad de traer algún producto de otra tienda. Pero +como no hay estafa que al cabo no se descubra en este mundo, cualquier +imprudencia de la cocinera descubría la de mis tías. ¡Qué consternación +profunda se pintaba en el rostro de mi abuelo al averiguar que los +garbanzos que estaban comiendo no eran de la tienda de su amigo C*** +sino de la del falsificador de la esquina! Entonces se simulaba una +comedia; se fingía restituir aquellos indignos garbanzos al lugar de su +procedencia y acarrear otros del tesoro que guardaba el amigo C***. +Mediante esta superchería, en la cual todos tomábamos parte, las olas +encrespadas se sosegaban y la calma renacía en el espíritu atribulado de +mi abuelo. + +Después de esto no necesito declarar que sus digestiones fueron siempre +perfectas y que la más pura y tranquila felicidad se reflejaba +constantemente en su persona higiénica. + +Confieso, con vergüenza, que toda mi vida he profesado hacia mi abuelo +una envidia ruin. En los momentos críticos de la vida, cuando algún +disgusto me oprime, cuando encuentro antipáticas a las personas que me +rodean, y los enemigos me crispan y los amigos me molestan y los +periódicos me aburren, entonces su figura radiosa y plácida se me +aparece hablándome con entusiasmo de los paisajes de Asturias, de la +sabiduría del deán y de los garbanzos de su amigo C***. ¡Oh, cuánto le +envidio en aquellos momentos! ¡Oh, con qué placer trocaría mi masa +encefálica y mi espina dorsal por las suyas! + +Y, sin embargo, estoy seguro de poseer alguno de los glóbulos color de +rosa de la sangre de mi abuelo en la mía. Verdad que estos glóbulos se +hallan mezclados con los grises de mi padre y con los verdes, amarillos +y azules de todos mis antepasados; porque es cosa averiguada que el +hombre semeja un panteón donde todos los muertos hablan y mandan cada +uno a su hora. Verdad que estos glóbulos se entrechocan, bullen, riñen, +se acarician, se agitan y forman infernal algarabía dentro de mi cuerpo; +pero al fin aquí están y son, a no dudarlo, los que una que otra vez me +impulsan a creer demasiado pronto en la teología, en la química o en los +garbanzos de cualquier amigo. + +Los glóbulos de mi padre me cantan lo que hay de triste y repugnante en +nuestra vida, pero los de mi abuelo me sugieren poco después dulcemente +que todos los males tienen su compensación, que al lado de cada +desventaja hay siempre una ventaja, y que existe una normal para la +felicidad de los hombres como existe para su calor animal: la diferencia +es sólo de algunas décimas. + +Recuerdo que en mi infancia vivía en Avilés un simpático armador que +tuvo la desgracia de que se le perdiese un barco en las costas de +Galicia. Cuando los amigos fueron a darle el pésame le hallaron +tranquilo y risueño como si no hubiera pasado nada.--¿Y si se hubiera +perdido el _Paco_?--exclamaba riendo y frotándose las rodillas. El +_Paco_ era otro buque de mayor porte que tenía igualmente navegando. +Algo parecido me sucede a mí. Cuando experimento alguna contrariedad o +sufro cualquier desengaño, suelo exclamar interiormente:--¡Y si se +hubiera perdido el _Paco_! Convengo en que es un mezquino consuelo; pero +sin estos mezquinos consuelos la vida sería cosa mucho más mezquina. + +Si mimado había sido hasta entonces por mis padres en Avilés, más +mimado lo fuí aún en Oviedo por mi abuelo y mis buenas tías. Además +comía a menudo con nosotros y pasaba gran parte del día, un primo mío +del cual fuí, desde luego, grande amigo y admirador. Tenía nueve o diez +años más que yo. Era, por lo tanto, un mancebo de veintiuno o veintidós +años que se hallaba terminando la carrera de Derecho, inteligente, de +agradable presencia, con rizada cabellera romántica y de una +sensibilidad tan excesiva, como no he conocido después a ningún otro +hombre. Las emociones, hasta las más fugaces, se reflejaban de tal +manera en su rostro expresivo que no necesitaba hablar para hacer +ostensibles los estados de su alma. + +Con estos elementos y atendida la época en que florecía, fácil es +colegir que mi primo era un romántico desenfrenado. Fuimos excelentes +camaradas y fué el primero que me enseñó a respetar las ojeras y las +melenas del romanticismo. + +Sus ídolos eran Byron, Lamartine, Chateaubriand y Espronceda. Llevaba +siempre en el bolsillo las _Meditaciones_, de Lamartine, en un primoroso +volumen que aún conservo yo con cariño en mi librería, y me las traducía +y las comentaba lánguidamente, entre suspiros y lágrimas no pocas veces. +Cuando vienen a mi memoria los hermosos versos de _Le Lac_, + + Ainsi toujours poussés vers de nouveaux rivages + dans la nuit éternelle emportés sans retour, + ne pourrons-nous jamáis sur l'océan des ages + jeter l'ancre un seul jour? + +se me aparece siempre la figura de mi primo con su melena rizada y sus +ojos negros enternecidos. ¡Ay!, ni él ni yo hemos podido echar el ancla +en aquellos hermosos y serenos días. El abordó ya las riberas de la +noche eterna; yo no tardaré en seguirle. + +Me leía también el _Werther_, de Goethe, y _Nuestra Señora de París_, de +Víctor Hugo. En cuanto al _Diablo Mundo_, de Espronceda, no necesitaba +leérmelo, porque se lo sabía de memoria. Sentía una viva admiración +hacia este gran poeta, que inmediatamente logró infundirme a mí. + +Casi tanto como la poesía atraía a mi primo la música. Aunque no había +estudiado sus principios poseía un oído tan delicado y tal sensibilidad, +que dudo que ningún músico profesional le aventajase. Escuchando ciertas +arias de ópera y algunos conciertos de violoncelo le he visto +empalidecer densamente y permanecer en un estado de estupor hipnótico +que inspiraba miedo. + +Pero en música, como en poesía, era exclusivista. Amaba a ciertos +músicos y aborrecía a otros. Su predilecto era el maestro italiano +Bellini; mejor dicho era su ídolo; no existía para él nada en este mundo +superior a _Norma, Sonámbula y Puritanos_. A Rossini le respetaba; a +Donizetti le concedía algún talento, y _Lucía de Lammermoor_ le agradaba +bastante; pero no vacilaba en afirmar que esta ópera era una obra +póstuma de Bellini que Donizetti había hallado entre sus papeles. Me +contaba, a tal propósito, que hallándose éste loco en un manicomio le +habían hecho oír el inspirado final de _Lucía_ y, quedando un momento +extático, había exclamado: «¡Tenía talento ese Bellini!» + +En cuanto a Verdi le odiaba profundamente. Era tanta su aversión por +este maestro, que cuando de él se hablaba se ponía pálido y enronquecía +su voz, como si en otro tiempo le hubiera inferido una afrenta +imperdonable a él o a su padre. Naturalmente, yo participé en seguida +del amor a Bellini y del odio a Verdi. Pero lo singular del caso es que +las óperas de este maestro me encantaban, particularmente _Traviata_ y +_Rigoleto_. Esto me causaba un malestar y una vergüenza indecibles; +hacía esfuerzos desesperados por arrojar de mí esta inclinación, como +San Antonio huía de sus terribles tentaciones. + +Desde luego, debe suponerse que si mi primo era tan sensible a la poesía +y a la música, no lo sería menos al amor. Lo era muchísimo más. Era un +enamorado de los pies a la cabeza. ¿De quién? De todas las hermosas +mujeres que sus ojos acertaban a ver; pero no simultáneamente, sino +enfiladas y por riguroso turno. Sus amores no eran muy largos; dos meses +cada uno, poco más o menos. Acaso por esto mismo el objeto de sus +ansias no llegaba generalmente a enterarse. Mas, lo que perdían en +extensión, lo ganaban en intensidad. Nadie ardió jamás con tan viva +llama, nadie suspiró, nadie veló, nadie se suicidó mentalmente, nadie +compuso tantos versos como él. + +Había de todo: romances, décimas, octavillas, sáficos adónicos. Además, +indefectiblemente, para cada uno de sus amores componía una habanera en +honor de la bella ingrata: música y letra. Como, según he dicho, no +tenía conocimientos musicales, no podía escribirla; pero la retenía +perfectamente en la memoria y me la cantaba cuando nos hallábamos solos. +Yo escuchaba estas habaneras embelesado, admirando la inspiración y el +prodigioso talento musical de mi primo. No dejaba de advertir, sin +embargo, que se parecían mucho unas a otras. Por ejemplo, la que decía: + + _«Hay una hermosa trigueña»,_ + +era casi igual a otra que principiaba: + + _«Una rubita, bella sin par.»_ + +Apenas variaba más que el color del pelo; pero esto no amenguaba mi +placer; al contrario, puesto que me había agradado la primera, era +lógico que me agradasen todas. + +Me encontraba, pues, en Oviedo a las mil maravillas. Las clases del +Instituto eran menos largas y penosas que la escuela de don Juan de la +Cruz; me dejaban libre casi toda la tarde. Además, se respiraba en los +claustros de la Universidad, por donde paseábamos, un ambiente de +libertad, de emancipación que me hechizaba. Ya no nos llamábamos los +compañeros por el nombre de pila, como en la escuela, sino por nuestro +apellido, y esta, al parecer, insignificante circunstancia, nos hacía +imaginar que éramos ya hombres, y nos llenaba de satisfacción. Los +porteros y bedeles, igualmente, nos llamaban por el apellido, haciéndole +preceder de la palabra señor; nos codeábamos paseando con los +estudiantes de Jurisprudencia, casi todos poseedores de un bigote más o +menos floreciente; había desaparecido por completo todo castigo +corporal; formábamos dentro de la ciudad una casta infinitamente +respetable. + +Cuando sonaba la campana, los profesores atravesaban el claustro +solemnemente y entraban en el aula revestidos de toga y birrete. Al +terminar, un bedel abría la puerta, se asomaba con respeto y decía, +inclinándose profundamente: «Es la hora.» Alguna que otra rara vez, +antes de terminar la clase abría de improviso, y con estrépito, de par +en par las puertas, daba un fuerte golpe con el pie sobre el entarimado +y gritaba con el mayor énfasis: + +--«¡El señor Rector!» + +Entonces todos nos poníamos en pie súbitamente, como movidos por un +resorte; el Profesor también se levantaba y salía a recibir al Rector, +que atravesaba la cátedra e iba a sentarse en el sillón de aquél con una +majestad augusta que nos producía escalofríos de respeto. Nuestro +catedrático se sentaba a su lado, humilde, reverente, eclipsado como un +despreciable asteroide por aquel gran sol radiante. + +¡Oh, cuán feliz me hacía todo este aparato pintoresco! Me parecía vivir +en otro mundo y haber ascendido varios grados en la escala de los seres +vivos. Tuve la desgracia, no obstante, de que me tocase por catedrático +de Latín un señor de rostro cetrino y deteriorado por la viruela, de +temperamento frío, irónico y bilioso, el único profesor modernista que +existía a la sazón en el Instituto. Y digo modernista, porque la +frialdad y la bilis parecen ser los elementos que mejor caracterizan a +nuestra Edad Moderna. Todos los demás catedráticos estaban chapados a la +antigua, cordiales, ruidosos, espontáneos y un poquito grotescos. + +Teníamos aquel año uno de Religión que era, al mismo tiempo, párroco de +una de las parroquias de la ciudad: un coloso velludo, un monstruoso +cetáceo, cuyos resoplidos, como los de los leones, infundían pavor; su +voz sonaba horrísona, como si hablase con bocina; y cuando daba un +puñetazo sobre la mesa, la rompía, indefectiblemente. Dos o tres veces +durante el curso fué arreglada por el carpintero. Cuando nos hablaba del +Apocalipsis creíamos estar oyendo, en efecto, la gran voz que escuchó +San Juan, semejante a una trompeta, y cuando nos narraba de qué forma +Sansón se llevó las puertas de Gaza hasta lo alto de una colina sobre +sus espaldas, y con la quijada de un asno puso en vergonzosa fuga y dió +muerte a mil filisteos, ni uno de nosotros dejaba de representarse al +héroe bíblico, con sotana y manteos, blandiendo el hueso del burro. + +Empecé a asistir puntualmente a mis clases y a estudiar con igual +puntualidad mis lecciones. Cuatro o cinco veces durante aquel primer mes +me llamaron los profesores para decirlas, y lo hice del modo mejor que +Dios me dió a entender. No pensé hacer nada meritorio: estaba tan +persuadido de mi insignificancia, que ni por un momento sospeché que +aquello tuviera valor alguno. + +Cuando terminó el mes, hallábame paseando el primer día del otro por los +claustros con mis libros debajo del brazo. Había llegado demasiado +temprano y apenas había chicos por allí. Paseaba, pues, como digo, solo +y aburrido, cuando al cruzar por delante de la puerta de la Secretaría +vi sobre ella colgado un gran cuadro con marco dorado. Era, sin duda, el +_cuadro de honor_, del cual ya había oído hablar; sobre él se estampaban +los nombres de los alumnos que más se habían distinguido en los +diferentes años del bachillerato. Me acerqué negligentemente a él, pasé +una mirada distraída sobre sus primores caligráficos, y... ¿qué es lo +que veo? Mi nombre aparecía el primero de todos sobre el cuadro. Quedé +clavado al suelo por el estupor más que por la alegría; después me llevé +las manos a los ojos, temiendo que aquello fuese una alucinación. ¡Pero, +no! Allí estaba bien claro mi nombre con mis dos apellidos. + +Fué una revelación: fué la voz que le gritó a Lázaro: «¡Levántate!» Mi +padre estaba equivocado. Yo no era un ser inepto. + + + + +XXIX + +BESOS EN CABEZA DE TURCO + + +Dos o tres meses después de mi llegada a Oviedo se trasladó mi abuelo +con su familia al piso segundo de una casa recién construída sobre la +antigua muralla de la ciudad. Por delante formaba con otras una +rinconada o plazoleta: algunas callejuelas venían a desembocar; estaba +rodeada de vecinos que vivían como en familia, hablándose desde los +balcones. Por detrás tenía mayor elevación y las vistas sobre el campo; +había mucho aire, mucha luz y mucho silencio. Era íntima, familiar y +gárrula, como una vieja comadre, por delante; era grave y luminosa, por +detrás, como una deidad. + +En esta casa vivió mi familia paterna por más de cuarenta años, y allí +murió casi toda ella. La primera en sucumbir fué la más joven de mis +tres tías. Hacía ya tiempo que padecía una enfermedad mortal al pecho. +En sus últimos días experimentaba antojos y tentaciones de golosinas que +el médico le prohibía. Entonces la cuitada me hizo su confidente y me +enviaba secretamente por ellas. Yo le traía confites y naranjas en los +bolsillos de mi abrigo y se los entregaba cuando no había nadie en la +habitación. Después de su muerte me acometieron atroces remordimientos +imaginando que había contribuído a ello. Más adelante, cuando empecé a +dudar de la ciencia de nuestro médico, y, en general, de la eficacia de +la Medicina, me alegré de haber endulzado sus últimos momentos. + +Quedaban otras dos. Ambas pasaban de los cuarenta; pero aunque +igualmente viejas solteronas no podían ser más diferentes por su +carácter. La primera era una mujer seria, firme, concentrada; poseía +claro entendimiento y tierno corazón, pero huía de toda manifestación +externa, manteniéndose siempre en una reserva que la hacía aparecer +severa. No lo era más que para el amor sexual y todo lo que con él se +conexionase. Tenía por tan ridículo y aun tan indigno cuanto se +refiriese a la vida galante, que, cuando se hablaba en su presencia de +alguna relación amorosa, mostraba inmediatamente su malestar y hacía lo +posible por derivar a otro punto la conversación. Si se obstinaban en +seguir tratándolo no tardaba, con cualquier pretexto, en alzarse de la +silla y salir de la estancia. Nadie en la familia le había conocido +jamás inclinación amorosa, noviazgo, ni cosa que se le pareciese. Por +eso, a mí, que estudiaba entonces la historia de Roma, se me +representaba mi tía como una de aquellas tristes vestales que envejecían +y se secaban atizando el fuego sacro. El que ella mantenía vivo era el +del orden, la economía y la dignidad del hogar doméstico, en cuya tarea +nadie podía aventajarla. + +La segunda formaba con ésta gracioso contraste. Era la más devota y +respetuosa adoradora de Cupido que jamás se viera. Cuanto se refiriese +de cerca o de lejos a los tiernos sentimientos que aquel dios inspira a +los mortales, hallaba eco en su alma y despertaba su interés. Su memoria +era un almacén de historias sentimentales, al cual acudía yo para +solazarme cuando el estudio me aburría y no estaba en casa mi primo para +entretenerme. + +Ninguna otra cosa parecía conmoverla en este mundo que sus achaques (que +eran muchos y variados) y las dulces manifestaciones juveniles del +sentimiento amoroso. + +Porque para ella los seres humanos no envejecían. Cuando alguna persona +de edad avanzada, ya perteneciese al sexo masculino o al femenino, venía +de visita a nuestra casa o la veíamos desde el balcón cruzar por la +calle, aquella persona no existía para ella en el presente ni le +interesaba su condición actual, sino que inmediatamente la retrotraía a +su juventud y me narraba prolijamente sus amores con la anciana señora, +su esposa, que le acompañaba; me refería los obstáculos que le había +puesto la familia de ésta, cómo él los había vencido, de qué manera se +correspondía con ella dejando sus billetes amorosos escondidos debajo de +un confesonario de la catedral, y otras travesuras no menos ingeniosas; +por fin, en qué forma una noche había escalado los balcones de la casa +de su amada, y juntos se habían huído del hogar paterno. + +Confieso que me costaba enorme trabajo representarme a aquellos dos +ancianos descendiendo por una escala de cuerda a la calle. Pero mi tía +parecía que los estaba viendo y no perdonaba ningún detalle que +contribuyese a animar aquel cuadro interesante. + +Era mi tía un ser ideal y poético, era una entusiasta sentimental, era +una cascada romántica, era un bosquecillo donde se arrullaban las +tórtolas. Gastaba sortijillas en el pelo pegadas con goma a las sienes; +tocaba la guitarra y cantaba melodías delicadas de ritmo quejumbroso: +canciones de los buenos tiempos de amor y poesía que en nada se parecen +a los _couplets_ desvergonzados que hoy escuchamos por todas partes. +Entonces las grandes pasiones amorosas históricas o fingidas servían a +los músicos anónimos para componer melodías tristísimas. Había una +canción de _Abelardo y Eloísa_, había otra de _Chactas y Atala_. Ambas +retengo en la memoria y suelo tararearlas cuando me siento desengañado y +melancólico. También recuerdo una, que mi tía cantaba con predilección: + + Tronco infeliz, desnudo y sin verdura; + imagen fiel de un desdichado amor; + si marchitó el invierno tu hermosura, + también a mí me marchitó el dolor. + +Otra comenzaba: + + Tu padre, rico de oro, es insaciable; + ¡ay!, por tenerle, mil vidas diera yo. + +Yo escuchaba todo esto embelesado; admiraba a aquellos héroes del amor y +deploraba el haber nacido en una época tan ruin y prosaica. Mi tía, con +su guitarra y sus canciones, con sus relatos interesantes y el perfume +de almizcle que usaba, me inició en el romanticismo casero, como mi +primo me había iniciado en el literario. + +Entraba en nuestra casa como el amigo más íntimo un señor calvo, de +rostro pálido, de mirada dura y penetrante, alto de hombros y hundido de +pecho. Era un hombre inteligente, pero sin sonrisa. Hablaba poco y +cortante; sus juicios eran inapelables: si se le contrariaba quedaba aún +más pálido y enronquecía de furor. + +Los niños de la población le tenían un miedo increíble. Porque este +caballero había dado en la extraña manía, y con ella gozaba al parecer, +de aterrar al mundo infantil. Tenía a todos los niños fuertemente +sugestionados. En cuanto tropezaba en la calle con uno de su +conocimiento, y a veces aunque no lo fuese, se detenía, le clavaba una +mirada feroz, insistente, y después de tenerle hipnotizado preguntaba +con voz terrible al criado o criada que le conducía «si había sido +bueno». En caso afirmativo le dejaba pasar tranquilamente. Pero si se le +decía lo contrario un demonio del infierno no podía poner cara más +espantosa que aquel buen señor; le cogía por el brazo, le sacudía y le +gritaba al oído tales y tan horrendas amenazas que el niño quedaba sin +gota de sangre en las venas, sin fuerza aun para llorar. Los padres +alentaban esta manía que les era útil; la amenaza de llamarle bastaba +para que cualquier niño recalcitrante se transformase en manso cordero. +Tal idea tenían los chicos de la braveza feroz y de la infinita crueldad +de aquel sujeto que un hermanito mío me preguntaba cierto día, con la +mayor naturalidad, si tendría más fuerza que un toro. Le respondí que +sí. Calló un momento y me preguntó de nuevo si tendría más fuerza que un +guardia civil. Le respondí también afirmativamente. Por último después +de algunas vacilaciones me preguntó si tendría más fuerza que Dios. +Entonces yo, no atreviéndome a despojar al Ser Supremo del atributo de +su omnipotencia, aunque se me pasaron ganas de hacerlo, le respondí que +tenía menos, pero sólo un poco menos, casi nada menos. + +Pues este caballero áspero y ceñudo había sido, ¡caso maravilloso!, +novio de mi romántica tía. Por lo que pude colegir, la falta de medios +de fortuna le había retraído del matrimonio. Esto al menos pensaba y +dejaba traslucir mi tía. + +Era para mí cosa absolutamente incomprensible cómo aquel señor calvo +pudiera haber sido un doncel enamorado. Porque yo entonces me +representaba siempre a los enamorados con largos cabellos. ¿Cómo suponer +a un sujeto tan rígido doblando la rodilla, llevándose la mano al +corazón y profiriendo frases apasionadas? Sin embargo, mi tía llegó a +afirmarme que le había compuesto y dedicado más de un madrigal. No sé lo +que tendrá de cierto. Lo que no cabe dudar era que seguía enamorada de +él, que buscaba pretextos para abrir el balcón a las horas en que él iba +y venía de la oficina, que le servía el café cuando venía a tomarlo a +casa con rematada complacencia, y escuchaba sus sentencias como +oráculos. + +No le sucedía a él otro tanto; antes por el contrario, le hablaba aún +con más aspereza que a los demás y sin mirarle a la cara, y le llevaba +la contraria a cuanto decía sin reparo alguno y en forma despectiva. +Pero esto era para mi tía, por lo que dejaba entender, testimonio +irrecusable del más acendrado amor. Es posible que estuviese en lo +cierto. + +Me inclino a pensarlo, porque aquel caballero era en el fondo de su alma +todo lo contrario de lo que representaba. Cuando pude penetrar su +carácter me persuadí de que no sólo poseía una inteligencia lúcida y muy +estimable cultura, sino lo que es aún mejor, un gran corazón. Era tierno +y compasivo como pocos, creyente fervoroso, dispuesto a sacrificarse por +los otros ocultando siempre con extrema vigilancia toda señal de +debilidad. Era, en una palabra, el tipo acabado del _bourru +bienfaisant_, que los dramaturgos franceses se complacen alguna vez en +pintar en sus comedias. + +Al hacerme hombre me ligué a él con afectuosa confianza. Poseía una +copiosa librería, que puso a mi disposición, y le debo muchos y +prudentes consejos que me han servido bastante en la vida. Su muerte fué +para mí una pérdida irreparable. El, que no sonreía jamás, murió con la +sonrisa en los labios consolando con palabras jocosas a los que lloraban +en torno de su lecho. + +Guarda aquella casa todos los recuerdos de mi adolescencia. En su +despacho bañado por el sol y por el aire puro de los campos soñé poemas +divinos; allí la voz de la naturaleza hizo latir mi corazón; allí +cantaron en mi alma mil ruiseñores armoniosos; allí se disiparon las +nieblas en que se envolvía mi infancia; allí una extraña y nueva vida +oprimió mi pecho inflamándolo con un fuego sutil y misterioso; allí +estudié las conjugaciones de los verbos latinos regulares e irregulares +y aprendí a extraer la raíz cúbica de los números. + +Vino a estrenarla igualmente con nosotros, habitando el piso principal, +un catedrático de la facultad de Derecho de la Universidad. Era hombre +de poco estudio pero de mucho talento a lo que oía decir, porque no me +hallaba yo en estado de juzgarlo. Tenía dos hijos de mi misma edad +aproximadamente, con los cuales trabé en seguida estrecha amistad. Tenía +también una hija que contaba dos o tres años más que el primero de sus +hermanos. Era una linda niña de catorce o quince años y esta niña tenía +dos amiguitas de su misma edad tan lindas como ella que venían casi +todos los días a su casa a pasar la tarde y solazarse. + +No creo que haya habido nunca en Oviedo una trinidad más respetable. Un +estudiante de segundo año de Derecho, que presumía de clásico las llamó +_las tres gracias_. Dos de ellas aún viven y a pesar de los años +devastadores conservan vestigios de su pristina hermosura. + +Pues estas tres chicas se compadecieron inmediatamente de mi niñez y +comenzaron a prodigarme los más tiernos y maternales cuidados. Una +anciana de noventa años, hablando a una niña de diez, no adoptaría un +acento más protector, más condescendiente que el que ellas usaban +conmigo. Me atusaban el cabello cuando estaba despeinado, me hacían el +nudo de la corbata, me hacían recitar fábulas, reían como locas con mis +inocentes salidas y me cubrían de besos a cada instante; pero me +besaban como si fuese su nieto. + +La encrucijada o plazoleta donde nuestra casa se hallaba situada hervía +de mozalbetes enamorados, ninguno de los cuales pasaría de diez y ocho +años. Todo el primero y segundo año de Jurisprudencia desfilaban por +allí diariamente clavando miradas lánguidas en los balcones. De vez en +cuando también se deslizaba algún estudiante de tercero o cuarto. Se les +reconocía en seguida por su decisión y osadía. Porque se plantaban +descaradamente frente a la casa, sonreían, hacían guiños maliciosos y +enseñaban cartas. Estos eran los únicos que lograban poner serias a mis +tres abuelitas. + +¡Cuánto me he divertido en aquel alegre piso, en un todo semejante al +nuestro! Si quiero evocar tan felices tiempos no tengo más que acudir a +la música, como siempre. Una de aquellas hermosas niñas cantaba a menudo +cierta habanera que comenzaba: + + En un valle virgen + bajo un cielo azul. + +Cuando la recuerdo hallo de nuevo aquellas gratas horas de mi infancia y +me las represento en toda su frescura. + +De esta niña que cantaba el _valle virgen_ y que murió muy joven, cayó +enamorado mi buen primo (con alguna había de caer) y ella tuvo el honor +de inspirarle un número prodigioso de romances, sáficos adónicos, +octavas reales y octavillas. No falleció a consecuencia de esto ni +tampoco de la habanera (música y letra) que la dedicó inmediatamente, +sino más adelante de una fiebre tifoidea. + +Pero el amor, que animaba el estro poético de mi primo, paralizaba todo +el resto de su organismo. En cuanto se hallaba en presencia del objeto +de sus ansias, quedaba estupefacto y mudo. Empalidecía como si viese un +fantasma pavoroso y apenas se le podían arrancar algunas palabras que +pronunciaba con voz temblorosa. La niña se puso al tanto, con la +velocidad del rayo, del efecto que sus encantos producían y se +regocijaba con toda su alma. No hay que reprocharlo demasiado duramente: +a cualquier chica le pasaría lo mismo, ¿verdad amable lectora? + +Era de ver a aquella chicuela de catorce años clavarle una mirada +sonriente y maliciosa, que le magnetizaba, dirigirle mil preguntas +embarazosas como a un inocente niño de la escuela, reír con sus +contestaciones, hacer guiños a sus amiguitas, ponerse seria +repentinamente, dirigirle una mirada severísima, volver la cabeza +después y hablar con sus amigas como si él no estuviese allí, venirle un +instante después a la memoria que mi primo no había desaparecido del +planeta y mostrar por ello la mayor satisfacción y mirarle con ojos +halagüeños, llevarse la mano al pelo y agitar su lindo dedo meñique de +un modo impertinente y provocativo, pasar después el brazo alrededor del +cuello de la amiguita que tenía a su lado y, acometida de súbita +ternura, besarla repetidas veces con efusión... + +Todo esto iba dirigido, no cabe dudarlo, a mantener a mi primo en el +mismo estado de estupor hipnótico y de paralización orgánica. Era +verdaderamente odioso. + +No menos odiosos resultaban los procedimientos que las tres amigas +usaban con los jóvenes estudiantes que se agitaban durante el día y +parte de la noche delante de sus balcones. Unas veces tenían éstos +abiertos de par en par y exhibían complacientes su rostro encantador a +la admiración de aquéllos. Otras los tenían herméticamente cerrados +horas y horas y los desgraciados languidecían y se secaban sosteniendo +con sus espaldas los muros de la casa de enfrente que, a juzgar por su +rostro contraído y el disgusto que mostraban, debían pesarles como al +titán Atlas el globo terráqueo. Un día recibían sus misivas amorosas con +placer, las leían en su presencia, sonreían, dirigían una mirada +afectuosa al expedidor y las ponían sobre el corazón; al siguiente las +dejaban caer a la calle sin leerlas y cerraban el balcón con estrépito; +tan pronto les tiraban besos con las puntas de los dedos como les +volvían la espalda con el mayor desprecio. + +Ignoro cómo llegaron a sus manos, pero es lo cierto que poseían las +fotografías de veinte o treinta estudiantes de la Universidad. Sospecho +que se las procuró un correveidile dependiente de tienda, que +frecuentaba la casa. Todas aquellas fotografías tenían la magnitud de +los naipes, porque entonces apenas se hacían de otro tamaño, y como +naipes jugaban con ellas. Se las ofrecían por el reverso como hacen los +prestidigitadores; tiraban de una al azar y si resultaba ser el retrato +del muchachillo que les agradaba hacían con la tarjeta mil extremos +graciosos, la llevaban al corazón, la besaban con entusiasmo y decían a +la imagen todas las disparatadas lisonjas que les venían a la boca. Por +el contrario, si salía un antipático con las piernas en forma de sable, +maldecían de su suerte, la arrojaban al suelo con desprecio y alguna vez +la pisoteaban. + +Aquellas funciones de mímica me divertían, y la alegría y gentileza de +las tres amigas me ponían contento tanto más cuanto que cada día me +mostraban mayor predilección y eran conmigo más cariñosas y maternales. +Este cariño se traducía, no pocas veces, en efusivos besos, los cuales +no causaban en mí frío ni calor. Ni física ni intelectualmente he sido +un niño precoz. Los aceptaba como testimonio de buena amistad: alguna +vez me enfadaban y era cuando me los daban hallándonos asomados al +balcón. Entonces advertía que me besaban más y mejor mirando de reojo a +los estudiantillos que se hallaban plantados en la calle y sonriendo +maliciosamente como si quisieran darles envidia. Esto me avergonzaba y +más de una vez me tengo sustraído bruscamente a sus pegajosas caricias. + +Pero he aquí que cierto día, después de una de estas movidas sesiones de +besos que yo levanté un poco desabrido, tuve necesidad de salir a la +calle con no sé qué motivo. El público que la había presenciado se +componía de tres mozalbetes de diez y siete o diez y ocho años, los +cuales estaban arrimados a la casa de enfrente diciendo mil ternezas a +mis amigas con los ojos ya que no con la lengua. Al verme salir uno de +ellos me hizo seña de que me aproximase como si tuviese algo que +decirme. Acostumbrado como estaba a recibir recaditos y a que me +tratasen con no poca deferencia, me acerqué incautamente a ellos. De +improviso me sujetan fuertemente los brazos y comienzan a besarme con +tanta prisa y afán, que pienso me dieron más de mil besos en un minuto, +riendo, al mismo tiempo, a carcajadas y mirando al balcón donde se +hallaban las tres gracias. + +¡Oh rabia!, ¡oh vergüenza! Luché bravamente por desasirme, pataleé, +mordí, hice cuanto me fué posible para rechazar aquellas indignas +caricias, pero no pude lograrlo hasta que ellos buenamente quisieron +dejarme marchar. Y para colmo de humillación observé que mis amiguitas +reían también como locas en el balcón hallando el paso chistoso. + +Entré en casa hecho un mar de lágrimas y conté a mis tías, sofocado por +la ira, el atentado de que acababa de ser víctima. La romántica rió +encontrando también por lo visto delicada la chanza; pero la otra, y con +ella el señor austero, ex novio de la primera, que allí estaba a la +sazón, se mostraron disgustados y les oí pronunciar varias veces la +palabra «indecoroso». + +Así que cuando media hora después, arrepentidas sin duda de su risa, +subieron las tres niñas a buscarme, les hice saber perentoriamente que +en la vida volvería a poner los pies en el piso de abajo. El señor +austero apoyó con todas sus fuerzas esta mi enérgica resolución. + +Pero al día siguiente subieron de nuevo: mi romántica tía intercedió por +ellas; no estaba allí su ceñudo ex novio; al cabo me ablandé y consentí +en bajar, a condición de que por ningún motivo ni bajo ningún pretexto +se me diese un solo beso. + + + + +XXX + +CABALLERÍA INFANTIL + + +Cómo y porqué fuí atacado de aquel humor belicoso que hizo la +desesperación de mis tías durante el segundo curso de bachillerato, no +lo sé yo mismo. + +Si ahora ocurriese no dejaría de atribuirse a un estado neurasténico; +pero en aquella época remota, Asturias era un país privado de vías de +comunicación y no se conocía la neurastenia. + +Aceptemos el hecho y en vez de investigar sus causas, cosa siempre +difícil, analicemos sus consecuencias. + +No podían ser más funestas. + +Arañazos en las mejillas, contusiones en la nariz, cardenales en las +piernas, desgarrones en el pantalón. + +Como entonces no funcionaba la Cruz Roja en Oviedo, mis tías se veían +diariamente necesitadas a intervenir con sal y vinagre y aguardiente +alcanforado. Me vendaban, me recosían con delicado esmero y me sugerían +los medios adecuados para no padecer esta clase de enfermedades. + +Yo no quería emplearlos. Al contrario; cada vez más enardecido salía +casi a diario desafiado de los claustros de la Universidad. + +El campo de Marte, o sea el lugar de nuestros duelos estudiantiles en +aquella época, era un lóbrego portalón de una casa solariega, vecina de +la Universidad. Estaba empedrada con grandes piedras azuladas y +relucientes. Cada una de aquellas piedras guardará seguramente memoria +de las relaciones efímeras que mis narices han mantenido con ellas. + +Pero casi tanto como la guerra me atrajo durante aquel año el amor. + +Habitaba entonces en Oviedo una distinguida familia que figuraba en los +paseos del Bombé y en las reuniones de confianza del Casino. Era una +familia dilatada, aunque sólo del lado femenino. Aquellos señores tenían +varias hijas, bastantes hijas, no sé cuántas hijas; pero, en fin, muchas +hijas. Pasaban todas ellas justamente por bonitas y las había de +diferentes tamaños. Mientras las primeras eran amigas de mi madre y nos +visitaban alguna vez en Avilés, la última podría tener once o doce años +y era mi contemporánea. + +Sin embargo, yo la miraba con cierto desdén. Aunque había jugado con +ella en la playa de Luanco cuando contaría seis o siete años de edad y +llevaba, como yo, cortado el pelo a punta de tijera, al llegar a Oviedo +y tropezarla en la calle me limité a decirle adiós dignamente. + +Hay que confesar que era una dignidad intempestiva. Tanto más cuanto que +aquella chica me había gustado en su primera juventud y me seguía +gustando. + +Era menuda, de facciones admirablemente correctas y con unos ojos negros +capaces de atravesar una barricada de sacos de harina. Yo, que no era +ningún costal, me sentía traspasado de parte a parte cada vez que me +cruzaba con ella en el paseo. Pero la dignidad me obligaba a mostrarme +completamente indemne. + +Se llamaba Antonia; este era su nombre legal. Otro le daban +completamente ilegal y era el de una monedita americana, chiquita, +bonita, a lo que oí decir, porque yo jamás la he visto. El nombre +estaba, pues, bien adaptado; pero yo la llamaré ahora por el suyo porque +ya está muerta y cuando se hizo mujer no le agradaba que la nombrasen de +otra suerte. + +El lector se alegrará seguramente al saber que toda mi dignidad se +disipó como un sueño cierta tarde del mes de Febrero. Es un suceso que +no interesará a todo el mundo como los presupuestos municipales; pero +estoy seguro de que hay chico de trece años a quien divertirá más. + +He aquí cómo ocurrió: + +Se celebraba en Oviedo la feria de la Candelaria, llamada allí también +la _Romería de las naranjas_. Asturias no es un país de naranjos, pero a +la orilla del mar, por la parte de Oriente, crecen algunos que dan una +fruta bastante aceptable, sobre todo si se la come con azúcar. El día de +la Candelaria llegan a Oviedo por la carretera de Gijón muchos carros +cargados de ella y se establece en esta carretera un lucido paseo. No +tiene más que un inconveniente y es que el camino por aquella parte +ofrece una fuerte pendiente, lo cual le hace imposible para los +asmáticos. + +Antoñita no lo estaba, a Dios gracias, y paseaba arriba y abajo entre +cestos de naranjas con sus amiguitas toda la tarde. Yo, sentado en el +pretil con los míos, me sentía cada vez más subyugado por sus ojos +negros. Cuando cruzaba por delante de nosotros me venían ganas de +decirle alguna palabra amable. + +En vez de esto ¿qué es lo que se me ocurre? Pues dispararle con mi +tiragomas una corteza de naranja. Lo hice con tanta fuerza y buena +puntería que le di en mitad de la mejilla produciendo un chasquido +temeroso. + +La niña dejó escapar un grito y se llevó la mano a la parte delicada, +rompiendo a llorar perdidamente. Sus amiguitas acuden a consolarla y +encarándose después conmigo me ponen de «bruto» y «animal» que no había +por donde cogerme. + +Tenían razón: yo se la daba en el fondo del alma. Me pesaba tanto y +estaba tan avergonzado de mi vileza que me faltaba muy poco para romper +a llorar también. En vez de eso comencé a reír groseramente coreado por +las carcajadas de mis amigos. + +¿Cómo llevé a cabo tal salvajada precisamente en los momentos mismos en +que me sentía más impresionado por el lindo rostro de aquella niña? No +me es posible explicarlo. Quizá estén en lo cierto los que afirman que +cualquier emoción nos puede impulsar a ejecutar actos diametralmente +contrarios. + +Una señal rojiza quedó impresa en el rostro de la hermosa niña, y con +esta roja señal, testimonio de mi brutalidad, siguió paseando toda la +tarde. No es posible imaginarse el doloroso efecto que causaba en mí +aquella marca cada vez que pasaba por delante de mis ojos. Aunque lo +disimulaba afectando alegría, mi corazón se sentía triste y me gritaba +sin cesar: «¡Miserable!» + +Las amiguitas cuando pasaban cerca de nosotros tornaban a encararse +conmigo y tornaban a llamarme bruto. ¡Ay, cuánto hubiera deseado que +ella hiciese lo mismo! Pero no: ella se limitaba a dirigirme una tímida +mirada que apartaba velozmente. Era una mirada tan dulce y tan triste +que me acometían impulsos de arrojarme desde el pretil de la carretera y +desnucarme o, por lo menos, producirme algún grave desperfecto. + +Cuando llegué a casa por la noche iba determinado a realizar un acto +trascendental. Me encerré en mi cuarto, tomé la pluma y escribí la carta +más disparatada que se haya escrito en la segunda mitad del siglo XIX. +Era una mezcla de Chachas y de Abelardo con ciertos recuerdos del +_tronco infeliz_ de mi tía y del _Lago_, de Lamartine, rociado todo ello +con algunas gotas de _El estudiante de Salamanca_, de Espronceda. Pedía +perdón a Antoñita de un modo patético, le declaraba mi amor de un modo +más patético aún y le hacía saber, en el caso de que no me otorgase +ambas cosas, mi designio irrevocable de no asistir más a cátedra y +dejarme morir lentamente de inanición. + +Pero lo más grave de las cartas, en casos como el mío, no es +escribirlas, sino entregarlas; todo el mundo lo sabe. + +Hay quien apela al correo interior. Es el medio más seguro de que no +lleguen a manos de la interesada. Hay quien las entrega en propia mano. +Esto es mucho más eficaz, completamente eficaz; pero tal procedimiento +se halla reservado para los estudiantes de cuarto y quinto año que +juegan carambolas al billar y conocen el mundo. Yo era un pobre +estudiante de segundo de Latín y no podía lanzarme a tales aventuras. + +Opté por un término medio. Espié la salida de su doncella a un recado, +la seguí disimuladamente y cuando iba a entrar en una tienda de +mercería me acerqué a ella y en la misma actitud humilde de un mendigo +que pide limosna le dije: + +--¿Me haría usted el favor de entregar esta carta a Antoñita? + +La voz salió de mis labios como un blando soplo, sin producir apenas +sonidos perceptibles. + +--¿Qué dices, niño?--me preguntó bruscamente. + +Entonces yo, que debía de estar pálido, me puse colorado. La misma +vergüenza que sentía, me hizo repetir con fuerza la demanda. + +La doncella me miró a la cara con risueña curiosidad, estuvo algunos +instantes indecisa, quizá entre darme un bofetón o tirarme de las +orejas; al fin dijo arrancándome la carta de las manos: + +--¡Bueno, se la entregaré! + +Era una buena chica. Cumplió su palabra. + +Al día siguiente estuve paseando por la calle de Antoñita y ella se +asomó al balcón, pero yo no osaba mirarla sino de lejos. Cuando pasaba +por debajo, en vez de levantar los ojos, los abatía mirando con +insistencia a la acera de la calle. + +Pero he aquí que una de las veces veo caer delante de mí, sobre esta +acera, un papelito. Me bajo, lo recojo, y sin mirar tampoco al balcón, +lo meto en el bolsillo y desaparezco. + +Después que doblé la esquina, lo abrí con mano trémula. Dentro traía, +para hacer peso, un trocito de lápiz, el lápiz, sin duda, con que +estaban escritos dos renglones que decían: «Estás perdonado, si tú me +quieres a mí yo también te quiero a ti.» + +Estos renglones estaban horriblemente torcidos y las letras eran +horriblemente grandes y además gibosas y temblonas como si las hubieran +trazado los dedos arrugados de una vieja y no una linda mano infantil. +Pero yo me hubiera prosternado ante ellos como un musulmán ante el +autógrafo de Mahoma. + +¡Ya tenía novia! Este fué mi primer pensamiento vanidoso. Vuelvo a decir +que el amor juega poco papel en las relaciones infantiles. Sin embargo, +me sentía atraído particularmente hacia aquella niña que tan dulcemente +perdonaba mi brutalidad. + +En los días siguientes seguí paseándole la calle y, ya disipada mi +timidez, la miraba y remiraba largamente, y ella me miraba también con +extraordinaria atención. Parecíamos dos gatos, aunque sin exhalar el más +leve maullido; es decir, que ni una sola palabra se cruzaba entre +nosotros. Solía ir a esperarla cuando salía del colegio. Un amigo íntimo +me prestaba el servicio de acompañarme en estos casos y juntos la +seguíamos. Marchaba colgada del brazo de su niñera y de vez en cuando +volvía la cabeza para dirigirme una rápida mirada. La niñera la volvía +con más frecuencia y sonreía, y alguna vez también me hacía señas para +que me acercase. ¡Oh, cuánto valor se necesitaría para ello! + +Tuve, no obstante, una ocurrencia feliz. Como yo paseaba no pocas veces +la calle sin que ella estuviese al balcón, me vino el pensamiento de +comprar un pito y silbar. Tardó Antoñita en darse cuenta de que era yo +el autor de aquellos silbos prolongados, pero cuando lo hubo averiguado, +así que oía silbar, se asomaba al balcón. Mas ¡suerte maldecida! unos +estudiantes forasteros que se hospedaban por allí cerca observaron mis +maniobras y comprando un pito igual al mío hicieron salir a Antoñita +repetidas veces en vano. Uno de estos estudiantes aún vive. Y cuando voy +por Asturias me recuerda la broma y reímos mucho. Y después de reír +solemos quedar ambos silenciosos y melancólicos. + +Este incidente me produjo alguna desazón, pero no puede compararse con +la que poco después experimenté. Creo haber dicho que un amigo íntimo me +acompañaba algunas veces en mis paseos por la calle de Antoñita y +también cuando iba a esperarla al colegio. Pues bien; este amigo, +repentinamente comenzó a enfriarse conmigo; se apartaba de mí en los +claustros de la Universidad; se negó a acompañarme cuando se lo proponía +y hasta noté que fingía no verme para no acercarse. + +Pocos días después le encontré frente a los balcones de Antoñita mirando +hacia ellos con insistencia. En cuanto me divisó siguió su camino. Pero +otro día volví a hallarle en la misma posición y entonces no se movió +ni me saludó siquiera. En los siguientes comenzó a pasear descaradamente +la calle de mi novia y hasta iba a esperarla al colegio acompañado de +otro amigo. + +Esta primera traición que padecí en mi vida me sorprendió muchísimo; lo +cual demuestra que es falsa la teoría de que hemos vivido antes de ésta +otras vidas. Porque si hubiera vivido antes, por poco que fuese, habría +encontrado aquello muy natural. Para colmo de dolor observé que mi novia +coqueteaba con él una chispita. Una corriente de odio de alta presión se +produjo entre él y yo. + +Para establecer el circuito no hacía falta más que una ocasión. + +Vino el contacto paseando por el claustro de la Universidad antes de la +hora de clase. Yo le dirigía miradas furibundas cada vez que nos +cruzábamos: él evitaba mirarme porque sin duda le quedaba todavía un +resto de pudor. Sin embargo, los amigos que paseaban con él debieron de +advertirle que yo le miraba de un modo provocativo y él se sintió +humillado de esta advertencia, porque en una de las vueltas volvió hacia +mí el rostro y me clavó una mirada insistente y retadora. + +El choque fué terrible, ferocísimo. Yo tenía tal ansia de dar golpes y +los daba con tal coraje que no sentía los suyos. Nos abrazábamos, +procurábamos con afán derribarnos y, no pudiendo conseguirlo, nos +separábamos y volvíamos a los golpes, y otra vez el odio nos juntaba +cuerpo a cuerpo. En torno nuestro se había formado un corro de chicos +que presenciaba el combate como una pelea de gallos. + +Mas de improviso siento por detrás un puntapié y un pescozón. Aquello no +podía venir de mi enemigo. En efecto, unos dedos mayores que los suyos +me habían sujetado por el cuello y oí una voz terrible que gritaba: + +--¡Bedel! Abra usted la carbonera. + +Era el secretario del Instituto y a la vez catedrático de Historia y +Geografía que desde su atalaya de la Secretaría nos había atisbado. + +El bedel abrió la carbonera y a empellones nos metieron dentro. + +El secretario del Instituto era un excelente profesor, todo el mundo lo +reconocía. Era, además, un hombre de recta intención y valeroso, como lo +demostró algún tiempo después renunciando a su cátedra y marchando a +engrosar las filas del ejército carlista. Pero el secretario del +Instituto no poseía ni penetración ni previsión. Porque si las tuviese +no encerraría solos a dos chicos que se estaban combatiendo con furor. + +Siguió el combate mortífero, rabioso. Rodamos por tierra, y unas veces +caía él encima y otras caía yo. Luchábamos desesperadamente, y en +silencio. Al cabo de algún tiempo las fuerzas nos fueron abandonando. +Por lo menos yo sentí claramente que las mías se debilitaban. Una de las +veces que caí debajo ya no pude levantarme y él logró ponerme una +rodilla sobre el pecho. Estaba vencido. + +--Jura que no pasearás más la calle de Antoñita. + +--Lo juro--respondí. + +--Júralo por tu madre. + +--Lo juro por mi madre. + +Entonces me soltó; nos levantamos y nos limpiamos la chaqueta y los +pantalones. Cinco minutos después vinieron a abrirnos para entrar en +clase. Y allí no había pasado nada. + +Pude haber faltado a mi juramento sin grave riesgo, porque nuestras +fuerzas se hallaban bastante equilibradas; pero lo respeté +religiosamente. No volví a pasar por la calle de Antoñita. + +Al cabo de quince o veinte días, hallándome paseando, como de costumbre, +por el claustro, sentí que una mano se apoyaba sobre mi hombro. Me volví +y me encontré con mi ex amigo, que me dijo en tono natural: + +--Oye, si quieres puedes pasear cuanto se te antoje por la calle de +Antoñita. + +--No puede ser--le respondí--. Lo he jurado por mi madre. + +--¡Qué importa!--replicó--. El juramento no te obliga ya, puesto que yo +te dejo libre. + +Y, acto continuo, se emparejó conmigo y me declaró en términos +expresivos que Antoñita era una tonta llena de presunción, indigna de +que un hombre serio como él gastase las suelas de sus botas paseándola +la calle; que estaba profundamente enamorado de la hija de un confitero, +y que ésta compartía su llama, puesto que le echaba desde el balcón +caramelos y rosquillas de consejo. + +Bien eché de ver que todo aquello era dictado por el despecho, y que, en +realidad, me relevaba de mi juramento porque Antoñita no le había sido +propicia. + +En efecto, cuando me decidí a esperarla otra vez a la salida del colegio +y a pasear debajo de sus balcones, la hallé tan expresiva, tan amable y +sonriente, que me sorprendió. + +Me sorprendió, porque yo no sabía entonces como el Taso «de la mujer, la +condición precisa», ni como Shakespeare que era «pérfida como la onda». + +Fuí tan inocente que no comprendí que mi alejamiento, que ella juzgaba +voluntario, había producido la derrota de mi rival. + + + + +XXXI + +SEGUNDAS LECTURAS + + +En los años que cursé la segunda enseñanza cayeron en mis manos muchos +libros. Fué el azar quien los trajo, no una mano discreta; así que reinó +en mis lecturas una heterogeneidad disonante y cualidades muy diversas. + +Mi padre me había dejado vivir siempre en una independencia intelectual +que estremecería a un pedagogo. Porque mi padre, con su pesimismo jocoso +y paradójico, se reía de la Pedagogía. Pensaba y repetía sin cesar que +la educación servía de poco; que la naturaleza lo hacía todo. Quien +había nacido tonto, tonto sería toda su vida, sin que fuesen poderosos +los más ilustres maestros a volverle discreto. + +No discuto esta opinión subversiva; pero afirmo que su sistema, o, por +mejor decir, su falta de sistema, no produjo en mí tan funestos +resultados como debiera esperarse. Aún más; se puede aventurar que si +autoritariamente se me impusiera la lectura de algunos libros, +probablemente hubiera cobrado aborrecimiento a todos ellos. En ésta, +como en otras muchas ocasiones, quizá valga más entregarse en manos de +la Providencia. «Vendrá a tus brazos el ser que debes amar; vendrá a tus +manos el libro que debes leer», dice un filósofo moderno. + +Sin embargo, dudo mucho que la Providencia me haya enviado directamente +en aquella época las novelas horripilantes de un escritor francés +llamado Ponson du Terraill. Mas, por otra parte, ¿quién podrá resolver +del efecto benéfico o nocivo que las sustancias que ingerimos producen +en nuestro organismo? La naturaleza efectúa en su seno recóndito un +trabajo sordo, que trueca no pocas veces los venenos en medicinas, y +otras ¡ay! las medicinas en venenos. ¿Quién sabe si aquellos novelones +filtrados por los tamices y destilados en los alambiques de mi espíritu +habrán soltado a la postre un jugo nutritivo? Lo que sí afirmo, sin +vacilar, es que en aquel tiempo me sabían a almíbar. + +No dura mucho el placer en este mundo. Aquellas novelas de aventuras +fantásticas y de intrigas tenebrosas llegaron a fatigarme. Cuando vino +el desencanto tropecé dichosamente con otras que me cautivaron de modo +más espiritual. Leí varias de Bulver Lytton, y por ellas fuí iniciado en +la observación psicológica, la expresión de carácter y la gracia +sentimental que caracteriza a los novelistas ingleses. Tanto deleite me +causaron que en mi edad madura quise repetir su lectura. Me acaeció lo +mismo que con otros libros. El encanto se había roto y no me fué posible +componerlo. Bulver Lytton es un notable escritor, pero sus novelas de +costumbres se hallan infeccionadas de lo que pudiera llamarse manía +aventurera, y no pueden ser comparadas a las de los grandes maestros +Goldsmith, Fielding, Dickens y Thackeray. Sus mejores fábulas son, a mi +juicio, las históricas _Nicolás Rienzi_ y _Los últimos días de Pompeya_. + +Después me alcé todavía más. Mi primo me había hecho conocer a +Espronceda, como ya he dicho. Ningún poeta causó en mí impresión más +honda y duradera. + +De todas las obras leídas en mi niñez su poema _El diablo mundo_ es una +de las pocas que no ha cesado de deleitarme; me ha deleitado en mi edad +madura y me deleita todavía en mi vejez. Hay en el hombre una edad +iconoclasta, en la cual se complace rompiendo a martillazos los ídolos +que adoró en su adolescencia. Espronceda permanece siempre en el altar +que le he erigido. Su _Canto a Teresa_ es la página más armoniosa y +vibrante que ha producido la lírica española, y puede compararse, sin +desmerecer, al _Lago_, de Lamartine, a la _Noche de Octubre_, de Musset, +y a los cantos más patéticos del _Childe Harold_, de Byron. Pero esta +nuestra España fría y esquiva casi siempre con los hijos que más la +ilustran, aún no le ha rendido el tributo de admiración que le debe. +Reproducidas por el bronce y el mármol se parecen por los ámbitos de +Madrid las figuras de algunos grandes hombres y de otros bien medianos; +pero no veo aún alzarse entre ellos la frente radiosa de don José +Espronceda, el español más inspirado que ha nacido en el siglo XIX. + +Todavía di algunos pasos más en la senda de la Estética. Por medio de +Espronceda adquirí el gusto de los poemas y leí algunos de los más +bellos que las nueve hermanas han inspirado a los mortales. Leí en la +biblioteca de la Universidad la _Iliada_, de Homero, traducida en verso +libre por Hermosilla. Aunque tiene fama esta traducción de indigesta, me +causó extremado placer. La edición era excelente, lujosa, y esto +contribuye más de lo que generalmente se cree para hacernos amables los +libros. Por espacio de algunos días viví en constante embeleso entre +aquellos héroes tan divinos y aquellos dioses tan humanos. Sobre todo +las diosas hicieron verdaderos estragos en mi imaginación infantil y +lograron rápidamente convertirme al gentilismo. Fuí un empedernido +pagano por más de dos meses, sin que mi familia ni mis profesores +pudieran sospecharlo. ¡Cuál gritaría nuestro descomunal y fragoroso +catedrático de Religión y Moral si supiese la gente que frecuentaba mi +cerebro! + +Quise leer también en la misma biblioteca _El paraíso perdido_, de +Milton, traducido por el canónigo Escoiquiz, pero no fué posible. Me +aburrió infinitamente. Yo era entonces, como acabo de manifestar, un +pagano que quemaba incienso en los altares de los ídolos. Aquellas +legiones flotantes de ángeles y arcángeles suspendidos en los espacios, +sin tierra donde apoyarse, me parecían tristes volatineros. Más tarde, +culpando al traductor, intenté repetir la lectura de este poema en una +traducción francesa; mucho más tarde aún traté de leerlo en el original. +Siempre me acometió idéntica grima. Por fin en mis tiempos gloriosos de +crítico me dije: «Milton es un gran poeta, pero su poema es +insoportable. Al Cristianismo, religión espiritualista y enemiga de las +formas plásticas no se la puede ni se la debe agregar una mitología +porque precisamente ha venido a concluir con todas ellas. Por eso +fracasaron siempre los intentos más o menos plausibles que se han hecho +para añadírsela.» Dictado y refrendado este veredicto inapelable +quedaron disipadas mis inquietudes y remordimientos por lo que respecta +al famoso poema. + +Mi paganismo no se prolongó largo tiempo. Pocos meses después fuí +convertido al islamismo. La encargada de esta obra nefanda fué Clorinda, +la famosa heroína de _La Jerusalén libertada_. Aquella mujer intrépida y +bella, feliz creación del gran poeta italiano Torcuato Taso, me hechizó +hasta hacerme soñar despierto. + +Y como mi imaginación solía representarse las más ilustres creaciones de +los poetas con los rasgos de algunos seres de carne y hueso por mí +conocidos, se me antojó prestar a Clorinda el rostro y el talle de una +joven a la cual casi todos los días veía. + +Era de condición humilde, hija de un ebanista que tenía su taller no +lejos de mi casa. Cuando yo llegué a Oviedo no contaría más de quince +años, pero tenía la estatura de una mujer; así que no sólo me aventajaba +por la edad sino mucho más aún por la corpulencia. Pues bien, un día +tuve la mala ocurrencia de hacerla blanco de mi tiragomas; creo haber +dicho que estaba muy pagado de mi habilidad en esta clase de esgrima. Le +di, en efecto, con una cascarita de naranja en medio del rostro +exactamente como había hecho pocos días antes con Antoñita. Mas ¡ay! +ella no la recibió exactamente con la misma paciencia; antes al +contrario se vino hacia mí lanzando rayos por sus hermosos ojos (porque +los tenía muy hermosos; hay que confesarlo) me arrancó el tiragomas y me +aplicó un soberbio bofetón que me enrojeció la cara. Quise defenderme, +pero me sujetó tan fácilmente las manos y me solfeó tan lindamente y a +su gusto que no me quedaron más deseos de ofenderla. + +Inútil es decir que desde entonces la dediqué un odio mortal. Cuando iba +a cátedra con los libros bajo el brazo y la encontraba en pie a la +puerta del taller de su padre le dirigía de través algunas miradas +pulverizantes a las cuales solía corresponder ella con sonrisa burlona y +desdeñosa. + +En dos años aquella niña se transformó en una joven apuesta, majestuosa +y un poco hombruna por sus modales. Cuando acerté a leer el poema del +Taso mi fantasía comenzó a ver a Clorinda, la valerosa amazona de los +infieles, con el rostro y la figura de la hija del ebanista. No era gran +extravío, pues repito que tenía hermosos y fieros ojos; y en cuanto a +fuerzas ya las había podido apreciar a mis expensas. No dudo que si +montase a caballo y empuñara la lanza pudiera habérselas con cualquier +moderno Tancredo. + +Pues así que la transformé por arte imaginativa en amazona de los +infieles defensores de Jerusalén, se disipó ¡caso curioso! todo mi odio +y me puse a amarla desaforadamente. En vez de dirigirle miradas +atravesadas y malignas comencé a clavárselas bien directas y apacibles. +Cuando la veía de lejos a la puerta del taller aflojaba el paso para +saborear más tiempo el placer de contemplar su gentil figura. Si ella no +estaba, cruzaba de largo y velozmente. Pero casi siempre me arreglaba +para que estuviese, pues espiaba las horas en que venía a traer la +comida a su padre y avanzaba o retrasaba mis entradas y salidas de casa +en combinación con ellas. + +La altiva guerrera no vió con agrado aquella mutación ni aceptó mis +homenajes visuales. Al principio le causaron sorpresa y me miró con +alguna curiosidad: después apartaba la vista de mí con desdén y aun me +volvía la espalda: por último, tomando a ofensa mi rendimiento me +clavaba ya de lejos una mirada iracunda y retadora que me hacía subir +los colores al rostro. + +¡Ingrata! Yo la amaba, sin embargo, cada día más. Esta misma crueldad la +asemejaba todavía a la fiera Clorinda. ¡Cuántas veces estuve tentado a +pararme delante de ella y decirle como Tancredo:--«Puesto que no quieres +paz conmigo, las condiciones de nuestra lucha serán que me arranques el +corazón! Este corazón, que ya no es mío, pide la muerte si su vida te +desagrada. Desde hace tiempo es tuyo; ¡tómalo; yo no tengo el derecho de +defenderlo!» + +Felizmente nunca me atreví a ensartarle tal discurso. Si lo hubiera +hecho pienso que, en efecto, me hubiera despedazado. + +Felizmente también sacudí pronto el yugo de la media luna y dejé de ser +musulmán. Otras heroínas cristianas, y por lo tanto más piadosas que la +hija del ebanista, me prendieron el alma. Leí el _Orlando furioso_ del +Ariosto, y aunque no penetré entonces la fina ironía que se ocultaba +debajo de sus cantos épicos precursora de la de nuestro gran _Don +Quijote_, todavía me divirtieron extremadamente sus muchas e +interesantes aventuras. + +Por último, aún leí otro poema, _Os Luisiadas_ de Camoens. Bien puede, +pues, decirse que los años de la segunda enseñanza fueron para mí la +edad de los poemas. Este es el único que, exceptuando el de Espronceda, +leí en su idioma nativo; porque el antiguo portugués se parece tanto al +castellano que para cualquier español es comprensible. No debo conservar +de este poema grata impresión. Llevé el libro, que era una linda edición +diamante, a Entralgo en unas vacaciones de Navidad y lo leí al amor de +la lumbre. Pero acaeció que saliendo de improviso un día al aire libre y +frío me cogió una oftalmía de la cual me he resentido toda la vida. + +Paralela a esta afición literaria, comenzó a correr en mi existencia +otra a la cual debo quizá aún mayores y más sólidos placeres, la afición +a los libros de historia, de filosofía, de crítica y ciencia social. +Aunque parezca raro, estas dos tendencias han compartido mi espíritu +hasta la hora presente y si he de hablar con sinceridad pienso que la +segunda tuvo siempre más hondas raíces que la primera. Por haberlo +manifestado así a un periodista extranjero y haberlo estampado en su +diario, otro periódico de Londres se burlaba de mí exclamando: «¡Amante +de la filosofía un hombre que escribe una novela todos los años!» + +Pues bien sabe Dios que es la verdad. Lo sabe Dios y lo sabía mi buen +amigo Angel Jiménez, por otro nombre el _doctor Angélico_, cuyos papeles +he publicado hace años. Al tiempo mismo que escribía mis novelas pensaba +con deleite en los libros científicos que había comprado y ansiaba +terminarla para entregarme algunos meses a su lectura. Jamás soñé en mi +adolescencia ni en los primeros años de mi juventud con los laureles del +poeta: pensaba que había nacido para hombre de ciencia. Y lo he de +confesar lealmente, cuando ciertas circunstancias que no quiero explicar +me impulsaron a escribir novelas me juzgué dislocado y toda mi vida +experimenté el vago sentimiento de haber sufrido una _capitis +deminutio_. + +Leí, pues, durante los años de la segunda enseñanza muchos y buenos +libros: la _Historia de los Reyes Católicos y de Felipe II_, de +Prescott; la _Conquista de Méjico_, de Solís; la _Historia de la +revolución inglesa_, de Guizot; gran parte de la _Historia Universal_, +de César Cantú; el _Viaje del joven Anacarsis por la Grecia_; las +_Lecciones de literatura_, de Hugo Blair; _El Deber_, de Julio Simón; el +_Libro de los oradores_, de Cormenin, obras de Michelet, de Laboulaye, +etc., etc. + +Leí asimismo alguno de los libros que entonces se hallaban a la moda, +las _Palabras de un creyente_, de Lamennais, y _El mundo marcha_, de un +señor llamado Pelletan. El estilo metafórico y enfático de estos +escritores, en el cual sobresalió como ninguno Edgar Quinet, me sedujo +entonces tanto como ahora me enfada. En la oratoria produce maravillosos +efectos y a él debe nuestro Emilio Castelar sus triunfos; pero en los +libros resulta empalagoso y buena prueba de ello son los del mismo +Castelar. + +Mas de todas las obras que entonces leí la que me dió más golpe y logró +cautivarme fué la _Historia de la civilización europea_, de Guizot. +Estas lecciones, profesadas en la Sorbona, fueron para mí una revelación +y me iniciaron en lo que llamamos filosofía de la historia. A tal punto +me impresionaron que después de haberlas leído varias veces resolví +aprenderlas de memoria. Y así lo puse por obra: leía una lección +repetidas veces y luego cerraba el libro y la escribía, resultando +transcrita casi al pie de la letra. + +¡Ay!, a causa de estas grandes síntesis padecí después en mi juventud no +pocas indigestiones. La Europa fué inundada de generalizaciones +históricas en el último tercio del siglo pasado. No sólo nuestros +profesores de la Universidad nos abrumaban con ellas, sino que en los +discursos de los oradores del Ateneo, en los del Congreso de los +Diputados y hasta en los sermones de las iglesias se generalizaba de un +modo espeluznante: se comenzaba siempre por Adán y se terminaba con la +casa de Austria. + +Todo el mundo se puso a generalizar en aquella época. Generalizaban los +autores, y los oradores y los periodistas; generalizaban, a su +imitación, los médicos cuando venían a tomarnos el pulso, y los abogados +en sus informes aunque se tratase de un asesinato modestísimo, y los +comerciantes cuando nos hacían pasar por inglés un género catalán, y las +patronas de las casas de huéspedes al pedirnos dinero adelantado. La mía +me trazó un día con grandes rasgos sintéticos, y en el espacio sólo de +una hora, la historia de su grandeza y decadencia en un discurso repleto +de imágenes, de exclamaciones y toda clase de artificios retóricos. + +Alguna vez recorriendo con la vista mi biblioteca tropiezo con el famoso +libro de Guizot y lo tomo en la mano. Su aspecto es venerable como el de +las grandes casas solariegas a quienes el tiempo no ha logrado arrancar +el sello de su grandeza. Su encuadernación lujosa, está ya bien +marchita, bien arruinada; sus esquinas gastadas; su lomo deteriorado; +pero tiene un aspecto de dignidad que impone respeto. Sin embargo, yo le +doy vueltas entre las manos y sonrío. Mi sonrisa debe de hallarse +impregnada de burla y desdén porque el libro parece mirarme con tristeza +y decirme por una pequeña boca descosida que tiene en el lomo: «¡No +rías, no rías hombre ingrato y presuntuoso! Si has hallado en otros +libros mayores riquezas que en el mío, yo fuí quien primero habló a tu +juvenil inteligencia. En aquel tiempo me escuchaste con embeleso y +aprendiste de mí a desentrañar el sentido oculto de los sucesos y a +meditar sobre sus causas y sus efectos. Acuérdate de la briosa +exaltación con que te asimilaste mis pensamientos y las ilusiones que +embargaban entonces tu ánimo y las esperanzas que concebías de llegar a +ser un sabio. Si no lo has sido no fué culpa mía, pues otros lo han +conseguido empezando por libros que no valen tanto como yo. Acuérdate de +aquellas horas venturosas que juntos pasábamos en las noches de verano, +debajo del gran quinqué de petróleo cuando todo callaba ya en la aldea y +tu pobre madre sentada frente a ti trabajando con la aguja de ganchillo +apenas se atrevía a toser para no turbar tus estudios. Soy un viejo y +fiel amigo de tu adolescencia. ¡No te burles de mí!» + +Entonces yo a mi vez quedo serio y triste. Permanezco inmóvil y +meditabundo largo rato; y al cabo, enjugando una lágrima, vuelvo a +colocar el libro con respeto donde estaba. + + + + +XXXII + +DAR DE BEBER AL SEDIENTO + + +Hay hombres que harían bien en no morirse nunca: uno de ellos mi +catedrático de Retórica y Poética y ampliación de Latín en el tercer +curso del bachillerato. Harían bien en no morirse, porque son la alegría +del género humano, que tanta necesidad tiene de ella para soportar sus +miserias. + +Nuestro profesor infundía regocijo en el alma así que abría la boca, y +lo mismo cuando la tenía cerrada. Era hombre ya entrado en años, de baja +estatura, y gastaba, a la usanza de sus tiempos juveniles, unas patillas +negras que partían de la base de la nariz y llegaban hasta las orejas. +En Oviedo corría válido el rumor de que se teñía estas patillas con el +betún de las botas. El lector es libre de aceptar la especie o no +aceptarla, porque yo no he podido comprobarla. Lo que sí puedo afirmar +es que algunas veces se nos presentaba con ellas, de tal modo lustrosas +y relucientes, que parecían salir de un salón de limpiabotas. + +Mi catedrático tenía la cabeza clásica y el corazón romántico. Por su +profesión y por su estudio de la antigüedad pagana admiraba a los héroes +griegos y romanos, y estimaba a sus poetas, en especial a Tíbulo y +Virgilio. Los dioses del Olimpo le infundían gran respeto, aunque no +dejaba de achacarles cierta falta de sensibilidad. En cuanto a las +diosas, las amaba desaforadamente. + +Nos leía con entusiasmo la descripción que Virgilio hace de Venus en la +_Eneida_ y el _Carmen sæculare_, de Horacio; pero sólo le he visto +llorar con el _Poema a María_, de Zorrilla: + + «Voy a contaros la divina historia + de una mujer a quien el alma mía», etc. + +Entonces las lágrimas resbalaban por sus mejillas, entraban dentro de +sus patillas y arrastraban algunos sedimentos. + +Había sido catedrático de Griego, pero ya no lo era. Un ministro +desatentado lo había suprimido, poco tiempo hacía, de la segunda +enseñanza. Fué el más áspero disgusto de su vida; fué una puñalada +traidora que le dieron por la espalda. No precisamente por la admiración +que profesaba a Homero, Sófocles y Píndaro, sino por la pasión vehemente +que habían logrado inspirarle las raíces griegas. Estaba profundamente +enamorado de las raíces griegas. Y cuando aquel malaconsejado ministro +le prohibió explicarlas en cátedra, la vida le pareció mucho más +insípida. + +Había nacido orador, y con frecuencia usaba de esta facultad para +dirigirnos vivos y largos reproches cuando confundíamos un pretérito con +un supino. Eran tan largos, que a veces llenaban ellos solos la hora +entera de clase. Pero en sus oraciones más patéticas no imitaba a +Cicerón ni a Demóstenes; adoptaba más bien los acentos poéticos y +quejumbrosos de los héroes de Chateaubriand y su escuela: + +«Hijo mío--decía al escandaloso que había confundido el pretérito con el +supino--: el veneno del vicio ha emponzoñado ya su alma infantil y se +enrosca en usted como una negra serpiente. Camina usted, lo advierto con +el corazón traspasado de dolor, camina usted por la senda tenebrosa a +cuyo extremo se halla el antro fatal del pesar y del remordimiento. +Porque no en vano se violan los consejos de nuestros padres y las +enseñanzas de nuestros maestros. Al través de un espantoso tejido de +desaciertos, rechazado por su familia, vituperado por sus amigos, +señalado con el dedo por la sociedad en general, se verá usted al fin +abandonado de todos y arrastrando tal vez en un obscuro calabozo la +cadena del presidiario. Y, ¡quién sabe!, quizá algún día saldrá usted de +allí pálido, trémulo, desgreñado, y verá usted con espanto, delante de +sus hundidos ojos, alzarse la negra silueta del patíbulo.» + +Hay que confesar que todo esto era de mal gusto; pero también +Chateaubriand y Víctor Hugo padecen en ocasiones la misma enfermedad. Es +uno de los lunares de la escuela. Sin embargo, nuestro profesor abusaba, +como ningún otro romántico, de la negra silueta del patíbulo. + +Pero si tenía los defectos de la escuela romántica, poseía igualmente +sus virtudes. Era casto como un caballero de la _Tabla Redonda_. A pesar +de haberse relacionado toda su vida con las deidades del paganismo, que, +como todo el mundo sabe, andan completamente desnudas, no se había +contagiado de su impudicia. El lenguaje más o menos libertino de algunos +poetas romanos le ofendía. Recuerdo que traduciendo un día la Elegía +tercera de Ovidio, o sea el famoso _triste_, que comienza: + + _Quum subiit Illius tristissima noctis imago_ + +me dió una inolvidable lección de honestidad. Habíamos llegado al pasaje +en que el poeta describe los instantes de su partida para el destierro. +Tres veces había pisado el umbral de su casa y tres veces había vuelto +sobre sus pasos para abrazar y besar a su esposa. + + _Sape, vale dicto, vursus sum multa locutus,_ + _Et quasi discedens oscula summa dedi._ + +Yo traduje: «Varias veces, después del último adiós, volví a anudar +nuestra conversación, y, como si me marchase, le di muchísimos besos.» + +--¡Oh, no, hijo mío!, no se traduce así: «Me volví... y, como si me +marchase, le di el ósculo de paz.» + +No cabe duda que mi traducción era más literal; pero la de él era más +casta. Aunque según todas las leyes divinas y humanas me parece que +estamos autorizados para dar los besos que queramos a nuestras esposas +cuando vamos a emprender un viaje largo. + +No puedo menos de recordar su conducta digna y un poco sarcástica en +cierta ocasión memorable cuando los alumnos del segundo, tercero, cuarto +y quinto año tomamos la resolución de desacatar la autoridad +gubernativa. + +Creo haber indicado que en el primer año estudiábamos entonces una +asignatura llamada _religión y moral_, de la cual era profesor el +sacerdote atlético rompedor de mesas. + +Pasado este curso ya no volvíamos a tener relación alguna con la +religión y la moral. + +Pero cuando me hallaba yo en el tercero escaló el Poder un ministro a +quien se le ocurrió dictar una orden por la cual todos los alumnos del +bachillerato debíamos reunirmos, no recuerdo si una o dos veces por +semana, para escuchar la explicación del catecismo. + +¡El catecismo! Aquello nos pareció la última de las degradaciones. Si se +hubiese tratado de imprimirnos en la frente, con hierro rojo, una marca +infamante, creo que no nos hubiéramos puesto más furiosos. + +Inmediatamente se organizó en el Instituto una formidable y nunca vista +conjuración. Los conjurados debían presentarse todos el día de la +conferencia provistos de silbatos, y... Dios sobre todo; nosotros no +éramos responsables de lo que acaeciese, sino los viles sicarios del +Poder que nos empujaban a tales extremidades audaces. + +En efecto, llegó el día de la primera conferencia. El sol surgió +esplendoroso de los confines del horizonte, y así se mantuvo todo el +día. La gente discurría por las calles tranquilamente sin sospechar el +conflicto que se avecinaba. Durante la mañana se notó en los claustros +de la Universidad una sorda agitación precursora de la borrasca. Todos +estábamos nerviosos y serios; nos hablábamos poco y en voz baja. + +A las tres de la tarde los claustros se hallaban completamente llenos de +alumnos esperando la hora de la conferencia. A las tres y media apareció +en el marco de la puerta de la sala de profesores la figura prócer y +colosal del cura. Verla nosotros y estallar una silba ensordecedora fué +todo uno. + +El profesor quedó un instante suspenso; pero comprendiendo, al cabo, +alzó la cabeza y paseó una mirada de león enfurecido por el rebaño de +seres microscópicos que a sus pies producían aquellos sonidos +discordantes. Detrás de él apareció la figura exigua del catedrático de +Retórica y Poética revestido aún de toga y birrete. + +El cura avanzó algunos pasos y acometido de un furor insano comenzó a +increparnos con tan altas voces que dominaban nuestros silbidos: + +--¡Ilusos! ¿Piensan ustedes amedrentarme con esos ruidos soeces? Están +ustedes muy engañados. Sepan ustedes que yo, lo mismo visto el hábito de +sacerdote que empuño la espada del guerrero... ¡Sepan ustedes, +mentecatos, que yo soy como un caballo de raza noble: cuanta más carga +le ponen más erguido se muestra! + +Mejor hubiera dicho un elefante. De todos modos, el símil era +absolutamente falso, porque a un caballo, por noble que sea su raza, si +le ponen una carga demasiado grande concluirá por echarse. + +A estas razones, proferidas con voz estentórea, acompañaba tan +espantable agitación de brazos y piernas que yo estaba temiendo que se +abrazase a una de las columnas del pórtico y desplomase como Sansón el +edificio sobre nosotros y sobre él mismo. + +El exiguo catedrático de Retórica y Poética a su lado, vestido de toga +parecía el rey de Liliput acompañando a Gulliver. Inmóvil y sonriente, +nos contemplaba con ojos de lástima y exclamaba de vez en cuando +suavemente: + +--¡Ni en las enmarañadas selvas del Africa! + +Era la manera más retórica y poética de llamarnos cafres u hotentotes. + +Pero las voces del cura eran tan altas, tan bárbaras, que debían de +oírse no sólo en Oviedo sino en sus contornos. + +--¡Adentro! ¡Adentro, majaderos! ¡Adentro ahora mismo o les pisoteo a +ustedes como miserables hormigas! + +¿Qué pasó allí entonces? Pues nada; que uno a uno fuimos entrando todos +como mansos corderos en cátedra. + +Desde entonces perdí la confianza en mí mismo y no creo tampoco en el +valor de las muchedumbres. + +En otra ocasión más alegre se ofrece a mi memoria y se me representa la +figura greco-romana de mi catedrático de Retórica. Poseía este señor en +la falda de la colina que protege a Oviedo de los vientos del Norte una +quinta o sitio de recreo donde descansaba de sus trabajos sobre las +raíces griegas trabajando las raíces de las coles. + +Era una quinta pequeña, muy pequeña, tan pequeña que, según decían en +Oviedo, cuando el único grillo que la habitaba salía a cantar fuera de +su agujero, el profesor se veía obligado a retirarse de la finca. + +Sin embargo, nuestro catedrático la tomaba muy en serio: y cuando se +hallaba dentro de ella procuraba imitar en cuanto fuese posible unas +veces a Horacio y otras a Cincinato. + +Trabajaba la tierra con sus propias manos, reposaba después como Títyro +bajo la fronda de un árbol y no tocaba la flauta porque no sabía. En +cambio libaba de buen grado alguna vez no el Falerno, no el Siracusa, +pero sí nuestro vino de la Nava que no les cede a aquéllos en aroma y +energía. + +Y cuando regresaba de su huerto después de pasar allí algunas horas +trabajando, reposando y libando, y entraba en clase, nuestro profesor no +parecía de este siglo sino el mismo Marco Fabio Quintiliano que se +tomase la molestia de salir de la tumba para explicarnos el régimen de +los verbos intransitivos. + +Aconteció que un día de fiesta salimos de madrugada cinco o seis chicos +para cazar pájaros con liga provistos cada cual de su correspondiente +jaula. Anduvimos largo tiempo por la falda de la colina y apenas cazamos +nada. Al cabo, muy fatigados y sudorosos, nos decidimos a regresar a +nuestras casas, pues se acercaba la hora del mediodía. Cuando ya +caminábamos velozmente la vuelta acertamos a ver, no muy lejos, la +minúscula finca de nuestro profesor cercada por una lastimosa paredilla. +No sé a quién de nosotros se le ocurrió hacerle una visita. Se decía que +era sumamente afable cuando se hallaba entregado a las faenas agrícolas +y que le placía recibir entonces la visita de sus discípulos. + +Entramos pues allí por una desvencijada puertecilla y en efecto lo +primero que vemos es a nuestro catedrático en mangas de camisa con la +azada entre las manos en actitud de arrancar patatas. + +A pesar de hallarse en esta posición poco brillante le saludamos con el +mayor respeto y él nos acogió con la gravedad afable de un viejo romano +de la noble familia de los Priscos. + +--Hijos míos--nos dijo así que terminaron los saludos--, Marius Curius +fué el más grande de los romanos de su tiempo. Después de haber vencido +a muchos pueblos belicosos y haber arrojado a Pirro de Italia y gozado +tres veces los honores del triunfo, se retiró a una humilde cabaña como +esta que aquí ven ustedes y cultivó por sí mismo un pequeño huerto. +Cuando los embajadores de los Sammitas vinieron a ofrecerle oro, que él +rehusó, estaba sentado al pie de su hogar ocupado en cocer nabos... El +emperador Diocleciano después de veinticinco años de glorioso reinado +abdicó voluntariamente el cetro y fué a encerrarse en su pequeño retiro +de Salónica. Allí vivió tranquilo y feliz algunos años haciendo lo que +yo hago en este momento. Cuando de nuevo le ofrecieron la púrpura +respondió sonriendo compasivamente: «Si vieseis todas las coles que yo +he plantado este año por mi mano en Salónica no me aconsejaríais +ciertamente cambiar parecida felicidad por una corona.»--¡Mirad, mirad, +hijos míos, puedo decir yo también, qué hermosas patatas cosecho este +año! + +Admiramos mucho aquellas patatas, que nada tenían de admirables. La +perspectiva de los exámenes, que se hallaban próximos, nos las hacían +interesantes en aquel momento. + +Luego nos invitó a sentarnos en un banco rústico, y frente a nosotros, +sin soltar de la mano la azada, prosiguió: + +--¡_Beatus ille_, hijos míos, dichoso aquel que apartado de los negocios +y libre de todo cuidado cultiva los campos de sus padres! Así exclama +Horacio en el Epodo segundo. Y nuestro dulce Fray Luis de León +imitándole felizmente decía: + + ¡Qué descansada vida + la del que huye el mundanal ruido! + +La naturaleza, queridos niños, obra sobre el corazón, y la vida +campestre inspira dulces sentimientos disponiéndonos a la felicidad. El +amor de los campos, el reposo y el gusto de la bella naturaleza me +seducen tanto como a Horacio y a Fray Luis de León, y aquí en este pobre +y apartado fundo, lejos de la _urbe_ tumultuosa (señalando con la mano +hacia Oviedo) hago revivir los tiempos de la edad de oro y renuncio de +buen grado a todos los placeres del mundo, a los esplendores de la +ciudad, al brillo de las grandezas y al espectáculo de la disipación, +prefiriendo los duros trabajos del labrador y sus placeres inocentes. + +Nosotros sentíamos una sed horrorosa. Así que no podíamos prestar la +atención debida a aquel elogio de la vida campestre. + +Uno se aventuró a interrumpirle suplicándole que nos diese un poco de +agua, si es que la tenía. + +No le sentó bien la interrupción y nos dijo poniéndose serio: + +--Ahí dentro hallarán ustedes el ánfora. Pueden ustedes beber de ella, +pero cuiden de dejarme un poco de agua, porque la fuente está lejos y no +tengo acomodo ahora de enviar a ella. + +Entramos en la cabaña de Marius Curius. El ánfora era un grueso y +panzudo botijo, el cual si tuviera vergüenza, que no la tenía, se +ruborizara de oírse llamar de aquella suerte. Cuando llegó a mí contenía +ya poca agua, pues mis compañeros habían bebido antes. Así que bebí toda +la que restaba sin acordarme de la prevención del catedrático. + +Al fin nos despedimos de éste elogiando de nuevo con palabras +entusiastas sus ruines patatas. Ciertamente que sólo la perspectiva del +examen podía volvernos tan rastreros aduladores de aquellos tubérculos. + +Al día siguiente en cátedra se quejó amargamente de nuestra conducta +inconsiderada. Pronunció un discurso declamatorio y lacrimoso como +siempre, que duró bien media hora. Nos recriminó del modo más patético +que puede imaginarse, haciendo pronósticos pavorosos acerca de nuestro +porvenir. De este discurso memorable, como todos los suyos, repleto de +apóstrofes, hipotiposis, epifonemas y otras figuras retóricas sólo +recuerdo esta frase pronunciada con acento dolorido que iba derecha al +corazón. + +--¡Dejar a su viejo maestro en un páramo erial sin una gota de agua con +que humedecer sus labios! + +No fué ese mi propósito: lo declaro con la mano puesto sobre el corazón. +Apremiado por la necesidad la satisfice sin acordarme en tal instante de +mi viejo maestro. + +Si se profundiza adecuadamente se hallará razón parecida en casi todas +las maldades que se cometen en el mundo. + + + + +XXXIII + +EL ATENEO + + +Por aquellos días, esto es, en el tercer año del bachillerato, trabé +relación con unos cuantos estudiantes más adelantados que yo en la +carrera. Se hallaban, pues, terminando la segunda enseñanza. Era un +grupo de chicos estudiosos y de notable ingenio y discreción. Algunos de +ellos han muerto jóvenes; otros se han distinguido en diferentes +carreras del Estado; sólo dos se consagraron a la literatura, Leopoldo +Alas y Tomás Tuero. El primero llegó a ser, con el pseudónimo de +_Clarín_, un crítico eminente; el segundo a causa de su precaria +situación y aún más de su invencible apatía no dió de sí lo que todos +esperábamos. Alas era de un ingenio más vivo, más fecundo y, desde +luego, mucho más aplicado al estudio; en cambio Tuero poseía un gusto +más refinado y mayor instinto poético. + +Con estos dos me ligué especialmente. Acogiéronme ellos al principio con +mal disimulado desdén. En aquel tiempo yo sólo era conocido en el +Instituto por mi carácter turbulento y pendenciero. Me contaba Alas más +tarde que antes de conocerme me había visto salir una vez desafiado con +otro chico de los claustros de la Universidad. Acompañado él de otro +querido amigo nuestro, que aún vive, nos siguieron diciéndose: «--Vamos +a ver cómo se pegan estos badulaques.» Llovía copiosamente y, cobijados +en sus paraguas, fueron en pos de nosotros hasta el parque de San +Francisco y allí presenciaron riendo nuestro furioso combate. Porque +aquellos amigos poseían ya una madurez de juicio que yo estaba lejos de +alcanzar. + +No es maravilla, pues, que aceptasen mi amistad con reserva y me diesen +indirectamente a entender que no me hallaba a su altura. Me consideraban +como un beocio que, temerariamente, se hubiera colado en los jardines de +Academo. + +Así que me ligué con ellos vi claramente lo absurdo de mi conducta y +renuncié a mis ridículas reyertas. No tardaron ellos también en +comprender que yo no era por completo lo que parecía y pude gozar de la +sorpresa que vi pintada en sus ojos cuando comencé a tomar parte activa +en sus conversaciones literarias. + +He dicho que Alas había logrado ser un crítico eminente y no es +enteramente exacto. Lo fué después de muerto. Mientras vivió no se quiso +reconocer su gran talento; se le negó el fuego y el agua. Todo por haber +dado en la inocente manía de poner albarda a los asnos que pasaban sin +ella por la calle. Esos animales tan pacíficos, generalmente, se +revolvían furiosos contra él y le molían a coces y le acribillaban a +mordiscos. Y no sólo hicieron esto sino que lograron que todos los +individuos de su misma especie esparcidos por España le enseñasen los +dientes y estuviesen apercibidos a ejecutar con él idéntica partida. + +Era una verdadera temeridad en aquel tiempo hablar bien de Alas. Yo fuí +uno de esos temerarios, y por esto, y también por haber incurrido en +sospecha de pensar en dedicarme, como él, a aparejador, se me puso en +entredicho. No me molieron a coces, pero me castigaron con un silencio +reprobador. Cuando aparecían mis novelas en los escaparates de los +libreros pasaban por delante de ellas fingiendo no verlas y enderezando +las orejas de un modo significativo. + +Tuero no ha llegado ni en vida ni en muerte a la celebridad, aunque la +merecía. Era premioso para escribir, como todos los hombres que poseen +un gusto exquisito, y no disponiendo tampoco de medios de fortuna no le +era posible trabajar sosegadamente en alguna obra que le inmortalizase. +Se hizo periodista y murió siendo redactor de _El Liberal_. Servía poco +para el caso porque en la Prensa periódica se necesitan hombres +expeditos, no refinados. No obstante, si se coleccionasen algunos de sus +artículos se vería claramente qué gran escritor se ocultaba debajo de +aquel modesto redactor de un periódico diario. + +Había en el espíritu de Tuero algo tan original, una petulancia tan +pueril al lado de un humorismo tan acerado, que sorprendía y +desconcertaba a los que con él se relacionaban. Su conversación era +amenísima, unas veces mordaz, otras sentimental, otras extravagante y +fantástica, siempre sorprendente. Su instinto de la belleza tan seguro +que yo le llamaba riendo _doctor infalibilis_. Mientras Alas se equivocó +más de una vez lo mismo aplaudiendo que censurando y se dejó imponer por +las reputaciones que halló formadas, Tuero se mantuvo siempre sereno, +independiente, apuntando con exactitud matemática a la belleza +dondequiera que se ocultase. + +Recuerdo que en nuestra juventud asistimos juntos al estreno de una obra +teatral, la cual obtuvo un éxito tan lisonjero como pocas veces se había +visto en Madrid: aplausos ruidosos, aclamaciones infinitas, un +desbordamiento increíble de entusiasmo. Al salir de la representación +caminábamos juntos cinco o seis amigos haciendo comentarios halagüeños +para el autor de la pieza. Tuero permanecía silencioso. De pronto se +para y nos dice a boca de jarro: + +--Esta noche me he convencido de que soy el hombre de más talento de +España. Sí; no puedo dudarlo más tiempo--continuó--porque la obra que +acabamos de ver es para mí de todo punto execrable. + +Quedamos estupefactos. Uno se encaró con él indignado. + +--¿Cómo? ¿Qué estás ahí diciendo? Jamás hemos presenciado un éxito tan +grandioso, tan unánime, se puede decir tan delirante. + +--Sí, delirante; la palabra está bien aplicada porque sólo delirando se +puede aplaudir una obra semejante--replicó Tuero. + +¡Cuánta razón le asistía! Algunos años después ni se representaba en los +teatros ni nadie se acordaba de tan aplaudida producción dramática. + +Fuí, pues, convertido por obra y gracia de aquellos buenos amigos de +contumaz gladiador en literato. Pero nuestra literatura se cifraba +entonces, principalmente, en hablar de los autores y en disputar acerca +de las reglas gramaticales. + +Pasamos la vida disputando. Si uno soltaba alguna palabra impropiamente +aplicada al discurso; si otro se equivocaba de régimen; si otro +escribiendo no había puesto las comas en su sitio. Todo era materia para +disputas acaloradas que duraban indefinidamente, pues ninguno quería +quedar convicto de ignorancia y defendíamos nuestro régimen y nuestra +ortografía como una leona podía defender a sus cachorros. Nos +acechábamos constantemente, espiábamos con intensa atención las palabras +que cada cual vertía y caíamos sobre algún vocablo impuro como buitres +hambrientos sobre la carne podrida. En estas minucias lingüísticas casi +siempre salía vencedor Alas, porque las concedía aún mayor importancia +que los otros y ponía toda su alma en ellas. Además era poseedor, según +supimos más tarde, de un diccionario de galicismos, y con esta arma, que +guardaba secretamente, nos infería no pocas veces heridas mortales. + +Seguíamos en nuestras discusiones filológicas el método de la escuela +peripatética, esto es, disputábamos paseando. Después de terminadas las +clases, ya se sabía, nos poníamos a recorrer las húmedas calles de +Oviedo y comenzaba la borrascosa sesión gramatical. + +Aquella vida, bien mirado, no era muy divertida; pero nosotros la +encontrábamos tal. Los que no la juzgaban poco ni mucho amena eran los +pacíficos transeuntes a quienes molestábamos con nuestros gritos +descompasados y a menudo con nuestros empellones. Porque caminábamos tan +ciegos que chocábamos con las personas que venían en dirección contraria +y las desbaratábamos sin piedad los callos de los pies. No era tal +conducta a propósito para hacernos simpáticos en la población. Nos +miraba de través todo el mundo y en algunas ocasiones nuestra clamorosa +sabiduría halló por recompensa un coscorrón o un puntapié. + +Sin embargo, todo esto, al recordarlo, me enternece. Y cuando alguna vez +voy a Oviedo y atravieso la calle de la Magdalena o Cimadevilla, me +detengo conmovido, y me digo: «Aquí fué donde Leopoldo Alas me demostró +que _coaligarse_ era una palabra bárbara traducida del francés, y que se +debe decir coligarse; aquí fué donde Tuero me hizo ver que pronunciaba, +de un modo cojo, cierto verso de Espronceda. + +Aunque me habitué a esta manera de vivir y fuí cada día más +compenetrándome con los gustos de mis nuevos amigos, debo confesar que +había algo con lo cual no estaba conforme en el fondo de mi alma. Este +algo era el entusiasmo que sentían por ciertos periódicos satíricos que +a la sazón se publicaban en Madrid, particularmente por uno titulado +_Gil Blas_. No se hartaban de leer y comentar los donaires y rasgos +ingeniosos que salían en este periódico. Para ellos un señor llamado +Luis Ribera, otro Roberto Robert, otro Sánchez Pérez eran famosos héroes +de las letras dignos de la inmortalidad. + +Quien mostraba hacia ellos más intenso aprecio era Alas, cuya vocación +de escritor satírico se hizo ostensible desde bien temprano. No +solamente los imitaba, escribiendo semanalmente para su uso particular +un periódico, que tituló _Juan Ruiz_, sino que enviaba a menudo al _Gil +Blas_ articulitos y versos. ¡Caso prodigioso: este semanario, tan +exigente y desdeñoso para todos los literatos que entonces existían en +España, insertaba los escritos de un niño de quince años! No dudo que su +famoso _Juan Ruiz_ contendría trozos muy apreciables, dignos de la pluma +de los redactores de aquel periódico. Yo no los he leído, ni los ha +leído nadie, porque la letra de Alas fué siempre inverosímilmente +perversa, y durante su carrera literaria causó crueles tormentos a los +tipógrafos. + +Pero aquellas ingeniosidades agresivas, aquella literatura de flechas +aceradas, no infundía calor en mi alma. Los gemidos de las víctimas, las +heridas manando sangre, los miembros palpitantes esparcidos por el +suelo, me causaban grima, en vez de alegría. Nunca fué de mi agrado el +género satírico que se aparta mucho del humorismo. Detrás del humorista +hay un espíritu piadoso que sonríe melancólicamente al contemplar las +deficiencias y contradicciones de la naturaleza humana. Detrás del +satírico sólo un hombre que ríe malignamente y goza con la miseria +intelectual del prójimo. Cervantes fué un humorista, Larra un satírico. + +Además, yo en aquella época tenía la cabeza llena de las bellezas de _El +diablo mundo_, _La Jerusalén libertada_ y el _Orlando furioso_, y me +parecía que la literatura era esto o no era nada. Por seguir el humor a +mis amigos, fingía admirar los dimes y diretes del _Gil Blas_, pero mi +corazón estaba con Espronceda y el Taso. Y como me sentía impotente para +esta alta literatura y no era de mi gusto la pequeña, me resolví +interiormente, como ya he indicado en el capítulo anterior, a ser un +hombre de ciencia. Mi único anhelo entonces, y por bastantes años +después, fué llegar a ser un profesor distinguido. ¡Cuán lejos estaba de +imaginar que el Cielo me destinaba a poeta épico, ya que la novela, +según los estéticos, no es otra cosa que la forma moderna de la epopeya! + +Durante aquel año hicimos amistad también y empezamos a reunirmos en casa +de dos chicos de nuestra edad, hijos de un opulento fabricante de +tabacos de la isla de Cuba, a quienes su padre había enviado a educar a +Oviedo. Estaban a la guarda de un muy tolerante y bondadoso sacerdote +que nos permitía divertirnos a nuestro gusto. Y la mejor diversión que +elegimos fué la del teatro. El arte dramático nos seduce en la primera +edad de la vida como ha seducido a los hombres en los primeros tiempos +de la historia. Construímos una muy linda escena en el más amplio salón +de la casa, para lo cual se nos facilitó cuantos elementos creímos +necesarios. Representamos, como debe suponerse, algunos dramas góticos y +medioevales, y gozamos la más excelsa beatitud declamando rotundos +endecasílabos y esgrimiendo nuestras espadas de madera forradas con +papel de estaño. + +Había entre nosotros un notabilísimo actor. Por lo menos él se creía tal +y nosotros no estábamos lejos de pensarlo. Declamaba con un énfasis y +con voz tan cavernosa y temblona, arqueaba las cejas de manera temerosa +y agitaba su cuerpo con tan vivos estremecimientos que ningún cómico de +la legua le aventajó antes ni después. + +Nosotros le envidiábamos: él nos despreciaba. Para vengarnos de su +desprecio decidimos tres o cuatro jugarle una mala treta el día de la +representación. Se hallaba lujosamente ataviado representando, si la +memoria no me engaña, el papel de rey en un drama titulado _La tienda +del Rey Don Sancho_, esperando, con la natural emoción, el momento de +salir a escena. Nosotros, a su lado, entre bastidores, le acechábamos. +Aprovechándonos de su emoción le pasamos, disimulada y traidoramente, +una cuerda por la cintura, haciendo después un nudo corredizo. Cuando le +llegó el momento salió impetuosamente a escena, sin darse cuenta de que +llevaba tras sí la cuerda, y comenzó a declamar con tanto calor y +entusiasmo que, desde luego, cautivó al auditorío, compuesto de nuestras +familias y amigos. Mas he aquí que cuando se hallaba en lo más patético +de su peroración, comenzamos a tirar fuertemente de la cuerda, +atrayéndole hacia los bastidores. Rechinó los dientes y siguió +declamando; pero nosotros también seguimos tirando de él, y aunque quiso +sustraerse el cuitado a su fatal destino haciendo esfuerzos rabiosos +para mantenerse en escena sin dejar de declamar su papel, al fin +logramos sacarle de ella y meterle dentro. + +¡Qué bárbaras lamentaciones! ¡Qué terribles amenazas proferidas no en +endecasílabos sino en la prosa más vil que puede nadie imaginarse! Echó +mano al puñal que llevaba a la cintura... ¡gracias a Dios que era de +madera! + +El público se desternillaba de risa palmoteando calurosamente. Le hizo +salir a escena y con él a nosotros los autores de la bromita, +colmándonos a todos de aplausos y tirándonos caramelos. Pero don Sancho +no se dignó doblar su real espina para recogerlos: antes seguía +horriblemente fruncido y lanzándonos miradas centelleantes propias de un +león castellano ofendido. + +Fatigados del teatro, al cabo nos vino a la mente fundar un Ateneo. Nos +pareció aquello más propio de nuestra superioridad intelectual. Porque +no dudábamos de ella un punto y nos sorprendía que en la población no +nos tributasen los honores debidos a nuestro rango. Veíamos claramente +las ridiculeces de muchos hombres ya maduros, formábamos de ellos un +juicio sumarísimo y los condenábamos al desprecio. Nuestros profesores +no se libraban tampoco algunas veces de este desdén compasivo. Recuerdo +que el de Retórica le preguntó a Alas, según me contaron sus +condiscípulos: + +--Señor Alas, ¿qué son _padre y pobre_? + +--Nada--respondió aquél. + +--Son asonantes, hijo mío. + +--No son asonantes--replicó. + +Hubo una breve disputa: el profesor montó en cólera y le obligó a +callar. Todos quedaron, sin embargo, convencidos de que Alas tenía razón +y puede suponerse que este incidente no poco contribuyó a nuestro +engreimiento. + +Fundamos pues un Ateneo cuyas sesiones se efectuaban en casa de los «dos +americanos», como acostumbrábamos a llamar a nuestros amigos. Nos +reuníamos los domingos por la mañana una docena o poco más de +ateneístas, se leía una disertación histórica o científica y hacía +objeciones al disertante quien lo tuviera a bien; leíanse después +artículos, cuentos y versos; por fin uno de los dueños de la casa nos +hacía oír en el piano algunas sonatas o trozos de ópera, pues ya +entonces era un maravilloso pianista. + +En una de aquellas sesiones dominicales leí yo un concienzudo discurso +acerca de Felipe II. Había hecho sobre su reinado investigaciones +profundas que no duraron menos de quince días. El resultado de ellas fué +un panegírico caluroso de aquel rey insigne que yo consideraba como el +más grande estadista que había surgido en la historia de España. + +No estuvo desde luego conforme con tal apreciación uno de los sabios +ateneístas y en un discurso, que a mí me pareció capcioso, quiso mostrar +las deficiencias de aquel reinado memorable. Que si Felipe II era un +fanático que había fomentado la ignorancia de nuestro país y lo había +entregado atado de pies y manos a la Inquisición; que si había enviado a +Flandes un verdugo como el duque de Alba; que si había agotado el tesoro +público y esquilmado a la nación por sostener allí un poderío que de +nada nos servía... En fin, una serie de cargos irrespetuosos y sin +fundamento alguno. + +Traté de demostrárselo reprimiendo a duras penas mi indignación y +aparentando una tranquilidad que no sentía. De nada sirvió mi +moderación; antes por el contrario, envalentonado por ella mi adversario +repitió con creciente saña sus diatribas acumulando sobre la cabeza del +gran rey los más odiosos dicterios: ignorante, fanático, dilapidador... + +Perdí la cabeza. Repliqué furiosamente, hecho un energúmeno. Mi +contrincante no se dejó intimidar y con más altos gritos aún siguió +vociferando contra el monarca. + +Ahora bien, yo en aquel instante representaba, aunque indignamente, al +rey Felipe II. No me era posible permitir que por más tiempo se le +siguiera ultrajando de manera tan atroz. Por otra parte, para impedirlo +no disponía de la _Santa Hermandad_, ni siquiera de un mal corchete. + +¿Qué me correspondía hacer en trance tan apurado? + +¡Aplicar un buen mojicón a aquel deslenguado!, dirá seguramente el +lector. + +Pues eso fué cabalmente lo que hice. Un soberbio mojicón de mano vuelta +que resonó fatídico en el augusto recinto del Ateneo. Pero ¡ay! mi +adversario respondió con otro no menos arrogante y se estableció una +lucha cruel entre ambos. + +Los sabios ateneístas se agitaron. En vez de mostrarse neutrales como +correspondía a su elevada dignidad dividiéronse inmediatamente en dos +campos. Los unos tomaron parte por mí, esto es, por el rey católico; los +otros ayudaron abiertamente a sus enemigos, los ingleses, los flamencos, +los luteranos. La batalla se generalizó. Por largo tiempo resonaron los +gritos y los puñetazos de los combatientes. Hasta que el buen sacerdote +que regía la casa vino con los criados a restablecer la paz disolviendo +para siempre nuestra asamblea. + +Así cayó y se deshizo aquel memorable Ateneo que tanta influencia ha +ejercido en los destinos de Europa. + + + + +XXXIV + +EL CLUB + + +Acaeció que una noche nos acostamos esclavos los españoles y amanecimos +libres. + +Unos generales filántropos desembarcados en Cádiz fueron los encargados +de romper nuestras cadenas. Marcharon sobre Madrid, derrotaron en el +camino a las tropas del Gobierno y entraron en la capital a los acordes +del _Himno de Riego_. + +Naturalmente las ondas sonoras de este _Himno_ se propagaron en círculo +como todas las demás y alcanzaron pronto el litoral de la Península. Yo +las percibí entre sueños acompañadas del estampido de los cohetes. Me +levanté velozmente, me asomé al balcón y vi desfilar pelotones de gente +con banderas, gritando: ¡Viva la libertad! + +Si hay libertad--me dije inmediatamente--, hoy no tendremos cátedra. Y +me alegré del triunfo de la libertad. + +Salí a la calle y observé por todas partes gran movimiento y regocijo. +En la plaza de la Constitución se apiñaba la muchedumbre escuchando el +discurso fogoso que desde el balcón del Ayuntamiento gritaba un honrado +vecino progresista. Al final de este discurso se arrojó a la plaza el +retrato de la Reina, que se hallaba en el salón de sesiones, y la +muchedumbre se apresuró a hacerlo trizas rugiendo de gozo. + +«¡Abajo las testas coronadas!» Por primera vez escuché entonces este +grito eufónico, que me hizo cosquillas de placer. Si hubiera sido: +«¡Abajo las cabezas coronadas!», no me habría producido efecto alguno. +Mas la palabra testas le daba tal realce, lo hacía tan melodioso y +halagüeño al oído, que, si yo fuese rey, pienso que al oírme llamar +testa coronada me hubiera despojado, sin inconveniente, de la corona. + +Pero la muchedumbre allí congregada sentía necesidad para saciar sus +furores de algo más plástico que la pintura. + +¡A la Universidad! ¡A la Universidad! + +Seguí el tropel hasta la Universidad, y vi cómo derrocaban el busto de +bronce de la reina Isabel erigido en medio del patio. + +Confieso que al escuchar el ruido siniestro que hizo cayendo sobre las +losas, corrió por mi cuerpo un escalofrío. Vi después que unos pilluelos +le echaron una cuerda al cuello, lo arrastraron fuera de la Universidad +y lo pasearon en esta forma por las calles en medio de gruesa algazara. + +No les seguí. Aquel espectáculo me causó extrema repugnancia. Si alguien +lo atribuyese a un espíritu estrecho y reaccionario, se equivocará. Ya +he dicho que sonaba grato en mis oídos el grito de «¡Abajo las testas +coronadas!», y añado que la libertad, la igualdad y la fraternidad me +tenían por entero subyugado, pues entonces no sabía cuántas cositas +sucias se pueden esconder debajo de estas palabras tan bellas. Me +repugnaba tal espectáculo, sencillamente, porque encontraba poco galante +arrastrar a una señora amarrada por el cuello. + +Al día siguiente de tan graves sucesos observé, con sorpresa, que mis +cadenas se hallaban en perfecto estado de conservación. Quiero decir que +me vi obligado a estudiar mi lección de Geometría lo mismo que si no +hubiera caído la dinastía de los Borbones. Es vergonzoso decirlo; pero +no puedo ocultar que esto enfrió un poco mi ardor democrático. + +Y no bastaba a mantenerlo vivo la circunstancia de estudiar los catetos +y las hipotenusas a los acordes del _Himno de Riego_. Antes, por el +contrario, este _Himno_, sonando día y noche por las calles, llegó a +producirme un malestar indecible. Después de tantos años transcurridos, +si por casualidad le oigo cantar o tocar, surge ante mis ojos, +repentinamente, una legión espantosa de triángulos, cuadriláteros, +polígonos, rombos y romboides, y me siento mareado y acometido de +náuseas. + +No solamente el _Himno de Riego_ fué nuestro consuelo en los primeros +días de la era revolucionaria. Había otros varios espectáculos +interesantes. Entre ellos, uno de los mejores era ver desfilar, noche y +día, al Batallón de la Guardia nacional. Este batallón se componía, en +general, de vecinos desocupados. Los había también ocupados, pero +predominaban los primeros. Allí estaba Epifanio, famoso bebedor de +sidra, y Roque, igualmente renombrado bebedor de sidra, y Manolo, que +bebía asimismo mucha sidra, pero dejaba siempre un hueco para la +ginebra. Allí formaban el carnicero de la plaza de los Trascorrales y el +mancebo de la tienda de mercería de la calle de San Antonio y el +hojalatero de la calle del Peso. + +Todos estos sujetos marchaban con el fusil al hombro, pero con su propia +indumentaria, esto es, sin uniforme ni distintivo alguno. Hay que +confesar que lo que ganaba de esta suerte en animación y colorido lo +perdía en marcialidad. Pero sabían todos ellos compensar esta +deficiencia con la gravedad bélica que imprimían a su rostro, ya +atravesasen a paso de carga por las calles, ya evolucionasen +majestuosamente en el parque de San Francisco. Es imposible que las +hordas de los hunos capitaneadas por Atila marchasen más ceñudas y con +más expresión de ferocidad guerrera. + +Las mismas familias apenas podían reconocerlos en tales ocasiones. + +--¿No ves a Pachín?