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authorRoger Frank <rfrank@pglaf.org>2025-10-14 20:07:18 -0700
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+Project Gutenberg's Los enemigos de la mujer, by Vicente Blasco Ibáñez
+
+This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
+almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
+re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
+with this eBook or online at www.gutenberg.org
+
+
+Title: Los enemigos de la mujer
+
+Author: Vicente Blasco Ibáñez
+
+Release Date: August 20, 2011 [EBook #37139]
+
+Language: Spanish
+
+Character set encoding: ISO-8859-1
+
+*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS ENEMIGOS DE LA MUJER ***
+
+
+
+
+Produced by Chuck Greif and the Project Gutenberg Online
+Distributed Proofreading Team (http://www.pgdp.net)
+
+
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+
+
+
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+
+
+V. BLASCO IBAÑEZ
+
+LOS ENEMIGOS
+
+DE LA MUJER
+
+OBRAS COMPLETAS
+
+DE
+
+V. BLASCO IBAÑEZ
+
+
+LOS ENEMIGOS DE LA MUJER
+
+
+ OBRAS DEL AUTOR
+
+ CON EL NÚMERO DE EJEMPLARES IMPRESOS EN ESPAÑA[*]
+ DE CADA UNA DE ELLAS, HASTA NOVIEMBRE DE 1924
+
+
+ CUENTOS VALENCIANOS 60.000 ejemplares.
+ LA CONDENADA (cuentos) 64.000 id.
+ EN EL PAÍS DEL ARTE (viajes) 64.000 id.
+ ARROZ Y TARTANA (novela) 68.000 id.
+ FLOR DE MAYO (novela) 80.000 id.
+ LA BARRACA (novela) 104.000 id.
+ SÓNNICA LA CORTESANA (novela) 56.000 id.
+ ENTRE NARANJOS (novela) 88.000 id.
+ CAÑAS Y BARRO (novela) 64.000 id.
+ LA CATEDRAL (novela) 72.000 id.
+ EL INTRUSO (novela) 56.000 id.
+ LA BODEGA (novela) 60.000 id.
+ LA HORDA (novela) 44.000 id.
+ LA MAJA DESNUDA (novela) 49.000 id.
+ ORIENTE (viajes) 52.000 id.
+ SANGRE Y ARENA (novela) 186.000 id.
+ LOS MUERTOS MANDAN (novela) 56.000 id.
+ LUNA BENAMOR (novelas) 48.000 id.
+ LOS ARGONAUTAS (novela).--Dos tomos 48.000 id.
+ LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS 164.000 id.
+ MARE NOSTRUM (novela) 104.000 id.
+ LOS ENEMIGOS DE LA MUJER (novela) 100.000 id.
+ EL MILITARISMO MEJICANO (artículos) 40.000 id.
+ EL PRÉSTAMO DE LA DIFUNTA (novelas) 44.000 id.
+ EL PARAÍSO DE LAS MUJERES (novela) 36.000 id.
+ LA TIERRA DE TODOS (novela) 66.000 id.
+ LA REINA CALAFIA (novela) 60.000 id.
+ NOVELAS DE LA COSTA AZUL 20.000 id.
+ LA VUELTA AL MUNDO, DE UN NOVELISTA 40.000 id.
+
+
+ NOVELAS DE PRÓXIMA PUBLICACIÓN
+
+ EL PAPA DEL MAR.
+
+ Á LOS PIES DE VENUS.
+
+ LAS RIQUEZAS DEL GRAN KAN.
+
+ EL ORO Y LA MUERTE.
+
+[*] En muchas repúblicas de la América de habla española se han
+publicado numerosas ediciones de estas obras sin permiso del autor.
+
+
+
+
+OBRAS COMPLETAS DE VICENTE BLASCO IBAÑEZ
+
+
+LOS
+
+ENEMIGOS
+
+DE LA MUJER
+
+(NOVELA)
+
+
+97.000 EJEMPLARES
+
+
+[Illustration: colofón]
+
+
+PROMETEO
+
+Germanías, 33.--VALENCIA
+
+(Published in Spain)
+
+ES PROPIEDAD.--Reservados todos
+los derechos de reproducción, traducción
+y adaptación.
+
+Copyright 1919, by V. Blasco Ibáñez.
+
+
+
+
+AL LECTOR
+
+
+En 1918, casi al final de la guerra europea, caí repentinamente enfermo
+por exceso de trabajo.
+
+Había realizado un esfuerzo enorme escribiendo para los periódicos de
+España y América numerosos artículos, un cuaderno todas las semanas de
+mi _Historia de la Guerra_ y dos novelas, _Los cuatro jinetes del
+Apocalipsis_ y _Mare nostrum_. Además hice muchas traducciones y otras
+labores literarias obscuras para la propaganda en favor de los Aliados.
+
+Durante cuatro años trabajé doce horas diarias, sin ningún día de
+descanso. Hubo semanas extraordinarias en las que aún fué más larga mi
+jornada. Á esta tarea excesiva y abrumadora, que lentamente iba agotando
+mis fuerzas, había que añadir las privaciones é inquietudes de la vida
+anormal que llevábamos los habitantes de París: mala comida, escasez de
+carbón, alumbrado defectuoso, noches en vela por las señales de alarma y
+el bullicio de la gente al anunciarse un ataque aéreo de los «Gothas».
+
+El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción, y el
+exceso de trabajo, acabaron con mi salud, y por consejo de los médicos
+me trasladé á la Costa Azul. No por tal cambio de ambiente dejé de
+trabajar. Como en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor
+del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto fué todo.
+
+Me instalé en Niza, por unas semanas nada más. Como necesitaba seguir
+trabajando, me sentí atraído por la soledad bravía del Cap-Ferrat,
+península que avanza en el mar su lomo cubierto de pinos. Durante unos
+meses viví en el Gran Hotel del Cap Ferrat como en un convento
+abandonado. Muchos días fuí su único huésped, llevando una vida de
+familia con su director y sus escasos domésticos.
+
+Acababa de escribir _Mare nostrum_, y la soledad de esta costa junto al
+frecuentado camino de Niza á Monte-Carlo parecía armonizarse con los
+recuerdos de mi novela reciente. Pero las noticias del gran choque
+europeo nos llegaban con enorme retraso, como si procediesen de un mundo
+lejanísimo. Además, las privaciones, generales en toda Francia, aún
+resultaban mayores y más penosas en este olvidado rincón.
+
+Al fin me trasladé al Principado monegasco, que veía diariamente desde
+mis ventanas, avanzando su doble ciudad de Mónaco y Monte-Carlo sobre la
+llanura azul del mar. Como era país neutral, libre de los severos
+reglamentos impuestos por la guerra, las gentes afluían á él en busca de
+una existencia menos dura. Además, los administradores de su célebre
+Casino procuraban que los víveres, el carbón y la luz fuesen más
+abundantes que en las vecinas poblaciones francesas.
+
+Apenas instalado en Monte-Carlo, vi con mis ojos de novelista un mundo
+anormal que vivía al margen de la guerra, queriendo ignorarla, para
+mantener tranquilo su egoísmo. Me admiró la tenacidad y la ceguera de
+los jugadores, que en días de alegría ó incertidumbre, cuando se
+disputaba sobre los campos de batalla el porvenir del mundo, sólo
+pensaban en sus combinaciones y «sistemas» favoritos, como si no
+existiese en la tierra nada más interesante.
+
+Fuí estudiando de cerca esta sociedad extraordinaria, que luego se ha
+modificado exteriormente al volver los tiempos de paz, y así empezó mi
+composición de LOS ENEMIGOS DE LA MUJER.
+
+Casi todos los personajes que aparecen en la presente novela tienen algo
+ó mucho de real. Fueron observados directamente y son reflejos, más ó
+menos fieles, de personas que aún viven ó murieron hace pocos años.
+
+Esto no significa que el lector deba creerlos exactamente iguales á los
+tipos que me sirvieron de modelos, por haberlos copiado yo con una
+minuciosidad material. El novelista es un pintor y no un fotógrafo. Las
+más de las veces, con varios personajes observados en la realidad
+moldeamos uno solo. En otras ocasiones, un tipo complejo, estudiado
+directamente, lo descomponemos en varios, repartiendo sus diversas
+facultades entre numerosos hijos de nuestra imaginación.
+
+Con arreglo á la conocida fórmula, copié la realidad «viéndola á través
+de mi temperamento», ó más claramente dicho, la interpreté como me
+pareció mejor, con arreglo á mis ideas y gustos.
+
+Las desfiguraciones que impuse á la realidad no han impedido á ciertos
+habitantes de la Costa Azul reconocer el origen de mis personajes.
+
+Muchos de los que frecuentan el Casino de Monte-Carlo señalan á un gran
+señor de origen ruso, y afirman que es el príncipe Lubimoff de LOS
+ENEMIGOS DE LA MUJER. En un cementerio que existe junto al camino de
+Monte-Carlo á La Turbie, muestran la tumba de la duquesa Alicia. Un
+_gentleman_ aviejado y cada vez más flaco, que juega y pierde en los
+primeros días de todos los meses, dice con desesperación á los que le
+escuchan, cuando ve desaparecer sobre el tapete sus últimas fichas:
+
+--Yo soy el lord Lewis que aparece en ese libro sobre Monte-Carlo,
+escrito por «Ibanez», el novelista español.
+
+V. B. I.
+
+1923.
+
+
+
+
+LOS ENEMIGOS DE LA MUJER
+
+
+
+
+I
+
+
+El príncipe repitió su afirmación:
+
+--La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la mujer.
+
+Quiso seguir, pero no pudo. Temblaron levemente los amplios ventanales,
+cortados en su parte baja por el intenso azul del Mediterráneo. Entró en
+el comedor un estrépito amortiguado que parecía venir de la otra fachada
+del edificio, frente á los Alpes. Esta vibración, ensordecida por muros,
+cortinajes y alfombras, era discreta, lejana, como el funcionamiento de
+una máquina subterránea; pero un clamoreo humano, una explosión de
+gritos y silbidos dominaba el rodar del acero y los bufidos del vapor.
+
+--¡Un tren de soldados!--exclamó don Marcos Toledo abandonando su
+asiento.
+
+--Este coronel, siempre héroe, siempre entusiasta de las cosas de su
+profesión--dijo Atilio Castro con sonrisa burlona.
+
+El llamado coronel se colocó casi de un salto, á pesar de sus años,
+junto á la ventana lateral más próxima. Alcanzaba á ver sobre el follaje
+del gran jardín en declive una pequeña sección del ferrocarril de la
+Cornisa sumiéndose en la boca ahumada de un túnel. Luego volvía á
+reaparecer al otro lado de la colina, entre las arboledas y los
+sonrosados palacetes del Cap-Martin. Los rieles ondulaban luminosamente
+bajo el sol como dos regueros de metal líquido. Aún no había llegado el
+tren á este lado, pero su estrépito creciente parecía animar el paisaje.
+Las ventanas de las casas de campo, las terrazas de las «villas», se
+punteaban de negro con la salida de las gentes que abandonaban la mesa
+del almuerzo. Banderas de diversos colores empezaron á ondear en
+edificios y tapias á ambos lados de la vía, desde media falda de la
+montaña hasta la ribera del mar.
+
+Don Marcos corrió á la ventana opuesta. Aquí, el paisaje era urbano.
+Todo lo que alcanzaba la vista estaba bajo techo, sin otra concesión á
+las expansiones del suelo que los aislados mechones verdes de los
+jardines irguiéndose entra masas de tejas rojas. Era como un decorado de
+teatro, partido en varios términos: primero las «villas» sueltas
+rodeadas de árboles, con balaustres blancos y chorreando flores sus
+murallas; luego el núcleo de Monte-Carlo, sus hoteles enormes erizados
+de cúpulas y torrecillas, y en el fondo, esfumados por la distancia y el
+polvo dorado flotante en la atmósfera, el peñón de Mónaco y sus paseos,
+la enorme masa del Museo Oceanográfico, la catedral, de un blanco crudo
+y reciente, y las torres cuadradas y almenadas del palacio del Príncipe.
+La edificación subía desde la ribera marítima á la mitad de las
+montañas. Era un Estado sin campos, sin tierra libre, todo cubierto de
+casas de una frontera á otra.
+
+Pero don Marcos llevaba muchos años de familiaridad con esta vista, y
+buscó inmediatamente lo que había en ella de extraordinario. Un tren
+enorme, interminable, avanzaba lentamente por la costa. Contó en voz
+alta más de cuarenta vagones, sin poder llegar al término del convoy,
+oculto aún por una revuelta.
+
+--Debe ser un batallón... todo un batallón en pie de guerra. Más de mil
+soldados--dijo con autoridad, satisfecho de mostrar su buen ojo
+profesional ante los compañeros de mesa, que no le oían.
+
+El tren estaba repleto de hombres, pequeñas figuras de un gris
+amarillento que llenaban las ventanas de los vagones y ocupaban las
+portezuelas y los estribos, con las piernas colgando sobre la vía. Otros
+se agolpaban en los furgones de ganado ó se mantenían de pie sobre las
+plataformas descubiertas, entre los carros militares y las
+ametralladoras enfundadas. Muchos se habían subido á los techos de los
+vagones, y saludaban abiertos de brazos y piernas como una X. Casi todos
+se habían puesto en cuerpo de camisa, con las mangas dobladas sobre los
+brazos, lo mismo que los marineros cuando se preparan para una maniobra.
+
+--¡Son ingleses!--exclamó don Marcos--. ¡Ingleses que van á Italia!
+
+Esta indicación fué mal acogida por el príncipe, que le tuteaba á pesar
+de la diferencia de edad.
+
+--No seas tonto, coronel. Cualquiera los conoce. Son los únicos que
+silban.
+
+Asintieron los otros tres sentados á la mesa. Todos los días pasaban
+trenes militares, y desde lejos se podía adivinar la nacionalidad de los
+hombres que los ocupaban.
+
+--Los franceses--dijo Castro--pasan callados. Llevan tres años y pico de
+lucha en su propio suelo. Son silenciosos y sombríos, como el deber
+monótono é interminable. Los italianos que vienen al frente francés
+cantan y adornan sus trenes con ramajes y flores. Los ingleses gritan
+como un colegio en libertad, y silban, silban para expresar su
+entusiasmo. Son los muchachos de esta guerra; van á la muerte con un
+entusiasmo pueril.
+
+Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre. Fué pasando
+entre la montaña y los jardines de Villa-Sirena; luego se alejó por el
+lado opuesto, con dirección á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser
+tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba el paso
+del tren, vió cómo se animaban casas, jardines y pequeñas huertas á los
+dos lados de la vía. Braceaban las gentes agitando pañuelos y banderas
+para contestar á los silbidos de los ingleses. Hasta en la orilla
+mediterránea, los pescadores, puestos de pie en los bancos de sus botes,
+tremolaban las gorras mirando al lejano tren. El inquieto oído de don
+Marcos adivinó un leve correteo en el piso superior. La servidumbre
+abría sin duda las ventanas para unirse con un entusiasmo silencioso á
+esta despedida.
+
+Cuando sólo quedaban visibles unos pocos vagones en la boca del túnel,
+el coronel volvió á ocupar su asiento en la mesa.
+
+--¡Mas carne al matadero!--dijo Atilio Castro mirando al príncipe--.
+Pasó el escándalo. Continúa, Miguel.
+
+Dos criados jóvenes, dos muchachos italianos, imberbes y de ademanes
+torpes, vestidos con unos fracs que les venían algo grandes, sirvieron
+los postres del almuerzo, bajo la mirada autoritaria de Toledo.
+
+Este examinaba igualmente la mesa y los tres convidados, como si temiera
+notar de pronto un olvido, algo que demostrase la improvisación del
+almuerzo. Era el primero que se daba en Villa-Sirena después de dos
+años.
+
+La víspera había llegado de París el dueño de la casa, el príncipe
+Miguel Fedor Lubimoff, que ocupaba ahora la cabecera de la mesa.
+
+Era un hombre todavía joven, con el cuidado vigor que proporciona una
+vida de ejercicios físicos: alto, membrudo y esbelto, la tez morena,
+grandes ojos grises y el rostro largo, completamente afeitado. Las canas
+esparcidas en sus sienes--que aún parecían más numerosas al contrastar
+con el negro azulado de su cabeza--, unas cuantas arrugas precoces en
+las comisuras de sus ojos y dos surcos profundos que se abrían desde las
+alillas de su nariz, demasiado ancha, hasta tocar los extremos de su
+boca, parecían denunciar el primer cansancio de un organismo poderoso
+que ha vivido con demasiada intensidad, por considerar sus fuerzas sin
+límites.
+
+El coronel le llamaba «Alteza», como si fuese de una familia reinante y
+no un simple príncipe ruso. Pero esto era cuando había alguien presente,
+por una costumbre adquirida en tiempos de la difunta princesa Lubimoff,
+y para sostener el prestigio del hijo, al que conocía desde niño. En la
+intimidad, cuando estaban solos, prefería llamarle «marqués», marqués de
+Villablanca, sin que el príncipe consiguiera torcer con sus burlas este
+orden establecido por don Marcos en las categorías de su respeto. El
+principado ruso era para los demás, para las gentes que se deslumbran
+con la amplitud de los títulos, sin saber apreciar su mérito y su
+origen; él prefería, como algo más noble, el marquesado español, á pesar
+de que todos lo ignoraban en España, por carecer de consagración
+oficial.
+
+A los tres convidados del príncipe Miguel los conocía Toledo.
+
+Atilio Castro era un compatriota, un español que había pasado la mayor
+parte de su existencia fuera de su país. Trataba al príncipe con gran
+confianza y hasta le tuteaba, á causa de un parentesco lejano. El
+coronel tenía una vaga idea de que había sido cónsul en alguna parte,
+pero por breve tiempo. Continuamente le hacía objeto de sus burlas, que
+él tardaba en descubrir. Pero no sentía rencor por ellas, viendo que «Su
+Alteza» las celebraba mucho.
+
+--¡Hermoso corazón!--decía al hablar de Castro--. Ha llevado una vida
+poco ejemplar, es un terrible jugador... pero un caballero, ¡lo que se
+llama un caballero!
+
+Miguel Fedor definía de otro modo á su pariente:
+
+--Tiene todos los vicios y ningún defecto.
+
+Don Marcos nunca pudo entender esto, pero lo aceptó como un nuevo motivo
+para apreciar á Castro.
+
+Sólo contaba el príncipe dos ó tres años más que él, y sin embargo
+parecían separados por una diferencia de edad mucho mayor. Castro iba
+más allá de los treinta y cinco años, y algunos le suponían veintitrés.
+Su rostro, de ingenua expresión, algo aniñado, sólo adquiría cierta
+respetabilidad viril gracias á un bigote rubio obscuro, recortado como
+un cepillo de dientes. Este exiguo bigote y la raya correcta que partía
+sus cabellos en dos masas idénticas y lustrosas eran los detalles más
+visibles de su fisonomía en momentos de tranquilidad. Si se alteraba su
+humor--lo que ocurría muy de tarde en tarde--, el brillo de sus ojos, la
+contracción de su boca, las arrugas precoces de sus sienes, le daban un
+aspecto inquietante, y diez años más caían sobre él de golpe.
+
+--Malo para enemigo--afirmaba el coronel--. Es hombre que no conviene
+tenor enfrente.
+
+Y no por miedo, sino por espontánea admiración, celebraba sus talentos.
+Hacía versos, pintaba acuarelas, improvisaba romanzas en el piano, daba
+consejos sobre muebles y trajes, conocía las antigüedades. Don Marcos no
+encontraba límites á su inteligencia.
+
+--Lo sabe todo--decía--. ¡Si pudiera fijarse en una sola cosa!... ¡Si
+quisiera trabajar!
+
+Vestido siempre con elegancia, viviendo en hoteles caros y sin ninguna
+renta conocida, el coronel sospechaba una serie de empréstitos amistosos
+hechos al príncipe. Pero éste había permanecido ausente de Monte-Carlo
+casi desde el principio de la guerra, y don Marcos encontraba á Castro
+todos los inviernos instalado en el Hotel de París, apuntando en el
+Casino, tratándose con gentes ricas. Unas cuantas veces, al verse junto
+á la ruleta, le había pedido prestados «diez luises», necesidad
+imperiosa de jugador que acaba de quedar limpio y ansía desquitarse;
+pero, con más ó menos retraso, se los había devuelto siempre. Su vida
+tenía un fondo misterioso, según don Marcos.
+
+Los otros dos convidados le parecían de una existencia menos complicada.
+El más antiguo en la casa era un joven moreno, casi cobrizo, pequeño de
+cuerpo, con luengas y lacias melenas. Teófilo Spadoni, famoso pianista,
+hijo de italianos--esto era indiscutible--, pero nacido, según él, unas
+veces en el Cairo, otras en Atenas ó en Constantinopla, en todas las
+ciudades adonde había emigrado su padre, pobre sastre napolitano. Tales
+vaguedades y distracciones no resultaban extraordinarias en este
+ejecutante prodigioso, que así que se levantaba del piano era una
+especie de sonámbulo, incapaz de adaptarse regularmente á ninguna
+función de la vida. Luego de dar conciertos en las grandes capitales de
+Europa y América del Sur, se había quedado en Monte-Carlo, con una
+inmovilidad que él atribuía á la guerra y don Marcos achacaba á su
+afición al juego. El príncipe le conocía por haberle llevado á bordo de
+su gran yate _Gaviota II_, en un viaje alrededor de la tierra, formando
+parte de su orquesta.
+
+Al lado del dueño estaba el último convidado, el más reciente en la
+casa, un joven pálido, larguirucho y miope, que miraba á todos lados con
+timidez, conteniendo sus movimientos. Era un profesor español, un doctor
+en ciencias, Carlos Novoa, pensionado por el gobierno de su país para
+hacer estudios de la fauna marítima en el Museo Oceanográfico. El
+coronel, que vivía muchos años en Monte-Carlo sin tropezarse con otros
+compatriotas que los que encontraba alrededor de las mesas de ruleta,
+había sentido un orgullo patriótico al conocer á este profesor, dos
+meses antes.
+
+--¡Un sabio!... ¡un famoso sabio!--exclamaba al hablar de su nuevo
+amigo--. Para que digan luego que todos los españoles somos brutos...
+
+No podía explicar qué sabiduría era la de su compatriota. Es más: desde
+sus primeras conversaciones había adivinado que el profesor era de ideas
+opuestas á las suyas. «Un descreído de los que no tienen más Dios que la
+materia», se dijo. Pero añadió á guisa de consuelo: «Todos estos sabios
+son así: liberales é impíos. ¡Qué hacerle!...» En cuanto á su fama, la
+tenía por indiscutible. Sólo así podía comprender que lo hubiesen
+enviado á aquel Museo de Mónaco, enorme y blanco como una catedral,
+cuyas salas había visitado una sola vez, con un respeto que le impedía
+volver.
