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| author | Roger Frank <rfrank@pglaf.org> | 2025-10-14 20:07:18 -0700 |
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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: Los enemigos de la mujer + +Author: Vicente Blasco Ibáñez + +Release Date: August 20, 2011 [EBook #37139] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS ENEMIGOS DE LA MUJER *** + + + + +Produced by Chuck Greif and the Project Gutenberg Online +Distributed Proofreading Team (http://www.pgdp.net) + + + + + + + + + +V. BLASCO IBAÑEZ + +LOS ENEMIGOS + +DE LA MUJER + +OBRAS COMPLETAS + +DE + +V. BLASCO IBAÑEZ + + +LOS ENEMIGOS DE LA MUJER + + + OBRAS DEL AUTOR + + CON EL NÚMERO DE EJEMPLARES IMPRESOS EN ESPAÑA[*] + DE CADA UNA DE ELLAS, HASTA NOVIEMBRE DE 1924 + + + CUENTOS VALENCIANOS 60.000 ejemplares. + LA CONDENADA (cuentos) 64.000 id. + EN EL PAÍS DEL ARTE (viajes) 64.000 id. + ARROZ Y TARTANA (novela) 68.000 id. + FLOR DE MAYO (novela) 80.000 id. + LA BARRACA (novela) 104.000 id. + SÓNNICA LA CORTESANA (novela) 56.000 id. + ENTRE NARANJOS (novela) 88.000 id. + CAÑAS Y BARRO (novela) 64.000 id. + LA CATEDRAL (novela) 72.000 id. + EL INTRUSO (novela) 56.000 id. + LA BODEGA (novela) 60.000 id. + LA HORDA (novela) 44.000 id. + LA MAJA DESNUDA (novela) 49.000 id. + ORIENTE (viajes) 52.000 id. + SANGRE Y ARENA (novela) 186.000 id. + LOS MUERTOS MANDAN (novela) 56.000 id. + LUNA BENAMOR (novelas) 48.000 id. + LOS ARGONAUTAS (novela).--Dos tomos 48.000 id. + LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS 164.000 id. + MARE NOSTRUM (novela) 104.000 id. + LOS ENEMIGOS DE LA MUJER (novela) 100.000 id. + EL MILITARISMO MEJICANO (artículos) 40.000 id. + EL PRÉSTAMO DE LA DIFUNTA (novelas) 44.000 id. + EL PARAÍSO DE LAS MUJERES (novela) 36.000 id. + LA TIERRA DE TODOS (novela) 66.000 id. + LA REINA CALAFIA (novela) 60.000 id. + NOVELAS DE LA COSTA AZUL 20.000 id. + LA VUELTA AL MUNDO, DE UN NOVELISTA 40.000 id. + + + NOVELAS DE PRÓXIMA PUBLICACIÓN + + EL PAPA DEL MAR. + + Á LOS PIES DE VENUS. + + LAS RIQUEZAS DEL GRAN KAN. + + EL ORO Y LA MUERTE. + +[*] En muchas repúblicas de la América de habla española se han +publicado numerosas ediciones de estas obras sin permiso del autor. + + + + +OBRAS COMPLETAS DE VICENTE BLASCO IBAÑEZ + + +LOS + +ENEMIGOS + +DE LA MUJER + +(NOVELA) + + +97.000 EJEMPLARES + + +[Illustration: colofón] + + +PROMETEO + +Germanías, 33.--VALENCIA + +(Published in Spain) + +ES PROPIEDAD.--Reservados todos +los derechos de reproducción, traducción +y adaptación. + +Copyright 1919, by V. Blasco Ibáñez. + + + + +AL LECTOR + + +En 1918, casi al final de la guerra europea, caí repentinamente enfermo +por exceso de trabajo. + +Había realizado un esfuerzo enorme escribiendo para los periódicos de +España y América numerosos artículos, un cuaderno todas las semanas de +mi _Historia de la Guerra_ y dos novelas, _Los cuatro jinetes del +Apocalipsis_ y _Mare nostrum_. Además hice muchas traducciones y otras +labores literarias obscuras para la propaganda en favor de los Aliados. + +Durante cuatro años trabajé doce horas diarias, sin ningún día de +descanso. Hubo semanas extraordinarias en las que aún fué más larga mi +jornada. Á esta tarea excesiva y abrumadora, que lentamente iba agotando +mis fuerzas, había que añadir las privaciones é inquietudes de la vida +anormal que llevábamos los habitantes de París: mala comida, escasez de +carbón, alumbrado defectuoso, noches en vela por las señales de alarma y +el bullicio de la gente al anunciarse un ataque aéreo de los «Gothas». + +El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción, y el +exceso de trabajo, acabaron con mi salud, y por consejo de los médicos +me trasladé á la Costa Azul. No por tal cambio de ambiente dejé de +trabajar. Como en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor +del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto fué todo. + +Me instalé en Niza, por unas semanas nada más. Como necesitaba seguir +trabajando, me sentí atraído por la soledad bravía del Cap-Ferrat, +península que avanza en el mar su lomo cubierto de pinos. Durante unos +meses viví en el Gran Hotel del Cap Ferrat como en un convento +abandonado. Muchos días fuí su único huésped, llevando una vida de +familia con su director y sus escasos domésticos. + +Acababa de escribir _Mare nostrum_, y la soledad de esta costa junto al +frecuentado camino de Niza á Monte-Carlo parecía armonizarse con los +recuerdos de mi novela reciente. Pero las noticias del gran choque +europeo nos llegaban con enorme retraso, como si procediesen de un mundo +lejanísimo. Además, las privaciones, generales en toda Francia, aún +resultaban mayores y más penosas en este olvidado rincón. + +Al fin me trasladé al Principado monegasco, que veía diariamente desde +mis ventanas, avanzando su doble ciudad de Mónaco y Monte-Carlo sobre la +llanura azul del mar. Como era país neutral, libre de los severos +reglamentos impuestos por la guerra, las gentes afluían á él en busca de +una existencia menos dura. Además, los administradores de su célebre +Casino procuraban que los víveres, el carbón y la luz fuesen más +abundantes que en las vecinas poblaciones francesas. + +Apenas instalado en Monte-Carlo, vi con mis ojos de novelista un mundo +anormal que vivía al margen de la guerra, queriendo ignorarla, para +mantener tranquilo su egoísmo. Me admiró la tenacidad y la ceguera de +los jugadores, que en días de alegría ó incertidumbre, cuando se +disputaba sobre los campos de batalla el porvenir del mundo, sólo +pensaban en sus combinaciones y «sistemas» favoritos, como si no +existiese en la tierra nada más interesante. + +Fuí estudiando de cerca esta sociedad extraordinaria, que luego se ha +modificado exteriormente al volver los tiempos de paz, y así empezó mi +composición de LOS ENEMIGOS DE LA MUJER. + +Casi todos los personajes que aparecen en la presente novela tienen algo +ó mucho de real. Fueron observados directamente y son reflejos, más ó +menos fieles, de personas que aún viven ó murieron hace pocos años. + +Esto no significa que el lector deba creerlos exactamente iguales á los +tipos que me sirvieron de modelos, por haberlos copiado yo con una +minuciosidad material. El novelista es un pintor y no un fotógrafo. Las +más de las veces, con varios personajes observados en la realidad +moldeamos uno solo. En otras ocasiones, un tipo complejo, estudiado +directamente, lo descomponemos en varios, repartiendo sus diversas +facultades entre numerosos hijos de nuestra imaginación. + +Con arreglo á la conocida fórmula, copié la realidad «viéndola á través +de mi temperamento», ó más claramente dicho, la interpreté como me +pareció mejor, con arreglo á mis ideas y gustos. + +Las desfiguraciones que impuse á la realidad no han impedido á ciertos +habitantes de la Costa Azul reconocer el origen de mis personajes. + +Muchos de los que frecuentan el Casino de Monte-Carlo señalan á un gran +señor de origen ruso, y afirman que es el príncipe Lubimoff de LOS +ENEMIGOS DE LA MUJER. En un cementerio que existe junto al camino de +Monte-Carlo á La Turbie, muestran la tumba de la duquesa Alicia. Un +_gentleman_ aviejado y cada vez más flaco, que juega y pierde en los +primeros días de todos los meses, dice con desesperación á los que le +escuchan, cuando ve desaparecer sobre el tapete sus últimas fichas: + +--Yo soy el lord Lewis que aparece en ese libro sobre Monte-Carlo, +escrito por «Ibanez», el novelista español. + +V. B. I. + +1923. + + + + +LOS ENEMIGOS DE LA MUJER + + + + +I + + +El príncipe repitió su afirmación: + +--La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la mujer. + +Quiso seguir, pero no pudo. Temblaron levemente los amplios ventanales, +cortados en su parte baja por el intenso azul del Mediterráneo. Entró en +el comedor un estrépito amortiguado que parecía venir de la otra fachada +del edificio, frente á los Alpes. Esta vibración, ensordecida por muros, +cortinajes y alfombras, era discreta, lejana, como el funcionamiento de +una máquina subterránea; pero un clamoreo humano, una explosión de +gritos y silbidos dominaba el rodar del acero y los bufidos del vapor. + +--¡Un tren de soldados!--exclamó don Marcos Toledo abandonando su +asiento. + +--Este coronel, siempre héroe, siempre entusiasta de las cosas de su +profesión--dijo Atilio Castro con sonrisa burlona. + +El llamado coronel se colocó casi de un salto, á pesar de sus años, +junto á la ventana lateral más próxima. Alcanzaba á ver sobre el follaje +del gran jardín en declive una pequeña sección del ferrocarril de la +Cornisa sumiéndose en la boca ahumada de un túnel. Luego volvía á +reaparecer al otro lado de la colina, entre las arboledas y los +sonrosados palacetes del Cap-Martin. Los rieles ondulaban luminosamente +bajo el sol como dos regueros de metal líquido. Aún no había llegado el +tren á este lado, pero su estrépito creciente parecía animar el paisaje. +Las ventanas de las casas de campo, las terrazas de las «villas», se +punteaban de negro con la salida de las gentes que abandonaban la mesa +del almuerzo. Banderas de diversos colores empezaron á ondear en +edificios y tapias á ambos lados de la vía, desde media falda de la +montaña hasta la ribera del mar. + +Don Marcos corrió á la ventana opuesta. Aquí, el paisaje era urbano. +Todo lo que alcanzaba la vista estaba bajo techo, sin otra concesión á +las expansiones del suelo que los aislados mechones verdes de los +jardines irguiéndose entra masas de tejas rojas. Era como un decorado de +teatro, partido en varios términos: primero las «villas» sueltas +rodeadas de árboles, con balaustres blancos y chorreando flores sus +murallas; luego el núcleo de Monte-Carlo, sus hoteles enormes erizados +de cúpulas y torrecillas, y en el fondo, esfumados por la distancia y el +polvo dorado flotante en la atmósfera, el peñón de Mónaco y sus paseos, +la enorme masa del Museo Oceanográfico, la catedral, de un blanco crudo +y reciente, y las torres cuadradas y almenadas del palacio del Príncipe. +La edificación subía desde la ribera marítima á la mitad de las +montañas. Era un Estado sin campos, sin tierra libre, todo cubierto de +casas de una frontera á otra. + +Pero don Marcos llevaba muchos años de familiaridad con esta vista, y +buscó inmediatamente lo que había en ella de extraordinario. Un tren +enorme, interminable, avanzaba lentamente por la costa. Contó en voz +alta más de cuarenta vagones, sin poder llegar al término del convoy, +oculto aún por una revuelta. + +--Debe ser un batallón... todo un batallón en pie de guerra. Más de mil +soldados--dijo con autoridad, satisfecho de mostrar su buen ojo +profesional ante los compañeros de mesa, que no le oían. + +El tren estaba repleto de hombres, pequeñas figuras de un gris +amarillento que llenaban las ventanas de los vagones y ocupaban las +portezuelas y los estribos, con las piernas colgando sobre la vía. Otros +se agolpaban en los furgones de ganado ó se mantenían de pie sobre las +plataformas descubiertas, entre los carros militares y las +ametralladoras enfundadas. Muchos se habían subido á los techos de los +vagones, y saludaban abiertos de brazos y piernas como una X. Casi todos +se habían puesto en cuerpo de camisa, con las mangas dobladas sobre los +brazos, lo mismo que los marineros cuando se preparan para una maniobra. + +--¡Son ingleses!--exclamó don Marcos--. ¡Ingleses que van á Italia! + +Esta indicación fué mal acogida por el príncipe, que le tuteaba á pesar +de la diferencia de edad. + +--No seas tonto, coronel. Cualquiera los conoce. Son los únicos que +silban. + +Asintieron los otros tres sentados á la mesa. Todos los días pasaban +trenes militares, y desde lejos se podía adivinar la nacionalidad de los +hombres que los ocupaban. + +--Los franceses--dijo Castro--pasan callados. Llevan tres años y pico de +lucha en su propio suelo. Son silenciosos y sombríos, como el deber +monótono é interminable. Los italianos que vienen al frente francés +cantan y adornan sus trenes con ramajes y flores. Los ingleses gritan +como un colegio en libertad, y silban, silban para expresar su +entusiasmo. Son los muchachos de esta guerra; van á la muerte con un +entusiasmo pueril. + +Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre. Fué pasando +entre la montaña y los jardines de Villa-Sirena; luego se alejó por el +lado opuesto, con dirección á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser +tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba el paso +del tren, vió cómo se animaban casas, jardines y pequeñas huertas á los +dos lados de la vía. Braceaban las gentes agitando pañuelos y banderas +para contestar á los silbidos de los ingleses. Hasta en la orilla +mediterránea, los pescadores, puestos de pie en los bancos de sus botes, +tremolaban las gorras mirando al lejano tren. El inquieto oído de don +Marcos adivinó un leve correteo en el piso superior. La servidumbre +abría sin duda las ventanas para unirse con un entusiasmo silencioso á +esta despedida. + +Cuando sólo quedaban visibles unos pocos vagones en la boca del túnel, +el coronel volvió á ocupar su asiento en la mesa. + +--¡Mas carne al matadero!--dijo Atilio Castro mirando al príncipe--. +Pasó el escándalo. Continúa, Miguel. + +Dos criados jóvenes, dos muchachos italianos, imberbes y de ademanes +torpes, vestidos con unos fracs que les venían algo grandes, sirvieron +los postres del almuerzo, bajo la mirada autoritaria de Toledo. + +Este examinaba igualmente la mesa y los tres convidados, como si temiera +notar de pronto un olvido, algo que demostrase la improvisación del +almuerzo. Era el primero que se daba en Villa-Sirena después de dos +años. + +La víspera había llegado de París el dueño de la casa, el príncipe +Miguel Fedor Lubimoff, que ocupaba ahora la cabecera de la mesa. + +Era un hombre todavía joven, con el cuidado vigor que proporciona una +vida de ejercicios físicos: alto, membrudo y esbelto, la tez morena, +grandes ojos grises y el rostro largo, completamente afeitado. Las canas +esparcidas en sus sienes--que aún parecían más numerosas al contrastar +con el negro azulado de su cabeza--, unas cuantas arrugas precoces en +las comisuras de sus ojos y dos surcos profundos que se abrían desde las +alillas de su nariz, demasiado ancha, hasta tocar los extremos de su +boca, parecían denunciar el primer cansancio de un organismo poderoso +que ha vivido con demasiada intensidad, por considerar sus fuerzas sin +límites. + +El coronel le llamaba «Alteza», como si fuese de una familia reinante y +no un simple príncipe ruso. Pero esto era cuando había alguien presente, +por una costumbre adquirida en tiempos de la difunta princesa Lubimoff, +y para sostener el prestigio del hijo, al que conocía desde niño. En la +intimidad, cuando estaban solos, prefería llamarle «marqués», marqués de +Villablanca, sin que el príncipe consiguiera torcer con sus burlas este +orden establecido por don Marcos en las categorías de su respeto. El +principado ruso era para los demás, para las gentes que se deslumbran +con la amplitud de los títulos, sin saber apreciar su mérito y su +origen; él prefería, como algo más noble, el marquesado español, á pesar +de que todos lo ignoraban en España, por carecer de consagración +oficial. + +A los tres convidados del príncipe Miguel los conocía Toledo. + +Atilio Castro era un compatriota, un español que había pasado la mayor +parte de su existencia fuera de su país. Trataba al príncipe con gran +confianza y hasta le tuteaba, á causa de un parentesco lejano. El +coronel tenía una vaga idea de que había sido cónsul en alguna parte, +pero por breve tiempo. Continuamente le hacía objeto de sus burlas, que +él tardaba en descubrir. Pero no sentía rencor por ellas, viendo que «Su +Alteza» las celebraba mucho. + +--¡Hermoso corazón!--decía al hablar de Castro--. Ha llevado una vida +poco ejemplar, es un terrible jugador... pero un caballero, ¡lo que se +llama un caballero! + +Miguel Fedor definía de otro modo á su pariente: + +--Tiene todos los vicios y ningún defecto. + +Don Marcos nunca pudo entender esto, pero lo aceptó como un nuevo motivo +para apreciar á Castro. + +Sólo contaba el príncipe dos ó tres años más que él, y sin embargo +parecían separados por una diferencia de edad mucho mayor. Castro iba +más allá de los treinta y cinco años, y algunos le suponían veintitrés. +Su rostro, de ingenua expresión, algo aniñado, sólo adquiría cierta +respetabilidad viril gracias á un bigote rubio obscuro, recortado como +un cepillo de dientes. Este exiguo bigote y la raya correcta que partía +sus cabellos en dos masas idénticas y lustrosas eran los detalles más +visibles de su fisonomía en momentos de tranquilidad. Si se alteraba su +humor--lo que ocurría muy de tarde en tarde--, el brillo de sus ojos, la +contracción de su boca, las arrugas precoces de sus sienes, le daban un +aspecto inquietante, y diez años más caían sobre él de golpe. + +--Malo para enemigo--afirmaba el coronel--. Es hombre que no conviene +tenor enfrente. + +Y no por miedo, sino por espontánea admiración, celebraba sus talentos. +Hacía versos, pintaba acuarelas, improvisaba romanzas en el piano, daba +consejos sobre muebles y trajes, conocía las antigüedades. Don Marcos no +encontraba límites á su inteligencia. + +--Lo sabe todo--decía--. ¡Si pudiera fijarse en una sola cosa!... ¡Si +quisiera trabajar! + +Vestido siempre con elegancia, viviendo en hoteles caros y sin ninguna +renta conocida, el coronel sospechaba una serie de empréstitos amistosos +hechos al príncipe. Pero éste había permanecido ausente de Monte-Carlo +casi desde el principio de la guerra, y don Marcos encontraba á Castro +todos los inviernos instalado en el Hotel de París, apuntando en el +Casino, tratándose con gentes ricas. Unas cuantas veces, al verse junto +á la ruleta, le había pedido prestados «diez luises», necesidad +imperiosa de jugador que acaba de quedar limpio y ansía desquitarse; +pero, con más ó menos retraso, se los había devuelto siempre. Su vida +tenía un fondo misterioso, según don Marcos. + +Los otros dos convidados le parecían de una existencia menos complicada. +El más antiguo en la casa era un joven moreno, casi cobrizo, pequeño de +cuerpo, con luengas y lacias melenas. Teófilo Spadoni, famoso pianista, +hijo de italianos--esto era indiscutible--, pero nacido, según él, unas +veces en el Cairo, otras en Atenas ó en Constantinopla, en todas las +ciudades adonde había emigrado su padre, pobre sastre napolitano. Tales +vaguedades y distracciones no resultaban extraordinarias en este +ejecutante prodigioso, que así que se levantaba del piano era una +especie de sonámbulo, incapaz de adaptarse regularmente á ninguna +función de la vida. Luego de dar conciertos en las grandes capitales de +Europa y América del Sur, se había quedado en Monte-Carlo, con una +inmovilidad que él atribuía á la guerra y don Marcos achacaba á su +afición al juego. El príncipe le conocía por haberle llevado á bordo de +su gran yate _Gaviota II_, en un viaje alrededor de la tierra, formando +parte de su orquesta. + +Al lado del dueño estaba el último convidado, el más reciente en la +casa, un joven pálido, larguirucho y miope, que miraba á todos lados con +timidez, conteniendo sus movimientos. Era un profesor español, un doctor +en ciencias, Carlos Novoa, pensionado por el gobierno de su país para +hacer estudios de la fauna marítima en el Museo Oceanográfico. El +coronel, que vivía muchos años en Monte-Carlo sin tropezarse con otros +compatriotas que los que encontraba alrededor de las mesas de ruleta, +había sentido un orgullo patriótico al conocer á este profesor, dos +meses antes. + +--¡Un sabio!... ¡un famoso sabio!--exclamaba al hablar de su nuevo +amigo--. Para que digan luego que todos los españoles somos brutos... + +No podía explicar qué sabiduría era la de su compatriota. Es más: desde +sus primeras conversaciones había adivinado que el profesor era de ideas +opuestas á las suyas. «Un descreído de los que no tienen más Dios que la +materia», se dijo. Pero añadió á guisa de consuelo: «Todos estos sabios +son así: liberales é impíos. ¡Qué hacerle!...» En cuanto á su fama, la +tenía por indiscutible. Sólo así podía comprender que lo hubiesen +enviado á aquel Museo de Mónaco, enorme y blanco como una catedral, +cuyas salas había visitado una sola vez, con un respeto que le impedía +volver. + +Cuando el profesor iba de tarde en tarde á Monte-Carlo, encontrándose en +el Casino con don Marcos, éste lo presentaba á sus amigos como una +celebridad nacional. Así había conocido á Castro y á Spadoni, los cuales +se limitaron á preguntarle si ganaba mucho en el juego. + +Al anunciar el príncipe su llegada, Toledo obligó á su ilustre +compatriota á acompañarle á la estación, para presentarlo sin perder +tiempo. + +--Una gloria de nuestro país... ¡Su Alteza, que ama tanto las cosas de +España! + +Miguel Fedor había pasado en los mares una parte considerable de su +vida, y simpatizó con este joven modesto al conocer la especialidad de +sus estudios. + +Hablaron largamente de oceanografía, y el día anterior, el príncipe +Miguel, que estaba habituado á tener una gran mesa por la que desfilaban +los comensales más diversos, dijo á su «chambelán»: + +--Muy simpático tu sabio. Invítalo á almorzar. + +Los convidados hablaban todos el español. Spadoni podía seguir la +conversación con lo que había aprendido en Buenos Aires, Santiago de +Chile y otras capitales de la América del Sur cuando seguía dando +«recitales» de piano á un empresario que al fin se cansó de explotarle +y de luchar con su inconsciencia. + +Al empezar el almuerzo, había notado el coronel en el rostro de su +príncipe la preocupación de una idea fija. Hablaba preferentemente con +el profesor Novoa, asombrándose de la exigua retribución que le valían +sus estudios. Castro y Spadoni sólo atendían á los platos. Ya no eran +obra de un cocinero famoso al que daba el príncipe Miguel el sueldo de +un presidente de Consejo de ministros. El «maestro» había sido +movilizado por la guerra, y á la sazón hacía la cocina de un general en +el frente francés. Toledo había sabido descubrir después á una +cincuentona, menos variada en sus combinaciones que el artista +arrebatado por la guerra, pero más «clásica», más sólida y substanciosa, +y los dos comían con ese regodeamiento de los eternos abonados á +restoranes y hoteles cuando se ven ante una mesa sin economía y engaños. + +Cerca de los postres, la conversación, que era ya general, recayó sobre +las mujeres, como ocurre en toda comida de hombres solos. Toledo tuvo la +sospecha de que el príncipe había empujado dulcemente á sus comensales á +hablar de esto. De pronto, Miguel resumió su opinión diciendo por dos +veces: + +--La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la mujer. + +Y á continuación había pasado el tren de soldados ingleses como una nube +de gritos y silbidos. + +Atilio Castro dejó que se perdiese en el túnel el último vagón, y dijo +con una sonrisa algo irónica: + +--Esos silbidos parecen un comentario á tu hermosa frase; pero no hagas +caso de opiniones groseras. Lo que has dicho me interesa. ¡Tú abominando +de las mujeres, que las has tenido á miles!... Continúa, Miguel. + +Pero el príncipe torció el curso de la conversación. Habló de sus +impresiones al llegar á Villa-Sirena después de una larga ausencia. De +la vida anterior á la guerra sólo quedaban el edificio y los jardines. +Toda la servidumbre masculina estaba movilizada: unos en el ejército +francés, otros en el italiano. Al día siguiente de su llegada, +maquinalmente había pedido el automóvil para ir á Monte-Carlo. No le +faltaban vehículos. Tres de las mejores marcas estaban como olvidados en +su _garage_. Pero los mecánicos también hacían la guerra, y además no +había esencia y era necesario un permiso para correr por los caminos... +Total: que había tenido que esperar el tranvía de Mentón ante la verja +de su jardín. Una novedad para él, un medio de locomoción interesante. +Creyó caer en un mundo olvidado al verse entre los pasajeros populares. +Le molestaba la curiosidad general. Todos se repetían en voz baja su +nombre; hasta el conductor mostró cierta emoción al ver en su coche al +propietario de Villa-Sirena. + +--Y lo peor de todo, queridos amigos, es que estoy arruinado. + +Spadoni abrió desmesuradamente sus ojos negros, como si oyese algo +inaudito y absurdo. Castro sonrió con incredulidad. + +--¿Arruinado tú?... Me contentaría con la décima parte de tus escombros. + +El príncipe asintió. Era como esos enormes trasatlánticos que, al +naufragar, hacen la fortuna con sus despojos de todo un pueblo de +miserables instalado en la orilla. Pero esta relatividad de la suerte no +evitaba que su ruina fuese cierta. + +--Por lo que diré después, necesito no ocultar mi situación. Hace unas +semanas he vendido en París el palacio que construyó mi madre. Me lo ha +comprado un «nuevo rico». Yo, con la guerra, voy á ser un «nuevo pobre». +Tú sabes, Atilio, lo que me pasa desde que empezó esta pelea de +naciones. A los primeros cañonazos me enviaron de Rusia la octava parte +de las rentas que tenía en tiempos de paz: luego, mucho menos. La +revolución todavía recortó de un modo alarmante mis ingresos. Ahora, con +el compañero Lenine y la bandera roja, no llega nada, absolutamente +nada. No conozco siquiera la suerte de mis casas, de mis campos, de las +minas... Nada sé tampoco de los que administraban allá mi fortuna. Sin +duda los han asesinado... + +El coronel levantó los ojos al techo: «¡La revolución!... ¡La falta de +un amo!» + +--Un rico como tú--dijo Castro--siempre tiene reservas en los Bancos, +siempre encuentra quien le preste hasta que lleguen tiempos mejores. + +--Tal vez; pero eso para mí casi representa la miseria. Mi administrador +me ha dicho, al salir de París, que debo limitar mis gastos, vivir con +arreglo á mis ingresos actuales. ¿Cuánto tengo?... No lo sé. El mismo +tampoco lo sabe. Está haciendo un balance de mi situación, cobrando á +unos, pagando á otros, pues, según parece, yo tenía muchas deudas. A los +millonarios nadie les exige con premura el pago de lo que deben... En +fin, tendré que vivir como un príncipe arruinado, con trescientos mil +francos al año; tal vez más... tal vez menos. No sé. + +Castro y Spadoni hicieron un gesto nostálgico al oir dicha suma. Novoa +miró con respeto á este hombre que se llamaba su amigo y se creía en la +miseria con trescientos mil francos anuales. + +--Mi administrador--continuó el príncipe--me habló de vender +Villa-Sirena lo mismo que el palacio de París. Parece que el «nuevo +rico» quiere quedarse con todo lo mío. ¡Liquidación completa!... Pero yo +me he opuesto. Este rincón es mío; lo he formado yo. Además, la vida +resulta imposible en el mundo, la guerra lo amarga todo. La existencia +en París es triste. No hay gente, no hay luz: los «Gothas» tienen +inquietas y nerviosas á las personas de nuestro mundo y las hacen +emigrar... Y he pensado instalarme aquí hasta que termine la demencia +europea. + +--Va para largo--dijo Castro. + +--Así lo creo. Este es un rincón agradable, un refugio dulce, que aún +hace más grato la egoísta consideración de que á estas horas sufren toda +clase de penalidades millones de hombres y mueren unos cuantos miles por +día... Pero de todos modos, no es lo mismo que antes. Hasta el +Mediterráneo resulta otro. Apenas se oculta el sol, mi buen coronel +tiene que enmascarar con negros cortinajes las ventanas y puertas que +dan al mar, para que los submarinos alemanes no se guíen por nuestras +luces... ¡Ay! ¿Dónde están los hermosos días de la paz? ¡Las fiestas que +hemos dado aquí! ¡Las veladas en el _Gaviota II_ cuando estaba anclado +en el puerto de Mónaco!... + +Castro quedó con los ojos vagos, como si soñase despierto. Vió en su +imaginación los jardines de Villa-Sirena dulcemente iluminados, +envueltos en un halo lácteo que se desplomaba sobre las invisibles olas +lo mismo que un reflejo lunar. Los ventanales estaban rojos, esparciendo +en la cálida lobreguez de la noche risas, gritos, suspiros de violines, +romanzas amorosas que denunciaban un cuello femenil, blanco y +voluptuoso, hinchado por el deseo y por la música. Las gotas de luz +perdidas en el infinito cambiaban sus parpadeos con las estrellas +eléctricas medio ocultas en los negros follajes. Parejas enlazadas y de +paso lento desaparecían en las penumbras del jardín. Todas habían pasado +por allí: artistas célebres de París, de Londres ó de Viena; hermosas +_snobs_ de los dos hemisferios; señoras del gran mundo, sonrientes como +esclavas ante el potentado que podía saldar sus deudas con una firma. +¡Ah, las noches pompeyanas de Villa-Sirena!... + +Spadoni veía el _Gaviota II_, palacio á hélice, que, cuando anclaba en +el gracioso puerto de La Condamine, parecía llenarlo por entero, +empequeñeciendo el yate del príncipe de Mónaco y los de los millonarios +americanos; alcázar de _Las mil y una noches_ rematado por dos +chimeneas, que paseaba por todos los mares del planeta sus gabinetes con +fuentes y estatuas, su biblioteca enorme, su salón de fiestas con un +estrado-escenario en el que cincuenta músicos, muchos de ellos célebres, +daban conciertos para un solo oyente visible, el príncipe Miguel, medio +tendido en un diván, mientras la brisa de los trópicos entraba por las +altas ventanas, acariciando las cabezas de los oficiales y altos +empleados del buque que se agolpaban en sus alféizares. El pianista veía +los puertos solitarios de los países históricos y muertos, con sus +rondas de gaviotas sobre la tranquila copa azul; las bahías gigantescas +llenas de humo y actividad de la América del Norte; las riberas +antillanas, con sus bosques de cocoteros, negros sobre un cielo +enrojecido por el ocaso; las islas del Pacífico, de duro coral, formando +un anillo en torno de un lago interior... ¡Y aquel mago omnipotente +confesaba la pérdida de sus riquezas!... + +El príncipe, como si adivinase sus pensamientos, añadió: + +--Todo eso ha terminado: no sé si por muchos años ó para siempre... Y +aunque vuelvan á ser las cosas algún día como fueron antes de la guerra, +¡cuánto tendremos que esperar!... Tal vez muera yo antes... Por eso voy +á hacer una proposición. + +Se detuvo un momento, apreciando la curiosidad en los ojos de sus +oyentes. + +Luego preguntó á Atilio: + +--¿Estás contento de tu vida actual?... + +A pesar de su tranquilidad sonriente y burlona, Castro hizo un +movimiento de sorpresa, como si le escandalizase esta pregunta. Su vida +era insufrible. La guerra había trastornado sus costumbres y placeres, +esparciendo á todos los vientos sus amistades. Ignoraba la suerte de +cientos de personas de diversa nacionalidad que llenaban su existencia +años antes y sin las cuales hubiera creído imposible vivir. + +--Además, tengo menos dinero que nunca. Permanezco en Monte-Carlo porque +aquí juego; y aunque siempre acabo por perder (como pierden todos), algo +me queda entre las uñas que me ayuda á vivir... Pero ¡qué existencia! + +Miró á Novoa como si le inspirase recelo su reciente amistad, pero luego +hizo un gesto de resolución. + +--Debo hablar con entera confianza. El profesor nos decía hace poco lo +que gana: unas quinientas pesetas al mes; menos que cualquier empleado +del Casino. Yo voy á ser franco igualmente. Vivo en el Hotel de París: +Atilio Castro no puede estar alojado en otra parte: debe conservar sus +amistades. Pero paso grandes apuros muchas semanas para pagar mi cuarto, +y como en malos restoranes, en bodegones italianos, cuando no me +convidan. La cama me cuesta tres ó cuatro veces más que la mesa. Las +tardes malas, en que pierdo hasta la última ficha, me contento con un +emparedado de jamón á crédito en el _bar_ del Casino. Yo soy de la +escuela de un jugador de Madrid al que llamábamos «el maestro», y que +nos decía: «Jóvenes, el dinero se ha hecho para jugar: y lo que quede, +para comer.» + +--Y sin embargo, tú amas la buena mesa--dijo el príncipe. + +Las lamentaciones de Castro tomaron una gravedad cómica. Con la guerra +se habían olvidado las buenas costumbres. Nadie tenía casa; todos vivían +en el hotel, y las escaseces del momento servían de pretexto para que +los dueños de los «Palaces» lujosos diesen comidas de figón, escasas y +malas. Un convite sólo servía para engañar el hambre. + +--Hace muchos meses, tal vez años, que no he comido como hoy, y eso que +me he sentado á las mesas de todos los grandes hoteles de la Costa Azul. +Ya no creía que existiesen en el mundo pollos como los que nos han +servido. Los consideraba pájaros de ensueño, aves mitológicas. + +El coronel sonrió, inclinando la cabeza como si recibiese un elogio. + +--¿Y tú, Spadoni--siguió preguntando el príncipe--, vives bien? + +--Alteza... yo... yo...--dijo el músico balbuceando ante la repentina +pregunta. + +Castro intervino para sacarle adelante. + +--El amigo Spadoni, como pianista, encuentra siempre mesa franca en las +«villas» de unas cuantas señoras valetudinarias y melómanas que habitan +en Cap-Martin. Le convidan también con frecuencia unos ingleses de Niza. +Tampoco tiene que preocuparse de pagar hotel. Dispone de toda una +«villa», grande, elegante, bien amueblada, que le dan como sepulturero. + +Novoa hizo un movimiento de asombro al oir esto. + +--Así es--continuó Atilio--. Disfruta de una casa magnífica, á cambio de +guardar una tumba. + +--¡Oh, señor profesor!... No le haga caso--gimió el músico con una +expresión de víctima. + +--Pero á todas estas ventajas--siguió diciendo Castro--une un terrible +inconveniente: es más jugador que yo. En el Casino tiene un mote: «el +señor del 5». No juega otro número. Todo lo que pilla lo pone al 5, y lo +pierde. Yo soy «el señor del 17», y me va tan mal como á él... Además, +tiene á sus amigos los ingleses. ¡Unos tipos! Todos los días vienen de +Niza en un landó de dos caballos, y como si no tuviesen bastante con el +juego del Casino, se colocan una tabla forrada de verde sobre las +rodillas y sacan la baraja. ¡Jugar al _poker_ ante el paisaje de la +Cornisa, que las gentes vienen á ver de todas las partes del mundo!... Y +nuestro artista, cuando hace el cuarto con los dos ingleses y una vieja +_miss_, pierde ante el Mediterráneo, dorado por la puesta de sol, todo +lo que le ha producido algún concierto en Cannes ó en Monte-Carlo. + +Spadoni intentó hablar, pero se contuvo viendo que el príncipe se +dirigía á Novoa. + +--A usted no le pregunto: conozco su situación. Vive en el viejo Mónaco, +en la casa de un empleado del Museo, y su alojamiento no debe ser gran +cosa. Además, como decía Atilio, gana usted mucho menos que un +_croupier_ del Casino. + +Y mirando á sus convidados, añadió: + +--Lo que yo quiero proponerles es que vivan conmigo. La invitación +resulta egoísta, no lo oculto. Pienso permanecer aquí hasta que se +restablezca la tranquilidad de Europa y la vida vuelva á ser agradable. +Sólo con mi coronel, acabaríamos por odiarnos los dos. Ustedes me +acompañarán en mi agujero. + +Quedaron los tres estupefactos por la inesperada proposición. Novoa fué +el primero en recobrar la palabra. + +--Príncipe, usted apenas me conoce. Nos vimos por primera vez hace tres +días... No sé si debo... + +Le interrumpió el príncipe con voz algo seca y un ademán imperioso de +hombre acostumbrado á no admitir objeciones. + +--Nos conocemos hace muchos años; nos conocemos toda la vida. + +Luego añadió con un tono halagador: + +--No es gran cosa lo que ofrezco. La servidumbre resulta escasa. No hay +más criados que mi viejo ayuda de cámara y esos dos monigotes italianos +que ha podido reclutar el coronel. Todo el resto del servicio lo hacen +mujeres... Pero aun así, nuestra vida será agradable. Nos aislaremos del +mundo, que está loco; no hablaremos de la guerra. Llevaremos una +existencia plácida y cómoda, como en aquellas abadías que durante la +Edad Media fueron frescos oasis de tranquilidad y de estudio en medio de +violencias y matanzas. Comeremos bien; el coronel me responde de ello. +La biblioteca del yate está aquí: al vender el buque ordené á don Marcos +que la instalase en el último piso. El amigo Novoa va á encontrar libros +que tal vez no conoce. Cada uno hará lo que quiera; monjes libres, sin +otra obligación que la de acudir á la hora de refectorio. Y si «el señor +del 5» ó «el señor del 17» quieren dar una vuelta por el Casino, podrán +hacerlo, y alguien se encargará de llenarles los bolsillos. Hay que dar +algo al vicio, ¡qué diablo! Sin los vicios, la vida no valdría la pena +de ser vivida. + +Un silencio de aprobación acogió estas palabras del dueño de +Villa-Sirena. + +--Lo único que exijo--continuó el príncipe después de una larga +pausa--es que vivamos solos, entre hombres. ¡Nada de mujeres! La mujer +debe quedar excluída de nuestra existencia en común. + +El pianista abrió los ojos con asombro; Castro se removió en su asiento; +Novoa se quitó los lentes con un gesto maquinal de sorpresa, volviendo +en seguida á montarlos en su nariz. + +Hubo otro silencio. + +--Eso que propones--dijo al fin Atilio sonriendo--me recuerda una +comedia de Shakespeare. ¡Nada de mujeres! Y el protagonista acaba por +casarse. + +--La conozco--contestó el príncipe--; pero no acostumbro á ajustar mi +vida á las comedias, ni creo en sus enseñanzas. Puedo asegurarte que no +me casaré, aunque con ello desmienta á Shakespeare y al rey francés de +cuya crónica sacó el argumento de su obra. + +--Pero lo que pretendes es absurdo--prosiguió Castro--. Yo no sé lo que +pensarán los demás, ¡pero impedirme á mí que...! + +Y con el gesto completó su protesta. + +Después, al ver que el príncipe había quedado pensativo, añadió: + +--¡Cómo se conoce que estás harto!... Has conseguido en tu vida cuanto +deseaste, y ahora quieres imponernos... + +El príncipe, como si no le hubiese escuchado durante su ensimismamiento, +le interrumpió: + +--Ya que no puedes vivir sin eso... ¡sea! No tengo empeño en +martirizarte. Continúa siendo esclavo de una necesidad que es obra más +de la imaginación que del deseo. Ahora que conozco verdaderamente la +vida, me asombro de que los hombres hagan tantas necedades por el +descubrimiento y posesión de treinta centímetros de piel oculta. Puedes +satisfacer tu fantasía cuando gustes... pero ¡nada de mujeres! + +Los tres oyentes se miraron con asombro, y hasta el coronel, que se +mantenía impasible siempre que hablaba su señor, mostró en sus ojos +cierta sorpresa. ¿Qué quería decir el príncipe?... + +--Tú no ignoras, Atilio, lo que es una mujer. En la mayor parte de los +pueblos de la tierra sólo existen hembras: jóvenes y viejas, pero no hay +mujeres. La mujer, la verdadera mujer, es un producto artificial de las +civilizaciones maduras, algo como las flores de invernadero, de una +belleza complicada y perversa. Sólo en las grandes ciudades que llegan á +ser decadentes, porque no pueden ir más allá, se encuentra á la mujer. +No siendo madre, como lo son las pobres hembras, da todo su tiempo al +amor, prolonga maravillosamente su juventud y piensa en inspirar +pasiones á la edad en que las otras viven como abuelas. ¡A esa es á la +que yo temo! Si entra aquí, se acabó nuestra sociedad, nuestra vida +tranquila y dulce. + +Se levantó de la mesa el príncipe, y todos hicieron lo mismo. El +almuerzo había terminado y pasaron al _hall_ inmediato, donde estaba +servido el café. Miró el coronel en torno con inquietud, examinando las +cajas de habanos, la enorme licorera con sus frascos de diversos colores +puestos en fila. + +Mientras cortaba la punta de un cigarro, Lubimoff continuó, dirigiéndose +siempre á Castro: + +--Cuando desees... eso, te bastará con elegir en los alrededores del +Casino. Cien francos ó doscientos; y luego, ¡adiós!... ¡Pero las otras! +¡Las mujeres! Esas penetran en nuestra existencia, acaban por +dominarnos, quieren que nuestra vida se moldee en la suya. Su amor por +nosotros no es en el fondo mas que una vanidad igual á la del +conquistador que ama la tierra que ha hecho suya con violencia. Todas +ellas han leído (casi siempre á tontas y á locas, pero han leído), y las +tales lecturas dejan en su voluntad un residuo de deseos indefinidos, de +caprichos absurdos, que sirven para esclavizarnos á nosotros, que +también nos movemos á impulsos de viejas lecturas... Las conozco. He +encontrado demasiadas en mi vida. Si entran aquí mujeres de nuestro +mundo, se acabó la paz. Me buscarán á mí por curiosidad y por codicia, +pensando en mi historia y mi fortuna; os perturbarán entablando +rivalidades entre vosotros; será imposible la vida que yo deseo... +Además, somos pobres. + +Atilio protestó sonriendo: «¡Oh! ¡pobres!» + +--Pobres para hacer las locuras de antes--continuó el príncipe--; y para +el amor se necesita dinero. Eso del amor desinteresado es una invención +de las pobres gentes, que se consuelan con embustes. La moneda brilla en +el fondo de todo amor. Al principio no se piensa en tal cosa: el deseo +nos ciega; sólo vemos lo inmediato, la dominación de la persona +dulcemente adversaria. Pero en todo amor que se prolonga, se acaba por +dar dinero ó por tomarlo. + +--¡Tomar dinero de una mujer!... ¡Nunca!--dijo Castro, perdiendo su +sonrisa irónica. + +--Acabarás por tomarlo si andas entre mujeres, siendo pobre. Las de +nuestra época no tienen otra preocupación que el dinero. Cuando su +amante es un hombre rico, se lo piden aunque posean una gran fortuna. +Creerían valer menos si no lo hiciesen. Y si les gusta un pobre, le +fuerzan á que reciba sus dádivas. Lo dominan mejor envileciéndolo: +sienten con ello la satisfacción egoísta del que hace una limosna. La +mujer, eterna mendiga del hombre, experimenta el mayor de los orgullos, +se cree un ser extraordinario, una heroína, cuando á su vez puede dar +dinero á uno del sexo que la ha mantenido siempre. + +Novoa, con una taza en la mano, escuchó atentamente al príncipe. Hablaba +de un mundo desconocido para él. Spadoni, con los ojos vagos, pensaba en +algo distante mientras sorbía su café. + +--Ya lo sabes, Atilio--continuó Lubimoff--: ¡nada de mujeres!... Así +llevaremos la gran vida. La mañana libre; sólo nos veremos á la hora del +almuerzo. Abajo, en nuestro puertecito, quedan varios botes. Pescaremos +á las horas de sol, remaremos. En las tardes, irás á tu Casino; tal vez +salga yo también para asistir á algún concierto. Se acerca la primavera. +Por las noches, sentados en una terraza, bajo las estrellas, el amigo +Novoa, sabio de nuestro convento, nos explicará las melodías del cielo; +y Spadoni, nuestro músico, se sentará al piano para deleitarnos con la +música terrestre. + +--¡Magnífico!--dijo Castro--. Casi eres un poeta al describir nuestra +vida futura. Me has convencido. Vamos á ser felices. Pero no olvido tu +permiso para la hembra y tu prohibición de la mujer. ¡Nada de faldas en +Villa-Sirena! Hombres nada más, monjes con pantalones, egoístas y +tolerantes, que se reunen para vivir dulcemente mientras arde el mundo. + +Atilio se mantuvo pensativo unos instantes, y continuó: + +--Nos falta un nombre: nuestra comunidad debe tener un título. Nos +llamaremos... nos llamaremos «Los enemigos de la mujer». + +Miguel sonrió. + +--Que el título quede entre nosotros. Si lo saben fuera de aquí, podrían +creer otra cosa. + +Novoa, animado por su reciente confianza con unos hombres tan distintos +á los que había tratado hasta entonces, aceptó el título con aplauso. + +--Yo confieso, señores, que, según la distinción hecha por el príncipe, +no he conocido jamás á una mujer. ¡Pobres hembras... y pocas! Pero me +gusta el título, y acepto ser uno de «los enemigos de la mujer», aunque +la tal mujer no se pondrá nunca ante mi paso. + +Spadoni, como si despertase de pronto, se encaró con Castro, continuando +en alta voz sus pensamientos. + +--...Es una martingala que inventó un lord ya difunto y que le hizo +ganar millones. Ayer me lo explicaron. Primeramente, pone usted... + +--¡Ah, no, pianista del demonio!--clamó Atilio--. Ya me explicará eso en +el Casino, si es que tengo la curiosidad de oirle. Me ha hecho usted +perder mucho con sus martingalas. Mejor es que siga con su número 5. + +El coronel, que había escuchado en silencio la conversación sobre las +mujeres, pareció ligar dos ideas cuando Castro mencionó el juego. + +--Ayer tarde--dijo al príncipe con un tono algo misterioso--encontré en +el Casino á la duquesa... + +Un gesto de muda interrogación cortó sus palabras. «¿Qué duquesa?» + +--Haces bien en preguntarle, Miguel--dijo Atilio--. Tu «chambelán» es el +hombre mejor relacionado de la Costa Azul. Conoce duquesas y princesas á +docenas. Lo he visto comiendo en el Hotel de París con toda la vieja +nobleza de Francia que viene á Monte-Carlo para consolarse de lo que +tardan en volver sus antiguos reyes. En las salas privadas del Casino +besa manos llenas de arrugas y hace reverencias ante una porción de +momias horribles con nombres antiguos y famosos. Unas le llaman +simplemente «coronel»; otras se lo presentan con el título de «ayudante +de campo del príncipe Lubimoff». + +Don Marcos se irguió, ofendido por el tono zumbón con que se hablaba de +su gloria, y dijo altivamente: + +--Señor de Castro, soy un viejo soldado de la legitimidad, he derramado +mi sangre por la santa tradición, y nada tiene de particular que... + +El príncipe, sabiendo por experiencia que su coronel no conocía el valor +del tiempo cuando empezaba á hablar de la «legitimidad» y de «sangre +derramada», se apresuró á interrumpirle. + +--Bueno; ya lo sabemos. Pero ¿qué duquesa es la que encontraste?... + +--La señora duquesa de Delille. Me ha preguntado muchas veces por Su +Alteza, y al decirle yo que acababa de llegar, me dió á entender que se +propone hacerle una visita. + +Lubimoff contestó con una simple exclamación, quedando luego silencioso. + +--Bien empezamos--dijo Castro riendo--. ¡Nada de mujeres! E +inmediatamente el coronel nos anuncia la visita de una de ellas, y de +las más temibles. Porque reconocerás que la tal duquesa es una mujer de +las que tú nos has pintado. + +--No la recibiré--dijo el príncipe resueltamente. + +--Esa duquesa es prima tuya, según creo. + +--No hay tal parentesco. Su padre fué hermano del segundo marido de mi +madre. Pero nos hemos conocido de niños, y guardamos recíprocamente un +recuerdo detestable. Cuando yo vivía en Rusia se casó con un duque +francés. Sintió el mismo deseo que muchas ricas de América: un gran +título nobiliario para dar envidia á las amigas y brillar en Europa. Al +poco tiempo se separó, señalando al duque una pensión, que es lo que +deseaba tal vez el noble marido. No tengo por mujer apetecible á la tal +Alicia... Además, ha vivido la vida á su gusto... casi tanto como yo. Su +reputación se iguala con la mía. Hasta le atribuyen amores con personas +que no ha visto nunca, lo mismo que hacen conmigo... Me han dicho que en +los últimos años se exhibía con un muchachito, casi un niño... ¡Ay! ¡Nos +hacemos viejos! + +--Yo los he visto en París--dijo Castro--; fué antes de la guerra. +Luego, en Monte-Carlo, la he encontrado siempre sola, sin divisar á su +jovenzuelo por ninguna parte. Debió ser un capricho... Lleva tres +inviernos aquí. Cuando llega el verano se traslada á Aix-les-Bains ó á +Biarritz; pero apenas el Casino recobra su esplendor, vuelve de las +primeras. + +--¿Juega?... + +--Como una condenada. Juega fuerte y mal, aunque los que creemos jugar +bien acabamos perdiendo lo mismo. Quiero decir, que pone el dinero en la +mesa aturdidamente, en varios sitios á la vez, y luego ni se acuerda de +qué puestas son las suyas. Revolotean en torno de ella los «levantadores +de muertos», y cuando gana, siempre se le llevan algo de lo suyo. Ha +estado dos años jugando nada más que con fichas de quinientos y de mil. +Ahora sólo juega con las de cien. Pronto usará las rojas, las de veinte, +como este servidor. + +--No la recibiré--insistió el príncipe. + +Y tal vez para no decir más de la duquesa de Delille, se separó +repentinamente de sus amigos, saliendo del _hall_. + +Atilio, deseoso de hablar, interrogó á don Marcos, que conversaba con +Novoa, mientras el pianista seguía soñando, con los ojos abiertos, en la +martingala del lord. + +--¿Ha visto usted últimamente á doña Enriqueta? + +--¿Me pregunta usted por la Infanta?--contestó el coronel gravemente--. +Sí; ayer la encontré en el atrio del Casino. ¡Pobre señora! ¡Si esto no +es una lástima!... ¡Una hija de rey!... Me contó que sus hijos no tienen +qué ponerse. Ella debe doscientos francos de cigarrillos en el _bar_ de +los salones privados. No encuentra quien le preste. Tiene además una +mala suerte espantosa: todo lo pierde. Estos tiempos son fatales para +las personas de sangre real. Casi lloré escuchando sus miserias, y sentí +no poder darle más. ¡Una hija de rey!... + +--Pero su padre renegó de ella cuando se fué con un artista +obscuro--dijo Atilio--. Y además, don Carlos no era rey de ninguna +parte. + +--Señor de Castro--repuso el coronel, irguiéndose como un gallo--, +tengamos la fiesta en paz. Usted sabe mis ideas: he derramado mi sangre +por la legitimidad, y el respeto que le tengo á usted no debe servir +para... + +Novoa, queriendo tranquilizar á don Marcos, intervino en la +conversación. + +--Este Monte-Carlo es una playa á la que llegan toda clase de despojos, +vivos y muertos. En el Hotel de París hay otro individuo de la familia, +pero de la rama triunfante, de la que gobierna y cobra. + +--Lo conozco--dijo riendo Atilio--. Es un joven de exuberancias +calípigas, que va á todas partes con su gentil secretario. Siempre +encuentra alguna señora vetusta que, deslumbrada por su parentesco real, +se encarga de mantenerlo á todo lujo... ¡No sé qué demonios puede dar á +cambio de esa protección! El secretario, de vez en cuando, le pega para +hacer constar sus antiguos derechos. + +Don Marcos permaneció silencioso. A él no le interesaban las gentes de +esta rama. + +--También--continuó maliciosamente Castro--conocí en el Casino, antes de +la guerra, á don Jaime, el rey actual de usted. Un mozo valiente para +jugar. Arriesga á puñados los miles de francos: maneja muchísimo +dinero. En el Casino todos contaban que se lo envían de Madrid, á cambio +de que no deje un hijo y mueran con él las pretensiones al trono. + +--¡Y pensar--murmuró Novoa, sin darse cuenta de que hablaba en voz +alta--que por unos y otros se han matado allá tantos hombres!... ¡Pensar +que por una cuestión de herencia entre esas gentes nos hemos retrasado +un siglo en la vida europea!... + +--¡Usted también!--clamó el coronel, nuevamente indignado--. Un sabio +decir eso... ¡Parece mentira! + + + + +II + + +Al terminar la segunda guerra carlista, un español se vió para siempre +lejos de su patria, en la pobreza y la obscuridad del vencido. Los +diarios de Madrid le llamaban simplemente «el cabecilla Saldaña», no +anteponiendo á su nombre adjetivos infamatorios, sin duda para +diferenciarle de otros jefes de partidas que en Aragón, Cataluña y +Valencia habían hecho durante cinco años una campaña de saqueos y +fusilamientos. Para los suyos, era el general don Miguel Saldaña, +marqués de Villablanca. El pretendiente don Carlos le había dado este +título por ser Villablanca el nombre del pueblo en que Saldaña casi +aniquiló á una columna del ejército liberal. Los conocimientos +topográficos de su jefe de Estado Mayor--un cura del país, que durante +toda su existencia se había limitado á decir misa los domingos, pasando +el resto de la semana en los montes con su escopeta y su perro--le +permitieron sorprender descuidado al enemigo, obteniendo una victoria +ruidosa. + +Cuando pasó fugitivo la frontera, por no reconocer á los Borbones +constitucionales, el cabecilla tenía veintinueve años. Segundón de una +familia orgullosa y arruinada, se había visto obligado á luchar con las +tradiciones de su casa, que le destinaban á la Iglesia. Estaba +terminando sus estudios en el Colegio Militar de Toledo, cuando la +revolución de 1868 le hizo desistir de ser oficial por no obedecer á +unos generales que acababan de suprimir el trono. Al levantarse en armas +don Carlos, fué de los primeros en ponerse á su servicio; y su paso por +una escuela militar, así como su educación, le permitieron sobresalir +inmediatamente entre los demás guerrilleros del llamado ejército del +Centro, propietarios rurales, escribanos de villorrio, clérigos +montaraces. + +Era de un valor temerario, aunque poco afortunado. Atacaba siempre á la +cabeza de sus hombres, y de casi todos los combates salía herido. Pero +eran heridas «de suerte», como dicen los soldados, que dejaban en su +cuerpo gloriosas señales sin destruir su vigorosa salud. + +Viéndose solo en París, donde únicamente podía contar con la admiración +de algunas viejas legitimistas del _faubourg_ San Germán, se marchó á +Viena. Allí su rey tenía parientes y amigos. Su juventud y sus hazañas +le valieron ser admitido en el mundo de los archiduques como un héroe de +la monarquía tradicional. La guerra entre Rusia y Turquía le arrancó de +esta dulce existencia de parásito interesante. Hombre de espada y +católico, creyó que su deber era combatir al turco; y recomendado por +sus protectores austriacos, pasó á la corte de Petersburgo. El general +Saldaña fué simple comandante de escuadrón en el ejército ruso. Los +oficiales hablaban con él en francés. Sus jinetes harto le entendían +cuando se colocaba ante el escuadrón y, desenvainando el sable, galopaba +el primero contra el enemigo. + +Varias cargas afortunadas y dos heridas más «de suerte» le dieron algún +renombre. Al terminar la guerra contaba con numerosos amigos entre la +oficialidad noble, y fué presentado con los salones más aristocráticos. +Una noche, en el baile de una gran duquesa, vió de cerca á la mujer de +moda, á la joven que más daba que hablar en aquel invierno á las gentes +de la corte: la princesa Lubimoff. + +Tenía veintitrés años, era huérfana, y su fortuna la apreciaban como una +de las más grandes de Rusia. El primer príncipe Lubimoff, pobre y +hermoso cosaco, que no sabía leer, logró llamar la atención de la gran +Catalina, figurando á la cabeza de sus amantes de segundo orden. En los +años que duró el capricho imperial, el nuevo príncipe tuvo que buscar su +fortuna lejos de la corte, pues los favoritos anteriores se habían +llevado todo lo que estaba más á mano. La zarina le dió cuanto quiso +escoger sobre el mapa de su inmenso Imperio: territorios lejanos, al +otro lado de los Urales, que su nuevo poseedor no había de visitar +nunca, así como los más de sus sucesores. Al crearse los ferrocarriles, +enormes riquezas fueron surgiendo de estas tierras escogidas por el +cosaco: en unas se descubrían venas de platino: en otras, canteras de +malaquita, yacimientos de lapislázuli, abundantes pozos de petróleo. +Además, docenas de miles de siervos recién emancipados por el zar +seguían trabajando la tierra, lo mismo que antes, para los descendientes +de Lubimoff. Y toda esta fortuna enorme, que casi se doblaba por año con +nuevos descubrimientos, pertenecía por entero á una mujer, la joven +princesa, que se consideraba como de la familia imperial por obra de su +ascendiente, y había preocupado más de una vez al soberano, á causa de +las excentricidades de su carácter. + +Era una virgen guerrera, caprichosa, incoherente en actos y palabras, +desorientando á todos con los violentos contrastes de su conducta. +Trataba como camaradas á los oficiales de la Guardia, fumando y bebiendo +lo mismo que ellos y entrometiéndose, en sus ejercicios de equitación; +pero de pronto se encerraba en su palacio semanas enteras, para +arrodillarse, ante los santos iconos en una crisis de misticismo, +pidiendo á gritos el perdón de sus pecados. Veneraba al emperador como +representante de Dios y al mismo tiempo simpatizaba con los nihilistas. + +Los personajes de la corte se escandalizaban al recordar cómo, +acompañada de una doncella que la policía consideraba sospechosa, había +ido una mañana á una pobre casita de las afueras de la capital, +confundiéndose con la canalla revolucionaria de artesanos y estudiantes. +Con ellos había desfilado por una estrecha habitación, ante un féretro +próximo á volcarse bajo los empujones de la muchedumbre triste y +curiosa. + +El muerto se llamaba Fedor Dostoiewsky. La princesa había deshojado un +ramo carísimo de rosas sobre la frente abombada y las barbas ascéticas +del novelista. Y esa misma Nadina Lubimoff golpeaba en su palacio á los +criados como si aún fuesen siervos, hacía arrodillarse á sus pies á las +doncellas en momentos de cólera, lo ponía todo en conmoción con su +tempestuosa irascibilidad, hasta el punto de que cierto viejo príncipe +que era su tutor por orden imperial deseaba verla casada cuanto antes, +aunque con ello perdiese el manejo de una fortuna inmensa. + +Inspiraba miedo á sus enamorados. Todos temían la burla cruel como +respuesta á una petición matrimonial. Por dos veces había anunciado su +casamiento con señores de la corte, y á última hora ella misma pidió al +zar que negase su permiso. Ningún hombre osaba ya solicitar su mano, por +temor á las risas y los comentarios. Y á pesar de las libertades é +inconveniencias de su conducta, nadie ponía en duda su virginidad. + +Saldaña pensó al verla en una náyade septentrional surgiendo de un río +verde en el que flotasen bloques de hielo. Era alta, de aspecto +majestuoso, algo abultada de formas, lo mismo que las divinidades +pintadas al fresco en los techos; pero de una blancura esplendorosa, las +pupilas grises con una lenteja verde en el centro, la cabellera de un +rubio flácido y desteñido, como si acabase de surgir de un intenso +lavado. Su carne tal vez resultaba un poco blanda, á causa de su +maravillosa blancura, pero esparcía un perfume fresco, «olía á agua +corriente», según la expresión de sus admiradores. Una nariz demasiado +ancha, cuyas aletas se agitaban en momentos de emoción con un +estremecimiento caballuno, recordaba á su glorioso ascendiente el viril +cosaco de la zarina. + +Pasó una gran parte del baile sin fijarse en el español. ¡Eran tantos +los oficiales que la rodeaban, acogiendo con sonrisas de gratitud sus +chistes atroces y sus palabras gruesas!... De pronto, Saldaña, que +estaba entre dos puertas, se estremeció al oir una voz femenil de tono +imperioso. + +--Su brazo, marqués. + +Y antes de que él se lo ofreciese, la joven princesa se lo tomó, tirando +de él hacia el salón donde estaba el _buffet_. + +Nadina se bebió una gran copa de _volka_, prefiriendo este aguardiente +popular al champaña que servían pródigamente los criados. Luego, +sonriendo á su acompañante, lo llevó hasta el hueco de una ventana casi +oculta por sus cortinajes. + +--¡Las heridas!... ¡Quiero ver las heridas! + +El español quedó estupefacto ante la orden de esta gran dama, +acostumbrada á imponer sus más raros caprichos. Ruborizándose, como un +soldado que sólo ha vivido entre hombres, acabó por recogerse la manga +izquierda de su uniforme, mostrando un antebrazo moreno, velludo, con +gruesos tendones, hondamente surcado por la cicatriz de un balazo +recibido allá en España. + +Admiró la princesa este miembro atlético, de piel obscura cortada por la +blanca tortuosidad de la carne nueva. + +--¡Las otras!... ¡Quiero ver las otras!--ordenó, clavando en él unos +ojos agresivos como si fuese á morderle, mientras se doblaba hacia abajo +el arco de su boca con llorosa humedad. + +Le había agarrado el brazo con una mano trémula, mientras la otra +avanzaba sobre el pecho del dolmán, pretendiendo deshacer sus cordones +de oro. + +El soldado se echó atrás, balbuceando. ¡Oh, princesa!... Lo que +pretendía era imposible. Las otras heridas no podían mostrarse á una +dama... + +Sintió en su única cicatriz visible el contacto de unos labios. Nadina, +inclinando su orgullosa cabeza, le besaba el brazo. + +--¡Oh, héroe!... ¡Héroe mío! + +Después de esto volvió á erguirse fría y serena, sin más que una leve +palpitación en las alillas de su nariz. Ya no la inquietaba el deseo de +conocer inmediatamente aquellas cicatrices espantosas que le habían +descrito los camaradas del valeroso soldado. Estaba segura de verlas á +su placer todo el tiempo que quisiera. + +A los pocos días empezó á circular el rumor de que la princesa Lubimoff +se casaba con el español. Ella misma había lanzado la noticia, sin +cuidarse de conocer antes la voluntad de su futuro marido. Las razones +con que pretendía justificar su decisión no podían ser de más peso. Ella +era rubia y Saldaña moreno; los dos habían nacido en los países más +apartados de Europa. Todas estas condiciones bastaban para hacer un +matrimonio feliz. Además, la princesa estaba convencida de que siempre +había amado á España, aunque no podía señalar con exactitud su situación +en el mapa. Hacía memoria de unos versos de Heine que nombran á Toledo, +de otros versos de Musset á las marquesas andaluzas de Barcelona, +tarareaba una romanza sobre los naranjos de Sevilla... Su héroe debía +ser forzosamente de Toledo ó andaluz de Barcelona. + +En vano algunos personajes de la corte le hablaron de que el zar no +autorizaría esta unión. ¡Una gran heredera casándose con un soldado +extranjero desterrado de su país!... Pero la princesa, por el mismo +conducto, hizo saber su voluntad al soberano. + +--O me caso con él, ó debuto como bailarina en un teatro de París. + +Se habló de la próxima expulsión de Saldaña. + +--Mejor: iré á juntarme con él y seré su querida. + +El viejo príncipe encargado de su tutela lamentó las exigencias de la +corte. De no existir esta oposición, el capricho por Saldaña hubiese +durado unos días nada más, como tantos otros. Se dijo que el emperador +tal vez la desterrase á sus vastas propiedades de Siberia para doblar su +voluntad, y la nieta del cosaco contestó á la amenaza prometiendo á +gritos su suicidio antes que obedecer. + +Al fin, el soberano dejó prudentemente que cumpliera su deseo. +Casándose, tal vez renunciase á sus excentricidades, y la corte de +Rusia, pródiga en escándalos, tendría uno menos. El viaje de bodas de la +princesa Lubimoff se prolongó toda su vida. Sólo dos veces volvió á +Rusia por asuntos relacionados con su enorme fortuna. La Europa +occidental era más favorable á su carácter libre que la corte de un +autócrata. Al año de su matrimonio, estando en Londres, tuvo un hijo, el +único. Permitió que se llamase Miguel, como su padre, pero impuso el +segundo nombre de Fedor, tal vez en memoria de Dostoiewsky, su novelista +favorito, cuyos personajes contradictorios le inspiraban una simpatía de +parentesco. + +Nadie pudo saber ciertamente si don Miguel Saldaña se consideró feliz en +su nueva situación de príncipe consorte, que le permitía gozar todos +los placeres y suntuosidades de una inmensa riqueza. A uso español, +quiso imponer su voluntad de marido y de varón fuerte, para impedir los +excentricidades de su esposa. ¡Vano empeño! Aquella mujer, á ratos +sentimental, que gemía sobre las desigualdades sociales y las miserias +de los pobres, era una fuerza explosiva capaz de agrietar el carácter +más abroquelado y duro. + +Saldaña acabó por resignarse, temiendo las acometividades de la nieta +del cosaco. Deseoso de conservar su prestigio de gran señor, celoso del +respeto de la servidumbre y de la consideración de sus convidados, temió +las escenas violentas que poblaban de aullidos femeninos los salones y +hasta las escaleras de su lujosa residencia. No quiso que la princesa +volviera á enviar por segunda vez contra un muro del comedor con solo un +golpe de pie--la mesa de roble y todos sus servicios de porcelana y +cristalería, que se hicieron añicos con estrépito de catástrofe. + +Cuando los arquitectos de París hubieron dado forma á los encargos de la +princesa, la familia abandonó el castillo que ocupaba en las cercanías +de Londres. Un grupo de ricos parisienses, en su mayor parte banqueros +judíos, cubría en aquel momento de hoteles particulares la llanura de +Monceau en torno del parque. La princesa Lubimoff se hizo construir en +este barrio un palacio enorme, con un jardín que resultaba inaudito por +sus proporciones dentro de una ciudad. Hasta instaló en el fondo de la +arboleda una pequeña granja, y sin salir de su casa pudo darse el gusto +de desempeñar el papel de campesina, batir leche y fabricar manteca, +pensando en María Antonieta, que también jugaba á la pastorcita en el +Pequeño Trianón. + +Algunas voces parecía doblarse bajo una ráfaga de ternura y admiraba á +su esposo, acataba sus órdenes, extremando su humildad de un modo +inquietante. Hablaba á sus visitas de las campañas del general, de sus +proezas allá en España, tierra que le infundía un interés novelesco y +por lo mismo no deseaba ver nunca. De pronto interrumpía sus elogios con +una orden: + +--Marqués, muéstrales tus heridas. + +Y daba una prueba de su ternura dejando de enfadarse al ver que su +marido no quería obedecerla. + +Le llamaba siempre «marqués», no se sabe si por conservar para ella sola +su calidad de princesa ó por creer que no debía despojarlo de un título +ganado con su sangre. El marqués jamás fijó su atención en esta +anomalía. ¡Eran tantas las de su mujer! Al año de casados, cuando llegó +á Londres la noticia de que Alejandro II había muerto destrozado por una +bomba de los revolucionarios, corrió como una loca por sus habitaciones +y hubo de guardar cama después de una tremenda crisis de indignación. + +--¡Infames! ¡Un hombre tan bueno!... ¡Han matado á su padre! + +Al entrar ahora Saldaña en su lujosa vivienda de París, se tropezaba +muchas veces con extraños visitantes que parecían llevar fijas en sus +espaldas las miradas de asombro de los lacayos de calzón corto. Eran +muchachas desgarbadas y con anteojos, el pelo cortado al rape y un +cartapacio bajo el brazo; hombres de luengas melenas y barbas +enmarañadas, con unos ojos inquietantes de visionarios; rusos del Barrio +Latino vigilados por la policía; terroristas que jamás imploraban en +vano la generosidad de la princesa y tal vez empleaban su dinero en +fabricar mecanismos infernales para expedirlos á su país. + +Cuando el príncipe Miguel Fedor se remontaba hasta los recuerdos de la +infancia, veía á su padre teniéndolo sobre las rodillas y acariciándole +con sus duras manos. El pequeño se fijaba en su rostro de moro y sus +luengos bigotes que venían á unirse con unos patillas cortas. No podía +afirmar si la acuosidad de sus ojos negros é imperiosos era de lágrimas; +pero después que aprendió el español, estaba seguro de que había +murmurado muchas veces, mientras le pasaba la mano por la cabeza: + +--¡Pobrecito mío!... Tu madre está loca. + +A los ocho años, el problema de su educación hizo que la princesa se +mostrase por unas semanas maternalmente grave. Uno de aquellos +visitantes que tanto inquietaban á la servidumbre trasladó sus libros y +sus raídos trajes desde una callejuela vecina al Panteón á la vivienda +señorial de los Lubimoff, instalándose en ella. Era un joven taciturno, +dedicado al estudio de la química, y que no podía volver a su país. El +mismo día de su instalación, un agente de la policía secreta vino á +hacer preguntas al portero del palacio. + +--Quiero que mi hijo sepa el ruso--dijo la princesa--. Además, aprenderá +mucho con Sergueff. Es un verdadero sabio, digno de mejor suerte. + +Saldaña exigió que tuviese igualmente un maestro español, y ella no se +opuso. Todos los de su familia poseían en un grado extremo esa capacidad +de los eslavos para aprender fácilmente los idiomas. + +--El príncipe Miguel Fedor--dijo la madre--es marqués de Villablanca y +debe conocer la lengua de su segunda patria. + +Esto hizo que el general volviera á buscar el contacto con los antiguos +compañeros de armas que aún quedaban dispersos en París. La fama de sus +enormes riquezas le había atraído muchas peticiones, hasta de las +personas más veneradas por él en otro tiempo. Pero aunque la princesa, +generosa hasta la inconsciencia, le dejaba el manejo de sus bienes, +Saldaña, con una rigidez caballeresca, se consideraba sin derechos sobre +el dinero de su esposa, y poco á poco había huído de los pedigüeños. Un +gran cambio parecía haberse efectuado en este hombre silencioso durante +sus viajes por Europa. El antiguo soldado de la monarquía absoluta +admiraba ahora á Inglaterra y su historia constitucional. + +--Las cosas se ven de otro modo corriendo el mundo--se limitaba á +decir--. ¡Si todos los de mi país hubiesen viajado!... + +Un día se presentó en el palacio el nuevo maestro. Tenía doce años menos +que Saldaña, pero había estado á sus órdenes al final de la guerra, y en +vez de darle el título de marqués ó de príncipe, repitió á cada momento, +con orgullo, «mi general». + +El general no guardaba el menor recuerdo de él; pero daba detalles +exactos de la última parte de la campaña, y las recomendaciones de +varios amigos no le permitían dudar de su veracidad. Debía ser uno de +aquellos chicuelos escapados de sus casas que se agregaban á las +partidas carlistas, formando una fuerza llamada «requeté», á la que +Saldaña había amenazado más de una vez con el fusilamiento en masa, no +queriendo tolerar sus habituales tropelías. El maestro afirmaba, que el +mismo general lo había nombrado alférez en los últimos meses de la +guerra, por ser más instruído que sus desarrapados camaradas. + +Así entró Marcos Toledo en el palacio de los Lubimoff. El grave marido +de la princesa rió con una alegría juvenil al conocer sus andanzas de +emigrado en París. Como en los primeros meses ignoraba el francés, +detenía en la calle á los clérigos para hablarles en latín. Había +malvivido siendo maestro de guitarra y dando conferencias en un +Instituto Políglota, cuyo público no concedía la menor atención al tema, +buscando únicamente acostumbrar su oído á la pronunciación española. +¡Siete francos y medio por hablar hora y media! Pero Toledo compensaba +lo escaso de la retribución con el placer de discursear sobre los +tiempos felices de Felipe II, superiores á los presentes de liberalismo. + +--Ahora sólo tengo una ambición, mi general--terminaba diciendo--: poder +algún día vestir bien. + +Este deseo suntuario provenía de su adolescencia de guerrillero, cuando +robaba zagalejos amarillos y rojos á las campesinas para confeccionarse +uniformes. En París, más que la parquedad de su nutrición, le +atormentaba el ir con trajes que no pertenecían á ninguna moda conocida. + +Cuando quedó instalado en el último piso del palacio, lo mismo que el +maestro ruso, y el general hubo escogido para él varias prendas en su +abundante guardarropa, Toledo creyó cumplidos todos los ensueños que se +había forjado mientras corría París como tenaz comisionista de mil cosas +invendibles. + +Sus compatriotas, antiguos compañeros de miseria, le admiraban al verle +vestido como un rico y ocupando muchas veces un carruaje de los +príncipes. Su condición de maestro la consideró poco honrosa para un +antiguo guerrero, y decía modestamente: + +--Soy ahora el ayudante de campo del general Saldaña. Creo que no +tardaremos en echarnos otra vez al monte. + +El pequeño príncipe admiró al maestro ruso porque su madre afirmaba que +era un sabio, pero sentía cierto miedo en su presencia. En cambio, +trataba al español con una superioridad protectora y cariñosa. Toledo +hacía reir á su padre, y esto bastó para que lo considerase como un ser +inferior, pero digno de aprecio por su docilidad y su paciencia. + +--Dí: ¿es cierto que ibas á ser cura?--le preguntaba Miguel Fedor--. ¿Es +verdad que al abandonar el seminario fuiste mancebo de botica? + +--Príncipe--contestaba el maestro con dignidad--, yo soy don Marcos de +Toledo. Mi apellido dice mi nobleza, á pesar de todo lo que cuenten los +envidiosos, y tengo derecho á usar el _don_, porque el señor marqués me +hizo oficial. + +Al poco tiempo, el discípulo hablaba correctamente el español. Parecía +haberlo aprendido con rapidez para burlarse mejor de su hidalgo maestro. + +El padre contribuía también á la educación del heredero de los Lubimoff +con lo único que él podía enseñarle. Todas las mañanas, después de las +lecciones del maestro ruso, de las que salía el pequeño con un rostro +grave, Saldaña lo esperaba en una amplia sala del piso bajo. + +--Príncipe, ¡en guardia! + +Y él, que había sido el primer sable del ejército carlista y llevaba +sobre su conciencia una cabeza partida hasta la mandíbula en un duelo +durante la campaña contra los turcos, sonreía orgulloso al ver cómo este +muchacho de once años se mantenía firme durante la lección de esgrima, +evitando sus duros golpes y devolviéndoselos con éxito al menor +descuido. Iba á ser un hermoso hombre de combate, un digno descendiente +del cosaco y del guerrillero de las montañas españolas. + +Pero esta satisfacción fué corta. De todas sus heridas «de suerte», que +sólo le molestaban ligeramente al cambiar las estaciones, una le afligía +de tarde en tarde con dolorosas crisis. Llevaba muchos años dentro del +cuerpo una bala española que no le habían podido extraer los curanderos +de su partida. Cuando los cirujanos de Londres y París intentaron la +operación, ya era tarde. + +Y una mañana, el ayuda de cámara, al entrar en su dormitorio, lo +encontró muerto. + +Miguel Fedor se acordaba de su propia emoción, de los suntuosos +funerales ordenados por la princesa--idénticos á los de un soberano +fallecido en el destierro--, pero aún tenía más presentes los extremos +de dolor de su madre. También ella quería morir. Las doncellas rusas +tuvieron que arrancar de sus manos un frasco de láudano, recibiendo por +su abnegación unos cuantos puñetazos más que de costumbre. Luego corrió +como una demente, aullando y con el cabello suelto, ante todos los +retratos del general. ¡Ah, su héroe! Ahora sabía verdaderamente cuánto +lo amaba... + +Durante varios meses recibió á sus visitas en un salón con muebles y +cortinajes negros. Vistiendo sueltas ropas de luto, estaba medio tendida +en un sofá ante un retrato de Saldaña de cuerpo entero. Sus sables, sus +uniformes y hasta una silla rusa de montar figuraban en este salón +convertido en museo del difunto. + +--¡Ha muerto como lo que fué!--gemía la viuda--. Le han matado sus +heridas. + +En este período se inició la última evolución de la grandeza de don +Marcos Toledo. El sabio ruso había quedado en segundo lugar. Cierta +parte de la gloria del muerto se reflejó sobre este compatriota humilde +que había presenciado sus hazañas. Una tarde, la princesa, que +conversaba en su salón-museo con unos nobles parientes llegados de +Rusia, lloró tanto al recordar á su esposo, que quiso ausentarse un +momento. + +--Coronel, el brazo. + +Toledo estaba presente acompañando á su discípulo, y miró en torno de él +con extrañeza, lo que dió lugar á que la orden se repitiese en un tono +más imperioso. ¡El coronel era él!... Durante algún tiempo creyó don +Marcos en un capricho de la princesa. El día que menos lo esperase le +retiraría el coronelato. + +Pero cuando, pasados los primeros meses de luto y cansada de su +retraimiento, se lanzó la viuda á hacer visitas, quiso ser acompañada +por Toledo, presentándolo á sus amistades del mundo aristocrático. + +--Es el ayudante de campo del difunto marqués. + +¡Lo mismo que él había inventado para darse importancia ante sus +compañeros de hambre! No dudó más de su graduación. Ya que la princesa +lo presentaba como ayudante de su marido, bien podía ser coronel. Y lo +fué hasta para el joven príncipe, que al principio le daba este título +con cierta sorna y acabó por llamarle «coronel» maquinalmente. + +Sus deseos de lujosa y abundante indumentaria se realizaron +espléndidamente. Con la princesa no había que temer los escrúpulos que +mostraba algunas veces Saldaña, enemigo del despilfarro. La gran señora +hasta sentía desprecio por las personas que se aprovechaban parcamente +de su generosidad. Don Marcos pudo cambiar de traje varias veces al día +y sostuvo largas conferencias con sastres de renombre. Buscaba una +elegancia personal; quería ser un señor distinguido, pero que denuncia +en su modo de llevar la ropa á un hombre acostumbrado al uniforme: algo +así como el aire de un mariscal napoleónico obligado á vestir el frac. +Su cabeza fué objeto igualmente de grandes retoques. Imitó el peinado de +su general, con la raya de la frente á la nuca, mechones en las sienes +alisados hacia adelante y bigotes unidos con las patillas, á la rusa. +Acompañando á la princesa, se habituó á besar la mano á las señoras con +una gracia de viejo cortesano; aprendió también á sostener largas +conversaciones sin decir nada, á mantenerse aparte y casi invisible +mientras hablaban las gentes de origen superior. + +Cuando la princesa, una vez terminado el primer año de viudez, volvió +resueltamente á su palco de la Opera, don Marcos la acompañó, quedando +discretamente en el fondo, como el chambelán de una reina. Una noche, +durante un entreacto, al pasar ella al antepalco, oyó cómo el coronel +contaba á un viejo general francés amigo de la casa el combate de +Villablanca. + +--...y el marqués me dijo: «Ahora te toca á ti, Toledo; á ver cómo +cargas á la bayoneta.» Entonces, yo desnudé el sable, y á la cabeza de +mi regimiento... + +--Es un verdadero soldado--interrumpió la princesa--. Un digno compañero +de mi héroe... El marqués me habló muchas veces de él. + +Y estaba segura en aquel momento de haber oído contar al taciturno +Saldaña las proezas de su ayudante de campo. + +El maestro ruso, que era para Toledo un hombre antipático é inquietante, +abandonó de pronto el palacio Lubimoff. Tal vez sentía celos de la +influencia creciente del coronel; tal vez asuntos misteriosos lo atraían +lejos de París. La princesa no experimentó ninguna pena con esta +desaparición del sabio. Había olvidado á sus rusos de aspecto sedicioso: +ya no les daba dinero: otras eran ahora sus aficiones. + +De pronto, mostró deseos de vivir una larga temporada en Londres, y esto +la hizo ceder á la petición de su hijo, que ansiaba realizar un viaje +solo por toda Europa. + +--Ya eres un hombre; vas á tener catorce años. Viaja, no repares en +gastos; piensa siempre que eres el príncipe Lubimoff... El coronel irá +contigo: será tu ayudante, como lo fué del heroico marqués. + +Su primer viaje fué á España. Miguel Fedor deseaba conocer la tierra de +su padre. Toledo creyó del caso mostrar cierta inquietud para que le +admirase el joven príncipe. ¡Un coronel carlista que no había querido +acogerse á indulto ni acataba á la dinastía reinante!... Pero viajaron +tres meses por España, sin que se fijasen en ellos mas que por la +largueza de sus propinas. Bien es verdad que Toledo evitó ponerse en +contacto con sus antiguos camaradas. Se consideraba ya de otro mundo; +sentía interiormente el mismo cambio que su general. + +Cuando Miguel Fedor sació su primer entusiasmo por las corridas de +toros, continuaron el viaje á través de Europa, hasta llegar á Rusia, +mucho después de las numerosas cartas de presentación dirigidas por la +Lubimoff á sus parientes. Un año permaneció allá el príncipe, visitando +sus propiedades menos lejanas, conociendo á todas las grandes familias +amigas de su madre. El coronel habló gravemente de cosas de guerra con +varios generales que le acogieron como un igual. Era el ayudante, el +compañero de heroísmos de Saldaña, al que habían conocido, de jóvenes, +en la guerra contra Turquía siendo oficiales. + +Las antiguas amigas de la princesa Lubimoff dieron al hijo una noticia +inesperada. Su madre pretendía casarse con un señor inglés y había +escrito al zar solicitando su autorización. Esta noticia sólo impresionó +á Miguel Fedor. Los tiempos de la extravagante Nadina estaban muy lejos. +Sus actos no producían eco alguno. Otras princesas jóvenes la habían +borrado con aventuras todavía más ruidosas. Sólo algunas damas de la +antigua corte, cuando olvidaban sus preocupaciones de madres, hacían +memoria de la princesa Lubimoff, recordando con esto á la perdida +juventud, siempre más interesante que los tiempos actuales. + +Al volver el joven al palacio de París encontró á su madre tan princesa +como siempre, pero casada con un señor escocés, sir Edwin Macdonald. + +--Tú me dejarás algún día--dijo ella con su voz trágica de los grandes +momentos--. Un príncipe Lubimoff debe vivir en la corte, servir á su +emperador, ser oficial de la Guardia; y yo necesito un compañero, un +apoyo. Sir Edwin es la distinción personificada; pero no creas que +olvido á tu padre. ¡Nunca!... ¡Héroe mío! + +Miguel Fedor vió á un señor que, efectivamente, era «la distinción +personificada»; atento con todos, muy digno en sus ademanes, parco en +las palabras, y que pasaba encerrado largas horas, estudiando, según +decía la princesa. Le preocupaba la política de su país, y su ilusión +era volver al Parlamento, de donde le había hecho salir una derrota +electoral. + +Este hombre frío, de pálida sonrisa y una corrección extremada hasta en +los actos más insignificantes, no le inspiró antipatía como padrastro, +ni simpatía como amigo. Fué un hombre poco molesto y algo borroso que se +acostumbró á encontrar todos los días ocupando el antiguo lugar de su +padre, y que le hubiese sorprendido no ver de pronto. + +Otras personas penetraron en el palacio Lubimoff con toda la confianza +del parentesco, á causa de este matrimonio. + +Un hermano de sir Edwin había tenido que lanzarse por el mundo para +ganar su vida, como todos los segundones de las familias británicas. +Después de una existencia de aventuras, había acabado por instalarse en +el Sur de los Estados Unidos, junto á la frontera de Méjico, y de pronto +se encontró mucho más rico que su hermano mayor, al casarse con una +heredera del país. + +Su esposa era mejicana. Poseía famosas minas de plata tierra adentro y +extensas llanuras en la frontera. Sólo tuvieron una hija; y cuando ésta +iba á cumplir ocho años, Arturo Macdonald murió á consecuencia de una +caída del caballo. La viuda, con su pequeña Alicia, se trasladó á Europa +para vivir en Londres, cerca de su cuñado sir Edwin, miembro entonces +del Parlamento, y admirado por la mejicana como uno de los directores +del mundo. Luego se instaló en París, por ser esta capital más de su +gusto y poder encontrar en ella á numerosos compatriotas. + +La princesa Lubimoff trataba bien á esta parienta, pero su amistad +sufría bruscas alteraciones, pasando por cariñosos entusiasmos y +repentinos desvíos. + +Ella y doña Mercedes podían hablar de minas y vastísimas propiedades, +aunque ninguna de las dos conocía con certeza su fortuna, apreciándola +únicamente por las enormes rentas--millones al año--que enviaban los +lejanos administradores, y que consumían ambas sin saber cómo. Otro +motivo de simpatía para la Lubimoff en sus días de benevolencia: ella +era rubia y la criolla conservaba los restos de una belleza +hispano-azteca, con la tez de un moreno algo verdoso, los ojos enormes, +rasgados, oblicuos, en forma de almendra, y una cabellera asombrosa por +su intensa negrura, su brillo y su longitud. + +Pero una rivalidad instintiva amargaba frecuentemente las relaciones de +las dos multimillonarias. La princesa estaba segura de que su fortuna +era enormemente superior. Cuando doña Mercedes hablaba de la plata +mejicana, la Lubimoff aludía al platino de Rusia. «¡Y qué vale la plata +comparada con el platino!» Para acabar de aplastarla, hacía la historia +de su familia. A partir del remoto abuelo cosaco, que casi se convertía +en esposo legítimo de Catalina la Grande, iban desfilando generales, +mariscales de palacio, _halemanes_ seguidos por sus mesnadas de jinetes +medio salvajes, príncipes y embajadores. La mujer de sir Edwin hablaba +como si perteneciese á la familia reinante, dando á entender que su +famoso abuelo había intervenido en la formación de algún zar. Por eso en +la corte la habían tratado siempre á ella con una predilección especial. + +Vejada interiormente doña Mercedes por tanta grandeza, sonreía, sin +embargo, con una dulzura de india, como diciendo: «Todo eso está muy +lejos y tal vez sea mentira.» + +De pronto, empezaba á hablar en su francés rápido y caprichoso, +revestido para siempre de una coraza de adherencias españolas. + +--Mamá era íntima amiga de Eugenia... ¿No sabe usted qué Eugenia? La +emperatriz, la esposa de Napoleón III. Cuando anunciaban en las +Tullerías á madama Barrios (que era mamá), las puertas se abrían de par +en par... Papá fué de los que hicieron emperador á Maximiliano. + +Y frente á las grandezas aristocráticas de Petersburgo elevaba la imagen +de la corte mejicana, del breve Imperio que había tenido por epílogo el +fusilamiento del archiduque Maximiliano y la locura de su esposa +Carlota. La buena señora lo contaba todo tal como lo había oído á su +madre. El emperador quería establecer la rancia etiqueta austriaca, pero +las matronas mejicanas, al visitar á la joven emperatriz, le decían +maternalmente, con una llaneza criolla: «¿Cómo le va, Carlotita?... ¿Qué +le parece este país, hija mía?» + +A impulsos de una franqueza semejante, doña Mercedes terminaba diciendo: + +--Papá, al ver que el Imperio iba mal, reconoció á Juárez y se fué con +los republicanos. Había que salvar nuestras minas. + +Luego hablaba de los Barrios, procedentes, según ella, de la más vieja +aristocracia española. Todos los nobles de Madrid resultaban parientes +suyos: era cosa sabida. De niña había visto en su casa muchos papeles +que probaban su derecho á un título de marqués; pero por las +revoluciones del país y por sus viajes, ya no sabía dónde encontrarlos. + +Si la princesa alababa las magnificencias de su palacio, la criolla +hacía alusión inmediatamente al elegante hotel particular comprado por +ella en los Campos Elíseos. La llegada del coronel Toledo, héroe +decorativo que volvía á dar á la vivienda principesca un prestigio +militar, no intimidó á doña Mercedes. También ella tenía su español: un +clérigo aragonés, que era algo así como su capellán de honor, y al que +consideraba un sabio, porque, aburrido de su sinecura, se había dedicado +á la astronomía elemental, instalando un telescopio en el tejado de la +casa. + +Cada vez que la mejicana su atrevía á imitar las fiestas, los carruajes +ó los vestidos de la princesa, ésta lamentaba que París no estuviese en +Rusia, para llamar al general de la Policía y recordarle el respeto que +debe guardarse á las castas superiores. Pero á continuación de sus +cóleras, sentía un fulminante cariño por doña Mercedes, asegurando que, +aunque iletrada, era mujer de talento natural y la única con quien podía +hablar horas enteras. + +Entre estas dos bellezas descendentes, que se habían visto solicitadas y +adoradas en otros tiempos, existía un motivo de unión, algo que las +conmovía como una música amada y lejana, como un recuerdo nostálgico de +la juventud: la hija de doña Mercedes, la vivaracha Alicia Macdonald. + +La madre creía ver en ella su propia hermosura repitiéndose con nueva +savia, y se engañaba. Alicia había unido á su moreno esplendor la ligera +esbeltez, la soltura un poco amuchachada de su origen paterno. La +princesa, ante la independencia de su carácter, creía verse también á sí +misma cuando empezó á escandalizar á la corte imperial. Otro error. Ella +había podido seguir los impulsos de su voluntad, sin miedo á los +comentarios. Todo lo poseía. Además de sus inmensas riquezas, contaba +con los privilegios del nacimiento, pudiendo elevar hasta ella á +cualquier hombre, por bajo que estuviese. Alicia tenía una ambición: +unir á su fortuna un gran título de vieja aristocracia para figurar en +una corte, y este deseo lo perseguía á los quince años con una glacial +tenacidad, disimulada por aturdimientos aparentes. Doña Mercedes le +había hablado desde la infancia de matrimonios de leyenda; de príncipes +que en otros tiempos se casaban con pastoras y ahora buscaban á las +millonarias. + +Miguel Fedor se sintió algo intimidado al encontrar en su palacio á esta +muchacha que le miraba descaradamente, con ojos de dominación, como si +todo lo existente debiera doblarse ante su paso. + +Era hermosa, con una belleza más perturbadora que correcta. Su tez +levemente dorada con el color de la naranja, sus ojos rasgados y algo +subidos en su vértice, la abundante cabellera, que parecía retorcerse y +vivir como un haz de serpientes negras escapándose de la opresión de las +horquillas, le daban un encanto exótico. El resto de su cuerpo revelaba +la educación física moderna, los miembros ágiles y endurecidos por los +continuos deportes. + +Doña Mercedes pareció empujarlos á los dos desde los primeros +encuentros. + +--Háblense de tú--dijo maternalmente--. Son ustedes primos. + +Aunque Miguel no llegaba á comprender este parentesco, tuteó á la joven, +mientras la criolla sonreía viendo ya á Alicia con una corona de +princesa haciendo reverencias ante el zar. La de Lubimoff estaba en una +de sus buenas épocas; no creía por el momento en castas y privilegios; +hasta habría dado dinero á los melenudos que la visitaban años antes, y +aceptó con silenciosa tolerancia los desmesurados planes de su amiga. + +El príncipe iba comunicando sus impresiones al coronel. + +--Demasiado señorita. Me gustan más las otras. + +Don Marcos, compañero de largos y regocijados viajes, sabía quiénes eran +«las otras» para este muchacho que había empezado muy pronto á picar en +los racimos de la vida. + +Otras veces le irritaba que se pareciese demasiado á las otras, con sus +atrevimientos de virgen loca. + +--Es peor que un muchacho. ¡Si supieras, coronel, lo que me dice!... + +Alicia, por su parte, tampoco parecía contenta. Los otros hombres se +esforzaban por adularla y serle gratos, mientras que Miguel mostraba un +carácter imperioso, semejante al suyo, discutiendo con ella, +atreviéndose á contrariarla. + +Algunas vecen salían juntos á caballo para galopar por el Bosque de +Bolonia bajo la vigilancia de Toledo. Un tormento para don Marcos. El +había sido héroe de montaña; pero el grado impone deberes, y cabalgaba +todo lo mejor que puede hacerlo un coronel de infantería. + +Ella era una amazona infatigable. En el hotel de los Campos Elíseos, +doña Mercedes tenía que buscarla muchas veces en las caballerizas, donde +permanecía entre palafreneros y cocheros, hablando con una autoridad +profesional, mientras vigilaba el cuidado de los animales. Luego, al +subir al salón, su cabellera suelta esparcía un fuerte olor á cuadra. +Allá en su tierra se había sostenido agarrada á las crines de un caballo +antes de saber andar. En París se metía audazmente entre los vehículos y +atropellaba á los transeuntes, viéndose atajada por la policía en sus +locos galopes. El coronel intentaba seguirla silenciosamente, pero con +el corazón oprimido. El príncipe protestaba de estas carreras, buenas +para los prados natales, y sus recriminaciones establecían entre los dos +un alejamiento hostil. «A ella no le chillaba ni su madre. Ya era mayor +de edad para saber lo que debe hacerse...» Y tenía quince años. + +Una mañana, al llegar á una encrucijada del Bosque, Alicia echó su +caballo por la avenida que le pareció preferible, sin consultar á su +acompañante. + +--No; por aquí--dijo imperiosamente Miguel. + +--No me da la gana; ¡por aquí!--contestó ella con tono enfurruñado. + +Intentó el príncipe cerrarla el paso cruzando su caballo en el camino, y +ella lanzó el suyo contra el de Miguel con un impulso que hizo doblar +las patas delanteras de las dos bestias. Toledo, que iba detrás, vió que +mediaban entre ambos miradas iracundas acompañadas de duras palabras. +Alicia levantó su latiguillo, golpeando al príncipe en un hombro. + +--¡A mí!... ¡A mí! + +El descendiente del cosaco Lubimoff cambió de rostro, adquiriendo una +fealdad salvaje. Su nariz pareció ensancharse aún mas. Levantó á su vez +el látigo y tiró un golpe. Pero el coronel había metido su caballo entre +los dos, recibiendo parte del fustazo en una mejilla, que empezó á +sangrar. La vista de la sangre y la consideración de que el golpe era +para ella enloqueció de cólera á la joven. + +--¡Bruto! ¡Salvaje!... ¡Ruso! + +Le pareció esto poco, y se mantuvo silenciosa un segundo, buscando una +injuria mayor. Los recuerdos de la niñez le dieron ayuda; las leyendas +oídas allá en sus tierras á los mestizos le sugirieron un nuevo insulto, +como si Miguel Fedor fuese Hernán Cortés. + +--¡Español!... ¡Asesino de indios! + +Y temiendo un segundo fustazo después de tales palabras, hizo dar vuelta +á su caballo, huyendo en una carrera frenética que no se detuvo hasta el +Arco de Triunfo. + +Después de este incidente, doña Mercedes perdió toda esperanza de que su +hija fuese una Lubimoff. + +--¡Princesa rusa!--decía Alicia con desprecio--. ¡Pero si en Rusia todo +el mundo es príncipe!... Vale mas un simple barón inglés, un conde de +Francia ó de España. + +Miguel no se mostró mas acomodaticio al sermonearle el coronel. + +--No quiero saber nada de esa p... + +La princesa, en uno de sus saltos de humor, encontró muy justa la +apreciación. Estas parientas de sir Edwin siempre le habían parecido +gente ordinaria. También encontraba natural que su hijo pensase en +volver á Rusia para seguir sus destinos de príncipe. La vida de +privilegios y castas de allá era más adecuada á su rango que la +existencia democrática de París, donde unas indias americanas, porque +tenían millones, podían creerse iguales á un Lubimoff. + +Hasta los veintitrés años estuvo en Rusia el príncipe Miguel. Sus +estudios militares fueron brillantes, según Toledo, distinguiéndose +entre los más famosos oficiales de la caballería de la Guardia. Alcanzó +premios en los concursos hípicos, partió á pistoletazos monedas +sostenidas por sus camaradas á cincuenta pasos, manejó el sable con una +maestría que hubiese admirado al general Saldaña y á su abuelo el +cosaco. Todos los días, en un patio de su palacio de Petersburgo, le +esperaba un monigote de tamaño natural hecho con la arcilla pegajosa y +compacta que emplean los escultores, y permanecía ante él media hora +ejercitándose. Lo importante no era asestar un golpe al enemigo, sino +darlo bien, con la mayor profundidad y fuerza posibles. Y la cabeza y +los miembros del monigote volaban segados por la hoja de acero. El +estudio de las ciencias militares quedaba para los de infantería y +artillería, hijos de empleados y de mercaderes. + +El coronel se mostró asombrado al principio de las magnificencias y +derroches de la vida rusa; luego acabó por encontrarla regular, como si +estuviese acostumbrado á algo semejante desde su niñez. «Piensa, hijo +mío, en el nombre que llevas--escribía la princesa--. No lo deshonres. +Gasta con arreglo á lo que eres.» Y el hijo seguía fielmente sus +consejos, sin pedirle nada á ella, entendiéndose directamente con los +administradores rusos. Según los cálculos de don Marcos, el teniente de +la Guardia gastaba unos tres millones por año. Su cuadra de caballos de +carrera era la más célebre de la capital. Muchas bellezas famosas de la +corte y de los teatros tenían algo que ver con el príncipe Miguel Fedor. +Sus cenas en el palacio Lubimoff ó en los restoranes de moda eran +buscadas por toda la juventud aristocrática. Verse invitado á ellas +representaba un honor extraordinario, algo así como ser individuo de una +academia de superhombres. Mujeres célebres acababan bailando desnudas +sobre la mesa á las primeras luces del alba, para no desairar al +anfitrión. + +A veces se cortaban estas fiestas con una disputa de borrachos, +mezclándose el vino y la sangre. El coronel había visto al final de una +de estas escenas un duelo á pistola entre dos convidados, en el jardín +del palacio, cuando empezaba á amanecer. Un muerto. Sus mejores amigos +habían llevado el cadáver hasta un muelle del Neva, colocando un +revólver al lado para que la policía admitiese la hipótesis de un +suicidio. + +No; don Marcos no gustaba de estas fiestas nocturnas. Las consideraba +peligrosas. Un gran duque joven, completamente ebrio, se había +entretenido en embadurnarle las patillas con caviar, hasta que, cansado +de esta confianza, el español metió á su vez la mano en el plato, +ensuciando igualmente de verde el angosto rostro. El borracho dudó un +momento si debía matarlo, pero acabó por abrazarse á él, cubriéndole de +besos y declarando á gritos que era su padre. + +Toledo prefería las tranquilas amistades con los antiguos compañeros de +armas de su general: graves personajes que le hablaban de futuras +guerras y de la política del mundo. Además, las larguezas de su príncipe +le permitían diversiones secretas menos ruidosas y dulcemente modestas. + +Una noche, al volver al palacio Lubimoff pasadas las dos, vió que había +una cena en el gran comedor de gala. Los convidados eran unos cincuenta, +y en el curso de la noche fueron llegando muchos más. Parecía como que +hubiese corrido una noticia por los lugares de placer de la capital, +atrayendo á toda la juventud libertina. + +Frente al príncipe estaba sentado un teniente de cosacos, pequeño, +felino, negruzco, con ojos asiáticos. Su uniforme sucio revelaba un +viaje reciente. Miguel Fedor tenía con él las mayores atenciones, como +si fuese el único invitado. Toledo, conocedor de todos los amigos de la +casa, no logró dar un nombre á este cosaco rústico que parecía llegar de +una guarnición remota de Siberia. Alguien quiso sacarle de dudas, y se +estremeció al saber que era el hermano de una dama de la corte que +precisamente andaba en lenguas por su excesiva confianza con Miguel +Fedor. Los dos hombres se miraban con interés, brindándose mudamente los +vasos enormes de champaña. En el fondo del comedor gemían incesantemente +los violines de unos ziganos. Varias muchachas morenas, con delantales á +rayas de diversos colores, danzaban en torno de la mesa. Pero á pesar de +esto, don Marcos husmeaba algo lúgubre en el ambiente. + +--¡León, los sables! + +El príncipe se había puesto de pie, después de mirar su reloj, dando +esta orden al criado de confianza, que estaba detrás de él. Todos los +convidados se precipitaron á las puertas con la confusión del público +que asalta un teatro. Cada uno deseaba llegar el primero al jardín. Ya +no había por qué fingir: ansiaban el espectáculo anunciado... Y el +coronel encontró finalmente quien le hablase con claridad. + +--Ha llegado al anochecer, para pedir al príncipe que se case con su +hermana. Un viaje de treinta y ocho días... El príncipe no quiere... +Pocas veces se verá esto... Es el primer sable de Siberia. + +El jardín estaba cubierto de nieve. Aún era de noche, y la luna fugitiva +lo iluminaba con unos rayos diagonales, extendiendo desmesuradamente la +sombra de los árboles. Más de cien hombres formaron dos masas negras en +los bordes de una avenida. El coronel vió llegar á varios criados: uno +traía los sables, los demás llevaban grandes bandejas con botellas y +copas. + +Miguel Fedor se inclinó ante el enemigo con los ojos brillantes de +amabilidad y de alcohol. + +--¿Quiere usted beber algo mas? + +Dió las gracias el cosaco en voz baja y Toledo lo vió de pronto +despojarse de su larga levita con el pecho adornado de cartucheras. A +continuación se quitó la camisa, quedando sin más que los pantalones y +las altas botas. Luego se inclinó, y agarrando dos puñados de nieve, +empezó á frotarse el tronco, un poco angosto, y los brazos nervudos. + +El príncipe se estremeció de sorpresa y de frío, lo mismo que muchos de +los espectadores. Pero consideraba indispensable imitar á este rudo +adversario, para que las condiciones del combate fuesen iguales. +Mientras se despojaba de la parte superior de su uniforme, se abrieron +en la penumbra lunar del jardín las rojas estrellas de varias antorchas. + +Don Marcos vió á los dos hombres frente á frente, desnudos de cintura +arriba, brillándoles los bustos con la humedad de la reciente frotación, +cimbreando en sus manos unos sables con filos de navaja de afeitar. +«¡Adelante!» Alguien dirigía el combate. + +«¡Pero esto es una barbaridad!--pensó el español--. Estos hombres son +unos salvajes.» + +No se atrevía á decirlo en voz alta porque era un coronel; pero toda su +vida se acordó de esta escena. + +Cruzaban sus sables, se esquivaban, se atacaban, el príncipe con paso +firme, el otro con una agilidad felina. Toledo, viéndolos rojos, creyó +que era un efecto de la luz de las antorchas. Al aproximarse á él en una +de las evoluciones de su juego mortal, se dió cuenta de que estaban +cubiertos de sangre. Sobre sus troncos se extendían unas casacas de +púrpura partidas en harapos que temblaban con incesante chorreo. Sus +brazos surgían blancos de esta vestidura caliente y húmeda. El príncipe +llevaba la peor parte. Toledo lo vió de pronto con un profundo corte en +la frente; luego creyó distinguir que una de sus orejas estaba medio +despegada del cráneo. Aquel gato salvaje de las estepas se escurría bajo +su sable. Nadie osaba intervenir; el duelo era sin misericordia, sin +descanso, sin otra condición definida que la muerte de uno de los dos. +Se confundían, formando un solo cuerpo erizado de relámpagos blancos en +la penumbra de los árboles; se mostraban luego despegados y buscándose +en el círculo de incendio de las antorchas. + +Oyó de pronto el coronel un maullido de dolor, un alarido de pobre +bestia sorprendida. Lubimoff era el único que estaba de pie. Con un +golpe de punta había cortado la yugular á su adversario. Luego de +permanecer inmóvil un segundo, lo abandonó la fuerza sobrehumana que le +había sostenido hasta entonces, sintió caer de golpe sobre él todo el +cansancio de la lucha, toda la pérdida de sangre de sus heridas, y se +desplomó á su vez, pero en los brazos de varios amigos. No había un solo +médico entre los espectadores: nadie había pensado en esto. Consideraban +inútil su presencia en un encuentro que sólo podía terminar la muerte. + +Todos los curiosos abandonaron el jardín siguiendo al desmayado +príncipe. Sólo unos criados permanecieron junto al cuerpo del cosaco, +tendido de bruces, viendo respetuosamente cómo se agitaban por última +vez sus piernas, cómo se iba vaciando lentamente por el cuello, cómo se +extendía una mancha negra en la nieve, que empezaba á azulear bajo la +lividez del alba. + +Este suceso tuvo gran resonancia en la corte, que ya se había ocupado +muchas veces de las ruidosas aventuras del príncipe. Sus duelos, sus +amores, sus escandalosas fiestas, irritaban al joven emperador, empeñado +en moralizar las costumbres de sus allegados. En las reuniones +aristocráticas volvieron á recordarse las extravagancias de la casi +olvidada Nadina Lubimoff. El joven cosaco estaba emparentado con +personajes influyentes y su muerte contribuía al descrédito total de la +hermana. + +Aún no había convalecido Miguel Fedor completamente de sus heridas, +cuando recibió la orden de salir de Rusia. El zar lo desterraba por +tiempo indefinido. Podía vivir en París al lado de su madre. + +--Está bien, ya que respeta la fortuna del príncipe--dijo el coronel +como único comentario. + +Al llegar á París, Miguel Fedor se convenció de que la princesa estaba +loca, cosa que sospechaba hacía tiempo al leer sus largas cartas. Sir +Edwin había muerto en Inglaterra, tres años antes, casi repentinamente, +á continuación de una derrota electoral. El palacio del barrio de +Monceau había sufrido una transformación interior que representaba un +gasto de millones. Su dueña dedicaba á esto todo su tiempo. Los salones +árabes, persas, griegos ó chinos, cuya construcción y adorno habían +hecho la fortuna de dos arquitectos y de varios comerciantes de +antigüedades, acababan de desaparecer, esparciéndose cual residuos sin +valor los muebles adquiridos en otro tiempo como piezas rarísimas. +Aunque el palacio se mantenía lo mismo por fuera, á partir de la +escalinata imitaba el interior de un castillo antiguo. No quedaba una +ventana sin vidriera de colores, ni una pieza que no estuviese en una +penumbra de bodega. Todo el gótico convencional inventado por los +constructores modernos era empleado en esta restauración deseada por la +princesa. Los tres pisos de un ala entera habían sido echados abajo para +formar una nave de catedral. + +Lubimoff vió á una mujer alta, enjuta, con las manos largas y +transparentes, los ojos agrandados é inquietantes, que avanzaba hacia +él. Iba vestida de negro, con mangas sueltas que casi barrían el suelo y +un bonete blanco encañonado bajo los tules de luto. A pesar de que +tenía un rosario en la muñeca y adoptaba al hablar una expresión de +víctima, su hijo creyó ver á una cantante de ópera. + +La expulsión del príncipe no le había causado extrañeza ni pena. + +--Esos Romanoff nos han tenido siempre mala voluntad. No pueden olvidar +á tu ilustre abuelo, que, según cuentan, le daba palizas á Catalina al +pillarla con otros. + +Su pensamiento volaba por encima de estas miserias terrenales. Ella, que +nunca se había preocupado de las religiones, declaró á su hijo que ahora +era católica. Prescindía, por considerarlos inútiles, de los actos +públicos de conversión, pero debía adoptar esta creencia; lo exigía su +nueva y definitiva personalidad. + +--Tu padre lo aprueba. Hablo con el héroe muchas noches, y está contento +de verme en el buen camino. + +Miguel Fedor y el coronel se dieron cuenta, apenas llegados, de los +extraños visitantes que frecuentaban el palacio. A los melenudos +terroristas de otros tiempos habían sucedido numerosas echadoras de +cartas, pitonisas, videntes y tétricos profesores de ciencias ocultas. +Un velador modesto y viejo, que parecía haber subido solo de la +habitación del portero, saltaba á todas horas, hablando por medio de sus +patas, en el dormitorio de la princesa. + +Un día se decidió ésta á comunicar á su hijo el gran secreto de su +existencia. Al fin sabía quién era; las revelaciones de los espíritus le +permitían conocer su verdadera personalidad. En una de sus muchas vidas +anteriores había sido una reina desgraciada y hermosa; la mas +«romántica» de las reinas. El alma de Nadina Lubimoff, princesa rusa, +vivía ya siglos antes en el cuerpo de María Estuardo. + +--Siempre sentí una predilección especial por la historia de la reina +infeliz. Ahora me explico cómo al ver á sir Edwin en Londres me enamoré +inmediatamente de él de un modo irresistible. Sus antepasados fueron +escoceses. + +Estas razones resultaban tan incontestables como todas las que habían +guiado su existencia. Y para honrar el alma regia reencarnada en ella, +cuya autenticidad reconocían todos sus visitantes misteriosos, quiso +vivir como la decapitada soberana de Escocia, imitando sus vestidos tal +como los había visto en los cuadros, convirtiendo su palacio en un +castillo, comiendo á solas en vajillas antiguas los manjares que un +profesor de Historia se encargaba de buscar en las viejas crónicas. + +Rara vez entraba un carruaje en el patio de honor del palacio. La gran +escalinata criaba musgo entre sus peldaños, mientras por la escalera de +los proveedores subían diariamente aquellos profesionales del «más +allá», mal vestidos y de aspecto inquietante, que explotaban á la +princesa, generosa como una reina--lo que era--, á cambio de ayudarla en +el manejo del velador y de evocar fantasmas históricos que movían los +tapices, hacían caer los cuadros de las paredes, cambiaban los sillones +de sitio y cometían otras diabluras pueriles para hacer constar su muda +presencia. + +Doña Mercedes evitaba las visitas á la princesa. Su sencillez de buena +creyente la hacía sentir miedo por las reinas que duran siglos y por +aquellos salones obscuros con muebles viejos que parecían palpitar á +impulsos de una vida misteriosa. Prefería la conversación plácida y +saludable con los sacerdotes mantenidos por ella. El cura aragonés se +había dejado arrebatar por otra devota millonaria, fatigado sin duda de +las exageradas comodidades que le proporcionaba su penitente y de las +observaciones astronómicas sobre los tejados de los Campos Elíseos. +Ahora tenía alojado en su vivienda á un monseñor, obispo _in pártibus_, +que canalizaba el dinero de la viuda hacia muchas obras pías de su +invención. + +Alicia se había casado con un duque francés que tenía veinte años mas +que ella, y á los pocos meses de matrimonio daba mucho que hablar á las +gentes. Doña Mercedes, ofendida, la castigaba viéndola muy de tarde en +tarde, con la esperanza de que este desvío hiciese imitar finalmente á +la duquesa de Delille las tradiciones maternales. Mientras tanto, +concentraba todos sus afectos de familia en monseñor, un santo y un +hombre de mundo, que por las noches, para no ser una nota discordante, +se despojaba de su sotana para sentarse á la mesa puesto de _smoking_, +mientras un enjambre de pájaros mecánicos contaban y aleteaban en la +gran jaula dorada del comedor de la criolla. + +Miguel Fedor encontró dos veces á Alicia en el palacio Lubimoff. Ella no +sentía el miedo de su madre, y hasta consideraba muy originales é +interesantes las manías de la princesa. Cuando la visitaba, en tardes de +aburrimiento, parecía creer en su velador y en sus protegidos de gestos +misteriosos. También consultaba á éstos para saber si sería feliz, y +sobre todo si la amarían mucho, aunque sin decir nunca quién debía +amarla. Otras veces preguntaba al trípode, con una ansiedad de celosa, +lo que estaría haciendo á aquellas horas un personaje incógnito cuyo +nombre no se atrevía á pronunciar, pero que unos meses era moreno y +otros meses rubio. Ella y el velador se entendían. + +--Siempre he dicho que esta niña tiene más talento que su +madre--afirmaba la princesa. + +Al encontrarse Alicia con el príncipe, rompió á reir y casi le abrazó. + +--¿Te acuerdas cómo nos odiábamos?... ¿Te acuerdas del día que nos +pegamos en el Bosque?... + +Le miraba con interés, examinándolo de arriba á abajo, sin encontrar +nada del jovenzuelo antipático de otra época. Conocía sus aventuras en +Rusia, sus amores, sus duelos, su expulsión. ¡Un hombre interesante! ¡Un +personaje byroniano!... Además, algo bárbaro con las mujeres. + +--Ven á verme. Debemos ser amigos... Acuérdate que somos parientes. + +Lubimoff la examinó también, pero con cierta gravedad. Al llegar á París +le habían hablado mucho de ella. En los tres años que llevaba de +matrimonio, el duque había querido divorciarse por dos veces. Le era +penoso gozar de una enorme fortuna á cambio de que esta mujer llevase su +nombre. Cuando estrechaba la mano de un amigo, nunca estaba seguro de lo +que podía ser éste con relación á su esposa. Pero Alicia se había casado +para ser duquesa, y al fin llegaron á un arreglo práctico. La mitad de +su renta fué para el duque, que viajaba ó vivía en París en casa de una +antigua amante, mientras Alicia podía hacer su voluntad en su palacete +blanco de la Avenida del Bosque, ostentando una corona ducal un sus +ropas interiores, en sus vajillas y en las portezuelas de los +automóviles. + +La pequeña amazona de las cabalgadas matinales era ahora una mujer de +soberbia belleza. Miguel pensó en un fruto de California esplendoroso y +dorado, con un perfume intenso de dulce savia. Vaciló interiormente +mientras sostenía la mirada de aquellos ojos negros, invitadores y +dominantes, seguros de su poder... ¡Pero no! Se acordaba de varios +hombres que le eran antipáticos y según la pública murmuración le habían +precedido. Estaba interesado además por una actriz francesa que había +encontrado en el tren al regreso de Rusia. Con un salto de su +imaginación, volvió á ver á Alicia lo mismo que años antes. Sólo había +cambiado exteriormente. Estaba acostumbrada á manejar los hombres con +una mano varonil, á cambiarlos como caballos de relevo. Se pelearían á +la segunda entrevista: tal vez acabarían pegándose... + +Y no la vió más. Nuevas preocupaciones torcieron el curso de sus +pensamientos. Un día encontró en la calle á un ruso que parecía viejo y +enfermo: Sergueff, su antiguo maestro. Debía tener unos cuarenta años y +parecía un setentón, con la barba de un blanco sucio, el pelo triste, +como apolillado, y un rostro de profundas arrugas, sin más vida que la +de los agujeros verdes de sus ojos. Andaba algo encogido; tosía al +contar su historia. De Petersburgo lo habían enviado á un presidio de +Siberia. Al fugarse de él, había atravesado media Asia, solo y á pie, +hasta un puerto chino, y allí se embarcó para los Estados Unidos, +viniendo luego á París. Esta vuelta al mundo la relataba con pocas +palabras, como un simple paseo. + +Miguel Fedor lo trajo á su palacio, y el coronel pareció achicarse en su +presencia, con una retractilidad hostil, recordando, sin duda, sus +nobles relaciones con personajes de la corte rusa, algunos de ellos +antiguos generales de la Policía. + +El hijo de la princesa Lubimoff conversó muchas veces con el fugitivo. +El recuerdo de su expulsión de la corte le hizo simpatizar obscuramente +con este otro desterrado. Además, renacía en su interior una parte de +la voluntad de la madre, con sus incoherencias y sus deseos confusos. +El oficial de la Guardia prestó una atención de escolar á las doctrinas +del revolucionario. + +--¡Estos hombres tienen razón!--exclamó con el mismo apasionamiento que +ponía la princesa en toda idea nueva. + +Sintió en los primeros días el ansia de sacrificio, la voluntad del +renunciamiento, la abnegación mística de los hombres de su raza. Recordó +á muchos príncipes como él, educados en la corte, con altas situaciones +sociales, que habían distribuído sus bienes para vivir entre los pobres +y dedicar su existencia al triunfo de la verdad y la justicia. El haría +lo mismo, resucitando á la verdadera vida, y estaba seguro de la +aprobación de su madre. Había dado su sangre el general Saldaña por la +reconstitución del pasado; él perdería la suya allanando el camino del +porvenir. Los tiempos cambian. El pasado son unos cuantos siglos y el +porvenir es infinito. + +Pero no era un ruso verdadero. El sensualismo latino despertó en él +apenas quiso llevar á la práctica su decisión heroica. La vida es buena +y ofrece cosas agradables. El árbol de su existencia estaba todavía +repleto de savia: aún le quedaban muchas primaveras de hojas, muchos +estíos de frutos. Más tarde, tal vez; cuando fuese leña seca... + +Lo único positivo é inmediato que sacó de esta resurrección fué el +convencimiento de su ignorancia y del vacío de su existencia. En el +mundo había algo más que saber idiomas y el manejo de las armas y los +caballos. El hombre debe buscar la conciencia de su grandeza en empresas +más serias que los amores, los desafíos y las apuestas. La suerte le +había eximido de la dura ley del trabajo dándole la riqueza, pero no por +esto debía prescindir de marcar su tránsito por la vida con una +actividad cualquiera, como lo habían hecho miles de predecesores, como +seguirían haciéndolo millones de descendientes. + +Buscó por primera vez la compañía de los libros, y de estas lecturas +preliminares fué surgiendo un deseo nuevo. Quiso conocer el mundo, ver +países raros, luchar con las fuerzas ciegas que son los latidos del +planeta, vivir las aventuras gruesas y rudas de los hombres que van de +puerto en puerto. Su padre le había hablado de remotos ascendientes que +alcanzaron nobleza y fortuna tendiendo su vela en humildes puertos +españoles para lanzarse como gaviotas por el Océano Tenebroso, en busca +de tierras de misterio, detrás de los primeros derroteros de Colón y los +Pinzones. Un ascendiente suyo había sido descubridor de los modernos +Estados Unidos al desembarcar con el viejo Ponce de León en la Florida, +buscando la legendaria «Fuente de la Juventud». El primer Saldaña noble +había obtenido el _don_ al fundar un pueblo en las cercanías de Panamá. +El sería navegante como sus antecesores, marino vagabundo, gozador de +placeres exóticos, y tal vez consiguiera arrancar de paso algún secreto +al gran misterio de las llanuras azules. + +La vida en aquel palacio afeado por las manías de su madre le resultaba +incómoda y penosa, impulsándolo á huir. La princesa, no hizo la menor +objeción al enterarse de que su hijo deseaba comprar un yate para +navegar por todos los mares. Podía hacerlo: era un placer de gran señor +digno de él. Estaban cada vez más ricos. El petróleo, el platino, todos +los yacimientos preciosos de su propiedad, y el producto de sus tierras, +vastas como Estados, formaban una renta enorme. El año anterior había +llegado á diez y seis millones: más de un millón por mes. Para un +particular era fabuloso. Y la Lubimoff, que por unos momentos había +recobrado su buen sentido, añadió luego con modestia: + +--Pero para una reina no es gran cosa. + +Miguel adquirió en Inglaterra un yate velero, de proa afilada y +arboladura audaz, con máquina auxiliar, y le puso un nombre de ave +marina, pero en español: _Gaviota_. + +Deseaba prolongar en el Océano su vida terrestre, seleccionando de ella +todo lo más interesante, y por esto quiso embarcar á Sergueff. El +maestro parecía melancólico, como si le pesasen lo mismo que un +remordimiento las comodidades que le proporcionaba el príncipe y sus +larguezas pecuniarias. Tenía ocupaciones más urgentes que navegar á +capricho en un buque de lujo. Y desapareció para volver á Rusia, como +si la horca tirase de él, como si deseara, en caso de mejor suerte, dar +por segunda vez la vuelta á la tierra. + +El coronel tuvo que embarcarse como ayudante de campo del príncipe. +Nunca se había separado de él. Pero ¡ay! no tenía el pie marino, y menos +aún el estómago: era un héroe de montaña; y desde un puerto del Brasil +hubo que reexpedirlo á París. + +Cinco años duraron las navegaciones del _Gaviota_. En el segundo, creyó +Miguel Fedor que iba à interrumpirse su carrera de navegante. Acababa de +estallar la guerra entre Rusia y el Japón, y él cablegrafió desde una +escala del Pacífico pidiendo su antiguo puesto en la Guardia. La +contestación fué dilatoria. El zar aún estaba enojado con él y mantenía +su destierro. + +«¡Mejor!», acabó por decirse una vez extinguida su cólera. Adivinaba lo +que iba á ocurrir: la suerte final de aquellos bravos de sable afilado +frente á los hombrecillos astutos y amarillos que se habían ido +apropiando en silencio el arte de matar de los occidentales. + +Sus aventuras en los puertos, su trato con mujeres de todas razas y +colores, bastaban para llenar su existencia. «Hago estudios de geografía +amorosa», escribía á don Marcos después de preguntarle por la salud de +su madre. + +Tuvo que interrumpir de pronto sus cruceros para visitar á la princesa. +Los médicos la habían hecho abandonar el palacio de París, con su +lúgubre decorado que excitaba su locura, enviándola á la Costa Azul para +que se saturase de sol y de aire libre. Y la pobre María Estuardo, de +riguroso incógnito, iba de gran hotel en gran hotel, ocupando un piso +entero con su cortejo de domésticos rusos acostumbrados á los golpes, de +adivinas y maestros en evocaciones, siendo la desesperación de los +hoteleros, que la veían partir con gusto á pesar de que pagaba ella sola +más que el resto de los huéspedes. + +Lubimoff la vió como un espectro dentro de sus flotantes vestiduras de +luto, más flaca, más alta, con los ojos de una fijeza alarmante. Su tez, +había perdido la antigua blancura, ennegreciéndose como si la tostase un +fuego interior. Por el momento, su única preocupación era construir un +palacio en la Costa Azul. Había comprado en territorio francés, á la +vista de Monte-Carlo, un pequeño cabo, un espolón de tierra y rocas que +avanzaba sobre las olas con el lomo cubierto de olivos seculares y pinos +retorcidos. La entretenía luchar con la testarudez de un matrimonio de +viejos rústicos que se negaban á venderle la punta extrema del +promontorio. Además llevaba gastados muchos miles de francos en planos +del futuro palacio. Pintores, arquitectos y jardineros-paisajistas +trabajaban incesantemente para ella, exprimiendo su imaginación y +haciendo estudios en el pasado. Quería plantar ante el Mediterráneo un +enorme castillo escocés, lo más escocés que pudiera idearse: «una novela +de Wálter Scott hecha de piedra», resumía la princesa. + +El hijo se asustó. Iba á repetirse la suntuosa mazmorra de París frente +al mar luminoso, en uno de los paisajes más sonrientes de la tierra. +Habló á espaldas de su madre con todos los que trabajaban para la futura +Villa-Sirena. La princesa había ideado este nombre, segura de que en las +noches de luna vendrían á visitarla las hijas de las profundidades +marinas, cantando en los escollos al pie de sus ventanas. No podían +hacer menos por ella. El misterio se abría cada vez más ampliamente ante +sus ojos, permitiéndole ver lo que no veían los demás. + +Don Marcos, que, abandonado por su discípulo, seguía á la princesa, +recibió iguales recomendaciones. Debía evitar que la pobre señora +perpetrase este sacrilegio mediterráneo. ¡Pero qué podía el infeliz +coronel con aquella demente que pasaba semanas enteras sin hablarle, +como si no le reconociese!... + +Volvió el príncipe á su yate, y un año después le alcanzó la noticia +triste y esperada, hallándose en el Norte de Noruega, al regreso de una +excursión por los mares árticos. Su madre había muerto cuando empezaban +á elevarse entre los olivos y los pinos del rosado promontorio unos +muros enormes de piedra falsamente negruzca, como las tablas pintadas de +los anticuarios, y que parecían próximos á derrumbarse de puro viejos +apenas salidos de la tierra. + + + + +III + + +Miguel llegó á tiempo para recibir el cuerpo de la princesa en París. +Antes de morir se había sentido iluminada por ese chisporroteo de razón +que anuncia el fin de los grandes desequilibrados, dejando escritos en +varios papeles los préstamos hechos á determinadas personas y juiciosas +indicaciones al hijo para el buen manejo de la enorme fortuna. Quería +ser enterrada junto á su marido, el primero, «el héroe», en el +cementerio del Père Lachaise. En sus últimos años de permanencia en +París, tocada una vez más del afán de construcción, se había ocupado en +preparar su morada definitiva, levantando junto al mausoleo del marqués +de Villablanca, cuya imagen ceñuda é indomable tenía en la mano una +espada rota, otro monumento no menos ostentoso, con una estatua que ella +creía su exacto retrato y no era mas que una reproducción de la infeliz +reina de Escocia tal como aparece en las estampas de la época romántica. + +Durante las ceremonias fúnebres, Miguel Fedor volvió á encontrarse con +muchos antiguos visitantes del palacio Lubimoff que él creía muertos. +Doña Mercedes le abrazó llorando. Estaba extraordinariamente obesa, con +la indiánica tez aclarada por una blancura jugosa y monacal. Parecía la +superiora de un noble convento de canonesas. A su lado, el monseñor, con +sotana de seda y gesto compungido, movía los labios por la salvación de +la difunta. «¡Hijo mío! Todos tenemos nuestras penas.» Y la pobre +señora, al hablar así, miró á otra enlutada elegante que se mantenía en +el cementerio á cierta distancia de ella, y parecía anonadada por una +ceremonia que la había obligado á salir del lecho antes de mediodía. + +También la duquesa de Delille vino á él, estrechándole las dos manos y +envolviéndolo en una mirada extraña. + +--Tu madre me quería de verdad... En los últimos años nos hemos visto +mucho. + +Miguel asintió mudamente. Lo sabía. La princesa Lubimoff era el único +sostén de esta apasionada sin escrúpulos que se iba á fondo en la +consideración de las gentes. Ella la había defendido cuando las otras +mujeres del gran mundo, cediendo al instinto de conservación, le hacían +la guerra y le cerraban la entrada de sus casas, temiendo por la +fidelidad de sus maridos. Como jugaba en Monte-Carlo todos los +inviernos, había acompañado á la princesa hasta sus últimos instantes. + +--Me quería más que mi madre... Tal vez se acordaba de que pude ser su +hija. + +El príncipe se alejó, como molestado por esta alusión. ¡Le habían dicho +tantas cosas de ella!... Pero su imagen le fué acompañando durante el +resto de la ceremonia. Continuaba siendo hermosa, mas con una belleza +extraña. Había perdido su dorado cutis de fruto sazonado, y era pálida, +con una blancura pajiza de papel japonés. Sus ojos, abiertos +desmesuradamente, tenían unos reflejos metálicos; miraban con una +tenacidad molesta y al mismo tiempo parecían vagorosos, como si se +tendiese ante ellos una telaraña invisible. Sus enemigas menos +implacables la acusaban de cierta propensión á los licores. Bebía, como +un cliente asiduo de _bar_, toda clase de mezclas americanas. Otras +atribuían su palidez y sus ojos eternamente asombrados á la morfina, al +opio, á todos los líquidos y perfumes del estupor, creadores de +«paraísos artificiales». La pequeña Alicia de otros tiempos apuraba su +vida á grandes tragos, hasta el fondo de la copa. + +Lubimoff creyó no verla más, pero á los pocos días empezó á recibir +cartas de ella. Estaba solo, debía sentirse triste, y le invitaba á +comer, sin ceremonia, como parientes que eran. Sus excusas provocaron +nuevas invitaciones por teléfono. El príncipe, como el que cumple un +aburrido deber social, acabó por ir un anochecer á su palacete de la +Avenida del Bosque, una de las numerosas imitaciones del Pequeño Trianón +que existen en el mundo. + +La duquesa de Delille estaba orgullosa de este edificio y su reducido +jardín, ante cuyas verjas de lanzas doradas pasaba todo el París +elegante. Miguel conocía sus salones sin haber estado nunca en ellos. +Los periódicos ilustrados que se ocupan de modas y de la vida de los +ricos llevaban publicadas muchas fotografías del interior de esta casa +en Europa y en América. Los comentarios de la gente le habían enterado +de la singular existencia de Alicia. De pronto sentía un deseo furioso +de recibir visitas, de ser admirada, de asombrar con sus dispendios, y +organizaba grandes fiestas, lamentando que el Municipio de París no le +permitiese iluminar á sus expensas, como en una fiesta nacional, toda la +Avenida de los Campos Elíseos y el Arco de Triunfo, para que los +invitados llegasen hasta su puerta entre fulgores de apoteosis. Había +dado una _garden-party_ en una sección del Bosque de Bolonia, con juegos +náuticos, danzas de bailarinas sagradas traídas de Asia y un _buffet_ +para tres mil invitados. Otra vez gastó medio millón transformando una +gran parte de su hotel en interior de palacio persa, para un solo baile +de trajes, volviendo el día siguiente á restaurar los salones en su +primitivo estado. + +De pronto desaparecía. Las gentes comentaban su ocultamiento con guiños +maliciosos. Algún nuevo amor; y sus amores casi siempre eran andantes, +necesitando el viaje largo y el cambio de horizontes. Tal vez estaba en +Constantinopla ó en Egipto; tal vez se ocultaba en uno de los enormes +hoteles de Nueva York. A veces era cierto; en otras ocasiones, los más +íntimos de la duquesa afirmaban que no había salido de París. El +automóvil permanecía ante su puerta. + +Esta era otra de las originalidades de Alicia. A todas horas del día y +de la noche, uno de sus diversos vehículos de lujo se hallaba +estacionado frente á la escalinata. Tres mecánicos se repartían el +servicio, permaneciendo en el pabellón del portero; y apenas sonaba el +timbre, no tenían mas que correr á su carruaje poniéndose los guantes y +dar la vuelta á la manivela de marcha. La señora sentía deseos de salir +á las horas más extraordinarias: cuando acababa de llegar de un baile, +muchas veces después de haberse acostado, ó en las primeras horas de la +mañana, que eran para ella lo que son las horas de profundo sueño para +los demás mortales. + +En otras temporadas, los chófers se relevaban durante semanas enteras +sin franquear la verja del palacete. La duquesa no quería salir. Ya no +experimentaba repentinos deseos de correr sin objeto por el París +dormido, de hacer visitas á horas intempestivas ó deslizarse por los +bosques de los alrededores en plena tormenta. Y los automóviles parecían +envejecer en su inmovilidad, unas veces con las ruedas hundidas en la +nieve del patio, otras cubiertos de lágrimas por la lluvia oblicua que +se deslizaba bajo la amplia marquesina de cristales. La inquieta y +rebullente Alicia pasaba mientras tanto los días en el lecho, afirmando +á sus íntimos que para conservar la belleza era excelente hacer de vez +en cuando «una cura de reposo». Invitaba á comer á los amigos sin +moverse de la cama. La mesa era servida lujosamente en el gran +dormitorio, y ella, metida entre sábanas, con los platos á su alcance +sobre un velador, reía y conversaba con los convidados. Transcurrían +para ella meses enteros sin ver el exterior de su casa, olvidando los +costosos objetos que su capricho había amontonado en las habitaciones. +Le bastaba con la vanidad de haber fabricado un riquísimo estuche para +albergue de su pereza. + +El príncipe la encontró en un saloncito del piso bajo. Verdaderamente, +le recibía con absoluta confianza. Iba vestida con una túnica negra de +su invención, mezcla de peplo y de kimono. Los brazos se escapaban +desnudos de esta seda floja, que parecía vivir apretándose sobre su +cuerpo. Se adivinaban debajo de ella los relieves y el calor perfumado +de la carne, sin velos interiores. Miguel miró su _smoking_ y su +brillante pechera como si hubiese cometido una falta. + +Mientras iban hacia el ascensor, blanco y acolchado como una caja de +guantes, ella le dejó entrever los salones del piso bajo, ostentosos, +pero en una penumbra que casi era obscuridad: el gran comedor, desierto +y enfundado; el pequeño comedor, en el que no se veía preparativo +alguno... ¿Adónde le llevaba?... ¿Estaría la mesa puesta en su +dormitorio?... + +El ascensor pasó ante el primer piso sin detenerse. + +--Vamos á mi estudio--dijo Alicia--. Tú eres de confianza. Allí es donde +como cuando estoy sola. + +Lubimoff se asombró del llamado «estudio», una vasta pieza que ocupaba +gran parte del segundo piso, y en el que no pudo ver otros libros que +los de un pequeño estante. El decorado era de falso «Extremo Oriente»: +un amontonamiento de muebles de laca negra y sin adornos, de sedas de +colores desleídos ó de un azul negruzco, de ídolos espantables. Una luz +difusa y verdosa descendía del techo: la luz de los teatros en una +escena de noche. Un biombo cubierto de figuras de oro formaba como una +segunda habitación, más íntima, con el suelo alfombrado de pieles +blancas de largos y sedosos pelajes, sobre las cuales se amontonaban +docenas de almohadones de diversos colores, con reptiles alados y flores +inverosímiles. + +Un olor exótico y penetrante arañó el olfato del invitado. Conocía este +perfume. Y miró á la duquesa con severidad. + +--Siéntate--dijo ella--; van á servirnos. + +Y como el príncipe mirase en torno, sin ver ninguna silla, Alicia le dió +ejemplo dejándose caer en un montón de cojines. Miguel se sentó de igual +modo junto á una mesilla de nácar del tamaño de un taburete. Sobre ella, +una lámpara de pantalla obscura esparcía su redondel de luz suave. El +príncipe empezó á sentirse agitado por una cólera sorda al pensar en su +noche malograda. + +--Tú habrás comido así muchas veces--continuó ella--. Has viajado más +que yo. Debes conocer esta decoración. + +Sí; conocía esta «decoración» con toda autenticidad, y por eso no le +placía volver á encontrarla imitada. Además, ¡obligarlo á comer en el +suelo en plena Avenida del Bosque!... _¡Snob!_ + +Pero al poco rato fué modificando su opinión. Indudablemente, merecía +este nombre; pero su snobismo era ya algo habitual que había acabado por +formar en ella una segunda existencia. Adivinó en los menores detalles +que todo esto no había sido preparado para él, que Alicia vivía y comía +cuando estaba sola lo mismo que en el presente, dominada por un deseo de +diferenciarse de los demás hasta cuando nadie podía observarla. + +Un doméstico de color de cobre sucio y caídos bigotes, con _smoking_ +negro, una tela blanca arrollada á las piernas lo mismo que una falda y +una enorme cabellera de mujer sostenida por un peine de concha, era el +encargado de servir la comida. Este asiático fué colocando sobre el +suelo enormes bandejas que contenían los manjares: unas de plata antigua +repujada á martillo, otras de laca multicolor ó de materias +semitransparentes que imitaban la esmeralda, el topacio y el lacre rojo. + +Miguel se imaginó la locura de un gran maestro de cocina que en pleno +delirio dispusiera el orden de un banquete. No había un solo plato que +recordase el armónico curso de una comida ordinaria. El paladar influía +en la imaginación, evocando recuerdos de remotos viajes, visiones de +países antitéticos. Las confituras exóticas alternaban con los platos +calientes: las pastelerías aderezadas con violentos perfumes eran +servidas al mismo tiempo que ciertas salsas agrias, picantes ó de +intensa amargura. + +Alicia estaba casi tendida en los cojines, mirando los platos con +inapetencia, y sólo avanzaba un brazo perezoso sobre los manjares más +raros y de sabor ardiente, demostrando la honda perversión de su +paladar. Ella misma se encargaba de ir llenando el vaso del convidado +con una bebida de su invención, á base de champaña, que anestesiaba la +boca con arañazos de frescura y de cauterio y hacía subir á las fosas +nasales un perfume de flores raras y especias asiáticas. + +Hablando de la difunta princesa, acabó por mencionar á su propia madre. +Vivían las dos en abierta hostilidad. Sus ojos tomaron un brillo +agresivo al recordar á doña Mercedes confinada en los Campos Elíseos +con su corte de sotanas y mostrándose en público únicamente para la +organización de obras devotas. ¡Quería matar de hambre á su única +hija!... Y como Miguel sonriese ante este grito colérico, ella explicó +sus quejas. + +--No me da casi nada; una miseria: medio millón. Y yo tengo que entregar +á mi marido doscientos mil francos por año: una querida algo cara, que +evito ver. Tú eres verdaderamente rico, hijo mío, y no comprendes estas +cosas... Como toda la fortuna es de ella, me sitia por hambre y guarda +su dinero para derrocharlo con los curas... ¡Pobre señora! No puede +encontrar ya otros admiradores que ese monseñor y otros igualmente +pedigüeños... Y yo, que soy su hija, la suplico como una mendiga para +que me dé unas migajas con acompañamiento de sermones... ¡Ay, si no +hubiese sido por tu madre! Esa sí que era una gran señora: nunca le +lloré en vano; hasta me daba más que yo pedía. Tú sabes indudablemente +que le debo algún dinero. Un poco... No sé cuánto... ¿De veras que no lo +sabes?... Yo te lo pagaré cuando herede. + +Y con una franqueza brutal exteriorizó su pensamiento: + +--¡Cuándo me dejara en paz esa beata!... Los viejos deberían ceder su +puesto á los jóvenes. ¿Qué placer pueden encontrar en seguir viviendo? + +Habían terminado de comer. Ella siguió llenando los vasos de los dos con +aquella bebida. Al principio repugnaba á Miguel, pero había acabado por +seducirle con su frescura olorosa que perturbaba dulcemente los +sentidos, como si su embriaguez fuese de perfumes. + +--Tú fumarás indudablemente la pipa--dijo Alicia con sencillez. + +El hizo un gesto negativo y recordó el olor que había asaltado su olfato +al entrar allí. Sabía qué «pipa» era ésta, y extendió su mirada por el +estudio. En algún rincón oculto debía estar el fumadero. + +--¡Un hombre como tú!--continuó ella--. ¡Un navegante!... ¡Y yo que me +había hecho la ilusión de que fumaríamos juntos! + +Hasta dió á entender que la esperanza de proporcionarle este goce +perseguido era la causa principal de su invitación. Se resignó al +enterarse de que el vigoroso príncipe sufría náuseas cada vez que +intentaba saborear esta depravación asiática. Y mientras él encendía un +habano, Alicia sacó de una caja de plata los cigarrillos que fumaba en +presencia de los «no iniciados»: tabaco oriental, pero bien rociado de +opio. + +De pronto tuvo Miguel la certeza de algo que había presentido desde que +entró allí, ó mejor aún, desde que se cruzaron sus miradas en el +cementerio. La vió medio incorporada en sus almohadones, con un +encogimiento felino, como si fuese á saltar sobre él. Era el ímpetu +reconcentrado de la bestia hermosa y segura de su fuerza que no puede +esperar ni conoce el disimulo. Se había quedado con la tacita de café +olvidada en una mano, mirándole fijamente. La punta de azul eléctrico +danzante en sus pupilas la conocía Lubimoff. Era la mirada de oferta de +los silencios femeninos, la invitación á la violencia, á la toma de +posesión, que tantas veces había encontrado ante su paso de millonario +vencedor. + +Necesitaba hablar cuanto antes para romper el maleficio mudo de esta +hermosa bruja, que, convencida de su triunfo final, le enviaba sonriendo +las bocanadas de humo de su cigarrillo. Y Miguel aludió á la fama +amorosa de ella, al gran número de amantes que le atribuían, como si con +esto pudiera crear una honda separación entre los dos. + +--¡Ah! ¿tú también?...--dijo Alicia, riendo con una expresión varonil--. +Supongo que tu moral no es la de mamá, y que no irás á sermonearme por +mi conducta. Aunque, en realidad, mamá no me censura por lo que hago. Lo +que la indigna es mi falta de miedo al qué dirán, y algunas veces el +origen obscuro de los hombres en que pongo mis ojos. ¡Pobre señora! Si +yo tuviera relaciones con un rey ó un príncipe heredero, tal vez +permitiría que nos viéramos en su casa, y hasta su monseñor montaría la +guardia. + +Pasó un rato silenciosa, con los ojos inquietantes fijos en Miguel. + +--Bueno; he tenido muchos hombres. ¿Y tú? ¿Crees que no conozco tus +vagabundeos por el planeta en busca de mujeres inéditas y sensaciones +nuevas?... Los dos hemos hecho lo mismo; sólo que yo no he necesitado +correr tanto mundo para saber lo mismo que tú sabes... Y no tendrás la +pretensión de imaginarte, como ciertos hombres, que nuestros casos no +son exactamente comparables por pertenecer yo á otro sexo. + +El príncipe la escuchó silenciosamente exponer sus ideas. Amaba mucho la +vida, y á cambio de este amor reclamaba de ella todo cuanto pudiera +darle... Otras mujeres sentían preocupaciones de orden material: el +ansia de riqueza, la conquista del lujo, los apuros de familia... Ella +lo poseía todo; ninguna inquietud entenebrecía su mañana; ni siquiera la +de su belleza, sostenida por una salud magnífica y que parecía crecer +con la edad y el abuso de sus fuerzas. Y en esta existencia de vanidades +satisfechas hasta el hartazgo, sólo una cosa le interesaba, por su +variedad infinita, por sus fases, que parecían repetirse monótonas, pero +en realidad eran distintas para los inteligentes de exquisito paladeo: +el amor. + +--Compréndeme, Miguel; no te rías en tus adentros. Me conoces demasiado +para imaginar que yo puedo creer en el amor como la mayoría de los +mujeres. Sé que es necesario un poco de ilusión para sazonar su +materialidad; todos ponemos en él un poco de mentira, para gozar de esa +mentira aunque sepamos que lo es: pero en el fondo, yo me río del amor +tal como lo entiende el mundo, así como me río de tantas otras cosas +veneradas por las gentes... Yo no quiero enamorados; quiero admiradores. +No busco inspirar amor; me place más la adoración. + +Estaba orgullosa de su belleza. Habló de Venus como de un personaje +real. Admiraba su serenidad olímpica dándose á los dioses y á los +hombres, sin dejar de ser superior aun en el momento en que sufría el +despotismo del sexo asaltante. Ella se consideraba como una +superbelleza, más allá de los vulgares límites del vicio y la virtud, +una obra de arte viviente, y el arte no es moral ni inmoral, pues le +basta con ser hermoso. + +--Poetas, pintores y músicos buscan entregarse al mayor número de +admiradores; se esfuerzan por engrandecer el círculo del deseo público; +procuran, con una coquetería femenil, atraer nuevos solicitantes. Yo soy +como ellos. No necesito crear belleza, pues, según dicen, la llevo en mí +misma; mi obra soy yo; pero amo la gloria, necesito la admiración, y por +eso me doy generosamente, satisfecha de la felicidad que proporciono, +pero sin dejarme dominar por aquellos que busco, conservando mi público +á mis pies. + +Miguel pensó que por la vida de esta mujer debían haber pasado varios +artistas. Se notaba en sus palabras, en las imágenes con que pretendía +expresar el entusiasmo por su propio cuerpo. El orgullo de su belleza +era inmenso. ¿Qué valían las ambiciones perseguidas por los hombres, +comparadas con la satisfacción de verse hermosa y deseada? Unicamente la +gloria de los guerreros, de los conquistadores sanguinarios, cuyos +nombres son conocidos hasta en los lugares salvajes, podía igualarse con +el dominio universal de la mujer. + +--Para mí--continuó Alicia--, lo más hermoso y exacto que se ha escrito +es lo del «banco de los viejos». + +El príncipe hizo un gesto de extrañeza, y ella continuó. Eran los viejos +troyanos de la _Ilíada_, que protestan del largo sitio de su ciudad, de +la sangre de miles de héroes, de la miseria, todo por culpa de una +mujer... Pero pasa Helena ante el «banco de los viejos», majestuosa de +belleza, arrastrando sus túnicas de oro, y todos ellos quedan absortos +de admiración, lo mismo que si la divina Afrodita acabase de descender á +la tierra, y murmuran como una plegaria: «Bien merece lo que por ella +sufrimos. ¡Es tan hermosa!» + +--Me gusta que los hombres padezcan por mí. ¡Qué gloria si yo pudiese +ser la causa de una gran matanza, como esa abuela inmortal!... Siento un +orgullo profundo cuando noto que á mis espaldas mugen la envidia y el +despecho, lanzando todas esas murmuraciones que enfurecen á mi madre. +Sólo las personas extraordinarias levantamos tempestades... Y luego, en +los salones, los mismos personajes austeros que han hecho coro á sus +esposas y sus hijas me miran al pasar con unos ojos disimulados y +admirativos; unos enrojecen, otros se ponen pálidos. Adivino que no +tendría mas que hacer una seña á su muda admiración... Yo también tengo +mi «banco de los viejos». + +Se dió cuenta Lubimoff repentinamente de que ella, mientras hablaba, se +había ido aproximando, de almohadón en almohadón, apoyándose en los +codos. Casi estaba á sus pies, con la cabeza en alto, pretendiendo +envolverle en el efluvio magnético de su mirada ascendente y fija. +Parecía una serpiente negra y blanca estirándose poco á poco entre los +cojines; iba saliendo de ellos como si fuesen peñascos de diversos +colores. + +--El único hombre que me ha hecho pensar un poco--continuó con una voz +de susurro--, el único que me ha parecido distinto á los otros, eres +tú... No te alarmes: no es amor. No voy á invertir los términos, +haciéndote una declaración. Tal vez ha sido porque de muchachos nos +aborrecimos, porque nunca te inspiré deseos; y esto resulta tan +extraordinario en mi vida, que basta para interesarme. + +Sus manos se apoyaron en las rodillas de él como si fuera á +incorporarse. + +--Cuando nos encontramos en el cementerio, después de tantos años, me +acordé de todo lo que he oído contar de ti. Muchas mujeres que yo +conozco han sido tus amantes, y yo me dije: «¿Por qué no yo también?» +Luego pensé en los hombres que han pasado por un vida, y añadí: «¿Por +qué no él?...» + +Ahora eran los codos de Alicia los que se apoyaban en sus rodillas, y +como el príncipe estaba sentado sobre dos almohadones nada más, casi +quedaban al mismo nivel sus ojos y sus bocas. El aliento de ella, al +hablarle, se esparcía sobre su rostro como una brisa de selva asiática +susurrante bajo la luna. Las especias y las flores que saturaban el vino +parecían voltear en esta caricia flúida. + +Intentó él repelerla, pero una mano de Alicia se había posado ya en uno +de sus hombros. Se limitó á hacer con la cabeza un gesto negativo. + +--No temas--añadió ella, extremando su susurro acariciador--. Conmigo no +hay compromiso. Me dejarás cuando quieras; tal vez te deje yo antes... +Te deseo desde hace unos días: tú debes desearme como los otros... +Vivamos el momento presente como personas que conocen el secreto de la +existencia y saben lo que ésta puede darnos... Luego, si nos cansamos el +uno del otro, ¡adiós! sin rencor y sin nostalgia. + +Al recordar el príncipe de tarde en tarde esta escena, sentía cierta +molestia. Estaba seguro de haberse mostrado brutal y ridículo. El, que +con tanta facilidad realizaba el gesto de amor en sus viajes, +experimentando muchas veces una comezón de repugnancia ni pensar en sus +copartícipes, se rebeló con un pudor irritado ante los avances de la +duquesa. ¡No; con ella, nunca! Despertó en su interior la misma +antipatía que le había hecho levantar el látigo siendo adolescente. + +Se vió de pie en el centro del estudio, mirando con inquietud hacia la +puerta, murmurando estúpidas excusas. «Debo irme: es tarde. Me esperan +unos amigos...» Ella se había serenado. También estaba de pie, y le miró +con asombro é ira. + +--Tú eres el único que podías hacer esto--dijo, al despedirle, con un +acento cortante--. Ahora veo claro. Te odio como tú me odias. Mi +capricho era estúpido. Te has permitido un lujo que nadie en el mundo +podrá imitar. Si fuese más joven, te daría otro latigazo como el del +Bosque; pero á falta de él, hazte cuenta que te repito lo que dije +entonces. + +No se vieron más. + +Cuando el príncipe hubo puesto en orden todo lo concerniente á la +herencia de su madre, pensó en reanudar sus viajes, pero con mayor +suntuosidad. Ya no necesitaba pedir dinero á la princesa. Era uno de los +grandes ricos del mundo. Los hombres que estaban al frente de la +administración de sus bienes--una oficina con numerosos empleados, casi +un Ministerio de pequeño Estado--le anunciaban que los diez y seis +millones anuales de la princesa iban muy pronto á ser veinte, por el +desarrollo de los ferrocarriles rusos, que permitiría una explotación +más intensa de sus minas. + +El coronel recibió el encargo de echar abajo los muros feudales, +construyendo Villa-Sirena de acuerdo con los gustos del príncipe. Este +odiaba las resurrecciones arquitectónicas. No podía sufrir ciertos +edificios que pretenden copiar la Alhambra, los palacios de Florencia ó +las construcciones ordenadas y solemnes de Versalles, para orgullo de +sus propietarios. + +--Los muebles tendrían que ser idénticos á los de la época--decía +Miguel--y habría que vivir en esas casas lo mismo que se vivía en el +siglo que produjo el estilo, vestir y comer como en otras edades... ¡Qué +disparate la reconstrucción de uno de esos cascarones históricos para +instalarse en su interior como hombres modernos, incurriendo á cada paso +en un anacronismo!... + +Recordaba el intento de un millonario amigo suyo, miembro del instituto, +que había hecho levantar en la Costa Azul una casa romana, exactamente +romana. Los invitados á la inauguración tuvieron que dormir en camas de +correas, comieron acostados, y para sus excedencias digestivas sólo +encontraron un agujero en el suelo, lo mismo que los antiguos Césares. A +las veinticuatro horas todos fingían haber recibido telegramas +llamándoles con urgencia á París, y el mismo dueño, pasados unos meses, +dejó su casa al cuidado de un conserje para que la enseñase como un +museo. + +Miguel amaba la arquitectura presente, cuyas catedrales son las +«galerías de máquinas» y las grandes estaciones de ferrocarril. Aplicada +á la vivienda, le placía por su falta de estilo: paredes blancas, pocas +molduras, rincones semicirculares, carencia absoluta de ángulos, para +perseguir el polvo hasta en sus últimas madrigueras, amplias aberturas +que daban entrada á la brisa ó al sol, dobles muros por cuyos huecos +podía circular el aire caliente ó frío y el agua á diversas +temperaturas. + +--Hasta ahora, el hombre--afirmaba el príncipe--vivió en magníficos +estuches de arte y de porquería. Los arquitectos modernos han hecho más +en treinta años por la dulzura de vivir que hicieron en tres mil los +constructores-artistas tan admirados por la Historia. Han declarado +indispensable el cuarto de baño, que no conocían los reyes de hace un +siglo, y las aguas corrientes; han inventado la calefacción central y el +_water-closet_. Que no me hablen de los magníficos palacios de +Versalles, donde no había un solo gabinete de necesidad, y todas las +mañanas los lacayos vaciaban doscientos sillicos del rey y de los +cortesanos. Algunas veces, para terminar más pronto, arrojaban su +contenido por las majestuosas ventanas, y venía á caer sobre la litera y +el séquito de una delfina ó de un embajador. + +Toledo se dedicó á vigilar la construcción de Villa-Sirena, blanca, lisa +y sin estilo definido, con arreglo á los deseos del príncipe. Este se +encargaría de «hacer arte» cuando llegase su hora, colocando el cuadro +célebre, la estatua, el tapiz ó la alfombra allí donde diesen más placer +á sus ojos. La casa sólo debía ser una envoltura de líneas puras y +simples, en cuyos flancos estuviesen almacenados el calor ó la frescura, +según la estación, el agua pronta á correr por todas partes, la +electricidad escapando en chorros luminosos ó agitando la atmósfera con +el aleteo de la brisa. + +Le fué más fácil transformar con rapidez su vivienda errante sobre los +mares. Vendió el _Gaviota_, que le recordaba su dependencia como hijo de +familia, y fué á los Estados Unidos atraído por un anuncio. Cierto +multimillonario había empezado tres años antes la construcción de un +yate, con el deseo de que fuese superior en lujo y tonelaje á los de +todos los soberanos de Europa. Cuando veía próximo á realizarse este +triunfo de los reyes republicanos de la industria sobre los reyes +históricos del viejo mundo, el americano murió en un accidente de +automóvil y sus herederos no sabían qué hacer del tal Leviatán, que sólo +podía servir á un viajero inmensamente rico y además, en su opinión, +algo loco. Pensaban ofrecerlo al kaiser Guillermo II, resignados á +sufrir sus exigencias de aprovechado comerciante, cuando se presentó el +príncipe Lubimoff. Una semana después, la blanca popa del buque y las +dos caras de su proa ostentaban un nombre en letras de oro, repetido +además en los rollos salvavidas y en las diversas embarcaciones +secundarias, balleneras, botes á vapor, botes automóviles: _Gaviota II_. + +Tenía el tonelaje de un pequeño trasatlántico y la velocidad de un +torpedero. Por su doble chimenea se escapaba diariamente la fortuna de +un hombre. Su presencia en ciertos archipiélagos lejanos dejaba limpios +los depósitos de carbón. Un vapor de carga alquilado por el príncipe +salía al encuentro del _Gaviota II_ en los mares más remotos para llenar +sus bodegas de combustible. + +Puertos tranquilos se iluminaron por la noche como si hubiese salido el +sol. El príncipe Lubimoff daba una fiesta á bordo, y su buque se +dibujaba, desde la línea de flotación hasta los topes, ribeteado de +bombillas eléctricas de diversos tonos, mientras los potentes +reflectores lanzaban chorros movibles de luz, sacando de las entrañas de +la noche las olas, las playas, el caserío de la ciudad. Otras veces, el +fuego blanco de sus ojos monstruosos resbalaba sobre muros de hielo que +se perdían en las altas tinieblas, y los pingüinos, las focas y los osos +polares interrumpían su sueño, asustados por este monstruo luminoso y +jadeante que partía como un relámpago el misterio de la noche. + +Ser dueño del movible palacio que al anclar frente á las ciudades hacía +correr á las muchedumbres como un espectáculo raro no era suficiente +para Miguel Fedor. Y creó algo más interesante aún que los salones +lujosos y las refinadas comodidades del _Gaviota II_: su orquesta. + +La sensualidad de la música era para él la más preciosa de las +emociones. Con el oído harto de música suculenta, buscaba autores +ignorados y muchas veces extravagantes que excitaban su curiosidad; pero +siempre volvía á exigir como platos fuertes de estos banquetes auditivos +los maestros de sus primeras adoraciones, y entre todos ellos, +Beethoven. + +Tratados como si fuesen oficiales, retribuídos á su placer y con el +aliciente de visitar una gran parte de la tierra, se presentaban músicos +de todos los países solicitando su ingreso en la orquesta del yate. +Concertistas de fama y jóvenes compositores entraron en ella como +simples ejecutantes. Unos estaban enfermos, y buscaban su salud en un +viaje alrededor del mundo con verdadero lujo y sin dispendios; otros se +embarcaban por amor á las aventuras, por ver gentes nuevas desde este +alcázar flotante, donde todo parecía organizado para una eterna fiesta. +Nunca eran menos de cincuenta. + +«Mi orquesta es la primera del mundo», contestaba con orgullo el +príncipe cuando le cumplimentaban sus invitados; pero sólo de tarde en +tarde, estando en los puertos, permitía que la gente de tierra viese á +sus músicos. + +En las noches tibias del trópico, bajo una luna enorme de color de miel +que convertía el mar en planicie de azogue, los ejecutantes, vestidos de +frac y sentados en la cubierta superior ante las filas de atriles +iluminados por lamparillas eléctricas, iban desarrollando en una +atmósfera dormida--que guardaba tal vez los primeros vagidos del +nacimiento del planeta--las melodías más originales, las combinaciones +de sonidos más refinadas que engendró el sublime delirio del artista +hecho dios. La música iba quedando detrás del buque, en el misterio +oceánico, como una cinta que se estira, se rompe y se pierde en +fragmentos lo mismo que el humo de las chimeneas. Durante las pausas de +la orquesta surgía el sordo y lejano rodar de las hélices levantando un +zumbido de espumas; luego, de tarde en tarde, el lento badajeo de la +campana anunciando el paso del tiempo, ó el grito del vigía acurrucado +en el «nido» del palo mayor, revelando su vigilancia con una melopea +igual á la del muecín en lo alto de su minarete. Y esta música monótona +del mar comunicaba una sensación de noche y de inmensidad á la música de +los hombres. + +Al pie de las escaleras ó en los salientes de las cubiertas inferiores +se agrupaban los oficiales y los empleados del príncipe para oir el +nocturno concierto. En la proa, la marinería, puesta en cuclillas, +escuchaba con el religioso silencio de los hombres simples ante algo que +no comprenden, pero que les infunde respeto. Arriba no había más oyente +que Miguel Fedor, lejos de los músicos, de espaldas á ellos, mirando á +sus pies las aguas espumosas y partidas que escapaban como un doble río +á lo largo del buque, llevándose á la boca el cigarro, que hacía surgir +por un momento de la sombra, coloreado de rojo, su rostro pensativo. + +El yate guardaba otra corporación más silenciosa. Los que conseguían +subir á él en los puertos siempre alcanzaban á distinguir de lejos +alguna dama con zapatos blancos, falda azul, chaqueta cruzada con +botones de oro, corbata y cuello masculinos, gorra de oficial. Nadie +sabía con certeza cuántas eran. Los hombres de la tripulación tenían +vedado el acceso á los departamentos centrales del buque y su cubierta +superior. Algunos, al contravenir por descuido la orden, se habían +encontrado con las compañeras del príncipe más ligeras de ropa que +cuando llevaban su elegante uniforme marino, ó con trajes ricos y +exóticos, como figurantas de baile. En los grandes puertos saltaban á +tierra por unas horas estas tripulantes misteriosas, vestidas con +discreta elegancia y expresándose en diversos idiomas. + +Cuando el _Gaviota II_ tornaba á anclar en una bahía visitada el año +anterior, los curiosos encontraban completamente renovado este harén +errante. Algunas veces llegaban á reconocer á una ó dos de las damas, +pero tenían la expresión melancólica y paciente de la odalisca venida á +menos, que se considera contenta en el lujo y el olvido. + +Miguel Fedor cortaba algunos años sus viajes, durante el verano, para +instalarse en las playas de moda. Las mujeres de las largas travesías +quedaban á bordo con todas los comodidades y despilfarros á que estaban +acostumbradas. Otras veces las despedía como se licencia á una +tripulación al desarmar un buque, finalizada su campaña. + +Le interesaban de pronto las mujeres de vida sedentaria, la sociedad de +tierra firme, los intrigas veraniegas en los balnearios célebres, y +permanecía en un hotel costero, mientras su yate se balanceaba +gallardamente sobre las aguas azules como un palacio de misterios y +suntuosidades, hacia el que convergían todas las imaginaciones +femeninas. + +Viviendo en Biarritz intimó con Atilio Castro al descubrir que eran +parientes por el general Saldaña. El español admiró la fascinación que +ejercía el príncipe sobre todas las mujeres, muchas veces sin desearlo. + +Jamás en ninguna época había sentido la hembra más afición al lujo ni +menos escrúpulos para conseguirlo. Esta era la opinión de Castro. Las +grandes ostentaciones, que en otros siglos sólo estaban al alcance de +contadas familias, pertenecían ahora á todo el mundo. Sólo se necesitaba +dinero para poseerlas. Además, había que tener en cuenta los adelantos +materiales del tiempo presente, que hacen la vida más cómoda, pero +aumentan nuestros deseos... + +--El automóvil y el collar de perlas llevan hechas más víctimas que las +guerras de Napoleón--decía Atilio. + +Eran estas dos cosas como el uniforme de gala de la mujer, y las que +carecían de ellas se juzgaban infelices y maltratadas por la suerte. Su +doble imagen turbaba las ilusiones de las vírgenes y la fidelidad de las +esposas. Las madres burguesas, con el gesto melancólico de la que ha +malgastado torpemente su existencia, aconsejaban á las hijas: «Para +casaros que sea con automóvil y collar de perlas.» Y más allá del +matrimonio modesto se prolongaba este deseo, robustecido por el consejo +maternal. El lujo, sea como sea; el lujo democratizado, al alcance de +todos, conseguido por el dinero, que no tiene sabor, ni olor, ni marca +de origen. + +--Tú eres el omnipotente que puede dar el «auto» de buena marca y la +sarta de perlas--continuaba Castro--. Tú eres el sultán de las +magnificencias. Te basta poner tu firma en un cheque para que una lluvia +de oro doble una cabeza. ¡Aprovéchate! Tu época te ha preparado el +camino. + +Y el príncipe, que no necesitaba tales consejos, seguía su marcha de +vencedor por un mundo en el que se desvanecían á su paso las virtudes +más acreditadas. Hasta las resistencias sinceras acabaron por parecerle +útiles malicias para retrasar la caída, aumentando el deseo y su precio. +Los millones llegados de Rusia se esparcían y desmenuzaban sosteniendo +el bienestar y la ostentación de muchas casas, fomentando la elegancia +de numerosas señoras, sirviendo de alimento á las industrias del lujo. +Algunas damas se sentían interesadas verdaderamente por la persona de +Miguel Fedor á causa del prestigio misterioso de sus viajes en un buque +del que se hablaba como de un palacio encantado, á causa también de sus +aventuras con mujeres célebres del teatro ó del gran mundo, que le +hacían mas deseable. Pero una vez satisfechas su vanidad y su +imaginación, dejaban hablar al egoísmo. «¿Por qué he de ser yo menos +egoísta que las otras?...» + +No necesitaban de astucias y circunloquios para formular su petición. +Algunas, á la segunda entrevista, se mostraban melancólicas y aludían á +las tristes realidades de la existencia. Pero el generoso príncipe se +anticipaba á sus deseos. Quería pagar á sus amantes, abrumarlas con sus +regalos, verlas como esclavas favoritas cubiertas de joyas. Así era más +fácil el rompimiento; podía alejarse cuando quisiera, satisfecho de su +conducta, sin emoción ante las quejas y las lágrimas. De sus +ascendientes rusos, medio orientales, había heredado una gran capacidad +sensual que le hacía buscar á la mujer, y al mismo tiempo un desprecio +inalterable por ella. La mimaba, pero no podía amarla; la adoraba, y se +revolvía indignado siempre que pretendía colocarse á su mismo nivel. Era +capaz de perder su fortuna por ella, de afrontar peligros de muerte, +pero apartándola á continuación con el pie si intentaba influir en su +existencia. Las ambiciosas que fingían una gran pasión con la inaudita +esperanza de un matrimonio, las sentimentales que pretendían interesarle +con refinamientos psicológicos, las que traían al adulterio sus +entusiasmos de madre y susurraban en su oído la felicidad de tener un +hijo que se le pareciese, le esperaban en vano al día siguiente. «¡Ni +grandes pasiones, ni hijos!...» El yate echaba de pronto dos chorros de +humo, llevando á su dueño á otro puerto, tal vez á otro continente: y si +quería huir de una ciudad del interior, ordenaba el enganche de su vagón +especial en el primer tren que partiese. + +Estas fugas no eran nunca sin un generoso recuerdo. La magnificencia de +Miguel Fedor continuaba existiendo para las abandonadas. Su presupuesto +se iba cargando todos los años con nuevos nombres, como el de una casa +real que distribuye pensiones á los servidores olvidados. Pero las +pensiones del príncipe Lubimoff eran para el mantenimiento del lujo y no +de la vida. Las más modestas pasaban de treinta mil francos anuales. El +tipo medio era de doble cantidad. + +--Alteza, habrá que hacer una revisión--decía el administrador. + +Miguel examinaba la lista de nombres, vacilando ante algunos. No podía +recordar bien las personas que los llevaban. Luego sonreía, paladeando +ciertas visiones despertadas en su memoria. Era inmensamente rico: ¿por +qué no mantener un lujo que era la suprema ilusión de todas ellas?... No +le ofendía que de este lujo disfrutasen sus sucesores. + +Experimentaba un orgullo de dios al hacer sentir á todas horas su +generosidad sin dejarse ver. En París, una joyería dirigida por un judío +de origen español trabajaba solamente para los regalos del príncipe. Sus +alhajas, de un valor sólido é intrínseco, sin añagazas de artífice, +tenían cierto aire de familia, algo así como un perfume imaginario que +hacía reconocerse á las mujeres que las ostentaban. A lo mejor, en un +_hall_ de hotel, á la hora del té, en un balneario elegante ó en un +baile, dos señoras que acababan de reconocerse se examinaban en silencio +las orejas ó el pecho, hasta que la más atrevida, enrojeciendo +invisiblemente bajo sus coloretes, preguntaba con sencillez: «¿Ha +conocido usted al príncipe Lubimoff?...» + +Atilio Castro admiraba á su pariente, más que por su riqueza y sus +éxitos, por su inalterable salud. + +--¡Qué cosaco!... Es un legítimo heredero del protegido de Catalina. + +Sin embargo, muchas veces escapaba el yate mar afuera, emprendiendo +largos viajes, sin que su dueño se viese forzado á huir de una pasión +complicada y peligrosa. Se alejaba de sí mismo, de sus excesos de +tierra, de su imaginación perversa y curiosa, que le hacía buscar y +tentar á nuevas mujeres, perturbando su tranquilidad, sin que +experimentase un verdadero deseo. Emprendía los más extraordinarios +viajes, buscando la paz del mar y su atmósfera reconfortante, la +orquesta iba con él; pero el harén quedaba en tierra. Había dado la +vuelta al planeta siguiendo la ruta más corta; luego repitió esta +circunnavegación por dos veces, pero en zigzag, queriendo conocer todas +las costas de la tierra. Ahora emprendía viajes caprichosos; navegaba de +un hemisferio á otro por el placer de visitar una pequeña isla que +había visto descrita en los libros, una de esas islas perdidas en el +Pacífico, y tan exiguas, que aparecen en las cartas como un simple punto +á continuación de su largo nombre trazado sobre la superficie pintada de +azul. + +A la vuelta de una de estas excursiones, que le hacían correr el mundo +como si fuese su propiedad, recibió por el telégrafo sin hilo la noticia +de que Alemania acababa de declarar la guerra á Rusia y á Francia. + +No experimentó gran extrañeza. Conocía personalmente á Guillermo II. El +era la causa de que el príncipe Lubimoff evitase navegar en verano por +las costas de Noruega. + +Al año siguiente de la adquisición del _Gaviota II_ se había tropezado +en dichos parajes con el yate imperial. El kaiser, como un vecino +entremetido y omnisciente, vino á verle para curiosear en su buque, +examinándolo todo, dando consejos, pasando revista á los hombres y á las +cosas, disertando sobre las máquinas é interrumpiéndose para aconsejar +variaciones en el uniforme de la tripulación. Después de un almuerzo en +su propio yate y un _lunch_ en el del emperador, el príncipe Miguel +quedó harto de esta inesperada amistad. El Lohengrin con casco de +aletas, capa blanca y las dos manos en la empuñadura del sable resultaba +menos insufrible que este señor de enhiestos bigotes y dientes de lobo +vestido de marino, que reía con una risa falsa y brutal y desempeñaba el +papel de hombre sencillo, de monarca sin ceremonias, cuando encontraba +en el mar á un multimillonario de América ó de Europa. El dinero +inspiraba una gran veneración al héroe de leyenda, al místico nutrido +con sublimidades. Nunca había participado Miguel del entusiasmo que el +emperador alemán inspiraba á los _snobs_. Sonreía ante sus gustos +escénicos, sus bravatas guerreras y sus ambiciones cerebrales que +intentaban abarcarlo todo. + +--Es un comediante--dijo al recibir la noticia de la guerra--, un +comediante que al sentirse viejo va á hacer llorar al mundo... ¡Y que la +suerte de los hombres dependa de él!... + +Miguel Fedor se consideraba aparte de los hombres. Lamentó la guerra +como algo terrible para los demás, pero que no podía influir en su +propia suerte. Ya que Europa había caído en una demencia sanguinaria, él +seguiría navegando por los mares lejanos. Gracias á su riqueza, podía +mantenerse al margen de la lucha. + +Pero los tiempos cambiaban rápidamente; la vida era otra: todos los +valores habían perdido su antiguo aprecio. El _Gaviota II_, á pesar de +su bandera rusa, se vió detenido por los torpederos ingleses, que lo +sometieron á una minuciosa inspección, no comprendiendo que se navegase +por gusto cuando todos los mares estaban convertidos en un campo de +batalla. A la altura de las Azores tuvo que forzar sus máquinas para +librarse de un corsario alemán. + +Además, escaseaba el carbón. Los depósitos esparcidos en las costas lo +guardaban para los buques de guerra. Noticias importantes llegaban con +frecuencia al yate por el telégrafo sin hilo desde el lejano París, +donde estaba el primer apoderado del príncipe. Se había roto la +comunicación entre él y las administraciones de la fortuna Lubimoff +establecidas en Rusia. No llegaba dinero de allá, y los Bancos de París, +con las cajas cerradas por el _moratorium_, facilitaban secretamente +dinero á un millonario como el príncipe, pero no tanto como exigían sus +necesidades. + +El yate fué á amarrarse en el puerto de Mónaco, y Miguel Fedor, al +llegar á París, casi rió como en presencia de un cambio grotesco de las +leyes naturales. ¡El heredero de los Lubimoff necesitando dinero y +teniendo que esforzarse por adquirirlo, lo que no había hecho en toda su +existencia; solicitando adelantos horriblemente usurarios con la +garantía de sus lejanas y famosas riquezas, que por primera vez eran +menospreciadas!... + +Cuando se restablecieron las comunicaciones de un modo intermitente +entre la Europa occidental y la Rusia casi aislada, el administrador +mostró un gesto desesperado, la recaudación había descendido un ochenta +por ciento. + +--Según eso, ¿voy á ser pobre?--preguntaba Lubimoff, riendo: tan +inverosímil y disparatada le parecía la noticia. + +Resultaba muy difícil enviar dinero á París, y el valor de los rublos +descendía vertiginosamente. Los millones pasaban á ser en Francia +simples centenas de mil. La movilización militar había dejado las minas +sin brazos; los productos no obtenían salida; los _mujiks_, viendo sus +hijos en el ejército, se negaban á pagar y hasta á trabajar. El gobierno +ruso, para que el dinero quedase en el país, limitaba los envíos +monetarios á los compatriotas residentes en el extranjero. + +--¡El zar sometiéndome á una pensión!--decía asombrado el príncipe--. +¡Mil ó dos mil francos al mes!... ¡Qué absurdo! + +Ya no reía. Su cólera contra la corte rusa, que se había ido aglomerando +de un modo inconsciente desde su lejana expulsión de Petersburgo, +estalló ahora á impulsos del egoísmo. El zar y sus consejeros, deseosos +de rusificar toda la Europa oriental, eran los culpables de la guerra. +Bien podían haberse mantenido en paz con Alemania. ¿Por qué turbar la +tranquilidad del mundo á causa de un pequeño pueblo balkánico?... + +Se burló fríamente de algunos amigos que, siguiendo rutas extraviadas á +través de Europa y de los mares glaciales, volvían á Rusia para +recuperar sus antiguos puestos en el ejército. El no quería morir por el +zar. Le importaba poco que su país fuese gobernado por alemanes. Hasta +en ciertos momentos lo juzgaba preferible, siempre que la paz se +restableciese rápidamente, permitiéndole disfrutar otra vez de sus +riquezas y reanudar la vida de meses antes, que ahora le parecía á medio +siglo de distancia. + +Los dos años siguientes transcurrieron para Lubimoff como en una +pesadilla. ¿Qué mundo era éste?... Sus antiguas amistades desaparecían. +Algunas de las mujeres frívolas que habían amenizado su existencia +contemplaban los acontecimientos con una tranquilidad inconsciente; pero +otras se mostraban abnegadas y heroicas, olvidando sus actos anteriores, +sintiendo formarse dentro de ellas un alma nueva. + +El príncipe se vió arrastrado por los sucesos de un modo brusco. Una +fuerza misteriosa é irresistible le empujaba, le hacía perder el +equilibrio en lo más alto de aquella vida tan dulce, tan amplia, +coronada de un halo de gloria. Después rodó solo, por su propia inercia, +y cada escalón le reservaba un golpe más fuerte, una sorpresa más +dolorosa. ¿Hasta dónde llegaría en su derrumbamiento?... ¿Qué podría +encontrar al final de esta caída ilógica?... + +Las entrevistas con su administrador de París le parecieron algo que +transcurría en otro planeta, sometido á leyes absurdas. Estas +conferencias las terminaba siempre dando la misma orden: + +--Busque usted dinero. Pida prestado... Yo soy el príncipe Lubimoff, y +esto no puede durar. Venzan unos ó venzan otros (me da lo mismo), el +orden se restablecerá, y yo pagaré inmediatamente á mis acreedores. + +Pero el administrador le contestaba con un gesto de desaliento. +¿Encontrar dinero sobre bienes que estaban en Rusia?... Valiéndose del +antiguo prestigio del príncipe, había podido realizar varios +empréstitos; mas transcurría el tiempo y los intereses enormes iban +acumulándose. Lubimoff, á pesar de haber simplificado sus gastos y +suprimido sus pensiones, necesitaba mucho dinero para vivir. + +La caída del zarismo fué una esperanza para este magnate que odiaba al +gobierno imperial. «Con la República se acelerará el fin de la guerra y +volveremos al buen orden.» Su egoísmo le hacia concebir una República +preocupada, ante todo, de devolver sus riquezas á los seres dichosos por +su nacimiento. Los delgados hilillos de su fortuna que aún llegaban con +intermitencias hasta París se cortaron de pronto: la fuente de su +riqueza estaba seca. El desmoronamiento de todo un mundo había cegado su +boca, tal vez para siempre. + +--Hay que vender, Alteza--decía el administrador--; hay que desprenderse +de todo lo superfluo. Liquidemos á tiempo. ¡Quién sabe hasta cuándo +durará lo presente! + +El yate estaba inmóvil en el puerto de Mónaco. Casi toda su tripulación, +compuesta de italianos, franceses é ingleses, lo había abandonado para +ir á servir en las flotas de sus naciones. Sólo unos cuantos españoles +continuaban á bordo, para mantener la limpieza del buque. + +El _Gaviota II_ fué rebautizado por el Almirantazgo inglés antes de +cederlo á la Cruz Roja. Miguel Fedor, al firmar la escritura de venta, +creyó que abdicaba de todo su pasado. El prestigio novelesco de su +existencia iba á desvanecerse; el palacio de las _Mil y una noches_ se +convertía en un hospital... ¡Qué mundo! + +Los millones ingleses le proporcionaron un año de tranquilidad. Su +administrador pagó deudas enormes, y él pudo mantenerse en París sin +hacer economías; en un París que terminaba su tercer año de guerra con +inexplicable confianza, reanudando sus placeres, como si todo peligro +hubiese pasado. Sus amores con dos grandes señoras cuyos maridos habían +sido llamados á las armas--aunque no estaban en el frente--le hicieron +pasar unos meses en Biarritz, en la Costa Azul y en Aix-les-Bains. + +Turbó su apoderado estas delicias. Siempre repetía el mismo consejo: +«Hay que vender.» La fortuna del príncipe era ya un barco viejo y sin +rumbo. El administrador había cegado las antiguas brechas con el +producto de la última venta, pero advertía á cada momento nuevas vías de +agua. + +Miguel Fedor acabó por acostumbrarse á la desgracia, acogiéndola con +serenidad. + +La venta del palacio construído por su madre le produjo menos emoción +que la del yate. + +Un cambio se inició al mismo tiempo en sus deseos. Se sintió fatigado de +las empresas sensuales, que parecían ser la única finalidad de su +existencia. Aquel vigor siempre fresco y renovado que asombraba á Castro +se derrumbó de pronto. Pero esto obedecía á una preocupación, más que al +desgaste físico. + +Se consideraba pobre, y él estaba acostumbrado á pagar regiamente sus +amores. No pudiendo recompensar á la mujer con el lujo, huiría de ella, +para no ser su deudor y someterse á sus caprichos. Prefería domar al +deseo á dejar de satisfacerlo con la grandeza de un señor oriental. +Además, ¡estaba tan cansado del amor y de todo lo agradable que puede +encontrar un hombre sobre la tierra!... + +Pensó en su amigo Atilio, en el coronel, en Villa-Sirena, blanca é +irisada por el sol del Mediterráneo, entre olivos y cipreses. + +--El diluvio cae sobre el mundo. Tal vez las antiguas tierras vuelvan á +emerger; tal vez queden sumergidas para siempre... Vamos á esperar, +refugiados en nuestra Arca. + + + + +IV + + +Después de pasear una mirada de satisfacción por la enorme masa de +Villa-Sirena, sus dependencias y las arboledas inmediatas, el coronel +dijo á Novoa: + +--Aquí costó menos lo que se ve que lo que no se ve. Hay mucho dinero +enterrado. + +Y volviendo la espalda al edificio, don Marcos señaló los jardines que +se extendían en diversos planos, unos casi al nivel de los techos de la +«villa», otros escalonándose en descenso hasta cerca de las olas. + +Recordaba el promontorio tal como era cuando la difunta princesa tuvo la +humorada de adquirirlo: un antiguo refugio de piratas; una lengua de +rocas batidas y desordenadas en los días de viento mistral, con +profundas cuevas abiertas por el oleaje roedor, que hacían desmoronarse +las tierras superiores y amenazaban fraccionar su longitud en una cadena +de isletas y escollos. + +--¡Las murallas que hemos levantado!--continuó--. ¡La piedra que hemos +metido aquí!... Basta para cercar á toda una ciudad. + +Había muros de más de veinte metros que descendían en suave pendiente +desde los jardines al mar. En unos lugares, estos muros tenían como +cimiento visible las rocas que emergían como verdosas cabezas, lavadas +incesantemente por las espumas; en otros, bajaban hasta perderse en la +profundidad acuática, lo mismo que los diques de los puertos, cubriendo +las antiguas oquedades del promontorio, las cuevas, las caletas en +formación, todos los ángulos entrantes que habían sido rellenados con +tierra vegetal. + +Estos trabajos enormes de albañilería eran el orgullo de Toledo por su +costo y su grandeza. Llamaba la atención de su compatriota sobre las +proporciones de las murallas, dignas de un monarca de la antigüedad. + +--Y no sólo son fuertes--continuó--. Fíjese, profesor: todas son +«artísticas». + +Los bloques de piedra habían sido cortados en grandes exágonos +regulares, y formaban, incrustados unos en otros, un mosaico uniforme, +marcándose cada pieza por su reborde de cemento. A trechos se abrían en +los muros largas aspilleras para que la tierra expeliese su humedad; +pero cada una de estas ventanas cegadas tenía una planta silvestre, una +planta de vida dura y acre perfume, que se esparcía con la +indestructible voluntad de vivir del parasitismo, derramándose muro +abajo, cubierta de flores la mayor parte del año. Las espesas arboledas +de la cima, los interminables balaustres blancos con arcos de clemátides +color de vino, parecían chorrear una vida inferior florida y verde por +estos desgarrones de las murallas, enviándola al mar. + +--Cuando vea esto desde abajo, en una barca, lo apreciará usted mejor. +El señor de Castro dice que se acuerda de la reina Semíramis y de los +jardines colgantes de Babilonia... Son comparaciones que sólo se le +ocurren á él. Lo único que yo puedo decir es lo que ha costado todo +esto. ¡La piedra que ha habido que traer! Toda una cantera. ¡Y las +barcazas de tierra vegetal para rellenar los huecos, nivelar el suelo y +hacer un jardín decente!... + +Le entusiasmaban los parterres modernos en torno del edificio y entre +éste y la verja lindante con el camino de Mentón, por su armonía +elegante, por las reglas majestuosas á que estaban sometidos árboles y +plantas. El entendía así los jardines, como todas las cosas de la +existencia: mucho orden, respeto á las jerarquías, cada uno en su sitio, +sin ambiciones que producen confusión. Pero temía exponer sus gustos de +«hombre rancio», acordándose de las burlas del príncipe y de Castro. +Estos preferían el parque, lo que el coronel llamaba en sus adentros el +«jardín salvaje». + +Habían aprovechado los vetustos olivos existentes en el promontorio como +base de este parque. Eran árboles que no podían ser llamados viejos, por +resaltar mezquina é insuficiente esta denominación; eran simplemente +antiguos, sin edad visible, con un aire de inmutable eternidad que los +hacía contemporáneos de las rocas y de las olas. Más que árboles +parecían ruinas, muros de leña negra deformados y derrumbados por una +tormenta, montones de madera encorvada y ahuecada por el chamuscamiento +de un incendio extinguido. También en ellos era más importante lo +invisible que lo expuesto á la luz. Sus raíces, gruesas como troncos, +desaparecían serpenteando en la tierra roja para volver á surgir treinta +ó cuarenta metros más allá. Habían muerto por un lado y resucitaban +vigorosamente por el otro. Lo que quinientos años antes era tronco +aparecía ahora como un muñón negro en forma de mesa, cortado por el +hacha ó el rayo; y la raíz, á flor de tierra, florecía á su vez, +convirtiéndose en árbol, para continuar una existencia sin límites +visibles, en la que los siglos se contaban como años. Otros olivos +tenían el corazón roído, vaciado; sostenían simplemente la mitad de su +coraza de corteza, como una torre partida por una explosión; pero en lo +alto ostentaban su inverosímil cabellera vegetal, unos puñados de hojas +plateadas á lo largo de las ramas sinuosas y negras. A sus pies, la +madera de las raíces, que parecía guardar en sus nudos las primeras +savias del planeta, abarcaba un radio mucho más grande que el ocupado +por el ramaje en el espacio. Algunos olivos que sólo contaban +trescientos ó cuatrocientos años se erguían con una arrogancia de +juventud, frondosos y exuberantes, tendiendo sobre el suelo su sombra +ligera, inquieta, casi diáfana, una sombra de cristal empolvado que +cambiaba de sitio según el capricho del viento. + +--Su Alteza dice que hay olivos aquí que fueron conocidos por los +romanos. ¿Lo cree usted, profesor? ¿Algún árbol de éstos será del tiempo +de Jesucristo?... + +Ante la indecisión de Novoa, continuó sus explicaciones. Caminaban, +entre muros de vegetación recortada, hacia el final del parque. + +--Mire usted: el jardín griego. + +Era una avenida de laureles y cipreses, con bancos curvos de mármol, y +teniendo por fondo una columnata en semicírculo. + +--A mí me hubiese gustado plantar palmeras, muchas palmeras, de Africa, +del Japón y del Brasil, como las que hay en los jardines del Casino. +Pero el príncipe y don Atilio las aborrecen. Dicen que son un +anacronismo, que jamás han existido en esta tierra, y las han importado +los ricos de gustos ordinarios que edifican desde hace cincuenta años en +la Costa Azul. Ellos sólo admiten el antiguo jardín provenzal ó +italiano, olivos, laureles y cipreses, pero no cipreses como los de +España, copudos, enormes y fúnebres, para adorno de calvarios y +cementerios. Mírelos usted: son ligeros y finos como plumas. Para que no +los tumbe el viento hay que plantar dos ó tres juntos, y forman un solo +penacho. + +Habían llegado al fondo del parque, donde estaban los olivos más +frondosos. Marchaban por senderos abiertos á través de altas masas de +vegetación silvestre y olorosa que podía desafiar con su savia brava el +ambiente marítimo cargado de sal. Eran plantas de hoja dura que +exhalaban perfumes exóticos é intensos. Novoa, al aspirarlos, evocó +lejanas visiones geográficas. Un olor de incienso y de arroz sazonado +con _karri_ flotaba sobre este jardín selvático. De un árbol á otro se +tendían una especie de lianas. Estas guirnaldas naturales habían +empezado á florecer en pleno invierno, bajo el soplo de una primavera +precoz, destacándose con una magnificencia de fiesta galante sobre el +verde severo y pálido de los olivos. + +--Don Atilio dice que todo esto le hace pensar en una sinfonía de +Mozart. + +El Mediterráneo estaba á sus pies, profundamente azul, peinándose con +lentos cabeceos en una fila de escollos puntiagudos que sacaban de sus +hilos acuáticos borbollones de espuma. Se bifurcaba el promontorio aquí, +formando los dos brazos de una horquilla desigual. El más corto era una +prolongación del parque, llevando aguas adentro la magnífica arboleda +que abullonaba su dorso. El otro descendía hasta el mar como un caos de +rocas y tierras sueltas, sin más que algunos pinos retorcidos que se +aferraban al suelo, empeñados tenazmente en prolongar su agonía. La +miseria y el abandono de esta lengua de tierra arrancaban una mueca +dolorosa al coronel cada vez que tendía su vista por encima del muro +divisorio. La punta ruinosa, mordida por el mar, con cuevas que +amenazaban convertirse en estrechos, sin entrada fija, aislada de tierra +firme por los jardines de Villa-Sirena y defendida por una pared hostil, +representación inexpugnable del derecho de propiedad, era para don +Marcos un motivo de indignación y de escándalo. + +Sin duda por esto le volvió la espalda, dirigiendo sus miradas más allá +del peñón en que está asentada Mónaco. + +--Eso es hermoso, profesor: uno de los panoramas más dulces que existen. +Por algo viene aquí la gente de todos los extremos de la tierra. + +Fijó su vista en unas montañas de color violeta que avanzaban sobre el +mar en último término, como el final de un mundo. Eran las llamadas +Montañas de los Moros, con la punta del Esterel, una desviación de los +Alpes Marítimos, un sistema montañoso aparte, que se mete aguas adentro. +Al otro lado existía un pedazo de la llamada Costa Azul que empieza en +Tolón y Hyères; pero este fragmento no interesaba al coronel. Lo que él +veía, con su imaginación mas que con los ojos, recorriéndolo á vuelo de +pájaro, era la verdadera Costa Azul, la suya, la de las gentes bien +nacidas y ricas, á las que visitaba en sus «villas» elegantes ó en los +hoteles de gran precio. + +Los Alpes Marítimos formaban una muralla paralela al mar. En algunos +lugares descendía rápidamente sobre el Mediterráneo, con el ligero +declive de un baluarte, sin ninguna alteración que disimulase su +derrumbe. En otros puntos su caída era más suave, creando un oleaje de +piedra, montañas filiales que avanzaban sobre las olas, dibujando cabos +y suaves golfos. Y en estos remansos marítimos, desde el Esterel á la +frontera de Italia, las gentes ricas y friolentas llegadas todos los +inviernos habían acabado por convertir en capitales de fama mundial +adormiladas ciudades de provincia. Las aldeas de pescadores se +transformaban en pueblos elegantes; los grandes hoteles de París y +Londres edificaban sucursales enormes en las desiertas bahías; las +tiendas más lujosas del bulevar instalaban su filial en villorrios donde +algunos años antes todo el mundo andaba descalzo. + +Toledo recorría con el pensamiento la ondulante línea de localidades +célebres asomándose al mar en la punta de los promontorios ó +encogiéndose en la herradura de los pequeños golfos para recibir mejor +la refracción del sol invernal enviada por las murallas rojas de los +Alpes: Cannes, que le inspiraba respeto por su silenciosa +distinción--los tísicos y los valetudinarios ilustres sólo querían morir +allí--; Antibes, con su puerto cuadrado y sus baluartes, que, según +Atilio Castro, recordaba las marinas románticas pintadas por Vernet; +Niza, la capital adonde convergía toda la gente para gastar su dinero, +remedando la vida de París; la profunda bahía de Villafranca, refugio de +acorazados; el Cap-Ferrat y su hermosa excrecencia de la punta de San +Hospicio, antiguo refugio de piratas africanos: Beaulieu, con sus +palacetes tunecinos habitados por multimillonarios norteamericanos de +mesa siempre abierta, que habían invitado á almorzar muchas veces al +coronel; Eze, el villorrio feudal agarrado tenazmente á una ladera de +los Alpes y cayéndose en ruinas en torno de su cariado castillo, +mientras abajo forman los tránsfugas un nuevo pueblo al borde del golfo +que sus antecesores llamaban orgullosamente el Mar de Eze; Cap-d'Ail, +que es como el atrio del principado inmediato; la roca de Mónaco, +llevando sobre su lomo una ciudad amurallada; enfrente, el flamante +Monte-Carlo; más allá, el Cap-Martin, de sombría vegetación, cerrado y +señorial, último asilo de reyes destronados; y finalmente, tocando á +Italia, el dulce Mentón, dominio de los ingleses, otro lugar de enfermos +distinguidos, donde debe terminar sus días todo tísico que se respeta. + +--¡El dinero que se ha gastado aquí!--dijo don Marcos. + +El ferrocarril de la Cornisa había sido considerado cincuenta años antes +como una obra extraordinaria, al abrirse paso en esta región de +montañas; pero la misma obra se repetía ahora en todas direcciones, para +comodidad de los invernantes. Caminos de suaves curvas, limpios y firmes +como el piso de un salón, se extendían por el borde del mar ó ascendían +á las cumbres de los Alpes, pasando de cresta en cresta por viaductos de +atrevidos arcos. Las carreteras se sumían en largos túneles. Donde la +roca vertical no permitía abrir una cornisa, el constructor la inventaba +con taludes de muchos metros cuya base se perdía en las olas. + +Una nueva ilusión había venido á agregarse á todas las que pueden +realizar los felices de la tierra. ¡Poseer una casa en la Costa Azul!... +Y en cincuenta años, todos los caprichos arquitectónicos, todas las +fantasías de los ricos que desean asombrar con su ostentosidad, cubrían +esta ribera del Mediterráneo de «villas» y palacetes griegos, árabes, +persas, venecianos, toscanos y de otros estilos conocidos ó +indescifrables. La palmera se aclimataba como algo indígena. + +--Se han invertido enormes fortunas; se han arruinado tres generaciones +y enriquecido otras tantas. ¡Pensar lo que era esto hace un siglo!... +¡Ver lo que es ahora!... + +Habló el coronel de la tumba de una inglesa completamente abandonada en +la punta extrema del Cap-Ferrat. Era una precursora de los invernantes +actuales, una joven contemporánea de Lord Byron, seducida por la belleza +del Mediterráneo y de unas montañas sin caminos, casi inexploradas. Al +morir, la habían enterrado en el promontorio desierto, por ser +protestante. Los pescadores y los cultivadores de esta costa solitaria +repelían al extranjero, negándole hospitalidad hasta en sus cementerios. + +--Esto ocurrió aún no hace un siglo... ¡Y qué pobreza! Todos los +productos del país eran naranjas cortezudas, limones y estos olivares, +muy hermosos, muy decorativos, pero que producen una aceituna +pequeñísima, puntiaguda, toda hueso. ¡Al lado de las nuestras de +Andalucía, profesor!... Ahora hay en la Costa Azul millonarios hijos del +país, que no han hecho mas que vender los pobres campos de sus abuelos. +La tierra roja abundante en piedras se compra á metros hasta en los +rincones más desiertos: lo mismo que los solares de las grandes +ciudades. A lo mejor, en un camino, le gusta á usted una casucha con +unos cuantos terruños en torno de ella. El edificio tiene la techumbre +combada y las paredes con grietas, por las que pasa el viento. Los +dueños duermen con las gallinas, el cerdo y el caballo: la miseria y el +descuido de los rústicos en casi todos los países. Se le ocurre á usted +que con poco dinero podría crearse allí un retiro campestre. Estas +buenas gentes no deben pedir mucho, por exageradas que sean sus +pretensiones. Y cuando uno pregunta, después de largas consultas y +dudas, acaban por decir con tranquilidad: «Ciento cincuenta mil francos» +ó «doscientos mil». A la protesta y el asombro responden, señalando las +montañas, el sol, el mar: «¿Y la vista, señor?...» + +La tierra roja de Los Alpes representaba poco por su fuerza productora; +era la situación lo que constituía su valor. Y los naturales se habían +enriquecido vendiendo á metros la luz del sol, el azul del Mediterráneo, +el anaranjado de las montañas, las nubes de apoteosis á la hora del +ocaso, el abrigo de la lejana roca, que desvía como un biombo el soplo +helado del mistral. + +--¡Y la tenacidad inexplicable de algunas de estas gentes!... + +Don Marcos se volvió hacia aquella tierra miserable que parecía clavada +como una maldición en los jardines de Villa-Sirena, señalándosela á +Novoa. La princesa Lubimoff, con todos sus millones, no había podido +comprar esta punta del promontorio. Era de un matrimonio viejo y sin +hijos. + +--Aquella es su casa--añadió señalando una especie de cubo amarillento +en mitad de la montaña, al borde de un camino que cortaba la ladera roja +y negra. + +La princesa, después de adquirir el promontorio para su castillo +medioeval, había considerado como asunto insignificante la adquisición +de este pequeño extremo de su propiedad. «Deles usted lo que pidan», +dijo á su hombre de negocios. Y á pesar de su indiferencia por el +dinero, se asombró al saber que se negaban á aceptar doscientos +cincuenta mil francos por unas rocas socavadas por las olas y dos +docenas de pinos moribundos. + +--Yo presencié las entrevistas con los viejos. El enviado de la princesa +ofreció quinientos mil, seiscientos mil, sin que el matrimonio pareciera +enterarse de lo que representaban estas cifras... La princesa se +impacientó, lamentando que esto no ocurriese en Rusia y en sus buenos +tiempos. Hasta habló de encargar á Italia un asesino (como lo había +leído en algunas novelas) para que la desembarazase de los dos viejos +testarudos. Su Alteza era así... ¡Pero tan buena! Al fin, un día nos dió +una orden á gritos: «¡Ofrézcanles un millón, y acabemos!...» Imagínese, +profesor, ¡más de dos mil francos por metro! ¡como en el centro de las +grandes capitales!... Subimos á su casucha. Ni pestañearon al oir la +cifra. La vieja, que era la más inteligente, dejó que el apoderado y el +notario de Su Alteza le explicasen lo que era un millón. Miró á su +marido largamente, á pesar de que ella sola pensaba en la casa, y al fin +aceptó, pero con la condición de que la princesa elevaría en la punta +extrema de su propiedad una capilla á la Virgen. Era un deseo de su +imaginación simple que había acariciado toda su vida. Sin la capilla no +aceptaba el millón. «¡Vaya por la capilla!», dijimos. El día de la firma +de la escritura vimos á los dos viejos, sentados juntos y con la vista +baja, en el despacho del notario. Este nos recibió agitando las manos y +mirando á lo alto con desesperación. No aceptaban: era inútil insistir. +Querían conservar las cosas como las habían recibido de sus antecesores. +«¡Qué vamos á hacer con un millón!--gimió la vieja--. ¡Terrible vida la +nuestra!» Intentamos hablar de la capilla para convencerla, pero huyeron +los dos, como el que se ve en perversa compañía y teme malas +proposiciones. + +El coronel miró otra vez el muro divisorio. + +--Su Alteza, que era de humor guerrero, levantó inmediatamente esta +pared antes de abrir los cimientos de la «villa». Como usted puede ver +desde aquí, los viejos, para entrar en su propiedad, sólo podían hacerlo +por el borde de la playa, y en días de tormenta hay que meterse en las +olas hasta las rodillas. No importa; después de aquello le tomaron más +gusto á su tierra, y descendían de su montaña todos los domingos para +sentarse al pie de la pared. A fuerza de medir la punta, acabaron por +descubrir un error del arquitecto, aturdido por las prisas de la +princesa. Se había equivocado en cincuenta centímetros, y la mitad del +grosor del muro estaba en tierra de los viejos. La campesina, que +experimentaba ante las gentes de justicia un miedo supersticioso, +amenazó, sin embargo, con un pleito, aunque tuviera que vender su +casucha y su campo de la montaña. Hubo que derribar todo el muro y +volver á construirlo medio metro más acá. Unos sesenta mil francos +perdidos; nada para Su Alteza, pero yo sospecho á veces si esto pudo +acelerar su muerte. + +Don Marcos creyó necesario hacer una pausa respetuosa en honor de la +difunta. + +--La vieja también ha muerto--continuó--, y su marido sólo viene aquí de +tarde en tarde. Si encuentra que uno de sus pinos se ha venido abajo por +el movimiento de las tierras, se sienta junto á él, lo mismo que si +velase á un cadáver. Otras veces pasa las horas mirando el mar y los +peñascos, como si calculase lo que tardarán las olas en partir á trozos +su propiedad. Una tarde, yendo á pie de La Turbie á Roquebrune, tropecé +con él cerca de su casucha, cuando estaba apacentando unas ovejas. Tiene +barbas de patriarca; siempre lo he visto lo mismo, apoyado en su bastón, +una boina mugrienta en la cabeza y envuelto en un capote áspero. Además, +lleva una pipa entre los dientes; pero rara vez humea... «El millón está +esperando--le dije por bromear--. Cuando usted quiera puede venir á +recogerlo.» No pareció entenderme. Me sonreía como á alguien que se +recuerda con vaguedad, pero tal vez creyéndome, otro. Fijaba sus ojos en +Monte-Carlo, que estaba á nuestros pies, á vista de pájaro. Así debe +pasar las horas y las semanas. Su cara es de palo, de arcilla cocida; +habla poco, y nadie puede adivinar sus impresiones. Pero yo creo que +todos los días experimenta la renovación de idéntico asombro, y que +morirá sin salir de él. Ve el mar que es siempre lo mismo, las montañas +eternamente iguales, la casa que construyeron sus abuelos y que ya era +vieja cuando él nació, los olivos, los peñascos... ¡pero esa ciudad que +ha surgido, siendo ya él hombre, de una meseta cubierta de matorrales, +horadada de cuevas, y que cada año se agranda con nuevos hoteles, con +nuevas calles, con más cúpulas y torrecillas!... + +El coronel olvidó repentinamente al viejo campesino. Al lado de su +compatriota Novoa se sentía locuaz, se imaginaba pensar con más vigor y +amplitud, á consecuencia de este comercio con un sabio. Además, +experimentaba cierto orgullo al poder hablar, como antiguo habitante del +país, de muchas cosas que ignoraba el recién llegado. + +--Esto ha sido casi de nosotros--continuó, señalando el castillo de +Mónaco--. Durante siglo y medio, esa fortaleza ha tenido una guarnición +española. Nuestro gran Carlos V--y el viejo legitimista puso un profundo +respeto en su voz al evocar este nombre--ha dormido allí... Y también +allí. + +Volviéndose, señaló en la montaña, encima del Cap-Martin, el pueblo de +Roquebrune aglomerado en torno de su castillo ruinoso. + +--El archivero del príncipe de Mónaco estudia las numerosas cartas que +posee de nuestro gran emperador dirigidas á los Grimaldi. Cuando los +historiadores del principado quieren hacer constar la indiscutible +independencia de este pedazo de tierra, evocan como orígenes los +tratados firmados en Burgos, Tordesillas y Madrid. + +Resucitaba con breves palabras la historia de este pequeño Estado nacido +en torno de un pequeño puerto. Los navegantes semitas le daban el nombre +de Melkar (el Hércules fenicio), y dicho nombre se convertía poco á poco +en el actual de Mónaco. Los güelfos y gibelinos de Génova se disputaban +el dominio de su castillo, hasta que un Grimaldi disfrazado de monje +entraba por sorpresa en su recinto, abriendo las puertas á sus amigos y +haciendo para siempre del antiguo Puerto Hércules una propiedad de su +familia. + +--Ese fraile, espada en mano--continuó don Marcos--, es el que figura á +ambos lados del escudo de Mónaco. Después, la historia de los Grimaldi +fué semejante á la de todos las familias soberanas de aquellos tiempos. +Hicieron la guerra á los vecinos, se pelearon entre ellos, y hasta hubo +hermano que asesinó á su hermano... Los navegantes de Mónaco se +dedicaron á corsarios, y su bandera sirvió á veces para dar personalidad +á piratas de otros países... La alianza de los Grimaldi con España les +permitió titularse príncipes. Hasta entonces sólo habían sido marqueses. +Carlos V les llamaba en sus cartas «amados primos», con otros títulos +honoríficos... Este peñón era de gran importancia para los monarcas de +España, que tenían posesiones en Italia y necesitaban conservar seguro +el camino. Los reyes de Francia ambicionaban, por su parte, suprimir el +obstáculo, atrayéndose á los Grimaldi. Durante ciento cincuenta años hay +que reconocer que se mantuvieron fieles á sus compromisos, y eso que +desde Madrid sólo de tarde en tarde les enviaban los subsidios +prometidos. Dos galeras monegascas figuraban siempre en las armadas de +España... Sólo cuando la decadencia de los Austrias empezó á hacernos +perder nuestra influencia europea nos abandonaron los Grimaldi, con la +precipitación del que huye de una casa que se viene abajo. Richelieu +hacía en aquellos momentos la grandeza de Francia, y se fueron con él. +Una noche de relámpagos y truenos, cuando la guarnición, compuesta en su +mayor parte de italianos al servicio de España, dormía sin cuidado, la +sorprendieron, la desarmaron, después de matar á algunos que pretendían +resistirse, y acabaron por enviarla cortésmente al virrey español de +Milán con la noticia de que la alianza quedaba rota para siempre. + +Los príncipes de Mónaco, feudatarios de Francia, vivían después en +Versalles, haciendo oficio de cortesanos ó sirviendo en los ejércitos +del rey. La Revolución los perseguía, como á todos los monarcas, +guillotinando á una hermosa dama de la familia. Napoleón los había +tenido como edecanes un su séquito militar, y la larga paz del siglo XIX +les hacía volver á instalarse en su exiguo principado. + +--¡Eran tan pobres!--siguió diciendo Toledo--. Tenían que mantener el +boato de una corte, pues en los Estados pequeños, donde se vive como en +familia, resulta preciso exagerar la etiqueta para que el príncipe sea +respetado. Había que sufragar los mismos gastos de una nación grande, +justicia, administración, hasta un ejército diminuto para la seguridad +interior, y todo el principado no producía mas que limones y olivas... +Mire usted si eran pobres y si se verían apurados, no sabiendo de dónde +sacar recursos, que bajo el reinado de Florestán I, abuelo del príncipe +actual, hubo un intento de revolución por haber decretado el soberano +que toda la oliva del país sólo podía molerse en los molinos de su +propiedad. + +Después, bajo Carlos III, aún resultaba más angustiosa la situación. El +principado se disolvía. Los dos pueblos Mentón y Roquebrune, +dependientes de Mónaco, se emancipaban de él, entusiasmados por la +revolución italiana, incorporándose á la monarquía de los Saboyas. Poco +después, al adquirir Napoleón III el antiguo condado de Niza, se hacían +franceses. Y Mónaco quedaba aislado dentro de Francia, con su soberanía +bien reconocida; pero la tal soberanía no abarcaba mas que una ciudad +única en la meseta de un peñón, un pequeño puerto y unos alrededores +cubiertos de plantas parásitas: casi el terreno que recorre un burgués +pacífico en su paseo después del almuerzo. ¿Cómo iba á sostenerse el +minúsculo Estado?... + +--El juego lo salvó. No crea usted, como algunos, que esto fué una +iniciativa del soberano de Mónaco. Muchos príncipes alemanes habían +apelado á la misma industria para el sostenimiento de sus dominios. Es +una invención germánica. Mas el juego á orillas del Mediterráneo, bajo +un sol invernal que rara vez se muestra infiel, resulta otra cosa que en +un Estado del centro de Europa... Al principio no marchó el negocio. +Establecieron un miserable Casino en el Mónaco viejo, frente al palacio, +en lo que hoy es cuartel de los carabineros del príncipe. Los «puntos» +eran muy contados. Había que venir en diligencia por lo alto de los +Alpes, siguiendo la antigua vía romana, y descender desde La Turbie por +caminos como barrancos. Se necesitaban verdaderos deseos de jugar. +Luego, el Casino bajó al puerto, donde hoy está el barrio de La +Condamine: igual fracaso. Los arrendatarios del juego quebraban, sin +poder cumplir sus compromisos con el príncipe... Pero se abrió el +ferrocarril de la Cornisa, quedando Mónaco en el camino de París á +Italia, y todos los jugadores, todos los desocupados del mundo, +afluyeron aquí en pocos años... ¡Qué transformación! + +El coronel volvió á acordarse del viejo campesino que, apacentando sus +ovejas en la ladera alpina, pasaba las horas con los ojos fijos en la +maravillosa ciudad extendida á sus pies, en el mismo lugar que había +visto de joven cubierto de matorrales. + +--Entonces nació Monte-Carlo. Frente al peñón de Mónaco, formando la +otra ribera del puerto, había una meseta abandonada. No hace de esto mas +que unos sesenta años. Aún quedan diseminados un los jardines de la +plaza, entre los árboles tropicales, algunos pobres olivos de aquel +tiempo, que han sido respetados como recuerdos de la época de miseria. +Donde hoy vemos el Casino, los grandes hoteles y las casas de té más +elegantes, existían cavernas de la época prehistórica, que en tiempos +menos remotos sirvieron también de guaridas de ladrones. Esta meseta +salvaje era apodada, por sus grutas, «Las Espeluncas». Algo de lo que ha +visto usted en el Museo Antropológico de Mónaco: hachas de piedra, +restos humanos, etc., procede de esas cavernas... Y la meseta abandonada +se convirtió, en una docena de años, en la gran ciudad de Monte-Carlo, +de fama mundial, dejando obscurecido y casi olvidado en el peñón de +enfrente al histórico Mónaco, que no es ya mas que uno de sus arrabales. +Ha crecido tanto este Monte-Carlo, que se extiende de una punta á otra +del principado: todo el suelo nacional está bajo techo, y cada año se +desborda fuera de las fronteras. En territorio francés se llama +Beausoleil. No hay mas que atravesar la plaza del Casino, sus jardines +en pendiente, y subir una escalinata hasta el llamado bulevar del Norte, +para encontrarse con uno de los espectáculos más raros de Europa. Una +acera es del príncipe de Mónaco y la de enfrente de la República +francesa. Los tenderos pagan distintas contribuciones y obedecen á +distintos reglamentos, según tienen sus escaparates á la derecha ó á la +izquierda. + +Toledo quedó pensativo un momento. + +--¡Los milagros de la ruleta!--continuó--. ¡El poder mágico del «negro» +y el «rojo»! El Casino dicen que es un portento de mal gusto, pero +chorrea oro como una iglesia rica. Su teatro estrena óperas que después +se hacen célebres en el mundo. Los hoteles, innumerables, son palacios. +Monte-Carlo está erizado de cúpulas y torrecillas lo mismo que una +ciudad oriental. Las calles parecen salones, con un pavimento +escrupulosamente cuidado, sin la más leve suciedad. ¿Y los jardines?... +Los Alpes forman aquí una magnífica mampara: vivimos en un agujero +asoleado, casi un invernáculo. Pero á veces sopla el mistral, hace frío, +y yo no comprendo cómo pueden vivir tan lozanos, tan frescos, todos esos +árboles tropicales, todas esas plantas que nacieron en atmósferas de +horno. Los pobres olivos veteranos deben sentir tanto asombro como yo al +verse en semejante compañía... ¡El guano poderoso del «treinta y +cuarenta»! Tengo la certeza de que, si el juego cesase, toda esa +vegetación tropical se disolvería inmediatamente como un ensueño. + +El silencioso Novoa acogió con una sonrisa estas palabras. + +--¡Y qué transformación en las gentes!--continuó el coronel--. Fíjese en +el público del domingo: todos señores, todos igualmente bien vestidos. +Las niñas del país copian lo que ven á las mundanas elegantes, y +¡figúrese usted si vienen aquí mujeres de esa clase!... No se ve un +mendigo ni un haraposo. Nacer aquí significa algo: da la certeza de +tener la vida asegurada. El Casino cuida de todos; nunca falta un puesto +para un hijo del país en las salas de juego, en los jardines, en el +teatro; y cuando no, en la policía, en las oficinas administrativas, en +lo que depende del príncipe, y es pagado igualmente con dinero de la +Sociedad. Llegar á «jefe de mesa» es el mariscalato de un monegasco. +Puede ganar hasta mil francos al mes y además las propinas: lo que tal +vez no ganará usted nunca, profesor. Y acaba construyendo su «villa» en +lo alto de Beausoleil, donde cuida su jardín viendo á sus pies el +Casino, la casa de la buena madre... Todos comen, con tal que sepan +callar y no se mezclen en lo que no les importa. Un viejo cochero que me +sirve algunas veces se atrevió á ser franco una noche, porque estaba +algo borracho. Su mujer lleva treinta y tantos años en los +_water-closets_ del Casino (sección de señoras), sus hijas trabajan en +la limpieza, sus hijos están empleados en el teatro. Todos cobran. Los +viejos tienen su jubilación, los enfermos perciben un socorro, viudas y +huérfanos cobran pensiones por el empleado muerto. «Esto es un gran +país, señor--me decía el cochero--; el mejor del mundo. Aquí todos +viven, siempre que sepan ser discretos y no tengan mala cabeza...» Y +discretos lo son todos. Además, se vigilan entre ellos y tienen miedo á +que los denuncie su mejor amigo si hablan del escándalo último ó de un +suicidio de jugador. Para el extranjero, ninguno de ellos sabe nada. + +--¿Y cuando alguien habla?--preguntó Novoa--. ¿Y si alguna es de mala +cabeza? + +--Lo destierran. Este es un despotismo paternal que no se atreve á +mayores castigos. La policía del príncipe le hace atravesar media calle +y lo pone en la acera francesa... No se ría usted: esta pena es cruel. +Los desterrados de otros países acaban por acostumbrarse á su desgracia, +porque viven lejos y sólo ven á su patria con el pensamiento, pero el de +aquí casi puede tocarla con la mano: no tiene mas que atravesar el ancho +de una calle. Como todo está en pendiente, contempla su casa unos +cuantos tejados más allá. De la chimenea sale el humo del almuerzo, y él +no puede ir á sentarse á su mesa; la familia está en las ventanas, y +tiene que hablarla por señas. Además, y esto es lo peor, ve cómo los +demás que fueron prudentes siguen su vida dulce á la sombra del Casino, +y el tiene que buscar una nueva profesión, un trabajo mas duro... Tan +intolerable resulta este martirio, que acaba por huir á una ciudad +lejana, para que transcurran unos cuantos años y le perdonen. + +Don Marcos volvió á hacer el elogio de Monte-Carlo. Las gentes que +perdían su dinero en el Casino guardaban un mal recuerdo; pero ¿dónde +encontrar una ciudad más tranquila, plácida y limpia, con su temperatura +primaveral en pleno invierno?... + +--Todo el mundo pasa por aquí: mucho pillo, pero también se ven gentes +ilustres y puede uno gozar de una sociedad distinguida.... Yo apenas +juego, y por esto aprecio la hermosura del país. Es más: siento á veces +la satisfacción del que disfruta gratis las cosas; y cuando contemplo +los paseos hermosos, cuando asisto á los conciertos y á las óperas y +gozo la dulce paz de una ciudad en la que no hay miseria ni +revolucionarios desesperados, me digo: «Esto lo pagan los jugadores y yo +lo disfruto. Ellos pierden para que yo viva bien.» + +Mientras Novoa sonreía otra vez, el coronel insistió en su admiración. + +--¡Parece imposible que la ruleta haga tantos milagros!... Y sólo +podemos hablar de lo que esta á la vista. El juego ha costeado ese +puerto de La Condamine tan bonito: un puerto de yates, con sus muelles +elegantes que son paseos. Debe haber intervenido igualmente en la +restauración del castillo de los príncipes. Hasta contribuye al fomento +de la vida espiritual y al prestigio de la religión. Antes de la ruleta +no había mas que simples curas en Mónaco; desde que triunfó el Casino +existe un obispo y canónigos, y se ha levantado una hermosa catedral +bizantina que sólo necesita, según dice Castro, que el tiempo la +ennegrezca un poco. La misa de los domingos figura entre las grandes +diversiones del principado. Los diarios de Niza publican el programa de +lo que cantará la capilla junto con el programa del concierto en el +Casino: canto llano de los maestros mas célebres, de Palestina ó de +nuestro Vitoria... + +Novoa le interrumpió: + +--Hay, además, el Museo Oceanográfico. El solo basta para justificar y +purificar todo el dinero procedente del Casino. + +Dijo esto con la voz dulce y el gesto algo desmayado que lo eran +habituales, pero había en sus palabras la firmeza mística del creyente. + +El coronel asintió. El Museo que entusiasmaba al profesor era obra del +príncipe soberano; y él sentía un profundo respeto por «Alberto», como +le llamaba familiarmente. Había sido oficial en la Armada española; +había navegado como teniente de navío por las costas de Cuba; elogiaba +en sus libros á los viejos marinos españoles, sus primeros maestros en +el arte de navegar. ¿Qué más para que lo venerase don Marcos?... + +--Siempre que asiste á una ceremonia en su principado viste el uniforme +de almirante español... Y es un hombre de ciencia: eso lo sabe usted +mejor que yo... + +Dejó hablar á Novoa. Tres cuartas partes del planeta estaban cubiertas +por los mares, y la humanidad había permanecido siglos y siglos sin +deseos de conocer la misteriosa vida oculta en el abismo de las aguas. +Los navegantes, al deslizarse por su superficie, iban guiados por la +rutina ó por experiencias fragmentarias, sin llegar á abarcar las leyes +fijas y regulares de las corrientes de la atmósfera y las corrientes +marinas. La ciencia, que lleva realizados tantos descubrimientos en solo +un siglo de existencia, se detenía desalentada ante las orillas del +Océano. Los sabios, en sus laboratorios, sólo necesitaban para sus +trabajos aparatos fáciles de adquirir; ¡pero estudiar los mares, vivir +en ellos años y años!... Para esto era preciso disponer de buques, +fabricar un material costoso y nuevo, mandar hombres, gastar millones, +errar pacientemente por los desiertos oceánicos, sin ambición, sin +prisa, esperando que el «gran azul» librase sus secretos casualmente; +exponer muchísimo para conseguir muy poco. Sólo un soberano, un rey, +podía hacer esto; y el antiguo oficial de la marina española, llegado á +príncipe, lo había hecho. + +--Gracias á él--prosiguió Novoa--, la oceanografía, que apenas era nada, +aparece hoy como un estudio serio. Sus yates han sido laboratorios +flotantes, cruceros de la ciencia, que poco á poco han realizado las +primeras conquistas de la profundidad. Con sus flotadores errantes ha +afirmado de un modo cierto los viajes circulares de las corrientes +atlánticas; con sus sondajes minuciosos reveló los misterios de la vida +submarina en los diversos pisos de la masa oceánica. Los sabios han +podido navegar y estudiar sin apremios de economía gracias á él. Por su +munificencia se han publicado hermosos libros, se han abierto museos, se +han hecho excavaciones en la tierra que aclaran el origen del hombre. + +--Y todo eso--interrumpió el coronel, persistiendo en su anterior +admiración--con dinero del Casino. El juego costea los cruceros +científicos, el carbón y el personal de las lejanas expediciones, la +impresión de libros y revistas, las subvenciones á los jóvenes que +desean perfeccionar sus estudios, el Instituto Oceanográfico de París, +el Museo Oceanográfico de Mónaco donde usted trabaja, el Museo +Antropológico... Y hay que contar que todo esto no es mas que una +propina que abandonan los accionistas... ¡Lo que produce ese palacio que +muchos encuentran horrible!... + +--Nada importa la procedencia de las cosas cuando resultan útiles--dijo +el profesor con dureza--. Nadie pregunta á los gobiernos, al recibir su +ayuda para una obra benéfica, cuál es el origen del dinero. Muchas veces +lo han extraído con más crueldad y violencia que lo sacan en este lugar, +adonde todos acuden voluntariamente. Bueno es que el dinero de los +ambiciosos, de los ilusos, de los que sienten un vacío en su vida que no +saben cómo llenar, sirva por primera vez para algo grande y humano. +Fíjese en lo que lleva hecho por la ciencia en pocos años este príncipe +de un Estado minúsculo. ¡Si los grandes emperadores dedicasen á empresas +semejantes la inmensa fuerza de que disponen! ¡Si Guillermo hubiese +hecho lo mismo, en vez de preparar la guerra toda su vida!... ¡Lo que +tendría adelantado la humanidad! + +El coronel, por considerarse hombre de guerra, sólo admitió á medias +estas palabras del profesor. La espada, la gloria militar, eran algo: el +mundo resultaría feo sin ellas... Pero se calló, no atreviéndose á +turbar el entusiasmo de su amigo. + +--Todos los pecados de un lado se redimen al otro. + +Novoa, al decir esto, señalaba la masa del Casino irguiendo sus cúpulas +y torrecillas policromas sobre la meseta de Monte-Carlo. Luego su índice +trazaba una raya en el aire pasando por encima del puerto, é iba á +apuntar sobre la eminencia de la izquierda, ó sea el peñón de Mónaco, un +edificio cuadrado y enorme que descendía sus muros hasta las olas, un +palacio nuevo, cuya piedra guardaba aún la blancura de la estearina en +esta atmósfera pocas veces rayada por la lluvia: el Museo Oceanográfico. + +Don Marcos sonrió ante este contraste. + +--Lo mismo que don Atilio. Cada vez que contempla desde aquí el +panorama, se fija en esos dos palacios separados por la boca del puerto +y que ocupan los dos promontorios. Dice que el uno justifica al otro, y +añade que son... ¿cómo dice él? ¿una antítesis?... No: es otra cosa. + +A través de los árboles llegó desde Villa-Sirena el mugido metálico de +un _gong_ llamando á los huéspedes, esparcidos en el parque ú ocultos +todavía en sus habitaciones. El coronel lo escuchó con placer. «El +almuerzo.» + +Lanzó una última mirada á los dos enormes edificios, el uno erizado de +remates agudos y multicolor, el otro cuadrado y de una blancura +uniforme. Entre ambos promontorios, á ras del agua, venían á encontrarse +las dos escolleras nuevas que cerraban el puerto, con dos torrecillas +octógonas que flanqueaban la boca, rematadas por linternas de faro: la +una de vidrios verdes, la otra de vidrios rojos. + +El coronel se dió un golpe en la frente y sonrió á su compatriota: + +--¡Ah, sí, ya recuerdo!... Dice que el Casino y el Museo forman un +símbolo. + + * * * * * + +Quince días llevaba de existencia, sin desacuerdos ni obstáculos, +aquella asociación que Atilio había titulado de «los enemigos de la +mujer». ¡Libertad completa! Villa-Sirena era de todos, y su dueño +parecía un invitado más. + +Al levantarse Castro, bien entrada la mañana, veía en un rincón del +jardín al príncipe, despechugado y con los brazos desnudos, manejando +una azada. El complemento de la nueva vida era para él cultivar una +pequeña huerta, dándose la satisfacción de comer legumbres y oler flores +que fuesen producto de su trabajo. Este hombre que había tenido un +batallón de servidores en torno de él para las necesidades de su +existencia, deseaba ahora bastarse á sí mismo, conocer la seguridad +orgullosa del que sólo confía en sus brazos. Resultaban vanas sus +invitaciones á Castro para que imitase este ejercicio sano y provechoso, +que era al mismo tiempo una vuelta á la primitiva sencillez. + +--Gracias: no me gusta Tolstoi. Como vida simple, prefiero ésta. + +Y se tendía en el musgo, al pie de un tronco, mientras el príncipe +seguía cavando su huerta. Hablaban de los compañeros. Novoa estaba en la +biblioteca ó vagaba por el parque. Algunas mañanas tomaba el tranvía á +primera hora para ir á Mónaco y continuar sus estudios en el Museo. En +cuanto á Spadoni, nunca se levantaba antes de mediodía, y muchas veces +el coronel golpeaba su puerta para que no llegase con retraso á la mesa +del almuerzo. + +--Sólo se duerme al amanecer--dijo Atilio--. Pasa la noche consultando +sus apuntaciones sobre la marcha del juego. A veces se mete en mi cuarto +cuando estoy durmiendo, para comunicarme una de las innumerables +martingalas que acaba de descubrir, y tengo que amenazarle con una +zapatilla. Guarda en su habitación, entre los cuadernos de música, +rimeros de hojas verdes que contienen día por día todo un año de juego +en las diversas mesas del Casino... Está loco. + +Pero Castro se guardaba de añadir que muchas veces pedía prestado á +Spadoni su archivo para comprobar los propios cálculos, y á pesar de +burlarse de sus invenciones, arriesgaba sobre ellas algún dinero, por +una superstición de jugador que cree en el instinto de los inocentes. + +Después del almuerzo, los dos se apresuraban á marcharse al Casino. El +príncipe, si no asistía á un concierto, se quedaba con Novoa y el +coronel en una _loggia_ del piso alto, contemplando el mar. La guerra +había poblado esta parte del Mediterráneo. En tiempos normales era un +mar desierto y monótono, sin otros incidentes que el revuelo de las +gaviotas, los espumosos saltos de los delfines y algún que otro trapo de +barca pescadora. Los vapores y los grandes veleros apenas si se marcaban +como una pequeña sombra en el horizonte, navegando rectamente de +Marsella á Génova, sin contornear el extenso golfo de la Costa Azul. +Pero ahora el peligro submarino había obligado á la navegación comercial +á deslizarse al amparo de las costas. Casi todos los días pasaban +convoyes: vapores de carga de diversas nacionalidades pintarrajeados +como cebras para disminuir su visibilidad y escoltados por torpederos +franceses é italianos. + +Estos rosarios de buques, navegando tan cerca de la costa que podían +leerse sus títulos y distinguir á sus capitanes erguidos en el puente, +hacían hablar al príncipe y al profesor de los horrores de la guerra. + +Intervenía el coronel á veces en el diálogo, pero era para lamentarse de +los obstáculos que oponía la tal guerra á sus funciones de intendente. +Cada día resultaba más difícil su gestión. No encontraba nada que +valiese la pena de ser presentado en una mesa como la del príncipe, y +eso que los precios pagados por él le producían indignación al +compararlos con los de los tiempos de paz. ¡Y la servidumbre!... Había +hecho venir criados de España, ya que todos los del país estaban en el +ejército, pero se los sonsacaban inmediatamente los dueños de los +hoteles. Todos preferían servir en cafés ó alojamientos de continuo +tránsito, seducidos por el azar de las propinas y el roce con las +camareras de blanco delantal. + +Había improvisado un servicio de comedor con aquellos dos muchachos +italianos de Bordighera cuyas familias estaban instaladas en Mónaco. El +mayor, más avispado, se apellidaba Pistola, y trataba despóticamente á +su compañero, largándole hipócritas patadas y coscorrones en pleno +comedor cuando el coronel estaba de espaldas. Atilio, por la atracción +del consonante, había apodado Estola al compañero de Pistola, y todos en +la casa aceptaban el nombre, hasta el propio interesado. + +--¡Lo que me ha costado adecentarlos y educarlos!--gemía Toledo--. Y +ahora parece que los van á llamar de Italia para que sean soldados... +¡Más hombres á la guerra! ¡Hasta estos chicuelos, que aún no tienen la +edad!... ¿Qué haremos cuando se vayan Estola y Pistola? + +Muchas noches, á la hora de comer, sufría quebrantos la disciplina de la +comunidad. El primero que faltó fué Spadoni. Llegaba después de media +noche, diciendo que había comido con unos amigos. Otras veces no volvía; +y transcurridos varios días, se presentaba tranquilamente, como si +hubiese salido horas antes, con la serena inconsciencia de un perrillo +vagabundo. Nadie podía saber con certeza dónde había estado. El mismo lo +ignoraba. «Encontré á unos amigos...» Y en el curso de media hora, estos +amigos eran los ingleses de Niza ó una familia de Cap-Martin, como si +hubiese vivido en los dos lugares al mismo tiempo. + +Atilio también faltaba. Un compañero de juego le había enseñado en el +Casino los pequeños cartones partidos en columnas que sirven para marcar +las alternativas del «rojo» y el «negro». Varias damas extraían de sus +sacos de mano, entre el pañuelo, la caja de polvos, el lápiz para los +labios, los billetes de Banco y las fichas de diversos colores, que son +el dinero del juego, unos documentos de igual clase. Todos los textos +estaban acordes. Por la mañana y por la tarde perdían los «puntos» y +ganaba la casa; pero á partir de las ocho de la noche, una fortuna loca +sonreía á los jugadores. Las estadísticas no podían ser más claras: +imposible la duda. Y Castro renunciaba á la buena mesa de Villa-Sirena, +contentándose con un _bock_ y un emparedado en el _bar_. Luego regresaba +á media noche en un carruaje de alquiler, pagando á manos llenas al +cochero asombrado. Otras veces, de pie ante la verja, rebuscaba en su +portamonedas antes de reunir el precio de la carrera. Los hados habían +mentido. Los augures de los cartoncitos estaban á aquellas horas tan +limpios como él. + +Toledo mascullaba protestas. Este desorden le hacía lamentar una vez más +la escasez de personal. La servidumbre se levantaba tarde, á causa de +sus esperas nocturnas. Por esto el coronel sentía la satisfacción de un +gobernador de fortaleza que ve todas las poternas cerradas y siente las +llaves en su bolsillo, las noches en que no faltaba ningún compañero del +príncipe. Después de la comida escuchaban á Spadoni. Sentado ante un +gran piano de cola, hacía música á su capricho ó seguía las órdenes del +príncipe, melómano de gustos pervertidos por un excesivo refinamiento, +que sólo deseaba obras de autores extravagantes y obscuros. + +Castro, que era pianista, no podía á veces ocultar su entusiasmo ante +los prodigios de este ejecutante. + +--¡Y pensar que es un imbécil!--exclamaba con la franqueza de la +emoción--. Todas sus facultades las ha deformado y aglomerado, +concentrándolas en la música, sin dejar nada para los demás... No +importa; es un idiota... pero un idiota sublime. + +Algunas noches, Spadoni se quedaba con un codo en el teclado y la frente +en la diestra, como si la música le ensimismase, cuando, en realidad, lo +que danzaba debajo de sus melenas eran cuadrados rojos y negros, muchos +naipes y treinta y seis números formando tres filas presididas por el +cero. El príncipe, molestado por este silencio, se dirigía á Castro. + +--Cuéntanos algo de tu abuelo don Enrique. + +Este abuelo había sido casado con una tía del general Saldaña; y aunque +Atilio no alcanzó á conocerle, hablaba con frecuencia de él como de un +personaje curioso que le inspiraba cierto orgullo ó amargas ironías, +según el estado de su ánimo. Era un hombre de belicoso humor y sombríos +entusiasmos, que había acabado de dilapidar la fortuna de la familia, ya +quebrantada por los antecesores. Emparentado con un gran número de +aristócratas, terminó por negar este parentesco, como si fuese algo +vergonzoso. Los títulos de nobleza de su familia dejó que los tomasen +otros. El lema que figuraba, desde siglos en el escudo de los Castro lo +había reemplazado con uno de su invención, que resumía su vida entera: +«Mañana más revolucionario que hoy.» Durante treinta años no hubo en +España insurrección triunfante ó abortada en la que no interviniese este +caballero de gesto sombrío, quisquilloso, espadachín, que trataba á los +hombres como un déspota y estaba dispuesto á morir por la libertad del +género humano. + +--¡Un don Quijote rojo!