--decía una madre a su chiquitín que llevaba de la +mano. + +--¿Cuál? ¿Cuál?--preguntaba el niño, abriendo mucho los ojos. + +--Aquel, aquel que va allí con el sombrero de medio lado. + +--¡Pachín! ¡Pachín!--gritaba el chico a su hermano mayor después de +reconocerle. + +Pero Pachín, al cruzar por delante de él, le dirigía una mirada torva +que le helaba de espanto. + +Cuando estos nacionales estaban de guardia y hacían centinela aumentaba +aún su intransigencia. Recuerdo que hallándome en la plaza vi llegar, al +son de las cornetas, una compañía de guardias civiles que se habían +concentrado a la sazón en Oviedo. Antes de que atravesasen el arco del +Ayuntamiento, Bonifacio, el repartidor de periódicos, que estaba allí de +centinela, se plantó delante de ellos con el fusil en ristre y gritó con +voz de trueno: + +--¡Alto!... ¿Quién vive? + +La compañía hizo alto y el teniente que la mandaba se dirigió lleno de +deferencia a Bonifacio, y éste volvió a gritar con voz recia: + +--¡Cabo de guardia! + +Y vino el cabo de guardia y habló con el teniente. Y, mientras tanto, se +mantenía Bonifacio un poco apartado, fusil en ristre y con expresión de +ferocidad implacable en el rostro. + +Si alguno imagina que esta actitud cruel impresionó a los guardias, +siento decirle que se halla en un error. Los guardias, mientras duró la +conferencia, miraban de hito en hito a Bonifacio con tal expresión de +curiosidad y desprecio que no comprendo cómo éste no descargaba +inmediatamente su fusil sobre ellos. + +La historia de este batallón es gloriosa. Debemos reconocer, no +obstante, que no todos sus individuos lograron conducirse con el valor y +la dignidad que Bonifacio, el repartidor, en esta ocasión. Por ejemplo, +Bernardón el _Mirlo_... + +Es una historia que el lector no debe contar en Oviedo delante de alguno +de aquellos veteranos, porque le expondría a un disgusto. + +Bernardón el _Mirlo_ no era propiamente _Mirlo_, pero se le llamaba así +por ser marido de la _Mirla_, y él fué quien tuvo la culpa de que una +vez fuese arrollada la guardia de este glorioso batallón. Acaeció del +modo siguiente: + +La _Mirla_ tenía un puesto de pescado en la plaza de los Trascorrales. +Este puesto se hallaba muy acreditado, porque la _Mirla_ no vendía +nunca el pescado demasiado podrido. Por lo cual en casa de la _Mirla_ se +vivía con desahogo. Particularmente Bernardón, su marido, zapatero de +oficio, procuraba esmeradamente no ahogarse con el trabajo, sobre todo a +la hora de la sidra, esto es, después de las tres de la tarde. + +Su digna esposa no veía, sin embargo, con buenos ojos estas deserciones, +y alguna que otra vez las interrumpía de un modo fragoroso y hacía que +las cosas volviesen a la normalidad. Porque era la _Mirla_ una mujer +colosal, que, por error de la naturaleza, no había nacido sargento de +coraceros, y Bernardón, aunque cabo de la Guardia nacional, se sentía +intimidado en su presencia. + +Todo lo que la _Mirla_ tenía de impetuosa e irascible, lo tenía +Bernardón de pacífico y alegre compadre. Nadie podía estar de mal humor +a su lado; nadie más que su cara consorte. Y aun ésta en determinadas +ocasiones se desarrugaba un poco con sus donaires y solía recompensarlos +con alguna que otra peseta volante. + +Por regla general, sin embargo, Bernardón no percibía un céntimo por sus +chistes. Para la satisfacción de sus inclinaciones más invencibles se +veía necesitado a apelar a ciertos medios... + +Pero no anticipemos los sucesos. + +Un día que entraba de retén en el Ayuntamiento, se palpó los bolsillos y +observó, lleno de consternación, que estaban absolutamente vacíos. ¿Cómo +invitar a sus subordinados a beber unos vasos? Atormentado por este +problema, dió una vuelta por los Trascorrales a ver si su esposa +presentaba signo de reblandecimiento. + +La _Mirla_ se hallaba ausente. Habían venido a notificarla que una hija +suya casada tenía un niño enfermo y había ido a enterarse. Bernardón al +ver que el puesto de su mujer estaba ocupado por una amiga, a quien +aquélla había encargado que la representase, concibió una idea +felicísima. Se dirigió hacia allá y con semblante grave y acento +perentorio invitó a la encargada de parte de su esposa para que le +entregase el dinero que había en el cajón, pues debía pagar algunas +medicinas. Sin sospechar la estafa, le entregó aquélla lo que había, +que resultó ser un duro en plata, una peseta en plata también y otras +dos o poco mas en calderilla. Con todo cargó el buen Bernardón, y una +vez que se halló en el cuerpo de guardia supo darle empleo adecuado. + +Algunas horas después llegó la _Mirla_ a su jaula. Al abrir el cajón y +encontrarlo sin alpiste y enterarse del pájaro que se lo había comido, +una ola de sangre subió a su rostro mofletudo y no faltó mucho para caer +al suelo víctima de una apoplejía. Tuvo la fortuna, sin embargo, de +poder desahogarse preventivamente con una ristra de exclamaciones, +interjecciones y maldiciones proféticas que la aliviaron +momentáneamente, dándole tiempo para trasladarse al cuerpo de guardia +del Ayuntamiento. + +Hacía la centinela el hijo de una frutera amiga suya. + +--¿Está ahí mi hombre? le preguntó con trabajo, pues apenas podía +respirar. + +El centinela le dirigió una larga y severa mirada y respondió fríamente: + +--No se puede pasar. + +--Yo no te pregunto si se puede pasar, borrico. ¿Está ahí mi hombre, sí +o no? + +El hijo de la frutera no se sintió halagado por el calificativo y +respondió con mayor frialdad aún. + +--No se puede pasar. + +--¿No se puede pasar?--rugió la _Mirla_--. ¡Ahora lo veremos! + +Y le dió tan descomunal empellón con sus manos poderosas, que el pobre +chico cayó de espaldas. + +La _Mirla_ penetra en el estrecho recinto donde se hallaba el retén, y +lo primero que ven sus ojos es una mesa con botellas y vasos y cascaras +de centollas y huesos de aceitunas. Lo segundo a su feliz esposo con las +señales de la más pura felicidad pintadas en el rostro. + +Y no vió más. + +La mesa con las botellas, los vasos y los residuos del marisco y las +aceitunas todo cayó sobre el desdichado Bernardón. Y cayeron después +ciento veinte kilos más representados por su consorte. Estrujones, +puñetazos, violentas sacudidas, tentativas de estrangulación, de todo un +poco. Si Bernardón en aquel momento no vomitó los treinta y dos reales +convertidos en líquido, no fué porque su digna esposa dejase de poner en +práctica los medios conducentes para realizar esta operación. + +En cuanto al resto de la guardia no diré que huyó, porque no es cierto. +Tampoco diré que se dispersó. Lo único que se puede afirmar con +exactitud es que se retiró desordenadamente. + +Declaro además, lealmente, que lo que acabo de narrar se refiere +exclusivamente a la historia interna o privada del batallón de +nacionales. En cuanto a su historia pública no puede ser más honrosa. + +Algunos días después de organizado, hallándome en la calle presenciando +el desfile, acierto a ver con profunda sorpresa entre los nacionales, +con el fusil al hombro, a mi amigo Tuero. Siempre original, no iba en +fila como los demás, sino que marchaba a retaguardia solo y apartado +ocho o diez pasos del resto de la fuerza. Su talla infantil, pues no +contaría más de diez y seis años, y sus largas melenas rubias flotantes, +atraían las miradas del público. Parecía un poeta francés maniobrando en +el campo de Marte con la guardia cívica en el mes _Brumario_. Al pasar +cerca de mí le grité casi al oído: + +--¡Adelante, hijo de la patria! + +Volvió el rostro y se puso un poco colorado y me hizo un guiño +expresivo. Tuero era un romántico, estaba empapado en _Los Miserables_, +de Víctor Hugo, que sabía casi de memoria; pero era un romántico forrado +de humorista, y esta mezcla curiosa le hacía siempre interesante. + +Comenzaron los días dichosos de la revolución triunfante. Los +nacionales, las asambleas, las manifestaciones públicas, los discursos, +los motines ostentaban entonces su frescura primaveral. ¡Ay! este verde +follaje no tardó mucho tiempo en marchitarse. Cuando recuerdo, las +muchas veces que fuí en procesión en medio de aquellos honrados obreros +dando ¡vivas! y ¡mueras! sin saber a punto fijo qué es lo que deseaba +que viviese o muriese, me siento conmovido y me ataca la nostalgia del +desorden. En cada encrucijada, en cada balcón, nos acechaba un orador. +Sus discursos nos arrebataban de entusiasmo, aunque yo nunca logré oír +de ellos más que la conclusión: ¡Viva la soberanía nacional! + +Se procuraba imitar en lo posible a la revolución francesa, salvo, por +supuesto, la guillotina. Y, naturalmente, una de las primeras cosas en +que se pensó, fué en la organización de un club que recordase el de los +jacobinos o el de los franciscanos de París. + +Quedó instalado este club en el amplio salón de un establecimiento de +baños, cuyo dueño era un fervoroso republicano. Se reunían allí todas +las noches hasta un centenar de personas de todas clases y condiciones, +aunque predominaban los obreros. Nosotros, esto es, los cuatro o cinco +amigos inseparables que yo tenía, fuimos admitidos a pesar de nuestra +excesiva juventud. + +¡Qué tiempos aquellos! Todas las cabezas estaban llenas de la revolución +francesa. Apenas se pronunciaba un discurso en que no se recordase +algunas frases de Mirabeau, de Dantón o Desmoulins. La que aquel +profirió cuando Brezé intimó a la Asamblea, en nombre del rey, la orden +de disolverse:--«Los diputados de la Francia han resuelto deliberar. Id +y decid a vuestro amo que estamos aquí por la voluntad del pueblo y que +sólo nos arrancará de este lugar la fuerza de las bayonetas», me parece +que tuve el placer de escucharla tres o cuatro docenas de veces. También +se recordaba con insistencia aquello de «los privilegios acabarán, pero +el pueblo es eterno», y lo otro de «una nación en revolución es como el +bronce que se funde y se regenera en el crisol: la estatua de la +libertad no está aún vaciada: ¡el metal está hirviendo!» + +En suma, aquello parecía una representación casera del _noventa y tres_. + +Hasta los que, incapaces de pronunciar discursos cultivaban el género +más fácil de las interrupciones, copiaban las de los convencionales. +Había uno que cuando la discusión se acaloraba demasiado solía gritar +como Marat:--«¡Os recuerdo el pudor... si es que lo tenéis!» Había otro +que no se cansaba de vociferar:--«¡El pueblo se ha levantado, está en +pie y espera!» + +Pero la frase más extraordinaria que escuché fué la de un sujeto que en +momentos de confusión, subido sobre un banco, gritaba como el pintor +David en la Convención: «--¡Pido que me asesinéis!» + +Era un oficial de sastre. No se le asesinó, aunque bien lo merecía por +desvergonzado, pero le dieron dos puntapiés y lo echaron a la calle. + +En general, las sesiones no eran borrascosas. Se pronunciaban largos +discursos ajenos por completo al drama revolucionario. Recuerdo que un +señor nos entretuvo toda una noche explicándonos los movimientos de la +tierra y los planetas alrededor del sol, la causa de los eclipses y las +estaciones. Un grabador nos leía las _Palabras de un creyente_, de +Lamenais, y su voz se alteraba en ocasiones y se le nublaban los ojos de +lágrimas. Un maestro de escuela pronunció un discurso fogoso contra la +gramática de la Academia lleno de apóstrofes vehementes y de rasgos +irónicos.--«Hay un tiempo en los verbos--exclamaba sarcásticamente--que +en la gramática se denomina tiempo pluscuamperfecto. ¿Concebís, +ciudadanos, algo que sea más que perfecto? ¡Si existiese este tiempo del +verbo sería más que Dios!» + +El discurso, aunque contundente, produjo cierto malestar en la asamblea. +Aquel rudo e inconsiderado ataque a la Academia inquietaba las +conciencias. Se murmuraba que el orador iba demasiado lejos; rebasaba +los límites de la audacia. + +En fin, que en estas memorables sesiones se hablaba de todo, de Dios, +del alma, de la libertad, de astronomía, de las formas de gobierno, del +idioma, etc. Porque aquellos obreros eran hombres primitivos, atrasados +aún en la evolución, y, por lo tanto, ignoraban que el único ideal digno +de discusión en tales asambleas es el de escatimar unos minutos de +trabajo y aumentar unos céntimos de salario. + +Los oradores todos, sin exceptuar uno, recomendaban constantemente el +orden. Sin orden no hay libertad. Era la frase que sin cesar se repetía. +Había un ayudante de obras públicas tuerto que no se hartaba jamás de +hacer el panegírico del orden amenazando con las más espantosas +calamidades, si bajo cualquier pretexto se alteraba poco o mucho. + +De tal manera se incubó y echó raíces esta idea en el cerebro de +nuestros obreros que en cierto motín popular uno de ellos gritaba frente +a los balcones de un banquero con quien tenía resentimientos: + +--¡Muera Pinedo!--y añadía después con acento de convicción--: ¡Pero con +orden! + +¡Cuán lejanos nos hallábamos todavía de estos días perversos en que se +asesina a las mujeres y los niños en nombre de la fraternidad universal! + +Aquellos honrados y sencillos trabajadores nos habían acogido a +nosotros, niños aún, con señales de afecto, nos mostraban gran +predilección y, aunque parezca extravagante, nos respetaban. + +Pues bien, nosotros no correspondíamos como debiéramos a estas muestras +de consideración. Eramos díscolos, turbulentos y nos reíamos más o menos +ostensiblemente de los discursos que allí se pronunciaban. Y esto no +porque fuésemos reaccionarios y enemigos del pueblo, pues creíamos tanto +como ellos en la eficacia de las ideas democráticas, sino porque +teníamos excesivamente afinado el sentido de lo cómico. Es un don de la +Providencia que rara vez logra hacernos simpáticos. + +Por eso algunos de aquellos ciudadanos comenzaron a mirarnos con recelo. +Particularmente el grabador que leía en alta voz las _Palabras de un +creyente_, hombre austero y virtuoso, nutría hacia nosotros en el fondo +de su corazón un odio implacable. Cuando en sus lecturas tropezaba con +algún epíteto que pudiera convenirnos como el de «espíritus frívolos» o +el de «serpiente oculta entre las flores» o el de «sofistas embusteros» +nunca dejaba de elevar la voz y dirigirnos una mirada significativa. +Pero esto no contribuía poco ni mucho a inspirarnos mayor cordura y +seriedad, como pudiera suponerse. + +Sin embargo, la masa de los ciudadanos estaba con nosotros y sólo +perdimos enteramente su apoyo cuando renunciamos al federalismo y nos +declaramos unitarios. ¿Lo hicimos por convicción? ¿Lo hicimos por +capricho? No lo sé. Lo único que puedo afirmar es que el adjetivo +federal aplicado constantemente a la República nos iba crispando. + +Era entonces el federalismo un misterio intangible como el de la +encarnación del Hijo de Dios. Un viejo caudillo de la democracia, el +marqués de Albaida, lo había introducido con barreno en la mente de los +republicanos. Nosotros osamos concebir acerca de él algunas dudas +sacrílegas. ¿Por qué había de ser federal la República? ¿Por qué romper +un día y de un modo arbitrario la unidad nacional que tanto tiempo, +tanto esfuerzo y tanta sangre había costado? + +Estas dudas nos perdieron. Aunque sólo las habíamos expresado +privadamente, todo el club se enteró pronto de ellas. Y comenzamos a ser +mirados como réprobos dignos de eterna condenación. Rugía la tempestad +sordamente mientras nosotros, inocentes marineros, navegábamos confiados +sin poner el oído a su amenaza. + +Al fin llegó la funesta noche en que se levantó un orador para +manifestar que «en aquel recinto de la claridad y la justicia había +seres solapados que trabajaban traidoramente contra la integridad de la +República». + +Los seres solapados nos levantamos entonces y declaramos abiertamente +que renunciábamos para siempre a la federación y que seríamos unitarios +hasta la muerte. + +Tumulto indescriptible. Los ciudadanos se alzan airados, nos increpan, +nos amenazan. No se oyen otros gritos que: «¡Fuera los traidores!» +«¡Mueran los unitarios!» + +Cuando se hubo calmado un poco la agitación, el presidente en pie y +pálido dice con voz temblorosa: + +--Después de lo que acabamos de escuchar, con gran sentimiento debo +hacer presente a los señores que se han declarado contra la federación +que no pueden permanecer más tiempo en este local. + +--¡Eso! ¡Eso!... ¡Fuera los enemigos de la República!... ¡Abajo los +unitarios!--se gritaba de todas partes. + +Entonces nosotros salimos presurosos de los bancos y acompañados de +otros tres o cuatro ciudadanos que habían simpatizado con nosotros, +formando un grupo de ocho o diez, y entre los silbidos y los mueras de +la asamblea nos dirigimos resueltamente a la puerta. Antes de +trasponerla uno de los nuestros se volvió iracundo y agitando los puños +gritó como Dantón en la guillotina: + +--¡Nos cortáis la cabeza, pero no nos cortáis la cola! + +Aquella cita trágica produjo enorme sensación. Se hizo un silencio +profundo y en medio de él salimos erguidos del club para no volver a +entrar. + + + + +XXXV + +IMPRESIONES MUSICALES + + +Hay en la vida del hombre una época que pudiéramos llamar teatral, si la +palabra no se prestase al equívoco. + +Comprenda el lector lo que quiero decir: Hay una época en que el hombre +civilizado siente con más o menos intensidad el atractivo de los +espectáculos teatrales. Este atractivo se prolonga por más o menos +tiempo, según los temperamentos. Tengo un amigo, ya viejo, que gasta 100 +pesetas mensuales en localidades para el teatro, y en su vida ha +comprado un libro por valor de 3,50. Es un hombre odioso. + +A los quince años entregaba yo casi todo el dinero que me suministraban +mis padres a los cómicos, salvo el que gastaba en pomada de heliotropo +para untarme los cabellos. En aquel viejo teatro de Oviedo, donde se +estaba mejor que en una tienda de campaña, he disfrutado gran copia de +dramas y comedias de repertorio, escuché infinitos gritos apasionados, +muchas décimas calderonianas y no pocas carcajadas histéricas. + +Sin embargo, confieso que no fuí tan dichoso en aquel período de mi vida +como debía serlo. En esta edad, cuando se asiste al teatro, se encuentra +generalmente todo precioso, todo bello, todo divertido. Por desgracia, a +mí no me aconteció otro tanto. Mi alma no se abría de par en par a los +goces estéticos, porque había dentro de ella un crítico prematuro que se +empeñaba en cerrar la puerta. + +Ignoro si el virus de la crítica brotó espontáneamente en mi organismo +o me fué inoculado por mi amigo Leopoldo Alas, compañero obligado de mis +excursiones teatrales, pero lo he padecido siempre y ha amargado mi +existencia. _Clarín_, implacable Mefistófeles, me mostraba cruelmente +las escorias de todas las obras dramáticas. + +Una noche presenciábamos ambos la representación de un drama, que, si +mal no recuerdo, se intitulaba _Redención_. Era una de tantas +desdichadas imitaciones de la famosa _Dama de las Camelias_, de +Alejandro Dumas. La protagonista moría de una afección pulmonar, como +aquélla, y se lamentaba patéticamente de su mala suerte, pues en +aquellos instantes su novio le besaba las manos y le decía mil ternezas. +En torno nuestro los caballeros se mostraban gravemente conmovidos, pero +las señoras lloraban a lágrima viva. Clarín y yo, más duros que el +mármol, sentíamos unas ganas atroces de reír. Estas ganas estallaron al +cabo en sonoras carcajadas cuando la tísica, después de un golpe de tos, +viendo a su amante agitado, le dice con dulzura angelical: «¡No te +alborotes!» + +La indignación de los espectadores fué terrible: «¡Silencio, silencio!» +«¡A la calle esos chicuelos!» Faltó poco, en efecto, para que nos +arrojasen del teatro. + +Convengamos, pues, en que el espíritu crítico carece de utilidad, y +quien lo tiene aguzado es un pobre hombre digno de compasión. Yo estoy +seguro de que si me gustasen los malos dramas, las malas novelas y los +malos versos, mi existencia se hubiera deslizado mucho más feliz sobre +la tierra. + +En lo tocante a música he sido más favorecido por la Providencia. +Siempre me ha gustado la música mala. Me han entusiasmado y me siguen +entusiasmando, la _Lucía de Lammermoor_, la _Sonámbula_, _El trovador_, +la _Traviata_, etc.; esas óperas que actualmente hacen rechinar los +dientes a los críticos musicales y les quitan las ganas de cenar. Uno de +ellos, que yo conozco, profesa odio tan irreconciliable al maestro +Donizetti, ya fallecido cerca de un siglo, que al pasar en cierta +ocasión por Bérgamo, donde aquél ha nacido y tiene una estatua, fué +sigilosamente por la noche a apedrearla. + +Esto es grave. Porque si los críticos dan en la flor de ejecutar tales +venganzas póstumas con los autores, temo en verdad que alguno a quien +mis libros enfaden, vaya una noche a desenterrarme al cementerio para +tirarme de las orejas. + +Puesto ya a confesar públicamente mis pecados, declaro que no sólo me +agradan las óperas del infame Donizetti, sino también las zarzuelas de +mis compatriotas Arrieta, Barbieri y Gaztambide. Escuchando desde +aquellas sucias y desgarradas lunetas del teatro de Oviedo _Marina_, _El +Juramento_, _El relámpago_ y _Los diamantes de la Corona_, me he sentido +dichoso como los ángeles; se borraban de mi mente las impurezas de la +realidad y vivía unos instantes mecido sobre la nube del ideal. El mundo +dejaba de ser Voluntad, según la frase del más popular de los +metafísicos alemanes, para convertirse en pura Representación. + +Aún más; no puedo recordar algunas de sus melodías sin conmoverme, y si +me encuentro en el campo un día espléndido de primavera, me pongo a +canturriar con emoción la romanza de barítono en _El Juramento_: + + «¡Cual brilla el sol en la verde pradera! + ¡Cual su perfume despide la flor!» + +Es ridículo, vuelvo a confesarlo; pero si lo ridículo nos hace felices +¿por qué no hemos de abrazarnos a lo ridículo? En este punto, como en +algunos otros, doy la razón a los filósofos pragmatistas. + +Son los habitantes de Oviedo muy sensibles al arte de la música. Lo son +siempre, pero muy particularmente, es inútil añadirlo, cuando han +ingerido algunos vasos de sidra, el licor predilecto de la región +cantábrica. + +Desde la más remota antigüedad, el alcohol está considerado como un +estimulante de la aptitud para las artes conceptivas, con preferencia a +las plásticas. Nadie habrá visto a un hombre ebrio extasiarse ante un +cuadro o una estatua; pero ¡cuántas veces les habremos oído recitar, +con torpe lengua, algunos versos de Zorrilla o Espronceda! Conocí uno +que en el último período de la embriaguez repetía con creciente +aflicción: + + «¿Qué es el hombre? Un misterio. ¿Qué es la vida? + ¡Un misterio también!... + Genios, ¡venid, venid!... + Vuestro mal con el hombre a compartir.» + +Hasta que caía como un fardo al pie del tonel y no se podía despertar +sino haciéndole aspirar un frasco con amoníaco. + +No obstante, es la música el arte bello que guarda afinidad más estrecha +con los licores espirituosos. En Grecia, las fiestas de Baco, llamadas +_Orgías_, fueron siempre sazonadas con cantos. En Oviedo, lo mismo. Los +periódicos locales anuncian que tal día a tal hora se romperá en tal +lugar el tonel llamado _Prim o Moriones_ (se les pone, por lo común, el +nombre de un general). Un centenar de devotos acude puntualmente a la +solemnidad, rodean el grandioso tonel, presencian con emoción su +apertura, y, una vez que han probado su contenido, dan comienzo los +cánticos desenfrenados. + +Mas existe una diferencia esencial entre los cantos orgiásticos de la +Grecia y los de la capital de Asturias. Los primeros eran cantos de +victoria, entusiásticos y ardorosos, mientras los segundos son siempre +tiernos y sentimentales. En Grecia se rendía culto a Baco con gritos +delirantes y rugidos de cólera; en Oviedo, con lágrimas. Es increíble el +líquido que se derrama por los ojos en estas bacanales. Hay borracho que +cantando la despedida de _El Grumete: «Si en la noche callada sientes el +viento»_, etc., se derrite en llanto, lo cual ahorra mucho trabajo, como +debe suponerse, a los riñones. + +El _Miserere de El Trovador_ causaba tal fascinación a cierto +escribiente de un notario de Oviedo, que no podía escucharlo sin +sentirse arrobado y caer en éxtasis. + +Llamábase este escribiente Figaredo, o una cosa parecida; era hombre ya +maduro, de pelo canoso, de estatura mediana y más gordo que delgado. Se +embriagaba indefectiblemente todos los domingos; pero como hombre +jurídico lo hacía de un modo legal. Quiero decir, que jamás dió el menor +escándalo en la población. Una vez que salía del lagar y entraba en las +calles céntricas, podría caminar más o menos torcido, podría tropezar +una que otra vez con las columnas de los faroles, mas su boca no se +abría por ningún motivo, grande o pequeño. Ni un grito, ni una palabra, +ni una tos. Era un sepulcro relleno de sidra. + +Pero había algunos que conocíamos su secreto. Sabíamos que apretando +cierto botón, aquella boca se abría con un resorte. Este resorte no era +otro que el _Miserere_ de _El Trovador_. + +Una noche entre las once y las doce salía yo del teatro con dos amigos +cuando acertamos a ver a Figaredo que caminaba delante de nosotros la +vuelta de su casa trazando caprichosas curvas con los pies sobre la +acera. Inmediatamente se nos ocurrió apretar el fatal resorte. +Adelantamos el paso y al cruzarnos con él cantamos en voz baja los +primeros solemnes compases del famoso miserere. + +Oírlos Figaredo, pararse en seco, abrirse un poco de piernas y lanzar al +aire con toda la fuerza de sus pulmones el grito de angustia del +desdichado Manrique desde su prisión, fué cosa de un instante. + +El sereno, que no estaba lejos, acudió corriendo. + +--¡Haga usted el favor de callarse y no dar escándalo! + +Figaredo le miró estupefacto al través de sus gafas. + +¿Escándalo? ¡Llamar escandalosa a la música más sublime que jamás se +hubiera oído en el mundo! Aquel hombre debía de estar loco. + +Pero loco o cuerdo representaba en aquel instante a la autoridad +constituída y Figaredo como hombre ligado por su profesión a la ley de +enjuiciamiento comprendió que debía callarse y calló. + +Bajando, pues, la cabeza resignado siguió su camino en silencio. + +Pero nosotros habíamos vuelto sobre nuestros pasos y al pasar a su lado +cantamos otra vez el comienzo del miserere. + +Figaredo se paró de nuevo, volvió a abrirse de piernas y gritó: + + _«¡Non ti escordar di me_ + _Leonora addio!»_ + +El sereno corrió enfurecido a él y sacudiéndole por un brazo vociferó: + +--¡Cállese usted, escandaloso, o por vida mía que le llevo ahora mismo a +la Fortaleza! + +Así se llamaba la cárcel de Oviedo en aquel tiempo. + +Figaredo volvió a mirarle, sin comprender qué clase de mentalidad era la +de aquel hombre; pero bajó la cabeza y siguió caminando. Dejamos que se +alejase un buen trecho y alcanzándole después le cantamos de nuevo al +oído el miserere. + +Figaredo detuvo el paso por tercera vez y atronó la calle con sus gritos +de angustia. El sereno, que ya estaba lejos, acudió corriendo y de tal +modo enfurecido que estuvo a punto de caer. Como tardó algún tiempo en +llegar, Figaredo estaba ya metido en el canto y fué imposible hacerle +callar. Ni por sacudirle fuertemente por el brazo ni por dirigirle los +insultos más groseros fué posible que cerrase la boca. Figaredo ya no +veía ni oía nada, y se lamentaba tremando las notas para hacer más +patético su canto. Las lágrimas bañaban sus mejillas. + +El sereno exasperado le fué empujando hasta la Fortaleza, que estaba +próxima. + +Figaredo no callaba. Le abrió la puerta de la cárcel; el sereno dijo no +sé qué palabras al centinela; éste rió con toda su alma: el sereno +profirió una blasfemia. Y Figaredo fué empujado brutalmente al interior. + +Pero no callaba. Todavía allá dentro oíamos lejana su voz que gritaba +con infinita amargura. + + _Non ti escordar di me_ + _¡Leonora addio!_ + _¡Leonora addio!_ + +Las injurias, la cárcel, el ridículo, la vergüenza no existían para +aquel hombre. El mundo real con sus impurezas, perfidias y groserías se +había desvanecido. Como los prisioneros de la famosa caverna de Platón +contemplaba cara a cara el sol de la belleza. + + + + +XXXVI + +EL SUEÑO DEL «LUCERO» + + +Decían los médicos, aunque no era cierto, que mi madre necesitaba baños +de mar. Para tomarlos solíamos pasar el mes de agosto en la villa de +Luanco, vecina de la de Avilés, que posee una bonita playa arenosa donde +las olas rompen con estrépito. + +En aquel tiempo existía en Luanco un hombre llamado el _Corsario_. + +No era _Barbarroja_, porque tenía barba negra y escasa. No era tampoco +el corsario de Byron, porque _Conrado_, hombre de soledad y misterio +(_man of lóneness and mistery_) hablaba poquísimas palabras y nuestro +corsario era un charlatán insufrible. + +Además no se le conocía tendencia alguna romántica, sino más bien una +inclinación decidida a entrarse por las tabernas y a permanecer allí un +tiempo indeterminado. + +Era un hombrecillo de ojos pequeños y hundidos, delgado, cargado de +espaldas que no traía a la memoria escenas de zafarrancho y abordaje. + +¿Por qué se le llamaba el _Corsario_? No lo sé. Quizá los buenos viejos +de Luanco sepan algo más. Pueden ustedes ir a preguntárselo. + +Este _Corsario_ desempeñaba el oficio de alguacil del Ayuntamiento. A +los que el alcalde mandaba detener los encerraba en la cuadra de su +casa. Era entonces la única cárcel modelo que allí existía. + +Como profesión suplementaria el _Corsario_ ejercía la de alquilador de +caballos. En realidad no debiera hablar en plural, porque alquilaba un +solo caballo. Pero tenía además un burro y esta circunstancia le +imprimía carácter profesional. + +No puedo decir casi nada del burro, porque no he tenido trato con él. En +cuanto al caballo no vacilo en afirmar que era un miserable impostor. +Siento mucho tener que hablar de él en esta forma, pero el respeto de la +verdad me obliga a ello. + +Era un rocín bastante bien proporcionado, color de hoja seca, que tenía +algunos cuarterones de carne sobre los muslos y en la frente una mancha +blanca del tamaño de una pieza de dos pesetas. A esta última +circunstancia debía sin duda su nombre de _Lucero_. El que lo había +bautizado era hombre de imaginación, porque aquellos pelos blanquecinos +no podían dar idea remota de ningún astro del cielo. + +Sus medios de subsistencia estaban envueltos en el misterio y +despertaban en Luanco comentarios bochornosos. Si su amo era solamente +pirata de nombre él lo era de hecho. Se le veía por los caminos de noche +y de día como un vagabundo apercibido a todo lo malo. Saltaba las +barreras de los prados y se comía la fresca yerba destinada a las vacas +de los vecinos; saltaba también con increíble audacia las tapias de las +huertas y engullía las lechugas y los guisantes. Hasta se comió en +cierta ocasión, según se dijo, unas enaguas del ama del señor cura que +ésta había tendido a secar en la huerta parroquial. + +Puede concebirse que tales hazañas solían costarle algunas monumentales +palizas. En la villa se le consideraba como un socialista peligroso y +era unánimemente aborrecido. Pero es lo cierto que hasta la fecha en que +yo le conocí, había logrado no morirse de hambre. + +Sin duda, era un animal de mucho mundo y capaz de abrirse paso en la +sociedad; pero estas cualidades no le daban atractivo para la +equitación. Los honrados vecinos de Luanco le alquilaban una que otra +vez por la módica cantidad de dos pesetas para trasladarse a Candás o a +Avilés o a cualquier parroquia de las cercanías. Pero a nadie en el +globo terráqueo más que a mí se le ocurriría alquilarlo para dar un +paseo de recreo y gallardear de jinete. + +Pues eso fué cabalmente lo que hice una tarde de Agosto en que el cielo +estaba limpio como un cristal y una brisa suave rizaba la llanura azul +de la mar. + +Cuando le comuniqué mi proyecto al _Corsario_, éste me miró atentamente +de los pies a la cabeza y me hizo varias preguntas técnicas para +cerciorarse de mis conocimientos hípicos. Respondí a ellas con bastante +soltura y le hice saber además que yo no era un jinete cualquiera, pues +me había roto la ternilla de la nariz cayendo de un caballo. Esta última +prueba le tranquilizó por completo. Yo le entregué las dos pesetas por +adelantado y esto le tranquilizó todavía más. + +Fué a buscar al gandul del _Lucero_, ocupado a la sazón, como un peón +caminero, en limpiar de yerba las orillas de la carretera y mientras lo +enjaezaba me dió muchos paternales consejos. Yo le pregunté si tenía +espuelas. Volvió a mirarme atentamente y al cabo me respondió +gravemente: + +--Sí; tengo espuelas; pero aquí nadie las usa. + +--Pues yo no monto sin espuelas--le repliqué con tal extraordinaria +firmeza que sin entrar en más explicaciones se fué a buscarlas. + +Eran dos horribles artefactos de hierro dulce oxidados. Estuve vacilando +si calzármelas o no, pero al fin me decidí a ello después de haberlas +fregado un buen rato con aceite y arena. + +Héteme aquí cabalgando sobre el _Lucero_, que en cuanto salió de la +cuadra conmigo principió a hacer piernas dando unos brinquitos muy +elegantes, marchando ahora de un costado, ahora de otro, sin duda con el +propósito de que yo mostrase al público mi gentileza. + +Estaba encantado de mí mismo. Jamás en la vida me había hallado tan +bizarro. Lanzaba miradas investigadoras a los balcones de las casas y me +sorprendía que no saliesen a ellos todas las niñas bonitas de Luanco +para contemplar a aquel jovencito apuesto de naciente bigote que se +tenía tan galanamente en la silla. + +Fué un momento de esplendor que recordaré mientras viva. Todos, grandes +y pequeños han tenido en su existencia algunos de estos instantes de +triunfo más o menos duraderos. Mi apoteosis no duró en el tiempo más de +cinco minutos y en el espacio unos ciento cincuenta metros. Llegado a +este límite aquel hipócrita animal que tenía debajo de mis pantalones se +puso tranquilamente a caminar a paso lento y no me fué posible con +ningún argumento hacerle volver de su determinación. + +Quise dejarle algún reposo. A los mismos oradores parlamentarios se les +concede cuando han hecho demasiadas piernas en el Congreso, y le permití +caminar a su gusto. Pero al llegar a la plaza, como observase que había +por allí muchos bañistas de ambos sexos, no quise perder la ocasión de +mostrarles mis dotes excepcionales para los ejercicios ecuestres y +advertí al _Lucero_ por medio de la espuela de que era llegado el +momento de secundarme. + +¡Que si quieres! Bajó la cabeza acusando recibo del espolazo y siguió en +la misma forma paso tras paso delicadamente como si fuese pisando +huevos. + +Segunda llamada. La misma respuesta. Yo me indigné. Tenía quince años y +en aquella edad me indignaban muchas más cosas de las necesarias. Repetí +el aviso. Nada. Lo repetí otras cuantas veces con el mismo resultado. +Aquel gran hipócrita bajaba siempre la cabeza y se mostraba conforme; +pero no parecía poco ni mucho inclinado a seguir mi voluntad. Se acata, +pero no se cumple. + +En aquella época Luanco no era un centro de placeres. Los bañistas +prolongaban por la mañana cuanto podían el tiempo destinado al baño. Por +la tarde iban de paseo a un sitio llamado la _Fuente mineral_ y +amenizaban la excursión comiendo las moras de los zarzales que +guarnecían las paredillas del camino. Por la noche discutían en familia +la cuestión de la temperatura y se metían en la cama. + +Esta es la razón y no otra de que cuantas personas transitaban en aquel +momento por la plaza con sombrilla y sombrero de paja lo mismo que las +que departían apaciblemente a la puerta de los comercios quedasen +extáticas contemplándome con la mayor atención posible. + +Sentir la atención pública sobre sí es cosa que a no pocos hombres +desconcierta. Uno de estos hombres soy yo. Consideré que debía dar +satisfacción a aquella curiosidad haciendo algo que no fuese en absoluto +corriente. Y lo más adecuado era hacer galopar a mi caballo. + +Yo era un inocente en aquel tiempo y desconocía por completo no sólo el +corazón de los bípedos, sino también el de los cuadrúpedos. Este infame +animal, sin hacerse cargo de la crítica situación en que me hallaba, el +papel ridículo que me iba a hacer representar y la desconsideración que +iba a arrojar sobre mí ante la opinión pública, se obstinó en no salir +del paso. Por cuantos medios puede un hombre emplear para convencer a un +ser irracional traté de persuadirle a que diese algunos brinquitos +sugestivos que me dejasen airoso ante aquella sociedad veraniega. No fué +posible. Palmaditas en el cuello para halagar su amor propio. ¡Up! ¡Up! +Gritos de triunfo para despertar su entusiasmo. Avisos indicadores con +la espuela. Nada... + +En aquel momento penetró en la plaza viniendo de la parte de la playa un +grupo compuesto de cinco o seis elegantes señoritas, las cuales quedaron +inmóviles contemplándome con cierta curiosidad burlona. Al fin soltaron +a reír con frescas y unánimes carcajadas. + +Fué mi perdición y la de _Lucero_. Aquellas carcajadas entraron por mis +venas como un licor ponzoñoso. No supe lo que hice. Ciego de cólera +principié a dar furiosos espolazos al autor de mi deshonra. El _Lucero_ +se dejó martirizar con la obstinación de un hereje. Yo no veía su +sangre, pero la sentía correr. ¡Se la hubiera bebido toda! + +Sin embargo, en medio de mi agonía dolorosa, tuve una satisfacción. +Aquellas alegres señoritas dejaron de reír y se pusieron serias. Como +era necesario salir de tan equívoca situación, pues _Lucero_ se negó a +dar un paso más y pude advertir que el público se ponía de su parte, +tiré de las bridas fuertemente y le hice dar la vuelta. + +Entonces _Lucero_ se puso a caminar con alguna mayor celeridad; no +mucha. Yo, frenético, llorando de vergüenza, seguí dándole furiosos +espolazos. + +--¡Ave María!... ¡Mira, Pepe, cómo va ese caballo! + +Todos los transeuntes dirigían la vista al vientre del caballo, me +miraban después a mí, y sacudían la cabeza en señal de reprobación. + +Pero mi cólera no se apagaba. Me creía cubierto de ridículo por toda la +eternidad. + +_Lucero_ debía tener conciencia de la infamia que conmigo había +cometido, porque aumentaba un si es no es la rapidez de sus pasos. Quizá +no fuese el grito de la conciencia sino la perspectiva de la cuadra. + +Pero he aquí que no muchos pasos antes de llegar a ella se dejó caer de +bruces al suelo y yo con él. Por milagro no me rompí segunda vez el +cartílago de la nariz. Me alcé así que pude y traté de alzarle a él +también. Fueron inútiles mis esfuerzos. El _Lucero_, de rodillas cual si +estuviese orando por sus enemigos, entre los cuales debía yo contarme, +no hacía movimiento alguno. + +Entonces cruzó por mi mente una idea pavorosa. ¡Si estaría muerto! La +deseché inmediatamente; pero con la misma velocidad volvió a colarse. +Otra vez la rechacé y otra vez se introdujo. Y así, con este metódico +vaivén vibratorio, llegué pronto al convencimiento de que el _Lucero_ no +pertenecía ya al número de los seres vivos. Esta certidumbre me dejó a +mí casi tan muerto como a él. ¿Cómo me presentaría al _Corsario_? + +Me presenté trémulo, convulso, tartamudeando absurdos. + +--¿No sabe usted?... El _Lucero_... se ha dejado caer ahí en la calle... +y no quiere dar un paso más... Me parece que está durmiendo... + +Una sonrisa increíblemente sarcástica se dibujó en los labios del +_Corsario_. + +--¡Si dormirá, si dormirá!... ¡Es un zorro!... ¡Pero qué zorro! + +Y echando mano al látigo que tenía colgado de un clavo, salió conmigo a +la calle. + +El _Lucero_ seguía inmóvil sobre las rodillas, con la cabeza metida +entre ellas. + +--¿Duermes, _Lucero_?--preguntó el _Corsario_ con acento aún más +sarcástico que la sonrisa. + +Y con habilidad y presteza maravillosas le aplicó dos estacazos entre +las orejas con el mango del látigo. El _Lucero_ permaneció inmóvil +orando como un derviche. El _Corsario_, altamente sorprendido, acercó a +él su rostro, le examinó atentamente y, al cabo, abriendo +desmesuradamente los ojos, exclamó: + +--¡Así Dios me salve, está muerto! + +Y de repente, se abalanzó furioso sobre mí y me echó la mano al pecho +arrugando mi camisa almidonada. + +--¡Tú lo has matado!... ¡Tienes que pagarlo! + +Aterrado por el impensado abordaje de aquel pirata, dejé escapar +débilmente de mi garganta: + +--¡Lo pagaré, lo pagaré! + +Pero no lo pagué. Los varones más calificados de la villa certificaron +que no había fallecido de muerte violenta sino de inanición. + +Era un despreciable rocín, un hipócrita, un bellaco... + +Sin embargo, en este momento, me alegraría de no haber dado aquellos +espolazos. + + + + +XXXVII + +POETA Y CAZADOR + + +Jamás olvidaré aquel verano que pasé en mi aldea natal entre el cuarto y +el quinto año del bachillerato. Entonces fué cuando mi alma se puso en +contacto con la naturaleza y gozó la dulce embriaguez llena de alegría +que a su influjo potente nos acomete. No recuerdo ninguna época de mi +vida en que haya sido más dichoso. No lo fuí al modo de un ser +casquivano y bailarín sino como un poeta, como un griego primitivo que, +subyugado por la magia donisíaca, rompe en himnos celebrando la alianza +del hombre con la tierra y el evangelio de la armonía de los mundos. + +Vivía yo en una tranquilidad llena de sabiduría, vivía en una +sorprendente serenidad dejando filtrarse suavemente en mi alma el +encanto de aquella naturaleza fresca, transparente, aromática. Era la +alegría de un enamorado frente al objeto de sus ansias y que puede +saciarse con su vista a todas horas. Salía de madrugada a recoger el +rocío que caía de los castañares, a respirar el perfume del heno fresco; +dormía a la hora de la siesta debajo de los avellanos; me bañaba al +declinar el sol en los remansos del río. Era tan feliz, que algunas +veces imaginaba que el tiempo no existía, que había puesto ya un pie en +la eternidad y que no saldría jamás de aquel dulce enajenamiento. + +Es el valle de Laviana, donde he nacido, grandioso sin ferocidad, grave +y apacible al mismo tiempo. Los prados, siempre verdes, circundados de +avellanos, surcados por mansos arroyuelos, causan una impresión idílica +de paz y contento. Pero las suaves colinas que lo limitan, cubiertas de +espesos castañares, surgen ya con un sentimiento de fuerza, como una +majestuosa armonía que no turba la paz de nuestro espíritu aunque lo +inclinan a la meditación. Detrás, otras colinas más altas y adustas, +alzan su cabeza desnuda. Por fin, más allá, se levantan protectoras +grandes masas de montañas salvajes, como poderoso baluarte contra las +irrupciones de enemigos o curiosos. Se respira aquí una profunda +ternura, se siente la presencia del espíritu de infinita paz que nos da +la plenitud de vida, la salud del alma y el vigor del cuerpo. + +Mi corazón palpita todavía al recuerdo de aquellas horas en que flotaba +sobre un mar de eternas delicias. Tendido sobre el césped, hundiendo mis +ojos en los abismos azulados del firmamento sobre el cual pasaban +volando como fantasmas algunas nubes, sintiendo en torno mío hormiguear +entre la yerba un mundo microscópico, compuesto de innumerables insectos +que se agitaban igualmente dichosos, sentía correr por mis venas la vida +abundante, poderosa, armónica como una sinfonía de la naturaleza +inmortal. + +Parecíame que la tierra me sustentaba con amor ofreciéndome sus dones, +que participaba de su felicidad y vivía en mística unidad con ella. Los +pájaros tendiendo su vuelo por el aire despertaban en mí ansias de +lanzarme a regiones más luminosas, me causaban un estremecimiento de +vértigo, el presentimiento feliz y terrible a la vez de lo sobrenatural, +mientras los insectos murmurando en torno me narraban al oído sus +diminutos amores haciendo resonar en mi corazón vagos y punzantes +deseos. + +¿Quién podría suponer que un adolescente a quien agitaban en aquellos +días tan nobles sentimientos sería capaz de asesinar fríamente a las +avecillas del cielo, esparciendo sus plumas y su sangre sobre el césped? +Nada más cierto, sin embargo. Provisto de una vieja carabina de pistón +que Cayetano me facilitara, convertíme en perseguidor implacable de los +mirlos, jilgueros y malvises que revoloteaban alegres por nuestra +pomarada. Es esta una contradicción que a mí me toca confesar y a los +psicólogos explicar. + +¡Sí! Confieso con vergüenza que esta matanza me causaba increíbles +placeres y que cuando atisbaba entre las ramas de los manzanos a un +jilguero preparándose a entonar su canto apasionado en honor de su amada +jilguera o a una jilguera remilgada sacudiendo las alas con coquetería +para atormentar a su jilguero, me relamía como un tigre a la vista de su +presa y sigilosamente me colocaba debajo de ellos y les privaba de la +existencia. + +Sin embargo, había otra cosa que me placía aún más que el asesinato +mismo, y era su preparación. Vosotros, los que poseéis una primorosa +escopeta inglesa o belga e introducís bonitamente por la recámara esos +brillantes proyectiles que semejan dijes de reloj, ignoráis el placer +inefable de cargar una carabina de pistón. Aquel descolgar del hombro el +frasco de la pólvora y verter una pequeña cantidad en la palma de la +mano e introducirla en el cañón, sacar acto continuo un viejo periódico +del bolsillo y meter un trozo de él en seguimiento de la pólvora y +atacar luego con la baqueta hasta presentar en el rostro señales de +congestión; aquél echar mano, terminada esta operación, al cuerno de los +perdigones, tomar un puñado de ellos, introducirlos igualmente y atacar +de nuevo, esta vez con más delicadeza; aquel cebar prolija y +esmeradamente la chimenea y sacar del bolsillo del chaleco la cajita de +los pistones y tomar uno y ajustarlo... + +Hay que confesar que la vida no es tan triste como muchos pretenden. + +Precisamente me hallaba cierta tarde entregado en cuerpo y alma a una de +estas operaciones venturosas delante de mi casa cuando acertó a pasar +por allí don Eloy, el secretario del Ayuntamiento, con su escopeta al +hombro y su perro brincando delante de él. Se paró a contemplarme, me +saludó afablemente y me dijo con encantadora brusquedad: + +--¿Quieres venir conmigo a ver si matamos unas perdices? + +La emoción enrojeció mi rostro. Porque era el secretario un cazador +prodigioso, el más diestro de toda aquella comarca y uno de los +renombrados de la provincia. Los grandes señores de Oviedo y Gijón le +escribían cuando iban a emprender una excursión cinegética por los +campos de Castilla, y don Eloy les acompañaba y era el alma y principal +ornamento de estas cacerías. + +A nadie sorprenderá, pues, que bajo el peso de tanto honor, quedase mudo +y suspenso. + +Don Eloy no comprendió lo que por mí pasaba y se apresuró a añadir: + +--No te haré caminar mucho. Me han dado noticia de que ahí cerca, sobre +Cerezangos, hay un bando. ¿Te atreves? + +¡Que si me atrevía! Hubiera ido a buscar el bando de perdices en tan +noble compañía al polo antártico! + +En efecto, no caminamos siquiera media hora cuando el perro quedó de +muestra entre los helechos. + +--¡Amartilla!--me dijo por lo bajo el secretario--. Ya estamos sobre +ellas. + +--¡Entra!--gritó después al perro. + +Unas cuantas perdices levantaron el vuelo y ambos disparamos; yo casi +con los ojos cerrados. + +Una perdiz vino al suelo. + +--¡Por vida mía!--exclamó don Eloy con acento irritado--. ¡Erré el tiro! +Fortuna ha sido que tú lo hayas afinado, porque si no se nos escapan +todas. + +Quedé como quien ve visiones. Una ola de placer celestial invadió mi +cuerpo y por poco me hace dar con él en el suelo. Me creí en aquel punto +un héroe. Don Eloy tomó la perdiz de la boca del perro que se la traía y +me la entregó con semblante triste. + +Declaro que en aquel instante cruzó por mi mente un relámpago de duda; +pero mi vanidad lo apartó de sí con horror. + +El bando de las perdices _dobló_, esto es, se fué volando a la colina de +enfrente. La caza en los países quebrados como el mío es mucho más +penosa que en los llanos. Para llegar a ella necesitábamos bajar al +fondo del valle y trepar después una razonable distancia. Bajamos +rápidamente y ascendimos después todo lo más veloces que pudimos +empleando casi una hora en llegar al sitio donde el bando se había +posado. + +Otra vez paró el perro, otra vez entró a la voz del secretario, otra vez +disparamos ambos y otra vez vino una perdiz a tierra. + +--¡Maldita sea mi suerte!--profirió don Eloy llevándose las manos a los +cabellos, y tratando de arrancárselos--. ¡Otro tiro que erré! ¿Qué mal +rayo tendré yo en las manos hoy? + +Esta no coló. Quedé confuso, avergonzado, y le dije balbuceando: + +--Ha sido usted quien la mató. Mi tiro ha sido muy alto. + +--¿Qué estás diciendo ahí, chiquillo?--respondió irritado--. El mío fué +el que marró: tiré sobre la izquierda y la pieza que cayó salió por la +derecha. + +Ahora bien, yo estaba bien seguro de que había tirado sobre la +izquierda... Pero no insistí; tuve la flaqueza de no insistir. + +Recogí la perdiz que don Eloy me entregó y la colgué triunfalmente a mi +cinturón. + +Regresamos a casa y durante el camino don Eloy no hacía más que +lamentarse amargamente de su torpeza afirmando que los cazadores solían +tener estos días aciagos. Yo le escuchaba un poco mohino haciendo +esfuerzos desesperados por creerle, aunque sin conseguirlo. + +Pero cuando llegamos a Entralgo y me vi rodeado por los criados y +algunos vecinos y oí cantar a coro mis alabanzas y vi brillar en los +ojos de mi madre la alegría de haber dado el ser a un cazador tan +extremado todas mis dudas se disiparon y creí efectivamente que nadie +más que yo había dado la muerte a aquellas dos aves inocentes. + +Sin embargo, mi padre sonrió de un modo particular cuando le contaron mi +hazaña. Y aunque don Eloy no cesaba de lamentarse de su mala suerte, +aquella sonrisa enigmática no se le caía de los labios. + +Largos años hace que el buen secretario descansa bajo la tierra; pero +mientras yo aliente sobre ella no olvidaré los tiros que tan +generosamente marró. + + + + +XXXVIII + +ADÁN EXPULSADO + + +Muchas veces, casi siempre, lo que esperamos con ansia, no nos trae la +felicidad, ni lo que esperamos con temor, la desgracia. + +Jamás hubo un estudiante de quinto año más ansioso que yo de hacerse +bachiller. Este magno acontecimiento era, a mi modo de ver, la llave del +Paraíso. + +En efecto, fué la llave, mas no para abrirlo, sino para cerrarlo. Este +primero y gran desengaño que la vida me ofreció, produjo en mí tal +efecto, que me hizo para siempre con ella receloso. En cada esperanza he +visto, desde entonces, una emboscada; en cada deseo, una trampa. Y he +pasado mi existencia como los cocheros, apretando el freno en todas las +pendientes. + +Tal deseo vehemente de hacerme bachiller, no era sólo por las +preeminencias que tan glorioso título lleva consigo. Mis padres me +habían prometido enviarme a Madrid a seguir la carrera de Jurisprudencia +y ya me veía dueño absoluto de mis acciones en medio de la corte de +España. ¡Qué halagüeño porvenir! + +Tanto pensaba en él, que en vez de prepararme durante aquel curso para +el examen, repasando las asignaturas de los años anteriores, no se me +ocurrió cosa más apetitosa que comprar algunos libros de la Facultad de +Derecho y ponerme a estudiar por ellos. + +La _Economía Política_ me sedujo de un modo increíble. Bien imagino +ahora que no era tanto por la ciencia misma como porque su estudio me +engrandecía a mis propios ojos. ¡Es tan distinguida, tan elegante la +_Economía Política_! Estudiándola me creía a cien leguas de aquellos +viejos y ridículos maestros del Instituto, me parecía vivir en una +atmósfera de buen tono y adoptaba ya con mis compañeros las formas +corteses, pero un poco desdeñosas de los hombres de mundo. + +Tal extravagancia pudo costarme cara. Al aproximarse la época de los +ejercicios o sea del examen general del bachillerato, me encontré +bastante mal preparado. Sobre todo el latín, me parecía haberlo olvidado +por completo. ¡Vayan ustedes con los gerundios y las oraciones primeras +de activa a un hombre que meditaba sobre las relaciones del capital y el +trabajo! + +Me acometió un terror pánico. Si me suspendían, ¡adiós Madrid!, ¡adiós +vida alegre, independiente!, ¡adiós relaciones del capital y el trabajo! + +Faltaban pocos días ya para el examen: no me era posible prepararme bien +en tan corto tiempo. Aturdido por la cruel perspectiva de ser rechazado, +principié a imaginar tontería sobre tontería para salir del aprieto. Y +naturalmente, puse en práctica la mayor de todas ellas. Nada menos se me +ocurrió que ir a visitar a mi antiguo profesor de latín, aquel romántico +Cincinato que tenía su fundo en la falda de las colinas y confesarme con +él, esto es, declararle mi ignorancia y mis temores. + +Como lo pensé lo hice. No fuí a verle a su amable retiro campestre, sino +a su casa de la _urbs_ que era vieja, obscura, y que tenía un olor +clásico a ratones bastante pronunciado. + +Pero he aquí que en cuanto subo nada más que media docena de escalones, +adquiero súbito y por arte mágico los suficientes conocimientos de latín +para sufrir cualquier examen por riguroso que fuese. Subo otros cuantos +y me encuentro hecho un sabio: la lengua romana no tenía secretos para +mí. + +Naturalmente, comprendí que la visita era ya inútil. Bajé de nuevo la +escalera y salí a la calle triunfante. + +Sin embargo, no había dado muchos pasos por ella cuando sentí que mi +ciencia filológica menguaba de un modo sorprendente y al fin se +disipaba como la bruma de la mañana; quedé un instante perplejo y me +decidí a entrar otra vez en casa del profesor. + +Otra vez volví a sentir inundado mi cerebro por una ola de sabiduría, +que lo bañó por completo y estuve bien tentado a dar la vuelta. Pero +sospechando que pudiera ser un falaz espejismo, hice un esfuerzo por +arrojar de mí aquella ilusión y tiré del cordón de la campanilla. + +Era un cordón negro, siniestro, fatídico, como la cuerda de un ahorcado. +La campanilla sonó en las profundidades de aquel antro con lúgubre +tañido, que apretó mi corazón; aunque ya estaba bien reducido. + +Y repentinamente sentí un vago deseo de que la casa se derrumbase y me +sepultase entre sus ruinas. + +Una vieja salió a abrirme; detrás de ella un perro que me dirigió una +mirada de desprecio sin ladrarme. Lo mismo él que la vieja comprendieron +al instante que yo era un pobre estudiante que venía pidiendo +misericordia. Estaban acostumbrados a estas visitas. + +Me introdujeron en una sala de piso negro y pegajoso por las capas de +cera superpuestas durante medio siglo y allí me dejaron sin decirme una +palabra. De las paredes, tapizadas con papel pintado que reproducía +infinitas veces un loro mordiendo la flecha de la torre de un +campanario, pendían algunas fotografías con marco de nogal representando +al profesor con toga y birrete rodeado de sus discípulos. La fecha, +escrita debajo con supremo arte caligráfico, era atrasadísima. Otros +cuadros contenían diplomas que daban testimonio de la aplicación del +profesor cuando era niño. ¿A qué época se remontarían estos diplomas? + +Al cabo de unos minutos se presentó el catedrático en persona y quedé +petrificado como si viese un espectro. + +--¿Qué deseaba, hijo mío?--me dijo después de esperar vanamente a que yo +diese algún signo de vida. + +Tardé todavía algún tiempo en salir de mi transmutación marmórea y, al +fin, balbuciente y ruborizado, le pregunté por su salud y por la de su +familia como si fuese lo único que en aquel momento me interesase sobre +la tierra. El profesor me informó afablemente de estos extremos y volvió +a reinar el silencio. + +Entonces me puse a dar vueltas entre los dedos a mi sombrero con la +velocidad de un cuerpo celeste. + +El profesor apenas se dignó fijar la atención en aquel movimiento de +rotación increíble y me siguió mirando de hito en hito. + +--El caso es... que dentro de algunos días me voy a presentar al +ejercicio de letras para el grado de bachiller. + +--Perfectamente--manifestó el catedrático doblando el espinazo con +ceremoniosa solemnidad. + +--Y como hace tanto tiempo que estudié el latín... + +No pude pasar más adelante; tenía un nudo en la garganta. El profesor +vino en mi auxilio. + +--Supongo que no habrá usted abandonado su estudio y que se presentará +bien preparado. + +--¡Ah!--exclamé poniéndome rojo hasta el blanco de los ojos--. No señor, +no... no estoy bien preparado, sobre todo en el latín, que he abandonado +un poco en estos últimos años. + +Los ojos del catedrático expresaron profunda consternación. Se llevó la +mano a la frente y observé en él síntomas inminentes de +desfallecimiento. Después comenzó a pasear por la sala con las manos +atrás, según su costumbre, dejando escapar unas veces resoplidos de +furor y otras suspiros de angustia. + +--¡Abandonar el hermoso idioma del Lacio!--exclamaba levantando los ojos +al cielo. + +Yo me pegué a la pared maldiciendo la hora en que había nacido. + +--¡La lengua de Marco Tulio y Quintiliano! + +Me apreté aún más contra el muro sin dejar por eso de imprimir a mi +sombrero una velocidad vertiginosa. + +--¡La lengua meliflua de Tíbulo y Propercio! + +Más pegado aún; casi incrustado. + +--¡La lengua de Escipión el Africano! + +Yo estaba desesperado de haber ofendido a aquellos ilustres varones, +pero la cosa no tenía remedio. Ni aun logré filtrarme por la pared como +era mi deseo vehemente. + +En fin, mi sombrero había hecho más de cinco mil revoluciones sobre sí +mismo cuando el catedrático cesó de suspirar y lamentarse. Siguió +paseando silencioso y entregado a una dolorosa meditación. + +Entonces acaeció en aquel recinto algo lamentable que no puedo recordar +sin ponerme colorado. Sonriendo como un idiota rompí el silencio +exclamando: + +--¡Vaya unas patatas que recoge usted en su finca del Naranco! + +Apenas había pronunciado estas absurdas palabras comprendí que había +caído en un pozo. La desesperación me hizo quedar clavado en la pared +con la misma sonrisa estúpida en los labios y aguardé impávido a que el +profesor me echase de la estancia a puntapiés. + +Se detuvo delante de mí y me dirigió una larga y severa mirada. ¡Caso +prodigioso! Aquella mirada fué poco a poco perdiendo su severidad y +tornóse al cabo en benévola. + +--¡Maravillosas!--exclamó con énfasis--. Ni las más dulces de la +Campania, ni las más farináceas del vecino reino de Castilla las sacan +ventaja. + +¡Estaba salvado! + +Nuestra interesante conferencia, que duró todavía algunos minutos, versó +toda ella sobre tan amables legumbres. + +Quintiliano y Escipión el Africano debieron de estremecerse con +indignación en sus tumbas. + +Cuando al cabo me despedí, el catedrático me pasó paternalmente el brazo +por encima de los hombros y vertió en mi oído algunas palabras de +aliento. + +Ahora bien, esta escena ha enriquecido mi alma con una enseñanza y un +sentimiento. La enseñanza, bien deplorable, es que en este mundo la +adulación más grosera, más estúpida e inoportuna produce buen efecto. El +sentimiento no puede ser más dulce: se cifra en la gratitud que he +guardado siempre en el pecho hacia las patatas que fueron mis salvadoras +en aquella ocasión. Jamás he dejado de rendirles homenaje cuando me las +han presentado bien guisadas. + +Me hice bachiller al fin sin contratiempo alguno y vine a pasar el +verano a Avilés con mis padres. No recuerdo otro más feliz en mi +existencia si no es el que precedió a... ¿Por qué sumergir ahora la +mirada en otras épocas de mi vida? El presente fué dichoso, porque a la +conciencia de mi libertad, tan grata a todos los seres, se unía la +perspectiva de la corte, no menos grata a los jóvenes provincianos. + +Me apuntaba la barba; se me había mudado la voz; en casa me consideraban +ya como un hombre. Fuera de ella me mostraba tan celoso de esta +prerrogativa, tan quisquilloso que cualquier palabra o signo que no se +dirigiese al reconocimiento decisivo de mi virilidad me hería +profundamente. + +Mi pobre madre, al verme mozo, se puso a amarme con verdadero frenesí. +Ella, que siempre había sido sobria de caricias con sus hijos, me las +prodigaba ahora frecuentes y apasionadas como si se sintiese morir. +Cuando yo entraba en casa me echaba los brazos al cuello, me apretaba +contra su pecho, me tenía así largo tiempo y me decía al oído palabras +de ternura. + +En efecto, se sentía morir. Su cuerpo delicado parecía una sombra; sus +grandes ojos negros le llenaban la cara. Todos lo observaban menos +nosotros, que acostumbrados de toda la vida a verla sufrir imaginábamos +sin duda que aquella salud tan quebradiza no se rompería jamás por +completo. La sostenía su espíritu indomable hecho a guerrear desde la +infancia con su cuerpo. + +Recuerdo que uno de aquellos últimos días de mi estancia en Avilés la +encontré de rodillas limpiando con un paño la pata de una mesa donde +había visto polvo. Cuando entré en la habitación quiso abrazarme, pero +no pudo. Entonces corrí y la levanté en mis brazos con la misma +facilidad que si fuera una niña. Ella sonriendo me abrazó y me besó con +efusión. Yo sin darme cuenta de lo que aquello anunciaba sentí, no +obstante, que las lágrimas se me agolpaban a los ojos. + +--¡Atrás, atrás recuerdos dolorosos! Toda mi vida he llevado en el alma +aquel momento, aquella sonrisa triste como si antes de bajar a la tumba +el ser que me dió el ser quisiera dejar grabada a buril su imagen en mi +corazón. + +--¡Partamos! La dicha me espera. En los últimos días sentía una +impaciencia loca por volar fuera del nido. Un mes antes ya había +comenzado a arreglar mi baúl al cual dirigía miradas amorosas desde mi +lecho al acostarme como si fuese el símbolo de mi felicidad. Compré un +plano de Madrid y me puse a estudiarlo tan concienzudamente que cuando +llegué a la capital pude caminar por ella con gran asombro de mis +amigos, sin necesidad de guía. + +Por fin llegó el momento de la partida. Era, si no recuerdo mal, el día +primero de Octubre, cuatro antes de cumplir los diez y siete años. Mi +padre me acompañó hasta Oviedo. La silla de posta salía por la noche de +la plazuela de la Catedral, donde se hallaba la casa del Correo. + +En la mal esclarecida plazoleta trajinaban los mozos subiendo a la baca +de la diligencia los equipajes mientras algunas escasas personas en +torno de ella despedían a sus deudos o amigos. Reinaba un silencio +discreto, un ambiente de tristeza. Los caballos de vez en cuando hacían +sonar sus cascabeles sin despertar alegría. + +El reloj de la torre, cuya grave voz tantas veces me había llamado a mis +estudios y a mis recreos, vibró al fin con diez campanadas. Recibí las +últimas caricias de mi padre sin emoción, con la indiferencia egoísta de +todos los ilusos. El postillón hizo chasquear el látigo y partí. + +Al encontrarme solo y a obscuras en el fondo de la berlina corrió por mi +cuerpo un estremecimiento feliz no exento de melancolía. Porque nuestra +alma nos advierte con un lejano suspiro en medio de las más vivas +alegrías que no debemos fiar de ellas. Una ola de vagos anhelos, de +ilusiones y esperanzas se hinchaba dentro de mi pecho, subía a mi +cerebro y me embriagaba. Jamás sentí la vida más amable que en aquella +primera hora de soledad y de fuerza. + +El coche rodaba por la sombría carretera. Los árboles y las colinas se +dibujaban informes en la penumbra de una noche estrellada sin luna. El +ruido de los cascabeles, el chasquido del látigo del postillón y el +sordo rumor de las ruedas me adormecían con un letargo deleitoso. Cuando +cerraba los ojos una legión de ángeles murmuraban en mi oído palabras de +ventura, desplegaban mágicas y soñadas perspectivas. + +¿Angeles he dicho? ¿No serían más bien diablos disfrazados? + +Pero ya comenzamos a escalar las grandiosas montañas del Pajares; ya nos +acercamos a la cumbre; ya tocamos en ella. + +¡Adiós dulce infancia! ¡adiós adolescencia soñadora! Allá abajo me +esperan la casa de huéspedes sórdida, la indiferencia desdeñosa, la +hostilidad irracional, el placer sin alegría, el pecado, el +remordimiento... + +Ya la diligencia traspone la cima de la montaña; ya corre por las +llanuras dilatadas de Castilla. + +¡Adiós! ¡Adiós! Adán salió del Paraíso. + +FIN + + * * * * * + + + + +ÍNDICE + + Páginas + + +Antes de empezar, 7 + +I.--Adán en el Paraíso, 11 + +II.--Una suerte original del toreo, 19 + +III.--Impresiones del estío, 26 + +IV.--La infancia ante la muerte, 36 + +V.--Ramonín, 45 + +VI.--Músicos ambulantes, 53 + +VII.--La partida, 61 + +VIII.--Avilés, 68 + +IX.--Primeras impresiones, 76 + +X.--Cometo un asesinato, 82 + +XI.--De cómo fuí excomulgado, 86 + +XII.--Resuelvo hacerme ermitaño, 93 + +XIII.--La vara de Falaris, 103 + +XIV.--El triunfo de la fraternidad, 108 + +XV.--Don Antonio Joyana, 114 + +XVI.--Mi padre, 123 + +XVII.--Misterios dolorosos, 128 + +XVIII.--Primeras lecturas, 140 + +XIX.--Fray Melitón, 147 + +XX.--El cachorrillo, 158 + +XXI.--La batalla de Galiana, 164 + +XXII.--El suicidio de Anguila, 172 + +XXIII.--Pedro Menéndez, 183 + +XXIV.--Historia triste de mi amigo Genaro, 191 + +XXV.--Rosas tempranas, 197 + +XXVI.--Paréntesis, 205 + +XXVII.--Oviedo, 214 + +XXVIII.--El cuadro de honor, 220 + +XXIX.--Besos en cabeza de turco, 228 + +XXX.--Caballería infantil, 238 + +XXXI.--Segundas lecturas, 247 + +XXXII.--Dar de beber al sediento, 256 + +XXXIII.--El Ateneo, 265 + +XXXIV.--El club, 275 + +XXXV.--Impresiones musicales, 287 + +XXXVI.--El sueño del «Lucero», 294 + +XXXVII.--Poeta y cazador, 301 + +XXXVIII.--Adán expulsado, 306 + + * * * * * + + +=TRADUCCIONES DE PALACIO VALDÉS= + + +=Marta y María.= + +Traducida al francés, por Mme. Devismes de Saint-Maurice.--Publicada en +_Le Monde Moderne_. + +Traducida al inglés, por Mr. Haskell Dole.--Un tomo.--New-York. + +Traducida al ruso, por M. Pawlosky.--Publicada en el _Diario de San +Petersburgo_. + +Traducida al sueco, por A. Hillman.--Un tomo.--Stockolmo. + +Traducida al tcheque, por O. S. Vetti.--Un tomo.--Praga. + + +=El idilio de un enfermo.= + +Traducida al francés, por M. Albert Savine.--Publicada en _Les Heures du +Salon et de l'Atelier_. + +Traducida al tchèque, por M. A. Pikhart.--Un tomo.--Praga. + + +=Aguas fuertes.= + +Traducidas y publicadas la mayor parte de estas novelitas por _La +Independencia Belga_, _El Diario de Ginebra_, _El Correo de Hannover_, +_Hlas Národa_, _Lumir_ y otros periódicos y revistas. + +Edición española con introducción y notas en inglés para el estudio del +español en Inglaterra y Estados Unidos, por W. T. Faulkner.--Un +tomo.--New-York. + + +=José.= + +Traducida al francés, por Mlle. Sara Oquendo.--Publicada en la _Revue de +la Mode_.--París. + +Traducida al inglés, por C. Smith.--Un tomo.--New-York. + +Traducida al alemán y publicada en _Furs Haus_.--Berlín. + +Traducida al holandés, por M. Hora Adema, y publicada en _Het Nieuws_ +_van den Dag_.--Amsterdam. + +Traducida al sueco, por A. Hillman.--Un tomo.--Stockolmo. + +Traducida al tchèque, por A. Pikhart.--Un tomo.--Praga. + +Traducida al portugués, por Cunha e Costa.--Publicada en _Revista da +Semana_.--Río de Janeiro. + +Traducida al danés, por Oskar V. Andersen.--Un tomo.--Copenhague y +Kristiania. + +Edición española con prefacio y notas en inglés para el estudio del +español en Inglaterra y Estados Unidos, por el profesor Mr. +Davidson.--Un tomo.--New-York.--London. + + +=Riverita.= + +Traducida al francés, por M. Julien Lugol.--Publicada en la _Revue +Internationale_. + + +=Maximina.= + +Traducida al inglés, por Mr. Haskell Dole.--Un tomo.--New-York. + +=El cuarto Poder.= + +Traducida al francés, por B. d'Etroyat.--Publicada en _Le +Temps_.--París. + +Traducida al inglés, por Miss Rachel Challice.--Un +tomo.--New-York.--London. + +Traducida al holandés, por M. Hora Adema.--Un tomo.--Amsterdam. + + +=La Hermana San Sulpicio.= + +Traducida al francés, por Mme. Huc, con prefacio de Emile Faguet, de la +Academie Française.--Un tomo.--París. + +Traducida al inglés, por Mr. Haskell Dole.--Un tomo.--New-York. + +Traducida al holandés y publicada en _El Correo de Rotterdam_. + +Traducida al sueco, por A. Hillman.--Un tomo.--Stockolmo. + +Traducida al ruso, por Mme. Karminvi.--Un tomo.--San Petersburgo. + +Traducida al italiano, por Angelo Norsa.--Un tomo.--Milán. + +=La espuma.= + +Traducida al inglés, por Clara Bell.--Un tomó.--London. + + +=La Fe.= + +Traducida al francés, por M. Jules Laborde.--Un tomo.--París. + +Traducida al inglés, por I. Hapgood.--Un tomo.--New York. + +Traducida al alemán, por Albert Cronan.--Un tomo.--Leipzig. + + +=El maestrante.= + +Traducida al francés, por J. Gaure, con estudio preliminar de M. +Bordes.--Un tomo.--París. + +Traducida al inglés, por Miss Challice.--Un tomo.--London. + +=El origen del pensamiento.= + +Traducida al francés, por M. Dax Delime.--Publicada en la _Revue +Britannique_. + +Traducida al inglés, por I. Hapgood.--Publicada en _The Cosmopolitan_, +con ilustraciones de Cabrinety. + + +=Los majos de Cádiz.= + +Traducida al francés, por M. A. Glorget.--Publicada en el _Journal des +Debats_. + +Traducida al holandés, por Mary Hora Adema.--Un tomo.--Amsterdam. + +=La alegría del capitán Ribot.= + +Traducida al francés, por C. Du Val Asselin.--Un tomo.--París. + +Traducida al inglés, por Minna C. Smith.--Un tomo.--New-York. + +Traducida al holandés, por A. Fokker.--Un tomo.--Amsterdam. + +Traducida al italiano, por Angelo Norsa.--Publicada en _Il Sécolo +XIX_.--Génova. + +Edición española con notas en inglés y vocabulario para el estudio del +español, por los profesores Morrison y Churchman.--Un tomo.--New +York.--London. + + +=Tristán.= + +Traducida al inglés, por Jane B. Reid.--Un tomo.--Boston. + +=Papeles del Doctor Angélico.= + +Traducidos al alemán, por Mr. Franz Hartman.--Un tomo. + + * * * * * + + +NOTAS: + +[1] Casetas cuadradas de madera destinadas a graneros, sostenidas y +aisladas del suelo por columnas de piedras. + +[2] Véase _La Aldea perdida_. + +[3] Véase _La Aldea perdida_. + +[4] En esta narración me autorizo el cambiar los nombres, por razones +que no se le ocultarán al lector. + + + + + + +End of the Project Gutenberg EBook of La novela de un novelista, by +Armando Palacio Valdés + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA NOVELA DE UN NOVELISTA *** + +***** This file should be named 38814-8.txt or 38814-8.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + http://www.gutenberg.org/3/8/8/1/38814/ + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was +produced from images available at The Internet Archive) + + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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It exists +because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from +people in all walks of life. + +Volunteers and financial support to provide volunteers with the +assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's +goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will +remain freely available for generations to come. In 2001, the Project +Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure +and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. +To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation +and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 +and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. + + +Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive +Foundation + +The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit +501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the +state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal +Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification +number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at +http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg +Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent +permitted by U.S. federal laws and your state's laws. + +The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. +Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered +throughout numerous locations. Its business office is located at +809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email +business@pglaf.org. 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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: La novela de un novelista + +Author: Armando Palacio Valdés + +Release Date: February 9, 2012 [EBook #38814] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA NOVELA DE UN NOVELISTA *** + + + + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was +produced from images available at The Internet Archive) + + + + + + +</pre> + +<hr class="full" /> + +<h1>LA NOVELA DE UN NOVELISTA</h1> + +<p><a name="page_001" id="page_001"></a></p> + +<table border="3" cellpadding="5" cellspacing="0" summary=""> +<tr><td align="center"><a href="#INDICE"><b>AL ÍNDICE</b></a></td></tr> +</table> + +<p> </p> +<p> </p> + +<p><a name="page_002" id="page_002"></a></p> + +<p class="cb">OBRAS DE PALACIO VALDÉS<br /><br /> +4 PESETAS TOMO</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El Señorito Octavio</span>, un tomo.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Marta Y María</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al sueco, al +ruso y al tcheque.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El Idilio de un enfermo</span>, un tomo. Traducido al francés y al tcheque.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Aguas Fuertes</span> (novelas y cuadros, un tomo). Traducidas al francés, al +inglés, al alemán, al holandés, al sueco y al tcheque. Edición española +con notas y vocabulario en inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">José</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al alemán, al holandés, +al sueco, al tcheque, al danés y al portugués. Edición española con +notas en inglés para el estudio del español en Inglaterra y E. U. A.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Riverita</span>, un tomo. Traducida al francés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Maximina</span> (segunda parte de <i>Riverita</i>), un tomo. Traducida al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El cuarto Poder</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés y al holandés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La Hermana San Sulpicio</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al +holandés, al ruso, al sueco y al italiano.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La Espuma</span>, un tomo. Traducida al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La Fe</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés y al alemán.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El Maestrante</span>, un tomo. Traducida al francés y al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El origen del pensamiento</span>, un tomo. Traducida al francés y al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Los Majos de Cádiz</span>, un tomo. Traducida al francés y al holandés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La Alegría del Capitán Ribot</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés, +al sueco, al holandés y al italiano. Edición española con notas y +vocabulario en inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La aldea perdida</span>, un tomo.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Tristán O el pesimismo</span>, un tomo. Traducida al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Semblanzas literarias</span> (<i>Los oradores del Ateneo, Los novelistas +españoles, Nuevo viaje al Parnaso</i>), un tomo.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Papeles del Doctor Angélico</span>, un tomo. Traducidos al alemán. <span class="smcap"> Años de +juventud del Doctor Angélico</span>, un tomo. <span class="smcap"> La novela de un novelista</span>. Un +tomo, 5 pesetas.<a name="page_003" id="page_003"></a></p> + +<p> </p> +<p> </p> + +<p class="c"> +OBRAS COMPLETAS<br /> +<br /> +<small>DE</small><br /> +<br /> +<span class="un"> + + +D. ARMANDO PALACIO VALDÉS + + </span><br /> +<br /> +TOMO XXI</p> + +<h1>LA NOVELA DE UN NOVELISTA</h1> + +<p class="c">ESCENAS DE LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA<br /> +<br /><br /><br /> +<img src="images/ill_barra.png" +width="65" +height="11" alt="barra" title="barra" /> +<br /><br /><br /> +<br /> +MADRID<br /> +<span class="smcap">Librería de Victoriano Suárez</span><br /> +<small>Preciados, número 48.<br /> +1922</small></p> + +<p><a name="page_004" id="page_004"></a></p> + +<p> </p> +<p> </p> + +<p class="c">————<br /> +ES PROPIEDAD DEL AUTOR<br /> +————</p> + +<p> </p> +<p> </p> + +<p class="ov"> + +Imprenta Helénica. Pasaje de la Alhambra, núm. 3, Madrid. + +</p> + +<p><a name="page_005" id="page_005"></a></p> + +<p> </p> +<p> </p> + +<p class="cb"> +<i><big>DEDICATORIA</big></i><br /> +<br /> +<i><big>A LOS NIÑOS DE HOY</big></i></p> + +<div class="ded"> +<p><i>A vosotros dedico estas páginas, porque<br /> +seréis tal vez los únicos que con ellas se<br /> +diviertan. No me pesa. Quisiera terminar<br /> +mi vida haciendo meditar un poco a los<br /> +grandes y divirtiendo a los pequeños.</i></p> +<p class="r"><i>A. P. V.</i></p> + +</div> + +<p><a name="page_006" id="page_006"></a></p> + +<p><a name="page_007" id="page_007"></a></p> + +<h2><a name="ANTES_DE_EMPEZAR" id="ANTES_DE_EMPEZAR"></a>ANTES DE EMPEZAR</h2> + +<p>Los niños encuentran siempre el mundo nuevo y jugoso. Para los viejos +como yo se cae a pedazos de puro seco. ¿Quién tiene razón? Ellos; sin +duda ellos. Todo pierde su valor con el tiempo, pero no es culpa de los +manjares, sino de la boca y la lengua. «Preguntad a los niños y los +pájaros cómo saben las cerezas», dice un proverbio alemán. Ignoro cómo +sabrán a los pájaros, pero en cuanto a mí me sabían tan bien hace +sesenta años que cuando veía una cesta de ellas caía inmediatamente en +éxtasis como Santa Teresa en presencia del Sacramento.</p> + +<p>La historia de la infancia es igual siempre a sí misma. Es la felicidad. +Todo niño es feliz si una mano brutal no se interpone entre él y la +felicidad. Aire, luz, libertad, un poco de arena o de barro. No +necesitamos entonces más para ser felices. Todo eso lo da Dios. Sólo en +la infancia percibimos el sabor de los elementos creados. Las cosas +tienen verdadera significación para nosotros: el mar, la lluvia, la +aurora, las montañas y los ríos, las fisonomías de los hombres y los +animales entran por los ojos en nuestra alma y allí se pintan con +caracteres indelebles.</p> + +<p>Recuerdo la profunda impresión que me causaba en mi niñez el mar. Cuando +me acercaba a él todo mi diminuto ser se estremecía; la brisa salina me +enajenaba, el fragor de las olas me enardecía, los barcos que se +balanceaban a la orilla me dirigían amables invitaciones, las gaviotas +volando sobre la inmensa llanura despertaban en mi corazón ansias locas +de lo infinito. Era una mezcla de terror y de gozo. No podía hartarme de +mirar y de sentir. Había una especie de fascinación en este<a name="page_008" id="page_008"></a> abismo +azul, verde, argentado que me hacía esperar siempre algo inefable y +divino. ¿Qué nueva felicidad llegaría para mi? ¿Dónde se escondería en +este momento? Mi espíritu daba vueltas, trazaba círculos como aquellas +gaviotas sobre la fúlgida llanura. Pensaba ver surgir de las olas +figuras adorables, rostros divinos que me sonreían. Era el templo de +Dios aquel abismo líquido y transparente de donde se alzaba una música +que me inundaba de dicha y llenaba mis ojos de lágrimas...</p> + +<p>¡Ay! ahora me acerco al mar como si fuese a la Puerta del Sol. Contemplo +las volutas argentadas de sus olas con la misma indiferencia que los +chorros de las mangas de riego. Su estruendo temeroso me deja impasible +como el ruido de los coches, y me parece que las gaviotas con sus +graznidos pregonan los periódicos de la tarde.</p> + +<p>Al meditar sobre tal contraste llama a mi puerta con fuerte campanillazo +el idealismo trascendental—«¡Todo está en ti, iluso, todo está en +ti!»—. Todo no; algo queda fuera, y por este algo es posible la vida y +se hace imposible la muerte.</p> + +<p>En realidad sólo en la niñez somos sabios, sólo entonces establecemos +las verdaderas relaciones entre los hombres y las cosas: el odio es +odio, el orgullo es orgullo y la justicia justicia.</p> + +<p>Por eso escribo la historia de mi infancia, porque sólo entonces me +encuentro original y sincero. El niño no se acerca a un general, ni a un +ministro, ni a un clérigo ni a un mendigo; se acerca siempre a un +hombre. En todas las figuras y con todos los disfraces vemos al hombre y +a él nos ligamos o lo repelemos. Como salimos frescos de las manos de +Dios sabemos que todos somos imágenes de El y que no son los zapatos y +el sombrero lo que nos aproxima más al original.</p> + +<p>Los niños creen absolutamente en la bondad del Universo. Viniendo de lo +Infinito no pueden concebir la maldad más que como locura. Creen en la +salud moral, creen en la simpatía desinteresada y en la fidelidad. +Cuando un sujeto guapo que frecuenta su casa les besa cariñosamente y +les trae golosinas, no se les pasa por la<a name="page_009" id="page_009"></a> mente que aquel sujeto hace +sólo esto por conquistar a su mamá.</p> + +<p>El amor es confiado. Por eso de niños no nos cansamos jamás de creer y +confiar. Porque en nuestra alma se halla entonces presente la paz +indescriptible, la justicia ilimitada, la bondad infinita del Señor. Se +necesita que el mundo nos arranque cruelmente la fe y con ella pedazos +del corazón para que desconfiemos de los que nos rodean. En mi casa hay +unas niñas que cuando van al colegio le piden todos los días a su mamá +que envíe a buscarlas media hora antes de la salida reglamentaria. La +madre se lo promete y jamás lo cumple; pero ellas se marchan tranquilas +confiando en su palabra, y al día siguiente lo mismo. ¡Es hermoso! En +cambio a nosotros, los viejos, un ministro nos jura por Dios y todos los +santos, por su padre y por su madre que acepta la cartera para trabajar +por el bien del país, sin pensar en lucrarse... y no le creemos. ¡Es +horrible!</p> + +<p>Esta confianza inquebrantable en la bondad del Universo es lo que nos +hace felices en la infancia. La mía ha sido particularmente dichosa por +una disposición de circunstancias que el lector apreciará si se digna +pasar la vista por las siguientes páginas.</p> + +<p>Mi infancia y mi adolescencia se pasaron en dos medios bien diferentes, +en las ásperas montañas de la más abrupta provincia española y en las +riberas del mar. Esta ventaja de alternar la vida campesina con la +marítima es inapreciable porque da variedad a la vida y desarrolla en +nosotros pensamientos y aptitudes diversas. Sabido es que nada refresca +tanto el cuerpo y el espíritu como el cambio de ambiente y de +costumbres. Además fuí educado con una libertad que pocos niños han +disfrutado en la clase a que yo pertenezco. Nadie me ha obligado jamás a +estudiar. Yo lo he hecho siempre cuando quería y como quería. Mi padre +era un escéptico irreductible en lo referente a educación; se +encolerizaba cada vez que oía decir que la educación puede mudar poco o +mucho nuestra naturaleza. Tal vez arrastrado por su tendencia a la +paradoja, fuese demasiado lejos en este punto.<a name="page_010" id="page_010"></a></p> + +<p>Después que salíamos de la escuela he discurrido siempre a mi antojo por +la villa o por el campo en compañía de otros niños hasta que sonaba el +<i>Angelus</i> en la iglesia, en cuyo instante estábamos obligados a +restituirnos a casa sin pérdida de tiempo. Nada de ayas o vigilantes, +nada de colegios particulares y aristocráticos que no he pisado jamás. +He ido siempre a la escuela pública y más tarde al Instituto. No maldigo +de colegios y academias que no conozco; pero opino que es mejor para un +niño beberse el aire de la calle y recibir algunos sopapos de los hijos +de los carniceros. Acaso por esto en las pequeñas poblaciones no existe +ese odio irreconciliable entre burgueses y proletarios que observamos en +las grandes ciudades.</p> + +<p>Laviana con sus ingentes montañas; Avilés con sus vergeles, con la +belleza y alegría de sus mujeres incomparables, con sus habitantes +selectos, apasionados del Arte; Oviedo, ciudad rebosante de ingenio y +cultura fueron los dorados pórticos donde corrió mi infancia. El cielo +me concedió una madre solícita y tierna, un padre sensible, noble, +ilustrado, parientes afectuosos, amigos de extraordinario despejo que +fueron más tarde honor de nuestra nación. En verdad que no debo quejarme +de mi hado. Hay sujetos que pasan su vida lamentándose de cuanto les +rodea, de su patria, de su familia, de sus amigos, de su profesión y +hasta del siglo que les vió nacer, del tiempo y del espacio. El hombre +es un ser que quisiera siempre estar en <i>otra parte</i>. Yo no he aspirado +a moverme de la mía. Padres, deudos, vecinos, amigos, compañeros han +sido genios propicios para mí. He hallado en mi camino hermosas almas a +las cuales soy deudor del corto talento que he podido desplegar en este +mundo. Mis días se han deslizado dulces, serenos, perfumados por el amor +y la amistad, turbados solamente por la huída de seres muy queridos a +otra región más alta. Ignoro lo que la suerte me reserva. Aunque me +resta corta vida, para el dolor puede ser muy larga. Pero si Dios me +invitase a repetir la que hasta ahora he llevado, no vacilaría en +aceptar el convite.<a name="page_011" id="page_011"></a></p> + +<h2><a name="I" id="I"></a>I<br /><br /> +<small>ADÁN EN EL PARAÍSO</small></h2> + +<p>Habíamos llegado a Entralgo la noche anterior; un día entero caminando +en diligencia hasta entrar en Sama de Langreo. Allí nos esperaba nuestro +mayordomo Cayetano con los caballos necesarios. Montó mi padre en un +caballo blanco, izaron a mi madre sobre otro negro provisto de jámugas, +acomodaron a las criadas sobre pacíficos asnos y a mí me puso Cayetano +delante de sí en su propio caballo <i>Gallardo</i>, más brioso que <i>Bucéfalo</i> +y más juicioso que <i>Rocinante</i>. Nos servía de espolique José Mateo.</p> + +<p>Seguimos la orilla del río y cuando llegamos a Entralgo era ya noche. Yo +estaba medio dormido. Sólo me di cuenta de que había unas montañas muy +altas, muchos árboles, un río, una gran casa con balcones de madera y +delante de ella unos cuantos aldeanos y aldeanas que nos acogieron con +alegría. Dos de ellos llevaban sendos candiles en las manos, con los +cuales nos alumbraban mientras nos apeábamos. Recuerdo que una mujer +vieja y gorda, mejor vestida que las otras, me tomó de los brazos de +Cayetano en los suyos y me besó con efusión diciendo en voz alta que +parecía un clavel. Era Manola la noble esposa de Cayetano. Después +manifestó en voz más alta aún, que parecía un botón de rosa y recuerdo +que estos símiles me gustaron mucho y me hicieron formar buena idea de +las facultades discursivas de esta señora.<a name="page_012" id="page_012"></a></p> + +<p>Mi padre dijo:</p> + +<p>—Acostad a ese niño inmediatamente.</p> + +<p>Mi madre respondió:</p> + +<p>—Le daremos antes de cenar.</p> + +<p>Mi padre replicó:</p> + +<p>—No es necesario. Ha comido muchas golosinas.</p> + +<p>Y no recuerdo más. Cuando a la mañana siguiente abrí los ojos estaba en +el Paraíso terrenal.</p> + +<p>Por los cristales de mi balcón se veía el sol nadando ya por el cielo +azul. Frente a mí se alzaba una alta, hermosa montaña cuya crestería +semejaba la de un castillo fantástico. Sobre esta montaña venían a +posarse algunas nubecillas arreboladas que el viento empujaba +suavemente. El balcón abría sobre un corredor guarnecido de una +magnífica parra cuyos pámpanos caían como espléndido cortinaje, +ocultándome a medias el paisaje.</p> + +<p>En aquel mismo cuarto hacía seis años, el de gracia de 1853, había yo +visto por vez primera la luz del día.</p> + +<p>Mi padre me contó más tarde las circunstancias de mi nacimiento. Mi +madre se hallaba en manos de la partera, de Manola y de otras tres o +cuatro mujerucas expertas. Mientras tanto él, agitado y temeroso paseaba +por el salón de la casa en compañía del notario don Salvador, del +abogado Juncos y del señor cura de Lorio. A estos personajes fuí +presentado inmediatamente después de nacer con las solemnidades de +rúbrica. No hacía memoria mi padre de lo que había dicho en esta grave +ocasión don Salvador el notario, ni el señor cura de Lorio, pero sí +recordaba perfectamente que el abogado Juncos, mirándome fijamente y +extendiendo su mano sobre mi cabeza, profirió con acento severo estas +memorables palabras:</p> + +<p>—¡Dios le deje llegar al solio pontificio!</p> + +<p>El lector tendrá ya noticia seguramente de que los deseos proféticos del +abogado Juncos no se han verificado. Me consta que mientras vivió nunca +pudo consolarse de esta amarga decepción que le hizo experimentar el +Sacro Conclave Romano.</p> + +<p>Poco después de nacer yo se trasladó mi familia a Avilés, la villa +marítima que todo el mundo conoce. Y mis padres tuvieron el mal gusto de +pasar seis años sin<a name="page_013" id="page_013"></a> poner los pies en Entralgo, lugar de celestiales +delicias enclavado en la montaña.</p> + +<p>Osadamente me vestí sin llamar a la <i>chacha</i> y mi audacia llegó al punto +de deslizarme por la casa sin conocerla. Encontré una escalera, bajé por +ella y salí al campo. ¡Oh qué hermosa huerta se extendía delante de mí +toda llena de ciruelas, cerezas y otros frutos deliciosos! Apenas di +unos cuantos pasos tropecé con José Mateo, aquel criado moreno, fornido, +de cabellos rizados que nos había servido de espolique la tarde +anterior.</p> + +<p>—José Mateo, alcánzame una ciruela.</p> + +<p>José Mateo obedeció inmediatamente. Después vi un cerezo cubierto de +cerezas y ordené con el mismo imperio:</p> + +<p>—José Mateo, alcánzame cerezas.</p> + +<p>Y con igual sumisión José Mateo se encaramó en el árbol y me entregó una +rama cuajada de ellas.</p> + +<p>—¿Dónde vas?—le pregunté.</p> + +<p>José Mateo me enteró de que iba en aquel momento a ordeñar las vacas y +me preguntó si quería hacerle el honor de acompañarle. Se lo otorgué +generosamente. Fuimos al establo y delante de él había unos cuantos +hombres y mujeres arrancando patatas, que me acogieron con júbilo y me +vitorearon como a un emperador. Yo apenas correspondí a esta calurosa +ovación porque tenía prisa de hallarme frente a las vacas. Había cinco o +seis: la <i>Salia</i>, la <i>Cereza</i>, la <i>Garbosa</i>, la <i>Morueca</i>, etc. Las +contemplé con respeto y simpatía, pero mis ojos y mis sentidos todos se +dirigieron inmediatamente a los terneros que se hallaban amarrados lejos +de sus madres a un pesebre mucho más bajo. Acometido súbito de fervoroso +amor me precipité hacia ellos para abrazarlos y besarlos. Me acogieron +con notoria ingratitud, brincando y retorciéndose para esquivar mis +caricias.</p> + +<p>—José Mateo, móntame sobre una vaca.</p> + +<p>José Mateo me montó sobre una vaca y me sostuvo todo el tiempo que yo +quise. Después tomó su colodra y se puso a ordeñar. Los que arrancaban +las patatas vinieron un momento a reposarse y siguieron tributándome los +mismos homenajes. Pero yo estaba atentísimo a la operación<a name="page_014" id="page_014"></a> que +realizaba José Mateo. Sin saber cómo, en mi mente nació un pensamiento +ambicioso, el de ordeñar yo también a uno de los terneros. En cuanto +signifiqué la proposición obtuvo un éxito inesperado. No sólo José Mateo +sino todos los que allí había lo mismo hombres que mujeres la aprobaron +fuertemente y manifestaron del modo más ostensible su satisfacción. José +Mateo buscó un zapito más chico y me lo entregó. Acto continuo me puse a +la obra...</p> + +<p>¿Por qué ríen aquellos mastuerzos? ¿Por qué ríen tanto? Reían hasta +desternillarse, apretándose las costillas como si fuesen a estallar. +Pero el ternero, brincaba, coceaba, se retorcía: y por más que yo, +diligente y enardecido por los gritos de entusiasmo que los arrancadores +de patatas lanzaban al aire, no cejaba en mi tarea, nunca pude extraer +de él una gota de leche. Para resarcirme de esta dolorosa decepción José +Mateo me ofreció un zapito rebosante de ella. Bebí hasta que me harté +con viva satisfacción del concurso, el cual prorrumpió en gritos de +entusiasmo al verme con las narices teñidas.