+
+Cuando el profesor iba de tarde en tarde á Monte-Carlo, encontrándose en
+el Casino con don Marcos, éste lo presentaba á sus amigos como una
+celebridad nacional. Así había conocido á Castro y á Spadoni, los cuales
+se limitaron á preguntarle si ganaba mucho en el juego.
+
+Al anunciar el príncipe su llegada, Toledo obligó á su ilustre
+compatriota á acompañarle á la estación, para presentarlo sin perder
+tiempo.
+
+--Una gloria de nuestro país... ¡Su Alteza, que ama tanto las cosas de
+España!
+
+Miguel Fedor había pasado en los mares una parte considerable de su
+vida, y simpatizó con este joven modesto al conocer la especialidad de
+sus estudios.
+
+Hablaron largamente de oceanografía, y el día anterior, el príncipe
+Miguel, que estaba habituado á tener una gran mesa por la que desfilaban
+los comensales más diversos, dijo á su «chambelán»:
+
+--Muy simpático tu sabio. Invítalo á almorzar.
+
+Los convidados hablaban todos el español. Spadoni podía seguir la
+conversación con lo que había aprendido en Buenos Aires, Santiago de
+Chile y otras capitales de la América del Sur cuando seguía dando
+«recitales» de piano á un empresario que al fin se cansó de explotarle
+y de luchar con su inconsciencia.
+
+Al empezar el almuerzo, había notado el coronel en el rostro de su
+príncipe la preocupación de una idea fija. Hablaba preferentemente con
+el profesor Novoa, asombrándose de la exigua retribución que le valían
+sus estudios. Castro y Spadoni sólo atendían á los platos. Ya no eran
+obra de un cocinero famoso al que daba el príncipe Miguel el sueldo de
+un presidente de Consejo de ministros. El «maestro» había sido
+movilizado por la guerra, y á la sazón hacía la cocina de un general en
+el frente francés. Toledo había sabido descubrir después á una
+cincuentona, menos variada en sus combinaciones que el artista
+arrebatado por la guerra, pero más «clásica», más sólida y substanciosa,
+y los dos comían con ese regodeamiento de los eternos abonados á
+restoranes y hoteles cuando se ven ante una mesa sin economía y engaños.
+
+Cerca de los postres, la conversación, que era ya general, recayó sobre
+las mujeres, como ocurre en toda comida de hombres solos. Toledo tuvo la
+sospecha de que el príncipe había empujado dulcemente á sus comensales á
+hablar de esto. De pronto, Miguel resumió su opinión diciendo por dos
+veces:
+
+--La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la mujer.
+
+Y á continuación había pasado el tren de soldados ingleses como una nube
+de gritos y silbidos.
+
+Atilio Castro dejó que se perdiese en el túnel el último vagón, y dijo
+con una sonrisa algo irónica:
+
+--Esos silbidos parecen un comentario á tu hermosa frase; pero no hagas
+caso de opiniones groseras. Lo que has dicho me interesa. ¡Tú abominando
+de las mujeres, que las has tenido á miles!... Continúa, Miguel.
+
+Pero el príncipe torció el curso de la conversación. Habló de sus
+impresiones al llegar á Villa-Sirena después de una larga ausencia. De
+la vida anterior á la guerra sólo quedaban el edificio y los jardines.
+Toda la servidumbre masculina estaba movilizada: unos en el ejército
+francés, otros en el italiano. Al día siguiente de su llegada,
+maquinalmente había pedido el automóvil para ir á Monte-Carlo. No le
+faltaban vehículos. Tres de las mejores marcas estaban como olvidados en
+su _garage_. Pero los mecánicos también hacían la guerra, y además no
+había esencia y era necesario un permiso para correr por los caminos...
+Total: que había tenido que esperar el tranvía de Mentón ante la verja
+de su jardín. Una novedad para él, un medio de locomoción interesante.
+Creyó caer en un mundo olvidado al verse entre los pasajeros populares.
+Le molestaba la curiosidad general. Todos se repetían en voz baja su
+nombre; hasta el conductor mostró cierta emoción al ver en su coche al
+propietario de Villa-Sirena.
+
+--Y lo peor de todo, queridos amigos, es que estoy arruinado.
+
+Spadoni abrió desmesuradamente sus ojos negros, como si oyese algo
+inaudito y absurdo. Castro sonrió con incredulidad.
+
+--¿Arruinado tú?... Me contentaría con la décima parte de tus escombros.
+
+El príncipe asintió. Era como esos enormes trasatlánticos que, al
+naufragar, hacen la fortuna con sus despojos de todo un pueblo de
+miserables instalado en la orilla. Pero esta relatividad de la suerte no
+evitaba que su ruina fuese cierta.
+
+--Por lo que diré después, necesito no ocultar mi situación. Hace unas
+semanas he vendido en París el palacio que construyó mi madre. Me lo ha
+comprado un «nuevo rico». Yo, con la guerra, voy á ser un «nuevo pobre».
+Tú sabes, Atilio, lo que me pasa desde que empezó esta pelea de
+naciones. A los primeros cañonazos me enviaron de Rusia la octava parte
+de las rentas que tenía en tiempos de paz: luego, mucho menos. La
+revolución todavía recortó de un modo alarmante mis ingresos. Ahora, con
+el compañero Lenine y la bandera roja, no llega nada, absolutamente
+nada. No conozco siquiera la suerte de mis casas, de mis campos, de las
+minas... Nada sé tampoco de los que administraban allá mi fortuna. Sin
+duda los han asesinado...
+
+El coronel levantó los ojos al techo: «¡La revolución!... ¡La falta de
+un amo!»
+
+--Un rico como tú--dijo Castro--siempre tiene reservas en los Bancos,
+siempre encuentra quien le preste hasta que lleguen tiempos mejores.
+
+--Tal vez; pero eso para mí casi representa la miseria. Mi administrador
+me ha dicho, al salir de París, que debo limitar mis gastos, vivir con
+arreglo á mis ingresos actuales. ¿Cuánto tengo?... No lo sé. El mismo
+tampoco lo sabe. Está haciendo un balance de mi situación, cobrando á
+unos, pagando á otros, pues, según parece, yo tenía muchas deudas. A los
+millonarios nadie les exige con premura el pago de lo que deben... En
+fin, tendré que vivir como un príncipe arruinado, con trescientos mil
+francos al año; tal vez más... tal vez menos. No sé.
+
+Castro y Spadoni hicieron un gesto nostálgico al oir dicha suma. Novoa
+miró con respeto á este hombre que se llamaba su amigo y se creía en la
+miseria con trescientos mil francos anuales.
+
+--Mi administrador--continuó el príncipe--me habló de vender
+Villa-Sirena lo mismo que el palacio de París. Parece que el «nuevo
+rico» quiere quedarse con todo lo mío. ¡Liquidación completa!... Pero yo
+me he opuesto. Este rincón es mío; lo he formado yo. Además, la vida
+resulta imposible en el mundo, la guerra lo amarga todo. La existencia
+en París es triste. No hay gente, no hay luz: los «Gothas» tienen
+inquietas y nerviosas á las personas de nuestro mundo y las hacen
+emigrar... Y he pensado instalarme aquí hasta que termine la demencia
+europea.
+
+--Va para largo--dijo Castro.
+
+--Así lo creo. Este es un rincón agradable, un refugio dulce, que aún
+hace más grato la egoísta consideración de que á estas horas sufren toda
+clase de penalidades millones de hombres y mueren unos cuantos miles por
+día... Pero de todos modos, no es lo mismo que antes. Hasta el
+Mediterráneo resulta otro. Apenas se oculta el sol, mi buen coronel
+tiene que enmascarar con negros cortinajes las ventanas y puertas que
+dan al mar, para que los submarinos alemanes no se guíen por nuestras
+luces... ¡Ay! ¿Dónde están los hermosos días de la paz? ¡Las fiestas que
+hemos dado aquí! ¡Las veladas en el _Gaviota II_ cuando estaba anclado
+en el puerto de Mónaco!...
+
+Castro quedó con los ojos vagos, como si soñase despierto. Vió en su
+imaginación los jardines de Villa-Sirena dulcemente iluminados,
+envueltos en un halo lácteo que se desplomaba sobre las invisibles olas
+lo mismo que un reflejo lunar. Los ventanales estaban rojos, esparciendo
+en la cálida lobreguez de la noche risas, gritos, suspiros de violines,
+romanzas amorosas que denunciaban un cuello femenil, blanco y
+voluptuoso, hinchado por el deseo y por la música. Las gotas de luz
+perdidas en el infinito cambiaban sus parpadeos con las estrellas
+eléctricas medio ocultas en los negros follajes. Parejas enlazadas y de
+paso lento desaparecían en las penumbras del jardín. Todas habían pasado
+por allí: artistas célebres de París, de Londres ó de Viena; hermosas
+_snobs_ de los dos hemisferios; señoras del gran mundo, sonrientes como
+esclavas ante el potentado que podía saldar sus deudas con una firma.
+¡Ah, las noches pompeyanas de Villa-Sirena!...
+
+Spadoni veía el _Gaviota II_, palacio á hélice, que, cuando anclaba en
+el gracioso puerto de La Condamine, parecía llenarlo por entero,
+empequeñeciendo el yate del príncipe de Mónaco y los de los millonarios
+americanos; alcázar de _Las mil y una noches_ rematado por dos
+chimeneas, que paseaba por todos los mares del planeta sus gabinetes con
+fuentes y estatuas, su biblioteca enorme, su salón de fiestas con un
+estrado-escenario en el que cincuenta músicos, muchos de ellos célebres,
+daban conciertos para un solo oyente visible, el príncipe Miguel, medio
+tendido en un diván, mientras la brisa de los trópicos entraba por las
+altas ventanas, acariciando las cabezas de los oficiales y altos
+empleados del buque que se agolpaban en sus alféizares. El pianista veía
+los puertos solitarios de los países históricos y muertos, con sus
+rondas de gaviotas sobre la tranquila copa azul; las bahías gigantescas
+llenas de humo y actividad de la América del Norte; las riberas
+antillanas, con sus bosques de cocoteros, negros sobre un cielo
+enrojecido por el ocaso; las islas del Pacífico, de duro coral, formando
+un anillo en torno de un lago interior... ¡Y aquel mago omnipotente
+confesaba la pérdida de sus riquezas!...
+
+El príncipe, como si adivinase sus pensamientos, añadió:
+
+--Todo eso ha terminado: no sé si por muchos años ó para siempre... Y
+aunque vuelvan á ser las cosas algún día como fueron antes de la guerra,
+¡cuánto tendremos que esperar!... Tal vez muera yo antes... Por eso voy
+á hacer una proposición.
+
+Se detuvo un momento, apreciando la curiosidad en los ojos de sus
+oyentes.
+
+Luego preguntó á Atilio:
+
+--¿Estás contento de tu vida actual?...
+
+A pesar de su tranquilidad sonriente y burlona, Castro hizo un
+movimiento de sorpresa, como si le escandalizase esta pregunta. Su vida
+era insufrible. La guerra había trastornado sus costumbres y placeres,
+esparciendo á todos los vientos sus amistades. Ignoraba la suerte de
+cientos de personas de diversa nacionalidad que llenaban su existencia
+años antes y sin las cuales hubiera creído imposible vivir.
+
+--Además, tengo menos dinero que nunca. Permanezco en Monte-Carlo porque
+aquí juego; y aunque siempre acabo por perder (como pierden todos), algo
+me queda entre las uñas que me ayuda á vivir... Pero ¡qué existencia!
+
+Miró á Novoa como si le inspirase recelo su reciente amistad, pero luego
+hizo un gesto de resolución.
+
+--Debo hablar con entera confianza. El profesor nos decía hace poco lo
+que gana: unas quinientas pesetas al mes; menos que cualquier empleado
+del Casino. Yo voy á ser franco igualmente. Vivo en el Hotel de París:
+Atilio Castro no puede estar alojado en otra parte: debe conservar sus
+amistades. Pero paso grandes apuros muchas semanas para pagar mi cuarto,
+y como en malos restoranes, en bodegones italianos, cuando no me
+convidan. La cama me cuesta tres ó cuatro veces más que la mesa. Las
+tardes malas, en que pierdo hasta la última ficha, me contento con un
+emparedado de jamón á crédito en el _bar_ del Casino. Yo soy de la
+escuela de un jugador de Madrid al que llamábamos «el maestro», y que
+nos decía: «Jóvenes, el dinero se ha hecho para jugar: y lo que quede,
+para comer.»
+
+--Y sin embargo, tú amas la buena mesa--dijo el príncipe.
+
+Las lamentaciones de Castro tomaron una gravedad cómica. Con la guerra
+se habían olvidado las buenas costumbres. Nadie tenía casa; todos vivían
+en el hotel, y las escaseces del momento servían de pretexto para que
+los dueños de los «Palaces» lujosos diesen comidas de figón, escasas y
+malas. Un convite sólo servía para engañar el hambre.
+
+--Hace muchos meses, tal vez años, que no he comido como hoy, y eso que
+me he sentado á las mesas de todos los grandes hoteles de la Costa Azul.
+Ya no creía que existiesen en el mundo pollos como los que nos han
+servido. Los consideraba pájaros de ensueño, aves mitológicas.
+
+El coronel sonrió, inclinando la cabeza como si recibiese un elogio.
+
+--¿Y tú, Spadoni--siguió preguntando el príncipe--, vives bien?
+
+--Alteza... yo... yo...--dijo el músico balbuceando ante la repentina
+pregunta.
+
+Castro intervino para sacarle adelante.
+
+--El amigo Spadoni, como pianista, encuentra siempre mesa franca en las
+«villas» de unas cuantas señoras valetudinarias y melómanas que habitan
+en Cap-Martin. Le convidan también con frecuencia unos ingleses de Niza.
+Tampoco tiene que preocuparse de pagar hotel. Dispone de toda una
+«villa», grande, elegante, bien amueblada, que le dan como sepulturero.
+
+Novoa hizo un movimiento de asombro al oir esto.
+
+--Así es--continuó Atilio--. Disfruta de una casa magnífica, á cambio de
+guardar una tumba.
+
+--¡Oh, señor profesor!... No le haga caso--gimió el músico con una
+expresión de víctima.
+
+--Pero á todas estas ventajas--siguió diciendo Castro--une un terrible
+inconveniente: es más jugador que yo. En el Casino tiene un mote: «el
+señor del 5». No juega otro número. Todo lo que pilla lo pone al 5, y lo
+pierde. Yo soy «el señor del 17», y me va tan mal como á él... Además,
+tiene á sus amigos los ingleses. ¡Unos tipos! Todos los días vienen de
+Niza en un landó de dos caballos, y como si no tuviesen bastante con el
+juego del Casino, se colocan una tabla forrada de verde sobre las
+rodillas y sacan la baraja. ¡Jugar al _poker_ ante el paisaje de la
+Cornisa, que las gentes vienen á ver de todas las partes del mundo!... Y
+nuestro artista, cuando hace el cuarto con los dos ingleses y una vieja
+_miss_, pierde ante el Mediterráneo, dorado por la puesta de sol, todo
+lo que le ha producido algún concierto en Cannes ó en Monte-Carlo.
+
+Spadoni intentó hablar, pero se contuvo viendo que el príncipe se
+dirigía á Novoa.
+
+--A usted no le pregunto: conozco su situación. Vive en el viejo Mónaco,
+en la casa de un empleado del Museo, y su alojamiento no debe ser gran
+cosa. Además, como decía Atilio, gana usted mucho menos que un
+_croupier_ del Casino.
+
+Y mirando á sus convidados, añadió:
+
+--Lo que yo quiero proponerles es que vivan conmigo. La invitación
+resulta egoísta, no lo oculto. Pienso permanecer aquí hasta que se
+restablezca la tranquilidad de Europa y la vida vuelva á ser agradable.
+Sólo con mi coronel, acabaríamos por odiarnos los dos. Ustedes me
+acompañarán en mi agujero.
+
+Quedaron los tres estupefactos por la inesperada proposición. Novoa fué
+el primero en recobrar la palabra.
+
+--Príncipe, usted apenas me conoce. Nos vimos por primera vez hace tres
+días... No sé si debo...
+
+Le interrumpió el príncipe con voz algo seca y un ademán imperioso de
+hombre acostumbrado á no admitir objeciones.
+
+--Nos conocemos hace muchos años; nos conocemos toda la vida.
+
+Luego añadió con un tono halagador:
+
+--No es gran cosa lo que ofrezco. La servidumbre resulta escasa. No hay
+más criados que mi viejo ayuda de cámara y esos dos monigotes italianos
+que ha podido reclutar el coronel. Todo el resto del servicio lo hacen
+mujeres... Pero aun así, nuestra vida será agradable. Nos aislaremos del
+mundo, que está loco; no hablaremos de la guerra. Llevaremos una
+existencia plácida y cómoda, como en aquellas abadías que durante la
+Edad Media fueron frescos oasis de tranquilidad y de estudio en medio de
+violencias y matanzas. Comeremos bien; el coronel me responde de ello.
+La biblioteca del yate está aquí: al vender el buque ordené á don Marcos
+que la instalase en el último piso. El amigo Novoa va á encontrar libros
+que tal vez no conoce. Cada uno hará lo que quiera; monjes libres, sin
+otra obligación que la de acudir á la hora de refectorio. Y si «el señor
+del 5» ó «el señor del 17» quieren dar una vuelta por el Casino, podrán
+hacerlo, y alguien se encargará de llenarles los bolsillos. Hay que dar
+algo al vicio, ¡qué diablo! Sin los vicios, la vida no valdría la pena
+de ser vivida.
+
+Un silencio de aprobación acogió estas palabras del dueño de
+Villa-Sirena.
+
+--Lo único que exijo--continuó el príncipe después de una larga
+pausa--es que vivamos solos, entre hombres. ¡Nada de mujeres! La mujer
+debe quedar excluída de nuestra existencia en común.
+
+El pianista abrió los ojos con asombro; Castro se removió en su asiento;
+Novoa se quitó los lentes con un gesto maquinal de sorpresa, volviendo
+en seguida á montarlos en su nariz.
+
+Hubo otro silencio.
+
+--Eso que propones--dijo al fin Atilio sonriendo--me recuerda una
+comedia de Shakespeare. ¡Nada de mujeres! Y el protagonista acaba por
+casarse.
+
+--La conozco--contestó el príncipe--; pero no acostumbro á ajustar mi
+vida á las comedias, ni creo en sus enseñanzas. Puedo asegurarte que no
+me casaré, aunque con ello desmienta á Shakespeare y al rey francés de
+cuya crónica sacó el argumento de su obra.
+
+--Pero lo que pretendes es absurdo--prosiguió Castro--. Yo no sé lo que
+pensarán los demás, ¡pero impedirme á mí que...!
+
+Y con el gesto completó su protesta.
+
+Después, al ver que el príncipe había quedado pensativo, añadió:
+
+--¡Cómo se conoce que estás harto!... Has conseguido en tu vida cuanto
+deseaste, y ahora quieres imponernos...
+
+El príncipe, como si no le hubiese escuchado durante su ensimismamiento,
+le interrumpió:
+
+--Ya que no puedes vivir sin eso... ¡sea! No tengo empeño en
+martirizarte. Continúa siendo esclavo de una necesidad que es obra más
+de la imaginación que del deseo. Ahora que conozco verdaderamente la
+vida, me asombro de que los hombres hagan tantas necedades por el
+descubrimiento y posesión de treinta centímetros de piel oculta. Puedes
+satisfacer tu fantasía cuando gustes... pero ¡nada de mujeres!
+
+Los tres oyentes se miraron con asombro, y hasta el coronel, que se
+mantenía impasible siempre que hablaba su señor, mostró en sus ojos
+cierta sorpresa. ¿Qué quería decir el príncipe?...
+
+--Tú no ignoras, Atilio, lo que es una mujer. En la mayor parte de los
+pueblos de la tierra sólo existen hembras: jóvenes y viejas, pero no hay
+mujeres. La mujer, la verdadera mujer, es un producto artificial de las
+civilizaciones maduras, algo como las flores de invernadero, de una
+belleza complicada y perversa. Sólo en las grandes ciudades que llegan á
+ser decadentes, porque no pueden ir más allá, se encuentra á la mujer.
+No siendo madre, como lo son las pobres hembras, da todo su tiempo al
+amor, prolonga maravillosamente su juventud y piensa en inspirar
+pasiones á la edad en que las otras viven como abuelas. ¡A esa es á la
+que yo temo! Si entra aquí, se acabó nuestra sociedad, nuestra vida
+tranquila y dulce.
+
+Se levantó de la mesa el príncipe, y todos hicieron lo mismo. El
+almuerzo había terminado y pasaron al _hall_ inmediato, donde estaba
+servido el café. Miró el coronel en torno con inquietud, examinando las
+cajas de habanos, la enorme licorera con sus frascos de diversos colores
+puestos en fila.
+
+Mientras cortaba la punta de un cigarro, Lubimoff continuó, dirigiéndose
+siempre á Castro:
+
+--Cuando desees... eso, te bastará con elegir en los alrededores del
+Casino. Cien francos ó doscientos; y luego, ¡adiós!... ¡Pero las otras!
+¡Las mujeres! Esas penetran en nuestra existencia, acaban por
+dominarnos, quieren que nuestra vida se moldee en la suya. Su amor por
+nosotros no es en el fondo mas que una vanidad igual á la del
+conquistador que ama la tierra que ha hecho suya con violencia. Todas
+ellas han leído (casi siempre á tontas y á locas, pero han leído), y las
+tales lecturas dejan en su voluntad un residuo de deseos indefinidos, de
+caprichos absurdos, que sirven para esclavizarnos á nosotros, que
+también nos movemos á impulsos de viejas lecturas... Las conozco. He
+encontrado demasiadas en mi vida. Si entran aquí mujeres de nuestro
+mundo, se acabó la paz. Me buscarán á mí por curiosidad y por codicia,
+pensando en mi historia y mi fortuna; os perturbarán entablando
+rivalidades entre vosotros; será imposible la vida que yo deseo...
+Además, somos pobres.
+
+Atilio protestó sonriendo: «¡Oh! ¡pobres!»
+
+--Pobres para hacer las locuras de antes--continuó el príncipe--; y para
+el amor se necesita dinero. Eso del amor desinteresado es una invención
+de las pobres gentes, que se consuelan con embustes. La moneda brilla en
+el fondo de todo amor. Al principio no se piensa en tal cosa: el deseo
+nos ciega; sólo vemos lo inmediato, la dominación de la persona
+dulcemente adversaria. Pero en todo amor que se prolonga, se acaba por
+dar dinero ó por tomarlo.
+
+--¡Tomar dinero de una mujer!... ¡Nunca!--dijo Castro, perdiendo su
+sonrisa irónica.
+
+--Acabarás por tomarlo si andas entre mujeres, siendo pobre. Las de
+nuestra época no tienen otra preocupación que el dinero. Cuando su
+amante es un hombre rico, se lo piden aunque posean una gran fortuna.