--decía Castro. + +De niño recordaba haber jugado con su sable, fabricado en Toledo: un +arma repujada de oro, con arabescos copiados de la vieja espada del +descubridor y conquistador Alvaro de Castro, que había sido Adelantado +en las Indias. Pero en lo alto de la hoja, donde los abuelos ponían su +mote de fidelidad á Dios y al rey, él había hecho grabar «¡Viva la +República!». Sin este sable caballeresco, se negaba á tomar parte en +una revolución. Lo había llevado de Sicilia á Nápoles siguiendo á +Garibaldi para destronar á los Borbones. «Mañana más revolucionario que +hoy»; y sus compañeros le parecían de pronto unos reaccionarios, lo que +le hacía buscar nuevas doctrinas que colmasen su insaciable deseo de +destrucción y renovación. Al fin, este descendiente de Adelantados y +Virreyes acabó por ingresar en la primera «Internacional de +trabajadores». Y lo más extraordinario fué que su primitiva educación, +sus altiveces y sus acometividades paladinescas le acompañaron en esta +vida nueva, haciéndole convertir la más insignificante divergencia de +doctrina en un «asunto de honor». + +Por discusiones de comité se había batido en París con un «camarada» +obrero. Apenas cruzaron los sables, el trabajador recibió un corte en la +cabeza. + +--Es justo--dijo el herido limpiándose la sangre--. El marqués, que ha +podido aprender el manejo de las armas, debe pegarle al hijo del pueblo. + +Don Enrique palideció ante esta ironía, y por restablecer la igualdad, +por suprimir sus ventajas históricas, levantó el sable, dándose una +feroz cuchillada en el cráneo, mientras corrían los testigos á sujetarle +para que no reincidiese. + +Después de seguir por segunda vez á Garibaldi en la guerra de 1870, +batiéndose contra los prusianos en Dijón, el movimiento insurreccional +de la Commune le atrajo á París. + +--Creo que lo hicieron general--decía Atilio--. En aquella mascarada +trágica debió sufrir mucho. Lo cierto es que lo fusilaron las tropas del +gobierno y nadie sabe dónde fué enterrado. + +La admiración por este abuelo de vida novelesca se amortiguaba al pensar +en su madre. Pobre, huérfana y olvidada de sus parientes, había tenido +que casarse con un hombre que casi podía ser su padre, llevando fuera de +España la vida errabunda de las familias del cuerpo consular. Atilio +había nacido en Liorna, recibiendo el mismo nombre de su padrino, un +viejo señor italiano amigo del cónsul de España. El recuerdo de su +abuelo venía á entenebrecer de vez en cuando la existencia de su pobre +madre, resignada y devota. En Roma, los españoles de paso, todos gentes +de sanas ideas que llegaban para ver al Papa, torcían el gesto al +enterarse de su origen. «¡Ah! ¡Usted es la hija de Enrique de +Castro!...» Y ella parecía encogerse, pedir perdón con sus ojos tristes +y humildes. + +--Yo no reniego de mi abuelo--añadía Atilio--. Me hubiese gustado +conocerle. Lo único que lamento es que nos dejase tan pobres; aunque sus +antecesores ya habían hecho más que él para arruinarnos. + +Los días en que había perdido se mostraba más quejumbroso, recordando +las inmensas posesiones de los Castro de la conquista americana. + +--Hay ahora inmensas ciudades en campos que dió el rey á mis +antecesores. Uno de mis remotos abuelos apacentaba sus caballos y +construía su barraca colonial donde existen actualmente jardines, +monumentos y grandes hoteles. Eran centenares de millones de metros: á +una peseta el metro, ¡imagínate, Miguel! Sería más rico que tú, más rico +que todos los millonarios del mundo... Y no soy mas que un mendigo bien +trajeado. ¡Ira de Dios! ¿Por qué no guardaron mis abuelos sus tierras, +en vez de dedicarse á servir al rey ó al pueblo? ¿Por qué no hicieron lo +que cualquier patán que conserva religiosamente lo que le entregaron sus +antecesores?... + +Otras noches, sentados en la _loggia_, escuchaba el príncipe á Novoa +ante el nocturno espectáculo del cielo y del mar. No había más luz que +el velado resplandor que llegaba desde un salón lejano. La costa estaba +obscura. La silueta de Monte-Carlo y de Mónaco se recortaba sobre el +fondo estrellado, sin un solo punto rojo. Eran escasos los reverberos en +la ciudad, y además tenían los vidrios pintados de azul. Los farolones +de la escalinata del Casino estaban enfundados como las linternas de un +coche fúnebre. La amenaza de los submarinos alemanes mantenía á todo el +principado en la obscuridad, lo mismo que las costas de Francia. Sólo á +la entrada del puerto de Mónaco las dos torrecillas octogonales tenían +en sus cimas un faro rojo y un faro verde, que derramaban sobre las +aguas un zigzag de rubíes y otro de esmeraldas. + +En esta penumbra, puesto de pie y mirando á los astros, Novoa hablaba de +la poesía de la inmensidad, de las distancias que dan el vértigo al +cálculo humano. A Spadoni le era imposible imitar la atención del +príncipe y de Castro. ¿Qué podía importarle la llamada estrella +tricolor? Los millones de millones de leguas de que hablaba el sabio +despertaban su bostezo; y por una asociación de ideas, se dedicaba á +jugar mentalmente, suponiendo que acertaba cincuenta veces seguidas, +siempre doblando. + +Ponía una simple moneda de cinco francos--la puesta menor que admiten en +el Casino--, y á los veinticinco golpes se detenía con espanto. Había +ganado treinta y tres millones y medio de duros: más de ciento sesenta y +siete millones de francos. ¡Solamente en veinticinco minutos!... El +Casino cerraba sus puertas, declarándose en quiebra; pero esto no +conseguía sacarle de su delirio. La prodigiosa pieza de cinco francos +continuaba sobre el paño verde al lado de una montaña de dinero que +seguía creciendo y creciendo. Había que completar los cincuenta golpes, +siempre doblando. Dió cinco más en su imaginación y se detuvo. Ya había +ganado mil setenta y tres y pico de millones de duros: más de cinco mil +millones de francos. Tendrían que entregarle el principado entero de +Mónaco, y aun esto tal vez no alcanzase á cubrir la deuda. Al golpe +treinta y cinco, el simple «napoleón» se había convertido en treinta y +cuatro mil millones de duros: ciento setenta y un billones de francos. +No le iban á pagar; estaba seguro de ello. Sería necesario que se +reuniesen todas las grandes potencias de Europa, que se aliasen como +para una gran guerra, y aun así tal vez no hiciesen honor al crédito que +les presentaba el pianista Teófilo Spadoni. + +Ya no podía calcular mentalmente. A los veinte golpes tuvo que valerse +del lápiz que le servía en el Casino para marcar la marcha del juego y +de aquellos cartones divididos en columnas que facilitaban los +empleados. El dorso resultaba estrecho para sus ganancias, que se +ensanchaban, formando cantidades quiméricas. Siguió su juego triunfador. +En el golpe cuarenta se detuvo. Cinco millones de millones de francos. +Decididamente, no le podían pagar ni en Europa ni en el mundo entero. +Las naciones tendrían que ponerse en venta, el globo terráqueo saldría á +pública subasta, los hombres serían esclavos, todas las mujeres se +alquilarían para entregarle el producto de su deshonor; y aun así, sería +preciso que solicitasen un plazo de unos cuantos miles de años para +quedar bien con él, acreedor del universo, sentado en su banqueta de +pianista como sobre un trono. + +Aunque tenía la certeza de que le engañaban, de que nadie en la tierra +ni el cielo podía afianzar á la banca, siguió jugando. Sólo quedaban +diez golpes. Y cuando dió el que hacía cincuenta, tuvo un rasgo +magnánimo. Regaló con el pensamiento á los empleados del Casino los +centenares, los miles, los millones y los millones de millones. El se +quedaba simplemente con la cifra que figuraba á la cabeza de la +ganancia, y escribió en su cartoncito: + + 5.000.000.000.000.000 de francos + +¡Cinco mil billones!... Como producto de cincuenta minutos de trabajo, +no estaba mal. + +Llamó de pronto su atención el silencio con que el príncipe y Castro +escuchaban á Novoa, y fijó en éste sus ojos de visionario todavía +deslumbrados por el revoloteo áureo de la Quimera. + +También el sabio hablaba de millones de millones, de cifras que no podía +abarcar con palabras y detallaba repitiendo uno tras otro docenas de +ceros. El pianista creyó entender que profetizaba la vejez del sol +dentro de un plazo (aquí una cifra interminable), la desaparición de la +vida presente, la fuga del astro hacia una constelación remotísima, su +apagamiento y su muerte (otra cifra que infundía miedo). + +Sonrió Spadoni con desprecio. El sol, la constelación de Hércules adonde +éste se dirige, los cien mil millones de millones de años que necesita +para llegar á ella, los diez y siete millones de años que tardará en +apagarse, dejando de calentar la vida de la tierra, todos los cálculos +de este sabio, ¡miseria, pura miseria! Si él dejaba su moneda sobre la +mesa cincuenta veces más, las cifras de la astronomía iban á resultar +despreciables y ridículas al lado de una ganancia obtenida en cien +minutos. Sólo Dios podía ser su banquero, pagándole con estrellas como +si fuesen monedas; ¿y quién sabe si el mismo Dios sería capaz de +resistir el centésimo golpe de cinco francos, siempre doblando, y no +tendría que declararse en quiebra?... + +Se sumió por algún tiempo en la contemplación interna de su grandeza. Al +volver á la vida exterior, la voz de Novoa seguía sonando con cierto +misterio ante el obscuro horizonte, perforado arriba por las punzadas de +las estrellas, ondeado abajo por la fosforescencia de las olas. + +El príncipe le había impulsado á hablar del mar como regulador y origen +de la vida. El pianista se enteró de que los océanos cubren las tres +cuartas partes del globo, y como representan una fuerte mayoría sobre +los continentes, éstos viven sometidos á aquéllos, aunque se crean +superiores, como los gobiernos tienen que sufrir la influencia del +sufragio universal y acatar la fuerza de las mayorías. Todas las grandes +leyes atmosféricas se establecen, no en la reducida superficie de las +tierras, rugosa y quebrada, sino en la limpia extensión de los océanos, +que permite á las moléculas obedecer libremente á las leyes mecánicas de +los flúidos. + +Spadoni tocó en un codo á Castro. Quería comunicarle en voz baja la +inaudita ganancia que acababa de realizar. Pero Atilio repelió su mano +sin volver la vista y siguió escuchando. + +Novoa hablaba ahora de las aguas ardientes condensadas en la atmósfera +primitiva del globo, que se habían precipitado sobre su corteza en +formación, disolviendo ó arrastrando cuanto encontraban en esta +superficie acabada de nacer. + +--Con la sal que hay en los océanos--dijo Novoa--se podría construir +todo el relieve del continente africano. + +El pianista volvió á agitarse. ¡Una Africa toda de sal! ¿De qué podía +servir eso?... + +--Castro, escúcheme--dijo en voz muy queda--. Yo pongo cinco francos y +doy cincuenta golpes, siempre doblando, ¿sabe usted?... + +Pero el otro no quiso saber nada, y rechazó el cartoncito que le tendía +ocultamente. + +Spadoni, ofendido, cerró los ojos, queriendo aislarse y no escuchar +estas cosas sin importancia para él. Si el sabio hablaba todas las +noches, él perdonaría la hospitalidad del príncipe, yendo en busca de +otros amigos. + +De pronto, una palabra le sacó de su altivo aislamiento, haciéndole +abrir los ojos. El profesor hablaba del oro arrastrado por las lluvias +hirvientes de la creación planetaria y que estaba disuelto en el mar. + +--Sólo hay unos miligramos por tonelada de agua; pero con el que existe +en los océanos se podría formar una mole tan enorme, que, repartida +proporcionalmente entre los mil quinientos millones de habitantes que +tiene la tierra, nos tocaría á cada uno un lingote de cuarenta mil +kilos, ó sean cuarenta mil toneladas de oro. + +El pianista avanzó su rostro, estupefacto. ¿Qué decía el profesor? + +--Y teniendo en cuenta--prosiguió Novoa--el curso del oro antes de la +guerra, el lingote que nos corresponde á cada uno de los humanos +representa ciento veinte millones de francos. + +Fué cortado el silencio por un ruido estridente. Castro volvió la +cabeza, creyendo que Spadoni roncaba. Al ver sus ojos desmesuradamente +abiertos, comprendió que era un suspiro emocionado, una exclamación de +sorpresa. + +--Doy mi parte por cien mil francos en billetes--dijo con voz grave. + +Y mientras los demás reían, él quedó con la mirada fija en Novoa. ¡El +mar!... ¡quién diría que el mar!... Aquel sabio sabía mucho; y él, con +repentina veneración, se propuso escucharlo siempre. + + * * * * * + +Una noche, Atilio y el príncipe comieron solos. El pianista se había +fugado á Niza, al salir del Casino, con sus amigos los ingleses, que +jugaban al _poker_ en el landó. Novoa estaba invitado á comer por un +colega del Museo, y no volvería hasta media noche. + +Miguel recordó sus impresiones de la tarde. Había ido al Casino para +asistir á un concierto clásico, osando arrostrar la curiosidad +obsequiosa de los empleados y el miedo á tropezarse con algunas de sus +antiguas amistades. Desde la escalinata exterior á las puertas del +teatro tuvo que responder á una serie de profundos saludos de los +funcionarios, unos con kepis y dorados botones, otros de levita solemne, +erguidos y dignos como notarios de comedia. La gente que paseaba por el +atrio se fijó inmediatamente en él. «¡El príncipe Lubimoff!» Todos +recordaban su yate, sus aventuras, sus fiestas, repitiendo su nombre +como un eco de gloriosa resurrección. Había tenido que pasar á toda +prisa entre los grupos, con la mirada vaga, fingiéndose abstraído, para +no ver ciertas sonrisas conocidas, ciertos rostros invitadores que le +hacían evocar visiones dulces del pasado. + +Buscó un asiento de los más ocultos en la sala de espectáculos, un +rincón de diván junto á la pared; pero también aquí le persiguió la +curiosidad. En torno del atril del director estaban los músicos de más +renombre, los que se engalanaban con el título de «solistas de S. A. S. +el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían navegado en el _Gaviota +II_ formando parte de su orquesta. Durante unos compases de espera, el +primer violín, al mirar á la sala para reconocer á sus entusiastas, +descubrió á Lubimoff, participando inmediatamente su sorpresa á los +otros solistas. Todos le sonrieron, dedicándole con los ojos lo que +surgía de sus instrumentos, y el público acabó por fijarse en este señor +medio oculto que poco á poco iba atrayendo las miradas de la orquesta +entera. + +Al terminar el concierto salió apresuradamente, temiendo que le cortasen +el paso ciertas amigas antiguas que había descubierto entre la +concurrencia. Cruzó el atrio violentamente, hendiendo los grupos que no +le dejaban avanzar. Aquí había llamado su atención un personaje de +ademanes majestuosos y aspecto excesivamente brillante, con sombrero +hongo, pero de seda gris bien peinada, gabán de color de miel con +bocamangas de terciopelo del mismo tono y guantes y zapatos blancos. Las +patillas grises estaban unidas al bigote; la raya del peinado descendía +hasta la nuca, y por encima de las orejas avanzaban, brillantes de +cosméticos, dos mechones recortados y teñidos. + +--Creí que era un general ruso ó un personaje austriaco vestido de +invierno, con una elegancia digna de la Costa Azul, y eras tú, querido +coronel. Aún no te había visto fuera de Villa-Sirena. + +Toledo se ruborizó, no sabiendo si enorgullecerse ó afligirse por estas +palabras. + +--Alteza, siempre me ha gustado vestir bien y... + +--¿Quién era la señora que hablaba contigo?... + +--Era la Infanta. Me contaba que había perdido siete mil francos que le +enviaron de Italia, que no tiene con qué atender á los gastos de su +vida, y... + +--¿Una flaca con un gran sombrero de _cow-boy_?... No, no es esa. Te +pregunto por la otra. + +«La otra» sólo la había visto de espaldas, pero atrajo momentáneamente +su atención por su esbeltez y su aire de señorío. + +--Alteza--dijo don Marcos titubeando--, era la duquesa de Delille. + +Un silencio. Y como si con esto le hubiese pillado su príncipe en falta +y necesitara excusarse, se apresuró á añadir: + +--Es muy buena con la Infanta. Le regala trajes para sus hijos, creo que +hasta le presta su ropa... ¡Una hija de rey! ¡Una nieta de San +Fernando!... Yo soy un viejo soldado de la legitimidad, y no puedo menos +de agradecer que... + +Miguel cortó su protesta con un gesto. Basta: no quería oir más. Y se +dirigió á Castro. También lo había visto cerca de la salida del Casino +hablando con otra dama. + +--Y yo te vi igualmente--dijo Atilio--, pero ibas impetuoso y con la +cabeza baja, abriéndote paso lo mismo que un toro acosado. ¿Quieres +saber quién es esta señora? ¿Te interesa?... + +Lubimoff levantó los hombros; pero su indiferencia era falsa. En +realidad, le había interesado, aunque ligeramente, esta desconocida, +rubia, alta, con un aspecto de vigor esbelto, de ágil soltura, como las +gimnastas y las amazonas. + +--Pues es «la Generala»--continuó Castro, sin parar mientes en la falta +de curiosidad de su amigo--. Este generalato no hay que tomarlo en +serio. Es un apodo cariñoso. Creo que lo inventó la de Delille, pues te +advierto que las dos son muy amigas. Es generala como otros pueden ser +coroneles. + +Don Marcos no reparó en esta maldad. Atilio se mostraba esta noche de +mal humor, con los nervios excitados, deseoso de morder. Debía haber +perdido en el juego. + +--La llaman «la Generala» por su carácter algo varonil, por la rudeza +con que trata á veces á las gentes. ¡Una mujer extraordinaria! ¡Una +verdadera amazona!... Tira á las armas, hace gimnasia, nada en los ríos +en pleno invierno, y además tiene una voz como un suspiro de brisa, +gorjea al hablar como un pájaro, parece que va á desmayarse á la menor +emoción lo mismo que una niña tímida... ¿Quieres saber quién es?... Se +llama Clorinda; un nombre de poema y de comedia antigua. Yo la llamo +siempre doña Clorinda; creo que sin esto le falto al respeto, á pesar de +su juventud. Tal vez tiene dos ó tres años menos que su amiga Alicia. +Las dos se detestan, y no pueden vivir separadas. Una semana por mes +chocan, se insultan, cuentan la una de la otra los mayores horrores; +luego se buscan. «¿Cómo estás, corazón mio?» «¿Me guardas rencor, mi +ángel?» + +El príncipe sonrió al ver cómo imitaba las palabras y gestos de las dos +señoras. + +--Clorinda es americana--continuó Castro--, pero americana del Sur, de +una pequeña República donde sus padres, abuelos y bisabuelos han sido +presidentes, hombres de guerra y padres de la patria. Su generalato no +es sin fundamento. Allá en su país la admiran por su hermosura y por los +grandes éxitos que le suponen en Europa, con ese agrandamiento y +desorientación de la distancia. Su retrato resulta una propiedad +pública; figura en todos los paquetes de café y todos los prospectos de +su país. Es la belleza nacional; y cuando envejezca, siempre existirá un +rincón del mundo donde la consideren eternamente joven. Se casó en París +con un joven francés, soñador, algo artista y algo enfermo del pecho. +Por esto mismo lo amó «la Generala». Con un hombre fuerte é impetuoso +se hubiesen matado los dos á los pocos días. Ahora es viuda. No la creo +muy rica; la guerra debe haber disminuído sus rentas, pero tiene para +vivir con desahogo. Hasta me imagino que debe sufrir menos apuros que la +de Delille. Es mujer de buena cabeza. + +Calló un momento. + +--¡Pero de tan raras ideas! ¡Tan acostumbrada á imponer su voluntad!... +La conocí en Biarritz hace algunos años. Aquí la he visto muchas veces +en las salas de juego: saludos, conversaciones insignificantes. Cuando +una mujer apunta, no admite galanterías que la distraigan. Hoy es la +primera vez que hemos hablado largamente. ¿Sabes lo que me ha preguntado +en seguida?... Que por qué no estoy en la guerra. En vano le he dicho +que yo soy neutral y le he demostrado que la guerra no me interesa. «Si +yo fuese hombre, sería soldado.» ¡Y si hubieras visto su mirada al +decirme esto!... + +Lubimoff dedicó una sonrisa despectiva á esta mujer. + +--Para ella--siguió diciendo su amigo--, todos los hombres deben +trabajar en algo, producir, ser héroes. A su pobre marido, dulce como un +cordero enfermo, lo adoró porque pintaba unos cuadros paliduchos y había +conseguido modestas recompensas en varias Exposiciones. Los hombres como +yo son para ella una especie de figurantes alquilados para animar los +salones, los casinos, los balnearios, para sostener la conversación y +ser galantes con las damas; pero no le interesan. Me lo ha dicho esta +tarde, una vez más. + +--¿Y á ti te duele su opinión?--dijo el príncipe. + +Calló Atilio, como si pesase sus palabras antes de hablar. + +--Sí, me duele--dijo al fin resueltamente--. ¿Por qué negártelo? Esa +mujer me interesa. Cuando no la veo, no me acuerdo de ella. He pasado +meses y años sin que volviese á mi memoria. Pero así que la encuentro, +me domina... la deseo. Yo, sin ser tú, he tenido también mis +satisfacciones amorosas. ¡Pero esta mujer es tan distinta á las +otras!... Además, ¡el placer de vencerla, esa necesidad de dominación +que hay en el fondo de nuestros deseos amorosos!... Cada vez que +hablamos, y ella con su voz de pájaro y su sonrisa compasiva marca la +enorme distancia que existe entre los dos, quedo triste, mejor dicho, +desalentado, como si necesitase alcanzar algo á que no llegaré nunca por +más que me esfuerce. Hoy debería estar alegre: hace meses que no he +tenido una tarde igual. He jugado, y mira... ¡mira! Diez y siete mil +francos. + +Había sacado de un bolsillo interior un fajo de billetes azules, +arrojándolo sobre la mesa con cierta furia. + +--Llegué á ganar hasta veintiséis mil. Una suerte de amante desesperado, +de marido infeliz... Y sin embargo, no estoy contento. + +El príncipe volvió á sonreir, como si una verdad palmaria acabase de +demostrar la certeza de sus afirmaciones. ¡La mujer! Aquella Clorinda, +generala de mil demonios, era una verdadera mujer, que con sólo breves +minutos de conversación había perturbado á Castro y tal vez acabase por +quebrantar la vida dulce, sin placeres violentos pero sin tristezas +desesperadas, que llevaban los huéspedes de Villa-Sirena. + +--Y tú, Atilio--dijo con tono de reproche--, te emocionas por esa +especie de virago de voz suave... Tú crees en el amor como un colegial. + +Castro adoptó un tono fríamente agresivo. De él podía decir el príncipe +lo que quisiera; ¡pero llamar virago á la otra!... ¿con qué derecho? +Ocultó, sin embargo, la verdadera causa de su enfado, fingiéndose herido +por la alusión á su credulidad. + +--Yo no creo en nada; creo tal vez menos que tú. Sé que todo lo que nos +rodea es falso, convencional; mentiras que aceptamos porque nos son +necesarias momentáneamente. Tú admiras, como si fuese algo divino é +inconmovible, la música y la pintura. Pues bien; que se modifique un +poco la forma de nuestro oído, y las sinfonías de Beethoven serán +verdaderas cencerradas; que se cambie el funcionamiento de nuestra +retina, y todos los cuadros célebres habrá que quemarlos, porque nos +parecerán lienzos manchados por un juego de niños... que se transforme +nuestro cerebro, y todos los poetas y los pensadores resultarán pueriles +idiotas. No; no creo en nada--insistió rabiosamente--. Para vivir y +para entendernos necesitamos que haya arriba y abajo, derecha é +izquierda; y también esto es mentira, pues vivimos en el infinito que no +tiene límites. Todo lo que consideramos fundamental no es mas que un +cuadriculado que inventaron los hombres para que sirva de marco á sus +concepciones. + +El príncipe se encogió de hombros, mirándole con extrañeza. ¿A qué venía +todo esto, con motivo de una mujer?... + +--Todo mentira--prosiguió--; pero no por ello voy á vivir como una +piedra ó un árbol. Yo necesito falsedades dulces que me canten hasta la +hora de la muerte. La ilusión es una mentira, pero deseo que venga +conmigo; la esperanza otra mentira, pero quiero que marche ante mis +pasos. Yo no creo en el amor, como no creo en nada. Cuanto digas contra +él lo sé hace muchos años; pero ¿debo darle con el pie si me sale al +paso y quiere acompañarme? ¿Conoces tú una quimera que llene mejor el +vacío de nuestra existencia, aunque sea poco durable?... + +Miguel acogió la vehemencia de su amigo con un gesto sardónico. + +--¿Sabes por qué parezco más joven de lo que soy?--continuó Atilio, cada +vez más exaltado--. ¿Sabes por qué seré joven cuando otros de mi edad +serán ya viejos?... Me finjo irónico, parezco escéptico, pero poseo un +secreto, el secreto de la eterna juventud, que guardo para mí... Puedo +revelártelo. He descubierto que la gran sabiduría de la vida, lo más +importante, es «pasar el rato»; y lleno el vacío que todos llevamos +dentro con una orquesta: la orquesta de mis ilusiones. Lo necesario es +que toque siempre, que no queden los atriles vacíos; una vez terminada +una partitura, hay que colocar otra nueva. A veces, la sinfonía es de +amor... Las mías han sido hermosas pero breves. Por eso las he +reemplazado con otra interminable, la de la ambición y la codicia, cuyos +compases son infinitos como las estrellas del cielo, como las +combinaciones de las cartas. Juego. Veo en el girar de la ruleta un +castillo que será mío, un castillo más suntuoso que todos los que +existen; un yate superior al que tú tenías; fiestas interminables. La +baraja me hace contemplar magnificencias como no las soñaron los +cuentistas persas. Sus colores son montones de gemas preciosas. Las más +de las veces pierdo y la orquesta me acompaña en sordina, con una marcha +fúnebre de hermosa desesperación; pero á los pocos compases, esta marcha +se convierte en himno triunfal: la salida del nuevo sol, la resurrección +de la esperanza. + +Ahora la mirada del príncipe era de piedad. «Está loco», parecían decir +sus pupilas. + +--Esta tarde, mi orquesta--continuó--me ha hecho conocer una nueva +sinfonía, algo que no había oído nunca. Mientras ganaba dinero, no pensé +una sola vez en mí. Nada de palacios, ni de yates, ni de fiestas. +Pensaba únicamente en «la Generala», y pensaba con verdadero odio, +deseando vengarme de ella. Quería ganar cien mil francos...(¡qué sabe +uno!... ¡tal vez los gane mañana!) y luego de ganarlos comprar un collar +de perlas á la salida del Casino (los cien mil completos) y enviárselo +con un simple anónimo que dijese así, poco más ó menos: «Homenaje de +antipatía de un hombre inútil y despreciable.» + +Una carcajada del príncipe despertó con sobresalto al coronel, que, como +buen madrugador, se había adormecido en su asiento. Luego, al notar que +Su Alteza no se fijaba en él, se deslizó fuera del _hall_, como si le +atrajese algo más importante que aquella conversación de los dos amigos, +que parecían ignorar su presencia. + +--Pero ¿qué encuentras tú en el amor?--dijo Miguel--. Porque yo creo que +tú sabes lo que es verdaderamente el amor. Todas esas ilusiones de los +adolescentes, todos los idealismos de los poetas, no son mas que caminos +tortuosos que conducen á un mismo término, al único: el acto carnal. ¿Y +no estás fatigado de él? ¿no te acobarda su monotonía? + +La voz del príncipe tomó cierta entonación lúgubre, como si clamase +sobre los escombros de su vida entera. Había encontrado centenares de +mujeres de las que levantan á su paso una muda explosión de deseos. La +resistencia femenil le era desconocida. Es más: habían corrido á él, +haciendo espontáneamente la mitad del camino, acosándole sin orden, +obligándolo, por un pundonor varonil, á sobrepasarse en sus fuerzas con +una prodigalidad que hacía doloroso el placer... ¡Y todas eran iguales! +El comprendía el espejismo de la ilusión en los que admiran desde lejos +lo que no pueden conseguir. Es la curiosidad por lo secreto, el deseo +que infunde el obstáculo, las fantasías mentales que inspiran los +trajes, los adornos, todo lo que cubre el cuerpo femenino, dando á su +monotonía la seducción de un misterio continuamente renovado. Para él, +¡ay! eran todas como si marchasen desnudas. Nada podía excitar ya su +interés: todo lo conocía. + +--Además--y su voz se hizo más sorda--, á ti solo te lo confieso. El +amor y la mujer me hacen pensar en la miseria de nuestra existencia, en +el inevitable final, en la muerte. Desde que vivo emancipado de sus +engañosas seducciones, me siento más alegre, más seguro de mí mismo; +gozo con ingenuidad del momento que pasa... No quiero hablarte de las +vergüenzas físicas de esos cuerpos que pretendemos divinizar, de las +impurezas diarias ó mensuales que les hace sufrir la vida con sus +exigencias. La mujer es menos sana que el hombre. La Naturaleza lo ha +querido así. Déjala sin los cuidados de la higiene moderna, y resultará +una bestia inmunda, roída por internas suciedades... Pero no es eso lo +que me hace huir de ella. + +Calló, añadiendo poco después con tristeza: + +--No puedo estar al lado de una mujer sin encontrarme con la imagen de +la muerte. Cuando acaricio su cabellera sedosa, tropiezo con un cráneo +pulido, duro, amarillento, como los que asoman á flor de tierra en los +cementerios abandonados. Un beso en la boca, un mordisco en la barbilla, +me hacen ver el maxilar óseo con sus dientes, casi igual al de los +antropoides que están en los museos. Los ojos morirán; la nariz de +graciosas alillas y ventanas sonrosadas se disolverá igualmente; lo +único sólido y cierto son las cuencas negras y la grotesca chatez de la +calavera. Los pechos turgentes no pasan de ser simples tumores engañosos +que disimulan la fúnebre jaula del costillaje; las piernas que nos +parecen adorables columnas son agua y piltrafas que se disolverán, +dejando al descubierto dos largas flautas de cal. Creemos adorar la +suprema belleza, y abrazamos á un esqueleto. Nos horroriza la imagen de +la muerte, y toda mujer la lleva dentro, obligándonos á adorarla. + +Ahora era Castro el que miraba con ojos de asombro. «Está loco», +parecían decir sus pupilas, fijas en el príncipe. + +--Lo que tú tienes, Miguel, es que estás ahito--dijo después de un largo +silencio--. Me recuerdas á esas personas que, al sentarse á la mesa, +disimulan con ascos su inapetencia. Las carnes asadas, de suculento +perfume, son para ellas cadáveres, envolturas de pus; los frescos +vegetales, las dulces frutas, concreciones del estiércol y de todos los +zumos malolientes que vigorizan la tierra. El pan y el vino les hacen +pensar en las manipulaciones de su elaboración... Pero si sus sentidos +despiertan, si resucitan sus necesidades, lo ven todo como si acabase de +salir el sol y encuentran un encanto inefable en lo mismo que les +repugnaba... ¿Qué me importa que una mujer lleve dentro un esqueleto? +También lo llevo yo, y esto no me impide encontrar muy agradables los +placeres de la vida y considerar que de todos esos placeres el más +interesante es... el encuentro de dos esqueletos. + +Castro reía con una conmiseración afectuosa contemplando á su amigo. + +--Estás harto, lo repito; tienes la inapetencia y las visiones fúnebres +de los que sufren una dolorosa indigestión... Tú te restablecerás. Eres +joven aún para permanecer en esa atonía: el apetito volverá á ti. Deseo +que no encuentres la mesa puesta como en el pasado, que la dificultad te +exalte, que la negativa te haga sufrir; y entonces... ¡entonces!... + + + + +V + + +Nunca había visto don Marcos tan enfadado á su príncipe como esta mañana +al anunciarle que la duquesa de Delille le esperaba abajo, en el _hall_. + +--Debías haberle dicho que me he ido; un pretexto cualquiera, un +almuerzo en Niza... Pero estáis de acuerdo, seguramente. ¡Cómo proteges +á tu Infanta!... + +El coronel, rojo de emoción, intentó refutar estas acusaciones. Si la +duquesa se presentaba de pronto en Villa-Sirena, era tal vez porque él +se había negado á recibir sus encargos para el príncipe. + +Al bajar éste al _hall_, encontró á Alicia de pie junto á una ventana, +mirando los jardines y el mar. Estaba de espaldas, como la había visto +al salir del concierto. Cuando volvió la cabeza, Miguel se dijo que no +la habría reconocido seguramente de encontrarla en otro lugar. Era una +hermosa mujer, pero no se parecía á la que había visto por última vez en +aquel «estudio» de la Avenida del Bosque, lleno de chinerías y malsanos +perfumes. Varios años habían pasado por ella, y sin embargo parecía más +fresca, más joven. Había perdido aquella luz turbia é inquietante que +agrandaba sus ojos, dándoles una fijeza antinatural. Su tez, de una +blancura mate y enfermiza, estaba coloreada ahora por el sol y el aire +libre. La antigua esbeltez ondulante y ligera se había espesado, dando á +su organismo la calma y la estabilidad de los cuerpos que empiezan á +cristalizarse en su forma definitiva. + +No pudo continuar el príncipe este rápido examen, molestado por la +sonrisa y los ojos de Alicia. Parecía, por su aire tranquilo, que +hubiese estado allí mismo la tarde anterior. Además, Miguel se sintió +repentinamente preocupado por el modo de iniciar la conversación. ¿Le +hablaría en inglés ó en francés? ¿La tutearía como antes?... Ella +resolvió sus dudas hablándole en español, y de tú, lo mismo que cuando +eran muchachos. + +--Como es imposible ponerse en comunicación contigo--dijo Alicia +sentándose, después de estrechar su mano--, me he decidido á hacer esta +visita. No es muy correcto que una señora venga á visitar á un hombre +tan malfamado como tú; pero ¡habrán venido tantas aquí antes que yo! + +Y estas palabras fueron acompañadas de una risa maliciosa. A +continuación se puso seria, y dijo con timidez: + +--Vengo por negocios... por un asunto de dinero. + +Queriendo retardar la exposición de estos negocios, habló de las +dificultades que la habían obligado á presentarse en Villa-Sirena sin +anunciar su visita. El príncipe podía tener confianza en la exactitud +con que su «chambelán» cumplía sus órdenes. Una buena persona el tal +coronel, pero intratable, lo mismo que un perro feroz, cuando alguien +pretendía que desobedeciera á su amo. Ella le había pedido inútilmente +que anunciase su visita; hasta se negó á aceptar una carta para su +señor. + +--Hubiera podido escribirte; pero temí que no contestases ó me enviaras +simplemente á entenderme con tu apoderado en París. ¡Hace tanto tiempo +que no nos vemos! ¡Ha sido tan rara nuestra amistad!... Por eso, +finalmente, me decidí anoche á venir á sorprenderte en tu retiro, con la +esperanza de que no me pondrías en la puerta. + +Miguel sonrió, haciendo un gesto de escandalizada negativa. + +--He venido por mi deuda... por los préstamos que me hizo en otro tiempo +tu madre... Yo ignoraba á cuánto ascienden. Tu apoderado dice que son +más de cuatrocientos mil francos. Así debe de ser, cuando él lo +asegura. Yo pedía en momentos de apuro, y la princesa, que era tan gran +señora, daba y daba, sin que la una ni la otra nos fijásemos en las +cantidades... Ahora comprendo que fué enorme su bondad. + +Lubimoff quedó sorprendido por esta noticia. Luego fué recordando que al +morir su madre había dejado una larga nota de todos los préstamos hechos +por ella, y que el nombre de Alicia figuraba entre los deudores. Pero +los papeles quedaron en poder de su administrador, sin que él se +acordase más de este asunto. + +Comprendió inmediatamente el motivo de la visita de Alicia. Su apoderado +quería reunir dinero, y falto de los envíos de Rusia, realizaba todo lo +que él poseía en Occidente: créditos á su favor, adelantos hechos á sus +protegidos, fianzas en depósito, hasta los préstamos de la princesa, +que, según disposición suya, sólo debían exigirse en caso de ineludible +necesidad. + +El estrujamiento general impuesto por las circunstancias había alcanzado +á Alicia. Hacía cuatro meses que la administración Lubimoff le enviaba +carta tras carta, reclamando el pago de su enorme deuda. La última nota +del apoderado era amenazante, en vista de su silencio. Anunciaba una +acción ejecutiva ante los tribunales. La administración guardaba muchas +cartas de ella dando las gracias á la princesa por sus bondades. Además, +todos los pagos habían sido hechos por medio de cheques, cobrados por la +misma duquesa. + +--Un verdadera insolente tu administrador... El otro día te vi en el +Casino; te vi de espaldas, cuando huías de la gente. Me diste miedo: me +imaginé en aquel momento que eras otro, muy diferente del que yo conocí, +y que nunca nos entenderíamos. Después he pensado que no debes ser tan +fiero como pareces... y he venido. + +Miguel, silencioso, parecía hablar con sus pupilas fijas en Alicia. ¿Y +para qué había venido? ¿Qué negocios deseaba proponerle? + +Ella sonrió con una expresión de gracioso cinismo. + +--He venido para decirte que no puedo pagar ahora... y tal vez nunca; +para suplicarte que esperes... no sé hasta cuándo, y que ese antipático +que administra tu fortuna no me moleste con sus insolencias. + +Y como el príncipe permaneciese inmóvil, ella continuó: + +--Estoy arruinada. + +--Yo también--dijo Miguel--. Todos estamos arruinados. Los que fabrican +para la guerra son los únicos ricos en este momento. + +--¡Oh! ¡tú arruinado!--protestó Alicia--. Lo tuyo no es mas que un apuro +del momento. Lo de Rusia se arreglará un día ú otro. Además, tú eres el +príncipe Lubimoff, el famoso millonario. Si yo tuviese tu nombre, ¿quién +me negaría un préstamo?... + +Perdió de pronto la sonrisa audaz que había preparado para esta +entrevista. Sus ojos se hicieron más obscuros; su boca se arqueó hacia +abajo. + +--Mi ruina es verdadera... Mira. + +Señaló el triángulo de carne que dejaba libre el escote de su traje. Un +collar de perlas descansaba sobre el blanco pecho. Miguel acabó por +fijarse en estas perlas, atraído por la insistencia de ella. Falsas, +escandalosamente falsas; todas descascarilladas, opacas y amarillentas +como gotas de cera. El entendía un poco de esto; ¡había regalado tantos +collares!... Luego, Alicia le mostró las manos. Dos sortijas de factura +artística, pero sin una piedra, de escaso valor intrínseco, eran lo +único que adornaba sus dedos. + +--Este vestido es del año pasado--añadió con un tono sombrío, como si +confesase la mayor de las vergüenzas--. Ya no me fían en París. ¡Debo +tanto!... Sólo el sombrero es nuevo. ¡Qué mujer, por pobre que se +considere, no compra un sombrero nuevo! Es lo más visible, lo que cambia +incesantemente, lo que hay que defender. Por suerte, con esto de la +guerra no se usan las plumas... Estoy pobre, Miguel, pobre como tú no +has conocido á ninguna mujer. + +--¿Y tu madre?... + +El príncipe hizo instintivamente esta pregunta. Después tuvo la sospecha +de haber leído años antes, no sabía dónde, tal vez mientras vagaba por +los mares, la noticia de la muerte de doña Mercedes. No estaba seguro; +pero la hija le sacó de dudas. + +--¡Pobre señora!... No hablemos de ella. + +Pero habló para lamentar sus prodigalidades de devota. Había dedicado +millones á la construcción en España de un hospital enorme por consejo +de su capellán aragonés, el astrónomo de los Campos Elíseos. El mármol +entraba en esta obra como simple material de albañilería; la verja del +jardín era forjada por un célebre fundidor de arte de París dedicado á +fabricar estatuas de salón. Al marcharse el clérigo, fatigado de tanta +largueza, el edificio monstruoso quedaba sin terminar y la preciosa +verja á pedazos en el suelo, como hierro viejo. Luego, el «monseñor» +canalizaba la generosidad de la santa dama en otro sentido. Era +necesario propagar la fe por medio del «buen libro», y surgía en París +una nueva casa editorial, inaudita, inverosímil, en la que los paquetes +de libros eran almacenados en estantes de caoba y las hojas plegadas +sobre tableros de laca. + +--Los curas se llevaron casi todo lo mío--continuó Alicia--. Tal vez +para cobrar comisiones, sugerían á mamá los gastos más absurdos. + +Numerosos campanarios repicaban en los dos hemisferios gracias á doña +Mercedes. Una fundición de campanas trabajaba únicamente para sus +regalos. Además, se sentía arrastrada, por una especie de debilidad +amorosa, hacia todos los bienaventurados desprovistos de renombre. + +--Se dedicó en los últimos años á «lanzar» santos. Todos los que +encontraba en el calendario poco conocidos ó de nombre raro le hacían +sentir el deseo de remediar una gran injusticia. Hacía escribir sus +vidas, les dedicaba iglesias, se carteaba con los señores de Roma para +sacar adelante á muchos difuntos que esperaban inútilmente siglos y +siglos la hora de su santificación. + +Lubimoff acabó por reir del tono rencoroso con que Alicia hablaba de +estos placeres místicos de su madre. ¡Famosa doña Mercedes!... Y ella +acabó por reir igualmente. + +--Así fué gastando todas nuestras rentas, que eran enormes. Debía +haberme dejado una verdadera fortuna ahorrada en los Bancos. ¡Una señora +que invertía tan poco en el regalo de su persona!... Y sin embargo, tuve +que pagar grandes cantidades por todos los encargos que había hecho +antes de morir. Ten la seguridad de que el «monseñor» y los otros son +mucho más ricos que yo. + +--¿Y tus minas? ¿y tus tierras de América? + +La duquesa repitió su gesto de desesperación. ¡Como si no tuviese nada! +Pobre, absolutamente pobre. + +--Tú dices que estás arruinado, y la escasez de dinero sólo la sufres +desde hace dos años, tal vez menos. Yo no veo un céntimo de mi fortuna +desde mucho antes de la guerra. Todos se ocupan de Rusia, del +bolcheviquismo, porque es algo que toca de cerca al viejo mundo. ¿Y lo +de Méjico, que data de los tiempos de paz europea?... + +Sus tierras se habían perdido lo mismo que si fuesen bienes muebles que +pueden ser trasladados y ocultados. Una revolución agraria, cuyos ecos +apenas llegaban al viejo continente, las había devorado, suprimiendo +todo vestigio de la antigua propiedad. Los mestizos se las repartían á +su gusto, para trabajarlas ó para dejarlas más incultas que antes. +¿Contra quién podía reclamar, si estas tierras estaban en provincias que +cambiaban á cada momento de dueño y el gobierno de Méjico no ejercía +sobre ellas ninguna autoridad?... + +Las minas de plata, base de la enorme fortuna de tres generaciones de +Barrios, aún estaban en peor situación. + +--Uno de los titulados «generales», un indio, se ha fortificado en el +territorio de mis minas y desde allí desafía á los gobernantes de la +capital. Me dicen que todos los meses saca medio millón de francos en +barras de plata. Las corta en rodajas, les pone su marca, y hace dinero +para pagar á su gente. ¡Figúrate si le faltarán partidarios con esa +moneda de plata pura, más valiosa que la de los países civilizados!... +Nunca acabarán con él; no tiene mas que ahondar en lo mío, para crear +ejércitos. Esta mala broma viene prolongándose varios años; y yo, que +vivo en Europa, cada vez más pobre, estoy pagando una guerra +interminable al otro lado de la tierra. + +A pesar de que el príncipe nunca se había ocupado de sus propios +negocios, quiso darle consejos. Debía ir allá; pedir protección; ella +había nacido en los Estados Unidos. + +--Ya lo he hecho--contestó--. Tengo en Nueva York quien se ocupa de mis +asuntos. Pero ¿van á hacer una guerra sólo por mi?... El viaje tal vez +lo emprenda más adelante. Ahora no; me siento sin fuerzas... Tengo +preocupaciones terribles en estos momentos, y aún serían más grandes si +me alejase de Francia. + +Sus ojos se nublaron; una expresión dolorosa contrajo su rostro. Hizo un +ademán como si buscase el pañuelo en su bolso de mano. Miguel se acordó +de aquel joven que Castro había visto en los últimos años al lado de +Alicia. Tal vez era éste el que provocaba su emoción y le impedía hacer +el viaje. + +«¡El amor!--se dijo mentalmente--. ¡El amor, cuando ya ha pasado la +juventud!» + +Quiso torcer el curso del diálogo, y le preguntó por el duque de +Delille. Sabía que estaba en la guerra; hasta creyó recordar que lo +habían herido en los primeros combates. ¿Vivía aún?... + +Al hablar Alicia de su marido, tomó una expresión grave, con gran +extrañeza de Miguel. En otros tiempos le trataba con cierto desprecio. +Había aceptado la libertad de su esposa, con todas sus consecuencias, á +cambio de una pensión enorme. Vivían aparte, y aunque ella encontraba +muy dulce esta independencia, no podía menos de sentir una antipatía +femenil hacia este marido acomodaticio y poco dado á los celos trágicos. +Pero ahora sus ideas parecían cambiadas, y se apresuró á hablar, como si +temiese ver en Lubimoff la misma sonrisa que ella dedicaba otras veces +al duque. + +--Sí; fué á la guerra. Ya sabes que es mayor que yo: más de veinte años. +Su edad le excusaba de tomar las armas; pero se acordó de que en su +juventud había sido oficial, y fué de los primeros en acudir. ¡Quién lo +hubiese creído de un hombre que parecía sin preocupaciones y se burlaba +de todo lo que no tocase á sus egoísmos!... + +Los alemanes lo habían recogido moribundo en uno de sus victoriosos +avances al principio de la guerra. Estaba cubierto de heridas. Después +de dos años de cautiverio lo habían canjeado como inútil, y vivía +internado en Suiza, con un brazo menos. + +--¡Pobre hombre!... Me escribe todos los meses. Pesca en el lago de +Ginebra, y piensa en mí más que nunca pensó. Sus cartas casi son de +amor. ¡Cómo transforman las desgracias nuestro carácter! Dice que ve la +vida de otro modo; tiene la esperanza de que después de este cataclismo, +que nos habrá hecho mejores, podremos juntarnos y ser felices. ¡Ah, si +yo quisiera!... + +Su tono era irónico al mencionar esta felicidad quimérica, pero mostraba +al mismo tiempo respeto y admiración. El duque cazador de una gran dote, +acomodaticio y sin escrúpulos, estaba olvidado. Ahora sólo veía al +combatiente de cabeza blanca, al inválido, que, según los médicos, no +podía alcanzar una larga existencia después de las operaciones sufridas. +Y ella procuraba mantener sus esperanzas, contestando breve y +afectuosamente á sus largas cartas de desterrado. + +--Entonces, ¿es por tu marido por lo que no realizas el viaje?--preguntó +Miguel, fingiendo hacer su pregunta de buena fe. + +Alicia se agitó ante tal suposición. ¡Pobre Delille!... Ella sentía +otras preocupaciones. Su marido no era el único que había ido á la +guerra. Otros con menos años y con razones más poderosas para amar la +existencia habían sufrido la misma suerte. ¡Los duelos ocultos de esta +época!... + +Los ojos de la duquesa se humedecieron y el gesto de su boca fué +francamente doloroso. + +«Es el pequeño amante, no hay duda--se dijo Miguel--. El chiquillo que +vió Castro.» + +Como si adivinase los pensamientos de él y quisiera desviarlos, Alicia +volvió á hablar del motivo de la visita y de su situación. + +El príncipe movió la cabeza cuando ella le fué describiendo su asombro +al ver que la riqueza no era algo infinito é inmutable, y que se +deshacía... ¡se deshacía! sin que hubiera recurso alguno para evitar su +desmoronamiento. + +--He malvendido, he tomado el dinero que quisieron darme, sin poner +atención en las condiciones. Todas mis joyas se fueron; unas las vendí +en París, otras aquí mismo... Tú dices que estás arruinado. No; tú no +sabes lo que es eso: yo sí que lo sé. Mi naufragio es más antiguo que +el tuyo; mi buque era mas pequeño... No quiero fatigarte con la relación +de mis pobrezas. Ya no tengo casa en París. Unicamente si mis negocios +se arreglasen volvería allá. No tengo más casa que la de aquí, una +«villa» que compré en mis buenos tiempos. No sonrías; está hipotecada +dos veces: cualquier día me echarán de ella. La tal casa era muy +agradable en otros tiempos, cuando yo tenía dinero; ¡pero ahora, con las +escaseces de la guerra!... No hay carbón, la leña es cara; por las +noches hace frío, y se necesita gastar una fortuna para que funcione el +antiguo calorífero. Además, no tengo más servidumbre que mi antigua +doncella, el jardinero y su mujer, que se ocupa de la cocina. Por eso +todas las piezas están cerradas, y Valeria y yo hacemos nuestra vida en +dos habitaciones del primer piso. Allí comemos, allí dormimos... Valeria +es una muchacha de París, una señorita que yo protejo. ¡Figúrate si será +pobre para que yo la proteja! + +--Pero tú juegas--dijo el príncipe. + +Ella pareció escandalizarse de estas palabras, que sonaban como una +recriminación. + +--Juego; ¿qué quieres que haga? Necesito defenderme, ganar mi vida, ¿y +de qué otro modo puede ganarla una mujer como yo?... Sé lo que vas á +decirme: que he perdido mucho. Cierto; mi collar de perlas, el +verdadero, lo vendí aquí, y muchas otras joyas; he perdido grandes +cantidades, de las que no quiero acordarme... Pero entonces no sabía lo +que sé ahora... ¡ahora precisamente que tengo poco dinero para jugar! + +Lubimoff sintió asombro ante la fe con que hablaba esta mujer de sus +conocimientos actuales. + +--Además--continuó con tristeza--, ¿qué sería de mí si me faltase el +juego? Tú no debes haber olvidado cómo era yo cuando nos vimos la última +vez. No te pasarían inadvertidos ciertos gustos... + +Se acordó Miguel de la invitación «á la pipa», de aquel perfume que +llenaba el «estudio» del palacete de la Avenida del Bosque. + +--Todo aquello se acabó; el juego y otra cosa me lo hicieron abandonar. +Ahora lo recuerdo con desprecio. Por eso vivo en Monte-Carlo: tengo la +corazonada de que la suerte volverá á buscarme aquí y no en otra parte. +¿Tú no juegas? + +Se irritó Miguel ante esta pregunta. ¿No le había dicho que estaba +arruinado? ¿Iba á imitarla á ella, que empeoraba su situación perdiendo +los restos de su fortuna? + +--¡Arruinado!--exclamó Alicia--. Tu mala época no puede ser larga. Eso +de Rusia acabará por entrar en orden. Las grandes naciones tienen allá +muchos intereses para no preocuparse de arreglarlo todo... Lo mío es lo +que no se compondrá en mucho tiempo. No me queda otra esperanza que +poder dar un golpe en el Casino de doscientos mil ó trescientos mil +francos, y con esto esperar á que cambien las cosas. + +El príncipe se encogió de hombros. Conocía á los jugadores. Esta mujer, +dominada por su quimera, iba á olvidar el objeto de su visita, divagando +sobre los caprichos posibles de la suerte, como Spadoni ó como el mismo +Castro. + +--¿Y qué deseas de mí? + +Alicia pareció despertar, y otra vez su sonrisa fué audaz y graciosa, +como al principio de la entrevista, una sonrisa de solicitante que llega +con la firme voluntad de conseguir lo que quiere. Ya había dicho en el +primer momento cuál era su pretensión: que no la molestase más el +apoderado del príncipe por aquella deuda olvidada. + +--La pagaré algún día, si puedo... Lo más seguro es que no la pague +nunca. Dala por perdida, y dile á ese señor antipático que no me escriba +más. + +Miguel, seducido por la sencillez con que esta mujer emitía su enorme +deseo, imitó el tono de su voz. + +--Está bien; se le dirá á ese señor antipático que no te moleste, que se +olvide de ti. + +Y rió como un niño, sin fijarse en que se trataba de sus propios +intereses, pensando únicamente en la cara que pondría su grave apoderado +al recibir tal orden. + +--Siempre te he creído bueno y generoso--dijo ella--. ¡Gracias, Miguel! +Algunas veces he discutido con «la Generala» acerca de ti, para hacerla +comprender que eres un hombre de corazón. + +--¡Ah! ¿Doña Clorinda es enemiga mía? ¡Si no la he visto nunca!... + +--Es una mujer rara. Para ella, todo el que se divierte y no hace cosas +grandes es un hombre antipático. Precisamente nos peleamos ayer para +siempre. No hablemos de ella. Tengo algo más que pedirte... + +¿Más?... El príncipe la miró con asombro; pero Alicia se apresuró á +decir que era un consejo lo que solicitaba. + +La guerra había trastornado su existencia con una rapidez asombrosa. Los +valores sociales estaban invertidos: las fortunas que parecían más +sólidas se venían abajo. + +--Esto pasará, ¿no es cierto?... Es imposible que dure. + +--Sí, es imposible--dijo él con gravedad. + +A los dos les parecía vivir en otro mundo, rodeados de las incoherencias +de una pesadilla. ¡Ellos teniendo que preocuparse del dinero, que había +sido hasta entonces algo natural en su existencia, como lo es para todos +el sol, el aire ó el agua; viéndose obligados á perseguirlo en su fuga +por caminos que desconocían!... No, esto no era lógico: un breve +capricho del destino. Sus vidas volverían á ser como antes, con la +regularidad de las leyes naturales, que parecen desviarse un momento, +pero tornan al fin á su ordenado curso. + +Más necesitada y más vieja en esta vida de apuros económicos, ella no +podía imitar la calma con que aceptaba Lubimoff su momentánea ruina. + +--Pasará, es seguro; pero mientras tanto, ¿cómo puedo vivir?... Acabas +de librarme de una congoja moral con el olvido de esa deuda. Te lo +agradezco. Pero yo necesito trabajar, ¡yo quiero ganar dinero! ¿Qué me +aconsejas?... + +El quedó estupefacto. ¿A qué trabajo podía dedicarse Alicia?... Su +pregunta era para ser contestada con una risa. Pero ella estaba frente á +él, grave, convencida de su voluntad para el trabajo, y esperando el +luminoso consejo, como si de él dependiese su destino. + +Afortunadamente, la misma Alicia, no pudiendo sufrir este silencio, +empezó á exponerle sus propias ideas. El revoltijo presente justificaba +las más desatinadas resoluciones. Una gran señora podía adoptar medios +de existencia que años antes hubieran provocado escándalo. Ella conocía +en Niza muchas damas rusas que daban grandes fiestas en sus salones +antes de la guerra, y ahora, caídas en la pobreza, se ingeniaban para +ganarse el pan á su modo. Una iba á abrir una tienda de sombreros, +contando con sus antiguas amistades para formarse una clientela. Otra +había convertido su «villa» del Paseo de los Ingleses en casa de +huéspedes. Sólo quería admitir personas distinguidas, militares de los +países aliados, pero de coronel en adelante. Trataría á sus pensionistas +como visitas, con toda la distinción de una gran señora que recibe; +solamente que ahora sus días de recepción iban á ser todos los de la +semana. + +--¿Qué te parece si yo convirtiese mi «villa» en casa de huéspedes?... +¿Podrías tú ayudarme con algún dinero para renovar muebles y lo que +hiciese falta?... Huéspedes de marca nada más: generales, embajadores +retirados que vienen en busca de sol... + +El príncipe contestó con una carcajada. + +--¡Pero estás loca!... Te harían todos la corte. A las pocas semanas, tu +establecimiento sería un infierno. + +Alicia no insistió, encontrando muy justa la observación. La rusa de +Niza era vieja y horrible comparada con ella. Además, le parecía regular +y lógico que todos los huéspedes se enamorasen de su persona. + +«La Generala» le había sugerido otro proyecto. Podía instalar en +Monte-Carlo una casa de té, muy elegante. El atractivo de verla á ella +en el mostrador haría correr á la gente. Para esto necesitaba también el +apoyo de una capitalista. + +Otra risotada de Lubimoff. + +--¡El té de la duquesa de Delille!... Sería gracioso: pero una vez +agotada la curiosidad, no tendrías otros parroquianos que los que se +interesasen por tus gracias. No; eso no es negocio. + +Ella mostró un desaliento algo cómico; ¿qué hacer?... Una señora deseosa +de trabajo no encontraba ocupación en este mundo dirigido y acaparado +por los hombres. Sólo le quedaba como recurso el juego. Era un placer +emocionante que lo hacía olvidar sus preocupaciones, y al mismo tiempo +una esperanza. Diariamente abría con el juego una ventana á la Fortuna, +por si se dignaba acordarse de ella. ¡Quién sabe si alguna tarde +plegaría sus alas de oro sobre una mesa del Casino, dejándose acariciar, +como un águila domada, por las finas manos de Alicia!... + +--En los primeros meses de la guerra--continuó--no necesitaba +distracciones; tenía bastante con la realidad de los acontecimientos. +¡Las angustias que he pasado!... Pero á todo se acostumbra una; las +mayores emociones, al prolongarse, acaban por ser monótonas. No siempre +se puede estar con los nervios en tensión. ¡Y esta guerra es tan +larga... tan aburrida! Podía haber apelado á la caridad para distraerme; +entrar en un hospital, cuidar heridos. Pero nunca he sido hábil para +estas cosas, y no quiero servir de estorbo, por pura vanidad, como otras +muchas... Además, estamos acostumbradas á mandar, á ser las primeras, y +por grande que resulte el espíritu de sacrificio, acaba una por +marcharse, no pudiendo sufrir el verse mandada por mujeres más hábiles, +más útiles, pero que hasta ahora han sido inferiores á nosotras... Ahí +tienes á Clorinda: los dos primeros años fué enfermera; estaba de lo más +hermosa é interesante con su vestido blanco y su capita azul. Ella se +siente atraída por todas las cosas grandes: heroísmos, sacrificios, +etcétera; pero acabó peleándose con sus superiores y renunció á su bello +papel. + +Alicia, con la mirada y el gesto, parecía apiadarse de su inutilidad. + +--¿Qué podía hacer yo? Cada vez era mayor mi ruina. En París me +molestaban de cerca mis acreedores; por eso me vine á Monte-Carlo, y +jugué para distraerme y para vivir. «Hay el amor», me decía un viejo +académico amigo mío, con intenciones egoístas, para ser el primero en +aprovecharse del consejo. ¡Imagínate tú: el amor-pasión, el amor +generoso, como único remedio de las tristezas de la vida, y á estas +horas! ¡Ojalá pudiera ser!... Pero me siento vieja; yo tengo dos mil +años... Tú eres más joven, pero cuentas siglos también. ¡El amor á +nosotros!... + +Lubimoff sonrió al principio del tono de ironía y desengaño con que +hablaba ella. Sí; eran muy viejos. Los grandes remedios, útiles para la +mayoría de la humanidad, no obtenían ninguna influencia sobre ellos, que +estaban como anestesiados por la hartura y el cansancio... De pronto, un +deseo indiscreto conmovió al príncipe. Quiso aprovechar esta ocasión +para hacer una pregunta que se le había ocurrido varias veces. + +--Pero tú--dijo con una franqueza varonil, como si Alicia fuese un +camarada--, tú crees aún en el amor. Me han hablado de un muchacho, casi +un niño, que llevabas á todas partes antes de la guerra. Realmente +empezamos á ser viejos--añadió sonriendo--, y sentimos necesidad de +rozarnos con la juventud... ¿Era tu amante?... ¿Es él quien motiva tus +preocupaciones? + +La duquesa palideció ante estas preguntas, mostrándose indecisa. Luego +quiso hablar. Se notaba en ella el apresuramiento del que desea +sincerarse; pero á su palidez sucedió una oleada de rubor. Por dos veces +quiso decir algo, y al fin hizo un esfuerzo para contener sus palabras, +sonriendo con una malicia forzada. + +--No hablemos de eso. Que cada cual guarde sus secretos. + +Y para que el príncipe no reincidiese en su curiosidad, siguió +ocupándose del juego. Pero él no la escuchaba, sumido en sus +pensamientos. Había acertado; aquel efebo era su amante, y sufría por +él. Tal vez estaba herido ó prisionero. Este era el gran obstáculo que +se oponía á su viaje, lo que la tenía inmovilizada en Europa, por esa +superstición que nos hace creer que permaneciendo cerca podemos conjurar +mejor el peligro. ¡Y parecía muy enamorada!... Aquí el príncipe hizo +mentalmente una serie de exclamaciones. + +¡Cerca de los cuarenta años, con un pasado que era toda una historia, +sentir esta pasión tan vehemente, tan juvenil!... ¡Creer todavía en el +amor! + +Miguel la miró con unos ojos que casi eran de odio. Le molestaba su +apasionamiento por el muchacho, sin acertar á definir el motivo; tal vez +por la indignación que inspiran las gentes aferradas á los errores +nefastos, aceptándolos como verdades consoladoras. Lo cierto es que le +molestaba la conducta de ella. + +Y esta repentina animadversión contra Alicia acabó por hacer que se +fijase otra vez en lo que estaba diciendo. + +--¡Si tuviese el mismo dinero que antes, cuando tu madre vivía aún, y +nos encontrábamos en Monte-Carlo!... Pero entonces yo no sabía lo que sé +ahora. Jugaba por aturdirme, por saborear la emoción de la pérdida, que +en realidad no me afligía mucho. Sólo apuntaba con placas de mil +francos. Creía denigrante tocar otras con mis manos, y además nunca las +arriesgaba solas. Siempre las ponía formando columna. + +--¿Cuánto llevas perdido?... + +Ella encogió los hombros, haciendo un mohín desdeñoso: + +--¡Quién puede saberlo!... Vengo aquí hace más de doce años. Ni los del +Casino llegarían á calcular el dinero que les he dado. Antes no llevaba +yo cuenta alguna; cuando me hacía falta dinero telegrafiaba á París. +Además tenía á tu madre, tenía á la mía, que acababa por ceder á mis +peticione. No quiero saber cuánto he perdido: me daría rabia... Deben +ser millones. + +La sonrisa de conmiseración con que la escuchaba Miguel pareció +enardecerla. + +--Pero entonces yo no sabía... Ahora necesito ganar, y juego de otro +modo. Lo que me falta es capital. ¡Si yo tuviese capital para +trabajar!... + +Esta última palabra convirtió la sonrisa de él en franca carcajada. +«¡Trabajar!...» Pero la duquesa siguió hablando seriamente de su +«trabajo». Lamentaba la escasez de sus medios. Unos treinta mil francos +era el único capital de que podía disponer. A veces disminuía de un modo +alarmante: los treinta mil bajaban á ser una simple unidad. Luego +resurgían los ceros, y el producto del «trabajo» se hinchaba, iba +subiendo más allá de los treinta mil; pero como si esta cifra resultase +fatídica para Alicia, la ganancia volvía á descender al nivel ordinario. + +--Anoche estuve de suerte: llegué á ganar catorce mil francos. Pero la +semana pasada fué mala. Total, que estoy siempre en los treinta mil: +imposible ir más allá. Y es que no me arriesgo, tengo miedo, y no +aprovecho las buenas series como deben aprovecharse, doblando, siempre +doblando. Temo que un golpe se lo lleve todo. ¡Si tuviese capital para +trabajar!... ¡Si entrase en el Casino una tarde con ciento cincuenta ó +doscientos mil francos!... Así hay que ir para dominar á la suerte. Debo +hacer el gran juego... ¡Yo apuntando ahora con fichas de cien francos y +hasta de veinte, como una prestamista retirada!... Por eso la Fortuna no +me reconoce y pasa de largo. + +El príncipe movió la cabeza. Se negaba á ayudarla en sus locuras. ¿No +era mejor que guardase esos miles de francos, en vez de perderlos +rápidamente, como le ocurriría el día que menos lo esperase? + +--Tú no eres jugador: lo sé--dijo ella--. Nunca te sentiste atraído por +esa voluptuosidad. Por eso ignoras la fuerza misteriosa del juego y das +consejos sobre lo que no entiendes. Si yo dejase de jugar, sentiría +inmediatamente mi miseria; entonces sería pobre de verdad. Mientras +juegas, siempre tienes dinero á mano; ganas, pierdes, pero nunca te +falta lo que necesitas para la vida. Y si pierdes definitivamente, +encuentras lo necesario para recomenzar. Yo no sé como es, pero un +jugador nunca carece de dinero. Una simple moneda rehace su situación en +cinco minutos. El pobre que no juega es el que ve siempre sus bolsillos +vacíos, sin esperanza ni remedio. + +Miguel siguió protestando con la mirada. Conocía todo esto: eran las +palabras de Spadoni y del mismo Castro, pero con la fanática certeza de +las mujeres, que llevan siempre á los asuntos de dinero un alma mística +dispuesta á creer en los presentimientos y las influencias misteriosas. + +--Para el juego no cuentes con mi ayuda... Además, yo soy pobre. En este +momento el coronel debe tener en su caja menos dinero que tú. Casi +siento la tentación de pedirte prestados tus treinta mil francos. + +Los dos rieron ante la idea de este préstamo. ¡Ella que había venido á +suplicarle como deudora!... + +--Ignoro lo que podré hacer por ti; no sé cuál es mi situación; pero +haré cuanto pueda. Esperemos; hay que tener paciencia. Estos tiempos no +pueden durar. + +--No; no pueden durar. + +Otra vez les sorprendió lo extraño de aquella pobreza que había caído +inesperadamente sobre ellos. Pero ¿era lógico que continuase la vida del +mundo con la normalidad de siempre, después de estas anomalías +particulares?... + +Se sentían aproximados por la solidaridad de la desgracia: se +encontraban de pronto como hermanos caídos al pie de una cúspide en cuya +altura se habían evitado antes, con irresistible hostilidad, chocando +rudamente. + +Miguel experimentaba ahora un motivo de atracción completamente nuevo. +Desde su adolescencia había odiado á la hija de doña Mercedes por su +orgullo, por la superioridad aplastante que conservaba aun en esos +momentos de amor en los que casi todas las mujeres se empequeñecen +voluntariamente para refugiarse, como una esclava feliz, en los brazos +del hombre. Ella sólo sabía dar su cuerpo en forma de limosna altanera, +lo mismo que una diosa. + +Y ahora, al verla llegar humildemente, impetrando su auxilio sin el +rencor de la altivez humillada, ocultando su miedo con una alegría de +buena amiga que desea olvidar lo pasado, sintió desvanecerse sus +antiguas prevenciones. + +El había sido siempre el protector, el amoroso á estilo oriental, +incapaz de interesarse por otras hembras que las de su harén, que todo +lo deben á su munificencia, desde el chapín á los penachos del turbante, +las joyas que adornan su pecho, las confituras que las nutren, la pipa +que fuman, el instrumento que acompaña sus cantos. No le interesaba +Alicia como mujer. ¡Ni ella ni otra! Pero sentía una simpatía de +compañerismo al verla necesitada de su protección; algo parecido á lo +que le inspiraban Castro, el coronel y los otros habitantes de +Villa-Sirena. Hasta pensó que la desgracia era aceptable, ya que servía +para devolver á las personas su verdadero carácter. Esta Alicia tan +odiosa en su primera juventud, podía llegar á ser una amistad tolerable +ahora que se veía libre de las influencias de la vanidad y de su mala +educación. + +Un estrépito de mugidos de vapor, gritos y silbidos cortó sus +reflexiones. Era un tren de soldados que pasaba. + +Ella también volvió á la realidad con este incidente. Pareció fijarse +por primera vez en el lujo discreto y sólido de aquella vasta pieza. Se +levantó para ver de cerca algunos cuadros modernos de pintores célebres +que adornaban los muros. Para ella, las firmas de los artistas eran más +interesantes que los lienzos. Valuaba su mérito con arreglo á la fama de +caros que tenían sus autores. + +--¡Lo que vale todo esto!--exclamó con admiración. + +--¡Con tal que pueda conservarlos!--dijo Miguel escépticamente--. Bien +podría ser que me obligasen á venderlos. + +La duquesa, desde una ventana, contempló los jardines, escalonados hasta +el mar. Muchas veces, yendo de paseo con su amiga Clorinda, había hecho +detenerse en el camino al carruaje de alquiler para contemplar las +arboledas de Villa-Sirena. El coronel, tan galante en el Casino, tan +besador de manos, se mostraba intratable, como un dragón guardador de +tesoros, cuando le proponían una visita, aunque sólo fuese á los +jardines. Sin permiso del príncipe nadie franqueaba la verja. + +--Y al llegar tú de París, ni siquiera me he aproximado á tu propiedad. +Me dabas miedo. ¡Si hubieses podido ver qué aire de salvaje tenías la +otra tarde! Cree que he necesitado un verdadero esfuerzo para venir... +Pero ahora somos amigos, ¿no es eso? amigos para siempre... Sé galante +con una parienta que viene á visitarte, y enséñame tus dominios. + +Lubimoff no pudo ocultar su contrariedad. ¿Qué deseaba ver Alicia?... +¿Iba á examinar á aquella hora matinal las habitaciones, á curiosear en +los dormitorios, á estorbar á Novoa, que tal vez trabajaba en la +biblioteca?... Pensó en la sonrisa irónica de Castro al sorprenderle +guiando por los pisos altos á una mujer. Apenas había entrado una en +Villa-Sirena, empezaban las molestias para su dueño. + +Como si adivinase Alicia estos pensamientos, sonrió graciosamente. No +deseaba ver la casa: se contentaba con visitar los jardines. + +--Bastante has hecho recibiéndome aquí--continuó--. Conozco la +limitación de mis derechos: estoy en territorio hostil. Esta es la casa +de «los enemigos de la mujer». + +El príncipe fingió no entenderla. Alguien había hablado; tal vez era +Castro, que no ocultaba nada á doña Clorinda. + +Pasearon por los jardines. Alicia se detuvo ante un pedazo de tierra +cultivada, de la que empezaban á surgir algunas hortalizas. + +--¿Aquí es donde tú trabajas? Ya sé que te diviertes cultivando tu +huerta, como otros príncipes rusos hacen zapatos. + +¿También esto?... ¡Ah, Castro charlatán! + +En el jardín griego, uno de los bancos de mármol sostenido por cuatro +victorias aladas atrajo la atención de ella, haciéndola permanecer +inmóvil y pensativa. + +--¿Te acuerdas del «banco de los viejos»?--dijo de pronto. + +Miguel no supo qué contestar á esta pregunta; pero pasados unos segundos +se acordó, como si los ojos fijos de ella le sugiriesen la visión de +aquella noche en que la había abandonado brutalmente. + +--¡Cómo te burlarías de mí! ¡Qué tonta debí parecerte!... Sí; una tonta +insufrible. Yo era Venus; era el centro del mundo; todo lo existente, +seres y cosas, se había fabricado para mi persona. Tenía por misión +hacer sufrir al mundo mis caprichos, y el mundo debía agradecerme de +rodillas que me fijase en él... ¡Qué quieres! La juventud, el orgullo +pueril de la primavera, que se cree eterna. Y después... ¡después! ¡Si +yo te contase todos mis desengaños, mis dolores, aun en la época en que +no me preocupaba del dinero!... El invierno borra las ilusiones verdes. + +--¡Pero tú no eres vieja!--exclamó Miguel--. Todavía inspiras pasiones á +los jóvenes. Te engañas á ti misma ó quieres burlarte de mí. Aún hay +muchos hombres que al verte... + +--Tal vez--repuso ella--; pero tú, hijo mío, no estás entre ellos. +Confiésalo: nunca te he gustado. + +El príncipe no quiso confesar nada y desvió la conversación. Le +molestaban estas alusiones al pasado. Alicia volvía á serle antipática +cada vez que intentaba resucitar sus antiguas gracias de perturbadora de +hombres. + +Vagaron más de media hora por los diversos planos de los jardines. De +vez en cuando, Miguel, al pasar por un claro de la arboleda, lanzaba una +mirada cautelosa hacia la «villa». Nadie en las ventanas; pero él +presintió una agitación interior á causa de esta visita. Le espiaban, +estaba seguro. Atilio, detrás de los visillos, seguía indudablemente sus +paseos entre los árboles. Tal vez Spadoni, que había pasado la noche en +Villa-Sirena, saltaba de la cama, perdiendo dos horas de sueño, para +contemplar esta novedad estupenda. Hasta Novoa habría suspendido su +lectura para mirar hacia el jardín. + +Alicia notó esta soledad. Ni invitados ni servidores. Ella y el príncipe +parecían marchar por un parque encantado. + +Al dirigirse hacia la verja encontraron á don Marcos que salía +apresuradamente del pabellón del jardinero. + +La duquesa dió su mano á Miguel, que la besó ceremoniosamente. + +--Espero que nos veremos en el Casino. + +Hizo él un signo de negación. Se aburría en las salas de juego: no +quería entrar en ellas. + +--Me hubiera gustado encontrarte allí... Estoy segura de que me darías +la suerte. + +Luego quedó indecisa. No pensaba volver á Villa-Sirena, donde sólo +vivían hombres; tenía la convicción de que era allí un estorbo. + +--Ven á verme una mañana. El coronel sabe dónde vivo. Ven, y te reirás +viendo cómo está instalada la duquesa de Delille... Es algo interesante. + +Avanzó hasta el coche de alquiler que esperaba fuera de la verja. Antes +de subir á él, se volvió para afirmar con un tono de graciosa amenaza: + +--Si no vienes, no me verás más. Creeré que deseas romper conmigo, que +me encuentras molesta y antipática... Te espero. + +Agitó una mano á guisa de despedida, mientras el carruaje se iba +alejando. + +--¡Ya era hora!--exclamó Miguel al verse solo. + +Una visita de hora y media, que le había hecho permanecer en nerviosa +tensión, midiendo sus palabras, evitando las expansiones demasiado +afectuosas, dando consejos sin interés alguno y dejando en silencio los +recuerdos del pasado. Prefería la confianza y el abandono de sus +conversaciones con los compañeros. + +Al pensar en éstos renació su inquietud. ¡Cómo iba á sonreir Atilio al +sentarse á la mesa! Escuchaba ya su voz irónica: «¡Nada de mujeres!» Y +la primera que se presentaba lo hacía marchar ante su paso, confuso pero +obediente, lo mismo que un prior que rompe la clausura para recibir á +una reina. + +La inquietud le hizo hablar al coronel, que iba silencioso á su lado, +acompañándole desde la verja al edificio. ¿Dónde estaba Castro?... + +--En la biblioteca, con lord Lewis. El lord ha llegado mientras Su +Alteza estaba en el jardín. Viene á almorzar. + +¡Simpático inglés! Ocurrírsele escoger este día, espontáneamente, +después de tantas invitaciones inútiles. Estando él presente, Castro +sólo hablaba del juego. Y corrió en busca de Lewis. + +Era hijo de un gran historiador, al que su patria había premiado con el +título de lord. Pero este título correspondía por herencia al hijo +primogénito, y únicamente Toledo, dado á exagerar la valía de sus +amistades, llamaba al segundón lord Lewis. Para Atilio, era «el Decano». +Llevaba veinticinco años en Monte-Carlo, y los viejos empleados del +Casino, al ver su triste calvicie inclinada sobre las mesas, recordaban +al _gentleman_ de otros tiempos, elegante, alegre, vigoroso. Había +venido á la Costa Azul en una de sus correrías de personaje byroniano, y +en ella se quedó, no queriendo ver más mundo. La pasión del juego era la +única voluptuosidad inagotable para este hombre que las había gustado +todas y estaba aburrido de la mayor parte de ellas. + +El verdadero lord Lewis, personaje grave que sostenía el prestigio del +nombre paterno, tenía numerosos hijos y había servido á su país en altos +puestos coloniales. El, poco á poco, iba perdiendo sus antiguas +relaciones, para no ser mas que un jugador en Monte-Carlo. + +--¡Veinticinco años!--había dicho melancólicamente un día al príncipe--. +¡Y jamás podré hacer otra cosa! Ya es tarde para emprender un nuevo +camino. Mi vida terminó, y aquí me enterrarán, estoy seguro; aquí +quedará todo lo que heredé de mi padre, todo lo que me legaron varias +tías viejas... Algunas veces, viendo claro, he emprendido un viaje de +huída... Pero al estar lejos siento una indignación feroz. Recuerdo que +he dejado aquí más de un millón, pienso que no debo resignarme á esta +pérdida, y para rescatarla, vuelvo en seguida á jugar, y vuelvo á +perder, y así continuaré hasta que muera. Además, hay el castillo... + +Miguel conocía este castillo. Estaba en un picacho de los Alpes +Marítimos, á la vista de Monte-Carlo, cerca del pueblo de La Turbie y de +los restos del Trofeo de Augusto, que marcan el emplazamiento de la +antigua vía romana. + +En sus primeros años de vida en la Costa Azul, el elegante Lewis había +adquirido por unos miles de francos las ruinas de una fortaleza señorial +que guardaban la tradición dramática de guerras con los condes de +Provenza, asaltos y asesinatos de familia. El hijo del historiador, más +aficionado á los deportes que á la literatura, consideró como un +homenaje filial la reconstrucción á la vista del Mediterráneo de un +castillo como los que su padre había descrito al relatar las leyendas de +su país. Invirtió en ello una parte de su fortuna, dedicando la otra al +juego. «Con lo que gane--se decía--acabaré el castillo.» Y como pensaba +ganar sumas fabulosas, inició la reconstrucción en proporciones +gigantescas, dirigiéndola él mismo con arreglo á las fantasías +arquitectónicas estudiadas en los dibujos de Gustavo Doré. El castillo +había quedado á medio construir, y así subsistía muchos años. Por un +lado las torres estaban completas y los muros ostentaban ventanales +gemíneos con vidrieras de colores. En el extremo opuesto se pudría el +maderamen de los andamios; las paredes, sin terminar, descendían en +ángulo recto, y el viento y la lluvia penetraban en los futuros salones, +faltos de un cuarto muro que los cerrase, completamente visibles como +los decorados de teatro. + +Cuando sus amigos no lo encontraban en Monte-Carlo, era que carecía de +dinero y estaba en su castillo contemplando melancólicamente todo lo +que le quedaba por hacer. Vivía en una ala, la menos inacabada, y +entretenía su soledad batallando con los rústicos vecinos, con los +proveedores, con todos los del país, que se consideraban obligados á +molestarle y explotarle de mil modos. + +Al llegar de Inglaterra una remesa de mil ó dos mil libras esterlinas, +bajaba arrogantemente desde su picacho al Casino. Un gran deber llenaba +su existencia, y debía cumplirlo. ¡Esta vez iba á triunfar! Y cuando, +después de emocionantes fluctuaciones--creciendo algunas veces su +capital, como si fueran á realizarse sus esperanzas--, acababa por +perderlo todo, Lewis volvía á su refugio de la cumbre, llevando una +existencia de cenobita, en espera de nuevos envíos, cada vez más +espaciados y trabajosos. + +El príncipe le había visitado una vez en esta fortaleza nueva y ruinosa, +para invitarle á un largo viaje en su yate. Pero Lewis no quiso aceptar. +Debía seguir el duelo con el Casino para recuperar su dinero; tenía la +obligación de terminar su obra. + +La guerra le despertó por unas semanas de esta quimera tenaz. Su hermano +había muerto poco antes; pero quedaban sus innumerables sobrinos, +jóvenes que habían abandonado los placeres y comodidades de la alta +sociedad para ofrecer sus vidas. Unos, pertenecientes á la marina, se +embarcaban en buques pequeños, torpederos y submarinos, buscando los +mayores peligros; otros ingresaban como oficiales en el ejército de +tierra. Hasta una sobrina suya, de precaria salud, había sido +condecorada en la línea de fuego por sus abnegaciones de enfermera. + +--Y yo, miserable egoísta--decía al hablar con el coronel en el +Casino--, soy simplemente un jugador en Monte-Carlo. Debería ir allá, +donde están los hombres; pero no puedo... ¡no puedo! Mi vida terminó; +soy un muerto que come y duerme para seguir jugando. ¡Y pensar que +algunos parientes más viejos que yo están en el ejército!... + +A los cincuenta y cuatro años, la conciencia de su decaimiento moral y +las continuas pérdidas habían agriado su carácter. Además, en las +tardes de mala suerte, visitaba con frecuencia el _bar_ del Casino, +buscando la inspiración en una serie de _whiskys_ tomados de pie y á +toda prisa. Fornido, algo cuadrado, con la cabeza pequeña, los ojos +intensamente azules, el bigote rubio y canoso, Atilio le encontraba +cierta semejanza con un jabalí, tal vez por su acometividad y aspereza +en momentos de mal humor. Jugaba con la cabeza hundida entre los +hombros, las fuertes manos sobre la bayeta verde, sin mirar á nadie, sin +permitir que nadie le hablase, pues esto desorientaba sus combinaciones. +En los días nefastos, al discutir con los empleados ó sus vecinos de +mesa sobre una jugada dudosa, las cóleras de Lewis alteraban la calma +discreta de los salones. Insultaba á los _croupiers_, invitándoles á +salir á la plaza, mientras distendía sus bíceps de boxeador; era preciso +llamar á uno de los altos directores para que le apaciguase con todas +las reflexiones paternales que merece un cliente asiduo. + +Este hombre, que en su juventud no había creído en Dios ni en el diablo, +vivía sometido á supersticiones que regocijaban á Castro. Odiaba á los +rostros desconocidos, por estar seguro de que ejercían sobre él una +influencia maléfica. Bastaba que viese uno al otro lado del tapete verde +ó detrás de su asiento, para que empezase á rugir por lo bajo, hasta que +al fin se ponía de pie, trasladándose al _bar_, seguro de que un +_whisky_ á tiempo cortaría la mala suerte. Su camarada íntimo, el único +que podía vivir con él varios días seguidos, era un conde francés, más +viejo que Lewis, y al que se designaba únicamente por su titulo, como si +no tuviese apellido, como si fuese «el conde» por antonomasia. Este no +jugaba nunca, pero ¡sabía tanto, á pesar de que muchos le tenían por +loco!... Treinta años antes había salido un día de su casa en París, +diciendo que iba á comprar tabaco, y aún no estaba de vuelta. Su mujer +había muerto sin verle, y sus hijos, con un sinnúmero de nietos nacidos +y crecidos durante su ausencia, deseaban que nunca acabase de hacer su +compra. + +Mientras Lewis jugaba, el conde, sentado en un diván, leía plácidamente +algún volumen, sin prestar atención á la curiosidad del público, que se +fijaba en su gran cabellera blanca echada atrás, sus bigotes enormes y +alborotados, sus ojos redondos, verdes y fosforescentes como los de un +pajarraco nocturno. Castro sentía excitada su curiosidad por los libros +del conde. Eran siempre volúmenes nuevos, de los que no se ven en +ninguna librería, publicados por editores de ignorada existencia; +concienzudos tratados sobre los néctares y ambrosías de la vida +contemporánea (opio, cocaína, morfina, éter), formularios para entrar un +relación directa con las potencias misteriosas (espíritus, larvas y +diablos familiares), viejos libros de magia puestos al día por brujos +modernos. + +No se dignaba dar consejos á su amigo sobre el juego: su pensamiento +estaba puesto en cosas de mayor alcance; pero Lewis se creía más seguro +cuando, al levantar sus ojos, lo encontraba leyendo en un rincón. +Estando él allí, siempre ganaba, ó á lo menos no perdía. Su presencia +era suficiente para conjurar el poder nefasto de los infinitos enemigos +que el inglés presentía en torno de la mesa. Además, estaba enterado de +lo que acariciaba el conde con una mano oculta mientras continuaba su +lectura. + +Al sufrir sin interrupción varios días de pérdida, Lewis se mostraba +suplicante: + +--Conde, _my dear_ conde, ¡si quisiera usted prestarme el rosario de +Satán!... + +El sabio personaje parecía dudar. Pero como se lo pedía su mejor amigo, +entregaba el rosario, dejando una de sus manos sin empleo; un rosario +como todos, pero de gruesas cuentas rojas y con los dieces negros. Lo +más importante era el grupo de objetos que colgaba en el lugar de la +ausente cruz: un elefante de marfil adquirido por el conde en la India, +una moneda auténtica del emperador Constantino encontrada en unas +excavaciones en la Anatolia, y un falo de oro con un resorte engendrador +de viles contorsiones. + +La mala suerte quedaba vencida. Algunas veces había perdido Lewis +mientras pasaba ocultamente las cuentas del diabólico rosario por debajo +de la mesa; pero siempre perdía menos que cuando estaba privado del +maravilloso talismán. El sólo quería acordarse de una tarde en que, +ayudado por esta joya impúdica y sacrílega, llegó á ganar ochenta mil +francos. + +Si la ganancia se cortó, fué por culpa del conde. Era infiel como una +mujer coqueta; desaparecía de pronto, repitiendo la misma fuga +inexplicable con que había asombrado á su familia. A Lewis no lo +abandonaba para comprar tabaco; pero los libros recién adquiridos +hablaban de un narcótico empleado en Asia que hacía ver el porvenir, de +una gitana de Granada que podía matar á las personas con solo el deseo y +unas palabras misteriosas, y allá se iba, bajo la fe de anónimos autores +que nunca habían salido de París. Jamás le faltaba dinero para estos +viajes misteriosos; sin duda su familia tenía interés en mantenerlo +lejos. Tardaba en reaparecer tres meses ó cinco años; hasta que el +público rumor hacía saber á Lewis que su amigo vivía en Cannes ó en +Niza, y le enviaba carta tras carta, invitándolo á trasladarse á +Monte-Carlo. Hasta iba en busca suya, y el conde se dejaba traer, con +sus libros de misterios y su prodigioso rosario, sin hablar una palabra +de lo que había descubierto en sus viajes. + +Al ver el príncipe á Lewis después de dos años de ausencia, tuvo que +disimular su triste sorpresa. Sólo los ojos, claros, reposados y dulces, +recordaban la perdida frescura del _gentleman_ elegante y vigoroso. +Había adelgazado de un modo alarmante, con un enflaquecimiento de +enfermedad. Su cráneo parecía haberse empequeñecido, y sobre su calvicie +se desplomaban como ruinas algunos mechones cenicientos y espaciados. + +Una observación del coronel renació en su memoria. Toledo había +estudiado la decadencia de los jugadores. Así como iban llegando á los +últimos límites del desaliento y la desesperación, se encogían y +arrugaban. Su sombrero se hacía más grande: cada día bajaba más, hasta +descansar en las orejas; el cuello de la camisa se dilataba igualmente, +como si fuese á dejar escapar un pecho angustiado. + +Durante el almuerzo, Lewis, Castro y Spadoni sostuvieron la +conversación. Hablaron del juego y del Casino, pero nadie se atrevió á +preguntar al inglés si había ganado. Temía supersticiosamente esta +pregunta, como algo que llamaba á la desgracia. En cambio, habló de la +fortuna de los otros, de las grandes ganancias conseguidas en una noche. +Guardaba en su memoria todo lo que le habían contado ó lo que él había +creído ver durante veinticinco años de vida en Monte-Carlo. Un americano +se había ido con un millón; un inglés había ganado diez mil libras +esterlinas con cinco luises prestados... Así continuaba relatando los +prodigios vistos en el Casino. ¿Y aún había quien aseguraba que todos, +absolutamente todos los jugadores acaban fatalmente por perder?... + +El pianista escuchaba con ojos de asombro y de codicia los relatos del +«Decano». Castro se mostraba más escéptico. Había oído contar estas +ganancias inauditas y otras muchas, pero sin presenciar una sola de +ellas, y eso que llevaba también bastantes años viniendo á Monte-Carlo. +Era verdad que había visto ganar en una noche hasta quinientos mil +francos... Pero al día siguiente cambiaban las cosas, y el triunfador +perdía lo ganado y además lo suyo, teniendo que pedir el viático de +costumbre para volverse á su país. + +--Yo creo--dijo--que todas esas historias las inventa la sección de +propaganda del Casino. Me han contado que tiene á sueldo un novelista de +folletón, el cual debe lanzar todas las semanas un cuento de esta clase +para enardecer á los jugadores. + +Acogió el príncipe con una sonrisa la invención de su amigo, pero Lewis +no aceptaba paradojas en asuntos tan respetables, y gritó que todo lo +que él contaba lo había presenciado. Mentía sin darse cuenta al hacer +esta afirmación. En realidad, había visto lo mismo que Atilio: grandes +ganancias seguidas de pérdidas mayores; pero experimentaba la necesidad +de lo maravilloso, y estaba dispuesto á creerlo todo de antemano. Tenía +el alma del fanático, que cuando le cuentan un milagro afirma á los +pocos días con sinceridad: «Yo lo vi con mis ojos.» + +Repetidas veces espió el príncipe á Castro, esperando sorprender en él +una mirada irónica, algo que le revelase sus impresiones acerca de la +visita que había recibido en la mañana. Pero la presencia de Lewis +parecía haber borrado en él todo recuerdo que no tuviese relación con +el juego. + +Al terminar el almuerzo hablaron en el _hall_, mientras tomaban el café, +de los que jugaban más fuerte en las salas privadas. El nombre de +algunos era pronunciado con respeto, como si fuesen maestros dignos de +admiración. + +--Ese sabe jugar--decían como único comentario. + +Lo gracioso para Miguel era que Lewis también figuraba entre los +maestros que «sabían jugar», y todos ellos perdían, lo mismo que los +ignorantes. Su único mérito estribaba en ir retardando el momento de la +ruina final, en prolongar la anonadadora emoción, envejeciendo como +prisioneros á la sombra de los peñones del principado. + +Miró á Castro una vez más, como á un enemigo astuto que disimula su +pensamiento, y se aventuró á hacer una pregunta: + +--Y mi parienta la de Delille, ¿cómo juega? + +Atilio fijó los ojos en él sin malicia alguna, extrañándose del interés +que mostraba por la duquesa; pero no pudo hablar, pues se le adelantó +Lewis. Odiaba á las mujeres, especialmente en la mesa de juego. Sólo +servían de estorbo, interrumpiendo con sus gestos y sus nerviosidades +las meditaciones de los hombres. + +--Juega como una bestia--dijo con brutalidad--, juega como una mujer... +¡El dinero que lleva perdido tontamente!... + +Castro intervino, como si quisiera evitar que esta conversación se +prolongase. + +--¿Y el conde?--preguntó á Lewis--. ¿Dónde esta? El coronel se interesa +mucho por él. + +Don Marcos lanzó una exclamación de asombro y de reproche. Tenía su +opinión formada desde mucho antes sobre el tal personaje. ¡Un +demente!... No podía olvidar su breve diálogo una tarde en el Casino, +después que Atilio los presentó á los dos. Al conocer la nacionalidad de +Toledo había hecho grandes elogios de su país. ¡Oh, España! ¡Su lengua +interesante! Y cuando el coronel iba á agradecerle tanta amabilidad, +quedó estupefacto y con el aliento cortado. + +--Porque usted debe saber, indudablemente, que el español es la lengua +usual del diablo, después del latín. En español están escritos los más +poderosos conjuros. ¡Oh, los nigromantes de Toledo! ¡Los sabios brujos +de Salamanca! + +El viejo soldado de la tradición se alteraba al recordar al conde y su +rosario. Por esto, cuando Lewis declaró que no sabía nada de su amigo, +repuso seriamente: + +--Yo sé dónde está: en una casa de locos. + +Sonó de pronto el estrépito de un tren que pasaba ante Villa-Sirena con +acompañamiento de gritos y silbidos. Más ingleses que iban á Italia. + +Esto les hizo ocuparse de la guerra. Lewis, que había bebido mucho en la +mesa, recordando al hablar del juego la inutilidad de su vida, cayó de +pronto en una tristeza densa, de ebrio melancólico y digno. + +--Dos sobrinos míos murieron en la batalla naval de Jutlandia. Seis +hijos de mi hermano han muerto en Francia en una sola tarde: pertenecían +al mismo batallón. Todos jóvenes, animosos, deseando hacer algo. Y yo +soy el único varón que queda en la familia; soy el inútil, el viejo, el +que no sirve para nada. ¡Ah, miseria!... + +Todos callaron, comprendiendo que la desesperación y la vergüenza de +este hombre, que parecía llorar sobre las ruinas de una vida sin objeto, +exigían el silencio. Novoa movió la cabeza como si aprobase sus +palabras. + +--Mi familia ha terminado. ¡Tantos jóvenes que había en ella!... La vida +es rara. Transcurre el tiempo sin que surjan sucesos extraordinarios, y +de pronto, las horas valen meses, los días son años, y pasan en unos +minutos cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos. ¡Todos +muertos! Sólo queda mi sobrina Mary, la enfermera. Está aquí; la han +enviado sus jefes casi á la fuerza para que descanse y se reponga. Pero +se escapa á Mentón, á Niza, allí donde hay heridos, queriendo reanudar +su servicio. ¡Si á lo menos se casase!... Mas no: morirá como los otros. +Y yo quedaré solo, y seré lord, el tercer lord Lewis: lord Lewis el +historiador, lord Lewis el gobernador colonial, y lord Lewis el +inútil... + +Aquí intervinieron todos con una protesta afectuosa. Sus desgracias de +familia eran enormes, pero no debía atormentarse de tal modo. + +--Con su permiso, príncipe--dijo el inglés, desviando la conversación--, +un día traeré á mi sobrina para que conozca sus jardines. ¡Ama tanto +estas cosas! Es la única de la familia que ha heredado el alma de mi +padre. + +Después de esto, Lewis mostró deseos de marcharse. Necesitaba olvidar, y +sabía dónde le esperaba el olvido. Sus pies de jugador sintieron el +mismo irresistible deseo de actividad que los del ebrio cuando piensa en +el mostrador del _bar_. Castro y Spadoni cruzaron con él varias miradas. + +--¿Si fuésemos á dar una vuelta por el Casino?--propuso uno. + +Y los tres desaparecieron. + +El coronel también se fué, y el príncipe pasó el resto de la tarde +conversando con Novoa, paseando por sus jardines, viendo la puesta del +sol, y finalmente leyendo en el _hall_, al pie de una lámpara que +extendía su enorme pantalla rosa sobre una alta columna. + +Castro llegó solo, mucho antes de la hora de la comida. Estaba triste; +silbaba, y su sonrisa era un rictus hostil. ¡Mala tarde! Lo había +perdido todo. Al día siguiente tendría que solicitar un nuevo préstamo +de su pariente para volver al «trabajo». + +Miguel sintió otra vez la necesidad de hablarle de la visita de la +mañana. Era mejor una explicación franca que evitase alusiones é +ironías. + +--Sí, la he visto--dijo Castro--. Os seguí desde una ventana cuando +paseabais por los jardines. + +Le miró el príncipe, asombrado de su laconismo. ¿Esto era todo lo que se +le ocurría decir? Ahora hubiese preferido sus burlas. + +--¿Qué tiene de particular que haya venido?--dijo al fin con +brusquedad--. Es natural; ¡pobre mujer! Te advierto que has empezado por +conquistar á una enemiga. + +Se había encontrado en el Casino con «la Generala». Ella y Alicia +acababan de reconciliarse una vez más, y para afirmar con una +confidencia íntima la amistad rehecha, la de Delille le había contado su +entrevista con el príncipe. + +--Doña Clorinda, que no te podía ver, por considerarte un frívolo, un +vago pernicioso, hace de ti los mayores elogios, á causa del perdón de +esa deuda enorme y de tu propósito de ayudar á la duquesa. Dice que eres +un caballero digno de otros tiempos, un gran corazón... + +Miguel encogió los hombros. ¡Lo que le importaba á él la tal doña +Clorinda!... Esto exasperó á Castro. + +--¿Por qué no había de venir aquí tu parienta?--dijo con aspereza--. Tú +te aburres entre hombres; no lo crees, pero es así. A todos nos ocurre +lo mismo. Resulta necesario hablar de vez en cuando con una mujer, +aunque sea únicamente por amistad. Lo que tú pretendiste al llegar de +París es imposible. + +--¿Crees acaso que voy á enamorarme de Alicia? + +Y el príncipe rió largamente, como si no se cansase de celebrar lo +absurdo de tal suposición. + +--Eso tú lo sabrás--contestó Atilio--. Lo que yo digo es que no podemos +ser por mucho tiempo los enemigos de la mujer. Mira al coronel; es tu +«chambelán», tu ayudante, el hombre que te obedece ciegamente. Pues +hasta ese te abandona. Fíjate: siempre que puede, vive en el pabellón de +la portería. Necesita hablar con la hija del jardinero, una mocosa que +él ha visto andar á gatas, pero que ya tiene diez y seis años y no +ofrece mal aspecto. Trabaja en una sombrerería de Monte-Carlo, y sigue +las modas lo mismo que una señorita. El coronel cuida de la renovación +de sus zapatos de altos tacones, de sus faldas cortas, de sus boinas y +sombreritos, de sus collares de falso ámbar. En esto emplea todo el +dinero que tú le permites que tome como recompensa. A veces la sigue de +lejos por las calles, admirando su contoneo provocativo, sus +pantorrillas al descubierto, siempre con medias de seda... Cultiva +pacientemente su jardín. Sonríe como un imbécil al pensar en su futura +cosecha. + + + + +VI + + +Un domingo, al levantarse de la cama, el príncipe sintió deseos de +cantar. Tal vez fué por seguir maquinalmente á unos pájaros que desde la +salida del sol estaban gorjeando en los aleros de Villa-Sirena, +engañados por la tibieza de un día primaveral en pleno invierno. + +Miró por una ventana de su dormitorio. El Mediterráneo, sin una sola +vela, se extendía, largamente ondulado, hasta juntarse con el cielo. Las +gaviotas volaban en círculos, desplomándose á continuación con las alas +encogidas para dejarse llevar por las aguas. Los fondos de arena +removidos por las corrientes aclaraban el azul del borde de la costa, +dándole un tono opalino de ajenjo. En torno del promontorio hervían las +espumas, blancas, luminosas, incesantemente renovadas, entre las cabezas +de los escollos. + +El príncipe oyó voces encima de él. Castro y Spadoni se hablaban de +ventana á ventana. La precoz belleza del día les había hecho saltar del +lecho con misterioso aviso. Admiraban el cielo, sin un vapor que +enturbiase las distancias. Las montañas habían adquirido un relieve +extraordinario: parecían más grandes y más próximas. Por encima del +Cap-Martin descendían los Alpes italianos, y en sus últimas +estribaciones, á ras del agua, blanqueaban las poblaciones fronterizas: +Vintimiglia y Bordighera. + +Por un capricho atmosférico, flotaba en mitad del cielo sereno una nube +compacta, alargada, semejante á una isla cubierta de nieve. Su blancura +parecía irradiar una luz interior. + +--La conozco--dijo Atilio con acento de convicción al músico, que no se +cansaba de admirarla--. La he visto muchas veces. Cuando el día se +muestra demasiado limpio, los directores del Casino temen que la +clientela se aburra de tanto sol, de tanto azul: azul en el mar, azul en +el cielo. «Que suelten la nube grande», ordenan por teléfono. Habrá +usted reparado que esa nube siempre aparece por detrás de las montañas. +Es donde el Casino tiene sus almacenes. Aquí no perdonan detalle para +entretener á los parroquianos. + +Miguel oyó dos mugidos: uno de sorpresa, otro de indignación. Luego el +ruido de una ventana al cerrarse. El pianista, molestado por esta broma +matinal, volvía á su lecho para dormir hasta la hora del almuerzo. + +Apresuró el príncipe sus operaciones de limpieza. Sentía la necesidad de +salir, como si sus jardines le pareciesen estrechos. A lo lejos sonaban +las campanas de Monte-Carlo, más lejos aún respondían las de Mónaco, y +este repiqueteo hacía vibrar la frágil y clara atmósfera como una copa +de cristal. + +Bajó las escaleras lentamente, procurando no hacer ruido, y al llegar á +la verja respiró satisfecho. No había encontrado á ninguno de sus +compañeros, ni siquiera al coronel. Quería marchar solo hacia la ciudad, +como si le atrajese la alegría matinal del domingo, que se convierte al +llegar la tarde en tedio abrumador. + +Fuera de la verja le saludó una muchacha que esperaba el paso del +tranvía. Era pequeña, pero sus pies estaban montados en violento ángulo +sobre unos zapatos de tacones agudos. Su falda apenas pasaba de la +rodilla, dejando al descubierto unas medias bien repletas de carne +transparentada por el fino tejido. Sobre su jersey de seda color salmón +ostentaba un collar de enormes cuentas de falso ámbar. El pelo, cortado +en forma de melena de paje, se ahuecaba bajo una graciosa boina de +terciopelo. El profundo respeto con que le saludó hizo que la +reconociese: la hija del jardinero. Pero al mismo tiempo le miraba +hipócritamente, con una curiosidad mal disimulada, como si sus pupilas +estableciesen una separación entre el amo venerado por sus padres y el +buen mozo al que adoraban las mujeres y del que había oído contar tantas +cosas. + +El príncipe siguió adelante, después de saludarla como á una señorita de +su mundo. Estaba alegre esta mañana, y rió en su interior al pensar en +lo que daría que hacer á los hombres, más adelante, este capullo de +malicias y ambiciones. Luego se acordó de don Marcos y de lo que le +había contado Atilio. ¡Pobre coronel! ¡Meterse, con sus años, á domador +de fierecillas!... + +Caminó ligeramente hacia Monte-Carlo. Pasaba ante las «villas» y los +jardines como si sus pies tomasen nuevo impulso al tocar el suelo, como +si en la atmósfera primaveral se hubiesen disminuído las leyes de la +gravedad. + +Dentro de la población se detuvo ante las gradas de la iglesia de San +Carlos. Por la puerta salían resplandores de cirios, perfumes de flores, +susurros de órgano, voces de doncellas. Su alma, pueril y ligera como la +mañana, sintió deseos de ir en pos de las familias endomingadas que +subían la escalinata. El era católico por su padre, cismático por su +madre, y nada por su propia voluntad. Pero se sintió repelido por esta +penumbra olorosa de cueva abierta moteada de luces, y siguió adelante, +aspirando con delicia el aire libre. + +--¡Oh, lady!... ¡Buenos días! + +Una mano de mujer, descarnada y larga, estrechó la suya con una rudeza +varonil. El sol hacía brillar los botones dorados sobre el paño color +kaki de un uniforme de soldado inglés. Mas el uniforme, en vez de estar +rematado por unos pantalones, tenía como final una falda corta sobre +polainas de cuero rojo. + +Era la sobrina de Lewis. Había estado dos tardes en Villa-Sirena +correteando por sus jardines. Miguel contempló una vez más su enfermiza +delgadez, que iba tomando el aspecto miserable de la consunción. La +correa que le cruzaba pecho y espalda, uniéndose por ambos lados á la +cintura, se hundía en el paño, como si detrás de su trama no encontrase +la resistencia de un cuerpo. El rostro avanzaba con una agudeza de +cuchillo bajo la visera de la gorra militar. Su epidermis, rugosa y +macilenta en plena juventud, marcaba todas las aristas y oquedades del +hueso. Parecía no tener edad; lo mismo podía ser de veinticinco que de +sesenta años. Lo único que se conservaba fresco en ella eran los ojos, +unos ojos que aún tenían el resplandor ingenuo de la adolescencia, y +miraban de frente, con la serena confianza de la virgen fuerte. + +Los horrores de la guerra habían pasado sobre este organismo como una +llamarada que seca cuanto toca, lo apergamina, y acaba convirtiéndolo en +polvo. Parecía una momia, tostada por el resplandor de los incendios, +estremecida por las lágrimas y los quejidos de millares de seres. «¡Lo +que esos oídos habrán escuchado!», se dijo Miguel. Y comprendió el gesto +triste de su boca pálida, que colgaba con desaliento entre dos profundos +surcos verticales. «¡Lo que esos ojos habrán visto!», continuó pensando. +Pero los ojos no querían acordarse, y le sonreían, contentos del momento +presente. + +Acababa de salir de un gran hotel convertido en hospital y esperaba el +tranvía para ir á Mentón. Habían llegado allá nuevos heridos, y la +escasez de enfermeras obligaba á los médicos á admitir sus servicios. +Por el momento no la molestarían más preocupándose de su falta de salud. +Al pensar en el rudo trabajo que la esperaba, en las noches de vigilia y +los combates con la muerte para salvar á unos cuantos hombres, mostró un +gran regocijo. Deseaba cuanto antes hacer su corto viaje, como si se +dirigiese á una fiesta; y al ver que se aproximaba el tranvía, estrechó +otra vez varonilmente la mano del príncipe. + +--Seguiré abusando de su autorización. La próxima vez saquearé aún más +sus jardines. ¡Flores... muchas flores! ¡Si viera usted qué alegría +sienten los pobrecitos cuando las coloco junto á sus camas! Algunos +médicos se enfadan; encuentran frívolo esto... Pero lo que yo digo: ya +que hemos de morir, muramos con un poco de poesía, rodeados de algo que +nos recuerde la belleza de lo que perdemos. Esto no hace mal á nadie. + +Lubimoff siguió su camino, pero con menos ligereza. Esta amazona de la +caridad parecía haber desgarrado el velo rosa que alegraba su visión. + +Todo era lo mismo, pero ligeramente ensombrecido, como los paisajes que +se contemplan á través de un vidrio ahumado. Fijaba su atención en cosas +no vistas hasta entonces. Todos los grandes hoteles se habían convertido +en hospitales. Sus terrazas, sus largos balcones, estaban ocupados por +hombres que tomaban el sol; hombres cuya cabeza era una bola blanca, +ceñida de vendajes que sólo dejaban visibles los ojos y la boca; hombres +incompletos, como esbozos escultóricos, sin una pierna, sin un brazo; +otros, tendidos, inmóviles, amputados, lo mismo que los cadáveres en la +sala de disección, pero que todavía respiraban. + +En las aceras fué tropezando con militares de diversas naciones: +oficiales franceses, ingleses, servios y algunos rusos convalecientes, +que recordaban con su presencia la desvanecida cooperación de su país. +Desfilaba toda la variedad de uniformes de los ejércitos de la +República: el azul horizonte de las tropas continentales, el color +mostaza de las tropas marroquíes, la gorra de cuartel amarilla de la +Legión Extranjera, el fez rojo de los argelinos y de los tiradores +negros. + +Nadie estaba entero. Este país de sol, de perspectivas azules y +risueñas, parecía poblado por una humanidad superviviendo á un +cataclismo. Oficiales elegantes, de esbelto talle, arrastraban una +pierna, avanzaban con precaución un pie elefantíaco, se doblaban, +avejentados, apoyándose en un garrote. Hombres atléticos temblaban al +andar, como si su esqueleto bailotease dentro de la envoltura de un +cuerpo vaciado por la consunción. Las manos carecían de dedos; los +brazos se habían acortado y eran aletas ó informes muñones; las mejillas +ocultaban bajo placas de algodón el zarpazo de la granada, igual á una +cicatriz cancerosa; la horrible oquedad de la nariz desaparecida se +disimulaba con un tapón negro sujeto á las orejas. Otros llevaban todo +el rostro cubierto con una máscara de vendajes, sin dejar visibles mas +que los ojos, los pobres ojos, que parecían sentir miedo por adelantado +y algún día habrían de familiarizarse con el horror de un rostro que fué +joven meses antes y ahora era igual á una visión de pesadilla. + +Algunos se mantenían intactos, disponiendo de la fuerza y la agilidad +de todos sus miembros. Vistos de espaldas, conservaban la esbeltez +vigorosa de la juventud... Pero marchaban en fila, agarrados del brazo, +los ojos perdidos en la noche, golpeando las losas con un palo que había +venido á reemplazar el perdido sable y les acompañaría hasta su muerte. + +Y esta procesión de resignadas tristezas, este carnaval doloroso, venía +de los jardines, reconfortado por la alegría matinal, sintiendo renovada +su voluntad de vivir. Otros se dirigían hacia el Casino y sus terrazas, +pasando entre las palmeras brasileñas, de lisos y huecos fustes forrados +de piel de elefante; entre los cactos sostenidos por soportes de hierro +formando madejas de reptiles verdes erizados de púas; entre los nopales, +altos como árboles; entre las higueras del Himalaya, con el cuerpo de +torre y una copa inmensa que parecía hecha para proteger la inmóvil +meditación de los fakires; entre todas las vegetaciones de la América +tropical y la América templada, de la China, Australia, Abisinia y El +Cabo. Un pequeño arroyo bajaba en zigzag por las quebradas verdes del +césped, formando remansos entre bambúes y palmeras japonesas, hasta +desembocar en un lago minúsculo con bordes de follaje, tranquilo, +gracioso, frágil, como uno de esos centros de mesa en los que el agua +está representada por una lámina de cristal. + +Miguel se detuvo en lo alto de los jardines para contemplar de lejos el +Casino. Nunca había apreciado, como ahora, la frivolidad y el mal gusto +de este palacio, que era el corazón de Mónaco. Si el «monumento de +confitería»--frase de Castro--cerraba sus puertas, todo Monte-Carlo +quedaría en una soledad de muerte, lo mismo que esas ciudades que fueron +puertos en otros siglos y ahora duermen, despobladas, lejos del mar que +se retiró. + +Era obra del arquitecto de la Opera de París, una construcción +recargada, chillona y pueril, toda ella de un tono de manteca tierna, +con techos policromos, torrecillas cargadas de balconajes, hornacinas +con estatuas innominadas, y muchos frisos de azulejos, muchos mosaicos +dorados. En los ángulos había escudetes de cerámica verde imitando á +cabujones de esmeralda. La simulación del oro y las piedras preciosas +era el motivo ornamental más saliente de esta casa, famosa en el mundo +entero. + +La prosperidad del establecimiento había añadido al cuerpo principal, +flanqueado de cuatro torres, una ala extensa, en la que estaban los +mejores salones. Varias cúpulas desiguales, verdes y amarillas, +revelaban la existencia de éstos remontándose por encima de la +balaustrada final. En esta balaustrada aparecían sentados unos cuantos +ángeles ó genios de bronce enteramente desnudos, con alas doradas, +ofreciendo al extremo de sus brazos negros unos atributos de oro, cuya +significación nadie llegaba á adivinar. Otras estatuas de mujeres medio +desnudas, blancas ó metálicas, se guarecían en los hornacinas de los +muros, y también resultaba un misterio su nombre y su significación. + +Aunque el palacio pretendía deslumbrar y acariciar con sus oros y sus +tiernos colores, las gentes que iban á él apenas se fijaban en tales +magnificencias. + +--Los que llegan--decía Castro--entran corriendo: desean sentarse cuanto +antes á las mesas de juego. Los que salen todo lo ven obscuro; y aunque +el Casino fuese hermoso como el Partenón, lo tomarían por una cueva de +ladrones. + +El príncipe miró á la derecha del edificio, donde quedaba visible una +faja de mar cortada por varias palmeras japonesas de tronco estoposo y +copa esférica. Allí, en la entrada de las terrazas que bordean el +Mediterráneo, se yerguen los dos únicos monumentos de la ciudad, +dedicados á la gloria de dos músicos por el simple hecho de que algunas +de sus obras fueron estrenadas en el teatro del Casino. Labrados en +mármol, Berlioz y Massenet saludan vagamente con sus ojos sin pupila á +las muchedumbres cosmopolitas que van llegando á la casa de juego. «Son +_croupiers_ honorarios», decía Castro. + +«Massenet, lo acepto--pensó Miguel--. Fué feliz, tuvo dinero, conoció la +gloria en vida. ¡Pero Berlioz, que pasó sus años luchando con la propia +pobreza y el desvío del público, haciendo guardia después de muerto á +los millones del Casino!...» + +Luego miró más cerca, fijándose en la plaza que se abre ante el +edificio. Un jardín redondo ocupa su centro. Las gentes lo apodan «el +queso», por su forma, y algunos especializan llamándolo «el +_camambert_». En torno de su baranda y en los bancos adosados á ella +vivía el alma de Monte-Carlo, se encontraban las gentes, cambiando +chismes y murmuraciones, pidiendo noticias á los que salían del Casino, +comentando la fortuna ó la desgracia de los jugadores célebres. + +En las inmediaciones no había otros comercios que joyerías, sucursales +del Monte de Piedad y tiendas de sombreros para mujeres. Las jugadoras +modestas sentían el capricho de un sombrero caro á la salida del Casino; +los que necesitaban continuar sus combinaciones con nuevo capital no +tenían mas que dar unos cuantos pasos para empeñar la alhaja; en los +escaparates de las joyerías, el collar de perlas de un millón, las +esmeraldas de trescientos mil francos, se exhibían durante el invierno, +exacerbando el capricho femenil, y en verano emigraban á los balnearios +célebres, para continuar su deslumbradora y muda tentación. Los joyeros, +de perfil semítico, esperaban detrás de sus mostradores las compras más +que las ventas, y ofrecían tranquilamente por la alhaja adquirida allí +mismo el año anterior la cuarta parte de su precio. + +El príncipe adivinó de lejos la personalidad de muchos que en esta hora +matinal ocupaban ya los bancos frente á la escalinata del palacio. Allí +permanecían todo el día los condenados del juego, los malditos, +sufriendo el más atroz de los tormentos al vivir junto á las puertas del +santuario sin poder entrar en él. Habían perdido hasta la última moneda, +y los directores de la casa, que repatrían generosamente á los jugadores +arruinados, les entregaban el viático para el regreso á su país. Pero se +jugaban este socorro, lo perdían, y como los deudores del Casino no +pueden volver á él hasta que han cumplido sus compromisos, quedaban +clavados en la plaza para siempre, con la ilusoria esperanza de un +dinero que todos ellos ignoraban de dónde podría venir. Se reunían +hombres y mujeres con la fraternidad de la miseria, espiaban á los +compatriotas más felices para asaltarlos con sus peticiones, discutían +entre ellos números y colores, lograban reunir algunos francos después +de rebuscar en el fondo de todos los bolsillos, y como emisario de sus +ilusiones diputaban á algún camarada tan pobre como ellos, pero que aún +no había «tomado el viático» y tenía libre la entrada. + +Vió Miguel cómo se iba extendiendo una ola de gente al pie de las +palmeras japonesas, junto al monumento de Massenet. Acababan de llegar +varios tranvías de Niza. Todos los viajeros corrían, deseando penetrar +cuanto antes en el abigarrado palacio, como si la fortuna les aguardase +en los salones y pudiera huir de un momento á otro, cansada de esperar. + +Miró el reloj que coronaba la fachada. Las diez. Iban á empezar los +diarios oficios, y los devotos residentes en Monte-Carlo acudían +también, uniéndose á los venidos de fuera. Todos subieron á la vez las +gradas de mármol, siguiendo sus tres caminos de alfombra sujeta por +varillas de bronce que brillaban al sol. + +«¡Y estamos en guerra!--pensó Miguel--. ¡Y muchos de los que se han +levantado temprano para hacer el viaje, lo mismo que los que viven aquí, +tienen hijos, hermanos ó maridos que en este momento se baten y tal vez +mueren!...» + +La voluntad de vivir, la voluntad de gozar, la ilusión de la ganancia, +obraban como anestésicos, se sobreponían á las preocupaciones, haciendo +que todos olvidasen, para concentrar su existencia en el momento +presente. + +Esta precipitación general hacia el juego abierto disgustó al príncipe y +le hizo detenerse en la suave pendiente de los jardines. Le repugnó +confundirse con la muchedumbre que vagaba por los alrededores del +Casino. + +Su deseo de no seguir adelante le sugirió una idea. «¿Si fueses á +sorprender á Alicia en su casa?... ¡Lo agradecería tanto!» + +Dos veces más había estado en Villa-Sirena. Un encuentro en la calle con +el príncipe, cuando ella iba con su amiga Clorinda, sirvió de pretexto +para que las dos visitasen el refugio de «los enemigos de la mujer» y +sus hermosos jardines. Miguel encontró á «la Generala» menos hostil y +dominadora que la había imaginado; pero no pudo comprender el +apasionamiento de Castro. A pesar de su hermosura le pareció estar +hablando con un hombre. Con ambas señoras había venido también Valeria, +la joven francesa protegida por Alicia, señorita de compañía en los +tiempos de esplendor y que ahora sólo acompañaba su pobreza por gratitud +y fidelidad. Luego, la de Delille había vuelto sola por segunda vez, +para hacerle varias consultas sobre su porvenir, desprovistas todas +ellas de buen sentido, y aceptar finalmente un préstamo de cinco mil +francos. La suerte le era contraria en el juego; necesitaba nuevas +«herramientas de trabajo». Aquel capital que la irritaba con su +terquedad, no queriendo subir más allá de los treinta mil, había oído +finalmente sus quejas, pero fué para desplomarse con una rapidez +fulminante, dejando sólo leves escombros de su existencia. + +Después de recibir esta ayuda, la duquesa se había mostrado quejosa. + +--Soy yo quien viene siempre á buscarte: no te dignas visitar mi casa. +¡Como soy pobre!... + +Al recordar esta protesta humilde, el príncipe no vaciló más. Y +volviendo la espalda al Casino, empezó á subir las calles en pendiente +hacia el límite fronterizo que separa Monte-Carlo de Beausoleil; calles +que ostentan nombres primaverales: de las Rosas, de los Claveles, de las +Violetas, de las Orquídeas. + +Entró en una corta avenida formada por una doble hilera de verjas de +jardín. Las casas sólo se dejaban ver á través de columnatas de palmeras +y del follaje duro de los grandes magnolieros. Iba leyendo los nombres +de los propiedades en pequeñas lápidas de mármol rojo fijas en las +entradas de las verjas. «Villa-Rosa»: aquí era. Empujó el entreabierto +portón de hierro, sin que una voz ni un ladrido acogiesen su presencia. +Vió un jardín abandonado en parte, con una vegetación parásita al pie de +los árboles sin podar, cubriendo el espacio que antes habían ocupado los +arriates de flores. El resto estaba mejor atendido, pero era una huerta +con pequeños rectángulos de verduras comestibles sometidos á un cultivo +intensivo. + +Lubimoff fué avanzando, sin encontrar á nadie, y se le ocurrió que el +hortelano debía ser un hombre acompañado por un perro con los que se +había cruzado en la entrada de la avenida. + +Subió los cuatro peldaños de la casa. También aquí la puerta estaba +entreabierta, y empujándola se vió en un recibimiento del que arrancaba +la escalera para los pisos superiores. + +Nadie. Todas las puertas de las habitaciones inmediatas se resistieron á +su mano. Silencio absoluto, como si la casa estuviese deshabitada. Pero +este silencio fué interrumpido por una voz que descendía escalera abajo: +una voz tenue, entonando una canción en inglés, lenta y triste. El canto +iba acompañado de golpes sordos, iguales á los que producen las manos +sacudiendo y ahuecando algo blando y voluminoso. + +Miguel creyó reconocer la voz de Alicia. Tosió varias veces sin +resultado; no podía oirle. Fué á gritar avisando su presencia, pero se +contuvo, sintiendo un deseo que le hizo sonreir. ¡Si la sorprendiese en +aquel piso superior, única parte de la casa que habitaba ella ahora! No +dudó más... ¡Arriba! + +En el primer rellano vió varias puertas, pero una sola estaba sin cerrar +y por ella salían los ecos de la canción y los golpes. Una mujer con el +cuerpo doblado sobre una cama extendía sus dos brazos para ahuecar el +colchón con fuertes palmadas. Su instinto le hizo presentir la +existencia de alguien detrás de ella, y al volver el rostro, lanzó un +grito de sorpresa viendo á Miguel en el hueco de la puerta. Este no +quedó menos asombrado reconociendo á Alicia en aquella mujer; una Alicia +que vestía una bata lujosa, pero vieja, con guantes ajados en las manos +y un velo arrollado en torno de sus cabellos. + +--¡Tú!... ¡eres tu!--exclamó ella--. ¡Qué miedo me has dado!... + +Luego fué tranquilizándose, y sonrió á Miguel mientras éste murmuraba +excusas. No había encontrado á nadie; la verja y la puerta estaban +abiertas. Ella, á su vez, también se excusó. Era domingo; Valeria, su +acompañante, se había ido á Niza para almorzar con una familia amiga; +su doncella y la mujer del hortelano estaban en misa; el viejo habría +salido un momento para ver á sus amigos... + +Y después de estas mutuas explicaciones quedaron los dos en silencio, +mirándose indecisos, no sabiendo qué decir, pero sin dejar de sonreirse. + +--¡Tú haciendo tu cama!--dijo él para romper el penoso mutismo. + +--Ya lo ves. Esto resulta algo diferente de mi dormitorio de París. +Tampoco es mi «estudio» que tú conociste. ¡Los tiempos nuevos! + +Miguel movió la cabeza con grave asentimiento. Sí; los tiempos nuevos. + +--De todos modos--continuó ella--, hay que confesar que tiene cierta +originalidad ver á la duquesa de Delille, á la loca Alicia, haciendo su +cama. + +El príncipe volvió á aprobar con un gesto mudo. Realmente, era original: +no se podía ver todos los días. + +Alicia insistió en sus explicaciones. No le había costado ningún +esfuerzo ocuparse en los trabajos de su casa. Ella misma limpiaba su +dormitorio, para evitar un quehacer á la vieja doncella. No quería +admitir la ayuda de Valeria. Cada una corría con el arreglo de su propia +habitación, ya que la servidumbre era escasa. Además, entraba en la +cocina algunas veces, y hasta por su gusto habría ayudado al jardinero +en el cultivo de la pequeña huerta. + +--Vivimos en guerra; las cosas cuestan muy caras, y yo soy pobre. +Debemos volver á la existencia primitiva... Pero no me atrevo á trabajar +en el jardín, por los vecinos. Curiosean desde sus ventanas; hasta hay +un señor brasileño que parece enamorado de mí. + +Ella misma admiraba su laboriosidad. ¿Quién podía haber supuesto años +antes tales cualidades en la dueña del lujoso palacete de la Avenida del +Bosque, que los más de los días se levantaba á las tres de la tarde?... + +--Todo se lo debo á mamá. Me eduqué en un colegio de Inglaterra cuando +era de moda sustituir el ejercicio físico de los _sports_ con los +trabajos domésticos. Creo que esto se llama el «corintianismo»... Y me +encuentro mejor que nunca. Antes necesitaba subir algunas mañanas, con +Valeria y Clorinda, al _Tennis de la Festa_ para jugar hasta rendirme. +Ahora, después del arreglo de mi habitación y de ayudar á las otras, no +necesito los deportes. Hago la gimnasia del pobre. + +Un largo silencio. Miguel miraba la habitación: un dormitorio de mujer, +todavía en desorden, con ropas sobre las butacas, esparciendo un perfume +de carne femenil bien cuidada. A través de una puertecita vió un extremo +del inmediato gabinete, con una mancha de humedad en el pavimento de +mosaico, resto del baño matinal. Flotaba en el ambiente un perfume de +agua de Colonia y de licor dentífrico. Unos botecitos en desorden +dejaban escapar vagas exhalaciones de esencias más preciosas. Y +revueltos con los objetos de tocador y las ropas íntimas, distinguió +cartones de los que dan en el Casino á los clientes para apuntar las +jugadas; unos con marcas rojas ó azules en sus columnas, otros +perforados por un alfiler de sombrero á falta de lápiz. Vió tarjetas más +grandes que tenían pintada la ruleta, con indicación de sus números y +colores, y libros, muchos libros de los que se venden en las papelerías +y kioscos de periódicos: luminosos tratados para ganar indefectiblemente +á todos los juegos. Sobre la chimenea, medio oculta por varios +periódicos de modas, había una ruleta pequeña, una ruleta verdadera, +empleada indudablemente en el estudio y comprobación de las teorías. En +la mesilla de noche estaba abierto el último ejemplar de la _Revista de +Monte-Carlo_, conteniendo estadísticas de todos los números gananciosos +durante la semana anterior en las diversas mesas; lectura interesante, +con misteriosas acotaciones, que había desvelado á Alicia tal vez hasta +la madrugada. + +Mientras tanto, ella hizo desaparecer ágilmente todo lo que creía +perjudicial para su buen aspecto después de esta sorpresa. Cuando Miguel +volvió á mirarla, los viejos guantes habían volado de sus manos y el +velo estaba oculto, no podía saber dónde, dejando en libertad la +cabellera medusiana, negra, lustrosa, un tanto áspera, que erguía su +vigor en desordenados y gruesos rizos. + +Prolongaron el silencio con una sonrisa penosa, como si ninguno de los +dos encontrase el medio de salir de esta situación. + +--Continúa--dijo Miguel--. Una vez que vengo, no quiero servirte de +estorbo. + +Ella, como si viese en tales palabras un reto á su timidez, y ganosa al +mismo tiempo de mostrar sus habilidades, se inclinó sobre el lecho para +reanudar el trabajo. Lubimoff se animó con esta demostración de +confianza. No era galante dejar que trabajase sola: él la ayudaría. + +--¡Tú!... ¡tú!--exclamó Alicia riendo, como si la proposición lo +pareciese inaudita. + +El príncipe fingió enojo. Sí, él... Era un marino, y su vida de +aventuras le obligaba á saber un poco de todo. Más de una vez, en sus +exploraciones de tierras desiertas, había tenido que improvisarse un +lecho con mantas junto á los tizones de la hoguera. + +Había pasado al lado opuesto de la cama, imitando con una exageración +cómica todos los movimientos de la duquesa. Las palmadas de ésta las +repitió con una violencia que hizo gemir el lecho. Al tirar ella del +colchón hacia arriba para ahuecarlo, él lo levantó completamente con sus +poderosas manos. + +--¡No sabe!... ¡no sabe!--gritaba Alicia con un regocijo infantil. + +Luego, fijándose en sus dedos agarrados fuertemente á la tela, añadió: + +--¡Pero suelta eso, demonio! Me vas á romper el colchón, ¡y en estos +tiempos de pobreza!... + +Reían los dos, encontrando muy divertido este trabajo. + +--Toma--dijo ella autoritariamente; y le envió al rostro una sábana que +sostenía por el extremo opuesto. + +Miguel se vió envuelto en una nube de batista impregnada de perfume +femenino. Fué por un instante nada más, pero á él le pareció algo +extraordinario, de duración sin límites, más allá del tiempo y del +espacio. Tuvo el presentimiento de que este hecho insignificante iba á +datar en su vida. Sintió cómo resucitaba el pasado en su interior con +una fuerza nueva que tal vez era la excitación de la abstinencia. Creyó +ver la sonrisa irónica de Castro, y también se vió á sí mismo, con +lástima y con asombro, viviendo como un solitario allá en Villa-Sirena y +predicando la hostilidad á la mujer. Sus oídos zumbaban; sus ojos, +cegados momentáneamente, contemplaron un cielo inmenso de color de rosa, +el mismo rosa pálido y jugoso de la carne femenil. Algo entraba por su +nariz, en doble columna embriagadora, que estremecía su cerebro, +reflejándose con la violencia de un latigazo al otro extremo de su +organismo. Cuando la sábana hubo caído sobre el lecho, Miguel apareció +intensamente pálido, con una luz agresiva en sus pupilas. Ella, +creyéndole enfadado por su broma, rió maliciosamente, apoyando las manos +en el colchón. El jadear de esta risa entreabría el escote de su bata, +dejando ver en perspectiva horizontal el secreto de unas redondeces +blancos y trémulas perdiéndose en misteriosa penumbra. + +De pronto, se vió el príncipe al otro lado de la cama, junto á Alicia. +Los dos acabaron por sentarse maquinalmente en el borde, dejando á sus +espaldas la sábana olvidada. Tomó una mano de ella sin darse cuenta de +lo que hacía. Luego se aproximó tanto á su rostro, que uno de los rizos +de la revuelta cabellera le cosquilleó en una sien. No sentía deseos de +hablar, pero al ver de cerca los ojos de ella, rompió el dulce silencio. + +--¡Tú has llorado! + +La mujer protestó con una sonrisa violenta, al mismo tiempo que +palidecía balbuceando excusas. No; tal vez era el polvo sacudido por la +limpieza ó el esfuerzo de su trabajo. Pero él seguía examinando sus +ojos, ligeramente enrojecidos. + +--Estabas llorando cuando yo llegué--continuó, con una curiosidad +insistente é inquieta. + +Ahora la protesta de Alicia tomó la forma de una risa agria, estridente, +que nada tenía de natural. Y por una de esas gradaciones que son el +secreto de los grandes actores, la carcajada se hizo opaca, se convirtió +en suspiro, luego en lamento; y desasiendo ella su mano de la del +príncipe, se cubrió los ojos y ladeó la cabeza, mientras un estertor +oprimía su pecho. + +Lloraba. Había bastado que Miguel sorprendiese su llanto reciente, para +que nuevas lágrimas afluyeran á sus ojos, reanudando la pasada angustia. +Se entregó á su dolor con una delectación cruel, juzgándolo preferible +al torturante fingimiento que le había impuesto esta visita inesperada. + +Quedó silencioso el príncipe unos instantes. + +--¿Es por ese muchacho?--se atrevió á preguntar con voz insegura, como +si también sufriese una inexplicable emoción. + +Contestó ella con un leve movimiento de cabeza, sin apartar las manos de +sus ojos. Miguel no necesitaba verlos. Había adivinado la verdad al +sorprender en sus córneas las huellas del llanto. Sólo podía llorar por +él: la falta de noticias; la inquietud al pensar que estaba prisionero, +muy lejos, sufriendo toda clase de privaciones, y que tal vez no lo +vería nunca. + +--¡Cómo le amas!... + +El príncipe se sorprendió de su propia voz y del tono con que dijo estas +palabras. Respiraban despecho, envidia, tristeza por los años que pasan, +transmitiendo á los que vienen detrás los insolentes privilegios de la +juventud. + +Los habitantes de Villa-Sirena se hubiesen sorprendido igualmente al +oirle hablar de este modo. La misma sorpresa hizo que Alicia olvidase +sus preocupaciones de mujer hermosa, levantando la frente y apartando +las manos. Tenía el rostro enrojecido, los ojos trémulos y chorreantes. +De un rizo de su cabellera pendía una lágrima. Adivinó que debía estar +horrible; pero ¿qué le importaba?... + +--Sí, le amo; es lo que más amo en el mundo... Por él sigo viviendo. Sin +él me mataría... Pero no es lo que tú te imaginas... no lo es. + +El rubor no podía manifestarse en aquel rostro arrebolado por el llanto; +pero su gesto, sus ojos, el tono de su voz, repelían con indignación y +vergüenza la sospecha del príncipe. + +Siguió hablando en voz baja, apresuradamente, sin atreverse á mirarlo, +como la penitente que desea terminar cuanto antes una confesión penosa. +Varias veces, al conversar con el príncipe, había tenido la verdad +junto á sus labios, y siempre en el último momento la retiraba, por un +escrúpulo de mujer que teme recordar sus años al hablar del pasado. Pero +¿á quién podía revelar su secreto mejor que á Miguel?... Lo consideraba +como de su familia; la había recibido amigablemente en su desgracia, +cuando tantos le volvían la espalda. Además, entre un hombre y una mujer +no sólo puede existir el amor, como ella había creído en sus tiempos de +loca juventud. Había otras cosas menos vehementes, más plácidas y +duraderas: la amistad, el compañerismo, un afecto fraternal... + +Hizo una pausa, como para tomar fuerzas. + +--Es mi hijo. + +Miguel, que esperaba una revelación extraordinaria, algo monstruoso, +digno de aquel pasado de locuras, no pudo contener su sorpresa: + +--¡Tu hijo! + +Ella movió la cabeza: «Sí, mi hijo.» Y siguió hablando con los ojos +bajos, siempre en un tono de penosa confesión. Remontaba el curso de su +existencia. ¡La sorpresa, la cólera ante esta jugarreta cruel del amor, +que había venido á interrumpir sus mejores años!... Su indignación fué +semejante á la de los ciudadanos de la antigua Grecia que se amotinaron +al saber que estaba encinta una cortesana considerada como una gloria +nacional, una beldad que las muchedumbres venían á ver de muy lejos +cuando se exhibía desnuda en las fiestas religiosas. Necesitaban matar +al sacrílego. Ella se tenía también por una obra de arte viviente y +quiso borrar el sacrilegio con la muerte. ¡Los crímenes intentados para +despojarse de la vergüenza que latía en sus entrañas! ¡Los tormentos de +la ocultación, la vida de placer seguida lo mismo que antes, pero con +dolorosos esfuerzos para que no adivinasen su secreto!... Al regresar de +las fiestas, librándose de la opresión que aplastaba su creciente +exuberancia, eran las cóleras homicidas, los puñetazos locos sobre el +globo de su vientre para aniquilar al rebelde que se empeñaba en vivir, +el revolcarse sobre la alfombra con un histerismo homicida... + +Su voz lloraba al hacer estas evocaciones. + +--Pero ¿y tu marido?--preguntó Miguel. + +--Entonces nos separamos. El podía tolerar en silencio mis amores, +podía fingir no verlos... ¡pero un hijo que no era suyo!... + +Recordó la actitud digna, á su modo, del duque de Delille. Su familia +abundaba en maridos engañados: casi era esto una tradición de nobleza, +una distinción histórica. No creía deshonroso vender su nombre al +casarse para aumentar las comodidades de su existencia. Su nombre le +pertenecía como una herramienta de trabajo. Pero le era imposible +enajenarlo, dándoselo á un intruso para que continuase la estirpe. Sus +antepasados habían tenido muchos hijos naturales; pero á ninguna de sus +alegres abuelas se le ocurrió jamás introducir en la familia un bastardo +en cuya formación no le correspondiese á su marido la más pequeña +iniciativa. + +Se había separado el duque de ella, aceptando todas sus exigencias, +menos ésta. Era un hijo adulterino que debía desaparecer... Y nadie, +aparte de los dos y de la doncella--que todavía la acompañaba ahora--, +se había enterado de este nacimiento. + +--Tuve épocas de felicidad--siguió diciendo Alicia--. Conocí +satisfacciones que no había sospechado... Escapaba de París; muchos me +creían viajando con un nuevo amante. No; iba á ver á mi pequeño, á mi +Jorge, primero en Londres, después en Nueva York, siempre en grandes +ciudades. Podía vivir con él, jugar á ser mamá con una muñeca viviente +que cada vez se hacía más grande... ¡más grande! ¿Te acuerdas de la +noche en que te invité á comer? Acababa de regresar de uno de estos +viajes, y sin embargo, haz memoria de las tonterías que dije. Me creía +Venus, me creía Helena pasando ante «el banco de los viejos». Y para +entregarme sin escrúpulo á mis expansiones de madre, recordaba á mis +ídolos. También Helena había tenido hijos, y los hombres continuaban +matándose por ella. Venus no había escapado á la maternidad, y los +dioses y los mortales seguían adorándola, á pesar de que un retoño suyo +revoloteaba por el mundo. La maternidad no era una abdicación ni una +decadencia; podía continuar bella y deseada como las otras, después de +un incidente que había creído irremediable. Y seguí mi vida. ¡Ay! +¡Cuando me acuerdo que algunas veces acorté el tiempo que me había +propuesto pasar junto á mi hijo para seguir á algún hombre que apenas me +interesaba!... Ahora que no lo tengo, pienso en las horas que pude vivir +á su lado y fueron dedicadas al primero que excitó mi curiosidad... Es +mi remordimiento más terrible, lo que me roe durante la noche y me +obliga á pensar en el juego como único remedio. Soy bien digna de +lástima, Miguel. + +Pero Miguel, mientras la escuchaba, parecía dominado por una +preocupación tenaz. + +--¿Y el padre? ¿Quién es el padre? + +El tono de su voz casi fué igual al de antes: un tono de curiosidad +hostil, de agresivo despecho. + +Volvió á repetirse su sorpresa al ver que ella levantaba los hombros. + +--No lo sé; no me importa. Otras mujeres, en caso semejante, atribuyen +la paternidad al hombre que más les interesa. ¡Como si esto pudiera +asegurarse! Yo no he escogido á nadie en mi recuerdo. Todos iguales, +todos olvidados. Mi hijo es mío, sólo mío. + +Tenía la majestuosa indiferencia de la selva fecunda é impasible que +abre sus entrañas al polen esparcido en el aire como una lluvia de amor. +La nueva planta emerge, es suya, y la retiene, sin mostrar interés por +conocer el origen ni el nombre del germen errante arrastrado por el +azar. + +Hubo un largo silencio. + +--Un día, al llegar á Nueva York--continuó ella--, hice un +descubrimiento terrible. Vi á mi Jorge casi tan alto como yo, fuerte, +con un gesto de hombre serio, á pesar de que aún no tenía once años. Me +avergüenzo sólo de pensarlo; mas no debo mentir: lo odié. Venus podía +tener un hijo, ya que este hijo es eternamente niño y se conserva á +través de los siglos como esos bebés graciosos que se visten á capricho +y sirven de diversión y orgullo. ¡Pero el mío, con su armazón de +gigante, sus manos fuertes y su cara grave!... Iba á envejecerme antes +de tiempo; me obligaba á renunciar á la juventud de conservarlo al lado +mío; jamás pasaría por la abdicación de declarar que era su madre... Y +huí de él, dejando que transcurriesen varios años, sin ocuparme de otra +cosa que de facilitar los medios para su completa educación. ¡Ay! ¡cómo +me ha castigado la suerte por este egoísmo!... + +Calló unos momentos para secar nuevas lágrimas que inflamaban sus ojos y +enronquecían su voz. + +--Se presentó en París cuando yo menos lo esperaba. Había muerto el +amigo venerable encargado de su educación allá en América. Vi á un +hombre, á un verdadero hombre, y eso que aún no había cumplido diez y +seis años. Mi primer movimiento fué de contrariedad, casi de cólera. +¡Tendría que decir adiós á mi juventud, modificar mi vida por este +intruso!... Pero algo había en mi interior que me impidió tomar una +resolución cruel: enviarlo otra vez al extranjero ó hacerlo entrar en un +colegio de París. Me acostumbré inmediatamente á su presencia; necesité +verlo en mi casa; me pareció que mi vida tomaba junto á él una +serenidad, una alegría profunda y discreta que nunca había sospechado. +Tú no sabes lo que es eso, Miguel; no podrías comprenderlo por más que +yo te lo explicase... Te juro que fué la mejor época de mi vida. No hay +amor como ese. Además ¡éramos tan excelentes compañeros!... Yo me sentí +repentinamente de su edad; no: más joven aún que él. Jorge me daba +consejos con su cordura precoz, y yo le obedecía como una hermana mas +pequeña. Se dejaba arrastrar por su mama á un mundo de placeres y +elegancias que le deslumbraba después de su vida sobria y atlética junto +á un educador severo. Me apoyaba orgullosa en su brazo, riendo de las +equivocaciones del mundo. ¡Lo que hemos bailado el año antes de la +guerra, sin que nadie sospechase el verdadero afecto que me ligaba á mi +acompañante! + +Alicia hizo una pausa para saborear mejor sus recuerdos. Sonreía +vagamente al pensar en el error maligno de las gentes. + +--Todos los té-tangos de los Campos Elíseos vieron á la duquesa de +Delille bailando con su nuevo capricho amoroso. Y yo, Miguel, te lo +confieso, me enorgullecía con este error. Continué siendo la hermosa +Alicia, rejuvenecida por la fidelidad de un adolescente que la +acompañaba á todas partes con el entusiasmo del primer amor. Me parecía +esto preferible al papel resignado y pasivo de madre. Además, ¡nuestros +comentarios alegres al estar solos! Muchos de mis antiguos adoradores +sintieron renacer el pasado por envidia sorda, por la instintiva +rivalidad del hombre maduro ante el adolescente, y me asediaban con sus +galanterías. Mi Jorge me amenazaba riendo: «Mamá, tengo celos.» Quería +que su madre no llamase la atención de ningún hombre, para que fuera +toda de él. Otras veces protestaba yo con más motivo. Sorprendía las +miradas codiciosas de muchas mujeres de mi mundo fijas en él; la +invitación agresiva de algunas, que, por ser más jóvenes, se +consideraban con derecho á arrebatármelo. ¡Y él, tan bueno, burlándose +conmigo de estas pasiones que despertaba, comunicándome otras que yo no +podía adivinar!... Tú no conoces tal vez esta juventud que llega detrás +de nosotros. Parece de otra carne y otra sangre. Nuestra generación es +la última que ha tomado en serio el amor, dándole una importancia +enorme, haciendo de él la principal ocupación de una vida. Tú y yo no +podemos ser ya comprendidos: resultamos monstruos. Mi hijo sólo se +interesaba por una mujer: su madre; y aparte de ella, los automóviles, +los aeroplanos, los deportes... Todos estos muchachos fuertes é +inocentones parecían adivinar lo que les esperaba... + +Fué extinguiéndose la momentánea serenidad con que había hecho el relato +de este período feliz. Siguió hablando con voz sorda, entrecortada por +sollozos. De pronto, la guerra. ¿Quién podía imaginársela un mes +antes?... Y su hijo se avergonzaba de no correr como todos los hombres á +las estaciones de ferrocarril para incorporarse á un regimiento. Una +mañana la había aterrado con la noticia de su enganche como voluntario. +¿Qué podía hacer ella? Legalmente, no era su madre. Jorge llevaba el +nombre de un matrimonio de viejos criados que se habían prestado á esta +fingida paternidad. Además, había nacido en Francia, y nada tenía de +extraordinario que, como tantos adolescentes, quisiera defender su +patria antes de ser llamado á las armas por la ley. + +La duquesa vivió algunos meses en un villorrio del Mediodía, cerca del +campo de aviación donde se amaestraba su hijo. Deseó prolongar hasta el +último extremo su vida con él. ¡Si se hubiese hecho soldado cuando +vivían separados y ella renegaba de su maternidad!... Pero iba á +perderlo en el momento más plácido de su existencia, cuando se creía al +lado de Jorge para siempre. + +--No tardó mucho en ser piloto. ¡Cómo aborrecí la facilidad con que +dominaba el manejo de los aparatos! Sus progresos me inspiraron orgullo +y cólera. Estos jóvenes sienten un verdadero fanatismo por la aviación, +nacida después de ellos y que han visto crecer ante sus ojos de +colegiales... Se marchó, y desde entonces no vivo. ¡Tres años, Miguel, +tres años de tormento! Bien he pagado toda mi vida anterior. Aunque mis +faltas hubiesen sido más grandes, las tendría expiadas con exceso. +Puedes compadecerme. Son dolores que tú no conoces. + +El primer año de soledad lo había vivido Alicia esperando las cartas que +llegaban con intermitencias del frente de la guerra. Muy contadas +alegrías. Jorge había venido á París una sola vez con permiso, pasando +media semana junto á ella. De tarde en tarde recibía también la visita +de camaradas del aviador, acogiendo sus noticias con lágrimas y +sonrisas. Su hijo alcanzaba la Cruz de Guerra después de un combate +aéreo. La madre había recortado el pequeño párrafo que hacía referencia +á este hecho, clavándolo con dos alfileres en la seda que tapizaba su +dormitorio. Pasaba las horas contemplando con una fijeza hipnótica estos +breves renglones. «Bachellery (Jorge), aviador, ha dado caza más allá de +nuestras líneas á dos aviones enemigos y...» + +Este Bachellery (Jorge) era su hijo, ¡su hijo! Nada le importaba que los +demás lo ignorasen. Su orgullo parecía crecer en el misterio. En sus +entrañas se había formado aquel mocetón hermoso, fuerte é inocente como +los héroes de las leyendas. Todos los hombres conocidos en su vida +anterior se empequeñecían y afeaban; eran seres inferiores, procedentes +de otra humanidad, cuya existencia debía olvidar. + +De pronto, el accidente estúpido y ciego que hacía caer la noche sobre +ella. El aviador salía una hermosa mañana en su aparato de caza, +elevándose á través de las nubes en busca del enemigo, con la alegre +confianza de un joven paladín marchando al encuentro de las aventuras. +Repentinamente, un pequeño desarreglo en el motor, un descuido de los +encargados de su preparación, algo de poca importancia en tiempo +ordinario... Y tenía que descender, imposibilitado de seguir su vuelo; +pero el viento y la desgracia le hacían tocar tierra en las líneas +alemanas. + +--Cien metros más acá, hubiera caído entre los suyos... ¡Qué quieres! +Era yo demasiado feliz; debía conocer el verdadero dolor... Te confieso +que en el primer momento casi sentí alegría: una alegría egoísta de +madre. ¡Prisionero! Esto representaba la seguridad de su existencia; ya +no me lo matarían en un combate aéreo; ya no estaba en peligro de morir +despedazado ó quemado debajo de su aparato roto. ¡Pero luego!... + +Luego, esta seguridad, que colocaba á su hijo al margen de la guerra, +era su tormento. Envidió la época en que arrostraba el peligro +diariamente, pero con libertad. Los periódicos hablaban de las miserias +de los prisioneros, de su hacinamiento en fétidos barracones, del hambre +que sufrían. La vida de comodidades de la madre resultó un continuo +remordimiento. Al sentarse á la mesa, al contemplar su mullido lecho, al +percibir en invierno la tibia caricia de la calefacción, viendo los +cristales floreados por la escarcha, creía estar usurpando indignamente +algo que era de otro. ¡Su hijo! ¡su pobre hijo viviendo como un perro +sin dueño, tendido en la paja, atenaceado por el tormento del hambre! +¡Haber producido un ser--ella que se creyó durante años y años el centro +de lo existente, disfrutando de todas las comodidades--, y este pedazo +de su vida agonizaba bajo el suplicio de una miseria como sólo la +conocen los mayores abandonados!... Nunca pudo imaginarse que la suerte +le reservase esta ironía. + +Se agitó en los primeros meses con el cariño agresivo é irracional de la +hembra que ve sus cachorros en peligro. Corrió de ministerio en +ministerio, valiéndose de todas sus relaciones sociales. ¡Pero eran +tantas las madres!... No iban á emprender una gestión diplomática sólo +para ella. Todos los días enviaba á las oficinas encargadas del socorro +de los prisioneros grandes paquetes de víveres destinados á su hijo. Al +final se negaban á admitirlos. No podía ocuparse el servicio únicamente +en socorrer á un simple protegido de la duquesa de Delille. Había miles +y miles de hombres que estaban en su misma situación. Y ella no podía +gritar: «¡Es mi hijo!» Nada adelantaba con esta revelación escandalosa. +Y siguió entregando sus paquetes regularmente, aunque no fuesen para +Jorge. Servirían para saciar el hambre de otros. Conoció la magnanimidad +de los inmensos dolores; hizo sus dádivas como una madre que, al rezar +por su hijo desahuciado, reza por los demás enfermos, creyendo que con +esta generosidad serán mejor atendidas sus súplicas. + +Además, ¡la duda cruel!... Los empleados, al tomar sus paquetes, +sonreían tristemente. Era casi seguro que se los apropiarían los +guardianes. Todos los comestibles de precio que destinaba á su hijo iban +á servir para que los reservistas de Alemania encargados de la custodia +de los prisioneros cenasen alegremente, con una alegría de mastines +feroces, brindando por la gloria de su kaiser y el triunfo de su pueblo +sobra el mundo entero. ¡Dios mío! ¿Qué hacer?... + +Muy de tarde en tarde, llegaba á sus manos, con enorme retraso, una +tarjeta postal revisada por la censura alemana. Cuatro líneas nada más, +escritas como los niños escriben en la escuela, bajo la mirada del +maestro que está á sus espaldas. Pero era la letra de su Jorge. «Bien de +salud. No nos tratan mal. Envíame comestibles.» Pasaba largas horas +contemplando estos renglones tímidos y mentirosos. Adquirían para ella +una nueva fisonomía; decían otra cosa: la verdad. Recordaba los relatos +de cautivos moribundos venidos de aquellos campamentos de suplicio, y +los renglones parecían balbucear, con el gemido de un niño enfermo: +«Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!» + +Hubo momentos en que creyó perder la razón. Todo lo que le rodeaba hacía +surgir en su memoria la imagen de aquel Jorge elegante, cuidado por ella +con mimos infantiles. Había vigilado su guardarropa, se preocupaba del +mérito de sus sastres, tenía que sufrir sus protestas varoniles cuando +pretendía vestirlo interiormente de telas finísimas y encajes, lo mismo +que ella. Por las mañanas iba á sorprenderlo en su lecho, como á un +pequeñuelo, y besaba con devoción aquella carne de atleta, que era su +propia carne, metamorfoseada. Todo le parecía mezquino y pobre para este +mocetón hermoso como un dios antiguo; cuidaba de su cama, de su tocador, +de su persona, con el fanatismo de una amorosa; registraba sus +bolsillos, para renovar incesantemente los regalos de dinero. Suyas +serían las minas mejicanas, las tierras de la frontera, todo cuanto ella +poseyese. Y más tarde--no quería pensar cuándo--, lo casaría con una +mujer que fuera de su agrado; su nacimiento obscuro iba á realzarse con +la seducción de una riqueza enorme... Pero el mundo se desplomaba de +pronto en una demencia furiosa, y este príncipe de la suerte, cuya madre +había conferenciado tantas veces con su jefe de cocina, imaginando +sorpresas gastronómicas dedicadas á él, lloraba desde una llanura +glacial remota y triste: «Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!» + +--Tres veces fuí á Suiza, Miguel... Hasta propuse en París que me diesen +los medios de pasar á Alemania, ofreciéndome como espía, pero se rieron +de mí... Tenían razón: ¡qué iba á espiar yo! Mi hijo... lo que yo quería +era ver á mi hijo. En Suiza encontré dos inválidos que acababan de ser +canjeados y procedían del campo en que estaba mi Jorge. Conocían al +aviador Bachellery. Había intentado escaparse cinco veces; gozaba cierta +fama entre sus compañeros de miseria por la altivez con que hacía frente +á los guardianes más crueles... Sus últimas noticias eran inciertas; +habían dejado de verle, pero creían que estaba ahora en otro campo de +prisioneros, un campo de castigo, muy lejos, cerca de Polonia, donde se +aglomeran los rebeldes y los peligrosos bajo una disciplina cruel, +sufriendo terribles correcciones. + +Su voz tembló de cólera al decir esto. Veía á su hijo arrastrando +cadenas, recibiendo golpes lo mismo que un esclavo. ¡Ah! ¡no ser ella un +hombre, para que la dejasen á solas con el lúgubre histrión de los +puntiagudos bigotes que hacía gemir de dolor á tantos millones de +mujeres!... + +--¡Y pensar que ha habido exaltados que mataron á jefes de gobierno +buenos ó insignificantes!... ¡Y ni uno solo se le ocurrió suprimir al +kaiser! Que no me hablen de los anarquistas... No creo en ellos. + +Esta explosión de ira se desvaneció inmediatamente. Otra vez su dolor +desesperado la hizo gemir. Recordó una fotografía que había visto en los +periódicos: el suplicio del poste, aplicado por los alemanes en los +campos de castigo; un francés, con el uniforme andrajoso, amarrado á un +madero como si fuese una cruz, en plena llanura cubierta de nieve, +sufriendo durante horas y horas un frío homicida. Era la pena mortal +aplicada hipócritamente, con refinamientos salvajes. No se podían +distinguir los rasgos fisonómicos de aquel pobre Cristo con la cabeza +caída sobre el pecho. Tal vez era su hijo. Y si no era Jorge, +seguramente que había sufrido también el mismo suplicio. + +--¡Cómo vivir en esta angustia interminable!... No me han dejado volver +á Suiza: me niegan el permiso. Nada sé, y hay momentos en que mi cabeza +parece que va á romperse. Por eso evito estar sola, por eso juego y +necesito ver gente, hablar, huir de mis pensamientos... Después sólo he +recibido una postal de mi hijo, sin fecha, sin el lugar de procedencia, +que dice casi lo mismo que las otras. La letra es suya, y sin embargo +parece de distinta mano. ¡Ay! ¡lo que me dice su letra!... Lo veo como +al otro, como al infeliz amarrado al poste, cubierto de andrajos, con +una delgadez esquelética... ¡Mi hijo! + +Lubimoff tuvo que oprimir sus dos manos fuertemente, tirar de ellas para +sostenerla y que no se arrojase sobre la cama con histéricas +convulsiones. Se arrepintió de haber venido, provocando con su +curiosidad una confesión que despertaba las tristezas de esta mujer. + +Ella, que le miraba sin verle, con los ojos desmesuradamente abiertos, +acabó por concentrar sus pupilas, fijándose en la emoción de Miguel. +Esto la hizo serenarse un poco. + +--Feliz tú, que no conoces este suplicio. Es interminable: no tiene +remedio. Cuando pienso en él, creo que voy á morir. ¡No saber nada! ¡no +poder nada!... Necesito distraerme, pensar en otras cosas. Hay que +vivir; no podemos llorar á todas horas. Pero si llego á interesarme por +algo, inmediatamente surge el remordimiento. Me insulto yo misma: «¡Mala +madre, que lo olvidas!» Raro es el día que como sin llorar. Me atormenta +la idea de que él sería feliz con los sobras de mi mesa, con lo que +comen los domésticos, ¡quién sabe si con lo que le dan al perro! Y +Valeria y Clorinda, al ver mis lágrimas, no pueden explicarse un dolor +tan insistente. Ignoran mi secreto; creen, como todo el mundo, que se +trata de un simple protegido ó de un pequeño amante: no comprenden esta +desesperación por un hombre... Por eso juego tanto; es lo único que me +preocupa verdaderamente y me hace olvidar por unas horas; es mi +anestésico. En otros tiempos jugaba por el placer de la emoción, por el +gusto de reñir con la suerte, porque me halaga el asombro de los +curiosos viéndome aventurar con indiferencia cantidades enormes. Ahora +es por él, sólo por él. + +Alicia recordó el mal estado de su fortuna. Estaba ya quebrantada +seriamente años antes, pero ella tenía la esperanza de una pronta +reconstitución. Además, los tiempos anteriores á la guerra habían sido +la mejor época de su existencia. Tenía á su hijo; se dejaba llevar por +la vida, sin pensar en los negocios. Luego, al perder á Jorge, se había +consumado al mismo tiempo su ruina. + +--¡Si yo tuviese la riqueza de antes! Conozco el poder del dinero; +hubiese removido con él á los hombres y hasta á los gobiernos. Habría +escrito al kaiser ó á Hindenburg, enviándolos un millón, dos millones, +lo que pidieran. «Ya que ustedes restablecen la esclavitud y saquean los +pueblos, ahí va dinero. Devuélvanme á mi hijo.» Y lo tendría ya á mi +lado. ¡Pero soy pobre!... ¡Si supieras cómo amo ahora el dinero, sólo +por él! Sueño con dar un golpe; ganar en dos ó tres días quinientos mil +francos ó un millón. ¡Qué alegría la mía cuando llego del Casino con +unos miles de francos! «Para enviarle paquetes... para que mi pobrecito +coma.» Escribo á los proveedores ó busco yo misma, acordándome de las +cosas que más le gustaban. Tú eres rico é ignoras las dificultades del +momento presente. ¡Lo que escasean las cosas! ¡lo caras que cuestan!... +Yo, antes, tampoco sabía nada de esto... Y le envío paquetes de víveres +de los mejores; y siento orgullo al decirle con mi pensamiento: «Es con +el dinero que ha ganado mamá para ti... es con mi trabajo.» No sonrías, +Miguel. Así es. ¿En qué otra cosa puedo yo trabajar?... Lo único que me +apesadumbra es la dirección de estos envíos. «Para el aviador +Bachellery, prisionero en Alemania.» No sé más, ¡y son tantos los +prisioneros! Casi todos mis envíos deben perderse; pero alguno llegará á +sus manos. ¿No crees tú que alguno llegará? + +Miguel acogió esta pregunta ansiosa con un vago gesto de conformidad. +Sí, tal vez; era casi seguro. + +Alicia mostró de pronto cierta confianza. Ocho meses que nada sabía de +él; pero otras madres estaban en el mismo caso. No debía desesperar. +Hombres dados por muertos en las primeras batallas volvían á sus casas +después de un largo cautiverio. Además, ¿era lógico que un hijo de ella +muriese de hambre y de miseria lo mismo que un mendigo?... + +Lubimoff asintió otra vez. Verdaderamente, no era lógico. + +--Hay momentos en que siento una alegría inexplicable: el aviso +misterioso de que voy á recibir una buena noticia; la misma corazonada +de los días en que llego al Casino segura de ganar... y gano. He escrito +al rey de España, que se ocupa de la suerte de los prisioneros y muchas +veces hasta consigue que los devuelvan á su patria. He hecho que le +escriban un sinnúmero de amigos. ¡Si me devolviese á mi Jorge!... Espero +á lo menos una buena noticia, saber dónde está, convencerme de que vive. +Me bastaría con que le internasen en Suiza, como á los grandes heridos, +y yo iría á vivir con él. ¡Qué felicidad que estuviese en Lausanne ó en +Vevey, á orillas del lago, como está mi marido! + +El recuerdo del duque la hizo sonreir con una bondad melancólica. + +--Te advierto que no lo olvido. Todo lo que me sobra de los envíos á +Jorge lo meto en un paquete vía Ginebra. «Para el teniente coronel +Delille.» ¡Ay! Este sí que llega. ¡Pobre viejo! Sus respuestas son casi +de amor... Yo le regalo salchichones y botes de conservas, en recuerdo +de los mazos de flores de veinte luises que me envió cuando pretendía mi +mano... ¡Qué tiempos, Miguel! ¡Quién podía imaginarse este trastorno de +las personas y las cosas!... + +Hablaba ya con más tranquilidad, como si el recuerdo de su hijo hubiese +retrocedido á un segundo plano de su memoria. + +--Todo me anuncia una buena noticia. La desgracia no puede durar tanto +tiempo, ¿no te parece? Es como la mala suerte en el juego: acaba por +pasar; lo que importa es tener fuerzas para resistirla... Debería +sentirme satisfecha. La emoción apenas me ha dejado dormir esta noche... +He pasado de los treinta; ya sabes: esos treinta mil francos que +parecían antes el límite de mi suerte. Anoche gané ochenta mil. Tu amigo +Lewis estaba furioso. Cree que esto sólo les ocurre á las mujeres: ganar +jugando á capricho, burlándose de las reglas. + +Adivinó ella en la mirada del príncipe su extrañeza por esta alegría +después del llanto reciente. + +--No puedo permanecer sola. ¡Los recuerdos!... Tal vez me has oído +cantar mientras subías. Es una canción inglesa que cantaba mi hijo. Por +las mañanas iba yo á escucharla detrás de su puerta, como una enamorada +que se contenta con la voz mientras espera la presencia del hombre +amado. Siempre que estoy sola la repito maquinalmente; me imagino que es +Jorge el que canta, y se me llenan los ojos de lágrimas, pero son de +ternura, lágrimas dulces... Al hacer mi cama he creído oirle, lo mismo +que cuando iba y venía por su dormitorio y yo le espiaba al otro lado de +la puerta. Mi voz era su voz. Por eso al entrar tú me temblaron las +piernas. Supuse por un momento que tú eras él. ¡Qué emoción cuando le +vea!... Porque yo le veré. La desgracia no puede durar eternamente. ¿No +crees tú que le veré?... + +Sus ojos entornados sonreían á una lejana visión de esperanza. Y Miguel, +que había permanecido silencioso mucho tiempo, habló para infundirle +ánimo. ¡Pobre mujer! Sí; vería á su hijo. A la edad de él se resisten +todas las fatigas. Volvería; aún serían felices los dos, comentando el +infortunio presente como un mal sueño. + +--Además, yo te ayudaré. Hay que proceder activamente para que te +devuelvan tu hijo. Escribiré al rey de España. Lo conozco; almorzó en mi +yate una vez que estuve en San Sebastián. Tengo buenos amigos en París, +hombres políticos, diplomáticos; les escribiré á todos... Y en último +término, si no queda otro recurso, buscaré por medio de un gobierno +neutral hacer llegar una carta á Guillermo II. Tal vez me atienda: debe +acordarse de mí, de su visita á mi buque... + +Ahora fué ella la que oprimió sus manos. Le miraba fijamente, con los +ojos turbios de lágrimas, sonriendo al mismo tiempo para expresar su +gratitud. + +--¡Qué bueno eres!--exclamó después de un largo silencio--. El día que +estuve por primera vez en Villa-Sirena me convencí de mi gran error. +¡Qué mal nos conocíamos! Ha sido necesaria la desgracia para vernos +tales como somos. Primeramente me ofreciste remediar mi pobreza; ahora +quieres devolverme á mi hijo... + +Se dejó arrastrar por una afectividad impulsiva. Lubimoff vió cómo se +inclinaba su cabeza, y sintió inmediatamente el contacto de su boca en +una mano. Dos besos ruidosos y una voz que gemía: «¡Gracias... gracias!» +El príncipe se puso de pie. Le era imposible tolerar este gesto humilde. +Pero al mismo tiempo ella se irguió igualmente; quedaron sus ojos á +idéntico nivel, y como si quisiera completar la reciente caricia, se +abalanzó sobre el príncipe, le tomó la cabeza entre sus manos y le besó +la frente. + +Una oleada de perfume carnal, semejante á la otra que le había envuelto +al recibir la sábana en pleno rostro, volvió á conmover su organismo. Se +daba cuenta del alcance de esta caricia: un simple beso de gratitud, un +arrebato de madre que expresa sus sentimientos con excesiva vehemencia. +A pesar de esto, la turbación que le dominaba, cruel y voluptuosa á la +vez, le impulsó á abrir los brazos para abarcar y apropiarse lo que +tenía á su alcance... Pero sus manos ávidas se perdieron en el vacío. + +Ella, arrepentida de su acto, se había echado atrás, retrocediendo unos +cuantos pasos. Estaba en el hueco de la puerta, dispuesta á continuar su +huída. Se arreglaba maquinalmente los cabellos y secaba sus lágrimas, +mientras el rubor se extendía por su rostro. + +--¡Qué loca soy!--murmuró--. Perdóname. ¡Es tanta mi gratitud al saber +que quieres ayudarme!... + +Señaló al mismo tiempo el balcón. Abajo, en el jardín, sonaba la voz del +hortelano llamando á su perro para que no continuase ladrando junto á la +escalinata de la «villa», como si olfatease la presencia de un intruso. + +--Vámonos--ordenó Alicia con gravedad--. Las criadas van á volver de +misa. No me gusta que nos vean aquí, en mi dormitorio. Podrían creer... + +Lubimoff, al serenarse, admiró el gesto pudoroso, la tímida inquietud +con que ella decía esto. Resurgió en su recuerdo la mujer del «estudio» +de la Avenida del Bosque; hizo memoria de sus audaces teorías. +¿Realmente era la misma?... + +Mientras bajaban, ella volvió la cabeza para hablarle, como si adivinase +sus pensamientos. + +--Debes reirte de mí. ¡Cuán lejos está la Alicia de otro tiempo!... Soy +menos mala que parecía, ¿no es cierto?... Dime que no me crees mala; +dime que sólo me tienes por loca: una loca sin suerte... + +Abrió sus salones del piso bajo para dar á la visita un aspecto de +regularidad, pero el frío de las piezas abandonadas, los muebles +enfundados, el olor de cueva húmeda, les hizo salir al jardín, +continuando su conversación al pie de la escalinata, como dos personas +que prolongan su despedida. + +La antigua doncella de la duquesa y la jardinera encargada de la cocina +pasaron repetidas veces ante ellos con diversos pretextos. Saludaban al +señor mudamente, con ojos de adoración y dulce sonrisa. ¿Este buen mozo +era el príncipe Lubimoff, del que tanto se hablaba?... Habían oído su +nombre muchas veces en aquella «villa», y las dos le veneraron como un +ser providencial, todopoderoso, que podía con un gesto hacer resurgir la +perdida abundancia... + +Miguel no quiso prolongar su visita. + +--Ven á verme--dijo ella en voz baja, acompañándole hasta la verja--. +Ahora lo sabes todo. Tú eres el único. Será muy dulce para mí que +hablemos, que me consueles y me ayudes. + +Las horas siguientes las pasó el príncipe silencioso y preocupado. +¡Tantas novedades de una vez!... La existencia de aquel hijo que nunca +había podido sospechar; la amorosa feroz convertida en madre; sus +lágrimas, su tormento silencioso que arrastraba como cadena expiatoria á +través de una vida loca... Y por encima de todas estas sorpresas, la que +él había experimentado en su interior, la resurrección del hombre de +otros tiempos, la nueva caída en la servidumbre carnal, el doble +latigazo recibido en su estructura nerviosa al aspirar el perfume del +suave lienzo y al sentir en su frente la huella de sus labios... + +Deseaba olvidar todo esto, y para conseguirlo concentró su atención en +las revelaciones que ella le había hecho y en sus dolores de madre. +¡Infeliz Alicia! Al verla empobrecida y llorosa, sin otra ayuda que la +que él pudiese concederle, empezó á sentir por esta mujer un afecto +duradero. Era el cariño del poderoso por el débil al que protege; un +amor paternal que no tenía en cuenta la semejanza de edades ni la +diferencia de sexos; una ternura en la que entraba por mucho cierta +lástima dulce. Se conmovió al recordar el beso humilde con que había +acariciado sus manos; casi un beso de mendiga. ¡Pobre! Esto bastaba para +que se creyese obligado á no abandonarla nunca. El orgullo de Alicia, su +ansia de dominación, le habían enfurecido en otro tiempo. Acostumbrado á +proteger generosamente á las mujeres, pero sin someterse nunca á su +voluntad, á considerarlas á todas como algo agradable é inferior, no +podía transigir con este carácter soberbio. Eran los dos igualmente +poderosos y triunfadores para llegar á tolerarse. ¡Pero ahora!... + +Renacía en su memoria tal como la había contemplado en el dormitorio, +con los ojos acuosos, agrandados por el dolor, y una perla pendiente de +sus lagrimales, trágicamente bella, como las vírgenes que tienen sobre +las rodillas el cuerpo del hijo crucificado... _¡Máter dolorosa!_ + +Pero una segunda persona que parecía hablar en el interior del príncipe +con fría clarividencia protestó de esta imagen. No era una madre +dolorosa. La madre no abandona á su hijo: renuncia á todas sus vanidades +por él; abdica su presente y su porvenir, como si no tuviese más vida +que la de este pedazo de su propia carne; le da el jugo de sus pechos y +todas sus horas; sigue minuto por minuto su desarrollo, batiéndose con +la enfermedad, burlando al peligro; no espera para amar el esplendor de +la adolescencia triunfante... ¡mientras que la otra!... + +La otra era Venus dolorosa. Hasta en sus momentos más desesperados se +mantenía bella, y su dolor resultaba un nuevo medio de seducción. Era +madre, pero seguía siendo mujer: la terrible mujer perturbadora odiada +por el príncipe.... ¡Atención, Miguel! + +Con una sonrisa de superioridad respondió mudamente á estas reflexiones. + +«¡Acaso voy á enamorarme de ella!--se dijo--. La quiero como no creí +nunca que podría quererla. Pero sólo es un amigo, un compañero digno de +lástima, que debo proteger.» + +A la hora del almuerzo, Spadoni no se presentó en Villa-Sirena. Atilio +le había visto en el Casino con sus amigos los ingleses de Niza. +Estarían almorzando juntos en el Hotel de París, para hablar de nuevas +combinaciones. La última consistía en jugar cuatro en diversas mesas, +siguiendo un «sistema» común que el pianista juzgaba infalible. + +Después de tomar el café, todos los habitantes de la lujosa «villa» +parecieran agitados por una comezón que no les dejaba continuar en sus +asientos. Castro se marchó el primero, anunciando que iba al Casino. Le +avisaba el corazón «una gran tarde». Tenía entre ojos á un _croupier_ +que empezaba su servicio á las tres y media. Conocía su modo de tirar la +bola. Cada uno tiene su especialidad: unos son de mano larga; otros de +mano corta. Este la hacía caer con frecuencia en el 17: su número. + +Novoa se fué detrás de él, pero con menos franqueza. Balbuceó +ruborosamente al despedirse del príncipe. Tal vez iría á pasar la tarde +con sus amigos de Mónaco; tal vez hiciese un pequeño viaje por el camino +de Niza hasta Cap d'Ail ó Beaulieu. Era la confusión del señor que no +sabe mentir. + +El príncipe quedó solo. Miró un rato el mar; luego cambió de ventana, +contemplando sus jardines. Oprimió el botón de un timbre para que +acudiese don Marcos. No sabía qué decirle, pero necesitaba verlo para no +estar solo. Se presentó una de las criadas viejas, anunciando que el +coronel se había ido á Monte-Carlo. + +--¡Este también!--dijo el príncipe. + +Tomó su sombrero y su gabán para escapar al tedio de una tarde de +domingo pasada á solas. Además, una fuerza indefinible tiraba de él +igualmente hacia la inmediata ciudad. Avanzó por el jardín, dejando á +sus espaldas la «villa». Le pareció más grande al quedar abandonada, y +que su silencio ceñudo é irritado equivalía á una protesta muda. «¿Para +eso la habían construído, gastando tan enormes cantidades?...» Por la +carretera inmediata se deslizaban tranvías y carruajes repletos de gente +de Monte-Carlo que iba en busca de un pedazo de mar sonriente, de un +grupo de pinos, de una altura panorámica. + +¡Y el poseedor de los jardines famosos de Villa-Sirena los abandonaba +para irse á una población de la que huían los otros!... Lubimoff se +acordó del hermoso plan de vida elaborado meses antes: una comunidad de +laicos encerrada en este rincón paradisíaco; música, astronomía, +agradables conversaciones, trabajos higiénicos. Y los monjes se +escapaban con toda clase de pretextos; él, que era su jefe, también +sentía una necesidad inexplicable de imitarlos, y hasta Toledo, fiel +admirador de aquella propiedad que consideraba la mejor obra de su +existencia, parecía sufrir la misma fiebre ambulatoria. + +Se volvió cerca de la verja para contemplar su hermoso dominio, como si +le pidiese perdón. Un silencio de palacio encantado: los jardines +dormitaban como bosques de ensueño. Creyó ver al final de una larga +avenida el revoloteo de dos grandes pájaros. Eran Estola y Pistola, con +sus fracs de faldones excesivamente largos, corriendo hacia el final +del promontorio. Para los dos solos se había construído Villa-Sirena. +Podían jugar con un regocijo gimnástico de adolescentes por aquellos +jardines que envidiaban los curiosos pegados á la verja; podían romper +en sus carreras las plantas raras traídas del otro lado del planeta, +saltar de roca en roca en busca de los pececillos que dejaban las olas +en los minúsculos lagos de las oquedades de la piedra, hasta que sus +fracs quedasen bien mojados y sus zapatos rotos, para desesperación del +coronel, que todos los días pasaba revista á su gente. + +Miguel no quiso preguntarse adónde iba. Su paseo era seguramente con un +fin determinado, pero consideró inoportuno pensar en él. + +Vió de pronto dos corrientes de gentío que, viniendo en opuestas +direcciones, se encontraban y confundían, subiendo juntas una escalinata +corta y anchísima partida por dos pasamanos y cubierta por tres +alfombras rojas. + +Estaba ante las puertas del Casino. Por un lado iban llegando los que +acababan de descender del ferrocarril; por otro, los que habían recogido +los tranvías en todos los pueblos de la Costa Azul, desde Niza á +Monte-Carlo. + +Cantaba aquella tarde un tenor italiano célebre, y una parte de la +muchedumbre, despreciando el juego por el momento, se aglomeraba en el +teatro. + +Lubimoff se vió atendido inmediatamente por dos graves señores de levita +y corbata negras, con la cabeza descubierta: dos inspectores del Casino. + +--¡Desolados, príncipe! Todo lleno; hasta en los pasillos hay gente. + +Pero como era él, uno de los dos lo acompañó hasta el palco de los +ministros de Mónaco. El gobernador del príncipe soberano le conocía y +quiso cederle el mejor lugar; pero Miguel se mantuvo en segundo término, +por miedo á la curiosidad del público. + +Era un teatro sin pisos altos; una sala de espectáculos más ancha que +profunda, con filas de butacas todas iguales y al mismo precio, y un +escenario que servía para los conciertos y excepcionalmente para las +representaciones teatrales. El mismo arquitecto de la Opera de París +había repetido su abrumadora ostentosidad en esta sala: oro por todas +partes, molduras, cariátides, espejos inmensos. No había un palmo de +pared que no fuese de estuco labrado y dorado. En el muro del fondo, +sobre las filas de butacas que se elevaban en acentuado declive, había +cinco palcos, los únicos: el del príncipe soberano y los de sus +dignatarios. + +Miguel escuchó á los cantantes, mientras examinaba la apretada masa de +público que podía distinguir desde su asiento. Reconoció á muchos en +esta contemplación á vista de pájaro. Vió en las primeras filas una +cabeza gris, con los cabellos partidos de la frente á la nuca y peinados +hacia adelante hasta confundirse con unas patillas á la austriaca. Era +el coronel, que escuchaba con cierta autoridad, balanceando el cráneo +para conceder su aprobación al célebre tenor. Pero no estaba solo: le +vió ladear el rostro hacia una cabellera rizada y una sarta de gruesas +cuentas de ámbar. ¡Ah, traidor!... Indudablemente, la hija del +jardinero. Por esto se había dado tanta prisa en huir: una exigencia de +la aprendiza, deseosa de escuchar á aquel artista del que tanto hablaban +las señoras. Cuando el grueso ruiseñor quedaba oculto entre bastidores, +el coronel ofrecía á su protegida un cucurucho lleno de caramelos. +¡Caramelos en tiempo de guerra! Un verdadero derroche que sólo se podía +permitir un enamorado. + +En el entreacto, el príncipe se marchó furtivamente, temiendo +encontrarse con don Marcos y que su presencia le amargase una tarde +feliz. Además, no le interesaba la ópera ni aquel cantante tan alabado. + +Atravesó el gran atrio de columnas de jaspe que sostienen una galería +con balaustres rematados por candelabros de bronce. En un extremo, sobre +tableros, estaban las últimas noticias. El príncipe las leyó sin +curiosidad. «Nada; lo de siempre. Sigue la monótona guerra de +trincheras. El terreno ganado ó perdido á metros. Esto no acabará +nunca...» + +Se deslizó entre los grupos que paseaban durante los entreactos, +evitando que le viese el coronel. ¡Pobre Toledo! Iba gravemente +orgulloso al lado de aquella protegida que podía ser su nieta. Miraba +hostilmente á los jóvenes, mientras la muchacha, á sus espaldas, +lanzaba ojeadas á todos los hombres con uniforme. + +El príncipe tuvo que abrirse paso á través de un grupo inmóvil y +compacto. Eran oficiales convalecientes, franceses, canadienses, +australianos, ingleses, y revueltas con ellos, enfermeras de varios +tipos; unas con velos monacales y aspecto frágil; otras varoniles, con +corbata y levita de botones dorados, sin otra prenda femenil que la +falda... Algunas más viejas, de pelo corto, cara roja y grandes anteojos +de concha, exigían un detenido examen para que de su aspecto híbrido +pudiera surgir la convicción de que eran mujeres. Se amontonaban ante +las tres dobles mamparas que dan acceso á las salas de juego. Todo el +que perteneciese á las fuerzas de mar y tierra de cualquiera nación no +debía pasar de aquí: los militares sólo podían entrar en la sala de +espectáculos y el atrio del Casino. Y estas gentes, que en sus lejanos +países habían oído hablar muchas veces de Monte-Carlo, al verse en él +por los azares de la guerra, se amontonaban junto á las mamparas con una +curiosidad infantil, admirando instantáneamente, al abrirse y cerrarse +aquéllas, la rápida visión de los salones dorados, puestos en fila y +llenos de público. Después se retiraban, cediendo el sitio á otros +camaradas. Ya habían visto; ya podían afirmar que Monte-Carlo no +guardaba secretos para ellos. + +Los empleados de levita negra abrieron una de las mamparas, saludando al +príncipe como á un antiguo conocido. + +Era la primera vez que entraba en los salones de juego después de su +vuelta. Creyó que caía con milagrosa regresión en el mundo anterior á la +guerra; que todas las cosas que afligían á la humanidad quedaban al otro +lado de la puerta, como queda una acción dramática, falsa pero +emocionante, sobre el escenario de un teatro que abandonamos. + +Hasta encontró cierto atractivo en la arquitectura de estos salones, por +ser algo familiar que le recordaba épocas agradables de su existencia. + +Estaba en la sala del Renacimiento, pero toda su atención fué atraída +por la pieza inmediata, la rotonda central del Casino, el llamado salón +de Schmit, al que convergen los otros salones y que parece prolongarse +por debajo de las portadas divisorias hasta el fondo del edificio. + +Un silencio rumoroso surgía de las aglomeraciones humanas en torno de +las mesas verdes. Todos al hablar lo hacían en voz baja, como en una +iglesia. De vez en cuando, este susurro se cortaba con un largo +rechinamiento, con un ruido igual al de los guijarros de una costa +arrastrados por la ola. Eran las raquetas de los empleados, que barrían +el paño verde, llevándose las monedas, las fichas, todos los despojos de +la pérdida, chocando unas con otras las piezas de metal y las de falso +hueso. La voz de los _croupiers_ se elevaba sobre este silencio febril +de colmena bullente como la del oficial que ordena una maniobra. «Hagan +sus juegos...» «¿El juego está hecho?...» «No va más.» El silencio +perdía su envoltura rumorosa; se iba adelgazando. Los pechos respiraban +con menos fuerza; los cuellos se estiraban para ver mejor sobre el +hombro vecino; algunas mujeres permanecían sobre un pie nada más, +echando atrás el otro, como bailarinas que se inclinan para tocar el +suelo con las manos. Todos se apretujaban, sin reparar en el sexo á que +pertenecían las carnes inmediatas; y en esta pausa de rostros alargados, +cejas fruncidas, bocas rígidas y miradas convergentes sonaba, aumentado +por un eco diabólico, el correteo de la bolita de marfil por la ranura +circular del borde de madera, mientras la rosa de colores de la ruleta +iba girando como un kaleidoscopio en sentido inverso. + +De pronto, un golpe seco. La bola había terminado su fuga circular, +cayendo en un número. Se prolongaba el silencio; los rostros parecían +estirarse aún más; los puños se apretaban convulsivamente. Otra vez el +ruido de guijarros movidos por la ola. Las raquetas barrían el campo +verde. Mal número para el público. Cuando se elevaba en torno de la mesa +un ahogado rugido, la respiración de cien pechos descongestionados, los +_croupiers_ tardaban varios minutos en reanudar el juego, para pagar á +los gananciosos y resolver cuestiones entre los que reclamaban la misma +puesta. Al terminar una partida, se disgregaban los grupos de una mesa +para trasladarse á otra; pero la orla de gente continuaba siendo +compacta, por los nuevos aportes de curiosos. + +Descendía de la claraboya central un resplandor acaramelado. Fuera +brillaba el sol sobre el mar azul; aquí, la luz era de bodega: una luz, +según Castro, semejante á la del salón de sesiones de un Congreso de +diputados. Esta luz amarillenta, igual al oxidado fulgor del oro viejo, +parecía aumentar la suntuosidad de las salas. Era la arquitectura +majestuosa y rica que convence al pueblo y á los ricos improvisados. Las +columnas y pilastras, de ónix y de bronce, sostenían un techo magnífico, +cortado circularmente por la cristalería de la claraboya. En los cuatro +triángulos de la bóveda estaban representados escultóricamente el Aire, +la Tierra, el Fuego y el Agua, como si los tales elementos tuviesen +alguna relación con la industria que daba vida al vasto palacio. + +Cuatro arañas de metal, enormes y rutilantes, completaban la pesada +suntuosidad. Allí donde no había dorados ó espejos, ocupaban las paredes +vistosas pinturas. Estos cuadros y todos los que adornaban al Casino +eran objeto de las burlas de Miguel. Algunos resultaban aceptables; los +más parecían viejísimos, á pesar de que no tenían más de cuarenta años, +pero con una vejez sin nobleza, lo mismo que si hubiesen pasado sobre +ellos varios siglos de desprecio y olvido. + +Atilio explicaba á su modo la presencia de tales lienzos. Eran obra, +según él, de aficionados arruinados por el juego, que el Casino se veía +en la obligación de proteger. + +El príncipe empezó á encontrar figuras conocidas entre este público +incesantemente renovado, que cada mes resultaba distinto. Todo el mundo +pasaba por allí. El pavimento, de diversas maderas ensambladas, era uno +de los caminos más frecuentados de Europa. Semejante al antiguo Foro de +Roma, punto de convergencia de las rutas del mundo entero, este salón +atraía á las gentes desocupadas del planeta. Soñaban todos con poder ir +alguna vez á arrostrar una moneda en la gran casa de juego mediterránea. +El hombre de otros continentes, al desembarcar en el viejo mundo, +inscribía Monte-Carlo en su itinerario de viaje. Pero este río humano +que se deslizaba incesantemente, recibiendo el aporte de nuevas olas, +iba dejando aguas muertas, plantas desarraigadas, troncos desmochados, +en las sinuosidades de sus ribazos. + +Lubimoff casi saludó á ciertas personas que le miraban con afectuosa +sorpresa, lo mismo que si viesen en él á un resucitado. + +Un vejete de barba corta y dura sobre un rostro de cadavérica palidez se +inclinó profundamente á su paso, sin que su modestia sufriese al no +recibir contestación. Era el hombre más buscado y halagado por las damas +que frecuentaban el Casino. Llevaba una especie de solideo negro en la +cabeza, el sombrero en la diestra y una medalla de esmalte con el +Corazón de Jesús en una solapa. Atilio y Lewis también le habían buscado +muchas veces. Miguel estaba seguro de que era amigo de la duquesa de +Delille, y en más de una ocasión habría visto sus lágrimas. Facilitaba +dinero al cinco por ciento... cada veinticuatro horas, y entretenía sus +ocios estudiando de lejos á los recién llegados, por si se ofrecían como +nuevos clientes. + +También sonrieron al príncipe algunas damas de aspecto serio, todavía de +buen ver, amplias de formas por un extremo y enjutas por el otro, como +personas que se medicinan contra la obesidad y no obtienen un resultado +regular. Estaban sentadas en los divanes de los ángulos, conversando +entre ellas, mirando á los grupos de jugadores con un aire de empleadas +que descansan después de cumplido su deber. Habían llegado á Monte-Carlo +muchos años antes, con joyas, con miles de francos, con un hombre que +sufría sus desigualdades de humor y encima daba dinero; y todo se había +volatilizado en las mesas del Casino. Pero ellas seguían agarradas al +escollo de su naufragio, tal vez para siempre, viviendo de los residuos +de otros y otros, que, siguiendo la misma ruta, venían á chocar y á +perecer. Se ofrecían á los forasteros como personas experimentadas en +los misterios de la casa; aconsejaban á las parejas en viaje de amor qué +número debían jugar, como si poseyesen el secreto. Además, se +presentaban en el Casino á primera hora, para ocupar los mejores sitios +en las mesas, y luego cedían su silla á un jugador rico, cliente fijo, +que las recompensaba con generosidad si le favorecía la suerte. + +Aún tuvo otros encuentros. Pasaron junto á él unas cuantas viejas, pero +de una vejez incapaz de arrostrar el aire libre y la luz del sol. Esta +ancianidad se acentuaba bajo adornos extraños que no recordaban ninguna +moda: trajes de colorines desteñidos que parecían cortados de un +cortinaje viejo y oliendo á casa ruinosa, sombreros monumentales ó +turbantes esféricos fabricados con gasas de mosquitero. Unas eran de +esquelética delgadez, otras de lívidas adiposidades; pero todas llevaban +el rostro escandalosamente cubierto de bermellón y círculos acarbonados +en torno de los ojos moribundos. + +--Un luis, mi príncipe--murmuró la más atrevida--. Tengo la seguridad de +que me dará la suerte. + +Le temblaba al hablar la dentadura postiza, demasiado grande. Un hedor +de tumba acompañaba la sonrisa de sus labios pintados. + +Miguel sabía quiénes eran por los relatos de Toledo. El coronel, +admirador de las majestades caídas, aceptaba su conversación con +melancólica deferencia. Una había sido amante de Víctor Manuel; otra más +vieja recordaba entre suspiros los tiempos de Napoleón III y de Morny. +Todas iban á morir en este Monte-Carlo, último rincón de la tierra que +podía recordarles sus esplendores de sesenta años antes. Algunas, en +memoria de sus joyas desaparecidas, ostentaban serenamente unos adornos +grotescos y bárbaros de latón y cuentas de vidrio. Según el paradójico +Castro, habían muerto hacía muchos años, pasaban la noche en el +cementerio de Mónaco, y vistiéndose con los harapos de los otros +cadáveres subían al Casino, por la fuerza de la costumbre, para +contemplar una vez más el escenario de su remota juventud. + +El príncipe les dió unos cuantos billetes y siguió adelante, mientras +ellas corrían á jugar este dinero, después de agradecer el regalo con +una sonrisa de calavera, último resto de la gracia profesional. + +Pronto dejó de fijarse en todos los parásitos que vivían pegados á los +engranajes de la formidable máquina, nutriéndose con las migajas de su +trituración. Se sintió interesado por el público de jugadores, siempre +igual en apariencia y siempre distinto. Los había que avanzaban apoyados +en bastones: bastones de enfermo, con contera de goma, únicos que eran +admitidos en las salas de juego, por temor á las disputas. Vió damas +gelatinosas de torpe paso; señores tullidos apoyados en el brazo de un +jayán con casaca galoneada, que los conducía paternalmente hasta la +ruleta, acomodándolos en su asiento. Algunas paralíticas llegaban en un +carruajito infantil hasta la escalinata, y allí eran izadas á una silla +de manos y llevadas á través de los salones hasta su lugar preferido. En +ciertos momentos parecía este palacio del juego un balneario célebre, un +Lourdes milagroso. Llegaban, como llegan los enfermos incurables á otros +lugares, empujados por la esperanza; pero esta esperanza no era la de la +salud, que les dejaba indiferentes. Lo que les galvanizaba era la +esperanza de la fortuna, la ilusión de la riqueza, como si esta riqueza +pudiera servir de algo á sus pobres cuerpos, faltos de los apetitos que +amenizan la existencia. + +Resumió el príncipe mentalmente la vida pasional de los humanos en dos +placeres que eran el motor de todas sus acciones: el amor y el juego. +Los había que conocían igualmente la doble atracción; Castro, por +ejemplo. El sólo había sentido interés por el amor é ignoraba el placer +del juego. Al levantarse de la mesa, siempre con ganancia, no +experimentaba la tentación de volver. Pero viendo á los ancianos, los +valetudinarios y los incurables arrastrarse hacia la ruleta como á una +piscina milagrosa, los excusó compasivamente. ¿Qué otro placer les +quedaba sobre la tierra? ¿Cómo llenar el vacío de una existencia que se +prolongaba tenazmente?... + +Lo que no podía comprender era el gesto apasionado, la mirada dura de +otros jugadores sanos y fuertes. Hombres jóvenes se movían entre las +mujeres en torno de la mesa con una brusquedad hostil; disputaban con +ellas ásperamente, tratándolas como á enemigos. Las mujeres perdían de +golpe su frescura y su gracia: se masculinizaban contemplando las filas +de naipes del «treinta y cuarenta» ó el volteo loco de la rueda de +colores. Tenían un gesto de luchador, con la boca tirante, los ojos +feroces, y avisadas por el instinto de esta transformación, apenas se +separaban del juego sacaban del bolso de mano el espejito, los polvos, +el colorete, para remediar y borrar su pasajera decadencia. + +Las de aspecto más digno y correcto se mostraban á veces las más +atrevidas. Podían entregarse á un vicio sin miedo al comentario, sin +riesgo de ser criticadas, en un lugar donde todas las mujeres hacían lo +mismo y el juego figuraba como algo oficial, digno de respeto. + +El príncipe sonrió acordándose de lo que le había contado Toledo días +antes: la desesperación de una señora cuarentona que venía de Niza con +sus dos hijas todas las tardes y había acabado por perder cincuenta mil +francos. + +--¡Ojalá me hubiese echado un amante!--gemía la matrona con ojos +lacrimosos--. Mejor hubiera sido entregarme al amor. + +Entró Miguel en otros salones sin claraboya. Los racimos de bombillas +eléctricas, al iluminarlos con un resplandor absurdo, hacían pensar en +el sol ardiente y el mar azul que existían al otro lado de los muros de +oro y jaspe. Sobre las mesas, el alumbrado era de petróleo: dos enormes +pantallas abrigando cada una cuatro quinqués que pendían de unas cadenas +de bronce de varios metros fijas en el techo. Así, si se cortaba la +corriente eléctrica, no había peligro de que los clientes sintiesen la +tentación de apropiarse el dinero de la banca. + +De tarde en tarde sonaba una campanilla, agitada discretamente por uno +de los empleados de levita negra que dirigían el juego. Una ficha, una +moneda ó un billete había caído bajo de la mesa. Y se presentaba con una +prontitud escénica, como si esperase entre bastidores, un lacayo de +casaca azul y oro llevando en las manos una linterna sorda y un gancho +para huronear entre las piernas de los jugadores, hasta que encontraba +el objeto perdido. + +Una disciplina de buque de guerra, donde cada cosa está en su lugar y +cada hombre en el sitio de sus funciones, se notaba en las vastas salas. +Varios señores respetables, con la solapa condecorada, paseaban entre +las mesas con aire de oficiales de servicio, para convencerse de que +todo iba perfectamente. Allí donde las voces subían de tono se +presentaban con paso rápido para cortar los discusiones. Cuando dos +«puntos» se disputaban una misma puesta, resolvían inmediatamente el +pleito pagando á los dos. El dinero acababa al fin por volver á la casa. + +Según Atilio, estaba perforado el Casino por galerías secretas, puertas +invisibles y hasta trapas, lo mismo que el escenario de una comedia de +magia; todo para el mejor servicio y evitar molestias á los clientes. +Algunas veces, un enfermo se desmayaba en la mesa ó caía muerto por una +emoción demasiado violenta. Al instante se abría el muro más próximo, +vomitando una camilla y dos bomberos, que hacían desaparecer el cuerpo +importuno como por encantamiento. Los de la partida inmediata no +llegaban á enterarse. + +En otras ocasiones era un suicidio. Lubimoff conocía una mesa llamada +«del suicida», á causa de un inglés que había querido morir +teatralmente, disparándose un pistoletazo al perder la última moneda. +Las piltrafas de su cerebro salpicaron la bayeta verde, las caras de los +vecinos y hasta las levitas de los _croupiers_. ¡Siempre hay gentes de +poco tacto, que no saben vivir en sociedad!... Pero los bomberos surgían +de la pared, llevándose al muerto, limpiando de sangre la alfombra y la +mesa, y poco después, del óvalo de gente apretujada contra el tablero +verde surgía la voz sacramental: «Hagan sus juegos...» «¿El juego está +hecho?...» «No va más.» + +El príncipe se acordó del famoso «banco de los suicidas» en los jardines +del Casino. Una leyenda para periódicos. No existía. Cuando se mataban +varios en un mismo banco, la administración lo hacía cambiar de sitio +inmediatamente. También era una exageración folletinesca lo de la +abundancia de suicidios: dos ó tres por año nada más. Según Castro, +había pasado de moda esto de matarse en Monte-Carlo; resultaba una falta +imperdonable de buen gusto; lo discreto era irse lejos y desaparecer +sin ruido. Además, la policía de la casa tenía buen ojo para conocer á +los desesperados, y les facilitaba un billete de ferrocarril, +aconsejándoles que se matasen buenamente en Marsella, ó cuando menos en +Niza ó Mentón. + +Estaba Miguel cerca de la «mesa del suicida», junto á la entrada de los +salones privados, cuando notó cierto revuelo en el público. Se buscaban +los grupos para transmitirse una noticia; los antiguos clientes se +agitaban con una emoción profesional. Algo importante estaba ocurriendo. +El príncipe conocía el significado de estas ráfagas de curiosidad: un +jugador ganaba ó perdía de un modo extraordinario. + +Cierto nombre llegando vagamente á sus oídos hizo que su atención se +concentrase. + +--La duquesa de Delille... Doscientos mil francos... + +Todos los que tenían permiso para jugar en los salones privados se +precipitaban hacia la gran puerta de cristales que da acceso á ellos. +Miguel siguió esta corriente. + +Se vió en una pieza enorme, de techo altísimo. En uno de sus lados se +abrían cuatro grandes balcones sobre las terrazas y el Mediterráneo. A +causa de la guerra estaban cubiertos con unas telas obscuras para +ocultar la luz interior. El muro de enfrente lo llenaban varios espejos +gigantescos. En lo alto, diez y seis cariátides blancas y pechugonas, +encorvadas bajo el peso del techo, sostenían anchas bandas de cristales +de roca con bombillas eléctricas que dejaban caer un resplandor lunar. + +Los curiosos pasaban indiferentes ante las primeras mesas de juego, para +agolparse en torno de la última, la del «treinta y cuarenta», al pie de +un gran cuadro en el que tres buenas mozas desnudas, sobre un fondo de +arboleda obscura igual á los jardines de Boboli, representaban _Las +Gracias florentinas_. + +Allí estaba el fenómeno. Avanzando su cuello entre los hombros de dos +curiosos, vió á Alicia sentada á la mesa, con aspecto pensativo. Todas +las miradas convergían sobre ella. Ante sus manos se amontonaban varios +fajos de billetes y muchas fichas formando pilastras: fichas ovaladas de +quinientos francos y rectangulares de á mil, llamadas «jaboncillos» en +el lenguaje del Casino, á causa de su forma. + +Ella levantó de pronto la cabeza, como si el instinto le avisase una +presencia interesante, y sus ojos se dirigieron rectamente hacia Miguel. +Le saludó con una sonrisa de felicidad. Pareció besarle con la mirada. Y +todos, con esa sumisión de las muchedumbres cuando se sienten dominadas +por el entusiasmo ó el asombro, siguieron sus ojos para conocer al +hombre que era acogido de este modo por la heroína. El príncipe sintió +halagada su vanidad, lo mismo que cuando un artista célebre le saludaba +desde la escena y seguía cantando con la mirada puesta en él, para +dedicarle sus gorgoritos; lo mismo que cuando, de joven, un matador de +toros le dirigía un gesto amistoso antes de dar la estocada final. +Alicia parecía brindarle su gloria. + +Pero inmediatamente volvió á recogerse en su ensimismamiento. No estaba +sola. Alguien invisible y poderoso se erguía detrás de su asiento, ó se +inclinaba para soplar en su oído el consejo certero, la resolución +inesperada, la audacia original. Sus ojos, animados por una luz +fosforescente, contemplaban lo que nadie podía ver. Su boca muda se +estremecía con nerviosas contracciones, lo mismo que si hablase á un ser +misterioso que no necesitaba del sonido para oir. Miguel adivinó junto á +ella la potencia demoniaca de las horas inolvidables, la que proporciona +á los artistas el acorde maestro, la palabra luminosa, la pincelada +suprema; la que sugiere la matanza final en las batallas ó la astucia +decisiva en los negocios acompañados de quiebras y suicidios. + +Se había lanzado al gran juego. Avanzaba con mano negligente una columna +de doce fichas rectangulares rematada por otra oval: doce mil quinientos +francos, la cantidad máxima que puede arriesgarse al «treinta y +cuarenta». El público, con la idolatría que inspiran los vencedores, se +interesaba por la duquesa, como si cada uno esperase participar de sus +ganancias. Todos presentían su triunfo. Y cuando efectivamente ganaba, +un murmullo de satisfacción, un resuello de desahogo iba elevándose del +óvalo de curiosos que se oprimían contra los respaldos de las sillas +ocupadas por los jugadores. De tarde en tarde perdía, y el profundo +silencio era de simpática conmiseración. Algunas veces, después de haber +avanzado la pilastra de fichas, entornaba los ojos como si escuchase á +su colaborador invisible, movía la cabeza en señal de asentimiento y +retiraba su puesta. Surgía de nuevo el murmullo de satisfacción al +convencerse el público de que había retirado su dinero á tiempo, lo que +equivalía á un triunfo negativo. + +Muchos calculaban con ojos de codicia las cantidades que se amontonaban +ante sus manos. + +--Ya está en los trescientos mil... Tal vez tiene más... ¡Ojalá llegue á +ganar millones!... ¡Qué gusto ver saltar al Casino! + +A estos comentarios en voz baja se unían las exclamaciones laudatorias +de algunas viejas, adorando con sus ojos á la victoriosa. «¡Qué +simpática!... Una gran señora. ¡Y tan bella!... ¡Que la suerte le +acompañe!» + +Se movió un hombro negro sobre el cual asomaba su cabeza el príncipe, y +éste vió la cara de Spadoni junto á sus ojos. No mostraba el pianista la +menor sorpresa, como si se hubiese separado de él pocos minutos antes. +Ni siquiera lo saludó. El asombro que dilataba su rostro, el escándalo y +la envidia que le infundía esta fortuna insolente, necesitaban +expansionarse con una protesta. + +--¿Ha visto, Alteza?... No sabe jugar. Va contra todas las reglas; va +contra la lógica. No sabe... ¡no sabe! + +Inmediatamente volvió sus ojos á la mesa, olvidando al príncipe, al oir +un nuevo rugido del público. Faltaba poco para que algunos saludasen con +aplausos los repetidos triunfos de la duquesa. Los que habían perdido en +los días anteriores se regocijaban con una alegría de venganza. «¡Qué +tarde!... ¡Esto se ve pocas veces!» Sonreían dándose con el codo al +notar las idas y venidas de los inspectores, la presencia de altos +empleados que se esforzaban por ocultar sus impresiones, la cara larga +de los que volvían de la caja central con nuevos paquetes de placas de +mil francos para pagar á aquella señora que por tres veces había dejado +á la mesa sin dinero. La noticia de su fortuna circulaba por todo el +edificio. A aquellas horas los señores de la administración debían estar +hablando en su despacho del piso alto de esta mala jugarreta que se +permitía con ellos el azar. Algo extraordinario y emocionante, igual al +soplo de una revolución, se extendía hasta los últimos rincones. Los que +carecían de permiso para entrar en las salas privadas pedían noticias á +los que salían de ellas, repitiéndolas con la exageración del +entusiasmo. En los guardarropas, en los gabinetes de aseo, en los +pasillos interiores, en los subterráneos, en todos los recovecos donde +criados, camareras y bomberos viven bajo una eterna luz artificial, esta +novedad sacudía la calma dormitante del personal subalterno. Era una +emoción igual á la que circula por los corredores medio desiertos de una +Cámara de diputados mientras en el hemiciclo rebosante se defienden los +ministros en peligro de muerte. Iba creciendo la noticia al ir de grupo +en grupo, con esa satisfacción mezclada de inquietud que inspiran á los +humildes los malos negocios de sus patrones. + +--Parece que arriba una duquesa ha ganado un millón... No; ahora dicen +que son dos millones. + +Y al dar la vuelta completa al edificio, los dos millones habían +engendrado uno más. Media hora después eran cuatro para todos los +modestos servidores que envejecían viviendo del juego, sin haberlo visto +nunca de cerca. + +Miguel sintió de pronto una gran cólera contra aquella mujer afortunada. +Después de la sonrisa de saludo ya no le había mirado más. Sus ojos +pasaron repetidas veces sobre él de un modo maquinal, sin llegar á +verle. Era uno de tantos curiosos espectadores de su triunfo. En el +mundo sólo existían en aquel momento la baraja y ella. + +Su despecho le hizo sentir una indignación de moralista. Nada le +importaba que Alicia se olvidase de él. Lo repitió mentalmente varias +veces: nada le importaba. No eran amantes ni existía entre ellos un +afecto profundo. ¡Pero el hijo!... Se acordó de la escena de la mañana, +con sus gemidos y sus lágrimas. Y la madre estaba allí, entregada por +completo á la voluptuosidad del azar, insensible á todo lo que no fuese +su torpe afición. Si alguien la hablaba del aviador prisionero, tendría +que hacer un esfuerzo para recordar que existía, ¡y horas antes lloraba +sinceramente pensando en su cautiverio!... + +Era demasiado para el príncipe. Su severidad no podía aceptar esta +indiferencia. Y con los codos se abrió paso entre la muchedumbre, +despegándose de la espalda de Spadoni, que seguía con ojos de +hipnotizado los tesoros crecientes de la duquesa. + +Lubimoff dió un paseo por el salón. Despreciaba el egoísmo de Alicia, +pero carecía de fuerzas para marcharse. Necesitaba estar cerca de ella; +quería convencerse de hasta dónde podía llegar su insensibilidad. + +Se tropezó con un señor que caminaba entre las mesas agitando las manos +detrás de su espalda y mascullando frases ininteligibles. El amigo +Lewis. + +--¿Ha visto usted cómo juega?--dijo con acento de cólera al reconocer al +príncipe--. Como una bestia, como una verdadera bestia.... No debían +dejar entrar á las mujeres. + +Toda la tarde había estado perdiendo, de acuerdo con las reglas y la +experiencia. No le quedaba dinero ni para sus _whiskys_: tendrían que +fiarle en el _bar_. Pero recordando de pronto que la de Delille era +parienta de Lubimoff, añadió: + +--Siento mucho ofenderla; pero juega como una imbécil. + +Y le volvió la espalda, para continuar su monólogo furibundo. + +Don Marcos pasó rápidamente sin ver al príncipe, abriéndose paso entre +la masa de curiosos, con su autoridad de personaje decorativo. Acababa +de abandonar apresuradamente á la hija del jardinero. La noticia había +circulado por el teatro, logrando que muchos renunciasen al final de la +ópera, para presenciar esta suerte inaudita, que era para ellos un +espectáculo de mayor interés. + +En una mesa de ruleta encontró á Clorinda que jugaba parcamente, +teniendo á Castro detrás de su asiento. + +«La Generala» había presenciado la primera parte de la victoria de su +amiga. «Va á perder, esto no puede durar», pensaba á cada golpe. Luego +se había retirado de la mesa, explicando su actitud á Castro y á otros +amigos. No podía presenciar con tranquilidad cómo Alicia hacía un juego +tan arriesgado. Era una emoción superior á sus fuerzas. + +--Yo deseo que gane mucho, muchísimo--añadía con una generosidad de +buena amiga--. ¡La pobre lo necesita tanto! ¡Van tan mal sus asuntos! + +Había acabado por sentarse á otra mesa, con la vaga esperanza de que se +acordase también de ella la suerte; pero los murmullos que venían del +«treinta y cuarenta» anunciando nuevas victorias la ponían nerviosa, +atribuyendo á esto la pérdida de varias piezas de veinte francos. Cuando +vió perdidos doscientos, su irritación necesitó desahogarse en alguien. +Allí estaba Atilio, que la seguía á todas partes, acogiendo con +sonriente adoración las agresividades de su mal humor. + +--Castro, márchese; no permanezca detrás de mí. Ya sabe que me trae mala +suerte. Váyase á otro sitio. + +Y el príncipe vió cómo su amigo, con un gesto de enfado, se separaba de +la viuda, dirigiéndose al _bar_. + +Quiso seguirle. Hablando con Atilio olvidaría la irritación que le había +causado la otra mujer. Pero al dirigirse al fondo del salón tuvo una +nueva sorpresa. + +En un ángulo escasamente iluminado vió á Novoa que ocupaba un diván con +Valeria, la acompañante de la duquesa. ¡Ah, embustero! Este era el que +iba á pasar la tarde en Mónaco ó paseando por el camino de Niza. Tal vez +esto último no era falso. Habría esperado á Valeria, que regresaba de su +almuerzo. + +Debían estar los dos desde mucho tiempo antes en la penumbra de este +rincón, insensibles á lo que les rodeaba, sordos á los comentarios de la +gente. + +El, vuelto de espaldas al príncipe, no pudo verle. Ella tampoco, pues +tenía sus ojos fijos en Novoa, con una gravedad afectuosa de muchacha +que ha hecho estudios serios, tiene su título de bachillera y puede +comprender á un hombre de ciencia. + +Miguel oyó un fragmento de lo que decía el joven catedrático. + +--...Y cuando las corrientes glaciales del Polo llegan allá, ocupan el +lugar de las aguas calientes, que suben á la superficie... + +¡Explicaba la formación del _Gulf Stream_! Nadie lo hubiese creído al +ver detrás de sus lentes unos ojos acariciadores y tímidamente amorosos. +Ella escuchaba con un fervor de admiradora; pero Miguel, que conocía á +las mujeres, creyó adivinar su verdadero pensamiento. Sopesaba, con su +malicia de muchacha pobre y sola, lo que había de marido posible en este +hombre ignorante de todo lo que no se aprende en los libros; calculaba +las modificaciones que son necesarias para hermosear á un descuidado +varón que siempre lleva la corbata mal hecha y es incapaz de sentarse +tirando antes de sus pantalones para evitar unas rodilleras grotescas. + +Lubimoff pasó más de una hora, muellemente hundido en un sillón del +_bar_, oyendo á Castro. Las ramas de los grandes árboles de la terraza +arañaban dulcemente los vidrios de las ventanas en la penumbra del +crepúsculo. + +Atilio exteriorizó su melancolía lamentando la parquedad del té. +Almendras tostadas y patatas fritas al vapor eran todas las delicadezas +gastronómicas que podían ofrecer con motivo de la guerra en este lugar +visitado por los ricos. + +El público le inspiraba las mismas reflexiones tristes. Había gente, +pero muy poca comparada con la que acudía á Monte-Carlo años antes. +Llegaban entonces trenes de lujo directamente de Londres, de Viena, de +Berlín, de todos los extremos de Europa. La plaza del Casino era una +Babel; en torno del «queso» paseaban todas las razas y sonaban todos los +idiomas. Ahora resultaba lamentable la ausencia de los rusos, jugadores +fogosos, y también de los austriacos y los turcos. Los últimos en sentir +la atracción de Monte-Carlo eran los alemanes; pero Castro los había +visto llegar en masa en los últimos años, aportando al juego el mismo +sistema reposado, metódico y minuciosamente científico que aplican á la +disciplina de cuartel, á la organización de la industria ó á los +trabajos de laboratorio. + +Se les conocía apenas entraban en las salas. Al sentarse á la mesa se +rodeaban de libros y papeles: estadísticas de los números más +favorecidos en los últimos años, manuales del perfecto jugador, cálculos +propios, logaritmos que ellos solos podían entender. + +--Defendían el dinero con mayor tenacidad que los otros--continuó +Atilio--, con una paciencia de bueyes testarudos é incansables; pero +acababan perdiendo, igual que los demás. ¿Quién no pierde aquí?... Hasta +el Casino, que gana siempre, pierde ahora. Antes de la guerra, su renta +era de cuarenta millones por año. Actualmente saca en limpio tres ó +cuatro millones nada más, y como tiene que cubrir unos gastos enormes, +se ve obligado á hacer empréstitos para seguir viviendo, lo mismo que un +Estado. + +Miguel se fijó en los que pasaban por el _bar_. Sólo entraba un hombre +por cada diez mujeres. + +--También es la guerra--dijo Castro--. ¡No se ven mas que hembras, +hembras por todas partes! Pero aquí, si se acuerda uno de los tiempos de +paz, siempre fué superior la proporción femenina. Los hombres, menos +numerosos, juegan más fuerte, arriesgan con mayor audacia su dinero; +pero en torno de las mesas, tres cuartas partes del público están +compuestas de mujeres. La mujer, cuando teme al amor ó está desengañada +de él, se entrega al juego con una vehemencia pasional. Es el único +recurso que encuentra para desahogar su imaginación. Además, hay que +tener en cuenta sus aficiones al lujo, que no están casi nunca de +acuerdo con sus recursos, y todas las necesidades de la mujer actual que +no conocieron sus abuelas... Mira; fíjate. + +Señaló discretamente á una señora entrada un años, pintarrajeada y +modestamente vestida, á la que acosaban con manoteos y gestos de súplica +otras dos, jóvenes y elegantes. Se adivinaba que habían entrado allí +únicamente para tratar un asunto, lejos de la curiosidad de las salas de +juego. + +--Solicitan un préstamo, y ella se resiste--continuó Castro--. Tal vez +es el segundo ó tercero de la tarde. Esa dama es una rival del vejete +que lleva en la solapa el Corazón de Jesús. ¡Famoso usurero! Empezó de +mozo de café, y debe tener unos dos millones, después de treinta años +de honrada industria. Todo lo que posee lo destina al pueblo de La +Turbie, que le ha nombrado su bienhechor. Regala imágenes de santos, ha +reconstruído la iglesia... Atención: la dama se ablanda. El préstamo va +á realizarse. + +Las tres mujeres habían desaparecido detrás de una puerta de caoba que +daba entrada á los gabinetes de necesidad para señoras. La prestamista +guardaba sus caudales en las enaguas, y le era preciso remangarse para +hacer sus negocios. Poco después salió rápidamente hacia el salón de +juego. Necesitaba continuar su vigilancia sobre algunas deudoras, por si +estaban ganando. Las dos jóvenes la siguieron, llevando sus bolsos de +mano todavía abiertos para contar con la vista los billetes acabados de +recibir. + +Castro, que más de una vez había sufrido la humillación de operaciones +semejantes, empezó á discurrir con amargura sobre el vicio que sostiene +la existencia de este edificio enorme y de todo el principado. El jugaba +por la ganancia, jugaba porque era pobre; ¡pero tantos ricos venían +allí, con riesgo de perder la base de su bienestar!... + +--El juego es un empleo de la imaginación. Por eso habrás notado que los +hombres de imaginación, los escritores, los verdaderos artistas, rara +vez juegan. Muchos dan escándalos por sus vicios exagerados hasta la +monstruosidad, pero ninguno se ha distinguido como jugador. Tienen +asuntos más interesantes á que aplicar su potencia imaginativa.... En +cambio, la gran masa de los humanos siente el encanto del juego, y +cuanto más vulgar es un individuo, con más fuerza le atraen las +seducciones del azar. Nuestros actos están guiados por el deseo de +conseguir un máximum de placer con una parte mínima de sufrimiento y de +trabajo; ¿y qué mejor que el juego para obtenerlo?... Todos obedecemos á +la esperanza y hacemos aquello que nos parece más ventajoso. Además, nos +conviene exagerar la probabilidad de que ocurra aquello que queremos +ardientemente, y acabamos por tomar nuestros deseos por realidades.... +Los que entran todos los días aquí tienen la corazonada de que saldrán +llevándose mil francos, ó veinte mil, ó cien mil, y lo regular es que +salgan con los bolsillos vacíos. No importa; al día siguiente volverán, +guiados de la mano por las mismas ilusiones. + +Cesó de hablar, como si le afligiese la consideración de que estaba +haciendo su propio retrato. Luego añadió: + +--Sin estas ilusiones que nuestra imaginación ama porque la arrullan +dulcemente, la vida resultaría irresistible. Es tal vez una felicidad +que nuestras esperanzas no sean matemáticamente exactas y que en nuestro +destino tenga tanta influencia la suerte. Además, la vida es breve, el +porvenir incierto; si la fortuna ha de venir á nosotros, conviene +abrirle el camino para que llegue velozmente; ¿y qué mejor camino que el +juego?... Cuando ponemos nuestras esperanzas muy lejos en el tiempo, +valen muy poco. Si debemos ganar, que sea pronto y de una vez. Nuestra +vida no es mas que un juego de azar. Todos somos jugadores, aun los que +no han tocado jamás una carta. Las profesiones, los negocios, el mismo +amor, puro juego, puro azar, asunto de suerte. La habilidad ó la +inteligencia pueden hacer los juegos de nuestra vida más favorable, pero +el azar no pierde por esto sus derechos y la buena suerte del individuo +realiza lo más importante. Para llegar á rico, hasta en los negocios que +parecen más seguros hay que ser favorecido por un concurso de +circunstancias extraordinarias, de golpes de azar constantemente +felices. Jamás un hombre se ha hecho rico ó célebre solamente por lo que +vale. + +Lubimoff, uno de los grandes ricos del mundo pocos años antes, asintió +con movimientos de cabeza á esta afirmación. + +--Hasta los gobiernos cultivan la esperanza pública por medio del +azar--continuó Castro--. Raros son los que no autorizan una lotería. El +que adquiere un billete compra un poco de esperanza, la posibilidad, si +tiene imaginación, de fabricarse por unos días toda clase de ilusiones +magnificentes y de experimentar una profunda ansiedad en el momento del +sorteo. El mejoramiento de nuestro bienestar material por el propio +esfuerzo resulta laborioso y difícil. Pero hay un medio de proporcionar +una felicidad relativa á los humildes: darles la esperanza de llegar á +ricos, de emanciparse de toda servidumbre, de realizar el ideal de +libertad que todos sienten. El Estado se muestra por principio enemigo +del juego; lo considera inmoral, por estar basado en lo incierto; pero +toda operación de comercio, financiera ó de industria representa un +azar, muchas veces la ruina de uno de los contratantes, y es un juego +casi igual á los de aquí. + +Sonrió Atilio irónicamente antes de continuar. + +--Que hablen contra el juego los moralistas hasta cansarse... Lo cierto +es que las sumas que se arriesgan en las carreras de caballos y en los +casinos aumentan de año en año con una progresión rápida, más rápida que +la progresión de la fortuna pública. El desarrollo de las buenas +costumbres no ejerce ninguna influencia en su disminución. En cambio, +las complicaciones de la vida moderna, con sus crecientes necesidades, +favorecen la pasión del juego y hasta la agravan. + +El príncipe le interrumpió. Tal vez era cierto lo que decía, pero ¡qué +vicio deprimente el juego! Los seres más razonables se dejaban dominar +por él, hasta perder su inteligencia ordinaria. + +--Es cierto--confesó Atilio--. En los juegos es donde se muestra la +debilidad humana y la tendencia que tenemos á la superstición. ¡Qué de +manías, como si el pasado pudiera influir en el presente!... ¡Qué de +inútiles esfuerzos para domar á la suerte!... Se han derrochado más +tesoros de imaginación para inventar nuevos sistemas de juego que para +encontrar el movimiento perpetuo, y con igual inutilidad. Todas esas +combinaciones maravillosas conducen al jugador infaliblemente á la +pérdida, con más ó menos rapidez, pero siempre con certeza... ¡Y qué fe +la nuestra! La considero superior á la de los mártires de las +religiones. Cuando uno cree poseer una combinación segura para ganar, +resulta inútil disuadirle. Nada le puede convencer. Es curioso que el +fracaso del sistema y la pérdida consiguiente no descorazonen nunca al +buen jugador. Inmediatamente acogemos una nueva combinación, la +verdadera esta vez, que nos permitirá conseguir la fortuna... A una +esperanza sucede siempre otra esperanza, y así vamos viviendo, hasta que +llegue la muerte. + +La melancolía de estas últimas palabras fué breve. Castro pareció +acordarse repentinamente de algo que le hizo sonreir. + +--¡Y qué incoherencias en la vida de los jugadores! Arriesgan el dinero +sin miedo y no hay gente más avara. Fíjate en las mujeres que juegan con +mayor pasión. Todas mal vestidas; algunas llegan hasta el descuido en su +persona. El dinero lo necesitan para jugar, y dejan para el día +siguiente la compra de lo necesario. Hay hombres que pasan toda la tarde +con el sombrero bajo el brazo, por ahorrarse los cincuenta céntimos que +cuesta dejarlo en el vestíbulo del Casino. Hoy, al entrar, he visto á un +viejo que espera á un amigo suyo todos los días junto al mostrador del +guardarropa. Depositan juntos sus sombreros y gabanes; así, cada uno +sólo paga veinticinco céntimos. Luego, en la ruleta, los he visto +manejar á fajos los billetes de mil francos. + +Los jugadores que entraban eran interpelados desde las mesas. + +--¿Aún sigue ganando?... + +Se referían á la de Delille. Las noticias no eran acordes. Unos parecían +indignados: «Sí; continuaba ganando con una suerte insolente.» Se había +desvanecido el entusiasmo del primer momento. Una punta de envidia latía +en las miradas y las palabras. Otros, á impulsos del mismo sentimiento +egoísta, se complacían en marcar un descenso en esta suerte maravillosa. +Perdía y ganaba. Sus buenos golpes ya no eran tan seguidos como al +principio; pero de todos modos, si se retiraba inmediatamente, tal vez +se llevase trescientos mil francos. + +Atilio y el príncipe vieron á Lewis de pie ante el mostrador, bebiendo +uno de aquellos _whiskys_ que serenaban su ánimo y le permitían reanudar +las retorcidas combinaciones que habían de devolverle su herencia +paterna y restaurar su castillo. + +Le llamaron para enterarse de la suerte de la duquesa. Lewis se encogió +de hombros con una expresión de escándalo y de protesta. Era absurdo +ganar de tal modo jugando tan mal. + +--Debe tener oculto en sus faldas el rosario del conde--dijo Atilio con +gravedad. + +Quedó Lewis perplejo, como si tomase en serio estas palabras. Después se +ruborizó, con una corrección británica, al acordarse de los extraños +adornos del rosario de su amigo. De repente empezó á lanzar violentas +carcajadas: «¡Ah, mister Castro!...» Le parecía tan chistosa la +suposición de _mister_ Castro, que tosió, asfixiándose de tanto reir, y +fué en busca de un nuevo _whisky_ para recobrar su serenidad. + +Volvieron los dos amigos al salón de _Las Gracias florentinas_. + +El príncipe vió á Novoa y á Valeria en el mismo diván, continuando su +conversación, pero cada vez más abstraídos, fijos los ojos en los ojos, +como si estuviesen en un lugar desierto. + +Llegó cerca de ellos sin que le viesen, y pudo oir un fragmento de lo +que decía la acompañante de Alicia. + +--No conozco España; ¡pero me interesa tanto!... Yo adoro todos los +países de amor, donde los hombres son desinteresados, donde no exista la +dote y una mujer puede casarse aunque sea pobre. + +Dejó caer una ojeada de lástima el príncipe al pasar junto al sabio. + + + + +VII + + +Un nuevo personaje intervino en la vida de los habitantes de +Villa-Sirena. El coronel anunció con entusiasmo á este amigo que le +había hecho conocer doña Clorinda. + +--Es un teniente español de la Legión extranjera. Vive en el hotel que +el príncipe de Mónaco ha destinado á los oficiales convalecientes. Se +llama Antonio Martínez, nombre vulgarísimo que dice muy poco; pero es un +gran soldado, un héroe, y no sé cómo sobrevive á sus heridas. + +«La Generala», que llevaba la cuenta de todos los militares de cierta +notoriedad llegados á Monte-Carlo, había querido conocer á este +teniente, tomándolo luego bajo su protección. La duquesa de Delille +también se interesaba por él, y las dos, orgullosas de ser sus +«madrinas», lo exhibían en el atrio del Casino, alquilaban carruajes +para pasearlo por los lugares más hermosos de la Costa Azul, le +regalaban los comestibles mejores y las pastelerías de tiempo de guerra +que conseguían encontrar. Enfermo del pecho á consecuencia de los gases +asfixiantes de los alemanes, había recibido, además, en la cabeza un +casco de granada, y sufría de tarde en tarde accidentes nerviosos que le +hacían caer al suelo privado de conocimiento. Los médicos hablaban con +tristeza de su estado. Tal vez viviría años, tal vez moriría en una de +estas crisis; lo importante era que llevase una existencia plácida, sin +profundas emociones. Y las dos señoras, que conocían su verdadero +estado, lo lamentaban cuando él no estaba presente. ¡Tan joven! ¡tan +afectuoso y tímido! Sobre el pecho de su uniforme amarillo mostaza +llevaba, con los cordones rojos, símbolo de heroísmo dado á los +batallones extranjeros, la Cruz de Guerra y la Legión de Honor. + +Clorinda, que se consideraba con mayores derechos por haberle +«descubierto», pensó un instante en llevarlo á vivir con ella, para +atender mejor á su cuidado. Pero estaba en el Hotel de París; no +disponía de una «villa» entera, como Alicia. Y ésta, aunque tentada por +las insinuaciones de su amiga, no se atrevió á instalar al convaleciente +en su domicilio. La gente era maliciosa, y ella, sin decir el por qué, +temía ahora mucho sus comentarios. + +Mientras tanto, las dos llevaban á todas partes al teniente, protestando +de que no le permitieran entrar con ellas en los salones del Casino, á +causa de su uniforme. Una tarde, doña Clorinda, con toda la autoridad de +su carácter, lo llevó á Villa-Sirena. Era una vergüenza que el hermoso +edificio y sus vastos jardines estuviesen dedicados á cinco hombres que +no servían de nada á la humanidad. Muchas veces lo había convertido +imaginariamente en un sanatorio poblado de militares inválidos, con ella +al frente como directora y protectora. Pero sus insinuaciones no +causaban efecto alguno en el príncipe. «Un egoísta», se decía, volviendo +á su antigua opinión. + +Ya que le era imposible ocupar la «villa» con una tropa de +convalecientes, llevó al oficial español paro que conociese sus +jardines, sin solicitar antes el permiso de Lubimoff. + +Este pudo contemplar de cerca al héroe de que tanto le había hablado don +Marcos en los últimos días. Nada vió en él que revelase sus hechos +extraordinarios. Era un muchacho, pronto á ruborizarse cuando le +obligaban á contar sus actos en la guerra. Despojado de su uniforme y +sus insignias honoríficas hubiese parecido un pobre dependiente de +comercio, resignado con su modestia é incapaz de salir de ella. Su +aspecto contrastaba con las hazañas que al fin se decidía á confesar en +fuerza de preguntas. Tenía veintisiete años y parecía mucho más joven, +pero con una juventud enfermiza, debilitada por las heridas y los +sufrimientos. + +Lubimoff, que odiaba la fanfarronería de los héroes jactanciosos, se +sintió desconcertado primeramente y luego atraído por la sencillez de +este oficial. De no conocer por don Marcos la autenticidad de sus +proezas, las habría creído falsas. + +Algo intimidado en presencia del famoso dueño de Villa-Sirena, confesaba +su origen humilde sin orgullo y sin timidez. Era un pobre, hijo de +pobres. Había intentado estudiar una carrera, pero la necesidad de +ganarse el sustento le hizo abandonar los libros, rodando por las más +diversas ocupaciones. ¡Era tan difícil en España conquistar el pan!... +Después de hacer la guerra en Marruecos como español, había vagado por +diversas repúblicas de la América del Sur, siempre en lucha con la +miseria y la mala suerte. + +--Allá donde tantos brutos se hicieron ricos--decía--, yo sólo conocí +una pobreza igual á la de mi patria... Cuando estalló esta guerra me +indigné, como muchos, de la conducta de los alemanes, de sus atrocidades +en los países invadidos. Estaba entonces en Madrid. Una noche, varios +contertulios de café convinimos en ir á pelear por Francia. El que se +hiciese atrás pagaría diez duros. Todos se arrepintieron de su decisión, +menos yo. No crean ustedes que fué por evitarme el pago de la apuesta. +Yo tengo mis ideas, y he leído algo. Soy republicano... y Francia es el +país de la gran Revolución. Ingresé en un batallón de la Legión +extranjera que se organizaba en Bayona, compuesto en su mayor parte de +españoles. Quedan ya muy pocos: los más han muerto; los restantes viven +esparcidos en los hospitales ó han quedado inútiles para siempre. Yo +conocía la guerra, una guerra de montaña contra los moros del Rif, y sin +buscarlo había llegado en mi patria á teniente de la reserva. Tal vez +por esto fuí sargento en la Legión á las pocas semanas... pero ¡las +asperezas de la realidad! Nunca me imaginé que nos recibieran con +música: Francia tiene otras cosas en que pensar; pero fué triste ver tan +mal interpretado nuestro entusiasmo. Los hombres llamados á las armas +por las leyes del país y que se batían obligatoriamente nos miraban con +recelo. Para los otros regimientos éramos gente mala, tal vez escapados +de presidio. «¡Qué hambre sufrirías en tu casa--me dijeron en el +frente--, cuando has venido aquí para poder comer!...» Y entre nosotros +había estudiantes, periodistas, jóvenes de familias ricas, enganchados +por entusiasmo... Pero no hablemos de esto. En todos los países hay +seres groseros, incapaces de comprender lo que va mas allá de los +egoísmos materiales. + +Su historia militar estaba circunscrita á la guerra de trincheras, +interminable y monótona, á los ataques á corta distancia. Había llegado +tarde á la batalla del Marne; y él, que se imaginaba asistir á combates +gigantescos, viendo moverse millones de hombres y funcionar cañones +inmensos, sólo presenció una serie de luchas entre pequeñas fuerzas +ocultas en el suelo, encuentros cuerpo á cuerpo que hacían ganar unos +cuantos metros de tierra. La vida en los Dardanelos era el peor de sus +recuerdos. No quería hacer memoria de esta campaña horrible. La lucha en +Francia le parecía algo plácido comparada con aquella pelea en unos +escasos kilómetros de costa, teniendo el mar á la espalda y al frente +unas líneas inconquistables. + +Después de decir esto callaba, y el coronel tenía que insistir con +cierto orgullo paternal para que Martínez siguiese hablando. + +--Heridas, muchas heridas--añadía con sencillez--. He perdido de cuenta +los hospitales que llevo conocidos en tres años, los viajes que he hecho +por Francia en vagones de la Cruz Roja. Cuando no morimos del primer +golpe, somos como caballos de corrida de toros. Nos arreglan el pellejo +fuera del redondel, nos fortalecen un poco, y otra vez á la plaza, hasta +que recibamos la cornada final. + +Toledo, impacientándose por la modestia del joven, explicaba sus +heridas. Las tenía de todas las épocas. Unas eran de combatiente +moderno, producidas por cascos de proyectil explosivo, por balas de +fusil de repetición, y hasta aquella tos que cortaba de vez en cuando +sus palabras la debía á los gases asfixiantes. Otras eran de cuchillo, +de culatazo, de pedrada, de mordisco, recibidas en los encuentros +nocturnos, en las sorpresas, donde los hombres luchaban lo mismo que en +los albores de la vida del planeta. + +El príncipe Lubimoff no podía menos de admirar á este joven, pequeño, +moreno, de aspecto insignificante. Parecía imposible que un organismo +humano pudiera resistir tanto golpe, que en su cuerpo débil cupiesen +tantos quebrantos, sin que él se viniera abajo. + +Con la solidaridad de todos los que arrostran el peligro, repelía la +gloria individual. Hablaba de la Legión como el soldado habla de su +regimiento, como el marino habla de su buque, creyéndolo el mejor de +todos. Veía la guerra entera á través de la Legión. Todos los franceses +eran valerosos. Además, nadie podía adivinar por dónde atacaría el +enemigo, y allí donde emprendía la ofensiva encontraba quien le hiciese +frente, cortándole el paso. ¡Pero la Legión extranjera!... + +--Los que combaten en el frente son hombres--decía--, hombres arrancados +á sus familias por las necesidades de la patria; nosotros somos +guerreros. Por esto en las operaciones difíciles, donde hay que +sacrificar carne, nos echan siempre por delante. Yo no soy mas que uno +de tantos. ¡La Legión!... Cada seis meses cambia de coronel: se lo +matan, y otro viene á ocupar su puesto, destinado á morir lo mismo. ¡Y +cómo nos odia el enemigo!... Nosotros tenemos un orgullo. Entre los +prisioneros que hay en Alemania no existe uno solo de la Legión +extranjera. El que cae en manos de los _boches_ sabe que es hombre +muerto: nos colocan fuera de toda ley... ¡Y nosotros... nosotros, +siempre que podemos...! Hasta cuando nos insultamos de trinchera á +trinchera nos enorgullece ser de la Legión. Una noche, los de enfrente, +al oirnos hablar en español, empezaron á gritar en nuestro idioma. +Debían ser alemanes procedentes de la América del Sur. «¡Ah, macabros! +Ya caeréis en nuestro poder, y ¡entonces...!» Nos amenazaban con los más +atroces suplicios. Y nos apodan siempre «macabros», no sé por qué. + +La duquesa de Delille admiraba al héroe, sintiendo al mismo tiempo +cierto malestar por los horrores adivinados detrás de sus palabras. ¡La +guerra! ¿Cuándo terminaría la guerra?... + +Encogió sus hombros el teniente, sonriendo. Los que vivían lejos del +frente deseaban la paz con más impaciencia que los que arriesgaban su +vida en él. Habían acabado por acostumbrarse al roce con la muerte. La +guerra duraría lo que fuese necesario: cinco años, diez años; lo +importante era conseguir la victoria. + +Pero Toledo, temiendo que la conversación se desviase de su héroe, +volvió á insistir en sus hazañas. + +--Soy uno de tantos--dijo Martínez--. Para hombres valientes, la Legión. +Allí sí que los hay. ¡Y los que han muerto!... Al principio había en +ella soldados de todos los países. Pero los americanos se fueron desde +que su República intervino en la guerra, y lo mismo los italianos y +polacos. En cambio, muchos rusos, al disolverse sus regimientos, se han +incorporado á la Legión... Lo mío nada tiene de extraordinario. ¡Y qué +de recompensas por lo poco que he hecho! Llevo dos galones, siendo un +extranjero... Además, no puedo olvidar el momento en que me llamó mi +coronel, una semana antes de que lo matasen: «Martínez, el general me ha +dado cuatro cruces de la Legión de Honor para nuestra Legión. Una es +tuya.» Y me la puso en el pecho frente á todo un batallón de hombres +valerosos que presentaban sus armas. Esto no puede olvidarse: llena una +vida. + +Así era. El coronel Toledo lo afirmaba, húmedas las córneas y moviendo +la cabeza. Luego, con un egoísmo celoso, lo arrancó á aquellas damas, +ocupadas momentáneamente en conversar con el príncipe y sus amigos. + +Paseando por los jardines, don Marcos miraba á su héroe con ternura +protectora, lo mismo que un artista agotado contempla la ascensión de +otro fresco y triunfante. + +--¡Juventud... juventud!--decía--. Usted, Martínez, es la España que +viene; yo la España que fué y no resucitará nunca. Estoy convencido de +que el mundo va por otros caminos. + +Sostenía frecuente correspondencia con muchos voluntarios españoles de +la Legión. Se preocupaba de ellos con cariños de «madrina», enviándoles +chocolate, comestibles selectos, todo lo que podía extraer de la +despensa de Villa-Sirena sin detrimento del servicio. Algunas cartas +llegadas del frente le hacían llorar y reir de emoción. Un voluntario le +pedía el envío de una buena navaja de España, por haber roto la suya en +un encuentro nocturno. Otro soñaba con una pistola browning. ¿Quién le +daría una browning? Sólo disponía de un revólver de ordenanza, arma +insegura que le falló dos veces en el asalto de una trinchera, +impidiéndole matar al enemigo que acababa de herirle. + +Con Martínez podía expansionarse el coronel, dando suelta á sus +profecías favorables para los aliados. + +En presencia de Atilio y de Novoa era menos locuaz, temiendo sus +comentarios. Por el gusto de hacerle rabiar le recordaban el entusiasmo +de los tradicionalistas españoles en pro de Alemania. Castro hasta +fingía extrañarse de que no fuese germanófilo, como todos sus amigos +políticos. + +--Yo estoy donde debo estar--contestaba don Marcos con dignidad--. Soy +un caballero, y estoy con las personas decentes. + +Este era su argumento supremo. La humanidad se dividía para él en +personas decentes é indecentes, lo mismo que las naciones, y Alemania +estaba excluída de toda decencia. + +Le hacía sufrir como patriota el contemplar á España al margen de la +contienda, esforzándose por no saber lo que ocurría en el resto del +mundo, encogiéndose con la cabeza bajo el ala, lo mismo que ciertas aves +zancudas que creen evitar el peligro no viéndolo. Su país no figuraba, +por fortuna, entre las naciones indecentes, pero tampoco era decente, y +dejaba escapar la ocasión de cierta gloria que hacía estremecerse al +coronel. + +Desde tres meses antes, una idea fija perturbaba sus mejores momentos. +Los aliados habían entrado en Jerusalén. ¡Gran alegría para el viejo +soldado católico! Pero esta alegría le hacía sonreir después +amargamente. ¡Una nación protestante libertando por tercera vez el +sepulcro de Cristo!... + +--Imagínese usted, amigo Martínez, si España hubiese estado con las +naciones decentes. Esa gloria nos correspondía á nosotros, que somos la +nación más piadosa. Hasta yo, á pesar de mis años, habría ido á la +cruzada. ¡Los españoles entrando victoriosos en Jerusalén! ¿Qué me dice +usted de esto?... + +Pero el oficial contestó con una sonrisa pálida. «Sí... tal vez.» Se +veía que no le importaban gran cosa la entrada en Jerusalén y el vacío +sepulcro de Cristo. Don Marcos, algo ofendido con el héroe, se replegó +en su mentalidad de hombre medioeval. Decididamente, eran de dos épocas +distintas. «¡Juventud... juventud! Usted es la España que viene; yo la +España... _etcétera_.» + +Sí; el mundo iba por otros caminos. El mismo se olvidó á los pocos días +de esta empresa de Jerusalén, angustiado por el mal cariz de la guerra +en Occidente. Los alemanes, libres del peligro que representaba Rusia á +sus espaldas, concentraban en Francia, después de ajustar la paz con los +bolcheviques, la totalidad de sus tropas para llegar á París. Los +aliados, frente á esta ofensiva aplastante, sólo contaban con sus +antiguas fuerzas y las que pudiese aportar la reciente intervención de +los Estados Unidos. + +Don Marcos tenía acerca de este auxilio una opinión determinada y firme. +Empezaba por sentir contra los Estados Unidos cierta antipatía, que +databa de la guerra de Cuba. Podían poseer una gran flota, porque los +buques se adquieren con dinero y este pueblo es inmensamente rico: ¿pero +un ejército?... Toledo sólo creía en los ejércitos de las monarquías, +haciendo excepción de Francia, porque en ella las glorias de la +tradición militar van unidas á la historia de la primera República. + +Al principio de la guerra, hasta le había irritado la importancia que +todos daban al presidente Wilson. Unos y otros contendientes se dirigían +á él, apelaban á su juicio, protestaban de las barbaries del adversario. +El mismo Guillermo II le cablegrafiaba extensamente para sincerarse con +embustes, como si juzgase preciosa la conquista de su opinión. + +--¡Ni que fuese ese hombre el centro de la tierra! ¡Un presidente de +República que sólo cuenta con unos miles de soldados.... un +catedrático... un iluso!... + +El sólo comprendía los jefes de Estado con uniforme, el pecho cubierto +de condecoraciones, las dos manos en la empuñadura del sable y bajo sus +ojos un ejército inmenso, pronto á pegar para imponer sus órdenes. ¡Y +este señor de chaqué y sombrero de copa, con sus lentes y su sonrisa de +clérigo letrado, era ahora el hombre en el que convergían las miradas de +esperanza de medio mundo, el poder decisivo que unos deseaban atraerse y +otros no querían irritar!... + +Atilio Castro, que se burlaba del coronel, estando siempre en desacuerdo +con sus opiniones, parecía impresionado por tal prodigio histórico. + +--Estos ya no son sus tiempos, don Marcos. Vamos á ver cosas muy nuevas. +América, que hace un siglo era una simple colonia de Europa, tal vez la +proteja ahora y la salve. Por lo pronto, asistimos al curioso +espectáculo de que un antiguo profesor de Universidad sea el árbitro de +la tierra.... ¡Qué diría Napoleón si viese esto noventa y cuatro anos +después de su muerte! + +Toledo asentía dolorosamente. Sí; sus tiempos habían pasado. La +democracia, la República, todas aquellas cosas que le hacían sonreir +antes, como algo pasajero y anacrónico privado de fuerza, eran mucho en +el mundo y tal vez acabasen por apoderarse de su dirección. Hasta él +mismo experimentaba su influencia irresistible. Cuando vió cómo el +presidente de la gran República americana protestaba del torpedeamiento +de los buques indefensos, de los crímenes de los submarinos, acabando +por declarar la guerra al Imperio alemán, don Marcos afirmó con un +balbuceo de confesión: + +--Ese Wilson... ese Wilson es una persona decente. + +Para él, era imposible decir más. + +Aceptaba al hombre por su adoración instintiva al poder personal, pero +se negó á creer en la fuerza militar de los Estados Unidos. Era un país +de libertad, donde todos se consideran iguales, lo que imposibilitaba, +según Toledo, la creación de un ejército serio. + +El príncipe y Castro hablaban algunas veces en su presencia de la guerra +de Secesión, la primera guerra en la que se habían movido millones de +hombres, aplicándose además un sinnúmero de inventos, de los que +procedían todos los progresos del armamento moderno. Toledo escuchaba, +con la duda que inspiran los sucesos lejanos. Esta lucha había sido +entre ellos: una guerra de milicias; ¿pero levantar un ejército de +millones de hombres en un país que no tenía el servicio militar +obligatorio, y hacer que este ejército atravesase el Océano con toda su +inmensa impedimenta, llegando á tiempo para salvar á Europa en +peligro?... ¡Ilusiones! ¡Lo que allá llaman _bluff_! + +Don Marcos se aferraba á esta palabra para mantener su incredulidad. +Aquel pueblo estaba acostumbrado á realizar cosas enormes; todo lo veía +en grande: ciudades, edificios, industrias, riquezas, pero luego lo +aumentaba considerablemente al anunciarlo y describirlo. Esto lo sabía +todo el mundo, y su esfuerzo guerrero que debía aplastar al militarismo +alemán y restablecer la paz en la tierra, aunque bien intencionado, no +pasaría de ser un _bluff_ más. + +Castro aprobaba las palabras del coronel por primera vez, sin ningún +intento de burla. El Presidente había declarado la guerra, pero el país +no parecía dispuesto á seguirle. + +--Enviarán dinero, armas, víveres, todo el poder de su riqueza y su +producción... ¿pero un gran ejército? ¿Dónde lo tienen? ¿Cómo va á tomar +las armas un pueblo inmenso, acostumbrado á que el soldado sea +voluntario, y que vive en la mayor prosperidad? ¿Qué va á ganar con +ello?... + +Lubimoff, que había estado allá muchas veces, contestaba con un gesto +ambiguo: + +--¡Tal vez!... Pero si quieren de verdad entrar en la guerra, ¡quién +sabe! Todo puede suceder en aquel país, aunque parezca imposible. + +El coronel acabó por sentir el entusiasmo irrazonado de las gentes. +Desde el principio de la guerra, la gran masa, que cree en los +vaticinios misteriosos y las intervenciones sobrenaturales, tenía +siempre un pueblo favorito, un pueblo de moda, en el que concentraba sus +esperanzas. + +Primeramente había sido Rusia, con sus millones y millones de hombres, +el «rodillo» compresor ruso, que no tenía mas que ir avanzando para +laminar á Alemania. ¡Pobre rodillo! Al quedar hecho pedazos, la veleta +del entusiasmo había girado del lado de Inglaterra. Ahora era América, +tanto más milagrosa y omnipotente cuanto mal conocida. + +Sonaba en todas las conversaciones el nombre de un americano, lo mismo +en los tés elegantes que en los cafetuchos del pueblo; el único +americano conocido en Europa: el inventor Edisson. El lo arreglaría +todo. Se había mantenido hasta el presente invisible y mudo, pero al +entrar su país en la guerra iban á verse cosas prodigiosas. En unas +cuantas horas, fuerzas invisibles é implacables pulverizarían los +ejércitos invasores; los submarinos iban á estallar como proyectiles +bajo una luz helada que los perseguiría en las profundidades oceánicas; +los aviones que bombardean las ciudades indefensas descenderían atraídos +por una succión eléctrica, como el pájaro vuela hacia la boca de la boa. +El taumaturgo representaba para las imaginaciones más que todos los +soldados y todos los buques de su país. + +Y Toledo, que adornaba su dormitorio con retratos de Joffre y de Foch, +pero creía al mismo tiempo que en la victoria del Marne había +intervenido Santa Genoveva, patrona de París, se sintió atraído por +estos milagros del mago americano, que todos anunciaban como cosa +segura. La ciencia le infundía respeto y miedo al vivir algo apartada de +la religión; por eso creía ciegamente en sus prodigios, como el devoto +cree en el inmenso poder del diablo. + +Otras veces resucitaba su incredulidad. La guerra sólo puede resolverse +con soldados. La fuerza había estado igualada hasta entonces entre ambos +contendientes; pero ahora Alemania traía nuevas divisiones, las del +frente oriental, para dar el golpe decisivo. Faltaba de este lado otro +peso equivalente ó mayor, el chorreo final que llena el vaso, lo +desborda é inclina la balanza. Podía ser América... ¡pero llegaban sus +fuerzas con tanta lentitud! ¡eran tan grandes los obstáculos!... Algunos +batallones del ejército permanente americano habían desfilado ya por +París. Después transcurrían los meses sin que el hilillo continuo de +auxilios se convirtiese en torrente. + +En toda la Costa Azul veía Toledo militares heridos de diversos países. +Sólo de tarde en tarde llegaba á vislumbrar algunos uniformes +americanos, médicos y sanitarios de las ambulancias que no parecían +tener mucho trabajo. Los diarios hablaban de fuerzas de los Estados +Unidos que habían ocupado un sector del frente... ¡pero tan escasas! + +--Lo del millón de hombres ó los dos millones antes que acabe el año, +todo _bluff_--decía el coronel--. Yo entiendo un poco de eso, y es más +fácil construir un rascacielos de cien pisos que trasladar un millón de +soldados de un hemisferio á otro.... ¡Y la gran ofensiva que va á +empezar!... ¡Y Francia que no puede más, después de cuatro años de +heroísmos desangrantes!... + +Todos los días se paseaba por el atrio del Casino esperando con +impaciencia los grandes papeles con gruesos caracteres manuscritos que +los empleados iban fijando en los tableros. El sólo buscaba en los +últimos telegramas el principio de la ofensiva anunciada por los +enemigos. Esta amenaza había quebrantado su fe en la victoria y le tenía +en perpetua angustia. ¡Ay! ¡con tal que los americanos llegasen antes y +en cantidades enormes!... + +Por deber mentía descaradamente ante los amigos que le rodeaban en el +atrio solicitando sus opiniones de hombre de guerra. + +--Triunfaremos; y Guillermo tendrá que pegarse un tiro. + +Lo único que creía de verdad era lo del tiro, en caso de una derrota +alemana. + +--Conozco bien al kaiser--seguía diciendo--. No es mas que un teniente; +un teniente que se ha hecho viejo, conservando los aturdimientos y las +petulancias de la juventud. Pero tiene el pundonor del oficial que, al +verse perdido, se lleva el revólver á la frente. Ustedes verán cómo +termina así, en caso de una derrota. + +Hacía versos, música, pintura, daba su opinión en todas las cuestiones, +imponiéndola, como uno de esos oficiales jóvenes que al entrar en un +salón burgués lo llenan con sus arrogancias y suficiencias, enardecidos +por el silencio de los contertulios, que temen un lance de honor. Era +un eterno teniente encanecido bajo una corona imperial y perturbado por +los incesantes triunfos de su vanidad. Pero si la suerte le volvía la +espalda, tendría el mismo gesto decisivo del oficial que se juega los +fondos confiados á su custodia ó comete otros delitos contra el honor. + +--No lo duden; mi teniente sabrá serlo cuando llegue la hora mala. Es un +loco, un histrión vanidoso, pero conoce la vergüenza del hombre de +guerra. Lo repito: se pegará un tiro. + +Y oía en su imaginación el imperial pistoletazo. + +Lo que disgustaba á don Marcos era no poder hablar de esto ni de los +peligros de la ofensiva cuando estaba en Villa-Sirena. Los amigos del +príncipe vivían como huéspedes de hotel. Su número sólo era completo en +las primeras horas de la mañana. Rara vez se sentaban todos á la mesa. +Una fuerza exterior parecía buscarles dentro de la «villa», empujándolos +hacia Monte-Carlo. Hasta el príncipe almorzaba ó comía muchas veces en +el Hotel de París, avisando á última hora por teléfono. + +Este desarreglo doméstico lo aceptaba Toledo como algo providencial. La +servidumbre había experimentado una baja irreparable con la partida de +Estola y Pistola. Una mañana se le presentaron, balbucientes y +emocionados, sin sus fracs largos de faldones. Se marchaban: debían +pasar la frontera en la misma tarde para presentarse en su cuartel. +Habían recibido orden del cónsul. + +No parecía entusiasmarles su nueva condición; pero don Marcos, por deber +profesional, quiso fortalecerlos con un pequeño discurso. También él, á +su misma edad, había partido á la guerra voluntariamente. «Respeto á los +jefes... amarlos como á padres... el honor... la bandera...» + +La aparición del príncipe cortó su arenga. Los dos muchachos besaron la +mano de su señor, como si se despidiesen de él para la eternidad, y no +supieron, en su turbación, dónde guardarse los billetes que les fué +dando. ¡Estola y Pistola convertidos en soldados!... ¡Hasta á estos dos +adolescentes los arreaban hacia la muerte! Y el caso le pareció á +Miguel tan extraordinario, tan falto de razón, que al mismo tiempo que +los compadecía experimentaba deseos de reir. + +Media hora después ya no se acordó de ellos. El coronel sabría organizar +un nuevo servicio con mujeres, ya que la guerra no permitía otros +domésticos. Además, él se aburría en Villa-Sirena, encontrando un nuevo +gusto á la vida en Monte-Carlo. + +Los desocupados que paseaban en torno del «queso» le veían entrar en el +Casino con aspecto preocupado, como un jugador que acaba de descubrir +una combinación nueva. El público de los salones le había visto también +aproximarse á las mesas, como si le interesasen las peripecias de la +fortuna. Pero en vano esperaban algunos que avanzase una puesta, +imaginándose que sólo podía jugar cantidades enormes. + +Sus ojos parecían ver detrás de él, y apenas la duquesa de Delille +abandonaba su asiento para trasladarse á otra mesa, el príncipe le salía +al paso con la mano tendida y una sonrisa juvenil. + +Permanecían inmóviles en el lugar del saludo, hasta que, avisados por el +instinto de las miradas curiosas fijas en sus espaldas, iban á sentarse +en un diván rinconero, y allí continuaban su conversación. De pronto, el +murmullo del público en torno de una mesa la hacía correr á ella con una +curiosidad profesional, abandonando momentáneamente á Lubimoff. + +Alicia tenía la sonrisa amarga y orgullosa de una reina destronada. En +los días anteriores la gente sólo había hablado de ella. Hasta Niza y +Mentón volaba su nombre. Las familias monegascas que no pueden entrar en +el Casino pedían noticias de su suerte á la hora de la comida. En cafés +y restoranes sonaba su apellido mezclado con los de los generales que +dirigían la guerra. Frente al cartelón de las últimas noticias, las +gentes interrumpían sus comentarios sobre la próxima ofensiva, +preguntándose: «¿Cómo le fué ayer á la duquesa de Delille?» Por las +tardes, al llegar al Casino, los curiosos corrían para verla mejor y los +amigos la saludaban, besando su mano con orgullo. Era una ovación +silenciosa de ojeadas y sonrisas, igual á la que saluda la entrada de +una tiple célebre en el teatro de sus triunfos. + +Cerca de dos semanas duró su batalla con el Casino; ganaba, perdía, +volvía á ganar. Su «trabajo» empezaba á las tres de la tarde, +prolongándose hasta media noche, y transcurría la hora del té, luego la +de la comida, sin que ella se enterase. Al terminar el juego se +marchaba, apoyada en un brazo de Valeria, saludando á todos con una +amabilidad extenuada y victoriosa. Algunas veces, como una enferma que +se deja nutrir á regañadientes, aceptaba los _sándwichs_ y la taza de té +que su acompañante hacía traer á la mesa de juego. + +Una noche--¡noche memorable!