</p> + +<p>En cuanto salimos del establo lo primero que encontramos ¡oh dicha! fué +un asno.</p> + +<p>—José Mateo, móntame sobre ese burro.</p> + +<p>José Mateo obedeció y todos los demás le ayudaron a izarme y me pasearon +largo rato por mis dominios hasta que me llamaron a tomar el chocolate. +Y apenas tomado, subí de nuevo al cielo, esto es, monté en el asno y +seguí paseándome, sirviéndome de palafreneros una muchedumbre de hombres +y mujeres, por aquellos parajes encantados donde todo era placer, dicha +y amor.</p> + +<p>Cuando llegó la hora de comer Manola y su digno esposo Cayetano, que +ocupaban los bajos de nuestra casa, me invitaron a su mesa. ¡Oh! esta +mesa era el artefacto más ingenioso y admirable que jamás se haya visto. +Nos sentábamos en un gran escaño de madera ennegrecida delante del lar; +se soltaban unas clavijas y de pronto bajaba una gran tabla a colocarse +delante de nosotros. A pesar de mis canas todavía no puedo recordar esta +mesa sin que mi corazón salte de alegría.</p> + +<p>Mientras comíamos, una gata maravillosa vino a ponerse<a name="page_015" id="page_015"></a> sobre el hombro +de Cayetano y a comer las sobras de su plato. Mi sueño en aquel momento +sería que se montase también sobre mi hombro y comiese conmigo. Pues +bien, este sueño ambicioso se realizó antes de llegar al final de la +comida. La <i>Micona</i>, aquella gata majestuosa, madre de tres generaciones +de gatos guerreros, me hizo el honor de subirse a mi espalda y meter el +hocico en mi plato. Yo permanecí tan confuso y agradecido que me +apresuré a darle todo lo que había en él y si no hubiera sido por Manola +me quedo con hambre.</p> + +<p>Después salgo al campo otra vez, y mis pies recorren los deliciosos +senderos de la aldea, los bosques de avellanos, las calles estrechas +entre setos de zarzamora y madreselva. Un sentimiento de inmortal +felicidad invadía mi espíritu, lo tenía suspenso y extasiado. El aire +embalsamado penetraba en mis pulmones embriagándome, los pájaros +gorjeaban sobre mi cabeza bendiciones, las hojas de los árboles +susurraban a mi oído promesas de dicha. De pronto en una de las +revueltas del sendero, tropiezo con una gran cerda que llevaba en pos de +sí ocho o diez cerditos. Jamás he visto una aparición más celestial. +Aquellos animalitos bulliciosos, sonrosados, cautivaron inmediatamente +mi corazón.</p> + +<p>Y como yo estaba persuadido de que me hallaba en el Paraíso y que todas +las criaturas de Dios debían obedecerme y acatarme, en cuanto vi a un +paisano cerca le ordené que me diera uno de aquellos cerditos. Sin +pérdida de tiempo me lo entregó y yo le besé con transporte en el +hocico. Pero aquel animalito no debía estar acostumbrado a esta clase de +expansiones amorosas porque la tomó como una ofensa, se puso a chillar y +a forcejear hasta que logró desasirse y escapar con sus hermanos.</p> + +<p>Un poco más lejos vi algunos carneros pastando, y el pastor, que era un +chico de catorce o quince años, me invitó a que me sentara a su lado. Me +trató igualmente como a rey y señor, me regaló una flauta con la cual +distraía sus ocios y los de los carneros, me enseñó a hacer jaulas de +mimbre para los grillos, me adiestró en la caza de éstos, revelándome +algunos procedimientos de<a name="page_016" id="page_016"></a> su invención y por último me hizo saber que +aquellos carneros me pertenecían y estaban a mis órdenes. Por lo tanto +no tenía más que pedir a mi papá que me hiciese construir un carrito de +madera y él se encargaba de enganchar los dos más fuertes y domarlos +hasta que pudiera pasearme por todo el concejo y llegar a Sama si fuera +necesario. Yo pensé que me volvía loco de alegría. Me fuí a casa y +haciendo irrupción en el despacho donde se hallaba mi padre con algunos +señores, le signifiqué a boca de jarro mi pretensión. Todos aquellos +señores la encontraron muy razonable y la apoyaron con todas sus +fuerzas, de modo que mi padre dió inmediatamente las órdenes oportunas +para que se construyese el carro.</p> + +<p>Pero ¿qué es lo que veo? Un perrito negro con un redondo lunar blanco en +la frente, que empieza a brincar en torno mío solicitando mi valiosa +protección. Me apoderé de él, le tomé en mis brazos y nuestra amistad +quedó sellada. Este perrito era una perrita, se llamaba <i>Peseta</i> a causa +de la forma y tamaño del lunar, que semejaba la moneda de este nombre y +pertenecía al médico don Nicolás, uno de los señores presentes. Como es +lógico le pedí en seguida que me la regalase, y como es lógico también, +me respondió que desde aquel momento era mía.</p> + +<p>Salí con ella en los brazos y la paseé triunfante por la aldea +mostrándola con orgullo a todo el vecindario. El respeto a la verdad me +obliga a confesar que durante las dos o tres horas que la llevé sobre mi +pecho, aquella linda perrita me dió pruebas inequívocas del más fino +amor. Me decía cosas tiernas al oído y me lamía la cara, acaso más a +menudo que lo que hubiera aconsejado la decencia. ¿Por qué, pues, +aprovechando un descuido mío, saltó al suelo y emprendió una carrera +vertiginosa sin escuchar mis anhelantes llamamientos? Nunca he podido +comprenderlo. El corazón femenino es un abismo de contradicciones y +misterios.</p> + +<p>Cuando venía hacia casa mohino y entristecido, tropecé con don Marcos, +aquel famoso capellán que había perdido su fortuna en francachelas y +sobre el tapete verde.<a name="page_017" id="page_017"></a></p> + +<p>—¡Don Marcos—le dije con acento dolorido—se me escapó la <i>Peseta</i>!</p> + +<p>—¡Ay, hijo mío, cuántas se me habrán escapado a mí!—me respondió +sonriendo.</p> + +<p>Yo no entendí el equívoco y creí de buena fe que había tenido muchas +perritas y se le habían escapado. Y le compadecí sinceramente.</p> + +<p>Pero cuando llegué a casa el <i>Muley</i>, el obeso perro de caza de +Cayetano, vino a mí y me consoló de la traición de aquella pérfida. ¡Qué +honradote era aquel <i>Muley</i>! ¡qué gracioso! ¡Qué buen carácter tenía! +Aunque me montase sobre él, aunque le tirase de las orejas y del rabo +jamás le he visto enfadado. Lo único que hacía era sustraerme +bonitamente el pan de la merienda. Pero lo ejecutaba con tal gracia y +destreza que se lo perdonaba de todo corazón. Aquella tarde me hizo +feliz y se tragó tres buenos cachos de pan y un gran pedazo de queso.</p> + +<p>Por la noche, después de cenar me recosté en el gran sofá del comedor, +cerca de mi madre, que ocupaba el otro extremo. Más de una docena de +mujerucas de la aldea vinieron a hacernos la tertulia. Como no había +sillas bastantes, muchas de ellas se acomodaron en el suelo. Mi padre en +un ángulo de la estancia fumaba un cigarro puro y charlaba con el señor +cura, el notario don Salvador, el abogado Juncos y Cayetano. Las +mujerucas hilaban y mi madre hilaba también sirviéndose de una preciosa +rueca con incrustaciones de marfil que le había regalado mi abuelo. Sus +dedos de hada torcían el hilo tan fino que las mujerucas no se hartaban +de admirarla. De vez en cuando posaba en mí sus grandes, hermosos ojos +negros, y sonreía dulcemente.</p> + +<p>Los míos se entornaban ya a mi despecho para dormir. Sentía perder de +vista por algunas horas el paraíso en que la Providencia me había +colocado. A mis oídos llegaba, sin embargo, la conversación que sostenía +mi padre con aquellos señores. Se hablaba de unas cosas espantosas, del +robo que se había cometido hacía pocos días en casa del señor cura de +Pelúgano, de la ferocidad de los ladrones, de los tormentos que habían +infligido al<a name="page_018" id="page_018"></a> buen sacerdote y a su ama de gobierno para hacerles +declarar dónde estaba escondido el dinero. Pero todo aquello no era más +que una horrible pesadilla. Yo estaba en el Paraíso, me hallaba +absolutamente convencido de ello, y ansiaba despertarme para gozar +nuevamente de sus alegrías inmortales.<a name="page_019" id="page_019"></a></p> + +<h2><a name="II" id="II"></a>II<br /><br /> +<small>UNA SUERTE ORIGINAL DEL TOREO</small></h2> + +<p>Después de tan larga ausencia mi padre tenía muchos asuntos que arreglar +en Laviana. Permaneceríamos, pues, allí no sólo el verano sino el otoño, +acaso también el invierno; en fin, una eternidad. Yo me dispuse a pasar +la eternidad como la pasan los ángeles, suponiendo que los ángeles no +tengan colegio. Mi padre me había anunciado que todos los días +aprendería mis lecciones de gramática y de historia sagrada y escribiría +mi plana; pero yo conocía a mi padre perfectamente aunque no le hubiese +engendrado y la eficacia de sus preceptos cuando éstos tendían a +molestarme.</p> + +<p>Me puse, pues, tranquilamente en los primeros días a recorrer el Paraíso +terrenal y a reconocer sus parajes más deleitosos empezando por nuestra +morada. Era un gran caserón hecho a retazos por sucesivas generaciones. +Para pasar de una habitación a otra había que subir o bajar casi siempre +un escalón y esta circunstancia me impresionó muy agradablemente en su +favor, no sé por qué. Quizá, sin darme cuenta de ello, previese que +aquel constante subir y bajar iba a influir beneficiosamente en el +desarrollo de mis piernas. Sin embargo, lo primero que desarrollé fué la +cabeza, pues di unas cuantas caídas que levantaron otros tantos +chichones en ella.</p> + +<p>Había una gran sala en la parte trasera, que llamaban la <i>sala nueva</i> +aunque era terriblemente vieja y a entrambos lados de la casa dos +amplios corredores de rejas<a name="page_020" id="page_020"></a> guarnecidas con sendas parras. Los muebles +eran feos y toscos: sobre todo un reloj de pesas tenía tan espantosa +catadura, que no podía mirarlo sin sentirme inquieto, y cuando iba a dar +la hora comenzaba a producir unos ruidos extraños y odiosos que me +asustaban.</p> + +<p>La cama en que yo había nacido (esto lo supe después porque entonces no +dudaba de haber llegado de Madrid en la consabida cestita) era un +monumento de Semana Santa. Para subir a ella debía de existir una +escalera de mano, pero yo no la vi. Los sillones de la sala pertenecían +al tiempo de los cíclopes o por lo menos a la era pelásgica, pues ningún +hombre de este siglo podía sentarse en ellos por sus propias fuerzas. En +el sofá dormiríamos todos los de la casa sin molestarnos. Ciclópeas eran +también las mesas de roble, que no podían ser removidas sin que subiesen +los criados de la labranza a ayudar a las muchachas.</p> + +<p>Pero en medio de toda esta barbarie había un delicioso artefacto +modernista, un organillo no más antiguo de un siglo. Era más alto que yo +y su repertorio se componía de piezas de una ópera llamada <i>La +Caravana</i>, valses de la reina de Escocia, minués y gavotas. Así que +empuñé su manubrio y le hice sonar comprendí cuál era mi verdadera +vocación en este mundo. Yo había nacido para tocar el organillo. Fiel a +la voz del cielo estuve tocando cuarenta y ocho horas seguidas sin dejar +mi trabajo más que a las horas de comer y dormir. Ignoro por qué lo +abandoné pues nadie se empeñó en torcer mi vocación, pero es lo cierto +que al cabo, por mi propia voluntad, fuí dejando claros cada vez mayores +en mi tarea.</p> + +<p>En uno de estos intervalos se me ocurrió subir al desván. Era enorme, +obscuro, lleno de polvo y de telas de araña. Imposible imaginar nada más +interesante. Sillas desvencijadas, cajones medio abiertos, residuos de +vajilla, libros encuadernados en pergamino, argadillos y otros +cachivaches de formas para mí desconocidas. En un rincón había unos +cuantos fusiles de chispa, que apenas tuve fuerzas para levantar; había +espadas también, y en un viejo arcón hallé cinco o seis casacas azules, +encarnadas,<a name="page_021" id="page_021"></a> blancas con las cuales determiné disfrazarme tan pronto +como se presentase la ocasión. Estas casacas habían pertenecido a mi +abuelo que había muerto tres o cuatro meses antes de venir yo al mundo. +Fué militar y se retiró joven a sus tierras. Siendo cadete y contando +sólo diez y seis años había hecho la guerra a la república francesa +cuando nuestra nación se la declaró después de la ejecución de Luis XVI. +Fué hecho prisionero y relataba, según me transmitía mi padre, que al +entrar en Burdeos con otros prisioneros y antes de ser conducido a la +prisión había visto cortar nueve cabezas en la guillotina. Una vez en la +cárcel, que era una especie de viejo almacén, trató de sobornar a varios +centinelas mostrándoles una onza de oro que había conservado. Todos le +rechazaron indignados y alguno le golpeó con la culata del fusil. Por +fin uno de los mozos que diariamente venían a traerles una cabeza de +carnero a cada uno y hacer la limpieza se ablandó, le cedió su +sombrerete y en mangas de camisa y con un cubo en cada mano logró burlar +la guardia y fugarse. Después de muchas y peligrosas peripecias entró al +cabo en España y pudo incorporarse de nuevo al ejército. Estaba de Dios +que mi abuelo, a quien me pintaban como un hombre extremadamente +aficionado a la vida de aldea, como un propietario ordenado y ahorrador, +había de morir como un militar, pues falleció a consecuencia de la caída +de un caballo.</p> + +<p>Delante de la casa había dos grandes hórreos<a name="FNanchor_1_1" id="FNanchor_1_1"></a><a href="#Footnote_1_1" class="fnanchor">[1]</a> que servían para +depósito del trigo; porque en aquella época las rentas se pagaban en +especie. Aquellos hórreos eran deleitosos como todo lo demás. Debajo de +ellos nos cobijábamos cuando llovía y allí se bailaba, se jugaba y nos +podíamos divertir de todas maneras sin temor de la intemperie. Detrás se +extendía la pomarada. Un poco más lejos, y encima de ella se veía la +iglesia y la casa rectoral. Entralgo se halla situado en el ángulo que +forma el Nalón, río mayor de Asturias, con un pequeño<a name="page_022" id="page_022"></a> afluente llamado +río de Villoria. No le bañan, pues, más que dos ríos y en este respecto +hay que reconocer que es inferior al Paraíso de nuestros primeros +padres, el cual estaba regado por cuatro. En cambio en éste, al decir de +mi profesor de griego en Madrid don Lázaro Bardón, que había estado allí +con una comisión del ministerio de Fomento, soplaba ordinariamente un +viento muy fastidioso. Nada de eso acaecía en Entralgo. Una temperatura +deliciosa entre veinte y veinticinco grados, rodeado de altas montañas, +que lo guardan de los huracanes, sentado sobre el césped, guarnecido por +bosques de castaños y avellanos, envuelto entre manzanos, nogales, +cerezos y otros árboles de fruta. Mucha humedad y mucho lodo durante el +invierno, es cierto; pero nosotros no estábamos obligados a pasar allí +el invierno, mientras Adán y Eva no podían salir de su jardín. En cuanto +a la variedad de frutas claro está que no es posible la comparación +porque en el Paraíso de nuestros primeros padres las había todas, pero +si me dicen que las manzanas y las cerezas que Adán tenía a su +disposición eran mejor que las que yo comía, me autorizo el dudarlo.</p> + +<p>El río Nalón distaría de nuestra casa unos quinientos pasos y ciento el +de Villoria. En la margen de éste se halla la célebre <i>Bolera</i> o campo +de recreo donde los vecinos se entregan a sus juegos favoritos el de +bolos y el de la barra los domingos y días festivos. Allí fué donde +Jacinto de Fresnedo venció en buena lid un día del Carmen tirando la +barra a todos los mozos del valle de Langreo<a name="FNanchor_2_2" id="FNanchor_2_2"></a><a href="#Footnote_2_2" class="fnanchor">[2]</a>.</p> + +<p>Sobre este río de Villoria hay un pontón de madera y se pasa al camino +de la Fuente por la derecha, y al de los Molinos y Cerezangos a la +izquierda. Cerezangos era un vasto prado en declive y con no pocos altos +y bajos que mi padre convirtió más tarde en pomarada. En aquella época +estaba dedicado a pradera, cerrado como casi todas las fincas de la +región por una paredilla cubierta de zarzamora y guarnecida toda su +extensión por avellanos,<a name="page_023" id="page_023"></a> que salen de la tierra en forma de +canastillos. Contemplando el valle de Laviana desde lo alto de +cualquiera de sus montañas, se ven todos los prados como claras +esmeraldas cercadas por otras más obscuras.</p> + +<p>Una de aquellas tardes me aventuré a pasar el pontón, y encaminando mis +pasos por el sendero de los Molinos llegué hasta Cerezangos. La portilla +de rejas estaba cerrada con candado, pero a un lado había una saltadera +bastante cómoda que me invitaba a entrar. Y en efecto entré y espacié mi +vista con deleite por todo el ámbito de la pradera, matizada de blancas +florecillas. Me sentía dichoso y cada vez más contento de haber nacido. +Lentamente, como quien paladea con glotonería su felicidad, fuí +avanzando por la finca con el oído atento al canto de los pájaros, pero +más aún al de los grillos que en aquel momento me parecían excesivamente +interesantes. Allá en el centro pastaba tranquilo y solitario un +carnero. Aquel carnero me trajo a la memoria el carro que mi padre me +había prometido, y mi felicidad, aunque parezca imposible, aumentó +todavía más. ¡Quién había de pensar!...</p> + +<p>Poco a poco me fuí aproximando al sitio donde pastaba el carnero. Este +levantó dos o tres veces la cabeza para mirarme y volvió a bajarla. +Avancé un poco más y entonces el carnero quedó inmóvil contemplándome +con dulce mirada. Luego él también comenzó a avanzar lentamente hacia mí +como si quisiera darme la bienvenida. ¡Oh amable carnero! Me acometieron +deseos de besarle.</p> + +<p>¿Qué es esto, cielos? Cuando se hallaba a cinco o seis pasos de mí, toma +carrera, baja la cabeza y me embiste fieramente tumbándome en el suelo.</p> + +<p>¡Madre mía! ¡qué susto! ¡qué gritos! Traté de levantarme rápidamente, +pero así que me pongo en pie el carnero vuelve a embestirme y me tumba +de nuevo. Otra vez me levanto y otra vez me embiste y me tumba. Repito +la suerte otras tres o cuatro veces y otras tantas fuí derribado.</p> + +<p>En conciencia debo declarar que el animal no me hacía mucho daño, no sé +si porque el golpe era flojo o porque<a name="page_024" id="page_024"></a> antes de que llegase su testa a +mi vientre ya me había yo dejado caer al suelo. De todos modos comprendí +al cabo con terror que eran inútiles todos mis esfuerzos para mantenerme +en la posición normal de un bípedo. Lo que hice entonces fué llorar como +una fuente y gritar como un energúmeno llamando a mi padre, a mi madre, +a Manola y a todos los criados uno por uno. Nadie acudió en mi auxilio. +¡Qué horrible decepción! Yo había imaginado que Dios había puesto a mi +servicio todos los animales de la creación, y ahora, repentinamente y +sin motivo aparente, uno de ellos se rebelaba, ¡qué digo rebelarse! me +atacaba, me tenía hecho prisionero, y ¡quién sabe lo que haría más tarde +de mí!</p> + +<p>La muerte se me presentó bajo su aspecto más espantoso. Tumbado boca +arriba y mirando al cielo gritaba hasta ponerme ronco, repitiendo los +nombres de todas aquellas personas que me parecían bastante poderosas +para luchar con mi enemigo. Hasta llamé a <i>Muley</i>, el perro de Cayetano, +que por supuesto tampoco pareció por allí.</p> + +<p>El carnero no hacía caso de mí o por lo menos aparentaba no hacerlo. +Tanto que al cabo de un rato me aventuré a incorporarme; pero entonces +levantó la cabeza, me miró fijamente y yo, aterrado, me dejé caer +nuevamente sobre el césped. Sólo la Virgen podía salvarme de aquella +angustiosa situación, y se lo pedí, repitiendo las oraciones que me +había enseñado mi madre.</p> + +<p>Y en efecto, la Virgen vino en mi auxilio sugiriéndome una idea +salvadora. Puesto que el carnero no hacía caso de mí mientras me hallaba +tumbado y sólo se irritaba cuando me veía en pie, tal vez caminando a +rastras lograría evitar su furor. Me arrastré, pues, cautelosamente y +avancé un metro poco más o menos. Miré hacia atrás; el carnero seguía +pastando sin advertir nada. Avanzo otro metro; tampoco. Sigo +deslizándome como una serpiente sobre el césped, mirando a cada instante +a mi enemigo y éste permite que me aleje sin notarlo siquiera.</p> + +<p>¿Sería una traición? ¿Me dejaría concebir esperanzas para caer de +improviso sobre mí? Eso pensé con espanto,<a name="page_025" id="page_025"></a> cuando hallándome ya lo +menos a treinta pasos de él levantó la cabeza y me miró con fijeza. +Quedé yerto. Mi corazón parecía que se salía del pecho. Y sin embargo, +repito, que aquella mirada era más bien dulce que iracunda. En el curso +de mi existencia otra gente me ha mirado de un modo más agresivo sin +embestirme.</p> + +<p>Quedé inmóvil y pegado al suelo haciendo el muerto, o por mejor decir +estándolo casi de miedo. El carnero bajó al cabo la cabeza y siguió +pastando y desde entonces no volvió a mirarme. Yo seguí avanzando hacia +la saltadera con la misma prudencia, ensanchando y contrayendo +alternativamente los anillos musculares de mi cuerpo como un consumado +anélido.</p> + +<p>Por fin me encuentro a tres pasos de la saltadera. Miro hacia atrás. El +carnero está lejos, muy lejos y pasta tranquilo e indiferente la menuda +yerba. Entonces me levanto vivamente y en menos tiempo que se dice monto +la saltadera y me tiro al camino y corro como un gamo hasta llegar a +casa jadeante y sudoroso.</p> + +<p>Cualquiera pensará que llegué presa de la mayor desolación y amargura. +Nada de eso. Mi estado de ánimo era felicísimo: rebosaba de orgullo y de +entusiasmo por mí mismo, pensando en la burla que había hecho al +carnero.</p> + +<p>Así es como las satisfacciones de la vanidad esparcen casi siempre un +bálsamo refrigerante sobre nuestras heridas.<a name="page_026" id="page_026"></a></p> + +<h2><a name="III" id="III"></a>III<br /><br /> +<small>IMPRESIONES DEL ESTÍO</small></h2> + +<p>Aquel verano envió Dios a la tierra el más verde follaje, las brisas más +perfumadas, las aguas más cristalinas y las cerezas más encarnadas de su +infinito repertorio. En el cielo también mostró su buena voluntad +haciendo nadar en él un sol refulgente seguido de alegre escolta de +nubecillas irisadas. Y en nuestra propia casa de Entralgo se ingenió +para que mi padre olvidase la mayor parte de los días el darme lección y +para que <i>Muley</i>, el perro de Cayetano, fuese cada vez más amable y +tolerante conmigo.</p> + +<p>Los animales seguían siendo mi dicha a pesar de la amarga decepción que +acabo de relatar. La fauna me interesaba muchísimo más que la flora y +como esto se sabía en el pueblo los chicos me traían con frecuencia +mirlos de cría, jilgueritos, pinzones, calandrias, etc., etc. Yo los +criaba a la mano, les abría el pico y les introducía cuanto alimento +podía hallar en la cocina. A pesar de eso ¡caso extraño! todos se morían +bien pronto: apenas pasó ninguno de las cuarenta y ocho horas. Esto +hacía montar en cólera a mi padre y me increpaba duramente, no sé por +qué, pues yo los cuidaba con el esmero y la diligencia que puede emplear +una madre con sus hijos. Si se morían, sin duda era por mala voluntad, +pues no es creíble que en edad tan tierna estuviesen ya fatigados de la +vida.</p> + +<p>Los terneros continuaban mereciendo mi aprobación<a name="page_027" id="page_027"></a> aunque yo no merecía +la suya, pues en cuanto me acercaba y les ponía la mano encima +comenzaban a brincar y forcejear como desesperados y tiraban de la +cadena que los tenía sujetos al pesebre como si quisieran ahorcarse con +el collar. La madre allá en el fondo del establo volvía la cabeza y +dejaba escapar un sordo mugido de reprobación.</p> + +<p>José Mateo era siempre mi esclavo. Cuanto yo necesitaba o me placía en +el reino vegetal o animal estaba seguro de obtenerlo inmediatamente por +la intercesión de aquel hombre cuyo poder no reconocía límites. Trepaba +a los árboles, penetraba en las cuevas, se bañaba en el río sin reparo +alguno por proporcionarme el más pequeño placer. Cuando iba a efectuar +cualquier trabajo, como segar heno fresco para el ganado o helecho para +mullir el establo, me llevaba sobre sus robustos hombros, me sentaba +después sobre el césped y mientras trabajaba me iba instruyendo acerca +de las delicadas operaciones que exige el cultivo de la tierra y de la +vida y costumbres de los animales que poseíamos en la casa. Me decía que +el heno fresco se corta mejor a la madrugada porque está más blando: al +mediodía la guadaña encuentra mayor resistencia. En cambio el helecho +como se corta con la hoz vale más segarlo en las horas de calor en que +está más recio. Me enseñaba el modo de atar la carga con la gran soga de +cerda y me permitía ayudarle en esta importante operación montando sobre +el montón de heno o helecho para prensarlo.</p> + +<p>José Mateo era el hombre de las praderas. Para él no existía en el mundo +ni riqueza más apetecible, ni espectáculo más divertido, ni cosa más +digna de veneración que un buen prado de regadío. No le cabía en la +cabeza que se pudiera llamar rico a un hombre que no poseyese alguno. +Por eso mi padre, que poseía muchos, era un ser excepcional a sus ojos y +cuando yo le decía que había señores mucho más ricos que él sacudía la +cabeza dudando de mi aserto. Había estado una sola vez en Avilés y mi +padre, queriendo proporcionarle una sorpresa, le llevó por caminos +escondidos hasta el borde de la mar. Al hallarse repentinamente frente a +ella y ver la inmensa<a name="page_028" id="page_028"></a> llanura de agua, abrió mucho los ojos y dándose +una palmada en la frente exclamó: «¡Dios, qué prado!»</p> + +<p>No tardé en averiguar que la yerba larga y dura la comen perfectamente +los caballos, pero las vacas la rechazan. La yerba cortita, mezclada de +manzanilla y otras plantas olorosas hace la delicia de éstas que con +ella se cargan de leche dulce y sabrosa. En el establo teníamos cinco o +seis vacas que José Mateo, con profundo espíritu crítico, clasificaba en +dos grupos: las <i>lechares</i>; esto es, aquellas que daban mucha leche, y +las <i>mantequeras</i>, o sea las que dando menos leche rendían mayor +cantidad de manteca. Aprendí cómo se extrae ésta mazando la leche en una +vasija de barro a la cual se había hecho previamente un agujerito que se +tapaba con una espiga de madera. Por este agujerito se dejaba correr el +suero cuando la manteca comenzaba a sonar ya como una bola pastosa +dentro de la vasija.</p> + +<p>Los días claros, serenos, se deslizaban para mí de un modo delicioso +aprendiendo estas y otras cosas que me parecían infinitamente más +interesantes que la conjugación de los verbos intransitivos. En aquel +tiempo pensaba yo como un bárbaro, imaginando que escribir el verbo +haber sin <i>h</i> no tenía trascendencia alguna para la vida.</p> + +<p>Una mañana hallé a José Mateo vestido con su chaqueta nueva y su montera +de los domingos. Estaba grave y un poco pálido y contra su costumbre no +me interpeló alegremente. Yo le pregunté:</p> + +<p>—¿Por qué te has puesto la chaqueta nueva?</p> + +<p>—Porque la <i>Salia</i> se quedó escosa—me respondió muy serio.</p> + +<p>Yo no vi clara la relación de causalidad que existía entre la chaqueta +nueva de José Mateo y el que la <i>Salia</i> se quedase escosa (sin leche). +Callé sin embargo y al cabo de un momento él mismo se encargó de +explicármela.</p> + +<p>—El amo me mandó ir a venderla al mercado.</p> + +<p>El amo era Cayetano; a mi padre le llamaba, «el señor».</p> + +<p>—¡Ah! ¿vas a la Pola? Yo voy contigo.<a name="page_029" id="page_029"></a></p> + +<p>En efecto, me dejaron ir a la Pola con él y estuve toda la tarde en el +mercado del ganado. Después de mucha, muchísima conversación y de +infinitos tanteos y reconocimientos, después de regatear una hora entera +por cosa de medio duro, al cabo se vendió la <i>Salia</i>. José Mateo, que +había estado locuaz todo el día volvió a quedar silencioso y taciturno +cuando vió partir al comprador con la vaca atada por los cuernos. Hacía +seis años que la ordeñaba, que la daba de comer, que la llevaba al río a +beber, que la uncía al carro. Metió rápidamente en la faltriquera, como +si le quemase los dedos, el dinero del precio, me tomó de la mano y +emprendimos de nuevo silenciosos y tristes el camino de Entralgo. ¡Ah, +vosotros los que en la Bolsa vendéis y cambiáis indiferentes esos +papeles que llamáis valores, cuán poco imagináis las emociones que +representa la venta y el cambio de los valores de la aldea!</p> + +<p>Los domingos eran días más felices aún para mí. Al despertarme escuchaba +el dulce tañido de las campanas. Si al terminar el repique sonaban +lentamente dos campanadas por ellas averiguaba que era el segundo toque. +Saltaba del lecho prontamente y me asomaba al corredor de la parra. +Enfrente de mí, y bien lejana, se alzaba la gran Peña-Mea cuya crestería +se recortaba en el azul del cielo. Los castañares que vestían las +colinas, la pomarada, todo el follaje en que estaba envuelta mi casa +brillaba a las primeras luces del sol matinal. Por delante comenzaban ya +a pasar en dirección a la iglesia los vecinos de Canzana vestidos con el +traje de fiesta, la tosca camisa blanquísima, el calzón corto de paño +con botones plateados, la chaqueta al hombro, enhiesta la picuda montera +de pana. Este Canzana es un pueblecito de nuestra parroquia asentado en +el repliegue de una colina encima de Entralgo.</p> + +<p>Cuando ya estaba todo preparado y sonaba el tercer toque nos poníamos en +marcha hacia la iglesia. Mi madre solía ir a caballo porque siempre +estaba delicada de salud y el camino, aunque corto, era áspero. A mí me +parecía encantador, pedregoso, sombreado de avellanos que formaban sobre +él un túnel prolongado. Al llegar a<a name="page_030" id="page_030"></a> la iglesia el sexo masculino se +separaba del femenino tomando el primero por la izquierda y el segundo +por la derecha. Los hombres se quedaban unos instantes en el pórtico +hasta que daba comienzo la misa; las mujeres entraban directamente.</p> + +<p>Mi padre y yo íbamos a la sacristía, donde se hallaban ya los personajes +más caracterizados de la aldea. El cura era un viejecito, delgado, +suave, meloso que nos acogía siempre con extraordinaria deferencia. Con +todo el mundo era amable y tolerante menos con San Nicolás. Este santo +tenía un santuario en Campiellos, lugar no muy distante del nuestro, al +cual acudían los habitantes de Laviana y aun de otros concejos buscando +el remedio de sus enfermedades y miserias. Tanta fe habían despertado +sus curaciones milagrosas que los peregrinos aumentaban sin cesar y no +se hablaba de otra cosa por aquellos contornos. Esto molestaba +grandemente a nuestro párroco que veía abandonada por San Nicolás a +nuestra Virgen del Carmen, patrona de Entralgo, y de la cual era +devotísimo. No le faltaba razón a mi juicio, porque suponer que San +Nicolás había de conseguir de Dios más que la Virgen era insensato y +hasta impío. Por eso siempre que se presentaba la ocasión en los +sermones o pláticas que pronunciaba antes del ofertorio solía aludir con +cierta acritud al afán imprudente que se había apoderado de sus +feligreses por ir a visitar y hacer ofrendas al santuario citado.</p> + +<p>Un día nos dió a quemarropa la siguiente noticia de sensación: «Amados +hermanos míos: San Nicolás de Campiellos no está en Campiellos; allí no +está más que una imagen.» Pues a pesar de esta y otras expresivas +advertencias el vecindario persistió en favorecer a San Nicolás; porque +lo mismo en la aldea que en la ciudad, en el orden temporal como en el +espiritual la moda ejerce un imperio despótico.</p> + +<p>Era devotísimo nuestro cura, como he dicho, de la Virgen del Carmen y no +cesaba de exhortarnos para que nosotros lo fuésemos también. «Pidamos a +la Virgen—nos decía un domingo—, pidámosla sin cesar, pidámosla con +insistencia, porque aunque parezca alguna<a name="page_031" id="page_031"></a> vez que no nos escucha seguro +es que al fin nos atenderá. La Virgen es como una madre a quien su hijo +pequeñito le dice:—¡Madre, dame pan, madre, dame pan! La madre no le +hace caso y el niño repite:—Madre, dame pan. La madre parece que no le +oye y el niño no cesa de repetir:—¡Madre, dame pan, madre, dame pan! Y +al fin la cariñosa madre concluye por darle pan y manteca.»</p> + +<p>Esto me parecía muy bien porque era apasionado del pan con manteca, +sobre todo si se la espolvoreaba con un poco de azúcar.</p> + +<p>Quizá al llegar aquí el lector sonría pensando en Bossuet. ¿Pero qué +íbamos a hacer nosotros con Bossuet? ¿Quién le había de entender allí? +Dejemos el águila de Meaux en su nido y no despreciemos demasiado a este +pobre gorrión, porque todos los pájaros grandes y pequeños son de Dios y +todos cumplen su destino sobre la tierra.</p> + +<p>La salida de misa era siempre alegre. Bajábamos por la calzada pedregosa +sombreada de avellanos, formando grupos, charlando y riendo. Mis padres +se quedaban en casa, pero yo con Cayetano y José Mateo continuaba hasta +la <i>Bolera</i> donde se organizaba inmediatamente el juego de bolos. ¡Qué +asombro el mío al ver a aquellos hombres lanzar al aire una inmensa y +pesada bola de roble con más facilidad que yo lanzaba una pelota de +goma! Los vecinos de Canzana que entraban en el partido allí se estaban +hasta el obscurecer sin tomar alimento y sin dar señales por esto de +flaqueza. Hay uno, labrador bien acomodado, pero tan avaro que al +comenzar el juego se despoja de sus zapatos nuevos para no estropearlos +y los oculta detrás de un madero. Pero hay otro de Entralgo, cazurro y +bromista, que lo observa y disimuladamente va hacia el madero, se +despoja también de sus zapatos y calza los del avaro. Todo el día juega +con ellos puestos y es de ver la risa que se apodera de los +circunstantes enterados del trueque cuando el de Entralgo disputando +sobre algún tanto con el de Canzana da furiosos zapatazos en el suelo +para estropearle aún más el calzado. Son las farsas de la aldea, +groseras<a name="page_032" id="page_032"></a> si se quiere, pero tan divertidas como las de la ciudad.</p> + +<p>En las tardes de calor íbamos a bañarnos mi padre, Cayetano y yo, al +pozo llamado de la <i>Cuanya</i>, un remanso de río cerca de una peña, +sombreado por un inmenso nogal. El placer más grande de estos baños era +ver a Cayetano zambullirse, permanecer dentro del agua algunos instantes +y salir siempre con una trucha en la mano. Habilísimo para buscarlas +debajo de las piedras, en alguna ocasión le he visto salir con dos, una +en cada mano. Pero me hacía experimentar zozobras mortales. Cuando +tardaba en asomar la cabeza más de lo ordinario se me figuraba que se +había ahogado y mi corazón latía con violencia. El recuerdo de estos +momentos penosos me sugirió el cuento titulado <i>¡Solo!</i> que figura en la +colección de mis obras.</p> + +<p>Un goce mayor aun era comer en casa de cualquier vecino. Recorría con +frecuencia las de los más señalados y si llegaba a la hora del mediodía, +me ofrecían siempre con franqueza y cordialidad su pobre comida. Casi +todos cultivaban en arriendo tierras de mi padre y profesaban a nuestra +familia un afecto que nunca se ha extinguido. Aceptaba lleno de +regocijo. ¡Cuán poco necesita el hombre para ser feliz! Yo lo era +comiendo un miserable pote en un plato de barro con cuchara de madera y +bebiendo después una escudilla de leche. Aquella humildad placía a mi +corazón en vez de resquemarlo porque aun no había llegado para mí la +hora del orgullo.</p> + +<p>Y no sólo compartía con gozo sus groseros alimentos sino también quería +tomar parte en sus faenas. Me llevaban a los prados, me llevaban a las +tierras y yo me esforzaba en prestarles ayuda y ellos aceptaban +sonrientes mis esfuerzos y los alentaban. Cuando al fin me +decían:—«¡Bien, muy bien! hoy has ganado la comida», quedaba tan gozoso +como pudo quedarlo el patriarca Jacob cuando su tío Laban le entregó la +bella Raquel después de los siete años de servicios.</p> + +<p>La más culminante faena del verano es la yerba. A ella dediqué, pues, +toda mi atención y sobre ella concentré mis esfuerzos para pagar a mis +convecinos el alimento con que me regalaban. Antes del amanecer la<a name="page_033" id="page_033"></a> +cuadrilla de segadores se constituye en el prado que se ha de segar. Las +primeras horas de la mañana, por ser las más frescas del día, son las +mejor aprovechadas. Pero yo nunca logré que me despertasen temprano. Iba +cuando llevaban a los segadores la <i>parva</i>, esto es, el ligero desayuno +compuesto de queso, pan y aguardiente. Naturalmente en esta dura tarea +de cortar la yerba con guadaña yo no podía prestarles grandes servicios +porque cuantas veces intenté hacer uso de aquel instrumento otras tantas +clavé la punta en el suelo sin cortar una mala yerba. Pero cuando a las +horas del sol se trataba de <i>revolverla</i>, esto es, de extenderla para +que se secase, entonces entraba yo en funciones y con un palito u +horquilla que me daban me ponía a trabajar con el mayor ardor, sufriendo +pacientemente el del sol, que no era flojo.</p> + +<p>Si no llovía, al día siguiente la yerba estaba seca y se metía en el +pajar o tinada, como allí dicen. Era cosa de probar mis fuerzas. Las +probaba haciendo que me atasen una carga que me empeñaba fuese grande. +No podía con ella y en cuanto me la ponían sobre los hombros caía al +suelo abrumado. Trataban de aminorarla, pero yo no lo consentía y volvía +a obligarles a que me la echasen encima y otra vez daba conmigo en el +suelo. Así repetía la suerte hasta que avergonzado y confuso me +entregaba a la desesperación, llorando mi impotencia con amargas +lágrimas.</p> + +<p>Otras más amargas aun vertí aquel verano y no fué por cumplir con mi +deber sino por faltar a él. Había en uno de los corredores guarnecidos +de parras un nido de golondrina que me interesaba muchísimo. Los padres +iban y venían sin cesar cebando a sus pequeños y éstos comenzaban ya a +asomar sus piquitos fuera del nido. Largos ratos pasaba en contemplación +de aquella tierna escena de familia cuando un día se me ocurrió trabar +relación más íntima con ellos. Y para lograrlo no hallé otro medio más +adecuado que tomar una escoba, subirme sobre una silla y...</p> + +<p>Ya se puede inferir lo que sucedió. Nunca pude comprender qué motivo +determinante me impulsó a realizar<a name="page_034" id="page_034"></a> aquella triste hazaña. Sólo puedo +explicármela por una tentación del pequeño demonio de la curiosidad que +existe en cada niño.</p> + +<p>El nido se hizo migajas en el suelo y aquí y allí esparcidos aparecieron +unos cuantos pajaritos desplumados, nada gratos de ver. Una criada que +estaba en la habitación oyó el ruido, se asomó al corredor y dió un +grito. Otra criada que estaba cerca acudió al oír el grito y dió otro +grito. Mi madre llegó en seguida y lanzó otro grito. Después Manola y lo +mismo Cayetano... en fin todo el mundo. Y por fin acudió mi padre que al +ver lo que pasaba se puso rojo como si fuera a sufrir un ataque de +apoplejía.</p> + +<p>Todos me increparon a la vez furiosamente y todos en la misma forma, +esto es, dirigiéndome idéntica pregunta:</p> + +<p>—¡Niño! ¿por qué has hecho eso?</p> + +<p>Yo debía de estar pálido como un muerto y guardaba silencio.</p> + +<p>—¡Niño! ¿por qué has hecho eso?</p> + +<p>El mismo silencio.</p> + +<p>En realidad, aunque quisiera, no podría satisfacer su pregunta. Desde +entonces he pensado que en el mundo se hacen muchas cosas malas sin +saber por qué se hacen.</p> + +<p>—¡Mirad, mirad la madre cómo contempla el destrozo!—exclamó Manola.</p> + +<p>La golondrina, en efecto, sin miedo alguno a la gente estaba posada +sobre la baranda del corredor casi tocando con nosotros y parecía la +imagen de la desesperación.</p> + +<p>Mi padre, que se ocupaba en recoger el nido, alzó su rostro hacia ella y +en sus ojos vi temblar dos lágrimas.</p> + +<p>No sé lo que entonces pasó por mí. Pensé que el corazón se me partía de +dolor y comencé a dar tan altos gritos que todos acudieron en mi auxilio +abandonando a los desvalidos pajarillos.</p> + +<p>Por fin aquella gran ruina mejoró de aspecto. Mi padre hizo traer un +cestito, lo rellenó con algodón en rama<a name="page_035" id="page_035"></a> y colocó en él delicadamente a +los tiernos golondrinitos. Después Cayetano se subió en una escala, +clavó una escarpia en el techo del corredor y colgó de ella el cestito. +Nos ausentamos todos y pocos minutos después pudimos observar con +satisfacción que los padres volvían de nuevo a cebar a sus hijos.<a name="page_036" id="page_036"></a></p> + +<h2><a name="IV" id="IV"></a>IV<br /><br /> +<small>LA INFANCIA ANTE LA MUERTE</small></h2> + +<p>Las personas sensibles y que aman mucho a los niños se esfuerzan en +alejar de ellos los espectáculos de muerte. Suponen que ésta ejerce +sobre su impresionable imaginación un efecto pernicioso y que esta +turbación prolonga sus desastrosos efectos y repercute al través de toda +su existencia.</p> + +<p>Me parece que están en un error. La muerte impresiona poco a los niños +porque no creen en ella. El niño en este respecto, como en otros varios, +semeja al animal. En la infancia vemos y pensamos que los otros mueren, +pero no se nos ocurre imaginar que a nosotros nos puede suceder otro +tanto. Gozamos plenamente de la inmortalidad de las fuerzas que animan a +la naturaleza, de la sublime embriaguez de la vida y las infalibilidades +infinitas que engendra su ilusión.</p> + +<p>Esta es mi experiencia personal a lo menos. Recuerdo que en Avilés he +visto veinticuatro hombres asfixiados que acababan de extraer del agua, +tendidos sobre el muelle, y este horrible espectáculo no dejó huella +maléfica alguna en mi existencia. Eran unos obreros que trabajaban en +las canteras abiertas del lado de allá de la ría para la canalización de +ésta. Cuando sonaba la hora de dejar el trabajo, algunas lanchas los +transportaban del lado de acá. Los desgraciados tenían tanta prisa de +llegar a sus casas, que se amontonaban peligrosamente en las +embarcaciones por no esperar un nuevo viaje.<a name="page_037" id="page_037"></a></p> + +<p>Al cabo sucedió lo que era de temer. Cierta tarde aciaga, una lancha +cargada con veinticuatro hombres zozobró cerca ya del muelle, por +haberse puesto repentinamente en pie uno de ellos. Muchos sabían nadar, +pero los que no sabían se colgaron de ellos con tal ansia que todos +quedaron paralizados. Los sacaron entrelazados como las cerezas.</p> + +<p>Pues bien, declaro que mi sentimiento a su vista en aquellos momentos no +fué de aflicción ni de terror, sino de curiosidad. Y tengo motivos para +suponer que los otros niños que conmigo presenciaban tan horrible +espectáculo, no se hallaban más impresionados.</p> + +<p>Otro tanto me sucedió en Laviana cuando vi morir a un viejo de Canzana, +lugar que como ya he dicho se halla situado sobre una colina encima de +Entralgo. Por delante de mi casa vi pasar al señor cura, portador del +Santo Viático, precedido del sacristán y escoltado por un grupo de +vecinos que llevaban en las manos hachas de cera encendidas. Como otros +niños de la aldea, me uní inmediatamente a la comitiva, y emprendimos la +subida del áspero sendero que a Canzana conducía. Era una hermosa mañana +de verano. El sol esparcía su luz por el frondoso valle colgando sus +hilos de las hojas de los castaños, bañándose en los arroyos, dorando +las crestas de las montañas, empujando algunas nubecillas blancas y +rizadas hacia el horizonte, con el propósito sin duda de quedarse solo +en el cielo. Pocos días tan espléndidos podíamos disfrutar en aquella +región donde la lluvia es harto frecuente.</p> + +<p>Marchaba con mis fieles amigos en medio de la mayor alegría. La +campanilla del sacristán, en vez de causarme terror, sonaba en mis oídos +de un modo delicioso. Volvía a menudo la cabeza, y el espectáculo del +risueño valle surcado por la cinta de plata del Nalón, impresionaba +dulcemente mi corazón. Allá arriba caminaba el señor cura con la sagrada +bolsa sobre el pecho. Para preservarle del sol se había sacado del +armario de la sacristía la sombrilla blanca de seda destinada a este +efecto, y que poquísimas veces, por la razón ya dicha, tenía ocasión de +mostrarse. Era un quitasol de palo largo que<a name="page_038" id="page_038"></a> recordaba los que usan los +orientales para preservar la cabeza de sus reyes. Un vecino la sostenía +mientras el sacristán, algunos pasos más adelante, caminaba con el gran +farol en una mano y en la otra la campanilla avisadora. Sonaba ésta de +un modo tan claro y argentino en el silencio de la montaña, brillaba tan +linda la sombrilla blanca allá en lo alto del sendero, exhalaban los +árboles y el heno con la frescura del rocío un aroma tan grato que el +recuerdo de aquella mañana ha hecho época en mi vida. Nunca sentí con +más intensidad el placer de vivir, ni me impresionó de un modo tan +gustoso la belleza del campo.</p> + +<p>Cuando llegamos a Canzana, a la entrada del lugarcito nos esperaba un +grupo de mujerucas con sendas y pequeñas velas de cera en las manos, que +se unieron a nosotros. Pronto dimos con la casa del enfermo, que pudiera +más bien llamarse choza.</p> + +<p>Al traspasar la desvencijada y mugrienta puertecita, se entraba en su +primera y última habitación que para todo servía: cocina, comedor, +dormitorio y taller. Allá en un rincón se veía un montón de cenizas y +algunos pucheros arrimados a él; en otro, algunos aperos de labranza y +herramientas de madreñero; en otro, el sórdido catre donde se moría el +dueño de todo aquello. Era un anciano cuyo nombre no recuerdo en este +momento aunque tengo idea de que se llamaba el tío Lucas. Vivía solo +desde hacía largo tiempo: era viudo y su única hija se había marchado +hacía tres o cuatro años a Buenos Aires con su marido a probar fortuna.</p> + +<p>Los vecinos que rodeaban aquel pobre lecho incorporaron al moribundo con +trabajo cuando el cura penetró en la estancia. Después de las oraciones +previas, éste le administró la última sagrada comunión. El rostro del +enfermo estaba tan amarillo como las velas que sostenían las mujerucas +en las manos: sus ojos vidriosos se paseaban por todos nosotros sin +expresión alguna, como si no nos viese. Las mujerucas arrodilladas +rezaban en voz alta y plañidera.</p> + +<p>Todo aquello era en verdad interesante. Así que cuando el cura se retiró +decidí quedarme con mis amigos a<a name="page_039" id="page_039"></a> fin de enterarme cabal y +minuciosamente de lo que era la muerte. No hay para qué advertir que +ésta nada tenía que ver conmigo. La muerte era cosa de viejos, y yo no +comprendía entonces la posibilidad de serlo. Espectador completamente +desinteresado, semejante a un dios, presenciaba la muerte como un +fenómeno estético, como una proyección artística destinada a +entretenerme.</p> + +<p>En torno del lecho permanecieron contadas personas. Entonces fué cuando +entró en funciones el tío Pablo de Canzana, que era una de aquéllas. +Este tío Pablo, hombre enjuto, un poco torcido, de rostro arrugado y +cabellos negros y erizados, vestía el clásico calzón corto, pero en vez +de las medias de lana con ligas que usaban los demás, dejaba caer por +debajo el calzoncillo blanco hasta los zapatos. Su montera no tenía el +pico enhiesto sino doblado como si quisiera indicar que era un hombre +pacífico, que no se nutría de bagatelas como los demás, que rechazaba +los placeres fútiles y se hallaba entregado en cuerpo y alma a +meditaciones graves y extra-mundanas.</p> + +<p>Los domingos, antes de la misa, dirigía el rosario para las mujerucas +que lo rezaban, pues los hombres permanecían en el pórtico departiendo +hasta que la campanilla les advertía de que iba a comenzar el Santo +Sacrificio. Ayudaba también a éste cuando el cura se lo consentía, que +no era siempre, por razones que luego declararé. Si había algún enfermo +grave en Canzana, era quien venía corriendo a avisar al señor cura para +que fuese a confesarle. Después de la misa, cuando en el pórtico se +subastaban públicamente las ofrendas de pollos, de panes o de mantecas +que los aldeanos solían hacer a los santos, el tío Pablo servía de +pregonero y dirigía la puja con su voz aguda de falsete. Era en suma un +hombre de temperamento sacerdotal que amaba a la Iglesia como un buho y +que en vez de las patatas y la borona que le servían de cotidiano +alimento se hubiera nutrido de buena gana con el aceite de las lámparas. +No desempeñaba el oficio de sacristán porque desgraciadamente habitaba +en Canzana. Esto creía él por lo menos, aunque no era cierto.<a name="page_040" id="page_040"></a></p> + +<p>Tenía un grave defecto. Sea por falta de oído o de comprensión no salía +de su boca una palabra sana, sobre todo si expresaba algún objeto que no +fuese de la vida corriente. Las atrocidades que aquel hombre soltaba +eran proverbiales en la aldea. El público en general no las atribuía a +dureza del oído, sino a deficiencia del caletre. Digámoslo con +franqueza, el tío Pablo aun entre aquellos rudos aldeanos era tenido por +el mayor zote que comía borona en la parroquia de Entralgo.</p> + +<p>Excusado es añadir que el latín con que regalaba los oídos del cura +cuando le ayudaba a misa era de tal índole, que aunque a éste le había +tocado poquísimo de Cicerón le ponía fuera de sí; arqueaba las cejas, +torcía la boca y hasta rugía de espanto. Por eso sólo en último extremo, +esto es, sólo cuando el sacristán no se hallaba en la iglesia y no había +por allí nadie a quien encomendar la tarea se avenía a que el tío Pablo +le sirviese de monaguillo.</p> + +<p>Digo que el tío Pablo, así que el cura y el sacristán se partieron con +el grueso de la comitiva, se preparó con íntima satisfacción (no diré +con regocijo aunque tal vez pudiera decirlo) a ayudar a morir a su +vecino. Le roció las narices con agua que debía de estar bendita, rezó +un Credo que nos hizo repetir en voz alta a todos los presentes y +poniéndole un crucifijo delante de los ojos profirió solemnemente:</p> + +<p>—Lucas, di conmigo: «¡Jesús!»</p> + +<p>El moribundo, que tenía los ojos cerrados, repitió:</p> + +<p>—Jesús.</p> + +<p>—Los espíritus malignos me acompañen.</p> + +<p>El tío Lucas sin abrir los ojos dijo:</p> + +<p>—¡No!</p> + +<p>—Sí, Lucas, sí; di conmigo: «¡Jesús!»</p> + +<p>—Jesús—repitió el tío Lucas.</p> + +<p>—Los espíritus malignos me acompañen.</p> + +<p>—¡No! ¡No!</p> + +<p>—¿Por qué no, Lucas, por qué no? ¡Mira que estás a las puertas de la +muerte!—exclamó el tío Pablo con impaciente solicitud—. Vamos, no seas +burro, di conmigo: «¡Jesús!»<a name="page_041" id="page_041"></a></p> + +<p>—Jesús—repitió el moribundo.</p> + +<p>—Los espíritus malignos me acompañen.</p> + +<p>—¡No! ¡No!—volvió a murmurar el tío Lucas moviendo la cabeza con +señales de terror.</p> + +<p>No se pudo acabar con él que repitiera aquellas palabras y yo me marché +al cabo sin saber qué pensar de tal escena. Cuando se la describí a mi +padre éste me miró estupefacto.</p> + +<p>—¿Qué estás diciendo, ahí, niño? ¿Es de veras que decía los espíritus +malignos?</p> + +<p>—Sí, papá; decía los espíritus malignos.</p> + +<p>—¡Ave María, qué bárbaro!—exclamó haciéndose cruces.</p> + +<p>Y le faltó tiempo para contárselo al señor cura cuando éste vino por la +tarde a nuestra casa como tenía por costumbre.</p> + +<p>El señor cura al oírlo montó en una cólera furiosa y al día siguiente +hizo llamar al tío Pablo de Cananza a la rectoral, se encerró con él en +su despacho y por espacio de hora y cuarto, según testimonio de la +criada, estuvo llamándole borrico, pollino, asno, burro, jumento, en +fin, todos los sinónimos con que el idioma castellano cuenta para +representar el mismo simpático animal. No son muchos, pero si fuesen +sesenta y tres, como posee el idioma italiano al decir del sabio +Mustoxidi, todos se los hubiera encajado seguramente. Además le prohibió +de un modo terminante que volviese a ayudar a morir a nadie, y en el +caso de que infringiese este precepto le prometió ayudarle él mismo a +dejar esta vida terrestre por medio de algunos adecuados bastonazos +sobre el cogote.</p> + +<p>Para confirmar la impasibilidad con que en la infancia contemplamos la +muerte añadiré que el día de difuntos fué uno de los más felices de mi +vida. El sacristán tuvo la generosidad, que nunca le agradeceré +bastante, de permitirme tocar a muerto durante todo el día en el pequeño +campanario de la iglesia. Me acompañaban, como siempre, mis fieles +amigos. ¡Qué deliciosas horas las que pasamos agrupados en aquel exiguo +tablado al aire libre, que semejaba la cofa de un barco! Se tocaban tres +o cuatro lentas campanadas con la mayor, luego<a name="page_042" id="page_042"></a> una con la pequeña; +después un silencio más o menos prolongado. Y vuelta a empezar, y así +todo el día hasta que cerró la noche. Mi única contrariedad durante +aquella memorable jornada fué verme obligado a ir a comer; pero lo hice +con tanta prisa que mi padre se vió precisado a darme algunos golpes en +la espalda porque los bocados se me atravesaban en la garganta.</p> + +<p>Recuerdo aquel campanario como uno de los parajes más amenos fabricados +por la mano del hombre. Desde él se divisa una gran parte del valle de +Laviana. Debajo de nosotros blanqueaban entre los árboles las casas de +Entralgo con sus techos rojos; encima sobre el repliegue que hace la +montaña estaba Canzana; se veía el pequeño río de Villoria, se veía el +Nalón majestuoso surcando las vegas de maíz; allá lejos, en el fondo del +valle, estaba la Pola y más lejos como cerrándolo los Barreros. Llegaban +a nuestros oídos las campanas de Carrio y de la Pola; pero las campanas +de estas iglesias no podían competir con las nuestras, todo el mundo lo +sabe, y por eso nos sentíamos orgullosos de hacerlas vibrar creyendo de +buena fe que el valle entero nos admiraba.</p> + +<p>Seguí frecuentando este campanario, experimentando siempre el mayor gozo +cuando a la hora del mediodía el sacristán, alguna que otra vez, me +permitía ir solo a sonar las campanas para advertir a los campesinos que +había llegado el momento de dejar el trabajo. Con ocasión de una de +estas visitas, cuando llegó la primavera, hice un descubrimiento +prodigioso. En una grieta del muro acerté a ver un nido de estornino. +Para contemplarlo a mi sabor tuve necesidad de saltar fuera del +campanario y colocarme sobre el tejado. Era tan delicado aquel nido y +contenía unos huevecitos tan deliciosos que me llenó de alegría el +hallazgo y no quise comunicarlo con nadie, ni aun con mis íntimos +amigos, por temor de que me lo robasen.</p> + +<p>Cuando me era posible le hacía solo una visita para la cual como he +dicho necesitaba caminar sobre el tejado. Es posible que en estas +excursiones haya roto alguna teja por lo que luego se verá; pero yo me +hallaba tan entusiasmado que nada me importaba causar desperfectos<a name="page_043" id="page_043"></a> a la +iglesia. Veía al petulante estornino y a la remilgada estornina cebar a +sus hijuelos cuando los tuvieron y esto me causaba un placer indecible +prometiéndome arrebatárselos bárbaramente así que hubiesen echado pluma.</p> + +<p>No hubo lugar a que perpetrase este crimen. Otro cargó con él sobre su +conciencia. Acaeció que por aquellos días mi madre me llevó consigo a +confesar, aunque todavía ni en mucho tiempo después me acercaba yo a la +sagrada mesa para comulgar. Lo hacía para acostumbrarme a recibir este +sacramento y al mismo tiempo para que me corrigiese de mis travesuras, +que iban siendo muchas. El señor cura me confesó poniéndome de pie, no +de rodillas, mostrándose conmigo extremadamente afectuoso y tolerante. +Una de las preguntas que me hizo fué si ocultaba algo a mis papás, si +tenía algún secretillo que no quisiese comunicar con nadie. Yo me creí +en el caso de declarar que había descubierto un nido. El cura me +preguntó dónde estaba y se lo dije.</p> + +<p>Dos días después cuando tuve ocasión de hacer al nido una visita, había +desaparecido. El cura había dado orden al sacristán para que lo +derribase. El mismo sacristán me lo hizo saber entre groseras +carcajadas.</p> + +<p>No es posible representarse la tristeza y el dolor que experimenté. A +pesar de su carácter sacerdotal me pareció que el cura había abusado de +mi franqueza y cometido una negra traición.</p> + +<p>Por eso cuando algunos meses más tarde mi madre me llevó de nuevo a +confesar me hallaba fuertemente prevenido contra él. Me preguntó como la +otra vez si ocultaba algo, si mi conciencia estaba perfectamente limpia +de todo disimulo y yo bajo pena de pecado mortal y de sacrilegio me vi +precisado a confesar que tenía novia.</p> + +<p>¡Vaya una precocidad!—exclamará el lector pensando en mis pocos años. +Que no se admire demasiado, sin embargo, porque mi hermano que contaba +algunos menos cuando le preguntaban si tenía novia afirmaba muy +seriamente que tenía diez, y nombraba a todas las niñas de la vecindad. +Yo no había caído en tan degradante poligamia; me contentaba con una. +Era una niña hija de<a name="page_044" id="page_044"></a> unos señores de la Pola a quien no había visto más +de tres o cuatro veces en mi vida y que ciertamente se hallaba tan ajena +como el Zar de Rusia del honor que la había dispensado.</p> + +<p>—¿Quién es?—me preguntó el cura.</p> + +<p>Yo, naturalmente, di la callada por respuesta.</p> + +<p>—¿Quién es esa novia?—repitió.</p> + +<p>Silencio sepulcral por mi parte.</p> + +<p>—Vamos, niño; ¿no quieres decirme quién es?</p> + +<p>Entonces yo, despechado, exclamé:</p> + +<p>—¿Para qué? ¿Para que me la quite como el nido?</p> + +<p>Pude observar que el cura se llevaba la mano a los ojos y hacía +esfuerzos desesperados para reprimir la risa, lo cual no dejó de +sorprenderme porque yo creía haberle dicho la cosa más lógica del +mundo.<a name="page_045" id="page_045"></a></p> + +<h2><a name="V" id="V"></a>V<br /><br /> +<small>RAMONÍN</small></h2> + +<p>He aquí el otoño con su ropaje amarillo y sus nubes de color violeta. +Las manzanas encarnadas empiezan a desprenderse de los pomares y caer +sobre la yerba, y este suceso tan conforme con las leyes inmutables de +la naturaleza en vez de elevar mi espíritu a la consideración de la +gravitación universal como en otro tiempo a Newton, atacó directa y +perniciosamente a mi estómago. Renuncio a calcular las que comí. La +fabricación de la sidra debió de haber sufrido una merma considerable +aquel año a causa de esta circunstancia; pero yo he guardado el secreto +hasta ahora.</p> + +<p>De aquel verano salí convertido no sólo en agricultor inteligente y +práctico sino también en diestro cazador. Supe cómo se armaban trampas +para atrapar gorriones esparciendo algunos granos de trigo por el suelo +y colocando sobre ellos un cedazo que se mantenía de pie por medio de +una larga cuerda: cuando los gorriones venían a comer los granos se +soltaba la cuerda y quedaban prisioneros debajo. Supe hacer hoyos en la +tierra y poner sobre ellos una pizarra sostenida por un palito, de tal +ingenioso modo colocado que cuando el pájaro se posaba allí para comer +los granos caía la pizarra sobre él y quedaba preso dentro del hoyo. +Este artefacto iba dirigido particularmente contra las codornices. +También aprendí a untar con liga las ramitas superiores de los arbustos +para que los jilgueros al posarse quedasen allí pegados.<a name="page_046" id="page_046"></a> No recuerdo +haber atrapado pájaro alguno con todos estos delicados artificios; pero +eso no importa para que los conociese perfectamente.</p> + +<p>Donde mis éxitos se mostraron claros y evidentes fué con los grillos. +Conocía cinco o seis maneras sutiles y graciosas de persuadirles a que +saliesen de la cueva. Casi ninguno se resistía a mis pérfidas +insinuaciones y se apresuraban a salir a respirar el aire fresco y se +dejaban atrapar en cuanto ponían el pie fuera de su casa. Pero si alguno +se obstinaba en permanecer en sus habitaciones bien porque sospechase de +mi buena fe o porque estuviese ocupado en aquel momento, entonces me +veía obligado a apelar a un terrible argumento que no describiré por no +ofender la susceptibilidad de las damas que lean estas memorias.</p> + +<p>Cayetano también era un ingenioso cazador, pero empleaba sus facultades +en otros animales de más fuste. Aparte de las truchas, que eran su +especialidad, cazaba con escopeta y en compañía de algunos señores de la +Pola, codornices, perdices y arceas. Dos o tres veces fueron también a +Peña Mayor y a los montes de Raigoso y mataron algún corzo.</p> + +<p>Pero mucho más ingenioso cazador que él era un zorro que de vez en +cuando visitaba por las noches nuestro gallinero. Esto nos tenía a todos +sobresaltados y a Cayetano furioso. El mastín estaba en el monte con el +ganado y el <i>Muley</i>, por su edad avanzada y por su larga experiencia de +la vida, miraba ya todas estas cosas con marcada frialdad. Cayetano veló +con la escopeta preparada unas cuantas noches, pero el astuto animal +olió la pólvora y no pareció. Entonces se decidió aquél a ir a Sama y +comprar un armadijo de hierro que en aquella región se conoce con el +nombre de <i>garduña</i>. Colocóse la trampa a la boca del gallinero y pocas +noches después el zorro vino y fué cogido en ella por una pata, pero con +gran estupefacción de todos el desgraciado animal la cortó con sus +propios dientes y se marchó sin ella. ¡Terrible caso de amor a la +libertad que me impresionó profundamente!</p> + +<p>Se fabricó la sidra y en los días que duró la operación<a name="page_047" id="page_047"></a> no salí del +lagar ayudando con todas mis fuerzas al mejor éxito de tan importante +tarea y cerciorándome a cada instante de la dulzura y bondad del caldo +destilado. Tantas veces me cercioré que hube de purgarme sin +pretenderlo. Vino después la recolección del maíz y ayudé a los vecinos +a traer las mazorcas sentándome sobre ellas en el carro. Después también +les socorrí en la tarea de deshojarlas y trenzarlas en ristras. +Efectuábase la operación, llamada allí <i>esfoyaza</i>, por las noches, y los +vecinos se ayudaban unos a otros. Imposible imaginar nada más ameno y +deleitoso que estas <i>esfoyazas</i>. La nuestra duró algunas noches y si +hubiera durado eternamente creo que no hubiera perdido nada. En fin, +resumiendo mis impresiones agrícolas manifestaré que yo pensaba entonces +haber nacido para labrador como más tarde pensé que había nacido para +marinero y luego para filósofo. Siempre supe adaptarme al medio en que +me hallé y esta flexibilidad de mi naturaleza me ha procurado dos +ventajas en la vida: La primera y principal, no aburrirme nunca; y la +segunda, haber podido escribir novelas de regiones apartadas y medios +sociales muy diferentes.</p> + +<p>Comenzaba ya a llover del modo suave y constante que allí lo hace. Los +campos iban quedando poco a poco abandonados. La gente se retraía al +interior de las casas; pero aquí gozábamos también de señalados +placeres. En la mía se amasaba el pan dos veces por semana. Era una +diversión ver a las criadas heñir la masa, y ayudarlas a bregarlo +colgándome al manubrio de la máquina. La construcción de los bollos, el +atestar el horno de árgoma y darle fuego para arrojarlo era +interesantísimo. Luego se metían poco a poco los bollos dentro, se +tapaba el horno y entonces las mujeres se santiguaban, los hombres nos +descubríamos y se rezaba solemnemente un padrenuestro. ¡Cuán lejanos +estamos ahora de estas escenas sencillas e inocentes! Vivimos apartados +de la naturaleza; marchamos huídos de Dios. ¿Hemos ganado con ello +alegría? Que cada cual ponga la mano sobre el corazón y me responda.</p> + +<p>Las noches eran ya largas. Antes de subir a nuestra casa a jugar al +tresillo con mi padre, el cura y un indiano<a name="page_048" id="page_048"></a> que allí estaba de +temporada, Cayetano solía quedarse un rato en la gran cocina de abajo +formando tertulia con nosotros. Sentado en el escaño, yo a su lado, la +<i>Micona</i> encima del hombro se placía en contarnos algún caso chistoso y +en dar vaya a los presentes. Porque era hombre maligno y provocativo +sobre toda ponderación. Los que le servían generalmente de <i>cabeza de +turco</i> eran un vecino llamado José de Anica y un criado que tenía por +nombre Pacho. Sobre este último singularmente se ensañaba tanto que el +pobre hombre acosado llegaba a faltarle alguna vez al respeto.</p> + +<p>Por aquellos días vino el ganado del monte. Había estado allí una larga +temporada quedando sólo en el establo una vaca de leche. Y con el ganado +vino el gran mastín llamado <i>Manchego</i> por ser oriundo de la provincia +de Toledo. Traía al cuello un gran collar de cuero guarnecido de +afiladas puntas de hierro o sea una carlanca. Esta carlanca y lo mismo +el pelo del mastín estaban manchados de sangre. El vaquero nos informó +de que la noche anterior se había batido con los lobos. Nadie puede +figurarse la impresión que esto me causó. Los lobos eran para mí +animales legendarios, algo que no existía más que en la fantasía de los +cuentistas. El perro, batiéndose con ellos, adquiría a mis ojos un +aspecto sobrenatural. No me hartaba de contemplarle y de ponerle la mano +encima del lomo, admirándome al mismo tiempo de que un animal tan bravo +y poderoso no tuviese a menos el menear el rabo en presencia de un ser +tan ínfimo como yo. Todo el pan y el queso que había en la casa me +parecían poco para agasajar a aquel héroe. Y una vez que en testimonio +de reconocimiento me lamió la cara me sentí tan honrado como si Napoleón +me hubiera dado un beso.</p> + +<p>Aquella noche se habló de lobos en la cocina y Cayetano me contó el +siguiente suceso que ya conocían todos los que allí estaban menos yo:</p> + +<p>«Hará cosa de cuatro años y por este mismo tiempo estaba yo sentado una +tarde ahí en el poyo delante de casa, cuando pasó Ramonín, el del tío +Angel de Canzana, que bajaba del monte con el ganado.<a name="page_049" id="page_049"></a></p> + +<p>Tú ya conoces a Ramonín porque le ves todos los domingos cuando vamos a +misa. Ahora es un real mozo que ha entrado en quinta este año; pero +entonces no era más que un zagalillo y no muy medrado.</p> + +<p>Pues como digo venía del monte con su zurrón a la espalda y traía en la +mano un cestito tapado. Yo, que soy un poco curioso, le retuve por el +brazo y levanté la tapa del cesto. Había dentro un perrillo de cría.</p> + +<p>—¿Ha parido la perra en el monte, Ramonín?</p> + +<p>—No es un perro, señor Cayetano, es un lobo—me respondió riendo.</p> + +<p>—¿Un lobo? ¡El diablo me lleve si no es verdad!</p> + +<p>Saqué el animalito del cesto, lo puse en el suelo y comenzó a aullar +como un perrito recién nacido.</p> + +<p>Ramonín me contó que el día anterior Luisón de la Granja, que tenía la +cabaña cerca de la suya, había encontrado en una cueva tres lobeznos, +había matado dos y había traído éste. Por la tarde, hallándose sacando +el estiércol del establo fué atacado repentinamente por la loba. Gracias +a que tenía en la mano la pala de dientes no pereció en aquel momento. +Luchó con la fiera y logró ensartarla por el vientre. En aquellas horas +debía de estar ya en la Pola, para recibir del Ayuntamiento el premio +que dan por la matanza de cualquier alimaña.</p> + +<p>—¿Y tú para qué mil diablos quieres este animalito?</p> + +<p>—No era más que para enseñárselo a mi hermano. Luego lo mataremos.</p> + +<p>Entonces me vino la idea de criarlo y se lo pedí. Lo crié, en efecto, +dándole leche hasta que pudo comer. Comenzamos a llamarlo Ramonín como +el chico que lo había traído y Ramonín le quedó y por este nombre +comenzó a responder, pero no del modo vivo y alerta que lo hacen los +perros, porque los lobos son más torpes o como si dijéramos más cerrados +de cascos. Esto no tiene nada de particular porque entre los mismos +hombres unos son más cerrados que otros y si no que lo diga Pacho...</p> + +<p>—¡Milagro sería que no saliese yo a relucir!—gruñó Pacho encolerizado.</p> + +<p>El animalito fué creciendo y al cabo de seis meses era un cachorro +revoltoso que me seguía a todas partes. Le<a name="page_050" id="page_050"></a> llevaba a la Pola, le +llevaba a Sama y excitaba la curiosidad por dondequiera que pasaba. +Llegué a cobrarle cariño. Una vez que fuí a Oviedo le traje un lindo +collar con chapa de bronce donde hice grabar su nombre y la fecha en que +lo adquirí. En fin, él se portaba lo mismo que un perro fiel. Lo único +en que se le conocía la raza fué cuando mató en pocos días tres corderos +que tuve que pagar quedándome con ellos. Yo estaba tan contento con el +animalito que le perdoné estas y otras fechorías semejantes. Jamás +mordió a las personas; los niños jugaban con él lo mismo que con un +perro.</p> + +<p>Un viernes del mes de noviembre, cuando ya tenía el lobo más de un año, +fuí al mercado de Cabañaquinta llevándolo conmigo. Monté a caballo +temprano, pasé la Collada y en tres horas poco más o menos di en el +mercado. Ya sabrás que Cabañaquinta está detrás de la Peña-Mea y que hay +que atravesar para llegar a allá todos esos montes, que ves delante de +casa.</p> + +<p>Pasé el día arreglando mis asuntos y por la tarde me metí en la taberna +de Andrea donde encontré a Xuanón, el célebre matador de osos que habrás +oído nombrar, y a don Salustiano el escribano. Me enredé en una partida +de <i>brisca</i> con ellos de tal modo que cuando acordé conmigo eran las +ocho y ya hacía más de una hora que había cerrado la noche:</p> + +<p>Monto a caballo y pico espuelas para casa. La noche estaba fría ya de +verdad: en los altos había caído bastante nieve. Antes de doblar la +Collada se me ocurrió mirar hacia atrás y no veo a Ramonín. Silbo, le +llamo. Nada. «Ese pícaro se me escapó al monte—dije para mí—. Hice mal +en traerle por estos sitios.»</p> + +<p>Deploré el percance porque repito que estaba contento y ufano con el +animal. Además me dolía la pérdida del collar que me había costado nueve +pesetas. Doblo al fin la Collada y marcho bien tranquilo aunque al paso +más vivo que en aquellos endiablados caminos podía seguir el caballo, +cuando de pronto éste se para en firme, levanta las orejas y se +estremece. Le hinco las espuelas y en vez de arrancar de nuevo +retrocede. Comprendí en seguida que había olido el lobo. Y en efecto,<a name="page_051" id="page_051"></a> +al instante percibo el bulto de uno a la claridad de las estrellas, +porque no había luna. Echo mano al revólver y veo repentinamente otro +del lado opuesto del camino. Y en menos tiempo que se cuenta se me ponen +delante tres, cuatro, cinco... yo no puedo decir cuántos. Acaso el miedo +espantoso que se apoderó de mí los haya multiplicado. ¿Pero qué es lo +que veo además? Pues veo entre ellos al mismo Ramonín con su collarito +reluciente dispuesto al parecer a arrojarse sobre mí como todos los +demás.</p> + +<p>El caso era apurado como comprenderéis. Hasta entonces no había visto +nunca la muerte tan cerca de mis ojos. Me tiré del caballo y comencé a +disparar tiros a ciegas, pues el miedo me impedía pararme siquiera a +apuntar. Los lobos huyeron, pero no se pasaron muchos segundos sin que +volviesen de nuevo. Me vi muerto; ya había disparado los seis tiros y no +traía más cápsulas. Pero Dios no quiso que lo fuese en aquella ocasión. +Detrás de mí oí gritos de gente que llegaba. Eran los tenderos +ambulantes que regresaban a la Pola. Habían encontrado mi caballo, que +huía despavorido, y lo habían detenido. Creyendo por los tiros que me +habían asaltado ladrones venían corriendo y gritaban para infundirme +valor. Los lobos al escuchar aquel ruido desaparecieron otra vez de mi +vista.</p> + +<p>Mucho se sorprendió aquella caravana, que no bajaría de veinte personas +entre hombres y mujeres, de lo que me había sucedido. Sobre todo la +traición de Ramonín excitó tanto su curiosidad que no se hartaban de +hacer comentarios. Me dieron un vaso de vino y después que me hube +serenado un poco monté de nuevo a caballo y con ellos llegué hasta aquí.</p> + +<p>Aunque ya era cerca de las once todos estaban levantados esperándome.</p> + +<p>—¡Qué cara traía, válgame Dios!—exclamó Pachón riendo.</p> + +<p>—Peor la traías tú cuando te dieron aquella manta de palos los mozos de +Rivota el día del Obellayo—repuso Cayetano encolerizado.</p> + +<p>Nos acostamos y al día siguiente por la mañana apenas<a name="page_052" id="page_052"></a> me había +levantado de la cama vino José Mateo a decirme:</p> + +<p>—Señor, está ahí <i>Ramonín</i>.</p> + +<p>—¿Cómo? <i>¡Ramonín!</i></p> + +<p>No quería creerlo. Salgo corriendo a la calle y veo en efecto a mi lobo +que así que me divisa empieza a bajarse y arrastrarse por el suelo sin +atreverse a acercarse a mí y como si pidiese perdón de su villanía.</p> + +<p>—¡Ah maldito, traidor! Ahora me las pagarás.</p> + +<p>Entro en casa, cojo la escopeta y salgo otra vez. Ya no estaba +<i>Ramonín</i>.</p> + +<p>—<i>Ramonín</i> se ha metido en el establo—me dijo un chico que pasaba.</p> + +<p>Voy al establo y lo hallé acurrucado debajo del pesebre. Me eché la +escopeta a la cara y allí le dejé muerto de un tiro.<a name="page_053" id="page_053"></a></p> + +<h2><a name="VI" id="VI"></a>VI<br /><br /> +<small>MÚSICOS AMBULANTES</small></h2> + +<p>Mi madre fué toda su vida un frágil cristal de Bohemia. No podía +llamarse en verdad mujer a una criatura tan débil, tan delicada y +próxima a extinguirse que cualquier ráfaga de aire podía apagar en la +hora menos pensada. Ella lo sabía, todos lo sabíamos; por eso nuestra +gran preocupación en la casa era atajar el paso por cuantos medios se +hallaban a nuestro alcance a esta ráfaga traidora. Así que veíamos en su +estancia una puerta entreabierta nos precipitábamos llenos de terror a +cerrarla. Si se arriesgaba a salir de la sala para ir a otra habitación, +los unos iban delante como heraldos a prevenir que se cerrasen balcones +y ventanas, los otros como escolta para impedir que algún imprudente +abriese las puertas laterales. No hay para qué decir que en esta tarea +sanitaria se distinguía por su ardor y destreza mi padre, el cual sentía +por su esposa la adoración de un enamorado y la ternura de un padre.</p> + +<p>Mi pobre madre vegetaba en un rincón del sofá envuelta en su chal de +lana trabajando con el ganchillo de marfil. Por las noches le placía +hilar con aquella su artística rueca de que ya he hablado. Era primorosa +en todas las labores femeninas y sus dedos, aunque tan delicados, +incansables. ¡Oh Dios mío, cuán delgados y frágiles eran aquellos dedos! +Una de mis aprensiones dolorosas era verlos quebrarse cualquier día.</p> + +<p>Esta flaqueza corporal no excluía en ella una gran<a name="page_054" id="page_054"></a> fuerza de carácter. +Era, como suele decirse, en lo físico una caña que se dobla pero no se +rompe; en lo moral un roble que se rompe pero no se dobla. Mi padre, +como reverso de ella, poseía un vigor físico extremado y un carácter +blando y sentimental.</p> + +<p>Con el ansia que suele acometer a los que cerca de sí ven la muerte +aparejada a arrastrarlos a la tumba, mi madre se agarraba con todas sus +fuerzas a la vida. Este anhelo de vivir se traducía por un deseo +irresistible de hallarse siempre rodeada de gente alegre y bulliciosa, +cuanto más alegre y bulliciosa mejor. Todas sus amigas eran mucho más +jóvenes que ella y en verlas divertirse y bailar, y en escuchar su +charla y sus confidencias amorosas hallaba la fuente de su alegría o por +lo menos el olvido de sus dolencias.</p> + +<p>Además de las pocas señoritas que en la aldea había y de algunas que de +vez en cuando venían a pasar temporadas a nuestra casa, recibía por las +noches buen golpe de labradoras que hilaban su copo sentadas en el +suelo. Se formaba de este modo una tertulia de quince o veinte personas. +Mi padre con sus amigos y Cayetano jugaba a las cartas en un ángulo de +la sala alumbrados por un quinqué de pantalla verde, mientras yo sentado +unas veces al lado de ellos, otras en el sofá a la vera de mi madre, +vagaba de un sitio a otro hasta que el sueño me rendía y quedaba +definitivamente dormido en el sofá. Algunas veces las carcajadas de los +tertulios me despertaban un instante, pero no tardaba en quedar de nuevo +dulcemente dormido. Al cabo mi padre solía apartarse un momento de la +mesa de juego, me tomaba entre los brazos, me llevaba medio dormido al +dormitorio, me desnudaba él mismo y me dejaba en la cama.</p> + +<p>Gozaba mi madre lo indecible viendo bailar y ella misma sobreponiéndose +a sus enfermedades por un esfuerzo maravilloso de su voluntad enérgica +tomaba parte alguna vez en los bailes de sociedad. Pero en Entralgo +faltaban caballeros para esta clase de bailes y sólo cuando nos +visitaban algunos amigos o parientes se podía organizar un pequeño +sarao. Ordinariamente se bailaba al estilo de la aldea, mucho más +divertido en mi<a name="page_055" id="page_055"></a> opinión por entonces, que el de la ciudad. Ni faltaba +para acompañar o llevar el compás de la danza algún músico ambulante que +mi madre solía retener en casa días y días manteniéndole y dándole una +pequeña gratificación. Recuerdo que en aquella temporada estuvieron por +dos veces permaneciendo bastante tiempo entre nosotros un violinista +tuerto llamado Joaquín, acompañado de un muchacho de quince o diez y +seis años que tocaba el arpa. Este Joaquín no podía competir con +Paganini en el violín, pero seguramente podría habérselas con el propio +Falstaff delante de un tonel. Un río de sidra no hubiera extinguido la +sed de aquel artista. Con esto el único ojo que poseía estaba siempre +rameado de sangre lo cual se puede asegurar que no le embellecía.</p> + +<p>Era hombre divertidísimo aquel Joaquín, locuaz como pocos y embustero +como ninguno. Había que verle en el lagar de pie con un vaso en la mano. +Jamás se sentaba en aquel recinto como si respetase demasiado la +majestad del tonel y no osase tomar asiento en su presencia. Sin +embargo, cuando ya había trasegado una cantidad razonable de sidra a su +estómago se creía autorizado para faltarle al respeto y se recostaba +familiarmente sobre él. Es de saber que antes de llegar a este período +deplorable de descuido, por no decir de insolencia, había celebrado ya +su dulzura y su gloria por medio de cánticos fervorosos. Porque así que +el violinista se acercaba más o menos a uno de nuestros toneles y tenía +un vaso lleno en la mano, se creía en el deber de cambiar la música +instrumental por la vocal, dejando escapar de su garganta agradecida y +repitiendo cien veces la misma canción como una letanía en honor del +jugo vivificante que chispeaba en su vaso. ¿Qué es lo que hacía peor, +cantar o tocar el violín? Nadie logró jamás resolverlo.</p> + +<p>Pero tenía además otra manera de ensalzar la magnificencia de aquel vino +espumoso y era por medio de adecuadas y entusiastas inscripciones. Las +paredes del lagar estaban llenas de ellas escritas por su mano con +carboncillo. <i>Dios bendiga la sidra de este lugar</i>—decía una—. +<i>Bebamos esta sidra mientras nos quede un soplo<a name="page_056" id="page_056"></a> de vida</i>—decía otra—. +<i>¡Desgraciados los hombres que no conocen la sidra de Entralgo!</i>—se +leía en otra tercera... y así sucesivamente.</p> + +<p>Como puede observarse tales inscripciones ofrecían un marcado carácter +apologético. En esto se distinguían de las cuneiformes de la Asiría y de +las jeroglíficas de Egipto casi todas históricas o conmemorativas.</p> + +<p>Mi padre odiaba casi tanto la epigrafía de Joaquín como su música. Pude +cerciorarme de ello cuando poco después de partirse con su acompañante +el arpista, hizo blanquear el lagar tapando con grosera cal mucho +profundo pensamiento. Acaso se halle reservado a las generaciones +venideras su descubrimiento. La capa de cal se desprenderá y debajo de +ella volverán a parecer, vivos aún, aquellos gritos entusiastas de furor +báquico.</p> + +<p>Cuando no se hallaba bajo la influencia del avinado o asidrado dios hijo +de Júpiter y Semele, era Joaquín un hombre muy agradable y nos +entretenía narrándonos sucesos de su vida errante y picaresca. No he +podido retener en la memoria más que uno, seguramente porque fué el que +más me impresionó.</p> + +<p>Nos hallábamos sentados alrededor del fuego en la gran cocina de +Cayetano. Este y yo en el escaño; los demás en tajuelas. Para Joaquín y +su arpista había traído Manola dos sillas. Joaquín habló de esta manera:</p> + +<p>«Después de haber pasado unos días en Villaviciosa, habíamos ido a la +fiesta del Nazareno en Noreña. Entonces no me acompañaba todavía este +muchacho sino Rufo, aquel guitarrista que se ahogó en Gijón el año +pasado y que habréis conocido o habréis oído nombrar. En Noreña corre la +sidra y el dinero como en ningún otro pueblo de la provincia. Aquella +tarde hicimos más de tres duros tocando en la calle, y por la noche +todavía tocamos en el baile del Ayuntamiento y nos dieron treinta +reales. Cuando salimos del baile eran más de las once; pero yo quería +dormir en la Pola de Siero, porque tengo allí un amigo y no me cuesta +nada la cama. Se lo dije a Rufo y desde luego quedó conforme porque +tenía la esperanza de que tampoco le cobraran.</p> + +<p>La emprendimos pues hasta la Pola, que como saben<a name="page_057" id="page_057"></a> está muy cerquita. +Era una hermosa noche estrellada y no hacía frío ni calor. Al pasar por +el Berrón la taberna de Jerónimo estaba todavía abierta y llena de +gente.</p> + +<p>—¿Vamos a entrar un instante?—me dijo Rufo.</p> + +<p>—Vamos.</p> + +<p>Este Rufo era un buen hombre y como guitarrista, no se diga, porque +hacía hablar al instrumento, pero tenía un defecto muy feo y era que le +gustaba demasiado la sidra...</p> + +<p>Nos miramos todos unos a otros con sorpresa y Cayetano soltó una +estridente carcajada y los demás le siguieron. Joaquín quedó grandemente +amostazado y preguntó con voz sorda:</p> + +<p>—¿De qué os reís?</p> + +<p>—Hombre, nos reímos porque un vaso de sidra le gusta a +cualquiera—repuso Cayetano, guiñándonos un ojo.</p> + +<p>Y vuelta a reír todos de tan buena gana que el propio Joaquín concluyó +por reír también.</p> + +<p>—¡Bueno, corriente! Quedamos en que a él y a mí nos gustaba la sidra y +entramos a beber unos vasos del tonel que aquella misma tarde se había +abierto. Había allí bastante gente y entre ella unos gitanos o húngaros +que traían varios monos, un oso y un perro amaestrados. Los habíamos +visto todo el día en Noreña trabajando con sus animales, rodeados de +chicos. Nos acercamos al tonel con no poco trabajo y nos hicimos sacar +unos vasos. No sé cuántos fueron...</p> + +<p>—¡Muchos!—dijo Cayetano.</p> + +<p>—Puede ser. Había tanta gente y tanto ruido que al cabo me sentí +mareado y le dije a Rufo:—«Vámonos que estoy cansado y ya sabes que +mañana debemos salir temprano para Infiesto»—. No me hizo caso y +seguimos todavía otro rato y bebimos algunos vasos más. Volví a apurarle +para que nos fuésemos y... nada; el hombre como si hubiera echado allí +raíces y esperase florecer en la primavera. Enfadado ya de tanto +repetirle lo mismo y de esperarle le dije:</p> + +<p>—Mira Rufo, yo me voy: haz lo que quieras.</p> + +<p>—Aguárdate, compadre, aguárdate un momento.</p> + +<p>—No me aguardo más momentos. Adiós.<a name="page_058" id="page_058"></a></p> + +<p>Y me fuí hacia la puerta.</p> + +<p>—Bueno, hombre, bueno, no te apures, que yo también me voy.</p> + +<p>Y sentí que echaba a andar detrás de mí. Cuando salí a la carretera noté +que se ponía a mi lado y emparejados tomamos la dirección de la Pola. Yo +no le hablaba porque estaba irritado y además la lengua me pesaba un +poco en la boca. La noche más hermosa que antes. Había salido la luna y +alumbraba tanto que a mí me parecía ver dos, una al lado de otra. Poco a +poco se me fué pasando el enfado y para entrar en conversación le dije a +Rufo:</p> + +<p>—¡Vaya una noche linda, compadre!</p> + +<p>No me contestó más que con un grosero gruñido.</p> + +<p>—¡Anda! ¿Conque eres tú el que te enfadas después de lo que me has +hecho aguardar?—le dije parando y encarándome con él.</p> + +<p>¡Pero cuál fué mi sorpresa al ver que mi amigo Rufo se había +transformado en oso!...»</p> + +<p>—¡Eso es mentira, hombre!—exclamó Pacho desde su tajuela.</p> + +<p>—Aguarda un instante, amigo—repuso Joaquín.</p> + +<p>—¡Que te digo que eso es una gran mentira, hombre!</p> + +<p>—¡Cállate, animal!—exclamó Cayetano encolerizado—. Deja que Joaquín +termine su cuento.</p> + +<p>Pacho, sin hacer caso, rojo de indignación y como si quisiera arrojarse +sobre el pobre violinista, gritó más fuerte aún:</p> + +<p>—¡Que te digo, hombre, con toda la boca, que mientes, hombre! ¿Lo +quieres más claro, hombre?</p> + +<p>—¿Pero quieres callarte, pedazo de bárbaro?—volvió a decir Cayetano +tomando las tenazas con ademán de arrojárselas.</p> + +<p>A duras penas se logró hacerle callar y Joaquín pudo continuar su +cuento.</p> + +<p>«—Vaya unas bromas que me gastas, compadre—le dije—. ¿A qué conduce +esa tontería de transformarte en oso?</p> + +<p>Rufo no me respondió.</p> + +<p><a name="page_059" id="page_059"></a>—¡Anda, pues no eres poco chistoso, hijo!—continué yo—. ¡Si creerás +que me vas a asustar! ¡Ja, ja! A pesar de esos pelos y ese hocico +puntiagudo, te conozco, querido, y estoy tan tranquilo como si me +tocases un tango con la guitarra... ¿Sabes lo que te digo Rufo?, que no +eres un oso, sino un ganso, y que me está apeteciendo alumbrarte una +torta en el hocico para que aprendas a no burlarte de los amigos.</p> + +<p>Y como lo dije lo hice, a mano suelta le di sobre el hocico un revés.</p> + +<p>Mi amigo Rufo lanzó un fuerte gruñido y dejando la posición cuadrúpeda +se puso de pie y comenzó a bailar en torno mío gruñendo terriblemente. +Os confieso amigos que si alguna vez sentí miedo en el mundo fué en esta +ocasión. Eché a correr como pude, que no podía gran cosa, pues los pies +me pesaban como si llevase zapatos de plomo. Rufo corrió detrás de mí +siempre de pie, pero aún corría menos que yo. Como yo le llevaba alguna +delantera me detenía de vez en cuando y le decía en tono suplicante:</p> + +<p>—Rufo, amigo mío, perdona. No te he dado esa torta por ofenderte.</p> + +<p>El no hacía caso y continuaba persiguiéndome. Cuando se acercaba yo +volvía a correr y así que me hallaba lejos le suplicaba otra vez:</p> + +<p>—Vamos, Rufo, no seas así. Una broma es una broma y entre amigos no +tiene importancia.</p> + +<p>Por fin se ablandó y dejándose caer, anduvo otra vez en cuatro patas. +Entonces me acerqué ya sin miedo a él y nos emparejamos como antes. Y +seguimos charlando con la mayor animación, es decir, recuerdo que era yo +el que charlaba porque mi amigo Rufo no hacía más que asentir con leves +gruñidos a lo que yo le decía. Tanto que cansado a la postre y un poco +impaciente detengo el paso, me planto delante de él y le digo:</p> + +<p>—Pero, hombre de Dios, ¿hasta cuándo va a durar esta broma?</p> + +<p>Mas he aquí que Rufo se pone otra vez de pie y comienza a bailar y a +gruñir de un modo espantoso. No poco trabajo me costó aplacarle y sólo +lo conseguí después de mucho tiempo.<a name="page_060" id="page_060"></a></p> + +<p>Por fin llegamos a la Pola, me dirigí a casa de mi amigo Ramón el +Puntillero y llamé a la puerta. Me abrieron en seguida y entonces +volviéndome a Rufo, que me seguía, le dije:</p> + +<p>—Compadre, puesto que no quieres dejar todavía esa bromita, dormirás +esta noche al fresco.</p> + +<p>Y le dí con la puerta en el hocico. Caí en la cama como una piedra y el +Puntillero tuvo compasión de mí y me dejó dormir hasta las diez de la +mañana. Pero a esa hora me despertó a gritos diciéndome:</p> + +<p>—Joaquín, Joaquín levántate ahora mismo. Está ahí un alguacil de parte +del alcalde para que te presentes inmediatamente en el Ayuntamiento.</p> + +<p>—¿Pero qué pasa?—exclamé sobresaltado.</p> + +<p>—Nada, al parecer, unos gitanos te acusan de que les has robado un oso.</p> + +<p>Quedé estupefacto. No me acordaba absolutamente de nada. Sin embargo, +poco a poco fué entrando la luz en mi cerebro y me di cuenta de lo que +había pasado aquella noche. Me vestí rápidamente y me dirigí al +Ayuntamiento. Cuando llegué allá, el oso ya había parecido y los +bohemios andaban por el pueblo tocando el pandero y haciéndole bailar. +Le habían encontrado debajo de un hórreo donde se había comido más de +una arroba de paja que allí estaba amontonada.</p> + +<p>Cuando le conté el caso al alcalde quería desnudarse de risa y en vez de +ponerme multa se la puso a los gitanos por haber dejado un animal +peligroso en libertad.</p> + +<p>Al salir del Ayuntamiento tropecé con mi amigo Rufo que había dormido en +la taberna de Jerónimo debajo de una mesa. Le habían robado la guitarra +y venía a dar queja al alcalde sospechando de los bohemios. No consiguió +nada. El oso había parecido pero la guitarra no volvió a verla en su +vida.»<a name="page_061" id="page_061"></a></p> + +<h2><a name="VII" id="VII"></a>VII<br /><br /> +<small>LA PARTIDA</small></h2> + +<p>La primavera sopló otra vez sobre nuestra feliz aldea; las rosas se +abrieron, los mirlos cantaron en la pomarada, los terneros mugieron en +el establo, los céfiros nos traían sobre sus alas perfumadas los rumores +del bosque, gorjeos de pájaros enamorados: la zarzamora que tapizaba los +caminos se llenaba de florecillas moradas: del balcón de mi cuarto +colgaban ya los pámpanos que alegres temblaban al nacer la aurora...</p> + +<p>Todos estos signos de la gloriosa resurrección de la naturaleza alegraba +a los hombres y a los animales, pero a mí me inquietaban vivamente. +Había oído decir repetidas veces a mi madre que en cuanto viniese la +primavera partiríamos para Avilés. Por aquel tiempo no sabía yo que esta +villa guardaba en su seno placeres mucho más exquisitos que los que +podía brindarme Entralgo. Pensando en la escuela, en la gramática, en +las planas, en la vara de avellano de don Juan de la Cruz se me ponía la +carne de gallina.</p> + +<p>¿A qué pensar en ello, sin embargo? Aquí estaban aguardándome a la +puerta, como siempre, mis amigos Ramón, Sixto, José, Segundo, una +guardia fiel y decidida que yo había logrado formarme durante mi +estancia en la aldea. Corríamos los senderos, trepábamos a los árboles +para alcanzar los nidos, hacíamos hogueras y asábamos allí patatas, +cortábamos varas de sauco para construir <i>tira-tacos</i>, nos pasábamos +horas enteras espiando la guarida de las anguilas en los arroyos, pero<a name="page_062" id="page_062"></a> +sin lograr jamás atrapar ninguna, toreábamos a los carneros (desde mi +fatal aventura y en pocos meses había ya dado grandes pasos en el arte +taurino), montábamos en todos los caballos que encontrábamos sueltos por +los caminos.</p> + +<p>Este último recreo ofrecía más de un peligro, para mí especialmente, que +no era ni tan duro ni tan diestro como mis compañeros. Tuve ocasión de +experimentarlo bien pronto. En una de aquellas tardes primaverales +habíamos estado en el río levantando piedras y piedras para atrapar +truchas. No era más que un simulacro, porque en el fondo estábamos +persuadidos de que nunca pescaríamos una. Cuando nos fatigamos de aquel +infructuoso ejercicio nos decidimos a regresar al pueblo. Apenas +habíamos caminado algunos pasos tropezamos con un gran caballo pastando +la yerba que crecía en aquel terreno guijarroso. Acometido de un vértigo +de grandeza dije:</p> + +<p>—Voy a montar ese caballo.</p> + +<p>Los amigos trataron de disuadirme porque sabían perfectamente a qué +atenerse respecto a mis adelantos en la equitación.</p> + +<p>—Es demasiado alto.</p> + +<p>—No importa. Vosotros me ayudaréis a montar.</p> + +<p>Debo confesar que lo hicieron de mala gana, pero lo hicieron. Entre +todos ellos fuí izado sobre el lomo del animal, que no era ni fogoso ni +resabiado. Lo único que hizo fué trotar acompasadamente en dirección a +la aldea. Pero yo no supe acomodarme a su compás, comencé a vacilar, +perdí al fin el equilibrio y di pronto con las narices en el suelo.</p> + +<p>Una de las cosas menos gratas de la existencia es, sin duda, caer de +narices contra una piedra desde un caballo de ocho cuartas. Yo que no +las tenía de cemento armado las sentí deteriorar con un vivo dolor que +me hizo prorrumpir en gritos. Mis amigos al escucharlos y al verme +yacente y ensangrentado, se dispersaron como los discípulos de Jesús +cuando su divino Maestro fué clavado a la cruz. Acudió a los pocos +momentos en mi auxilio un criado llamado Linón que ya lo había sido de +mi<a name="page_063" id="page_063"></a> abuelo y que por casualidad acertó a pasar por allí. Me levantó del +suelo, me llevó al río y me lavó el rostro. Mientras lo hacía no cesaba +de instruirme con saludables advertencias.</p> + +<p>—Ya ves lo que sucede por ser atrevido.—¿Quién te ha mandado subirte a +un caballo si no sabes montar?—Si hubieras sido formal no te pasaría +esto.—¡Qué ocurrencia ha sido la tuya de montar en un caballo tan alto +y a pelo!, etc., etc.</p> + +<p>Es posible que sea un consuelo el averiguar cuando uno se rompe las +narices, que si hubiera hecho esto o dejado de hacer aquéllo habría +evitado la ruptura, pero yo no experimenté ninguno en aquella ocasión. +Al contrario, cuanto más persuasivo se mostraba Linón, más triste y +miserable me sentía yo. Por fin me llevó en brazos hasta casa y no fué +débil el susto de mis padres al verme en tal estado. Se me aplicaron +compresas de árnica y mi buen padre estuvo toda la noche renovándolas +incesantemente.</p> + +<p>Creí del caso en tales momentos encomendarme o hacer promesa de visitar +algún santuario. En vez de uno prometí visitar dos, el de la Virgen de +Covadonga y el del Santo Cristo de Candás. Ignoro por qué fuí tan lejos +en mi devoción teniendo cerca al milagroso San Nicolás de Campiellos. +¿Sería por deseos de viajar o bien porque se me hubiera comunicado el +desprecio que sentía nuestro párroco hacia el santuario de Campiellos? +De todos modos mi madre quedó complacidísima y prometió llevarme a +Covadonga y a Candás tan pronto como nos halláramos en Avilés.</p> + +<p>Al día siguiente vino el médico, se me pusieron los vendajes necesarios +y en pocos días quedé curado. Sin embargo, más adelante se necesitó la +intervención de un médico de Oviedo y toda mi vida me resentí de aquella +caída.</p> + +<p>Se hablaba ya bastante en casa de nuestra partida; se fijó por fin el +día. Yo estaba tristísimo, aunque se había restringido mi libertad, +después de la caída. Pero aún lo estaba más, a mi juicio, el sobrino del +señor cura de la Pola y diré en pocas palabras por qué.<a name="page_064" id="page_064"></a></p> + +<p>Había traído mi madre de Avilés una doncella de espléndida belleza +llamada Alvarina. Pasaba por una de las más hermosas jóvenes de Avilés: +no necesito añadir más, pues la belleza de las mujeres de esta villa es +proverbial en España. Yo amaba a esta Alvarina con todo mi corazón, no +tanto por su belleza como por su bondad. En los niños el amor es +intelectual y más razonado que en los hombres. Sólo en los degenerados +amanece temprano la sensualidad. Claro está que la belleza ejerce una +influencia favorable sobre todos los seres, mas a pesar de su gran +hermosura si esta mujer hubiera sido mala no la habría amado. Lejos de +esto, yo la encontraba siempre dulce y afable procurándome recreos, +guardándome golosinas, tapando mis faltas cuando las cometía. Hacía aún +más y mejor, y era darme aliento para ser bueno y valeroso. Con un +instinto pedagógico que hoy mismo me parece digno de toda admiración, +hallaba fácilmente los medios más adecuados para conseguirlo. Cuando en +casa había cualquier desavenencia y mi madre nos residenciaba y +comenzaba el interrogatorio, Alvarina decía en voz alta:</p> + +<p>—Que diga el niño cómo ha sucedido. El niño no miente.</p> + +<p>Es increíble el efecto que me causaba esta apelación a mi veracidad. Me +llenaba de orgullo, y en aquel momento hubiera declarado la verdad +aunque me arrastrasen después a la horca.</p> + +<p>Si se trataba de llevar la bujía después que me había acostado y dejarme +a obscuras, Alvarina decía en tono resuelto:</p> + +<p>—Podéis llevar la luz: el niño no tiene miedo.</p> + +<p>Y yo que lo sentía, y bien horrible por cierto, me mordía los labios, +metía la cabeza entre las sábanas pero no dejaba escapar la más leve +protesta.</p> + +<p>De tal manera esta hermosa joven contribuyó mejor a mi educación moral +que cuantos libros he leído y sermones he escuchado después. Ella me +hizo un hombre verídico y lo fuí bastante hasta que me dediqué a +novelista. Dios se lo pague.</p> + +<p>Pues de esta Alvarina tan bella, tan gentil, tan bondadosa,<a name="page_065" id="page_065"></a> se enamoró +perdidamente el sobrino del señor cura de la Pola, un apuesto mancebo +que estudiaba el último año de sagrada teología. Aquel de mis lectores +que no hubiera hecho lo mismo que le tire la primera piedra. Había +venido a pasar una temporada a Laviana y había suspendido +momentáneamente sus estudios no recuerdo por qué; quizá porque su tío se +hallaba delicado de salud y viniese a cuidarlo. Nos visitaba con +frecuencia y puede suponerse que desde que el hijo de Venus le disparó +una de sus mortíferas flechas, nos visitaba con más frecuencia aún. El +cuitado inventaba mil artificiosos pretextos para justificar estas +visitas. Una vez venía a traer a mi padre cierta semilla de guisantes +para la huerta, otra venía a preguntarle de parte de su tío cualquier +menudencia referente a un arrendatario, o bien me traía una primorosa +casita de cartón para los grillos o traía a mi madre una plantita de +albahaca o geranio. Mi madre sonreía viéndole perderse en un laberinto +de razonamientos especiosos y yo sonreía también viendo a mi madre +sonreír. El pobre chico se ponía encarnado hasta las orejas, hasta que +concluía por toser de un modo formidable y mi madre le decía que cuidase +aquel catarro pues en los jóvenes es peligroso, y él se ponía más +colorado aún, lo cual parecía en verdad imposible.</p> + +<p>Mi enfermedad fué para él la salud. Venía a verme todos los días y raro +era aquel en que no me regalase con cualquier chuchería. Me acompañaba +largos ratos y durante estos ratos Alvarina entraba y salía tantas veces +en mi habitación llevando y trayendo objetos que no parecía otra cosa +sino que nos estábamos mudando de casa y fuera ella sola la encargada de +efectuar la mudanza. Cuando al cabo sané tampoco quiso privarme de su +amable compañía comprendiendo que en la convalecencia es cuando hay que +ejercer una vigilancia más activa y estrecha a fin de evitar una +recaída.