+Creerían valer menos si no lo hiciesen. Y si les gusta un pobre, le
+fuerzan á que reciba sus dádivas. Lo dominan mejor envileciéndolo:
+sienten con ello la satisfacción egoísta del que hace una limosna. La
+mujer, eterna mendiga del hombre, experimenta el mayor de los orgullos,
+se cree un ser extraordinario, una heroína, cuando á su vez puede dar
+dinero á uno del sexo que la ha mantenido siempre.
+
+Novoa, con una taza en la mano, escuchó atentamente al príncipe. Hablaba
+de un mundo desconocido para él. Spadoni, con los ojos vagos, pensaba en
+algo distante mientras sorbía su café.
+
+--Ya lo sabes, Atilio--continuó Lubimoff--: ¡nada de mujeres!... Así
+llevaremos la gran vida. La mañana libre; sólo nos veremos á la hora del
+almuerzo. Abajo, en nuestro puertecito, quedan varios botes. Pescaremos
+á las horas de sol, remaremos. En las tardes, irás á tu Casino; tal vez
+salga yo también para asistir á algún concierto. Se acerca la primavera.
+Por las noches, sentados en una terraza, bajo las estrellas, el amigo
+Novoa, sabio de nuestro convento, nos explicará las melodías del cielo;
+y Spadoni, nuestro músico, se sentará al piano para deleitarnos con la
+música terrestre.
+
+--¡Magnífico!--dijo Castro--. Casi eres un poeta al describir nuestra
+vida futura. Me has convencido. Vamos á ser felices. Pero no olvido tu
+permiso para la hembra y tu prohibición de la mujer. ¡Nada de faldas en
+Villa-Sirena! Hombres nada más, monjes con pantalones, egoístas y
+tolerantes, que se reunen para vivir dulcemente mientras arde el mundo.
+
+Atilio se mantuvo pensativo unos instantes, y continuó:
+
+--Nos falta un nombre: nuestra comunidad debe tener un título. Nos
+llamaremos... nos llamaremos «Los enemigos de la mujer».
+
+Miguel sonrió.
+
+--Que el título quede entre nosotros. Si lo saben fuera de aquí, podrían
+creer otra cosa.
+
+Novoa, animado por su reciente confianza con unos hombres tan distintos
+á los que había tratado hasta entonces, aceptó el título con aplauso.
+
+--Yo confieso, señores, que, según la distinción hecha por el príncipe,
+no he conocido jamás á una mujer. ¡Pobres hembras... y pocas! Pero me
+gusta el título, y acepto ser uno de «los enemigos de la mujer», aunque
+la tal mujer no se pondrá nunca ante mi paso.
+
+Spadoni, como si despertase de pronto, se encaró con Castro, continuando
+en alta voz sus pensamientos.
+
+--...Es una martingala que inventó un lord ya difunto y que le hizo
+ganar millones. Ayer me lo explicaron. Primeramente, pone usted...
+
+--¡Ah, no, pianista del demonio!--clamó Atilio--. Ya me explicará eso en
+el Casino, si es que tengo la curiosidad de oirle. Me ha hecho usted
+perder mucho con sus martingalas. Mejor es que siga con su número 5.
+
+El coronel, que había escuchado en silencio la conversación sobre las
+mujeres, pareció ligar dos ideas cuando Castro mencionó el juego.
+
+--Ayer tarde--dijo al príncipe con un tono algo misterioso--encontré en
+el Casino á la duquesa...
+
+Un gesto de muda interrogación cortó sus palabras. «¿Qué duquesa?»
+
+--Haces bien en preguntarle, Miguel--dijo Atilio--. Tu «chambelán» es el
+hombre mejor relacionado de la Costa Azul. Conoce duquesas y princesas á
+docenas. Lo he visto comiendo en el Hotel de París con toda la vieja
+nobleza de Francia que viene á Monte-Carlo para consolarse de lo que
+tardan en volver sus antiguos reyes. En las salas privadas del Casino
+besa manos llenas de arrugas y hace reverencias ante una porción de
+momias horribles con nombres antiguos y famosos. Unas le llaman
+simplemente «coronel»; otras se lo presentan con el título de «ayudante
+de campo del príncipe Lubimoff».
+
+Don Marcos se irguió, ofendido por el tono zumbón con que se hablaba de
+su gloria, y dijo altivamente:
+
+--Señor de Castro, soy un viejo soldado de la legitimidad, he derramado
+mi sangre por la santa tradición, y nada tiene de particular que...
+
+El príncipe, sabiendo por experiencia que su coronel no conocía el valor
+del tiempo cuando empezaba á hablar de la «legitimidad» y de «sangre
+derramada», se apresuró á interrumpirle.
+
+--Bueno; ya lo sabemos. Pero ¿qué duquesa es la que encontraste?...
+
+--La señora duquesa de Delille. Me ha preguntado muchas veces por Su
+Alteza, y al decirle yo que acababa de llegar, me dió á entender que se
+propone hacerle una visita.
+
+Lubimoff contestó con una simple exclamación, quedando luego silencioso.
+
+--Bien empezamos--dijo Castro riendo--. ¡Nada de mujeres! E
+inmediatamente el coronel nos anuncia la visita de una de ellas, y de
+las más temibles. Porque reconocerás que la tal duquesa es una mujer de
+las que tú nos has pintado.
+
+--No la recibiré--dijo el príncipe resueltamente.
+
+--Esa duquesa es prima tuya, según creo.
+
+--No hay tal parentesco. Su padre fué hermano del segundo marido de mi
+madre. Pero nos hemos conocido de niños, y guardamos recíprocamente un
+recuerdo detestable. Cuando yo vivía en Rusia se casó con un duque
+francés. Sintió el mismo deseo que muchas ricas de América: un gran
+título nobiliario para dar envidia á las amigas y brillar en Europa. Al
+poco tiempo se separó, señalando al duque una pensión, que es lo que
+deseaba tal vez el noble marido. No tengo por mujer apetecible á la tal
+Alicia... Además, ha vivido la vida á su gusto... casi tanto como yo. Su
+reputación se iguala con la mía. Hasta le atribuyen amores con personas
+que no ha visto nunca, lo mismo que hacen conmigo... Me han dicho que en
+los últimos años se exhibía con un muchachito, casi un niño... ¡Ay! ¡Nos
+hacemos viejos!
+
+--Yo los he visto en París--dijo Castro--; fué antes de la guerra.
+Luego, en Monte-Carlo, la he encontrado siempre sola, sin divisar á su
+jovenzuelo por ninguna parte. Debió ser un capricho... Lleva tres
+inviernos aquí. Cuando llega el verano se traslada á Aix-les-Bains ó á
+Biarritz; pero apenas el Casino recobra su esplendor, vuelve de las
+primeras.
+
+--¿Juega?...
+
+--Como una condenada. Juega fuerte y mal, aunque los que creemos jugar
+bien acabamos perdiendo lo mismo. Quiero decir, que pone el dinero en la
+mesa aturdidamente, en varios sitios á la vez, y luego ni se acuerda de
+qué puestas son las suyas. Revolotean en torno de ella los «levantadores
+de muertos», y cuando gana, siempre se le llevan algo de lo suyo. Ha
+estado dos años jugando nada más que con fichas de quinientos y de mil.
+Ahora sólo juega con las de cien. Pronto usará las rojas, las de veinte,
+como este servidor.
+
+--No la recibiré--insistió el príncipe.
+
+Y tal vez para no decir más de la duquesa de Delille, se separó
+repentinamente de sus amigos, saliendo del _hall_.
+
+Atilio, deseoso de hablar, interrogó á don Marcos, que conversaba con
+Novoa, mientras el pianista seguía soñando, con los ojos abiertos, en la
+martingala del lord.
+
+--¿Ha visto usted últimamente á doña Enriqueta?
+
+--¿Me pregunta usted por la Infanta?--contestó el coronel gravemente--.
+Sí; ayer la encontré en el atrio del Casino. ¡Pobre señora! ¡Si esto no
+es una lástima!... ¡Una hija de rey!... Me contó que sus hijos no tienen
+qué ponerse. Ella debe doscientos francos de cigarrillos en el _bar_ de
+los salones privados. No encuentra quien le preste. Tiene además una
+mala suerte espantosa: todo lo pierde. Estos tiempos son fatales para
+las personas de sangre real. Casi lloré escuchando sus miserias, y sentí
+no poder darle más. ¡Una hija de rey!...
+
+--Pero su padre renegó de ella cuando se fué con un artista
+obscuro--dijo Atilio--. Y además, don Carlos no era rey de ninguna
+parte.
+
+--Señor de Castro--repuso el coronel, irguiéndose como un gallo--,
+tengamos la fiesta en paz. Usted sabe mis ideas: he derramado mi sangre
+por la legitimidad, y el respeto que le tengo á usted no debe servir
+para...
+
+Novoa, queriendo tranquilizar á don Marcos, intervino en la
+conversación.
+
+--Este Monte-Carlo es una playa á la que llegan toda clase de despojos,
+vivos y muertos. En el Hotel de París hay otro individuo de la familia,
+pero de la rama triunfante, de la que gobierna y cobra.
+
+--Lo conozco--dijo riendo Atilio--. Es un joven de exuberancias
+calípigas, que va á todas partes con su gentil secretario. Siempre
+encuentra alguna señora vetusta que, deslumbrada por su parentesco real,
+se encarga de mantenerlo á todo lujo... ¡No sé qué demonios puede dar á
+cambio de esa protección! El secretario, de vez en cuando, le pega para
+hacer constar sus antiguos derechos.
+
+Don Marcos permaneció silencioso. A él no le interesaban las gentes de
+esta rama.
+
+--También--continuó maliciosamente Castro--conocí en el Casino, antes de
+la guerra, á don Jaime, el rey actual de usted. Un mozo valiente para
+jugar. Arriesga á puñados los miles de francos: maneja muchísimo
+dinero. En el Casino todos contaban que se lo envían de Madrid, á cambio
+de que no deje un hijo y mueran con él las pretensiones al trono.
+
+--¡Y pensar--murmuró Novoa, sin darse cuenta de que hablaba en voz
+alta--que por unos y otros se han matado allá tantos hombres!... ¡Pensar
+que por una cuestión de herencia entre esas gentes nos hemos retrasado
+un siglo en la vida europea!...
+
+--¡Usted también!--clamó el coronel, nuevamente indignado--. Un sabio
+decir eso... ¡Parece mentira!
+
+
+
+
+II
+
+
+Al terminar la segunda guerra carlista, un español se vió para siempre
+lejos de su patria, en la pobreza y la obscuridad del vencido. Los
+diarios de Madrid le llamaban simplemente «el cabecilla Saldaña», no
+anteponiendo á su nombre adjetivos infamatorios, sin duda para
+diferenciarle de otros jefes de partidas que en Aragón, Cataluña y
+Valencia habían hecho durante cinco años una campaña de saqueos y
+fusilamientos. Para los suyos, era el general don Miguel Saldaña,
+marqués de Villablanca. El pretendiente don Carlos le había dado este
+título por ser Villablanca el nombre del pueblo en que Saldaña casi
+aniquiló á una columna del ejército liberal. Los conocimientos
+topográficos de su jefe de Estado Mayor--un cura del país, que durante
+toda su existencia se había limitado á decir misa los domingos, pasando
+el resto de la semana en los montes con su escopeta y su perro--le
+permitieron sorprender descuidado al enemigo, obteniendo una victoria
+ruidosa.
+
+Cuando pasó fugitivo la frontera, por no reconocer á los Borbones
+constitucionales, el cabecilla tenía veintinueve años. Segundón de una
+familia orgullosa y arruinada, se había visto obligado á luchar con las
+tradiciones de su casa, que le destinaban á la Iglesia. Estaba
+terminando sus estudios en el Colegio Militar de Toledo, cuando la
+revolución de 1868 le hizo desistir de ser oficial por no obedecer á
+unos generales que acababan de suprimir el trono. Al levantarse en armas
+don Carlos, fué de los primeros en ponerse á su servicio; y su paso por
+una escuela militar, así como su educación, le permitieron sobresalir
+inmediatamente entre los demás guerrilleros del llamado ejército del
+Centro, propietarios rurales, escribanos de villorrio, clérigos
+montaraces.
+
+Era de un valor temerario, aunque poco afortunado. Atacaba siempre á la
+cabeza de sus hombres, y de casi todos los combates salía herido. Pero
+eran heridas «de suerte», como dicen los soldados, que dejaban en su
+cuerpo gloriosas señales sin destruir su vigorosa salud.
+
+Viéndose solo en París, donde únicamente podía contar con la admiración
+de algunas viejas legitimistas del _faubourg_ San Germán, se marchó á
+Viena. Allí su rey tenía parientes y amigos. Su juventud y sus hazañas
+le valieron ser admitido en el mundo de los archiduques como un héroe de
+la monarquía tradicional. La guerra entre Rusia y Turquía le arrancó de
+esta dulce existencia de parásito interesante. Hombre de espada y
+católico, creyó que su deber era combatir al turco; y recomendado por
+sus protectores austriacos, pasó á la corte de Petersburgo. El general
+Saldaña fué simple comandante de escuadrón en el ejército ruso. Los
+oficiales hablaban con él en francés. Sus jinetes harto le entendían
+cuando se colocaba ante el escuadrón y, desenvainando el sable, galopaba
+el primero contra el enemigo.
+
+Varias cargas afortunadas y dos heridas más «de suerte» le dieron algún
+renombre. Al terminar la guerra contaba con numerosos amigos entre la
+oficialidad noble, y fué presentado con los salones más aristocráticos.
+Una noche, en el baile de una gran duquesa, vió de cerca á la mujer de
+moda, á la joven que más daba que hablar en aquel invierno á las gentes
+de la corte: la princesa Lubimoff.
+
+Tenía veintitrés años, era huérfana, y su fortuna la apreciaban como una
+de las más grandes de Rusia. El primer príncipe Lubimoff, pobre y
+hermoso cosaco, que no sabía leer, logró llamar la atención de la gran
+Catalina, figurando á la cabeza de sus amantes de segundo orden. En los
+años que duró el capricho imperial, el nuevo príncipe tuvo que buscar su
+fortuna lejos de la corte, pues los favoritos anteriores se habían
+llevado todo lo que estaba más á mano. La zarina le dió cuanto quiso
+escoger sobre el mapa de su inmenso Imperio: territorios lejanos, al
+otro lado de los Urales, que su nuevo poseedor no había de visitar
+nunca, así como los más de sus sucesores. Al crearse los ferrocarriles,
+enormes riquezas fueron surgiendo de estas tierras escogidas por el
+cosaco: en unas se descubrían venas de platino: en otras, canteras de
+malaquita, yacimientos de lapislázuli, abundantes pozos de petróleo.
+Además, docenas de miles de siervos recién emancipados por el zar
+seguían trabajando la tierra, lo mismo que antes, para los descendientes
+de Lubimoff. Y toda esta fortuna enorme, que casi se doblaba por año con
+nuevos descubrimientos, pertenecía por entero á una mujer, la joven
+princesa, que se consideraba como de la familia imperial por obra de su
+ascendiente, y había preocupado más de una vez al soberano, á causa de
+las excentricidades de su carácter.
+
+Era una virgen guerrera, caprichosa, incoherente en actos y palabras,
+desorientando á todos con los violentos contrastes de su conducta.
+Trataba como camaradas á los oficiales de la Guardia, fumando y bebiendo
+lo mismo que ellos y entrometiéndose, en sus ejercicios de equitación;
+pero de pronto se encerraba en su palacio semanas enteras, para
+arrodillarse, ante los santos iconos en una crisis de misticismo,
+pidiendo á gritos el perdón de sus pecados. Veneraba al emperador como
+representante de Dios y al mismo tiempo simpatizaba con los nihilistas.
+
+Los personajes de la corte se escandalizaban al recordar cómo,
+acompañada de una doncella que la policía consideraba sospechosa, había
+ido una mañana á una pobre casita de las afueras de la capital,
+confundiéndose con la canalla revolucionaria de artesanos y estudiantes.
+Con ellos había desfilado por una estrecha habitación, ante un féretro
+próximo á volcarse bajo los empujones de la muchedumbre triste y
+curiosa.
+
+El muerto se llamaba Fedor Dostoiewsky. La princesa había deshojado un
+ramo carísimo de rosas sobre la frente abombada y las barbas ascéticas
+del novelista. Y esa misma Nadina Lubimoff golpeaba en su palacio á los
+criados como si aún fuesen siervos, hacía arrodillarse á sus pies á las
+doncellas en momentos de cólera, lo ponía todo en conmoción con su
+tempestuosa irascibilidad, hasta el punto de que cierto viejo príncipe
+que era su tutor por orden imperial deseaba verla casada cuanto antes,
+aunque con ello perdiese el manejo de una fortuna inmensa.
+
+Inspiraba miedo á sus enamorados. Todos temían la burla cruel como
+respuesta á una petición matrimonial. Por dos veces había anunciado su
+casamiento con señores de la corte, y á última hora ella misma pidió al
+zar que negase su permiso. Ningún hombre osaba ya solicitar su mano, por
+temor á las risas y los comentarios. Y á pesar de las libertades é
+inconveniencias de su conducta, nadie ponía en duda su virginidad.
+
+Saldaña pensó al verla en una náyade septentrional surgiendo de un río
+verde en el que flotasen bloques de hielo. Era alta, de aspecto
+majestuoso, algo abultada de formas, lo mismo que las divinidades
+pintadas al fresco en los techos; pero de una blancura esplendorosa, las
+pupilas grises con una lenteja verde en el centro, la cabellera de un
+rubio flácido y desteñido, como si acabase de surgir de un intenso
+lavado. Su carne tal vez resultaba un poco blanda, á causa de su
+maravillosa blancura, pero esparcía un perfume fresco, «olía á agua
+corriente», según la expresión de sus admiradores. Una nariz demasiado
+ancha, cuyas aletas se agitaban en momentos de emoción con un
+estremecimiento caballuno, recordaba á su glorioso ascendiente el viril
+cosaco de la zarina.
+
+Pasó una gran parte del baile sin fijarse en el español. ¡Eran tantos
+los oficiales que la rodeaban, acogiendo con sonrisas de gratitud sus
+chistes atroces y sus palabras gruesas!... De pronto, Saldaña, que
+estaba entre dos puertas, se estremeció al oir una voz femenil de tono
+imperioso.
+
+--Su brazo, marqués.
+
+Y antes de que él se lo ofreciese, la joven princesa se lo tomó, tirando
+de él hacia el salón donde estaba el _buffet_.
+
+Nadina se bebió una gran copa de _volka_, prefiriendo este aguardiente
+popular al champaña que servían pródigamente los criados. Luego,
+sonriendo á su acompañante, lo llevó hasta el hueco de una ventana casi
+oculta por sus cortinajes.
+
+--¡Las heridas!... ¡Quiero ver las heridas!
+
+El español quedó estupefacto ante la orden de esta gran dama,
+acostumbrada á imponer sus más raros caprichos. Ruborizándose, como un
+soldado que sólo ha vivido entre hombres, acabó por recogerse la manga
+izquierda de su uniforme, mostrando un antebrazo moreno, velludo, con
+gruesos tendones, hondamente surcado por la cicatriz de un balazo
+recibido allá en España.
+
+Admiró la princesa este miembro atlético, de piel obscura cortada por la
+blanca tortuosidad de la carne nueva.
+
+--¡Las otras!... ¡Quiero ver las otras!--ordenó, clavando en él unos
+ojos agresivos como si fuese á morderle, mientras se doblaba hacia abajo
+el arco de su boca con llorosa humedad.
+
+Le había agarrado el brazo con una mano trémula, mientras la otra
+avanzaba sobre el pecho del dolmán, pretendiendo deshacer sus cordones
+de oro.
+
+El soldado se echó atrás, balbuceando. ¡Oh, princesa!... Lo que
+pretendía era imposible. Las otras heridas no podían mostrarse á una
+dama...
+
+Sintió en su única cicatriz visible el contacto de unos labios. Nadina,
+inclinando su orgullosa cabeza, le besaba el brazo.
+
+--¡Oh, héroe!... ¡Héroe mío!
+
+Después de esto volvió á erguirse fría y serena, sin más que una leve
+palpitación en las alillas de su nariz. Ya no la inquietaba el deseo de
+conocer inmediatamente aquellas cicatrices espantosas que le habían
+descrito los camaradas del valeroso soldado. Estaba segura de verlas á
+su placer todo el tiempo que quisiera.
+
+A los pocos días empezó á circular el rumor de que la princesa Lubimoff
+se casaba con el español. Ella misma había lanzado la noticia, sin
+cuidarse de conocer antes la voluntad de su futuro marido. Las razones
+con que pretendía justificar su decisión no podían ser de más peso. Ella
+era rubia y Saldaña moreno; los dos habían nacido en los países más
+apartados de Europa. Todas estas condiciones bastaban para hacer un
+matrimonio feliz. Además, la princesa estaba convencida de que siempre
+había amado á España, aunque no podía señalar con exactitud su situación
+en el mapa. Hacía memoria de unos versos de Heine que nombran á Toledo,
+de otros versos de Musset á las marquesas andaluzas de Barcelona,
+tarareaba una romanza sobre los naranjos de Sevilla... Su héroe debía
+ser forzosamente de Toledo ó andaluz de Barcelona.
+
+En vano algunos personajes de la corte le hablaron de que el zar no
+autorizaría esta unión. ¡Una gran heredera casándose con un soldado
+extranjero desterrado de su país!... Pero la princesa, por el mismo
+conducto, hizo saber su voluntad al soberano.
+
+--O me caso con él, ó debuto como bailarina en un teatro de París.
+
+Se habló de la próxima expulsión de Saldaña.
+
+--Mejor: iré á juntarme con él y seré su querida.
+
+El viejo príncipe encargado de su tutela lamentó las exigencias de la
+corte. De no existir esta oposición, el capricho por Saldaña hubiese
+durado unos días nada más, como tantos otros. Se dijo que el emperador
+tal vez la desterrase á sus vastas propiedades de Siberia para doblar su
+voluntad, y la nieta del cosaco contestó á la amenaza prometiendo á
+gritos su suicidio antes que obedecer.
+
+Al fin, el soberano dejó prudentemente que cumpliera su deseo.
+Casándose, tal vez renunciase á sus excentricidades, y la corte de
+Rusia, pródiga en escándalos, tendría uno menos. El viaje de bodas de la
+princesa Lubimoff se prolongó toda su vida. Sólo dos veces volvió á
+Rusia por asuntos relacionados con su enorme fortuna. La Europa
+occidental era más favorable á su carácter libre que la corte de un
+autócrata. Al año de su matrimonio, estando en Londres, tuvo un hijo, el
+único. Permitió que se llamase Miguel, como su padre, pero impuso el
+segundo nombre de Fedor, tal vez en memoria de Dostoiewsky, su novelista
+favorito, cuyos personajes contradictorios le inspiraban una simpatía de
+parentesco.