--se cerró el Casino sin que ella cesase de +ganar. Contó los billetes que le habían dado los altos empleados con una +sonrisa amarillenta y opaca. Cuatrocientos de á mil. Se salían de su +bolso de mano y del bolso de Valeria. Hasta su amiga «la Generala» tuvo +que prestarle ayuda, guardando varios fajos. + +--Si no cierran los hago saltar--dijo con la vanidad de los +triunfadores. + +Clorinda la acompañó en el coche hasta su casa, dándole consejos +prudentes: «Retírate, guarda el dinero. Es imposible ir más allá.» +Valeria, en el curso de la noche, repitió lo mismo: «No debía ofender á +Dios insistiendo.» + +Alicia se negó á oirlas. Su inspiración no se había agotado. Aún le +quedaban grandes cosas que hacer, y cuando llegase el momento de +retirarse, lo vería antes que los demás. + +Miguel había asistido á esta lucha, irritante para él. Todas las tardes, +al entrar en el Casino, se insultaba en su interior, como si cometiese +un acto vil. ¿Por qué asistía á los hechos de esta loca?... Ella no +parecía enterarse de su presencia: una mirada al principio, una sonrisa, +y en las horas restantes sólo tenía ojos para el juego y para los +_croupiers_. A pesar de esto, el príncipe llegaba puntualmente. + +Para excusarse, hacía memoria de unas palabras de la duquesa. Al día +siguiente de su primera y ruidosa ganancia, se había levantado al verle +entrar en el salón, tirando de sus dos manos para hablarle aparte. + +--Tú me das la buena suerte--susurró en su oído--. Estoy segura de que +es así. Gano desde que somos amigos. ¡Ven, ven siempre! Que te vea cada +vez que levante los ojos. + +Sólo de tarde en tarde los levantaba: tenía otras cosas más urgentes en +su pensamiento. Pero Miguel, para acallar su despecho, se decía que +estaba allí por cumplir una palabra. Además, ¡quién podía saber si lo +que ella decía era cierto!... La tendencia á la superstición que +acompaña á los jugadores, el ambiente del Casino, la misma suerte de +Alicia, habían acabado por influir en la incredulidad del príncipe. + +Pretendía vengarse de estas largas esperas y de su indiferencia +contemplándola con ojos despiadados. + +--¡Qué fea está!... + +Fea, como todas las mujeres que juegan y parecen sufrir el peso de la +edad aceleradamente, bajo el aplastamiento de la emoción. Cada pérdida +era un año más que caía sobre su cabeza, cada ganancia un gesto violento +que desbarataba la regularidad de su rostro. Lubimoff se complacía en +notar las arrugas que una atención intensa iba formando en torno de sus +ojos; el afilamiento de su nariz, las dos profundas grietas que +estiraban los extremos de su boca, dándola una expresión de prematura +vejez. Todas sus preocupaciones femeniles desaparecían en el transcurso +de las horas. Su sombrero se ladeaba; los bucles de su cabellera +intentaban escapar, erizados y estremecidos por las corrientes de humana +electricidad que serpenteaban entre sus raíces. Parecía tener diez años +más. + +Pero una segunda voz interior emitía otra opinión. «Sí, muy fea... ¡pero +tan interesante!» Seguramente que al levantarse de la mesa volvería á +ser la Alicia de siempre. + +Al entrar en el Casino una tarde, husmeó el acontecimiento +extraordinario. Las gentes hablaban, se pedían noticias, corrían todas á +una misma mesa. + +El amigo Lewis pasó junto á él sin detenerse. + +--Tenía que ocurrir.... No sabe jugar.... Lo esperaba. + +Un poco más allá le salió al paso Spadoni. + +--Nunca ha querido oirme... Hace su capricho... no sigue un sistema. Ya +ha rodado al suelo. + +Todos los jugadores hablaban como si lamentasen una muerte, pero con una +compunción hipócrita, rugiendo interiormente de envidia triunfante al +ver desvanecida aquella buena suerte absurda que amargaba sus noches. + +Avanzó Lubimoff su cabeza entre dos hombros, viendo á Alicia al mismo +tiempo que está levantaba sus ojos. Se cruzaron sus miradas. Ella le +contempló con desaliento, como si se quejase, haciéndolo responsable de +su desgracia. «¿Por qué me has abandonado?» + +El príncipe huyó: le hacía daño verla con aquel aspecto humilde y +rabioso de cordero en peligro, que bala de pena y se defiende. + +Al anochecer volvió al Casino. Aún había quien se ocupaba de la duquesa, +pero en voz baja, con ademanes tristes, como si hablase de un moribundo. +Los curiosos habían disminuído en torno de la mesa. Vió á Alicia en el +mismo lugar. Detrás de su asiento se erguía Valeria, con el rostro +triste, mientras doña Clorinda se inclinaba sobre su amiga, hablándola +al oído. Adivinó sus palabras. La incitaba á levantarse: mañana tendría +más suerte. Pero ella parecía no oir, manteniéndose con los ojos fijos +en unas cuantas placas de quinientos francos y de mil, que era todo lo +que le restaba. De repente se impacientó, y volviendo la cabeza dijo una +palabra, una nada más, algo muy gordo, pero no nuevo en aquella amistad +íntima que se rompía todas las semanas. Doña Clorinda dejó caer otra +inmediatamente, con acompañamiento de una puñalada de sus ojos, y se +alejó, altiva y desdeñosa, mientras Valeria miraba al techo con +desesperación. + +Volvió á huir Miguel. Le daba miedo la cara de Alicia, la agresividad +nerviosa de su voz, que no había oído, pero que se dejaba adivinar en el +estremecimiento de sus labios. + +Vagó una media hora por los salones, escuchando de lejos las palabras de +los que se ocupaban aún de la duquesa. Una tarde había bastado para +llevarse las ganancias de muchos días de éxito. Su infortunio resultaba +tan inaudito como su buena suerte. No había acertado una sola vez. + +Sintió de pronto en su espalda el contacto de una mano nerviosa. Volvió +los ojos: era Alicia, pero con un gesto ávido, con una expresión +atrevida é implorante á la vez. + +--¿Tienes dinero?... + +Este rostro, esta voz, no eran nuevos para Miguel. Antes de la guerra, +el Casino había sido el lugar de sus victorias más fulminantes é +inesperadas. Mujeres glaciales que le trataban con visible despego, +mujeres de reconocida virtud que repelían con su aspecto toda audacia, +se habían acercado á él con repentina decisión, solicitando un préstamo +y preguntando acto seguido á qué hora podía ofrecer el príncipe una taza +de té en Villa-Sirena. Recordó al coronel, que consideraba el juego como +el peor de los enemigos de la mujer. Servía para que perdiesen toda +vergüenza. En unas cuantas horas quedaban demolidos los prejuicios de su +vida anterior. Para seguir jugando ofrecían espontáneamente lo que nunca +habían querido conceder. + +Lubimoff acogió con extrañeza esta demanda brusca. Llevaba encima muy +poco dinero: él no era jugador. ¿Cuanto necesitaba?... + +--Veinte mil francos. + +Dijo esta cifra como podía haber dicho cien mil ó cinco mil. Para ella, +era lo mismo en este momento. Además, en los últimos días había perdido +la noción de los valores. + +Miguel contestó riendo. ¿Se lo imaginaba, acaso, viniendo al Casino con +veinte mil francos en la cartera, lo mismo que un usurero ó un comprador +de alhajas? + +--Pide prestado--dijo la duquesa--. A ti te darán lo que exijas. + +El siguió riendo de esta absurda proposición, pero vencido de antemano +por la sencillez con que Alicia la formulaba. + +--¿Y tú?... ¿Por qué no pides tú? + +¡Oh, ella!... En el orgullo de su triunfo, se había olvidado de pagar +varias deudas contraídas antes de su racha de buena fortuna. Ahora era +inútil pedir. Estaba en un mal momento, todos la consideraban caída é +incapaz de rehacerse. + +--Y se engañan, Miguel; siento la inspiración de la suerte. Vas á ver +cómo me levanto con unos cuantos golpes. Es mi secreto. Si te lo digo me +abandonará la fortuna....¡Hazme ese favor!... Pide los veinte mil al +vejete que está allá mirándonos. No te los puede negar: eres el príncipe +Lubimoff.... Si te parece bien, haremos sociedad: partiré contigo mis +ganancias. + +Miguel conservó su sonrisa, mientras se escandalizaba interiormente de +esta proposición. ¡En qué cosas pretendía mezclarle esta mujer!... ¡El +pidiendo dinero á un prestamista del Casino!... + +Pero, á semejanza de ciertos enfermos que realizan los actos más +contrarios á su voluntad, cuando se apartó de Alicia, haciendo gestos de +protesta, sus piernas le llevaron maquinalmente hacia un diván donde +estaba encogido el vejete de la barba dura, con la placa del Corazón de +Jesús en la solapa, el sombrero en una mano y un gorro de seda sobre la +calva. + +--Necesito veinte mil francos. + +Quedó dudando el príncipe ante el hombrecito, que se había puesto de +pie, sorprendido y receloso al ver que le hablaba tan alto personaje. +¿Era realmente su voz la que acababa de sonar?... Sí, era su voz, pero +él experimentó una inmensa extrañeza, como si fuese otro el que había +hablado. Sintió deseos de retirarse sin esperar la respuesta del gnomo, +pero éste contestaba ya, balbuceando: + +--Príncipe... ¡tal cantidad!... Yo soy un pobre. Hago de vez en cuando +un favor á personas distinguidas, dos ó tres mil francos... ¡pero veinte +mil!... ¡veinte mil!... + +Al mismo tiempo que murmuraba la cifra con un acento de ternura, sus +ojos astutos penetraron en Lubimoff lo mismo que una sonda. Esta mirada +irritó á Miguel, haciendo que se interesase por la operación, como si de +ella dependiese su honor. Sin duda, el usurero pensaba en Rusia, en los +desmanes de la revolución, en la imposibilidad de cobrar su préstamo +aunque el gran personaje le ofreciese toda su fortuna. + +--Usted debe conocerme--dijo con voz irritada--. Soy el príncipe +Lubimoff; soy el dueño de Villa-Sirena. Necesito veinte mil: ni uno +menos. Si usted no puede... + +Iba á volverle la espalda, pero el enano le detuvo con humildad, +considerando inútiles en la presente ocasión todas las excusas y +retardos que hacía sufrir á sus clientes, como un suplicio á fuego +lento. Se escurrió entre los grupos, suplicando á «Su Alteza» que +esperase un instante. Tal vez no poseía toda la cantidad y necesitaba +pedir un refuerzo á la caja del Casino; tal vez iba á ocultarse por un +instante en los gabinetes de aseo, sacando los billetes de los diversos +escondrijos de su traje y hasta de sus zapatos. + +Sintió Miguel una mano discreta que rozaba su diestra, introduciendo +entre los dedos un rollo de papeles. El vejete había vuelto sin que él +le viese llegar, surgiendo entre dos grupos, pequeño y vivaracho, como +surge un diablillo de teatro del fondo de su escotillón. + +--¿Conoce usted al coronel?... Mañana se avistará con usted para el pago +y los intereses. + +El príncipe le volvió la espalda sin otro saludo, dejando al usurero +satisfecho de su laconismo descortés. Un gran señor no podía hablar de +otro modo. Con hombres así le gustaba tener negocios. + +Alicia, que había seguido la escena desde lejos, salió á su encuentro, +avanzando disimuladamente una mano. + +--Toma. + +La diestra de Miguel ofreció los billetes con tal rudeza, que esta +entrega casi fué un manotón agresivo. + +Su vergüenza por el acto reciente se exteriorizaba en confusas +protestas. + +--¡Las mujeres!... ¡Lo que me has obligado á hacer!... + +Ella, con los billetes en la mano, sólo pensaba ya en el juego. + +--Vas á presenciar grandes cosas... Ya sabes que formamos compañía: +llevas la mitad. + +Se alejó sin darle las gracias, dominada de nuevo por aquel demonio +invisible que cantaba en su oreja números y colores. + +Lubimoff también se marchó. Temía encontrarse otra vez con el +prestamista y recibir su saludo familiar; se imaginaba que todo el +público de los salones había seguido atentamente su entrevista con el +vejete, sonriendo cuando recibía el dinero. + +Salió del Casino. Jamás volvería á él: ¡lo juraba! + +Castro, al que había visto de lejos jugando en una mesa, volvió á +Villa-Sirena á la hora de comer. Tenía mal gesto; pero olvidaba su +propio infortunio para consolarse con el relato de las desgracias de +Alicia: + +--Después de perderlo todo en el «treinta y cuarenta», apareció á última +hora con más dinero: un fajo de billetes de mil francos... Y ella, que +no siente predilección por la ruleta, se lanzó á la ruleta. ¡Qué modo de +jugar! Al principio acertó unos plenos, dos ó tres, pero luego nada: +¡perder y más perder! Se lo ha dejado todo en la mesa. No la vi salir, +pero me han contado que parecía una muerta, apoyada en el brazo de +Valeria... Aseguran que sufre del corazón... Lo que yo digo: no es +jugador todo el que pretende serlo; se necesita un organismo fuerte. «La +Generala» juega menos, pero tiene más serenidad, unas entrañas sólidas. + +Miguel durmió mal. Estaba indignado contra Alicia. En vez de lamentar su +desgracia, la consideraba lógica. ¡Una mujer metida á ganar dinero!... +Las mujeres sólo pueden conseguirlo de manos del hombre, y es inútil que +lo busquen por sí mismas, ni aun apelando al juego. El juego también es +empresa de hombres. + +Y en esa penumbra mental que separa el sueño de la vigilia, el príncipe, +tendido en su cama, recordó una de las escenas de su mejor época, cuando +su yate estaba anclado en el puerto de Mónaco. Fué una noche, al salir +de un banquete en el Hotel de París. Como estaba algo ebrio, se apoyó en +los brazos de dos mujeres hermosas que se disputaban, sonrientes y sin +éxito, el dominio de su voluntad. Detrás de él marchaban, lo mismo que +un séquito, sus amigos, sus parásitos brillantes, varias damas +invitadas, toda su corte. Habían entrado en el Casino. El no era +jugador; le fatigaba permanecer inmóvil ante una mesa; creía pueril +preocuparse por el rodar de una bolilla de hueso ó las combinaciones de +unas cartulinas pintadas. ¡Hay en la vida tantos placeres más +interesantes!... Pero aquella noche, orgulloso de su poder, sintió +deseos de reñir una batalla con la fortuna. La fortuna es hembra, y él +la domaría en fuerza de dinero, lo mismo que á las otras. Los ricos +acaban por vencer al destino impalpable. + +Puso ante él una cantidad enorme para entablar la lucha, y la fortuna no +quiso su dinero; antes bien, empezó á darle el suyo con una prodigalidad +desdeñosa. El multimillonario deseó perder y no pudo. Variaba su juego +caprichosamente, cometía errores voluntarios, y el éxito le salía +siempre al paso. Al fin se cansó. Esto fué antes de la guerra, y en vez +de las fichas de hueso que representan cien francos, se jugaba con +hermosas monedas de oro de igual valor. Tenía ante él numerosas y +deslumbrantes columnas de dicho metal; fajos de billetes... + +--¿Quién quiere dinero? + +Empezó á arrojarlo como una lluvia enloquecedora. Corrieron todas las +mujercitas que palidecen y se crispan en torno de las mesas por la +suerte de un luis único. Se empujaban, rodando sobre la alfombra, +lastimándose mutuamente con las manos y los pies por alcanzar una gota +de este maná áureo. Algunas se abofetearon y arañaron mientras sus +diestras oprimían el mismo billete de mil francos, desgarrándole. +Volteaban los sombreros por el suelo; las cabelleras se esparcían en +toda su integridad ó se desmenuzaban en una nube de bucles postizos. + +--¡A mí, príncipe... á mí!... + +Con las manos ganchudas saltaban en torno de él lo mismo que un corro de +poseídas. + +--¿Quién quiere dinero?... + +Los altos empleados intervinieron con una contrariedad sonriente, por +ser quien era el autor del escándalo. «Alteza, ¡por favor!... Las +partidas van á suspenderse; esto no se ha visto nunca.» Pero él siguió +arrojando dinero, hasta agotar sus ganancias--más de sesenta mil +francos--, y los juegos se reanudaron con más público que antes. Todas +las que habían recogido algo en el suelo ó en el aire corrieron á +exponerlo á una carta ó á un número. + +Lubimoff saboreaba este recuerdo como un triunfo. Podría repetirlo +siempre que quisiera; estaba seguro de ello. Reconocía que, al final, +todos los jugadores acaban perdiendo, y él no se tenía por un ser de +excepción. Pero su voluntad dominaba en los primeros momentos á la +fortuna, y... ¡retirándose á tiempo, antes de que ella se rehiciese, con +una maldad de hembra brava!... + +El príncipe acabó por dormirse pensando en Alicia. + +--¡La pobre!... No sabe; Lewis tiene razón; no sabe... ¡Qué va á saber +una mujer hermosa que sólo ha pensado en ella!... Debo ayudarla. Yo soy +un hombre. Tal vez mañana... mañana... + +Al día siguiente, á la hora del desayuno, don Marcos experimentó una +gran sorpresa y no menos inquietud. El príncipe, que nunca se preocupaba +del dinero de la casa, dejando que su «chambelán» se entendiese +directamente para los gastos con el administrador de París, le preguntó +qué cantidades tenía disponibles. + +El coronel hizo un cálculo mental. No creía guardar más allá de quince +mil francos. Estaba esperando un envió del apoderado. + +--Dámelos--ordenó Lubimoff. + +Y á continuación, como si recordase algo repentinamente, habló con +indiferencia de la deuda contraída en la tarde anterior. Toledo quedó +absorto al saber que debía entenderse con el viejo usurero para la +devolución de los veinte mil francos y el pago de unos intereses +inauditos que podían doblarse en pocos días. Recordó el almuerzo en que +había propuesto Su Alteza una vida solitaria y dulce. ¿Dónde estaban +ahora los feroces «enemigos de la mujer»? Porque el coronel adivinaba en +estos derroches del príncipe, en su repentina afición al juego, la obra +de una influencia femenil. ¡Y él que no osaba jugar mas que algunas +monedas de tarde en tarde, pensando en las enormes sumas confiadas á su +lealtad!... + +Mientras corría al Banco en que estaba depositado el dinero de la casa, +el príncipe paseó por los alrededores del Casino, esperando con +impaciencia la apertura de las salas. A primera hora era escaso el +público y muy contadas las mesas que funcionaban. Sólo acudían los +jugadores rabiosos, después de haber pasado la noche en claro, deseando +probar cuanto antes sus nuevas combinaciones, y las personas achacosas, +con la esperanza de encontrar libre un buen asiento. + +La impaciencia hizo entrar á Lubimoff en el atrio, después de meterse +disimuladamente en un bolsillo el fajo de billetes que le presentó +Toledo. Los empleados del primer turno iban llegando con paso lento, +como funcionarios que entran en su oficina. Las mujeres dedicadas á la +limpieza y los mozos en mangas de camisa acababan de barrer el aserrín +esparcido sobre el pavimento. Todos le examinaron de reojo, avisándose +su presencia con discretos codazos. ¡El príncipe á aquella hora, cuando +los de su mundo estaban aún en la cama!... Instintivamente miraron en +todas direcciones, esperando descubrir á alguna señora vestida con +recato para este disimulado encuentro matinal. La fama del personaje +sólo les permitía suponer una cita de amor. + +A las diez se abrieron las mamparas, y Miguel entró empujando á los +primeros jugadores, gente modesta y tímida. Sufría la nerviosidad, la +impaciencia, la sorda cólera de las mañanas en que se había batido. +Pisaba con fuerza; sus manos se arqueaban como si pretendiesen +estrangular el aire. Al mismo tiempo sentía la confianza orgullosa del +tirador, seguro de que dará en el blanco. Despreciaba de antemano á la +suerte, vencida por él. «¡Ah, perra!» Iba á vérselas con un hombre. + +De un tirón arrancó la silla en que había puesto otro su mano, y se +sentó á una mesa de ruleta, entre dos viejas, sucias y mal vestidas, con +aspecto de brujas. Los empleados cruzaron su asombro en forma de +discretas ojeadas. ¡El príncipe apuntando, y á aquella hora!... + +--Hagan sus juegos... + +Empezó la partida. Miguel no tenía combinación alguna ni había pensado +nada. Sus ojos vagaron sobre los treinta y seis números. Pero sólo fué +por un instante. + +«Este», pensó. Y puso todo lo que podía poner, nueve luises, el máximum, +sobre el 13. + +Rodó la bolilla por el borde de caoba, y su caída final fué saludada con +un murmullo de asombro. «¡El 13!» + +Unos cuantos billetes de mil empujados por la raqueta de un _croupier_ +quedaron ante el príncipe, que permaneció impasible, guardando su gesto +duro y autoritario. Lo sabía; estaba seguro de no equivocarse. Otra vez +el 13. + +La gente hizo gestos de asombro. ¡Qué locura apuntar dos veces al mismo +número! Pero al salir el 13 por segunda vez y cobrar el príncipe otro +máximum, un murmullo del público aplaudió al vencedor. Corrían los +curiosos, dejando abandonadas las otras mesas. Esta mañana iba á ser tan +famosa en el Casino solitario como las tardes y las noches más célebres, +cuando luchan con la suerte los jugadores ricos. + +Lubimoff cambió de número. Era absurdo insistir en el 13. Y puso nueve +luises al 17... Rodó la bolilla. El 13 una vez más. Perdía. + +Su gesto se hizo más duro y agresivo. La suerte empezaba á reirse de él +por su falta de voluntad. Un dominador no debe sentir vacilaciones; suya +era la culpa, por haber abandonado el número. Los hombres deben insistir +hasta imponerse, ó perecer sin abandonar su primera actitud. ¡Al 13, +como antes!... Y salió el 17. + +Creyó por un momento que el suelo escapaba bajo sus pies; se sintió +flotar, rodeado de fuerzas misteriosas que rompían y ablandaban su +voluntad. Pasó una mano por su frente, como si quisiera repeler muy +lejos esta flaqueza momentánea. + +«¡Ah, perra!», exclamó mentalmente, insultando á la fortuna, seguro otra +vez de que iba á esclavizarla. + +Y continuó jugando. + + * * * * * + +A las tres de la tarde salió del Hotel de París. Acababa de almorzar, +solo, sin fijarse en las miradas que le dirigían de las otras mesas, +evitando esos saludos amables que inician una conversación. + +Llevaba en la boca un grueso cigarro, y sus piernas, aunque firmes, +estaban agitadas interiormente por un cosquilleo voluptuoso. Había +comido mal, dejando casi intactos los platos; en cambio había bebido una +botella de Borgoña famoso, y varias copas de licor á continuación de dos +tazas de café. + +Desde la escalinata del hotel abarcó en una mirada destructora la plaza, +el Casino, los jardines. Pensó con fruición en la posibilidad de que un +acorazado cualquiera de los que guerreaban en los mares de Europa +fondease ante este palacio de confitería, enviándole unas cuantas +granadas. ¡Hermoso espectáculo! Luego, con la imaginación, hizo +descender á tierra la compañía de desembarco y sus ametralladoras, para +llevarse cautivos á todos los que llenaban la plaza, hombres y mujeres, +sin perdonar á los niños. Nada perdería con ello el mundo. ¡Ciudad de +corrupción! ¿Qué demonio había aconsejado á su madre la compra del +promontorio de Villa-Sirena, obligándolo á él á vivir junto á este +antro?... Hasta protestó contra la difunta princesa, con la moralidad +áspera é incorruptible de todo jugador que acaba de verse chasqueado. + +Al pasear sus ojos por la alegre y bien vestida muchedumbre que él +destinaba á la esclavitud, vió á Alicia, sola y de pie, al borde de la +acera del «queso», mirando al Casino. + +--¿Vas á entrar?--dijo acercándose á ella. + +Se indignó la duquesa, como si le propusiera algo humillante, algo que +no había hecho nunca. ¿Entrar ella en el Casino?... + +--Eso es una cueva infecta, y los empleados unos infectos, y los que +juegan... otros infectos. + +¡Todo infecto!... Después de esto se dieron las manos lo mismo que si +acabaran de reconocerse. + +Cuando Miguel, insistiendo en sus buenos deseos, le habló del bombardeo +y el desembarco con ametralladoras que llevaba en su imaginación, la +duquesa casi aplaudió. Por ella, que lo destruyesen todo, que se +llevaran prisionero hasta al mismo príncipe soberano, y si encima los +invasores le devolvían lo que había perdido, mejor que mejor. + +De pronto, como si le sirviesen de aviso estas caritativas fantasías de +Lubimoff, fijó en él unos ojos escrutadores, unos ojos de enfermo +receloso que adivina en el vecino sus mismos síntomas. + +--Tú has jugado. + +Miguel movió la cabeza tristemente. + +--Y has perdido--continuó ella--; eso no hay que preguntarlo: se ve en +seguida... ¡Tú jugando!... + +Pero su extrañeza fué corta. + +--Has jugado por mí: lo adivino... Te has dicho: «Voy á ganar lo que esa +loca pierde; los hombres sabemos más que las mujeres...» ¡Ah, pobrecito +mío, pobrecito mío, cómo agradezco tu buen deseo!... ¿Y cuánto fué?... + +Al conocer la cifra hizo un gesto plañidero; pero sonrió á continuación, +como si este compañerismo en la desgracia le hiciese más llevaderas sus +propias pérdidas. + +Quedaron un rato en silencio. Luego explicó ella su presencia en la +plaza. Había jurado la noche antes no acercarse más al Casino; ¡pero la +costumbre!... + +--Estoy sola. Valeria se ha ido apenas terminó el almuerzo. Anda como +loca por ese sabio que tienes en tu casa. Deben haberse dado alguna +cita. Sólo habla de España, porque allá se casan las mujeres sin dote... +De «la Generala» no me hables, no quiero saber nada; está muerta... +¡muerta para siempre! Y yo me aburro en mi soledad, pienso en cosas que +me hacen llorar; salgo, y las piernas me traen hasta aquí sin que me dé +cuenta. + +Luego añadió, con una imploración graciosa: + +--Llévame á cualquier parte, adonde se te ocurra. Paseemos lejos de +aquí... ¿Dónde podremos ir? + +El príncipe mostró la misma indecisión. Se movían siempre en el mismo +círculo, desde sus casas al centro de Monte-Carlo, al Casino, y quedaban +como desorientados al pretender ir más allá. La guerra había suprimido +los automóviles particulares; era necesaria una autorización previa para +las excursiones. Sólo se encontraban carruajes tirados por caballos +flojos, desechos de la movilización. + +--¿Si fuésemos á Mónaco?--propuso Alicia. + +Mónaco estaba á la vista, al otro lado del puerto; un tranvía lo liga +con Monte-Carlo cada veinte minutos, y no obstante, ella hizo su +proposición lo mismo que si hablase de un país remoto. + +Los dos habían pasado varios años aquí, viendo á todas horas la roca que +lleva en su lomo la vieja ciudad de los príncipes, pero como si fuese +una pintura de telón de fondo, sin ocurrírseles nunca llegar hasta ella. +Alicia recordaba vagamente una visita al palacio del soberano y otra al +Museo Oceanográfico, sin poder dar forma á sus impresiones. Lubimoff +había visto también desde el interior de su automóvil jardines, casas +viejas y una gran plaza, el único día que visitó en su viejo castillo al +príncipe de Mónaco. + +Decidieron el viaje con una alegría de colegiales, y cuando la duquesa +iba á llamar á un coche de punto, Miguel mostró cierta indecisión, +llevándose una mano á diversos bolsillos. + +No tenía dinero. Todo lo había dejado en la ruleta, absolutamente todo. +En el hotel había pedido que anotasen su almuerzo, entregando sus +últimos francos á los camareros como propina. + +Alicia acogió su preocupación con grandes risas. ¡Un Lubimoff no +teniendo con qué pagar á un cochero de punto!... Unicamente en +Monte-Carlo podían verse estas cosas. + +--Yo pagaré, pobrecito mío. Será á cuenta de los veinte mil que te debo. +No; á cuenta, no: será un regalo. Tú que tanto diste á las mujeres, deja +que sea yo la primera que costee tus necesidades. ¡Qué lujo! Yo +«entreteniendo» al príncipe Lubimoff... + +Habían ocupado un carruaje, que empezó á descender la cuesta hacia el +puerto de La Condamine. + +--¡Cómo nos mira la gente!--dijo Alicia--. Van á creer que te rapto. La +arruinada duquesa de Delille se lleva al príncipe multimillonario para +ser su amante y sacarle el dinero... ¡Y no saben que soy yo quien paga! +Anda, ríete un poco. ¿Te parece mal que yo pague?... ¿No encuentras eso +gracioso?... + +Habló de su imprevisión y su alocamiento con cierto orgullo, como algo +que la colocaba sobre todas las gentes de costumbres regulares. La noche +anterior temió que no le quedase dinero para poder comer al día +siguiente. Pero Valeria había pasado la mañana haciendo preciosos +descubrimientos en los armarios: billetes de Banco perdidos entre las +ropas, placas del Casino olvidadas en los libros, hasta un papel de mil +francos envolviendo una vieja pastilla de jabón. + +Cesó repentinamente de enumerar estos hallazgos. + +--¡Mira!... ¡mira! + +Estaban en el puerto. Ella señaló á una dama que marchaba por el muelle, +entre las altas adelfas recortadas en forma de árboles. Era Clorinda. De +un banco se levantó un señor que parecía esperar, saliendo á su +encuentro. Los dos reconocieron á Atilio Castro, viendo cómo se +saludaban él y «la Generala», cómo seguían juntos su paseo, tan ocupados +en contemplarse mutuamente, que no fijaron su atención en el carruaje. + +Miguel sonrió. El allí, al lado de Alicia, que le hacía cometer toda +clase de extravagancias; el otro esperando con una emoción de +adolescente la llegada de doña Clorinda. ¡Pobres enemigos de la mujer! + +--¡No me hables de ella!--exclamó Alicia, á pesar de que su compañero no +había dicho nada--. ¡La detesto!... El pobre Martínez en el olvido. Me +lo disputa, me lo quita, y luego viene en busca de Castro, mientras el +otro infeliz vagará por Monte-Carlo. ¡Qué mujer! ¡El mal que me ha +hecho!... Ella tiene la culpa de todo. + +Y ante la mirada interrogante del príncipe fué exponiendo sus quejas con +acento de convicción. Su pérdida tan rápida y completa no podía +explicarse lógicamente. Dos semanas ganando, y en unas cuantas horas +perderlo todo... ¿cómo podía ser eso? La noche anterior, al retirarse +del Casino, una amiga respetable, una marquesa italiana, antigua +bailarina, muy experta en las cosas de la suerte y que llevaba treinta +años jugando en Monte-Carlo, le había descubierto la cruel verdad: +«Duquesa, usted tiene alguna persona que la quiere mal: una amiga +envidiosa que frecuenta su casa y le ha echado una maldición. Sólo así +se comprende lo ocurrido. Hay que repeler la mala suerte, +devolviéndosela á quien se la envió.» + +--Ya ves que la cosa resulta clarísima: una amiga envidiosa y que +frecuenta mi casa... Clorinda; no puede ser otra. Y mañana mismo voy á +repeler la mala suerte, tal como me lo ha recomendado la marquesa. Otras +jugadoras siguieron sus consejos y les va muy bien. + +Eran los Reyes Magos los que poseían el privilegio de deshacer estos +conjuros perversos. Necesitaba purificar su «villa», fumigar todas las +habitaciones donde hubiese entrado «la Generala», quemando en una +cazoleta oro, incienso y mirra, los tres presentes de los monarcas +viajeros. Oro no lo había: estaba oculto con motivo de la guerra; pero, +según la marquesa-bruja, era lo mismo quemar trigo. + +--Debo recitar al mismo tiempo una oración en italiano, una súplica muy +bonita á los tres reyes, casi una romanza, que dice... que dice... + +No pudiendo acordarse, abrió su bolso de mano. En el monedero guardaba +la plegaria, escrita con lápiz detrás de un cartón del Casino de los que +sirven para anotar las jugadas. Miguel miró el interior del bolso con la +curiosidad que inspiran siempre todos los objetos de la mujer que nos +interesa. Vió sobre el arrugado pañuelo una carterita de piel, y +colgando de ella un fetiche de jugadora, una mano con el índice y el +meñique tendidos en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte. Pero +junto con la mano colgaba otro fetiche de oro, de forma tan inesperada, +tan inaudita, que Miguel desechó como inverosímil lo que había pasado +ante sus ojos en rápida visión. + +Alicia se echó atrás, repeliendo su mano curiosa. «¡No, no!» Y cerró el +bolso con tanta rapidez, que casi le pilló los dedos entre las valvas de +plata. Se defendía, ruborosa y sonriente; le miraba con ojos malignos, +encogiéndose al mismo tiempo como una niña avergonzada. + +--Es un regalo de la marquesa... lo mejor que ella conoce para atraer á +la suerte. Se acabó: no necesitas saber más. ¡Qué curioso!... + +Y mientras ella se fingía algo enfadada para evitar nuevas +explicaciones, Miguel recordó el rosario de Satán del amigo de Lewis y +sus extraños adornos. + +El carruaje empezaba á ascender por la cuesta de Mónaco. Los buques y el +puerto parecían hundirse gradualmente á cada vuelta de sus ruedas. Una +sombra verdosa enfriaba este camino, á la vista del luminoso mar, de las +montañas amarillentas, que iban tomando un color rojizo bajo el sol de +la tarde. + +Lubimoff explicó á su compañera las singularidades del promontorio que +sirve de asiento al viejo Mónaco. En el lado de Mediodía, entre las +rocas cubiertas de pitas y nopales, se aclimata la vegetación de los +países cálidos con una facilidad verdaderamente sorprendente si se tiene +en cuenta la latitud geográfica. Al visitar el palacio de los príncipes +había encontrado en los antiguos fosos de la fortaleza, que son como +invernáculos naturales, el mismo calor húmedo y pegajoso de las selvas +del Ecuador, con palmeras brasileñas que ascendían á muchos metros en +busca de la luz. En cambio, sin salir del mismo peñón, se descubrían al +Norte, donde había poco sol, helechos de los países fríos, vegetaciones +de los Vosgos, llegadas hasta allí nadie sabía cómo para arraigarse +frente al Mediterráneo. + +Alicia, no queriendo aparecer menos instruída, habló de los jardines de +San Martino. No los había visitado, pero sospechaba que estaban entre el +Museo Oceanográfico y la Catedral. Valeria no sabía hablar de otra cosa +en las últimas semanas, describiéndolos como si fuesen los jardines más +interesantes de la tierra. Los había visto bien acompañada, y esto +influye mucho en la visión. Era sin duda Novoa el que le había +descubierto este paraíso. + +--¡Si los encontrásemos!--dijo riendo Alicia. + +El carruaje pasó entre dos torrecillas con montera de tejas que marcan +la entrada al recinto de Mónaco. El puerto quedaba muy abajo, con sus +buques empequeñecidos. Al otro extremo de la plaza de agua brillaban las +cúpulas de los numerosos hoteles de Monte-Carlo, sus fachadas +policromas, los vidrios de balcones y miradores. No se llegaba á +distinguir la gente. Los automóviles resbalaban como diminutos insectos +por la cuesta que desciende á La Condamine. + +Entraron en una avenida asfaltada, entre dos masas de estrechos y +tupidos jardines, que conduce al Museo Oceanográfico. + +--¡Míralos!--dijo Alicia con expresión triunfante, al mismo tiempo que +daba con un codo al príncipe. + +Cuando éste avanzó la cabeza, sólo pudo ver unos bultos que se ocultaban +en un sendero lateral. + +--Eran ellos, no lo dudes--continuó la duquesa, riendo--. Marchaban por +en medio de la avenida. Esa Valeria es muy lista; se ha vuelto al oir el +ruido de un coche, reconociéndome al instante. Se llevó al sabio como +si lo arrastrase. + +Cesó de reir, adquiriendo su rostro una gravedad melancólica. + +--¡Felices ellos! ¡Qué de ilusiones! Todos hemos pasado por lo mismo... +Lo malo es que deseamos marchar adelante en busca de algo más, cuando +debíamos quedarnos con lo que tenemos. + +El príncipe asintió con la cabeza, repitiendo lacónicamente: + +--¡Felices ellos! + +Su voz era un _réquiem_. Estos encuentros sucesivos le hacían pensar en +la muerta comunidad de la que era jefe irrisorio. Primeramente, +Castro... Luego, Novoa. Hasta el coronel estaría en aquel momento +paseando ante la tienda de una modista, á la espera de la chica del +jardinero. Quedaba Spadoni, pero su fidelidad valía poco. Para él no +existía otro femenino que el de la ruleta. + +Se detuvo el carruaje más allá del Museo Oceanográfico, donde empiezan +los jardines de San Martino. Alicia pagó al cochero. + +--Hay que hacer economías--dijo con gravedad--. Volveremos á pie. + +Siguieron unos senderos tortuosos, subiendo y bajando por las quebradas +de la costa. Las pequeñas mesetas habían sido convertidas en miradores +de piedra, desde los que se abarcaba un espacio inmenso. En algunos +amaneceres se podía distinguir el lejano perfil de las montañas de +Córcega. Como los jardines estaban á muchos metros sobre el +Mediterráneo, la línea del horizonte era tan alta que obligaba á +levantar los ojos. Los pinos formaban ligeras y negras columnatas, entra +cuyos troncos subía el cortinaje obscuro del mar. Sólo sus rumorosas +copas de agujas emergían en el azul diáfano del cielo. La vegetación +baja se componía de plantas silvestres de acre perfume y vida dura, +insensibles á las emanaciones salitrosas; nopales, cuyas palas verdes +estaban rematadas por frutos rojos; pequeñas pitas de retorcidas puntas +que se enredaban unas en otras como tentáculos de pulpos verdes. + +Admiró Alicia este jardín. Era, según ella, un jardín marítimo, que +armonizaba con el Museo cercano y el paisaje. Los troncos parecían +mástiles de navío; las plantas amontonadas á sus pies tenían la forma +radiada y envolvente de los monstruos de las profundidades oceánicas. +Otras vegetaciones de origen exótico evocaban la imagen de países +cálidos, de lejanos puertos olorosos poblados de muchedumbres amarillas +ó cobrizas. A través de los fustes rectos de la arboleda se veían cinco +goletas, inmóviles en el horizonte, con el velamen caído. + +Una cinta de humo acompañaba las evoluciones de un torpedero sutil +rondando como perro protector en torno de este rebaño blanco y tímido. + +Al asomarse á los balconajes de piedra se veía el mar á una profundidad +enorme. El acantilado rojo se hundía verticalmente en las aguas +ennegrecidas por la sombra ó se resguardaba con desprendimientos de +rocas eternamente ceñidas de espumas. A un lado avanzaba el Cap-Martin, +repeliendo el asalto de las olas, círculo de corderos blancos que se +sucedían incesantemente surgiendo de las praderas azules; más allá, la +costa de Italia, sonrosada por la melancolía de la tarde; y en el +extremo opuesto, el Cap-d'Ail y el Cap-Ferrat, sobre cuyos +lomos--abullonados de verde por las arboledas y moteados de blanco por +las «villas»--empezaba á extenderse el sudario de oro que debía envolver +la muerte del sol. + +--¡Hermoso!... ¡muy hermoso! + +La duquesa mostraba una alegría infantil. Se habían sentado frente al +mar, saboreando la rumorosa calma, en la que se confundían los +estremecimientos de los pinos, el profundo rodar de las espumas +invisibles, la respiración de la llanura azul, los crujidos de la +tierra, rozada por los rosarios de hormigas, por las procesiones de +orugas, por la labor tenaz de los escarabajos, y conmovida al mismo +tiempo en sus entrañas por el despertar de las raíces. + +De vez en cuando sonaba la arena del tortuoso sendero bajo pasos +humanos. Eran inválidos ó convalecientes que recorrían los jardines á la +salida del Museo; vecinos de Mónaco que regresaban á sus casas después +de haber tomado el sol en un banco; gruesas comadres que guardaban su +calceta en un bolso; ancianos apoyados en un bastón, que tal vez no se +habían embarcado nunca, pero tenían un aspecto de viejos marinos +genoveses. También pasaban lentamente algunas parejas de enamorados. +Aparecían en una revuelta del sendero cogidos del talle, silenciosos, +mirándose. Al notar que en el banco había otra pareja, se desasían, +improvisaban una conversación cualquiera y ganaban cuanto antes la +revuelta inmediata, para repetir el tierno enlazamiento, no sin antes +saludar con una sonrisa al príncipe y á la duquesa, como si adivinasen +en ellos á otros enamorados. + +--¡Y pensar que nunca habíamos venido aquí!...--dijo Alicia--. Tú, á lo +menos, posees tus magníficos jardines; pero yo, instalada en una «villa» +que no es mas que una casa con unos cuantos árboles y teniendo por todo +panorama el edificio de enfrente, soy tan estúpida, que me paso las +tardes en el Casino, obscuro y cerrado como una bodega. ¡Qué horror! + +Se estremeció al pensar en el Casino. Le parecía ahora imposible que +hubiese podido vivir en la penumbra ó bajo la luz artificial, mascando +una atmósfera malsana, á las mismas horas en que este jardín extendía +ante el mar su magnificencia silvestre y luminosa. + +--Hay muchas cosas bellas en el mundo--continuó--para las cuales no se +necesita dinero. ¡Pensar que si no hubiésemos perdido no estaríamos +aquí! Casi es mejor ser pobres. + +Miguel rió de su vehemencia. No; ser pobre no resultaba agradable; pero +tenía razón al decir que para gozar de muchas cosas hermosas no es +necesario el dinero. + +--Nosotros mismos--añadió él, después de una larga pausa--sólo nos +conocemos verdaderamente desde que perdimos nuestra riqueza. ¡Quién sabe +si de nacer pobres nos hubiésemos entendido mejor en nuestra +juventud!... Muchas veces lo he pensado. + +Era cierto; y desde que estaba aquí en el banco, al lado de ella, +pensaba lo mismo. La alegría de Alicia ante la tarde esplendorosa, su +entusiasmo al verse en este jardín rústico frente al mar, lejos de +ciertas gentes sin las cuales no creía antes tolerable la existencia, +lejos del juego, que era el único remedio para el vacío de su vida, todo +esto halagaba al príncipe, como un descubrimiento de acuerdo con sus +gustos. La veía ahora muy distinta á como se la había imaginado en otros +tiempos. Y él también aparecía seguramente ante los ojos de ella de otro +modo que en el pasado. Una muralla enorme los separaba antes: la +riqueza, engendradora del orgullo y del afán de dominación. + +Sintió una necesidad de seguir hablando. Algo hervía en su interior, +haciendo subir las palabras á la boca con una marea irresistible. + +«Vas á cometer una necedad enorme... ¡Atención!... Buscas complicar tu +existencia...» + +Era el antiguo Lubimoff el que hablaba en su interior; el Lubimoff +recién llegado de París para refugiarse en su Arca, lejos de todos los +afectos vanos que forman la felicidad de la mayoría de los hombres; el +áspero maestro de «los enemigos de la mujer». + +La voz ronca y plañidera no levantó ningún eco. El príncipe despreciaba +á este fantasma que aún se mantenía en su interior, gimiendo sobre +ruinas. + +Había permanecido hasta entonces aspirando con delicia el perfume de +aquella mujer, que al mezclarse con el perfume de la tarde parecía +comunicar su esencia á toda la Naturaleza. Veía el cielo, el mar, los +árboles, todo á través de ella, como si llenase el espacio. + +También él había hecho un descubrimiento. Pensaba con horror en la +solitaria Villa-Sirena, como la otra pensaba en el Casino. Le parecían +más hermosos estos jardines de disfrute común que los de su propiedad, +que todos le envidiaban. ¿Cómo podía haberse paseado solo en torno de su +«villa», por las avenidas magníficas y solitarias, cuando existía en el +mundo la voluptuosidad de sentarse en un banco público al lado de una +mujer, ó caminar junto á ella pasando un brazo por su talle, lo mismo +que aquellos pobres soldados y marinos?... + +«¡Muy bien, príncipe!... Enamorado como un adolescente pasados los +cuarenta. ¡Adelante con tus necedades, si eso te divierte!... ¿Qué +dirían los otros enemigos de la mujer?» + +Pero él no quiso oir esta última protesta de una mitad de su persona, +olvidada y hostil. + +--Nuestra vida ha sido un engaño--dijo en voz alta, con cierta +violencia, para no dejar traslucir su emoción--. Tú debes estar +convencida de ello... Y también te das cuenta de que yo pienso lo +mismo... de que reconozco mi error... Porque yo... porque yo, desde hace +tiempo... ¡yo te amo!... Ya está dicho: ahora ríete si quieres. + +Ella no quiso reir. Lanzó una ligera exclamación, le miró un instante y +volvió la cara, como si huyese de la interrogación de sus ojos. Había +presentido la llegada de esto de un momento á otro, ¡pero la sorpresa de +escucharlo en la realidad!... + +Hubo un largo silencio. + +--¿Qué contestas?--preguntó al fin con timidez el famoso príncipe +Lubimoff, adorado por tantas mujeres. + +Alicia volvió á mirarle. + +--¿No es una broma?... ¿No es un capricho que te ha sugerido la +hermosura de esta tarde tan... poética? + +Miguel protestó con el gesto. ¡Considerar capricho aquella decisión +grave que venía preparada por largas y penosas contradicciones +interiores, lo mismo que un gran pensamiento!... + +--Si yo fuese como las más de las mujeres, te contestaría: «¿A cuántas +has dicho lo mismo?» Pero esta pregunta es estúpida. Se puede haber +dicho «Yo te amo» á una mujer con toda sinceridad, y algún tiempo +después repetir lo mismo á otra, con más sinceridad aún... No quiero +preguntarte á cuántas has dicho lo mismo; tal vez no lo has dicho á +ninguna. Tú no necesitabas esforzarte, fingiendo la comedia del gran +amor, para conseguir tus deseos: te esperaban anhelantes; te bastaba +arrojar tu pañuelo de sultán... ¡Pero á mí!... Haz memoria, Miguel: de +muchachos nos odiamos; después, cuando yo quise, tú no quisiste... ¡y +ahora que ya empezamos á ser viejos!... ¡ahora que sólo poseo los restos +de lo que fuí, que carezco de libertad, pues tengo... lo que tú sabes! +Es un disparate, y por eso río. No: ¡nunca! + +El príncipe habló á su vez. Se habían odiado, era cierto, y este odio lo +consideraba ahora como una felicidad. ¡Qué desgracia la suya si hubiesen +unido por el matrimonio sus dos enormes fortunas y sus dos orgullos +todavía más enormes!... + +--Nos hubiésemos separado una semana después; tal vez el mismo +día--continuó Miguel--. Hasta tengo la sospecha de que te habría pegado. + +--Y yo á ti--dijo la duquesa--. No cabíamos juntos en ninguna parte. Era +preciso que uno se sometiese al otro, y ninguno de los dos comprendía +este sacrificio. + +--Lo mismo--siguió él--puedo decirte de aquella noche en que comimos +juntos. Celebro mi conducta absurda y ridícula. Si hubiese cedido, algo +irreparable existiría ahora entre nosotros; no nos hubiéramos vuelto á +encontrar, no estaríamos aquí diciendo lo que decimos. + +Ella asintió. + +--Es cierto; no estaríamos aquí. Tú guardarías un recuerdo espantoso de +mi persona; sé bien cómo era yo entonces. Tampoco habría ido á buscarte, +aunque en ello me fuese la vida. Gracias á tu fuga de aquella noche +podemos ser amigos, amigos eternos, hermanos si quieres; pero ¿por qué +me hablas de amor?... Eso no es de nuestra edad. Ya pasó. ¿Qué ves en mí +ahora que no tuviese de joven? + +--Veo tu desgracia. + +La voz del príncipe sonó grave y profundamente sincera al decir esto. + +Había reflexionado mucho, antes de contestarse á sí mismo, cuando se +hacía una pregunta igual á la de Alicia. Estaba seguro de haber empezado +á amarla el día que se presentó en Villa-Sirena á pedir el perdón de su +deuda, confesando su ruina. ¡Pobre duquesa de Delille, acostumbrada á +gastar millones al año, propietaria de minas preciosas, y teniendo que +vivir del juego, como una aventurera!... Después, junto á su lecho, +viendo sus lágrimas, escuchando el gran secreto de su vida, aquella +maternidad oculta que la hacía llorar, se había dado cuenta +definitivamente de este amor. En los últimos días, al contemplarla +victoriosa en el Casino, su pasión se ensombrecía; la apreciaba menos. +Luego, al verla arruinada y enferma de tristeza, su afecto iba +renaciendo; y para auxiliarla, hasta se convertía en jugador, ¡él, que +era incapaz de hacer esto ni por su propia salvación!... + +--Tú no puedes comprenderme: eres mujer. Muchas veces en mi vida, otras +mujeres me han dicho, después de un acto suyo inexplicable: «No te +esfuerces; los hombres nunca llegan á entendernos...» Yo digo lo mismo: +una mujer tampoco puede comprender á un hombre... Te amo ahora porque me +inspiras lástima, y la lástima conduce á la ternura, y la ternura es el +verdadero amor, un amor que yo no había conocido nunca. Cada uno ama á +su modo. La mayoría de las mujeres necesitan el orgullo en el amor; que +el amado infunda admiración y envidia por su valentía, por su hermosura, +su riqueza ó su talento. El hombre ama casi siempre por lástima, por la +tierna conmiseración que le inspira la mujer. Nunca se siente más amante +que cuando la cabeza femenil se apoya en su pecho con el abandono de la +debilidad... Y cuando la mano de él se hunde en su cabellera, encuentra +un cráneo pequeño y delicado (más pequeño siempre que se lo imagina), +una cabeza que contiene palabras celestiales, gracias irresistibles, +acciones grandiosas, pero rara vez guarda las energías de pensamiento +que dan la superioridad al hombre. Sus miembros adorables no pueden +defenderla. Y el hombre, al considerarla tan hermosa y tan débil, siente +crecer su amor con la lástima y el deseo de protección. + +--No--dijo ella--. También la mujer conoce la conmiseración en su amor. +El hombre que le era indiferente le interesa de pronto, al verlo +infeliz; la que odiaba ayer vuelve al amante odiado, cuando lo considera +en peligro. Nunca pone tanta ternura en su voz como al decir: +«¡Pobrecito mío!...» + +El príncipe hizo un gesto de aceptación. ¡Sea en buena hora! Pero volvió +inmediatamente á lo que le interesaba. + +--Hoy somos desgraciados; yo tanto como tú, pues he perdido lo que me +hacía sobresalir sobre los demás hombres, y tal vez no lo recobre +nunca... Pero tu situación es todavía peor; eres mujer, eres más pobre, +y yo me siento atraído hacia ti y te digo lo que nunca hubiese dicho de +seguir los dos en nuestra antigua posición, encerrados en nuestro +orgullo. + +Siguió hablando en un tono arrullador, aproximándose más á ella, casi +en su oído, aspirando el perfume de la boa de piel que llevaba en el +cuello y parecía guardar concentrada toda la esencia de su cuerpo. + +Repitió lo que había pensado en las noches, mientras luchaba con sus +antiguas preocupaciones; lo que había resumido enérgicamente poco antes, +mientras venía silencioso en el carruaje, al lado de ella. Habló del +porvenir. Aún podían ser felices: era un amor reposado y durable lo que +él la ofrecía; un amor de otoño, un amor para siempre, sin +complicaciones dramáticas, plácido, tranquilo, dulcemente monótono, como +las veladas junto al fuego. + +La mujer rió con una expresión dolorosa. + +--Tú olvidas quién soy; hablas lo mismo que si el pasado no existiese, +como si tú no fueses tú, como si yo no tuviera todas esas historias que +pesan sobre mi nombre. De hacerme otro esa proposición, ¡quién sabe!... +Estoy cansada y me seduce un porvenir de reposo. ¡Pero tú!... Es +imposible contigo: acabaríamos mal. Prefiero que seamos amigos, sin nada +de amor. Resulta más seguro y durable. + +Al ver su gesto desalentado, Alicia continuó hablando. No le asustaba +vivir con él por lo que pudieran decir las gentes. Era cierto que tenía +un marido, y dominado ahora por un amor senil, iba á negarse á aceptar +el divorcio. ¡Pero el caso que ella podía hacer de este obstáculo y de +los comentarios de su mundo!... Mayores audacias contaba en su historia. + +--Es que no quiero... No me preguntes el motivo: no sabría explicártelo; +mejor dicho, no me entenderías. Repito lo que te han dicho otras: «Tú +eres un hombre, y no puedes comprender á las mujeres.» No, no quiero. Te +hablaré más claro: con otro hombre que llegase á interesarme... no sé. +¡Somos tan débiles! ¡sentimos tales sorpresas en nuestra voluntad! Pero +contigo, no... Nos conocemos demasiado: es imposible. + +Miguel habló con un tono de despecho y tristeza. + +--No te intereso: bien lo veo. + +Alicia volvió á reir tan expansivamente, que golpeó con una de sus manos +las dos manos juntas del príncipe. + +--¡Tonto!... ¿Crees de verdad que no me interesas? Si me fueras +indiferente, ¿te habría buscado en otro tiempo?... ¿estaría aquí ahora +contigo? + +Se mostró desconcertado el príncipe. «¡Entonces!...» Y se esforzó por +descubrir qué obstáculo podía oponerse á su deseo. Si era por las cosas +de su vida anterior, él las olvidaba. El príncipe Lubimoff tenía +igualmente muchas historias que convenía no recordar... + +--Dejemos en paz al pasado. Tú eres otra mujer. Conozco tu existencia en +los últimos años; además, me contaste la otra mañana lo que has sido +desde que tu hijo vivió á tu lado... Yo te tomo á partir del momento en +que reconociste la seriedad de la vida, al verte junto á un hombre +formado con tu propia carne. Olvido á la Venus de otros tiempos, á la +Helena del «banco de los viejos». Te deseo tal como eres actualmente, +Venus dolorosa, que lloras, sufres, y necesitas un consuelo, una +protección. + +Ella cesó de sonreir. Su boca se crispaba con un mísero gesto de +gratitud; sus ojos estaban húmedos. + +--No--dijo con voz humilde--. Es imposible, á causa de eso mismo. ¡Mi +hijo! ¡cómo me ha cambiado mi hijo!... Yo sé lo que significa todo eso +de amor. No somos dos adolescentes que se engañan con ilusorias purezas +y hablan del alma y del cielo, mientras sus cuerpos se buscan con un +impulso natural. Si yo acepto tu amor, sé lo que esto significa +inmediatamente, tal vez antes de que salga un nuevo sol. ¿Puedes +imaginarte tal cosa?... Mi hijo, que no sé dónde está, que tal vez ha +muerto, que por lo menos sufre en este momento lo que una mendiga no +permitiría que sufriese un hijo suyo, y yo, mientras tanto, entregándome +á un gran amor, á una pasión de esas que devoran los días y el +pensamiento entero, como si aún viviese en la primera juventud, ¡ah, +no!... ¡qué vergüenza! Conozco lo que un amor entre nosotros exige +fatalmente, y me da espanto, me siento sin fuerzas para muchas cosas que +antes consideraba sin importancia. Tú lo has dicho: soy otra. + +El príncipe se reanimó al conocer el obstáculo. Su hijo vivía; estaba +seguro de ello. El había escrito al rey de España y á sus amigos +influyentes de París; hasta había enviado cartas á Alemania por +mediación de personajes diplomáticos. Lo encontrarían de un momento á +otro; él conseguiría que volviese al lado de su madre. ¿Por qué iba á +estorbar el pobre mozo el porvenir de los dos? Su hijo conocía la vida; +los años pasados al lado de su madre le habían familiarizado con las +irregularidades que tanto abundan en el mundo de los dichosos. No +consideraría extraordinario que ella, sometida á un matrimonio que era +una equivocación, rehiciese su existencia discretamente con un hombre al +que conocía desde su adolescencia. Además, lo amaría como á un hermano +menor. Contaba con poderosos amigos, capaces de ayudarle si deseaba +trabajar. Los restos de su fortuna serían para él cuando muriese. + +Alicia agarró una de sus manos con la ternura del agradecimiento. «¡Cuán +bueno eres!...» Pero de pronto secó sus lágrimas, sus ojos brillaron con +una energía que parecía dirigirse contra ella misma, y continuó con voz +dura: + +--No, no quiero. Veo lo inmediato: lo que va á ocurrir entre nosotros si +me dejo arrastrar por tus hermosas palabras; veo á mi hijo... mejor +dicho, no le veo, no sé qué es de él, ignoro si vive... Te digo que no. +Es inútil que insistas. + +Se hizo un largo silencio. Pasó un soldado con la cabeza vendada bajo el +kepis y una flor en una oreja, sonriendo á una muchacha rubia que se +apoyaba en su brazo y canturreando los dos. El príncipe y la duquesa se +separaron un poco en el banco y permanecieron en silencio: él mirando al +suelo, preocupado y cejijunto; ella con los ojos en la raya del +horizonte, siguiendo la lenta marcha de las goletas, que habían combado +sus alas bajo la brisa precursora del crepúsculo. + +La tenacidad con que Miguel ponía su vista en el suelo hizo que Alicia +se equivocase. Sus piernas quedaban algo descubiertas por el +arrugamiento de la falda corta; unas piernas finas, que mostraban la +blancura de su carne á través de las mallas de seda de color habana. + +--¿Miras mis medias?--preguntó ella, pasando repentinamente de la +tristeza á la risa--. Fíjate. Eso que llevan al lado no son adornos, son +zurcidos. Mi doncella me las arregla muy bien. ¡Qué quieres! Somos +pobres. + +Y sin duda, para distraer á su enfurruñado acompañante, siguió con +acento regocijado la enumeración de su miseria. ¡Ay, la guerra, con sus +atroces encarecimientos! Las medias de seda eran malas, se rompían con +sólo usarlas una vez, y únicamente podían adquirirse á precios +fabulosos. Prefería prolongar la existencia de las que guardaba de sus +tiempos de riqueza, por ser más sólidas. Lo mismo podía decir de los +trajes. Hacía dos años que su guardarropa ignoraba las renovaciones, +antes tan frecuentes. + +--Somos pobres--repitió con jocosa solemnidad--. Además, nos gusta el +juego, y, como todos los jugadores, perdemos miles de francos y +economizamos en las pequeñas cosas que alegran la existencia. + +Aguardaba una ganancia enorme y definitiva para ocuparse de su +embellecimiento personal. + +Pero el príncipe, con los ojos y el gesto, dió á entender lo poco que le +interesaban estas confidencias. Era inútil que pretendiese desviar la +conversación. Miguel insistía en su demanda, ofendido por la negativa de +Alicia. Tal vez con otro hombre se habría mostrado más clemente. + +Ella comprendió que debía volver á lo que interesaba á su acompañante, y +dijo con varonil franqueza: + +--Yo sé lo que tienes. Te voy á hablar como un camarada, sin +preocupaciones de sexo, lo mismo que te hablé aquella noche en mi +estudio. Conozco la vida que llevas; sé igualmente lo de «los enemigos +de la mujer»: una invención necia. Tú lo que necesitas, después de +varios meses de soledad maniática, es una mujer. Escoge en torno de ti; +las encontrarás, cuando quieras, más jóvenes, más hermosas que yo, que +empiezo á verme tal como soy. ¿Por qué te fijas en mí? ¿Por qué turbar +mi tranquilidad, cuando ya me he olvidado de esas cosas?... + +Sonrió el príncipe amargamente ante el remedio. Lo había pensado muchas +veces. El censor que llevaba dentro repetía el mismo consejo: «Busca una +hembra, y todo pasará inmediatamente; una hembra que sólo te inspire un +interés momentáneo; nada de mujeres y de complicaciones pasionales. Haz +lo mismo que recomendaste á Castro.» Muchas veces había entrado en el +Casino con el aire resuelto del matarife que va á escoger en el rebaño +la res diaria. Examinaba la tropa femenina de las salas de juego, +ocupada en mirar con un ojo la bayeta verde, mientras espiaba con el +otro á los hombres que circulaban á sus espaldas. + +Sentía una atracción carnívora ante determinadas mujeres; una por el +rostro, otra por el talle ó la estatura, algunas por su fealdad original +ó su desarmonía incitante, que obraban sobre sus nervios como los +manjares picantes ó ácidos obran sobre el paladar. No tenía mas que +hacer una seña ó decir una breve palabra á muchas que, viéndose +observadas por el famoso personaje, sonreían dispuestas á seguirle. Pero +experimentaba de pronto la antipatía que inspiran las cosas repetidas +hasta la saciedad, el vacío de lo que se conoce hasta el cansancio. Nada +nuevo podía esperar; se horrorizaba pensando en el parloteo vano de una +desconocida que desea hacerse interesante; en las mentiras de un +sentimentalismo repentino y falso; en la grotesca animalidad del +acoplamiento que daría fin á tanta molestia. No; le era imposible. Una +sola vez, con la desesperada energía del enfermo que traga un +medicamento repugnante, había seguido á uno de estos animales hermosos, +para sentirse poco después arrepentido de su vileza y avergonzado de su +fracaso. + +--Eres tú; tú, y ninguna más--dijo sombríamente--. Tú, ó nadie. + +Alicia habló con el mismo tono grave. Sabía por experiencia lo que era +esto. Deseamos con mayor anhelo lo que nos es imposible conseguir; +hacemos un objeto único de todo lo que está fuera de nuestro alcance. + +Pero estos razonamientos exasperaron á Lubimoff, hasta hacerlo injusto. + +--Te conozco--dijo avanzando en el banco, al mismo tiempo que la miraba +de cerca con unos ojos apasionados y agresivos--. Sé cómo sois las +mujeres: todas vanidosas y vengativas. No puedes olvidar la noche en que +quisiste y yo no quise, y ahora te das el placer de mi suplicio; gozas +haciéndome sufrir... + +--¡Oh, Miguel!--interrumpió ella con un tono de protesta. + +Lubimoff siguió hablando rencorosamente, y esta indignación conmovía á +Alicia más que los ruegos humildes de poco antes. Era la imploración +desesperada del desahuciado que quiere volver á la vida normal. + +--Te amo... te necesito. ¡Yo te tendré! + +Sobre el lomo del Cap-d'Ail descendía la esfera anaranjada del sol. Su +borde interior tocaba ya la línea ondulante de los jardines y los +edificios. Por un momento concentró sus rayos en haz á través de la +columnata de un _belvedere_, como si se asomase á un arco de triunfo +antes de morir. Una luz azul que parecía emerger del mar iba repeliendo +en los jardines el oro desmayado de la tarde. + +--¡No!... ¡no quiero! + +La voz de Alicia rasgó el rumoroso silencio con un temblor de sorpresa +para convertirse inmediatamente en sordo y prolongado rugido, como si +algo pesase sobre su boca. Miguel había echado sus dos brazos sobre los +hombros de ella, dominándola, inclinando su busto, oprimiéndolo contra +su pecho. Su boca buscaba la otra boca que pretendía resistirse, huyendo +con violentas contorsiones del cuello. Finalmente, cesó el rugido de +protesta. Las dos cabezas permanecieron inmóviles. + +--¡Oh, Miguel... Miguel!--suspiró ella, librándose por un momento de la +caricia para volver á someterse á aquellos labios que la perseguían con +avidez. + +Hablaba como una vencida. Había vuelto de golpe á su pasado, +estremeciéndose al contacto de tantas cosas olvidadas que una larga +abstinencia hacía completamente nuevas. Esta boca ardorosa y dominadora +la despertaba de un sueño que había durado años. Su renacimiento venía +de más lejos que el de Miguel. + +Se olvidó de lo que la rodeaba. Sus ojos continuaron abiertos, pero se +habían borrado de ellos el mar, el cielo dulce del ocaso, hasta las +ramas de pino que formaban un dosel silvestre sobre sus cabezas. + +De pronto volvió á contemplarlo todo, encorvándose al mismo tiempo para +repeler al hombre. + +--No, no quiero... ¡Esa mano!... Pueden vernos. ¡Qué locura! + +El príncipe era un atleta, pero la emoción debilitaba sus fuerzas. +Además, éstas se esparcían en una doble actividad, queriendo dominar á +la mujer y explorarla á la vez en sus misterios, con la furia del +imperativo sexual. Ella se contrajo y se irguió varias veces, dúctil y +reptilina, consiguiendo al fin escapar de la cadena de los brazos +masculinos mientras lanzaba un suspiro de fatiga y satisfacción. + +Lubimoff, vuelto á la realidad, vió á Alicia de pie ante él, acabando de +alisar su vestido en desorden, llevándose luego las manos á su +cabellera, al torcido sombrero, á la boa que se deslizaba de sus +hombros. + +--Vámonos--dijo con un laconismo de enfado. + +La siguió el príncipe, cabizbajo, arrepentido de su violencia. A los +pocos pasos, ella pareció conmoverse por este mutismo que representaba +un arrepentimiento, y volvió á sonreir: + +--Ya sé que en adelante no debo verte á solas... Olvidaba que eres un +marino, acostumbrado á bajar en los puertos con premura, sin querer +perder tiempo. + +Marcharon lentamente, con una placidez igual á la del sereno crepúsculo. + +Al salir de los jardines hicieron un alto frente al Museo. ¡Volver por +el mismo camino!... Miguel descubrió á un lado del edificio una +escalinata rústica tallada á trechos en la roca y completada en las +oquedades con peldaños de ladrillos. Descendía hasta la ribera del mar +formando diversos tramos, y á su final, un camino siguiendo el borde de +la costa conducía al puerto. + +La mujer vaciló bajo el arco de entrada. + +--Te advierto--dijo amenazando con un dedo á Miguel--que si vuelves á +las tuyas, pido socorro. ¿Me prometes ser hombre serio?... ¿Palabra?... +Bueno; marcha delante: no me fío. + +El se lanzó por la escalera como un explorador. El palacio del Museo +parecía desdoblarse así como iban descendiendo. Además del edificio á +flor de tierra, había un segundo edificio costa abajo, que asentaba sus +muros de piedra con grandes ventanales sobre las rocas del acantilado. + +En una revuelta, el príncipe se detuvo para esperar á su compañera. +Descendía lentamente, dejando entre los dos una separación de varios +peldaños. Tenía los pies más arriba de la cabeza de Lubimoff, y á éste +le bastó elevar un poco los ojos para ver aquellas medias cuyo +zurcimiento había explicado la duquesa. + +Vió algo más, que le hizo estremecerse; y con la ligereza de un muelle +que se dispara, salvó en varios saltos los escalones que existían entre +ambos. + +--¡Miguel... que grito!--exclamó ella al verle llegar, extendiendo las +manos para rechazarle y queriendo huir al mismo tiempo. + +Había abarcado en sus brazos la parte baja del adorable cuerpo. No podía +ascender más: las manos de Alicia repelían su cabeza con un impulso +nervioso. Y él, con la incoherencia de la pasión, besó sus pies y el +arranque de sus piernas; besó su falda allí donde pudo, en los ángulos +redondeados de sus rodillas, en la suave curva del vientre. + +Ella se irritó al sentirse inmovilizada, sin poder huir. + +--¡Déjame!... Esto es ridículo. ¡Acabemos! + +Y el sombrero del príncipe rodó de escalón en escalón, bajo un golpe de +aquellas manos finas que se defendían á ciegas. + +Este incidente le devolvió su serenidad. Sí; efectivamente, era +ridículo. Y como viese en Alicia la intención de desandar el camino, +volviendo á los jardines, Miguel, para inspirarle confianza, corrió +escalera abajo, sin volver la cabeza, sin preocuparse de si ella le +seguía. + +Se juntaron al borde del mar, en un ancho camino que serpenteaba entre +las rocas sueltas orladas de espuma y las paredes casi verticales del +acantilado. Las mesetas y oquedades de la piedra habían sido +aprovechadas, en este promontorio de escasas superficies horizontales, +para construir algunos edificios que albergaban á las familias de los +empleados de Mónaco. En el filo del acantilado aparecía, como una +cabellera verde, la línea bordeante de los jardines altos, cortada á +trechos por viejas obras de fortificación. + +Eran bastiones en declive, con garitas salientes en sus ángulos, iguales +á los que se ven en los viejos grabados ó en las decoraciones de teatro. +Enormes lápidas de piedra con caracteres latinos cantaban la gloria de +los diversos príncipes soberanos que habían hecho construir estas +costosas obras de defensa, ahora anacrónicas é inútiles. Lubimoff +esperaba ver surgir de las garitas algún granadero de uniforme blanco y +vueltas de grana, llevando sobre el negro mostacho y la peluca con +polvos una mitra de oro. + +Caminaron lentamente en el crepúsculo. Arriba, la luz anaranjada del +ocaso enrojecía suavemente las aristas de la roca, las arboledas, las +fachadas blancas. Al borde del mar, la sombra era azul, una sombra de +noche lunar. El cielo ensangrentado por la puesta del sol permanecía +invisible para ambos detrás del peñón de Mónaco. Sólo podían contemplar +el cielo de la parte de Italia, cada vez más obscuro, más denso, +preparándose á dar paso á las primeras punzadas luminosas de las +estrellas. + +Se cruzaron con varios pescadores que regresaban á sus viviendas +cargados de cestos y redes. + +Alicia experimentaba inquietud en algunas revueltas completamente +solitarias. Luego, al ver una casa ó un transeunte que se iba +aproximando, reanudaba su conversación. Lo que ella temía era un alto en +el camino, sentarse con el príncipe en el pequeño parapeto que bordeaba +la costa. ¡Mientras siguiesen marchando!... + +Dejó sin protesta que Lubimoff pasase un brazo por otro suyo, apoyándose +en él. ¡Se expresaba con tanta humildad!... Parecía arrepentido de sus +atrevimientos; le pedía perdón con su pálida sonrisa. Además, le hablaba +de su hijo con un optimismo acariciador. Todos los temores de ella eran +infundados; su hijo volvería: estaba seguro de ello. Iba á recibir +buenas noticias de un momento á otro; tal vez aquella misma noche. + +Era un hombre, y por mucho que amase á su madre acabaría por amar á otra +mujer con mayor vehemencia, creándose una vida aparte, como todos los +demás. + +--Y tú, que aún puedes considerarte joven, que tienes derecho á largos +años de ventura, ¿quieres renunciar á todo, como una vieja?... ¿Por qué? +¿Qué adelantas con eso?... + +Ella bajaba la frente sin saber qué contestar, y su turbación era tal, +que no hizo el menor movimiento cuando el brazo de Miguel dejó de +apoyarse en el suyo para ceñir su talle. Así avanzaron, estrechamente +ligados, formando un solo cuerpo, dando paso tras paso instintivamente, +sin saber hacia dónde marchaban. El, con los ojos puestos en ella, +espiaba su rostro, esperando la caída de una mirada, de un monosílabo de +aceptación. Alicia temía encontrarse con estos ojos implorantes, y +entornaba los suyos. + +--Di que sí--murmuró Lubimoff--, di que quieres. Por algo nos hemos +encontrado; por algo viniste á buscarme. Vamos á rehacer unas vidas que +se torcieron por nuestra vanidad y nuestro orgullo. Seamos, aunque algo +tarde, lo que debimos ser. + +--No--suspiraba Alicia--, no puedo... ¡Mi hijo!... + +Y á continuación se apresuró á murmurar, como arrepentida: + +--Sí; tal vez... más adelante... Pero ahora, no. ¡Qué vergüenza!... +Cuando yo esté tranquila, cuando no sienta esta preocupación que me +destroza... Te quiero; ¿te basta con eso? Te quiero... + +Estas dos palabras le bastaban al príncipe. El, que había llegado con +tantas mujeres á los mayores extremos de dominación, sin sentirse nunca +ahito, se contentaba con la breve frase, que tenía para sus oídos una +música dichosa. + +Fué subiendo su brazo más arriba del talle de Alicia, mientras con la +otra mano reclinaba su cabeza en uno de sus hombros. + +Sonó un beso, un larguísimo beso, sin que se detuviese la marcha de los +dos. La mujer no opuso resistencia, y poco después, su boca, animada por +un despertar febril, se unió á este beso, haciéndolo más apasionado, más +vibrante é interminable. Ya no sentía miedo; seguían caminando, y á su +enamorado le era imposible repetir las osadías del jardín. Es más: se +confesaba interiormente, con cierta vergüenza, el deleite que esta +caricia andante resucitaba en ella. + +--Te quiero--suspiró, sin saber lo que decía--, te quiero; ¡pero lo +otro, no!... Amémonos como si fuésemos muchachos. Es ridículo á nuestra +edad... ¡pero tan dulce! + +En aquel momento, el alma de Lubimoff era igual á la suya. Este simple +beso le pareció el mayor de los placeres que había conocido. Encontraba +á la vida un encanto nunca sospechado. Creyó contemplar el paisaje más +hermoso de la tierra. ¡Qué interesantes las viejas fortificaciones! ¡Qué +grande hombre Alberto de Mónaco al construir esta ruta asfaltada y +solitaria, para que él marchase prendido por su boca á la boca de una +mujer!... + +Caminaban lo mismo que si estuviesen ebrios, en continuo zigzag, desde +el parapeto al corte del acantilado, labios con labios, los ojos +tocándose, como si nada existiese más allá, é imaginándose buenamente +que marchaban en línea recta. Desde lejos les hubiesen creído dos +adversarios que luchaban, tambaleándose con los empujones de la pelea. + +El, dominado repentinamente por el deseo, quedó inmóvil y se negó á +seguir adelante. + +--¡No... no! + +Alicia protestaba ante el peligro, quebrantada aún su voluntad por las +emociones recientes, pero esforzándose por mantener su negativa. + +La boca de él se había separado de la suya. Sus ojos brillaban con un +estrabismo agresivo. Las manos bajaron á lo largo del cuerpo femenil, +ganchudas como garras. + +--¡No quiero; te he dicho que no quiero!... ¡Sigamos! + +Ella se agitó entre sus brazos con una agilidad de gimnasta, y al salir +de este encierro sonó un crujido de tela desgarrada. + +--¡Mira, bárbaro!... ¡mira lo que has hecho! + +Estaba inmóvil, con la boa de piel cayéndose de uno de sus hombros, +mientras buscaba en el otro el rasguño que acababa de sufrir su vestido. + +Miguel, colocándose á sus espaldas, vió que tenía una manga casi suelta, +dejando ver la blanca carne del brazo y la deliciosa oquedad de la axila +con su fino musgo. + +Se arrepintió de su violencia, de sus maneras, que rompían al acariciar, +como las de un marinero ebrio. + +Otra vez se apiadó Alicia de su confusión infantil. + +--No vale la pena. Es un vestido de hace dos años; está tan viejo, que +se rompe con solo mirarlo... Inconvenientes de pasear con una pobre. + +Después la preocupó este rasguño tan visible. Iba á entrar en +Monte-Carlo, á pie ó en tranvía; ¡qué dirían viéndola en tal estado! + +--Un alfiler; ¿tienes un alfiler? + +Esta petición aumentó el remordimiento del príncipe. ¿Dónde puede +encontrar un hombre un alfiler?... Mientras Alicia buscaba en sus ropas +inútilmente, él pensó en regresar al Museo ó escalar los peñascos hasta +una de aquellas casas donde vivían los empleados del príncipe. Habría +dado cien francos por un alfiler... pero se acordó de que no tenía nada +en sus bolsillos. + +Empezó á registrarse lo mismo que ella, aunque tenía la certeza de que +la rebusca era inútil. + +De pronto sonrió triunfante. + +--Toma el alfiler. + +Era el de su corbata; una perla famosa, muy admirada por las mujeres, y +que no había querido dar nunca, por ser regalo de la princesa Lubimoff. + +Tuvo que encargarse él mismo de arreglar la rotura de la espalda, +suspirando de angustia. + +--No sabes--decía riendo Alicia--. Cuidado, que me pinchas. ¡Qué torpe! + +Pero él acabó por sentirse contento de su torpeza. Acariciaba el desnudo +brazo con sus dedos, se estremecía al rozar aquel pliegue de la carne +que guardaba en su sombra aterciopelada cierto misterio sexual. + +--¡Quieto!--chilló ella--. No vuelvas á las andadas; mira que me +enfado... Bien está así... ¡Vámonos! + +Se echó atrás la boa para ocultar el torpe remiendo y la perla, que +resaltaba con una magnificencia incoherente. Volvieron á marchar, sin +que Miguel intentase nuevas audacias. El último incidente le había hecho +circunspecto. Insultábase en su interior, considerándose un bárbaro, +incapaz de vivir entre verdaderas señoras. + +Al llegar á la última revuelta salieron de la penumbra azul del +acantilado. Sobre sus cabezas tenían el ángulo final del baluarte y una +garita de piedra; enfrente el puerto, con su boca flanqueada de dos +torrecillas luminosas, y en la ribera opuesta la altura de Monte-Carlo, +sus edificios enormes, sus cúpulas charoladas, que reflejaban el último +fuego rosa del crepúsculo. + +Los dos se detuvieron instintivamente. En mitad del puerto, el yate +blanco del príncipe de Mónaco estaba inmóvil, tirando de su boya. Junto +al muelle cercano unas cuantas tartanas cabeceaban, moviendo su mástil +único, y un vapor español, ostentando su bandera neutral, descargaba +sacos de arroz y toneles de vino. La presencia de varios grupos de +hombres diseminados frente á las embarcaciones les impuso prudencia. +Dejaban de estar solos. Habían entrado de nuevo en la vida. + +--¡Qué corto el camino!--exclamó el príncipe. + +Lo mismo pensaba ella. «Sí, ¡qué corto!» + +No debían marchar juntos. Era preciso despedirse allí, lejos de la +gente. + +Alicia lo tendió sus dos manos. + +--¿Nada más?--suspiró Miguel. + +Vaciló la duquesa un instante. Luego, con una agilidad de muchacha, como +si aún fuese la amazona endiablada del Bosque de Bolonia, saltó hacia él +con los brazos abiertos. + +--Toma... toma... y toma. + +Fueron tres besos rápidos, fulgurantes, que sólo duraron un segundo; +tres besos que hicieron pensar á Lubimoff si lo ignoraría aún todo en la +vida, pues nunca había sentido el estremecimiento que circuló por su +cuerpo desde el cerebro á los pies. + +--¡Más!... ¡dame más! + +Ella rió de su gesto implorante. + +--Se acabaron las locuras... Otro día, ¡quién sabe!... Ahora vuelvo á +mis preocupaciones. Me da miedo entrar en mi casa; siento terror y +esperanza. ¡Ay, la noticia que puedo recibir de un momento á otro!... +Di: ¿tú crees de verdad que no le ha pasado nada?... ¿tú crees que podrá +volver?... + + + + +VIII + + +Spadoni entró en la habitación de Novoa con el propósito de hacerle +hablar. Creía ahora fervorosamente en la ciencia del profesor, y al +verlo predispuesto al juego y reflexionando sobre sus misterios, +esperaba de él, con la simplicidad del creyente, algo milagroso, un +descubrimiento genial que los enriqueciese á los dos. Por esto el +pianista se levantaba antes que de costumbre, para sorprender al +catedrático durante sus ocupaciones de limpieza personal. Consideraba +estas horas las mejores para una confidencia. + +--La palabra azar--dijo Novoa--carece de sentido; mejor dicho, no existe +el azar. Es un invento de nuestra debilidad y nuestra ignorancia. +Decimos que un fenómeno es debido al azar cuando sus causas nos son +desconocidas ó nos parecen inaccesibles al análisis. Ignoramos las +causas de la mayor porte de los hechos, y salimos del paso atribuyendo +éstos al azar. + +El músico abrió sus ojos de odalisca, contrayendo á la vez el rostro +aceitunado con un gesto de atención y respeto. No entendía bien las +palabras del sabio, pero las admiraba de antemano, como un preludio de +revelaciones más practicas y de inmediata aplicación. + +--Todo fenómeno--continuó Novoa--, por mínimo que parezca, tiene una +causa, y un hombre de cerebro infinitamente poderoso, infinitamente +informado de las leyes de la Naturaleza, sería capaz de prever todo lo +que puede ocurrir dentro de unos minutos ó dentro de unos siglos. Con un +hombre así sería imposible jugar á ningún juego. El azar no existiría +para él. Poseyendo el secreto de las pequeñas causas que hoy escapan á +nuestra inteligencia y de las leyes que rigen sus combinaciones, sabría +perfectamente todo lo que puede surgir del misterio de la baraja ó de +los números de la ruleta. No habría quien le resistiese. + +--¡Oh, profesor!--suspiró admirado el pianista. + +Hacía votos mudamente por que su ilustre amigo siguiese estudiando. +¡Quién sabe si llegaría á ser ese hombre todopoderoso, y, apiadándose de +él, lo llevaría á la rastra de su gloria! + +Novoa sonrió de la candidez de Spadoni y siguió hablando. + +--El número de hechos que atribuímos á ese azar (que no es mas que una +causa ficticia creada por nuestra ignorancia) varía, del mismo modo que +varía la ignorancia, según los tiempos y según los individuos. Muchas +cosas que son azar para el iletrado no lo son para el hombre estudioso. +Lo que hoy es azar no lo será tal vez dentro de algunos años. Los +descubrimientos científicos acabarán por restringir considerablemente el +dominio del azar al disminuir nuestra ignorancia. + +Se dilató el rostro del pianista con un gesto de ilusión. + +--Usted es un sabio, profesor, ¡un gran sabio!... No mueva la cabeza; yo +sé lo que digo. Y tengo la seguridad de que si continúa estudiando estas +materias importantes, encontrará una martingala que... + +Le interrumpió el español, señalando á una baraja sobre una mesa +próxima. Se adivinaba que había hecho estudios durante la noche, antes +de acostarse. Esta baraja era para Spadoni un testimonio de laboriosidad +científica, más digno de respeto que todos los libros procedentes de la +biblioteca del príncipe que estaban olvidados en los rincones. El +catedrático se preocupaba ahora de los misterios del azar, y Spadoni +estaba convencido de que encontraría algo mejor que todo lo que llevaban +inventado los simples jugadores. + +Pero su esperanza se desvaneció ante el gesto desalentado de Novoa. + +--Mire usted esta baraja: unos cuantos pedazos de cartón, ¡y sin +embargo, resulta inmensa como el universo! Hace sufrir el vértigo del +infinito, lo mismo que cuando se mira arriba con el telescopio ó abajo +con el microscopio. ¿Sabe usted cuántas combinaciones pueden hacerse con +una baraja de cincuenta y dos cartas?... No sé cómo decírselo: ni el +diccionario ni la aritmética conocen esta cifra por inútil, pues está +mas allá de los cálculos humanos. Inventemos la palabra: ochenta +undecillones, ó sea un 8 seguido de sesenta y siete ceros... Dos hombres +que se pusieran á jugar con una baraja de cincuenta y dos cartas y +jugasen una partida por minuto, siendo en cada partida el juego +diferente, sólo llegarían á agotar todos las combinaciones posibles +después de cien millones de siglos. + +Se hizo un largo silencio, como si el ambiente de la habitación quedase +agobiado por el peso de estas cifras inconcebibles. Spadoni bajaba la +cabeza. + +--Ahora, dígame usted--continuó el profesor--qué puede un pobre ser +humano, con todos sus cálculos de probabilidades, contra este infinito. + +Y agarrando un puñado de cartas, las dejó caer de nuevo sobre la mesa, +como una lluvia susurrante de colores. + +--Todo depende del azar--añadió--, ó mejor dicho, del error. Perdemos +por error y ganamos por él igualmente. Nuestro error es el resultado de +una infinidad de errores infinitesimales debidos á otra infinidad de +pequeñas causas, cuyo análisis no podemos intentar siquiera. Estas +pequeñas causas son independientes las unas de las otras, y como es el +azar quien las dirige, obran tan pronto en un sentido como en otro. +Cuando el error infinitesimal es positivo, nos hace ganar; cuando es +negativo, perdemos. + +Spadoni movió la cabeza afirmativamente, aunque sin entender gran cosa. +Lo único claro para él era lo de los errores infinitesimales que hacen +perder. Los conocía; eran á modo de microbios, de gérmenes maléficos, +adheridos á él para siempre. Y deseaba que su sabio amigo encontrase un +antiséptico para exterminarlos. + +--Además--dijo Novoa--, si existen probabilidades de ganancia, estas +probabilidades son proporcionales á las fortunas de los jugadores. Un +jugador pobre tiene menos probabilidades de ganar que otro que disponga +de capitales. + +--Entonces, ¿nosotros...?--preguntó melancólicamente el músico. + +--Nosotros estamos abajo y hemos nacido para víctimas. El juego es una +imagen de la vida: los fuertes triunfan sobre los débiles. + +Spadoni quedó pensativo. + +--Yo he visto--dijo--jugadores ricos que acaban arruinándose como los +demás... + +--Porque no se retiran á tiempo, cuando la fuerza de resistencia de sus +capitales hace llegar la hora de la ganancia. También, en la vida, los +grandes devoradores, los hombres de espada, los multimillonarios, los +gobernantes, son á su vez devorados por una nivelación final: la muerte. +Pero antes de esto triunfan por los medios poderosos que la suerte ha +puesto en sus manos. Nosotros los pobres no triunfamos jamás un día +entero. Querer ganar una fortuna enorme con un pequeño capital equivale +á querer perder el pequeño capital. + +Los dos quedaron desalentados; pero Novoa parecía haber sufrido el +contagio de las ilusiones de su compañero, y sintió la necesidad de +reanimarse con una fantasía de jugador. + +--¿Sabe usted, Spadoni, cuánto puede ganarse con mil francos? Anoche me +entretuve haciendo el cálculo. + +Y señaló un pedazo de papel lleno de cifras que asomaba entre los +naipes. ¡Lo mismo que el pianista!... + +--Con mil francos, siempre doblando durante ciento cuarenta y tres +partidas (unas cuatro horas), se puede ganar un bloque de oro cien mil +millones de veces más grande que el sol. + +--¡Oh, profesor!... + +Se miraron los dos con unos ojos de ardor místico, como si realmente +estuviesen contemplando este bloque inconmensurable. ¿Qué representaba +al lado de tal visión la ganancia de unos cuantos miserables +millones?... + + * * * * * + +Toledo se iba dando cuenta poco á poco de las paulatinas +transformaciones de su amigo el sabio. + +Le preocupaba mucho el adorno de su persona; había pedido al coronel que +lo recomendase á su sastre de Niza; hacía frecuentes viajes á esta +ciudad sólo para sus compras. + +Además, jugaba. Don Marcos le sorprendió repetidas veces junto á una +mesa del Casino, de pie y meditando antes de arriesgar alguna de las +fichas que formaban breve columna oprimidas por su diestra. Parecía +deslumbrado por la facilidad de sus ganancias. Eran pequeñas cantidades, +pero ¡tan considerables en comparación con las que había recibido por +sus trabajos anteriores! Media hora le bastaba para ganar el sueldo de +un mes. Una tarde había llegado á reunir tres mil francos: más de medio +año de trabajo en la cátedra y el laboratorio.... + +Monte-Carlo le parecía un país interesante y la vida en él un descanso +plácido, que resaltaba sobre la monotonía parda y laboriosa de su +existencia anterior. El Museo Oceanográfico podía aguardarle: no se +movería durante su ausencia de la punta del peñón de Mónaco. Los +estudios de la fauna marítima no iban á progresar en unos cuantos meses. +Y cuando el director le veía entrar de tarde en tarde, con un aire +decidido, en el ambiente reposado y silencioso del Museo; cuando +reparaba en sus trajes flamantes, en la exactitud con que seguía las +modas masculinas, balanceaba la cabeza melancólicamente. No era el +primero. ¡Ah, Monte-Carlo!... Los viejos profesores miraban con un ceño +de profeta á la ciudad de enfrente. Jóvenes llegados de diversos lugares +de la tierra para estudiar los misterios del Océano acababan por hacer +cálculos matemáticos sobre las probabilidades de la ruleta. + +--Y además, tiene el amor--decía Castro al comunicarle Toledo sus +impresiones sobre Novoa--. Cuando no juega está al lado de esa Valeria. + +Eran novios. El profesor lo había comunicado misteriosamente á todos sus +amigos, luego de rogar á cada uno que guardase el secreto. Después de +sus fútiles galanteos de estudiante, éste era el primero, el gran amor +de su existencia. Le inquietaba un poco la humildad de su situación. +¿Qué diría Valeria, cuando fuese su esposa, al enterarse de lo poco que +ganaba como sabio?... Pero inmediatamente ponía su esperanza en el +juego, aquella fortuna no sospechada que se le ofrecía ahora +diariamente. + +--Que siga esto unos cuantos meses--afirmaba ante el coronel--, y habré +reunido un capitalito antes de terminar el período de mis estudios. +Todos los días guardo algo, y eso que ahora gasto más que nunca. Hay que +ser _chic_, como mi novia. + +Toledo se limitaba á contestar con una sonrisa equívoca. + +La dicha de Novoa iba acompañada de cierto orgullo. Tenía á su futura +compañera por una gran dama, de mayor capacidad intelectual y más serios +estudios que todos las de su clase. Era pobre, y por eso vivía en un +estado casi de servidumbre. Pero viéndola en trato familiar con la +duquesa de Delille, la consideraba tan importante como la otra, acabando +por confundir las cosas de ambas en un interés común. Y como doña +Clorinda era ahora adversaria implacable de Alicia, y Atilio admitía +ciegamente las ideas y caprichos de «la Generala», una sorda animosidad +empezó á surgir entre los dos hombres, que hasta entonces se habían +tratado con amable indiferencia. + +--¡Las mujeres!--murmuraba Toledo al observar este odio progresivo--. +Bien decía el príncipe... + +Pero otras preocupaciones más importantes atormentaron al coronel. Se +había iniciado la temida ofensiva. Los telegramas de la guerra eran +lacónicos y tristes. Retrocedían los aliados ante el avance alemán. Sus +líneas no se rompían, pero vacilaban, se encorvaban bajo los abrumadores +golpes del enemigo. Todos los días se perdían docenas de pueblos y +grandes espacios de terreno. + +Don Marcos protestaba de la imprevisión de los generales con una cólera +de primario, uniendo sus quejas á las del vulgo. + +--Ya lo anuncié yo--decía con suficiencia en los corrillos del atrio del +Casino, donde le escuchaban por su condición de militar--. El kaiser ha +aglomerado en Francia todas las tropas que tenía en Rusia. ¿Quien no +esperaba esto?... Y los nuestros son indudablemente inferiores en +número. + +El bombardeo de París acabó de desorientarle en sus apreciaciones de +estratega. «¡Mentira!», dijo trente al tablón de los telegramas, al leer +que los primeros proyectiles habían caído sobre París. No era posible: +lo afirmaba él, que estaba bien enterado del alcance de la artillería +moderna. Y al conocer la existencia de cañones que tiraban a más de cien +kilómetros, quedó desconcertado. «¡Qué tiempos! ¡qué guerra esta!» + +Cuando le consultaban las señoras en el Casino ó en el Hotel de París, +mostraba un optimismo inquebrantable ante las malas noticias. + +--Eso no es nada: va á venir la reacción. Los nuestros se retiran para +tomar mejor la ofensiva. + +Al quedar solo, se desplomaba esta seguridad, dejando al descubierto una +fe vacilante, igual á la de los otros. + +--Van á llegar hasta París, si Dios no lo remedia--se decía--. Será +necesario un milagro, otro milagro como el del Marne. + +Porque el buen coronel seguía creyendo firmemente que la primera batalla +del Marne había sido un milagro de Santa Genoveva, de Juana de Arco ó de +otra personalidad bienaventurada que podía intervenir en los combates de +los hombres, como intervenían los falsos dioses cantados por Homero. ¿No +peleó Santiago en las batallas de España siempre que los cristianos +atacaban á los moros?... + +--El prodigio ha resultado inútil--decía amargamente--. Habrá que +repetirlo; habrá que empezar otra vez, después de cuatro años de guerra. + +Con el bombardeo de París se había acrecentado muchísimo en unas semanas +la población de la Costa Azul. Los trenes llegaban desbordantes de +fugitivos. Las calles de Niza estaban repletas de forasteros como en los +años de paz, cuando se celebraban las fiestas de Carnaval. Monte-Carlo +veía aumentar considerablemente su público y se abrían nuevas salas en +el Casino. + +Pasaba Toledo la tarde y las primeras horas de la noche en el atrio, +esperando siempre buenas noticias, aceptando las malas con un optimismo +ágil que encontraba excusa y justificación á todo. + +Se iba agrandando el círculo de sus amistades. Todos los días encontraba +rostros conocidos que no había visto en mucho tiempo: estrechaba manos, +devolvía saludos. «¡Usted aquí!...» El cañón disparado sobre París á +fabulosas distancias poblaba los salones de juego con una muchedumbre de +buen aspecto, casi tan numerosa como la de los años tranquilos. + +Don Marcos seguía anunciando la reacción, la contraofensiva para el día +siguiente, como si estuviese en misteriosa correspondencia con el +Cuartel General. Y la cólera que despertaba en él este fracaso diario de +sus vaticinios iba á desplomarse sobre los que jugaban.... ¡La vida, la +indecente vida, con sus apetitos que no conocen la moral, con sus +egoísmos brutales! + +En torno del coronel, las gentes parecían afligirse un instante leyendo +las malas noticias. Luego, los más, entraban en las salas de juego. Tal +vez era por inconsciencia, tal vez por un ansia de aturdirse pidiendo al +azar las ilusiones del alcohol; pero la bolita de marfil giraba sin +descanso en numerosas ruletas, los naipes no cesaban de caer en doble +fila sobre las mesas del «treinta y cuarenta», la aglomeración en torno +de los tableros verdes iba en aumento. + +Era un público nervioso, discutidor, irascible, que perdía con facilidad +sus buenas maneras por un simple incidente. La acometividad de los +lejanos combates se esparcía como un soplo feroz en torno de las mesas; +las mujeres tenían ademanes belicosos. Cada cañonazo contra el lejano +París parecía aumentar el arroyo de dinero que chorreaba sobre +Monte-Carlo. + +Cuando Toledo intentaba exponer sus opiniones y planes estratégicos en +Villa-Sirena, encontraba un público menos atento que el del atrio del +Casino. El príncipe tenia cosas más interesantes en que pensar. Novoa +mostraba una alegría egoísta, como si considerase este período el mejor +de su existencia y las desgracias del mundo sirviesen para dar un sabor +más intenso á su dicha misteriosa. Spadoni escuchaba las cosas de la +guerra lo mismo que si le hablasen de fábulas lejanas. + +El estaba por la realidad, é interrumpía al coronel para contarle cosas +más interesantes. Ahora despreciaba al Casino, para frecuentar el +_Sporting-Club_, donde se reunían los jugadores más audaces, empleando +con preferencia fichas de cinco mil trancos. Un griego que había sido +simple marinero en sus mocedades tronaba allí como un personaje de +epopeya, admirado por las damas en traje de baile y los graves señores +puestos de frac que se reunían en este círculo aristocrático. Había +aprendido á leer y escribir siendo ya maduro, pero poseía una fortuna +enorme. La noche anterior, en cuatro horas de talla, había ganado un +millón doscientos mil francos. Spadoni lo había visto con sus ojos, é +imitaba el gesto del héroe al levantarse de la mesa llevando un cestito +de mimbre entre las manos; un mísero cestito que contenía, como si +fuesen barreduras del suelo, montones de papeles azules, montones de +fichas de cinco mil francos. ¡Que no le hablasen á él de generales y +batallas! ¡Este era un hombre! + +Castro había escuchado una noche al coronel con un silencio de mal +augurio y los ojos fríamente agresivos. De pronto, interrumpió los +planes estratégicos de don Marcos. + +--¿Y á usted cuándo lo ascienden? + +Muchos de los generales célebres en la actualidad eran simples coroneles +al iniciarse la guerra. Ya era hora de que Toledo diese un salto en el +escalafón. + +Y el pobre don Marcos, lastimado por esta burla cruel, contestó +dignamente: + +--Me contento con lo que soy, señor de Castro. + +Sabía perfectamente lo que era: coronel, y no deseaba ser mas. Y en su +pensamiento repitió varias veces que no deseaba ser más. + +A pesar de que en Villa-Sirena cada uno se preocupaba de sus propios +asuntos, mostrándose distraído en sus relaciones con los otros +huéspedes, el mal humor de Atilio iba haciendo penosa la vida común. + +Toledo presentía el motivo de esta conducta. Doña Clorinda le trataba +mal indudablemente, y él, á su vez, se vengaba de sus humillaciones y +disgustos mostrándose áspero ó irónico con los amigos. El coronel había +tenido que calmar á aquella señora cuando la encontraba en el Casino +comentando las noticias de la guerra. Sentía hostilidad contra todos los +varones sin uniforme; faltaba poco para que los insultase. + +--¡Emboscados! ¡cobardes!... ¡Si yo fuese hombre!... + +Aunque no lo era, necesitaba hacer algo; y se consumía de impaciencia +por no poder emplear su actividad en el frente, bajo el silbido de los +proyectiles. Al fin dió con el medio de ser útil. + +Quiso marcharse á París. Cuando todos los que podían escapar se +apresuraban á hacerlo, ella iría á instalarse en su antigua casa, +desafiando con su presencia el cañón y los aviones enemigos. + +Castro se atrevió á insinuar tímidamente la ineficacia de este +sacrificio. El coronel añadió, con su competencia profesional, que le +parecía un disparate; pero ella no estaba dispuesta á modificar sus +deseos. + +Ponía en la suerte de la guerra un apasionamiento nervioso, una +vehemencia igual á la que perturbaba sus relaciones amistosas. + +--De no triunfar los aliados, mi vida será imposible. ¡Cómo se burlarían +esos canallas!... Prefiero morir. + +Los canallas eran sus amigos de antes de la guerra, gentes de diversas +nacionalidades que simpatizaban, por snobismo ó por interés personal, +con los alemanes. «La Generala», de un amor propio que infundía miedo, +deseaba morir, y lo deseaba de veras, antes que ver triunfantes á los +que había escogido como enemigos. + +--¡Si yo fuese hombre!... + +Y Atilio, que buscaba las ocasiones de estar cerca de ella en el Casino, +ó exageraba la belleza de ciertos lugares para inducirla á paseos +solitarios, huía apresuradamente ante estas palabras, en las que +adivinaba un insulto. + +Luego, al verse en Villa-Sirena, su amorosa sumisión se convertía en +hostilidad para los demás. + +Había descubierto que odiaba á Novoa, ó mejor dicho, que debía odiarlo +lógicamente. Doña Clorinda estaba reñida con Alicia, y aquella +marisabidilla que tanto entusiasmaba al profesor era la acompañante y +protegida de la duquesa. Por esto él debía ser enemigo de Novoa, como +dos hombres que no se han hecho ningún daño particularmente, pero +pertenecen á dos naciones en guerra. + +Además--y esto no quería confesárselo--, le daba cierta envidia el aire +satisfecho y triunfante del sabio. Novoa no sufría repulsas y desvíos; +era la mujer la que lo buscaba, esforzándose por halagar sus aficiones, +fingiendo un interés científico por cosas que nada le importaban; todo +para conservarlo bajo su dominación. ¡Hombre feliz y antipático!... + +Como ocurre siempre que se vive en roce continuo con una persona que +empieza á no ser grata, Atilio descubrió casi á diario numerosos motivos +de molestia, que exponía á Toledo. + +Su amigo el profesor pretendía burlarse de él, y no estaba dispuesto á +tolerarlo. Un día había tenido que aguardar media hora en casa de su +peluquero. El profesor ocupaba su sillón y empleaba á su manicura. ¡Un +atrevimiento! Quería sin duda rivalizar con él, y por esto se hacía +vestir por su mismo sastre de Niza. ¡Otra insolencia! Además, no sabía +llevar la ropa... Hasta sospechaba que, para ser grato á su novia y á la +protectora de ésta, debía permitirse hablar mal de cierta dama, ¡y si él +llegaba á saberlo!... + +Pero el coronel no prestó atención á tales amenazas. Las tristes +novedades de la guerra quitaban toda importancia á los asuntos de su +vida corriente. + +Los alemanes seguían avanzando hacia París. El retroceso de los aliados +continuaba bajo los repetidos golpes del enemigo. Las ilusiones de +Toledo disminuían por momentos. Ya dudaba de todo. Los invasores eran de +una superioridad numérica aplastante. + +Sólo tenia una esperanza. ¡Si llegase á ser verdad el auxilio prometido +por los Estados Unidos! ¡Si no resultase un _bluff_, como creían +muchos!... Ahora, con la imaginación, sólo veía la América del Norte, +sus puertos llenos de muchedumbres en armas, las azules planicies del +Océano aradas por miles de buques que venían á desembarcar en Europa +ejércitos interminables. Y como transcurrían semanas sin que se +realizasen sus ilusiones, daba consejos á Wilson desde las arboledas de +Villa-Sirena ó entre las columnas de jaspe del atrio del Casino. + +--¿En qué piensa ese señor?... ¿Por qué no vienen? Si no se apresuran, +todo habrá terminado antes de su llegada. + +La discordia y la guerra le tocaron de más cerca, dentro de sus +dominios, haciéndole considerar por unas horas la conflagración general +como un asunto de secundario interés. + +No supo ciertamente cómo se fué iniciando la pelea; pero una noche, +durante la comida, notó que Castro y Novoa, con estudiada frialdad, +cruzaban sus palabras lo mismo que si fuesen espadas. El príncipe no +podía adivinar esta animadversión de sus dos amigos, pues nunca, en su +presencia, abandonaban las formas corteses. Además, ocupado en sus +propios pensamientos, no se dió cuenta de que el profesor se había +vuelto algo pendenciero, excitado sin duda por la hostilidad de Atilio. +Novoa hizo una leve alusión á la belicosa «Generala», que pretendía +marcharse á París, como si su presencia pudiese influir en la guerra. +Castro vió en esto un reflejo de la enemistad de la duquesa. +Indudablemente, Valeria se había reído con él de los entusiasmos de doña +Clorinda. Y cerró contra la protegida de Alicia, una hambrienta, una +pedantuela, que se rozaba con señoras y sólo era una doméstica. El no +comprendía los amores sentimentales con mujeres de esta clase... Sintió +tentaciones de atacar igualmente á la de Delille, pero se contuvo +recordando que era parienta del príncipe. + +Los dos hombres quedaron silenciosos y pálidos, mirándose como enemigos. + +Al día siguiente, Atilio, antes de marcharse al Casino, llamó aparte á +don Marcos. Tal vez tuviese pronto un lance de honor: ¿podía contar con +él para que le apadrinase? + +El coronel se irguió, frunciendo las cejas con un gesto grave. Llevaba +varios años sin cumplir esta solemne función, para la cual parecía haber +nacido. Su último duelo databa de ocho años antes: un encuentro en la +frontera italiana entre dos señores que se habían abofeteado por una +trampa de juego. + +Aún se hizo más sombrío su rostro mientras se inclinaba en señal de +asentimiento, llevándose una mano al pecho. Como en don Marcos todas las +acciones se acoplaban con detalles de indumentaria, y creía imposible +realizar un acto sin el uniforme correspondiente, recordó en seguida +cierta levita olvidada mucho tiempo en su ropero, á la que él llamaba +«la levita de los desafíos»; una prenda negra, de corte napoleónico y +largos faldones, que sacaba á luz siempre que era padrino y le +pertenecía por su carácter militar dirigir el combate. + +--Acepto. Un caballero no puede negar este servicio á otro caballero. + +Y aceptaba con verdadero agradecimiento, pensando en la conveniencia de +airear, fuera de su prisión alcanforada, aquella vestidura grave como la +muerte. + +Pero en la misma tarde le buscó Novoa. Este hablaba tímidamente, sin la +elegante indiferencia de Castro, con cierta sospecha de que pudiera +estar haciendo una necedad. Tal vez tuviese pronto un lance de honor. + +--Como no entiendo de eso, coronel, usted será mi padrino... Mis +estudios han sido otros; pero cuando se insulta á una señora, cuando veo +atropellada á una joven indefensa, me considero tan hombre como el más +valiente. + +Don Marcos dió un salto... ¡Ah, no! Sus ojos se abrían á la verdad. +Olvidó el oreo de su levita; podía seguir embalsamada en su encierro. Y +como el profesor era menos temible que el otro, descargó en él su +indignación. ¡Pensar en batirse por unas nonadas, cuando millones de +hombres daban su sangre por grandes ideales!... Y él, que había +recordado tantas veces como acciones heroicas sus trabajos de padrino, +hizo un gesto repelente, lo mismo que si le propusieran algo contra su +honor. + +Pocos días después, Novoa habló al príncipe con una brevedad que +ocultaba mal su emoción. Estaba muy agradecido al dueño de Villa-Sirena; +nunca olvidaría la dulce existencia en este retiro; pero necesitaba +volver á su antiguo alojamiento. Nuevos trabajos científicos le +obligaban á vivir en Mónaco; el director del Museo se quejaba de sus +ausencias. + +Y se marchó, para instalarse en una pobre casa de la ciudad vieja, +renunciando á las comodidades y abundancias de aquel palacio regentado +por el coronel. + +A pesar de tales excusas, el príncipe manifestó sus dudas á Toledo. No +veía con claridad en esta fuga. Tal vez existía otro motivo que él no +llegaba á adivinar. + +--Sí; tal vez--contestó sonriendo don Marcos--. Debe ser asunto de +faldas. + +Asintió Miguel. Indudablemente, era por Valeria. Viviendo en Mónaco se +consideraba más libre para sus entrevistas con aquella muchacha. + +--¡Ay, las mujeres!--exclamó el príncipe--. ¡Qué poder tienen sobre +nosotros! + +--¡Y cómo perturban las relaciones entre los hombres! + +La voz de Toledo al decir esto era tan desolada como fué la del príncipe +al enumerar á sus amigos las ventajas de vivir alejados de la mujer. En +cambio, Miguel aceptaba ahora la dominación femenil, y casi envidió á +este sabio porque volvía á su antigua modestia para encontrar con más +frecuencia á Valeria. + +El era menos dichoso. Transcurrían los días sin que consiguiese repetir +su paseo con Alicia por los jardines de Mónaco. + +--Te amo--decía ella--. Puedes creer que no olvido aquella tarde... Más +adelante haremos la misma excursión. Ahora no; sé cuál sería el final. +Me es imposible... Pienso en mi hijo. + +No dudaba Miguel de esto último; pero algo más que la inquietud por el +ausente ocupaba el pensamiento de ella. Volvía á entregarse al juego con +las cantidades encontradas en su casa. Hasta sospechó el príncipe si +habría vendido ó empeñado el alfiler con que reparó el desgarrón de su +vestido. Después de regalarle la perla de la princesa Lubimoff, no la +había visto más. Alicia parecía insensible á los primeros esplendores de +la primavera. + +--Un día iremos--dijo, al recordarle él los jardines de San Martino--. +Te lo prometo. Pero necesito verme libre de preocupaciones; haberlo +perdido todo ó ganado todo. Debo aprovechar el tiempo... Ya ves; ahora +la fortuna parece que vuelve á acordarse de mí. + +Ganaba poco, pero ganaba; y esto le hacía esperar la repetición de +aquella racha de buena suerte que había conmovido al Casino. + +Por las noches se retiraba contenta. Tenía tres mil ó cuatro mil francos +más; pero ¿qué era esto?... Se lamentaba de la escasez de su capital. +Quería hacer el gran juego, para recuperar todo lo perdido. Así, poco á +poco, no llegaría nunca. ¡Si pudiese reunir otra vez aquellos treinta +mil francos, que subían ó bajaban, pero manteniéndose siempre fieles!... + +Miguel permanecía en el Casino horas y horas, cerca de la mesa de ella, +atisbando una ocasión propicia, sin poder conseguir mas que breves +conversaciones en un descanso del juego ó al tomar el té en el _bar_ de +los salones privados. + +Una mañana fué á sorprenderla en su «villa». Eran las diez. Encontró á +Valeria, que acababa de ponerse el sombrero y parecía contrariada por +esta visita. Tal vez iba á Mónaco; tal vez su hombre de ciencia la +aguardaba en alguna callejuela de Monte-Carlo. + +--La duquesa se fué á la fábrica--dijo sonriendo--. Debe estar ya en +pleno trabajo. + +El Casino era «la fábrica» para los jugadores, y llamaban de buena fe +«trabajar» á sus angustias y cabildeos en torno de las mesas. + +Sin duda había pasado gran parte de la noche haciendo números, para +correr al Casino á la hora de su apertura, con los ojos cargados de +sueño, sin fijarse en el adorno de su persona, como si le faltase el +tiempo para poner en práctica alguna portentosa combinación acabada de +inventar. + +Siempre que la encontraba, el príncipe, con una astucia pueril, aludía á +la suerte de su hijo. Sólo así lograba que saliese de sus preocupaciones +de jugadora que la tenían en perpetua distracción, hablando y sonriendo +automáticamente, con una mirada de sonámbula. + +Lubimoff le mostró una tarde varios telegramas y cartas de Madrid, de +París, de Berna. Reyes y ministros se ocupaban en averiguar la suerte +del aviador desaparecido. Hasta de Berlín llegaba la promesa, por +conducto de una Legación neutral, de buscar á este joven en todos los +campos de prisioneros. Sospechaban que debía estar confinado en Polonia +en un campamento de castigo. + +Alicia se lanzó con vehemencia á medir el tiempo, como si la anhelada +noticia fuese á llegar de un momento á otro. + +--¡Por Dios te lo pido, Miguel! Escribe, telegrafía hoy mismo. Diles á +esos señores tan buenos que me contesten directamente. Podría llegar el +telegrama ó la carta á tu «villa» mientras tú estas fuera, ¡y yo sin +saber nada horas y horas!... No; que se dirijan á mí. Todos los días, al +salir, le encargo á mi jardinero que si llega un telegrama me lo traiga +al Casino. ¡Figúrate mi impaciencia!... Di que vas á hacer eso. +Prométeme que no lo olvidarás. + +Lo único que podía olvidar el príncipe eran sus asuntos personales +cuando estaba al lado de Alicia. Sólo pensaba en el descubrimiento de +aquel cautivo, del que dependía su felicidad. + +--¡El día que sepa con certeza que vive!... Verás entonces cuán distinta +soy. No te aburriré con mis tristezas: encontrarás á otra mujer. + +Y efectivamente, su sonrisa, sus miradas prometedoras, le hacían +encontrar otra vez á la Alicia que había marchado junto á él por el +camino de la costa con la boca pegada á la suya en un beso interminable. + +Al quedar solo, le asaltaban sus propias tristezas y preocupaciones. +Había recibido noticias de Rusia por varios fugitivos que acababan de +librarse de la persecución revolucionaria. Los que administraban sus +bienes allá habían sido asesinados. El palacio Lubimoff servía de +residencia á un comité bolchevique. Sus minas eran propiedad nacional, +aunque nadie las trabajaba; sus tierras estaban repartidas; varios +personajes obscuros, antiguos ropavejeros y comerciantes de líquidos +alcohólicos, se habían hecho dueños de sus casas, no sabía cómo. Y al +mismo tiempo que estas noticias inquietantes para su porvenir, llegaban +otras que le herían en sus mejores recuerdos. Una gran dama de la corte, +con la que había tenido unos amores de grata memoria, vendía ahora +periódicos en las calles; otra muy elegante, que lanzaba las modas en +Petersburgo, barría la nieve y había perdido varios dedos por el frío. +Podía contar á docenas sus amigos muertos; unos, en montón, á tiros de +revólver, en el fondo de una mazmorra; otros, fusilados. Varios habían +perecido de hambre, como morían años antes los de abajo, que ahora +tomaban su desquite. + +Todos estos horrores despertaban su egoísmo, haciéndole encontrar nuevos +encantos á su situación. El mundo había caído en una demencia +sanguinaria. En Oriente y Occidente los hombres se agitaban como fieras, +mientras él permanecía tranquilo junto al más risueño de los mares, con +una pasión, con un deseo que llenaba su existencia, poco antes vacía, +resucitando los entusiasmos y las vehemencias de la juventud. A la misma +hora en que tantos miles de seres morían en masa, borrándose pueblos +enteros de la superficie del planeta, él vivía sometido á una mujer, y +encontraba muy dulce esta servidumbre... + +Una tarde, en el _bar_ de los salones privados, Alicia le habló con +resolución. Necesitaba hacer el gran juego. Ya estaba harta de +«trabajar» con pequeñas cantidades, consiguiendo ganancias modestas. +Además, despreciaba el Casino, con sus puestas limitadas, su ruleta y su +«treinta y cuarenta», juegos casi mecánicos en los que no se ve enfrente +á un banquero, sino á simples empleados, lo que da la impresión de estar +luchando con una máquina formidable, pero de funcionamiento monótono, +sin fantasía, sin alma. Ella necesitaba el _baccará_. Tenía reunidos +otra vez treinta mil francos: ¡ó la gran ganancia ó nada! Prefería +perderlo todo y acabar de una vez. + +--Esta noche en el _Sporting_. No digas que no: te necesito. Tengo la +corazonada de que esta noche va á ser decisiva para mí... y tal vez para +ti. Colócate enfrente: que yo te vea. Acuérdate que en las tardes buenas +tú estabas cerca. Me darás la suerte... No muevas la cabeza; te digo que +me darás la suerte. + +Lo afirmó con tal convicción, que Miguel desistió de su negativa. + +--Ven; tú ganarás: te lo prometo. Vas á ganar, sea cual sea el +resultado. Si me dejan limpia, mañana pasearemos por los jardines de +Mónaco, como la otra vez. Y si gano... ¡si gano lo que yo deseo!... + +No necesitó decir más. Su mirada y su sonrisa entusiasmaron á Miguel. Le +vería en el club. + +Aquella noche, Castro y Toledo se sorprendieron al notar que el príncipe +se sentaba á la mesa vestido de _smoking_ lo mismo que ellos. + +--El patrón no se queda en casa--dijo Atilio al coronel--. Va á la +ópera, como nosotros. + +Fué al teatro del Casino para distraerse hasta media noche. No supo con +certeza qué personas le hablaron en los entreactos ni qué manos +estrechó. Tuvo que hacer un esfuerzo repetidas veces para acordarse del +título y del autor de la ópera. Lo mismo le daba esta música que otra. +Era un arrullo que mecía sus pensamientos, calmando su emoción: una +emoción compuesta de miedo y de esperanza. + +En el primer acto, deseó que Alicia lo perdiese todo, absolutamente +todo; así sería más suya, dependería en absoluto de él, con una +esclavitud dulce. Luego, en los actos sucesivos, pensó en la +desesperación de Alicia después de esta pérdida. Era una apasionada, que +ponía en el juego vanidades de artista. Lamentaría tal vez, más que el +dinero desaparecido, su fracaso personal. No; era preferible que ganase. +Pero ¡qué larga resultaba esta música!... ¡con qué lentitud marchaba el +reloj!... + +Pasadas las once, cuando fué aclarándose en el atrio el público salido +de la ópera, Miguel se metió en un ascensor, que le hizo bajar á las +entrañas del suelo, y siguió después un subterráneo, cuyo estuco +policromo reflejaba el brillo de las luces eléctricas. Marchaba por +debajo de la plaza del Casino, cruzada en aquel momento por numerosos +carruajes. Otro ascensor le subió á un gran salón con columnas. Era el +_hall_ del Hotel de París. Vió damas vestidas de _soirée_, señores +puestos de _smoking_, la concurrencia habitual de los hoteles de lujo, +que se pone su uniforme para comer y se queda haciendo la digestión en +los profundos sillones, mirándose sin decir nada ó hablando en voz baja, +lo mismo que en una iglesia, hasta que la rinde el sueño. + +Saludó de lejos á varios conocidos que se incorporaron deseosos de +entablar conversación, fingió no ver á ciertas damas que le sonreían, +moviendo la cabeza para llamarle, y entró en un segundo ascensor, +hundiéndose de nuevo en la tierra. Este subterráneo era curvo y sus +paredes decoradas con pinturas pompeyanas. Se extendía por debajo de dos +hoteles y sus jardines. De nuevo una caja ascendente lo llevó más arriba +de la superficie del suelo. Abrió una puerta de cristales. Un viejo +lacayo con casaca azul, calzón corto y medias blancas se inclinó algo +sorprendido al reconocer después de una breve vacilación al príncipe +Lubimoff. Estaba en el _Sporting-Club_. + +Hacía años que no había entrado allí: desde antes de la guerra. El no +era jugador, y sólo su interés por algunas mujeres le había hecho pasar +las noches en esta sociedad elegante, que, como muchas de su clase, no +era mas que un garito. + +Los salones resultaban pequeños después de media noche; se caminaba +pisando colas de vestidos femeninos; había que valerse de hábiles +deslizamientos para pasar entre los grupos. Todos fumaban, las mujeres +más que los hombres, y la atmósfera se enrarecía con el humo del tabaco +y el vaho de los bustos desnudos, algo sudorosos bajo su capa de +blanquete. Al olor de la carne femenil se unía un perfume moribundo de +flores marchitas. Los ricos despreciaban las muchedumbres del Casino, +encontrando en el amontonamiento de este club un signo de distinción. +Jugaban entre ellos, considerándose á cubierto de una mala vecindad en +la mesa, de roces con personas sospechosas que resultaban frecuentes en +los salones públicos. Para entrar aquí era preciso ofrecer garantías; +padrinos que respondiesen de la honorabilidad del presentado. + +El príncipe conocía bien á esta concurrencia brillante. Se encontraban +en ella individuos de familias reales, herederos de coronas que estaban +de paso en la Costa Azul, banqueros famosos, millonarios de todas las +partes del mundo, damas célebres por su nacimiento, por su hermosura ó +por sus joyas, muchas cocotas famosas y vetustas, y algunas jóvenes y +frescas que deseaban llegar pronto á la vejez, como si esto fuese una +condición de la celebridad. Todas ellas se habían exhibido sobre +escenarios para mostrar conejos amaestrados, para bailar mediocremente, +para cantar sin voz, y entraban en el club bajo el título vago de +«artistas». + +Miguel avanzó á través de una atmósfera caldeada por las respiraciones y +los desfallecientes perfumes. Tuvo que fijarse en dónde ponía sus pies, +lo mismo que en otra época. Ahora, los vestidos femeninos eran muy +cortos y las piernas se mostraban descubiertas con tranquilo impudor. La +guerra recortaba las faldas, como si las mujeres, obligadas á correr en +pleno campo, hubiesen tomado por modelo á la antigua cantinera. Pero +casi todas, para no romper enteramente con la majestuosa tradición, +habían añadido al faldellín de moda una cola estrecha y aguda como una +lengua, que seguía sus pasos. + +Una dama salió al encuentro de Lubimoff, y éste tardó en reconocerla. +¡Hacía tantos años que no había visto á Alicia vestida de _soirée_! Su +traje databa de antes de la guerra, pero era rico y la duquesa lo +llevaba con el mismo garbo que en sus tiempos de opulencia. El largo +collar de perlas adquiría un aspecto de autenticidad sobre su persona, +así como los demás adornos. Se adivinaba en ella un arreglo +extraordinario con motivo de su visita al club. + +Lo frecuentaba poco; este público, compuesto de antiguos amigos, hablaba +demasiado, estorbándola en sus cálculos de jugadora. Prefería el Casino, +con sus vastos salones y su muchedumbre abigarrada que se expresa en +diversas lenguas. Era plebeya en su juego: tenía la superstición de que +la fortuna acude ante todo allí donde sus devotos forman masa. La +corazonada de su buena suerte y el juego del _baccará_, que únicamente +funcionaba allí, le habían decidido á faltar por una noche á sus +costumbres habituales. + +El príncipe la felicitó por su hermoso aspecto, por su traje, por sus +perlas... + +--Falsas, escandalosamente falsas, hijo mío--dijo riendo y mirando en +torno de ella--. Pero bien sabes que la mayor parte de las que llevan +las otras no son mejores. ¡Ay, las perlas! Si se juntasen todas las que +se lucen en el mundo, resultaría que el mar no tiene espacio para haber +producido la décima parte. + +Se llevó á Miguel hacia el _bar_. Quería pedirle un favor. A las doce +empezaba la partida de _baccará_; ella había solicitado la banca, pero +los reglamentos del club se oponían á su pretensión. ¡Pobres mujeres! +Hasta en el juego estaban condenadas á una inferioridad degradante. +Podían perder su fortuna confundidas en la masa de los «puntos», pero +les estaba vedado ser banqueras. Los legisladores de esta sociedad y de +otras semejantes temían sin duda que las mujeres fuesen más dadas á la +trampa que los hombres. Ella, la duquesa de Delille, no podía ser igual +al marinero griego que tallaba todas las noches con una suerte +inverosímil, haciendo incurrir al público en sospechas y malos +pensamientos. + +--Exigen un hombre que talle por mí, que aparezca como banquero, aunque +todos sepan que el capital es mío, y he pensado que tú puedes hacerme +ese favor. Me gusta que vayamos juntos... ¡juntos en este negocio que es +para mí de vida ó muerte! Además, estoy segura del éxito si tú tallas. +¡Y qué acontecimiento! ¡Cómo acudirán los «puntos»! ¡El príncipe +Lubimoff haciendo de banquero!... + +Pero no pudo continuar. Miguel la interrumpió con un gesto rotundo de +negativa. Era inútil cuanto dijese. Se indignaba solamente ante la +suposición de que le vieran sentado á la mesa verde jugando un dinero +que no era suyo y teniendo á Alicia á sus espaldas. Además, estaba +seguro de perder. + +La duquesa se separó de él apresuradamente. Pasaba el tiempo, y de un +momento á otro iban á adjudicar la banca. Creyó de nuevo en su buena +estrella al ver á un joven deslizándose tímido entre los grupos. + +--¡Spadoni!... ¡Spadoni! + +Palideció el pianista al escucharla. ¡Oh, duquesa!... Temblaba y +balbuceaba de emoción. ¡El tallando en el _Sporting-Club_, ante el +público elegante de las noches de ópera, manejando miles de francos, con +todas las miradas fijas en su persona... Era el coronamiento de una +carrera: después de esto, morir. + +Dos jugadores habían solicitado la banca: el célebre griego y un +industrial de París que se estaba enriqueciendo fabulosamente con la +fabricación de material de guerra. Spadoni su presentó también, llevando +en un bolsillo los quince mil francos necesarios para tomar la banca. +Había que echar suertes entre los tres solicitantes. Un empleado del +club trajo una botella de mimbre que contenía diez bolas numeradas, y +después de agitarla, arrojó tres sobre la mesa: una para cada uno. +Alicia, metida entre ellos con una familiaridad varonil, casi palmoteó +de alegría. La suerte había favorecido á Spadoni; de él era la banca. +Mas el pianista, respetuoso de los privilegios que merece el genio, se +excusó modestamente y pidió perdón con la mirada y la sonrisa á su rival +el griego. + +Era un hombre obeso, casi cuadrado, de tez morena y lustrosa, bigote +negro y unos ojos algo oblicuos, de fijeza agresiva, que recordaban los +del jabalí. Sus abuelos habían sido piratas en el Archipiélago, y él, +viendo cortada esta carrera heroica, hizo el contrabando en su juventud. +Spadoni, algo intimidado por la majestad del grande hombre, balbuceaba +excusas con los ojos fijos en su pechera brillante ornada de perlas y en +el chaleco de seda gris que cubría su recio vientre. El griego le +contestó con un mugido de mal humor, alejándose luego de hacer una +reverencia á la duquesa casi igual á las que había visto en el teatro. +Aunque apenas sabía leer, estaba enterado de cómo hay que tratar á una +dama que declara la guerra. + +Las doce de la noche. Cesó el juego en las mesas de ruleta y «treinta y +cuarenta». El público se fué aglomerando en la sala del _baccará_. Había +circulado la noticia: el pianista Spadoni, considerado por todos como un +parásito armonioso, iba á ocupar el mismo sitio que era las otras noches +del griego; pero en realidad, la banca pertenecía á la duquesa de +Delille. + +En torno de la mesa se formó una triple fila de personas, oprimidas +pecho contra espalda, incrustándose unas en otras para ver mejor sobre +los hombros inmediatos. + +Spadoni sonreía, pero acabó por intimidarle la curiosidad irónica fija +en su persona. Muchos de los que le contemplaban eran importantes +personajes que siempre le habían infundido gran respeto. Por fortuna, +sentía á sus espaldas á la duquesa, sentada con un aire de patrona, +vigilándole autoritariamente. Si cometía algún error, esta gran dama era +capaz de pegarle... ¡Animo y adelante!... + +El _croupier_ colocado enfrente para cobrar y pagar barajaba los naipes +antes de introducirlos en un doble cajoncito, del que debía extraerlos +el banquero. ¡Pobre banquero! Considerando el público extraordinaria su +elevación, quería reir á toda costa. Al sentarse en su asiento +presidencial, los curiosos encontraron muy graciosa la timidez del +pianista, y una risa franca saludó su presencia. Hizo una pregunta en +voz baja al _croupier_, y se repitió la explosión de regocijo. Las +mujeres se mostraban las más expansivas al pensar que su burla, pasando +por encima de Spadoni, podía herir á la que lo había puesto allí. El +gesto de extrañeza del músico ante esta hilaridad sólo sirvió para +prolongarla escandalosamente. Todos reían por contagio viendo su cómico +asombro. De pronto, una voz ruda cortó el regocijo general. + +--¡Banco! + +La voz del griego. Se había sentado á la derecha de Spadoni con el aire +enfurruñado del que contempla una enorme injusticia y cree necesario +repararla. No podía tolerar que este personaje grotesco ocupase el mismo +sitio donde él era admirado todas las noches. Tampoco consideraba +admisible que una dama se mezclase en negocios que sólo pertenecen á los +hombres. Sentía la extrañeza y el escándalo del que presencia un +desorden en el ritmo de las cosas naturales. El mundo estaba +trastornado: los aprendices querían ser maestros; ya no se respetaban +las categorías; era preciso terminar de una vez. «¡Banco!» + +Se estremeció el príncipe. Los quince mil francos de Alicia estaban en +peligro. Aquel hombre no quería que la banca continuase. Si ganaba, +desaparecía de golpe todo el capital puesto por Alicia; si perdía, se +doblaba el dinero de ésta... Pero iba á ganar indudablemente. ¡Cuando un +hombre de tan buena suerte se atrevía á hacer esto!... + +Quedó aterrado Spadoni al oir la voz del grande hombre. Instintivamente +torció sus ojos hacia la duquesa, pero los apartó en seguida, más +aterrado aún por su rostro inmóvil y una mirada dura que parecía herirle +por la espalda, como si él fuese el culpable. + +El doble cajoncito, completamente listo, aguardaba junto á sus manos. +Dió cartas á derecha é izquierda, y luego extrajo las suyas. + +Mostró el griego sus cartas, arrojándolas sobre el tapete. «Ocho.» Un +murmullo de aprobación se elevó en torno de la mesa. Los admiradores de +su buena suerte se regocijaron como de un triunfo propio. Tomó las +cartas del lado opuesto, que le ofrecía el _croupier_, y las mostró +después de examinarlas rápidamente. Ahora el murmullo fué de asombro. +¡Ocho también! Iba á ganar. Era casi imposible que el banquero tuviese +un punto más alto. + +Spadoni, pálido, con la frente barnizada de sudor, descubrió sus naipes. +El público los saludó con un rugido sordo: «¡Nueve!» + +Los mismos que reían de él encontraron natural este resultado. «La +suerte protege siempre á la inocencia.» + +Y mientras el griego entregaba quince mil francos al _croupier_ +depositario de la banca, el pianista se inclinó modestamente. Algunas +jugadoras supersticiosas reconocieron que la duquesa había procedido con +gran cordura al confiar su suerte á este simple. + +Los ojos de Alicia buscaron á Miguel en el triple óvalo de cabezas. Le +sonrió levemente. Había perdido ya la dura inmovilidad con que acababa +de arrostrar este momento de emoción. Se sentía muy segura de su +triunfo. Y deseosa de asombrar á los curiosos con una calma +imperturbable, sacó de su bolso una cigarrera de oro, una larga boquilla +de marfil, y empezó á fumar. + +Después de este primer éxito, el pianista jugó con cierta autoridad. La +duquesa, inmóvil á sus espaldas, parecía comunicarle su fe. Hizo varias +tallas, siempre ganando, y al aumentar considerablemente el dinero de la +banca, se excitó la codicia de los jugadores. Los que rieron de la +torpeza de Spadoni fruncían ahora las cejas con un interés agresivo, +tomando parte en el juego. Así como aumentaba el capital, eran más +gruesas las puestas. Todos presentían una gran partida emocionante. El +banquero se había olvidado de la duquesa y de su propia humildad. Creyó +que lo que ganaba era de él; se imaginó haber descubierto el secreto +mencionado por Novoa y que iba á conseguir aquellas fabulosas ganancias +calculadas tantas veces cuando escribía docenas y docenas de ceros sobre +un papel. ¡Qué noche! ¡Y no estar allí su amigo el sabio, para que +presenciase su triunfo!... + +Lubimoff su retiró de la mesa. Le hacía daño la serenidad forzada de +Alicia, su manera de fumar mientras contemplaba con ojos felinos la +marcha del juego. Iba á cambiarse la suerte de un momento á otro: esta +ganancia continua é insolente no podía seguir. El griego se esforzaba +por ocultar su cólera, jugando y perdiendo como un simple «punto». Le +era imposible gritar «¡banco!» hasta que empezase otra talla, quedando +agotados los naipes del doble cajoncito. Pero continuaba en su puesto, +con una arrogancia de domador, convencido de que al fin llegaría á +sujetar á la burlona casualidad. Tenía más dinero que Alicia y su +representante: podía resistir, y acabaría por vencerlos. + +El príncipe se fué al _bar_, entreteniéndose en beber lentamente dos +mixturas americanas, dulces y amargas al mismo tiempo, muy cargadas de +alcohol. Quería embriagarse un poco, para sentirse al mismo nivel de +aquella mujer que tan desesperadamente jugueteaba con la suerte. + +Se vió solo. Todo el club estaba reconcentrado en la sala del _baccará_. +Miguel lamentó que Castro no estuviese en el _Sporting_. Hubieran +charlado como en la tarde que Alicia logró asirse por primera vez á las +alas de oro de la Quimera. Tal vez su ausencia era por orden de «la +Generala». El también había venido aquí arrastrado por una mujer. + +Un sordo rumor llegó de la sala de juego. Vió poco después algunos de +los curiosos que entraban en el _bar_, deteniéndose ante el mostrador +para beber. Hablaban con grandes aspavientos de asombro. Al oir el +nombre del griego repetido muchas veces, fijó su atención. Había gritado +«¡banco!» al empezar una nueva talla, cuando la banca poseía ciento +cuarenta mil francos. Sólo aquel hombre de suerte era capaz de tal +atrevimiento. Tuvo ocho, pero el pianista mostró luego sus cartas. Nueve +otra vez. Y el _croupier_ había barrido para la banca los ciento +cuarenta mil del griego. ¡Qué noche! ¡Y pensar que era el tonto de +Spadoni el que realizaba tales prodigios!... + +Algunas mujeres pasaron ante la puerta del _bar_ con aire de mal humor, +gesticulando entre ellas. Se mostraban escandalizadas é irritadas por la +fortuna de la de Delille, á pesar de que ninguna de ellas había perdido +un céntimo en el juego. Una suerte así no era natural; debía haber +trampa. No podían decir cómo era la trampa, pero existía indudablemente. + +Después pasó el griego, seguido de dos admiradores, sudoroso, con la +pechera arrugada y el chaleco subido, dejando ver la camisa entre sus +picos y la cintura del pantalón. Levantaba los hombros con desprecio. El +mundo estaba trastornado: ya no había lógica. ¡Por eso las cosas de la +guerra marchaban tan mal!... + +Y se alejó hacia el pasaje subterráneo, para volver al Hotel de París. +No quería ver mas: esta noche era para los locos. + +Tampoco el príncipe deseaba ver, y continuó en su sillón, pidiendo un +nuevo _cocktail_. Desfilaban ante las puertas los que huían amargados +por la suerte ajena y los que llegaban atraídos por la noticia del +suceso. + +Permaneció solo, como un espectador que se queda en el vestíbulo de un +teatro y escucha los lejanos estremecimientos del público. Transcurrían +largos intervalos de silencio. Después, un rumor, un suspiro colectivo, +el abejorreo de un comentario en voz baja alrededor de la mesa. ¿Seguía +ganando Alicia?... ¿Iba á verla aparecer como el otro, encogiéndose de +hombros ante los absurdos de la suerte?... + +Aún pidió un vaso más; y contemplando las espirales de humo de su +cigarro, fué adormeciéndose. De pronto se incorporó, creyendo haber +recibido un fuerte golpe en la espalda. ¡Pura ilusión! Estaba solo. Sus +ojos, al mirar en torno de él, se fijaron en el reloj. Las dos. Y se +puso de pie, dirigiéndose con lentitud á la sala del _baccará_. + +Había disminuído el público, pero todos los que quedaban intervenían en +el juego. La enorme suma reunida por la banca era una tentación. ¡No +había miedo de que los gananciosos quedasen sin cobrar! Hasta los +mirones que pasan la noche de pie, participando de la emoción ajena, +arriesgaban su dinero de luis en luis, esperando que cambiase en favor +del público esta racha de suerte que únicamente soplaba del lado de la +banca. + +Lo primero que vió Miguel fué un enorme montón de billetes de mil +francos, de placas de cinco mil, de fichas y papeles de distintos +valores. Era una fortuna. Luego se fijó en Alicia, inmóvil en su +asiento, tal como la había dejado, con un rostro inexpresivo de +cariátide. Sólo sus ojos iban maquinalmente de aquel montón de riquezas +á las manos del banquero. Fumaba... fumaba. En un platillo que un lacayo +había colocado reverentemente al lado de la victoriosa había un montón +de cigarrillos consumidos, con boquilla de oro. Parecía embrutecida por +su éxito, por la monotonía de aquella buena suerte incesante. + +El pianista mostraba cierta somnolencia en sus gestos y en su voz. El +triunfo le parecía insípido después de la fuga del admirable griego. +Igualmente habían desaparecido otros jugadores célebres, como si no +quisieran autorizar con su presencia esta fortuna absurda. Los únicos +contrincantes serios eran unos ingleses residentes en Beaulieu, que +tenían abajo sus automóviles. Les interesaba este juego extraordinario, +como si fuese un deporte original; querían luchar contra la buena suerte +de la banca, con una tenacidad británica, únicamente por el gusto de +vencerla. Ellas, huesudas y distinguidas, con amplios escotes y largas +colas, lanzaban un «¡oh!» de asombro cada vez que el _croupier_ se +llevaba con la raqueta las fuertes puestas, mientras ellos sacaban del +bolsillo interior del _smoking_ nuevos puñados de billetes, saludando su +derrota con metálicas risas. + +Spadoni perdió en un golpe veinte mil francos. Lubimoff tuvo el +presentimiento fatal del marino que percibe bajo sus pies el temblor del +buque que va á abrirse, del soldado que adivina el principio de la +derrota. + +Un segundo golpe; y la banca perdió otra vez. + +Miguel se aproximó con cierta cautela á la silla que ocupaba Alicia. + +--Son las dos. Ya es hora de retirarse--murmuró, dejando caer sus +palabras sobre la cabellera que estaba al nivel de su pecho--. Va á +llegar la mala: la siento venir. Dile á Spadoni que se levante. + +Ella elevó sus ojos para mirarle con extrañeza. Parecía ebria; no +acertaba á entender sus consejos. Y manifestó su negativa con leves +movimientos de cabeza. Tenía fe en la propia suerte. + +La suerte se encargó de reanimar acto seguido su confianza. El banquero +ganaba otra vez, llevándose todas las sumas depositadas en ambos paños +de la mesa. Pero esto no convenció al príncipe. Continuaba sintiendo +miedo, y su inquietud le hizo ser brutal. + +Se colocó á espaldas de Spadoni para hablarle discretamente, mientras +miraba en otra dirección. Debía levantarse en seguida, dando por +terminado el juego. Ya era hora. + +El banquero torció la cara y miró hacia arriba para reconocer la voz +prudente que le daba consejos desde lo alto. «¡Ah, Su Alteza!» Acompañó +este descubrimiento con una sonrisa de orgullo, satisfecho de que el +príncipe Lubimoff hubiese presenciado la hazaña más grande de su vida. + +Y siguió tallando. + +Lubimoff se irritó. Este idiota, sumergido en su gloria, no lo entendía: +y si le entendía, se negaba á obedecerle. La voz del príncipe fué +cayendo con una lentitud temblorosa sobre la cabeza que estaba debajo. +¡Spadoni, pianista de los demonios! (Aquí dos ó tres juramentos en +diversos idiomas.) Si no le obedecía inmediatamente, iba á sacarlo de un +zarpazo de su asiento, á darle una pateadura, á arrojarlo por una +ventana... + +--¡La última!--dijo el músico. + +Cuando dejó de tallar muchos respiraron, satisfechos de que terminase un +juego que parecía un maleficio. Otros contemplaban con asombro y envidia +el enorme montón de la banca mientras el _croupier_ lo ponía en orden, +formando fajos de billetes, alineando columnas de fichas de diversos +colores. + +Corrió de boca en boca la cifra: ¡cuatrocientos noventa y cuatro mil +francos! Sólo faltaba una pequeña cantidad para medio millón. Pocas +veces se había visto una ganancia tan rápida. + +Spadoni, como si fuese el dueño de tales riquezas, las fué metiendo en +un cestillo de mimbre. Temblaba de emoción. Iba á pasar entre los +curiosos sosteniendo contra su pecho el tesoro, lo mismo que otras +noches había visto pasar á su grande hombre con aire de vencedor. ¡Qué +valían al lado de esto los aplausos que llevaba recibidos como +pianista!... + +Unos manos ávidas le arrebataron el cestillo. + +--No: ¡yo!... ¡yo! + +Era la duquesa; ya no tenía por qué fingir indiferencia. Aquel dinero +era suyo. Se había transfigurado al salir de su mutismo expectante; sus +ojos brillaban con un resplandor triunfal; tenía la frente sudorosa; le +latían las mejillas, intensamente pálidas. Llevando el cestillo ante +ella con los brazos extendidos, pasó entre los grupos, lentamente, con +una majestad hierática, dirigiéndose hacia la caja del club. + +Permaneció Spadoni junto al príncipe. También sudaba, mientras su rostro +tenía la palidez de la emoción. + +--¡Qué noche, Alteza!... ¡Qué noche! + +Miraba á todos con orgullo, pero sonreía humildemente al dueño de +Villa-Sirena para que olvidase su resistencia de momentos antes y las +terribles amenazas con que la había acogido. + +Al poco rato volvió Alicia hacia ellos, guardando un papel en su bolso +de mano. + +El entusiasmo del músico hizo explosión. + +--¡Oh, duquesa!... ¡Divina duquesa! + +La besaba en uno de sus brazos desnudos; luego en un hombro. Alicia +sonrió ante este homenaje público. El pobre pianista, hiciese lo que +hiciese, no comprometía. + +--Gracias, Spadoni; cuente con mi gratitud. Vaya pensando lo que desea: +una casa, un yate, tal vez un piano con teclas de brillantes... + +Miguel la escuchó asombrado. Hablaba de buena fe: parecía enloquecida +por su fortuna. + +Pero el músico se alejó de ellos. Necesitaba estar solo. Al lado de la +duquesa tenia que compartir su gloria, contentándose con un jirón. Y fué +á reunirse con los ingleses de Beaulieu, que deseaban conocerle de cerca +y beber con él una botella de champaña, proclamándolo el fenómeno más +interesante que habían encontrado en sus viajes. + +Alicia y el príncipe se dirigieron hacia el guardarropa. + +--He depositado las ganancias en la caja del club--dijo ella mostrándole +el recibo--. De noche no voy á llevarme tanto dinero á mi casa. Mañana +vendré para pasarlo al Banco. Necesito que alguien me acompañe. Envíame +al coronel: es hombre de guerra y debe tener revólver. + +Luego, acordándose de algo importante, su rostro tomó una expresión +grave. + +--Inútil es decir que mañana arreglaremos cuentas. No creas que olvido +lo que te debo: veinte mil francos del otro día, los trescientos mil de +tu madre... Todo se pagará. + +Miguel expresó con una larga risa el asombro que le causaba esta +promesa. Decididamente, la ganancia le había perturbado el cerebro. Un +piano con teclas de brillantes para el otro; ahora centenares de miles +de francos para él. La fortuna recién adquirida en dos horas le parecía +extraordinaria y tan inmensa como su buena suerte. + +--Lo que yo quiero--añadió en voz baja, cesando de reir--, lo que yo +deseo de ti, bien lo sabes... + +Ella le hizo callar con una mirada acariciante y un siseo discreto que +equivalía á una promesa. + +Habían bajado la gran escalera del club; estaban en el vestíbulo, ella +envuelta en una capa de seda con bordados de oro y ricas pieles, que le +recordaba sus salidas de la Opera de París; él con el gabán abierto y un +sombrero flexible forrado de seda. + +Los empleados del vestíbulo, enterados de lo que había ocurrido en los +salones, corrieron á la cancela de cristales, con la esperanza de la +regia propina. «¡Un carruaje para la señora duquesa!» + +Pero ella deseó marchar á través del silencio de la noche. Estaba +entumecida por su larga inmovilidad; necesitaba, como todos los que se +consideran dichosos, prolongar el goce de su triunfo con un largo paseo. + +Bajó la escalinata exterior apoyada en un brazo de Miguel. Pasaron entre +los cocheros y los escasos chófers que formaban grupos esperando á sus +patrones y clientes. + +Se sumieron en la fresca atmósfera nocturna, con los ojos fatigados aún +por la espléndida iluminación, con la piel ardorosa por el ambiente +enrarecido de los salones. Los dos se fijaron en que la noche era de +luna, una pobre luna menguante que empezaba á caer detrás de la negra +barrera de los Alpes. La amenaza submarina tenía la ciudad á obscuras. +Un macilento farol con los vidrios pintados de azul dejaba filtrar á +largos trechos su breve radio de luz funeraria. + +A los pocos pasos se acostumbraron á esta penumbra. El suelo de las +calles estaba partido en dos fajas: una, de blancura turbia y vagorosa, +reflejo de la luna moribunda; otra, negra, con la tonalidad densa y +pesada del ébano. Instintivamente, marchaban por la acera obscura, como +si temieran ser vistos. Torcieron por una calle curva y en cuesta, la +misma que atravesaba subterráneamente el corredor pompeyano que horas +antes había seguido el príncipe. + +Oían aún á sus espaldas las conversaciones de los cocheros ocultos en la +revuelta de la calle, las voces de los empleados del club llamando á los +carruajes por el nombre de sus dueños, los pataleos de los caballos que +sacudían su espera dormitante, los primeros ronquidos de los automóviles +al reanudar su funcionamiento. Miguel, que caminaba silencioso, con el +deseo de alejarse cuanto antes, buscando la soledad absoluta, tuvo que +detenerse al ver que ella había hecho lo mismo. Se anticipaba á sus +pensamientos: no quería ir más lejos. + +--Necesito recompensarte--murmuró--. Te dije que al venir ganarías de +todos modos, aunque yo perdiese. Toma... toma. + +Sus brazos desnudos, escapando de la sedosa capa, se cerraron sobre los +hombros de él, formando un anillo apretado: su boca sumisa, buscando la +otra boca, se entregó humildemente, con un deseo de dar la felicidad. + +Pasó por el fondo de la calle un vivo resplandor, sacándolo todo de la +penumbra con fugaz relieve, lo mismo que un relámpago. Era el reflector +de un automóvil. Ella ni se movió; no temía que la sorprendiesen: las +gentes eran fantasmas sin ninguna realidad. En el mundo sólo existían en +estos momentos ellos dos y aquel montón de papeles y piezas de marfil +guardado en una caja de acero. + +Se acordó Lubimoff toda su vida de esta noche. Los relojes estaban locos +indudablemente, lo mismo que su cabeza, que parecía dar vueltas, +siguiendo el ritmo de una música dulce. Tuvo la sensación de que pasaron +varias veces por el mismo lugar, andando y desandando el camino, sin +saber lo que hacían. ¿Qué importaba?... Lo interesante era estar juntos. +Hubo un momento en que despertaron, viéndose sentados en un banco de la +plaza del Casino. De esto estaba seguro el príncipe. Había mirado el +reloj de la fachada. ¡Las tres! Era imposible: creyó firmemente que sólo +iban transcurridos unos minutos desde su salida del club... Y tuvieron +que alejarse, molestados por la curiosidad de un burgués que hacía de +polizonte en tiempo de guerra; un miliciano del príncipe de Mónaco con +traje civil, llevando un brazal de colores en la manga y un revólver al +costado. + +Volvieron á marchar por las calles solitarias ó á lo largo de los +jardines públicos, cerrados á estas horas. Ella echaba su busto atrás, +con la capa abierta, abandonándose sobre un brazo que sostenía su talle, +ofreciendo la garganta en tensión, la barbilla prominente, el rostro +casi horizontal, á una lluvia de besos. Contemplaba á su acompañante, de +abajo á arriba, con unos ojos empañados por el amor. Las caricias de +ella eran ascendentes, subían con lentitud voluptuosa, como suben de las +profundidades azules las flores y las estrellas marinas en busca de la +luz. + +Contestando á la súplica muda de aquellos ojos que la imploraban desde +lo alto, murmuró repetidas veces, con una voz vagorosa, como si hablase +en sueños. + +--Sí; haré lo que tú quieres... ¡Lo que tú quieras! + +El, más agresivo en su pasión, hundía su brazo libre en el cálido +encierro de la capa, apoderándose de las desnudeces que dejaba +indefensas el escote del vestido. + +Caminaban tambaleándose cuando creían marchar en línea recta; se +detenían los dos al mismo tiempo en ciertos sitios, sin saber por qué. +Su tardo paso ponía en conmoción las «villas». Los perros de los +jardines ladraban furiosamente á los intrusos, incrustando sus hocicos +entre los hierros de las verjas. Estos aullidos les parecían una música +bárbara pero agradable; consideraban con benevolencia todo lo que les +rodeaba; se creían señores de la vida, como en aquellos instantes eran +señores de la noche. Sólo ellos existían en el mundo. + +Miguel, obedeciendo á un obscuro impulso, la habló de su hijo. Iba á +recobrarlo de un momento á otro, y su felicidad sería completa... +Inmediatamente se arrepintió de haber evocado este recuerdo, que podía +disolver el hechizo en que vivían. Pero ella no mostró emoción alguna. + +--Sí; lo recobraré--murmuró--. Estoy segura. Me acompaña la buena +suerte... Ya era hora, después de sufrir tanto. + +Y volvió á entregarse al momento presente. Los dos se sorprendieron al +verse en la calle donde estaba Villa-Rosa. Después de vagar á la +ventura, el instinto había acabado por llevarlos hasta allí. + +El príncipe, enardecido por el largo paseo de caricias y abandonos, se +mostraba apremiante. + +--Déjame entrar--murmuró--. Nadie me verá... Me marcharé antes que +llegue la aurora... + +Alicia se revolvió, como si despertase. Fué su primera negativa en toda +la noche. El jardinero la esperaba seguramente. Valeria tal vez no +estaría dormida. ¡Ah, no!... + +Lubimoff, en su desesperación, habló de marchar juntos á Villa-Sirena. + +--¡Tan lejos!--continuó Alicia, cada vez con más serenidad, como si +hubiese despertado definitivamente--. Además, aquello es un cuartel; una +casa llena de hombres. ¡Y ese Castro que todo se lo cuenta á «la +Generala»! No, no iré nunca. ¡Qué locura! + +El gesto de tristeza, el ademán desalentado del príncipe, la +conmovieron. Su mano se paseó por el rostro de él con una caricia +maternal. + +--¡Pobrecito mío!... ¡No pongas esa cara! Ten un poco de paciencia. +Mañana; te juro que será mañana. + +Ella, que en otro tiempo había arrostrado con tranquilo impudor las más +atroces murmuraciones, dudó y balbuceó al hablar del día siguiente. +Parecía una jovencita luchando entre su amor y el miedo á perder su +porvenir social. + +¡Mañana!... Podía venir mañana á las tres de la tarde.... A las tres, +no; mejor á las cuatro. Valeria habría salido á esta hora seguramente. +Ella enviaría á su doncella á Niza para unas compras; el jardinero y su +mujer estarían ocupados fuera de la casa. + +--Pero ¡por Dios! sé prudente.... Si puedes evitar que te vean los +vecinos, mucho mejor. + +Y el famoso príncipe Lubimoff asintió á estas recomendaciones muy +emocionado, como un muchacho que organiza su iniciación amorosa y se +conmueve prematuramente ante su misterio. + +Quiso acompañarla hasta la verja de la «villa», á pesar de sus +protestas. + +--Si fueses otro, ¡bueno! Es natural que un amigo me acompañe á estas +horas; ¡pero tú!... Temo que todos adivinen nuestro secreto. + +Unicamente cuando se hubo cerrado la verja, perdiéndose en la obscuridad +el adorable bulto de Alicia, se decidió el príncipe á alejarse. + +Tuvo que marchar á pie hasta la lejana Villa-Sirena, y sin embargo le +pareció breve el camino. Le acompañaban recuerdos y promesas. Nunca +había andado tan ligeramente. Creyó avanzar en una atmósfera en la que +se habían disminuído las leyes de la gravitación, en un planeta sumido +en eterna noche primaveral, donde el aire, los árboles obscuros y las +cosas perdidas en la penumbra vibraban con un ritmo poético. + +Durmió penosamente, pero se levantó tranquilo y animoso. El encargo de +Alicia resucitó en su memoria. Necesitaba un hombre de guerra, y con +revólver si era posible, para que la escoltase en el traslado de su +fortuna de la caja del club al Banco. El coronel, muy emocionado por +este golpe de la suerte, salió á cumplir el servicio. «¡Pobre duquesa! +Dios acaba por proteger á los buenos.» + +Toda la mañana la pasó Miguel ocupado en el arreglo de su persona. Sus +intentos de vida simple y campesina en el retiro de Villa-Sirena no le +habían hecho olvidar los cuidados higiénicos á que estaba acostumbrado +desde la niñez. Pero ahora se trataba de algo más; quería acicalarse, +realzar con exquisiteces interiores su individualidad física, que +consideraba de repente un poco maltratada por los años. + +Hizo que el viejo ayuda de cámara rebuscase en el guardarropa de su +pasado. Se acordó de prendas interiores que habían merecido elogios +femeninos. Sentía el mismo deseo de novedad y seducción de una mujer que +se adorna para una entrevista esperada mucho tiempo. Escogió además un +traje que no había llevado nunca en Monte-Carlo, un sombrero nuevo, una +corbata «discreta». Recordaba los miedos de ella, sus súplicas para que +se deslizase inadvertido. + +Mientras hacía todo esto, un sentimiento de zozobra, de desconfianza en +sí mismo, empezó á agitarle. Era una inquietud igual á la del estudiante +antes del examen, á la del autor que aguarda entre bastidores, á la del +hombre que va á batirse. ¡Llevaba tantas semanas de desear inútilmente! +¡Hacía tanto tiempo que había renunciado al amor!... Y pensando en +Alicia sentía al mismo tiempo anhelo y miedo. + +El coronel regresó á la hora del almuerzo. La operación estaba hecha. +Daba la noticia con un laconismo modesto, como si acabase de realizar +algo importante. Miguel casi le envidió porque había visto á Alicia. +«¿Cómo estaba?» + +--Hermosa, hermosa como siempre. Algo pálida... ¡Después de una emoción +como la de anoche! Pero alegre, muy contenta; hablando á cada momento +del marqués. Se adivinaba su gran afecto. + +Almorzaron solos. Spadoni iba por el mundo después de su triunfo. Tal +vez estaba en Beaulieu con sus nuevos amigos los ingleses. A Castro lo +había encontrado Toledo entrando en el Hotel de París, donde vivía doña +Clorinda. Sin duda almorzaban juntos para hablar de la ganancia de la +duquesa. Atilio hasta había fingido no entender cuando el coronel le +habló del suceso. ¡Envidias! + +Lubimoff se encogió de hombros. Todas las personas eran para él +fantasmas, y las malas pasiones una ilusión. No había mas que dos +realidades: él y lo que le esperaba. + +Se vistió, después del almuerzo, con unas precauciones que le hicieron +sonreir por su minuciosidad absurda. Hasta cambió de corbata, buscando +otra de colores más apagados. Las dos y media.... Se contempló de pies á +cabeza en un espejo: traje gris obscuro, zapatos amarillos, un fieltro +blanco de anchas alas echado sobre los ojos para evitar el sol. Nadie +había visto así al príncipe. De lejos podían confundirle con un viajero +de los que visitan de pasada la Costa Azul y vienen á conocer una tarde +la ruleta de Monte-Carlo, marchándose en seguida. + +Las tres. Salió de Villa-Sirena. El camino era largo y quería hacerlo á +pie. Este ejercicio robustecería su voluntad, disipando las dudas que le +asaltaban de nuevo. Pensó en el gesto íntimo realizado tantas veces en +otra época, como algo ordinario y maquinal. Su caviloso aislamiento en +los últimos meses parecía haberle entumecido. Sintió la desconfianza del +atleta que ha descuidado sus ejercicios y sospecha si no volverá á +encontrar su antiguo vigor. El miedo ante la simple idea de un fracaso +le devolvió la confianza. No era posible.... ¡Adelante! + +Al llegar á la ciudad subió por unas largas escaleras de piedra hasta +las calles de Beausoleil. Esta desviación en su camino la consideraba +oportuna para cumplir las recomendaciones de prudencia que le había +hecho ella. + +Entraría en la calle de Alicia por su parte alta, desprovista de casas. +Así evitaba el cruzarse con los vecinos que á estas horas descendían al +centro de Monte-Carlo. + +A través de los solares en construcción y de las escalinatas que se +desarrollan pendiente abajo distinguió la inmensidad del mar, y en su +orilla la arboleda de los jardines, la larga masa del Casino á vista de +pájaro, con sus tejados verdosos y las cúpulas amarillas de sus salones, +la gran plaza, el jardincillo circular del «queso», y en torno de él +numerosas personas del tamaño de hormigas. + +El príncipe sintió lastima por estos pigmeos. ¡Desdichados! Se +preparaban á jugar, á encerrarse entre paredes, bajo la luz artificial, +sin otra ilusión que la del dinero. A él le esperaba algo mejor: iba á +conocer por unas horas la única embriaguez interesante de nuestra +existencia. Luego rió con lástima de cierto demente que tenía su mismo +rostro y había querido fundar el grupo de «los enemigos de la mujer». +Abominar del amor, querer vivir sin la mujer; ¡pobre príncipe +Lubimoff!... + +Las cuatro. Pasando entre pequeñas huertas, entró en la calle de Alicia. +El techo rojo de Villa-Rosa asomaba entre árboles, casi á sus pies. +Siguió bajando. Las piernas le temblaban levemente y se detuvo un +instante para serenarse, llevando una mano á su pecho. Después de una +revuelta, se le apareció la calle en toda su parte habitada, rectilínea +y suavemente pendiente hasta desembocar en una de las avenidas de +Monte-Carlo. + +No vió á nadie, y apresuró su marcha para deslizarse en Villa-Rosa antes +de que asomase algún vecino. Pasó rápidamente ante los jardines, con el +aspecto de un hombre que teme llegar tarde al juego. Encontró +entreabierta la verja de entrada. Muy bien: Alicia se había ocupado en +facilitarle el paso. + +Entró resueltamente en el pequeño jardín, y le pareció distinguir sobre +unas matas el rostro azorado del jardinero asomando un momento para +volver á ocultarse con precipitación... ¡Algo rara la curiosidad de este +hombre y su gesto despavorido! Pero huía, y el príncipe alabó su +prudencia. + +Fué subiendo, con palpitaciones de emoción, los cuatro escalones de la +puerta. Cada uno de ellos despertó en su pensamiento una perspectiva +suavemente rosada como la carne femenil, una nueva visión inconfesable +que le volvía de golpe á su pasado. Percibió en el ambiente, con el +recuerdo más que con el olfato, un perfume conocido: el perfume de ella. +Vió vagamente todo lo que le rodeaba, como si se esfumasen sus +contornos. Le zumbaron los oídos; el deseo le galvanizó con dura +tensión, lo mismo que en sus mejores tiempos. Y con un ademán de +vencedor empujó la puerta, que sólo estaba entornada. + +Una mujer salió á recibirle en el vestíbulo, una mujer cuya presencia le +hizo dar un paso atrás. + +¡Valeria!... ¿Qué hacía allí? ¿Qué farsa era esta?... + +La joven intentó hablarle, y él también quiso hablar al mismo tiempo. +Pero no pudieron. + +Otra mujer apareció abriendo rudamente una puerta... Era Alicia, con las +ropas en desorden y el pelo alborotado. Viendo al príncipe, levantó las +manos y avanzó, muda é impetuosa, como si pretendiese abrazarlo. ¡Al +fin!... Nada le importaba la presencia de Valeria; no la vería. En +cambio le pareció que Alicia era distinta: más alta que nunca, más +pálida, con unos ojos que de pronto le infundieron miedo. + +El abrazo cayó sobre él, y á continuación todo un cuerpo que parecía +derrumbarse, falto de fuerzas. Sintió contra su pecho un pecho jadeante; +los brazos de ella eran de una frialdad cadavérica; una lluvia cálida +humedeció su cuello. + +--¡Miguel!... ¡Miguel!--gemía Alicia. + +No pudo decir más. Se ahogaba. Un estertor hizo ondular su garganta, +como si por dentro de ella rodase una bola dolorosa. + +El príncipe tuvo que apelar á toda su fuerza para sostener este cuerpo. + +Sonó junto á él una voz con el mismo acento monótono y bajo que si +hablase en la habitación de un moribundo. + +Era Valeria que también lloraba, sintiendo de nuevo el contagio de las +lágrimas. + +--¡Ha muerto!... ¡Murió hace un mes! + +Y le mostró un pequeño papel azul: un telegrama de Madrid, llegado media +hora antes. + + + + +IX + + +Spadoni, después de saludar á Novoa en la plaza del Casino, habló de los +ensueños que agitaban sus noches y de sus decepciones al despertar. + +--Usted tiene la culpa, profesor. Cuando estábamos juntos en +Villa-Sirena, yo escuchaba esas cosas tan interesantes que usted sabe y +luego me dormía en paz. Ahora no encuentro allá con quién conversar. El +príncipe y Castro se muestran de un humor insufrible; apenas hablan y no +se acuerdan de mí. Yo llevo, como usted dice, una «vida interior», +siempre á solas con mis pensamientos, y cuando paso allá la noche, +duermo mal, sufro de ensueños, muy hermosos al principio, pero luego muy +tristes. ¡Ay, qué buenas veladas las nuestras cuando hablábamos de cosas +científicas! + +Novoa sonrió. Para el músico, el juego y sus misterios eran cosas +científicas. Todas las paradojas que él se había gozado en exponerle las +guardaba en su memoria como verdades indiscutibles. Intentó atajarlo en +su manía, para pedirle noticias del príncipe, pero Spadoni continuó: + +--El sueño de anoche fué horrible, y sin embargo no pudo empezar mejor. +Yo poseía el secreto de los errores infinitesimales; había dominado las +leyes ocultas del azar, y era el rey del mundo. Tenía un tren especial, +compuesto de vagón-alcoba, vagón-salón, vagón-comedor, vagón-piscina, +¡qué sé yo cuántos vagones lujosos! un verdadero palacio rodante que me +esperaba en las estaciones, sin que la máquina cesase de echar vapor, +pronta á partir en cualquier momento. Me apeaba de mi tren en todas las +ciudades célebres por sus juegos, como el que baja de su automóvil. Al +verme llegar temblaban los dueños de los Casinos, los empleados y hasta +las mesas verdes. «¡Viva el vengador!», gritaban en el atrio los que +habían perdido su dinero. Pero yo pasaba adelante, impasible como un +dios, sin hacer caso de estas ovaciones de la canalla. ¡Figúrese usted +lo que le costaría ganar al poseedor del secreto de los errores +infinitesimales! Mis doce secretarios colocaban en las diversas mesas un +millón ó dos, siguiendo mis instrucciones. «Empiece el juego.» Yo me +paseaba como Napoleón, dando órdenes á mis mariscales. A la media hora, +la caja se declaraba en quiebra y el Casino en bancarrota. «¡Se va á +cerrar!», gritaban los empleados, como en una iglesia cuando termina el +culto. Y á la salida, los mismos hambrones que me habían aclamado se +arrojaban contra los valientes de mi escolta, pretendiendo matarme, con +repentino odio. Les había cerrado el lugar donde estaba sepultada su +fortuna. Ya no podían volver al día siguiente á perder más dinero con la +ilusión del desquite. Me llevaba su esperanza. + +--Exacto--dijo Novoa. + +--También tenía un yate, más grande que el del príncipe Lubimoff; algo +así como un acorazado de primera clase. Lo necesitaba para todo mi +séquito: los secretarios, la compañía de bravos encargada de defenderme, +y un sinnúmero de aburridos que, encontrando muy interesante mi persona, +me seguían por todo el planeta, como aquel misántropo que seguía á un +domador de ciudad en ciudad, esperando que sus fieras lo devorasen. Ya +no quedaba funcionando en Europa ningún Casino: el de San Sebastián lo +habían dedicado á convento; el de Ostende servía de laboratorio para +nuevos cultivos de ostras; en todas las poblaciones de baños de mar ó de +aguas medicinales, las gentes sólo se preocupaban del cuidado de su +salud, y cuando querían distraerse jugaban en los paseos á la rayuela y +á otros juegos de niños. Yo viajaba mientras tanto por América y +Oceanía, haciendo quebrar una tras otra todas las grandes casas de +juego. Los periodistas me seguían, formando un segundo séquito más +numeroso que el mío. Los diarios, el cable, las agencias telegráficas, +me anunciaban con una anticipación ruidosa. «¡Va á llegar el invencible +Spadoni!» Y las empresas de juego, considerando su muerte próxima, +hacían dinero con su agonía, vendiendo asientos á precios fabulosos á +todos los que deseaban presenciar mi triunfo. En los Estados Unidos, un +rey de no sé qué artículo daba cien mil dólares por una silla, para +seguir de cerca mi juego irresistible. Jamás se pagó tanto por ver los +pelos de un concertista ó los brillantes de una tiple. + +--¿Y Monte-Carlo?--preguntó Novoa, interesado por estos delirios del +jugador. + +--A él llegamos. Lo había guardado para el final, pensando en el dinero +que dejé aquí. Cuanto más engordase la víctima, mejor sería mi venganza. +¡El negocio que hizo Monte-Carlo!... Como no quedaba juego en el mundo, +todos los jugadores acudían á este país. La ciudad se había dilatado, +llegando hasta las cumbres de los Alpes; los cuarenta millones que +ganaba el Casino en los años buenos, eran ahora cuatro mil. Los +accionistas se casaban con personas de sangre real: dos reyes de los +Balkanes se hacían la guerra, disputándose la mano de una hija del +cuarto vicepresidente de la sociedad explotadora. El equilibrio europeo +estaba en peligro: las grandes potencias soñaban con anexionarse á +Mónaco en nombre de los intereses históricos y de los derechos étnicos, +pues todas ellas habían tenido y tenían numerosas gentes de su raza +viviendo en este pedazo de tierra... Pero de pronto llegaba el +invencible. + +Spadoni, como si aún estuviese soñando, miró el Casino, la plaza, la +entrada de las terrazas, el arranque de la avenida que desciende al +puerto. Lo veía todo tal vez lo mismo que en su imaginación. + +--¡Qué de gente! Desde medio año antes no se hablaba en el planeta de +otra cosa. «¿Irá?» «¿No irá?» La Agencia Cook había anunciado en todos +los países un viaje económico en caravana para presenciar este +acontecimiento mundial. El P. L. M. daba billetes de ida y vuelta á +precios reducidos, y todo París estaba aquí. Los dueños de hoteles y +restoranes, por agradecimiento, colgaban mi retrato un el lugar más +visible de sus comedores, siempre repletos. Los diarios publicaban mi +biografía, y al hablar de mis riquezas se veían obligados á romper sus +columnas, colocando una línea de ceros á todo lo ancho de la página, y +aun así, les faltaba espacio. Había olvidado decirle que me vi en la +necesidad de fundar un Banco, sólo para mis tesoros. Y siempre que el +Banco de Londres ó el Banco de Francia se veían en un apuro, me enviaban +atentas cartitas para que los sacase del atolladero. + +Novoa rió de la sencillez con que el pianista contaba sus grandezas. +Parecía obsesionado aún por su ensueño. + +--Mi yate tuvo que fondear fuera del puerto, entre otros buques. Había +muchos trasatlánticos: cuatro de los Estados Unidos, uno del Japón, otro +de la América del Sur, varios de Australia y Nueva Zelanda, todos con +viajeros llegados del otro hemisferio para ver á Spadoni. Después de +saludar con veintiún cañonazos á Mónaco, salté á tierra entre los +¡hurras! de los marinos extranjeros. Usted comprenderá que un hombre +como yo no podía llegar al Casino vulgarmente sentado en un automóvil. +¡Quién no tiene automóvil!... En el desembarcadero esperaba un simple +cochecito de un solo asiento, que iba á guiar yo mismo. Pero este +cochecito, de ruedas doradas, era tirado por seis mujeres, por seis +hermosas mujeres, todas ellas célebres, y cuyos retratos figuraban lo +mismo en los grandes diarios ilustrados que en los frascos de esencias ó +en las cajas de fósforos. + +El profesor extremó su regocijo. Notaba la satisfacción con que el +pianista insistía en este detalle de su entrada triunfal. El +envilecimiento de las seis mujeres elegantes y famosas parecía halagar +su misoginismo. Hablaba con una expresión fríamente vengativa, como si +presenciase la abyección de su mayor enemigo. + +--Fué asunto de precio: yo no iba á regatear por millón más ó menos. Lo +único que me ocasionó disgustos fué escoger entre varios miles de +hermosas solicitantes. Tuve que arrostrar la enemistad de grandes +directores de teatro, de hombres de negocios, de ministros, que me +recomendaban á sus protegidas. Hasta un monarca me retiró el título de +duque que acababa de darme, porque rechacé á su amiga predilecta... Las +seis vestían los últimos modelos de la _rue de la Paix_. Los reporteros, +kodak en mano, sacaban instantáneas de lo que iba á ser la última moda. +Además, sus arneses estaban cubiertos de perlas, de brillantes, de toda +clase de pedrería rica, y cuidaban muy bien de no estropearlos, sabiendo +que al final de su trote se los podrían llevar como un recuerdo. Yo +tenía un gran látigo para arrearlas: un látigo de flores. Hay que ser +galante con las damas... + +Sonrió irónicamente. Novoa volvió á ver su expresión rencorosa de +misógino. + +--Pero por dentro era de acero trenzado, y dejándolo caer sobre mi +hermoso tiro, nos pusimos en marcha. ¡Lo que tardamos en remontar esa +cuesta á través de la muchedumbre! Los extranjeros me aclamaban. Se oía +como un interminable abejorreo el crujido de las máquinas fotográficas. +Todos querían llevarse la imagen del rey del mundo. Reconocí por sus +caras tristes á los vecinos de la ciudad. Los hombres me imploraban con +los ojos, como pobres cautivos; las mujeres me enseñaban sus +pequeñuelos; los ancianos se ponían de rodillas. Yo era el vencedor que, +al arruinar el Casino, talaba su patria, condenándolos á la miseria... +Esta plaza estaba negra de gente. Al bajar de mi vehículo vi la +escalinata del Casino ocupada por un cortejo grandioso. Delante, +monsieur Blanc; luego, su Estado Mayor de consejeros, primeros +accionistas, inspectores, y la corporación entera de los _croupiers_, +todos vestidos de negro, con amplios chaqués de alpaca de corte fúnebre. +En último término gente conocida, cuya presencia me podía conmover... +Para hacerme recordar que yo había sido un simple pianista, aquí me +aguardaban, batuta en mano, los directores de los conciertos y de la +ópera; los profesores de la orquesta con sus instrumentos; los cantantes +espada al cinto ó arrastrando colas femeniles, todos pintados y con +peluca; las muchachas del cuerpo de baile con piernas de fresa pálida y +gasas horizontales en el talle... Estaban prontos á gemir, previamente +aleccionados por la empresa. + +--Una palabra, señor Spadoni. + +Era monsieur Blanc, que me llevó aparte, entregándome un pequeño papel. + +--Guárdeselo y no entre. + +Miré el papel: un cheque de un millón. ¡Puá! ¿Qué puede hacer un hombre +con un millón?... Y al ver que lo arrugaba, tirándolo al suelo, el dueño +del Casino me dió otro papel. + +--Tome cinco y váyase. + +Como tampoco me conmoví, fué sacando cheques de todos los bolsillos: +diez millones, quince... cuarenta... + +Mis doce ministros avanzaban con sus grandes carteras llenas de +billetes; mi escolta me abría paso entre el gentío implorante de la +escalinata; mis caballos se impacientaban, relinchando y coceando al +darse cuenta de que algunos inteligentes se habían aprovechado de la +aglomeración para manosear sus corvejones y sus ancas. + +--Otra palabra, señor Spadoni: la última. Haremos una revolución, +destronaremos a Alberto, y le daremos á usted la corona de Mónaco. Puede +casarse, si le place, con la hija de un emperador: el dinero lo arregla +todo. Nosotros lo tenemos, usted lo tiene... + +--¡He dicho que no! Lo que yo deseo es entrar en el Casino para hacerlo +quebrar y llevarme las llaves. + +Esta amenaza le arrancó la suprema concesión. + +--Será usted mi socio; le daré el cincuenta por ciento de las +ganancias.... ¿No quiere?... Sea el setenta y cinco. + +Al ver que yo seguía avanzando escalinata arriba sin escucharle, se +llevó un silbato á la boca. Su cara fué la de Sansón agarrándose a las +columnas del templo. ¡Antes morir, que ver quebrada su casa! Sonó un +estallido formidable, como si se rasgase el mundo. Habían minado con +todos los explosivos sobrantes de la guerra el Casino, la plaza, la +ciudad. Yo subí, aturdido, hasta las nubes, pero pude ver cómo +desaparecía Monte-Carlo y hasta el peñón de Mónaco, ocupando el mar, con +una ola gigantesca, el sitio de las tierras desaparecidas. Y cuando +volví a caer... + +--Despertó usted--dijo Novoa. + +--Sí; desperté al pie de mi cama, y oí la voz de Castro en el pasillo +insultándome por haber cortado su sueño con mis gritos. No ría usted, +profesor. Es muy triste soñar esas grandezas, como si uno las estuviese +tocando, y verse hoy tan pobre como ayer, tan pobre como siempre, y +además con una mala suerte tenaz. + +La pobreza y la mala suerte de Spadoni hicieron protestar á Novoa. Aún +se acordaban muchos de su fortuna asombrosa como banquero en el +_Sporting-Club_. Era una noche histórica. Además, sabía por Valeria que +la duquesa le había hecho un buen regalo. + +--¡Incomparable duquesa!--dijo con entusiasmo el pianista--. Siempre +gran señora. La pobre, en medio de su desesperación, se acordó de mí. +«Tome usted, Spadoni, y que tenga mucha suerte.» Me regaló veinte mil +francos. Si le pido cien mil, me los da lo mismo. ¡Y que sea tan +desgraciada!... + +Ante los ojos interrogantes del profesor, continuó: + +--Pues bien; de los veinte mil no quedan ni cien. + +Corrió en la misma noche al _Sporting_ para repetir sus hazañas. Nunca +se había visto con tanto capital, ni á la vuelta de su viaje de +concertista por la América del Sur. El terrible griego estaba allí, y á +pesar de la admiración que Spadoni tributaba á su gloria, lo trató con +implacable hostilidad. «¡Banco!», dijo al verle en su silla de banquero +con quince mil francos delante. Y al presentar sus cartas, «abatió +nueve», mientras el pobre Spadoni sólo tenía cinco. ¡Adiós los quince +mil! Con el resto se había defendido unos cuantos días como simple +«punto», y ya no era mas que un recuerdo la generosa dádiva de la +duquesa. + +--¡Si ella quisiera volver al trabajo! Estoy convencido de que yo sería +otra vez el de aquella noche, teniéndola detrás de mí. Pero ¿quién se +atreve á hablarle del juego? + +Los dos lamentaron la desgracia de Alicia. Desde el día en que llegó el +telegrama dándole cuenta de la muerte de su protegido, era otra mujer. +Spadoni atribuía á un exceso de buen corazón este dolor tan vehemente +por un joven soldado que no pertenecía á su familia. El profesor aprobó, +pero con un aire enigmático. En la explosión de su dolor, debía +habérsele escapado á Alicia una parte de su secreto delante de Valeria y +ésta se lo habría hecho saber á Novoa. + +Luego hablaron del aislamiento en que vivía la duquesa. + +--Hace un mes que nadie la ve--dijo Spadoni--. Las gentes empiezan á +olvidarse de ella; muchos creen que se ha marchado. Monte-Carlo es así: +muy chico para los que van al Casino y se rozan á todas horas; enorme, +como una gran capital, para los que no se acercan á las salas de +juego... El príncipe me pregunta por ella muchas veces. Parece que no ha +conseguido verla después de la tarde del telegrama. + +Novoa recobró su gesto enigmático al oir el nombre de Lubimoff. Sabía +por Valeria que había ido repetidas veces á Villa-Rosa, sin conseguir +que su dueña lo recibiese. Es más; la duquesa se estremecía de miedo +ante esta visita. «No quiero verle; di siempre que no estoy.» Don Marcos +había sufrido la misma suerte, teniendo que entregar su tarjeta, unas +veces á la confidenta de la duquesa y otras al jardinero. Varias cartas +del príncipe habían quedado sin contestación. Alicia mostraba la firme +voluntad de no ver á su pariente, como si su presencia pudiera hacer más +vivo aquel dolor que la tenía alejada del mundo. + +Spadoni, ignorante de todo esto, persistió en sus elogios á la duquesa. + +--¡Hermoso corazón! Necesita siempre cerca de ella un desgraciado á +quien proteger. Después de la muerte de su aviador, parece sentir un +gran afecto por ese teniente de la Legión extranjera, ese español tan +enfermo, que tal vez morirá el día menos pensado, lo mismo que el otro. +Pasa los días en Villa-Rosa; allí almuerza y come, y si la duquesa da +algún paseo por la montaña, siempre es con él. ¡Sólo le falta dormir en +la casa!... Cuando tarda en presentarse, ella envía inmediatamente un +recado al hotel de los oficiales. + +El profesor se mantuvo silencioso, pero reconoció en su interior la +exactitud de lo que contaba Spadoni. Lo mismo le decía Valeria. Aquel +Martínez estaba á todas horas en Villa-Rosa, muchas veces contra su +deseo. La duquesa necesitaba su presencia, y eso que al verle prorrumpía +en lágrimas y sollozos. Pero el pobre muchacho, con una sumisión +admirativa, la acompañaba en su voluntaria soledad, profundamente +agradecido de que tan gran dama se interesase por él. + +--Doña Clorinda es la que debe estar furiosa--continuó el pianista, con +la alegría maligna que le inspiraban las rivalidades entre mujeres--. Ya +no tiene ninguna influencia sobre Martínez, á pesar de que fué ella la +que lo descubrió. Se lo ha arrebatado la otra. Pasan semanas sin que «la +Generala» vea á su teniente; creo que ya ha renunciado á él. Se queja de +su antigua amiga por este acaparamiento, que considera peligroso. Hasta +me han dicho que la acusa de coquetear con el pobre muchacho, de excitar +su admiración, y de otras cosas peores. ¡Un absurdo, profesor! Las +mujeres son terribles en sus odios. Figúrese usted: ese pobre oficial +que es casi un muerto... + +Novoa se mantuvo silencioso para que el pianista no continuara hablando. +Temía que dijese algo terrible al repetir las murmuraciones de la otra +dama, con su alegría rencorosa de misógino. El, por sus relaciones con +Valeria, se consideraba unido á la duquesa y no podía tolerar nada +contra ella. + +Se separaron después de algunos minutos de palabrería indiferente. +Aquella noche Spadoni habló al príncipe de su conversación con el +profesor, y esto le dió pretexto para repetir lo que doña Clorinda +pensaba de su antigua amiga. Pero el pianista se arrepintió al instante, +viendo la mirada iracunda que le dirigía Lubimoff. + +«¡Una infamia!--pensó Miguel--. Calumnias de mujeres, que repite este +imbécil por odio sexual.» + +Comprendía que Alicia se sintiese interesada por aquel convaleciente. Su +juventud y su uniforme le recordaban al otro. Además estaba solo en el +mundo, era un extranjero, un residuo de la guerra que todos consideraban +fatalmente condenado á muerte. + +Pero á continuación no pudo evitar un sentimiento de celos contra este +pobre joven obscuro y enfermo. Vivía á todas horas cerca de Alicia, +mientras él no lograba verse admitido en su «villa» ni como simple +visitante. ¿Por qué?... + +Llevaba varias semanas haciendo conjeturas, atisbando una ocasión para +encontrarse con Alicia. Después de la tarde en que la tuvo entre sus +brazos, secando sus lágrimas, conteniendo las contorsiones de su +desesperación, besando su frente con un dolor fraternal, la verja de +Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre. «Ven mañana», +gimió Alicia al despedirle. Y al día siguiente Valeria le cortaba el +paso con el aspecto confuso del que dice una mentira. «La duquesa no +puede recibirle; la duquesa desea estar sola.» Esta negativa +inexplicable se había ido repitiendo en los días sucesivos, cada vez con +mayor sequedad. Ahora era el jardinero el único que salía al sonar el +timbre, hablándole á través de la verja. + +Su despecho le hizo cometer un sinnúmero de acciones pueriles y +envilecedoras. Rondaba por las cercanías de la «villa» como un celoso, +arrostrando la curiosidad de los transeuntes, valiéndose de los más +absurdos pretextos para disimular su espera, ocultándose con +precipitación cuando se abría la verja dando salida á alguien de la +casa. Esta vigilancia únicamente había servido para despertar su cólera. +Dos veces había tenido que esconderse mientras el teniente Martínez, +erguido dentro de su uniforme viejo, que le venía muy ancho, galvanizada +su flacura de enfermo por un deseo de mostrarse sano y arrogante, +entraba en Villa-Rosa, por la puerta abierta de par en par, como si +fuese el dueño. + +Los había visto una tarde de lejos, á él y Alicia, en un coche de +alquiler que se alejaba por el otro lado de la calle, hacia las alturas +de La Turbie. Ella se preocupaba del herido, llevándolo maternalmente á +que respirase el aire de las cumbres. ¡Y el príncipe como si no +existiese!... + +En vano la escribía cartas, y su tormento aún resultaba mayor al no +poder hablar con franqueza á sus allegados. El coronel, obedeciendo sus +insinuaciones, había hecho inútilmente varias visitas á la duquesa. + +--¡Qué dolor tan inexplicable!--decía don Marcos--. No se comprende +tanta desesperación por un joven aviador que no era mas que su +protegido. A no ser que... + +Pero su respeto no le permitía insistir en esta sospecha irreverente. + +Con Atilio tampoco podía hablar. Para éste, el prisionero muerto en +Alemania era el mismo joven que él había conocido en París antes de la +guerra: el amante de la duquesa, que la seguía á todas partes y danzaba +con ella en los té-tango. Además, Miguel sentía miedo á lo que pudiera +añadir Castro, reflejando el pensamiento de «la Generala». + +Esta, en el primer momento, al conocer la desesperación de Alicia, había +querido olvidar los pasados rencores, yendo espontáneamente á Villa-Rosa +para consolarla. Como era muy patriota, aquel muchacho muerto en +Alemania le parecía un héroe. Pero el repentino acaparamiento del +teniente español, aquella simpatía vehemente que obligaba á Martínez á +pasar el día entero con la duquesa, devolvieron á dona Clorinda su +hostil frialdad. + +El príncipe adivinó lo que pensaban ella y su amigo, lo que tal vez +diría Castro si osaba hablarle de Alicia. «Acababa de perder á su +amante, y mientras lo lloraba con una vehemencia teatral, se iba +preparando otro, igualmente joven... Un verdadero crimen; porque el +pobre Martínez estaba condenado á morir, y sólo prolongaba sus días +gracias á una absoluta quietud. La más leve emoción representaba la +muerte para él...» + +Lubimoff no podía decir la verdad. Su secreto era de Alicia. Unicamente +los dos sabían quién era aquel prisionero muerto en Alemania; y mientras +ella callase, él debía hacer lo mismo. + +Una noche, el coronel le dió una noticia interesante. Al caer de la +tarde, cuando regresaba del Casino, había visto desde el tranvía á la +duquesa de Delille. Bajaba sola y vestida de luto de un coche de +alquiler, en el bulevar de los Molinos, frente á la iglesia de San +Carlos. Luego había subido las gradas que conducen al templo: iba sin +duda á rezar por su protegido. Y don Marcos dijo esto con cierta +emoción, como si la visita á la iglesia borrase todos los comentarios +que llevaba oídos en los últimos días. + +Miguel tuvo el presentimiento de que este aviso iba á sacarle de su +incertidumbre. En aquella iglesia encontraría á Alicia. Y al día +siguiente, en las últimas horas de la tarde, empezó á pasear por el +bulevar de los Molinos, sin perder de vista el templo único de +Monte-Carlo, lugar de devoción para los jugadores y la gente rica, que +mantiene cierta rivalidad con la catedral del silencioso y aviejado +Mónaco. + +Este continuo ir y venir acabó por interesar á los comerciantes de la +calle y á sus dependientas, muchachas de alto y complicado moño que +parecen soñar detrás de los escaparates, esperando un millonario que las +saque de su injusta obscuridad. «¡El príncipe Lubimoff!» Todos le +conocían, y era tal su fama, que inmediatamente cien ojos buscaron cuál +podía ser el objeto de sus paseos. Indudablemente, una mujer. Los +balcones solitarios empezaron á poblarse de cabezas femeninas que +seguían sus evoluciones con el rabillo de un ojo. Se levantaron muchos +visillos, marcándose detrás de los vidrios pupilas interrogantes y bocas +sonrientes. «¿Será por mí?...» Esta pregunta muda parecía extenderse de +fachada en fachada. + +Aburrido de tal curiosidad, subió por un doble graderío á la plazoleta +solitaria que precede á la iglesia, empleando allí las mismas +estratagemas que cuando acechaba en las inmediaciones de Villa-Rosa. Se +asomó al interior del templo, punteado de rojo por las luces de unos +cuantos cirios. Sólo había en él dos mujeres del pueblo arrodilladas y +vestidas de luto: esposas ó madres de hombres muertos en la guerra. Al +volver á la plazoleta se entretuvo en leer y releer los títulos de todos +los papeles expuestos en un kiosco de periódicos. Luego se alejó por una +calle, volvió por otra, con aire indiferente, y se ocultó detrás de una +esquina, procurando no perder de vista la entrada de la iglesia. Aquí +resultaba tolerable su espera: no había transeuntes. La circulación del +vecino bulevar permanecía invisible, como si se desarrollase en el fondo +de una zanja. Sólo á través de las ramas bajas de los árboles se veían +pasar los techos de carruajes y tranvías. + +Cerró la noche y ella no vino. + +Al día siguiente Miguel volvió, pero discretamente, sin despertar la +curiosidad de los tenderos, permaneciendo largas horas en aquella +plazoleta de ciudad vieja, sin otro testigo que la mujer melancólica +que ofrecía sus periódicos en un kiosco sin parroquianos. Y tampoco +llegó. + +El tercer día, cuando dudaba ya de la utilidad de esta espera, apareció +el busto de Alicia sobre el filo del último peldaño. Después fué +surgiendo todo su cuerpo, con sobresaltos que marcaban el avance de sus +pies de grada en grada. Caía la tarde. En las fachadas del bulevar, por +encima de la masa verde de los árboles, el sol fugitivo trazaba una +pincelada de oro á lo largo de los tejados. + +La reconoció con el corazón antes que con los ojos, lo mismo que cuando +la había visto de lejos en un carruaje acompañando al oficial. Le +causaba extrañeza su capota negra con un largo velo de luto descendiendo +por la espalda. La emoción de su presencia y la costumbre del acecho le +hicieron retroceder, y ella entró en la iglesia sin verle. ¡Ah, ya la +tenía!... Esta vez no podría escapar, é iba á decirle muchas cosas, +¡muchas!... Pero al mismo tiempo que repasaba en su memoria +rencorosamente las justas recriminaciones preparadas con anticipación, +sintió miedo, un miedo irresistible á la brevedad de las respuestas de +ella, tal vez á su mutismo. + +Dejó transcurrir un largo rato. Luego le agitó el deseo de verla otra +vez, aunque fuese de lejos, y entró en la iglesia cautelosamente, +queriendo evitar un encuentro prematuro. + +Fué avanzando entre una doble fila de bancos desocupados. Allá en el +fondo estaban las mismas mujeres del otro día, siempre arrodilladas, +como si su dolor no conociese el tiempo. De la sombra surgieron poco á +poco los oros mortecinos de los retablos, y dos masas de colores, dos +haces de banderas, las de los países aliados, que adornaban el altar +mayor. + +Creyó que Alicia acababa de huir por una salida ignorada al ver solas á +las dos implorantes en su silenciosa inmovilidad. Pero de una puerta +lateral salió ella, seguida de un acólito que llevaba dos cirios. Alicia +vigiló cómo estos cirios eran encendidos y colocados en un candelabro +frente á la Virgen. Luego se arrodilló, permaneciendo rígida sobre sus +rótulas. + +Transcurrió el tiempo. Miguel la veía igual á las dos mujeres del +pueblo: una masa negra inmovilizada por el rezo y la súplica. +Unicamente, como signos especiales de su persona, distinguía las suelas +de su elegante calzado, dos pequeñas lenguas claras que se destacaban +sobre la corola negra de su falda. También veía la blancura de su nuca +estremeciéndose de vez en cuando, como si quisiera repeler el enroscado +velo de luto. + +Sintió desvanecerse el rencor que le había hecho desear este encuentro. +¡Pobre mujer! El sabía, y nadie más, quién era aquel joven cuya muerte +venía á llorar en la iglesia. El recuerdo de la princesa Lubimoff surgió +en su memoria lo mismo que una imagen borrosa por el empolvamiento del +olvido. La princesa estaba demente, ¡pero era su madre y le había amado +tanto!... + +Su egoísmo se sublevó en seguida contra esta emoción. Encontraba natural +que Alicia llorase á su hijo, pero no que se hubiera alejado de él sin +explicación alguna. + +Avanzó hacia el altar mayor, con el deseo de verla de más cerca. Un +ligero movimiento de la orante le hizo retroceder. Era mejor que no le +reconociese. Consideró preferible aguardarla fuera de la iglesia, con la +ventaja de la sorpresa, sin dejarla tiempo para que inventase razones +justificantes de su conducta. + +Empezaba á anochecer cuando salió Alicia, encontrándose con Miguel Fedor +que le cerraba el paso. + +Ni el más leve estremecimiento que delatase asombro. + +--¡Tú!--dijo simplemente. + +Estaba muy pálida, tenía los ojos enrojecidos y húmedos, como si acabase +de llorar. + +Tal vez le había visto dentro de la iglesia, y esperaba este encuentro á +la salida. La naturalidad con que acogió su presencia fué para él una +primera decepción. + +Necesitaba hablar cuanto antes, dar salida á las quejas y +recriminaciones que había ido amontonando en los días anteriores. Eran +tantas, que abrumaban su pensamiento. Pero Alicia, como si temiese sus +palabras, se le adelantó, hablando á su vez con acento monótono y +triste. + +Venía á este templo algunas tardes porque experimentaba de pronto la +necesidad de abandonar Villa-Rosa y sus terribles recuerdos. ¡Ay, la +llegada del telegrama!... + +--Ahora soy creyente--dijo con sencillez. + +Rectificó en seguida su afirmación, por modestia, no por orgullo. +Deseaba ser creyente, pero en realidad no lo era. Se acordaba de su +madre, la sencilla doña Mercedes. ¡Cuánto daría por tener la confianza +en el más allá de la buena señora! Aquella fe que en otro tiempo +provocaba sus burlas le parecía ahora algo superior. ¡No poder conocer +la resignación de las almas humildes!... Persistía en ella la +incredulidad de sus tiempos dichosos. Los que gozan las dulzuras de la +existencia no se acuerdan de la muerte ni piensan en lo que pueda haber +después de ella. Nadie siente un alma religiosa en un baile, en un +banquete, en un encuentro de amor. Ella necesitaba creer, porque era +desgraciada. Se acogía á la religión como un enfermo desesperado implora +al curandero en el que no tiene fe, porque la razón le muestra sus +errores, pero que al mismo tiempo le halaga con una absurda esperanza al +haber sanado á otros milagrosamente. + +--El dolor nos hace místicos--continuó--. Lo que yo siento es no poder +serlo como lo son otros. Rezo, y la resignación no viene á ayudarme. + +Se revolvía contra la nada de la muerte. ¡Aquella carne de su carne +estaba pudriéndose en un cementerio ignorado de Alemania! ¿Y esto era +todo?... ¿Ya no había más?... ¿Moriría ella á su vez y no volvería á +encontrar en una existencia superior aquel hijo en el que había +concentrado toda su voluntad de vivir? ¿Se borrarían ambos en la +realidad, como dos puntos microscópicos, como dos átomos, cuya vida nada +significa?... + +--Necesito creer--dijo con toda la energía de su egoísmo maternal--. Mi +único consuelo es esperar que volveremos á encontrarnos en un mundo +mejor; un mundo que no conozca las guerras ni la muerte... Pero de +pronto me falta la confianza, y sólo veo la nada... ¡la nada! Soy muy +digna de lástima, Miguel. + +Estas palabras no conmovieron al príncipe, á pesar de la desesperación +que Alicia ponía en ellas. Su ansia de enamorado sólo le dejaba pensar +en el presente. + +--¿Y yo?--dijo con tono de reproche--. Me has abandonado en el mejor de +nuestros instantes. Eres desgraciada; razón de más para que no me alejes +de tu lado. Yo puedo alegrar tu vida... Adivino lo que piensas. No, no +pretendo hablarte de amor. Tal vez más adelante, ¡pero ahora!... Ahora +quiero ser tu compañero, tu hermano, lo que tú quieras que sea, pero al +lado tuyo. ¿Por qué huyes de mí? ¿por qué me cierras tu puerta como á un +extraño?... + +Continuó desordenadamente sus quejas, sus protestas, sus rencores, por +aquel alejamiento inexplicable. + +--¿Tengo yo alguna culpa de tu desgracia?--terminó preguntando--. ¿Soy +ahora otro hombre que la última vez que nos vimos? + +Ella movió la cabeza tristemente. No podría convencer á Miguel por más +que hablase; era superior á sus fuerzas el explicar sus nuevos +sentimientos. Parecía desalentada ante el obstáculo que se había +interpuesto entre los dos. + +--Déjame, olvídame; es lo mejor que puedes hacer... No; tú no has +cambiado, pobrecito mío. ¿Qué mal puedes haberme causado tú, tan bueno, +tan generoso? Me has ayudado á conocer la terrible verdad; por ti la he +sabido; y aunque esto me mata, lo creo preferible á la incertidumbre... +Tú no tienes la culpa, tú has hecho todo lo que yo te pedí. Pero +atiéndeme, te lo ruego: no me busques, evita nuestro encuentro. Es el +último favor que podrás hacerme. Sólo lejos de tu presencia encontraré +cierta tranquilidad. + +La voz de Miguel dejó de ser suplicante, estremeciéndose con un temblor +de cólera. ¿Cómo podía ser él un obstáculo para su tranquilidad? ¿No +acababa de decirle que sólo quería ser un compañero de su desgracia, +olvidado del amor, con un afecto neutro y dulce, igual al de la +amistad?... Ahora que era desgraciada, sentía con más vehemencia el +deseo de permanecer á su lado. ¿Por qué capricho absurdo huía de él? + +Alicia le miró con unos ojos lacrimosos que reflejaban las vacilaciones +de su pensamiento. Al fin pareció decidirse. + +--Tú no has cambiado--dijo con voz sorda--, pero yo soy distinta. El +infortunio ha hecho de mí otra mujer. Yo misma no me reconozco... Una +idea fija me domina. Tal vez es absurda; si te la digo, sé que vas á +protestar con justa indignación. No, tú no tienes la culpa; pero es +mejor no verte. Tu presencia hace más grande mi remordimiento. Viéndote, +siento una vergüenza inmensa, un deseo de morir, de matarme. Tengo la +sospecha de que soy yo la que ha asesinado á mi hijo... Recuerdo lo +pasado entre nosotros: reconozco el castigo. + +La cólera de Lubimoff se desvaneció ante estas palabras inexplicables. +Maquinalmente tomó las manos de ella con una dulzura acariciante, lo +mismo que si fuesen las de una enferma en pleno delirio. ¡Calma! ¿qué +estaba diciendo? ¿qué remordimientos eran esos? Las manos se dejaron +tocar á través de los guantes con una pasividad resignada, pero de +pronto resucitaron, desprendiéndose violentamente de las de Miguel, como +si acabasen de recibir un profundo choque. «¡No! ¡no!» Y el príncipe +tuvo la convicción de que entre los dos existía una especie de flúido +repelente, algo que no había conocido hasta entonces: el miedo á su +persona. + +Quedó tan desconcertado y humillado por este movimiento retráctil, que +no supo qué decir. Ella aprovechó su silencio para seguir hablando, pero +como si tradujese á solas una pesadilla, como si no viera al hombre que +estaba ante sus ojos. + +--Cuando me acuerdo... ¡qué vergüenza! Mi hijo, mi pobre hijo viviendo +como un esclavo, sufriendo hambre, recibiendo golpes, él tan noble, tan +hermoso... y su madre aquí, haciendo la niña, extasiándose con unos +amores ideales, dando paseos poéticos por los jardines, cambiando +besos... un romanticismo de vieja. Las locuras del juego aún podían +tolerarse. Jugaba pensando en él; el dinero era para él; ¡pero el +amor!... Parece imposible que haya podido hacer todo eso mientras mi +hijo estaba prisionero y yo carecía de noticias. ¿Qué fuerza demoniaca +me empujó?... Y Dios me ha castigado; y si no es Dios, el que sea: la +fatalidad, un poder misterioso que nos hace expiar nuestras faltas, +llámese como se llame. + +Miguel quiso interrumpirla, pero ella siguió hablando. + +--Sé lo que vas á decir; es inútil. Lo que tú digas me lo he dicho yo +muchas veces para convencerme de que mi creencia es absurda. ¿Y qué +probaría eso? Todo lo que no conocemos es absurdo, y ¡conocemos tan +pocas cosas!... No; mi remordimiento no se dejará convencer nunca; no +evitarás que de noche entretenga mi insomnio haciendo cálculos, +recordando fechas. Cuando empecé á interesarme por ti, mi hijo vivía +aún, y yo lo olvidé. Cuando nos paseábamos por los jardines de San +Martino, tal vez estaba agonizando de hambre, de sufrir martirios, ¡y +yo, como una heroína de novela, como una colegiala loca, besándome +contigo, haciéndote promesas!... Además, ¡la llegada del telegrama en la +misma tarde que ibas á venir tú, como algo definitivo en mi existencia! +¿No vea una intervención superior, un castigo á mi maldad? + +En vano intentó el príncipe hablar otra vez. + +--Por esto huyo de ti; por eso no he contestado tus cartas. Tú no tienes +la culpa; pero eres el remordimiento, y tu presencia resucita mi +crimen... Además, me conozco; no soy mas que una pobre mujer, como quien +dice la debilidad, la inconsciencia, el olvido. Te aceptaría como un +camarada de dolor, y como no me eres indiferente, tal vez acabase por +ceder á lo que deseas. Y eso sería horrible, más horrible aún que lo +otro; uno de esos atentados que cometen contra las leyes naturales los +que están enloquecidos por la pasión... No me busques; no quiero verte. +Tengo la certeza de que he matado á mi hijo. Si hubiese sido una +verdadera madre, pensando sólo en él, ¡quién sabe!... tal vez viviría +aún. Pero alguien quiso castigarme por mi conducta desnaturalizada, y lo +mató, para que yo despertase, cuando me creía más feliz en mi torpe +enamoramiento. + +Miguel ya no quiso hablar. Sus ojos miraron á esta mujer con lástima y +desaliento. Recordó á la princesa Lubimoff y sus extravagantes creencias +en el misterio; á la misma madre de Alicia con sus manías devotas. +Resultaría inútil cuanto intentase decir. Aquella certidumbre absurda y +dolorosa se abría entre los dos como una profundidad que sólo el tiempo +podría rellenar. + +El mutismo del príncipe sirvió para que ella perdiese la nerviosa +exaltación que le hacía expresarse con tanta vehemencia. + +--Déjame--murmuró dulcemente--. ¿De qué modo servirte? Ya no soy una +mujer, soy una vieja; tengo tantos siglos como el dolor. Tú necesitas +una amante, y yo soy simplemente una madre... una madre con +remordimientos. + +Su renuncia al pasado, la convicción de que sólo era una madre +desesperada, cortó su voz con un gemido, al mismo tiempo que sus ojos se +llenaban de lágrimas. Con una mano tímida apartó Miguel el pañuelo que +ella se había llevado al rostro para ocultar su llanto. Murmuraba frases +incoherentes, con la intención de consolarla; pero á continuación, la +cólera volvió á dominarle. + +--Si realmente estuvieses sola--dijo con voz rencorosa--, yo podría +aguardar, y tal vez el tiempo acallase esos escrúpulos absurdos que te +atormentan. Pero tu soledad es mentira. Un hombre entra á todas horas en +tu casa como si fuese suya, mientras yo debo alejarme, según dices, para +que recobres la tranquilidad. + +Alicia, por instinto femenil, se había apresurado á llevar otra vez el +pañuelo á su cara al sentirse libre de la mano de Miguel. Debía estar +fea con los ojos acuosos, la boca pálida, la nariz enrojecida por el +llanto. Pero las palabras del príncipe produjeron en ella tal sorpresa y +tal deseo de repeler una suposición injuriosa, que separó la arrugada +batista de su rostro. + +--¿Te refieres á Martínez?... ¡Pobre muchacho! + +Abandonaba la alegre sociedad de sus camaradas, sus paseos en grupo, +hasta las fiestas á que eran invitados los oficiales convalecientes, +para aburrirse en Villa-Rosa al lado de una mujer que sólo podía llorar. +Cuando ella deseaba venir á la iglesia, tenía que obligarle á que se +marchase por una hora ó dos al atrio del Casino con sus compañeros de +armas. ¡Las visitas del joven inválido representaban tanto para +Alicia!... Eran como una caridad. + +--Me forjo la ilusión de que es mi hijo. Sus pocos años y su uniforme +ayudan á este engaño. Tú no has tenido hijos; no puedes saber la +necesidad que sentimos, cuando los hemos perdido, de poner nuestro amor +huérfano en otros seres, imaginándonos que se parecen á los que +murieron. Yo necesito continuar siendo madre, ya que no puedo ser otra +cosa; y ese infeliz no conoció á la suya, no tiene á nadie en el mundo, +está solo como yo... Déjame que busque un poco de ilusión allí donde +puedo encontrarla. ¡El pobre agradece tanto mi afecto! ¡Se siente tan +feliz en mi casa! Acuérdate: es un condenado á muerte, y sólo un cuidado +maternal, un atmósfera dulce y plácida, podrán prolongar sus días. + +Ella deseaba realizar esta obra tal vez por egoísmo, por borrar de su +memoria con una larga acción generosa todo lo malo que había hecho +antes. Quería que fuese su hijo, un hijo inventado por su dolor, al que +dedicaría todo lo que era imposible hacer por el otro salido de sus +entrañas. + +También calló ahora Miguel, comprendiendo la inutilidad de su +insistencia. Conocía el carácter de Alicia. Detrás de su voz quejumbrosa +adivinó la resuelta voluntad de mantener á su lado á aquel joven que +refrescaba sus sentimientos maternales y era á la vez un consuelo para +el remordimiento que se había forjado. + +La consideración de su impotencia acabó por irritarle, haciéndole sentir +un cruel deseo de molestar á aquella mujer. + +--Haces mal, Alicia. El mundo ignora tu secreto. Ya sabes lo que creía +antes de ti y de tu hijo. Tú misma reías, encontrando graciosos tales +errores... Ahora, el equívoco continuará con mayor razón. Muchos se +imaginan que has sustituido al joven que murió con otro joven. + +Alicia perdió su triste serenidad. + +--¡Qué infamia!--dijo--. ¿Cómo pueden creer eso? ¡Pobre Martínez!... +¡Tan bueno! ¡tan respetuoso! + +Luego continuó con arrogancia: + +--¡Que digan lo que quieran! Yo deseo olvidar al mundo; que el mundo se +olvide de mí... Ya he muerto. + +Pero Miguel insistió en su rencor: + +--El otro era tu hijo, y yo lo sabía. Este no lo es, y conozco el poder +de seducción que ejerces, aun contra tu voluntad. Acuérdate del «banco +de los viejos». + +¡Ay! Por donde ella pasase, la mirada del hombre se engancharía en el +ritmo de su cuerpo: y aquel joven, aquel extraño, iba á acabar... + +No pudo seguir. + +--¡Tú también!...--exclamó ella--. ¡Adiós, Miguel! Siempre pensaré en +ti, pero es mejor dejar de vernos. No me guardes rencor. Tal vez algún +día... + +Y resueltamente le volvió la espalda, descendiendo las gradas hacia el +bulevar. + +El príncipe quedó inmóvil unos instantes. Luego avanzó hasta el borde +del último escalón, pero sólo pudo ver un carruaje con la capota +levantada, cuyos dos caballos emprendían el trote. + +¡Y para llegar á esto había deseado con tanta vehemencia su encuentro +con Alicia!... El despecho le hizo juzgarse duramente; no había sabido +hablar. Después recordó todos sus razonamientos y sus recriminaciones, +asombrándose del poco efecto que causaban en ella. Era indudablemente +otra mujer. Alguien la había cambiado; alguien era el culpable de esta +absurda situación. + +Gran parte de aquella noche la pasó reflexionando. No se le ocurría +censurar á Alicia. Hasta se arrepintió de sus palabras agresivas. +¡Infeliz! Una exaltación de su sensibilidad la hacía ver culpas y +remordimientos en todos sus actos anteriores. + +«Además, las mujeres--continuó diciéndose--, al menor choque nervioso, +lo primero que pierden es la lógica.» + +Necesitaba concentrar su rencor en alguien que no fuese ella, y como +Miguel creía no haber perdido la lógica, hizo caer la responsabilidad de +todo sobre Martínez. Este era el único culpable. De no entrometerse en +la vida de los dos, Alicia, al verse sola en su desgracia, habría +buscado más que antes el apoyo del príncipe. ¡Qué regalo les había hecho +«la Generala» al presentar á este aventurero! + +En vano su razón intentó argüir que no era el oficial el que iba en +busca de Alicia, sino ésta la que lo conservaba en su casa, aislándolo +de sus antiguas amistades. Lubimoff no renunció á su rencor. Era +Martínez y nadie más el que se colocaba entre ambos. + +Hasta entonces sólo había fijado su atención ligeramente en este +muchacho, al que Toledo llamaba «el héroe». ¡Eran tantos los héroes en +el momento presente! Su odio fué despojándolo del prestigio que le daban +sus hazañas y su desgracia. Lo vió sin uniforme, sin sus cruces y sus +heridas, tal como debió ser antes de la guerra: un pobre empleadillo, un +dependiente de comercio, que nunca había puesto sus ilusiones amorosas +más allá de una modista ó una dactilógrafa... ¡Y éste era el personaje +interesante que se erguía enfrente de él!... ¡Tiempos intolerables! + +Paseó al día siguiente toda la mañana por sus jardines, resuelto á no +volver á Monte-Carlo. Sentía despecho al recordar la ternura con que +Alicia había hablado de su protegido. Era mejor no tropezarse con él. +Pero en la tarde le pesó la soledad de su hermosa «villa», que parecía +abandonada. Atilio, el pianista, hasta el coronel, todos estaban en el +Casino. El también quiso ir, para confundirse con aquel público que se +ocupaba al mismo tiempo de los incidentes de la guerra y de los azares +del juego. + +En el atrio marchó hacia los grupos de lectores agolpados ante los +últimos telegramas. La gente tenía por buenas las noticias, ya que no +eran extremadamente malas, como en los días anteriores. Los aliados +habían detenido el avance del enemigo, inmovilizándolo sobre el terreno +que acababa de conquistar. Seguía el bombardeo de París por los cañones +de gran alcance... Y nada más. + +Un hombre hacía comentarios en alta voz. Era Toledo, que, como todas las +tardes, daba su conferencia de estratega ante un semicírculo de +admiradores. Vuelto de espaldas al príncipe, iba soltando el chorro de +su límpido optimismo, de su fe simple, que desgracias y reveses no +lograban conmover. + +--Ahora ya los han clavado sobre el terreno: no avanzarán. Dentro de +poco será el contraataque. Lo sé; me consta. + +Se frotaba las manos, guiñando un ojo maliciosamente. + +--Y los americanos llegan y llegan. Hay día que desembarcan diez mil. +¡Un pueblo maravilloso!... Lo que yo he dicho siempre: ese Wilson es un +grande hombre. Lo conozco bien. + +Todos escuchaban con deleite esta voz de esperanza que refrescaba los +corazones antes de que se entregasen á las angustias de la ruleta y el +«treinta y cuarenta». Hablaba con la autoridad de un hombre bien +relacionado y que puede saberlo todo. «Conocía á Wilson»; él mismo +acababa de declararlo. Además, era un coronel--aunque nadie sabía de qué +ejército--, un «técnico», incapaz de expresarse caprichosamente. Y +muchos se trasladaban sin perder tiempo á las salas de juego para +repetir sus comentarios, como personas bien informadas. + +El príncipe se alejó, temiendo cortar con su presencia este triunfo +profesional, que se repetía todas las tardes. + +Al pasearse por el atrio, antes de entrar en los salones, vió junto á +una columna un grupo de oficiales franceses, todos convalecientes. +Privados de ir más adentro, á causa de su uniforme, permanecían allí, +mirando con cierta envidia á los «civiles». Unos se mantenían erguidos, +sin dolencia visible, con una delgadez de aguiluchos, la nariz picuda, +los ojos audaces, el bigote alborotado; otros, de cara juvenil, se +encogían como valetudinarios, apoyados en sus bastones, con el pecho +hundido bajo las desmayadas arrugas del paño del uniforme, y haciendo +una larga pausa de reconcentrada voluntad cada vez que deseaban mover +sus piernas. Algunos habían llegado á Mónaco como incurables, después de +un largo cautiverio en Alemania; los demás venían de los hospitales de +la línea de fuego; y todos mostraban una desorientación gozosa al verse +en este rincón paradisíaco, donde las gentes parecían olvidadas del +resto de la tierra y los ojos femeninos les seguían con una expresión +enigmática, entre amorosa y maternal. + +La diestra de uno de estos militares se elevó hasta su visera para +saludar al príncipe. Este se fijó en el color amarillento del kepis, +luego en el uniforme del mismo color y la línea policroma de las +condecoraciones. Era Martínez, el teniente de la Legión extranjera, que +le saludaba con cierta timidez, pero satisfecho al mismo tiempo de que +sus compañeros le viesen en buenas relaciones con un personaje famoso +del que tanto se hablaba en la Costa Azul. + +Miguel devolvió el saludo maquinalmente y siguió adelante. Este momento +quedó fijo en su memoria para toda la vida. Los años y la cordura que +éstos traen consigo parecieron desprenderse de él como las cortezas +secas de un árbol que renace. Se creyó vuelto á la juventud. Fué por +unos instantes aquel capitán Lubimoff de la Guardia imperial, +atropellador de obstáculos y desconocedor del escándalo cuando alguien +se oponía á su voluntad. + +Volvió á mirar de lejos el grupo de oficiales. ¡Y este teniente de pobre +estatura, que parecía un tenedor de libros elevado por la movilización, +era su enemigo!... Creyó verlo por primera vez. Perdido entre sus +compañeros aún le pareció más insignificante que en sus visitas á +Villa-Sirena. + +Permaneció inmóvil, con su mirada fija en el grupo. «¡Vas á cometer un +disparate!», gritaba una voz en su interior. Y pasó por su memoria la +imagen del duro Saldaña, bondadoso y tolerante con los débiles, como +todos los que están seguros de su fuerza. Una frase que no había +recordado nunca cruzó ahora su pensamiento: «El caballero debe ser bueno +y no abusar nunca de su fuerza.» Estaba seguro de que su padre le había +dicho esto siendo él niño... Pero á continuación, la dualidad que +existía en su interior se expresó por medio de otra voz más fuerte é +imperiosa, una voz femenina igual á aquella otra que le aconsejaba en su +juventud: «Gasta, no te prives de nada, colócate sobre todos; piensa +siempre que eres un Lubimoff.» Y vió á la difunta princesa, no de María +Estuardo, con su luto teatral, sino dominadora y todavía bella, lo mismo +que cuando aterraba con sus cóleras á su esposo «el héroe» y ponía en +revolución el palacio de París. + +Maquinalmente se aproximó al grupo de oficiales, y sus ojos volvieron á +tropezarse con los de Martínez. Este vino hacia él con una sonrisa +interrogante. Miguel comprendió que le había hecho un signo de +llamamiento sin darse cuenta de ello, por un impulso de su voluntad, +que parecía moverse completamente desligada de su razón. ¡Tanto peor!... +¡Adelante! + +Con cierto apresuramiento se fué llevando al joven hacia el vestíbulo +del Casino, como si quisiera evitar la presencia de los grupos que +llenaban el atrio. + +--Teniente, voy á decirle una cosa... Necesito... pedirle un favor. + +Balbuceaba, no sabiendo cómo expresar un deseo que él mismo tenía por +absurdo. Esta indecisión, unida á las vacilaciones de su voz, acabó por +irritarle. + +Se detuvieron junto á la cancela de cristales de la entrada. Martínez +había perdido su sonrisa, mirando con asombro el gesto duro y la palidez +del príncipe. + +--En una palabra--dijo éste con resolución--: lo que yo tengo que +pedirle es que visite con menos frecuencia la casa de la duquesa de +Delille. Si se abstiene en absoluto de ir á ella, aún será mejor. + +Y descansó, respirando con cierto desahogo, después de haber lanzado su +pretensión. + +El asombro de Martínez fué en aumento. Dudó un instante, fijos sus ojos +en los de Lubimoff. No era una broma: la mirada agresiva de este +personaje que siempre le había tratado con amable indiferencia, la +sequedad de su voz, cierto temblor de su mano derecha, indicaban que +había expresado todo su pensamiento, y que detrás de este pensamiento +latía un odio enorme contra él. + +La sorpresa le hizo hablar con timidez. El visitaba á la duquesa porque +esta señora le pedía que fuese á verla todos los días. Muchas veces +había sospechado que su asiduidad pudiera resultar inoportuna; pero +todos sus intentos de alejamiento eran inútiles. Apenas se ausentaba por +unas horas, aquella buena dama le hacía buscar. Se mostraba bondadosa +con él como una madre. + +De repente, se desvaneció su tono humilde. Sus ojos adivinaron en los de +su interlocutor algo que él mismo no había pensado nunca. El teniente +pareció transfigurarse, creciendo hasta quedar al nivel del príncipe. +Brilló su mirada con el mismo resplandor fulvo que la del otro; todo su +cuerpo se arqueó con la tensión de un muelle que va á saltar; las +alillas de su nariz se agitaron nerviosamente. El empleadillo tímido de +ademanes recobraba su gallardía de hombre de combate. Su voz sonó ronca +al seguir hablando. + +El iba adonde le llamaban, adonde quería ir, sin reconocer á nadie el +derecho de mezclarse en sus actos. Era la duquesa la única que podía +cerrarle la puerta de su casa. ¿Por qué intervenía el príncipe en los +asuntos de aquella señora sin consultar antes su voluntad? + +--Soy su pariente--dijo Miguel, algo indeciso en su interior al invocar +este parentesco que muchas veces no había querido reconocer. + +Los dos se vieron al otro lado de la cancela, sobre el rellano de las +gradas del Casino, en pleno aire, frente á los árboles de la plaza y los +grupos de paseantes que daban vueltas en torno del «queso». Tuvieron que +apartarse á un lado, para no impedir la circulación de los que entraban +y salían. + +--Además--continuó el príncipe--, mi deber es evitar murmuraciones. No +puedo permitir que, viéndole á usted metido allá á todas horas, +supongan... + +Casi se arrepintió de sus palabras al notar el doble efecto que +producían en el joven. Primeramente se indignó. ¿Había quien osaba +murmurar de aquella gran señora, tan santa para él? Pero esta protesta +fué acompañada de una irreflexiva satisfacción, de un orgullo pueril, +como si agradeciera, á pesar de todo, que mezclasen su nombre con el de +la otra en absurdas suposiciones. Parecía que Martínez acababa de +descubrirse á sí mismo, dando cuerpo y nombre á sentimientos obscuros +que hasta entonces sólo habían latido dentro de él en una forma +larvaria. + +El alma celosa del príncipe fué adivinando, con aguda percepción, todo +lo que pensaba el otro, y esto avivó el incendio de su cólera. ¡Con qué +arrogancia asumía este empleadillo la defensa de Alicia! ¡Cómo se +delataba su enamoramiento!... + +--Si alguien se permite hablar de la duquesa--dijo el teniente--, si +murmuran porque me dispensa el honor de recibirme en su casa (¡el mayor +honor de mi vida!), yo me encargaré de castigar al que invente eso, +aunque esté muy alto, aunque se crea muy poderoso... + +Lubimoff le escuchó con impaciencia. Ahora era Martínez el que se +permitía atacarle. Sus últimas palabras significaban una amenaza para +él. + +Además, se sintió irritado contra su propia torpeza. Su acción +imprudente sólo servía para que este joven abriese los ojos, pensando en +la posibilidad de muchas cosas que nunca había podido imaginar, y que, +de imaginárselas, las habría rechazado inmediatamente, por desatinadas. +¡Y era él mismo quien venía á demostrarle que, según la opinión de los +maldicientes, resultaban posibles tales cosas!... + +El tono con que el oficial defendía á Alicia excitó aún más su cólera. +Adivinaba en él un gran orgullo, la vanidad del pobre muchacho que sólo +ha conocido las aventuras de amor á través de los libros, y de pronto se +ve en relaciones supuestas con una duquesa y rival de un príncipe. ¡Qué +gloria para un advenedizo! + +--Joven...--dijo la voz dura de Lubimoff. + +Esta simple palabra fué seguida de una mirada de altivez, de +superioridad aplastante, que pareció barrer todo cuanto la guerra había +puesto de extraordinario en Martínez: el uniforme, las condecoraciones, +las cicatrices gloriosas. Para él ya no existía el oficial; sólo quedaba +el pobre vagabundo de años antes yendo de un hemisferio á otro en busca +del sustento. «Joven...», repitió con un tono que resucitaba todas las +castas y las gradaciones sociales de los siglos muertos, para que el +interpelado se diese cuenta de la enorme separación entre su persona y +la del hombre que se dignaba darle consejos. + +--Joven... acabemos. ¿Y si yo le ordeno que no vuelva más á esa casa?... +¿Y si le exijo que...? + +No pudo terminar. Su voz amenazante, dura como un grito de mando, +indignó al hombre vestido de uniforme. ¡Haber arrostrado la muerte +durante tres años entre miles de camaradas que estaban ya bajo tierra; +despreciar la vida como algo cuya fragilidad se ha revelado á cada +minuto; despojarse para siempre, en fuerza de aventuras angustiosas y +heridas atroces, de ese miedo que el instinto de conservación pone en +todos los seres, para que ahora, en una ciudad de placer, á la puerta +de la más lujosa de las casas de juego, un hombre rico y poderoso, pero +que no había hecho nada útil en su existencia, se atreviese á +amenazarle!... + +--¡A mí!...--dijo balbuceando de rabia--. ¡Darme órdenes á mí!... + +Miguel sintió que una mano se agarraba á los botones de su chaleco. Era +como un pájaro temblón y agresivo, que se detenía un instante en su +ciego impulso para seguir volando hacia arriba. Adivinó la bofetada, é +instintivamente avanzó su diestra. Las dos manos se encontraron cuando +la del joven revoloteaba cerca del rostro del príncipe. Este, más +musculoso, contuvo la mano ofensora, la inmovilizó con dura presión, al +mismo tiempo que sonreía de un modo lúgubre. Los ojos se lo +empequeñecieron, volviendo sus vértices hacia arriba con el crispamiento +de la sonrisa. Eran unos ojos asiáticos. Su nariz se ensanchó con una +aspiración caballuna. Así debieron sonreir en sus malos momentos los +remotos abuelos de la princesa Lubimoff... + +--Basta: la doy por recibida--dijo con lentitud--. Designe á dos amigos +para que se entiendan con los míos. + +Y soltando la mano de Martínez, le volvió la espalda después de hacerle +un grave saludo. Los gestos de los dos habían sido rápidos. Sólo uno de +los porteros con kepis que montan la guardia en el rellano de la +escalinata había adivinado algo; pero su experiencia profesional le +aconsejó permanecer impasible mientras no hubiese golpes. + +Creyó en una simple disputa por cosas del juego. Todo iba á arreglarse +con una explicación y á olvidarse después con una ganancia. ¡Había visto +tanto!... + + * * * * * + +El príncipe Lubimoff vuelve á entrar en el Casino. Atraviesa el +vestíbulo y el atrio llevando la cabeza alta, pero sin ver á nadie, con +la mirada perdida ante sus pasos. + +Le parece que el tiempo ha vuelto de repente sus agujas atrás, +haciéndole saltar en el pasado, volviéndolo á la juventud. Marcha con +arrogancia. Se extraña de que el ruido de sus firmes pisadas no vaya +acompañado de un tintineo de espuelas y del metálico arrastre de un +sable. Al mismo tiempo empieza á ver rostros irreales, rostros que +desaparecieron de la tierra hace muchos años: el cosaco venido de una +remota guarnición de Siberia para vengar á su hermana; un amigo del +mismo regimiento del príncipe, que murió de una estocada en el pecho +después de una cena tumultuosa, mientras lloraba Lubimoff, súbitamente +despertado de su homicida embriaguez; otros á los que asistió como +simple testigo, pero que murieron y resucitan ahora en su memoria, fría +é insensible al remordimiento y á la lamentación. + +--El coronel... ¿Dónde diablos estará el coronel? + +Atraviesa las salas de juego, buscando una cabeza de pelo canoso partido +en dos secciones brillantes por la raya que se tiende rígida de la +frente á la nuca. La ve al fin sobre el respaldo de un diván, entre dos +sombreros de mujer, cuatro ojos orlados de luto y unas mejillas con las +arrugas rellenas de pasta blanca y pasta rosa. El príncipe interrumpe +con su mudo llamamiento unas explicaciones de la guerra que hacen +estremecer á las dos damas. + +--Coronel: un asunto de honor. Quiero batirme mañana. Busca otro +padrino. + +Toledo parece desconcertado por la orden. Su primer pensamiento vuela +hasta Villa-Sirena. Ve el negro levitón, la vestidura solemne del honor +pronta á salir de su encierro. Después se desliza por esta alegría una +nube de duda. ¡Un duelo!... ¿Será oportuno ahora que los hombres se +baten en masas de millones, dando su vida por algo más alto y más +general que los rencores individuales?... Sus creencias ahogan +inmediatamente este escrúpulo. «Un caballero debe estar á las órdenes de +otro caballero.» Además, es su príncipe. Y dispuesto á cumplir su +misión, pide el nombre del adversario. + +--El teniente Martínez. + +Don Marcos cree haber entendido mal; luego vacila sobre los pies y queda +mirando á Su Alteza con estupor. Instintivamente, sin darse el trabajo +de desenmarañar los confusos pensamientos que le asaltan, ve con la +imaginación á la duquesa de Delille. ¿Por qué ha abandonado el príncipe +sus prudentes doctrinas?... Se acuerda, como de un pasado dichoso, de +los tiempos en que florecían «los enemigos de la mujer». No han +transcurrido mas que cuatro meses, y parece que sean siglos. ¡Un duelo +en plena guerra... y con un oficial!... ¡Y este oficial es Martínez, su +héroe!... + +Levanta los hombros, inclina la cabeza, hace un gesto de inhibición, +como siempre que su príncipe le da órdenes absurdas con un rostro duro +que le recuerda el de la difunta princesa en sus días borrascosos. + +--¿Busco á don Atilio?... Ha tenido varios lances de honor; sabe lo que +es eso, y podrá ayudarme. + +Lubimoff acepta. En el _bar_ de los salones privados esperará á los dos, +para hablar de las condiciones del encuentro. + +Permanece inmóvil en su profundo sillón, frente á una ventana dorada por +la luz del ocaso, en la que se tejen y destejen los hilos de sombra +proyectados por el ramaje inquieto de los árboles. Le parece de pronto +que su espera resulta demasiado larga. Se le ocurre que Castro no está +en el Casino y don Marcos le busca inútilmente. De todo lo pasado apenas +se acuerda. La figura del oficial se ha hundido en la bruma gris que cae +sobre su memoria: no es ya mas que un contorno indeciso. Lo único que +puede ver, con un relieve y un agrandamiento exagerados, como si +estuviese junto á sus ojos, es una mano: una mano que se agarra á su +pecho y sube hacia su rostro que nadie golpeó jamás. La indignación le +hace salir de su huraño ensimismamiento. ¡A él! ¡Una bofetada al +príncipe Lubimoff!... + +Cuando levanta los ojos ve á Toledo que se acerca, pero solo, con cierta +confusión, temiendo por adelantado la cólera del príncipe. Este, que se +siente bondadoso y tolerante después de sus violencias en la escalinata, +adivina lo que va á decirle. No ha encontrado á Castro. Y le absuelve +con una sonrisa benévola. + +El coronel habla: + +--Marqués: don Atilio no quiere. + +¿Qué?... Y ante la mirada interrogante de Lubimoff, que no puede +comprender, que se resiste á comprender lo que escucha, Toledo repite, +cada vez más confuso: + +--Se niega á aceptar la representación. Me ha dicho que busque á otro. +Tiene unas ideas especiales que... + +Y se abstiene de exponer estas ideas. Calla, para no decir algo que el +príncipe no debe escuchar de su boca; acepta como un bien el silencio de +asombro que se interpone entre él y Lubimoff; teme que éste salga de la +estupefacción en que le ha sumido su noticia. + +Como desea alejarse, propone algo que le parece un remedio. + +--¿Quiere Su Alteza que lo llame? Seguramente vendrá. Tal vez hablando +los dos... + +Y se aleja para buscar á Castro, mientras Miguel Fedor vuelve á quedar +inmóvil en su asiento, sin comprender nada. + + * * * * * + +Lo vió de pie ante su velador, con cierto apresuramiento en sus gestos y +ademanes, como un hombre que arrostra una situación penosa y quiere +salir de ella cuanto antes. + +El príncipe le invitó á ocupar el sillón inmediato, pero Castro sólo +quiso sentarse ligeramente en uno de los brazos del mueble, para indicar +su deseo de que la entrevista fuese corta. Además, habló él primero, +exponiendo rudamente su pensamiento, sin preámbulos. + +--Te habrá dicho el coronel mi respuesta. No puedo... Bien sabes que soy +tu amigo: hasta me haces el honor de reconocerme como pariente; te debo +mucho; ¡pero eso que me pides... no! Es un disparate, una locura. +Forzosamente habíamos de terminar así; lo he presentido hace algún +tiempo. Tal vez tenías razón cuando hablabas de las mujeres y de la +necesidad de ser sus enemigos (si es que esto resulta posible). Pero de +nada puede servirnos recordar lo pasado: tú ya no eres el Lubimoff que +decía aquellas paradojas. Yo estoy loco, te lo concedo; pero tú lo estás +más que yo, y por eso no te sigo. + +Miguel le miró fijamente, sin abandonar su silenciosa inmovilidad, +esperando que continuase. + +--¡Un duelo en plena guerra! ¿Tiene eso sentido común? Tú eres un señor +que permanece tranquilo en su palacio, con todas las comodidades que +pueden obtenerse en la época presente, sin correr peligro alguno, +mientras media humanidad llora, sufre hambre, se desangra ó muere. Y +porque estás un día de mal humor (tú sabrás el motivo), ¿quieres batirte +con un pobre muchacho que vive casi milagrosamente, que está enfermo y +débil por haber hecho lo que tú y yo no somos capaces de hacer?... ¿Y me +pides que te represente en esa locura?... + +El otro, siempre sumido en su asiento, dijo con voz sorda y rencorosa: + +--Me ha insultado... ha querido abofetearme. He detenido su mano junto á +mi cara. + +Esto hizo dudar un momento á Castro, que no tenía idea de la importancia +del choque entre los dos hombres. Pero su indecisión fué corta. + +--Algo hay que no comprendo y que tú callas. La misma gravedad del +insulto me indica que hubo de tu parte un acto extraordinario. +¡Atreverse ese pobre muchacho respetuoso y tímido á querer abofetear á +un hombre como tú!... ¿Qué has hecho para excitarle hasta ese punto? + +Lubimoff no se dignó responder. Sin abandonar su enfurruñada +inmovilidad, preguntó lacónicamente: + +--¿Quieres ó no quieres? + +Castro, irritado por tal actitud, contestó sin vacilar: + +--Es un disparate, y no quiero. + +Siguió la inmovilidad del príncipe ante esta negativa, pero Atilio creyó +adivinar sus ideas en la mirada hostil fija en él. Le acusaba de +ingratitud al verse abandonado. Al mismo tiempo hacía responsable á «la +Generala», creyendo que ésta había podido influir en su decisión. ¡Aquel +teniente era tan admirado por doña Clorinda!... + +Como si contestase á sus ocultos pensamientos, Atilio siguió hablando. + +--¿Tú crees que á mí me interesa ese muchacho con el que deseas batirte? +Me es indiferente; hasta confieso que me es antipático, por los grandes +extremos que hacen algunas señoras sobre su heroísmo. Eso molesta +siempre á los que no somos héroes. Pienso en lo insignificante que +sería hace cuatro años nada más. De conocerlo entonces, tal vez lo +habría visto de tenedor de libros en un hotel ó en la tienda de mi +camisero de París. Figúrate qué amistad!... Pero ha pasado sobre +nosotros la guerra, trastornándolo todo, haciendo emerger á unos, +hundiéndonos á otros en lo más profundo, sin la certeza de volver á +surgir, y ese muchacho es ahora «alguien», es más que tú y que yo; ha +servido de algo, y para mí es sagrado, á pesar de que me inspira envidia +y no admiración. + +El príncipe hizo al fin un movimiento de protesta. Luego levantó los +hombros desdeñosamente y volvió á sumirse en su inmovilidad. ¡Aquel +aventurerillo más que él, porque le habían agujereado el pellejo en los +combates!... + +--No nos entenderíamos aunque hablásemos toda la tarde--continuó +Castro--. Yo he cambiado mucho, y tú continúas siendo el de siempre. +Creo que ayer encontré mi «camino de Damasco». Me siento otro hombre. + +Y por una necesidad de exteriorizar su gran perturbación interior, +siguió hablando, sin fijarse en si el príncipe le escuchaba. + +El encuentro había sido cerca de la estación de Monte-Carlo, junto á la +vía férrea. El iba acompañando á dos señoras, una de las cuales le +interesaba mucho. (Miguel pensó otra vez en doña Clorinda.) Un tren de +soldados volvía de Italia; un tren sombrío, sin estandartes, sin ramas +de árboles adornando las portezuelas. Eran franceses. Los habían enviado +á Italia como refuerzo, después del desastre de Caporetto, y ahora los +volvían á llamar apresuradamente, para defender el propio suelo +amenazado. + +--Nada de cánticos y de aturdido regocijo; todos silenciosos, cansados y +sucios, de una suciedad épica. Cada vagón parecía una jaula de fieras, +por su olor acre de cuadra de circo. Eran jóvenes y tenían aspecto de +viejos: las barbas hirsutas, los uniformes manchados, las caras +apergaminadas por el sol, endurecidas por el frío, resquebrajadas por +los vientos. El calor les había hecho despojarse de los capotes y +mostraban sus camisas de franela de un color indefinible, impregnadas +del sudor de tantas fatigas y emociones. + +Se adivinaba en ellos al batallón predestinado que siempre llega á +tiempo para sostener los choques más rudos; el que aparece puntualmente +en los lugares de mayor peligro, con esa mansedumbre heroica del fuerte, +que deja que le exploten, y trabaja, no sólo por él, sino por todos los +demás que trabajan menos. ¿Dónde no habían peleado estos hombres? En su +propio suelo, en el de los aliados, tal vez en Oriente, y ahora tornaban +otra vez á la tierra de sus primeros combates. Cuando creían haberlo +hecho todo, se enteraban de que aún no habían hecho nada. En el tejer y +destejer de la guerra, era preciso empezar otra vez. Cuatro años antes +se imaginaban haber decidido el triunfo en las riberas del Marne, y +ahora volvían de nuevo al Marne. Todos los inviernos, metidos en el +barro, hundidos en la trinchera bajo la lluvia, se decían: «Este será el +último.» Y llegaba otro invierno, y luego otro, y á continuación otro, +sin que la vida cambiase. De aquí su gesto fatalista y resignado, un +gesto de hombres que se amoldan á todo y acaban por creer que su miseria +será eterna, que nunca volverán los humanos tiempos de la paz. + +Cesó de hablar un momento y no hizo caso de la mirada de su amigo, que +parecía preguntarle qué interés podía tener para él este relato. + +--Estábamos al borde de un terraplén, apoyados en la valla, y nuestras +cabezas quedaban al mismo nivel que las de los hombres agrupados en los +vagones. El largo convoy, cuya cabeza tocaba ya la estación, iba +avanzando lentamente. Las dos señoras agitaban sus pañuelos, sonreían á +los soldados, les enviaban palabras de saludo. Muchos permanecían +inmóviles, mirándolas con ojos de fiera adormecida. Llevaban cuatro años +de ovaciones, conocían la realidad, la terrible realidad que existe +detrás de ellas. Otros, más jóvenes ó más ardorosos, despertaban á la +vista de estas dos mujeres elegantes. Galvanizados por las sonrisas, se +erguían, pasaban una mano por sus arrugadas franelas, enviaban besos, +intentaban recobrar su apostura de los tiempos en que no eran +soldados... De pronto, uno de ellos olvidó á las mujeres para fijarse +en mi, que también les saludaba con mi sombrero, dando vivas. Era una +especie de diablo rojo y amargo. + +Castro le veía aún, como si asomase su cabeza por una ventana del _bar_; +vería tal vez mientras viviese el pergamino blancuzco de su cara, +tirante sobre las aristas de los pómulos; la barba roja colgando de sus +mandíbulas, como si fuese postiza, y sobre todo, sus ojos sarcásticos, +insolentes, de un color verde turbio, igual al de las ostras. Era el +soldado que critica, rezonga y habla contra sus oficiales mientras +cumple sus órdenes. En la vida civil debía haber sido el antipático +rebelde que no concede su aprobación á nada. Al cruzarse sus ojos con +los de Castro, experimento éste un sentimiento de repulsión. Adivinó al +hombre con el que se tiene irremediablemente un choque en la calle, en +el tranvía, en el teatro. Y sin embargo, nunca iba á olvidar su +encuentro de un segundo con este soldado que pasaba y se perdía á lo +lejos, sin mas tiempo que el necesario para dejar caer cuatro palabras. + +Despreció á las dos mujeres con su sonrisa irónica. Luego, á Castro, que +seguía tremolando su sombrero, le señaló el fondo del vagón, gritándole: + +--¡Aún queda un sitio!... + +Y no dijo más. + +--Dijo bastante, Miguel. Esa voz agria la estoy oyendo desde entonces: +la oiré siempre, en mis mejores instantes, si continúo aquí. ¿Y la +mirada de sus ojos?... Adiviné todos sus insultos mudos, la comparación +rápida que hizo entre su miseria y mi aspecto de hombre fuerte y bien +cuidado. Yo era para él un cobarde que pasea con mujeres, mientras los +hombres están con los hombres, dando su vida por algo importante. + +--¡Bah! Tú eres un extranjero--interrumpió el príncipe, que parecía +fatigado por las palabras de su amigo. + +--Yo vivo aquí, y la tierra en que vivo no puede serme extraña. Esta +guerra es por algo más que cuestiones de terreno: interesa á todos los +hombres. Mira á los norteamericanos, que todos creíamos muy prácticos é +incapaces de idealismos; saben que no van á ganar nada positivo, y sin +embargo entran en la lucha con todas sus fuerzas. Además, hay el alma +de las mujeres. ¿Creerás que las dos que venían conmigo rieron el +insulto del rojo, encontrándolo muy oportuno?... Y no me hables de que +las hembras se sienten atraídas en todas ocasiones por el guerrero. Tal +vez sea por el guerrero de los tiempos de paz, brillante y empenachado; +¡pero estos de ahora tienen un aspecto tan miserable!... No; existe algo +muy alto en todo lo que nos rodea, algo que tú y yo no hemos sabido ver, +á causa de nuestro egoísmo. + +Su oyente volvió á levantar los hombros con indiferencia. + +--Y cuando pienso á todas horas en mi encuentro de ayer, y veo el sitio +que me ofrecía burlonamente el maldito rojo, como si yo fuese una +hembra, como si nunca pudiera sentirme capaz de ocuparlo, ¡tú me +propones que arregle un encuentro mortal con otro de esos hombres que se +consideran, no sin razón, superiores á nosotros!... No; ya lo sabes: no +acepto. + +Había abandonado el brazo del asiento y estaba de pie frente al +príncipe. Esto hizo un gesto de cansancio. Le aburrían las palabras de +Atilio, aquella historia infantil del tren, del soldado rojo y de la +invitación insolente. Eso sólo podía conmover á doña Clorinda; él tenía +asuntos mas inmediatos en que pensar. Ya que se negaba á servirle, podía +dejarlo solo. + +--¡Adiós, Miguel!--dijo Castro, con la convicción de que este saludo iba +á ser algo más que una despedida momentánea. + +--Adiós--contestó el príncipe sin moverse. + +Cerca ya de la puerta, Atilio retrocedió. + +--Sé lo que significa mi negativa y lo que me toca hacer. Adiós otra +vez. ¡Cree que si me pidieses otra cosa...! + +Pero el príncipe interrumpió sus palabras con otro gesto de +indiferencia, y Atilio se alejó, disimulando su emoción. + +Inmediatamente hizo su entrada don Marcos en el _bar_, como si hubiese +estado aguardando al otro lado de la puerta la salida de Castro. Nunca +le pareció al príncipe tan activo é inteligente su «chambelán». + +--Todo está arreglado, marqués. + +Como tenía la certeza de que Atilio no se dejaría convencer, había +buscado un segundo padrino. Pensó un instante en ir á Mónaco para hablar +á Novoa. Luego se acordó de sus relaciones con Valeria. Esta visita +equivalía á hacérselo saber todo á la duquesa. Además, el profesor no +entendía nada en tales asuntos y era compatriota de Martínez. ¡Ya había +bastante con que un español figurase enfrente del oficial! + +--Tengo mi segundo--continuó--. Será lord Lewis. + +Para él, era Lewis más lord que nunca. Le estaba agradecido por la +prontitud con que había aceptado su petición. Ganaba dinero aquella +tarde y su humor era excelente. Hasta se levantó de su asiento, +abandonando el juego para oir al coronel. Quiso llevárselo al _bar_, +afirmando que ante un _whisky_ se habla mejor, y Toledo adivinó por su +aliento que ya llevaba bebidos algunos para celebrar su buena suerte. +Lewis estaba dispuesto á servir á su amigo Lubimoff. En punto á duelos, +sólo conocía los del boxeo; pero se confiaba á la pericia del coronel y +apoyaría cuanto dijese... Inmediatamente había vuelto á su mesa. + +Miguel dió sus instrucciones á Toledo. Un encuentro en condiciones +duras, como aquellos que él había presenciado en Rusia. No podía ser +menos: había recibido una bofetada. Y dijo esto con voz fosca, +convencido ya de la completa realización de la ofensa. + +Al anochecer salió del Casino, huyendo de las personas conocidas que +invadían el _bar_ y le obligaban á sonreir y sostener frívolas +conversaciones, mientras su pensamiento estaba lejos. + +Siempre, en sus grandes cóleras, cuando no podía apelar á una acción +inmediata y violenta, la excitación nerviosa iba seguida en él de una +laxitud que ablandaba sus músculos y sus nervios. + +Con verdadero placer entró en Villa-Sirena, encontrando una nueva +voluptuosidad en todos los detalles de su bienestar. Aguardó leyendo la +llegada del coronel. A las nueve de la noche tuvo que comer solo. Luego +volvió á la lectura, pero en su dormitorio, acabando por acostarse con +el libro en la mano. Sonrió con una sonrisa que parecía una mueca al +pensar que su fatiga nerviosa le había hecho tenderse en la misma +postura de los muertos. + +Fué pasando las páginas, sin perdonar una sola línea, y sin embargo no +podía decir qué es lo que estaba leyendo. De pronto, su atención se +concentraba para recordar. Algo le había ocurrido; algo le esperaba. +«¡Ah, sí!» Y después de reconstruir en su memoria lo de aquella tarde é +imaginarse lo del día siguiente, volvía á su lectura sin sentido. + +Las páginas fueron desvaneciéndose como pedazos de niebla; sintió su +mano más ligera: el libro acababa de caer sobre la cama. Instintivamente +buscó el botón eléctrico para hacer la obscuridad, y antes de perder +completamente la percepción del mundo exterior oyó sus primeros +ronquidos. + +Una luz hiriéndole en los ojos le hizo incorporarse. Vió al coronel +junto á su lecho. El profundo silencio de la noche, que aún parecía más +absoluto sostenido por el rumor del mar, se rasgaba á lo lejos con el +jadeo de un automóvil. + +El príncipe se restregó los ojos. ¿Qué hora era? + +--La una--dijo don Marcos. + +Todo estaba convenido. El encuentro sería al día siguiente, á las dos de +la tarde. No podía realizarse antes; aún le quedaban muchos preparativos +por hacer. El lugar escogido era el castillo de Lewis. En el principado +de Mónaco resultaba imposible un encuentro: todo él era á modo de una +casa de vecindad, sin el menor lugar discreto para que dos hombres se +mirasen frente á frente con una pistola en la mano. + +Lubimoff casi se levantó de la cama á impulsos de la sorpresa. El tenía +la elección de armas, como ofendido, y había hablado á su representante +del sable, arma favorita de los duelos de su juventud. Toledo, por +primera vez, arrostró impávido la mirada furiosa de su príncipe. + +--¡Marqués--dijo con dignidad--, no podía ser otra cosa! Hay que pensar +que ese pobre joven es un convaleciente, casi un inválido. Yo me admiro +de que haya obligado á sus padrinos á admitir la pistola. Sus +representantes no querían aceptar nada. Son de los que creen que este +duelo no debe realizarse. + +Miguel se calmó. Un sentimiento de equidad le hizo aceptar la decisión +de Toledo. Aquel enfermo no era un enemigo digno de su sable; había que +establecer cierta igualdad entre los dos, y para eso servía la pistola, +única arma que se presta á las sorpresas y caprichos del azar. + +«De todos modos lo mataré», pensó Lubimoff, acordándose de sus +habilidades de tirador. + +--Advierto á su Alteza--siguió diciendo el coronel--que lo mismo da un +arma que otra. Ese joven y sus dos amigos conocen todo lo referente á la +guerra, pero no tienen noción alguna de lo que son los duelos y de las +armas que se usan en tales lances. + +Luego enumeró las condiciones. Distancia, quince metros; una bala cada +uno, pero podrían apuntar y hacer fuego mientras él, que iba á ser el +director del combate, contaba de uno á tres. Con un tirador como el +príncipe, estas condiciones resultaban graves. + +Efectivamente; el príncipe las encontró aceptables. + +--Buenas noches--dijo sumiéndose en la cama y remontando el embozo hasta +sus ojos. + +El sueño volvió á apoderarse de él, una vez satisfecha su curiosidad. + +Toledo hubiera querido hacer lo mismo, pero tenía que cumplir antes +sagrados deberes de su ministerio, y vagó por diversas habitaciones, +registrando muebles, subiéndose en las sillas para huronear en lo más +alto de los armarios. Buscaba una caja de pistolas de desafío que le +había regalado en Rusia uno de los generales amigos del difunto marqués. +Cuando al fin la encontró, tuvo que dedicar más de una hora á la +limpieza de estas armas de lujo, que habían perdido su brillo de plata +en el olvido de un largo encierro. + +Se sentía fatigado, y al mismo tiempo la consideración de su importancia +ahuyentaba su sueño. El alma de aquel drama que se estaba preparando +para el día siguiente era él, sólo él. Faltos de su asistencia, ni Su +Alteza ni Martínez podrían batirse. Lord Lewis y los dos militares que +representaban al adversario eran incapaces de una idea, y tenían que +seguirle como discípulos. + +La conciencia de esta superioridad le hizo recordar todas sus gestiones +y triunfos desde media tarde á media noche. + +Había ido en busca de Martínez con cierta indecisión. Contra su deseo, +encontraba razonadas las protestas de Atilio. Tal vez era cierto cuanto +decía, y este duelo resultaba un disparate, una locura del príncipe. +Pero sus ideas tradicionales se encabritaron ante estos escrúpulos. «El +honor es el honor...» Y experimentó la alegría del que, luego de dudar, +se convence de que está en lo cierto, al oir que el teniente aceptaba la +reparación por las armas con regocijo y con cierta prisa, como si +temiese que Toledo se arrepintiera, retirando su proposición. ¡Joven +heroico y pundonoroso! Don Marcos encontraba natural que procediese así. +¡Era de la misma tierra que él!... + +Por un momento ocupó su memoria la imagen de la duquesa. Tal vez era +ella la causante involuntaria de este choque, y el mozo se sentía +animado por la vanidad. Iba á figurar en un duelo como los que había +leído en las novelas de su adolescencia; iba á ser protagonista de uno +de aquellos dramas elegantes que á él le parecían de otro planeta... +Pero el coronel desechó á continuación estas suposiciones, sugeridas por +la franca alegría con que Martínez aceptaba su reto, como si le invitase +á una fiesta. + +A partir de aquí empezaron las desorientaciones de Toledo. El mundo +estaba cambiado, totalmente cambiado, y él marchaba de asombro en +asombro. + +Para favorecer á su compatriota, quiso saber qué armas manejaba con +preferencia. + +--¡Conozco tantas!