</p> + +<p>Llegó por fin la víspera del día aciago en que debíamos abandonar +aquella mansión venturosa. Porque para mí Entralgo, a pesar del reciente +fracaso de mi nariz, continuaba siendo el paraíso terrenal. Se dispuso +que saliésemos al amanecer a fin de poder llegar a Avilés<a name="page_066" id="page_066"></a> por la tarde. +Dejaríamos los caballos en Sama, donde nos aguardaba un coche que nos +trasladaría a nuestra villa haciendo parada en Oviedo para comer. Como +debíamos levantarnos excesivamente temprano, mi madre creyó mejor que no +nos acostásemos y pasásemos la noche en alegre reunión. No sólo los +amigos de Entralgo sino algunos de la Pola vinieron a acompañarnos en +aquella velada que fué divertida y ruidosa como ninguna. No me parece +necesario añadir que entre los últimos figuraba el enamorado seminarista +sobrino del cura de la Pola.</p> + +<p>Se bailó, se jugó, se cantó, se improvisó, se disparató cuanto es +imaginable. El seminarista y Alvarina, que hasta aquel día se habían +mostrado reservados y evitaban con el mayor cuidado el manifestar +públicamente su inclinación, se creyeron dispensados ya de todo disimulo +y sentados en un rincón de la sala no se apartaban el uno del otro y +charlaban animadamente con los ojos brillantes y las mejillas +encendidas. Ambos parecían estar alegres o por lo menos querían +demostrarlo. Sobre todo el seminarista ostentaba una jovialidad tan +excesiva que yo mismo, a pesar de no haber cursado aún la asignatura de +Psicología, adivinaba que era falsa.</p> + +<p>Naturalmente las bromas de los tertulios iban dirigidas a menudo hacia +ellos y naturalmente ellos se ruborizaban, pero no abandonaban por eso +ni su posición feliz ni el hilo de su discurso interminable. No faltaba +allí como en muchas tertulias, particularmente en las de aldea, un +payaso que nos divertía con sus bufonadas, y este payaso no cesaba de +vejar a la amartelada pareja, improvisando coplas a su salud.</p> + +<p>Como de costumbre yo sentí al cabo que los párpados me pesaban, fuí al +sofá y me dormí al lado de mi madre. Cuando desperté la tertulia +continuaba tan bulliciosa como antes, pero mi madre no estaba allí; el +seminarista y Alvarina también habían desaparecido. Entonces me levanté +y buscando a mi madre me dirigí al gabinete contiguo cuya puerta se +hallaba entreabierta. No había luz dentro y sólo la que entraba por la +puerta lo esclarecía. Pude ver, sin embargo, a mi amigo el seminarista<a name="page_067" id="page_067"></a> +sentado en una silla con la cabeza entre las manos y sollozando +perdidamente. En pie al lado suyo mi madre y Manola hacían esfuerzos por +consolarle y animarle.</p> + +<p>¡Pobre joven! Jamás se me ha borrado de la memoria esta escena. Años +después supe que era un sacerdote ejemplar. No me sorprende porque Dios +no abandona a aquellos que saben tomar a su propio corazón entre las +manos y estrujarle.<a name="page_068" id="page_068"></a></p> + +<h2><a name="VIII" id="VIII"></a>VIII<br /><br /> +<small>AVILÉS</small></h2> + +<p>Cuando llegué a Madrid para estudiar mi carrera y vi en los escaparates +de las tiendas de comestibles unos cartelitos que decían: <i>Jamón de +Avilés</i> no pude menos de experimentar profunda sorpresa. A esta sorpresa +siguió inmediatamente un sentimiento de vergüenza y de irritación. +¿Cómo? ¡La villa poética por excelencia, la villa de las mujeres +hermosas y las canciones románticas, aquella blanca paloma del +Cantábrico era conocida en el resto de España solamente por sus jamones!</p> + +<p>Jamás pudiera imaginarlo ni lo imaginó ninguno de sus hijos. Viviendo en +Avilés hasta entonces a nadie había oído gloriarse de esta grosera +ventaja. Ni aun sabía que en Avilés existiesen cerdos. Mientras allí +estuve no conocí más que uno, cierto administrador de correos que se +comía las sardinas crudas y entregaba las cartas abiertas. Pero este +administrador no había nacido en Avilés.</p> + +<p>Si yo no he nacido tampoco en esta villa a ella me trajeron cuando +contaba sólo algunos meses de edad. De modo que puedo y quiero +considerarla como mi segunda patria.</p> + +<p>Los avilesinos son nobles, alegres, probos y están dotados de viva +imaginación, aman la música, son sentimentales y un poco románticos. +Reina en este pueblo una amable jovialidad infantil que ensancha el +corazón de cuantos viajeros lo visitan y aleja instantáneamente su mal +humor. A muchos he oído decir que así que ponían<a name="page_069" id="page_069"></a> los pies en Avilés se +sentían cambiados, olvidaban sus penas y amaban otra vez la vida. Por +todo lo cual sería muy justo que el Gobierno de la nación declarase a +esta villa sanatorio oficial para los neurasténicos.</p> + +<p>A mis oídos ha llegado el rumor de que los avilesinos actualmente toman +en serio las mezquindades de la política. Me resisto a creerlo. Hace +sesenta años en Avilés no existía la política ni nadie pensaba más que +en servir a Dios y bailar habaneras. Si había elecciones, que yo lo dudo +mucho, era cosa que se efectuaba allá en secreto en el Ayuntamiento +entre unos cuantos señores que regresaban a la hora de comer a sus casas +furiosos porque se les hubiera molestado para cosa tan baladí.</p> + +<p>En cambio cuando se trataba de una romería todos éramos unos. Grandes y +pequeños, hombres y mujeres, ancianos y niños marchábamos como un solo +cuerpo. Si el santuario estaba lejos se iba por la mañana y las +domésticas llevaban en grandes cestas la comida: si estaba cerca íbamos +después de comer. Pero había uno, el más principal de todos, el de +Nuestra Señora de la Luz que estaba cerca y sin embargo no faltaban +sibaritas que al rayar el alba subían a la pintoresca colina provistos +de bizcochos, compraban a las aldeanas pucheros de leche y después de +proporcionarse este regalo jugaban con las vasijas hasta romperlas y +volvían a casa para restituirse de nuevo a la romería por la tarde.</p> + +<p>¿Qué se hacía en estas romerías? Pues bailar, bailar hasta caer exánime +sobre el césped. En Avilés el no saber bailar constituye un crimen de +lesa majestad. Todo el mundo habrá oído decir que de aquí han salido los +primeros bailarines del mundo. Cuando por primera vez me llevaron mis +padres a un baile del <i>Liceo</i> (tenía yo diez y seis años) mi madre me +dijo gravemente:—«Anda ve a pedir este vals a Romana que es la que +mejor lo baila en Avilés.»—Romana era una señorita de cuarenta años y +bailaba de un modo increíble, como una sílfide veterana. Me arrebató en +sus brazos y después de hacerme rodar como un trompo por espacio de un +cuarto de hora me entregó casi privado de conocimiento a mis padres.<a name="page_070" id="page_070"></a></p> + +<p>Se formaban corros de señoritas y corros de artesanas y en unos y otros +se bailaba frenéticamente. No existía la lucha de clases; y la prueba es +que muchos señoritos abandonaban el círculo de sus iguales y se +introducían en el de las artesanas sin que los obreros se diesen por +ofendidos. En los años que allí viví no he presenciado jamás una +reyerta. ¡Cuán distintos de ellos los hijos belicosos del valle de +Laviana donde vi la luz del día! Aquí no se celebraba romería sin que a +la hora de ponerse el sol no viniesen fieramente a las manos las huestes +acaudilladas respectivamente por Nolo de la Braña y Toribión de +Lorio<a name="FNanchor_3_3" id="FNanchor_3_3"></a><a href="#Footnote_3_3" class="fnanchor">[3]</a>.</p> + +<p>Al ponerse el sol regresaban los romeros a la villa entonando a dúo unas +canciones románticas que aún me enternecen cuando las recuerdo.</p> + +<p>Era la <i>Bayamesa</i>.</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;"><i>No recuerdas gentil Bayamesa</i></span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;"><i>Que tú fuiste mi sol refulgente</i>...</span></td></tr> +</table> +<p>Era la <i>Sútil nube</i></p> + +<p class="cen"><i>Sútil nube de luz ondulante.</i></p> + +<p>Era el delicioso pasacalle que todo el mundo conoce.</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;"><i>Calle la del Rivero</i></span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;"><i>Calle del Cristo.</i></span></td></tr> +</table> + +<p>Y algunos señoritos, sin duda para cantar con más afinación, traían +colgada del brazo una linda menestrala más gentil y más ondulante que la +<i>bayamesa</i> y la <i>nube</i> de sus canciones. Cantaban estas muchachas como +los ángeles que rodean el trono del Altísimo y cuando las oía al pasar +por el soportal debajo de mi casa me creía transportado al cielo. Mi +padre pretendía que aliñaban el canto con adornos de mal gusto; pero no +hay que hacer caso de mi padre en este punto porque había nacido en<a name="page_071" id="page_071"></a> +Oviedo y ya se sabe que todos los pueblos de la provincia, incluso la +capital, nos tenían una envidia rabiosa.</p> + +<p>La mayoría de las calles de Avilés está provista de arcos o pórticos que +preservan de la lluvia y del sol al transeunte. Las dos más largas, la +del <i>Rivero</i>, donde yo vivía, y la de <i>Galiana</i>, tienen al final cada +una un santuario donde se venera un milagroso Cristo, como si la hermosa +villa quisiera poner su alegría y su inocencia bajo la guarda de Aquel +que dijo: «O niños o como niños».</p> + +<p>Yo estaba persuadido en mi niñez de que estos pórticos se habían +construído exclusivamente con el objeto de que nosotros los chicos +pudiéramos divertirnos lo mismo que hiciera bueno que mal tiempo. +Asimismo pensaba que la Providencia había colocado una espaciosa plaza +delante de la iglesia de San Francisco llamada la <i>Campa</i>, para que +nosotros pudiéramos jugar a la pelota, a la peonza y a <i>Justicias y +Ladrones</i>, y delante del arruinado convento de la Merced, otro gran +espacio llamado <i>Campo Caín</i>, donde había siempre grandes montones de +lodo destinados sin duda alguna al juego del <i>llancón</i> (la estaca).</p> + +<p>Pero cuando la Providencia se mostró verdaderamente perspicaz fué cuando +sugirió al ministro de Fomento la idea de canalizar la ría y de enviar +como director de las obras a un hermano de mi padre. Di gracias a Dios +de todo corazón porque comprendí inmediatamente que todos aquellos +trabajos y los millones gastados en ellos no tenían otro fin que el de +poner a mi disposición un bote, el <i>bote de la Empresa</i>, para convidar a +mis amigos y surcar con ellos en todas direcciones a marea baja y a +marea alta la famosa ría. Tanto la surqué que en poco tiempo llegué a +saberme de memoria las vueltas y revueltas del canal. A marea alta +podría señalar, sin equivocarme en medio metro, el sitio por donde +corría.</p> + +<p>Avilés se compone de dos barrios, uno el de la villa propiamente dicha y +otro el de Sabugo, donde habitan los marineros, pescadores y menestrales +de menor cuantía. Los separaba en mi tiempo un brazo de la ría, sobre el +cual había un puente de piedra. Hoy se ha cegado<a name="page_072" id="page_072"></a> este brazo y sobre él +han edificado una plaza y construído un parque. Para nosotros, los niños +de la villa, Sabugo significaba el país enemigo. Allí estaban los +bárbaros acechándonos noche y día para caer sobre nosotros al menor +descuido y entregarse al pillaje. De allí salían aquellos bandidos que +cuando nos apartábamos un poco del recinto de la villa para echar al +aire nuestras <i>sierpes</i> (cometas) acudían feroces como si la tierra o +por mejor decir el infierno los vomitasen y nos cortaban los hilos y se +apoderaban de nuestras sierpes y además nos hartaban de bofetadas. +¿Dónde estaba la Reina? ¿Dónde estaba la Guardia civil? ¿Dónde estaba la +policía para poner a buen recaudo a estos salteadores? Por ninguna parte +asomaba la mano del poder coercitivo mostrando que vivíamos en una +sociedad organizada. La vida de los niños repite sin cesar al través de +los siglos el tipo anárquico de los tiempos primitivos.</p> + +<p>Existía en Avilés una academia de música, un teatro, una sociedad de +baile. De todo esto era el alma un tío mío oficial de artillería +retirado y valetudinario. A pesar de sus crueles achaques este perfecto +caballero esparcía la alegría y mantenía vivo en su pueblo natal el +cultivo del arte. Cuando se erigió el pequeño teatro de la calle de la +Cámara sus conciudadanos agradecidos le dejaron construir en apartado +rincón un palco con celosía desde donde el buen viejo podía asistir a +las representaciones sin ser visto.</p> + +<p>La sociedad de baile llamada el <i>Liceo</i> estaba situada en el antiguo +convento de San Francisco. Porque los arruinados conventos de la Merced +y de San Francisco servían para todo, para escuelas, para cátedras, para +cuartel, para oficinas, para aduanas... y hasta para salones de baile. +El del <i>Liceo</i> era magnífico, de elevada techumbre y lindamente +decorado. Los bailes se celebraban allí con toda pompa y majestad y eran +el orgullo de la villa y la envidia de los extraños. Las damas y los +caballeros que a ellos asistían o estaban unidos por los lazos del +parentesco o eran amigos íntimos desde la infancia. En una población de +ocho mil habitantes nada tiene de asombroso. Pues a pesar de eso todo se +efectuaba allí<a name="page_073" id="page_073"></a> con una gravedad y una corrección dignas de cualquier +recepción diplomática. Las damas iban descotadas luciendo sus brazos y +espaldas alabastrinas, los caballeros de frac y corbata blanca. El +presidente nombraba la comisión de jóvenes introductores. La orquesta +tocaba oculta desde una tribuna; los criados entraban a cierta hora con +grandes bandejas de plata atestadas de confites. Se hablaba en voz baja, +y los amigos con sus amigos y hasta los hermanos con sus hermanas +adoptaban una actitud fría y cortesana. Todo era allí ceremonioso, +imponente, dramático. Nadie dudaba de que al bailar un rigodón o una +mazurca estaba cumpliendo con el sagrado deber de ilustrar a su patria.</p> + +<p>Ya puede imaginarse el efecto que causaría la desenvoltura de un joven +lánguido y displicente hijo de un banquero de Oviedo que en el baile más +solemne de Avilés, nada menos que en el baile de San Agustín, penetró en +el salón del <i>Liceo</i> con botas de color, americana de alpaca y una +sombrilla en la mano. El presidente le envió un recado por medio del +conserje para que desalojase inmediatamente. Así lo hizo, pero la herida +estaba ya inferida. A la mañana siguiente la noticia corrió como un +reguero de pólvora por todos los ámbitos de la población levantando una +tempestad de protestas. La villa entera vibró de indignación y de +cólera. Los jóvenes y los viejos, lo mismo los caballeros que los +menestrales gimieron al unísono por aquella puñalada que a nuestra amada +villa le habían dado por la espalda. En los cafés, en las tiendas, en +medio de la calle se hacían comentarios acalorados. Debajo de los arcos +del Ayuntamiento se formaron corrillos amenazadores. En el centro de uno +de ellos un viejo capitán de barco mercante vociferaba aconsejando que +se fuese al hotel donde el mequetrefe de Oviedo se alojaba y se le +arrojase por el balcón. El mequetrefe, escuchando la voz de la +prudencia, tomó a bien meterse en la diligencia de Oviedo sustrayéndose +de este modo a un probable <i>lynchamiento</i>.</p> + +<p>Los avilesinos son apasionados del arte lírico y dramático. Cada una de +las compañías de verso, de zarzuela o de ópera que durante la temporada +de verano venían a<a name="page_074" id="page_074"></a> dar entre nosotros algunas representaciones, +lograban conmover hasta los cimientos la villa y exaltar todos los +ánimos. No sólo se aplaudía a los cómicos y cantantes en el teatro; se +les festejaba fuera, se organizaban en su obsequio jiras campestres y +excursiones marítimas y se aspiraba ambiciosamente a tratarles con +intimidad. Nuestros jóvenes se creían felices el día que tuteaban al +barítono o les llamaba por su nombre de pila la dama joven. El pueblo +improvisaba coplas alusivas a ellos y se cantaban por la calle. Recuerdo +que llegaron en cierta ocasión un tenor llamado Palermi y una tiple +llamada la Dalti que lograron cautivar como nunca a la población. +Habiendo enfermado ésta se oía cantar a los chicos y a las artesanas por +las calles de Avilés:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">¿Qué tienes Palermi</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">que tan triste estás?</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">Me falta la Dalti</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">no puedo cantar.</span></td></tr> +</table> + +<p>Cuando la compañía contaba con dos tiples o dos tenores inmediatamente +se tomaba parte por uno de ellos; la población se dividía en dos bandos: +lo mismo en las tertulias particulares que en los cafés se discutía +apasionadamente, se aquilataban sus méritos y se escudriñaban sus +defectos. En cierta compañía llegaron dos tiples, una alta y gruesa a +quien el pueblo llamó en seguida la <i>tiplona</i>, y otra bajita y menuda a +quien se conoció por el sobrenombre de la <i>tiplina</i>. Una y otra tuvieron +inmediatamente sus partidarios tan exaltados los unos como los otros. +Los dos bandos riñeron una tarde en el paseo del Bombé y vinieron a las +manos y un señorito partidario de la tiplona salió de la reyerta con las +narices ensangrentadas.</p> + +<p>Pero estas alegrías terminaban así que las Pléyades asomaban la punta de +su carrito por el horizonte y el cierzo comenzaba a soplar frío y +húmedo. Durante el invierno no había teatro. Algún prestidigitador +extraviado, algunos exhibidores de vacas sabias o de focas amaestradas, +niñas gordas, enanos y otros monstruos. Nada, en<a name="page_075" id="page_075"></a> suma, que pudiera +satisfacer los anhelos espirituales de aquel pueblo artista por +excelencia.</p> + +<p>No obstante, estos anhelos se abrían paso y se mostraban poderosos al +través de las brumas, de la soledad y monotonía del invierno. Entregada +a sus propios recursos la villa de Avilés mostraba su vitalidad y su +amor a la carátula. Formábase una compañía de aficionados que actuaba +con bastante frecuencia en el teatro. Entre estos aficionados había +algunos que en mi opinión pudieran competir con los buenos actores que +después he visto en Madrid. Había también un fecundísimo poeta llamado +don Pedro Carreño que abastecía a la compañía de dramas, tragedias, +comedias y entremeses. Este notable poeta no sólo escribía las obras +dramáticas sino que, como Shakespeare, las dirigía y las representaba +personalmente, si bien, como el gran poeta inglés, se reservaba sólo los +papeles secundarios. Del inmenso catálogo de sus obras, sólo muy pocas +fueron impresas en vida lo mismo que acaeció con las del autor de +<i>Hamlet</i>, y para que la semejanza sea más completa añadiré que adoptaba +también para ellas títulos caprichosos y fantásticos. Uno de sus dramas +más aplaudidos se titulaba, si no recuerdo mal, <i>Más vale que sierren +tablas</i>, de sabor verdaderamente shakespeariano.</p> + +<p>Pero donde se hizo ostensible de manera más evidente el poder de nuestra +raza y lo maravillosamente dotada que está para el cultivo de las Artes, +fué cuando unos cuantos aficionados, luchando con dificultades +increíbles, se resolvieron a poner en escena y cantar una ópera. No creo +que ningún otro pueblo de España lo haya intentado siquiera. La ópera +elegida fué la <i>Lucía di Lammermoor</i> del maestro Donizeti. Un ebanista +de la calle de la Herrería llamado Mariño, que poseía una agradable voz +de tenor, desempeñó el papel de Edgardo y un barbero de los arcos de la +plaza el de barítono. Lo más escogido de la sociedad avilesina figuraba +en los coros de ambos sexos.</p> + +<p>¿Será arrogancia, por mi parte, el decir que una villa capaz de llevar a +feliz término tales empresas merece ser conocida en el mundo de otro +modo que por sus jamones?<a name="page_076" id="page_076"></a></p> + +<h2><a name="IX" id="IX"></a>IX<br /><br /> +<small>PRIMERAS IMPRESIONES</small></h2> + +<p>Mis primeras impresiones no son de Entralgo, aunque haya nacido allí +como he dicho. La primera vez que me di cuenta de la existencia o me +reconocí como un ser viviente fué en Avilés, debajo de una mesa. Estaba +allí oculto, silencioso y trabajando. ¿En qué trabajaba? En abrir un +agujero a un gran pan de cuatro libras que había logrado hacer descender +desde la mesa hasta mis manos. No comprendo cómo pude llevar a feliz +término esta grave operación tan superior a mis fuerzas, porque yo no +contaría entonces más de dos años de edad. Para realizarla no disponía +de maromas, cabestrantes y poleas, sino de mis propios brazos solamente, +que a más de no tener nada de atléticos se hallaban algo trabados por +una blusa verde demasiadamente almidonada. Tengo una idea de que el pan +estaba al borde de la mesa y que le fuí haciendo resbalar poco a poco +hasta que por su propio peso cayó sobre mí y como yo no podía sostenerle +me dejé caer a mi vez en el suelo abrazado a él.</p> + +<p>Ni mi madre, que bordaba en un rincón del comedor, ni una señora +parienta suya que la acompañaba, ni la costurera, empeñadas todas tres +en animada plática, se dieron cuenta del arriesgado trabajo preparatorio +que yo acababa de realizar.</p> + +<p>Una vez que me vi dueño del pan me arrastré cautelosamente hasta +colocarme debajo de la mesa y allí principié mi tarea perforadora con la +paciencia de un<a name="page_077" id="page_077"></a> chino y la terquedad de un astur. Lo más difícil, lo +que parecía casi imposible de realizar era la ruptura de la corteza. Yo +la acometí, sin embargo, con buen ánimo. Humedeciendo el dedo con saliva +y después de largo y penoso trabajo logré al fin romperla. Lo demás era +relativamente fácil. El túnel se fué abriendo poco a poco y los +escombros pasaban rápidamente a mi estómago.</p> + +<p>Al cabo vi que mi madre preguntaba por mí. Se me buscó con la vista y +cuando advirtieron que me hallaba debajo de la mesa y tenía un pan entre +mis piernas quedaron altamente sorprendidas. Sin embargo, a la costurera +no le pareció aquella situación decorosa para el hijo primogénito de una +respetable familia y vino a sacarme de ella tomando el pan y colocándolo +sobre la mesa. ¡Cómo podía figurarse que aquel pan no guardaba ya su +integridad! Mis tiernas manos no podían, en efecto, atentar a ella de un +modo violento pero ignoraban lo que puede el ingenio apretado por la +necesidad.</p> + +<p>Un escozor le acometió a mi madre y era que el pan podía haberse +manchado en el suelo. Por su orden la costurera vino a comprobarlo. Al +hacerlo dejó escapar un grito de sorpresa y después una alegre +carcajada.</p> + +<p>—¡Señora, mire por su vida lo que el niño ha hecho! ¡Qué cosa más +graciosa!</p> + +<p>El agujero debía de ser efectivamente muy gracioso porque mi madre y mi +tía se retorcían de risa contemplándolo. Y según oía decir, entre las +carcajadas que fluían de su boca, estaba admirablemente hecho; era una +verdadera obra de arte.</p> + +<p>Tal es mi primera impresión consciente en esta vida terrestre a la cual +Dios plugo enviarme, y el dato intuitivo de más importancia que de ella +adquirí por entonces. La perforación de un túnel fué mi primer trabajo +serio en este mundo. Parecía por ello que yo estaba destinado a ser +ingeniero. Sin embargo, no fué así como el lector verá si se digna +seguir leyendo estas memorias.</p> + +<p>Después recuerdo perfectamente que no me pesaba poco ni mucho de haber +adquirido conciencia o haber nacido en este mundo, el cual no me parecía +un valle de lágrimas sino vergel delicioso. Todo era exquisito y<a name="page_078" id="page_078"></a> bello; +la sala con su sillería enfundada, el gabinete, el tocador de mi madre, +el cestito de su labor, las librerías de mi padre, su butaca... ¡oh! su +butaca forrada de gutapercha verde, donde me refugiaba entre sus piernas +cuando le veía sentado y le hacía preguntas sobre preguntas, +informándome acerca de todos los secretos de la creación que yo +desconocía en absoluto. «Los carneros, ¿por qué tienen el pelo tan +largo, papá? Los caballos, ¿por qué no lo tienen? ¿La lluvia cae del +cielo? Entonces, el cielo estará mojado siempre ¿verdad? La huerta de mi +primo ¿por qué es mayor que la nuestra? ¿Por qué tienes barba y yo no la +tengo ni mamá tampoco? ¡Ah! la tengo dentro y me saldrá; entonces +también a mamá le saldrá. ¿Por qué no le saldrá a mamá y a mí sí?...»</p> + +<p>Mi padre respondía a mis preguntas con la mayor bondad, dulce y +satisfactoriamente. Es decir, satisfactoriamente no siempre. Alguna vez +advertía en sus respuestas cierta falta de lógica y que se deslizaba más +de un sofisma en su discurso. Pero no se lo hacía ver, disimulaba y me +daba por convencido porque adoraba a mi padre y por nada del mundo +quería verle humillado.</p> + +<p>Todos eran buenos y amables para mí. Cuando salía a la calle, cuantas +personas encontrábamos me acariciaban y pasaba de unos brazos a otros +encontrando en todos protección y cariño. En las casas de amigos y +parientes adonde me llevaban, me acogían con gritos de alegría, me +agasajaban y regalaban, nunca querían dejarme marchar. La que más me +placía era la de mi madrina, una hermana de mi abuela que tenía cuatro +hijos jóvenes, tres varones y una hembra, todos ellos entre diez y seis +y veinticinco años. Era una hermosa casa, un gran patio central rodeado +de galería de cristales y lleno para mí de sorpresas agradables, un +magnífico reloj de música, una terraza con columpio, una pajarera, dulce +de membrillo. Luego uno de mis tíos tocaba admirablemente la flauta, +otro el piano, mi tía Modestina cantaba. ¡Oh Dios mío cuánto me mimaban +aquellos buenos tíos! Lo recuerdo todo como un sueño feliz. El mundo se +me ofrecía bajo un aspecto mágico, era un fanal maravilloso destinado a +guardar seres amables y dichosos. Gustaba<a name="page_079" id="page_079"></a> por primera vez el encanto de +vivir; como una irisada mariposa nadaba en un mar de perfumes bebiendo +la luz, saturándome de amor y de alegría...</p> + +<p>Todo pasó, todo se hundió en los abismos del tiempo. Sin embargo, Dios +misericordioso me ha dejado el consuelo de poder evocar cuando quiero +aquel mundo mágico. No tengo más que canturrear un vals, que cantaba en +aquella época mi tía Modestina y cuya letra empezaba:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">Hubo un tiempo vida mía</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">en que tu boca de rosa</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">una sonrisa amorosa</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">dibujaba para mí.</span></td></tr> +</table> + +<p class="nind">para que repentinamente corra un estremecimiento de dicha por mi alma y +surja ante mis ojos con todo su embeleso la mañana de mi vida, y vuelva +a escuchar la voz y ver el rostro de aquellos seres amados que ya no +existen. Lo hago pocas veces, no obstante, porque sé que las impresiones +se gastan como el dinero y quiero ser avaro. La idea de que pudiera +disiparse mi tesoro me horroriza.</p> + +<p>Muchas, muchísimas veces me he preguntado después en el curso de mi +vida, ¿cuál será el mundo verdaderamente real, aquel que yo veía en mi +infancia o este otro que ahora contemplo al través del velo tejido de +perfidias, traiciones, bajezas y ruindades que los años colocaron +delante de mis ojos? Ya sé que para la gran mayoría de los hombres el +caso no es dudoso. Sin embargo, para mí lo es y para un cierto sujeto de +algún talento que vivió hace muchos años, a quien llamaban Platón, +también lo sería. Hay momentos en que me acometen ideas verdaderamente +extravagantes y absurdas. En uno de esos momentos he llegado a pensar +que en el concierto universal de los mundos siderales el vals de mi tía +Modestina significa más que una sesión de Cortes. Guárdame, lector, el +secreto de esta locura y de otras muchas que verás en las presentes +memorias. Eres para mí un amigo íntimo, un confidente discreto en cuyo +oído deposito todo lo que rebosa de mi corazón.</p> + +<p>Un poco más adelante se alza ya en mi memoria cierta<a name="page_080" id="page_080"></a> triste impresión, +que es cronológicamente la primera de las muchas parecidas con que la +vida me brindó más adelante. Habiendo quedado abierta, por descuido, la +puerta de la calle, un mendigo anciano se deslizó dentro de casa; subió +la escalera y se apoderó de un objeto, que me parece era una gorra de mi +padre. Le sorprendieron en el momento de marcharse y hubo gran confusión +y alarma. Veo, como si lo tuviera delante de los ojos, a aquel anciano +andrajoso de barba blanca, en medio de la escalera, con sus brazos +abiertos disculpándose, pidiendo perdón. Y unos peldaños más arriba veo +a mi madre, a la costurera y las criadas increpándole furiosamente. +Recuerdo que sentí una impresión dolorosa, una compasión infinita por +aquel pobre viejo tan miserable, tan humillado. Mi pequeño corazón se +revelaba contra los insultos que le dirigían y se me representaba su +injusticia. Percibía claramente que nosotros vivíamos bien y teníamos +aún más de lo que nos hacía falta, mientras aquel anciano desvalido +carecía de lo indispensable para sustentarse. La piqueta socialista +comenzó a abrir brecha en mi cerebro infantil.</p> + +<p>Pocos días después o pocos meses, que esto no puedo precisarlo, era yo +feliz con un juguete que mi tío me había traído de Madrid, un moro de +goma pintado de vívidos colores. Estaba orgulloso con él y lo mostraba a +todos los conocidos y desconocidos. Entre estos últimos acertó a pasar +por delante de mi portal un chicuelo de seis u ocho años, el cual se +manifestó inmediatamente como un admirador incondicional de mi árabe. +Nada podía halagarme más en aquel momento. Así que para demostrarle mi +complacencia y lo mucho que estimaba sus honrados sentimientos, me +avine, como él lo deseaba, a entregárselo para que pudiera examinarlo +con todo detenimiento. Ponérselo en las manos y emprender una carrera +vertiginosa fué todo uno. De tal manera, que unos segundos después perdí +de vista al moro y a su compañero y no volví a verlos en mi vida.</p> + +<p>Las lágrimas que derramé y la cólera encendida que se apoderó de mí, +nadie puede figurárselos. En aquel momento deseaba ardientemente que +todo el peso de la<a name="page_081" id="page_081"></a> ley cayese sobre el ladrón, que la Guardia Civil se +apoderase de él, que le metiese en un calabozo y le azotase. Las ideas +conservadoras se enseñorearon completamente de mi alma.</p> + +<p>Y he aquí cómo a los tres años de edad era ya lo que fuí después toda mi +vida, un conservador forrado de socialista o un socialista forrado de +conservador, como mejor se quiera.</p> + +<p>Hay otra impresión que guardo también muy viva de esta época. Me veo +sentado a la mesa en una silla de brazos estrecha y alta. Sirven una +fuente de truchas, me ponen una y yo me empeño en comerla con los dedos +como había visto hacer a Mateo el nieto de la Colasa, una mujer que +venía a casa a fregar los suelos. Mi madre se opone resueltamente y me +da un ligero golpe en las manos. Esto me irrita y enciende más mi deseo. +Vuelvo a tomar un pedacito de trucha con los dedos y mi madre me aplica +otro golpe más fuerte. Grito, me obstino, y a viva fuerza quiero hacer +mi voluntad. Entonces mi madre encolerizada se levanta, me da unas +cuantas bofetadas, me arranca de la silla, y me lleva a un cuarto +obscuro y me deja allí encerrado. Lloré y chillé tumbado en el suelo +hasta quedar rendido. Al cabo observé que el ruido de platos cesaba, que +la comida había terminado y mi madre se retiraba a su gabinete.</p> + +<p>Poco tiempo después se abre la puerta de mi prisión, entra mi padre, me +levanta, me besa y tomándome en brazos sube conmigo hasta su despacho, +me deja allí y baja de nuevo subiendo en seguida con la fuente de las +truchas.</p> + +<p>Me sienta en su sillón, me pone un plato delante y dice con resolución:</p> + +<p>—¡Ahora come como quieras!</p> + +<p>Y se cruza de brazos para verme comer con los dedos.</p> + +<p>Ya sé que esto es muy poco pedagógico y que mi madre tenía razón sobrada +para castigarme. Sin embargo, no puedo recordar esta escena sin sentirme +enternecido.<a name="page_082" id="page_082"></a></p> + +<h2><a name="X" id="X"></a>X<br /><br /> +<small>COMETO UN ASESINATO</small></h2> + +<p>Todo hombre ha merecido alguna vez la horca en el curso de su vida, dice +Montaigne. Yo la merecí en edad bien temprana, pues no contaba más de +cuatro años de edad. Oíd cómo sucedió:</p> + +<p>En aquel tiempo existía en Avilés un monstruo llamado don Gregorio +Zaldua. Este monstruo no comía los niños crudos como suelen hacer los +otros monstruos; pero impedía que los niños comiesen nada ni crudo ni +asado, y el resultado era igualmente funesto.</p> + +<p>—El niño tiene la lengua sucia—decía mi madre en voz alta—. Hay que +avisar a don Gregorio.</p> + +<p>Y el niño, que era yo, se echaba a temblar como el cordero a la vista +del lobo.</p> + +<p>Llegaba el lobo, me miraba la lengua, me palpaba el vientre, me +examinaba los párpados, y después de estas y otras odiosas maniobras, +pronunciaba con la mayor indiferencia la horrible sentencia:</p> + +<p>—Denle ustedes una onza de aceite de ricino en dos veces... Y dieta... +¡sobre todo mucha dieta!</p> + +<p>¡Oh Dios del Sinaí! ¡el aceite de ricino! Escuchando este nombre se me +erizan aún los pocos cabellos blancos que me quedan en la cabeza.</p> + +<p>—Es, que se resiste a tomarlo—decía mi madre tímidamente.</p> + +<p>—Pues es muy sencillo hacérselo tragar. No tiene usted más que apretar +la nariz con el dedo índice y el pulgar, y cuando abra la boca echárselo +allá.<a name="page_083" id="page_083"></a></p> + +<p>¡Bárbaro! Otras veces la sentencia era más suave.</p> + +<p>—Póngale usted sobre el vientre una cataplasma de harina de linaza... y +dieta... ¡sobre todo mucha dieta! Cuidado con que el niño coma +absolutamente nada. En usted tengo confianza, pero hay que vigilar a +Silverio porque es un padrazo incapaz de resistir el llanto del niño.</p> + +<p>Verdad; mucha verdad. Mi padre por no verme sufrir, sería capaz de darme +una rosquilla bañada de la confitería de Nepomuceno.</p> + +<p>¡Oh las rosquillas bañadas de Nepomuceno! ¡Y las <i>tabletas</i>! ¡Y las +<i>crucetas</i>! Jamás se ha visto ni se verá en el arte de la confitería una +obra más perfecta, y apelo al testimonio de aquellos de mis +contemporáneos que hayan tenido la felicidad de gustarlas.</p> + +<p>Cuando alguna que otra vez tropiezo en los senderos de la vida con uno +de estos dichosos mortales que han sufrido indigestiones por haber +ingerido en su infancia demasiadas <i>tabletas</i> no puedo menos de +abrazarle enternecido.</p> + +<p>¡Pero buenos estaban los tiempos para rosquillas bañadas! Mi madre era +vigilante y enérgica, y no diré una <i>tableta</i>, pero ni un pedazo de pan +de la cocina me permitiría llevar a la boca. Mi padre no osaba +interponerse; las criadas la secundaban, y yo quedaba a merced de aquel +monstruo de don Gregorio, sumido en la más horrible miseria.</p> + +<p>Imposible encontrarse en mayor aflicción y necesidad. Por mi pequeño +corazón pasaba toda la tristeza y desolación que caben en el mundo, y no +hay que dudar que caben bastantes. Y lloraba las lágrimas más amargas +que el hombre puede derramar en este valle; y si no maldecía de la vida +era que aun no había leído a Schopenhauer.</p> + +<p>Recuerdo que una noche me pusieron en el vientre la consabida cataplasma +de harina de linaza. Después de ponérmela apagaron la bujía, encendieron +una lamparilla y se marcharon dejándome solo. Yo gritaba pidiendo pan, +un mendrugo de pan siquiera: pero nadie escuchaba mis gritos. La +naturaleza, los hombres, el mismo<a name="page_084" id="page_084"></a> Dios parecían haberse vuelto sordos. +Al cabo de un rato llegó Pepa la cocinera y me dijo que si no me callaba +seguramente vendría el Trasgo a cogerme por las piernas. Yo no había +tenido la desgracia hasta entonces de trabar conocimiento con el Trasgo +y como no lo deseaba me callé.</p> + +<p>Pero el hambre me punzaba, ¡qué diré punzaba! me roía las entrañas. +Entonces tuve una inspiración, uno de esos pensamientos felices que sólo +acuden a la mente humana una vez en la vida.</p> + +<p>Llevé mis manos a la cataplasma, la saqué de su envoltura de lienzo y me +la comí.</p> + +<p>Tengo entendido que hubo en los tiempos antiguos un joven príncipe +romano a quien hicieron morir de hambre, el cual se comió antes parte de +las ropas de la cama. Inútil manifestar que yo no tuve en cuenta para +nada este precedente, que no hubo espíritu de imitación ni de plagio. +Con la mano sobre el corazón declaro que al comerme la cataplasma creí +realizar una obra completamente original.</p> + +<p>Pero este pensamiento feliz produjo consternación en mi familia. Siempre +sucede lo mismo. Cuando surge un pensador original el mundo se agita +presa de viva inquietud.</p> + +<p>El resultado fué que, como todos los innovadores, pagué mi inspiración +con el martirio. Me aplicaron otra dosis de aceite de ricino.</p> + +<p>Mi pobre padre estaba desolado viendo al hijo de sus entrañas recorrer, +sin culpa alguna, el doloroso calvario de purgas y cataplasmas. El +desdichado me acariciaba, enjugaba mi sudor de agonía y me decía al oído +las cosas más halagüeñas. Hizo aún más; se fué al bazar de los arcos de +la plaza y me compró una preciosa escopeta.</p> + +<p>Quedé enajenado, loco de alegría. En aquel momento desaparecieron todas +mis penas; me olvidé del hambre, me olvidé de las cataplasmas y hasta +del sabor del aceite de ricino.</p> + +<p>La escopeta se cargaba con unos fulminantes que hacían bastante ruido. +Mi madre dijo malhumorada:<a name="page_085" id="page_085"></a></p> + +<p>—¡Qué ocurrencia la tuya de poner en manos del niño estas cosas!</p> + +<p>Mi padre replicó sonriendo:</p> + +<p>—El niño es muy juicioso y yo tengo la seguridad de que no ha de matar +a nadie.</p> + +<p>Yo afirmé vivamente con la cabeza. ¡Oh gran hipócrita! ¡Oh pérfido y +tenebroso embustero! En el momento que tomé el arma concebí el crimen; y +no lo concebí vagamente sino con todos sus repugnantes detalles. Pero +hice el inocente, sonreí de un modo angelical y todos confiaron en mí.</p> + +<p>No hubo jamás en el mundo confianza peor depositada. Cuando llegó la +noche y mis padres, después de besarme, se retiraron y sentí roncar a la +Felisa que dormía en otra cama cerca de la mía, entonces me alcé +cautelosamente y a la luz de la lamparilla cargué mi arma con el mayor +cuidado. La puse al alcance de la mano y me dormí tranquilamente como el +más fiero y empedernido criminal.</p> + +<p>Me despertó la voz de mi madre en el gabinete contiguo, hablando con don +Gregorio. Despierto sobresaltado y apenas despierto, veo asomar por la +puerta la faz aborrecida del monstruo. No tuve tiempo más que para echar +mano a la escopeta, ponerme en pie sobre la cama, echarme aquélla a la +cara y disparar sobre el infame.</p> + +<p>Carcajada general. Mi padre, mi madre, la Felisa, don Gregorio reían +dando muestras de la más viva alegría; sobre todo éste parecía querer +desternillarse.<a name="page_086" id="page_086"></a></p> + +<h2><a name="XI" id="XI"></a>XI<br /><br /> +<small>DE CÓMO FUÍ EXCOMULGADO</small></h2> + +<p>Ignoro si la excomunión en que incurrí era mayor o menor, de las +llamadas <i>ferendae</i>, <i>sententiae</i> o de <i>latae sententiae</i>; pero es +innegable que había incurrido en una de ellas.</p> + +<p>Contaba yo a la sazón siete años y acaeció poco después de mi primera +hegira a Entralgo.</p> + +<p>En el convento de San Bernardo de Avilés vegetaba, renqueaba, salmodiaba +el oficio y se atascaba de rapé la nariz desde hacía setenta años una +hermana de mi bisabuela llamada doña Florentina. Había entrado en él a +los doce años: por consiguiente tenía ochenta y dos. En la familia no se +la llamaba <i>madre</i> Florentina ni <i>hermana</i> Florentina, aunque fuese +monja profesa. Mi misma madre cuando hablaba de ella decía siempre: «mi +tía doña Florentina».</p> + +<p>Aquel convento de San Bernardo ejercía sobre mí un atractivo +inexplicable al que se mezclaba un poquito de miedo. Cuando mi madre me +llevaba a misa, en vez de atender al oficio divino pasaba el tiempo en +extática contemplación del coro de las monjas que al través de la verja +de hierro se veía envuelto en tenue y fantástica claridad. Era una +claridad adorable, misteriosa. Las blancas figuras de las religiosas y +sus voces plañideras, y sus rezos incomprensibles hacían palpitar mi +corazón con vagos anhelos de felicidad celestial. Mi cabeza infantil se +poblaba de sueños hasta que mi madre me<a name="page_087" id="page_087"></a> daba sobre ella un coscorrón +invitándome a volverla hacia el altar mayor.</p> + +<p>Además el convento ofrecía para mí un atractivo infinitamente mayor y +que nada tenía de fantástico. De allí salían unas rosquillas embutidas +de crema y bañadas de azúcar que parecían fabricadas por los ángeles y +un cierto confite llamado <i>flor de azahar</i> más divino todavía. Se +componía de unas escamitas blancas y tan dulces que se pasaban sin +sentir. No he vuelto a comerlo en mi vida ni he logrado siquiera verlo, +a pesar de las largas y serias investigaciones que para ello llevé a +cabo.</p> + +<p>No sé si sería a causa de las rosquillas o por otro motivo espiritual, +pero es lo cierto que mi madre respetaba mucho a su tía doña Florentina. +Mi padre, no tanto. Decía que era una inocente, que su desarrollo +intelectual se había detenido en el momento de entrar en el convento y +que seguía siendo una niña de doce años. Contaba riendo que habiéndole +preguntado un día:</p> + +<p>—Pero tía, ¿cómo es posible que haya usted repetido durante setenta +años todas esas oraciones en latín sin entenderlas?</p> + +<p>—Hijo mío—le contestó la pobre vieja alzando compungida los ojos al +cielo—esas son palabras demasiado sublimes y misteriosas para nosotras.</p> + +<p>Por supuesto mi padre se guardaba de pronunciar estos juicios delante de +los niños y yo respetaba a mi tía doña Florentina casi tanto como al +arcángel San Rafael.</p> + +<p>Mi madre me enviaba algunas veces al convento con Pepa para traer o +llevar algún recado a su tía. Esta Pepa, nuestra criada, era una mujer +estúpida y embustera, estúpida y embustera aun para criada, que me +contaba cómo había visto al diablo varias veces allá en su aldea, el +cual le había tomado ojeriza sin saber por qué. Cuando por la noche +dejaba la cocina, bien limpia y bien arregladita, a la mañana siguiente +la encontraba toda sucia y revuelta, los pucheros fuera de su sitio, la +pila del agua llena de inmundicias, la ceniza esparcida por el suelo. +Una noche le había acechado y le vió entrar por el tubo de la chimenea. +Entonces ella hizo la<a name="page_088" id="page_088"></a> señal de la cruz y el diablo lanzó un rugido y se +escapó de nuevo por la chimenea, pero ella pudo agarrarle la punta del +rabo y le hubiera retenido a no ser porque el maldito se volvió +rápidamente y le dió un terrible mordisco en la mano.</p> + +<p>A mí con esas cosas se me erizaban los cabellos.</p> + +<p>Mi tía doña Florentina nos hablaba casi siempre por detrás del torno y +estos coloquios excitaban mi imaginación aunque lo que nos decíamos nada +tenía de misterioso. Me preguntaba por la salud de mi madre, siempre +vacilante, si había salido bueno el dulce de ciruela que nos había +enviado, si sabía ya el catecismo y si llevaba siempre en el pecho la +medalla que me había regalado. Por el torno me pasaba también algunos +paquetitos de aquel dulce de azahar de feliz recordación.</p> + +<p>Pero alguna que otra vez mi tía doña Florentina abría la gran puerta del +zaguán y se mostraba de cuerpo entero. Al través de esta puerta se veía +el claustro con su vetusta arquería de piedra y en el centro algunos +árboles cuyo follaje apenas dejaba entrar la luz en él. Nada me ha +parecido jamás en la vida más poético, más fantástico y misterioso que +aquel claustro del convento de San Bernardo. Se hallaba más bajo que el +portal, de suerte que para pasar a él era necesario descender un +escalón. Mi tía de la parte de adentro parecía mucho más pequeña que +Pepa y su cabeza casi estaba al nivel de la mía. En esta forma nos +recibía y nos hablaba. Es decir, se hablaban ella y Pepa, porque yo +permanecía silencioso y sobrecogido contemplando aquel claustro sombrío +y encantado, el cual me atraía, me fascinaba como la ninfa Loreley +debajo del agua fascina a los que contemplan el fondo del mar desde la +orilla.</p> + +<p>Mi tía era gárrula; mi criada Pepa lo era aún más. Charlando, charlando, +dejaban transcurrir el tiempo y llegaban casi a olvidarse de que yo +estaba allí.</p> + +<p>Acaeció que un día cedí a la fascinación que sobre mí ejercía aquel +claustro y aunque era un pecado horrible, sin darme cuenta de lo que +hacía bajé el escalón y me introduje en él. Mi tía y Pepa se hallaban +tan embebidas en su charla que no se dieron cuenta de mi ausencia.<a name="page_089" id="page_089"></a></p> + +<p>Yo dejaba deslizar mis pasos sacrílegos sobre las losas húmedas y +parecía querer beber con los ojos el encanto misterioso de aquel paraje. +La luz del sol, que se filtraba con trabajo por el follaje de las +acacias y los plátanos, formaba arabescos en el pavimento. Una fuente de +piedra, deteriorada, cubierta de musgo hacía correr un hilito de agua +con rumor melancólico. Un pájaro cantaba entre las hojas y me parecía +distinto de los pájaros que hasta entonces había oído. Era un pájaro +ascético, litúrgico y enclaustrado también como las monjas.</p> + +<p>Mas he aquí que mi tía Florentina me echa al fin de menos, vuelve la +vista a todos lados y me divisa allá a lo lejos. Lanza un grito, eleva +sus manos al cielo y exclama con desesperación:</p> + +<p>—¡Ay, hijo de mi alma, que estás excomulgado!</p> + +<p>Yo debí contestarle entonces:</p> + +<p>—Señora y tía mía, está usted en un error. A la excomunión deben +preceder las moniciones canónicas exigidas por las palabras mismas de +Jesucristo en el Evangelio y por la doctrina de la Iglesia. El Concilio +de Lyon mandó que fuesen tres o una sola, según los casos: <i>nisi factis +necessitas aliter ea suaserit moderanda</i>. El Concilio de Trento +determinó que hubieran de preceder por lo menos dos amonestaciones.</p> + +<p>Nada de esto dije porque no lo sabía. Lo único que hice fué no hacer +nada. Quedé paralizado, yerto y debí ponerme más blanco que un papel. +Sentí también que algo como si fuese una entraña se me desprendía allá +dentro.</p> + +<p>La tía Florentina corrió hacia mí y a empellones me llevó hasta la +puerta y sin decir palabra la cerró con gran estrépito.</p> + +<p>Pepa y yo quedamos aterrados, mudos, y salimos del convento +apresuradamente. Mi terror y mi angustia eran tan grandes que no podía +siquiera llorar. Pepa no pronunciaba una palabra. Al cabo tuve fuerza +para decirle:</p> + +<p>—Pepa, no dirás nada a mamá, ¿verdad?</p> + +<p>—No; no diré nada—me respondió secamente.</p> + +<p>Al cabo de un rato la pregunté tímidamente:</p> + +<p>—¿Los excomulgados no pueden oír misa?<a name="page_090" id="page_090"></a></p> + +<p>—No; los excomulgados no pueden oír misa ni pueden rezar.</p> + +<p>Al cabo de otro rato más largo aún le pregunté de nuevo:</p> + +<p>—¿Crees que don Manolito el capellán de las monjas me puede levantar la +excomunión?</p> + +<p>—No; don Manolito no tiene poder para ello. Es necesario que hagas +mucha penitencia y luego vayas a Roma para que el Papa te perdone.</p> + +<p>Entonces callé y me decidí a hacer penitencia.</p> + +<p>Aquella tarde me dió mi madre para merendar unas ciruelas y +sigilosamente las arrojé por el tubo del retrete. Por la noche también +me levanté de la mesa sin comer el postre. Al día siguiente pasé largos +ratos de rodillas y con los brazos en cruz y después de comer salí con +el postre en la mano pretextando que iba a comerlo al balcón pero fué +para arrojarlo igualmente al retrete.</p> + +<p>No recuerdo bien ahora las penitencias que hice en aquellos días, pero +fueron muchas y terribles. Sé que me levantaba en medio de la noche y me +acostaba sobre el duro entarimado y que me pinchaba alguna vez los +brazos con un alfiler. Hasta se me ocurrió meter algunas ortigas en la +cama, pero no las hallé en el jardín. Vagaba silencioso por la casa, +rechazaba la compañía de mi primo José María que tanto me placía, +lloraba amargamente oculto en los rincones y no parecía siquiera por la +sala cuando había gente.</p> + +<p>No sé quién ha dicho que las excomuniones engordan. ¡Mentira! Yo me puse +en ocho días flaco y amarillo que daba pena verme. Mi madre dijo un día +en voz alta:</p> + +<p>—Este niño está enfermo; hay que llamar a don Gregorio.</p> + +<p>Don Gregorio era el monstruo que ya conoce el lector. Yo protesté que +nada tenía y nada me dolía.</p> + +<p>Una de las penas para mí mayores y la más afrentosa era que Pepa huía de +mí como si temiese contaminarse de mi herejía. Alguna vez cuando me +encontraba por los pasillos clavaba en mí una mirada severa y me decía +con acento lúgubre e imperioso:</p> + +<p>—¡Niño, haz penitencia!<a name="page_091" id="page_091"></a></p> + +<p>Otra cosa que no podía sufrir era que me llamasen para rezar el rosario. +Hacía esfuerzos increíbles de habilidad buscando pretextos para no +rezarlo. Cuando no podía menos cerraba la boca herméticamente sin +responder a la oración. Esto, como es lógico, me valía algunos pellizcos +de mi piadosa madre.</p> + +<p>En fin, tales cosas hice y tan extraña fué mi conducta que aquélla me +llamó a capítulo. Se encerró conmigo en el cuarto de la plancha y me +hizo sufrir un apremiante interrogatorio.</p> + +<p>Recuerdo que era el santo de mi padre. Habían sido invitadas diez o doce +personas, casi todos parientes, a comer, y estaban de sobremesa. Desde +la habitación en que nos hallábamos se oía el ruido de su conversación.</p> + +<p>—Vamos a ver niño, quiero que me digas qué es lo que te pasa. ¿Por qué +estás tan triste? ¿Por qué no juegas? ¿Por qué no comes? ¿Por qué huyes +de todo el mundo?</p> + +<p>Afirmé descaradamente que no me pasaba nada digno de mencionarse. Pero +mi madre estaba resuelta a descubrir el secreto y empleando +alternativamente las caricias y las amenazas logró arrancármelo.</p> + +<p>—Mamá—le dije al cabo—yo quiero ir a Roma.</p> + +<p>Mi madre abrió los ojos como si hubiera visto en aquel momento bajar por +el aire volando un buey y posarse sobre la flecha de la torre de la +iglesia de San Francisco.</p> + +<p>—¡Niño! ¿Qué dices? ¿Cómo quieres ir a Roma?</p> + +<p>—Quiero ir a pie.</p> + +<p>Mi madre abrió otra vez los ojos como si escuchase gritar al buey desde +la torre: «¡Viva la república!»</p> + +<p>—¡Niño! ¿Te has vuelto loco? ¿Pero qué estás ahí diciendo? ¿Por qué +dices eso?</p> + +<p>Entonces yo caí en sus brazos y exclamé sollozando:</p> + +<p>—¡Mamá, porque estoy excomulgado!</p> + +<p>Y entre suspiros y sollozos le conté todo lo que me había ocurrido. Yo +pensé que mi buena mamá iba a quedar aterrada, pero ¡oh sorpresa! en vez +de eso comienza a reír como una loca exclamando:</p> + +<p>—¡Ay qué gracia! ¡excomulgado! ¡excomulgado!<a name="page_092" id="page_092"></a></p> + +<p>Y me abraza y me besa repetidas veces.</p> + +<p>Inmediatamente llama a mi padre y sin dejar de reír le dice:</p> + +<p>—¿No sabes que este niño está excomulgado?</p> + +<p>Y mi padre suelta la carcajada igualmente como si fuera un caso +chistosísimo. Me hace contar de nuevo la ocurrencia y limpiándome las +lágrimas y besándome tiernamente como había hecho mi madre me lleva +hasta el comedor. Todo el mundo estaba alegre allí y recuerdo que hasta +las señoras tenían unas chapitas rojas en las mejillas.</p> + +<p>Mi padre abrió la puerta y empujándome adentro dice en voz alta:</p> + +<p>—Ahí tenéis un niño que afirma que está excomulgado.</p> + +<p>Carcajada general. Todos se ponen a gritar a un tiempo:</p> + +<p>—¡Excomulgado! ¡excomulgado! ¡excomulgado! ¡ja! ¡ja! ¡ja! ¡excomulgado! +¡ja! ¡ja! ¡ja!</p> + +<p>Se armó una batahola infernal. Uno me ofrecía un pastelito, otro una +copa de cognac, otro un cigarro; me besaban, me zarandeaban, me +estrujaban sin dejar de reír y de exclamar:</p> + +<p>—¡Excomulgado! ¡excomulgado!</p> + +<p>Tanto rieron que al cabo también yo concluí por reír. Y he aquí cómo a +fuerza de carcajadas logré entrar de nuevo en el seno de la Iglesia +católica.<a name="page_093" id="page_093"></a></p> + +<h2><a name="XII" id="XII"></a>XII<br /><br /> +<small>RESUELVO HACERME ERMITAÑO</small></h2> + +<p>¡Hermosos días de fe venid a mí! Soplad en este corazón herido por los +desengaños, soplad en este pensamiento marchito por tanto estéril +trabajo. Refrescadme unos instantes. Que vuelva a ser al despertarme el +niño que se postraba de rodillas sobre su diminuto lecho y vuelto hacia +una imagen de Jesús Crucificado le pedía con palabras fervorosas la +salud de mis padres y la salvación de mi alma. Dejadme ver otra vez en +el azul del cielo la imagen de María, hollando con su divina planta el +creciente de la luna rodeada de niños alados. Dejad que lleguen a mis +oídos como entonces sus cánticos celestes. Dejadme sentir de nuevo sobre +la frente las alas del Angel de mi guarda al tiempo de dormirme.</p> + +<p>Aún me veo en la iglesia de San Francisco oyendo misa con mi padre. Los +sones del órgano me transportaban; la voz de bajo profundo de Fray +Antonio Arenas cantando desde el coro me estremecía con santo terror; +las nubes de incienso me embriagaban. Y allá en lo alto, sobre el altar +mayor veía una hermosa escultura de la Virgen envuelta en una luz +fantástica que dejaban filtrar los cristales de color. Y mis ojos no se +apartaban de ella y hacia ella volaba mi corazón con ansias de dicha +inmortal. Entonces pasaban por mi alma sublimes emociones que por +experimentarlas de nuevo diera cien vidas si las tuviese, emociones que +espero sentir después de la muerte.<a name="page_094" id="page_094"></a></p> + +<p>Aún me veo caminando con mi madre bajo los arcos de la calle de Galiana +hacia el santuario donde se venera al Cristo con la cruz sobre los +hombros. La noche ha cerrado ya. A esta hora próxima al crepúsculo las +damas piadosas de Avilés tienen costumbre de ir a rezar un credo delante +de la milagrosa imagen. Los arcos apenas están esclarecidos. Allá hacia +el medio, sobre uno de ellos hay una hornacina y dentro una pequeña +escultura de la Virgen alumbrada por una lámpara de aceite. Algunas +parejas enamoradas se sientan en los pretiles de la calle. Sólo +percibimos sus bultos y escuchamos el rumor de su plática. Llegamos al +santuario; subimos algunos peldaños; nos postramos delante de Jesús +agobiado bajo el peso de la Cruz y su frente pálida coronada de espinas +me infunde una compasión infinita. Sus ojos me miran doloridos y parecen +decirme: «Hijo mío, hoy eres dichoso, pero si algún día estás triste +acuérdate de mí.»</p> + +<p>Aún me veo en el mes de Mayo cantando por las calles de Avilés la +letanía de la Virgen. Todos los niños de la escuela formábamos en dos +filas. En el centro iba una gran cruz cubierta de flores, soportada +alternativamente por los más fuertes entre nosotros. Detrás de ella +caminaban algunos sacerdotes acompañados del maestro. ¡Oh, qué luz +radiosa en el cielo! ¡Qué alegría en la tierra! Estábamos en el mes de +las flores y cada uno de nosotros con un puñado de ellas en la mano +marchábamos cantando para ofrecerlas a la Reina del Cielo. Y al volver +nuestra cabeza descubierta hacia las puertas y los balcones de las casas +no tropezábamos con las miradas burlonas, con las sonrisas escépticas +que hielan el corazón de la infancia. No; los hombres graves y +silenciosos hacían un imperceptible signo de aprobación; las mujeres +enternecidas nos enviaban con los ojos afectuosas bendiciones. Para que +un pueblo viva unido y forme una gran familia, para que exista la +verdadera patria no basta que articulemos el mismo idioma, es necesario +que balbuceemos las mismas oraciones. Nuestro pequeño corazón latía +feliz dentro del pecho porque nos sentíamos amados y protegidos por el +pueblo entero, porque aquellos<a name="page_095" id="page_095"></a> hombres y aquellas mujeres que se +asomaban a los balcones o se agolpaban en las aceras para vernos pasar +respetaban nuestra fe y nuestra inocencia.</p> + +<p>Mi amigo Alfonso, un niño pálido, bueno y pacífico, se mostraba más +piadoso que ninguno. Su madre, que era una santa mujer, le llevaba a +misa todos los días antes de la escuela, le veíamos en las procesiones +con un pequeño cirio en la mano y alguna vez también cuando por las +tardes de los días de fiesta se me ocurría asomarme a la iglesia delante +de la cual jugábamos, le veía en la nave solitaria del templo orando +ante los altares. Aunque yo era de un humor bastante distinto y me +gustaban los juegos con pasión y mostraba tanto ardor como el que más en +las peleas, me sentía, no obstante, atraído hacia aquel niño y buscaba +su amistad. No me la otorgó él fácilmente. Como todos los seres +espirituales era tímido y retraído y mi carácter turbulento debía de +impresionarle desagradablemente. Pero al fin logré ganar su confianza y +entonces fué expansivo y afectuoso conmigo, y con el celo de un pequeño +apóstol procuró ganarme para Dios y la Virgen. Estaba yo preparado para +ello porque en el fondo del alma siempre he sido idealista y aunque en +el curso de mi vida haya amontonado sobre este fuego sagrado mucho polvo +y mucho escombro, por fortuna nunca ha llegado a apagarse.</p> + +<p>El me decía que no era necesario pensar tanto en esta vida efímera, que +aun la más larga valía poco y que pudiéramos morir antes de llegar a +viejos. ¡Cuán en lo cierto estaba aquel piadoso niño, pues que murió +antes de salir de la adolescencia! Me decía que debíamos ser buenos como +los ángeles para poder estar algún día entre ellos y que si nos +encomendábamos todos los días a la Virgen y a San José ellos nos +sacarían de los peligros de este mundo. Empezamos a pasar largas horas +en confidencias místicas. Me llevó a su casa y vi con asombro y placer +que su madre le había dejado un cuartito para oratorio y que él lo había +arreglado tan primorosamente que no faltaba allí nada de lo que se +hallaba en las iglesias. Un altar con su retablo y su sabanilla, una +imagen de la Virgen del Carmen, otra de San José, un<a name="page_096" id="page_096"></a> Niño Jesús, +incensario, ciriales, casulla, bonete. Él celebraba misa y yo le +ayudaba. Los días de gran fiesta, la mamá, los hermanos mayores y los +criados venían a presenciarla, se cantaba la letanía, se hacía una +procesión por el jardín y se quemaba tanto incienso y se formaba tal +espesa humareda en el cuartito que alguna vez pensaba ahogarme.</p> + +<p>Nuestro fervor iba cada día en aumento. No sólo celebrábamos misa sino +que también confesábamos. Alfonso mostraba enormes disposiciones para el +confesonario y ataba y desataba los pecados como el más experto +penitenciario. Vestido con un roquete que su madre le había cosido y +sentado dentro de un gran cajón que colocábamos en sentido vertical y al +cual habíamos abierto a un lado algunos agujeritos con una barrena, +confesaba a sus hermanitas, me confesaba a mí y alguna vez venían +también las criadas a arrodillarse y con la boca pegada a aquellos +agujeritos decían sus pecados y recibían la absolución. Estas no se +mostraban tan contritas y arrepentidas como fuera de desear porque se +les escapaba no pocas veces la risa y obligaban al confesor a mostrarse +demasiado severo y amenazarles con que lo diría a su mamá. Porque mi +amigo Alfonso tomaba aquello muy en serio, nos daba consejos excelentes, +nos pintaba con minuciosos detalles las penas del infierno, nos +exhortaba a la penitencia y por último nos echaba la absolución +alargando su manecita para que la besáramos con la misma gravedad que un +padre jesuíta.</p> + +<p>Un día me dijo que su hermanita más pequeña estaba muy enferma y para +que no se muriese él rezaba todos los días una hora de rodillas sobre +las piedras y se había frotado el pecho con ortigas. Y, en efecto, +abriendo el chaleco y la camisa me mostró sus tiernas carnes +enrojecidas. Me sentí conmovido y admirado. «Yo también quiero hacer +alguna penitencia por que tu hermana no se muera», le dije. Y dicho y +hecho, bajo al jardín con él y llevo mis manos con resolución a las +ortigas, pero ¡ay! fué tal el dolor, que di un grito y comencé a llorar. +Alfonso asustado subió a casa por aceite y me untó delicadamente las +manos. Después me abrazó y me consoló<a name="page_097" id="page_097"></a> diciéndome que aún no estaba +preparado para las penitencias, pero que al cabo lograría hacerlas +mayores aún que él.</p> + +<p>Leíamos las vidas de los santos y las que más nos placían eran las de +aquellos que se habían retirado a un desierto y habían pasado largos +años oyendo cantar los pájaros y alimentándose con frutas y con los +mariscos que hallaban entre las peñas. Nada tiene de particular porque +yo era apasionadísimo de las cerezas y de los caracoles de mar. Ignoro +de quién de los dos partió la idea, pero un día concebimos el proyecto +de retirarnos nosotros igualmente del mundo y de sus pompas para hacer +penitencia. Viviríamos los dos solos en algún paraje apartado, +comeríamos lo que los campesinos quisieran darnos de limosna, haríamos +oración por nuestras familias y cuando fuéramos grandes vendríamos a +predicar a Avilés y a otras villas. ¿Dónde encontrar el paraje +solitario? Alfonso me dijo que a una legua próximamente de Avilés había +visto una cueva cerca del mar que parecía hecha a propósito para que nos +retiráramos allí e hiciésemos vida cenobítica.</p> + +<p>Meditamos nuestro proyecto largamente y sólo nos decidimos a ponerlo en +práctica después de maduras reflexiones. Una de las graves cuestiones +que debatimos fué la de resolver si habíamos de renunciar a nuestras +familias para siempre o habíamos de visitarlas alguna vez. Alfonso +opinaba que debíamos de venir cada año a ver a nuestros papás: yo creía +que debíamos de venir cada seis meses. Por fin decidimos que vendríamos +cada ocho días a mudarnos la ropa interior. Ni por un momento se nos +pasó por la imaginación que aquéllas pudieran oponer reparos a nuestra +resolución. Alfonso decía que su mamá era tan piadosa que lloraría +lágrimas de placer al saberlo. Yo no estaba tan seguro de la mía, pero +aunque no llorase precisamente de placer, estaba seguro de que se +sentiría honrada viendo a su hijo emprender valerosamente la carrera de +santo. De todos modos decidimos marcharnos sin decir una palabra para +evitar escenas patéticas.</p> + +<p>Ahora bien; en esta mi resolución de abandonar el<a name="page_098" id="page_098"></a> mundo ¿no habría +también cierto vago deseo de abandonar la escuela? Porque recuerdo que +la vara de avellano que usaba el maestro don Juan de la Cruz no me +inspiraba simpatía, ni tampoco los coscorrones y bofetadas del pasante, +ni me placía estar de rodillas una hora con las narices en la pared +cuando mi plana tenía algunos borrones. Y todavía me parece experimentar +la sensación dolorosa que me penetraba cuando en el portal de casa mi +padre me despedía con un beso al marchar a la escuela, después de comer. +Nos separábamos; yo seguía por los arcos hacia mi triste destino y le +veía a él atravesar la plaza hacia el casino fumando un cigarro puro. +¿Cuándo sería yo grande para hacer lo mismo? Es posible, pues, que en +mis ardorosos deseos de sacrificarme entrase, aunque fuese en pequeña +dosis, el placer de apartarme de otros deberes, porque nuestras +resoluciones en la vida casi nunca están determinadas por un solo +motivo. No conviene, sin embargo, profundizar demasiado en el alma de +los místicos.</p> + +<p>Salimos, pues, un día a cosa de las tres de la tarde después de comer en +busca de la cueva santificante. Yo llevaba como equipaje, repartidos por +los bolsillos, unas zapatillas, una cajita de caramelos que me había +regalado mi madrina el día anterior y la peonza. No era, en verdad, +bagaje adecuado para un penitente que huye los placeres de la carne, +pero en este punto fiaba por completo en mi amigo Alfonso y no me +equivocaba. Mi piadosísimo amigo llevaba por todo equipo y envueltas +cuidadosamente en un papel, unas preciosas disciplinas fabricadas con +sus propias, delicadas manos. Eran de cuerda y tenían por mango el de +una comba y al cabo de cada ramal unos primorosos nuditos que debían de +ser menos dulces que los caramelos de mi madrina.</p> + +<p>Antes de partir, y por iniciativa de Alfonso, habíamos orado unos +momentos en la iglesia de San Francisco. Luego atravesando el campo Caín +y bordeando el enemigo barrio de Sabugo, sin entrar en él salimos al +camino de San Cristóbal. Antes de media hora llegaríamos al sitio +denominado la <i>Garita</i> sobre el mar. No muy lejos de él se hallaba la +cueva que había visto o había<a name="page_099" id="page_099"></a> creído ver mi amigo Alfonso. Caminábamos +silenciosos. Alfonso iba gozosísimo, resplandeciente. Yo no tan +resplandeciente.</p> + +<p>No habíamos andado un kilómetro cuando tumbados sobre el blando césped, +a la vera del camino, acertamos a ver dos pillastres de Sabugo. El uno +era Antón el zapatero, muchacho ferocísimo, conocido en la villa por sus +hazañas y temido de todos los niños por sus crueldades. El otro un +pilluelo apodado <i>Anguila</i>, feo y grotesco que divertía al vecindario en +los días de regatas con sus sandeces cuando desnudo y embadurnado de +lodo para no resbalar intentaba subir la cucaña. Era un payaso consumado +del cual ya hablaré más adelante.</p> + +<p>Al divisarlos me dió un vuelco el corazón y creo que a mi amigo Alfonso, +a pesar de su santidad, le pasó otro tanto.</p> + +<p>—Ahí están <i>esos</i>—proferí sordamente.</p> + +<p>—Ya los veo—me respondió Alfonso lacónicamente.</p> + +<p>—Pasemos de largo como si no los viésemos.</p> + +<p>Y en efecto, mirando al cielo, mirando a la tierra, mirando a todos +lados menos al punto determinado en que se hallaba aquel par de alhajas +intentamos cruzar apretando el paso. Eramos los pobres avestruces que +meten la cabeza bajo el ala cuando divisan al cazador.</p> + +<p>—¡Eh! chicos... ¿Adónde vais?</p> + +<p>Nada; no oímos nada.</p> + +<p>—¡Eh! chicos... ¿Adónde vais?</p> + +<p>La misma sordera inveterada. Tratamos de seguir adelante; pero <i>Anguila</i> +se levantó rápidamente y en dos saltos se plantó delante de nosotros.</p> + +<p>—¿Adónde vais «vos digo» granujas?</p> + +<p>Oírse llamar granujas, dos seres tan espirituales como nosotros por +aquel miserable andrajoso era cosa para inspirar risa más que cólera.</p> + +<p>Ni una ni otra nos inspiró la pregunta. Lo que ambos experimentamos en +aquel instante fué, hablando con toda franqueza, miedo, un miedo cerval.</p> + +<p>—Vamos a San Cristóbal—balbuceé yo con toda la humildad, con toda la +sumisión de que puede ser capaz un ser humano.<a name="page_100" id="page_100"></a></p> + +<p>—¿Y a qué vais a San Cristóbal?</p> + +<p>—Vamos a dar un recado al señor cura—murmuré con más humildad y +sumisión todavía.</p> + +<p>—Bueno, pues, atracad al muelle y echad el ancla que aquí están los +carabineros para hacer el registro.</p> + +<p>Y echó a andar de nuevo hacia el prado donde aún permanecía tendido su +digno compañero que nos dirigía una insistente mirada fría y cruel. Le +seguimos como dos mansos corderos. ¿Y qué íbamos a hacer? Nosotros +teníamos nueve años y aquellos malhechores lo menos doce; pero aparte de +eso su indómita fiereza primitiva como seres que aun no han salido de la +barbarie les daba una superioridad reconocida, tratándose de guerra, +sobre dos chicos tan civilizados como nosotros.</p> + +<p>Efectivamente comenzó el registro que llevó a cabo <i>Anguila</i> con toda +escrupulosidad, empezando por mí. Antón el zapatero no se dignó siquiera +moverse. Salieron a relucir mis caramelos, que fueron instantáneamente +decomisados; pero Antón con un gesto imperioso dijo:</p> + +<p>—Trae aquí eso.</p> + +<p>Y <i>Anguila</i> humildemente fué a depositarlos a sus pies. Se echaba de ver +que Antón era el emperador y <i>Anguila</i> su bufón. Salió mi peonza que en +la misma forma fué depositada con los caramelos. Y salieron mis +zapatillas. Estas fueron despreciadas, y envueltas en su papel, +volvieron al bolsillo de mi chaqueta.</p> + +<p>Comenzó en seguida el de Alfonso. Traía un pedazo de pan, que <i>Anguila</i> +se puso a morder acto continuo después de haberse cerciorado, con una +rápida mirada que echó a Antón, de que aquello no le interesaba. Y salió +el papelito de las disciplinas. <i>Anguila</i> al desdoblarlo quedó +estupefacto.</p> + +<p>—¿Qué es esto?... ¡El diablo me lleve si no son unas disciplinas!</p> + +<p>Antón se puso en pie de un salto y las tomó en la mano.</p> + +<p>—¡Pues sí que son unas disciplinas!</p> + +<p>Y aquel rostro espantable se contrajo con una risa que daba miedo.<a name="page_101" id="page_101"></a></p> + +<p>—¡Ay qué gracia!... ¡Unas disciplinas! ¡Ay qué risa!</p> + +<p>Y efectivamente se retorcía de risa y <i>Anguila</i> lo mismo.</p> + +<p>—Estas son las disciplinas con que te azota tu madre, ¿verdad? Y tú se +las has robado, ¿verdad? Pues eso no se hace. ¡Toma, para que no lo +hagas otra vez!</p> + +<p>Y la emprendió a zurriagazos con mi pobre amigo que chillaba con su +vocecita dulce.</p> + +<p>—¡No! ¡no las he robado!... Mi madre no me pega.</p> + +<p>Yo me creía salvado, pero así que concluyó con Alfonso la emprendió +conmigo «por haberle ayudado», según decía.</p> + +<p>—Bueno. Ahora largo de aquí. Y si decís una palabra de todo esto en +casa contad conmigo—profirió Antón tumbándose de nuevo en el césped con +la pereza displicente de un déspota oriental.</p> + +<p>Ibamos ya a seguir tan saludable consejo, pero estaba de Dios que no +habíamos de salir tan pronto de las garras de aquellos piratas.</p> + +<p>—Oye, Antón, ¿no te parece que enseñemos a estos chicos el +ejercicio?—manifestó <i>Anguila</i>.</p> + +<p>—Haz lo que quieras—respondió el zapatero encogiéndose de hombros con +su acostumbrada displicencia.</p> + +<p><i>Anguila</i> cortó dos largas varas de los árboles que bordaban el camino y +nos las puso en la mano.</p> + +<p>—¡Firmes!... ¡Tercien... ar!... ¡Presenten... ar!... ¡Apunten... ar!... +¡En su lugar... descanso!... ¡Media vuelta a la derecha... deré!</p> + +<p>Más de una hora duró nuestro martirio. Bofetadas, repelones, puntapiés, +estirones de orejas, de todo hubo y en abundancia. El sargento más +bárbaro no lo hubiera hecho mejor. Si llorábamos más de la cuenta nos +hacía callar a mojicones. Por fin, cuando se hubo hartado de darlos nos +dejó marchar.</p> + +<p>Libres ya, no continuamos hacia el desierto para regenerarnos por medio +de la penitencia sino que caminamos apresuradamente la vuelta del +poblado. Llevábamos los ojos enrojecidos por el llanto y las mejillas +por las bofetadas; pero yo llevaba más roja aún el alma por la cólera y +la rabia. Un ansia loca de venganza me subía a la garganta y parecía +asfixiarme rompiendo por intervalos<a name="page_102" id="page_102"></a> en terribles imprecaciones y gritos +inarticulados. En cuanto llegase a la villa se lo diría a Emilio el +Herrador. Nosotros, los chicos de la escuela en Avilés, teníamos, +siguiendo la costumbre espartana, un mozalbete que nos servía de +protector o que «saltaba por nosotros», como decíamos en la jerga +infantil. Emilio el Herrador había saltado siempre por mí. Estaba seguro +de que en cuanto supiera la infamia hecha conmigo entraría a saco en el +barrio de Sabugo y no dejaría piedra sobre piedra. El pobre Alfonso +lloraba y suspiraba en silencio.</p> + +<p>Cuando recuerdo este incidente de mi infancia no puedo menos de +admirarme de mi extraña aberración. Porque al partirme de casa y buscar +la soledad ¿qué es lo que me proponía? ¿Hacer penitencia y santificarme? +¿Pues qué penitencia más adecuada y eficaz que la que me infligían +aquellos chicos? ¿Qué mejor ocasión para mostrarme resignado y humilde y +seguir las huellas de Jesucristo?</p> + +<p>De modo semejante durante el curso de mi vida Dios me ha ofrecido a +manos llenas los medios de ser un santo; pero ¡ay! siempre he +desperdiciado la ocasión.<a name="page_103" id="page_103"></a></p> + +<h2><a name="XIII" id="XIII"></a>XIII<br /><br /> +<small>LA VARA DE FALARIS</small></h2> + +<p>Si mi amigo Leoncio perteneciese todavía al número de los vivos dudo +mucho que nadie osara recordarle el incidente que voy a narrar. Nada más +fácil que saliese de su empresa con las narices hinchadas como habían +salido por otros motivos Manolín el chocolatero, Pepín el hijo del +carnicero y su hermano Ciriaco.</p> + +<p>Porque mi amigo Leoncio, a pesar de su rostro mofletudo y plácido, era, +cuando montaba en cólera, un ser furibundo y pernicioso y poseía unos +puños que infundían respeto a toda la escuela de don Juan de la Cruz.</p> + +<p>¿Quién no recuerda en Avilés a este don Juan de la Cruz tan modesto, tan +melifluo, tan pulcro? ¿Quién no recuerda a aquel hombrecillo pálido, de +cabellos lacios, de ojos negros guarnecidos de largas pestañas que +apenas se alzaban del suelo con expresión tímida y humilde? Enseñó las +primeras letras a tres generaciones y murió a los ochenta años +declinando un pronombre relativo. Sosegado, grave, silencioso, +atravesaba el salón de la escuela sin que nos diéramos cuenta de su +presencia hasta que lo teníamos encima. La expresión apacible de su +rostro no se turbaba jamás: no recuerdo haberle visto enfurecido. Un +esbozo de sonrisa se dibujaba casi constantemente en sus labios. No era +más que un conato de sonrisa que comenzaba en el ángulo izquierdo de la +boca y allí se detenía sin pasar jamás al derecho. Rara vez nos miraba a +la cara; nos hablaba ceremoniosamente<a name="page_104" id="page_104"></a> de usted y cuando nos reprendía +lo hacía siempre en voz baja con los ojos puestos en el suelo como si se +estuviera confesando de alguna falta. Nos tajaba las plumas, que eran de +ave en aquella época, nos echaba tinta en los tinteros, nos corregía las +planas con la mayor modestia y compostura y cuando llegaba el caso, que +llegaba con harta frecuencia, con la misma modestia y compostura +empuñaba su vara y nos sacudía de lo lindo. Era un hombre tan modesto +que cuando nos zurraba la piel parecía que nos estaba haciendo +reverencias.</p> + +<p>Las varas que empleaba para esta operación delicada eran generalmente de +avellano y se las proporcionaban los mismos chicos de la escuela, hijos +de labradores que residían en los alrededores de la villa. Eran muy +adecuadas para levantarnos la piel y hacernos ver las estrellas. +Recuerdo que en cierta ocasión en que me hallaba dulcemente entretenido +en frotar un botón de bronce contra el pupitre hasta ponerlo bien +caliente y luego aplicarlo a las manos de los compañeros que tenía +cerca, sentí en la espalda y en la nuca la impresión de cien botones de +fuego. Me volví y vi a don Juan que me sacudió cortésmente otros seis +lapos y me dijo después con voz dulce como el soplo de la brisa entre +las flores:</p> + +<p>—Hijo mío, aplíquese al estudio y déjese de fútiles entretenimientos.</p> + +<p>Pero estas varas tenían, como todas las cosas de este mundo, una ventaja +y una desventaja. Para don Juan tenían el inconveniente de que se +concluían pronto y necesitaba renovarlas, lo cual no siempre era fácil +porque los chicos aldeanos con pretextos más o menos fundados se +resistían algunas veces a proporcionarlas. En cambio para nosotros +poseían la ventaja de que muy pronto se les quebraba las puntas y +entonces ya no ceñían la carne y su golpe era menos doloroso. Así que +los chicos más despejados procurábamos cuidadosamente no estrenarlas, +porque entonces y sólo entonces poseían toda su virtud maléfica. Cuando +las veíamos bien despuntadas, nuestra conducta empezaba a relajarse.</p> + +<p>Mi amigo Leoncio, que era un chico de gran talento y además complaciente +y servicial como pocos, quiso obviar<a name="page_105" id="page_105"></a> el inconveniente que ofrecían las +varas de avellano para el maestro. Pensando constantemente en ello como +Newton en la gravitación universal, acertó al cabo con la solución. La +caída de una manzana sugirió al pensador inglés la idea de la fuerza de +atracción. La vista de una ballena del corsé de su mamá iluminó +repentinamente el cerebro del mofletudo Leoncio. Exploró un día y otro +día el desván de su casa donde se amontonaban mil cachivaches. Al cabo +tropezó con una ballena delgada y redonda y del tamaño aproximadamente +de las varas que don Juan de la Cruz empleaba.</p> + +<p>Leoncio se sintió feliz desde aquel momento. No hay nada que dilate el +alma tanto como un descubrimiento imprevisto. Desempolvó la famosa +ballena, la envolvió esmeradamente en papeles de seda y sujetó estos +papeles con una cuerdecita encarnada. Al día siguiente, sin duda para +dar mayor solemnidad al acto, procuró retrasarse un poco para llegar a +la escuela. Y cuando ya estábamos todos acomodados en nuestros bancos y +el maestro allá en el fondo sentado detrás de su mesa, he aquí que +aparece nuestro Leoncio con aquel extraño objeto en la mano, atraviesa +erguido y sosegado el vasto salón y acercándose a la mesa del maestro +deposita en ella gravemente su tesoro. Hecho lo cual, con la misma +solemnidad se dirigió a su sitio y se sentó.</p> + +<p>Una ardiente curiosidad se apoderó de todos nosotros. ¿Qué sería +aquello? ¿Un regalo? Hubo alguno que imaginó sería un caramelo +monstruoso semejante a los que nosotros chupábamos con delectación en +cuanto teníamos algún dinero para comprarlos. Don Juan comenzó también a +examinarlo con curiosidad antes de desenvolverlo. Al fin se decidió a +quitarle los papeles y poco después quedó al descubierto la preciosa +ballena.</p> + +<p>Nuestra estupefacción fué enorme; pero nuestra indignación fué aún mucho +mayor. Cincuenta pares de ojos se clavaron furibundos en el mofletudo +Leoncio. Si estos ojos fueran dardos venenosos como los de las abejas, +el mofletudo Leoncio hubiera perdido allí mismo la vida. Un sordo rumor, +temeroso, corrió por toda la escuela. Si se analizase este rumor se +vería inmediatamente que estaba<a name="page_106" id="page_106"></a> compuesto de doscientos «¡miserable!», +trescientos «¡cochino!» y lo menos quinientos «¡indecente!».</p> + +<p>Leoncio se mantenía sosegado y satisfecho sin advertir el éxito +extraordinario de su regalo. O si lo advertía, aparentaba mostrar que le +tenía sin cuidado. Don Juan seguía examinando atentamente el famoso +caramelo. Al cabo profirió con su voz meliflua:</p> + +<p>—Leoncio, hijo mío, tenga usted la bondad de venir un momento.</p> + +<p>Leoncio acudió solícito. Don Juan se levantó de la silla con calma, y +sujetándole por el cuello le aplicó un cumplido vardascazo en el +trasero. Leoncio dejó escapar un grito de dolor. A este grito +respondimos nosotros con un rugido de alegría. Don Juan (¡Dios le +bendiga!) secundó el golpe y con su acostumbrada modestia le estuvo +solfeando un buen rato. Mientras duraba la operación parecía hablarse a +sí mismo y le oímos murmurar:</p> + +<p>—En efecto; es flexible... Es sólida... Se ciñe admirablemente.</p> + +<p>¡Vaya si se ceñía! Que lo digan las nalgas del pobre Leoncio que seguía +chillando como un condenado mientras nosotros respondíamos a sus +lamentos con bárbaras carcajadas.</p> + +<p>Cuando a don Juan de la Cruz le pareció bien probada la flexibilidad y +la solidez del nuevo instrumento, soltó al sujeto de la experiencia y le +dijo con voz suave y mirando, como siempre, humildemente al suelo:</p> + +<p>—Hijo mío, en tiempos muy antiguos existía en la ciudad de Agrigento, +en la Italia meridional, un tirano que se llamaba Falaris. Este tirano +era tan cruel que se complacía en atormentar de mil maneras a todos +aquellos que tenían la desgracia de no complacerle. Sucedió que uno de +sus cortesanos, por captarse su benevolencia, le hizo regalo de un toro +de bronce hueco donde se podía meter a la persona que se quisiera hacer +morir atormentada. Debajo de este toro de bronce se encendía una hoguera +y el desdichado que estaba dentro, al comenzar a asarse, dejaba escapar +terribles gritos que al pasar por el cuello y la boca del toro semejaban +los rugidos de esta fiera... Falaris quedó prendado de tan ingenioso +artefacto<a name="page_107" id="page_107"></a> y después de dar las gracias a quien se lo había regalado no +se le ocurrió otra cosa mejor que ensayarlo metiendo dentro de él al +propio inventor.</p> + +<p>Hizo una pausa don Juan, y dando una cariñosa palmadita a Leoncio en las +llorosas mejillas,</p> + +<p>—Así, pues, muchas gracias, hijo mío, por este precioso regalo. +Aplíquese el cuento y váyase a su sitio.<a name="page_108" id="page_108"></a></p> + +<h2><a name="XIV" id="XIV"></a>XIV<br /><br /> +<small>EL TRIUNFO DE LA FRATERNIDAD</small></h2> + +<p>Recuerdo que por aquel tiempo existía en Avilés un zapatero +librepensador llamado Mamerto. Este Mamerto vivía en lucha abierta con +el Supremo Hacedor y con sus ministros responsables en la tierra, el +señor cura de la villa y el de Sabugo, particularmente con este último +por ser el del barrio que habitaba. No confesaba, no comulgaba, no iba a +misa, no ponía siquiera los pies en la iglesia, y, lo que es mucho más +grave, no bautizaba a sus hijos. Acometido de un furor ateísta no +perdonaba ocasión de atacar el presupuesto del clero y aspiraba nada +menos que a demoler las iglesias o a convertirlas en fábricas y obligar +a los sacerdotes a ganarse el pan con el sudor de su frente.</p> + +<p>Leía en sus ocios y se sabía casi de memoria algunos libros infamantes +titulados <i>El fraile</i>, <i>La Monja</i>, <i>El Cura de misa y olla</i>, y de ellos +sacaba argumentos metafísicos para minar los cimientos de nuestra +religión. Discutía, vociferaba en todas las tabernas, refería historias +escandalosas de las beatas y los curas, y cuando tenía algunos vasos de +sidra en el cuerpo entonaba canciones subversivas. Una de estas +canciones le acarreó el mayor disgusto de su vida. Al cantar el himno de +Garibaldi en vez de limitarse a victorear al enemigo del Papa se ensañó +con éste gritando repetidas veces: «¡Que muera Pío IX, viva la +libertad!» Se le denunció al señor cura de Sabugo, el cual a su vez lo +denunció al Juzgado: se le formó<a name="page_109" id="page_109"></a> proceso y fué condenado con otros tres +amigos a dos años de presidio. Así las gastaba en aquella época el +partido moderado que se hallaba en el poder.</p> + +<p>Fué agraciado con algún indulto y poco antes del año regresó Mamerto a +sus lares con la aureola del martirio sobre la frente. La población se +conmovió al verle llegar: todos los ojos se clavaban sobre él con mezcla +de curiosidad y admiración. Los suyos adquirieron ese brillo fatídico +peculiar de los héroes, una expresión de ferocidad desdeñosa que +sobresaltaba a los pacíficos habitantes de nuestra villa.</p> + +<p>Mamerto se consideró desde entonces como un hombre peligrosísimo: acaso +no mentiría diciendo que tenía miedo de sí mismo. De aquel pecho, de +aquella cabeza podía salir algo funesto para la tradición. Si las +instituciones hubieran tenido algún instinto de conservación (que no lo +tenían), Mamerto no debiera de andar suelto. Esta era su opinión por lo +menos. De esta imprudencia de la justicia se aprovechaba nuestro +zapatero para perseguir al Cristianismo y a la Monarquía contando las +copas de ginebra que bebía el capellán de las monjas de San Bernardo y +ahuecando la voz para hablar de los escándalos del palacio real.</p> + +<p>No hay para qué decir que Mamerto era odiado de muerte por el sexo +femenino en Avilés. Mi madre le profesaba tal horror que si por +casualidad se le nombraba en la conversación veía alterarse los rasgos +de su fisonomía, se quedaba tan pálida que mi padre inquieto pedía que +la sirviesen una taza de caldo para confortarla. De este horror me hizo +a mí partícipe. Cuando alguna vez mi mala suerte me hacía pasar a su +lado me sentía sobrecogido de espanto como a la vista del demonio, me +parecía verle ya envuelto por las llamas del infierno y arrojando por la +boca toda clase de <i>bichos</i> inmundos.</p> + +<p>En cambio el sexo fuerte le guardaba indebidas consideraciones. +Pretextaba para ello que era un zapatero extraordinario, que el calzado +elaborado por sus manos no tenía fin, que en toda España ningún otro +maestro de obra <i>prima</i> le ponía el pie delante. Se decía que sus botas +habían llamado la atención de ciertos extranjeros<a name="page_110" id="page_110"></a> que habían pasado por +allí, que las habían llevado a Londres y que desde entonces no pocos +ingleses enviaban sus medidas a Mamerto para que los calzase. Por +supuesto, yo estoy seguro de que todo esto era pura mitología. En el +fondo se le admiraba por su audacia; porque en todo hombre hay oculto +casi siempre un insurrecto más o menos cobarde. Sólo las mujeres tienen +el valor de sus convicciones y saben lo que quieren.</p> + +<p>La audacia de Mamerto llegaba como he dicho hasta el punto de no +bautizar a sus hijos: y no sólo no los bautizaba sino que les daba +nombres extravagantes. Tuvo una hija y la llamó <i>Libertad</i>. Tuvo un hijo +y le nombró <i>Dantón</i>. Por cierto que este pobre Dantón no hacía honor a +su homónimo; era patizambo, y enteco. Por donde le tocaba algo al gran +tribuno francés era por los pelos, que los gastaba largos y +aborrascados. Más tarde tuvo dos hijas y a una llamó <i>Igualdad</i> y a otra +<i>Fraternidad</i>. Esta última podría contar de dos a tres años cuando +acaeció lo que voy a narrar.</p> + +<p>Jamás se había visto en Avilés una criatura más bella: nadie podía +comprender en la villa cómo un ser tan angelical había salido de hombre +tan endiablado. Su cabecita blonda y rizada, sus ojos azules de largas +pestañas, su tez nacarada excitaban la admiración de cuantos acertaban a +verla. Las mujeres no se recataban para decir que aquel bárbaro no era +digno de poseer una joya de tal valor.</p> + +<p>No lo pensaba así Mamerto como puede comprenderse. Estaba tan orgulloso +y pagado de su niña que la exhibía por todas partes rebosante de placer. +La llevaba de la mano al paseo del Bombé, la llevaba en brazos a las +romerías y hasta la metía en las tabernas para que sus amigachos la +admirasen y rabiasen de envidia. <i>Fraternidad</i> iba vestida siempre de +blanco o de azul como la hija de cualquier hacendado. Para eso su padre +trabajaba como un mulo, y se privaba, a veces, hasta de lo +indispensable.</p> + +<p>Un día fuimos sorprendidos con la noticia de que la reina vendría a +visitar nuestra villa. Después de permanecer un día en Oviedo y otro en +Gijón, S. M. pasaría<a name="page_111" id="page_111"></a> unas horas en Avilés. Un vértigo de orgullo y +placer se apoderó de todas las cabezas lo mismo las infantiles que las +adultas. No había manos bastantes en nuestra villa para alzar arcos de +triunfo con bastidores de lienzo pintado, para plantar gallardetes, para +fijar guirnaldas. Los pintores, subidos en los andamios, pintaban las +fachadas de las casas, los barrenderos del municipio aventaban lejos el +polvo, las mujeres lavaban los cristales y las puertas, los poetas +componían versos alusivos al magno acontecimiento que se preparaba; uno +de estos, tío mío, hizo una canción que puso en música el director de la +banda del hospicio de Oviedo:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">Giren tus remos</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">linda barquilla</span></td></tr> +</table> + +<p>Así empezaba, si no recuerdo mal, y fué cantada por un coro de jóvenes +avilesinas en el momento que Su Majestad puso el pie en la falúa de los +carabineros para trasladarse a San Juan, punto extremo de nuestra ría y +boca del puerto.</p> + +<p>Conservo un recuerdo vago pero delicioso de aquel día memorable. Una +fila larga de carruajes, una mano blanca que agita un pañuelo desde uno +de ellos, los cohetes estallando en el aire, las bayonetas brillando a +los reflejos del sol, las charangas tocando alegres pasodobles, mi padre +de frac y corbata blanca, los balcones engalanados con brillantes +colgaduras, mi madre inclinada sobre uno de los nuestros y arrojando +puñados de flores sobre el coche de la soberana...</p> + +<p>Después me veo en medio de la gran plaza de Avilés, llevado de la mano +por uno de mis jóvenes tíos. Una muchedumbre inmensa llenaba aquella +plaza y los ojos todos de la muchedumbre se dirigían a uno de los +balcones de la casa de los marqueses de Ferrera, donde según decían se +hallaba la reina. Yo no acertaba a ver en el balcón más que un grupo de +señoras y caballeros. A mi lado se gritaba sin cesar «¡viva la reina!» +Un viejo alguacil del Ayuntamiento, a quien llamábamos Marcones, agitaba +su tricornio repitiendo con voz ronca «¡viva<a name="page_112" id="page_112"></a> la reina!» Los campesinos +lanzaban sus monteras al aire y las recogían, y otra vez las lanzaban +repitiendo el mismo grito. Por fin desapareció del balcón el grupo que +lo llenaba, quedó un momento vacío, y al cabo apareció una señora gruesa +y blanquísima que presentó al pueblo un niño vestido con el traje típico +de nuestros aldeanos, el calzón corto, la faja, el chaleco con botones +de plata y la montera. «¡Viva la reina! ¡Viva la reina! ¡Viva el +príncipe de Asturias!» El entusiasmo era frenético, imponente...</p> + +<p>Más tarde me veo en el muelle, siempre de la mano de mi tío. La reina ha +ido a San Juan y se la espera. Habían construído un atracadero de madera +y se le había engalanado y tapizado lujosamente. Desde el atracadero se +tendió una alfombra y por allí debía de pasar la soberana para montar en +el carruaje que ya la esperaba. Mi tío era amigo de un oficial y gracias +a ello logramos colocarnos en primera fila. Enfrente de mí veo, con +profundo disgusto, al zapatero Mamerto, que llevaba también a su niña de +la mano. ¿Qué haría allí aquel ganso? Eso se preguntaba mi tío, +mirándole con ojos airados. Mamerto sonreía sarcásticamente; a eso sin +duda había venido. Desde que se anunciara la visita de la reina a +Avilés, no se le había caído de los labios aquella su sonrisa +sarcástica. Pero hacía algo peor, y era murmurar en todos los oídos que +querían escucharle lo malo que se decía de nuestra reina, las suciedades +que entonces corrían como válidas entre la plebe. Para apoyar sus +<i>aserciones</i> el zapatero revolucionario exhibía secretamente unas +fotografías que representaban al padre Claret, patriarca de las Indias, +bailando el <i>can can</i> con Sor Patrocinio, una monja que tenía sorbido el +seso a la reina, según contaban.</p> + +<p>—Si no se quita el sombrero ese tunante le hago prender—oí decir entre +dientes a mi joven tío, que estaba muy pagado de su amistad con las +autoridades.</p> + +<p>Ya estallan los cohetes, ya se divisa en medio de la ría la hermosa +falúa de los carabineros seguida de buen golpe de embarcaciones todas +engalanadas, ya suenan las músicas, ya se oyen las aclamaciones. La +reina Isabel<a name="page_113" id="page_113"></a> II pone el pie en el embarcadero; un señor de gran +uniforme le ofrece el brazo; sube las escaleras y comienza a marchar +lentamente entre las apretadas filas de la muchedumbre que a duras penas +pueden los soldados contener en su puesto. Todos nos despojamos del +sombrero. ¿Mamerto también? Sí, Mamerto también. Había tratado de +dejárselo encasquetado, pero una mirada muy significativa de un sargento +de la guardia le hizo volver sobre su <i>acuerdo</i>.</p> + +<p>La reina avanza sonriente, saludando a un lado y a otro con la mano y +con la cabeza. De pronto se detiene y deja escapar un débil grito de +admiración.</p> + +<p>—¡Oh qué encanto de niña!—se la oye exclamar contemplando a la hija de +Mamerto.</p> + +<p>Se detiene un instante frente a ella y la dice:</p> + +<p>—¡Qué hermosa eres, hija mía! ¡Qué hermosa eres! ¡Dios te bendiga!... +¿Me das un beso?</p> + +<p>Y alzándola del suelo con sus reales manos, la aplicó un sonoro beso en +la mejilla.</p> + +<p>Entonces vimos a Mamerto demudarse; quedó pálido como un muerto, y +agitando su sombrero frenéticamente gritó con voz estentórea:</p> + +<p>—¡Viva la reina!<a name="page_114" id="page_114"></a></p> + +<h2><a name="XV" id="XV"></a>XV<br /><br /> +<small>DON ANTONIO JOYANA</small></h2> + +<p>Era un capellán que mis tíos Alvaro y Felisa tenían en su quinta de +Illas cerca de Avilés, y fué el hombre más original que ha producido +Asturias después de la invasión de los árabes.</p> + +<p>Me llevaron a confesar con él cuando yo tenía nueve años de edad. Graves +amonestaciones me dirigió en aquella ocasión. Recuerdo que me aconsejó +con mucho encarecimiento que cuando entrase a saco en la despensa de mi +casa de ningún modo me comiese la mermelada con los dedos, sino que +llevase para el caso una cucharilla escondida en el bolsillo.</p> + +<p>Don Antonio Joyana era un hombre según Dios y según la naturaleza, pero +no según los hombres. Por eso los hombres se reían de él. Tenía +caprichos como los niños y antojos como las mujeres. Cierto día entró +con mi padre en una tienda de paños y habiéndole gustado uno +extremadamente no se contentó con comprar algunas varas sino que se +empeñó en llevarse la pieza entera. Después la entregó a una hermana +vieja y sorda con quien vivía, y ésta se puso a cortarle y coserle +pantalones. Salieron tres docenas de ella, según contaban en Avilés.</p> + +<p>En otra ocasión, cuando se celebraba con un banquete el santo de mi tía +Felisa, presentaron en la mesa una botellita de licor muy linda y +caprichosa. Verla don Antonio y quedar hipnotizado fué todo uno. Ya no +pudo<a name="page_115" id="page_115"></a> comer ni beber: ya no tuvo ojos más que para aquella botellita +hechicera. Al fin, no pudiendo sufrir más tiempo su estado de congoja, +se acercó a mi tía y le dijo al oído con voz temblorosa:</p> + +<p>—Señora, si después que se haya vaciado me regalase aquella botellita +azul de licor se lo estimaría como un gran favor.</p> + +<p>Mi tía se lo prometió riendo y la calma renació en su espíritu.</p> + +<p>Tal era aquel hombre singular y tal quisiera que fuereis vosotros +también. Porque era un sabio que servía a Dios y amaba a su prójimo.</p> + +<p>—¿Era un sabio?</p> + +<p>—Sí, era un sabio. Pasaba su vida o rezando o leyendo. Poseía gran +copia de libros que tenía amontonados en sendos cajones de azúcar, los +cuales no yacían en el suelo sino que pendían del techo colgados por +fuertes cordeles y se balanceaban al más leve contacto dentro de su +habitación. Acaso juzgara don Antonio que así columpiados sus libros +estarían mejor dispuestos para comunicarle la ciencia que guardaban.</p> + +<p>Don Antonio Joyana trataba a los hombres solamente como hombres. Para él +un zapatero era un hombre y un marqués otro hombre. Las diferencias +sociales nada añadían a sus ojos a la imagen de Dios.</p> + +<p>Recuerdo que en una jira campestre, a la cual asistí, siendo ya un +joven, y en la cual tuvimos el honor de llevar con nosotros a algunos +empingorotados personajes y a unas damiselas más pagadas de su estirpe +que las hijas de una familia reinante, don Antonio comenzó a tratar a +estos personajes con tal confianza y tan graciosa familiaridad que nos +hizo mucho reír. ¡Pero los próceres, y sobre todo las altas y poderosas +señoritas no reían, no! ¡Qué cara de vinagre! ¡Qué gestos despectivos!</p> + +<p>«¡Bravo, don Antonio!»—exclamábamos todos en voz baja con íntimo +regocijo.</p> + +<p>Y don Antonio sin ver nada, sin advertir los gestos desdeñosos y las +miradas coléricas iba de uno a otro aristócrata, de una a otra damisela, +poniendo a aquéllos la mano sobre el hombro, dirigiendo a éstas saladas +cuchufletas,<a name="page_116" id="page_116"></a> que dicho sea con verdad, resultaban un poco burdas.</p> + +<p>Fué una de las pocas veces en que vi a la verdad y a la naturaleza +triunfar de la convención y la mentira.</p> + +<p>Los hombres de este temple, ni se asombran de nada ni tienen miedo a +nadie.</p> + +<p>Una tarde entraron de improviso algunos ladrones enmascarados en la +posesión de Illas. Después de sorprender a los criados que estaban en la +planta baja de la casa y haberlos maniatado y amordazado subieron al +piso superior y penetraron en la habitación de don Antonio. Este se +hallaba leyendo como de costumbre.</p> + +<p>—¡Alto, no se mueva usted!</p> + +<p>Don Antonio levantó la cabeza y paseó una mirada con más curiosidad que +miedo por aquellos foragidos. Entre ellos había uno de tan exigua +estatura y corpulencia que parecía un chicuelo de catorce o quince años. +Don Antonio se fijó en él, y alzándose de la silla entre risueño y +encolerizado, le sacudió por el brazo, diciéndole:</p> + +<p>—¿A ti, mequetrefe, quién te ha metido en estas aventuras? ¡Anda a la +escuela, majadero!</p> + +<p>Sacando luego una llave del bolsillo la tiró al suelo.</p> + +<p>—Ahí en ese armario tenéis todo el dinero que hay en casa. ¡Cuidado con +romperme la botella de tinta que está junto al talego!</p> + +<p>Después se sentó otra vez y siguió leyendo.</p> + +<p>Pues bien, este hombre virtuoso y magnánimo, siento decirlo, pagó +también su tributo a la flaqueza humana. Una pasión desgraciada +apoderándose de sus sentidos y empañando los más claros principios de su +intachable conducta logró en cierta ocasión empujarle al crimen.</p> + +<p>No fué una mujer hermosa la que inspiró aquella pasión loca que tan +gravemente comprometió la salvación de su alma, sino unos animales +inmundos.</p> + +<p>Mi tío Alvaro hacía criar algunos cerdos en la posesión de Illas para el +abastecimiento de su casa. Don Antonio desde el primer año que allí +estuvo se comprometió a vigilar su crianza. ¡Nunca hubiera tomado sobre +sí este cargo! A la manera que un joven libertino, satisfaciendo<a name="page_117" id="page_117"></a> los +caprichos de su querida, colmándola de regalos y vaciando el bolsillo +para adornarla con preciosas joyas, va poco a poco hundiéndose en el +amor y perdiendo su albedrío, así nuestro capellán, procurando toda +clase de regalos nutritivos y mimando a aquellos groseros animales, cual +si fuesen hijos de sus entrañas, quedó preso en las redes de una pasión +desgraciada.</p> + +<p>No le bastaban las más finas verduras y legumbres de la huerta, no le +bastaban los relieves de su mesa y de la de los criados, no era bastante +el maíz y la harina que sustraía del pienso de las vacas y caballos. +Llegó a entrar en el granero donde se guardaba el trigo con que pagaban +su renta los colonos de mis tíos y tomar de allí serias cantidades para +satisfacer la voracidad de sus adorados cerdos.