+
+Nadie pudo saber ciertamente si don Miguel Saldaña se consideró feliz en
+su nueva situación de príncipe consorte, que le permitía gozar todos
+los placeres y suntuosidades de una inmensa riqueza. A uso español,
+quiso imponer su voluntad de marido y de varón fuerte, para impedir los
+excentricidades de su esposa. ¡Vano empeño! Aquella mujer, á ratos
+sentimental, que gemía sobre las desigualdades sociales y las miserias
+de los pobres, era una fuerza explosiva capaz de agrietar el carácter
+más abroquelado y duro.
+
+Saldaña acabó por resignarse, temiendo las acometividades de la nieta
+del cosaco. Deseoso de conservar su prestigio de gran señor, celoso del
+respeto de la servidumbre y de la consideración de sus convidados, temió
+las escenas violentas que poblaban de aullidos femeninos los salones y
+hasta las escaleras de su lujosa residencia. No quiso que la princesa
+volviera á enviar por segunda vez contra un muro del comedor con solo un
+golpe de pie--la mesa de roble y todos sus servicios de porcelana y
+cristalería, que se hicieron añicos con estrépito de catástrofe.
+
+Cuando los arquitectos de París hubieron dado forma á los encargos de la
+princesa, la familia abandonó el castillo que ocupaba en las cercanías
+de Londres. Un grupo de ricos parisienses, en su mayor parte banqueros
+judíos, cubría en aquel momento de hoteles particulares la llanura de
+Monceau en torno del parque. La princesa Lubimoff se hizo construir en
+este barrio un palacio enorme, con un jardín que resultaba inaudito por
+sus proporciones dentro de una ciudad. Hasta instaló en el fondo de la
+arboleda una pequeña granja, y sin salir de su casa pudo darse el gusto
+de desempeñar el papel de campesina, batir leche y fabricar manteca,
+pensando en María Antonieta, que también jugaba á la pastorcita en el
+Pequeño Trianón.
+
+Algunas voces parecía doblarse bajo una ráfaga de ternura y admiraba á
+su esposo, acataba sus órdenes, extremando su humildad de un modo
+inquietante. Hablaba á sus visitas de las campañas del general, de sus
+proezas allá en España, tierra que le infundía un interés novelesco y
+por lo mismo no deseaba ver nunca. De pronto interrumpía sus elogios con
+una orden:
+
+--Marqués, muéstrales tus heridas.
+
+Y daba una prueba de su ternura dejando de enfadarse al ver que su
+marido no quería obedecerla.
+
+Le llamaba siempre «marqués», no se sabe si por conservar para ella sola
+su calidad de princesa ó por creer que no debía despojarlo de un título
+ganado con su sangre. El marqués jamás fijó su atención en esta
+anomalía. ¡Eran tantas las de su mujer! Al año de casados, cuando llegó
+á Londres la noticia de que Alejandro II había muerto destrozado por una
+bomba de los revolucionarios, corrió como una loca por sus habitaciones
+y hubo de guardar cama después de una tremenda crisis de indignación.
+
+--¡Infames! ¡Un hombre tan bueno!... ¡Han matado á su padre!
+
+Al entrar ahora Saldaña en su lujosa vivienda de París, se tropezaba
+muchas veces con extraños visitantes que parecían llevar fijas en sus
+espaldas las miradas de asombro de los lacayos de calzón corto. Eran
+muchachas desgarbadas y con anteojos, el pelo cortado al rape y un
+cartapacio bajo el brazo; hombres de luengas melenas y barbas
+enmarañadas, con unos ojos inquietantes de visionarios; rusos del Barrio
+Latino vigilados por la policía; terroristas que jamás imploraban en
+vano la generosidad de la princesa y tal vez empleaban su dinero en
+fabricar mecanismos infernales para expedirlos á su país.
+
+Cuando el príncipe Miguel Fedor se remontaba hasta los recuerdos de la
+infancia, veía á su padre teniéndolo sobre las rodillas y acariciándole
+con sus duras manos. El pequeño se fijaba en su rostro de moro y sus
+luengos bigotes que venían á unirse con unos patillas cortas. No podía
+afirmar si la acuosidad de sus ojos negros é imperiosos era de lágrimas;
+pero después que aprendió el español, estaba seguro de que había
+murmurado muchas veces, mientras le pasaba la mano por la cabeza:
+
+--¡Pobrecito mío!... Tu madre está loca.
+
+A los ocho años, el problema de su educación hizo que la princesa se
+mostrase por unas semanas maternalmente grave. Uno de aquellos
+visitantes que tanto inquietaban á la servidumbre trasladó sus libros y
+sus raídos trajes desde una callejuela vecina al Panteón á la vivienda
+señorial de los Lubimoff, instalándose en ella. Era un joven taciturno,
+dedicado al estudio de la química, y que no podía volver a su país. El
+mismo día de su instalación, un agente de la policía secreta vino á
+hacer preguntas al portero del palacio.
+
+--Quiero que mi hijo sepa el ruso--dijo la princesa--. Además, aprenderá
+mucho con Sergueff. Es un verdadero sabio, digno de mejor suerte.
+
+Saldaña exigió que tuviese igualmente un maestro español, y ella no se
+opuso. Todos los de su familia poseían en un grado extremo esa capacidad
+de los eslavos para aprender fácilmente los idiomas.
+
+--El príncipe Miguel Fedor--dijo la madre--es marqués de Villablanca y
+debe conocer la lengua de su segunda patria.
+
+Esto hizo que el general volviera á buscar el contacto con los antiguos
+compañeros de armas que aún quedaban dispersos en París. La fama de sus
+enormes riquezas le había atraído muchas peticiones, hasta de las
+personas más veneradas por él en otro tiempo. Pero aunque la princesa,
+generosa hasta la inconsciencia, le dejaba el manejo de sus bienes,
+Saldaña, con una rigidez caballeresca, se consideraba sin derechos sobre
+el dinero de su esposa, y poco á poco había huído de los pedigüeños. Un
+gran cambio parecía haberse efectuado en este hombre silencioso durante
+sus viajes por Europa. El antiguo soldado de la monarquía absoluta
+admiraba ahora á Inglaterra y su historia constitucional.
+
+--Las cosas se ven de otro modo corriendo el mundo--se limitaba á
+decir--. ¡Si todos los de mi país hubiesen viajado!...
+
+Un día se presentó en el palacio el nuevo maestro. Tenía doce años menos
+que Saldaña, pero había estado á sus órdenes al final de la guerra, y en
+vez de darle el título de marqués ó de príncipe, repitió á cada momento,
+con orgullo, «mi general».
+
+El general no guardaba el menor recuerdo de él; pero daba detalles
+exactos de la última parte de la campaña, y las recomendaciones de
+varios amigos no le permitían dudar de su veracidad. Debía ser uno de
+aquellos chicuelos escapados de sus casas que se agregaban á las
+partidas carlistas, formando una fuerza llamada «requeté», á la que
+Saldaña había amenazado más de una vez con el fusilamiento en masa, no
+queriendo tolerar sus habituales tropelías. El maestro afirmaba, que el
+mismo general lo había nombrado alférez en los últimos meses de la
+guerra, por ser más instruído que sus desarrapados camaradas.
+
+Así entró Marcos Toledo en el palacio de los Lubimoff. El grave marido
+de la princesa rió con una alegría juvenil al conocer sus andanzas de
+emigrado en París. Como en los primeros meses ignoraba el francés,
+detenía en la calle á los clérigos para hablarles en latín. Había
+malvivido siendo maestro de guitarra y dando conferencias en un
+Instituto Políglota, cuyo público no concedía la menor atención al tema,
+buscando únicamente acostumbrar su oído á la pronunciación española.
+¡Siete francos y medio por hablar hora y media! Pero Toledo compensaba
+lo escaso de la retribución con el placer de discursear sobre los
+tiempos felices de Felipe II, superiores á los presentes de liberalismo.
+
+--Ahora sólo tengo una ambición, mi general--terminaba diciendo--: poder
+algún día vestir bien.
+
+Este deseo suntuario provenía de su adolescencia de guerrillero, cuando
+robaba zagalejos amarillos y rojos á las campesinas para confeccionarse
+uniformes. En París, más que la parquedad de su nutrición, le
+atormentaba el ir con trajes que no pertenecían á ninguna moda conocida.
+
+Cuando quedó instalado en el último piso del palacio, lo mismo que el
+maestro ruso, y el general hubo escogido para él varias prendas en su
+abundante guardarropa, Toledo creyó cumplidos todos los ensueños que se
+había forjado mientras corría París como tenaz comisionista de mil cosas
+invendibles.
+
+Sus compatriotas, antiguos compañeros de miseria, le admiraban al verle
+vestido como un rico y ocupando muchas veces un carruaje de los
+príncipes. Su condición de maestro la consideró poco honrosa para un
+antiguo guerrero, y decía modestamente:
+
+--Soy ahora el ayudante de campo del general Saldaña. Creo que no
+tardaremos en echarnos otra vez al monte.
+
+El pequeño príncipe admiró al maestro ruso porque su madre afirmaba que
+era un sabio, pero sentía cierto miedo en su presencia. En cambio,
+trataba al español con una superioridad protectora y cariñosa. Toledo
+hacía reir á su padre, y esto bastó para que lo considerase como un ser
+inferior, pero digno de aprecio por su docilidad y su paciencia.
+
+--Dí: ¿es cierto que ibas á ser cura?--le preguntaba Miguel Fedor--. ¿Es
+verdad que al abandonar el seminario fuiste mancebo de botica?
+
+--Príncipe--contestaba el maestro con dignidad--, yo soy don Marcos de
+Toledo. Mi apellido dice mi nobleza, á pesar de todo lo que cuenten los
+envidiosos, y tengo derecho á usar el _don_, porque el señor marqués me
+hizo oficial.
+
+Al poco tiempo, el discípulo hablaba correctamente el español. Parecía
+haberlo aprendido con rapidez para burlarse mejor de su hidalgo maestro.
+
+El padre contribuía también á la educación del heredero de los Lubimoff
+con lo único que él podía enseñarle. Todas las mañanas, después de las
+lecciones del maestro ruso, de las que salía el pequeño con un rostro
+grave, Saldaña lo esperaba en una amplia sala del piso bajo.
+
+--Príncipe, ¡en guardia!
+
+Y él, que había sido el primer sable del ejército carlista y llevaba
+sobre su conciencia una cabeza partida hasta la mandíbula en un duelo
+durante la campaña contra los turcos, sonreía orgulloso al ver cómo este
+muchacho de once años se mantenía firme durante la lección de esgrima,
+evitando sus duros golpes y devolviéndoselos con éxito al menor
+descuido. Iba á ser un hermoso hombre de combate, un digno descendiente
+del cosaco y del guerrillero de las montañas españolas.
+
+Pero esta satisfacción fué corta. De todas sus heridas «de suerte», que
+sólo le molestaban ligeramente al cambiar las estaciones, una le afligía
+de tarde en tarde con dolorosas crisis. Llevaba muchos años dentro del
+cuerpo una bala española que no le habían podido extraer los curanderos
+de su partida. Cuando los cirujanos de Londres y París intentaron la
+operación, ya era tarde.
+
+Y una mañana, el ayuda de cámara, al entrar en su dormitorio, lo
+encontró muerto.
+
+Miguel Fedor se acordaba de su propia emoción, de los suntuosos
+funerales ordenados por la princesa--idénticos á los de un soberano
+fallecido en el destierro--, pero aún tenía más presentes los extremos
+de dolor de su madre. También ella quería morir. Las doncellas rusas
+tuvieron que arrancar de sus manos un frasco de láudano, recibiendo por
+su abnegación unos cuantos puñetazos más que de costumbre. Luego corrió
+como una demente, aullando y con el cabello suelto, ante todos los
+retratos del general. ¡Ah, su héroe! Ahora sabía verdaderamente cuánto
+lo amaba...
+
+Durante varios meses recibió á sus visitas en un salón con muebles y
+cortinajes negros. Vistiendo sueltas ropas de luto, estaba medio tendida
+en un sofá ante un retrato de Saldaña de cuerpo entero. Sus sables, sus
+uniformes y hasta una silla rusa de montar figuraban en este salón
+convertido en museo del difunto.
+
+--¡Ha muerto como lo que fué!--gemía la viuda--. Le han matado sus
+heridas.
+
+En este período se inició la última evolución de la grandeza de don
+Marcos Toledo. El sabio ruso había quedado en segundo lugar. Cierta
+parte de la gloria del muerto se reflejó sobre este compatriota humilde
+que había presenciado sus hazañas. Una tarde, la princesa, que
+conversaba en su salón-museo con unos nobles parientes llegados de
+Rusia, lloró tanto al recordar á su esposo, que quiso ausentarse un
+momento.
+
+--Coronel, el brazo.
+
+Toledo estaba presente acompañando á su discípulo, y miró en torno de él
+con extrañeza, lo que dió lugar á que la orden se repitiese en un tono
+más imperioso. ¡El coronel era él!... Durante algún tiempo creyó don
+Marcos en un capricho de la princesa. El día que menos lo esperase le
+retiraría el coronelato.
+
+Pero cuando, pasados los primeros meses de luto y cansada de su
+retraimiento, se lanzó la viuda á hacer visitas, quiso ser acompañada
+por Toledo, presentándolo á sus amistades del mundo aristocrático.
+
+--Es el ayudante de campo del difunto marqués.
+
+¡Lo mismo que él había inventado para darse importancia ante sus
+compañeros de hambre! No dudó más de su graduación. Ya que la princesa
+lo presentaba como ayudante de su marido, bien podía ser coronel. Y lo
+fué hasta para el joven príncipe, que al principio le daba este título
+con cierta sorna y acabó por llamarle «coronel» maquinalmente.
+
+Sus deseos de lujosa y abundante indumentaria se realizaron
+espléndidamente. Con la princesa no había que temer los escrúpulos que
+mostraba algunas veces Saldaña, enemigo del despilfarro. La gran señora
+hasta sentía desprecio por las personas que se aprovechaban parcamente
+de su generosidad. Don Marcos pudo cambiar de traje varias veces al día
+y sostuvo largas conferencias con sastres de renombre. Buscaba una
+elegancia personal; quería ser un señor distinguido, pero que denuncia
+en su modo de llevar la ropa á un hombre acostumbrado al uniforme: algo
+así como el aire de un mariscal napoleónico obligado á vestir el frac.
+Su cabeza fué objeto igualmente de grandes retoques. Imitó el peinado de
+su general, con la raya de la frente á la nuca, mechones en las sienes
+alisados hacia adelante y bigotes unidos con las patillas, á la rusa.
+Acompañando á la princesa, se habituó á besar la mano á las señoras con
+una gracia de viejo cortesano; aprendió también á sostener largas
+conversaciones sin decir nada, á mantenerse aparte y casi invisible
+mientras hablaban las gentes de origen superior.
+
+Cuando la princesa, una vez terminado el primer año de viudez, volvió
+resueltamente á su palco de la Opera, don Marcos la acompañó, quedando
+discretamente en el fondo, como el chambelán de una reina. Una noche,
+durante un entreacto, al pasar ella al antepalco, oyó cómo el coronel
+contaba á un viejo general francés amigo de la casa el combate de
+Villablanca.
+
+--...y el marqués me dijo: «Ahora te toca á ti, Toledo; á ver cómo
+cargas á la bayoneta.» Entonces, yo desnudé el sable, y á la cabeza de
+mi regimiento...
+
+--Es un verdadero soldado--interrumpió la princesa--. Un digno compañero
+de mi héroe... El marqués me habló muchas veces de él.
+
+Y estaba segura en aquel momento de haber oído contar al taciturno
+Saldaña las proezas de su ayudante de campo.
+
+El maestro ruso, que era para Toledo un hombre antipático é inquietante,
+abandonó de pronto el palacio Lubimoff. Tal vez sentía celos de la
+influencia creciente del coronel; tal vez asuntos misteriosos lo atraían
+lejos de París. La princesa no experimentó ninguna pena con esta
+desaparición del sabio. Había olvidado á sus rusos de aspecto sedicioso:
+ya no les daba dinero: otras eran ahora sus aficiones.
+
+De pronto, mostró deseos de vivir una larga temporada en Londres, y esto
+la hizo ceder á la petición de su hijo, que ansiaba realizar un viaje
+solo por toda Europa.
+
+--Ya eres un hombre; vas á tener catorce años. Viaja, no repares en
+gastos; piensa siempre que eres el príncipe Lubimoff... El coronel irá
+contigo: será tu ayudante, como lo fué del heroico marqués.
+
+Su primer viaje fué á España. Miguel Fedor deseaba conocer la tierra de
+su padre. Toledo creyó del caso mostrar cierta inquietud para que le
+admirase el joven príncipe. ¡Un coronel carlista que no había querido
+acogerse á indulto ni acataba á la dinastía reinante!... Pero viajaron
+tres meses por España, sin que se fijasen en ellos mas que por la
+largueza de sus propinas. Bien es verdad que Toledo evitó ponerse en
+contacto con sus antiguos camaradas. Se consideraba ya de otro mundo;
+sentía interiormente el mismo cambio que su general.
+
+Cuando Miguel Fedor sació su primer entusiasmo por las corridas de
+toros, continuaron el viaje á través de Europa, hasta llegar á Rusia,
+mucho después de las numerosas cartas de presentación dirigidas por la
+Lubimoff á sus parientes. Un año permaneció allá el príncipe, visitando
+sus propiedades menos lejanas, conociendo á todas las grandes familias
+amigas de su madre. El coronel habló gravemente de cosas de guerra con
+varios generales que le acogieron como un igual. Era el ayudante, el
+compañero de heroísmos de Saldaña, al que habían conocido, de jóvenes,
+en la guerra contra Turquía siendo oficiales.
+
+Las antiguas amigas de la princesa Lubimoff dieron al hijo una noticia
+inesperada. Su madre pretendía casarse con un señor inglés y había
+escrito al zar solicitando su autorización. Esta noticia sólo impresionó
+á Miguel Fedor. Los tiempos de la extravagante Nadina estaban muy lejos.
+Sus actos no producían eco alguno. Otras princesas jóvenes la habían
+borrado con aventuras todavía más ruidosas. Sólo algunas damas de la
+antigua corte, cuando olvidaban sus preocupaciones de madres, hacían
+memoria de la princesa Lubimoff, recordando con esto á la perdida
+juventud, siempre más interesante que los tiempos actuales.
+
+Al volver el joven al palacio de París encontró á su madre tan princesa
+como siempre, pero casada con un señor escocés, sir Edwin Macdonald.
+
+--Tú me dejarás algún día--dijo ella con su voz trágica de los grandes
+momentos--. Un príncipe Lubimoff debe vivir en la corte, servir á su
+emperador, ser oficial de la Guardia; y yo necesito un compañero, un
+apoyo. Sir Edwin es la distinción personificada; pero no creas que
+olvido á tu padre. ¡Nunca!... ¡Héroe mío!
+
+Miguel Fedor vió á un señor que, efectivamente, era «la distinción
+personificada»; atento con todos, muy digno en sus ademanes, parco en
+las palabras, y que pasaba encerrado largas horas, estudiando, según
+decía la princesa. Le preocupaba la política de su país, y su ilusión
+era volver al Parlamento, de donde le había hecho salir una derrota
+electoral.
+
+Este hombre frío, de pálida sonrisa y una corrección extremada hasta en
+los actos más insignificantes, no le inspiró antipatía como padrastro,
+ni simpatía como amigo. Fué un hombre poco molesto y algo borroso que se
+acostumbró á encontrar todos los días ocupando el antiguo lugar de su
+padre, y que le hubiese sorprendido no ver de pronto.
+
+Otras personas penetraron en el palacio Lubimoff con toda la confianza
+del parentesco, á causa de este matrimonio.
+
+Un hermano de sir Edwin había tenido que lanzarse por el mundo para
+ganar su vida, como todos los segundones de las familias británicas.
+Después de una existencia de aventuras, había acabado por instalarse en
+el Sur de los Estados Unidos, junto á la frontera de Méjico, y de pronto
+se encontró mucho más rico que su hermano mayor, al casarse con una
+heredera del país.
+
+Su esposa era mejicana. Poseía famosas minas de plata tierra adentro y
+extensas llanuras en la frontera. Sólo tuvieron una hija; y cuando ésta
+iba á cumplir ocho años, Arturo Macdonald murió á consecuencia de una
+caída del caballo. La viuda, con su pequeña Alicia, se trasladó á Europa
+para vivir en Londres, cerca de su cuñado sir Edwin, miembro entonces
+del Parlamento, y admirado por la mejicana como uno de los directores
+del mundo. Luego se instaló en París, por ser esta capital más de su
+gusto y poder encontrar en ella á numerosos compatriotas.
+
+La princesa Lubimoff trataba bien á esta parienta, pero su amistad
+sufría bruscas alteraciones, pasando por cariñosos entusiasmos y
+repentinos desvíos.
+
+Ella y doña Mercedes podían hablar de minas y vastísimas propiedades,
+aunque ninguna de las dos conocía con certeza su fortuna, apreciándola
+únicamente por las enormes rentas--millones al año--que enviaban los
+lejanos administradores, y que consumían ambas sin saber cómo. Otro
+motivo de simpatía para la Lubimoff en sus días de benevolencia: ella
+era rubia y la criolla conservaba los restos de una belleza
+hispano-azteca, con la tez de un moreno algo verdoso, los ojos enormes,
+rasgados, oblicuos, en forma de almendra, y una cabellera asombrosa por
+su intensa negrura, su brillo y su longitud.
+
+Pero una rivalidad instintiva amargaba frecuentemente las relaciones de
+las dos multimillonarias. La princesa estaba segura de que su fortuna
+era enormemente superior. Cuando doña Mercedes hablaba de la plata
+mejicana, la Lubimoff aludía al platino de Rusia. «¡Y qué vale la plata
+comparada con el platino!» Para acabar de aplastarla, hacía la historia
+de su familia. A partir del remoto abuelo cosaco, que casi se convertía
+en esposo legítimo de Catalina la Grande, iban desfilando generales,
+mariscales de palacio, _halemanes_ seguidos por sus mesnadas de jinetes
+medio salvajes, príncipes y embajadores. La mujer de sir Edwin hablaba
+como si perteneciese á la familia reinante, dando á entender que su
+famoso abuelo había intervenido en la formación de algún zar. Por eso en
+la corte la habían tratado siempre á ella con una predilección especial.
+
+Vejada interiormente doña Mercedes por tanta grandeza, sonreía, sin
+embargo, con una dulzura de india, como diciendo: «Todo eso está muy
+lejos y tal vez sea mentira.»
+
+De pronto, empezaba á hablar en su francés rápido y caprichoso,
+revestido para siempre de una coraza de adherencias españolas.
+
+--Mamá era íntima amiga de Eugenia... ¿No sabe usted qué Eugenia? La
+emperatriz, la esposa de Napoleón III. Cuando anunciaban en las
+Tullerías á madama Barrios (que era mamá), las puertas se abrían de par
+en par... Papá fué de los que hicieron emperador á Maximiliano.