--exclamó Martínez. + +En un asalto había herido con la punta del sable á un alemán gigantesco +que le amenazaba con su bayoneta. Tuvo que forcejear contra una cosa +dura que crujía, enviándole al rostro un caño de sangre. Luego, al +serenarse, vió que había metido el arma por la boca de su adversario, +rompiéndole las vértebras. Conocía también el revólver, pero no era +tirador. En otras armas era más experto: la granada de mano, que le +hacía recordar los juegos de pelota de su infancia; la ametralladora, +que había manejado como simple sirviente; los explosivos arrojados con +honda. Hasta tenía sus habilidades de artillero, pero artillero de +trinchera, para cargar morteros de tiro corto y enviar torpedos y +proyectiles asfixiantes á la trinchera inmediata. + +Sonrió desdeñosamente al insistir don Marcos en la esgrima del sable. El +tenía una esgrima suya: irse sobre el adversario y pegar antes que éste. +Pero en el cuerpo á cuerpo prefería el cuchillo. Con el revólver jamás +se entretenía en apuntar. No disparaba hasta verse junto al enemigo, y +así el tiro era seguro. + +--¿Y la pistola de desafío?--preguntó el coronel. + +--La desconozco. Me gustaría verla: debe ser algo curioso. + +La mirada de Toledo vagó indecisa por el pecho de aquel oficial, como si +inventariase sus condecoraciones, deteniéndose en las estrellas que +moteaban la cinta rayada de su Cruz de Guerra. Cada una de ellas era +símbolo de una hazaña. + +Cuando el teniente lo presentó á sus padrinos, continuaron las +desorientaciones de don Marcos. Eran dos capitanes muy jóvenes. Toledo +les supuso veinticinco ó veintiséis años de edad. Su uniforme muy ceñido +al talle, su kepis de última moda, su apostura gallarda, placieron al +coronel, que los calificó inmediatamente de militares de carrera. Debían +proceder de la Escuela de Saint-Cyr; su ojo de profesional no podía +engañarse: eran otra cosa que el humilde Martínez. + +Uno de ellos ostentaba medio rostro quemado por los líquidos inflamables +de los alemanes; el otro lo tenía surcado por una red de hilillos rojos +que eran vestigios de cicatrices. Los dos cojeaban; pero el uno +francamente, apoyado en su garrote, con un pie enorme cubierto de +envoltorios y metido en un zapato de fieltro; mientras su compañero, que +tenía una pierna rígida, usaba calzado ajustado y brillante, afirmándose +con coquetería en un junco fino, que prestaba verdaderamente servicios +de muleta. + +Sus primeras palabras fueron poco gratas para el coronel y Lewis. ¿Qué +era aquello de un «civil» permitiéndose insultar á un soldado que estaba +convaleciente de sus heridas? ¿Y qué monserga la de proponer un duelo +en plena guerra? El que desease morir ó matar no tenía mas que ir al +frente, como los demás... Pero Martínez, que aún no se había retirado, +intervino, entablando con ellos una rápida discusión. ¿Querían ó no +querían hacerle el favor que les había pedido como camaradas? Los dos +manifestaron un pensamiento. Para ellos, lo lógico era haber dado fin á +la querella en la misma escalinata del Casino: dos trompazos á aquel +«emboscado» que no iba á la guerra y se permitía molestar á los que +cumplían su deber. Hablaban como buenos conocedores de la fragilidad de +la existencia, como hombres que saben lo poco que cuesta quitarle la +vida á otro hombre ó perder la propia, y ríen, por instinto, de la +importancia, las ceremonias y las pretendidas equidades con que se rodea +en tiempos de paz un simple encuentro individual... Pero, en fin, ya que +su camarada tenía empeño en que le representasen en esta farsa, le +darían gusto, aunque luego su complacencia les costase un arresto. + +Apenas se hubo retirado Martínez, uno de los dos capitanes, el del pie +elefantíaco con zapato de fieltro, confesó su falta de idoneidad. + +--Yo no he presenciado nunca desafíos en Burdeos. Ignoro cómo son. Antes +de la guerra era comisionista de vinos en Méjico. Me embarqué con todos +los franceses que vivíamos allá, y por milagro no nos apresó un corsario +_boche_. Empecé como soldado de segunda clase; pero he hecho lo que he +podido... Si fuese un asunto comercial, daría mi opinión: ¡pero en esto! +Tal vez mi camarada... + +¡Otro Martínez! Don Marcos olvidó al capitán del zapato de fieltro. Era +el Lewis de la parte contraria. Toda su atención se concentró en el +capitán de botas brillantes y junquillo juguetón. Este debía ser un +adversario digno de él. ¡Lástima que sus ojos claros tuvieran una +expresión irónica de hombre que todo lo toma á risa, y por debajo de su +bigote rubio, muy recortado, á la inglesa, vagase un ligero gesto de +insolencia! + +Había nacido en París; lo declaró con orgullo á las primeras palabras; y +cuando don Marcos le fué sondeando astutamente para saber si era experto +en lances de honor y había presenciado muchos desafíos, dijo con +sencillez: + +--Más de cien. + +No se había engañado Toledo. Este era el hombre con quien tendría que +luchar. Luego pensó en la cifra, apreciando al mismo tiempo la edad del +capitán. ¡Más de cien, y seguramente no pasaba de veintiséis años!... +Tuvo el presentimiento de que iba á habérselas con algún esgrimidor +ilustre cuyo nombre glorioso había sido obscurecido momentáneamente por +la guerra. + +Ellos dos hablaron únicamente. Al principio, el capitán pareció +burlarse, con una gracia parisién, de los términos solemnes y +altisonantes con que don Marcos trataba las cuestiones de honor. Pero su +grave y tenaz prosopopeya acabó por vencer á este fisgón, que se puso á +su mismo tono, interesándose en el asunto y reconociendo su importancia. + +En ciertos momentos, el coronel sintió dudas al escuchar cómo su +contrincante formulaba verdaderas herejías, revelando una ignorancia +absoluta de los grandes tratadistas que han codificado los encuentros +entre caballeros. ¡Y este hombre había asistido á más de cien lances de +honor!... Después se asombró de la prontitud con que se apropiaba los +textos citados por él, de la agilidad con que se había asimilado sus +clásicos, volviéndolos al revés, en apoyo de sus afirmaciones. + +Cuando el encuentro fué concertado hasta en los menores detalles, el +capitán resumió sus impresiones con una sencillez que dió frío á don +Marcos. + +--Quedará herido uno de los dos, ó tal vez los dos. No es cosa +extraordinaria. ¿Quién no está herido en estos tiempos? La cirugía ha +adelantado mucho; es otra cosa que al principio de la guerra. El que no +muere en el acto, se salva casi siempre. Además, los llevarán á la cama +y no quedarán abandonados días y días sobre el terreno, como ocurre en +los combates. + +Pero el gesto de placidez con que hablaba de las heridas se fué +convirtiendo en una expresión torva. + +--Supongo--continuó--que no tendremos muertos; porque si mi camarada +Martínez, que es bueno como un cordero y al que quiero mucho, muere en +esta broma, yo mato á su príncipe a continuación, sin regla alguna, +como se mata á un _boche_ en el frente. + +Fué tan sincero el tono de estas palabras, que el coronel, impresionado +por ellas, no reparó en lo extrañas que resultaban dichas por un +especialista de las leyes del honor. + +La conversación se hizo más íntima y cordial, como ocurre siempre que se +da por terminado un negocio arduo. Toledo tuvo que contarles su vida +guerrera--como él se la imaginaba, á través de los años--, y los dos +jóvenes, que habían asistido á combates de millones de hombres, +mostraron el mismo interés de los niños que escuchan un cuento exótico +ante este relato de obscuros encuentros de montaña, que ni nombre +tenían, y sólo perduraban exageradamente en la memoria de don Marcos. + +El capitán parisién, elegante y gracioso, habló igualmente de su pasado. + +--Yo, antes de la guerra, trabajaba en la reventa de billetes de los +teatros del bulevar. No tengo otro oficio. + +Hizo un esfuerzo el coronel para contener su sorpresa... Sí que había +visto más de cien duelos; pero era en las obras dramáticas, sobre las +tablas, entre cómicos, que dan á los preparativos del encuentro una +lentitud ceremoniosa para prolongar la ansiedad del público. Debió +adivinarlo al oir sus disparates. ¡Cómo se había burlado de él!... + +Pero inmediatamente sus ojos bajaron hasta el pecho de los dos jóvenes. +Iguales á Martínez: la Legión de Honor, la Medalla Militar, la Cruz de +Guerra con estrellas. La del antiguo revendedor de billetes hasta se +mostraba cruzada por una palma de oro. + +¡Ay! El mundo había cambiado. ¿Dónde estaban los tiempos de don +Marcos?... Luego pensó en todo lo que había hecho en su vida para +considerarse superior: asistir ceremoniosamente á varios duelos, muchas +veces sin resultado alguno. Pensó también en lo que habían hecho y +habían visto estos jóvenes en menos de cuatro años. Su origen obscuro le +trajo á la memoria á numerosos guerreros de Napoleón de nombre célebre y +peor origen. Algunos llegaron á ser reyes, mientras que estos pobres +capitanes, una vez terminada la guerra, tendrían que volver, cargados de +gloria, á sus antiguas ocupaciones, batallando diariamente por la +conquista del pan. + +Se separaron, conviniendo en verse después de la comida, para firmar el +acta de las condiciones del encuentro. Los cuatro estaban de acuerdo. +Pero al mencionar dicha cifra, Toledo se fijó en que sólo eran tres. +Lewis había asistido con cierta impaciencia á los largos exordios de la +entrevista en un diván del atrio del Casino. + +--Un amigo me espera.... Vuelvo al momento. + +Y se había metido en las salas de juego, lugar vedado á los oficiales. + +No podía el coronel hacerse ilusiones sobre la duración de este momento, +á pesar de que iban transcurridas cerca de dos horas. Después de +separarse de los capitanes, encontró á Lewis en una mesa de «treinta y +cuarenta», teniendo ante sus manos un montón de placas de mil francos. +Al principio no entendió lo que Toledo le decía al oído. Tuvo que hacer +un esfuerzo para recordar. + +--¡Ah, sí; lo del duelo!... Usted tiene toda mi confianza; haga lo que +quiera, firmaré lo que me presente, pero no me levanto aunque me +avisasen la muerte de Lubimoff. ¡Qué día este, amigo mío! ¡Si todos +fuesen así! + +Y le volvió la espalda para aprovechar el tiempo, antes de que cambiase +el vuelo de la suerte. + +El coronel había comido en el Café de París, rumiando mentalmente los +párrafos del acta del encuentro. La consideración de que todos confiaban +en su pericia le hacía ser muy exigente consigo mismo. Deseaba algo +conciso y brillante que inspirase respeto á aquellos muchachos +gloriosos. Y pasó más de una hora garrapateando papeles, rompiéndolos y +empezando otros, entre los restos de sus postres. Trabajo inútil: los +dos firmaron en el gabinete de lectura del Casino, después de pasar una +mirada rápida por el texto. A Lewis tuvo que sacarlo de las salas +privadas con toda clase de ruegos y astucias. El inglés se había +olvidado de comer, para no enojar á la fortuna con su ausencia, ¡y este +testarudo coronel venía á estorbarle con la maldita historia del +duelo!... + +Firmó sin mirar; dió su palabra á los oficiales de que iría á buscarles +en un automóvil para conducirlos á su castillo, y echó á correr +inmediatamente, no sin antes decir á don Marcos con un tono agrio: + +--Hasta las cuatro nada más. Si á las cuatro de la tarde no ha terminado +todo, les dejo que se maten á solas y me vuelvo aquí. Es la hora en que +empiezan las tallas magníficas. Lo de hoy va á continuar. + +Huyó, sonriendo con lástima de las gentes que se entretenían en cosas +menos importantes. + +Al quedar solo, el coronel tuvo que ocuparse de los preparativos del +encuentro. Necesitaba un médico. Buscaría en la mañana siguiente á un +viejo doctor de Monte-Carlo que visitaba de tarde en tarde al príncipe. +Necesitaba pólvora y balas; también se propuso buscarlas al otro día. +Necesitaba dos cajas de pistolas, ¡y sólo tenía una!... + +Esto de las dos cajas lo consideraba esencial. Los padrinos del otro no +sabían dónde encontrar la suya. No importa; él se encargaba de buscarla. +Lo indispensable era que hubiese dos, para que la suerte decidiese cuál +debían emplear. Y en ello anduvo hasta cerca de la una de la madrugada, +preguntando en las porterías de los hoteles, haciendo levantarse á +gentes que ya estaban en la cama, subiendo á los salones del +_Sporting-Club_, hasta que un amigo americano le dió una carta para +cierto compatriota maniático y sombrío que habitaba una «villa», +aislada, del Cap-Ferrat. Pensaba realizar al día siguiente esta gestión; +para eso había alquilado un automóvil, gasto enorme dada la carencia de +vehículos y de combustible, pero exigido por la importancia de sus +funciones... + +Y ahora estaba en Villa-Sirena, á las dos de la madrugada, limpiando sus +pistolas con lentitud, como si fuesen joyas frágiles. + +En el silencio de su dormitorio, lejos de los hombres, influenciado por +la misteriosa soledad de las altas horas nocturnas, que hacen perder sus +contornos á las cosas y á las ideas, se consideró enormemente +engrandecido. No; su mundo no había cambiado tanto como él creía. La +prueba era que estaba allí, limpiando unas armas para un duelo. + + * * * * * + +Al despertar el príncipe en la mañana siguiente, no encontró á su +«chambelán». El automóvil de alquiler se lo había llevado á las siete, +para que completase sus preparativos. + +Vagó Lubimoff por los jardines, deteniéndose ante los jaulones que +albergaban diversos pájaros exóticos. Luego siguió con mirada distraída +las evoluciones de varios pavos reales extendiendo bajo el sol sus +mantos azul y oro de un negro señorial. + +Su viejo ayuda de cámara interrumpió este paseo. Unos hombres con un +carro venían á buscar el equipaje del señor Castro. + +Miguel no manifestó sorpresa; podían entregarles todo lo perteneciente á +don Atilio. Pero el doméstico añadió que los mismos hombres querían +llevarse igualmente lo poco que era de la propiedad del señor Spadoni, +noticia que asombró al príncipe. ¡También éste!... ¿Qué motivo tenía +para abandonarle?... + +Pasó su vista por una breve carta dirigida al coronel y firmada por +ambos. Castro arrastraba en su fuga al inconsciente pianista. + +«Está bien--pensó--; que se vayan todos, que me dejen solo. ¡Si creen +que con eso van á hacerme desistir de que cumpla mi voluntad!...» + +Después reanudó su paseo. + +Sólo le quedaban unas horas para verse enfrente de aquel joven tan +aborrecido por él. Lo iba á suprimir con frialdad, para que no +continuase siendo un estorbo; lo mataría, estaba seguro de ello. Las +condiciones ideadas por el coronel eran suficientes para que un tirador +de su fuerza abatiese al adversario. Le bastaba un solo tiro. + +Por un instante pensó en ir al fondo de sus jardines, donde algunas +veces se entretenía tirando. Era oportuno ejercitar el pulso; la pistola +ofrece sorpresas. Luego desistió, por parecerle indigno el añadir estos +preparativos á su evidente superioridad. Aquel adversario mediocre no +podía ejercitarse á estas horas; le faltaban los medios en Monte-Carlo, +donde no tenía otras amistades que las de los compañeros convalecientes +y algunas damas. + +¡El, en cambio!... Extendió su brazo musculoso, teniéndolo rígido unos +segundos con la vista fija en el puño. Ni el más ligero temblor: +colocaría su bala donde quisiera. El pobre Martínez podía darse por +muerto... Y ningún asomo de remordimiento turbó el infernal orgullo de +su fuerza implacable. + +Era tan enorme la conciencia de su superioridad, tan absoluta su certeza +en el resultado, que al fin acabó por sentir dudas: esa desazón que +infunde el misterio de lo que aún está por realizarse. + +Acudieron de golpe á su memoria relatos de combates en los que el débil +triunfa inesperadamente del fuerte, por un obscuro dictado de la +justicia inmanente. Recordó muchas novelas en las que el lector suspira +de satisfacción al ver que el héroe, simpático y modesto, puesto en +peligro de morir por el «traidor» de la obra, más fuerte y malo que él, +no sólo salva su vida, sino que además mata por una feliz casualidad á +su adversario, con lo que se demuestra la existencia de algo superior y +equitativo que las más de las veces parece que duerme, pero en ciertos +momentos despierta, dando á cada uno su merecido. Desde los tiempos de +David, el pastorzuelo descalzo, matando de una pedrada al desaforado +gigante vestido de bronce, la humanidad gustaba de estas historias. + +La pistola era un arma caprichosa, más dúctil que otras á las soluciones +absurdas de la fatalidad. ¿No caería él, con toda su maestría, bajo el +primer tiro del pobre teniente?... + +Volvió á tender el brazo, como poco antes, contemplando su puño cerrado. +Luego sonrió, con aquella sonrisa de sus antepasados que daba á su +rostro una fealdad mogólica. ¡Fábulas de la tradición, invenciones de +los novelistas para halagar al público en su sensiblería igualitaria! El +fuerte siempre es el fuerte. Dentro de unas horas el estorbo quedaría +anulado, sin emoción y sin remordimiento, como deben hacerlo los +hombres superiores. + +Un estrépito procedente de la vía férrea le sacó de estos pensamientos. +Era un tren de soldados que avanzaba, como todos los otros, envuelto en +gritos, aclamaciones y silbidos. Rodaba hacia Italia, en sentido inverso +de los numerosos trenes que venían al frente francés. El príncipe se +dirigió á una terraza de su jardín, cuya muralla de piedras y flores +descendía hasta la vía férrea. Los vagones parecieron desfilar +voluntariamente ante sus ojos, mostrándole en una curva uno de sus +lados, y luego la cara opuesta al llegar á otra curva, donde se perdían. + +El uniforme de estos combatientes desorientó por un momento al príncipe, +como una novedad inesperada. Iban vestidos de sarga negra, con el cuello +de la blusa abierto y los brazos arremangados. En la cabeza llevaban un +gorrito blanco con las alas levantadas, semejante á los barquichuelos de +papel que construyen los niños. + +Los reconoció al fin; eran marineros de los Estados Unidos, un batallón +de fusileros de la flota que iba á Italia para que la bandera de las +rayas y las estrellas representase á la gran República en las cumbres de +hielo de los Alpes y en los pantanos ardorosos del Véneto. + +Con la celeridad de las visiones mentales, que muestran, superpuestas y +claras al mismo tiempo, un sinnúmero de imágenes diversas, el príncipe +contempló los puertos de la América del Norte visitados en su juventud, +colmenas acuáticas en las que se reconcentran todo el trabajo y la +riqueza de la tierra; las ciudades monstruosas, interminables, pobladas +como naciones, donde la libertad y el bienestar de la vida parecen haber +llegado á sus últimos limites... ¡Y estos hombres abandonaban las +comodidades de una existencia sabiamente organizada, sus fructíferos +negocios, su trabajo ampliamente remunerado, sus inmediatas esperanzas +de fortuna, para morir tal vez en el viejo mundo por ideas, sólo por +ideas, pues no buscaban nuevos pedazos de terreno ni indemnizaciones!... +¡Y hasta ahora, el vulgo había considerado á su país como el más +positivo, como el menos poético é idealista, llamándolo la tierra del +dólar!... ¡Luego era verdad que las ideas generosas son algo más que +palabras, ya que millones de hombres salvaban los mares para dar su +sangre por ellas!... + +Los marineros, después de atravesar el caserío de Monte-Carlo entre +estandartes y aclamaciones, entraban en pleno campo, perdiéndose sus +gritos sin eco alguno. Por esto su atención se concentró en aquella +terraza florida y en el hombre asomado á ella. Fué como una revista: los +vagones, uno por uno, se animaban al pasar ante el príncipe. De todas +las ventanillas surgían brazos arremangados agitando gorros blancos. +Sobre los techos, algunos mocetones manoteaban con los brazos extendidos +y las piernas abiertas, mientras el viento hacía ondear los pliegues de +sus pantalones negros sobre unas polainas claras. Más de mil bocas +fueron saludando al solitario de la terraza con silbidos alegres, hurras +ó gritos ininteligibles, que servían de escape á una juventud +exuberante, hambrienta de peligro y de gloria, regocijada y curiosa á +través de un mundo viejo que para ella era nuevo. + +Lubimoff permanecía inmóvil, acodado en la baranda, con la mandíbula en +una mano, como si no viese este río encajonado de hombres deslizándose +más abajo de sus pies. Los ruidosos marineros, al alejarse, volvían la +cabeza, repitiendo sus gritos y saludos, como si quisieran despertar á +esta figura humana, rígida y adherida á la balaustrada lo mismo que si +formase parte de su ornamentación. + +Había olvidado completamente sus ideas y preocupaciones de poco antes. +Sólo veía este raudal de jóvenes corriendo hacia el peligro y la muerte +por unos cuantos ideales, simples y hermosos como su salud primaveral. +Venían del otro lado de la tierra con la fe sencilla que realiza los +grandes milagros de la Historia; y mientras tanto, el príncipe Lubimoff, +que, en fuerza de rebuscar ideas superiores y sensaciones exquisitas, +había acabado por no creer en nada, estaba allí, en una baranda de su +jardín, calculando el medio más seguro de matar á un hombre, un hombre +útil, igual á estos que pasaban. + +La imagen de Castro surgió en su memoria. También éste había +presenciado dos días antes el paso de un tren. Recordó su impresión, tan +honda y poderosa, que le había impulsado á abandonar Villa-Sirena, +rompiendo con su pariente. Vió, tal como él se lo había descrito, el +rostro amargo de aquel soldado rojo que lo insultaba con su desprecio. + +--¡Aún queda un lugar!... + +Los fusileros americanos continuaban sus silbidos, sus gritos de +exuberante juventud; pero á él le pareció que estas voces y estos +manoteos decían lo mismo que el otro, invitándole con irónica cortesía: +«¡Ven; aún queda un lugar!» Algo más se callaban, pero él lo oyó en el +interior de su cerebro como el bordoneo de una campana remota. Se había +considerado un hombre valeroso que, por distinción, por sibaritismo, por +refinada indiferencia, quería mantenerse al margen de las cosas que +apasionan al resto de los mortales. Pero el lejano campaneo protestaba, +zumbando la misma palabra: «¡Cobarde! ¡cobarde!» + + * * * * * + +Anduvo meditabundo por el jardín hasta que llegó Toledo, pasadas las +doce. Almorzaron apresuradamente, y el coronel hizo varias indicaciones. +Su sabiduría en materia de duelos, frondosa y de infinitos brazos como +el árbol de la ciencia, tocaba con una de sus ramas á la cocina. Nada de +carnes ni de vino; debía guardar sereno el pulso. (Y al mismo tiempo +hacía votos por que los tiros fuesen sin resultado, pues ambos +contendientes le inspiraban igual interés.) Unos huevos blandos, nada +más; poco líquido. En el último momento debía acordarse de aligerar su +vejiga. ¡Terrible un balazo con derrame interior!... El pensaba en todo. + +Subió á su habitación, para revestirse con la levita de los desafíos. +Había llegado el momento de oficiar. Quedó indeciso ante el espejo, +apreciando la falta de concordancia entre esta prenda majestuosa y el +sombrero hongo que le servía de remate. ¡Ah, la guerra! Sonrió ante la +suposición absurda de haberse presentado así, cuatro años antes--como +quien dice cuatro siglos--, en aquellos duelos de París, donde padrinos +y adversarios sólo podían ir decentemente en busca de la muerte con +sombrero de copa de ocho reflejos. + +A pesar de haber prescindido de este tocado solemne, sospechó que podía +ofrecer un aspecto algo ridículo al verse en el automóvil, sentado junto +al príncipe, con su larga levita y las dos cajas de pistolas sobre las +rodillas. + +El carruaje se detuvo en el bulevar de los Molinos, frente á la casa del +médico. Pasaban militares convalecientes, unos con los ojos inmóviles, +dando golpes de bastón ante sus pasos, otros vacilantes por la debilidad +ó las amputaciones. + +Una voz femenina, suave y dulce, saludó al príncipe. Era una enfermera +delgadísima que avanzaba llevando del brazo á dos oficiales ciegos. +Miguel y don Marcos reconocieron á la sobrina de Lewis. Ella les sonrió, +mostrándoles los dos mocetones ingleses á los que servía de lazarillo; +dos Apolos rubios, tostados por el sol, con la nariz que descendía recta +de la frente, la dentadura brillante, el cuerpo esbelto y armoniosamente +membrudo, pero los ojos apagados y un gesto trágico en la boca, de +desesperación, de protesta, al verse muertos en vida. + +--Son mis dos _flirts_, ¿Qué les parecen? + +Bromeaba para alegrar á sus acompañantes, con aquel regocijo de virgen +atrevida y dolorosa que iba esparciendo un pálido rayo de sol +septentrional por ambulancias y hospitales. Parecía fabricada toda ella +con pasta de hostia, frágil, anémica, de una blancura que clareaba á la +luz, lo mismo que un cristal turbio. Y se alejó, guiando como niños á +los dos ciegos, desesperados y hermosos, que erguían toda la cabeza por +encima de la suya. Una leve presión de sus dedos podía aplastar este +cuerpo de fanal, todo luz, sin otra materia que la precisa para +transparentar y guardar la llama interior. + +--¡Adiós, lady!--dijo el príncipe. + +Don Marcos se estremeció al oir su voz; una voz grave que no había +conocido nunca, una voz temblorosa como un cántico sentimental en cuyo +fondo goteasen lágrimas. + +Depositó el médico sobre la raída alfombra del automóvil su caja de +operaciones. Con ésta ya eran tres. Sólo entonces se decidió el coronel +á desembarazarse de sus dos cajas preciosas, colocándolas sobre la del +doctor. + +Se lanzó el carruaje montaña arriba, por un camino de violentos zigzags. +Al final de cada ángulo se mostraba Monte-Carlo, más hundido, más +pequeño, como una ciudad de caja de juguetes, con los tejados rojos y +muchas hormigas siguiendo el hilo de sus calles para aglomerarse en la +plaza. En cambio, el mar remontaba su lomo, crecía en altura por +momentos, devorando con su mandíbula azul y rectilínea un pedazo de +cielo á cada revuelta de la ascensión. + +Sobre la cumbre iba agigantándose el volumen de una mole de albañilería: +«El Trofeo», título que había acabado por convertirse en La Turbie, +nombre medioeval del pueblecillo amurallado y pardo que se apretuja +alrededor del monumento. Dos columnas esbeltas de mármol blanco adosadas +á la mampostería y un trozo de cornisa era todo lo que quedaba del más +soberbio de los trofeos romanos; torre de treinta metros, con una +estatua gigantesca de Augusto en su remate, que marcaba sobre los Alpes +el límite entre las tierras del Imperio y las Galias conquistadas. + +El automóvil, dejando atrás el villorrio de La Turbie, corría ahora por +la antigua vía romana. + +--Veo á las legiones--murmuró gravemente don Marcos. + +Era una manía. Nunca había tenido suficiente imaginación para ver á las +legiones por sí mismo; pero después de presenciar en una cinta +cinematográfica un desfile de figurantes con las piernas desnudas y la +espada al hombro siguiendo al caballejo de Julio César, la vida militar +romana no guardaba para él misterio alguno, y cada vez que subía á La +Turbie repetía lo mismo: «Veo á las legiones.» + +Minutos después olvidó su guerrera resurrección para señalar varias +construcciones de un gris azulado que las hacía confundirse con la +colina situada á sus espaldas. El castillo de Lewis. Fueron destacándose +de él torres sueltas unidas por puentes á la masa cuadrada del edificio; +torres albarranas que flanqueaban las puertas; techos agudos de +pizarra, con doble fila de buhardillas; techos que sólo tenían el +costillaje de madera, á través del cual se veía el espacio, como si su +relleno hubiese sido devorado por un incendio; muros á medio construir, +que bajaban en ángulo recto lo mismo que un cartabón de piedra clavado +en el suelo por su filo más largo. + +El castillo podía confundirse de lejos con una ruina abandonada. Lewis, +perdida la esperanza de poderlo terminar, declaraba de buena fe que así +era mejor, pues le evitaba el trabajo de adornarlo con ruinas +artificiales. Tenía el aspecto de una fortaleza de leyenda, como las que +había descrito su padre el historiador, hecha para los cielos grises, +para las selvas de húmedo verde, y parecía querer escapar de este +paisaje tostado por el sol, de vegetación parsimoniosa, huyendo del +contacto con los olivos, los cactos y los leñosos matorrales cubiertos +de rudas flores. + +Descendieron del automóvil en una planicie limitada por dos cuerpos de +edificio que formaban ángulo. Era el patio de honor, la plaza de armas +del futuro castillo. En los otros dos lados, unos muros que sólo se +elevaban un metro sobre el suelo indicaban la traza de lo que podría ser +este patio algún día, si la suerte dejaba de mostrarse adusta con el +propietario. En el fondo abierto de la planicie estaba otro automóvil de +alquiler, y junto á él los tres militares. + +Acudió Lewis á saludar al príncipe. Hacía poco que habían llegado, y +como tenía prisa, se encaró inmediatamente con el coronel. + +Don Marcos era el oráculo que había que consultar para no perder tiempo. +¿Podrían resolver el negocio allí mismo?... ¿No sería mejor detrás del +castillo, en un huerto rodeado de viejos olivares?... + +El coronel, con una caja en cada brazo, fué examinando el terreno. Lo +único que le preocupó en los primeros instantes fué su propia persona. +Decididamente se veía ridículo. Aquellos tres oficiales, con sus +uniformes; el príncipe, con un traje de calle azul obscuro; el médico, +vestido de viejo, como siempre; Lewis, con un gran sombrero de paja, sin +el cual no podía andar por su castillo, ¡y él envuelto en su levitón +solemne, que parecía asustar á los palomos refugiados en los aleros y +los muros ruinosos!... + +Después de echar un vistazo detrás del castillo, se decidió por el +patio, limpio de árboles. Colocaría á los contendientes de modo que sus +figuras no resaltasen sobre un fondo de pared. + +Lewis, á pesar de sus prisas, creyó necesario hacer los honores de la +casa. «¿Una copa de _whisky_?...» Como no le habían dado tiempo para +prepararse, y él habitaba ahora en Monte-Carlo, su despensa estaba +vacía. Pero esperaba dar con una buena botella buscando un poco. ¿En qué +casa respetable no se encuentra _whisky_ para los amigos? + +--Cuando terminemos, lord--dijo el coronel, escandalizado por esta +invitación que atentaba contra los ritos. + +Los cuatro padrinos y el médico estaban en una sala del piso bajo, +adornada con trofeos de armas antiguas. Los dos adversarios habían sido +olvidados en el patio, como actores que esperan su turno para mostrarse. + +Toledo abrió las cajas de pistolas, dando á los dos capitanes la que +había buscado aquella mañana en el Cap-Ferrat. La suerte iba á decidir +cuál de ambas emplearían. + +--No es necesario--dijo el parisién--. Lo mismo da una que otra. +Dispóngalo todo como mejor le parezca. + +Protestó don Marcos contra este deseo irreverente de acortar las +ceremonias. Era preciso: estaban allí para un asunto muy grave. + +Una pieza de cinco francos brillaba un su mano. ¡Lo que le había costado +adquirirla! De todas sus gestiones en la mañana, ésta había sido la más +larga y penosa. La moneda estaba oculta, á causa de la guerra. No se +encontraba mas que papel, y él no podía echar suertes con un billete de +cinco francos. Había tenido que rogar á uno de los altos personajes del +Casino que le proporcionase este redondel precioso. + +--¿Cara ó cruz? + +Y al favorecer la suerte á sus viejas pistolas, sintió un gran regocijo +interior. ¡Empezaba á triunfar! + +El médico, mientras tanto, miraba afuera por la puerta del salón, con +cierta extrañeza, casi con escándalo, fijando luego sus ojos en el +coronel. Al fin le llamó aparte. ¿Aquel teniente era el que iba á +batirse con el príncipe?... Lo conocía; un amigo suyo, médico militar, +le había hablado de él como de un caso asombroso de vitalidad. Era un +horrible disparate lo que estaban proyectando: casi un asesinato. Tal +vez cayese redondo antes de que sonase el primer tiro. Le habían hecho +una operación audaz en el cráneo; vivía milagrosamente, podía morir de +un modo fulminante á la menor emoción. + +Y don Marcos tuvo una respuesta heroica, digna de él. + +--Doctor, para un hombre de éstos, batirse no es una emoción. + +Procedió con lenta gravedad á lo más delicado de su ministerio: cargar +las pistolas. Los dos capitanes siguieron con mirada curiosa esta +operación desconocida por ellos, á pesar de que se imaginaban haber +visto tanto. El parisién casi rió al contemplar cómo manejaba Toledo la +diminuta cuchara de marfil que contenía la carga de pólvora, +examinándola escrupulosamente antes de verterla en el cañón del arma, +con cierto miedo de haber echado un grano más en uno que en otro. El +coronel estaba seguro de que este heroico burlón se divertía con sus +precauciones meticulosas... Pero no podría negar que le interesaba la +novedad de la ceremonia. + +Lewis salió para disponer que los automóviles se alejasen hasta una +arboleda cercana. Un verdadero disgusto para los dos conductores. +Obedecieron á regañadientes, con el propósito de volver, aunque fuese +arrastrándose, y presenciar el espectáculo. + +Toledo dejó las dos pistolas sobre una antigua mesa veneciana. Ya +estaban listas; que nadie las tocase: eran algo sagrado. Luego, su +mirada, al pasar sobre el muro inmediato, su animó con un resplandor de +inspiración; y de una panoplia descolgó dos espadas herrumbrosas, +saliendo con ellas al patio. + +Abandonados de sus padrinos, los contendientes habían empezado á +pasearse, fingiendo que no se veían y sorprendiéndose mutuamente cuando +se miraban con el rabillo del ojo. + +Los dos volvieron de golpe á la misma situación de la tarde anterior, +como si no hubiera transcurrido el tiempo, como si estuviesen aún en lo +alto de las gradas del Casino. + +Todo lo que el príncipe llevaba pensado en las últimas horas y le había +seguido hasta allí, como un esbozo de remordimiento, se desvaneció de +golpe. ¡Este caballerito era el que había intentado abofetearle á él... +al príncipe Lubimoff!... Pronto iba á convencerse de lo que cuesta +semejante atrevimiento. + +Pero su cólera parecía menos violenta que en el día anterior, más +razonada, como obra exclusiva de su voluntad; y esta blandura acabó por +irritarle contra sí mismo. + +El otro era más instintivo en su rencor. Al mirar al príncipe veía al +mismo tiempo la suave imagen de aquella gran dama, su protectora. Porque +era rico, había querido atropellarle, tratándolo como á un siervo de sus +lejanas tierras... Todo lo mejor de la vida había sido para él, ¡y aún +pretendía apoderarse de las migajas perdidas que tocan á los +infelices!... Ignoraba cómo se mata á un hombre en estos combates +reglamentados; pero deseaba matar, y sentía la absoluta confianza en sí +mismo que le había empujado allá en las trincheras en los días más +crueles de peligro y de éxito. + +La presencia de don Marcos con una espada en cada mano turbó sus +reflexiones y paseos, dejándolos inmóviles. El coronel miró al cielo, +luego dió varios pasos en distintas direcciones, para evitar que uno de +los contendientes quedase colocado frente al sol. + +Finalmente clavó en tierra con fiereza una de sus espadas. Le había +parecido más apropiado al carácter del lugar el valerse de estas armas +antiguas. Las encontraba más en concordancia con el romántico castillo +de Lewis, que dos estacas ó dos bastones. Pero su satisfacción por este +hallazgo duró poco. Al levantar los ojos, vió al príncipe, vió á +Martínez... + +¡Pobre coronel!... Hasta entonces había procedido como el sacerdote que +se embriaga con sus propias oraciones y en propio incienso, sin pensar +á quién los dedica. Había preparado este acto con el fervor ciego de un +profesional que reanuda sus funciones después de varios años de +inacción, y sólo piensa en ellas, no acordándose del que se las encarga. +Todo lo había hecho con arreglo á los ritos, para que dos caballeros +pudieran matarse dentro de la más estricta corrección; pero ahora, en el +momento supremo, se daba cuenta por primera vez de que estos dos hombres +eran su príncipe y Martínez, su compatriota, su héroe. + +Se extrañó de cómo había podido llegar hasta allí. Experimentaba el +asombro del ebrio que recobra la razón entre los objetos rotos por su +feroz inconsciencia. Recordó las palabras de Castro y del médico; ¿cómo +no había visto él que este duelo era un disparate? El arrepentimiento +cosquilleó en sus ojos con una sensación húmeda; pero ya era tarde. +Debía continuar, aunque le faltase la serenidad. + +Lo único que había olvidado en sus minuciosos preparativos era la cinta +métrica, y vió en esta omisión un auxilio de la Providencia. Partiendo +de la espada fija en el suelo, empezó á marchar para medir el terreno +con sus pasos. No fueron pasos; fueron zancadas enormes, verdaderos +saltos. Ahora sí que estaba convencido de la ridiculez de su aspecto, +abiertos como alas los faldones del levitón é incesantemente repelidos +por unas piernas incansables. «Quince pasos...» Y clavó la segunda +espada. + +Por su gusto, hubiese ido hasta el otro extremo del descampado; tal vez +hasta donde aguardaban los automóviles. Luego consideró con turbación el +terreno medido. Seguramente pasaba de veinte metros, ¡una falsedad! ¡una +villanía!... ¡Que Dios y los caballeros se lo perdonasen! + +Otra vez salió á luz la pieza de cinco francos. Había que sortear el +sitio de cada contendiente. El capitán parisién acogió la proposición +con aire aburrido. + +--¡Pero si le he dicho que haga lo que quiera!... + +Lewis runruneaba de impaciencia por debajo de su bigote. + +Cuando la moneda hubo marcado el lugar de cada uno, don Marcos colocó +al príncipe delante de una espada. + +--Marqués: el sombrero--dijo en voz baja. + +Lubimoff, comprendiendo esta indicación, se despojó del sombrero, +arrojándolo á gran distancia. Su adversario no podía batirse con el +kepis puesto; su color amarillento y la cifra de la Legión bordada más +arriba de la visera le daban una visualidad inadmisible. Su uniforme era +también una preocupación para Toledo, que se esforzó por suprimir en él +todos los detalles vistosos. + +Asistido por uno de los capitanes, procedió á despojar á Martínez de sus +adornos de gloria, después de colocarlo junto á la otra espada. Fué como +una degradación. Le quitaron su kepis, luego las condecoraciones, el +cordón rojo que pendía de su hombro, la correa avellanada que cruzaba su +pecho, el cinturón del mismo color que oprimía su talle. El teniente +pareció más pequeño y desmedrado dentro de su uniforme suelto y sin +adornos. El parisién, siempre alegre, lo comparaba á un pájaro +desplumado. + +Creyó necesario el coronel repetir en alta voz las condiciones del +duelo. El príncipe las sabía y estaba avezado á estos encuentros. +Martínez era el que necesitaba sus indicaciones. Después que él, como +director del combate, diese la voz de «¡Fuego!», contaría lentamente +«Uno, dos, tres». Podían apuntar y disparar en este espacio de tiempo. +¡Mucha atención, teniente! Don Marcos habló con una gravedad trágica. + +--Si hace usted fuego antes del _uno_ ó después del _tres_, será +declarado felón. + +Esto de ser declarado felón asustó al joven. No sabía con certeza lo que +era, pero le impresionaba el gesto del coronel al pronunciar la terrible +palabra. Ya no pensó con tanta vehemencia en matar á su adversario; este +deseo pasó á segundo término. Tampoco pensó en que podía morir. Su única +preocupación fué calcular bien el tiempo, obedecer la orden, no +entretenerse en apuntar; hacer fuego antes del terrible _tres_, para que +no le diesen aquel título horripilante y misterioso. + +Don Marcos entró en el castillo y volvió á aparecer con las dos pistolas +cargadas. Dió una al príncipe. Este no necesitaba lecciones. Puso la +otra en la diestra del teniente, y le indicó cómo debía mantenerse, el +brazo doblado, el arma en alto, todo el cuerpo bien de perfil. Todavía +insistió en sus indicaciones. ¡Cuidado con equivocarse! Ya lo sabía: +_uno... dos... tres_. + +Quedó en mitad de la distancia que separaba á los adversarios, +apartándose unos cuantos posos nada más de la línea de tiro. En aquel +instante deseaba morir, para que los dos resultasen indemnes. + +Se despojó del sombrero con solemnidad, é hizo un gesto de tristeza. + +--Señores... + +Durante toda la mañana, al ir de un lado á otro realizando sus +preparativos, no había dejado de pensar en lo que diría en este momento, +fabricando una soberbia pieza oratoria, breve y conmovedora. Muchas +veces había hablado en los duelos, mereciendo la aprobación de los otros +padrinos, viejos generales, gentes expertas, acostumbradas á tales +actos. Pero la corta arenga de hoy iba á ser la mejor de sus obras. + +«Señores...», repitió. Vacilaba, no sabía qué añadir, todo se había +borrado de su memoria. Con una voz balbuciente fué diciendo lo que se le +ocurría, sin orden alguno, sin que una sola de sus palabras le recordase +las frases que había cincelado horas antes. «Aún era tiempo... un poco +de buena voluntad; los dos eran hombres de valor que habían hecho sus +pruebas... No es deshonrosa una explicación en el último minuto.» + +Sus palabras se perdieron en un silencio emocionante. Pero este silencio +no era absoluto. Alguien se movía á espaldas del coronel, dando con el +pie en el suelo. Era Lewis, que consultaba, enfurruñado, su reloj. Más +de las tres; ya estarían empezando las buenas series en el Casino. + +Quiso terminar. Además, le daba miedo la figura inmóvil y rígida de su +príncipe con la pistola en alto. Nunca lo había visto tan feo. Su color +era terroso, tenía la mirada bizca y los pómulos salientes. En un +momento se había transfigurado, como si el salvajismo de los remotos +abuelos, despertando en su interior, se le hubiese subido al rostro. + +--Puesto que no hay avenencia posible.... + +Ahora creyó el coronel haber atrapado la última parte de su fugitivo +discurso. Pero el hilo de brillantes palabras se le escapaba otra vez, y +obligado á improvisar, terminó solemnemente: + +--¡Adelante, señores! El honor... es el honor; y las leyes de los +caballeros... son las leyes de los caballeros. + +Sonó á sus espaldas un murmullo de aprobación. Era la voz del antiguo +revendedor de billetes de teatro. «¡Bravo! ¡Muy bien!» Pero no quiso +enterarse. Con aquel hombre nunca se sabía cuándo hablaba en serio. + +--¿Listos?... + +El silencio de los dos adversarios dió á entender al coronel que podía +seguir sus voces de mando. + +--¡Fuego!... Uno... + +Sonó un tiro. Martínez, que sólo pensaba en el terrible _tres_, había +disparado. + +Vió enfrente al príncipe, que parecía mucho más alto; vió el agujero +negro de su arma, y sobre este agujero un ojo de glacial ferocidad +escogiendo un punto en su persona para enviar la bala obediente. Y con +una arrogancia maquinal giró sobre sus talones, para no permanecer de +perfil, ofreciendo todo el ancho de su cuerpo. + +Los cuatro padrinos no vieron esto. Sus ojos habían convergido en +Lubimoff, que era la muerte. + +El tiempo se contrae y se dilata, según las emociones de los hombres. Su +medida y su ritmo dependen del estado del alma humana. Unas veces galopa +vertiginosamente en los relojes, que parecen locos; otras se desploma, +se niega á seguir su marcha, y las milésimas de segundo abarcan más +emociones que los meses y los años de la vida ordinaria. Los cuatro +testigos experimentaron la misma sensación que si el día se hubiese, +paralizado, quedando el sol inmóvil para siempre. El tiempo no existía. + +--¡Dos!--suspiró don Marcos, y le pareció que sus labios no acababan +nunca de proferir esta palabra, como si estuviese compuesta de una +cantidad infinita de sílabas. + +Lewis había olvidado la existencia del Casino; sólo veía lo presente. +El capitán bordelés, echando el cuerpo adelante, se apoyaba sobre su pie +herido, sin sentir ningún dolor; el otro juraba entre dientes, haciendo +vibrar su junco. El médico, por instinto profesional, se inclinó sobre +su caja de operaciones puesta en el suelo. + +¡Iba á matarlo! Los cuatro estaban convencidos de que iba á matarlo. Una +implacable expresión de seguridad, de feroz aplomo, se desprendía de +aquel hombre inmóvil, con el brazo tendido, duro é inconmovible. Era tan +fatal la expresión de su rostro de calmuco, con un ojo contraído y otro +muy abierto, que todos vieron una línea ilusoria desde la boca de su +pistola al pecho del que estaba enfrente, un camino que la pequeña +esfera de plomo iba á seguir con inexorable rectitud. + +Orgulloso de su superioridad, el príncipe retardaba el momento de dar la +muerte, por una especie de coquetería salvaje. Tenía al enemigo bajo su +zarpa, podía juguetear con él durante estos tres momentos que valían por +siglos. + +En la vertiginosa superposición de imágenes que volteaba dentro de su +pensamiento vió á la princesa, su madre, hermosa y arrogante, tal como +era cuando le relataba, siendo pequeño, las grandezas de los Lubimoff. +Luego vió á su padre, el general, sombríamente bondadoso, diciendo con +su voz ronca: «El fuerte debe ser bueno...» + +Al pensar en el padre, su pistola se desvió un poco, pero inmediatamente +rectificó la puntería. + +Un tren pasaba por su imaginación con lentitud. Soldados franceses. Vió +á Castro y al rojo insolente que le ofrecía un lugar. Otro tren avanzó +en dirección inversa, un tren interminable, que iba saliendo de las +profundidades del Océano. Hurras, silbidos, blusas negras, cuellos +azules, gorritos que parecían de papel. «¡Buenas tardes, príncipe!» Una +sonrisa luminosa de virgen anémica: lady Lewis con sus dos ciegos, +hermosos y trágicos... + +Su pistola bajaba. Vió por encima de ella todo el cuerpo de su +adversario, guerrero obscuro, condenado á morir más ó menos pronto á +causa de las heridas recibidas por una tierra que no era la suya y por +una causa que era la de todos los hombres. + +--¡Tres!--dijo el coronel. + +Pero antes de que terminase esta palabra sonó un tiro. La hierba del +suelo se agitó en ondas que se alejaron bajo el rebote de la bala +invisible. + +Este guadañazo pasó cerca de las piernas del director del combate; pero +don Marcos no estaba para reparar en ello. Un regocijo infantil le hizo +correr sin objeto. Su levita parecía reir con el aleteo de sus faldones. + +Tan alegre estaba, que casi abrazó á Martínez. Debía darse la mano con +el príncipe; era necesaria una reconciliación. + +El oficial se resistió al consejo. Tenía sus dudas sobre el final del +combate; el príncipe había disparado apuntando al suelo, y él no +aceptaba que le perdonasen la vida. + +--Joven--dijo con autoridad don Marcos--, usted es novel en estos +asuntos. Déjese guiar por los que saben más, y dele la mano al príncipe. + +Inmediatamente fué en busca de Lubimoff. + +Lo vió en el mismo sitio. Había arrojado la pistola y se cubría la cara +con las manos. + +El único que estaba junto á él era Lewis. + +--¡Vamos, príncipe! ¿qué es eso?... ¡Serenidad! Tal vez una buena copa +de _whisky_... + +Toledo oyó un estertor angustioso, un jadeo de pecho oprimido. + +Respetuosamente apartó una de las manos del príncipe, dejando su rostro +al descubierto. Ahora era de un tono de ladrillo, abrillantado por el +sudor y las lágrimas. + +Lubimoff lloraba. + +El coronel recordó á la difunta princesa en sus días de humor +tormentoso, cuando, después de una explosión de cólera, se retorcía, +pidiendo que la perdonasen, entre llantos histéricos. + +Al tirar suavemente de esta mano, se sintió seguido por el príncipe, +inerme y sin voluntad. Martínez aguardaba á pocos pasos. + +--Dense las manos. Todo ha terminado. Los caballeros son siempre... +caballeros. + +Se dieron las manos. + +Y entonces ocurrió algo inesperado que produjo un largo silencio de +sorpresa y de asombro. + +Miguel dobló su cuerpo, se encogieron sus rodillas, se llevó á la boca +aquella mano que tenía en la suya, con el mismo gesto humilde de los +siervos de la estepa ante sus poderosos abuelos. + +Luego la besó, mojándola con sus lágrimas. + + + + +X + + +Ocho días llevaba Lubimoff sin salir de Villa-Sirena. En sus +conversaciones con el coronel--único compañero de esta vida +solitaria--había evitado toda alusión á lo ocurrido en el castillo de +Lewis. Don Marcos, por su parte, se mostraba de una discreción absoluta, +como si tuviese olvidado el duelo y el extraño final que le había dado +el príncipe; pero éste adivinaba en su silencio muchas cosas molestas +para él. + +Los otros padrinos debían haberlo contado todo. ¡Qué de comentarios! Y +el miedo á encontrarse con las gentes, que sin duda repetían su nombre á +todas horas, le hizo permanecer recluído, esperando que le olvidasen. +Alguien perdería ó ganaría en el Casino una suma importante, y esto +bastaba para que los curiosos dejasen de hablar de él. + +Empezó á pesarle la soledad como un suplicio. Ya estaba fatigado de +pasear siempre por sus jardines, que le parecían estrechos y monótonos. +Además, la sobrina de Lewis, abusando de su autorización, llegaba cada +tarde con una escolta de ingleses heridos, siempre diferentes. +Correteaba con ellos por las avenidas entre los gritos de las aves +exóticas, formaba grandes ramos de flores, y él tenía que ocultarse en +los pisos altos huyendo de esta alegría infantil, á la que encontraba +algo de desesperado y fúnebre. + +Las noches le parecían interminables. Pensaba con nostalgia en las +plácidas veladas de «los enemigos de la mujer», cuando Spadoni se +sentaba al piano ó hacía cálculos infinitos, siempre doblando; cuando +Novoa exponía sus paradojas científicas y Castro relataba las aventuras +de su abuelo el «Don Quijote rojo»... ¿Dónde estarían ahora estos +compañeros de soñolienta felicidad? + +Atilio le interesaba especialmente. Dos veces había preguntado por él á +don Marcos, sin que éste se mostrase muy claro en sus explicaciones. «No +le encontraba nunca en el Casino; se abstenía sin duda de frecuentarlo +por miedo al juego.» Presintió que el coronel sabía algo más y se negaba +á hablar por discreción. + +Una mañana, el tedio del encierro galvanizó su decaída voluntad. ¿Por +qué no ir en busca de aquellos amigos? Tal vez si él daba el primer paso +conseguiría reanudar las relaciones con ellos, restableciendo su antigua +vida. + +Cuando iba á salir, el coronel le detuvo para hablarle otra vez de un +asunto que les había ocupado la noche anterior. ¿Qué respuesta debía dar +al apoderado de París?... Aquel nuevo rico comprador del palacio del +parque Monceau deseaba adquirir también Villa-Sirena. El administrador +comunicaba su última oferta: millón y medio de francos. No daría más, y +era preciso contestar urgentemente, antes que su capricho se fijase en +otra adquisición. + +Miguel levantó los hombros, como si le hablasen de algo sin interés. + +--Di que no quiero vender... Mejor será que no contestes. Veremos más +adelante; yo pensaré. + +Al bajar del tranvía, en Monte-Carlo, dejó á su izquierda el Casino, +para seguir por los bulevares altos. Iba primeramente en busca de +Spadoni, por ser el que habitaba más cerca. Además, éste debía saber el +paradero de Atilio mejor que Novoa. Tal vez vivían juntos. + +Conocía vagamente su domicilio por las burlas de Castro. El pianista era +«guardián de una tumba» sobre el barranco de Santa Devota. + +Desde lo alto de un puente vió el príncipe á sus pies este barranco, +cuyas laderas estaban cubiertas de jardines, de «villas» lujosas y de +hoteles, teniendo por fondo el risueño puerto de La Condamine. + +Sesenta años antes era un lugar salvaje. Sólo lo visitaban las +procesiones venidas desde el amurallado Mónaco para rendir homenaje á +Santa Devota en una iglesia blanca, que aún parecía ahora más diminuta +junto á las arcadas del puente del ferrocarril. + +En los primeros tiempos del cristianismo, una barca, guiada por la +voluntad de Dios, que se dignaba conceder una protectora á los +habitantes de Puerto Hércules, había venido á encallar en esta ribera. +La barca contenía el milagroso cadáver de cierta cristiana de Córcega +martirizada por los romanos. Nadie sabía su nombre, y la devoción +popular la llamó Santa Devota. Una vez al año, el día de su fiesta, al +cerrar la noche, gran parte del público del Casino abandonaba la ruleta +y el «treinta y cuarenta» para presenciar cómo los marineros de Mónaco +quemaban frente á la iglesia, al son de la música, una barca vieja, +cerrando con esto á la santa patrona todo camino de retorno. + +Los campos pedregosos de olivos y nopales estaban ahora cubiertos de +«Palaces», grandes como cuarteles, y sostenían una segunda ciudad alta, +que, extendiéndose por la ladera de los Alpes, unía Mónaco con +Monte-Carlo. Este terreno, vendido á precios enormes, era medio siglo +antes un lugar tan olvidado, que cualquiera de sus poseedores podía +disponer sin obstáculo que le enterrasen en su propiedad. + +Un oficial obscuro de Napoleón, nacido en Mónaco y llegado á general en +los tiempos de Luis Felipe, había hecho construir su sepultura en un +olivar sobre el barranco de Santa Devota. El juego hacía surgir después +Monte-Carlo sobre la salvaje meseta de las Espelungas; la lujosa ciudad +nueva se ensanchaba para unirse con el viejo Mónaco, cubriendo de +edificios todo el territorio del principado, y la sepultura del anónimo +guerrero quedaba prisionera de este oleaje de grandes hoteles, palacios +y «villas». El olivar de la tumba se vendía á metros, haciendo la +fortuna de los herederos. Entre la sepultura y el borde del barranco +quedaba una meseta, desde la que se disfrutaba la visión de un panorama +magnífico, y un millonario de París se atrevía á construir una casa de +estilo «artista», con jardines en terrazas escalonadas, creyendo empresa +fácil conseguir el traslado del general al cementerio y la demolición +de su capilla-tumba. Pero el muerto estaba en su propiedad, no podía +resucitar para deshacer sus disposiciones testamentarias, perturbadas +por el engrandecimiento inaudito del antiguo Mónaco, y no había poder +humano que echase abajo su última morada. + +Miguel había visto muchas veces desde el puerto, sobre las alturas del +barranco, este panteón que iba á servirle ahora para encontrar á +Spadoni. Era un simple dado de albañilería, con las paredes +enjalbegadas, cuatro pináculos en sus ángulos y una cúpula de tejas +negras. De lejos parecía un morabito, la tumba de un santón, ayudando á +esta semejanza los grupos de palmeras de los jardines inmediatos. + +Castro le había hecho reir muchas veces contándole la historia del +difunto general y sus ricos vecinos. Los propietarios de la «villa» no +podían dormir con un muerto al otro lado de la pared. Además era un +muerto sin nombre, lo que le hacía más inquietante y misterioso. Nadie +llegaba á acordarse del apellido de este señor que había mandado miles +de hombres y aún imponía su voluntad á los vivos. Alquilaron la «villa» +con todos sus lujosos muebles por un precio módico, y al principio se la +disputaban las señoras que juegan en el Casino. ¡Vivir en un pequeño +palacio adornado por famosos tapiceros de París, y con una vista +magnífica, todo por quinientos francos mensuales!... Pero las +arrendatarias se apresuraban á cederse unas á otras esta buena ocasión. +¡Tener que pasar después de media noche frente al mausoleo del general, +cuando volvían del Casino! ¡No poder abrir las ventanas sin encontrarse +con aquella sepultura!... Además, la maledicencia femenil señalaba +sucesivamente á cada inquilina con el mismo apodo: «la guardiana de la +tumba». + +Entonces se presentó Spadoni. Castro tenía una idea vaga de que pagó el +primer mes, pero no estaba seguro de ello. Lo que sabía con certeza era +que no pagó más. Los propietarios, residentes en París, habían acabado +por aceptar esta situación, viendo en el pianista un cuidador gratuito +de aquella casa que les inspiraba miedo. + +Descendió el príncipe por un amplio camino entre balaustradas de +jardines y muros de roca con penachos floridos pendientes de sus +intersticios. Al ver de cerca el morabito, comprendió la fuga de los +vecinos. El general había sabido hacer las cosas. Los pináculos estaban +adornados con calaveras y tibias, lo mismo que la cruz de hierro que +remataba la cúpula. Y estos símbolos fúnebres, por la fuerza del +contraste, aún resultaban más impresionantes entre el esplendor verde de +los jardines inmediatos, bajo un cielo de crudo azul y un sol +deslumbrador, teniendo por fondo el gracioso puerto y la rizada planicie +del mar violeta. La puerta del mausoleo sin nombre no se había abierto +en muchos años, y los vientos amontonaban la tierra en su parte baja. +Entre la verja y las paredes se aglomeraba una vegetación loca, una +selva minúscula, en cuyas espesuras guerreaban y se devoraban los +insectos después de enviar interminables expediciones volantes y +rampantes á todas las casas próximas. + +Pasó rozando el panteón para llegar á la entrada de la «villa», hermoso +edificio de arquitectura toscana. La puerta era de complicados herrajes; +los ventanales tenían vidrieras con figuras de colores; sobre el muro +gris estaban incrustados relieves de mármol y escudos antiguos. + +Golpeó inútilmente con un dragón de hierro que servía de aldaba. Al fin +apareció en un sendero inmediato, entre dos muros, una mujer greñuda con +un niño en brazos. Era una vecina que prestaba sus servicios á Spadoni +cuando se quedaba en la casa. La presencia de un visitante representaba +para ella un acontecimiento. + +--Sí que está--dijo--. ¿No oye usted? + +Lubimoff oyó, efectivamente, amortiguado por los gruesos muros, el +tecleo de un piano. + +La mujer, convencida de que el artista no llegaría á enterarse de los +golpes del aldabón, desapareció en una revuelta del sendero. Poco +después, su cabeza y el niño que llevaba en brazos surgieron sobre el +filo de un muro. + +--¡Maestro!--gritó--. Un señor que le busca. ¡Una visita! + +Y volvió arreglándose las faldas, como si acabase de bajar de una escala +de mano. + +Se abrió aquella puerta de quicio profundo, apareciendo en su hueco +Spadoni. + +--¡Oh, Alteza! + +Su sonrisa no expresaba asombro. Saludó al príncipe como si lo hubiese +visto el día anterior. + +Fué guiándole por corredores y salones sumidos en una penumbra policroma +y que olían á polvo. Hacía muchos meses que los ventanales de colores no +habían sido abiertos ni descorridas las cortinas. El concentraba su +existencia en una sola habitación. Lubimoff chocó con arcones y +armaduras, hizo vacilar dos enormes ánforas japonesas, se enganchó en +los numerosos salientes de este profuso decorado de «estudio romántico» +que había estado de moda veinticinco años antes. + +Volvieron finalmente á la luz, una luz esplendorosa que entraba por tres +puertas abiertas sobre una terraza vecina al barranco. + +Era el _hall_ de la «villa», adornado con telas y divanes indostánicos. +El príncipe reconoció que Spadoni no estaba mal instalado en «su tumba». +Un gran piano de cola era el único mueble que se mantenía limpio en esta +pieza invadida por el polvo. Sobre el atril permanecían abiertos varios +cuadernos de música manuscrita. + +Al ver que Lubimoff se fijaba en ellos, el pianista hizo un gesto +desesperado. + +Era grande su pobreza: tenía que dar conciertos para vivir, se veía +obligado á estudiar obras nuevas. + +Habló de estos trabajos como si representasen la más cruel imposición de +la realidad, la mayor decadencia de su vida. + +Varias damas organizadoras de obras benéficas de la guerra habían +buscado su concurso. Tocaba gratuitamente, por «patriotismo», pero las +buenos señoras siempre encontraban el medio de darle una cantidad. ¡Era +tan enorme su miseria! Sólo de tarde en tarde entraba en las salas de +juego. No podía ni apuntar en la ruleta, donde las puestas son de cinco +francos. + +Quiso el príncipe leer los títulos de las partituras, y Spadoni intentó +ocultarlas con una precipitación cómica. + +--¡Verdaderas porquerías!... No hay que mirar eso, Alteza. En esta Costa +Azul, cuando las señoras entradas en años no encuentran ya quien las +ame, se dedican á escribir romanzas ó bailes de gran espectáculo, y el +Casino acepta sus obras para no disgustarlas. Ese teatro de Monte-Carlo +resulta, en ciertos días, el templo de la imbecilidad musical... No; +mejor será que conozca lo que damos esta tarde. Es la obra de una +millonaria que lo escribe todo, música y versos. + +Y leyó en alta voz los títulos de varías «escenas pintorescas»: _Diálogo +entre la mariposa y la rosa_, _Lo que la palmera le dijo al agave_, +_Plegaría de la cigarra á nuestro padre el Sol_. + +--Por suerte, Alteza, esta situación deshonrosa no durará. Tengo un +medio... ¡un medio!... + +Olvidando el piano, las partituras y su degradación musical, se lanzó de +golpe en el mundo de las quimeras. Conocía el secreto del grande hombre, +de aquel griego que ganaba millones en el _Sporting_. Lo había +sorprendido, con su propia malicia, después de sonsacar ciertos datos á +un acompañante del personaje. Era una combinación sencilla, como todas +las cosas geniales. Por ejemplo... + +Y tendió su mano hacia una baraja que estaba en una mesa, sobre unos +cuantos volúmenes encuadernados en rojo: las nueve sinfonías de +Beethoven. + +¡Ah, no!... El príncipe le contuvo con brusquedad, para que no se +entregase á su manía demostrativa. + +--Yo esperaba encontrar aquí á Atilio--dijo luego suavemente. + +El músico pareció despertar. + +--¿Atilio?... ¡Ah, sí! Vivió conmigo unos días, pero se fué. + +Obsesionado aún por su prodigiosa combinación, habló distraídamente, sin +conceder interés á sus palabras. Castro había manifestado deseos de +vivir con él, se lo dijo un anochecer en el Casino, y Spadoni abandonó +Villa-Sirena para acompañarle. Un amigo no puede hacer menos. + +--Pero ¿cuándo se fué?... ¿En dónde está?... + +--Se fué anteayer, y debe estar en París. ¡Un disparate su viaje! +Imagínese, Alteza, que en los últimos días jugó con una suerte +magnífica, hasta ganar veinte mil francos. ¡Si hubiese seguido!... Pero +no quiso: tenía prisa. Me dió quinientos francos, y los perdí +inmediatamente; era muy poco dinero para mi combinación. Creo que va á +hacerse soldado; me habló de la Legión extranjera. De él se puede +esperar cualquier disparate. ¡Un hombre que gana y huye!... + +Luego, como si la máquina desarreglada de su cerebro funcionase +lógicamente por unos segundos, añadió, con una sonrisa maligna: + +--Doña Clorinda también se ha ido á París. Se marchó dos días antes que +él... ¡Oh, Alteza! ¡cómo me acuerdo de aquello que nos dijo en un +almuerzo sobre las mujeres!... Las conozco, príncipe: todas ellas son +temibles enemigos. + +Y señalaba rencorosamente _Lo que la palmera le dijo al agave_. + +En vano el príncipe insistió en sus preguntas. No sabía más, no le +inspiraba curiosidad la suerte de Castro. Se había ido á París para +hacerse soldado, ¡y él tenía tantos amigos soldados!... + +«La Generala», por ser mujer, le infundía más interés, excitando su +maledicencia. + +--Yo creo--dijo, con su sonrisa de misógino--que se fué por celos, por +despecho. La duquesa de Delille ha acaparado á ese teniente que le +presentó ella. Hasta parece que el tal teniente ha tenido un duelo... + +El pianista palideció, mirando con espanto á Lubimoff. Su gesto fué +igual al del que habla en voz alta creyéndose á solas, y nota +repentinamente que alguien le escucha. Quedó confuso y balbuceando: + +--No sé... ¡la gente dice tantas mentiras!... ¡Cosas de mujeres! + +Lubimoff sintió una confusión igual al darse cuenta de que hasta Spadoni +se había ocupado con regocijo de su aventura. + +Consideraba ya inútil seguir hablando con este imbécil. Se levantó, y el +músico, trémulo aún por su indiscreción, dió muestras de igual +apresuramiento por terminar la visita. + +--¿Y Novoa?--preguntó el príncipe al llegar á la puerta de la casa--. +¿Se ha ido también?... + +No; éste seguía en Mónaco, trabajando en el Museo cuando no tenía +ocupaciones más urgentes. Se encontraban muy de tarde en tarde. ¿Cómo +podían verse, si él, Spadoni, á causa de su miseria, se abstenía de +entrar en las salas de juego?... + +--Continúa jugando, Alteza; pero muy mal, con la timidez del novato, y +por eso pierde. No tiene la estofa de nosotros, los verdaderos +jugadores. + +Se irguió el pianista al decir esto, como si no hubiese perdido nunca y +poseyera todos los secretos del azar. + +--Le he enviado dos entradas para el concierto de esta tarde: una para +él y otra para esa señorita Valeria, acompañante de la duquesa. ¡El +pobre! ¡siempre haciendo tonterías como un enamorado!... + +Pero su sonrisa de hombre superior, exento de tales humillaciones, se +cortó al darse cuenta de que otra vez estaba diciendo algo molesto para +el príncipe. + +Este pasó de nuevo junto á la tumba, pero sin verla ni acordarse del +incógnito general. ¡Castro se había ido!... ¡Castro quería hacerse +soldado!... + +Luego de seguir el camino descendente de los Monegetti hasta la plaza de +Armas de La Condamine, tomó la avenida de suave pendiente que sube hasta +Mónaco. Esta marcha le proporcionaba cierta voluptuosidad muscular +después de su largo encierro. + +Al verse entre los dos torrecillas que marcan la entrada de los +jardines, le asaltó el recuerdo de Alicia. Un poco más allá habían +descendido del carruaje; detrás de los árboles estaba el banco en que la +habló por primera vez de su amor; abajo, al borde de las rocas, se +desarrollaba el solitario camino por el que pasaron como en volandas, al +amparo del crepúsculo y con las bocas juntas. Luego, el rasgón de su +vestido, los cómicos y dulces apuros por repararlo, el alfiler con la +perla de la princesa... Sólo habían transcurrido unas semanas, y estos +sucesos parecían de otra humanidad más feliz, desarrollados en un +planeta distinto, envueltos en una luz que no era la de la tierra. + +Se esforzó por olvidar. Estaba ahora en una plaza asfaltada, frente á la +escalinata del Museo Oceanográfico. Por primera vez reparó en los +adornos arquitectónicos del blanco edificio. Habían adoptado como motivo +ornamental el manojo de retorcidas patas de los pulpos, el semicírculo +estriado de las conchas, la sombrilla filamentosa de las medusas. Se +fijó en los grupos escultóricos que simbolizan las fuerzas del Océano ó +las artes de los navegantes; leyó los nombres esculpidos en los frisos, +títulos de buques que se ilustraron por sus exploraciones científicas. + +Permaneció inmóvil mucho rato, buscando un pretexto para justificar su +visita. Al fin subió la escalinata, viéndose envuelto en una frescura +sonora de catedral, pero sin la ranciedad del ambiente cerrado, con un +tufillo salino procedente del mar inmediato. El conocía el palacio: á un +lado, el vasto salón de conferencias y asambleas científicas, semejante +á un Parlamento, con lámparas de cristal helado que afectan las +distintas formas animales de las profundidades oceánicas; en mitad del +vestíbulo, la estatua del príncipe Alberto vestido de marino y apoyado +en la baranda del puente de su yate; al lado opuesto y en los pisos +superiores, las colecciones recogidas durante los viajes de este +navegante de la ciencia: miles de peces y moluscos, esqueletos +gigantescos de cetáceos, piraguas y herramientas de pesca de los mares +polares. En los pisos inferiores, debajo de sus pies, en aquel segundo +palacio que, adherido al acantilado, descendía hasta el mar, estaban los +acuarios, las bestias misteriosas del abismo continuando su existencia +entre burbujas de agua corriente, en sus jaulas de cristal. + +Un portero de levita azul y kepis galoneado de rojo intentó ofrecerle un +cartón de entrada, pero se contuvo al ver que se detenía junto al +torniquete, preguntando por Novoa. + +--Salió hace un momento. Tal vez lo encuentre en las inmediaciones del +Palacio. Casi todos los días, antes del almuerzo, da la vuelta á la +roca. + +«La roca», para los monegascos, es por antonomasia el peñón en que está +asentado Mónaco, y dar su vuelta equivale á seguir el contorno de +jardines y abandonados baluartes que, partiendo del palacio de los +Príncipes, vuelve á él después de abarcar toda la vieja capital. + +Siguió exteriormente la cerca de los jardines de San Martino. No osaba +penetrar en ellos: temía encontrarse con el banco en que habían estado +aquella tarde. Avanzó por las calles de la ciudad, estrechas, sin +aceras, pavimentadas de anchas losas, como en muchas poblaciones de +Italia. + +Las viviendas, viejas y altas, recordaban los tiempos en que el suelo +era precioso dentro de una península estrechamente ceñida por sus +fortificaciones. Algunas casas estaban perforadas por túneles, y al +final del arco se veía la claridad y la blancura de la otra calle +paralela. Los edificios más grandes eran conventos ó colegios +religiosos. Sonaban lentas campanas sobre los tejados, como en un pueblo +de España; quedaban en las calles muchos retablos con imágenes +alumbradas por un farolillo. + +Al estremecerse las losas del pavimento bajo un paso humano, se +entreabrían ventanas. Un carruaje provocaba la aparición de muchas +cabezas. Los escasos transeuntes eran á veces canónigos de la catedral, +frailes descalzos con una corona de pelo en torno del cráneo afeitado, +monjas con enormes mariposas almidonadas en la cabeza. + +Sólo un pequeño puerto separaba la vieja ciudad de aquella otra ciudad +situada en la cumbre de enfrente, con su Casino, sus hoteles, sus +orquestas y su muchedumbre de placer y de fortuna. Un corto trayecto de +tranvía bastaba para hacerse la ilusión de haber saltado sobre dos +siglos. Lubimoff recordó la impresión de extrañeza que despertaban al +atravesar la plaza del Casino estos frailes descalzos cuando bajaban en +grupo á Monte-Carlo. + +Pasó bajo una galería cubierta que formaba arco entre dos casas. Un gran +descampado, una llanura, se abrió ante él. Era la plaza del Palacio. +Enfrente estaba la vivienda señorial de los Grimaldi, conjunto de +edificios de diversas épocas, que le recordó los palacios de algunos +príncipes soberanos de la antigua Italia. Era de color rosa obscuro, +cortado por el arquerío de las _loggias_, y tenía adosados unas torres +de sillares blancos con almenas hendidas. También conocía él este +palacio, puramente de aparato y deshabitado, pues el príncipe reinante, +en las cortas visitas á sus dominios, prefería vivir en su yate. + +Primeramente llamó su atención la guardia del edificio. Los soldados de +Mónaco, viejos gendarmes franceses, habían partido á la guerra, y una +milicia nacional se encargaba de sustituirlos. Estaba compuesta de +legítimos ciudadanos de «la roca», descendientes de cuatro generaciones +de monegascos. Ellos solos podían contribuir á la defensa ideal del +principado, así como gozaban las ventajas de pertenecer á un país, único +en el mundo, donde nadie paga contribución y todos al nacer tienen el +pan asegurado, gracias al Casino. + +Lubimoff admiró al guerrero de guardia, un viejo de bigote blanco, +cargado de hombros, casi jorobado, con gabán de color castaña y sombrero +hongo. Un brazal rojo y blanco en una manga era todo su uniforme. +Llevando al hombro su fusil antiguo, que aún hacía más enorme y pesado +una bayoneta interminable, hubiera podido descansar junto á la garita +pintada con los colores de Mónaco; pero prefería moverse en incesante +paseo, mirando á todas partes por si alguien intentaba penetrar en el +alcázar del ausente soberano. Otros padres de familia y hasta abuelos, +vestidos con sus trajes de domingo, esperaban pacientemente en un banco +que les llegase el turno de ejercer la honorífica función. + +Lo más notable de esta explanada era la artillería, una cantidad de +cañones del siglo XVIII que estaban allí decorativamente, como las +armaduras que adornan un salón... A ambos lados de la puerta del Palacio +se alineaban seis piezas enormes y magníficas, fundidas en un bronce +verde de estatua y cinceladas como obras de museo. Junto á sus bocas, el +metal se retorcía formando la hojarasca de un capitel; su parte opuesta +la remataba una cabeza de medusa. El fuste de estas columnas huecas +estaba adornado con las tres flores de lis de la vieja monarquía +francesa, los agarradores de cada cañón eran dos delfines, y todas las +piezas ostentaban el lema pretencioso _Nec pluribus impar_ de Luis XIV, +con otro más sombrío: _Ultima ratio regnum_. + +El príncipe sonrió ante este lema. + +«Ahora, las piezas de artillería--se dijo--ya no son «la última razón de +los reyes», pero lo son de los pueblos. Hemos adelantado poco.» + +Todos estos cañones verdes tenían su nombre propio, lo mismo que un +buque ó un regimiento. Uno se llamaba _Nerón_, otro _Tiberio_; más allá +abrían su redonda boca el _Robusto_ y el _Roncador_. + +En los parapetos que cerraban por ambos lados la extensa plaza asomaban +sus gargantas, sobre el puerto ó sobre el mar libre, otras piezas más +modestas, pero igualmente enormes y vetustas. Las balas macizas de estos +cañones formaban pirámides, y una vegetación parásita se había +introducido entre las pelotas de hierro. + +Detrás del Palacio, como un telón de fondo, se elevaba la montaña +francesa de la _Tête du chien_, brillando en su redonda cumbre las +vidrieras del cuartel de los cazadores alpinos. La meseta de Mónaco era +simplemente el último peldaño de la gran escalera que los Alpes dejan +caer hacia el mar. Arriba se enredaban las nubes en los picachos, +cubriéndolos momentáneamente de una sombra tempestuosa; abajo, entre los +muros rosados y las torres blancas de los Grimaldi, se erguían la +palmera tropical, el cocotero, el plátano, dando á este castillo ligurio +un aspecto de hacienda brasileña. + +Estaba Lubimoff en el parapeto que da sobre el mar libre, sentado entre +dos cañones, cuando vió la llegada de Novoa por los baluartes que +dominan el puerto. + +Al reconocer al príncipe apresuró su blanda marcha, acercándose á él con +la mano tendida. + +¡Simpático profesor! Nunca le parecieron á Miguel sus ademanes francos +con tanto atractivo como ahora. Celebraba mucho este encuentro, +creyéndolo casual, y el príncipe no quiso hablar de su visita al Museo, +para que Novoa ignorase que había venido en busca suya. + +Maquinalmente empezaron á pasearse entre la fila de cañones y unos +cuantos árboles que daban pálida sombra á este lado de la plaza. + +Era Lubimoff el que preguntaba, mostrando interés por la suerte de su +amigo y acogiendo sus quejas con una sonrisa bondadosa. + +Novoa se mostró descontento. Este país de vida dulce y alegre resultaba +fatal para el estudio. ¡Pensar que allá en su tierra se lo imaginaban +haciendo descubrimientos útiles en los misterios del mar! El Casino +extendía su influencia á todas partes, hasta al Museo Oceanográfico. +Muchas veces, mientras estudiaba el _plancton_, le acometía una nueva +idea para desentrañar los misteriosos saltos de las series del «treinta +y cuarenta». Trabajaba por las mañanas con el pensamiento fijo en +Monte-Carlo; y apenas llegada la tarde, sentía un deseo irresistible de +ir allá. Era inútil que inventase pretextos para mantenerse fijo en «la +roca». Había perdido cantidades enormes para él, y necesitaba +recuperarlas. Pensaba con inquietud en el dinero recibido de su país á +cuenta de la modesta fortuna heredada de sus padres. + +--Algunos días, el buen sentido me dice que debo volverme á España, y +deseo realizar inmediatamente este buen consejo. Por desgracia, hay +ciertas cosas que me retienen aquí y quebrantan mi voluntad. + +--Las conozco--dijo Miguel sonriendo--. La primera de todas, el amor. + +Novoa se ruborizó, aceptando luego con un cómico ademán de confusión las +palabras del príncipe. Sí; algo había de eso, y el amor le proporcionaba +disgustos, lo mismo que el juego. + +Lubimoff vió de pronto en sus ojos una expresión igual á la de Spadoni. +También éste sabía lo ocurrido, y al hablar del amor recordaba +inmediatamente aquel duelo absurdo. Pero Novoa era otro hombre, incapaz +de sentir el maligno placer de los maldicientes, que se regodean con las +torpezas ajenas. Además, Miguel le tenía por muy franco, y pronto se +convenció de ello. + +Tranquilamente, sin pensar si con sus palabras molestaría al otro, el +profesor aludió á lo ocurrido en el castillo de Lewis. Lo lamentaba como +algo ilógico y extemporáneo, mas no por esto había dejado de interesarle +la suerte del príncipe. Si se abstuvo de ir á Villa-Sirena, fué por no +parecer entrometido. Varias veces había hablado con el coronel, +encargándole que saludase al príncipe de su parte. + +Luego, como si se arrepintiese de la severidad con que juzgaba aquel +duelo, dió explicaciones. La imagen de Castro había pasado por su +memoria, haciéndole mirar á su acompañante con una tolerancia fraternal. + +--Yo comprendo muchas cosas. No soy hombre de armas, como usted, y sin +embargo, una vez sentí deseos de batirme. Ahora me río cuando lo pienso; +pero, en iguales circunstancias, volvería á hacer lo mismo... ¡El poder +de las mujeres! ¡Cómo nos transforman!... + +El príncipe no protestó al oir que Novoa le suponía enamorado, +atribuyendo aquel duelo á la influencia de una mujer. Y siguió guardando +silencio, mientras el profesor, por una asociación lógica, empezaba á +hablar de Alicia. Este sabio bueno y sencillo mostró una verdadera +alegría al comunicar ciertas noticias que juzgaba agradables para +Lubimoff. + +Igual interés sentía por su compatriota Martínez. El no odiaba á nadie. +Hasta tenía olvidadas sus incompatibilidades con Castro, que le habían +hecho abandonar las abundancias de Villa-Sirena. + +--Ese pobre teniente es menos feliz que usted, príncipe; el tal duelo ha +tenido malas consecuencias para él. Yo gozo de cierta intimidad con +personas allegadas á la duquesa de Delille... No necesito decir más: +usted sabe que puedo estar enterado de lo que ocurre en Villa-Rosa. Pues +bien; después del desafío, yo no sé qué ha pasado, pero Martínez entra +en aquella casa con menos frecuencia. Transcurren días enteros sin que +se atreva á llamar á su puerta. Algunas veces va allá, y la persona que +usted sabe me dice que la duquesa se niega á recibirle. Es ahora un +simple visitante, un amigo como otro cualquiera. La duquesa quiere +evitar la antigua intimidad; le envía regalos al hotel de los oficiales, +se preocupa de su bienestar, encarga á la señorita amiga mía que se +entere de si le falta algo, pero sólo lo recibe de tarde en tarde. Se +acabaron los almuerzos y las comidas á diario, aquella vida común, en la +que sólo faltaba que durmiese en la casa... Y el pobre muchacho parece +triste, desesperado, por este cambio. + +Se animó el profesor en sus confidencias al notar el agrado con que las +recibía el príncipe. + +--Una persona--continuó, con cierta vacilación--que pasa algunas noches +por la calle de la duquesa... (¡qué diablo! ¿por qué no decir la +verdad?) yo, que algunas veces rondo por las inmediaciones de la +«villa», esperando á la señorita en cuestión, he sorprendido á Martínez +cerca de la casa, deslizándose junto á la verja, mirando á las ventanas. +¡Pobre muchacho!... Y me dicen que de día, cuando teme que la duquesa no +va á recibirlo, hace los mismos paseos. + +Un doble sentimiento conmovió á Lubimoff: de rabia, por la convicción de +que no se había equivocado: aquel soldadito amaba á Alicia; de gozo, al +saber que ya no era recibido en la casa, como antes, y rondaba +inútilmente en torno de ella. Representaba una alegría negativa, pero +alegría de todos modos, al ver á aquel jovenzuelo en una situación igual +á la suya. + +Novoa, hombre simple en sus gustos, que no podía comprender el amor mas +que ordenadamente, dentro de la regularidad de una equivalencia de +edades, rió de este apasionamiento del oficial como de algo grotesco. + +--¡Qué absurdo! ¡Enamorarse de ese modo de una mujer que casi puede ser +su madre!... + +El príncipe se estremeció al oir esto, mirando fijamente á su +acompañante. No; no sabía nada. Continuaba riendo de su propio +comentario, sin ninguna intención oculta. El secreto de Alicia sólo él +podía conocerlo. + +Aún dieron varios paseos entre los cañones y los árboles. De pronto, +empezaron á sonar las campanas de las iglesias y conventos de Mónaco, +conversando, á través del éter cargado de luz, con las del fronterizo +Monte-Carlo. + +Las doce. Novoa se inquietó. Era hombre de costumbres fijas, y además, +los monegascos en cuya casa estaba alojado mantenían rigurosamente la +puntualidad en las comidas. ¡No haber en Mónaco un restorán, para darse +el lujo de invitar al príncipe!... Este le propuso que lo acompañase á +la lejana Villa-Sirena para almorzar juntos. ¡Se sentía tan bien en su +compañía! ¡le daba noticias tan interesantes!... + +--¡Imposible!--se apresuró á decir el profesor--. Tengo que ver á una +persona en Monte-Carlo así que acabe mi almuerzo. Me esperan. + +Lubimoff no insistió, adivinando que la tal persona era Valeria. + +Un carruaje único estaba guarecido en la sombra menguada de los árboles. +Se había quedado allí después de traer á unos extranjeros que +prefirieron, á la salida del Palacio, descender á pie por el antiguo +camino fortificado. + +Miguel lo ocupó, haciéndose conducir á Villa-Sirena. Todo el resto del +día y gran parte de la noche transcurrieron para él dulcemente, mientras +rumiaba en su memoria las noticias adquiridas. No era mala la jornada. +De Atilio apenas se acordó. Se había ido á París; esto era lo único +cierto. En cambio, el infortunio de Martínez le hizo canturrear +alegremente, y este regocijo engañó al coronel. + +--Lo que yo digo: Su Alteza debe salir y ver gentes. Tenía la seguridad +de que el paseo de hoy daría buen resultado. + +Al día siguiente, el príncipe aún tuvo una sorpresa más grata. Estaba +terminando de almorzar, cuando su ayuda de cámara anunció con tono +ceremonioso: «El señor profesor Novoa.» + +Presintiendo Miguel algo muy interesante para él, recibió al español con +una efusión extraordinaria nunca vista por Toledo. ¡Incomparable Novoa! +¿De veras que había almorzado ya? ¡El buen orden de los solitarios de +Mónaco!... Entonces, tomaría café con él. + +Y dió fin apresuradamente á su almuerzo para pasar al _hall_, donde +esperaban el café y los licores. Era tan visible la impaciencia del +visitante por hablar con él sin testigos, que Lubimoff se dió prisa en +inventar un pretexto para que don Marcos se alejase. + +Cuando quedaron solos, Novoa dejó su taza sobre un velador, dió varias +chupadas al cigarro, mientras parecía concentrar su voluntad, y al fin +dijo con resolución: + +--Tengo un encargo que darle: me envía cierta persona... sospecho que +hago un mal papel. ¡Un hombre como yo llevando recados de esta clase!... +Pero ¿qué es lo que las mujeres no nos obligarán á hacer?... Además, +entre hombres debemos ayudarnos. Usted, que es tan caballero, también +sería capaz de hacer por mí... + +Y el buen profesor hablaba como si se sintiera ligado con el príncipe +por una camaradería profesional, por una condición idéntica. Los dos +estaban enamorados. + +Lubimoff, ansioso por conocer el encargo, hizo gestos de aprobación. Sí: +no se equivocaba; era capaz de hacer en su favor cuanto le pidiese. Le +tenía en este momento por el primero de sus amigos. Pero ¿qué era el +encargo?... + +Novoa continuó, con cierta vacilación. El día anterior, después de su +encuentro con el príncipe, había visto á aquella señorita... aquella +señorita acompañante de la duquesa. El se lo contaba todo; una mala +costumbre, pero los enamorados no siempre han de hablar de ellos +mismos... + +--Estuvimos juntos en un concierto, y esta mañana ha venido al Museo +para encargarme que le viera á usted inmediatamente. Yo me he resistido +á cumplir el encargo, pero usted sabe lo que son las mujeres. Además, +esa joven tiene su genio... Total, que estoy aquí y repito lo que me han +dicho. + +Calló un momento, y después de mirar á todos lados, añadió con tono +misterioso: + +--Esta tarde, en San Carlos. + +Había llegado hasta allí preocupado por la obscuridad del mensaje. ¿Qué +San Carlos era éste? ¿Un hotel?... ¿un paseo?... Como habitante de +Mónaco, sólo conocía el Casino en Monte-Carlo. Lo único indudable para +él era que el mensaje de Valeria procedía de la duquesa. + +Tuvo Miguel que ocultar la alegría que le causaron estas palabras. +¡Alicia le buscaba!... A pesar de su contento, sintió la necesidad de +pedir nuevos detalles. ¿No le habían indicado una hora?... + +--No, príncipe. «Esta tarde, en San Carlos»; ni una palabra más. Esa +señorita casi se enfadó porque le pedí aclaraciones. Ya le he dicho que +la intimidad tiene su mal carácter... como todas. Me afirmó que usted +entendería el recado inmediatamente. + +Miguel hizo un gesto de aprobación; sí que lo entendía... ¡Sabio amable! +En aquel momento le deseaba cuantas felicidades puede gozar un hombre. +De no conocer sus escrúpulos y su altivez, hubiese pedido á don Marcos +todo el dinero que había en la casa para entregárselo á manos llenas. +Pero ya que era imposible una dádiva material, hizo votos por que +aquella Valeria, á la que tenía por una ambiciosa, pudiese embellecer la +vida del profesor. Tan optimista le hizo su contento, que hasta creyó en +una equivocación de su parte, adornando á la acompañante de la duquesa +con un sinnúmero de virtudes ocultas. + +Toledo había vuelto, y el príncipe, que deseaba agradar á Novoa, le +habló de las exploraciones oceanográficas, mostrando una viva curiosidad +por ellas, mientras su pensamiento estaba lejos. + +Pero este halago resultó inútil. El profesor vacilaba al responder á las +preguntas. Tenía prisa; le esperaban... Sin duda, Valeria necesitaba +conocer pronto el resultado de su mensaje. Y el príncipe mostró también +cierta precipitación al acompañarle hasta la verja de entrada, con +grandes extremos de amistad. Debía volver con frecuencia á Villa-Sirena; +era el único amigo fiel. ¡Lastima que se negase á vivir allí, como en +otros tiempos!... + +Al quedar solo, Lubimoff subió á las habitaciones del primer piso. Temía +que el coronel adivinase su contento. Una sensación de orgullo y de +triunfo se mezclaba ahora con la alegría del primer instante. + +Pensó en su situación. Don Marcos había guardado silencio después del +duelo, y él, influenciado por la soledad, se entregaba al desaliento, +creyéndose objeto de las burlas de todos. + +Ahora veía claro. Alicia deseaba volver á él, sintiendo un nuevo interés +por su persona. Todo lo indicaba así: el teniente casi expulsado de +aquella casa que dos semanas antes consideraba como suya; su protectora +evitando el verle, para lo cual espaciaba sus visitas. Además, al +enterarse ella por Valeria de que su antiguo enamorado había roto la +voluntaria clausura en Villa-Sirena, se apresuraba á darle una cita +inmediata, como si le urgiese reanudar sus relaciones con él. + +Se felicitó de la agresividad inexplicable que le había impulsado á +ofender á Martínez. ¡El, que en los últimos días se arrepentía de esta +locura!... Lo que le había pesado como un remordimiento era tal vez lo +más cuerdo y más oportuno de su vida. Alicia, al ver que, loco de celos, +realizaba un acto absurdo para muchos batiéndose por ella, se sentía +indudablemente halagada en su vanidad y le miraba con nuevo interés. + +«¡Las mujeres!--pensó Lubimoff--. Hay que conocerlas. Su admiración va +instintivamente hacia el fuerte. Nada hay como una brutalidad oportuna +para conquistar su afecto. Siempre acaban por someterse con cierto +agradecimiento al hombre enérgico que las impresiona.» + +Este fué su primer instante dichoso después de varios días. Volvió á ser +aquel príncipe Lubimoff que había impuesto casi siempre su voluntad, +atropellando los obstáculos, unas veces con su dinero, las más con un +orgullo imperioso. + +Satisfecho de su rudeza, sintió la necesidad de hermosearse para acudir +á la entrevista. Pensaba en los machos del reino animal, cuyos dientes, +garras y espolones van acompañados de crestas, melenas y plumajes que +inspiran á las hembras una admiración mística, convirtiéndolas en sus +esclavas. Lo mismo ocurría entre los humanos. La educación, las leyes, +las tradiciones, no hacían mas que desfigurar el fondo bárbaro de +nuestra existencia. + +Una preocupación le distrajo de estos pensamientos. ¿A qué hora debía +presentarse en el sitio indicado? Se le ocurrió que, al no mencionar la +hora, ésta debía ser la misma del otro encuentro á la puerta de San +Carlos. Pero acabó por creer en un olvido del profesor, y la +intranquilidad le hizo acudir á la cita mucho antes. + +Pasó más de tres horas en ansiosa espera, vagando por las calles +inmediatas á la iglesia, inmovilizándose en las esquinas, cambiando de +sitio al notar la curiosidad de los transeuntes. Varias veces entró en +San Carlos, para ver siempre lo mismo: las vidrieras policromas cada vez +más pálidas, así como descendía la tarde; los haces de banderas; los +retablos rompiendo la sombra con el resplandor mortecino de sus oros, y +mujeres arrodilladas é inmóviles: unas mujeres que parecían las mismas +de la otra vez, como si las semanas fuesen minutos. + +Con la superstición del que aguarda, se dijo que Alicia sólo podía +presentarse al cerrar la noche, y el día le pareció interminable. + +Al anochecer dudó. + +--No vendrá.... Debe haberse arrepentido. + +Estaba en la esquina de una calle curva y pendiente inmediata á la +iglesia. Desde allí podía ver las gradas que comunican la plazoleta con +el hundido bulevar. Nadie subía por ellas; todos los carruajes pasaban +sin detenerse. + +De pronto, tuvo la sensación de que alguien se aproximaba á sus +espaldas. Percibió un leve paso, y al volver la cabeza vió á una mujer +enlutada. + +Todo lo olvidó: la larga espera, las dudas, la fatiga del interminable +plantón, recobrando de golpe su regocijo de triunfador. Estaba tan +seguro de los motivos que la habían inducido á pedirle esta entrevista, +que avanzó á su encuentro con un aire galante. + +--¡Oh, Alicia!--dijo, tendiendo á la vez sus dos manos. + +Pero estas manos se agitaron inútilmente en el vacío, sin encontrar +dónde asirse, y al fin cayeron con desaliento. + +Lubimoff se sintió desconcertado ante la mirada de la mujer. Todas las +ideas que le habían seguido hasta allí eran ilusiones y se desvanecían, +dejándole confuso enfrente de la realidad. Esta realidad no permitía +dudas. Los ojos de ella le contemplaron fijamente, con dureza. + +Alicia habló como si hubiese venido para un negocio con una persona poco +grata y quisiera terminarlo cuanto antes, viéndose libre de su +presencia. + +Existía entre los dos cierto asunto de dinero que ella necesitaba +resolver. No le había escrito porque después de los sucesos recientes +consideraba inoportuno el envío de una carta. Además, ni ella podía ir á +Villa-Sirena ni quería recibirlo en su casa. Por esto, al enterarse el +día anterior de que habían visto paseando á Miguel--que ella se +imaginaba enfermo--, se atrevía á citarlo allí, para verse unos momentos +nada más. + +--Hablemos como si fuésemos comerciantes; unos comerciantes que tienen +prisa y no malgastan sus palabras... Yo te debo dinero, y me es +imposible vivir tranquila mientras no te lo devuelva: trescientos mil +francos que me dió tu madre, lo que me prestaste tú en el Casino... tal +vez algo más. Tengo bastante para pagar. Si no quieres ocuparte del +asunto, envíame á Toledo. + +Lubimoff quedó absorto ante estas palabras inesperadas. Ella, después de +hacer su proposición, parecía ansiosa por marcharse. Ya lo había dicho +todo; le molestaba seguir allí con el príncipe; nada tenía que añadir. + +--¡No!--dijo Miguel enérgicamente. + +¿Para eso le había llamado? ¿Era todo lo que tenía que decirle, después +de tanto tiempo sin verse?... + +Había tal resolución en su negativa, se reflejaba de tal modo en su +rostro la dolorosa extrañeza, que Alicia creyó inútil insistir. + +--Está bien; no hablemos más. Conozco tu carácter, y sé que +permaneceríamos aquí discutiendo muchas horas sin resultado. Yo buscaré +el medio de devolverte lo que es tuyo.... ¡Adiós, Miguel! + +Intentó detenerla el príncipe tomando suavemente una de sus manos, pero +ella la retiró con nerviosa retracción. + +--¡Y te marchas!--dijo él con desaliento--. Yo que creía, al venir +aquí... + +La humildad de su voz pareció irritar á la duquesa, haciéndola detenerse +cuando empezaba á volverle la espalda. + +--¿Qué es lo que creías?--preguntó con indignación--. Tu inconsciencia +me asombra. ¡Ah, Miguel! Siempre serás el mismo; únicamente existes tú: +sólo deben tenerse en cuenta tus deseos. Me has hecho mucho daño, +¡mucho!... y ahora me dices, como un niño: «Yo que creía...» ¿Qué +esperabas después de tus locuras?... Sábelo bien: te aborrezco. Tu +presencia me es odiosa. ¡Te aborrezco! + +El pobre Lubimoff volvió á ver su conducta como en las horas de +voluntario encierro. ¡Ay! ¿dónde estaban las engañosas fantasías que le +habían acompañado hasta allí? Su tristeza, su arrepentimiento, fueron +tan visibles, que Alicia modificó el tono de sus palabras. + +--Tal vez no te aborrezco; pero estoy segura de que me inspiras lástima: +una lástima semejante á la que siento por mí misma. Somos dos pobres +locos, Miguel; nuestras desgracias vienen de lejos. + +Al recordar sus vidas, Alicia pensó en los constructores que sufren un +grave error cuando asientan los cimientos de un edificio, y siguen +adelante con la ilusión de que su obra es rectilínea, sin reparar en que +está desviada completamente por defectos de su base. + +--Nuestros principios fueron equivocados. De continuar el mundo como +antes, tal vez hubiéramos permanecido de pie y triunfadores. El ambiente +nos amparaba: éramos sus hijos. + +Pero el cataclismo universal les había hecho perder su centro de +gravedad para siempre. Estaban ladeados, con grietas que nadie podría +recomponer, próximos á derrumbarse. + +--Nosotros somos de otra época, y no hay quien sostenga nuestra +fragilidad. Te tengo lástima, Miguel; y tú debes sentirla por mí, ¡por +mí, á quien has hecho tanto daño! + +El príncipe, á pesar de su humilde encogimiento, protestó. Había sido +imprudente: era cierto. Aquella agresión en el Casino y el maldito duelo +representaban un escándalo estúpido. Pero ¿qué daño irreparable era este +que tan profundamente la afligía? ¿Cómo su locura, que sólo le +perjudicaba á él, haciéndole objeto de comentarios y risas, podía +desesperarla de tal modo?... + +Le interrumpió Alicia con un gesto desalentado, como si considerase +imposible hacerle comprender sus pensamientos. + +--Mira--dijo señalando la puerta de la iglesia--. Antes, podía entrar +ahí. Recuerda la última vez que nos vimos en este sitio. Yo venía de +rezar, de hablar con mi hijo; era tal vez una ilusión, pero las +ilusiones nos ayudan á vivir. Y ahora no puedo; el remordimiento me +espera donde hace unas semanas encontraba la esperanza. Y esto te lo +debo á ti, á ti, que me arrebatas la última felicidad que yo me había +inventado... + +Ya no miraba al príncipe con ojos hostiles. Su voz temblorosa, su mirada +húmeda, eran de una pobre mujer que se esfuerza por contener su emoción. +Miguel balbuceó contuso, desorientado. ¿El había podido hacer tanto mal? +¿Cuándo?... ¿cómo?... + +Alicia, sorda á sus preguntas, sólo pensaba en ella y en su desgracia. + +--Tenía un hijo, y lo perdí--siguió diciendo--. Era mi esperanza, mi +única razón de vivir... El infortunio me hizo buscar un consuelo. ¿Qué +sería de nosotros si no tuviésemos el poder de engañarnos fabricando +nuevas ilusiones?... Y tuve un segundo hijo, un hijo inventado por mí, +triste, condenado á morir, pero joven como el otro, desgraciado como el +otro, falto de una madre que alegrase sus últimos días... Yo he querido +ser esa madre. Unicamente puedo sentir la dulzura protectora de la +maternidad; mi papel de mujer ha terminado: sólo puedo ver un el hombre +á un hijo, ¡y tú me privas de este último consuelo! ¡tú te has llevado +mi pobre alegría! + +Lubimoff empezó á comprender. Alicia hablaba de Martínez; y sintió de +nuevo la comezón de los celos. + +--Cuando nos vimos aquí la última vez, yo me había buscado un refugio +plácido dentro de mi dolor. Rezaba por mi hijo en la iglesia, hablaba +con él, le describía cómo era el hermano en desgracia que aún tenía en +el mundo, pero que tal vez no tardase en ir á buscarle. Luego, al volver +á casa, encontraba al otro, y mi ilusión era tan enorme, que los +confundía á los dos en uno solo, imaginándome que todo era mentira, el +tiempo y la guerra, que mi hijo vivía aún, que había vuelto de su +cautiverio y estaba á mi lado. No se parecen (estoy segura, aunque evito +mirar los retratos de Jorge), pero yo los veo iguales; es el uniforme, +la desgracia, la vecindad de la muerte. Además, ¡ese pobre muchacho era +tan bueno!... Tímido, contentándose con cualquier cosa, mirándome con la +dulzura de un animalillo manso, ¡él, que es tan fiero! venerándome como +á una criatura descendida de un mundo superior... Yo era su madre. Sus +palabras y sus gestos respiraban un respeto profundo. No era una mujer +para él: era algo así como los ángeles... Y tú, con tu desatinada +intervención, has trastornado todo esto. Ya no es mi hijo: terminó mi +ensueño. Debo privarme de su presencia, y sólo de tarde en tarde +encuentra abierta una casa que yo le hice considerar como suya... Por tu +culpa, ese muchacho, en el que veía á un hijo, es ahora simplemente un +hombre, y yo, su madre, he vuelto á ser una mujer. + +El rostro de Lubimoff se puso ensombrecido y terroso, como en la tarde +del duelo. Iba comprendiendo. + +--¡Qué hiciste, Miguel!--siguió ella, con su voz gimiente--. Has +despertado con tu locura á ese pobre. Al batirse contigo, pensó que se +batía por mí y que yo no soy mas que una mujer. Me vió de pronto bajo +otra luz, como si hasta entonces hubiese estado adormecido. Casi puedo +ser su madre; pero las mujeres de mi clase prolongamos nuestra juventud, +la detenemos artificialmente, y nos desean á la edad en que las de abajo +se entregan á la vejez... Además, comprendo la vanidad de su entusiasmo, +esa vanidad que existe en todos nuestros sentimientos. Yo soy para él lo +desconocido, lo misterioso, una gran señora, una duquesa, que la +confusión de nuestra época coloca á su alcance. ¡Pobre muchacho! Hace +unas semanas reía en mi presencia con una simpleza infantil, me miraba +tranquilamente, sin que por sus ojos pasase la sombra de un mal +pensamiento. El era feliz, yo también lo era; ¡mientras que ahora!... + +Se imaginó el príncipe á Martínez persiguiendo á Alicia con sus deseos +de enamorado. «Lo mataré: debo matarlo», dijo mentalmente. Pero su +cólera homicida sólo duró un instante. Pasaron por su memoria las +diversas escenas del duelo: él besando la mano del oficial, en un +arrebato de inexplicable humildad, que le atormentaba como un +remordimiento. ¿Qué hacer ahora? Después de lo ocurrido, este hombre era +para él algo sagrado. Y se abandonó otra vez á su desaliento, mientras +Alicia seguía hablando. + +--Mi ensueño se desvaneció. Mi hijo ha vuelto á ser mi hijo y el otro es +un hombre. Imposible confundirlos de nuevo en una sola persona. Ya no +puedo rezar; me da vergüenza dirigirme con el pensamiento á mi verdadero +hijo; me asalta el recuerdo de lo que le conté; me aterro al hacer +memoria de que sigo hablando con el otro, á pesar de lo que me ha dicho, +de lo que leo en sus miradas, de que conozco sus verdaderos deseos. ¡El +mal que me has hecho! Perdí un hijo, y sólo puedo acordarme de él con +remordimiento; me inventé otro, y me lo has quitado. + +Luego, como si se quejase contra algo superior que había regido sus +destinos, añadió: + +--¡Qué suplicio! No poder conocer la amistad reposada, la maternidad +tranquila. ¡Siempre el amor saliéndome al paso!... Yo, que en mi +juventud consideré como única finalidad de la vida inspirar admiración y +deseo, bien castigada estoy... Busqué en ti el apoyo del amigo, y me +deseaste en seguida. Quise engañar mi anhelo de maternidad cuidando á un +infeliz que tal vez muera pronto, y este hijo afectivo me habla de amor. +¿Es que las mujeres no podemos conocer la tranquilidad y la confianza en +que viven los hombres?... + +El príncipe la interrumpió con voz rencorosa. + +--No lo veas: rompe con él; ciérrale tu puerta para siempre. Así +recobrarás la paz, y yo... yo seré tu amigo, seré lo que tú quieras, me +bastará con verte. + +Ella acogió con un gesto de incredulidad las últimas palabras. ¡Le +habían prometido tantas veces los hombres ser simples amigos! Además, +conocía bien á Miguel, y no se tomó la pena de contestar. Lo único que +le interesaba era el consejo de que repeliese definitivamente al herido, +no viéndolo más. Sus ojos volvieron á humedecerse. + +--¡Echar á ese pobrecito!... Tú no puedes comprender ciertas cosas; tú +mandas en los afectos con la misma arrogancia que disponías antes de las +personas. ¿Crees que puedo abandonarlo? Soy su madre á pesar de todo, y +una madre ya sabes cómo tolera y perdona. El infeliz no tiene la culpa +de sus malos pensamientos: fuiste tú quien se los sugirió. Además, eso +pasará; yo tengo la esperanza de que se desvanecerán sus disparatadas +ideas. + +La suposición de abandonar al inválido excitó su piedad, dando á sus +palabras un tono amoroso. + +--¡Qué sería de él! No conoce á nadie: está solo en el mundo; los otros +oficiales viven en su patria, tienen familia... Antes podía ir en busca +de Clorinda; ahora «la Generala» se ha marchado, y sólo le quedo yo, ¡la +única!... ¿Y quieres que lo olvide? Tú no le conoces bien: eres su +enemigo. Yo recuerdo con delicia su época de inocencia. Era igual á mi +hijo; no, tenía algo más: un agradecimiento, una veneración +reconcentrada que yo no había conocido nunca. Olvidas la fragilidad de +su existencia. El hace lo mismo: no conoce su verdadera situación; +siente las ilusiones de una juventud sana; cree contar con muchísimos +años. ¡Pobre! ¡El esfuerzo que me cuesta fingir enfado, repelerle +indignada por los deseos que ha puesto en mí... en mí, que sólo quiero +ser su madre! + +Este tono de dulce lástima hirió á su oyente. Alicia parecía sentir el +remordimiento del que presencia las últimas horas de un condenado á +muerte y tiene que negarle la satisfacción de su postrer capricho. Se +lamentaba como la enfermera que no puede dar al moribundo lo que pide +entre hipos de agonía. + +Miguel creyó adivinar el secreto de las últimas entrevistas entre la +dama maternal y su ahijado. Tal vez ella le hablaba de su salud, dejando +por un momento de halagarlo en sus ilusiones, descubriéndole el peligro +en que estaba su existencia; y el otro, con el ardor suicida de la +pasión, imploraba lo mismo que un niño que ha puesto toda su felicidad +en la conquista de un juguete: «¡Una vez; una vez nada mas!» + +Estaba convencido de que así era en la realidad. Lo leía en los ojos de +ella, que á su vez pareció adivinar lo que pensaba el príncipe, +ruborizándose levemente. + +--¡El mal que me has hecho!--repitió--. Debo alejarlo de mí, y no puedo +separarme de él. Sería un crimen que lo dejase abandonado á su destino. +Tú no sabes lo que significa para mí esta lucha continua... A veces lo +veo cuando ronda mi casa; lo contemplo oculta detrás de los visillos de +una ventana, y me dan ganas de llorar. ¡Parece tan triste!... Me acuerdo +de mi hijo, que también vivió solo, más abandonado aún que él, que tal +vez se interesó por alguna mujer, ansiando muchas cosas sin llegar á +poseerlas, y siento deseos de llamarle, de gritar: «Ya que eso es tu +ilusión, niño mío, el último anhelo de tu vida, ¡toma!... ¡toma, y sé +feliz!» Pero pienso en su salud, pienso en otras muchas cosas, y +contengo mis impulsos, y lloro, dejándole que vague en torno de mi casa +creyéndose olvidado, cuando le recuerdo á todas horas. ¡Ay! ¡Que Dios me +dé fuerzas! ¡Que no pierda la calma, y pueda resistir á mi bondad +absurda!... Algunas veces lo dudo. + +--¡Oh, Alicia!... + +El príncipe lanzó esta exclamación con tono desesperado. Su +presentimiento pasaba á ser una realidad; veía ya á aquel jovenzuelo +moribundo poseyendo lo que él no había podido alcanzar. Sus ojos +reflejaron una cólera homicida. + +Esta expresión hostil molestó á Alicia, transformándola en otra mujer. +Reaparecieron en ella la mirada dura y la voz cortante que habían +acompañado su llegada. + +--Acabemos. He venido para devolverte tu dinero. ¿No quieres recibirlo? +¿Insistes en tu negativa?... Yo encontraré el medio de que lo aceptes. +¡Buenas noches, Miguel! + +Efectivamente, había cerrado la noche, y el príncipe la vió perderse en +la penumbra de la calle por donde había llegado; una calle sin otra luz +que la de un macilento reverbero azul. + +Pensó un momento en cerrarle el paso, suplicante y humilde... No iba á +verla más: estaba convencido de ello. Pero al mismo tiempo tuvo la +percepción de la inutilidad de su insistencia. Quería ser olvidada por +él; aquella entrevista sólo había sido para suprimir todo lo que quedaba +entre los dos como rastro del pasado... Y dejó que se alejase. + +A partir de este día, la existencia del príncipe carecía de objeto. Algo +se había roto en su interior: la voluntad, desmenuzándose en polvo, que +envolvía sus sentidos como una niebla. ¿Qué hacer?... Ni el más angosto +sendero quedaba abierto ante su iniciativa. Alicia le odiaba como si +fuese un enemigo. ¡Adiós para siempre!... Quedaba el otro, pero este +hombre era invulnerable para él. + +Le bastaba recordar lo ocurrido en el castillo de Lewis, para ver +cortados todos sus intentos de acción. Maldijo aquel sentimentalismo +eslavo, confuso é incoherente, igual al de su madre, que no le permitía +insistir en la maldad, haciéndole caer, cuando menos lo esperaba, en +exageradas sumisiones. ¡Ay, sus lágrimas de arrepentimiento! ¡Aquel beso +en la mano del adversario!... Si evitaba el volver al Casino, era por no +encontrarse con Martínez y aquellos dos capitanes que habían presenciado +el incomprensible final del duelo... Ya no sabía imponer su voluntad; la +antigua dureza de su carácter se había disuelto en la catástrofe de sus +deseos. + +Volvió á encerrarse en Villa-Sirena, para no ver á nadie. Odiaba á las +gentes y al mismo tiempo pensaba con cierto miedo en las disimuladas +sonrisas que podían saludar su paso, en los comentarios que surgirían á +sus espaldas. + +Don Marcos era el único compañero de esta soledad; y Lubimoff, que en +los primeros días sólo cruzaba con él contadas palabras, acabó por +desear que volviese pronto de Monte-Carlo, al cerrar la noche, para oir +sus noticias, que en otro tiempo hubiese considerado insignificantes. +Entablaban largas conversaciones sobre lo que ocurría en el Casino ó +sobre los acontecimientos del mundo. Era la curiosidad del preso ó del +enfermo, que agranda el interés de las cosas con una desorientación +producto de la inmovilidad y del encierro. + +El coronel concedía cada vez menos importancia á los sucesos de la vida +ordinaria. Toda su atención la había concentrado en las costas del +Atlántico y la opuesta ribera oceánica. + +--¡Siguen llegando!--decía alegremente, luego de saludar á su +príncipe--. Continúa el desembarque de los americanos: una verdadera +cruzada. Son centenares de miles; son millones... ¡Y pensar que muchos +ignorantes consideraban un _bluff_ lo del envío de los ejércitos de +América! + +Se indignaba de buena fe contra la tal ignorancia, olvidado ya de sus +escepticismos de meses antes. + +--¡Un gran país!... Y ese Wilson, ¡qué hombre! + +Ahora creía al pueblo americano capaz de realizar todo lo que se +propusiera, por inaudito que fuese; pero sus ideas tradicionales le +impedían sentir un largo entusiasmo por algo colectivo y abstracto, sin +fisonomía humana. El antiguo partidario de la monarquía absoluta +prefería á los individuos: un hombre que pensase por los demás, +imponiéndoles sus órdenes. Y á las pocas palabras, su entusiasmo por la +democracia americana lo recogía para depositarlo reconcentrado sobre la +cabeza de Wilson. + +--¡El primer hombre del mundo! + +Se humedecían sus ojos con un fervor de idólatra al leer los discursos +del Presidente; agotaba todo su léxico de palabras laudatorias para +expresar su admiración por este personaje que hacía desnudar la espada á +un gran pueblo, desinteresadamente, en defensa de la justicia y la +libertad, y profetizaba al mismo tiempo un porvenir de paz para los +humanos, sin naciones rapaces que amenazasen la vida de los humildes y +los débiles. + +Una noche encontró algo nuevo para hacer patente su admiración. + +--¡Qué poeta! + +Lubimoff, á pesar de su melancolía, empezó á reir. ¡El presidente Wilson +un poeta!... + +Don Marcos, balbuceando ante la risa de su príncipe, intentó explicarse. +No encontraba la palabra exacta para precisar su pensamiento, pero +insistió, considerándolo justo. Un poeta era para él un vidente que dice +cosas muy hermosas sobre el futuro de los hombres; un profeta que sueña +en la cumbre, abarcando con la mirada lo que no puede ver el vulgo +hormigueante á sus pies; un ser que, al hablar, sea en la forma que sea, +consigue que parpadeen de emoción los ojos de los que le escuchan, +mientras un escalofrío corre por sus espaldas. + +Se enredó su lengua al decir esto, pero á través de los balbuceos surgía +una firme convicción, incapaz de rectificarse. + +--En fin, yo me entiendo. Para mí, es un poeta: un hombre con alas... +con unas alas muy largas. + +Volvió á reir el príncipe. ¡Wilson con alas!... Se imaginó al Presidente +con un sombrero de copa, sus lentes, su sonrisa bondadosa, y saliéndole +de la espalda del chaqué dos triángulos enormes de plumas iguales á las +que llevan los ángeles en los cuadros de la pintura religiosa. ¡Gracioso +coronel!... + +Luego quedó pensativo, mientras su rostro tomaba una expresión grave. + +--Tienes razón--dijo--. Le veo con alas, unas alas tal vez demasiado +largas. Gran cosa para volar, ¡pero cuando se ha de vivir entre los +hombres, marchando sobre el suelo!... Temo que le arrastren; temo que se +las pisen algún día encontrándolas molestas... + +Y no hablaron más. + +El príncipe quiso romper esta clausura que se había impuesto +voluntariamente. ¿Por qué seguir en Villa-Sirena, cerca de unas personas +que ocupaban á todas horas su pensamiento y no deseaba ver?... Lo mejor +era volverse cuanto antes á París. Los cañones de largo alcance seguían +tirando sobre la capital; casi todas las semanas, escuadrillas de +aviones alemanes hacían una excursión nocturna sobre ella, arrojando +explosivos. Tal viaje ofrecía el aliciente de la emoción y del peligro á +este solitario, atormentado en su robustez por una existencia inmóvil y +monótona, sin otra novedad que el rumiar de nuevo sus recuerdos. + +Todas las mañanas, al levantarse, formulaba el mismo propósito: «Me voy +á París.» Pero el viaje se iba retardando de semana en semana. Era la +abulia del enfermo que hace proyectos de vida activa, y apenas intenta +realizarlos, vuelve á caer sin fuerzas, y los aplaza para un porvenir +indefinido. + +Los detalles más insignificantes se agigantaban ante su voluntad +enferma. Debía ir á Niza para que le reservasen un sitio en la oficina +de coches-camas. Pensaba en enviar á don Marcos; luego desistía, +encontrando preferible ir él mismo. Y pasaban las semanas sin realizar +este breve viaje, preliminar del viaje á París, pareciéndole ambos +igualmente largos. El, que por tres veces había circunnavegado el +planeta, se encogía de cansancio al pensar en la lentitud de los trenes +impuesta por la guerra, en las diez y seis horas de ferrocarril. + +Una tarde, aburrido de sus magníficos jardines, siempre iguales, del +silencio de su casa desierta, de las distracciones crecientes del +coronel, que constantemente tenía algo que hacer en Monte-Carlo ó en el +pabellón del jardinero, se lanzó á pie hasta la ciudad y tuvo un +encuentro. + +Sus pasos le llevaron maquinalmente hacia los bulevares altos, cerca de +la calle donde estaba Villa-Rosa. Al darse cuenta quiso retroceder, y +entonces fué cuando vió venir por la acera opuesta al teniente Martínez, +en la misma dirección que seguía él momentos antes. + +Le pareció más alto, más fuerte, como envuelto en un halo de gloria. Su +uniforme era el mismo, rapado y envejecido por varios años de guerra, +pero el príncipe lo vió enteramente nuevo y con un brillo deslumbrador. +Todo en su persona resultaba magnífico y parecía iluminar las cosas con +su contacto. Tal vez su rostro estaba más exangüe y anguloso, pero +Miguel se imaginó que irradiaba cierto esplendor interno, compuesto de +satisfacción y de orgullo. Una especie de máscara impalpable, de +envoltura astral, le hermoseaba, dándole una segunda fisonomía, +apolónica y triunfadora. + +Se cruzaron sin saludarse. El teniente fingió no verle, mientras +Lubimoff le seguía con una mirada interrogante. ¿Qué es lo que había de +nuevo en este hombre? Dudó de su falta de salud, de su peligrosa +situación que tanto preocupaba á los médicos. ¡Todo mentiras, para +interesar á las damas! Se fijó en la firmeza arrogante de su paso, en el +aire de jovenzuelo con que agitaba el junco que le servía de bastón. + +Al perderlo de vista aún lo vió mejor. Su imaginación fué evocando +vigorosamente ciertos detalles sobre los que había resbalado insensible +su mirada. Algo surgió con un relieve doloroso en su memoria: varias +rosas, un pequeño grupo de rosas que el militar llevaba sobre el pecho, +entre dos botones de su uniforme. ¡Un oficial con flores! Eso era lo que +había herido sus ojos desde el primer instante, con tal extrañeza, que +perturbó su visión. ¡Ay, estas flores!... + +Pasó el resto del día pensando en ellas. Al tenderse en su lecho, la +obscuridad simplificó la maraña de pensamientos y dudas que se revolvía +en su cerebro. Lo vió todo con una nitidez fría y cortante. «¡Ya ha +sido!» + +Saltó de la cama y encendió luz, paseando furiosamente por su +dormitorio. + +--¡Ya ha sido!... + +Repetía las mismas palabras con una obsesión cruel: se arrepintió de su +generosidad, como si fuese un crimen. «¿Por qué no lo maté?» Luego +volvía á su afirmación con un acento plañidero, considerando irreparable +lo que ya había sido. Y por mucho tiempo, en la lobreguez que invadió de +nuevo el dormitorio, sonaron las maldiciones del príncipe, alternadas +con rugidos de orgullo y angustias de llanto. + +Al día siguiente persistió su convicción. La gracia pueril de la mañana, +que infunde optimismos, fué muda para él. ¿Cómo saber la historia de +este suceso sospechado y temido, pero que nunca creyó llegara á +realizarse?... + +Una desesperada curiosidad le hizo pasar el día entero en Monte-Carlo. +Volvió á encontrarse con Martínez. El oficial siguió adelante, apartando +su mirada para no verle; pero el príncipe creyó sorprender en sus ojos +una expresión fugitiva de lástima generosa, la conmiseración hacia un +rival desgraciado é inofensivo. También llevaba flores: indudablemente +distintas á las del día anterior. + +Lubimoff repitió mentalmente sus lamentos de la noche: «Sí, ya ha sido.» +Imposible la duda. Pero no se le ocurrió matarlo, ni arrepentirse de su +generosidad. ¡Todo inútil! Sólo pensó con envidia en las gentes de +abajo, en los impulsivos que sienten con simpleza sus pasiones, sin el +estorbo del honor y la palabra empeñada; en los hombres que saltan por +encima de leyes y costumbres, y cuando quieren matar, matan. + +Lo había visto más demacrado que nunca, con unos ojos de fiebre: pero +¡ay, aquella máscara impalpable de vanidad juvenil, de triunfo, de +satisfacción, que irradiaba en torno de su cabeza un nimbo de gloria!... + +En la noche, Toledo se vió repelido bruscamente por su príncipe al +intentar comunicarle una carta que había recibido de París. El +administrador se impacientaba: pedía una contestación á Su Alteza sobre +la venta de Villa-Sirena. + +--No sé; déjame en paz... Lo mejor será que trate esto directamente. Iré +mañana á Niza para arreglar mi viaje á París... Mañana no; pasado +mañana. + +No pudo explicarse por qué concedió un día más á su inacción: fué un +diferimiento maquinal, sin motivo alguno. Al día siguiente, después del +almuerzo, se arrepintió, pero ya era tarde para encontrar al chófer que +le había servido la tarde del duelo, y que don Marcos acababa de +ascender al rango de «proveedor de Su Alteza». + +¿Adónde ir, seguro de no tropezarse con las personas que ocupaban su +recuerdo?... Cuando empezaba á caer la tarde se dirigió á las terrazas +del Casino. Un concierto al aire libre atraía enorme concurrencia. No +era fácil que Martínez y la otra se exhibiesen ante esta muchedumbre. + +Se imaginó vivir en los tiempos de paz; haber retrocedido á uno de +aquellos inviernos privilegiados que empujaban hacia la Costa Azul á los +ricos del planeta. Las dos terrazas estaban llenas de gente de buen +aspecto. El cañoneo de París y los ataques de los _gothas_ mantenían en +Monte-Carlo á muchas damas elegantes que en otro tiempo hubiesen +considerado perdido su honor al permanecer en esta ribera calurosa +pasado el invierno. + +Faltaban sillas; gran parte del público estaba sentado en las +balaustradas y las escalinatas. En torno del kiosco de la orquesta había +una masa de suaves colores, formada por los sombreros femeninos, los +trajes primaverales, los inquietos abanicos. Frente á las terrazas se +extendía el mar entre promontorios color de rosa. Las velas lejanas +parecían arder, enrojecidas por el sol moribundo. La música se +amplificaba voluptuosamente al resbalar sobre la epidermis violeta del +Mediterráneo y el cristal opalino de la tarde. + +Nadie pensaba en la guerra; era una calamidad de otras tierras y otros +cielos. Hasta los convalecientes con uniforme, que vivían esta hora +dulce, respirando la brisa salada, escuchando los quejidos de los +violines y rodeados de mujeres vistosas, parecían no acordarse. Muchos +ojos seguían el avance por la línea del horizonte de un rosario de +vapores pintarrajeados, como bestias fabulosas, á los que daban escolta +varios torpederos. Pero el arrullo de la música penetrando al mismo +tiempo por los oídos quitaba toda significación á este medroso disfraz +de los buques y á la lentitud recelosa con que se deslizaban frente á la +costa del placer. + +Cuando, después de las siete, terminó el concierto, las terrazas se +despoblaron. Unicamente siguieron en los bancos algunas parejas, que +retardaban el instante de la separación conversando quedamente en el +silencio azul del crepúsculo. + +El príncipe pudo marchar de un extremo á otro del paseo más bajo, sin +tener que sufrir el contacto de la muchedumbre. + +De pronto se detuvo, con una sensación de sorpresa y dolor, como si +acabase de recibir un golpe en el pecho. Por la amplia escalinata que +pone en comunicación á ambas terrazas descendía una pareja. Su instinto +los reconoció á los dos antes que su mirada. Un militar, el teniente +Martínez... ¡y ella! + +Iba de luto, lo mismo que la había visto junto á la iglesia; pero +caminaba con menos resolución, encogida y temerosa al verse en este +sitio ocupado poco antes por casi todos los vecinos de la ciudad. + +Hablaban mientras descendían con lento paso. Abstraídos en contemplar el +mar, no torcieron su vista hacia el sitio en que permanecía inmóvil +Lubimoff. Tomaron una dirección opuesta al llegar abajo, y el príncipe +pudo seguirles. + +Sintió que un poder extraordinario de adivinación aguzaba sus +facultades; una doble vista que le permitía ver y estudiar los rostros +de los dos, á pesar de que marchaba á sus espaldas. + +¡Ay, este paseo! Era el ansia de luz y de aire libre que se experimenta +después de un encierro dulce; la necesidad insolente de mostrar la +propia dicha en público, cuando empiezan á resultar pesadas las horas +felices, por su monótona repetición; el deseo de prolongar á la vista de +todos la intimidad secreta, con el incentivo de tener que fingir, +ocultando los verdaderos sentimientos. + +Miguel consideró indiscutibles sus adivinaciones. Era el oficial, sin +duda, quien había propuesto este paseo. ¡El orgullo de marchar por un +lugar público con una dama célebre, pensando al mismo tiempo en sus +nuevos derechos!... Ya no pudo dudar más de la imagen que le había hecho +rugir en el silencio de la noche... ¡Había sido!... ¡Había sido! + +El aspecto de ella repelía toda duda. Marchaba con cierto desaliento, +como el que se ve obligado á seguir adelante contra sus fuerzas. Vió su +rostro sin verlo. Era triste, profundamente triste, con la melancolía +del caído que tiene conciencia de su abyección y la considera sin +remedio, por ser obra de un fatalismo irresistible, por estar sus causas +más allá del radio de la voluntad. + +Ladeaba la cabeza hacia su acompañante para mirarle. Debía ser una +mirada de prisionera agradecida que quiere olvidar las miserias del +remordimiento y se siente contenta sensualmente en la vergonzosa +esclavitud. Mientras su alma se encogía ante el recuerdo, su cuerpo se +inclinaba con una atracción material hacia aquel otro cuerpo, buscando +instintivamente el contacto que hacía reflorecer su juventud con una +nueva primavera; primavera triste, como lo son las sorpresas del +destino, pero más dulce que las horas cenicientas de la soledad. + +El odio, la repugnancia, la indignación por la dicha ajena, hicieron +detenerse al príncipe. ¿Para qué seguirlos?... Podían volver la cabeza y +verle. Se avergonzó al pensar en un encuentro. ¡Miserables!... Debía +existir alguien en lo alto que castigase estas cosas. + +Y se alejó de ellos, caminando hacia el otro extremo del paseo para +bajar al puerto de La Condamine. + +Iba á salir de la terraza, cuando ocurrió algo á sus espaldas que le +hizo detenerse. Los grupos sentados en los bancos se levantaban +precipitadamente, y luego de hablar corrían hacia el mismo sitio de +donde venía él. Oyó gritos, gentes que se llamaban. Una noticia parecía +circular por los dos planos del jardín, haciendo surgir personas de los +senderos, de los grupos de palmeras, de las murallas de vegetación. + +Lubimoff se dejó arrastrar por esta alarma, volviendo sobre sus pasos. +Vió de lejos una mancha creciente y bullidora, un grupo al que se iban +uniendo las filas serpenteantes de curiosos que bajaban corriendo las +escalinatas. El jardín, momentos antes despoblado, vomitaba personas por +todas sus aberturas. + +Al aproximarse al grupo, pudo oir los comentarios de varios curiosos +sueltos que instruían á los que llegaban. + +--Un oficial convaleciente... Iba paseando con una señora... De pronto, +cae redondo... lo mismo que si lo hubiese herido un rayo... Ahí está. + +Sí; allí estaba Martínez, en el centro de la masa humana, como una pobre +cosa, tendido en el suelo, guardando la misma actitud de su caída, con +el cuerpo en forma de Z: la cabeza en ángulo recto sobre su pecho, las +piernas dobladas trazando otro ángulo. Lubimoff avanzó hasta asomar sus +ojos sobre la primera fila de mirones estupefactos. Un ronquido +continuo, un estertor de pobre bestia agonizante salía de su boca +espumosa. En el cuerpo inmóvil, la única manifestación de vida era aquel +aullido repitiéndose con una regularidad cronométrica, sin cambiar de +tono. + +Los oficiales abandonaban á sus compañeras para meterse en el centro del +corro. Al reconocer á Martínez, su sorpresa tomaba una expresión +acariciante y fraternal. + +--¡Antonio!... ¡Antonio! + +Se inclinaban sobre él para hablarle al oído, como si durmiese; pero +Antonio no escuchaba. Uno de sus ojos permanecía oculto en la tierra del +paseo; una piedrecita había saltado sobre los párpados del otro. Todo un +lado de su uniforme estaba blanco de polvo. El feroz ronquido era lo +único que respondía á los cariñosos llamamientos. + +Un médico militar salido de la masa tomaba sus manos, examinando su +pulso con un gesto de impotencia. Le habían dado muchos ataques como +éste; deseaba que no fuese el último... + +Arrodillada en el suelo vió á Alicia, absorta por la sorpresa, mostrando +las sinuosas líneas de su dorso bajo las ropas de luto, olvidada de todo +lo que existía en torno de ella, fijos sus ojos en aquel hombre que +minutos antes marchaba á su lado hablando, sonriendo, convencido de que +la vida es una felicidad, y ahora estaba tendido en el polvo, anguloso y +flácido, como una pobre cosa que se vacía entre estertores. + +Se levantó, avisada por el instinto, no queriendo permanecer á la vista +de la gente en aquella postura. Sus ojos enormes, inexpresivos, +asustados, fueron mirando alrededor, sin reconocer á nadie. Al +encontrarse un momento con los de Miguel parpadearon, suplicantes. Pero +el príncipe se ocultó detrás de la primera fila de curiosos, agachando +su cabeza, y los ojos de ella siguieron adelante en su visión circular, +nuevamente apagados, creyendo sin duda en un error de la ilusión. + +Al quedar de pie Alicia, las gentes se la mostraban. Esta era la dama +que acompañaba al oficial. Algunos la reconocían, repitiendo su nombre: +«la duquesa de Delille». Por instintiva repulsión, ó por el cobarde +deseo de no verse mezclados en «historias», nadie la hablaba, dejándola +sola en el centro del grupo, con sus ojos estupefactos que imploraban un +auxilio, sin saber cuál. + +Personas de buena voluntad empezaron á desarrollar sus iniciativas +autoritarias. + +--¡Aire!... ¡dejen aire! + +Daban empellones para hacer mayor el círculo en torno del caído; pero +inmediatamente se volvían hacia éste, ordenando socorros inútiles, y +otra vez se estrechaba el espacio, llegando los pies de los más +avanzados junto á la boca aulladora del moribundo. + +Una jovencita había trotado espontáneamente hasta el _bar_ de la entrada +del Casino, volviendo con un vaso de agua. + +--¡Antonio!... ¡Antonio! + +Los arrodillados compañeros le llamaban en vano, pugnando por entreabrir +sus mandíbulas y obligarle á beber. Su boca repelía el líquido, para +seguir repitiendo el doloroso rugido. + +Empezaron á llegar señoras de las salas de juego, atraídas por la +noticia. Todas conocían á la duquesa; y la miraron con cierta +hostilidad, después de contemplar al moribundo. El príncipe oyó +fragmentos de sus comentarios: «Un pobre que vivía milagrosamente... La +más leve emoción... Esa mujer...» + +Más allá del grupo correteaban los guardias del jardín transmitiéndose +órdenes. Habían aparecido los bomberos, aquellos bomberos que, según el +rumor público, se filtraban mágicamente á través de los muros del Casino +para llevarse á los jugadores caídos en las salas. + +Esta vez les faltaba la camilla. Los curiosos se apartaron para abrir +paso á una extraordinaria novedad. Un carruaje de alquiler iba avanzando +por las terrazas, lugar vedado á los vehículos. + +Lubimoff vió cómo se elevaba la duquesa repentinamente sobre las cabezas +del gentío. Acababa de subir al carruaje y se mantuvo de pie en él, con +la mirada perdida y un rostro inexpresivo de sonámbula. Tal vez había +hecho esto sin reflexión; tal vez el médico militar la invitó á subir, +creyéndola de la familia del enfermo. Varios hombres con uniforme +levantaron el cuerpo inánime del oficial. + +Continuaba su ronquido desgarrador. + +Y entonces, ante la muchedumbre, que no podía ver con sus ojos +estupefactos, Alicia procedió como si estuviese sola. Acababa de dejarse +caer en el asiento, é hizo que pusieran sobre sus rodillas aquel cuerpo +igual á un cadáver. Ella misma, mientras lo sostenía con un brazo, dobló +con el otro la aulladora cabeza, haciéndola descansar en uno de sus +hombros. + +El carruaje se puso en marcha lentamente hacia el hotel de los +oficiales, seguido de una gran parte del público. El médico iba á pie, +recomendando al cochero que marchase despacio. + +Miguel la vió pasar, rígida, los ojos agrandados por el asombro, la boca +crispada por el dolor, con aquel moribundo en sus rodillas. Su actitud +era la misma de la madre divina al pie de la cruz, pero con algo impuro +y vergonzoso en su pena que hacía inadmisible la imagen. «¡Oh, Venus +dolorosa!» + +No pudo continuar sus pensamientos. Se sintió empujado rudamente por una +mujer con uniforme. Era Mary Lewis que corría, abriendo todo el amplio +compás de sus piernas, para alcanzar al carruaje. Esta amazona del bien +siempre llegaba á tiempo para encontrarse con el dolor. + +Lubimoff vió como se alejaba poco á poco el vehículo con su orla de +gentío. La marcha hasta el hotel iba á resultar interminable; todo +Monte-Carlo presenciaría su paso. + +Se sintió triste, muy triste. Aquel oficial era su enemigo; ¡pero la +muerte!... + +Alicia le inspiraba menos conmiseración. Sonrió con una sonrisa perversa +al contemplar por última vez el carruaje y su séquito que iba en +aumento. + +Como escándalo, no era flojo el que acababa de dar la duquesa de +Delille. + + + + +XI + + +Dos días después, Lubimoff vió salir, una mañana, al coronel, vestido de +negro. + +Iba al entierro de Martínez. El y Novoa, como españoles, tenían el deber +de acompañar al héroe en su último viaje sobre la tierra. + +A la vuelta relató al príncipe sus impresiones, con una concisión +dolorosa. Unos cuantos oficiales convalecientes habían seguido al +féretro. El profesor y él eran los únicos acompañantes con traje civil; +pero aquellos muchachos heroicos y amables le obligaban á presidir el +duelo, por ser coronel y compatriota del difunto. + +Describió el cementerio de Beausoleil, á media falda de la montaña en +cuya cumbre está La Turbie. A causa de la guerra, habían tenido que +ensancharlo con varias mesetas formando escalinata, y desde estas +explanadas se abarcaba un paisaje magnífico: Monte-Carlo y Mónaco á +vista de pájaro, Cap-Martin avanzando sobre las olas, y el infinito del +mar subiendo y subiendo, hasta confundirse con el cielo. Un monumento +con un gallo en su cúspide, arrogante y victorioso, guardaba los restos +de los combatientes muertos por Francia. Don Marcos aún estaba conmovido +por sus propias palabras, dichas en medio de un profundo silencio ante +la puerta de esta tumba común que iba á tragarse para siempre el cadáver +de Martínez. + +--Hablé para hombres--dijo Toledo con orgullo--, para hombres +estropeados por la guerra; un público de héroes... No ha habido en el +entierro una sola mujer. + +Esto fué lo más interesante para el príncipe: «Ni una mujer.» Y volvió +á preguntarse una vez más qué sería de Alicia. + +Al caer la tarde, cuando estaba paseando por sus jardines, vió venir á +lady Lewis precedida del coronel. + +Se refugió el príncipe en su casa. La enfermera llegaba indudablemente +con un grupo de convalecientes ingleses, deseosa de corretear entre los +árboles, de coger flores, y él se sentía falto de fuerzas para escuchar +su parloteo de pájaro herido y alegre, aquel contento tenaz que se +prolongaba, á través del dolor, hasta los umbrales de la muerte. + +Subía el príncipe la escalera para ocultarse en sus habitaciones altas, +cuando le alcanzó el coronel; y antes de que éste le hablase, lo +interpeló con violencia. No quería ver á la enfermera... Que pasease con +sus ingleses por todos los jardines: podía disponer de ellos como si +fuesen de su propiedad; pero que le dejase tranquilo. + +--Marqués--dijo Toledo--, la lady viene sola y necesita hablar con Su +Alteza. Tiene algo importante que decirle. + +El príncipe y la enfermera ocuparon unos sillones de junco fuera de la +casa, en una plazoleta rodeada de frondosos árboles. Una fuente reía +bajo el desgrane de su perezoso surtidor. + +La luz verdosa reflejada por la arboleda hacía á lady Lewis más débil y +exangüe. Los restos de su vida parecían concentrarse en sus ojos antes +de huir perdiéndose en el espacio como un flúido incautivable. El +príncipe iba olvidando su reciente cólera. ¡Pobre lady!... + +Volvió á sentir por ella ternura y respeto. Su miseria física acababa +por convertir la lástima en esa admiración que inspira siempre el +sacrificio desinteresado. + +Ella, acostumbrada á vivir entre los grandes dolores, á presenciar +catástrofes, tenía en poco las conveniencias que rigen la vida +ordinaria, y habló inmediatamente, con cierta rudeza militar, del motivo +de su visita. + +Venía de parte de la duquesa de Delille. Había pasado los dos últimos +días en Villa-Rosa, durmiendo allí para no abandonar un solo momento á +Alicia. Su desesperación primeramente y luego su abatimiento le +inspiraban miedo. Había intentado matarse. + +--¡Pobre mujer!... Al fin se serenó, viendo la verdadera luz, +reconociendo su camino. Estoy satisfecha de haberlo logrado con mis +palabras. + +Los ojos interrogantes de Lubimoff quedaron fijos en la inglesa. ¿Qué +luz y qué camino eran estos?... Pero otra cosa le interesaba más: la +causa de su visita, aquella misión que le había encargado la duquesa +para él. + +Lady Lewis adivinó sus pensamientos. + +--Me ha pedido que le vea, príncipe; es su último deseo al huir del +mundo. Le suplica que se olvide de ella, que no la busque nunca, y sobre +todo que la perdone por el daño que le ha causado involuntariamente. Su +perdón es lo que reclama con más vehemencia... Cuando yo le diga que +usted no la odia, esto le devolverá la tranquilidad que necesita para su +nueva vida. + +Miguel quedó absorto. ¿Perdonar?... Alicia no le había causado ningún +daño. Era él mismo quien se atormentaba con sus deseos y sus +desilusiones. De persistir en sus ideas de meses antes, cuando abominaba +de las mujeres, no habría sufrido la menor alteración en su cuerda +existencia. Además, ¿dónde estaba? ¿no podía verla?... + +Estas preguntas las interrumpió lady Lewis. Continuaba sonriendo +dulcemente, pero su voz reveló la firmeza de una voluntad +inquebrantable. + +--La duquesa ya no vive en Monte-Carlo; he arreglado todo lo referente á +su viaje. Soy la única que conoce su paradero, y no lo revelaré á nadie. +No la busque, deje que marche en paz hacia la verdad; imagínese que ha +muerto... como han muerto otros, como mueren y seguirán muriendo en +nuestra época tantos miles de seres á cada nuevo sol... Perdone y +olvide. ¡Pobre mujer!... ¡es tan desgraciada! + +Lubimoff comprendió que resultarían inútiles todas sus preguntas. Su +curiosidad, por insinuante que fuese, se estrellaría contra esta +reserva. Alicia había desaparecido para siempre... ¡para siempre! + +Esto le hizo considerarse más triste, más sólo. Experimentó junto á esta +amazona del dolor humano una confianza igual á la que había debido +sentir la de Delille en los dos últimos días. Era un deseo de confesarse +con ella, un impulso instintivo de abrirle el alma, como si de esta +mujer que llevaba á los lechos de muerte un regocijo frívolo de pájaro +pudiese surgir el consejo de la suprema sabiduría. + +Movió el príncipe la cabeza, murmurando palabras de afirmación: «Sí; +perdonaba.» No quería dejar sobre la otra el más leve peso de su dolor; +lo guardaba todo para él... Pero á continuación no pudo resistir el +empuje de este mismo dolor deseoso de exteriorizarse, y sintió extrañeza +ante las palabras que se le escapaban, atropellando su voluntad. + +--¡Yo también, lady, soy muy desgraciado! + +La enfermera no manifestó asombro ante tal confidencia. Continuó +sonriendo, y dijo lacónicamente: + +--Lo sé. + +Su sonrisa se fué transformando en un gesto de dulce piedad, de +conmiseración protectora, como si el príncipe fuese un niño necesitado +de sus consejos. + +Había adivinado su desgracia mucho antes de que la duquesa le hablase en +sus horas de desesperada confesión. Se creía desgraciado por +contrariedades de amor; pero esta desgracia sólo era la envoltura de +otra más verdadera y profunda que residía en él, sólo en él. + +Intentaba mantenerse apartado de sus semejantes, ignorando las +preocupaciones de éstos, enquistado en su egoísmo, queriendo prolongar +sus goces de los años tranquilos al margen de la humanidad, que sufría +una de las mayores crisis de su historia. Era comprensible este +alejamiento en un cobarde, dominado por el instinto de conservación; +pero él era valiente. Podía tolerarse en un hombre cargado de hijos, que +siente á todas horas el imperioso deber de su subsistencia y sufre +miedo; pero él estaba solo en el mundo. + +--Todos somos desgraciados, príncipe. ¿Quién no conoce ahora el dolor y +la muerte? + +Y habló monótonamente de las propias desgracias, como si recitase una +oración, mientras su sonrisa se iba borrando: aquella sonrisa que +animaba la fealdad anémica de su rostro con una luz vagorosa de aurora. + +Seis hermanos suyos habían muerto en una tarde. Pertenecían al mismo +batallón, y ella recibía la noticia de las seis muertes al mismo tiempo. +Treinta y dos individuos de su familia estaban bajo tierra. Muy pocos +de ellos eran militares; llevaban una existencia de placeres antes de la +guerra, disfrutaban de grandes riquezas y títulos: su vida resultaba tan +dulce como la del príncipe Lubimoff... ¡pero al verse llamados por el +deber!... + +Nadie escoge su lugar antes de venir al mundo; ninguno puede decidir +cuál será su patria y cuál su linaje. Nacemos arriba ó abajo, á capricho +del azar, y amoldamos la historia de nuestra existencia al sitio que nos +designó el acaso. Tampoco puede nadie escoger su época. Los que nacen en +períodos de paz, cuando la humanidad permanece en calma y el salvajismo +prehistórico dormita dentro del caparazón formado por las +civilizaciones, son dichosos; tan dichosos como los que vienen á la vida +en una casa poderosa y se ven exentos de batallar por la subsistencia. + +--Pero cuando nacemos en una época de locura--continuó--, debemos +resignarnos y amoldarnos á ella, sin huir el hombro á la carga penosa. +Tenemos el deber de sufrir para que otros sean felices después, como +sufrieron los antepasados por nosotros. + +¡Su dolor al recibir la noticia de aquella muerte en masa de sus +hermanos!... Ella no se tenía por un ser extraordinario; era simplemente +una mujer como todas, y lloró, entregándose á la desesperación. Luego, +una idea iba esparciendo por su pensamiento cierta frescura bienhechora. +¡Si hubiesen hombres inmortales!... Entonces sí que resultaría horrible +la desesperación, al pensar que el muerto podía haberse librado de la +muerte manteniéndose lejos del peligro. Pero nadie era inmortal. + +Morir bajo el proyectil ó bajo el microbio, era morir lo mismo. Sólo +variaba la postura, y para muchos ofrecía mayor seducción volver á la +tierra de un modo fulminante, en plena embriaguez heroica, con una idea +generosa en el pensamiento, que extinguirse lentamente entre sábanas, +frente á una pared, manchado y envilecido por todas las suciedades de +una materialidad que empieza á disgregarse. + +Era el santo miedo, guardián de nuestra conservación, el que perturbaba +á las gentes, ocultándoles la terrible verdad que existe al término de +toda vida. Las gentes cuerdas consideraban una locura el ir al encuentro +de la muerte. Muy bien si la muerte fuese algo inmóvil que sólo pone su +mano en el que se le acerca... Pero si el hombre no va en su busca, ella +corre con pasos de cien leguas en busca del hombre. ¿Quién puede +adivinar el momento del encuentro?... Lo mejor era despreciarla, no +concederle el tributo de un recuerdo continuo, engendrador de angustias +y miedos. + +Además, la muerte en el lecho resultaba una muerte infructuosa y +estéril. ¿A quién podía servir, aparte de los herederos?... La otra +muerte por una idea, aunque fuese errónea, representaba una afirmación, +un acto de energía y de fe, y con la suma de tales actos se va tejiendo +la historia noble de la humanidad. + +El príncipe admiró la sencillez con que esta mujer casi moribunda +ensalzaba el heroísmo de la vida despreciando á la muerte. + +Había colocado su pensamiento en lo alto, más allá de los egoísmos y los +deseos que forman la trama de la vida ordinaria. Si todos hiciesen lo +que les conviene únicamente, la humanidad en masa no tendría por qué +considerarse superior á los animales. + +La lady poseía un ideal: sacrificarse por sus semejantes; servirles aun +á costa de su existencia. Casi se congratulaba de la guerra, que la +había ayudado á encontrar el verdadero camino. En tiempo de paz hubiese +hecho lo que todas: uniendo su suerte á la de un hombre, para tener +hijos y constituir una familia. El egoísmo amoroso resume el mundo en +dos seres; el egoísmo de la madre no reconoce nada interesante más allá +de su prole. Unicamente cuando llega la vejez y se han desvanecido las +perspectivas ilusorias de la vida se reconoce la gran verdad, ó sea que +hay que interesarse y sacrificarse por todos los que existen... Pero la +piedad de la vejez es infructuosa y corta. Mary Lewis se consideraba +feliz por haberse lanzado desde el primer momento en la buena dirección, +sin el largo rodeo de los otros para llegar tarde á la verdad. + +--Yo he tenido mi novela, como todos. + +Dijo esto con sencillez, pero al mismo tiempo la poca sangre que le +restaba animó su rostro con tenue rubor, como si fuese á confesar algo +extraordinario. + +Un hombre estudioso la amaba; un antiguo secretario de su padre el +gobernador colonial. Sólo una vez se habían confesado este amor. Luego +continuaron su vida como siempre, guardando cada uno su secreto, +poniendo la realización de sus ilusiones en un porvenir indeterminado... +Pero llegaba la guerra. + +El había corrido de los primeros á alistarse como voluntario: «Mary, soy +soldado.» Y Mary había respondido: «Hace usted bien.» Se escribían de +tarde en tarde breves cartas. Tenían cosas más importantes que hacer. El +no poseía la hermosura y la fuerza del héroe, como los hermanos de lady +Lewis. Hasta sospechaba ésta que su aspecto era poco militar, á causa de +los torpes movimientos de una vida vegetativa acostumbrada á encorvarse +sobre la mesa de escribir. Pero cumplía su deber, y más de una vez le +habían citado por sus frías audacias. + +Nunca se realizarían los deseos de los dos. Aunque ella alcanzase á +vivir después de la guerra, continuaría su existencia presente en los +hospitales civiles, en los países remotos azotados por las epidemias. El +tal vez se casase con otra, ó tal vez permanecería fiel á su recuerdo, +dedicándose por su parte á remediar el dolor de los hombres. Mas +vivirían alejados, yendo adonde les llamase su deber, pensando á todas +horas uno en el otro, pero sin verse, como los monjes letrados y las +religiosas apasionadas que en otros siglos llenaban su existencia con +una amistad espiritual sostenida desde sus lejanos monasterios. + +Miguel volvió á admirar esta abnegación. Lady Lewis pertenecía al +pequeño grupo de elegidos que desconocen el egoísmo y ansían +sacrificarse por el bien; á las eternas santas que existieron antes del +nacimiento de las religiones, y que continuarán floreciendo lo mismo +cuando la duda haya acabado de arruinar las creencias actuales. + +--Usted es un ángel--dijo el príncipe. + +--No--protestó ella-: yo soy una amorosa, una gran amorosa. + +Lubimoff sonrió con cierta lástima. + +--¿Amorosa usted, lady?... + +Ella siguió hablando, como si le molestase la extrañeza de su oyente. +¿Qué era el amor de los otras mujeres comparado con el suyo? Ponían su +ternura, su deseo de sacrificio, en un solo hombre. Más allá de él no +encontraban nada digno de interés. Ella amaba á todos los hombres, ¡á +todos! hasta aquellos enemigos que había cuidado muchas veces en las +ambulancias del frente. Estaban engañados; y si realmente habían sido +perversos y deseaban continuar siéndolo, ella sólo les veía en su estado +actual, tendidos en una cama, con las carnes rotas, amenazados por la +muerte. Eran unos desgraciados nada más, y esto bastaba para que +olvidase su origen. + +Deseaba el triunfo de los suyos, porque los otros representaban la +exaltación de la fuerza brutal, la divinización de la guerra, y ella +quería que no hubiese más guerras. ¡El amor imperando sobre el mundo +entero!... Harta desgracia era que los hombres no pudieran suprimir con +igual facilidad la pobreza, el dolor y la muerte, divinidades negras que +nos toman al nacer y con las que batallamos hasta el último momento. + +--Yo amo todo lo que vive: las personas, los animales, las flores. ¿Qué +es al lado de esto el amor entre hombre y mujer, que las gentes +consideran el único amor y no es mas que el egoísmo de dos seres +apartados de sus semejantes, viviendo sólo para ellos?... Mi amor +también es un egoísmo, lo reconozco; tal vez algo peor: un orgullo. ¡Si +usted conociese mis alegrías cuando he salvado de la muerte á uno de mis +_flirts_, á uno de esos pobres heridos que no veré más!... No me admire, +príncipe, no me compadezca. Soy únicamente una pobre mujer: ¡nada de +ángel! Además, muy mala; tengo mis remordimientos, como todos. + +--¡Usted, lady!...--volvió á exclamar el príncipe con un gesto de +incredulidad. + +Y ella, para que el otro no dudase, se apresuró á contar el gran pecado +de su existencia. Viajando por Andalucía había visto al borde de un río +unos muchachos que intentaban ahogar á un perro vagabundo, arrojándole +piedras. Mary cayó sobre ellos, loca de cólera, apaleándolos con su +quitasol. Uno de los chicuelos lloró, arrojando sangre por las +narices... Este mal recuerdo había perturbado muchas de sus noches. +Ahora no podía ver á un niño sin acariciarlo con la vehemencia del +remordimiento. + +También había sostenido disputas en varios países con los carreteros que +golpean á sus bestias, con los dueños de hotel que no le permitían +guardar en su habitación los perros y gatos sin dueño encontrados en las +calles. + +Antes de la guerra, su lástima era toda para los animales. La humanidad +sabe defenderse. Pero ahora, las matanzas de seres uniformados desviaban +su dulce ternura hacia los hombres. Estaban más faltos de cariño y +protección que las pobres bestias. + +El recuerdo de sus _flirts_, que á estas horas se removían en sus camas +cubiertos de vendajes, ansiosos de la presencia de lady Lewis, ó +permanecían en un banco con los ojos inmóviles vueltos hacia el sol, +negándose á pasear por faltarles el suave apoyo de su brazo, le hizo +abandonar su asiento. «¡Adiós, príncipe!» Los enamorados la esperaban. + +Puesta de pie, recordó el motivo de su visita, hablando de nuevo con +aquel tono que revelaba su firme voluntad. + +Era inútil que buscase á la duquesa. La pobre, después de tantas +desorientaciones en su vida, acababa de encontrar el verdadero sendero, +el mismo que ella, más afortunada, había seguido en plena juventud. La +virgen dolorosa habló con naturalidad del pasado de Alicia. Lo conocía +todo. En el silencio de Villa-Rosa, la otra se había confesado +desesperadamente, sin que la enfermera sintiese escándalo ni asombro. +¡Qué representaba esta catástrofe moral de una simple persona, cuando el +mundo veía á cada minuto los más inauditos crímenes!... + +--Partió esta mañana, y está muy lejos... ¡muy lejos!--dijo la lady--. +Es posible que jamás vuelvan á verse... Yo le escribiré que usted la +perdona, y esto le proporcionará la tranquilidad que necesita en su +nueva existencia. + +El príncipe la fué acompañando hacia la salida de sus jardines. Durante +el camino volvió á lamentarse. Necesitaba exteriorizar el desaliento en +que le había dejado la resistencia de la inglesa á decirle el paradero +de Alicia. + +--Soy muy desgraciado, lady. + +--Lo creo--contestó ella--. Mis desgracias son más grandes que las de +usted, pero las sobrellevo mejor. + +Para Mary, la vida era á modo de una balanza. En un platillo caía el +infortunio: nadie se libraba de este peso; pero había que equilibrar el +espíritu colocando en el platillo opuesto algo grande, un ideal, una +esperanza. Ella había encontrado el contrapeso necesario: el amor á todo +lo existente, el sacrificio por los semejantes, la abnegación en todos +los momentos. + +¿Qué tenía el príncipe para contrabalancear las sacudidas del +destino?... Nada. Seguía viviendo como en los años de paz, pensando +únicamente en él. Era todavía como habían sido los demás hombres antes +de que la guerra los sacase de su individualismo egoísta, haciendo +reflorecer las virtudes de la solidaridad y el sacrificio. Por eso +bastaba un simple obstáculo á sus deseos, un desengaño amoroso, algo que +sólo puede perturbar la vida de un adolescente, para que se considerase +desgraciado... ¡Ah, si tuviera un ideal superior! ¡Si pensara menos en +él y más en los hombres! + +Se estrecharon los manos junto á la verja. + +--¡Adiós, lady!--dijo el príncipe inclinándose. + +De estar don Marcos presente, hubiese reconocido esta voz. Era la misma +de la tarde del desafío, cuando encontró á la inglesa con los dos +ciegos; una voz hermosamente grave, en la que parecían gotear lágrimas. + +Toledo sólo apareció algunos instantes después, saliendo del pabellón +del jardinero, para encontrarse con el príncipe, que regresaba pensativo +hacia su «villa». + +Lubimoff habló para darle una orden con tono duro. + +--Me marcho á París... Quiero salir mañana; arregla lo necesario. + +Luego, al fijar sus ojos en el coronel, continuó, con voz más dulce: + +--Creo que nunca volveré aquí... Voy á vender Villa-Sirena. + + + + +XII + + +Don Marcos desciende por los jardines públicos hacia la plaza del +Casino, en conversación con un militar. + +Ya no es el ceremonioso coronel que besaba manos viejas y nobles en los +salones de juego y asistía como inevitable comensal á los almuerzos de +todas las familias linajudas de paso en el Hotel de París. Nada recuerda +en su persona los levitones forrados de terciopelo, los sombreros de +seda blanca y demás esplendores de su elegancia original. Va sobriamente +vestido de obscuro, y su aspecto tiene algo de rústico; revela al hombre +que vive en el campo, gusta de cultivar la tierra y se siente cohibido +al volver á la existencia urbana. Lleva puestos los guantes, lo mismo +que en sus buenos tiempos; pero ahora es por necesidad. Sus manos le +recuerdan cierto exiguo jardín en torno de una «villa» diminuta, con +cinco árboles, doce rosales y unos cuarenta arbustos más, que conoce uno +por uno, dándoles nombres propios, cuidándolos y regándolos +fervorosamente hasta encallecer sus dedos. + +El militar también marcha como un hombre de campo, mirando á todos lados +curiosamente. Un áspero bigote cubre su labio superior, uno de esos +bigotes duros y agresivos que surgen después de largos años de continua +rasura. Su uniforme es viejo, desteñido por el sol y las lluvias. El +paño amarillento tiene el color neutro de la tierra. Su brazo derecho +pende inerte del hombro y se mueve al ritmo del paso, con el vaivén de +las cosas inanimadas. La mano va cubierta de un guante cuya rigidez +acusa el relieve de algo duro y mecánico. La otra mano se apoya en un +garrote, y una pipa humea en su boca. Sobre sus bocamangas casi se +confunde con el color de la tela un breve y único galón de oficial. + +--Diez meses y veinte días--dice Toledo--que Su Alteza salió de aquí... +¡Qué de cosas han ocurrido! + +El militar es el príncipe Lubimoff: un Lubimoff que parece más fuerte, +más sereno y decidido que el del año anterior, á pesar de su brazo +artificial. La cabeza tiene las mismas canas de antes, discretamente +esparcidas; pero el bigote, al crecer libremente, ha surgido casi +blanco. + +Las patillas del coronel son de la misma tonalidad. Con la desaparición +de sus elegancias cesaron igualmente los cuidados de tocador, y el gris +discreto de un teñido prudente ha dejado paso al blanco de una franca +vejez. + +Don Marcos señala la plaza hacia la que se dirigen los dos. + +--¡Si hubiese visto Su Alteza esto la noche del armisticio! + +La noticia del triunfo hacía correr á todas las gentes. Bajaban de +Beausoleil, subían de La Condamine, llegaban del peñón de Mónaco. Por +primera vez después de cuatro años, se iluminaban de arriba á abajo las +fachadas del Casino, de los hoteles y cafés. La plaza estaba repleta de +gente. Todos parpadeaban deslumbrados, después de la larga noche en que +les había tenido sumidos la amenaza submarina. Unos cuantos instrumentos +de cobre rugían la _Marsellesa_, y la muchedumbre, siguiendo las +banderas de los países aliados, daba vueltas en torno del «queso», como +las falenas alrededor de la luz, no queriendo salir de la plaza. + +De pronto se había formado una larga línea danzante, una farándula, que +empezó á correr y saltar, agrandándose en cada una de sus contorsiones. +Todos se agregaban á ella, por el contagio del entusiasmo; el oficial +unía su mano con la del soldado; las graves señoras levantaban las +piernas y perdían el sombrero; las señoritas tímidas gritaban, con los +cabellos sueltos; los rostros femeninos tenían esa expresión de locura +entusiástica que sólo se ve en los días de revolución. Los cojos +saltaban, los ciegos creían ver, los mancos se agarraban con sus +muñones á la fila serpenteante. La _Marsellesa_ parecía un himno +milagroso, comunicando á todos una nueva fuerza. ¡La paz!... ¡la paz! + +En una de sus evoluciones, la cabeza de la humana serpiente remontaba +las gradas del Casino, La farándula quería meterse en el atrio, en las +salas de juego, para arrastrar entre sus anillos al público, á los +_croupiers_, á las mesas. Toda actividad interesada debía cesar en esta +hora de generosa alegría. + +--¡Ay, los jugadores! ¡Qué enfermedad la del juego, marqués! Al llegar á +la plaza se quitaban el sombrero ante las banderas, faltaba poco para +que llorasen, cantaban una estrofa de la _Marsellesa_. «¡Viva Francia! +¡Vivan los aliados!...» Y á continuación se metían en el Casino para +apuntar su dinero al mismo número de la fecha celebre ó á otras +combinaciones sugeridas por la paz. + +Los porteros, con aire de viejos gendarmes, formaban en masa +heroicamente para rechazar con sus pechos, sus panzas y sus puños la +farándula revoltosa que pretendía introducirse en el solemne palacio. +Parecían indignados. ¿Cuándo se había visto tamaña insolencia?... Buena +era la paz, y el pueblo debía regocijarse; ¡pero meterse en el Casino +como un motín danzante, para interrumpir el funcionamiento de una +industria honrada!... Y habían acabado por repeler gradas abajo aquella +fila de señoras desgreñadas por el entusiasmo, de militares condecorados +que olvidaban repentinamente sus enfermedades v sus heridas. + + * * * * * + +El príncipe y Toledo llegan á la plaza y se dirigen á la izquierda del +Casino, donde está el Café de París. + +Lubimoff se sienta á una mesa, en un ángulo saliente del café que las +gentes apodan «el Promontorio». El coronel permanece derecho. Ha pasado +la tarde con el príncipe, y necesita volver á su casa. Ya no tiene la +independencia de antes; alguien vive con él, y su nueva situación le +impone obligaciones ineludibles. + +Ve con la imaginación la casita que habita en lo alto de Beausoleil, +rodeada de un pequeño jardín. Todo es suyo por escritura pública. Pero +la suerte de su propiedad no le inquieta: nadie se llevará sus paredes +y sus árboles. Lo que le tiene nervioso es cierto suboficial americano, +joven y membrudo, que siente la manía de pasear en torno de su vivienda, +y ciertos ojos claros que le siguen hambrientos desde una ventana, +cierta boca carnuda que le sonríe, ciertas manos que él cree haber +sorprendido de lejos arrojando una flor, y cuya propietaria le grita +furiosa todos los días para convencerle de que ha visto visiones. + +Don Marcos se ha casado. + +Pocas semanas después de marcharse el príncipe, un gran cambio se +realizó en su existencia. Villa-Sirena era ya de aquel nuevo rico, +constructor de autocamiones y aeroplanos, que también había comprado el +palacio de París. El coronel, al darle posesión, sólo se acordó de +alabar los méritos del jardinero y su familia. + +Lubimoff, antes de marcharse al frente, se había ocupado de la suerte de +su «chambelán», asegurándole una pensión de diez mil francos al año y +enviando además cierta cantidad para que comprase una casa. Ya que +deseaba morir en Monte-Carlo, debía tener su pequeña Villa-Sirena. + +Al poco tiempo de jardinear en su propiedad, viendo abajo la plaza del +Casino, Toledo fué en busca de Novoa. Era su mejor amigo; además, era +español, y tenía el deber de servirle en la circunstancia más importante +de su vida. Lo necesitaba como padrino de boda. El profesor quedó +estupefacto al enterarse de que se casaba con la hija del jardinero. +¡Una muchacha que podía ser su nieta!... Era desafiar al destino, correr +á sus años en busca de la desgracia que ya presagiaba su nombre. + +--Piense usted, don Marcos, que la juventud tiene sus derechos. + +--Y la vejez sus deberes--contestó el coronel con bondad, resignándose +ante el porvenir. + +Ahora, de pie ante el príncipe, balbucea con timidez y confusión porque +va á abandonarlo. + +--Me espera Madó: la pobrecita sale muy poco. Le gusta que la lleve por +las tardes al concierto en las terrazas. Son las cinco. + +Y cuando el príncipe asiente con un movimiento de cabeza, echa á andar +precipitadamente. Luego, más lejos, casi empieza á correr cuesta arriba, +jadeando y sin sentir el cansancio. Desea llegar á su casa pronto, y +tiene miedo de llegar. Madó sólo le convence cuando está al alcance de +sus gritos. Se estremece pensando que puede de nuevo ver visiones. + + * * * * * + +Al quedar solo el príncipe, se borran poco á poco de sus ojos el vaso +que tiene delante, las mesas inmediatas, el gentío sentado en torno del +«queso». Su visión se contrae y se hunde, para contemplar otras imágenes +que guarda su memoria. + +Llegó en la mañana á Monte-Carlo. Sólo van transcurridas unas horas, ¡y +ha visto tanto!... + +Recuerda unas frases de su amigo Lewis; frases tristes, dichas en uno de +los almuerzos en Villa-Sirena: «La vida es rara y desigual en su curso. +Transcurre el tiempo sin que surjan sucesos extraordinarios, y de +pronto, las horas valen meses, los días son años, y pasan en unos +minutos cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos...» ¡Qué de +muertes en el espacio relativamente breve que le separa de su última +salida de Monte-Carlo!... + +Lubimoff ve en su memoria el corto y agitado período después de su +llegada á París: su ingreso en la Legión extranjera, el grado de +subteniente concedido al antiguo capitán de la Guardia imperial, su ida +al frente después de haber distribuído y colocado el millón y medio +producto de la venta de Villa-Sirena, la dura vida de campaña, los +combates, la muerte acompañando con una generosidad lúgubre los avances +de la ofensiva triunfal. Recuerda su encuentro con un legionario que le +llama y al que tarda en reconocer: ¡Atilio Castro! Un Castro que ya no +sonríe irónicamente, que contempla la vida con gravedad y parece +convencido ahora del valor de sus acciones. Como pertenecían á distintas +compañías, ya no se vieron más. Un anochecer lo encontró después de un +combate, pero tendido en el suelo entre otros cadáveres, con la frente +rota, la masa cerebral al descubierto. El rictus de la muerte era en él +una sonrisa serena. ¡Pobre Castro!... ¿Qué sería de doña Clorinda?... + +El príncipe deja de pensar en esto. Otros cadáveres le atraen. Evoca una +visión reciente: su llegada á Monte-Carlo después de haber vivido mucho +tiempo en un hospital. Al bajar del tren, Toledo examina con emoción el +brazo mecánico que disimula imperfectamente el brazo amputado. Ha +sufrido varios meses las consecuencias de una herida fatal y estúpida, +recibida sin gloria pocos días antes del armisticio. + +Sube á la risueña casita de don Marcos, que será, la suya mientras +permanezca aquí. Allá abajo, avanzando sobre el mar, encuentra el +promontorio de Villa-Sirena, que es de otro, y vuelve la vista para +evitar que renazcan ciertos recuerdos. Esto hace que tropiece con los +ojos de Madó, la señora de Toledo; unos ojos que consideran sin duda más +interesante al príncipe Lubimoff bigotudo, avejentado y con uniforme, +que cuando era el elegante amo de sus padres. ¡Pobre coronel!... Y huye +de la mirada tentadora, de la boca carnuda y purpúrea que parece +desafiarle al sonreir. + +Después del almuerzo sigue un camino que asciende por la montaña +formando ángulos; ve un muro de piedra, pasa una puerta, contempla un +instante un monumento rematado por un gallo enorme. + +Toledo se descubre. ¡Paz á los héroes! Luego señala la entrada de la +fúnebre construcción. + +--El pobre Martínez está ahí. + +Bajan por unas gradas de piedra á una segunda sección del cementerio, +escalonado en la montaña. En esta meseta sólo hay tumbas á ras del +suelo, losas sepulcrales guardadas por un rectángulo de cadenas ó +simplemente con orlas de flores. Un instinto estético parece influir en +la parquedad de los ornamentos. Desde estas explanadas se ve una gran +extensión de costa verde moteada de blanco por las «villas» y las +poblaciones; los Alpes de color de rosa, los cabos de rocas purpúreas, +el azul profundo y denso del Mediterráneo, el azul flúido y suave de un +cielo sin nubes. Y las tumbas sonríen en esta Naturaleza esplendorosa, +difundiendo, al entreabrirse bajo la acción del calor, un ligero vaho de +sebo, un tufillo de estearina líquida. + +Busca el coronel entre ellas, leyendo los nombres. + +--Aquí, marqués. + +Señala una losa con una simple inscripción: «Mary Lewis.» + +--Lo mismo que un pájaro, Alteza. Un amanecer la encontraron muertecita +en su cama del hospital. No dió un grito, no se quejó; se fué como había +vivido... Las enfermeras cuentan que el cadáver sonreía; un cadáver +ligero como una pluma. + +En torno de la tumba se ennegrecen varias coronas, lo mismo que si las +hubiese chamuscado un incendio. Toledo rebusca entre estas ofrendas de +las compañeras de la difunta, hasta señalar un manojo de rosas frescas +que empiezan á marchitarse. + +--Debe ser de lord Lewis--sigue diciendo--. Cuando le va mal en el +Casino, sube á ver á su sobrina. Su Alteza sabrá seguramente que, con la +muerte de lady Lewis, él es ahora lord... verdaderamente lord. + +Levanta el príncipe sus hombros. ¡Vanidades humanas en este lugar, que +da á todas ellas un carácter grotesco!... + +Don Marcos adivina su impaciencia, y mientras descienden dos escalinatas +más, va dando explicaciones. + +--La inglesa se fué antes que la otra; por eso la enterraron arriba. +¡Han muerto tantos en los últimos meses!... + +Llegan á la última meseta del cementerio, la más baja, un campo cuadrado +de tierra rojiza, en el que no hay losas, ni columnas truncadas, ni +cadenas. Pequeños montículos que afectan la forma de un féretro indican +el lugar de las sepulturas. Algunos tienen cruces de madera. De una de +éstas pende el retrato de un soldado joven en el centro de una corona +depositada por sus padres. + +Dos hombres asoman su busto á ras del suelo y vuelven á hundirse después +de vaciar sus palas: abren una tumba para alguien que va á llegar. +Miguel se fija en el campaneo lúgubre que viene de abajo, desde una +iglesia de la ciudad invisible, á través del éter vibrante y luminoso. + +El coronel insiste en sus explicaciones. + +--Es una sepultura provisional, sin losa, sin nombre. Con motivo de la +guerra, era imposible enviar la muerta á París. Estará aquí el tiempo +que exige la ley, y luego, esa señorita que es su heredera la trasladará +al panteón del cementerio de Passy, donde está enterrada su madre. + +Duda un poco examinando los montículos, y al fin se detiene ante uno de +ellos, quitándose el sombrero. + +--Aquí es. + +Lubimoff no puede contener su extrañeza. «¿Aquí?...» Ve un túmulo de +tierra sin adorno alguno, sin nada que lo diferencie de los otros, y que +no le infunde ninguna emoción. Mira con inquietud á su acompañante. ¿No +se habrá equivocado?... ¿No estarán ante la sepultura de un pobre +militar muerto de sus heridas? + +El coronel, ofendido por la duda, repite con energía: «Aquí es.» Se +acuerda de que fué el único hombre que figuró en el entierro. Tres +enfermeras, la señorita Valeria y él, nada más, siguieron el féretro +hasta estas alturas. + +¡Pobre duquesa de Delille!... Se conmueve Toledo al recordar su muerte +inesperada. Lady Lewis la había enviado al frente. Su nacimiento en los +Estados Unidos facilitó que la admitiesen en el personal sanitario de +las divisiones americanas que se batían en Château-Thierry. + +Escuchando el príncipe las explicaciones de don Marcos, recuerda una +confesión de Alicia. Era torpe de manos; su voluntad, ansiosa de hacer +el bien, flaqueaba por falta de medios materiales en el momento de la +acción. Sin duda por esto la habían expedido á las pocas semanas otra +vez á la Costa Azul, para que prestase sus servicios en un hospital más +tranquilo que las ambulancias del frente. + +Toledo no la había visto. Vivía en las inmediaciones de Monte-Carlo sin +que él lo sospechase. La primera noticia que tuvo de ella fué la de su +muerte; una muerte que deja pensativo al coronel siempre que la +recuerda. + +Se infectó con un instrumento de cirugía que acababa de ser empleado en +una operación. Tal vez fué por torpeza de sus manos; tal vez... ¡quién +sabe! Don Marcos cree que la duquesa estaba cansada de vivir. + +--Una muerte horrible, marqués. Yo no la vi: celebré no verla. Me +contaron que estaba negruzca é hinchada. Además, pasó muchas horas de +suplicio, apoyándose en la cabeza y los talones, hecha un arco, sobre la +cama, con el cuerpo dilatado por los más atroces sufrimientos. El +tétanos. ¡Morir así una gran dama tan hermosa, tan elegante!... Pero en +medio de tales suplicios tuvo serenidad para dictar sus disposiciones +testamentarias. La señorita Valeria ha heredado Villa-Rosa y varios +centenares de miles de francos: todo lo que ganó ella una noche en el +_Sporting_. En cuanto á Su Alteza... + +Le interrumpe el príncipe con un ademán. Sabe hace tiempo, por las +cartas de don Marcos, que Alicia se acordó de él en su último instante, +dejándolo heredero de sus minas de plata en Méjico, de todo lo que +poseía al otro lado del mar: nada por el momento, tal vez en el porvenir +una fortuna casi igual á la que Lubimoff tenía antes en Rusia. + +Permanece con los ojos fijos en la sepultura. Ve sobre las laderas del +túmulo un musgo fino, un bosque minúsculo que abre sus ramajes al soplo +de la primavera, y entre cuyas hojas se mueven diminutas flores. Unas +mariposas negras ó verdes moteadas de rojo aletean sobre esta selva +rumorosa de vida naciente, como aletearon las monstruosas aves +prehistóricas sobre las primeras vegetaciones del planeta. + +Miguel establece una relación entre estos insectos y el espíritu que +habitó el organismo que se deshace cerca de sus pies, bajo un metro de +tierra. Sus colores variados y desacordes le hacen pensar en el alma de +la muerta. También, minutos antes, otra mariposa blanca revoloteando +sobre las flores traídas por Lewis le ha hecho ver el alma pueril y +sublime de lady Mary. + +Ahora, sentado en el café, su emoción es mayor que en el cementerio. Ve +las cosas á través del recuerdo, espiritualizadas, limpias de los +sedimentos de la realidad. + +¡Pobre Alicia! ¡pobre engañada de la vida!... La Venus triunfadora, la +Helena del «banco de los viejos», la beldad centro de lo existente, +ansiosa de admiración más que de amor, está en un mísero cementerio, +entre cadáveres de soldados, y tal vez aceleró con voluntaria torpeza su +salida de un mundo en el que no encontraba lugar, repelida por sus +propias acciones. + +Nuestra existencia no es mas que un resultado de la voluntad. Formamos +la vida á nuestra imagen; en vano nos quejamos contra el destino: somos +lo que queremos ser. Alicia sólo podía terminar de un modo +extraordinario, de acuerdo con su existencia anterior. El también ha +vivido como no viven los demás hombres, y morirá con una muerte distinta +á la de ellos. + +No siente dolor ni despecho. Se extraña de haber podido odiar á Martínez +y deseado á esta mujer con tanta vehemencia. Sólo conoce ahora la +melancolía de una tristeza enorme con el recuerdo de estos seres que ya +no son, que empiezan á morir segunda vez al quedar olvidados por los que +les conocieron. Unicamente pueden inmortalizarse en la memoria del +príncipe, pobre memoria destinada á perecer á su vez dentro de unos +años. + +Intenta con la imaginación atravesar la masa de tierra que cubre á la +muerta; pretende ver en la más densa de las sombras. Sólo han +transcurrido unos meses de descomposición: su personalidad aún no se ha +disuelto enteramente. La ve como era en la vida y al mismo tiempo como +es ahora. Su carne se deshace en arroyuelos pútridos que corren por los +pliegues de las ropas chamuscadas. Forzosamente sonríe á todas horas en +la obscuridad: ya no tiene labios. Sus ojos sirven de abrigo á las +prolíficas moscas de la tumba, que engendrarán millones de millones de +destructores. Y este anonadamiento de algo que existió, pensó y amó está +aún en sus preliminares. + +A los devoradores de las partes blandas sucederán los irresistibles +artífices del hueso. Miriadas de trabajadores microscópicos laborarán el +esqueleto, limpiándolo de las últimas impurezas adheridas á su +andamiaje, desmontando las sabias articulaciones, raspando el cemento +que adhiere las vértebras. Un día, la mandíbula inferior se despegará, +rodando hasta la cavidad abdominal, una mandíbula cuyos dientes +conocieron el esplendor de la sonrisa y la caricia del beso. Otro día, +el cráneo, al partirse en piezas el espigón que le sirvió de soporte, +rodará también, confundiéndose con el polvo de los costillares, con los +huesecillos de los pies que marcaron el ritmo de un paso ondulante. +Dentro de unos siglos, las revoluciones y las guerras tal vez sacarán á +la superficie este cráneo. ¿Por qué no?... Lubimoff acaba de ver en el +frente numerosos cementerios removidos por el cañón, con los muertos +emergiendo de la tierra, tal como los levantó el estallido de las +granadas... Y cuando alguien, en lo futuro, con la eterna curiosidad del +príncipe shakespiriano, tome en su diestra el cráneo de Alicia, no podrá +decir si perteneció á una dama ó á una moza de posada, si fué de una +beldad ó de una negra... + +Miguel evoca con irónica tristeza sus ilusiones y sus deseos +concentrados en esta nada, y siente la necesidad de olvidar el cadáver. +Sus ojos, que miran hacia dentro, ven la minúscula vegetación, los +pintarrajeados insectos, todo lo que la primavera ha puesto sobre una +tumba sin nombre. Esto es lo que una vida que se consideró superior á +las otras ha dejado como único rastro de su existencia. Tal vez en la +corola de las florecillas hay una gota del alma de Alicia, y las +mariposas la beben para continuar su ebrio revuelo sobre las tumbas. + +¡La primavera! El príncipe levanta su pensamiento sobre el dolor +individual. Recuerda lo que ha visto en un pedazo de mundo asolado por +la bestialidad de los hombres: ciudades en ruinas; pueblos que sólo +levantan sus muros un metro sobre el suelo, como las urbes descubiertas +después de un cataclismo; granjas incendiadas; campos interminables +esterilizados, perforados, vueltos al revés por un cañoneo de cinco +años; muchas tumbas... miles de tumbas... millones de tumbas. Las +mujeres, vestidas de negro, van por los caminos titubeando á través de +los escombros y de los embudos abiertos por los proyectiles monstruosos. +Perdieron sus hijos, vieron fusilar sus maridos; ahora exploran el suelo +en busca de su casa que fué... + +Pero el invierno de la guerra ha terminado; ya llega la primavera de la +paz. Y la misma mano verde que pone florecillas y mariposas sobre la +tumba anónima cuelga olorosas guirnaldas de los muros ennegrecidos por +el incendio, tapiza con terciopelo vegetal las pendientes abiertas por +las explosiones, hace gorjear los pájaros y rebullir los insectos sobre +las sepulturas, guía la serpenteante enredadera por el leño negro de +las cruces, como si quisiera convertirlas en tirsos... + +¡Ay! La tierra ignora nuestros dolores. + + * * * * * + +El príncipe sale de su abstracción, y ve al coronel que le saluda de +lejos. + +Ya está de vuelta, acompañado de _madame_ Toledo, cuya cabeza apenas le +llega al hombro. Durante el camino ella ha mirado atrás muchas veces, +con la esperanza de verse seguida por el suboficial americano. + +Al reconocer al príncipe en el café, olvida al otro, y parece suplicarle +con los ojos que abandone su asiento y vaya con ella á las terrazas. + +Se alejan los dos hacia el concierto, y Miguel vuelve á caer en su +meditación... Recuerda su diálogo con don Marcos poco antes, cuando +bajaban del cementerio. + +Toledo parece inconsolable. La guerra no ha terminado bien para él. Se +muestra escandalizado por el carácter absurdo de su final. ¡Qué tiempos! +El fugitivo refugiado en Amerongen le desconcierta y le irrita. + +--¡Y yo que le hacía el honor de compararlo con un teniente!... ¡Yo que +le consideraba capaz de pegarse un tiro!... + +Treinta años aterrando al mundo con el estrépito de su sable y sus +bigotes fanfarrones; treinta años de titularse «señor de la guerra», +haciendo temblar á los pueblos con su ceño, sus actitudes heroicas y sus +frases teatrales; treinta años de preparar millones de hombres para el +matadero, obligando á los pueblos á vivir armados en plena paz, y cuando +apunta la desgracia para él, cuando considera su existencia en peligro, +huye vergonzosamente al extranjero, abandonando á los suyos, lo mismo +que un comerciante que hace quiebra fraudulenta. + +--¡Es la mentira mayor que ha conocido la humanidad--grita indignado el +coronel--, la estafa más grande de la Historia! + +Matarse no prueba nada: don Marcos lo sabe perfectamente. ¡Pero hay en +la vida tantas cosas que no prueban nada y sin embargo son bellas y +lógicas!... La desesperación de los que se suicidan por amor tampoco +prueba nada, y sin embargo ha inspirado á la poesía y á las otras artes +sus mejores obras. El marino, al perder su buque, se mata; todo hombre +de honor que considera su falta irremediable apela á la muerte, para +caer en una postura digna. + +--Y ese emperador--sigue diciendo Toledo--que ha organizado el +exterminio de diez millones de hombres desea llegar á viejo... ¡Ah, +sinvergüenza! + +El honor militar tal como había venido entendiéndose á través de los +siglos lo desconocían también sus generales. Estos especialistas del +incendio de poblaciones, estos técnicos del fusilamiento de campesinos, +estos artífices del terror, al ver próximo el desastre, se marchaban +tranquilamente á sus castillos, como oficinistas que abandonan el +trabajo. + +De todos estos compañeros del «señor de la guerra», el único digno de +respeto era un hombre civil, un comerciante, un judío, el armador +Ballin, de Hamburgo, que al ver arruinado el Imperio no quería +sobrevivirle y se pegaba un tiro. Mientras tanto, los mariscales de la +estrategia fracasada se dedicaban tranquilamente á educar sus perros, +escribir sus Memorias y cuidar su salud. + +Napoleón, en una de sus últimas batallas, colocaba su caballo sobre una +bomba; luego pretendía envenenarse en Fontainebleau. Llamaba á la +muerte, y únicamente se decidía á vivir, como un fatalista, al +convencerse de que la muerte no quería nada de él. El otro Napoleón, el +de Sedán, podía haberse refugiado en Bélgica, abandonando á sus tropas, +como lo había hecho el triste César germánico; pero, enfermo y +desfalleciente sobre su caballo, prefería galopar solo á lo largo de una +carretera barrida por los cañones, esperando la granada que lo hiciese +pedazos. + +Así entendía Toledo el honor militar, así había sido aceptado en todas +las épocas. + +Su cólera era implacable contra los generales del Imperio, prontos á +correr en la hora mala, y que sólo pensaban en su reputación, lo mismo +que los cómicos. Rotas sus líneas, cercados por los aliados, podían +haber caído noblemente, peleando hasta el último momento, de acuerdo con +sus antiguas bravatas. Pero preferían solicitar un armisticio y +entregar sus armas, para que los imbéciles que tanto los habían admirado +pudieran seguir creyendo en su divinidad de invencibles y en que sí se +retiraban á sus tierras era únicamente por consideraciones de política +interior. + +¡Lúgubres comediantes, como su amo, hasta el último minuto!... + +Y don Marcos, pensando en el miedo que estos hombres han hecho sufrir al +mundo durante treinta años, grita coléricamente: + +--¡Embusteros!... ¡embusteros! + + * * * * * + +Otra vez sale el príncipe de su abstracción. Alguien se ha detenido ante +él, y oye una voz conocida. + +--Alteza, ¡qué alegría verle!... El coronel acaba de anunciarme su +llegada. + +Es Spadoni: el Spadoni de siempre, como si sólo hubiesen transcurrido +unas horas desde su última entrevista con el príncipe, como si fuese +ayer cuando rugía de indignación estudiando al piano _Lo que la palmera +le dijo al agave_. + +No quiere sentarse: tiene prisa; ha venido solamente para estrechar la +mano de Su Alteza. Ya le verá después con más detenimiento en el Casino. +El tiene por indudable que el príncipe va á entrar en el Casino. ¿A qué +otro lugar puede ir una persona decente en Monte-Carlo?... + +Pasa una rápida mirada por su uniforme, admira su rudo aspecto de +soldado. + +--He sabido las hazañas de Su Alteza; le preguntaba siempre al +coronel... ¡Un héroe! + +Lubimoff no tiene tiempo para repeler estos elogios. Spadoni pasa á +ocuparse de algo más interesante. La guerra, los héroes... cosas +nebulosas y sin sentido. El está por la realidad, y empieza á hablar de +un nuevo personaje admirado por él, un portugués que juega fuerte, y +cuyo nombre, desde hace unos días, parece llenar las salas, á causa de +sus ganancias. + +--Yo lo observo; además, es amigo mío y creo poseer su secreto. +Imagínese, príncipe... + +El príncipe se inquieta, adivinando que le va á describir con toda +clase de detalles la combinación del portugués, que ya considera suya. +Pero el pianista mira hacia el Casino, balbucea, y acaba por interrumpir +su relato. Alguien se aproxima, y él sólo quiere hacer partícipe de su +secreto al príncipe. Se despide de él, con la promesa de revelarle la +combinación preciosa en un diván de los salones privados, cuando entre +en el Casino. + +Piensa Lubimoff en su existencia de los últimos meses, en sus aventuras +de soldado, en su herida, en todo lo que le ha ocurrido á él y al mundo +entero mientras este músico permanecía fijo en Monte-Carlo sin admitir +otra realidad que el revoloteo de la Quimera. + +El amigo Lewis tiende una mano al príncipe. El es quien ha cortado con +su aproximación la facundia del pianista. Los jugadores evitan +comunicarse sus secretos, por rivalidad profesional. El tiempo, que +parece haber olvidado á Spadoni, dejándolo lo mismo que lo vió Miguel +por última vez en su «villa de la tumba», se ha ensañado con Lewis, +avejentándolo, como si los meses valiesen años para él. + +Está triste por las pérdidas que sufre y por los recuerdos. ¡Aquella +sobrina que era toda su familia!... Lubimoff sabe por el coronel que no +ha heredado nada de ella. La enfermera gastó toda su fortuna en +ambulancias y hospitales. Su título es lo único que corresponde á Lewis. +Se cumplió su profecía: ya es el tercer lord Lewis, con el apodo de «el +Inútil» que él mismo se ha dado. + +Examina al príncipe con una mirada errante, detiene los ojos en su brazo +rígido, estrecha después con efusión su mano izquierda. + +--Usted es un hombre, Lubimoff. Usted sabe hacer las cosas... + +Y en estas palabras hay un reproche contra él, que no puede despegarse +de Monte-Carlo, que aquí vivirá y morirá haciendo siempre lo mismo. + +Sin embargo, este es un gran día. En la mañana ha recibido la visita de +un amigo que viene á vivir con él no sabe por cuánto tiempo, tal vez por +dos días, tal vez por dos años; un gran amigo del que no tenía noticia +alguna y muchas veces ha creído muerto: el conde, el famoso conde. + +Ha llegado hasta el café con Lewis, que no puede separarse de él; ha +dado su mano al príncipe como si lo hubiese visto el día antes, sin +reparar en su uniforme ni en su mutilación. Permanece silencioso en su +silla, pasándose una mano por la cabellera blanca y crespa, fijando sus +ojos redondos, de fulgor nocturno, en la gente que circula en torno del +«queso». + +Lewis cree que debe sentirse contento. ¡Día de sorpresas! Primeramente +el conde, después el coronel, que le avisa la presencia de Lubimoff... + +Evita hablar de su sobrina; incorpora su tristeza á las tristezas de +todos... La paz le ha sorprendido: ¿quién podía esperarla tan pronto, á +continuación de la fase más angustiosa de la guerra?... + +El conde abandona su inmovilidad para hablar. + +--Todo el mundo. Los grandes tratadistas anunciaron desde el principio +que la guerra terminaría en el otoño de 1918. Era cosa sabida. Yo lo he +dicho siempre, y usted, Lewis, me lo ha oído muchas veces. + +Su admirador hace un gesto de extrañeza. Pero no puede poner en duda la +ciencia de su sabio amigo, y prefiere admitir que es él quien ha +olvidado las afirmaciones del otro. Además, no debió entenderlas. Estos +depositarios del porvenir nunca exponen sus verdades con claridad: se +niegan á decir las cosas como los simples mortales. + +Empieza á decaer la conversación. El inglés piensa en el Casino. Iba á +entrar en él, cuando le avisó don Marcos la llegada del príncipe. Tiene +á su lado al conde, que vuelve de un viaje misterioso y guarda +seguramente el rosario de Satán en cierto bolsillo del pantalón +huroneado continuamente por su diestra. + +--Después nos veremos en el Casino. Supongo que usted entrará un +instante... A ver si hoy me trata bien la suerte, después de tan +agradables encuentros. + +Y se aleja con el conde hacia el Palacio, donde pasará el resto de su +vida como en una cárcel. + +Lubimoff se fija en dos soldados italianos que le contemplan desde la +acera del «queso». Son dos _bersaglieri_ vestidos de gris, con +sombreritos redondos cargados de plumas de gallo. Al notar que el +príncipe les mira, se desconciertan, vuelven la espalda avergonzados, +se alejan, pero antes sonríen y se llevan una mano al empenachado +sombrero. + +Recuerda el príncipe una noticia que le dió don Marcos, y los reconoce. +¡Estola y Pistola convertidos en guerreros!... Han venido con licencia á +ver á sus familias, y en la noche subirán á la casa del coronel para +saludar á su antiguo señor. Parecen más altos, más vigorosos. Unos +cuantos meses de guerra han bastado para hacerles saltar de la +adolescencia á la madurez. Todo hombre lleva dentro un soldado... + +Cuando intenta levantarse para dar un paseo por las terrazas, ve venir +hacia el café á un señor que le saluda con violentos manoteos y á +continuación se asegura los lentes sobre la nariz. + +El príncipe tarda en reconocerle; adivina quién es por el timbre de su +voz más que por su rostro... ¡El amigo Novoa! Los meses transcurridos +han dejado en él mayor huella que en los demás. Ya no es el varón +preocupado de las pompas mundanales, que consultaba al coronel sobre los +méritos de sastres y sombreros. Ha vuelto á la esclavitud del pantalón +con rodilleras y la corbata de nudo hecho; lleva la barba muy crecida y +revuelta. Sigue siendo joven en la voz, en los ojos, en sus ademanes +vivaces y torpes, pero va disfrazado de anciano. + +Este se alegra más que los otros de ver al príncipe. No cesa de alabar á +la casualidad, que ha hecho venir á Lubimoff y que acaba de hacerle +encontrar á don Marcos. + +--Si tarda usted dos días, príncipe, no tengo el placer de verle. Me voy +á mi tierra pasado mañana. Ya tengo bastante de Monte-Carlo. ¡Lo que +dejo aquí!... Dinero, ilusiones... + +Miguel se muestra discreto. Cree oler en su amigo el desengaño +inesperado, la decepción, que necesitamos olvidar para que no continúe +atormentándonos. Se acuerda de Valeria, y no ve en la persona del +catedrático el menor vestigio que denuncie el roce con la mujer. Es una +ruina, un tronco seco; el pájaro que cantaba en sus ramas debe haber +volado hace mucho tiempo. + +Novoa muestra igual discreción. Contempla el uniforme del otro, su manga +ocupada por un brazo falso; pero sólo habla de lo sucedido en los +últimos meses de un modo general, con vagas lamentaciones. + +--¡Las cosas extraordinarias que han pasado! ¡Cuántos amigos muertos! La +vida acaba de ser como uno de esos dramas en los que perecen todos al +final del último acto. + +El príncipe adivina que Novoa piensa en Alicia y se abstiene de +nombrarla para no molestarle. Efectivamente, piensa en la duquesa, pero +ésta sólo es un punto de partida para llegar á otra mujer que ocupa su +recuerdo. + +Al fin habla, dando expansión á su melancolía. Puede contárselo todo al +príncipe, porque es el único que conoce su secreto. (Lo mismo le ha +dicho al coronel y hasta á Spadoni, al lamentar su desgracia.) Y +prorrumpe en desesperadas recriminaciones contra Valeria. + +Es otra mujer. Ya no la preocupan los países de amor, donde las mujeres +se casan sin dote. Después de muerta la duquesa, es una candidata al +matrimonio, que ofrece con la cesión de su mano más de trescientos mil +francos. El profesor se ha visto repelido y olvidado. ¡Sus viles +súplicas ante la realidad, sus esfuerzos vergonzosos para remediar lo +que consideró en el primer momento un pasajero capricho femenil!... No +quiere acordarse de tales momentos. + +--Todo terminó, príncipe. Ahora anda loca por un oficial americano, y +acabará casándose con él. Aquí no hay más hombres que los americanos. +Todo es para ellos: hasta el amor. La última modistilla se considera +deshonrada si no tiene un soldado de los Estados Unidos para pasear de +noche... Todas las tardes, ella y el otro bailan en los hoteles de La +Condamine, ó aquí mismo, en el Café de París. + +Se interrumpe, como si alguien le hubiese tocado en la espalda. No ve á +nadie detrás de él, pero sus ojos, á través de los grupos que ocupan las +mesas, encuentran algo que hace temblar su voz. + +--Esa es, príncipe. + +Miguel no la hubiese reconocido. Ve cómo entran en el café dos señoras, +escoltadas por dos oficiales americanos. Una de ellas es Valeria, +vestida con un lujo estrepitoso y ávido, como si quisiera resarcirse +instantáneamente de sus años de modestia y privaciones. + +Empiezan á brillar, enrojecidos, los cristales del café, resaltando +sobre la luz suave del atardecer. Una tras otra, se encienden las +grandes lámparas del interior. Llegan hasta Miguel lamentos voluptuosos +de violines. + +--La vida ha cambiado mucho desde que usted se fué, príncipe. Todos +sienten un hambre feroz de divertirse. Lo primero que ha resucitado con +la paz es el tango. + +Después, Novoa piensa en él. + +--¿Qué puedo hacer aquí?... Estoy pobre; cuanto tenía en mi tierra lo he +dejado en el Casino. Ya he estudiado bastante los misterios del Océano. +¡Lo caros que me cuestan!... He soñado un poco, y voy ahora á reanudar +allá mi trabajo mal pagado de jornalero de la ciencia. + +Otra vez piensa en ella. + +--¿Ha visto usted?... La pobre duquesa, que la hizo cuanto es, arriba en +su sepultura, y ella aquí bailando, unos meses después de su muerte. + +Siente la áspera indignación, la escandalizada moralidad de todos los +despechados. + +De tal modo aumenta su cólera, que se levanta de la silla. No quiere +continuar en el café. La otra le ha visto, y puede creer que la +persigue, que espera su salida para suplicarle. Nunca; bastante tiene +con ciertas humillaciones que no quiere recordar. + +Se despide apresuradamente. Van á verse dentro de poco; don Marcos le ha +invitado á comer en su casita de Beausoleil, convencido de que su +compañía será agradable al príncipe. + +Toma la mano artificial de éste, y no parece notarlo. Sus ojos y su +pensamiento están puestos en los vidrios del café, inflamados en plena +tarde, á través de los cuales pasa el cadencioso susurro de los +violines. Todavía, al alejarse, repite su protesta. + +--La pobre duquesa olvidada arriba... y la otra... ¡qué escándalo! +Celebro irme pronto. No la veré más. + + * * * * * + +Al quedar solo, el príncipe abandona su mesa. Don Marcos va dando +indudablemente la noticia de su llegada á todos los que encuentra, y él +teme que se presenten otras personas menos interesantes. + +Al caminar, se da cuenta de algo que no ha visto antes, cuando le +acompañaba el coronel. La bandera de los Estados Unidos flota sobre +todos los edificios. Hay en la vía pública tantos rótulos en inglés como +en francés. Soldados americanos por todas partes. El uniforme de +Lubimoff y los de otros combatientes franceses se pierden en la gran +inundación de hombres vestidos de color mostaza. Pasan incesantemente +los automóviles ligeros del ejército americano. Son innumerables; se les +encuentra en las calles, en los caminos de la costa, subiendo como +hormigas roncadoras las faldas de los Alpes. Una vida robusta, alegre, +confiada, una vida de veinte años parece reanimarlo todo. El concierto +en la terraza lo da una banda de música americana. Los que transitan por +las calles silban maquinalmente danzas del otro lado del Océano, +canciones de marcha de los soldados de la Unión. La gente se detiene en +las plazas para admirar la agilidad de los americanos en mangas de +camisa que se envían la pelota y la devuelven luego de captarla entre +sus guantes de esgrima. + +Mónaco parece conquistado por las tropas de la gran República; una +conquista bonachona y simpática, que hace sonreir á los sometidos. Lo +mismo Niza y toda la Costa Azul. El príncipe recuerda su breve +permanencia en París pocos días antes. También ha visto americanos por +todas partes. ¿Cuántos son?... ¿Qué fuerza sobrehumana ha podido crear +en unos meses ese ejército que, todavía recién nacido, parece llenarlo +todo?... + +Un pueblo acaba de levantarse sobre los pueblos de la tierra. Jamás se +conoció en la Historia una ascensión semejante. Predomina por la +simpatía, por sus actos generosos, por la fuerza benéfica de su +actividad; no por el terror, base de todas las grandezas del pasado. + +Lubimoff recuerda las dudas de un año antes. Nadie podía creer que un +pueblo sin ejércitos improvisase una fuerza militar igual á las de la +vieja Europa. Y con sólo unos meses los Estados Unidos creaban y +enviaban dos millones de hombres para decidir el éxito de la lucha y la +suerte del mundo. + +Llegados á última hora, habían pagado con largueza su parte á la muerte. +En cinco meses de guerra perecían ciento veinte mil americanos, +proporción exorbitante comparada con la de otras naciones durante cinco +años de combate. + +Miguel, en su silencioso entusiasmo, enumera lo que acaba de hacer por +la humanidad este gran pueblo, tenido hasta poco antes por egoísta y +positivo, y que se presenta como el más romántico y generoso. + +Dos grandes guerras eran los incidentes más notables de su historia: +una, interior, por la supresión de la esclavitud; otra, exterior, para +impedir la divinización de la guerra, la hegemonía brutal de un pueblo +sobre todos, la exaltación de un imperialismo místico. + +Por primera vez en la Historia una democracia había intervenido en la +suerte del mundo, sometido eternamente á los arreglos de los reyes. Las +repúblicas modernas habían vivido hasta ahora una vida interior y +modesta. Las guerras de la Revolución francesa eran defensivas. La +República de la Convención peleaba por existir, porque todos los +monarcas deseaban suprimirla. La República americana se había lanzado á +la lucha voluntariamente, sin que ningún peligro inmediato la amenazase, +por un imperativo de su conciencia indignada ante los crímenes alemanes, +por un deber de su grandeza y su fuerza democráticas. + +Antes de armarse, antes de intervenir en el choque europeo, cuando vivía +en paciente neutralidad, por ella se ganaban los batallas. Esta guerra +era distinta á las otras. Contra Alemania, preparada durante largos años +para la lucha, y que había movilizado guerreramente todas sus fuerzas +industriales y comerciales, los aliados se batían en los primeros meses +como se bate un pueblo valeroso, pero atrasado, frente á una nación +moderna. Mucho valor, grandes heroísmos, algunas veces inútiles, ante la +fuerza ciega y mecánica de los inventos industriales aplicados á la +destrucción. + +Si esta desigualdad iba disminuyendo, era debido en gran parte á la +República del otro lado del mar. Sus capitanes del dinero hacían +préstamos enormes á los aliados; sus capitanes de la industria +facilitaban la fabricación del material monstruoso exigido por los +demoniacos adelantos militares; sus buques, desafiando la amenaza +submarina, traían á Europa el pan, escaseado por la guerra. Y cuando al +fin, agotada su paciencia, intervenía directamente en la lucha, ¡qué +generosidad la suya!... + +Los combatientes de América batallaban por ideales simples y robustos: +el derecho á la vida de los débiles, la dignidad y la libertad de los +hombres, la desaparición de las guerras, la inteligencia entre los +pueblos, el derecho soberano reglamentando la vida de las naciones; +cosas que hacían sonreir poco antes á los escépticos del viejo mundo. + +Todos los Estados de Europa tenían fronteras que rehacer, pedazos de +tierra que exigir. Los Estados de América no pedían nada, no querían +nada. + +Cada uno de los contendientes, al pensar en la victoria, calculaba las +indemnizaciones que debería cobrar para compensarse de sus esfuerzos y +sacrificios. La República americana gastaba más que todos los pueblos. +El sostenimiento de cada uno de sus soldados le costaba tanto como siete +soldados de los otros países, y sin embargo entraba en la guerra y se +retiraba de ella sin exigir un reembolso especial. + +Lubimoff admiraba su enorme poder después del triunfo. Jamás Imperio +alguno del pasado alcanzó tal grandeza: ni la misma Roma. + +Era el único país de la tierra industrial y agrícola á la vez. Formaba +un mundo aparte dentro del mundo. Podía aislarse del resto del planeta, +sin que su vida sufriese. En cambio, el mundo experimentaría una +sensación de vacío si la gran República le volvía la espalda. + +Sus ciudadanos en armas iban á retirarse sin jactancia y sin ruido, lo +mismo que habían llegado, y sin que ella pidiese nada por su esfuerzo. +Desaparecerían como en las antiguas leyendas las hadas y los +encantadores, que, luego de hacer el bien, tornan á sus misteriosos +dominios. + +Pasarían los años: la Historia hablaría de este esfuerzo, único por su +intensidad y su carácter generoso, y en la Costa Azul y en otros lugares +quedaría de esta hazaña mundial un recuerdo desfigurado. Los niños de +hoy, convertidos en viejos, harían memoria de cómo aprendieron á jugar á +la pelota con unos soldados llegados de una tierra de prodigios al otro +lado del mar; las muchachas, hechas abuelas, se acordarían +nostálgicamente del novio americano que tuvieron. + +Vuelve el príncipe otra vez á calcular la grandeza de este pueblo, el +único que puede hacer milagros, como los hacen las religiones en su +primera época de exaltación. + +La gran República es la acreedora del mundo. Todas las naciones +vencedoras le deben sumas fabulosas; Inglaterra es su deudora por miles +de millones, Francia lo mismo. Los pueblos más modestos, Bélgica, Servia +y otros, han podido vivir gracias á sus préstamos enormes. Aún no se +sabe todo; han de pasar años antes de que se conozca la extensión de su +generosidad. Este país, que ama el anuncio y la propaganda ruidosa en +sus negocios comerciales, es conciso y modesto al hablar de sus actos +desinteresados. + +Para seguir viviendo desahogadamente después del cataclismo, la +humanidad iba á necesitar su apoyo ó su benevolencia. + +«Se ha desviado el centro político de la tierra--piensa Lubimoff--. Ya +no está en París; tampoco está en Londres. Permaneció en Berlín algún +tiempo, con temblores de inestabilidad, y ahora ha saltado el Océano.» + +El hombre todavía desconocido que en lo futuro vaya á instalarse en la +Casa Blanca por cuatro años, catedrático, abogado, negociante ó +agricultor, pesará sobre los destinos del mundo más que todos los +gobernantes que llenan la Historia con el estrépito de la gloria +guerrera. Su poder se basará en algo más permanente y sólido que la +fuerza de los ejércitos. Tendrá detrás de él el trabajo y la riqueza, +que crean los ejércitos; la fuerza democrática, que es la fuerza de la +opinión. + +Ve claramente Miguel el poder irresistible de esta fuerza. + +Alemania, á pesar de sus continuos triunfos militares en los primeros +años de la guerra, ha acabado por caer vencida. Tenía en contra suya la +opinión. El espíritu democrático del mundo entero se alzó contra el +Imperio. + +Este triunfo de la democracia empieza á verse por todas partes. + +«Ya no queda un solo emperador en Europa--sigue pensando--. Los +Imperios vencidos quieren ser repúblicas. Todos los reyes olvidan á sus +abuelos de derecho divino y pretenden hacerse perdonar su corona +imitando la vida simple de un presidente.» + +Este aspecto inesperado del mundo le comunica una nueva voluntad de +vivir. + +Sabe desde hace algunos meses--desde que abandonó Villa-Sirena--que el +príncipe Miguel Fedor Lubimoff resulta un personaje pasado de moda. Tal +vez, cuando transcurran los años, otros serán como fué él. En el mundo +todo vuelve, y las épocas de paz y abundancia producen fatalmente +hombres de su especie. Pero ahora existe una humanidad renovada por el +dolor y el sacrificio, una humanidad deseosa de vivir, que ambiciona +algo nuevo, sin conocerlo exactamente, y trabaja por conseguirlo. + +Miguel se contempla con lástima. ¿Qué va á hacer?... ¿De qué puede +servir á sus semejantes?... + +Recuerda su almuerzo en la casita de don Marcos. Todavía le duelen, como +algo vergonzoso, las atenciones del coronel en la mesa, partiendo su +carne, cuidándole como á un niño, esforzándose por suplir la ausencia de +su brazo. + +¡Adiós, príncipe Lubimoff!... Aunque quisiera continuar su existencia +egoísta, dedicada por entero al placer, le sería imposible. Es un +inválido: se ve muy viejo... Sólo Madó, que no sabe en realidad lo que +desea, puede fijarse en él. + +Además, se considera pobre. Por primera vez recuerda con cierta +satisfacción la herencia que le ha dejado Alicia. No representa nada en +este momento, pero ¡quién sabe si algún día!... Se forja la ilusión de +que las minas de Méjico pueden reemplazar á su perdida fortuna de Rusia; +¡y entonces!... Siente un deseo vehemente de recuperar la riqueza para +hacer el bien; un anhelo que tiene algo de remordimiento. Sabe la +ineficacia del esfuerzo individual para remediar las miserias humanas: +una gota perdida en el Océano, un grano de arena en la playa. Pero ¿qué +importa?... Se contenta con hacer la dicha de cincuenta desgraciados +entre los centenares de millones que pueblan la tierra. + +Luego piensa en su situación actual. Desde la mañana ha resuelto su modo +de vivir. Huirá del pobre coronel, á causa de Madó. ¡Que otros se +encarguen de su infortunio!... Se instalará en Niza, en una pensión rusa +que dirige una gran dama empobrecida. Hablarán por las noches de los +tiempos en que ella era rica, hermosa y deseada; de los bailes de la +corte de Petersburgo, en los que tantas veces danzaron juntos. Lubimoff +hasta tiene la sospecha de que uno de sus duelos fué por esta patrona de +casa de huéspedes. + +Los restos de su fortuna le proporcionan una renta para vivir en modesto +bienestar. Será uno más entre los náufragos que se retiran á la Costa +Azul para acordarse, bajo las palmeras, de sus triunfos olvidados. Su +viejo ayuda de cámara le acompañará en este destronamiento. + +Tiene ya una ocupación para llenar sus horas. Quiere ser un contemplador +de la vida. Celebra haber nacido en la más interesante de las épocas. + +Algo va á ocurrir; algo nuevo en la Historia. + +Todavía dura la gran polvareda del combate. Es una niebla que desorienta +y no permite dominar el contorno entero de las cosas. Los mismos actores +del drama reciente están ciegos. Pasarán años sin que esta niebla caiga +y se desvanezca, dejando visible el mundo nuevo. + +¿Reaparecerá entonces la misma decoración de antaño, con las líneas +cambiadas? ¿Habrán resultado inútiles tantos esfuerzos sangrientos para +suprimir la violencia, el egoísmo, la ferocidad prehistórica como bases +maestras de la sociedad? + +El príncipe piensa con amargura en una decepción posible. ¡Ver resurgir +incólume la bestialidad primitiva después de un cataclismo aceptado como +una renovación!... ¡Contemplar la quiebra de tantos espíritus generosos, +de tantas inteligencias nobles que aspiran al triunfo del bien, que +desean á los hombres en paz y á los pueblos en dulce sociedad, +trabajando contra la guerra, como las corporaciones higiénicas trabajan +para evitar las enfermedades!... + +La fe en el porvenir le anima de pronto. El mundo no puede ser +eternamente igual: las grandes convulsiones, cuando pasan, no dejan el +suelo lo mismo que lo encontraron. ¿Van los hijos á degollarse siempre +porque sus padres y sus abuelos se degollaron?... ¿Es preciso que se +miren con hostilidad por haber nacido á un lado y á otro de un monte, un +río ó un bosque que la política bautizó frontera? + +Todos tenemos dos patrias: el lugar donde nacimos y el Estado de que +forma parte. ¿Por qué no ensanchar generosamente esta concepción con una +tercera patria? ¿No llegará una época bendita en que los hombres se +hablen de semejante á semejante, sin pensar en si la Historia les ordena +odiarse y matarse?... ¿Amando mucho á su tierra natal no podrán ser al +mismo tiempo ciudadanos del mundo?... + + * * * * * + +El príncipe está apoyado en una balaustrada sobre las terrazas y el +puerto. Su paseo meditabundo le ha traído hasta aquí sin que él se diese +cuenta. + +Vuelve la espalda al mar y á los grupos que empiezan á aclararse abajo, +después de terminado el concierto. Pasan cerca de él los músicos +americanos, seguidos por un enjambre de chicuelos que acompañan su +retirada. + +Contempla una brecha del horizonte, entre los Alpes y el promontorio de +Mónaco, por donde acaba de ocultarse el sol. Sobre el espacio rojizo +brilla una estrella que tiene las facetas y la luz de una piedra +preciosa. + +Lubimoff piensa en los abuelos de la poesía que la cantaron hace tres +mil años. Homero la llamaba _Kalistos_. Astro unas veces del alba y +otras del ocaso, Lucifer, Véspero ó «estrella del pastor», acabó por +recibir el nombre de Venus, á causa de su blancura luminosa, igual á la +del diamante sobre un pecho femenil. + +Siente el príncipe en sus ojos una agradable caricia al contemplar este +planeta de dulce fulguración. Su nombre simboliza la belleza y el amor. +Se imagina á los que pueblan esta gota celeste perdida en el espacio. +Deben ser de esencia más pura que la nuestra, limpios completamente de +un pasado de animalidad originaria, seres etéreos como los ángeles de +todas las religiones. + +Después sonríe con amargura. + +Otra estrella brilla en el cielo, más hermosa y más grande que ésta. No +es blanca, es azul, de un suave azul: el color de la poesía y del +ensueño. Centellea en el fondo negro de la inmensidad con el fulgor +misterioso de los enormes diamantes azulados que colocan en sus tiaras +los monarcas orientales. Los que la contemplan deben sentir en sus +órganos visuales el roce aterciopelado del divino misterio. Tal vez los +poetas de otros mundos la cantan como un refugio de selección, adonde +van á descansar únicamente las almas puras y escogidas; tal vez ha dado +origen á religiones y es objeto de culto, teniendo altares, lo mismo que +los tuvo el sol. + +Y este diamante azul del espacio, este mundo de suave luz, que +contemplan los habitantes de los otros planetas como una estrella +poética en la que todas las criaturas llevan una existencia inmaterial, +es la Tierra, nuestro pobre globo, donde acaban de perecer doce millones +de hombres en los campos de batalla, donde han muerto otros tantos +millones por las emociones y las pestes que son consecuencia de la +guerra, donde se han consumido seiscientos mil millones en humo, en +incendios, en acero estallado. + +Se acuerda Lubimoff de sus impresiones, horas antes, frente á una tumba +que empieza á desfigurarse con los primeros balbuceos de la primavera, +La inmensidad no nos conoce, así como tampoco nos conoce la tierra que +nos sustenta. + +Estamos solos en el infinito, sin otro apoyo que el de nuestras +mentiras, nuestras ilusiones y nuestras esperanzas. El hombre sólo puede +contar con el hombre... + +Y repite lo que en la mañana dijo de la Tierra. + +El cielo ignora nuestros dolores. + + * * * * * + +Vuelve lentamente hacia la plaza. + +De todos los cafés, de los restoranes, de los hoteles surge el vaivén +musical de los cadenciosos violines. Pasan detrás de los grandes vidrios +enrojecidos por una luz interior las parejas enlazadas, siguiendo el +ritmo de la música. Bailan... bailan... bailan. + +La juventud no hace otra cosa. La danza es una especie de rito sagrado, +prohibido durante la guerra; y todos se dedican ahora á bailar, con el +fervor del fanático que al fin ve triunfante su perseguida religión. + +El príncipe recuerda su paso reciente por París. Nunca vió las mujeres +mejor vestidas, con un hambre tan manifiesta de placer y de lujo. El +tango de los violines del bulevar es contestado como un eco por el tango +de los violines de toda la Costa Azul y de las estaciones veraniegas que +empiezan á abrirse. El ideal femenil, en este momento, no va más allá de +bailar la danza de moda con un guerrero de los Estados Unidos. + +Se desvaneció la pesadilla; todo olvidado. Para muchos no queda otro +recuerdo de la guerra que los uniformes, más numerosos que antes en los +tés donde se baila. + +Miguel circunscribe su pensamiento á esta costa, que fué siempre el +dominio de los felices. + +La guerra la ha trastornado y ensombrecido durante cuatro años. Recorre +con la imaginación los salientes y los golfos de su ribera, encontrando +en todos ellos un cementerio. + +En Mentón hay miles y miles de negros bajo tierra. Los combatientes de +Africa, cuyos padres sólo conocieron la lanza y el taparrabos, han +venido á caer como tiradores moribundos en esta playa de millonarios +europeos. En el Cap-Martin dejaron los ingleses á sus muertos; en Mónaco +los hay de todas las nacionalidades; en el Cap-Ferrat duermen los belgas +bajo coronas que ya son viejas; en Niza están los cadáveres americanos; +y en todas partes, desde el Esterel á la frontera italiana, franceses... +franceses... franceses. + +Son incontables los cadáveres. Si todos se levantasen á un tiempo, +huirían despavoridos los que vienen á dilatar su existencia bajo la +palmera y el olivo en la orilla roja del mar violeta. + +Pero la vida quiera vivir. Es una primavera interminable, y cubre todo +cuanto toca con el musgo ávido del placer, con la enredadera veloz de la +ilusión. + +Los cementerios, de una blancura agresiva, parecen esfumarse y se +pierden en el risueño paisaje como una nota sin importancia. La suavidad +del cielo y del ambiente los convierte en jardines. ¡Un cadáver ocupa +tan poco sitio y la tierra es tan grande!... Los hoteles que fueron +hospitales redoran sos rótulos, desinfectan sus habitaciones, envían +anuncios á los grandes diarios de la tierra. Ya pueden venir las gentes +á soñar y á procrear entre las paredes que se estremecieron con gritos +de dolor ó ronquidos de agonía. La música empieza á gemir dulcemente á +lo largo de la costa feliz, entre el susurro de las olas y los +estremecimientos de los naranjos de epitalámico perfume. El viejo pastor +de los Alpes que después de sesenta años aún no ha salido de su asombro +ante el Monte-Carlo surgido á sus pies, en una meseta antiguamente +desierta, lo verá crecer todavía con nuevos palacios, con nuevas torres, +ensanchando su opulencia como una ciudad de ensueño. + +El paso de la muerte ha aguzado la voluntad de vivir. Todos encuentran +un nuevo sabor al placer, viendo en lontananza cómo se aleja el negro +harapo de la adversaria. + +Lubimoff se detiene en el centro de la plaza. Empieza á obscurecer. Por +una oreja le entra el balanceo musical de una danza inventada por los +negros de la América del Norte para regocijo de los blancos; por la +opuesta penetra al mismo tiempo otra música negra: el tango de la +América del Sur. En las calles inmediatas suenan nuevas orquestas allí +donde hay un establecimiento público, café, hotel ó restorán, con un +rótulo inglés en su puerta, para atraer á los héroes del momento: +_Dancing_. + +Mira á la montaña que cierra el fondo de la plaza y guarda tumbas en su +flanco. Luego mira á lo alto.... + +La tierra y el cielo ignoran nuestros dolores. + +Y la vida también. + + FIN + + Monte-Carlo.--Enero-Julio 1919. + + * * * * * + +EDITORIAL PROMETEO.--VALENCIA + + +OBRAS DE V. BLASCO IBAÑEZ, director literario de esta +Editorial.--NOVELAS: Arroz y tartana. Flor de Mayo. La Barraca. Entre +naranjos. Sónnica la cortesana. Cañas y barro. La Catedral. El Intruso. +La Bodega. La Horda. La maja desnuda. Sangre y arena. Los muertos +mandan. Luna Benamor. Los argonautas (2 tomos). Los cuatro jinetes del +Apocalipsis. Mare nostrum. Los enemigos de la mujer. El préstamo de la +difunta. El paraíso de las mujeres. La tierra de todos. La reina +Calafia. Novelas de la Costa Azul. _5 pesetas volumen._--CUENTOS: La +Condenada. Cuentos valencianos. _5 ptas. vol._--VIAJES: En el país del +arte. Oriente. _5 pesetas volumen._--ARTÍCULOS: El militarismo mejicano. +_5 ptas._ + +La vuelta al mundo, de un novelista (2 tomos). _10 ptas._ + + +V. BLASCO IBAÑEZ. SUS NOVELAS Y LA NOVELA DE SU VIDA, por Camilo +Pitollet.--Profusa ilustración con retratos, estancias, actos, etc., de +Blasco Ibáñez, desde su época de estudiante hasta el presente. _5 ptas._ + + +NOVÍSIMA HISTORIA UNIVERSAL, dirigida por LAVISSE & RAMBAUD. Traducción +de V. BLASCO IBÁÑEZ.--Escrita por individuos del Instituto de Francia, +dirigida á partir del siglo IV por ERNESTO LAVISSE, de la Academia +Francesa, y ALFREDO RAMBAUD, del Instituto de Francia, profesores de la +Universidad de París.--Más de 20.000 retratos, cuadros, armas, monedas, +monumentos, etc. Historia gráfica del Arte. Historia del traje en +numerosas láminas de colores. Mapas, planos, etc.--Se han publicado los +tomos I al XIII. En prensa el XIV.--Precio de cada tomo, _10 pesetas_ +lujosamente encuadernado en tela. + + +NOVÍSIMA GEOGRAFÍA UNIVERSAL, por ONÉSIMO Y ELÍSEO RECLÚS. Traducción de +V. BLASCO IBAÑEZ.--Seis volúmenes en 4.ª, con más de 1.000 grabados. +Numerosos mapas.--_7'50 ptas._ el tomo encuadernado en tela. + + +LA NOVELA LITERARIA.--Amplia y selecta colección dirigida por Blasco +Ibáñez, que cuenta con el apoyo de los novelistas de todos los países +para esta obra de difusión literaria. Todos los volúmenes llevan un +estudio biográfico del autor de la obra escrito por Blasco +Ibáñez.--Novelas de Paul Adam, Barbusse, Bazin, Bourges, Bourget, +Duvernois, Fraplé, Harry, Hermaut, Huysmans, Jaloux, Lavedan, Louys, +Margueritte, Miomandre, Regnier, Rosny, Tinayre y otros muchos maestros +de la novela contemporánea. _4 ptas. vol._ + + + + + +End of Project Gutenberg's Los enemigos de la mujer, by Vicente Blasco Ibáñez + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS ENEMIGOS DE LA MUJER *** + +***** This file should be named 37139-8.txt or 37139-8.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + http://www.gutenberg.org/3/7/1/3/37139/ + +Produced by Chuck Greif and the Project Gutenberg Online +Distributed Proofreading Team (http://www.pgdp.net) + + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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Information about the Project Gutenberg Literary Archive +Foundation + +The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit +501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the +state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal +Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification +number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at +http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg +Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent +permitted by U.S. federal laws and your state's laws. + +The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. +Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered +throughout numerous locations. Its business office is located at +809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email +business@pglaf.org. 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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: Los enemigos de la mujer + +Author: Vicente Blasco Ibáñez + +Release Date: August 20, 2011 [EBook #37139] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS ENEMIGOS DE LA MUJER *** + + + + +Produced by Chuck Greif and the Project Gutenberg Online +Distributed Proofreading Team (http://www.pgdp.net) + + + + + + +</pre> + +<hr /> +<p class="cb">LOS ENEMIGOS DE LA MUJER</p> + +<p class="figcenter"> +<img src="images/cover.jpg" width="352" height="550" alt="cubierta, V. BLASCO IBAÑEZ LOS ENEMIGOS DE LA MUJER" title="cubierta, V. BLASCO IBAÑEZ LOS ENEMIGOS DE LA MUJER" /> +</p> + +<p><a name="page_002" id="page_002"></a></p> + +<p><a name="page_003" id="page_003"></a></p> + +<p><a name="page_004" id="page_004"></a></p> + +<table border="0" cellpadding="1" cellspacing="0" summary=""> +<tr><td align="center" colspan="3">OBRAS DEL AUTOR</td></tr> +<tr><td align="center" colspan="3">CON EL NÚMERO DE EJEMPLARES IMPRESOS EN ESPAÑA[*]</td></tr> +<tr><td align="center" colspan="3">DE CADA UNA DE ELLAS, HASTA NOVIEMBRE DE 1924</td></tr> +<tr><td align="left" colspan="3"> </td></tr> +<tr><td align="center" colspan="3">————</td></tr> +<tr><td align="left" colspan="3"> </td></tr> +<tr><td align="left">CUENTOS VALENCIANOS</td><td align="right">60.000</td><td align="center">ejemplares.</td></tr> +<tr><td align="left">LA CONDENADA (cuentos)</td><td align="right">64.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">EN EL PAÍS DEL ARTE (viajes)</td><td align="right">64.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">ARROZ Y TARTANA (novela)</td><td align="right">68.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">FLOR DE MAYO (novela)</td><td align="right">80.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LA BARRACA (novela)</td><td align="right">104.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">SÓNNICA LA CORTESANA (novela)</td><td align="right">56.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">ENTRE NARANJOS (novela)</td><td align="right">88.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">CAÑAS Y BARRO (novela)</td><td align="right">64.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LA CATEDRAL (novela)</td><td align="right">72.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">EL INTRUSO (novela)</td><td align="right">56.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LA BODEGA (novela)</td><td align="right">60.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LA HORDA (novela)</td><td align="right">44.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LA MAJA DESNUDA (novela)</td><td align="right">49.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">ORIENTE (viajes)</td><td align="right">52.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">SANGRE Y ARENA (novela)</td><td align="right">186.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LOS MUERTOS MANDAN (novela)</td><td align="right">56.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LUNA BENAMOR (novelas)</td><td align="right">48.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LOS ARGONAUTAS (novela).—Dos tomos</td><td align="right">48.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS</td><td align="right">164.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">MARE NOSTRUM (novela)</td><td align="right">104.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LOS ENEMIGOS DE LA MUJER (novela)</td><td align="right">100.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">EL MILITARISMO MEJICANO (artículos)</td><td align="right">40.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">EL PRÉSTAMO DE LA DIFUNTA (novelas)</td><td align="right">44.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">EL PARAÍSO DE LAS MUJERES (novela)</td><td align="right">36.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LA TIERRA DE TODOS (novela)</td><td align="right">66.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LA REINA CALAFIA (novela)</td><td align="right">60.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">NOVELAS DE LA COSTA AZUL</td><td align="right">20.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left">LA VUELTA AL MUNDO, DE UN NOVELISTA</td><td align="right">40.000</td><td align="center">id.</td></tr> +<tr><td align="left" colspan="3"> </td></tr> +<tr><td align="center" colspan="3">NOVELAS DE PRÓXIMA PUBLICACIÓN</td></tr> +<tr><td>EL PAPA DEL MAR.</td><td> </td><td align="right">LAS RIQUEZAS DEL GRAN KAN.</td></tr> +<tr><td>Á LOS PIES DE VENUS.</td><td> </td><td align="right">EL ORO Y LA MUERTE.</td></tr> +<tr><td align="center" colspan="3">————</td></tr> +<tr><td align="center" colspan="3">[*] En muchas repúblicas de la América de habla española se han<br /> +publicado numerosas ediciones de estas obras sin permiso del autor.<a name="page_005" id="page_005"></a></td></tr> +</table> + +<p class="un"> OBRAS COMPLETAS DE VICENTE BLASCO IBAÑEZ </p> + +<h1>LOS<br /> +ENEMIGOS<br /> +DE LA MUJER<br /> +<br /> +<small><small>(NOVELA)</small></small></h1> + +<p class="cb">97.000 EJEMPLARES</p> + +<p class="figcenter"> +<img src="images/colophon.png" width="65" height="96" alt="colofón" title="colofón" /> +</p> + +<p class="cb">PROMETEO<br /> +Germanías, 33.—VALENCIA<br /> +(Published in Spain)</p> + +<p><a name="page_006" id="page_006"></a></p> + +<div class="boxx"> +<p>E<small>S PROPIEDAD.</small>—Reservados todos<br /> +los derechos de reproducción, traducción<br /> +y adaptación.</p> +</div> + +<p class="c">Copyright 1919, by V. Blasco Ibáñez.</p> + +<p><a name="page_007" id="page_007"></a></p> + +<table border="0" cellpadding="5" cellspacing="0" summary="" +style="border:3px gray double;margin-top: 5%;"> +<tr><td align="center"><a href="#AL_LECTOR"><b>AL LECTOR</b></a></td></tr> +<tr><td><a href="#I"><b>I, </b></a> +<a href="#II"><b>II, </b></a> +<a href="#III"><b>III, </b></a> +<a href="#IV"><b>IV, </b></a> +<a href="#V"><b>V, </b></a> +<a href="#VI"><b>VI, </b></a> +<a href="#VII"><b>VII, </b></a> +<a href="#VIII"><b>VIII, </b></a> +<a href="#IX"><b>IX, </b></a> +<a href="#X"><b>X, </b></a> +<a href="#XI"><b>XI, </b></a> +<a href="#XII"><b>XII</b></a> +</td></tr> +</table> + +<h3><a name="AL_LECTOR" id="AL_LECTOR"></a>AL LECTOR</h3> + +<p>En 1918, casi al final de la guerra europea, caí repentinamente +enfermo por exceso de trabajo.</p> + +<p>Había realizado un esfuerzo enorme escribiendo para +los periódicos de España y América numerosos artículos, +un cuaderno todas las semanas de mi <i>Historia de la +Guerra</i> y dos novelas, <i>Los cuatro jinetes del Apocalipsis</i> +y <i>Mare nostrum</i>. Además hice muchas traducciones y +otras labores literarias obscuras para la propaganda en +favor de los Aliados.</p> + +<p>Durante cuatro años trabajé doce horas diarias, sin +ningún día de descanso. Hubo semanas extraordinarias +en las que aún fué más larga mi jornada. Á esta tarea +excesiva y abrumadora, que lentamente iba agotando +mis fuerzas, había que añadir las privaciones é inquietudes +de la vida anormal que llevábamos los habitantes +de París: mala comida, escasez de carbón, alumbrado +defectuoso, noches en vela por las señales de alarma y +el bullicio de la gente al anunciarse un ataque aéreo de +los «Gothas».</p> + +<p>El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción, +y el exceso de trabajo, acabaron con mi salud, +y por consejo de los médicos me trasladé á la Costa Azul.<a name="page_008" id="page_008"></a> +No por tal cambio de ambiente dejé de trabajar. Como +en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor +del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto +fué todo.</p> + +<p>Me instalé en Niza, por unas semanas nada más. +Como necesitaba seguir trabajando, me sentí atraído +por la soledad bravía del Cap-Ferrat, península que +avanza en el mar su lomo cubierto de pinos. Durante +unos meses viví en el Gran Hotel del Cap Ferrat como +en un convento abandonado. Muchos días fuí su único +huésped, llevando una vida de familia con su director y +sus escasos domésticos.</p> + +<p>Acababa de escribir <i>Mare nostrum</i>, y la soledad de +esta costa junto al frecuentado camino de Niza á Monte-Carlo +parecía armonizarse con los recuerdos de mi novela +reciente. Pero las noticias del gran choque europeo +nos llegaban con enorme retraso, como si procediesen +de un mundo lejanísimo. Además, las privaciones, generales +en toda Francia, aún resultaban mayores y más +penosas en este olvidado rincón.</p> + +<p>Al fin me trasladé al Principado monegasco, que veía +diariamente desde mis ventanas, avanzando su doble +ciudad de Mónaco y Monte-Carlo sobre la llanura azul +del mar. Como era país neutral, libre de los severos +reglamentos impuestos por la guerra, las gentes afluían +á él en busca de una existencia menos dura. Además, +los administradores de su célebre Casino procuraban que +los víveres, el carbón y la luz fuesen más abundantes +que en las vecinas poblaciones francesas.</p> + +<p>Apenas instalado en Monte-Carlo, vi con mis ojos de +novelista un mundo anormal que vivía al margen de la +guerra, queriendo ignorarla, para mantener tranquilo +su egoísmo. Me admiró la tenacidad y la ceguera de +los jugadores, que en días de alegría ó incertidumbre,<a name="page_009" id="page_009"></a> +cuando se disputaba sobre los campos de batalla el porvenir +del mundo, sólo pensaban en sus combinaciones +y «sistemas» favoritos, como si no existiese en la tierra +nada más interesante.</p> + +<p>Fuí estudiando de cerca esta sociedad extraordinaria, +que luego se ha modificado exteriormente al volver +los tiempos de paz, y así empezó mi composición de <span class="smcap">Los +enemigos de la mujer</span>.</p> + +<p>Casi todos los personajes que aparecen en la presente +novela tienen algo ó mucho de real. Fueron +observados directamente y son reflejos, más ó menos +fieles, de personas que aún viven ó murieron hace pocos +años.</p> + +<p>Esto no significa que el lector deba creerlos exactamente +iguales á los tipos que me sirvieron de modelos, +por haberlos copiado yo con una minuciosidad material. +El novelista es un pintor y no un fotógrafo. Las más de +las veces, con varios personajes observados en la realidad +moldeamos uno solo. En otras ocasiones, un tipo +complejo, estudiado directamente, lo descomponemos en +varios, repartiendo sus diversas facultades entre numerosos +hijos de nuestra imaginación.</p> + +<p>Con arreglo á la conocida fórmula, copié la realidad +«viéndola á través de mi temperamento», ó más claramente +dicho, la interpreté como me pareció mejor, con +arreglo á mis ideas y gustos.</p> + +<p>Las desfiguraciones que impuse á la realidad no han +impedido á ciertos habitantes de la Costa Azul reconocer +el origen de mis personajes.</p> + +<p>Muchos de los que frecuentan el Casino de Monte-Carlo +señalan á un gran señor de origen ruso, y afirman +que es el príncipe Lubimoff de <span class="smcap">Los enemigos de la +mujer</span>. En un cementerio que existe junto al camino de +Monte-Carlo á La Turbie, muestran la tumba de la duquesa<a name="page_010" id="page_010"></a> +Alicia. Un <i>gentleman</i> aviejado y cada vez más +flaco, que juega y pierde en los primeros días de todos +los meses, dice con desesperación á los que le escuchan, +cuando ve desaparecer sobre el tapete sus últimas +fichas:</p> + +<p>—Yo soy el lord Lewis que aparece en ese libro sobre +Monte-Carlo, escrito por «Ibanez», el novelista español.</p> + +<p class="r">V. B. I.</p> + +<p>1923.<a name="page_011" id="page_011"></a></p> + +<h1>LOS ENEMIGOS DE LA MUJER</h1> + +<h3><a name="I" id="I"></a>I</h3> + +<p>El príncipe repitió su afirmación:</p> + +<p>—La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la +mujer.</p> + +<p>Quiso seguir, pero no pudo. Temblaron levemente +los amplios ventanales, cortados en su parte baja por +el intenso azul del Mediterráneo. Entró en el comedor +un estrépito amortiguado que parecía venir de la otra +fachada del edificio, frente á los Alpes. Esta vibración, +ensordecida por muros, cortinajes y alfombras, era discreta, +lejana, como el funcionamiento de una máquina +subterránea; pero un clamoreo humano, una explosión +de gritos y silbidos dominaba el rodar del acero y los +bufidos del vapor.</p> + +<p>—¡Un tren de soldados!—exclamó don Marcos Toledo +abandonando su asiento.</p> + +<p>—Este coronel, siempre héroe, siempre entusiasta de +las cosas de su profesión—dijo Atilio Castro con sonrisa +burlona.</p> + +<p>El llamado coronel se colocó casi de un salto, á pesar +de sus años, junto á la ventana lateral más próxima. +Alcanzaba á ver sobre el follaje del gran jardín en declive +una pequeña sección del ferrocarril de la Cornisa +sumiéndose en la boca ahumada de un túnel. Luego +volvía á reaparecer al otro lado de la colina, entre las +arboledas y los sonrosados palacetes del Cap-Martin. +Los rieles ondulaban luminosamente bajo el sol como +dos regueros de metal líquido. Aún no había llegado el<a name="page_012" id="page_012"></a> +tren á este lado, pero su estrépito creciente parecía animar +el paisaje. Las ventanas de las casas de campo, las +terrazas de las «villas», se punteaban de negro con la +salida de las gentes que abandonaban la mesa del almuerzo. +Banderas de diversos colores empezaron á ondear +en edificios y tapias á ambos lados de la vía, desde +media falda de la montaña hasta la ribera del mar.</p> + +<p>Don Marcos corrió á la ventana opuesta. Aquí, el +paisaje era urbano. Todo lo que alcanzaba la vista estaba +bajo techo, sin otra concesión á las expansiones +del suelo que los aislados mechones verdes de los jardines +irguiéndose entra masas de tejas rojas. Era como +un decorado de teatro, partido en varios términos: primero +las «villas» sueltas rodeadas de árboles, con balaustres +blancos y chorreando flores sus murallas; luego +el núcleo de Monte-Carlo, sus hoteles enormes erizados +de cúpulas y torrecillas, y en el fondo, esfumados por +la distancia y el polvo dorado flotante en la atmósfera, +el peñón de Mónaco y sus paseos, la enorme masa del +Museo Oceanográfico, la catedral, de un blanco crudo y +reciente, y las torres cuadradas y almenadas del palacio +del Príncipe. La edificación subía desde la ribera marítima +á la mitad de las montañas. Era un Estado sin +campos, sin tierra libre, todo cubierto de casas de una +frontera á otra.</p> + +<p>Pero don Marcos llevaba muchos años de familiaridad +con esta vista, y buscó inmediatamente lo que había +en ella de extraordinario. Un tren enorme, interminable, +avanzaba lentamente por la costa. Contó en voz alta más +de cuarenta vagones, sin poder llegar al término del convoy, +oculto aún por una revuelta.</p> + +<p>—Debe ser un batallón... todo un batallón en pie de +guerra. Más de mil soldados—dijo con autoridad, satisfecho +de mostrar su buen ojo profesional ante los compañeros +de mesa, que no le oían.</p> + +<p>El tren estaba repleto de hombres, pequeñas figuras +de un gris amarillento que llenaban las ventanas de los +vagones y ocupaban las portezuelas y los estribos, con +las piernas colgando sobre la vía. Otros se agolpaban en +los furgones de ganado ó se mantenían de pie sobre las +plataformas descubiertas, entre los carros militares y las<a name="page_013" id="page_013"></a> +ametralladoras enfundadas. Muchos se habían subido á +los techos de los vagones, y saludaban abiertos de brazos +y piernas como una X. Casi todos se habían puesto +en cuerpo de camisa, con las mangas dobladas sobre los +brazos, lo mismo que los marineros cuando se preparan +para una maniobra.</p> + +<p>—¡Son ingleses!—exclamó don Marcos—. ¡Ingleses +que van á Italia!</p> + +<p>Esta indicación fué mal acogida por el príncipe, que +le tuteaba á pesar de la diferencia de edad.</p> + +<p>—No seas tonto, coronel. Cualquiera los conoce. Son +los únicos que silban.</p> + +<p>Asintieron los otros tres sentados á la mesa. Todos +los días pasaban trenes militares, y desde lejos se podía +adivinar la nacionalidad de los hombres que los ocupaban.</p> + +<p>—Los franceses—dijo Castro—pasan callados. Llevan +tres años y pico de lucha en su propio suelo. Son +silenciosos y sombríos, como el deber monótono é interminable. +Los italianos que vienen al frente francés +cantan y adornan sus trenes con ramajes y flores. Los +ingleses gritan como un colegio en libertad, y silban, +silban para expresar su entusiasmo. Son los muchachos +de esta guerra; van á la muerte con un entusiasmo +pueril.</p> + +<p>Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre. +Fué pasando entre la montaña y los jardines de +Villa-Sirena; luego se alejó por el lado opuesto, con dirección +á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser +tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba +el paso del tren, vió cómo se animaban casas, +jardines y pequeñas huertas á los dos lados de la vía. +Braceaban las gentes agitando pañuelos y banderas para +contestar á los silbidos de los ingleses. Hasta en la orilla +mediterránea, los pescadores, puestos de pie en los +bancos de sus botes, tremolaban las gorras mirando al +lejano tren. El inquieto oído de don Marcos adivinó un +leve correteo en el piso superior. La servidumbre abría +sin duda las ventanas para unirse con un entusiasmo +silencioso á esta despedida.</p> + +<p>Cuando sólo quedaban visibles unos pocos vagones<a name="page_014" id="page_014"></a> +en la boca del túnel, el coronel volvió á ocupar su asiento +en la mesa.</p> + +<p>—¡Mas carne al matadero!—dijo Atilio Castro mirando +al príncipe—. Pasó el escándalo. Continúa, Miguel.</p> + +<p>Dos criados jóvenes, dos muchachos italianos, imberbes +y de ademanes torpes, vestidos con unos fracs que +les venían algo grandes, sirvieron los postres del almuerzo, +bajo la mirada autoritaria de Toledo.</p> + +<p>Este examinaba igualmente la mesa y los tres convidados, +como si temiera notar de pronto un olvido, +algo que demostrase la improvisación del almuerzo. Era +el primero que se daba en Villa-Sirena después de dos +años.</p> + +<p>La víspera había llegado de París el dueño de la +casa, el príncipe Miguel Fedor Lubimoff, que ocupaba +ahora la cabecera de la mesa.</p> + +<p>Era un hombre todavía joven, con el cuidado vigor +que proporciona una vida de ejercicios físicos: alto, +membrudo y esbelto, la tez morena, grandes ojos grises +y el rostro largo, completamente afeitado. Las canas esparcidas +en sus sienes—que aún parecían más numerosas +al contrastar con el negro azulado de su cabeza—, unas +cuantas arrugas precoces en las comisuras de sus ojos y +dos surcos profundos que se abrían desde las alillas de +su nariz, demasiado ancha, hasta tocar los extremos de +su boca, parecían denunciar el primer cansancio de un +organismo poderoso que ha vivido con demasiada intensidad, +por considerar sus fuerzas sin límites.</p> + +<p>El coronel le llamaba «Alteza», como si fuese de una +familia reinante y no un simple príncipe ruso. Pero esto +era cuando había alguien presente, por una costumbre +adquirida en tiempos de la difunta princesa Lubimoff, y +para sostener el prestigio del hijo, al que conocía desde +niño. En la intimidad, cuando estaban solos, prefería +llamarle «marqués», marqués de Villablanca, sin que el +príncipe consiguiera torcer con sus burlas este orden +establecido por don Marcos en las categorías de su respeto. +El principado ruso era para los demás, para las +gentes que se deslumbran con la amplitud de los títulos, +sin saber apreciar su mérito y su origen; él prefería, +como algo más noble, el marquesado español, á pesar de<a name="page_015" id="page_015"></a> +que todos lo ignoraban en España, por carecer de consagración +oficial.</p> + +<p>A los tres convidados del príncipe Miguel los conocía +Toledo.</p> + +<p>Atilio Castro era un compatriota, un español que había +pasado la mayor parte de su existencia fuera de su +país. Trataba al príncipe con gran confianza y hasta le +tuteaba, á causa de un parentesco lejano. El coronel +tenía una vaga idea de que había sido cónsul en alguna +parte, pero por breve tiempo. Continuamente le hacía +objeto de sus burlas, que él tardaba en descubrir. Pero +no sentía rencor por ellas, viendo que «Su Alteza» las +celebraba mucho.</p> + +<p>—¡Hermoso corazón!—decía al hablar de Castro—. +Ha llevado una vida poco ejemplar, es un terrible jugador... +pero un caballero, ¡lo que se llama un caballero!</p> + +<p>Miguel Fedor definía de otro modo á su pariente:</p> + +<p>—Tiene todos los vicios y ningún defecto.</p> + +<p>Don Marcos nunca pudo entender esto, pero lo aceptó +como un nuevo motivo para apreciar á Castro.</p> + +<p>Sólo contaba el príncipe dos ó tres años más que él, +y sin embargo parecían separados por una diferencia de +edad mucho mayor. Castro iba más allá de los treinta y +cinco años, y algunos le suponían veintitrés. Su rostro, +de ingenua expresión, algo aniñado, sólo adquiría cierta +respetabilidad viril gracias á un bigote rubio obscuro, +recortado como un cepillo de dientes. Este exiguo bigote +y la raya correcta que partía sus cabellos en dos masas +idénticas y lustrosas eran los detalles más visibles de su +fisonomía en momentos de tranquilidad. Si se alteraba +su humor—lo que ocurría muy de tarde en tarde—, el +brillo de sus ojos, la contracción de su boca, las arrugas +precoces de sus sienes, le daban un aspecto inquietante, +y diez años más caían sobre él de golpe.</p> + +<p>—Malo para enemigo—afirmaba el coronel—. Es hombre +que no conviene tenor enfrente.</p> + +<p>Y no por miedo, sino por espontánea admiración, celebraba +sus talentos. Hacía versos, pintaba acuarelas, +improvisaba romanzas en el piano, daba consejos sobre +muebles y trajes, conocía las antigüedades. Don Marcos +no encontraba límites á su inteligencia.<a name="page_016" id="page_016"></a></p> + +<p>—Lo sabe todo—decía—. ¡Si pudiera fijarse en una +sola cosa!... ¡Si quisiera trabajar!