</p> + +<p>Cuando se acercaba el día de la matanza nuestro capellán perdía el +apetito y el sueño. Se le veía silencioso y taciturno. Pasaba largos +ratos contemplando con ojos enternecidos a aquellas inocentes criaturas +que presto iban a sucumbir de muerte violenta. Y el día mismo llegado, +don Antonio desaparecía de casa y no volvía a ella hasta la noche.</p> + +<p>Al año siguiente igual. Don Antonio se prometía no apasionarse por +aquellos pequeños y tiernos animalitos que le entregaban; pero viéndoles +comer, viéndoles engordar no podía resistir al atractivo de sus encantos +y se entregaba. Su ardiente caridad iba más allá que la de San +Francisco. Porque si éste decía: «—Hermano borrico», don Antonio decía: +«—Hermano cochino». Acaso querría indemnizarse de las muchas veces que +había tenido que exclamar para sus adentros: «¡Cochino hermano!»</p> + +<p>Pero voy a narrar con mucho disgusto de qué modo el demonio tentó y +sedujo a aquel santo varón y le arrastró a cometer una acción +vergonzosa.</p> + +<p>Cuando vino mi tío Alvaro durante el verano a pasar algunos días en +Illas los criados le enteraron de los abusos que don Antonio cometía +contra el granero en favor de los cerdos. Esto le disgustó como puede +suponerse. Llamó al capellán y le hizo amigable y dulcemente algunas<a name="page_118" id="page_118"></a> +observaciones. Don Antonio bajó la cabeza y prometió atenderlas.</p> + +<p>Pero allá en el infierno Satanás se frotó las manos y exclamó riendo: +«¡Ya veremos!»</p> + +<p>Una noche entre las doce y la una se hallaba mi tío entregado al sueño +cuando un criado llamó quedo a la puerta de su alcoba. Despertó +sobresaltado y le invitó a que entrase.</p> + +<p>—¡Señor, hay ladrones en casa!—le dijo al oído.</p> + +<p>Esta noticia no era a propósito para tranquilizarle.</p> + +<p>—¿Dónde están?</p> + +<p>—Acaban de entrar por la puerta de atrás en la cocina de abajo—le +respondió con voz de falsete tenue como un soplo de la brisa de Mayo.</p> + +<p>Mi tío comprendió que ya era imposible oponerse al asalto de su casa. Se +sentó en la cama dispuesto a esperarlos y dijo:</p> + +<p>—Ve a ver lo que hacen.</p> + +<p>Al poco rato apareció de nuevo.</p> + +<p>—¡Señor, están ya en el comedor!</p> + +<p>A mi tío, aunque hombre valeroso, le latía con violencia el corazón.</p> + +<p>—¡Señor, han llegado a la escalera y empiezan a subirla!</p> + +<p>Desapareció el criado y tardó un rato en presentarse de nuevo. Cuando lo +hizo al cabo, venía apretándose las ijadas de risa.</p> + +<p>—¡Señor, si es don Antonio que viene con un saco!</p> + +<p>—¿Don Antonio? ¿Un saco?</p> + +<p>—Sí, señor; sin duda va al granero a robar trigo para los cerdos.</p> + +<p>Mi tío respiró con satisfacción, estuvo unos instantes suspenso y le +dijo:</p> + +<p>—Bueno, vete a la cama y no digas una palabra de esto a nadie. Ya lo +arreglaremos mañana.</p> + +<p>En efecto, al día siguiente pidió con un pretexto plausible la llave del +granero al capellán y nunca más volvió a entregársela.</p> + +<p>Yo no tuve conocimiento en aquella época de este grave pecado de don +Antonio. Si lo hubiera tenido es<a name="page_119" id="page_119"></a> casi seguro que se lo hubiera +perdonado. ¿No me había perdonado él que entrase furtivamente en la +despensa y me comiese las mermeladas de mi madre?</p> + +<p>Declaro que me sentía atraído hacia aquel hombre, y mi primo José María +igualmente. A los dos nos era extremadamente simpático, quizá porque +adivinásemos en él un niño como nosotros, más grande y más sabio.</p> + +<p>José María de las Alas era mi primo y mi tío a la vez, porque su madre +era prima hermana de la mía y su padre hermano de mi abuela. Teníamos la +misma edad y nos queríamos entrañablemente como si fuéramos hermanos. +Pasábamos la vida juntos, él en mi casa o yo en la suya; y las horas de +escuela también juntos porque asistíamos ambos a la de don Juan de la +Cruz.</p> + +<p>Pues un día, en las vacaciones de Agosto, nos vino a la mente la idea de +hacer una visita a don Antonio Joyana en Illas. Quedamos en reunirnos a +las ocho de la mañana en los soportales de Galiana, y en efecto desde +allí emprendimos la marcha por la carretera en uno de los días más +espléndidos de aquel verano.</p> + +<p>¡Qué radiante sol! ¡Qué fresca brisa! ¡Qué gorjeos de pájaros! ¡Qué +mugidos de terneros! ¡Cuán felices caminaban aquellos dos niños por la +estrecha carretera guarnecida de zarzamora!</p> + +<p>La posesión de Illas dista de Avilés algunos kilómetros, no sé cuántos; +nosotros los recorrimos en poco más de una hora. Nos recibió a la puerta +de casa Pepa, la vieja hermana de don Antonio, y nos dijo que éste se +hallaba en su cuarto y nos invitó a subir.</p> + +<p>Llamamos a la puerta del gabinete con los nudillos de los dedos.</p> + +<p>—¿Quién va?</p> + +<p>—Somos nosotros.</p> + +<p>—¿Quiénes sois vosotros?</p> + +<p>—José María y Armando.</p> + +<p>—Estoy rezando.</p> + +<p>Puesto que don Antonio estaba rezando, nosotros debíamos sentarnos en la +escalera y aguardar a que terminase. Así lo hicimos y esperamos un buen +rato. Al cabo apareció con su gorro negro y sus gafas azules y nos<a name="page_120" id="page_120"></a> +abrazó dando muestras de gran regocijo. Pasamos a su cuarto donde todos +los elementos estaban mezclados y confundidos como en el caos, y +procedió a descolgar de la pared dos sillas que pendían de sendos clavos +y nos hizo sentar en ellas. Después, dando paseos por delante de +nosotros con las manos a la espalda, se informó prolijamente de la tarta +de borraja y del queso de almendra que habíamos comido en casa de la tía +Bruna el día de su cumpleaños, del moquillo que estaba padeciendo +<i>Milord</i>, el perro del tío Víctor, de las ciruelas que la tía Felisa +había cosechado en la posesión de los Carbayedos y de otros extremos no +menos interesantes que nos llegaban directamente al alma. Cuando hubimos +terminado de desahogar nuestra conciencia, don Antonio nos preguntó muy +cortésmente si teníamos hambre. Antes que le hubiéramos respondido llamó +a grandes voces por el hueco de la escalera a su hermana y le ordenó que +nos sirviesen lo más pronto posible algo de almorzar. Después se acercó +a la ventana, la abrió de par en par y se asomó a ella. Una sonrisa de +felicidad incomprensible dilató su rostro.</p> + +<p>—¡Mirad, hijos míos, mirad!</p> + +<p>Nos asomamos como él y vimos allá en el fondo del patio tres o cuatro +cerdos tan gordos que no se podía entender cómo escapaban a la +apoplejía.</p> + +<p>—¿Qué os parece?—nos preguntó triunfante.</p> + +<p>—¿Por qué no los matan ya?—pregunté yo con la mayor inocencia.</p> + +<p>Don Antonio me dirigió, al través de sus gafas, una mirada pulverizante. +Pero meditó sin duda que yo era un pequeño pagano con una cultura +superficial y no se dignó responder.</p> + +<p>—Ahí donde los veis, cada quince días aumentan media arroba de peso... +Pero yo creo que <i>Proudhon</i> aumenta más.</p> + +<p>—¿Cuál es <i>Proudhon</i>?—preguntó mi primo.</p> + +<p>—El de la derecha, el de las orejas rajadas... Todas las noches antes +de acostarme abro la ventana y les doy las buenas noches. Ellos levantan +la cabeza cuanto pueden y me responden gruñendo.<a name="page_121" id="page_121"></a></p> + +<p>Quedamos admirados de tanta inteligencia, lo cual hizo concebir a don +Antonio una idea ventajosa de la nuestra.</p> + +<p>Nos llevó inmediatamente a la huerta y nos obligó a admirar las coles, +los guisantes y las cebollas que allí tenía. Antes que hubiésemos +terminado de admirarlas llegó Pepa para hacernos saber que nuestro +refrigerio estaba preparado.</p> + +<p>Era una inmensa tortilla de jamón. Mi primo y yo nos arrojamos +vorazmente sobre ella y en poco tiempo logramos dejarla bien chica. Pero +el jamón estaba rabiosamente salado y pedimos agua con ansia.</p> + +<p>—No la hay—nos respondió don Antonio en tono perentorio.</p> + +<p>Quedamos aterrados.</p> + +<p>—¿No hay agua?... ¡Pues nosotros tenemos mucha sed!</p> + +<p>—¡Pepa!—gritó el capellán—saca dos botellas de la bodega y tráelas.</p> + +<p>Vinieron dos botellas de vino blanco y pudimos saciarnos. Mas sucedió lo +que ya puede concebirse. Un cuarto de hora después comenzamos a dar +señales de trastorno mental. Tiramos algunos platos al suelo, nos +desabrochamos la camisa, cantamos a gritos y llamamos vieja y fea a la +hermana del capellán.</p> + +<p>Este se puso serio y se dió cuenta, aunque tarde, de la gran imprudencia +que había cometido. Inquieto en grado sumo no se le ocurrió al pobre +hombre otra cosa que invitarnos a marchar a nuestras casas. Con gran +premura nos hizo salir a la huerta y a paso largo nos condujo hasta la +puerta enrejada de salida.</p> + +<p>No habíamos dado cien pasos por la carretera cuando mi primo se detuvo +repentinamente y echando miradas feroces a derecha e izquierda me +anunció de un modo categórico que él, José María, era el chico más +valiente de Avilés.</p> + +<p>Esta declaración no pudo menos de dejarme estupefacto. Porque mi primo +era un niño inteligentísimo, pero enfermizo y desmedrado a tal punto que +en la escuela se burlaban de él y no pocas veces tuve que salir a su +defensa.<a name="page_122" id="page_122"></a></p> + +<p>Ignoro por qué, mas en aquel instante me inspiró tanta lástima que en +vez de contradecirle le abracé y le besé con efusión manifestándole al +mismo tiempo con la mayor vehemencia que nadie le pondría la mano encima +en mi presencia y que estaba dispuesto a dar por él toda mi sangre. Pero +él rechazó mis caricias con increíble ferocidad, diciendo que no +necesitaba para nada de toda ni de parte de mi sangre porque se bastaba +y se sobraba para hinchar las narices a todos los chicos de Avilés, +tanto de la villa como de Sabugo.</p> + +<p>Yo insistí en ofrecérsela con igual vehemencia y él en rechazarla con la +misma ferocidad. Tan tercos nos pusimos ambos que faltó poco para que +viniésemos a las manos, quiero decir para que me pegase, porque yo me +hallaba en un estado de enternecimiento tal que me hubiera dejado matar +antes que hacerle daño alguno. Las lágrimas corrían abundantes por mis +mejillas y a cada instante me detenía para abrazarle y besarle, cosa que +a él le indignaba muchísimo.</p> + +<p>Alguna vez me descuidaba también en ofrecerle mi sangre de nuevo y +entonces su furor no tenía límites.</p> + +<p>Para demostrarme sus fuerzas excepcionales y su coraje se daba golpes en +el pecho con los puños como un atleta y amenazaba con ellos a los +aldeanos que íbamos tropezando por el camino y los desafiaba a singular +combate. Yo observaba, con asombro, que en vez de irritarles con estos +retos se ponían todos extremadamente alegres, reían a carcajadas y nos +seguían con la vista largo trecho después que habíamos pasado.</p> + +<p>En esta disposición llegamos a casa. Tanto mi madre como mi tía Justina +pusieron el grito en el cielo al vernos; se apresuraron a llevarnos a la +cama y mientras nos desnudaban estalló su indignación en muy pesadas +palabras contra «el loco de don Antonio Joyana».<a name="page_123" id="page_123"></a></p> + +<h2><a name="XVI" id="XVI"></a>XVI<br /><br /> +<small>MI PADRE</small></h2> + +<p>Personas hay tan admirablemente dotadas para la domesticación que ningún +animal, por salvaje y obtuso que sea, les resiste. He visto lobos y +conejos y cuervos y hasta pulgas y cerdos maravillosamente amaestrados, +y se cuenta de un prisionero en la Bastilla que llegó a domesticar una +araña. Una señora amiga mía logró que los gorriones parados en el alero +de su tejado entrasen en su dormitorio y allí durmiesen. Por la mañana +al despertarse venían a su cama y comían alegremente las migas de +bizcocho que les repartía, hecho lo cual se despedían hasta la noche.</p> + +<p>A nadie, sin embargo, he visto en mi vida con mayores aptitudes para +reducir y educar animales que a mi padre. Pero los que escogía para sus +notables experiencias eran siempre animales bípedos más o menos +racionales. Un juez de instrucción, un promotor fiscal, un coronel, un +registrador de la propiedad o cualquier otro funcionario que llegaba a +nuestra villa y que se hacía inmediatamente temer por su genio adusto o +por un temperamento bilioso e irascible. Mi padre se sentía atraído +hacia esta clase de sujetos y no sosegaba hasta colocarse en situación +de ejercitar sobre ellos aquellas naturales disposiciones con que el +cielo le había dotado.</p> + +<p>No se pasaba mucho tiempo sin que la villa viese con estupefacción al +montaraz funcionario paseando emparejado con mi padre y completamente +desarrugado, feliz<a name="page_124" id="page_124"></a> y sonriente. En Avilés habitaba un tío abuelo mío +con rostro y talle de inquisidor; alto, enjuto, aguileño, mirada dura y +penetrante. Era persona inteligente y de muchas letras, pero de un +orgullo tal y de humor tan desapacible que vivía materialmente aislado +desde hacía largos años. Cuando mi padre vino a establecerse con su +esposa en aquella villa la existencia de este viejo severo cambió por +entero. Que hiciese bueno o malo todos los días llegaba a nuestra casa +buscando a mi padre, salía con él de paseo, se mostraba locuaz y por +primera vez después de veinte años reía a carcajadas.</p> + +<p>Pensando en este raro privilegio del autor de mis días llegué a concebir +claramente que no debía atribuirse a la amenidad de su conversación, que +era grande por hallarse dotado de una imaginación pintoresca, memoria +felicísima, espíritu observador y afluencia de palabra. Todas estas +dotes las poseen muchos hombres sin que logren hacerse amar. Se les +escucha con placer, pero no se les busca con empeño ni menos se les hace +compañeros íntimos y confidentes. El secreto de mi padre era otro y +consistía en la ausencia de vanidad. Era una ausencia completa, +absoluta, inverosímil; era una fuerza opuesta y contraria que en vez de +empujarle a producir y realzar su persona como acaece a casi la +totalidad de los hombres le arrastraba a disminuirla y borrarla.</p> + +<p>La verdad me obliga a confesar que esta rarísima cualidad no tenía un +fundamento religioso; no era lo que se llama humildad cristiana. +Procedía más bien de un rasgo original del carácter por lo cual alguna +vez tocaba en el capricho o la extravagancia. A este rasgo se unía un +pesimismo más original aún. Mi padre era un pesimista teórico y un +optimista práctico, de cuyo contraste resultaban efectos verdaderamente +cómicos. Pensaba como Schopenhauer que el dolor es lo único positivo en +la vida y que este mundo es triste por esencia, pero él vivía siempre +contento y ponía contentos a cuantos se le acercaban; creía con el +Eclesiastés que todo es vanidad y él se las arreglaba para no tener +ninguna. ¡Había que oírle lamentarse de la existencia, exhalar +singulares profecías y vaticinar cataclismos! Cinco minutos más tarde +nos<a name="page_125" id="page_125"></a> contaba una anécdota chistosa y después de habernos apretado el +corazón y llenarnos de angustia nos hacía estallar en carcajadas.</p> + +<p>Así que llegó a los cuarenta años y a pesar de gozar una salud +robustísima se reconoció como un anciano decrépito: cuando se hablaba de +años bajaba la cabeza tristemente, suspiraba y decía con voz +desfallecida que se hallaba ya «con un pie en el sepulcro». Si admiraban +su memoria se ponía a contar en seguida cualquier incidente en que +aparecía como un hombre desmemoriado; si hacían notar su aspecto robusto +y sano, se llevaba con desesperación la mano a los riñones y decía que +su organismo «estaba minado»; si ensalzaban las cualidades de cualquiera +de sus fincas se ponía a hablar de las de los vecinos colocándolas muy +por encima de las suyas. Para verle enfurecido no había más que +suponerle con alguna influencia en la región, aunque era el primer +contribuyente. Un día le hallé particularmente risueño y satisfecho +porque un millonario de Bilbao a quien le presentaron en el café le +había hablado con tono protector y compasivo:—«No puedes figurarte—me +decía riendo a carcajadas—cuánto me despreció aquel buen señor.»</p> + +<p>Y con nosotros sus hijos también practicaba largamente este su anhelo +desmedido de abatimiento. ¡Caso extraño, porque los padres aunque sean +modestos por su cuenta no lo son casi nunca por la de sus hijos! Yo era +el menos inteligente y aprovechado de la escuela y me daba en rostro no +con uno ni dos sino con un tropel de chicos que a su parecer eran +lumbreras esplendentes a mi lado. Ni se imagine que esto era un rasgo de +habilidad o un artificio pedagógico. Se hallaba perfectamente convencido +de ello y la prueba es que cuando llegaron ciertos exámenes +extraordinarios en la escuela juzgándome yo absolutamente inepto no me +atreví a presentarme y mi padre quedó de esta vergonzosa retirada muy +satisfecho.</p> + +<p>Pues bien; repito que a esta modestia encarnizada no a su donaire, debía +mi padre sus éxitos en el mundo. Los hombres aman la modestia en los +demás y la prefieren<a name="page_126" id="page_126"></a> con mucho al talento, a la riqueza y a la +hermosura. Debieran amarle también por su exquisita sensibilidad, pero +no lo hacían: la sensibilidad no es valor que se cotice en el mercado +social. Dios me perdone, pero imagino que esta sensibilidad era el único +punto flaco que el mundo hallaba en mi padre. Yo he visto a sus amigos +sacudir la cabeza y sonreír burlonamente cuando advertían en él señales +de emoción. Y mi padre por más esfuerzos que hacía no lograba ocultarla. +Si escuchaba una orquesta, si se sentaba frente al mar a la hora del +crepúsculo, si le narraban un incidente desgraciado o se ponía a +tararear una canción de su niñez, le saltaban fácilmente las lágrimas; y +cuando en la calle veía maltratar a un niño o a un animal se ponía rojo +y con riesgo de ser agredido no vacilaba en increpar duramente al autor +de la crueldad. Recuerdo que un carpintero fué denunciado por los +vecinos a causa de los malos tratos que daba a un hijo suyo, niño de +ocho o nueve años de edad. Mi padre era entonces juez de paz, y al +escuchar de labios de un testigo cómo aquel bruto desnudaba a su hijo, +le amarraba y le azotaba sin piedad, saltó de su sillón y sacudiendo al +feroz carpintero por las solapas le gritó:—«¡Bárbaro, bárbaro, bárbaro! +¡Es usted un miserable!»</p> + +<p>Por lo demás estos eran los únicos casos en que podía aparecer como un +hombre violento. Su calma y su dulzura eran proverbiales y su +condescendencia tan excesiva, que provocaba, como acaece casi siempre en +este desgraciado mundo, el abuso. Los criados, los arrendatarios, los +hijos, todos abusábamos de su bondad. Era uno de esos hombres a los +cuales se puede hacer daño impunemente, porque hay la seguridad de que +no lo volverá. Y sin embargo, no le faltaban medios para ello: no daba +su bondad como los pomares dan las manzanas sin saberlo y sin quererlo, +según decía Diderot. Su inteligencia, su conocimiento del mundo y su +gran perspicacia le suministrarían recursos para hacerse temer si así lo +quisiera.</p> + +<p>Hay que confesar, no obstante, que nadie le hizo jamás grave daño y sólo +tuvo que sufrir las pequeñas molestias<a name="page_127" id="page_127"></a> y los pequeños abusos que el +pequeño egoísmo engendra. Era generalmente amado y murió sin haber +tenido en toda su vida ni un enemigo, ni un envidioso. Esto último me +parece increíble; no lo era en su caso porque ya hemos visto de qué modo +original desarmaba a la envidia. Cuando estalló la guerra carlista, +nuestro valle de Laviana fué el cuartel general de los partidarios del +Pretendiente en Asturias. Por allí merodeaban a la continua pequeñas +partidas que no eran modelo de disciplina. Nuestra casa fué respetada +siempre a pesar de las ideas liberales de mi padre. Es más, tal +confianza inspiraba su lealtad, que un cabecilla perseguido vino a +refugiarse en ella. Le tuvimos por huésped algunos días y le hubiéramos +tenido indefinidamente si él mismo, por temor a comprometernos, no se +hubiera ido. Al día siguiente de su partida paseábamos mi padre y yo con +mi hermanito pequeño por las cercanías de la Pola, cuando acertamos a +ver una compañía de soldados que marchaba hacia nosotros. Al acercarse +pudimos contemplar con tristeza a nuestro huésped en el medio y +amarrado, quien tuvo la delicadeza de no saludarnos ni aun de mirarnos. +Pero mi hermanito exclamó en voz alta: «¡Papá, este es el señor que +comía con nosotros y se marchó ayer!» Mi padre se puso pálido y yo me +sentí sobrecogido. El capitán, al oír estas palabras, volvió la cabeza +vivamente, miró al niño, miró a mi padre y, sonriendo maliciosamente, +nos hizo un saludo con su espada.<a name="page_128" id="page_128"></a></p> + +<h2><a name="XVII" id="XVII"></a>XVII<br /><br /> +<small>MISTERIOS DOLOROSOS</small></h2> + +<p>Un lunes por la tarde iba yo a su casa; otro lunes por la tarde venía él +a la mía; era día de mercado y no teníamos escuela sino por la mañana. +Lo pasábamos deliciosamente, como nadie podrá dudar sabiendo que lo +mismo la casa de mi amigo Juanito que la mía poseían un espacioso jardín +donde jugábamos a la peonza, al volante y al salto, donde trepábamos a +los árboles y alcanzábamos ciruelas y peras en su más tierna infancia, +donde ensayábamos nuestras aptitudes para la ingeniería y arquitectura +alzando edificios con tejas rotas, barro y arena, trazando canales, +abriendo pantanos, donde nos ejercitábamos en el arte de conducir +vehículos haciendo alternativamente él y yo de caballo y cochero, donde +encendíamos hogueras y asábamos patatas, donde por fin, cuando llegaba +el caso, nos dábamos de mojicones y nos tirábamos de los cabellos.</p> + +<p>Su jardín era más dilatado que el mío; por tanto los fogosos caballitos +podían correr y caracolear a su sabor; pero el mío tenía allá en el +fondo un hórreo y esto constituía una ventaja inapreciable. Porque +debajo de este hórreo nos guarecíamos cuando hacía mal tiempo y nos +divertíamos sin necesidad de meternos en casa y sufrir la presencia +enfadosa de la familia. Además nos servía de escondrijo para ocultar +todos aquellos objetos que merecían ocultarse, particularmente la fruta +verde, de la cual acumulábamos tal cantidad, que alguna vez<a name="page_129" id="page_129"></a> se pudría +sin comerla. Esta fruta verde era el negocio más interesante y reservado +de nuestra existencia. Mi madre nos tenía prohibido, bajo penas +severísimas, tocar a la fruta, y nos vigilaba bastante desde casa y nos +hacía vigilar. Prodigios de ingenio y habilidad se necesitaban para +burlar esta vigilancia. Los desplegábamos, y pocas veces éramos cogidos +in fraganti.</p> + +<p>Lo fuí, sin embargo, en cierta ocasión, pero no por mi madre. Pluguiese +al cielo que ella hubiera sido, aunque me costase algunos coscorrones. +Lindante con nuestra huerta o jardín había otro mucho mejor cuidado y +provisto. Pertenecía a unos señores que vivían en la casa contigua, dos +hermanos y dos hermanas ya viejos y solteros, personas graves, +correctísimas, pacíficas y silenciosas. No nos tratábamos; pero ellos y +mis padres, en la calle, o desde el balcón, se saludaban muy +ceremoniosamente.</p> + +<p>Aquel su jardín rebosaba de fruta dulce y sazonada, que tanto a mi amigo +Juanito como a mí nos llevaba los ojos y nos tentaba. Había +particularmente un árbol tan cargado de enormes peras que era una +verdadera bendición.</p> + +<p>Las contemplábamos cierto día con avidez, cuando el diablo nos sugirió +la idea de apoderarnos de algunas de ellas. La pared de nuestro jardín +no era muy alta y tenía un pretil que llegaba hasta la mitad; de modo +que fácilmente lo dominábamos. Pero el de nuestros vecinos estaba mucho +más bajo, por lo cual había que descolgarse para llegar a él, lo cual no +era fácil. Mas como nuestro ingenio venía ya ejercitado de largo tiempo +por otras empresas, se nos ocurrió el arbitrio feliz de servirnos de una +de las astas de banderolas que allí teníamos pertenecientes a las obras +de canalización de la ría, cuyo director era mi tío como ya he dicho.</p> + +<p>Después de cerciorarnos bien de que nadie había en los balcones de la +casa contigua, ni desde la nuestra nos espiaban, apoyamos una punta del +asta en nuestra pared y la otra en el jardín vecino, monté sobre ella y +me deslicé facilísimamente, atravesé el jardín en toda su anchura, pues +el peral se hallaba en el extremo opuesto,<a name="page_130" id="page_130"></a> arranqué dos peras, las +oculté en los bolsillos y vuelvo rápidamente. Mas al atravesar de nuevo +el jardín dirijo una mirada a la casa y observo con espanto que en el +amplio balcón de madera de nuestros vecinos se hallaban los cuatro +hermanos contemplándome con ojos serios, más sorprendidos que irritados. +Me acerco a la pared y ¡oh rabia! advierto que no puedo escalarla. Como +sucede casi siempre en los negocios de la vida había visto la entrada +pero no la salida.</p> + +<p>Esta era punto menos que imposible. Aunque procuro trepar por el asta +que me había servido para deslizarme, pronto eché de ver que nunca lo +lograría. Subir por la pared no había que pensarlo. Entonces en el colmo +de la angustia llamé a Juanito que se había ocultado cuando vió a +nuestros vecinos en el balcón. Vino en mi ayuda, me tendió una mano, y +agarrándome a ella, pude, con muchísimo trabajo, montar sobre la pared.</p> + +<p>Todas estas operaciones exigieron bastante tiempo y yo, sin volver la +cabeza, veía posados sobre mí los ojos de aquellos respetables señores. +Nadie puede figurarse la confusión y vergüenza que de mí se habían +apoderado. Si hubiesen gritado, si me hubieran increpado creo que sería +cien veces menor; pero aquella grave tranquilidad, aquel silencio me +abrumaban y por largo tiempo después, cuando recordaba esta escena, +sentía que me subían los colores al rostro.</p> + +<p>Además del hórreo poseía nuestro jardín la ventaja de una fuente con +copioso chorro de agua que corría incesantemente. Esta agua no se +enturbiaba jamás y cuando a la de las fuentes públicas le ocurría tal +alteración los vecinos de la calle o sus criados acudían a pedirnos +permiso para llenar sus vasijas. Era un constante llamar a nuestra +puerta todo el día bastante enfadoso, pero no vi a mi madre, a pesar de +su genio vivo, quejarse nunca ni mostrar impaciencia.</p> + +<p>Sin embargo, yo me divertía infinitamente más en casa de mi amigo +Juanito, no sólo por la novedad de salir de la mía, sino porque tenía +una hermana de diez y seis años, alegre y juguetona, que nos ayudaba en +nuestros recreos y excitaba y protegía nuestras travesuras.<a name="page_131" id="page_131"></a> Era +deliciosa aquella Paquita con su naricita remangada, sus ojos +chispeantes y la extrema movilidad de su cuerpo. Inagotable en sus +recursos, felicísima en sus invenciones, dispuesta a toda clase de +farsas, infatigable para seguirlas, nos manejaba a su antojo y nos +embriagaba con su alegría. Un día nos disfrazaba con sus propias ropas, +nos hacía llamar a la puerta y nos introducía en el salón anunciando a +su madre la visita de dos señoras; otro me disfrazaba de doméstica, me +ponía un pañuelo a la cabeza y un delantalito blanco y me enviaba a la +tienda próxima a comprar agujas; o bien disponía el bautizo de una +muñeca, vestía a uno de nosotros de sacerdote, a otro de monaguillo, +hacía partícipes a las criadas de la solemne ceremonia y la seguía hasta +el final con toda gravedad y diligencia; o bien ella misma se disfrazaba +de hombre, se ponía bigote, tomaba un bastón y entraba fumando un +cigarro como médico en el cuarto de una criada que se hallaba enferma. +Nos hacía representar escenas de comedias, nos hacía cantar, nos +obligaba a pedir limosna con voz plañidera desde la puerta, jugaba al +escondite con nosotros, nos echaba polvos de arroz en la cara y nos +enseñaba el lenguaje de las manos, en el cual era peritísima. En fin, +que si hubiera seguido toda la vida a su lado, ella siempre con sus diez +y seis años y yo con mis diez imagino que nunca hubiera maldecido de la +existencia ni habría experimentado la necesidad de estudiar metafísica.</p> + +<p>El reverso de esta encantadora joven era su mamá doña Leocadia, tan +tristona, tan adusta y lacrimosa. Había sido una hermosa mujer, según +afirmaba mi madre, y aún se advertían en su rostro las señales, pero se +hallaba bien ajada, más aún por las tristezas que por los años, pues no +pasaría mucho de los cuarenta. Doña Leocadia se había acostumbrado de +tal modo a llorar y moquear y suspirar y hablar en tono quejumbroso, que +si le tocase la lotería estoy seguro de que nos hubiera dado la noticia +con acento desgarrador. Yo no podía mirar su rostro, donde las lágrimas +parecían haber trazado surcos indelebles, sin acordarme de la Dolorosa +que se<a name="page_132" id="page_132"></a> venera en la iglesia de San Nicolás. Y me sorprendía mucho no +ver sobre su pecho las siete espadas que traspasan el corazón de esta +imagen. Es posible que las llevase ocultas debajo de la ropa.</p> + +<p>¿Quién clavaba, no siete, sino setecientas espadas en el pecho de +aquella dolorida señora? Todos, todos la martirizaban en su casa, pero +muy particularmente ¡quién lo diría! su digno esposo don Julio. Yo no lo +hubiera concebido en aquella época, porque don Julio era el hombre más +simpático, alegre y cariñoso del mundo. Pues precisamente por ser +demasiado alegre y cariñoso es por lo que daba pesadumbres infinitas a +doña Leocadia, a lo que podía entender vagamente cuando mis padres +hablaban de este matrimonio. Si salía en la conversación el nombre de +don Julio mi padre sonreía y mi madre se ponía seria. Don Julio pasaba +los días en el café y las noches no se sabía dónde; vivía de sus rentas, +pero las iba mermando poco a poco, vendiendo hoy una finca, mañana otra. +Y de este dinero derrochado, el que más le dolía a doña Leocadia, no era +el que se empleaba en los licores espirituosos, en el juego, en jiras a +<i>San Juan</i> y al bosque de la Magdalena. Otro había ¡otro! que le tocaba +más en el alma. Pero no hablemos de estas cosas que ahora comprendo +perfectamente y entonces no.</p> + +<p>La alegría de don Julio era comunicativa. Tenía un modo de reír +característico que hacía fluir inmediatamente la risa a los labios de +los otros. Sus carcajadas eran tan claras, tan sonoras y espontáneas que +no se confundían con las de ningún otro. Estas carcajadas salían como +gozosa cascada mezcladas a los chasquidos de las bolas de billar por los +balcones del café de la Plaza haciendo bailar mi corazón con ansia de +placeres cuando por allí acertaba a pasar.</p> + +<p>El café de la Plaza, que ocupaba el principal de una casa, se llamaba en +realidad <i>Café del León de Oro</i>, a juzgar por la muestra que sobre él se +parecía, pero jamás de memoria de hombre lo llamó nadie de este modo. +Cuando no le llamaban café de la Plaza se decía <i>Café de Tomasín</i>, +porque tal era el nombre de su dueño, un anciano<a name="page_133" id="page_133"></a> de baja estatura, que +sólo recuerdo vagamente. Este anciano tenía una hija que dirigió aquel +café largos años con tal brillantez y fortuna que llegó a ser una +institución en Avilés.</p> + +<p>Pues este café era el teatro donde nuestro don Julio ejercitaba casi +todas las preciosas cualidades con que la providencia de Dios le había +dotado. Jugaba al <i>tresillo</i> y al <i>golfo</i> como los ángeles, y al billar +como los serafines que rodean al Altísimo: las carambolas no tenían fin +cuando empuñaba el taco; en cuanto al <i>chapó</i> no es posible que nadie +poseyese mayor finura y precisión para colocar la bola donde quería. Y +con esto ¡qué reír, qué gritar, qué bromear, qué chorro de donaires! No +parecía mas que aquel café se había abierto exclusivamente para don +Julio, y don Julio, engendrado con el único fin de jugar al <i>chapó</i> en +aquel café. Cuando mi padre me llevaba alguna vez allí para tomar un +sorbete de fresa y veía a don Julio con su gran barba negra y rizada y +el taco en la mano, riendo, gesticulando, no acertaba a comprender cómo +en mi casa se hablaba mal de un caballero tan cumplido, me parecía un +absurdo que se pudiera dirigir ningún reproche serio a un hombre capaz +de hacer veinticinco o treinta carambolas seguidas.</p> + +<p>Todavía tenía doña Leocadia otro reverso en casa y era su hijo Adolfo, +mancebo de dieciocho años bien fornido y espigado y atrozmente velludo. +El pelo le llegaba al medio de la frente mostrando ansias locas de +reunirse con el de las cejas y le invadía ya a pesar de su corta edad +las mejillas. Sus ojos apagados y entreabiertos, la nariz imitando +groseramente la de su hermana, las espaldas anchas y abovedadas, sus +modales desmañados y torpes. En fin, el hermano de mi amigo Juanito +tenía todo el aspecto de un bruto... y los hechos también. Sombrío, +taciturno, ceñudo como su madre, gandul y calavera como su padre no +había sido posible hacer carrera de él. Después de salir de la primera +enseñanza se trató de que aprendiera latín enviándole a una cátedra que +había en el convento de San Francisco. Un fracaso. Le enviaron después a +la escuela privada de don Román para estudiar matemáticas. Mayor fracaso +aún. Por fin<a name="page_134" id="page_134"></a> le habían colocado en el comercio de un amigo a fin de que +se fuese enterando de la marcha y secretos de la carrera comercial; pero +más de la mitad de los días no parecía por allí. Con otros cuantos +jóvenes tan interesantes como él vagabundeaba por la villa y sus +afueras, introduciéndose para descansar en las capillas de Baco o en +otros sitios aún menos respetables.</p> + +<p>Pues a pesar de todo esto su madre le adoraba; era el predilecto de su +corazón. No hay duda que la hacía sufrir mucho con su conducta y que en +vez de agradecer las caricias que le prodigaba, su paciencia y sus +desvelos, no perdonaba ocasión de vejarla con groseros desvíos y la +ostentación cínica de sus vicios; pero ella se lo perdonaba de buen +grado, de mejor grado, aunque parezca monstruoso que a su señor y marido +don Julio. En cuanto a nosotros, esto es, en cuanto a Juanito y a mí le +admirábamos y le temíamos. El ignoraba nuestra existencia.</p> + +<p>En las tardes cortas del invierno así que empezaba a obscurecer nos +entrábamos en casa y jugábamos con Paquita y las criadas del modo más +agradable y divertido que jugó nadie en el mundo desde que éste fué +sacado por Dios de la nada. Jugábamos a la <i>gallina ciega</i>, jugábamos al +<i>escondite</i>, jugábamos <i>al milano que le dan, cebollita con el pan</i>... +(Un amigo mío aficionado a las investigaciones eruditas me ha comunicado +que primitivamente debía decirse <i>al esclavo que le dan</i>. Es casi +seguro, porque lo del milano no tiene sentido común. Sin embargo yo +prefiero el milano: es más pintoresco.)</p> + +<p>Y cuando nos hartábamos de jugar, Josefa, una gruesa y añosa costurera +que doña Leocadia tenía, nos juntaba en torno suyo y nos refería cuentos +deliciosos de princesas encantadas y moras enamoradas de cristianos. +Parece que me estoy viendo en aquel gran comedor sencillo y confortable. +Había dos grandes grabados con marcos de caoba representando el uno la +<i>Maldición del padre</i> (la Malediction paternel, de un antiguo pintor +francés cuyo nombre no recuerdo), y el otro la entrevista de Alejandro +Magno con la familia del vencido rey Darío. Después se rezaba el rosario +y me llevaban a casa o venían<a name="page_135" id="page_135"></a> a buscarme, que era lo más frecuente. Por +ciertas curiosas particularidades durante él acaecidas quedó impreso en +mi memoria uno de estos rosarios.</p> + +<p>Una noche nos arrodillamos todos como siempre en el comedor delante de +una imagen de Nuestra Señora del Rosario pintada al óleo. Doña Leocadia +se ponía delante casi tocando la pared debajo del cuadro, Paquita +detrás, nosotros más atrás aún y las criadas completamente a +retaguardia.</p> + +<p>Doña Leocadia con su rosario de nácar en la mano y los ojos puestos en +la sagrada imagen dijo con voz plañidera:</p> + +<p>—Misterios dolorosos del santísimo rosario. Primer misterio: de la +Oración en el Huerto: Padre nuestro que estás en los cielos...</p> + +<p>Nosotros respondíamos en voz alta y también un poco plañidera aunque no +tanto.</p> + +<p>—Segundo misterio doloroso: de los azotes que el Hijo de Dios sufrió +atado a una columna: Padre nuestro que estás en los cielos...</p> + +<p>Antes que terminase el decenario Paquita se levanta y va a cerrar el +mirador que se hallaba abierto. Doña Leocadia vuelve la cabeza y la +sigue con la vista sin dejar el rezo. Paquita se detiene un poco dentro +del mirador y entonces su madre suspende el rezo, se levanta bruscamente +y va con paso rápido hacia allá.</p> + +<p>—¡Ya me lo parecía a mí!—exclama con acento colérico después de echar +una mirada investigadora a la calle—. ¡Allí está el mequetrefe debajo +del farol!... ¿Y para eso te levantas y dejas el rosario, pícara?... +¡Toma, toma, desvergonzada!</p> + +<p>Y le aplicó dos soberbias bofetadas. Paquita lanzó un gemido y comenzó a +protestar altamente de aquel castigo que juzgaba absolutamente injusto, +pues ella no había ido al mirador sino para cerrarlo y no se le había +ocurrido mirar a la calle, ni había visto ni quería ver mequetrefe +alguno.</p> + +<p>Debo hacer constar que este mequetrefe era nada menos que un cadete de +caballería que usaba brillantes espuelas y arrastraba un largo sable +pendiente de la cintura.<a name="page_136" id="page_136"></a> Por esto sólo se comprenderá el absurdo de +aquella buena señora al calificarle de tan denigrante manera. Era además +un joven guapísimo, casi tan alto como don Julio, que fumaba cigarros +puros y me regalaba caramelos cada vez que me encontraba en la calle. +Estaba allí pasando las vacaciones de Navidad con su familia. Desde el +verano anterior en que había bailado con ella en la romería de la Luz +había rendido sus espuelas, su sable y su grandeza a los pies de la +simpática Paquita.</p> + +<p>—¡Silencio, insolente! Ya te he dicho que no quiero que hables con ese +mequetrefe (¡vuelta con el mequetrefe!) Si fueses una hija obediente no +volverías a mirarle a la cara... ¿Es que piensas que tu madre no sabe +mejor que tú lo que te conviene? ¿Qué es lo que te propones?</p> + +<p>—¡Yo no me propongo nada! ¡Es una injusticia!—gritó Paquita +sollozando.</p> + +<p>—¡Silencio! ¿No sabes que esas relaciones no pueden conducir a nada? +¿Vas a casarte cuando sea alférez? ¿Con qué te va a mantener? ¿Vas a +esperar a que sea capitán? Puedes esperar sentada... ¡Pues vaya un +partido que se nos entra por las puertas!</p> + +<p>—¡Yo no lo soy tampoco!—gritó Paquita sin dejar de sollozar.</p> + +<p>—¡Silencio te digo!—exclamó doña Leocadia dando un paso con ademán +amenazador hacia la joven—. Por lo mismo que no lo eres... porque la +desgracia y mis pecados han querido que no lo seas—añadió con voz +sorda—, por lo mismo que no lo eres necesitas pensar como una persona +formal y sin perder el tiempo con un mequetrefe (¡y dale con el +mequetrefe!) que no tendrá bastante nunca para sus vicios... porque los +militares son unos viciosos...</p> + +<p>—¡Todos no!—profirió con energía Paquita—. Además no se necesita ser +militar para ser vicioso.</p> + +<p>Doña Leocadia sintió la estocada en el pecho, quedó un momento suspensa +y dijo suavizando el tono:</p> + +<p>—¿No ves a Paulina la hija de don Ramón que apenas te lleva dos años y +es ya una gran señora con magnífica casa y coche y media docena de +criados y hace viajes a París y Londres cuando se le antoja?...<a name="page_137" id="page_137"></a></p> + +<p>—¡Pocas gracias! ¡Casándose con un viejo!—exclama la niña con risita +sarcástica.</p> + +<p>—¡Don Pancho no es un viejo, deslenguada! Es un hombre en muy buena +edad y vale más que ese alfeñique que así te levanta de cascos... Bueno, +ya hemos hablado bastante... ¡A callar y obedecer!</p> + +<p>Doña Leocadia se arrodilla nuevamente y continúa:</p> + +<p>—Tercer misterio doloroso: de la corona de espinas. Padre nuestro que +estás en los cielos...</p> + +<p>Un olor penetrante y nada grato de guisado llegó hasta nuestra nariz. +Doña Leocadia se detiene, cree percibir humo y exclama volviendo la +cabeza hacia la cocinera:</p> + +<p>—¿Lo ves, Carmen?... La carne se está quemando.</p> + +<p>—Señora, la he dejado separada.</p> + +<p>Doña Leocadia sin replicar se levanta vivamente y marcha hacia la cocina +dejándonos a todos arrodillados y suspensos. La cocinera la sigue +murmurando, aunque ya con alguna vacilación.</p> + +<p>—Señora, la he dejado bastante separada.</p> + +<p>Escuchamos fuerte altercado allá dentro: la voz de doña Leocadia se deja +oír irritada; la de la cocinera sorda y humillada. Por fin entra de +nuevo aquélla exclamando en un tono que nada tenía de resignado aunque +quería parecerlo:</p> + +<p>—¡Oh qué paciencia, Dios mío! ¡oh qué paciencia! ¡oh qué paciencia se +necesita!...</p> + +<p>Se arrodilla y continúa el rosario:</p> + +<p>—Cuarto misterio doloroso: de la cruz a cuestas. Padre nuestro que +estás en los cielos...</p> + +<p>Poco después suena la campanilla de la puerta de la calle. Rita la +doncella, salió a abrir; entró poco después y se arrodilló. Detrás de +ella oímos los pasos de Adolfo que entró en el comedor cejijunto, +sombrío, nos echó una mirada torva y se dejó caer de rodillas con tan +fuerte golpe que a Juanito y a mí nos acometió la risa y nos costó gran +trabajo sofocarla. Su madre volvió la cabeza, le miró severamente y +haciendo un leve gesto de resignación continuó rezando.</p> + +<p>Comprendimos inmediatamente que estaba ebrio. Su<a name="page_138" id="page_138"></a> madre lo comprendió +también, porque de vez en cuando volvía la cabeza y le dirigía una +rápida y tímida mirada.</p> + +<p>Juanito me hacía muecas poniendo el dedo pulgar en la boca con ademán de +beber. Yo no podía reprimir la risa y pellizcaba a Juanito. Paquita +sacudía la cabeza de un modo cómico afectando desesperación. Las +muchachas entre asustadas y risueñas apenas podían rezar.</p> + +<p>Sólo Adolfo permanecía serio, enteramente ajeno al efecto que causaba. +Respondía al rosario con sonidos cavernosos donde nadie podría percibir +señales de oración alguna, bufaba como un buey y se balanceaba como un +barco.</p> + +<p>El balanceo, que al principio era insignificante, se fué acentuando de +tal modo que nos inquietó. Juanito dejó de hacer muecas, Paquita de +sacudir la cabeza y las criadas quedaron graves y suspensas. Todos +teníamos clavada la vista en aquel extraño y alarmante cabeceo temiendo +que acaeciese lo que al fin acaeció.</p> + +<p>Adolfo cayó de bruces sobre el suelo con tanto estrépito que doña +Leocadia dió un salto y quedó de pie. Adolfo no pudo levantarse ya: +abrió la boca y soltó por ella un raudal de vino que pronto se esparció +por el comedor con gran sobresalto de todos nosotros que huimos de aquel +río encarnado y nauseabundo como si fuese lava ardiente del Vesubio. En +particular Paquita se levantaba la falda con tan cómico terror, caminaba +sobre la punta de los pies y hacía tales muecas y cabriolas que Juanito +y yo a pesar del susto reventábamos por reír. Pero no era posible esto +mirando a doña Leocadia, que parecía la imagen de la desolación.</p> + +<p>—¡Jesús mío; qué me pasa!—exclamaba la buena señora mesándose los +cabellos—. ¡Este hijo concluye conmigo!... ¡Qué cruz, madre mía del +Carmen, qué cruz!...</p> + +<p>Entre tanto, Rita, Carmen y Josefa la costurera levantaban a aquel cerdo +del suelo y lo transportaban a su cuarto. Doña Leocadia las siguió +exhalando suspiros y lamentaciones. Una vez solos, Paquita, Juanito y yo +pudimos entregarnos a la algazara y lo hicimos de buen grado. Paquita +nos incitaba a ello con sus monerías. Daba saltos por encima de los +charcos de vino.<a name="page_139" id="page_139"></a></p> + +<p>—¡Qué asco, hijos míos, qué asco! Mi hermanito no se emborracha con +Jerez.</p> + +<p>Pero Carmen, la cocinera, llegó inmediatamente con un cubo de agua y una +rodilla y limpió con presteza aquellas inmundicias. No tardaron tampoco +en aparecer doña Leocadia, Rita y Josefa después de haber dejado metido +en su lecho al héroe de la fiesta. Y ya nos disponíamos a continuar el +rosario cuando sonó nuevamente la campanilla.</p> + +<p>Era un mozo del café de la Plaza que traía una cartita para doña +Leocadia, quien la abrió con viveza y al leerla se puso pálida.</p> + +<p>—Carmen, haz el favor de dar el llavín de la puerta de la calle a ese +muchacho. El señor no viene hoy a cenar.</p> + +<p>Quedó un instante inmóvil con los ojos en el vacío. Su rostro expresaba +tan profundo abatimiento que a todos se nos apretó el corazón. Dos +gruesas lágrimas comenzaron a rodar por sus marchitas mejillas.</p> + +<p>Al fin sacando el pañuelo y enjugándolas se dejó caer nuevamente de +rodillas ante la imagen de la Virgen diciendo con voz apagada:</p> + +<p>—Quinto misterio doloroso: cómo el Hijo de Dios fué crucificado. Padre +nuestro que estás en los cielos...<a name="page_140" id="page_140"></a></p> + +<h2><a name="XVIII" id="XVIII"></a>XVIII<br /><br /> +<small>PRIMERAS LECTURAS</small></h2> + +<p>No será imposible que el lector al llegar a este punto y acaso antes se +haya preguntado: «Pero este novelista que nos da cuenta de su infancia +¿cómo nada dice de sus impresiones literarias, de la influencia que +sobre su espíritu ejercieron los primeros libros que cayeron en sus +manos?»</p> + +<p>¡Ah, caro lector, ahí me duele! Sobre este toque no puedo comunicarte +más que cosas vergonzosas. Bien me apetece decirte, como alguno de mis +colegas, que a los siete u ocho años leía asiduamente la Biblia, me +entusiasmaba con Homero y de vez en cuando para desengrasar me echaba al +cuerpo una tragedia de Sófocles. Quisiera presentarme ante tus ojos como +un niño excéntrico, sombrío, apartado de los juegos de mis compañeros, +gozándose en la soledad, paseando a las orillas de la mar o por los +bosques, llorando y riendo sin motivo aparente, mirando más a las +estrellas que a la tierra. O bien como una maravilla de agudeza y +donaire, enloqueciendo a la familia y los amigos de la casa con sus +ocurrencias felices, despertando la admiración con sus observaciones +penetrantes y preguntas ingenuas.</p> + +<p>Si esto te dijere, lector amigo, te engañaría miserablemente y todo lo +que me resta de vida me remordería la conciencia. Prefiero confesarte +que en mi niñez me agradaba correr y saltar con mis compañeros de +escuela, cazar grillos, jugar a los botones y cambiar de vez en cuando<a name="page_141" id="page_141"></a> +algunos puñetazos. Ni más alegre ni más triste que los demás. Nada de +pasearme solo por la ribera de la mar con la cabellera al viento +desafiando a la tempestad. Nada de llorar sin motivo. Cuando lo hacía +era porque don Juan de la Cruz, mi maestro, me administraba algunos +vardascazos o algún pillastre de Sabugo me cortaba el hilo de la cometa +(sierpe en Avilés) o por otros motivos no menos fútiles y prosaicos. +Caprichos, sí los tenía, pero nada románticos; no creo haber sido nunca +un niño incomprensible; antes bien me parece que todo el mundo me +comprendía perfectamente. Mi originalidad era tan escasa que estaba +desesperado con mi nombre porque no había otro igual en la población y +reprochaba a mis padres interiormente el no haberme puesto Manuel o Pepe +o Antonio. Me desesperaba igualmente cuando mi madre me ponía un traje +nuevo o vistoso y procuraba ajarlo inmediatamente para que no llamase la +atención y semejase a los de mis camaradas. En fin, habiéndome contado +mi padre que en su infancia aborrecía el pan con manteca espolvoreado de +azúcar y que una vez que se había visto obligado a aceptarlo lo había +arrojado a hurtadillas por el balcón, yo que me perecía por este manjar +hice lo mismo (¡con qué dolor de mi corazón!) cuando la madre de mi +amigo Alfonso N. me lo dió cierta tarde para merendar. Me parece que no +se puede llevar más lejos el espíritu de imitación.</p> + +<p>¿Salidas ingeniosas? Dios las diera. Por más que busco y rebusco en mi +memoria algún donaire prematuro, alguno de esos rasgos oportunos que +anuncian un natural privilegiado nada encuentro digno de mencionarse. +¡Cuán feliz sería si pudiera ostentar ante tus ojos como marca de Dios +alguna frase memorable de las que tanto abundan en la infancia de +ciertos escritores! Al leer en sus memorias tales agudezas e +ingeniosidades me entusiasmo, les admiro, con todo mi corazón, aunque no +puedo menos de pensar que acaso les hubiera convenido no salir jamás de +la infancia. Despechado de no hallar en los archivos de la memoria +ningún documento que acreditase mi nobleza intelectual acudí antes de +escribir este libro a una vieja servidora de mi casa, escribí a un<a name="page_142" id="page_142"></a> +hermano de mi padre, único tío que aún conservo. Nada pude obtener más +que simplezas, inepcias, vulgaridades indignas de ser comunicadas.</p> + +<p>En orden a mis tempranas aptitudes para la literatura con tristeza +declaro que a los ocho años aun no habían llegado a mi conocimiento por +conducto de los rapsodas homéridas las hazañas de Aquiles hijo de Peleo +ni los discursos artificiosos de Ulises: nada sabía tampoco de <i>Edipo +rey</i> ni de <i>Edipo en Colona</i>. Mi erudición era bastante limitada en +aquella época y si ahora sé poco, puedes creer, lector, sobre mi palabra +que entonces sabía menos. Quedamos, pues, en que no leía con fruición a +Homero a Sófocles y a Píndaro. En cambio, ¡oh terrible humillación!, me +entusiasmaban las novelas de un señor Pérez Escrich (que Dios perdone) y +de una doña María del Pilar Sinués (a quien Dios perdone también). No +puedo menos de recordar con enternecimiento una del primero titulada <i>El +cura de aldea</i> que me hizo disfrutar placeres increíbles. Mientras la +leía, de tal modo me identifiqué con sus personajes que me parecía vivir +en su compañía y pertenecer a la familia. Me alegraba con sus alegrías, +me sentaba a su mesa, bebía un poco más de lo ordinario en sus inocentes +holgorios, reía con sus chistes no menos inocentes, me hacía el +distraído cuando aquella modista encantadora se ponía a hablar en voz +baja con aquel joven tan simpático, y estaba enteramente resuelto a +prestarles mi eficaz ayuda para desenmascarar y confundir al miserable +que retenía injustamente su fortuna. Y cuando llegaba el caso de llorar +alguna de sus desgracias yo creo que lo hacía mucho mejor y más +copiosamente que ellos. En fin, poco me faltaba para poner por obra lo +que cierta discreta señora amiga mía cuando tenía trece o catorce años: +entusiasmada con una de aquellas divinas modistas creadas por la +imaginación de Pérez Escrich, tomó el dinerito que tenía en la hucha y +se fué con su doncella preguntando por aquélla en todas las casas de la +calle donde el autor había colocado su domicilio para entregárselo.</p> + +<p>Bien sé que esto hará sonreír a mis colegas los precoces lectores de +Homero y Píndaro pero ¿qué voy a hacer?<a name="page_143" id="page_143"></a> Escribo mis memorias, debo la +verdad a mis lectores y prefiero que me reputen por un ser vulgar a +faltar descaradamente a ella. Después de todo no estoy lejos de pensar +como algún filósofo que las cosas no son bellas ni feas, es nuestra +propia alma la que se embellece al contacto de la realidad. La mía, +fresca en aquel tiempo, se embelleció con la música inocente de ciertas +zarzuelas y con la lectura de algunas novelas deplorables como jamás lo +ha hecho después con las obras más sublimes del ingenio humano.</p> + +<p>¿Y por qué deplorables? Si no se hubiera escrito más música que la de +Haydn, Mozart y Beethoven, ni más dramas que los de Esquilo, Sófocles, +Shakespeare, Calderón y Schiller, ni más poemas que los de Homero, +Virgilio, Dante, Milton y Goethe, la casi totalidad de los humanos +bajarían al sepulcro sin haber gozado los placeres inefables que el arte +proporciona. Yo mismo, si hubiera sucumbido antes de los quince años, me +iría al otro mundo sin haber experimentado algunas dulces emociones y +divinos estremecimientos que me han hecho en mi infancia más feliz que +un rey. Seguro estoy de que nadie ha gozado con la <i>Iliada</i> más que yo +con <i>Los tres Mosqueteros</i> de Alejandro Dumas. Y entonces ¿qué?...</p> + +<p>He llegado a pensar que el libro no lo hace el autor sino el lector. +Recuerdo que a la edad de quince años leí el de Michelet titulado <i>El +Pájaro</i>. Es una obra estimada con justicia en el mundo literario como lo +son todas las de este singular escritor. No es fácil imaginar la +impresión deleitosa que me causó su lectura. Aún me veo tendido en un +vetusto y enorme sofá de mi casa de Entralgo con el volumen de roja +cubierta entre las manos. Era una traducción española y presumo que no +debía de ser muy esmerada. Pues a pesar de eso me causó tanto placer que +toda mi vida he recordado aquellas horas felices y he bendecido la pluma +que me las había procurado.</p> + +<p>No hace mucho tiempo cayó por casualidad en mis manos el mismo libro en +francés. Mi conocimiento de este idioma me permite ahora apreciar el +brillo y tersura del estilo de Michelet. Tomé el volumen y como un chico +goloso que guarda en su mesa de noche un pastel<a name="page_144" id="page_144"></a> para regalarse con él a +solas, así puse yo sobre la mía el precioso libro. Esperaba resucitar mi +adolescencia, sentir de nuevo aquellas dulces emociones que tan feliz me +habían hecho y lo abrí con mano respetuosa y trémula.</p> + +<p>¡Qué decepción! ¡Qué amargo desengaño! No es que el libro me pareciese +feo: al contrario, mejor que antes podía reconocer su mérito. Pero no +hallaba en él aquello que en otro tiempo había visto. Me parecía seco, +pálido, y me preguntaba con tristeza. ¿Dónde está ahora aquel pájaro +seductor, aquel poeta alado que saltaba gorjeando delante de mis ojos? +¿Dónde están aquellas representaciones interesantes de sus amores, de +sus sabias construcciones, de sus viajes, de sus costumbres pintorescas? +Comparado el libro con el que yo había leído lo encontraba +admirablemente escrito, pero falto de imaginación y de vida. ¿Es que +carece de esto? No; quien carece soy yo...</p> + +<p>Lejos de mi ánimo la pretensión de resolver ni siquiera plantear el +problema de la subjetividad u objetividad de la belleza. Sólo quiero +indicar a los autores que deben apetecer para sus libros lectores +imaginativos más que cultos. Un crítico distinguirá admirablemente lo +que es bello y lo que es feo en una obra de arte, pero nunca gozará de +ella de modo tan intenso como un adolescente dotado de imaginación y +sensibilidad. ¿Que lo mismo goza con una obra maestra que con una +mediana? Esto no debe de humillar al autor. Si es hombre de corazón y no +excesivamente vanidoso debe deleitarse particularmente con el deleite +que proporciona a los demás. Obsérvese que me refiero a la adolescencia +cuando, si el juicio no es seguro, las impresiones lo son más que nunca. +En cuanto a la infancia no se puede contar con ella tratándose del arte +literario. Los niños no sólo no distinguen sino que rara vez sienten.</p> + +<p>Mientras yo lo fuí me seducían extremadamente las historias de bandidos. +Una de las novelas que más me impresionaron fué la titulada <i>Los siete +niños de Ecija</i> por Fernández y González. Hubo un instante de mi +existencia en que tuve clara vocación de salteador. Felizmente duró poco +tiempo. Después leí las hazañas de<a name="page_145" id="page_145"></a> Bernardo del Carpio y los Doce pares +de Francia y quise ser guerrero. Tampoco duró mucho. Más adelante, +entrando ya en la adolescencia, aspiré a la condición de salvaje leyendo +<i>Los Natchez</i> de Chateaubriand. Esta novela exótica me causó una +impresión profunda y sentimental, no ya puramente imaginativa. Quedé tan +prendado de aquellos <i>pieles rojas</i>, que soñaba con partirme a América +como René y presentarme a algún descendiente del viejo Chactas para que +me afiliase en su tribu después de haber fumado el «calumet de paz». +Soñaba con aquella dulce y hermosa Celuta y hacerla mi esposa. Y me +prometía amarla más y mejor que el hipocondríaco René haciéndola tan +feliz como merecía. Soñaba con la simpática y juguetona Mila a quien +también hiciera mi esposa si no fuera gran pecado la poligamia. Soñaba +con aquel grande, aquel noble Outugamiz hermano de Celuta. Su +inquebrantable lealtad me penetró tanto en el alma que cuando fuí a +Oviedo y escribí a un amigo que dejaba en Avilés empezaba mi carta: «Mi +querido Outugamiz». Todavía recuerdo con incomprensible emoción cierta +excursión por el Misisipí en una noche calurosa del estío. La mayoría de +los guerreros dejó la piragua y se lanzó al agua para hacer el trayecto +a nado: las mujeres los imitaron, y toda aquella muchedumbre se dejaba +arrastrar por la suave corriente del río bajo un cielo tachonado de +estrellas, donde la luna nadaba también feliz y serena como ellos. Los +guerreros se contaban en voz alta sus hazañas y los amantes se +deslizaban cogidos de la mano murmurándose dulcemente sus secretos. Esto +es lo que recuerdo de aquella poética descripción. No sé si me será fiel +la memoria después de tantos años, porque no he vuelto a leer esta +novela. Si ahora lo hiciese no sé por qué imagino que aquellos salvajes, +que tanto me cautivaron, me harían vomitar.</p> + +<p>Cuando alcancé los doce o trece años me placía registrar la biblioteca +de mi padre donde había hallado las obras de Chateaubriand y otros +libros de amena literatura. También los tenía científicos y algunos me +interesaron vivamente. Si no he logrado nunca ser hombre de ciencia he +tenido despierta desde mi infancia la curiosidad<a name="page_146" id="page_146"></a> científica. En uno de +aquellos registros tropecé con un libro extraño ilustrado con unas +estampas horrorosas. Era un tratado de la virilidad.</p> + +<p>—¿Qué es esto?—pregunté a mi padre que estaba escribiendo.</p> + +<p>Levantó la cabeza, miró el libro, me miró a mí fijamente y quedando un +instante pensativo respondió:</p> + +<p>—Léelo.</p> + +<p>Aquella palabra fué mi salvación. Habrá personas timoratas que se +asombren y aun se escandalicen de la audacia de mi padre. Sin embargo yo +bendigo su memoria por ésta como por las muchas cosas buenas que ha +hecho conmigo.<a name="page_147" id="page_147"></a></p> + +<h2><a name="XIX" id="XIX"></a>XIX<br /><br /> +<small>FRAY MELITÓN</small></h2> + +<p>Si el Cielo me concediese una nueva existencia en este nuestro planeta +de la orden de menores y me diera a escoger el sitio donde se deslizase +mi infancia, respondería sin vacilar: ¡Avilés!</p> + +<p>Lo que recuerdo de esta villa es tan amable, tan alegre y pintoresco, +que dudo que en parte alguna de Europa o de América (dejemos el Africa +para los negros y el Asia para los chinos) se encuentre otra que la +supere.</p> + +<p>Sin embargo, nadie se figure que era todo algazara y romerías y +habaneras y pasacalles. Había en nuestra villa más de una docena de +figuras decorativas que no sólo mantenían en ella la respetabilidad y el +decoro sino que la comunicaban esplendor a los ojos del forastero. +Cuando bien temprano, mucho más temprano de lo que yo quisiera, salía de +mi casa para la escuela, encontraba indefectiblemente paseando debajo de +los arcos a uno de nuestros vecinos vestido de levita negra, corbata +blanca, gran pechera con botones de diamantes, sombrero de copa alta, +bastón con puño de oro y botas charoladas lo mismo que si se dispusiese +a ir a la recepción de la embajada de Inglaterra. Allá había estado, +según contaban, varios años: por eso gastaba patillas y era tan +correcto, tan grave y silencioso. Que hiciera bueno que hiciera mal +tiempo, en los días más calurosos de Julio como en los más ateridos de +Enero, por allí paseaba revestido de aquellos ornamentos que me +infundían<a name="page_148" id="page_148"></a> un respeto indecible. Desde el feo asunto de las peras yo no +osaba mirar como antes a su blanca pechera, ni siquiera a sus botas +charoladas.</p> + +<p>Un poco más allá, en los arcos mismos de la plaza paseaba mi tío Víctor, +también de levita. Coronel retirado, luenga barba blanca. Era persona de +tan heroica estatura que cuando se doblaba para darme un beso, yo +pensaba que descendía sobre mí el mismo Padre Eterno con sombrero de +copa.</p> + +<p>Algo más lejos, al comenzar los arcos de Galiana tropezaba debajo de +ellos con otro respetable personaje, don Manolo P. Vestía igualmente +levita y sombrero de copa. Su bastón era una primorosa caña de Indias +con puño de marfil y contera de la misma materia, que rara vez ponía en +el suelo por no estropearla, según se decía maliciosamente en la villa. +Frisaba ya en los cincuenta años; el rostro cuidadosamente rasurado y +tan rojo y congestionado, que daba en violáceo: parecía una figura de la +corte de Carlos IV. Este grave sujeto paseaba con la mayor solemnidad +por delante de su casa, deteniéndose a menudo delante de una hojalatería +próxima a ella y cambiando con el hojalatero algunos pensamientos más o +menos trascendentales. Miraba fijamente a los transeuntes como si +sospechase de su honradez; la mía debía de inspirarle mayores dudas que +la de ningún otro a juzgar por la insistencia con que sus grandes ojos +redondos me seguían. Tenía el título de abogado, pero no ejercía su +profesión; vivía de sus rentas y era un caballero tan digno y venerable, +que como imposible tenía yo que nadie osara faltarle al respeto. Sin +embargo, este imposible se realizó. Un borracho llamado Platina se +acercó a él un día tambaleándose:</p> + +<p>—¿A que no sabe usted don Manolo en qué se parece usted a San Roque?</p> + +<p>—No adivino—respondió nuestro caballero abriendo todavía más sus +grandes ojos redondos.</p> + +<p>—En que San Roque es abogado de la peste y usted es la peste de los +abogados.</p> + +<p>Da grima pensar que en este mundo nadie pueda verse libre de un insulto +soez ni aun los más altos próceres<a name="page_149" id="page_149"></a> que, como éste, son ornato de su +pueblo nativo y orgullo de sus convecinos.</p> + +<p>A la postre él mismo se encargó de faltarse al respeto, pues cuando +menos podía pensarse cayó enamorado de nuestra costurera. La primera +noticia que tuvimos fué por una carta que de él recibió mi madre. En +ella la suplicaba que le permitiese venir algún rato a casa para poder +hablar con su prometida, pues ya la consideraba como tal. La pretensión +era un poco extravagante, pues mis padres no tenían el gusto de +tratarle. Sin embargo, mi madre cedió inmediatamente de buen grado, y he +aquí a nuestro caballero sentado por las tardes en el comedor, entre +ella y la gentil costurerilla, departiendo cortésmente de cosas +indiferentes como un pollastre que hiciese la corte a una damisela +delante de su mamá. La mía le dirigía siempre la palabra sonriendo, y mi +padre, cuando por allí pasaba, lo mismo. Y en la sonrisa de mi madre +había un granito de burla y en la de mi padre dos. Por fin aquel buen +señor se casó y toda su vida se mostró agradecido, colmándonos de +atenciones, prueba irrecusable de la bondad y honradez de la joven a la +cual había unido sus destinos.</p> + +<p>Dicho queda que a más de éstos existían en la villa otros próceres que +realzaban con su majestuosa indumentaria a nuestra villa. Pero estos +próceres no se mantenían como los de otras ciudades, encastillados en su +grandeza ni se oponían o desdeñaban a la juventud bulliciosa. Al +contrario, se les hallaba siempre propicios a proteger y alentar +cualquier proyecto recreativo iniciado por ésta. Algunas veces de ellos +mismos partía la iniciativa. Semejantes a los ancianos de Atenas +consagraban su experiencia a los nobles recreos de la vida y velaban por +el decoro de las fiestas. Mi buen tío Jorge de las Alas, viejo y +achacoso, fué quien creó la Academia de música en Avilés, quien organizó +la sociedad del <i>Liceo</i> y quien llevó a cabo la erección de un teatro +cuando no existía. Merece este infatigable anciano, que tanto contribuyó +a la cultura de nuestra villa, que ésta le erija una estatua. No +hallábamos los jóvenes de Avilés, en estos nobles ancianos, ni una +sonrisa desdeñosa, ni<a name="page_150" id="page_150"></a> una frase severa. Todavía recuerdo que al asistir +por vez primera a un baile del Liceo, no contando aún diez y siete años, +como me hallase apurado porque no podía abrochar mis guantes, el mismo +presidente de la sociedad, que era un respetable caballero con la cabeza +canosa, vino en mi auxilio y logró abrochármelos.</p> + +<p>Avilés guardaba en aquel tiempo más de una semejanza con Atenas. Porque +reinaba la alegría y el decoro y el amor al arte como en la ciudad de +Minerva, y además se vivía en una dulce ociosidad que permitía +consagrarse enteramente a los placeres del espíritu. Para lograr esto +Aristóteles creía necesario un número considerable de esclavos +encargados de alimentar a los ciudadanos. Entre nosotros no existía que +yo sepa más esclavo que un negro muy feo que había traído de América un +indiano llamado don Pancho. Con este negro, que al parecer estaba +siempre ansioso de llevar a los niños malos en un saco, nos amenazaba la +maestra (porque de tres a cuatro años tuve el honor de asistir a un +colegio de señoritas) cuando hacíamos demasiado ruido. Tantas veces nos +había amenazado, sin embargo, que llegamos a despreciar, como +inverosímil, aquella horrorosa perspectiva. Mas he aquí que un día +aciago, al conjuro de la maestra, aparece en la puerta de la sala la +espantable figura del negro de don Pancho con el famoso saco al hombro +haciendo rodar por las órbitas sus ojos de tigre hambriento. No es fácil +describir ni decoroso lo que allí pasó. Toda aquella juventud bi-sexual +se sintió atacada a la vez en el corazón y la vejiga. No volvimos a ser +<i>malos</i> en ocho días.</p> + +<p>Vivíamos, pues, en nuestra villa sin trabajar, como he dicho. Quién +trabajaba para nosotros no me importaba entonces averiguarlo. Cada casa +albergaba un pequeño hidalgo o rentista que disfrutaba serenamente de la +vida, bailando de joven, paseando de viejo. No faltaban artesanos, es +cierto; había carpinteros, chocolateros, hojalateros, pintores, +albañiles; pero casi todos estaban relegados al barrio de Sabugo. Los +que había en la villa eran tan graves personajes casi como los que he +descrito: algunos ya viejos gastaban sombrero de copa alta. Se les<a name="page_151" id="page_151"></a> +trataba con respetuosa consideración, se contaba con ellos para los +festejos y algunos tenían tiempo para consagrarse a la música y la +declamación y alcanzar señalados triunfos, como el ebanista Mariño y el +barbero Manolo.</p> + +<p>Al revés de lo que acaece en las grandes ciudades europeas y americanas, +donde se vive en perpetuo afán y no hay tiempo para nada, en Avilés +había tiempo para todo: si faltaba alguna vez no era ciertamente para el +trabajo sino para divertirse. No existía la fiebre del dinero ni esa +congojosa solicitud por el lucro que envilece las almas y entristece la +vida. El comercio mismo, que por su naturaleza es sórdido, tenía en +nuestra villa un temperamento noble y tranquilo. Los comerciantes +recibían a sus amigos en las tiendas, departían y reían con ellos y +apenas se curaban de la venta de sus artículos. Había un tendero llamado +Braulio que poseía en la calle de la Herrería un bastante bien surtido +almacén de quincalla. Pues este Braulio, cuando un amigo llegaba a +invitarle a jugar al billar o a comer una langosta en el café de Tirita +se ponía el sombrero, cerraba la tienda y se marchaba tranquilamente con +él. ¡Que aguardasen los parroquianos!</p> + +<p>Los próceres, la juventud impetuosa, los comerciantes y los artesanos no +constituían por entero a nuestra villa. Existía, como es justo en ella, +un elemento teológico compuesto por los párrocos de la villa y Sabugo +con sus respectivos coadjutores, el vicario de las monjas de San +Bernardo y hasta una media docena de frailes exclaustrados que habían +quedado vivos en la matanza del año treinta y seis. Había un padre +Cerezo cuya sabiduría nadie ponía en duda, un fray Antonio Arenas +taciturno, bilioso, que cantaba desde el coro de la iglesia de San +Francisco la misa mayor con una voz que envidiaría Satán para dirigirse +a los condenados del infierno, un Manzaneda (ignoro porqué a éste se le +suprimía el <i>fray</i>) y había sobre todo un fray Melitón de perdurable +memoria sobre la tierra y que en el cielo, donde no dudo que se hallará +a estas horas, hará las delicias de los bienaventurados.<a name="page_152" id="page_152"></a></p> + +<p>Este elemento teológico gastaba como el de los próceres levita y +sombrero de copa. Solamente que como correspondía a su elevada dignidad +teológica, las levitas eran mucho más largas y los sombreros mucho más +altos. Cuando de niño veía al padre Cerezo o a Manzaneda debajo de uno +de ellos sudaba de congoja.</p> + +<p>Fray Melitón era el organista de la parroquia. Líbreme Dios de suponer +que tocando el órgano es como alegrará a la corte celestial. Al +contrario, me parece que si a fray Melitón se le ocurriese tocar alguna +vez el órgano en el cielo, no duraría allí mucho tiempo. Lo que +regocijará seguramente a sus hermanos de bienaventuranza es su grande, +inconcebible inocencia. Fray Melitón era un niño de sesenta años. De +medianas carnes y estatura, vigoroso, la faz roja, los ojos débiles, el +pelo negro todavía, hablando siempre a gritos, unas veces enfadado, +otras riendo, jamás tranquilo o indiferente. No pienso que tuviera +licencia para confesar, porque este ministerio exige conocimiento del +corazón humano y fray Melitón no conocía siquiera el suyo; celebraba +misa y tocaba el órgano en las misas solemnes y festividades. De él +estábamos enamorados unos cuantos chicos y él lo estaba de nosotros +aunque no nos escaseaba los coscorrones cuando le molestábamos +demasiado. Si nos hallaba en la <i>Campa</i> jugando a la peonza se detenía +para contemplarnos, nos animaba a gritos, nos aplaudía o nos increpaba +exactamente como si fuese uno de nosotros.</p> + +<p>—¡Eso está bien, carape! ¡Bien! ¡Bien!... ¡Leoncio, eres un burro!</p> + +<p>Si nos tropezaba en el campo Caín se sentaba a nuestro lado y nos +contaba historias milagrosas. Los milagros eran su especialidad. Otras +veces nos hablaba de su convento y nos describía la enorme despensa de +la cual estaba él encargado, los sacos de garbanzos, las pilas de nueces +y avellanas, las filas de jamones colgados del techo; nos pintaba la +huerta donde crecían toda clase de árboles frutales, cerezos, perales, +que daban peras tamaño de una libra, ciruelas claudias y encarnadas, +albaricoqueros de espalera: de tal modo que a los chicos se nos hacía la +boca agua. Recordaba también<a name="page_153" id="page_153"></a> con enternecimiento los grandiosos cerdos +que allí se criaban y nos comunicaba en secreto de qué medios se valía +para hacerles engordar una arroba por semana al llegar el mes de +Octubre. A menudo también se placía haciéndonos preguntas y enterándose +de nuestros estudios y propósitos.</p> + +<p>—¿Qué es lo que tú quieres ser?</p> + +<p>—Yo, militar.</p> + +<p>—¡Bravo! ¡A la lid, valiente!... ¿Y tú?</p> + +<p>—Yo, médico.</p> + +<p>—Mírame la lengua (y la sacaba)... ¿Y tú?</p> + +<p>—Yo quiero ser oidor.</p> + +<p>—¿Oidor? Aguarda un poco que te escarbe los oídos.</p> + +<p>Y echaba mano a la punta de una ramita; con lo cual reíamos a +carcajadas, y él más que nosotros.</p> + +<p>Si alguno le decía que quería ser cura, torcía el gesto.</p> + +<p>—¿Sabes, burro, si tienes vocación para el estado eclesiástico?... +Además, para ganar el cielo no se necesita ser cura ni fraile.</p> + +<p>Y tenía razón, porque él lo hubiera ganado en cualquier condición.</p> + +<p>Entre todos nosotros distinguía particularmente a tres, y yo era uno de +ellos. Por eso cedió a nuestras instancias concediéndonos el honor de +mover los fuelles del órgano, tarea que antes desempeñaba el hijo del +sacristán.</p> + +<p>Detrás del órgano de la iglesia de San Francisco existía, y es posible +que aún exista, un pequeño y obscuro y sucio desván donde se hallan los +fuelles que lo alimentan de aire. Estos fuelles, que eran tres, tenían +cada uno un madero en forma de lanza, bajando el cual hasta tocar el +suelo, el fuelle se hinchaba; luego, a medida que se gastaba el aire +iban subiendo paulatinamente hasta llegar al techo. Me encargué, pues, +de bajar una de estas lanzas y mis amigos de las otras dos. Para +bajarlas necesitábamos colgarnos de ellas, y después que las teníamos a +nuestra altura montarnos encima hasta humillarlas por completo. Así que +lo habíamos conseguido podíamos descansar unos minutos mientras +lentamente los fuelles se deshinchaban y los maderos subían.<a name="page_154" id="page_154"></a></p> + +<p>¿Cómo es posible que allí encerrados medio a obscuras, respirando polvo +y obligados a trabajar como negros sin descuidarnos un instante fuésemos +dichosos? Pues lo éramos y no poco. Estábamos poseídos de nuestro papel, +que juzgábamos principalísimo. Sin nosotros el órgano no sonaría y todo +aquel estrépito que fray Melitón armaba se extinguiría miserablemente y +la gran solemnidad vendría a tierra.</p> + +<p>No recuerdo bien cómo acaeció: me parece que yo estaba contando a mis +amigos en qué forma había entrado un pájaro en el comedor de mi casa y +cómo había podido atraparlo arrojándole una toalla encima. Sea por esto +o por otra causa, lo cierto es que en una ocasión nos descuidamos +olvidando los fuelles. Los maderos habían subido hasta su límite máximo, +tocando en el techo. De pronto se abre con estrépito la puertecita del +coro y aparece por ella la faz congestionada de fray Melitón echando +chispas de sus ojos por detrás de los cristales de las gafas y se lanza +sobre nosotros dejando caer sobre nuestras cabezas una lluvia maléfica +de coscorrones. Sin hacer caso de ellos nos lanzamos a los maderos, para +alcanzar los cuales necesitábamos dar saltos prodigiosos.</p> + +<p>—¡Burros! ¡Más que burros! ¿Para eso os he dejado venir a hinchar los +fuelles? ¡Y en el momento mismo de ejecutar el <i>trémolo</i>!</p> + +<p>Es de saber que cuando en la misa llegaba el momento de elevar la Hostia +Santa fray Melitón hacía ejecutar al órgano un <i>trémolo</i> tan misterioso, +tan solemne, tan patético que no había corazón por duro que fuese que no +se sintiera sobrecogido.</p> + +<p>—¡Dejarme sin aire en el <i>trémolo</i>, nada menos que en el +<i>trémolo</i>!—exclamaba enfurecido sin dar paz a la mano—. ¿No sabíais +que estaba ejecutando el <i>trémolo</i>, burros?</p> + +<p>Yo no conocía entonces esa palabreja. Largo tiempo después cuando +llegaba a mis oídos percibía en la cabeza la sensación vaga de un +coscorrón.</p> + +<p>De aquellos tres hinchadores de fuelles vivimos dos, y estoy en fe que +lo mismo mi compañero que yo los<a name="page_155" id="page_155"></a> hincharíamos de nuevo con placer si +nos volvieran a los doce años.</p> + +<p>Pero no sólo debo a fray Melitón estos momentos de intensa y pura +felicidad: algo más le debo y voy a contarlo sin cuidado alguno puesto +que él no ha de salir de la tumba a llamarme burro otra vez y a darme de +coscorrones.</p> + +<p>En los meses calurosos del estío solía bañarme en la ría con unos +cuantos amigos de mi edad. Apenas salíamos de la escuela salvábamos el +puente de San Sebastián y por el largo malecón de las Huelgas +caminábamos hasta un sitio bien lejano donde pudiéramos desnudarnos sin +faltar al pudor. En sábanas o toallas para secarnos no había que pensar +porque todos se bañaban como yo a escondidas de sus padres. Nos +acurrucábamos un momento al sol y luego nos vestíamos sin aprensión +alguna. Este sistema, que por mucho tiempo me pareció peligroso, lo he +visto hace poco tiempo preconizado por un médico alemán.</p> + +<p>Una tarde por haber tenido que ir antes a casa me vi obligado a caminar +solo hasta el puente donde me habían dado cita mis compañeros. No les +hallé en aquel sitio y pareciéndome que ya habían tomado la delantera me +dirigí sin apurarme por el malecón al sitio acostumbrado. Tampoco +estaban allí. Largo tiempo los estuve aguardando y viendo que no +llegaban me decidí a desnudarme y echarme al agua.</p> + +<p>Era casi la hora de la pleamar; el sol reverberaba todavía sobre la +superficie de la ría que se mostraba brillante y poderosa como un gran +brazo de mar. Me hallaba solitario: sólo allá lejos sobre el malecón +percibí un montón de ropa y en medio de la ría la cabeza de un hombre +que nadaba y que no pude entonces reconocer.</p> + +<p>Sin cuidado alguno, porque estaba bien acostumbrado a ello, me zambullí +y comencé a nadar en la dirección de la cabeza que veía sobre el agua. +No tardé en averiguar que aquella cabeza pertenecía a fray Melitón y +desde entonces con más fuerza me dirigí nadando adonde estaba. Pero él, +que no me reconoció, y a quien<a name="page_156" id="page_156"></a> sin duda molestaba ser conocido se alejó +nadando y yo le seguí con esperanza de alcanzarle. Tanto nadé que al fin +me hice cargo de que me estaba alejando demasiado de la orilla. Pensar +esto, volver la cabeza, ver la orilla lejana y sentir un miedo cerval +fué todo uno.</p> + +<p>El miedo me dejó yerto. Sentí que el frío me penetraba y que pronto iba +a paralizar mis piernas y mis brazos. En fin, sospeché que estaba +corriendo un grave peligro de muerte, y esta sospecha no contribuyó, +como cualquiera puede calcular, a tranquilizarme. Di rápidamente la +vuelta, pero si antes me pareció la orilla lejana ahora me pareció la +misma costa de la América. Entonces me decidí a gritar:</p> + +<p>—¡Fray Melitón! ¡fray Melitón!</p> + +<p>—¿Qué pasa?—respondió éste alarmado por lo extraño de aquel grito.</p> + +<p>—¡Que me ahogo, fray Melitón!</p> + +<p>Fray Melitón nadó con fuerza hacia el sitio donde yo estaba.</p> + +<p>—¿Qué dices, muchacho?—exclamó al mismo tiempo reconociéndome.</p> + +<p>—¡Que me ahogo! ¡que me ahogo!</p> + +<p>—¿No puedes sostenerte hasta que yo llegue?</p> + +<p>—Creo que sí.</p> + +<p>En efecto, así que le vi nadando hacia mí me acudieron repentinamente +las fuerzas, pues sólo el miedo y no la fatiga las había paralizado.</p> + +<p>—¿Qué te pasa?</p> + +<p>—No sé... Creo que tengo frío—respondí por no confesar mi miedo.</p> + +<p>—Cógete al cinturón de mi calzoncillo... ¿Podrás mover las piernas?</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>Y haciendo lo que me ordenaba puse una mano sobre su cintura y con este +solo apoyo y nadando con las piernas llegamos perfectamente a la orilla.</p> + +<p>Una vez allí ¿qué se figura el lector que hizo aquel buen hombre? Pues +emprenderla a mojicones conmigo... ¡por burro!</p> + +<p>—¿Si no sabes nadar grandísimo burro para qué vas<a name="page_157" id="page_157"></a> adonde te cubra? +¡Eres un burro! ¿Quién, si no un burro se va al medio de la ría sin +saber nadar?</p> + +<p>Tantas veces me llamó burro el bueno de fray Melitón que no sé cómo en +aquel mismo punto no me brotaron las orejas.<a name="page_158" id="page_158"></a></p> + +<h2><a name="XX" id="XX"></a>XX<br /><br /> +<small>EL CACHORRILLO</small></h2> + +<p>No recuerdo cuánto me costó. Tengo una idea de que di por ella todo el +dinero que tenía en la hucha, que sumaría lo menos cuatro o cinco +pesetas en calderilla. Además entregué una cadenita de plata, algunos +botones dorados de un frac viejo de mi padre y una navajita que me +habían regalado.</p> + +<p>A pesar de todo quedé convencido de que Ovidio, el hijo del boticario de +la calle de la Fruta, había tenido un momento de extravío y que yo había +abusado miserablemente de este muchacho cambiando aquellas baratijas por +su pistola.</p> + +<p>Porque era una pistola, una verdadera pistola que se cargaba con +pólvora, no uno de esos ridículos juguetes que nos regalaban nuestros +parientes por las ferias de San Agustín y que se disparan con un muelle.</p> + +<p>¿Cómo vino a poder de Ovidio esta arma? Lo más probable es que +perteneciese a un hermano mayor que había llegado de Cuba hacía unos +meses. Lo sospeché pensando en la facilidad y aun la prisa con que de +ella se desprendió. Si hubiera llegado a sus manos por un camino +honrado, es seguro que la habría conservado en su poder con el mismo +agrado, ¡qué digo agrado! con el mismo entusiasmo que yo la hice mía.</p> + +<p>Parece que la estoy viendo con su cañón pavonado y sus llaves bruñidas. +La culata era obscura y charolada. Compré un cuarterón de pólvora y una +cajita de pistones<a name="page_159" id="page_159"></a> y recuerdo con emoción la primera vez que la +disparé. Fué en el bosque de la Magdalena, próximo a Avilés, cosa de dos +o tres kilómetros. Para este trascendental experimento se reunieron +cinco o seis chicos de la escuela. Y en medio de ellos, caminaba hacia +el campo de operaciones pálido y agitado, como si fuese a un duelo. +Después de cargarla cuidadosamente, según las instrucciones que Ovidio +me había dado, después de haber puesto el pistón en la chimenea, +permanecí con ella en la mano presa de amarga incertidumbre. ¿Qué +resultaría de aquello? Mis compañeros y yo nos mirábamos unos a otros y +a todos nos latía el corazón como si se jugase en aquel ensayo nuestra +existencia. Al fin, armándome de valor, me destaqué del grupo, avancé +unos pasos y grité: ¡A la una! ¡a las dos!... ¡a las tres! ¡Pum!</p> + +<p>El estampido causó en nosotros un estremecimiento, pero muy +especialmente en mí, como debe suponerse. Sin embargo, todos al punto +recobran el valor, todos quieren disparar la pistola. Me costó no poco +trabajo reprimir los ímpetus de aquellos héroes. Fuí, no obstante, lo +bastante magnánimo en tal ocasión, para gastar el cuarterón de pólvora y +buena parte de los pistones. Regresamos a nuestros hogares cubiertos de +gloria y con el corazón henchido de sentimientos bélicos.</p> + +<p>Así que se divulgó entre la juventud de las escuelas la nueva de que era +poseedor de aquella arma preciosa, me vi rodeado de aduladores. Cuando +un hombre logra acaparar una cantidad respetable de fuerza, los demás +acuden a él por un impulso irresistible, como las raspaduras del acero +hacia el imán. Tal acaeció al califa Omar, a Pedro el Grande de Rusia, a +Napoleón; tal me acaeció a mí. Desde entonces no me vi libre ya de un +enjambre de cortesanos, especie de guardia fiel, que me seguía a todas +partes ansiando participar de mi imperio y tomar parte en las felices +aventuras que aquel instrumento mortífero había de proporcionarme.</p> + +<p>En la escuela sujetos que antes me despreciaban profundamente, mirábanme +ahora con respeto y me preguntaban al oído misteriosamente:</p> + +<p>—¿Lo tienes ahí?<a name="page_160" id="page_160"></a></p> + +<p>Yo me hacía el interesante.</p> + +<p>—¿El qué?</p> + +<p>—El cachorrillo.</p> + +<p>—Lo tengo.</p> + +<p>—¿Cargado?</p> + +<p>—¡Ya lo creo!</p> + +<p>Entonces aquel sujeto desdeñoso me apretaba la mano con sigilo y se +alejaba en silencio para comunicar a los demás noticia de tanta +sensación.</p> + +<p>Debo advertir, para que el lector no se sobresalte demasiado, que el +cachorrillo estaba cargado solamente con pólvora. Ni a mí se me ocurrió +ni a mis compañeros tampoco, introducir en él ningún proyectil.</p> + +<p>Después de la escuela solíamos irnos a la Magdalena, aldea deleitosa +como pocas, en cuyo bosquecillo habíamos recibido nuestro bautismo de +fuego. Una vez allí, lejos de las miradas, aunque no de los oídos de los +hombres, nos entregábamos a un tiroteo pernicioso que tenía un poco +inquietos a los pacíficos labradores de aquel lugar.</p> + +<p>Sin embargo, las aventuras gloriosas no parecían. Hacía seis u ocho días +que el cachorrillo estaba en mi poder y todavía no había logrado +utilizarlo para algo que pudiera ser narrado algún día a mis amigos de +Entralgo, pues en aquella época no sospechaba que pudiera tener cabida +en mis memorias.</p> + +<p>La fortuna vino en mi ayuda al cabo en forma semejante a la de Don +Quijote. Caminábamos una tarde hacia nuestro acostumbrado retiro de la +Magdalena, cuando acertamos a ver un zagalote de quince a diez y seis +años que corría hacia nosotros siguiendo a una niña como de diez. La +alcanzó presto y comenzó a golpearla cruelmente, a tirarla del pelo y de +las orejas. Entonces yo, con el sentimiento de mi fuerza incontrastable, +le grito osadamente:</p> + +<p>—¡Deja a esa niña, animal!</p> + +<p>Levantó la cabeza, y al ver el ínfimo ser que se atrevía a hablarle de +esta forma, quedó más estupefacto que indignado.</p> + +<p><a name="page_161" id="page_161"></a>—Sí; voy a dejarla—respondió sonriendo sarcásticamente—pero es para +comenzar contigo, granujilla. Y avanzó con terrible calma hacia mí. Yo +en vez de retroceder avanzo también algunos pasos y sacando la pistola y +apuntándole al pecho exclamo colérico:</p> + +<p>—¡Si das un paso más eres muerto!</p> + +<p>Quedó inmóvil, clavado por la sorpresa y dirigiendo la vista a mis +compañeros preguntó:</p> + +<p>—No estará cargada, ¿verdad?</p> + +<p>—¡Sí!... ¡cargada!... ¡está cargada!—le respondieron a un tiempo +todos.</p> + +<p>Entonces el zagalote se pone pálido, vuelve grupas instantáneamente y +emprende a correr gritando:</p> + +<p>—¡No tires, chico!... ¡No tires!</p> + +<p>Yo le sigo corriendo también.</p> + +<p>—¡Vas a morir! ¡Vas a morir!</p> + +<p>—¡Por Dios, no tires! ¡Por Dios, no tires!—clamaba el pobre diablo +volviendo de vez en cuando la cabeza con terror.</p> + +<p>—¡Vas a morir!... ¡Vas a morir!—replicaba yo lúgubremente entre +colérico y alegre.</p> + +<p>Al fin me cansé de seguirle y volví hacia mis compañeros, que me +acogieron con estruendosa alegría. ¡Cuánto reímos, cuánto celebramos +aquel triunfo! No nos hartábamos de recordarlo pintando el miedo de +aquel gran zángano con rasgos cada vez más cómicos. Y así que llegamos a +la villa cada uno de mis compañeros fué una bocina poderosa que esparció +la nueva por todos sus ámbitos.</p> + +<p>De tal modo, que cuando al día siguiente por la mañana entré en la +escuela un poco tarde, todos los ojos se volvieron hacia mí con viva +curiosidad y admiración. Me senté en mi banco, pero aún allí me seguían +las miradas de los compañeros. Yo paladeaba mi triunfo con deleite, pero +en actitud modesta. ¡Ah, cuán lejos estaba de sospechar que tenía cerca +la roca Tarpeya!</p> + +<p>Recuerdo que el maestro se hallaba frente al encerado y nos explicaba +una operación de quebrados. Su amplia levita flotaba majestuosa a medida +que su brazo, provisto de unas mangas postizas de percalina negra para +no ensuciarse, iba trazando cifras y borrándolas después<a name="page_162" id="page_162"></a> con una +esponja. Pero aquel día nadie reparaba en la levita, ni en las mangas de +percalina ni en la esponja ni en las cifras. Toda la atención de la +escuela estaba concentrada sobre mí o, por mejor decir, sobre mi +pistola.</p> + +<p>Uno de mis amigos más íntimos, que estaba cerca, se inclinó y me dijo en +voz baja:</p> + +<p>—Mariano quiere ver la pistola. Déjamela un momento.</p> + +<p>Me resistí porque tenía miedo de que don Juan se volviese de pronto. Sin +embargo, mi amigo insistió y como aquel Mariano era uno de los chicos +más respetables de la escuela por su fuerza y yo le debía algunos +favores, tuve la debilidad de ceder.</p> + +<p>La pistola no se detuvo en las manos de Mariano. Todos los chicos que se +hallaban cerca querían tocarla y fué pasando de uno a otro mientras yo +estaba en brasas mordiéndome los labios y maldiciendo de aquella +peligrosa curiosidad.</p> + +<p>Al fin la pistola comenzó a retroceder lentamente sin que don Juan +volviese la cabeza y pude recuperarla. Pero fuese porque algún chico +hubiera andado con las llaves o porque yo la tomara con harto +apresuramiento en el momento mismo de ir a meterla en el bolsillo se +disparó.</p> + +<p>El estampido fué horroroso. Parecía que la escuela se había venido +abajo. Don Juan cayó de bruces sobre el encerado y permaneció unos +instantes inmóvil. Al estampido había sucedido un silencio de muerte. +Don Juan se volvió al cabo y su faz estaba lívida: quizá contribuyese a +ello el haberla restregado contra las cifras de quebrados que acababa de +trazar. Paseó sus ojos extraviados por la escuela y como advirtiese que +los de todos se hallaban fijos en mí me miró y vió la pistola. Entonces +a paso lento se dirigió al sitio que yo ocupaba.</p> + +<p>No es fácil definir lo que por mí pasaba en aquel momento. Era más que +terror una especie de anestesia de todos los sentidos, una vaga +conciencia de que iba a morir y cierta indiferencia por la muerte. Mi +sangre toda, sin faltar una gota, debió de haberse refugiado en el<a name="page_163" id="page_163"></a> +corazón, porque según me dijeron después mi rostro era el de un cadáver.</p> + +<p>Don Juan llegó al fin hasta mí y me tomó la pistola de las manos; las +suyas temblaban tanto como las mías. Sin pronunciar una palabra se +dirigió a la mesa y depositó sobre ella el arma, despojóse lentamente de +los manguitos, abrió un pequeño armario donde guardaba siempre su +sombrero de copa alta y lo sacó y se lo puso; llamó después al pasante y +habló con él un momento en voz baja; volvió a tomar la pistola, la +examinó detenidamente y cerciorándose sin duda de que no había peligro +alguno la guardó en el bolsillo; luego vino de nuevo hacia mí, me tomó +de la mano y en medio de un gran silencio y expectación salimos ambos de +la escuela.</p> + +<p>La primera idea que acudió a mi mente cuando me vi en la calle de +aquella forma sujeto por la mano de don Juan fué que me llevaba a la +cárcel. Entonces resucitaron dentro de mi pequeño ser todos los +espíritus muertos y me propuse no entrar en ella sino hecho pedazos. En +cuanto aflojase un poco la mano ¡zas! daba un tirón y emprendía la +carrera.</p> + +<p>Pero no la aflojó. Llegamos a la plaza, seguimos por los arcos y en vez +de tomar la calle del Muelle, donde estaba la prisión, seguimos por la +del Rivero. Entonces comprendí que me llevaba a casa y se me ensanchó el +corazón. De mi padre estaba yo bien seguro. Cuando don Juan le explicó +con su habitual compostura y modestia todo el negocio se mostró +grandemente colérico, aseguró que iba desde luego a comenzar sus +investigaciones para averiguar de dónde procedía aquella arma y prometió +que se me castigaría severamente.</p> + +<p>Como yo esperaba, luego que don Juan se hubo ido no hizo otra cosa más +que amonestarme sin demasiada acritud haciéndome algunas reflexiones que +me impresionaron profundamente. En cambio mi madre se alarmó y enfureció +lo indecible, me privó de toda golosina y no me dejó salir a la calle +con mis amigos durante muchos días. Sin embargo, puedo asegurar que las +palabras de mi padre fueron medicina más provechosa.<a name="page_164" id="page_164"></a></p> + +<h2><a name="XXI" id="XXI"></a>XXI<br /><br /> +<small>LA BATALLA DE GALIANA</small></h2> + +<p>No he leído la descripción de esta batalla en ninguna historia +contemporánea. No la he visto tampoco citada en las efemérides de los +almanaques de pared. Creo, por tanto, que se me agradecerá el que venga +a llenar un vacío en la historia militar de España. Si no se me +agradece, peor para los ingratos.</p> + +<p>La calle de Galiana, donde se ha librado, lleva hoy mi nombre. Para que +las futuras generaciones no se equivoquen suponiendo que se le ha dado +por haber sido yo el general victorioso que dirigió esta batalla me +cumple declarar que no he sido en ella más que un humilde soldado y no +del ejército vencedor sino del vencido.</p> + +<p>Descargada así mi conciencia, penetro en los dominios de la historia.</p> + +<p>Entre Rivero y Galiana existía desde hacía muchos siglos un antagonismo +irreductible. Si hablabais a un chico de Rivero de los zagales de +Galiana crujía los dientes y dejaba escapar por la nariz resoplidos de +fiera. Si mentaban delante de uno de Galiana a los rapazucos de Rivero +le veríais poner los ojos en blanco y escupir. Ignoro qué agravios +podían tener los unos de los otros, pero se odiaban como si en la +antigüedad existiese un Paris de Galiana que hubiera raptado a una +Helena de Rivero, o viceversa.</p> + +<p>Por lo tanto los choques eran frecuentes. Sin embargo, aunque se hablaba +entre nosotros de formidables batallas<a name="page_165" id="page_165"></a> libradas en tiempos remotos, +cuya narración circunstanciada se conserva en los archivos del +Ayuntamiento, en el mío no se había efectuado ninguna. Todo se reducía a +operaciones de poca monta y a torneos individuales. Un chico de Galiana +desafiaba a otro de Rivero y a la salida de la escuela se daban de +moquetes en el muelle o en el Campo Caín. Algunas veces eran dos contra +dos o tres contra tres como los Horacios y Curiacios.</p> + +<p>Estos repetidos escarceos mantenían vivo el odio secular. Por tal causa +yo, recluta disponible de Rivero, cuando iba a casa de mi tía Justina, +que habitaba en Galiana, tomaba toda suerte de precauciones hasta llegar +a su puerta. Procuraba hacerlo cuando los chicos estuviesen en la +escuela; jamás los domingos; si podía ir acompañado de una criada mucho +mejor. En este último caso desafiaba impávido las iras de mis enemigos, +que reducidos a la impotencia me lanzaban miradas furibundas y me +enseñaban los puños.</p> + +<p>A mi primo José María por recibirme en su huerta y jugar conmigo a los +caballitos haciendo él de cochero y yo de caballo o viceversa, se le +miraba con desconfianza entre los suyos y estuvo amenazado de un proceso +de alta traición.</p> + +<p>El odio así incubado y creciendo sordamente cada día, forzosamente debía +provocar una catástrofe. Los volcanes que durante muchos años sólo dan +cuenta de su existencia con algunos leves rugidos y un poco de humo, +estallan súbito con formidable erupción.</p> + +<p>Todos sentíamos la necesidad de una batalla que decidiese para siempre +la cuestión de la hegemonía en Avilés.</p> + +<p>Comenzó a trabajar la diplomacia. Nuestro servicio de espionaje nos +informó de que nuestros adversarios habían pactado una alianza ofensiva +y defensiva con los chicos de Miranda, la parroquia rural más próxima a +su barrio. Estos aldeanitos de Miranda eran numerosos y gozaban fama de +osados y aguerridos.</p> + +<p>El caso era serio.</p> + +<p>Por nuestra parte, entonces, se iniciaron secretas inteligencias con los +campesinos de las parroquias de Villalegre<a name="page_166" id="page_166"></a> y la Magdalena, los cuales +nos ofrecieron algunos contingentes. También buscamos apoyo en los +franceses de la «Fábrica de vidrios». Yo fuí comisionado para hablar con +mi amigo Rodolfo Dinten, un francesito rubio, guapo y robusto, hijo de +uno de los principales operarios de la fábrica. Este me sugirió +confidencialmente que aunque sus compatriotas se negasen a intervenir en +la guerra él por su parte se hallaba resuelto a batirse con nosotros +hasta exhalar el último suspiro.</p> + +<p>Las negociaciones diplomáticas y los preparativos técnicos se +prolongaron desde el mes de Marzo al de Mayo. Todos nos hallábamos +extraordinariamente nerviosos. Tragábamos sin apetito la merienda que +íbamos a buscar a casa después de la escuela y nos eternizábamos en +inacabables conversaciones que se prolongaban hasta la noche. Nuestro +Estado Mayor concertaba el plan de la batalla con tanto desconcierto que +enronquecía a fuerza de discutir y no acababa de concertarse. La demora, +sin embargo, aunque forzosa, no dejaba de convenirnos. La preparación +era más sólida y escrupulosa; nuestras alianzas se consolidaban. Por +otra parte deseábamos que la batalla se librase en una de las tardes más +largas del año, porque no estábamos seguros de parar el curso del sol +como Josué.</p> + +<p>Al fin quedó resuelto que fuese el próximo sábado al salir de la +escuela. La batalla debía reñirse por convenio tácito entre ambos +ejércitos en la calle de Galiana por razones especiales que paso a +exponer.</p> + +<p>Esta calle, según se asciende de la Plaza, tiene a la derecha amplios +soportales bastante elevados sobre el resto de la vía, por donde +discurren los transeuntes. La parte baja, destinada casi exclusivamente +a los vehículos de rueda, no contaba a su izquierda en aquel tiempo con +edificio alguno. Por lo tanto allí se podía combatir libremente sin +grave riesgo para los neutrales.</p> + +<p>Apenas terminado el rosario, que dirigía siempre los sábados nuestro +venerable maestro don Juan de la Cruz, salimos tumultuosamente de la +escuela y fuimos todos a formar en los soportales de Rivero. Allí +teníamos preparadas nuestras municiones, un gran montón de piedras<a name="page_167" id="page_167"></a> con +las cuales llenamos nuestros bolsillos hasta desgarrarlos. Ningún +guerrero que yo sepa pudo aquella tarde tragar la merienda.</p> + +<p>Una gran decepción nos aguardaba. Los prometidos contingentes de +Villalegre y la Magdalena no acababan de llegar. En cambio la Francia +estaba magníficamente representada por una docena de chicos de la +fábrica, ágiles, vigorosos, atrevidos como lo son casi siempre los +soldados de esta heroica nación.</p> + +<p>Cansados de esperar inútilmente, nos decidimos al fin a prescindir de +las fuerzas aliadas rurales y en apretada falange nos dirigimos en +silencio hacia Galiana.</p> + +<p>Formados también y cada cual con su piedra en la mano nos aguardaban +allí nuestros enemigos. Una gran gritería nos acogió y una espesa nube +de piedras cayó casi al mismo tiempo sobre nosotros. De nuestras manos +partió inmediatamente otra descarga no menos temerosa.</p> + +<p>El fuego se generalizó. Durante algún tiempo ambos ejércitos mantuvieron +sus posiciones respectivas. Después comenzó el vaivén natural en estos +casos; tan pronto avanzábamos como retrocedíamos.</p> + +<p>¿Había muchos heridos? No, porque unos y otros procurábamos conservar +saludable distancia y los proyectiles rara vez alcanzaban a nuestras +filas. Por desgracia yo fuí uno de los pocos alcanzados. Una piedra me +dió en la mejilla y me sacó sangre. Para enjugarla eché mano de mi +pañuelo sin recordar que con él había limpiado hacía un instante el +banco de la escuela donde se me había vertido el tintero. Puede +figurarse cualquiera lo que sucedería. Entre la sangre y la tinta +mezclada mi rostro ofrecía un aspecto tan aterrador, según me aseguraron +después mis compañeros, que estuvo a punto de hacer flaquear su ánimo. +Sin embargo, yo no sentía dolor alguno y seguí combatiendo hasta el +final.