+
+Y frente á las grandezas aristocráticas de Petersburgo elevaba la imagen
+de la corte mejicana, del breve Imperio que había tenido por epílogo el
+fusilamiento del archiduque Maximiliano y la locura de su esposa
+Carlota. La buena señora lo contaba todo tal como lo había oído á su
+madre. El emperador quería establecer la rancia etiqueta austriaca, pero
+las matronas mejicanas, al visitar á la joven emperatriz, le decían
+maternalmente, con una llaneza criolla: «¿Cómo le va, Carlotita?... ¿Qué
+le parece este país, hija mía?»
+
+A impulsos de una franqueza semejante, doña Mercedes terminaba diciendo:
+
+--Papá, al ver que el Imperio iba mal, reconoció á Juárez y se fué con
+los republicanos. Había que salvar nuestras minas.
+
+Luego hablaba de los Barrios, procedentes, según ella, de la más vieja
+aristocracia española. Todos los nobles de Madrid resultaban parientes
+suyos: era cosa sabida. De niña había visto en su casa muchos papeles
+que probaban su derecho á un título de marqués; pero por las
+revoluciones del país y por sus viajes, ya no sabía dónde encontrarlos.
+
+Si la princesa alababa las magnificencias de su palacio, la criolla
+hacía alusión inmediatamente al elegante hotel particular comprado por
+ella en los Campos Elíseos. La llegada del coronel Toledo, héroe
+decorativo que volvía á dar á la vivienda principesca un prestigio
+militar, no intimidó á doña Mercedes. También ella tenía su español: un
+clérigo aragonés, que era algo así como su capellán de honor, y al que
+consideraba un sabio, porque, aburrido de su sinecura, se había dedicado
+á la astronomía elemental, instalando un telescopio en el tejado de la
+casa.
+
+Cada vez que la mejicana su atrevía á imitar las fiestas, los carruajes
+ó los vestidos de la princesa, ésta lamentaba que París no estuviese en
+Rusia, para llamar al general de la Policía y recordarle el respeto que
+debe guardarse á las castas superiores. Pero á continuación de sus
+cóleras, sentía un fulminante cariño por doña Mercedes, asegurando que,
+aunque iletrada, era mujer de talento natural y la única con quien podía
+hablar horas enteras.
+
+Entre estas dos bellezas descendentes, que se habían visto solicitadas y
+adoradas en otros tiempos, existía un motivo de unión, algo que las
+conmovía como una música amada y lejana, como un recuerdo nostálgico de
+la juventud: la hija de doña Mercedes, la vivaracha Alicia Macdonald.
+
+La madre creía ver en ella su propia hermosura repitiéndose con nueva
+savia, y se engañaba. Alicia había unido á su moreno esplendor la ligera
+esbeltez, la soltura un poco amuchachada de su origen paterno. La
+princesa, ante la independencia de su carácter, creía verse también á sí
+misma cuando empezó á escandalizar á la corte imperial. Otro error. Ella
+había podido seguir los impulsos de su voluntad, sin miedo á los
+comentarios. Todo lo poseía. Además de sus inmensas riquezas, contaba
+con los privilegios del nacimiento, pudiendo elevar hasta ella á
+cualquier hombre, por bajo que estuviese. Alicia tenía una ambición:
+unir á su fortuna un gran título de vieja aristocracia para figurar en
+una corte, y este deseo lo perseguía á los quince años con una glacial
+tenacidad, disimulada por aturdimientos aparentes. Doña Mercedes le
+había hablado desde la infancia de matrimonios de leyenda; de príncipes
+que en otros tiempos se casaban con pastoras y ahora buscaban á las
+millonarias.
+
+Miguel Fedor se sintió algo intimidado al encontrar en su palacio á esta
+muchacha que le miraba descaradamente, con ojos de dominación, como si
+todo lo existente debiera doblarse ante su paso.
+
+Era hermosa, con una belleza más perturbadora que correcta. Su tez
+levemente dorada con el color de la naranja, sus ojos rasgados y algo
+subidos en su vértice, la abundante cabellera, que parecía retorcerse y
+vivir como un haz de serpientes negras escapándose de la opresión de las
+horquillas, le daban un encanto exótico. El resto de su cuerpo revelaba
+la educación física moderna, los miembros ágiles y endurecidos por los
+continuos deportes.
+
+Doña Mercedes pareció empujarlos á los dos desde los primeros
+encuentros.
+
+--Háblense de tú--dijo maternalmente--. Son ustedes primos.
+
+Aunque Miguel no llegaba á comprender este parentesco, tuteó á la joven,
+mientras la criolla sonreía viendo ya á Alicia con una corona de
+princesa haciendo reverencias ante el zar. La de Lubimoff estaba en una
+de sus buenas épocas; no creía por el momento en castas y privilegios;
+hasta habría dado dinero á los melenudos que la visitaban años antes, y
+aceptó con silenciosa tolerancia los desmesurados planes de su amiga.
+
+El príncipe iba comunicando sus impresiones al coronel.
+
+--Demasiado señorita. Me gustan más las otras.
+
+Don Marcos, compañero de largos y regocijados viajes, sabía quiénes eran
+«las otras» para este muchacho que había empezado muy pronto á picar en
+los racimos de la vida.
+
+Otras veces le irritaba que se pareciese demasiado á las otras, con sus
+atrevimientos de virgen loca.
+
+--Es peor que un muchacho. ¡Si supieras, coronel, lo que me dice!...
+
+Alicia, por su parte, tampoco parecía contenta. Los otros hombres se
+esforzaban por adularla y serle gratos, mientras que Miguel mostraba un
+carácter imperioso, semejante al suyo, discutiendo con ella,
+atreviéndose á contrariarla.
+
+Algunas vecen salían juntos á caballo para galopar por el Bosque de
+Bolonia bajo la vigilancia de Toledo. Un tormento para don Marcos. El
+había sido héroe de montaña; pero el grado impone deberes, y cabalgaba
+todo lo mejor que puede hacerlo un coronel de infantería.
+
+Ella era una amazona infatigable. En el hotel de los Campos Elíseos,
+doña Mercedes tenía que buscarla muchas veces en las caballerizas, donde
+permanecía entre palafreneros y cocheros, hablando con una autoridad
+profesional, mientras vigilaba el cuidado de los animales. Luego, al
+subir al salón, su cabellera suelta esparcía un fuerte olor á cuadra.
+Allá en su tierra se había sostenido agarrada á las crines de un caballo
+antes de saber andar. En París se metía audazmente entre los vehículos y
+atropellaba á los transeuntes, viéndose atajada por la policía en sus
+locos galopes. El coronel intentaba seguirla silenciosamente, pero con
+el corazón oprimido. El príncipe protestaba de estas carreras, buenas
+para los prados natales, y sus recriminaciones establecían entre los dos
+un alejamiento hostil. «A ella no le chillaba ni su madre. Ya era mayor
+de edad para saber lo que debe hacerse...» Y tenía quince años.
+
+Una mañana, al llegar á una encrucijada del Bosque, Alicia echó su
+caballo por la avenida que le pareció preferible, sin consultar á su
+acompañante.
+
+--No; por aquí--dijo imperiosamente Miguel.
+
+--No me da la gana; ¡por aquí!--contestó ella con tono enfurruñado.
+
+Intentó el príncipe cerrarla el paso cruzando su caballo en el camino, y
+ella lanzó el suyo contra el de Miguel con un impulso que hizo doblar
+las patas delanteras de las dos bestias. Toledo, que iba detrás, vió que
+mediaban entre ambos miradas iracundas acompañadas de duras palabras.
+Alicia levantó su latiguillo, golpeando al príncipe en un hombro.
+
+--¡A mí!... ¡A mí!
+
+El descendiente del cosaco Lubimoff cambió de rostro, adquiriendo una
+fealdad salvaje. Su nariz pareció ensancharse aún mas. Levantó á su vez
+el látigo y tiró un golpe. Pero el coronel había metido su caballo entre
+los dos, recibiendo parte del fustazo en una mejilla, que empezó á
+sangrar. La vista de la sangre y la consideración de que el golpe era
+para ella enloqueció de cólera á la joven.
+
+--¡Bruto! ¡Salvaje!... ¡Ruso!
+
+Le pareció esto poco, y se mantuvo silenciosa un segundo, buscando una
+injuria mayor. Los recuerdos de la niñez le dieron ayuda; las leyendas
+oídas allá en sus tierras á los mestizos le sugirieron un nuevo insulto,
+como si Miguel Fedor fuese Hernán Cortés.
+
+--¡Español!... ¡Asesino de indios!
+
+Y temiendo un segundo fustazo después de tales palabras, hizo dar vuelta
+á su caballo, huyendo en una carrera frenética que no se detuvo hasta el
+Arco de Triunfo.
+
+Después de este incidente, doña Mercedes perdió toda esperanza de que su
+hija fuese una Lubimoff.
+
+--¡Princesa rusa!--decía Alicia con desprecio--. ¡Pero si en Rusia todo
+el mundo es príncipe!... Vale mas un simple barón inglés, un conde de
+Francia ó de España.
+
+Miguel no se mostró mas acomodaticio al sermonearle el coronel.
+
+--No quiero saber nada de esa p...
+
+La princesa, en uno de sus saltos de humor, encontró muy justa la
+apreciación. Estas parientas de sir Edwin siempre le habían parecido
+gente ordinaria. También encontraba natural que su hijo pensase en
+volver á Rusia para seguir sus destinos de príncipe. La vida de
+privilegios y castas de allá era más adecuada á su rango que la
+existencia democrática de París, donde unas indias americanas, porque
+tenían millones, podían creerse iguales á un Lubimoff.
+
+Hasta los veintitrés años estuvo en Rusia el príncipe Miguel. Sus
+estudios militares fueron brillantes, según Toledo, distinguiéndose
+entre los más famosos oficiales de la caballería de la Guardia. Alcanzó
+premios en los concursos hípicos, partió á pistoletazos monedas
+sostenidas por sus camaradas á cincuenta pasos, manejó el sable con una
+maestría que hubiese admirado al general Saldaña y á su abuelo el
+cosaco. Todos los días, en un patio de su palacio de Petersburgo, le
+esperaba un monigote de tamaño natural hecho con la arcilla pegajosa y
+compacta que emplean los escultores, y permanecía ante él media hora
+ejercitándose. Lo importante no era asestar un golpe al enemigo, sino
+darlo bien, con la mayor profundidad y fuerza posibles. Y la cabeza y
+los miembros del monigote volaban segados por la hoja de acero. El
+estudio de las ciencias militares quedaba para los de infantería y
+artillería, hijos de empleados y de mercaderes.
+
+El coronel se mostró asombrado al principio de las magnificencias y
+derroches de la vida rusa; luego acabó por encontrarla regular, como si
+estuviese acostumbrado á algo semejante desde su niñez. «Piensa, hijo
+mío, en el nombre que llevas--escribía la princesa--. No lo deshonres.
+Gasta con arreglo á lo que eres.» Y el hijo seguía fielmente sus
+consejos, sin pedirle nada á ella, entendiéndose directamente con los
+administradores rusos. Según los cálculos de don Marcos, el teniente de
+la Guardia gastaba unos tres millones por año. Su cuadra de caballos de
+carrera era la más célebre de la capital. Muchas bellezas famosas de la
+corte y de los teatros tenían algo que ver con el príncipe Miguel Fedor.
+Sus cenas en el palacio Lubimoff ó en los restoranes de moda eran
+buscadas por toda la juventud aristocrática. Verse invitado á ellas
+representaba un honor extraordinario, algo así como ser individuo de una
+academia de superhombres. Mujeres célebres acababan bailando desnudas
+sobre la mesa á las primeras luces del alba, para no desairar al
+anfitrión.
+
+A veces se cortaban estas fiestas con una disputa de borrachos,
+mezclándose el vino y la sangre. El coronel había visto al final de una
+de estas escenas un duelo á pistola entre dos convidados, en el jardín
+del palacio, cuando empezaba á amanecer. Un muerto. Sus mejores amigos
+habían llevado el cadáver hasta un muelle del Neva, colocando un
+revólver al lado para que la policía admitiese la hipótesis de un
+suicidio.
+
+No; don Marcos no gustaba de estas fiestas nocturnas. Las consideraba
+peligrosas. Un gran duque joven, completamente ebrio, se había
+entretenido en embadurnarle las patillas con caviar, hasta que, cansado
+de esta confianza, el español metió á su vez la mano en el plato,
+ensuciando igualmente de verde el angosto rostro. El borracho dudó un
+momento si debía matarlo, pero acabó por abrazarse á él, cubriéndole de
+besos y declarando á gritos que era su padre.
+
+Toledo prefería las tranquilas amistades con los antiguos compañeros de
+armas de su general: graves personajes que le hablaban de futuras
+guerras y de la política del mundo. Además, las larguezas de su príncipe
+le permitían diversiones secretas menos ruidosas y dulcemente modestas.
+
+Una noche, al volver al palacio Lubimoff pasadas las dos, vió que había
+una cena en el gran comedor de gala. Los convidados eran unos cincuenta,
+y en el curso de la noche fueron llegando muchos más. Parecía como que
+hubiese corrido una noticia por los lugares de placer de la capital,
+atrayendo á toda la juventud libertina.
+
+Frente al príncipe estaba sentado un teniente de cosacos, pequeño,
+felino, negruzco, con ojos asiáticos. Su uniforme sucio revelaba un
+viaje reciente. Miguel Fedor tenía con él las mayores atenciones, como
+si fuese el único invitado. Toledo, conocedor de todos los amigos de la
+casa, no logró dar un nombre á este cosaco rústico que parecía llegar de
+una guarnición remota de Siberia. Alguien quiso sacarle de dudas, y se
+estremeció al saber que era el hermano de una dama de la corte que
+precisamente andaba en lenguas por su excesiva confianza con Miguel
+Fedor. Los dos hombres se miraban con interés, brindándose mudamente los
+vasos enormes de champaña. En el fondo del comedor gemían incesantemente
+los violines de unos ziganos. Varias muchachas morenas, con delantales á
+rayas de diversos colores, danzaban en torno de la mesa. Pero á pesar de
+esto, don Marcos husmeaba algo lúgubre en el ambiente.
+
+--¡León, los sables!
+
+El príncipe se había puesto de pie, después de mirar su reloj, dando
+esta orden al criado de confianza, que estaba detrás de él. Todos los
+convidados se precipitaron á las puertas con la confusión del público
+que asalta un teatro. Cada uno deseaba llegar el primero al jardín. Ya
+no había por qué fingir: ansiaban el espectáculo anunciado... Y el
+coronel encontró finalmente quien le hablase con claridad.
+
+--Ha llegado al anochecer, para pedir al príncipe que se case con su
+hermana. Un viaje de treinta y ocho días... El príncipe no quiere...
+Pocas veces se verá esto... Es el primer sable de Siberia.
+
+El jardín estaba cubierto de nieve. Aún era de noche, y la luna fugitiva
+lo iluminaba con unos rayos diagonales, extendiendo desmesuradamente la
+sombra de los árboles. Más de cien hombres formaron dos masas negras en
+los bordes de una avenida. El coronel vió llegar á varios criados: uno
+traía los sables, los demás llevaban grandes bandejas con botellas y
+copas.
+
+Miguel Fedor se inclinó ante el enemigo con los ojos brillantes de
+amabilidad y de alcohol.
+
+--¿Quiere usted beber algo mas?
+
+Dió las gracias el cosaco en voz baja y Toledo lo vió de pronto
+despojarse de su larga levita con el pecho adornado de cartucheras. A
+continuación se quitó la camisa, quedando sin más que los pantalones y
+las altas botas. Luego se inclinó, y agarrando dos puñados de nieve,
+empezó á frotarse el tronco, un poco angosto, y los brazos nervudos.
+
+El príncipe se estremeció de sorpresa y de frío, lo mismo que muchos de
+los espectadores. Pero consideraba indispensable imitar á este rudo
+adversario, para que las condiciones del combate fuesen iguales.
+Mientras se despojaba de la parte superior de su uniforme, se abrieron
+en la penumbra lunar del jardín las rojas estrellas de varias antorchas.
+
+Don Marcos vió á los dos hombres frente á frente, desnudos de cintura
+arriba, brillándoles los bustos con la humedad de la reciente frotación,
+cimbreando en sus manos unos sables con filos de navaja de afeitar.
+«¡Adelante!» Alguien dirigía el combate.
+
+«¡Pero esto es una barbaridad!--pensó el español--. Estos hombres son
+unos salvajes.»
+
+No se atrevía á decirlo en voz alta porque era un coronel; pero toda su
+vida se acordó de esta escena.
+
+Cruzaban sus sables, se esquivaban, se atacaban, el príncipe con paso
+firme, el otro con una agilidad felina. Toledo, viéndolos rojos, creyó
+que era un efecto de la luz de las antorchas. Al aproximarse á él en una
+de las evoluciones de su juego mortal, se dió cuenta de que estaban
+cubiertos de sangre. Sobre sus troncos se extendían unas casacas de
+púrpura partidas en harapos que temblaban con incesante chorreo. Sus
+brazos surgían blancos de esta vestidura caliente y húmeda. El príncipe
+llevaba la peor parte. Toledo lo vió de pronto con un profundo corte en
+la frente; luego creyó distinguir que una de sus orejas estaba medio
+despegada del cráneo. Aquel gato salvaje de las estepas se escurría bajo
+su sable. Nadie osaba intervenir; el duelo era sin misericordia, sin
+descanso, sin otra condición definida que la muerte de uno de los dos.
+Se confundían, formando un solo cuerpo erizado de relámpagos blancos en
+la penumbra de los árboles; se mostraban luego despegados y buscándose
+en el círculo de incendio de las antorchas.
+
+Oyó de pronto el coronel un maullido de dolor, un alarido de pobre
+bestia sorprendida. Lubimoff era el único que estaba de pie. Con un
+golpe de punta había cortado la yugular á su adversario. Luego de
+permanecer inmóvil un segundo, lo abandonó la fuerza sobrehumana que le
+había sostenido hasta entonces, sintió caer de golpe sobre él todo el
+cansancio de la lucha, toda la pérdida de sangre de sus heridas, y se
+desplomó á su vez, pero en los brazos de varios amigos. No había un solo
+médico entre los espectadores: nadie había pensado en esto. Consideraban
+inútil su presencia en un encuentro que sólo podía terminar la muerte.
+
+Todos los curiosos abandonaron el jardín siguiendo al desmayado
+príncipe. Sólo unos criados permanecieron junto al cuerpo del cosaco,
+tendido de bruces, viendo respetuosamente cómo se agitaban por última
+vez sus piernas, cómo se iba vaciando lentamente por el cuello, cómo se
+extendía una mancha negra en la nieve, que empezaba á azulear bajo la
+lividez del alba.
+
+Este suceso tuvo gran resonancia en la corte, que ya se había ocupado
+muchas veces de las ruidosas aventuras del príncipe. Sus duelos, sus
+amores, sus escandalosas fiestas, irritaban al joven emperador, empeñado
+en moralizar las costumbres de sus allegados. En las reuniones
+aristocráticas volvieron á recordarse las extravagancias de la casi
+olvidada Nadina Lubimoff. El joven cosaco estaba emparentado con
+personajes influyentes y su muerte contribuía al descrédito total de la
+hermana.
+
+Aún no había convalecido Miguel Fedor completamente de sus heridas,
+cuando recibió la orden de salir de Rusia. El zar lo desterraba por
+tiempo indefinido. Podía vivir en París al lado de su madre.
+
+--Está bien, ya que respeta la fortuna del príncipe--dijo el coronel
+como único comentario.
+
+Al llegar á París, Miguel Fedor se convenció de que la princesa estaba
+loca, cosa que sospechaba hacía tiempo al leer sus largas cartas. Sir
+Edwin había muerto en Inglaterra, tres años antes, casi repentinamente,
+á continuación de una derrota electoral. El palacio del barrio de
+Monceau había sufrido una transformación interior que representaba un
+gasto de millones. Su dueña dedicaba á esto todo su tiempo. Los salones
+árabes, persas, griegos ó chinos, cuya construcción y adorno habían
+hecho la fortuna de dos arquitectos y de varios comerciantes de
+antigüedades, acababan de desaparecer, esparciéndose cual residuos sin
+valor los muebles adquiridos en otro tiempo como piezas rarísimas.
+Aunque el palacio se mantenía lo mismo por fuera, á partir de la
+escalinata imitaba el interior de un castillo antiguo. No quedaba una
+ventana sin vidriera de colores, ni una pieza que no estuviese en una
+penumbra de bodega. Todo el gótico convencional inventado por los
+constructores modernos era empleado en esta restauración deseada por la
+princesa. Los tres pisos de un ala entera habían sido echados abajo para
+formar una nave de catedral.
+
+Lubimoff vió á una mujer alta, enjuta, con las manos largas y
+transparentes, los ojos agrandados é inquietantes, que avanzaba hacia
+él. Iba vestida de negro, con mangas sueltas que casi barrían el suelo y
+un bonete blanco encañonado bajo los tules de luto. A pesar de que
+tenía un rosario en la muñeca y adoptaba al hablar una expresión de
+víctima, su hijo creyó ver á una cantante de ópera.
+
+La expulsión del príncipe no le había causado extrañeza ni pena.
+
+--Esos Romanoff nos han tenido siempre mala voluntad. No pueden olvidar
+á tu ilustre abuelo, que, según cuentan, le daba palizas á Catalina al
+pillarla con otros.
+
+Su pensamiento volaba por encima de estas miserias terrenales. Ella, que
+nunca se había preocupado de las religiones, declaró á su hijo que ahora
+era católica. Prescindía, por considerarlos inútiles, de los actos
+públicos de conversión, pero debía adoptar esta creencia; lo exigía su
+nueva y definitiva personalidad.
+
+--Tu padre lo aprueba. Hablo con el héroe muchas noches, y está contento
+de verme en el buen camino.
+
+Miguel Fedor y el coronel se dieron cuenta, apenas llegados, de los
+extraños visitantes que frecuentaban el palacio. A los melenudos
+terroristas de otros tiempos habían sucedido numerosas echadoras de
+cartas, pitonisas, videntes y tétricos profesores de ciencias ocultas.
+Un velador modesto y viejo, que parecía haber subido solo de la
+habitación del portero, saltaba á todas horas, hablando por medio de sus
+patas, en el dormitorio de la princesa.
+
+Un día se decidió ésta á comunicar á su hijo el gran secreto de su
+existencia. Al fin sabía quién era; las revelaciones de los espíritus le
+permitían conocer su verdadera personalidad. En una de sus muchas vidas
+anteriores había sido una reina desgraciada y hermosa; la mas
+«romántica» de las reinas. El alma de Nadina Lubimoff, princesa rusa,
+vivía ya siglos antes en el cuerpo de María Estuardo.
+
+--Siempre sentí una predilección especial por la historia de la reina
+infeliz. Ahora me explico cómo al ver á sir Edwin en Londres me enamoré
+inmediatamente de él de un modo irresistible. Sus antepasados fueron
+escoceses.