</p> + +<p>Vestido siempre con elegancia, viviendo en hoteles +caros y sin ninguna renta conocida, el coronel sospechaba +una serie de empréstitos amistosos hechos al príncipe. +Pero éste había permanecido ausente de Monte-Carlo +casi desde el principio de la guerra, y don Marcos +encontraba á Castro todos los inviernos instalado en el +Hotel de París, apuntando en el Casino, tratándose con +gentes ricas. Unas cuantas veces, al verse junto á la ruleta, +le había pedido prestados «diez luises», necesidad +imperiosa de jugador que acaba de quedar limpio y +ansía desquitarse; pero, con más ó menos retraso, se los +había devuelto siempre. Su vida tenía un fondo misterioso, +según don Marcos.</p> + +<p>Los otros dos convidados le parecían de una existencia +menos complicada. El más antiguo en la casa era +un joven moreno, casi cobrizo, pequeño de cuerpo, con +luengas y lacias melenas. Teófilo Spadoni, famoso pianista, +hijo de italianos—esto era indiscutible—, pero nacido, +según él, unas veces en el Cairo, otras en Atenas +ó en Constantinopla, en todas las ciudades adonde había +emigrado su padre, pobre sastre napolitano. Tales +vaguedades y distracciones no resultaban extraordinarias +en este ejecutante prodigioso, que así que se levantaba +del piano era una especie de sonámbulo, incapaz de +adaptarse regularmente á ninguna función de la vida. +Luego de dar conciertos en las grandes capitales de +Europa y América del Sur, se había quedado en Monte-Carlo, +con una inmovilidad que él atribuía á la guerra +y don Marcos achacaba á su afición al juego. El príncipe +le conocía por haberle llevado á bordo de su gran yate +<i>Gaviota II</i>, en un viaje alrededor de la tierra, formando +parte de su orquesta.</p> + +<p>Al lado del dueño estaba el último convidado, el más +reciente en la casa, un joven pálido, larguirucho y miope, +que miraba á todos lados con timidez, conteniendo +sus movimientos. Era un profesor español, un doctor en +ciencias, Carlos Novoa, pensionado por el gobierno de +su país para hacer estudios de la fauna marítima en el +Museo Oceanográfico. El coronel, que vivía muchos años<a name="page_017" id="page_017"></a> +en Monte-Carlo sin tropezarse con otros compatriotas +que los que encontraba alrededor de las mesas de ruleta, +había sentido un orgullo patriótico al conocer á este +profesor, dos meses antes.</p> + +<p>—¡Un sabio!... ¡un famoso sabio!—exclamaba al hablar +de su nuevo amigo—. Para que digan luego que +todos los españoles somos brutos...</p> + +<p>No podía explicar qué sabiduría era la de su compatriota. +Es más: desde sus primeras conversaciones había +adivinado que el profesor era de ideas opuestas á las +suyas. «Un descreído de los que no tienen más Dios que +la materia», se dijo. Pero añadió á guisa de consuelo: +«Todos estos sabios son así: liberales é impíos. ¡Qué +hacerle!...» En cuanto á su fama, la tenía por indiscutible. +Sólo así podía comprender que lo hubiesen enviado +á aquel Museo de Mónaco, enorme y blanco como +una catedral, cuyas salas había visitado una sola vez, +con un respeto que le impedía volver.</p> + +<p>Cuando el profesor iba de tarde en tarde á Monte-Carlo, +encontrándose en el Casino con don Marcos, éste +lo presentaba á sus amigos como una celebridad nacional. +Así había conocido á Castro y á Spadoni, los cuales +se limitaron á preguntarle si ganaba mucho en el +juego.</p> + +<p>Al anunciar el príncipe su llegada, Toledo obligó á +su ilustre compatriota á acompañarle á la estación, para +presentarlo sin perder tiempo.</p> + +<p>—Una gloria de nuestro país... ¡Su Alteza, que ama +tanto las cosas de España!</p> + +<p>Miguel Fedor había pasado en los mares una parte +considerable de su vida, y simpatizó con este joven modesto +al conocer la especialidad de sus estudios.</p> + +<p>Hablaron largamente de oceanografía, y el día anterior, +el príncipe Miguel, que estaba habituado á tener +una gran mesa por la que desfilaban los comensales más +diversos, dijo á su «chambelán»:</p> + +<p>—Muy simpático tu sabio. Invítalo á almorzar.</p> + +<p>Los convidados hablaban todos el español. Spadoni +podía seguir la conversación con lo que había aprendido +en Buenos Aires, Santiago de Chile y otras capitales de +la América del Sur cuando seguía dando «recitales» de<a name="page_018" id="page_018"></a> +piano á un empresario que al fin se cansó de explotarle +y de luchar con su inconsciencia.</p> + +<p>Al empezar el almuerzo, había notado el coronel en +el rostro de su príncipe la preocupación de una idea fija. +Hablaba preferentemente con el profesor Novoa, asombrándose +de la exigua retribución que le valían sus +estudios. Castro y Spadoni sólo atendían á los platos. +Ya no eran obra de un cocinero famoso al que daba el +príncipe Miguel el sueldo de un presidente de Consejo +de ministros. El «maestro» había sido movilizado por la +guerra, y á la sazón hacía la cocina de un general en el +frente francés. Toledo había sabido descubrir después á +una cincuentona, menos variada en sus combinaciones +que el artista arrebatado por la guerra, pero más «clásica», +más sólida y substanciosa, y los dos comían con +ese regodeamiento de los eternos abonados á restoranes +y hoteles cuando se ven ante una mesa sin economía y +engaños.</p> + +<p>Cerca de los postres, la conversación, que era ya general, +recayó sobre las mujeres, como ocurre en toda +comida de hombres solos. Toledo tuvo la sospecha de +que el príncipe había empujado dulcemente á sus comensales +á hablar de esto. De pronto, Miguel resumió +su opinión diciendo por dos veces:</p> + +<p>—La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la +mujer.</p> + +<p>Y á continuación había pasado el tren de soldados +ingleses como una nube de gritos y silbidos.</p> + +<p>Atilio Castro dejó que se perdiese en el túnel el último +vagón, y dijo con una sonrisa algo irónica:</p> + +<p>—Esos silbidos parecen un comentario á tu hermosa +frase; pero no hagas caso de opiniones groseras. Lo que +has dicho me interesa. ¡Tú abominando de las mujeres, +que las has tenido á miles!... Continúa, Miguel.</p> + +<p>Pero el príncipe torció el curso de la conversación. +Habló de sus impresiones al llegar á Villa-Sirena después +de una larga ausencia. De la vida anterior á la +guerra sólo quedaban el edificio y los jardines. Toda la +servidumbre masculina estaba movilizada: unos en el +ejército francés, otros en el italiano. Al día siguiente de +su llegada, maquinalmente había pedido el automóvil<a name="page_019" id="page_019"></a> +para ir á Monte-Carlo. No le faltaban vehículos. Tres +de las mejores marcas estaban como olvidados en su +<i>garage</i>. Pero los mecánicos también hacían la guerra, +y además no había esencia y era necesario un permiso +para correr por los caminos... Total: que había tenido +que esperar el tranvía de Mentón ante la verja de su +jardín. Una novedad para él, un medio de locomoción +interesante. Creyó caer en un mundo olvidado al verse +entre los pasajeros populares. Le molestaba la curiosidad +general. Todos se repetían en voz baja su nombre; +hasta el conductor mostró cierta emoción al ver en su +coche al propietario de Villa-Sirena.</p> + +<p>—Y lo peor de todo, queridos amigos, es que estoy +arruinado.</p> + +<p>Spadoni abrió desmesuradamente sus ojos negros, +como si oyese algo inaudito y absurdo. Castro sonrió +con incredulidad.</p> + +<p>—¿Arruinado tú?... Me contentaría con la décima +parte de tus escombros.</p> + +<p>El príncipe asintió. Era como esos enormes trasatlánticos +que, al naufragar, hacen la fortuna con sus despojos +de todo un pueblo de miserables instalado en la +orilla. Pero esta relatividad de la suerte no evitaba que +su ruina fuese cierta.</p> + +<p>—Por lo que diré después, necesito no ocultar mi situación. +Hace unas semanas he vendido en París el palacio +que construyó mi madre. Me lo ha comprado un +«nuevo rico». Yo, con la guerra, voy á ser un «nuevo +pobre». Tú sabes, Atilio, lo que me pasa desde que empezó +esta pelea de naciones. A los primeros cañonazos +me enviaron de Rusia la octava parte de las rentas que +tenía en tiempos de paz: luego, mucho menos. La revolución +todavía recortó de un modo alarmante mis ingresos. +Ahora, con el compañero Lenine y la bandera roja, +no llega nada, absolutamente nada. No conozco siquiera +la suerte de mis casas, de mis campos, de las minas... +Nada sé tampoco de los que administraban allá mi fortuna. +Sin duda los han asesinado...</p> + +<p>El coronel levantó los ojos al techo: «¡La revolución!... +¡La falta de un amo!»</p> + +<p>—Un rico como tú—dijo Castro—siempre tiene reservas<a name="page_020" id="page_020"></a> +en los Bancos, siempre encuentra quien le preste +hasta que lleguen tiempos mejores.</p> + +<p>—Tal vez; pero eso para mí casi representa la miseria. +Mi administrador me ha dicho, al salir de París, +que debo limitar mis gastos, vivir con arreglo á mis +ingresos actuales. ¿Cuánto tengo?... No lo sé. El mismo +tampoco lo sabe. Está haciendo un balance de mi situación, +cobrando á unos, pagando á otros, pues, según parece, +yo tenía muchas deudas. A los millonarios nadie +les exige con premura el pago de lo que deben... En fin, +tendré que vivir como un príncipe arruinado, con trescientos +mil francos al año; tal vez más... tal vez menos. +No sé.</p> + +<p>Castro y Spadoni hicieron un gesto nostálgico al oir +dicha suma. Novoa miró con respeto á este hombre que +se llamaba su amigo y se creía en la miseria con trescientos +mil francos anuales.</p> + +<p>—Mi administrador—continuó el príncipe—me habló +de vender Villa-Sirena lo mismo que el palacio de París. +Parece que el «nuevo rico» quiere quedarse con todo lo +mío. ¡Liquidación completa!... Pero yo me he opuesto. +Este rincón es mío; lo he formado yo. Además, la vida +resulta imposible en el mundo, la guerra lo amarga +todo. La existencia en París es triste. No hay gente, no +hay luz: los «Gothas» tienen inquietas y nerviosas á las +personas de nuestro mundo y las hacen emigrar... Y he +pensado instalarme aquí hasta que termine la demencia +europea.</p> + +<p>—Va para largo—dijo Castro.</p> + +<p>—Así lo creo. Este es un rincón agradable, un refugio +dulce, que aún hace más grato la egoísta consideración +de que á estas horas sufren toda clase de penalidades +millones de hombres y mueren unos cuantos miles por +día... Pero de todos modos, no es lo mismo que antes. +Hasta el Mediterráneo resulta otro. Apenas se oculta el +sol, mi buen coronel tiene que enmascarar con negros +cortinajes las ventanas y puertas que dan al mar, para +que los submarinos alemanes no se guíen por nuestras +luces... ¡Ay! ¿Dónde están los hermosos días de la paz? +¡Las fiestas que hemos dado aquí! ¡Las veladas en el <i>Gaviota +II</i> cuando estaba anclado en el puerto de Mónaco!...<a name="page_021" id="page_021"></a></p> + +<p>Castro quedó con los ojos vagos, como si soñase despierto. +Vió en su imaginación los jardines de Villa-Sirena +dulcemente iluminados, envueltos en un halo lácteo +que se desplomaba sobre las invisibles olas lo mismo +que un reflejo lunar. Los ventanales estaban rojos, esparciendo +en la cálida lobreguez de la noche risas, gritos, +suspiros de violines, romanzas amorosas que denunciaban +un cuello femenil, blanco y voluptuoso, hinchado +por el deseo y por la música. Las gotas de luz +perdidas en el infinito cambiaban sus parpadeos con las +estrellas eléctricas medio ocultas en los negros follajes. +Parejas enlazadas y de paso lento desaparecían en las +penumbras del jardín. Todas habían pasado por allí: +artistas célebres de París, de Londres ó de Viena; hermosas +<i>snobs</i> de los dos hemisferios; señoras del gran +mundo, sonrientes como esclavas ante el potentado que +podía saldar sus deudas con una firma. ¡Ah, las noches +pompeyanas de Villa-Sirena!...</p> + +<p>Spadoni veía el <i>Gaviota II</i>, palacio á hélice, que, +cuando anclaba en el gracioso puerto de La Condamine, +parecía llenarlo por entero, empequeñeciendo el +yate del príncipe de Mónaco y los de los millonarios +americanos; alcázar de <i>Las mil y una noches</i> rematado +por dos chimeneas, que paseaba por todos los mares del +planeta sus gabinetes con fuentes y estatuas, su biblioteca +enorme, su salón de fiestas con un estrado-escenario +en el que cincuenta músicos, muchos de ellos célebres, +daban conciertos para un solo oyente visible, el +príncipe Miguel, medio tendido en un diván, mientras +la brisa de los trópicos entraba por las altas ventanas, +acariciando las cabezas de los oficiales y altos empleados +del buque que se agolpaban en sus alféizares. El +pianista veía los puertos solitarios de los países históricos +y muertos, con sus rondas de gaviotas sobre la tranquila +copa azul; las bahías gigantescas llenas de humo +y actividad de la América del Norte; las riberas antillanas, +con sus bosques de cocoteros, negros sobre un cielo +enrojecido por el ocaso; las islas del Pacífico, de duro +coral, formando un anillo en torno de un lago interior... +¡Y aquel mago omnipotente confesaba la pérdida +de sus riquezas!...<a name="page_022" id="page_022"></a></p> + +<p>El príncipe, como si adivinase sus pensamientos, +añadió:</p> + +<p>—Todo eso ha terminado: no sé si por muchos años ó +para siempre... Y aunque vuelvan á ser las cosas algún +día como fueron antes de la guerra, ¡cuánto tendremos +que esperar!... Tal vez muera yo antes... Por eso voy á +hacer una proposición.</p> + +<p>Se detuvo un momento, apreciando la curiosidad en +los ojos de sus oyentes.</p> + +<p>Luego preguntó á Atilio:</p> + +<p>—¿Estás contento de tu vida actual?...</p> + +<p>A pesar de su tranquilidad sonriente y burlona, Castro +hizo un movimiento de sorpresa, como si le escandalizase +esta pregunta. Su vida era insufrible. La guerra +había trastornado sus costumbres y placeres, esparciendo +á todos los vientos sus amistades. Ignoraba la suerte +de cientos de personas de diversa nacionalidad que llenaban +su existencia años antes y sin las cuales hubiera +creído imposible vivir.</p> + +<p>—Además, tengo menos dinero que nunca. Permanezco +en Monte-Carlo porque aquí juego; y aunque siempre +acabo por perder (como pierden todos), algo me queda +entre las uñas que me ayuda á vivir... Pero ¡qué +existencia!</p> + +<p>Miró á Novoa como si le inspirase recelo su reciente +amistad, pero luego hizo un gesto de resolución.</p> + +<p>—Debo hablar con entera confianza. El profesor nos +decía hace poco lo que gana: unas quinientas pesetas +al mes; menos que cualquier empleado del Casino. Yo +voy á ser franco igualmente. Vivo en el Hotel de París: +Atilio Castro no puede estar alojado en otra parte: debe +conservar sus amistades. Pero paso grandes apuros muchas +semanas para pagar mi cuarto, y como en malos +restoranes, en bodegones italianos, cuando no me convidan. +La cama me cuesta tres ó cuatro veces más que +la mesa. Las tardes malas, en que pierdo hasta la última +ficha, me contento con un emparedado de jamón á crédito +en el <i>bar</i> del Casino. Yo soy de la escuela de un +jugador de Madrid al que llamábamos «el maestro», y +que nos decía: «Jóvenes, el dinero se ha hecho para +jugar: y lo que quede, para comer.»<a name="page_023" id="page_023"></a></p> + +<p>—Y sin embargo, tú amas la buena mesa—dijo el +príncipe.</p> + +<p>Las lamentaciones de Castro tomaron una gravedad +cómica. Con la guerra se habían olvidado las buenas +costumbres. Nadie tenía casa; todos vivían en el hotel, +y las escaseces del momento servían de pretexto para +que los dueños de los «Palaces» lujosos diesen comidas +de figón, escasas y malas. Un convite sólo servía para +engañar el hambre.</p> + +<p>—Hace muchos meses, tal vez años, que no he comido +como hoy, y eso que me he sentado á las mesas de todos +los grandes hoteles de la Costa Azul. Ya no creía que +existiesen en el mundo pollos como los que nos han servido. +Los consideraba pájaros de ensueño, aves mitológicas.</p> + +<p>El coronel sonrió, inclinando la cabeza como si recibiese +un elogio.</p> + +<p>—¿Y tú, Spadoni—siguió preguntando el príncipe—, +vives bien?</p> + +<p>—Alteza... yo... yo...—dijo el músico balbuceando +ante la repentina pregunta.</p> + +<p>Castro intervino para sacarle adelante.</p> + +<p>—El amigo Spadoni, como pianista, encuentra siempre +mesa franca en las «villas» de unas cuantas señoras +valetudinarias y melómanas que habitan en Cap-Martin. +Le convidan también con frecuencia unos ingleses +de Niza. Tampoco tiene que preocuparse de pagar hotel. +Dispone de toda una «villa», grande, elegante, bien +amueblada, que le dan como sepulturero.</p> + +<p>Novoa hizo un movimiento de asombro al oir esto.</p> + +<p>—Así es—continuó Atilio—. Disfruta de una casa +magnífica, á cambio de guardar una tumba.</p> + +<p>—¡Oh, señor profesor!... No le haga caso—gimió el +músico con una expresión de víctima.</p> + +<p>—Pero á todas estas ventajas—siguió diciendo Castro—une +un terrible inconveniente: es más jugador que +yo. En el Casino tiene un mote: «el señor del 5». No +juega otro número. Todo lo que pilla lo pone al 5, y lo +pierde. Yo soy «el señor del 17», y me va tan mal como +á él... Además, tiene á sus amigos los ingleses. ¡Unos +tipos! Todos los días vienen de Niza en un landó de dos<a name="page_024" id="page_024"></a> +caballos, y como si no tuviesen bastante con el juego +del Casino, se colocan una tabla forrada de verde sobre +las rodillas y sacan la baraja. ¡Jugar al <i>poker</i> ante el +paisaje de la Cornisa, que las gentes vienen á ver de +todas las partes del mundo!... Y nuestro artista, cuando +hace el cuarto con los dos ingleses y una vieja <i>miss</i>, +pierde ante el Mediterráneo, dorado por la puesta de sol, +todo lo que le ha producido algún concierto en Cannes +ó en Monte-Carlo.</p> + +<p>Spadoni intentó hablar, pero se contuvo viendo que +el príncipe se dirigía á Novoa.</p> + +<p>—A usted no le pregunto: conozco su situación. Vive +en el viejo Mónaco, en la casa de un empleado del Museo, +y su alojamiento no debe ser gran cosa. Además, como +decía Atilio, gana usted mucho menos que un <i>croupier</i> +del Casino.</p> + +<p>Y mirando á sus convidados, añadió:</p> + +<p>—Lo que yo quiero proponerles es que vivan conmigo. +La invitación resulta egoísta, no lo oculto. Pienso permanecer +aquí hasta que se restablezca la tranquilidad +de Europa y la vida vuelva á ser agradable. Sólo con +mi coronel, acabaríamos por odiarnos los dos. Ustedes +me acompañarán en mi agujero.</p> + +<p>Quedaron los tres estupefactos por la inesperada proposición. +Novoa fué el primero en recobrar la palabra.</p> + +<p>—Príncipe, usted apenas me conoce. Nos vimos por +primera vez hace tres días... No sé si debo...</p> + +<p>Le interrumpió el príncipe con voz algo seca y un +ademán imperioso de hombre acostumbrado á no admitir +objeciones.</p> + +<p>—Nos conocemos hace muchos años; nos conocemos +toda la vida.</p> + +<p>Luego añadió con un tono halagador:</p> + +<p>—No es gran cosa lo que ofrezco. La servidumbre resulta +escasa. No hay más criados que mi viejo ayuda de +cámara y esos dos monigotes italianos que ha podido +reclutar el coronel. Todo el resto del servicio lo hacen +mujeres... Pero aun así, nuestra vida será agradable. +Nos aislaremos del mundo, que está loco; no hablaremos +de la guerra. Llevaremos una existencia plácida +y cómoda, como en aquellas abadías que durante la<a name="page_025" id="page_025"></a> +Edad Media fueron frescos oasis de tranquilidad y de +estudio en medio de violencias y matanzas. Comeremos +bien; el coronel me responde de ello. La biblioteca del +yate está aquí: al vender el buque ordené á don Marcos +que la instalase en el último piso. El amigo Novoa va á +encontrar libros que tal vez no conoce. Cada uno hará +lo que quiera; monjes libres, sin otra obligación que la +de acudir á la hora de refectorio. Y si «el señor del 5» ó +«el señor del 17» quieren dar una vuelta por el Casino, +podrán hacerlo, y alguien se encargará de llenarles los +bolsillos. Hay que dar algo al vicio, ¡qué diablo! Sin los +vicios, la vida no valdría la pena de ser vivida.</p> + +<p>Un silencio de aprobación acogió estas palabras del +dueño de Villa-Sirena.</p> + +<p>—Lo único que exijo—continuó el príncipe después +de una larga pausa—es que vivamos solos, entre hombres. +¡Nada de mujeres! La mujer debe quedar excluída +de nuestra existencia en común.</p> + +<p>El pianista abrió los ojos con asombro; Castro se removió +en su asiento; Novoa se quitó los lentes con un +gesto maquinal de sorpresa, volviendo en seguida á montarlos +en su nariz.</p> + +<p>Hubo otro silencio.</p> + +<p>—Eso que propones—dijo al fin Atilio sonriendo—me +recuerda una comedia de Shakespeare. ¡Nada de mujeres! +Y el protagonista acaba por casarse.</p> + +<p>—La conozco—contestó el príncipe—; pero no acostumbro +á ajustar mi vida á las comedias, ni creo en sus +enseñanzas. Puedo asegurarte que no me casaré, aunque +con ello desmienta á Shakespeare y al rey francés de +cuya crónica sacó el argumento de su obra.</p> + +<p>—Pero lo que pretendes es absurdo—prosiguió Castro—. +Yo no sé lo que pensarán los demás, ¡pero impedirme +á mí que...!</p> + +<p>Y con el gesto completó su protesta.</p> + +<p>Después, al ver que el príncipe había quedado pensativo, +añadió:</p> + +<p>—¡Cómo se conoce que estás harto!... Has conseguido +en tu vida cuanto deseaste, y ahora quieres imponernos...</p> + +<p>El príncipe, como si no le hubiese escuchado durante +su ensimismamiento, le interrumpió:<a name="page_026" id="page_026"></a></p> + +<p>—Ya que no puedes vivir sin eso... ¡sea! No tengo empeño +en martirizarte. Continúa siendo esclavo de una +necesidad que es obra más de la imaginación que del +deseo. Ahora que conozco verdaderamente la vida, me +asombro de que los hombres hagan tantas necedades por +el descubrimiento y posesión de treinta centímetros de +piel oculta. Puedes satisfacer tu fantasía cuando gustes... +pero ¡nada de mujeres!</p> + +<p>Los tres oyentes se miraron con asombro, y hasta el +coronel, que se mantenía impasible siempre que hablaba +su señor, mostró en sus ojos cierta sorpresa. ¿Qué quería +decir el príncipe?...</p> + +<p>—Tú no ignoras, Atilio, lo que es una mujer. En la +mayor parte de los pueblos de la tierra sólo existen hembras: +jóvenes y viejas, pero no hay mujeres. La mujer, +la verdadera mujer, es un producto artificial de las civilizaciones +maduras, algo como las flores de invernadero, +de una belleza complicada y perversa. Sólo en las +grandes ciudades que llegan á ser decadentes, porque no +pueden ir más allá, se encuentra á la mujer. No siendo +madre, como lo son las pobres hembras, da todo su +tiempo al amor, prolonga maravillosamente su juventud +y piensa en inspirar pasiones á la edad en que las +otras viven como abuelas. ¡A esa es á la que yo temo! +Si entra aquí, se acabó nuestra sociedad, nuestra vida +tranquila y dulce.</p> + +<p>Se levantó de la mesa el príncipe, y todos hicieron lo +mismo. El almuerzo había terminado y pasaron al <i>hall</i> +inmediato, donde estaba servido el café. Miró el coronel +en torno con inquietud, examinando las cajas de habanos, +la enorme licorera con sus frascos de diversos colores +puestos en fila.</p> + +<p>Mientras cortaba la punta de un cigarro, Lubimoff +continuó, dirigiéndose siempre á Castro:</p> + +<p>—Cuando desees... eso, te bastará con elegir en los +alrededores del Casino. Cien francos ó doscientos; y +luego, ¡adiós!... ¡Pero las otras! ¡Las mujeres! Esas penetran +en nuestra existencia, acaban por dominarnos, +quieren que nuestra vida se moldee en la suya. Su amor +por nosotros no es en el fondo mas que una vanidad +igual á la del conquistador que ama la tierra que ha<a name="page_027" id="page_027"></a> +hecho suya con violencia. Todas ellas han leído (casi +siempre á tontas y á locas, pero han leído), y las tales +lecturas dejan en su voluntad un residuo de deseos indefinidos, +de caprichos absurdos, que sirven para esclavizarnos +á nosotros, que también nos movemos á impulsos +de viejas lecturas... Las conozco. He encontrado +demasiadas en mi vida. Si entran aquí mujeres de nuestro +mundo, se acabó la paz. Me buscarán á mí por curiosidad +y por codicia, pensando en mi historia y mi +fortuna; os perturbarán entablando rivalidades entre +vosotros; será imposible la vida que yo deseo... Además, +somos pobres.</p> + +<p>Atilio protestó sonriendo: «¡Oh! ¡pobres!»</p> + +<p>—Pobres para hacer las locuras de antes—continuó +el príncipe—; y para el amor se necesita dinero. Eso del +amor desinteresado es una invención de las pobres gentes, +que se consuelan con embustes. La moneda brilla +en el fondo de todo amor. Al principio no se piensa en +tal cosa: el deseo nos ciega; sólo vemos lo inmediato, la +dominación de la persona dulcemente adversaria. Pero +en todo amor que se prolonga, se acaba por dar dinero +ó por tomarlo.</p> + +<p>—¡Tomar dinero de una mujer!... ¡Nunca!—dijo Castro, +perdiendo su sonrisa irónica.</p> + +<p>—Acabarás por tomarlo si andas entre mujeres, siendo +pobre. Las de nuestra época no tienen otra preocupación +que el dinero. Cuando su amante es un hombre +rico, se lo piden aunque posean una gran fortuna. Creerían +valer menos si no lo hiciesen. Y si les gusta un +pobre, le fuerzan á que reciba sus dádivas. Lo dominan +mejor envileciéndolo: sienten con ello la satisfacción +egoísta del que hace una limosna. La mujer, eterna mendiga +del hombre, experimenta el mayor de los orgullos, +se cree un ser extraordinario, una heroína, cuando á su +vez puede dar dinero á uno del sexo que la ha mantenido +siempre.</p> + +<p>Novoa, con una taza en la mano, escuchó atentamente +al príncipe. Hablaba de un mundo desconocido +para él. Spadoni, con los ojos vagos, pensaba en algo +distante mientras sorbía su café.</p> + +<p>—Ya lo sabes, Atilio—continuó Lubimoff—: ¡nada de<a name="page_028" id="page_028"></a> +mujeres!... Así llevaremos la gran vida. La mañana +libre; sólo nos veremos á la hora del almuerzo. Abajo, +en nuestro puertecito, quedan varios botes. Pescaremos +á las horas de sol, remaremos. En las tardes, irás á tu +Casino; tal vez salga yo también para asistir á algún +concierto. Se acerca la primavera. Por las noches, sentados +en una terraza, bajo las estrellas, el amigo Novoa, +sabio de nuestro convento, nos explicará las melodías +del cielo; y Spadoni, nuestro músico, se sentará al piano +para deleitarnos con la música terrestre.</p> + +<p>—¡Magnífico!—dijo Castro—. Casi eres un poeta al +describir nuestra vida futura. Me has convencido. Vamos +á ser felices. Pero no olvido tu permiso para la +hembra y tu prohibición de la mujer. ¡Nada de faldas +en Villa-Sirena! Hombres nada más, monjes con pantalones, +egoístas y tolerantes, que se reunen para vivir +dulcemente mientras arde el mundo.</p> + +<p>Atilio se mantuvo pensativo unos instantes, y continuó:</p> + +<p>—Nos falta un nombre: nuestra comunidad debe tener +un título. Nos llamaremos... nos llamaremos «Los enemigos +de la mujer».</p> + +<p>Miguel sonrió.</p> + +<p>—Que el título quede entre nosotros. Si lo saben fuera +de aquí, podrían creer otra cosa.</p> + +<p>Novoa, animado por su reciente confianza con unos +hombres tan distintos á los que había tratado hasta entonces, +aceptó el título con aplauso.</p> + +<p>—Yo confieso, señores, que, según la distinción hecha +por el príncipe, no he conocido jamás á una mujer. +¡Pobres hembras... y pocas! Pero me gusta el título, y +acepto ser uno de «los enemigos de la mujer», aunque la +tal mujer no se pondrá nunca ante mi paso.</p> + +<p>Spadoni, como si despertase de pronto, se encaró con +Castro, continuando en alta voz sus pensamientos.</p> + +<p>—...Es una martingala que inventó un lord ya difunto +y que le hizo ganar millones. Ayer me lo explicaron. +Primeramente, pone usted...</p> + +<p>—¡Ah, no, pianista del demonio!—clamó Atilio—. +Ya me explicará eso en el Casino, si es que tengo la +curiosidad de oirle. Me ha hecho usted perder mucho<a name="page_029" id="page_029"></a> +con sus martingalas. Mejor es que siga con su número +5.</p> + +<p>El coronel, que había escuchado en silencio la conversación +sobre las mujeres, pareció ligar dos ideas +cuando Castro mencionó el juego.</p> + +<p>—Ayer tarde—dijo al príncipe con un tono algo misterioso—encontré +en el Casino á la duquesa...</p> + +<p>Un gesto de muda interrogación cortó sus palabras. +«¿Qué duquesa?»</p> + +<p>—Haces bien en preguntarle, Miguel—dijo Atilio—. +Tu «chambelán» es el hombre mejor relacionado de la +Costa Azul. Conoce duquesas y princesas á docenas. Lo +he visto comiendo en el Hotel de París con toda la vieja +nobleza de Francia que viene á Monte-Carlo para consolarse +de lo que tardan en volver sus antiguos reyes. +En las salas privadas del Casino besa manos llenas de +arrugas y hace reverencias ante una porción de momias +horribles con nombres antiguos y famosos. Unas +le llaman simplemente «coronel»; otras se lo presentan +con el título de «ayudante de campo del príncipe Lubimoff».</p> + +<p>Don Marcos se irguió, ofendido por el tono zumbón +con que se hablaba de su gloria, y dijo altivamente:</p> + +<p>—Señor de Castro, soy un viejo soldado de la legitimidad, +he derramado mi sangre por la santa tradición, +y nada tiene de particular que...</p> + +<p>El príncipe, sabiendo por experiencia que su coronel +no conocía el valor del tiempo cuando empezaba á hablar +de la «legitimidad» y de «sangre derramada», se +apresuró á interrumpirle.</p> + +<p>—Bueno; ya lo sabemos. Pero ¿qué duquesa es la que +encontraste?...</p> + +<p>—La señora duquesa de Delille. Me ha preguntado +muchas veces por Su Alteza, y al decirle yo que acababa +de llegar, me dió á entender que se propone hacerle una +visita.</p> + +<p>Lubimoff contestó con una simple exclamación, quedando +luego silencioso.</p> + +<p>—Bien empezamos—dijo Castro riendo—. ¡Nada de +mujeres! E inmediatamente el coronel nos anuncia la +visita de una de ellas, y de las más temibles. Porque<a name="page_030" id="page_030"></a> +reconocerás que la tal duquesa es una mujer de las que +tú nos has pintado.</p> + +<p>—No la recibiré—dijo el príncipe resueltamente.</p> + +<p>—Esa duquesa es prima tuya, según creo.</p> + +<p>—No hay tal parentesco. Su padre fué hermano del +segundo marido de mi madre. Pero nos hemos conocido +de niños, y guardamos recíprocamente un recuerdo +detestable. Cuando yo vivía en Rusia se casó con un +duque francés. Sintió el mismo deseo que muchas ricas +de América: un gran título nobiliario para dar envidia +á las amigas y brillar en Europa. Al poco tiempo +se separó, señalando al duque una pensión, que es lo +que deseaba tal vez el noble marido. No tengo por +mujer apetecible á la tal Alicia... Además, ha vivido +la vida á su gusto... casi tanto como yo. Su reputación +se iguala con la mía. Hasta le atribuyen amores con +personas que no ha visto nunca, lo mismo que hacen +conmigo... Me han dicho que en los últimos años se +exhibía con un muchachito, casi un niño... ¡Ay! ¡Nos +hacemos viejos!</p> + +<p>—Yo los he visto en París—dijo Castro—; fué antes +de la guerra. Luego, en Monte-Carlo, la he encontrado +siempre sola, sin divisar á su jovenzuelo por ninguna +parte. Debió ser un capricho... Lleva tres inviernos +aquí. Cuando llega el verano se traslada á Aix-les-Bains +ó á Biarritz; pero apenas el Casino recobra su esplendor, +vuelve de las primeras.</p> + +<p>—¿Juega?...</p> + +<p>—Como una condenada. Juega fuerte y mal, aunque +los que creemos jugar bien acabamos perdiendo lo mismo. +Quiero decir, que pone el dinero en la mesa aturdidamente, +en varios sitios á la vez, y luego ni se +acuerda de qué puestas son las suyas. Revolotean en +torno de ella los «levantadores de muertos», y cuando +gana, siempre se le llevan algo de lo suyo. Ha estado +dos años jugando nada más que con fichas de quinientos +y de mil. Ahora sólo juega con las de cien. Pronto +usará las rojas, las de veinte, como este servidor.</p> + +<p>—No la recibiré—insistió el príncipe.</p> + +<p>Y tal vez para no decir más de la duquesa de Delille, se +separó repentinamente de sus amigos, saliendo del <i>hall</i>.<a name="page_031" id="page_031"></a></p> + +<p>Atilio, deseoso de hablar, interrogó á don Marcos, +que conversaba con Novoa, mientras el pianista seguía +soñando, con los ojos abiertos, en la martingala del +lord.</p> + +<p>—¿Ha visto usted últimamente á doña Enriqueta?</p> + +<p>—¿Me pregunta usted por la Infanta?—contestó el +coronel gravemente—. Sí; ayer la encontré en el atrio +del Casino. ¡Pobre señora! ¡Si esto no es una lástima!... +¡Una hija de rey!... Me contó que sus hijos no tienen qué +ponerse. Ella debe doscientos francos de cigarrillos en +el <i>bar</i> de los salones privados. No encuentra quien le +preste. Tiene además una mala suerte espantosa: todo +lo pierde. Estos tiempos son fatales para las personas de +sangre real. Casi lloré escuchando sus miserias, y sentí +no poder darle más. ¡Una hija de rey!...</p> + +<p>—Pero su padre renegó de ella cuando se fué con un +artista obscuro—dijo Atilio—. Y además, don Carlos no +era rey de ninguna parte.</p> + +<p>—Señor de Castro—repuso el coronel, irguiéndose +como un gallo—, tengamos la fiesta en paz. Usted sabe +mis ideas: he derramado mi sangre por la legitimidad, +y el respeto que le tengo á usted no debe servir para...</p> + +<p>Novoa, queriendo tranquilizar á don Marcos, intervino +en la conversación.</p> + +<p>—Este Monte-Carlo es una playa á la que llegan toda +clase de despojos, vivos y muertos. En el Hotel de París +hay otro individuo de la familia, pero de la rama triunfante, +de la que gobierna y cobra.</p> + +<p>—Lo conozco—dijo riendo Atilio—. Es un joven de +exuberancias calípigas, que va á todas partes con su +gentil secretario. Siempre encuentra alguna señora vetusta +que, deslumbrada por su parentesco real, se encarga +de mantenerlo á todo lujo... ¡No sé qué demonios +puede dar á cambio de esa protección! El secretario, de +vez en cuando, le pega para hacer constar sus antiguos +derechos.</p> + +<p>Don Marcos permaneció silencioso. A él no le interesaban +las gentes de esta rama.</p> + +<p>—También—continuó maliciosamente Castro—conocí +en el Casino, antes de la guerra, á don Jaime, el rey +actual de usted. Un mozo valiente para jugar. Arriesga<a name="page_032" id="page_032"></a> +á puñados los miles de francos: maneja muchísimo dinero. +En el Casino todos contaban que se lo envían de +Madrid, á cambio de que no deje un hijo y mueran con +él las pretensiones al trono.</p> + +<p>—¡Y pensar—murmuró Novoa, sin darse cuenta de +que hablaba en voz alta—que por unos y otros se han +matado allá tantos hombres!... ¡Pensar que por una +cuestión de herencia entre esas gentes nos hemos retrasado +un siglo en la vida europea!...</p> + +<p>—¡Usted también!—clamó el coronel, nuevamente indignado—. +Un sabio decir eso... ¡Parece mentira!<a name="page_033" id="page_033"></a></p> + +<h3><a name="II" id="II"></a>II</h3> + +<p>Al terminar la segunda guerra carlista, un español +se vió para siempre lejos de su patria, en la pobreza y +la obscuridad del vencido. Los diarios de Madrid le llamaban +simplemente «el cabecilla Saldaña», no anteponiendo +á su nombre adjetivos infamatorios, sin duda +para diferenciarle de otros jefes de partidas que en Aragón, +Cataluña y Valencia habían hecho durante cinco +años una campaña de saqueos y fusilamientos. Para los +suyos, era el general don Miguel Saldaña, marqués de +Villablanca. El pretendiente don Carlos le había dado +este título por ser Villablanca el nombre del pueblo en +que Saldaña casi aniquiló á una columna del ejército +liberal. Los conocimientos topográficos de su jefe de +Estado Mayor—un cura del país, que durante toda su +existencia se había limitado á decir misa los domingos, +pasando el resto de la semana en los montes con su escopeta +y su perro—le permitieron sorprender descuidado +al enemigo, obteniendo una victoria ruidosa.</p> + +<p>Cuando pasó fugitivo la frontera, por no reconocer á +los Borbones constitucionales, el cabecilla tenía veintinueve +años. Segundón de una familia orgullosa y arruinada, +se había visto obligado á luchar con las tradiciones +de su casa, que le destinaban á la Iglesia. Estaba +terminando sus estudios en el Colegio Militar de Toledo, +cuando la revolución de 1868 le hizo desistir de ser oficial +por no obedecer á unos generales que acababan de +suprimir el trono. Al levantarse en armas don Carlos, +fué de los primeros en ponerse á su servicio; y su paso<a name="page_034" id="page_034"></a> +por una escuela militar, así como su educación, le permitieron +sobresalir inmediatamente entre los demás guerrilleros +del llamado ejército del Centro, propietarios +rurales, escribanos de villorrio, clérigos montaraces.</p> + +<p>Era de un valor temerario, aunque poco afortunado. +Atacaba siempre á la cabeza de sus hombres, y de casi +todos los combates salía herido. Pero eran heridas «de +suerte», como dicen los soldados, que dejaban en su +cuerpo gloriosas señales sin destruir su vigorosa salud.</p> + +<p>Viéndose solo en París, donde únicamente podía +contar con la admiración de algunas viejas legitimistas +del <i>faubourg</i> San Germán, se marchó á Viena. Allí su +rey tenía parientes y amigos. Su juventud y sus hazañas +le valieron ser admitido en el mundo de los archiduques +como un héroe de la monarquía tradicional. La +guerra entre Rusia y Turquía le arrancó de esta dulce +existencia de parásito interesante. Hombre de espada +y católico, creyó que su deber era combatir al turco; +y recomendado por sus protectores austriacos, pasó á +la corte de Petersburgo. El general Saldaña fué simple +comandante de escuadrón en el ejército ruso. Los oficiales +hablaban con él en francés. Sus jinetes harto le +entendían cuando se colocaba ante el escuadrón y, desenvainando +el sable, galopaba el primero contra el enemigo.</p> + +<p>Varias cargas afortunadas y dos heridas más «de +suerte» le dieron algún renombre. Al terminar la guerra +contaba con numerosos amigos entre la oficialidad noble, +y fué presentado con los salones más aristocráticos. Una +noche, en el baile de una gran duquesa, vió de cerca á +la mujer de moda, á la joven que más daba que hablar +en aquel invierno á las gentes de la corte: la princesa +Lubimoff.</p> + +<p>Tenía veintitrés años, era huérfana, y su fortuna la +apreciaban como una de las más grandes de Rusia. El +primer príncipe Lubimoff, pobre y hermoso cosaco, que +no sabía leer, logró llamar la atención de la gran Catalina, +figurando á la cabeza de sus amantes de segundo +orden. En los años que duró el capricho imperial, el +nuevo príncipe tuvo que buscar su fortuna lejos de la +corte, pues los favoritos anteriores se habían llevado todo<a name="page_035" id="page_035"></a> +lo que estaba más á mano. La zarina le dió cuanto quiso +escoger sobre el mapa de su inmenso Imperio: territorios +lejanos, al otro lado de los Urales, que su nuevo poseedor +no había de visitar nunca, así como los más de sus +sucesores. Al crearse los ferrocarriles, enormes riquezas +fueron surgiendo de estas tierras escogidas por el cosaco: +en unas se descubrían venas de platino: en otras, +canteras de malaquita, yacimientos de lapislázuli, abundantes +pozos de petróleo. Además, docenas de miles de +siervos recién emancipados por el zar seguían trabajando +la tierra, lo mismo que antes, para los descendientes +de Lubimoff. Y toda esta fortuna enorme, que casi se doblaba +por año con nuevos descubrimientos, pertenecía +por entero á una mujer, la joven princesa, que se consideraba +como de la familia imperial por obra de su ascendiente, +y había preocupado más de una vez al soberano, +á causa de las excentricidades de su carácter.</p> + +<p>Era una virgen guerrera, caprichosa, incoherente en +actos y palabras, desorientando á todos con los violentos +contrastes de su conducta. Trataba como camaradas +á los oficiales de la Guardia, fumando y bebiendo lo mismo +que ellos y entrometiéndose, en sus ejercicios de equitación; +pero de pronto se encerraba en su palacio semanas +enteras, para arrodillarse, ante los santos iconos en +una crisis de misticismo, pidiendo á gritos el perdón de +sus pecados. Veneraba al emperador como representante +de Dios y al mismo tiempo simpatizaba con los nihilistas.</p> + +<p>Los personajes de la corte se escandalizaban al recordar +cómo, acompañada de una doncella que la policía +consideraba sospechosa, había ido una mañana á una +pobre casita de las afueras de la capital, confundiéndose +con la canalla revolucionaria de artesanos y estudiantes. +Con ellos había desfilado por una estrecha habitación, +ante un féretro próximo á volcarse bajo los empujones +de la muchedumbre triste y curiosa.</p> + +<p>El muerto se llamaba Fedor Dostoiewsky. La princesa +había deshojado un ramo carísimo de rosas sobre +la frente abombada y las barbas ascéticas del novelista. +Y esa misma Nadina Lubimoff golpeaba en su palacio +á los criados como si aún fuesen siervos, hacía arrodillarse +á sus pies á las doncellas en momentos de cólera,<a name="page_036" id="page_036"></a> +lo ponía todo en conmoción con su tempestuosa irascibilidad, +hasta el punto de que cierto viejo príncipe que era +su tutor por orden imperial deseaba verla casada cuanto +antes, aunque con ello perdiese el manejo de una fortuna +inmensa.</p> + +<p>Inspiraba miedo á sus enamorados. Todos temían la +burla cruel como respuesta á una petición matrimonial. +Por dos veces había anunciado su casamiento con señores +de la corte, y á última hora ella misma pidió al zar +que negase su permiso. Ningún hombre osaba ya solicitar +su mano, por temor á las risas y los comentarios. Y +á pesar de las libertades é inconveniencias de su conducta, +nadie ponía en duda su virginidad.</p> + +<p>Saldaña pensó al verla en una náyade septentrional +surgiendo de un río verde en el que flotasen bloques de +hielo. Era alta, de aspecto majestuoso, algo abultada de +formas, lo mismo que las divinidades pintadas al fresco +en los techos; pero de una blancura esplendorosa, las +pupilas grises con una lenteja verde en el centro, la cabellera +de un rubio flácido y desteñido, como si acabase +de surgir de un intenso lavado. Su carne tal vez +resultaba un poco blanda, á causa de su maravillosa +blancura, pero esparcía un perfume fresco, «olía á agua +corriente», según la expresión de sus admiradores. Una +nariz demasiado ancha, cuyas aletas se agitaban en momentos +de emoción con un estremecimiento caballuno, +recordaba á su glorioso ascendiente el viril cosaco de la +zarina.</p> + +<p>Pasó una gran parte del baile sin fijarse en el español. +¡Eran tantos los oficiales que la rodeaban, acogiendo +con sonrisas de gratitud sus chistes atroces y sus palabras +gruesas!... De pronto, Saldaña, que estaba entre +dos puertas, se estremeció al oir una voz femenil de +tono imperioso.</p> + +<p>—Su brazo, marqués.</p> + +<p>Y antes de que él se lo ofreciese, la joven princesa +se lo tomó, tirando de él hacia el salón donde estaba el +<i>buffet</i>.</p> + +<p>Nadina se bebió una gran copa de <i>volka</i>, prefiriendo +este aguardiente popular al champaña que servían pródigamente +los criados. Luego, sonriendo á su acompañante,<a name="page_037" id="page_037"></a> +lo llevó hasta el hueco de una ventana casi oculta +por sus cortinajes.</p> + +<p>—¡Las heridas!... ¡Quiero ver las heridas!</p> + +<p>El español quedó estupefacto ante la orden de esta +gran dama, acostumbrada á imponer sus más raros caprichos. +Ruborizándose, como un soldado que sólo ha +vivido entre hombres, acabó por recogerse la manga izquierda +de su uniforme, mostrando un antebrazo moreno, +velludo, con gruesos tendones, hondamente surcado +por la cicatriz de un balazo recibido allá en España.</p> + +<p>Admiró la princesa este miembro atlético, de piel +obscura cortada por la blanca tortuosidad de la carne +nueva.</p> + +<p>—¡Las otras!... ¡Quiero ver las otras!—ordenó, clavando +en él unos ojos agresivos como si fuese á morderle, +mientras se doblaba hacia abajo el arco de su +boca con llorosa humedad.</p> + +<p>Le había agarrado el brazo con una mano trémula, +mientras la otra avanzaba sobre el pecho del dolmán, +pretendiendo deshacer sus cordones de oro.</p> + +<p>El soldado se echó atrás, balbuceando. ¡Oh, princesa!... +Lo que pretendía era imposible. Las otras heridas +no podían mostrarse á una dama...</p> + +<p>Sintió en su única cicatriz visible el contacto de +unos labios. Nadina, inclinando su orgullosa cabeza, le +besaba el brazo.</p> + +<p>—¡Oh, héroe!... ¡Héroe mío!</p> + +<p>Después de esto volvió á erguirse fría y serena, sin +más que una leve palpitación en las alillas de su nariz. +Ya no la inquietaba el deseo de conocer inmediatamente +aquellas cicatrices espantosas que le habían descrito los +camaradas del valeroso soldado. Estaba segura de verlas +á su placer todo el tiempo que quisiera.</p> + +<p>A los pocos días empezó á circular el rumor de que +la princesa Lubimoff se casaba con el español. Ella misma +había lanzado la noticia, sin cuidarse de conocer +antes la voluntad de su futuro marido. Las razones con +que pretendía justificar su decisión no podían ser de más +peso. Ella era rubia y Saldaña moreno; los dos habían +nacido en los países más apartados de Europa. Todas +estas condiciones bastaban para hacer un matrimonio<a name="page_038" id="page_038"></a> +feliz. Además, la princesa estaba convencida de que +siempre había amado á España, aunque no podía señalar +con exactitud su situación en el mapa. Hacía memoria +de unos versos de Heine que nombran á Toledo, +de otros versos de Musset á las marquesas andaluzas de +Barcelona, tarareaba una romanza sobre los naranjos de +Sevilla... Su héroe debía ser forzosamente de Toledo ó +andaluz de Barcelona.</p> + +<p>En vano algunos personajes de la corte le hablaron +de que el zar no autorizaría esta unión. ¡Una gran heredera +casándose con un soldado extranjero desterrado de +su país!... Pero la princesa, por el mismo conducto, hizo +saber su voluntad al soberano.</p> + +<p>—O me caso con él, ó debuto como bailarina en un +teatro de París.</p> + +<p>Se habló de la próxima expulsión de Saldaña.</p> + +<p>—Mejor: iré á juntarme con él y seré su querida.</p> + +<p>El viejo príncipe encargado de su tutela lamentó las +exigencias de la corte. De no existir esta oposición, el +capricho por Saldaña hubiese durado unos días nada +más, como tantos otros. Se dijo que el emperador tal +vez la desterrase á sus vastas propiedades de Siberia +para doblar su voluntad, y la nieta del cosaco contestó +á la amenaza prometiendo á gritos su suicidio antes que +obedecer.</p> + +<p>Al fin, el soberano dejó prudentemente que cumpliera +su deseo. Casándose, tal vez renunciase á sus +excentricidades, y la corte de Rusia, pródiga en escándalos, +tendría uno menos. El viaje de bodas de la princesa +Lubimoff se prolongó toda su vida. Sólo dos veces +volvió á Rusia por asuntos relacionados con su enorme +fortuna. La Europa occidental era más favorable á su +carácter libre que la corte de un autócrata. Al año de +su matrimonio, estando en Londres, tuvo un hijo, el +único. Permitió que se llamase Miguel, como su padre, +pero impuso el segundo nombre de Fedor, tal vez en +memoria de Dostoiewsky, su novelista favorito, cuyos +personajes contradictorios le inspiraban una simpatía de +parentesco.</p> + +<p>Nadie pudo saber ciertamente si don Miguel Saldaña +se consideró feliz en su nueva situación de príncipe<a name="page_039" id="page_039"></a> +consorte, que le permitía gozar todos los placeres +y suntuosidades de una inmensa riqueza. A uso español, +quiso imponer su voluntad de marido y de varón fuerte, +para impedir los excentricidades de su esposa. ¡Vano +empeño! Aquella mujer, á ratos sentimental, que gemía +sobre las desigualdades sociales y las miserias de los +pobres, era una fuerza explosiva capaz de agrietar el +carácter más abroquelado y duro.</p> + +<p>Saldaña acabó por resignarse, temiendo las acometividades +de la nieta del cosaco. Deseoso de conservar +su prestigio de gran señor, celoso del respeto de la servidumbre +y de la consideración de sus convidados, +temió las escenas violentas que poblaban de aullidos +femeninos los salones y hasta las escaleras de su lujosa +residencia. No quiso que la princesa volviera á enviar +por segunda vez contra un muro del comedor con solo +un golpe de pie—la mesa de roble y todos sus servicios +de porcelana y cristalería, que se hicieron añicos con +estrépito de catástrofe.</p> + +<p>Cuando los arquitectos de París hubieron dado forma +á los encargos de la princesa, la familia abandonó el +castillo que ocupaba en las cercanías de Londres. Un +grupo de ricos parisienses, en su mayor parte banqueros +judíos, cubría en aquel momento de hoteles particulares +la llanura de Monceau en torno del parque. La +princesa Lubimoff se hizo construir en este barrio un +palacio enorme, con un jardín que resultaba inaudito +por sus proporciones dentro de una ciudad. Hasta instaló +en el fondo de la arboleda una pequeña granja, y +sin salir de su casa pudo darse el gusto de desempeñar +el papel de campesina, batir leche y fabricar manteca, +pensando en María Antonieta, que también jugaba á la +pastorcita en el Pequeño Trianón.</p> + +<p>Algunas voces parecía doblarse bajo una ráfaga de +ternura y admiraba á su esposo, acataba sus órdenes, +extremando su humildad de un modo inquietante. Hablaba +á sus visitas de las campañas del general, de sus +proezas allá en España, tierra que le infundía un interés +novelesco y por lo mismo no deseaba ver nunca. De +pronto interrumpía sus elogios con una orden:</p> + +<p>—Marqués, muéstrales tus heridas.<a name="page_040" id="page_040"></a></p> + +<p>Y daba una prueba de su ternura dejando de enfadarse +al ver que su marido no quería obedecerla.</p> + +<p>Le llamaba siempre «marqués», no se sabe si por +conservar para ella sola su calidad de princesa ó por +creer que no debía despojarlo de un título ganado con +su sangre. El marqués jamás fijó su atención en esta +anomalía. ¡Eran tantas las de su mujer! Al año de casados, +cuando llegó á Londres la noticia de que Alejandro +II había muerto destrozado por una bomba de los +revolucionarios, corrió como una loca por sus habitaciones +y hubo de guardar cama después de una tremenda +crisis de indignación.</p> + +<p>—¡Infames! ¡Un hombre tan bueno!... ¡Han matado á +su padre!</p> + +<p>Al entrar ahora Saldaña en su lujosa vivienda de +París, se tropezaba muchas veces con extraños visitantes +que parecían llevar fijas en sus espaldas las miradas +de asombro de los lacayos de calzón corto. Eran muchachas +desgarbadas y con anteojos, el pelo cortado al rape +y un cartapacio bajo el brazo; hombres de luengas melenas +y barbas enmarañadas, con unos ojos inquietantes +de visionarios; rusos del Barrio Latino vigilados por la +policía; terroristas que jamás imploraban en vano la +generosidad de la princesa y tal vez empleaban su dinero +en fabricar mecanismos infernales para expedirlos +á su país.</p> + +<p>Cuando el príncipe Miguel Fedor se remontaba hasta +los recuerdos de la infancia, veía á su padre teniéndolo +sobre las rodillas y acariciándole con sus duras manos. +El pequeño se fijaba en su rostro de moro y sus luengos +bigotes que venían á unirse con unos patillas cortas. No +podía afirmar si la acuosidad de sus ojos negros é imperiosos +era de lágrimas; pero después que aprendió el español, +estaba seguro de que había murmurado muchas +veces, mientras le pasaba la mano por la cabeza:</p> + +<p>—¡Pobrecito mío!... Tu madre está loca.</p> + +<p>A los ocho años, el problema de su educación hizo +que la princesa se mostrase por unas semanas maternalmente +grave. Uno de aquellos visitantes que tanto inquietaban +á la servidumbre trasladó sus libros y sus +raídos trajes desde una callejuela vecina al Panteón á la<a name="page_041" id="page_041"></a> +vivienda señorial de los Lubimoff, instalándose en ella. +Era un joven taciturno, dedicado al estudio de la química, +y que no podía volver a su país. El mismo día de +su instalación, un agente de la policía secreta vino á +hacer preguntas al portero del palacio.</p> + +<p>—Quiero que mi hijo sepa el ruso—dijo la princesa—. +Además, aprenderá mucho con Sergueff. Es un verdadero +sabio, digno de mejor suerte.</p> + +<p>Saldaña exigió que tuviese igualmente un maestro +español, y ella no se opuso. Todos los de su familia poseían +en un grado extremo esa capacidad de los eslavos +para aprender fácilmente los idiomas.</p> + +<p>—El príncipe Miguel Fedor—dijo la madre—es marqués +de Villablanca y debe conocer la lengua de su segunda +patria.</p> + +<p>Esto hizo que el general volviera á buscar el contacto +con los antiguos compañeros de armas que aún quedaban +dispersos en París. La fama de sus enormes riquezas le +había atraído muchas peticiones, hasta de las personas +más veneradas por él en otro tiempo. Pero aunque la +princesa, generosa hasta la inconsciencia, le dejaba el +manejo de sus bienes, Saldaña, con una rigidez caballeresca, +se consideraba sin derechos sobre el dinero de +su esposa, y poco á poco había huído de los pedigüeños. +Un gran cambio parecía haberse efectuado en este hombre +silencioso durante sus viajes por Europa. El antiguo +soldado de la monarquía absoluta admiraba ahora á Inglaterra +y su historia constitucional.</p> + +<p>—Las cosas se ven de otro modo corriendo el mundo—se +limitaba á decir—. ¡Si todos los de mi país hubiesen +viajado!...</p> + +<p>Un día se presentó en el palacio el nuevo maestro. +Tenía doce años menos que Saldaña, pero había estado +á sus órdenes al final de la guerra, y en vez de darle el +título de marqués ó de príncipe, repitió á cada momento, +con orgullo, «mi general».</p> + +<p>El general no guardaba el menor recuerdo de él; pero +daba detalles exactos de la última parte de la campaña, +y las recomendaciones de varios amigos no le permitían +dudar de su veracidad. Debía ser uno de aquellos chicuelos +escapados de sus casas que se agregaban á las<a name="page_042" id="page_042"></a> +partidas carlistas, formando una fuerza llamada «requeté», +á la que Saldaña había amenazado más de una +vez con el fusilamiento en masa, no queriendo tolerar +sus habituales tropelías. El maestro afirmaba, que el +mismo general lo había nombrado alférez en los últimos +meses de la guerra, por ser más instruído que sus desarrapados +camaradas.</p> + +<p>Así entró Marcos Toledo en el palacio de los Lubimoff. +El grave marido de la princesa rió con una alegría +juvenil al conocer sus andanzas de emigrado en París. +Como en los primeros meses ignoraba el francés, detenía +en la calle á los clérigos para hablarles en latín. Había +malvivido siendo maestro de guitarra y dando conferencias +en un Instituto Políglota, cuyo público no concedía +la menor atención al tema, buscando únicamente +acostumbrar su oído á la pronunciación española. ¡Siete +francos y medio por hablar hora y media! Pero Toledo +compensaba lo escaso de la retribución con el placer de +discursear sobre los tiempos felices de Felipe II, superiores +á los presentes de liberalismo.</p> + +<p>—Ahora sólo tengo una ambición, mi general—terminaba +diciendo—: poder algún día vestir bien.</p> + +<p>Este deseo suntuario provenía de su adolescencia de +guerrillero, cuando robaba zagalejos amarillos y rojos á +las campesinas para confeccionarse uniformes. En París, +más que la parquedad de su nutrición, le atormentaba +el ir con trajes que no pertenecían á ninguna moda conocida.</p> + +<p>Cuando quedó instalado en el último piso del palacio, +lo mismo que el maestro ruso, y el general hubo +escogido para él varias prendas en su abundante guardarropa, +Toledo creyó cumplidos todos los ensueños que +se había forjado mientras corría París como tenaz comisionista +de mil cosas invendibles.</p> + +<p>Sus compatriotas, antiguos compañeros de miseria, +le admiraban al verle vestido como un rico y ocupando +muchas veces un carruaje de los príncipes. Su condición +de maestro la consideró poco honrosa para un antiguo +guerrero, y decía modestamente:</p> + +<p>—Soy ahora el ayudante de campo del general Saldaña. +Creo que no tardaremos en echarnos otra vez al monte.<a name="page_043" id="page_043"></a></p> + +<p>El pequeño príncipe admiró al maestro ruso porque +su madre afirmaba que era un sabio, pero sentía cierto +miedo en su presencia. En cambio, trataba al español +con una superioridad protectora y cariñosa. Toledo hacía +reir á su padre, y esto bastó para que lo considerase +como un ser inferior, pero digno de aprecio por su docilidad +y su paciencia.</p> + +<p>—Dí: ¿es cierto que ibas á ser cura?—le preguntaba +Miguel Fedor—. ¿Es verdad que al abandonar el seminario +fuiste mancebo de botica?</p> + +<p>—Príncipe—contestaba el maestro con dignidad—, yo +soy don Marcos de Toledo. Mi apellido dice mi nobleza, +á pesar de todo lo que cuenten los envidiosos, y tengo +derecho á usar el <i>don</i>, porque el señor marqués me hizo +oficial.</p> + +<p>Al poco tiempo, el discípulo hablaba correctamente +el español. Parecía haberlo aprendido con rapidez para +burlarse mejor de su hidalgo maestro.</p> + +<p>El padre contribuía también á la educación del heredero +de los Lubimoff con lo único que él podía enseñarle. +Todas las mañanas, después de las lecciones del +maestro ruso, de las que salía el pequeño con un rostro +grave, Saldaña lo esperaba en una amplia sala del +piso bajo.</p> + +<p>—Príncipe, ¡en guardia!</p> + +<p>Y él, que había sido el primer sable del ejército carlista +y llevaba sobre su conciencia una cabeza partida +hasta la mandíbula en un duelo durante la campaña +contra los turcos, sonreía orgulloso al ver cómo este muchacho +de once años se mantenía firme durante la lección +de esgrima, evitando sus duros golpes y devolviéndoselos +con éxito al menor descuido. Iba á ser un hermoso +hombre de combate, un digno descendiente del +cosaco y del guerrillero de las montañas españolas.</p> + +<p>Pero esta satisfacción fué corta. De todas sus heridas +«de suerte», que sólo le molestaban ligeramente al cambiar +las estaciones, una le afligía de tarde en tarde con +dolorosas crisis. Llevaba muchos años dentro del cuerpo +una bala española que no le habían podido extraer los +curanderos de su partida. Cuando los cirujanos de Londres +y París intentaron la operación, ya era tarde.<a name="page_044" id="page_044"></a></p> + +<p>Y una mañana, el ayuda de cámara, al entrar en su +dormitorio, lo encontró muerto.</p> + +<p>Miguel Fedor se acordaba de su propia emoción, de +los suntuosos funerales ordenados por la princesa—idénticos +á los de un soberano fallecido en el destierro—, +pero aún tenía más presentes los extremos de dolor de +su madre. También ella quería morir. Las doncellas +rusas tuvieron que arrancar de sus manos un frasco de +láudano, recibiendo por su abnegación unos cuantos puñetazos +más que de costumbre. Luego corrió como una +demente, aullando y con el cabello suelto, ante todos los +retratos del general. ¡Ah, su héroe! Ahora sabía verdaderamente +cuánto lo amaba...</p> + +<p>Durante varios meses recibió á sus visitas en un +salón con muebles y cortinajes negros. Vistiendo sueltas +ropas de luto, estaba medio tendida en un sofá ante un +retrato de Saldaña de cuerpo entero. Sus sables, sus +uniformes y hasta una silla rusa de montar figuraban en +este salón convertido en museo del difunto.</p> + +<p>—¡Ha muerto como lo que fué!—gemía la viuda—. +Le han matado sus heridas.</p> + +<p>En este período se inició la última evolución de la +grandeza de don Marcos Toledo. El sabio ruso había +quedado en segundo lugar. Cierta parte de la gloria del +muerto se reflejó sobre este compatriota humilde que +había presenciado sus hazañas. Una tarde, la princesa, +que conversaba en su salón-museo con unos nobles parientes +llegados de Rusia, lloró tanto al recordar á su +esposo, que quiso ausentarse un momento.</p> + +<p>—Coronel, el brazo.</p> + +<p>Toledo estaba presente acompañando á su discípulo, +y miró en torno de él con extrañeza, lo que dió lugar á +que la orden se repitiese en un tono más imperioso. ¡El +coronel era él!... Durante algún tiempo creyó don Marcos +en un capricho de la princesa. El día que menos lo +esperase le retiraría el coronelato.</p> + +<p>Pero cuando, pasados los primeros meses de luto y +cansada de su retraimiento, se lanzó la viuda á hacer +visitas, quiso ser acompañada por Toledo, presentándolo +á sus amistades del mundo aristocrático.</p> + +<p>—Es el ayudante de campo del difunto marqués.<a name="page_045" id="page_045"></a></p> + +<p>¡Lo mismo que él había inventado para darse importancia +ante sus compañeros de hambre! No dudó más de +su graduación. Ya que la princesa lo presentaba como +ayudante de su marido, bien podía ser coronel. Y lo fué +hasta para el joven príncipe, que al principio le daba +este título con cierta sorna y acabó por llamarle «coronel» +maquinalmente.</p> + +<p>Sus deseos de lujosa y abundante indumentaria se +realizaron espléndidamente. Con la princesa no había +que temer los escrúpulos que mostraba algunas veces +Saldaña, enemigo del despilfarro. La gran señora hasta +sentía desprecio por las personas que se aprovechaban +parcamente de su generosidad. Don Marcos pudo cambiar +de traje varias veces al día y sostuvo largas conferencias +con sastres de renombre. Buscaba una elegancia +personal; quería ser un señor distinguido, pero que denuncia +en su modo de llevar la ropa á un hombre acostumbrado +al uniforme: algo así como el aire de un mariscal +napoleónico obligado á vestir el frac. Su cabeza +fué objeto igualmente de grandes retoques. Imitó el peinado +de su general, con la raya de la frente á la nuca, +mechones en las sienes alisados hacia adelante y bigotes +unidos con las patillas, á la rusa. Acompañando á la +princesa, se habituó á besar la mano á las señoras con +una gracia de viejo cortesano; aprendió también á sostener +largas conversaciones sin decir nada, á mantenerse +aparte y casi invisible mientras hablaban las gentes de +origen superior.</p> + +<p>Cuando la princesa, una vez terminado el primer año +de viudez, volvió resueltamente á su palco de la Opera, +don Marcos la acompañó, quedando discretamente en el +fondo, como el chambelán de una reina. Una noche, durante +un entreacto, al pasar ella al antepalco, oyó cómo +el coronel contaba á un viejo general francés amigo de +la casa el combate de Villablanca.</p> + +<p>—...y el marqués me dijo: «Ahora te toca á ti, Toledo; +á ver cómo cargas á la bayoneta.» Entonces, yo desnudé +el sable, y á la cabeza de mi regimiento...</p> + +<p>—Es un verdadero soldado—interrumpió la princesa—. +Un digno compañero de mi héroe... El marqués +me habló muchas veces de él.<a name="page_046" id="page_046"></a></p> + +<p>Y estaba segura en aquel momento de haber oído +contar al taciturno Saldaña las proezas de su ayudante +de campo.</p> + +<p>El maestro ruso, que era para Toledo un hombre +antipático é inquietante, abandonó de pronto el palacio +Lubimoff. Tal vez sentía celos de la influencia creciente +del coronel; tal vez asuntos misteriosos lo atraían +lejos de París. La princesa no experimentó ninguna +pena con esta desaparición del sabio. Había olvidado á +sus rusos de aspecto sedicioso: ya no les daba dinero: +otras eran ahora sus aficiones.</p> + +<p>De pronto, mostró deseos de vivir una larga temporada +en Londres, y esto la hizo ceder á la petición de +su hijo, que ansiaba realizar un viaje solo por toda +Europa.</p> + +<p>—Ya eres un hombre; vas á tener catorce años. Viaja, +no repares en gastos; piensa siempre que eres el príncipe +Lubimoff... El coronel irá contigo: será tu ayudante, +como lo fué del heroico marqués.</p> + +<p>Su primer viaje fué á España. Miguel Fedor deseaba +conocer la tierra de su padre. Toledo creyó del caso +mostrar cierta inquietud para que le admirase el joven +príncipe. ¡Un coronel carlista que no había querido +acogerse á indulto ni acataba á la dinastía reinante!... +Pero viajaron tres meses por España, sin que se fijasen +en ellos mas que por la largueza de sus propinas. Bien +es verdad que Toledo evitó ponerse en contacto con sus +antiguos camaradas. Se consideraba ya de otro mundo; +sentía interiormente el mismo cambio que su general.</p> + +<p>Cuando Miguel Fedor sació su primer entusiasmo +por las corridas de toros, continuaron el viaje á través +de Europa, hasta llegar á Rusia, mucho después de las +numerosas cartas de presentación dirigidas por la Lubimoff +á sus parientes. Un año permaneció allá el príncipe, +visitando sus propiedades menos lejanas, conociendo +á todas las grandes familias amigas de su madre. El +coronel habló gravemente de cosas de guerra con varios +generales que le acogieron como un igual. Era el +ayudante, el compañero de heroísmos de Saldaña, al +que habían conocido, de jóvenes, en la guerra contra +Turquía siendo oficiales.<a name="page_047" id="page_047"></a></p> + +<p>Las antiguas amigas de la princesa Lubimoff dieron +al hijo una noticia inesperada. Su madre pretendía casarse +con un señor inglés y había escrito al zar solicitando +su autorización. Esta noticia sólo impresionó á +Miguel Fedor. Los tiempos de la extravagante Nadina +estaban muy lejos. Sus actos no producían eco alguno. +Otras princesas jóvenes la habían borrado con aventuras +todavía más ruidosas. Sólo algunas damas de la +antigua corte, cuando olvidaban sus preocupaciones de +madres, hacían memoria de la princesa Lubimoff, recordando +con esto á la perdida juventud, siempre más +interesante que los tiempos actuales.</p> + +<p>Al volver el joven al palacio de París encontró á su +madre tan princesa como siempre, pero casada con un +señor escocés, sir Edwin Macdonald.</p> + +<p>—Tú me dejarás algún día—dijo ella con su voz trágica +de los grandes momentos—. Un príncipe Lubimoff +debe vivir en la corte, servir á su emperador, ser oficial +de la Guardia; y yo necesito un compañero, un apoyo. +Sir Edwin es la distinción personificada; pero no creas +que olvido á tu padre. ¡Nunca!... ¡Héroe mío!</p> + +<p>Miguel Fedor vió á un señor que, efectivamente, era +«la distinción personificada»; atento con todos, muy +digno en sus ademanes, parco en las palabras, y que +pasaba encerrado largas horas, estudiando, según decía +la princesa. Le preocupaba la política de su país, y su +ilusión era volver al Parlamento, de donde le había +hecho salir una derrota electoral.</p> + +<p>Este hombre frío, de pálida sonrisa y una corrección +extremada hasta en los actos más insignificantes, no le +inspiró antipatía como padrastro, ni simpatía como amigo. +Fué un hombre poco molesto y algo borroso que se +acostumbró á encontrar todos los días ocupando el antiguo +lugar de su padre, y que le hubiese sorprendido no +ver de pronto.</p> + +<p>Otras personas penetraron en el palacio Lubimoff +con toda la confianza del parentesco, á causa de este +matrimonio.</p> + +<p>Un hermano de sir Edwin había tenido que lanzarse +por el mundo para ganar su vida, como todos los segundones +de las familias británicas. Después de una existencia<a name="page_048" id="page_048"></a> +de aventuras, había acabado por instalarse en el +Sur de los Estados Unidos, junto á la frontera de Méjico, +y de pronto se encontró mucho más rico que su hermano +mayor, al casarse con una heredera del país.</p> + +<p>Su esposa era mejicana. Poseía famosas minas de +plata tierra adentro y extensas llanuras en la frontera. +Sólo tuvieron una hija; y cuando ésta iba á cumplir ocho +años, Arturo Macdonald murió á consecuencia de una +caída del caballo. La viuda, con su pequeña Alicia, se +trasladó á Europa para vivir en Londres, cerca de su +cuñado sir Edwin, miembro entonces del Parlamento, +y admirado por la mejicana como uno de los directores +del mundo. Luego se instaló en París, por ser esta capital +más de su gusto y poder encontrar en ella á numerosos +compatriotas.</p> + +<p>La princesa Lubimoff trataba bien á esta parienta, +pero su amistad sufría bruscas alteraciones, pasando por +cariñosos entusiasmos y repentinos desvíos.</p> + +<p>Ella y doña Mercedes podían hablar de minas y vastísimas +propiedades, aunque ninguna de las dos conocía +con certeza su fortuna, apreciándola únicamente por +las enormes rentas—millones al año—que enviaban los +lejanos administradores, y que consumían ambas sin +saber cómo. Otro motivo de simpatía para la Lubimoff +en sus días de benevolencia: ella era rubia y la criolla +conservaba los restos de una belleza hispano-azteca, +con la tez de un moreno algo verdoso, los ojos enormes, +rasgados, oblicuos, en forma de almendra, y una cabellera +asombrosa por su intensa negrura, su brillo y su +longitud.</p> + +<p>Pero una rivalidad instintiva amargaba frecuentemente +las relaciones de las dos multimillonarias. La +princesa estaba segura de que su fortuna era enormemente +superior. Cuando doña Mercedes hablaba de la +plata mejicana, la Lubimoff aludía al platino de Rusia. +«¡Y qué vale la plata comparada con el platino!» Para +acabar de aplastarla, hacía la historia de su familia. A +partir del remoto abuelo cosaco, que casi se convertía en +esposo legítimo de Catalina la Grande, iban desfilando +generales, mariscales de palacio, <i>halemanes</i> seguidos +por sus mesnadas de jinetes medio salvajes, príncipes y<a name="page_049" id="page_049"></a> +embajadores. La mujer de sir Edwin hablaba como si +perteneciese á la familia reinante, dando á entender que +su famoso abuelo había intervenido en la formación de +algún zar. Por eso en la corte la habían tratado siempre +á ella con una predilección especial.</p> + +<p>Vejada interiormente doña Mercedes por tanta grandeza, +sonreía, sin embargo, con una dulzura de india, +como diciendo: «Todo eso está muy lejos y tal vez sea +mentira.»</p> + +<p>De pronto, empezaba á hablar en su francés rápido +y caprichoso, revestido para siempre de una coraza de +adherencias españolas.</p> + +<p>—Mamá era íntima amiga de Eugenia... ¿No sabe +usted qué Eugenia? La emperatriz, la esposa de Napoleón +III. Cuando anunciaban en las Tullerías á madama +Barrios (que era mamá), las puertas se abrían de +par en par... Papá fué de los que hicieron emperador á +Maximiliano.</p> + +<p>Y frente á las grandezas aristocráticas de Petersburgo +elevaba la imagen de la corte mejicana, del breve +Imperio que había tenido por epílogo el fusilamiento del +archiduque Maximiliano y la locura de su esposa Carlota. +La buena señora lo contaba todo tal como lo había +oído á su madre. El emperador quería establecer la rancia +etiqueta austriaca, pero las matronas mejicanas, al +visitar á la joven emperatriz, le decían maternalmente, +con una llaneza criolla: «¿Cómo le va, Carlotita?... ¿Qué +le parece este país, hija mía?»</p> + +<p>A impulsos de una franqueza semejante, doña Mercedes +terminaba diciendo:</p> + +<p>—Papá, al ver que el Imperio iba mal, reconoció á +Juárez y se fué con los republicanos. Había que salvar +nuestras minas.</p> + +<p>Luego hablaba de los Barrios, procedentes, según +ella, de la más vieja aristocracia española. Todos los +nobles de Madrid resultaban parientes suyos: era cosa +sabida. De niña había visto en su casa muchos papeles +que probaban su derecho á un título de marqués; pero +por las revoluciones del país y por sus viajes, ya no +sabía dónde encontrarlos.</p> + +<p>Si la princesa alababa las magnificencias de su palacio,<a name="page_050" id="page_050"></a> +la criolla hacía alusión inmediatamente al elegante +hotel particular comprado por ella en los Campos +Elíseos. La llegada del coronel Toledo, héroe decorativo +que volvía á dar á la vivienda principesca un prestigio +militar, no intimidó á doña Mercedes. También ella tenía +su español: un clérigo aragonés, que era algo así como +su capellán de honor, y al que consideraba un sabio, +porque, aburrido de su sinecura, se había dedicado á +la astronomía elemental, instalando un telescopio en el +tejado de la casa.</p> + +<p>Cada vez que la mejicana su atrevía á imitar las +fiestas, los carruajes ó los vestidos de la princesa, ésta +lamentaba que París no estuviese en Rusia, para llamar +al general de la Policía y recordarle el respeto que debe +guardarse á las castas superiores. Pero á continuación +de sus cóleras, sentía un fulminante cariño por doña +Mercedes, asegurando que, aunque iletrada, era mujer +de talento natural y la única con quien podía hablar +horas enteras.</p> + +<p>Entre estas dos bellezas descendentes, que se habían +visto solicitadas y adoradas en otros tiempos, existía +un motivo de unión, algo que las conmovía como una +música amada y lejana, como un recuerdo nostálgico +de la juventud: la hija de doña Mercedes, la vivaracha +Alicia Macdonald.</p> + +<p>La madre creía ver en ella su propia hermosura +repitiéndose con nueva savia, y se engañaba. Alicia +había unido á su moreno esplendor la ligera esbeltez, la +soltura un poco amuchachada de su origen paterno. La +princesa, ante la independencia de su carácter, creía +verse también á sí misma cuando empezó á escandalizar +á la corte imperial. Otro error. Ella había podido +seguir los impulsos de su voluntad, sin miedo á los +comentarios. Todo lo poseía. Además de sus inmensas +riquezas, contaba con los privilegios del nacimiento, +pudiendo elevar hasta ella á cualquier hombre, por +bajo que estuviese. Alicia tenía una ambición: unir á +su fortuna un gran título de vieja aristocracia para +figurar en una corte, y este deseo lo perseguía á los +quince años con una glacial tenacidad, disimulada por +aturdimientos aparentes. Doña Mercedes le había hablado<a name="page_051" id="page_051"></a> +desde la infancia de matrimonios de leyenda; de +príncipes que en otros tiempos se casaban con pastoras +y ahora buscaban á las millonarias.</p> + +<p>Miguel Fedor se sintió algo intimidado al encontrar +en su palacio á esta muchacha que le miraba descaradamente, +con ojos de dominación, como si todo lo existente +debiera doblarse ante su paso.</p> + +<p>Era hermosa, con una belleza más perturbadora que +correcta. Su tez levemente dorada con el color de la +naranja, sus ojos rasgados y algo subidos en su vértice, +la abundante cabellera, que parecía retorcerse y vivir +como un haz de serpientes negras escapándose de la +opresión de las horquillas, le daban un encanto exótico. +El resto de su cuerpo revelaba la educación física moderna, +los miembros ágiles y endurecidos por los continuos +deportes.</p> + +<p>Doña Mercedes pareció empujarlos á los dos desde +los primeros encuentros.</p> + +<p>—Háblense de tú—dijo maternalmente—. Son ustedes +primos.</p> + +<p>Aunque Miguel no llegaba á comprender este parentesco, +tuteó á la joven, mientras la criolla sonreía viendo +ya á Alicia con una corona de princesa haciendo reverencias +ante el zar. La de Lubimoff estaba en una de +sus buenas épocas; no creía por el momento en castas y +privilegios; hasta habría dado dinero á los melenudos +que la visitaban años antes, y aceptó con silenciosa tolerancia +los desmesurados planes de su amiga.</p> + +<p>El príncipe iba comunicando sus impresiones al coronel.</p> + +<p>—Demasiado señorita. Me gustan más las otras.</p> + +<p>Don Marcos, compañero de largos y regocijados viajes, +sabía quiénes eran «las otras» para este muchacho +que había empezado muy pronto á picar en los racimos +de la vida.</p> + +<p>Otras veces le irritaba que se pareciese demasiado á +las otras, con sus atrevimientos de virgen loca.</p> + +<p>—Es peor que un muchacho. ¡Si supieras, coronel, lo +que me dice!...</p> + +<p>Alicia, por su parte, tampoco parecía contenta. Los +otros hombres se esforzaban por adularla y serle gratos,<a name="page_052" id="page_052"></a> +mientras que Miguel mostraba un carácter imperioso, +semejante al suyo, discutiendo con ella, atreviéndose á +contrariarla.</p> + +<p>Algunas vecen salían juntos á caballo para galopar +por el Bosque de Bolonia bajo la vigilancia de Toledo. +Un tormento para don Marcos. El había sido héroe de +montaña; pero el grado impone deberes, y cabalgaba +todo lo mejor que puede hacerlo un coronel de infantería.</p> + +<p>Ella era una amazona infatigable. En el hotel de los +Campos Elíseos, doña Mercedes tenía que buscarla muchas +veces en las caballerizas, donde permanecía entre +palafreneros y cocheros, hablando con una autoridad +profesional, mientras vigilaba el cuidado de los animales. +Luego, al subir al salón, su cabellera suelta esparcía +un fuerte olor á cuadra. Allá en su tierra se había +sostenido agarrada á las crines de un caballo antes de +saber andar. En París se metía audazmente entre los +vehículos y atropellaba á los transeuntes, viéndose atajada +por la policía en sus locos galopes. El coronel intentaba +seguirla silenciosamente, pero con el corazón +oprimido. El príncipe protestaba de estas carreras, buenas +para los prados natales, y sus recriminaciones establecían +entre los dos un alejamiento hostil. «A ella no le +chillaba ni su madre. Ya era mayor de edad para saber +lo que debe hacerse...» Y tenía quince años.</p> + +<p>Una mañana, al llegar á una encrucijada del Bosque, +Alicia echó su caballo por la avenida que le pareció +preferible, sin consultar á su acompañante.</p> + +<p>—No; por aquí—dijo imperiosamente Miguel.</p> + +<p>—No me da la gana; ¡por aquí!—contestó ella con tono +enfurruñado.</p> + +<p>Intentó el príncipe cerrarla el paso cruzando su caballo +en el camino, y ella lanzó el suyo contra el de Miguel +con un impulso que hizo doblar las patas delanteras +de las dos bestias. Toledo, que iba detrás, vió que mediaban +entre ambos miradas iracundas acompañadas de duras +palabras. Alicia levantó su latiguillo, golpeando al +príncipe en un hombro.</p> + +<p>—¡A mí!... ¡A mí!</p> + +<p>El descendiente del cosaco Lubimoff cambió de rostro,<a name="page_053" id="page_053"></a> +adquiriendo una fealdad salvaje. Su nariz pareció +ensancharse aún mas. Levantó á su vez el látigo y tiró +un golpe. Pero el coronel había metido su caballo entre +los dos, recibiendo parte del fustazo en una mejilla, que +empezó á sangrar. La vista de la sangre y la consideración +de que el golpe era para ella enloqueció de cólera +á la joven.</p> + +<p>—¡Bruto! ¡Salvaje!... ¡Ruso!</p> + +<p>Le pareció esto poco, y se mantuvo silenciosa un segundo, +buscando una injuria mayor. Los recuerdos de +la niñez le dieron ayuda; las leyendas oídas allá en sus +tierras á los mestizos le sugirieron un nuevo insulto, +como si Miguel Fedor fuese Hernán Cortés.</p> + +<p>—¡Español!... ¡Asesino de indios!</p> + +<p>Y temiendo un segundo fustazo después de tales palabras, +hizo dar vuelta á su caballo, huyendo en una carrera +frenética que no se detuvo hasta el Arco de Triunfo.</p> + +<p>Después de este incidente, doña Mercedes perdió toda +esperanza de que su hija fuese una Lubimoff.</p> + +<p>—¡Princesa rusa!—decía Alicia con desprecio—. ¡Pero +si en Rusia todo el mundo es príncipe!... Vale mas un +simple barón inglés, un conde de Francia ó de España.</p> + +<p>Miguel no se mostró mas acomodaticio al sermonearle +el coronel.</p> + +<p>—No quiero saber nada de esa p...</p> + +<p>La princesa, en uno de sus saltos de humor, encontró +muy justa la apreciación. Estas parientas de sir Edwin +siempre le habían parecido gente ordinaria. También +encontraba natural que su hijo pensase en volver á Rusia +para seguir sus destinos de príncipe. La vida de privilegios +y castas de allá era más adecuada á su rango +que la existencia democrática de París, donde unas indias +americanas, porque tenían millones, podían creerse +iguales á un Lubimoff.</p> + +<p>Hasta los veintitrés años estuvo en Rusia el príncipe +Miguel. Sus estudios militares fueron brillantes, según +Toledo, distinguiéndose entre los más famosos oficiales +de la caballería de la Guardia. Alcanzó premios en los +concursos hípicos, partió á pistoletazos monedas sostenidas +por sus camaradas á cincuenta pasos, manejó el +sable con una maestría que hubiese admirado al general<a name="page_054" id="page_054"></a> +Saldaña y á su abuelo el cosaco. Todos los días, +en un patio de su palacio de Petersburgo, le esperaba un +monigote de tamaño natural hecho con la arcilla pegajosa +y compacta que emplean los escultores, y permanecía +ante él media hora ejercitándose. Lo importante +no era asestar un golpe al enemigo, sino darlo bien, con +la mayor profundidad y fuerza posibles. Y la cabeza y +los miembros del monigote volaban segados por la hoja +de acero. El estudio de las ciencias militares quedaba +para los de infantería y artillería, hijos de empleados y +de mercaderes.</p> + +<p>El coronel se mostró asombrado al principio de las +magnificencias y derroches de la vida rusa; luego acabó +por encontrarla regular, como si estuviese acostumbrado +á algo semejante desde su niñez. «Piensa, hijo mío, en +el nombre que llevas—escribía la princesa—. No lo deshonres. +Gasta con arreglo á lo que eres.» Y el hijo seguía +fielmente sus consejos, sin pedirle nada á ella, entendiéndose +directamente con los administradores rusos. +Según los cálculos de don Marcos, el teniente de la +Guardia gastaba unos tres millones por año. Su cuadra +de caballos de carrera era la más célebre de la capital. +Muchas bellezas famosas de la corte y de los teatros +tenían algo que ver con el príncipe Miguel Fedor. Sus +cenas en el palacio Lubimoff ó en los restoranes de +moda eran buscadas por toda la juventud aristocrática. +Verse invitado á ellas representaba un honor extraordinario, +algo así como ser individuo de una academia de +superhombres. Mujeres célebres acababan bailando desnudas +sobre la mesa á las primeras luces del alba, para +no desairar al anfitrión.</p> + +<p>A veces se cortaban estas fiestas con una disputa de +borrachos, mezclándose el vino y la sangre. El coronel +había visto al final de una de estas escenas un duelo á +pistola entre dos convidados, en el jardín del palacio, +cuando empezaba á amanecer. Un muerto. Sus mejores +amigos habían llevado el cadáver hasta un muelle del +Neva, colocando un revólver al lado para que la policía +admitiese la hipótesis de un suicidio.</p> + +<p>No; don Marcos no gustaba de estas fiestas nocturnas. +Las consideraba peligrosas. Un gran duque joven,<a name="page_055" id="page_055"></a> +completamente ebrio, se había entretenido en embadurnarle +las patillas con caviar, hasta que, cansado de esta +confianza, el español metió á su vez la mano en el plato, +ensuciando igualmente de verde el angosto rostro. El +borracho dudó un momento si debía matarlo, pero acabó +por abrazarse á él, cubriéndole de besos y declarando á +gritos que era su padre.</p> + +<p>Toledo prefería las tranquilas amistades con los antiguos +compañeros de armas de su general: graves personajes +que le hablaban de futuras guerras y de la política +del mundo. Además, las larguezas de su príncipe le +permitían diversiones secretas menos ruidosas y dulcemente +modestas.</p> + +<p>Una noche, al volver al palacio Lubimoff pasadas +las dos, vió que había una cena en el gran comedor +de gala. Los convidados eran unos cincuenta, y en el +curso de la noche fueron llegando muchos más. Parecía +como que hubiese corrido una noticia por los lugares +de placer de la capital, atrayendo á toda la juventud +libertina.</p> + +<p>Frente al príncipe estaba sentado un teniente de cosacos, +pequeño, felino, negruzco, con ojos asiáticos. Su +uniforme sucio revelaba un viaje reciente. Miguel Fedor +tenía con él las mayores atenciones, como si fuese +el único invitado. Toledo, conocedor de todos los amigos +de la casa, no logró dar un nombre á este cosaco +rústico que parecía llegar de una guarnición remota de +Siberia. Alguien quiso sacarle de dudas, y se estremeció +al saber que era el hermano de una dama de la corte +que precisamente andaba en lenguas por su excesiva +confianza con Miguel Fedor. Los dos hombres se miraban +con interés, brindándose mudamente los vasos +enormes de champaña. En el fondo del comedor gemían +incesantemente los violines de unos ziganos. Varias +muchachas morenas, con delantales á rayas de diversos +colores, danzaban en torno de la mesa. Pero á pesar +de esto, don Marcos husmeaba algo lúgubre en el +ambiente.</p> + +<p>—¡León, los sables!</p> + +<p>El príncipe se había puesto de pie, después de mirar +su reloj, dando esta orden al criado de confianza, que<a name="page_056" id="page_056"></a> +estaba detrás de él. Todos los convidados se precipitaron +á las puertas con la confusión del público que asalta +un teatro. Cada uno deseaba llegar el primero al jardín. +Ya no había por qué fingir: ansiaban el espectáculo +anunciado... Y el coronel encontró finalmente quien le +hablase con claridad.</p> + +<p>—Ha llegado al anochecer, para pedir al príncipe que +se case con su hermana. Un viaje de treinta y ocho +días... El príncipe no quiere... Pocas veces se verá +esto... Es el primer sable de Siberia.</p> + +<p>El jardín estaba cubierto de nieve. Aún era de noche, +y la luna fugitiva lo iluminaba con unos rayos diagonales, +extendiendo desmesuradamente la sombra de los +árboles. Más de cien hombres formaron dos masas negras +en los bordes de una avenida. El coronel vió llegar +á varios criados: uno traía los sables, los demás llevaban +grandes bandejas con botellas y copas.</p> + +<p>Miguel Fedor se inclinó ante el enemigo con los ojos +brillantes de amabilidad y de alcohol.</p> + +<p>—¿Quiere usted beber algo mas?</p> + +<p>Dió las gracias el cosaco en voz baja y Toledo lo vió +de pronto despojarse de su larga levita con el pecho +adornado de cartucheras. A continuación se quitó la camisa, +quedando sin más que los pantalones y las altas +botas. Luego se inclinó, y agarrando dos puñados de +nieve, empezó á frotarse el tronco, un poco angosto, y +los brazos nervudos.</p> + +<p>El príncipe se estremeció de sorpresa y de frío, lo +mismo que muchos de los espectadores. Pero consideraba +indispensable imitar á este rudo adversario, para que +las condiciones del combate fuesen iguales. Mientras se +despojaba de la parte superior de su uniforme, se abrieron +en la penumbra lunar del jardín las rojas estrellas +de varias antorchas.</p> + +<p>Don Marcos vió á los dos hombres frente á frente, +desnudos de cintura arriba, brillándoles los bustos con +la humedad de la reciente frotación, cimbreando en sus +manos unos sables con filos de navaja de afeitar. «¡Adelante!» +Alguien dirigía el combate.</p> + +<p>«¡Pero esto es una barbaridad!—pensó el español—. +Estos hombres son unos salvajes.»<a name="page_057" id="page_057"></a></p> + +<p>No se atrevía á decirlo en voz alta porque era un coronel; +pero toda su vida se acordó de esta escena.</p> + +<p>Cruzaban sus sables, se esquivaban, se atacaban, el +príncipe con paso firme, el otro con una agilidad felina. +Toledo, viéndolos rojos, creyó que era un efecto de la luz +de las antorchas. Al aproximarse á él en una de las evoluciones +de su juego mortal, se dió cuenta de que estaban +cubiertos de sangre. Sobre sus troncos se extendían +unas casacas de púrpura partidas en harapos que temblaban +con incesante chorreo. Sus brazos surgían blancos +de esta vestidura caliente y húmeda. El príncipe +llevaba la peor parte. Toledo lo vió de pronto con un +profundo corte en la frente; luego creyó distinguir que +una de sus orejas estaba medio despegada del cráneo. +Aquel gato salvaje de las estepas se escurría bajo su +sable. Nadie osaba intervenir; el duelo era sin misericordia, +sin descanso, sin otra condición definida que la +muerte de uno de los dos. Se confundían, formando un +solo cuerpo erizado de relámpagos blancos en la penumbra +de los árboles; se mostraban luego despegados y buscándose +en el círculo de incendio de las antorchas.</p> + +<p>Oyó de pronto el coronel un maullido de dolor, un +alarido de pobre bestia sorprendida. Lubimoff era el +único que estaba de pie. Con un golpe de punta había +cortado la yugular á su adversario. Luego de permanecer +inmóvil un segundo, lo abandonó la fuerza sobrehumana +que le había sostenido hasta entonces, sintió +caer de golpe sobre él todo el cansancio de la lucha, +toda la pérdida de sangre de sus heridas, y se desplomó +á su vez, pero en los brazos de varios amigos. No había +un solo médico entre los espectadores: nadie había pensado +en esto. Consideraban inútil su presencia en un +encuentro que sólo podía terminar la muerte.</p> + +<p>Todos los curiosos abandonaron el jardín siguiendo +al desmayado príncipe. Sólo unos criados permanecieron +junto al cuerpo del cosaco, tendido de bruces, viendo +respetuosamente cómo se agitaban por última vez sus +piernas, cómo se iba vaciando lentamente por el cuello, +cómo se extendía una mancha negra en la nieve, que +empezaba á azulear bajo la lividez del alba.</p> + +<p>Este suceso tuvo gran resonancia en la corte, que<a name="page_058" id="page_058"></a> +ya se había ocupado muchas veces de las ruidosas aventuras +del príncipe. Sus duelos, sus amores, sus escandalosas +fiestas, irritaban al joven emperador, empeñado +en moralizar las costumbres de sus allegados. En las +reuniones aristocráticas volvieron á recordarse las extravagancias +de la casi olvidada Nadina Lubimoff. El +joven cosaco estaba emparentado con personajes influyentes +y su muerte contribuía al descrédito total de la +hermana.</p> + +<p>Aún no había convalecido Miguel Fedor completamente +de sus heridas, cuando recibió la orden de salir +de Rusia. El zar lo desterraba por tiempo indefinido. +Podía vivir en París al lado de su madre.</p> + +<p>—Está bien, ya que respeta la fortuna del príncipe—dijo +el coronel como único comentario.</p> + +<p>Al llegar á París, Miguel Fedor se convenció de que la +princesa estaba loca, cosa que sospechaba hacía tiempo +al leer sus largas cartas. Sir Edwin había muerto en Inglaterra, +tres años antes, casi repentinamente, á continuación +de una derrota electoral. El palacio del barrio de +Monceau había sufrido una transformación interior que +representaba un gasto de millones. Su dueña dedicaba á +esto todo su tiempo. Los salones árabes, persas, griegos +ó chinos, cuya construcción y adorno habían hecho la +fortuna de dos arquitectos y de varios comerciantes de +antigüedades, acababan de desaparecer, esparciéndose +cual residuos sin valor los muebles adquiridos en otro +tiempo como piezas rarísimas. Aunque el palacio se mantenía +lo mismo por fuera, á partir de la escalinata imitaba +el interior de un castillo antiguo. No quedaba una +ventana sin vidriera de colores, ni una pieza que no +estuviese en una penumbra de bodega. Todo el gótico +convencional inventado por los constructores modernos +era empleado en esta restauración deseada por la princesa. +Los tres pisos de un ala entera habían sido echados +abajo para formar una nave de catedral.</p> + +<p>Lubimoff vió á una mujer alta, enjuta, con las manos +largas y transparentes, los ojos agrandados é inquietantes, +que avanzaba hacia él. Iba vestida de negro, con +mangas sueltas que casi barrían el suelo y un bonete +blanco encañonado bajo los tules de luto. A pesar de<a name="page_059" id="page_059"></a> +que tenía un rosario en la muñeca y adoptaba al hablar +una expresión de víctima, su hijo creyó ver á una cantante +de ópera.</p> + +<p>La expulsión del príncipe no le había causado extrañeza +ni pena.</p> + +<p>—Esos Romanoff nos han tenido siempre mala voluntad. +No pueden olvidar á tu ilustre abuelo, que, según +cuentan, le daba palizas á Catalina al pillarla con otros.</p> + +<p>Su pensamiento volaba por encima de estas miserias +terrenales. Ella, que nunca se había preocupado de las +religiones, declaró á su hijo que ahora era católica. Prescindía, +por considerarlos inútiles, de los actos públicos +de conversión, pero debía adoptar esta creencia; lo exigía +su nueva y definitiva personalidad.</p> + +<p>—Tu padre lo aprueba. Hablo con el héroe muchas +noches, y está contento de verme en el buen camino.</p> + +<p>Miguel Fedor y el coronel se dieron cuenta, apenas +llegados, de los extraños visitantes que frecuentaban +el palacio. A los melenudos terroristas de otros tiempos +habían sucedido numerosas echadoras de cartas, pitonisas, +videntes y tétricos profesores de ciencias ocultas. +Un velador modesto y viejo, que parecía haber subido +solo de la habitación del portero, saltaba á todas horas, +hablando por medio de sus patas, en el dormitorio de la +princesa.</p> + +<p>Un día se decidió ésta á comunicar á su hijo el gran +secreto de su existencia. Al fin sabía quién era; las revelaciones +de los espíritus le permitían conocer su verdadera +personalidad. En una de sus muchas vidas anteriores +había sido una reina desgraciada y hermosa; la +mas «romántica» de las reinas. El alma de Nadina Lubimoff, +princesa rusa, vivía ya siglos antes en el cuerpo +de María Estuardo.</p> + +<p>—Siempre sentí una predilección especial por la historia +de la reina infeliz. Ahora me explico cómo al ver +á sir Edwin en Londres me enamoré inmediatamente +de él de un modo irresistible. Sus antepasados fueron +escoceses.</p> + +<p>Estas razones resultaban tan incontestables como +todas las que habían guiado su existencia. Y para honrar +el alma regia reencarnada en ella, cuya autenticidad<a name="page_060" id="page_060"></a> +reconocían todos sus visitantes misteriosos, quiso vivir +como la decapitada soberana de Escocia, imitando sus +vestidos tal como los había visto en los cuadros, convirtiendo +su palacio en un castillo, comiendo á solas en vajillas +antiguas los manjares que un profesor de Historia +se encargaba de buscar en las viejas crónicas.</p> + +<p>Rara vez entraba un carruaje en el patio de honor del +palacio. La gran escalinata criaba musgo entre sus peldaños, +mientras por la escalera de los proveedores subían +diariamente aquellos profesionales del «más allá», +mal vestidos y de aspecto inquietante, que explotaban á +la princesa, generosa como una reina—lo que era—, á +cambio de ayudarla en el manejo del velador y de evocar +fantasmas históricos que movían los tapices, hacían +caer los cuadros de las paredes, cambiaban los sillones +de sitio y cometían otras diabluras pueriles para hacer +constar su muda presencia.</p> + +<p>Doña Mercedes evitaba las visitas á la princesa. Su +sencillez de buena creyente la hacía sentir miedo por +las reinas que duran siglos y por aquellos salones obscuros +con muebles viejos que parecían palpitar á impulsos +de una vida misteriosa. Prefería la conversación plácida +y saludable con los sacerdotes mantenidos por ella. El +cura aragonés se había dejado arrebatar por otra devota +millonaria, fatigado sin duda de las exageradas comodidades +que le proporcionaba su penitente y de las observaciones +astronómicas sobre los tejados de los Campos +Elíseos. Ahora tenía alojado en su vivienda á un monseñor, +obispo <i>in pártibus</i>, que canalizaba el dinero de la +viuda hacia muchas obras pías de su invención.</p> + +<p>Alicia se había casado con un duque francés que +tenía veinte años mas que ella, y á los pocos meses de +matrimonio daba mucho que hablar á las gentes. Doña +Mercedes, ofendida, la castigaba viéndola muy de tarde +en tarde, con la esperanza de que este desvío hiciese +imitar finalmente á la duquesa de Delille las tradiciones +maternales. Mientras tanto, concentraba todos sus +afectos de familia en monseñor, un santo y un hombre +de mundo, que por las noches, para no ser una nota +discordante, se despojaba de su sotana para sentarse á +la mesa puesto de <i>smoking</i>, mientras un enjambre de<a name="page_061" id="page_061"></a> +pájaros mecánicos contaban y aleteaban en la gran jaula +dorada del comedor de la criolla.</p> + +<p>Miguel Fedor encontró dos veces á Alicia en el palacio +Lubimoff. Ella no sentía el miedo de su madre, y +hasta consideraba muy originales é interesantes las manías +de la princesa. Cuando la visitaba, en tardes de aburrimiento, +parecía creer en su velador y en sus protegidos +de gestos misteriosos. También consultaba á éstos +para saber si sería feliz, y sobre todo si la amarían mucho, +aunque sin decir nunca quién debía amarla. Otras +veces preguntaba al trípode, con una ansiedad de celosa, +lo que estaría haciendo á aquellas horas un personaje +incógnito cuyo nombre no se atrevía á pronunciar, pero +que unos meses era moreno y otros meses rubio. Ella y +el velador se entendían.</p> + +<p>—Siempre he dicho que esta niña tiene más talento +que su madre—afirmaba la princesa.</p> + +<p>Al encontrarse Alicia con el príncipe, rompió á reir +y casi le abrazó.</p> + +<p>—¿Te acuerdas cómo nos odiábamos?... ¿Te acuerdas +del día que nos pegamos en el Bosque?...</p> + +<p>Le miraba con interés, examinándolo de arriba á abajo, +sin encontrar nada del jovenzuelo antipático de otra +época. Conocía sus aventuras en Rusia, sus amores, sus +duelos, su expulsión. ¡Un hombre interesante! ¡Un personaje +byroniano!... Además, algo bárbaro con las mujeres.</p> + +<p>—Ven á verme. Debemos ser amigos... Acuérdate que +somos parientes.</p> + +<p>Lubimoff la examinó también, pero con cierta gravedad. +Al llegar á París le habían hablado mucho de +ella. En los tres años que llevaba de matrimonio, el +duque había querido divorciarse por dos veces. Le era +penoso gozar de una enorme fortuna á cambio de que +esta mujer llevase su nombre. Cuando estrechaba la +mano de un amigo, nunca estaba seguro de lo que podía +ser éste con relación á su esposa. Pero Alicia se había +casado para ser duquesa, y al fin llegaron á un arreglo +práctico. La mitad de su renta fué para el duque, que +viajaba ó vivía en París en casa de una antigua amante, +mientras Alicia podía hacer su voluntad en su palacete +blanco de la Avenida del Bosque, ostentando una corona<a name="page_062" id="page_062"></a> +ducal un sus ropas interiores, en sus vajillas y en las +portezuelas de los automóviles.</p> + +<p>La pequeña amazona de las cabalgadas matinales +era ahora una mujer de soberbia belleza. Miguel pensó +en un fruto de California esplendoroso y dorado, con un +perfume intenso de dulce savia. Vaciló interiormente +mientras sostenía la mirada de aquellos ojos negros, invitadores +y dominantes, seguros de su poder... ¡Pero no! +Se acordaba de varios hombres que le eran antipáticos +y según la pública murmuración le habían precedido. +Estaba interesado además por una actriz francesa que +había encontrado en el tren al regreso de Rusia. Con un +salto de su imaginación, volvió á ver á Alicia lo mismo +que años antes. Sólo había cambiado exteriormente. +Estaba acostumbrada á manejar los hombres con una +mano varonil, á cambiarlos como caballos de relevo. Se +pelearían á la segunda entrevista: tal vez acabarían pegándose...</p> + +<p>Y no la vió más. Nuevas preocupaciones torcieron el +curso de sus pensamientos. Un día encontró en la calle +á un ruso que parecía viejo y enfermo: Sergueff, su antiguo +maestro. Debía tener unos cuarenta años y parecía +un setentón, con la barba de un blanco sucio, el +pelo triste, como apolillado, y un rostro de profundas +arrugas, sin más vida que la de los agujeros verdes de +sus ojos. Andaba algo encogido; tosía al contar su historia. +De Petersburgo lo habían enviado á un presidio +de Siberia. Al fugarse de él, había atravesado media +Asia, solo y á pie, hasta un puerto chino, y allí se embarcó +para los Estados Unidos, viniendo luego á París. +Esta vuelta al mundo la relataba con pocas palabras, +como un simple paseo.</p> + +<p>Miguel Fedor lo trajo á su palacio, y el coronel pareció +achicarse en su presencia, con una retractilidad +hostil, recordando, sin duda, sus nobles relaciones con +personajes de la corte rusa, algunos de ellos antiguos +generales de la Policía.</p> + +<p>El hijo de la princesa Lubimoff conversó muchas +veces con el fugitivo. El recuerdo de su expulsión de la +corte le hizo simpatizar obscuramente con este otro desterrado. +Además, renacía en su interior una parte de la<a name="page_063" id="page_063"></a> +voluntad de la madre, con sus incoherencias y sus deseos +confusos. El oficial de la Guardia prestó una atención +de escolar á las doctrinas del revolucionario.</p> + +<p>—¡Estos hombres tienen razón!—exclamó con el mismo +apasionamiento que ponía la princesa en toda idea +nueva.</p> + +<p>Sintió en los primeros días el ansia de sacrificio, la +voluntad del renunciamiento, la abnegación mística de +los hombres de su raza. Recordó á muchos príncipes +como él, educados en la corte, con altas situaciones sociales, +que habían distribuído sus bienes para vivir entre +los pobres y dedicar su existencia al triunfo de la verdad +y la justicia. El haría lo mismo, resucitando á la verdadera +vida, y estaba seguro de la aprobación de su madre. +Había dado su sangre el general Saldaña por la reconstitución +del pasado; él perdería la suya allanando +el camino del porvenir. Los tiempos cambian. El pasado +son unos cuantos siglos y el porvenir es infinito.</p> + +<p>Pero no era un ruso verdadero. El sensualismo latino +despertó en él apenas quiso llevar á la práctica su decisión +heroica. La vida es buena y ofrece cosas agradables. +El árbol de su existencia estaba todavía repleto +de savia: aún le quedaban muchas primaveras de hojas, +muchos estíos de frutos. Más tarde, tal vez; cuando fuese +leña seca...</p> + +<p>Lo único positivo é inmediato que sacó de esta resurrección +fué el convencimiento de su ignorancia y +del vacío de su existencia. En el mundo había algo más +que saber idiomas y el manejo de las armas y los caballos. +El hombre debe buscar la conciencia de su grandeza +en empresas más serias que los amores, los desafíos +y las apuestas. La suerte le había eximido de la dura +ley del trabajo dándole la riqueza, pero no por esto +debía prescindir de marcar su tránsito por la vida con +una actividad cualquiera, como lo habían hecho miles +de predecesores, como seguirían haciéndolo millones de +descendientes.</p> + +<p>Buscó por primera vez la compañía de los libros, y +de estas lecturas preliminares fué surgiendo un deseo +nuevo. Quiso conocer el mundo, ver países raros, luchar +con las fuerzas ciegas que son los latidos del planeta,<a name="page_064" id="page_064"></a> +vivir las aventuras gruesas y rudas de los hombres +que van de puerto en puerto. Su padre le había hablado +de remotos ascendientes que alcanzaron nobleza y fortuna +tendiendo su vela en humildes puertos españoles +para lanzarse como gaviotas por el Océano Tenebroso, +en busca de tierras de misterio, detrás de los primeros +derroteros de Colón y los Pinzones. Un ascendiente +suyo había sido descubridor de los modernos Estados +Unidos al desembarcar con el viejo Ponce de León en la +Florida, buscando la legendaria «Fuente de la Juventud». +El primer Saldaña noble había obtenido el <i>don</i> +al fundar un pueblo en las cercanías de Panamá. El +sería navegante como sus antecesores, marino vagabundo, +gozador de placeres exóticos, y tal vez consiguiera +arrancar de paso algún secreto al gran misterio +de las llanuras azules.</p> + +<p>La vida en aquel palacio afeado por las manías de +su madre le resultaba incómoda y penosa, impulsándolo +á huir. La princesa, no hizo la menor objeción al +enterarse de que su hijo deseaba comprar un yate para +navegar por todos los mares. Podía hacerlo: era un placer +de gran señor digno de él. Estaban cada vez más +ricos. El petróleo, el platino, todos los yacimientos preciosos +de su propiedad, y el producto de sus tierras, vastas +como Estados, formaban una renta enorme. El año +anterior había llegado á diez y seis millones: más de un +millón por mes. Para un particular era fabuloso. Y la +Lubimoff, que por unos momentos había recobrado su +buen sentido, añadió luego con modestia:</p> + +<p>—Pero para una reina no es gran cosa.</p> + +<p>Miguel adquirió en Inglaterra un yate velero, de +proa afilada y arboladura audaz, con máquina auxiliar, +y le puso un nombre de ave marina, pero en español: +<i>Gaviota</i>.</p> + +<p>Deseaba prolongar en el Océano su vida terrestre, +seleccionando de ella todo lo más interesante, y por esto +quiso embarcar á Sergueff. El maestro parecía melancólico, +como si le pesasen lo mismo que un remordimiento +las comodidades que le proporcionaba el príncipe +y sus larguezas pecuniarias. Tenía ocupaciones +más urgentes que navegar á capricho en un buque de<a name="page_065" id="page_065"></a> +lujo. Y desapareció para volver á Rusia, como si la horca +tirase de él, como si deseara, en caso de mejor suerte, +dar por segunda vez la vuelta á la tierra.</p> + +<p>El coronel tuvo que embarcarse como ayudante de +campo del príncipe. Nunca se había separado de él. +Pero ¡ay! no tenía el pie marino, y menos aún el estómago: +era un héroe de montaña; y desde un puerto del +Brasil hubo que reexpedirlo á París.</p> + +<p>Cinco años duraron las navegaciones del <i>Gaviota</i>. +En el segundo, creyó Miguel Fedor que iba à interrumpirse +su carrera de navegante. Acababa de estallar la +guerra entre Rusia y el Japón, y él cablegrafió desde +una escala del Pacífico pidiendo su antiguo puesto en la +Guardia. La contestación fué dilatoria. El zar aún estaba +enojado con él y mantenía su destierro.</p> + +<p>«¡Mejor!», acabó por decirse una vez extinguida su +cólera. Adivinaba lo que iba á ocurrir: la suerte final +de aquellos bravos de sable afilado frente á los hombrecillos +astutos y amarillos que se habían ido apropiando +en silencio el arte de matar de los occidentales.</p> + +<p>Sus aventuras en los puertos, su trato con mujeres +de todas razas y colores, bastaban para llenar su existencia. +«Hago estudios de geografía amorosa», escribía +á don Marcos después de preguntarle por la salud de su +madre.</p> + +<p>Tuvo que interrumpir de pronto sus cruceros para +visitar á la princesa. Los médicos la habían hecho abandonar +el palacio de París, con su lúgubre decorado que +excitaba su locura, enviándola á la Costa Azul para que +se saturase de sol y de aire libre. Y la pobre María Estuardo, +de riguroso incógnito, iba de gran hotel en gran +hotel, ocupando un piso entero con su cortejo de domésticos +rusos acostumbrados á los golpes, de adivinas y +maestros en evocaciones, siendo la desesperación de los +hoteleros, que la veían partir con gusto á pesar de que +pagaba ella sola más que el resto de los huéspedes.</p> + +<p>Lubimoff la vió como un espectro dentro de sus flotantes +vestiduras de luto, más flaca, más alta, con los +ojos de una fijeza alarmante. Su tez, había perdido la +antigua blancura, ennegreciéndose como si la tostase un +fuego interior. Por el momento, su única preocupación<a name="page_066" id="page_066"></a> +era construir un palacio en la Costa Azul. Había comprado +en territorio francés, á la vista de Monte-Carlo, un +pequeño cabo, un espolón de tierra y rocas que avanzaba +sobre las olas con el lomo cubierto de olivos seculares y +pinos retorcidos. La entretenía luchar con la testarudez +de un matrimonio de viejos rústicos que se negaban á +venderle la punta extrema del promontorio. Además llevaba +gastados muchos miles de francos en planos del +futuro palacio. Pintores, arquitectos y jardineros-paisajistas +trabajaban incesantemente para ella, exprimiendo +su imaginación y haciendo estudios en el pasado. Quería +plantar ante el Mediterráneo un enorme castillo escocés, +lo más escocés que pudiera idearse: «una novela de +Wálter Scott hecha de piedra», resumía la princesa.</p> + +<p>El hijo se asustó. Iba á repetirse la suntuosa mazmorra +de París frente al mar luminoso, en uno de los paisajes +más sonrientes de la tierra. Habló á espaldas de su +madre con todos los que trabajaban para la futura Villa-Sirena. +La princesa había ideado este nombre, segura de +que en las noches de luna vendrían á visitarla las hijas +de las profundidades marinas, cantando en los escollos +al pie de sus ventanas. No podían hacer menos por ella. +El misterio se abría cada vez más ampliamente ante sus +ojos, permitiéndole ver lo que no veían los demás.</p> + +<p>Don Marcos, que, abandonado por su discípulo, seguía +á la princesa, recibió iguales recomendaciones. +Debía evitar que la pobre señora perpetrase este sacrilegio +mediterráneo. ¡Pero qué podía el infeliz coronel +con aquella demente que pasaba semanas enteras sin +hablarle, como si no le reconociese!...</p> + +<p>Volvió el príncipe á su yate, y un año después le +alcanzó la noticia triste y esperada, hallándose en el +Norte de Noruega, al regreso de una excursión por los +mares árticos. Su madre había muerto cuando empezaban +á elevarse entre los olivos y los pinos del rosado +promontorio unos muros enormes de piedra falsamente +negruzca, como las tablas pintadas de los anticuarios, y +que parecían próximos á derrumbarse de puro viejos +apenas salidos de la tierra.<a name="page_067" id="page_067"></a></p> + +<h3><a name="III" id="III"></a>III</h3> + +<p>Miguel llegó á tiempo para recibir el cuerpo de la +princesa en París. Antes de morir se había sentido iluminada +por ese chisporroteo de razón que anuncia el fin +de los grandes desequilibrados, dejando escritos en varios +papeles los préstamos hechos á determinadas personas +y juiciosas indicaciones al hijo para el buen manejo +de la enorme fortuna. Quería ser enterrada junto á su +marido, el primero, «el héroe», en el cementerio del +Père Lachaise. En sus últimos años de permanencia en +París, tocada una vez más del afán de construcción, se +había ocupado en preparar su morada definitiva, levantando +junto al mausoleo del marqués de Villablanca, +cuya imagen ceñuda é indomable tenía en la mano +una espada rota, otro monumento no menos ostentoso, +con una estatua que ella creía su exacto retrato y no +era mas que una reproducción de la infeliz reina de Escocia +tal como aparece en las estampas de la época romántica.</p> + +<p>Durante las ceremonias fúnebres, Miguel Fedor volvió +á encontrarse con muchos antiguos visitantes del +palacio Lubimoff que él creía muertos. Doña Mercedes +le abrazó llorando. Estaba extraordinariamente obesa, +con la indiánica tez aclarada por una blancura jugosa y +monacal. Parecía la superiora de un noble convento de +canonesas. A su lado, el monseñor, con sotana de seda +y gesto compungido, movía los labios por la salvación +de la difunta. «¡Hijo mío! Todos tenemos nuestras penas.» +Y la pobre señora, al hablar así, miró á otra enlutada<a name="page_068" id="page_068"></a> +elegante que se mantenía en el cementerio á +cierta distancia de ella, y parecía anonadada por una +ceremonia que la había obligado á salir del lecho antes +de mediodía.</p> + +<p>También la duquesa de Delille vino á él, estrechándole +las dos manos y envolviéndolo en una mirada extraña.</p> + +<p>—Tu madre me quería de verdad... En los últimos +años nos hemos visto mucho.</p> + +<p>Miguel asintió mudamente. Lo sabía. La princesa +Lubimoff era el único sostén de esta apasionada sin escrúpulos +que se iba á fondo en la consideración de las +gentes. Ella la había defendido cuando las otras mujeres +del gran mundo, cediendo al instinto de conservación, +le hacían la guerra y le cerraban la entrada de sus +casas, temiendo por la fidelidad de sus maridos. Como +jugaba en Monte-Carlo todos los inviernos, había acompañado +á la princesa hasta sus últimos instantes.</p> + +<p>—Me quería más que mi madre... Tal vez se acordaba +de que pude ser su hija.</p> + +<p>El príncipe se alejó, como molestado por esta alusión. +¡Le habían dicho tantas cosas de ella!... Pero su +imagen le fué acompañando durante el resto de la ceremonia. +Continuaba siendo hermosa, mas con una belleza +extraña. Había perdido su dorado cutis de fruto +sazonado, y era pálida, con una blancura pajiza de papel +japonés. Sus ojos, abiertos desmesuradamente, tenían +unos reflejos metálicos; miraban con una tenacidad molesta +y al mismo tiempo parecían vagorosos, como si se +tendiese ante ellos una telaraña invisible. Sus enemigas +menos implacables la acusaban de cierta propensión á +los licores. Bebía, como un cliente asiduo de <i>bar</i>, toda +clase de mezclas americanas. Otras atribuían su palidez +y sus ojos eternamente asombrados á la morfina, al opio, +á todos los líquidos y perfumes del estupor, creadores de +«paraísos artificiales». La pequeña Alicia de otros tiempos +apuraba su vida á grandes tragos, hasta el fondo de +la copa.</p> + +<p>Lubimoff creyó no verla más, pero á los pocos días +empezó á recibir cartas de ella. Estaba solo, debía sentirse +triste, y le invitaba á comer, sin ceremonia, como<a name="page_069" id="page_069"></a> +parientes que eran. Sus excusas provocaron nuevas invitaciones +por teléfono. El príncipe, como el que cumple +un aburrido deber social, acabó por ir un anochecer á +su palacete de la Avenida del Bosque, una de las numerosas +imitaciones del Pequeño Trianón que existen en el +mundo.</p> + +<p>La duquesa de Delille estaba orgullosa de este edificio +y su reducido jardín, ante cuyas verjas de lanzas +doradas pasaba todo el París elegante. Miguel conocía +sus salones sin haber estado nunca en ellos. Los periódicos +ilustrados que se ocupan de modas y de la vida +de los ricos llevaban publicadas muchas fotografías del +interior de esta casa en Europa y en América. Los comentarios +de la gente le habían enterado de la singular +existencia de Alicia. De pronto sentía un deseo furioso +de recibir visitas, de ser admirada, de asombrar con sus +dispendios, y organizaba grandes fiestas, lamentando +que el Municipio de París no le permitiese iluminar á +sus expensas, como en una fiesta nacional, toda la Avenida +de los Campos Elíseos y el Arco de Triunfo, para +que los invitados llegasen hasta su puerta entre fulgores +de apoteosis. Había dado una <i>garden-party</i> en una +sección del Bosque de Bolonia, con juegos náuticos, +danzas de bailarinas sagradas traídas de Asia y un +<i>buffet</i> para tres mil invitados. Otra vez gastó medio millón +transformando una gran parte de su hotel en interior +de palacio persa, para un solo baile de trajes, volviendo +el día siguiente á restaurar los salones en su primitivo +estado.</p> + +<p>De pronto desaparecía. Las gentes comentaban su +ocultamiento con guiños maliciosos. Algún nuevo amor; +y sus amores casi siempre eran andantes, necesitando +el viaje largo y el cambio de horizontes. Tal vez estaba +en Constantinopla ó en Egipto; tal vez se ocultaba en +uno de los enormes hoteles de Nueva York. A veces era +cierto; en otras ocasiones, los más íntimos de la duquesa +afirmaban que no había salido de París. El automóvil +permanecía ante su puerta.</p> + +<p>Esta era otra de las originalidades de Alicia. A todas +horas del día y de la noche, uno de sus diversos vehículos +de lujo se hallaba estacionado frente á la escalinata.<a name="page_070" id="page_070"></a> +Tres mecánicos se repartían el servicio, permaneciendo +en el pabellón del portero; y apenas sonaba el timbre, +no tenían mas que correr á su carruaje poniéndose los +guantes y dar la vuelta á la manivela de marcha. La +señora sentía deseos de salir á las horas más extraordinarias: +cuando acababa de llegar de un baile, muchas +veces después de haberse acostado, ó en las primeras +horas de la mañana, que eran para ella lo que son las +horas de profundo sueño para los demás mortales.</p> + +<p>En otras temporadas, los chófers se relevaban durante +semanas enteras sin franquear la verja del palacete. +La duquesa no quería salir. Ya no experimentaba +repentinos deseos de correr sin objeto por el París dormido, +de hacer visitas á horas intempestivas ó deslizarse +por los bosques de los alrededores en plena tormenta. +Y los automóviles parecían envejecer en su inmovilidad, +unas veces con las ruedas hundidas en la +nieve del patio, otras cubiertos de lágrimas por la lluvia +oblicua que se deslizaba bajo la amplia marquesina +de cristales. La inquieta y rebullente Alicia pasaba +mientras tanto los días en el lecho, afirmando á sus íntimos +que para conservar la belleza era excelente hacer +de vez en cuando «una cura de reposo». Invitaba á comer +á los amigos sin moverse de la cama. La mesa era +servida lujosamente en el gran dormitorio, y ella, metida +entre sábanas, con los platos á su alcance sobre un velador, +reía y conversaba con los convidados. Transcurrían +para ella meses enteros sin ver el exterior de su +casa, olvidando los costosos objetos que su capricho +había amontonado en las habitaciones. Le bastaba con +la vanidad de haber fabricado un riquísimo estuche +para albergue de su pereza.</p> + +<p>El príncipe la encontró en un saloncito del piso bajo. +Verdaderamente, le recibía con absoluta confianza. Iba +vestida con una túnica negra de su invención, mezcla +de peplo y de kimono. Los brazos se escapaban desnudos +de esta seda floja, que parecía vivir apretándose +sobre su cuerpo. Se adivinaban debajo de ella los relieves +y el calor perfumado de la carne, sin velos interiores. +Miguel miró su <i>smoking</i> y su brillante pechera como +si hubiese cometido una falta.<a name="page_071" id="page_071"></a></p> + +<p>Mientras iban hacia el ascensor, blanco y acolchado +como una caja de guantes, ella le dejó entrever los salones +del piso bajo, ostentosos, pero en una penumbra que +casi era obscuridad: el gran comedor, desierto y enfundado; +el pequeño comedor, en el que no se veía preparativo +alguno... ¿Adónde le llevaba?... ¿Estaría la mesa +puesta en su dormitorio?...</p> + +<p>El ascensor pasó ante el primer piso sin detenerse.</p> + +<p>—Vamos á mi estudio—dijo Alicia—. Tú eres de confianza. +Allí es donde como cuando estoy sola.</p> + +<p>Lubimoff se asombró del llamado «estudio», una vasta +pieza que ocupaba gran parte del segundo piso, y en +el que no pudo ver otros libros que los de un pequeño +estante. El decorado era de falso «Extremo Oriente»: un +amontonamiento de muebles de laca negra y sin adornos, +de sedas de colores desleídos ó de un azul negruzco, +de ídolos espantables. Una luz difusa y verdosa +descendía del techo: la luz de los teatros en una escena +de noche. Un biombo cubierto de figuras de oro formaba +como una segunda habitación, más íntima, con el suelo +alfombrado de pieles blancas de largos y sedosos pelajes, +sobre las cuales se amontonaban docenas de almohadones +de diversos colores, con reptiles alados y flores +inverosímiles.</p> + +<p>Un olor exótico y penetrante arañó el olfato del invitado. +Conocía este perfume. Y miró á la duquesa con +severidad.</p> + +<p>—Siéntate—dijo ella—; van á servirnos.</p> + +<p>Y como el príncipe mirase en torno, sin ver ninguna +silla, Alicia le dió ejemplo dejándose caer en un montón +de cojines. Miguel se sentó de igual modo junto á +una mesilla de nácar del tamaño de un taburete. Sobre +ella, una lámpara de pantalla obscura esparcía su redondel +de luz suave. El príncipe empezó á sentirse agitado +por una cólera sorda al pensar en su noche malograda.</p> + +<p>—Tú habrás comido así muchas veces—continuó +ella—. Has viajado más que yo. Debes conocer esta +decoración.</p> + +<p>Sí; conocía esta «decoración» con toda autenticidad, +y por eso no le placía volver á encontrarla imitada.<a name="page_072" id="page_072"></a> +Además, ¡obligarlo á comer en el suelo en plena Avenida +del Bosque!... <i>¡Snob!</i></p> + +<p>Pero al poco rato fué modificando su opinión. Indudablemente, +merecía este nombre; pero su snobismo era +ya algo habitual que había acabado por formar en ella +una segunda existencia. Adivinó en los menores detalles +que todo esto no había sido preparado para él, que +Alicia vivía y comía cuando estaba sola lo mismo que +en el presente, dominada por un deseo de diferenciarse +de los demás hasta cuando nadie podía observarla.</p> + +<p>Un doméstico de color de cobre sucio y caídos bigotes, +con <i>smoking</i> negro, una tela blanca arrollada á las +piernas lo mismo que una falda y una enorme cabellera +de mujer sostenida por un peine de concha, era el encargado +de servir la comida. Este asiático fué colocando +sobre el suelo enormes bandejas que contenían los manjares: +unas de plata antigua repujada á martillo, otras +de laca multicolor ó de materias semitransparentes que +imitaban la esmeralda, el topacio y el lacre rojo.</p> + +<p>Miguel se imaginó la locura de un gran maestro de +cocina que en pleno delirio dispusiera el orden de un +banquete. No había un solo plato que recordase el armónico +curso de una comida ordinaria. El paladar influía +en la imaginación, evocando recuerdos de remotos viajes, +visiones de países antitéticos. Las confituras exóticas +alternaban con los platos calientes: las pastelerías +aderezadas con violentos perfumes eran servidas al +mismo tiempo que ciertas salsas agrias, picantes ó de +intensa amargura.</p> + +<p>Alicia estaba casi tendida en los cojines, mirando los +platos con inapetencia, y sólo avanzaba un brazo perezoso +sobre los manjares más raros y de sabor ardiente, +demostrando la honda perversión de su paladar. Ella +misma se encargaba de ir llenando el vaso del convidado +con una bebida de su invención, á base de champaña, +que anestesiaba la boca con arañazos de frescura +y de cauterio y hacía subir á las fosas nasales un perfume +de flores raras y especias asiáticas.</p> + +<p>Hablando de la difunta princesa, acabó por mencionar +á su propia madre. Vivían las dos en abierta hostilidad. +Sus ojos tomaron un brillo agresivo al recordar<a name="page_073" id="page_073"></a> +á doña Mercedes confinada en los Campos Elíseos con su +corte de sotanas y mostrándose en público únicamente +para la organización de obras devotas. ¡Quería matar +de hambre á su única hija!... Y como Miguel sonriese +ante este grito colérico, ella explicó sus quejas.</p> + +<p>—No me da casi nada; una miseria: medio millón. Y +yo tengo que entregar á mi marido doscientos mil francos +por año: una querida algo cara, que evito ver. Tú +eres verdaderamente rico, hijo mío, y no comprendes +estas cosas... Como toda la fortuna es de ella, me sitia +por hambre y guarda su dinero para derrocharlo con +los curas... ¡Pobre señora! No puede encontrar ya otros +admiradores que ese monseñor y otros igualmente pedigüeños... +Y yo, que soy su hija, la suplico como una +mendiga para que me dé unas migajas con acompañamiento +de sermones... ¡Ay, si no hubiese sido por tu madre! +Esa sí que era una gran señora: nunca le lloré en +vano; hasta me daba más que yo pedía. Tú sabes indudablemente +que le debo algún dinero. Un poco... No sé +cuánto... ¿De veras que no lo sabes?... Yo te lo pagaré +cuando herede.</p> + +<p>Y con una franqueza brutal exteriorizó su pensamiento:</p> + +<p>—¡Cuándo me dejara en paz esa beata!... Los viejos +deberían ceder su puesto á los jóvenes. ¿Qué placer pueden +encontrar en seguir viviendo?</p> + +<p>Habían terminado de comer. Ella siguió llenando los +vasos de los dos con aquella bebida. Al principio repugnaba +á Miguel, pero había acabado por seducirle con su +frescura olorosa que perturbaba dulcemente los sentidos, +como si su embriaguez fuese de perfumes.</p> + +<p>—Tú fumarás indudablemente la pipa—dijo Alicia con +sencillez.</p> + +<p>El hizo un gesto negativo y recordó el olor que había +asaltado su olfato al entrar allí. Sabía qué «pipa» era +ésta, y extendió su mirada por el estudio. En algún rincón +oculto debía estar el fumadero.</p> + +<p>—¡Un hombre como tú!—continuó ella—. ¡Un navegante!... +¡Y yo que me había hecho la ilusión de que +fumaríamos juntos!</p> + +<p>Hasta dió á entender que la esperanza de proporcionarle<a name="page_074" id="page_074"></a> +este goce perseguido era la causa principal de su +invitación. Se resignó al enterarse de que el vigoroso +príncipe sufría náuseas cada vez que intentaba saborear +esta depravación asiática. Y mientras él encendía +un habano, Alicia sacó de una caja de plata los cigarrillos +que fumaba en presencia de los «no iniciados»: tabaco +oriental, pero bien rociado de opio.</p> + +<p>De pronto tuvo Miguel la certeza de algo que había +presentido desde que entró allí, ó mejor aún, desde que +se cruzaron sus miradas en el cementerio. La vió medio +incorporada en sus almohadones, con un encogimiento +felino, como si fuese á saltar sobre él. Era el ímpetu reconcentrado +de la bestia hermosa y segura de su fuerza +que no puede esperar ni conoce el disimulo. Se había +quedado con la tacita de café olvidada en una mano, +mirándole fijamente. La punta de azul eléctrico danzante +en sus pupilas la conocía Lubimoff. Era la mirada de +oferta de los silencios femeninos, la invitación á la violencia, +á la toma de posesión, que tantas veces había +encontrado ante su paso de millonario vencedor.</p> + +<p>Necesitaba hablar cuanto antes para romper el maleficio +mudo de esta hermosa bruja, que, convencida de +su triunfo final, le enviaba sonriendo las bocanadas de +humo de su cigarrillo. Y Miguel aludió á la fama amorosa +de ella, al gran número de amantes que le atribuían, +como si con esto pudiera crear una honda separación +entre los dos.</p> + +<p>—¡Ah! ¿tú también?...—dijo Alicia, riendo con una +expresión varonil—. Supongo que tu moral no es la de +mamá, y que no irás á sermonearme por mi conducta. +Aunque, en realidad, mamá no me censura por lo que +hago. Lo que la indigna es mi falta de miedo al qué +dirán, y algunas veces el origen obscuro de los hombres +en que pongo mis ojos. ¡Pobre señora! Si yo tuviera relaciones +con un rey ó un príncipe heredero, tal vez permitiría +que nos viéramos en su casa, y hasta su monseñor +montaría la guardia.</p> + +<p>Pasó un rato silenciosa, con los ojos inquietantes fijos +en Miguel.</p> + +<p>—Bueno; he tenido muchos hombres. ¿Y tú? ¿Crees +que no conozco tus vagabundeos por el planeta en busca<a name="page_075" id="page_075"></a> +de mujeres inéditas y sensaciones nuevas?... Los dos +hemos hecho lo mismo; sólo que yo no he necesitado +correr tanto mundo para saber lo mismo que tú sabes... +Y no tendrás la pretensión de imaginarte, como ciertos +hombres, que nuestros casos no son exactamente comparables +por pertenecer yo á otro sexo.</p> + +<p>El príncipe la escuchó silenciosamente exponer sus +ideas. Amaba mucho la vida, y á cambio de este amor +reclamaba de ella todo cuanto pudiera darle... Otras +mujeres sentían preocupaciones de orden material: el +ansia de riqueza, la conquista del lujo, los apuros de +familia... Ella lo poseía todo; ninguna inquietud entenebrecía +su mañana; ni siquiera la de su belleza, sostenida +por una salud magnífica y que parecía crecer con +la edad y el abuso de sus fuerzas. Y en esta existencia de +vanidades satisfechas hasta el hartazgo, sólo una cosa +le interesaba, por su variedad infinita, por sus fases, +que parecían repetirse monótonas, pero en realidad eran +distintas para los inteligentes de exquisito paladeo: el +amor.</p> + +<p>—Compréndeme, Miguel; no te rías en tus adentros. +Me conoces demasiado para imaginar que yo puedo creer +en el amor como la mayoría de los mujeres. Sé que es +necesario un poco de ilusión para sazonar su materialidad; +todos ponemos en él un poco de mentira, para +gozar de esa mentira aunque sepamos que lo es: pero +en el fondo, yo me río del amor tal como lo entiende el +mundo, así como me río de tantas otras cosas veneradas +por las gentes... Yo no quiero enamorados; quiero +admiradores. No busco inspirar amor; me place más la +adoración.</p> + +<p>Estaba orgullosa de su belleza. Habló de Venus como +de un personaje real. Admiraba su serenidad olímpica +dándose á los dioses y á los hombres, sin dejar de ser +superior aun en el momento en que sufría el despotismo +del sexo asaltante. Ella se consideraba como una superbelleza, +más allá de los vulgares límites del vicio y la +virtud, una obra de arte viviente, y el arte no es moral +ni inmoral, pues le basta con ser hermoso.</p> + +<p>—Poetas, pintores y músicos buscan entregarse al mayor +número de admiradores; se esfuerzan por engrandecer<a name="page_076" id="page_076"></a> +el círculo del deseo público; procuran, con una +coquetería femenil, atraer nuevos solicitantes. Yo soy +como ellos. No necesito crear belleza, pues, según dicen, +la llevo en mí misma; mi obra soy yo; pero amo la gloria, +necesito la admiración, y por eso me doy generosamente, +satisfecha de la felicidad que proporciono, pero +sin dejarme dominar por aquellos que busco, conservando +mi público á mis pies.</p> + +<p>Miguel pensó que por la vida de esta mujer debían +haber pasado varios artistas. Se notaba en sus +palabras, en las imágenes con que pretendía expresar +el entusiasmo por su propio cuerpo. El orgullo de su +belleza era inmenso. ¿Qué valían las ambiciones perseguidas +por los hombres, comparadas con la satisfacción +de verse hermosa y deseada? Unicamente la gloria +de los guerreros, de los conquistadores sanguinarios, +cuyos nombres son conocidos hasta en los lugares salvajes, +podía igualarse con el dominio universal de la +mujer.</p> + +<p>—Para mí—continuó Alicia—, lo más hermoso y +exacto que se ha escrito es lo del «banco de los viejos».</p> + +<p>El príncipe hizo un gesto de extrañeza, y ella continuó. +Eran los viejos troyanos de la <i>Ilíada</i>, que protestan +del largo sitio de su ciudad, de la sangre de miles +de héroes, de la miseria, todo por culpa de una mujer... +Pero pasa Helena ante el «banco de los viejos», majestuosa +de belleza, arrastrando sus túnicas de oro, y todos +ellos quedan absortos de admiración, lo mismo que si +la divina Afrodita acabase de descender á la tierra, y +murmuran como una plegaria: «Bien merece lo que por +ella sufrimos. ¡Es tan hermosa!»</p> + +<p>—Me gusta que los hombres padezcan por mí. ¡Qué +gloria si yo pudiese ser la causa de una gran matanza, +como esa abuela inmortal!... Siento un orgullo profundo +cuando noto que á mis espaldas mugen la envidia y el +despecho, lanzando todas esas murmuraciones que enfurecen +á mi madre. Sólo las personas extraordinarias +levantamos tempestades... Y luego, en los salones, los +mismos personajes austeros que han hecho coro á sus esposas +y sus hijas me miran al pasar con unos ojos disimulados +y admirativos; unos enrojecen, otros se ponen<a name="page_077" id="page_077"></a> +pálidos. Adivino que no tendría mas que hacer una seña +á su muda admiración... Yo también tengo mi «banco +de los viejos».</p> + +<p>Se dió cuenta Lubimoff repentinamente de que ella, +mientras hablaba, se había ido aproximando, de almohadón +en almohadón, apoyándose en los codos. Casi +estaba á sus pies, con la cabeza en alto, pretendiendo +envolverle en el efluvio magnético de su mirada ascendente +y fija. Parecía una serpiente negra y blanca estirándose +poco á poco entre los cojines; iba saliendo de +ellos como si fuesen peñascos de diversos colores.</p> + +<p>—El único hombre que me ha hecho pensar un poco—continuó +con una voz de susurro—, el único que me +ha parecido distinto á los otros, eres tú... No te alarmes: +no es amor. No voy á invertir los términos, haciéndote +una declaración. Tal vez ha sido porque de muchachos +nos aborrecimos, porque nunca te inspiré deseos; y esto +resulta tan extraordinario en mi vida, que basta para +interesarme.</p> + +<p>Sus manos se apoyaron en las rodillas de él como si +fuera á incorporarse.</p> + +<p>—Cuando nos encontramos en el cementerio, después +de tantos años, me acordé de todo lo que he oído contar +de ti. Muchas mujeres que yo conozco han sido tus +amantes, y yo me dije: «¿Por qué no yo también?» Luego +pensé en los hombres que han pasado por un vida, y +añadí: «¿Por qué no él?...»</p> + +<p>Ahora eran los codos de Alicia los que se apoyaban +en sus rodillas, y como el príncipe estaba sentado sobre +dos almohadones nada más, casi quedaban al mismo +nivel sus ojos y sus bocas. El aliento de ella, al hablarle, +se esparcía sobre su rostro como una brisa de selva +asiática susurrante bajo la luna. Las especias y las flores +que saturaban el vino parecían voltear en esta caricia +flúida.</p> + +<p>Intentó él repelerla, pero una mano de Alicia se había +posado ya en uno de sus hombros. Se limitó á hacer +con la cabeza un gesto negativo.</p> + +<p>—No temas—añadió ella, extremando su susurro acariciador—. +Conmigo no hay compromiso. Me dejarás +cuando quieras; tal vez te deje yo antes... Te deseo desde<a name="page_078" id="page_078"></a> +hace unos días: tú debes desearme como los otros... Vivamos +el momento presente como personas que conocen +el secreto de la existencia y saben lo que ésta puede +darnos... Luego, si nos cansamos el uno del otro, ¡adiós! +sin rencor y sin nostalgia.</p> + +<p>Al recordar el príncipe de tarde en tarde esta escena, +sentía cierta molestia. Estaba seguro de haberse mostrado +brutal y ridículo. El, que con tanta facilidad realizaba +el gesto de amor en sus viajes, experimentando +muchas veces una comezón de repugnancia ni pensar en +sus copartícipes, se rebeló con un pudor irritado ante los +avances de la duquesa. ¡No; con ella, nunca! Despertó +en su interior la misma antipatía que le había hecho +levantar el látigo siendo adolescente.</p> + +<p>Se vió de pie en el centro del estudio, mirando con +inquietud hacia la puerta, murmurando estúpidas excusas. +«Debo irme: es tarde. Me esperan unos amigos...» +Ella se había serenado. También estaba de pie, y le miró +con asombro é ira.</p> + +<p>—Tú eres el único que podías hacer esto—dijo, al +despedirle, con un acento cortante—. Ahora veo claro. +Te odio como tú me odias. Mi capricho era estúpido. Te +has permitido un lujo que nadie en el mundo podrá imitar. +Si fuese más joven, te daría otro latigazo como el +del Bosque; pero á falta de él, hazte cuenta que te repito +lo que dije entonces.</p> + +<p>No se vieron más.</p> + +<p>Cuando el príncipe hubo puesto en orden todo lo concerniente +á la herencia de su madre, pensó en reanudar +sus viajes, pero con mayor suntuosidad. Ya no necesitaba +pedir dinero á la princesa. Era uno de los grandes +ricos del mundo. Los hombres que estaban al frente de +la administración de sus bienes—una oficina con numerosos +empleados, casi un Ministerio de pequeño Estado—le +anunciaban que los diez y seis millones anuales de la +princesa iban muy pronto á ser veinte, por el desarrollo +de los ferrocarriles rusos, que permitiría una explotación +más intensa de sus minas.</p> + +<p>El coronel recibió el encargo de echar abajo los muros +feudales, construyendo Villa-Sirena de acuerdo con +los gustos del príncipe. Este odiaba las resurrecciones<a name="page_079" id="page_079"></a> +arquitectónicas. No podía sufrir ciertos edificios que +pretenden copiar la Alhambra, los palacios de Florencia +ó las construcciones ordenadas y solemnes de Versalles, +para orgullo de sus propietarios.</p> + +<p>—Los muebles tendrían que ser idénticos á los de la +época—decía Miguel—y habría que vivir en esas casas +lo mismo que se vivía en el siglo que produjo el estilo, +vestir y comer como en otras edades... ¡Qué disparate la +reconstrucción de uno de esos cascarones históricos para +instalarse en su interior como hombres modernos, incurriendo +á cada paso en un anacronismo!...</p> + +<p>Recordaba el intento de un millonario amigo suyo, +miembro del instituto, que había hecho levantar en la +Costa Azul una casa romana, exactamente romana. Los +invitados á la inauguración tuvieron que dormir en +camas de correas, comieron acostados, y para sus excedencias +digestivas sólo encontraron un agujero en el +suelo, lo mismo que los antiguos Césares. A las veinticuatro +horas todos fingían haber recibido telegramas +llamándoles con urgencia á París, y el mismo dueño, +pasados unos meses, dejó su casa al cuidado de un conserje +para que la enseñase como un museo.</p> + +<p>Miguel amaba la arquitectura presente, cuyas catedrales +son las «galerías de máquinas» y las grandes +estaciones de ferrocarril. Aplicada á la vivienda, le +placía por su falta de estilo: paredes blancas, pocas +molduras, rincones semicirculares, carencia absoluta +de ángulos, para perseguir el polvo hasta en sus últimas +madrigueras, amplias aberturas que daban entrada +á la brisa ó al sol, dobles muros por cuyos huecos podía +circular el aire caliente ó frío y el agua á diversas temperaturas.</p> + +<p>—Hasta ahora, el hombre—afirmaba el príncipe—vivió +en magníficos estuches de arte y de porquería. Los +arquitectos modernos han hecho más en treinta años por +la dulzura de vivir que hicieron en tres mil los constructores-artistas +tan admirados por la Historia. Han +declarado indispensable el cuarto de baño, que no conocían +los reyes de hace un siglo, y las aguas corrientes; +han inventado la calefacción central y el <i>water-closet</i>. +Que no me hablen de los magníficos palacios de Versalles,<a name="page_080" id="page_080"></a> +donde no había un solo gabinete de necesidad, +y todas las mañanas los lacayos vaciaban doscientos +sillicos del rey y de los cortesanos. Algunas veces, para +terminar más pronto, arrojaban su contenido por las +majestuosas ventanas, y venía á caer sobre la litera y +el séquito de una delfina ó de un embajador.</p> + +<p>Toledo se dedicó á vigilar la construcción de Villa-Sirena, +blanca, lisa y sin estilo definido, con arreglo á +los deseos del príncipe. Este se encargaría de «hacer +arte» cuando llegase su hora, colocando el cuadro célebre, +la estatua, el tapiz ó la alfombra allí donde +diesen más placer á sus ojos. La casa sólo debía ser una +envoltura de líneas puras y simples, en cuyos flancos +estuviesen almacenados el calor ó la frescura, según la +estación, el agua pronta á correr por todas partes, la +electricidad escapando en chorros luminosos ó agitando +la atmósfera con el aleteo de la brisa.</p> + +<p>Le fué más fácil transformar con rapidez su vivienda +errante sobre los mares. Vendió el <i>Gaviota</i>, que le recordaba +su dependencia como hijo de familia, y fué á +los Estados Unidos atraído por un anuncio. Cierto multimillonario +había empezado tres años antes la construcción +de un yate, con el deseo de que fuese superior +en lujo y tonelaje á los de todos los soberanos de Europa. +Cuando veía próximo á realizarse este triunfo de +los reyes republicanos de la industria sobre los reyes +históricos del viejo mundo, el americano murió en un +accidente de automóvil y sus herederos no sabían qué +hacer del tal Leviatán, que sólo podía servir á un viajero +inmensamente rico y además, en su opinión, algo +loco. Pensaban ofrecerlo al kaiser Guillermo II, resignados +á sufrir sus exigencias de aprovechado comerciante, +cuando se presentó el príncipe Lubimoff. Una +semana después, la blanca popa del buque y las dos +caras de su proa ostentaban un nombre en letras de +oro, repetido además en los rollos salvavidas y en las +diversas embarcaciones secundarias, balleneras, botes á +vapor, botes automóviles: <i>Gaviota II</i>.</p> + +<p>Tenía el tonelaje de un pequeño trasatlántico y la +velocidad de un torpedero. Por su doble chimenea se +escapaba diariamente la fortuna de un hombre. Su presencia<a name="page_081" id="page_081"></a> +en ciertos archipiélagos lejanos dejaba limpios +los depósitos de carbón. Un vapor de carga alquilado +por el príncipe salía al encuentro del <i>Gaviota II</i> en +los mares más remotos para llenar sus bodegas de combustible.</p> + +<p>Puertos tranquilos se iluminaron por la noche como +si hubiese salido el sol. El príncipe Lubimoff daba una +fiesta á bordo, y su buque se dibujaba, desde la línea +de flotación hasta los topes, ribeteado de bombillas eléctricas +de diversos tonos, mientras los potentes reflectores +lanzaban chorros movibles de luz, sacando de las +entrañas de la noche las olas, las playas, el caserío de +la ciudad. Otras veces, el fuego blanco de sus ojos monstruosos +resbalaba sobre muros de hielo que se perdían +en las altas tinieblas, y los pingüinos, las focas y los +osos polares interrumpían su sueño, asustados por este +monstruo luminoso y jadeante que partía como un relámpago +el misterio de la noche.</p> + +<p>Ser dueño del movible palacio que al anclar frente +á las ciudades hacía correr á las muchedumbres como +un espectáculo raro no era suficiente para Miguel Fedor. +Y creó algo más interesante aún que los salones +lujosos y las refinadas comodidades del <i>Gaviota II</i>: su +orquesta.</p> + +<p>La sensualidad de la música era para él la más preciosa +de las emociones. Con el oído harto de música suculenta, +buscaba autores ignorados y muchas veces extravagantes +que excitaban su curiosidad; pero siempre +volvía á exigir como platos fuertes de estos banquetes +auditivos los maestros de sus primeras adoraciones, y +entre todos ellos, Beethoven.</p> + +<p>Tratados como si fuesen oficiales, retribuídos á su +placer y con el aliciente de visitar una gran parte de +la tierra, se presentaban músicos de todos los países +solicitando su ingreso en la orquesta del yate. Concertistas +de fama y jóvenes compositores entraron en +ella como simples ejecutantes. Unos estaban enfermos, +y buscaban su salud en un viaje alrededor del mundo +con verdadero lujo y sin dispendios; otros se embarcaban +por amor á las aventuras, por ver gentes nuevas +desde este alcázar flotante, donde todo parecía organizado<a name="page_082" id="page_082"></a> +para una eterna fiesta. Nunca eran menos de cincuenta.</p> + +<p>«Mi orquesta es la primera del mundo», contestaba +con orgullo el príncipe cuando le cumplimentaban sus +invitados; pero sólo de tarde en tarde, estando en los +puertos, permitía que la gente de tierra viese á sus +músicos.</p> + +<p>En las noches tibias del trópico, bajo una luna enorme +de color de miel que convertía el mar en planicie de +azogue, los ejecutantes, vestidos de frac y sentados en +la cubierta superior ante las filas de atriles iluminados +por lamparillas eléctricas, iban desarrollando en una +atmósfera dormida—que guardaba tal vez los primeros +vagidos del nacimiento del planeta—las melodías más +originales, las combinaciones de sonidos más refinadas +que engendró el sublime delirio del artista hecho dios. +La música iba quedando detrás del buque, en el misterio +oceánico, como una cinta que se estira, se rompe y +se pierde en fragmentos lo mismo que el humo de las +chimeneas. Durante las pausas de la orquesta surgía el +sordo y lejano rodar de las hélices levantando un zumbido +de espumas; luego, de tarde en tarde, el lento badajeo +de la campana anunciando el paso del tiempo, ó el +grito del vigía acurrucado en el «nido» del palo mayor, +revelando su vigilancia con una melopea igual á la del +muecín en lo alto de su minarete. Y esta música monótona +del mar comunicaba una sensación de noche y de +inmensidad á la música de los hombres.</p> + +<p>Al pie de las escaleras ó en los salientes de las cubiertas +inferiores se agrupaban los oficiales y los empleados +del príncipe para oir el nocturno concierto. En +la proa, la marinería, puesta en cuclillas, escuchaba con +el religioso silencio de los hombres simples ante algo +que no comprenden, pero que les infunde respeto. Arriba +no había más oyente que Miguel Fedor, lejos de los +músicos, de espaldas á ellos, mirando á sus pies las aguas +espumosas y partidas que escapaban como un doble río +á lo largo del buque, llevándose á la boca el cigarro, +que hacía surgir por un momento de la sombra, coloreado +de rojo, su rostro pensativo.</p> + +<p>El yate guardaba otra corporación más silenciosa.<a name="page_083" id="page_083"></a> +Los que conseguían subir á él en los puertos siempre alcanzaban +á distinguir de lejos alguna dama con zapatos +blancos, falda azul, chaqueta cruzada con botones de +oro, corbata y cuello masculinos, gorra de oficial. Nadie +sabía con certeza cuántas eran. Los hombres de la +tripulación tenían vedado el acceso á los departamentos +centrales del buque y su cubierta superior. Algunos, +al contravenir por descuido la orden, se habían encontrado +con las compañeras del príncipe más ligeras de +ropa que cuando llevaban su elegante uniforme marino, +ó con trajes ricos y exóticos, como figurantas de baile. +En los grandes puertos saltaban á tierra por unas horas +estas tripulantes misteriosas, vestidas con discreta elegancia +y expresándose en diversos idiomas.</p> + +<p>Cuando el <i>Gaviota II</i> tornaba á anclar en una bahía +visitada el año anterior, los curiosos encontraban completamente +renovado este harén errante. Algunas veces +llegaban á reconocer á una ó dos de las damas, pero tenían +la expresión melancólica y paciente de la odalisca +venida á menos, que se considera contenta en el lujo y +el olvido.</p> + +<p>Miguel Fedor cortaba algunos años sus viajes, durante +el verano, para instalarse en las playas de moda. +Las mujeres de las largas travesías quedaban á bordo +con todas los comodidades y despilfarros á que estaban +acostumbradas. Otras veces las despedía como se licencia +á una tripulación al desarmar un buque, finalizada +su campaña.</p> + +<p>Le interesaban de pronto las mujeres de vida sedentaria, +la sociedad de tierra firme, los intrigas veraniegas +en los balnearios célebres, y permanecía en un hotel +costero, mientras su yate se balanceaba gallardamente +sobre las aguas azules como un palacio de misterios y +suntuosidades, hacia el que convergían todas las imaginaciones +femeninas.</p> + +<p>Viviendo en Biarritz intimó con Atilio Castro al descubrir +que eran parientes por el general Saldaña. El +español admiró la fascinación que ejercía el príncipe +sobre todas las mujeres, muchas veces sin desearlo.</p> + +<p>Jamás en ninguna época había sentido la hembra +más afición al lujo ni menos escrúpulos para conseguirlo.<a name="page_084" id="page_084"></a> +Esta era la opinión de Castro. Las grandes ostentaciones, +que en otros siglos sólo estaban al alcance de +contadas familias, pertenecían ahora á todo el mundo. +Sólo se necesitaba dinero para poseerlas. Además, había +que tener en cuenta los adelantos materiales del tiempo +presente, que hacen la vida más cómoda, pero aumentan +nuestros deseos...</p> + +<p>—El automóvil y el collar de perlas llevan hechas más +víctimas que las guerras de Napoleón—decía Atilio.</p> + +<p>Eran estas dos cosas como el uniforme de gala de la +mujer, y las que carecían de ellas se juzgaban infelices +y maltratadas por la suerte. Su doble imagen turbaba +las ilusiones de las vírgenes y la fidelidad de las esposas. +Las madres burguesas, con el gesto melancólico de +la que ha malgastado torpemente su existencia, aconsejaban +á las hijas: «Para casaros que sea con automóvil +y collar de perlas.» Y más allá del matrimonio modesto +se prolongaba este deseo, robustecido por el consejo maternal. +El lujo, sea como sea; el lujo democratizado, al +alcance de todos, conseguido por el dinero, que no tiene +sabor, ni olor, ni marca de origen.</p> + +<p>—Tú eres el omnipotente que puede dar el «auto» de +buena marca y la sarta de perlas—continuaba Castro—. +Tú eres el sultán de las magnificencias. Te basta poner +tu firma en un cheque para que una lluvia de oro doble +una cabeza. ¡Aprovéchate! Tu época te ha preparado el +camino.</p> + +<p>Y el príncipe, que no necesitaba tales consejos, seguía +su marcha de vencedor por un mundo en el que se +desvanecían á su paso las virtudes más acreditadas. +Hasta las resistencias sinceras acabaron por parecerle +útiles malicias para retrasar la caída, aumentando el +deseo y su precio. Los millones llegados de Rusia se +esparcían y desmenuzaban sosteniendo el bienestar y +la ostentación de muchas casas, fomentando la elegancia +de numerosas señoras, sirviendo de alimento á las +industrias del lujo. Algunas damas se sentían interesadas +verdaderamente por la persona de Miguel Fedor á +causa del prestigio misterioso de sus viajes en un buque +del que se hablaba como de un palacio encantado, á +causa también de sus aventuras con mujeres célebres<a name="page_085" id="page_085"></a> +del teatro ó del gran mundo, que le hacían mas deseable. +Pero una vez satisfechas su vanidad y su imaginación, +dejaban hablar al egoísmo. «¿Por qué he de ser yo menos +egoísta que las otras?...»</p> + +<p>No necesitaban de astucias y circunloquios para formular +su petición. Algunas, á la segunda entrevista, se +mostraban melancólicas y aludían á las tristes realidades +de la existencia. Pero el generoso príncipe se anticipaba +á sus deseos. Quería pagar á sus amantes, abrumarlas +con sus regalos, verlas como esclavas favoritas cubiertas +de joyas. Así era más fácil el rompimiento; podía +alejarse cuando quisiera, satisfecho de su conducta, sin +emoción ante las quejas y las lágrimas. De sus ascendientes +rusos, medio orientales, había heredado una +gran capacidad sensual que le hacía buscar á la mujer, +y al mismo tiempo un desprecio inalterable por ella. La +mimaba, pero no podía amarla; la adoraba, y se revolvía +indignado siempre que pretendía colocarse á su mismo +nivel. Era capaz de perder su fortuna por ella, de +afrontar peligros de muerte, pero apartándola á continuación +con el pie si intentaba influir en su existencia. +Las ambiciosas que fingían una gran pasión con la inaudita +esperanza de un matrimonio, las sentimentales que +pretendían interesarle con refinamientos psicológicos, +las que traían al adulterio sus entusiasmos de madre y +susurraban en su oído la felicidad de tener un hijo que +se le pareciese, le esperaban en vano al día siguiente. +«¡Ni grandes pasiones, ni hijos!...» El yate echaba de +pronto dos chorros de humo, llevando á su dueño á otro +puerto, tal vez á otro continente: y si quería huir de una +ciudad del interior, ordenaba el enganche de su vagón +especial en el primer tren que partiese.</p> + +<p>Estas fugas no eran nunca sin un generoso recuerdo. +La magnificencia de Miguel Fedor continuaba existiendo +para las abandonadas. Su presupuesto se iba +cargando todos los años con nuevos nombres, como el +de una casa real que distribuye pensiones á los servidores +olvidados. Pero las pensiones del príncipe Lubimoff +eran para el mantenimiento del lujo y no de la vida. +Las más modestas pasaban de treinta mil francos anuales. +El tipo medio era de doble cantidad.<a name="page_086" id="page_086"></a></p> + +<p>—Alteza, habrá que hacer una revisión—decía el administrador.</p> + +<p>Miguel examinaba la lista de nombres, vacilando +ante algunos. No podía recordar bien las personas que +los llevaban. Luego sonreía, paladeando ciertas visiones +despertadas en su memoria. Era inmensamente rico: ¿por +qué no mantener un lujo que era la suprema ilusión de +todas ellas?... No le ofendía que de este lujo disfrutasen +sus sucesores.</p> + +<p>Experimentaba un orgullo de dios al hacer sentir á +todas horas su generosidad sin dejarse ver. En París, +una joyería dirigida por un judío de origen español +trabajaba solamente para los regalos del príncipe. Sus +alhajas, de un valor sólido é intrínseco, sin añagazas de +artífice, tenían cierto aire de familia, algo así como un +perfume imaginario que hacía reconocerse á las mujeres +que las ostentaban. A lo mejor, en un <i>hall</i> de hotel, á la +hora del té, en un balneario elegante ó en un baile, dos +señoras que acababan de reconocerse se examinaban en +silencio las orejas ó el pecho, hasta que la más atrevida, +enrojeciendo invisiblemente bajo sus coloretes, preguntaba con +sencillez: «¿Ha conocido usted al príncipe Lubimoff?...»</p> + +<p>Atilio Castro admiraba á su pariente, más que por +su riqueza y sus éxitos, por su inalterable salud.</p> + +<p>—¡Qué cosaco!... Es un legítimo heredero del protegido +de Catalina.</p> + +<p>Sin embargo, muchas veces escapaba el yate mar +afuera, emprendiendo largos viajes, sin que su dueño se +viese forzado á huir de una pasión complicada y peligrosa. +Se alejaba de sí mismo, de sus excesos de tierra, +de su imaginación perversa y curiosa, que le hacía +buscar y tentar á nuevas mujeres, perturbando su tranquilidad, +sin que experimentase un verdadero deseo. +Emprendía los más extraordinarios viajes, buscando la +paz del mar y su atmósfera reconfortante, la orquesta +iba con él; pero el harén quedaba en tierra. Había dado +la vuelta al planeta siguiendo la ruta más corta; luego +repitió esta circunnavegación por dos veces, pero en +zigzag, queriendo conocer todas las costas de la tierra. +Ahora emprendía viajes caprichosos; navegaba de un<a name="page_087" id="page_087"></a> +hemisferio á otro por el placer de visitar una pequeña isla +que había visto descrita en los libros, una de esas islas +perdidas en el Pacífico, y tan exiguas, que aparecen en +las cartas como un simple punto á continuación de su +largo nombre trazado sobre la superficie pintada de azul.</p> + +<p>A la vuelta de una de estas excursiones, que le hacían +correr el mundo como si fuese su propiedad, recibió por +el telégrafo sin hilo la noticia de que Alemania acababa +de declarar la guerra á Rusia y á Francia.</p> + +<p>No experimentó gran extrañeza. Conocía personalmente +á Guillermo II. El era la causa de que el príncipe +Lubimoff evitase navegar en verano por las costas de +Noruega.</p> + +<p>Al año siguiente de la adquisición del <i>Gaviota II</i> se +había tropezado en dichos parajes con el yate imperial. +El kaiser, como un vecino entremetido y omnisciente, +vino á verle para curiosear en su buque, examinándolo +todo, dando consejos, pasando revista á los hombres y á +las cosas, disertando sobre las máquinas é interrumpiéndose +para aconsejar variaciones en el uniforme de la +tripulación. Después de un almuerzo en su propio yate +y un <i>lunch</i> en el del emperador, el príncipe Miguel quedó +harto de esta inesperada amistad. El Lohengrin con +casco de aletas, capa blanca y las dos manos en la empuñadura +del sable resultaba menos insufrible que este +señor de enhiestos bigotes y dientes de lobo vestido de +marino, que reía con una risa falsa y brutal y desempeñaba +el papel de hombre sencillo, de monarca sin ceremonias, +cuando encontraba en el mar á un multimillonario +de América ó de Europa. El dinero inspiraba una +gran veneración al héroe de leyenda, al místico nutrido +con sublimidades. Nunca había participado Miguel del +entusiasmo que el emperador alemán inspiraba á los +<i>snobs</i>. Sonreía ante sus gustos escénicos, sus bravatas +guerreras y sus ambiciones cerebrales que intentaban +abarcarlo todo.</p> + +<p>—Es un comediante—dijo al recibir la noticia de la +guerra—, un comediante que al sentirse viejo va á hacer +llorar al mundo... ¡Y que la suerte de los hombres dependa +de él!...</p> + +<p>Miguel Fedor se consideraba aparte de los hombres.<a name="page_088" id="page_088"></a> +Lamentó la guerra como algo terrible para los demás, +pero que no podía influir en su propia suerte. Ya que +Europa había caído en una demencia sanguinaria, él +seguiría navegando por los mares lejanos. Gracias á su +riqueza, podía mantenerse al margen de la lucha.</p> + +<p>Pero los tiempos cambiaban rápidamente; la vida era +otra: todos los valores habían perdido su antiguo aprecio. +El <i>Gaviota II</i>, á pesar de su bandera rusa, se vió +detenido por los torpederos ingleses, que lo sometieron +á una minuciosa inspección, no comprendiendo que se +navegase por gusto cuando todos los mares estaban convertidos +en un campo de batalla. A la altura de las +Azores tuvo que forzar sus máquinas para librarse de +un corsario alemán.</p> + +<p>Además, escaseaba el carbón. Los depósitos esparcidos +en las costas lo guardaban para los buques de guerra. +Noticias importantes llegaban con frecuencia al yate +por el telégrafo sin hilo desde el lejano París, donde +estaba el primer apoderado del príncipe. Se había roto +la comunicación entre él y las administraciones de la +fortuna Lubimoff establecidas en Rusia. No llegaba dinero +de allá, y los Bancos de París, con las cajas cerradas +por el <i>moratorium</i>, facilitaban secretamente dinero +á un millonario como el príncipe, pero no tanto como +exigían sus necesidades.</p> + +<p>El yate fué á amarrarse en el puerto de Mónaco, y +Miguel Fedor, al llegar á París, casi rió como en presencia +de un cambio grotesco de las leyes naturales. ¡El +heredero de los Lubimoff necesitando dinero y teniendo +que esforzarse por adquirirlo, lo que no había hecho en +toda su existencia; solicitando adelantos horriblemente +usurarios con la garantía de sus lejanas y famosas riquezas, +que por primera vez eran menospreciadas!...</p> + +<p>Cuando se restablecieron las comunicaciones de un +modo intermitente entre la Europa occidental y la Rusia +casi aislada, el administrador mostró un gesto desesperado, +la recaudación había descendido un ochenta por +ciento.</p> + +<p>—Según eso, ¿voy á ser pobre?—preguntaba Lubimoff, +riendo: tan inverosímil y disparatada le parecía +la noticia.<a name="page_089" id="page_089"></a></p> + +<p>Resultaba muy difícil enviar dinero á París, y el +valor de los rublos descendía vertiginosamente. Los millones +pasaban á ser en Francia simples centenas de mil. +La movilización militar había dejado las minas sin brazos; +los productos no obtenían salida; los <i>mujiks</i>, viendo +sus hijos en el ejército, se negaban á pagar y hasta á +trabajar. El gobierno ruso, para que el dinero quedase +en el país, limitaba los envíos monetarios á los compatriotas +residentes en el extranjero.</p> + +<p>—¡El zar sometiéndome á una pensión!—decía asombrado +el príncipe—. ¡Mil ó dos mil francos al mes!... +¡Qué absurdo!</p> + +<p>Ya no reía. Su cólera contra la corte rusa, que se +había ido aglomerando de un modo inconsciente desde +su lejana expulsión de Petersburgo, estalló ahora á impulsos +del egoísmo. El zar y sus consejeros, deseosos de +rusificar toda la Europa oriental, eran los culpables de +la guerra. Bien podían haberse mantenido en paz con +Alemania. ¿Por qué turbar la tranquilidad del mundo +á causa de un pequeño pueblo balkánico?...</p> + +<p>Se burló fríamente de algunos amigos que, siguiendo +rutas extraviadas á través de Europa y de los mares +glaciales, volvían á Rusia para recuperar sus antiguos +puestos en el ejército. El no quería morir por el zar. Le +importaba poco que su país fuese gobernado por alemanes. +Hasta en ciertos momentos lo juzgaba preferible, +siempre que la paz se restableciese rápidamente, permitiéndole +disfrutar otra vez de sus riquezas y reanudar +la vida de meses antes, que ahora le parecía á medio +siglo de distancia.</p> + +<p>Los dos años siguientes transcurrieron para Lubimoff +como en una pesadilla. ¿Qué mundo era éste?... Sus antiguas +amistades desaparecían. Algunas de las mujeres +frívolas que habían amenizado su existencia contemplaban +los acontecimientos con una tranquilidad inconsciente; +pero otras se mostraban abnegadas y heroicas, +olvidando sus actos anteriores, sintiendo formarse dentro +de ellas un alma nueva.</p> + +<p>El príncipe se vió arrastrado por los sucesos de un +modo brusco. Una fuerza misteriosa é irresistible le empujaba, +le hacía perder el equilibrio en lo más alto de<a name="page_090" id="page_090"></a> +aquella vida tan dulce, tan amplia, coronada de un halo +de gloria. Después rodó solo, por su propia inercia, y +cada escalón le reservaba un golpe más fuerte, una sorpresa +más dolorosa. ¿Hasta dónde llegaría en su derrumbamiento?... +¿Qué podría encontrar al final de esta caída +ilógica?...</p> + +<p>Las entrevistas con su administrador de París le parecieron +algo que transcurría en otro planeta, sometido +á leyes absurdas. Estas conferencias las terminaba siempre +dando la misma orden:</p> + +<p>—Busque usted dinero. Pida prestado... Yo soy el +príncipe Lubimoff, y esto no puede durar. Venzan unos +ó venzan otros (me da lo mismo), el orden se restablecerá, +y yo pagaré inmediatamente á mis acreedores.</p> + +<p>Pero el administrador le contestaba con un gesto de +desaliento. ¿Encontrar dinero sobre bienes que estaban +en Rusia?... Valiéndose del antiguo prestigio del príncipe, +había podido realizar varios empréstitos; mas transcurría +el tiempo y los intereses enormes iban acumulándose. +Lubimoff, á pesar de haber simplificado sus gastos +y suprimido sus pensiones, necesitaba mucho dinero +para vivir.</p> + +<p>La caída del zarismo fué una esperanza para este +magnate que odiaba al gobierno imperial. «Con la República +se acelerará el fin de la guerra y volveremos al +buen orden.» Su egoísmo le hacia concebir una República +preocupada, ante todo, de devolver sus riquezas á +los seres dichosos por su nacimiento. Los delgados hilillos +de su fortuna que aún llegaban con intermitencias +hasta París se cortaron de pronto: la fuente de su riqueza +estaba seca. El desmoronamiento de todo un mundo había +cegado su boca, tal vez para siempre.</p> + +<p>—Hay que vender, Alteza—decía el administrador—; +hay que desprenderse de todo lo superfluo. Liquidemos +á tiempo. ¡Quién sabe hasta cuándo durará lo presente!</p> + +<p>El yate estaba inmóvil en el puerto de Mónaco. Casi +toda su tripulación, compuesta de italianos, franceses é +ingleses, lo había abandonado para ir á servir en las +flotas de sus naciones. Sólo unos cuantos españoles continuaban +á bordo, para mantener la limpieza del buque.<a name="page_091" id="page_091"></a></p> + +<p>El <i>Gaviota II</i> fué rebautizado por el Almirantazgo +inglés antes de cederlo á la Cruz Roja. Miguel Fedor, al +firmar la escritura de venta, creyó que abdicaba de todo +su pasado. El prestigio novelesco de su existencia iba á +desvanecerse; el palacio de las <i>Mil y una noches</i> se convertía +en un hospital... ¡Qué mundo!</p> + +<p>Los millones ingleses le proporcionaron un año de +tranquilidad. Su administrador pagó deudas enormes, +y él pudo mantenerse en París sin hacer economías; en +un París que terminaba su tercer año de guerra con +inexplicable confianza, reanudando sus placeres, como +si todo peligro hubiese pasado. Sus amores con dos +grandes señoras cuyos maridos habían sido llamados á +las armas—aunque no estaban en el frente—le hicieron +pasar unos meses en Biarritz, en la Costa Azul y en +Aix-les-Bains.</p> + +<p>Turbó su apoderado estas delicias. Siempre repetía +el mismo consejo: «Hay que vender.» La fortuna del +príncipe era ya un barco viejo y sin rumbo. El administrador +había cegado las antiguas brechas con el producto +de la última venta, pero advertía á cada momento +nuevas vías de agua.</p> + +<p>Miguel Fedor acabó por acostumbrarse á la desgracia, +acogiéndola con serenidad.</p> + +<p>La venta del palacio construído por su madre le produjo +menos emoción que la del yate.</p> + +<p>Un cambio se inició al mismo tiempo en sus deseos. +Se sintió fatigado de las empresas sensuales, que parecían +ser la única finalidad de su existencia. Aquel vigor +siempre fresco y renovado que asombraba á Castro se +derrumbó de pronto. Pero esto obedecía á una preocupación, +más que al desgaste físico.</p> + +<p>Se consideraba pobre, y él estaba acostumbrado á +pagar regiamente sus amores. No pudiendo recompensar +á la mujer con el lujo, huiría de ella, para no ser su +deudor y someterse á sus caprichos. Prefería domar al +deseo á dejar de satisfacerlo con la grandeza de un señor +oriental. Además, ¡estaba tan cansado del amor y +de todo lo agradable que puede encontrar un hombre +sobre la tierra!...</p> + +<p>Pensó en su amigo Atilio, en el coronel, en Villa-<a name="page_092" id="page_092"></a>Sirena, +blanca é irisada por el sol del Mediterráneo, +entre olivos y cipreses.</p> + +<p>—El diluvio cae sobre el mundo. Tal vez las antiguas +tierras vuelvan á emerger; tal vez queden sumergidas +para siempre... Vamos á esperar, refugiados en nuestra +Arca.<a name="page_093" id="page_093"></a></p> + +<h3><a name="IV" id="IV"></a>IV</h3> + +<p>Después de pasear una mirada de satisfacción por la +enorme masa de Villa-Sirena, sus dependencias y las +arboledas inmediatas, el coronel dijo á Novoa:</p> + +<p>—Aquí costó menos lo que se ve que lo que no se ve. +Hay mucho dinero enterrado.</p> + +<p>Y volviendo la espalda al edificio, don Marcos señaló +los jardines que se extendían en diversos planos, unos +casi al nivel de los techos de la «villa», otros escalonándose +en descenso hasta cerca de las olas.</p> + +<p>Recordaba el promontorio tal como era cuando la +difunta princesa tuvo la humorada de adquirirlo: un +antiguo refugio de piratas; una lengua de rocas batidas +y desordenadas en los días de viento mistral, con +profundas cuevas abiertas por el oleaje roedor, que hacían +desmoronarse las tierras superiores y amenazaban +fraccionar su longitud en una cadena de isletas y escollos.</p> + +<p>—¡Las murallas que hemos levantado!—continuó—. +¡La piedra que hemos metido aquí!... Basta para cercar +á toda una ciudad.</p> + +<p>Había muros de más de veinte metros que descendían +en suave pendiente desde los jardines al mar. En +unos lugares, estos muros tenían como cimiento visible +las rocas que emergían como verdosas cabezas, lavadas +incesantemente por las espumas; en otros, bajaban hasta +perderse en la profundidad acuática, lo mismo que los +diques de los puertos, cubriendo las antiguas oquedades +del promontorio, las cuevas, las caletas en formación,<a name="page_094" id="page_094"></a> +todos los ángulos entrantes que habían sido rellenados +con tierra vegetal.</p> + +<p>Estos trabajos enormes de albañilería eran el orgullo +de Toledo por su costo y su grandeza. Llamaba la atención +de su compatriota sobre las proporciones de las +murallas, dignas de un monarca de la antigüedad.</p> + +<p>—Y no sólo son fuertes—continuó—. Fíjese, profesor: +todas son «artísticas».</p> + +<p>Los bloques de piedra habían sido cortados en grandes +exágonos regulares, y formaban, incrustados unos +en otros, un mosaico uniforme, marcándose cada pieza +por su reborde de cemento. A trechos se abrían en los +muros largas aspilleras para que la tierra expeliese su +humedad; pero cada una de estas ventanas cegadas tenía +una planta silvestre, una planta de vida dura y acre +perfume, que se esparcía con la indestructible voluntad +de vivir del parasitismo, derramándose muro abajo, cubierta +de flores la mayor parte del año. Las espesas arboledas +de la cima, los interminables balaustres blancos +con arcos de clemátides color de vino, parecían chorrear +una vida inferior florida y verde por estos desgarrones +de las murallas, enviándola al mar.</p> + +<p>—Cuando vea esto desde abajo, en una barca, lo apreciará +usted mejor. El señor de Castro dice que se acuerda +de la reina Semíramis y de los jardines colgantes de Babilonia... +Son comparaciones que sólo se le ocurren á él. +Lo único que yo puedo decir es lo que ha costado todo +esto. ¡La piedra que ha habido que traer! Toda una cantera. +¡Y las barcazas de tierra vegetal para rellenar los +huecos, nivelar el suelo y hacer un jardín decente!...</p> + +<p>Le entusiasmaban los parterres modernos en torno +del edificio y entre éste y la verja lindante con el camino +de Mentón, por su armonía elegante, por las reglas +majestuosas á que estaban sometidos árboles y plantas. +El entendía así los jardines, como todas las cosas de la +existencia: mucho orden, respeto á las jerarquías, cada +uno en su sitio, sin ambiciones que producen confusión. +Pero temía exponer sus gustos de «hombre rancio», acordándose +de las burlas del príncipe y de Castro. Estos +preferían el parque, lo que el coronel llamaba en sus +adentros el «jardín salvaje».<a name="page_095" id="page_095"></a></p> + +<p>Habían aprovechado los vetustos olivos existentes +en el promontorio como base de este parque. Eran árboles +que no podían ser llamados viejos, por resaltar +mezquina é insuficiente esta denominación; eran simplemente +antiguos, sin edad visible, con un aire de inmutable +eternidad que los hacía contemporáneos de las +rocas y de las olas. Más que árboles parecían ruinas, +muros de leña negra deformados y derrumbados por una +tormenta, montones de madera encorvada y ahuecada +por el chamuscamiento de un incendio extinguido. También +en ellos era más importante lo invisible que lo expuesto +á la luz. Sus raíces, gruesas como troncos, desaparecían +serpenteando en la tierra roja para volver +á surgir treinta ó cuarenta metros más allá. Habían +muerto por un lado y resucitaban vigorosamente por el +otro. Lo que quinientos años antes era tronco aparecía +ahora como un muñón negro en forma de mesa, cortado +por el hacha ó el rayo; y la raíz, á flor de tierra, florecía +á su vez, convirtiéndose en árbol, para continuar +una existencia sin límites visibles, en la que los siglos +se contaban como años. Otros olivos tenían el corazón +roído, vaciado; sostenían simplemente la mitad de su +coraza de corteza, como una torre partida por una explosión; +pero en lo alto ostentaban su inverosímil cabellera +vegetal, unos puñados de hojas plateadas á lo largo +de las ramas sinuosas y negras. A sus pies, la madera +de las raíces, que parecía guardar en sus nudos las primeras +savias del planeta, abarcaba un radio mucho +más grande que el ocupado por el ramaje en el espacio. +Algunos olivos que sólo contaban trescientos ó cuatrocientos +años se erguían con una arrogancia de juventud, +frondosos y exuberantes, tendiendo sobre el suelo +su sombra ligera, inquieta, casi diáfana, una sombra +de cristal empolvado que cambiaba de sitio según el +capricho del viento.</p> + +<p>—Su Alteza dice que hay olivos aquí que fueron conocidos +por los romanos. ¿Lo cree usted, profesor? ¿Algún +árbol de éstos será del tiempo de Jesucristo?...</p> + +<p>Ante la indecisión de Novoa, continuó sus explicaciones. +Caminaban, entre muros de vegetación recortada, +hacia el final del parque.<a name="page_096" id="page_096"></a></p> + +<p>—Mire usted: el jardín griego.</p> + +<p>Era una avenida de laureles y cipreses, con bancos +curvos de mármol, y teniendo por fondo una columnata +en semicírculo.</p> + +<p>—A mí me hubiese gustado plantar palmeras, muchas +palmeras, de Africa, del Japón y del Brasil, como las +que hay en los jardines del Casino. Pero el príncipe y +don Atilio las aborrecen. Dicen que son un anacronismo, +que jamás han existido en esta tierra, y las han +importado los ricos de gustos ordinarios que edifican +desde hace cincuenta años en la Costa Azul. Ellos sólo +admiten el antiguo jardín provenzal ó italiano, olivos, +laureles y cipreses, pero no cipreses como los de España, +copudos, enormes y fúnebres, para adorno de calvarios +y cementerios. Mírelos usted: son ligeros y finos como +plumas. Para que no los tumbe el viento hay que plantar +dos ó tres juntos, y forman un solo penacho.</p> + +<p>Habían llegado al fondo del parque, donde estaban +los olivos más frondosos. Marchaban por senderos abiertos +á través de altas masas de vegetación silvestre y olorosa +que podía desafiar con su savia brava el ambiente +marítimo cargado de sal. Eran plantas de hoja dura +que exhalaban perfumes exóticos é intensos. Novoa, al +aspirarlos, evocó lejanas visiones geográficas. Un olor +de incienso y de arroz sazonado con <i>karri</i> flotaba sobre +este jardín selvático. De un árbol á otro se tendían una +especie de lianas. Estas guirnaldas naturales habían empezado +á florecer en pleno invierno, bajo el soplo de una +primavera precoz, destacándose con una magnificencia +de fiesta galante sobre el verde severo y pálido de los +olivos.</p> + +<p>—Don Atilio dice que todo esto le hace pensar en una +sinfonía de Mozart.</p> + +<p>El Mediterráneo estaba á sus pies, profundamente +azul, peinándose con lentos cabeceos en una fila de escollos +puntiagudos que sacaban de sus hilos acuáticos +borbollones de espuma. Se bifurcaba el promontorio +aquí, formando los dos brazos de una horquilla desigual. +El más corto era una prolongación del parque, llevando +aguas adentro la magnífica arboleda que abullonaba +su dorso. El otro descendía hasta el mar como un caos<a name="page_097" id="page_097"></a> +de rocas y tierras sueltas, sin más que algunos pinos +retorcidos que se aferraban al suelo, empeñados tenazmente +en prolongar su agonía. La miseria y el abandono +de esta lengua de tierra arrancaban una mueca +dolorosa al coronel cada vez que tendía su vista por +encima del muro divisorio. La punta ruinosa, mordida +por el mar, con cuevas que amenazaban convertirse en +estrechos, sin entrada fija, aislada de tierra firme por +los jardines de Villa-Sirena y defendida por una pared +hostil, representación inexpugnable del derecho de propiedad, +era para don Marcos un motivo de indignación +y de escándalo.</p> + +<p>Sin duda por esto le volvió la espalda, dirigiendo sus +miradas más allá del peñón en que está asentada Mónaco.</p> + +<p>—Eso es hermoso, profesor: uno de los panoramas más +dulces que existen. Por algo viene aquí la gente de +todos los extremos de la tierra.</p> + +<p>Fijó su vista en unas montañas de color violeta que +avanzaban sobre el mar en último término, como el +final de un mundo. Eran las llamadas Montañas de los +Moros, con la punta del Esterel, una desviación de los +Alpes Marítimos, un sistema montañoso aparte, que se +mete aguas adentro. Al otro lado existía un pedazo de +la llamada Costa Azul que empieza en Tolón y Hyères; +pero este fragmento no interesaba al coronel. Lo que él +veía, con su imaginación mas que con los ojos, recorriéndolo +á vuelo de pájaro, era la verdadera Costa +Azul, la suya, la de las gentes bien nacidas y ricas, á +las que visitaba en sus «villas» elegantes ó en los hoteles +de gran precio.</p> + +<p>Los Alpes Marítimos formaban una muralla paralela +al mar. En algunos lugares descendía rápidamente sobre +el Mediterráneo, con el ligero declive de un baluarte, +sin ninguna alteración que disimulase su derrumbe. En +otros puntos su caída era más suave, creando un oleaje +de piedra, montañas filiales que avanzaban sobre las +olas, dibujando cabos y suaves golfos. Y en estos remansos +marítimos, desde el Esterel á la frontera de Italia, +las gentes ricas y friolentas llegadas todos los inviernos +habían acabado por convertir en capitales de +fama mundial adormiladas ciudades de provincia. Las<a name="page_098" id="page_098"></a> +aldeas de pescadores se transformaban en pueblos elegantes; +los grandes hoteles de París y Londres edificaban +sucursales enormes en las desiertas bahías; las +tiendas más lujosas del bulevar instalaban su filial en +villorrios donde algunos años antes todo el mundo andaba +descalzo.</p> + +<p>Toledo recorría con el pensamiento la ondulante +línea de localidades célebres asomándose al mar en la +punta de los promontorios ó encogiéndose en la herradura +de los pequeños golfos para recibir mejor la refracción +del sol invernal enviada por las murallas rojas de +los Alpes: Cannes, que le inspiraba respeto por su silenciosa +distinción—los tísicos y los valetudinarios ilustres +sólo querían morir allí—; Antibes, con su puerto cuadrado +y sus baluartes, que, según Atilio Castro, recordaba +las marinas románticas pintadas por Vernet; Niza, la +capital adonde convergía toda la gente para gastar su +dinero, remedando la vida de París; la profunda bahía +de Villafranca, refugio de acorazados; el Cap-Ferrat y +su hermosa excrecencia de la punta de San Hospicio, +antiguo refugio de piratas africanos: Beaulieu, con sus +palacetes tunecinos habitados por multimillonarios norteamericanos +de mesa siempre abierta, que habían invitado +á almorzar muchas veces al coronel; Eze, el villorrio +feudal agarrado tenazmente á una ladera de los +Alpes y cayéndose en ruinas en torno de su cariado +castillo, mientras abajo forman los tránsfugas un nuevo +pueblo al borde del golfo que sus antecesores llamaban +orgullosamente el Mar de Eze; Cap-d'Ail, que es +como el atrio del principado inmediato; la roca de Mónaco, +llevando sobre su lomo una ciudad amurallada; +enfrente, el flamante Monte-Carlo; más allá, el Cap-Martin, +de sombría vegetación, cerrado y señorial, último +asilo de reyes destronados; y finalmente, tocando á +Italia, el dulce Mentón, dominio de los ingleses, otro +lugar de enfermos distinguidos, donde debe terminar +sus días todo tísico que se respeta.</p> + +<p>—¡El dinero que se ha gastado aquí!—dijo don +Marcos.</p> + +<p>El ferrocarril de la Cornisa había sido considerado +cincuenta años antes como una obra extraordinaria, al<a name="page_099" id="page_099"></a> +abrirse paso en esta región de montañas; pero la misma +obra se repetía ahora en todas direcciones, para comodidad +de los invernantes. Caminos de suaves curvas, +limpios y firmes como el piso de un salón, se extendían +por el borde del mar ó ascendían á las cumbres de los +Alpes, pasando de cresta en cresta por viaductos de +atrevidos arcos. Las carreteras se sumían en largos túneles. +Donde la roca vertical no permitía abrir una cornisa, +el constructor la inventaba con taludes de muchos +metros cuya base se perdía en las olas.</p> + +<p>Una nueva ilusión había venido á agregarse á todas +las que pueden realizar los felices de la tierra. ¡Poseer +una casa en la Costa Azul!... Y en cincuenta años, todos +los caprichos arquitectónicos, todas las fantasías de los +ricos que desean asombrar con su ostentosidad, cubrían +esta ribera del Mediterráneo de «villas» y palacetes griegos, +árabes, persas, venecianos, toscanos y de otros estilos +conocidos ó indescifrables. La palmera se aclimataba +como algo indígena.</p> + +<p>—Se han invertido enormes fortunas; se han arruinado +tres generaciones y enriquecido otras tantas. ¡Pensar lo +que era esto hace un siglo!... ¡Ver lo que es ahora!...</p> + +<p>Habló el coronel de la tumba de una inglesa completamente +abandonada en la punta extrema del Cap-Ferrat. +Era una precursora de los invernantes actuales, +una joven contemporánea de Lord Byron, seducida por +la belleza del Mediterráneo y de unas montañas sin +caminos, casi inexploradas. Al morir, la habían enterrado +en el promontorio desierto, por ser protestante. +Los pescadores y los cultivadores de esta costa solitaria +repelían al extranjero, negándole hospitalidad hasta en +sus cementerios.</p> + +<p>—Esto ocurrió aún no hace un siglo... ¡Y qué pobreza! +Todos los productos del país eran naranjas cortezudas, +limones y estos olivares, muy hermosos, muy decorativos, +pero que producen una aceituna pequeñísima, +puntiaguda, toda hueso. ¡Al lado de las nuestras de +Andalucía, profesor!... Ahora hay en la Costa Azul millonarios +hijos del país, que no han hecho mas que vender +los pobres campos de sus abuelos. La tierra roja +abundante en piedras se compra á metros hasta en los<a name="page_100" id="page_100"></a> +rincones más desiertos: lo mismo que los solares de las +grandes ciudades. A lo mejor, en un camino, le gusta +á usted una casucha con unos cuantos terruños en torno +de ella. El edificio tiene la techumbre combada y las +paredes con grietas, por las que pasa el viento. Los dueños +duermen con las gallinas, el cerdo y el caballo: la +miseria y el descuido de los rústicos en casi todos los países. +Se le ocurre á usted que con poco dinero podría +crearse allí un retiro campestre. Estas buenas gentes no +deben pedir mucho, por exageradas que sean sus pretensiones. +Y cuando uno pregunta, después de largas +consultas y dudas, acaban por decir con tranquilidad: +«Ciento cincuenta mil francos» ó «doscientos mil». A la +protesta y el asombro responden, señalando las montañas, +el sol, el mar: «¿Y la vista, señor?...»</p> + +<p>La tierra roja de Los Alpes representaba poco por su +fuerza productora; era la situación lo que constituía su +valor. Y los naturales se habían enriquecido vendiendo +á metros la luz del sol, el azul del Mediterráneo, el anaranjado +de las montañas, las nubes de apoteosis á la +hora del ocaso, el abrigo de la lejana roca, que desvía +como un biombo el soplo helado del mistral.</p> + +<p>—¡Y la tenacidad inexplicable de algunas de estas +gentes!...</p> + +<p>Don Marcos se volvió hacia aquella tierra miserable +que parecía clavada como una maldición en los jardines +de Villa-Sirena, señalándosela á Novoa. La princesa Lubimoff, +con todos sus millones, no había podido comprar +esta punta del promontorio. Era de un matrimonio viejo +y sin hijos.</p> + +<p>—Aquella es su casa—añadió señalando una especie +de cubo amarillento en mitad de la montaña, al borde +de un camino que cortaba la ladera roja y negra.</p> + +<p>La princesa, después de adquirir el promontorio para +su castillo medioeval, había considerado como asunto +insignificante la adquisición de este pequeño extremo +de su propiedad. «Deles usted lo que pidan», dijo á su +hombre de negocios. Y á pesar de su indiferencia por el +dinero, se asombró al saber que se negaban á aceptar +doscientos cincuenta mil francos por unas rocas socavadas +por las olas y dos docenas de pinos moribundos.<a name="page_101" id="page_101"></a></p> + +<p>—Yo presencié las entrevistas con los viejos. El enviado +de la princesa ofreció quinientos mil, seiscientos +mil, sin que el matrimonio pareciera enterarse de lo que +representaban estas cifras... La princesa se impacientó, +lamentando que esto no ocurriese en Rusia y en sus +buenos tiempos. Hasta habló de encargar á Italia un +asesino (como lo había leído en algunas novelas) para +que la desembarazase de los dos viejos testarudos. Su +Alteza era así... ¡Pero tan buena! Al fin, un día nos dió +una orden á gritos: «¡Ofrézcanles un millón, y acabemos!...» +Imagínese, profesor, ¡más de dos mil francos por +metro! ¡como en el centro de las grandes capitales!... +Subimos á su casucha. Ni pestañearon al oir la cifra. +La vieja, que era la más inteligente, dejó que el apoderado +y el notario de Su Alteza le explicasen lo que era +un millón. Miró á su marido largamente, á pesar de +que ella sola pensaba en la casa, y al fin aceptó, pero +con la condición de que la princesa elevaría en la punta +extrema de su propiedad una capilla á la Virgen. Era +un deseo de su imaginación simple que había acariciado +toda su vida. Sin la capilla no aceptaba el millón. +«¡Vaya por la capilla!», dijimos. El día de la firma de la +escritura vimos á los dos viejos, sentados juntos y con +la vista baja, en el despacho del notario. Este nos recibió +agitando las manos y mirando á lo alto con desesperación. +No aceptaban: era inútil insistir. Querían conservar +las cosas como las habían recibido de sus antecesores. +«¡Qué vamos á hacer con un millón!—gimió la +vieja—. ¡Terrible vida la nuestra!» Intentamos hablar +de la capilla para convencerla, pero huyeron los dos, +como el que se ve en perversa compañía y teme malas +proposiciones.</p> + +<p>El coronel miró otra vez el muro divisorio.</p> + +<p>—Su Alteza, que era de humor guerrero, levantó inmediatamente +esta pared antes de abrir los cimientos +de la «villa». Como usted puede ver desde aquí, los viejos, +para entrar en su propiedad, sólo podían hacerlo +por el borde de la playa, y en días de tormenta hay que +meterse en las olas hasta las rodillas. No importa; después +de aquello le tomaron más gusto á su tierra, y descendían +de su montaña todos los domingos para sentarse<a name="page_102" id="page_102"></a> +al pie de la pared. A fuerza de medir la punta, +acabaron por descubrir un error del arquitecto, aturdido +por las prisas de la princesa. Se había equivocado en +cincuenta centímetros, y la mitad del grosor del muro +estaba en tierra de los viejos. La campesina, que experimentaba +ante las gentes de justicia un miedo supersticioso, +amenazó, sin embargo, con un pleito, aunque +tuviera que vender su casucha y su campo de la montaña. +Hubo que derribar todo el muro y volver á construirlo +medio metro más acá. Unos sesenta mil francos +perdidos; nada para Su Alteza, pero yo sospecho á veces +si esto pudo acelerar su muerte.</p> + +<p>Don Marcos creyó necesario hacer una pausa respetuosa +en honor de la difunta.</p> + +<p>—La vieja también ha muerto—continuó—, y su marido +sólo viene aquí de tarde en tarde. Si encuentra que +uno de sus pinos se ha venido abajo por el movimiento +de las tierras, se sienta junto á él, lo mismo que si velase +á un cadáver. Otras veces pasa las horas mirando el +mar y los peñascos, como si calculase lo que tardarán +las olas en partir á trozos su propiedad. Una tarde, +yendo á pie de La Turbie á Roquebrune, tropecé con él +cerca de su casucha, cuando estaba apacentando unas +ovejas. Tiene barbas de patriarca; siempre lo he visto lo +mismo, apoyado en su bastón, una boina mugrienta en +la cabeza y envuelto en un capote áspero. Además, lleva +una pipa entre los dientes; pero rara vez humea... «El +millón está esperando—le dije por bromear—. Cuando +usted quiera puede venir á recogerlo.» No pareció entenderme. +Me sonreía como á alguien que se recuerda con +vaguedad, pero tal vez creyéndome, otro. Fijaba sus ojos +en Monte-Carlo, que estaba á nuestros pies, á vista de +pájaro. Así debe pasar las horas y las semanas. Su cara +es de palo, de arcilla cocida; habla poco, y nadie puede +adivinar sus impresiones. Pero yo creo que todos los días +experimenta la renovación de idéntico asombro, y que +morirá sin salir de él. Ve el mar que es siempre lo mismo, +las montañas eternamente iguales, la casa que construyeron +sus abuelos y que ya era vieja cuando él nació, +los olivos, los peñascos... ¡pero esa ciudad que ha surgido, +siendo ya él hombre, de una meseta cubierta de<a name="page_103" id="page_103"></a> +matorrales, horadada de cuevas, y que cada año se +agranda con nuevos hoteles, con nuevas calles, con más +cúpulas y torrecillas!...</p> + +<p>El coronel olvidó repentinamente al viejo campesino. +Al lado de su compatriota Novoa se sentía locuaz, +se imaginaba pensar con más vigor y amplitud, á consecuencia +de este comercio con un sabio. Además, experimentaba +cierto orgullo al poder hablar, como antiguo +habitante del país, de muchas cosas que ignoraba el +recién llegado.</p> + +<p>—Esto ha sido casi de nosotros—continuó, señalando +el castillo de Mónaco—. Durante siglo y medio, esa fortaleza +ha tenido una guarnición española. Nuestro gran +Carlos V—y el viejo legitimista puso un profundo respeto +en su voz al evocar este nombre—ha dormido allí... +Y también allí.</p> + +<p>Volviéndose, señaló en la montaña, encima del Cap-Martin, +el pueblo de Roquebrune aglomerado en torno +de su castillo ruinoso.</p> + +<p>—El archivero del príncipe de Mónaco estudia las +numerosas cartas que posee de nuestro gran emperador +dirigidas á los Grimaldi. Cuando los historiadores +del principado quieren hacer constar la indiscutible +independencia de este pedazo de tierra, evocan como +orígenes los tratados firmados en Burgos, Tordesillas y +Madrid.</p> + +<p>Resucitaba con breves palabras la historia de este +pequeño Estado nacido en torno de un pequeño puerto. +Los navegantes semitas le daban el nombre de Melkar +(el Hércules fenicio), y dicho nombre se convertía poco +á poco en el actual de Mónaco. Los güelfos y gibelinos +de Génova se disputaban el dominio de su castillo, hasta +que un Grimaldi disfrazado de monje entraba por sorpresa +en su recinto, abriendo las puertas á sus amigos +y haciendo para siempre del antiguo Puerto Hércules +una propiedad de su familia.</p> + +<p>—Ese fraile, espada en mano—continuó don Marcos—, +es el que figura á ambos lados del escudo de Mónaco. +Después, la historia de los Grimaldi fué semejante +á la de todos las familias soberanas de aquellos +tiempos. Hicieron la guerra á los vecinos, se pelearon<a name="page_104" id="page_104"></a> +entre ellos, y hasta hubo hermano que asesinó á su hermano... Los +navegantes de Mónaco se dedicaron á corsarios, +y su bandera sirvió á veces para dar personalidad +á piratas de otros países... La alianza de los Grimaldi +con España les permitió titularse príncipes. Hasta entonces +sólo habían sido marqueses. Carlos V les llamaba +en sus cartas «amados primos», con otros títulos honoríficos... +Este peñón era de gran importancia para los +monarcas de España, que tenían posesiones en Italia +y necesitaban conservar seguro el camino. Los reyes de +Francia ambicionaban, por su parte, suprimir el obstáculo, +atrayéndose á los Grimaldi. Durante ciento cincuenta +años hay que reconocer que se mantuvieron fieles +á sus compromisos, y eso que desde Madrid sólo de +tarde en tarde les enviaban los subsidios prometidos. Dos +galeras monegascas figuraban siempre en las armadas +de España... Sólo cuando la decadencia de los Austrias +empezó á hacernos perder nuestra influencia europea +nos abandonaron los Grimaldi, con la precipitación del +que huye de una casa que se viene abajo. Richelieu +hacía en aquellos momentos la grandeza de Francia, y +se fueron con él. Una noche de relámpagos y truenos, +cuando la guarnición, compuesta en su mayor parte de +italianos al servicio de España, dormía sin cuidado, la +sorprendieron, la desarmaron, después de matar á algunos +que pretendían resistirse, y acabaron por enviarla +cortésmente al virrey español de Milán con la noticia +de que la alianza quedaba rota para siempre.</p> + +<p>Los príncipes de Mónaco, feudatarios de Francia, +vivían después en Versalles, haciendo oficio de cortesanos +ó sirviendo en los ejércitos del rey. La Revolución +los perseguía, como á todos los monarcas, guillotinando +á una hermosa dama de la familia. Napoleón los había +tenido como edecanes un su séquito militar, y la larga +paz del siglo XIX les hacía volver á instalarse en su +exiguo principado.</p> + +<p>—¡Eran tan pobres!—siguió diciendo Toledo—. Tenían +que mantener el boato de una corte, pues en los +Estados pequeños, donde se vive como en familia, resulta +preciso exagerar la etiqueta para que el príncipe +sea respetado. Había que sufragar los mismos gastos de<a name="page_105" id="page_105"></a> +una nación grande, justicia, administración, hasta un +ejército diminuto para la seguridad interior, y todo el +principado no producía mas que limones y olivas... Mire +usted si eran pobres y si se verían apurados, no sabiendo +de dónde sacar recursos, que bajo el reinado de Florestán +I, abuelo del príncipe actual, hubo un intento de +revolución por haber decretado el soberano que toda la +oliva del país sólo podía molerse en los molinos de su +propiedad.</p> + +<p>Después, bajo Carlos III, aún resultaba más angustiosa +la situación. El principado se disolvía. Los dos pueblos +Mentón y Roquebrune, dependientes de Mónaco, se emancipaban +de él, entusiasmados por la revolución italiana, +incorporándose á la monarquía de los Saboyas. Poco +después, al adquirir Napoleón III el antiguo condado de +Niza, se hacían franceses. Y Mónaco quedaba aislado +dentro de Francia, con su soberanía bien reconocida; +pero la tal soberanía no abarcaba mas que una ciudad +única en la meseta de un peñón, un pequeño puerto y +unos alrededores cubiertos de plantas parásitas: casi el +terreno que recorre un burgués pacífico en su paseo después +del almuerzo. ¿Cómo iba á sostenerse el minúsculo +Estado?...</p> + +<p>—El juego lo salvó. No crea usted, como algunos, que +esto fué una iniciativa del soberano de Mónaco. Muchos +príncipes alemanes habían apelado á la misma industria +para el sostenimiento de sus dominios. Es una invención +germánica. Mas el juego á orillas del Mediterráneo, +bajo un sol invernal que rara vez se muestra +infiel, resulta otra cosa que en un Estado del centro de +Europa... Al principio no marchó el negocio. Establecieron +un miserable Casino en el Mónaco viejo, frente al +palacio, en lo que hoy es cuartel de los carabineros del +príncipe. Los «puntos» eran muy contados. Había que +venir en diligencia por lo alto de los Alpes, siguiendo +la antigua vía romana, y descender desde La Turbie +por caminos como barrancos. Se necesitaban verdaderos +deseos de jugar. Luego, el Casino bajó al puerto, +donde hoy está el barrio de La Condamine: igual fracaso. +Los arrendatarios del juego quebraban, sin poder +cumplir sus compromisos con el príncipe... Pero se abrió<a name="page_106" id="page_106"></a> +el ferrocarril de la Cornisa, quedando Mónaco en el camino +de París á Italia, y todos los jugadores, todos los +desocupados del mundo, afluyeron aquí en pocos años... +¡Qué transformación!</p> + +<p>El coronel volvió á acordarse del viejo campesino +que, apacentando sus ovejas en la ladera alpina, pasaba +las horas con los ojos fijos en la maravillosa ciudad +extendida á sus pies, en el mismo lugar que había +visto de joven cubierto de matorrales.</p> + +<p>—Entonces nació Monte-Carlo. Frente al peñón de +Mónaco, formando la otra ribera del puerto, había una +meseta abandonada. No hace de esto mas que unos sesenta +años. Aún quedan diseminados un los jardines +de la plaza, entre los árboles tropicales, algunos pobres +olivos de aquel tiempo, que han sido respetados como +recuerdos de la época de miseria. Donde hoy vemos el +Casino, los grandes hoteles y las casas de té más elegantes, +existían cavernas de la época prehistórica, que +en tiempos menos remotos sirvieron también de guaridas +de ladrones. Esta meseta salvaje era apodada, por +sus grutas, «Las Espeluncas». Algo de lo que ha visto +usted en el Museo Antropológico de Mónaco: hachas de +piedra, restos humanos, etc., procede de esas cavernas... +Y la meseta abandonada se convirtió, en una docena de +años, en la gran ciudad de Monte-Carlo, de fama mundial, +dejando obscurecido y casi olvidado en el peñón +de enfrente al histórico Mónaco, que no es ya mas que +uno de sus arrabales. Ha crecido tanto este Monte-Carlo, +que se extiende de una punta á otra del principado: todo +el suelo nacional está bajo techo, y cada año se desborda +fuera de las fronteras. En territorio francés se llama +Beausoleil. No hay mas que atravesar la plaza del Casino, +sus jardines en pendiente, y subir una escalinata +hasta el llamado bulevar del Norte, para encontrarse +con uno de los espectáculos más raros de Europa. Una +acera es del príncipe de Mónaco y la de enfrente de la +República francesa. Los tenderos pagan distintas contribuciones +y obedecen á distintos reglamentos, según tienen +sus escaparates á la derecha ó á la izquierda.</p> + +<p>Toledo quedó pensativo un momento.</p> + +<p>—¡Los milagros de la ruleta!—continuó—. ¡El poder<a name="page_107" id="page_107"></a> +mágico del «negro» y el «rojo»! El Casino dicen que es +un portento de mal gusto, pero chorrea oro como una +iglesia rica. Su teatro estrena óperas que después se +hacen célebres en el mundo. Los hoteles, innumerables, +son palacios. Monte-Carlo está erizado de cúpulas y +torrecillas lo mismo que una ciudad oriental. Las calles +parecen salones, con un pavimento escrupulosamente +cuidado, sin la más leve suciedad. ¿Y los jardines?... +Los Alpes forman aquí una magnífica mampara: vivimos +en un agujero asoleado, casi un invernáculo. Pero +á veces sopla el mistral, hace frío, y yo no comprendo +cómo pueden vivir tan lozanos, tan frescos, todos esos +árboles tropicales, todas esas plantas que nacieron en +atmósferas de horno. Los pobres olivos veteranos deben +sentir tanto asombro como yo al verse en semejante +compañía... ¡El guano poderoso del «treinta y cuarenta»! +Tengo la certeza de que, si el juego cesase, toda +esa vegetación tropical se disolvería inmediatamente +como un ensueño.</p> + +<p>El silencioso Novoa acogió con una sonrisa estas palabras.</p> + +<p>—¡Y qué transformación en las gentes!—continuó el +coronel—. Fíjese en el público del domingo: todos señores, +todos igualmente bien vestidos. Las niñas del país +copian lo que ven á las mundanas elegantes, y ¡figúrese +usted si vienen aquí mujeres de esa clase!... No se ve un +mendigo ni un haraposo. Nacer aquí significa algo: da +la certeza de tener la vida asegurada. El Casino cuida +de todos; nunca falta un puesto para un hijo del país en +las salas de juego, en los jardines, en el teatro; y cuando +no, en la policía, en las oficinas administrativas, en lo +que depende del príncipe, y es pagado igualmente con +dinero de la Sociedad. Llegar á «jefe de mesa» es el mariscalato +de un monegasco. Puede ganar hasta mil francos +al mes y además las propinas: lo que tal vez no ganará +usted nunca, profesor. Y acaba construyendo su +«villa» en lo alto de Beausoleil, donde cuida su jardín +viendo á sus pies el Casino, la casa de la buena madre... +Todos comen, con tal que sepan callar y no se mezclen +en lo que no les importa. Un viejo cochero que me sirve +algunas veces se atrevió á ser franco una noche, porque<a name="page_108" id="page_108"></a> +estaba algo borracho. Su mujer lleva treinta y tantos +años en los <i>water-closets</i> del Casino (sección de señoras), +sus hijas trabajan en la limpieza, sus hijos están empleados +en el teatro. Todos cobran. Los viejos tienen su +jubilación, los enfermos perciben un socorro, viudas +y huérfanos cobran pensiones por el empleado muerto. +«Esto es un gran país, señor—me decía el cochero—; el +mejor del mundo. Aquí todos viven, siempre que sepan +ser discretos y no tengan mala cabeza...» Y discretos lo +son todos. Además, se vigilan entre ellos y tienen miedo +á que los denuncie su mejor amigo si hablan del escándalo +último ó de un suicidio de jugador. Para el extranjero, +ninguno de ellos sabe nada.</p> + +<p>—¿Y cuando alguien habla?—preguntó Novoa—. ¿Y +si alguna es de mala cabeza?</p> + +<p>—Lo destierran. Este es un despotismo paternal que +no se atreve á mayores castigos. La policía del príncipe +le hace atravesar media calle y lo pone en la acera francesa... +No se ría usted: esta pena es cruel. Los desterrados +de otros países acaban por acostumbrarse á su desgracia, +porque viven lejos y sólo ven á su patria con el +pensamiento, pero el de aquí casi puede tocarla con la +mano: no tiene mas que atravesar el ancho de una calle. +Como todo está en pendiente, contempla su casa unos +cuantos tejados más allá. De la chimenea sale el humo +del almuerzo, y él no puede ir á sentarse á su mesa; la +familia está en las ventanas, y tiene que hablarla por +señas. Además, y esto es lo peor, ve cómo los demás que +fueron prudentes siguen su vida dulce á la sombra del +Casino, y el tiene que buscar una nueva profesión, un +trabajo mas duro... Tan intolerable resulta este martirio, +que acaba por huir á una ciudad lejana, para que +transcurran unos cuantos años y le perdonen.</p> + +<p>Don Marcos volvió á hacer el elogio de Monte-Carlo. +Las gentes que perdían su dinero en el Casino guardaban +un mal recuerdo; pero ¿dónde encontrar una ciudad +más tranquila, plácida y limpia, con su temperatura +primaveral en pleno invierno?...</p> + +<p>—Todo el mundo pasa por aquí: mucho pillo, pero +también se ven gentes ilustres y puede uno gozar de +una sociedad distinguida.... Yo apenas juego, y por esto<a name="page_109" id="page_109"></a> +aprecio la hermosura del país. Es más: siento á veces la +satisfacción del que disfruta gratis las cosas; y cuando +contemplo los paseos hermosos, cuando asisto á los conciertos +y á las óperas y gozo la dulce paz de una ciudad +en la que no hay miseria ni revolucionarios desesperados, +me digo: «Esto lo pagan los jugadores y yo lo +disfruto. Ellos pierden para que yo viva bien.»</p> + +<p>Mientras Novoa sonreía otra vez, el coronel insistió +en su admiración.</p> + +<p>—¡Parece imposible que la ruleta haga tantos milagros!... +Y sólo podemos hablar de lo que esta á la vista. +El juego ha costeado ese puerto de La Condamine tan +bonito: un puerto de yates, con sus muelles elegantes +que son paseos. Debe haber intervenido igualmente en +la restauración del castillo de los príncipes. Hasta contribuye +al fomento de la vida espiritual y al prestigio +de la religión. Antes de la ruleta no había mas que simples +curas en Mónaco; desde que triunfó el Casino existe +un obispo y canónigos, y se ha levantado una hermosa +catedral bizantina que sólo necesita, según dice Castro, +que el tiempo la ennegrezca un poco. La misa de los domingos +figura entre las grandes diversiones del principado. +Los diarios de Niza publican el programa de lo +que cantará la capilla junto con el programa del concierto +en el Casino: canto llano de los maestros mas célebres, +de Palestina ó de nuestro Vitoria...</p> + +<p>Novoa le interrumpió:</p> + +<p>—Hay, además, el Museo Oceanográfico. El solo basta +para justificar y purificar todo el dinero procedente del +Casino.</p> + +<p>Dijo esto con la voz dulce y el gesto algo desmayado +que lo eran habituales, pero había en sus palabras la +firmeza mística del creyente.</p> + +<p>El coronel asintió. El Museo que entusiasmaba al +profesor era obra del príncipe soberano; y él sentía un +profundo respeto por «Alberto», como le llamaba familiarmente. +Había sido oficial en la Armada española; +había navegado como teniente de navío por las costas +de Cuba; elogiaba en sus libros á los viejos marinos españoles, +sus primeros maestros en el arte de navegar. +¿Qué más para que lo venerase don Marcos?...<a name="page_110" id="page_110"></a></p> + +<p>—Siempre que asiste á una ceremonia en su principado +viste el uniforme de almirante español... Y es un +hombre de ciencia: eso lo sabe usted mejor que yo...</p> + +<p>Dejó hablar á Novoa. Tres cuartas partes del planeta +estaban cubiertas por los mares, y la humanidad había +permanecido siglos y siglos sin deseos de conocer la misteriosa +vida oculta en el abismo de las aguas. Los navegantes, +al deslizarse por su superficie, iban guiados por +la rutina ó por experiencias fragmentarias, sin llegar á +abarcar las leyes fijas y regulares de las corrientes de +la atmósfera y las corrientes marinas. La ciencia, que +lleva realizados tantos descubrimientos en solo un siglo +de existencia, se detenía desalentada ante las orillas del +Océano. Los sabios, en sus laboratorios, sólo necesitaban +para sus trabajos aparatos fáciles de adquirir; ¡pero +estudiar los mares, vivir en ellos años y años!... Para +esto era preciso disponer de buques, fabricar un material +costoso y nuevo, mandar hombres, gastar millones, +errar pacientemente por los desiertos oceánicos, sin ambición, +sin prisa, esperando que el «gran azul» librase +sus secretos casualmente; exponer muchísimo para conseguir +muy poco. Sólo un soberano, un rey, podía hacer +esto; y el antiguo oficial de la marina española, llegado +á príncipe, lo había hecho.</p> + +<p>—Gracias á él—prosiguió Novoa—, la oceanografía, +que apenas era nada, aparece hoy como un estudio serio. +Sus yates han sido laboratorios flotantes, cruceros de la +ciencia, que poco á poco han realizado las primeras conquistas +de la profundidad. Con sus flotadores errantes +ha afirmado de un modo cierto los viajes circulares de +las corrientes atlánticas; con sus sondajes minuciosos +reveló los misterios de la vida submarina en los diversos +pisos de la masa oceánica. Los sabios han podido +navegar y estudiar sin apremios de economía gracias +á él. Por su munificencia se han publicado hermosos +libros, se han abierto museos, se han hecho excavaciones +en la tierra que aclaran el origen del hombre.</p> + +<p>—Y todo eso—interrumpió el coronel, persistiendo en +su anterior admiración—con dinero del Casino. El juego +costea los cruceros científicos, el carbón y el personal +de las lejanas expediciones, la impresión de libros y<a name="page_111" id="page_111"></a> +revistas, las subvenciones á los jóvenes que desean perfeccionar +sus estudios, el Instituto Oceanográfico de París, +el Museo Oceanográfico de Mónaco donde usted +trabaja, el Museo Antropológico... Y hay que contar +que todo esto no es mas que una propina que abandonan +los accionistas... ¡Lo que produce ese palacio que +muchos encuentran horrible!...</p> + +<p>—Nada importa la procedencia de las cosas cuando +resultan útiles—dijo el profesor con dureza—. Nadie +pregunta á los gobiernos, al recibir su ayuda para una +obra benéfica, cuál es el origen del dinero. Muchas veces +lo han extraído con más crueldad y violencia que lo +sacan en este lugar, adonde todos acuden voluntariamente. +Bueno es que el dinero de los ambiciosos, de los +ilusos, de los que sienten un vacío en su vida que no +saben cómo llenar, sirva por primera vez para algo +grande y humano. Fíjese en lo que lleva hecho por la +ciencia en pocos años este príncipe de un Estado minúsculo. +¡Si los grandes emperadores dedicasen á empresas +semejantes la inmensa fuerza de que disponen! +¡Si Guillermo hubiese hecho lo mismo, en vez de preparar +la guerra toda su vida!... ¡Lo que tendría adelantado +la humanidad!</p> + +<p>El coronel, por considerarse hombre de guerra, sólo +admitió á medias estas palabras del profesor. La espada, +la gloria militar, eran algo: el mundo resultaría feo sin +ellas... Pero se calló, no atreviéndose á turbar el entusiasmo +de su amigo.</p> + +<p>—Todos los pecados de un lado se redimen al otro.</p> + +<p>Novoa, al decir esto, señalaba la masa del Casino irguiendo +sus cúpulas y torrecillas policromas sobre la +meseta de Monte-Carlo. Luego su índice trazaba una +raya en el aire pasando por encima del puerto, é iba á +apuntar sobre la eminencia de la izquierda, ó sea el +peñón de Mónaco, un edificio cuadrado y enorme que +descendía sus muros hasta las olas, un palacio nuevo, +cuya piedra guardaba aún la blancura de la estearina +en esta atmósfera pocas veces rayada por la lluvia: el +Museo Oceanográfico.</p> + +<p>Don Marcos sonrió ante este contraste.</p> + +<p>—Lo mismo que don Atilio. Cada vez que contempla<a name="page_112" id="page_112"></a> +desde aquí el panorama, se fija en esos dos palacios +separados por la boca del puerto y que ocupan los dos +promontorios. Dice que el uno justifica al otro, y añade +que son... ¿cómo dice él? ¿una antítesis?... No: es otra +cosa.</p> + +<p>A través de los árboles llegó desde Villa-Sirena el +mugido metálico de un <i>gong</i> llamando á los huéspedes, +esparcidos en el parque ú ocultos todavía en sus habitaciones. +El coronel lo escuchó con placer. «El almuerzo.»</p> + +<p>Lanzó una última mirada á los dos enormes edificios, +el uno erizado de remates agudos y multicolor, el +otro cuadrado y de una blancura uniforme. Entre ambos +promontorios, á ras del agua, venían á encontrarse +las dos escolleras nuevas que cerraban el puerto, con dos +torrecillas octógonas que flanqueaban la boca, rematadas +por linternas de faro: la una de vidrios verdes, la +otra de vidrios rojos.</p> + +<p>El coronel se dió un golpe en la frente y sonrió á su +compatriota:</p> + +<p>—¡Ah, sí, ya recuerdo!... Dice que el Casino y el Museo +forman un símbolo.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Quince días llevaba de existencia, sin desacuerdos +ni obstáculos, aquella asociación que Atilio había titulado +de «los enemigos de la mujer». ¡Libertad completa! +Villa-Sirena era de todos, y su dueño parecía un invitado +más.</p> + +<p>Al levantarse Castro, bien entrada la mañana, veía +en un rincón del jardín al príncipe, despechugado y +con los brazos desnudos, manejando una azada. El complemento +de la nueva vida era para él cultivar una pequeña +huerta, dándose la satisfacción de comer legumbres +y oler flores que fuesen producto de su trabajo. +Este hombre que había tenido un batallón de servidores +en torno de él para las necesidades de su existencia, +deseaba ahora bastarse á sí mismo, conocer la seguridad +orgullosa del que sólo confía en sus brazos. Resultaban +vanas sus invitaciones á Castro para que imitase +este ejercicio sano y provechoso, que era al mismo tiempo +una vuelta á la primitiva sencillez.<a name="page_113" id="page_113"></a></p> + +<p>—Gracias: no me gusta Tolstoi. Como vida simple, +prefiero ésta.</p> + +<p>Y se tendía en el musgo, al pie de un tronco, mientras +el príncipe seguía cavando su huerta. Hablaban de +los compañeros. Novoa estaba en la biblioteca ó vagaba +por el parque. Algunas mañanas tomaba el tranvía á +primera hora para ir á Mónaco y continuar sus estudios +en el Museo. En cuanto á Spadoni, nunca se levantaba +antes de mediodía, y muchas veces el coronel golpeaba +su puerta para que no llegase con retraso á la mesa del +almuerzo.</p> + +<p>—Sólo se duerme al amanecer—dijo Atilio—. Pasa +la noche consultando sus apuntaciones sobre la marcha +del juego. A veces se mete en mi cuarto cuando estoy +durmiendo, para comunicarme una de las innumerables +martingalas que acaba de descubrir, y tengo que amenazarle +con una zapatilla. Guarda en su habitación, +entre los cuadernos de música, rimeros de hojas verdes +que contienen día por día todo un año de juego en las +diversas mesas del Casino... Está loco.</p> + +<p>Pero Castro se guardaba de añadir que muchas veces +pedía prestado á Spadoni su archivo para comprobar +los propios cálculos, y á pesar de burlarse de sus invenciones, +arriesgaba sobre ellas algún dinero, por una +superstición de jugador que cree en el instinto de los +inocentes.</p> + +<p>Después del almuerzo, los dos se apresuraban á marcharse +al Casino. El príncipe, si no asistía á un concierto, +se quedaba con Novoa y el coronel en una <i>loggia</i> +del piso alto, contemplando el mar. La guerra había +poblado esta parte del Mediterráneo. En tiempos normales +era un mar desierto y monótono, sin otros incidentes +que el revuelo de las gaviotas, los espumosos +saltos de los delfines y algún que otro trapo de barca +pescadora. Los vapores y los grandes veleros apenas si +se marcaban como una pequeña sombra en el horizonte, +navegando rectamente de Marsella á Génova, sin contornear +el extenso golfo de la Costa Azul. Pero ahora el +peligro submarino había obligado á la navegación comercial +á deslizarse al amparo de las costas. Casi todos +los días pasaban convoyes: vapores de carga de diversas<a name="page_114" id="page_114"></a> +nacionalidades pintarrajeados como cebras para disminuir +su visibilidad y escoltados por torpederos franceses +é italianos.</p> + +<p>Estos rosarios de buques, navegando tan cerca de la +costa que podían leerse sus títulos y distinguir á sus capitanes +erguidos en el puente, hacían hablar al príncipe +y al profesor de los horrores de la guerra.</p> + +<p>Intervenía el coronel á veces en el diálogo, pero era +para lamentarse de los obstáculos que oponía la tal guerra +á sus funciones de intendente. Cada día resultaba +más difícil su gestión. No encontraba nada que valiese +la pena de ser presentado en una mesa como la del +príncipe, y eso que los precios pagados por él le producían +indignación al compararlos con los de los tiempos +de paz. ¡Y la servidumbre!... Había hecho venir +criados de España, ya que todos los del país estaban en +el ejército, pero se los sonsacaban inmediatamente los +dueños de los hoteles. Todos preferían servir en cafés ó +alojamientos de continuo tránsito, seducidos por el azar +de las propinas y el roce con las camareras de blanco +delantal.</p> + +<p>Había improvisado un servicio de comedor con aquellos +dos muchachos italianos de Bordighera cuyas familias +estaban instaladas en Mónaco. El mayor, más +avispado, se apellidaba Pistola, y trataba despóticamente +á su compañero, largándole hipócritas patadas y +coscorrones en pleno comedor cuando el coronel estaba +de espaldas. Atilio, por la atracción del consonante, +había apodado Estola al compañero de Pistola, y todos +en la casa aceptaban el nombre, hasta el propio interesado.</p> + +<p>—¡Lo que me ha costado adecentarlos y educarlos!—gemía +Toledo—. Y ahora parece que los van á llamar +de Italia para que sean soldados... ¡Más hombres á la +guerra! ¡Hasta estos chicuelos, que aún no tienen la +edad!... ¿Qué haremos cuando se vayan Estola y Pistola?</p> + +<p>Muchas noches, á la hora de comer, sufría quebrantos +la disciplina de la comunidad. El primero que faltó +fué Spadoni. Llegaba después de media noche, diciendo +que había comido con unos amigos. Otras veces no volvía; +y transcurridos varios días, se presentaba tranquilamente,<a name="page_115" id="page_115"></a> +como si hubiese salido horas antes, con la serena +inconsciencia de un perrillo vagabundo. Nadie podía +saber con certeza dónde había estado. El mismo lo +ignoraba. «Encontré á unos amigos...» Y en el curso de +media hora, estos amigos eran los ingleses de Niza ó +una familia de Cap-Martin, como si hubiese vivido en +los dos lugares al mismo tiempo.</p> + +<p>Atilio también faltaba. Un compañero de juego le +había enseñado en el Casino los pequeños cartones partidos +en columnas que sirven para marcar las alternativas +del «rojo» y el «negro». Varias damas extraían de +sus sacos de mano, entre el pañuelo, la caja de polvos, +el lápiz para los labios, los billetes de Banco y las +fichas de diversos colores, que son el dinero del juego, +unos documentos de igual clase. Todos los textos estaban +acordes. Por la mañana y por la tarde perdían +los «puntos» y ganaba la casa; pero á partir de las ocho +de la noche, una fortuna loca sonreía á los jugadores. +Las estadísticas no podían ser más claras: imposible la +duda. Y Castro renunciaba á la buena mesa de Villa-Sirena, +contentándose con un <i>bock</i> y un emparedado en +el <i>bar</i>. Luego regresaba á media noche en un carruaje +de alquiler, pagando á manos llenas al cochero asombrado. +Otras veces, de pie ante la verja, rebuscaba en +su portamonedas antes de reunir el precio de la carrera. +Los hados habían mentido. Los augures de los cartoncitos +estaban á aquellas horas tan limpios como él.</p> + +<p>Toledo mascullaba protestas. Este desorden le hacía +lamentar una vez más la escasez de personal. La servidumbre +se levantaba tarde, á causa de sus esperas +nocturnas. Por esto el coronel sentía la satisfacción de +un gobernador de fortaleza que ve todas las poternas +cerradas y siente las llaves en su bolsillo, las noches en +que no faltaba ningún compañero del príncipe. Después +de la comida escuchaban á Spadoni. Sentado ante un +gran piano de cola, hacía música á su capricho ó seguía +las órdenes del príncipe, melómano de gustos pervertidos +por un excesivo refinamiento, que sólo deseaba +obras de autores extravagantes y obscuros.</p> + +<p>Castro, que era pianista, no podía á veces ocultar su +entusiasmo ante los prodigios de este ejecutante.<a name="page_116" id="page_116"></a></p> + +<p>—¡Y pensar que es un imbécil!—exclamaba con la +franqueza de la emoción—. Todas sus facultades las ha +deformado y aglomerado, concentrándolas en la música, +sin dejar nada para los demás... No importa; es un idiota... +pero un idiota sublime.</p> + +<p>Algunas noches, Spadoni se quedaba con un codo en +el teclado y la frente en la diestra, como si la música le +ensimismase, cuando, en realidad, lo que danzaba debajo +de sus melenas eran cuadrados rojos y negros, muchos +naipes y treinta y seis números formando tres filas +presididas por el cero. El príncipe, molestado por este +silencio, se dirigía á Castro.</p> + +<p>—Cuéntanos algo de tu abuelo don Enrique.</p> + +<p>Este abuelo había sido casado con una tía del general +Saldaña; y aunque Atilio no alcanzó á conocerle, +hablaba con frecuencia de él como de un personaje +curioso que le inspiraba cierto orgullo ó amargas ironías, +según el estado de su ánimo. Era un hombre de +belicoso humor y sombríos entusiasmos, que había acabado de +dilapidar la fortuna de la familia, ya quebrantada +por los antecesores. Emparentado con un gran +número de aristócratas, terminó por negar este parentesco, +como si fuese algo vergonzoso. Los títulos de nobleza +de su familia dejó que los tomasen otros. El lema +que figuraba, desde siglos en el escudo de los Castro +lo había reemplazado con uno de su invención, que resumía +su vida entera: «Mañana más revolucionario que +hoy.» Durante treinta años no hubo en España insurrección +triunfante ó abortada en la que no interviniese +este caballero de gesto sombrío, quisquilloso, espadachín, +que trataba á los hombres como un déspota +y estaba dispuesto á morir por la libertad del género +humano.</p> + +<p>—¡Un don Quijote rojo!—decía Castro.</p> + +<p>De niño recordaba haber jugado con su sable, fabricado +en Toledo: un arma repujada de oro, con arabescos +copiados de la vieja espada del descubridor y conquistador +Alvaro de Castro, que había sido Adelantado +en las Indias. Pero en lo alto de la hoja, donde los abuelos +ponían su mote de fidelidad á Dios y al rey, él había +hecho grabar «¡Viva la República!». Sin este sable caballeresco,<a name="page_117" id="page_117"></a> +se negaba á tomar parte en una revolución. +Lo había llevado de Sicilia á Nápoles siguiendo á Garibaldi +para destronar á los Borbones. «Mañana más revolucionario +que hoy»; y sus compañeros le parecían de +pronto unos reaccionarios, lo que le hacía buscar nuevas +doctrinas que colmasen su insaciable deseo de destrucción +y renovación. Al fin, este descendiente de Adelantados +y Virreyes acabó por ingresar en la primera «Internacional +de trabajadores». Y lo más extraordinario +fué que su primitiva educación, sus altiveces y sus acometividades +paladinescas le acompañaron en esta vida +nueva, haciéndole convertir la más insignificante divergencia +de doctrina en un «asunto de honor».</p> + +<p>Por discusiones de comité se había batido en París +con un «camarada» obrero. Apenas cruzaron los sables, +el trabajador recibió un corte en la cabeza.</p> + +<p>—Es justo—dijo el herido limpiándose la sangre—. +El marqués, que ha podido aprender el manejo de las +armas, debe pegarle al hijo del pueblo.</p> + +<p>Don Enrique palideció ante esta ironía, y por restablecer +la igualdad, por suprimir sus ventajas históricas, +levantó el sable, dándose una feroz cuchillada en +el cráneo, mientras corrían los testigos á sujetarle para +que no reincidiese.</p> + +<p>Después de seguir por segunda vez á Garibaldi en +la guerra de 1870, batiéndose contra los prusianos en +Dijón, el movimiento insurreccional de la Commune le +atrajo á París.</p> + +<p>—Creo que lo hicieron general—decía Atilio—. En +aquella mascarada trágica debió sufrir mucho. Lo cierto +es que lo fusilaron las tropas del gobierno y nadie sabe +dónde fué enterrado.</p> + +<p>La admiración por este abuelo de vida novelesca se +amortiguaba al pensar en su madre. Pobre, huérfana y +olvidada de sus parientes, había tenido que casarse con +un hombre que casi podía ser su padre, llevando fuera +de España la vida errabunda de las familias del cuerpo +consular. Atilio había nacido en Liorna, recibiendo el +mismo nombre de su padrino, un viejo señor italiano +amigo del cónsul de España. El recuerdo de su abuelo +venía á entenebrecer de vez en cuando la existencia de<a name="page_118" id="page_118"></a> +su pobre madre, resignada y devota. En Roma, los españoles +de paso, todos gentes de sanas ideas que llegaban +para ver al Papa, torcían el gesto al enterarse de +su origen. «¡Ah! ¡Usted es la hija de Enrique de Castro!...» +Y ella parecía encogerse, pedir perdón con sus +ojos tristes y humildes.</p> + +<p>—Yo no reniego de mi abuelo—añadía Atilio—. Me +hubiese gustado conocerle. Lo único que lamento es +que nos dejase tan pobres; aunque sus antecesores ya +habían hecho más que él para arruinarnos.</p> + +<p>Los días en que había perdido se mostraba más quejumbroso, +recordando las inmensas posesiones de los +Castro de la conquista americana.</p> + +<p>—Hay ahora inmensas ciudades en campos que dió +el rey á mis antecesores. Uno de mis remotos abuelos +apacentaba sus caballos y construía su barraca colonial +donde existen actualmente jardines, monumentos y +grandes hoteles. Eran centenares de millones de metros: +á una peseta el metro, ¡imagínate, Miguel! Sería más +rico que tú, más rico que todos los millonarios del mundo... +Y no soy mas que un mendigo bien trajeado. ¡Ira +de Dios! ¿Por qué no guardaron mis abuelos sus tierras, +en vez de dedicarse á servir al rey ó al pueblo? ¿Por +qué no hicieron lo que cualquier patán que conserva +religiosamente lo que le entregaron sus antecesores?...</p> + +<p>Otras noches, sentados en la <i>loggia</i>, escuchaba el +príncipe á Novoa ante el nocturno espectáculo del cielo +y del mar. No había más luz que el velado resplandor +que llegaba desde un salón lejano. La costa estaba obscura. +La silueta de Monte-Carlo y de Mónaco se recortaba +sobre el fondo estrellado, sin un solo punto rojo. +Eran escasos los reverberos en la ciudad, y además +tenían los vidrios pintados de azul. Los farolones de la +escalinata del Casino estaban enfundados como las linternas +de un coche fúnebre. La amenaza de los submarinos +alemanes mantenía á todo el principado en la +obscuridad, lo mismo que las costas de Francia. Sólo á +la entrada del puerto de Mónaco las dos torrecillas +octogonales tenían en sus cimas un faro rojo y un faro +verde, que derramaban sobre las aguas un zigzag de +rubíes y otro de esmeraldas.<a name="page_119" id="page_119"></a></p> + +<p>En esta penumbra, puesto de pie y mirando á los +astros, Novoa hablaba de la poesía de la inmensidad, +de las distancias que dan el vértigo al cálculo humano. +A Spadoni le era imposible imitar la atención del príncipe +y de Castro. ¿Qué podía importarle la llamada +estrella tricolor? Los millones de millones de leguas de +que hablaba el sabio despertaban su bostezo; y por una +asociación de ideas, se dedicaba á jugar mentalmente, +suponiendo que acertaba cincuenta veces seguidas, +siempre doblando.</p> + +<p>Ponía una simple moneda de cinco francos—la puesta +menor que admiten en el Casino—, y á los veinticinco +golpes se detenía con espanto. Había ganado treinta y +tres millones y medio de duros: más de ciento sesenta y +siete millones de francos. ¡Solamente en veinticinco minutos!... +El Casino cerraba sus puertas, declarándose en +quiebra; pero esto no conseguía sacarle de su delirio. +La prodigiosa pieza de cinco francos continuaba sobre +el paño verde al lado de una montaña de dinero que +seguía creciendo y creciendo. Había que completar los +cincuenta golpes, siempre doblando. Dió cinco más en su +imaginación y se detuvo. Ya había ganado mil setenta +y tres y pico de millones de duros: más de cinco mil +millones de francos. Tendrían que entregarle el principado +entero de Mónaco, y aun esto tal vez no alcanzase +á cubrir la deuda. Al golpe treinta y cinco, el simple +«napoleón» se había convertido en treinta y cuatro mil +millones de duros: ciento setenta y un billones de francos. +No le iban á pagar; estaba seguro de ello. Sería necesario +que se reuniesen todas las grandes potencias de +Europa, que se aliasen como para una gran guerra, y +aun así tal vez no hiciesen honor al crédito que les presentaba +el pianista Teófilo Spadoni.</p> + +<p>Ya no podía calcular mentalmente. A los veinte golpes +tuvo que valerse del lápiz que le servía en el Casino +para marcar la marcha del juego y de aquellos cartones +divididos en columnas que facilitaban los empleados. El +dorso resultaba estrecho para sus ganancias, que se ensanchaban, +formando cantidades quiméricas. Siguió su +juego triunfador. En el golpe cuarenta se detuvo. Cinco +millones de millones de francos. Decididamente, no le<a name="page_120" id="page_120"></a> +podían pagar ni en Europa ni en el mundo entero. Las +naciones tendrían que ponerse en venta, el globo terráqueo +saldría á pública subasta, los hombres serían esclavos, +todas las mujeres se alquilarían para entregarle +el producto de su deshonor; y aun así, sería preciso que +solicitasen un plazo de unos cuantos miles de años para +quedar bien con él, acreedor del universo, sentado en su +banqueta de pianista como sobre un trono.</p> + +<p>Aunque tenía la certeza de que le engañaban, de +que nadie en la tierra ni el cielo podía afianzar á la +banca, siguió jugando. Sólo quedaban diez golpes. Y +cuando dió el que hacía cincuenta, tuvo un rasgo magnánimo. +Regaló con el pensamiento á los empleados del +Casino los centenares, los miles, los millones y los millones +de millones. El se quedaba simplemente con la cifra +que figuraba á la cabeza de la ganancia, y escribió en +su cartoncito:</p> + +<p class="c">5.000.000.000.000.000 de francos</p> + +<p>¡Cinco mil billones!... Como producto de cincuenta +minutos de trabajo, no estaba mal.</p> + +<p>Llamó de pronto su atención el silencio con que el +príncipe y Castro escuchaban á Novoa, y fijó en éste sus +ojos de visionario todavía deslumbrados por el revoloteo +áureo de la Quimera.</p> + +<p>También el sabio hablaba de millones de millones, +de cifras que no podía abarcar con palabras y detallaba +repitiendo uno tras otro docenas de ceros. El pianista +creyó entender que profetizaba la vejez del sol dentro +de un plazo (aquí una cifra interminable), la desaparición +de la vida presente, la fuga del astro hacia una +constelación remotísima, su apagamiento y su muerte +(otra cifra que infundía miedo).</p> + +<p>Sonrió Spadoni con desprecio. El sol, la constelación +de Hércules adonde éste se dirige, los cien mil millones +de millones de años que necesita para llegar á ella, los +diez y siete millones de años que tardará en apagarse, +dejando de calentar la vida de la tierra, todos los cálculos +de este sabio, ¡miseria, pura miseria! Si él dejaba su +moneda sobre la mesa cincuenta veces más, las cifras<a name="page_121" id="page_121"></a> +de la astronomía iban á resultar despreciables y ridículas +al lado de una ganancia obtenida en cien minutos. +Sólo Dios podía ser su banquero, pagándole con estrellas +como si fuesen monedas; ¿y quién sabe si el mismo +Dios sería capaz de resistir el centésimo golpe de cinco +francos, siempre doblando, y no tendría que declararse +en quiebra?...</p> + +<p>Se sumió por algún tiempo en la contemplación interna +de su grandeza. Al volver á la vida exterior, la +voz de Novoa seguía sonando con cierto misterio ante +el obscuro horizonte, perforado arriba por las punzadas +de las estrellas, ondeado abajo por la fosforescencia de +las olas.</p> + +<p>El príncipe le había impulsado á hablar del mar +como regulador y origen de la vida. El pianista se enteró +de que los océanos cubren las tres cuartas partes +del globo, y como representan una fuerte mayoría sobre +los continentes, éstos viven sometidos á aquéllos, aunque +se crean superiores, como los gobiernos tienen que +sufrir la influencia del sufragio universal y acatar la +fuerza de las mayorías. Todas las grandes leyes atmosféricas +se establecen, no en la reducida superficie de las +tierras, rugosa y quebrada, sino en la limpia extensión +de los océanos, que permite á las moléculas obedecer +libremente á las leyes mecánicas de los flúidos.</p> + +<p>Spadoni tocó en un codo á Castro. Quería comunicarle +en voz baja la inaudita ganancia que acababa de +realizar. Pero Atilio repelió su mano sin volver la vista +y siguió escuchando.</p> + +<p>Novoa hablaba ahora de las aguas ardientes condensadas +en la atmósfera primitiva del globo, que se habían +precipitado sobre su corteza en formación, disolviendo ó +arrastrando cuanto encontraban en esta superficie acabada +de nacer.</p> + +<p>—Con la sal que hay en los océanos—dijo Novoa—se +podría construir todo el relieve del continente africano.</p> + +<p>El pianista volvió á agitarse. ¡Una Africa toda de +sal! ¿De qué podía servir eso?...</p> + +<p>—Castro, escúcheme—dijo en voz muy queda—. Yo +pongo cinco francos y doy cincuenta golpes, siempre +doblando, ¿sabe usted?...<a name="page_122" id="page_122"></a></p> + +<p>Pero el otro no quiso saber nada, y rechazó el cartoncito +que le tendía ocultamente.</p> + +<p>Spadoni, ofendido, cerró los ojos, queriendo aislarse +y no escuchar estas cosas sin importancia para él. Si el +sabio hablaba todas las noches, él perdonaría la hospitalidad +del príncipe, yendo en busca de otros amigos.</p> + +<p>De pronto, una palabra le sacó de su altivo aislamiento, +haciéndole abrir los ojos. El profesor hablaba +del oro arrastrado por las lluvias hirvientes de la creación +planetaria y que estaba disuelto en el mar.</p> + +<p>—Sólo hay unos miligramos por tonelada de agua; +pero con el que existe en los océanos se podría formar +una mole tan enorme, que, repartida proporcionalmente +entre los mil quinientos millones de habitantes que tiene +la tierra, nos tocaría á cada uno un lingote de cuarenta +mil kilos, ó sean cuarenta mil toneladas de oro.</p> + +<p>El pianista avanzó su rostro, estupefacto. ¿Qué decía +el profesor?</p> + +<p>—Y teniendo en cuenta—prosiguió Novoa—el curso +del oro antes de la guerra, el lingote que nos corresponde +á cada uno de los humanos representa ciento +veinte millones de francos.</p> + +<p>Fué cortado el silencio por un ruido estridente. Castro +volvió la cabeza, creyendo que Spadoni roncaba. Al +ver sus ojos desmesuradamente abiertos, comprendió +que era un suspiro emocionado, una exclamación de +sorpresa.</p> + +<p>—Doy mi parte por cien mil francos en billetes—dijo +con voz grave.</p> + +<p>Y mientras los demás reían, él quedó con la mirada +fija en Novoa. ¡El mar!... ¡quién diría que el mar!... +Aquel sabio sabía mucho; y él, con repentina veneración, +se propuso escucharlo siempre.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Una noche, Atilio y el príncipe comieron solos. El +pianista se había fugado á Niza, al salir del Casino, con +sus amigos los ingleses, que jugaban al <i>poker</i> en el landó. +Novoa estaba invitado á comer por un colega del Museo, +y no volvería hasta media noche.</p> + +<p>Miguel recordó sus impresiones de la tarde. Había<a name="page_123" id="page_123"></a> +ido al Casino para asistir á un concierto clásico, osando +arrostrar la curiosidad obsequiosa de los empleados y +el miedo á tropezarse con algunas de sus antiguas amistades. +Desde la escalinata exterior á las puertas del teatro +tuvo que responder á una serie de profundos saludos +de los funcionarios, unos con kepis y dorados botones, +otros de levita solemne, erguidos y dignos como notarios +de comedia. La gente que paseaba por el atrio se fijó +inmediatamente en él. «¡El príncipe Lubimoff!» Todos +recordaban su yate, sus aventuras, sus fiestas, repitiendo +su nombre como un eco de gloriosa resurrección. Había +tenido que pasar á toda prisa entre los grupos, con la +mirada vaga, fingiéndose abstraído, para no ver ciertas +sonrisas conocidas, ciertos rostros invitadores que le +hacían evocar visiones dulces del pasado.</p> + +<p>Buscó un asiento de los más ocultos en la sala de espectáculos, +un rincón de diván junto á la pared; pero +también aquí le persiguió la curiosidad. En torno del +atril del director estaban los músicos de más renombre, +los que se engalanaban con el título de «solistas de +S. A. S. el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían +navegado en el <i>Gaviota II</i> formando parte de su +orquesta. Durante unos compases de espera, el primer +violín, al mirar á la sala para reconocer á sus entusiastas, +descubrió á Lubimoff, participando inmediatamente +su sorpresa á los otros solistas. Todos le sonrieron, dedicándole +con los ojos lo que surgía de sus instrumentos, +y el público acabó por fijarse en este señor medio oculto +que poco á poco iba atrayendo las miradas de la orquesta +entera.</p> + +<p>Al terminar el concierto salió apresuradamente, temiendo +que le cortasen el paso ciertas amigas antiguas +que había descubierto entre la concurrencia. Cruzó el +atrio violentamente, hendiendo los grupos que no le +dejaban avanzar. Aquí había llamado su atención un +personaje de ademanes majestuosos y aspecto excesivamente +brillante, con sombrero hongo, pero de seda gris +bien peinada, gabán de color de miel con bocamangas +de terciopelo del mismo tono y guantes y zapatos blancos. +Las patillas grises estaban unidas al bigote; la raya +del peinado descendía hasta la nuca, y por encima de<a name="page_124" id="page_124"></a> +las orejas avanzaban, brillantes de cosméticos, dos mechones +recortados y teñidos.</p> + +<p>—Creí que era un general ruso ó un personaje austriaco +vestido de invierno, con una elegancia digna de +la Costa Azul, y eras tú, querido coronel. Aún no te había +visto fuera de Villa-Sirena.</p> + +<p>Toledo se ruborizó, no sabiendo si enorgullecerse ó +afligirse por estas palabras.</p> + +<p>—Alteza, siempre me ha gustado vestir bien y...</p> + +<p>—¿Quién era la señora que hablaba contigo?...</p> + +<p>—Era la Infanta. Me contaba que había perdido siete +mil francos que le enviaron de Italia, que no tiene con +qué atender á los gastos de su vida, y...</p> + +<p>—¿Una flaca con un gran sombrero de <i>cow-boy</i>?... No, +no es esa. Te pregunto por la otra.</p> + +<p>«La otra» sólo la había visto de espaldas, pero atrajo +momentáneamente su atención por su esbeltez y su aire +de señorío.</p> + +<p>—Alteza—dijo don Marcos titubeando—, era la duquesa +de Delille.</p> + +<p>Un silencio. Y como si con esto le hubiese pillado su +príncipe en falta y necesitara excusarse, se apresuró á +añadir:</p> + +<p>—Es muy buena con la Infanta. Le regala trajes para +sus hijos, creo que hasta le presta su ropa... ¡Una hija +de rey! ¡Una nieta de San Fernando!... Yo soy un viejo +soldado de la legitimidad, y no puedo menos de agradecer +que...</p> + +<p>Miguel cortó su protesta con un gesto. Basta: no quería +oir más. Y se dirigió á Castro. También lo había visto +cerca de la salida del Casino hablando con otra dama.</p> + +<p>—Y yo te vi igualmente—dijo Atilio—, pero ibas impetuoso +y con la cabeza baja, abriéndote paso lo mismo +que un toro acosado. ¿Quieres saber quién es esta señora? +¿Te interesa?...</p> + +<p>Lubimoff levantó los hombros; pero su indiferencia +era falsa. En realidad, le había interesado, aunque ligeramente, +esta desconocida, rubia, alta, con un aspecto +de vigor esbelto, de ágil soltura, como las gimnastas y +las amazonas.</p> + +<p>—Pues es «la Generala»—continuó Castro, sin parar<a name="page_125" id="page_125"></a> +mientes en la falta de curiosidad de su amigo—. Este +generalato no hay que tomarlo en serio. Es un apodo +cariñoso. Creo que lo inventó la de Delille, pues te advierto +que las dos son muy amigas. Es generala como +otros pueden ser coroneles.</p> + +<p>Don Marcos no reparó en esta maldad. Atilio se mostraba +esta noche de mal humor, con los nervios excitados, +deseoso de morder. Debía haber perdido en el +juego.</p> + +<p>—La llaman «la Generala» por su carácter algo varonil, +por la rudeza con que trata á veces á las gentes. +¡Una mujer extraordinaria! ¡Una verdadera amazona!... +Tira á las armas, hace gimnasia, nada en los ríos en +pleno invierno, y además tiene una voz como un suspiro +de brisa, gorjea al hablar como un pájaro, parece que +va á desmayarse á la menor emoción lo mismo que una +niña tímida... ¿Quieres saber quién es?... Se llama Clorinda; +un nombre de poema y de comedia antigua. Yo +la llamo siempre doña Clorinda; creo que sin esto le +falto al respeto, á pesar de su juventud. Tal vez tiene +dos ó tres años menos que su amiga Alicia. Las dos se +detestan, y no pueden vivir separadas. Una semana por +mes chocan, se insultan, cuentan la una de la otra los +mayores horrores; luego se buscan. «¿Cómo estás, corazón +mio?» «¿Me guardas rencor, mi ángel?»