</p> + +<p>La batalla se prolongó así largo rato. Al fin observamos con alegría que +el enemigo comenzaba a retroceder sin tratar de recuperar el terreno +perdido. Este retroceso inesperado nos envalentonó de tal suerte que nos +arrojamos a perseguirlo de cerca y con brío. Así fuimos llevándole hasta +lo más alto de la calle. Mas cuando ya le<a name="page_168" id="page_168"></a> creíamos en plena derrota y +próximo a refugiarse cada cual en su vivienda, he aquí que surge de +improviso de los soportales donde se hallaba escondido un enjambre de +chicos de Miranda que cayó sobre nosotros acribillándonos a pedradas.</p> + +<p>Aquel retroceso había sido una traidora emboscada.</p> + +<p>En nuestras filas la sorpresa produjo bastante turbación y retrocedimos +desordenadamente. Pronto nos repusimos, sin embargo, y comenzamos a +disputar el terreno palmo a palmo.</p> + +<p>Sin duda la retirada era de absoluta necesidad. El ejército enemigo, +engrosado con aquel socorro, era muy superior al nuestro. Supimos, no +obstante, llevarla a cabo con tanta serenidad y acierto que quedará en +la historia como uno de los más famosos hechos de armas. No fué tan +larga y difícil como la de los diez mil griegos mandada por Jenofonte, +pero sí tan peligrosa.</p> + +<p>Por medio de hábiles y furiosos contraataques de nuestra retaguardia +mantuvimos en respeto al enemigo. Rodolfo Dinten, Sidrín el +<i>Chocolatero</i>, Luis Orovio, Floro Vidal realizaron prodigios de valor y +sangre fría. Es deplorable que tales hazañas permanezcan sepultadas en +los archivos del Ayuntamiento y no alcancen en nuestro país la +notoriedad que merecen.</p> + +<p>Nos retirábamos pues en perfecto orden y causando daño al enemigo cuando +al llegar al sitio en que la calleja de los <i>Cuernos</i> confluye con la +calle de Galiana observamos que un grupo numeroso de enemigos se +precipitaba por ella. Esta calleja, cuyo nombre harto agresivo supongo +que ya se habrá cambiado por otro más apacible, termina en la calle de +la Cámara, la cual a su vez desemboca en la Plaza. De modo que nuestros +enemigos marchando por ella podían tomarnos entre dos fuegos. Si el +lector se procura un plano de Avilés podrá seguir, mediante mis +indicaciones, los accidentes y episodios de esta memorable batalla.</p> + +<p>Inmediatamente nos dimos cuenta del peligro que ofrecía aquella maniobra +envolvente. Nuestra retirada se hizo entonces más rápida aunque sin +llegar al desorden. El lector no se admirará de ello porque tampoco a +él<a name="page_169" id="page_169"></a> le agradará seguramente que le cojan por la espalda.</p> + +<p>Nuestros enemigos, juzgándonos en vergonzosa huída cerraron la distancia +de sus líneas y nos persiguieron más de cerca. Uno de ellos bien osado +llegó a ponerse en contacto con nuestra retaguardia. Este guerrero +temerario era <i>Belín</i>, uno de los más valientes campeones de Galiana.</p> + +<p>Confieso que a todos nos infundía respeto aquel héroe. No era un +señorito, sino hijo de un menestral, fuerte por naturaleza y contando +algunos años más que nosotros. Algunos suponían que tenía ya catorce. Yo +no creo que hubiese alcanzado una edad tan avanzada. De todos modos nos +llevaba la cabeza en estatura y mucha ventaja por la fuerza de sus +puños. Fiando en esta fuerza el insensato no sólo se puso en contacto +con nuestra retaguardia sino que penetró en ella y no satisfecho aún +avanzó casi hasta el centro de nuestras tropas asestando terribles +puñetazos a uno y otro lado.</p> + +<p>Entonces por movimiento instintivo y simultáneo, sin que la voz de +ningún jefe hubiese dado la orden, las filas se apretaron contra él de +modo que le hicieron imposible toda ofensiva. Trató con fuertes +sacudidas de romper aquella espesa red que le sujetaba, pero fueron +inútiles sus esfuerzos.</p> + +<p>Arrastrándole de esta suerte en nuestra retirada llegó con nosotros +hasta la Plaza. El enemigo, que había visto con dolor la desaparición de +uno de sus caudillos más reputados, trató de rescatarlo persiguiéndonos +todavía en un paraje donde sabía perfectamente que estaba prohibida la +lucha armada. Pero en aquel instante la fuerza coercitiva del Estado, +representada por el octogenario alguacil Marcones, hizo su aparición +habitual; levantó amenazador su viejo bastón de espino, y súbito las +fuerzas de Galiana quedaron paralizadas y no tardaron mucho en retraerse +a sus antiguas posiciones.</p> + +<p>Un rugido de alegría se escapó de nuestros pechos. Habíamos perdido la +batalla pero teníamos en nuestro poder a Belín, al mortífero Belín, +orgullo y esperanza de su barrio. Todavía quiso zafarse poniendo en +tensión sus músculos poderosos, mas todos sus intentos se estrellaron<a name="page_170" id="page_170"></a> +contra el número incalculable de manos que le sujetaron. Entonces, +comprendiendo que no existía posibilidad de salvación cesaron sus +esfuerzos y adoptó una postura altanera y estoica que nos impresionó +profundamente. Ni un grito, ni una palabra, ni un movimiento: se dejó +conducir tranquilamente.</p> + +<p>¿Adónde? He aquí la pregunta que nos hicimos en seguida. Deliberamos +ansiosamente porque el tiempo apremiaba. No conocíamos en nuestras +tierras fortaleza alguna donde pudiéramos guardarlo, y estábamos ya a +punto de dejarle en libertad cuando uno de nuestros compañeros tomó la +palabra para manifestar que en su casa había una cuadra donde no se +guardaba caballería alguna desde hacía largo tiempo y que bien podría +hospedar a nuestro prisionero.</p> + +<p>Así se realizó punto por punto. Le llevamos hasta el final de la calle +de Rivero. Nuestro compañero entró en su casa, y cerciorándose de que +nadie podía estorbar nuestro designio, hizo una señal, y cuatro números +sujetando al prisionero le introdujeron secretamente en la cuadra y allí +le dejaron amarrado al pesebre. Lo que todavía hoy me admira al +recordarlo, es que se dejó atar sin oponer resistencia, sin pronunciar +siquiera una palabra.</p> + +<p>Era un caudillo de rara energía y sus ideas acerca del honor militar +dignas de aplauso.</p> + +<p>¿Cómo llegó a conocimiento del propietario de la casa y papá de nuestro +compañero que tenía en su cuadra amarrado un bípedo en vez de un +cuadrúpedo? Nunca pudimos averiguarlo. Lo cierto es que no se había +pasado todavía media hora, cuando en un estado de cólera increíble bajó +a la cuadra, desató al noble adalid de Galiana y con las mismas cuerdas +que le aprisionaron aplicó tantos zurriagazos al alcaide de la fortaleza +que seguramente no le quedaron más ganas en su vida de guardar +prisioneros.</p> + +<p>Este famoso Belín logró más tarde a costa de laudables esfuerzos seguir +y terminar la carrera de Medicina. Se llamó don Abel García Loredo y fué +uno de los facultativos más acreditados de Oviedo, donde falleció hace +bastantes años.<a name="page_171" id="page_171"></a></p> + +<p>Alguna vez sentados en los divanes del Casino nos entreteníamos +alegremente recordando nuestra edad infantil. Cuando yo le traía a la +memoria este episodio reía a carcajadas exclamando:</p> + +<p>—¡Cosas de la guerra!<a name="page_172" id="page_172"></a></p> + +<h2><a name="XXII" id="XXII"></a>XXII<br /><br /> +<small>EL SUICIDIO DE ANGUILA</small></h2> + +<p>Los lectores se acordarán, seguramente con horror, de aquel bandido +apodado Anguila, que en compañía de otro facineroso a quien llamaban +Antón el zapatero, nos asaltó en el camino de San Cristóbal a mi amigo +Alfonso y a mí cuando nos propusimos hacer vida solitaria y eremítica.</p> + +<p>Voy a narrar ahora en qué forma intentó despojarse de la vida este +sujeto.</p> + +<p>Pero antes bueno es que comunique al universo entero, para que nadie se +equivoque respecto a su temperamento moral, algunos datos que le han de +hacer más odioso. Si aún vive (cosa que sentiría) no dudo que +experimentará honda confusión y vergüenza y esto es precisamente lo que +me propongo.</p> + +<p>Es de saber que después de haberme maltratado indignamente so pretexto +de enseñarme el ejercicio de las armas, me obligaba a hacerle el saludo +militar cada vez que le encontraba en la calle. Y si me descuidaba de +ello me lo recordaba dolorosamente con un puntapié o una bofetada. Al +aproximarse a él era necesario cuadrarse y hacerle la venia. Entonces +dirigiéndose a sus compañeros les decía guiñando un ojo:</p> + +<p>—A este chico le he enseñado yo el ejercicio. Por eso me respeta +siempre como su capitán.</p> + +<p>Este payaso inmundo era popular en Avilés y sus farsas muy celebradas. +¡A tal punto puede un pueblo equivocarse respecto al valor de sus +hijos!<a name="page_173" id="page_173"></a></p> + +<p>Por las ferias de San Agustín acudían a nuestra villa muchos forasteros. +Algunos llegaban de Madrid. Anguila tenía noticias de esta gran ciudad, +no por la Geografía, pues seguro estoy de que en su vida había tomado un +libro en las manos, sino por las noticias fantásticas de estos +forasteros. Entre ellos había quien divertía sus ocios arrojando monedas +de cobre envueltas en un papel desde el muelle a la hora de la marea, +para que los pilluelos zambulléndose las cogiesen con los dientes.</p> + +<p>Anguila sobresalía de tal modo en tan noble ejercicio que no tenía +rival.</p> + +<p>Jamás se había visto en Avilés un pez más acuático que Anguila.</p> + +<p>Cuanto pueda hacer un cetáceo dentro del agua él lo hacía.</p> + +<p>Yo creo que algo más.</p> + +<p>En las mareas vivas se arrojaba de cabeza a la ría desde el puente de +San Sebastián, que tenía una altura considerable, desaparecía de nuestra +vista y al cabo de largo tiempo surgía allá lejos, muy lejos, haciendo +muecas horrorosas. Y como su piel era dura, negra, curtida y como el +cabello cerdoso le llegaba hasta cerca de los ojos, cuando asomaba medio +cuerpo fuera del agua parecía realmente una foca marina apresada en las +costas de Terranova.</p> + +<p>Pero el momento en que se mostraba con verdadero esplendor su naturaleza +de anfibio era en las fiestas náuticas celebradas durante las ferias de +San Agustín. Se puede afirmar que Anguila era el héroe de estas fiestas. +Ninguno logró jamás divertir tanto al público ni hacerse aplaudir tan +calurosamente. Si se trataba de atrapar un bolsillo con dinero colocado +en la punta de un mástil horizontal bien untado de sebo, Anguila a +fuerza de intentarlo y caer infinitas veces al agua lograba al fin con +destreza increíble apoderarse del dinero y al arrojarse al agua con el +bolsillo en la mano lanzaba un ¡hurra! estentóreo al cual respondía el +público con estruendoso palmoteo.</p> + +<p>Cuando había carreras de patos y a estos desgraciados animales se les +colgaba con la cabeza abajo de un<a name="page_174" id="page_174"></a> bauprés, y los botes pasaban a todo +remo por debajo conduciendo los efebos desnudos en pie sobre la popa, +era de ver a Anguila lanzarse al aire como un pájaro de presa y clavar +sus garras en el cuello del pato y quedar colgado de él hasta que se lo +arrancaba.</p> + +<p>Que me perdonen los manes de los señores de la comisión de festejos de +la villa si afirmo que tal recreo era bárbaro, cruel y digno solamente +de un hereje como Anguila.</p> + +<p>Cuentan que éste durante unas ferias llegó a ganar la respetable +cantidad de ocho duros y que una vez rico concibió la idea de viajar. +Comunicóla con Antón el zapatero, su cómplice, y como éste le diese su +aprobación determinaron para dar comienzo trasladarse ambos a la capital +de España.</p> + +<p>Nada de cuanto voy a narrar he presenciado. Lo sé por la voz pública. +Pero como hizo mucho ruido en Avilés y no dejará de haber allí algún +personaje prehistórico que lo recuerde no temo garantizarlo como +rigurosamente exacto.</p> + +<p>Salieron, pues, una mañana estas buenas piezas de nuestra villa sin dar +un tierno adiós a sus familias y llegaron a Oviedo en una jornada +caminando a pie, como era entonces la moda. Hicieron noche en esta +ciudad, durmiendo al aire libre, lo cual no puede ser más higiénico, y +al día siguiente prosiguieron su marcha hacia León, adonde llegaron al +cabo de cuatro.</p> + +<p>Una vez en León ¿qué impresiones agitan el ánimo de Antón el zapatero a +la vista de esta ciudad? Nada menos que un sentimiento de nostalgia +irresistible. Al menos esto fué lo que hizo presente a su compañero +Anguila. Lo que no dijo es que todas aquellas noches había tenido +pesadillas espantosas. Veía constantemente a su padre con el tirapié en +la mano haciéndole reflexiones. Y pensando, sin duda, que estaba amagado +a un desarreglo del estómago o quizá a la neurastenia determinó volverse +a respirar de nuevo los aires natales.</p> + +<p>Anguila trató de oponerse, pero fué en vano. Se discutió largamente el +asunto y al cabo quedó resuelto que Antón se volviera y Anguila +continuaría solo el viaje.<a name="page_175" id="page_175"></a></p> + +<p>Inmediatamente se presentó un problema que siempre es de difícil +solución, al menos en nuestro planeta, el problema del dinero. Antón +quería llevarse la mitad de lo que había en caja, o sea sesenta reales. +Anguila no quería darle más que veinte. Hubo disputa muy agria y +estuvieron a punto de venir a las manos. Al fin predominó el dictamen de +Antón, porque si Anguila semejaba mucho a un gorila, Antón era un +verdadero tigre de Hircania.</p> + +<p>Cuando este tigre llegó a su madriguera de Avilés no se sabe lo que allí +pasó; pero entre nosotros los chicos de la escuela corrió como muy +válido el rumor de que había tenido que ir al médico para arreglarle la +piel. Mentiría si dijese que no me había alegrado.</p> + +<p>En cuanto al gorila, así que se vió solo crecieron sus ánimos, cosa que +nada tiene de sorprendente tratándose de un animal salvaje.</p> + +<p>El ferrocarril del Noroeste de España no llegaba entonces más que a +León. Anguila se fué a la estación, comió un panecillo y un pedazo de +queso en la cantina, bebió un vaso de vino y se puso a dar paseos +gravemente por el andén, como un rentista, esperando la hora del tren. +Preguntó cuál era la estación más próxima y como le nombrasen Torneros, +cuando llegó el momento de sacar los billetes pidió en la taquilla uno +de tercera para Torneros, que le costó solamente algunos céntimos.</p> + +<p>Los viajeros eran numerosos porque se acumulaban los que habían llegado +en las diligencias de Asturias y Galicia: Anguila observó en qué coche +había más gente y allí se encajó. En los departamentos de tercera suele +viajar la gente menos aromática pero también la más franca y afectuosa. +Fuera del coche podrán ser los unos para los otros lobos feroces, pero +en cuanto allí se acomodan todo es cordialidad y alegría y fraternidad y +cuchipanda. Los caballeros no llevan abrigos de pieles sino groseros +sacos al hombro; las señoras enormes cestas cargadas de legumbres en vez +del primoroso <i>cabás</i> con las joyas; mas no por eso maldicen de la +existencia.</p> + +<p>A esta sociedad trató de hacerse pronto simpático Anguila, y lo +consiguió fácilmente. A uno le quitaba el<a name="page_176" id="page_176"></a> viento con su gorra para que +pudiese encender el cigarro, a otro le desembarazaba del saco o de la +cesta colocándolos debajo del asiento, a los niños les sentaba sobre sus +rodillas y les enseñaba juegos de manos. Nada de esto necesitaba para +obtener la benevolencia de los viajeros, porque repito que en los coches +de tercera se practican todas las virtudes cristianas de una vez.</p> + +<p>A los quince minutos era allí popular. Uno le regalaba la mitad de un +chorizo, otro le daba nueces, otro le hacía beber un trago de su bota, y +había quien le daba pescozones cariñosos llamándole granuja. El se +dejaba querer. Por supuesto, había tenido cuidado de manifestar que iba +a Madrid, de lo cual nadie dudó porque llevaba siempre empuñado su +billete en la mano izquierda.</p> + +<p>Mas he aquí que hallándose asomado a la ventanilla cuando el tren +marchaba a toda velocidad, se le oye lanzar un grito lastimero. +Inmediatamente vuelve la cabeza con tales señales de consternación en el +rostro, que los viajeros, asustados, le preguntan a un tiempo:</p> + +<p>—¿Qué te pasa, chico?</p> + +<p>—¡Se me cayó!, ¡se me cayó!—gimió Anguila desesperadamente.</p> + +<p>—¿Qué te ha caído?</p> + +<p>—¡El billete...! ¡Se me cayó el billete!</p> + +<p>Y sus mejillas se bañan de lágrimas porque este pícaro tenia la rara +facultad de llorar cuando le daba la gana. Lloraba tan amargamente y +estaba tan feo llorando, que todos se sintieron conmovidos.</p> + +<p>—¿Pero cómo fué eso, chico?</p> + +<p>Él, entre suspiros y lágrimas, explicaba que no sabía cómo había sido... +Estaba descuidado..., la mano se le había aflojado..., el viento era muy +fuerte. Y venga llorar y suspirar y moquear.</p> + +<p>—No te apures niño—dijo uno—. Ya veremos cómo se arregla eso.</p> + +<p>—¡Ya lo creo que se ha de arreglar! ¡No faltaba más!—exclamó otro.</p> + +<p>Inmediatamente se formó un conclave y se discutió con calor el asunto. +Los hombres, en general, opinaban que cuando llegase el revisor se le +debía explicar con<a name="page_177" id="page_177"></a> franqueza lo acaecido, pensando que sería suficiente +para que no hiciese bajar al muchacho. Las mujeres no se fiaban del +revisor, encontraban más seguro ocultar al chico, para lo cual había +bastante acomodo con sus faldas.</p> + +<p>Predominó, como siempre, la opinión de las mujeres. Unos y otros se +estuvieron relevando a la ventanilla para espiar la venida del empleado +y cuando le vieron, Anguila se hizo un pequeño ovillo de algodón y quedó +disimulado entre los pliegues de una basquiña.</p> + +<p>Los viajeros hallaban tan divertido este juego, que reían sin cesar. +Trataban a aquel malhechor con afectuosa atención y le regalaban y le +mimaban como si fuese su propio hijo.</p> + +<p>Al llegar a Madrid también pasó la puerta de la estación oculto entre +tres o cuatro mujeres que se apretaban unas contra otras más de lo +razonable. En cuanto se vió fuera y libre despidióse de aquella buena +gente diciendo que iba en busca de un hermano que allí tenía, y se lanzó +a las calles de la corte tan alegre como el pájaro que por vez primera +abandona el nido.</p> + +<p>Era necesario estirar, cuanto fuese posible, los tres duros mal contados +que tenia en el bolsillo. Por lo tanto, en vez de montar en un coche de +punto y hacerse trasladar al hotel de París, compró un bollo de pan en +el primer puesto que halló y por dos cuartos más tomó el café con que le +brindaba un vendedor ambulante en la esquina de la Cuesta de San +Vicente.</p> + +<p>Aquella noche durmió patriarcalmente sobre uno de los bancos de la plaza +de Oriente.</p> + +<p>Se propuso aprovechar el tiempo y no partir de Madrid sin ver todo lo +que de notable encierra, ya que calculaba que no había de permanecer +muchos días. Todo lo visitó, pues, rápidamente, las calles principales, +los barrios bajos, la Casa de Fieras, el Palacio Real, los Museos, los +teatros, el Congreso de los Diputados, etc., etc. No hay para qué +advertir que lo vió todo por fuera porque Anguila había vivido siempre +al aire libre y no era cosa de romper con sus hábitos. Los leones de +bronce del Congreso, acabados de fundir con los cañones tomados<a name="page_178" id="page_178"></a> a los +moros, le interesaron muchísimo. No entró en el Salón de Conferencias +porque odiaba la política. En cambio, como el Derecho penal era su +especialidad, asistió muy cerca y sin perder un detalle a la ejecución +de un reo en el Campo de Guardias. Lo que algo vale algo cuesta. Su +curiosidad científica le costó algunos puntapiés de los agentes de Orden +público, pero los dió por bien empleados puesto que había logrado +presenciar un espectáculo que ni Antón el zapatero ni ninguno de sus +camaradas de Avilés verían probablemente en su vida.</p> + +<p>Ignoro cuántos días empleó en ilustrar su joven inteligencia de esta +suerte. No debieron de ser muchos, porque aunque la cama le salía +barata, los comestibles eran caros ya en aquella época. De todos modos +tan agradable temporada se hubiera prolongado un poco más, si no fuese +porque una mañana, al despertarse en su marmóreo lecho de la plaza de +Oriente, se encontró con que durante el sueño le habían desembarazado de +las pocas pesetas que le quedaban. No lloró, porque Anguila aborrecía +las cosas inútiles. Se contentó con proferir con voz recia sucesivamente +y en ristra, todas las blasfemias y palabras sucias que había logrado +aprender en su pueblo natal. Se dirá que esto es también inútil. No +tanto; algunas blasfemias proferidas con adecuada entonación, pueden +salvar a un hombre de un derrame biliar o cólico nefrítico.</p> + +<p>Aunque libre por el momento de estos accidentes, Anguila no pudo menos +de pensar que su situación distaba un poco de ser brillante. Poco +después comprendió, igualmente, que si algo había indispensable para él +en aquel momento era almorzar. En consecuencia, dirigió sus pasos hacia +la taberna donde solía hacerlo desde que había llegado, comió lo que +tenía por costumbre y aprovechando la distracción de la tabernera que, +por otra parte no le vigilaba considerándole ya como parroquiano, logró +salir sin ser notado y se alejó velozmente de aquellos lugares. Era +domingo. Estábamos en los primeros días de Septiembre; el tiempo +espléndido; temperatura agradable; grande animación por las calles. +Aunque<a name="page_179" id="page_179"></a> sus negocios le preocupaban un poco, Anguila gozó como cualquier +ciudadano bien acomodado de estas ventajas naturales y sociales. +Recorrió las calles, entró en las iglesias, paseó por la acera de las +Calatravas y cuando llegó la hora se fué, como siempre, a escuchar la +música y presenciar el relevo de la guardia del Palacio Real. En la +Puerta del Sol vió a unos chicos limpiando el calzado de los transeuntes +y, súbitamente, le acometió la idea de hacerse limpiabotas. Pero apenas +nacida la idea la desechó con desprecio. ¡Limpiabotas! ¡Puf! Lo último +que él sería en este mundo.</p> + +<p>No hay forastero en Madrid que los domingos por la tarde no vaya a +pasearse a la Castellana o al Retiro. Anguila optó por este último +punto, como más pintoresco y divertido. El real sitio, del cual todavía +una parte estaba vedada para el público, rebosaba de gente. La burguesía +madrileña se derramaba por sus caminos arenosos produciendo con su +charla y su risa un gozoso rumor que Anguila aspiró deliciosamente. Le +parecía hallarse todavía en las ferias de Avilés. Innumerables niños que +corrían riendo, gritando y se caían y lloraban, señoras elegantísimas, +mancebos que jugaban a la pelota, grupos de hermosas jóvenes que +saltaban a la cuerda, apuestos militares que las miraban y +requebraban... Pero lo que más atraía su atención y más le interesaba +era, como debe suponerse, el gran estanque que surcaban algunas +barquichuelas tripuladas por marineritos acicalados como los de las +cajas de bombones. Puede calcularse el desprecio y la risa que a Anguila +inspiraban estas barcas y estos marineros.</p> + +<p>Aquel día se amontonaba una muchedumbre inmensa en las orillas del +estanque. Anguila miraba al estanque, miraba a la gente y se hallaba en +un estado contemplativo sin pensar absolutamente en nada cuando de +pronto nace en su cerebro una idea maravillosa.</p> + +<p>Fué una de esas ideas que sólo acuden a los hombres cuando Dios quiere +demostrarles que su providencia jamás deja de velar por ellos.</p> + +<p>Dió vuelta lentamente al estanque y después de haberse cerciorado dónde +había más gente y dónde estaban<a name="page_180" id="page_180"></a> más lejanas las lanchas, se encarama +velozmente sobre la barandilla de hierro, da un grito desgarrador y se +precipita en el agua.</p> + +<p>A este grito contestaron otros cien que partieron de la muchedumbre.</p> + +<p>—¡Un niño se ha caído al agua!</p> + +<p>—¡No; se ha tirado! ¡Lo he visto yo!</p> + +<p>—¡Se ha caído!</p> + +<p>—Le digo a usted que se ha tirado.</p> + +<p>Anguila había desaparecido debajo del agua y quedó oculto unos +instantes, pero al cabo asoma el rostro haciendo muecas horribles, +agitando las manos como quien lucha con la muerte. Vuelve a sumergirse y +otra vez aparece gesticulando, chapoteando, gritando:</p> + +<p>—¡Madre!... ¡Madre del alma! ¡Socorro!</p> + +<p>—¡Que se ahoga ese niño! ¡Salvad a ese niño!—gritaban de todas partes.</p> + +<p>Anguila desaparecía otra vez, permanecía unos instantes bajo el agua y +de nuevo aparecía con el rostro más descompuesto todavía, exhalando +gemidos lastimeros.</p> + +<p>El público se agitaba, gritaba, pero nadie se atrevía a tirarse al agua. +Hay que comprender que Madrid es el pueblo más interior de España.</p> + +<p>Las mujeres convulsas, frenéticas increpaban a los hombres.</p> + +<p>—¡Salvad a ese niño, cobardes!</p> + +<p>Las lanchas se hallaban en el extremo opuesto. Una de ellas venía ya +remando hacia el sitio, pero antes de que llegase tenía tiempo el chico +de ahogarse diez veces.</p> + +<p>Al fin un hombre, el mismo que afirmaba haberle visto tirarse se despojó +rápidamente de la chaqueta diciendo:</p> + +<p>—El se ha tirado; yo lo he visto por mis ojos... pero no importa.</p> + +<p>Y se arrojó al agua. Nadó unos instantes, se aproximó con cautela al +chico y tomándole por los cabellos en el momento en que aparecía otra +vez le arrastró hacia<a name="page_181" id="page_181"></a> la orilla. Allí numerosas manos se apresuraron a +izarle.</p> + +<p>Anguila parecía medio asfixiado. Quisieron volverle la cabeza para que +soltase el agua que había tragado pero él se opuso enérgicamente a esta +operación. Un grupo inmenso de gente le rodeaba. El hombre que le había +salvado y que a todo trance quería hacer valer su opinión le preguntó:</p> + +<p>—¿Te has caído o te has tirado?</p> + +<p>—¡Me he tirado!—balbuceó Anguila.</p> + +<p>—¿Y por qué te has tirado?</p> + +<p>—¡Porque... porque quería matarme!</p> + +<p>—¿Y por qué querías matarte?</p> + +<p>—¡Porque estoy muerto de hambre!—profirió entre sollozos aquel +tunante.</p> + +<p>La noticia corrió como un reguero de pólvora por la multitud.</p> + +<p>Un niño que trató de suicidarse por estar en la última miseria, se +decían los unos a los otros. Un tierno sentimiento de compasión se +apoderó de todos los corazones. En un momento se recaudó allí un montón +de calderilla y algunas pesetas. Metieron todo este dinero en un pañuelo +y se lo entregaron al náufrago.</p> + +<p>Pero ya algunos guardas habían llegado, los cuales se empeñaron en +llevarle a la Casa de Socorro. Antes de hacerlo un caballero anciano +elegantemente vestido se abrió paso entre la gente y llegando hasta el +suicida le habló con el mayor afecto y le dió una tarjeta para que se +pasase por su casa.</p> + +<p>En la de socorro metieron al buen Anguila en la cama mientras le secaban +la ropa. Una vez seco y restaurado y dueño de algunas pesetas se dirigió +al palacio del conde de F., cuya era la tarjeta que le dieran. Este +caritativo señor se enteró con emoción de la historia lamentable que a +Anguila le plugo ensartarle, le hizo dormir en su casa y al día +siguiente le envió con un criado a la estación del Norte. Allí le dieron +un billete para León y otro para la diligencia hasta Oviedo.</p> + +<p>Esta es la historia verídica del suicidio de Anguila. Yo he presenciado +una repetición desde el muelle, porque alguna vez hacía reír a sus +amigos parodiándolo.<a name="page_182" id="page_182"></a></p> + +<p>¡Había que ver a aquel payaso hundirse en el agua y aparecer medio +asfixiado pidiendo socorro con las ansias de la muerte!</p> + +<p>Al sujeto que le salvó la vida le dieron, a petición de la Prensa, la +cruz de Beneficencia.<a name="page_183" id="page_183"></a></p> + +<h2><a name="XXIII" id="XXIII"></a>XXIII<br /><br /> +<small>PEDRO MENÉNDEZ</small></h2> + +<p>Las ferias de Avilés tienen, como todo el mundo sabe, la misma +significación histórica que los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia.</p> + +<p>Si hubiese tropezado en mi infancia con un japonés o un persa, que no +hubiera oído nunca hablar de estas ferias, quedaría seguramente +estupefacto.</p> + +<p>No sé lo que son ahora, pero doy fe de que en aquellos tiempos eran una +antesala del Paraíso. Y si me dejaran, es posible que me quedase +contento en la antesala sin entrar jamás en el salón.</p> + +<p>Pasábamos un año entero soñando con aquellos cinco días. Si algún +pariente generoso nos ponía en la mano una peseta, corríamos a meterla +en la hucha de barro ¡para las ferias! Si nos compraban un lindo +sombrerito de paja, era ¡para las ferias! Si el sastre nos cortaba un +terno de paño fino o el zapatero nos fabricaba unos zapatitos de charol, +naturalmente, era ¡para las ferias!</p> + +<p>Fuera de casa, en el paseo, bajo los arcos de la plaza y a la salida de +la escuela, comentábamos acaloradamente los festejos. Vendrá una +compañía dramática; vendrá otra de circo. Y a los chicos se nos hacía la +boca agua porque se aseguraba confidencialmente, pero con visos de +verdad, que en esta última figuraba un clown maravilloso que se tragaba +un largo sable hasta la empuñadura y otro que daba sin trampolín el +doble salto mortal.</p> + +<p>Mientras las ferias duraban vivíamos en medio de un<a name="page_184" id="page_184"></a> aturdimiento feliz, +fuera enteramente de nosotros mismos y de nuestras costumbres. Eran días +de exaltación, de vértigo, de ataque de nervios. Cuando nos +aproximábamos a ellos sentíamos su calor y nos iluminábamos por dentro +como los cometas al acercarse al sol. Aquellos cinco días y ocho antes +los pasábamos en un estado de inconsciencia angélica. No era vida mortal +la que llevábamos sino inmortal y olímpica. Los dioses bajaban a +nosotros y nos besaban en la frente y nos daban de beber de su ambrosía. +Apelo al testimonio de los viejos avilesinos que me lean.</p> + +<p>Quince días antes, los peones del Ayuntamiento empezaban a clavar los +mástiles con gallardetes a lo largo del muelle y de las calles +principales. Avilés fué siempre una villa pródiga en gallardetes. +Recuerdo la viva, inefable emoción que me embargaba cuando veía a los +obreros erigir los primeros mástiles, símbolo de dicha inmarcesible. +Algunas veces pensaba que si en el Cielo no hay gallardetes, es un Cielo +incompleto.</p> + +<p>Pero la más característica entre las señales precursoras de tan magno +acontecimiento, más aún que la erección de los mástiles con gallardetes, +eran dos grandes bastidores de madera que la corporación municipal hacía +colocar unos días antes a los dos lados de la puerta del Bombé, aquel +exiguo Bombé, germen del hermoso parque de ahora. Eran dos figurones que +representaban, el uno a Pedro Menéndez y el otro a Ruy Pérez de Avilés, +según rezaba la leyenda que debajo ostentaban.</p> + +<p>Cuando al descender por la calle de la Herrería cualquiera de los días +precedentes a la feria, divisaba a lo lejos a Pedro Menéndez y a Ruy +Pérez, mi alegría era tan intensa, que me obligaba a detenerme. El +corazón quería saltarme del pecho, la dicha me ahogaba y de buena gana +hubiera corrido a aquellos héroes y les hubiera besado y abrazado.</p> + +<p>Más tarde les perdí un poco el respeto porque me hice filósofo y +pacifista. Pero en aquella época mi temperamento era extremadamente +marcial; soñaba con batallas y escaramuzas, tajos y mandobles. Yo mismo, +con mis propias manos, fabricaba lanzas y sables aprovechando<a name="page_185" id="page_185"></a> los +barrotes de algún viejo cajón de pino, plateándoles con papel de estaño +arrancado de los paquetes de chocolate. Y como nos hallábamos entonces +en guerra con los moros de Africa, pensaba vagamente en fugarme de casa +y marchar a ponerme a las órdenes del general Prim y ofrecerle el +auxilio de mi sable de madera.</p> + +<p>Felizmente esto no llegó a efectuarse y pude alcanzar la edad viril y +después la vejez, sin haber cortado la cabeza ni haber hecho la más +pequeña incisión a ningún moro.</p> + +<p>Aunque abominando, pues, de la guerra, conservé siempre, por lo que +acabo de decir una tierna inclinación hacia Pedro Menéndez, Adelantado +del reino y conquistador de la Florida. Así que cuando llegó a mis oídos +la noticia de que le habían alzado una estatua en el parque de Avilés, +me sentí complacido y me propuse hacerle una visita.</p> + +<p>Le vi de pie sobre un alto pedestal y apenas pude reconocerle. Era un +personaje obscuro, verdoso, siniestro, que tenía la espada desenvainada +como apercibido a ponerse en guardia y darle una estocada al primero que +se le pusiera delante. ¡Qué diferencia de aquel Pedro Menéndez de mi +infancia, tranquilo, majestuoso, encuadrado en un pintoresco bastidor de +madera! En vez de intentar darle un abrazo como en otro tiempo, aparté +de él la vista con tedio y me alejé de aquel sitio velozmente. Quiero +decir que no me fué simpático.</p> + +<p>Por eso, cuando en aquellos días un notable poeta regional que firma con +el pseudónimo de «Marcos del Torniello» en una de sus sabrosas +composiciones propuso que se me erigiese una estatua en el parque de +Avilés frente a la de Pedro Menéndez, me sentí extrañamente agitado. +Inmediatamente me representé yo mismo con cuerpo de mármol, pero +sensible y pensante, sobre una columna de piedra, sufriendo día y noche +los embates del viento y los rigores del sol, azotado por la lluvia o +ensuciado por el polvo. Me vi años y años frente a aquel negro, +siniestro guerrero de la espada desenvainada, sin poder apartarme un +punto de su vista. Y se me oprimió el corazón.<a name="page_186" id="page_186"></a></p> + +<p>Anduve preocupado todo el día; me acerqué cuatro o cinco veces a la +estatua, y otras tantas me alejé echando una mirada oblicua, nada +amorosa, al feo soldado que iba a ser mi socio por los siglos de los +siglos. Inquieto y caviloso me fuí aquella noche a la cama y tuve el +sueño siguiente:</p> + +<p>Soñé que llegaba a Avilés por el ferrocarril, embalado en un gran cajón +de madera y que en la estación me arrastraron algunos mozos hasta un +carro de bueyes en presencia del escultor y tres o cuatro señores +desconocidos. Me llevaron hasta el parque y por la noche me desembalaron +y me colocaron sigilosamente sobre una columna de granito que allí +estaba preparada, al efecto, y me taparon después la cara y el cuerpo +con un trozo de harpillera. Al día siguiente se efectuó la ceremonia de +destaparme, en presencia de una gran muchedumbre, con asistencia de las +autoridades y amenizado el acto por la orquesta municipal. Yo estaba +confuso y avergonzado de tanto honor y viendo a algunos viejos amigos +conmovidos hasta derramar lágrimas, se me derretía el corazón cual si +fuese de manteca y no de mármol.</p> + +<p>Pasé algunas horas distraído aquella tarde. Mucha gente se detenía a +contemplarme y hacían comentarios. Unos sacudían la cabeza con ademán +severo y expresaban en alta voz sus dudas sobre si yo merecía o no ser +elevado a la categoría de los héroes. Otros por el contrario aplaudían +el acuerdo del Municipio manifestando que yo les había hecho pasar +algunos ratos divertidos y que no era mal muchacho. Gentiles avilesinas +fijaban sus menudos pies en la arena y me miraban con ojos risueños +haciendo un mohín de satisfacción. Yo sentía unos deseos locos de +bajarme del pedestal, postrarme a sus pies y darles las gracias.</p> + +<p>Pero de vez en cuando me acordaba de que pronto iba a quedar solo en +presencia del terrible conquistador de la Florida, y me estremecía.</p> + +<p>Llegó la noche. Las últimas luces del sol relampaguearon un instante +sobre la superficie de la ría; hicieron brillar después los cristales de +los balcones del Gran Hotel, quedaron algunos segundos recogidas en las +copas<a name="page_187" id="page_187"></a> de los árboles, y por fin se fueron. Y con ellos también los ojos +hermosos de las avilesinas. Todo quedó en tinieblas.</p> + +<p>Heme aquí frente a don Pedro Menéndez. La noche era obscura y hacía +bastante calor. La agitación de aquel día me tenía cansado y la +sofocante temperatura me inclinaba al sueño. Empezaba a dormitar cuando +me sacó de mi letargo una voz ronca y espantosa. Era la estatua del +conquistador de la Florida que hablaba.</p> + +<p>—¡Eh, amigo! ¿Por qué estáis ahí plantado frente a mí?</p> + +<p>—Porque me han puesto—respondí tembloroso.</p> + +<p>—¿Y por qué os han puesto, decidme? ¿Por qué os hicieron tanta honra de +vos colocar frente a mí en figura de piedra?</p> + +<p>Yo debí responder ciertamente: «Porque les ha dado la gana.»</p> + +<p>Pero me sentí lleno de miedo, un miedo abyecto: y balbucí más que dije:</p> + +<p>—Quizá hayan pensado que merecían esta recompensa mis servicios.</p> + +<p>—¡Ah, sois un guerrero famoso! Perdonad que os haya hablado sin los +respetos que se os deben. Agora decidme ¿qué reinos habéis conquistado, +qué enemigos de Dios y del rey habéis vencido, en cuántas batallas +habéis combatido?</p> + +<p>—Con todo respeto y miramiento os diré que no he conquistado ningún +reino. Solamente en mi edad juvenil quise conquistar el corazón de +alguna bella, pero no pocas veces me vi necesitado a levantar el sitio. +En cuanto a batallas, la única seria en que he tomado parte fué la de +Galiana.</p> + +<p>—¡Nunca oí mentar esa batalla!</p> + +<p>—Pues fué recia y cruel, y en ella tuve la mala fortuna de quedar +herido.</p> + +<p>—¿De pica o de algún arcabuzazo?</p> + +<p>—No, señor, de piedra.</p> + +<p>—¡De piedra! ¿Entonces os hallabais todavía en la edad de los honderos +y catapultas? ¿No conocíais el uso de la pólvora, ni las culebrinas, ni +los morteros ni los arcabuces? Erais unos bárbaros.<a name="page_188" id="page_188"></a></p> + +<p>—En efecto, así nos llamaba casi todos los días el señor don Juan de la +Cruz.</p> + +<p>—¿Quién era ese varón?</p> + +<p>—Nuestro maestro de escuela.</p> + +<p>—¡Por Dios que no os entiendo! ¿Qué tienen que partir en estos asuntos +de armas los maestros de escuela?</p> + +<p>—Es que no se trata de armas. Yo no soy guerrero.</p> + +<p>—Entonces, decidme, con mil de a caballo ¿quién sois y qué maravillas +habéis hecho para que así os honren con mármoles y bronces?</p> + +<p>—Pues yo no he hecho en este mundo más que algunos libros que andan +rodando por él con inmerecido aplauso.</p> + +<p>Don Pedro quedó un instante suspenso y soltó después una horrísona +metálica carcajada.</p> + +<p>—¡Vamos, sois un c... tintas!</p> + +<p>—No tanto, señor Adelantado. Mi linaje radica aquí mismo en Avilés y es +tan antiguo como el vuestro... Pero ya nadie se precia de linajes en +estos tiempos... Cada cual se fabrica el suyo con su cabeza o con sus +manos. Trabajar; extraer de la madre tierra aquellos elementos +necesarios para la vida de los hombres es nobleza; forjar los metales, +tallar las piedras, modelar el barro, enviar los productos de una región +del planeta a otra, difundirlos, comerciar con ellos, es nobleza. Pero +la mayor nobleza en estos tiempos es el expresar con belleza y decoro +ideas justas, es alzar el espíritu de los hombres a las altas +especulaciones de la metafísica, es recrearla con sabrosas, peregrinas +invenciones. No hay monarca ni potentado hoy sobre la tierra que no +envidie el laurel de un publicista.</p> + +<p>—¡Por vida mía!... ¿Es que a vosotros, ruin canalla, se os corona agora +con laureles? Mucho soy maravillado. ¿Entonces, qué es dejado a los +varones señalados que abrazan con afecto el arte de la milicia corporal, +a los mancebos bélicos, a los varones esforzados de inmortal memoria que +han vertido su sangre en crudas batallas?</p> + +<p>—En el día, señor Adelantado, los mancebos belicosos suelen parar en la +cárcel o en el hospital. Los hombres<a name="page_189" id="page_189"></a> hemos llegado a convencernos de +que los tajos y mandobles, lanzadas y cintarazos, aunque sean inferidos +con singular destreza, no deben ser considerados como signos de nobleza +sino de barbarie; que no deben llamarse héroes a los que saben dar +buenos mordiscos, porque mejores los dan los chacales. Somos espíritus y +el teatro de nuestra actividad debe ser el mundo espiritual. Nuestro +negocio más importante en la edad presente es el huir de la edad +cuadrúpeda que vos representáis.</p> + +<p>—¡Rayos y centellas! ¿Y tenéis en menos las hazañas portentosas de +aquellos guerreros que han sabido conquistar para su rey y señor +dilatados territorios y encadenar a sus pies a millares de esclavos?</p> + +<p>—Sí, los tenemos en menos; siento verme obligado a decíroslo. No son +conquistadores para nosotros los que se apoderan de un pedazo de tierra +que hermanos suyos han regado con el sudor de su frente sino los que +descubren nuevos horizontes para la ciencia y con la luz de su ingenio +esclarecen las almas de sus semejantes. El hombre no ha nacido para +luchar con el hombre sino con las ciegas fuerzas de la naturaleza que +nos oprimen. Newton, Kepler, Bacon, Palissy, Gutenberg, Franklin, +Pasteur, Edison han sido los conquistadores legítimos de nuestra raza.</p> + +<p>—No conozco a esos varones. ¿Pertenecieron a la armada o a la gente de +a caballo? Nunca les vi apuntados en la relación de las grandes y +señaladas victorias del rey, nuestro señor.</p> + +<p>—Pertenecieron a la armada del talento... Pero todavía, señor +Adelantado, han existido y existen otros luchadores más grandes, más +generosos. Estos no luchan con la tierra y el mar ni con el aire y el +fuego sino con la <i>Esfinge</i>.—«Adivina o te devoro»—dice la <i>Esfinge</i>. +Y estos buenos guerreros del espíritu luchan con ella, se rompen los +huesos contra su cuerpo de piedra y caen rendidos y ensangrentados +queriendo arrancarle su secreto. Pitágoras, Heráclito, Sócrates, Platón, +Plotino, Spinoza, Descartes, Pascal, Leibnitz, Kant, Hegel, Schopenhauer +son los héroes más queridos de la Humanidad.<a name="page_190" id="page_190"></a></p> + +<p>—¡Habláis un habla, pardiez, que nunca sonó hasta ahora en mis oídos! +Todo eso son enredos y trampantojos, y en verdad que merecierais por +tales maleficios ser llevado a un calabozo del Santo Oficio para que +allí os castigasen o enmendasen o que el rey, nuestro señor, os enviase +a galeras después de vos haber aplicado doscientos azotes.</p> + +<p>—El Santo Oficio que invocáis no fué más que un odioso tribunal donde +sobre víctimas inocentes se cebó la crueldad nativa, la ignorancia, el +orgullo y la envidia de algunos clérigos vomitados por el infierno... En +cuanto a vuestro rey don Felipe segundo está en el día reputado por un +déspota rencoroso y sombrío que destruyó la obra grandiosa de aquella +santa mujer que se llamó Isabel primera de Castilla, apagando la +inteligencia y envileciendo el carácter del pueblo español.</p> + +<p>—¡Qué estáis diciendo, temerario!—gritó con estruendosa voz el +guerrero de bronce—. ¿Al Santo Oficio esas blasfemias? ¿A mi rey +tamaños ultrajes? ¡Por vida mía que he de castigar tanta insolencia!... +¡Toma, menguado!</p> + +<p>Y diciendo y haciendo me tiró con su espada un tajo al cuello y mi +cabeza marmórea cayó al suelo con un ruido sordo que me despertó.<a name="page_191" id="page_191"></a></p> + +<h2><a name="XXIV" id="XXIV"></a>XXIV<br /><br /> +<small>HISTORIA TRISTE DE MI AMIGO GENARO<a name="FNanchor_4_4" id="FNanchor_4_4"></a><a href="#Footnote_4_4" class="fnanchor">[4]</a></small></h2> + +<p>Sus padres tenían un almacén de enseres marítimos no lejos del muelle. +Era tan pequeño y estaba de tal modo atestado que apenas podrían +mantenerse tres o cuatro personas dentro de él.</p> + +<p>Barricas de raba para la pesca de la sardina, montones de cables +enrollados, paquetes de lona, cajas de brea, remos, garfios, anclotes, +latas de aceite, pantalones impermeables, todo hacinado de un modo +delicioso. Yo por lo menos lo encontraba así. El techo era bajo, +circunstancia que lo hacía más grato aún a mis ojos, y de él pendían +ristras de anzuelos, alpargatas y botas de agua. Tenía una escalerita +estrecha y empinada que conducía al piso primero y único de la casa. +Todo esto le prestaba cierta semejanza con el camarote de un barco; y +aquí está precisamente la causa de que esta tiendecita ejerciese sobre +mí tal fascinación.</p> + +<p>En aquella época yo amaba el mar sobre todas las cosas: era mi elemento, +soñaba con ser marino.</p> + +<p>Me encantaba, pues, visitar aquella tiendecita tan abarrotada de tesoros +marítimos y me hubiese encantado aún más si el padre de mi amigo Genaro +no fuese un hombre tan serio y tan barbudo. Su barba negra, erizada, le +brotaba hasta por debajo de los ojos, que eran negros<a name="page_192" id="page_192"></a> también y grandes +y severos. Cuando iba a preguntar por su hijo me informaba por medio de +un gruñido señalando al techo o a la puerta, según estuviese en casa o +fuera.</p> + +<p>Genaro tenía bastante parecido con su padre y seguramente sería un +perfecto retrato suyo cuando transcurriesen los años. La misma tez +cetrina, los mismos grandes ojos negros y una cierta seriedad que +imponía respeto a primera vista. Después que se entraba con él en +amistad resultaba extremadamente simpático. Era un chico franco, +resuelto, leal, no muy inteligente y un poco aturdido. Todos le +estimábamos, no sólo por su carácter, sino también y especialmente por +su agilidad y su fuerza, pues es cosa cierta que los niños como los +griegos adoran el cuerpo primero y después el alma.</p> + +<p>Ninguno más diestro que él en toda clase de juegos y ejercicios, sobre +todo en los marítimos, esto es en nadar, remar, trepar a pulso por la +jarcia de los barcos, etc. En el arte de la navegación nos sacaba a +todos gran ventaja, pues era ya a los trece o catorce años un perfecto +marinero que izaba y echaba rizos a la vela en el momento oportuno, que +sabía orzar y arribar y tesar o arriar la escota y dejaba caer el rezón +con perfecta exactitud donde quería. Por esto siempre que disponíamos +cualquier excursión a los puntos extremos de la ría buscábamos su +compañía.</p> + +<p>Felizmente para mí, su casa no sólo tenía entrada por la tienda. En el +portal había otra escalera que conducía al piso, y cuando la puerta no +estaba cerrada subía por ella para llamarle evitando con esto la barba +espinosa de su padre.</p> + +<p>En vez de esta barba solía recibirme en lo alto de la escalera un rostro +halagüeño y hermoso que me placía ver casi tanto como los tesoros +marítimos de la tienda. Este rostro pertenecía a una joven llamada +Delfina, mitad costurera, mitad amiga de la casa. Venía con frecuencia a +ella para ayudar a la madre de Genaro que, enteramente ocupada con la +tienda, no podía atender a los quehaceres domésticos.</p> + +<p>Esta Delfina, que podría contar diez y siete o diez y<a name="page_193" id="page_193"></a> ocho años de +edad, era un estuche. Cosía primorosamente, aplanchaba aún mejor, +dirigía las faenas de la casa con la habilidad de una vieja ama de +llaves y sabía contar cuentos mejor que la sultana Serezada. Era además +bella como lo eran sus tres hermanas; porque tenía nada menos que tres; +y era igualmente coqueta como ellas. Entre las jóvenes artesanas de +Avilés estas cuatro gozaban con justicia fama de hermosas y elegantes; +es decir, que sus trajes eran más cuidados y más finos que los de las +demás, aunque sin salirse de su esfera, porque en aquel tiempo ninguna +osaba hacerlo. Era además alegre como un jilguero y nos hacía reír con +sus bromas y después nos pellizcaba para que no riésemos alto; porque +ella también tenía miedo de las barbas del amo de la casa.</p> + +<p>Así, que cuando subía a la de mi amigo para invitarle a alguna +excursión, si Delfina estaba en ella, más de una vez y más de dos olvidé +mi propósito y me quedé embelesado con la risa y los cuentos de la +costurera. Y si se me había caído un botón o me había hecho un siete en +el traje, esta encantadora hada se apresuraba a reparar el desperfecto, +dándome después una ligera bofetada que me dejaba con apetito de +desgarrarme otra vez el pantalón.</p> + +<p>Un día, no obstante, al subir la escalera para llamar a Genaro, la +encontré excesivamente seria y desde lo alto me despidió secamente +diciéndome que mi amigo no podía salir conmigo porque su padre le tenía +ocupado. Me sorprendió un poco, pero no hice demasiado alto en ello. +Aquella misma tarde uno de nuestros amigos me dijo confidencialmente:</p> + +<p>—Acabo de saber que Genaro ha robado bastante dinero a su padre y que +éste le ha dado tantos palos que ha tenido que guardar cama.</p> + +<p>Quedé consternado. Entonces comprendí la razón de la seriedad de +Delfina.</p> + +<p>—Pero ¿cómo ha sido?</p> + +<p>—No sé... Creo que ha metido mano en el cajón de la mesa donde guarda +el dinero allá en su cuarto.</p> + +<p>Me produjo un sentimiento tristísimo. Aquel chico era<a name="page_194" id="page_194"></a> un amigo a quien +yo quería de veras y jamás le creyera capaz de semejante bajeza.</p> + +<p>Transcurrieron bastantes días y una tarde le encontré en el muelle. +Estaba un poco más pálido, pero alegre e impetuoso como siempre. +Embarcamos en nuestro bote y nos paseamos por la ría al tenor de otras +veces. Yo sentía que mi estimación hacia aquel muchacho mermaba; pero no +podia sustraerme a la simpatía que había logrado inspirarme. Sin +embargo, desde entonces me abstuve de ir a buscarle y sólo cuando le +encontraba casualmente en el muelle nos embarcábamos juntos.</p> + +<p>Pero su asistencia a este sitio, que antes era tan continua, sufría +algunos eclipses. Algunas veces se pasaban ocho días sin que le viese +saltando por las lanchas o encaramándose en la jarcia de los barcos. Por +otra parte, cada vez que le veía le encontraba más pálido: la tristeza +se esparcía como una nube negra por su rostro.</p> + +<p>Aquel amigo, que por relaciones de familia tenía noticias auténticas de +lo que pasaba en casa de Genaro, me comunicó que éste seguía robando a +su padre y que los castigos continuaban cada vez más crueles y +terribles. Al parecer, la noche anterior su padre le había azotado de +tal manera con unas cuerdas que a sus gritos habían acudido los vecinos +y le habían hallado en un estado lamentable.</p> + +<p>Entonces súbitamente despertóse en mí una compasión infinita hacia aquel +chico; aún puedo decir que creció mi cariño, porque siempre en mi alma +la compasión engendró el amor. Me rebelé contra aquella barbarie y me +dije con indignación: «¿Después de todo, qué? ¿No trabaja y ahorra para +él? Si se ha tomado antes lo que más tarde le ha de pertenecer no hay en +ello tan gran delito.»</p> + +<p>He aquí cómo la compasión y el afecto hicieron brotar en mi cerebro +ideas subversivas en el orden moral y jurídico.</p> + +<p>Algunos días después volví a encontrarle en el muelle y por un impulso +repentino que no pude reprimir le eché los brazos al cuello. El quedó +sorprendido, se puso aún más pálido y rompió a sollozar perdidamente. +Como<a name="page_195" id="page_195"></a> nunca había sido blando para llorar, su llanto provocó el mío, que +siempre lo he tenido fácil.</p> + +<p>No hablamos una palabra. Nos secamos las lágrimas en silencio y montamos +en el bote para dar nuestro paseo habitual.</p> + +<p>Al cabo supe que su padre había resuelto enviarle a Cuba y que estaba +señalado el barco que había de conducirle. No recuerdo, o por mejor +decir no quiero recordar, si era la <i>Eusebia</i>, la <i>Flora</i> o la <i>Villa</i>, +los tres barquitos principales que entonces hacían la carrera de +América; pero era uno de ellos. Estaba anclado en San Juan esperando el +Nordeste para hacerse a la vela.</p> + +<p>Aquellos días no vi a Genaro en el muelle. Cuando llegó el de la partida +tuve de ello noticia por un viejo marinero cuyo hijo era grumete en el +barco. Entonces me acometió el deseo de ir a despedirle. Lo propuse a +otros dos amigos que aceptaron al instante, pues todos amábamos a aquel +chico a pesar de sus faltas. Y una tarde, después de comer, nos +acomodamos en un bote y comenzamos a bogar en dirección a San Juan.</p> + +<p>En el muelle habíamos sabido antes de partir que Genaro ya estaba allá +desde por la mañana y que ni su padre ni su madre ni persona alguna de +la familia había ido a despedirle. Sólo un marinero le había acompañado +con el baúl. Aquello nos pareció el colmo de la crueldad.</p> + +<p>Cuando llegamos a San Juan, el barco estaba ya a punto de hacerse a la +vela. Nos acercamos a su casco negro y advertimos que a bordo se estaban +efectuando las maniobras preliminares. En torno de él había tres o +cuatro lanchas con personas que decían adiós a los pasajeros. Estos, +inclinados sobre la borda, hablaban a gritos con sus amigos o deudos. +Dimos la vuelta al buque y no vimos por ninguna parte a Genaro. Entonces +nos pusimos a llamarle con toda la fuerza de nuestos pulmones.</p> + +<p>—¡Genaro! ¡Genaro!</p> + +<p>Al cabo apareció en la popa. Con una mano se sujetaba a un cable y con +la otra nos envió un saludo acompañado de una triste sonrisa.</p> + +<p>Jamás olvidaré aquella sonrisa de dolor, de vergüenza, de resignación, +de desprecio...<a name="page_196" id="page_196"></a></p> + +<p>Quisimos hablar, pero no sabíamos qué decirle. Un marinero se acercó a +él y le apartó bruscamente y se colocó en su sitio para ejecutar una +maniobra.</p> + +<p>—¡Adiós, Genaro!—le gritamos.</p> + +<p>Él nos hizo otro saludo con la mano. Y no volvimos a verle.</p> + +<p>Entonces comenzamos de nuevo a navegar la vuelta de Avilés. Bogábamos +silenciosos, melancólicos. Los tres sentíamos en el fondo del corazón +que una gran infamia se acababa de cometer en este mundo.</p> + +<p>Pocos días después lo habíamos olvidado. Sin embargo, al cabo de dos o +tres meses se produjo un acontecimiento misterioso que llegó hasta +nosotros y nos causó profunda impresión.</p> + +<p>El padre de Genaro al abrir un día el cajón de la mesa de su cuarto se +enteró con estupor de que había sido robado.</p> + +<p>Entonces se le ocurrió a aquel bárbaro lo que mucho antes debió de +habérsele ocurrido. Buscó una traza ingeniosa para averiguar quién le +robaba.</p> + +<p>Amarró una cuerda al fondo del cajón por la parte exterior, taladró la +mesa, taladró el piso y la hizo pasar hasta la tienda, donde colocó +disimuladamente una campanilla.</p> + +<p>En efecto, algunos días después sonó esta campanilla: el comerciante se +precipitó por la escalera sin hacer ruido y sorprendió al ladrón in +fraganti. Era Delfina, la bella costurera que a todos nos tenía +hechizados.</p> + +<p>Fué entregada a la justicia y el padre de Genaro se apresuró a escribir +a Cuba para hacerle venir. La carta llegó demasiado tarde. No mucho +después de arribar a la Habana fué atacado por el vómito negro y había +dejado de existir.</p> + +<p>Esta es la historia triste de mi amigo Genaro.</p> + +<p>No roguéis a Dios por aquel niño mártir. Rogad por sus verdugos.<a name="page_197" id="page_197"></a></p> + +<h2><a name="XXV" id="XXV"></a>XXV<br /><br /> +<small>ROSAS TEMPRANAS</small></h2> + +<p>Corría el año 1861. En Avilés vivíamos ignorados, pero felices. Allá +lejos podían sublevarse los batallones y en Madrid alzarse barricadas y +en todas partes encenderse la lucha y venir en pos de ella las +sangrientas represiones, matanzas y fusilamientos. Nosotros no nos +ocupábamos en semejantes bagatelas. Nuestros sucesos interesantes eran +los Carnavales, el baile de Piñata, los días de San Juan y de San Pedro +con sus paseos por mar y por tierra, las romerías, las ferias.</p> + +<p>¿Quién osará afirmar que no estábamos en lo cierto? ¿Hay algo más +interesante para el hombre que su felicidad? Un moralista me dirá que la +bondad debe ir delante. Yo responderé que bondad y felicidad son una +misma cosa, y se lo demostraría con párrafos muy elocuentes de Plotino, +de Santo Tomás y de Fichte; pero no estoy seguro de que esto sea +oportuno en unas memorias. Por el momento, me limito a exclamar con el +Evangelio: ¡Bienaventurados los pacíficos! Nosotros lo éramos; por eso +Dios nos recompensaba derramando sobre nuestra villa torrentes de +alegría.</p> + +<p>La noche de San Juan era particularmente regocijada. Como en otras +muchas regiones de España, días antes, los niños trabajábamos +ardorosamente en la construcción de jardines en plena calle, +aprovechando los rincones y encrucijadas. Estos jardines eran nuestro +orgullo, porque sabíamos que habían de ser visitados. Para ello<a name="page_198" id="page_198"></a> +poníamos a contribución los bolsillos de nuestros padres y deudos. +Enarenábamos sus caminitos esmeradamente; los adornábamos, no solamente +con plantas y flores, sino, a veces, también con estatuas y fuentes, y +comprábamos farolillos venecianos, con los cuales los iluminábamos <i>a +giorno</i>. Al día siguiente escuchábamos con avidez el dictamen y las +críticas de la gente. Si oíamos decir que el jardín del Rivero era mejor +que el de Galiana, nuestro corazón latía de entusiasmo, y celebrábamos +nuestro triunfo gritando por las calles: ¡Viva Rivero!</p> + +<p>Pero uno de aquellos mis compañeros me había afirmado seriamente que, +echando un huevo en un vaso de agua a las doce en punto de la noche de +San Juan, y dejándolo reposarse al sereno, podría verse al día +siguiente, dentro del agua, la figura de un barco perfectamente +esculpida, con sus mástiles, sus velas y toda su jarcia.</p> + +<p>Quise ver esta maravilla, de la cual, ni por un instante dudé. Lo +maravilloso es el manjar que mejor digieren los niños. Como no podía +permanecer en pie hasta la hora señalada, porque no me lo hubieran +consentido, me acosté, pero sin dormirme. Al escuchar en el reloj del +comedor las once y media, aguardé todavía un rato; me levanté +sigilosamente, fuí a la cocina, llené un vaso de agua, tomé un huevo y, +saliendo al corredor, que daba sobre nuestro jardín, esperé anhelante +las doce. Cuando el gran reloj del Ayuntamiento hizo vibrar la primera +campanada en el silencio de la noche, partí el huevo y vertí su +contenido en el vaso.</p> + +<p>Al día siguiente, en el momento de abrir los ojos a la luz me acudió el +recuerdo del barco. Salto del lecho velozmente, y, en camisa, salgo al +corredor y miro con ávida intensidad mi huevo. ¡Oh, amarga decepción! En +el vaso no había más que un licor amarillento, asqueroso, sin figura de +barco alguno.</p> + +<p>¡Cuántas veces así en el curso de mi vida he puesto también a serenar +alguna dulce ilusión! Como ahora, he hallado siempre, en vez del barco +mágico, el licor nauseabundo del desengaño.</p> + +<p>Llegaba después el día de San Pedro, ¡Qué brillante paseo en el <i>bombé</i>! +Llamábase así en Avilés un trozo<a name="page_199" id="page_199"></a> de terreno de forma ovalada, +enarenado, cercado por una paredilla alta, de medio metro, y guarnecido +de altos álamos blancos de hoja plateada. Este cercadito minúsculo, que +no tendría, de punta a punta, más de cien metros, era el paseo oficial +de la población, el paseo de gala.</p> + +<p>Llegaban las romerías. Las romerías son la alegría del verano. Avilés +está rodeado de frondosas aldeas, que semejan otras tantas esmeraldas +formando la orla de una perla. La Magdalena, Villalegre, San Martín, San +Pelayo, Miranda, Balliniello y San Cristóbal son las principales. Todas +ellas tienen su romería, que van escalonadas al través de los meses +estivales. La más concurrida, la más espléndida, la abadesa mitrada de +estas romerías, es la de la Luz. Ya la he descrito en mi novela titulada +<i>El Cuarto Poder</i>, y a esta descripción me remito.</p> + +<p>Mas aquel año a mi felicidad se añadió otra que todo el mundo +comprenderá inmediatamente; aquel año tuve una novia. Es decir, no sé a +punto fijo si tuve una novia, pero esa fué la opinión del público.</p> + +<p>Acostumbrábamos los chicos a recrearnos por las tardes, como ya creo +haber dicho, en el llamado <i>Campo Caín</i>, o sea el trozo de terreno con +árboles que se extendía delante del antiguo convento de la Merced.</p> + +<p>Este convento medio derruído servía para todas las cosas de este mundo, +para escuela, para vivienda, para oficinas de la Aduana, para cuartel de +carabineros, para telégrafo cuando lo hubo, etc., etc.</p> + +<p>El Campo Caín sólo servía para nosotros.</p> + +<p>Ignoro cómo a este campo ameno y pacífico le dieron un nombre tan +trágico. Es posible que en los siglos pasados se cometiese allí un +fratricidio.</p> + +<p>A él dieron también en venir por las tardes a solazarse aquella +primavera las niñas de la población con sus doncellas. El solaz de las +niñas no era como el nuestro jugar a la estaca, saltar los unos sobre +los otros y darse de mojicones. Ellas formaban corrillos, cantaban +dulcemente y bailaban la <i>giraldilla</i>.</p> + +<p>Llámase así en Asturias una danza en que los bailarines forman círculo +cogidos de la mano. Dentro de él<a name="page_200" id="page_200"></a> quedan unos cuantos. Se canta dando +vueltas y cuando llega cierto pasaje convenido los que están dentro +eligen con un signo de la mano pareja entre los de fuera, se rompe el +círculo y bailan uno frente a otro abrazándose después para dar las +últimas vueltas.</p> + +<p>No es necesario decir que este baile es mucho más grato e interesante +cuando toman parte en él los dos sexos. Entonces los hombres quedan una +vez dentro del corro y otra vez las mujeres.</p> + +<p>Las niñas bailaron solas durante algunosdías. Nosotros las +contemplábamos de lejos serios y un poco turbados. Seguíamos nuestros +juegos; pero sin darnos cuenta nos sentíamos atraídos hacia la +giraldilla de las niñas.</p> + +<p>Al fin uno de nosotros, ¡un valiente! cuyo nombre no recuerdo se +aventuró a entrar dentro de ella. Las niñas se agitaron, hubo cuchicheo +y apariencia de debate y gestos desabridos y sonrisas maliciosas; pero +al cabo aquel valiente se quedó dentro y bailó como un sultán con todas +ellas. Otro le imitó, luego otro, y al fin todos entramos.</p> + +<p>Desde entonces el Campo Caín adquirió un nuevo y singular atractivo para +nosotros. Todas las tardes, sin faltar una, nos juntábamos allí y +pasábamos más de una hora cantando y bailando. Las criadas sentadas en +los poyos nos miraban benévolas, departiendo entre sí y animándonos con +sus picarescas sonrisas. Después de todo ellas eran unas niñas grandes +también y se divertían con nuestra alegría.</p> + +<p>No tardó mucho tiempo en actuar dentro de aquellas giraldillas la ley +química de las afinidades electivas. Cada uno de nosotros empezó a +distinguir a una niña e inmediatamente tanto entre nosotros como en el +conclave de las domésticas fué considerado como su novio.</p> + +<p>Yo me sentí atraído muy pronto hacia una llamada Concesa (no he vuelto a +oír este nombre en mi vida) y se lo declaré del modo único que entonces +sabía; esto es, sacándola a bailar más a menudo que a las otras, y +procurando ponerme a su lado cuando dábamos las vueltas cantando. +Naturalmente, fuimos declarados novios<a name="page_201" id="page_201"></a> y tanto ella como yo aceptamos +tácitamente esta declaración.</p> + +<p>Pero no corría todo allí como sobre rieles. En este mundo junto a la luz +está la sombra y la ley de la competencia es desgraciadamente tan +inflexible como la del amor. La niña gustaba a otros tanto como a mí. +Tuve rivales, fuí más constante, al cabo más dichoso; pasado algún +tiempo no se me molestó más.</p> + +<p>El Campo Caín no fué el único paraje donde nos juntábamos y bailábamos. +Aprovechamos también poco después las romerías. Niños y niñas formamos +aquel verano un mundo aparte, en el cual vivíamos felices sin cuidarnos +de lo que pasaba en torno nuestro. Si alguna de las niñas dejaba de +venir al Campo Caín o faltaba a la romería, el pretendido novio no se +atrevía a preguntar por ella, pero las amiguitas compasivas le hacían +saber el motivo, aunque de una manera indirecta.</p> + +<p>—¿Por qué no ha venido Fulanita a la romería?—preguntaba en voz alta +una niña a otra.</p> + +<p>—Porque se ha dado un golpe en la rodilla y su mamá no la permite +moverse de una butaca.</p> + +<p>Nos dábamos por enterados y el interesado se mostraba triste aquella +tarde para que las amiguitas fuesen con el cuento a la niña contusa.</p> + +<p>Yo no sé si allí existía el amor: creo que no. Por mi parte al menos me +parece que lo que sentía hacia aquella hermosa niña llamada Concesa era +una viva simpatía, una suave amistad que sólo de lejos semejaba a la +pasión amorosa, la cual no prendió en mí hasta mucho más tarde. Me +agradaba verla y bailar con ella, y me enorgullecía que me distinguiese; +pero esta simpatía dejaba perfectamente libre mi espíritu. Por otra +parte, no se cruzaba entre nosotros ninguna palabra que trascendiese a +galanteo. Si he de confesar la verdad diré que apenas he hablado nunca +con ella. Solamente cuando en la giraldilla nos abrazábamos para dar las +últimas vueltas, lo cual duraba pocos segundos, nos decíamos alguna vez +cualquier palabra indiferente.</p> + +<p>Recuerdo, sin embargo, que en cierta ocasión como yo hubiese sacado a +bailar con excesiva frecuencia a<a name="page_202" id="page_202"></a> otra niña, Concesa se enojó y no +volvió a sacarme a mí aquella tarde. Al día siguiente se celebraba la +romería de Balliniello. Como siempre las niñas formaron su giraldilla y +nosotros nos juntamos a ellas. La primera vez que Concesa quedó dentro +del corro me eligió a mí por pareja. Yo le dije con voz temblorosa al +dar las últimas vueltas:</p> + +<p>—Creía que estabas enfadada conmigo, Concesa.</p> + +<p>Ella me respondió:</p> + +<p>—Yo no me enfado con nadie... y menos contigo.</p> + +<p>Y se desprendió de mí bruscamente ruborizándose.</p> + +<p>Fué lo más vivo, lo más apasionado que hubo en la historia de aquellos +amores.</p> + +<p>La de mis amigos supongo que habrá sido idéntica. Sin embargo, ignoro +por qué causa la mía se hizo más pública. Quizá porque la Providencia +quiso probar ya mi paciencia desde la edad más tierna. Mis amores se +hicieron célebres, no sólo en el mundo infantil, sino en la villa +entera. En todas partes se supo que yo tenía una novia y en todas partes +se me daba vaya con ella gozándose en mi confusión y vergüenza. Los +amigos de la casa me saeteaban con indirectas, sonreían, se hacían +guiños significativos, mientras, ¡misero de mí!, yo me ponía más rojo +que una cereza. Tal era mi sobresalto, que cuando pasaba por delante de +cualquier corrillo de gente se me figuraba que hablaban siempre de mis +amores, como si no hubiese otra conversación en Avilés. Recuerdo que una +noche jugando en casa de unos señores amigos a la <i>Aduana (le Cheval +blanc)</i>, que entonces era una novedad, solían algunos sujetos pródigos y +derrochadores hacer dos puestas a fin de tener derecho a tirar dos veces +los dados. Al colocar las dos puestas decían: «—Por mi... y por la +novia.» Era el chiste de siempre. Yo que también ambicionaba el tirar +los dados dos veces me aventuré aquella noche a doblar mi puesta, aunque +sin repetir el chiste, como se debe suponer. Pero un joven burlón dijo +en voz alta mirándome con sonrisa maliciosa: «—Por ti y por Concesita, +¿verdad?»</p> + +<p>¡Oh Dios mío! ¡Qué turbación! ¡Qué vergüenza! Una ola de rubor me subió +a la cara con tal violencia que<a name="page_203" id="page_203"></a> pienso que hasta el blanco de mis ojos +debería de estar rojo también. Al cabo rompí a llorar y los hombres +rieron con más ganas. Pero las señoras, respetuosas siempre aun con las +más ínfimas manifestaciones del amor, se compadecieron de mi:</p> + +<p>«—Vaya, dejar a ese niño. ¿Qué les importa a ustedes que tenga o no +tenga novia?»</p> + +<p>Pero aún fuí vejado de otra más terrible manera. Ignoro quién fué el +chico desalmado a quien se le ocurrió componer una letra sobre cierto +pasacalle que entonces se cantaba mucho, aludiendo a mis amores. Quizá +fuese uno de mis despechados rivales. Lo cierto es que esta letra +alcanzó tal fortuna en el mundo infantil que por mucho tiempo no se +cantó con otra el citado pasacalle. Sólo recuerdo de ella el estribillo +que decía:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">Armando la quiere más</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">que todos en general.</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">Todos la quieren bastante,</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">pero Armando mucho más.</span></td></tr> +</table> + +<p>Dejo al lector suponer los tormentos inconcebibles que esta canción me +hizo experimentar. En Rivero los chicos me la cantaban en cuanto salía +de casa. Si iba a Galiana así que me divisaban ya comenzaba el coro</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">Armando la quiere más</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">que todos en general.</span></td></tr> +</table> + +<p>Lo mismo que me dirigiese al muelle que al Campo Caín, que a los Arcos +del Ayuntamiento, en todas partes escuchaba el mismo estribillo. ¡Qué +horrible congoja! Hasta paseando un día por la vecina aldea de la +Magdalena oí cantar al hijo de un labrador el famoso «Armando la quiere +más».</p> + +<p>En fin, que si me trasladase a los antípodas era seguro que allí también +Armando la querría más.</p> + +<p>Años después, cuando ya estudiaba yo la carrera de Jurisprudencia en +Madrid y me afeitaba la barba, habiendo venido a Avilés a pasar algunos +días del verano,<a name="page_204" id="page_204"></a> al cruzar por una callejuela solitaria, acerté a ver +sobre el viejo muro de una huerta esta leyenda trazada con carbón:</p> + +<p class="cen"><i>Concesa y Armando.</i></p> + +<p>Me hizo sonreír. Yo era un sabio en aquella época y desde lo alto de mi +ciencia contemplaba aquellos pueriles amores con soberano desdén.</p> + +<p>Hoy desde lo bajo de mi experiencia los miro con un poco más de +respeto.<a name="page_205" id="page_205"></a></p> + +<h2><a name="XXVI" id="XXVI"></a>XXVI<br /><br /> +<small>PARÉNTESIS</small></h2> + +<p>Salta este capítulo, lector minúsculo, pues no va dedicado a ti, y +permite que un instante desahogue mi pecho oprimido con aquellos que +como yo ven cercana la fatal ribera y a quien hace ya señas el adusto +barquero.</p> + +<p>¡Con qué placer evoqué los seres que alegraron mi niñez! Mi fantasía los +representa con los rasgos que tenían, escucho su voz, miro su sonrisa o +su gesto severo, contemplo su marcha: unos son dulces, afectuosos, otros +graves, éstos melancólicos, aquéllos alegres, los otros grotescos; pero +todos amables, porque todos habían sido enviados por Dios para hacerme +dichoso.</p> + +<p>¿Dónde estáis, nobles seres que compartisteis mi amor y mi alegría? Una +mano glacial os arrebató para siempre de mi lado. ¡Para siempre! +Horrible palabra que oprime mi corazón y me llena de estupor. Si la +muerte es la separación definitiva, si nunca más os volveré a ver, +valiera más que no nos hubiéramos juntado un instante en este pequeño +globo que nada indiferente por los abismos del espacio. ¿Viviréis en +otras regiones luminosas, inmarcesibles y seréis dichosos como lo +merecíais, o la mano cruel que os arrebató os habrá precipitado en una +noche eterna?</p> + +<p>¡Ah, quién me volviera a aquellos hermosos días de mi infancia! ¡Quién +me diera vivir otra vez entre vosotros! Dondequiera que habitéis, en el +seno del Elíseo o errando por las praderas sin flores de un mundo +subterráneo,<a name="page_206" id="page_206"></a> y aunque debiese beber como Ulises la sangre del carnero +negro para reconoceros, allí quisiera estar. Porque cada uno de vosotros +era una parte de mi ser y al marcharos me dejasteis mutilado.</p> + +<p>Y si ya no existís en parte alguna ¿qué fuisteis entonces? Vanos +fantasmas que se disiparon como la niebla de la mañana. Y si fantasmas +habéis sido, fantasma también soy yo y mi existencia una bomba de jabón +que tiembla y brilla un momento a la luz del sol para romperse sin dejar +rastro alguno.</p> + +<p>Próxima está ya a estallar. Este mundo de pensamientos y recuerdos que +llevo en mi cabeza, el espectáculo brillante que me seduce se disipará +conmigo. Otros vendrán que gozarán de la luz del sol como yo y amarán y +pensarán y vivirán un instante mecidos en una dulce alegría, y otros +después... y otros... y otros. Y al cabo este pobre planeta que también +es una bomba de jabón nadando en el espacio explotará igualmente +haciéndose pedazos o morirá lentamente por consunción...</p> + +<p>¡Todo fué un sueño! Las cien generaciones que turbaron este mundo con +sus amores y sus odios, con sus progresos soberbios, con su piedad o con +su cólera se convertirán en éter impalpable. ¿Dónde están sus lágrimas y +sus risas, dónde están sus pensamientos altivos? Los monstruos +repugnantes que poblaron la tierra en las primeras edades, los poetas y +filósofos que nos cautivan en la presente, los santos, los malvados, las +emociones más puras, los pensamientos más altos, todo, todo ha sido +igual, todo se convirtió en éter.</p> + +<p>En vano me dice Spinosa: «Ningún ser puede caer en la nada.» En vano me +aseguran que es de todo punto imposible que un átomo de materia pueda +desaparecer y aniquilarse. ¿Qué tengo yo que ver con esos átomos? ¿Me +devolverán por ventura a los seres que amo? Pues si esto no hacen, su +fuerza eterna es para mí absolutamente despreciable.</p> + +<p class="cen">* * *</p> + +<p><a name="page_207" id="page_207"></a></p> + +<p>Me represento con terror el momento en que mi pobre cuerpo cadavérico va +a quedar encerrado para siempre en el sepulcro. Llega la noche. Una +calma profunda reina en el cementerio. No sopla ninguna brisa, no se +escucha ningún rumor. La luna baña con su luz fatídica el recinto y los +cipreses se alzan inmóviles sobre las tumbas.</p> + +<p>De repente escucho a lo lejos un clamor rumoroso que se acerca: levanto +un poco la losa de mi sepulcro y me encuentro rodeado de una muchedumbre +abigarrada que me mira en silencio. Son los filósofos de la palingenesia +antiguos y modernos, los pitagóricos, los platónicos, los estoicos, los +alejandrinos, los origenistas, los trascendentalistas, los fourieristas, +los sansimonianos. Uno de ellos toma la palabra y me dice:</p> + +<p>«Nada temas. Tu alma es inmortal y al abandonar tu cuerpo perecedero se +vestirá de otro y después de otro en una serie infinita de existencias +distintas. Y en cada una de ellas serás desgraciado o feliz expiando tus +faltas o recibiendo la recompensa de tus buenas acciones; pasarás de una +vida más imperfecta a otra más perfecta o recíprocamente según hayas +ascendido hacia el bien o hayas descendido más abajo en el mal. Tu mismo +cuerpo será cada vez menos material, más sutil y espiritual y tus +sentidos más delicados si no los manchas con impurezas, y si emancipado +de groseros errores vuelas cada vez más alto en el cielo de la verdad y +la justicia... ¿Temes perder tu <i>yo</i>, no reconocerte en la serie +infinita de existencias ulteriores? Temor pueril, porque todos los días +lo pierdes con delicia al entregarte al sueño. Y después de todo ¿qué es +ese <i>yo</i> que tanto te preocupa? Si con serenidad lo examinas no se +compone de otra cosa que de sensaciones, ideas más o menos claras, +recuerdos, costumbres, a todo lo cual la memoria presta unidad. Y esta +memoria ¿qué valor tiene? Por experiencia debes saber cuán frágil es y +cuán poco significa. La inmensa mayoría de los instantes de tu vida +sepultados están en la nada. Compara lo que de ella recuerdas con lo que +has olvidado. Este olvido no es una desgracia: al contrario, pesado y +doloroso sería para ti y para todo<a name="page_208" id="page_208"></a> hombre recordar tanta pequeñez, +tanta miseria como integran nuestra existencia aquí abajo. ¿Para qué +arrastrar consigo por toda una eternidad tal fardo de +insignificancias?... Deja de mecerte en sueños imposibles que serán para +ti una desgracia si se realizasen, deja ese concepto estrecho de la +inmortalidad, propio de edades bárbaras o de hombres ignorantes. Una +vida nueva, absolutamente nueva está ya preparada para ti. De ella no +tienes idea como no tiene un ciego de nacimiento idea de la luz; pero no +por eso deja de existir y de ser hermosa y cuando abras los ojos la +verás y la gozarás con la dichosa certeza de que cuando otra vez los +cierres será ella la que desaparezca, no tú, que de nuevo los abrirás +para gozar de otras más bellas en sucesión eterna.»</p> + +<p class="cen">* * *</p> + +<p>«Señores míos—respondo yo a tan amables palabras—, respeto +profundamente vuestro sentir porque entre vosotros se hallan a no +dudarlo los más altos pensadores que han honrado nuestro planeta hasta +ahora; pero no me cautiva la inmortalidad que me ofrecéis. Os confieso, +aunque peque de ignorante y bárbaro, que este pobre <i>yo</i> que tanto +afectáis despreciar es lo único que me interesa en este momento. Si en +otras vidas no me reconozco a mí mismo tanto vale la nada. Vuestra +opinión es que antes de esta vida he vivido otras. ¿Qué valor han tenido +para mí tales vidas? Es cierto que al entregarme al sueño pierdo mi <i>yo</i> +sin pena; pero es porque tengo la seguridad de encontrarlo al despertar. +Cierto es igualmente que la inmensa mayoría de las acciones y de los +sucesos de mi vida se hallan sepultados en el olvido, pero mi <i>yo</i> ha +permanecido idéntico y no ha habido al través de mi existencia solución +de continuidad... ¡Continuidad! He aquí la palabra mágica, he aquí la +clave del misterio. Sin la continuidad la inmortalidad no existe.</p> + +<p>Por otra parte, si he de vivir infinitas veces, he de morir también +infinitas veces y pasar por los horrores que a la muerte acompañan. +Anudaré infinitas veces lazos<a name="page_209" id="page_209"></a> de amor con otros seres como los que hoy +aprisionan mi corazón y otras tantas los veré quebrarse con una +separación eterna. ¿A quién no infundirá pavor semejante horizonte? Los +discípulos del Buda, que predicaban la nada, recorrían las ciudades de +la India gritando:—«¡Alegraos, alegraos! la muerte ha sido vencida»—. +Yo también me alegro de morir para siempre. Vuestra inmortalidad me +horroriza. Dejadme tranquilo.»</p> + +<p class="cen">* * *</p> + +<p>En efecto, aquella muchedumbre abigarrada se desvanece entre las sombras +del cementerio, pero no tarda en reemplazarla otra más homogénea. En +ella reconozco a la gran mayoría de los pensadores contemporáneos. El +más viejo de todos ellos, el filósofo sajón Fechner me habló de esta +manera:</p> + +<p>«Aspiras ardientemente a guardarte como individuo; ¿pero qué es tu +individuo? Nosotros, los seres humanos, nos alzamos sobre la tierra como +se alzan las olas sobre la superficie del Océano, salimos del suelo como +salen las hojas del árbol. Unas y otras viven su propia historia. Las +olas reflejan separadamente los rayos del sol; las hojas se agitan +mientras las ramas permanecen inmóviles. Así, en nuestra conciencia, +cuando un hecho llega a ser predominante obscurece todo lo que se halla +detrás. Y sin embargo, lo que se halla detrás aunque sustraído ya a la +observación obra sobre él lo mismo que las olas superiores obran sobre +las que están debajo, como el temblor de las hojas obra sobre la savia +en lo interior de la rama. El Océano entero, lo mismo que el árbol +sienten la acción de la ola y de la hoja y quedan por el hecho mismo +modificados, esto es, son otra cosa que antes eran.</p> + +<p>»De igual modo nosotros somos actores en el gran teatro del universo. +Nuestras percepciones no se desvanecen cuando morimos sino que quedan +impresas en el alma universal de la tierra y viven la vida inmortal de +las ideas, y combinadas con las de otros hombres entran a formar parte +del gran sistema del mundo. Nuestra<a name="page_210" id="page_210"></a> conciencia no muere, pero se +ensancha, y así como la suma de nuestras percepciones es lo que +constituye nuestra conciencia, así la suma de nuestras conciencias +constituyen la conciencia de un ser más grande, de un tipo superior.</p> + +<p>»Deja pues de afligirte. Ese pequeño <i>yo</i> que tanto amas sólo desaparece +en apariencia. Nada de lo que realmente lo constituía, esto es, ninguna +de tus ideas, ninguna de tus acciones dejan de existir. Impresas quedan +todas ellas en el mundo y gozan de la inmortalidad. Y los que como tú +han pasado por la vida comunicando con los otros no sólo sus +pensamientos sino sus más íntimas emociones pueden gozar aún con más +seguridad de este hermoso porvenir. Si has logrado que tus libros +dejasen una pequeña huella en el alma de tus lectores, esta huella por +leve que sea no se borrará jamás, formará parte de su misma alma y con +esta alma entrará en el concierto universal de los espíritus.»</p> + +<p class="cen">* * *</p> + +<p>«¡Oh, gran filósofo!—me apresuro a responder—, la inmortalidad +colectiva que me ofreces es un pan demasiado duro para mis dientes. Ese +gran <i>yo</i> de que me hablas no es el mío y debo confesarte que no puedo +amarlo porque sólo me interesa este otro diminuto, este pequeño punto +central donde se refleja, sin embargo, el universo. Durante mi vida +terrenal he sido rey en mi pequeño reino y no puedo pasar sin dolor a +ser esclavo inconsciente. Fuí una melodía más o menos importante en el +concierto; me pesa convertirme en una nota del pentagrama. No me hables +de la inmortalidad literaria, porque es un cuento para entretener a los +niños. La gloria más grande del más grande artista de la tierra no puede +durar veinte mil años. Cierto que a pesar de eso la amamos todos y más +aún aquellos hipócritas que fingen desdeñarla; pero es algo siempre +secundario en nuestra vida. El valor de la mía no se cifra en lo que he +escrito sino en lo que he amado. No me ligan a la existencia ni mis +pensamientos ni mis libros; todos ellos<a name="page_211" id="page_211"></a> os los entrego sin pesar +alguno. Lo único que me atormenta en este instante es separarme de los +seres que hoy amo, es perder la esperanza de volver a ver aquellos otros +que hace tiempo se han partido de la tierra. Si no hay nadie en el +universo o fuera de él que pueda devolvérmelos, ¡cese, cese para siempre +esta vida miserable y húndase como una hormiga mi pobre ser en la nada!»</p> + +<p class="cen">* * *</p> + +<p>Los filósofos de la inmortalidad colectiva se retiran también. Apenas +desaparecidos se presentan en ruidoso tropel otros mucho más osados y +enérgicos.</p> + +<p>«No te engañes a ti mismo—me dice uno de ellos—. No te dejes engañar +tampoco por los otros. La inmortalidad del alma es imposible, porque el +alma no existe; es una pueril creación de nuestra mente: nadie la ha +visto ni la ha tocado. Lo que existe sin poder dudarlo es nuestro cuerpo +visible y palpable y este cuerpo ha sido el origen de todas tus +tristezas y alegrías. Consuélate, porque este cuerpo es inmortal. Un ser +vivo permanece eternamente vivo. No existe la muerte para la naturaleza; +su juventud es eterna como su actividad y su fecundidad. La muerte +transforma pero no destruye y no es otra cosa que la misteriosa +continuación de la vida en formas diversas. Esa federación de seres +vivos que llamabas tu <i>yo</i> se disuelve pero no se aniquila. Cada uno de +los socios recobra su libertad y continúa su carrera vital +alegremente...</p> + +<p>»¿Me preguntas si cada uno de estos seres tienen conciencia? Sólo puedo +responderte que hay muchos hombres vivos que apenas la tienen tampoco. +Ni podemos afirmar ni podemos negar facultades que escapan a nuestra +observación. Lo que te puedo asegurar es que la vida subterránea que +ahora comenzará para tu cuerpo es mucho más animada que la que has +llevado sobre la tierra. Prepárate a recibir un sinnúmero de gozosos +campañeros llenos de salud y de fuerza. ¡Son los trabajadores de la +muerte! Vendrán en tropel las preciosas moscas llamadas <i>Lucilia</i>, de un +verde metálico brillante<a name="page_212" id="page_212"></a> acompañadas de sus hermanas las <i>Lucilia +Cesar</i>, de un verde dorado y frente blanca. Inmediatamente acudirán los +<i>Sarcófagos</i> y detrás de ellos los encantadores lepidópteros del género +<i>Aglosa</i>, lindas maripositas que duermen durante el día sobre las hojas +de los árboles y vuelan al crepúsculo en torno de la luz. Después vienen +otras moscas no menos hermosas, las <i>Profilas</i>, de cuerpo luciente y +pequeña cabeza, a las cuales seguirá una muchedumbre inmensa de +<i>Acarios</i> encargados de facilitar la momificación. Y estos acarios se +hallan dotados de virtud tan prolífica que una sola pareja puede +producir al cabo de tres meses un millón y medio de individuos.</p> + +<p>»Así pues que no te infunda pavor la idea de la destrucción. Dentro de +la tumba la vida prosigue como fuera, una vida aún más ruidosa y animada +que se renueva sin cesar...»</p> + +<p class="cen">* * *</p> + +<p>«¡Muchas gracias!»</p> + +<p class="cen">* * *</p> + +<p>Dejo caer otra vez sobre mí la pesada losa y me dispongo resignadamente +a entrar en la nada.</p> + +<p>Mas he aquí que poco después escucho un suave rumor lejano que pone en +movimiento mi aterido corazón: batir de alas, chocar de besos, cantos de +triunfo...</p> + +<p>Levanto tímidamente la piedra de mi sepulcro. El alba flotaba ya sobre +el cementerio y a su luz indecisa veo un glorioso cortejo de ángeles +alados envueltos en las brumas temblorosas de la mañana. Un rayo de luz +cayó sobre sus alas doradas y los vi resplandecientes girar en torno de +mi tumba. Uno de ellos, el más hermoso, vino a posarse al pie de ella. +Mantúvose algunos instantes silencioso frente a mí y pude contemplar a +mi sabor su belleza inmortal, el brillo deslumbrador de sus ojos, la +altivez de su frente, su talla gigantesca, la intrepidez y la calma que +se exhalaba de su figura radiosa.</p> + +<p>«Soy el arcángel Miguel—me dijo con voz cuya extraña melodía no +pertenece a la tierra—y en nombre del<a name="page_213" id="page_213"></a> Señor vengo a ofrecerte la +verdadera, la única inmortalidad digna de su adorable providencia. Si +has creído y has confiado en El así que te hayas purificado entrarás a +gozar de la vida eterna y de la suprema dicha. No se pierde tu <i>yo</i>, no +se desvanece como una melodía en el aire, porque el amor de sí mismo es +el fundamento y la condición de todo otro amor. El reposo perfecto y el +goce de Dios que te ofrezco no destruirán tu conciencia, que es el +sostén y la raíz misma de tu felicidad. No hay más que una vida temporal +para los humanos y en ella se decide si han de vivir eternamente gozando +del bien supremo o eternamente gemirán alejados de él...</p> + +<p>»¿Tiemblas por tu suerte? Desecha tu temor. Dios con ser omnipotente no +puede condenar a un alma que se entrega a El en la hora de la muerte. +¿Deseas poseer tu cuerpo? Lo poseerás eternamente, pero glorioso, +purificado. ¿Deseas el reposo? Reposarás en la paz eterna. ¿Amas el +honor, la gloria y el poder? Participarás de la majestad y del soberano +dominio de Dios. ¿Buscas la compañía de los nobles y los sabios? Gozarás +de la sociedad de todos los hombres de bien que en el mundo han sido. +¿Quieres en fin (y este es sin duda tu más ardiente deseo) amar a los +tuyos más allá de la tumba? Volverás a encontrarlos y esta vez para no +perderlos jamás. La muerte no rompe los lazos que unen a dos corazones +sobre la tierra. Tu amor en el cielo sin dejar de ser íntimo y tierno +quedará limpio de toda aspereza; porque el corazón humano es un abismo +insondable de misterios, un campo de batalla donde alternativamente el +calor y el frío son vencedores.</p> + +<p>»¡Paz para siempre! ¡Un corazón y un alma! He aquí lo que eternamente se +realiza en nuestro Paraíso...</p> + +<p>»¿Estás conforme, débil mortal, con las promesas del Cristo?»</p> + +<p class="cen">* * *</p> + +<p>Entonces todo mi ser se baña de alegría. Hago un esfuerzo supremo y +alzando la piedra que me encierra exclamo gozosamente:</p> + +<p>«¡Tuyo soy!»<a name="page_214" id="page_214"></a></p> + +<h2><a name="XXVII" id="XXVII"></a>XXVII<br /><br /> +<small>OVIEDO</small></h2> + +<p>En el Otoño de este mismo año fuí enviado a Oviedo para estudiar la +segunda enseñanza. La capital de Asturias no ofrece apenas, en su +aspecto material, nada que pueda fijar la atención y hacerla +interesante. Asentada sobre el lomo de un verde collado, sus contornos +son bellos como lo es toda la provincia, pero sin relieve; las calles, +en general estrechas e irregulares, el caserío mezquino con pocos +edificios notables que la decoren. Aunque fué corte en los primeros +tiempos de la Reconquista, lo fué por tan breve tiempo y en época tan +remota, que apenas quedan huellas monumentales de su realeza. Sus +iglesias distan mucho de ser joyas artísticas como las de León y Toledo. +Su misma catedral, de estilo gótico, ni por su magnitud ni por la +riqueza de sus ornamentos, sale de lo común en esta clase de templos. +Pero su torre... ¡Ah!, su torre merece capítulo aparte.</p> + +<p>Es la más esbelta, la más armónica, la más primorosa de cuantas existen +en España. Oviedo alardea, con razón, de esta torre, como una mujer fea +se vanagloria de poseer copiosos y ondulantes cabellos.</p> + +<p>Pero esta fea, además de su espléndida cabellera, tiene atractivo y gana +mucho con el trato. ¿Cuál es su atractivo? La sonrisa: una sonrisa +alegre y cordial, franca y picaresca. He conocido algunos viajeros que, +prendados de esta sonrisa, han plantado su tienda en la capital de +Asturias y no han querido salir ya más de ella.<a name="page_215" id="page_215"></a></p> + +<p>Si el encanto de Avilés consiste en su alegría infantil, el de Oviedo se +cifra en su donaire malicioso. En ninguna otra región de España, ni aun +en Andalucía, tierra clásica de la gracia, se hallará una población más +regocijada y burlona. Su agudeza no es ligera, aparatosa, espumante como +la de Sevilla y Málaga: son los asturianos hombres del Norte y pagan +tributo a la frialdad de su clima y al tono gris de su cielo. Pero hay +más profundidad en su ingenio, su malicia es más espiritual, más +penetrante y también, hay que confesarlo, más despiadada.</p> + +<p>La burla es la deidad a la que se rinde culto incesante en Oviedo; es su +recreo y casi su necesidad. Los ovetenses tienen nariz de sabueso para +olfatear el ridículo. Así que lo encuentran se paran como los buenos +perros de muestra y esperan a los demás para dar comienzo a la caza. +Esta caza es una verdadera fiesta o regocijo público, particularmente +cuando la víctima se halla constituída en autoridad.</p> + +<p>Llegó en cierta época a Oviedo un gobernador que era un literato +ramplón, pero muy pagado de sus obras. En cuanto se dieron cuenta de su +flaqueza no hubo banquete ni solemnidad donde se pronunciasen brindis o +discursos en los cuales no se trajesen a cuento frases y hasta párrafos +enteros de las obras de la primera autoridad. Se le citaba como a +Plutarco o Cervantes. Aquel badulaque fué dichoso durante los meses que +gobernó la provincia y los ovetenses más felices aún que él.</p> + +<p>Nada les entristece a éstos ser mandados por cualquier majadero: al +contrario, sospecho que se hallan más complacidos cuando sus autoridades +lo son en grado máximo. Hubo una época, ya remota, en que el gobernador, +el alcalde, el rector de la Universidad y el presidente de la Audiencia +eran cuatro graciosos payasos sin pizca de sentido común. Pues bien; +nunca se sintió tan feliz la población: fué el siglo de oro de Oviedo.</p> + +<p>Confesemos, sin embargo, que sus bromas son, no pocas veces, crueles y +hasta alevosas. Existía en mi tiempo un honrado hojalatero atacado de la +manía de la oratoria. En cuanto se le dejaba perorar lo hacía con tanto<a name="page_216" id="page_216"></a> +énfasis y fuego defendiendo sus ideas tradicionalistas, que nadie podía +irle a la mano. Es innecesario decir que nadie, en efecto, pensaba en +atajarle: antes al contrario, se le tiraba de la lengua, se le encendía +y se le atizaba dondequiera que se presentaba, sobre todo en el café.</p> + +<p>No bastaron, sin embargo, el café y la calle. Un grupo de jóvenes +alegres ideó nada menos que fundar un Círculo de recreo con el exclusivo +objeto de nombrar presidente de él al citado hojalatero y poder tenerle +a su servicio todas las noches.</p> + +<p>Y, en efecto, se alquiló un local, se redactaron los estatutos y nuestro +hojalatero fué elegido por voto unánime presidente de la Sociedad. Aquel +honor inesperado se le subió de tal forma a la cabeza, pronunció tal +número de discursos vehementes y fué tan aplaudido y festejado que +terminó por enfermar. Pocas noches después de tomar posesión de su +cargo, tres o cuatro socios, de acuerdo con los demás, presentaron a la +Junta directiva una proposición pidiendo que se comprase una regadera +con destino al barrido del Círculo. El hojalatero, al leer la +proposición se levantó y pronunció un discurso que hizo época.</p> + +<p>«—Señores: El presidente de esta Sociedad es maestro hojalatero, +vidriero, plomero y está dispuesto a construir gratuitamente no una +regadera, sino diez regaderas, veinte regaderas, todas las regaderas que +sean necesarias para el aseo del Círculo que tiene el honor de +presidir...»</p> + +<p>Años después todavía los chicos de Oviedo sabían de memoria este +discurso y se lo gritaban al infeliz hojalatero cuando pasaba por las +calles.</p> + +<p>La política, que suele ser trágica en los pueblos y encender las +pasiones y producir graves desabrimientos, reviste en Oviedo un aspecto +cómico. Entre los enemigos políticos nada de injurias soeces, ni de +miradas melodramáticas, ni de pedradas o tiros por la noche. Los más +encarnizados adversarios se encuentran en Cimadevilla, punto céntrico de +la población, se saludan, se sonríen, se forma círculo de amigos en +torno de ellos y comienzan a embromarse alegremente. Es un certamen,<a name="page_217" id="page_217"></a> un +tiroteo de chanzas y agudezas en el cual, el más gracioso, el que hace +reír mejor a los amigos, es quien pone el cascabel al gato y sale +vencedor.</p> + +<p>Hay caciques en Oviedo como los hay desgraciadamente en todas las +capitales de España, pero aquí lo son a condición de aparecer modestos y +familiares con todo el mundo y dejarse embromar en los corrillos de la +calle. Si se le ocurriese a cualquier diputado o senador el no dar ni +admitir chanzas, mostrarse reservado y erguido, caería inmediatamente en +el desprecio público, se le cubriría de ridículo y ya no volvería a +levantarse. Cuando las autoridades o los próceres de la política son +comunicativos e ingeniosos y descienden a presentarse en el café y +formar tertulia y ríen y charlan como los demás, entonces es cuando son +verdaderamente respetados y queridos. Es un caso raro, acaso único, que +habla muy alto en favor de la dignidad y el entendimiento de los +habitantes de la capital de Asturias.</p> + +<p>Pudiera sospecharse que en un pueblo donde corre con tal fortuna la +burla andará igualmente desatada la maledicencia. No sucede así. Existe +ciertamente la murmuración, pero no es tan agresiva y traidora como en +otras poblaciones. A los ovetenses les agrada más descubrir una manía +ridícula que un robo y burlarse en la cara más que por la espalda. Se +dicen frente a frente y en tono jocoso frases que acaso harían funcionar +las pistolas en otra región. Allí se acogen con una carcajada.</p> + +<p>Muchas farsas regocijadas he presenciado en Oviedo durante mi +adolescencia, pero la que mejor recuerdo y más impresión me causó fué la +que compusieron para cierto clérigo de misa y olla unos cuantos jóvenes +traviesos.</p> + +<p>Buscaba con sobrada diligencia dicho clérigo su reino en este mundo, no +en el otro; carecía de instrucción, carecía de inteligencia y tampoco +había dado largos pasos en el camino de la perfección espiritual. +Habíase hecho muy familiar de un político influyente, al cual servía y +adulaba en la medida de sus fuerzas. Para recompensar estos servicios +domésticos y electorales, el personaje político logró que se le nombrase +canónigo. ¡Tales y tan<a name="page_218" id="page_218"></a> vituperables excesos se ven por la nefanda +intrusión del poder civil en la santa libertad de la Iglesia!</p> + +<p>Las personas piadosas gimieron por aquel escándalo, pero los cazurros +ovetenses rieron y no perdieron ya de vista al ambicioso clérigo, +prometiéndose pasar algún buen rato a sus expensas.</p> + +<p>Llegó en efecto un día en que cierto joven muy conocido en la población +recibió una carta de un hermano político, diputado y hombre de +influencia en Madrid. Comunicábale en ella que hallándose vacante la +diócesis de *** el Gobierno de acuerdo con el Nuncio de Su Santidad +pensaba buscar obispo en el cabildo catedral de Oviedo, y que a él como +diputado ministerial se le había consultado respecto a este particular. +Sabiendo la cariñosa amistad que le ligaba a don... (el nombre del +canónigo) y las muchas partes que a éste adornaban no había vacilado en +designarle para la sede vacante y había tenido el gusto de saber que +otros tres o cuatro diputados de la provincia siguieron su ejemplo. Por +tanto, le rogaba que se avistase con el interesado y se lo hiciese +saber. Antes de dar un paso más era necesario que éste manifestase si +estaba dispuesto a aceptar.</p> + +<p>Con gran sigilo y reserva, el malicioso joven comunicó la carta de su +cuñado con el canónigo. Quedóse éste densamente pálido, perdió el uso de +la palabra por algunos momentos, comenzó a tragar la saliva con +dificultad y al cabo, protestando de su insuficiencia, manifestó que +estaba dispuesto a obedecer a sus superiores en esto como en todo. Sin +embargo, principió a celebrar consultas con los sacerdotes y los +seglares más caracterizados de la población. Fingía vacilar, se +declaraba indigno, pedía consejo; todo para darse aún más tono y +escuchar elogios.</p> + +<p>Duró este trajín de las consultas por varios días como si fuese una +crisis ministerial. Las personas sinceramente religiosas de la ciudad se +hallaban aterradas: el obispo, el cabildo catedral y en general todo el +clero estupefacto. Cruzábanse entretanto cartas, venían telegramas. +Pronto la población entera se puso al tanto de la farsa y tomó parte en +ella. Fué una verdadera corrida en pelo la<a name="page_219" id="page_219"></a> que sufrió aquel desdichado +sin darse cuenta. Marchaba por las calles en actitud imponente y +majestuosa, dirigía sonrisas de protección a los conocidos, le faltaba +ya poquísimo para echarnos bendiciones como si tuviese la mitra sobre la +cabeza y el báculo en la mano. Tácitamente convencidos todos afectaban +la mayor seriedad y respeto. Los estudiantes se despojaban del sombrero +cuando pasaba, los comerciantes salían de sus tiendas y le daban la +enhorabuena llamándole <i>su ilustrísima</i>. El canónigo recibía los +plácemes con orgullosa condescendencia y echándose hacia atrás un poco +respondía gravemente:</p> + +<p>—Pidan ustedes a Dios que me dé luces para gobernar la diócesis.