+
+Estas razones resultaban tan incontestables como todas las que habían
+guiado su existencia. Y para honrar el alma regia reencarnada en ella,
+cuya autenticidad reconocían todos sus visitantes misteriosos, quiso
+vivir como la decapitada soberana de Escocia, imitando sus vestidos tal
+como los había visto en los cuadros, convirtiendo su palacio en un
+castillo, comiendo á solas en vajillas antiguas los manjares que un
+profesor de Historia se encargaba de buscar en las viejas crónicas.
+
+Rara vez entraba un carruaje en el patio de honor del palacio. La gran
+escalinata criaba musgo entre sus peldaños, mientras por la escalera de
+los proveedores subían diariamente aquellos profesionales del «más
+allá», mal vestidos y de aspecto inquietante, que explotaban á la
+princesa, generosa como una reina--lo que era--, á cambio de ayudarla en
+el manejo del velador y de evocar fantasmas históricos que movían los
+tapices, hacían caer los cuadros de las paredes, cambiaban los sillones
+de sitio y cometían otras diabluras pueriles para hacer constar su muda
+presencia.
+
+Doña Mercedes evitaba las visitas á la princesa. Su sencillez de buena
+creyente la hacía sentir miedo por las reinas que duran siglos y por
+aquellos salones obscuros con muebles viejos que parecían palpitar á
+impulsos de una vida misteriosa. Prefería la conversación plácida y
+saludable con los sacerdotes mantenidos por ella. El cura aragonés se
+había dejado arrebatar por otra devota millonaria, fatigado sin duda de
+las exageradas comodidades que le proporcionaba su penitente y de las
+observaciones astronómicas sobre los tejados de los Campos Elíseos.
+Ahora tenía alojado en su vivienda á un monseñor, obispo _in pártibus_,
+que canalizaba el dinero de la viuda hacia muchas obras pías de su
+invención.
+
+Alicia se había casado con un duque francés que tenía veinte años mas
+que ella, y á los pocos meses de matrimonio daba mucho que hablar á las
+gentes. Doña Mercedes, ofendida, la castigaba viéndola muy de tarde en
+tarde, con la esperanza de que este desvío hiciese imitar finalmente á
+la duquesa de Delille las tradiciones maternales. Mientras tanto,
+concentraba todos sus afectos de familia en monseñor, un santo y un
+hombre de mundo, que por las noches, para no ser una nota discordante,
+se despojaba de su sotana para sentarse á la mesa puesto de _smoking_,
+mientras un enjambre de pájaros mecánicos contaban y aleteaban en la
+gran jaula dorada del comedor de la criolla.
+
+Miguel Fedor encontró dos veces á Alicia en el palacio Lubimoff. Ella no
+sentía el miedo de su madre, y hasta consideraba muy originales é
+interesantes las manías de la princesa. Cuando la visitaba, en tardes de
+aburrimiento, parecía creer en su velador y en sus protegidos de gestos
+misteriosos. También consultaba á éstos para saber si sería feliz, y
+sobre todo si la amarían mucho, aunque sin decir nunca quién debía
+amarla. Otras veces preguntaba al trípode, con una ansiedad de celosa,
+lo que estaría haciendo á aquellas horas un personaje incógnito cuyo
+nombre no se atrevía á pronunciar, pero que unos meses era moreno y
+otros meses rubio. Ella y el velador se entendían.
+
+--Siempre he dicho que esta niña tiene más talento que su
+madre--afirmaba la princesa.
+
+Al encontrarse Alicia con el príncipe, rompió á reir y casi le abrazó.
+
+--¿Te acuerdas cómo nos odiábamos?... ¿Te acuerdas del día que nos
+pegamos en el Bosque?...
+
+Le miraba con interés, examinándolo de arriba á abajo, sin encontrar
+nada del jovenzuelo antipático de otra época. Conocía sus aventuras en
+Rusia, sus amores, sus duelos, su expulsión. ¡Un hombre interesante! ¡Un
+personaje byroniano!... Además, algo bárbaro con las mujeres.
+
+--Ven á verme. Debemos ser amigos... Acuérdate que somos parientes.
+
+Lubimoff la examinó también, pero con cierta gravedad. Al llegar á París
+le habían hablado mucho de ella. En los tres años que llevaba de
+matrimonio, el duque había querido divorciarse por dos veces. Le era
+penoso gozar de una enorme fortuna á cambio de que esta mujer llevase su
+nombre. Cuando estrechaba la mano de un amigo, nunca estaba seguro de lo
+que podía ser éste con relación á su esposa. Pero Alicia se había casado
+para ser duquesa, y al fin llegaron á un arreglo práctico. La mitad de
+su renta fué para el duque, que viajaba ó vivía en París en casa de una
+antigua amante, mientras Alicia podía hacer su voluntad en su palacete
+blanco de la Avenida del Bosque, ostentando una corona ducal un sus
+ropas interiores, en sus vajillas y en las portezuelas de los
+automóviles.
+
+La pequeña amazona de las cabalgadas matinales era ahora una mujer de
+soberbia belleza. Miguel pensó en un fruto de California esplendoroso y
+dorado, con un perfume intenso de dulce savia. Vaciló interiormente
+mientras sostenía la mirada de aquellos ojos negros, invitadores y
+dominantes, seguros de su poder... ¡Pero no! Se acordaba de varios
+hombres que le eran antipáticos y según la pública murmuración le habían
+precedido. Estaba interesado además por una actriz francesa que había
+encontrado en el tren al regreso de Rusia. Con un salto de su
+imaginación, volvió á ver á Alicia lo mismo que años antes. Sólo había
+cambiado exteriormente. Estaba acostumbrada á manejar los hombres con
+una mano varonil, á cambiarlos como caballos de relevo. Se pelearían á
+la segunda entrevista: tal vez acabarían pegándose...
+
+Y no la vió más. Nuevas preocupaciones torcieron el curso de sus
+pensamientos. Un día encontró en la calle á un ruso que parecía viejo y
+enfermo: Sergueff, su antiguo maestro. Debía tener unos cuarenta años y
+parecía un setentón, con la barba de un blanco sucio, el pelo triste,
+como apolillado, y un rostro de profundas arrugas, sin más vida que la
+de los agujeros verdes de sus ojos. Andaba algo encogido; tosía al
+contar su historia. De Petersburgo lo habían enviado á un presidio de
+Siberia. Al fugarse de él, había atravesado media Asia, solo y á pie,
+hasta un puerto chino, y allí se embarcó para los Estados Unidos,
+viniendo luego á París. Esta vuelta al mundo la relataba con pocas
+palabras, como un simple paseo.
+
+Miguel Fedor lo trajo á su palacio, y el coronel pareció achicarse en su
+presencia, con una retractilidad hostil, recordando, sin duda, sus
+nobles relaciones con personajes de la corte rusa, algunos de ellos
+antiguos generales de la Policía.
+
+El hijo de la princesa Lubimoff conversó muchas veces con el fugitivo.
+El recuerdo de su expulsión de la corte le hizo simpatizar obscuramente
+con este otro desterrado. Además, renacía en su interior una parte de
+la voluntad de la madre, con sus incoherencias y sus deseos confusos.
+El oficial de la Guardia prestó una atención de escolar á las doctrinas
+del revolucionario.
+
+--¡Estos hombres tienen razón!--exclamó con el mismo apasionamiento que
+ponía la princesa en toda idea nueva.
+
+Sintió en los primeros días el ansia de sacrificio, la voluntad del
+renunciamiento, la abnegación mística de los hombres de su raza. Recordó
+á muchos príncipes como él, educados en la corte, con altas situaciones
+sociales, que habían distribuído sus bienes para vivir entre los pobres
+y dedicar su existencia al triunfo de la verdad y la justicia. El haría
+lo mismo, resucitando á la verdadera vida, y estaba seguro de la
+aprobación de su madre. Había dado su sangre el general Saldaña por la
+reconstitución del pasado; él perdería la suya allanando el camino del
+porvenir. Los tiempos cambian. El pasado son unos cuantos siglos y el
+porvenir es infinito.
+
+Pero no era un ruso verdadero. El sensualismo latino despertó en él
+apenas quiso llevar á la práctica su decisión heroica. La vida es buena
+y ofrece cosas agradables. El árbol de su existencia estaba todavía
+repleto de savia: aún le quedaban muchas primaveras de hojas, muchos
+estíos de frutos. Más tarde, tal vez; cuando fuese leña seca...
+
+Lo único positivo é inmediato que sacó de esta resurrección fué el
+convencimiento de su ignorancia y del vacío de su existencia. En el
+mundo había algo más que saber idiomas y el manejo de las armas y los
+caballos. El hombre debe buscar la conciencia de su grandeza en empresas
+más serias que los amores, los desafíos y las apuestas. La suerte le
+había eximido de la dura ley del trabajo dándole la riqueza, pero no por
+esto debía prescindir de marcar su tránsito por la vida con una
+actividad cualquiera, como lo habían hecho miles de predecesores, como
+seguirían haciéndolo millones de descendientes.
+
+Buscó por primera vez la compañía de los libros, y de estas lecturas
+preliminares fué surgiendo un deseo nuevo. Quiso conocer el mundo, ver
+países raros, luchar con las fuerzas ciegas que son los latidos del
+planeta, vivir las aventuras gruesas y rudas de los hombres que van de
+puerto en puerto. Su padre le había hablado de remotos ascendientes que
+alcanzaron nobleza y fortuna tendiendo su vela en humildes puertos
+españoles para lanzarse como gaviotas por el Océano Tenebroso, en busca
+de tierras de misterio, detrás de los primeros derroteros de Colón y los
+Pinzones. Un ascendiente suyo había sido descubridor de los modernos
+Estados Unidos al desembarcar con el viejo Ponce de León en la Florida,
+buscando la legendaria «Fuente de la Juventud». El primer Saldaña noble
+había obtenido el _don_ al fundar un pueblo en las cercanías de Panamá.
+El sería navegante como sus antecesores, marino vagabundo, gozador de
+placeres exóticos, y tal vez consiguiera arrancar de paso algún secreto
+al gran misterio de las llanuras azules.
+
+La vida en aquel palacio afeado por las manías de su madre le resultaba
+incómoda y penosa, impulsándolo á huir. La princesa, no hizo la menor
+objeción al enterarse de que su hijo deseaba comprar un yate para
+navegar por todos los mares. Podía hacerlo: era un placer de gran señor
+digno de él. Estaban cada vez más ricos. El petróleo, el platino, todos
+los yacimientos preciosos de su propiedad, y el producto de sus tierras,
+vastas como Estados, formaban una renta enorme. El año anterior había
+llegado á diez y seis millones: más de un millón por mes. Para un
+particular era fabuloso. Y la Lubimoff, que por unos momentos había
+recobrado su buen sentido, añadió luego con modestia:
+
+--Pero para una reina no es gran cosa.
+
+Miguel adquirió en Inglaterra un yate velero, de proa afilada y
+arboladura audaz, con máquina auxiliar, y le puso un nombre de ave
+marina, pero en español: _Gaviota_.
+
+Deseaba prolongar en el Océano su vida terrestre, seleccionando de ella
+todo lo más interesante, y por esto quiso embarcar á Sergueff. El
+maestro parecía melancólico, como si le pesasen lo mismo que un
+remordimiento las comodidades que le proporcionaba el príncipe y sus
+larguezas pecuniarias. Tenía ocupaciones más urgentes que navegar á
+capricho en un buque de lujo. Y desapareció para volver á Rusia, como
+si la horca tirase de él, como si deseara, en caso de mejor suerte, dar
+por segunda vez la vuelta á la tierra.
+
+El coronel tuvo que embarcarse como ayudante de campo del príncipe.
+Nunca se había separado de él. Pero ¡ay! no tenía el pie marino, y menos
+aún el estómago: era un héroe de montaña; y desde un puerto del Brasil
+hubo que reexpedirlo á París.
+
+Cinco años duraron las navegaciones del _Gaviota_. En el segundo, creyó
+Miguel Fedor que iba à interrumpirse su carrera de navegante. Acababa de
+estallar la guerra entre Rusia y el Japón, y él cablegrafió desde una
+escala del Pacífico pidiendo su antiguo puesto en la Guardia. La
+contestación fué dilatoria. El zar aún estaba enojado con él y mantenía
+su destierro.
+
+«¡Mejor!», acabó por decirse una vez extinguida su cólera. Adivinaba lo
+que iba á ocurrir: la suerte final de aquellos bravos de sable afilado
+frente á los hombrecillos astutos y amarillos que se habían ido
+apropiando en silencio el arte de matar de los occidentales.
+
+Sus aventuras en los puertos, su trato con mujeres de todas razas y
+colores, bastaban para llenar su existencia. «Hago estudios de geografía
+amorosa», escribía á don Marcos después de preguntarle por la salud de
+su madre.
+
+Tuvo que interrumpir de pronto sus cruceros para visitar á la princesa.
+Los médicos la habían hecho abandonar el palacio de París, con su
+lúgubre decorado que excitaba su locura, enviándola á la Costa Azul para
+que se saturase de sol y de aire libre. Y la pobre María Estuardo, de
+riguroso incógnito, iba de gran hotel en gran hotel, ocupando un piso
+entero con su cortejo de domésticos rusos acostumbrados á los golpes, de
+adivinas y maestros en evocaciones, siendo la desesperación de los
+hoteleros, que la veían partir con gusto á pesar de que pagaba ella sola
+más que el resto de los huéspedes.
+
+Lubimoff la vió como un espectro dentro de sus flotantes vestiduras de
+luto, más flaca, más alta, con los ojos de una fijeza alarmante. Su tez,
+había perdido la antigua blancura, ennegreciéndose como si la tostase un
+fuego interior. Por el momento, su única preocupación era construir un
+palacio en la Costa Azul. Había comprado en territorio francés, á la
+vista de Monte-Carlo, un pequeño cabo, un espolón de tierra y rocas que
+avanzaba sobre las olas con el lomo cubierto de olivos seculares y pinos
+retorcidos. La entretenía luchar con la testarudez de un matrimonio de
+viejos rústicos que se negaban á venderle la punta extrema del
+promontorio. Además llevaba gastados muchos miles de francos en planos
+del futuro palacio. Pintores, arquitectos y jardineros-paisajistas
+trabajaban incesantemente para ella, exprimiendo su imaginación y
+haciendo estudios en el pasado. Quería plantar ante el Mediterráneo un
+enorme castillo escocés, lo más escocés que pudiera idearse: «una novela
+de Wálter Scott hecha de piedra», resumía la princesa.
+
+El hijo se asustó. Iba á repetirse la suntuosa mazmorra de París frente
+al mar luminoso, en uno de los paisajes más sonrientes de la tierra.
+Habló á espaldas de su madre con todos los que trabajaban para la futura
+Villa-Sirena. La princesa había ideado este nombre, segura de que en las
+noches de luna vendrían á visitarla las hijas de las profundidades
+marinas, cantando en los escollos al pie de sus ventanas. No podían
+hacer menos por ella. El misterio se abría cada vez más ampliamente ante
+sus ojos, permitiéndole ver lo que no veían los demás.
+
+Don Marcos, que, abandonado por su discípulo, seguía á la princesa,
+recibió iguales recomendaciones. Debía evitar que la pobre señora
+perpetrase este sacrilegio mediterráneo. ¡Pero qué podía el infeliz
+coronel con aquella demente que pasaba semanas enteras sin hablarle,
+como si no le reconociese!...
+
+Volvió el príncipe á su yate, y un año después le alcanzó la noticia
+triste y esperada, hallándose en el Norte de Noruega, al regreso de una
+excursión por los mares árticos. Su madre había muerto cuando empezaban
+á elevarse entre los olivos y los pinos del rosado promontorio unos
+muros enormes de piedra falsamente negruzca, como las tablas pintadas de
+los anticuarios, y que parecían próximos á derrumbarse de puro viejos
+apenas salidos de la tierra.
+
+
+
+
+III
+
+
+Miguel llegó á tiempo para recibir el cuerpo de la princesa en París.
+Antes de morir se había sentido iluminada por ese chisporroteo de razón
+que anuncia el fin de los grandes desequilibrados, dejando escritos en
+varios papeles los préstamos hechos á determinadas personas y juiciosas
+indicaciones al hijo para el buen manejo de la enorme fortuna. Quería
+ser enterrada junto á su marido, el primero, «el héroe», en el
+cementerio del Père Lachaise. En sus últimos años de permanencia en
+París, tocada una vez más del afán de construcción, se había ocupado en
+preparar su morada definitiva, levantando junto al mausoleo del marqués
+de Villablanca, cuya imagen ceñuda é indomable tenía en la mano una
+espada rota, otro monumento no menos ostentoso, con una estatua que ella
+creía su exacto retrato y no era mas que una reproducción de la infeliz
+reina de Escocia tal como aparece en las estampas de la época romántica.
+
+Durante las ceremonias fúnebres, Miguel Fedor volvió á encontrarse con
+muchos antiguos visitantes del palacio Lubimoff que él creía muertos.
+Doña Mercedes le abrazó llorando. Estaba extraordinariamente obesa, con
+la indiánica tez aclarada por una blancura jugosa y monacal. Parecía la
+superiora de un noble convento de canonesas. A su lado, el monseñor, con
+sotana de seda y gesto compungido, movía los labios por la salvación de
+la difunta. «¡Hijo mío! Todos tenemos nuestras penas.» Y la pobre
+señora, al hablar así, miró á otra enlutada elegante que se mantenía en
+el cementerio á cierta distancia de ella, y parecía anonadada por una
+ceremonia que la había obligado á salir del lecho antes de mediodía.
+
+También la duquesa de Delille vino á él, estrechándole las dos manos y
+envolviéndolo en una mirada extraña.
+
+--Tu madre me quería de verdad... En los últimos años nos hemos visto
+mucho.
+
+Miguel asintió mudamente. Lo sabía. La princesa Lubimoff era el único
+sostén de esta apasionada sin escrúpulos que se iba á fondo en la
+consideración de las gentes. Ella la había defendido cuando las otras
+mujeres del gran mundo, cediendo al instinto de conservación, le hacían
+la guerra y le cerraban la entrada de sus casas, temiendo por la
+fidelidad de sus maridos. Como jugaba en Monte-Carlo todos los
+inviernos, había acompañado á la princesa hasta sus últimos instantes.
+
+--Me quería más que mi madre... Tal vez se acordaba de que pude ser su
+hija.
+
+El príncipe se alejó, como molestado por esta alusión. ¡Le habían dicho
+tantas cosas de ella!... Pero su imagen le fué acompañando durante el
+resto de la ceremonia. Continuaba siendo hermosa, mas con una belleza
+extraña. Había perdido su dorado cutis de fruto sazonado, y era pálida,
+con una blancura pajiza de papel japonés. Sus ojos, abiertos
+desmesuradamente, tenían unos reflejos metálicos; miraban con una
+tenacidad molesta y al mismo tiempo parecían vagorosos, como si se
+tendiese ante ellos una telaraña invisible. Sus enemigas menos
+implacables la acusaban de cierta propensión á los licores. Bebía, como
+un cliente asiduo de _bar_, toda clase de mezclas americanas. Otras
+atribuían su palidez y sus ojos eternamente asombrados á la morfina, al
+opio, á todos los líquidos y perfumes del estupor, creadores de
+«paraísos artificiales». La pequeña Alicia de otros tiempos apuraba su
+vida á grandes tragos, hasta el fondo de la copa.
+
+Lubimoff creyó no verla más, pero á los pocos días empezó á recibir
+cartas de ella. Estaba solo, debía sentirse triste, y le invitaba á
+comer, sin ceremonia, como parientes que eran. Sus excusas provocaron
+nuevas invitaciones por teléfono. El príncipe, como el que cumple un
+aburrido deber social, acabó por ir un anochecer á su palacete de la
+Avenida del Bosque, una de las numerosas imitaciones del Pequeño Trianón
+que existen en el mundo.
+
+La duquesa de Delille estaba orgullosa de este edificio y su reducido
+jardín, ante cuyas verjas de lanzas doradas pasaba todo el París
+elegante. Miguel conocía sus salones sin haber estado nunca en ellos.
+Los periódicos ilustrados que se ocupan de modas y de la vida de los
+ricos llevaban publicadas muchas fotografías del interior de esta casa
+en Europa y en América. Los comentarios de la gente le habían enterado
+de la singular existencia de Alicia. De pronto sentía un deseo furioso
+de recibir visitas, de ser admirada, de asombrar con sus dispendios, y
+organizaba grandes fiestas, lamentando que el Municipio de París no le
+permitiese iluminar á sus expensas, como en una fiesta nacional, toda la
+Avenida de los Campos Elíseos y el Arco de Triunfo, para que los
+invitados llegasen hasta su puerta entre fulgores de apoteosis. Había
+dado una _garden-party_ en una sección del Bosque de Bolonia, con juegos
+náuticos, danzas de bailarinas sagradas traídas de Asia y un _buffet_
+para tres mil invitados. Otra vez gastó medio millón transformando una
+gran parte de su hotel en interior de palacio persa, para un solo baile
+de trajes, volviendo el día siguiente á restaurar los salones en su
+primitivo estado.
+
+De pronto desaparecía. Las gentes comentaban su ocultamiento con guiños
+maliciosos. Algún nuevo amor; y sus amores casi siempre eran andantes,
+necesitando el viaje largo y el cambio de horizontes. Tal vez estaba en
+Constantinopla ó en Egipto; tal vez se ocultaba en uno de los enormes
+hoteles de Nueva York. A veces era cierto; en otras ocasiones, los más
+íntimos de la duquesa afirmaban que no había salido de París. El
+automóvil permanecía ante su puerta.
+
+Esta era otra de las originalidades de Alicia. A todas horas del día y
+de la noche, uno de sus diversos vehículos de lujo se hallaba
+estacionado frente á la escalinata. Tres mecánicos se repartían el
+servicio, permaneciendo en el pabellón del portero; y apenas sonaba el
+timbre, no tenían mas que correr á su carruaje poniéndose los guantes y
+dar la vuelta á la manivela de marcha. La señora sentía deseos de salir
+á las horas más extraordinarias: cuando acababa de llegar de un baile,
+muchas veces después de haberse acostado, ó en las primeras horas de la
+mañana, que eran para ella lo que son las horas de profundo sueño para
+los demás mortales.
+
+En otras temporadas, los chófers se relevaban durante semanas enteras
+sin franquear la verja del palacete. La duquesa no quería salir. Ya no
+experimentaba repentinos deseos de correr sin objeto por el París
+dormido, de hacer visitas á horas intempestivas ó deslizarse por los
+bosques de los alrededores en plena tormenta. Y los automóviles parecían
+envejecer en su inmovilidad, unas veces con las ruedas hundidas en la
+nieve del patio, otras cubiertos de lágrimas por la lluvia oblicua que
+se deslizaba bajo la amplia marquesina de cristales. La inquieta y
+rebullente Alicia pasaba mientras tanto los días en el lecho, afirmando
+á sus íntimos que para conservar la belleza era excelente hacer de vez
+en cuando «una cura de reposo». Invitaba á comer á los amigos sin
+moverse de la cama. La mesa era servida lujosamente en el gran
+dormitorio, y ella, metida entre sábanas, con los platos á su alcance
+sobre un velador, reía y conversaba con los convidados. Transcurrían
+para ella meses enteros sin ver el exterior de su casa, olvidando los
+costosos objetos que su capricho había amontonado en las habitaciones.