</p> + +<p>El príncipe sonrió al ver cómo imitaba las palabras +y gestos de las dos señoras.</p> + +<p>—Clorinda es americana—continuó Castro—, pero +americana del Sur, de una pequeña República donde +sus padres, abuelos y bisabuelos han sido presidentes, +hombres de guerra y padres de la patria. Su generalato +no es sin fundamento. Allá en su país la admiran por +su hermosura y por los grandes éxitos que le suponen +en Europa, con ese agrandamiento y desorientación de +la distancia. Su retrato resulta una propiedad pública; +figura en todos los paquetes de café y todos los prospectos +de su país. Es la belleza nacional; y cuando envejezca, +siempre existirá un rincón del mundo donde la +consideren eternamente joven. Se casó en París con un +joven francés, soñador, algo artista y algo enfermo del +pecho. Por esto mismo lo amó «la Generala». Con un<a name="page_126" id="page_126"></a> +hombre fuerte é impetuoso se hubiesen matado los dos +á los pocos días. Ahora es viuda. No la creo muy rica; +la guerra debe haber disminuído sus rentas, pero tiene +para vivir con desahogo. Hasta me imagino que debe +sufrir menos apuros que la de Delille. Es mujer de buena +cabeza.</p> + +<p>Calló un momento.</p> + +<p>—¡Pero de tan raras ideas! ¡Tan acostumbrada á imponer +su voluntad!... La conocí en Biarritz hace algunos +años. Aquí la he visto muchas veces en las salas de +juego: saludos, conversaciones insignificantes. Cuando +una mujer apunta, no admite galanterías que la distraigan. +Hoy es la primera vez que hemos hablado largamente. +¿Sabes lo que me ha preguntado en seguida?... +Que por qué no estoy en la guerra. En vano le he dicho +que yo soy neutral y le he demostrado que la guerra no +me interesa. «Si yo fuese hombre, sería soldado.» ¡Y si +hubieras visto su mirada al decirme esto!...</p> + +<p>Lubimoff dedicó una sonrisa despectiva á esta mujer.</p> + +<p>—Para ella—siguió diciendo su amigo—, todos los +hombres deben trabajar en algo, producir, ser héroes. +A su pobre marido, dulce como un cordero enfermo, lo +adoró porque pintaba unos cuadros paliduchos y había +conseguido modestas recompensas en varias Exposiciones. +Los hombres como yo son para ella una especie de +figurantes alquilados para animar los salones, los casinos, +los balnearios, para sostener la conversación y ser +galantes con las damas; pero no le interesan. Me lo ha +dicho esta tarde, una vez más.</p> + +<p>—¿Y á ti te duele su opinión?—dijo el príncipe.</p> + +<p>Calló Atilio, como si pesase sus palabras antes de +hablar.</p> + +<p>—Sí, me duele—dijo al fin resueltamente—. ¿Por qué +negártelo? Esa mujer me interesa. Cuando no la veo, no +me acuerdo de ella. He pasado meses y años sin que +volviese á mi memoria. Pero así que la encuentro, me +domina... la deseo. Yo, sin ser tú, he tenido también +mis satisfacciones amorosas. ¡Pero esta mujer es tan +distinta á las otras!... Además, ¡el placer de vencerla, +esa necesidad de dominación que hay en el fondo de +nuestros deseos amorosos!... Cada vez que hablamos, y<a name="page_127" id="page_127"></a> +ella con su voz de pájaro y su sonrisa compasiva marca +la enorme distancia que existe entre los dos, quedo +triste, mejor dicho, desalentado, como si necesitase alcanzar +algo á que no llegaré nunca por más que me +esfuerce. Hoy debería estar alegre: hace meses que no +he tenido una tarde igual. He jugado, y mira... ¡mira! +Diez y siete mil francos.</p> + +<p>Había sacado de un bolsillo interior un fajo de billetes +azules, arrojándolo sobre la mesa con cierta furia.</p> + +<p>—Llegué á ganar hasta veintiséis mil. Una suerte de +amante desesperado, de marido infeliz... Y sin embargo, +no estoy contento.</p> + +<p>El príncipe volvió á sonreir, como si una verdad +palmaria acabase de demostrar la certeza de sus afirmaciones. +¡La mujer! Aquella Clorinda, generala de mil +demonios, era una verdadera mujer, que con sólo breves +minutos de conversación había perturbado á Castro y +tal vez acabase por quebrantar la vida dulce, sin placeres +violentos pero sin tristezas desesperadas, que llevaban +los huéspedes de Villa-Sirena.</p> + +<p>—Y tú, Atilio—dijo con tono de reproche—, te emocionas +por esa especie de virago de voz suave... Tú +crees en el amor como un colegial.</p> + +<p>Castro adoptó un tono fríamente agresivo. De él podía +decir el príncipe lo que quisiera; ¡pero llamar virago +á la otra!... ¿con qué derecho? Ocultó, sin embargo, la +verdadera causa de su enfado, fingiéndose herido por +la alusión á su credulidad.</p> + +<p>—Yo no creo en nada; creo tal vez menos que tú. Sé +que todo lo que nos rodea es falso, convencional; mentiras +que aceptamos porque nos son necesarias momentáneamente. +Tú admiras, como si fuese algo divino é inconmovible, +la música y la pintura. Pues bien; que se +modifique un poco la forma de nuestro oído, y las sinfonías +de Beethoven serán verdaderas cencerradas; que +se cambie el funcionamiento de nuestra retina, y todos +los cuadros célebres habrá que quemarlos, porque nos +parecerán lienzos manchados por un juego de niños... +que se transforme nuestro cerebro, y todos los poetas y +los pensadores resultarán pueriles idiotas. No; no creo +en nada—insistió rabiosamente—. Para vivir y para<a name="page_128" id="page_128"></a> +entendernos necesitamos que haya arriba y abajo, derecha +é izquierda; y también esto es mentira, pues vivimos +en el infinito que no tiene límites. Todo lo que consideramos +fundamental no es mas que un cuadriculado +que inventaron los hombres para que sirva de marco á +sus concepciones.</p> + +<p>El príncipe se encogió de hombros, mirándole con +extrañeza. ¿A qué venía todo esto, con motivo de una +mujer?...</p> + +<p>—Todo mentira—prosiguió—; pero no por ello voy á +vivir como una piedra ó un árbol. Yo necesito falsedades +dulces que me canten hasta la hora de la muerte. +La ilusión es una mentira, pero deseo que venga conmigo; +la esperanza otra mentira, pero quiero que marche +ante mis pasos. Yo no creo en el amor, como no +creo en nada. Cuanto digas contra él lo sé hace muchos +años; pero ¿debo darle con el pie si me sale al paso y +quiere acompañarme? ¿Conoces tú una quimera que +llene mejor el vacío de nuestra existencia, aunque sea +poco durable?...</p> + +<p>Miguel acogió la vehemencia de su amigo con un +gesto sardónico.</p> + +<p>—¿Sabes por qué parezco más joven de lo que soy?—continuó +Atilio, cada vez más exaltado—. ¿Sabes por +qué seré joven cuando otros de mi edad serán ya viejos?... +Me finjo irónico, parezco escéptico, pero poseo un +secreto, el secreto de la eterna juventud, que guardo +para mí... Puedo revelártelo. He descubierto que la +gran sabiduría de la vida, lo más importante, es «pasar +el rato»; y lleno el vacío que todos llevamos dentro con +una orquesta: la orquesta de mis ilusiones. Lo necesario +es que toque siempre, que no queden los atriles vacíos; +una vez terminada una partitura, hay que colocar otra +nueva. A veces, la sinfonía es de amor... Las mías han +sido hermosas pero breves. Por eso las he reemplazado +con otra interminable, la de la ambición y la codicia, +cuyos compases son infinitos como las estrellas del cielo, +como las combinaciones de las cartas. Juego. Veo en el +girar de la ruleta un castillo que será mío, un castillo +más suntuoso que todos los que existen; un yate superior +al que tú tenías; fiestas interminables. La baraja me<a name="page_129" id="page_129"></a> +hace contemplar magnificencias como no las soñaron los +cuentistas persas. Sus colores son montones de gemas +preciosas. Las más de las veces pierdo y la orquesta me +acompaña en sordina, con una marcha fúnebre de hermosa +desesperación; pero á los pocos compases, esta +marcha se convierte en himno triunfal: la salida del +nuevo sol, la resurrección de la esperanza.</p> + +<p>Ahora la mirada del príncipe era de piedad. «Está +loco», parecían decir sus pupilas.</p> + +<p>—Esta tarde, mi orquesta—continuó—me ha hecho +conocer una nueva sinfonía, algo que no había oído +nunca. Mientras ganaba dinero, no pensé una sola vez +en mí. Nada de palacios, ni de yates, ni de fiestas. Pensaba +únicamente en «la Generala», y pensaba con verdadero +odio, deseando vengarme de ella. Quería ganar +cien mil francos...(¡qué sabe uno!... ¡tal vez los gane mañana!) +y luego de ganarlos comprar un collar de perlas +á la salida del Casino (los cien mil completos) y enviárselo +con un simple anónimo que dijese así, poco más ó +menos: «Homenaje de antipatía de un hombre inútil y +despreciable.»</p> + +<p>Una carcajada del príncipe despertó con sobresalto +al coronel, que, como buen madrugador, se había adormecido +en su asiento. Luego, al notar que Su Alteza no +se fijaba en él, se deslizó fuera del <i>hall</i>, como si le atrajese +algo más importante que aquella conversación de +los dos amigos, que parecían ignorar su presencia.</p> + +<p>—Pero ¿qué encuentras tú en el amor?—dijo Miguel—. +Porque yo creo que tú sabes lo que es verdaderamente +el amor. Todas esas ilusiones de los adolescentes, todos +los idealismos de los poetas, no son mas que caminos +tortuosos que conducen á un mismo término, al único: +el acto carnal. ¿Y no estás fatigado de él? ¿no te acobarda +su monotonía?</p> + +<p>La voz del príncipe tomó cierta entonación lúgubre, +como si clamase sobre los escombros de su vida entera. +Había encontrado centenares de mujeres de las que levantan +á su paso una muda explosión de deseos. La +resistencia femenil le era desconocida. Es más: habían +corrido á él, haciendo espontáneamente la mitad del +camino, acosándole sin orden, obligándolo, por un pundonor<a name="page_130" id="page_130"></a> +varonil, á sobrepasarse en sus fuerzas con una +prodigalidad que hacía doloroso el placer... ¡Y todas +eran iguales! El comprendía el espejismo de la ilusión +en los que admiran desde lejos lo que no pueden conseguir. +Es la curiosidad por lo secreto, el deseo que infunde +el obstáculo, las fantasías mentales que inspiran los +trajes, los adornos, todo lo que cubre el cuerpo femenino, +dando á su monotonía la seducción de un misterio +continuamente renovado. Para él, ¡ay! eran todas como +si marchasen desnudas. Nada podía excitar ya su interés: +todo lo conocía.</p> + +<p>—Además—y su voz se hizo más sorda—, á ti solo te +lo confieso. El amor y la mujer me hacen pensar en la +miseria de nuestra existencia, en el inevitable final, en +la muerte. Desde que vivo emancipado de sus engañosas +seducciones, me siento más alegre, más seguro de +mí mismo; gozo con ingenuidad del momento que pasa... +No quiero hablarte de las vergüenzas físicas de esos +cuerpos que pretendemos divinizar, de las impurezas +diarias ó mensuales que les hace sufrir la vida con sus +exigencias. La mujer es menos sana que el hombre. La +Naturaleza lo ha querido así. Déjala sin los cuidados de +la higiene moderna, y resultará una bestia inmunda, +roída por internas suciedades... Pero no es eso lo que +me hace huir de ella.</p> + +<p>Calló, añadiendo poco después con tristeza:</p> + +<p>—No puedo estar al lado de una mujer sin encontrarme +con la imagen de la muerte. Cuando acaricio su +cabellera sedosa, tropiezo con un cráneo pulido, duro, +amarillento, como los que asoman á flor de tierra en los +cementerios abandonados. Un beso en la boca, un mordisco +en la barbilla, me hacen ver el maxilar óseo con +sus dientes, casi igual al de los antropoides que están en +los museos. Los ojos morirán; la nariz de graciosas alillas +y ventanas sonrosadas se disolverá igualmente; lo +único sólido y cierto son las cuencas negras y la grotesca +chatez de la calavera. Los pechos turgentes no pasan de +ser simples tumores engañosos que disimulan la fúnebre +jaula del costillaje; las piernas que nos parecen adorables +columnas son agua y piltrafas que se disolverán, +dejando al descubierto dos largas flautas de cal. Creemos<a name="page_131" id="page_131"></a> +adorar la suprema belleza, y abrazamos á un esqueleto. +Nos horroriza la imagen de la muerte, y toda mujer la +lleva dentro, obligándonos á adorarla.</p> + +<p>Ahora era Castro el que miraba con ojos de asombro. +«Está loco», parecían decir sus pupilas, fijas en el +príncipe.</p> + +<p>—Lo que tú tienes, Miguel, es que estás ahito—dijo +después de un largo silencio—. Me recuerdas á esas personas +que, al sentarse á la mesa, disimulan con ascos +su inapetencia. Las carnes asadas, de suculento perfume, +son para ellas cadáveres, envolturas de pus; los +frescos vegetales, las dulces frutas, concreciones del +estiércol y de todos los zumos malolientes que vigorizan +la tierra. El pan y el vino les hacen pensar en las +manipulaciones de su elaboración... Pero si sus sentidos +despiertan, si resucitan sus necesidades, lo ven todo +como si acabase de salir el sol y encuentran un encanto +inefable en lo mismo que les repugnaba... ¿Qué me importa +que una mujer lleve dentro un esqueleto? También +lo llevo yo, y esto no me impide encontrar muy +agradables los placeres de la vida y considerar que de +todos esos placeres el más interesante es... el encuentro +de dos esqueletos.</p> + +<p>Castro reía con una conmiseración afectuosa contemplando +á su amigo.</p> + +<p>—Estás harto, lo repito; tienes la inapetencia y las +visiones fúnebres de los que sufren una dolorosa indigestión... +Tú te restablecerás. Eres joven aún para permanecer +en esa atonía: el apetito volverá á ti. Deseo +que no encuentres la mesa puesta como en el pasado, +que la dificultad te exalte, que la negativa te haga sufrir; +y entonces... ¡entonces!...<a name="page_132" id="page_132"></a></p> + +<h3><a name="V" id="V"></a>V</h3> + +<p>Nunca había visto don Marcos tan enfadado á su +príncipe como esta mañana al anunciarle que la duquesa +de Delille le esperaba abajo, en el <i>hall</i>.</p> + +<p>—Debías haberle dicho que me he ido; un pretexto +cualquiera, un almuerzo en Niza... Pero estáis de acuerdo, +seguramente. ¡Cómo proteges á tu Infanta!...</p> + +<p>El coronel, rojo de emoción, intentó refutar estas +acusaciones. Si la duquesa se presentaba de pronto en +Villa-Sirena, era tal vez porque él se había negado á +recibir sus encargos para el príncipe.</p> + +<p>Al bajar éste al <i>hall</i>, encontró á Alicia de pie junto +á una ventana, mirando los jardines y el mar. Estaba +de espaldas, como la había visto al salir del concierto. +Cuando volvió la cabeza, Miguel se dijo que no la habría +reconocido seguramente de encontrarla en otro lugar. +Era una hermosa mujer, pero no se parecía á la que +había visto por última vez en aquel «estudio» de la Avenida +del Bosque, lleno de chinerías y malsanos perfumes. +Varios años habían pasado por ella, y sin embargo +parecía más fresca, más joven. Había perdido aquella +luz turbia é inquietante que agrandaba sus ojos, dándoles +una fijeza antinatural. Su tez, de una blancura +mate y enfermiza, estaba coloreada ahora por el sol y +el aire libre. La antigua esbeltez ondulante y ligera se +había espesado, dando á su organismo la calma y la +estabilidad de los cuerpos que empiezan á cristalizarse +en su forma definitiva.</p> + +<p>No pudo continuar el príncipe este rápido examen,<a name="page_133" id="page_133"></a> +molestado por la sonrisa y los ojos de Alicia. Parecía, +por su aire tranquilo, que hubiese estado allí mismo +la tarde anterior. Además, Miguel se sintió repentinamente +preocupado por el modo de iniciar la conversación. +¿Le hablaría en inglés ó en francés? ¿La tutearía +como antes?... Ella resolvió sus dudas hablándole +en español, y de tú, lo mismo que cuando eran muchachos.</p> + +<p>—Como es imposible ponerse en comunicación contigo—dijo +Alicia sentándose, después de estrechar su +mano—, me he decidido á hacer esta visita. No es muy +correcto que una señora venga á visitar á un hombre +tan malfamado como tú; pero ¡habrán venido tantas +aquí antes que yo!</p> + +<p>Y estas palabras fueron acompañadas de una risa +maliciosa. A continuación se puso seria, y dijo con +timidez:</p> + +<p>—Vengo por negocios... por un asunto de dinero.</p> + +<p>Queriendo retardar la exposición de estos negocios, +habló de las dificultades que la habían obligado á presentarse +en Villa-Sirena sin anunciar su visita. El príncipe +podía tener confianza en la exactitud con que su +«chambelán» cumplía sus órdenes. Una buena persona +el tal coronel, pero intratable, lo mismo que un perro +feroz, cuando alguien pretendía que desobedeciera á su +amo. Ella le había pedido inútilmente que anunciase +su visita; hasta se negó á aceptar una carta para su +señor.</p> + +<p>—Hubiera podido escribirte; pero temí que no contestases +ó me enviaras simplemente á entenderme con tu +apoderado en París. ¡Hace tanto tiempo que no nos +vemos! ¡Ha sido tan rara nuestra amistad!... Por eso, +finalmente, me decidí anoche á venir á sorprenderte en +tu retiro, con la esperanza de que no me pondrías en la +puerta.</p> + +<p>Miguel sonrió, haciendo un gesto de escandalizada +negativa.</p> + +<p>—He venido por mi deuda... por los préstamos que +me hizo en otro tiempo tu madre... Yo ignoraba á +cuánto ascienden. Tu apoderado dice que son más de +cuatrocientos mil francos. Así debe de ser, cuando él lo<a name="page_134" id="page_134"></a> +asegura. Yo pedía en momentos de apuro, y la princesa, +que era tan gran señora, daba y daba, sin que la una ni +la otra nos fijásemos en las cantidades... Ahora comprendo +que fué enorme su bondad.</p> + +<p>Lubimoff quedó sorprendido por esta noticia. Luego +fué recordando que al morir su madre había dejado una +larga nota de todos los préstamos hechos por ella, y que +el nombre de Alicia figuraba entre los deudores. Pero +los papeles quedaron en poder de su administrador, sin +que él se acordase más de este asunto.</p> + +<p>Comprendió inmediatamente el motivo de la visita +de Alicia. Su apoderado quería reunir dinero, y falto +de los envíos de Rusia, realizaba todo lo que él poseía +en Occidente: créditos á su favor, adelantos hechos á +sus protegidos, fianzas en depósito, hasta los préstamos +de la princesa, que, según disposición suya, sólo debían +exigirse en caso de ineludible necesidad.</p> + +<p>El estrujamiento general impuesto por las circunstancias +había alcanzado á Alicia. Hacía cuatro meses +que la administración Lubimoff le enviaba carta tras +carta, reclamando el pago de su enorme deuda. La última +nota del apoderado era amenazante, en vista de su +silencio. Anunciaba una acción ejecutiva ante los tribunales. +La administración guardaba muchas cartas de +ella dando las gracias á la princesa por sus bondades. +Además, todos los pagos habían sido hechos por medio +de cheques, cobrados por la misma duquesa.</p> + +<p>—Un verdadera insolente tu administrador... El otro +día te vi en el Casino; te vi de espaldas, cuando huías +de la gente. Me diste miedo: me imaginé en aquel momento +que eras otro, muy diferente del que yo conocí, +y que nunca nos entenderíamos. Después he pensado +que no debes ser tan fiero como pareces... y he venido.</p> + +<p>Miguel, silencioso, parecía hablar con sus pupilas +fijas en Alicia. ¿Y para qué había venido? ¿Qué negocios +deseaba proponerle?</p> + +<p>Ella sonrió con una expresión de gracioso cinismo.</p> + +<p>—He venido para decirte que no puedo pagar ahora... +y tal vez nunca; para suplicarte que esperes... no sé +hasta cuándo, y que ese antipático que administra tu +fortuna no me moleste con sus insolencias.<a name="page_135" id="page_135"></a></p> + +<p>Y como el príncipe permaneciese inmóvil, ella continuó:</p> + +<p>—Estoy arruinada.</p> + +<p>—Yo también—dijo Miguel—. Todos estamos arruinados. +Los que fabrican para la guerra son los únicos +ricos en este momento.</p> + +<p>—¡Oh! ¡tú arruinado!—protestó Alicia—. Lo tuyo no +es mas que un apuro del momento. Lo de Rusia se arreglará +un día ú otro. Además, tú eres el príncipe Lubimoff, +el famoso millonario. Si yo tuviese tu nombre, +¿quién me negaría un préstamo?...</p> + +<p>Perdió de pronto la sonrisa audaz que había preparado +para esta entrevista. Sus ojos se hicieron más obscuros; +su boca se arqueó hacia abajo.</p> + +<p>—Mi ruina es verdadera... Mira.</p> + +<p>Señaló el triángulo de carne que dejaba libre el +escote de su traje. Un collar de perlas descansaba sobre +el blanco pecho. Miguel acabó por fijarse en estas perlas, +atraído por la insistencia de ella. Falsas, escandalosamente +falsas; todas descascarilladas, opacas y amarillentas +como gotas de cera. El entendía un poco de +esto; ¡había regalado tantos collares!... Luego, Alicia le +mostró las manos. Dos sortijas de factura artística, pero +sin una piedra, de escaso valor intrínseco, eran lo único +que adornaba sus dedos.</p> + +<p>—Este vestido es del año pasado—añadió con un tono +sombrío, como si confesase la mayor de las vergüenzas—. +Ya no me fían en París. ¡Debo tanto!... Sólo el +sombrero es nuevo. ¡Qué mujer, por pobre que se considere, +no compra un sombrero nuevo! Es lo más visible, +lo que cambia incesantemente, lo que hay que defender. +Por suerte, con esto de la guerra no se usan las plumas... +Estoy pobre, Miguel, pobre como tú no has conocido á +ninguna mujer.</p> + +<p>—¿Y tu madre?...</p> + +<p>El príncipe hizo instintivamente esta pregunta. Después +tuvo la sospecha de haber leído años antes, no sabía +dónde, tal vez mientras vagaba por los mares, la +noticia de la muerte de doña Mercedes. No estaba seguro; +pero la hija le sacó de dudas.</p> + +<p>—¡Pobre señora!... No hablemos de ella.<a name="page_136" id="page_136"></a></p> + +<p>Pero habló para lamentar sus prodigalidades de devota. +Había dedicado millones á la construcción en España +de un hospital enorme por consejo de su capellán +aragonés, el astrónomo de los Campos Elíseos. El mármol +entraba en esta obra como simple material de albañilería; +la verja del jardín era forjada por un célebre +fundidor de arte de París dedicado á fabricar estatuas +de salón. Al marcharse el clérigo, fatigado de tanta largueza, +el edificio monstruoso quedaba sin terminar y la +preciosa verja á pedazos en el suelo, como hierro viejo. +Luego, el «monseñor» canalizaba la generosidad de la +santa dama en otro sentido. Era necesario propagar la +fe por medio del «buen libro», y surgía en París una +nueva casa editorial, inaudita, inverosímil, en la que +los paquetes de libros eran almacenados en estantes de +caoba y las hojas plegadas sobre tableros de laca.</p> + +<p>—Los curas se llevaron casi todo lo mío—continuó +Alicia—. Tal vez para cobrar comisiones, sugerían á +mamá los gastos más absurdos.</p> + +<p>Numerosos campanarios repicaban en los dos hemisferios +gracias á doña Mercedes. Una fundición de campanas +trabajaba únicamente para sus regalos. Además, +se sentía arrastrada, por una especie de debilidad amorosa, +hacia todos los bienaventurados desprovistos de +renombre.</p> + +<p>—Se dedicó en los últimos años á «lanzar» santos. +Todos los que encontraba en el calendario poco conocidos +ó de nombre raro le hacían sentir el deseo de remediar +una gran injusticia. Hacía escribir sus vidas, les +dedicaba iglesias, se carteaba con los señores de Roma +para sacar adelante á muchos difuntos que esperaban +inútilmente siglos y siglos la hora de su santificación.</p> + +<p>Lubimoff acabó por reir del tono rencoroso con que +Alicia hablaba de estos placeres místicos de su madre. +¡Famosa doña Mercedes!... Y ella acabó por reir igualmente.</p> + +<p>—Así fué gastando todas nuestras rentas, que eran +enormes. Debía haberme dejado una verdadera fortuna +ahorrada en los Bancos. ¡Una señora que invertía tan +poco en el regalo de su persona!... Y sin embargo, tuve +que pagar grandes cantidades por todos los encargos que<a name="page_137" id="page_137"></a> +había hecho antes de morir. Ten la seguridad de que el +«monseñor» y los otros son mucho más ricos que yo.</p> + +<p>—¿Y tus minas? ¿y tus tierras de América?</p> + +<p>La duquesa repitió su gesto de desesperación. ¡Como +si no tuviese nada! Pobre, absolutamente pobre.</p> + +<p>—Tú dices que estás arruinado, y la escasez de dinero +sólo la sufres desde hace dos años, tal vez menos. Yo no +veo un céntimo de mi fortuna desde mucho antes de la +guerra. Todos se ocupan de Rusia, del bolcheviquismo, +porque es algo que toca de cerca al viejo mundo. ¿Y lo +de Méjico, que data de los tiempos de paz europea?...</p> + +<p>Sus tierras se habían perdido lo mismo que si fuesen +bienes muebles que pueden ser trasladados y ocultados. +Una revolución agraria, cuyos ecos apenas llegaban al +viejo continente, las había devorado, suprimiendo todo +vestigio de la antigua propiedad. Los mestizos se las +repartían á su gusto, para trabajarlas ó para dejarlas +más incultas que antes. ¿Contra quién podía reclamar, +si estas tierras estaban en provincias que cambiaban á +cada momento de dueño y el gobierno de Méjico no ejercía +sobre ellas ninguna autoridad?...</p> + +<p>Las minas de plata, base de la enorme fortuna de +tres generaciones de Barrios, aún estaban en peor situación.</p> + +<p>—Uno de los titulados «generales», un indio, se ha +fortificado en el territorio de mis minas y desde allí desafía +á los gobernantes de la capital. Me dicen que todos +los meses saca medio millón de francos en barras de +plata. Las corta en rodajas, les pone su marca, y hace +dinero para pagar á su gente. ¡Figúrate si le faltarán +partidarios con esa moneda de plata pura, más valiosa +que la de los países civilizados!... Nunca acabarán con +él; no tiene mas que ahondar en lo mío, para crear +ejércitos. Esta mala broma viene prolongándose varios +años; y yo, que vivo en Europa, cada vez más pobre, +estoy pagando una guerra interminable al otro lado de +la tierra.</p> + +<p>A pesar de que el príncipe nunca se había ocupado +de sus propios negocios, quiso darle consejos. Debía ir +allá; pedir protección; ella había nacido en los Estados +Unidos.<a name="page_138" id="page_138"></a></p> + +<p>—Ya lo he hecho—contestó—. Tengo en Nueva York +quien se ocupa de mis asuntos. Pero ¿van á hacer una +guerra sólo por mi?... El viaje tal vez lo emprenda más +adelante. Ahora no; me siento sin fuerzas... Tengo preocupaciones +terribles en estos momentos, y aún serían +más grandes si me alejase de Francia.</p> + +<p>Sus ojos se nublaron; una expresión dolorosa contrajo +su rostro. Hizo un ademán como si buscase el pañuelo +en su bolso de mano. Miguel se acordó de aquel +joven que Castro había visto en los últimos años al lado +de Alicia. Tal vez era éste el que provocaba su emoción +y le impedía hacer el viaje.</p> + +<p>«¡El amor!—se dijo mentalmente—. ¡El amor, cuando +ya ha pasado la juventud!»</p> + +<p>Quiso torcer el curso del diálogo, y le preguntó por +el duque de Delille. Sabía que estaba en la guerra; hasta +creyó recordar que lo habían herido en los primeros +combates. ¿Vivía aún?...</p> + +<p>Al hablar Alicia de su marido, tomó una expresión +grave, con gran extrañeza de Miguel. En otros tiempos +le trataba con cierto desprecio. Había aceptado la libertad +de su esposa, con todas sus consecuencias, á cambio +de una pensión enorme. Vivían aparte, y aunque ella +encontraba muy dulce esta independencia, no podía +menos de sentir una antipatía femenil hacia este marido +acomodaticio y poco dado á los celos trágicos. Pero +ahora sus ideas parecían cambiadas, y se apresuró á +hablar, como si temiese ver en Lubimoff la misma sonrisa +que ella dedicaba otras veces al duque.</p> + +<p>—Sí; fué á la guerra. Ya sabes que es mayor que yo: +más de veinte años. Su edad le excusaba de tomar las +armas; pero se acordó de que en su juventud había sido +oficial, y fué de los primeros en acudir. ¡Quién lo hubiese +creído de un hombre que parecía sin preocupaciones y +se burlaba de todo lo que no tocase á sus egoísmos!...</p> + +<p>Los alemanes lo habían recogido moribundo en uno +de sus victoriosos avances al principio de la guerra. +Estaba cubierto de heridas. Después de dos años de cautiverio +lo habían canjeado como inútil, y vivía internado +en Suiza, con un brazo menos.</p> + +<p>—¡Pobre hombre!... Me escribe todos los meses. Pesca<a name="page_139" id="page_139"></a> +en el lago de Ginebra, y piensa en mí más que nunca +pensó. Sus cartas casi son de amor. ¡Cómo transforman +las desgracias nuestro carácter! Dice que ve la vida de +otro modo; tiene la esperanza de que después de este +cataclismo, que nos habrá hecho mejores, podremos juntarnos +y ser felices. ¡Ah, si yo quisiera!...</p> + +<p>Su tono era irónico al mencionar esta felicidad quimérica, +pero mostraba al mismo tiempo respeto y admiración. +El duque cazador de una gran dote, acomodaticio +y sin escrúpulos, estaba olvidado. Ahora sólo veía +al combatiente de cabeza blanca, al inválido, que, según +los médicos, no podía alcanzar una larga existencia +después de las operaciones sufridas. Y ella procuraba +mantener sus esperanzas, contestando breve y afectuosamente +á sus largas cartas de desterrado.</p> + +<p>—Entonces, ¿es por tu marido por lo que no realizas +el viaje?—preguntó Miguel, fingiendo hacer su pregunta +de buena fe.</p> + +<p>Alicia se agitó ante tal suposición. ¡Pobre Delille!... +Ella sentía otras preocupaciones. Su marido no era el +único que había ido á la guerra. Otros con menos años +y con razones más poderosas para amar la existencia +habían sufrido la misma suerte. ¡Los duelos ocultos de +esta época!...</p> + +<p>Los ojos de la duquesa se humedecieron y el gesto de +su boca fué francamente doloroso.</p> + +<p>«Es el pequeño amante, no hay duda—se dijo Miguel—. +El chiquillo que vió Castro.»</p> + +<p>Como si adivinase los pensamientos de él y quisiera +desviarlos, Alicia volvió á hablar del motivo de la visita +y de su situación.</p> + +<p>El príncipe movió la cabeza cuando ella le fué describiendo +su asombro al ver que la riqueza no era algo +infinito é inmutable, y que se deshacía... ¡se deshacía! +sin que hubiera recurso alguno para evitar su desmoronamiento.</p> + +<p>—He malvendido, he tomado el dinero que quisieron +darme, sin poner atención en las condiciones. Todas +mis joyas se fueron; unas las vendí en París, otras aquí +mismo... Tú dices que estás arruinado. No; tú no sabes +lo que es eso: yo sí que lo sé. Mi naufragio es más antiguo<a name="page_140" id="page_140"></a> +que el tuyo; mi buque era mas pequeño... No quiero +fatigarte con la relación de mis pobrezas. Ya no tengo +casa en París. Unicamente si mis negocios se arreglasen +volvería allá. No tengo más casa que la de aquí, +una «villa» que compré en mis buenos tiempos. No sonrías; +está hipotecada dos veces: cualquier día me echarán +de ella. La tal casa era muy agradable en otros +tiempos, cuando yo tenía dinero; ¡pero ahora, con las +escaseces de la guerra!... No hay carbón, la leña es +cara; por las noches hace frío, y se necesita gastar una +fortuna para que funcione el antiguo calorífero. Además, +no tengo más servidumbre que mi antigua doncella, el +jardinero y su mujer, que se ocupa de la cocina. Por +eso todas las piezas están cerradas, y Valeria y yo hacemos +nuestra vida en dos habitaciones del primer piso. +Allí comemos, allí dormimos... Valeria es una muchacha +de París, una señorita que yo protejo. ¡Figúrate si +será pobre para que yo la proteja!</p> + +<p>—Pero tú juegas—dijo el príncipe.</p> + +<p>Ella pareció escandalizarse de estas palabras, que +sonaban como una recriminación.</p> + +<p>—Juego; ¿qué quieres que haga? Necesito defenderme, +ganar mi vida, ¿y de qué otro modo puede ganarla +una mujer como yo?... Sé lo que vas á decirme: que he +perdido mucho. Cierto; mi collar de perlas, el verdadero, +lo vendí aquí, y muchas otras joyas; he perdido +grandes cantidades, de las que no quiero acordarme... +Pero entonces no sabía lo que sé ahora... ¡ahora precisamente +que tengo poco dinero para jugar!</p> + +<p>Lubimoff sintió asombro ante la fe con que hablaba +esta mujer de sus conocimientos actuales.</p> + +<p>—Además—continuó con tristeza—, ¿qué sería de mí +si me faltase el juego? Tú no debes haber olvidado cómo +era yo cuando nos vimos la última vez. No te pasarían +inadvertidos ciertos gustos...</p> + +<p>Se acordó Miguel de la invitación «á la pipa», de +aquel perfume que llenaba el «estudio» del palacete de +la Avenida del Bosque.</p> + +<p>—Todo aquello se acabó; el juego y otra cosa me lo +hicieron abandonar. Ahora lo recuerdo con desprecio. +Por eso vivo en Monte-Carlo: tengo la corazonada de que<a name="page_141" id="page_141"></a> +la suerte volverá á buscarme aquí y no en otra parte. +¿Tú no juegas?</p> + +<p>Se irritó Miguel ante esta pregunta. ¿No le había +dicho que estaba arruinado? ¿Iba á imitarla á ella, que +empeoraba su situación perdiendo los restos de su fortuna?</p> + +<p>—¡Arruinado!—exclamó Alicia—. Tu mala época no +puede ser larga. Eso de Rusia acabará por entrar en +orden. Las grandes naciones tienen allá muchos intereses +para no preocuparse de arreglarlo todo... Lo mío +es lo que no se compondrá en mucho tiempo. No me +queda otra esperanza que poder dar un golpe en el Casino +de doscientos mil ó trescientos mil francos, y con +esto esperar á que cambien las cosas.</p> + +<p>El príncipe se encogió de hombros. Conocía á los +jugadores. Esta mujer, dominada por su quimera, iba á +olvidar el objeto de su visita, divagando sobre los caprichos +posibles de la suerte, como Spadoni ó como el +mismo Castro.</p> + +<p>—¿Y qué deseas de mí?</p> + +<p>Alicia pareció despertar, y otra vez su sonrisa fué +audaz y graciosa, como al principio de la entrevista, +una sonrisa de solicitante que llega con la firme voluntad +de conseguir lo que quiere. Ya había dicho en el +primer momento cuál era su pretensión: que no la molestase +más el apoderado del príncipe por aquella deuda +olvidada.</p> + +<p>—La pagaré algún día, si puedo... Lo más seguro es +que no la pague nunca. Dala por perdida, y dile á ese +señor antipático que no me escriba más.</p> + +<p>Miguel, seducido por la sencillez con que esta mujer +emitía su enorme deseo, imitó el tono de su voz.</p> + +<p>—Está bien; se le dirá á ese señor antipático que no +te moleste, que se olvide de ti.</p> + +<p>Y rió como un niño, sin fijarse en que se trataba de +sus propios intereses, pensando únicamente en la cara +que pondría su grave apoderado al recibir tal orden.</p> + +<p>—Siempre te he creído bueno y generoso—dijo ella—. +¡Gracias, Miguel! Algunas veces he discutido con «la +Generala» acerca de ti, para hacerla comprender que +eres un hombre de corazón.<a name="page_142" id="page_142"></a></p> + +<p>—¡Ah! ¿Doña Clorinda es enemiga mía? ¡Si no la he +visto nunca!...</p> + +<p>—Es una mujer rara. Para ella, todo el que se divierte +y no hace cosas grandes es un hombre antipático. Precisamente +nos peleamos ayer para siempre. No hablemos +de ella. Tengo algo más que pedirte...</p> + +<p>¿Más?... El príncipe la miró con asombro; pero Alicia +se apresuró á decir que era un consejo lo que solicitaba.</p> + +<p>La guerra había trastornado su existencia con una +rapidez asombrosa. Los valores sociales estaban invertidos: +las fortunas que parecían más sólidas se venían +abajo.</p> + +<p>—Esto pasará, ¿no es cierto?... Es imposible que dure.</p> + +<p>—Sí, es imposible—dijo él con gravedad.</p> + +<p>A los dos les parecía vivir en otro mundo, rodeados +de las incoherencias de una pesadilla. ¡Ellos teniendo +que preocuparse del dinero, que había sido hasta entonces +algo natural en su existencia, como lo es para todos +el sol, el aire ó el agua; viéndose obligados á perseguirlo +en su fuga por caminos que desconocían!... No, esto no +era lógico: un breve capricho del destino. Sus vidas volverían +á ser como antes, con la regularidad de las leyes +naturales, que parecen desviarse un momento, pero tornan +al fin á su ordenado curso.</p> + +<p>Más necesitada y más vieja en esta vida de apuros +económicos, ella no podía imitar la calma con que aceptaba +Lubimoff su momentánea ruina.</p> + +<p>—Pasará, es seguro; pero mientras tanto, ¿cómo puedo +vivir?... Acabas de librarme de una congoja moral con +el olvido de esa deuda. Te lo agradezco. Pero yo necesito +trabajar, ¡yo quiero ganar dinero! ¿Qué me aconsejas?...</p> + +<p>El quedó estupefacto. ¿A qué trabajo podía dedicarse +Alicia?... Su pregunta era para ser contestada con una +risa. Pero ella estaba frente á él, grave, convencida de +su voluntad para el trabajo, y esperando el luminoso +consejo, como si de él dependiese su destino.</p> + +<p>Afortunadamente, la misma Alicia, no pudiendo sufrir +este silencio, empezó á exponerle sus propias ideas. +El revoltijo presente justificaba las más desatinadas resoluciones.<a name="page_143" id="page_143"></a> +Una gran señora podía adoptar medios de +existencia que años antes hubieran provocado escándalo. +Ella conocía en Niza muchas damas rusas que daban +grandes fiestas en sus salones antes de la guerra, y +ahora, caídas en la pobreza, se ingeniaban para ganarse +el pan á su modo. Una iba á abrir una tienda de sombreros, +contando con sus antiguas amistades para formarse +una clientela. Otra había convertido su «villa» del +Paseo de los Ingleses en casa de huéspedes. Sólo quería +admitir personas distinguidas, militares de los países +aliados, pero de coronel en adelante. Trataría á sus +pensionistas como visitas, con toda la distinción de una +gran señora que recibe; solamente que ahora sus días +de recepción iban á ser todos los de la semana.</p> + +<p>—¿Qué te parece si yo convirtiese mi «villa» en casa +de huéspedes?... ¿Podrías tú ayudarme con algún dinero +para renovar muebles y lo que hiciese falta?... Huéspedes +de marca nada más: generales, embajadores retirados +que vienen en busca de sol...</p> + +<p>El príncipe contestó con una carcajada.</p> + +<p>—¡Pero estás loca!... Te harían todos la corte. A las +pocas semanas, tu establecimiento sería un infierno.</p> + +<p>Alicia no insistió, encontrando muy justa la observación. +La rusa de Niza era vieja y horrible comparada +con ella. Además, le parecía regular y lógico que todos +los huéspedes se enamorasen de su persona.</p> + +<p>«La Generala» le había sugerido otro proyecto. Podía +instalar en Monte-Carlo una casa de té, muy elegante. +El atractivo de verla á ella en el mostrador haría correr +á la gente. Para esto necesitaba también el apoyo de una +capitalista.</p> + +<p>Otra risotada de Lubimoff.</p> + +<p>—¡El té de la duquesa de Delille!... Sería gracioso: +pero una vez agotada la curiosidad, no tendrías otros +parroquianos que los que se interesasen por tus gracias. +No; eso no es negocio.</p> + +<p>Ella mostró un desaliento algo cómico; ¿qué hacer?... +Una señora deseosa de trabajo no encontraba ocupación +en este mundo dirigido y acaparado por los hombres. +Sólo le quedaba como recurso el juego. Era un placer +emocionante que lo hacía olvidar sus preocupaciones,<a name="page_144" id="page_144"></a> +y al mismo tiempo una esperanza. Diariamente abría +con el juego una ventana á la Fortuna, por si se dignaba +acordarse de ella. ¡Quién sabe si alguna tarde plegaría +sus alas de oro sobre una mesa del Casino, dejándose +acariciar, como un águila domada, por las finas manos +de Alicia!...</p> + +<p>—En los primeros meses de la guerra—continuó—no +necesitaba distracciones; tenía bastante con la realidad +de los acontecimientos. ¡Las angustias que he pasado!... +Pero á todo se acostumbra una; las mayores emociones, +al prolongarse, acaban por ser monótonas. No siempre +se puede estar con los nervios en tensión. ¡Y esta guerra +es tan larga... tan aburrida! Podía haber apelado á la +caridad para distraerme; entrar en un hospital, cuidar +heridos. Pero nunca he sido hábil para estas cosas, y no +quiero servir de estorbo, por pura vanidad, como otras +muchas... Además, estamos acostumbradas á mandar, +á ser las primeras, y por grande que resulte el espíritu +de sacrificio, acaba una por marcharse, no pudiendo +sufrir el verse mandada por mujeres más hábiles, más +útiles, pero que hasta ahora han sido inferiores á nosotras... +Ahí tienes á Clorinda: los dos primeros años fué +enfermera; estaba de lo más hermosa é interesante con +su vestido blanco y su capita azul. Ella se siente atraída +por todas las cosas grandes: heroísmos, sacrificios, etcétera; +pero acabó peleándose con sus superiores y renunció +á su bello papel.</p> + +<p>Alicia, con la mirada y el gesto, parecía apiadarse +de su inutilidad.</p> + +<p>—¿Qué podía hacer yo? Cada vez era mayor mi ruina. +En París me molestaban de cerca mis acreedores; por +eso me vine á Monte-Carlo, y jugué para distraerme y +para vivir. «Hay el amor», me decía un viejo académico +amigo mío, con intenciones egoístas, para ser el +primero en aprovecharse del consejo. ¡Imagínate tú: el +amor-pasión, el amor generoso, como único remedio de +las tristezas de la vida, y á estas horas! ¡Ojalá pudiera +ser!... Pero me siento vieja; yo tengo dos mil años... Tú +eres más joven, pero cuentas siglos también. ¡El amor +á nosotros!...</p> + +<p>Lubimoff sonrió al principio del tono de ironía y desengaño<a name="page_145" id="page_145"></a> +con que hablaba ella. Sí; eran muy viejos. Los +grandes remedios, útiles para la mayoría de la humanidad, +no obtenían ninguna influencia sobre ellos, que estaban +como anestesiados por la hartura y el cansancio... +De pronto, un deseo indiscreto conmovió al príncipe. +Quiso aprovechar esta ocasión para hacer una pregunta +que se le había ocurrido varias veces.</p> + +<p>—Pero tú—dijo con una franqueza varonil, como si +Alicia fuese un camarada—, tú crees aún en el amor. Me +han hablado de un muchacho, casi un niño, que llevabas +á todas partes antes de la guerra. Realmente empezamos +á ser viejos—añadió sonriendo—, y sentimos necesidad +de rozarnos con la juventud... ¿Era tu amante?... +¿Es él quien motiva tus preocupaciones?</p> + +<p>La duquesa palideció ante estas preguntas, mostrándose +indecisa. Luego quiso hablar. Se notaba en ella el +apresuramiento del que desea sincerarse; pero á su palidez +sucedió una oleada de rubor. Por dos veces quiso +decir algo, y al fin hizo un esfuerzo para contener sus +palabras, sonriendo con una malicia forzada.</p> + +<p>—No hablemos de eso. Que cada cual guarde sus secretos.</p> + +<p>Y para que el príncipe no reincidiese en su curiosidad, +siguió ocupándose del juego. Pero él no la escuchaba, +sumido en sus pensamientos. Había acertado; aquel +efebo era su amante, y sufría por él. Tal vez estaba +herido ó prisionero. Este era el gran obstáculo que se +oponía á su viaje, lo que la tenía inmovilizada en Europa, +por esa superstición que nos hace creer que permaneciendo +cerca podemos conjurar mejor el peligro. +¡Y parecía muy enamorada!... Aquí el príncipe hizo +mentalmente una serie de exclamaciones.</p> + +<p>¡Cerca de los cuarenta años, con un pasado que era +toda una historia, sentir esta pasión tan vehemente, tan +juvenil!... ¡Creer todavía en el amor!</p> + +<p>Miguel la miró con unos ojos que casi eran de odio. +Le molestaba su apasionamiento por el muchacho, sin +acertar á definir el motivo; tal vez por la indignación +que inspiran las gentes aferradas á los errores nefastos, +aceptándolos como verdades consoladoras. Lo cierto es +que le molestaba la conducta de ella.<a name="page_146" id="page_146"></a></p> + +<p>Y esta repentina animadversión contra Alicia acabó +por hacer que se fijase otra vez en lo que estaba diciendo.</p> + +<p>—¡Si tuviese el mismo dinero que antes, cuando tu +madre vivía aún, y nos encontrábamos en Monte-Carlo!... +Pero entonces yo no sabía lo que sé ahora. +Jugaba por aturdirme, por saborear la emoción de la +pérdida, que en realidad no me afligía mucho. Sólo +apuntaba con placas de mil francos. Creía denigrante +tocar otras con mis manos, y además nunca las arriesgaba +solas. Siempre las ponía formando columna.</p> + +<p>—¿Cuánto llevas perdido?...</p> + +<p>Ella encogió los hombros, haciendo un mohín desdeñoso:</p> + +<p>—¡Quién puede saberlo!... Vengo aquí hace más de +doce años. Ni los del Casino llegarían á calcular el dinero +que les he dado. Antes no llevaba yo cuenta alguna; +cuando me hacía falta dinero telegrafiaba á París. +Además tenía á tu madre, tenía á la mía, que acababa +por ceder á mis peticione. No quiero saber cuánto he +perdido: me daría rabia... Deben ser millones.</p> + +<p>La sonrisa de conmiseración con que la escuchaba +Miguel pareció enardecerla.</p> + +<p>—Pero entonces yo no sabía... Ahora necesito ganar, +y juego de otro modo. Lo que me falta es capital. ¡Si yo +tuviese capital para trabajar!...</p> + +<p>Esta última palabra convirtió la sonrisa de él en +franca carcajada. «¡Trabajar!...» Pero la duquesa siguió +hablando seriamente de su «trabajo». Lamentaba la escasez +de sus medios. Unos treinta mil francos era el +único capital de que podía disponer. A veces disminuía +de un modo alarmante: los treinta mil bajaban á ser +una simple unidad. Luego resurgían los ceros, y el producto +del «trabajo» se hinchaba, iba subiendo más allá +de los treinta mil; pero como si esta cifra resultase fatídica +para Alicia, la ganancia volvía á descender al nivel +ordinario.</p> + +<p>—Anoche estuve de suerte: llegué á ganar catorce +mil francos. Pero la semana pasada fué mala. Total, +que estoy siempre en los treinta mil: imposible ir más +allá. Y es que no me arriesgo, tengo miedo, y no aprovecho<a name="page_147" id="page_147"></a> +las buenas series como deben aprovecharse, doblando, +siempre doblando. Temo que un golpe se lo +lleve todo. ¡Si tuviese capital para trabajar!... ¡Si entrase +en el Casino una tarde con ciento cincuenta ó doscientos +mil francos!... Así hay que ir para dominar á la suerte. +Debo hacer el gran juego... ¡Yo apuntando ahora con +fichas de cien francos y hasta de veinte, como una prestamista +retirada!... Por eso la Fortuna no me reconoce y +pasa de largo.</p> + +<p>El príncipe movió la cabeza. Se negaba á ayudarla +en sus locuras. ¿No era mejor que guardase esos miles +de francos, en vez de perderlos rápidamente, como le +ocurriría el día que menos lo esperase?</p> + +<p>—Tú no eres jugador: lo sé—dijo ella—. Nunca te +sentiste atraído por esa voluptuosidad. Por eso ignoras +la fuerza misteriosa del juego y das consejos sobre lo +que no entiendes. Si yo dejase de jugar, sentiría inmediatamente +mi miseria; entonces sería pobre de verdad. +Mientras juegas, siempre tienes dinero á mano; ganas, +pierdes, pero nunca te falta lo que necesitas para la +vida. Y si pierdes definitivamente, encuentras lo necesario +para recomenzar. Yo no sé como es, pero un jugador +nunca carece de dinero. Una simple moneda rehace +su situación en cinco minutos. El pobre que no juega es +el que ve siempre sus bolsillos vacíos, sin esperanza ni +remedio.</p> + +<p>Miguel siguió protestando con la mirada. Conocía +todo esto: eran las palabras de Spadoni y del mismo +Castro, pero con la fanática certeza de las mujeres, que +llevan siempre á los asuntos de dinero un alma mística +dispuesta á creer en los presentimientos y las influencias +misteriosas.</p> + +<p>—Para el juego no cuentes con mi ayuda... Además, +yo soy pobre. En este momento el coronel debe tener +en su caja menos dinero que tú. Casi siento la tentación +de pedirte prestados tus treinta mil francos.</p> + +<p>Los dos rieron ante la idea de este préstamo. ¡Ella +que había venido á suplicarle como deudora!...</p> + +<p>—Ignoro lo que podré hacer por ti; no sé cuál es mi +situación; pero haré cuanto pueda. Esperemos; hay que +tener paciencia. Estos tiempos no pueden durar.<a name="page_148" id="page_148"></a></p> + +<p>—No; no pueden durar.</p> + +<p>Otra vez les sorprendió lo extraño de aquella pobreza +que había caído inesperadamente sobre ellos. +Pero ¿era lógico que continuase la vida del mundo con +la normalidad de siempre, después de estas anomalías +particulares?...</p> + +<p>Se sentían aproximados por la solidaridad de la +desgracia: se encontraban de pronto como hermanos +caídos al pie de una cúspide en cuya altura se habían +evitado antes, con irresistible hostilidad, chocando rudamente.</p> + +<p>Miguel experimentaba ahora un motivo de atracción +completamente nuevo. Desde su adolescencia había +odiado á la hija de doña Mercedes por su orgullo, por +la superioridad aplastante que conservaba aun en esos +momentos de amor en los que casi todas las mujeres se +empequeñecen voluntariamente para refugiarse, como +una esclava feliz, en los brazos del hombre. Ella sólo +sabía dar su cuerpo en forma de limosna altanera, lo +mismo que una diosa.</p> + +<p>Y ahora, al verla llegar humildemente, impetrando +su auxilio sin el rencor de la altivez humillada, ocultando +su miedo con una alegría de buena amiga que +desea olvidar lo pasado, sintió desvanecerse sus antiguas +prevenciones.</p> + +<p>El había sido siempre el protector, el amoroso á estilo +oriental, incapaz de interesarse por otras hembras +que las de su harén, que todo lo deben á su munificencia, +desde el chapín á los penachos del turbante, las +joyas que adornan su pecho, las confituras que las nutren, +la pipa que fuman, el instrumento que acompaña +sus cantos. No le interesaba Alicia como mujer. ¡Ni ella +ni otra! Pero sentía una simpatía de compañerismo al +verla necesitada de su protección; algo parecido á lo +que le inspiraban Castro, el coronel y los otros habitantes +de Villa-Sirena. Hasta pensó que la desgracia era +aceptable, ya que servía para devolver á las personas +su verdadero carácter. Esta Alicia tan odiosa en su primera +juventud, podía llegar á ser una amistad tolerable +ahora que se veía libre de las influencias de la vanidad +y de su mala educación.<a name="page_149" id="page_149"></a></p> + +<p>Un estrépito de mugidos de vapor, gritos y silbidos +cortó sus reflexiones. Era un tren de soldados que pasaba.</p> + +<p>Ella también volvió á la realidad con este incidente. +Pareció fijarse por primera vez en el lujo discreto y +sólido de aquella vasta pieza. Se levantó para ver de +cerca algunos cuadros modernos de pintores célebres que +adornaban los muros. Para ella, las firmas de los artistas +eran más interesantes que los lienzos. Valuaba su mérito +con arreglo á la fama de caros que tenían sus autores.</p> + +<p>—¡Lo que vale todo esto!—exclamó con admiración.</p> + +<p>—¡Con tal que pueda conservarlos!—dijo Miguel escépticamente—. +Bien podría ser que me obligasen á venderlos.</p> + +<p>La duquesa, desde una ventana, contempló los jardines, +escalonados hasta el mar. Muchas veces, yendo de +paseo con su amiga Clorinda, había hecho detenerse en +el camino al carruaje de alquiler para contemplar las +arboledas de Villa-Sirena. El coronel, tan galante en el +Casino, tan besador de manos, se mostraba intratable, +como un dragón guardador de tesoros, cuando le proponían +una visita, aunque sólo fuese á los jardines. Sin +permiso del príncipe nadie franqueaba la verja.</p> + +<p>—Y al llegar tú de París, ni siquiera me he aproximado +á tu propiedad. Me dabas miedo. ¡Si hubieses podido +ver qué aire de salvaje tenías la otra tarde! Cree +que he necesitado un verdadero esfuerzo para venir... +Pero ahora somos amigos, ¿no es eso? amigos para siempre... +Sé galante con una parienta que viene á visitarte, +y enséñame tus dominios.</p> + +<p>Lubimoff no pudo ocultar su contrariedad. ¿Qué deseaba +ver Alicia?... ¿Iba á examinar á aquella hora matinal +las habitaciones, á curiosear en los dormitorios, á +estorbar á Novoa, que tal vez trabajaba en la biblioteca?... +Pensó en la sonrisa irónica de Castro al sorprenderle +guiando por los pisos altos á una mujer. Apenas +había entrado una en Villa-Sirena, empezaban las molestias +para su dueño.</p> + +<p>Como si adivinase Alicia estos pensamientos, sonrió +graciosamente. No deseaba ver la casa: se contentaba +con visitar los jardines.<a name="page_150" id="page_150"></a></p> + +<p>—Bastante has hecho recibiéndome aquí—continuó—. +Conozco la limitación de mis derechos: estoy en territorio +hostil. Esta es la casa de «los enemigos de la mujer».</p> + +<p>El príncipe fingió no entenderla. Alguien había hablado; +tal vez era Castro, que no ocultaba nada á doña +Clorinda.</p> + +<p>Pasearon por los jardines. Alicia se detuvo ante un +pedazo de tierra cultivada, de la que empezaban á surgir +algunas hortalizas.</p> + +<p>—¿Aquí es donde tú trabajas? Ya sé que te diviertes +cultivando tu huerta, como otros príncipes rusos hacen +zapatos.</p> + +<p>¿También esto?... ¡Ah, Castro charlatán!</p> + +<p>En el jardín griego, uno de los bancos de mármol +sostenido por cuatro victorias aladas atrajo la atención +de ella, haciéndola permanecer inmóvil y pensativa.</p> + +<p>—¿Te acuerdas del «banco de los viejos»?—dijo de +pronto.</p> + +<p>Miguel no supo qué contestar á esta pregunta; pero +pasados unos segundos se acordó, como si los ojos fijos +de ella le sugiriesen la visión de aquella noche en que +la había abandonado brutalmente.</p> + +<p>—¡Cómo te burlarías de mí! ¡Qué tonta debí parecerte!... +Sí; una tonta insufrible. Yo era Venus; era el +centro del mundo; todo lo existente, seres y cosas, se +había fabricado para mi persona. Tenía por misión hacer +sufrir al mundo mis caprichos, y el mundo debía agradecerme +de rodillas que me fijase en él... ¡Qué quieres! +La juventud, el orgullo pueril de la primavera, que se +cree eterna. Y después... ¡después! ¡Si yo te contase todos +mis desengaños, mis dolores, aun en la época en que no +me preocupaba del dinero!... El invierno borra las ilusiones +verdes.</p> + +<p>—¡Pero tú no eres vieja!—exclamó Miguel—. Todavía +inspiras pasiones á los jóvenes. Te engañas á ti misma +ó quieres burlarte de mí. Aún hay muchos hombres +que al verte...</p> + +<p>—Tal vez—repuso ella—; pero tú, hijo mío, no estás +entre ellos. Confiésalo: nunca te he gustado.</p> + +<p>El príncipe no quiso confesar nada y desvió la conversación. +Le molestaban estas alusiones al pasado. Alicia<a name="page_151" id="page_151"></a> +volvía á serle antipática cada vez que intentaba resucitar +sus antiguas gracias de perturbadora de hombres.</p> + +<p>Vagaron más de media hora por los diversos planos +de los jardines. De vez en cuando, Miguel, al pasar por +un claro de la arboleda, lanzaba una mirada cautelosa +hacia la «villa». Nadie en las ventanas; pero él presintió +una agitación interior á causa de esta visita. Le espiaban, +estaba seguro. Atilio, detrás de los visillos, seguía +indudablemente sus paseos entre los árboles. Tal vez +Spadoni, que había pasado la noche en Villa-Sirena, saltaba +de la cama, perdiendo dos horas de sueño, para contemplar +esta novedad estupenda. Hasta Novoa habría +suspendido su lectura para mirar hacia el jardín.</p> + +<p>Alicia notó esta soledad. Ni invitados ni servidores. +Ella y el príncipe parecían marchar por un parque encantado.</p> + +<p>Al dirigirse hacia la verja encontraron á don Marcos +que salía apresuradamente del pabellón del jardinero.</p> + +<p>La duquesa dió su mano á Miguel, que la besó ceremoniosamente.</p> + +<p>—Espero que nos veremos en el Casino.</p> + +<p>Hizo él un signo de negación. Se aburría en las salas +de juego: no quería entrar en ellas.</p> + +<p>—Me hubiera gustado encontrarte allí... Estoy segura +de que me darías la suerte.</p> + +<p>Luego quedó indecisa. No pensaba volver á Villa-Sirena, +donde sólo vivían hombres; tenía la convicción +de que era allí un estorbo.</p> + +<p>—Ven á verme una mañana. El coronel sabe dónde +vivo. Ven, y te reirás viendo cómo está instalada la duquesa +de Delille... Es algo interesante.</p> + +<p>Avanzó hasta el coche de alquiler que esperaba fuera +de la verja. Antes de subir á él, se volvió para afirmar +con un tono de graciosa amenaza:</p> + +<p>—Si no vienes, no me verás más. Creeré que deseas +romper conmigo, que me encuentras molesta y antipática... +Te espero.</p> + +<p>Agitó una mano á guisa de despedida, mientras el +carruaje se iba alejando.</p> + +<p>—¡Ya era hora!—exclamó Miguel al verse solo.</p> + +<p>Una visita de hora y media, que le había hecho permanecer<a name="page_152" id="page_152"></a> +en nerviosa tensión, midiendo sus palabras, +evitando las expansiones demasiado afectuosas, dando +consejos sin interés alguno y dejando en silencio los recuerdos +del pasado. Prefería la confianza y el abandono +de sus conversaciones con los compañeros.</p> + +<p>Al pensar en éstos renació su inquietud. ¡Cómo iba +á sonreir Atilio al sentarse á la mesa! Escuchaba ya su +voz irónica: «¡Nada de mujeres!» Y la primera que se +presentaba lo hacía marchar ante su paso, confuso pero +obediente, lo mismo que un prior que rompe la clausura +para recibir á una reina.</p> + +<p>La inquietud le hizo hablar al coronel, que iba silencioso +á su lado, acompañándole desde la verja al +edificio. ¿Dónde estaba Castro?...</p> + +<p>—En la biblioteca, con lord Lewis. El lord ha llegado +mientras Su Alteza estaba en el jardín. Viene á almorzar.</p> + +<p>¡Simpático inglés! Ocurrírsele escoger este día, espontáneamente, +después de tantas invitaciones inútiles. +Estando él presente, Castro sólo hablaba del juego. Y +corrió en busca de Lewis.</p> + +<p>Era hijo de un gran historiador, al que su patria había +premiado con el título de lord. Pero este título correspondía +por herencia al hijo primogénito, y únicamente +Toledo, dado á exagerar la valía de sus amistades, llamaba +al segundón lord Lewis. Para Atilio, era «el Decano». +Llevaba veinticinco años en Monte-Carlo, y los +viejos empleados del Casino, al ver su triste calvicie inclinada +sobre las mesas, recordaban al <i>gentleman</i> de +otros tiempos, elegante, alegre, vigoroso. Había venido +á la Costa Azul en una de sus correrías de personaje +byroniano, y en ella se quedó, no queriendo ver más +mundo. La pasión del juego era la única voluptuosidad +inagotable para este hombre que las había gustado todas +y estaba aburrido de la mayor parte de ellas.</p> + +<p>El verdadero lord Lewis, personaje grave que sostenía +el prestigio del nombre paterno, tenía numerosos +hijos y había servido á su país en altos puestos coloniales. +El, poco á poco, iba perdiendo sus antiguas relaciones, +para no ser mas que un jugador en Monte-Carlo.</p> + +<p>—¡Veinticinco años!—había dicho melancólicamente +un día al príncipe—. ¡Y jamás podré hacer otra cosa!<a name="page_153" id="page_153"></a> +Ya es tarde para emprender un nuevo camino. Mi vida +terminó, y aquí me enterrarán, estoy seguro; aquí quedará +todo lo que heredé de mi padre, todo lo que me +legaron varias tías viejas... Algunas veces, viendo claro, +he emprendido un viaje de huída... Pero al estar lejos +siento una indignación feroz. Recuerdo que he dejado +aquí más de un millón, pienso que no debo resignarme +á esta pérdida, y para rescatarla, vuelvo en seguida á +jugar, y vuelvo á perder, y así continuaré hasta que +muera. Además, hay el castillo...</p> + +<p>Miguel conocía este castillo. Estaba en un picacho +de los Alpes Marítimos, á la vista de Monte-Carlo, cerca +del pueblo de La Turbie y de los restos del Trofeo de +Augusto, que marcan el emplazamiento de la antigua +vía romana.</p> + +<p>En sus primeros años de vida en la Costa Azul, el +elegante Lewis había adquirido por unos miles de francos +las ruinas de una fortaleza señorial que guardaban +la tradición dramática de guerras con los condes de Provenza, +asaltos y asesinatos de familia. El hijo del historiador, +más aficionado á los deportes que á la literatura, +consideró como un homenaje filial la reconstrucción á +la vista del Mediterráneo de un castillo como los que su +padre había descrito al relatar las leyendas de su país. +Invirtió en ello una parte de su fortuna, dedicando la +otra al juego. «Con lo que gane—se decía—acabaré el +castillo.» Y como pensaba ganar sumas fabulosas, inició +la reconstrucción en proporciones gigantescas, dirigiéndola +él mismo con arreglo á las fantasías arquitectónicas +estudiadas en los dibujos de Gustavo Doré. El +castillo había quedado á medio construir, y así subsistía +muchos años. Por un lado las torres estaban completas +y los muros ostentaban ventanales gemíneos con vidrieras +de colores. En el extremo opuesto se pudría el maderamen +de los andamios; las paredes, sin terminar, +descendían en ángulo recto, y el viento y la lluvia penetraban +en los futuros salones, faltos de un cuarto +muro que los cerrase, completamente visibles como los +decorados de teatro.</p> + +<p>Cuando sus amigos no lo encontraban en Monte-Carlo, +era que carecía de dinero y estaba en su castillo<a name="page_154" id="page_154"></a> +contemplando melancólicamente todo lo que le quedaba +por hacer. Vivía en una ala, la menos inacabada, y entretenía +su soledad batallando con los rústicos vecinos, +con los proveedores, con todos los del país, que se consideraban +obligados á molestarle y explotarle de mil +modos.</p> + +<p>Al llegar de Inglaterra una remesa de mil ó dos mil +libras esterlinas, bajaba arrogantemente desde su picacho +al Casino. Un gran deber llenaba su existencia, +y debía cumplirlo. ¡Esta vez iba á triunfar! Y cuando, +después de emocionantes fluctuaciones—creciendo algunas +veces su capital, como si fueran á realizarse sus +esperanzas—, acababa por perderlo todo, Lewis volvía +á su refugio de la cumbre, llevando una existencia de +cenobita, en espera de nuevos envíos, cada vez más +espaciados y trabajosos.</p> + +<p>El príncipe le había visitado una vez en esta fortaleza +nueva y ruinosa, para invitarle á un largo viaje en +su yate. Pero Lewis no quiso aceptar. Debía seguir el +duelo con el Casino para recuperar su dinero; tenía la +obligación de terminar su obra.</p> + +<p>La guerra le despertó por unas semanas de esta quimera +tenaz. Su hermano había muerto poco antes; pero +quedaban sus innumerables sobrinos, jóvenes que habían +abandonado los placeres y comodidades de la alta +sociedad para ofrecer sus vidas. Unos, pertenecientes á +la marina, se embarcaban en buques pequeños, torpederos +y submarinos, buscando los mayores peligros; +otros ingresaban como oficiales en el ejército de tierra. +Hasta una sobrina suya, de precaria salud, había sido +condecorada en la línea de fuego por sus abnegaciones +de enfermera.</p> + +<p>—Y yo, miserable egoísta—decía al hablar con el coronel +en el Casino—, soy simplemente un jugador en +Monte-Carlo. Debería ir allá, donde están los hombres; +pero no puedo... ¡no puedo! Mi vida terminó; soy un +muerto que come y duerme para seguir jugando. ¡Y +pensar que algunos parientes más viejos que yo están +en el ejército!...</p> + +<p>A los cincuenta y cuatro años, la conciencia de su +decaimiento moral y las continuas pérdidas habían<a name="page_155" id="page_155"></a> +agriado su carácter. Además, en las tardes de mala +suerte, visitaba con frecuencia el <i>bar</i> del Casino, buscando +la inspiración en una serie de <i>whiskys</i> tomados +de pie y á toda prisa. Fornido, algo cuadrado, con la +cabeza pequeña, los ojos intensamente azules, el bigote +rubio y canoso, Atilio le encontraba cierta semejanza +con un jabalí, tal vez por su acometividad y aspereza +en momentos de mal humor. Jugaba con la cabeza +hundida entre los hombros, las fuertes manos sobre la +bayeta verde, sin mirar á nadie, sin permitir que nadie +le hablase, pues esto desorientaba sus combinaciones. +En los días nefastos, al discutir con los empleados ó sus +vecinos de mesa sobre una jugada dudosa, las cóleras +de Lewis alteraban la calma discreta de los salones. +Insultaba á los <i>croupiers</i>, invitándoles á salir á la plaza, +mientras distendía sus bíceps de boxeador; era preciso +llamar á uno de los altos directores para que le apaciguase +con todas las reflexiones paternales que merece +un cliente asiduo.</p> + +<p>Este hombre, que en su juventud no había creído +en Dios ni en el diablo, vivía sometido á supersticiones +que regocijaban á Castro. Odiaba á los rostros desconocidos, +por estar seguro de que ejercían sobre él +una influencia maléfica. Bastaba que viese uno al otro +lado del tapete verde ó detrás de su asiento, para que +empezase á rugir por lo bajo, hasta que al fin se ponía +de pie, trasladándose al <i>bar</i>, seguro de que un <i>whisky</i> +á tiempo cortaría la mala suerte. Su camarada íntimo, +el único que podía vivir con él varios días seguidos, era +un conde francés, más viejo que Lewis, y al que se designaba +únicamente por su titulo, como si no tuviese apellido, +como si fuese «el conde» por antonomasia. Este no +jugaba nunca, pero ¡sabía tanto, á pesar de que muchos +le tenían por loco!... Treinta años antes había salido un +día de su casa en París, diciendo que iba á comprar +tabaco, y aún no estaba de vuelta. Su mujer había +muerto sin verle, y sus hijos, con un sinnúmero de nietos +nacidos y crecidos durante su ausencia, deseaban +que nunca acabase de hacer su compra.</p> + +<p>Mientras Lewis jugaba, el conde, sentado en un diván, +leía plácidamente algún volumen, sin prestar atención<a name="page_156" id="page_156"></a> +á la curiosidad del público, que se fijaba en su gran +cabellera blanca echada atrás, sus bigotes enormes y +alborotados, sus ojos redondos, verdes y fosforescentes +como los de un pajarraco nocturno. Castro sentía excitada +su curiosidad por los libros del conde. Eran siempre +volúmenes nuevos, de los que no se ven en ninguna +librería, publicados por editores de ignorada existencia; +concienzudos tratados sobre los néctares y ambrosías +de la vida contemporánea (opio, cocaína, morfina, éter), +formularios para entrar un relación directa con las potencias +misteriosas (espíritus, larvas y diablos familiares), +viejos libros de magia puestos al día por brujos +modernos.</p> + +<p>No se dignaba dar consejos á su amigo sobre el juego: +su pensamiento estaba puesto en cosas de mayor +alcance; pero Lewis se creía más seguro cuando, al +levantar sus ojos, lo encontraba leyendo en un rincón. +Estando él allí, siempre ganaba, ó á lo menos no perdía. +Su presencia era suficiente para conjurar el poder nefasto +de los infinitos enemigos que el inglés presentía +en torno de la mesa. Además, estaba enterado de lo que +acariciaba el conde con una mano oculta mientras continuaba +su lectura.</p> + +<p>Al sufrir sin interrupción varios días de pérdida, +Lewis se mostraba suplicante:</p> + +<p>—Conde, <i>my dear</i> conde, ¡si quisiera usted prestarme +el rosario de Satán!...</p> + +<p>El sabio personaje parecía dudar. Pero como se lo +pedía su mejor amigo, entregaba el rosario, dejando +una de sus manos sin empleo; un rosario como todos, +pero de gruesas cuentas rojas y con los dieces negros. +Lo más importante era el grupo de objetos que colgaba +en el lugar de la ausente cruz: un elefante de marfil +adquirido por el conde en la India, una moneda auténtica +del emperador Constantino encontrada en unas excavaciones +en la Anatolia, y un falo de oro con un resorte +engendrador de viles contorsiones.</p> + +<p>La mala suerte quedaba vencida. Algunas veces había +perdido Lewis mientras pasaba ocultamente las cuentas +del diabólico rosario por debajo de la mesa; pero +siempre perdía menos que cuando estaba privado del<a name="page_157" id="page_157"></a> +maravilloso talismán. El sólo quería acordarse de una +tarde en que, ayudado por esta joya impúdica y sacrílega, +llegó á ganar ochenta mil francos.</p> + +<p>Si la ganancia se cortó, fué por culpa del conde. Era +infiel como una mujer coqueta; desaparecía de pronto, +repitiendo la misma fuga inexplicable con que había +asombrado á su familia. A Lewis no lo abandonaba para +comprar tabaco; pero los libros recién adquiridos hablaban +de un narcótico empleado en Asia que hacía ver el +porvenir, de una gitana de Granada que podía matar +á las personas con solo el deseo y unas palabras misteriosas, +y allá se iba, bajo la fe de anónimos autores que +nunca habían salido de París. Jamás le faltaba dinero +para estos viajes misteriosos; sin duda su familia tenía +interés en mantenerlo lejos. Tardaba en reaparecer tres +meses ó cinco años; hasta que el público rumor hacía +saber á Lewis que su amigo vivía en Cannes ó en Niza, +y le enviaba carta tras carta, invitándolo á trasladarse +á Monte-Carlo. Hasta iba en busca suya, y el conde se +dejaba traer, con sus libros de misterios y su prodigioso +rosario, sin hablar una palabra de lo que había descubierto +en sus viajes.</p> + +<p>Al ver el príncipe á Lewis después de dos años de +ausencia, tuvo que disimular su triste sorpresa. Sólo los +ojos, claros, reposados y dulces, recordaban la perdida +frescura del <i>gentleman</i> elegante y vigoroso. Había adelgazado +de un modo alarmante, con un enflaquecimiento +de enfermedad. Su cráneo parecía haberse empequeñecido, +y sobre su calvicie se desplomaban como ruinas +algunos mechones cenicientos y espaciados.</p> + +<p>Una observación del coronel renació en su memoria. +Toledo había estudiado la decadencia de los jugadores. +Así como iban llegando á los últimos límites del desaliento +y la desesperación, se encogían y arrugaban. Su +sombrero se hacía más grande: cada día bajaba más, +hasta descansar en las orejas; el cuello de la camisa se +dilataba igualmente, como si fuese á dejar escapar un +pecho angustiado.</p> + +<p>Durante el almuerzo, Lewis, Castro y Spadoni sostuvieron +la conversación. Hablaron del juego y del Casino, +pero nadie se atrevió á preguntar al inglés si había ganado.<a name="page_158" id="page_158"></a> +Temía supersticiosamente esta pregunta, como +algo que llamaba á la desgracia. En cambio, habló de +la fortuna de los otros, de las grandes ganancias conseguidas +en una noche. Guardaba en su memoria todo lo +que le habían contado ó lo que él había creído ver +durante veinticinco años de vida en Monte-Carlo. Un +americano se había ido con un millón; un inglés había +ganado diez mil libras esterlinas con cinco luises prestados... +Así continuaba relatando los prodigios vistos +en el Casino. ¿Y aún había quien aseguraba que todos, +absolutamente todos los jugadores acaban fatalmente +por perder?...</p> + +<p>El pianista escuchaba con ojos de asombro y de codicia +los relatos del «Decano». Castro se mostraba más +escéptico. Había oído contar estas ganancias inauditas +y otras muchas, pero sin presenciar una sola de ellas, +y eso que llevaba también bastantes años viniendo á +Monte-Carlo. Era verdad que había visto ganar en una +noche hasta quinientos mil francos... Pero al día siguiente +cambiaban las cosas, y el triunfador perdía lo +ganado y además lo suyo, teniendo que pedir el viático +de costumbre para volverse á su país.</p> + +<p>—Yo creo—dijo—que todas esas historias las inventa +la sección de propaganda del Casino. Me han contado +que tiene á sueldo un novelista de folletón, el cual debe +lanzar todas las semanas un cuento de esta clase para +enardecer á los jugadores.</p> + +<p>Acogió el príncipe con una sonrisa la invención de su +amigo, pero Lewis no aceptaba paradojas en asuntos tan +respetables, y gritó que todo lo que él contaba lo había +presenciado. Mentía sin darse cuenta al hacer esta afirmación. +En realidad, había visto lo mismo que Atilio: +grandes ganancias seguidas de pérdidas mayores; pero +experimentaba la necesidad de lo maravilloso, y estaba +dispuesto á creerlo todo de antemano. Tenía el alma del +fanático, que cuando le cuentan un milagro afirma á los +pocos días con sinceridad: «Yo lo vi con mis ojos.»</p> + +<p>Repetidas veces espió el príncipe á Castro, esperando +sorprender en él una mirada irónica, algo que le revelase +sus impresiones acerca de la visita que había recibido +en la mañana. Pero la presencia de Lewis parecía<a name="page_159" id="page_159"></a> +haber borrado en él todo recuerdo que no tuviese relación +con el juego.</p> + +<p>Al terminar el almuerzo hablaron en el <i>hall</i>, mientras +tomaban el café, de los que jugaban más fuerte en +las salas privadas. El nombre de algunos era pronunciado +con respeto, como si fuesen maestros dignos de +admiración.</p> + +<p>—Ese sabe jugar—decían como único comentario.</p> + +<p>Lo gracioso para Miguel era que Lewis también figuraba +entre los maestros que «sabían jugar», y todos +ellos perdían, lo mismo que los ignorantes. Su único +mérito estribaba en ir retardando el momento de la ruina +final, en prolongar la anonadadora emoción, envejeciendo +como prisioneros á la sombra de los peñones del +principado.</p> + +<p>Miró á Castro una vez más, como á un enemigo astuto +que disimula su pensamiento, y se aventuró á hacer +una pregunta:</p> + +<p>—Y mi parienta la de Delille, ¿cómo juega?</p> + +<p>Atilio fijó los ojos en él sin malicia alguna, extrañándose +del interés que mostraba por la duquesa; pero +no pudo hablar, pues se le adelantó Lewis. Odiaba á las +mujeres, especialmente en la mesa de juego. Sólo servían +de estorbo, interrumpiendo con sus gestos y sus nerviosidades +las meditaciones de los hombres.</p> + +<p>—Juega como una bestia—dijo con brutalidad—, +juega como una mujer... ¡El dinero que lleva perdido +tontamente!...</p> + +<p>Castro intervino, como si quisiera evitar que esta +conversación se prolongase.</p> + +<p>—¿Y el conde?—preguntó á Lewis—. ¿Dónde esta? El +coronel se interesa mucho por él.</p> + +<p>Don Marcos lanzó una exclamación de asombro y de +reproche. Tenía su opinión formada desde mucho antes +sobre el tal personaje. ¡Un demente!... No podía olvidar +su breve diálogo una tarde en el Casino, después que +Atilio los presentó á los dos. Al conocer la nacionalidad +de Toledo había hecho grandes elogios de su país. +¡Oh, España! ¡Su lengua interesante! Y cuando el coronel +iba á agradecerle tanta amabilidad, quedó estupefacto +y con el aliento cortado.<a name="page_160" id="page_160"></a></p> + +<p>—Porque usted debe saber, indudablemente, que el +español es la lengua usual del diablo, después del latín. +En español están escritos los más poderosos conjuros. +¡Oh, los nigromantes de Toledo! ¡Los sabios brujos de +Salamanca!</p> + +<p>El viejo soldado de la tradición se alteraba al recordar +al conde y su rosario. Por esto, cuando Lewis declaró +que no sabía nada de su amigo, repuso seriamente:</p> + +<p>—Yo sé dónde está: en una casa de locos.</p> + +<p>Sonó de pronto el estrépito de un tren que pasaba +ante Villa-Sirena con acompañamiento de gritos y silbidos. +Más ingleses que iban á Italia.</p> + +<p>Esto les hizo ocuparse de la guerra. Lewis, que había +bebido mucho en la mesa, recordando al hablar del +juego la inutilidad de su vida, cayó de pronto en una +tristeza densa, de ebrio melancólico y digno.</p> + +<p>—Dos sobrinos míos murieron en la batalla naval de +Jutlandia. Seis hijos de mi hermano han muerto en +Francia en una sola tarde: pertenecían al mismo batallón. +Todos jóvenes, animosos, deseando hacer algo. Y +yo soy el único varón que queda en la familia; soy el inútil, +el viejo, el que no sirve para nada. ¡Ah, miseria!...</p> + +<p>Todos callaron, comprendiendo que la desesperación +y la vergüenza de este hombre, que parecía llorar sobre +las ruinas de una vida sin objeto, exigían el silencio. +Novoa movió la cabeza como si aprobase sus palabras.</p> + +<p>—Mi familia ha terminado. ¡Tantos jóvenes que había +en ella!... La vida es rara. Transcurre el tiempo sin que +surjan sucesos extraordinarios, y de pronto, las horas +valen meses, los días son años, y pasan en unos minutos +cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos. ¡Todos +muertos! Sólo queda mi sobrina Mary, la enfermera. +Está aquí; la han enviado sus jefes casi á la fuerza para +que descanse y se reponga. Pero se escapa á Mentón, á +Niza, allí donde hay heridos, queriendo reanudar su +servicio. ¡Si á lo menos se casase!... Mas no: morirá +como los otros. Y yo quedaré solo, y seré lord, el tercer +lord Lewis: lord Lewis el historiador, lord Lewis el gobernador +colonial, y lord Lewis el inútil...</p> + +<p>Aquí intervinieron todos con una protesta afectuosa.<a name="page_161" id="page_161"></a> +Sus desgracias de familia eran enormes, pero no debía +atormentarse de tal modo.</p> + +<p>—Con su permiso, príncipe—dijo el inglés, desviando +la conversación—, un día traeré á mi sobrina para que +conozca sus jardines. ¡Ama tanto estas cosas! Es la única +de la familia que ha heredado el alma de mi padre.</p> + +<p>Después de esto, Lewis mostró deseos de marcharse. +Necesitaba olvidar, y sabía dónde le esperaba el olvido. +Sus pies de jugador sintieron el mismo irresistible deseo +de actividad que los del ebrio cuando piensa en el mostrador +del <i>bar</i>. Castro y Spadoni cruzaron con él varias +miradas.</p> + +<p>—¿Si fuésemos á dar una vuelta por el Casino?—propuso +uno.</p> + +<p>Y los tres desaparecieron.</p> + +<p>El coronel también se fué, y el príncipe pasó el resto +de la tarde conversando con Novoa, paseando por sus +jardines, viendo la puesta del sol, y finalmente leyendo +en el <i>hall</i>, al pie de una lámpara que extendía su enorme +pantalla rosa sobre una alta columna.</p> + +<p>Castro llegó solo, mucho antes de la hora de la comida. +Estaba triste; silbaba, y su sonrisa era un rictus +hostil. ¡Mala tarde! Lo había perdido todo. Al día siguiente +tendría que solicitar un nuevo préstamo de su +pariente para volver al «trabajo».</p> + +<p>Miguel sintió otra vez la necesidad de hablarle de la +visita de la mañana. Era mejor una explicación franca +que evitase alusiones é ironías.</p> + +<p>—Sí, la he visto—dijo Castro—. Os seguí desde una +ventana cuando paseabais por los jardines.</p> + +<p>Le miró el príncipe, asombrado de su laconismo. ¿Esto +era todo lo que se le ocurría decir? Ahora hubiese preferido +sus burlas.</p> + +<p>—¿Qué tiene de particular que haya venido?—dijo al +fin con brusquedad—. Es natural; ¡pobre mujer! Te advierto +que has empezado por conquistar á una enemiga.</p> + +<p>Se había encontrado en el Casino con «la Generala». +Ella y Alicia acababan de reconciliarse una vez más, y +para afirmar con una confidencia íntima la amistad rehecha, +la de Delille le había contado su entrevista con +el príncipe.<a name="page_162" id="page_162"></a></p> + +<p>—Doña Clorinda, que no te podía ver, por considerarte +un frívolo, un vago pernicioso, hace de ti los mayores +elogios, á causa del perdón de esa deuda enorme +y de tu propósito de ayudar á la duquesa. Dice que eres +un caballero digno de otros tiempos, un gran corazón...</p> + +<p>Miguel encogió los hombros. ¡Lo que le importaba á +él la tal doña Clorinda!... Esto exasperó á Castro.</p> + +<p>—¿Por qué no había de venir aquí tu parienta?—dijo +con aspereza—. Tú te aburres entre hombres; no lo +crees, pero es así. A todos nos ocurre lo mismo. Resulta +necesario hablar de vez en cuando con una mujer, aunque +sea únicamente por amistad. Lo que tú pretendiste +al llegar de París es imposible.</p> + +<p>—¿Crees acaso que voy á enamorarme de Alicia?</p> + +<p>Y el príncipe rió largamente, como si no se cansase +de celebrar lo absurdo de tal suposición.</p> + +<p>—Eso tú lo sabrás—contestó Atilio—. Lo que yo digo +es que no podemos ser por mucho tiempo los enemigos +de la mujer. Mira al coronel; es tu «chambelán», tu +ayudante, el hombre que te obedece ciegamente. Pues +hasta ese te abandona. Fíjate: siempre que puede, vive +en el pabellón de la portería. Necesita hablar con la hija +del jardinero, una mocosa que él ha visto andar á gatas, +pero que ya tiene diez y seis años y no ofrece mal aspecto. +Trabaja en una sombrerería de Monte-Carlo, y sigue +las modas lo mismo que una señorita. El coronel cuida +de la renovación de sus zapatos de altos tacones, de sus +faldas cortas, de sus boinas y sombreritos, de sus collares +de falso ámbar. En esto emplea todo el dinero que +tú le permites que tome como recompensa. A veces la +sigue de lejos por las calles, admirando su contoneo provocativo, +sus pantorrillas al descubierto, siempre con +medias de seda... Cultiva pacientemente su jardín. Sonríe +como un imbécil al pensar en su futura cosecha.<a name="page_163" id="page_163"></a></p> + +<h3><a name="VI" id="VI"></a>VI</h3> + +<p>Un domingo, al levantarse de la cama, el príncipe +sintió deseos de cantar. Tal vez fué por seguir maquinalmente +á unos pájaros que desde la salida del sol +estaban gorjeando en los aleros de Villa-Sirena, engañados +por la tibieza de un día primaveral en pleno invierno.</p> + +<p>Miró por una ventana de su dormitorio. El Mediterráneo, +sin una sola vela, se extendía, largamente ondulado, +hasta juntarse con el cielo. Las gaviotas volaban +en círculos, desplomándose á continuación con las alas +encogidas para dejarse llevar por las aguas. Los fondos +de arena removidos por las corrientes aclaraban el azul +del borde de la costa, dándole un tono opalino de ajenjo. +En torno del promontorio hervían las espumas, blancas, +luminosas, incesantemente renovadas, entre las cabezas +de los escollos.</p> + +<p>El príncipe oyó voces encima de él. Castro y Spadoni +se hablaban de ventana á ventana. La precoz belleza +del día les había hecho saltar del lecho con misterioso +aviso. Admiraban el cielo, sin un vapor que +enturbiase las distancias. Las montañas habían adquirido +un relieve extraordinario: parecían más grandes y +más próximas. Por encima del Cap-Martin descendían +los Alpes italianos, y en sus últimas estribaciones, á ras +del agua, blanqueaban las poblaciones fronterizas: Vintimiglia +y Bordighera.</p> + +<p>Por un capricho atmosférico, flotaba en mitad del +cielo sereno una nube compacta, alargada, semejante á<a name="page_164" id="page_164"></a> +una isla cubierta de nieve. Su blancura parecía irradiar +una luz interior.</p> + +<p>—La conozco—dijo Atilio con acento de convicción +al músico, que no se cansaba de admirarla—. La he +visto muchas veces. Cuando el día se muestra demasiado +limpio, los directores del Casino temen que la +clientela se aburra de tanto sol, de tanto azul: azul en +el mar, azul en el cielo. «Que suelten la nube grande», +ordenan por teléfono. Habrá usted reparado que esa +nube siempre aparece por detrás de las montañas. Es +donde el Casino tiene sus almacenes. Aquí no perdonan +detalle para entretener á los parroquianos.</p> + +<p>Miguel oyó dos mugidos: uno de sorpresa, otro de +indignación. Luego el ruido de una ventana al cerrarse. +El pianista, molestado por esta broma matinal, volvía á +su lecho para dormir hasta la hora del almuerzo.</p> + +<p>Apresuró el príncipe sus operaciones de limpieza. +Sentía la necesidad de salir, como si sus jardines le pareciesen +estrechos. A lo lejos sonaban las campanas de +Monte-Carlo, más lejos aún respondían las de Mónaco, y +este repiqueteo hacía vibrar la frágil y clara atmósfera +como una copa de cristal.</p> + +<p>Bajó las escaleras lentamente, procurando no hacer +ruido, y al llegar á la verja respiró satisfecho. No había +encontrado á ninguno de sus compañeros, ni siquiera al +coronel. Quería marchar solo hacia la ciudad, como si +le atrajese la alegría matinal del domingo, que se convierte +al llegar la tarde en tedio abrumador.</p> + +<p>Fuera de la verja le saludó una muchacha que esperaba +el paso del tranvía. Era pequeña, pero sus pies +estaban montados en violento ángulo sobre unos zapatos +de tacones agudos. Su falda apenas pasaba de la +rodilla, dejando al descubierto unas medias bien repletas +de carne transparentada por el fino tejido. Sobre +su jersey de seda color salmón ostentaba un collar de +enormes cuentas de falso ámbar. El pelo, cortado en +forma de melena de paje, se ahuecaba bajo una graciosa +boina de terciopelo. El profundo respeto con que +le saludó hizo que la reconociese: la hija del jardinero. +Pero al mismo tiempo le miraba hipócritamente, con +una curiosidad mal disimulada, como si sus pupilas estableciesen<a name="page_165" id="page_165"></a> +una separación entre el amo venerado por +sus padres y el buen mozo al que adoraban las mujeres +y del que había oído contar tantas cosas.</p> + +<p>El príncipe siguió adelante, después de saludarla +como á una señorita de su mundo. Estaba alegre esta +mañana, y rió en su interior al pensar en lo que daría +que hacer á los hombres, más adelante, este capullo de +malicias y ambiciones. Luego se acordó de don Marcos +y de lo que le había contado Atilio. ¡Pobre coronel! ¡Meterse, +con sus años, á domador de fierecillas!...</p> + +<p>Caminó ligeramente hacia Monte-Carlo. Pasaba ante +las «villas» y los jardines como si sus pies tomasen nuevo +impulso al tocar el suelo, como si en la atmósfera primaveral +se hubiesen disminuído las leyes de la gravedad.</p> + +<p>Dentro de la población se detuvo ante las gradas de +la iglesia de San Carlos. Por la puerta salían resplandores +de cirios, perfumes de flores, susurros de órgano, +voces de doncellas. Su alma, pueril y ligera como la +mañana, sintió deseos de ir en pos de las familias endomingadas +que subían la escalinata. El era católico por +su padre, cismático por su madre, y nada por su propia +voluntad. Pero se sintió repelido por esta penumbra olorosa +de cueva abierta moteada de luces, y siguió adelante, +aspirando con delicia el aire libre.</p> + +<p>—¡Oh, lady!... ¡Buenos días!</p> + +<p>Una mano de mujer, descarnada y larga, estrechó la +suya con una rudeza varonil. El sol hacía brillar los botones +dorados sobre el paño color kaki de un uniforme +de soldado inglés. Mas el uniforme, en vez de estar rematado +por unos pantalones, tenía como final una falda +corta sobre polainas de cuero rojo.</p> + +<p>Era la sobrina de Lewis. Había estado dos tardes en +Villa-Sirena correteando por sus jardines. Miguel contempló +una vez más su enfermiza delgadez, que iba tomando +el aspecto miserable de la consunción. La correa +que le cruzaba pecho y espalda, uniéndose por ambos +lados á la cintura, se hundía en el paño, como si detrás +de su trama no encontrase la resistencia de un cuerpo. +El rostro avanzaba con una agudeza de cuchillo bajo la +visera de la gorra militar. Su epidermis, rugosa y macilenta +en plena juventud, marcaba todas las aristas y<a name="page_166" id="page_166"></a> +oquedades del hueso. Parecía no tener edad; lo mismo +podía ser de veinticinco que de sesenta años. Lo único +que se conservaba fresco en ella eran los ojos, unos ojos +que aún tenían el resplandor ingenuo de la adolescencia, +y miraban de frente, con la serena confianza de la +virgen fuerte.</p> + +<p>Los horrores de la guerra habían pasado sobre este +organismo como una llamarada que seca cuanto toca, lo +apergamina, y acaba convirtiéndolo en polvo. Parecía +una momia, tostada por el resplandor de los incendios, +estremecida por las lágrimas y los quejidos de millares +de seres. «¡Lo que esos oídos habrán escuchado!», se dijo +Miguel. Y comprendió el gesto triste de su boca pálida, +que colgaba con desaliento entre dos profundos surcos +verticales. «¡Lo que esos ojos habrán visto!», continuó +pensando. Pero los ojos no querían acordarse, y le sonreían, +contentos del momento presente.</p> + +<p>Acababa de salir de un gran hotel convertido en +hospital y esperaba el tranvía para ir á Mentón. Habían +llegado allá nuevos heridos, y la escasez de enfermeras +obligaba á los médicos á admitir sus servicios. Por el +momento no la molestarían más preocupándose de su +falta de salud. Al pensar en el rudo trabajo que la esperaba, +en las noches de vigilia y los combates con la +muerte para salvar á unos cuantos hombres, mostró un +gran regocijo. Deseaba cuanto antes hacer su corto +viaje, como si se dirigiese á una fiesta; y al ver que se +aproximaba el tranvía, estrechó otra vez varonilmente +la mano del príncipe.</p> + +<p>—Seguiré abusando de su autorización. La próxima +vez saquearé aún más sus jardines. ¡Flores... muchas +flores! ¡Si viera usted qué alegría sienten los pobrecitos +cuando las coloco junto á sus camas! Algunos médicos +se enfadan; encuentran frívolo esto... Pero lo que yo +digo: ya que hemos de morir, muramos con un poco de +poesía, rodeados de algo que nos recuerde la belleza de +lo que perdemos. Esto no hace mal á nadie.</p> + +<p>Lubimoff siguió su camino, pero con menos ligereza. +Esta amazona de la caridad parecía haber desgarrado +el velo rosa que alegraba su visión.</p> + +<p>Todo era lo mismo, pero ligeramente ensombrecido,<a name="page_167" id="page_167"></a> +como los paisajes que se contemplan á través de un vidrio +ahumado. Fijaba su atención en cosas no vistas +hasta entonces. Todos los grandes hoteles se habían +convertido en hospitales. Sus terrazas, sus largos balcones, +estaban ocupados por hombres que tomaban el sol; +hombres cuya cabeza era una bola blanca, ceñida de +vendajes que sólo dejaban visibles los ojos y la boca; +hombres incompletos, como esbozos escultóricos, sin una +pierna, sin un brazo; otros, tendidos, inmóviles, amputados, +lo mismo que los cadáveres en la sala de disección, +pero que todavía respiraban.</p> + +<p>En las aceras fué tropezando con militares de diversas +naciones: oficiales franceses, ingleses, servios y algunos +rusos convalecientes, que recordaban con su presencia +la desvanecida cooperación de su país. Desfilaba +toda la variedad de uniformes de los ejércitos de la República: +el azul horizonte de las tropas continentales, +el color mostaza de las tropas marroquíes, la gorra de +cuartel amarilla de la Legión Extranjera, el fez rojo de +los argelinos y de los tiradores negros.</p> + +<p>Nadie estaba entero. Este país de sol, de perspectivas +azules y risueñas, parecía poblado por una humanidad +superviviendo á un cataclismo. Oficiales elegantes, +de esbelto talle, arrastraban una pierna, avanzaban +con precaución un pie elefantíaco, se doblaban, avejentados, +apoyándose en un garrote. Hombres atléticos +temblaban al andar, como si su esqueleto bailotease +dentro de la envoltura de un cuerpo vaciado por la +consunción. Las manos carecían de dedos; los brazos se +habían acortado y eran aletas ó informes muñones; las +mejillas ocultaban bajo placas de algodón el zarpazo de +la granada, igual á una cicatriz cancerosa; la horrible +oquedad de la nariz desaparecida se disimulaba con un +tapón negro sujeto á las orejas. Otros llevaban todo el +rostro cubierto con una máscara de vendajes, sin dejar +visibles mas que los ojos, los pobres ojos, que parecían +sentir miedo por adelantado y algún día habrían +de familiarizarse con el horror de un rostro que fué +joven meses antes y ahora era igual á una visión de +pesadilla.</p> + +<p>Algunos se mantenían intactos, disponiendo de la<a name="page_168" id="page_168"></a> +fuerza y la agilidad de todos sus miembros. Vistos de +espaldas, conservaban la esbeltez vigorosa de la juventud... +Pero marchaban en fila, agarrados del brazo, los +ojos perdidos en la noche, golpeando las losas con un +palo que había venido á reemplazar el perdido sable y +les acompañaría hasta su muerte.</p> + +<p>Y esta procesión de resignadas tristezas, este carnaval +doloroso, venía de los jardines, reconfortado por +la alegría matinal, sintiendo renovada su voluntad de +vivir. Otros se dirigían hacia el Casino y sus terrazas, +pasando entre las palmeras brasileñas, de lisos y huecos +fustes forrados de piel de elefante; entre los cactos sostenidos +por soportes de hierro formando madejas de reptiles +verdes erizados de púas; entre los nopales, altos +como árboles; entre las higueras del Himalaya, con el +cuerpo de torre y una copa inmensa que parecía hecha +para proteger la inmóvil meditación de los fakires; entre +todas las vegetaciones de la América tropical y la América +templada, de la China, Australia, Abisinia y El +Cabo. Un pequeño arroyo bajaba en zigzag por las +quebradas verdes del césped, formando remansos entre +bambúes y palmeras japonesas, hasta desembocar en un +lago minúsculo con bordes de follaje, tranquilo, gracioso, +frágil, como uno de esos centros de mesa en los que el +agua está representada por una lámina de cristal.</p> + +<p>Miguel se detuvo en lo alto de los jardines para contemplar +de lejos el Casino. Nunca había apreciado, como +ahora, la frivolidad y el mal gusto de este palacio, que +era el corazón de Mónaco. Si el «monumento de confitería»—frase +de Castro—cerraba sus puertas, todo Monte-Carlo +quedaría en una soledad de muerte, lo mismo que +esas ciudades que fueron puertos en otros siglos y ahora +duermen, despobladas, lejos del mar que se retiró.</p> + +<p>Era obra del arquitecto de la Opera de París, una +construcción recargada, chillona y pueril, toda ella de +un tono de manteca tierna, con techos policromos, torrecillas +cargadas de balconajes, hornacinas con estatuas +innominadas, y muchos frisos de azulejos, muchos +mosaicos dorados. En los ángulos había escudetes de +cerámica verde imitando á cabujones de esmeralda. La +simulación del oro y las piedras preciosas era el motivo<a name="page_169" id="page_169"></a> +ornamental más saliente de esta casa, famosa en el +mundo entero.</p> + +<p>La prosperidad del establecimiento había añadido al +cuerpo principal, flanqueado de cuatro torres, una ala +extensa, en la que estaban los mejores salones. Varias +cúpulas desiguales, verdes y amarillas, revelaban la +existencia de éstos remontándose por encima de la balaustrada +final. En esta balaustrada aparecían sentados +unos cuantos ángeles ó genios de bronce enteramente +desnudos, con alas doradas, ofreciendo al extremo de +sus brazos negros unos atributos de oro, cuya significación +nadie llegaba á adivinar. Otras estatuas de mujeres +medio desnudas, blancas ó metálicas, se guarecían en +los hornacinas de los muros, y también resultaba un +misterio su nombre y su significación.</p> + +<p>Aunque el palacio pretendía deslumbrar y acariciar +con sus oros y sus tiernos colores, las gentes que iban á +él apenas se fijaban en tales magnificencias.</p> + +<p>—Los que llegan—decía Castro—entran corriendo: +desean sentarse cuanto antes á las mesas de juego. Los +que salen todo lo ven obscuro; y aunque el Casino fuese +hermoso como el Partenón, lo tomarían por una cueva +de ladrones.</p> + +<p>El príncipe miró á la derecha del edificio, donde +quedaba visible una faja de mar cortada por varias +palmeras japonesas de tronco estoposo y copa esférica. +Allí, en la entrada de las terrazas que bordean el Mediterráneo, +se yerguen los dos únicos monumentos de la +ciudad, dedicados á la gloria de dos músicos por el +simple hecho de que algunas de sus obras fueron estrenadas +en el teatro del Casino. Labrados en mármol, +Berlioz y Massenet saludan vagamente con sus ojos sin +pupila á las muchedumbres cosmopolitas que van llegando +á la casa de juego. «Son <i>croupiers</i> honorarios», +decía Castro.</p> + +<p>«Massenet, lo acepto—pensó Miguel—. Fué feliz, +tuvo dinero, conoció la gloria en vida. ¡Pero Berlioz, +que pasó sus años luchando con la propia pobreza y el +desvío del público, haciendo guardia después de muerto +á los millones del Casino!...»</p> + +<p>Luego miró más cerca, fijándose en la plaza que se<a name="page_170" id="page_170"></a> +abre ante el edificio. Un jardín redondo ocupa su centro. +Las gentes lo apodan «el queso», por su forma, y algunos +especializan llamándolo «el <i>camambert</i>». En torno +de su baranda y en los bancos adosados á ella vivía el +alma de Monte-Carlo, se encontraban las gentes, cambiando +chismes y murmuraciones, pidiendo noticias á +los que salían del Casino, comentando la fortuna ó la +desgracia de los jugadores célebres.</p> + +<p>En las inmediaciones no había otros comercios que +joyerías, sucursales del Monte de Piedad y tiendas de +sombreros para mujeres. Las jugadoras modestas sentían +el capricho de un sombrero caro á la salida del +Casino; los que necesitaban continuar sus combinaciones +con nuevo capital no tenían mas que dar unos cuantos +pasos para empeñar la alhaja; en los escaparates de las +joyerías, el collar de perlas de un millón, las esmeraldas +de trescientos mil francos, se exhibían durante el +invierno, exacerbando el capricho femenil, y en verano +emigraban á los balnearios célebres, para continuar su +deslumbradora y muda tentación. Los joyeros, de perfil +semítico, esperaban detrás de sus mostradores las compras +más que las ventas, y ofrecían tranquilamente por +la alhaja adquirida allí mismo el año anterior la cuarta +parte de su precio.</p> + +<p>El príncipe adivinó de lejos la personalidad de muchos +que en esta hora matinal ocupaban ya los bancos +frente á la escalinata del palacio. Allí permanecían todo +el día los condenados del juego, los malditos, sufriendo +el más atroz de los tormentos al vivir junto á las puertas +del santuario sin poder entrar en él. Habían perdido +hasta la última moneda, y los directores de la casa, que +repatrían generosamente á los jugadores arruinados, les +entregaban el viático para el regreso á su país. Pero +se jugaban este socorro, lo perdían, y como los deudores +del Casino no pueden volver á él hasta que han cumplido +sus compromisos, quedaban clavados en la plaza +para siempre, con la ilusoria esperanza de un dinero que +todos ellos ignoraban de dónde podría venir. Se reunían +hombres y mujeres con la fraternidad de la miseria, +espiaban á los compatriotas más felices para asaltarlos +con sus peticiones, discutían entre ellos números y colores,<a name="page_171" id="page_171"></a> +lograban reunir algunos francos después de rebuscar +en el fondo de todos los bolsillos, y como emisario +de sus ilusiones diputaban á algún camarada tan pobre +como ellos, pero que aún no había «tomado el viático» y +tenía libre la entrada.</p> + +<p>Vió Miguel cómo se iba extendiendo una ola de +gente al pie de las palmeras japonesas, junto al monumento +de Massenet. Acababan de llegar varios tranvías +de Niza. Todos los viajeros corrían, deseando penetrar +cuanto antes en el abigarrado palacio, como si la fortuna +les aguardase en los salones y pudiera huir de un +momento á otro, cansada de esperar.</p> + +<p>Miró el reloj que coronaba la fachada. Las diez. Iban +á empezar los diarios oficios, y los devotos residentes en +Monte-Carlo acudían también, uniéndose á los venidos +de fuera. Todos subieron á la vez las gradas de mármol, +siguiendo sus tres caminos de alfombra sujeta por varillas +de bronce que brillaban al sol.</p> + +<p>«¡Y estamos en guerra!—pensó Miguel—. ¡Y muchos +de los que se han levantado temprano para hacer el +viaje, lo mismo que los que viven aquí, tienen hijos, +hermanos ó maridos que en este momento se baten y tal +vez mueren!...»</p> + +<p>La voluntad de vivir, la voluntad de gozar, la ilusión +de la ganancia, obraban como anestésicos, se sobreponían +á las preocupaciones, haciendo que todos olvidasen, +para concentrar su existencia en el momento +presente.</p> + +<p>Esta precipitación general hacia el juego abierto +disgustó al príncipe y le hizo detenerse en la suave +pendiente de los jardines. Le repugnó confundirse con +la muchedumbre que vagaba por los alrededores del +Casino.</p> + +<p>Su deseo de no seguir adelante le sugirió una idea. +«¿Si fueses á sorprender á Alicia en su casa?... ¡Lo agradecería +tanto!»</p> + +<p>Dos veces más había estado en Villa-Sirena. Un encuentro +en la calle con el príncipe, cuando ella iba con +su amiga Clorinda, sirvió de pretexto para que las dos +visitasen el refugio de «los enemigos de la mujer» y +sus hermosos jardines. Miguel encontró á «la Generala»<a name="page_172" id="page_172"></a> +menos hostil y dominadora que la había imaginado; +pero no pudo comprender el apasionamiento de Castro. +A pesar de su hermosura le pareció estar hablando con +un hombre. Con ambas señoras había venido también +Valeria, la joven francesa protegida por Alicia, señorita +de compañía en los tiempos de esplendor y que ahora +sólo acompañaba su pobreza por gratitud y fidelidad. +Luego, la de Delille había vuelto sola por segunda vez, +para hacerle varias consultas sobre su porvenir, desprovistas +todas ellas de buen sentido, y aceptar finalmente +un préstamo de cinco mil francos. La suerte le era contraria +en el juego; necesitaba nuevas «herramientas de +trabajo». Aquel capital que la irritaba con su terquedad, +no queriendo subir más allá de los treinta mil, +había oído finalmente sus quejas, pero fué para desplomarse +con una rapidez fulminante, dejando sólo leves +escombros de su existencia.</p> + +<p>Después de recibir esta ayuda, la duquesa se había +mostrado quejosa.</p> + +<p>—Soy yo quien viene siempre á buscarte: no te dignas +visitar mi casa. ¡Como soy pobre!...</p> + +<p>Al recordar esta protesta humilde, el príncipe no +vaciló más. Y volviendo la espalda al Casino, empezó á +subir las calles en pendiente hacia el límite fronterizo +que separa Monte-Carlo de Beausoleil; calles que ostentan +nombres primaverales: de las Rosas, de los Claveles, +de las Violetas, de las Orquídeas.</p> + +<p>Entró en una corta avenida formada por una doble +hilera de verjas de jardín. Las casas sólo se dejaban +ver á través de columnatas de palmeras y del follaje +duro de los grandes magnolieros. Iba leyendo los nombres +de los propiedades en pequeñas lápidas de mármol +rojo fijas en las entradas de las verjas. «Villa-Rosa»: +aquí era. Empujó el entreabierto portón de hierro, sin +que una voz ni un ladrido acogiesen su presencia. Vió +un jardín abandonado en parte, con una vegetación +parásita al pie de los árboles sin podar, cubriendo el +espacio que antes habían ocupado los arriates de flores. +El resto estaba mejor atendido, pero era una huerta +con pequeños rectángulos de verduras comestibles sometidos +á un cultivo intensivo.<a name="page_173" id="page_173"></a></p> + +<p>Lubimoff fué avanzando, sin encontrar á nadie, y se +le ocurrió que el hortelano debía ser un hombre acompañado +por un perro con los que se había cruzado en la +entrada de la avenida.</p> + +<p>Subió los cuatro peldaños de la casa. También aquí +la puerta estaba entreabierta, y empujándola se vió en +un recibimiento del que arrancaba la escalera para los +pisos superiores.</p> + +<p>Nadie. Todas las puertas de las habitaciones inmediatas +se resistieron á su mano. Silencio absoluto, como +si la casa estuviese deshabitada. Pero este silencio fué +interrumpido por una voz que descendía escalera abajo: +una voz tenue, entonando una canción en inglés, lenta +y triste. El canto iba acompañado de golpes sordos, +iguales á los que producen las manos sacudiendo y +ahuecando algo blando y voluminoso.</p> + +<p>Miguel creyó reconocer la voz de Alicia. Tosió varias +veces sin resultado; no podía oirle. Fué á gritar avisando +su presencia, pero se contuvo, sintiendo un deseo que +le hizo sonreir. ¡Si la sorprendiese en aquel piso superior, +única parte de la casa que habitaba ella ahora! No +dudó más... ¡Arriba!</p> + +<p>En el primer rellano vió varias puertas, pero una +sola estaba sin cerrar y por ella salían los ecos de la +canción y los golpes. Una mujer con el cuerpo doblado +sobre una cama extendía sus dos brazos para ahuecar +el colchón con fuertes palmadas. Su instinto le hizo +presentir la existencia de alguien detrás de ella, y al +volver el rostro, lanzó un grito de sorpresa viendo á +Miguel en el hueco de la puerta. Este no quedó menos +asombrado reconociendo á Alicia en aquella mujer; una +Alicia que vestía una bata lujosa, pero vieja, con guantes +ajados en las manos y un velo arrollado en torno de +sus cabellos.</p> + +<p>—¡Tú!... ¡eres tu!—exclamó ella—. ¡Qué miedo me +has dado!...</p> + +<p>Luego fué tranquilizándose, y sonrió á Miguel mientras +éste murmuraba excusas. No había encontrado á +nadie; la verja y la puerta estaban abiertas. Ella, á su +vez, también se excusó. Era domingo; Valeria, su acompañante, +se había ido á Niza para almorzar con una familia<a name="page_174" id="page_174"></a> +amiga; su doncella y la mujer del hortelano estaban +en misa; el viejo habría salido un momento para ver +á sus amigos...</p> + +<p>Y después de estas mutuas explicaciones quedaron +los dos en silencio, mirándose indecisos, no sabiendo +qué decir, pero sin dejar de sonreirse.</p> + +<p>—¡Tú haciendo tu cama!—dijo él para romper el penoso +mutismo.</p> + +<p>—Ya lo ves. Esto resulta algo diferente de mi dormitorio +de París. Tampoco es mi «estudio» que tú conociste. +¡Los tiempos nuevos!</p> + +<p>Miguel movió la cabeza con grave asentimiento. Sí; +los tiempos nuevos.</p> + +<p>—De todos modos—continuó ella—, hay que confesar +que tiene cierta originalidad ver á la duquesa de Delille, +á la loca Alicia, haciendo su cama.</p> + +<p>El príncipe volvió á aprobar con un gesto mudo. +Realmente, era original: no se podía ver todos los días.</p> + +<p>Alicia insistió en sus explicaciones. No le había costado +ningún esfuerzo ocuparse en los trabajos de su +casa. Ella misma limpiaba su dormitorio, para evitar +un quehacer á la vieja doncella. No quería admitir la +ayuda de Valeria. Cada una corría con el arreglo de su +propia habitación, ya que la servidumbre era escasa. +Además, entraba en la cocina algunas veces, y hasta +por su gusto habría ayudado al jardinero en el cultivo +de la pequeña huerta.</p> + +<p>—Vivimos en guerra; las cosas cuestan muy caras, y +yo soy pobre. Debemos volver á la existencia primitiva... +Pero no me atrevo á trabajar en el jardín, por los +vecinos. Curiosean desde sus ventanas; hasta hay un +señor brasileño que parece enamorado de mí.</p> + +<p>Ella misma admiraba su laboriosidad. ¿Quién podía +haber supuesto años antes tales cualidades en la dueña +del lujoso palacete de la Avenida del Bosque, que los +más de los días se levantaba á las tres de la tarde?...</p> + +<p>—Todo se lo debo á mamá. Me eduqué en un colegio +de Inglaterra cuando era de moda sustituir el ejercicio +físico de los <i>sports</i> con los trabajos domésticos. +Creo que esto se llama el «corintianismo»... Y me encuentro +mejor que nunca. Antes necesitaba subir algunas<a name="page_175" id="page_175"></a> +mañanas, con Valeria y Clorinda, al <i>Tennis de la Festa</i> +para jugar hasta rendirme. Ahora, después del arreglo +de mi habitación y de ayudar á las otras, no necesito +los deportes. Hago la gimnasia del pobre.</p> + +<p>Un largo silencio. Miguel miraba la habitación: un +dormitorio de mujer, todavía en desorden, con ropas +sobre las butacas, esparciendo un perfume de carne femenil +bien cuidada. A través de una puertecita vió un +extremo del inmediato gabinete, con una mancha de +humedad en el pavimento de mosaico, resto del baño +matinal. Flotaba en el ambiente un perfume de agua +de Colonia y de licor dentífrico. Unos botecitos en desorden +dejaban escapar vagas exhalaciones de esencias +más preciosas. Y revueltos con los objetos de tocador y +las ropas íntimas, distinguió cartones de los que dan +en el Casino á los clientes para apuntar las jugadas; +unos con marcas rojas ó azules en sus columnas, otros +perforados por un alfiler de sombrero á falta de lápiz. +Vió tarjetas más grandes que tenían pintada la ruleta, +con indicación de sus números y colores, y libros, muchos +libros de los que se venden en las papelerías y +kioscos de periódicos: luminosos tratados para ganar +indefectiblemente á todos los juegos. Sobre la chimenea, +medio oculta por varios periódicos de modas, había una +ruleta pequeña, una ruleta verdadera, empleada indudablemente +en el estudio y comprobación de las teorías. +En la mesilla de noche estaba abierto el último ejemplar +de la <i>Revista de Monte-Carlo</i>, conteniendo estadísticas +de todos los números gananciosos durante la semana +anterior en las diversas mesas; lectura interesante, con +misteriosas acotaciones, que había desvelado á Alicia +tal vez hasta la madrugada.</p> + +<p>Mientras tanto, ella hizo desaparecer ágilmente todo +lo que creía perjudicial para su buen aspecto después +de esta sorpresa. Cuando Miguel volvió á mirarla, los +viejos guantes habían volado de sus manos y el velo +estaba oculto, no podía saber dónde, dejando en libertad +la cabellera medusiana, negra, lustrosa, un tanto +áspera, que erguía su vigor en desordenados y gruesos +rizos.</p> + +<p>Prolongaron el silencio con una sonrisa penosa, como<a name="page_176" id="page_176"></a> +si ninguno de los dos encontrase el medio de salir de +esta situación.</p> + +<p>—Continúa—dijo Miguel—. Una vez que vengo, no +quiero servirte de estorbo.</p> + +<p>Ella, como si viese en tales palabras un reto á su +timidez, y ganosa al mismo tiempo de mostrar sus habilidades, +se inclinó sobre el lecho para reanudar el +trabajo. Lubimoff se animó con esta demostración de +confianza. No era galante dejar que trabajase sola: él +la ayudaría.</p> + +<p>—¡Tú!... ¡tú!—exclamó Alicia riendo, como si la proposición +lo pareciese inaudita.</p> + +<p>El príncipe fingió enojo. Sí, él... Era un marino, y +su vida de aventuras le obligaba á saber un poco de +todo. Más de una vez, en sus exploraciones de tierras +desiertas, había tenido que improvisarse un lecho con +mantas junto á los tizones de la hoguera.</p> + +<p>Había pasado al lado opuesto de la cama, imitando +con una exageración cómica todos los movimientos de +la duquesa. Las palmadas de ésta las repitió con una +violencia que hizo gemir el lecho. Al tirar ella del colchón +hacia arriba para ahuecarlo, él lo levantó completamente +con sus poderosas manos.</p> + +<p>—¡No sabe!... ¡no sabe!—gritaba Alicia con un regocijo +infantil.</p> + +<p>Luego, fijándose en sus dedos agarrados fuertemente +á la tela, añadió:</p> + +<p>—¡Pero suelta eso, demonio! Me vas á romper el colchón, +¡y en estos tiempos de pobreza!...</p> + +<p>Reían los dos, encontrando muy divertido este trabajo.</p> + +<p>—Toma—dijo ella autoritariamente; y le envió al +rostro una sábana que sostenía por el extremo opuesto.</p> + +<p>Miguel se vió envuelto en una nube de batista impregnada +de perfume femenino. Fué por un instante +nada más, pero á él le pareció algo extraordinario, de +duración sin límites, más allá del tiempo y del espacio. +Tuvo el presentimiento de que este hecho insignificante +iba á datar en su vida. Sintió cómo resucitaba el pasado +en su interior con una fuerza nueva que tal vez era la +excitación de la abstinencia. Creyó ver la sonrisa irónica<a name="page_177" id="page_177"></a> +de Castro, y también se vió á sí mismo, con lástima +y con asombro, viviendo como un solitario allá en +Villa-Sirena y predicando la hostilidad á la mujer. Sus +oídos zumbaban; sus ojos, cegados momentáneamente, +contemplaron un cielo inmenso de color de rosa, el mismo +rosa pálido y jugoso de la carne femenil. Algo entraba +por su nariz, en doble columna embriagadora, que +estremecía su cerebro, reflejándose con la violencia de +un latigazo al otro extremo de su organismo. Cuando +la sábana hubo caído sobre el lecho, Miguel apareció +intensamente pálido, con una luz agresiva en sus pupilas. +Ella, creyéndole enfadado por su broma, rió maliciosamente, +apoyando las manos en el colchón. El jadear +de esta risa entreabría el escote de su bata, dejando +ver en perspectiva horizontal el secreto de unas +redondeces blancos y trémulas perdiéndose en misteriosa +penumbra.</p> + +<p>De pronto, se vió el príncipe al otro lado de la cama, +junto á Alicia. Los dos acabaron por sentarse maquinalmente +en el borde, dejando á sus espaldas la sábana +olvidada. Tomó una mano de ella sin darse cuenta de +lo que hacía. Luego se aproximó tanto á su rostro, que +uno de los rizos de la revuelta cabellera le cosquilleó +en una sien. No sentía deseos de hablar, pero al ver de +cerca los ojos de ella, rompió el dulce silencio.</p> + +<p>—¡Tú has llorado!</p> + +<p>La mujer protestó con una sonrisa violenta, al mismo +tiempo que palidecía balbuceando excusas. No; tal vez +era el polvo sacudido por la limpieza ó el esfuerzo de +su trabajo. Pero él seguía examinando sus ojos, ligeramente +enrojecidos.</p> + +<p>—Estabas llorando cuando yo llegué—continuó, con +una curiosidad insistente é inquieta.</p> + +<p>Ahora la protesta de Alicia tomó la forma de una +risa agria, estridente, que nada tenía de natural. Y por +una de esas gradaciones que son el secreto de los grandes +actores, la carcajada se hizo opaca, se convirtió en +suspiro, luego en lamento; y desasiendo ella su mano de +la del príncipe, se cubrió los ojos y ladeó la cabeza, +mientras un estertor oprimía su pecho.</p> + +<p>Lloraba. Había bastado que Miguel sorprendiese su<a name="page_178" id="page_178"></a> +llanto reciente, para que nuevas lágrimas afluyeran á +sus ojos, reanudando la pasada angustia. Se entregó á +su dolor con una delectación cruel, juzgándolo preferible +al torturante fingimiento que le había impuesto esta +visita inesperada.</p> + +<p>Quedó silencioso el príncipe unos instantes.</p> + +<p>—¿Es por ese muchacho?—se atrevió á preguntar con +voz insegura, como si también sufriese una inexplicable +emoción.</p> + +<p>Contestó ella con un leve movimiento de cabeza, sin +apartar las manos de sus ojos. Miguel no necesitaba +verlos. Había adivinado la verdad al sorprender en sus +córneas las huellas del llanto. Sólo podía llorar por él: +la falta de noticias; la inquietud al pensar que estaba +prisionero, muy lejos, sufriendo toda clase de privaciones, +y que tal vez no lo vería nunca.</p> + +<p>—¡Cómo le amas!...</p> + +<p>El príncipe se sorprendió de su propia voz y del tono +con que dijo estas palabras. Respiraban despecho, envidia, +tristeza por los años que pasan, transmitiendo á +los que vienen detrás los insolentes privilegios de la juventud.</p> + +<p>Los habitantes de Villa-Sirena se hubiesen sorprendido +igualmente al oirle hablar de este modo. La misma +sorpresa hizo que Alicia olvidase sus preocupaciones de +mujer hermosa, levantando la frente y apartando las +manos. Tenía el rostro enrojecido, los ojos trémulos y +chorreantes. De un rizo de su cabellera pendía una lágrima. +Adivinó que debía estar horrible; pero ¿qué le +importaba?...</p> + +<p>—Sí, le amo; es lo que más amo en el mundo... Por él +sigo viviendo. Sin él me mataría... Pero no es lo que tú +te imaginas... no lo es.</p> + +<p>El rubor no podía manifestarse en aquel rostro arrebolado +por el llanto; pero su gesto, sus ojos, el tono de +su voz, repelían con indignación y vergüenza la sospecha +del príncipe.</p> + +<p>Siguió hablando en voz baja, apresuradamente, sin +atreverse á mirarlo, como la penitente que desea terminar +cuanto antes una confesión penosa. Varias veces, al +conversar con el príncipe, había tenido la verdad junto<a name="page_179" id="page_179"></a> +á sus labios, y siempre en el último momento la retiraba, +por un escrúpulo de mujer que teme recordar sus años +al hablar del pasado. Pero ¿á quién podía revelar su secreto +mejor que á Miguel?... Lo consideraba como de su +familia; la había recibido amigablemente en su desgracia, +cuando tantos le volvían la espalda. Además, entre un +hombre y una mujer no sólo puede existir el amor, como +ella había creído en sus tiempos de loca juventud. Había +otras cosas menos vehementes, más plácidas y duraderas: +la amistad, el compañerismo, un afecto fraternal...</p> + +<p>Hizo una pausa, como para tomar fuerzas.</p> + +<p>—Es mi hijo.</p> + +<p>Miguel, que esperaba una revelación extraordinaria, +algo monstruoso, digno de aquel pasado de locuras, no +pudo contener su sorpresa:</p> + +<p>—¡Tu hijo!</p> + +<p>Ella movió la cabeza: «Sí, mi hijo.» Y siguió hablando +con los ojos bajos, siempre en un tono de penosa confesión. +Remontaba el curso de su existencia. ¡La sorpresa, +la cólera ante esta jugarreta cruel del amor, que había +venido á interrumpir sus mejores años!... Su indignación +fué semejante á la de los ciudadanos de la antigua Grecia +que se amotinaron al saber que estaba encinta una +cortesana considerada como una gloria nacional, una +beldad que las muchedumbres venían á ver de muy +lejos cuando se exhibía desnuda en las fiestas religiosas. +Necesitaban matar al sacrílego. Ella se tenía también +por una obra de arte viviente y quiso borrar el sacrilegio +con la muerte. ¡Los crímenes intentados para +despojarse de la vergüenza que latía en sus entrañas! +¡Los tormentos de la ocultación, la vida de placer seguida +lo mismo que antes, pero con dolorosos esfuerzos +para que no adivinasen su secreto!... Al regresar de las +fiestas, librándose de la opresión que aplastaba su creciente +exuberancia, eran las cóleras homicidas, los puñetazos +locos sobre el globo de su vientre para aniquilar +al rebelde que se empeñaba en vivir, el revolcarse sobre +la alfombra con un histerismo homicida...</p> + +<p>Su voz lloraba al hacer estas evocaciones.</p> + +<p>—Pero ¿y tu marido?—preguntó Miguel.</p> + +<p>—Entonces nos separamos. El podía tolerar en silencio<a name="page_180" id="page_180"></a> +mis amores, podía fingir no verlos... ¡pero un hijo +que no era suyo!...</p> + +<p>Recordó la actitud digna, á su modo, del duque de +Delille. Su familia abundaba en maridos engañados: +casi era esto una tradición de nobleza, una distinción +histórica. No creía deshonroso vender su nombre al casarse +para aumentar las comodidades de su existencia. +Su nombre le pertenecía como una herramienta de trabajo. +Pero le era imposible enajenarlo, dándoselo á un +intruso para que continuase la estirpe. Sus antepasados +habían tenido muchos hijos naturales; pero á ninguna +de sus alegres abuelas se le ocurrió jamás introducir en +la familia un bastardo en cuya formación no le correspondiese +á su marido la más pequeña iniciativa.</p> + +<p>Se había separado el duque de ella, aceptando todas +sus exigencias, menos ésta. Era un hijo adulterino que +debía desaparecer... Y nadie, aparte de los dos y de la +doncella—que todavía la acompañaba ahora—, se había +enterado de este nacimiento.</p> + +<p>—Tuve épocas de felicidad—siguió diciendo Alicia—. +Conocí satisfacciones que no había sospechado... Escapaba +de París; muchos me creían viajando con un +nuevo amante. No; iba á ver á mi pequeño, á mi Jorge, +primero en Londres, después en Nueva York, siempre +en grandes ciudades. Podía vivir con él, jugar á ser +mamá con una muñeca viviente que cada vez se hacía +más grande... ¡más grande! ¿Te acuerdas de la noche +en que te invité á comer? Acababa de regresar de uno +de estos viajes, y sin embargo, haz memoria de las tonterías +que dije. Me creía Venus, me creía Helena pasando +ante «el banco de los viejos». Y para entregarme +sin escrúpulo á mis expansiones de madre, recordaba +á mis ídolos. También Helena había tenido hijos, y +los hombres continuaban matándose por ella. Venus +no había escapado á la maternidad, y los dioses y los +mortales seguían adorándola, á pesar de que un retoño +suyo revoloteaba por el mundo. La maternidad no era +una abdicación ni una decadencia; podía continuar +bella y deseada como las otras, después de un incidente +que había creído irremediable. Y seguí mi vida. +¡Ay! ¡Cuando me acuerdo que algunas veces acorté el<a name="page_181" id="page_181"></a> +tiempo que me había propuesto pasar junto á mi hijo +para seguir á algún hombre que apenas me interesaba!... +Ahora que no lo tengo, pienso en las horas que +pude vivir á su lado y fueron dedicadas al primero +que excitó mi curiosidad... Es mi remordimiento más +terrible, lo que me roe durante la noche y me obliga á +pensar en el juego como único remedio. Soy bien digna +de lástima, Miguel.</p> + +<p>Pero Miguel, mientras la escuchaba, parecía dominado +por una preocupación tenaz.</p> + +<p>—¿Y el padre? ¿Quién es el padre?</p> + +<p>El tono de su voz casi fué igual al de antes: un tono +de curiosidad hostil, de agresivo despecho.</p> + +<p>Volvió á repetirse su sorpresa al ver que ella levantaba +los hombros.</p> + +<p>—No lo sé; no me importa. Otras mujeres, en caso semejante, +atribuyen la paternidad al hombre que más les +interesa. ¡Como si esto pudiera asegurarse! Yo no he +escogido á nadie en mi recuerdo. Todos iguales, todos +olvidados. Mi hijo es mío, sólo mío.</p> + +<p>Tenía la majestuosa indiferencia de la selva fecunda +é impasible que abre sus entrañas al polen esparcido en +el aire como una lluvia de amor. La nueva planta emerge, +es suya, y la retiene, sin mostrar interés por conocer +el origen ni el nombre del germen errante arrastrado +por el azar.</p> + +<p>Hubo un largo silencio.</p> + +<p>—Un día, al llegar á Nueva York—continuó ella—, +hice un descubrimiento terrible. Vi á mi Jorge casi tan +alto como yo, fuerte, con un gesto de hombre serio, á +pesar de que aún no tenía once años. Me avergüenzo +sólo de pensarlo; mas no debo mentir: lo odié. Venus +podía tener un hijo, ya que este hijo es eternamente +niño y se conserva á través de los siglos como esos +bebés graciosos que se visten á capricho y sirven de diversión +y orgullo. ¡Pero el mío, con su armazón de gigante, +sus manos fuertes y su cara grave!... Iba á envejecerme +antes de tiempo; me obligaba á renunciar á la +juventud de conservarlo al lado mío; jamás pasaría por +la abdicación de declarar que era su madre... Y huí de +él, dejando que transcurriesen varios años, sin ocuparme<a name="page_182" id="page_182"></a> +de otra cosa que de facilitar los medios para su completa +educación. ¡Ay! ¡cómo me ha castigado la suerte +por este egoísmo!...</p> + +<p>Calló unos momentos para secar nuevas lágrimas +que inflamaban sus ojos y enronquecían su voz.</p> + +<p>—Se presentó en París cuando yo menos lo esperaba. +Había muerto el amigo venerable encargado de su educación +allá en América. Vi á un hombre, á un verdadero +hombre, y eso que aún no había cumplido diez y +seis años. Mi primer movimiento fué de contrariedad, +casi de cólera. ¡Tendría que decir adiós á mi juventud, +modificar mi vida por este intruso!... Pero algo había +en mi interior que me impidió tomar una resolución +cruel: enviarlo otra vez al extranjero ó hacerlo entrar +en un colegio de París. Me acostumbré inmediatamente +á su presencia; necesité verlo en mi casa; me pareció +que mi vida tomaba junto á él una serenidad, una alegría +profunda y discreta que nunca había sospechado. +Tú no sabes lo que es eso, Miguel; no podrías comprenderlo +por más que yo te lo explicase... Te juro que fué +la mejor época de mi vida. No hay amor como ese. Además +¡éramos tan excelentes compañeros!... Yo me sentí +repentinamente de su edad; no: más joven aún que él. +Jorge me daba consejos con su cordura precoz, y yo le +obedecía como una hermana mas pequeña. Se dejaba +arrastrar por su mama á un mundo de placeres y elegancias +que le deslumbraba después de su vida sobria +y atlética junto á un educador severo. Me apoyaba +orgullosa en su brazo, riendo de las equivocaciones del +mundo. ¡Lo que hemos bailado el año antes de la guerra, +sin que nadie sospechase el verdadero afecto que me +ligaba á mi acompañante!</p> + +<p>Alicia hizo una pausa para saborear mejor sus recuerdos. +Sonreía vagamente al pensar en el error maligno +de las gentes.</p> + +<p>—Todos los té-tangos de los Campos Elíseos vieron +á la duquesa de Delille bailando con su nuevo capricho +amoroso. Y yo, Miguel, te lo confieso, me enorgullecía +con este error. Continué siendo la hermosa Alicia, rejuvenecida +por la fidelidad de un adolescente que la acompañaba +á todas partes con el entusiasmo del primer<a name="page_183" id="page_183"></a> +amor. Me parecía esto preferible al papel resignado y +pasivo de madre. Además, ¡nuestros comentarios alegres +al estar solos! Muchos de mis antiguos adoradores +sintieron renacer el pasado por envidia sorda, por la +instintiva rivalidad del hombre maduro ante el adolescente, +y me asediaban con sus galanterías. Mi Jorge +me amenazaba riendo: «Mamá, tengo celos.» Quería +que su madre no llamase la atención de ningún hombre, +para que fuera toda de él. Otras veces protestaba yo +con más motivo. Sorprendía las miradas codiciosas de +muchas mujeres de mi mundo fijas en él; la invitación +agresiva de algunas, que, por ser más jóvenes, se consideraban +con derecho á arrebatármelo. ¡Y él, tan bueno, +burlándose conmigo de estas pasiones que despertaba, +comunicándome otras que yo no podía adivinar!... Tú +no conoces tal vez esta juventud que llega detrás de +nosotros. Parece de otra carne y otra sangre. Nuestra +generación es la última que ha tomado en serio el amor, +dándole una importancia enorme, haciendo de él la +principal ocupación de una vida. Tú y yo no podemos +ser ya comprendidos: resultamos monstruos. Mi hijo +sólo se interesaba por una mujer: su madre; y aparte +de ella, los automóviles, los aeroplanos, los deportes... +Todos estos muchachos fuertes é inocentones parecían +adivinar lo que les esperaba...</p> + +<p>Fué extinguiéndose la momentánea serenidad con +que había hecho el relato de este período feliz. Siguió +hablando con voz sorda, entrecortada por sollozos. De +pronto, la guerra. ¿Quién podía imaginársela un mes antes?... +Y su hijo se avergonzaba de no correr como todos +los hombres á las estaciones de ferrocarril para incorporarse +á un regimiento. Una mañana la había aterrado +con la noticia de su enganche como voluntario. ¿Qué +podía hacer ella? Legalmente, no era su madre. Jorge +llevaba el nombre de un matrimonio de viejos criados +que se habían prestado á esta fingida paternidad. Además, +había nacido en Francia, y nada tenía de extraordinario +que, como tantos adolescentes, quisiera defender +su patria antes de ser llamado á las armas por la ley.</p> + +<p>La duquesa vivió algunos meses en un villorrio del +Mediodía, cerca del campo de aviación donde se amaestraba<a name="page_184" id="page_184"></a> +su hijo. Deseó prolongar hasta el último extremo +su vida con él. ¡Si se hubiese hecho soldado cuando +vivían separados y ella renegaba de su maternidad!... +Pero iba á perderlo en el momento más plácido de +su existencia, cuando se creía al lado de Jorge para +siempre.</p> + +<p>—No tardó mucho en ser piloto. ¡Cómo aborrecí la +facilidad con que dominaba el manejo de los aparatos! +Sus progresos me inspiraron orgullo y cólera. Estos jóvenes +sienten un verdadero fanatismo por la aviación, +nacida después de ellos y que han visto crecer ante sus +ojos de colegiales... Se marchó, y desde entonces no +vivo. ¡Tres años, Miguel, tres años de tormento! Bien +he pagado toda mi vida anterior. Aunque mis faltas +hubiesen sido más grandes, las tendría expiadas con +exceso. Puedes compadecerme. Son dolores que tú no +conoces.</p> + +<p>El primer año de soledad lo había vivido Alicia esperando +las cartas que llegaban con intermitencias del +frente de la guerra. Muy contadas alegrías. Jorge había +venido á París una sola vez con permiso, pasando media +semana junto á ella. De tarde en tarde recibía también +la visita de camaradas del aviador, acogiendo sus noticias +con lágrimas y sonrisas. Su hijo alcanzaba la Cruz +de Guerra después de un combate aéreo. La madre había +recortado el pequeño párrafo que hacía referencia á este +hecho, clavándolo con dos alfileres en la seda que tapizaba +su dormitorio. Pasaba las horas contemplando con +una fijeza hipnótica estos breves renglones. «Bachellery +(Jorge), aviador, ha dado caza más allá de nuestras +líneas á dos aviones enemigos y...»</p> + +<p>Este Bachellery (Jorge) era su hijo, ¡su hijo! Nada le +importaba que los demás lo ignorasen. Su orgullo parecía +crecer en el misterio. En sus entrañas se había formado +aquel mocetón hermoso, fuerte é inocente como +los héroes de las leyendas. Todos los hombres conocidos +en su vida anterior se empequeñecían y afeaban; eran +seres inferiores, procedentes de otra humanidad, cuya +existencia debía olvidar.</p> + +<p>De pronto, el accidente estúpido y ciego que hacía +caer la noche sobre ella. El aviador salía una hermosa<a name="page_185" id="page_185"></a> +mañana en su aparato de caza, elevándose á través de +las nubes en busca del enemigo, con la alegre confianza +de un joven paladín marchando al encuentro de las +aventuras. Repentinamente, un pequeño desarreglo en +el motor, un descuido de los encargados de su preparación, +algo de poca importancia en tiempo ordinario... Y +tenía que descender, imposibilitado de seguir su vuelo; +pero el viento y la desgracia le hacían tocar tierra en +las líneas alemanas.</p> + +<p>—Cien metros más acá, hubiera caído entre los suyos... +¡Qué quieres! Era yo demasiado feliz; debía conocer el +verdadero dolor... Te confieso que en el primer momento +casi sentí alegría: una alegría egoísta de madre. ¡Prisionero! +Esto representaba la seguridad de su existencia; +ya no me lo matarían en un combate aéreo; ya no estaba +en peligro de morir despedazado ó quemado debajo +de su aparato roto. ¡Pero luego!...</p> + +<p>Luego, esta seguridad, que colocaba á su hijo al margen +de la guerra, era su tormento. Envidió la época en +que arrostraba el peligro diariamente, pero con libertad. +Los periódicos hablaban de las miserias de los prisioneros, +de su hacinamiento en fétidos barracones, del +hambre que sufrían. La vida de comodidades de la madre +resultó un continuo remordimiento. Al sentarse á la +mesa, al contemplar su mullido lecho, al percibir en +invierno la tibia caricia de la calefacción, viendo los +cristales floreados por la escarcha, creía estar usurpando +indignamente algo que era de otro. ¡Su hijo! ¡su +pobre hijo viviendo como un perro sin dueño, tendido +en la paja, atenaceado por el tormento del hambre! ¡Haber +producido un ser—ella que se creyó durante años y +años el centro de lo existente, disfrutando de todas las +comodidades—, y este pedazo de su vida agonizaba bajo +el suplicio de una miseria como sólo la conocen los mayores +abandonados!... Nunca pudo imaginarse que la +suerte le reservase esta ironía.</p> + +<p>Se agitó en los primeros meses con el cariño agresivo +é irracional de la hembra que ve sus cachorros en +peligro. Corrió de ministerio en ministerio, valiéndose +de todas sus relaciones sociales. ¡Pero eran tantas las +madres!... No iban á emprender una gestión diplomática<a name="page_186" id="page_186"></a> +sólo para ella. Todos los días enviaba á las oficinas +encargadas del socorro de los prisioneros grandes paquetes +de víveres destinados á su hijo. Al final se negaban +á admitirlos. No podía ocuparse el servicio únicamente +en socorrer á un simple protegido de la duquesa +de Delille. Había miles y miles de hombres que estaban +en su misma situación. Y ella no podía gritar: «¡Es mi +hijo!» Nada adelantaba con esta revelación escandalosa. +Y siguió entregando sus paquetes regularmente, aunque +no fuesen para Jorge. Servirían para saciar el hambre +de otros. Conoció la magnanimidad de los inmensos dolores; +hizo sus dádivas como una madre que, al rezar +por su hijo desahuciado, reza por los demás enfermos, +creyendo que con esta generosidad serán mejor atendidas +sus súplicas.</p> + +<p>Además, ¡la duda cruel!... Los empleados, al tomar +sus paquetes, sonreían tristemente. Era casi seguro que +se los apropiarían los guardianes. Todos los comestibles +de precio que destinaba á su hijo iban á servir para que +los reservistas de Alemania encargados de la custodia de +los prisioneros cenasen alegremente, con una alegría de +mastines feroces, brindando por la gloria de su kaiser y +el triunfo de su pueblo sobra el mundo entero. ¡Dios mío! +¿Qué hacer?...</p> + +<p>Muy de tarde en tarde, llegaba á sus manos, con +enorme retraso, una tarjeta postal revisada por la censura +alemana. Cuatro líneas nada más, escritas como +los niños escriben en la escuela, bajo la mirada del +maestro que está á sus espaldas. Pero era la letra de su +Jorge. «Bien de salud. No nos tratan mal. Envíame comestibles.» +Pasaba largas horas contemplando estos renglones +tímidos y mentirosos. Adquirían para ella una +nueva fisonomía; decían otra cosa: la verdad. Recordaba +los relatos de cautivos moribundos venidos de +aquellos campamentos de suplicio, y los renglones parecían +balbucear, con el gemido de un niño enfermo: +«Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!»</p> + +<p>Hubo momentos en que creyó perder la razón. Todo +lo que le rodeaba hacía surgir en su memoria la imagen +de aquel Jorge elegante, cuidado por ella con mimos +infantiles. Había vigilado su guardarropa, se preocupaba<a name="page_187" id="page_187"></a> +del mérito de sus sastres, tenía que sufrir sus protestas +varoniles cuando pretendía vestirlo interiormente +de telas finísimas y encajes, lo mismo que ella. Por las +mañanas iba á sorprenderlo en su lecho, como á un +pequeñuelo, y besaba con devoción aquella carne de +atleta, que era su propia carne, metamorfoseada. Todo +le parecía mezquino y pobre para este mocetón hermoso +como un dios antiguo; cuidaba de su cama, de su tocador, +de su persona, con el fanatismo de una amorosa; +registraba sus bolsillos, para renovar incesantemente +los regalos de dinero. Suyas serían las minas mejicanas, +las tierras de la frontera, todo cuanto ella poseyese. Y +más tarde—no quería pensar cuándo—, lo casaría con +una mujer que fuera de su agrado; su nacimiento obscuro +iba á realzarse con la seducción de una riqueza enorme... +Pero el mundo se desplomaba de pronto en una +demencia furiosa, y este príncipe de la suerte, cuya +madre había conferenciado tantas veces con su jefe de +cocina, imaginando sorpresas gastronómicas dedicadas +á él, lloraba desde una llanura glacial remota y triste: +«Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!»</p> + +<p>—Tres veces fuí á Suiza, Miguel... Hasta propuse en +París que me diesen los medios de pasar á Alemania, +ofreciéndome como espía, pero se rieron de mí... Tenían +razón: ¡qué iba á espiar yo! Mi hijo... lo que yo +quería era ver á mi hijo. En Suiza encontré dos inválidos +que acababan de ser canjeados y procedían del +campo en que estaba mi Jorge. Conocían al aviador +Bachellery. Había intentado escaparse cinco veces; gozaba +cierta fama entre sus compañeros de miseria por +la altivez con que hacía frente á los guardianes más +crueles... Sus últimas noticias eran inciertas; habían +dejado de verle, pero creían que estaba ahora en otro +campo de prisioneros, un campo de castigo, muy lejos, +cerca de Polonia, donde se aglomeran los rebeldes y los +peligrosos bajo una disciplina cruel, sufriendo terribles +correcciones.</p> + +<p>Su voz tembló de cólera al decir esto. Veía á su hijo +arrastrando cadenas, recibiendo golpes lo mismo que +un esclavo. ¡Ah! ¡no ser ella un hombre, para que la dejasen +á solas con el lúgubre histrión de los puntiagudos<a name="page_188" id="page_188"></a> +bigotes que hacía gemir de dolor á tantos millones de +mujeres!...</p> + +<p>—¡Y pensar que ha habido exaltados que mataron á +jefes de gobierno buenos ó insignificantes!... ¡Y +ni uno solo se le ocurrió suprimir al kaiser! Que no me +hablen de los anarquistas... No creo en ellos.</p> + +<p>Esta explosión de ira se desvaneció inmediatamente. +Otra vez su dolor desesperado la hizo gemir. Recordó +una fotografía que había visto en los periódicos: el suplicio +del poste, aplicado por los alemanes en los campos +de castigo; un francés, con el uniforme andrajoso, +amarrado á un madero como si fuese una cruz, en plena +llanura cubierta de nieve, sufriendo durante horas y +horas un frío homicida. Era la pena mortal aplicada +hipócritamente, con refinamientos salvajes. No se podían +distinguir los rasgos fisonómicos de aquel pobre +Cristo con la cabeza caída sobre el pecho. Tal vez era +su hijo. Y si no era Jorge, seguramente que había sufrido +también el mismo suplicio.</p> + +<p>—¡Cómo vivir en esta angustia interminable!... No +me han dejado volver á Suiza: me niegan el permiso. +Nada sé, y hay momentos en que mi cabeza parece que +va á romperse. Por eso evito estar sola, por eso juego y +necesito ver gente, hablar, huir de mis pensamientos... +Después sólo he recibido una postal de mi hijo, sin fecha, +sin el lugar de procedencia, que dice casi lo mismo que +las otras. La letra es suya, y sin embargo parece de +distinta mano. ¡Ay! ¡lo que me dice su letra!... Lo veo +como al otro, como al infeliz amarrado al poste, cubierto +de andrajos, con una delgadez esquelética... ¡Mi +hijo!</p> + +<p>Lubimoff tuvo que oprimir sus dos manos fuertemente, +tirar de ellas para sostenerla y que no se arrojase +sobre la cama con histéricas convulsiones. Se arrepintió +de haber venido, provocando con su curiosidad una +confesión que despertaba las tristezas de esta mujer.</p> + +<p>Ella, que le miraba sin verle, con los ojos desmesuradamente +abiertos, acabó por concentrar sus pupilas, +fijándose en la emoción de Miguel. Esto la hizo serenarse +un poco.</p> + +<p>—Feliz tú, que no conoces este suplicio. Es interminable:<a name="page_189" id="page_189"></a> +no tiene remedio. Cuando pienso en él, creo que +voy á morir. ¡No saber nada! ¡no poder nada!... Necesito +distraerme, pensar en otras cosas. Hay que vivir; no +podemos llorar á todas horas. Pero si llego á interesarme +por algo, inmediatamente surge el remordimiento. +Me insulto yo misma: «¡Mala madre, que lo olvidas!» +Raro es el día que como sin llorar. Me atormenta la +idea de que él sería feliz con los sobras de mi mesa, +con lo que comen los domésticos, ¡quién sabe si con lo +que le dan al perro! Y Valeria y Clorinda, al ver mis +lágrimas, no pueden explicarse un dolor tan insistente. +Ignoran mi secreto; creen, como todo el mundo, que se +trata de un simple protegido ó de un pequeño amante: +no comprenden esta desesperación por un hombre... Por +eso juego tanto; es lo único que me preocupa verdaderamente +y me hace olvidar por unas horas; es mi anestésico. +En otros tiempos jugaba por el placer de la +emoción, por el gusto de reñir con la suerte, porque me +halaga el asombro de los curiosos viéndome aventurar +con indiferencia cantidades enormes. Ahora es por él, +sólo por él.</p> + +<p>Alicia recordó el mal estado de su fortuna. Estaba +ya quebrantada seriamente años antes, pero ella tenía +la esperanza de una pronta reconstitución. Además, los +tiempos anteriores á la guerra habían sido la mejor +época de su existencia. Tenía á su hijo; se dejaba llevar +por la vida, sin pensar en los negocios. Luego, al +perder á Jorge, se había consumado al mismo tiempo +su ruina.</p> + +<p>—¡Si yo tuviese la riqueza de antes! Conozco el poder +del dinero; hubiese removido con él á los hombres y +hasta á los gobiernos. Habría escrito al kaiser ó á Hindenburg, +enviándolos un millón, dos millones, lo que +pidieran. «Ya que ustedes restablecen la esclavitud y +saquean los pueblos, ahí va dinero. Devuélvanme á mi +hijo.» Y lo tendría ya á mi lado. ¡Pero soy pobre!... ¡Si +supieras cómo amo ahora el dinero, sólo por él! Sueño +con dar un golpe; ganar en dos ó tres días quinientos +mil francos ó un millón. ¡Qué alegría la mía cuando +llego del Casino con unos miles de francos! «Para enviarle +paquetes... para que mi pobrecito coma.» Escribo<a name="page_190" id="page_190"></a> +á los proveedores ó busco yo misma, acordándome de +las cosas que más le gustaban. Tú eres rico é ignoras las +dificultades del momento presente. ¡Lo que escasean las +cosas! ¡lo caras que cuestan!... Yo, antes, tampoco sabía +nada de esto... Y le envío paquetes de víveres de los mejores; +y siento orgullo al decirle con mi pensamiento: +«Es con el dinero que ha ganado mamá para ti... es +con mi trabajo.» No sonrías, Miguel. Así es. ¿En qué +otra cosa puedo yo trabajar?... Lo único que me apesadumbra +es la dirección de estos envíos. «Para el aviador +Bachellery, prisionero en Alemania.» No sé más, +¡y son tantos los prisioneros! Casi todos mis envíos deben +perderse; pero alguno llegará á sus manos. ¿No +crees tú que alguno llegará?</p> + +<p>Miguel acogió esta pregunta ansiosa con un vago +gesto de conformidad. Sí, tal vez; era casi seguro.</p> + +<p>Alicia mostró de pronto cierta confianza. Ocho meses +que nada sabía de él; pero otras madres estaban en el +mismo caso. No debía desesperar. Hombres dados por +muertos en las primeras batallas volvían á sus casas +después de un largo cautiverio. Además, ¿era lógico que +un hijo de ella muriese de hambre y de miseria lo mismo +que un mendigo?...</p> + +<p>Lubimoff asintió otra vez. Verdaderamente, no era +lógico.</p> + +<p>—Hay momentos en que siento una alegría inexplicable: +el aviso misterioso de que voy á recibir una buena +noticia; la misma corazonada de los días en que llego al +Casino segura de ganar... y gano. He escrito al rey de +España, que se ocupa de la suerte de los prisioneros y +muchas veces hasta consigue que los devuelvan á su +patria. He hecho que le escriban un sinnúmero de amigos. +¡Si me devolviese á mi Jorge!... Espero á lo menos +una buena noticia, saber dónde está, convencerme de +que vive. Me bastaría con que le internasen en Suiza, +como á los grandes heridos, y yo iría á vivir con él. +¡Qué felicidad que estuviese en Lausanne ó en Vevey, +á orillas del lago, como está mi marido!</p> + +<p>El recuerdo del duque la hizo sonreir con una bondad +melancólica.</p> + +<p>—Te advierto que no lo olvido. Todo lo que me sobra<a name="page_191" id="page_191"></a> +de los envíos á Jorge lo meto en un paquete vía Ginebra. +«Para el teniente coronel Delille.» ¡Ay! Este sí que +llega. ¡Pobre viejo! Sus respuestas son casi de amor... +Yo le regalo salchichones y botes de conservas, en recuerdo +de los mazos de flores de veinte luises que me +envió cuando pretendía mi mano... ¡Qué tiempos, Miguel! +¡Quién podía imaginarse este trastorno de las personas +y las cosas!...</p> + +<p>Hablaba ya con más tranquilidad, como si el recuerdo +de su hijo hubiese retrocedido á un segundo plano de +su memoria.</p> + +<p>—Todo me anuncia una buena noticia. La desgracia +no puede durar tanto tiempo, ¿no te parece? Es como la +mala suerte en el juego: acaba por pasar; lo que importa +es tener fuerzas para resistirla... Debería sentirme satisfecha. +La emoción apenas me ha dejado dormir esta noche... +He pasado de los treinta; ya sabes: esos treinta +mil francos que parecían antes el límite de mi suerte. +Anoche gané ochenta mil. Tu amigo Lewis estaba furioso. +Cree que esto sólo les ocurre á las mujeres: ganar +jugando á capricho, burlándose de las reglas.</p> + +<p>Adivinó ella en la mirada del príncipe su extrañeza +por esta alegría después del llanto reciente.</p> + +<p>—No puedo permanecer sola. ¡Los recuerdos!... Tal +vez me has oído cantar mientras subías. Es una canción +inglesa que cantaba mi hijo. Por las mañanas iba yo á +escucharla detrás de su puerta, como una enamorada +que se contenta con la voz mientras espera la presencia +del hombre amado. Siempre que estoy sola la repito +maquinalmente; me imagino que es Jorge el que canta, +y se me llenan los ojos de lágrimas, pero son de ternura, +lágrimas dulces... Al hacer mi cama he creído oirle, lo +mismo que cuando iba y venía por su dormitorio y yo +le espiaba al otro lado de la puerta. Mi voz era su voz. +Por eso al entrar tú me temblaron las piernas. Supuse +por un momento que tú eras él. ¡Qué emoción cuando +le vea!... Porque yo le veré. La desgracia no puede durar +eternamente. ¿No crees tú que le veré?...</p> + +<p>Sus ojos entornados sonreían á una lejana visión de +esperanza. Y Miguel, que había permanecido silencioso +mucho tiempo, habló para infundirle ánimo. ¡Pobre mujer!<a name="page_192" id="page_192"></a> +Sí; vería á su hijo. A la edad de él se resisten todas +las fatigas. Volvería; aún serían felices los dos, comentando +el infortunio presente como un mal sueño.</p> + +<p>—Además, yo te ayudaré. Hay que proceder activamente +para que te devuelvan tu hijo. Escribiré al rey +de España. Lo conozco; almorzó en mi yate una vez que +estuve en San Sebastián. Tengo buenos amigos en París, +hombres políticos, diplomáticos; les escribiré á todos... +Y en último término, si no queda otro recurso, buscaré +por medio de un gobierno neutral hacer llegar una carta +á Guillermo II. Tal vez me atienda: debe acordarse de +mí, de su visita á mi buque...</p> + +<p>Ahora fué ella la que oprimió sus manos. Le miraba +fijamente, con los ojos turbios de lágrimas, sonriendo al +mismo tiempo para expresar su gratitud.</p> + +<p>—¡Qué bueno eres!—exclamó después de un largo +silencio—. El día que estuve por primera vez en Villa-Sirena +me convencí de mi gran error. ¡Qué mal nos conocíamos! +Ha sido necesaria la desgracia para vernos +tales como somos. Primeramente me ofreciste remediar +mi pobreza; ahora quieres devolverme á mi hijo...</p> + +<p>Se dejó arrastrar por una afectividad impulsiva. Lubimoff +vió cómo se inclinaba su cabeza, y sintió inmediatamente +el contacto de su boca en una mano. Dos +besos ruidosos y una voz que gemía: «¡Gracias... gracias!» +El príncipe se puso de pie. Le era imposible tolerar +este gesto humilde. Pero al mismo tiempo ella se +irguió igualmente; quedaron sus ojos á idéntico nivel, y +como si quisiera completar la reciente caricia, se abalanzó +sobre el príncipe, le tomó la cabeza entre sus manos +y le besó la frente.</p> + +<p>Una oleada de perfume carnal, semejante á la otra +que le había envuelto al recibir la sábana en pleno rostro, +volvió á conmover su organismo. Se daba cuenta +del alcance de esta caricia: un simple beso de gratitud, +un arrebato de madre que expresa sus sentimientos con +excesiva vehemencia. A pesar de esto, la turbación que +le dominaba, cruel y voluptuosa á la vez, le impulsó á +abrir los brazos para abarcar y apropiarse lo que tenía +á su alcance... Pero sus manos ávidas se perdieron en +el vacío.<a name="page_193" id="page_193"></a></p> + +<p>Ella, arrepentida de su acto, se había echado atrás, +retrocediendo unos cuantos pasos. Estaba en el hueco +de la puerta, dispuesta á continuar su huída. Se arreglaba +maquinalmente los cabellos y secaba sus lágrimas, +mientras el rubor se extendía por su rostro.</p> + +<p>—¡Qué loca soy!—murmuró—. Perdóname. ¡Es tanta +mi gratitud al saber que quieres ayudarme!...</p> + +<p>Señaló al mismo tiempo el balcón. Abajo, en el jardín, +sonaba la voz del hortelano llamando á su perro para +que no continuase ladrando junto á la escalinata de la +«villa», como si olfatease la presencia de un intruso.</p> + +<p>—Vámonos—ordenó Alicia con gravedad—. Las criadas +van á volver de misa. No me gusta que nos vean +aquí, en mi dormitorio. Podrían creer...</p> + +<p>Lubimoff, al serenarse, admiró el gesto pudoroso, la +tímida inquietud con que ella decía esto. Resurgió en su +recuerdo la mujer del «estudio» de la Avenida del Bosque; +hizo memoria de sus audaces teorías. ¿Realmente +era la misma?...</p> + +<p>Mientras bajaban, ella volvió la cabeza para hablarle, +como si adivinase sus pensamientos.</p> + +<p>—Debes reirte de mí. ¡Cuán lejos está la Alicia de +otro tiempo!... Soy menos mala que parecía, ¿no es +cierto?... Dime que no me crees mala; dime que sólo +me tienes por loca: una loca sin suerte...</p> + +<p>Abrió sus salones del piso bajo para dar á la visita +un aspecto de regularidad, pero el frío de las piezas +abandonadas, los muebles enfundados, el olor de cueva +húmeda, les hizo salir al jardín, continuando su conversación +al pie de la escalinata, como dos personas que +prolongan su despedida.</p> + +<p>La antigua doncella de la duquesa y la jardinera +encargada de la cocina pasaron repetidas veces ante +ellos con diversos pretextos. Saludaban al señor mudamente, +con ojos de adoración y dulce sonrisa. ¿Este +buen mozo era el príncipe Lubimoff, del que tanto se +hablaba?... Habían oído su nombre muchas veces en +aquella «villa», y las dos le veneraron como un ser providencial, +todopoderoso, que podía con un gesto hacer +resurgir la perdida abundancia...</p> + +<p>Miguel no quiso prolongar su visita.<a name="page_194" id="page_194"></a></p> + +<p>—Ven á verme—dijo ella en voz baja, acompañándole +hasta la verja—. Ahora lo sabes todo. Tú eres el único. +Será muy dulce para mí que hablemos, que me consueles +y me ayudes.</p> + +<p>Las horas siguientes las pasó el príncipe silencioso +y preocupado. ¡Tantas novedades de una vez!... La +existencia de aquel hijo que nunca había podido sospechar; +la amorosa feroz convertida en madre; sus lágrimas, +su tormento silencioso que arrastraba como cadena +expiatoria á través de una vida loca... Y por encima de +todas estas sorpresas, la que él había experimentado en +su interior, la resurrección del hombre de otros tiempos, +la nueva caída en la servidumbre carnal, el doble latigazo +recibido en su estructura nerviosa al aspirar el perfume +del suave lienzo y al sentir en su frente la huella +de sus labios...</p> + +<p>Deseaba olvidar todo esto, y para conseguirlo concentró +su atención en las revelaciones que ella le había +hecho y en sus dolores de madre. ¡Infeliz Alicia! Al +verla empobrecida y llorosa, sin otra ayuda que la que +él pudiese concederle, empezó á sentir por esta mujer +un afecto duradero. Era el cariño del poderoso por el +débil al que protege; un amor paternal que no tenía en +cuenta la semejanza de edades ni la diferencia de sexos; +una ternura en la que entraba por mucho cierta lástima +dulce. Se conmovió al recordar el beso humilde +con que había acariciado sus manos; casi un beso de +mendiga. ¡Pobre! Esto bastaba para que se creyese obligado +á no abandonarla nunca. El orgullo de Alicia, +su ansia de dominación, le habían enfurecido en otro +tiempo. Acostumbrado á proteger generosamente á las +mujeres, pero sin someterse nunca á su voluntad, á considerarlas +á todas como algo agradable é inferior, no +podía transigir con este carácter soberbio. Eran los dos +igualmente poderosos y triunfadores para llegar á tolerarse. +¡Pero ahora!...</p> + +<p>Renacía en su memoria tal como la había contemplado +en el dormitorio, con los ojos acuosos, agrandados por +el dolor, y una perla pendiente de sus lagrimales, trágicamente +bella, como las vírgenes que tienen sobre las +rodillas el cuerpo del hijo crucificado... <i>¡Máter dolorosa!</i><a name="page_195" id="page_195"></a></p> + +<p>Pero una segunda persona que parecía hablar en el +interior del príncipe con fría clarividencia protestó de +esta imagen. No era una madre dolorosa. La madre no +abandona á su hijo: renuncia á todas sus vanidades por +él; abdica su presente y su porvenir, como si no tuviese +más vida que la de este pedazo de su propia carne; le +da el jugo de sus pechos y todas sus horas; sigue minuto +por minuto su desarrollo, batiéndose con la enfermedad, +burlando al peligro; no espera para amar el +esplendor de la adolescencia triunfante... ¡mientras que +la otra!...</p> + +<p>La otra era Venus dolorosa. Hasta en sus momentos +más desesperados se mantenía bella, y su dolor resultaba +un nuevo medio de seducción. Era madre, pero seguía +siendo mujer: la terrible mujer perturbadora odiada por +el príncipe.... ¡Atención, Miguel!</p> + +<p>Con una sonrisa de superioridad respondió mudamente +á estas reflexiones.</p> + +<p>«¡Acaso voy á enamorarme de ella!—se dijo—. La +quiero como no creí nunca que podría quererla. Pero +sólo es un amigo, un compañero digno de lástima, que +debo proteger.»</p> + +<p>A la hora del almuerzo, Spadoni no se presentó en +Villa-Sirena. Atilio le había visto en el Casino con sus +amigos los ingleses de Niza. Estarían almorzando juntos +en el Hotel de París, para hablar de nuevas combinaciones. +La última consistía en jugar cuatro en diversas +mesas, siguiendo un «sistema» común que el pianista +juzgaba infalible.</p> + +<p>Después de tomar el café, todos los habitantes de +la lujosa «villa» parecieran agitados por una comezón +que no les dejaba continuar en sus asientos. Castro se +marchó el primero, anunciando que iba al Casino. Le +avisaba el corazón «una gran tarde». Tenía entre ojos +á un <i>croupier</i> que empezaba su servicio á las tres y +media. Conocía su modo de tirar la bola. Cada uno +tiene su especialidad: unos son de mano larga; otros de +mano corta. Este la hacía caer con frecuencia en el 17: +su número.</p> + +<p>Novoa se fué detrás de él, pero con menos franqueza. +Balbuceó ruborosamente al despedirse del príncipe. Tal<a name="page_196" id="page_196"></a> +vez iría á pasar la tarde con sus amigos de Mónaco; tal +vez hiciese un pequeño viaje por el camino de Niza +hasta Cap d'Ail ó Beaulieu. Era la confusión del señor +que no sabe mentir.</p> + +<p>El príncipe quedó solo. Miró un rato el mar; luego +cambió de ventana, contemplando sus jardines. Oprimió +el botón de un timbre para que acudiese don Marcos. No +sabía qué decirle, pero necesitaba verlo para no estar +solo. Se presentó una de las criadas viejas, anunciando +que el coronel se había ido á Monte-Carlo.</p> + +<p>—¡Este también!—dijo el príncipe.</p> + +<p>Tomó su sombrero y su gabán para escapar al tedio +de una tarde de domingo pasada á solas. Además, una +fuerza indefinible tiraba de él igualmente hacia la inmediata +ciudad. Avanzó por el jardín, dejando á sus +espaldas la «villa». Le pareció más grande al quedar +abandonada, y que su silencio ceñudo é irritado equivalía +á una protesta muda. «¿Para eso la habían construído, +gastando tan enormes cantidades?...» Por la carretera +inmediata se deslizaban tranvías y carruajes repletos +de gente de Monte-Carlo que iba en busca de un +pedazo de mar sonriente, de un grupo de pinos, de una +altura panorámica.</p> + +<p>¡Y el poseedor de los jardines famosos de Villa-Sirena +los abandonaba para irse á una población de la +que huían los otros!... Lubimoff se acordó del hermoso +plan de vida elaborado meses antes: una comunidad de +laicos encerrada en este rincón paradisíaco; música, +astronomía, agradables conversaciones, trabajos higiénicos. +Y los monjes se escapaban con toda clase de pretextos; +él, que era su jefe, también sentía una necesidad +inexplicable de imitarlos, y hasta Toledo, fiel admirador +de aquella propiedad que consideraba la mejor obra +de su existencia, parecía sufrir la misma fiebre ambulatoria.</p> + +<p>Se volvió cerca de la verja para contemplar su hermoso +dominio, como si le pidiese perdón. Un silencio de +palacio encantado: los jardines dormitaban como bosques +de ensueño. Creyó ver al final de una larga avenida +el revoloteo de dos grandes pájaros. Eran Estola y +Pistola, con sus fracs de faldones excesivamente largos,<a name="page_197" id="page_197"></a> +corriendo hacia el final del promontorio. Para los dos +solos se había construído Villa-Sirena. Podían jugar con +un regocijo gimnástico de adolescentes por aquellos jardines +que envidiaban los curiosos pegados á la verja; +podían romper en sus carreras las plantas raras traídas +del otro lado del planeta, saltar de roca en roca en busca +de los pececillos que dejaban las olas en los minúsculos +lagos de las oquedades de la piedra, hasta que sus fracs +quedasen bien mojados y sus zapatos rotos, para desesperación +del coronel, que todos los días pasaba revista +á su gente.</p> + +<p>Miguel no quiso preguntarse adónde iba. Su paseo +era seguramente con un fin determinado, pero consideró +inoportuno pensar en él.</p> + +<p>Vió de pronto dos corrientes de gentío que, viniendo +en opuestas direcciones, se encontraban y confundían, +subiendo juntas una escalinata corta y anchísima partida +por dos pasamanos y cubierta por tres alfombras +rojas.</p> + +<p>Estaba ante las puertas del Casino. Por un lado iban +llegando los que acababan de descender del ferrocarril; +por otro, los que habían recogido los tranvías en todos +los pueblos de la Costa Azul, desde Niza á Monte-Carlo.</p> + +<p>Cantaba aquella tarde un tenor italiano célebre, y +una parte de la muchedumbre, despreciando el juego +por el momento, se aglomeraba en el teatro.</p> + +<p>Lubimoff se vió atendido inmediatamente por dos +graves señores de levita y corbata negras, con la cabeza +descubierta: dos inspectores del Casino.</p> + +<p>—¡Desolados, príncipe! Todo lleno; hasta en los pasillos +hay gente.</p> + +<p>Pero como era él, uno de los dos lo acompañó hasta +el palco de los ministros de Mónaco. El gobernador del +príncipe soberano le conocía y quiso cederle el mejor +lugar; pero Miguel se mantuvo en segundo término, por +miedo á la curiosidad del público.</p> + +<p>Era un teatro sin pisos altos; una sala de espectáculos +más ancha que profunda, con filas de butacas todas +iguales y al mismo precio, y un escenario que servía +para los conciertos y excepcionalmente para las representaciones +teatrales. El mismo arquitecto de la Opera<a name="page_198" id="page_198"></a> +de París había repetido su abrumadora ostentosidad en +esta sala: oro por todas partes, molduras, cariátides, espejos +inmensos. No había un palmo de pared que no fuese +de estuco labrado y dorado. En el muro del fondo, sobre +las filas de butacas que se elevaban en acentuado declive, +había cinco palcos, los únicos: el del príncipe soberano +y los de sus dignatarios.</p> + +<p>Miguel escuchó á los cantantes, mientras examinaba +la apretada masa de público que podía distinguir desde +su asiento. Reconoció á muchos en esta contemplación +á vista de pájaro. Vió en las primeras filas una cabeza +gris, con los cabellos partidos de la frente á la nuca y +peinados hacia adelante hasta confundirse con unas +patillas á la austriaca. Era el coronel, que escuchaba +con cierta autoridad, balanceando el cráneo para conceder +su aprobación al célebre tenor. Pero no estaba +solo: le vió ladear el rostro hacia una cabellera rizada y +una sarta de gruesas cuentas de ámbar. ¡Ah, traidor!... +Indudablemente, la hija del jardinero. Por esto se había +dado tanta prisa en huir: una exigencia de la aprendiza, +deseosa de escuchar á aquel artista del que tanto +hablaban las señoras. Cuando el grueso ruiseñor quedaba +oculto entre bastidores, el coronel ofrecía á su protegida +un cucurucho lleno de caramelos. ¡Caramelos en +tiempo de guerra! Un verdadero derroche que sólo se +podía permitir un enamorado.</p> + +<p>En el entreacto, el príncipe se marchó furtivamente, +temiendo encontrarse con don Marcos y que su presencia +le amargase una tarde feliz. Además, no le interesaba +la ópera ni aquel cantante tan alabado.</p> + +<p>Atravesó el gran atrio de columnas de jaspe que sostienen +una galería con balaustres rematados por candelabros +de bronce. En un extremo, sobre tableros, estaban +las últimas noticias. El príncipe las leyó sin curiosidad. +«Nada; lo de siempre. Sigue la monótona guerra +de trincheras. El terreno ganado ó perdido á metros. +Esto no acabará nunca...»</p> + +<p>Se deslizó entre los grupos que paseaban durante los +entreactos, evitando que le viese el coronel. ¡Pobre Toledo! +Iba gravemente orgulloso al lado de aquella protegida +que podía ser su nieta. Miraba hostilmente á los<a name="page_199" id="page_199"></a> +jóvenes, mientras la muchacha, á sus espaldas, lanzaba +ojeadas á todos los hombres con uniforme.</p> + +<p>El príncipe tuvo que abrirse paso á través de un +grupo inmóvil y compacto. Eran oficiales convalecientes, +franceses, canadienses, australianos, ingleses, y revueltas +con ellos, enfermeras de varios tipos; unas con +velos monacales y aspecto frágil; otras varoniles, con +corbata y levita de botones dorados, sin otra prenda +femenil que la falda... Algunas más viejas, de pelo corto, +cara roja y grandes anteojos de concha, exigían un detenido +examen para que de su aspecto híbrido pudiera +surgir la convicción de que eran mujeres. Se amontonaban +ante las tres dobles mamparas que dan acceso á +las salas de juego. Todo el que perteneciese á las fuerzas +de mar y tierra de cualquiera nación no debía pasar de +aquí: los militares sólo podían entrar en la sala de espectáculos +y el atrio del Casino. Y estas gentes, que en +sus lejanos países habían oído hablar muchas veces de +Monte-Carlo, al verse en él por los azares de la guerra, +se amontonaban junto á las mamparas con una curiosidad +infantil, admirando instantáneamente, al abrirse y +cerrarse aquéllas, la rápida visión de los salones dorados, +puestos en fila y llenos de público. Después se retiraban, +cediendo el sitio á otros camaradas. Ya habían +visto; ya podían afirmar que Monte-Carlo no guardaba +secretos para ellos.</p> + +<p>Los empleados de levita negra abrieron una de las +mamparas, saludando al príncipe como á un antiguo +conocido.</p> + +<p>Era la primera vez que entraba en los salones de +juego después de su vuelta. Creyó que caía con milagrosa +regresión en el mundo anterior á la guerra; que +todas las cosas que afligían á la humanidad quedaban +al otro lado de la puerta, como queda una acción dramática, +falsa pero emocionante, sobre el escenario de +un teatro que abandonamos.</p> + +<p>Hasta encontró cierto atractivo en la arquitectura +de estos salones, por ser algo familiar que le recordaba +épocas agradables de su existencia.</p> + +<p>Estaba en la sala del Renacimiento, pero toda su +atención fué atraída por la pieza inmediata, la rotonda<a name="page_200" id="page_200"></a> +central del Casino, el llamado salón de Schmit, al que +convergen los otros salones y que parece prolongarse +por debajo de las portadas divisorias hasta el fondo del +edificio.</p> + +<p>Un silencio rumoroso surgía de las aglomeraciones +humanas en torno de las mesas verdes. Todos al hablar +lo hacían en voz baja, como en una iglesia. De vez en +cuando, este susurro se cortaba con un largo rechinamiento, +con un ruido igual al de los guijarros de una +costa arrastrados por la ola. Eran las raquetas de los empleados, +que barrían el paño verde, llevándose las monedas, +las fichas, todos los despojos de la pérdida, chocando +unas con otras las piezas de metal y las de falso +hueso. La voz de los <i>croupiers</i> se elevaba sobre este silencio +febril de colmena bullente como la del oficial que +ordena una maniobra. «Hagan sus juegos...» «¿El juego +está hecho?...» «No va más.» El silencio perdía su envoltura +rumorosa; se iba adelgazando. Los pechos respiraban +con menos fuerza; los cuellos se estiraban para +ver mejor sobre el hombro vecino; algunas mujeres permanecían +sobre un pie nada más, echando atrás el otro, +como bailarinas que se inclinan para tocar el suelo con +las manos. Todos se apretujaban, sin reparar en el sexo +á que pertenecían las carnes inmediatas; y en esta +pausa de rostros alargados, cejas fruncidas, bocas rígidas +y miradas convergentes sonaba, aumentado por un +eco diabólico, el correteo de la bolita de marfil por la +ranura circular del borde de madera, mientras la rosa +de colores de la ruleta iba girando como un kaleidoscopio +en sentido inverso.</p> + +<p>De pronto, un golpe seco. La bola había terminado +su fuga circular, cayendo en un número. Se prolongaba +el silencio; los rostros parecían estirarse aún más; los +puños se apretaban convulsivamente. Otra vez el ruido +de guijarros movidos por la ola. Las raquetas barrían +el campo verde. Mal número para el público. Cuando +se elevaba en torno de la mesa un ahogado rugido, la +respiración de cien pechos descongestionados, los <i>croupiers</i> +tardaban varios minutos en reanudar el juego, +para pagar á los gananciosos y resolver cuestiones entre +los que reclamaban la misma puesta. Al terminar una<a name="page_201" id="page_201"></a> +partida, se disgregaban los grupos de una mesa para +trasladarse á otra; pero la orla de gente continuaba +siendo compacta, por los nuevos aportes de curiosos.</p> + +<p>Descendía de la claraboya central un resplandor +acaramelado. Fuera brillaba el sol sobre el mar azul; +aquí, la luz era de bodega: una luz, según Castro, semejante +á la del salón de sesiones de un Congreso de +diputados. Esta luz amarillenta, igual al oxidado fulgor +del oro viejo, parecía aumentar la suntuosidad de las +salas. Era la arquitectura majestuosa y rica que convence +al pueblo y á los ricos improvisados. Las columnas +y pilastras, de ónix y de bronce, sostenían un techo +magnífico, cortado circularmente por la cristalería de +la claraboya. En los cuatro triángulos de la bóveda estaban +representados escultóricamente el Aire, la Tierra, +el Fuego y el Agua, como si los tales elementos tuviesen +alguna relación con la industria que daba vida al vasto +palacio.</p> + +<p>Cuatro arañas de metal, enormes y rutilantes, completaban +la pesada suntuosidad. Allí donde no había +dorados ó espejos, ocupaban las paredes vistosas pinturas. +Estos cuadros y todos los que adornaban al Casino +eran objeto de las burlas de Miguel. Algunos resultaban +aceptables; los más parecían viejísimos, á pesar de que +no tenían más de cuarenta años, pero con una vejez sin +nobleza, lo mismo que si hubiesen pasado sobre ellos +varios siglos de desprecio y olvido.</p> + +<p>Atilio explicaba á su modo la presencia de tales +lienzos. Eran obra, según él, de aficionados arruinados +por el juego, que el Casino se veía en la obligación de +proteger.</p> + +<p>El príncipe empezó á encontrar figuras conocidas +entre este público incesantemente renovado, que cada +mes resultaba distinto. Todo el mundo pasaba por allí. +El pavimento, de diversas maderas ensambladas, era +uno de los caminos más frecuentados de Europa. Semejante +al antiguo Foro de Roma, punto de convergencia +de las rutas del mundo entero, este salón atraía á las +gentes desocupadas del planeta. Soñaban todos con poder +ir alguna vez á arrostrar una moneda en la gran +casa de juego mediterránea. El hombre de otros continentes,<a name="page_202" id="page_202"></a> +al desembarcar en el viejo mundo, inscribía +Monte-Carlo en su itinerario de viaje. Pero este río +humano que se deslizaba incesantemente, recibiendo el +aporte de nuevas olas, iba dejando aguas muertas, plantas +desarraigadas, troncos desmochados, en las sinuosidades +de sus ribazos.</p> + +<p>Lubimoff casi saludó á ciertas personas que le miraban +con afectuosa sorpresa, lo mismo que si viesen en +él á un resucitado.</p> + +<p>Un vejete de barba corta y dura sobre un rostro de cadavérica +palidez se inclinó profundamente á su paso, +sin que su modestia sufriese al no recibir contestación. +Era el hombre más buscado y halagado por las damas +que frecuentaban el Casino. Llevaba una especie de solideo +negro en la cabeza, el sombrero en la diestra y +una medalla de esmalte con el Corazón de Jesús en una +solapa. Atilio y Lewis también le habían buscado muchas +veces. Miguel estaba seguro de que era amigo de +la duquesa de Delille, y en más de una ocasión habría +visto sus lágrimas. Facilitaba dinero al cinco por ciento... +cada veinticuatro horas, y entretenía sus ocios estudiando +de lejos á los recién llegados, por si se ofrecían +como nuevos clientes.</p> + +<p>También sonrieron al príncipe algunas damas de +aspecto serio, todavía de buen ver, amplias de formas +por un extremo y enjutas por el otro, como personas +que se medicinan contra la obesidad y no obtienen un +resultado regular. Estaban sentadas en los divanes de +los ángulos, conversando entre ellas, mirando á los grupos +de jugadores con un aire de empleadas que descansan +después de cumplido su deber. Habían llegado á +Monte-Carlo muchos años antes, con joyas, con miles +de francos, con un hombre que sufría sus desigualdades +de humor y encima daba dinero; y todo se había volatilizado +en las mesas del Casino. Pero ellas seguían +agarradas al escollo de su naufragio, tal vez para siempre, +viviendo de los residuos de otros y otros, que, siguiendo +la misma ruta, venían á chocar y á perecer. +Se ofrecían á los forasteros como personas experimentadas +en los misterios de la casa; aconsejaban á las +parejas en viaje de amor qué número debían jugar,<a name="page_203" id="page_203"></a> +como si poseyesen el secreto. Además, se presentaban +en el Casino á primera hora, para ocupar los mejores +sitios en las mesas, y luego cedían su silla á un jugador +rico, cliente fijo, que las recompensaba con generosidad +si le favorecía la suerte.</p> + +<p>Aún tuvo otros encuentros. Pasaron junto á él unas +cuantas viejas, pero de una vejez incapaz de arrostrar +el aire libre y la luz del sol. Esta ancianidad se acentuaba +bajo adornos extraños que no recordaban ninguna +moda: trajes de colorines desteñidos que parecían +cortados de un cortinaje viejo y oliendo á casa ruinosa, +sombreros monumentales ó turbantes esféricos fabricados +con gasas de mosquitero. Unas eran de esquelética +delgadez, otras de lívidas adiposidades; pero todas llevaban +el rostro escandalosamente cubierto de bermellón +y círculos acarbonados en torno de los ojos moribundos.</p> + +<p>—Un luis, mi príncipe—murmuró la más atrevida—. +Tengo la seguridad de que me dará la suerte.</p> + +<p>Le temblaba al hablar la dentadura postiza, demasiado +grande. Un hedor de tumba acompañaba la sonrisa +de sus labios pintados.</p> + +<p>Miguel sabía quiénes eran por los relatos de Toledo. +El coronel, admirador de las majestades caídas, aceptaba +su conversación con melancólica deferencia. Una +había sido amante de Víctor Manuel; otra más vieja +recordaba entre suspiros los tiempos de Napoleón III y +de Morny. Todas iban á morir en este Monte-Carlo, último +rincón de la tierra que podía recordarles sus esplendores +de sesenta años antes. Algunas, en memoria de sus +joyas desaparecidas, ostentaban serenamente unos adornos +grotescos y bárbaros de latón y cuentas de vidrio. +Según el paradójico Castro, habían muerto hacía muchos +años, pasaban la noche en el cementerio de Mónaco, y +vistiéndose con los harapos de los otros cadáveres subían +al Casino, por la fuerza de la costumbre, para contemplar +una vez más el escenario de su remota juventud.</p> + +<p>El príncipe les dió unos cuantos billetes y siguió +adelante, mientras ellas corrían á jugar este dinero, después +de agradecer el regalo con una sonrisa de calavera, +último resto de la gracia profesional.<a name="page_204" id="page_204"></a></p> + +<p>Pronto dejó de fijarse en todos los parásitos que +vivían pegados á los engranajes de la formidable máquina, +nutriéndose con las migajas de su trituración. Se +sintió interesado por el público de jugadores, siempre +igual en apariencia y siempre distinto. Los había que +avanzaban apoyados en bastones: bastones de enfermo, +con contera de goma, únicos que eran admitidos en las +salas de juego, por temor á las disputas. Vió damas gelatinosas +de torpe paso; señores tullidos apoyados en el +brazo de un jayán con casaca galoneada, que los conducía +paternalmente hasta la ruleta, acomodándolos en su +asiento. Algunas paralíticas llegaban en un carruajito +infantil hasta la escalinata, y allí eran izadas á una silla +de manos y llevadas á través de los salones hasta su +lugar preferido. En ciertos momentos parecía este palacio +del juego un balneario célebre, un Lourdes milagroso. +Llegaban, como llegan los enfermos incurables á +otros lugares, empujados por la esperanza; pero esta esperanza +no era la de la salud, que les dejaba indiferentes. +Lo que les galvanizaba era la esperanza de la fortuna, +la ilusión de la riqueza, como si esta riqueza pudiera +servir de algo á sus pobres cuerpos, faltos de los +apetitos que amenizan la existencia.</p> + +<p>Resumió el príncipe mentalmente la vida pasional de +los humanos en dos placeres que eran el motor de todas +sus acciones: el amor y el juego. Los había que conocían +igualmente la doble atracción; Castro, por ejemplo. El +sólo había sentido interés por el amor é ignoraba el placer +del juego. Al levantarse de la mesa, siempre con ganancia, +no experimentaba la tentación de volver. Pero +viendo á los ancianos, los valetudinarios y los incurables +arrastrarse hacia la ruleta como á una piscina milagrosa, +los excusó compasivamente. ¿Qué otro placer +les quedaba sobre la tierra? ¿Cómo llenar el vacío de +una existencia que se prolongaba tenazmente?...</p> + +<p>Lo que no podía comprender era el gesto apasionado, +la mirada dura de otros jugadores sanos y fuertes. +Hombres jóvenes se movían entre las mujeres en torno +de la mesa con una brusquedad hostil; disputaban con +ellas ásperamente, tratándolas como á enemigos. Las +mujeres perdían de golpe su frescura y su gracia: se<a name="page_205" id="page_205"></a> +masculinizaban contemplando las filas de naipes del +«treinta y cuarenta» ó el volteo loco de la rueda de colores. +Tenían un gesto de luchador, con la boca tirante, +los ojos feroces, y avisadas por el instinto de esta transformación, +apenas se separaban del juego sacaban del +bolso de mano el espejito, los polvos, el colorete, para +remediar y borrar su pasajera decadencia.</p> + +<p>Las de aspecto más digno y correcto se mostraban á +veces las más atrevidas. Podían entregarse á un vicio +sin miedo al comentario, sin riesgo de ser criticadas, en +un lugar donde todas las mujeres hacían lo mismo y el +juego figuraba como algo oficial, digno de respeto.</p> + +<p>El príncipe sonrió acordándose de lo que le había +contado Toledo días antes: la desesperación de una señora +cuarentona que venía de Niza con sus dos hijas +todas las tardes y había acabado por perder cincuenta +mil francos.</p> + +<p>—¡Ojalá me hubiese echado un amante!—gemía la +matrona con ojos lacrimosos—. Mejor hubiera sido entregarme +al amor.</p> + +<p>Entró Miguel en otros salones sin claraboya. Los +racimos de bombillas eléctricas, al iluminarlos con un +resplandor absurdo, hacían pensar en el sol ardiente y +el mar azul que existían al otro lado de los muros de +oro y jaspe. Sobre las mesas, el alumbrado era de petróleo: +dos enormes pantallas abrigando cada una cuatro +quinqués que pendían de unas cadenas de bronce +de varios metros fijas en el techo. Así, si se cortaba +la corriente eléctrica, no había peligro de que los +clientes sintiesen la tentación de apropiarse el dinero de +la banca.</p> + +<p>De tarde en tarde sonaba una campanilla, agitada +discretamente por uno de los empleados de levita negra +que dirigían el juego. Una ficha, una moneda ó un billete +había caído bajo de la mesa. Y se presentaba con +una prontitud escénica, como si esperase entre bastidores, +un lacayo de casaca azul y oro llevando en las manos +una linterna sorda y un gancho para huronear entre +las piernas de los jugadores, hasta que encontraba el +objeto perdido.</p> + +<p>Una disciplina de buque de guerra, donde cada cosa<a name="page_206" id="page_206"></a> +está en su lugar y cada hombre en el sitio de sus funciones, +se notaba en las vastas salas. Varios señores respetables, +con la solapa condecorada, paseaban entre las +mesas con aire de oficiales de servicio, para convencerse +de que todo iba perfectamente. Allí donde las voces +subían de tono se presentaban con paso rápido para +cortar los discusiones. Cuando dos «puntos» se disputaban +una misma puesta, resolvían inmediatamente el +pleito pagando á los dos. El dinero acababa al fin por +volver á la casa.</p> + +<p>Según Atilio, estaba perforado el Casino por galerías +secretas, puertas invisibles y hasta trapas, lo mismo que +el escenario de una comedia de magia; todo para el +mejor servicio y evitar molestias á los clientes. Algunas +veces, un enfermo se desmayaba en la mesa ó caía muerto +por una emoción demasiado violenta. Al instante se +abría el muro más próximo, vomitando una camilla y +dos bomberos, que hacían desaparecer el cuerpo importuno +como por encantamiento. Los de la partida inmediata +no llegaban á enterarse.</p> + +<p>En otras ocasiones era un suicidio. Lubimoff conocía +una mesa llamada «del suicida», á causa de un inglés +que había querido morir teatralmente, disparándose un +pistoletazo al perder la última moneda. Las piltrafas de +su cerebro salpicaron la bayeta verde, las caras de los +vecinos y hasta las levitas de los <i>croupiers</i>. ¡Siempre hay +gentes de poco tacto, que no saben vivir en sociedad!... +Pero los bomberos surgían de la pared, llevándose al +muerto, limpiando de sangre la alfombra y la mesa, y +poco después, del óvalo de gente apretujada contra el +tablero verde surgía la voz sacramental: «Hagan sus +juegos...» «¿El juego está hecho?...» «No va más.»</p> + +<p>El príncipe se acordó del famoso «banco de los suicidas» +en los jardines del Casino. Una leyenda para periódicos. +No existía. Cuando se mataban varios en un +mismo banco, la administración lo hacía cambiar de +sitio inmediatamente. También era una exageración +folletinesca lo de la abundancia de suicidios: dos ó tres +por año nada más. Según Castro, había pasado de moda +esto de matarse en Monte-Carlo; resultaba una falta +imperdonable de buen gusto; lo discreto era irse lejos<a name="page_207" id="page_207"></a> +y desaparecer sin ruido. Además, la policía de la casa +tenía buen ojo para conocer á los desesperados, y les +facilitaba un billete de ferrocarril, aconsejándoles que +se matasen buenamente en Marsella, ó cuando menos en +Niza ó Mentón.</p> + +<p>Estaba Miguel cerca de la «mesa del suicida», junto +á la entrada de los salones privados, cuando notó cierto +revuelo en el público. Se buscaban los grupos para transmitirse +una noticia; los antiguos clientes se agitaban +con una emoción profesional. Algo importante estaba +ocurriendo. El príncipe conocía el significado de estas +ráfagas de curiosidad: un jugador ganaba ó perdía de +un modo extraordinario.</p> + +<p>Cierto nombre llegando vagamente á sus oídos hizo +que su atención se concentrase.</p> + +<p>—La duquesa de Delille... Doscientos mil francos...</p> + +<p>Todos los que tenían permiso para jugar en los salones +privados se precipitaban hacia la gran puerta de +cristales que da acceso á ellos. Miguel siguió esta corriente.</p> + +<p>Se vió en una pieza enorme, de techo altísimo. En +uno de sus lados se abrían cuatro grandes balcones sobre +las terrazas y el Mediterráneo. A causa de la guerra estaban +cubiertos con unas telas obscuras para ocultar la +luz interior. El muro de enfrente lo llenaban varios espejos +gigantescos. En lo alto, diez y seis cariátides blancas +y pechugonas, encorvadas bajo el peso del techo, sostenían +anchas bandas de cristales de roca con bombillas +eléctricas que dejaban caer un resplandor lunar.</p> + +<p>Los curiosos pasaban indiferentes ante las primeras +mesas de juego, para agolparse en torno de la última, +la del «treinta y cuarenta», al pie de un gran cuadro +en el que tres buenas mozas desnudas, sobre un fondo +de arboleda obscura igual á los jardines de Boboli, representaban +<i>Las Gracias florentinas</i>.</p> + +<p>Allí estaba el fenómeno. Avanzando su cuello entre +los hombros de dos curiosos, vió á Alicia sentada á la +mesa, con aspecto pensativo. Todas las miradas convergían +sobre ella. Ante sus manos se amontonaban varios +fajos de billetes y muchas fichas formando pilastras: +fichas ovaladas de quinientos francos y rectangulares<a name="page_208" id="page_208"></a> +de á mil, llamadas «jaboncillos» en el lenguaje del Casino, +á causa de su forma.</p> + +<p>Ella levantó de pronto la cabeza, como si el instinto +le avisase una presencia interesante, y sus ojos se dirigieron +rectamente hacia Miguel. Le saludó con una sonrisa +de felicidad. Pareció besarle con la mirada. Y todos, +con esa sumisión de las muchedumbres cuando se sienten +dominadas por el entusiasmo ó el asombro, siguieron +sus ojos para conocer al hombre que era acogido de este +modo por la heroína. El príncipe sintió halagada su vanidad, +lo mismo que cuando un artista célebre le saludaba +desde la escena y seguía cantando con la mirada +puesta en él, para dedicarle sus gorgoritos; lo mismo +que cuando, de joven, un matador de toros le dirigía un +gesto amistoso antes de dar la estocada final. Alicia +parecía brindarle su gloria.</p> + +<p>Pero inmediatamente volvió á recogerse en su ensimismamiento. +No estaba sola. Alguien invisible y poderoso +se erguía detrás de su asiento, ó se inclinaba +para soplar en su oído el consejo certero, la resolución +inesperada, la audacia original. Sus ojos, animados por +una luz fosforescente, contemplaban lo que nadie podía +ver. Su boca muda se estremecía con nerviosas contracciones, +lo mismo que si hablase á un ser misterioso +que no necesitaba del sonido para oir. Miguel adivinó +junto á ella la potencia demoniaca de las horas inolvidables, +la que proporciona á los artistas el acorde +maestro, la palabra luminosa, la pincelada suprema; la +que sugiere la matanza final en las batallas ó la astucia +decisiva en los negocios acompañados de quiebras y +suicidios.</p> + +<p>Se había lanzado al gran juego. Avanzaba con mano +negligente una columna de doce fichas rectangulares +rematada por otra oval: doce mil quinientos francos, +la cantidad máxima que puede arriesgarse al «treinta +y cuarenta». El público, con la idolatría que inspiran +los vencedores, se interesaba por la duquesa, como si +cada uno esperase participar de sus ganancias. Todos +presentían su triunfo. Y cuando efectivamente ganaba, +un murmullo de satisfacción, un resuello de desahogo +iba elevándose del óvalo de curiosos que se oprimían<a name="page_209" id="page_209"></a> +contra los respaldos de las sillas ocupadas por los jugadores. +De tarde en tarde perdía, y el profundo silencio +era de simpática conmiseración. Algunas veces, después +de haber avanzado la pilastra de fichas, entornaba +los ojos como si escuchase á su colaborador invisible, +movía la cabeza en señal de asentimiento y retiraba +su puesta. Surgía de nuevo el murmullo de satisfacción +al convencerse el público de que había retirado +su dinero á tiempo, lo que equivalía á un triunfo negativo.</p> + +<p>Muchos calculaban con ojos de codicia las cantidades +que se amontonaban ante sus manos.</p> + +<p>—Ya está en los trescientos mil... Tal vez tiene más... +¡Ojalá llegue á ganar millones!... ¡Qué gusto ver saltar +al Casino!</p> + +<p>A estos comentarios en voz baja se unían las exclamaciones +laudatorias de algunas viejas, adorando con +sus ojos á la victoriosa. «¡Qué simpática!... Una gran +señora. ¡Y tan bella!... ¡Que la suerte le acompañe!»</p> + +<p>Se movió un hombro negro sobre el cual asomaba su +cabeza el príncipe, y éste vió la cara de Spadoni junto +á sus ojos. No mostraba el pianista la menor sorpresa, +como si se hubiese separado de él pocos minutos antes. +Ni siquiera lo saludó. El asombro que dilataba su rostro, +el escándalo y la envidia que le infundía esta +fortuna insolente, necesitaban expansionarse con una +protesta.</p> + +<p>—¿Ha visto, Alteza?... No sabe jugar. Va contra todas +las reglas; va contra la lógica. No sabe... ¡no sabe!</p> + +<p>Inmediatamente volvió sus ojos á la mesa, olvidando +al príncipe, al oir un nuevo rugido del público. Faltaba +poco para que algunos saludasen con aplausos los repetidos +triunfos de la duquesa. Los que habían perdido +en los días anteriores se regocijaban con una alegría de +venganza. «¡Qué tarde!... ¡Esto se ve pocas veces!» Sonreían +dándose con el codo al notar las idas y venidas +de los inspectores, la presencia de altos empleados que +se esforzaban por ocultar sus impresiones, la cara larga +de los que volvían de la caja central con nuevos paquetes +de placas de mil francos para pagar á aquella +señora que por tres veces había dejado á la mesa sin<a name="page_210" id="page_210"></a> +dinero. La noticia de su fortuna circulaba por todo el +edificio. A aquellas horas los señores de la administración +debían estar hablando en su despacho del piso alto +de esta mala jugarreta que se permitía con ellos el +azar. Algo extraordinario y emocionante, igual al soplo +de una revolución, se extendía hasta los últimos +rincones. Los que carecían de permiso para entrar en +las salas privadas pedían noticias á los que salían de +ellas, repitiéndolas con la exageración del entusiasmo. +En los guardarropas, en los gabinetes de aseo, en los +pasillos interiores, en los subterráneos, en todos los recovecos +donde criados, camareras y bomberos viven +bajo una eterna luz artificial, esta novedad sacudía +la calma dormitante del personal subalterno. Era una +emoción igual á la que circula por los corredores medio +desiertos de una Cámara de diputados mientras +en el hemiciclo rebosante se defienden los ministros en +peligro de muerte. Iba creciendo la noticia al ir de grupo +en grupo, con esa satisfacción mezclada de inquietud +que inspiran á los humildes los malos negocios de sus +patrones.</p> + +<p>—Parece que arriba una duquesa ha ganado un millón... +No; ahora dicen que son dos millones.</p> + +<p>Y al dar la vuelta completa al edificio, los dos millones +habían engendrado uno más. Media hora después +eran cuatro para todos los modestos servidores que envejecían +viviendo del juego, sin haberlo visto nunca de +cerca.</p> + +<p>Miguel sintió de pronto una gran cólera contra +aquella mujer afortunada. Después de la sonrisa de saludo +ya no le había mirado más. Sus ojos pasaron repetidas +veces sobre él de un modo maquinal, sin llegar +á verle. Era uno de tantos curiosos espectadores de su +triunfo. En el mundo sólo existían en aquel momento la +baraja y ella.</p> + +<p>Su despecho le hizo sentir una indignación de moralista. +Nada le importaba que Alicia se olvidase de él. Lo +repitió mentalmente varias veces: nada le importaba. No +eran amantes ni existía entre ellos un afecto profundo. +¡Pero el hijo!... Se acordó de la escena de la mañana, con +sus gemidos y sus lágrimas. Y la madre estaba allí, entregada<a name="page_211" id="page_211"></a> +por completo á la voluptuosidad del azar, insensible +á todo lo que no fuese su torpe afición. Si alguien +la hablaba del aviador prisionero, tendría que hacer un +esfuerzo para recordar que existía, ¡y horas antes lloraba +sinceramente pensando en su cautiverio!...</p> + +<p>Era demasiado para el príncipe. Su severidad no +podía aceptar esta indiferencia. Y con los codos se abrió +paso entre la muchedumbre, despegándose de la espalda +de Spadoni, que seguía con ojos de hipnotizado los tesoros +crecientes de la duquesa.</p> + +<p>Lubimoff dió un paseo por el salón. Despreciaba el +egoísmo de Alicia, pero carecía de fuerzas para marcharse. +Necesitaba estar cerca de ella; quería convencerse +de hasta dónde podía llegar su insensibilidad.</p> + +<p>Se tropezó con un señor que caminaba entre las +mesas agitando las manos detrás de su espalda y mascullando +frases ininteligibles. El amigo Lewis.</p> + +<p>—¿Ha visto usted cómo juega?—dijo con acento de +cólera al reconocer al príncipe—. Como una bestia, +como una verdadera bestia.... No debían dejar entrar á +las mujeres.</p> + +<p>Toda la tarde había estado perdiendo, de acuerdo +con las reglas y la experiencia. No le quedaba dinero +ni para sus <i>whiskys</i>: tendrían que fiarle en el <i>bar</i>. Pero +recordando de pronto que la de Delille era parienta de +Lubimoff, añadió:</p> + +<p>—Siento mucho ofenderla; pero juega como una imbécil.</p> + +<p>Y le volvió la espalda, para continuar su monólogo +furibundo.</p> + +<p>Don Marcos pasó rápidamente sin ver al príncipe, +abriéndose paso entre la masa de curiosos, con su autoridad +de personaje decorativo. Acababa de abandonar +apresuradamente á la hija del jardinero. La noticia había +circulado por el teatro, logrando que muchos renunciasen +al final de la ópera, para presenciar esta suerte +inaudita, que era para ellos un espectáculo de mayor +interés.</p> + +<p>En una mesa de ruleta encontró á Clorinda que jugaba +parcamente, teniendo á Castro detrás de su asiento.</p> + +<p>«La Generala» había presenciado la primera parte<a name="page_212" id="page_212"></a> +de la victoria de su amiga. «Va á perder, esto no puede +durar», pensaba á cada golpe. Luego se había retirado +de la mesa, explicando su actitud á Castro y á otros +amigos. No podía presenciar con tranquilidad cómo +Alicia hacía un juego tan arriesgado. Era una emoción +superior á sus fuerzas.</p> + +<p>—Yo deseo que gane mucho, muchísimo—añadía con +una generosidad de buena amiga—. ¡La pobre lo necesita +tanto! ¡Van tan mal sus asuntos!</p> + +<p>Había acabado por sentarse á otra mesa, con la vaga +esperanza de que se acordase también de ella la suerte; +pero los murmullos que venían del «treinta y cuarenta» +anunciando nuevas victorias la ponían nerviosa, atribuyendo +á esto la pérdida de varias piezas de veinte +francos. Cuando vió perdidos doscientos, su irritación +necesitó desahogarse en alguien. Allí estaba Atilio, que +la seguía á todas partes, acogiendo con sonriente adoración +las agresividades de su mal humor.</p> + +<p>—Castro, márchese; no permanezca detrás de mí. Ya +sabe que me trae mala suerte. Váyase á otro sitio.</p> + +<p>Y el príncipe vió cómo su amigo, con un gesto de +enfado, se separaba de la viuda, dirigiéndose al <i>bar</i>.</p> + +<p>Quiso seguirle. Hablando con Atilio olvidaría la irritación +que le había causado la otra mujer. Pero al dirigirse +al fondo del salón tuvo una nueva sorpresa.</p> + +<p>En un ángulo escasamente iluminado vió á Novoa +que ocupaba un diván con Valeria, la acompañante de +la duquesa. ¡Ah, embustero! Este era el que iba á pasar +la tarde en Mónaco ó paseando por el camino de Niza. +Tal vez esto último no era falso. Habría esperado á Valeria, +que regresaba de su almuerzo.</p> + +<p>Debían estar los dos desde mucho tiempo antes en +la penumbra de este rincón, insensibles á lo que les +rodeaba, sordos á los comentarios de la gente.</p> + +<p>El, vuelto de espaldas al príncipe, no pudo verle. +Ella tampoco, pues tenía sus ojos fijos en Novoa, con +una gravedad afectuosa de muchacha que ha hecho estudios +serios, tiene su título de bachillera y puede comprender +á un hombre de ciencia.</p> + +<p>Miguel oyó un fragmento de lo que decía el joven +catedrático.<a name="page_213" id="page_213"></a></p> + +<p>—...Y cuando las corrientes glaciales del Polo llegan +allá, ocupan el lugar de las aguas calientes, que suben +á la superficie...</p> + +<p>¡Explicaba la formación del <i>Gulf Stream</i>! Nadie lo +hubiese creído al ver detrás de sus lentes unos ojos acariciadores +y tímidamente amorosos. Ella escuchaba con +un fervor de admiradora; pero Miguel, que conocía á +las mujeres, creyó adivinar su verdadero pensamiento. +Sopesaba, con su malicia de muchacha pobre y sola, lo +que había de marido posible en este hombre ignorante +de todo lo que no se aprende en los libros; calculaba las +modificaciones que son necesarias para hermosear á un +descuidado varón que siempre lleva la corbata mal hecha +y es incapaz de sentarse tirando antes de sus pantalones +para evitar unas rodilleras grotescas.</p> + +<p>Lubimoff pasó más de una hora, muellemente hundido +en un sillón del <i>bar</i>, oyendo á Castro. Las ramas +de los grandes árboles de la terraza arañaban dulcemente +los vidrios de las ventanas en la penumbra del +crepúsculo.</p> + +<p>Atilio exteriorizó su melancolía lamentando la parquedad +del té. Almendras tostadas y patatas fritas al +vapor eran todas las delicadezas gastronómicas que podían +ofrecer con motivo de la guerra en este lugar visitado +por los ricos.</p> + +<p>El público le inspiraba las mismas reflexiones tristes. +Había gente, pero muy poca comparada con la que +acudía á Monte-Carlo años antes. Llegaban entonces +trenes de lujo directamente de Londres, de Viena, de +Berlín, de todos los extremos de Europa. La plaza del +Casino era una Babel; en torno del «queso» paseaban +todas las razas y sonaban todos los idiomas. Ahora resultaba +lamentable la ausencia de los rusos, jugadores +fogosos, y también de los austriacos y los turcos. Los +últimos en sentir la atracción de Monte-Carlo eran los +alemanes; pero Castro los había visto llegar en masa en +los últimos años, aportando al juego el mismo sistema +reposado, metódico y minuciosamente científico que +aplican á la disciplina de cuartel, á la organización de +la industria ó á los trabajos de laboratorio.</p> + +<p>Se les conocía apenas entraban en las salas. Al sentarse<a name="page_214" id="page_214"></a> +á la mesa se rodeaban de libros y papeles: estadísticas +de los números más favorecidos en los últimos +años, manuales del perfecto jugador, cálculos propios, +logaritmos que ellos solos podían entender.</p> + +<p>—Defendían el dinero con mayor tenacidad que los +otros—continuó Atilio—, con una paciencia de bueyes +testarudos é incansables; pero acababan perdiendo, igual +que los demás. ¿Quién no pierde aquí?... Hasta el Casino, +que gana siempre, pierde ahora. Antes de la guerra, su +renta era de cuarenta millones por año. Actualmente +saca en limpio tres ó cuatro millones nada más, y como +tiene que cubrir unos gastos enormes, se ve obligado á +hacer empréstitos para seguir viviendo, lo mismo que +un Estado.</p> + +<p>Miguel se fijó en los que pasaban por el <i>bar</i>. Sólo entraba +un hombre por cada diez mujeres.</p> + +<p>—También es la guerra—dijo Castro—. ¡No se ven mas +que hembras, hembras por todas partes! Pero aquí, si se +acuerda uno de los tiempos de paz, siempre fué superior +la proporción femenina. Los hombres, menos numerosos, +juegan más fuerte, arriesgan con mayor audacia su dinero; +pero en torno de las mesas, tres cuartas partes del +público están compuestas de mujeres. La mujer, cuando +teme al amor ó está desengañada de él, se entrega al +juego con una vehemencia pasional. Es el único recurso +que encuentra para desahogar su imaginación. Además, +hay que tener en cuenta sus aficiones al lujo, que no +están casi nunca de acuerdo con sus recursos, y todas +las necesidades de la mujer actual que no conocieron +sus abuelas... Mira; fíjate.</p> + +<p>Señaló discretamente á una señora entrada un años, +pintarrajeada y modestamente vestida, á la que acosaban +con manoteos y gestos de súplica otras dos, jóvenes +y elegantes. Se adivinaba que habían entrado allí únicamente +para tratar un asunto, lejos de la curiosidad de +las salas de juego.</p> + +<p>—Solicitan un préstamo, y ella se resiste—continuó +Castro—. Tal vez es el segundo ó tercero de la tarde. +Esa dama es una rival del vejete que lleva en la solapa +el Corazón de Jesús. ¡Famoso usurero! Empezó de mozo +de café, y debe tener unos dos millones, después de<a name="page_215" id="page_215"></a> +treinta años de honrada industria. Todo lo que posee lo +destina al pueblo de La Turbie, que le ha nombrado su +bienhechor. Regala imágenes de santos, ha reconstruído +la iglesia... Atención: la dama se ablanda. El préstamo +va á realizarse.</p> + +<p>Las tres mujeres habían desaparecido detrás de una +puerta de caoba que daba entrada á los gabinetes de necesidad +para señoras. La prestamista guardaba sus caudales +en las enaguas, y le era preciso remangarse para +hacer sus negocios. Poco después salió rápidamente hacia +el salón de juego. Necesitaba continuar su vigilancia +sobre algunas deudoras, por si estaban ganando. Las +dos jóvenes la siguieron, llevando sus bolsos de mano +todavía abiertos para contar con la vista los billetes +acabados de recibir.</p> + +<p>Castro, que más de una vez había sufrido la humillación +de operaciones semejantes, empezó á discurrir +con amargura sobre el vicio que sostiene la existencia +de este edificio enorme y de todo el principado. El jugaba +por la ganancia, jugaba porque era pobre; ¡pero +tantos ricos venían allí, con riesgo de perder la base de +su bienestar!...</p> + +<p>—El juego es un empleo de la imaginación. Por eso +habrás notado que los hombres de imaginación, los escritores, +los verdaderos artistas, rara vez juegan. Muchos +dan escándalos por sus vicios exagerados hasta la +monstruosidad, pero ninguno se ha distinguido como +jugador. Tienen asuntos más interesantes á que aplicar +su potencia imaginativa.... En cambio, la gran masa de +los humanos siente el encanto del juego, y cuanto más +vulgar es un individuo, con más fuerza le atraen las +seducciones del azar. Nuestros actos están guiados por +el deseo de conseguir un máximum de placer con una +parte mínima de sufrimiento y de trabajo; ¿y qué mejor +que el juego para obtenerlo?... Todos obedecemos á la +esperanza y hacemos aquello que nos parece más ventajoso. +Además, nos conviene exagerar la probabilidad +de que ocurra aquello que queremos ardientemente, y +acabamos por tomar nuestros deseos por realidades.... +Los que entran todos los días aquí tienen la corazonada +de que saldrán llevándose mil francos, ó veinte mil, ó<a name="page_216" id="page_216"></a> +cien mil, y lo regular es que salgan con los bolsillos vacíos. +No importa; al día siguiente volverán, guiados de +la mano por las mismas ilusiones.</p> + +<p>Cesó de hablar, como si le afligiese la consideración +de que estaba haciendo su propio retrato. Luego añadió:</p> + +<p>—Sin estas ilusiones que nuestra imaginación ama +porque la arrullan dulcemente, la vida resultaría irresistible. +Es tal vez una felicidad que nuestras esperanzas +no sean matemáticamente exactas y que en nuestro destino +tenga tanta influencia la suerte. Además, la vida es +breve, el porvenir incierto; si la fortuna ha de venir á +nosotros, conviene abrirle el camino para que llegue velozmente; +¿y qué mejor camino que el juego?... Cuando +ponemos nuestras esperanzas muy lejos en el tiempo, +valen muy poco. Si debemos ganar, que sea pronto y de +una vez. Nuestra vida no es mas que un juego de azar. +Todos somos jugadores, aun los que no han tocado jamás +una carta. Las profesiones, los negocios, el mismo +amor, puro juego, puro azar, asunto de suerte. La habilidad +ó la inteligencia pueden hacer los juegos de nuestra +vida más favorable, pero el azar no pierde por esto +sus derechos y la buena suerte del individuo realiza lo +más importante. Para llegar á rico, hasta en los negocios +que parecen más seguros hay que ser favorecido +por un concurso de circunstancias extraordinarias, de +golpes de azar constantemente felices. Jamás un hombre +se ha hecho rico ó célebre solamente por lo que vale.</p> + +<p>Lubimoff, uno de los grandes ricos del mundo pocos +años antes, asintió con movimientos de cabeza á esta +afirmación.</p> + +<p>—Hasta los gobiernos cultivan la esperanza pública +por medio del azar—continuó Castro—. Raros son los +que no autorizan una lotería. El que adquiere un billete +compra un poco de esperanza, la posibilidad, si tiene +imaginación, de fabricarse por unos días toda clase de +ilusiones magnificentes y de experimentar una profunda +ansiedad en el momento del sorteo. El mejoramiento de +nuestro bienestar material por el propio esfuerzo resulta +laborioso y difícil. Pero hay un medio de proporcionar +una felicidad relativa á los humildes: darles la esperanza +de llegar á ricos, de emanciparse de toda servidumbre,<a name="page_217" id="page_217"></a> +de realizar el ideal de libertad que todos sienten. +El Estado se muestra por principio enemigo del +juego; lo considera inmoral, por estar basado en lo incierto; +pero toda operación de comercio, financiera ó de +industria representa un azar, muchas veces la ruina de +uno de los contratantes, y es un juego casi igual á los +de aquí.</p> + +<p>Sonrió Atilio irónicamente antes de continuar.</p> + +<p>—Que hablen contra el juego los moralistas hasta cansarse... +Lo cierto es que las sumas que se arriesgan en +las carreras de caballos y en los casinos aumentan de +año en año con una progresión rápida, más rápida que +la progresión de la fortuna pública. El desarrollo de las +buenas costumbres no ejerce ninguna influencia en su +disminución. En cambio, las complicaciones de la vida +moderna, con sus crecientes necesidades, favorecen la +pasión del juego y hasta la agravan.</p> + +<p>El príncipe le interrumpió. Tal vez era cierto lo que +decía, pero ¡qué vicio deprimente el juego! Los seres +más razonables se dejaban dominar por él, hasta perder +su inteligencia ordinaria.</p> + +<p>—Es cierto—confesó Atilio—. En los juegos es donde +se muestra la debilidad humana y la tendencia que +tenemos á la superstición. ¡Qué de manías, como si el +pasado pudiera influir en el presente!... ¡Qué de inútiles +esfuerzos para domar á la suerte!... Se han derrochado +más tesoros de imaginación para inventar nuevos +sistemas de juego que para encontrar el movimiento +perpetuo, y con igual inutilidad. Todas esas combinaciones +maravillosas conducen al jugador infaliblemente +á la pérdida, con más ó menos rapidez, pero siempre con +certeza... ¡Y qué fe la nuestra! La considero superior +á la de los mártires de las religiones. Cuando uno cree +poseer una combinación segura para ganar, resulta inútil +disuadirle. Nada le puede convencer. Es curioso +que el fracaso del sistema y la pérdida consiguiente no +descorazonen nunca al buen jugador. Inmediatamente +acogemos una nueva combinación, la verdadera esta +vez, que nos permitirá conseguir la fortuna... A una +esperanza sucede siempre otra esperanza, y así vamos +viviendo, hasta que llegue la muerte.<a name="page_218" id="page_218"></a></p> + +<p>La melancolía de estas últimas palabras fué breve. +Castro pareció acordarse repentinamente de algo que le +hizo sonreir.</p> + +<p>—¡Y qué incoherencias en la vida de los jugadores! +Arriesgan el dinero sin miedo y no hay gente más avara. +Fíjate en las mujeres que juegan con mayor pasión. +Todas mal vestidas; algunas llegan hasta el descuido en +su persona. El dinero lo necesitan para jugar, y dejan +para el día siguiente la compra de lo necesario. Hay +hombres que pasan toda la tarde con el sombrero bajo +el brazo, por ahorrarse los cincuenta céntimos que +cuesta dejarlo en el vestíbulo del Casino. Hoy, al entrar, +he visto á un viejo que espera á un amigo suyo todos +los días junto al mostrador del guardarropa. Depositan +juntos sus sombreros y gabanes; así, cada uno sólo paga +veinticinco céntimos. Luego, en la ruleta, los he visto +manejar á fajos los billetes de mil francos.</p> + +<p>Los jugadores que entraban eran interpelados desde +las mesas.</p> + +<p>—¿Aún sigue ganando?...</p> + +<p>Se referían á la de Delille. Las noticias no eran acordes. +Unos parecían indignados: «Sí; continuaba ganando +con una suerte insolente.» Se había desvanecido el +entusiasmo del primer momento. Una punta de envidia +latía en las miradas y las palabras. Otros, á impulsos +del mismo sentimiento egoísta, se complacían en marcar +un descenso en esta suerte maravillosa. Perdía y ganaba. +Sus buenos golpes ya no eran tan seguidos como al +principio; pero de todos modos, si se retiraba inmediatamente, +tal vez se llevase trescientos mil francos.</p> + +<p>Atilio y el príncipe vieron á Lewis de pie ante el +mostrador, bebiendo uno de aquellos <i>whiskys</i> que serenaban +su ánimo y le permitían reanudar las retorcidas +combinaciones que habían de devolverle su herencia +paterna y restaurar su castillo.</p> + +<p>Le llamaron para enterarse de la suerte de la duquesa. +Lewis se encogió de hombros con una expresión +de escándalo y de protesta. Era absurdo ganar de tal +modo jugando tan mal.</p> + +<p>—Debe tener oculto en sus faldas el rosario del conde—dijo +Atilio con gravedad.<a name="page_219" id="page_219"></a></p> + +<p>Quedó Lewis perplejo, como si tomase en serio estas +palabras. Después se ruborizó, con una corrección británica, +al acordarse de los extraños adornos del rosario +de su amigo. De repente empezó á lanzar violentas carcajadas: +«¡Ah, mister Castro!...» Le parecía tan chistosa +la suposición de <i>mister</i> Castro, que tosió, asfixiándose +de tanto reir, y fué en busca de un nuevo <i>whisky</i> para +recobrar su serenidad.</p> + +<p>Volvieron los dos amigos al salón de <i>Las Gracias +florentinas</i>.</p> + +<p>El príncipe vió á Novoa y á Valeria en el mismo +diván, continuando su conversación, pero cada vez más +abstraídos, fijos los ojos en los ojos, como si estuviesen +en un lugar desierto.</p> + +<p>Llegó cerca de ellos sin que le viesen, y pudo oir un +fragmento de lo que decía la acompañante de Alicia.</p> + +<p>—No conozco España; ¡pero me interesa tanto!... Yo +adoro todos los países de amor, donde los hombres son +desinteresados, donde no exista la dote y una mujer +puede casarse aunque sea pobre.</p> + +<p>Dejó caer una ojeada de lástima el príncipe al pasar +junto al sabio.<a name="page_220" id="page_220"></a></p> + +<h3><a name="VII" id="VII"></a>VII</h3> + +<p>Un nuevo personaje intervino en la vida de los habitantes +de Villa-Sirena. El coronel anunció con entusiasmo +á este amigo que le había hecho conocer doña Clorinda.</p> + +<p>—Es un teniente español de la Legión extranjera. +Vive en el hotel que el príncipe de Mónaco ha destinado +á los oficiales convalecientes. Se llama Antonio +Martínez, nombre vulgarísimo que dice muy poco; pero +es un gran soldado, un héroe, y no sé cómo sobrevive á +sus heridas.</p> + +<p>«La Generala», que llevaba la cuenta de todos los +militares de cierta notoriedad llegados á Monte-Carlo, +había querido conocer á este teniente, tomándolo luego +bajo su protección. La duquesa de Delille también se +interesaba por él, y las dos, orgullosas de ser sus «madrinas», +lo exhibían en el atrio del Casino, alquilaban +carruajes para pasearlo por los lugares más hermosos +de la Costa Azul, le regalaban los comestibles mejores y +las pastelerías de tiempo de guerra que conseguían encontrar. +Enfermo del pecho á consecuencia de los gases +asfixiantes de los alemanes, había recibido, además, en +la cabeza un casco de granada, y sufría de tarde en +tarde accidentes nerviosos que le hacían caer al suelo +privado de conocimiento. Los médicos hablaban con +tristeza de su estado. Tal vez viviría años, tal vez moriría +en una de estas crisis; lo importante era que llevase +una existencia plácida, sin profundas emociones. +Y las dos señoras, que conocían su verdadero estado,<a name="page_221" id="page_221"></a> +lo lamentaban cuando él no estaba presente. ¡Tan joven! +¡tan afectuoso y tímido! Sobre el pecho de su uniforme +amarillo mostaza llevaba, con los cordones rojos, símbolo +de heroísmo dado á los batallones extranjeros, la +Cruz de Guerra y la Legión de Honor.</p> + +<p>Clorinda, que se consideraba con mayores derechos +por haberle «descubierto», pensó un instante en llevarlo +á vivir con ella, para atender mejor á su cuidado. +Pero estaba en el Hotel de París; no disponía de una +«villa» entera, como Alicia. Y ésta, aunque tentada por +las insinuaciones de su amiga, no se atrevió á instalar +al convaleciente en su domicilio. La gente era maliciosa, +y ella, sin decir el por qué, temía ahora mucho sus comentarios.</p> + +<p>Mientras tanto, las dos llevaban á todas partes al +teniente, protestando de que no le permitieran entrar +con ellas en los salones del Casino, á causa de su uniforme. +Una tarde, doña Clorinda, con toda la autoridad +de su carácter, lo llevó á Villa-Sirena. Era una vergüenza +que el hermoso edificio y sus vastos jardines estuviesen +dedicados á cinco hombres que no servían de +nada á la humanidad. Muchas veces lo había convertido +imaginariamente en un sanatorio poblado de militares +inválidos, con ella al frente como directora y protectora. +Pero sus insinuaciones no causaban efecto alguno +en el príncipe. «Un egoísta», se decía, volviendo á su +antigua opinión.</p> + +<p>Ya que le era imposible ocupar la «villa» con una +tropa de convalecientes, llevó al oficial español paro que +conociese sus jardines, sin solicitar antes el permiso de +Lubimoff.</p> + +<p>Este pudo contemplar de cerca al héroe de que tanto +le había hablado don Marcos en los últimos días. Nada +vió en él que revelase sus hechos extraordinarios. Era +un muchacho, pronto á ruborizarse cuando le obligaban +á contar sus actos en la guerra. Despojado de su uniforme +y sus insignias honoríficas hubiese parecido un pobre +dependiente de comercio, resignado con su modestia +é incapaz de salir de ella. Su aspecto contrastaba con +las hazañas que al fin se decidía á confesar en fuerza de +preguntas. Tenía veintisiete años y parecía mucho más<a name="page_222" id="page_222"></a> +joven, pero con una juventud enfermiza, debilitada por +las heridas y los sufrimientos.</p> + +<p>Lubimoff, que odiaba la fanfarronería de los héroes +jactanciosos, se sintió desconcertado primeramente y +luego atraído por la sencillez de este oficial. De no conocer +por don Marcos la autenticidad de sus proezas, las +habría creído falsas.</p> + +<p>Algo intimidado en presencia del famoso dueño de +Villa-Sirena, confesaba su origen humilde sin orgullo y +sin timidez. Era un pobre, hijo de pobres. Había intentado +estudiar una carrera, pero la necesidad de ganarse +el sustento le hizo abandonar los libros, rodando por las +más diversas ocupaciones. ¡Era tan difícil en España +conquistar el pan!... Después de hacer la guerra en Marruecos +como español, había vagado por diversas repúblicas +de la América del Sur, siempre en lucha con la +miseria y la mala suerte.</p> + +<p>—Allá donde tantos brutos se hicieron ricos—decía—, +yo sólo conocí una pobreza igual á la de mi patria... +Cuando estalló esta guerra me indigné, como muchos, +de la conducta de los alemanes, de sus atrocidades en +los países invadidos. Estaba entonces en Madrid. Una +noche, varios contertulios de café convinimos en ir á +pelear por Francia. El que se hiciese atrás pagaría diez +duros. Todos se arrepintieron de su decisión, menos yo. +No crean ustedes que fué por evitarme el pago de la +apuesta. Yo tengo mis ideas, y he leído algo. Soy republicano... +y Francia es el país de la gran Revolución. +Ingresé en un batallón de la Legión extranjera que se +organizaba en Bayona, compuesto en su mayor parte de +españoles. Quedan ya muy pocos: los más han muerto; +los restantes viven esparcidos en los hospitales ó han quedado +inútiles para siempre. Yo conocía la guerra, una +guerra de montaña contra los moros del Rif, y sin buscarlo +había llegado en mi patria á teniente de la reserva. +Tal vez por esto fuí sargento en la Legión á las pocas semanas... +pero ¡las asperezas de la realidad! Nunca me +imaginé que nos recibieran con música: Francia tiene +otras cosas en que pensar; pero fué triste ver tan mal interpretado +nuestro entusiasmo. Los hombres llamados á +las armas por las leyes del país y que se batían obligatoriamente<a name="page_223" id="page_223"></a> +nos miraban con recelo. Para los otros regimientos +éramos gente mala, tal vez escapados de presidio. +«¡Qué hambre sufrirías en tu casa—me dijeron en +el frente—, cuando has venido aquí para poder comer!...» +Y entre nosotros había estudiantes, periodistas, jóvenes +de familias ricas, enganchados por entusiasmo... Pero +no hablemos de esto. En todos los países hay seres groseros, +incapaces de comprender lo que va mas allá de +los egoísmos materiales.</p> + +<p>Su historia militar estaba circunscrita á la guerra +de trincheras, interminable y monótona, á los ataques +á corta distancia. Había llegado tarde á la batalla del +Marne; y él, que se imaginaba asistir á combates gigantescos, +viendo moverse millones de hombres y funcionar +cañones inmensos, sólo presenció una serie de luchas +entre pequeñas fuerzas ocultas en el suelo, encuentros +cuerpo á cuerpo que hacían ganar unos cuantos metros +de tierra. La vida en los Dardanelos era el peor de sus +recuerdos. No quería hacer memoria de esta campaña +horrible. La lucha en Francia le parecía algo plácido +comparada con aquella pelea en unos escasos kilómetros +de costa, teniendo el mar á la espalda y al frente unas +líneas inconquistables.</p> + +<p>Después de decir esto callaba, y el coronel tenía que +insistir con cierto orgullo paternal para que Martínez +siguiese hablando.</p> + +<p>—Heridas, muchas heridas—añadía con sencillez—. +He perdido de cuenta los hospitales que llevo conocidos +en tres años, los viajes que he hecho por Francia en +vagones de la Cruz Roja. Cuando no morimos del primer +golpe, somos como caballos de corrida de toros. +Nos arreglan el pellejo fuera del redondel, nos fortalecen +un poco, y otra vez á la plaza, hasta que recibamos +la cornada final.</p> + +<p>Toledo, impacientándose por la modestia del joven, +explicaba sus heridas. Las tenía de todas las épocas. +Unas eran de combatiente moderno, producidas por cascos +de proyectil explosivo, por balas de fusil de repetición, +y hasta aquella tos que cortaba de vez en cuando +sus palabras la debía á los gases asfixiantes. Otras eran +de cuchillo, de culatazo, de pedrada, de mordisco, recibidas<a name="page_224" id="page_224"></a> +en los encuentros nocturnos, en las sorpresas, donde +los hombres luchaban lo mismo que en los albores de +la vida del planeta.</p> + +<p>El príncipe Lubimoff no podía menos de admirar á +este joven, pequeño, moreno, de aspecto insignificante. +Parecía imposible que un organismo humano pudiera +resistir tanto golpe, que en su cuerpo débil cupiesen +tantos quebrantos, sin que él se viniera abajo.</p> + +<p>Con la solidaridad de todos los que arrostran el peligro, +repelía la gloria individual. Hablaba de la Legión +como el soldado habla de su regimiento, como +el marino habla de su buque, creyéndolo el mejor de +todos. Veía la guerra entera á través de la Legión. +Todos los franceses eran valerosos. Además, nadie podía +adivinar por dónde atacaría el enemigo, y allí +donde emprendía la ofensiva encontraba quien le hiciese +frente, cortándole el paso. ¡Pero la Legión extranjera!...</p> + +<p>—Los que combaten en el frente son hombres—decía—, +hombres arrancados á sus familias por las necesidades +de la patria; nosotros somos guerreros. Por esto +en las operaciones difíciles, donde hay que sacrificar +carne, nos echan siempre por delante. Yo no soy mas +que uno de tantos. ¡La Legión!... Cada seis meses cambia +de coronel: se lo matan, y otro viene á ocupar su +puesto, destinado á morir lo mismo. ¡Y cómo nos odia +el enemigo!... Nosotros tenemos un orgullo. Entre los +prisioneros que hay en Alemania no existe uno solo de +la Legión extranjera. El que cae en manos de los <i>boches</i> +sabe que es hombre muerto: nos colocan fuera de toda +ley... ¡Y nosotros... nosotros, siempre que podemos...! +Hasta cuando nos insultamos de trinchera á trinchera +nos enorgullece ser de la Legión. Una noche, los de +enfrente, al oirnos hablar en español, empezaron á gritar +en nuestro idioma. Debían ser alemanes procedentes +de la América del Sur. «¡Ah, macabros! Ya caeréis +en nuestro poder, y ¡entonces...!» Nos amenazaban +con los más atroces suplicios. Y nos apodan siempre +«macabros», no sé por qué.</p> + +<p>La duquesa de Delille admiraba al héroe, sintiendo +al mismo tiempo cierto malestar por los horrores adivinados<a name="page_225" id="page_225"></a> +detrás de sus palabras. ¡La guerra! ¿Cuándo terminaría +la guerra?...</p> + +<p>Encogió sus hombros el teniente, sonriendo. Los que +vivían lejos del frente deseaban la paz con más impaciencia +que los que arriesgaban su vida en él. Habían +acabado por acostumbrarse al roce con la muerte. La +guerra duraría lo que fuese necesario: cinco años, diez +años; lo importante era conseguir la victoria.</p> + +<p>Pero Toledo, temiendo que la conversación se desviase +de su héroe, volvió á insistir en sus hazañas.</p> + +<p>—Soy uno de tantos—dijo Martínez—. Para hombres +valientes, la Legión. Allí sí que los hay. ¡Y los que han +muerto!... Al principio había en ella soldados de todos +los países. Pero los americanos se fueron desde que su +República intervino en la guerra, y lo mismo los italianos +y polacos. En cambio, muchos rusos, al disolverse +sus regimientos, se han incorporado á la Legión... Lo +mío nada tiene de extraordinario. ¡Y qué de recompensas +por lo poco que he hecho! Llevo dos galones, siendo +un extranjero... Además, no puedo olvidar el momento +en que me llamó mi coronel, una semana antes de que lo +matasen: «Martínez, el general me ha dado cuatro cruces +de la Legión de Honor para nuestra Legión. Una es +tuya.» Y me la puso en el pecho frente á todo un batallón +de hombres valerosos que presentaban sus armas. +Esto no puede olvidarse: llena una vida.</p> + +<p>Así era. El coronel Toledo lo afirmaba, húmedas las +córneas y moviendo la cabeza. Luego, con un egoísmo +celoso, lo arrancó á aquellas damas, ocupadas momentáneamente +en conversar con el príncipe y sus amigos.</p> + +<p>Paseando por los jardines, don Marcos miraba á su +héroe con ternura protectora, lo mismo que un artista +agotado contempla la ascensión de otro fresco y triunfante.</p> + +<p>—¡Juventud... juventud!—decía—. Usted, Martínez, +es la España que viene; yo la España que fué y no resucitará +nunca. Estoy convencido de que el mundo va por +otros caminos.</p> + +<p>Sostenía frecuente correspondencia con muchos voluntarios +españoles de la Legión. Se preocupaba de ellos +con cariños de «madrina», enviándoles chocolate, comestibles<a name="page_226" id="page_226"></a> +selectos, todo lo que podía extraer de la despensa +de Villa-Sirena sin detrimento del servicio. Algunas +cartas llegadas del frente le hacían llorar y reir de +emoción. Un voluntario le pedía el envío de una buena +navaja de España, por haber roto la suya en un encuentro +nocturno. Otro soñaba con una pistola browning. +¿Quién le daría una browning? Sólo disponía de un revólver +de ordenanza, arma insegura que le falló dos +veces en el asalto de una trinchera, impidiéndole matar +al enemigo que acababa de herirle.</p> + +<p>Con Martínez podía expansionarse el coronel, dando +suelta á sus profecías favorables para los aliados.</p> + +<p>En presencia de Atilio y de Novoa era menos locuaz, +temiendo sus comentarios. Por el gusto de hacerle rabiar +le recordaban el entusiasmo de los tradicionalistas españoles +en pro de Alemania. Castro hasta fingía extrañarse +de que no fuese germanófilo, como todos sus amigos +políticos.</p> + +<p>—Yo estoy donde debo estar—contestaba don Marcos +con dignidad—. Soy un caballero, y estoy con las personas +decentes.</p> + +<p>Este era su argumento supremo. La humanidad se +dividía para él en personas decentes é indecentes, lo +mismo que las naciones, y Alemania estaba excluída de +toda decencia.</p> + +<p>Le hacía sufrir como patriota el contemplar á España +al margen de la contienda, esforzándose por no +saber lo que ocurría en el resto del mundo, encogiéndose +con la cabeza bajo el ala, lo mismo que ciertas +aves zancudas que creen evitar el peligro no viéndolo. +Su país no figuraba, por fortuna, entre las naciones indecentes, +pero tampoco era decente, y dejaba escapar +la ocasión de cierta gloria que hacía estremecerse al +coronel.</p> + +<p>Desde tres meses antes, una idea fija perturbaba sus +mejores momentos. Los aliados habían entrado en Jerusalén. +¡Gran alegría para el viejo soldado católico! Pero +esta alegría le hacía sonreir después amargamente. ¡Una +nación protestante libertando por tercera vez el sepulcro +de Cristo!...</p> + +<p>—Imagínese usted, amigo Martínez, si España hubiese<a name="page_227" id="page_227"></a> +estado con las naciones decentes. Esa gloria nos correspondía +á nosotros, que somos la nación más piadosa. +Hasta yo, á pesar de mis años, habría ido á la cruzada. +¡Los españoles entrando victoriosos en Jerusalén! ¿Qué +me dice usted de esto?...</p> + +<p>Pero el oficial contestó con una sonrisa pálida. «Sí... +tal vez.» Se veía que no le importaban gran cosa la entrada +en Jerusalén y el vacío sepulcro de Cristo. Don +Marcos, algo ofendido con el héroe, se replegó en su +mentalidad de hombre medioeval. Decididamente, eran +de dos épocas distintas. «¡Juventud... juventud! Usted +es la España que viene; yo la España... <i>etcétera</i>.»</p> + +<p>Sí; el mundo iba por otros caminos. El mismo se olvidó +á los pocos días de esta empresa de Jerusalén, angustiado +por el mal cariz de la guerra en Occidente. Los +alemanes, libres del peligro que representaba Rusia á +sus espaldas, concentraban en Francia, después de ajustar +la paz con los bolcheviques, la totalidad de sus tropas +para llegar á París. Los aliados, frente á esta ofensiva +aplastante, sólo contaban con sus antiguas fuerzas +y las que pudiese aportar la reciente intervención de los +Estados Unidos.</p> + +<p>Don Marcos tenía acerca de este auxilio una opinión +determinada y firme. Empezaba por sentir contra los +Estados Unidos cierta antipatía, que databa de la guerra +de Cuba. Podían poseer una gran flota, porque los +buques se adquieren con dinero y este pueblo es inmensamente +rico: ¿pero un ejército?... Toledo sólo creía en +los ejércitos de las monarquías, haciendo excepción de +Francia, porque en ella las glorias de la tradición militar +van unidas á la historia de la primera República.</p> + +<p>Al principio de la guerra, hasta le había irritado la +importancia que todos daban al presidente Wilson. Unos +y otros contendientes se dirigían á él, apelaban á su +juicio, protestaban de las barbaries del adversario. El +mismo Guillermo II le cablegrafiaba extensamente para +sincerarse con embustes, como si juzgase preciosa la +conquista de su opinión.</p> + +<p>—¡Ni que fuese ese hombre el centro de la tierra! ¡Un +presidente de República que sólo cuenta con unos miles +de soldados.... un catedrático... un iluso!...<a name="page_228" id="page_228"></a></p> + +<p>El sólo comprendía los jefes de Estado con uniforme, +el pecho cubierto de condecoraciones, las dos manos en +la empuñadura del sable y bajo sus ojos un ejército inmenso, +pronto á pegar para imponer sus órdenes. ¡Y +este señor de chaqué y sombrero de copa, con sus lentes +y su sonrisa de clérigo letrado, era ahora el hombre en +el que convergían las miradas de esperanza de medio +mundo, el poder decisivo que unos deseaban atraerse y +otros no querían irritar!...</p> + +<p>Atilio Castro, que se burlaba del coronel, estando +siempre en desacuerdo con sus opiniones, parecía impresionado +por tal prodigio histórico.</p> + +<p>—Estos ya no son sus tiempos, don Marcos. Vamos á +ver cosas muy nuevas. América, que hace un siglo era +una simple colonia de Europa, tal vez la proteja ahora y +la salve. Por lo pronto, asistimos al curioso espectáculo +de que un antiguo profesor de Universidad sea el árbitro +de la tierra.... ¡Qué diría Napoleón si viese esto noventa +y cuatro anos después de su muerte!</p> + +<p>Toledo asentía dolorosamente. Sí; sus tiempos habían +pasado. La democracia, la República, todas aquellas +cosas que le hacían sonreir antes, como algo pasajero y +anacrónico privado de fuerza, eran mucho en el mundo +y tal vez acabasen por apoderarse de su dirección. +Hasta él mismo experimentaba su influencia irresistible. +Cuando vió cómo el presidente de la gran República +americana protestaba del torpedeamiento de los buques +indefensos, de los crímenes de los submarinos, acabando +por declarar la guerra al Imperio alemán, don Marcos +afirmó con un balbuceo de confesión:</p> + +<p>—Ese Wilson... ese Wilson es una persona decente.</p> + +<p>Para él, era imposible decir más.</p> + +<p>Aceptaba al hombre por su adoración instintiva al +poder personal, pero se negó á creer en la fuerza militar +de los Estados Unidos. Era un país de libertad, +donde todos se consideran iguales, lo que imposibilitaba, +según Toledo, la creación de un ejército serio.</p> + +<p>El príncipe y Castro hablaban algunas veces en su +presencia de la guerra de Secesión, la primera guerra +en la que se habían movido millones de hombres, aplicándose +además un sinnúmero de inventos, de los que<a name="page_229" id="page_229"></a> +procedían todos los progresos del armamento moderno. +Toledo escuchaba, con la duda que inspiran los sucesos +lejanos. Esta lucha había sido entre ellos: una guerra +de milicias; ¿pero levantar un ejército de millones de +hombres en un país que no tenía el servicio militar obligatorio, +y hacer que este ejército atravesase el Océano +con toda su inmensa impedimenta, llegando á tiempo +para salvar á Europa en peligro?... ¡Ilusiones! ¡Lo que +allá llaman <i>bluff</i>!</p> + +<p>Don Marcos se aferraba á esta palabra para mantener +su incredulidad. Aquel pueblo estaba acostumbrado +á realizar cosas enormes; todo lo veía en grande: ciudades, +edificios, industrias, riquezas, pero luego lo aumentaba +considerablemente al anunciarlo y describirlo. Esto +lo sabía todo el mundo, y su esfuerzo guerrero que debía +aplastar al militarismo alemán y restablecer la paz en +la tierra, aunque bien intencionado, no pasaría de ser +un <i>bluff</i> más.</p> + +<p>Castro aprobaba las palabras del coronel por primera +vez, sin ningún intento de burla. El Presidente había +declarado la guerra, pero el país no parecía dispuesto á +seguirle.</p> + +<p>—Enviarán dinero, armas, víveres, todo el poder de +su riqueza y su producción... ¿pero un gran ejército? +¿Dónde lo tienen? ¿Cómo va á tomar las armas un pueblo +inmenso, acostumbrado á que el soldado sea voluntario, +y que vive en la mayor prosperidad? ¿Qué va á ganar +con ello?...</p> + +<p>Lubimoff, que había estado allá muchas veces, contestaba +con un gesto ambiguo:</p> + +<p>—¡Tal vez!... Pero si quieren de verdad entrar en la +guerra, ¡quién sabe! Todo puede suceder en aquel país, +aunque parezca imposible.</p> + +<p>El coronel acabó por sentir el entusiasmo irrazonado +de las gentes. Desde el principio de la guerra, la gran +masa, que cree en los vaticinios misteriosos y las intervenciones +sobrenaturales, tenía siempre un pueblo favorito, +un pueblo de moda, en el que concentraba sus +esperanzas.</p> + +<p>Primeramente había sido Rusia, con sus millones y +millones de hombres, el «rodillo» compresor ruso, que<a name="page_230" id="page_230"></a> +no tenía mas que ir avanzando para laminar á Alemania. +¡Pobre rodillo! Al quedar hecho pedazos, la veleta +del entusiasmo había girado del lado de Inglaterra. +Ahora era América, tanto más milagrosa y omnipotente +cuanto mal conocida.</p> + +<p>Sonaba en todas las conversaciones el nombre de +un americano, lo mismo en los tés elegantes que en los +cafetuchos del pueblo; el único americano conocido en +Europa: el inventor Edisson. El lo arreglaría todo. Se +había mantenido hasta el presente invisible y mudo, +pero al entrar su país en la guerra iban á verse cosas +prodigiosas. En unas cuantas horas, fuerzas invisibles +é implacables pulverizarían los ejércitos invasores; los +submarinos iban á estallar como proyectiles bajo una luz +helada que los perseguiría en las profundidades oceánicas; +los aviones que bombardean las ciudades indefensas +descenderían atraídos por una succión eléctrica, como +el pájaro vuela hacia la boca de la boa. El taumaturgo +representaba para las imaginaciones más que todos los +soldados y todos los buques de su país.</p> + +<p>Y Toledo, que adornaba su dormitorio con retratos +de Joffre y de Foch, pero creía al mismo tiempo que en +la victoria del Marne había intervenido Santa Genoveva, +patrona de París, se sintió atraído por estos milagros +del mago americano, que todos anunciaban como +cosa segura. La ciencia le infundía respeto y miedo al +vivir algo apartada de la religión; por eso creía ciegamente +en sus prodigios, como el devoto cree en el inmenso +poder del diablo.</p> + +<p>Otras veces resucitaba su incredulidad. La guerra +sólo puede resolverse con soldados. La fuerza había estado +igualada hasta entonces entre ambos contendientes; +pero ahora Alemania traía nuevas divisiones, las del +frente oriental, para dar el golpe decisivo. Faltaba de +este lado otro peso equivalente ó mayor, el chorreo final +que llena el vaso, lo desborda é inclina la balanza. Podía +ser América... ¡pero llegaban sus fuerzas con tanta lentitud! +¡eran tan grandes los obstáculos!... Algunos batallones +del ejército permanente americano habían desfilado +ya por París. Después transcurrían los meses sin que +el hilillo continuo de auxilios se convirtiese en torrente.<a name="page_231" id="page_231"></a></p> + +<p>En toda la Costa Azul veía Toledo militares heridos +de diversos países. Sólo de tarde en tarde llegaba á vislumbrar +algunos uniformes americanos, médicos y sanitarios +de las ambulancias que no parecían tener mucho +trabajo. Los diarios hablaban de fuerzas de los Estados +Unidos que habían ocupado un sector del frente... ¡pero +tan escasas!</p> + +<p>—Lo del millón de hombres ó los dos millones antes +que acabe el año, todo <i>bluff</i>—decía el coronel—. Yo entiendo +un poco de eso, y es más fácil construir un rascacielos +de cien pisos que trasladar un millón de soldados +de un hemisferio á otro.... ¡Y la gran ofensiva que va á +empezar!... ¡Y Francia que no puede más, después de +cuatro años de heroísmos desangrantes!...</p> + +<p>Todos los días se paseaba por el atrio del Casino +esperando con impaciencia los grandes papeles con +gruesos caracteres manuscritos que los empleados iban +fijando en los tableros. El sólo buscaba en los últimos +telegramas el principio de la ofensiva anunciada por +los enemigos. Esta amenaza había quebrantado su fe +en la victoria y le tenía en perpetua angustia. ¡Ay! ¡con +tal que los americanos llegasen antes y en cantidades +enormes!...</p> + +<p>Por deber mentía descaradamente ante los amigos +que le rodeaban en el atrio solicitando sus opiniones +de hombre de guerra.</p> + +<p>—Triunfaremos; y Guillermo tendrá que pegarse un +tiro.</p> + +<p>Lo único que creía de verdad era lo del tiro, en caso +de una derrota alemana.</p> + +<p>—Conozco bien al kaiser—seguía diciendo—. No es +mas que un teniente; un teniente que se ha hecho viejo, +conservando los aturdimientos y las petulancias de la +juventud. Pero tiene el pundonor del oficial que, al +verse perdido, se lleva el revólver á la frente. Ustedes +verán cómo termina así, en caso de una derrota.</p> + +<p>Hacía versos, música, pintura, daba su opinión en +todas las cuestiones, imponiéndola, como uno de esos +oficiales jóvenes que al entrar en un salón burgués lo +llenan con sus arrogancias y suficiencias, enardecidos +por el silencio de los contertulios, que temen un lance<a name="page_232" id="page_232"></a> +de honor. Era un eterno teniente encanecido bajo una +corona imperial y perturbado por los incesantes triunfos +de su vanidad. Pero si la suerte le volvía la espalda, +tendría el mismo gesto decisivo del oficial que se juega +los fondos confiados á su custodia ó comete otros delitos +contra el honor.</p> + +<p>—No lo duden; mi teniente sabrá serlo cuando llegue +la hora mala. Es un loco, un histrión vanidoso, pero conoce +la vergüenza del hombre de guerra. Lo repito: se +pegará un tiro.</p> + +<p>Y oía en su imaginación el imperial pistoletazo.</p> + +<p>Lo que disgustaba á don Marcos era no poder hablar +de esto ni de los peligros de la ofensiva cuando +estaba en Villa-Sirena. Los amigos del príncipe vivían +como huéspedes de hotel. Su número sólo era completo +en las primeras horas de la mañana. Rara vez se sentaban +todos á la mesa. Una fuerza exterior parecía buscarles +dentro de la «villa», empujándolos hacia Monte-Carlo. +Hasta el príncipe almorzaba ó comía muchas +veces en el Hotel de París, avisando á última hora por +teléfono.</p> + +<p>Este desarreglo doméstico lo aceptaba Toledo como +algo providencial. La servidumbre había experimentado +una baja irreparable con la partida de Estola y +Pistola. Una mañana se le presentaron, balbucientes y +emocionados, sin sus fracs largos de faldones. Se marchaban: +debían pasar la frontera en la misma tarde para +presentarse en su cuartel. Habían recibido orden del +cónsul.</p> + +<p>No parecía entusiasmarles su nueva condición; pero +don Marcos, por deber profesional, quiso fortalecerlos +con un pequeño discurso. También él, á su misma edad, +había partido á la guerra voluntariamente. «Respeto á +los jefes... amarlos como á padres... el honor... la bandera...»</p> + +<p>La aparición del príncipe cortó su arenga. Los dos +muchachos besaron la mano de su señor, como si se despidiesen +de él para la eternidad, y no supieron, en su turbación, +dónde guardarse los billetes que les fué dando. +¡Estola y Pistola convertidos en soldados!... ¡Hasta á +estos dos adolescentes los arreaban hacia la muerte! Y<a name="page_233" id="page_233"></a> +el caso le pareció á Miguel tan extraordinario, tan falto +de razón, que al mismo tiempo que los compadecía +experimentaba deseos de reir.</p> + +<p>Media hora después ya no se acordó de ellos. El coronel +sabría organizar un nuevo servicio con mujeres, +ya que la guerra no permitía otros domésticos. Además, +él se aburría en Villa-Sirena, encontrando un nuevo +gusto á la vida en Monte-Carlo.</p> + +<p>Los desocupados que paseaban en torno del «queso» +le veían entrar en el Casino con aspecto preocupado, +como un jugador que acaba de descubrir una combinación +nueva. El público de los salones le había visto +también aproximarse á las mesas, como si le interesasen +las peripecias de la fortuna. Pero en vano esperaban +algunos que avanzase una puesta, imaginándose que +sólo podía jugar cantidades enormes.</p> + +<p>Sus ojos parecían ver detrás de él, y apenas la duquesa +de Delille abandonaba su asiento para trasladarse +á otra mesa, el príncipe le salía al paso con la mano tendida +y una sonrisa juvenil.</p> + +<p>Permanecían inmóviles en el lugar del saludo, hasta +que, avisados por el instinto de las miradas curiosas fijas +en sus espaldas, iban á sentarse en un diván rinconero, +y allí continuaban su conversación. De pronto, el murmullo +del público en torno de una mesa la hacía correr +á ella con una curiosidad profesional, abandonando momentáneamente +á Lubimoff.</p> + +<p>Alicia tenía la sonrisa amarga y orgullosa de una +reina destronada. En los días anteriores la gente sólo +había hablado de ella. Hasta Niza y Mentón volaba su +nombre. Las familias monegascas que no pueden entrar +en el Casino pedían noticias de su suerte á la hora +de la comida. En cafés y restoranes sonaba su apellido +mezclado con los de los generales que dirigían la +guerra. Frente al cartelón de las últimas noticias, las +gentes interrumpían sus comentarios sobre la próxima +ofensiva, preguntándose: «¿Cómo le fué ayer á la duquesa +de Delille?» Por las tardes, al llegar al Casino, +los curiosos corrían para verla mejor y los amigos la +saludaban, besando su mano con orgullo. Era una ovación +silenciosa de ojeadas y sonrisas, igual á la que saluda<a name="page_234" id="page_234"></a> +la entrada de una tiple célebre en el teatro de sus +triunfos.</p> + +<p>Cerca de dos semanas duró su batalla con el Casino; +ganaba, perdía, volvía á ganar. Su «trabajo» empezaba +á las tres de la tarde, prolongándose hasta media noche, +y transcurría la hora del té, luego la de la comida, sin +que ella se enterase. Al terminar el juego se marchaba, +apoyada en un brazo de Valeria, saludando á todos con +una amabilidad extenuada y victoriosa. Algunas veces, +como una enferma que se deja nutrir á regañadientes, +aceptaba los <i>sándwichs</i> y la taza de té que su acompañante +hacía traer á la mesa de juego.</p> + +<p>Una noche—¡noche memorable!