<a name="page_220" id="page_220"></a></p> + +<h2><a name="XXVIII" id="XXVIII"></a>XXVIII<br /><br /> +<small>EL CUADRO DE HONOR</small></h2> + +<p>Mi abuelo paterno, a cuya casa vine a parar, era un honrado burgués que +vivió hasta los noventa y tres años cuidando de su salud física.</p> + +<p>De la moral no había cuidado: se la daba Dios por añadidura.</p> + +<p>Cuando entró en este mundo, allá en el último tercio del siglo XVIII, no +pensó como Schopenhauer que había caído en una cueva de bandidos, sino +en un nido de ángeles. En esta creencia vivió y murió al cabo de un +siglo.</p> + +<p>Mas si creyó siempre en el bien, no imaginaba que éste se hallaba +igualmente repartido en el mundo. Por un decreto especial de la +Providencia, cuya justicia jamás puso en duda, a su patria, a su +provincia, a sus parientes, a sus amigos y conocidos tocaba una parte +mucho mayor que al resto del universo.</p> + +<p>Que le viniesen a hablar de las bellezas de Suiza. Sonreía +compasivamente y nos contaba cómo el conde de Toreno, el famoso +historiador de la <i>Guerra de la Independencia</i>, le había dicho en +confianza cierta tarde en el parque de San Francisco: «He viajado por +Francia, por Inglaterra, por Alemania, por Suiza, por Italia: nada he +visto comparable a Asturias.»</p> + +<p>Que se elogiase en su presencia la sabiduría o la elocuencia de un +hombre eminente español o extranjero. La misma sonrisa por parte de mi +abuelo. Sonreía porque<a name="page_221" id="page_221"></a> estaba bien seguro de que nadie en este mundo +alcanzaba la claridad de juicio, la fuerza de razonamiento, la +insondable profundidad teológica de su íntimo amigo V*** el deán de la +Catedral.</p> + +<p>Y a este tenor, su amigo el doctor A***, era el abogado más notable del +reino; el coronel P***, el más hábil estratégico; el farmacéutico L***, +en cuya botica se reposaba de sus paseos higiénicos, un químico sin +rival, y C***, el tendero de comestibles con quien alguna vez fumaba un +cigarro por las tardes, poseía en su opinión un verdadero tesoro en +productos alimenticios.</p> + +<p>¡Ya se guardarían mis tías de enviar por cualquier medicamento a otra +farmacia que no fuese la del licenciado L***! Si esto acaeciese, mi +abuelo pensaría que se le había envenenado. En cuanto a los comestibles +se creían con derecho a más independencia, y una que otra vez se +autorizaban la libertad de traer algún producto de otra tienda. Pero +como no hay estafa que al cabo no se descubra en este mundo, cualquier +imprudencia de la cocinera descubría la de mis tías. ¡Qué consternación +profunda se pintaba en el rostro de mi abuelo al averiguar que los +garbanzos que estaban comiendo no eran de la tienda de su amigo C*** +sino de la del falsificador de la esquina! Entonces se simulaba una +comedia; se fingía restituir aquellos indignos garbanzos al lugar de su +procedencia y acarrear otros del tesoro que guardaba el amigo C***. +Mediante esta superchería, en la cual todos tomábamos parte, las olas +encrespadas se sosegaban y la calma renacía en el espíritu atribulado de +mi abuelo.</p> + +<p>Después de esto no necesito declarar que sus digestiones fueron siempre +perfectas y que la más pura y tranquila felicidad se reflejaba +constantemente en su persona higiénica.</p> + +<p>Confieso, con vergüenza, que toda mi vida he profesado hacia mi abuelo +una envidia ruin. En los momentos críticos de la vida, cuando algún +disgusto me oprime, cuando encuentro antipáticas a las personas que me +rodean, y los enemigos me crispan y los amigos me molestan y los +periódicos me aburren, entonces su figura<a name="page_222" id="page_222"></a> radiosa y plácida se me +aparece hablándome con entusiasmo de los paisajes de Asturias, de la +sabiduría del deán y de los garbanzos de su amigo C***. ¡Oh, cuánto le +envidio en aquellos momentos! ¡Oh, con qué placer trocaría mi masa +encefálica y mi espina dorsal por las suyas!</p> + +<p>Y, sin embargo, estoy seguro de poseer alguno de los glóbulos color de +rosa de la sangre de mi abuelo en la mía. Verdad que estos glóbulos se +hallan mezclados con los grises de mi padre y con los verdes, amarillos +y azules de todos mis antepasados; porque es cosa averiguada que el +hombre semeja un panteón donde todos los muertos hablan y mandan cada +uno a su hora. Verdad que estos glóbulos se entrechocan, bullen, riñen, +se acarician, se agitan y forman infernal algarabía dentro de mi cuerpo; +pero al fin aquí están y son, a no dudarlo, los que una que otra vez me +impulsan a creer demasiado pronto en la teología, en la química o en los +garbanzos de cualquier amigo.</p> + +<p>Los glóbulos de mi padre me cantan lo que hay de triste y repugnante en +nuestra vida, pero los de mi abuelo me sugieren poco después dulcemente +que todos los males tienen su compensación, que al lado de cada +desventaja hay siempre una ventaja, y que existe una normal para la +felicidad de los hombres como existe para su calor animal: la diferencia +es sólo de algunas décimas.</p> + +<p>Recuerdo que en mi infancia vivía en Avilés un simpático armador que +tuvo la desgracia de que se le perdiese un barco en las costas de +Galicia. Cuando los amigos fueron a darle el pésame le hallaron +tranquilo y risueño como si no hubiera pasado nada.—¿Y si se hubiera +perdido el <i>Paco</i>?—exclamaba riendo y frotándose las rodillas. El +<i>Paco</i> era otro buque de mayor porte que tenía igualmente navegando. +Algo parecido me sucede a mí. Cuando experimento alguna contrariedad o +sufro cualquier desengaño, suelo exclamar interiormente:—¡Y si se +hubiera perdido el <i>Paco</i>! Convengo en que es un mezquino consuelo; pero +sin estos mezquinos consuelos la vida sería cosa mucho más mezquina.</p> + +<p>Si mimado había sido hasta entonces por mis padres<a name="page_223" id="page_223"></a> en Avilés, más +mimado lo fuí aún en Oviedo por mi abuelo y mis buenas tías. Además +comía a menudo con nosotros y pasaba gran parte del día, un primo mío +del cual fuí, desde luego, grande amigo y admirador. Tenía nueve o diez +años más que yo. Era, por lo tanto, un mancebo de veintiuno o veintidós +años que se hallaba terminando la carrera de Derecho, inteligente, de +agradable presencia, con rizada cabellera romántica y de una +sensibilidad tan excesiva, como no he conocido después a ningún otro +hombre. Las emociones, hasta las más fugaces, se reflejaban de tal +manera en su rostro expresivo que no necesitaba hablar para hacer +ostensibles los estados de su alma.</p> + +<p>Con estos elementos y atendida la época en que florecía, fácil es +colegir que mi primo era un romántico desenfrenado. Fuimos excelentes +camaradas y fué el primero que me enseñó a respetar las ojeras y las +melenas del romanticismo.</p> + +<p>Sus ídolos eran Byron, Lamartine, Chateaubriand y Espronceda. Llevaba +siempre en el bolsillo las <i>Meditaciones</i>, de Lamartine, en un primoroso +volumen que aún conservo yo con cariño en mi librería, y me las traducía +y las comentaba lánguidamente, entre suspiros y lágrimas no pocas veces. +Cuando vienen a mi memoria los hermosos versos de <i>Le Lac</i>,</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">Ainsi toujours poussés vers de nouveaux rivages</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">dans la nuit éternelle emportés sans retour,</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">ne pourrons-nous jamáis sur l'océan des ages</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">jeter l'ancre un seul jour?</span></td></tr> +</table> + +<p class="nind">se me aparece siempre la figura de mi primo con su melena rizada y sus +ojos negros enternecidos. ¡Ay!, ni él ni yo hemos podido echar el ancla +en aquellos hermosos y serenos días. El abordó ya las riberas de la +noche eterna; yo no tardaré en seguirle.</p> + +<p>Me leía también el <i>Werther</i>, de Goethe, y <i>Nuestra Señora de París</i>, de +Víctor Hugo. En cuanto al <i>Diablo Mundo</i>, de Espronceda, no necesitaba +leérmelo, porque se lo sabía de memoria. Sentía una viva admiración +hacia<a name="page_224" id="page_224"></a> este gran poeta, que inmediatamente logró infundirme a mí.</p> + +<p>Casi tanto como la poesía atraía a mi primo la música. Aunque no había +estudiado sus principios poseía un oído tan delicado y tal sensibilidad, +que dudo que ningún músico profesional le aventajase. Escuchando ciertas +arias de ópera y algunos conciertos de violoncelo le he visto +empalidecer densamente y permanecer en un estado de estupor hipnótico +que inspiraba miedo.</p> + +<p>Pero en música, como en poesía, era exclusivista. Amaba a ciertos +músicos y aborrecía a otros. Su predilecto era el maestro italiano +Bellini; mejor dicho era su ídolo; no existía para él nada en este mundo +superior a <i>Norma, Sonámbula y Puritanos</i>. A Rossini le respetaba; a +Donizetti le concedía algún talento, y <i>Lucía de Lammermoor</i> le agradaba +bastante; pero no vacilaba en afirmar que esta ópera era una obra +póstuma de Bellini que Donizetti había hallado entre sus papeles. Me +contaba, a tal propósito, que hallándose éste loco en un manicomio le +habían hecho oír el inspirado final de <i>Lucía</i> y, quedando un momento +extático, había exclamado: «¡Tenía talento ese Bellini!»</p> + +<p>En cuanto a Verdi le odiaba profundamente. Era tanta su aversión por +este maestro, que cuando de él se hablaba se ponía pálido y enronquecía +su voz, como si en otro tiempo le hubiera inferido una afrenta +imperdonable a él o a su padre. Naturalmente, yo participé en seguida +del amor a Bellini y del odio a Verdi. Pero lo singular del caso es que +las óperas de este maestro me encantaban, particularmente <i>Traviata</i> y +<i>Rigoleto</i>. Esto me causaba un malestar y una vergüenza indecibles; +hacía esfuerzos desesperados por arrojar de mí esta inclinación, como +San Antonio huía de sus terribles tentaciones.</p> + +<p>Desde luego, debe suponerse que si mi primo era tan sensible a la poesía +y a la música, no lo sería menos al amor. Lo era muchísimo más. Era un +enamorado de los pies a la cabeza. ¿De quién? De todas las hermosas +mujeres que sus ojos acertaban a ver; pero no simultáneamente, sino +enfiladas y por riguroso turno. Sus amores no eran muy largos; dos meses +cada uno, poco más o<a name="page_225" id="page_225"></a> menos. Acaso por esto mismo el objeto de sus +ansias no llegaba generalmente a enterarse. Mas, lo que perdían en +extensión, lo ganaban en intensidad. Nadie ardió jamás con tan viva +llama, nadie suspiró, nadie veló, nadie se suicidó mentalmente, nadie +compuso tantos versos como él.</p> + +<p>Había de todo: romances, décimas, octavillas, sáficos adónicos. Además, +indefectiblemente, para cada uno de sus amores componía una habanera en +honor de la bella ingrata: música y letra. Como, según he dicho, no +tenía conocimientos musicales, no podía escribirla; pero la retenía +perfectamente en la memoria y me la cantaba cuando nos hallábamos solos. +Yo escuchaba estas habaneras embelesado, admirando la inspiración y el +prodigioso talento musical de mi primo. No dejaba de advertir, sin +embargo, que se parecían mucho unas a otras. Por ejemplo, la que decía:</p> + +<p class="cen"><i>«Hay una hermosa trigueña»,</i></p> + +<p class="nind">era casi igual a otra que principiaba:</p> + +<p class="cen"><i>«Una rubita, bella sin par.»</i></p> + +<p>Apenas variaba más que el color del pelo; pero esto no amenguaba mi +placer; al contrario, puesto que me había agradado la primera, era +lógico que me agradasen todas.</p> + +<p>Me encontraba, pues, en Oviedo a las mil maravillas. Las clases del +Instituto eran menos largas y penosas que la escuela de don Juan de la +Cruz; me dejaban libre casi toda la tarde. Además, se respiraba en los +claustros de la Universidad, por donde paseábamos, un ambiente de +libertad, de emancipación que me hechizaba. Ya no nos llamábamos los +compañeros por el nombre de pila, como en la escuela, sino por nuestro +apellido, y esta, al parecer, insignificante circunstancia, nos hacía +imaginar que éramos ya hombres, y nos llenaba de satisfacción. Los +porteros y bedeles, igualmente, nos llamaban por el apellido, haciéndole +preceder de la palabra señor; nos codeábamos<a name="page_226" id="page_226"></a> paseando con los +estudiantes de Jurisprudencia, casi todos poseedores de un bigote más o +menos floreciente; había desaparecido por completo todo castigo +corporal; formábamos dentro de la ciudad una casta infinitamente +respetable.</p> + +<p>Cuando sonaba la campana, los profesores atravesaban el claustro +solemnemente y entraban en el aula revestidos de toga y birrete. Al +terminar, un bedel abría la puerta, se asomaba con respeto y decía, +inclinándose profundamente: «Es la hora.» Alguna que otra rara vez, +antes de terminar la clase abría de improviso, y con estrépito, de par +en par las puertas, daba un fuerte golpe con el pie sobre el entarimado +y gritaba con el mayor énfasis:</p> + +<p>—«¡El señor Rector!»</p> + +<p>Entonces todos nos poníamos en pie súbitamente, como movidos por un +resorte; el Profesor también se levantaba y salía a recibir al Rector, +que atravesaba la cátedra e iba a sentarse en el sillón de aquél con una +majestad augusta que nos producía escalofríos de respeto. Nuestro +catedrático se sentaba a su lado, humilde, reverente, eclipsado como un +despreciable asteroide por aquel gran sol radiante.</p> + +<p>¡Oh, cuán feliz me hacía todo este aparato pintoresco! Me parecía vivir +en otro mundo y haber ascendido varios grados en la escala de los seres +vivos. Tuve la desgracia, no obstante, de que me tocase por catedrático +de Latín un señor de rostro cetrino y deteriorado por la viruela, de +temperamento frío, irónico y bilioso, el único profesor modernista que +existía a la sazón en el Instituto. Y digo modernista, porque la +frialdad y la bilis parecen ser los elementos que mejor caracterizan a +nuestra Edad Moderna. Todos los demás catedráticos estaban chapados a la +antigua, cordiales, ruidosos, espontáneos y un poquito grotescos.</p> + +<p>Teníamos aquel año uno de Religión que era, al mismo tiempo, párroco de +una de las parroquias de la ciudad: un coloso velludo, un monstruoso +cetáceo, cuyos resoplidos, como los de los leones, infundían pavor; su +voz sonaba horrísona, como si hablase con bocina; y<a name="page_227" id="page_227"></a> cuando daba un +puñetazo sobre la mesa, la rompía, indefectiblemente. Dos o tres veces +durante el curso fué arreglada por el carpintero. Cuando nos hablaba del +Apocalipsis creíamos estar oyendo, en efecto, la gran voz que escuchó +San Juan, semejante a una trompeta, y cuando nos narraba de qué forma +Sansón se llevó las puertas de Gaza hasta lo alto de una colina sobre +sus espaldas, y con la quijada de un asno puso en vergonzosa fuga y dió +muerte a mil filisteos, ni uno de nosotros dejaba de representarse al +héroe bíblico, con sotana y manteos, blandiendo el hueso del burro.</p> + +<p>Empecé a asistir puntualmente a mis clases y a estudiar con igual +puntualidad mis lecciones. Cuatro o cinco veces durante aquel primer mes +me llamaron los profesores para decirlas, y lo hice del modo mejor que +Dios me dió a entender. No pensé hacer nada meritorio: estaba tan +persuadido de mi insignificancia, que ni por un momento sospeché que +aquello tuviera valor alguno.</p> + +<p>Cuando terminó el mes, hallábame paseando el primer día del otro por los +claustros con mis libros debajo del brazo. Había llegado demasiado +temprano y apenas había chicos por allí. Paseaba, pues, como digo, solo +y aburrido, cuando al cruzar por delante de la puerta de la Secretaría +vi sobre ella colgado un gran cuadro con marco dorado. Era, sin duda, el +<i>cuadro de honor</i>, del cual ya había oído hablar; sobre él se estampaban +los nombres de los alumnos que más se habían distinguido en los +diferentes años del bachillerato. Me acerqué negligentemente a él, pasé +una mirada distraída sobre sus primores caligráficos, y... ¿qué es lo +que veo? Mi nombre aparecía el primero de todos sobre el cuadro. Quedé +clavado al suelo por el estupor más que por la alegría; después me llevé +las manos a los ojos, temiendo que aquello fuese una alucinación. ¡Pero, +no! Allí estaba bien claro mi nombre con mis dos apellidos.</p> + +<p>Fué una revelación: fué la voz que le gritó a Lázaro: «¡Levántate!» Mi +padre estaba equivocado. Yo no era un ser inepto.<a name="page_228" id="page_228"></a></p> + +<h2><a name="XXIX" id="XXIX"></a>XXIX<br /><br /> +<small>BESOS EN CABEZA DE TURCO</small></h2> + +<p>Dos o tres meses después de mi llegada a Oviedo se trasladó mi abuelo +con su familia al piso segundo de una casa recién construída sobre la +antigua muralla de la ciudad. Por delante formaba con otras una +rinconada o plazoleta: algunas callejuelas venían a desembocar; estaba +rodeada de vecinos que vivían como en familia, hablándose desde los +balcones. Por detrás tenía mayor elevación y las vistas sobre el campo; +había mucho aire, mucha luz y mucho silencio. Era íntima, familiar y +gárrula, como una vieja comadre, por delante; era grave y luminosa, por +detrás, como una deidad.</p> + +<p>En esta casa vivió mi familia paterna por más de cuarenta años, y allí +murió casi toda ella. La primera en sucumbir fué la más joven de mis +tres tías. Hacía ya tiempo que padecía una enfermedad mortal al pecho. +En sus últimos días experimentaba antojos y tentaciones de golosinas que +el médico le prohibía. Entonces la cuitada me hizo su confidente y me +enviaba secretamente por ellas. Yo le traía confites y naranjas en los +bolsillos de mi abrigo y se los entregaba cuando no había nadie en la +habitación. Después de su muerte me acometieron atroces remordimientos +imaginando que había contribuído a ello. Más adelante, cuando empecé a +dudar de la ciencia de nuestro médico, y, en general, de la eficacia de +la Medicina, me alegré de haber endulzado sus últimos momentos.<a name="page_229" id="page_229"></a></p> + +<p>Quedaban otras dos. Ambas pasaban de los cuarenta; pero aunque +igualmente viejas solteronas no podían ser más diferentes por su +carácter. La primera era una mujer seria, firme, concentrada; poseía +claro entendimiento y tierno corazón, pero huía de toda manifestación +externa, manteniéndose siempre en una reserva que la hacía aparecer +severa. No lo era más que para el amor sexual y todo lo que con él se +conexionase. Tenía por tan ridículo y aun tan indigno cuanto se +refiriese a la vida galante, que, cuando se hablaba en su presencia de +alguna relación amorosa, mostraba inmediatamente su malestar y hacía lo +posible por derivar a otro punto la conversación. Si se obstinaban en +seguir tratándolo no tardaba, con cualquier pretexto, en alzarse de la +silla y salir de la estancia. Nadie en la familia le había conocido +jamás inclinación amorosa, noviazgo, ni cosa que se le pareciese. Por +eso, a mí, que estudiaba entonces la historia de Roma, se me +representaba mi tía como una de aquellas tristes vestales que envejecían +y se secaban atizando el fuego sacro. El que ella mantenía vivo era el +del orden, la economía y la dignidad del hogar doméstico, en cuya tarea +nadie podía aventajarla.</p> + +<p>La segunda formaba con ésta gracioso contraste. Era la más devota y +respetuosa adoradora de Cupido que jamás se viera. Cuanto se refiriese +de cerca o de lejos a los tiernos sentimientos que aquel dios inspira a +los mortales, hallaba eco en su alma y despertaba su interés. Su memoria +era un almacén de historias sentimentales, al cual acudía yo para +solazarme cuando el estudio me aburría y no estaba en casa mi primo para +entretenerme.</p> + +<p>Ninguna otra cosa parecía conmoverla en este mundo que sus achaques (que +eran muchos y variados) y las dulces manifestaciones juveniles del +sentimiento amoroso.</p> + +<p>Porque para ella los seres humanos no envejecían. Cuando alguna persona +de edad avanzada, ya perteneciese al sexo masculino o al femenino, venía +de visita a nuestra casa o la veíamos desde el balcón cruzar por la +calle, aquella persona no existía para ella en el presente ni le +interesaba su condición actual, sino que inmediatamente la retrotraía a +su juventud y me narraba prolijamente<a name="page_230" id="page_230"></a> sus amores con la anciana señora, +su esposa, que le acompañaba; me refería los obstáculos que le había +puesto la familia de ésta, cómo él los había vencido, de qué manera se +correspondía con ella dejando sus billetes amorosos escondidos debajo de +un confesonario de la catedral, y otras travesuras no menos ingeniosas; +por fin, en qué forma una noche había escalado los balcones de la casa +de su amada, y juntos se habían huído del hogar paterno.</p> + +<p>Confieso que me costaba enorme trabajo representarme a aquellos dos +ancianos descendiendo por una escala de cuerda a la calle. Pero mi tía +parecía que los estaba viendo y no perdonaba ningún detalle que +contribuyese a animar aquel cuadro interesante.</p> + +<p>Era mi tía un ser ideal y poético, era una entusiasta sentimental, era +una cascada romántica, era un bosquecillo donde se arrullaban las +tórtolas. Gastaba sortijillas en el pelo pegadas con goma a las sienes; +tocaba la guitarra y cantaba melodías delicadas de ritmo quejumbroso: +canciones de los buenos tiempos de amor y poesía que en nada se parecen +a los <i>couplets</i> desvergonzados que hoy escuchamos por todas partes. +Entonces las grandes pasiones amorosas históricas o fingidas servían a +los músicos anónimos para componer melodías tristísimas. Había una +canción de <i>Abelardo y Eloísa</i>, había otra de <i>Chactas y Atala</i>. Ambas +retengo en la memoria y suelo tararearlas cuando me siento desengañado y +melancólico. También recuerdo una, que mi tía cantaba con predilección:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1.5em;">Tronco infeliz, desnudo y sin verdura;</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">imagen fiel de un desdichado amor;</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">si marchitó el invierno tu hermosura,</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">también a mí me marchitó el dolor.</span></td></tr> +</table> + +<p>Otra comenzaba:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1.5em;">Tu padre, rico de oro, es insaciable;</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">¡ay!, por tenerle, mil vidas diera yo.</span></td></tr> +</table> +<p><a name="page_231" id="page_231"></a></p> + +<p>Yo escuchaba todo esto embelesado; admiraba a aquellos héroes del amor y +deploraba el haber nacido en una época tan ruin y prosaica. Mi tía, con +su guitarra y sus canciones, con sus relatos interesantes y el perfume +de almizcle que usaba, me inició en el romanticismo casero, como mi +primo me había iniciado en el literario.</p> + +<p>Entraba en nuestra casa como el amigo más íntimo un señor calvo, de +rostro pálido, de mirada dura y penetrante, alto de hombros y hundido de +pecho. Era un hombre inteligente, pero sin sonrisa. Hablaba poco y +cortante; sus juicios eran inapelables: si se le contrariaba quedaba aún +más pálido y enronquecía de furor.</p> + +<p>Los niños de la población le tenían un miedo increíble. Porque este +caballero había dado en la extraña manía, y con ella gozaba al parecer, +de aterrar al mundo infantil. Tenía a todos los niños fuertemente +sugestionados. En cuanto tropezaba en la calle con uno de su +conocimiento, y a veces aunque no lo fuese, se detenía, le clavaba una +mirada feroz, insistente, y después de tenerle hipnotizado preguntaba +con voz terrible al criado o criada que le conducía «si había sido +bueno». En caso afirmativo le dejaba pasar tranquilamente. Pero si se le +decía lo contrario un demonio del infierno no podía poner cara más +espantosa que aquel buen señor; le cogía por el brazo, le sacudía y le +gritaba al oído tales y tan horrendas amenazas que el niño quedaba sin +gota de sangre en las venas, sin fuerza aun para llorar. Los padres +alentaban esta manía que les era útil; la amenaza de llamarle bastaba +para que cualquier niño recalcitrante se transformase en manso cordero. +Tal idea tenían los chicos de la braveza feroz y de la infinita crueldad +de aquel sujeto que un hermanito mío me preguntaba cierto día, con la +mayor naturalidad, si tendría más fuerza que un toro. Le respondí que +sí. Calló un momento y me preguntó de nuevo si tendría más fuerza que un +guardia civil. Le respondí también afirmativamente. Por último después +de algunas vacilaciones me preguntó si tendría más fuerza que Dios. +Entonces yo, no atreviéndome a despojar al Ser Supremo del atributo de +su omnipotencia, aunque se me pasaron ganas de hacerlo, le<a name="page_232" id="page_232"></a> respondí que +tenía menos, pero sólo un poco menos, casi nada menos.</p> + +<p>Pues este caballero áspero y ceñudo había sido, ¡caso maravilloso!, +novio de mi romántica tía. Por lo que pude colegir, la falta de medios +de fortuna le había retraído del matrimonio. Esto al menos pensaba y +dejaba traslucir mi tía.</p> + +<p>Era para mí cosa absolutamente incomprensible cómo aquel señor calvo +pudiera haber sido un doncel enamorado. Porque yo entonces me +representaba siempre a los enamorados con largos cabellos. ¿Cómo suponer +a un sujeto tan rígido doblando la rodilla, llevándose la mano al +corazón y profiriendo frases apasionadas? Sin embargo, mi tía llegó a +afirmarme que le había compuesto y dedicado más de un madrigal. No sé lo +que tendrá de cierto. Lo que no cabe dudar era que seguía enamorada de +él, que buscaba pretextos para abrir el balcón a las horas en que él iba +y venía de la oficina, que le servía el café cuando venía a tomarlo a +casa con rematada complacencia, y escuchaba sus sentencias como +oráculos.</p> + +<p>No le sucedía a él otro tanto; antes por el contrario, le hablaba aún +con más aspereza que a los demás y sin mirarle a la cara, y le llevaba +la contraria a cuanto decía sin reparo alguno y en forma despectiva. +Pero esto era para mi tía, por lo que dejaba entender, testimonio +irrecusable del más acendrado amor. Es posible que estuviese en lo +cierto.</p> + +<p>Me inclino a pensarlo, porque aquel caballero era en el fondo de su alma +todo lo contrario de lo que representaba. Cuando pude penetrar su +carácter me persuadí de que no sólo poseía una inteligencia lúcida y muy +estimable cultura, sino lo que es aún mejor, un gran corazón. Era tierno +y compasivo como pocos, creyente fervoroso, dispuesto a sacrificarse por +los otros ocultando siempre con extrema vigilancia toda señal de +debilidad. Era, en una palabra, el tipo acabado del <i>bourru +bienfaisant</i>, que los dramaturgos franceses se complacen alguna vez en +pintar en sus comedias.</p> + +<p>Al hacerme hombre me ligué a él con afectuosa confianza. Poseía una +copiosa librería, que puso a mi disposición,<a name="page_233" id="page_233"></a> y le debo muchos y +prudentes consejos que me han servido bastante en la vida. Su muerte fué +para mí una pérdida irreparable. El, que no sonreía jamás, murió con la +sonrisa en los labios consolando con palabras jocosas a los que lloraban +en torno de su lecho.</p> + +<p>Guarda aquella casa todos los recuerdos de mi adolescencia. En su +despacho bañado por el sol y por el aire puro de los campos soñé poemas +divinos; allí la voz de la naturaleza hizo latir mi corazón; allí +cantaron en mi alma mil ruiseñores armoniosos; allí se disiparon las +nieblas en que se envolvía mi infancia; allí una extraña y nueva vida +oprimió mi pecho inflamándolo con un fuego sutil y misterioso; allí +estudié las conjugaciones de los verbos latinos regulares e irregulares +y aprendí a extraer la raíz cúbica de los números.</p> + +<p>Vino a estrenarla igualmente con nosotros, habitando el piso principal, +un catedrático de la facultad de Derecho de la Universidad. Era hombre +de poco estudio pero de mucho talento a lo que oía decir, porque no me +hallaba yo en estado de juzgarlo. Tenía dos hijos de mi misma edad +aproximadamente, con los cuales trabé en seguida estrecha amistad. Tenía +también una hija que contaba dos o tres años más que el primero de sus +hermanos. Era una linda niña de catorce o quince años y esta niña tenía +dos amiguitas de su misma edad tan lindas como ella que venían casi +todos los días a su casa a pasar la tarde y solazarse.</p> + +<p>No creo que haya habido nunca en Oviedo una trinidad más respetable. Un +estudiante de segundo año de Derecho, que presumía de clásico las llamó +<i>las tres gracias</i>. Dos de ellas aún viven y a pesar de los años +devastadores conservan vestigios de su pristina hermosura.</p> + +<p>Pues estas tres chicas se compadecieron inmediatamente de mi niñez y +comenzaron a prodigarme los más tiernos y maternales cuidados. Una +anciana de noventa años, hablando a una niña de diez, no adoptaría un +acento más protector, más condescendiente que el que ellas usaban +conmigo. Me atusaban el cabello cuando estaba despeinado, me hacían el +nudo de la corbata, me hacían recitar fábulas, reían como locas con mis +inocentes<a name="page_234" id="page_234"></a> salidas y me cubrían de besos a cada instante; pero me +besaban como si fuese su nieto.</p> + +<p>La encrucijada o plazoleta donde nuestra casa se hallaba situada hervía +de mozalbetes enamorados, ninguno de los cuales pasaría de diez y ocho +años. Todo el primero y segundo año de Jurisprudencia desfilaban por +allí diariamente clavando miradas lánguidas en los balcones. De vez en +cuando también se deslizaba algún estudiante de tercero o cuarto. Se les +reconocía en seguida por su decisión y osadía. Porque se plantaban +descaradamente frente a la casa, sonreían, hacían guiños maliciosos y +enseñaban cartas. Estos eran los únicos que lograban poner serias a mis +tres abuelitas.</p> + +<p>¡Cuánto me he divertido en aquel alegre piso, en un todo semejante al +nuestro! Si quiero evocar tan felices tiempos no tengo más que acudir a +la música, como siempre. Una de aquellas hermosas niñas cantaba a menudo +cierta habanera que comenzaba:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">En un valle virgen</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">bajo un cielo azul.</span></td></tr> +</table> + +<p>Cuando la recuerdo hallo de nuevo aquellas gratas horas de mi infancia y +me las represento en toda su frescura.</p> + +<p>De esta niña que cantaba el <i>valle virgen</i> y que murió muy joven, cayó +enamorado mi buen primo (con alguna había de caer) y ella tuvo el honor +de inspirarle un número prodigioso de romances, sáficos adónicos, +octavas reales y octavillas. No falleció a consecuencia de esto ni +tampoco de la habanera (música y letra) que la dedicó inmediatamente, +sino más adelante de una fiebre tifoidea.</p> + +<p>Pero el amor, que animaba el estro poético de mi primo, paralizaba todo +el resto de su organismo. En cuanto se hallaba en presencia del objeto +de sus ansias, quedaba estupefacto y mudo. Empalidecía como si viese un +fantasma pavoroso y apenas se le podían arrancar algunas palabras que +pronunciaba con voz temblorosa. La niña se puso al tanto, con la +velocidad del rayo, del efecto<a name="page_235" id="page_235"></a> que sus encantos producían y se +regocijaba con toda su alma. No hay que reprocharlo demasiado duramente: +a cualquier chica le pasaría lo mismo, ¿verdad amable lectora?</p> + +<p>Era de ver a aquella chicuela de catorce años clavarle una mirada +sonriente y maliciosa, que le magnetizaba, dirigirle mil preguntas +embarazosas como a un inocente niño de la escuela, reír con sus +contestaciones, hacer guiños a sus amiguitas, ponerse seria +repentinamente, dirigirle una mirada severísima, volver la cabeza +después y hablar con sus amigas como si él no estuviese allí, venirle un +instante después a la memoria que mi primo no había desaparecido del +planeta y mostrar por ello la mayor satisfacción y mirarle con ojos +halagüeños, llevarse la mano al pelo y agitar su lindo dedo meñique de +un modo impertinente y provocativo, pasar después el brazo alrededor del +cuello de la amiguita que tenía a su lado y, acometida de súbita +ternura, besarla repetidas veces con efusión...</p> + +<p>Todo esto iba dirigido, no cabe dudarlo, a mantener a mi primo en el +mismo estado de estupor hipnótico y de paralización orgánica. Era +verdaderamente odioso.</p> + +<p>No menos odiosos resultaban los procedimientos que las tres amigas +usaban con los jóvenes estudiantes que se agitaban durante el día y +parte de la noche delante de sus balcones. Unas veces tenían éstos +abiertos de par en par y exhibían complacientes su rostro encantador a +la admiración de aquéllos. Otras los tenían herméticamente cerrados +horas y horas y los desgraciados languidecían y se secaban sosteniendo +con sus espaldas los muros de la casa de enfrente que, a juzgar por su +rostro contraído y el disgusto que mostraban, debían pesarles como al +titán Atlas el globo terráqueo. Un día recibían sus misivas amorosas con +placer, las leían en su presencia, sonreían, dirigían una mirada +afectuosa al expedidor y las ponían sobre el corazón; al siguiente las +dejaban caer a la calle sin leerlas y cerraban el balcón con estrépito; +tan pronto les tiraban besos con las puntas de los dedos como les +volvían la espalda con el mayor desprecio.<a name="page_236" id="page_236"></a></p> + +<p>Ignoro cómo llegaron a sus manos, pero es lo cierto que poseían las +fotografías de veinte o treinta estudiantes de la Universidad. Sospecho +que se las procuró un correveidile dependiente de tienda, que +frecuentaba la casa. Todas aquellas fotografías tenían la magnitud de +los naipes, porque entonces apenas se hacían de otro tamaño, y como +naipes jugaban con ellas. Se las ofrecían por el reverso como hacen los +prestidigitadores; tiraban de una al azar y si resultaba ser el retrato +del muchachillo que les agradaba hacían con la tarjeta mil extremos +graciosos, la llevaban al corazón, la besaban con entusiasmo y decían a +la imagen todas las disparatadas lisonjas que les venían a la boca. Por +el contrario, si salía un antipático con las piernas en forma de sable, +maldecían de su suerte, la arrojaban al suelo con desprecio y alguna vez +la pisoteaban.</p> + +<p>Aquellas funciones de mímica me divertían, y la alegría y gentileza de +las tres amigas me ponían contento tanto más cuanto que cada día me +mostraban mayor predilección y eran conmigo más cariñosas y maternales. +Este cariño se traducía, no pocas veces, en efusivos besos, los cuales +no causaban en mí frío ni calor. Ni física ni intelectualmente he sido +un niño precoz. Los aceptaba como testimonio de buena amistad: alguna +vez me enfadaban y era cuando me los daban hallándonos asomados al +balcón. Entonces advertía que me besaban más y mejor mirando de reojo a +los estudiantillos que se hallaban plantados en la calle y sonriendo +maliciosamente como si quisieran darles envidia. Esto me avergonzaba y +más de una vez me tengo sustraído bruscamente a sus pegajosas caricias.</p> + +<p>Pero he aquí que cierto día, después de una de estas movidas sesiones de +besos que yo levanté un poco desabrido, tuve necesidad de salir a la +calle con no sé qué motivo. El público que la había presenciado se +componía de tres mozalbetes de diez y siete o diez y ocho años, los +cuales estaban arrimados a la casa de enfrente diciendo mil ternezas a +mis amigas con los ojos ya que no con la lengua. Al verme salir uno de +ellos me hizo seña de que me aproximase como si tuviese algo<a name="page_237" id="page_237"></a> que +decirme. Acostumbrado como estaba a recibir recaditos y a que me +tratasen con no poca deferencia, me acerqué incautamente a ellos. De +improviso me sujetan fuertemente los brazos y comienzan a besarme con +tanta prisa y afán, que pienso me dieron más de mil besos en un minuto, +riendo, al mismo tiempo, a carcajadas y mirando al balcón donde se +hallaban las tres gracias.</p> + +<p>¡Oh rabia!, ¡oh vergüenza! Luché bravamente por desasirme, pataleé, +mordí, hice cuanto me fué posible para rechazar aquellas indignas +caricias, pero no pude lograrlo hasta que ellos buenamente quisieron +dejarme marchar. Y para colmo de humillación observé que mis amiguitas +reían también como locas en el balcón hallando el paso chistoso.</p> + +<p>Entré en casa hecho un mar de lágrimas y conté a mis tías, sofocado por +la ira, el atentado de que acababa de ser víctima. La romántica rió +encontrando también por lo visto delicada la chanza; pero la otra, y con +ella el señor austero, ex novio de la primera, que allí estaba a la +sazón, se mostraron disgustados y les oí pronunciar varias veces la +palabra «indecoroso».</p> + +<p>Así que cuando media hora después, arrepentidas sin duda de su risa, +subieron las tres niñas a buscarme, les hice saber perentoriamente que +en la vida volvería a poner los pies en el piso de abajo. El señor +austero apoyó con todas sus fuerzas esta mi enérgica resolución.</p> + +<p>Pero al día siguiente subieron de nuevo: mi romántica tía intercedió por +ellas; no estaba allí su ceñudo ex novio; al cabo me ablandé y consentí +en bajar, a condición de que por ningún motivo ni bajo ningún pretexto +se me diese un solo beso.<a name="page_238" id="page_238"></a></p> + +<h2><a name="XXX" id="XXX"></a>XXX<br /><br /> +<small>CABALLERÍA INFANTIL</small></h2> + +<p>Cómo y porqué fuí atacado de aquel humor belicoso que hizo la +desesperación de mis tías durante el segundo curso de bachillerato, no +lo sé yo mismo.</p> + +<p>Si ahora ocurriese no dejaría de atribuirse a un estado neurasténico; +pero en aquella época remota, Asturias era un país privado de vías de +comunicación y no se conocía la neurastenia.</p> + +<p>Aceptemos el hecho y en vez de investigar sus causas, cosa siempre +difícil, analicemos sus consecuencias.</p> + +<p>No podían ser más funestas.</p> + +<p>Arañazos en las mejillas, contusiones en la nariz, cardenales en las +piernas, desgarrones en el pantalón.</p> + +<p>Como entonces no funcionaba la Cruz Roja en Oviedo, mis tías se veían +diariamente necesitadas a intervenir con sal y vinagre y aguardiente +alcanforado. Me vendaban, me recosían con delicado esmero y me sugerían +los medios adecuados para no padecer esta clase de enfermedades.</p> + +<p>Yo no quería emplearlos. Al contrario; cada vez más enardecido salía +casi a diario desafiado de los claustros de la Universidad.</p> + +<p>El campo de Marte, o sea el lugar de nuestros duelos estudiantiles en +aquella época, era un lóbrego portalón de una casa solariega, vecina de +la Universidad. Estaba empedrada con grandes piedras azuladas y +relucientes. Cada una de aquellas piedras guardará seguramente memoria<a name="page_239" id="page_239"></a> +de las relaciones efímeras que mis narices han mantenido con ellas.</p> + +<p>Pero casi tanto como la guerra me atrajo durante aquel año el amor.</p> + +<p>Habitaba entonces en Oviedo una distinguida familia que figuraba en los +paseos del Bombé y en las reuniones de confianza del Casino. Era una +familia dilatada, aunque sólo del lado femenino. Aquellos señores tenían +varias hijas, bastantes hijas, no sé cuántas hijas; pero, en fin, muchas +hijas. Pasaban todas ellas justamente por bonitas y las había de +diferentes tamaños. Mientras las primeras eran amigas de mi madre y nos +visitaban alguna vez en Avilés, la última podría tener once o doce años +y era mi contemporánea.</p> + +<p>Sin embargo, yo la miraba con cierto desdén. Aunque había jugado con +ella en la playa de Luanco cuando contaría seis o siete años de edad y +llevaba, como yo, cortado el pelo a punta de tijera, al llegar a Oviedo +y tropezarla en la calle me limité a decirle adiós dignamente.</p> + +<p>Hay que confesar que era una dignidad intempestiva. Tanto más cuanto que +aquella chica me había gustado en su primera juventud y me seguía +gustando.</p> + +<p>Era menuda, de facciones admirablemente correctas y con unos ojos negros +capaces de atravesar una barricada de sacos de harina. Yo, que no era +ningún costal, me sentía traspasado de parte a parte cada vez que me +cruzaba con ella en el paseo. Pero la dignidad me obligaba a mostrarme +completamente indemne.</p> + +<p>Se llamaba Antonia; este era su nombre legal. Otro le daban +completamente ilegal y era el de una monedita americana, chiquita, +bonita, a lo que oí decir, porque yo jamás la he visto. El nombre +estaba, pues, bien adaptado; pero yo la llamaré ahora por el suyo porque +ya está muerta y cuando se hizo mujer no le agradaba que la nombrasen de +otra suerte.</p> + +<p>El lector se alegrará seguramente al saber que toda mi dignidad se +disipó como un sueño cierta tarde del mes de Febrero. Es un suceso que +no interesará a todo el mundo como los presupuestos municipales; pero +estoy<a name="page_240" id="page_240"></a> seguro de que hay chico de trece años a quien divertirá más.</p> + +<p>He aquí cómo ocurrió:</p> + +<p>Se celebraba en Oviedo la feria de la Candelaria, llamada allí también +la <i>Romería de las naranjas</i>. Asturias no es un país de naranjos, pero a +la orilla del mar, por la parte de Oriente, crecen algunos que dan una +fruta bastante aceptable, sobre todo si se la come con azúcar. El día de +la Candelaria llegan a Oviedo por la carretera de Gijón muchos carros +cargados de ella y se establece en esta carretera un lucido paseo. No +tiene más que un inconveniente y es que el camino por aquella parte +ofrece una fuerte pendiente, lo cual le hace imposible para los +asmáticos.</p> + +<p>Antoñita no lo estaba, a Dios gracias, y paseaba arriba y abajo entre +cestos de naranjas con sus amiguitas toda la tarde. Yo, sentado en el +pretil con los míos, me sentía cada vez más subyugado por sus ojos +negros. Cuando cruzaba por delante de nosotros me venían ganas de +decirle alguna palabra amable.</p> + +<p>En vez de esto ¿qué es lo que se me ocurre? Pues dispararle con mi +tiragomas una corteza de naranja. Lo hice con tanta fuerza y buena +puntería que le di en mitad de la mejilla produciendo un chasquido +temeroso.</p> + +<p>La niña dejó escapar un grito y se llevó la mano a la parte delicada, +rompiendo a llorar perdidamente. Sus amiguitas acuden a consolarla y +encarándose después conmigo me ponen de «bruto» y «animal» que no había +por donde cogerme.</p> + +<p>Tenían razón: yo se la daba en el fondo del alma. Me pesaba tanto y +estaba tan avergonzado de mi vileza que me faltaba muy poco para romper +a llorar también. En vez de eso comencé a reír groseramente coreado por +las carcajadas de mis amigos.</p> + +<p>¿Cómo llevé a cabo tal salvajada precisamente en los momentos mismos en +que me sentía más impresionado por el lindo rostro de aquella niña? No +me es posible explicarlo. Quizá estén en lo cierto los que afirman que +cualquier emoción nos puede impulsar a ejecutar actos diametralmente +contrarios.<a name="page_241" id="page_241"></a></p> + +<p>Una señal rojiza quedó impresa en el rostro de la hermosa niña, y con +esta roja señal, testimonio de mi brutalidad, siguió paseando toda la +tarde. No es posible imaginarse el doloroso efecto que causaba en mí +aquella marca cada vez que pasaba por delante de mis ojos. Aunque lo +disimulaba afectando alegría, mi corazón se sentía triste y me gritaba +sin cesar: «¡Miserable!»</p> + +<p>Las amiguitas cuando pasaban cerca de nosotros tornaban a encararse +conmigo y tornaban a llamarme bruto. ¡Ay, cuánto hubiera deseado que +ella hiciese lo mismo! Pero no: ella se limitaba a dirigirme una tímida +mirada que apartaba velozmente. Era una mirada tan dulce y tan triste +que me acometían impulsos de arrojarme desde el pretil de la carretera y +desnucarme o, por lo menos, producirme algún grave desperfecto.</p> + +<p>Cuando llegué a casa por la noche iba determinado a realizar un acto +trascendental. Me encerré en mi cuarto, tomé la pluma y escribí la carta +más disparatada que se haya escrito en la segunda mitad del siglo XIX. +Era una mezcla de Chachas y de Abelardo con ciertos recuerdos del +<i>tronco infeliz</i> de mi tía y del <i>Lago</i>, de Lamartine, rociado todo ello +con algunas gotas de <i>El estudiante de Salamanca</i>, de Espronceda. Pedía +perdón a Antoñita de un modo patético, le declaraba mi amor de un modo +más patético aún y le hacía saber, en el caso de que no me otorgase +ambas cosas, mi designio irrevocable de no asistir más a cátedra y +dejarme morir lentamente de inanición.</p> + +<p>Pero lo más grave de las cartas, en casos como el mío, no es +escribirlas, sino entregarlas; todo el mundo lo sabe.</p> + +<p>Hay quien apela al correo interior. Es el medio más seguro de que no +lleguen a manos de la interesada. Hay quien las entrega en propia mano. +Esto es mucho más eficaz, completamente eficaz; pero tal procedimiento +se halla reservado para los estudiantes de cuarto y quinto año que +juegan carambolas al billar y conocen el mundo. Yo era un pobre +estudiante de segundo de Latín y no podía lanzarme a tales aventuras.</p> + +<p>Opté por un término medio. Espié la salida de su doncella a un recado, +la seguí disimuladamente y cuando<a name="page_242" id="page_242"></a> iba a entrar en una tienda de +mercería me acerqué a ella y en la misma actitud humilde de un mendigo +que pide limosna le dije:</p> + +<p>—¿Me haría usted el favor de entregar esta carta a Antoñita?</p> + +<p>La voz salió de mis labios como un blando soplo, sin producir apenas +sonidos perceptibles.</p> + +<p>—¿Qué dices, niño?—me preguntó bruscamente.</p> + +<p>Entonces yo, que debía de estar pálido, me puse colorado. La misma +vergüenza que sentía, me hizo repetir con fuerza la demanda.</p> + +<p>La doncella me miró a la cara con risueña curiosidad, estuvo algunos +instantes indecisa, quizá entre darme un bofetón o tirarme de las +orejas; al fin dijo arrancándome la carta de las manos:</p> + +<p>—¡Bueno, se la entregaré!</p> + +<p>Era una buena chica. Cumplió su palabra.</p> + +<p>Al día siguiente estuve paseando por la calle de Antoñita y ella se +asomó al balcón, pero yo no osaba mirarla sino de lejos. Cuando pasaba +por debajo, en vez de levantar los ojos, los abatía mirando con +insistencia a la acera de la calle.</p> + +<p>Pero he aquí que una de las veces veo caer delante de mí, sobre esta +acera, un papelito. Me bajo, lo recojo, y sin mirar tampoco al balcón, +lo meto en el bolsillo y desaparezco.</p> + +<p>Después que doblé la esquina, lo abrí con mano trémula. Dentro traía, +para hacer peso, un trocito de lápiz, el lápiz, sin duda, con que +estaban escritos dos renglones que decían: «Estás perdonado, si tú me +quieres a mí yo también te quiero a ti.»</p> + +<p>Estos renglones estaban horriblemente torcidos y las letras eran +horriblemente grandes y además gibosas y temblonas como si las hubieran +trazado los dedos arrugados de una vieja y no una linda mano infantil. +Pero yo me hubiera prosternado ante ellos como un musulmán ante el +autógrafo de Mahoma.</p> + +<p>¡Ya tenía novia! Este fué mi primer pensamiento vanidoso. Vuelvo a decir +que el amor juega poco papel en las relaciones infantiles. Sin embargo, +me sentía atraído<a name="page_243" id="page_243"></a> particularmente hacia aquella niña que tan dulcemente +perdonaba mi brutalidad.</p> + +<p>En los días siguientes seguí paseándole la calle y, ya disipada mi +timidez, la miraba y remiraba largamente, y ella me miraba también con +extraordinaria atención. Parecíamos dos gatos, aunque sin exhalar el más +leve maullido; es decir, que ni una sola palabra se cruzaba entre +nosotros. Solía ir a esperarla cuando salía del colegio. Un amigo íntimo +me prestaba el servicio de acompañarme en estos casos y juntos la +seguíamos. Marchaba colgada del brazo de su niñera y de vez en cuando +volvía la cabeza para dirigirme una rápida mirada. La niñera la volvía +con más frecuencia y sonreía, y alguna vez también me hacía señas para +que me acercase. ¡Oh, cuánto valor se necesitaría para ello!</p> + +<p>Tuve, no obstante, una ocurrencia feliz. Como yo paseaba no pocas veces +la calle sin que ella estuviese al balcón, me vino el pensamiento de +comprar un pito y silbar. Tardó Antoñita en darse cuenta de que era yo +el autor de aquellos silbos prolongados, pero cuando lo hubo averiguado, +así que oía silbar, se asomaba al balcón. Mas ¡suerte maldecida! unos +estudiantes forasteros que se hospedaban por allí cerca observaron mis +maniobras y comprando un pito igual al mío hicieron salir a Antoñita +repetidas veces en vano. Uno de estos estudiantes aún vive. Y cuando voy +por Asturias me recuerda la broma y reímos mucho. Y después de reír +solemos quedar ambos silenciosos y melancólicos.</p> + +<p>Este incidente me produjo alguna desazón, pero no puede compararse con +la que poco después experimenté. Creo haber dicho que un amigo íntimo me +acompañaba algunas veces en mis paseos por la calle de Antoñita y +también cuando iba a esperarla al colegio. Pues bien; este amigo, +repentinamente comenzó a enfriarse conmigo; se apartaba de mí en los +claustros de la Universidad; se negó a acompañarme cuando se lo proponía +y hasta noté que fingía no verme para no acercarse.</p> + +<p>Pocos días después le encontré frente a los balcones de Antoñita mirando +hacia ellos con insistencia. En cuanto me divisó siguió su camino. Pero +otro día volví<a name="page_244" id="page_244"></a> a hallarle en la misma posición y entonces no se movió +ni me saludó siquiera. En los siguientes comenzó a pasear descaradamente +la calle de mi novia y hasta iba a esperarla al colegio acompañado de +otro amigo.</p> + +<p>Esta primera traición que padecí en mi vida me sorprendió muchísimo; lo +cual demuestra que es falsa la teoría de que hemos vivido antes de ésta +otras vidas. Porque si hubiera vivido antes, por poco que fuese, habría +encontrado aquello muy natural. Para colmo de dolor observé que mi novia +coqueteaba con él una chispita. Una corriente de odio de alta presión se +produjo entre él y yo.</p> + +<p>Para establecer el circuito no hacía falta más que una ocasión.</p> + +<p>Vino el contacto paseando por el claustro de la Universidad antes de la +hora de clase. Yo le dirigía miradas furibundas cada vez que nos +cruzábamos: él evitaba mirarme porque sin duda le quedaba todavía un +resto de pudor. Sin embargo, los amigos que paseaban con él debieron de +advertirle que yo le miraba de un modo provocativo y él se sintió +humillado de esta advertencia, porque en una de las vueltas volvió hacia +mí el rostro y me clavó una mirada insistente y retadora.</p> + +<p>El choque fué terrible, ferocísimo. Yo tenía tal ansia de dar golpes y +los daba con tal coraje que no sentía los suyos. Nos abrazábamos, +procurábamos con afán derribarnos y, no pudiendo conseguirlo, nos +separábamos y volvíamos a los golpes, y otra vez el odio nos juntaba +cuerpo a cuerpo. En torno nuestro se había formado un corro de chicos +que presenciaba el combate como una pelea de gallos.</p> + +<p>Mas de improviso siento por detrás un puntapié y un pescozón. Aquello no +podía venir de mi enemigo. En efecto, unos dedos mayores que los suyos +me habían sujetado por el cuello y oí una voz terrible que gritaba:</p> + +<p>—¡Bedel! Abra usted la carbonera.</p> + +<p>Era el secretario del Instituto y a la vez catedrático de Historia y +Geografía que desde su atalaya de la Secretaría nos había atisbado.<a name="page_245" id="page_245"></a></p> + +<p>El bedel abrió la carbonera y a empellones nos metieron dentro.</p> + +<p>El secretario del Instituto era un excelente profesor, todo el mundo lo +reconocía. Era, además, un hombre de recta intención y valeroso, como lo +demostró algún tiempo después renunciando a su cátedra y marchando a +engrosar las filas del ejército carlista. Pero el secretario del +Instituto no poseía ni penetración ni previsión. Porque si las tuviese +no encerraría solos a dos chicos que se estaban combatiendo con furor.</p> + +<p>Siguió el combate mortífero, rabioso. Rodamos por tierra, y unas veces +caía él encima y otras caía yo. Luchábamos desesperadamente, y en +silencio. Al cabo de algún tiempo las fuerzas nos fueron abandonando. +Por lo menos yo sentí claramente que las mías se debilitaban. Una de las +veces que caí debajo ya no pude levantarme y él logró ponerme una +rodilla sobre el pecho. Estaba vencido.</p> + +<p>—Jura que no pasearás más la calle de Antoñita.</p> + +<p>—Lo juro—respondí.</p> + +<p>—Júralo por tu madre.</p> + +<p>—Lo juro por mi madre.</p> + +<p>Entonces me soltó; nos levantamos y nos limpiamos la chaqueta y los +pantalones. Cinco minutos después vinieron a abrirnos para entrar en +clase. Y allí no había pasado nada.</p> + +<p>Pude haber faltado a mi juramento sin grave riesgo, porque nuestras +fuerzas se hallaban bastante equilibradas; pero lo respeté +religiosamente. No volví a pasar por la calle de Antoñita.</p> + +<p>Al cabo de quince o veinte días, hallándome paseando, como de costumbre, +por el claustro, sentí que una mano se apoyaba sobre mi hombro. Me volví +y me encontré con mi ex amigo, que me dijo en tono natural:</p> + +<p>—Oye, si quieres puedes pasear cuanto se te antoje por la calle de +Antoñita.</p> + +<p>—No puede ser—le respondí—. Lo he jurado por mi madre.</p> + +<p>—¡Qué importa!—replicó—. El juramento no te obliga ya, puesto que yo +te dejo libre.<a name="page_246" id="page_246"></a></p> + +<p>Y, acto continuo, se emparejó conmigo y me declaró en términos +expresivos que Antoñita era una tonta llena de presunción, indigna de +que un hombre serio como él gastase las suelas de sus botas paseándola +la calle; que estaba profundamente enamorado de la hija de un confitero, +y que ésta compartía su llama, puesto que le echaba desde el balcón +caramelos y rosquillas de consejo.</p> + +<p>Bien eché de ver que todo aquello era dictado por el despecho, y que, en +realidad, me relevaba de mi juramento porque Antoñita no le había sido +propicia.</p> + +<p>En efecto, cuando me decidí a esperarla otra vez a la salida del colegio +y a pasear debajo de sus balcones, la hallé tan expresiva, tan amable y +sonriente, que me sorprendió.</p> + +<p>Me sorprendió, porque yo no sabía entonces como el Taso «de la mujer, la +condición precisa», ni como Shakespeare que era «pérfida como la onda».</p> + +<p>Fuí tan inocente que no comprendí que mi alejamiento, que ella juzgaba +voluntario, había producido la derrota de mi rival.<a name="page_247" id="page_247"></a></p> + +<h2><a name="XXXI" id="XXXI"></a>XXXI<br /><br /> +<small>SEGUNDAS LECTURAS</small></h2> + +<p>En los años que cursé la segunda enseñanza cayeron en mis manos muchos +libros. Fué el azar quien los trajo, no una mano discreta; así que reinó +en mis lecturas una heterogeneidad disonante y cualidades muy diversas.</p> + +<p>Mi padre me había dejado vivir siempre en una independencia intelectual +que estremecería a un pedagogo. Porque mi padre, con su pesimismo jocoso +y paradójico, se reía de la Pedagogía. Pensaba y repetía sin cesar que +la educación servía de poco; que la naturaleza lo hacía todo. Quien +había nacido tonto, tonto sería toda su vida, sin que fuesen poderosos +los más ilustres maestros a volverle discreto.</p> + +<p>No discuto esta opinión subversiva; pero afirmo que su sistema, o, por +mejor decir, su falta de sistema, no produjo en mí tan funestos +resultados como debiera esperarse. Aún más; se puede aventurar que si +autoritariamente se me impusiera la lectura de algunos libros, +probablemente hubiera cobrado aborrecimiento a todos ellos. En ésta, +como en otras muchas ocasiones, quizá valga más entregarse en manos de +la Providencia. «Vendrá a tus brazos el ser que debes amar; vendrá a tus +manos el libro que debes leer», dice un filósofo moderno.</p> + +<p>Sin embargo, dudo mucho que la Providencia me haya enviado directamente +en aquella época las novelas horripilantes de un escritor francés +llamado Ponson du Terraill. Mas, por otra parte, ¿quién podrá resolver +del<a name="page_248" id="page_248"></a> efecto benéfico o nocivo que las sustancias que ingerimos producen +en nuestro organismo? La naturaleza efectúa en su seno recóndito un +trabajo sordo, que trueca no pocas veces los venenos en medicinas, y +otras ¡ay! las medicinas en venenos. ¿Quién sabe si aquellos novelones +filtrados por los tamices y destilados en los alambiques de mi espíritu +habrán soltado a la postre un jugo nutritivo? Lo que sí afirmo, sin +vacilar, es que en aquel tiempo me sabían a almíbar.</p> + +<p>No dura mucho el placer en este mundo. Aquellas novelas de aventuras +fantásticas y de intrigas tenebrosas llegaron a fatigarme. Cuando vino +el desencanto tropecé dichosamente con otras que me cautivaron de modo +más espiritual. Leí varias de Bulver Lytton, y por ellas fuí iniciado en +la observación psicológica, la expresión de carácter y la gracia +sentimental que caracteriza a los novelistas ingleses. Tanto deleite me +causaron que en mi edad madura quise repetir su lectura. Me acaeció lo +mismo que con otros libros. El encanto se había roto y no me fué posible +componerlo. Bulver Lytton es un notable escritor, pero sus novelas de +costumbres se hallan infeccionadas de lo que pudiera llamarse manía +aventurera, y no pueden ser comparadas a las de los grandes maestros +Goldsmith, Fielding, Dickens y Thackeray. Sus mejores fábulas son, a mi +juicio, las históricas <i>Nicolás Rienzi</i> y <i>Los últimos días de Pompeya</i>.</p> + +<p>Después me alcé todavía más. Mi primo me había hecho conocer a +Espronceda, como ya he dicho. Ningún poeta causó en mí impresión más +honda y duradera.</p> + +<p>De todas las obras leídas en mi niñez su poema <i>El diablo mundo</i> es una +de las pocas que no ha cesado de deleitarme; me ha deleitado en mi edad +madura y me deleita todavía en mi vejez. Hay en el hombre una edad +iconoclasta, en la cual se complace rompiendo a martillazos los ídolos +que adoró en su adolescencia. Espronceda permanece siempre en el altar +que le he erigido. Su <i>Canto a Teresa</i> es la página más armoniosa y +vibrante que ha producido la lírica española, y puede compararse, sin +desmerecer, al <i>Lago</i>, de Lamartine, a la <i>Noche de Octubre</i>, de Musset, +y a los cantos más patéticos<a name="page_249" id="page_249"></a> del <i>Childe Harold</i>, de Byron. Pero esta +nuestra España fría y esquiva casi siempre con los hijos que más la +ilustran, aún no le ha rendido el tributo de admiración que le debe. +Reproducidas por el bronce y el mármol se parecen por los ámbitos de +Madrid las figuras de algunos grandes hombres y de otros bien medianos; +pero no veo aún alzarse entre ellos la frente radiosa de don José +Espronceda, el español más inspirado que ha nacido en el siglo XIX.</p> + +<p>Todavía di algunos pasos más en la senda de la Estética. Por medio de +Espronceda adquirí el gusto de los poemas y leí algunos de los más +bellos que las nueve hermanas han inspirado a los mortales. Leí en la +biblioteca de la Universidad la <i>Iliada</i>, de Homero, traducida en verso +libre por Hermosilla. Aunque tiene fama esta traducción de indigesta, me +causó extremado placer. La edición era excelente, lujosa, y esto +contribuye más de lo que generalmente se cree para hacernos amables los +libros. Por espacio de algunos días viví en constante embeleso entre +aquellos héroes tan divinos y aquellos dioses tan humanos. Sobre todo +las diosas hicieron verdaderos estragos en mi imaginación infantil y +lograron rápidamente convertirme al gentilismo. Fuí un empedernido +pagano por más de dos meses, sin que mi familia ni mis profesores +pudieran sospecharlo. ¡Cuál gritaría nuestro descomunal y fragoroso +catedrático de Religión y Moral si supiese la gente que frecuentaba mi +cerebro!</p> + +<p>Quise leer también en la misma biblioteca <i>El paraíso perdido</i>, de +Milton, traducido por el canónigo Escoiquiz, pero no fué posible. Me +aburrió infinitamente. Yo era entonces, como acabo de manifestar, un +pagano que quemaba incienso en los altares de los ídolos. Aquellas +legiones flotantes de ángeles y arcángeles suspendidos en los espacios, +sin tierra donde apoyarse, me parecían tristes volatineros. Más tarde, +culpando al traductor, intenté repetir la lectura de este poema en una +traducción francesa; mucho más tarde aún traté de leerlo en el original. +Siempre me acometió idéntica grima. Por fin en mis tiempos gloriosos de +crítico me dije: «Milton es un gran poeta, pero su poema es +insoportable. Al Cristianismo,<a name="page_250" id="page_250"></a> religión espiritualista y enemiga de las +formas plásticas no se la puede ni se la debe agregar una mitología +porque precisamente ha venido a concluir con todas ellas. Por eso +fracasaron siempre los intentos más o menos plausibles que se han hecho +para añadírsela.» Dictado y refrendado este veredicto inapelable +quedaron disipadas mis inquietudes y remordimientos por lo que respecta +al famoso poema.</p> + +<p>Mi paganismo no se prolongó largo tiempo. Pocos meses después fuí +convertido al islamismo. La encargada de esta obra nefanda fué Clorinda, +la famosa heroína de <i>La Jerusalén libertada</i>. Aquella mujer intrépida y +bella, feliz creación del gran poeta italiano Torcuato Taso, me hechizó +hasta hacerme soñar despierto.</p> + +<p>Y como mi imaginación solía representarse las más ilustres creaciones de +los poetas con los rasgos de algunos seres de carne y hueso por mí +conocidos, se me antojó prestar a Clorinda el rostro y el talle de una +joven a la cual casi todos los días veía.</p> + +<p>Era de condición humilde, hija de un ebanista que tenía su taller no +lejos de mi casa. Cuando yo llegué a Oviedo no contaría más de quince +años, pero tenía la estatura de una mujer; así que no sólo me aventajaba +por la edad sino mucho más aún por la corpulencia. Pues bien, un día +tuve la mala ocurrencia de hacerla blanco de mi tiragomas; creo haber +dicho que estaba muy pagado de mi habilidad en esta clase de esgrima. Le +di, en efecto, con una cascarita de naranja en medio del rostro +exactamente como había hecho pocos días antes con Antoñita. Mas ¡ay! +ella no la recibió exactamente con la misma paciencia; antes al +contrario se vino hacia mí lanzando rayos por sus hermosos ojos (porque +los tenía muy hermosos; hay que confesarlo) me arrancó el tiragomas y me +aplicó un soberbio bofetón que me enrojeció la cara. Quise defenderme, +pero me sujetó tan fácilmente las manos y me solfeó tan lindamente y a +su gusto que no me quedaron más deseos de ofenderla.</p> + +<p>Inútil es decir que desde entonces la dediqué un odio mortal. Cuando iba +a cátedra con los libros bajo el brazo y la encontraba en pie a la +puerta del taller de su padre<a name="page_251" id="page_251"></a> le dirigía de través algunas miradas +pulverizantes a las cuales solía corresponder ella con sonrisa burlona y +desdeñosa.</p> + +<p>En dos años aquella niña se transformó en una joven apuesta, majestuosa +y un poco hombruna por sus modales. Cuando acerté a leer el poema del +Taso mi fantasía comenzó a ver a Clorinda, la valerosa amazona de los +infieles, con el rostro y la figura de la hija del ebanista. No era gran +extravío, pues repito que tenía hermosos y fieros ojos; y en cuanto a +fuerzas ya las había podido apreciar a mis expensas. No dudo que si +montase a caballo y empuñara la lanza pudiera habérselas con cualquier +moderno Tancredo.</p> + +<p>Pues así que la transformé por arte imaginativa en amazona de los +infieles defensores de Jerusalén, se disipó ¡caso curioso! todo mi odio +y me puse a amarla desaforadamente. En vez de dirigirle miradas +atravesadas y malignas comencé a clavárselas bien directas y apacibles. +Cuando la veía de lejos a la puerta del taller aflojaba el paso para +saborear más tiempo el placer de contemplar su gentil figura. Si ella no +estaba, cruzaba de largo y velozmente. Pero casi siempre me arreglaba +para que estuviese, pues espiaba las horas en que venía a traer la +comida a su padre y avanzaba o retrasaba mis entradas y salidas de casa +en combinación con ellas.</p> + +<p>La altiva guerrera no vió con agrado aquella mutación ni aceptó mis +homenajes visuales. Al principio le causaron sorpresa y me miró con +alguna curiosidad: después apartaba la vista de mí con desdén y aun me +volvía la espalda: por último, tomando a ofensa mi rendimiento me +clavaba ya de lejos una mirada iracunda y retadora que me hacía subir +los colores al rostro.</p> + +<p>¡Ingrata! Yo la amaba, sin embargo, cada día más. Esta misma crueldad la +asemejaba todavía a la fiera Clorinda. ¡Cuántas veces estuve tentado a +pararme delante de ella y decirle como Tancredo:—«Puesto que no quieres +paz conmigo, las condiciones de nuestra lucha serán que me arranques el +corazón! Este corazón, que ya no es mío, pide la muerte si su vida te +desagrada. Desde hace tiempo es tuyo; ¡tómalo; yo no tengo el derecho de +defenderlo!»<a name="page_252" id="page_252"></a></p> + +<p>Felizmente nunca me atreví a ensartarle tal discurso. Si lo hubiera +hecho pienso que, en efecto, me hubiera despedazado.</p> + +<p>Felizmente también sacudí pronto el yugo de la media luna y dejé de ser +musulmán. Otras heroínas cristianas, y por lo tanto más piadosas que la +hija del ebanista, me prendieron el alma. Leí el <i>Orlando furioso</i> del +Ariosto, y aunque no penetré entonces la fina ironía que se ocultaba +debajo de sus cantos épicos precursora de la de nuestro gran <i>Don +Quijote</i>, todavía me divirtieron extremadamente sus muchas e +interesantes aventuras.</p> + +<p>Por último, aún leí otro poema, <i>Os Luisiadas</i> de Camoens. Bien puede, +pues, decirse que los años de la segunda enseñanza fueron para mí la +edad de los poemas. Este es el único que, exceptuando el de Espronceda, +leí en su idioma nativo; porque el antiguo portugués se parece tanto al +castellano que para cualquier español es comprensible. No debo conservar +de este poema grata impresión. Llevé el libro, que era una linda edición +diamante, a Entralgo en unas vacaciones de Navidad y lo leí al amor de +la lumbre. Pero acaeció que saliendo de improviso un día al aire libre y +frío me cogió una oftalmía de la cual me he resentido toda la vida.</p> + +<p>Paralela a esta afición literaria, comenzó a correr en mi existencia +otra a la cual debo quizá aún mayores y más sólidos placeres, la afición +a los libros de historia, de filosofía, de crítica y ciencia social. +Aunque parezca raro, estas dos tendencias han compartido mi espíritu +hasta la hora presente y si he de hablar con sinceridad pienso que la +segunda tuvo siempre más hondas raíces que la primera. Por haberlo +manifestado así a un periodista extranjero y haberlo estampado en su +diario, otro periódico de Londres se burlaba de mí exclamando: «¡Amante +de la filosofía un hombre que escribe una novela todos los años!»</p> + +<p>Pues bien sabe Dios que es la verdad. Lo sabe Dios y lo sabía mi buen +amigo Angel Jiménez, por otro nombre el <i>doctor Angélico</i>, cuyos papeles +he publicado hace años. Al tiempo mismo que escribía mis novelas pensaba +con deleite en los libros científicos que había comprado<a name="page_253" id="page_253"></a> y ansiaba +terminarla para entregarme algunos meses a su lectura. Jamás soñé en mi +adolescencia ni en los primeros años de mi juventud con los laureles del +poeta: pensaba que había nacido para hombre de ciencia. Y lo he de +confesar lealmente, cuando ciertas circunstancias que no quiero explicar +me impulsaron a escribir novelas me juzgué dislocado y toda mi vida +experimenté el vago sentimiento de haber sufrido una <i>capitis +deminutio</i>.</p> + +<p>Leí, pues, durante los años de la segunda enseñanza muchos y buenos +libros: la <i>Historia de los Reyes Católicos y de Felipe II</i>, de +Prescott; la <i>Conquista de Méjico</i>, de Solís; la <i>Historia de la +revolución inglesa</i>, de Guizot; gran parte de la <i>Historia Universal</i>, +de César Cantú; el <i>Viaje del joven Anacarsis por la Grecia</i>; las +<i>Lecciones de literatura</i>, de Hugo Blair; <i>El Deber</i>, de Julio Simón; el +<i>Libro de los oradores</i>, de Cormenin, obras de Michelet, de Laboulaye, +etc., etc.</p> + +<p>Leí asimismo alguno de los libros que entonces se hallaban a la moda, +las <i>Palabras de un creyente</i>, de Lamennais, y <i>El mundo marcha</i>, de un +señor llamado Pelletan. El estilo metafórico y enfático de estos +escritores, en el cual sobresalió como ninguno Edgar Quinet, me sedujo +entonces tanto como ahora me enfada. En la oratoria produce maravillosos +efectos y a él debe nuestro Emilio Castelar sus triunfos; pero en los +libros resulta empalagoso y buena prueba de ello son los del mismo +Castelar.</p> + +<p>Mas de todas las obras que entonces leí la que me dió más golpe y logró +cautivarme fué la <i>Historia de la civilización europea</i>, de Guizot. +Estas lecciones, profesadas en la Sorbona, fueron para mí una revelación +y me iniciaron en lo que llamamos filosofía de la historia. A tal punto +me impresionaron que después de haberlas leído varias veces resolví +aprenderlas de memoria. Y así lo puse por obra: leía una lección +repetidas veces y luego cerraba el libro y la escribía, resultando +transcrita casi al pie de la letra.</p> + +<p>¡Ay!, a causa de estas grandes síntesis padecí después en mi juventud no +pocas indigestiones. La Europa fué inundada de generalizaciones +históricas en el último tercio<a name="page_254" id="page_254"></a> del siglo pasado. No sólo nuestros +profesores de la Universidad nos abrumaban con ellas, sino que en los +discursos de los oradores del Ateneo, en los del Congreso de los +Diputados y hasta en los sermones de las iglesias se generalizaba de un +modo espeluznante: se comenzaba siempre por Adán y se terminaba con la +casa de Austria.</p> + +<p>Todo el mundo se puso a generalizar en aquella época. Generalizaban los +autores, y los oradores y los periodistas; generalizaban, a su +imitación, los médicos cuando venían a tomarnos el pulso, y los abogados +en sus informes aunque se tratase de un asesinato modestísimo, y los +comerciantes cuando nos hacían pasar por inglés un género catalán, y las +patronas de las casas de huéspedes al pedirnos dinero adelantado. La mía +me trazó un día con grandes rasgos sintéticos, y en el espacio sólo de +una hora, la historia de su grandeza y decadencia en un discurso repleto +de imágenes, de exclamaciones y toda clase de artificios retóricos.</p> + +<p>Alguna vez recorriendo con la vista mi biblioteca tropiezo con el famoso +libro de Guizot y lo tomo en la mano. Su aspecto es venerable como el de +las grandes casas solariegas a quienes el tiempo no ha logrado arrancar +el sello de su grandeza. Su encuadernación lujosa, está ya bien +marchita, bien arruinada; sus esquinas gastadas; su lomo deteriorado; +pero tiene un aspecto de dignidad que impone respeto. Sin embargo, yo le +doy vueltas entre las manos y sonrío. Mi sonrisa debe de hallarse +impregnada de burla y desdén porque el libro parece mirarme con tristeza +y decirme por una pequeña boca descosida que tiene en el lomo: «¡No +rías, no rías hombre ingrato y presuntuoso! Si has hallado en otros +libros mayores riquezas que en el mío, yo fuí quien primero habló a tu +juvenil inteligencia. En aquel tiempo me escuchaste con embeleso y +aprendiste de mí a desentrañar el sentido oculto de los sucesos y a +meditar sobre sus causas y sus efectos. Acuérdate de la briosa +exaltación con que te asimilaste mis pensamientos y las ilusiones que +embargaban entonces tu ánimo y las esperanzas que concebías de llegar a +ser un sabio. Si no<a name="page_255" id="page_255"></a> lo has sido no fué culpa mía, pues otros lo han +conseguido empezando por libros que no valen tanto como yo. Acuérdate de +aquellas horas venturosas que juntos pasábamos en las noches de verano, +debajo del gran quinqué de petróleo cuando todo callaba ya en la aldea y +tu pobre madre sentada frente a ti trabajando con la aguja de ganchillo +apenas se atrevía a toser para no turbar tus estudios. Soy un viejo y +fiel amigo de tu adolescencia. ¡No te burles de mí!»</p> + +<p>Entonces yo a mi vez quedo serio y triste. Permanezco inmóvil y +meditabundo largo rato; y al cabo, enjugando una lágrima, vuelvo a +colocar el libro con respeto donde estaba.<a name="page_256" id="page_256"></a></p> + +<h2><a name="XXXII" id="XXXII"></a>XXXII<br /><br /> +<small>DAR DE BEBER AL SEDIENTO</small></h2> + +<p>Hay hombres que harían bien en no morirse nunca: uno de ellos mi +catedrático de Retórica y Poética y ampliación de Latín en el tercer +curso del bachillerato. Harían bien en no morirse, porque son la alegría +del género humano, que tanta necesidad tiene de ella para soportar sus +miserias.</p> + +<p>Nuestro profesor infundía regocijo en el alma así que abría la boca, y +lo mismo cuando la tenía cerrada. Era hombre ya entrado en años, de baja +estatura, y gastaba, a la usanza de sus tiempos juveniles, unas patillas +negras que partían de la base de la nariz y llegaban hasta las orejas. +En Oviedo corría válido el rumor de que se teñía estas patillas con el +betún de las botas. El lector es libre de aceptar la especie o no +aceptarla, porque yo no he podido comprobarla. Lo que sí puedo afirmar +es que algunas veces se nos presentaba con ellas, de tal modo lustrosas +y relucientes, que parecían salir de un salón de limpiabotas.</p> + +<p>Mi catedrático tenía la cabeza clásica y el corazón romántico. Por su +profesión y por su estudio de la antigüedad pagana admiraba a los héroes +griegos y romanos, y estimaba a sus poetas, en especial a Tíbulo y +Virgilio. Los dioses del Olimpo le infundían gran respeto, aunque no +dejaba de achacarles cierta falta de sensibilidad. En cuanto a las +diosas, las amaba desaforadamente.</p> + +<p>Nos leía con entusiasmo la descripción que Virgilio<a name="page_257" id="page_257"></a> hace de Venus en la +<i>Eneida</i> y el <i>Carmen sæculare</i>, de Horacio; pero sólo le he visto +llorar con el <i>Poema a María</i>, de Zorrilla:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1.5em;">«Voy a contaros la divina historia</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">de una mujer a quien el alma mía», etc.</span></td></tr> +</table> + +<p>Entonces las lágrimas resbalaban por sus mejillas, entraban dentro de +sus patillas y arrastraban algunos sedimentos.</p> + +<p>Había sido catedrático de Griego, pero ya no lo era. Un ministro +desatentado lo había suprimido, poco tiempo hacía, de la segunda +enseñanza. Fué el más áspero disgusto de su vida; fué una puñalada +traidora que le dieron por la espalda. No precisamente por la admiración +que profesaba a Homero, Sófocles y Píndaro, sino por la pasión vehemente +que habían logrado inspirarle las raíces griegas. Estaba profundamente +enamorado de las raíces griegas. Y cuando aquel malaconsejado ministro +le prohibió explicarlas en cátedra, la vida le pareció mucho más +insípida.</p> + +<p>Había nacido orador, y con frecuencia usaba de esta facultad para +dirigirnos vivos y largos reproches cuando confundíamos un pretérito con +un supino. Eran tan largos, que a veces llenaban ellos solos la hora +entera de clase. Pero en sus oraciones más patéticas no imitaba a +Cicerón ni a Demóstenes; adoptaba más bien los acentos poéticos y +quejumbrosos de los héroes de Chateaubriand y su escuela:</p> + +<p>«Hijo mío—decía al escandaloso que había confundido el pretérito con el +supino—: el veneno del vicio ha emponzoñado ya su alma infantil y se +enrosca en usted como una negra serpiente. Camina usted, lo advierto con +el corazón traspasado de dolor, camina usted por la senda tenebrosa a +cuyo extremo se halla el antro fatal del pesar y del remordimiento. +Porque no en vano se violan los consejos de nuestros padres y las +enseñanzas de nuestros maestros. Al través de un espantoso tejido de +desaciertos, rechazado por su familia, vituperado por sus amigos, +señalado con el dedo por la sociedad en general,<a name="page_258" id="page_258"></a> se verá usted al fin +abandonado de todos y arrastrando tal vez en un obscuro calabozo la +cadena del presidiario. Y, ¡quién sabe!, quizá algún día saldrá usted de +allí pálido, trémulo, desgreñado, y verá usted con espanto, delante de +sus hundidos ojos, alzarse la negra silueta del patíbulo.»</p> + +<p>Hay que confesar que todo esto era de mal gusto; pero también +Chateaubriand y Víctor Hugo padecen en ocasiones la misma enfermedad. Es +uno de los lunares de la escuela. Sin embargo, nuestro profesor abusaba, +como ningún otro romántico, de la negra silueta del patíbulo.</p> + +<p>Pero si tenía los defectos de la escuela romántica, poseía igualmente +sus virtudes. Era casto como un caballero de la <i>Tabla Redonda</i>. A pesar +de haberse relacionado toda su vida con las deidades del paganismo, que, +como todo el mundo sabe, andan completamente desnudas, no se había +contagiado de su impudicia. El lenguaje más o menos libertino de algunos +poetas romanos le ofendía. Recuerdo que traduciendo un día la Elegía +tercera de Ovidio, o sea el famoso <i>triste</i>, que comienza:</p> + +<p class="cen"><i>Quum subiit Illius tristissima noctis imago</i></p> + +<p class="nind">me dió una inolvidable lección de honestidad. Habíamos llegado al pasaje +en que el poeta describe los instantes de su partida para el destierro. +Tres veces había pisado el umbral de su casa y tres veces había vuelto +sobre sus pasos para abrazar y besar a su esposa.</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1.5em;"><i>Sape, vale dicto, vursus sum multa locutus,</i></span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;"><i>Et quasi discedens oscula summa dedi.</i></span></td></tr> +</table> + +<p>Yo traduje: «Varias veces, después del último adiós, volví a anudar +nuestra conversación, y, como si me marchase, le di muchísimos besos.»</p> + +<p>—¡Oh, no, hijo mío!, no se traduce así: «Me volví... y, como si me +marchase, le di el ósculo de paz.»</p> + +<p>No cabe duda que mi traducción era más literal; pero la de él era más +casta. Aunque según todas las leyes divinas y humanas me parece que +estamos autorizados<a name="page_259" id="page_259"></a> para dar los besos que queramos a nuestras esposas +cuando vamos a emprender un viaje largo.</p> + +<p>No puedo menos de recordar su conducta digna y un poco sarcástica en +cierta ocasión memorable cuando los alumnos del segundo, tercero, cuarto +y quinto año tomamos la resolución de desacatar la autoridad +gubernativa.</p> + +<p>Creo haber indicado que en el primer año estudiábamos entonces una +asignatura llamada <i>religión y moral</i>, de la cual era profesor el +sacerdote atlético rompedor de mesas.</p> + +<p>Pasado este curso ya no volvíamos a tener relación alguna con la +religión y la moral.</p> + +<p>Pero cuando me hallaba yo en el tercero escaló el Poder un ministro a +quien se le ocurrió dictar una orden por la cual todos los alumnos del +bachillerato debíamos reunirmos, no recuerdo si una o dos veces por +semana, para escuchar la explicación del catecismo.</p> + +<p>¡El catecismo! Aquello nos pareció la última de las degradaciones. Si se +hubiese tratado de imprimirnos en la frente, con hierro rojo, una marca +infamante, creo que no nos hubiéramos puesto más furiosos.</p> + +<p>Inmediatamente se organizó en el Instituto una formidable y nunca vista +conjuración. Los conjurados debían presentarse todos el día de la +conferencia provistos de silbatos, y... Dios sobre todo; nosotros no +éramos responsables de lo que acaeciese, sino los viles sicarios del +Poder que nos empujaban a tales extremidades audaces.</p> + +<p>En efecto, llegó el día de la primera conferencia. El sol surgió +esplendoroso de los confines del horizonte, y así se mantuvo todo el +día. La gente discurría por las calles tranquilamente sin sospechar el +conflicto que se avecinaba. Durante la mañana se notó en los claustros +de la Universidad una sorda agitación precursora de la borrasca. Todos +estábamos nerviosos y serios; nos hablábamos poco y en voz baja.</p> + +<p>A las tres de la tarde los claustros se hallaban completamente llenos de +alumnos esperando la hora de la conferencia. A las tres y media apareció +en el marco de la puerta de la sala de profesores la figura prócer y +colosal<a name="page_260" id="page_260"></a> del cura. Verla nosotros y estallar una silba ensordecedora fué +todo uno.</p> + +<p>El profesor quedó un instante suspenso; pero comprendiendo, al cabo, +alzó la cabeza y paseó una mirada de león enfurecido por el rebaño de +seres microscópicos que a sus pies producían aquellos sonidos +discordantes. Detrás de él apareció la figura exigua del catedrático de +Retórica y Poética revestido aún de toga y birrete.</p> + +<p>El cura avanzó algunos pasos y acometido de un furor insano comenzó a +increparnos con tan altas voces que dominaban nuestros silbidos:</p> + +<p>—¡Ilusos! ¿Piensan ustedes amedrentarme con esos ruidos soeces? Están +ustedes muy engañados. Sepan ustedes que yo, lo mismo visto el hábito de +sacerdote que empuño la espada del guerrero... ¡Sepan ustedes, +mentecatos, que yo soy como un caballo de raza noble: cuanta más carga +le ponen más erguido se muestra!</p> + +<p>Mejor hubiera dicho un elefante. De todos modos, el símil era +absolutamente falso, porque a un caballo, por noble que sea su raza, si +le ponen una carga demasiado grande concluirá por echarse.</p> + +<p>A estas razones, proferidas con voz estentórea, acompañaba tan +espantable agitación de brazos y piernas que yo estaba temiendo que se +abrazase a una de las columnas del pórtico y desplomase como Sansón el +edificio sobre nosotros y sobre él mismo.</p> + +<p>El exiguo catedrático de Retórica y Poética a su lado, vestido de toga +parecía el rey de Liliput acompañando a Gulliver. Inmóvil y sonriente, +nos contemplaba con ojos de lástima y exclamaba de vez en cuando +suavemente:</p> + +<p>—¡Ni en las enmarañadas selvas del Africa!</p> + +<p>Era la manera más retórica y poética de llamarnos cafres u hotentotes.</p> + +<p>Pero las voces del cura eran tan altas, tan bárbaras, que debían de +oírse no sólo en Oviedo sino en sus contornos.</p> + +<p>—¡Adentro! ¡Adentro, majaderos! ¡Adentro ahora mismo o les pisoteo a +ustedes como miserables hormigas!</p> + +<p>¿Qué pasó allí entonces? Pues nada; que uno a uno fuimos entrando todos +como mansos corderos en cátedra.<a name="page_261" id="page_261"></a></p> + +<p>Desde entonces perdí la confianza en mí mismo y no creo tampoco en el +valor de las muchedumbres.</p> + +<p>En otra ocasión más alegre se ofrece a mi memoria y se me representa la +figura greco-romana de mi catedrático de Retórica. Poseía este señor en +la falda de la colina que protege a Oviedo de los vientos del Norte una +quinta o sitio de recreo donde descansaba de sus trabajos sobre las +raíces griegas trabajando las raíces de las coles.</p> + +<p>Era una quinta pequeña, muy pequeña, tan pequeña que, según decían en +Oviedo, cuando el único grillo que la habitaba salía a cantar fuera de +su agujero, el profesor se veía obligado a retirarse de la finca.</p> + +<p>Sin embargo, nuestro catedrático la tomaba muy en serio: y cuando se +hallaba dentro de ella procuraba imitar en cuanto fuese posible unas +veces a Horacio y otras a Cincinato.</p> + +<p>Trabajaba la tierra con sus propias manos, reposaba después como Títyro +bajo la fronda de un árbol y no tocaba la flauta porque no sabía. En +cambio libaba de buen grado alguna vez no el Falerno, no el Siracusa, +pero sí nuestro vino de la Nava que no les cede a aquéllos en aroma y +energía.</p> + +<p>Y cuando regresaba de su huerto después de pasar allí algunas horas +trabajando, reposando y libando, y entraba en clase, nuestro profesor no +parecía de este siglo sino el mismo Marco Fabio Quintiliano que se +tomase la molestia de salir de la tumba para explicarnos el régimen de +los verbos intransitivos.</p> + +<p>Aconteció que un día de fiesta salimos de madrugada cinco o seis chicos +para cazar pájaros con liga provistos cada cual de su correspondiente +jaula. Anduvimos largo tiempo por la falda de la colina y apenas cazamos +nada. Al cabo, muy fatigados y sudorosos, nos decidimos a regresar a +nuestras casas, pues se acercaba la hora del mediodía. Cuando ya +caminábamos velozmente la vuelta acertamos a ver, no muy lejos, la +minúscula finca de nuestro profesor cercada por una lastimosa paredilla. +No sé a quién de nosotros se le ocurrió hacerle una visita. Se decía que +era sumamente afable cuando se hallaba<a name="page_262" id="page_262"></a> entregado a las faenas agrícolas +y que le placía recibir entonces la visita de sus discípulos.</p> + +<p>Entramos pues allí por una desvencijada puertecilla y en efecto lo +primero que vemos es a nuestro catedrático en mangas de camisa con la +azada entre las manos en actitud de arrancar patatas.</p> + +<p>A pesar de hallarse en esta posición poco brillante le saludamos con el +mayor respeto y él nos acogió con la gravedad afable de un viejo romano +de la noble familia de los Priscos.</p> + +<p>—Hijos míos—nos dijo así que terminaron los saludos—, Marius Curius +fué el más grande de los romanos de su tiempo. Después de haber vencido +a muchos pueblos belicosos y haber arrojado a Pirro de Italia y gozado +tres veces los honores del triunfo, se retiró a una humilde cabaña como +esta que aquí ven ustedes y cultivó por sí mismo un pequeño huerto. +Cuando los embajadores de los Sammitas vinieron a ofrecerle oro, que él +rehusó, estaba sentado al pie de su hogar ocupado en cocer nabos... El +emperador Diocleciano después de veinticinco años de glorioso reinado +abdicó voluntariamente el cetro y fué a encerrarse en su pequeño retiro +de Salónica. Allí vivió tranquilo y feliz algunos años haciendo lo que +yo hago en este momento. Cuando de nuevo le ofrecieron la púrpura +respondió sonriendo compasivamente: «Si vieseis todas las coles que yo +he plantado este año por mi mano en Salónica no me aconsejaríais +ciertamente cambiar parecida felicidad por una corona.»—¡Mirad, mirad, +hijos míos, puedo decir yo también, qué hermosas patatas cosecho este +año!</p> + +<p>Admiramos mucho aquellas patatas, que nada tenían de admirables. La +perspectiva de los exámenes, que se hallaban próximos, nos las hacían +interesantes en aquel momento.</p> + +<p>Luego nos invitó a sentarnos en un banco rústico, y frente a nosotros, +sin soltar de la mano la azada, prosiguió:</p> + +<p>—¡<i>Beatus ille</i>, hijos míos, dichoso aquel que apartado de los negocios +y libre de todo cuidado cultiva los campos de sus padres! Así exclama +Horacio en el Epodo segundo.<a name="page_263" id="page_263"></a> Y nuestro dulce Fray Luis de León +imitándole felizmente decía:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">¡Qué descansada vida</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">la del que huye el mundanal ruido!</span></td></tr> +</table> + +<p>La naturaleza, queridos niños, obra sobre el corazón, y la vida +campestre inspira dulces sentimientos disponiéndonos a la felicidad. El +amor de los campos, el reposo y el gusto de la bella naturaleza me +seducen tanto como a Horacio y a Fray Luis de León, y aquí en este pobre +y apartado fundo, lejos de la <i>urbe</i> tumultuosa (señalando con la mano +hacia Oviedo) hago revivir los tiempos de la edad de oro y renuncio de +buen grado a todos los placeres del mundo, a los esplendores de la +ciudad, al brillo de las grandezas y al espectáculo de la disipación, +prefiriendo los duros trabajos del labrador y sus placeres inocentes.</p> + +<p>Nosotros sentíamos una sed horrorosa. Así que no podíamos prestar la +atención debida a aquel elogio de la vida campestre.</p> + +<p>Uno se aventuró a interrumpirle suplicándole que nos diese un poco de +agua, si es que la tenía.</p> + +<p>No le sentó bien la interrupción y nos dijo poniéndose serio:</p> + +<p>—Ahí dentro hallarán ustedes el ánfora. Pueden ustedes beber de ella, +pero cuiden de dejarme un poco de agua, porque la fuente está lejos y no +tengo acomodo ahora de enviar a ella.</p> + +<p>Entramos en la cabaña de Marius Curius. El ánfora era un grueso y +panzudo botijo, el cual si tuviera vergüenza, que no la tenía, se +ruborizara de oírse llamar de aquella suerte. Cuando llegó a mí contenía +ya poca agua, pues mis compañeros habían bebido antes. Así que bebí toda +la que restaba sin acordarme de la prevención del catedrático.</p> + +<p>Al fin nos despedimos de éste elogiando de nuevo con palabras +entusiastas sus ruines patatas. Ciertamente que sólo la perspectiva del +examen podía volvernos tan rastreros aduladores de aquellos tubérculos.<a name="page_264" id="page_264"></a></p> + +<p>Al día siguiente en cátedra se quejó amargamente de nuestra conducta +inconsiderada. Pronunció un discurso declamatorio y lacrimoso como +siempre, que duró bien media hora. Nos recriminó del modo más patético +que puede imaginarse, haciendo pronósticos pavorosos acerca de nuestro +porvenir. De este discurso memorable, como todos los suyos, repleto de +apóstrofes, hipotiposis, epifonemas y otras figuras retóricas sólo +recuerdo esta frase pronunciada con acento dolorido que iba derecha al +corazón.</p> + +<p>—¡Dejar a su viejo maestro en un páramo erial sin una gota de agua con +que humedecer sus labios!</p> + +<p>No fué ese mi propósito: lo declaro con la mano puesto sobre el corazón. +Apremiado por la necesidad la satisfice sin acordarme en tal instante de +mi viejo maestro.</p> + +<p>Si se profundiza adecuadamente se hallará razón parecida en casi todas +las maldades que se cometen en el mundo.<a name="page_265" id="page_265"></a></p> + +<h2><a name="XXXIII" id="XXXIII"></a>XXXIII<br /><br /> +<small>EL ATENEO</small></h2> + +<p>Por aquellos días, esto es, en el tercer año del bachillerato, trabé +relación con unos cuantos estudiantes más adelantados que yo en la +carrera. Se hallaban, pues, terminando la segunda enseñanza. Era un +grupo de chicos estudiosos y de notable ingenio y discreción. Algunos de +ellos han muerto jóvenes; otros se han distinguido en diferentes +carreras del Estado; sólo dos se consagraron a la literatura, Leopoldo +Alas y Tomás Tuero. El primero llegó a ser, con el pseudónimo de +<i>Clarín</i>, un crítico eminente; el segundo a causa de su precaria +situación y aún más de su invencible apatía no dió de sí lo que todos +esperábamos. Alas era de un ingenio más vivo, más fecundo y, desde +luego, mucho más aplicado al estudio; en cambio Tuero poseía un gusto +más refinado y mayor instinto poético.</p> + +<p>Con estos dos me ligué especialmente. Acogiéronme ellos al principio con +mal disimulado desdén. En aquel tiempo yo sólo era conocido en el +Instituto por mi carácter turbulento y pendenciero. Me contaba Alas más +tarde que antes de conocerme me había visto salir una vez desafiado con +otro chico de los claustros de la Universidad. Acompañado él de otro +querido amigo nuestro, que aún vive, nos siguieron diciéndose: «—Vamos +a ver cómo se pegan estos badulaques.» Llovía copiosamente y, cobijados +en sus paraguas, fueron en pos de nosotros hasta el parque de San +Francisco y allí presenciaron<a name="page_266" id="page_266"></a> riendo nuestro furioso combate. Porque +aquellos amigos poseían ya una madurez de juicio que yo estaba lejos de +alcanzar.</p> + +<p>No es maravilla, pues, que aceptasen mi amistad con reserva y me diesen +indirectamente a entender que no me hallaba a su altura. Me consideraban +como un beocio que, temerariamente, se hubiera colado en los jardines de +Academo.</p> + +<p>Así que me ligué con ellos vi claramente lo absurdo de mi conducta y +renuncié a mis ridículas reyertas. No tardaron ellos también en +comprender que yo no era por completo lo que parecía y pude gozar de la +sorpresa que vi pintada en sus ojos cuando comencé a tomar parte activa +en sus conversaciones literarias.</p> + +<p>He dicho que Alas había logrado ser un crítico eminente y no es +enteramente exacto. Lo fué después de muerto. Mientras vivió no se quiso +reconocer su gran talento; se le negó el fuego y el agua. Todo por haber +dado en la inocente manía de poner albarda a los asnos que pasaban sin +ella por la calle. Esos animales tan pacíficos, generalmente, se +revolvían furiosos contra él y le molían a coces y le acribillaban a +mordiscos. Y no sólo hicieron esto sino que lograron que todos los +individuos de su misma especie esparcidos por España le enseñasen los +dientes y estuviesen apercibidos a ejecutar con él idéntica partida.</p> + +<p>Era una verdadera temeridad en aquel tiempo hablar bien de Alas. Yo fuí +uno de esos temerarios, y por esto, y también por haber incurrido en +sospecha de pensar en dedicarme, como él, a aparejador, se me puso en +entredicho. No me molieron a coces, pero me castigaron con un silencio +reprobador. Cuando aparecían mis novelas en los escaparates de los +libreros pasaban por delante de ellas fingiendo no verlas y enderezando +las orejas de un modo significativo.</p> + +<p>Tuero no ha llegado ni en vida ni en muerte a la celebridad, aunque la +merecía. Era premioso para escribir, como todos los hombres que poseen +un gusto exquisito, y no disponiendo tampoco de medios de fortuna no le +era posible trabajar sosegadamente en alguna obra que<a name="page_267" id="page_267"></a> le inmortalizase. +Se hizo periodista y murió siendo redactor de <i>El Liberal</i>. Servía poco +para el caso porque en la Prensa periódica se necesitan hombres +expeditos, no refinados. No obstante, si se coleccionasen algunos de sus +artículos se vería claramente qué gran escritor se ocultaba debajo de +aquel modesto redactor de un periódico diario.</p> + +<p>Había en el espíritu de Tuero algo tan original, una petulancia tan +pueril al lado de un humorismo tan acerado, que sorprendía y +desconcertaba a los que con él se relacionaban. Su conversación era +amenísima, unas veces mordaz, otras sentimental, otras extravagante y +fantástica, siempre sorprendente. Su instinto de la belleza tan seguro +que yo le llamaba riendo <i>doctor infalibilis</i>. Mientras Alas se equivocó +más de una vez lo mismo aplaudiendo que censurando y se dejó imponer por +las reputaciones que halló formadas, Tuero se mantuvo siempre sereno, +independiente, apuntando con exactitud matemática a la belleza +dondequiera que se ocultase.</p> + +<p>Recuerdo que en nuestra juventud asistimos juntos al estreno de una obra +teatral, la cual obtuvo un éxito tan lisonjero como pocas veces se había +visto en Madrid: aplausos ruidosos, aclamaciones infinitas, un +desbordamiento increíble de entusiasmo. Al salir de la representación +caminábamos juntos cinco o seis amigos haciendo comentarios halagüeños +para el autor de la pieza. Tuero permanecía silencioso. De pronto se +para y nos dice a boca de jarro:</p> + +<p>—Esta noche me he convencido de que soy el hombre de más talento de +España. Sí; no puedo dudarlo más tiempo—continuó—porque la obra que +acabamos de ver es para mí de todo punto execrable.</p> + +<p>Quedamos estupefactos. Uno se encaró con él indignado.</p> + +<p>—¿Cómo? ¿Qué estás ahí diciendo? Jamás hemos presenciado un éxito tan +grandioso, tan unánime, se puede decir tan delirante.</p> + +<p>—Sí, delirante; la palabra está bien aplicada porque sólo delirando se +puede aplaudir una obra semejante—replicó Tuero.<a name="page_268" id="page_268"></a></p> + +<p>¡Cuánta razón le asistía! Algunos años después ni se representaba en los +teatros ni nadie se acordaba de tan aplaudida producción dramática.</p> + +<p>Fuí, pues, convertido por obra y gracia de aquellos buenos amigos de +contumaz gladiador en literato. Pero nuestra literatura se cifraba +entonces, principalmente, en hablar de los autores y en disputar acerca +de las reglas gramaticales.</p> + +<p>Pasamos la vida disputando. Si uno soltaba alguna palabra impropiamente +aplicada al discurso; si otro se equivocaba de régimen; si otro +escribiendo no había puesto las comas en su sitio. Todo era materia para +disputas acaloradas que duraban indefinidamente, pues ninguno quería +quedar convicto de ignorancia y defendíamos nuestro régimen y nuestra +ortografía como una leona podía defender a sus cachorros. Nos +acechábamos constantemente, espiábamos con intensa atención las palabras +que cada cual vertía y caíamos sobre algún vocablo impuro como buitres +hambrientos sobre la carne podrida. En estas minucias lingüísticas casi +siempre salía vencedor Alas, porque las concedía aún mayor importancia +que los otros y ponía toda su alma en ellas. Además era poseedor, según +supimos más tarde, de un diccionario de galicismos, y con esta arma, que +guardaba secretamente, nos infería no pocas veces heridas mortales.</p> + +<p>Seguíamos en nuestras discusiones filológicas el método de la escuela +peripatética, esto es, disputábamos paseando. Después de terminadas las +clases, ya se sabía, nos poníamos a recorrer las húmedas calles de +Oviedo y comenzaba la borrascosa sesión gramatical.</p> + +<p>Aquella vida, bien mirado, no era muy divertida; pero nosotros la +encontrábamos tal. Los que no la juzgaban poco ni mucho amena eran los +pacíficos transeuntes a quienes molestábamos con nuestros gritos +descompasados y a menudo con nuestros empellones. Porque caminábamos tan +ciegos que chocábamos con las personas que venían en dirección contraria +y las desbaratábamos sin piedad los callos de los pies. No era tal +conducta a propósito para hacernos simpáticos en la población. Nos<a name="page_269" id="page_269"></a> +miraba de través todo el mundo y en algunas ocasiones nuestra clamorosa +sabiduría halló por recompensa un coscorrón o un puntapié.</p> + +<p>Sin embargo, todo esto, al recordarlo, me enternece. Y cuando alguna vez +voy a Oviedo y atravieso la calle de la Magdalena o Cimadevilla, me +detengo conmovido, y me digo: «Aquí fué donde Leopoldo Alas me demostró +que <i>coaligarse</i> era una palabra bárbara traducida del francés, y que se +debe decir coligarse; aquí fué donde Tuero me hizo ver que pronunciaba, +de un modo cojo, cierto verso de Espronceda.</p> + +<p>Aunque me habitué a esta manera de vivir y fuí cada día más +compenetrándome con los gustos de mis nuevos amigos, debo confesar que +había algo con lo cual no estaba conforme en el fondo de mi alma. Este +algo era el entusiasmo que sentían por ciertos periódicos satíricos que +a la sazón se publicaban en Madrid, particularmente por uno titulado +<i>Gil Blas</i>. No se hartaban de leer y comentar los donaires y rasgos +ingeniosos que salían en este periódico. Para ellos un señor llamado +Luis Ribera, otro Roberto Robert, otro Sánchez Pérez eran famosos héroes +de las letras dignos de la inmortalidad.