+Le bastaba con la vanidad de haber fabricado un riquísimo estuche para
+albergue de su pereza.
+
+El príncipe la encontró en un saloncito del piso bajo. Verdaderamente,
+le recibía con absoluta confianza. Iba vestida con una túnica negra de
+su invención, mezcla de peplo y de kimono. Los brazos se escapaban
+desnudos de esta seda floja, que parecía vivir apretándose sobre su
+cuerpo. Se adivinaban debajo de ella los relieves y el calor perfumado
+de la carne, sin velos interiores. Miguel miró su _smoking_ y su
+brillante pechera como si hubiese cometido una falta.
+
+Mientras iban hacia el ascensor, blanco y acolchado como una caja de
+guantes, ella le dejó entrever los salones del piso bajo, ostentosos,
+pero en una penumbra que casi era obscuridad: el gran comedor, desierto
+y enfundado; el pequeño comedor, en el que no se veía preparativo
+alguno... ¿Adónde le llevaba?... ¿Estaría la mesa puesta en su
+dormitorio?...
+
+El ascensor pasó ante el primer piso sin detenerse.
+
+--Vamos á mi estudio--dijo Alicia--. Tú eres de confianza. Allí es donde
+como cuando estoy sola.
+
+Lubimoff se asombró del llamado «estudio», una vasta pieza que ocupaba
+gran parte del segundo piso, y en el que no pudo ver otros libros que
+los de un pequeño estante. El decorado era de falso «Extremo Oriente»:
+un amontonamiento de muebles de laca negra y sin adornos, de sedas de
+colores desleídos ó de un azul negruzco, de ídolos espantables. Una luz
+difusa y verdosa descendía del techo: la luz de los teatros en una
+escena de noche. Un biombo cubierto de figuras de oro formaba como una
+segunda habitación, más íntima, con el suelo alfombrado de pieles
+blancas de largos y sedosos pelajes, sobre las cuales se amontonaban
+docenas de almohadones de diversos colores, con reptiles alados y flores
+inverosímiles.
+
+Un olor exótico y penetrante arañó el olfato del invitado. Conocía este
+perfume. Y miró á la duquesa con severidad.
+
+--Siéntate--dijo ella--; van á servirnos.
+
+Y como el príncipe mirase en torno, sin ver ninguna silla, Alicia le dió
+ejemplo dejándose caer en un montón de cojines. Miguel se sentó de igual
+modo junto á una mesilla de nácar del tamaño de un taburete. Sobre ella,
+una lámpara de pantalla obscura esparcía su redondel de luz suave. El
+príncipe empezó á sentirse agitado por una cólera sorda al pensar en su
+noche malograda.
+
+--Tú habrás comido así muchas veces--continuó ella--. Has viajado más
+que yo. Debes conocer esta decoración.
+
+Sí; conocía esta «decoración» con toda autenticidad, y por eso no le
+placía volver á encontrarla imitada. Además, ¡obligarlo á comer en el
+suelo en plena Avenida del Bosque!... _¡Snob!_
+
+Pero al poco rato fué modificando su opinión. Indudablemente, merecía
+este nombre; pero su snobismo era ya algo habitual que había acabado por
+formar en ella una segunda existencia. Adivinó en los menores detalles
+que todo esto no había sido preparado para él, que Alicia vivía y comía
+cuando estaba sola lo mismo que en el presente, dominada por un deseo de
+diferenciarse de los demás hasta cuando nadie podía observarla.
+
+Un doméstico de color de cobre sucio y caídos bigotes, con _smoking_
+negro, una tela blanca arrollada á las piernas lo mismo que una falda y
+una enorme cabellera de mujer sostenida por un peine de concha, era el
+encargado de servir la comida. Este asiático fué colocando sobre el
+suelo enormes bandejas que contenían los manjares: unas de plata antigua
+repujada á martillo, otras de laca multicolor ó de materias
+semitransparentes que imitaban la esmeralda, el topacio y el lacre rojo.
+
+Miguel se imaginó la locura de un gran maestro de cocina que en pleno
+delirio dispusiera el orden de un banquete. No había un solo plato que
+recordase el armónico curso de una comida ordinaria. El paladar influía
+en la imaginación, evocando recuerdos de remotos viajes, visiones de
+países antitéticos. Las confituras exóticas alternaban con los platos
+calientes: las pastelerías aderezadas con violentos perfumes eran
+servidas al mismo tiempo que ciertas salsas agrias, picantes ó de
+intensa amargura.
+
+Alicia estaba casi tendida en los cojines, mirando los platos con
+inapetencia, y sólo avanzaba un brazo perezoso sobre los manjares más
+raros y de sabor ardiente, demostrando la honda perversión de su
+paladar. Ella misma se encargaba de ir llenando el vaso del convidado
+con una bebida de su invención, á base de champaña, que anestesiaba la
+boca con arañazos de frescura y de cauterio y hacía subir á las fosas
+nasales un perfume de flores raras y especias asiáticas.
+
+Hablando de la difunta princesa, acabó por mencionar á su propia madre.
+Vivían las dos en abierta hostilidad. Sus ojos tomaron un brillo
+agresivo al recordar á doña Mercedes confinada en los Campos Elíseos
+con su corte de sotanas y mostrándose en público únicamente para la
+organización de obras devotas. ¡Quería matar de hambre á su única
+hija!... Y como Miguel sonriese ante este grito colérico, ella explicó
+sus quejas.
+
+--No me da casi nada; una miseria: medio millón. Y yo tengo que entregar
+á mi marido doscientos mil francos por año: una querida algo cara, que
+evito ver. Tú eres verdaderamente rico, hijo mío, y no comprendes estas
+cosas... Como toda la fortuna es de ella, me sitia por hambre y guarda
+su dinero para derrocharlo con los curas... ¡Pobre señora! No puede
+encontrar ya otros admiradores que ese monseñor y otros igualmente
+pedigüeños... Y yo, que soy su hija, la suplico como una mendiga para
+que me dé unas migajas con acompañamiento de sermones... ¡Ay, si no
+hubiese sido por tu madre! Esa sí que era una gran señora: nunca le
+lloré en vano; hasta me daba más que yo pedía. Tú sabes indudablemente
+que le debo algún dinero. Un poco... No sé cuánto... ¿De veras que no lo
+sabes?... Yo te lo pagaré cuando herede.
+
+Y con una franqueza brutal exteriorizó su pensamiento:
+
+--¡Cuándo me dejara en paz esa beata!... Los viejos deberían ceder su
+puesto á los jóvenes. ¿Qué placer pueden encontrar en seguir viviendo?
+
+Habían terminado de comer. Ella siguió llenando los vasos de los dos con
+aquella bebida. Al principio repugnaba á Miguel, pero había acabado por
+seducirle con su frescura olorosa que perturbaba dulcemente los
+sentidos, como si su embriaguez fuese de perfumes.
+
+--Tú fumarás indudablemente la pipa--dijo Alicia con sencillez.
+
+El hizo un gesto negativo y recordó el olor que había asaltado su olfato
+al entrar allí. Sabía qué «pipa» era ésta, y extendió su mirada por el
+estudio. En algún rincón oculto debía estar el fumadero.
+
+--¡Un hombre como tú!--continuó ella--. ¡Un navegante!... ¡Y yo que me
+había hecho la ilusión de que fumaríamos juntos!
+
+Hasta dió á entender que la esperanza de proporcionarle este goce
+perseguido era la causa principal de su invitación. Se resignó al
+enterarse de que el vigoroso príncipe sufría náuseas cada vez que
+intentaba saborear esta depravación asiática. Y mientras él encendía un
+habano, Alicia sacó de una caja de plata los cigarrillos que fumaba en
+presencia de los «no iniciados»: tabaco oriental, pero bien rociado de
+opio.
+
+De pronto tuvo Miguel la certeza de algo que había presentido desde que
+entró allí, ó mejor aún, desde que se cruzaron sus miradas en el
+cementerio. La vió medio incorporada en sus almohadones, con un
+encogimiento felino, como si fuese á saltar sobre él. Era el ímpetu
+reconcentrado de la bestia hermosa y segura de su fuerza que no puede
+esperar ni conoce el disimulo. Se había quedado con la tacita de café
+olvidada en una mano, mirándole fijamente. La punta de azul eléctrico
+danzante en sus pupilas la conocía Lubimoff. Era la mirada de oferta de
+los silencios femeninos, la invitación á la violencia, á la toma de
+posesión, que tantas veces había encontrado ante su paso de millonario
+vencedor.
+
+Necesitaba hablar cuanto antes para romper el maleficio mudo de esta
+hermosa bruja, que, convencida de su triunfo final, le enviaba sonriendo
+las bocanadas de humo de su cigarrillo. Y Miguel aludió á la fama
+amorosa de ella, al gran número de amantes que le atribuían, como si con
+esto pudiera crear una honda separación entre los dos.
+
+--¡Ah! ¿tú también?...--dijo Alicia, riendo con una expresión varonil--.
+Supongo que tu moral no es la de mamá, y que no irás á sermonearme por
+mi conducta. Aunque, en realidad, mamá no me censura por lo que hago. Lo
+que la indigna es mi falta de miedo al qué dirán, y algunas veces el
+origen obscuro de los hombres en que pongo mis ojos. ¡Pobre señora! Si
+yo tuviera relaciones con un rey ó un príncipe heredero, tal vez
+permitiría que nos viéramos en su casa, y hasta su monseñor montaría la
+guardia.
+
+Pasó un rato silenciosa, con los ojos inquietantes fijos en Miguel.
+
+--Bueno; he tenido muchos hombres. ¿Y tú? ¿Crees que no conozco tus
+vagabundeos por el planeta en busca de mujeres inéditas y sensaciones
+nuevas?... Los dos hemos hecho lo mismo; sólo que yo no he necesitado
+correr tanto mundo para saber lo mismo que tú sabes... Y no tendrás la
+pretensión de imaginarte, como ciertos hombres, que nuestros casos no
+son exactamente comparables por pertenecer yo á otro sexo.
+
+El príncipe la escuchó silenciosamente exponer sus ideas. Amaba mucho la
+vida, y á cambio de este amor reclamaba de ella todo cuanto pudiera
+darle... Otras mujeres sentían preocupaciones de orden material: el
+ansia de riqueza, la conquista del lujo, los apuros de familia... Ella
+lo poseía todo; ninguna inquietud entenebrecía su mañana; ni siquiera la
+de su belleza, sostenida por una salud magnífica y que parecía crecer
+con la edad y el abuso de sus fuerzas. Y en esta existencia de vanidades
+satisfechas hasta el hartazgo, sólo una cosa le interesaba, por su
+variedad infinita, por sus fases, que parecían repetirse monótonas, pero
+en realidad eran distintas para los inteligentes de exquisito paladeo:
+el amor.
+
+--Compréndeme, Miguel; no te rías en tus adentros. Me conoces demasiado
+para imaginar que yo puedo creer en el amor como la mayoría de los
+mujeres. Sé que es necesario un poco de ilusión para sazonar su
+materialidad; todos ponemos en él un poco de mentira, para gozar de esa
+mentira aunque sepamos que lo es: pero en el fondo, yo me río del amor
+tal como lo entiende el mundo, así como me río de tantas otras cosas
+veneradas por las gentes... Yo no quiero enamorados; quiero admiradores.
+No busco inspirar amor; me place más la adoración.
+
+Estaba orgullosa de su belleza. Habló de Venus como de un personaje
+real. Admiraba su serenidad olímpica dándose á los dioses y á los
+hombres, sin dejar de ser superior aun en el momento en que sufría el
+despotismo del sexo asaltante. Ella se consideraba como una
+superbelleza, más allá de los vulgares límites del vicio y la virtud,
+una obra de arte viviente, y el arte no es moral ni inmoral, pues le
+basta con ser hermoso.
+
+--Poetas, pintores y músicos buscan entregarse al mayor número de
+admiradores; se esfuerzan por engrandecer el círculo del deseo público;
+procuran, con una coquetería femenil, atraer nuevos solicitantes. Yo soy
+como ellos. No necesito crear belleza, pues, según dicen, la llevo en mí
+misma; mi obra soy yo; pero amo la gloria, necesito la admiración, y por
+eso me doy generosamente, satisfecha de la felicidad que proporciono,
+pero sin dejarme dominar por aquellos que busco, conservando mi público
+á mis pies.
+
+Miguel pensó que por la vida de esta mujer debían haber pasado varios
+artistas. Se notaba en sus palabras, en las imágenes con que pretendía
+expresar el entusiasmo por su propio cuerpo. El orgullo de su belleza
+era inmenso. ¿Qué valían las ambiciones perseguidas por los hombres,
+comparadas con la satisfacción de verse hermosa y deseada? Unicamente la
+gloria de los guerreros, de los conquistadores sanguinarios, cuyos
+nombres son conocidos hasta en los lugares salvajes, podía igualarse con
+el dominio universal de la mujer.
+
+--Para mí--continuó Alicia--, lo más hermoso y exacto que se ha escrito
+es lo del «banco de los viejos».
+
+El príncipe hizo un gesto de extrañeza, y ella continuó. Eran los viejos
+troyanos de la _Ilíada_, que protestan del largo sitio de su ciudad, de
+la sangre de miles de héroes, de la miseria, todo por culpa de una
+mujer... Pero pasa Helena ante el «banco de los viejos», majestuosa de
+belleza, arrastrando sus túnicas de oro, y todos ellos quedan absortos
+de admiración, lo mismo que si la divina Afrodita acabase de descender á
+la tierra, y murmuran como una plegaria: «Bien merece lo que por ella
+sufrimos. ¡Es tan hermosa!»
+
+--Me gusta que los hombres padezcan por mí. ¡Qué gloria si yo pudiese
+ser la causa de una gran matanza, como esa abuela inmortal!... Siento un
+orgullo profundo cuando noto que á mis espaldas mugen la envidia y el
+despecho, lanzando todas esas murmuraciones que enfurecen á mi madre.
+Sólo las personas extraordinarias levantamos tempestades... Y luego, en
+los salones, los mismos personajes austeros que han hecho coro á sus
+esposas y sus hijas me miran al pasar con unos ojos disimulados y
+admirativos; unos enrojecen, otros se ponen pálidos. Adivino que no
+tendría mas que hacer una seña á su muda admiración... Yo también tengo
+mi «banco de los viejos».
+
+Se dió cuenta Lubimoff repentinamente de que ella, mientras hablaba, se
+había ido aproximando, de almohadón en almohadón, apoyándose en los
+codos. Casi estaba á sus pies, con la cabeza en alto, pretendiendo
+envolverle en el efluvio magnético de su mirada ascendente y fija.
+Parecía una serpiente negra y blanca estirándose poco á poco entre los
+cojines; iba saliendo de ellos como si fuesen peñascos de diversos
+colores.
+
+--El único hombre que me ha hecho pensar un poco--continuó con una voz
+de susurro--, el único que me ha parecido distinto á los otros, eres
+tú... No te alarmes: no es amor. No voy á invertir los términos,
+haciéndote una declaración. Tal vez ha sido porque de muchachos nos
+aborrecimos, porque nunca te inspiré deseos; y esto resulta tan
+extraordinario en mi vida, que basta para interesarme.
+
+Sus manos se apoyaron en las rodillas de él como si fuera á
+incorporarse.
+
+--Cuando nos encontramos en el cementerio, después de tantos años, me
+acordé de todo lo que he oído contar de ti. Muchas mujeres que yo
+conozco han sido tus amantes, y yo me dije: «¿Por qué no yo también?»
+Luego pensé en los hombres que han pasado por un vida, y añadí: «¿Por
+qué no él?...»
+
+Ahora eran los codos de Alicia los que se apoyaban en sus rodillas, y
+como el príncipe estaba sentado sobre dos almohadones nada más, casi
+quedaban al mismo nivel sus ojos y sus bocas. El aliento de ella, al
+hablarle, se esparcía sobre su rostro como una brisa de selva asiática
+susurrante bajo la luna. Las especias y las flores que saturaban el vino
+parecían voltear en esta caricia flúida.
+
+Intentó él repelerla, pero una mano de Alicia se había posado ya en uno
+de sus hombros. Se limitó á hacer con la cabeza un gesto negativo.
+
+--No temas--añadió ella, extremando su susurro acariciador--. Conmigo no
+hay compromiso. Me dejarás cuando quieras; tal vez te deje yo antes...
+Te deseo desde hace unos días: tú debes desearme como los otros...
+Vivamos el momento presente como personas que conocen el secreto de la
+existencia y saben lo que ésta puede darnos... Luego, si nos cansamos el
+uno del otro, ¡adiós! sin rencor y sin nostalgia.
+
+Al recordar el príncipe de tarde en tarde esta escena, sentía cierta
+molestia. Estaba seguro de haberse mostrado brutal y ridículo. El, que
+con tanta facilidad realizaba el gesto de amor en sus viajes,
+experimentando muchas veces una comezón de repugnancia ni pensar en sus
+copartícipes, se rebeló con un pudor irritado ante los avances de la
+duquesa. ¡No; con ella, nunca! Despertó en su interior la misma
+antipatía que le había hecho levantar el látigo siendo adolescente.
+
+Se vió de pie en el centro del estudio, mirando con inquietud hacia la
+puerta, murmurando estúpidas excusas. «Debo irme: es tarde. Me esperan
+unos amigos...» Ella se había serenado. También estaba de pie, y le miró
+con asombro é ira.
+
+--Tú eres el único que podías hacer esto--dijo, al despedirle, con un
+acento cortante--. Ahora veo claro. Te odio como tú me odias. Mi
+capricho era estúpido. Te has permitido un lujo que nadie en el mundo
+podrá imitar. Si fuese más joven, te daría otro latigazo como el del
+Bosque; pero á falta de él, hazte cuenta que te repito lo que dije
+entonces.
+
+No se vieron más.
+
+Cuando el príncipe hubo puesto en orden todo lo concerniente á la
+herencia de su madre, pensó en reanudar sus viajes, pero con mayor
+suntuosidad. Ya no necesitaba pedir dinero á la princesa. Era uno de los
+grandes ricos del mundo. Los hombres que estaban al frente de la
+administración de sus bienes--una oficina con numerosos empleados, casi
+un Ministerio de pequeño Estado--le anunciaban que los diez y seis
+millones anuales de la princesa iban muy pronto á ser veinte, por el
+desarrollo de los ferrocarriles rusos, que permitiría una explotación
+más intensa de sus minas.
+
+El coronel recibió el encargo de echar abajo los muros feudales,
+construyendo Villa-Sirena de acuerdo con los gustos del príncipe. Este
+odiaba las resurrecciones arquitectónicas. No podía sufrir ciertos
+edificios que pretenden copiar la Alhambra, los palacios de Florencia ó
+las construcciones ordenadas y solemnes de Versalles, para orgullo de
+sus propietarios.
+
+--Los muebles tendrían que ser idénticos á los de la época--decía
+Miguel--y habría que vivir en esas casas lo mismo que se vivía en el
+siglo que produjo el estilo, vestir y comer como en otras edades... ¡Qué
+disparate la reconstrucción de uno de esos cascarones históricos para
+instalarse en su interior como hombres modernos, incurriendo á cada paso
+en un anacronismo!...
+
+Recordaba el intento de un millonario amigo suyo, miembro del instituto,
+que había hecho levantar en la Costa Azul una casa romana, exactamente
+romana. Los invitados á la inauguración tuvieron que dormir en camas de
+correas, comieron acostados, y para sus excedencias digestivas sólo
+encontraron un agujero en el suelo, lo mismo que los antiguos Césares. A
+las veinticuatro horas todos fingían haber recibido telegramas
+llamándoles con urgencia á París, y el mismo dueño, pasados unos meses,
+dejó su casa al cuidado de un conserje para que la enseñase como un
+museo.
+
+Miguel amaba la arquitectura presente, cuyas catedrales son las
+«galerías de máquinas» y las grandes estaciones de ferrocarril. Aplicada
+á la vivienda, le placía por su falta de estilo: paredes blancas, pocas
+molduras, rincones semicirculares, carencia absoluta de ángulos, para
+perseguir el polvo hasta en sus últimas madrigueras, amplias aberturas
+que daban entrada á la brisa ó al sol, dobles muros por cuyos huecos
+podía circular el aire caliente ó frío y el agua á diversas
+temperaturas.
+
+--Hasta ahora, el hombre--afirmaba el príncipe--vivió en magníficos
+estuches de arte y de porquería. Los arquitectos modernos han hecho más
+en treinta años por la dulzura de vivir que hicieron en tres mil los
+constructores-artistas tan admirados por la Historia. Han declarado
+indispensable el cuarto de baño, que no conocían los reyes de hace un
+siglo, y las aguas corrientes; han inventado la calefacción central y el
+_water-closet_. Que no me hablen de los magníficos palacios de
+Versalles, donde no había un solo gabinete de necesidad, y todas las
+mañanas los lacayos vaciaban doscientos sillicos del rey y de los
+cortesanos. Algunas veces, para terminar más pronto, arrojaban su
+contenido por las majestuosas ventanas, y venía á caer sobre la litera y
+el séquito de una delfina ó de un embajador.
+
+Toledo se dedicó á vigilar la construcción de Villa-Sirena, blanca, lisa
+y sin estilo definido, con arreglo á los deseos del príncipe. Este se
+encargaría de «hacer arte» cuando llegase su hora, colocando el cuadro
+célebre, la estatua, el tapiz ó la alfombra allí donde diesen más placer
+á sus ojos. La casa sólo debía ser una envoltura de líneas puras y
+simples, en cuyos flancos estuviesen almacenados el calor ó la frescura,
+según la estación, el agua pronta á correr por todas partes, la
+electricidad escapando en chorros luminosos ó agitando la atmósfera con
+el aleteo de la brisa.
+
+Le fué más fácil transformar con rapidez su vivienda errante sobre los
+mares. Vendió el _Gaviota_, que le recordaba su dependencia como hijo de
+familia, y fué á los Estados Unidos atraído por un anuncio. Cierto
+multimillonario había empezado tres años antes la construcción de un
+yate, con el deseo de que fuese superior en lujo y tonelaje á los de
+todos los soberanos de Europa. Cuando veía próximo á realizarse este
+triunfo de los reyes republicanos de la industria sobre los reyes
+históricos del viejo mundo, el americano murió en un accidente de
+automóvil y sus herederos no sabían qué hacer del tal Leviatán, que sólo
+podía servir á un viajero inmensamente rico y además, en su opinión,
+algo loco. Pensaban ofrecerlo al kaiser Guillermo II, resignados á
+sufrir sus exigencias de aprovechado comerciante, cuando se presentó el
+príncipe Lubimoff. Una semana después, la blanca popa del buque y las
+dos caras de su proa ostentaban un nombre en letras de oro, repetido
+además en los rollos salvavidas y en las diversas embarcaciones
+secundarias, balleneras, botes á vapor, botes automóviles: _Gaviota II_.