—se cerró el Casino +sin que ella cesase de ganar. Contó los billetes que le +habían dado los altos empleados con una sonrisa amarillenta +y opaca. Cuatrocientos de á mil. Se salían de su +bolso de mano y del bolso de Valeria. Hasta su amiga +«la Generala» tuvo que prestarle ayuda, guardando varios +fajos.</p> + +<p>—Si no cierran los hago saltar—dijo con la vanidad +de los triunfadores.</p> + +<p>Clorinda la acompañó en el coche hasta su casa, +dándole consejos prudentes: «Retírate, guarda el dinero. +Es imposible ir más allá.» Valeria, en el curso de +la noche, repitió lo mismo: «No debía ofender á Dios +insistiendo.»</p> + +<p>Alicia se negó á oirlas. Su inspiración no se había +agotado. Aún le quedaban grandes cosas que hacer, y +cuando llegase el momento de retirarse, lo vería antes +que los demás.</p> + +<p>Miguel había asistido á esta lucha, irritante para él. +Todas las tardes, al entrar en el Casino, se insultaba +en su interior, como si cometiese un acto vil. ¿Por qué +asistía á los hechos de esta loca?... Ella no parecía enterarse +de su presencia: una mirada al principio, una +sonrisa, y en las horas restantes sólo tenía ojos para el +juego y para los <i>croupiers</i>. A pesar de esto, el príncipe +llegaba puntualmente.</p> + +<p>Para excusarse, hacía memoria de unas palabras +de la duquesa. Al día siguiente de su primera y ruidosa +ganancia, se había levantado al verle entrar en<a name="page_235" id="page_235"></a> +el salón, tirando de sus dos manos para hablarle +aparte.</p> + +<p>—Tú me das la buena suerte—susurró en su oído—. +Estoy segura de que es así. Gano desde que somos amigos. +¡Ven, ven siempre! Que te vea cada vez que levante +los ojos.</p> + +<p>Sólo de tarde en tarde los levantaba: tenía otras +cosas más urgentes en su pensamiento. Pero Miguel, +para acallar su despecho, se decía que estaba allí por +cumplir una palabra. Además, ¡quién podía saber si lo +que ella decía era cierto!... La tendencia á la superstición +que acompaña á los jugadores, el ambiente del +Casino, la misma suerte de Alicia, habían acabado por +influir en la incredulidad del príncipe.</p> + +<p>Pretendía vengarse de estas largas esperas y de su +indiferencia contemplándola con ojos despiadados.</p> + +<p>—¡Qué fea está!...</p> + +<p>Fea, como todas las mujeres que juegan y parecen +sufrir el peso de la edad aceleradamente, bajo el aplastamiento +de la emoción. Cada pérdida era un año más +que caía sobre su cabeza, cada ganancia un gesto violento +que desbarataba la regularidad de su rostro. Lubimoff +se complacía en notar las arrugas que una atención +intensa iba formando en torno de sus ojos; el afilamiento +de su nariz, las dos profundas grietas que estiraban los +extremos de su boca, dándola una expresión de prematura +vejez. Todas sus preocupaciones femeniles desaparecían +en el transcurso de las horas. Su sombrero se +ladeaba; los bucles de su cabellera intentaban escapar, +erizados y estremecidos por las corrientes de humana +electricidad que serpenteaban entre sus raíces. Parecía +tener diez años más.</p> + +<p>Pero una segunda voz interior emitía otra opinión. +«Sí, muy fea... ¡pero tan interesante!» Seguramente que +al levantarse de la mesa volvería á ser la Alicia de +siempre.</p> + +<p>Al entrar en el Casino una tarde, husmeó el acontecimiento +extraordinario. Las gentes hablaban, se pedían +noticias, corrían todas á una misma mesa.</p> + +<p>El amigo Lewis pasó junto á él sin detenerse.</p> + +<p>—Tenía que ocurrir.... No sabe jugar.... Lo esperaba.<a name="page_236" id="page_236"></a></p> + +<p>Un poco más allá le salió al paso Spadoni.</p> + +<p>—Nunca ha querido oirme... Hace su capricho... no +sigue un sistema. Ya ha rodado al suelo.</p> + +<p>Todos los jugadores hablaban como si lamentasen +una muerte, pero con una compunción hipócrita, rugiendo +interiormente de envidia triunfante al ver desvanecida +aquella buena suerte absurda que amargaba +sus noches.</p> + +<p>Avanzó Lubimoff su cabeza entre dos hombros, viendo +á Alicia al mismo tiempo que está levantaba sus ojos. +Se cruzaron sus miradas. Ella le contempló con desaliento, +como si se quejase, haciéndolo responsable de +su desgracia. «¿Por qué me has abandonado?»</p> + +<p>El príncipe huyó: le hacía daño verla con aquel +aspecto humilde y rabioso de cordero en peligro, que +bala de pena y se defiende.</p> + +<p>Al anochecer volvió al Casino. Aún había quien se +ocupaba de la duquesa, pero en voz baja, con ademanes +tristes, como si hablase de un moribundo. Los +curiosos habían disminuído en torno de la mesa. Vió á +Alicia en el mismo lugar. Detrás de su asiento se erguía +Valeria, con el rostro triste, mientras doña Clorinda se +inclinaba sobre su amiga, hablándola al oído. Adivinó +sus palabras. La incitaba á levantarse: mañana tendría +más suerte. Pero ella parecía no oir, manteniéndose +con los ojos fijos en unas cuantas placas de quinientos +francos y de mil, que era todo lo que le restaba. De +repente se impacientó, y volviendo la cabeza dijo una +palabra, una nada más, algo muy gordo, pero no nuevo +en aquella amistad íntima que se rompía todas las semanas. +Doña Clorinda dejó caer otra inmediatamente, +con acompañamiento de una puñalada de sus ojos, y se +alejó, altiva y desdeñosa, mientras Valeria miraba al +techo con desesperación.</p> + +<p>Volvió á huir Miguel. Le daba miedo la cara de Alicia, +la agresividad nerviosa de su voz, que no había +oído, pero que se dejaba adivinar en el estremecimiento +de sus labios.</p> + +<p>Vagó una media hora por los salones, escuchando de +lejos las palabras de los que se ocupaban aún de la duquesa. +Una tarde había bastado para llevarse las ganancias<a name="page_237" id="page_237"></a> +de muchos días de éxito. Su infortunio resultaba +tan inaudito como su buena suerte. No había acertado +una sola vez.</p> + +<p>Sintió de pronto en su espalda el contacto de una +mano nerviosa. Volvió los ojos: era Alicia, pero con un +gesto ávido, con una expresión atrevida é implorante á +la vez.</p> + +<p>—¿Tienes dinero?...</p> + +<p>Este rostro, esta voz, no eran nuevos para Miguel. +Antes de la guerra, el Casino había sido el lugar de sus +victorias más fulminantes é inesperadas. Mujeres glaciales +que le trataban con visible despego, mujeres de +reconocida virtud que repelían con su aspecto toda audacia, +se habían acercado á él con repentina decisión, +solicitando un préstamo y preguntando acto seguido á +qué hora podía ofrecer el príncipe una taza de té en +Villa-Sirena. Recordó al coronel, que consideraba el +juego como el peor de los enemigos de la mujer. Servía +para que perdiesen toda vergüenza. En unas cuantas +horas quedaban demolidos los prejuicios de su vida anterior. +Para seguir jugando ofrecían espontáneamente +lo que nunca habían querido conceder.</p> + +<p>Lubimoff acogió con extrañeza esta demanda brusca. +Llevaba encima muy poco dinero: él no era jugador. +¿Cuanto necesitaba?...</p> + +<p>—Veinte mil francos.</p> + +<p>Dijo esta cifra como podía haber dicho cien mil ó +cinco mil. Para ella, era lo mismo en este momento. +Además, en los últimos días había perdido la noción de +los valores.</p> + +<p>Miguel contestó riendo. ¿Se lo imaginaba, acaso, viniendo +al Casino con veinte mil francos en la cartera, lo +mismo que un usurero ó un comprador de alhajas?</p> + +<p>—Pide prestado—dijo la duquesa—. A ti te darán lo +que exijas.</p> + +<p>El siguió riendo de esta absurda proposición, pero +vencido de antemano por la sencillez con que Alicia la +formulaba.</p> + +<p>—¿Y tú?... ¿Por qué no pides tú?</p> + +<p>¡Oh, ella!... En el orgullo de su triunfo, se había olvidado +de pagar varias deudas contraídas antes de su<a name="page_238" id="page_238"></a> +racha de buena fortuna. Ahora era inútil pedir. Estaba +en un mal momento, todos la consideraban caída é incapaz +de rehacerse.</p> + +<p>—Y se engañan, Miguel; siento la inspiración de la +suerte. Vas á ver cómo me levanto con unos cuantos +golpes. Es mi secreto. Si te lo digo me abandonará la +fortuna....¡Hazme ese favor!... Pide los veinte mil al +vejete que está allá mirándonos. No te los puede negar: +eres el príncipe Lubimoff.... Si te parece bien, haremos +sociedad: partiré contigo mis ganancias.</p> + +<p>Miguel conservó su sonrisa, mientras se escandalizaba +interiormente de esta proposición. ¡En qué cosas +pretendía mezclarle esta mujer!... ¡El pidiendo dinero á +un prestamista del Casino!...</p> + +<p>Pero, á semejanza de ciertos enfermos que realizan +los actos más contrarios á su voluntad, cuando se apartó +de Alicia, haciendo gestos de protesta, sus piernas le +llevaron maquinalmente hacia un diván donde estaba +encogido el vejete de la barba dura, con la placa del +Corazón de Jesús en la solapa, el sombrero en una mano +y un gorro de seda sobre la calva.</p> + +<p>—Necesito veinte mil francos.</p> + +<p>Quedó dudando el príncipe ante el hombrecito, que +se había puesto de pie, sorprendido y receloso al ver que +le hablaba tan alto personaje. ¿Era realmente su voz la +que acababa de sonar?... Sí, era su voz, pero él experimentó +una inmensa extrañeza, como si fuese otro el que +había hablado. Sintió deseos de retirarse sin esperar +la respuesta del gnomo, pero éste contestaba ya, balbuceando:</p> + +<p>—Príncipe... ¡tal cantidad!... Yo soy un pobre. Hago +de vez en cuando un favor á personas distinguidas, dos +ó tres mil francos... ¡pero veinte mil!... ¡veinte mil!...</p> + +<p>Al mismo tiempo que murmuraba la cifra con un +acento de ternura, sus ojos astutos penetraron en Lubimoff +lo mismo que una sonda. Esta mirada irritó á +Miguel, haciendo que se interesase por la operación, +como si de ella dependiese su honor. Sin duda, el usurero +pensaba en Rusia, en los desmanes de la revolución, +en la imposibilidad de cobrar su préstamo aunque +el gran personaje le ofreciese toda su fortuna.<a name="page_239" id="page_239"></a></p> + +<p>—Usted debe conocerme—dijo con voz irritada—. Soy +el príncipe Lubimoff; soy el dueño de Villa-Sirena. Necesito +veinte mil: ni uno menos. Si usted no puede...</p> + +<p>Iba á volverle la espalda, pero el enano le detuvo con +humildad, considerando inútiles en la presente ocasión +todas las excusas y retardos que hacía sufrir á sus clientes, +como un suplicio á fuego lento. Se escurrió entre los +grupos, suplicando á «Su Alteza» que esperase un instante. +Tal vez no poseía toda la cantidad y necesitaba +pedir un refuerzo á la caja del Casino; tal vez iba á +ocultarse por un instante en los gabinetes de aseo, sacando +los billetes de los diversos escondrijos de su traje +y hasta de sus zapatos.</p> + +<p>Sintió Miguel una mano discreta que rozaba su diestra, +introduciendo entre los dedos un rollo de papeles. +El vejete había vuelto sin que él le viese llegar, surgiendo +entre dos grupos, pequeño y vivaracho, como +surge un diablillo de teatro del fondo de su escotillón.</p> + +<p>—¿Conoce usted al coronel?... Mañana se avistará con +usted para el pago y los intereses.</p> + +<p>El príncipe le volvió la espalda sin otro saludo, dejando +al usurero satisfecho de su laconismo descortés. +Un gran señor no podía hablar de otro modo. Con hombres +así le gustaba tener negocios.</p> + +<p>Alicia, que había seguido la escena desde lejos, salió +á su encuentro, avanzando disimuladamente una mano.</p> + +<p>—Toma.</p> + +<p>La diestra de Miguel ofreció los billetes con tal rudeza, +que esta entrega casi fué un manotón agresivo.</p> + +<p>Su vergüenza por el acto reciente se exteriorizaba en +confusas protestas.</p> + +<p>—¡Las mujeres!... ¡Lo que me has obligado á hacer!...</p> + +<p>Ella, con los billetes en la mano, sólo pensaba ya en +el juego.</p> + +<p>—Vas á presenciar grandes cosas... Ya sabes que formamos +compañía: llevas la mitad.</p> + +<p>Se alejó sin darle las gracias, dominada de nuevo +por aquel demonio invisible que cantaba en su oreja +números y colores.</p> + +<p>Lubimoff también se marchó. Temía encontrarse otra +vez con el prestamista y recibir su saludo familiar; se<a name="page_240" id="page_240"></a> +imaginaba que todo el público de los salones había seguido +atentamente su entrevista con el vejete, sonriendo +cuando recibía el dinero.</p> + +<p>Salió del Casino. Jamás volvería á él: ¡lo juraba!</p> + +<p>Castro, al que había visto de lejos jugando en una +mesa, volvió á Villa-Sirena á la hora de comer. Tenía +mal gesto; pero olvidaba su propio infortunio para consolarse +con el relato de las desgracias de Alicia:</p> + +<p>—Después de perderlo todo en el «treinta y cuarenta», +apareció á última hora con más dinero: un fajo de billetes +de mil francos... Y ella, que no siente predilección +por la ruleta, se lanzó á la ruleta. ¡Qué modo de jugar! +Al principio acertó unos plenos, dos ó tres, pero luego +nada: ¡perder y más perder! Se lo ha dejado todo en la +mesa. No la vi salir, pero me han contado que parecía +una muerta, apoyada en el brazo de Valeria... Aseguran +que sufre del corazón... Lo que yo digo: no es jugador +todo el que pretende serlo; se necesita un organismo +fuerte. «La Generala» juega menos, pero tiene más serenidad, +unas entrañas sólidas.</p> + +<p>Miguel durmió mal. Estaba indignado contra Alicia. +En vez de lamentar su desgracia, la consideraba lógica. +¡Una mujer metida á ganar dinero!... Las mujeres sólo +pueden conseguirlo de manos del hombre, y es inútil que +lo busquen por sí mismas, ni aun apelando al juego. El +juego también es empresa de hombres.</p> + +<p>Y en esa penumbra mental que separa el sueño de la +vigilia, el príncipe, tendido en su cama, recordó una de +las escenas de su mejor época, cuando su yate estaba anclado +en el puerto de Mónaco. Fué una noche, al salir +de un banquete en el Hotel de París. Como estaba algo +ebrio, se apoyó en los brazos de dos mujeres hermosas +que se disputaban, sonrientes y sin éxito, el dominio +de su voluntad. Detrás de él marchaban, lo mismo que +un séquito, sus amigos, sus parásitos brillantes, varias +damas invitadas, toda su corte. Habían entrado en el +Casino. El no era jugador; le fatigaba permanecer inmóvil +ante una mesa; creía pueril preocuparse por el rodar +de una bolilla de hueso ó las combinaciones de unas cartulinas +pintadas. ¡Hay en la vida tantos placeres más interesantes!... +Pero aquella noche, orgulloso de su poder,<a name="page_241" id="page_241"></a> +sintió deseos de reñir una batalla con la fortuna. La +fortuna es hembra, y él la domaría en fuerza de dinero, +lo mismo que á las otras. Los ricos acaban por vencer al +destino impalpable.</p> + +<p>Puso ante él una cantidad enorme para entablar la +lucha, y la fortuna no quiso su dinero; antes bien, empezó +á darle el suyo con una prodigalidad desdeñosa. +El multimillonario deseó perder y no pudo. Variaba su +juego caprichosamente, cometía errores voluntarios, y el +éxito le salía siempre al paso. Al fin se cansó. Esto fué +antes de la guerra, y en vez de las fichas de hueso que +representan cien francos, se jugaba con hermosas monedas +de oro de igual valor. Tenía ante él numerosas y deslumbrantes +columnas de dicho metal; fajos de billetes...</p> + +<p>—¿Quién quiere dinero?</p> + +<p>Empezó á arrojarlo como una lluvia enloquecedora. +Corrieron todas las mujercitas que palidecen y se crispan +en torno de las mesas por la suerte de un luis +único. Se empujaban, rodando sobre la alfombra, lastimándose +mutuamente con las manos y los pies por alcanzar +una gota de este maná áureo. Algunas se abofetearon +y arañaron mientras sus diestras oprimían el +mismo billete de mil francos, desgarrándole. Volteaban +los sombreros por el suelo; las cabelleras se esparcían +en toda su integridad ó se desmenuzaban en una nube +de bucles postizos.</p> + +<p>—¡A mí, príncipe... á mí!...</p> + +<p>Con las manos ganchudas saltaban en torno de él lo +mismo que un corro de poseídas.</p> + +<p>—¿Quién quiere dinero?...</p> + +<p>Los altos empleados intervinieron con una contrariedad +sonriente, por ser quien era el autor del escándalo. +«Alteza, ¡por favor!... Las partidas van á suspenderse; +esto no se ha visto nunca.» Pero él siguió arrojando dinero, +hasta agotar sus ganancias—más de sesenta mil +francos—, y los juegos se reanudaron con más público +que antes. Todas las que habían recogido algo en el suelo +ó en el aire corrieron á exponerlo á una carta ó á un +número.</p> + +<p>Lubimoff saboreaba este recuerdo como un triunfo. +Podría repetirlo siempre que quisiera; estaba seguro de<a name="page_242" id="page_242"></a> +ello. Reconocía que, al final, todos los jugadores acaban +perdiendo, y él no se tenía por un ser de excepción. +Pero su voluntad dominaba en los primeros momentos +á la fortuna, y... ¡retirándose á tiempo, antes de que ella +se rehiciese, con una maldad de hembra brava!...</p> + +<p>El príncipe acabó por dormirse pensando en Alicia.</p> + +<p>—¡La pobre!... No sabe; Lewis tiene razón; no sabe... +¡Qué va á saber una mujer hermosa que sólo ha pensado +en ella!... Debo ayudarla. Yo soy un hombre. Tal +vez mañana... mañana...</p> + +<p>Al día siguiente, á la hora del desayuno, don Marcos +experimentó una gran sorpresa y no menos inquietud. +El príncipe, que nunca se preocupaba del dinero de la +casa, dejando que su «chambelán» se entendiese directamente +para los gastos con el administrador de París, +le preguntó qué cantidades tenía disponibles.</p> + +<p>El coronel hizo un cálculo mental. No creía guardar +más allá de quince mil francos. Estaba esperando un +envió del apoderado.</p> + +<p>—Dámelos—ordenó Lubimoff.</p> + +<p>Y á continuación, como si recordase algo repentinamente, +habló con indiferencia de la deuda contraída en +la tarde anterior. Toledo quedó absorto al saber que +debía entenderse con el viejo usurero para la devolución +de los veinte mil francos y el pago de unos intereses +inauditos que podían doblarse en pocos días. Recordó +el almuerzo en que había propuesto Su Alteza +una vida solitaria y dulce. ¿Dónde estaban ahora los +feroces «enemigos de la mujer»? Porque el coronel adivinaba +en estos derroches del príncipe, en su repentina +afición al juego, la obra de una influencia femenil. ¡Y él +que no osaba jugar mas que algunas monedas de tarde +en tarde, pensando en las enormes sumas confiadas á +su lealtad!...</p> + +<p>Mientras corría al Banco en que estaba depositado +el dinero de la casa, el príncipe paseó por los alrededores +del Casino, esperando con impaciencia la apertura +de las salas. A primera hora era escaso el público y muy +contadas las mesas que funcionaban. Sólo acudían los +jugadores rabiosos, después de haber pasado la noche en +claro, deseando probar cuanto antes sus nuevas combinaciones,<a name="page_243" id="page_243"></a> +y las personas achacosas, con la esperanza de +encontrar libre un buen asiento.</p> + +<p>La impaciencia hizo entrar á Lubimoff en el atrio, +después de meterse disimuladamente en un bolsillo el +fajo de billetes que le presentó Toledo. Los empleados +del primer turno iban llegando con paso lento, como +funcionarios que entran en su oficina. Las mujeres dedicadas +á la limpieza y los mozos en mangas de camisa +acababan de barrer el aserrín esparcido sobre el pavimento. +Todos le examinaron de reojo, avisándose su +presencia con discretos codazos. ¡El príncipe á aquella +hora, cuando los de su mundo estaban aún en la cama!... +Instintivamente miraron en todas direcciones, esperando +descubrir á alguna señora vestida con recato para este +disimulado encuentro matinal. La fama del personaje +sólo les permitía suponer una cita de amor.</p> + +<p>A las diez se abrieron las mamparas, y Miguel entró +empujando á los primeros jugadores, gente modesta y +tímida. Sufría la nerviosidad, la impaciencia, la sorda +cólera de las mañanas en que se había batido. Pisaba +con fuerza; sus manos se arqueaban como si pretendiesen +estrangular el aire. Al mismo tiempo sentía la confianza +orgullosa del tirador, seguro de que dará en el +blanco. Despreciaba de antemano á la suerte, vencida +por él. «¡Ah, perra!» Iba á vérselas con un hombre.</p> + +<p>De un tirón arrancó la silla en que había puesto otro +su mano, y se sentó á una mesa de ruleta, entre dos +viejas, sucias y mal vestidas, con aspecto de brujas. Los +empleados cruzaron su asombro en forma de discretas +ojeadas. ¡El príncipe apuntando, y á aquella hora!...</p> + +<p>—Hagan sus juegos...</p> + +<p>Empezó la partida. Miguel no tenía combinación alguna +ni había pensado nada. Sus ojos vagaron sobre los +treinta y seis números. Pero sólo fué por un instante.</p> + +<p>«Este», pensó. Y puso todo lo que podía poner, nueve +luises, el máximum, sobre el 13.</p> + +<p>Rodó la bolilla por el borde de caoba, y su caída final +fué saludada con un murmullo de asombro. «¡El 13!»</p> + +<p>Unos cuantos billetes de mil empujados por la raqueta +de un <i>croupier</i> quedaron ante el príncipe, que +permaneció impasible, guardando su gesto duro y autoritario.<a name="page_244" id="page_244"></a> +Lo sabía; estaba seguro de no equivocarse. Otra +vez el 13.</p> + +<p>La gente hizo gestos de asombro. ¡Qué locura apuntar +dos veces al mismo número! Pero al salir el 13 por +segunda vez y cobrar el príncipe otro máximum, un +murmullo del público aplaudió al vencedor. Corrían los +curiosos, dejando abandonadas las otras mesas. Esta mañana +iba á ser tan famosa en el Casino solitario como +las tardes y las noches más célebres, cuando luchan con +la suerte los jugadores ricos.</p> + +<p>Lubimoff cambió de número. Era absurdo insistir en +el 13. Y puso nueve luises al 17... Rodó la bolilla. El 13 +una vez más. Perdía.</p> + +<p>Su gesto se hizo más duro y agresivo. La suerte empezaba +á reirse de él por su falta de voluntad. Un dominador +no debe sentir vacilaciones; suya era la culpa, +por haber abandonado el número. Los hombres deben +insistir hasta imponerse, ó perecer sin abandonar su primera +actitud. ¡Al 13, como antes!... Y salió el 17.</p> + +<p>Creyó por un momento que el suelo escapaba bajo +sus pies; se sintió flotar, rodeado de fuerzas misteriosas +que rompían y ablandaban su voluntad. Pasó una mano +por su frente, como si quisiera repeler muy lejos esta flaqueza +momentánea.</p> + +<p>«¡Ah, perra!», exclamó mentalmente, insultando á la +fortuna, seguro otra vez de que iba á esclavizarla.</p> + +<p>Y continuó jugando.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>A las tres de la tarde salió del Hotel de París. Acababa +de almorzar, solo, sin fijarse en las miradas que le +dirigían de las otras mesas, evitando esos saludos amables +que inician una conversación.</p> + +<p>Llevaba en la boca un grueso cigarro, y sus piernas, +aunque firmes, estaban agitadas interiormente por un +cosquilleo voluptuoso. Había comido mal, dejando casi +intactos los platos; en cambio había bebido una botella +de Borgoña famoso, y varias copas de licor á continuación +de dos tazas de café.</p> + +<p>Desde la escalinata del hotel abarcó en una mirada +destructora la plaza, el Casino, los jardines. Pensó con<a name="page_245" id="page_245"></a> +fruición en la posibilidad de que un acorazado cualquiera +de los que guerreaban en los mares de Europa +fondease ante este palacio de confitería, enviándole unas +cuantas granadas. ¡Hermoso espectáculo! Luego, con la +imaginación, hizo descender á tierra la compañía de +desembarco y sus ametralladoras, para llevarse cautivos +á todos los que llenaban la plaza, hombres y mujeres, +sin perdonar á los niños. Nada perdería con ello +el mundo. ¡Ciudad de corrupción! ¿Qué demonio había +aconsejado á su madre la compra del promontorio de +Villa-Sirena, obligándolo á él á vivir junto á este antro?... +Hasta protestó contra la difunta princesa, con la +moralidad áspera é incorruptible de todo jugador que +acaba de verse chasqueado.</p> + +<p>Al pasear sus ojos por la alegre y bien vestida muchedumbre +que él destinaba á la esclavitud, vió á Alicia, +sola y de pie, al borde de la acera del «queso», mirando +al Casino.</p> + +<p>—¿Vas á entrar?—dijo acercándose á ella.</p> + +<p>Se indignó la duquesa, como si le propusiera algo +humillante, algo que no había hecho nunca. ¿Entrar +ella en el Casino?...</p> + +<p>—Eso es una cueva infecta, y los empleados unos infectos, +y los que juegan... otros infectos.</p> + +<p>¡Todo infecto!... Después de esto se dieron las manos +lo mismo que si acabaran de reconocerse.</p> + +<p>Cuando Miguel, insistiendo en sus buenos deseos, le +habló del bombardeo y el desembarco con ametralladoras +que llevaba en su imaginación, la duquesa casi +aplaudió. Por ella, que lo destruyesen todo, que se llevaran +prisionero hasta al mismo príncipe soberano, y +si encima los invasores le devolvían lo que había perdido, +mejor que mejor.</p> + +<p>De pronto, como si le sirviesen de aviso estas caritativas +fantasías de Lubimoff, fijó en él unos ojos escrutadores, +unos ojos de enfermo receloso que adivina en el +vecino sus mismos síntomas.</p> + +<p>—Tú has jugado.</p> + +<p>Miguel movió la cabeza tristemente.</p> + +<p>—Y has perdido—continuó ella—; eso no hay que +preguntarlo: se ve en seguida... ¡Tú jugando!...<a name="page_246" id="page_246"></a></p> + +<p>Pero su extrañeza fué corta.</p> + +<p>—Has jugado por mí: lo adivino... Te has dicho: «Voy +á ganar lo que esa loca pierde; los hombres sabemos más +que las mujeres...» ¡Ah, pobrecito mío, pobrecito mío, +cómo agradezco tu buen deseo!... ¿Y cuánto fué?...</p> + +<p>Al conocer la cifra hizo un gesto plañidero; pero +sonrió á continuación, como si este compañerismo en +la desgracia le hiciese más llevaderas sus propias pérdidas.</p> + +<p>Quedaron un rato en silencio. Luego explicó ella su +presencia en la plaza. Había jurado la noche antes no +acercarse más al Casino; ¡pero la costumbre!...</p> + +<p>—Estoy sola. Valeria se ha ido apenas terminó el +almuerzo. Anda como loca por ese sabio que tienes en +tu casa. Deben haberse dado alguna cita. Sólo habla de +España, porque allá se casan las mujeres sin dote... De +«la Generala» no me hables, no quiero saber nada; está +muerta... ¡muerta para siempre! Y yo me aburro en mi +soledad, pienso en cosas que me hacen llorar; salgo, y +las piernas me traen hasta aquí sin que me dé cuenta.</p> + +<p>Luego añadió, con una imploración graciosa:</p> + +<p>—Llévame á cualquier parte, adonde se te ocurra. +Paseemos lejos de aquí... ¿Dónde podremos ir?</p> + +<p>El príncipe mostró la misma indecisión. Se movían +siempre en el mismo círculo, desde sus casas al centro +de Monte-Carlo, al Casino, y quedaban como desorientados +al pretender ir más allá. La guerra había suprimido +los automóviles particulares; era necesaria una +autorización previa para las excursiones. Sólo se encontraban +carruajes tirados por caballos flojos, desechos de +la movilización.</p> + +<p>—¿Si fuésemos á Mónaco?—propuso Alicia.</p> + +<p>Mónaco estaba á la vista, al otro lado del puerto; un +tranvía lo liga con Monte-Carlo cada veinte minutos, y +no obstante, ella hizo su proposición lo mismo que si hablase +de un país remoto.</p> + +<p>Los dos habían pasado varios años aquí, viendo á +todas horas la roca que lleva en su lomo la vieja ciudad +de los príncipes, pero como si fuese una pintura de +telón de fondo, sin ocurrírseles nunca llegar hasta ella. +Alicia recordaba vagamente una visita al palacio del<a name="page_247" id="page_247"></a> +soberano y otra al Museo Oceanográfico, sin poder dar +forma á sus impresiones. Lubimoff había visto también +desde el interior de su automóvil jardines, casas viejas +y una gran plaza, el único día que visitó en su viejo +castillo al príncipe de Mónaco.</p> + +<p>Decidieron el viaje con una alegría de colegiales, y +cuando la duquesa iba á llamar á un coche de punto, +Miguel mostró cierta indecisión, llevándose una mano á +diversos bolsillos.</p> + +<p>No tenía dinero. Todo lo había dejado en la ruleta, +absolutamente todo. En el hotel había pedido que anotasen +su almuerzo, entregando sus últimos francos á los +camareros como propina.</p> + +<p>Alicia acogió su preocupación con grandes risas. +¡Un Lubimoff no teniendo con qué pagar á un cochero +de punto!... Unicamente en Monte-Carlo podían verse +estas cosas.</p> + +<p>—Yo pagaré, pobrecito mío. Será á cuenta de los +veinte mil que te debo. No; á cuenta, no: será un regalo. +Tú que tanto diste á las mujeres, deja que sea yo la primera +que costee tus necesidades. ¡Qué lujo! Yo «entreteniendo» +al príncipe Lubimoff...</p> + +<p>Habían ocupado un carruaje, que empezó á descender +la cuesta hacia el puerto de La Condamine.</p> + +<p>—¡Cómo nos mira la gente!—dijo Alicia—. Van á +creer que te rapto. La arruinada duquesa de Delille se +lleva al príncipe multimillonario para ser su amante y +sacarle el dinero... ¡Y no saben que soy yo quien paga! +Anda, ríete un poco. ¿Te parece mal que yo pague?... +¿No encuentras eso gracioso?...</p> + +<p>Habló de su imprevisión y su alocamiento con cierto +orgullo, como algo que la colocaba sobre todas las gentes +de costumbres regulares. La noche anterior temió +que no le quedase dinero para poder comer al día siguiente. +Pero Valeria había pasado la mañana haciendo +preciosos descubrimientos en los armarios: billetes de +Banco perdidos entre las ropas, placas del Casino olvidadas +en los libros, hasta un papel de mil francos envolviendo +una vieja pastilla de jabón.</p> + +<p>Cesó repentinamente de enumerar estos hallazgos.</p> + +<p>—¡Mira!... ¡mira!<a name="page_248" id="page_248"></a></p> + +<p>Estaban en el puerto. Ella señaló á una dama que +marchaba por el muelle, entre las altas adelfas recortadas +en forma de árboles. Era Clorinda. De un banco se +levantó un señor que parecía esperar, saliendo á su encuentro. +Los dos reconocieron á Atilio Castro, viendo +cómo se saludaban él y «la Generala», cómo seguían +juntos su paseo, tan ocupados en contemplarse mutuamente, +que no fijaron su atención en el carruaje.</p> + +<p>Miguel sonrió. El allí, al lado de Alicia, que le hacía +cometer toda clase de extravagancias; el otro esperando +con una emoción de adolescente la llegada de doña Clorinda. +¡Pobres enemigos de la mujer!</p> + +<p>—¡No me hables de ella!—exclamó Alicia, á pesar de +que su compañero no había dicho nada—. ¡La detesto!... +El pobre Martínez en el olvido. Me lo disputa, me lo +quita, y luego viene en busca de Castro, mientras el otro +infeliz vagará por Monte-Carlo. ¡Qué mujer! ¡El mal que +me ha hecho!... Ella tiene la culpa de todo.</p> + +<p>Y ante la mirada interrogante del príncipe fué exponiendo +sus quejas con acento de convicción. Su pérdida +tan rápida y completa no podía explicarse lógicamente. +Dos semanas ganando, y en unas cuantas horas perderlo +todo... ¿cómo podía ser eso? La noche anterior, al retirarse +del Casino, una amiga respetable, una marquesa +italiana, antigua bailarina, muy experta en las cosas de +la suerte y que llevaba treinta años jugando en Monte-Carlo, +le había descubierto la cruel verdad: «Duquesa, +usted tiene alguna persona que la quiere mal: una amiga +envidiosa que frecuenta su casa y le ha echado una +maldición. Sólo así se comprende lo ocurrido. Hay que +repeler la mala suerte, devolviéndosela á quien se la +envió.»</p> + +<p>—Ya ves que la cosa resulta clarísima: una amiga envidiosa +y que frecuenta mi casa... Clorinda; no puede +ser otra. Y mañana mismo voy á repeler la mala suerte, +tal como me lo ha recomendado la marquesa. Otras jugadoras +siguieron sus consejos y les va muy bien.</p> + +<p>Eran los Reyes Magos los que poseían el privilegio +de deshacer estos conjuros perversos. Necesitaba purificar +su «villa», fumigar todas las habitaciones donde +hubiese entrado «la Generala», quemando en una cazoleta<a name="page_249" id="page_249"></a> +oro, incienso y mirra, los tres presentes de los monarcas +viajeros. Oro no lo había: estaba oculto con motivo +de la guerra; pero, según la marquesa-bruja, era lo +mismo quemar trigo.</p> + +<p>—Debo recitar al mismo tiempo una oración en italiano, +una súplica muy bonita á los tres reyes, casi una +romanza, que dice... que dice...</p> + +<p>No pudiendo acordarse, abrió su bolso de mano. En +el monedero guardaba la plegaria, escrita con lápiz detrás +de un cartón del Casino de los que sirven para +anotar las jugadas. Miguel miró el interior del bolso +con la curiosidad que inspiran siempre todos los objetos +de la mujer que nos interesa. Vió sobre el arrugado pañuelo +una carterita de piel, y colgando de ella un fetiche +de jugadora, una mano con el índice y el meñique +tendidos en forma de cuernos, para conjurar la mala +suerte. Pero junto con la mano colgaba otro fetiche de +oro, de forma tan inesperada, tan inaudita, que Miguel +desechó como inverosímil lo que había pasado ante sus +ojos en rápida visión.</p> + +<p>Alicia se echó atrás, repeliendo su mano curiosa. +«¡No, no!» Y cerró el bolso con tanta rapidez, que casi +le pilló los dedos entre las valvas de plata. Se defendía, +ruborosa y sonriente; le miraba con ojos malignos, +encogiéndose al mismo tiempo como una niña avergonzada.</p> + +<p>—Es un regalo de la marquesa... lo mejor que ella +conoce para atraer á la suerte. Se acabó: no necesitas +saber más. ¡Qué curioso!...</p> + +<p>Y mientras ella se fingía algo enfadada para evitar +nuevas explicaciones, Miguel recordó el rosario de Satán +del amigo de Lewis y sus extraños adornos.</p> + +<p>El carruaje empezaba á ascender por la cuesta de +Mónaco. Los buques y el puerto parecían hundirse gradualmente +á cada vuelta de sus ruedas. Una sombra +verdosa enfriaba este camino, á la vista del luminoso +mar, de las montañas amarillentas, que iban tomando +un color rojizo bajo el sol de la tarde.</p> + +<p>Lubimoff explicó á su compañera las singularidades +del promontorio que sirve de asiento al viejo Mónaco. +En el lado de Mediodía, entre las rocas cubiertas de<a name="page_250" id="page_250"></a> +pitas y nopales, se aclimata la vegetación de los países +cálidos con una facilidad verdaderamente sorprendente +si se tiene en cuenta la latitud geográfica. Al visitar el +palacio de los príncipes había encontrado en los antiguos +fosos de la fortaleza, que son como invernáculos naturales, +el mismo calor húmedo y pegajoso de las selvas +del Ecuador, con palmeras brasileñas que ascendían á +muchos metros en busca de la luz. En cambio, sin salir +del mismo peñón, se descubrían al Norte, donde había +poco sol, helechos de los países fríos, vegetaciones de +los Vosgos, llegadas hasta allí nadie sabía cómo para +arraigarse frente al Mediterráneo.</p> + +<p>Alicia, no queriendo aparecer menos instruída, habló +de los jardines de San Martino. No los había visitado, +pero sospechaba que estaban entre el Museo Oceanográfico +y la Catedral. Valeria no sabía hablar de otra +cosa en las últimas semanas, describiéndolos como si +fuesen los jardines más interesantes de la tierra. Los +había visto bien acompañada, y esto influye mucho en +la visión. Era sin duda Novoa el que le había descubierto +este paraíso.</p> + +<p>—¡Si los encontrásemos!—dijo riendo Alicia.</p> + +<p>El carruaje pasó entre dos torrecillas con montera de +tejas que marcan la entrada al recinto de Mónaco. El +puerto quedaba muy abajo, con sus buques empequeñecidos. +Al otro extremo de la plaza de agua brillaban las +cúpulas de los numerosos hoteles de Monte-Carlo, sus +fachadas policromas, los vidrios de balcones y miradores. +No se llegaba á distinguir la gente. Los automóviles +resbalaban como diminutos insectos por la cuesta que +desciende á La Condamine.</p> + +<p>Entraron en una avenida asfaltada, entre dos masas +de estrechos y tupidos jardines, que conduce al Museo +Oceanográfico.</p> + +<p>—¡Míralos!—dijo Alicia con expresión triunfante, al +mismo tiempo que daba con un codo al príncipe.</p> + +<p>Cuando éste avanzó la cabeza, sólo pudo ver unos +bultos que se ocultaban en un sendero lateral.</p> + +<p>—Eran ellos, no lo dudes—continuó la duquesa, riendo—. +Marchaban por en medio de la avenida. Esa +Valeria es muy lista; se ha vuelto al oir el ruido de un<a name="page_251" id="page_251"></a> +coche, reconociéndome al instante. Se llevó al sabio +como si lo arrastrase.</p> + +<p>Cesó de reir, adquiriendo su rostro una gravedad +melancólica.</p> + +<p>—¡Felices ellos! ¡Qué de ilusiones! Todos hemos pasado +por lo mismo... Lo malo es que deseamos marchar adelante +en busca de algo más, cuando debíamos quedarnos +con lo que tenemos.</p> + +<p>El príncipe asintió con la cabeza, repitiendo lacónicamente:</p> + +<p>—¡Felices ellos!</p> + +<p>Su voz era un <i>réquiem</i>. Estos encuentros sucesivos le +hacían pensar en la muerta comunidad de la que era jefe +irrisorio. Primeramente, Castro... Luego, Novoa. Hasta +el coronel estaría en aquel momento paseando ante la +tienda de una modista, á la espera de la chica del jardinero. +Quedaba Spadoni, pero su fidelidad valía poco. +Para él no existía otro femenino que el de la ruleta.</p> + +<p>Se detuvo el carruaje más allá del Museo Oceanográfico, +donde empiezan los jardines de San Martino. Alicia +pagó al cochero.</p> + +<p>—Hay que hacer economías—dijo con gravedad—. +Volveremos á pie.</p> + +<p>Siguieron unos senderos tortuosos, subiendo y bajando +por las quebradas de la costa. Las pequeñas mesetas +habían sido convertidas en miradores de piedra, +desde los que se abarcaba un espacio inmenso. En algunos +amaneceres se podía distinguir el lejano perfil de las +montañas de Córcega. Como los jardines estaban á muchos +metros sobre el Mediterráneo, la línea del horizonte +era tan alta que obligaba á levantar los ojos. Los pinos +formaban ligeras y negras columnatas, entra cuyos troncos +subía el cortinaje obscuro del mar. Sólo sus rumorosas +copas de agujas emergían en el azul diáfano del +cielo. La vegetación baja se componía de plantas silvestres +de acre perfume y vida dura, insensibles á las emanaciones +salitrosas; nopales, cuyas palas verdes estaban +rematadas por frutos rojos; pequeñas pitas de retorcidas +puntas que se enredaban unas en otras como tentáculos +de pulpos verdes.</p> + +<p>Admiró Alicia este jardín. Era, según ella, un jardín<a name="page_252" id="page_252"></a> +marítimo, que armonizaba con el Museo cercano y el paisaje. +Los troncos parecían mástiles de navío; las plantas +amontonadas á sus pies tenían la forma radiada y envolvente +de los monstruos de las profundidades oceánicas. +Otras vegetaciones de origen exótico evocaban la +imagen de países cálidos, de lejanos puertos olorosos poblados +de muchedumbres amarillas ó cobrizas. A través +de los fustes rectos de la arboleda se veían cinco goletas, +inmóviles en el horizonte, con el velamen caído.</p> + +<p>Una cinta de humo acompañaba las evoluciones de +un torpedero sutil rondando como perro protector en +torno de este rebaño blanco y tímido.</p> + +<p>Al asomarse á los balconajes de piedra se veía el +mar á una profundidad enorme. El acantilado rojo se +hundía verticalmente en las aguas ennegrecidas por la +sombra ó se resguardaba con desprendimientos de rocas +eternamente ceñidas de espumas. A un lado avanzaba +el Cap-Martin, repeliendo el asalto de las olas, círculo +de corderos blancos que se sucedían incesantemente +surgiendo de las praderas azules; más allá, la costa de +Italia, sonrosada por la melancolía de la tarde; y en el +extremo opuesto, el Cap-d'Ail y el Cap-Ferrat, sobre +cuyos lomos—abullonados de verde por las arboledas +y moteados de blanco por las «villas»—empezaba á extenderse +el sudario de oro que debía envolver la muerte +del sol.</p> + +<p>—¡Hermoso!... ¡muy hermoso!</p> + +<p>La duquesa mostraba una alegría infantil. Se habían +sentado frente al mar, saboreando la rumorosa calma, +en la que se confundían los estremecimientos de los pinos, +el profundo rodar de las espumas invisibles, la +respiración de la llanura azul, los crujidos de la tierra, +rozada por los rosarios de hormigas, por las procesiones +de orugas, por la labor tenaz de los escarabajos, y conmovida +al mismo tiempo en sus entrañas por el despertar +de las raíces.</p> + +<p>De vez en cuando sonaba la arena del tortuoso sendero +bajo pasos humanos. Eran inválidos ó convalecientes +que recorrían los jardines á la salida del Museo; vecinos +de Mónaco que regresaban á sus casas después de +haber tomado el sol en un banco; gruesas comadres que<a name="page_253" id="page_253"></a> +guardaban su calceta en un bolso; ancianos apoyados +en un bastón, que tal vez no se habían embarcado nunca, +pero tenían un aspecto de viejos marinos genoveses. +También pasaban lentamente algunas parejas de enamorados. +Aparecían en una revuelta del sendero cogidos +del talle, silenciosos, mirándose. Al notar que en el +banco había otra pareja, se desasían, improvisaban una +conversación cualquiera y ganaban cuanto antes la revuelta +inmediata, para repetir el tierno enlazamiento, +no sin antes saludar con una sonrisa al príncipe y á la +duquesa, como si adivinasen en ellos á otros enamorados.</p> + +<p>—¡Y pensar que nunca habíamos venido aquí!...—dijo +Alicia—. Tú, á lo menos, posees tus magníficos jardines; +pero yo, instalada en una «villa» que no es mas que una +casa con unos cuantos árboles y teniendo por todo panorama +el edificio de enfrente, soy tan estúpida, que me +paso las tardes en el Casino, obscuro y cerrado como una +bodega. ¡Qué horror!</p> + +<p>Se estremeció al pensar en el Casino. Le parecía ahora +imposible que hubiese podido vivir en la penumbra ó +bajo la luz artificial, mascando una atmósfera malsana, +á las mismas horas en que este jardín extendía ante el +mar su magnificencia silvestre y luminosa.</p> + +<p>—Hay muchas cosas bellas en el mundo—continuó—para +las cuales no se necesita dinero. ¡Pensar que si no +hubiésemos perdido no estaríamos aquí! Casi es mejor +ser pobres.</p> + +<p>Miguel rió de su vehemencia. No; ser pobre no resultaba +agradable; pero tenía razón al decir que para gozar +de muchas cosas hermosas no es necesario el dinero.</p> + +<p>—Nosotros mismos—añadió él, después de una larga +pausa—sólo nos conocemos verdaderamente desde que +perdimos nuestra riqueza. ¡Quién sabe si de nacer pobres +nos hubiésemos entendido mejor en nuestra juventud!... +Muchas veces lo he pensado.</p> + +<p>Era cierto; y desde que estaba aquí en el banco, al +lado de ella, pensaba lo mismo. La alegría de Alicia +ante la tarde esplendorosa, su entusiasmo al verse en +este jardín rústico frente al mar, lejos de ciertas gentes +sin las cuales no creía antes tolerable la existencia,<a name="page_254" id="page_254"></a> +lejos del juego, que era el único remedio para el vacío +de su vida, todo esto halagaba al príncipe, como un descubrimiento +de acuerdo con sus gustos. La veía ahora +muy distinta á como se la había imaginado en otros +tiempos. Y él también aparecía seguramente ante los +ojos de ella de otro modo que en el pasado. Una muralla +enorme los separaba antes: la riqueza, engendradora +del orgullo y del afán de dominación.</p> + +<p>Sintió una necesidad de seguir hablando. Algo hervía +en su interior, haciendo subir las palabras á la boca +con una marea irresistible.</p> + +<p>«Vas á cometer una necedad enorme... ¡Atención!... +Buscas complicar tu existencia...»</p> + +<p>Era el antiguo Lubimoff el que hablaba en su interior; +el Lubimoff recién llegado de París para refugiarse +en su Arca, lejos de todos los afectos vanos que forman +la felicidad de la mayoría de los hombres; el áspero +maestro de «los enemigos de la mujer».</p> + +<p>La voz ronca y plañidera no levantó ningún eco. El +príncipe despreciaba á este fantasma que aún se mantenía +en su interior, gimiendo sobre ruinas.</p> + +<p>Había permanecido hasta entonces aspirando con +delicia el perfume de aquella mujer, que al mezclarse +con el perfume de la tarde parecía comunicar su esencia +á toda la Naturaleza. Veía el cielo, el mar, los árboles, +todo á través de ella, como si llenase el espacio.</p> + +<p>También él había hecho un descubrimiento. Pensaba +con horror en la solitaria Villa-Sirena, como la otra +pensaba en el Casino. Le parecían más hermosos estos +jardines de disfrute común que los de su propiedad, +que todos le envidiaban. ¿Cómo podía haberse paseado +solo en torno de su «villa», por las avenidas magníficas +y solitarias, cuando existía en el mundo la voluptuosidad +de sentarse en un banco público al lado de +una mujer, ó caminar junto á ella pasando un brazo +por su talle, lo mismo que aquellos pobres soldados y +marinos?...</p> + +<p>«¡Muy bien, príncipe!... Enamorado como un adolescente +pasados los cuarenta. ¡Adelante con tus necedades, +si eso te divierte!... ¿Qué dirían los otros enemigos de la +mujer?»<a name="page_255" id="page_255"></a></p> + +<p>Pero él no quiso oir esta última protesta de una mitad +de su persona, olvidada y hostil.</p> + +<p>—Nuestra vida ha sido un engaño—dijo en voz alta, +con cierta violencia, para no dejar traslucir su emoción—. +Tú debes estar convencida de ello... Y también te das +cuenta de que yo pienso lo mismo... de que reconozco +mi error... Porque yo... porque yo, desde hace tiempo... +¡yo te amo!... Ya está dicho: ahora ríete si quieres.</p> + +<p>Ella no quiso reir. Lanzó una ligera exclamación, le +miró un instante y volvió la cara, como si huyese de la +interrogación de sus ojos. Había presentido la llegada +de esto de un momento á otro, ¡pero la sorpresa de escucharlo +en la realidad!...</p> + +<p>Hubo un largo silencio.</p> + +<p>—¿Qué contestas?—preguntó al fin con timidez el famoso +príncipe Lubimoff, adorado por tantas mujeres.</p> + +<p>Alicia volvió á mirarle.</p> + +<p>—¿No es una broma?... ¿No es un capricho que te ha +sugerido la hermosura de esta tarde tan... poética?</p> + +<p>Miguel protestó con el gesto. ¡Considerar capricho +aquella decisión grave que venía preparada por largas +y penosas contradicciones interiores, lo mismo que un +gran pensamiento!...</p> + +<p>—Si yo fuese como las más de las mujeres, te contestaría: +«¿A cuántas has dicho lo mismo?» Pero esta pregunta +es estúpida. Se puede haber dicho «Yo te amo» á +una mujer con toda sinceridad, y algún tiempo después +repetir lo mismo á otra, con más sinceridad aún... No +quiero preguntarte á cuántas has dicho lo mismo; tal +vez no lo has dicho á ninguna. Tú no necesitabas esforzarte, +fingiendo la comedia del gran amor, para conseguir +tus deseos: te esperaban anhelantes; te bastaba +arrojar tu pañuelo de sultán... ¡Pero á mí!... Haz memoria, +Miguel: de muchachos nos odiamos; después, +cuando yo quise, tú no quisiste... ¡y ahora que ya empezamos +á ser viejos!... ¡ahora que sólo poseo los restos de +lo que fuí, que carezco de libertad, pues tengo... lo que +tú sabes! Es un disparate, y por eso río. No: ¡nunca!</p> + +<p>El príncipe habló á su vez. Se habían odiado, era +cierto, y este odio lo consideraba ahora como una felicidad. +¡Qué desgracia la suya si hubiesen unido por el<a name="page_256" id="page_256"></a> +matrimonio sus dos enormes fortunas y sus dos orgullos +todavía más enormes!...</p> + +<p>—Nos hubiésemos separado una semana después; tal +vez el mismo día—continuó Miguel—. Hasta tengo la +sospecha de que te habría pegado.</p> + +<p>—Y yo á ti—dijo la duquesa—. No cabíamos juntos +en ninguna parte. Era preciso que uno se sometiese al +otro, y ninguno de los dos comprendía este sacrificio.</p> + +<p>—Lo mismo—siguió él—puedo decirte de aquella +noche en que comimos juntos. Celebro mi conducta absurda +y ridícula. Si hubiese cedido, algo irreparable +existiría ahora entre nosotros; no nos hubiéramos vuelto +á encontrar, no estaríamos aquí diciendo lo que decimos.</p> + +<p>Ella asintió.</p> + +<p>—Es cierto; no estaríamos aquí. Tú guardarías un recuerdo +espantoso de mi persona; sé bien cómo era yo entonces. +Tampoco habría ido á buscarte, aunque en ello +me fuese la vida. Gracias á tu fuga de aquella noche podemos +ser amigos, amigos eternos, hermanos si quieres; +pero ¿por qué me hablas de amor?... Eso no es de nuestra +edad. Ya pasó. ¿Qué ves en mí ahora que no tuviese +de joven?</p> + +<p>—Veo tu desgracia.</p> + +<p>La voz del príncipe sonó grave y profundamente sincera +al decir esto.</p> + +<p>Había reflexionado mucho, antes de contestarse á sí +mismo, cuando se hacía una pregunta igual á la de Alicia. +Estaba seguro de haber empezado á amarla el día +que se presentó en Villa-Sirena á pedir el perdón de su +deuda, confesando su ruina. ¡Pobre duquesa de Delille, +acostumbrada á gastar millones al año, propietaria de +minas preciosas, y teniendo que vivir del juego, como +una aventurera!... Después, junto á su lecho, viendo sus +lágrimas, escuchando el gran secreto de su vida, aquella +maternidad oculta que la hacía llorar, se había dado +cuenta definitivamente de este amor. En los últimos días, +al contemplarla victoriosa en el Casino, su pasión se +ensombrecía; la apreciaba menos. Luego, al verla arruinada +y enferma de tristeza, su afecto iba renaciendo; y +para auxiliarla, hasta se convertía en jugador, ¡él, que +era incapaz de hacer esto ni por su propia salvación!...<a name="page_257" id="page_257"></a></p> + +<p>—Tú no puedes comprenderme: eres mujer. Muchas +veces en mi vida, otras mujeres me han dicho, después +de un acto suyo inexplicable: «No te esfuerces; los hombres +nunca llegan á entendernos...» Yo digo lo mismo: +una mujer tampoco puede comprender á un hombre... +Te amo ahora porque me inspiras lástima, y la lástima +conduce á la ternura, y la ternura es el verdadero amor, +un amor que yo no había conocido nunca. Cada uno +ama á su modo. La mayoría de las mujeres necesitan el +orgullo en el amor; que el amado infunda admiración y +envidia por su valentía, por su hermosura, su riqueza ó +su talento. El hombre ama casi siempre por lástima, por +la tierna conmiseración que le inspira la mujer. Nunca +se siente más amante que cuando la cabeza femenil se +apoya en su pecho con el abandono de la debilidad... +Y cuando la mano de él se hunde en su cabellera, encuentra +un cráneo pequeño y delicado (más pequeño +siempre que se lo imagina), una cabeza que contiene +palabras celestiales, gracias irresistibles, acciones grandiosas, +pero rara vez guarda las energías de pensamiento +que dan la superioridad al hombre. Sus miembros +adorables no pueden defenderla. Y el hombre, al +considerarla tan hermosa y tan débil, siente crecer su +amor con la lástima y el deseo de protección.</p> + +<p>—No—dijo ella—. También la mujer conoce la conmiseración +en su amor. El hombre que le era indiferente +le interesa de pronto, al verlo infeliz; la que odiaba ayer +vuelve al amante odiado, cuando lo considera en peligro. +Nunca pone tanta ternura en su voz como al decir: +«¡Pobrecito mío!...»</p> + +<p>El príncipe hizo un gesto de aceptación. ¡Sea en +buena hora! Pero volvió inmediatamente á lo que le +interesaba.</p> + +<p>—Hoy somos desgraciados; yo tanto como tú, pues +he perdido lo que me hacía sobresalir sobre los demás +hombres, y tal vez no lo recobre nunca... Pero tu situación +es todavía peor; eres mujer, eres más pobre, y yo +me siento atraído hacia ti y te digo lo que nunca hubiese +dicho de seguir los dos en nuestra antigua posición, +encerrados en nuestro orgullo.</p> + +<p>Siguió hablando en un tono arrullador, aproximándose<a name="page_258" id="page_258"></a> +más á ella, casi en su oído, aspirando el perfume +de la boa de piel que llevaba en el cuello y parecía +guardar concentrada toda la esencia de su cuerpo.</p> + +<p>Repitió lo que había pensado en las noches, mientras +luchaba con sus antiguas preocupaciones; lo que había +resumido enérgicamente poco antes, mientras venía silencioso +en el carruaje, al lado de ella. Habló del porvenir. +Aún podían ser felices: era un amor reposado y +durable lo que él la ofrecía; un amor de otoño, un amor +para siempre, sin complicaciones dramáticas, plácido, +tranquilo, dulcemente monótono, como las veladas junto +al fuego.</p> + +<p>La mujer rió con una expresión dolorosa.</p> + +<p>—Tú olvidas quién soy; hablas lo mismo que si el +pasado no existiese, como si tú no fueses tú, como si yo +no tuviera todas esas historias que pesan sobre mi nombre. +De hacerme otro esa proposición, ¡quién sabe!... Estoy +cansada y me seduce un porvenir de reposo. ¡Pero +tú!... Es imposible contigo: acabaríamos mal. Prefiero +que seamos amigos, sin nada de amor. Resulta más seguro +y durable.</p> + +<p>Al ver su gesto desalentado, Alicia continuó hablando. +No le asustaba vivir con él por lo que pudieran decir +las gentes. Era cierto que tenía un marido, y dominado +ahora por un amor senil, iba á negarse á aceptar el +divorcio. ¡Pero el caso que ella podía hacer de este obstáculo +y de los comentarios de su mundo!... Mayores audacias +contaba en su historia.</p> + +<p>—Es que no quiero... No me preguntes el motivo: no +sabría explicártelo; mejor dicho, no me entenderías. +Repito lo que te han dicho otras: «Tú eres un hombre, y +no puedes comprender á las mujeres.» No, no quiero. +Te hablaré más claro: con otro hombre que llegase á +interesarme... no sé. ¡Somos tan débiles! ¡sentimos tales +sorpresas en nuestra voluntad! Pero contigo, no... Nos +conocemos demasiado: es imposible.</p> + +<p>Miguel habló con un tono de despecho y tristeza.</p> + +<p>—No te intereso: bien lo veo.</p> + +<p>Alicia volvió á reir tan expansivamente, que golpeó +con una de sus manos las dos manos juntas del príncipe.</p> + +<p>—¡Tonto!... ¿Crees de verdad que no me interesas? Si<a name="page_259" id="page_259"></a> +me fueras indiferente, ¿te habría buscado en otro tiempo?... +¿estaría aquí ahora contigo?</p> + +<p>Se mostró desconcertado el príncipe. «¡Entonces!...» +Y se esforzó por descubrir qué obstáculo podía oponerse +á su deseo. Si era por las cosas de su vida anterior, él +las olvidaba. El príncipe Lubimoff tenía igualmente muchas +historias que convenía no recordar...</p> + +<p>—Dejemos en paz al pasado. Tú eres otra mujer. Conozco +tu existencia en los últimos años; además, me +contaste la otra mañana lo que has sido desde que tu +hijo vivió á tu lado... Yo te tomo á partir del momento +en que reconociste la seriedad de la vida, al verte junto +á un hombre formado con tu propia carne. Olvido á la +Venus de otros tiempos, á la Helena del «banco de los +viejos». Te deseo tal como eres actualmente, Venus dolorosa, +que lloras, sufres, y necesitas un consuelo, una +protección.</p> + +<p>Ella cesó de sonreir. Su boca se crispaba con un mísero +gesto de gratitud; sus ojos estaban húmedos.</p> + +<p>—No—dijo con voz humilde—. Es imposible, á causa +de eso mismo. ¡Mi hijo! ¡cómo me ha cambiado mi hijo!... +Yo sé lo que significa todo eso de amor. No somos dos +adolescentes que se engañan con ilusorias purezas y hablan +del alma y del cielo, mientras sus cuerpos se buscan +con un impulso natural. Si yo acepto tu amor, sé lo +que esto significa inmediatamente, tal vez antes de que +salga un nuevo sol. ¿Puedes imaginarte tal cosa?... Mi +hijo, que no sé dónde está, que tal vez ha muerto, que +por lo menos sufre en este momento lo que una mendiga +no permitiría que sufriese un hijo suyo, y yo, mientras +tanto, entregándome á un gran amor, á una pasión de +esas que devoran los días y el pensamiento entero, como +si aún viviese en la primera juventud, ¡ah, no!... ¡qué +vergüenza! Conozco lo que un amor entre nosotros exige +fatalmente, y me da espanto, me siento sin fuerzas para +muchas cosas que antes consideraba sin importancia. Tú +lo has dicho: soy otra.</p> + +<p>El príncipe se reanimó al conocer el obstáculo. Su +hijo vivía; estaba seguro de ello. El había escrito al rey +de España y á sus amigos influyentes de París; hasta +había enviado cartas á Alemania por mediación de personajes<a name="page_260" id="page_260"></a> +diplomáticos. Lo encontrarían de un momento +á otro; él conseguiría que volviese al lado de su madre. +¿Por qué iba á estorbar el pobre mozo el porvenir de los +dos? Su hijo conocía la vida; los años pasados al lado de +su madre le habían familiarizado con las irregularidades +que tanto abundan en el mundo de los dichosos. No +consideraría extraordinario que ella, sometida á un matrimonio +que era una equivocación, rehiciese su existencia +discretamente con un hombre al que conocía desde +su adolescencia. Además, lo amaría como á un hermano +menor. Contaba con poderosos amigos, capaces de ayudarle +si deseaba trabajar. Los restos de su fortuna serían +para él cuando muriese.</p> + +<p>Alicia agarró una de sus manos con la ternura del +agradecimiento. «¡Cuán bueno eres!...» Pero de pronto +secó sus lágrimas, sus ojos brillaron con una energía +que parecía dirigirse contra ella misma, y continuó con +voz dura:</p> + +<p>—No, no quiero. Veo lo inmediato: lo que va á ocurrir +entre nosotros si me dejo arrastrar por tus hermosas +palabras; veo á mi hijo... mejor dicho, no le veo, no +sé qué es de él, ignoro si vive... Te digo que no. Es inútil +que insistas.</p> + +<p>Se hizo un largo silencio. Pasó un soldado con la +cabeza vendada bajo el kepis y una flor en una oreja, +sonriendo á una muchacha rubia que se apoyaba en su +brazo y canturreando los dos. El príncipe y la duquesa +se separaron un poco en el banco y permanecieron en +silencio: él mirando al suelo, preocupado y cejijunto; +ella con los ojos en la raya del horizonte, siguiendo la +lenta marcha de las goletas, que habían combado sus +alas bajo la brisa precursora del crepúsculo.</p> + +<p>La tenacidad con que Miguel ponía su vista en el +suelo hizo que Alicia se equivocase. Sus piernas quedaban +algo descubiertas por el arrugamiento de la falda +corta; unas piernas finas, que mostraban la blancura de +su carne á través de las mallas de seda de color habana.</p> + +<p>—¿Miras mis medias?—preguntó ella, pasando repentinamente +de la tristeza á la risa—. Fíjate. Eso que llevan +al lado no son adornos, son zurcidos. Mi doncella +me las arregla muy bien. ¡Qué quieres! Somos pobres.<a name="page_261" id="page_261"></a></p> + +<p>Y sin duda, para distraer á su enfurruñado acompañante, +siguió con acento regocijado la enumeración de +su miseria. ¡Ay, la guerra, con sus atroces encarecimientos! +Las medias de seda eran malas, se rompían con sólo +usarlas una vez, y únicamente podían adquirirse á precios +fabulosos. Prefería prolongar la existencia de las +que guardaba de sus tiempos de riqueza, por ser más +sólidas. Lo mismo podía decir de los trajes. Hacía dos +años que su guardarropa ignoraba las renovaciones, +antes tan frecuentes.</p> + +<p>—Somos pobres—repitió con jocosa solemnidad—. +Además, nos gusta el juego, y, como todos los jugadores, +perdemos miles de francos y economizamos en las +pequeñas cosas que alegran la existencia.</p> + +<p>Aguardaba una ganancia enorme y definitiva para +ocuparse de su embellecimiento personal.</p> + +<p>Pero el príncipe, con los ojos y el gesto, dió á entender +lo poco que le interesaban estas confidencias. Era +inútil que pretendiese desviar la conversación. Miguel +insistía en su demanda, ofendido por la negativa de Alicia. +Tal vez con otro hombre se habría mostrado más +clemente.</p> + +<p>Ella comprendió que debía volver á lo que interesaba +á su acompañante, y dijo con varonil franqueza:</p> + +<p>—Yo sé lo que tienes. Te voy á hablar como un camarada, +sin preocupaciones de sexo, lo mismo que te +hablé aquella noche en mi estudio. Conozco la vida que +llevas; sé igualmente lo de «los enemigos de la mujer»: +una invención necia. Tú lo que necesitas, después de varios +meses de soledad maniática, es una mujer. Escoge +en torno de ti; las encontrarás, cuando quieras, más jóvenes, +más hermosas que yo, que empiezo á verme tal +como soy. ¿Por qué te fijas en mí? ¿Por qué turbar mi +tranquilidad, cuando ya me he olvidado de esas cosas?...</p> + +<p>Sonrió el príncipe amargamente ante el remedio. Lo +había pensado muchas veces. El censor que llevaba +dentro repetía el mismo consejo: «Busca una hembra, y +todo pasará inmediatamente; una hembra que sólo te +inspire un interés momentáneo; nada de mujeres y de +complicaciones pasionales. Haz lo mismo que recomendaste +á Castro.» Muchas veces había entrado en el Casino<a name="page_262" id="page_262"></a> +con el aire resuelto del matarife que va á escoger +en el rebaño la res diaria. Examinaba la tropa femenina +de las salas de juego, ocupada en mirar con un ojo la +bayeta verde, mientras espiaba con el otro á los hombres +que circulaban á sus espaldas.</p> + +<p>Sentía una atracción carnívora ante determinadas +mujeres; una por el rostro, otra por el talle ó la estatura, +algunas por su fealdad original ó su desarmonía +incitante, que obraban sobre sus nervios como los manjares +picantes ó ácidos obran sobre el paladar. No tenía +mas que hacer una seña ó decir una breve palabra á +muchas que, viéndose observadas por el famoso personaje, +sonreían dispuestas á seguirle. Pero experimentaba +de pronto la antipatía que inspiran las cosas repetidas +hasta la saciedad, el vacío de lo que se conoce +hasta el cansancio. Nada nuevo podía esperar; se horrorizaba +pensando en el parloteo vano de una desconocida +que desea hacerse interesante; en las mentiras de un +sentimentalismo repentino y falso; en la grotesca animalidad +del acoplamiento que daría fin á tanta molestia. +No; le era imposible. Una sola vez, con la desesperada +energía del enfermo que traga un medicamento repugnante, +había seguido á uno de estos animales hermosos, +para sentirse poco después arrepentido de su vileza y +avergonzado de su fracaso.</p> + +<p>—Eres tú; tú, y ninguna más—dijo sombríamente—. +Tú, ó nadie.</p> + +<p>Alicia habló con el mismo tono grave. Sabía por experiencia +lo que era esto. Deseamos con mayor anhelo +lo que nos es imposible conseguir; hacemos un objeto +único de todo lo que está fuera de nuestro alcance.</p> + +<p>Pero estos razonamientos exasperaron á Lubimoff, +hasta hacerlo injusto.</p> + +<p>—Te conozco—dijo avanzando en el banco, al mismo +tiempo que la miraba de cerca con unos ojos apasionados +y agresivos—. Sé cómo sois las mujeres: todas vanidosas +y vengativas. No puedes olvidar la noche en que +quisiste y yo no quise, y ahora te das el placer de mi +suplicio; gozas haciéndome sufrir...</p> + +<p>—¡Oh, Miguel!—interrumpió ella con un tono de protesta.<a name="page_263" id="page_263"></a></p> + +<p>Lubimoff siguió hablando rencorosamente, y esta indignación +conmovía á Alicia más que los ruegos humildes +de poco antes. Era la imploración desesperada del +desahuciado que quiere volver á la vida normal.</p> + +<p>—Te amo... te necesito. ¡Yo te tendré!</p> + +<p>Sobre el lomo del Cap-d'Ail descendía la esfera anaranjada +del sol. Su borde interior tocaba ya la línea +ondulante de los jardines y los edificios. Por un momento +concentró sus rayos en haz á través de la columnata +de un <i>belvedere</i>, como si se asomase á un arco de +triunfo antes de morir. Una luz azul que parecía emerger +del mar iba repeliendo en los jardines el oro desmayado +de la tarde.</p> + +<p>—¡No!... ¡no quiero!</p> + +<p>La voz de Alicia rasgó el rumoroso silencio con un +temblor de sorpresa para convertirse inmediatamente +en sordo y prolongado rugido, como si algo pesase sobre +su boca. Miguel había echado sus dos brazos sobre los +hombros de ella, dominándola, inclinando su busto, +oprimiéndolo contra su pecho. Su boca buscaba la otra +boca que pretendía resistirse, huyendo con violentas +contorsiones del cuello. Finalmente, cesó el rugido de +protesta. Las dos cabezas permanecieron inmóviles.</p> + +<p>—¡Oh, Miguel... Miguel!—suspiró ella, librándose por +un momento de la caricia para volver á someterse á +aquellos labios que la perseguían con avidez.</p> + +<p>Hablaba como una vencida. Había vuelto de golpe á +su pasado, estremeciéndose al contacto de tantas cosas +olvidadas que una larga abstinencia hacía completamente +nuevas. Esta boca ardorosa y dominadora la despertaba +de un sueño que había durado años. Su renacimiento +venía de más lejos que el de Miguel.</p> + +<p>Se olvidó de lo que la rodeaba. Sus ojos continuaron +abiertos, pero se habían borrado de ellos el mar, el cielo +dulce del ocaso, hasta las ramas de pino que formaban +un dosel silvestre sobre sus cabezas.</p> + +<p>De pronto volvió á contemplarlo todo, encorvándose +al mismo tiempo para repeler al hombre.</p> + +<p>—No, no quiero... ¡Esa mano!... Pueden vernos. ¡Qué +locura!</p> + +<p>El príncipe era un atleta, pero la emoción debilitaba<a name="page_264" id="page_264"></a> +sus fuerzas. Además, éstas se esparcían en una doble +actividad, queriendo dominar á la mujer y explorarla á +la vez en sus misterios, con la furia del imperativo sexual. +Ella se contrajo y se irguió varias veces, dúctil y +reptilina, consiguiendo al fin escapar de la cadena de +los brazos masculinos mientras lanzaba un suspiro de +fatiga y satisfacción.</p> + +<p>Lubimoff, vuelto á la realidad, vió á Alicia de pie +ante él, acabando de alisar su vestido en desorden, llevándose +luego las manos á su cabellera, al torcido sombrero, +á la boa que se deslizaba de sus hombros.</p> + +<p>—Vámonos—dijo con un laconismo de enfado.</p> + +<p>La siguió el príncipe, cabizbajo, arrepentido de su +violencia. A los pocos pasos, ella pareció conmoverse +por este mutismo que representaba un arrepentimiento, +y volvió á sonreir:</p> + +<p>—Ya sé que en adelante no debo verte á solas... Olvidaba +que eres un marino, acostumbrado á bajar en los +puertos con premura, sin querer perder tiempo.</p> + +<p>Marcharon lentamente, con una placidez igual á la +del sereno crepúsculo.</p> + +<p>Al salir de los jardines hicieron un alto frente al Museo. +¡Volver por el mismo camino!... Miguel descubrió á +un lado del edificio una escalinata rústica tallada á trechos +en la roca y completada en las oquedades con peldaños +de ladrillos. Descendía hasta la ribera del mar +formando diversos tramos, y á su final, un camino siguiendo +el borde de la costa conducía al puerto.</p> + +<p>La mujer vaciló bajo el arco de entrada.</p> + +<p>—Te advierto—dijo amenazando con un dedo á Miguel—que +si vuelves á las tuyas, pido socorro. ¿Me prometes +ser hombre serio?... ¿Palabra?... Bueno; marcha +delante: no me fío.</p> + +<p>El se lanzó por la escalera como un explorador. El +palacio del Museo parecía desdoblarse así como iban +descendiendo. Además del edificio á flor de tierra, había +un segundo edificio costa abajo, que asentaba sus +muros de piedra con grandes ventanales sobre las rocas +del acantilado.</p> + +<p>En una revuelta, el príncipe se detuvo para esperar +á su compañera. Descendía lentamente, dejando entre<a name="page_265" id="page_265"></a> +los dos una separación de varios peldaños. Tenía los pies +más arriba de la cabeza de Lubimoff, y á éste le bastó +elevar un poco los ojos para ver aquellas medias cuyo +zurcimiento había explicado la duquesa.</p> + +<p>Vió algo más, que le hizo estremecerse; y con la ligereza +de un muelle que se dispara, salvó en varios saltos +los escalones que existían entre ambos.</p> + +<p>—¡Miguel... que grito!—exclamó ella al verle llegar, +extendiendo las manos para rechazarle y queriendo huir +al mismo tiempo.</p> + +<p>Había abarcado en sus brazos la parte baja del adorable +cuerpo. No podía ascender más: las manos de +Alicia repelían su cabeza con un impulso nervioso. Y +él, con la incoherencia de la pasión, besó sus pies y el +arranque de sus piernas; besó su falda allí donde pudo, +en los ángulos redondeados de sus rodillas, en la suave +curva del vientre.</p> + +<p>Ella se irritó al sentirse inmovilizada, sin poder huir.</p> + +<p>—¡Déjame!... Esto es ridículo. ¡Acabemos!</p> + +<p>Y el sombrero del príncipe rodó de escalón en escalón, +bajo un golpe de aquellas manos finas que se defendían +á ciegas.</p> + +<p>Este incidente le devolvió su serenidad. Sí; efectivamente, +era ridículo. Y como viese en Alicia la intención +de desandar el camino, volviendo á los jardines, Miguel, +para inspirarle confianza, corrió escalera abajo, sin volver +la cabeza, sin preocuparse de si ella le seguía.</p> + +<p>Se juntaron al borde del mar, en un ancho camino +que serpenteaba entre las rocas sueltas orladas de espuma +y las paredes casi verticales del acantilado. Las mesetas +y oquedades de la piedra habían sido aprovechadas, +en este promontorio de escasas superficies horizontales, +para construir algunos edificios que albergaban á +las familias de los empleados de Mónaco. En el filo del +acantilado aparecía, como una cabellera verde, la línea +bordeante de los jardines altos, cortada á trechos por +viejas obras de fortificación.</p> + +<p>Eran bastiones en declive, con garitas salientes en +sus ángulos, iguales á los que se ven en los viejos grabados +ó en las decoraciones de teatro. Enormes lápidas +de piedra con caracteres latinos cantaban la gloria de<a name="page_266" id="page_266"></a> +los diversos príncipes soberanos que habían hecho construir +estas costosas obras de defensa, ahora anacrónicas +é inútiles. Lubimoff esperaba ver surgir de las garitas +algún granadero de uniforme blanco y vueltas de grana, +llevando sobre el negro mostacho y la peluca con polvos +una mitra de oro.</p> + +<p>Caminaron lentamente en el crepúsculo. Arriba, la +luz anaranjada del ocaso enrojecía suavemente las aristas +de la roca, las arboledas, las fachadas blancas. Al +borde del mar, la sombra era azul, una sombra de noche +lunar. El cielo ensangrentado por la puesta del sol +permanecía invisible para ambos detrás del peñón de +Mónaco. Sólo podían contemplar el cielo de la parte de +Italia, cada vez más obscuro, más denso, preparándose +á dar paso á las primeras punzadas luminosas de las estrellas.</p> + +<p>Se cruzaron con varios pescadores que regresaban á +sus viviendas cargados de cestos y redes.</p> + +<p>Alicia experimentaba inquietud en algunas revueltas +completamente solitarias. Luego, al ver una casa ó un +transeunte que se iba aproximando, reanudaba su conversación. +Lo que ella temía era un alto en el camino, +sentarse con el príncipe en el pequeño parapeto que +bordeaba la costa. ¡Mientras siguiesen marchando!...</p> + +<p>Dejó sin protesta que Lubimoff pasase un brazo por +otro suyo, apoyándose en él. ¡Se expresaba con tanta +humildad!... Parecía arrepentido de sus atrevimientos; +le pedía perdón con su pálida sonrisa. Además, le hablaba +de su hijo con un optimismo acariciador. Todos +los temores de ella eran infundados; su hijo volvería: +estaba seguro de ello. Iba á recibir buenas noticias de +un momento á otro; tal vez aquella misma noche.</p> + +<p>Era un hombre, y por mucho que amase á su madre +acabaría por amar á otra mujer con mayor vehemencia, +creándose una vida aparte, como todos los demás.</p> + +<p>—Y tú, que aún puedes considerarte joven, que tienes +derecho á largos años de ventura, ¿quieres renunciar á +todo, como una vieja?... ¿Por qué? ¿Qué adelantas con +eso?...</p> + +<p>Ella bajaba la frente sin saber qué contestar, y su +turbación era tal, que no hizo el menor movimiento<a name="page_267" id="page_267"></a> +cuando el brazo de Miguel dejó de apoyarse en el suyo +para ceñir su talle. Así avanzaron, estrechamente ligados, +formando un solo cuerpo, dando paso tras paso instintivamente, +sin saber hacia dónde marchaban. El, con +los ojos puestos en ella, espiaba su rostro, esperando la +caída de una mirada, de un monosílabo de aceptación. +Alicia temía encontrarse con estos ojos implorantes, y +entornaba los suyos.</p> + +<p>—Di que sí—murmuró Lubimoff—, di que quieres. +Por algo nos hemos encontrado; por algo viniste á buscarme. +Vamos á rehacer unas vidas que se torcieron por +nuestra vanidad y nuestro orgullo. Seamos, aunque algo +tarde, lo que debimos ser.</p> + +<p>—No—suspiraba Alicia—, no puedo... ¡Mi hijo!...</p> + +<p>Y á continuación se apresuró á murmurar, como +arrepentida:</p> + +<p>—Sí; tal vez... más adelante... Pero ahora, no. ¡Qué +vergüenza!... Cuando yo esté tranquila, cuando no sienta +esta preocupación que me destroza... Te quiero; ¿te basta +con eso? Te quiero...</p> + +<p>Estas dos palabras le bastaban al príncipe. El, que +había llegado con tantas mujeres á los mayores extremos +de dominación, sin sentirse nunca ahito, se contentaba +con la breve frase, que tenía para sus oídos una +música dichosa.</p> + +<p>Fué subiendo su brazo más arriba del talle de Alicia, +mientras con la otra mano reclinaba su cabeza en uno +de sus hombros.</p> + +<p>Sonó un beso, un larguísimo beso, sin que se detuviese +la marcha de los dos. La mujer no opuso resistencia, +y poco después, su boca, animada por un despertar +febril, se unió á este beso, haciéndolo más apasionado, +más vibrante é interminable. Ya no sentía miedo; seguían +caminando, y á su enamorado le era imposible +repetir las osadías del jardín. Es más: se confesaba interiormente, +con cierta vergüenza, el deleite que esta caricia +andante resucitaba en ella.</p> + +<p>—Te quiero—suspiró, sin saber lo que decía—, te +quiero; ¡pero lo otro, no!... Amémonos como si fuésemos +muchachos. Es ridículo á nuestra edad... ¡pero tan dulce!</p> + +<p>En aquel momento, el alma de Lubimoff era igual<a name="page_268" id="page_268"></a> +á la suya. Este simple beso le pareció el mayor de +los placeres que había conocido. Encontraba á la vida +un encanto nunca sospechado. Creyó contemplar el paisaje +más hermoso de la tierra. ¡Qué interesantes las +viejas fortificaciones! ¡Qué grande hombre Alberto de +Mónaco al construir esta ruta asfaltada y solitaria, para +que él marchase prendido por su boca á la boca de una +mujer!...</p> + +<p>Caminaban lo mismo que si estuviesen ebrios, en +continuo zigzag, desde el parapeto al corte del acantilado, +labios con labios, los ojos tocándose, como si nada +existiese más allá, é imaginándose buenamente que marchaban +en línea recta. Desde lejos les hubiesen creído +dos adversarios que luchaban, tambaleándose con los +empujones de la pelea.</p> + +<p>El, dominado repentinamente por el deseo, quedó +inmóvil y se negó á seguir adelante.</p> + +<p>—¡No... no!</p> + +<p>Alicia protestaba ante el peligro, quebrantada aún su +voluntad por las emociones recientes, pero esforzándose +por mantener su negativa.</p> + +<p>La boca de él se había separado de la suya. Sus ojos +brillaban con un estrabismo agresivo. Las manos bajaron +á lo largo del cuerpo femenil, ganchudas como garras.</p> + +<p>—¡No quiero; te he dicho que no quiero!... ¡Sigamos!</p> + +<p>Ella se agitó entre sus brazos con una agilidad de +gimnasta, y al salir de este encierro sonó un crujido de +tela desgarrada.</p> + +<p>—¡Mira, bárbaro!... ¡mira lo que has hecho!</p> + +<p>Estaba inmóvil, con la boa de piel cayéndose de uno +de sus hombros, mientras buscaba en el otro el rasguño +que acababa de sufrir su vestido.</p> + +<p>Miguel, colocándose á sus espaldas, vió que tenía +una manga casi suelta, dejando ver la blanca carne del +brazo y la deliciosa oquedad de la axila con su fino +musgo.</p> + +<p>Se arrepintió de su violencia, de sus maneras, que +rompían al acariciar, como las de un marinero ebrio.</p> + +<p>Otra vez se apiadó Alicia de su confusión infantil.</p> + +<p>—No vale la pena. Es un vestido de hace dos años;<a name="page_269" id="page_269"></a> +está tan viejo, que se rompe con solo mirarlo... Inconvenientes +de pasear con una pobre.</p> + +<p>Después la preocupó este rasguño tan visible. Iba á +entrar en Monte-Carlo, á pie ó en tranvía; ¡qué dirían +viéndola en tal estado!</p> + +<p>—Un alfiler; ¿tienes un alfiler?</p> + +<p>Esta petición aumentó el remordimiento del príncipe. +¿Dónde puede encontrar un hombre un alfiler?... Mientras +Alicia buscaba en sus ropas inútilmente, él pensó en +regresar al Museo ó escalar los peñascos hasta una de +aquellas casas donde vivían los empleados del príncipe. +Habría dado cien francos por un alfiler... pero se acordó +de que no tenía nada en sus bolsillos.</p> + +<p>Empezó á registrarse lo mismo que ella, aunque tenía +la certeza de que la rebusca era inútil.</p> + +<p>De pronto sonrió triunfante.</p> + +<p>—Toma el alfiler.</p> + +<p>Era el de su corbata; una perla famosa, muy admirada +por las mujeres, y que no había querido dar nunca, +por ser regalo de la princesa Lubimoff.</p> + +<p>Tuvo que encargarse él mismo de arreglar la rotura +de la espalda, suspirando de angustia.</p> + +<p>—No sabes—decía riendo Alicia—. Cuidado, que me +pinchas. ¡Qué torpe!</p> + +<p>Pero él acabó por sentirse contento de su torpeza. +Acariciaba el desnudo brazo con sus dedos, se estremecía +al rozar aquel pliegue de la carne que guardaba +en su sombra aterciopelada cierto misterio sexual.</p> + +<p>—¡Quieto!—chilló ella—. No vuelvas á las andadas; +mira que me enfado... Bien está así... ¡Vámonos!</p> + +<p>Se echó atrás la boa para ocultar el torpe remiendo +y la perla, que resaltaba con una magnificencia incoherente. +Volvieron á marchar, sin que Miguel intentase +nuevas audacias. El último incidente le había hecho circunspecto. +Insultábase en su interior, considerándose +un bárbaro, incapaz de vivir entre verdaderas señoras.</p> + +<p>Al llegar á la última revuelta salieron de la penumbra +azul del acantilado. Sobre sus cabezas tenían el ángulo +final del baluarte y una garita de piedra; enfrente +el puerto, con su boca flanqueada de dos torrecillas +luminosas, y en la ribera opuesta la altura de Monte-<a name="page_270" id="page_270"></a>Carlo, +sus edificios enormes, sus cúpulas charoladas, que +reflejaban el último fuego rosa del crepúsculo.</p> + +<p>Los dos se detuvieron instintivamente. En mitad del +puerto, el yate blanco del príncipe de Mónaco estaba +inmóvil, tirando de su boya. Junto al muelle cercano +unas cuantas tartanas cabeceaban, moviendo su mástil +único, y un vapor español, ostentando su bandera neutral, +descargaba sacos de arroz y toneles de vino. La +presencia de varios grupos de hombres diseminados +frente á las embarcaciones les impuso prudencia. Dejaban +de estar solos. Habían entrado de nuevo en la vida.</p> + +<p>—¡Qué corto el camino!—exclamó el príncipe.</p> + +<p>Lo mismo pensaba ella. «Sí, ¡qué corto!»</p> + +<p>No debían marchar juntos. Era preciso despedirse +allí, lejos de la gente.</p> + +<p>Alicia lo tendió sus dos manos.</p> + +<p>—¿Nada más?—suspiró Miguel.</p> + +<p>Vaciló la duquesa un instante. Luego, con una agilidad +de muchacha, como si aún fuese la amazona endiablada +del Bosque de Bolonia, saltó hacia él con los +brazos abiertos.</p> + +<p>—Toma... toma... y toma.</p> + +<p>Fueron tres besos rápidos, fulgurantes, que sólo duraron +un segundo; tres besos que hicieron pensar á Lubimoff +si lo ignoraría aún todo en la vida, pues nunca +había sentido el estremecimiento que circuló por su +cuerpo desde el cerebro á los pies.</p> + +<p>—¡Más!... ¡dame más!</p> + +<p>Ella rió de su gesto implorante.</p> + +<p>—Se acabaron las locuras... Otro día, ¡quién sabe!... +Ahora vuelvo á mis preocupaciones. Me da miedo entrar +en mi casa; siento terror y esperanza. ¡Ay, la noticia +que puedo recibir de un momento á otro!... Di: ¿tú +crees de verdad que no le ha pasado nada?... ¿tú crees +que podrá volver?...<a name="page_271" id="page_271"></a></p> + +<h3><a name="VIII" id="VIII"></a>VIII</h3> + +<p>Spadoni entró en la habitación de Novoa con el propósito +de hacerle hablar. Creía ahora fervorosamente en +la ciencia del profesor, y al verlo predispuesto al juego +y reflexionando sobre sus misterios, esperaba de él, con +la simplicidad del creyente, algo milagroso, un descubrimiento +genial que los enriqueciese á los dos. Por esto +el pianista se levantaba antes que de costumbre, para +sorprender al catedrático durante sus ocupaciones de +limpieza personal. Consideraba estas horas las mejores +para una confidencia.</p> + +<p>—La palabra azar—dijo Novoa—carece de sentido; +mejor dicho, no existe el azar. Es un invento de nuestra +debilidad y nuestra ignorancia. Decimos que un +fenómeno es debido al azar cuando sus causas nos son +desconocidas ó nos parecen inaccesibles al análisis. Ignoramos +las causas de la mayor porte de los hechos, y +salimos del paso atribuyendo éstos al azar.</p> + +<p>El músico abrió sus ojos de odalisca, contrayendo á +la vez el rostro aceitunado con un gesto de atención y +respeto. No entendía bien las palabras del sabio, pero +las admiraba de antemano, como un preludio de revelaciones +más practicas y de inmediata aplicación.</p> + +<p>—Todo fenómeno—continuó Novoa—, por mínimo +que parezca, tiene una causa, y un hombre de cerebro +infinitamente poderoso, infinitamente informado de las +leyes de la Naturaleza, sería capaz de prever todo lo +que puede ocurrir dentro de unos minutos ó dentro de +unos siglos. Con un hombre así sería imposible jugar á<a name="page_272" id="page_272"></a> +ningún juego. El azar no existiría para él. Poseyendo el +secreto de las pequeñas causas que hoy escapan á nuestra +inteligencia y de las leyes que rigen sus combinaciones, +sabría perfectamente todo lo que puede surgir +del misterio de la baraja ó de los números de la ruleta. +No habría quien le resistiese.</p> + +<p>—¡Oh, profesor!—suspiró admirado el pianista.</p> + +<p>Hacía votos mudamente por que su ilustre amigo siguiese +estudiando. ¡Quién sabe si llegaría á ser ese hombre +todopoderoso, y, apiadándose de él, lo llevaría á la +rastra de su gloria!</p> + +<p>Novoa sonrió de la candidez de Spadoni y siguió +hablando.</p> + +<p>—El número de hechos que atribuímos á ese azar +(que no es mas que una causa ficticia creada por nuestra +ignorancia) varía, del mismo modo que varía la ignorancia, +según los tiempos y según los individuos. +Muchas cosas que son azar para el iletrado no lo son +para el hombre estudioso. Lo que hoy es azar no lo será +tal vez dentro de algunos años. Los descubrimientos +científicos acabarán por restringir considerablemente el +dominio del azar al disminuir nuestra ignorancia.</p> + +<p>Se dilató el rostro del pianista con un gesto de ilusión.</p> + +<p>—Usted es un sabio, profesor, ¡un gran sabio!... No +mueva la cabeza; yo sé lo que digo. Y tengo la seguridad +de que si continúa estudiando estas materias importantes, +encontrará una martingala que...</p> + +<p>Le interrumpió el español, señalando á una baraja +sobre una mesa próxima. Se adivinaba que había hecho +estudios durante la noche, antes de acostarse. Esta baraja +era para Spadoni un testimonio de laboriosidad +científica, más digno de respeto que todos los libros +procedentes de la biblioteca del príncipe que estaban +olvidados en los rincones. El catedrático se preocupaba +ahora de los misterios del azar, y Spadoni estaba convencido +de que encontraría algo mejor que todo lo que +llevaban inventado los simples jugadores.</p> + +<p>Pero su esperanza se desvaneció ante el gesto desalentado +de Novoa.</p> + +<p>—Mire usted esta baraja: unos cuantos pedazos de +cartón, ¡y sin embargo, resulta inmensa como el universo!<a name="page_273" id="page_273"></a> +Hace sufrir el vértigo del infinito, lo mismo que +cuando se mira arriba con el telescopio ó abajo con el +microscopio. ¿Sabe usted cuántas combinaciones pueden +hacerse con una baraja de cincuenta y dos cartas?... No +sé cómo decírselo: ni el diccionario ni la aritmética conocen +esta cifra por inútil, pues está mas allá de los +cálculos humanos. Inventemos la palabra: ochenta undecillones, +ó sea un 8 seguido de sesenta y siete ceros... +Dos hombres que se pusieran á jugar con una baraja de +cincuenta y dos cartas y jugasen una partida por minuto, +siendo en cada partida el juego diferente, sólo llegarían +á agotar todos las combinaciones posibles después +de cien millones de siglos.</p> + +<p>Se hizo un largo silencio, como si el ambiente de la +habitación quedase agobiado por el peso de estas cifras +inconcebibles. Spadoni bajaba la cabeza.</p> + +<p>—Ahora, dígame usted—continuó el profesor—qué +puede un pobre ser humano, con todos sus cálculos de +probabilidades, contra este infinito.</p> + +<p>Y agarrando un puñado de cartas, las dejó caer de +nuevo sobre la mesa, como una lluvia susurrante de +colores.</p> + +<p>—Todo depende del azar—añadió—, ó mejor dicho, +del error. Perdemos por error y ganamos por él igualmente. +Nuestro error es el resultado de una infinidad de +errores infinitesimales debidos á otra infinidad de pequeñas +causas, cuyo análisis no podemos intentar siquiera. +Estas pequeñas causas son independientes las +unas de las otras, y como es el azar quien las dirige, +obran tan pronto en un sentido como en otro. Cuando +el error infinitesimal es positivo, nos hace ganar; cuando +es negativo, perdemos.</p> + +<p>Spadoni movió la cabeza afirmativamente, aunque +sin entender gran cosa. Lo único claro para él era lo de +los errores infinitesimales que hacen perder. Los conocía; +eran á modo de microbios, de gérmenes maléficos, +adheridos á él para siempre. Y deseaba que su sabio +amigo encontrase un antiséptico para exterminarlos.</p> + +<p>—Además—dijo Novoa—, si existen probabilidades +de ganancia, estas probabilidades son proporcionales á +las fortunas de los jugadores. Un jugador pobre tiene<a name="page_274" id="page_274"></a> +menos probabilidades de ganar que otro que disponga +de capitales.</p> + +<p>—Entonces, ¿nosotros...?—preguntó melancólicamente +el músico.</p> + +<p>—Nosotros estamos abajo y hemos nacido para víctimas. +El juego es una imagen de la vida: los fuertes +triunfan sobre los débiles.</p> + +<p>Spadoni quedó pensativo.</p> + +<p>—Yo he visto—dijo—jugadores ricos que acaban +arruinándose como los demás...</p> + +<p>—Porque no se retiran á tiempo, cuando la fuerza de +resistencia de sus capitales hace llegar la hora de la ganancia. +También, en la vida, los grandes devoradores, +los hombres de espada, los multimillonarios, los gobernantes, +son á su vez devorados por una nivelación final: +la muerte. Pero antes de esto triunfan por los medios +poderosos que la suerte ha puesto en sus manos. Nosotros +los pobres no triunfamos jamás un día entero. +Querer ganar una fortuna enorme con un pequeño capital +equivale á querer perder el pequeño capital.</p> + +<p>Los dos quedaron desalentados; pero Novoa parecía +haber sufrido el contagio de las ilusiones de su compañero, +y sintió la necesidad de reanimarse con una fantasía +de jugador.</p> + +<p>—¿Sabe usted, Spadoni, cuánto puede ganarse con +mil francos? Anoche me entretuve haciendo el cálculo.</p> + +<p>Y señaló un pedazo de papel lleno de cifras que asomaba +entre los naipes. ¡Lo mismo que el pianista!...</p> + +<p>—Con mil francos, siempre doblando durante ciento +cuarenta y tres partidas (unas cuatro horas), se puede +ganar un bloque de oro cien mil millones de veces más +grande que el sol.</p> + +<p>—¡Oh, profesor!...</p> + +<p>Se miraron los dos con unos ojos de ardor místico, +como si realmente estuviesen contemplando este bloque +inconmensurable. ¿Qué representaba al lado de tal visión +la ganancia de unos cuantos miserables millones?...</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Toledo se iba dando cuenta poco á poco de las paulatinas +transformaciones de su amigo el sabio.<a name="page_275" id="page_275"></a></p> + +<p>Le preocupaba mucho el adorno de su persona; había +pedido al coronel que lo recomendase á su sastre de +Niza; hacía frecuentes viajes á esta ciudad sólo para +sus compras.</p> + +<p>Además, jugaba. Don Marcos le sorprendió repetidas +veces junto á una mesa del Casino, de pie y meditando +antes de arriesgar alguna de las fichas que formaban +breve columna oprimidas por su diestra. Parecía deslumbrado +por la facilidad de sus ganancias. Eran pequeñas +cantidades, pero ¡tan considerables en comparación +con las que había recibido por sus trabajos anteriores! +Media hora le bastaba para ganar el sueldo de +un mes. Una tarde había llegado á reunir tres mil francos: +más de medio año de trabajo en la cátedra y el +laboratorio....</p> + +<p>Monte-Carlo le parecía un país interesante y la vida +en él un descanso plácido, que resaltaba sobre la monotonía +parda y laboriosa de su existencia anterior. El +Museo Oceanográfico podía aguardarle: no se movería +durante su ausencia de la punta del peñón de Mónaco. +Los estudios de la fauna marítima no iban á progresar +en unos cuantos meses. Y cuando el director le veía +entrar de tarde en tarde, con un aire decidido, en el +ambiente reposado y silencioso del Museo; cuando reparaba +en sus trajes flamantes, en la exactitud con que seguía +las modas masculinas, balanceaba la cabeza melancólicamente. +No era el primero. ¡Ah, Monte-Carlo!... Los +viejos profesores miraban con un ceño de profeta á la +ciudad de enfrente. Jóvenes llegados de diversos lugares +de la tierra para estudiar los misterios del Océano +acababan por hacer cálculos matemáticos sobre las probabilidades +de la ruleta.</p> + +<p>—Y además, tiene el amor—decía Castro al comunicarle +Toledo sus impresiones sobre Novoa—. Cuando no +juega está al lado de esa Valeria.</p> + +<p>Eran novios. El profesor lo había comunicado misteriosamente +á todos sus amigos, luego de rogar á cada +uno que guardase el secreto. Después de sus fútiles galanteos +de estudiante, éste era el primero, el gran amor +de su existencia. Le inquietaba un poco la humildad de +su situación. ¿Qué diría Valeria, cuando fuese su esposa,<a name="page_276" id="page_276"></a> +al enterarse de lo poco que ganaba como sabio?... Pero +inmediatamente ponía su esperanza en el juego, aquella +fortuna no sospechada que se le ofrecía ahora diariamente.</p> + +<p>—Que siga esto unos cuantos meses—afirmaba ante +el coronel—, y habré reunido un capitalito antes de terminar +el período de mis estudios. Todos los días guardo +algo, y eso que ahora gasto más que nunca. Hay que +ser <i>chic</i>, como mi novia.</p> + +<p>Toledo se limitaba á contestar con una sonrisa +equívoca.</p> + +<p>La dicha de Novoa iba acompañada de cierto orgullo. +Tenía á su futura compañera por una gran dama, +de mayor capacidad intelectual y más serios estudios +que todos las de su clase. Era pobre, y por eso vivía en +un estado casi de servidumbre. Pero viéndola en trato +familiar con la duquesa de Delille, la consideraba tan +importante como la otra, acabando por confundir las +cosas de ambas en un interés común. Y como doña +Clorinda era ahora adversaria implacable de Alicia, y +Atilio admitía ciegamente las ideas y caprichos de «la +Generala», una sorda animosidad empezó á surgir entre +los dos hombres, que hasta entonces se habían tratado +con amable indiferencia.</p> + +<p>—¡Las mujeres!—murmuraba Toledo al observar este +odio progresivo—. Bien decía el príncipe...</p> + +<p>Pero otras preocupaciones más importantes atormentaron +al coronel. Se había iniciado la temida ofensiva. +Los telegramas de la guerra eran lacónicos y tristes. +Retrocedían los aliados ante el avance alemán. Sus líneas +no se rompían, pero vacilaban, se encorvaban bajo +los abrumadores golpes del enemigo. Todos los días se +perdían docenas de pueblos y grandes espacios de terreno.</p> + +<p>Don Marcos protestaba de la imprevisión de los generales +con una cólera de primario, uniendo sus quejas +á las del vulgo.</p> + +<p>—Ya lo anuncié yo—decía con suficiencia en los corrillos +del atrio del Casino, donde le escuchaban por su +condición de militar—. El kaiser ha aglomerado en +Francia todas las tropas que tenía en Rusia. ¿Quien no<a name="page_277" id="page_277"></a> +esperaba esto?... Y los nuestros son indudablemente inferiores +en número.</p> + +<p>El bombardeo de París acabó de desorientarle en sus +apreciaciones de estratega. «¡Mentira!», dijo trente al +tablón de los telegramas, al leer que los primeros proyectiles +habían caído sobre París. No era posible: lo afirmaba +él, que estaba bien enterado del alcance de la artillería +moderna. Y al conocer la existencia de cañones +que tiraban a más de cien kilómetros, quedó desconcertado. +«¡Qué tiempos! ¡qué guerra esta!»</p> + +<p>Cuando le consultaban las señoras en el Casino ó en +el Hotel de París, mostraba un optimismo inquebrantable +ante las malas noticias.</p> + +<p>—Eso no es nada: va á venir la reacción. Los nuestros +se retiran para tomar mejor la ofensiva.</p> + +<p>Al quedar solo, se desplomaba esta seguridad, dejando +al descubierto una fe vacilante, igual á la de los +otros.</p> + +<p>—Van á llegar hasta París, si Dios no lo remedia—se +decía—. Será necesario un milagro, otro milagro como +el del Marne.</p> + +<p>Porque el buen coronel seguía creyendo firmemente +que la primera batalla del Marne había sido un milagro +de Santa Genoveva, de Juana de Arco ó de otra personalidad +bienaventurada que podía intervenir en los +combates de los hombres, como intervenían los falsos +dioses cantados por Homero. ¿No peleó Santiago en las +batallas de España siempre que los cristianos atacaban +á los moros?...</p> + +<p>—El prodigio ha resultado inútil—decía amargamente—. +Habrá que repetirlo; habrá que empezar otra vez, +después de cuatro años de guerra.</p> + +<p>Con el bombardeo de París se había acrecentado muchísimo +en unas semanas la población de la Costa Azul. +Los trenes llegaban desbordantes de fugitivos. Las calles +de Niza estaban repletas de forasteros como en los años +de paz, cuando se celebraban las fiestas de Carnaval. +Monte-Carlo veía aumentar considerablemente su público +y se abrían nuevas salas en el Casino.</p> + +<p>Pasaba Toledo la tarde y las primeras horas de la +noche en el atrio, esperando siempre buenas noticias,<a name="page_278" id="page_278"></a> +aceptando las malas con un optimismo ágil que encontraba +excusa y justificación á todo.</p> + +<p>Se iba agrandando el círculo de sus amistades. Todos +los días encontraba rostros conocidos que no había +visto en mucho tiempo: estrechaba manos, devolvía saludos. +«¡Usted aquí!...» El cañón disparado sobre París +á fabulosas distancias poblaba los salones de juego con +una muchedumbre de buen aspecto, casi tan numerosa +como la de los años tranquilos.</p> + +<p>Don Marcos seguía anunciando la reacción, la contraofensiva +para el día siguiente, como si estuviese en +misteriosa correspondencia con el Cuartel General. Y la +cólera que despertaba en él este fracaso diario de sus +vaticinios iba á desplomarse sobre los que jugaban.... +¡La vida, la indecente vida, con sus apetitos que no conocen +la moral, con sus egoísmos brutales!</p> + +<p>En torno del coronel, las gentes parecían afligirse +un instante leyendo las malas noticias. Luego, los más, +entraban en las salas de juego. Tal vez era por inconsciencia, +tal vez por un ansia de aturdirse pidiendo al +azar las ilusiones del alcohol; pero la bolita de marfil +giraba sin descanso en numerosas ruletas, los naipes no +cesaban de caer en doble fila sobre las mesas del «treinta +y cuarenta», la aglomeración en torno de los tableros +verdes iba en aumento.</p> + +<p>Era un público nervioso, discutidor, irascible, que +perdía con facilidad sus buenas maneras por un simple +incidente. La acometividad de los lejanos combates se +esparcía como un soplo feroz en torno de las mesas; las +mujeres tenían ademanes belicosos. Cada cañonazo contra +el lejano París parecía aumentar el arroyo de dinero +que chorreaba sobre Monte-Carlo.</p> + +<p>Cuando Toledo intentaba exponer sus opiniones y +planes estratégicos en Villa-Sirena, encontraba un público +menos atento que el del atrio del Casino. El príncipe +tenia cosas más interesantes en que pensar. Novoa +mostraba una alegría egoísta, como si considerase este +período el mejor de su existencia y las desgracias del +mundo sirviesen para dar un sabor más intenso á su +dicha misteriosa. Spadoni escuchaba las cosas de la +guerra lo mismo que si le hablasen de fábulas lejanas.<a name="page_279" id="page_279"></a></p> + +<p>El estaba por la realidad, é interrumpía al coronel +para contarle cosas más interesantes. Ahora despreciaba +al Casino, para frecuentar el <i>Sporting-Club</i>, donde se +reunían los jugadores más audaces, empleando con preferencia +fichas de cinco mil trancos. Un griego que había +sido simple marinero en sus mocedades tronaba allí +como un personaje de epopeya, admirado por las damas +en traje de baile y los graves señores puestos de frac +que se reunían en este círculo aristocrático. Había +aprendido á leer y escribir siendo ya maduro, pero poseía +una fortuna enorme. La noche anterior, en cuatro +horas de talla, había ganado un millón doscientos mil +francos. Spadoni lo había visto con sus ojos, é imitaba +el gesto del héroe al levantarse de la mesa llevando un +cestito de mimbre entre las manos; un mísero cestito que +contenía, como si fuesen barreduras del suelo, montones +de papeles azules, montones de fichas de cinco mil francos. +¡Que no le hablasen á él de generales y batallas! +¡Este era un hombre!</p> + +<p>Castro había escuchado una noche al coronel con un +silencio de mal augurio y los ojos fríamente agresivos. +De pronto, interrumpió los planes estratégicos de don +Marcos.</p> + +<p>—¿Y á usted cuándo lo ascienden?</p> + +<p>Muchos de los generales célebres en la actualidad +eran simples coroneles al iniciarse la guerra. Ya era +hora de que Toledo diese un salto en el escalafón.</p> + +<p>Y el pobre don Marcos, lastimado por esta burla +cruel, contestó dignamente:</p> + +<p>—Me contento con lo que soy, señor de Castro.</p> + +<p>Sabía perfectamente lo que era: coronel, y no deseaba +ser mas. Y en su pensamiento repitió varias veces que +no deseaba ser más.</p> + +<p>A pesar de que en Villa-Sirena cada uno se preocupaba +de sus propios asuntos, mostrándose distraído en +sus relaciones con los otros huéspedes, el mal humor de +Atilio iba haciendo penosa la vida común.</p> + +<p>Toledo presentía el motivo de esta conducta. Doña +Clorinda le trataba mal indudablemente, y él, á su vez, +se vengaba de sus humillaciones y disgustos mostrándose +áspero ó irónico con los amigos. El coronel había<a name="page_280" id="page_280"></a> +tenido que calmar á aquella señora cuando la encontraba +en el Casino comentando las noticias de la guerra. +Sentía hostilidad contra todos los varones sin uniforme; +faltaba poco para que los insultase.</p> + +<p>—¡Emboscados! ¡cobardes!... ¡Si yo fuese hombre!...</p> + +<p>Aunque no lo era, necesitaba hacer algo; y se consumía +de impaciencia por no poder emplear su actividad +en el frente, bajo el silbido de los proyectiles. Al +fin dió con el medio de ser útil.</p> + +<p>Quiso marcharse á París. Cuando todos los que podían +escapar se apresuraban á hacerlo, ella iría á instalarse +en su antigua casa, desafiando con su presencia +el cañón y los aviones enemigos.</p> + +<p>Castro se atrevió á insinuar tímidamente la ineficacia +de este sacrificio. El coronel añadió, con su competencia +profesional, que le parecía un disparate; pero ella +no estaba dispuesta á modificar sus deseos.</p> + +<p>Ponía en la suerte de la guerra un apasionamiento +nervioso, una vehemencia igual á la que perturbaba sus +relaciones amistosas.</p> + +<p>—De no triunfar los aliados, mi vida será imposible. +¡Cómo se burlarían esos canallas!... Prefiero morir.</p> + +<p>Los canallas eran sus amigos de antes de la guerra, +gentes de diversas nacionalidades que simpatizaban, por +snobismo ó por interés personal, con los alemanes. «La +Generala», de un amor propio que infundía miedo, deseaba +morir, y lo deseaba de veras, antes que ver triunfantes +á los que había escogido como enemigos.</p> + +<p>—¡Si yo fuese hombre!...</p> + +<p>Y Atilio, que buscaba las ocasiones de estar cerca +de ella en el Casino, ó exageraba la belleza de ciertos +lugares para inducirla á paseos solitarios, huía apresuradamente +ante estas palabras, en las que adivinaba un +insulto.</p> + +<p>Luego, al verse en Villa-Sirena, su amorosa sumisión +se convertía en hostilidad para los demás.</p> + +<p>Había descubierto que odiaba á Novoa, ó mejor +dicho, que debía odiarlo lógicamente. Doña Clorinda +estaba reñida con Alicia, y aquella marisabidilla que +tanto entusiasmaba al profesor era la acompañante y +protegida de la duquesa. Por esto él debía ser enemigo<a name="page_281" id="page_281"></a> +de Novoa, como dos hombres que no se han hecho ningún +daño particularmente, pero pertenecen á dos naciones +en guerra.</p> + +<p>Además—y esto no quería confesárselo—, le daba +cierta envidia el aire satisfecho y triunfante del sabio. +Novoa no sufría repulsas y desvíos; era la mujer la que +lo buscaba, esforzándose por halagar sus aficiones, fingiendo +un interés científico por cosas que nada le importaban; +todo para conservarlo bajo su dominación. ¡Hombre +feliz y antipático!...</p> + +<p>Como ocurre siempre que se vive en roce continuo +con una persona que empieza á no ser grata, Atilio descubrió +casi á diario numerosos motivos de molestia, que +exponía á Toledo.</p> + +<p>Su amigo el profesor pretendía burlarse de él, y no +estaba dispuesto á tolerarlo. Un día había tenido que +aguardar media hora en casa de su peluquero. El profesor +ocupaba su sillón y empleaba á su manicura. ¡Un +atrevimiento! Quería sin duda rivalizar con él, y por +esto se hacía vestir por su mismo sastre de Niza. ¡Otra +insolencia! Además, no sabía llevar la ropa... Hasta +sospechaba que, para ser grato á su novia y á la protectora +de ésta, debía permitirse hablar mal de cierta +dama, ¡y si él llegaba á saberlo!...</p> + +<p>Pero el coronel no prestó atención á tales amenazas. +Las tristes novedades de la guerra quitaban toda importancia +á los asuntos de su vida corriente.</p> + +<p>Los alemanes seguían avanzando hacia París. El retroceso +de los aliados continuaba bajo los repetidos +golpes del enemigo. Las ilusiones de Toledo disminuían +por momentos. Ya dudaba de todo. Los invasores eran +de una superioridad numérica aplastante.</p> + +<p>Sólo tenia una esperanza. ¡Si llegase á ser verdad el +auxilio prometido por los Estados Unidos! ¡Si no resultase +un <i>bluff</i>, como creían muchos!... Ahora, con la imaginación, +sólo veía la América del Norte, sus puertos +llenos de muchedumbres en armas, las azules planicies +del Océano aradas por miles de buques que venían á +desembarcar en Europa ejércitos interminables. Y como +transcurrían semanas sin que se realizasen sus ilusiones, +daba consejos á Wilson desde las arboledas de<a name="page_282" id="page_282"></a> +Villa-Sirena ó entre las columnas de jaspe del atrio del +Casino.</p> + +<p>—¿En qué piensa ese señor?... ¿Por qué no vienen? +Si no se apresuran, todo habrá terminado antes de su +llegada.</p> + +<p>La discordia y la guerra le tocaron de más cerca, +dentro de sus dominios, haciéndole considerar por unas +horas la conflagración general como un asunto de secundario +interés.</p> + +<p>No supo ciertamente cómo se fué iniciando la pelea; +pero una noche, durante la comida, notó que Castro y +Novoa, con estudiada frialdad, cruzaban sus palabras lo +mismo que si fuesen espadas. El príncipe no podía adivinar +esta animadversión de sus dos amigos, pues nunca, +en su presencia, abandonaban las formas corteses. Además, +ocupado en sus propios pensamientos, no se dió +cuenta de que el profesor se había vuelto algo pendenciero, +excitado sin duda por la hostilidad de Atilio. Novoa +hizo una leve alusión á la belicosa «Generala», que pretendía +marcharse á París, como si su presencia pudiese +influir en la guerra. Castro vió en esto un reflejo de la +enemistad de la duquesa. Indudablemente, Valeria se +había reído con él de los entusiasmos de doña Clorinda. +Y cerró contra la protegida de Alicia, una hambrienta, +una pedantuela, que se rozaba con señoras y sólo era +una doméstica. El no comprendía los amores sentimentales +con mujeres de esta clase... Sintió tentaciones de +atacar igualmente á la de Delille, pero se contuvo recordando +que era parienta del príncipe.</p> + +<p>Los dos hombres quedaron silenciosos y pálidos, mirándose +como enemigos.</p> + +<p>Al día siguiente, Atilio, antes de marcharse al Casino, +llamó aparte á don Marcos. Tal vez tuviese pronto +un lance de honor: ¿podía contar con él para que le +apadrinase?</p> + +<p>El coronel se irguió, frunciendo las cejas con un gesto +grave. Llevaba varios años sin cumplir esta solemne +función, para la cual parecía haber nacido. Su último +duelo databa de ocho años antes: un encuentro en la +frontera italiana entre dos señores que se habían abofeteado +por una trampa de juego.<a name="page_283" id="page_283"></a></p> + +<p>Aún se hizo más sombrío su rostro mientras se inclinaba +en señal de asentimiento, llevándose una mano al +pecho. Como en don Marcos todas las acciones se acoplaban +con detalles de indumentaria, y creía imposible +realizar un acto sin el uniforme correspondiente, recordó +en seguida cierta levita olvidada mucho tiempo en su +ropero, á la que él llamaba «la levita de los desafíos»; +una prenda negra, de corte napoleónico y largos faldones, +que sacaba á luz siempre que era padrino y le pertenecía +por su carácter militar dirigir el combate.</p> + +<p>—Acepto. Un caballero no puede negar este servicio +á otro caballero.</p> + +<p>Y aceptaba con verdadero agradecimiento, pensando +en la conveniencia de airear, fuera de su prisión alcanforada, +aquella vestidura grave como la muerte.</p> + +<p>Pero en la misma tarde le buscó Novoa. Este hablaba +tímidamente, sin la elegante indiferencia de Castro, con +cierta sospecha de que pudiera estar haciendo una necedad. +Tal vez tuviese pronto un lance de honor.</p> + +<p>—Como no entiendo de eso, coronel, usted será mi +padrino... Mis estudios han sido otros; pero cuando se +insulta á una señora, cuando veo atropellada á una +joven indefensa, me considero tan hombre como el más +valiente.</p> + +<p>Don Marcos dió un salto... ¡Ah, no! Sus ojos se abrían +á la verdad. Olvidó el oreo de su levita; podía seguir +embalsamada en su encierro. Y como el profesor era +menos temible que el otro, descargó en él su indignación. +¡Pensar en batirse por unas nonadas, cuando millones +de hombres daban su sangre por grandes ideales!... +Y él, que había recordado tantas veces como +acciones heroicas sus trabajos de padrino, hizo un gesto +repelente, lo mismo que si le propusieran algo contra su +honor.</p> + +<p>Pocos días después, Novoa habló al príncipe con una +brevedad que ocultaba mal su emoción. Estaba muy +agradecido al dueño de Villa-Sirena; nunca olvidaría la +dulce existencia en este retiro; pero necesitaba volver á +su antiguo alojamiento. Nuevos trabajos científicos le +obligaban á vivir en Mónaco; el director del Museo se +quejaba de sus ausencias.<a name="page_284" id="page_284"></a></p> + +<p>Y se marchó, para instalarse en una pobre casa de la +ciudad vieja, renunciando á las comodidades y abundancias +de aquel palacio regentado por el coronel.</p> + +<p>A pesar de tales excusas, el príncipe manifestó sus +dudas á Toledo. No veía con claridad en esta fuga. Tal +vez existía otro motivo que él no llegaba á adivinar.</p> + +<p>—Sí; tal vez—contestó sonriendo don Marcos—. Debe +ser asunto de faldas.</p> + +<p>Asintió Miguel. Indudablemente, era por Valeria. Viviendo +en Mónaco se consideraba más libre para sus +entrevistas con aquella muchacha.</p> + +<p>—¡Ay, las mujeres!—exclamó el príncipe—. ¡Qué poder +tienen sobre nosotros!</p> + +<p>—¡Y cómo perturban las relaciones entre los hombres!</p> + +<p>La voz de Toledo al decir esto era tan desolada como +fué la del príncipe al enumerar á sus amigos las ventajas +de vivir alejados de la mujer. En cambio, Miguel aceptaba +ahora la dominación femenil, y casi envidió á este +sabio porque volvía á su antigua modestia para encontrar +con más frecuencia á Valeria.</p> + +<p>El era menos dichoso. Transcurrían los días sin que +consiguiese repetir su paseo con Alicia por los jardines +de Mónaco.</p> + +<p>—Te amo—decía ella—. Puedes creer que no olvido +aquella tarde... Más adelante haremos la misma excursión. +Ahora no; sé cuál sería el final. Me es imposible... +Pienso en mi hijo.</p> + +<p>No dudaba Miguel de esto último; pero algo más que +la inquietud por el ausente ocupaba el pensamiento de +ella. Volvía á entregarse al juego con las cantidades +encontradas en su casa. Hasta sospechó el príncipe si +habría vendido ó empeñado el alfiler con que reparó el +desgarrón de su vestido. Después de regalarle la perla +de la princesa Lubimoff, no la había visto más. Alicia +parecía insensible á los primeros esplendores de la primavera.</p> + +<p>—Un día iremos—dijo, al recordarle él los jardines de +San Martino—. Te lo prometo. Pero necesito verme libre +de preocupaciones; haberlo perdido todo ó ganado todo. +Debo aprovechar el tiempo... Ya ves; ahora la fortuna +parece que vuelve á acordarse de mí.<a name="page_285" id="page_285"></a></p> + +<p>Ganaba poco, pero ganaba; y esto le hacía esperar +la repetición de aquella racha de buena suerte que había +conmovido al Casino.</p> + +<p>Por las noches se retiraba contenta. Tenía tres mil ó +cuatro mil francos más; pero ¿qué era esto?... Se lamentaba +de la escasez de su capital. Quería hacer el gran +juego, para recuperar todo lo perdido. Así, poco á poco, +no llegaría nunca. ¡Si pudiese reunir otra vez aquellos +treinta mil francos, que subían ó bajaban, pero manteniéndose +siempre fieles!...</p> + +<p>Miguel permanecía en el Casino horas y horas, cerca +de la mesa de ella, atisbando una ocasión propicia, sin +poder conseguir mas que breves conversaciones en un +descanso del juego ó al tomar el té en el <i>bar</i> de los salones +privados.</p> + +<p>Una mañana fué á sorprenderla en su «villa». Eran +las diez. Encontró á Valeria, que acababa de ponerse +el sombrero y parecía contrariada por esta visita. Tal +vez iba á Mónaco; tal vez su hombre de ciencia la aguardaba +en alguna callejuela de Monte-Carlo.</p> + +<p>—La duquesa se fué á la fábrica—dijo sonriendo—. +Debe estar ya en pleno trabajo.</p> + +<p>El Casino era «la fábrica» para los jugadores, y llamaban +de buena fe «trabajar» á sus angustias y cabildeos +en torno de las mesas.</p> + +<p>Sin duda había pasado gran parte de la noche haciendo +números, para correr al Casino á la hora de su +apertura, con los ojos cargados de sueño, sin fijarse en +el adorno de su persona, como si le faltase el tiempo +para poner en práctica alguna portentosa combinación +acabada de inventar.</p> + +<p>Siempre que la encontraba, el príncipe, con una astucia +pueril, aludía á la suerte de su hijo. Sólo así lograba +que saliese de sus preocupaciones de jugadora que la +tenían en perpetua distracción, hablando y sonriendo +automáticamente, con una mirada de sonámbula.</p> + +<p>Lubimoff le mostró una tarde varios telegramas y +cartas de Madrid, de París, de Berna. Reyes y ministros +se ocupaban en averiguar la suerte del aviador desaparecido. +Hasta de Berlín llegaba la promesa, por conducto +de una Legación neutral, de buscar á este joven en todos<a name="page_286" id="page_286"></a> +los campos de prisioneros. Sospechaban que debía estar +confinado en Polonia en un campamento de castigo.</p> + +<p>Alicia se lanzó con vehemencia á medir el tiempo, +como si la anhelada noticia fuese á llegar de un momento +á otro.</p> + +<p>—¡Por Dios te lo pido, Miguel! Escribe, telegrafía hoy +mismo. Diles á esos señores tan buenos que me contesten +directamente. Podría llegar el telegrama ó la carta +á tu «villa» mientras tú estas fuera, ¡y yo sin saber nada +horas y horas!... No; que se dirijan á mí. Todos los días, +al salir, le encargo á mi jardinero que si llega un telegrama +me lo traiga al Casino. ¡Figúrate mi impaciencia!... +Di que vas á hacer eso. Prométeme que no lo olvidarás.</p> + +<p>Lo único que podía olvidar el príncipe eran sus asuntos +personales cuando estaba al lado de Alicia. Sólo pensaba +en el descubrimiento de aquel cautivo, del que dependía +su felicidad.</p> + +<p>—¡El día que sepa con certeza que vive!... Verás entonces +cuán distinta soy. No te aburriré con mis tristezas: +encontrarás á otra mujer.</p> + +<p>Y efectivamente, su sonrisa, sus miradas prometedoras, +le hacían encontrar otra vez á la Alicia que había +marchado junto á él por el camino de la costa con la +boca pegada á la suya en un beso interminable.</p> + +<p>Al quedar solo, le asaltaban sus propias tristezas y +preocupaciones. Había recibido noticias de Rusia por +varios fugitivos que acababan de librarse de la persecución +revolucionaria. Los que administraban sus bienes +allá habían sido asesinados. El palacio Lubimoff servía +de residencia á un comité bolchevique. Sus minas eran +propiedad nacional, aunque nadie las trabajaba; sus +tierras estaban repartidas; varios personajes obscuros, +antiguos ropavejeros y comerciantes de líquidos alcohólicos, +se habían hecho dueños de sus casas, no sabía +cómo. Y al mismo tiempo que estas noticias inquietantes +para su porvenir, llegaban otras que le herían en +sus mejores recuerdos. Una gran dama de la corte, con +la que había tenido unos amores de grata memoria, +vendía ahora periódicos en las calles; otra muy elegante, +que lanzaba las modas en Petersburgo, barría la nieve<a name="page_287" id="page_287"></a> +y había perdido varios dedos por el frío. Podía contar á +docenas sus amigos muertos; unos, en montón, á tiros de +revólver, en el fondo de una mazmorra; otros, fusilados. +Varios habían perecido de hambre, como morían años +antes los de abajo, que ahora tomaban su desquite.</p> + +<p>Todos estos horrores despertaban su egoísmo, haciéndole +encontrar nuevos encantos á su situación. El mundo +había caído en una demencia sanguinaria. En Oriente +y Occidente los hombres se agitaban como fieras, mientras +él permanecía tranquilo junto al más risueño de los +mares, con una pasión, con un deseo que llenaba su existencia, +poco antes vacía, resucitando los entusiasmos y +las vehemencias de la juventud. A la misma hora en +que tantos miles de seres morían en masa, borrándose +pueblos enteros de la superficie del planeta, él vivía +sometido á una mujer, y encontraba muy dulce esta servidumbre...</p> + +<p>Una tarde, en el <i>bar</i> de los salones privados, Alicia +le habló con resolución. Necesitaba hacer el gran juego. +Ya estaba harta de «trabajar» con pequeñas cantidades, +consiguiendo ganancias modestas. Además, despreciaba +el Casino, con sus puestas limitadas, su ruleta y su +«treinta y cuarenta», juegos casi mecánicos en los que +no se ve enfrente á un banquero, sino á simples empleados, +lo que da la impresión de estar luchando con una +máquina formidable, pero de funcionamiento monótono, +sin fantasía, sin alma. Ella necesitaba el <i>baccará</i>. Tenía +reunidos otra vez treinta mil francos: ¡ó la gran ganancia +ó nada! Prefería perderlo todo y acabar de una vez.</p> + +<p>—Esta noche en el <i>Sporting</i>. No digas que no: te necesito. +Tengo la corazonada de que esta noche va á ser +decisiva para mí... y tal vez para ti. Colócate enfrente: +que yo te vea. Acuérdate que en las tardes buenas tú +estabas cerca. Me darás la suerte... No muevas la cabeza; +te digo que me darás la suerte.</p> + +<p>Lo afirmó con tal convicción, que Miguel desistió de +su negativa.</p> + +<p>—Ven; tú ganarás: te lo prometo. Vas á ganar, sea +cual sea el resultado. Si me dejan limpia, mañana pasearemos +por los jardines de Mónaco, como la otra vez. +Y si gano... ¡si gano lo que yo deseo!...<a name="page_288" id="page_288"></a></p> + +<p>No necesitó decir más. Su mirada y su sonrisa entusiasmaron +á Miguel. Le vería en el club.</p> + +<p>Aquella noche, Castro y Toledo se sorprendieron al +notar que el príncipe se sentaba á la mesa vestido de +<i>smoking</i> lo mismo que ellos.</p> + +<p>—El patrón no se queda en casa—dijo Atilio al coronel—. +Va á la ópera, como nosotros.</p> + +<p>Fué al teatro del Casino para distraerse hasta media +noche. No supo con certeza qué personas le hablaron en +los entreactos ni qué manos estrechó. Tuvo que hacer +un esfuerzo repetidas veces para acordarse del título y +del autor de la ópera. Lo mismo le daba esta música +que otra. Era un arrullo que mecía sus pensamientos, +calmando su emoción: una emoción compuesta de miedo +y de esperanza.</p> + +<p>En el primer acto, deseó que Alicia lo perdiese todo, +absolutamente todo; así sería más suya, dependería en +absoluto de él, con una esclavitud dulce. Luego, en los +actos sucesivos, pensó en la desesperación de Alicia después +de esta pérdida. Era una apasionada, que ponía en +el juego vanidades de artista. Lamentaría tal vez, más +que el dinero desaparecido, su fracaso personal. No; era +preferible que ganase. Pero ¡qué larga resultaba esta +música!... ¡con qué lentitud marchaba el reloj!...</p> + +<p>Pasadas las once, cuando fué aclarándose en el atrio +el público salido de la ópera, Miguel se metió en un ascensor, +que le hizo bajar á las entrañas del suelo, y +siguió después un subterráneo, cuyo estuco policromo +reflejaba el brillo de las luces eléctricas. Marchaba por +debajo de la plaza del Casino, cruzada en aquel momento +por numerosos carruajes. Otro ascensor le subió +á un gran salón con columnas. Era el <i>hall</i> del Hotel de +París. Vió damas vestidas de <i>soirée</i>, señores puestos de +<i>smoking</i>, la concurrencia habitual de los hoteles de lujo, +que se pone su uniforme para comer y se queda haciendo +la digestión en los profundos sillones, mirándose sin +decir nada ó hablando en voz baja, lo mismo que en una +iglesia, hasta que la rinde el sueño.</p> + +<p>Saludó de lejos á varios conocidos que se incorporaron +deseosos de entablar conversación, fingió no ver á +ciertas damas que le sonreían, moviendo la cabeza para<a name="page_289" id="page_289"></a> +llamarle, y entró en un segundo ascensor, hundiéndose +de nuevo en la tierra. Este subterráneo era curvo y sus +paredes decoradas con pinturas pompeyanas. Se extendía +por debajo de dos hoteles y sus jardines. De nuevo +una caja ascendente lo llevó más arriba de la superficie +del suelo. Abrió una puerta de cristales. Un viejo +lacayo con casaca azul, calzón corto y medias blancas +se inclinó algo sorprendido al reconocer después de una +breve vacilación al príncipe Lubimoff. Estaba en el +<i>Sporting-Club</i>.</p> + +<p>Hacía años que no había entrado allí: desde antes +de la guerra. El no era jugador, y sólo su interés por +algunas mujeres le había hecho pasar las noches en esta +sociedad elegante, que, como muchas de su clase, no era +mas que un garito.</p> + +<p>Los salones resultaban pequeños después de media +noche; se caminaba pisando colas de vestidos femeninos; +había que valerse de hábiles deslizamientos para +pasar entre los grupos. Todos fumaban, las mujeres más +que los hombres, y la atmósfera se enrarecía con el +humo del tabaco y el vaho de los bustos desnudos, algo +sudorosos bajo su capa de blanquete. Al olor de la carne +femenil se unía un perfume moribundo de flores marchitas. +Los ricos despreciaban las muchedumbres del +Casino, encontrando en el amontonamiento de este club +un signo de distinción. Jugaban entre ellos, considerándose +á cubierto de una mala vecindad en la mesa, de +roces con personas sospechosas que resultaban frecuentes +en los salones públicos. Para entrar aquí era preciso +ofrecer garantías; padrinos que respondiesen de la honorabilidad +del presentado.</p> + +<p>El príncipe conocía bien á esta concurrencia brillante. +Se encontraban en ella individuos de familias reales, +herederos de coronas que estaban de paso en la Costa +Azul, banqueros famosos, millonarios de todas las partes +del mundo, damas célebres por su nacimiento, por +su hermosura ó por sus joyas, muchas cocotas famosas +y vetustas, y algunas jóvenes y frescas que deseaban +llegar pronto á la vejez, como si esto fuese una condición +de la celebridad. Todas ellas se habían exhibido sobre +escenarios para mostrar conejos amaestrados, para<a name="page_290" id="page_290"></a> +bailar mediocremente, para cantar sin voz, y entraban +en el club bajo el título vago de «artistas».</p> + +<p>Miguel avanzó á través de una atmósfera caldeada +por las respiraciones y los desfallecientes perfumes. +Tuvo que fijarse en dónde ponía sus pies, lo mismo que +en otra época. Ahora, los vestidos femeninos eran muy +cortos y las piernas se mostraban descubiertas con tranquilo +impudor. La guerra recortaba las faldas, como si +las mujeres, obligadas á correr en pleno campo, hubiesen +tomado por modelo á la antigua cantinera. Pero +casi todas, para no romper enteramente con la majestuosa +tradición, habían añadido al faldellín de moda +una cola estrecha y aguda como una lengua, que seguía +sus pasos.</p> + +<p>Una dama salió al encuentro de Lubimoff, y éste +tardó en reconocerla. ¡Hacía tantos años que no había +visto á Alicia vestida de <i>soirée</i>! Su traje databa de antes +de la guerra, pero era rico y la duquesa lo llevaba con +el mismo garbo que en sus tiempos de opulencia. El largo +collar de perlas adquiría un aspecto de autenticidad +sobre su persona, así como los demás adornos. Se adivinaba +en ella un arreglo extraordinario con motivo de +su visita al club.</p> + +<p>Lo frecuentaba poco; este público, compuesto de antiguos +amigos, hablaba demasiado, estorbándola en sus +cálculos de jugadora. Prefería el Casino, con sus vastos +salones y su muchedumbre abigarrada que se expresa +en diversas lenguas. Era plebeya en su juego: tenía la +superstición de que la fortuna acude ante todo allí donde +sus devotos forman masa. La corazonada de su buena +suerte y el juego del <i>baccará</i>, que únicamente funcionaba +allí, le habían decidido á faltar por una noche á +sus costumbres habituales.</p> + +<p>El príncipe la felicitó por su hermoso aspecto, por +su traje, por sus perlas...</p> + +<p>—Falsas, escandalosamente falsas, hijo mío—dijo +riendo y mirando en torno de ella—. Pero bien sabes +que la mayor parte de las que llevan las otras no son +mejores. ¡Ay, las perlas! Si se juntasen todas las que se +lucen en el mundo, resultaría que el mar no tiene espacio +para haber producido la décima parte.<a name="page_291" id="page_291"></a></p> + +<p>Se llevó á Miguel hacia el <i>bar</i>. Quería pedirle un +favor. A las doce empezaba la partida de <i>baccará</i>; ella +había solicitado la banca, pero los reglamentos del club +se oponían á su pretensión. ¡Pobres mujeres! Hasta en +el juego estaban condenadas á una inferioridad degradante. +Podían perder su fortuna confundidas en la +masa de los «puntos», pero les estaba vedado ser banqueras. +Los legisladores de esta sociedad y de otras semejantes +temían sin duda que las mujeres fuesen más +dadas á la trampa que los hombres. Ella, la duquesa de +Delille, no podía ser igual al marinero griego que +tallaba todas las noches con una suerte inverosímil, +haciendo incurrir al público en sospechas y malos pensamientos.</p> + +<p>—Exigen un hombre que talle por mí, que aparezca +como banquero, aunque todos sepan que el capital es +mío, y he pensado que tú puedes hacerme ese favor. Me +gusta que vayamos juntos... ¡juntos en este negocio que +es para mí de vida ó muerte! Además, estoy segura del +éxito si tú tallas. ¡Y qué acontecimiento! ¡Cómo acudirán +los «puntos»! ¡El príncipe Lubimoff haciendo de banquero!...</p> + +<p>Pero no pudo continuar. Miguel la interrumpió con +un gesto rotundo de negativa. Era inútil cuanto dijese. +Se indignaba solamente ante la suposición de que le +vieran sentado á la mesa verde jugando un dinero que +no era suyo y teniendo á Alicia á sus espaldas. Además, +estaba seguro de perder.</p> + +<p>La duquesa se separó de él apresuradamente. Pasaba +el tiempo, y de un momento á otro iban á adjudicar la +banca. Creyó de nuevo en su buena estrella al ver á un +joven deslizándose tímido entre los grupos.</p> + +<p>—¡Spadoni!... ¡Spadoni!</p> + +<p>Palideció el pianista al escucharla. ¡Oh, duquesa!... +Temblaba y balbuceaba de emoción. ¡El tallando en el +<i>Sporting-Club</i>, ante el público elegante de las noches de +ópera, manejando miles de francos, con todas las miradas +fijas en su persona... Era el coronamiento de una +carrera: después de esto, morir.</p> + +<p>Dos jugadores habían solicitado la banca: el célebre +griego y un industrial de París que se estaba enriqueciendo<a name="page_292" id="page_292"></a> +fabulosamente con la fabricación de material de +guerra. Spadoni su presentó también, llevando en un +bolsillo los quince mil francos necesarios para tomar la +banca. Había que echar suertes entre los tres solicitantes. +Un empleado del club trajo una botella de mimbre +que contenía diez bolas numeradas, y después de agitarla, +arrojó tres sobre la mesa: una para cada uno. +Alicia, metida entre ellos con una familiaridad varonil, +casi palmoteó de alegría. La suerte había favorecido á +Spadoni; de él era la banca. Mas el pianista, respetuoso +de los privilegios que merece el genio, se excusó modestamente +y pidió perdón con la mirada y la sonrisa á su +rival el griego.</p> + +<p>Era un hombre obeso, casi cuadrado, de tez morena +y lustrosa, bigote negro y unos ojos algo oblicuos, de +fijeza agresiva, que recordaban los del jabalí. Sus abuelos +habían sido piratas en el Archipiélago, y él, viendo +cortada esta carrera heroica, hizo el contrabando en +su juventud. Spadoni, algo intimidado por la majestad +del grande hombre, balbuceaba excusas con los ojos +fijos en su pechera brillante ornada de perlas y en el chaleco +de seda gris que cubría su recio vientre. El griego +le contestó con un mugido de mal humor, alejándose +luego de hacer una reverencia á la duquesa casi igual +á las que había visto en el teatro. Aunque apenas sabía +leer, estaba enterado de cómo hay que tratar á una +dama que declara la guerra.</p> + +<p>Las doce de la noche. Cesó el juego en las mesas de +ruleta y «treinta y cuarenta». El público se fué aglomerando +en la sala del <i>baccará</i>. Había circulado la noticia: +el pianista Spadoni, considerado por todos como un parásito +armonioso, iba á ocupar el mismo sitio que era +las otras noches del griego; pero en realidad, la banca +pertenecía á la duquesa de Delille.</p> + +<p>En torno de la mesa se formó una triple fila de personas, +oprimidas pecho contra espalda, incrustándose +unas en otras para ver mejor sobre los hombros inmediatos.</p> + +<p>Spadoni sonreía, pero acabó por intimidarle la curiosidad +irónica fija en su persona. Muchos de los que +le contemplaban eran importantes personajes que siempre<a name="page_293" id="page_293"></a> +le habían infundido gran respeto. Por fortuna, sentía +á sus espaldas á la duquesa, sentada con un aire de +patrona, vigilándole autoritariamente. Si cometía algún +error, esta gran dama era capaz de pegarle... ¡Animo y +adelante!...</p> + +<p>El <i>croupier</i> colocado enfrente para cobrar y pagar +barajaba los naipes antes de introducirlos en un doble +cajoncito, del que debía extraerlos el banquero. ¡Pobre +banquero! Considerando el público extraordinaria su +elevación, quería reir á toda costa. Al sentarse en su +asiento presidencial, los curiosos encontraron muy graciosa +la timidez del pianista, y una risa franca saludó su +presencia. Hizo una pregunta en voz baja al <i>croupier</i>, y +se repitió la explosión de regocijo. Las mujeres se mostraban +las más expansivas al pensar que su burla, pasando +por encima de Spadoni, podía herir á la que lo +había puesto allí. El gesto de extrañeza del músico ante +esta hilaridad sólo sirvió para prolongarla escandalosamente. +Todos reían por contagio viendo su cómico asombro. +De pronto, una voz ruda cortó el regocijo general.</p> + +<p>—¡Banco!</p> + +<p>La voz del griego. Se había sentado á la derecha de +Spadoni con el aire enfurruñado del que contempla una +enorme injusticia y cree necesario repararla. No podía +tolerar que este personaje grotesco ocupase el mismo +sitio donde él era admirado todas las noches. Tampoco +consideraba admisible que una dama se mezclase en +negocios que sólo pertenecen á los hombres. Sentía la +extrañeza y el escándalo del que presencia un desorden +en el ritmo de las cosas naturales. El mundo estaba trastornado: +los aprendices querían ser maestros; ya no se +respetaban las categorías; era preciso terminar de una +vez. «¡Banco!»</p> + +<p>Se estremeció el príncipe. Los quince mil francos de +Alicia estaban en peligro. Aquel hombre no quería que +la banca continuase. Si ganaba, desaparecía de golpe +todo el capital puesto por Alicia; si perdía, se doblaba +el dinero de ésta... Pero iba á ganar indudablemente. +¡Cuando un hombre de tan buena suerte se atrevía á +hacer esto!...</p> + +<p>Quedó aterrado Spadoni al oir la voz del grande<a name="page_294" id="page_294"></a> +hombre. Instintivamente torció sus ojos hacia la duquesa, +pero los apartó en seguida, más aterrado aún +por su rostro inmóvil y una mirada dura que parecía +herirle por la espalda, como si él fuese el culpable.</p> + +<p>El doble cajoncito, completamente listo, aguardaba +junto á sus manos. Dió cartas á derecha é izquierda, y +luego extrajo las suyas.</p> + +<p>Mostró el griego sus cartas, arrojándolas sobre el +tapete. «Ocho.» Un murmullo de aprobación se elevó en +torno de la mesa. Los admiradores de su buena suerte +se regocijaron como de un triunfo propio. Tomó las +cartas del lado opuesto, que le ofrecía el <i>croupier</i>, y las +mostró después de examinarlas rápidamente. Ahora el +murmullo fué de asombro. ¡Ocho también! Iba á ganar. +Era casi imposible que el banquero tuviese un punto +más alto.</p> + +<p>Spadoni, pálido, con la frente barnizada de sudor, +descubrió sus naipes. El público los saludó con un rugido +sordo: «¡Nueve!»</p> + +<p>Los mismos que reían de él encontraron natural este +resultado. «La suerte protege siempre á la inocencia.»</p> + +<p>Y mientras el griego entregaba quince mil francos +al <i>croupier</i> depositario de la banca, el pianista se inclinó +modestamente. Algunas jugadoras supersticiosas +reconocieron que la duquesa había procedido con gran +cordura al confiar su suerte á este simple.</p> + +<p>Los ojos de Alicia buscaron á Miguel en el triple +óvalo de cabezas. Le sonrió levemente. Había perdido +ya la dura inmovilidad con que acababa de arrostrar +este momento de emoción. Se sentía muy segura de su +triunfo. Y deseosa de asombrar á los curiosos con una +calma imperturbable, sacó de su bolso una cigarrera de +oro, una larga boquilla de marfil, y empezó á fumar.</p> + +<p>Después de este primer éxito, el pianista jugó con +cierta autoridad. La duquesa, inmóvil á sus espaldas, +parecía comunicarle su fe. Hizo varias tallas, siempre +ganando, y al aumentar considerablemente el dinero de +la banca, se excitó la codicia de los jugadores. Los que +rieron de la torpeza de Spadoni fruncían ahora las cejas +con un interés agresivo, tomando parte en el juego. +Así como aumentaba el capital, eran más gruesas las<a name="page_295" id="page_295"></a> +puestas. Todos presentían una gran partida emocionante. +El banquero se había olvidado de la duquesa y +de su propia humildad. Creyó que lo que ganaba era de +él; se imaginó haber descubierto el secreto mencionado +por Novoa y que iba á conseguir aquellas fabulosas ganancias +calculadas tantas veces cuando escribía docenas +y docenas de ceros sobre un papel. ¡Qué noche! ¡Y +no estar allí su amigo el sabio, para que presenciase su +triunfo!...</p> + +<p>Lubimoff su retiró de la mesa. Le hacía daño la serenidad +forzada de Alicia, su manera de fumar mientras +contemplaba con ojos felinos la marcha del juego. Iba á +cambiarse la suerte de un momento á otro: esta ganancia +continua é insolente no podía seguir. El griego se esforzaba +por ocultar su cólera, jugando y perdiendo como +un simple «punto». Le era imposible gritar «¡banco!» +hasta que empezase otra talla, quedando agotados los +naipes del doble cajoncito. Pero continuaba en su puesto, +con una arrogancia de domador, convencido de que +al fin llegaría á sujetar á la burlona casualidad. Tenía +más dinero que Alicia y su representante: podía resistir, +y acabaría por vencerlos.</p> + +<p>El príncipe se fué al <i>bar</i>, entreteniéndose en beber +lentamente dos mixturas americanas, dulces y amargas +al mismo tiempo, muy cargadas de alcohol. Quería embriagarse +un poco, para sentirse al mismo nivel de aquella +mujer que tan desesperadamente jugueteaba con la +suerte.</p> + +<p>Se vió solo. Todo el club estaba reconcentrado en la +sala del <i>baccará</i>. Miguel lamentó que Castro no estuviese +en el <i>Sporting</i>. Hubieran charlado como en la tarde que +Alicia logró asirse por primera vez á las alas de oro de +la Quimera. Tal vez su ausencia era por orden de «la +Generala». El también había venido aquí arrastrado por +una mujer.</p> + +<p>Un sordo rumor llegó de la sala de juego. Vió poco +después algunos de los curiosos que entraban en el <i>bar</i>, +deteniéndose ante el mostrador para beber. Hablaban +con grandes aspavientos de asombro. Al oir el nombre +del griego repetido muchas veces, fijó su atención. +Había gritado «¡banco!» al empezar una nueva talla,<a name="page_296" id="page_296"></a> +cuando la banca poseía ciento cuarenta mil francos. Sólo +aquel hombre de suerte era capaz de tal atrevimiento. +Tuvo ocho, pero el pianista mostró luego sus cartas. +Nueve otra vez. Y el <i>croupier</i> había barrido para la +banca los ciento cuarenta mil del griego. ¡Qué noche! +¡Y pensar que era el tonto de Spadoni el que realizaba +tales prodigios!...</p> + +<p>Algunas mujeres pasaron ante la puerta del <i>bar</i> con +aire de mal humor, gesticulando entre ellas. Se mostraban +escandalizadas é irritadas por la fortuna de la de +Delille, á pesar de que ninguna de ellas había perdido +un céntimo en el juego. Una suerte así no era natural; +debía haber trampa. No podían decir cómo era la trampa, +pero existía indudablemente.</p> + +<p>Después pasó el griego, seguido de dos admiradores, +sudoroso, con la pechera arrugada y el chaleco subido, +dejando ver la camisa entre sus picos y la cintura +del pantalón. Levantaba los hombros con desprecio. El +mundo estaba trastornado: ya no había lógica. ¡Por eso +las cosas de la guerra marchaban tan mal!...</p> + +<p>Y se alejó hacia el pasaje subterráneo, para volver al +Hotel de París. No quería ver mas: esta noche era para +los locos.</p> + +<p>Tampoco el príncipe deseaba ver, y continuó en su +sillón, pidiendo un nuevo <i>cocktail</i>. Desfilaban ante las +puertas los que huían amargados por la suerte ajena y +los que llegaban atraídos por la noticia del suceso.</p> + +<p>Permaneció solo, como un espectador que se queda +en el vestíbulo de un teatro y escucha los lejanos estremecimientos +del público. Transcurrían largos intervalos +de silencio. Después, un rumor, un suspiro colectivo, el +abejorreo de un comentario en voz baja alrededor de la +mesa. ¿Seguía ganando Alicia?... ¿Iba á verla aparecer +como el otro, encogiéndose de hombros ante los absurdos +de la suerte?...</p> + +<p>Aún pidió un vaso más; y contemplando las espirales +de humo de su cigarro, fué adormeciéndose. De pronto se +incorporó, creyendo haber recibido un fuerte golpe en +la espalda. ¡Pura ilusión! Estaba solo. Sus ojos, al mirar +en torno de él, se fijaron en el reloj. Las dos. Y se puso +de pie, dirigiéndose con lentitud á la sala del <i>baccará</i>.<a name="page_297" id="page_297"></a></p> + +<p>Había disminuído el público, pero todos los que quedaban +intervenían en el juego. La enorme suma reunida +por la banca era una tentación. ¡No había miedo de que +los gananciosos quedasen sin cobrar! Hasta los mirones +que pasan la noche de pie, participando de la emoción +ajena, arriesgaban su dinero de luis en luis, esperando +que cambiase en favor del público esta racha de suerte +que únicamente soplaba del lado de la banca.</p> + +<p>Lo primero que vió Miguel fué un enorme montón +de billetes de mil francos, de placas de cinco mil, de +fichas y papeles de distintos valores. Era una fortuna. +Luego se fijó en Alicia, inmóvil en su asiento, tal como +la había dejado, con un rostro inexpresivo de cariátide. +Sólo sus ojos iban maquinalmente de aquel montón +de riquezas á las manos del banquero. Fumaba... +fumaba. En un platillo que un lacayo había colocado +reverentemente al lado de la victoriosa había un montón +de cigarrillos consumidos, con boquilla de oro. Parecía +embrutecida por su éxito, por la monotonía de +aquella buena suerte incesante.</p> + +<p>El pianista mostraba cierta somnolencia en sus gestos +y en su voz. El triunfo le parecía insípido después de +la fuga del admirable griego. Igualmente habían desaparecido +otros jugadores célebres, como si no quisieran +autorizar con su presencia esta fortuna absurda. Los únicos +contrincantes serios eran unos ingleses residentes en +Beaulieu, que tenían abajo sus automóviles. Les interesaba +este juego extraordinario, como si fuese un deporte +original; querían luchar contra la buena suerte de la +banca, con una tenacidad británica, únicamente por el +gusto de vencerla. Ellas, huesudas y distinguidas, con +amplios escotes y largas colas, lanzaban un «¡oh!» de +asombro cada vez que el <i>croupier</i> se llevaba con la raqueta +las fuertes puestas, mientras ellos sacaban del +bolsillo interior del <i>smoking</i> nuevos puñados de billetes, +saludando su derrota con metálicas risas.</p> + +<p>Spadoni perdió en un golpe veinte mil francos. Lubimoff +tuvo el presentimiento fatal del marino que percibe +bajo sus pies el temblor del buque que va á abrirse, +del soldado que adivina el principio de la derrota.</p> + +<p>Un segundo golpe; y la banca perdió otra vez.<a name="page_298" id="page_298"></a></p> + +<p>Miguel se aproximó con cierta cautela á la silla que +ocupaba Alicia.</p> + +<p>—Son las dos. Ya es hora de retirarse—murmuró, dejando +caer sus palabras sobre la cabellera que estaba +al nivel de su pecho—. Va á llegar la mala: la siento +venir. Dile á Spadoni que se levante.</p> + +<p>Ella elevó sus ojos para mirarle con extrañeza. Parecía +ebria; no acertaba á entender sus consejos. Y manifestó +su negativa con leves movimientos de cabeza. +Tenía fe en la propia suerte.</p> + +<p>La suerte se encargó de reanimar acto seguido su +confianza. El banquero ganaba otra vez, llevándose +todas las sumas depositadas en ambos paños de la mesa. +Pero esto no convenció al príncipe. Continuaba sintiendo +miedo, y su inquietud le hizo ser brutal.</p> + +<p>Se colocó á espaldas de Spadoni para hablarle discretamente, +mientras miraba en otra dirección. Debía +levantarse en seguida, dando por terminado el juego. Ya +era hora.</p> + +<p>El banquero torció la cara y miró hacia arriba para +reconocer la voz prudente que le daba consejos desde +lo alto. «¡Ah, Su Alteza!» Acompañó este descubrimiento +con una sonrisa de orgullo, satisfecho de que el príncipe +Lubimoff hubiese presenciado la hazaña más grande de +su vida.</p> + +<p>Y siguió tallando.</p> + +<p>Lubimoff se irritó. Este idiota, sumergido en su gloria, +no lo entendía: y si le entendía, se negaba á obedecerle. +La voz del príncipe fué cayendo con una lentitud +temblorosa sobre la cabeza que estaba debajo. ¡Spadoni, +pianista de los demonios! (Aquí dos ó tres juramentos +en diversos idiomas.) Si no le obedecía inmediatamente, +iba á sacarlo de un zarpazo de su asiento, á darle una +pateadura, á arrojarlo por una ventana...</p> + +<p>—¡La última!—dijo el músico.</p> + +<p>Cuando dejó de tallar muchos respiraron, satisfechos +de que terminase un juego que parecía un maleficio. +Otros contemplaban con asombro y envidia el enorme +montón de la banca mientras el <i>croupier</i> lo ponía en +orden, formando fajos de billetes, alineando columnas +de fichas de diversos colores.<a name="page_299" id="page_299"></a></p> + +<p>Corrió de boca en boca la cifra: ¡cuatrocientos noventa +y cuatro mil francos! Sólo faltaba una pequeña +cantidad para medio millón. Pocas veces se había visto +una ganancia tan rápida.</p> + +<p>Spadoni, como si fuese el dueño de tales riquezas, las +fué metiendo en un cestillo de mimbre. Temblaba de +emoción. Iba á pasar entre los curiosos sosteniendo contra +su pecho el tesoro, lo mismo que otras noches había +visto pasar á su grande hombre con aire de vencedor. +¡Qué valían al lado de esto los aplausos que llevaba recibidos +como pianista!...</p> + +<p>Unos manos ávidas le arrebataron el cestillo.</p> + +<p>—No: ¡yo!... ¡yo!</p> + +<p>Era la duquesa; ya no tenía por qué fingir indiferencia. +Aquel dinero era suyo. Se había transfigurado al +salir de su mutismo expectante; sus ojos brillaban con +un resplandor triunfal; tenía la frente sudorosa; le latían +las mejillas, intensamente pálidas. Llevando el cestillo +ante ella con los brazos extendidos, pasó entre los +grupos, lentamente, con una majestad hierática, dirigiéndose +hacia la caja del club.</p> + +<p>Permaneció Spadoni junto al príncipe. También sudaba, +mientras su rostro tenía la palidez de la emoción.</p> + +<p>—¡Qué noche, Alteza!... ¡Qué noche!</p> + +<p>Miraba á todos con orgullo, pero sonreía humildemente +al dueño de Villa-Sirena para que olvidase su +resistencia de momentos antes y las terribles amenazas +con que la había acogido.</p> + +<p>Al poco rato volvió Alicia hacia ellos, guardando un +papel en su bolso de mano.</p> + +<p>El entusiasmo del músico hizo explosión.</p> + +<p>—¡Oh, duquesa!... ¡Divina duquesa!</p> + +<p>La besaba en uno de sus brazos desnudos; luego en +un hombro. Alicia sonrió ante este homenaje público. El +pobre pianista, hiciese lo que hiciese, no comprometía.</p> + +<p>—Gracias, Spadoni; cuente con mi gratitud. Vaya +pensando lo que desea: una casa, un yate, tal vez un +piano con teclas de brillantes...</p> + +<p>Miguel la escuchó asombrado. Hablaba de buena fe: +parecía enloquecida por su fortuna.</p> + +<p><a name="page_300" id="page_300"></a>Pero el músico se alejó de ellos. Necesitaba estar +solo. Al lado de la duquesa tenia que compartir su gloria, +contentándose con un jirón. Y fué á reunirse con los +ingleses de Beaulieu, que deseaban conocerle de cerca y +beber con él una botella de champaña, proclamándolo +el fenómeno más interesante que habían encontrado en +sus viajes.</p> + +<p>Alicia y el príncipe se dirigieron hacia el guardarropa.</p> + +<p>—He depositado las ganancias en la caja del club—dijo +ella mostrándole el recibo—. De noche no voy á +llevarme tanto dinero á mi casa. Mañana vendré para +pasarlo al Banco. Necesito que alguien me acompañe. +Envíame al coronel: es hombre de guerra y debe tener +revólver.</p> + +<p>Luego, acordándose de algo importante, su rostro +tomó una expresión grave.</p> + +<p>—Inútil es decir que mañana arreglaremos cuentas. +No creas que olvido lo que te debo: veinte mil francos +del otro día, los trescientos mil de tu madre... Todo se +pagará.</p> + +<p>Miguel expresó con una larga risa el asombro que le +causaba esta promesa. Decididamente, la ganancia le +había perturbado el cerebro. Un piano con teclas de brillantes +para el otro; ahora centenares de miles de francos +para él. La fortuna recién adquirida en dos horas le +parecía extraordinaria y tan inmensa como su buena +suerte.</p> + +<p>—Lo que yo quiero—añadió en voz baja, cesando de +reir—, lo que yo deseo de ti, bien lo sabes...</p> + +<p>Ella le hizo callar con una mirada acariciante y un +siseo discreto que equivalía á una promesa.</p> + +<p>Habían bajado la gran escalera del club; estaban en +el vestíbulo, ella envuelta en una capa de seda con bordados +de oro y ricas pieles, que le recordaba sus salidas +de la Opera de París; él con el gabán abierto y un sombrero +flexible forrado de seda.</p> + +<p>Los empleados del vestíbulo, enterados de lo que +había ocurrido en los salones, corrieron á la cancela de +cristales, con la esperanza de la regia propina. «¡Un +carruaje para la señora duquesa!»</p> + +<p>Pero ella deseó marchar á través del silencio de la<a name="page_301" id="page_301"></a> +noche. Estaba entumecida por su larga inmovilidad; +necesitaba, como todos los que se consideran dichosos, +prolongar el goce de su triunfo con un largo paseo.</p> + +<p>Bajó la escalinata exterior apoyada en un brazo de +Miguel. Pasaron entre los cocheros y los escasos chófers +que formaban grupos esperando á sus patrones y +clientes.</p> + +<p>Se sumieron en la fresca atmósfera nocturna, con los +ojos fatigados aún por la espléndida iluminación, con la +piel ardorosa por el ambiente enrarecido de los salones. +Los dos se fijaron en que la noche era de luna, una pobre +luna menguante que empezaba á caer detrás de la +negra barrera de los Alpes. La amenaza submarina tenía +la ciudad á obscuras. Un macilento farol con los vidrios +pintados de azul dejaba filtrar á largos trechos su +breve radio de luz funeraria.</p> + +<p>A los pocos pasos se acostumbraron á esta penumbra. +El suelo de las calles estaba partido en dos fajas: una, +de blancura turbia y vagorosa, reflejo de la luna moribunda; +otra, negra, con la tonalidad densa y pesada del +ébano. Instintivamente, marchaban por la acera obscura, +como si temieran ser vistos. Torcieron por una calle +curva y en cuesta, la misma que atravesaba subterráneamente +el corredor pompeyano que horas antes había +seguido el príncipe.</p> + +<p>Oían aún á sus espaldas las conversaciones de los +cocheros ocultos en la revuelta de la calle, las voces de +los empleados del club llamando á los carruajes por el +nombre de sus dueños, los pataleos de los caballos que +sacudían su espera dormitante, los primeros ronquidos +de los automóviles al reanudar su funcionamiento. Miguel, +que caminaba silencioso, con el deseo de alejarse +cuanto antes, buscando la soledad absoluta, tuvo que +detenerse al ver que ella había hecho lo mismo. Se anticipaba +á sus pensamientos: no quería ir más lejos.</p> + +<p>—Necesito recompensarte—murmuró—. Te dije que +al venir ganarías de todos modos, aunque yo perdiese. +Toma... toma.</p> + +<p>Sus brazos desnudos, escapando de la sedosa capa, +se cerraron sobre los hombros de él, formando un anillo +apretado: su boca sumisa, buscando la otra boca,<a name="page_302" id="page_302"></a> +se entregó humildemente, con un deseo de dar la felicidad.</p> + +<p>Pasó por el fondo de la calle un vivo resplandor, sacándolo +todo de la penumbra con fugaz relieve, lo mismo +que un relámpago. Era el reflector de un automóvil. +Ella ni se movió; no temía que la sorprendiesen: las +gentes eran fantasmas sin ninguna realidad. En el mundo +sólo existían en estos momentos ellos dos y aquel +montón de papeles y piezas de marfil guardado en una +caja de acero.</p> + +<p>Se acordó Lubimoff toda su vida de esta noche. Los +relojes estaban locos indudablemente, lo mismo que su +cabeza, que parecía dar vueltas, siguiendo el ritmo de +una música dulce. Tuvo la sensación de que pasaron +varias veces por el mismo lugar, andando y desandando +el camino, sin saber lo que hacían. ¿Qué importaba?... +Lo interesante era estar juntos. Hubo un momento +en que despertaron, viéndose sentados en un banco de +la plaza del Casino. De esto estaba seguro el príncipe. +Había mirado el reloj de la fachada. ¡Las tres! Era imposible: +creyó firmemente que sólo iban transcurridos +unos minutos desde su salida del club... Y tuvieron que +alejarse, molestados por la curiosidad de un burgués que +hacía de polizonte en tiempo de guerra; un miliciano del +príncipe de Mónaco con traje civil, llevando un brazal +de colores en la manga y un revólver al costado.</p> + +<p>Volvieron á marchar por las calles solitarias ó á lo +largo de los jardines públicos, cerrados á estas horas. +Ella echaba su busto atrás, con la capa abierta, abandonándose +sobre un brazo que sostenía su talle, ofreciendo +la garganta en tensión, la barbilla prominente, +el rostro casi horizontal, á una lluvia de besos. Contemplaba +á su acompañante, de abajo á arriba, con unos +ojos empañados por el amor. Las caricias de ella eran +ascendentes, subían con lentitud voluptuosa, como suben +de las profundidades azules las flores y las estrellas +marinas en busca de la luz.</p> + +<p>Contestando á la súplica muda de aquellos ojos que +la imploraban desde lo alto, murmuró repetidas veces, +con una voz vagorosa, como si hablase en sueños.</p> + +<p>—Sí; haré lo que tú quieres... ¡Lo que tú quieras!<a name="page_303" id="page_303"></a></p> + +<p>El, más agresivo en su pasión, hundía su brazo libre +en el cálido encierro de la capa, apoderándose de las +desnudeces que dejaba indefensas el escote del vestido.</p> + +<p>Caminaban tambaleándose cuando creían marchar +en línea recta; se detenían los dos al mismo tiempo en +ciertos sitios, sin saber por qué. Su tardo paso ponía en +conmoción las «villas». Los perros de los jardines ladraban +furiosamente á los intrusos, incrustando sus hocicos +entre los hierros de las verjas. Estos aullidos les +parecían una música bárbara pero agradable; consideraban +con benevolencia todo lo que les rodeaba; se creían +señores de la vida, como en aquellos instantes eran señores +de la noche. Sólo ellos existían en el mundo.</p> + +<p>Miguel, obedeciendo á un obscuro impulso, la habló +de su hijo. Iba á recobrarlo de un momento á otro, y su +felicidad sería completa... Inmediatamente se arrepintió +de haber evocado este recuerdo, que podía disolver el +hechizo en que vivían. Pero ella no mostró emoción +alguna.</p> + +<p>—Sí; lo recobraré—murmuró—. Estoy segura. Me +acompaña la buena suerte... Ya era hora, después de +sufrir tanto.</p> + +<p>Y volvió á entregarse al momento presente. Los dos +se sorprendieron al verse en la calle donde estaba Villa-Rosa. +Después de vagar á la ventura, el instinto había +acabado por llevarlos hasta allí.</p> + +<p>El príncipe, enardecido por el largo paseo de caricias +y abandonos, se mostraba apremiante.</p> + +<p>—Déjame entrar—murmuró—. Nadie me verá... Me +marcharé antes que llegue la aurora...</p> + +<p>Alicia se revolvió, como si despertase. Fué su primera +negativa en toda la noche. El jardinero la esperaba +seguramente. Valeria tal vez no estaría dormida. +¡Ah, no!...</p> + +<p>Lubimoff, en su desesperación, habló de marchar +juntos á Villa-Sirena.</p> + +<p>—¡Tan lejos!—continuó Alicia, cada vez con más serenidad, +como si hubiese despertado definitivamente—. +Además, aquello es un cuartel; una casa llena de hombres. +¡Y ese Castro que todo se lo cuenta á «la Generala»! +No, no iré nunca. ¡Qué locura!<a name="page_304" id="page_304"></a></p> + +<p>El gesto de tristeza, el ademán desalentado del príncipe, +la conmovieron. Su mano se paseó por el rostro de +él con una caricia maternal.</p> + +<p>—¡Pobrecito mío!... ¡No pongas esa cara! Ten un poco +de paciencia. Mañana; te juro que será mañana.</p> + +<p>Ella, que en otro tiempo había arrostrado con tranquilo +impudor las más atroces murmuraciones, dudó y +balbuceó al hablar del día siguiente. Parecía una jovencita +luchando entre su amor y el miedo á perder su porvenir +social.</p> + +<p>¡Mañana!... Podía venir mañana á las tres de la tarde.... +A las tres, no; mejor á las cuatro. Valeria habría +salido á esta hora seguramente. Ella enviaría á su doncella +á Niza para unas compras; el jardinero y su mujer +estarían ocupados fuera de la casa.</p> + +<p>—Pero ¡por Dios! sé prudente.... Si puedes evitar que +te vean los vecinos, mucho mejor.</p> + +<p>Y el famoso príncipe Lubimoff asintió á estas recomendaciones +muy emocionado, como un muchacho que +organiza su iniciación amorosa y se conmueve prematuramente +ante su misterio.</p> + +<p>Quiso acompañarla hasta la verja de la «villa», á +pesar de sus protestas.</p> + +<p>—Si fueses otro, ¡bueno! Es natural que un amigo me +acompañe á estas horas; ¡pero tú!... Temo que todos adivinen +nuestro secreto.</p> + +<p>Unicamente cuando se hubo cerrado la verja, perdiéndose +en la obscuridad el adorable bulto de Alicia, +se decidió el príncipe á alejarse.</p> + +<p>Tuvo que marchar á pie hasta la lejana Villa-Sirena, +y sin embargo le pareció breve el camino. Le acompañaban +recuerdos y promesas. Nunca había andado tan +ligeramente. Creyó avanzar en una atmósfera en la que +se habían disminuído las leyes de la gravitación, en un +planeta sumido en eterna noche primaveral, donde el +aire, los árboles obscuros y las cosas perdidas en la penumbra +vibraban con un ritmo poético.</p> + +<p>Durmió penosamente, pero se levantó tranquilo y +animoso. El encargo de Alicia resucitó en su memoria. +Necesitaba un hombre de guerra, y con revólver si era +posible, para que la escoltase en el traslado de su fortuna<a name="page_305" id="page_305"></a> +de la caja del club al Banco. El coronel, muy +emocionado por este golpe de la suerte, salió á cumplir +el servicio. «¡Pobre duquesa! Dios acaba por proteger á +los buenos.»</p> + +<p>Toda la mañana la pasó Miguel ocupado en el arreglo +de su persona. Sus intentos de vida simple y campesina +en el retiro de Villa-Sirena no le habían hecho olvidar +los cuidados higiénicos á que estaba acostumbrado +desde la niñez. Pero ahora se trataba de algo más; quería +acicalarse, realzar con exquisiteces interiores su individualidad +física, que consideraba de repente un poco +maltratada por los años.</p> + +<p>Hizo que el viejo ayuda de cámara rebuscase en el +guardarropa de su pasado. Se acordó de prendas interiores +que habían merecido elogios femeninos. Sentía el +mismo deseo de novedad y seducción de una mujer que +se adorna para una entrevista esperada mucho tiempo. +Escogió además un traje que no había llevado nunca en +Monte-Carlo, un sombrero nuevo, una corbata «discreta». +Recordaba los miedos de ella, sus súplicas para que +se deslizase inadvertido.</p> + +<p>Mientras hacía todo esto, un sentimiento de zozobra, +de desconfianza en sí mismo, empezó á agitarle. Era una +inquietud igual á la del estudiante antes del examen, á +la del autor que aguarda entre bastidores, á la del hombre +que va á batirse. ¡Llevaba tantas semanas de desear +inútilmente! ¡Hacía tanto tiempo que había renunciado +al amor!... Y pensando en Alicia sentía al mismo tiempo +anhelo y miedo.</p> + +<p>El coronel regresó á la hora del almuerzo. La operación +estaba hecha. Daba la noticia con un laconismo +modesto, como si acabase de realizar algo importante. +Miguel casi le envidió porque había visto á Alicia. +«¿Cómo estaba?»</p> + +<p>—Hermosa, hermosa como siempre. Algo pálida... +¡Después de una emoción como la de anoche! Pero alegre, +muy contenta; hablando á cada momento del marqués. +Se adivinaba su gran afecto.</p> + +<p>Almorzaron solos. Spadoni iba por el mundo después +de su triunfo. Tal vez estaba en Beaulieu con sus nuevos +amigos los ingleses. A Castro lo había encontrado Toledo<a name="page_306" id="page_306"></a> +entrando en el Hotel de París, donde vivía doña +Clorinda. Sin duda almorzaban juntos para hablar de +la ganancia de la duquesa. Atilio hasta había fingido +no entender cuando el coronel le habló del suceso. ¡Envidias!</p> + +<p>Lubimoff se encogió de hombros. Todas las personas +eran para él fantasmas, y las malas pasiones una +ilusión. No había mas que dos realidades: él y lo que le +esperaba.</p> + +<p>Se vistió, después del almuerzo, con unas precauciones +que le hicieron sonreir por su minuciosidad absurda. +Hasta cambió de corbata, buscando otra de colores +más apagados. Las dos y media.... Se contempló +de pies á cabeza en un espejo: traje gris obscuro, zapatos +amarillos, un fieltro blanco de anchas alas echado +sobre los ojos para evitar el sol. Nadie había visto así al +príncipe. De lejos podían confundirle con un viajero de +los que visitan de pasada la Costa Azul y vienen á conocer +una tarde la ruleta de Monte-Carlo, marchándose +en seguida.</p> + +<p>Las tres. Salió de Villa-Sirena. El camino era largo +y quería hacerlo á pie. Este ejercicio robustecería su voluntad, +disipando las dudas que le asaltaban de nuevo. +Pensó en el gesto íntimo realizado tantas veces en otra +época, como algo ordinario y maquinal. Su caviloso aislamiento +en los últimos meses parecía haberle entumecido. +Sintió la desconfianza del atleta que ha descuidado +sus ejercicios y sospecha si no volverá á encontrar su antiguo +vigor. El miedo ante la simple idea de un fracaso +le devolvió la confianza. No era posible.... ¡Adelante!</p> + +<p>Al llegar á la ciudad subió por unas largas escaleras +de piedra hasta las calles de Beausoleil. Esta desviación +en su camino la consideraba oportuna para +cumplir las recomendaciones de prudencia que le había +hecho ella.</p> + +<p>Entraría en la calle de Alicia por su parte alta, desprovista +de casas. Así evitaba el cruzarse con los vecinos +que á estas horas descendían al centro de Monte-Carlo.</p> + +<p>A través de los solares en construcción y de las escalinatas +que se desarrollan pendiente abajo distinguió la<a name="page_307" id="page_307"></a> +inmensidad del mar, y en su orilla la arboleda de los jardines, +la larga masa del Casino á vista de pájaro, con sus +tejados verdosos y las cúpulas amarillas de sus salones, +la gran plaza, el jardincillo circular del «queso», y en +torno de él numerosas personas del tamaño de hormigas.</p> + +<p>El príncipe sintió lastima por estos pigmeos. ¡Desdichados! +Se preparaban á jugar, á encerrarse entre paredes, +bajo la luz artificial, sin otra ilusión que la del +dinero. A él le esperaba algo mejor: iba á conocer por +unas horas la única embriaguez interesante de nuestra +existencia. Luego rió con lástima de cierto demente que +tenía su mismo rostro y había querido fundar el grupo +de «los enemigos de la mujer». Abominar del amor, querer +vivir sin la mujer; ¡pobre príncipe Lubimoff!...</p> + +<p>Las cuatro. Pasando entre pequeñas huertas, entró +en la calle de Alicia. El techo rojo de Villa-Rosa asomaba +entre árboles, casi á sus pies. Siguió bajando. Las +piernas le temblaban levemente y se detuvo un instante +para serenarse, llevando una mano á su pecho. Después +de una revuelta, se le apareció la calle en toda su parte +habitada, rectilínea y suavemente pendiente hasta desembocar +en una de las avenidas de Monte-Carlo.</p> + +<p>No vió á nadie, y apresuró su marcha para deslizarse +en Villa-Rosa antes de que asomase algún vecino. +Pasó rápidamente ante los jardines, con el aspecto de un +hombre que teme llegar tarde al juego. Encontró entreabierta +la verja de entrada. Muy bien: Alicia se había +ocupado en facilitarle el paso.</p> + +<p>Entró resueltamente en el pequeño jardín, y le pareció +distinguir sobre unas matas el rostro azorado del jardinero +asomando un momento para volver á ocultarse +con precipitación... ¡Algo rara la curiosidad de este +hombre y su gesto despavorido! Pero huía, y el príncipe +alabó su prudencia.</p> + +<p>Fué subiendo, con palpitaciones de emoción, los cuatro +escalones de la puerta. Cada uno de ellos despertó +en su pensamiento una perspectiva suavemente rosada +como la carne femenil, una nueva visión inconfesable +que le volvía de golpe á su pasado. Percibió en el ambiente, +con el recuerdo más que con el olfato, un perfume +conocido: el perfume de ella. Vió vagamente todo<a name="page_308" id="page_308"></a> +lo que le rodeaba, como si se esfumasen sus contornos. +Le zumbaron los oídos; el deseo le galvanizó con dura +tensión, lo mismo que en sus mejores tiempos. Y con un +ademán de vencedor empujó la puerta, que sólo estaba +entornada.</p> + +<p>Una mujer salió á recibirle en el vestíbulo, una mujer +cuya presencia le hizo dar un paso atrás.</p> + +<p>¡Valeria!... ¿Qué hacía allí? ¿Qué farsa era esta?...</p> + +<p>La joven intentó hablarle, y él también quiso hablar +al mismo tiempo. Pero no pudieron.</p> + +<p>Otra mujer apareció abriendo rudamente una puerta... +Era Alicia, con las ropas en desorden y el pelo +alborotado. Viendo al príncipe, levantó las manos y +avanzó, muda é impetuosa, como si pretendiese abrazarlo. +¡Al fin!... Nada le importaba la presencia de Valeria; +no la vería. En cambio le pareció que Alicia era +distinta: más alta que nunca, más pálida, con unos ojos +que de pronto le infundieron miedo.</p> + +<p>El abrazo cayó sobre él, y á continuación todo un +cuerpo que parecía derrumbarse, falto de fuerzas. Sintió +contra su pecho un pecho jadeante; los brazos de ella +eran de una frialdad cadavérica; una lluvia cálida humedeció +su cuello.</p> + +<p>—¡Miguel!... ¡Miguel!—gemía Alicia.</p> + +<p>No pudo decir más. Se ahogaba. Un estertor hizo +ondular su garganta, como si por dentro de ella rodase +una bola dolorosa.</p> + +<p>El príncipe tuvo que apelar á toda su fuerza para +sostener este cuerpo.</p> + +<p>Sonó junto á él una voz con el mismo acento monótono +y bajo que si hablase en la habitación de un moribundo.</p> + +<p>Era Valeria que también lloraba, sintiendo de nuevo +el contagio de las lágrimas.</p> + +<p>—¡Ha muerto!... ¡Murió hace un mes!</p> + +<p>Y le mostró un pequeño papel azul: un telegrama de +Madrid, llegado media hora antes.<a name="page_309" id="page_309"></a></p> + +<h3><a name="IX" id="IX"></a>IX</h3> + +<p>Spadoni, después de saludar á Novoa en la plaza del +Casino, habló de los ensueños que agitaban sus noches +y de sus decepciones al despertar.</p> + +<p>—Usted tiene la culpa, profesor. Cuando estábamos +juntos en Villa-Sirena, yo escuchaba esas cosas tan interesantes +que usted sabe y luego me dormía en paz. +Ahora no encuentro allá con quién conversar. El príncipe +y Castro se muestran de un humor insufrible; apenas +hablan y no se acuerdan de mí. Yo llevo, como usted +dice, una «vida interior», siempre á solas con mis pensamientos, +y cuando paso allá la noche, duermo mal, +sufro de ensueños, muy hermosos al principio, pero +luego muy tristes. ¡Ay, qué buenas veladas las nuestras +cuando hablábamos de cosas científicas!</p> + +<p>Novoa sonrió. Para el músico, el juego y sus misterios +eran cosas científicas. Todas las paradojas que él se +había gozado en exponerle las guardaba en su memoria +como verdades indiscutibles. Intentó atajarlo en su manía, +para pedirle noticias del príncipe, pero Spadoni +continuó:</p> + +<p>—El sueño de anoche fué horrible, y sin embargo no +pudo empezar mejor. Yo poseía el secreto de los errores +infinitesimales; había dominado las leyes ocultas del +azar, y era el rey del mundo. Tenía un tren especial, compuesto +de vagón-alcoba, vagón-salón, vagón-comedor, +vagón-piscina, ¡qué sé yo cuántos vagones lujosos! un +verdadero palacio rodante que me esperaba en las estaciones, +sin que la máquina cesase de echar vapor, pronta<a name="page_310" id="page_310"></a> +á partir en cualquier momento. Me apeaba de mi tren +en todas las ciudades célebres por sus juegos, como el +que baja de su automóvil. Al verme llegar temblaban los +dueños de los Casinos, los empleados y hasta las mesas +verdes. «¡Viva el vengador!», gritaban en el atrio los +que habían perdido su dinero. Pero yo pasaba adelante, +impasible como un dios, sin hacer caso de estas ovaciones +de la canalla. ¡Figúrese usted lo que le costaría +ganar al poseedor del secreto de los errores infinitesimales! +Mis doce secretarios colocaban en las diversas +mesas un millón ó dos, siguiendo mis instrucciones. +«Empiece el juego.» Yo me paseaba como Napoleón, dando +órdenes á mis mariscales. A la media hora, la caja se +declaraba en quiebra y el Casino en bancarrota. «¡Se va +á cerrar!», gritaban los empleados, como en una iglesia +cuando termina el culto. Y á la salida, los mismos hambrones +que me habían aclamado se arrojaban contra los +valientes de mi escolta, pretendiendo matarme, con repentino +odio. Les había cerrado el lugar donde estaba +sepultada su fortuna. Ya no podían volver al día siguiente +á perder más dinero con la ilusión del desquite. +Me llevaba su esperanza.</p> + +<p>—Exacto—dijo Novoa.</p> + +<p>—También tenía un yate, más grande que el del príncipe +Lubimoff; algo así como un acorazado de primera +clase. Lo necesitaba para todo mi séquito: los secretarios, +la compañía de bravos encargada de defenderme, +y un sinnúmero de aburridos que, encontrando muy +interesante mi persona, me seguían por todo el planeta, +como aquel misántropo que seguía á un domador de ciudad +en ciudad, esperando que sus fieras lo devorasen. +Ya no quedaba funcionando en Europa ningún Casino: +el de San Sebastián lo habían dedicado á convento; el +de Ostende servía de laboratorio para nuevos cultivos +de ostras; en todas las poblaciones de baños de mar ó +de aguas medicinales, las gentes sólo se preocupaban +del cuidado de su salud, y cuando querían distraerse +jugaban en los paseos á la rayuela y á otros juegos de +niños. Yo viajaba mientras tanto por América y Oceanía, +haciendo quebrar una tras otra todas las grandes +casas de juego. Los periodistas me seguían, formando<a name="page_311" id="page_311"></a> +un segundo séquito más numeroso que el mío. Los diarios, +el cable, las agencias telegráficas, me anunciaban +con una anticipación ruidosa. «¡Va á llegar el invencible +Spadoni!» Y las empresas de juego, considerando su +muerte próxima, hacían dinero con su agonía, vendiendo +asientos á precios fabulosos á todos los que deseaban +presenciar mi triunfo. En los Estados Unidos, un rey de +no sé qué artículo daba cien mil dólares por una silla, +para seguir de cerca mi juego irresistible. Jamás se pagó +tanto por ver los pelos de un concertista ó los brillantes +de una tiple.</p> + +<p>—¿Y Monte-Carlo?—preguntó Novoa, interesado por +estos delirios del jugador.</p> + +<p>—A él llegamos. Lo había guardado para el final, pensando +en el dinero que dejé aquí. Cuanto más engordase +la víctima, mejor sería mi venganza. ¡El negocio que +hizo Monte-Carlo!... Como no quedaba juego en el mundo, +todos los jugadores acudían á este país. La ciudad +se había dilatado, llegando hasta las cumbres de los +Alpes; los cuarenta millones que ganaba el Casino en los +años buenos, eran ahora cuatro mil. Los accionistas se +casaban con personas de sangre real: dos reyes de los +Balkanes se hacían la guerra, disputándose la mano de +una hija del cuarto vicepresidente de la sociedad explotadora. +El equilibrio europeo estaba en peligro: las grandes +potencias soñaban con anexionarse á Mónaco en +nombre de los intereses históricos y de los derechos étnicos, +pues todas ellas habían tenido y tenían numerosas +gentes de su raza viviendo en este pedazo de tierra... +Pero de pronto llegaba el invencible.</p> + +<p>Spadoni, como si aún estuviese soñando, miró el Casino, +la plaza, la entrada de las terrazas, el arranque de +la avenida que desciende al puerto. Lo veía todo tal vez +lo mismo que en su imaginación.</p> + +<p>—¡Qué de gente! Desde medio año antes no se hablaba +en el planeta de otra cosa. «¿Irá?» «¿No irá?» La +Agencia Cook había anunciado en todos los países un +viaje económico en caravana para presenciar este acontecimiento +mundial. El P. L. M. daba billetes de ida y +vuelta á precios reducidos, y todo París estaba aquí. Los +dueños de hoteles y restoranes, por agradecimiento,<a name="page_312" id="page_312"></a> +colgaban mi retrato un el lugar más visible de sus +comedores, siempre repletos. Los diarios publicaban mi +biografía, y al hablar de mis riquezas se veían obligados +á romper sus columnas, colocando una línea de ceros á +todo lo ancho de la página, y aun así, les faltaba espacio. +Había olvidado decirle que me vi en la necesidad de +fundar un Banco, sólo para mis tesoros. Y siempre que +el Banco de Londres ó el Banco de Francia se veían en +un apuro, me enviaban atentas cartitas para que los +sacase del atolladero.</p> + +<p>Novoa rió de la sencillez con que el pianista contaba +sus grandezas. Parecía obsesionado aún por su ensueño.</p> + +<p>—Mi yate tuvo que fondear fuera del puerto, entre +otros buques. Había muchos trasatlánticos: cuatro de +los Estados Unidos, uno del Japón, otro de la América +del Sur, varios de Australia y Nueva Zelanda, todos con +viajeros llegados del otro hemisferio para ver á Spadoni. +Después de saludar con veintiún cañonazos á Mónaco, +salté á tierra entre los ¡hurras! de los marinos extranjeros. +Usted comprenderá que un hombre como yo no +podía llegar al Casino vulgarmente sentado en un automóvil. +¡Quién no tiene automóvil!... En el desembarcadero +esperaba un simple cochecito de un solo asiento, +que iba á guiar yo mismo. Pero este cochecito, de ruedas +doradas, era tirado por seis mujeres, por seis hermosas +mujeres, todas ellas célebres, y cuyos retratos figuraban +lo mismo en los grandes diarios ilustrados que en los +frascos de esencias ó en las cajas de fósforos.</p> + +<p>El profesor extremó su regocijo. Notaba la satisfacción +con que el pianista insistía en este detalle de su +entrada triunfal. El envilecimiento de las seis mujeres +elegantes y famosas parecía halagar su misoginismo. +Hablaba con una expresión fríamente vengativa, como +si presenciase la abyección de su mayor enemigo.</p> + +<p>—Fué asunto de precio: yo no iba á regatear por millón +más ó menos. Lo único que me ocasionó disgustos +fué escoger entre varios miles de hermosas solicitantes. +Tuve que arrostrar la enemistad de grandes directores +de teatro, de hombres de negocios, de ministros, que me +recomendaban á sus protegidas. Hasta un monarca me +retiró el título de duque que acababa de darme, porque<a name="page_313" id="page_313"></a> +rechacé á su amiga predilecta... Las seis vestían +los últimos modelos de la <i>rue de la Paix</i>. Los reporteros, +kodak en mano, sacaban instantáneas de lo que iba á +ser la última moda. Además, sus arneses estaban cubiertos +de perlas, de brillantes, de toda clase de pedrería +rica, y cuidaban muy bien de no estropearlos, sabiendo +que al final de su trote se los podrían llevar +como un recuerdo. Yo tenía un gran látigo para arrearlas: +un látigo de flores. Hay que ser galante con las +damas...</p> + +<p>Sonrió irónicamente. Novoa volvió á ver su expresión +rencorosa de misógino.</p> + +<p>—Pero por dentro era de acero trenzado, y dejándolo +caer sobre mi hermoso tiro, nos pusimos en marcha. ¡Lo +que tardamos en remontar esa cuesta á través de la muchedumbre! +Los extranjeros me aclamaban. Se oía como +un interminable abejorreo el crujido de las máquinas +fotográficas. Todos querían llevarse la imagen del rey +del mundo. Reconocí por sus caras tristes á los vecinos +de la ciudad. Los hombres me imploraban con los ojos, +como pobres cautivos; las mujeres me enseñaban sus pequeñuelos; +los ancianos se ponían de rodillas. Yo era el +vencedor que, al arruinar el Casino, talaba su patria, +condenándolos á la miseria... Esta plaza estaba negra +de gente. Al bajar de mi vehículo vi la escalinata del +Casino ocupada por un cortejo grandioso. Delante, monsieur +Blanc; luego, su Estado Mayor de consejeros, primeros +accionistas, inspectores, y la corporación entera +de los <i>croupiers</i>, todos vestidos de negro, con amplios +chaqués de alpaca de corte fúnebre. En último término +gente conocida, cuya presencia me podía conmover... +Para hacerme recordar que yo había sido un simple +pianista, aquí me aguardaban, batuta en mano, los directores +de los conciertos y de la ópera; los profesores +de la orquesta con sus instrumentos; los cantantes espada +al cinto ó arrastrando colas femeniles, todos pintados +y con peluca; las muchachas del cuerpo de baile +con piernas de fresa pálida y gasas horizontales en el +talle... Estaban prontos á gemir, previamente aleccionados +por la empresa.</p> + +<p>—Una palabra, señor Spadoni.<a name="page_314" id="page_314"></a></p> + +<p>Era monsieur Blanc, que me llevó aparte, entregándome +un pequeño papel.</p> + +<p>—Guárdeselo y no entre.</p> + +<p>Miré el papel: un cheque de un millón. ¡Puá! ¿Qué +puede hacer un hombre con un millón?... Y al ver que +lo arrugaba, tirándolo al suelo, el dueño del Casino me +dió otro papel.</p> + +<p>—Tome cinco y váyase.</p> + +<p>Como tampoco me conmoví, fué sacando cheques de +todos los bolsillos: diez millones, quince... cuarenta...</p> + +<p>Mis doce ministros avanzaban con sus grandes carteras +llenas de billetes; mi escolta me abría paso entre +el gentío implorante de la escalinata; mis caballos se +impacientaban, relinchando y coceando al darse cuenta +de que algunos inteligentes se habían aprovechado de +la aglomeración para manosear sus corvejones y sus +ancas.</p> + +<p>—Otra palabra, señor Spadoni: la última. Haremos +una revolución, destronaremos a Alberto, y le daremos +á usted la corona de Mónaco. Puede casarse, si le place, +con la hija de un emperador: el dinero lo arregla todo. +Nosotros lo tenemos, usted lo tiene...</p> + +<p>—¡He dicho que no! Lo que yo deseo es entrar en el +Casino para hacerlo quebrar y llevarme las llaves.</p> + +<p>Esta amenaza le arrancó la suprema concesión.</p> + +<p>—Será usted mi socio; le daré el cincuenta por ciento +de las ganancias.... ¿No quiere?... Sea el setenta y cinco.</p> + +<p>Al ver que yo seguía avanzando escalinata arriba +sin escucharle, se llevó un silbato á la boca. Su cara fué +la de Sansón agarrándose a las columnas del templo. +¡Antes morir, que ver quebrada su casa! Sonó un estallido +formidable, como si se rasgase el mundo. Habían +minado con todos los explosivos sobrantes de la guerra +el Casino, la plaza, la ciudad. Yo subí, aturdido, hasta +las nubes, pero pude ver cómo desaparecía Monte-Carlo +y hasta el peñón de Mónaco, ocupando el mar, con una +ola gigantesca, el sitio de las tierras desaparecidas. Y +cuando volví a caer...</p> + +<p>—Despertó usted—dijo Novoa.</p> + +<p>—Sí; desperté al pie de mi cama, y oí la voz de Castro +en el pasillo insultándome por haber cortado su sueño<a name="page_315" id="page_315"></a> +con mis gritos. No ría usted, profesor. Es muy triste soñar +esas grandezas, como si uno las estuviese tocando, +y verse hoy tan pobre como ayer, tan pobre como siempre, +y además con una mala suerte tenaz.</p> + +<p>La pobreza y la mala suerte de Spadoni hicieron protestar +á Novoa. Aún se acordaban muchos de su fortuna +asombrosa como banquero en el <i>Sporting-Club</i>. Era una +noche histórica. Además, sabía por Valeria que la duquesa +le había hecho un buen regalo.</p> + +<p>—¡Incomparable duquesa!—dijo con entusiasmo el +pianista—. Siempre gran señora. La pobre, en medio de +su desesperación, se acordó de mí. «Tome usted, Spadoni, +y que tenga mucha suerte.» Me regaló veinte mil +francos. Si le pido cien mil, me los da lo mismo. ¡Y que +sea tan desgraciada!...</p> + +<p>Ante los ojos interrogantes del profesor, continuó:</p> + +<p>—Pues bien; de los veinte mil no quedan ni cien.</p> + +<p>Corrió en la misma noche al <i>Sporting</i> para repetir +sus hazañas. Nunca se había visto con tanto capital, ni +á la vuelta de su viaje de concertista por la América del +Sur. El terrible griego estaba allí, y á pesar de la admiración +que Spadoni tributaba á su gloria, lo trató con +implacable hostilidad. «¡Banco!», dijo al verle en su +silla de banquero con quince mil francos delante. Y al +presentar sus cartas, «abatió nueve», mientras el pobre +Spadoni sólo tenía cinco. ¡Adiós los quince mil! Con el +resto se había defendido unos cuantos días como simple +«punto», y ya no era mas que un recuerdo la generosa +dádiva de la duquesa.</p> + +<p>—¡Si ella quisiera volver al trabajo! Estoy convencido +de que yo sería otra vez el de aquella noche, teniéndola +detrás de mí. Pero ¿quién se atreve á hablarle del juego?</p> + +<p>Los dos lamentaron la desgracia de Alicia. Desde el +día en que llegó el telegrama dándole cuenta de la +muerte de su protegido, era otra mujer. Spadoni atribuía +á un exceso de buen corazón este dolor tan vehemente +por un joven soldado que no pertenecía á su familia. +El profesor aprobó, pero con un aire enigmático. +En la explosión de su dolor, debía habérsele escapado á +Alicia una parte de su secreto delante de Valeria y ésta +se lo habría hecho saber á Novoa.<a name="page_316" id="page_316"></a></p> + +<p>Luego hablaron del aislamiento en que vivía la duquesa.</p> + +<p>—Hace un mes que nadie la ve—dijo Spadoni—. Las +gentes empiezan á olvidarse de ella; muchos creen que +se ha marchado. Monte-Carlo es así: muy chico para los +que van al Casino y se rozan á todas horas; enorme, +como una gran capital, para los que no se acercan á las +salas de juego... El príncipe me pregunta por ella muchas +veces. Parece que no ha conseguido verla después +de la tarde del telegrama.</p> + +<p>Novoa recobró su gesto enigmático al oir el nombre +de Lubimoff. Sabía por Valeria que había ido repetidas +veces á Villa-Rosa, sin conseguir que su dueña lo recibiese. +Es más; la duquesa se estremecía de miedo ante +esta visita. «No quiero verle; di siempre que no estoy.» +Don Marcos había sufrido la misma suerte, teniendo +que entregar su tarjeta, unas veces á la confidenta de +la duquesa y otras al jardinero. Varias cartas del príncipe +habían quedado sin contestación. Alicia mostraba +la firme voluntad de no ver á su pariente, como si su +presencia pudiera hacer más vivo aquel dolor que la +tenía alejada del mundo.</p> + +<p>Spadoni, ignorante de todo esto, persistió en sus elogios +á la duquesa.</p> + +<p>—¡Hermoso corazón! Necesita siempre cerca de ella +un desgraciado á quien proteger. Después de la muerte +de su aviador, parece sentir un gran afecto por ese teniente +de la Legión extranjera, ese español tan enfermo, +que tal vez morirá el día menos pensado, lo mismo que +el otro. Pasa los días en Villa-Rosa; allí almuerza y come, +y si la duquesa da algún paseo por la montaña, siempre +es con él. ¡Sólo le falta dormir en la casa!... Cuando +tarda en presentarse, ella envía inmediatamente un recado +al hotel de los oficiales.</p> + +<p>El profesor se mantuvo silencioso, pero reconoció en +su interior la exactitud de lo que contaba Spadoni. Lo +mismo le decía Valeria. Aquel Martínez estaba á todas +horas en Villa-Rosa, muchas veces contra su deseo. La +duquesa necesitaba su presencia, y eso que al verle +prorrumpía en lágrimas y sollozos. Pero el pobre muchacho, +con una sumisión admirativa, la acompañaba<a name="page_317" id="page_317"></a> +en su voluntaria soledad, profundamente agradecido de +que tan gran dama se interesase por él.</p> + +<p>—Doña Clorinda es la que debe estar furiosa—continuó +el pianista, con la alegría maligna que le inspiraban +las rivalidades entre mujeres—. Ya no tiene ninguna +influencia sobre Martínez, á pesar de que fué ella la +que lo descubrió. Se lo ha arrebatado la otra. Pasan semanas +sin que «la Generala» vea á su teniente; creo que +ya ha renunciado á él. Se queja de su antigua amiga +por este acaparamiento, que considera peligroso. Hasta +me han dicho que la acusa de coquetear con el pobre +muchacho, de excitar su admiración, y de otras cosas +peores. ¡Un absurdo, profesor! Las mujeres son terribles +en sus odios. Figúrese usted: ese pobre oficial que es +casi un muerto...</p> + +<p>Novoa se mantuvo silencioso para que el pianista no +continuara hablando. Temía que dijese algo terrible al +repetir las murmuraciones de la otra dama, con su alegría +rencorosa de misógino. El, por sus relaciones con +Valeria, se consideraba unido á la duquesa y no podía +tolerar nada contra ella.</p> + +<p>Se separaron después de algunos minutos de palabrería +indiferente. Aquella noche Spadoni habló al +príncipe de su conversación con el profesor, y esto le +dió pretexto para repetir lo que doña Clorinda pensaba +de su antigua amiga. Pero el pianista se arrepintió +al instante, viendo la mirada iracunda que le dirigía +Lubimoff.</p> + +<p>«¡Una infamia!—pensó Miguel—. Calumnias de mujeres, +que repite este imbécil por odio sexual.»</p> + +<p>Comprendía que Alicia se sintiese interesada por +aquel convaleciente. Su juventud y su uniforme le recordaban +al otro. Además estaba solo en el mundo, era un +extranjero, un residuo de la guerra que todos consideraban +fatalmente condenado á muerte.</p> + +<p>Pero á continuación no pudo evitar un sentimiento +de celos contra este pobre joven obscuro y enfermo. +Vivía á todas horas cerca de Alicia, mientras él no +lograba verse admitido en su «villa» ni como simple +visitante. ¿Por qué?...</p> + +<p>Llevaba varias semanas haciendo conjeturas, atisbando<a name="page_318" id="page_318"></a> +una ocasión para encontrarse con Alicia. Después +de la tarde en que la tuvo entre sus brazos, secando sus +lágrimas, conteniendo las contorsiones de su desesperación, +besando su frente con un dolor fraternal, la verja +de Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre. +«Ven mañana», gimió Alicia al despedirle. Y al día +siguiente Valeria le cortaba el paso con el aspecto confuso +del que dice una mentira. «La duquesa no puede +recibirle; la duquesa desea estar sola.» Esta negativa +inexplicable se había ido repitiendo en los días sucesivos, +cada vez con mayor sequedad. Ahora era el jardinero +el único que salía al sonar el timbre, hablándole á +través de la verja.</p> + +<p>Su despecho le hizo cometer un sinnúmero de acciones +pueriles y envilecedoras. Rondaba por las cercanías +de la «villa» como un celoso, arrostrando la curiosidad +de los transeuntes, valiéndose de los más absurdos pretextos +para disimular su espera, ocultándose con precipitación +cuando se abría la verja dando salida á alguien +de la casa. Esta vigilancia únicamente había servido +para despertar su cólera. Dos veces había tenido que +esconderse mientras el teniente Martínez, erguido dentro +de su uniforme viejo, que le venía muy ancho, galvanizada +su flacura de enfermo por un deseo de mostrarse +sano y arrogante, entraba en Villa-Rosa, por la puerta +abierta de par en par, como si fuese el dueño.</p> + +<p>Los había visto una tarde de lejos, á él y Alicia, en +un coche de alquiler que se alejaba por el otro lado de +la calle, hacia las alturas de La Turbie. Ella se preocupaba +del herido, llevándolo maternalmente á que respirase +el aire de las cumbres. ¡Y el príncipe como si no +existiese!...</p> + +<p>En vano la escribía cartas, y su tormento aún resultaba +mayor al no poder hablar con franqueza á sus +allegados. El coronel, obedeciendo sus insinuaciones, +había hecho inútilmente varias visitas á la duquesa.</p> + +<p>—¡Qué dolor tan inexplicable!—decía don Marcos—. +No se comprende tanta desesperación por un joven aviador +que no era mas que su protegido. A no ser que...</p> + +<p>Pero su respeto no le permitía insistir en esta sospecha +irreverente.<a name="page_319" id="page_319"></a></p> + +<p>Con Atilio tampoco podía hablar. Para éste, el prisionero +muerto en Alemania era el mismo joven que él había +conocido en París antes de la guerra: el amante de +la duquesa, que la seguía á todas partes y danzaba con +ella en los té-tango. Además, Miguel sentía miedo á lo +que pudiera añadir Castro, reflejando el pensamiento de +«la Generala».</p> + +<p>Esta, en el primer momento, al conocer la desesperación +de Alicia, había querido olvidar los pasados rencores, +yendo espontáneamente á Villa-Rosa para consolarla. +Como era muy patriota, aquel muchacho muerto +en Alemania le parecía un héroe. Pero el repentino acaparamiento +del teniente español, aquella simpatía vehemente +que obligaba á Martínez á pasar el día entero +con la duquesa, devolvieron á dona Clorinda su hostil +frialdad.</p> + +<p>El príncipe adivinó lo que pensaban ella y su amigo, +lo que tal vez diría Castro si osaba hablarle de Alicia. +«Acababa de perder á su amante, y mientras lo lloraba +con una vehemencia teatral, se iba preparando otro, +igualmente joven... Un verdadero crimen; porque el +pobre Martínez estaba condenado á morir, y sólo prolongaba +sus días gracias á una absoluta quietud. La más +leve emoción representaba la muerte para él...»</p> + +<p>Lubimoff no podía decir la verdad. Su secreto era de +Alicia. Unicamente los dos sabían quién era aquel prisionero +muerto en Alemania; y mientras ella callase, él +debía hacer lo mismo.</p> + +<p>Una noche, el coronel le dió una noticia interesante. +Al caer de la tarde, cuando regresaba del Casino, había +visto desde el tranvía á la duquesa de Delille. Bajaba +sola y vestida de luto de un coche de alquiler, en el bulevar +de los Molinos, frente á la iglesia de San Carlos. +Luego había subido las gradas que conducen al templo: +iba sin duda á rezar por su protegido. Y don Marcos +dijo esto con cierta emoción, como si la visita á la iglesia +borrase todos los comentarios que llevaba oídos en +los últimos días.</p> + +<p>Miguel tuvo el presentimiento de que este aviso iba +á sacarle de su incertidumbre. En aquella iglesia encontraría +á Alicia. Y al día siguiente, en las últimas horas<a name="page_320" id="page_320"></a> +de la tarde, empezó á pasear por el bulevar de los Molinos, +sin perder de vista el templo único de Monte-Carlo, +lugar de devoción para los jugadores y la gente rica, +que mantiene cierta rivalidad con la catedral del silencioso +y aviejado Mónaco.</p> + +<p>Este continuo ir y venir acabó por interesar á los +comerciantes de la calle y á sus dependientas, muchachas +de alto y complicado moño que parecen soñar detrás +de los escaparates, esperando un millonario que las +saque de su injusta obscuridad. «¡El príncipe Lubimoff!» +Todos le conocían, y era tal su fama, que inmediatamente +cien ojos buscaron cuál podía ser el objeto de sus +paseos. Indudablemente, una mujer. Los balcones solitarios +empezaron á poblarse de cabezas femeninas que +seguían sus evoluciones con el rabillo de un ojo. Se levantaron +muchos visillos, marcándose detrás de los vidrios +pupilas interrogantes y bocas sonrientes. «¿Será +por mí?...» Esta pregunta muda parecía extenderse de +fachada en fachada.</p> + +<p>Aburrido de tal curiosidad, subió por un doble graderío +á la plazoleta solitaria que precede á la iglesia, +empleando allí las mismas estratagemas que cuando +acechaba en las inmediaciones de Villa-Rosa. Se asomó +al interior del templo, punteado de rojo por las luces +de unos cuantos cirios. Sólo había en él dos mujeres del +pueblo arrodilladas y vestidas de luto: esposas ó madres +de hombres muertos en la guerra. Al volver á la plazoleta +se entretuvo en leer y releer los títulos de todos los +papeles expuestos en un kiosco de periódicos. Luego se +alejó por una calle, volvió por otra, con aire indiferente, +y se ocultó detrás de una esquina, procurando no perder +de vista la entrada de la iglesia. Aquí resultaba tolerable +su espera: no había transeuntes. La circulación del +vecino bulevar permanecía invisible, como si se desarrollase +en el fondo de una zanja. Sólo á través de las ramas +bajas de los árboles se veían pasar los techos de +carruajes y tranvías.</p> + +<p>Cerró la noche y ella no vino.</p> + +<p>Al día siguiente Miguel volvió, pero discretamente, +sin despertar la curiosidad de los tenderos, permaneciendo +largas horas en aquella plazoleta de ciudad vieja,<a name="page_321" id="page_321"></a> +sin otro testigo que la mujer melancólica que ofrecía sus +periódicos en un kiosco sin parroquianos. Y tampoco +llegó.</p> + +<p>El tercer día, cuando dudaba ya de la utilidad de +esta espera, apareció el busto de Alicia sobre el filo del +último peldaño. Después fué surgiendo todo su cuerpo, +con sobresaltos que marcaban el avance de sus pies de +grada en grada. Caía la tarde. En las fachadas del bulevar, +por encima de la masa verde de los árboles, el sol +fugitivo trazaba una pincelada de oro á lo largo de los +tejados.</p> + +<p>La reconoció con el corazón antes que con los ojos, +lo mismo que cuando la había visto de lejos en un carruaje +acompañando al oficial. Le causaba extrañeza su +capota negra con un largo velo de luto descendiendo +por la espalda. La emoción de su presencia y la costumbre +del acecho le hicieron retroceder, y ella entró en la +iglesia sin verle. ¡Ah, ya la tenía!... Esta vez no podría +escapar, é iba á decirle muchas cosas, ¡muchas!... Pero +al mismo tiempo que repasaba en su memoria rencorosamente +las justas recriminaciones preparadas con anticipación, +sintió miedo, un miedo irresistible á la brevedad +de las respuestas de ella, tal vez á su mutismo.</p> + +<p>Dejó transcurrir un largo rato. Luego le agitó el deseo +de verla otra vez, aunque fuese de lejos, y entró en +la iglesia cautelosamente, queriendo evitar un encuentro +prematuro.</p> + +<p>Fué avanzando entre una doble fila de bancos desocupados. +Allá en el fondo estaban las mismas mujeres +del otro día, siempre arrodilladas, como si su dolor no +conociese el tiempo. De la sombra surgieron poco á poco +los oros mortecinos de los retablos, y dos masas de colores, +dos haces de banderas, las de los países aliados, que +adornaban el altar mayor.</p> + +<p>Creyó que Alicia acababa de huir por una salida +ignorada al ver solas á las dos implorantes en su silenciosa +inmovilidad. Pero de una puerta lateral salió ella, +seguida de un acólito que llevaba dos cirios. Alicia vigiló +cómo estos cirios eran encendidos y colocados en un +candelabro frente á la Virgen. Luego se arrodilló, permaneciendo +rígida sobre sus rótulas.<a name="page_322" id="page_322"></a></p> + +<p>Transcurrió el tiempo. Miguel la veía igual á las dos +mujeres del pueblo: una masa negra inmovilizada por +el rezo y la súplica. Unicamente, como signos especiales +de su persona, distinguía las suelas de su elegante +calzado, dos pequeñas lenguas claras que se destacaban +sobre la corola negra de su falda. También veía la blancura +de su nuca estremeciéndose de vez en cuando, como +si quisiera repeler el enroscado velo de luto.</p> + +<p>Sintió desvanecerse el rencor que le había hecho desear +este encuentro. ¡Pobre mujer! El sabía, y nadie +más, quién era aquel joven cuya muerte venía á llorar +en la iglesia. El recuerdo de la princesa Lubimoff surgió +en su memoria lo mismo que una imagen borrosa +por el empolvamiento del olvido. La princesa estaba demente, +¡pero era su madre y le había amado tanto!...</p> + +<p>Su egoísmo se sublevó en seguida contra esta emoción. +Encontraba natural que Alicia llorase á su hijo, pero +no que se hubiera alejado de él sin explicación alguna.</p> + +<p>Avanzó hacia el altar mayor, con el deseo de verla +de más cerca. Un ligero movimiento de la orante le hizo +retroceder. Era mejor que no le reconociese. Consideró +preferible aguardarla fuera de la iglesia, con la ventaja +de la sorpresa, sin dejarla tiempo para que inventase +razones justificantes de su conducta.</p> + +<p>Empezaba á anochecer cuando salió Alicia, encontrándose +con Miguel Fedor que le cerraba el paso.</p> + +<p>Ni el más leve estremecimiento que delatase asombro.</p> + +<p>—¡Tú!—dijo simplemente.</p> + +<p>Estaba muy pálida, tenía los ojos enrojecidos y húmedos, +como si acabase de llorar.</p> + +<p>Tal vez le había visto dentro de la iglesia, y esperaba +este encuentro á la salida. La naturalidad con que acogió +su presencia fué para él una primera decepción.</p> + +<p>Necesitaba hablar cuanto antes, dar salida á las quejas +y recriminaciones que había ido amontonando en los +días anteriores. Eran tantas, que abrumaban su pensamiento. +Pero Alicia, como si temiese sus palabras, se le +adelantó, hablando á su vez con acento monótono y +triste.</p> + +<p>Venía á este templo algunas tardes porque experimentaba +de pronto la necesidad de abandonar Villa-<a name="page_323" id="page_323"></a>Rosa +y sus terribles recuerdos. ¡Ay, la llegada del telegrama!...</p> + +<p>—Ahora soy creyente—dijo con sencillez.</p> + +<p>Rectificó en seguida su afirmación, por modestia, no +por orgullo. Deseaba ser creyente, pero en realidad no +lo era. Se acordaba de su madre, la sencilla doña Mercedes. +¡Cuánto daría por tener la confianza en el más +allá de la buena señora! Aquella fe que en otro tiempo +provocaba sus burlas le parecía ahora algo superior. +¡No poder conocer la resignación de las almas humildes!... +Persistía en ella la incredulidad de sus tiempos +dichosos. Los que gozan las dulzuras de la existencia +no se acuerdan de la muerte ni piensan en lo que pueda +haber después de ella. Nadie siente un alma religiosa +en un baile, en un banquete, en un encuentro de amor. +Ella necesitaba creer, porque era desgraciada. Se acogía +á la religión como un enfermo desesperado implora +al curandero en el que no tiene fe, porque la razón le +muestra sus errores, pero que al mismo tiempo le halaga +con una absurda esperanza al haber sanado á otros milagrosamente.</p> + +<p>—El dolor nos hace místicos—continuó—. Lo que yo +siento es no poder serlo como lo son otros. Rezo, y la +resignación no viene á ayudarme.</p> + +<p>Se revolvía contra la nada de la muerte. ¡Aquella +carne de su carne estaba pudriéndose en un cementerio +ignorado de Alemania! ¿Y esto era todo?... ¿Ya no había +más?... ¿Moriría ella á su vez y no volvería á encontrar +en una existencia superior aquel hijo en el que había +concentrado toda su voluntad de vivir? ¿Se borrarían +ambos en la realidad, como dos puntos microscópicos, +como dos átomos, cuya vida nada significa?...</p> + +<p>—Necesito creer—dijo con toda la energía de su egoísmo +maternal—. Mi único consuelo es esperar que volveremos +á encontrarnos en un mundo mejor; un mundo +que no conozca las guerras ni la muerte... Pero de +pronto me falta la confianza, y sólo veo la nada... ¡la +nada! Soy muy digna de lástima, Miguel.</p> + +<p>Estas palabras no conmovieron al príncipe, á pesar +de la desesperación que Alicia ponía en ellas. Su ansia +de enamorado sólo le dejaba pensar en el presente.<a name="page_324" id="page_324"></a></p> + +<p>—¿Y yo?—dijo con tono de reproche—. Me has abandonado +en el mejor de nuestros instantes. Eres desgraciada; +razón de más para que no me alejes de tu lado. Yo +puedo alegrar tu vida... Adivino lo que piensas. No, no +pretendo hablarte de amor. Tal vez más adelante, ¡pero +ahora!... Ahora quiero ser tu compañero, tu hermano, +lo que tú quieras que sea, pero al lado tuyo. ¿Por qué +huyes de mí? ¿por qué me cierras tu puerta como á un +extraño?...</p> + +<p>Continuó desordenadamente sus quejas, sus protestas, +sus rencores, por aquel alejamiento inexplicable.</p> + +<p>—¿Tengo yo alguna culpa de tu desgracia?—terminó +preguntando—. ¿Soy ahora otro hombre que la última +vez que nos vimos?</p> + +<p>Ella movió la cabeza tristemente. No podría convencer +á Miguel por más que hablase; era superior á sus +fuerzas el explicar sus nuevos sentimientos. Parecía +desalentada ante el obstáculo que se había interpuesto +entre los dos.</p> + +<p>—Déjame, olvídame; es lo mejor que puedes hacer... +No; tú no has cambiado, pobrecito mío. ¿Qué mal puedes +haberme causado tú, tan bueno, tan generoso? Me +has ayudado á conocer la terrible verdad; por ti la he +sabido; y aunque esto me mata, lo creo preferible á la +incertidumbre... Tú no tienes la culpa, tú has hecho todo +lo que yo te pedí. Pero atiéndeme, te lo ruego: no me +busques, evita nuestro encuentro. Es el último favor que +podrás hacerme. Sólo lejos de tu presencia encontraré +cierta tranquilidad.</p> + +<p>La voz de Miguel dejó de ser suplicante, estremeciéndose +con un temblor de cólera. ¿Cómo podía ser él un +obstáculo para su tranquilidad? ¿No acababa de decirle +que sólo quería ser un compañero de su desgracia, olvidado +del amor, con un afecto neutro y dulce, igual al +de la amistad?... Ahora que era desgraciada, sentía con +más vehemencia el deseo de permanecer á su lado. ¿Por +qué capricho absurdo huía de él?</p> + +<p>Alicia le miró con unos ojos lacrimosos que reflejaban +las vacilaciones de su pensamiento. Al fin pareció +decidirse.</p> + +<p>—Tú no has cambiado—dijo con voz sorda—, pero yo<a name="page_325" id="page_325"></a> +soy distinta. El infortunio ha hecho de mí otra mujer. +Yo misma no me reconozco... Una idea fija me domina. +Tal vez es absurda; si te la digo, sé que vas á protestar +con justa indignación. No, tú no tienes la culpa; pero es +mejor no verte. Tu presencia hace más grande mi remordimiento. +Viéndote, siento una vergüenza inmensa, +un deseo de morir, de matarme. Tengo la sospecha de +que soy yo la que ha asesinado á mi hijo... Recuerdo lo +pasado entre nosotros: reconozco el castigo.</p> + +<p>La cólera de Lubimoff se desvaneció ante estas palabras +inexplicables. Maquinalmente tomó las manos de +ella con una dulzura acariciante, lo mismo que si fuesen +las de una enferma en pleno delirio. ¡Calma! ¿qué estaba +diciendo? ¿qué remordimientos eran esos? Las manos se +dejaron tocar á través de los guantes con una pasividad +resignada, pero de pronto resucitaron, desprendiéndose +violentamente de las de Miguel, como si acabasen de +recibir un profundo choque. «¡No! ¡no!» Y el príncipe +tuvo la convicción de que entre los dos existía una especie +de flúido repelente, algo que no había conocido hasta +entonces: el miedo á su persona.</p> + +<p>Quedó tan desconcertado y humillado por este movimiento +retráctil, que no supo qué decir. Ella aprovechó +su silencio para seguir hablando, pero como si tradujese +á solas una pesadilla, como si no viera al hombre que +estaba ante sus ojos.</p> + +<p>—Cuando me acuerdo... ¡qué vergüenza! Mi hijo, mi +pobre hijo viviendo como un esclavo, sufriendo hambre, +recibiendo golpes, él tan noble, tan hermoso... y su +madre aquí, haciendo la niña, extasiándose con unos +amores ideales, dando paseos poéticos por los jardines, +cambiando besos... un romanticismo de vieja. Las locuras +del juego aún podían tolerarse. Jugaba pensando +en él; el dinero era para él; ¡pero el amor!... Parece +imposible que haya podido hacer todo eso mientras mi +hijo estaba prisionero y yo carecía de noticias. ¿Qué +fuerza demoniaca me empujó?... Y Dios me ha castigado; +y si no es Dios, el que sea: la fatalidad, un poder +misterioso que nos hace expiar nuestras faltas, llámese +como se llame.</p> + +<p>Miguel quiso interrumpirla, pero ella siguió hablando.<a name="page_326" id="page_326"></a></p> + +<p>—Sé lo que vas á decir; es inútil. Lo que tú digas me +lo he dicho yo muchas veces para convencerme de que +mi creencia es absurda. ¿Y qué probaría eso? Todo lo +que no conocemos es absurdo, y ¡conocemos tan pocas +cosas!... No; mi remordimiento no se dejará convencer +nunca; no evitarás que de noche entretenga mi insomnio +haciendo cálculos, recordando fechas. Cuando empecé +á interesarme por ti, mi hijo vivía aún, y yo lo olvidé. +Cuando nos paseábamos por los jardines de San Martino, +tal vez estaba agonizando de hambre, de sufrir martirios, +¡y yo, como una heroína de novela, como una +colegiala loca, besándome contigo, haciéndote promesas!... +Además, ¡la llegada del telegrama en la misma +tarde que ibas á venir tú, como algo definitivo en mi +existencia! ¿No vea una intervención superior, un castigo +á mi maldad?</p> + +<p>En vano intentó el príncipe hablar otra vez.</p> + +<p>—Por esto huyo de ti; por eso no he contestado tus +cartas. Tú no tienes la culpa; pero eres el remordimiento, +y tu presencia resucita mi crimen... Además, me conozco; +no soy mas que una pobre mujer, como quien +dice la debilidad, la inconsciencia, el olvido. Te aceptaría +como un camarada de dolor, y como no me eres indiferente, +tal vez acabase por ceder á lo que deseas. Y +eso sería horrible, más horrible aún que lo otro; uno de +esos atentados que cometen contra las leyes naturales +los que están enloquecidos por la pasión... No me busques; +no quiero verte. Tengo la certeza de que he matado +á mi hijo. Si hubiese sido una verdadera madre, pensando +sólo en él, ¡quién sabe!... tal vez viviría aún. Pero +alguien quiso castigarme por mi conducta desnaturalizada, +y lo mató, para que yo despertase, cuando me +creía más feliz en mi torpe enamoramiento.</p> + +<p>Miguel ya no quiso hablar. Sus ojos miraron á esta +mujer con lástima y desaliento. Recordó á la princesa +Lubimoff y sus extravagantes creencias en el misterio; +á la misma madre de Alicia con sus manías devotas. +Resultaría inútil cuanto intentase decir. Aquella certidumbre +absurda y dolorosa se abría entre los dos como +una profundidad que sólo el tiempo podría rellenar.</p> + +<p>El mutismo del príncipe sirvió para que ella perdiese<a name="page_327" id="page_327"></a> +la nerviosa exaltación que le hacía expresarse con tanta +vehemencia.</p> + +<p>—Déjame—murmuró dulcemente—. ¿De qué modo +servirte? Ya no soy una mujer, soy una vieja; tengo +tantos siglos como el dolor. Tú necesitas una amante, y +yo soy simplemente una madre... una madre con remordimientos.</p> + +<p>Su renuncia al pasado, la convicción de que sólo era +una madre desesperada, cortó su voz con un gemido, +al mismo tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas. +Con una mano tímida apartó Miguel el pañuelo que +ella se había llevado al rostro para ocultar su llanto. +Murmuraba frases incoherentes, con la intención de +consolarla; pero á continuación, la cólera volvió á dominarle.</p> + +<p>—Si realmente estuvieses sola—dijo con voz rencorosa—, +yo podría aguardar, y tal vez el tiempo acallase +esos escrúpulos absurdos que te atormentan. Pero tu soledad +es mentira. Un hombre entra á todas horas en tu +casa como si fuese suya, mientras yo debo alejarme, según +dices, para que recobres la tranquilidad.</p> + +<p>Alicia, por instinto femenil, se había apresurado á +llevar otra vez el pañuelo á su cara al sentirse libre de +la mano de Miguel. Debía estar fea con los ojos acuosos, +la boca pálida, la nariz enrojecida por el llanto. Pero las +palabras del príncipe produjeron en ella tal sorpresa y +tal deseo de repeler una suposición injuriosa, que separó +la arrugada batista de su rostro.</p> + +<p>—¿Te refieres á Martínez?... ¡Pobre muchacho!</p> + +<p>Abandonaba la alegre sociedad de sus camaradas, +sus paseos en grupo, hasta las fiestas á que eran invitados +los oficiales convalecientes, para aburrirse en Villa-Rosa +al lado de una mujer que sólo podía llorar. Cuando +ella deseaba venir á la iglesia, tenía que obligarle á que +se marchase por una hora ó dos al atrio del Casino con +sus compañeros de armas. ¡Las visitas del joven inválido +representaban tanto para Alicia!... Eran como una caridad.</p> + +<p>—Me forjo la ilusión de que es mi hijo. Sus pocos años +y su uniforme ayudan á este engaño. Tú no has tenido +hijos; no puedes saber la necesidad que sentimos, cuando<a name="page_328" id="page_328"></a> +los hemos perdido, de poner nuestro amor huérfano en +otros seres, imaginándonos que se parecen á los que murieron. +Yo necesito continuar siendo madre, ya que no +puedo ser otra cosa; y ese infeliz no conoció á la suya, +no tiene á nadie en el mundo, está solo como yo... Déjame +que busque un poco de ilusión allí donde puedo encontrarla. +¡El pobre agradece tanto mi afecto! ¡Se siente +tan feliz en mi casa! Acuérdate: es un condenado á muerte, +y sólo un cuidado maternal, un atmósfera dulce y +plácida, podrán prolongar sus días.</p> + +<p>Ella deseaba realizar esta obra tal vez por egoísmo, +por borrar de su memoria con una larga acción generosa +todo lo malo que había hecho antes. Quería que +fuese su hijo, un hijo inventado por su dolor, al que dedicaría +todo lo que era imposible hacer por el otro salido +de sus entrañas.</p> + +<p>También calló ahora Miguel, comprendiendo la inutilidad +de su insistencia. Conocía el carácter de Alicia. +Detrás de su voz quejumbrosa adivinó la resuelta +voluntad de mantener á su lado á aquel joven que refrescaba +sus sentimientos maternales y era á la vez un +consuelo para el remordimiento que se había forjado.</p> + +<p>La consideración de su impotencia acabó por irritarle, +haciéndole sentir un cruel deseo de molestar á +aquella mujer.</p> + +<p>—Haces mal, Alicia. El mundo ignora tu secreto. Ya +sabes lo que creía antes de ti y de tu hijo. Tú misma +reías, encontrando graciosos tales errores... Ahora, el +equívoco continuará con mayor razón. Muchos se imaginan +que has sustituido al joven que murió con otro +joven.</p> + +<p>Alicia perdió su triste serenidad.</p> + +<p>—¡Qué infamia!—dijo—. ¿Cómo pueden creer eso? +¡Pobre Martínez!... ¡Tan bueno! ¡tan respetuoso!</p> + +<p>Luego continuó con arrogancia:</p> + +<p>—¡Que digan lo que quieran! Yo deseo olvidar al +mundo; que el mundo se olvide de mí... Ya he muerto.</p> + +<p>Pero Miguel insistió en su rencor:</p> + +<p>—El otro era tu hijo, y yo lo sabía. Este no lo es, y +conozco el poder de seducción que ejerces, aun contra tu +voluntad. Acuérdate del «banco de los viejos».<a name="page_329" id="page_329"></a></p> + +<p>¡Ay! Por donde ella pasase, la mirada del hombre se +engancharía en el ritmo de su cuerpo: y aquel joven, +aquel extraño, iba á acabar...</p> + +<p>No pudo seguir.</p> + +<p>—¡Tú también!...—exclamó ella—. ¡Adiós, Miguel! +Siempre pensaré en ti, pero es mejor dejar de vernos. No +me guardes rencor. Tal vez algún día...</p> + +<p>Y resueltamente le volvió la espalda, descendiendo +las gradas hacia el bulevar.</p> + +<p>El príncipe quedó inmóvil unos instantes. Luego +avanzó hasta el borde del último escalón, pero sólo pudo +ver un carruaje con la capota levantada, cuyos dos caballos +emprendían el trote.</p> + +<p>¡Y para llegar á esto había deseado con tanta vehemencia +su encuentro con Alicia!... El despecho le hizo +juzgarse duramente; no había sabido hablar. Después +recordó todos sus razonamientos y sus recriminaciones, +asombrándose del poco efecto que causaban en ella. Era +indudablemente otra mujer. Alguien la había cambiado; +alguien era el culpable de esta absurda situación.</p> + +<p>Gran parte de aquella noche la pasó reflexionando. +No se le ocurría censurar á Alicia. Hasta se arrepintió +de sus palabras agresivas. ¡Infeliz! Una exaltación de +su sensibilidad la hacía ver culpas y remordimientos en +todos sus actos anteriores.</p> + +<p>«Además, las mujeres—continuó diciéndose—, al +menor choque nervioso, lo primero que pierden es la +lógica.»</p> + +<p>Necesitaba concentrar su rencor en alguien que no +fuese ella, y como Miguel creía no haber perdido la +lógica, hizo caer la responsabilidad de todo sobre Martínez. +Este era el único culpable. De no entrometerse en +la vida de los dos, Alicia, al verse sola en su desgracia, +habría buscado más que antes el apoyo del príncipe. +¡Qué regalo les había hecho «la Generala» al presentar +á este aventurero!</p> + +<p>En vano su razón intentó argüir que no era el oficial +el que iba en busca de Alicia, sino ésta la que lo conservaba +en su casa, aislándolo de sus antiguas amistades. +Lubimoff no renunció á su rencor. Era Martínez y nadie +más el que se colocaba entre ambos.<a name="page_330" id="page_330"></a></p> + +<p>Hasta entonces sólo había fijado su atención ligeramente +en este muchacho, al que Toledo llamaba «el +héroe». ¡Eran tantos los héroes en el momento presente! +Su odio fué despojándolo del prestigio que le daban sus +hazañas y su desgracia. Lo vió sin uniforme, sin sus cruces +y sus heridas, tal como debió ser antes de la guerra: +un pobre empleadillo, un dependiente de comercio, que +nunca había puesto sus ilusiones amorosas más allá de +una modista ó una dactilógrafa... ¡Y éste era el personaje +interesante que se erguía enfrente de él!... ¡Tiempos +intolerables!</p> + +<p>Paseó al día siguiente toda la mañana por sus jardines, +resuelto á no volver á Monte-Carlo. Sentía despecho +al recordar la ternura con que Alicia había hablado +de su protegido. Era mejor no tropezarse con él. Pero en +la tarde le pesó la soledad de su hermosa «villa», que +parecía abandonada. Atilio, el pianista, hasta el coronel, +todos estaban en el Casino. El también quiso ir, para +confundirse con aquel público que se ocupaba al mismo +tiempo de los incidentes de la guerra y de los azares del +juego.</p> + +<p>En el atrio marchó hacia los grupos de lectores agolpados +ante los últimos telegramas. La gente tenía por +buenas las noticias, ya que no eran extremadamente +malas, como en los días anteriores. Los aliados habían +detenido el avance del enemigo, inmovilizándolo sobre +el terreno que acababa de conquistar. Seguía el bombardeo +de París por los cañones de gran alcance... Y +nada más.</p> + +<p>Un hombre hacía comentarios en alta voz. Era Toledo, +que, como todas las tardes, daba su conferencia de +estratega ante un semicírculo de admiradores. Vuelto de +espaldas al príncipe, iba soltando el chorro de su límpido +optimismo, de su fe simple, que desgracias y reveses no +lograban conmover.</p> + +<p>—Ahora ya los han clavado sobre el terreno: no avanzarán. +Dentro de poco será el contraataque. Lo sé; me +consta.</p> + +<p>Se frotaba las manos, guiñando un ojo maliciosamente.</p> + +<p>—Y los americanos llegan y llegan. Hay día que desembarcan<a name="page_331" id="page_331"></a> +diez mil. ¡Un pueblo maravilloso!... Lo que +yo he dicho siempre: ese Wilson es un grande hombre. +Lo conozco bien.</p> + +<p>Todos escuchaban con deleite esta voz de esperanza +que refrescaba los corazones antes de que se entregasen +á las angustias de la ruleta y el «treinta y cuarenta». +Hablaba con la autoridad de un hombre bien relacionado +y que puede saberlo todo. «Conocía á Wilson»; él +mismo acababa de declararlo. Además, era un coronel—aunque +nadie sabía de qué ejército—, un «técnico», incapaz +de expresarse caprichosamente. Y muchos se trasladaban +sin perder tiempo á las salas de juego para repetir +sus comentarios, como personas bien informadas.</p> + +<p>El príncipe se alejó, temiendo cortar con su presencia +este triunfo profesional, que se repetía todas las +tardes.</p> + +<p>Al pasearse por el atrio, antes de entrar en los salones, +vió junto á una columna un grupo de oficiales franceses, +todos convalecientes. Privados de ir más adentro, +á causa de su uniforme, permanecían allí, mirando con +cierta envidia á los «civiles». Unos se mantenían erguidos, +sin dolencia visible, con una delgadez de aguiluchos, +la nariz picuda, los ojos audaces, el bigote alborotado; +otros, de cara juvenil, se encogían como valetudinarios, +apoyados en sus bastones, con el pecho hundido +bajo las desmayadas arrugas del paño del uniforme, +y haciendo una larga pausa de reconcentrada voluntad +cada vez que deseaban mover sus piernas. Algunos habían +llegado á Mónaco como incurables, después de un +largo cautiverio en Alemania; los demás venían de los +hospitales de la línea de fuego; y todos mostraban una +desorientación gozosa al verse en este rincón paradisíaco, +donde las gentes parecían olvidadas del resto de +la tierra y los ojos femeninos les seguían con una expresión +enigmática, entre amorosa y maternal.</p> + +<p>La diestra de uno de estos militares se elevó hasta su +visera para saludar al príncipe. Este se fijó en el color +amarillento del kepis, luego en el uniforme del mismo +color y la línea policroma de las condecoraciones. Era +Martínez, el teniente de la Legión extranjera, que le +saludaba con cierta timidez, pero satisfecho al mismo<a name="page_332" id="page_332"></a> +tiempo de que sus compañeros le viesen en buenas relaciones +con un personaje famoso del que tanto se hablaba +en la Costa Azul.</p> + +<p>Miguel devolvió el saludo maquinalmente y siguió +adelante. Este momento quedó fijo en su memoria para +toda la vida. Los años y la cordura que éstos traen consigo +parecieron desprenderse de él como las cortezas +secas de un árbol que renace. Se creyó vuelto á la juventud. +Fué por unos instantes aquel capitán Lubimoff +de la Guardia imperial, atropellador de obstáculos y +desconocedor del escándalo cuando alguien se oponía á +su voluntad.</p> + +<p>Volvió á mirar de lejos el grupo de oficiales. ¡Y este +teniente de pobre estatura, que parecía un tenedor de +libros elevado por la movilización, era su enemigo!... +Creyó verlo por primera vez. Perdido entre sus compañeros +aún le pareció más insignificante que en sus visitas +á Villa-Sirena.</p> + +<p>Permaneció inmóvil, con su mirada fija en el grupo. +«¡Vas á cometer un disparate!», gritaba una voz en su +interior. Y pasó por su memoria la imagen del duro Saldaña, +bondadoso y tolerante con los débiles, como todos +los que están seguros de su fuerza. Una frase que no +había recordado nunca cruzó ahora su pensamiento: «El +caballero debe ser bueno y no abusar nunca de su fuerza.» +Estaba seguro de que su padre le había dicho esto +siendo él niño... Pero á continuación, la dualidad que +existía en su interior se expresó por medio de otra voz +más fuerte é imperiosa, una voz femenina igual á aquella +otra que le aconsejaba en su juventud: «Gasta, no te +prives de nada, colócate sobre todos; piensa siempre que +eres un Lubimoff.» Y vió á la difunta princesa, no de +María Estuardo, con su luto teatral, sino dominadora y +todavía bella, lo mismo que cuando aterraba con sus +cóleras á su esposo «el héroe» y ponía en revolución el +palacio de París.</p> + +<p>Maquinalmente se aproximó al grupo de oficiales, +y sus ojos volvieron á tropezarse con los de Martínez. +Este vino hacia él con una sonrisa interrogante. Miguel +comprendió que le había hecho un signo de llamamiento +sin darse cuenta de ello, por un impulso de su voluntad,<a name="page_333" id="page_333"></a> +que parecía moverse completamente desligada de su razón. +¡Tanto peor!... ¡Adelante!</p> + +<p>Con cierto apresuramiento se fué llevando al joven +hacia el vestíbulo del Casino, como si quisiera evitar la +presencia de los grupos que llenaban el atrio.</p> + +<p>—Teniente, voy á decirle una cosa... Necesito... pedirle +un favor.</p> + +<p>Balbuceaba, no sabiendo cómo expresar un deseo que +él mismo tenía por absurdo. Esta indecisión, unida á las +vacilaciones de su voz, acabó por irritarle.</p> + +<p>Se detuvieron junto á la cancela de cristales de la +entrada. Martínez había perdido su sonrisa, mirando +con asombro el gesto duro y la palidez del príncipe.</p> + +<p>—En una palabra—dijo éste con resolución—: lo que +yo tengo que pedirle es que visite con menos frecuencia +la casa de la duquesa de Delille. Si se abstiene en absoluto +de ir á ella, aún será mejor.</p> + +<p>Y descansó, respirando con cierto desahogo, después +de haber lanzado su pretensión.</p> + +<p>El asombro de Martínez fué en aumento. Dudó un +instante, fijos sus ojos en los de Lubimoff. No era una +broma: la mirada agresiva de este personaje que siempre +le había tratado con amable indiferencia, la sequedad +de su voz, cierto temblor de su mano derecha, +indicaban que había expresado todo su pensamiento, y +que detrás de este pensamiento latía un odio enorme +contra él.</p> + +<p>La sorpresa le hizo hablar con timidez. El visitaba á +la duquesa porque esta señora le pedía que fuese á verla +todos los días. Muchas veces había sospechado que su +asiduidad pudiera resultar inoportuna; pero todos sus intentos +de alejamiento eran inútiles. Apenas se ausentaba +por unas horas, aquella buena dama le hacía buscar. +Se mostraba bondadosa con él como una madre.</p> + +<p>De repente, se desvaneció su tono humilde. Sus ojos +adivinaron en los de su interlocutor algo que él mismo +no había pensado nunca. El teniente pareció transfigurarse, +creciendo hasta quedar al nivel del príncipe. +Brilló su mirada con el mismo resplandor fulvo que la +del otro; todo su cuerpo se arqueó con la tensión de un +muelle que va á saltar; las alillas de su nariz se agitaron<a name="page_334" id="page_334"></a> +nerviosamente. El empleadillo tímido de ademanes +recobraba su gallardía de hombre de combate. Su voz +sonó ronca al seguir hablando.</p> + +<p>El iba adonde le llamaban, adonde quería ir, sin reconocer +á nadie el derecho de mezclarse en sus actos. +Era la duquesa la única que podía cerrarle la puerta de +su casa. ¿Por qué intervenía el príncipe en los asuntos +de aquella señora sin consultar antes su voluntad?</p> + +<p>—Soy su pariente—dijo Miguel, algo indeciso en su +interior al invocar este parentesco que muchas veces no +había querido reconocer.</p> + +<p>Los dos se vieron al otro lado de la cancela, sobre el +rellano de las gradas del Casino, en pleno aire, frente +á los árboles de la plaza y los grupos de paseantes que +daban vueltas en torno del «queso». Tuvieron que apartarse +á un lado, para no impedir la circulación de los +que entraban y salían.</p> + +<p>—Además—continuó el príncipe—, mi deber es evitar +murmuraciones. No puedo permitir que, viéndole á usted +metido allá á todas horas, supongan...</p> + +<p>Casi se arrepintió de sus palabras al notar el doble +efecto que producían en el joven. Primeramente se indignó. +¿Había quien osaba murmurar de aquella gran +señora, tan santa para él? Pero esta protesta fué acompañada +de una irreflexiva satisfacción, de un orgullo +pueril, como si agradeciera, á pesar de todo, que mezclasen +su nombre con el de la otra en absurdas suposiciones. +Parecía que Martínez acababa de descubrirse á +sí mismo, dando cuerpo y nombre á sentimientos obscuros +que hasta entonces sólo habían latido dentro de él +en una forma larvaria.</p> + +<p>El alma celosa del príncipe fué adivinando, con aguda +percepción, todo lo que pensaba el otro, y esto avivó +el incendio de su cólera. ¡Con qué arrogancia asumía +este empleadillo la defensa de Alicia! ¡Cómo se delataba +su enamoramiento!...</p> + +<p>—Si alguien se permite hablar de la duquesa—dijo el +teniente—, si murmuran porque me dispensa el honor de +recibirme en su casa (¡el mayor honor de mi vida!), yo +me encargaré de castigar al que invente eso, aunque +esté muy alto, aunque se crea muy poderoso...<a name="page_335" id="page_335"></a></p> + +<p>Lubimoff le escuchó con impaciencia. Ahora era +Martínez el que se permitía atacarle. Sus últimas palabras +significaban una amenaza para él.</p> + +<p>Además, se sintió irritado contra su propia torpeza. +Su acción imprudente sólo servía para que este joven +abriese los ojos, pensando en la posibilidad de muchas +cosas que nunca había podido imaginar, y que, de imaginárselas, +las habría rechazado inmediatamente, por +desatinadas. ¡Y era él mismo quien venía á demostrarle +que, según la opinión de los maldicientes, resultaban +posibles tales cosas!...</p> + +<p>El tono con que el oficial defendía á Alicia excitó +aún más su cólera. Adivinaba en él un gran orgullo, la +vanidad del pobre muchacho que sólo ha conocido las +aventuras de amor á través de los libros, y de pronto se +ve en relaciones supuestas con una duquesa y rival de +un príncipe. ¡Qué gloria para un advenedizo!</p> + +<p>—Joven...—dijo la voz dura de Lubimoff.</p> + +<p>Esta simple palabra fué seguida de una mirada de +altivez, de superioridad aplastante, que pareció barrer +todo cuanto la guerra había puesto de extraordinario +en Martínez: el uniforme, las condecoraciones, las cicatrices +gloriosas. Para él ya no existía el oficial; sólo +quedaba el pobre vagabundo de años antes yendo de +un hemisferio á otro en busca del sustento. «Joven...», +repitió con un tono que resucitaba todas las castas y las +gradaciones sociales de los siglos muertos, para que el +interpelado se diese cuenta de la enorme separación +entre su persona y la del hombre que se dignaba darle +consejos.</p> + +<p>—Joven... acabemos. ¿Y si yo le ordeno que no vuelva +más á esa casa?... ¿Y si le exijo que...?</p> + +<p>No pudo terminar. Su voz amenazante, dura como +un grito de mando, indignó al hombre vestido de uniforme. +¡Haber arrostrado la muerte durante tres años +entre miles de camaradas que estaban ya bajo tierra; +despreciar la vida como algo cuya fragilidad se ha revelado +á cada minuto; despojarse para siempre, en +fuerza de aventuras angustiosas y heridas atroces, de +ese miedo que el instinto de conservación pone en todos +los seres, para que ahora, en una ciudad de placer, á la<a name="page_336" id="page_336"></a> +puerta de la más lujosa de las casas de juego, un hombre +rico y poderoso, pero que no había hecho nada útil +en su existencia, se atreviese á amenazarle!...</p> + +<p>—¡A mí!...—dijo balbuceando de rabia—. ¡Darme +órdenes á mí!...</p> + +<p>Miguel sintió que una mano se agarraba á los botones +de su chaleco. Era como un pájaro temblón y agresivo, +que se detenía un instante en su ciego impulso +para seguir volando hacia arriba. Adivinó la bofetada, +é instintivamente avanzó su diestra. Las dos manos se +encontraron cuando la del joven revoloteaba cerca del +rostro del príncipe. Este, más musculoso, contuvo la +mano ofensora, la inmovilizó con dura presión, al mismo +tiempo que sonreía de un modo lúgubre. Los ojos se lo +empequeñecieron, volviendo sus vértices hacia arriba +con el crispamiento de la sonrisa. Eran unos ojos asiáticos. +Su nariz se ensanchó con una aspiración caballuna. +Así debieron sonreir en sus malos momentos los +remotos abuelos de la princesa Lubimoff...</p> + +<p>—Basta: la doy por recibida—dijo con lentitud—. +Designe á dos amigos para que se entiendan con los +míos.</p> + +<p>Y soltando la mano de Martínez, le volvió la espalda +después de hacerle un grave saludo. Los gestos de los +dos habían sido rápidos. Sólo uno de los porteros con +kepis que montan la guardia en el rellano de la escalinata +había adivinado algo; pero su experiencia profesional +le aconsejó permanecer impasible mientras no +hubiese golpes.</p> + +<p>Creyó en una simple disputa por cosas del juego. +Todo iba á arreglarse con una explicación y á olvidarse +después con una ganancia. ¡Había visto tanto!...</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>El príncipe Lubimoff vuelve á entrar en el Casino. +Atraviesa el vestíbulo y el atrio llevando la cabeza alta, +pero sin ver á nadie, con la mirada perdida ante sus +pasos.</p> + +<p>Le parece que el tiempo ha vuelto de repente sus +agujas atrás, haciéndole saltar en el pasado, volviéndolo +á la juventud. Marcha con arrogancia. Se extraña<a name="page_337" id="page_337"></a> +de que el ruido de sus firmes pisadas no vaya acompañado +de un tintineo de espuelas y del metálico arrastre +de un sable. Al mismo tiempo empieza á ver rostros +irreales, rostros que desaparecieron de la tierra hace +muchos años: el cosaco venido de una remota guarnición +de Siberia para vengar á su hermana; un amigo +del mismo regimiento del príncipe, que murió de una +estocada en el pecho después de una cena tumultuosa, +mientras lloraba Lubimoff, súbitamente despertado de +su homicida embriaguez; otros á los que asistió como +simple testigo, pero que murieron y resucitan ahora en +su memoria, fría é insensible al remordimiento y á la +lamentación.</p> + +<p>—El coronel... ¿Dónde diablos estará el coronel?</p> + +<p>Atraviesa las salas de juego, buscando una cabeza +de pelo canoso partido en dos secciones brillantes por +la raya que se tiende rígida de la frente á la nuca. La +ve al fin sobre el respaldo de un diván, entre dos sombreros +de mujer, cuatro ojos orlados de luto y unas mejillas +con las arrugas rellenas de pasta blanca y pasta +rosa. El príncipe interrumpe con su mudo llamamiento +unas explicaciones de la guerra que hacen estremecer á +las dos damas.</p> + +<p>—Coronel: un asunto de honor. Quiero batirme mañana. +Busca otro padrino.</p> + +<p>Toledo parece desconcertado por la orden. Su primer +pensamiento vuela hasta Villa-Sirena. Ve el negro levitón, +la vestidura solemne del honor pronta á salir de su +encierro. Después se desliza por esta alegría una nube +de duda. ¡Un duelo!... ¿Será oportuno ahora que los +hombres se baten en masas de millones, dando su vida +por algo más alto y más general que los rencores individuales?... +Sus creencias ahogan inmediatamente este +escrúpulo. «Un caballero debe estar á las órdenes de +otro caballero.» Además, es su príncipe. Y dispuesto á +cumplir su misión, pide el nombre del adversario.</p> + +<p>—El teniente Martínez.</p> + +<p>Don Marcos cree haber entendido mal; luego vacila +sobre los pies y queda mirando á Su Alteza con estupor. +Instintivamente, sin darse el trabajo de desenmarañar +los confusos pensamientos que le asaltan, ve con la imaginación<a name="page_338" id="page_338"></a> +á la duquesa de Delille. ¿Por qué ha abandonado +el príncipe sus prudentes doctrinas?... Se acuerda, +como de un pasado dichoso, de los tiempos en que florecían +«los enemigos de la mujer». No han transcurrido +mas que cuatro meses, y parece que sean siglos. ¡Un +duelo en plena guerra... y con un oficial!... ¡Y este oficial +es Martínez, su héroe!...</p> + +<p>Levanta los hombros, inclina la cabeza, hace un +gesto de inhibición, como siempre que su príncipe le da +órdenes absurdas con un rostro duro que le recuerda el +de la difunta princesa en sus días borrascosos.</p> + +<p>—¿Busco á don Atilio?... Ha tenido varios lances de +honor; sabe lo que es eso, y podrá ayudarme.</p> + +<p>Lubimoff acepta. En el <i>bar</i> de los salones privados +esperará á los dos, para hablar de las condiciones del +encuentro.</p> + +<p>Permanece inmóvil en su profundo sillón, frente á +una ventana dorada por la luz del ocaso, en la que se +tejen y destejen los hilos de sombra proyectados por el +ramaje inquieto de los árboles. Le parece de pronto que +su espera resulta demasiado larga. Se le ocurre que Castro +no está en el Casino y don Marcos le busca inútilmente. +De todo lo pasado apenas se acuerda. La figura +del oficial se ha hundido en la bruma gris que cae sobre +su memoria: no es ya mas que un contorno indeciso. Lo +único que puede ver, con un relieve y un agrandamiento +exagerados, como si estuviese junto á sus ojos, +es una mano: una mano que se agarra á su pecho y sube +hacia su rostro que nadie golpeó jamás. La indignación +le hace salir de su huraño ensimismamiento. ¡A él! ¡Una +bofetada al príncipe Lubimoff!...</p> + +<p>Cuando levanta los ojos ve á Toledo que se acerca, +pero solo, con cierta confusión, temiendo por adelantado +la cólera del príncipe. Este, que se siente bondadoso y +tolerante después de sus violencias en la escalinata, adivina +lo que va á decirle. No ha encontrado á Castro. Y +le absuelve con una sonrisa benévola.</p> + +<p>El coronel habla:</p> + +<p>—Marqués: don Atilio no quiere.</p> + +<p>¿Qué?... Y ante la mirada interrogante de Lubimoff, +que no puede comprender, que se resiste á comprender<a name="page_339" id="page_339"></a> +lo que escucha, Toledo repite, cada vez más +confuso:</p> + +<p>—Se niega á aceptar la representación. Me ha dicho +que busque á otro. Tiene unas ideas especiales que...</p> + +<p>Y se abstiene de exponer estas ideas. Calla, para no +decir algo que el príncipe no debe escuchar de su boca; +acepta como un bien el silencio de asombro que se interpone +entre él y Lubimoff; teme que éste salga de la +estupefacción en que le ha sumido su noticia.</p> + +<p>Como desea alejarse, propone algo que le parece un +remedio.</p> + +<p>—¿Quiere Su Alteza que lo llame? Seguramente vendrá. +Tal vez hablando los dos...</p> + +<p>Y se aleja para buscar á Castro, mientras Miguel +Fedor vuelve á quedar inmóvil en su asiento, sin comprender +nada.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Lo vió de pie ante su velador, con cierto apresuramiento +en sus gestos y ademanes, como un hombre que +arrostra una situación penosa y quiere salir de ella +cuanto antes.</p> + +<p>El príncipe le invitó á ocupar el sillón inmediato, +pero Castro sólo quiso sentarse ligeramente en uno de +los brazos del mueble, para indicar su deseo de que la +entrevista fuese corta. Además, habló él primero, exponiendo +rudamente su pensamiento, sin preámbulos.</p> + +<p>—Te habrá dicho el coronel mi respuesta. No puedo... +Bien sabes que soy tu amigo: hasta me haces el honor +de reconocerme como pariente; te debo mucho; ¡pero eso +que me pides... no! Es un disparate, una locura. Forzosamente +habíamos de terminar así; lo he presentido hace +algún tiempo. Tal vez tenías razón cuando hablabas de +las mujeres y de la necesidad de ser sus enemigos (si es +que esto resulta posible). Pero de nada puede servirnos +recordar lo pasado: tú ya no eres el Lubimoff que decía +aquellas paradojas. Yo estoy loco, te lo concedo; pero tú +lo estás más que yo, y por eso no te sigo.</p> + +<p>Miguel le miró fijamente, sin abandonar su silenciosa +inmovilidad, esperando que continuase.</p> + +<p>—¡Un duelo en plena guerra! ¿Tiene eso sentido común?<a name="page_340" id="page_340"></a> +Tú eres un señor que permanece tranquilo en su +palacio, con todas las comodidades que pueden obtenerse +en la época presente, sin correr peligro alguno, +mientras media humanidad llora, sufre hambre, se desangra +ó muere. Y porque estás un día de mal humor (tú +sabrás el motivo), ¿quieres batirte con un pobre muchacho +que vive casi milagrosamente, que está enfermo y +débil por haber hecho lo que tú y yo no somos capaces +de hacer?... ¿Y me pides que te represente en esa +locura?...</p> + +<p>El otro, siempre sumido en su asiento, dijo con voz +sorda y rencorosa:</p> + +<p>—Me ha insultado... ha querido abofetearme. He detenido +su mano junto á mi cara.</p> + +<p>Esto hizo dudar un momento á Castro, que no tenía +idea de la importancia del choque entre los dos hombres. +Pero su indecisión fué corta.</p> + +<p>—Algo hay que no comprendo y que tú callas. La +misma gravedad del insulto me indica que hubo de tu +parte un acto extraordinario. ¡Atreverse ese pobre muchacho +respetuoso y tímido á querer abofetear á un +hombre como tú!... ¿Qué has hecho para excitarle hasta +ese punto?</p> + +<p>Lubimoff no se dignó responder. Sin abandonar su +enfurruñada inmovilidad, preguntó lacónicamente:</p> + +<p>—¿Quieres ó no quieres?</p> + +<p>Castro, irritado por tal actitud, contestó sin vacilar:</p> + +<p>—Es un disparate, y no quiero.</p> + +<p>Siguió la inmovilidad del príncipe ante esta negativa, +pero Atilio creyó adivinar sus ideas en la mirada +hostil fija en él. Le acusaba de ingratitud al verse abandonado. +Al mismo tiempo hacía responsable á «la Generala», +creyendo que ésta había podido influir en su +decisión. ¡Aquel teniente era tan admirado por doña +Clorinda!...</p> + +<p>Como si contestase á sus ocultos pensamientos, Atilio +siguió hablando.</p> + +<p>—¿Tú crees que á mí me interesa ese muchacho con el +que deseas batirte? Me es indiferente; hasta confieso que +me es antipático, por los grandes extremos que hacen +algunas señoras sobre su heroísmo. Eso molesta siempre<a name="page_341" id="page_341"></a> +á los que no somos héroes. Pienso en lo insignificante +que sería hace cuatro años nada más. De conocerlo entonces, +tal vez lo habría visto de tenedor de libros en +un hotel ó en la tienda de mi camisero de París. Figúrate +qué amistad!... Pero ha pasado sobre nosotros la +guerra, trastornándolo todo, haciendo emerger á unos, +hundiéndonos á otros en lo más profundo, sin la certeza +de volver á surgir, y ese muchacho es ahora «alguien», +es más que tú y que yo; ha servido de algo, y +para mí es sagrado, á pesar de que me inspira envidia +y no admiración.</p> + +<p>El príncipe hizo al fin un movimiento de protesta. +Luego levantó los hombros desdeñosamente y volvió á +sumirse en su inmovilidad. ¡Aquel aventurerillo más +que él, porque le habían agujereado el pellejo en los +combates!...</p> + +<p>—No nos entenderíamos aunque hablásemos toda la +tarde—continuó Castro—. Yo he cambiado mucho, y tú +continúas siendo el de siempre. Creo que ayer encontré +mi «camino de Damasco». Me siento otro hombre.</p> + +<p>Y por una necesidad de exteriorizar su gran perturbación +interior, siguió hablando, sin fijarse en si el príncipe +le escuchaba.</p> + +<p>El encuentro había sido cerca de la estación de +Monte-Carlo, junto á la vía férrea. El iba acompañando +á dos señoras, una de las cuales le interesaba mucho. +(Miguel pensó otra vez en doña Clorinda.) Un tren de +soldados volvía de Italia; un tren sombrío, sin estandartes, +sin ramas de árboles adornando las portezuelas. +Eran franceses. Los habían enviado á Italia como refuerzo, +después del desastre de Caporetto, y ahora los +volvían á llamar apresuradamente, para defender el +propio suelo amenazado.</p> + +<p>—Nada de cánticos y de aturdido regocijo; todos silenciosos, +cansados y sucios, de una suciedad épica. +Cada vagón parecía una jaula de fieras, por su olor acre +de cuadra de circo. Eran jóvenes y tenían aspecto de +viejos: las barbas hirsutas, los uniformes manchados, +las caras apergaminadas por el sol, endurecidas por el +frío, resquebrajadas por los vientos. El calor les había +hecho despojarse de los capotes y mostraban sus camisas<a name="page_342" id="page_342"></a> +de franela de un color indefinible, impregnadas del sudor +de tantas fatigas y emociones.</p> + +<p>Se adivinaba en ellos al batallón predestinado que +siempre llega á tiempo para sostener los choques más +rudos; el que aparece puntualmente en los lugares de +mayor peligro, con esa mansedumbre heroica del fuerte, +que deja que le exploten, y trabaja, no sólo por él, sino +por todos los demás que trabajan menos. ¿Dónde no habían +peleado estos hombres? En su propio suelo, en el +de los aliados, tal vez en Oriente, y ahora tornaban otra +vez á la tierra de sus primeros combates. Cuando creían +haberlo hecho todo, se enteraban de que aún no habían +hecho nada. En el tejer y destejer de la guerra, era preciso +empezar otra vez. Cuatro años antes se imaginaban +haber decidido el triunfo en las riberas del Marne, y +ahora volvían de nuevo al Marne. Todos los inviernos, +metidos en el barro, hundidos en la trinchera bajo la +lluvia, se decían: «Este será el último.» Y llegaba otro +invierno, y luego otro, y á continuación otro, sin que la +vida cambiase. De aquí su gesto fatalista y resignado, +un gesto de hombres que se amoldan á todo y acaban +por creer que su miseria será eterna, que nunca volverán +los humanos tiempos de la paz.</p> + +<p>Cesó de hablar un momento y no hizo caso de la mirada +de su amigo, que parecía preguntarle qué interés +podía tener para él este relato.</p> + +<p>—Estábamos al borde de un terraplén, apoyados en la +valla, y nuestras cabezas quedaban al mismo nivel que +las de los hombres agrupados en los vagones. El largo +convoy, cuya cabeza tocaba ya la estación, iba avanzando +lentamente. Las dos señoras agitaban sus pañuelos, +sonreían á los soldados, les enviaban palabras de +saludo. Muchos permanecían inmóviles, mirándolas con +ojos de fiera adormecida. Llevaban cuatro años de ovaciones, +conocían la realidad, la terrible realidad que +existe detrás de ellas. Otros, más jóvenes ó más ardorosos, +despertaban á la vista de estas dos mujeres elegantes. +Galvanizados por las sonrisas, se erguían, pasaban +una mano por sus arrugadas franelas, enviaban besos, +intentaban recobrar su apostura de los tiempos en que +no eran soldados... De pronto, uno de ellos olvidó á las<a name="page_343" id="page_343"></a> +mujeres para fijarse en mi, que también les saludaba +con mi sombrero, dando vivas. Era una especie de diablo +rojo y amargo.