</p> + +<p>Quien mostraba hacia ellos más intenso aprecio era Alas, cuya vocación +de escritor satírico se hizo ostensible desde bien temprano. No +solamente los imitaba, escribiendo semanalmente para su uso particular +un periódico, que tituló <i>Juan Ruiz</i>, sino que enviaba a menudo al <i>Gil +Blas</i> articulitos y versos. ¡Caso prodigioso: este semanario, tan +exigente y desdeñoso para todos los literatos que entonces existían en +España, insertaba los escritos de un niño de quince años! No dudo que su +famoso <i>Juan Ruiz</i> contendría trozos muy apreciables, dignos de la pluma +de los redactores de aquel periódico. Yo no los he leído, ni los ha +leído nadie, porque la letra de Alas fué siempre inverosímilmente +perversa, y durante su carrera literaria causó crueles tormentos a los +tipógrafos.</p> + +<p>Pero aquellas ingeniosidades agresivas, aquella literatura de flechas +aceradas, no infundía calor en mi alma. Los gemidos de las víctimas, las +heridas manando sangre, los miembros palpitantes esparcidos por el +suelo,<a name="page_270" id="page_270"></a> me causaban grima, en vez de alegría. Nunca fué de mi agrado el +género satírico que se aparta mucho del humorismo. Detrás del humorista +hay un espíritu piadoso que sonríe melancólicamente al contemplar las +deficiencias y contradicciones de la naturaleza humana. Detrás del +satírico sólo un hombre que ríe malignamente y goza con la miseria +intelectual del prójimo. Cervantes fué un humorista, Larra un satírico.</p> + +<p>Además, yo en aquella época tenía la cabeza llena de las bellezas de <i>El +diablo mundo</i>, <i>La Jerusalén libertada</i> y el <i>Orlando furioso</i>, y me +parecía que la literatura era esto o no era nada. Por seguir el humor a +mis amigos, fingía admirar los dimes y diretes del <i>Gil Blas</i>, pero mi +corazón estaba con Espronceda y el Taso. Y como me sentía impotente para +esta alta literatura y no era de mi gusto la pequeña, me resolví +interiormente, como ya he indicado en el capítulo anterior, a ser un +hombre de ciencia. Mi único anhelo entonces, y por bastantes años +después, fué llegar a ser un profesor distinguido. ¡Cuán lejos estaba de +imaginar que el Cielo me destinaba a poeta épico, ya que la novela, +según los estéticos, no es otra cosa que la forma moderna de la epopeya!</p> + +<p>Durante aquel año hicimos amistad también y empezamos a reunirmos en casa +de dos chicos de nuestra edad, hijos de un opulento fabricante de +tabacos de la isla de Cuba, a quienes su padre había enviado a educar a +Oviedo. Estaban a la guarda de un muy tolerante y bondadoso sacerdote +que nos permitía divertirnos a nuestro gusto. Y la mejor diversión que +elegimos fué la del teatro. El arte dramático nos seduce en la primera +edad de la vida como ha seducido a los hombres en los primeros tiempos +de la historia. Construímos una muy linda escena en el más amplio salón +de la casa, para lo cual se nos facilitó cuantos elementos creímos +necesarios. Representamos, como debe suponerse, algunos dramas góticos y +medioevales, y gozamos la más excelsa beatitud declamando rotundos +endecasílabos y esgrimiendo nuestras espadas de madera forradas con +papel de estaño.</p> + +<p>Había entre nosotros un notabilísimo actor. Por lo menos él se creía tal +y nosotros no estábamos lejos de pensarlo.<a name="page_271" id="page_271"></a> Declamaba con un énfasis y +con voz tan cavernosa y temblona, arqueaba las cejas de manera temerosa +y agitaba su cuerpo con tan vivos estremecimientos que ningún cómico de +la legua le aventajó antes ni después.</p> + +<p>Nosotros le envidiábamos: él nos despreciaba. Para vengarnos de su +desprecio decidimos tres o cuatro jugarle una mala treta el día de la +representación. Se hallaba lujosamente ataviado representando, si la +memoria no me engaña, el papel de rey en un drama titulado <i>La tienda +del Rey Don Sancho</i>, esperando, con la natural emoción, el momento de +salir a escena. Nosotros, a su lado, entre bastidores, le acechábamos. +Aprovechándonos de su emoción le pasamos, disimulada y traidoramente, +una cuerda por la cintura, haciendo después un nudo corredizo. Cuando le +llegó el momento salió impetuosamente a escena, sin darse cuenta de que +llevaba tras sí la cuerda, y comenzó a declamar con tanto calor y +entusiasmo que, desde luego, cautivó al auditorío, compuesto de nuestras +familias y amigos. Mas he aquí que cuando se hallaba en lo más patético +de su peroración, comenzamos a tirar fuertemente de la cuerda, +atrayéndole hacia los bastidores. Rechinó los dientes y siguió +declamando; pero nosotros también seguimos tirando de él, y aunque quiso +sustraerse el cuitado a su fatal destino haciendo esfuerzos rabiosos +para mantenerse en escena sin dejar de declamar su papel, al fin +logramos sacarle de ella y meterle dentro.</p> + +<p>¡Qué bárbaras lamentaciones! ¡Qué terribles amenazas proferidas no en +endecasílabos sino en la prosa más vil que puede nadie imaginarse! Echó +mano al puñal que llevaba a la cintura... ¡gracias a Dios que era de +madera!</p> + +<p>El público se desternillaba de risa palmoteando calurosamente. Le hizo +salir a escena y con él a nosotros los autores de la bromita, +colmándonos a todos de aplausos y tirándonos caramelos. Pero don Sancho +no se dignó doblar su real espina para recogerlos: antes seguía +horriblemente fruncido y lanzándonos miradas centelleantes propias de un +león castellano ofendido.<a name="page_272" id="page_272"></a></p> + +<p>Fatigados del teatro, al cabo nos vino a la mente fundar un Ateneo. Nos +pareció aquello más propio de nuestra superioridad intelectual. Porque +no dudábamos de ella un punto y nos sorprendía que en la población no +nos tributasen los honores debidos a nuestro rango. Veíamos claramente +las ridiculeces de muchos hombres ya maduros, formábamos de ellos un +juicio sumarísimo y los condenábamos al desprecio. Nuestros profesores +no se libraban tampoco algunas veces de este desdén compasivo. Recuerdo +que el de Retórica le preguntó a Alas, según me contaron sus +condiscípulos:</p> + +<p>—Señor Alas, ¿qué son <i>padre y pobre</i>?</p> + +<p>—Nada—respondió aquél.</p> + +<p>—Son asonantes, hijo mío.</p> + +<p>—No son asonantes—replicó.</p> + +<p>Hubo una breve disputa: el profesor montó en cólera y le obligó a +callar. Todos quedaron, sin embargo, convencidos de que Alas tenía razón +y puede suponerse que este incidente no poco contribuyó a nuestro +engreimiento.</p> + +<p>Fundamos pues un Ateneo cuyas sesiones se efectuaban en casa de los «dos +americanos», como acostumbrábamos a llamar a nuestros amigos. Nos +reuníamos los domingos por la mañana una docena o poco más de +ateneístas, se leía una disertación histórica o científica y hacía +objeciones al disertante quien lo tuviera a bien; leíanse después +artículos, cuentos y versos; por fin uno de los dueños de la casa nos +hacía oír en el piano algunas sonatas o trozos de ópera, pues ya +entonces era un maravilloso pianista.</p> + +<p>En una de aquellas sesiones dominicales leí yo un concienzudo discurso +acerca de Felipe II. Había hecho sobre su reinado investigaciones +profundas que no duraron menos de quince días. El resultado de ellas fué +un panegírico caluroso de aquel rey insigne que yo consideraba como el +más grande estadista que había surgido en la historia de España.</p> + +<p>No estuvo desde luego conforme con tal apreciación uno de los sabios +ateneístas y en un discurso, que a mí me pareció capcioso, quiso mostrar +las deficiencias de<a name="page_273" id="page_273"></a> aquel reinado memorable. Que si Felipe II era un +fanático que había fomentado la ignorancia de nuestro país y lo había +entregado atado de pies y manos a la Inquisición; que si había enviado a +Flandes un verdugo como el duque de Alba; que si había agotado el tesoro +público y esquilmado a la nación por sostener allí un poderío que de +nada nos servía... En fin, una serie de cargos irrespetuosos y sin +fundamento alguno.</p> + +<p>Traté de demostrárselo reprimiendo a duras penas mi indignación y +aparentando una tranquilidad que no sentía. De nada sirvió mi +moderación; antes por el contrario, envalentonado por ella mi adversario +repitió con creciente saña sus diatribas acumulando sobre la cabeza del +gran rey los más odiosos dicterios: ignorante, fanático, dilapidador...</p> + +<p>Perdí la cabeza. Repliqué furiosamente, hecho un energúmeno. Mi +contrincante no se dejó intimidar y con más altos gritos aún siguió +vociferando contra el monarca.</p> + +<p>Ahora bien, yo en aquel instante representaba, aunque indignamente, al +rey Felipe II. No me era posible permitir que por más tiempo se le +siguiera ultrajando de manera tan atroz. Por otra parte, para impedirlo +no disponía de la <i>Santa Hermandad</i>, ni siquiera de un mal corchete.</p> + +<p>¿Qué me correspondía hacer en trance tan apurado?</p> + +<p>¡Aplicar un buen mojicón a aquel deslenguado!, dirá seguramente el +lector.</p> + +<p>Pues eso fué cabalmente lo que hice. Un soberbio mojicón de mano vuelta +que resonó fatídico en el augusto recinto del Ateneo. Pero ¡ay! mi +adversario respondió con otro no menos arrogante y se estableció una +lucha cruel entre ambos.</p> + +<p>Los sabios ateneístas se agitaron. En vez de mostrarse neutrales como +correspondía a su elevada dignidad dividiéronse inmediatamente en dos +campos. Los unos tomaron parte por mí, esto es, por el rey católico; los +otros ayudaron abiertamente a sus enemigos, los ingleses, los flamencos, +los luteranos. La batalla se generalizó. Por largo tiempo resonaron los +gritos y los puñetazos<a name="page_274" id="page_274"></a> de los combatientes. Hasta que el buen sacerdote +que regía la casa vino con los criados a restablecer la paz disolviendo +para siempre nuestra asamblea.</p> + +<p>Así cayó y se deshizo aquel memorable Ateneo que tanta influencia ha +ejercido en los destinos de Europa.<a name="page_275" id="page_275"></a></p> + +<h2><a name="XXXIV" id="XXXIV"></a>XXXIV<br /><br /> +<small>EL CLUB</small></h2> + +<p>Acaeció que una noche nos acostamos esclavos los españoles y amanecimos +libres.</p> + +<p>Unos generales filántropos desembarcados en Cádiz fueron los encargados +de romper nuestras cadenas. Marcharon sobre Madrid, derrotaron en el +camino a las tropas del Gobierno y entraron en la capital a los acordes +del <i>Himno de Riego</i>.</p> + +<p>Naturalmente las ondas sonoras de este <i>Himno</i> se propagaron en círculo +como todas las demás y alcanzaron pronto el litoral de la Península. Yo +las percibí entre sueños acompañadas del estampido de los cohetes. Me +levanté velozmente, me asomé al balcón y vi desfilar pelotones de gente +con banderas, gritando: ¡Viva la libertad!</p> + +<p>Si hay libertad—me dije inmediatamente—, hoy no tendremos cátedra. Y +me alegré del triunfo de la libertad.</p> + +<p>Salí a la calle y observé por todas partes gran movimiento y regocijo. +En la plaza de la Constitución se apiñaba la muchedumbre escuchando el +discurso fogoso que desde el balcón del Ayuntamiento gritaba un honrado +vecino progresista. Al final de este discurso se arrojó a la plaza el +retrato de la Reina, que se hallaba en el salón de sesiones, y la +muchedumbre se apresuró a hacerlo trizas rugiendo de gozo.</p> + +<p>«¡Abajo las testas coronadas!» Por primera vez escuché entonces este +grito eufónico, que me hizo cosquillas<a name="page_276" id="page_276"></a> de placer. Si hubiera sido: +«¡Abajo las cabezas coronadas!», no me habría producido efecto alguno. +Mas la palabra testas le daba tal realce, lo hacía tan melodioso y +halagüeño al oído, que, si yo fuese rey, pienso que al oírme llamar +testa coronada me hubiera despojado, sin inconveniente, de la corona.</p> + +<p>Pero la muchedumbre allí congregada sentía necesidad para saciar sus +furores de algo más plástico que la pintura.</p> + +<p>¡A la Universidad! ¡A la Universidad!</p> + +<p>Seguí el tropel hasta la Universidad, y vi cómo derrocaban el busto de +bronce de la reina Isabel erigido en medio del patio.</p> + +<p>Confieso que al escuchar el ruido siniestro que hizo cayendo sobre las +losas, corrió por mi cuerpo un escalofrío. Vi después que unos pilluelos +le echaron una cuerda al cuello, lo arrastraron fuera de la Universidad +y lo pasearon en esta forma por las calles en medio de gruesa algazara.</p> + +<p>No les seguí. Aquel espectáculo me causó extrema repugnancia. Si alguien +lo atribuyese a un espíritu estrecho y reaccionario, se equivocará. Ya +he dicho que sonaba grato en mis oídos el grito de «¡Abajo las testas +coronadas!», y añado que la libertad, la igualdad y la fraternidad me +tenían por entero subyugado, pues entonces no sabía cuántas cositas +sucias se pueden esconder debajo de estas palabras tan bellas. Me +repugnaba tal espectáculo, sencillamente, porque encontraba poco galante +arrastrar a una señora amarrada por el cuello.</p> + +<p>Al día siguiente de tan graves sucesos observé, con sorpresa, que mis +cadenas se hallaban en perfecto estado de conservación. Quiero decir que +me vi obligado a estudiar mi lección de Geometría lo mismo que si no +hubiera caído la dinastía de los Borbones. Es vergonzoso decirlo; pero +no puedo ocultar que esto enfrió un poco mi ardor democrático.</p> + +<p>Y no bastaba a mantenerlo vivo la circunstancia de estudiar los catetos +y las hipotenusas a los acordes del <i>Himno de Riego</i>. Antes, por el +contrario, este <i>Himno</i>, sonando día y noche por las calles, llegó a +producirme<a name="page_277" id="page_277"></a> un malestar indecible. Después de tantos años transcurridos, +si por casualidad le oigo cantar o tocar, surge ante mis ojos, +repentinamente, una legión espantosa de triángulos, cuadriláteros, +polígonos, rombos y romboides, y me siento mareado y acometido de +náuseas.</p> + +<p>No solamente el <i>Himno de Riego</i> fué nuestro consuelo en los primeros +días de la era revolucionaria. Había otros varios espectáculos +interesantes. Entre ellos, uno de los mejores era ver desfilar, noche y +día, al Batallón de la Guardia nacional. Este batallón se componía, en +general, de vecinos desocupados. Los había también ocupados, pero +predominaban los primeros. Allí estaba Epifanio, famoso bebedor de +sidra, y Roque, igualmente renombrado bebedor de sidra, y Manolo, que +bebía asimismo mucha sidra, pero dejaba siempre un hueco para la +ginebra. Allí formaban el carnicero de la plaza de los Trascorrales y el +mancebo de la tienda de mercería de la calle de San Antonio y el +hojalatero de la calle del Peso.</p> + +<p>Todos estos sujetos marchaban con el fusil al hombro, pero con su propia +indumentaria, esto es, sin uniforme ni distintivo alguno. Hay que +confesar que lo que ganaba de esta suerte en animación y colorido lo +perdía en marcialidad. Pero sabían todos ellos compensar esta +deficiencia con la gravedad bélica que imprimían a su rostro, ya +atravesasen a paso de carga por las calles, ya evolucionasen +majestuosamente en el parque de San Francisco. Es imposible que las +hordas de los hunos capitaneadas por Atila marchasen más ceñudas y con +más expresión de ferocidad guerrera.</p> + +<p>Las mismas familias apenas podían reconocerlos en tales ocasiones.</p> + +<p>—¿No ves a Pachín?—decía una madre a su chiquitín que llevaba de la +mano.</p> + +<p>—¿Cuál? ¿Cuál?—preguntaba el niño, abriendo mucho los ojos.</p> + +<p>—Aquel, aquel que va allí con el sombrero de medio lado.</p> + +<p>—¡Pachín! ¡Pachín!—gritaba el chico a su hermano mayor después de +reconocerle.<a name="page_278" id="page_278"></a></p> + +<p>Pero Pachín, al cruzar por delante de él, le dirigía una mirada torva +que le helaba de espanto.</p> + +<p>Cuando estos nacionales estaban de guardia y hacían centinela aumentaba +aún su intransigencia. Recuerdo que hallándome en la plaza vi llegar, al +son de las cornetas, una compañía de guardias civiles que se habían +concentrado a la sazón en Oviedo. Antes de que atravesasen el arco del +Ayuntamiento, Bonifacio, el repartidor de periódicos, que estaba allí de +centinela, se plantó delante de ellos con el fusil en ristre y gritó con +voz de trueno:</p> + +<p>—¡Alto!... ¿Quién vive?</p> + +<p>La compañía hizo alto y el teniente que la mandaba se dirigió lleno de +deferencia a Bonifacio, y éste volvió a gritar con voz recia:</p> + +<p>—¡Cabo de guardia!</p> + +<p>Y vino el cabo de guardia y habló con el teniente. Y, mientras tanto, se +mantenía Bonifacio un poco apartado, fusil en ristre y con expresión de +ferocidad implacable en el rostro.</p> + +<p>Si alguno imagina que esta actitud cruel impresionó a los guardias, +siento decirle que se halla en un error. Los guardias, mientras duró la +conferencia, miraban de hito en hito a Bonifacio con tal expresión de +curiosidad y desprecio que no comprendo cómo éste no descargaba +inmediatamente su fusil sobre ellos.</p> + +<p>La historia de este batallón es gloriosa. Debemos reconocer, no +obstante, que no todos sus individuos lograron conducirse con el valor y +la dignidad que Bonifacio, el repartidor, en esta ocasión. Por ejemplo, +Bernardón el <i>Mirlo</i>...</p> + +<p>Es una historia que el lector no debe contar en Oviedo delante de alguno +de aquellos veteranos, porque le expondría a un disgusto.</p> + +<p>Bernardón el <i>Mirlo</i> no era propiamente <i>Mirlo</i>, pero se le llamaba así +por ser marido de la <i>Mirla</i>, y él fué quien tuvo la culpa de que una +vez fuese arrollada la guardia de este glorioso batallón. Acaeció del +modo siguiente:</p> + +<p>La <i>Mirla</i> tenía un puesto de pescado en la plaza de los Trascorrales. +Este puesto se hallaba muy acreditado,<a name="page_279" id="page_279"></a> porque la <i>Mirla</i> no vendía +nunca el pescado demasiado podrido. Por lo cual en casa de la <i>Mirla</i> se +vivía con desahogo. Particularmente Bernardón, su marido, zapatero de +oficio, procuraba esmeradamente no ahogarse con el trabajo, sobre todo a +la hora de la sidra, esto es, después de las tres de la tarde.</p> + +<p>Su digna esposa no veía, sin embargo, con buenos ojos estas deserciones, +y alguna que otra vez las interrumpía de un modo fragoroso y hacía que +las cosas volviesen a la normalidad. Porque era la <i>Mirla</i> una mujer +colosal, que, por error de la naturaleza, no había nacido sargento de +coraceros, y Bernardón, aunque cabo de la Guardia nacional, se sentía +intimidado en su presencia.</p> + +<p>Todo lo que la <i>Mirla</i> tenía de impetuosa e irascible, lo tenía +Bernardón de pacífico y alegre compadre. Nadie podía estar de mal humor +a su lado; nadie más que su cara consorte. Y aun ésta en determinadas +ocasiones se desarrugaba un poco con sus donaires y solía recompensarlos +con alguna que otra peseta volante.</p> + +<p>Por regla general, sin embargo, Bernardón no percibía un céntimo por sus +chistes. Para la satisfacción de sus inclinaciones más invencibles se +veía necesitado a apelar a ciertos medios...</p> + +<p>Pero no anticipemos los sucesos.</p> + +<p>Un día que entraba de retén en el Ayuntamiento, se palpó los bolsillos y +observó, lleno de consternación, que estaban absolutamente vacíos. ¿Cómo +invitar a sus subordinados a beber unos vasos? Atormentado por este +problema, dió una vuelta por los Trascorrales a ver si su esposa +presentaba signo de reblandecimiento.</p> + +<p>La <i>Mirla</i> se hallaba ausente. Habían venido a notificarla que una hija +suya casada tenía un niño enfermo y había ido a enterarse. Bernardón al +ver que el puesto de su mujer estaba ocupado por una amiga, a quien +aquélla había encargado que la representase, concibió una idea +felicísima. Se dirigió hacia allá y con semblante grave y acento +perentorio invitó a la encargada de parte de su esposa para que le +entregase el dinero que había en el cajón, pues debía pagar algunas +medicinas. Sin sospechar la estafa, le entregó aquélla lo que había, +que<a name="page_280" id="page_280"></a> resultó ser un duro en plata, una peseta en plata también y otras +dos o poco mas en calderilla. Con todo cargó el buen Bernardón, y una +vez que se halló en el cuerpo de guardia supo darle empleo adecuado.</p> + +<p>Algunas horas después llegó la <i>Mirla</i> a su jaula. Al abrir el cajón y +encontrarlo sin alpiste y enterarse del pájaro que se lo había comido, +una ola de sangre subió a su rostro mofletudo y no faltó mucho para caer +al suelo víctima de una apoplejía. Tuvo la fortuna, sin embargo, de +poder desahogarse preventivamente con una ristra de exclamaciones, +interjecciones y maldiciones proféticas que la aliviaron +momentáneamente, dándole tiempo para trasladarse al cuerpo de guardia +del Ayuntamiento.</p> + +<p>Hacía la centinela el hijo de una frutera amiga suya.</p> + +<p>—¿Está ahí mi hombre? le preguntó con trabajo, pues apenas podía +respirar.</p> + +<p>El centinela le dirigió una larga y severa mirada y respondió fríamente:</p> + +<p>—No se puede pasar.</p> + +<p>—Yo no te pregunto si se puede pasar, borrico. ¿Está ahí mi hombre, sí +o no?</p> + +<p>El hijo de la frutera no se sintió halagado por el calificativo y +respondió con mayor frialdad aún.</p> + +<p>—No se puede pasar.</p> + +<p>—¿No se puede pasar?—rugió la <i>Mirla</i>—. ¡Ahora lo veremos!</p> + +<p>Y le dió tan descomunal empellón con sus manos poderosas, que el pobre +chico cayó de espaldas.</p> + +<p>La <i>Mirla</i> penetra en el estrecho recinto donde se hallaba el retén, y +lo primero que ven sus ojos es una mesa con botellas y vasos y cascaras +de centollas y huesos de aceitunas. Lo segundo a su feliz esposo con las +señales de la más pura felicidad pintadas en el rostro.</p> + +<p>Y no vió más.</p> + +<p>La mesa con las botellas, los vasos y los residuos del marisco y las +aceitunas todo cayó sobre el desdichado Bernardón. Y cayeron después +ciento veinte kilos más representados por su consorte. Estrujones, +puñetazos, violentas sacudidas, tentativas de estrangulación, de todo un +poco. Si Bernardón en aquel momento no vomitó<a name="page_281" id="page_281"></a> los treinta y dos reales +convertidos en líquido, no fué porque su digna esposa dejase de poner en +práctica los medios conducentes para realizar esta operación.</p> + +<p>En cuanto al resto de la guardia no diré que huyó, porque no es cierto. +Tampoco diré que se dispersó. Lo único que se puede afirmar con +exactitud es que se retiró desordenadamente.</p> + +<p>Declaro además, lealmente, que lo que acabo de narrar se refiere +exclusivamente a la historia interna o privada del batallón de +nacionales. En cuanto a su historia pública no puede ser más honrosa.</p> + +<p>Algunos días después de organizado, hallándome en la calle presenciando +el desfile, acierto a ver con profunda sorpresa entre los nacionales, +con el fusil al hombro, a mi amigo Tuero. Siempre original, no iba en +fila como los demás, sino que marchaba a retaguardia solo y apartado +ocho o diez pasos del resto de la fuerza. Su talla infantil, pues no +contaría más de diez y seis años, y sus largas melenas rubias flotantes, +atraían las miradas del público. Parecía un poeta francés maniobrando en +el campo de Marte con la guardia cívica en el mes <i>Brumario</i>. Al pasar +cerca de mí le grité casi al oído:</p> + +<p>—¡Adelante, hijo de la patria!</p> + +<p>Volvió el rostro y se puso un poco colorado y me hizo un guiño +expresivo. Tuero era un romántico, estaba empapado en <i>Los Miserables</i>, +de Víctor Hugo, que sabía casi de memoria; pero era un romántico forrado +de humorista, y esta mezcla curiosa le hacía siempre interesante.</p> + +<p>Comenzaron los días dichosos de la revolución triunfante. Los +nacionales, las asambleas, las manifestaciones públicas, los discursos, +los motines ostentaban entonces su frescura primaveral. ¡Ay! este verde +follaje no tardó mucho tiempo en marchitarse. Cuando recuerdo, las +muchas veces que fuí en procesión en medio de aquellos honrados obreros +dando ¡vivas! y ¡mueras! sin saber a punto fijo qué es lo que deseaba +que viviese o muriese, me siento conmovido y me ataca la nostalgia del +desorden. En cada encrucijada, en cada balcón, nos acechaba un orador. +Sus discursos nos arrebataban de entusiasmo,<a name="page_282" id="page_282"></a> aunque yo nunca logré oír +de ellos más que la conclusión: ¡Viva la soberanía nacional!</p> + +<p>Se procuraba imitar en lo posible a la revolución francesa, salvo, por +supuesto, la guillotina. Y, naturalmente, una de las primeras cosas en +que se pensó, fué en la organización de un club que recordase el de los +jacobinos o el de los franciscanos de París.</p> + +<p>Quedó instalado este club en el amplio salón de un establecimiento de +baños, cuyo dueño era un fervoroso republicano. Se reunían allí todas +las noches hasta un centenar de personas de todas clases y condiciones, +aunque predominaban los obreros. Nosotros, esto es, los cuatro o cinco +amigos inseparables que yo tenía, fuimos admitidos a pesar de nuestra +excesiva juventud.</p> + +<p>¡Qué tiempos aquellos! Todas las cabezas estaban llenas de la revolución +francesa. Apenas se pronunciaba un discurso en que no se recordase +algunas frases de Mirabeau, de Dantón o Desmoulins. La que aquel +profirió cuando Brezé intimó a la Asamblea, en nombre del rey, la orden +de disolverse:—«Los diputados de la Francia han resuelto deliberar. Id +y decid a vuestro amo que estamos aquí por la voluntad del pueblo y que +sólo nos arrancará de este lugar la fuerza de las bayonetas», me parece +que tuve el placer de escucharla tres o cuatro docenas de veces. También +se recordaba con insistencia aquello de «los privilegios acabarán, pero +el pueblo es eterno», y lo otro de «una nación en revolución es como el +bronce que se funde y se regenera en el crisol: la estatua de la +libertad no está aún vaciada: ¡el metal está hirviendo!»</p> + +<p>En suma, aquello parecía una representación casera del <i>noventa y tres</i>.</p> + +<p>Hasta los que, incapaces de pronunciar discursos cultivaban el género +más fácil de las interrupciones, copiaban las de los convencionales. +Había uno que cuando la discusión se acaloraba demasiado solía gritar +como Marat:—«¡Os recuerdo el pudor... si es que lo tenéis!» Había otro +que no se cansaba de vociferar:—«¡El pueblo se ha levantado, está en +pie y espera!»<a name="page_283" id="page_283"></a></p> + +<p>Pero la frase más extraordinaria que escuché fué la de un sujeto que en +momentos de confusión, subido sobre un banco, gritaba como el pintor +David en la Convención: «—¡Pido que me asesinéis!»</p> + +<p>Era un oficial de sastre. No se le asesinó, aunque bien lo merecía por +desvergonzado, pero le dieron dos puntapiés y lo echaron a la calle.</p> + +<p>En general, las sesiones no eran borrascosas. Se pronunciaban largos +discursos ajenos por completo al drama revolucionario. Recuerdo que un +señor nos entretuvo toda una noche explicándonos los movimientos de la +tierra y los planetas alrededor del sol, la causa de los eclipses y las +estaciones. Un grabador nos leía las <i>Palabras de un creyente</i>, de +Lamenais, y su voz se alteraba en ocasiones y se le nublaban los ojos de +lágrimas. Un maestro de escuela pronunció un discurso fogoso contra la +gramática de la Academia lleno de apóstrofes vehementes y de rasgos +irónicos.—«Hay un tiempo en los verbos—exclamaba sarcásticamente—que +en la gramática se denomina tiempo pluscuamperfecto. ¿Concebís, +ciudadanos, algo que sea más que perfecto? ¡Si existiese este tiempo del +verbo sería más que Dios!»</p> + +<p>El discurso, aunque contundente, produjo cierto malestar en la asamblea. +Aquel rudo e inconsiderado ataque a la Academia inquietaba las +conciencias. Se murmuraba que el orador iba demasiado lejos; rebasaba +los límites de la audacia.</p> + +<p>En fin, que en estas memorables sesiones se hablaba de todo, de Dios, +del alma, de la libertad, de astronomía, de las formas de gobierno, del +idioma, etc. Porque aquellos obreros eran hombres primitivos, atrasados +aún en la evolución, y, por lo tanto, ignoraban que el único ideal digno +de discusión en tales asambleas es el de escatimar unos minutos de +trabajo y aumentar unos céntimos de salario.</p> + +<p>Los oradores todos, sin exceptuar uno, recomendaban constantemente el +orden. Sin orden no hay libertad. Era la frase que sin cesar se repetía. +Había un ayudante de obras públicas tuerto que no se hartaba jamás de +hacer el panegírico del orden amenazando con las más espantosas<a name="page_284" id="page_284"></a> +calamidades, si bajo cualquier pretexto se alteraba poco o mucho.</p> + +<p>De tal manera se incubó y echó raíces esta idea en el cerebro de +nuestros obreros que en cierto motín popular uno de ellos gritaba frente +a los balcones de un banquero con quien tenía resentimientos:</p> + +<p>—¡Muera Pinedo!—y añadía después con acento de convicción—: ¡Pero con +orden!</p> + +<p>¡Cuán lejanos nos hallábamos todavía de estos días perversos en que se +asesina a las mujeres y los niños en nombre de la fraternidad universal!</p> + +<p>Aquellos honrados y sencillos trabajadores nos habían acogido a +nosotros, niños aún, con señales de afecto, nos mostraban gran +predilección y, aunque parezca extravagante, nos respetaban.</p> + +<p>Pues bien, nosotros no correspondíamos como debiéramos a estas muestras +de consideración. Eramos díscolos, turbulentos y nos reíamos más o menos +ostensiblemente de los discursos que allí se pronunciaban. Y esto no +porque fuésemos reaccionarios y enemigos del pueblo, pues creíamos tanto +como ellos en la eficacia de las ideas democráticas, sino porque +teníamos excesivamente afinado el sentido de lo cómico. Es un don de la +Providencia que rara vez logra hacernos simpáticos.</p> + +<p>Por eso algunos de aquellos ciudadanos comenzaron a mirarnos con recelo. +Particularmente el grabador que leía en alta voz las <i>Palabras de un +creyente</i>, hombre austero y virtuoso, nutría hacia nosotros en el fondo +de su corazón un odio implacable. Cuando en sus lecturas tropezaba con +algún epíteto que pudiera convenirnos como el de «espíritus frívolos» o +el de «serpiente oculta entre las flores» o el de «sofistas embusteros» +nunca dejaba de elevar la voz y dirigirnos una mirada significativa. +Pero esto no contribuía poco ni mucho a inspirarnos mayor cordura y +seriedad, como pudiera suponerse.</p> + +<p>Sin embargo, la masa de los ciudadanos estaba con nosotros y sólo +perdimos enteramente su apoyo cuando renunciamos al federalismo y nos +declaramos unitarios. ¿Lo hicimos por convicción? ¿Lo hicimos por +capricho? No lo sé. Lo único que puedo afirmar es que el adjetivo<a name="page_285" id="page_285"></a> +federal aplicado constantemente a la República nos iba crispando.</p> + +<p>Era entonces el federalismo un misterio intangible como el de la +encarnación del Hijo de Dios. Un viejo caudillo de la democracia, el +marqués de Albaida, lo había introducido con barreno en la mente de los +republicanos. Nosotros osamos concebir acerca de él algunas dudas +sacrílegas. ¿Por qué había de ser federal la República? ¿Por qué romper +un día y de un modo arbitrario la unidad nacional que tanto tiempo, +tanto esfuerzo y tanta sangre había costado?</p> + +<p>Estas dudas nos perdieron. Aunque sólo las habíamos expresado +privadamente, todo el club se enteró pronto de ellas. Y comenzamos a ser +mirados como réprobos dignos de eterna condenación. Rugía la tempestad +sordamente mientras nosotros, inocentes marineros, navegábamos confiados +sin poner el oído a su amenaza.</p> + +<p>Al fin llegó la funesta noche en que se levantó un orador para +manifestar que «en aquel recinto de la claridad y la justicia había +seres solapados que trabajaban traidoramente contra la integridad de la +República».</p> + +<p>Los seres solapados nos levantamos entonces y declaramos abiertamente +que renunciábamos para siempre a la federación y que seríamos unitarios +hasta la muerte.</p> + +<p>Tumulto indescriptible. Los ciudadanos se alzan airados, nos increpan, +nos amenazan. No se oyen otros gritos que: «¡Fuera los traidores!» +«¡Mueran los unitarios!»</p> + +<p>Cuando se hubo calmado un poco la agitación, el presidente en pie y +pálido dice con voz temblorosa:</p> + +<p>—Después de lo que acabamos de escuchar, con gran sentimiento debo +hacer presente a los señores que se han declarado contra la federación +que no pueden permanecer más tiempo en este local.</p> + +<p>—¡Eso! ¡Eso!... ¡Fuera los enemigos de la República!... ¡Abajo los +unitarios!—se gritaba de todas partes.</p> + +<p>Entonces nosotros salimos presurosos de los bancos y acompañados de +otros tres o cuatro ciudadanos que habían simpatizado con nosotros, +formando un grupo de ocho o diez, y entre los silbidos y los mueras de +la asamblea nos dirigimos resueltamente a la puerta. Antes<a name="page_286" id="page_286"></a> de +trasponerla uno de los nuestros se volvió iracundo y agitando los puños +gritó como Dantón en la guillotina:</p> + +<p>—¡Nos cortáis la cabeza, pero no nos cortáis la cola!</p> + +<p>Aquella cita trágica produjo enorme sensación. Se hizo un silencio +profundo y en medio de él salimos erguidos del club para no volver a +entrar.<a name="page_287" id="page_287"></a></p> + +<h2><a name="XXXV" id="XXXV"></a>XXXV<br /><br /> +<small>IMPRESIONES MUSICALES</small></h2> + +<p>Hay en la vida del hombre una época que pudiéramos llamar teatral, si la +palabra no se prestase al equívoco.</p> + +<p>Comprenda el lector lo que quiero decir: Hay una época en que el hombre +civilizado siente con más o menos intensidad el atractivo de los +espectáculos teatrales. Este atractivo se prolonga por más o menos +tiempo, según los temperamentos. Tengo un amigo, ya viejo, que gasta 100 +pesetas mensuales en localidades para el teatro, y en su vida ha +comprado un libro por valor de 3,50. Es un hombre odioso.</p> + +<p>A los quince años entregaba yo casi todo el dinero que me suministraban +mis padres a los cómicos, salvo el que gastaba en pomada de heliotropo +para untarme los cabellos. En aquel viejo teatro de Oviedo, donde se +estaba mejor que en una tienda de campaña, he disfrutado gran copia de +dramas y comedias de repertorio, escuché infinitos gritos apasionados, +muchas décimas calderonianas y no pocas carcajadas histéricas.</p> + +<p>Sin embargo, confieso que no fuí tan dichoso en aquel período de mi vida +como debía serlo. En esta edad, cuando se asiste al teatro, se encuentra +generalmente todo precioso, todo bello, todo divertido. Por desgracia, a +mí no me aconteció otro tanto. Mi alma no se abría de par en par a los +goces estéticos, porque había dentro de ella un crítico prematuro que se +empeñaba en cerrar la puerta.</p> + +<p>Ignoro si el virus de la crítica brotó espontáneamente<a name="page_288" id="page_288"></a> en mi organismo +o me fué inoculado por mi amigo Leopoldo Alas, compañero obligado de mis +excursiones teatrales, pero lo he padecido siempre y ha amargado mi +existencia. <i>Clarín</i>, implacable Mefistófeles, me mostraba cruelmente +las escorias de todas las obras dramáticas.</p> + +<p>Una noche presenciábamos ambos la representación de un drama, que, si +mal no recuerdo, se intitulaba <i>Redención</i>. Era una de tantas +desdichadas imitaciones de la famosa <i>Dama de las Camelias</i>, de +Alejandro Dumas. La protagonista moría de una afección pulmonar, como +aquélla, y se lamentaba patéticamente de su mala suerte, pues en +aquellos instantes su novio le besaba las manos y le decía mil ternezas. +En torno nuestro los caballeros se mostraban gravemente conmovidos, pero +las señoras lloraban a lágrima viva. Clarín y yo, más duros que el +mármol, sentíamos unas ganas atroces de reír. Estas ganas estallaron al +cabo en sonoras carcajadas cuando la tísica, después de un golpe de tos, +viendo a su amante agitado, le dice con dulzura angelical: «¡No te +alborotes!»</p> + +<p>La indignación de los espectadores fué terrible: «¡Silencio, silencio!» +«¡A la calle esos chicuelos!» Faltó poco, en efecto, para que nos +arrojasen del teatro.</p> + +<p>Convengamos, pues, en que el espíritu crítico carece de utilidad, y +quien lo tiene aguzado es un pobre hombre digno de compasión. Yo estoy +seguro de que si me gustasen los malos dramas, las malas novelas y los +malos versos, mi existencia se hubiera deslizado mucho más feliz sobre +la tierra.</p> + +<p>En lo tocante a música he sido más favorecido por la Providencia. +Siempre me ha gustado la música mala. Me han entusiasmado y me siguen +entusiasmando, la <i>Lucía de Lammermoor</i>, la <i>Sonámbula</i>, <i>El trovador</i>, +la <i>Traviata</i>, etc.; esas óperas que actualmente hacen rechinar los +dientes a los críticos musicales y les quitan las ganas de cenar. Uno de +ellos, que yo conozco, profesa odio tan irreconciliable al maestro +Donizetti, ya fallecido cerca de un siglo, que al pasar en cierta +ocasión por Bérgamo, donde aquél ha nacido y tiene una estatua, fué +sigilosamente por la noche a apedrearla.<a name="page_289" id="page_289"></a></p> + +<p>Esto es grave. Porque si los críticos dan en la flor de ejecutar tales +venganzas póstumas con los autores, temo en verdad que alguno a quien +mis libros enfaden, vaya una noche a desenterrarme al cementerio para +tirarme de las orejas.</p> + +<p>Puesto ya a confesar públicamente mis pecados, declaro que no sólo me +agradan las óperas del infame Donizetti, sino también las zarzuelas de +mis compatriotas Arrieta, Barbieri y Gaztambide. Escuchando desde +aquellas sucias y desgarradas lunetas del teatro de Oviedo <i>Marina</i>, <i>El +Juramento</i>, <i>El relámpago</i> y <i>Los diamantes de la Corona</i>, me he sentido +dichoso como los ángeles; se borraban de mi mente las impurezas de la +realidad y vivía unos instantes mecido sobre la nube del ideal. El mundo +dejaba de ser Voluntad, según la frase del más popular de los +metafísicos alemanes, para convertirse en pura Representación.</p> + +<p>Aún más; no puedo recordar algunas de sus melodías sin conmoverme, y si +me encuentro en el campo un día espléndido de primavera, me pongo a +canturriar con emoción la romanza de barítono en <i>El Juramento</i>:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">«¡Cual brilla el sol en la verde pradera!</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">¡Cual su perfume despide la flor!»</span></td></tr> +</table> + +<p>Es ridículo, vuelvo a confesarlo; pero si lo ridículo nos hace felices +¿por qué no hemos de abrazarnos a lo ridículo? En este punto, como en +algunos otros, doy la razón a los filósofos pragmatistas.</p> + +<p>Son los habitantes de Oviedo muy sensibles al arte de la música. Lo son +siempre, pero muy particularmente, es inútil añadirlo, cuando han +ingerido algunos vasos de sidra, el licor predilecto de la región +cantábrica.</p> + +<p>Desde la más remota antigüedad, el alcohol está considerado como un +estimulante de la aptitud para las artes conceptivas, con preferencia a +las plásticas. Nadie habrá visto a un hombre ebrio extasiarse ante un +cuadro o una estatua; pero ¡cuántas veces les habremos oído<a name="page_290" id="page_290"></a> recitar, +con torpe lengua, algunos versos de Zorrilla o Espronceda! Conocí uno +que en el último período de la embriaguez repetía con creciente +aflicción:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">«¿Qué es el hombre? Un misterio. ¿Qué es la vida?</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">¡Un misterio también!...</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;">Genios, ¡venid, venid!...</span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;">Vuestro mal con el hombre a compartir.»</span></td></tr> +</table> + +<p>Hasta que caía como un fardo al pie del tonel y no se podía despertar +sino haciéndole aspirar un frasco con amoníaco.</p> + +<p>No obstante, es la música el arte bello que guarda afinidad más estrecha +con los licores espirituosos. En Grecia, las fiestas de Baco, llamadas +<i>Orgías</i>, fueron siempre sazonadas con cantos. En Oviedo, lo mismo. Los +periódicos locales anuncian que tal día a tal hora se romperá en tal +lugar el tonel llamado <i>Prim o Moriones</i> (se les pone, por lo común, el +nombre de un general). Un centenar de devotos acude puntualmente a la +solemnidad, rodean el grandioso tonel, presencian con emoción su +apertura, y, una vez que han probado su contenido, dan comienzo los +cánticos desenfrenados.</p> + +<p>Mas existe una diferencia esencial entre los cantos orgiásticos de la +Grecia y los de la capital de Asturias. Los primeros eran cantos de +victoria, entusiásticos y ardorosos, mientras los segundos son siempre +tiernos y sentimentales. En Grecia se rendía culto a Baco con gritos +delirantes y rugidos de cólera; en Oviedo, con lágrimas. Es increíble el +líquido que se derrama por los ojos en estas bacanales. Hay borracho que +cantando la despedida de <i>El Grumete: «Si en la noche callada sientes el +viento»</i>, etc., se derrite en llanto, lo cual ahorra mucho trabajo, como +debe suponerse, a los riñones.</p> + +<p>El <i>Miserere de El Trovador</i> causaba tal fascinación a cierto +escribiente de un notario de Oviedo, que no podía escucharlo sin +sentirse arrobado y caer en éxtasis.</p> + +<p>Llamábase este escribiente Figaredo, o una cosa parecida; era hombre ya +maduro, de pelo canoso, de estatura<a name="page_291" id="page_291"></a> mediana y más gordo que delgado. Se +embriagaba indefectiblemente todos los domingos; pero como hombre +jurídico lo hacía de un modo legal. Quiero decir, que jamás dió el menor +escándalo en la población. Una vez que salía del lagar y entraba en las +calles céntricas, podría caminar más o menos torcido, podría tropezar +una que otra vez con las columnas de los faroles, mas su boca no se +abría por ningún motivo, grande o pequeño. Ni un grito, ni una palabra, +ni una tos. Era un sepulcro relleno de sidra.</p> + +<p>Pero había algunos que conocíamos su secreto. Sabíamos que apretando +cierto botón, aquella boca se abría con un resorte. Este resorte no era +otro que el <i>Miserere</i> de <i>El Trovador</i>.</p> + +<p>Una noche entre las once y las doce salía yo del teatro con dos amigos +cuando acertamos a ver a Figaredo que caminaba delante de nosotros la +vuelta de su casa trazando caprichosas curvas con los pies sobre la +acera. Inmediatamente se nos ocurrió apretar el fatal resorte. +Adelantamos el paso y al cruzarnos con él cantamos en voz baja los +primeros solemnes compases del famoso miserere.</p> + +<p>Oírlos Figaredo, pararse en seco, abrirse un poco de piernas y lanzar al +aire con toda la fuerza de sus pulmones el grito de angustia del +desdichado Manrique desde su prisión, fué cosa de un instante.</p> + +<p>El sereno, que no estaba lejos, acudió corriendo.</p> + +<p>—¡Haga usted el favor de callarse y no dar escándalo!</p> + +<p>Figaredo le miró estupefacto al través de sus gafas.</p> + +<p>¿Escándalo? ¡Llamar escandalosa a la música más sublime que jamás se +hubiera oído en el mundo! Aquel hombre debía de estar loco.</p> + +<p>Pero loco o cuerdo representaba en aquel instante a la autoridad +constituída y Figaredo como hombre ligado por su profesión a la ley de +enjuiciamiento comprendió que debía callarse y calló.</p> + +<p>Bajando, pues, la cabeza resignado siguió su camino en silencio.</p> + +<p>Pero nosotros habíamos vuelto sobre nuestros pasos y<a name="page_292" id="page_292"></a> al pasar a su lado +cantamos otra vez el comienzo del miserere.</p> + +<p>Figaredo se paró de nuevo, volvió a abrirse de piernas y gritó:</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1em;"><i>«¡Non ti escordar di me</i></span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;"><i>Leonora addio!»</i></span></td></tr> +</table> + +<p>El sereno corrió enfurecido a él y sacudiéndole por un brazo vociferó:</p> + +<p>—¡Cállese usted, escandaloso, o por vida mía que le llevo ahora mismo a +la Fortaleza!</p> + +<p>Así se llamaba la cárcel de Oviedo en aquel tiempo.</p> + +<p>Figaredo volvió a mirarle, sin comprender qué clase de mentalidad era la +de aquel hombre; pero bajó la cabeza y siguió caminando. Dejamos que se +alejase un buen trecho y alcanzándole después le cantamos de nuevo al +oído el miserere.</p> + +<p>Figaredo detuvo el paso por tercera vez y atronó la calle con sus gritos +de angustia. El sereno, que ya estaba lejos, acudió corriendo y de tal +modo enfurecido que estuvo a punto de caer. Como tardó algún tiempo en +llegar, Figaredo estaba ya metido en el canto y fué imposible hacerle +callar. Ni por sacudirle fuertemente por el brazo ni por dirigirle los +insultos más groseros fué posible que cerrase la boca. Figaredo ya no +veía ni oía nada, y se lamentaba tremando las notas para hacer más +patético su canto. Las lágrimas bañaban sus mejillas.</p> + +<p>El sereno exasperado le fué empujando hasta la Fortaleza, que estaba +próxima.</p> + +<p>Figaredo no callaba. Le abrió la puerta de la cárcel; el sereno dijo no +sé qué palabras al centinela; éste rió con toda su alma: el sereno +profirió una blasfemia. Y Figaredo fué empujado brutalmente al interior.</p> + +<p>Pero no callaba. Todavía allá dentro oíamos lejana su voz que gritaba +con infinita amargura.</p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="poesia"> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 1.5em;"><i>Non ti escordar di me</i></span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;"><i>¡Leonora addio!</i></span></td></tr> +<tr><td align="left"><span style="margin-left: 0em;"><i>¡Leonora addio!</i></span></td></tr> +</table> + +<p><a name="page_293" id="page_293"></a></p> + +<p>Las injurias, la cárcel, el ridículo, la vergüenza no existían para +aquel hombre. El mundo real con sus impurezas, perfidias y groserías se +había desvanecido. Como los prisioneros de la famosa caverna de Platón +contemplaba cara a cara el sol de la belleza.<a name="page_294" id="page_294"></a></p> + +<h2><a name="XXXVI" id="XXXVI"></a>XXXVI<br /><br /> +<small>EL SUEÑO DEL «LUCERO»</small></h2> + +<p>Decían los médicos, aunque no era cierto, que mi madre necesitaba baños +de mar. Para tomarlos solíamos pasar el mes de agosto en la villa de +Luanco, vecina de la de Avilés, que posee una bonita playa arenosa donde +las olas rompen con estrépito.</p> + +<p>En aquel tiempo existía en Luanco un hombre llamado el <i>Corsario</i>.</p> + +<p>No era <i>Barbarroja</i>, porque tenía barba negra y escasa. No era tampoco +el corsario de Byron, porque <i>Conrado</i>, hombre de soledad y misterio +(<i>man of lóneness and mistery</i>) hablaba poquísimas palabras y nuestro +corsario era un charlatán insufrible.</p> + +<p>Además no se le conocía tendencia alguna romántica, sino más bien una +inclinación decidida a entrarse por las tabernas y a permanecer allí un +tiempo indeterminado.</p> + +<p>Era un hombrecillo de ojos pequeños y hundidos, delgado, cargado de +espaldas que no traía a la memoria escenas de zafarrancho y abordaje.</p> + +<p>¿Por qué se le llamaba el <i>Corsario</i>? No lo sé. Quizá los buenos viejos +de Luanco sepan algo más. Pueden ustedes ir a preguntárselo.</p> + +<p>Este <i>Corsario</i> desempeñaba el oficio de alguacil del Ayuntamiento. A +los que el alcalde mandaba detener los encerraba en la cuadra de su +casa. Era entonces la única cárcel modelo que allí existía.<a name="page_295" id="page_295"></a></p> + +<p>Como profesión suplementaria el <i>Corsario</i> ejercía la de alquilador de +caballos. En realidad no debiera hablar en plural, porque alquilaba un +solo caballo. Pero tenía además un burro y esta circunstancia le +imprimía carácter profesional.</p> + +<p>No puedo decir casi nada del burro, porque no he tenido trato con él. En +cuanto al caballo no vacilo en afirmar que era un miserable impostor. +Siento mucho tener que hablar de él en esta forma, pero el respeto de la +verdad me obliga a ello.</p> + +<p>Era un rocín bastante bien proporcionado, color de hoja seca, que tenía +algunos cuarterones de carne sobre los muslos y en la frente una mancha +blanca del tamaño de una pieza de dos pesetas. A esta última +circunstancia debía sin duda su nombre de <i>Lucero</i>. El que lo había +bautizado era hombre de imaginación, porque aquellos pelos blanquecinos +no podían dar idea remota de ningún astro del cielo.</p> + +<p>Sus medios de subsistencia estaban envueltos en el misterio y +despertaban en Luanco comentarios bochornosos. Si su amo era solamente +pirata de nombre él lo era de hecho. Se le veía por los caminos de noche +y de día como un vagabundo apercibido a todo lo malo. Saltaba las +barreras de los prados y se comía la fresca yerba destinada a las vacas +de los vecinos; saltaba también con increíble audacia las tapias de las +huertas y engullía las lechugas y los guisantes. Hasta se comió en +cierta ocasión, según se dijo, unas enaguas del ama del señor cura que +ésta había tendido a secar en la huerta parroquial.</p> + +<p>Puede concebirse que tales hazañas solían costarle algunas monumentales +palizas. En la villa se le consideraba como un socialista peligroso y +era unánimemente aborrecido. Pero es lo cierto que hasta la fecha en que +yo le conocí, había logrado no morirse de hambre.</p> + +<p>Sin duda, era un animal de mucho mundo y capaz de abrirse paso en la +sociedad; pero estas cualidades no le daban atractivo para la +equitación. Los honrados vecinos de Luanco le alquilaban una que otra +vez por la módica cantidad de dos pesetas para trasladarse a Candás<a name="page_296" id="page_296"></a> o a +Avilés o a cualquier parroquia de las cercanías. Pero a nadie en el +globo terráqueo más que a mí se le ocurriría alquilarlo para dar un +paseo de recreo y gallardear de jinete.</p> + +<p>Pues eso fué cabalmente lo que hice una tarde de Agosto en que el cielo +estaba limpio como un cristal y una brisa suave rizaba la llanura azul +de la mar.</p> + +<p>Cuando le comuniqué mi proyecto al <i>Corsario</i>, éste me miró atentamente +de los pies a la cabeza y me hizo varias preguntas técnicas para +cerciorarse de mis conocimientos hípicos. Respondí a ellas con bastante +soltura y le hice saber además que yo no era un jinete cualquiera, pues +me había roto la ternilla de la nariz cayendo de un caballo. Esta última +prueba le tranquilizó por completo. Yo le entregué las dos pesetas por +adelantado y esto le tranquilizó todavía más.</p> + +<p>Fué a buscar al gandul del <i>Lucero</i>, ocupado a la sazón, como un peón +caminero, en limpiar de yerba las orillas de la carretera y mientras lo +enjaezaba me dió muchos paternales consejos. Yo le pregunté si tenía +espuelas. Volvió a mirarme atentamente y al cabo me respondió +gravemente:</p> + +<p>—Sí; tengo espuelas; pero aquí nadie las usa.</p> + +<p>—Pues yo no monto sin espuelas—le repliqué con tal extraordinaria +firmeza que sin entrar en más explicaciones se fué a buscarlas.</p> + +<p>Eran dos horribles artefactos de hierro dulce oxidados. Estuve vacilando +si calzármelas o no, pero al fin me decidí a ello después de haberlas +fregado un buen rato con aceite y arena.</p> + +<p>Héteme aquí cabalgando sobre el <i>Lucero</i>, que en cuanto salió de la +cuadra conmigo principió a hacer piernas dando unos brinquitos muy +elegantes, marchando ahora de un costado, ahora de otro, sin duda con el +propósito de que yo mostrase al público mi gentileza.</p> + +<p>Estaba encantado de mí mismo. Jamás en la vida me había hallado tan +bizarro. Lanzaba miradas investigadoras a los balcones de las casas y me +sorprendía que no saliesen a ellos todas las niñas bonitas de Luanco +para<a name="page_297" id="page_297"></a> contemplar a aquel jovencito apuesto de naciente bigote que se +tenía tan galanamente en la silla.</p> + +<p>Fué un momento de esplendor que recordaré mientras viva. Todos, grandes +y pequeños han tenido en su existencia algunos de estos instantes de +triunfo más o menos duraderos. Mi apoteosis no duró en el tiempo más de +cinco minutos y en el espacio unos ciento cincuenta metros. Llegado a +este límite aquel hipócrita animal que tenía debajo de mis pantalones se +puso tranquilamente a caminar a paso lento y no me fué posible con +ningún argumento hacerle volver de su determinación.</p> + +<p>Quise dejarle algún reposo. A los mismos oradores parlamentarios se les +concede cuando han hecho demasiadas piernas en el Congreso, y le permití +caminar a su gusto. Pero al llegar a la plaza, como observase que había +por allí muchos bañistas de ambos sexos, no quise perder la ocasión de +mostrarles mis dotes excepcionales para los ejercicios ecuestres y +advertí al <i>Lucero</i> por medio de la espuela de que era llegado el +momento de secundarme.</p> + +<p>¡Que si quieres! Bajó la cabeza acusando recibo del espolazo y siguió en +la misma forma paso tras paso delicadamente como si fuese pisando +huevos.</p> + +<p>Segunda llamada. La misma respuesta. Yo me indigné. Tenía quince años y +en aquella edad me indignaban muchas más cosas de las necesarias. Repetí +el aviso. Nada. Lo repetí otras cuantas veces con el mismo resultado. +Aquel gran hipócrita bajaba siempre la cabeza y se mostraba conforme; +pero no parecía poco ni mucho inclinado a seguir mi voluntad. Se acata, +pero no se cumple.</p> + +<p>En aquella época Luanco no era un centro de placeres. Los bañistas +prolongaban por la mañana cuanto podían el tiempo destinado al baño. Por +la tarde iban de paseo a un sitio llamado la <i>Fuente mineral</i> y +amenizaban la excursión comiendo las moras de los zarzales que +guarnecían las paredillas del camino. Por la noche discutían en familia +la cuestión de la temperatura y se metían en la cama.</p> + +<p>Esta es la razón y no otra de que cuantas personas<a name="page_298" id="page_298"></a> transitaban en aquel +momento por la plaza con sombrilla y sombrero de paja lo mismo que las +que departían apaciblemente a la puerta de los comercios quedasen +extáticas contemplándome con la mayor atención posible.</p> + +<p>Sentir la atención pública sobre sí es cosa que a no pocos hombres +desconcierta. Uno de estos hombres soy yo. Consideré que debía dar +satisfacción a aquella curiosidad haciendo algo que no fuese en absoluto +corriente. Y lo más adecuado era hacer galopar a mi caballo.</p> + +<p>Yo era un inocente en aquel tiempo y desconocía por completo no sólo el +corazón de los bípedos, sino también el de los cuadrúpedos. Este infame +animal, sin hacerse cargo de la crítica situación en que me hallaba, el +papel ridículo que me iba a hacer representar y la desconsideración que +iba a arrojar sobre mí ante la opinión pública, se obstinó en no salir +del paso. Por cuantos medios puede un hombre emplear para convencer a un +ser irracional traté de persuadirle a que diese algunos brinquitos +sugestivos que me dejasen airoso ante aquella sociedad veraniega. No fué +posible. Palmaditas en el cuello para halagar su amor propio. ¡Up! ¡Up! +Gritos de triunfo para despertar su entusiasmo. Avisos indicadores con +la espuela. Nada...</p> + +<p>En aquel momento penetró en la plaza viniendo de la parte de la playa un +grupo compuesto de cinco o seis elegantes señoritas, las cuales quedaron +inmóviles contemplándome con cierta curiosidad burlona. Al fin soltaron +a reír con frescas y unánimes carcajadas.</p> + +<p>Fué mi perdición y la de <i>Lucero</i>. Aquellas carcajadas entraron por mis +venas como un licor ponzoñoso. No supe lo que hice. Ciego de cólera +principié a dar furiosos espolazos al autor de mi deshonra. El <i>Lucero</i> +se dejó martirizar con la obstinación de un hereje. Yo no veía su +sangre, pero la sentía correr. ¡Se la hubiera bebido toda!</p> + +<p>Sin embargo, en medio de mi agonía dolorosa, tuve una satisfacción. +Aquellas alegres señoritas dejaron de reír y se pusieron serias. Como +era necesario salir de tan equívoca situación, pues <i>Lucero</i> se negó a +dar un paso más y pude advertir que el público se ponía de su parte,<a name="page_299" id="page_299"></a> +tiré de las bridas fuertemente y le hice dar la vuelta.</p> + +<p>Entonces <i>Lucero</i> se puso a caminar con alguna mayor celeridad; no +mucha. Yo, frenético, llorando de vergüenza, seguí dándole furiosos +espolazos.</p> + +<p>—¡Ave María!... ¡Mira, Pepe, cómo va ese caballo!</p> + +<p>Todos los transeuntes dirigían la vista al vientre del caballo, me +miraban después a mí, y sacudían la cabeza en señal de reprobación.</p> + +<p>Pero mi cólera no se apagaba. Me creía cubierto de ridículo por toda la +eternidad.</p> + +<p><i>Lucero</i> debía tener conciencia de la infamia que conmigo había +cometido, porque aumentaba un si es no es la rapidez de sus pasos. Quizá +no fuese el grito de la conciencia sino la perspectiva de la cuadra.</p> + +<p>Pero he aquí que no muchos pasos antes de llegar a ella se dejó caer de +bruces al suelo y yo con él. Por milagro no me rompí segunda vez el +cartílago de la nariz. Me alcé así que pude y traté de alzarle a él +también. Fueron inútiles mis esfuerzos. El <i>Lucero</i>, de rodillas cual si +estuviese orando por sus enemigos, entre los cuales debía yo contarme, +no hacía movimiento alguno.</p> + +<p>Entonces cruzó por mi mente una idea pavorosa. ¡Si estaría muerto! La +deseché inmediatamente; pero con la misma velocidad volvió a colarse. +Otra vez la rechacé y otra vez se introdujo. Y así, con este metódico +vaivén vibratorio, llegué pronto al convencimiento de que el <i>Lucero</i> no +pertenecía ya al número de los seres vivos. Esta certidumbre me dejó a +mí casi tan muerto como a él. ¿Cómo me presentaría al <i>Corsario</i>?</p> + +<p>Me presenté trémulo, convulso, tartamudeando absurdos.</p> + +<p>—¿No sabe usted?... El <i>Lucero</i>... se ha dejado caer ahí en la calle... +y no quiere dar un paso más... Me parece que está durmiendo...</p> + +<p>Una sonrisa increíblemente sarcástica se dibujó en los labios del +<i>Corsario</i>.</p> + +<p>—¡Si dormirá, si dormirá!... ¡Es un zorro!... ¡Pero qué zorro!</p> + +<p>Y echando mano al látigo que tenía colgado de un clavo, salió conmigo a +la calle.<a name="page_300" id="page_300"></a></p> + +<p>El <i>Lucero</i> seguía inmóvil sobre las rodillas, con la cabeza metida +entre ellas.</p> + +<p>—¿Duermes, <i>Lucero</i>?—preguntó el <i>Corsario</i> con acento aún más +sarcástico que la sonrisa.</p> + +<p>Y con habilidad y presteza maravillosas le aplicó dos estacazos entre +las orejas con el mango del látigo. El <i>Lucero</i> permaneció inmóvil +orando como un derviche. El <i>Corsario</i>, altamente sorprendido, acercó a +él su rostro, le examinó atentamente y, al cabo, abriendo +desmesuradamente los ojos, exclamó:</p> + +<p>—¡Así Dios me salve, está muerto!</p> + +<p>Y de repente, se abalanzó furioso sobre mí y me echó la mano al pecho +arrugando mi camisa almidonada.</p> + +<p>—¡Tú lo has matado!... ¡Tienes que pagarlo!</p> + +<p>Aterrado por el impensado abordaje de aquel pirata, dejé escapar +débilmente de mi garganta:</p> + +<p>—¡Lo pagaré, lo pagaré!</p> + +<p>Pero no lo pagué. Los varones más calificados de la villa certificaron +que no había fallecido de muerte violenta sino de inanición.</p> + +<p>Era un despreciable rocín, un hipócrita, un bellaco...</p> + +<p>Sin embargo, en este momento, me alegraría de no haber dado aquellos +espolazos.<a name="page_301" id="page_301"></a></p> + +<h2><a name="XXXVII" id="XXXVII"></a>XXXVII<br /><br /> +<small>POETA Y CAZADOR</small></h2> + +<p>Jamás olvidaré aquel verano que pasé en mi aldea natal entre el cuarto y +el quinto año del bachillerato. Entonces fué cuando mi alma se puso en +contacto con la naturaleza y gozó la dulce embriaguez llena de alegría +que a su influjo potente nos acomete. No recuerdo ninguna época de mi +vida en que haya sido más dichoso. No lo fuí al modo de un ser +casquivano y bailarín sino como un poeta, como un griego primitivo que, +subyugado por la magia donisíaca, rompe en himnos celebrando la alianza +del hombre con la tierra y el evangelio de la armonía de los mundos.</p> + +<p>Vivía yo en una tranquilidad llena de sabiduría, vivía en una +sorprendente serenidad dejando filtrarse suavemente en mi alma el +encanto de aquella naturaleza fresca, transparente, aromática. Era la +alegría de un enamorado frente al objeto de sus ansias y que puede +saciarse con su vista a todas horas. Salía de madrugada a recoger el +rocío que caía de los castañares, a respirar el perfume del heno fresco; +dormía a la hora de la siesta debajo de los avellanos; me bañaba al +declinar el sol en los remansos del río. Era tan feliz, que algunas +veces imaginaba que el tiempo no existía, que había puesto ya un pie en +la eternidad y que no saldría jamás de aquel dulce enajenamiento.</p> + +<p>Es el valle de Laviana, donde he nacido, grandioso sin ferocidad, grave +y apacible al mismo tiempo. Los<a name="page_302" id="page_302"></a> prados, siempre verdes, circundados de +avellanos, surcados por mansos arroyuelos, causan una impresión idílica +de paz y contento. Pero las suaves colinas que lo limitan, cubiertas de +espesos castañares, surgen ya con un sentimiento de fuerza, como una +majestuosa armonía que no turba la paz de nuestro espíritu aunque lo +inclinan a la meditación. Detrás, otras colinas más altas y adustas, +alzan su cabeza desnuda. Por fin, más allá, se levantan protectoras +grandes masas de montañas salvajes, como poderoso baluarte contra las +irrupciones de enemigos o curiosos. Se respira aquí una profunda +ternura, se siente la presencia del espíritu de infinita paz que nos da +la plenitud de vida, la salud del alma y el vigor del cuerpo.</p> + +<p>Mi corazón palpita todavía al recuerdo de aquellas horas en que flotaba +sobre un mar de eternas delicias. Tendido sobre el césped, hundiendo mis +ojos en los abismos azulados del firmamento sobre el cual pasaban +volando como fantasmas algunas nubes, sintiendo en torno mío hormiguear +entre la yerba un mundo microscópico, compuesto de innumerables insectos +que se agitaban igualmente dichosos, sentía correr por mis venas la vida +abundante, poderosa, armónica como una sinfonía de la naturaleza +inmortal.</p> + +<p>Parecíame que la tierra me sustentaba con amor ofreciéndome sus dones, +que participaba de su felicidad y vivía en mística unidad con ella. Los +pájaros tendiendo su vuelo por el aire despertaban en mí ansias de +lanzarme a regiones más luminosas, me causaban un estremecimiento de +vértigo, el presentimiento feliz y terrible a la vez de lo sobrenatural, +mientras los insectos murmurando en torno me narraban al oído sus +diminutos amores haciendo resonar en mi corazón vagos y punzantes +deseos.</p> + +<p>¿Quién podría suponer que un adolescente a quien agitaban en aquellos +días tan nobles sentimientos sería capaz de asesinar fríamente a las +avecillas del cielo, esparciendo sus plumas y su sangre sobre el césped? +Nada más cierto, sin embargo. Provisto de una vieja carabina de pistón +que Cayetano me facilitara, convertíme en perseguidor<a name="page_303" id="page_303"></a> implacable de los +mirlos, jilgueros y malvises que revoloteaban alegres por nuestra +pomarada. Es esta una contradicción que a mí me toca confesar y a los +psicólogos explicar.</p> + +<p>¡Sí! Confieso con vergüenza que esta matanza me causaba increíbles +placeres y que cuando atisbaba entre las ramas de los manzanos a un +jilguero preparándose a entonar su canto apasionado en honor de su amada +jilguera o a una jilguera remilgada sacudiendo las alas con coquetería +para atormentar a su jilguero, me relamía como un tigre a la vista de su +presa y sigilosamente me colocaba debajo de ellos y les privaba de la +existencia.</p> + +<p>Sin embargo, había otra cosa que me placía aún más que el asesinato +mismo, y era su preparación. Vosotros, los que poseéis una primorosa +escopeta inglesa o belga e introducís bonitamente por la recámara esos +brillantes proyectiles que semejan dijes de reloj, ignoráis el placer +inefable de cargar una carabina de pistón. Aquel descolgar del hombro el +frasco de la pólvora y verter una pequeña cantidad en la palma de la +mano e introducirla en el cañón, sacar acto continuo un viejo periódico +del bolsillo y meter un trozo de él en seguimiento de la pólvora y +atacar luego con la baqueta hasta presentar en el rostro señales de +congestión; aquél echar mano, terminada esta operación, al cuerno de los +perdigones, tomar un puñado de ellos, introducirlos igualmente y atacar +de nuevo, esta vez con más delicadeza; aquel cebar prolija y +esmeradamente la chimenea y sacar del bolsillo del chaleco la cajita de +los pistones y tomar uno y ajustarlo...</p> + +<p>Hay que confesar que la vida no es tan triste como muchos pretenden.</p> + +<p>Precisamente me hallaba cierta tarde entregado en cuerpo y alma a una de +estas operaciones venturosas delante de mi casa cuando acertó a pasar +por allí don Eloy, el secretario del Ayuntamiento, con su escopeta al +hombro y su perro brincando delante de él. Se paró a contemplarme, me +saludó afablemente y me dijo con encantadora brusquedad:</p> + +<p>—¿Quieres venir conmigo a ver si matamos unas perdices?<a name="page_304" id="page_304"></a></p> + +<p>La emoción enrojeció mi rostro. Porque era el secretario un cazador +prodigioso, el más diestro de toda aquella comarca y uno de los +renombrados de la provincia. Los grandes señores de Oviedo y Gijón le +escribían cuando iban a emprender una excursión cinegética por los +campos de Castilla, y don Eloy les acompañaba y era el alma y principal +ornamento de estas cacerías.</p> + +<p>A nadie sorprenderá, pues, que bajo el peso de tanto honor, quedase mudo +y suspenso.</p> + +<p>Don Eloy no comprendió lo que por mí pasaba y se apresuró a añadir:</p> + +<p>—No te haré caminar mucho. Me han dado noticia de que ahí cerca, sobre +Cerezangos, hay un bando. ¿Te atreves?</p> + +<p>¡Que si me atrevía! Hubiera ido a buscar el bando de perdices en tan +noble compañía al polo antártico!</p> + +<p>En efecto, no caminamos siquiera media hora cuando el perro quedó de +muestra entre los helechos.</p> + +<p>—¡Amartilla!—me dijo por lo bajo el secretario—. Ya estamos sobre +ellas.</p> + +<p>—¡Entra!—gritó después al perro.</p> + +<p>Unas cuantas perdices levantaron el vuelo y ambos disparamos; yo casi +con los ojos cerrados.</p> + +<p>Una perdiz vino al suelo.</p> + +<p>—¡Por vida mía!—exclamó don Eloy con acento irritado—. ¡Erré el tiro! +Fortuna ha sido que tú lo hayas afinado, porque si no se nos escapan +todas.</p> + +<p>Quedé como quien ve visiones. Una ola de placer celestial invadió mi +cuerpo y por poco me hace dar con él en el suelo. Me creí en aquel punto +un héroe. Don Eloy tomó la perdiz de la boca del perro que se la traía y +me la entregó con semblante triste.</p> + +<p>Declaro que en aquel instante cruzó por mi mente un relámpago de duda; +pero mi vanidad lo apartó de sí con horror.</p> + +<p>El bando de las perdices <i>dobló</i>, esto es, se fué volando a la colina de +enfrente. La caza en los países quebrados como el mío es mucho más +penosa que en los llanos. Para llegar a ella necesitábamos bajar al +fondo del valle y trepar después una razonable distancia. Bajamos<a name="page_305" id="page_305"></a> +rápidamente y ascendimos después todo lo más veloces que pudimos +empleando casi una hora en llegar al sitio donde el bando se había +posado.</p> + +<p>Otra vez paró el perro, otra vez entró a la voz del secretario, otra vez +disparamos ambos y otra vez vino una perdiz a tierra.</p> + +<p>—¡Maldita sea mi suerte!—profirió don Eloy llevándose las manos a los +cabellos, y tratando de arrancárselos—. ¡Otro tiro que erré! ¿Qué mal +rayo tendré yo en las manos hoy?</p> + +<p>Esta no coló. Quedé confuso, avergonzado, y le dije balbuceando:</p> + +<p>—Ha sido usted quien la mató. Mi tiro ha sido muy alto.</p> + +<p>—¿Qué estás diciendo ahí, chiquillo?—respondió irritado—. El mío fué +el que marró: tiré sobre la izquierda y la pieza que cayó salió por la +derecha.</p> + +<p>Ahora bien, yo estaba bien seguro de que había tirado sobre la +izquierda... Pero no insistí; tuve la flaqueza de no insistir.</p> + +<p>Recogí la perdiz que don Eloy me entregó y la colgué triunfalmente a mi +cinturón.</p> + +<p>Regresamos a casa y durante el camino don Eloy no hacía más que +lamentarse amargamente de su torpeza afirmando que los cazadores solían +tener estos días aciagos. Yo le escuchaba un poco mohino haciendo +esfuerzos desesperados por creerle, aunque sin conseguirlo.</p> + +<p>Pero cuando llegamos a Entralgo y me vi rodeado por los criados y +algunos vecinos y oí cantar a coro mis alabanzas y vi brillar en los +ojos de mi madre la alegría de haber dado el ser a un cazador tan +extremado todas mis dudas se disiparon y creí efectivamente que nadie +más que yo había dado la muerte a aquellas dos aves inocentes.</p> + +<p>Sin embargo, mi padre sonrió de un modo particular cuando le contaron mi +hazaña. Y aunque don Eloy no cesaba de lamentarse de su mala suerte, +aquella sonrisa enigmática no se le caía de los labios.</p> + +<p>Largos años hace que el buen secretario descansa bajo la tierra; pero +mientras yo aliente sobre ella no olvidaré los tiros que tan +generosamente marró.<a name="page_306" id="page_306"></a></p> + +<h2><a name="XXXVIII" id="XXXVIII"></a>XXXVIII<br /><br /> +<small>ADÁN EXPULSADO</small></h2> + +<p>Muchas veces, casi siempre, lo que esperamos con ansia, no nos trae la +felicidad, ni lo que esperamos con temor, la desgracia.</p> + +<p>Jamás hubo un estudiante de quinto año más ansioso que yo de hacerse +bachiller. Este magno acontecimiento era, a mi modo de ver, la llave del +Paraíso.</p> + +<p>En efecto, fué la llave, mas no para abrirlo, sino para cerrarlo. Este +primero y gran desengaño que la vida me ofreció, produjo en mí tal +efecto, que me hizo para siempre con ella receloso. En cada esperanza he +visto, desde entonces, una emboscada; en cada deseo, una trampa. Y he +pasado mi existencia como los cocheros, apretando el freno en todas las +pendientes.</p> + +<p>Tal deseo vehemente de hacerme bachiller, no era sólo por las +preeminencias que tan glorioso título lleva consigo. Mis padres me +habían prometido enviarme a Madrid a seguir la carrera de Jurisprudencia +y ya me veía dueño absoluto de mis acciones en medio de la corte de +España. ¡Qué halagüeño porvenir!</p> + +<p>Tanto pensaba en él, que en vez de prepararme durante aquel curso para +el examen, repasando las asignaturas de los años anteriores, no se me +ocurrió cosa más apetitosa que comprar algunos libros de la Facultad de +Derecho y ponerme a estudiar por ellos.</p> + +<p>La <i>Economía Política</i> me sedujo de un modo increíble. Bien imagino +ahora que no era tanto por la ciencia<a name="page_307" id="page_307"></a> misma como porque su estudio me +engrandecía a mis propios ojos. ¡Es tan distinguida, tan elegante la +<i>Economía Política</i>! Estudiándola me creía a cien leguas de aquellos +viejos y ridículos maestros del Instituto, me parecía vivir en una +atmósfera de buen tono y adoptaba ya con mis compañeros las formas +corteses, pero un poco desdeñosas de los hombres de mundo.</p> + +<p>Tal extravagancia pudo costarme cara. Al aproximarse la época de los +ejercicios o sea del examen general del bachillerato, me encontré +bastante mal preparado. Sobre todo el latín, me parecía haberlo olvidado +por completo. ¡Vayan ustedes con los gerundios y las oraciones primeras +de activa a un hombre que meditaba sobre las relaciones del capital y el +trabajo!</p> + +<p>Me acometió un terror pánico. Si me suspendían, ¡adiós Madrid!, ¡adiós +vida alegre, independiente!, ¡adiós relaciones del capital y el trabajo!</p> + +<p>Faltaban pocos días ya para el examen: no me era posible prepararme bien +en tan corto tiempo. Aturdido por la cruel perspectiva de ser rechazado, +principié a imaginar tontería sobre tontería para salir del aprieto. Y +naturalmente, puse en práctica la mayor de todas ellas. Nada menos se me +ocurrió que ir a visitar a mi antiguo profesor de latín, aquel romántico +Cincinato que tenía su fundo en la falda de las colinas y confesarme con +él, esto es, declararle mi ignorancia y mis temores.</p> + +<p>Como lo pensé lo hice. No fuí a verle a su amable retiro campestre, sino +a su casa de la <i>urbs</i> que era vieja, obscura, y que tenía un olor +clásico a ratones bastante pronunciado.</p> + +<p>Pero he aquí que en cuanto subo nada más que media docena de escalones, +adquiero súbito y por arte mágico los suficientes conocimientos de latín +para sufrir cualquier examen por riguroso que fuese. Subo otros cuantos +y me encuentro hecho un sabio: la lengua romana no tenía secretos para +mí.</p> + +<p>Naturalmente, comprendí que la visita era ya inútil. Bajé de nuevo la +escalera y salí a la calle triunfante.</p> + +<p>Sin embargo, no había dado muchos pasos por ella cuando sentí que mi +ciencia filológica menguaba de un<a name="page_308" id="page_308"></a> modo sorprendente y al fin se +disipaba como la bruma de la mañana; quedé un instante perplejo y me +decidí a entrar otra vez en casa del profesor.</p> + +<p>Otra vez volví a sentir inundado mi cerebro por una ola de sabiduría, +que lo bañó por completo y estuve bien tentado a dar la vuelta. Pero +sospechando que pudiera ser un falaz espejismo, hice un esfuerzo por +arrojar de mí aquella ilusión y tiré del cordón de la campanilla.</p> + +<p>Era un cordón negro, siniestro, fatídico, como la cuerda de un ahorcado. +La campanilla sonó en las profundidades de aquel antro con lúgubre +tañido, que apretó mi corazón; aunque ya estaba bien reducido.</p> + +<p>Y repentinamente sentí un vago deseo de que la casa se derrumbase y me +sepultase entre sus ruinas.</p> + +<p>Una vieja salió a abrirme; detrás de ella un perro que me dirigió una +mirada de desprecio sin ladrarme. Lo mismo él que la vieja comprendieron +al instante que yo era un pobre estudiante que venía pidiendo +misericordia. Estaban acostumbrados a estas visitas.</p> + +<p>Me introdujeron en una sala de piso negro y pegajoso por las capas de +cera superpuestas durante medio siglo y allí me dejaron sin decirme una +palabra. De las paredes, tapizadas con papel pintado que reproducía +infinitas veces un loro mordiendo la flecha de la torre de un +campanario, pendían algunas fotografías con marco de nogal representando +al profesor con toga y birrete rodeado de sus discípulos. La fecha, +escrita debajo con supremo arte caligráfico, era atrasadísima. Otros +cuadros contenían diplomas que daban testimonio de la aplicación del +profesor cuando era niño. ¿A qué época se remontarían estos diplomas?</p> + +<p>Al cabo de unos minutos se presentó el catedrático en persona y quedé +petrificado como si viese un espectro.</p> + +<p>—¿Qué deseaba, hijo mío?—me dijo después de esperar vanamente a que yo +diese algún signo de vida.</p> + +<p>Tardé todavía algún tiempo en salir de mi transmutación marmórea y, al +fin, balbuciente y ruborizado, le pregunté por su salud y por la de su +familia como si<a name="page_309" id="page_309"></a> fuese lo único que en aquel momento me interesase sobre +la tierra. El profesor me informó afablemente de estos extremos y volvió +a reinar el silencio.</p> + +<p>Entonces me puse a dar vueltas entre los dedos a mi sombrero con la +velocidad de un cuerpo celeste.</p> + +<p>El profesor apenas se dignó fijar la atención en aquel movimiento de +rotación increíble y me siguió mirando de hito en hito.</p> + +<p>—El caso es... que dentro de algunos días me voy a presentar al +ejercicio de letras para el grado de bachiller.</p> + +<p>—Perfectamente—manifestó el catedrático doblando el espinazo con +ceremoniosa solemnidad.</p> + +<p>—Y como hace tanto tiempo que estudié el latín...</p> + +<p>No pude pasar más adelante; tenía un nudo en la garganta. El profesor +vino en mi auxilio.</p> + +<p>—Supongo que no habrá usted abandonado su estudio y que se presentará +bien preparado.</p> + +<p>—¡Ah!—exclamé poniéndome rojo hasta el blanco de los ojos—. No señor, +no... no estoy bien preparado, sobre todo en el latín, que he abandonado +un poco en estos últimos años.</p> + +<p>Los ojos del catedrático expresaron profunda consternación. Se llevó la +mano a la frente y observé en él síntomas inminentes de +desfallecimiento. Después comenzó a pasear por la sala con las manos +atrás, según su costumbre, dejando escapar unas veces resoplidos de +furor y otras suspiros de angustia.</p> + +<p>—¡Abandonar el hermoso idioma del Lacio!—exclamaba levantando los ojos +al cielo.</p> + +<p>Yo me pegué a la pared maldiciendo la hora en que había nacido.</p> + +<p>—¡La lengua de Marco Tulio y Quintiliano!</p> + +<p>Me apreté aún más contra el muro sin dejar por eso de imprimir a mi +sombrero una velocidad vertiginosa.</p> + +<p>—¡La lengua meliflua de Tíbulo y Propercio!</p> + +<p>Más pegado aún; casi incrustado.</p> + +<p>—¡La lengua de Escipión el Africano!</p> + +<p>Yo estaba desesperado de haber ofendido a aquellos ilustres varones, +pero la cosa no tenía remedio. Ni aun logré<a name="page_310" id="page_310"></a> filtrarme por la pared como +era mi deseo vehemente.</p> + +<p>En fin, mi sombrero había hecho más de cinco mil revoluciones sobre sí +mismo cuando el catedrático cesó de suspirar y lamentarse. Siguió +paseando silencioso y entregado a una dolorosa meditación.</p> + +<p>Entonces acaeció en aquel recinto algo lamentable que no puedo recordar +sin ponerme colorado. Sonriendo como un idiota rompí el silencio +exclamando:</p> + +<p>—¡Vaya unas patatas que recoge usted en su finca del Naranco!</p> + +<p>Apenas había pronunciado estas absurdas palabras comprendí que había +caído en un pozo. La desesperación me hizo quedar clavado en la pared +con la misma sonrisa estúpida en los labios y aguardé impávido a que el +profesor me echase de la estancia a puntapiés.</p> + +<p>Se detuvo delante de mí y me dirigió una larga y severa mirada. ¡Caso +prodigioso! Aquella mirada fué poco a poco perdiendo su severidad y +tornóse al cabo en benévola.</p> + +<p>—¡Maravillosas!—exclamó con énfasis—. Ni las más dulces de la +Campania, ni las más farináceas del vecino reino de Castilla las sacan +ventaja.</p> + +<p>¡Estaba salvado!</p> + +<p>Nuestra interesante conferencia, que duró todavía algunos minutos, versó +toda ella sobre tan amables legumbres.</p> + +<p>Quintiliano y Escipión el Africano debieron de estremecerse con +indignación en sus tumbas.</p> + +<p>Cuando al cabo me despedí, el catedrático me pasó paternalmente el brazo +por encima de los hombros y vertió en mi oído algunas palabras de +aliento.</p> + +<p>Ahora bien, esta escena ha enriquecido mi alma con una enseñanza y un +sentimiento. La enseñanza, bien deplorable, es que en este mundo la +adulación más grosera, más estúpida e inoportuna produce buen efecto. El +sentimiento no puede ser más dulce: se cifra en la gratitud que he +guardado siempre en el pecho hacia las patatas que fueron mis salvadoras +en aquella ocasión. Jamás he dejado de rendirles homenaje cuando me las +han presentado bien guisadas.<a name="page_311" id="page_311"></a></p> + +<p>Me hice bachiller al fin sin contratiempo alguno y vine a pasar el +verano a Avilés con mis padres. No recuerdo otro más feliz en mi +existencia si no es el que precedió a... ¿Por qué sumergir ahora la +mirada en otras épocas de mi vida? El presente fué dichoso, porque a la +conciencia de mi libertad, tan grata a todos los seres, se unía la +perspectiva de la corte, no menos grata a los jóvenes provincianos.</p> + +<p>Me apuntaba la barba; se me había mudado la voz; en casa me consideraban +ya como un hombre. Fuera de ella me mostraba tan celoso de esta +prerrogativa, tan quisquilloso que cualquier palabra o signo que no se +dirigiese al reconocimiento decisivo de mi virilidad me hería +profundamente.</p> + +<p>Mi pobre madre, al verme mozo, se puso a amarme con verdadero frenesí. +Ella, que siempre había sido sobria de caricias con sus hijos, me las +prodigaba ahora frecuentes y apasionadas como si se sintiese morir. +Cuando yo entraba en casa me echaba los brazos al cuello, me apretaba +contra su pecho, me tenía así largo tiempo y me decía al oído palabras +de ternura.</p> + +<p>En efecto, se sentía morir. Su cuerpo delicado parecía una sombra; sus +grandes ojos negros le llenaban la cara. Todos lo observaban menos +nosotros, que acostumbrados de toda la vida a verla sufrir imaginábamos +sin duda que aquella salud tan quebradiza no se rompería jamás por +completo. La sostenía su espíritu indomable hecho a guerrear desde la +infancia con su cuerpo.</p> + +<p>Recuerdo que uno de aquellos últimos días de mi estancia en Avilés la +encontré de rodillas limpiando con un paño la pata de una mesa donde +había visto polvo. Cuando entré en la habitación quiso abrazarme, pero +no pudo. Entonces corrí y la levanté en mis brazos con la misma +facilidad que si fuera una niña. Ella sonriendo me abrazó y me besó con +efusión. Yo sin darme cuenta de lo que aquello anunciaba sentí, no +obstante, que las lágrimas se me agolpaban a los ojos.</p> + +<p>—¡Atrás, atrás recuerdos dolorosos! Toda mi vida he llevado en el alma +aquel momento, aquella sonrisa triste como si antes de bajar a la tumba +el ser que me dió<a name="page_312" id="page_312"></a> el ser quisiera dejar grabada a buril su imagen en mi +corazón.</p> + +<p>—¡Partamos! La dicha me espera. En los últimos días sentía una +impaciencia loca por volar fuera del nido. Un mes antes ya había +comenzado a arreglar mi baúl al cual dirigía miradas amorosas desde mi +lecho al acostarme como si fuese el símbolo de mi felicidad. Compré un +plano de Madrid y me puse a estudiarlo tan concienzudamente que cuando +llegué a la capital pude caminar por ella con gran asombro de mis +amigos, sin necesidad de guía.</p> + +<p>Por fin llegó el momento de la partida. Era, si no recuerdo mal, el día +primero de Octubre, cuatro antes de cumplir los diez y siete años. Mi +padre me acompañó hasta Oviedo. La silla de posta salía por la noche de +la plazuela de la Catedral, donde se hallaba la casa del Correo.</p> + +<p>En la mal esclarecida plazoleta trajinaban los mozos subiendo a la baca +de la diligencia los equipajes mientras algunas escasas personas en +torno de ella despedían a sus deudos o amigos. Reinaba un silencio +discreto, un ambiente de tristeza. Los caballos de vez en cuando hacían +sonar sus cascabeles sin despertar alegría.</p> + +<p>El reloj de la torre, cuya grave voz tantas veces me había llamado a mis +estudios y a mis recreos, vibró al fin con diez campanadas. Recibí las +últimas caricias de mi padre sin emoción, con la indiferencia egoísta de +todos los ilusos. El postillón hizo chasquear el látigo y partí.</p> + +<p>Al encontrarme solo y a obscuras en el fondo de la berlina corrió por mi +cuerpo un estremecimiento feliz no exento de melancolía. Porque nuestra +alma nos advierte con un lejano suspiro en medio de las más vivas +alegrías que no debemos fiar de ellas. Una ola de vagos anhelos, de +ilusiones y esperanzas se hinchaba dentro de mi pecho, subía a mi +cerebro y me embriagaba. Jamás sentí la vida más amable que en aquella +primera hora de soledad y de fuerza.</p> + +<p>El coche rodaba por la sombría carretera. Los árboles y las colinas se +dibujaban informes en la penumbra de una noche estrellada sin luna. El +ruido de los cascabeles,<a name="page_313" id="page_313"></a> el chasquido del látigo del postillón y el +sordo rumor de las ruedas me adormecían con un letargo deleitoso. Cuando +cerraba los ojos una legión de ángeles murmuraban en mi oído palabras de +ventura, desplegaban mágicas y soñadas perspectivas.</p> + +<p>¿Angeles he dicho? ¿No serían más bien diablos disfrazados?</p> + +<p>Pero ya comenzamos a escalar las grandiosas montañas del Pajares; ya nos +acercamos a la cumbre; ya tocamos en ella.</p> + +<p>¡Adiós dulce infancia! ¡adiós adolescencia soñadora! Allá abajo me +esperan la casa de huéspedes sórdida, la indiferencia desdeñosa, la +hostilidad irracional, el placer sin alegría, el pecado, el +remordimiento...</p> + +<p>Ya la diligencia traspone la cima de la montaña; ya corre por las +llanuras dilatadas de Castilla.</p> + +<p>¡Adiós! ¡Adiós! Adán salió del Paraíso.</p> + +<p> </p> +<p> </p> + +<p class="c">FIN</p> + +<p><a name="page_314" id="page_314"></a></p> + +<p><a name="page_315" id="page_315"></a></p> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="INDICE" +style="margin:8% auto 8% auto;"> +<tr><th colspan="3" align="center"><a name="INDICE" id="INDICE"></a><big>ÍNDICE</big></th></tr> +<tr><td colspan="3" align="right"><small>Páginas</small></td></tr> + +<tr><td colspan="2"><a href="#ANTES_DE_EMPEZAR">Antes de empezar,</a></td><td align="right"><a href="#page_007">7</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#I">I.</a></td><td>—Adán en el Paraíso,</td><td align="right"><a href="#page_011">11</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#II">II.</a></td><td>—Una suerte original del toreo,</td><td align="right"><a href="#page_019">19</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#III">III.</a></td><td>—Impresiones del estío,</td><td align="right"><a href="#page_026">26</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#IV">IV.</a></td><td>—La infancia ante la muerte,</td><td align="right"><a href="#page_036">36</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#V">V.</a></td><td>—Ramonín,</td><td align="right"><a href="#page_045">45</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#VI">VI.</a></td><td>—Músicos ambulantes,</td><td align="right"><a href="#page_053">53</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#VII">VII.</a></td><td>—La partida,</td><td align="right"><a href="#page_061">61</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#VIII">VIII.</a></td><td>—Avilés,</td><td align="right"><a href="#page_068">68</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#IX">IX.</a></td><td>—Primeras impresiones,</td><td align="right"><a href="#page_076">76</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#X">X.</a></td><td>—Cometo un asesinato,</td><td align="right"><a href="#page_082">82</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XI">XI.</a></td><td>—De cómo fuí excomulgado,</td><td align="right"><a href="#page_086">86</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XII">XII.</a></td><td>—Resuelvo hacerme ermitaño,</td><td align="right"><a href="#page_093">93</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XIII">XIII.</a></td><td>—La vara de Falaris,</td><td align="right"><a href="#page_103">103</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XIV">XIV.</a></td><td>—El triunfo de la fraternidad,</td><td align="right"><a href="#page_108">108</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XV">XV.</a></td><td>—Don Antonio Joyana,</td><td align="right"><a href="#page_114">114</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XVI">XVI.</a></td><td>—Mi padre,</td><td align="right"><a href="#page_123">123</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XVII">XVII.</a></td><td>—Misterios dolorosos,</td><td align="right"><a href="#page_128">128</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XVIII">XVIII.</a></td><td>—Primeras lecturas,</td><td align="right"><a href="#page_140">140</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XIX">XIX.</a></td><td>—Fray Melitón,</td><td align="right"><a href="#page_147">147</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XX">XX.</a></td><td>—El cachorrillo,</td><td align="right"><a href="#page_158">158</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXI">XXI.</a></td><td>—La batalla de Galiana,</td><td align="right"><a href="#page_164">164</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXII">XXII.</a></td><td>—El suicidio de Anguila,</td><td align="right"><a href="#page_172">172</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXIII">XXIII.</a></td><td>—Pedro Menéndez,</td><td align="right"><a href="#page_183">183</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXIV">XXIV.</a></td><td>—Historia triste de mi amigo Genaro, </td><td align="right"><a href="#page_191">191</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXV">XXV.</a></td><td>—Rosas tempranas,</td><td align="right"><a href="#page_197">197</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXVI">XXVI.</a></td><td>—Paréntesis,</td><td align="right"><a href="#page_205">205</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXVII">XXVII.</a></td><td>—Oviedo,</td><td align="right"><a href="#page_214">214</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXVIII">XXVIII.</a></td><td>—El cuadro de honor,</td><td align="right"><a href="#page_220">220</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXIX">XXIX.</a></td><td>—Besos en cabeza de turco,</td><td align="right"><a href="#page_228">228</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXX">XXX.</a></td><td>—Caballería infantil,</td><td align="right"><a href="#page_238">238</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXXI">XXXI.</a></td><td>—Segundas lecturas,</td><td align="right"><a href="#page_247">247</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXXII">XXXII.</a></td><td>—Dar de beber al sediento,</td><td align="right"><a href="#page_256">256</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXXIII">XXXIII.</a></td><td>—El Ateneo,</td><td align="right"><a href="#page_265">265</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXXIV">XXXIV.</a></td><td>—El club,</td><td align="right"><a href="#page_275">275</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXXV">XXXV.</a></td><td>—Impresiones musicales,</td><td align="right"><a href="#page_287">287</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXXVI">XXXVI.</a></td><td>—El sueño del «Lucero»,</td><td align="right"><a href="#page_294">294</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXXVII">XXXVII.</a></td><td>—Poeta y cazador,</td><td align="right"><a href="#page_301">301</a></td></tr> + +<tr><td align="right" valign="top"><a href="#XXXVIII">XXXVIII.</a></td><td>—Adán expulsado,</td><td align="right"><a href="#page_306">306</a></td></tr> +</table> + +<p> </p> +<p> </p> + +<p class="cb"><b>TRADUCCIONES DE PALACIO VALDÉS</b></p> + +<p class="cen"><b>Marta y María.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por Mme. Devismes de Saint-Maurice.—Publicada en +<i>Le Monde Moderne</i>.</p> + +<p>Traducida al inglés, por Mr. Haskell Dole.—Un tomo.—New-York.</p> + +<p>Traducida al ruso, por M. Pawlosky.—Publicada en el <i>Diario de San +Petersburgo</i>.</p> + +<p>Traducida al sueco, por A. Hillman.—Un tomo.—Stockolmo.</p> + +<p>Traducida al tcheque, por O. S. Vetti.—Un tomo.—Praga.</p> + +<p class="cen"><b>El idilio de un enfermo.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por M. Albert Savine.—Publicada en <i>Les Heures du +Salon et de l'Atelier</i>.</p> + +<p>Traducida al tchèque, por M. A. Pikhart.—Un tomo.—Praga.</p> + +<p class="cen"><b>Aguas fuertes.</b></p> + +<p>Traducidas y publicadas la mayor parte de estas novelitas por <i>La +Independencia Belga</i>, <i>El Diario de Ginebra</i>, <i>El Correo de Hannover</i>, +<i>Hlas Národa</i>, <i>Lumir</i> y otros periódicos y revistas.</p> + +<p>Edición española con introducción y notas en inglés para el estudio del +español en Inglaterra y Estados Unidos, por W. T. Faulkner.—Un +tomo.—New-York.</p> + +<p class="cen"><b>José.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por Mlle. Sara Oquendo.—Publicada en la <i>Revue de +la Mode</i>.—París.</p> + +<p>Traducida al inglés, por C. Smith.—Un tomo.—New-York.</p> + +<p>Traducida al alemán y publicada en <i>Furs Haus</i>.—Berlín.</p> + +<p>Traducida al holandés, por M. Hora Adema, y publicada en <i>Het Nieuws</i> +<i>van den Dag</i>.—Amsterdam.</p> + +<p>Traducida al sueco, por A. Hillman.—Un tomo.—Stockolmo.</p> + +<p>Traducida al tchèque, por A. Pikhart.—Un tomo.—Praga.</p> + +<p>Traducida al portugués, por Cunha e Costa.—Publicada en <i>Revista da +Semana</i>.—Río de Janeiro.</p> + +<p>Traducida al danés, por Oskar V. Andersen.—Un tomo.—Copenhague y +Kristiania.</p> + +<p>Edición española con prefacio y notas en inglés para el estudio del +español en Inglaterra y Estados Unidos, por el profesor Mr. +Davidson.—Un tomo.—New-York.—London.</p> + +<p class="cen"><b>Riverita.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por M. Julien Lugol.—Publicada en la <i>Revue +Internationale</i>.</p> + +<p class="cen"><b>Maximina.</b></p> + +<p>Traducida al inglés, por Mr. Haskell Dole.—Un tomo.—New-York.</p> + +<p class="cen"><b>El cuarto Poder.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por B. d'Etroyat.—Publicada en <i>Le +Temps</i>.—París.</p> + +<p>Traducida al inglés, por Miss Rachel Challice.—Un +tomo.—New-York.—London.</p> + +<p>Traducida al holandés, por M. Hora Adema.—Un tomo.—Amsterdam.</p> + +<p class="cen"><b>La Hermana San Sulpicio.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por Mme. Huc, con prefacio de Emile Faguet, de la +Academie Française.—Un tomo.—París.</p> + +<p>Traducida al inglés, por Mr. Haskell Dole.—Un tomo.—New-York.</p> + +<p>Traducida al holandés y publicada en <i>El Correo de Rotterdam</i>.</p> + +<p>Traducida al sueco, por A. Hillman.—Un tomo.—Stockolmo.</p> + +<p>Traducida al ruso, por Mme. Karminvi.—Un tomo.—San Petersburgo.</p> + +<p>Traducida al italiano, por Angelo Norsa.—Un tomo.—Milán.</p> + +<p class="cen"><b>La espuma.</b></p> + +<p>Traducida al inglés, por Clara Bell.—Un tomó.—London.</p> + +<p class="cen"><b>La Fe.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por M. Jules Laborde.—Un tomo.—París.</p> + +<p>Traducida al inglés, por I. Hapgood.—Un tomo.—New York.</p> + +<p>Traducida al alemán, por Albert Cronan.—Un tomo.—Leipzig.</p> + +<p class="cen"><b>El maestrante.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por J. Gaure, con estudio preliminar de M. +Bordes.—Un tomo.—París.</p> + +<p>Traducida al inglés, por Miss Challice.—Un tomo.—London.</p> + +<p class="cen"><b>El origen del pensamiento.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por M. Dax Delime.—Publicada en la <i>Revue +Britannique</i>.</p> + +<p>Traducida al inglés, por I. Hapgood.—Publicada en <i>The Cosmopolitan</i>, +con ilustraciones de Cabrinety.</p> + +<p class="cen"><b>Los majos de Cádiz.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por M. A. Glorget.—Publicada en el <i>Journal des +Debats</i>.</p> + +<p>Traducida al holandés, por Mary Hora Adema.—Un tomo.—Amsterdam.</p> + +<p class="cen"><b>La alegría del capitán Ribot.</b></p> + +<p>Traducida al francés, por C. Du Val Asselin.—Un tomo.—París.</p> + +<p>Traducida al inglés, por Minna C. Smith.—Un tomo.—New-York.</p> + +<p>Traducida al holandés, por A. Fokker.—Un tomo.—Amsterdam.</p> + +<p>Traducida al italiano, por Angelo Norsa.—Publicada en <i>Il Sécolo +XIX</i>.—Génova.</p> + +<p>Edición española con notas en inglés y vocabulario para el estudio del +español, por los profesores Morrison y Churchman.—Un tomo.—New +York.—London.</p> + +<p class="cen"><b>Tristán.</b></p> + +<p>Traducida al inglés, por Jane B. Reid.—Un tomo.—Boston.</p> + +<p class="cen"><b>Papeles del Doctor Angélico.</b></p> + +<p>Traducidos al alemán, por Mr. Franz Hartman.—Un tomo.</p> + +<div class="footnotes"><p class="cb">NOTAS:</p> + +<div class="footnote"><p><a name="Footnote_1_1" id="Footnote_1_1"></a><a href="#FNanchor_1_1"><span class="label">[1]</span></a> Casetas cuadradas de madera destinadas a graneros, +sostenidas y aisladas del suelo por columnas de piedras.</p></div> + +<div class="footnote"><p><a name="Footnote_2_2" id="Footnote_2_2"></a><a href="#FNanchor_2_2"><span class="label">[2]</span></a> Véase <i>La Aldea perdida</i>.</p></div> + +<div class="footnote"><p><a name="Footnote_3_3" id="Footnote_3_3"></a><a href="#FNanchor_3_3"><span class="label">[3]</span></a> Véase <i>La Aldea perdida</i>.</p></div> + +<div class="footnote"><p><a name="Footnote_4_4" id="Footnote_4_4"></a><a href="#FNanchor_4_4"><span class="label">[4]</span></a> En esta narración me autorizo el cambiar los nombres, por +razones que no se le ocultarán al lector.</p></div> + +</div> +<hr class="full" /> + + + + + + + +<pre> + + + + + +End of the Project Gutenberg EBook of La novela de un novelista, by +Armando Palacio Valdés + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA NOVELA DE UN NOVELISTA *** + +***** This file should be named 38814-h.htm or 38814-h.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + http://www.gutenberg.org/3/8/8/1/38814/ + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was +produced from images available at The Internet Archive) + + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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It exists +because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from +people in all walks of life. + +Volunteers and financial support to provide volunteers with the +assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's +goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will +remain freely available for generations to come. In 2001, the Project +Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure +and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. +To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation +and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 +and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. + + +Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive +Foundation + +The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit +501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the +state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal +Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification +number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at +http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg +Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent +permitted by U.S. federal laws and your state's laws. + +The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. +Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered +throughout numerous locations. Its business office is located at +809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email +business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact +information can be found at the Foundation's web site and official +page at http://pglaf.org + +For additional contact information: + Dr. Gregory B. Newby + Chief Executive and Director + gbnewby@pglaf.org + + +Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg +Literary Archive Foundation + +Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide +spread public support and donations to carry out its mission of +increasing the number of public domain and licensed works that can be +freely distributed in machine readable form accessible by the widest +array of equipment including outdated equipment. Many small donations +($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt +status with the IRS. + +The Foundation is committed to complying with the laws regulating +charities and charitable donations in all 50 states of the United +States. 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