</p> + +<p>Castro le veía aún, como si asomase su cabeza por +una ventana del <i>bar</i>; vería tal vez mientras viviese el +pergamino blancuzco de su cara, tirante sobre las aristas +de los pómulos; la barba roja colgando de sus mandíbulas, +como si fuese postiza, y sobre todo, sus ojos sarcásticos, +insolentes, de un color verde turbio, igual al de +las ostras. Era el soldado que critica, rezonga y habla +contra sus oficiales mientras cumple sus órdenes. En la +vida civil debía haber sido el antipático rebelde que no +concede su aprobación á nada. Al cruzarse sus ojos con +los de Castro, experimento éste un sentimiento de repulsión. +Adivinó al hombre con el que se tiene irremediablemente +un choque en la calle, en el tranvía, en el +teatro. Y sin embargo, nunca iba á olvidar su encuentro +de un segundo con este soldado que pasaba y se perdía +á lo lejos, sin mas tiempo que el necesario para dejar +caer cuatro palabras.</p> + +<p>Despreció á las dos mujeres con su sonrisa irónica. +Luego, á Castro, que seguía tremolando su sombrero, le +señaló el fondo del vagón, gritándole:</p> + +<p>—¡Aún queda un sitio!...</p> + +<p>Y no dijo más.</p> + +<p>—Dijo bastante, Miguel. Esa voz agria la estoy oyendo +desde entonces: la oiré siempre, en mis mejores instantes, +si continúo aquí. ¿Y la mirada de sus ojos?... Adiviné +todos sus insultos mudos, la comparación rápida que hizo +entre su miseria y mi aspecto de hombre fuerte y bien +cuidado. Yo era para él un cobarde que pasea con mujeres, +mientras los hombres están con los hombres, dando +su vida por algo importante.</p> + +<p>—¡Bah! Tú eres un extranjero—interrumpió el príncipe, +que parecía fatigado por las palabras de su amigo.</p> + +<p>—Yo vivo aquí, y la tierra en que vivo no puede +serme extraña. Esta guerra es por algo más que cuestiones +de terreno: interesa á todos los hombres. Mira á +los norteamericanos, que todos creíamos muy prácticos +é incapaces de idealismos; saben que no van á ganar +nada positivo, y sin embargo entran en la lucha con<a name="page_344" id="page_344"></a> +todas sus fuerzas. Además, hay el alma de las mujeres. +¿Creerás que las dos que venían conmigo rieron el insulto +del rojo, encontrándolo muy oportuno?... Y no me +hables de que las hembras se sienten atraídas en todas +ocasiones por el guerrero. Tal vez sea por el guerrero de +los tiempos de paz, brillante y empenachado; ¡pero estos +de ahora tienen un aspecto tan miserable!... No; existe +algo muy alto en todo lo que nos rodea, algo que tú y +yo no hemos sabido ver, á causa de nuestro egoísmo.</p> + +<p>Su oyente volvió á levantar los hombros con indiferencia.</p> + +<p>—Y cuando pienso á todas horas en mi encuentro de +ayer, y veo el sitio que me ofrecía burlonamente el maldito +rojo, como si yo fuese una hembra, como si nunca +pudiera sentirme capaz de ocuparlo, ¡tú me propones +que arregle un encuentro mortal con otro de esos hombres +que se consideran, no sin razón, superiores á nosotros!... +No; ya lo sabes: no acepto.</p> + +<p>Había abandonado el brazo del asiento y estaba de +pie frente al príncipe. Esto hizo un gesto de cansancio. +Le aburrían las palabras de Atilio, aquella historia infantil +del tren, del soldado rojo y de la invitación insolente. +Eso sólo podía conmover á doña Clorinda; él tenía +asuntos mas inmediatos en que pensar. Ya que se negaba +á servirle, podía dejarlo solo.</p> + +<p>—¡Adiós, Miguel!—dijo Castro, con la convicción de +que este saludo iba á ser algo más que una despedida +momentánea.</p> + +<p>—Adiós—contestó el príncipe sin moverse.</p> + +<p>Cerca ya de la puerta, Atilio retrocedió.</p> + +<p>—Sé lo que significa mi negativa y lo que me toca +hacer. Adiós otra vez. ¡Cree que si me pidieses otra +cosa...!</p> + +<p>Pero el príncipe interrumpió sus palabras con otro +gesto de indiferencia, y Atilio se alejó, disimulando su +emoción.</p> + +<p>Inmediatamente hizo su entrada don Marcos en el +<i>bar</i>, como si hubiese estado aguardando al otro lado de +la puerta la salida de Castro. Nunca le pareció al príncipe +tan activo é inteligente su «chambelán».</p> + +<p>—Todo está arreglado, marqués.<a name="page_345" id="page_345"></a></p> + +<p>Como tenía la certeza de que Atilio no se dejaría convencer, +había buscado un segundo padrino. Pensó un +instante en ir á Mónaco para hablar á Novoa. Luego se +acordó de sus relaciones con Valeria. Esta visita equivalía +á hacérselo saber todo á la duquesa. Además, el +profesor no entendía nada en tales asuntos y era compatriota +de Martínez. ¡Ya había bastante con que un +español figurase enfrente del oficial!</p> + +<p>—Tengo mi segundo—continuó—. Será lord Lewis.</p> + +<p>Para él, era Lewis más lord que nunca. Le estaba +agradecido por la prontitud con que había aceptado su +petición. Ganaba dinero aquella tarde y su humor era +excelente. Hasta se levantó de su asiento, abandonando +el juego para oir al coronel. Quiso llevárselo al <i>bar</i>, +afirmando que ante un <i>whisky</i> se habla mejor, y Toledo +adivinó por su aliento que ya llevaba bebidos algunos +para celebrar su buena suerte. Lewis estaba dispuesto á +servir á su amigo Lubimoff. En punto á duelos, sólo conocía +los del boxeo; pero se confiaba á la pericia del +coronel y apoyaría cuanto dijese... Inmediatamente +había vuelto á su mesa.</p> + +<p>Miguel dió sus instrucciones á Toledo. Un encuentro +en condiciones duras, como aquellos que él había presenciado +en Rusia. No podía ser menos: había recibido +una bofetada. Y dijo esto con voz fosca, convencido ya +de la completa realización de la ofensa.</p> + +<p>Al anochecer salió del Casino, huyendo de las personas +conocidas que invadían el <i>bar</i> y le obligaban á sonreir +y sostener frívolas conversaciones, mientras su pensamiento +estaba lejos.</p> + +<p>Siempre, en sus grandes cóleras, cuando no podía +apelar á una acción inmediata y violenta, la excitación +nerviosa iba seguida en él de una laxitud que ablandaba +sus músculos y sus nervios.</p> + +<p>Con verdadero placer entró en Villa-Sirena, encontrando +una nueva voluptuosidad en todos los detalles +de su bienestar. Aguardó leyendo la llegada del coronel. +A las nueve de la noche tuvo que comer solo. Luego +volvió á la lectura, pero en su dormitorio, acabando por +acostarse con el libro en la mano. Sonrió con una sonrisa +que parecía una mueca al pensar que su fatiga nerviosa<a name="page_346" id="page_346"></a> +le había hecho tenderse en la misma postura de los +muertos.</p> + +<p>Fué pasando las páginas, sin perdonar una sola línea, +y sin embargo no podía decir qué es lo que estaba +leyendo. De pronto, su atención se concentraba para recordar. +Algo le había ocurrido; algo le esperaba. «¡Ah, +sí!» Y después de reconstruir en su memoria lo de aquella +tarde é imaginarse lo del día siguiente, volvía á su +lectura sin sentido.</p> + +<p>Las páginas fueron desvaneciéndose como pedazos +de niebla; sintió su mano más ligera: el libro acababa +de caer sobre la cama. Instintivamente buscó el botón +eléctrico para hacer la obscuridad, y antes de perder +completamente la percepción del mundo exterior oyó sus +primeros ronquidos.</p> + +<p>Una luz hiriéndole en los ojos le hizo incorporarse. +Vió al coronel junto á su lecho. El profundo silencio de +la noche, que aún parecía más absoluto sostenido por el +rumor del mar, se rasgaba á lo lejos con el jadeo de un +automóvil.</p> + +<p>El príncipe se restregó los ojos. ¿Qué hora era?</p> + +<p>—La una—dijo don Marcos.</p> + +<p>Todo estaba convenido. El encuentro sería al día siguiente, +á las dos de la tarde. No podía realizarse antes; +aún le quedaban muchos preparativos por hacer. El +lugar escogido era el castillo de Lewis. En el principado +de Mónaco resultaba imposible un encuentro: todo él era +á modo de una casa de vecindad, sin el menor lugar discreto +para que dos hombres se mirasen frente á frente +con una pistola en la mano.</p> + +<p>Lubimoff casi se levantó de la cama á impulsos de la +sorpresa. El tenía la elección de armas, como ofendido, y +había hablado á su representante del sable, arma favorita +de los duelos de su juventud. Toledo, por primera +vez, arrostró impávido la mirada furiosa de su príncipe.</p> + +<p>—¡Marqués—dijo con dignidad—, no podía ser otra +cosa! Hay que pensar que ese pobre joven es un convaleciente, +casi un inválido. Yo me admiro de que haya +obligado á sus padrinos á admitir la pistola. Sus representantes +no querían aceptar nada. Son de los que creen +que este duelo no debe realizarse.<a name="page_347" id="page_347"></a></p> + +<p>Miguel se calmó. Un sentimiento de equidad le hizo +aceptar la decisión de Toledo. Aquel enfermo no era +un enemigo digno de su sable; había que establecer +cierta igualdad entre los dos, y para eso servía la pistola, +única arma que se presta á las sorpresas y caprichos +del azar.</p> + +<p>«De todos modos lo mataré», pensó Lubimoff, acordándose +de sus habilidades de tirador.</p> + +<p>—Advierto á su Alteza—siguió diciendo el coronel—que +lo mismo da un arma que otra. Ese joven y sus dos +amigos conocen todo lo referente á la guerra, pero no +tienen noción alguna de lo que son los duelos y de las +armas que se usan en tales lances.</p> + +<p>Luego enumeró las condiciones. Distancia, quince +metros; una bala cada uno, pero podrían apuntar y +hacer fuego mientras él, que iba á ser el director del +combate, contaba de uno á tres. Con un tirador como el +príncipe, estas condiciones resultaban graves.</p> + +<p>Efectivamente; el príncipe las encontró aceptables.</p> + +<p>—Buenas noches—dijo sumiéndose en la cama y remontando +el embozo hasta sus ojos.</p> + +<p>El sueño volvió á apoderarse de él, una vez satisfecha +su curiosidad.</p> + +<p>Toledo hubiera querido hacer lo mismo, pero tenía +que cumplir antes sagrados deberes de su ministerio, y +vagó por diversas habitaciones, registrando muebles, +subiéndose en las sillas para huronear en lo más alto de +los armarios. Buscaba una caja de pistolas de desafío +que le había regalado en Rusia uno de los generales +amigos del difunto marqués. Cuando al fin la encontró, +tuvo que dedicar más de una hora á la limpieza de estas +armas de lujo, que habían perdido su brillo de plata en +el olvido de un largo encierro.</p> + +<p>Se sentía fatigado, y al mismo tiempo la consideración +de su importancia ahuyentaba su sueño. El alma +de aquel drama que se estaba preparando para el día +siguiente era él, sólo él. Faltos de su asistencia, ni Su +Alteza ni Martínez podrían batirse. Lord Lewis y los dos +militares que representaban al adversario eran incapaces +de una idea, y tenían que seguirle como discípulos.</p> + +<p>La conciencia de esta superioridad le hizo recordar<a name="page_348" id="page_348"></a> +todas sus gestiones y triunfos desde media tarde á media +noche.</p> + +<p>Había ido en busca de Martínez con cierta indecisión. +Contra su deseo, encontraba razonadas las protestas +de Atilio. Tal vez era cierto cuanto decía, y este +duelo resultaba un disparate, una locura del príncipe. +Pero sus ideas tradicionales se encabritaron ante estos +escrúpulos. «El honor es el honor...» Y experimentó la +alegría del que, luego de dudar, se convence de que +está en lo cierto, al oir que el teniente aceptaba la reparación +por las armas con regocijo y con cierta prisa, +como si temiese que Toledo se arrepintiera, retirando su +proposición. ¡Joven heroico y pundonoroso! Don Marcos +encontraba natural que procediese así. ¡Era de la misma +tierra que él!...</p> + +<p>Por un momento ocupó su memoria la imagen de la +duquesa. Tal vez era ella la causante involuntaria de +este choque, y el mozo se sentía animado por la vanidad. +Iba á figurar en un duelo como los que había leído en +las novelas de su adolescencia; iba á ser protagonista +de uno de aquellos dramas elegantes que á él le parecían +de otro planeta... Pero el coronel desechó á continuación +estas suposiciones, sugeridas por la franca alegría +con que Martínez aceptaba su reto, como si le invitase +á una fiesta.</p> + +<p>A partir de aquí empezaron las desorientaciones de +Toledo. El mundo estaba cambiado, totalmente cambiado, +y él marchaba de asombro en asombro.</p> + +<p>Para favorecer á su compatriota, quiso saber qué +armas manejaba con preferencia.</p> + +<p>—¡Conozco tantas!—exclamó Martínez.</p> + +<p>En un asalto había herido con la punta del sable á +un alemán gigantesco que le amenazaba con su bayoneta. +Tuvo que forcejear contra una cosa dura que crujía, +enviándole al rostro un caño de sangre. Luego, al serenarse, +vió que había metido el arma por la boca de su +adversario, rompiéndole las vértebras. Conocía también +el revólver, pero no era tirador. En otras armas era más +experto: la granada de mano, que le hacía recordar los +juegos de pelota de su infancia; la ametralladora, que +había manejado como simple sirviente; los explosivos<a name="page_349" id="page_349"></a> +arrojados con honda. Hasta tenía sus habilidades de artillero, +pero artillero de trinchera, para cargar morteros +de tiro corto y enviar torpedos y proyectiles asfixiantes +á la trinchera inmediata.</p> + +<p>Sonrió desdeñosamente al insistir don Marcos en la +esgrima del sable. El tenía una esgrima suya: irse sobre +el adversario y pegar antes que éste. Pero en el cuerpo +á cuerpo prefería el cuchillo. Con el revólver jamás se +entretenía en apuntar. No disparaba hasta verse junto +al enemigo, y así el tiro era seguro.</p> + +<p>—¿Y la pistola de desafío?—preguntó el coronel.</p> + +<p>—La desconozco. Me gustaría verla: debe ser algo +curioso.</p> + +<p>La mirada de Toledo vagó indecisa por el pecho de +aquel oficial, como si inventariase sus condecoraciones, +deteniéndose en las estrellas que moteaban la cinta rayada +de su Cruz de Guerra. Cada una de ellas era símbolo +de una hazaña.</p> + +<p>Cuando el teniente lo presentó á sus padrinos, continuaron +las desorientaciones de don Marcos. Eran dos +capitanes muy jóvenes. Toledo les supuso veinticinco +ó veintiséis años de edad. Su uniforme muy ceñido al +talle, su kepis de última moda, su apostura gallarda, +placieron al coronel, que los calificó inmediatamente de +militares de carrera. Debían proceder de la Escuela de +Saint-Cyr; su ojo de profesional no podía engañarse: +eran otra cosa que el humilde Martínez.</p> + +<p>Uno de ellos ostentaba medio rostro quemado por los +líquidos inflamables de los alemanes; el otro lo tenía +surcado por una red de hilillos rojos que eran vestigios +de cicatrices. Los dos cojeaban; pero el uno francamente, +apoyado en su garrote, con un pie enorme cubierto de +envoltorios y metido en un zapato de fieltro; mientras +su compañero, que tenía una pierna rígida, usaba calzado +ajustado y brillante, afirmándose con coquetería +en un junco fino, que prestaba verdaderamente servicios +de muleta.</p> + +<p>Sus primeras palabras fueron poco gratas para el +coronel y Lewis. ¿Qué era aquello de un «civil» permitiéndose +insultar á un soldado que estaba convaleciente +de sus heridas? ¿Y qué monserga la de proponer un<a name="page_350" id="page_350"></a> +duelo en plena guerra? El que desease morir ó matar +no tenía mas que ir al frente, como los demás... Pero +Martínez, que aún no se había retirado, intervino, entablando +con ellos una rápida discusión. ¿Querían ó no +querían hacerle el favor que les había pedido como +camaradas? Los dos manifestaron un pensamiento. Para +ellos, lo lógico era haber dado fin á la querella en la +misma escalinata del Casino: dos trompazos á aquel +«emboscado» que no iba á la guerra y se permitía molestar +á los que cumplían su deber. Hablaban como +buenos conocedores de la fragilidad de la existencia, +como hombres que saben lo poco que cuesta quitarle la +vida á otro hombre ó perder la propia, y ríen, por instinto, +de la importancia, las ceremonias y las pretendidas +equidades con que se rodea en tiempos de paz un +simple encuentro individual... Pero, en fin, ya que su +camarada tenía empeño en que le representasen en esta +farsa, le darían gusto, aunque luego su complacencia les +costase un arresto.</p> + +<p>Apenas se hubo retirado Martínez, uno de los dos +capitanes, el del pie elefantíaco con zapato de fieltro, +confesó su falta de idoneidad.</p> + +<p>—Yo no he presenciado nunca desafíos en Burdeos. +Ignoro cómo son. Antes de la guerra era comisionista +de vinos en Méjico. Me embarqué con todos los franceses +que vivíamos allá, y por milagro no nos apresó un +corsario <i>boche</i>. Empecé como soldado de segunda clase; +pero he hecho lo que he podido... Si fuese un asunto +comercial, daría mi opinión: ¡pero en esto! Tal vez mi +camarada...</p> + +<p>¡Otro Martínez! Don Marcos olvidó al capitán del +zapato de fieltro. Era el Lewis de la parte contraria. +Toda su atención se concentró en el capitán de botas +brillantes y junquillo juguetón. Este debía ser un adversario +digno de él. ¡Lástima que sus ojos claros tuvieran +una expresión irónica de hombre que todo lo toma á +risa, y por debajo de su bigote rubio, muy recortado, á +la inglesa, vagase un ligero gesto de insolencia!</p> + +<p>Había nacido en París; lo declaró con orgullo á las +primeras palabras; y cuando don Marcos le fué sondeando +astutamente para saber si era experto en lances de<a name="page_351" id="page_351"></a> +honor y había presenciado muchos desafíos, dijo con +sencillez:</p> + +<p>—Más de cien.</p> + +<p>No se había engañado Toledo. Este era el hombre +con quien tendría que luchar. Luego pensó en la cifra, +apreciando al mismo tiempo la edad del capitán. ¡Más +de cien, y seguramente no pasaba de veintiséis años!... +Tuvo el presentimiento de que iba á habérselas con +algún esgrimidor ilustre cuyo nombre glorioso había +sido obscurecido momentáneamente por la guerra.</p> + +<p>Ellos dos hablaron únicamente. Al principio, el capitán +pareció burlarse, con una gracia parisién, de los +términos solemnes y altisonantes con que don Marcos +trataba las cuestiones de honor. Pero su grave y tenaz +prosopopeya acabó por vencer á este fisgón, que se puso +á su mismo tono, interesándose en el asunto y reconociendo +su importancia.</p> + +<p>En ciertos momentos, el coronel sintió dudas al escuchar +cómo su contrincante formulaba verdaderas herejías, +revelando una ignorancia absoluta de los grandes +tratadistas que han codificado los encuentros entre caballeros. +¡Y este hombre había asistido á más de cien +lances de honor!... Después se asombró de la prontitud +con que se apropiaba los textos citados por él, de la agilidad +con que se había asimilado sus clásicos, volviéndolos +al revés, en apoyo de sus afirmaciones.</p> + +<p>Cuando el encuentro fué concertado hasta en los menores +detalles, el capitán resumió sus impresiones con +una sencillez que dió frío á don Marcos.</p> + +<p>—Quedará herido uno de los dos, ó tal vez los dos. +No es cosa extraordinaria. ¿Quién no está herido en +estos tiempos? La cirugía ha adelantado mucho; es otra +cosa que al principio de la guerra. El que no muere en +el acto, se salva casi siempre. Además, los llevarán á la +cama y no quedarán abandonados días y días sobre el +terreno, como ocurre en los combates.</p> + +<p>Pero el gesto de placidez con que hablaba de las heridas +se fué convirtiendo en una expresión torva.</p> + +<p>—Supongo—continuó—que no tendremos muertos; +porque si mi camarada Martínez, que es bueno como un +cordero y al que quiero mucho, muere en esta broma,<a name="page_352" id="page_352"></a> +yo mato á su príncipe a continuación, sin regla alguna, +como se mata á un <i>boche</i> en el frente.</p> + +<p>Fué tan sincero el tono de estas palabras, que el coronel, +impresionado por ellas, no reparó en lo extrañas +que resultaban dichas por un especialista de las leyes +del honor.</p> + +<p>La conversación se hizo más íntima y cordial, como +ocurre siempre que se da por terminado un negocio arduo. +Toledo tuvo que contarles su vida guerrera—como +él se la imaginaba, á través de los años—, y los dos jóvenes, +que habían asistido á combates de millones de +hombres, mostraron el mismo interés de los niños que +escuchan un cuento exótico ante este relato de obscuros +encuentros de montaña, que ni nombre tenían, y sólo +perduraban exageradamente en la memoria de don +Marcos.</p> + +<p>El capitán parisién, elegante y gracioso, habló igualmente +de su pasado.</p> + +<p>—Yo, antes de la guerra, trabajaba en la reventa de +billetes de los teatros del bulevar. No tengo otro oficio.</p> + +<p>Hizo un esfuerzo el coronel para contener su sorpresa... +Sí que había visto más de cien duelos; pero era +en las obras dramáticas, sobre las tablas, entre cómicos, +que dan á los preparativos del encuentro una lentitud +ceremoniosa para prolongar la ansiedad del público. +Debió adivinarlo al oir sus disparates. ¡Cómo se había +burlado de él!...</p> + +<p>Pero inmediatamente sus ojos bajaron hasta el pecho +de los dos jóvenes. Iguales á Martínez: la Legión de +Honor, la Medalla Militar, la Cruz de Guerra con estrellas. +La del antiguo revendedor de billetes hasta se mostraba +cruzada por una palma de oro.</p> + +<p>¡Ay! El mundo había cambiado. ¿Dónde estaban los +tiempos de don Marcos?... Luego pensó en todo lo que +había hecho en su vida para considerarse superior: +asistir ceremoniosamente á varios duelos, muchas veces +sin resultado alguno. Pensó también en lo que habían +hecho y habían visto estos jóvenes en menos de cuatro +años. Su origen obscuro le trajo á la memoria á numerosos +guerreros de Napoleón de nombre célebre y +peor origen. Algunos llegaron á ser reyes, mientras que<a name="page_353" id="page_353"></a> +estos pobres capitanes, una vez terminada la guerra, +tendrían que volver, cargados de gloria, á sus antiguas +ocupaciones, batallando diariamente por la conquista +del pan.</p> + +<p>Se separaron, conviniendo en verse después de la +comida, para firmar el acta de las condiciones del encuentro. +Los cuatro estaban de acuerdo. Pero al mencionar +dicha cifra, Toledo se fijó en que sólo eran tres. +Lewis había asistido con cierta impaciencia á los largos +exordios de la entrevista en un diván del atrio del +Casino.</p> + +<p>—Un amigo me espera.... Vuelvo al momento.</p> + +<p>Y se había metido en las salas de juego, lugar vedado +á los oficiales.</p> + +<p>No podía el coronel hacerse ilusiones sobre la duración +de este momento, á pesar de que iban transcurridas +cerca de dos horas. Después de separarse de los +capitanes, encontró á Lewis en una mesa de «treinta y +cuarenta», teniendo ante sus manos un montón de placas +de mil francos. Al principio no entendió lo que Toledo +le decía al oído. Tuvo que hacer un esfuerzo para +recordar.</p> + +<p>—¡Ah, sí; lo del duelo!... Usted tiene toda mi confianza; +haga lo que quiera, firmaré lo que me presente, pero +no me levanto aunque me avisasen la muerte de Lubimoff. +¡Qué día este, amigo mío! ¡Si todos fuesen así!</p> + +<p>Y le volvió la espalda para aprovechar el tiempo, +antes de que cambiase el vuelo de la suerte.</p> + +<p>El coronel había comido en el Café de París, rumiando +mentalmente los párrafos del acta del encuentro. +La consideración de que todos confiaban en su pericia +le hacía ser muy exigente consigo mismo. Deseaba +algo conciso y brillante que inspirase respeto á aquellos +muchachos gloriosos. Y pasó más de una hora garrapateando +papeles, rompiéndolos y empezando otros, +entre los restos de sus postres. Trabajo inútil: los dos +firmaron en el gabinete de lectura del Casino, después +de pasar una mirada rápida por el texto. A Lewis tuvo +que sacarlo de las salas privadas con toda clase de ruegos +y astucias. El inglés se había olvidado de comer, +para no enojar á la fortuna con su ausencia, ¡y este testarudo<a name="page_354" id="page_354"></a> +coronel venía á estorbarle con la maldita historia +del duelo!...</p> + +<p>Firmó sin mirar; dió su palabra á los oficiales de que +iría á buscarles en un automóvil para conducirlos á su +castillo, y echó á correr inmediatamente, no sin antes +decir á don Marcos con un tono agrio:</p> + +<p>—Hasta las cuatro nada más. Si á las cuatro de la +tarde no ha terminado todo, les dejo que se maten á +solas y me vuelvo aquí. Es la hora en que empiezan las +tallas magníficas. Lo de hoy va á continuar.</p> + +<p>Huyó, sonriendo con lástima de las gentes que se +entretenían en cosas menos importantes.</p> + +<p>Al quedar solo, el coronel tuvo que ocuparse de los +preparativos del encuentro. Necesitaba un médico. Buscaría +en la mañana siguiente á un viejo doctor de Monte-Carlo +que visitaba de tarde en tarde al príncipe. Necesitaba +pólvora y balas; también se propuso buscarlas al +otro día. Necesitaba dos cajas de pistolas, ¡y sólo tenía +una!...</p> + +<p>Esto de las dos cajas lo consideraba esencial. Los +padrinos del otro no sabían dónde encontrar la suya. +No importa; él se encargaba de buscarla. Lo indispensable +era que hubiese dos, para que la suerte decidiese +cuál debían emplear. Y en ello anduvo hasta cerca de +la una de la madrugada, preguntando en las porterías +de los hoteles, haciendo levantarse á gentes que ya estaban +en la cama, subiendo á los salones del <i>Sporting-Club</i>, +hasta que un amigo americano le dió una carta +para cierto compatriota maniático y sombrío que habitaba +una «villa», aislada, del Cap-Ferrat. Pensaba realizar +al día siguiente esta gestión; para eso había alquilado +un automóvil, gasto enorme dada la carencia de +vehículos y de combustible, pero exigido por la importancia +de sus funciones...</p> + +<p>Y ahora estaba en Villa-Sirena, á las dos de la madrugada, +limpiando sus pistolas con lentitud, como si +fuesen joyas frágiles.</p> + +<p>En el silencio de su dormitorio, lejos de los hombres, +influenciado por la misteriosa soledad de las altas horas +nocturnas, que hacen perder sus contornos á las cosas +y á las ideas, se consideró enormemente engrandecido.<a name="page_355" id="page_355"></a> +No; su mundo no había cambiado tanto como él creía. +La prueba era que estaba allí, limpiando unas armas +para un duelo.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Al despertar el príncipe en la mañana siguiente, no +encontró á su «chambelán». El automóvil de alquiler se +lo había llevado á las siete, para que completase sus +preparativos.</p> + +<p>Vagó Lubimoff por los jardines, deteniéndose ante +los jaulones que albergaban diversos pájaros exóticos. +Luego siguió con mirada distraída las evoluciones de +varios pavos reales extendiendo bajo el sol sus mantos +azul y oro de un negro señorial.</p> + +<p>Su viejo ayuda de cámara interrumpió este paseo. +Unos hombres con un carro venían á buscar el equipaje +del señor Castro.</p> + +<p>Miguel no manifestó sorpresa; podían entregarles +todo lo perteneciente á don Atilio. Pero el doméstico +añadió que los mismos hombres querían llevarse igualmente +lo poco que era de la propiedad del señor Spadoni, +noticia que asombró al príncipe. ¡También éste!... +¿Qué motivo tenía para abandonarle?...</p> + +<p>Pasó su vista por una breve carta dirigida al coronel +y firmada por ambos. Castro arrastraba en su fuga +al inconsciente pianista.</p> + +<p>«Está bien—pensó—; que se vayan todos, que me +dejen solo. ¡Si creen que con eso van á hacerme desistir +de que cumpla mi voluntad!...»</p> + +<p>Después reanudó su paseo.</p> + +<p>Sólo le quedaban unas horas para verse enfrente de +aquel joven tan aborrecido por él. Lo iba á suprimir con +frialdad, para que no continuase siendo un estorbo; lo +mataría, estaba seguro de ello. Las condiciones ideadas +por el coronel eran suficientes para que un tirador +de su fuerza abatiese al adversario. Le bastaba un +solo tiro.</p> + +<p>Por un instante pensó en ir al fondo de sus jardines, +donde algunas veces se entretenía tirando. Era oportuno +ejercitar el pulso; la pistola ofrece sorpresas. Luego +desistió, por parecerle indigno el añadir estos preparativos<a name="page_356" id="page_356"></a> +á su evidente superioridad. Aquel adversario mediocre +no podía ejercitarse á estas horas; le faltaban +los medios en Monte-Carlo, donde no tenía otras amistades +que las de los compañeros convalecientes y algunas +damas.</p> + +<p>¡El, en cambio!... Extendió su brazo musculoso, teniéndolo +rígido unos segundos con la vista fija en el +puño. Ni el más ligero temblor: colocaría su bala donde +quisiera. El pobre Martínez podía darse por muerto... +Y ningún asomo de remordimiento turbó el infernal orgullo +de su fuerza implacable.</p> + +<p>Era tan enorme la conciencia de su superioridad, +tan absoluta su certeza en el resultado, que al fin acabó +por sentir dudas: esa desazón que infunde el misterio de +lo que aún está por realizarse.</p> + +<p>Acudieron de golpe á su memoria relatos de combates +en los que el débil triunfa inesperadamente del +fuerte, por un obscuro dictado de la justicia inmanente. +Recordó muchas novelas en las que el lector suspira de +satisfacción al ver que el héroe, simpático y modesto, +puesto en peligro de morir por el «traidor» de la obra, +más fuerte y malo que él, no sólo salva su vida, sino +que además mata por una feliz casualidad á su adversario, +con lo que se demuestra la existencia de algo superior +y equitativo que las más de las veces parece que +duerme, pero en ciertos momentos despierta, dando á +cada uno su merecido. Desde los tiempos de David, el +pastorzuelo descalzo, matando de una pedrada al desaforado +gigante vestido de bronce, la humanidad gustaba +de estas historias.</p> + +<p>La pistola era un arma caprichosa, más dúctil que +otras á las soluciones absurdas de la fatalidad. ¿No +caería él, con toda su maestría, bajo el primer tiro del +pobre teniente?...</p> + +<p>Volvió á tender el brazo, como poco antes, contemplando +su puño cerrado. Luego sonrió, con aquella sonrisa +de sus antepasados que daba á su rostro una fealdad +mogólica. ¡Fábulas de la tradición, invenciones de +los novelistas para halagar al público en su sensiblería +igualitaria! El fuerte siempre es el fuerte. Dentro de +unas horas el estorbo quedaría anulado, sin emoción y<a name="page_357" id="page_357"></a> +sin remordimiento, como deben hacerlo los hombres superiores.</p> + +<p>Un estrépito procedente de la vía férrea le sacó de +estos pensamientos. Era un tren de soldados que avanzaba, +como todos los otros, envuelto en gritos, aclamaciones +y silbidos. Rodaba hacia Italia, en sentido inverso +de los numerosos trenes que venían al frente francés. +El príncipe se dirigió á una terraza de su jardín, cuya +muralla de piedras y flores descendía hasta la vía férrea. +Los vagones parecieron desfilar voluntariamente ante +sus ojos, mostrándole en una curva uno de sus lados, y +luego la cara opuesta al llegar á otra curva, donde se +perdían.</p> + +<p>El uniforme de estos combatientes desorientó por un +momento al príncipe, como una novedad inesperada. +Iban vestidos de sarga negra, con el cuello de la blusa +abierto y los brazos arremangados. En la cabeza llevaban +un gorrito blanco con las alas levantadas, semejante +á los barquichuelos de papel que construyen los niños.</p> + +<p>Los reconoció al fin; eran marineros de los Estados +Unidos, un batallón de fusileros de la flota que iba á +Italia para que la bandera de las rayas y las estrellas +representase á la gran República en las cumbres de hielo +de los Alpes y en los pantanos ardorosos del Véneto.</p> + +<p>Con la celeridad de las visiones mentales, que muestran, +superpuestas y claras al mismo tiempo, un sinnúmero +de imágenes diversas, el príncipe contempló los +puertos de la América del Norte visitados en su juventud, +colmenas acuáticas en las que se reconcentran todo +el trabajo y la riqueza de la tierra; las ciudades monstruosas, +interminables, pobladas como naciones, donde +la libertad y el bienestar de la vida parecen haber llegado +á sus últimos limites... ¡Y estos hombres abandonaban +las comodidades de una existencia sabiamente +organizada, sus fructíferos negocios, su trabajo ampliamente +remunerado, sus inmediatas esperanzas de fortuna, +para morir tal vez en el viejo mundo por ideas, sólo +por ideas, pues no buscaban nuevos pedazos de terreno +ni indemnizaciones!... ¡Y hasta ahora, el vulgo había +considerado á su país como el más positivo, como el menos +poético é idealista, llamándolo la tierra del dólar!...<a name="page_358" id="page_358"></a> +¡Luego era verdad que las ideas generosas son algo más +que palabras, ya que millones de hombres salvaban los +mares para dar su sangre por ellas!...</p> + +<p>Los marineros, después de atravesar el caserío de +Monte-Carlo entre estandartes y aclamaciones, entraban +en pleno campo, perdiéndose sus gritos sin eco alguno. +Por esto su atención se concentró en aquella terraza +florida y en el hombre asomado á ella. Fué como una +revista: los vagones, uno por uno, se animaban al pasar +ante el príncipe. De todas las ventanillas surgían brazos +arremangados agitando gorros blancos. Sobre los techos, +algunos mocetones manoteaban con los brazos extendidos +y las piernas abiertas, mientras el viento hacía +ondear los pliegues de sus pantalones negros sobre unas +polainas claras. Más de mil bocas fueron saludando al +solitario de la terraza con silbidos alegres, hurras ó gritos +ininteligibles, que servían de escape á una juventud +exuberante, hambrienta de peligro y de gloria, regocijada +y curiosa á través de un mundo viejo que para ella +era nuevo.</p> + +<p>Lubimoff permanecía inmóvil, acodado en la baranda, +con la mandíbula en una mano, como si no viese +este río encajonado de hombres deslizándose más abajo +de sus pies. Los ruidosos marineros, al alejarse, volvían +la cabeza, repitiendo sus gritos y saludos, como si quisieran +despertar á esta figura humana, rígida y adherida +á la balaustrada lo mismo que si formase parte de +su ornamentación.</p> + +<p>Había olvidado completamente sus ideas y preocupaciones +de poco antes. Sólo veía este raudal de jóvenes +corriendo hacia el peligro y la muerte por unos +cuantos ideales, simples y hermosos como su salud primaveral. +Venían del otro lado de la tierra con la fe sencilla +que realiza los grandes milagros de la Historia; y +mientras tanto, el príncipe Lubimoff, que, en fuerza de +rebuscar ideas superiores y sensaciones exquisitas, había +acabado por no creer en nada, estaba allí, en una +baranda de su jardín, calculando el medio más seguro +de matar á un hombre, un hombre útil, igual á estos +que pasaban.</p> + +<p>La imagen de Castro surgió en su memoria. También<a name="page_359" id="page_359"></a> +éste había presenciado dos días antes el paso de un +tren. Recordó su impresión, tan honda y poderosa, que +le había impulsado á abandonar Villa-Sirena, rompiendo +con su pariente. Vió, tal como él se lo había descrito, el +rostro amargo de aquel soldado rojo que lo insultaba +con su desprecio.</p> + +<p>—¡Aún queda un lugar!...</p> + +<p>Los fusileros americanos continuaban sus silbidos, +sus gritos de exuberante juventud; pero á él le pareció +que estas voces y estos manoteos decían lo mismo que el +otro, invitándole con irónica cortesía: «¡Ven; aún queda +un lugar!» Algo más se callaban, pero él lo oyó en el +interior de su cerebro como el bordoneo de una campana +remota. Se había considerado un hombre valeroso +que, por distinción, por sibaritismo, por refinada indiferencia, +quería mantenerse al margen de las cosas que +apasionan al resto de los mortales. Pero el lejano campaneo +protestaba, zumbando la misma palabra: «¡Cobarde! +¡cobarde!»</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Anduvo meditabundo por el jardín hasta que llegó +Toledo, pasadas las doce. Almorzaron apresuradamente, +y el coronel hizo varias indicaciones. Su sabiduría +en materia de duelos, frondosa y de infinitos brazos +como el árbol de la ciencia, tocaba con una de sus ramas +á la cocina. Nada de carnes ni de vino; debía guardar +sereno el pulso. (Y al mismo tiempo hacía votos por que +los tiros fuesen sin resultado, pues ambos contendientes +le inspiraban igual interés.) Unos huevos blandos, nada +más; poco líquido. En el último momento debía acordarse +de aligerar su vejiga. ¡Terrible un balazo con +derrame interior!... El pensaba en todo.</p> + +<p>Subió á su habitación, para revestirse con la levita +de los desafíos. Había llegado el momento de oficiar. +Quedó indeciso ante el espejo, apreciando la falta de +concordancia entre esta prenda majestuosa y el sombrero +hongo que le servía de remate. ¡Ah, la guerra! +Sonrió ante la suposición absurda de haberse presentado +así, cuatro años antes—como quien dice cuatro +siglos—, en aquellos duelos de París, donde padrinos y<a name="page_360" id="page_360"></a> +adversarios sólo podían ir decentemente en busca de la +muerte con sombrero de copa de ocho reflejos.</p> + +<p>A pesar de haber prescindido de este tocado solemne, +sospechó que podía ofrecer un aspecto algo ridículo +al verse en el automóvil, sentado junto al príncipe, con +su larga levita y las dos cajas de pistolas sobre las rodillas.</p> + +<p>El carruaje se detuvo en el bulevar de los Molinos, +frente á la casa del médico. Pasaban militares convalecientes, +unos con los ojos inmóviles, dando golpes de +bastón ante sus pasos, otros vacilantes por la debilidad +ó las amputaciones.</p> + +<p>Una voz femenina, suave y dulce, saludó al príncipe. +Era una enfermera delgadísima que avanzaba llevando +del brazo á dos oficiales ciegos. Miguel y don +Marcos reconocieron á la sobrina de Lewis. Ella les +sonrió, mostrándoles los dos mocetones ingleses á los +que servía de lazarillo; dos Apolos rubios, tostados por +el sol, con la nariz que descendía recta de la frente, la +dentadura brillante, el cuerpo esbelto y armoniosamente +membrudo, pero los ojos apagados y un gesto trágico en +la boca, de desesperación, de protesta, al verse muertos +en vida.</p> + +<p>—Son mis dos <i>flirts</i>, ¿Qué les parecen?</p> + +<p>Bromeaba para alegrar á sus acompañantes, con aquel +regocijo de virgen atrevida y dolorosa que iba esparciendo +un pálido rayo de sol septentrional por ambulancias +y hospitales. Parecía fabricada toda ella con pasta +de hostia, frágil, anémica, de una blancura que clareaba +á la luz, lo mismo que un cristal turbio. Y se alejó, +guiando como niños á los dos ciegos, desesperados y +hermosos, que erguían toda la cabeza por encima de la +suya. Una leve presión de sus dedos podía aplastar este +cuerpo de fanal, todo luz, sin otra materia que la precisa +para transparentar y guardar la llama interior.</p> + +<p>—¡Adiós, lady!—dijo el príncipe.</p> + +<p>Don Marcos se estremeció al oir su voz; una voz +grave que no había conocido nunca, una voz temblorosa +como un cántico sentimental en cuyo fondo goteasen +lágrimas.</p> + +<p>Depositó el médico sobre la raída alfombra del automóvil<a name="page_361" id="page_361"></a> +su caja de operaciones. Con ésta ya eran tres. Sólo +entonces se decidió el coronel á desembarazarse de sus +dos cajas preciosas, colocándolas sobre la del doctor.</p> + +<p>Se lanzó el carruaje montaña arriba, por un camino +de violentos zigzags. Al final de cada ángulo se mostraba +Monte-Carlo, más hundido, más pequeño, como una ciudad +de caja de juguetes, con los tejados rojos y muchas +hormigas siguiendo el hilo de sus calles para aglomerarse +en la plaza. En cambio, el mar remontaba su lomo, +crecía en altura por momentos, devorando con su mandíbula +azul y rectilínea un pedazo de cielo á cada revuelta +de la ascensión.</p> + +<p>Sobre la cumbre iba agigantándose el volumen de +una mole de albañilería: «El Trofeo», título que había +acabado por convertirse en La Turbie, nombre medioeval +del pueblecillo amurallado y pardo que se apretuja +alrededor del monumento. Dos columnas esbeltas de +mármol blanco adosadas á la mampostería y un trozo +de cornisa era todo lo que quedaba del más soberbio de +los trofeos romanos; torre de treinta metros, con una +estatua gigantesca de Augusto en su remate, que marcaba +sobre los Alpes el límite entre las tierras del Imperio +y las Galias conquistadas.</p> + +<p>El automóvil, dejando atrás el villorrio de La Turbie, +corría ahora por la antigua vía romana.</p> + +<p>—Veo á las legiones—murmuró gravemente don +Marcos.</p> + +<p>Era una manía. Nunca había tenido suficiente imaginación +para ver á las legiones por sí mismo; pero después +de presenciar en una cinta cinematográfica un desfile +de figurantes con las piernas desnudas y la espada +al hombro siguiendo al caballejo de Julio César, la vida +militar romana no guardaba para él misterio alguno, y +cada vez que subía á La Turbie repetía lo mismo: «Veo +á las legiones.»</p> + +<p>Minutos después olvidó su guerrera resurrección para +señalar varias construcciones de un gris azulado que las +hacía confundirse con la colina situada á sus espaldas. +El castillo de Lewis. Fueron destacándose de él torres +sueltas unidas por puentes á la masa cuadrada del edificio; +torres albarranas que flanqueaban las puertas; techos<a name="page_362" id="page_362"></a> +agudos de pizarra, con doble fila de buhardillas; +techos que sólo tenían el costillaje de madera, á través +del cual se veía el espacio, como si su relleno hubiese +sido devorado por un incendio; muros á medio construir, +que bajaban en ángulo recto lo mismo que un cartabón +de piedra clavado en el suelo por su filo más largo.</p> + +<p>El castillo podía confundirse de lejos con una ruina +abandonada. Lewis, perdida la esperanza de poderlo +terminar, declaraba de buena fe que así era mejor, pues +le evitaba el trabajo de adornarlo con ruinas artificiales. +Tenía el aspecto de una fortaleza de leyenda, como +las que había descrito su padre el historiador, hecha +para los cielos grises, para las selvas de húmedo verde, +y parecía querer escapar de este paisaje tostado por el +sol, de vegetación parsimoniosa, huyendo del contacto +con los olivos, los cactos y los leñosos matorrales cubiertos +de rudas flores.</p> + +<p>Descendieron del automóvil en una planicie limitada +por dos cuerpos de edificio que formaban ángulo. Era el +patio de honor, la plaza de armas del futuro castillo. En +los otros dos lados, unos muros que sólo se elevaban un +metro sobre el suelo indicaban la traza de lo que podría +ser este patio algún día, si la suerte dejaba de mostrarse +adusta con el propietario. En el fondo abierto de la planicie +estaba otro automóvil de alquiler, y junto á él los +tres militares.</p> + +<p>Acudió Lewis á saludar al príncipe. Hacía poco que +habían llegado, y como tenía prisa, se encaró inmediatamente +con el coronel.</p> + +<p>Don Marcos era el oráculo que había que consultar +para no perder tiempo. ¿Podrían resolver el negocio allí +mismo?... ¿No sería mejor detrás del castillo, en un huerto +rodeado de viejos olivares?...</p> + +<p>El coronel, con una caja en cada brazo, fué examinando +el terreno. Lo único que le preocupó en los primeros +instantes fué su propia persona. Decididamente +se veía ridículo. Aquellos tres oficiales, con sus uniformes; +el príncipe, con un traje de calle azul obscuro; el +médico, vestido de viejo, como siempre; Lewis, con un +gran sombrero de paja, sin el cual no podía andar por +su castillo, ¡y él envuelto en su levitón solemne, que parecía<a name="page_363" id="page_363"></a> +asustar á los palomos refugiados en los aleros y +los muros ruinosos!...</p> + +<p>Después de echar un vistazo detrás del castillo, se +decidió por el patio, limpio de árboles. Colocaría á los +contendientes de modo que sus figuras no resaltasen +sobre un fondo de pared.</p> + +<p>Lewis, á pesar de sus prisas, creyó necesario hacer +los honores de la casa. «¿Una copa de <i>whisky</i>?...» Como +no le habían dado tiempo para prepararse, y él habitaba +ahora en Monte-Carlo, su despensa estaba vacía. Pero +esperaba dar con una buena botella buscando un poco. +¿En qué casa respetable no se encuentra <i>whisky</i> para los +amigos?</p> + +<p>—Cuando terminemos, lord—dijo el coronel, escandalizado +por esta invitación que atentaba contra los +ritos.</p> + +<p>Los cuatro padrinos y el médico estaban en una +sala del piso bajo, adornada con trofeos de armas antiguas. +Los dos adversarios habían sido olvidados en +el patio, como actores que esperan su turno para mostrarse.</p> + +<p>Toledo abrió las cajas de pistolas, dando á los dos +capitanes la que había buscado aquella mañana en el +Cap-Ferrat. La suerte iba á decidir cuál de ambas emplearían.</p> + +<p>—No es necesario—dijo el parisién—. Lo mismo da +una que otra. Dispóngalo todo como mejor le parezca.</p> + +<p>Protestó don Marcos contra este deseo irreverente de +acortar las ceremonias. Era preciso: estaban allí para +un asunto muy grave.</p> + +<p>Una pieza de cinco francos brillaba un su mano. ¡Lo +que le había costado adquirirla! De todas sus gestiones +en la mañana, ésta había sido la más larga y penosa. +La moneda estaba oculta, á causa de la guerra. No se +encontraba mas que papel, y él no podía echar suertes +con un billete de cinco francos. Había tenido que rogar +á uno de los altos personajes del Casino que le proporcionase +este redondel precioso.</p> + +<p>—¿Cara ó cruz?</p> + +<p>Y al favorecer la suerte á sus viejas pistolas, sintió +un gran regocijo interior. ¡Empezaba á triunfar!<a name="page_364" id="page_364"></a></p> + +<p>El médico, mientras tanto, miraba afuera por la +puerta del salón, con cierta extrañeza, casi con escándalo, +fijando luego sus ojos en el coronel. Al fin le llamó +aparte. ¿Aquel teniente era el que iba á batirse con el +príncipe?... Lo conocía; un amigo suyo, médico militar, +le había hablado de él como de un caso asombroso de +vitalidad. Era un horrible disparate lo que estaban proyectando: +casi un asesinato. Tal vez cayese redondo +antes de que sonase el primer tiro. Le habían hecho +una operación audaz en el cráneo; vivía milagrosamente, +podía morir de un modo fulminante á la menor +emoción.</p> + +<p>Y don Marcos tuvo una respuesta heroica, digna +de él.</p> + +<p>—Doctor, para un hombre de éstos, batirse no es una +emoción.</p> + +<p>Procedió con lenta gravedad á lo más delicado de +su ministerio: cargar las pistolas. Los dos capitanes siguieron +con mirada curiosa esta operación desconocida +por ellos, á pesar de que se imaginaban haber visto tanto. +El parisién casi rió al contemplar cómo manejaba Toledo +la diminuta cuchara de marfil que contenía la carga +de pólvora, examinándola escrupulosamente antes de +verterla en el cañón del arma, con cierto miedo de haber +echado un grano más en uno que en otro. El coronel +estaba seguro de que este heroico burlón se divertía +con sus precauciones meticulosas... Pero no podría +negar que le interesaba la novedad de la ceremonia.</p> + +<p>Lewis salió para disponer que los automóviles se +alejasen hasta una arboleda cercana. Un verdadero disgusto +para los dos conductores. Obedecieron á regañadientes, +con el propósito de volver, aunque fuese arrastrándose, +y presenciar el espectáculo.</p> + +<p>Toledo dejó las dos pistolas sobre una antigua mesa +veneciana. Ya estaban listas; que nadie las tocase: eran +algo sagrado. Luego, su mirada, al pasar sobre el muro +inmediato, su animó con un resplandor de inspiración; +y de una panoplia descolgó dos espadas herrumbrosas, +saliendo con ellas al patio.</p> + +<p>Abandonados de sus padrinos, los contendientes habían +empezado á pasearse, fingiendo que no se veían y<a name="page_365" id="page_365"></a> +sorprendiéndose mutuamente cuando se miraban con el +rabillo del ojo.</p> + +<p>Los dos volvieron de golpe á la misma situación de +la tarde anterior, como si no hubiera transcurrido el +tiempo, como si estuviesen aún en lo alto de las gradas +del Casino.</p> + +<p>Todo lo que el príncipe llevaba pensado en las últimas +horas y le había seguido hasta allí, como un esbozo +de remordimiento, se desvaneció de golpe. ¡Este caballerito +era el que había intentado abofetearle á él... al +príncipe Lubimoff!... Pronto iba á convencerse de lo que +cuesta semejante atrevimiento.</p> + +<p>Pero su cólera parecía menos violenta que en el día +anterior, más razonada, como obra exclusiva de su voluntad; +y esta blandura acabó por irritarle contra sí +mismo.</p> + +<p>El otro era más instintivo en su rencor. Al mirar al +príncipe veía al mismo tiempo la suave imagen de aquella +gran dama, su protectora. Porque era rico, había +querido atropellarle, tratándolo como á un siervo de sus +lejanas tierras... Todo lo mejor de la vida había sido +para él, ¡y aún pretendía apoderarse de las migajas perdidas +que tocan á los infelices!... Ignoraba cómo se mata +á un hombre en estos combates reglamentados; pero deseaba +matar, y sentía la absoluta confianza en sí mismo +que le había empujado allá en las trincheras en los días +más crueles de peligro y de éxito.</p> + +<p>La presencia de don Marcos con una espada en cada +mano turbó sus reflexiones y paseos, dejándolos inmóviles. +El coronel miró al cielo, luego dió varios pasos en +distintas direcciones, para evitar que uno de los contendientes +quedase colocado frente al sol.</p> + +<p>Finalmente clavó en tierra con fiereza una de sus espadas. +Le había parecido más apropiado al carácter del +lugar el valerse de estas armas antiguas. Las encontraba +más en concordancia con el romántico castillo de Lewis, +que dos estacas ó dos bastones. Pero su satisfacción por +este hallazgo duró poco. Al levantar los ojos, vió al príncipe, +vió á Martínez...</p> + +<p>¡Pobre coronel!... Hasta entonces había procedido +como el sacerdote que se embriaga con sus propias oraciones<a name="page_366" id="page_366"></a> +y en propio incienso, sin pensar á quién los dedica. +Había preparado este acto con el fervor ciego de +un profesional que reanuda sus funciones después de +varios años de inacción, y sólo piensa en ellas, no acordándose +del que se las encarga. Todo lo había hecho con +arreglo á los ritos, para que dos caballeros pudieran matarse +dentro de la más estricta corrección; pero ahora, +en el momento supremo, se daba cuenta por primera vez +de que estos dos hombres eran su príncipe y Martínez, +su compatriota, su héroe.</p> + +<p>Se extrañó de cómo había podido llegar hasta allí. +Experimentaba el asombro del ebrio que recobra la razón +entre los objetos rotos por su feroz inconsciencia. +Recordó las palabras de Castro y del médico; ¿cómo no +había visto él que este duelo era un disparate? El arrepentimiento +cosquilleó en sus ojos con una sensación +húmeda; pero ya era tarde. Debía continuar, aunque le +faltase la serenidad.</p> + +<p>Lo único que había olvidado en sus minuciosos preparativos +era la cinta métrica, y vió en esta omisión un +auxilio de la Providencia. Partiendo de la espada fija +en el suelo, empezó á marchar para medir el terreno +con sus pasos. No fueron pasos; fueron zancadas enormes, +verdaderos saltos. Ahora sí que estaba convencido +de la ridiculez de su aspecto, abiertos como alas los faldones +del levitón é incesantemente repelidos por unas +piernas incansables. «Quince pasos...» Y clavó la segunda +espada.</p> + +<p>Por su gusto, hubiese ido hasta el otro extremo del +descampado; tal vez hasta donde aguardaban los automóviles. +Luego consideró con turbación el terreno medido. +Seguramente pasaba de veinte metros, ¡una falsedad! +¡una villanía!... ¡Que Dios y los caballeros se lo +perdonasen!</p> + +<p>Otra vez salió á luz la pieza de cinco francos. Había +que sortear el sitio de cada contendiente. El capitán parisién +acogió la proposición con aire aburrido.</p> + +<p>—¡Pero si le he dicho que haga lo que quiera!...</p> + +<p>Lewis runruneaba de impaciencia por debajo de su +bigote.</p> + +<p>Cuando la moneda hubo marcado el lugar de cada<a name="page_367" id="page_367"></a> +uno, don Marcos colocó al príncipe delante de una espada.</p> + +<p>—Marqués: el sombrero—dijo en voz baja.</p> + +<p>Lubimoff, comprendiendo esta indicación, se despojó +del sombrero, arrojándolo á gran distancia. Su adversario +no podía batirse con el kepis puesto; su color amarillento +y la cifra de la Legión bordada más arriba de +la visera le daban una visualidad inadmisible. Su uniforme +era también una preocupación para Toledo, que +se esforzó por suprimir en él todos los detalles vistosos.</p> + +<p>Asistido por uno de los capitanes, procedió á despojar +á Martínez de sus adornos de gloria, después de colocarlo +junto á la otra espada. Fué como una degradación. +Le quitaron su kepis, luego las condecoraciones, +el cordón rojo que pendía de su hombro, la correa avellanada +que cruzaba su pecho, el cinturón del mismo +color que oprimía su talle. El teniente pareció más pequeño +y desmedrado dentro de su uniforme suelto y sin +adornos. El parisién, siempre alegre, lo comparaba á un +pájaro desplumado.</p> + +<p>Creyó necesario el coronel repetir en alta voz las +condiciones del duelo. El príncipe las sabía y estaba +avezado á estos encuentros. Martínez era el que necesitaba +sus indicaciones. Después que él, como director +del combate, diese la voz de «¡Fuego!», contaría lentamente +«Uno, dos, tres». Podían apuntar y disparar en +este espacio de tiempo. ¡Mucha atención, teniente! Don +Marcos habló con una gravedad trágica.</p> + +<p>—Si hace usted fuego antes del <i>uno</i> ó después del <i>tres</i>, +será declarado felón.</p> + +<p>Esto de ser declarado felón asustó al joven. No sabía +con certeza lo que era, pero le impresionaba el gesto del +coronel al pronunciar la terrible palabra. Ya no pensó +con tanta vehemencia en matar á su adversario; este +deseo pasó á segundo término. Tampoco pensó en que +podía morir. Su única preocupación fué calcular bien el +tiempo, obedecer la orden, no entretenerse en apuntar; +hacer fuego antes del terrible <i>tres</i>, para que no le diesen +aquel título horripilante y misterioso.</p> + +<p>Don Marcos entró en el castillo y volvió á aparecer +con las dos pistolas cargadas. Dió una al príncipe. Este<a name="page_368" id="page_368"></a> +no necesitaba lecciones. Puso la otra en la diestra del +teniente, y le indicó cómo debía mantenerse, el brazo +doblado, el arma en alto, todo el cuerpo bien de perfil. +Todavía insistió en sus indicaciones. ¡Cuidado con equivocarse! +Ya lo sabía: <i>uno... dos... tres</i>.</p> + +<p>Quedó en mitad de la distancia que separaba á los +adversarios, apartándose unos cuantos posos nada más +de la línea de tiro. En aquel instante deseaba morir, +para que los dos resultasen indemnes.</p> + +<p>Se despojó del sombrero con solemnidad, é hizo un +gesto de tristeza.</p> + +<p>—Señores...</p> + +<p>Durante toda la mañana, al ir de un lado á otro +realizando sus preparativos, no había dejado de pensar +en lo que diría en este momento, fabricando una soberbia +pieza oratoria, breve y conmovedora. Muchas veces +había hablado en los duelos, mereciendo la aprobación +de los otros padrinos, viejos generales, gentes expertas, +acostumbradas á tales actos. Pero la corta arenga de +hoy iba á ser la mejor de sus obras.</p> + +<p>«Señores...», repitió. Vacilaba, no sabía qué añadir, +todo se había borrado de su memoria. Con una voz balbuciente +fué diciendo lo que se le ocurría, sin orden +alguno, sin que una sola de sus palabras le recordase +las frases que había cincelado horas antes. «Aún era +tiempo... un poco de buena voluntad; los dos eran hombres +de valor que habían hecho sus pruebas... No es +deshonrosa una explicación en el último minuto.»</p> + +<p>Sus palabras se perdieron en un silencio emocionante. +Pero este silencio no era absoluto. Alguien se +movía á espaldas del coronel, dando con el pie en el +suelo. Era Lewis, que consultaba, enfurruñado, su reloj. +Más de las tres; ya estarían empezando las buenas series +en el Casino.</p> + +<p>Quiso terminar. Además, le daba miedo la figura inmóvil +y rígida de su príncipe con la pistola en alto. +Nunca lo había visto tan feo. Su color era terroso, tenía +la mirada bizca y los pómulos salientes. En un momento +se había transfigurado, como si el salvajismo de los remotos +abuelos, despertando en su interior, se le hubiese +subido al rostro.<a name="page_369" id="page_369"></a></p> + +<p>—Puesto que no hay avenencia posible....</p> + +<p>Ahora creyó el coronel haber atrapado la última +parte de su fugitivo discurso. Pero el hilo de brillantes +palabras se le escapaba otra vez, y obligado á improvisar, +terminó solemnemente:</p> + +<p>—¡Adelante, señores! El honor... es el honor; y las +leyes de los caballeros... son las leyes de los caballeros.</p> + +<p>Sonó á sus espaldas un murmullo de aprobación. Era +la voz del antiguo revendedor de billetes de teatro. +«¡Bravo! ¡Muy bien!» Pero no quiso enterarse. Con aquel +hombre nunca se sabía cuándo hablaba en serio.</p> + +<p>—¿Listos?...</p> + +<p>El silencio de los dos adversarios dió á entender al +coronel que podía seguir sus voces de mando.</p> + +<p>—¡Fuego!... Uno...</p> + +<p>Sonó un tiro. Martínez, que sólo pensaba en el terrible +<i>tres</i>, había disparado.</p> + +<p>Vió enfrente al príncipe, que parecía mucho más +alto; vió el agujero negro de su arma, y sobre este agujero +un ojo de glacial ferocidad escogiendo un punto en +su persona para enviar la bala obediente. Y con una +arrogancia maquinal giró sobre sus talones, para no +permanecer de perfil, ofreciendo todo el ancho de su +cuerpo.</p> + +<p>Los cuatro padrinos no vieron esto. Sus ojos habían +convergido en Lubimoff, que era la muerte.</p> + +<p>El tiempo se contrae y se dilata, según las emociones +de los hombres. Su medida y su ritmo dependen del +estado del alma humana. Unas veces galopa vertiginosamente +en los relojes, que parecen locos; otras se desploma, +se niega á seguir su marcha, y las milésimas de +segundo abarcan más emociones que los meses y los +años de la vida ordinaria. Los cuatro testigos experimentaron +la misma sensación que si el día se hubiese, +paralizado, quedando el sol inmóvil para siempre. El +tiempo no existía.</p> + +<p>—¡Dos!—suspiró don Marcos, y le pareció que sus +labios no acababan nunca de proferir esta palabra, como +si estuviese compuesta de una cantidad infinita de +sílabas.</p> + +<p>Lewis había olvidado la existencia del Casino; sólo<a name="page_370" id="page_370"></a> +veía lo presente. El capitán bordelés, echando el cuerpo +adelante, se apoyaba sobre su pie herido, sin sentir ningún +dolor; el otro juraba entre dientes, haciendo vibrar +su junco. El médico, por instinto profesional, se inclinó +sobre su caja de operaciones puesta en el suelo.</p> + +<p>¡Iba á matarlo! Los cuatro estaban convencidos de +que iba á matarlo. Una implacable expresión de seguridad, +de feroz aplomo, se desprendía de aquel hombre inmóvil, +con el brazo tendido, duro é inconmovible. Era +tan fatal la expresión de su rostro de calmuco, con un +ojo contraído y otro muy abierto, que todos vieron una +línea ilusoria desde la boca de su pistola al pecho del +que estaba enfrente, un camino que la pequeña esfera +de plomo iba á seguir con inexorable rectitud.</p> + +<p>Orgulloso de su superioridad, el príncipe retardaba +el momento de dar la muerte, por una especie de coquetería +salvaje. Tenía al enemigo bajo su zarpa, podía juguetear +con él durante estos tres momentos que valían +por siglos.</p> + +<p>En la vertiginosa superposición de imágenes que +volteaba dentro de su pensamiento vió á la princesa, +su madre, hermosa y arrogante, tal como era cuando le +relataba, siendo pequeño, las grandezas de los Lubimoff. +Luego vió á su padre, el general, sombríamente bondadoso, +diciendo con su voz ronca: «El fuerte debe ser +bueno...»</p> + +<p>Al pensar en el padre, su pistola se desvió un poco, +pero inmediatamente rectificó la puntería.</p> + +<p>Un tren pasaba por su imaginación con lentitud. Soldados +franceses. Vió á Castro y al rojo insolente que le +ofrecía un lugar. Otro tren avanzó en dirección inversa, +un tren interminable, que iba saliendo de las profundidades +del Océano. Hurras, silbidos, blusas negras, cuellos +azules, gorritos que parecían de papel. «¡Buenas tardes, +príncipe!» Una sonrisa luminosa de virgen anémica: +lady Lewis con sus dos ciegos, hermosos y trágicos...</p> + +<p>Su pistola bajaba. Vió por encima de ella todo el +cuerpo de su adversario, guerrero obscuro, condenado +á morir más ó menos pronto á causa de las heridas recibidas +por una tierra que no era la suya y por una causa +que era la de todos los hombres.<a name="page_371" id="page_371"></a></p> + +<p>—¡Tres!—dijo el coronel.</p> + +<p>Pero antes de que terminase esta palabra sonó un +tiro. La hierba del suelo se agitó en ondas que se alejaron +bajo el rebote de la bala invisible.</p> + +<p>Este guadañazo pasó cerca de las piernas del director +del combate; pero don Marcos no estaba para reparar +en ello. Un regocijo infantil le hizo correr sin objeto. +Su levita parecía reir con el aleteo de sus faldones.</p> + +<p>Tan alegre estaba, que casi abrazó á Martínez. Debía +darse la mano con el príncipe; era necesaria una reconciliación.</p> + +<p>El oficial se resistió al consejo. Tenía sus dudas +sobre el final del combate; el príncipe había disparado +apuntando al suelo, y él no aceptaba que le perdonasen +la vida.</p> + +<p>—Joven—dijo con autoridad don Marcos—, usted es +novel en estos asuntos. Déjese guiar por los que saben +más, y dele la mano al príncipe.</p> + +<p>Inmediatamente fué en busca de Lubimoff.</p> + +<p>Lo vió en el mismo sitio. Había arrojado la pistola y +se cubría la cara con las manos.</p> + +<p>El único que estaba junto á él era Lewis.</p> + +<p>—¡Vamos, príncipe! ¿qué es eso?... ¡Serenidad! Tal +vez una buena copa de <i>whisky</i>...</p> + +<p>Toledo oyó un estertor angustioso, un jadeo de pecho +oprimido.</p> + +<p>Respetuosamente apartó una de las manos del príncipe, +dejando su rostro al descubierto. Ahora era de un +tono de ladrillo, abrillantado por el sudor y las lágrimas.</p> + +<p>Lubimoff lloraba.</p> + +<p>El coronel recordó á la difunta princesa en sus días +de humor tormentoso, cuando, después de una explosión +de cólera, se retorcía, pidiendo que la perdonasen, entre +llantos histéricos.</p> + +<p>Al tirar suavemente de esta mano, se sintió seguido +por el príncipe, inerme y sin voluntad. Martínez aguardaba +á pocos pasos.</p> + +<p>—Dense las manos. Todo ha terminado. Los caballeros +son siempre... caballeros.</p> + +<p>Se dieron las manos.<a name="page_372" id="page_372"></a></p> + +<p>Y entonces ocurrió algo inesperado que produjo un +largo silencio de sorpresa y de asombro.</p> + +<p>Miguel dobló su cuerpo, se encogieron sus rodillas, +se llevó á la boca aquella mano que tenía en la suya, +con el mismo gesto humilde de los siervos de la estepa +ante sus poderosos abuelos.</p> + +<p>Luego la besó, mojándola con sus lágrimas.<a name="page_373" id="page_373"></a></p> + +<h3><a name="X" id="X"></a>X</h3> + +<p>Ocho días llevaba Lubimoff sin salir de Villa-Sirena. +En sus conversaciones con el coronel—único compañero +de esta vida solitaria—había evitado toda alusión á lo +ocurrido en el castillo de Lewis. Don Marcos, por su +parte, se mostraba de una discreción absoluta, como si +tuviese olvidado el duelo y el extraño final que le había +dado el príncipe; pero éste adivinaba en su silencio +muchas cosas molestas para él.</p> + +<p>Los otros padrinos debían haberlo contado todo. ¡Qué +de comentarios! Y el miedo á encontrarse con las gentes, +que sin duda repetían su nombre á todas horas, le +hizo permanecer recluído, esperando que le olvidasen. +Alguien perdería ó ganaría en el Casino una suma importante, +y esto bastaba para que los curiosos dejasen +de hablar de él.</p> + +<p>Empezó á pesarle la soledad como un suplicio. Ya +estaba fatigado de pasear siempre por sus jardines, que +le parecían estrechos y monótonos. Además, la sobrina +de Lewis, abusando de su autorización, llegaba cada +tarde con una escolta de ingleses heridos, siempre diferentes. +Correteaba con ellos por las avenidas entre los +gritos de las aves exóticas, formaba grandes ramos de +flores, y él tenía que ocultarse en los pisos altos huyendo +de esta alegría infantil, á la que encontraba algo +de desesperado y fúnebre.</p> + +<p>Las noches le parecían interminables. Pensaba con +nostalgia en las plácidas veladas de «los enemigos de +la mujer», cuando Spadoni se sentaba al piano ó hacía<a name="page_374" id="page_374"></a> +cálculos infinitos, siempre doblando; cuando Novoa exponía +sus paradojas científicas y Castro relataba las +aventuras de su abuelo el «Don Quijote rojo»... ¿Dónde +estarían ahora estos compañeros de soñolienta felicidad?</p> + +<p>Atilio le interesaba especialmente. Dos veces había +preguntado por él á don Marcos, sin que éste se mostrase +muy claro en sus explicaciones. «No le encontraba +nunca en el Casino; se abstenía sin duda de frecuentarlo +por miedo al juego.» Presintió que el coronel sabía +algo más y se negaba á hablar por discreción.</p> + +<p>Una mañana, el tedio del encierro galvanizó su decaída +voluntad. ¿Por qué no ir en busca de aquellos +amigos? Tal vez si él daba el primer paso conseguiría +reanudar las relaciones con ellos, restableciendo su antigua +vida.</p> + +<p>Cuando iba á salir, el coronel le detuvo para hablarle +otra vez de un asunto que les había ocupado la +noche anterior. ¿Qué respuesta debía dar al apoderado +de París?... Aquel nuevo rico comprador del palacio del +parque Monceau deseaba adquirir también Villa-Sirena. +El administrador comunicaba su última oferta: millón +y medio de francos. No daría más, y era preciso contestar +urgentemente, antes que su capricho se fijase en +otra adquisición.</p> + +<p>Miguel levantó los hombros, como si le hablasen de +algo sin interés.</p> + +<p>—Di que no quiero vender... Mejor será que no contestes. +Veremos más adelante; yo pensaré.</p> + +<p>Al bajar del tranvía, en Monte-Carlo, dejó á su izquierda +el Casino, para seguir por los bulevares altos. +Iba primeramente en busca de Spadoni, por ser el que +habitaba más cerca. Además, éste debía saber el paradero +de Atilio mejor que Novoa. Tal vez vivían juntos.</p> + +<p>Conocía vagamente su domicilio por las burlas de +Castro. El pianista era «guardián de una tumba» sobre +el barranco de Santa Devota.</p> + +<p>Desde lo alto de un puente vió el príncipe á sus pies +este barranco, cuyas laderas estaban cubiertas de jardines, +de «villas» lujosas y de hoteles, teniendo por fondo +el risueño puerto de La Condamine.</p> + +<p>Sesenta años antes era un lugar salvaje. Sólo lo visitaban<a name="page_375" id="page_375"></a> +las procesiones venidas desde el amurallado Mónaco +para rendir homenaje á Santa Devota en una iglesia +blanca, que aún parecía ahora más diminuta junto á +las arcadas del puente del ferrocarril.</p> + +<p>En los primeros tiempos del cristianismo, una barca, +guiada por la voluntad de Dios, que se dignaba conceder +una protectora á los habitantes de Puerto Hércules, +había venido á encallar en esta ribera. La barca contenía +el milagroso cadáver de cierta cristiana de Córcega +martirizada por los romanos. Nadie sabía su nombre, y +la devoción popular la llamó Santa Devota. Una vez al +año, el día de su fiesta, al cerrar la noche, gran parte +del público del Casino abandonaba la ruleta y el «treinta +y cuarenta» para presenciar cómo los marineros de Mónaco +quemaban frente á la iglesia, al son de la música, +una barca vieja, cerrando con esto á la santa patrona +todo camino de retorno.</p> + +<p>Los campos pedregosos de olivos y nopales estaban +ahora cubiertos de «Palaces», grandes como cuarteles, y +sostenían una segunda ciudad alta, que, extendiéndose +por la ladera de los Alpes, unía Mónaco con Monte-Carlo. +Este terreno, vendido á precios enormes, era medio +siglo antes un lugar tan olvidado, que cualquiera +de sus poseedores podía disponer sin obstáculo que le +enterrasen en su propiedad.</p> + +<p>Un oficial obscuro de Napoleón, nacido en Mónaco y +llegado á general en los tiempos de Luis Felipe, había +hecho construir su sepultura en un olivar sobre el barranco +de Santa Devota. El juego hacía surgir después +Monte-Carlo sobre la salvaje meseta de las Espelungas; +la lujosa ciudad nueva se ensanchaba para unirse con +el viejo Mónaco, cubriendo de edificios todo el territorio +del principado, y la sepultura del anónimo guerrero +quedaba prisionera de este oleaje de grandes hoteles, +palacios y «villas». El olivar de la tumba se vendía á +metros, haciendo la fortuna de los herederos. Entre la +sepultura y el borde del barranco quedaba una meseta, +desde la que se disfrutaba la visión de un panorama +magnífico, y un millonario de París se atrevía á construir +una casa de estilo «artista», con jardines en terrazas +escalonadas, creyendo empresa fácil conseguir el<a name="page_376" id="page_376"></a> +traslado del general al cementerio y la demolición de su +capilla-tumba. Pero el muerto estaba en su propiedad, +no podía resucitar para deshacer sus disposiciones testamentarias, +perturbadas por el engrandecimiento inaudito +del antiguo Mónaco, y no había poder humano que +echase abajo su última morada.</p> + +<p>Miguel había visto muchas veces desde el puerto, +sobre las alturas del barranco, este panteón que iba á +servirle ahora para encontrar á Spadoni. Era un simple +dado de albañilería, con las paredes enjalbegadas, cuatro +pináculos en sus ángulos y una cúpula de tejas +negras. De lejos parecía un morabito, la tumba de un +santón, ayudando á esta semejanza los grupos de palmeras +de los jardines inmediatos.</p> + +<p>Castro le había hecho reir muchas veces contándole +la historia del difunto general y sus ricos vecinos. Los +propietarios de la «villa» no podían dormir con un +muerto al otro lado de la pared. Además era un muerto +sin nombre, lo que le hacía más inquietante y misterioso. +Nadie llegaba á acordarse del apellido de este +señor que había mandado miles de hombres y aún imponía +su voluntad á los vivos. Alquilaron la «villa» con +todos sus lujosos muebles por un precio módico, y al +principio se la disputaban las señoras que juegan en el +Casino. ¡Vivir en un pequeño palacio adornado por famosos +tapiceros de París, y con una vista magnífica, +todo por quinientos francos mensuales!... Pero las arrendatarias +se apresuraban á cederse unas á otras esta +buena ocasión. ¡Tener que pasar después de media noche +frente al mausoleo del general, cuando volvían del Casino! +¡No poder abrir las ventanas sin encontrarse con +aquella sepultura!... Además, la maledicencia femenil +señalaba sucesivamente á cada inquilina con el mismo +apodo: «la guardiana de la tumba».</p> + +<p>Entonces se presentó Spadoni. Castro tenía una idea +vaga de que pagó el primer mes, pero no estaba seguro +de ello. Lo que sabía con certeza era que no pagó más. +Los propietarios, residentes en París, habían acabado +por aceptar esta situación, viendo en el pianista un cuidador +gratuito de aquella casa que les inspiraba miedo.</p> + +<p>Descendió el príncipe por un amplio camino entre<a name="page_377" id="page_377"></a> +balaustradas de jardines y muros de roca con penachos +floridos pendientes de sus intersticios. Al ver de cerca +el morabito, comprendió la fuga de los vecinos. El general +había sabido hacer las cosas. Los pináculos estaban +adornados con calaveras y tibias, lo mismo que la +cruz de hierro que remataba la cúpula. Y estos símbolos +fúnebres, por la fuerza del contraste, aún resultaban +más impresionantes entre el esplendor verde de los jardines +inmediatos, bajo un cielo de crudo azul y un sol +deslumbrador, teniendo por fondo el gracioso puerto y +la rizada planicie del mar violeta. La puerta del mausoleo +sin nombre no se había abierto en muchos años, y +los vientos amontonaban la tierra en su parte baja. Entre +la verja y las paredes se aglomeraba una vegetación +loca, una selva minúscula, en cuyas espesuras guerreaban +y se devoraban los insectos después de enviar interminables +expediciones volantes y rampantes á todas las +casas próximas.</p> + +<p>Pasó rozando el panteón para llegar á la entrada de +la «villa», hermoso edificio de arquitectura toscana. La +puerta era de complicados herrajes; los ventanales +tenían vidrieras con figuras de colores; sobre el muro +gris estaban incrustados relieves de mármol y escudos +antiguos.</p> + +<p>Golpeó inútilmente con un dragón de hierro que servía +de aldaba. Al fin apareció en un sendero inmediato, +entre dos muros, una mujer greñuda con un niño en brazos. +Era una vecina que prestaba sus servicios á Spadoni +cuando se quedaba en la casa. La presencia de un visitante +representaba para ella un acontecimiento.</p> + +<p>—Sí que está—dijo—. ¿No oye usted?</p> + +<p>Lubimoff oyó, efectivamente, amortiguado por los +gruesos muros, el tecleo de un piano.</p> + +<p>La mujer, convencida de que el artista no llegaría á +enterarse de los golpes del aldabón, desapareció en una +revuelta del sendero. Poco después, su cabeza y el niño +que llevaba en brazos surgieron sobre el filo de un muro.</p> + +<p>—¡Maestro!—gritó—. Un señor que le busca. ¡Una +visita!</p> + +<p>Y volvió arreglándose las faldas, como si acabase de +bajar de una escala de mano.<a name="page_378" id="page_378"></a></p> + +<p>Se abrió aquella puerta de quicio profundo, apareciendo +en su hueco Spadoni.</p> + +<p>—¡Oh, Alteza!</p> + +<p>Su sonrisa no expresaba asombro. Saludó al príncipe +como si lo hubiese visto el día anterior.</p> + +<p>Fué guiándole por corredores y salones sumidos en +una penumbra policroma y que olían á polvo. Hacía +muchos meses que los ventanales de colores no habían +sido abiertos ni descorridas las cortinas. El concentraba +su existencia en una sola habitación. Lubimoff chocó +con arcones y armaduras, hizo vacilar dos enormes ánforas +japonesas, se enganchó en los numerosos salientes +de este profuso decorado de «estudio romántico» que +había estado de moda veinticinco años antes.</p> + +<p>Volvieron finalmente á la luz, una luz esplendorosa +que entraba por tres puertas abiertas sobre una terraza +vecina al barranco.</p> + +<p>Era el <i>hall</i> de la «villa», adornado con telas y divanes +indostánicos. El príncipe reconoció que Spadoni no +estaba mal instalado en «su tumba». Un gran piano de +cola era el único mueble que se mantenía limpio en esta +pieza invadida por el polvo. Sobre el atril permanecían +abiertos varios cuadernos de música manuscrita.</p> + +<p>Al ver que Lubimoff se fijaba en ellos, el pianista +hizo un gesto desesperado.</p> + +<p>Era grande su pobreza: tenía que dar conciertos para +vivir, se veía obligado á estudiar obras nuevas.</p> + +<p>Habló de estos trabajos como si representasen la más +cruel imposición de la realidad, la mayor decadencia de +su vida.</p> + +<p>Varias damas organizadoras de obras benéficas de la +guerra habían buscado su concurso. Tocaba gratuitamente, +por «patriotismo», pero las buenos señoras siempre +encontraban el medio de darle una cantidad. ¡Era +tan enorme su miseria! Sólo de tarde en tarde entraba +en las salas de juego. No podía ni apuntar en la ruleta, +donde las puestas son de cinco francos.</p> + +<p>Quiso el príncipe leer los títulos de las partituras, y +Spadoni intentó ocultarlas con una precipitación cómica.</p> + +<p>—¡Verdaderas porquerías!... No hay que mirar eso, +Alteza. En esta Costa Azul, cuando las señoras entradas<a name="page_379" id="page_379"></a> +en años no encuentran ya quien las ame, se dedican +á escribir romanzas ó bailes de gran espectáculo, y el +Casino acepta sus obras para no disgustarlas. Ese teatro +de Monte-Carlo resulta, en ciertos días, el templo de +la imbecilidad musical... No; mejor será que conozca lo +que damos esta tarde. Es la obra de una millonaria que +lo escribe todo, música y versos.</p> + +<p>Y leyó en alta voz los títulos de varías «escenas pintorescas»: +<i>Diálogo entre la mariposa y la rosa</i>, <i>Lo que la +palmera le dijo al agave</i>, <i>Plegaría de la cigarra á nuestro +padre el Sol</i>.</p> + +<p>—Por suerte, Alteza, esta situación deshonrosa no durará. +Tengo un medio... ¡un medio!...</p> + +<p>Olvidando el piano, las partituras y su degradación +musical, se lanzó de golpe en el mundo de las quimeras. +Conocía el secreto del grande hombre, de aquel +griego que ganaba millones en el <i>Sporting</i>. Lo había +sorprendido, con su propia malicia, después de sonsacar +ciertos datos á un acompañante del personaje. Era una +combinación sencilla, como todas las cosas geniales. Por +ejemplo...</p> + +<p>Y tendió su mano hacia una baraja que estaba en +una mesa, sobre unos cuantos volúmenes encuadernados +en rojo: las nueve sinfonías de Beethoven.</p> + +<p>¡Ah, no!... El príncipe le contuvo con brusquedad, +para que no se entregase á su manía demostrativa.</p> + +<p>—Yo esperaba encontrar aquí á Atilio—dijo luego +suavemente.</p> + +<p>El músico pareció despertar.</p> + +<p>—¿Atilio?... ¡Ah, sí! Vivió conmigo unos días, pero +se fué.</p> + +<p>Obsesionado aún por su prodigiosa combinación, habló +distraídamente, sin conceder interés á sus palabras. +Castro había manifestado deseos de vivir con él, se lo +dijo un anochecer en el Casino, y Spadoni abandonó +Villa-Sirena para acompañarle. Un amigo no puede +hacer menos.</p> + +<p>—Pero ¿cuándo se fué?... ¿En dónde está?...</p> + +<p>—Se fué anteayer, y debe estar en París. ¡Un disparate +su viaje! Imagínese, Alteza, que en los últimos días +jugó con una suerte magnífica, hasta ganar veinte mil<a name="page_380" id="page_380"></a> +francos. ¡Si hubiese seguido!... Pero no quiso: tenía +prisa. Me dió quinientos francos, y los perdí inmediatamente; +era muy poco dinero para mi combinación. Creo +que va á hacerse soldado; me habló de la Legión extranjera. +De él se puede esperar cualquier disparate. +¡Un hombre que gana y huye!...</p> + +<p>Luego, como si la máquina desarreglada de su cerebro +funcionase lógicamente por unos segundos, añadió, +con una sonrisa maligna:</p> + +<p>—Doña Clorinda también se ha ido á París. Se marchó +dos días antes que él... ¡Oh, Alteza! ¡cómo me acuerdo +de aquello que nos dijo en un almuerzo sobre las mujeres!... +Las conozco, príncipe: todas ellas son temibles +enemigos.</p> + +<p>Y señalaba rencorosamente <i>Lo que la palmera le dijo +al agave</i>.</p> + +<p>En vano el príncipe insistió en sus preguntas. No +sabía más, no le inspiraba curiosidad la suerte de Castro. +Se había ido á París para hacerse soldado, ¡y él +tenía tantos amigos soldados!...</p> + +<p>«La Generala», por ser mujer, le infundía más interés, +excitando su maledicencia.</p> + +<p>—Yo creo—dijo, con su sonrisa de misógino—que se +fué por celos, por despecho. La duquesa de Delille ha +acaparado á ese teniente que le presentó ella. Hasta +parece que el tal teniente ha tenido un duelo...</p> + +<p>El pianista palideció, mirando con espanto á Lubimoff. +Su gesto fué igual al del que habla en voz alta +creyéndose á solas, y nota repentinamente que alguien +le escucha. Quedó confuso y balbuceando:</p> + +<p>—No sé... ¡la gente dice tantas mentiras!... ¡Cosas de +mujeres!</p> + +<p>Lubimoff sintió una confusión igual al darse cuenta +de que hasta Spadoni se había ocupado con regocijo de +su aventura.</p> + +<p>Consideraba ya inútil seguir hablando con este imbécil. +Se levantó, y el músico, trémulo aún por su indiscreción, +dió muestras de igual apresuramiento por terminar +la visita.</p> + +<p>—¿Y Novoa?—preguntó el príncipe al llegar á la +puerta de la casa—. ¿Se ha ido también?...<a name="page_381" id="page_381"></a></p> + +<p>No; éste seguía en Mónaco, trabajando en el Museo +cuando no tenía ocupaciones más urgentes. Se encontraban +muy de tarde en tarde. ¿Cómo podían verse, si +él, Spadoni, á causa de su miseria, se abstenía de entrar +en las salas de juego?...</p> + +<p>—Continúa jugando, Alteza; pero muy mal, con la +timidez del novato, y por eso pierde. No tiene la estofa +de nosotros, los verdaderos jugadores.</p> + +<p>Se irguió el pianista al decir esto, como si no hubiese +perdido nunca y poseyera todos los secretos del +azar.</p> + +<p>—Le he enviado dos entradas para el concierto de +esta tarde: una para él y otra para esa señorita Valeria, +acompañante de la duquesa. ¡El pobre! ¡siempre haciendo +tonterías como un enamorado!...</p> + +<p>Pero su sonrisa de hombre superior, exento de tales +humillaciones, se cortó al darse cuenta de que otra vez +estaba diciendo algo molesto para el príncipe.</p> + +<p>Este pasó de nuevo junto á la tumba, pero sin verla +ni acordarse del incógnito general. ¡Castro se había +ido!... ¡Castro quería hacerse soldado!...</p> + +<p>Luego de seguir el camino descendente de los Monegetti +hasta la plaza de Armas de La Condamine, tomó +la avenida de suave pendiente que sube hasta Mónaco. +Esta marcha le proporcionaba cierta voluptuosidad muscular +después de su largo encierro.</p> + +<p>Al verse entre los dos torrecillas que marcan la entrada +de los jardines, le asaltó el recuerdo de Alicia. Un +poco más allá habían descendido del carruaje; detrás de +los árboles estaba el banco en que la habló por primera +vez de su amor; abajo, al borde de las rocas, se desarrollaba +el solitario camino por el que pasaron como en +volandas, al amparo del crepúsculo y con las bocas juntas. +Luego, el rasgón de su vestido, los cómicos y dulces +apuros por repararlo, el alfiler con la perla de la +princesa... Sólo habían transcurrido unas semanas, y +estos sucesos parecían de otra humanidad más feliz, desarrollados +en un planeta distinto, envueltos en una luz +que no era la de la tierra.</p> + +<p>Se esforzó por olvidar. Estaba ahora en una plaza +asfaltada, frente á la escalinata del Museo Oceanográfico.<a name="page_382" id="page_382"></a> +Por primera vez reparó en los adornos arquitectónicos +del blanco edificio. Habían adoptado como motivo +ornamental el manojo de retorcidas patas de los pulpos, +el semicírculo estriado de las conchas, la sombrilla filamentosa +de las medusas. Se fijó en los grupos escultóricos +que simbolizan las fuerzas del Océano ó las artes de +los navegantes; leyó los nombres esculpidos en los frisos, +títulos de buques que se ilustraron por sus exploraciones +científicas.</p> + +<p>Permaneció inmóvil mucho rato, buscando un pretexto +para justificar su visita. Al fin subió la escalinata, +viéndose envuelto en una frescura sonora de catedral, +pero sin la ranciedad del ambiente cerrado, con un tufillo +salino procedente del mar inmediato. El conocía el +palacio: á un lado, el vasto salón de conferencias y asambleas +científicas, semejante á un Parlamento, con lámparas +de cristal helado que afectan las distintas formas +animales de las profundidades oceánicas; en mitad del +vestíbulo, la estatua del príncipe Alberto vestido de marino +y apoyado en la baranda del puente de su yate; al +lado opuesto y en los pisos superiores, las colecciones +recogidas durante los viajes de este navegante de la +ciencia: miles de peces y moluscos, esqueletos gigantescos +de cetáceos, piraguas y herramientas de pesca de los +mares polares. En los pisos inferiores, debajo de sus pies, +en aquel segundo palacio que, adherido al acantilado, +descendía hasta el mar, estaban los acuarios, las bestias +misteriosas del abismo continuando su existencia entre +burbujas de agua corriente, en sus jaulas de cristal.</p> + +<p>Un portero de levita azul y kepis galoneado de rojo +intentó ofrecerle un cartón de entrada, pero se contuvo +al ver que se detenía junto al torniquete, preguntando +por Novoa.</p> + +<p>—Salió hace un momento. Tal vez lo encuentre en las +inmediaciones del Palacio. Casi todos los días, antes del +almuerzo, da la vuelta á la roca.</p> + +<p>«La roca», para los monegascos, es por antonomasia +el peñón en que está asentado Mónaco, y dar su vuelta +equivale á seguir el contorno de jardines y abandonados +baluartes que, partiendo del palacio de los Príncipes, +vuelve á él después de abarcar toda la vieja capital.<a name="page_383" id="page_383"></a></p> + +<p>Siguió exteriormente la cerca de los jardines de San +Martino. No osaba penetrar en ellos: temía encontrarse +con el banco en que habían estado aquella tarde. Avanzó +por las calles de la ciudad, estrechas, sin aceras, pavimentadas +de anchas losas, como en muchas poblaciones +de Italia.</p> + +<p>Las viviendas, viejas y altas, recordaban los tiempos +en que el suelo era precioso dentro de una península estrechamente +ceñida por sus fortificaciones. Algunas casas +estaban perforadas por túneles, y al final del arco se +veía la claridad y la blancura de la otra calle paralela. +Los edificios más grandes eran conventos ó colegios religiosos. +Sonaban lentas campanas sobre los tejados, como +en un pueblo de España; quedaban en las calles muchos +retablos con imágenes alumbradas por un farolillo.</p> + +<p>Al estremecerse las losas del pavimento bajo un paso +humano, se entreabrían ventanas. Un carruaje provocaba +la aparición de muchas cabezas. Los escasos transeuntes +eran á veces canónigos de la catedral, frailes +descalzos con una corona de pelo en torno del cráneo +afeitado, monjas con enormes mariposas almidonadas +en la cabeza.</p> + +<p>Sólo un pequeño puerto separaba la vieja ciudad de +aquella otra ciudad situada en la cumbre de enfrente, +con su Casino, sus hoteles, sus orquestas y su muchedumbre +de placer y de fortuna. Un corto trayecto de +tranvía bastaba para hacerse la ilusión de haber saltado +sobre dos siglos. Lubimoff recordó la impresión de extrañeza +que despertaban al atravesar la plaza del Casino +estos frailes descalzos cuando bajaban en grupo á Monte-Carlo.</p> + +<p>Pasó bajo una galería cubierta que formaba arco +entre dos casas. Un gran descampado, una llanura, se +abrió ante él. Era la plaza del Palacio. Enfrente estaba +la vivienda señorial de los Grimaldi, conjunto de edificios +de diversas épocas, que le recordó los palacios de +algunos príncipes soberanos de la antigua Italia. Era de +color rosa obscuro, cortado por el arquerío de las <i>loggias</i>, +y tenía adosados unas torres de sillares blancos con almenas +hendidas. También conocía él este palacio, puramente +de aparato y deshabitado, pues el príncipe reinante,<a name="page_384" id="page_384"></a> +en las cortas visitas á sus dominios, prefería vivir +en su yate.</p> + +<p>Primeramente llamó su atención la guardia del edificio. +Los soldados de Mónaco, viejos gendarmes franceses, +habían partido á la guerra, y una milicia nacional +se encargaba de sustituirlos. Estaba compuesta de legítimos +ciudadanos de «la roca», descendientes de cuatro +generaciones de monegascos. Ellos solos podían contribuir +á la defensa ideal del principado, así como gozaban +las ventajas de pertenecer á un país, único en el mundo, +donde nadie paga contribución y todos al nacer tienen +el pan asegurado, gracias al Casino.</p> + +<p>Lubimoff admiró al guerrero de guardia, un viejo +de bigote blanco, cargado de hombros, casi jorobado, +con gabán de color castaña y sombrero hongo. Un brazal +rojo y blanco en una manga era todo su uniforme. +Llevando al hombro su fusil antiguo, que aún hacía +más enorme y pesado una bayoneta interminable, hubiera +podido descansar junto á la garita pintada con +los colores de Mónaco; pero prefería moverse en incesante +paseo, mirando á todas partes por si alguien intentaba +penetrar en el alcázar del ausente soberano. +Otros padres de familia y hasta abuelos, vestidos con +sus trajes de domingo, esperaban pacientemente en un +banco que les llegase el turno de ejercer la honorífica +función.</p> + +<p>Lo más notable de esta explanada era la artillería, +una cantidad de cañones del siglo XVIII que estaban +allí decorativamente, como las armaduras que adornan +un salón... A ambos lados de la puerta del Palacio se +alineaban seis piezas enormes y magníficas, fundidas +en un bronce verde de estatua y cinceladas como obras +de museo. Junto á sus bocas, el metal se retorcía formando +la hojarasca de un capitel; su parte opuesta la +remataba una cabeza de medusa. El fuste de estas columnas +huecas estaba adornado con las tres flores de lis +de la vieja monarquía francesa, los agarradores de cada +cañón eran dos delfines, y todas las piezas ostentaban +el lema pretencioso <i>Nec pluribus impar</i> de Luis XIV, +con otro más sombrío: <i>Ultima ratio regnum</i>.</p> + +<p>El príncipe sonrió ante este lema.<a name="page_385" id="page_385"></a></p> + +<p>«Ahora, las piezas de artillería—se dijo—ya no son +«la última razón de los reyes», pero lo son de los pueblos. +Hemos adelantado poco.»</p> + +<p>Todos estos cañones verdes tenían su nombre propio, +lo mismo que un buque ó un regimiento. Uno se llamaba +<i>Nerón</i>, otro <i>Tiberio</i>; más allá abrían su redonda +boca el <i>Robusto</i> y el <i>Roncador</i>.</p> + +<p>En los parapetos que cerraban por ambos lados la +extensa plaza asomaban sus gargantas, sobre el puerto +ó sobre el mar libre, otras piezas más modestas, pero +igualmente enormes y vetustas. Las balas macizas de +estos cañones formaban pirámides, y una vegetación parásita +se había introducido entre las pelotas de hierro.</p> + +<p>Detrás del Palacio, como un telón de fondo, se elevaba +la montaña francesa de la <i>Tête du chien</i>, brillando +en su redonda cumbre las vidrieras del cuartel de los +cazadores alpinos. La meseta de Mónaco era simplemente +el último peldaño de la gran escalera que los +Alpes dejan caer hacia el mar. Arriba se enredaban las +nubes en los picachos, cubriéndolos momentáneamente +de una sombra tempestuosa; abajo, entre los muros rosados +y las torres blancas de los Grimaldi, se erguían +la palmera tropical, el cocotero, el plátano, dando á este +castillo ligurio un aspecto de hacienda brasileña.</p> + +<p>Estaba Lubimoff en el parapeto que da sobre el mar +libre, sentado entre dos cañones, cuando vió la llegada +de Novoa por los baluartes que dominan el puerto.</p> + +<p>Al reconocer al príncipe apresuró su blanda marcha, +acercándose á él con la mano tendida.</p> + +<p>¡Simpático profesor! Nunca le parecieron á Miguel +sus ademanes francos con tanto atractivo como ahora. +Celebraba mucho este encuentro, creyéndolo casual, y +el príncipe no quiso hablar de su visita al Museo, para +que Novoa ignorase que había venido en busca suya.</p> + +<p>Maquinalmente empezaron á pasearse entre la fila +de cañones y unos cuantos árboles que daban pálida +sombra á este lado de la plaza.</p> + +<p>Era Lubimoff el que preguntaba, mostrando interés +por la suerte de su amigo y acogiendo sus quejas con +una sonrisa bondadosa.</p> + +<p>Novoa se mostró descontento. Este país de vida dulce<a name="page_386" id="page_386"></a> +y alegre resultaba fatal para el estudio. ¡Pensar que +allá en su tierra se lo imaginaban haciendo descubrimientos +útiles en los misterios del mar! El Casino extendía +su influencia á todas partes, hasta al Museo +Oceanográfico. Muchas veces, mientras estudiaba el +<i>plancton</i>, le acometía una nueva idea para desentrañar +los misteriosos saltos de las series del «treinta y cuarenta». +Trabajaba por las mañanas con el pensamiento +fijo en Monte-Carlo; y apenas llegada la tarde, sentía +un deseo irresistible de ir allá. Era inútil que inventase +pretextos para mantenerse fijo en «la roca». Había perdido +cantidades enormes para él, y necesitaba recuperarlas. +Pensaba con inquietud en el dinero recibido de +su país á cuenta de la modesta fortuna heredada de sus +padres.</p> + +<p>—Algunos días, el buen sentido me dice que debo volverme +á España, y deseo realizar inmediatamente este +buen consejo. Por desgracia, hay ciertas cosas que me +retienen aquí y quebrantan mi voluntad.</p> + +<p>—Las conozco—dijo Miguel sonriendo—. La primera +de todas, el amor.</p> + +<p>Novoa se ruborizó, aceptando luego con un cómico +ademán de confusión las palabras del príncipe. Sí; algo +había de eso, y el amor le proporcionaba disgustos, lo +mismo que el juego.</p> + +<p>Lubimoff vió de pronto en sus ojos una expresión +igual á la de Spadoni. También éste sabía lo ocurrido, +y al hablar del amor recordaba inmediatamente aquel +duelo absurdo. Pero Novoa era otro hombre, incapaz de +sentir el maligno placer de los maldicientes, que se regodean +con las torpezas ajenas. Además, Miguel le tenía +por muy franco, y pronto se convenció de ello.</p> + +<p>Tranquilamente, sin pensar si con sus palabras molestaría +al otro, el profesor aludió á lo ocurrido en el +castillo de Lewis. Lo lamentaba como algo ilógico y +extemporáneo, mas no por esto había dejado de interesarle +la suerte del príncipe. Si se abstuvo de ir á Villa-Sirena, +fué por no parecer entrometido. Varias veces +había hablado con el coronel, encargándole que saludase +al príncipe de su parte.</p> + +<p>Luego, como si se arrepintiese de la severidad con<a name="page_387" id="page_387"></a> +que juzgaba aquel duelo, dió explicaciones. La imagen +de Castro había pasado por su memoria, haciéndole +mirar á su acompañante con una tolerancia fraternal.</p> + +<p>—Yo comprendo muchas cosas. No soy hombre de armas, +como usted, y sin embargo, una vez sentí deseos +de batirme. Ahora me río cuando lo pienso; pero, en +iguales circunstancias, volvería á hacer lo mismo... ¡El +poder de las mujeres! ¡Cómo nos transforman!...</p> + +<p>El príncipe no protestó al oir que Novoa le suponía +enamorado, atribuyendo aquel duelo á la influencia de +una mujer. Y siguió guardando silencio, mientras el +profesor, por una asociación lógica, empezaba á hablar +de Alicia. Este sabio bueno y sencillo mostró una verdadera +alegría al comunicar ciertas noticias que juzgaba +agradables para Lubimoff.</p> + +<p>Igual interés sentía por su compatriota Martínez. El +no odiaba á nadie. Hasta tenía olvidadas sus incompatibilidades +con Castro, que le habían hecho abandonar las +abundancias de Villa-Sirena.</p> + +<p>—Ese pobre teniente es menos feliz que usted, príncipe; +el tal duelo ha tenido malas consecuencias para él. +Yo gozo de cierta intimidad con personas allegadas á la +duquesa de Delille... No necesito decir más: usted sabe +que puedo estar enterado de lo que ocurre en Villa-Rosa. +Pues bien; después del desafío, yo no sé qué ha pasado, +pero Martínez entra en aquella casa con menos frecuencia. +Transcurren días enteros sin que se atreva á llamar +á su puerta. Algunas veces va allá, y la persona que +usted sabe me dice que la duquesa se niega á recibirle. +Es ahora un simple visitante, un amigo como otro cualquiera. +La duquesa quiere evitar la antigua intimidad; +le envía regalos al hotel de los oficiales, se preocupa de +su bienestar, encarga á la señorita amiga mía que se +entere de si le falta algo, pero sólo lo recibe de tarde en +tarde. Se acabaron los almuerzos y las comidas á diario, +aquella vida común, en la que sólo faltaba que durmiese +en la casa... Y el pobre muchacho parece triste, desesperado, +por este cambio.</p> + +<p>Se animó el profesor en sus confidencias al notar el +agrado con que las recibía el príncipe.</p> + +<p>—Una persona—continuó, con cierta vacilación—que<a name="page_388" id="page_388"></a> +pasa algunas noches por la calle de la duquesa... (¡qué +diablo! ¿por qué no decir la verdad?) yo, que algunas +veces rondo por las inmediaciones de la «villa», esperando +á la señorita en cuestión, he sorprendido á Martínez +cerca de la casa, deslizándose junto á la verja, +mirando á las ventanas. ¡Pobre muchacho!... Y me dicen +que de día, cuando teme que la duquesa no va á +recibirlo, hace los mismos paseos.</p> + +<p>Un doble sentimiento conmovió á Lubimoff: de rabia, +por la convicción de que no se había equivocado: aquel +soldadito amaba á Alicia; de gozo, al saber que ya no +era recibido en la casa, como antes, y rondaba inútilmente +en torno de ella. Representaba una alegría negativa, +pero alegría de todos modos, al ver á aquel jovenzuelo +en una situación igual á la suya.</p> + +<p>Novoa, hombre simple en sus gustos, que no podía +comprender el amor mas que ordenadamente, dentro +de la regularidad de una equivalencia de edades, rió de +este apasionamiento del oficial como de algo grotesco.</p> + +<p>—¡Qué absurdo! ¡Enamorarse de ese modo de una +mujer que casi puede ser su madre!...</p> + +<p>El príncipe se estremeció al oir esto, mirando fijamente +á su acompañante. No; no sabía nada. Continuaba +riendo de su propio comentario, sin ninguna intención +oculta. El secreto de Alicia sólo él podía conocerlo.</p> + +<p>Aún dieron varios paseos entre los cañones y los árboles. +De pronto, empezaron á sonar las campanas de las +iglesias y conventos de Mónaco, conversando, á través +del éter cargado de luz, con las del fronterizo Monte-Carlo.</p> + +<p>Las doce. Novoa se inquietó. Era hombre de costumbres +fijas, y además, los monegascos en cuya casa estaba +alojado mantenían rigurosamente la puntualidad +en las comidas. ¡No haber en Mónaco un restorán, para +darse el lujo de invitar al príncipe!... Este le propuso +que lo acompañase á la lejana Villa-Sirena para almorzar +juntos. ¡Se sentía tan bien en su compañía! ¡le daba +noticias tan interesantes!...</p> + +<p>—¡Imposible!—se apresuró á decir el profesor—. Tengo +que ver á una persona en Monte-Carlo así que acabe mi +almuerzo. Me esperan.<a name="page_389" id="page_389"></a></p> + +<p>Lubimoff no insistió, adivinando que la tal persona +era Valeria.</p> + +<p>Un carruaje único estaba guarecido en la sombra +menguada de los árboles. Se había quedado allí después +de traer á unos extranjeros que prefirieron, á la salida +del Palacio, descender á pie por el antiguo camino fortificado.</p> + +<p>Miguel lo ocupó, haciéndose conducir á Villa-Sirena. +Todo el resto del día y gran parte de la noche transcurrieron +para él dulcemente, mientras rumiaba en su memoria +las noticias adquiridas. No era mala la jornada. +De Atilio apenas se acordó. Se había ido á París; esto era +lo único cierto. En cambio, el infortunio de Martínez le +hizo canturrear alegremente, y este regocijo engañó al +coronel.</p> + +<p>—Lo que yo digo: Su Alteza debe salir y ver gentes. +Tenía la seguridad de que el paseo de hoy daría buen +resultado.</p> + +<p>Al día siguiente, el príncipe aún tuvo una sorpresa +más grata. Estaba terminando de almorzar, cuando su +ayuda de cámara anunció con tono ceremonioso: «El +señor profesor Novoa.»</p> + +<p>Presintiendo Miguel algo muy interesante para él, +recibió al español con una efusión extraordinaria nunca +vista por Toledo. ¡Incomparable Novoa! ¿De veras que +había almorzado ya? ¡El buen orden de los solitarios de +Mónaco!... Entonces, tomaría café con él.</p> + +<p>Y dió fin apresuradamente á su almuerzo para pasar +al <i>hall</i>, donde esperaban el café y los licores. Era tan visible +la impaciencia del visitante por hablar con él sin +testigos, que Lubimoff se dió prisa en inventar un pretexto +para que don Marcos se alejase.</p> + +<p>Cuando quedaron solos, Novoa dejó su taza sobre un +velador, dió varias chupadas al cigarro, mientras parecía +concentrar su voluntad, y al fin dijo con resolución:</p> + +<p>—Tengo un encargo que darle: me envía cierta persona... +sospecho que hago un mal papel. ¡Un hombre +como yo llevando recados de esta clase!... Pero ¿qué +es lo que las mujeres no nos obligarán á hacer?... Además, +entre hombres debemos ayudarnos. Usted, que es +tan caballero, también sería capaz de hacer por mí...<a name="page_390" id="page_390"></a></p> + +<p>Y el buen profesor hablaba como si se sintiera ligado +con el príncipe por una camaradería profesional, por +una condición idéntica. Los dos estaban enamorados.</p> + +<p>Lubimoff, ansioso por conocer el encargo, hizo gestos +de aprobación. Sí: no se equivocaba; era capaz de +hacer en su favor cuanto le pidiese. Le tenía en este momento +por el primero de sus amigos. Pero ¿qué era el +encargo?...</p> + +<p>Novoa continuó, con cierta vacilación. El día anterior, +después de su encuentro con el príncipe, había +visto á aquella señorita... aquella señorita acompañante +de la duquesa. El se lo contaba todo; una mala costumbre, +pero los enamorados no siempre han de hablar de +ellos mismos...</p> + +<p>—Estuvimos juntos en un concierto, y esta mañana +ha venido al Museo para encargarme que le viera á +usted inmediatamente. Yo me he resistido á cumplir el +encargo, pero usted sabe lo que son las mujeres. Además, +esa joven tiene su genio... Total, que estoy aquí y +repito lo que me han dicho.</p> + +<p>Calló un momento, y después de mirar á todos lados, +añadió con tono misterioso:</p> + +<p>—Esta tarde, en San Carlos.</p> + +<p>Había llegado hasta allí preocupado por la obscuridad +del mensaje. ¿Qué San Carlos era éste? ¿Un hotel?... +¿un paseo?... Como habitante de Mónaco, sólo conocía el +Casino en Monte-Carlo. Lo único indudable para él era +que el mensaje de Valeria procedía de la duquesa.</p> + +<p>Tuvo Miguel que ocultar la alegría que le causaron +estas palabras. ¡Alicia le buscaba!... A pesar de su contento, +sintió la necesidad de pedir nuevos detalles. ¿No +le habían indicado una hora?...</p> + +<p>—No, príncipe. «Esta tarde, en San Carlos»; ni una +palabra más. Esa señorita casi se enfadó porque le pedí +aclaraciones. Ya le he dicho que la intimidad tiene su +mal carácter... como todas. Me afirmó que usted entendería +el recado inmediatamente.</p> + +<p>Miguel hizo un gesto de aprobación; sí que lo entendía... +¡Sabio amable! En aquel momento le deseaba +cuantas felicidades puede gozar un hombre. De no conocer +sus escrúpulos y su altivez, hubiese pedido á don<a name="page_391" id="page_391"></a> +Marcos todo el dinero que había en la casa para entregárselo +á manos llenas. Pero ya que era imposible una +dádiva material, hizo votos por que aquella Valeria, á +la que tenía por una ambiciosa, pudiese embellecer la +vida del profesor. Tan optimista le hizo su contento, +que hasta creyó en una equivocación de su parte, adornando +á la acompañante de la duquesa con un sinnúmero +de virtudes ocultas.</p> + +<p>Toledo había vuelto, y el príncipe, que deseaba +agradar á Novoa, le habló de las exploraciones oceanográficas, +mostrando una viva curiosidad por ellas, mientras +su pensamiento estaba lejos.</p> + +<p>Pero este halago resultó inútil. El profesor vacilaba +al responder á las preguntas. Tenía prisa; le esperaban... +Sin duda, Valeria necesitaba conocer pronto el +resultado de su mensaje. Y el príncipe mostró también +cierta precipitación al acompañarle hasta la verja de +entrada, con grandes extremos de amistad. Debía volver +con frecuencia á Villa-Sirena; era el único amigo +fiel. ¡Lastima que se negase á vivir allí, como en otros +tiempos!...</p> + +<p>Al quedar solo, Lubimoff subió á las habitaciones +del primer piso. Temía que el coronel adivinase su contento. +Una sensación de orgullo y de triunfo se mezclaba +ahora con la alegría del primer instante.</p> + +<p>Pensó en su situación. Don Marcos había guardado +silencio después del duelo, y él, influenciado por la soledad, +se entregaba al desaliento, creyéndose objeto de +las burlas de todos.</p> + +<p>Ahora veía claro. Alicia deseaba volver á él, sintiendo +un nuevo interés por su persona. Todo lo indicaba +así: el teniente casi expulsado de aquella casa +que dos semanas antes consideraba como suya; su protectora +evitando el verle, para lo cual espaciaba sus +visitas. Además, al enterarse ella por Valeria de que +su antiguo enamorado había roto la voluntaria clausura +en Villa-Sirena, se apresuraba á darle una cita +inmediata, como si le urgiese reanudar sus relaciones +con él.</p> + +<p>Se felicitó de la agresividad inexplicable que le +había impulsado á ofender á Martínez. ¡El, que en los<a name="page_392" id="page_392"></a> +últimos días se arrepentía de esta locura!... Lo que le +había pesado como un remordimiento era tal vez lo más +cuerdo y más oportuno de su vida. Alicia, al ver que, +loco de celos, realizaba un acto absurdo para muchos +batiéndose por ella, se sentía indudablemente halagada +en su vanidad y le miraba con nuevo interés.</p> + +<p>«¡Las mujeres!—pensó Lubimoff—. Hay que conocerlas. +Su admiración va instintivamente hacia el fuerte. +Nada hay como una brutalidad oportuna para conquistar +su afecto. Siempre acaban por someterse con +cierto agradecimiento al hombre enérgico que las impresiona.»</p> + +<p>Este fué su primer instante dichoso después de varios +días. Volvió á ser aquel príncipe Lubimoff que había +impuesto casi siempre su voluntad, atropellando los obstáculos, +unas veces con su dinero, las más con un orgullo +imperioso.</p> + +<p>Satisfecho de su rudeza, sintió la necesidad de hermosearse +para acudir á la entrevista. Pensaba en los +machos del reino animal, cuyos dientes, garras y espolones +van acompañados de crestas, melenas y plumajes +que inspiran á las hembras una admiración mística, convirtiéndolas +en sus esclavas. Lo mismo ocurría entre los +humanos. La educación, las leyes, las tradiciones, no +hacían mas que desfigurar el fondo bárbaro de nuestra +existencia.</p> + +<p>Una preocupación le distrajo de estos pensamientos. +¿A qué hora debía presentarse en el sitio indicado? Se +le ocurrió que, al no mencionar la hora, ésta debía ser +la misma del otro encuentro á la puerta de San Carlos. +Pero acabó por creer en un olvido del profesor, y la intranquilidad +le hizo acudir á la cita mucho antes.</p> + +<p>Pasó más de tres horas en ansiosa espera, vagando +por las calles inmediatas á la iglesia, inmovilizándose +en las esquinas, cambiando de sitio al notar la curiosidad +de los transeuntes. Varias veces entró en San Carlos, +para ver siempre lo mismo: las vidrieras policromas +cada vez más pálidas, así como descendía la tarde; los +haces de banderas; los retablos rompiendo la sombra +con el resplandor mortecino de sus oros, y mujeres +arrodilladas é inmóviles: unas mujeres que parecían las<a name="page_393" id="page_393"></a> +mismas de la otra vez, como si las semanas fuesen minutos.</p> + +<p>Con la superstición del que aguarda, se dijo que Alicia +sólo podía presentarse al cerrar la noche, y el día le +pareció interminable.</p> + +<p>Al anochecer dudó.</p> + +<p>—No vendrá.... Debe haberse arrepentido.</p> + +<p>Estaba en la esquina de una calle curva y pendiente +inmediata á la iglesia. Desde allí podía ver las gradas +que comunican la plazoleta con el hundido bulevar. +Nadie subía por ellas; todos los carruajes pasaban sin +detenerse.</p> + +<p>De pronto, tuvo la sensación de que alguien se aproximaba +á sus espaldas. Percibió un leve paso, y al volver +la cabeza vió á una mujer enlutada.</p> + +<p>Todo lo olvidó: la larga espera, las dudas, la fatiga +del interminable plantón, recobrando de golpe su regocijo +de triunfador. Estaba tan seguro de los motivos que +la habían inducido á pedirle esta entrevista, que avanzó +á su encuentro con un aire galante.</p> + +<p>—¡Oh, Alicia!—dijo, tendiendo á la vez sus dos manos.</p> + +<p>Pero estas manos se agitaron inútilmente en el vacío, +sin encontrar dónde asirse, y al fin cayeron con desaliento.</p> + +<p>Lubimoff se sintió desconcertado ante la mirada de +la mujer. Todas las ideas que le habían seguido hasta +allí eran ilusiones y se desvanecían, dejándole confuso +enfrente de la realidad. Esta realidad no permitía dudas. +Los ojos de ella le contemplaron fijamente, con +dureza.</p> + +<p>Alicia habló como si hubiese venido para un negocio +con una persona poco grata y quisiera terminarlo cuanto +antes, viéndose libre de su presencia.</p> + +<p>Existía entre los dos cierto asunto de dinero que ella +necesitaba resolver. No le había escrito porque después +de los sucesos recientes consideraba inoportuno el envío +de una carta. Además, ni ella podía ir á Villa-Sirena ni +quería recibirlo en su casa. Por esto, al enterarse el día +anterior de que habían visto paseando á Miguel—que +ella se imaginaba enfermo—, se atrevía á citarlo allí, +para verse unos momentos nada más.<a name="page_394" id="page_394"></a></p> + +<p>—Hablemos como si fuésemos comerciantes; unos comerciantes +que tienen prisa y no malgastan sus palabras... +Yo te debo dinero, y me es imposible vivir tranquila +mientras no te lo devuelva: trescientos mil francos +que me dió tu madre, lo que me prestaste tú en el Casino... +tal vez algo más. Tengo bastante para pagar. Si no +quieres ocuparte del asunto, envíame á Toledo.</p> + +<p>Lubimoff quedó absorto ante estas palabras inesperadas. +Ella, después de hacer su proposición, parecía +ansiosa por marcharse. Ya lo había dicho todo; le +molestaba seguir allí con el príncipe; nada tenía que +añadir.</p> + +<p>—¡No!—dijo Miguel enérgicamente.</p> + +<p>¿Para eso le había llamado? ¿Era todo lo que tenía +que decirle, después de tanto tiempo sin verse?...</p> + +<p>Había tal resolución en su negativa, se reflejaba de +tal modo en su rostro la dolorosa extrañeza, que Alicia +creyó inútil insistir.</p> + +<p>—Está bien; no hablemos más. Conozco tu carácter, y +sé que permaneceríamos aquí discutiendo muchas horas +sin resultado. Yo buscaré el medio de devolverte lo que +es tuyo.... ¡Adiós, Miguel!</p> + +<p>Intentó detenerla el príncipe tomando suavemente +una de sus manos, pero ella la retiró con nerviosa retracción.</p> + +<p>—¡Y te marchas!—dijo él con desaliento—. Yo que +creía, al venir aquí...</p> + +<p>La humildad de su voz pareció irritar á la duquesa, +haciéndola detenerse cuando empezaba á volverle la +espalda.</p> + +<p>—¿Qué es lo que creías?—preguntó con indignación—. +Tu inconsciencia me asombra. ¡Ah, Miguel! +Siempre serás el mismo; únicamente existes tú: sólo +deben tenerse en cuenta tus deseos. Me has hecho mucho +daño, ¡mucho!... y ahora me dices, como un niño: «Yo +que creía...» ¿Qué esperabas después de tus locuras?... +Sábelo bien: te aborrezco. Tu presencia me es odiosa. +¡Te aborrezco!</p> + +<p>El pobre Lubimoff volvió á ver su conducta como en +las horas de voluntario encierro. ¡Ay! ¿dónde estaban +las engañosas fantasías que le habían acompañado hasta<a name="page_395" id="page_395"></a> +allí? Su tristeza, su arrepentimiento, fueron tan visibles, +que Alicia modificó el tono de sus palabras.</p> + +<p>—Tal vez no te aborrezco; pero estoy segura de que +me inspiras lástima: una lástima semejante á la que +siento por mí misma. Somos dos pobres locos, Miguel; +nuestras desgracias vienen de lejos.</p> + +<p>Al recordar sus vidas, Alicia pensó en los constructores +que sufren un grave error cuando asientan los cimientos +de un edificio, y siguen adelante con la ilusión +de que su obra es rectilínea, sin reparar en que está desviada +completamente por defectos de su base.</p> + +<p>—Nuestros principios fueron equivocados. De continuar +el mundo como antes, tal vez hubiéramos permanecido +de pie y triunfadores. El ambiente nos amparaba: +éramos sus hijos.</p> + +<p>Pero el cataclismo universal les había hecho perder +su centro de gravedad para siempre. Estaban ladeados, +con grietas que nadie podría recomponer, próximos á +derrumbarse.</p> + +<p>—Nosotros somos de otra época, y no hay quien sostenga +nuestra fragilidad. Te tengo lástima, Miguel; y +tú debes sentirla por mí, ¡por mí, á quien has hecho +tanto daño!</p> + +<p>El príncipe, á pesar de su humilde encogimiento, +protestó. Había sido imprudente: era cierto. Aquella +agresión en el Casino y el maldito duelo representaban +un escándalo estúpido. Pero ¿qué daño irreparable era +este que tan profundamente la afligía? ¿Cómo su locura, +que sólo le perjudicaba á él, haciéndole objeto de comentarios +y risas, podía desesperarla de tal modo?...</p> + +<p>Le interrumpió Alicia con un gesto desalentado, como +si considerase imposible hacerle comprender sus pensamientos.</p> + +<p>—Mira—dijo señalando la puerta de la iglesia—. Antes, +podía entrar ahí. Recuerda la última vez que nos +vimos en este sitio. Yo venía de rezar, de hablar con mi +hijo; era tal vez una ilusión, pero las ilusiones nos ayudan +á vivir. Y ahora no puedo; el remordimiento me espera +donde hace unas semanas encontraba la esperanza. +Y esto te lo debo á ti, á ti, que me arrebatas la última +felicidad que yo me había inventado...<a name="page_396" id="page_396"></a></p> + +<p>Ya no miraba al príncipe con ojos hostiles. Su voz +temblorosa, su mirada húmeda, eran de una pobre mujer +que se esfuerza por contener su emoción. Miguel +balbuceó contuso, desorientado. ¿El había podido hacer +tanto mal? ¿Cuándo?... ¿cómo?...</p> + +<p>Alicia, sorda á sus preguntas, sólo pensaba en ella y +en su desgracia.</p> + +<p>—Tenía un hijo, y lo perdí—siguió diciendo—. Era +mi esperanza, mi única razón de vivir... El infortunio +me hizo buscar un consuelo. ¿Qué sería de nosotros si no +tuviésemos el poder de engañarnos fabricando nuevas +ilusiones?... Y tuve un segundo hijo, un hijo inventado +por mí, triste, condenado á morir, pero joven como el +otro, desgraciado como el otro, falto de una madre que +alegrase sus últimos días... Yo he querido ser esa madre. +Unicamente puedo sentir la dulzura protectora de la +maternidad; mi papel de mujer ha terminado: sólo puedo +ver un el hombre á un hijo, ¡y tú me privas de este último +consuelo! ¡tú te has llevado mi pobre alegría!</p> + +<p>Lubimoff empezó á comprender. Alicia hablaba de +Martínez; y sintió de nuevo la comezón de los celos.</p> + +<p>—Cuando nos vimos aquí la última vez, yo me había +buscado un refugio plácido dentro de mi dolor. Rezaba +por mi hijo en la iglesia, hablaba con él, le describía +cómo era el hermano en desgracia que aún tenía +en el mundo, pero que tal vez no tardase en ir á buscarle. +Luego, al volver á casa, encontraba al otro, y mi +ilusión era tan enorme, que los confundía á los dos +en uno solo, imaginándome que todo era mentira, el +tiempo y la guerra, que mi hijo vivía aún, que había +vuelto de su cautiverio y estaba á mi lado. No se parecen +(estoy segura, aunque evito mirar los retratos de +Jorge), pero yo los veo iguales; es el uniforme, la desgracia, +la vecindad de la muerte. Además, ¡ese pobre +muchacho era tan bueno!... Tímido, contentándose con +cualquier cosa, mirándome con la dulzura de un animalillo +manso, ¡él, que es tan fiero! venerándome como +á una criatura descendida de un mundo superior... Yo +era su madre. Sus palabras y sus gestos respiraban un +respeto profundo. No era una mujer para él: era algo +así como los ángeles... Y tú, con tu desatinada intervención,<a name="page_397" id="page_397"></a> +has trastornado todo esto. Ya no es mi hijo: +terminó mi ensueño. Debo privarme de su presencia, y +sólo de tarde en tarde encuentra abierta una casa que +yo le hice considerar como suya... Por tu culpa, ese +muchacho, en el que veía á un hijo, es ahora simplemente +un hombre, y yo, su madre, he vuelto á ser una +mujer.</p> + +<p>El rostro de Lubimoff se puso ensombrecido y terroso, +como en la tarde del duelo. Iba comprendiendo.</p> + +<p>—¡Qué hiciste, Miguel!—siguió ella, con su voz gimiente—. +Has despertado con tu locura á ese pobre. Al +batirse contigo, pensó que se batía por mí y que yo no +soy mas que una mujer. Me vió de pronto bajo otra luz, +como si hasta entonces hubiese estado adormecido. Casi +puedo ser su madre; pero las mujeres de mi clase prolongamos +nuestra juventud, la detenemos artificialmente, +y nos desean á la edad en que las de abajo se entregan +á la vejez... Además, comprendo la vanidad de su entusiasmo, +esa vanidad que existe en todos nuestros sentimientos. +Yo soy para él lo desconocido, lo misterioso, +una gran señora, una duquesa, que la confusión de +nuestra época coloca á su alcance. ¡Pobre muchacho! +Hace unas semanas reía en mi presencia con una simpleza +infantil, me miraba tranquilamente, sin que por +sus ojos pasase la sombra de un mal pensamiento. El era +feliz, yo también lo era; ¡mientras que ahora!...</p> + +<p>Se imaginó el príncipe á Martínez persiguiendo á +Alicia con sus deseos de enamorado. «Lo mataré: debo +matarlo», dijo mentalmente. Pero su cólera homicida +sólo duró un instante. Pasaron por su memoria las diversas +escenas del duelo: él besando la mano del oficial, +en un arrebato de inexplicable humildad, que le atormentaba +como un remordimiento. ¿Qué hacer ahora? +Después de lo ocurrido, este hombre era para él algo sagrado. +Y se abandonó otra vez á su desaliento, mientras +Alicia seguía hablando.</p> + +<p>—Mi ensueño se desvaneció. Mi hijo ha vuelto á ser mi +hijo y el otro es un hombre. Imposible confundirlos de +nuevo en una sola persona. Ya no puedo rezar; me da +vergüenza dirigirme con el pensamiento á mi verdadero +hijo; me asalta el recuerdo de lo que le conté; me aterro<a name="page_398" id="page_398"></a> +al hacer memoria de que sigo hablando con el otro, á +pesar de lo que me ha dicho, de lo que leo en sus miradas, +de que conozco sus verdaderos deseos. ¡El mal que +me has hecho! Perdí un hijo, y sólo puedo acordarme +de él con remordimiento; me inventé otro, y me lo has +quitado.</p> + +<p>Luego, como si se quejase contra algo superior que +había regido sus destinos, añadió:</p> + +<p>—¡Qué suplicio! No poder conocer la amistad reposada, +la maternidad tranquila. ¡Siempre el amor saliéndome +al paso!... Yo, que en mi juventud consideré como +única finalidad de la vida inspirar admiración y deseo, +bien castigada estoy... Busqué en ti el apoyo del amigo, +y me deseaste en seguida. Quise engañar mi anhelo de +maternidad cuidando á un infeliz que tal vez muera +pronto, y este hijo afectivo me habla de amor. ¿Es que +las mujeres no podemos conocer la tranquilidad y la +confianza en que viven los hombres?...</p> + +<p>El príncipe la interrumpió con voz rencorosa.</p> + +<p>—No lo veas: rompe con él; ciérrale tu puerta para +siempre. Así recobrarás la paz, y yo... yo seré tu amigo, +seré lo que tú quieras, me bastará con verte.</p> + +<p>Ella acogió con un gesto de incredulidad las últimas +palabras. ¡Le habían prometido tantas veces los hombres +ser simples amigos! Además, conocía bien á Miguel, y no +se tomó la pena de contestar. Lo único que le interesaba +era el consejo de que repeliese definitivamente al herido, +no viéndolo más. Sus ojos volvieron á humedecerse.</p> + +<p>—¡Echar á ese pobrecito!... Tú no puedes comprender +ciertas cosas; tú mandas en los afectos con la misma +arrogancia que disponías antes de las personas. ¿Crees +que puedo abandonarlo? Soy su madre á pesar de todo, +y una madre ya sabes cómo tolera y perdona. El infeliz +no tiene la culpa de sus malos pensamientos: fuiste +tú quien se los sugirió. Además, eso pasará; yo tengo +la esperanza de que se desvanecerán sus disparatadas +ideas.</p> + +<p>La suposición de abandonar al inválido excitó su +piedad, dando á sus palabras un tono amoroso.</p> + +<p>—¡Qué sería de él! No conoce á nadie: está solo en el +mundo; los otros oficiales viven en su patria, tienen familia...<a name="page_399" id="page_399"></a> +Antes podía ir en busca de Clorinda; ahora «la +Generala» se ha marchado, y sólo le quedo yo, ¡la única!... +¿Y quieres que lo olvide? Tú no le conoces bien: +eres su enemigo. Yo recuerdo con delicia su época de +inocencia. Era igual á mi hijo; no, tenía algo más: un +agradecimiento, una veneración reconcentrada que yo +no había conocido nunca. Olvidas la fragilidad de su +existencia. El hace lo mismo: no conoce su verdadera situación; +siente las ilusiones de una juventud sana; cree +contar con muchísimos años. ¡Pobre! ¡El esfuerzo que +me cuesta fingir enfado, repelerle indignada por los +deseos que ha puesto en mí... en mí, que sólo quiero ser +su madre!</p> + +<p>Este tono de dulce lástima hirió á su oyente. Alicia +parecía sentir el remordimiento del que presencia las +últimas horas de un condenado á muerte y tiene que negarle +la satisfacción de su postrer capricho. Se lamentaba +como la enfermera que no puede dar al moribundo +lo que pide entre hipos de agonía.</p> + +<p>Miguel creyó adivinar el secreto de las últimas entrevistas +entre la dama maternal y su ahijado. Tal vez +ella le hablaba de su salud, dejando por un momento de +halagarlo en sus ilusiones, descubriéndole el peligro en +que estaba su existencia; y el otro, con el ardor suicida +de la pasión, imploraba lo mismo que un niño que ha +puesto toda su felicidad en la conquista de un juguete: +«¡Una vez; una vez nada mas!»</p> + +<p>Estaba convencido de que así era en la realidad. Lo +leía en los ojos de ella, que á su vez pareció adivinar lo +que pensaba el príncipe, ruborizándose levemente.</p> + +<p>—¡El mal que me has hecho!—repitió—. Debo alejarlo +de mí, y no puedo separarme de él. Sería un crimen +que lo dejase abandonado á su destino. Tú no sabes +lo que significa para mí esta lucha continua... A veces +lo veo cuando ronda mi casa; lo contemplo oculta detrás +de los visillos de una ventana, y me dan ganas de llorar. +¡Parece tan triste!... Me acuerdo de mi hijo, que también +vivió solo, más abandonado aún que él, que tal vez +se interesó por alguna mujer, ansiando muchas cosas +sin llegar á poseerlas, y siento deseos de llamarle, de +gritar: «Ya que eso es tu ilusión, niño mío, el último<a name="page_400" id="page_400"></a> +anhelo de tu vida, ¡toma!... ¡toma, y sé feliz!» Pero pienso +en su salud, pienso en otras muchas cosas, y contengo +mis impulsos, y lloro, dejándole que vague en torno de +mi casa creyéndose olvidado, cuando le recuerdo á todas +horas. ¡Ay! ¡Que Dios me dé fuerzas! ¡Que no pierda la +calma, y pueda resistir á mi bondad absurda!... Algunas +veces lo dudo.</p> + +<p>—¡Oh, Alicia!...</p> + +<p>El príncipe lanzó esta exclamación con tono desesperado. +Su presentimiento pasaba á ser una realidad; veía +ya á aquel jovenzuelo moribundo poseyendo lo que él +no había podido alcanzar. Sus ojos reflejaron una cólera +homicida.</p> + +<p>Esta expresión hostil molestó á Alicia, transformándola +en otra mujer. Reaparecieron en ella la mirada +dura y la voz cortante que habían acompañado su llegada.</p> + +<p>—Acabemos. He venido para devolverte tu dinero. +¿No quieres recibirlo? ¿Insistes en tu negativa?... Yo encontraré +el medio de que lo aceptes. ¡Buenas noches, +Miguel!</p> + +<p>Efectivamente, había cerrado la noche, y el príncipe +la vió perderse en la penumbra de la calle por donde +había llegado; una calle sin otra luz que la de un macilento +reverbero azul.</p> + +<p>Pensó un momento en cerrarle el paso, suplicante y +humilde... No iba á verla más: estaba convencido de +ello. Pero al mismo tiempo tuvo la percepción de la inutilidad +de su insistencia. Quería ser olvidada por él; +aquella entrevista sólo había sido para suprimir todo lo +que quedaba entre los dos como rastro del pasado... Y +dejó que se alejase.</p> + +<p>A partir de este día, la existencia del príncipe carecía +de objeto. Algo se había roto en su interior: la voluntad, +desmenuzándose en polvo, que envolvía sus sentidos +como una niebla. ¿Qué hacer?... Ni el más angosto +sendero quedaba abierto ante su iniciativa. Alicia le +odiaba como si fuese un enemigo. ¡Adiós para siempre!... +Quedaba el otro, pero este hombre era invulnerable +para él.</p> + +<p>Le bastaba recordar lo ocurrido en el castillo de Lewis,<a name="page_401" id="page_401"></a> +para ver cortados todos sus intentos de acción. Maldijo +aquel sentimentalismo eslavo, confuso é incoherente, +igual al de su madre, que no le permitía insistir en +la maldad, haciéndole caer, cuando menos lo esperaba, +en exageradas sumisiones. ¡Ay, sus lágrimas de arrepentimiento! +¡Aquel beso en la mano del adversario!... Si +evitaba el volver al Casino, era por no encontrarse con +Martínez y aquellos dos capitanes que habían presenciado +el incomprensible final del duelo... Ya no sabía +imponer su voluntad; la antigua dureza de su carácter +se había disuelto en la catástrofe de sus deseos.</p> + +<p>Volvió á encerrarse en Villa-Sirena, para no ver á +nadie. Odiaba á las gentes y al mismo tiempo pensaba +con cierto miedo en las disimuladas sonrisas que podían +saludar su paso, en los comentarios que surgirían á sus +espaldas.</p> + +<p>Don Marcos era el único compañero de esta soledad; +y Lubimoff, que en los primeros días sólo cruzaba con +él contadas palabras, acabó por desear que volviese +pronto de Monte-Carlo, al cerrar la noche, para oir sus +noticias, que en otro tiempo hubiese considerado insignificantes. +Entablaban largas conversaciones sobre lo +que ocurría en el Casino ó sobre los acontecimientos del +mundo. Era la curiosidad del preso ó del enfermo, que +agranda el interés de las cosas con una desorientación +producto de la inmovilidad y del encierro.</p> + +<p>El coronel concedía cada vez menos importancia á +los sucesos de la vida ordinaria. Toda su atención la +había concentrado en las costas del Atlántico y la +opuesta ribera oceánica.</p> + +<p>—¡Siguen llegando!—decía alegremente, luego de saludar +á su príncipe—. Continúa el desembarque de los +americanos: una verdadera cruzada. Son centenares de +miles; son millones... ¡Y pensar que muchos ignorantes +consideraban un <i>bluff</i> lo del envío de los ejércitos de +América!</p> + +<p>Se indignaba de buena fe contra la tal ignorancia, +olvidado ya de sus escepticismos de meses antes.</p> + +<p>—¡Un gran país!... Y ese Wilson, ¡qué hombre!</p> + +<p>Ahora creía al pueblo americano capaz de realizar +todo lo que se propusiera, por inaudito que fuese; pero<a name="page_402" id="page_402"></a> +sus ideas tradicionales le impedían sentir un largo entusiasmo +por algo colectivo y abstracto, sin fisonomía +humana. El antiguo partidario de la monarquía absoluta +prefería á los individuos: un hombre que pensase +por los demás, imponiéndoles sus órdenes. Y á las pocas +palabras, su entusiasmo por la democracia americana lo +recogía para depositarlo reconcentrado sobre la cabeza +de Wilson.</p> + +<p>—¡El primer hombre del mundo!</p> + +<p>Se humedecían sus ojos con un fervor de idólatra al +leer los discursos del Presidente; agotaba todo su léxico +de palabras laudatorias para expresar su admiración +por este personaje que hacía desnudar la espada á un +gran pueblo, desinteresadamente, en defensa de la justicia +y la libertad, y profetizaba al mismo tiempo un +porvenir de paz para los humanos, sin naciones rapaces +que amenazasen la vida de los humildes y los débiles.</p> + +<p>Una noche encontró algo nuevo para hacer patente +su admiración.</p> + +<p>—¡Qué poeta!</p> + +<p>Lubimoff, á pesar de su melancolía, empezó á reir. +¡El presidente Wilson un poeta!...</p> + +<p>Don Marcos, balbuceando ante la risa de su príncipe, +intentó explicarse. No encontraba la palabra exacta para +precisar su pensamiento, pero insistió, considerándolo +justo. Un poeta era para él un vidente que dice cosas +muy hermosas sobre el futuro de los hombres; un profeta +que sueña en la cumbre, abarcando con la mirada +lo que no puede ver el vulgo hormigueante á sus pies; +un ser que, al hablar, sea en la forma que sea, consigue +que parpadeen de emoción los ojos de los que le escuchan, +mientras un escalofrío corre por sus espaldas.</p> + +<p>Se enredó su lengua al decir esto, pero á través de +los balbuceos surgía una firme convicción, incapaz de +rectificarse.</p> + +<p>—En fin, yo me entiendo. Para mí, es un poeta: un +hombre con alas... con unas alas muy largas.</p> + +<p>Volvió á reir el príncipe. ¡Wilson con alas!... Se +imaginó al Presidente con un sombrero de copa, sus +lentes, su sonrisa bondadosa, y saliéndole de la espalda +del chaqué dos triángulos enormes de plumas iguales á<a name="page_403" id="page_403"></a> +las que llevan los ángeles en los cuadros de la pintura +religiosa. ¡Gracioso coronel!...</p> + +<p>Luego quedó pensativo, mientras su rostro tomaba +una expresión grave.</p> + +<p>—Tienes razón—dijo—. Le veo con alas, unas alas +tal vez demasiado largas. Gran cosa para volar, ¡pero +cuando se ha de vivir entre los hombres, marchando +sobre el suelo!... Temo que le arrastren; temo que se +las pisen algún día encontrándolas molestas...</p> + +<p>Y no hablaron más.</p> + +<p>El príncipe quiso romper esta clausura que se había +impuesto voluntariamente. ¿Por qué seguir en Villa-Sirena, +cerca de unas personas que ocupaban á todas +horas su pensamiento y no deseaba ver?... Lo mejor era +volverse cuanto antes á París. Los cañones de largo +alcance seguían tirando sobre la capital; casi todas las +semanas, escuadrillas de aviones alemanes hacían una +excursión nocturna sobre ella, arrojando explosivos. Tal +viaje ofrecía el aliciente de la emoción y del peligro á +este solitario, atormentado en su robustez por una existencia +inmóvil y monótona, sin otra novedad que el rumiar +de nuevo sus recuerdos.</p> + +<p>Todas las mañanas, al levantarse, formulaba el mismo +propósito: «Me voy á París.» Pero el viaje se iba retardando +de semana en semana. Era la abulia del enfermo +que hace proyectos de vida activa, y apenas intenta +realizarlos, vuelve á caer sin fuerzas, y los aplaza para +un porvenir indefinido.</p> + +<p>Los detalles más insignificantes se agigantaban ante +su voluntad enferma. Debía ir á Niza para que le reservasen +un sitio en la oficina de coches-camas. Pensaba en +enviar á don Marcos; luego desistía, encontrando preferible +ir él mismo. Y pasaban las semanas sin realizar este +breve viaje, preliminar del viaje á París, pareciéndole +ambos igualmente largos. El, que por tres veces había +circunnavegado el planeta, se encogía de cansancio al +pensar en la lentitud de los trenes impuesta por la guerra, +en las diez y seis horas de ferrocarril.</p> + +<p>Una tarde, aburrido de sus magníficos jardines, +siempre iguales, del silencio de su casa desierta, de las +distracciones crecientes del coronel, que constantemente<a name="page_404" id="page_404"></a> +tenía algo que hacer en Monte-Carlo ó en el pabellón del +jardinero, se lanzó á pie hasta la ciudad y tuvo un encuentro.</p> + +<p>Sus pasos le llevaron maquinalmente hacia los bulevares +altos, cerca de la calle donde estaba Villa-Rosa. +Al darse cuenta quiso retroceder, y entonces fué +cuando vió venir por la acera opuesta al teniente Martínez, +en la misma dirección que seguía él momentos +antes.</p> + +<p>Le pareció más alto, más fuerte, como envuelto en +un halo de gloria. Su uniforme era el mismo, rapado y +envejecido por varios años de guerra, pero el príncipe +lo vió enteramente nuevo y con un brillo deslumbrador. +Todo en su persona resultaba magnífico y parecía iluminar +las cosas con su contacto. Tal vez su rostro estaba +más exangüe y anguloso, pero Miguel se imaginó que +irradiaba cierto esplendor interno, compuesto de satisfacción +y de orgullo. Una especie de máscara impalpable, +de envoltura astral, le hermoseaba, dándole una +segunda fisonomía, apolónica y triunfadora.</p> + +<p>Se cruzaron sin saludarse. El teniente fingió no verle, +mientras Lubimoff le seguía con una mirada interrogante. +¿Qué es lo que había de nuevo en este hombre? +Dudó de su falta de salud, de su peligrosa situación que +tanto preocupaba á los médicos. ¡Todo mentiras, para +interesar á las damas! Se fijó en la firmeza arrogante +de su paso, en el aire de jovenzuelo con que agitaba el +junco que le servía de bastón.</p> + +<p>Al perderlo de vista aún lo vió mejor. Su imaginación +fué evocando vigorosamente ciertos detalles sobre +los que había resbalado insensible su mirada. Algo surgió +con un relieve doloroso en su memoria: varias rosas, +un pequeño grupo de rosas que el militar llevaba sobre +el pecho, entre dos botones de su uniforme. ¡Un oficial +con flores! Eso era lo que había herido sus ojos desde +el primer instante, con tal extrañeza, que perturbó su +visión. ¡Ay, estas flores!...</p> + +<p>Pasó el resto del día pensando en ellas. Al tenderse +en su lecho, la obscuridad simplificó la maraña de pensamientos +y dudas que se revolvía en su cerebro. Lo vió +todo con una nitidez fría y cortante. «¡Ya ha sido!»<a name="page_405" id="page_405"></a></p> + +<p>Saltó de la cama y encendió luz, paseando furiosamente +por su dormitorio.</p> + +<p>—¡Ya ha sido!...</p> + +<p>Repetía las mismas palabras con una obsesión cruel: +se arrepintió de su generosidad, como si fuese un crimen. +«¿Por qué no lo maté?» Luego volvía á su afirmación +con un acento plañidero, considerando irreparable +lo que ya había sido. Y por mucho tiempo, en la lobreguez +que invadió de nuevo el dormitorio, sonaron las +maldiciones del príncipe, alternadas con rugidos de orgullo +y angustias de llanto.</p> + +<p>Al día siguiente persistió su convicción. La gracia +pueril de la mañana, que infunde optimismos, fué muda +para él. ¿Cómo saber la historia de este suceso sospechado +y temido, pero que nunca creyó llegara á realizarse?...</p> + +<p>Una desesperada curiosidad le hizo pasar el día entero +en Monte-Carlo. Volvió á encontrarse con Martínez. +El oficial siguió adelante, apartando su mirada para no +verle; pero el príncipe creyó sorprender en sus ojos una +expresión fugitiva de lástima generosa, la conmiseración +hacia un rival desgraciado é inofensivo. También +llevaba flores: indudablemente distintas á las del día +anterior.</p> + +<p>Lubimoff repitió mentalmente sus lamentos de la +noche: «Sí, ya ha sido.» Imposible la duda. Pero no se +le ocurrió matarlo, ni arrepentirse de su generosidad. +¡Todo inútil! Sólo pensó con envidia en las gentes de +abajo, en los impulsivos que sienten con simpleza sus +pasiones, sin el estorbo del honor y la palabra empeñada; +en los hombres que saltan por encima de leyes y +costumbres, y cuando quieren matar, matan.</p> + +<p>Lo había visto más demacrado que nunca, con unos +ojos de fiebre: pero ¡ay, aquella máscara impalpable de +vanidad juvenil, de triunfo, de satisfacción, que irradiaba +en torno de su cabeza un nimbo de gloria!...</p> + +<p>En la noche, Toledo se vió repelido bruscamente por +su príncipe al intentar comunicarle una carta que había +recibido de París. El administrador se impacientaba: +pedía una contestación á Su Alteza sobre la venta de +Villa-Sirena.<a name="page_406" id="page_406"></a></p> + +<p>—No sé; déjame en paz... Lo mejor será que trate esto +directamente. Iré mañana á Niza para arreglar mi viaje +á París... Mañana no; pasado mañana.</p> + +<p>No pudo explicarse por qué concedió un día más á +su inacción: fué un diferimiento maquinal, sin motivo +alguno. Al día siguiente, después del almuerzo, se arrepintió, +pero ya era tarde para encontrar al chófer +que le había servido la tarde del duelo, y que don Marcos +acababa de ascender al rango de «proveedor de Su +Alteza».</p> + +<p>¿Adónde ir, seguro de no tropezarse con las personas +que ocupaban su recuerdo?... Cuando empezaba á +caer la tarde se dirigió á las terrazas del Casino. Un +concierto al aire libre atraía enorme concurrencia. No +era fácil que Martínez y la otra se exhibiesen ante esta +muchedumbre.</p> + +<p>Se imaginó vivir en los tiempos de paz; haber retrocedido +á uno de aquellos inviernos privilegiados que empujaban +hacia la Costa Azul á los ricos del planeta. Las +dos terrazas estaban llenas de gente de buen aspecto. +El cañoneo de París y los ataques de los <i>gothas</i> mantenían +en Monte-Carlo á muchas damas elegantes que en +otro tiempo hubiesen considerado perdido su honor al +permanecer en esta ribera calurosa pasado el invierno.</p> + +<p>Faltaban sillas; gran parte del público estaba sentado +en las balaustradas y las escalinatas. En torno del +kiosco de la orquesta había una masa de suaves colores, +formada por los sombreros femeninos, los trajes primaverales, +los inquietos abanicos. Frente á las terrazas se +extendía el mar entre promontorios color de rosa. Las +velas lejanas parecían arder, enrojecidas por el sol moribundo. +La música se amplificaba voluptuosamente al +resbalar sobre la epidermis violeta del Mediterráneo y +el cristal opalino de la tarde.</p> + +<p>Nadie pensaba en la guerra; era una calamidad de +otras tierras y otros cielos. Hasta los convalecientes +con uniforme, que vivían esta hora dulce, respirando la +brisa salada, escuchando los quejidos de los violines y +rodeados de mujeres vistosas, parecían no acordarse. +Muchos ojos seguían el avance por la línea del horizonte +de un rosario de vapores pintarrajeados, como<a name="page_407" id="page_407"></a> +bestias fabulosas, á los que daban escolta varios torpederos. +Pero el arrullo de la música penetrando al mismo +tiempo por los oídos quitaba toda significación á este +medroso disfraz de los buques y á la lentitud recelosa +con que se deslizaban frente á la costa del placer.</p> + +<p>Cuando, después de las siete, terminó el concierto, +las terrazas se despoblaron. Unicamente siguieron en +los bancos algunas parejas, que retardaban el instante +de la separación conversando quedamente en el silencio +azul del crepúsculo.</p> + +<p>El príncipe pudo marchar de un extremo á otro del +paseo más bajo, sin tener que sufrir el contacto de la +muchedumbre.</p> + +<p>De pronto se detuvo, con una sensación de sorpresa +y dolor, como si acabase de recibir un golpe en el pecho. +Por la amplia escalinata que pone en comunicación á +ambas terrazas descendía una pareja. Su instinto los +reconoció á los dos antes que su mirada. Un militar, el +teniente Martínez... ¡y ella!</p> + +<p>Iba de luto, lo mismo que la había visto junto á la +iglesia; pero caminaba con menos resolución, encogida +y temerosa al verse en este sitio ocupado poco antes por +casi todos los vecinos de la ciudad.</p> + +<p>Hablaban mientras descendían con lento paso. Abstraídos +en contemplar el mar, no torcieron su vista hacia +el sitio en que permanecía inmóvil Lubimoff. Tomaron +una dirección opuesta al llegar abajo, y el príncipe pudo +seguirles.</p> + +<p>Sintió que un poder extraordinario de adivinación +aguzaba sus facultades; una doble vista que le permitía +ver y estudiar los rostros de los dos, á pesar de que +marchaba á sus espaldas.</p> + +<p>¡Ay, este paseo! Era el ansia de luz y de aire libre +que se experimenta después de un encierro dulce; la +necesidad insolente de mostrar la propia dicha en público, +cuando empiezan á resultar pesadas las horas +felices, por su monótona repetición; el deseo de prolongar +á la vista de todos la intimidad secreta, con el incentivo +de tener que fingir, ocultando los verdaderos +sentimientos.</p> + +<p>Miguel consideró indiscutibles sus adivinaciones. Era<a name="page_408" id="page_408"></a> +el oficial, sin duda, quien había propuesto este paseo. +¡El orgullo de marchar por un lugar público con una +dama célebre, pensando al mismo tiempo en sus nuevos +derechos!... Ya no pudo dudar más de la imagen que +le había hecho rugir en el silencio de la noche... ¡Había +sido!... ¡Había sido!</p> + +<p>El aspecto de ella repelía toda duda. Marchaba con +cierto desaliento, como el que se ve obligado á seguir +adelante contra sus fuerzas. Vió su rostro sin verlo. Era +triste, profundamente triste, con la melancolía del caído +que tiene conciencia de su abyección y la considera sin +remedio, por ser obra de un fatalismo irresistible, por +estar sus causas más allá del radio de la voluntad.</p> + +<p>Ladeaba la cabeza hacia su acompañante para mirarle. +Debía ser una mirada de prisionera agradecida +que quiere olvidar las miserias del remordimiento y se +siente contenta sensualmente en la vergonzosa esclavitud. +Mientras su alma se encogía ante el recuerdo, su +cuerpo se inclinaba con una atracción material hacia +aquel otro cuerpo, buscando instintivamente el contacto +que hacía reflorecer su juventud con una nueva primavera; +primavera triste, como lo son las sorpresas del +destino, pero más dulce que las horas cenicientas de la +soledad.</p> + +<p>El odio, la repugnancia, la indignación por la dicha +ajena, hicieron detenerse al príncipe. ¿Para qué seguirlos?... +Podían volver la cabeza y verle. Se avergonzó +al pensar en un encuentro. ¡Miserables!... Debía existir +alguien en lo alto que castigase estas cosas.</p> + +<p>Y se alejó de ellos, caminando hacia el otro extremo +del paseo para bajar al puerto de La Condamine.</p> + +<p>Iba á salir de la terraza, cuando ocurrió algo á sus +espaldas que le hizo detenerse. Los grupos sentados en +los bancos se levantaban precipitadamente, y luego de +hablar corrían hacia el mismo sitio de donde venía él. +Oyó gritos, gentes que se llamaban. Una noticia parecía +circular por los dos planos del jardín, haciendo surgir +personas de los senderos, de los grupos de palmeras, de +las murallas de vegetación.</p> + +<p>Lubimoff se dejó arrastrar por esta alarma, volviendo +sobre sus pasos. Vió de lejos una mancha creciente y<a name="page_409" id="page_409"></a> +bullidora, un grupo al que se iban uniendo las filas serpenteantes +de curiosos que bajaban corriendo las escalinatas. +El jardín, momentos antes despoblado, vomitaba +personas por todas sus aberturas.</p> + +<p>Al aproximarse al grupo, pudo oir los comentarios +de varios curiosos sueltos que instruían á los que llegaban.</p> + +<p>—Un oficial convaleciente... Iba paseando con una +señora... De pronto, cae redondo... lo mismo que si lo +hubiese herido un rayo... Ahí está.</p> + +<p>Sí; allí estaba Martínez, en el centro de la masa humana, +como una pobre cosa, tendido en el suelo, guardando +la misma actitud de su caída, con el cuerpo en +forma de Z: la cabeza en ángulo recto sobre su pecho, +las piernas dobladas trazando otro ángulo. Lubimoff +avanzó hasta asomar sus ojos sobre la primera fila de +mirones estupefactos. Un ronquido continuo, un estertor +de pobre bestia agonizante salía de su boca espumosa. +En el cuerpo inmóvil, la única manifestación de vida +era aquel aullido repitiéndose con una regularidad cronométrica, +sin cambiar de tono.</p> + +<p>Los oficiales abandonaban á sus compañeras para +meterse en el centro del corro. Al reconocer á Martínez, +su sorpresa tomaba una expresión acariciante y fraternal.</p> + +<p>—¡Antonio!... ¡Antonio!</p> + +<p>Se inclinaban sobre él para hablarle al oído, como +si durmiese; pero Antonio no escuchaba. Uno de sus +ojos permanecía oculto en la tierra del paseo; una piedrecita +había saltado sobre los párpados del otro. Todo +un lado de su uniforme estaba blanco de polvo. El feroz +ronquido era lo único que respondía á los cariñosos llamamientos.</p> + +<p>Un médico militar salido de la masa tomaba sus manos, +examinando su pulso con un gesto de impotencia. +Le habían dado muchos ataques como éste; deseaba que +no fuese el último...</p> + +<p>Arrodillada en el suelo vió á Alicia, absorta por la +sorpresa, mostrando las sinuosas líneas de su dorso bajo +las ropas de luto, olvidada de todo lo que existía en +torno de ella, fijos sus ojos en aquel hombre que minutos<a name="page_410" id="page_410"></a> +antes marchaba á su lado hablando, sonriendo, convencido +de que la vida es una felicidad, y ahora estaba tendido +en el polvo, anguloso y flácido, como una pobre +cosa que se vacía entre estertores.</p> + +<p>Se levantó, avisada por el instinto, no queriendo +permanecer á la vista de la gente en aquella postura. +Sus ojos enormes, inexpresivos, asustados, fueron mirando +alrededor, sin reconocer á nadie. Al encontrarse +un momento con los de Miguel parpadearon, suplicantes. +Pero el príncipe se ocultó detrás de la primera fila +de curiosos, agachando su cabeza, y los ojos de ella siguieron +adelante en su visión circular, nuevamente apagados, +creyendo sin duda en un error de la ilusión.</p> + +<p>Al quedar de pie Alicia, las gentes se la mostraban. +Esta era la dama que acompañaba al oficial. Algunos +la reconocían, repitiendo su nombre: «la duquesa +de Delille». Por instintiva repulsión, ó por el cobarde +deseo de no verse mezclados en «historias», nadie la +hablaba, dejándola sola en el centro del grupo, con +sus ojos estupefactos que imploraban un auxilio, sin +saber cuál.</p> + +<p>Personas de buena voluntad empezaron á desarrollar +sus iniciativas autoritarias.</p> + +<p>—¡Aire!... ¡dejen aire!</p> + +<p>Daban empellones para hacer mayor el círculo en +torno del caído; pero inmediatamente se volvían hacia +éste, ordenando socorros inútiles, y otra vez se estrechaba +el espacio, llegando los pies de los más avanzados +junto á la boca aulladora del moribundo.</p> + +<p>Una jovencita había trotado espontáneamente hasta +el <i>bar</i> de la entrada del Casino, volviendo con un vaso +de agua.</p> + +<p>—¡Antonio!... ¡Antonio!</p> + +<p>Los arrodillados compañeros le llamaban en vano, +pugnando por entreabrir sus mandíbulas y obligarle á +beber. Su boca repelía el líquido, para seguir repitiendo +el doloroso rugido.</p> + +<p>Empezaron á llegar señoras de las salas de juego, +atraídas por la noticia. Todas conocían á la duquesa; y +la miraron con cierta hostilidad, después de contemplar +al moribundo. El príncipe oyó fragmentos de sus comentarios:<a name="page_411" id="page_411"></a> +«Un pobre que vivía milagrosamente... La más +leve emoción... Esa mujer...»</p> + +<p>Más allá del grupo correteaban los guardias del +jardín transmitiéndose órdenes. Habían aparecido los +bomberos, aquellos bomberos que, según el rumor público, +se filtraban mágicamente á través de los muros +del Casino para llevarse á los jugadores caídos en las +salas.</p> + +<p>Esta vez les faltaba la camilla. Los curiosos se apartaron +para abrir paso á una extraordinaria novedad. +Un carruaje de alquiler iba avanzando por las terrazas, +lugar vedado á los vehículos.</p> + +<p>Lubimoff vió cómo se elevaba la duquesa repentinamente +sobre las cabezas del gentío. Acababa de subir +al carruaje y se mantuvo de pie en él, con la mirada +perdida y un rostro inexpresivo de sonámbula. Tal vez +había hecho esto sin reflexión; tal vez el médico militar +la invitó á subir, creyéndola de la familia del enfermo. +Varios hombres con uniforme levantaron el cuerpo inánime +del oficial.</p> + +<p>Continuaba su ronquido desgarrador.</p> + +<p>Y entonces, ante la muchedumbre, que no podía ver +con sus ojos estupefactos, Alicia procedió como si estuviese +sola. Acababa de dejarse caer en el asiento, é hizo +que pusieran sobre sus rodillas aquel cuerpo igual á un +cadáver. Ella misma, mientras lo sostenía con un brazo, +dobló con el otro la aulladora cabeza, haciéndola descansar +en uno de sus hombros.</p> + +<p>El carruaje se puso en marcha lentamente hacia el +hotel de los oficiales, seguido de una gran parte del +público. El médico iba á pie, recomendando al cochero +que marchase despacio.</p> + +<p>Miguel la vió pasar, rígida, los ojos agrandados por +el asombro, la boca crispada por el dolor, con aquel moribundo +en sus rodillas. Su actitud era la misma de la +madre divina al pie de la cruz, pero con algo impuro y +vergonzoso en su pena que hacía inadmisible la imagen. +«¡Oh, Venus dolorosa!»</p> + +<p>No pudo continuar sus pensamientos. Se sintió empujado +rudamente por una mujer con uniforme. Era +Mary Lewis que corría, abriendo todo el amplio compás<a name="page_412" id="page_412"></a> +de sus piernas, para alcanzar al carruaje. Esta amazona +del bien siempre llegaba á tiempo para encontrarse +con el dolor.</p> + +<p>Lubimoff vió como se alejaba poco á poco el vehículo +con su orla de gentío. La marcha hasta el hotel iba á +resultar interminable; todo Monte-Carlo presenciaría su +paso.</p> + +<p>Se sintió triste, muy triste. Aquel oficial era su enemigo; +¡pero la muerte!...</p> + +<p>Alicia le inspiraba menos conmiseración. Sonrió con +una sonrisa perversa al contemplar por última vez el +carruaje y su séquito que iba en aumento.</p> + +<p>Como escándalo, no era flojo el que acababa de dar +la duquesa de Delille.<a name="page_413" id="page_413"></a></p> + +<h3><a name="XI" id="XI"></a>XI</h3> + +<p>Dos días después, Lubimoff vió salir, una mañana, al +coronel, vestido de negro.</p> + +<p>Iba al entierro de Martínez. El y Novoa, como españoles, +tenían el deber de acompañar al héroe en su último +viaje sobre la tierra.</p> + +<p>A la vuelta relató al príncipe sus impresiones, con +una concisión dolorosa. Unos cuantos oficiales convalecientes +habían seguido al féretro. El profesor y él eran +los únicos acompañantes con traje civil; pero aquellos +muchachos heroicos y amables le obligaban á presidir +el duelo, por ser coronel y compatriota del difunto.</p> + +<p>Describió el cementerio de Beausoleil, á media falda +de la montaña en cuya cumbre está La Turbie. A causa +de la guerra, habían tenido que ensancharlo con varias +mesetas formando escalinata, y desde estas explanadas +se abarcaba un paisaje magnífico: Monte-Carlo y Mónaco +á vista de pájaro, Cap-Martin avanzando sobre las +olas, y el infinito del mar subiendo y subiendo, hasta +confundirse con el cielo. Un monumento con un gallo +en su cúspide, arrogante y victorioso, guardaba los restos +de los combatientes muertos por Francia. Don Marcos +aún estaba conmovido por sus propias palabras, dichas +en medio de un profundo silencio ante la puerta +de esta tumba común que iba á tragarse para siempre +el cadáver de Martínez.</p> + +<p>—Hablé para hombres—dijo Toledo con orgullo—, +para hombres estropeados por la guerra; un público de +héroes... No ha habido en el entierro una sola mujer.</p> + +<p>Esto fué lo más interesante para el príncipe: «Ni una<a name="page_414" id="page_414"></a> +mujer.» Y volvió á preguntarse una vez más qué sería +de Alicia.</p> + +<p>Al caer la tarde, cuando estaba paseando por sus jardines, +vió venir á lady Lewis precedida del coronel.</p> + +<p>Se refugió el príncipe en su casa. La enfermera +llegaba indudablemente con un grupo de convalecientes +ingleses, deseosa de corretear entre los árboles, de coger +flores, y él se sentía falto de fuerzas para escuchar su +parloteo de pájaro herido y alegre, aquel contento tenaz +que se prolongaba, á través del dolor, hasta los umbrales +de la muerte.</p> + +<p>Subía el príncipe la escalera para ocultarse en sus +habitaciones altas, cuando le alcanzó el coronel; y antes +de que éste le hablase, lo interpeló con violencia. No +quería ver á la enfermera... Que pasease con sus ingleses +por todos los jardines: podía disponer de ellos como +si fuesen de su propiedad; pero que le dejase tranquilo.</p> + +<p>—Marqués—dijo Toledo—, la lady viene sola y necesita +hablar con Su Alteza. Tiene algo importante que +decirle.</p> + +<p>El príncipe y la enfermera ocuparon unos sillones +de junco fuera de la casa, en una plazoleta rodeada de +frondosos árboles. Una fuente reía bajo el desgrane de +su perezoso surtidor.</p> + +<p>La luz verdosa reflejada por la arboleda hacía á lady +Lewis más débil y exangüe. Los restos de su vida parecían +concentrarse en sus ojos antes de huir perdiéndose +en el espacio como un flúido incautivable. El príncipe +iba olvidando su reciente cólera. ¡Pobre lady!...</p> + +<p>Volvió á sentir por ella ternura y respeto. Su miseria +física acababa por convertir la lástima en esa admiración +que inspira siempre el sacrificio desinteresado.</p> + +<p>Ella, acostumbrada á vivir entre los grandes dolores, +á presenciar catástrofes, tenía en poco las conveniencias +que rigen la vida ordinaria, y habló inmediatamente, +con cierta rudeza militar, del motivo de su visita.</p> + +<p>Venía de parte de la duquesa de Delille. Había pasado +los dos últimos días en Villa-Rosa, durmiendo allí +para no abandonar un solo momento á Alicia. Su desesperación +primeramente y luego su abatimiento le inspiraban +miedo. Había intentado matarse.<a name="page_415" id="page_415"></a></p> + +<p>—¡Pobre mujer!... Al fin se serenó, viendo la verdadera +luz, reconociendo su camino. Estoy satisfecha de +haberlo logrado con mis palabras.</p> + +<p>Los ojos interrogantes de Lubimoff quedaron fijos en +la inglesa. ¿Qué luz y qué camino eran estos?... Pero +otra cosa le interesaba más: la causa de su visita, aquella +misión que le había encargado la duquesa para él.</p> + +<p>Lady Lewis adivinó sus pensamientos.</p> + +<p>—Me ha pedido que le vea, príncipe; es su último +deseo al huir del mundo. Le suplica que se olvide de +ella, que no la busque nunca, y sobre todo que la perdone +por el daño que le ha causado involuntariamente. +Su perdón es lo que reclama con más vehemencia... +Cuando yo le diga que usted no la odia, esto le devolverá +la tranquilidad que necesita para su nueva vida.</p> + +<p>Miguel quedó absorto. ¿Perdonar?... Alicia no le había +causado ningún daño. Era él mismo quien se atormentaba +con sus deseos y sus desilusiones. De persistir en sus +ideas de meses antes, cuando abominaba de las mujeres, +no habría sufrido la menor alteración en su cuerda existencia. +Además, ¿dónde estaba? ¿no podía verla?...</p> + +<p>Estas preguntas las interrumpió lady Lewis. Continuaba +sonriendo dulcemente, pero su voz reveló la firmeza +de una voluntad inquebrantable.</p> + +<p>—La duquesa ya no vive en Monte-Carlo; he arreglado +todo lo referente á su viaje. Soy la única que conoce +su paradero, y no lo revelaré á nadie. No la busque, +deje que marche en paz hacia la verdad; imagínese que +ha muerto... como han muerto otros, como mueren y seguirán +muriendo en nuestra época tantos miles de seres +á cada nuevo sol... Perdone y olvide. ¡Pobre mujer!... +¡es tan desgraciada!</p> + +<p>Lubimoff comprendió que resultarían inútiles todas +sus preguntas. Su curiosidad, por insinuante que fuese, +se estrellaría contra esta reserva. Alicia había desaparecido +para siempre... ¡para siempre!</p> + +<p>Esto le hizo considerarse más triste, más sólo. Experimentó +junto á esta amazona del dolor humano una +confianza igual á la que había debido sentir la de Delille +en los dos últimos días. Era un deseo de confesarse con +ella, un impulso instintivo de abrirle el alma, como si<a name="page_416" id="page_416"></a> +de esta mujer que llevaba á los lechos de muerte un +regocijo frívolo de pájaro pudiese surgir el consejo de +la suprema sabiduría.</p> + +<p>Movió el príncipe la cabeza, murmurando palabras +de afirmación: «Sí; perdonaba.» No quería dejar sobre +la otra el más leve peso de su dolor; lo guardaba todo +para él... Pero á continuación no pudo resistir el empuje +de este mismo dolor deseoso de exteriorizarse, y sintió +extrañeza ante las palabras que se le escapaban, atropellando +su voluntad.</p> + +<p>—¡Yo también, lady, soy muy desgraciado!</p> + +<p>La enfermera no manifestó asombro ante tal confidencia. +Continuó sonriendo, y dijo lacónicamente:</p> + +<p>—Lo sé.</p> + +<p>Su sonrisa se fué transformando en un gesto de dulce +piedad, de conmiseración protectora, como si el príncipe +fuese un niño necesitado de sus consejos.</p> + +<p>Había adivinado su desgracia mucho antes de que la +duquesa le hablase en sus horas de desesperada confesión. +Se creía desgraciado por contrariedades de amor; +pero esta desgracia sólo era la envoltura de otra más +verdadera y profunda que residía en él, sólo en él.</p> + +<p>Intentaba mantenerse apartado de sus semejantes, +ignorando las preocupaciones de éstos, enquistado en +su egoísmo, queriendo prolongar sus goces de los años +tranquilos al margen de la humanidad, que sufría una +de las mayores crisis de su historia. Era comprensible +este alejamiento en un cobarde, dominado por el instinto +de conservación; pero él era valiente. Podía tolerarse +en un hombre cargado de hijos, que siente á todas +horas el imperioso deber de su subsistencia y sufre +miedo; pero él estaba solo en el mundo.</p> + +<p>—Todos somos desgraciados, príncipe. ¿Quién no conoce +ahora el dolor y la muerte?</p> + +<p>Y habló monótonamente de las propias desgracias, +como si recitase una oración, mientras su sonrisa se iba +borrando: aquella sonrisa que animaba la fealdad anémica +de su rostro con una luz vagorosa de aurora.</p> + +<p>Seis hermanos suyos habían muerto en una tarde. +Pertenecían al mismo batallón, y ella recibía la noticia +de las seis muertes al mismo tiempo. Treinta y dos individuos<a name="page_417" id="page_417"></a> +de su familia estaban bajo tierra. Muy pocos de +ellos eran militares; llevaban una existencia de placeres +antes de la guerra, disfrutaban de grandes riquezas +y títulos: su vida resultaba tan dulce como la del +príncipe Lubimoff... ¡pero al verse llamados por el +deber!...</p> + +<p>Nadie escoge su lugar antes de venir al mundo; ninguno puede +decidir cuál será su patria y cuál su linaje. +Nacemos arriba ó abajo, á capricho del azar, y amoldamos +la historia de nuestra existencia al sitio que nos +designó el acaso. Tampoco puede nadie escoger su época. +Los que nacen en períodos de paz, cuando la humanidad +permanece en calma y el salvajismo prehistórico dormita +dentro del caparazón formado por las civilizaciones, +son dichosos; tan dichosos como los que vienen á la +vida en una casa poderosa y se ven exentos de batallar +por la subsistencia.</p> + +<p>—Pero cuando nacemos en una época de locura—continuó—, +debemos resignarnos y amoldarnos á ella, sin +huir el hombro á la carga penosa. Tenemos el deber de +sufrir para que otros sean felices después, como sufrieron +los antepasados por nosotros.</p> + +<p>¡Su dolor al recibir la noticia de aquella muerte en +masa de sus hermanos!... Ella no se tenía por un ser extraordinario; +era simplemente una mujer como todas, y +lloró, entregándose á la desesperación. Luego, una idea +iba esparciendo por su pensamiento cierta frescura bienhechora. +¡Si hubiesen hombres inmortales!... Entonces sí +que resultaría horrible la desesperación, al pensar que el +muerto podía haberse librado de la muerte manteniéndose +lejos del peligro. Pero nadie era inmortal.</p> + +<p>Morir bajo el proyectil ó bajo el microbio, era morir +lo mismo. Sólo variaba la postura, y para muchos ofrecía +mayor seducción volver á la tierra de un modo fulminante, +en plena embriaguez heroica, con una idea generosa +en el pensamiento, que extinguirse lentamente +entre sábanas, frente á una pared, manchado y envilecido +por todas las suciedades de una materialidad que +empieza á disgregarse.</p> + +<p>Era el santo miedo, guardián de nuestra conservación, +el que perturbaba á las gentes, ocultándoles la<a name="page_418" id="page_418"></a> +terrible verdad que existe al término de toda vida. Las +gentes cuerdas consideraban una locura el ir al encuentro +de la muerte. Muy bien si la muerte fuese algo inmóvil +que sólo pone su mano en el que se le acerca... +Pero si el hombre no va en su busca, ella corre con pasos +de cien leguas en busca del hombre. ¿Quién puede +adivinar el momento del encuentro?... Lo mejor era despreciarla, +no concederle el tributo de un recuerdo continuo, +engendrador de angustias y miedos.</p> + +<p>Además, la muerte en el lecho resultaba una muerte infructuosa +y estéril. ¿A quién podía servir, aparte de los +herederos?... La otra muerte por una idea, aunque fuese +errónea, representaba una afirmación, un acto de energía +y de fe, y con la suma de tales actos se va tejiendo +la historia noble de la humanidad.</p> + +<p>El príncipe admiró la sencillez con que esta mujer +casi moribunda ensalzaba el heroísmo de la vida despreciando +á la muerte.</p> + +<p>Había colocado su pensamiento en lo alto, más allá +de los egoísmos y los deseos que forman la trama de la +vida ordinaria. Si todos hiciesen lo que les conviene +únicamente, la humanidad en masa no tendría por qué +considerarse superior á los animales.</p> + +<p>La lady poseía un ideal: sacrificarse por sus semejantes; +servirles aun á costa de su existencia. Casi se congratulaba +de la guerra, que la había ayudado á encontrar +el verdadero camino. En tiempo de paz hubiese +hecho lo que todas: uniendo su suerte á la de un hombre, +para tener hijos y constituir una familia. El egoísmo +amoroso resume el mundo en dos seres; el egoísmo de +la madre no reconoce nada interesante más allá de su +prole. Unicamente cuando llega la vejez y se han desvanecido +las perspectivas ilusorias de la vida se reconoce +la gran verdad, ó sea que hay que interesarse y +sacrificarse por todos los que existen... Pero la piedad +de la vejez es infructuosa y corta. Mary Lewis se consideraba +feliz por haberse lanzado desde el primer momento +en la buena dirección, sin el largo rodeo de los +otros para llegar tarde á la verdad.</p> + +<p>—Yo he tenido mi novela, como todos.</p> + +<p>Dijo esto con sencillez, pero al mismo tiempo la poca<a name="page_419" id="page_419"></a> +sangre que le restaba animó su rostro con tenue rubor, +como si fuese á confesar algo extraordinario.</p> + +<p>Un hombre estudioso la amaba; un antiguo secretario +de su padre el gobernador colonial. Sólo una vez se +habían confesado este amor. Luego continuaron su vida +como siempre, guardando cada uno su secreto, poniendo +la realización de sus ilusiones en un porvenir indeterminado... +Pero llegaba la guerra.</p> + +<p>El había corrido de los primeros á alistarse como voluntario: +«Mary, soy soldado.» Y Mary había respondido: +«Hace usted bien.» Se escribían de tarde en tarde +breves cartas. Tenían cosas más importantes que hacer. +El no poseía la hermosura y la fuerza del héroe, como +los hermanos de lady Lewis. Hasta sospechaba ésta que +su aspecto era poco militar, á causa de los torpes movimientos +de una vida vegetativa acostumbrada á encorvarse +sobre la mesa de escribir. Pero cumplía su deber, y +más de una vez le habían citado por sus frías audacias.</p> + +<p>Nunca se realizarían los deseos de los dos. Aunque +ella alcanzase á vivir después de la guerra, continuaría +su existencia presente en los hospitales civiles, en los +países remotos azotados por las epidemias. El tal vez se +casase con otra, ó tal vez permanecería fiel á su recuerdo, +dedicándose por su parte á remediar el dolor de +los hombres. Mas vivirían alejados, yendo adonde les +llamase su deber, pensando á todas horas uno en el otro, +pero sin verse, como los monjes letrados y las religiosas +apasionadas que en otros siglos llenaban su existencia +con una amistad espiritual sostenida desde sus lejanos +monasterios.</p> + +<p>Miguel volvió á admirar esta abnegación. Lady Lewis +pertenecía al pequeño grupo de elegidos que desconocen +el egoísmo y ansían sacrificarse por el bien; á las eternas +santas que existieron antes del nacimiento de las religiones, +y que continuarán floreciendo lo mismo cuando la +duda haya acabado de arruinar las creencias actuales.</p> + +<p>—Usted es un ángel—dijo el príncipe.</p> + +<p>—No—protestó ella-: yo soy una amorosa, una gran +amorosa.</p> + +<p>Lubimoff sonrió con cierta lástima.</p> + +<p>—¿Amorosa usted, lady?...<a name="page_420" id="page_420"></a></p> + +<p>Ella siguió hablando, como si le molestase la extrañeza +de su oyente. ¿Qué era el amor de los otras mujeres +comparado con el suyo? Ponían su ternura, su deseo de +sacrificio, en un solo hombre. Más allá de él no encontraban +nada digno de interés. Ella amaba á todos los +hombres, ¡á todos! hasta aquellos enemigos que había +cuidado muchas veces en las ambulancias del frente. +Estaban engañados; y si realmente habían sido perversos +y deseaban continuar siéndolo, ella sólo les veía en +su estado actual, tendidos en una cama, con las carnes +rotas, amenazados por la muerte. Eran unos desgraciados +nada más, y esto bastaba para que olvidase su origen.</p> + +<p>Deseaba el triunfo de los suyos, porque los otros representaban +la exaltación de la fuerza brutal, la divinización +de la guerra, y ella quería que no hubiese más +guerras. ¡El amor imperando sobre el mundo entero!... +Harta desgracia era que los hombres no pudieran suprimir +con igual facilidad la pobreza, el dolor y la muerte, +divinidades negras que nos toman al nacer y con las +que batallamos hasta el último momento.</p> + +<p>—Yo amo todo lo que vive: las personas, los animales, +las flores. ¿Qué es al lado de esto el amor entre hombre +y mujer, que las gentes consideran el único amor y no +es mas que el egoísmo de dos seres apartados de sus semejantes, +viviendo sólo para ellos?... Mi amor también +es un egoísmo, lo reconozco; tal vez algo peor: un orgullo. +¡Si usted conociese mis alegrías cuando he salvado +de la muerte á uno de mis <i>flirts</i>, á uno de esos pobres +heridos que no veré más!... No me admire, príncipe, no +me compadezca. Soy únicamente una pobre mujer: +¡nada de ángel! Además, muy mala; tengo mis remordimientos, +como todos.</p> + +<p>—¡Usted, lady!...—volvió á exclamar el príncipe con +un gesto de incredulidad.</p> + +<p>Y ella, para que el otro no dudase, se apresuró á +contar el gran pecado de su existencia. Viajando por +Andalucía había visto al borde de un río unos muchachos +que intentaban ahogar á un perro vagabundo, arrojándole +piedras. Mary cayó sobre ellos, loca de cólera, +apaleándolos con su quitasol. Uno de los chicuelos lloró, +arrojando sangre por las narices... Este mal recuerdo<a name="page_421" id="page_421"></a> +había perturbado muchas de sus noches. Ahora no podía +ver á un niño sin acariciarlo con la vehemencia del remordimiento.</p> + +<p>También había sostenido disputas en varios países +con los carreteros que golpean á sus bestias, con los +dueños de hotel que no le permitían guardar en su habitación +los perros y gatos sin dueño encontrados en +las calles.</p> + +<p>Antes de la guerra, su lástima era toda para los animales. +La humanidad sabe defenderse. Pero ahora, las +matanzas de seres uniformados desviaban su dulce ternura +hacia los hombres. Estaban más faltos de cariño y +protección que las pobres bestias.</p> + +<p>El recuerdo de sus <i>flirts</i>, que á estas horas se removían +en sus camas cubiertos de vendajes, ansiosos de la +presencia de lady Lewis, ó permanecían en un banco +con los ojos inmóviles vueltos hacia el sol, negándose á +pasear por faltarles el suave apoyo de su brazo, le hizo +abandonar su asiento. «¡Adiós, príncipe!» Los enamorados +la esperaban.</p> + +<p>Puesta de pie, recordó el motivo de su visita, hablando +de nuevo con aquel tono que revelaba su firme +voluntad.</p> + +<p>Era inútil que buscase á la duquesa. La pobre, después +de tantas desorientaciones en su vida, acababa de +encontrar el verdadero sendero, el mismo que ella, más +afortunada, había seguido en plena juventud. La virgen +dolorosa habló con naturalidad del pasado de Alicia. +Lo conocía todo. En el silencio de Villa-Rosa, la otra se +había confesado desesperadamente, sin que la enfermera +sintiese escándalo ni asombro. ¡Qué representaba esta +catástrofe moral de una simple persona, cuando el mundo +veía á cada minuto los más inauditos crímenes!...</p> + +<p>—Partió esta mañana, y está muy lejos... ¡muy lejos!—dijo +la lady—. Es posible que jamás vuelvan á verse... +Yo le escribiré que usted la perdona, y esto le proporcionará +la tranquilidad que necesita en su nueva existencia.</p> + +<p>El príncipe la fué acompañando hacia la salida de +sus jardines. Durante el camino volvió á lamentarse. +Necesitaba exteriorizar el desaliento en que le había<a name="page_422" id="page_422"></a> +dejado la resistencia de la inglesa á decirle el paradero +de Alicia.</p> + +<p>—Soy muy desgraciado, lady.</p> + +<p>—Lo creo—contestó ella—. Mis desgracias son más +grandes que las de usted, pero las sobrellevo mejor.</p> + +<p>Para Mary, la vida era á modo de una balanza. En +un platillo caía el infortunio: nadie se libraba de este +peso; pero había que equilibrar el espíritu colocando en +el platillo opuesto algo grande, un ideal, una esperanza. +Ella había encontrado el contrapeso necesario: el amor +á todo lo existente, el sacrificio por los semejantes, la +abnegación en todos los momentos.</p> + +<p>¿Qué tenía el príncipe para contrabalancear las sacudidas +del destino?... Nada. Seguía viviendo como en +los años de paz, pensando únicamente en él. Era todavía +como habían sido los demás hombres antes de que la +guerra los sacase de su individualismo egoísta, haciendo +reflorecer las virtudes de la solidaridad y el sacrificio. +Por eso bastaba un simple obstáculo á sus deseos, un +desengaño amoroso, algo que sólo puede perturbar la +vida de un adolescente, para que se considerase desgraciado... +¡Ah, si tuviera un ideal superior! ¡Si pensara menos +en él y más en los hombres!</p> + +<p>Se estrecharon los manos junto á la verja.</p> + +<p>—¡Adiós, lady!—dijo el príncipe inclinándose.</p> + +<p>De estar don Marcos presente, hubiese reconocido +esta voz. Era la misma de la tarde del desafío, cuando +encontró á la inglesa con los dos ciegos; una voz hermosamente +grave, en la que parecían gotear lágrimas.</p> + +<p>Toledo sólo apareció algunos instantes después, saliendo +del pabellón del jardinero, para encontrarse con +el príncipe, que regresaba pensativo hacia su «villa».</p> + +<p>Lubimoff habló para darle una orden con tono duro.</p> + +<p>—Me marcho á París... Quiero salir mañana; arregla +lo necesario.</p> + +<p>Luego, al fijar sus ojos en el coronel, continuó, con +voz más dulce:</p> + +<p>—Creo que nunca volveré aquí... Voy á vender Villa-Sirena.<a name="page_423" id="page_423"></a></p> + +<h3><a name="XII" id="XII"></a>XII</h3> + +<p>Don Marcos desciende por los jardines públicos hacia +la plaza del Casino, en conversación con un militar.</p> + +<p>Ya no es el ceremonioso coronel que besaba manos +viejas y nobles en los salones de juego y asistía como inevitable +comensal á los almuerzos de todas las familias +linajudas de paso en el Hotel de París. Nada recuerda en +su persona los levitones forrados de terciopelo, los sombreros +de seda blanca y demás esplendores de su elegancia +original. Va sobriamente vestido de obscuro, y +su aspecto tiene algo de rústico; revela al hombre que +vive en el campo, gusta de cultivar la tierra y se siente +cohibido al volver á la existencia urbana. Lleva puestos +los guantes, lo mismo que en sus buenos tiempos; pero +ahora es por necesidad. Sus manos le recuerdan cierto +exiguo jardín en torno de una «villa» diminuta, con +cinco árboles, doce rosales y unos cuarenta arbustos +más, que conoce uno por uno, dándoles nombres propios, +cuidándolos y regándolos fervorosamente hasta +encallecer sus dedos.</p> + +<p>El militar también marcha como un hombre de campo, +mirando á todos lados curiosamente. Un áspero bigote +cubre su labio superior, uno de esos bigotes duros +y agresivos que surgen después de largos años de continua +rasura. Su uniforme es viejo, desteñido por el sol +y las lluvias. El paño amarillento tiene el color neutro +de la tierra. Su brazo derecho pende inerte del hombro +y se mueve al ritmo del paso, con el vaivén de las cosas +inanimadas. La mano va cubierta de un guante cuya rigidez +acusa el relieve de algo duro y mecánico. La otra<a name="page_424" id="page_424"></a> +mano se apoya en un garrote, y una pipa humea en su +boca. Sobre sus bocamangas casi se confunde con el color +de la tela un breve y único galón de oficial.</p> + +<p>—Diez meses y veinte días—dice Toledo—que Su Alteza +salió de aquí... ¡Qué de cosas han ocurrido!</p> + +<p>El militar es el príncipe Lubimoff: un Lubimoff que +parece más fuerte, más sereno y decidido que el del año +anterior, á pesar de su brazo artificial. La cabeza tiene +las mismas canas de antes, discretamente esparcidas; +pero el bigote, al crecer libremente, ha surgido casi +blanco.</p> + +<p>Las patillas del coronel son de la misma tonalidad. +Con la desaparición de sus elegancias cesaron igualmente +los cuidados de tocador, y el gris discreto de un teñido +prudente ha dejado paso al blanco de una franca vejez.</p> + +<p>Don Marcos señala la plaza hacia la que se dirigen +los dos.</p> + +<p>—¡Si hubiese visto Su Alteza esto la noche del armisticio!</p> + +<p>La noticia del triunfo hacía correr á todas las gentes. +Bajaban de Beausoleil, subían de La Condamine, +llegaban del peñón de Mónaco. Por primera vez después +de cuatro años, se iluminaban de arriba á abajo las fachadas +del Casino, de los hoteles y cafés. La plaza estaba +repleta de gente. Todos parpadeaban deslumbrados, +después de la larga noche en que les había tenido +sumidos la amenaza submarina. Unos cuantos instrumentos +de cobre rugían la <i>Marsellesa</i>, y la muchedumbre, +siguiendo las banderas de los países aliados, daba +vueltas en torno del «queso», como las falenas alrededor +de la luz, no queriendo salir de la plaza.</p> + +<p>De pronto se había formado una larga línea danzante, +una farándula, que empezó á correr y saltar, +agrandándose en cada una de sus contorsiones. Todos +se agregaban á ella, por el contagio del entusiasmo; el +oficial unía su mano con la del soldado; las graves +señoras levantaban las piernas y perdían el sombrero; +las señoritas tímidas gritaban, con los cabellos sueltos; +los rostros femeninos tenían esa expresión de locura entusiástica +que sólo se ve en los días de revolución. Los +cojos saltaban, los ciegos creían ver, los mancos se agarraban<a name="page_425" id="page_425"></a> +con sus muñones á la fila serpenteante. La <i>Marsellesa</i> +parecía un himno milagroso, comunicando á todos +una nueva fuerza. ¡La paz!... ¡la paz!</p> + +<p>En una de sus evoluciones, la cabeza de la humana +serpiente remontaba las gradas del Casino, La farándula +quería meterse en el atrio, en las salas de juego, para +arrastrar entre sus anillos al público, á los <i>croupiers</i>, á +las mesas. Toda actividad interesada debía cesar en esta +hora de generosa alegría.</p> + +<p>—¡Ay, los jugadores! ¡Qué enfermedad la del juego, +marqués! Al llegar á la plaza se quitaban el sombrero +ante las banderas, faltaba poco para que llorasen, cantaban +una estrofa de la <i>Marsellesa</i>. «¡Viva Francia! ¡Vivan +los aliados!...» Y á continuación se metían en el Casino +para apuntar su dinero al mismo número de la fecha +celebre ó á otras combinaciones sugeridas por la paz.</p> + +<p>Los porteros, con aire de viejos gendarmes, formaban +en masa heroicamente para rechazar con sus pechos, +sus panzas y sus puños la farándula revoltosa que +pretendía introducirse en el solemne palacio. Parecían +indignados. ¿Cuándo se había visto tamaña insolencia?... +Buena era la paz, y el pueblo debía regocijarse; ¡pero +meterse en el Casino como un motín danzante, para interrumpir +el funcionamiento de una industria honrada!... +Y habían acabado por repeler gradas abajo aquella +fila de señoras desgreñadas por el entusiasmo, de +militares condecorados que olvidaban repentinamente +sus enfermedades v sus heridas.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>El príncipe y Toledo llegan á la plaza y se dirigen á +la izquierda del Casino, donde está el Café de París.</p> + +<p>Lubimoff se sienta á una mesa, en un ángulo saliente +del café que las gentes apodan «el Promontorio». El coronel +permanece derecho. Ha pasado la tarde con el +príncipe, y necesita volver á su casa. Ya no tiene la +independencia de antes; alguien vive con él, y su nueva +situación le impone obligaciones ineludibles.</p> + +<p>Ve con la imaginación la casita que habita en lo alto +de Beausoleil, rodeada de un pequeño jardín. Todo es +suyo por escritura pública. Pero la suerte de su propiedad<a name="page_426" id="page_426"></a> +no le inquieta: nadie se llevará sus paredes y sus +árboles. Lo que le tiene nervioso es cierto suboficial +americano, joven y membrudo, que siente la manía de +pasear en torno de su vivienda, y ciertos ojos claros que +le siguen hambrientos desde una ventana, cierta boca +carnuda que le sonríe, ciertas manos que él cree haber +sorprendido de lejos arrojando una flor, y cuya propietaria +le grita furiosa todos los días para convencerle de +que ha visto visiones.</p> + +<p>Don Marcos se ha casado.</p> + +<p>Pocas semanas después de marcharse el príncipe, un +gran cambio se realizó en su existencia. Villa-Sirena era +ya de aquel nuevo rico, constructor de autocamiones y +aeroplanos, que también había comprado el palacio de +París. El coronel, al darle posesión, sólo se acordó de +alabar los méritos del jardinero y su familia.</p> + +<p>Lubimoff, antes de marcharse al frente, se había ocupado +de la suerte de su «chambelán», asegurándole una +pensión de diez mil francos al año y enviando además +cierta cantidad para que comprase una casa. Ya que +deseaba morir en Monte-Carlo, debía tener su pequeña +Villa-Sirena.</p> + +<p>Al poco tiempo de jardinear en su propiedad, viendo +abajo la plaza del Casino, Toledo fué en busca de Novoa. +Era su mejor amigo; además, era español, y tenía el deber +de servirle en la circunstancia más importante de su +vida. Lo necesitaba como padrino de boda. El profesor +quedó estupefacto al enterarse de que se casaba con la +hija del jardinero. ¡Una muchacha que podía ser su +nieta!... Era desafiar al destino, correr á sus años en +busca de la desgracia que ya presagiaba su nombre.</p> + +<p>—Piense usted, don Marcos, que la juventud tiene sus +derechos.</p> + +<p>—Y la vejez sus deberes—contestó el coronel con bondad, +resignándose ante el porvenir.</p> + +<p>Ahora, de pie ante el príncipe, balbucea con timidez +y confusión porque va á abandonarlo.</p> + +<p>—Me espera Madó: la pobrecita sale muy poco. Le +gusta que la lleve por las tardes al concierto en las terrazas. +Son las cinco.</p> + +<p>Y cuando el príncipe asiente con un movimiento de<a name="page_427" id="page_427"></a> +cabeza, echa á andar precipitadamente. Luego, más lejos, +casi empieza á correr cuesta arriba, jadeando y sin +sentir el cansancio. Desea llegar á su casa pronto, y +tiene miedo de llegar. Madó sólo le convence cuando +está al alcance de sus gritos. Se estremece pensando que +puede de nuevo ver visiones.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Al quedar solo el príncipe, se borran poco á poco de +sus ojos el vaso que tiene delante, las mesas inmediatas, +el gentío sentado en torno del «queso». Su visión se contrae +y se hunde, para contemplar otras imágenes que +guarda su memoria.</p> + +<p>Llegó en la mañana á Monte-Carlo. Sólo van transcurridas +unas horas, ¡y ha visto tanto!...</p> + +<p>Recuerda unas frases de su amigo Lewis; frases tristes, +dichas en uno de los almuerzos en Villa-Sirena: «La +vida es rara y desigual en su curso. Transcurre el tiempo +sin que surjan sucesos extraordinarios, y de pronto, las +horas valen meses, los días son años, y pasan en unos +minutos cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos...» +¡Qué de muertes en el espacio relativamente breve +que le separa de su última salida de Monte-Carlo!...</p> + +<p>Lubimoff ve en su memoria el corto y agitado período +después de su llegada á París: su ingreso en la Legión +extranjera, el grado de subteniente concedido al antiguo +capitán de la Guardia imperial, su ida al frente después +de haber distribuído y colocado el millón y medio +producto de la venta de Villa-Sirena, la dura vida de +campaña, los combates, la muerte acompañando con +una generosidad lúgubre los avances de la ofensiva +triunfal. Recuerda su encuentro con un legionario que +le llama y al que tarda en reconocer: ¡Atilio Castro! Un +Castro que ya no sonríe irónicamente, que contempla la +vida con gravedad y parece convencido ahora del valor +de sus acciones. Como pertenecían á distintas compañías, +ya no se vieron más. Un anochecer lo encontró +después de un combate, pero tendido en el suelo entre +otros cadáveres, con la frente rota, la masa cerebral al +descubierto. El rictus de la muerte era en él una sonrisa +serena. ¡Pobre Castro!... ¿Qué sería de doña Clorinda?...<a name="page_428" id="page_428"></a></p> + +<p>El príncipe deja de pensar en esto. Otros cadáveres +le atraen. Evoca una visión reciente: su llegada á Monte-Carlo +después de haber vivido mucho tiempo en un hospital. +Al bajar del tren, Toledo examina con emoción el +brazo mecánico que disimula imperfectamente el brazo +amputado. Ha sufrido varios meses las consecuencias +de una herida fatal y estúpida, recibida sin gloria pocos +días antes del armisticio.</p> + +<p>Sube á la risueña casita de don Marcos, que será, la +suya mientras permanezca aquí. Allá abajo, avanzando +sobre el mar, encuentra el promontorio de Villa-Sirena, +que es de otro, y vuelve la vista para evitar que renazcan +ciertos recuerdos. Esto hace que tropiece con los +ojos de Madó, la señora de Toledo; unos ojos que consideran +sin duda más interesante al príncipe Lubimoff +bigotudo, avejentado y con uniforme, que cuando era el +elegante amo de sus padres. ¡Pobre coronel!... Y huye +de la mirada tentadora, de la boca carnuda y purpúrea +que parece desafiarle al sonreir.</p> + +<p>Después del almuerzo sigue un camino que asciende +por la montaña formando ángulos; ve un muro de piedra, +pasa una puerta, contempla un instante un monumento +rematado por un gallo enorme.</p> + +<p>Toledo se descubre. ¡Paz á los héroes! Luego señala +la entrada de la fúnebre construcción.</p> + +<p>—El pobre Martínez está ahí.</p> + +<p>Bajan por unas gradas de piedra á una segunda sección +del cementerio, escalonado en la montaña. En esta +meseta sólo hay tumbas á ras del suelo, losas sepulcrales +guardadas por un rectángulo de cadenas ó simplemente +con orlas de flores. Un instinto estético parece +influir en la parquedad de los ornamentos. Desde estas +explanadas se ve una gran extensión de costa verde +moteada de blanco por las «villas» y las poblaciones; los +Alpes de color de rosa, los cabos de rocas purpúreas, el +azul profundo y denso del Mediterráneo, el azul flúido +y suave de un cielo sin nubes. Y las tumbas sonríen +en esta Naturaleza esplendorosa, difundiendo, al entreabrirse +bajo la acción del calor, un ligero vaho de sebo, +un tufillo de estearina líquida.</p> + +<p>Busca el coronel entre ellas, leyendo los nombres.<a name="page_429" id="page_429"></a></p> + +<p>—Aquí, marqués.</p> + +<p>Señala una losa con una simple inscripción: «Mary +Lewis.»</p> + +<p>—Lo mismo que un pájaro, Alteza. Un amanecer la +encontraron muertecita en su cama del hospital. No dió +un grito, no se quejó; se fué como había vivido... Las +enfermeras cuentan que el cadáver sonreía; un cadáver +ligero como una pluma.</p> + +<p>En torno de la tumba se ennegrecen varias coronas, +lo mismo que si las hubiese chamuscado un incendio. +Toledo rebusca entre estas ofrendas de las compañeras +de la difunta, hasta señalar un manojo de rosas frescas +que empiezan á marchitarse.</p> + +<p>—Debe ser de lord Lewis—sigue diciendo—. Cuando +le va mal en el Casino, sube á ver á su sobrina. Su +Alteza sabrá seguramente que, con la muerte de lady +Lewis, él es ahora lord... verdaderamente lord.</p> + +<p>Levanta el príncipe sus hombros. ¡Vanidades humanas +en este lugar, que da á todas ellas un carácter grotesco!...</p> + +<p>Don Marcos adivina su impaciencia, y mientras descienden +dos escalinatas más, va dando explicaciones.</p> + +<p>—La inglesa se fué antes que la otra; por eso la +enterraron arriba. ¡Han muerto tantos en los últimos +meses!...</p> + +<p>Llegan á la última meseta del cementerio, la más +baja, un campo cuadrado de tierra rojiza, en el que no +hay losas, ni columnas truncadas, ni cadenas. Pequeños +montículos que afectan la forma de un féretro indican +el lugar de las sepulturas. Algunos tienen cruces +de madera. De una de éstas pende el retrato de un soldado +joven en el centro de una corona depositada por +sus padres.</p> + +<p>Dos hombres asoman su busto á ras del suelo y vuelven +á hundirse después de vaciar sus palas: abren una +tumba para alguien que va á llegar. Miguel se fija en el +campaneo lúgubre que viene de abajo, desde una iglesia +de la ciudad invisible, á través del éter vibrante y +luminoso.</p> + +<p>El coronel insiste en sus explicaciones.</p> + +<p>—Es una sepultura provisional, sin losa, sin nombre.<a name="page_430" id="page_430"></a> +Con motivo de la guerra, era imposible enviar la muerta +á París. Estará aquí el tiempo que exige la ley, y luego, +esa señorita que es su heredera la trasladará al panteón +del cementerio de Passy, donde está enterrada su madre.</p> + +<p>Duda un poco examinando los montículos, y al fin +se detiene ante uno de ellos, quitándose el sombrero.</p> + +<p>—Aquí es.</p> + +<p>Lubimoff no puede contener su extrañeza. «¿Aquí?...» +Ve un túmulo de tierra sin adorno alguno, sin nada que +lo diferencie de los otros, y que no le infunde ninguna +emoción. Mira con inquietud á su acompañante. ¿No se +habrá equivocado?... ¿No estarán ante la sepultura de +un pobre militar muerto de sus heridas?</p> + +<p>El coronel, ofendido por la duda, repite con energía: +«Aquí es.» Se acuerda de que fué el único hombre +que figuró en el entierro. Tres enfermeras, la señorita +Valeria y él, nada más, siguieron el féretro hasta estas +alturas.</p> + +<p>¡Pobre duquesa de Delille!... Se conmueve Toledo al +recordar su muerte inesperada. Lady Lewis la había enviado +al frente. Su nacimiento en los Estados Unidos facilitó +que la admitiesen en el personal sanitario de las divisiones +americanas que se batían en Château-Thierry.</p> + +<p>Escuchando el príncipe las explicaciones de don +Marcos, recuerda una confesión de Alicia. Era torpe de +manos; su voluntad, ansiosa de hacer el bien, flaqueaba +por falta de medios materiales en el momento de la +acción. Sin duda por esto la habían expedido á las +pocas semanas otra vez á la Costa Azul, para que prestase +sus servicios en un hospital más tranquilo que las +ambulancias del frente.</p> + +<p>Toledo no la había visto. Vivía en las inmediaciones +de Monte-Carlo sin que él lo sospechase. La primera noticia +que tuvo de ella fué la de su muerte; una muerte +que deja pensativo al coronel siempre que la recuerda.</p> + +<p>Se infectó con un instrumento de cirugía que acababa +de ser empleado en una operación. Tal vez fué por +torpeza de sus manos; tal vez... ¡quién sabe! Don Marcos +cree que la duquesa estaba cansada de vivir.</p> + +<p>—Una muerte horrible, marqués. Yo no la vi: celebré +no verla. Me contaron que estaba negruzca é hinchada.<a name="page_431" id="page_431"></a> +Además, pasó muchas horas de suplicio, apoyándose +en la cabeza y los talones, hecha un arco, sobre la +cama, con el cuerpo dilatado por los más atroces sufrimientos. +El tétanos. ¡Morir así una gran dama tan hermosa, +tan elegante!... Pero en medio de tales suplicios +tuvo serenidad para dictar sus disposiciones testamentarias. +La señorita Valeria ha heredado Villa-Rosa y varios +centenares de miles de francos: todo lo que ganó +ella una noche en el <i>Sporting</i>. En cuanto á Su Alteza...</p> + +<p>Le interrumpe el príncipe con un ademán. Sabe hace +tiempo, por las cartas de don Marcos, que Alicia se acordó +de él en su último instante, dejándolo heredero de sus +minas de plata en Méjico, de todo lo que poseía al otro +lado del mar: nada por el momento, tal vez en el porvenir +una fortuna casi igual á la que Lubimoff tenía antes +en Rusia.</p> + +<p>Permanece con los ojos fijos en la sepultura. Ve +sobre las laderas del túmulo un musgo fino, un bosque +minúsculo que abre sus ramajes al soplo de la primavera, +y entre cuyas hojas se mueven diminutas flores. +Unas mariposas negras ó verdes moteadas de rojo aletean +sobre esta selva rumorosa de vida naciente, como +aletearon las monstruosas aves prehistóricas sobre las +primeras vegetaciones del planeta.</p> + +<p>Miguel establece una relación entre estos insectos y +el espíritu que habitó el organismo que se deshace cerca +de sus pies, bajo un metro de tierra. Sus colores variados +y desacordes le hacen pensar en el alma de la +muerta. También, minutos antes, otra mariposa blanca +revoloteando sobre las flores traídas por Lewis le ha +hecho ver el alma pueril y sublime de lady Mary.</p> + +<p>Ahora, sentado en el café, su emoción es mayor que +en el cementerio. Ve las cosas á través del recuerdo, espiritualizadas, +limpias de los sedimentos de la realidad.</p> + +<p>¡Pobre Alicia! ¡pobre engañada de la vida!... La Venus +triunfadora, la Helena del «banco de los viejos», +la beldad centro de lo existente, ansiosa de admiración +más que de amor, está en un mísero cementerio, entre +cadáveres de soldados, y tal vez aceleró con voluntaria +torpeza su salida de un mundo en el que no encontraba +lugar, repelida por sus propias acciones.<a name="page_432" id="page_432"></a></p> + +<p>Nuestra existencia no es mas que un resultado de la +voluntad. Formamos la vida á nuestra imagen; en vano +nos quejamos contra el destino: somos lo que queremos +ser. Alicia sólo podía terminar de un modo extraordinario, +de acuerdo con su existencia anterior. El también +ha vivido como no viven los demás hombres, y morirá +con una muerte distinta á la de ellos.</p> + +<p>No siente dolor ni despecho. Se extraña de haber podido +odiar á Martínez y deseado á esta mujer con tanta +vehemencia. Sólo conoce ahora la melancolía de una +tristeza enorme con el recuerdo de estos seres que ya no +son, que empiezan á morir +segunda vez al quedar olvidados +por los que les conocieron. Unicamente pueden +inmortalizarse en la memoria del príncipe, pobre memoria +destinada á perecer á su vez dentro de unos años.</p> + +<p>Intenta con la imaginación atravesar la masa de +tierra que cubre á la muerta; pretende ver en la más +densa de las sombras. Sólo han transcurrido unos meses +de descomposición: su personalidad aún no se ha disuelto +enteramente. La ve como era en la vida y al +mismo tiempo como es ahora. Su carne se deshace en +arroyuelos pútridos que corren por los pliegues de las +ropas chamuscadas. Forzosamente sonríe á todas horas +en la obscuridad: ya no tiene labios. Sus ojos sirven de +abrigo á las prolíficas moscas de la tumba, que engendrarán +millones de millones de destructores. Y este anonadamiento +de algo que existió, pensó y amó está aún +en sus preliminares.</p> + +<p>A los devoradores de las partes blandas sucederán +los irresistibles artífices del hueso. Miriadas de trabajadores +microscópicos laborarán el esqueleto, limpiándolo +de las últimas impurezas adheridas á su andamiaje, +desmontando las sabias articulaciones, raspando el cemento +que adhiere las vértebras. Un día, la mandíbula +inferior se despegará, rodando hasta la cavidad abdominal, +una mandíbula cuyos dientes conocieron el esplendor +de la sonrisa y la caricia del beso. Otro día, el +cráneo, al partirse en piezas el espigón que le sirvió de +soporte, rodará también, confundiéndose con el polvo +de los costillares, con los huesecillos de los pies que +marcaron el ritmo de un paso ondulante. Dentro de unos<a name="page_433" id="page_433"></a> +siglos, las revoluciones y las guerras tal vez sacarán á +la superficie este cráneo. ¿Por qué no?... Lubimoff acaba +de ver en el frente numerosos cementerios removidos +por el cañón, con los muertos emergiendo de la tierra, +tal como los levantó el estallido de las granadas... Y +cuando alguien, en lo futuro, con la eterna curiosidad +del príncipe shakespiriano, tome en su diestra el cráneo +de Alicia, no podrá decir si perteneció á una dama ó +á una moza de posada, si fué de una beldad ó de una +negra...</p> + +<p>Miguel evoca con irónica tristeza sus ilusiones y sus +deseos concentrados en esta nada, y siente la necesidad +de olvidar el cadáver. Sus ojos, que miran hacia dentro, +ven la minúscula vegetación, los pintarrajeados insectos, +todo lo que la primavera ha puesto sobre una tumba +sin nombre. Esto es lo que una vida que se consideró +superior á las otras ha dejado como único rastro de su +existencia. Tal vez en la corola de las florecillas hay +una gota del alma de Alicia, y las mariposas la beben +para continuar su ebrio revuelo sobre las tumbas.</p> + +<p>¡La primavera! El príncipe levanta su pensamiento +sobre el dolor individual. Recuerda lo que ha visto en +un pedazo de mundo asolado por la bestialidad de los +hombres: ciudades en ruinas; pueblos que sólo levantan +sus muros un metro sobre el suelo, como las urbes descubiertas +después de un cataclismo; granjas incendiadas; +campos interminables esterilizados, perforados, +vueltos al revés por un cañoneo de cinco años; muchas +tumbas... miles de tumbas... millones de tumbas. Las +mujeres, vestidas de negro, van por los caminos titubeando +á través de los escombros y de los embudos +abiertos por los proyectiles monstruosos. Perdieron sus +hijos, vieron fusilar sus maridos; ahora exploran el suelo +en busca de su casa que fué...</p> + +<p>Pero el invierno de la guerra ha terminado; ya llega +la primavera de la paz. Y la misma mano verde que +pone florecillas y mariposas sobre la tumba anónima +cuelga olorosas guirnaldas de los muros ennegrecidos +por el incendio, tapiza con terciopelo vegetal las pendientes +abiertas por las explosiones, hace gorjear los +pájaros y rebullir los insectos sobre las sepulturas, guía<a name="page_434" id="page_434"></a> +la serpenteante enredadera por el leño negro de las cruces, +como si quisiera convertirlas en tirsos...</p> + +<p>¡Ay! La tierra ignora nuestros dolores.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>El príncipe sale de su abstracción, y ve al coronel +que le saluda de lejos.</p> + +<p>Ya está de vuelta, acompañado de <i>madame</i> Toledo, +cuya cabeza apenas le llega al hombro. Durante el camino +ella ha mirado atrás muchas veces, con la esperanza +de verse seguida por el suboficial americano.</p> + +<p>Al reconocer al príncipe en el café, olvida al otro, y +parece suplicarle con los ojos que abandone su asiento y +vaya con ella á las terrazas.</p> + +<p>Se alejan los dos hacia el concierto, y Miguel vuelve +á caer en su meditación... Recuerda su diálogo con don +Marcos poco antes, cuando bajaban del cementerio.</p> + +<p>Toledo parece inconsolable. La guerra no ha terminado +bien para él. Se muestra escandalizado por el carácter +absurdo de su final. ¡Qué tiempos! El fugitivo +refugiado en Amerongen le desconcierta y le irrita.</p> + +<p>—¡Y yo que le hacía el honor de compararlo con un +teniente!... ¡Yo que le consideraba capaz de pegarse un +tiro!...</p> + +<p>Treinta años aterrando al mundo con el estrépito +de su sable y sus bigotes fanfarrones; treinta años de +titularse «señor de la guerra», haciendo temblar á los +pueblos con su ceño, sus actitudes heroicas y sus frases +teatrales; treinta años de preparar millones de hombres +para el matadero, obligando á los pueblos á vivir armados +en plena paz, y cuando apunta la desgracia para él, +cuando considera su existencia en peligro, huye vergonzosamente +al extranjero, abandonando á los suyos, lo +mismo que un comerciante que hace quiebra fraudulenta.</p> + +<p>—¡Es la mentira mayor que ha conocido la humanidad—grita +indignado el coronel—, la estafa más grande +de la Historia!</p> + +<p>Matarse no prueba nada: don Marcos lo sabe perfectamente. +¡Pero hay en la vida tantas cosas que no prueban +nada y sin embargo son bellas y lógicas!... La +desesperación de los que se suicidan por amor tampoco<a name="page_435" id="page_435"></a> +prueba nada, y sin embargo ha inspirado á la poesía y +á las otras artes sus mejores obras. El marino, al perder +su buque, se mata; todo hombre de honor que considera +su falta irremediable apela á la muerte, para caer en +una postura digna.</p> + +<p>—Y ese emperador—sigue diciendo Toledo—que ha +organizado el exterminio de diez millones de hombres +desea llegar á viejo... ¡Ah, sinvergüenza!</p> + +<p>El honor militar tal como había venido entendiéndose +á través de los siglos lo desconocían también sus +generales. Estos especialistas del incendio de poblaciones, +estos técnicos del fusilamiento de campesinos, estos +artífices del terror, al ver próximo el desastre, se marchaban +tranquilamente á sus castillos, como oficinistas +que abandonan el trabajo.</p> + +<p>De todos estos compañeros del «señor de la guerra», +el único digno de respeto era un hombre civil, un comerciante, +un judío, el armador Ballin, de Hamburgo, que +al ver arruinado el Imperio no quería sobrevivirle y se +pegaba un tiro. Mientras tanto, los mariscales de la estrategia +fracasada se dedicaban tranquilamente á educar +sus perros, escribir sus Memorias y cuidar su salud.</p> + +<p>Napoleón, en una de sus últimas batallas, colocaba +su caballo sobre una bomba; luego pretendía envenenarse +en Fontainebleau. Llamaba á la muerte, y únicamente +se decidía á vivir, como un fatalista, al convencerse +de que la muerte no quería nada de él. El otro +Napoleón, el de Sedán, podía haberse refugiado en Bélgica, +abandonando á sus tropas, como lo había hecho el +triste César germánico; pero, enfermo y desfalleciente +sobre su caballo, prefería galopar solo á lo largo de una +carretera barrida por los cañones, esperando la granada +que lo hiciese pedazos.</p> + +<p>Así entendía Toledo el honor militar, así había sido +aceptado en todas las épocas.</p> + +<p>Su cólera era implacable contra los generales del Imperio, +prontos á correr en la hora mala, y que sólo pensaban +en su reputación, lo mismo que los cómicos. Rotas sus +líneas, cercados por los aliados, podían haber caído noblemente, +peleando hasta el último momento, de acuerdo +con sus antiguas bravatas. Pero preferían solicitar un<a name="page_436" id="page_436"></a> +armisticio y entregar sus armas, para que los imbéciles +que tanto los habían admirado pudieran seguir creyendo +en su divinidad de invencibles y en que sí se retiraban +á sus tierras era únicamente por consideraciones de política +interior.</p> + +<p>¡Lúgubres comediantes, como su amo, hasta el último +minuto!...</p> + +<p>Y don Marcos, pensando en el miedo que estos hombres +han hecho sufrir al mundo durante treinta años, +grita coléricamente:</p> + +<p>—¡Embusteros!... ¡embusteros!</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Otra vez sale el príncipe de su abstracción. Alguien +se ha detenido ante él, y oye una voz conocida.</p> + +<p>—Alteza, ¡qué alegría verle!... El coronel acaba de +anunciarme su llegada.</p> + +<p>Es Spadoni: el Spadoni de siempre, como si sólo hubiesen +transcurrido unas horas desde su última entrevista +con el príncipe, como si fuese ayer cuando rugía +de indignación estudiando al piano <i>Lo que la palmera le +dijo al agave</i>.</p> + +<p>No quiere sentarse: tiene prisa; ha venido solamente +para estrechar la mano de Su Alteza. Ya le verá después +con más detenimiento en el Casino. El tiene por indudable +que el príncipe va á entrar en el Casino. ¿A qué otro +lugar puede ir una persona decente en Monte-Carlo?...</p> + +<p>Pasa una rápida mirada por su uniforme, admira su +rudo aspecto de soldado.</p> + +<p>—He sabido las hazañas de Su Alteza; le preguntaba +siempre al coronel... ¡Un héroe!</p> + +<p>Lubimoff no tiene tiempo para repeler estos elogios. +Spadoni pasa á ocuparse de algo más interesante. La +guerra, los héroes... cosas nebulosas y sin sentido. El +está por la realidad, y empieza á hablar de un nuevo +personaje admirado por él, un portugués que juega fuerte, +y cuyo nombre, desde hace unos días, parece llenar +las salas, á causa de sus ganancias.</p> + +<p>—Yo lo observo; además, es amigo mío y creo poseer +su secreto. Imagínese, príncipe...</p> + +<p>El príncipe se inquieta, adivinando que le va á describir<a name="page_437" id="page_437"></a> +con toda clase de detalles la combinación del portugués, +que ya considera suya. Pero el pianista mira +hacia el Casino, balbucea, y acaba por interrumpir su +relato. Alguien se aproxima, y él sólo quiere hacer partícipe +de su secreto al príncipe. Se despide de él, con la +promesa de revelarle la combinación preciosa en un diván +de los salones privados, cuando entre en el Casino.</p> + +<p>Piensa Lubimoff en su existencia de los últimos meses, +en sus aventuras de soldado, en su herida, en todo +lo que le ha ocurrido á él y al mundo entero mientras +este músico permanecía fijo en Monte-Carlo sin admitir +otra realidad que el revoloteo de la Quimera.</p> + +<p>El amigo Lewis tiende una mano al príncipe. El es +quien ha cortado con su aproximación la facundia del +pianista. Los jugadores evitan comunicarse sus secretos, +por rivalidad profesional. El tiempo, que parece haber +olvidado á Spadoni, dejándolo lo mismo que lo vió Miguel +por última vez en su «villa de la tumba», se ha +ensañado con Lewis, avejentándolo, como si los meses +valiesen años para él.</p> + +<p>Está triste por las pérdidas que sufre y por los recuerdos. +¡Aquella sobrina que era toda su familia!... Lubimoff +sabe por el coronel que no ha heredado nada de +ella. La enfermera gastó toda su fortuna en ambulancias +y hospitales. Su título es lo único que corresponde á +Lewis. Se cumplió su profecía: ya es el tercer lord Lewis, +con el apodo de «el Inútil» que él mismo se ha dado.</p> + +<p>Examina al príncipe con una mirada errante, detiene +los ojos en su brazo rígido, estrecha después con efusión +su mano izquierda.</p> + +<p>—Usted es un hombre, Lubimoff. Usted sabe hacer +las cosas...</p> + +<p>Y en estas palabras hay un reproche contra él, que +no puede despegarse de Monte-Carlo, que aquí vivirá y +morirá haciendo siempre lo mismo.</p> + +<p>Sin embargo, este es un gran día. En la mañana ha +recibido la visita de un amigo que viene á vivir con él +no sabe por cuánto tiempo, tal vez por dos días, tal vez +por dos años; un gran amigo del que no tenía noticia +alguna y muchas veces ha creído muerto: el conde, el +famoso conde.<a name="page_438" id="page_438"></a></p> + +<p>Ha llegado hasta el café con Lewis, que no puede +separarse de él; ha dado su mano al príncipe como si +lo hubiese visto el día antes, sin reparar en su uniforme +ni en su mutilación. Permanece silencioso en su silla, +pasándose una mano por la cabellera blanca y crespa, +fijando sus ojos redondos, de fulgor nocturno, en la +gente que circula en torno del «queso».</p> + +<p>Lewis cree que debe sentirse contento. ¡Día de sorpresas! +Primeramente el conde, después el coronel, que +le avisa la presencia de Lubimoff...</p> + +<p>Evita hablar de su sobrina; incorpora su tristeza á +las tristezas de todos... La paz le ha sorprendido: ¿quién +podía esperarla tan pronto, á continuación de la fase +más angustiosa de la guerra?...</p> + +<p>El conde abandona su inmovilidad para hablar.</p> + +<p>—Todo el mundo. Los grandes tratadistas anunciaron +desde el principio que la guerra terminaría en el +otoño de 1918. Era cosa sabida. Yo lo he dicho siempre, +y usted, Lewis, me lo ha oído muchas veces.</p> + +<p>Su admirador hace un gesto de extrañeza. Pero no +puede poner en duda la ciencia de su sabio amigo, y +prefiere admitir que es él quien ha olvidado las afirmaciones +del otro. Además, no debió entenderlas. Estos depositarios +del porvenir nunca exponen sus verdades con +claridad: se niegan á decir las cosas como los simples +mortales.</p> + +<p>Empieza á decaer la conversación. El inglés piensa +en el Casino. Iba á entrar en él, cuando le avisó don +Marcos la llegada del príncipe. Tiene á su lado al +conde, que vuelve de un viaje misterioso y guarda seguramente +el rosario de Satán en cierto bolsillo del pantalón +huroneado continuamente por su diestra.</p> + +<p>—Después nos veremos en el Casino. Supongo que +usted entrará un instante... A ver si hoy me trata bien +la suerte, después de tan agradables encuentros.</p> + +<p>Y se aleja con el conde hacia el Palacio, donde pasará +el resto de su vida como en una cárcel.</p> + +<p>Lubimoff se fija en dos soldados italianos que le contemplan +desde la acera del «queso». Son dos <i>bersaglieri</i> +vestidos de gris, con sombreritos redondos cargados de +plumas de gallo. Al notar que el príncipe les mira, se<a name="page_439" id="page_439"></a> +desconciertan, vuelven la espalda avergonzados, se alejan, +pero antes sonríen y se llevan una mano al empenachado +sombrero.</p> + +<p>Recuerda el príncipe una noticia que le dió don Marcos, +y los reconoce. ¡Estola y Pistola convertidos en +guerreros!... Han venido con licencia á ver á sus familias, +y en la noche subirán á la casa del coronel para +saludar á su antiguo señor. Parecen más altos, más vigorosos. +Unos cuantos meses de guerra han bastado para +hacerles saltar de la adolescencia á la madurez. Todo +hombre lleva dentro un soldado...</p> + +<p>Cuando intenta levantarse para dar un paseo por +las terrazas, ve venir hacia el café á un señor que le +saluda con violentos manoteos y á continuación se asegura +los lentes sobre la nariz.</p> + +<p>El príncipe tarda en reconocerle; adivina quién es por +el timbre de su voz más que por su rostro... ¡El amigo +Novoa! Los meses transcurridos han dejado en él mayor +huella que en los demás. Ya no es el varón preocupado +de las pompas mundanales, que consultaba al coronel +sobre los méritos de sastres y sombreros. Ha vuelto á la +esclavitud del pantalón con rodilleras y la corbata de +nudo hecho; lleva la barba muy crecida y revuelta. +Sigue siendo joven en la voz, en los ojos, en sus ademanes +vivaces y torpes, pero va disfrazado de anciano.</p> + +<p>Este se alegra más que los otros de ver al príncipe. No +cesa de alabar á la casualidad, que ha hecho venir á Lubimoff +y que acaba de hacerle encontrar á don Marcos.</p> + +<p>—Si tarda usted dos días, príncipe, no tengo el placer +de verle. Me voy á mi tierra pasado mañana. Ya tengo +bastante de Monte-Carlo. ¡Lo que dejo aquí!... Dinero, +ilusiones...</p> + +<p>Miguel se muestra discreto. Cree oler en su amigo el +desengaño inesperado, la decepción, que necesitamos olvidar +para que no continúe atormentándonos. Se acuerda +de Valeria, y no ve en la persona del catedrático el +menor vestigio que denuncie el roce con la mujer. Es +una ruina, un tronco seco; el pájaro que cantaba en sus +ramas debe haber volado hace mucho tiempo.</p> + +<p>Novoa muestra igual discreción. Contempla el uniforme +del otro, su manga ocupada por un brazo falso;<a name="page_440" id="page_440"></a> +pero sólo habla de lo sucedido en los últimos meses de +un modo general, con vagas lamentaciones.</p> + +<p>—¡Las cosas extraordinarias que han pasado! ¡Cuántos +amigos muertos! La vida acaba de ser como uno de esos +dramas en los que perecen todos al final del último acto.</p> + +<p>El príncipe adivina que Novoa piensa en Alicia y se +abstiene de nombrarla para no molestarle. Efectivamente, +piensa en la duquesa, pero ésta sólo es un punto de +partida para llegar á otra mujer que ocupa su recuerdo.</p> + +<p>Al fin habla, dando expansión á su melancolía. Puede +contárselo todo al príncipe, porque es el único que +conoce su secreto. (Lo mismo le ha dicho al coronel y +hasta á Spadoni, al lamentar su desgracia.) Y prorrumpe +en desesperadas recriminaciones contra Valeria.</p> + +<p>Es otra mujer. Ya no la preocupan los países de +amor, donde las mujeres se casan sin dote. Después de +muerta la duquesa, es una candidata al matrimonio, que +ofrece con la cesión de su mano más de trescientos mil +francos. El profesor se ha visto repelido y olvidado. +¡Sus viles súplicas ante la realidad, sus esfuerzos vergonzosos +para remediar lo que consideró en el primer +momento un pasajero capricho femenil!... No quiere +acordarse de tales momentos.</p> + +<p>—Todo terminó, príncipe. Ahora anda loca por un +oficial americano, y acabará casándose con él. Aquí no +hay más hombres que los americanos. Todo es para +ellos: hasta el amor. La última modistilla se considera +deshonrada si no tiene un soldado de los Estados Unidos +para pasear de noche... Todas las tardes, ella y el otro +bailan en los hoteles de La Condamine, ó aquí mismo, +en el Café de París.</p> + +<p>Se interrumpe, como si alguien le hubiese tocado en +la espalda. No ve á nadie detrás de él, pero sus ojos, á +través de los grupos que ocupan las mesas, encuentran +algo que hace temblar su voz.</p> + +<p>—Esa es, príncipe.</p> + +<p>Miguel no la hubiese reconocido. Ve cómo entran en +el café dos señoras, escoltadas por dos oficiales americanos. +Una de ellas es Valeria, vestida con un lujo estrepitoso +y ávido, como si quisiera resarcirse instantáneamente +de sus años de modestia y privaciones.<a name="page_441" id="page_441"></a></p> + +<p>Empiezan á brillar, enrojecidos, los cristales del café, +resaltando sobre la luz suave del atardecer. Una tras +otra, se encienden las grandes lámparas del interior. Llegan +hasta Miguel lamentos voluptuosos de violines.</p> + +<p>—La vida ha cambiado mucho desde que usted se fué, +príncipe. Todos sienten un hambre feroz de divertirse. +Lo primero que ha resucitado con la paz es el tango.</p> + +<p>Después, Novoa piensa en él.</p> + +<p>—¿Qué puedo hacer aquí?... Estoy pobre; cuanto tenía +en mi tierra lo he dejado en el Casino. Ya he estudiado +bastante los misterios del Océano. ¡Lo caros que me +cuestan!... He soñado un poco, y voy ahora á reanudar +allá mi trabajo mal pagado de jornalero de la ciencia.</p> + +<p>Otra vez piensa en ella.</p> + +<p>—¿Ha visto usted?... La pobre duquesa, que la hizo +cuanto es, arriba en su sepultura, y ella aquí bailando, +unos meses después de su muerte.</p> + +<p>Siente la áspera indignación, la escandalizada moralidad +de todos los despechados.</p> + +<p>De tal modo aumenta su cólera, que se levanta de la +silla. No quiere continuar en el café. La otra le ha visto, +y puede creer que la persigue, que espera su salida para +suplicarle. Nunca; bastante tiene con ciertas humillaciones +que no quiere recordar.</p> + +<p>Se despide apresuradamente. Van á verse dentro de +poco; don Marcos le ha invitado á comer en su casita de +Beausoleil, convencido de que su compañía será agradable +al príncipe.</p> + +<p>Toma la mano artificial de éste, y no parece notarlo. +Sus ojos y su pensamiento están puestos en los vidrios +del café, inflamados en plena tarde, á través de los cuales +pasa el cadencioso susurro de los violines. Todavía, +al alejarse, repite su protesta.</p> + +<p>—La pobre duquesa olvidada arriba... y la otra... +¡qué escándalo! Celebro irme pronto. No la veré más.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Al quedar solo, el príncipe abandona su mesa. Don +Marcos va dando indudablemente la noticia de su llegada +á todos los que encuentra, y él teme que se presenten +otras personas menos interesantes.<a name="page_442" id="page_442"></a></p> + +<p>Al caminar, se da cuenta de algo que no ha visto antes, +cuando le acompañaba el coronel. La bandera de +los Estados Unidos flota sobre todos los edificios. Hay +en la vía pública tantos rótulos en inglés como en francés. +Soldados americanos por todas partes. El uniforme +de Lubimoff y los de otros combatientes franceses se +pierden en la gran inundación de hombres vestidos de +color mostaza. Pasan incesantemente los automóviles ligeros +del ejército americano. Son innumerables; se les +encuentra en las calles, en los caminos de la costa, subiendo +como hormigas roncadoras las faldas de los Alpes. +Una vida robusta, alegre, confiada, una vida de +veinte años parece reanimarlo todo. El concierto en la +terraza lo da una banda de música americana. Los que +transitan por las calles silban maquinalmente danzas +del otro lado del Océano, canciones de marcha de los +soldados de la Unión. La gente se detiene en las plazas +para admirar la agilidad de los americanos en mangas +de camisa que se envían la pelota y la devuelven luego +de captarla entre sus guantes de esgrima.</p> + +<p>Mónaco parece conquistado por las tropas de la gran +República; una conquista bonachona y simpática, que +hace sonreir á los sometidos. Lo mismo Niza y toda la +Costa Azul. El príncipe recuerda su breve permanencia +en París pocos días antes. También ha visto americanos +por todas partes. ¿Cuántos son?... ¿Qué fuerza sobrehumana +ha podido crear en unos meses ese ejército que, +todavía recién nacido, parece llenarlo todo?...</p> + +<p>Un pueblo acaba de levantarse sobre los pueblos de +la tierra. Jamás se conoció en la Historia una ascensión +semejante. Predomina por la simpatía, por sus actos generosos, +por la fuerza benéfica de su actividad; no por +el terror, base de todas las grandezas del pasado.</p> + +<p>Lubimoff recuerda las dudas de un año antes. Nadie +podía creer que un pueblo sin ejércitos improvisase una +fuerza militar igual á las de la vieja Europa. Y con sólo +unos meses los Estados Unidos creaban y enviaban dos +millones de hombres para decidir el éxito de la lucha y +la suerte del mundo.</p> + +<p>Llegados á última hora, habían pagado con largueza +su parte á la muerte. En cinco meses de guerra perecían<a name="page_443" id="page_443"></a> +ciento veinte mil americanos, proporción exorbitante +comparada con la de otras naciones durante cinco +años de combate.</p> + +<p>Miguel, en su silencioso entusiasmo, enumera lo que +acaba de hacer por la humanidad este gran pueblo, +tenido hasta poco antes por egoísta y positivo, y que se +presenta como el más romántico y generoso.</p> + +<p>Dos grandes guerras eran los incidentes más notables +de su historia: una, interior, por la supresión de la esclavitud; +otra, exterior, para impedir la divinización de la +guerra, la hegemonía brutal de un pueblo sobre todos, +la exaltación de un imperialismo místico.</p> + +<p>Por primera vez en la Historia una democracia había +intervenido en la suerte del mundo, sometido eternamente +á los arreglos de los reyes. Las repúblicas modernas +habían vivido hasta ahora una vida interior y +modesta. Las guerras de la Revolución francesa eran +defensivas. La República de la Convención peleaba por +existir, porque todos los monarcas deseaban suprimirla. +La República americana se había lanzado á la lucha +voluntariamente, sin que ningún peligro inmediato la +amenazase, por un imperativo de su conciencia indignada +ante los crímenes alemanes, por un deber de su +grandeza y su fuerza democráticas.</p> + +<p>Antes de armarse, antes de intervenir en el choque +europeo, cuando vivía en paciente neutralidad, por ella +se ganaban los batallas. Esta guerra era distinta á las +otras. Contra Alemania, preparada durante largos años +para la lucha, y que había movilizado guerreramente +todas sus fuerzas industriales y comerciales, los aliados +se batían en los primeros meses como se bate un pueblo +valeroso, pero atrasado, frente á una nación moderna. +Mucho valor, grandes heroísmos, algunas veces inútiles, +ante la fuerza ciega y mecánica de los inventos industriales +aplicados á la destrucción.</p> + +<p>Si esta desigualdad iba disminuyendo, era debido en +gran parte á la República del otro lado del mar. Sus capitanes +del dinero hacían préstamos enormes á los aliados; +sus capitanes de la industria facilitaban la fabricación +del material monstruoso exigido por los demoniacos +adelantos militares; sus buques, desafiando la amenaza<a name="page_444" id="page_444"></a> +submarina, traían á Europa el pan, escaseado por la guerra. +Y cuando al fin, agotada su paciencia, intervenía +directamente en la lucha, ¡qué generosidad la suya!...</p> + +<p>Los combatientes de América batallaban por ideales +simples y robustos: el derecho á la vida de los débiles, +la dignidad y la libertad de los hombres, la desaparición +de las guerras, la inteligencia entre los pueblos, el derecho +soberano reglamentando la vida de las naciones; +cosas que hacían sonreir poco antes á los escépticos del +viejo mundo.</p> + +<p>Todos los Estados de Europa tenían fronteras que +rehacer, pedazos de tierra que exigir. Los Estados de +América no pedían nada, no querían nada.</p> + +<p>Cada uno de los contendientes, al pensar en la victoria, +calculaba las indemnizaciones que debería cobrar +para compensarse de sus esfuerzos y sacrificios. La República +americana gastaba más que todos los pueblos. +El sostenimiento de cada uno de sus soldados le costaba +tanto como siete soldados de los otros países, y sin embargo +entraba en la guerra y se retiraba de ella sin +exigir un reembolso especial.</p> + +<p>Lubimoff admiraba su enorme poder después del +triunfo. Jamás Imperio alguno del pasado alcanzó tal +grandeza: ni la misma Roma.</p> + +<p>Era el único país de la tierra industrial y agrícola +á la vez. Formaba un mundo aparte dentro del mundo. +Podía aislarse del resto del planeta, sin que su vida sufriese. +En cambio, el mundo experimentaría una sensación +de vacío si la gran República le volvía la espalda.</p> + +<p>Sus ciudadanos en armas iban á retirarse sin jactancia +y sin ruido, lo mismo que habían llegado, y sin que +ella pidiese nada por su esfuerzo. Desaparecerían como +en las antiguas leyendas las hadas y los encantadores, +que, luego de hacer el bien, tornan á sus misteriosos +dominios.</p> + +<p>Pasarían los años: la Historia hablaría de este esfuerzo, +único por su intensidad y su carácter generoso, +y en la Costa Azul y en otros lugares quedaría de esta +hazaña mundial un recuerdo desfigurado. Los niños de +hoy, convertidos en viejos, harían memoria de cómo +aprendieron á jugar á la pelota con unos soldados llegados<a name="page_445" id="page_445"></a> +de una tierra de prodigios al otro lado del mar; +las muchachas, hechas abuelas, se acordarían nostálgicamente +del novio americano que tuvieron.</p> + +<p>Vuelve el príncipe otra vez á calcular la grandeza de +este pueblo, el único que puede hacer milagros, como los +hacen las religiones en su primera época de exaltación.</p> + +<p>La gran República es la acreedora del mundo. Todas +las naciones vencedoras le deben sumas fabulosas; Inglaterra +es su deudora por miles de millones, Francia +lo mismo. Los pueblos más modestos, Bélgica, Servia y +otros, han podido vivir gracias á sus préstamos enormes. +Aún no se sabe todo; han de pasar años antes de que se +conozca la extensión de su generosidad. Este país, que +ama el anuncio y la propaganda ruidosa en sus negocios +comerciales, es conciso y modesto al hablar de sus actos +desinteresados.</p> + +<p>Para seguir viviendo desahogadamente después del +cataclismo, la humanidad iba á necesitar su apoyo ó su +benevolencia.</p> + +<p>«Se ha desviado el centro político de la tierra—piensa +Lubimoff—. Ya no está en París; tampoco está en Londres. +Permaneció en Berlín algún tiempo, con temblores +de inestabilidad, y ahora ha saltado el Océano.»</p> + +<p>El hombre todavía desconocido que en lo futuro vaya +á instalarse en la Casa Blanca por cuatro años, catedrático, +abogado, negociante ó agricultor, pesará sobre los +destinos del mundo más que todos los gobernantes que +llenan la Historia con el estrépito de la gloria guerrera. +Su poder se basará en algo más permanente y sólido que +la fuerza de los ejércitos. Tendrá detrás de él el trabajo +y la riqueza, que crean los ejércitos; la fuerza democrática, +que es la fuerza de la opinión.</p> + +<p>Ve claramente Miguel el poder irresistible de esta +fuerza.</p> + +<p>Alemania, á pesar de sus continuos triunfos militares +en los primeros años de la guerra, ha acabado por caer +vencida. Tenía en contra suya la opinión. El espíritu +democrático del mundo entero se alzó contra el Imperio.</p> + +<p>Este triunfo de la democracia empieza á verse por +todas partes.</p> + +<p>«Ya no queda un solo emperador en Europa—sigue<a name="page_446" id="page_446"></a> +pensando—. Los Imperios vencidos quieren ser repúblicas. +Todos los reyes olvidan á sus abuelos de derecho +divino y pretenden hacerse perdonar su corona imitando +la vida simple de un presidente.»</p> + +<p>Este aspecto inesperado del mundo le comunica una +nueva voluntad de vivir.</p> + +<p>Sabe desde hace algunos meses—desde que abandonó +Villa-Sirena—que el príncipe Miguel Fedor Lubimoff +resulta un personaje pasado de moda. Tal vez, cuando +transcurran los años, otros serán como fué él. En el +mundo todo vuelve, y las épocas de paz y abundancia +producen fatalmente hombres de su especie. Pero ahora +existe una humanidad renovada por el dolor y el sacrificio, +una humanidad deseosa de vivir, que ambiciona +algo nuevo, sin conocerlo exactamente, y trabaja por +conseguirlo.</p> + +<p>Miguel se contempla con lástima. ¿Qué va á hacer?... +¿De qué puede servir á sus semejantes?...</p> + +<p>Recuerda su almuerzo en la casita de don Marcos. +Todavía le duelen, como algo vergonzoso, las atenciones +del coronel en la mesa, partiendo su carne, cuidándole +como á un niño, esforzándose por suplir la ausencia de +su brazo.</p> + +<p>¡Adiós, príncipe Lubimoff!... Aunque quisiera continuar +su existencia egoísta, dedicada por entero al placer, +le sería imposible. Es un inválido: se ve muy viejo... +Sólo Madó, que no sabe en realidad lo que desea, puede +fijarse en él.</p> + +<p>Además, se considera pobre. Por primera vez recuerda +con cierta satisfacción la herencia que le ha dejado +Alicia. No representa nada en este momento, pero +¡quién sabe si algún día!... Se forja la ilusión de que las +minas de Méjico pueden reemplazar á su perdida fortuna +de Rusia; ¡y entonces!... Siente un deseo vehemente de +recuperar la riqueza para hacer el bien; un anhelo que +tiene algo de remordimiento. Sabe la ineficacia del esfuerzo +individual para remediar las miserias humanas: +una gota perdida en el Océano, un grano de arena en la +playa. Pero ¿qué importa?... Se contenta con hacer la +dicha de cincuenta desgraciados entre los centenares de +millones que pueblan la tierra.<a name="page_447" id="page_447"></a></p> + +<p>Luego piensa en su situación actual. Desde la mañana +ha resuelto su modo de vivir. Huirá del pobre coronel, +á causa de Madó. ¡Que otros se encarguen de su +infortunio!... Se instalará en Niza, en una pensión rusa +que dirige una gran dama empobrecida. Hablarán por +las noches de los tiempos en que ella era rica, hermosa +y deseada; de los bailes de la corte de Petersburgo, en +los que tantas veces danzaron juntos. Lubimoff hasta +tiene la sospecha de que uno de sus duelos fué por esta +patrona de casa de huéspedes.</p> + +<p>Los restos de su fortuna le proporcionan una renta +para vivir en modesto bienestar. Será uno más entre los +náufragos que se retiran á la Costa Azul para acordarse, +bajo las palmeras, de sus triunfos olvidados. Su viejo +ayuda de cámara le acompañará en este destronamiento.</p> + +<p>Tiene ya una ocupación para llenar sus horas. Quiere +ser un contemplador de la vida. Celebra haber nacido en +la más interesante de las épocas.</p> + +<p>Algo va á ocurrir; algo nuevo en la Historia.</p> + +<p>Todavía dura la gran polvareda del combate. Es una +niebla que desorienta y no permite dominar el contorno +entero de las cosas. Los mismos actores del drama reciente +están ciegos. Pasarán años sin que esta niebla +caiga y se desvanezca, dejando visible el mundo nuevo.</p> + +<p>¿Reaparecerá entonces la misma decoración de antaño, +con las líneas cambiadas? ¿Habrán resultado inútiles +tantos esfuerzos sangrientos para suprimir la violencia, +el egoísmo, la ferocidad prehistórica como bases +maestras de la sociedad?</p> + +<p>El príncipe piensa con amargura en una decepción +posible. ¡Ver resurgir incólume la bestialidad primitiva +después de un cataclismo aceptado como una renovación!... +¡Contemplar la quiebra de tantos espíritus generosos, +de tantas inteligencias nobles que aspiran al +triunfo del bien, que desean á los hombres en paz y á +los pueblos en dulce sociedad, trabajando contra la guerra, +como las corporaciones higiénicas trabajan para +evitar las enfermedades!...</p> + +<p>La fe en el porvenir le anima de pronto. El mundo +no puede ser eternamente igual: las grandes convulsiones, +cuando pasan, no dejan el suelo lo mismo que lo<a name="page_448" id="page_448"></a> +encontraron. ¿Van los hijos á degollarse siempre porque +sus padres y sus abuelos se degollaron?... ¿Es preciso +que se miren con hostilidad por haber nacido á un lado +y á otro de un monte, un río ó un bosque que la política +bautizó frontera?</p> + +<p>Todos tenemos dos patrias: el lugar donde nacimos +y el Estado de que forma parte. ¿Por qué no ensanchar +generosamente esta concepción con una tercera patria? +¿No llegará una época bendita en que los hombres se +hablen de semejante á semejante, sin pensar en si la +Historia les ordena odiarse y matarse?... ¿Amando mucho +á su tierra natal no podrán ser al mismo tiempo +ciudadanos del mundo?...</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>El príncipe está apoyado en una balaustrada sobre +las terrazas y el puerto. Su paseo meditabundo le ha +traído hasta aquí sin que él se diese cuenta.</p> + +<p>Vuelve la espalda al mar y á los grupos que empiezan +á aclararse abajo, después de terminado el concierto. +Pasan cerca de él los músicos americanos, seguidos +por un enjambre de chicuelos que acompañan +su retirada.</p> + +<p>Contempla una brecha del horizonte, entre los Alpes +y el promontorio de Mónaco, por donde acaba de ocultarse +el sol. Sobre el espacio rojizo brilla una estrella +que tiene las facetas y la luz de una piedra preciosa.</p> + +<p>Lubimoff piensa en los abuelos de la poesía que la +cantaron hace tres mil años. Homero la llamaba <i>Kalistos</i>. +Astro unas veces del alba y otras del ocaso, Lucifer, +Véspero ó «estrella del pastor», acabó por recibir el +nombre de Venus, á causa de su blancura luminosa, +igual á la del diamante sobre un pecho femenil.</p> + +<p>Siente el príncipe en sus ojos una agradable caricia +al contemplar este planeta de dulce fulguración. Su +nombre simboliza la belleza y el amor. Se imagina á +los que pueblan esta gota celeste perdida en el espacio. +Deben ser de esencia más pura que la nuestra, limpios +completamente de un pasado de animalidad originaria, +seres etéreos como los ángeles de todas las religiones.</p> + +<p>Después sonríe con amargura.<a name="page_449" id="page_449"></a></p> + +<p>Otra estrella brilla en el cielo, más hermosa y más +grande que ésta. No es blanca, es azul, de un suave +azul: el color de la poesía y del ensueño. Centellea en el +fondo negro de la inmensidad con el fulgor misterioso +de los enormes diamantes azulados que colocan en sus +tiaras los monarcas orientales. Los que la contemplan +deben sentir en sus órganos visuales el roce aterciopelado +del divino misterio. Tal vez los poetas de otros +mundos la cantan como un refugio de selección, adonde +van á descansar únicamente las almas puras y escogidas; +tal vez ha dado origen á religiones y es objeto de +culto, teniendo altares, lo mismo que los tuvo el sol.</p> + +<p>Y este diamante azul del espacio, este mundo de +suave luz, que contemplan los habitantes de los otros +planetas como una estrella poética en la que todas las +criaturas llevan una existencia inmaterial, es la Tierra, +nuestro pobre globo, donde acaban de perecer doce millones +de hombres en los campos de batalla, donde han +muerto otros tantos millones por las emociones y las +pestes que son consecuencia de la guerra, donde se han +consumido seiscientos mil millones en humo, en incendios, +en acero estallado.</p> + +<p>Se acuerda Lubimoff de sus impresiones, horas antes, +frente á una tumba que empieza á desfigurarse con los +primeros balbuceos de la primavera, La inmensidad no +nos conoce, así como tampoco nos conoce la tierra que +nos sustenta.</p> + +<p>Estamos solos en el infinito, sin otro apoyo que el de +nuestras mentiras, nuestras ilusiones y nuestras esperanzas. +El hombre sólo puede contar con el hombre...</p> + +<p>Y repite lo que en la mañana dijo de la Tierra.</p> + +<p>El cielo ignora nuestros dolores.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>Vuelve lentamente hacia la plaza.</p> + +<p>De todos los cafés, de los restoranes, de los hoteles +surge el vaivén musical de los cadenciosos violines. Pasan +detrás de los grandes vidrios enrojecidos por una +luz interior las parejas enlazadas, siguiendo el ritmo de +la música. Bailan... bailan... bailan.</p> + +<p>La juventud no hace otra cosa. La danza es una especie<a name="page_450" id="page_450"></a> +de rito sagrado, prohibido durante la guerra; y +todos se dedican ahora á bailar, con el fervor del fanático +que al fin ve triunfante su perseguida religión.</p> + +<p>El príncipe recuerda su paso reciente por París. +Nunca vió las mujeres mejor vestidas, con un hambre +tan manifiesta de placer y de lujo. El tango de los violines +del bulevar es contestado como un eco por el tango +de los violines de toda la Costa Azul y de las estaciones +veraniegas que empiezan á abrirse. El ideal femenil, +en este momento, no va más allá de bailar la danza de +moda con un guerrero de los Estados Unidos.</p> + +<p>Se desvaneció la pesadilla; todo olvidado. Para muchos +no queda otro recuerdo de la guerra que los uniformes, +más numerosos que antes en los tés donde se baila.</p> + +<p>Miguel circunscribe su pensamiento á esta costa, que +fué siempre el dominio de los felices.</p> + +<p>La guerra la ha trastornado y ensombrecido durante +cuatro años. Recorre con la imaginación los salientes y +los golfos de su ribera, encontrando en todos ellos un +cementerio.</p> + +<p>En Mentón hay miles y miles de negros bajo tierra. +Los combatientes de Africa, cuyos padres sólo conocieron +la lanza y el taparrabos, han venido á caer como +tiradores moribundos en esta playa de millonarios europeos. +En el Cap-Martin dejaron los ingleses á sus muertos; +en Mónaco los hay de todas las nacionalidades; en +el Cap-Ferrat duermen los belgas bajo coronas que ya +son viejas; en Niza están los cadáveres americanos; y +en todas partes, desde el Esterel á la frontera italiana, +franceses... franceses... franceses.</p> + +<p>Son incontables los cadáveres. Si todos se levantasen +á un tiempo, huirían despavoridos los que vienen á dilatar +su existencia bajo la palmera y el olivo en la orilla +roja del mar violeta.</p> + +<p>Pero la vida quiera vivir. Es una primavera interminable, +y cubre todo cuanto toca con el musgo ávido del +placer, con la enredadera veloz de la ilusión.</p> + +<p>Los cementerios, de una blancura agresiva, parecen +esfumarse y se pierden en el risueño paisaje como una +nota sin importancia. La suavidad del cielo y del ambiente +los convierte en jardines. ¡Un cadáver ocupa tan<a name="page_451" id="page_451"></a> +poco sitio y la tierra es tan grande!... Los hoteles que +fueron hospitales redoran sos rótulos, desinfectan sus +habitaciones, envían anuncios á los grandes diarios de +la tierra. Ya pueden venir las gentes á soñar y á procrear +entre las paredes que se estremecieron con gritos +de dolor ó ronquidos de agonía. La música empieza á +gemir dulcemente á lo largo de la costa feliz, entre el +susurro de las olas y los estremecimientos de los naranjos +de epitalámico perfume. El viejo pastor de los Alpes +que después de sesenta años aún no ha salido de su +asombro ante el Monte-Carlo surgido á sus pies, en una +meseta antiguamente desierta, lo verá crecer todavía +con nuevos palacios, con nuevas torres, ensanchando su +opulencia como una ciudad de ensueño.</p> + +<p>El paso de la muerte ha aguzado la voluntad de vivir. +Todos encuentran un nuevo sabor al placer, viendo +en lontananza cómo se aleja el negro harapo de la adversaria.</p> + +<p>Lubimoff se detiene en el centro de la plaza. Empieza +á obscurecer. Por una oreja le entra el balanceo +musical de una danza inventada por los negros de la +América del Norte para regocijo de los blancos; por la +opuesta penetra al mismo tiempo otra música negra: el +tango de la América del Sur. En las calles inmediatas +suenan nuevas orquestas allí donde hay un establecimiento +público, café, hotel ó restorán, con un rótulo +inglés en su puerta, para atraer á los héroes del momento: +<i>Dancing</i>.</p> + +<p>Mira á la montaña que cierra el fondo de la plaza y +guarda tumbas en su flanco. Luego mira á lo alto....</p> + +<p>La tierra y el cielo ignoran nuestros dolores.</p> + +<p>Y la vida también.</p> + +<p class="c">FIN</p> + +<p>Monte-Carlo.—Enero-Julio 1919.</p> + +<hr /> + +<p class="un"> E<small>DITORIAl</small> PROMETEO.—V<small>ALENCIA</small> </p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>OBRAS DE V. BLASCO IBAÑEZ, director literario de +esta Editorial.—<span class="smcap">Novelas</span>: Arroz y tartana. Flor de Mayo. +La Barraca. Entre naranjos. Sónnica la cortesana. Cañas y +barro. La Catedral. El Intruso. La Bodega. La Horda. La +maja desnuda. Sangre y arena. Los muertos mandan. Luna +Benamor. Los argonautas (2 tomos). Los cuatro jinetes del +Apocalipsis. Mare nostrum. Los enemigos de la mujer. El +préstamo de la difunta. El paraíso de las mujeres. La tierra +de todos. La reina Calafia. Novelas de la Costa Azul. <i>5 pesetas +volumen.</i>—<span class="smcap">Cuentos</span>: La Condenada. Cuentos valencianos. +<i>5 ptas. vol.</i>—<span class="smcap">Viajes</span>: En el país del arte. Oriente. <i>5 pesetas +volumen.</i>—<span class="smcap">Artículos</span>: El militarismo mejicano. <i>5 ptas.</i></p> + +<p>La vuelta al mundo, de un novelista (2 tomos). <i>10 ptas.</i></p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>V. BLASCO IBAÑEZ. SUS NOVELAS Y LA NOVELA DE +SU VIDA, por Camilo Pitollet.—Profusa ilustración con retratos, +estancias, actos, etc., de Blasco Ibáñez, desde su +época de estudiante hasta el presente. <i>5 ptas.</i></p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>NOVÍSIMA HISTORIA UNIVERSAL, dirigida por <span class="smcap">Lavisse +& Rambaud</span>. Traducción de <span class="smcap">V. Blasco Ibáñez</span>.—Escrita +por individuos del Instituto de Francia, dirigida á partir del +siglo IV por <span class="smcap">Ernesto Lavisse</span>, de la Academia Francesa, y +<span class="smcap">Alfredo Rambaud</span>, del Instituto de Francia, profesores de +la Universidad de París.—Más de 20.000 retratos, cuadros, +armas, monedas, monumentos, etc. Historia gráfica del Arte. +Historia del traje en numerosas láminas de colores. Mapas, +planos, etc.—Se han publicado los tomos I al XIII. En prensa +el XIV.—Precio de cada tomo, <i>10 pesetas</i> lujosamente encuadernado +en tela.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>NOVÍSIMA GEOGRAFÍA UNIVERSAL, por <span class="smcap">Onésimo y +Elíseo Reclús</span>. Traducción de <span class="smcap">V. Blasco Ibañez</span>.—Seis volúmenes +en 4.ª, con más de 1.000 grabados. Numerosos mapas.—<i>7'50 +ptas.</i> el tomo encuadernado en tela.</p> + +<p> +<br /> +</p> + +<p>LA NOVELA LITERARIA.—Amplia y selecta colección +dirigida por Blasco Ibáñez, que cuenta con el apoyo de los +novelistas de todos los países para esta obra de difusión literaria. +Todos los volúmenes llevan un estudio biográfico del +autor de la obra escrito por Blasco Ibáñez.—Novelas de Paul +Adam, Barbusse, Bazin, Bourges, Bourget, Duvernois, Fraplé, +Harry, Hermaut, Huysmans, Jaloux, Lavedan, Louys, +Margueritte, Miomandre, Regnier, Rosny, Tinayre y otros +muchos maestros de la novela contemporánea. <i>4 ptas. vol.</i></p> + + + + + + + + +<pre> + + + + + +End of Project Gutenberg's Los enemigos de la mujer, by Vicente Blasco Ibáñez + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS ENEMIGOS DE LA MUJER *** + +***** This file should be named 37139-h.htm or 37139-h.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + http://www.gutenberg.org/3/7/1/3/37139/ + +Produced by Chuck Greif and the Project Gutenberg Online +Distributed Proofreading Team (http://www.pgdp.net) + + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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