+
+Tenía el tonelaje de un pequeño trasatlántico y la velocidad de un
+torpedero. Por su doble chimenea se escapaba diariamente la fortuna de
+un hombre. Su presencia en ciertos archipiélagos lejanos dejaba limpios
+los depósitos de carbón. Un vapor de carga alquilado por el príncipe
+salía al encuentro del _Gaviota II_ en los mares más remotos para llenar
+sus bodegas de combustible.
+
+Puertos tranquilos se iluminaron por la noche como si hubiese salido el
+sol. El príncipe Lubimoff daba una fiesta á bordo, y su buque se
+dibujaba, desde la línea de flotación hasta los topes, ribeteado de
+bombillas eléctricas de diversos tonos, mientras los potentes
+reflectores lanzaban chorros movibles de luz, sacando de las entrañas de
+la noche las olas, las playas, el caserío de la ciudad. Otras veces, el
+fuego blanco de sus ojos monstruosos resbalaba sobre muros de hielo que
+se perdían en las altas tinieblas, y los pingüinos, las focas y los osos
+polares interrumpían su sueño, asustados por este monstruo luminoso y
+jadeante que partía como un relámpago el misterio de la noche.
+
+Ser dueño del movible palacio que al anclar frente á las ciudades hacía
+correr á las muchedumbres como un espectáculo raro no era suficiente
+para Miguel Fedor. Y creó algo más interesante aún que los salones
+lujosos y las refinadas comodidades del _Gaviota II_: su orquesta.
+
+La sensualidad de la música era para él la más preciosa de las
+emociones. Con el oído harto de música suculenta, buscaba autores
+ignorados y muchas veces extravagantes que excitaban su curiosidad; pero
+siempre volvía á exigir como platos fuertes de estos banquetes auditivos
+los maestros de sus primeras adoraciones, y entre todos ellos,
+Beethoven.
+
+Tratados como si fuesen oficiales, retribuídos á su placer y con el
+aliciente de visitar una gran parte de la tierra, se presentaban músicos
+de todos los países solicitando su ingreso en la orquesta del yate.
+Concertistas de fama y jóvenes compositores entraron en ella como
+simples ejecutantes. Unos estaban enfermos, y buscaban su salud en un
+viaje alrededor del mundo con verdadero lujo y sin dispendios; otros se
+embarcaban por amor á las aventuras, por ver gentes nuevas desde este
+alcázar flotante, donde todo parecía organizado para una eterna fiesta.
+Nunca eran menos de cincuenta.
+
+«Mi orquesta es la primera del mundo», contestaba con orgullo el
+príncipe cuando le cumplimentaban sus invitados; pero sólo de tarde en
+tarde, estando en los puertos, permitía que la gente de tierra viese á
+sus músicos.
+
+En las noches tibias del trópico, bajo una luna enorme de color de miel
+que convertía el mar en planicie de azogue, los ejecutantes, vestidos de
+frac y sentados en la cubierta superior ante las filas de atriles
+iluminados por lamparillas eléctricas, iban desarrollando en una
+atmósfera dormida--que guardaba tal vez los primeros vagidos del
+nacimiento del planeta--las melodías más originales, las combinaciones
+de sonidos más refinadas que engendró el sublime delirio del artista
+hecho dios. La música iba quedando detrás del buque, en el misterio
+oceánico, como una cinta que se estira, se rompe y se pierde en
+fragmentos lo mismo que el humo de las chimeneas. Durante las pausas de
+la orquesta surgía el sordo y lejano rodar de las hélices levantando un
+zumbido de espumas; luego, de tarde en tarde, el lento badajeo de la
+campana anunciando el paso del tiempo, ó el grito del vigía acurrucado
+en el «nido» del palo mayor, revelando su vigilancia con una melopea
+igual á la del muecín en lo alto de su minarete. Y esta música monótona
+del mar comunicaba una sensación de noche y de inmensidad á la música de
+los hombres.
+
+Al pie de las escaleras ó en los salientes de las cubiertas inferiores
+se agrupaban los oficiales y los empleados del príncipe para oir el
+nocturno concierto. En la proa, la marinería, puesta en cuclillas,
+escuchaba con el religioso silencio de los hombres simples ante algo que
+no comprenden, pero que les infunde respeto. Arriba no había más oyente
+que Miguel Fedor, lejos de los músicos, de espaldas á ellos, mirando á
+sus pies las aguas espumosas y partidas que escapaban como un doble río
+á lo largo del buque, llevándose á la boca el cigarro, que hacía surgir
+por un momento de la sombra, coloreado de rojo, su rostro pensativo.
+
+El yate guardaba otra corporación más silenciosa. Los que conseguían
+subir á él en los puertos siempre alcanzaban á distinguir de lejos
+alguna dama con zapatos blancos, falda azul, chaqueta cruzada con
+botones de oro, corbata y cuello masculinos, gorra de oficial. Nadie
+sabía con certeza cuántas eran. Los hombres de la tripulación tenían
+vedado el acceso á los departamentos centrales del buque y su cubierta
+superior. Algunos, al contravenir por descuido la orden, se habían
+encontrado con las compañeras del príncipe más ligeras de ropa que
+cuando llevaban su elegante uniforme marino, ó con trajes ricos y
+exóticos, como figurantas de baile. En los grandes puertos saltaban á
+tierra por unas horas estas tripulantes misteriosas, vestidas con
+discreta elegancia y expresándose en diversos idiomas.
+
+Cuando el _Gaviota II_ tornaba á anclar en una bahía visitada el año
+anterior, los curiosos encontraban completamente renovado este harén
+errante. Algunas veces llegaban á reconocer á una ó dos de las damas,
+pero tenían la expresión melancólica y paciente de la odalisca venida á
+menos, que se considera contenta en el lujo y el olvido.
+
+Miguel Fedor cortaba algunos años sus viajes, durante el verano, para
+instalarse en las playas de moda. Las mujeres de las largas travesías
+quedaban á bordo con todas los comodidades y despilfarros á que estaban
+acostumbradas. Otras veces las despedía como se licencia á una
+tripulación al desarmar un buque, finalizada su campaña.
+
+Le interesaban de pronto las mujeres de vida sedentaria, la sociedad de
+tierra firme, los intrigas veraniegas en los balnearios célebres, y
+permanecía en un hotel costero, mientras su yate se balanceaba
+gallardamente sobre las aguas azules como un palacio de misterios y
+suntuosidades, hacia el que convergían todas las imaginaciones
+femeninas.
+
+Viviendo en Biarritz intimó con Atilio Castro al descubrir que eran
+parientes por el general Saldaña. El español admiró la fascinación que
+ejercía el príncipe sobre todas las mujeres, muchas veces sin desearlo.
+
+Jamás en ninguna época había sentido la hembra más afición al lujo ni
+menos escrúpulos para conseguirlo. Esta era la opinión de Castro. Las
+grandes ostentaciones, que en otros siglos sólo estaban al alcance de
+contadas familias, pertenecían ahora á todo el mundo. Sólo se necesitaba
+dinero para poseerlas. Además, había que tener en cuenta los adelantos
+materiales del tiempo presente, que hacen la vida más cómoda, pero
+aumentan nuestros deseos...
+
+--El automóvil y el collar de perlas llevan hechas más víctimas que las
+guerras de Napoleón--decía Atilio.
+
+Eran estas dos cosas como el uniforme de gala de la mujer, y las que
+carecían de ellas se juzgaban infelices y maltratadas por la suerte. Su
+doble imagen turbaba las ilusiones de las vírgenes y la fidelidad de las
+esposas. Las madres burguesas, con el gesto melancólico de la que ha
+malgastado torpemente su existencia, aconsejaban á las hijas: «Para
+casaros que sea con automóvil y collar de perlas.» Y más allá del
+matrimonio modesto se prolongaba este deseo, robustecido por el consejo
+maternal. El lujo, sea como sea; el lujo democratizado, al alcance de
+todos, conseguido por el dinero, que no tiene sabor, ni olor, ni marca
+de origen.
+
+--Tú eres el omnipotente que puede dar el «auto» de buena marca y la
+sarta de perlas--continuaba Castro--. Tú eres el sultán de las
+magnificencias. Te basta poner tu firma en un cheque para que una lluvia
+de oro doble una cabeza. ¡Aprovéchate! Tu época te ha preparado el
+camino.
+
+Y el príncipe, que no necesitaba tales consejos, seguía su marcha de
+vencedor por un mundo en el que se desvanecían á su paso las virtudes
+más acreditadas. Hasta las resistencias sinceras acabaron por parecerle
+útiles malicias para retrasar la caída, aumentando el deseo y su precio.
+Los millones llegados de Rusia se esparcían y desmenuzaban sosteniendo
+el bienestar y la ostentación de muchas casas, fomentando la elegancia
+de numerosas señoras, sirviendo de alimento á las industrias del lujo.
+Algunas damas se sentían interesadas verdaderamente por la persona de
+Miguel Fedor á causa del prestigio misterioso de sus viajes en un buque
+del que se hablaba como de un palacio encantado, á causa también de sus
+aventuras con mujeres célebres del teatro ó del gran mundo, que le
+hacían mas deseable. Pero una vez satisfechas su vanidad y su
+imaginación, dejaban hablar al egoísmo. «¿Por qué he de ser yo menos
+egoísta que las otras?...»
+
+No necesitaban de astucias y circunloquios para formular su petición.
+Algunas, á la segunda entrevista, se mostraban melancólicas y aludían á
+las tristes realidades de la existencia. Pero el generoso príncipe se
+anticipaba á sus deseos. Quería pagar á sus amantes, abrumarlas con sus
+regalos, verlas como esclavas favoritas cubiertas de joyas. Así era más
+fácil el rompimiento; podía alejarse cuando quisiera, satisfecho de su
+conducta, sin emoción ante las quejas y las lágrimas. De sus
+ascendientes rusos, medio orientales, había heredado una gran capacidad
+sensual que le hacía buscar á la mujer, y al mismo tiempo un desprecio
+inalterable por ella. La mimaba, pero no podía amarla; la adoraba, y se
+revolvía indignado siempre que pretendía colocarse á su mismo nivel. Era
+capaz de perder su fortuna por ella, de afrontar peligros de muerte,
+pero apartándola á continuación con el pie si intentaba influir en su
+existencia. Las ambiciosas que fingían una gran pasión con la inaudita
+esperanza de un matrimonio, las sentimentales que pretendían interesarle
+con refinamientos psicológicos, las que traían al adulterio sus
+entusiasmos de madre y susurraban en su oído la felicidad de tener un
+hijo que se le pareciese, le esperaban en vano al día siguiente. «¡Ni
+grandes pasiones, ni hijos!...» El yate echaba de pronto dos chorros de
+humo, llevando á su dueño á otro puerto, tal vez á otro continente: y si
+quería huir de una ciudad del interior, ordenaba el enganche de su vagón
+especial en el primer tren que partiese.
+
+Estas fugas no eran nunca sin un generoso recuerdo. La magnificencia de
+Miguel Fedor continuaba existiendo para las abandonadas. Su presupuesto
+se iba cargando todos los años con nuevos nombres, como el de una casa
+real que distribuye pensiones á los servidores olvidados. Pero las
+pensiones del príncipe Lubimoff eran para el mantenimiento del lujo y no
+de la vida. Las más modestas pasaban de treinta mil francos anuales. El
+tipo medio era de doble cantidad.
+
+--Alteza, habrá que hacer una revisión--decía el administrador.
+
+Miguel examinaba la lista de nombres, vacilando ante algunos. No podía
+recordar bien las personas que los llevaban. Luego sonreía, paladeando
+ciertas visiones despertadas en su memoria. Era inmensamente rico: ¿por
+qué no mantener un lujo que era la suprema ilusión de todas ellas?... No
+le ofendía que de este lujo disfrutasen sus sucesores.
+
+Experimentaba un orgullo de dios al hacer sentir á todas horas su
+generosidad sin dejarse ver. En París, una joyería dirigida por un judío
+de origen español trabajaba solamente para los regalos del príncipe. Sus
+alhajas, de un valor sólido é intrínseco, sin añagazas de artífice,
+tenían cierto aire de familia, algo así como un perfume imaginario que
+hacía reconocerse á las mujeres que las ostentaban. A lo mejor, en un
+_hall_ de hotel, á la hora del té, en un balneario elegante ó en un
+baile, dos señoras que acababan de reconocerse se examinaban en silencio
+las orejas ó el pecho, hasta que la más atrevida, enrojeciendo
+invisiblemente bajo sus coloretes, preguntaba con sencillez: «¿Ha
+conocido usted al príncipe Lubimoff?...»
+
+Atilio Castro admiraba á su pariente, más que por su riqueza y sus
+éxitos, por su inalterable salud.
+
+--¡Qué cosaco!... Es un legítimo heredero del protegido de Catalina.
+
+Sin embargo, muchas veces escapaba el yate mar afuera, emprendiendo
+largos viajes, sin que su dueño se viese forzado á huir de una pasión
+complicada y peligrosa. Se alejaba de sí mismo, de sus excesos de
+tierra, de su imaginación perversa y curiosa, que le hacía buscar y
+tentar á nuevas mujeres, perturbando su tranquilidad, sin que
+experimentase un verdadero deseo. Emprendía los más extraordinarios
+viajes, buscando la paz del mar y su atmósfera reconfortante, la
+orquesta iba con él; pero el harén quedaba en tierra. Había dado la
+vuelta al planeta siguiendo la ruta más corta; luego repitió esta
+circunnavegación por dos veces, pero en zigzag, queriendo conocer todas
+las costas de la tierra. Ahora emprendía viajes caprichosos; navegaba de
+un hemisferio á otro por el placer de visitar una pequeña isla que
+había visto descrita en los libros, una de esas islas perdidas en el
+Pacífico, y tan exiguas, que aparecen en las cartas como un simple punto
+á continuación de su largo nombre trazado sobre la superficie pintada de
+azul.
+
+A la vuelta de una de estas excursiones, que le hacían correr el mundo
+como si fuese su propiedad, recibió por el telégrafo sin hilo la noticia
+de que Alemania acababa de declarar la guerra á Rusia y á Francia.
+
+No experimentó gran extrañeza. Conocía personalmente á Guillermo II. El
+era la causa de que el príncipe Lubimoff evitase navegar en verano por
+las costas de Noruega.
+
+Al año siguiente de la adquisición del _Gaviota II_ se había tropezado
+en dichos parajes con el yate imperial. El kaiser, como un vecino
+entremetido y omnisciente, vino á verle para curiosear en su buque,
+examinándolo todo, dando consejos, pasando revista á los hombres y á las
+cosas, disertando sobre las máquinas é interrumpiéndose para aconsejar
+variaciones en el uniforme de la tripulación. Después de un almuerzo en
+su propio yate y un _lunch_ en el del emperador, el príncipe Miguel
+quedó harto de esta inesperada amistad. El Lohengrin con casco de
+aletas, capa blanca y las dos manos en la empuñadura del sable resultaba
+menos insufrible que este señor de enhiestos bigotes y dientes de lobo
+vestido de marino, que reía con una risa falsa y brutal y desempeñaba el
+papel de hombre sencillo, de monarca sin ceremonias, cuando encontraba
+en el mar á un multimillonario de América ó de Europa. El dinero
+inspiraba una gran veneración al héroe de leyenda, al místico nutrido
+con sublimidades. Nunca había participado Miguel del entusiasmo que el
+emperador alemán inspiraba á los _snobs_. Sonreía ante sus gustos
+escénicos, sus bravatas guerreras y sus ambiciones cerebrales que
+intentaban abarcarlo todo.
+
+--Es un comediante--dijo al recibir la noticia de la guerra--, un
+comediante que al sentirse viejo va á hacer llorar al mundo... ¡Y que la
+suerte de los hombres dependa de él!...
+
+Miguel Fedor se consideraba aparte de los hombres. Lamentó la guerra
+como algo terrible para los demás, pero que no podía influir en su
+propia suerte. Ya que Europa había caído en una demencia sanguinaria, él
+seguiría navegando por los mares lejanos. Gracias á su riqueza, podía
+mantenerse al margen de la lucha.
+
+Pero los tiempos cambiaban rápidamente; la vida era otra: todos los
+valores habían perdido su antiguo aprecio. El _Gaviota II_, á pesar de
+su bandera rusa, se vió detenido por los torpederos ingleses, que lo
+sometieron á una minuciosa inspección, no comprendiendo que se navegase
+por gusto cuando todos los mares estaban convertidos en un campo de
+batalla. A la altura de las Azores tuvo que forzar sus máquinas para
+librarse de un corsario alemán.
+
+Además, escaseaba el carbón. Los depósitos esparcidos en las costas lo
+guardaban para los buques de guerra. Noticias importantes llegaban con
+frecuencia al yate por el telégrafo sin hilo desde el lejano París,
+donde estaba el primer apoderado del príncipe. Se había roto la
+comunicación entre él y las administraciones de la fortuna Lubimoff
+establecidas en Rusia. No llegaba dinero de allá, y los Bancos de París,
+con las cajas cerradas por el _moratorium_, facilitaban secretamente
+dinero á un millonario como el príncipe, pero no tanto como exigían sus
+necesidades.
+
+El yate fué á amarrarse en el puerto de Mónaco, y Miguel Fedor, al
+llegar á París, casi rió como en presencia de un cambio grotesco de las
+leyes naturales. ¡El heredero de los Lubimoff necesitando dinero y
+teniendo que esforzarse por adquirirlo, lo que no había hecho en toda su
+existencia; solicitando adelantos horriblemente usurarios con la
+garantía de sus lejanas y famosas riquezas, que por primera vez eran
+menospreciadas!...
+
+Cuando se restablecieron las comunicaciones de un modo intermitente
+entre la Europa occidental y la Rusia casi aislada, el administrador
+mostró un gesto desesperado, la recaudación había descendido un ochenta
+por ciento.
+
+--Según eso, ¿voy á ser pobre?--preguntaba Lubimoff, riendo: tan
+inverosímil y disparatada le parecía la noticia.
+
+Resultaba muy difícil enviar dinero á París, y el valor de los rublos
+descendía vertiginosamente. Los millones pasaban á ser en Francia
+simples centenas de mil. La movilización militar había dejado las minas
+sin brazos; los productos no obtenían salida; los _mujiks_, viendo sus
+hijos en el ejército, se negaban á pagar y hasta á trabajar. El gobierno
+ruso, para que el dinero quedase en el país, limitaba los envíos
+monetarios á los compatriotas residentes en el extranjero.
+
+--¡El zar sometiéndome á una pensión!--decía asombrado el príncipe--.
+¡Mil ó dos mil francos al mes!... ¡Qué absurdo!
+
+Ya no reía. Su cólera contra la corte rusa, que se había ido aglomerando
+de un modo inconsciente desde su lejana expulsión de Petersburgo,
+estalló ahora á impulsos del egoísmo. El zar y sus consejeros, deseosos
+de rusificar toda la Europa oriental, eran los culpables de la guerra.
+Bien podían haberse mantenido en paz con Alemania. ¿Por qué turbar la
+tranquilidad del mundo á causa de un pequeño pueblo balkánico?...
+
+Se burló fríamente de algunos amigos que, siguiendo rutas extraviadas á
+través de Europa y de los mares glaciales, volvían á Rusia para
+recuperar sus antiguos puestos en el ejército. El no quería morir por el
+zar. Le importaba poco que su país fuese gobernado por alemanes. Hasta
+en ciertos momentos lo juzgaba preferible, siempre que la paz se
+restableciese rápidamente, permitiéndole disfrutar otra vez de sus
+riquezas y reanudar la vida de meses antes, que ahora le parecía á medio
+siglo de distancia.
+
+Los dos años siguientes transcurrieron para Lubimoff como en una
+pesadilla. ¿Qué mundo era éste?... Sus antiguas amistades desaparecían.
+Algunas de las mujeres frívolas que habían amenizado su existencia
+contemplaban los acontecimientos con una tranquilidad inconsciente; pero
+otras se mostraban abnegadas y heroicas, olvidando sus actos anteriores,
+sintiendo formarse dentro de ellas un alma nueva.
+
+El príncipe se vió arrastrado por los sucesos de un modo brusco. Una
+fuerza misteriosa é irresistible le empujaba, le hacía perder el
+equilibrio en lo más alto de aquella vida tan dulce, tan amplia,
+coronada de un halo de gloria. Después rodó solo, por su propia inercia,
+y cada escalón le reservaba un golpe más fuerte, una sorpresa más
+dolorosa. ¿Hasta dónde llegaría en su derrumbamiento?... ¿Qué podría
+encontrar al final de esta caída ilógica?...
+
+Las entrevistas con su administrador de París le parecieron algo que
+transcurría en otro planeta, sometido á leyes absurdas. Estas
+conferencias las terminaba siempre dando la misma orden:
+
+--Busque usted dinero. Pida prestado... Yo soy el príncipe Lubimoff, y
+esto no puede durar. Venzan unos ó venzan otros (me da lo mismo), el
+orden se restablecerá, y yo pagaré inmediatamente á mis acreedores.
+
+Pero el administrador le contestaba con un gesto de desaliento.
+¿Encontrar dinero sobre bienes que estaban en Rusia?... Valiéndose del
+antiguo prestigio del príncipe, había podido realizar varios
+empréstitos; mas transcurría el tiempo y los intereses enormes iban
+acumulándose. Lubimoff, á pesar de haber simplificado sus gastos y
+suprimido sus pensiones, necesitaba mucho dinero para vivir.
+
+La caída del zarismo fué una esperanza para este magnate que odiaba al
+gobierno imperial. «Con la República se acelerará el fin de la guerra y
+volveremos al buen orden.» Su egoísmo le hacia concebir una República
+preocupada, ante todo, de devolver sus riquezas á los seres dichosos por
+su nacimiento. Los delgados hilillos de su fortuna que aún llegaban con
+intermitencias hasta París se cortaron de pronto: la fuente de su
+riqueza estaba seca. El desmoronamiento de todo un mundo había cegado su
+boca, tal vez para siempre.
+
+--Hay que vender, Alteza--decía el administrador--; hay que desprenderse
+de todo lo superfluo. Liquidemos á tiempo. ¡Quién sabe hasta cuándo
+durará lo presente!
+
+El yate estaba inmóvil en el puerto de Mónaco. Casi toda su tripulación,
+compuesta de italianos, franceses é ingleses, lo había abandonado para
+ir á servir en las flotas de sus naciones. Sólo unos cuantos españoles
+continuaban á bordo, para mantener la limpieza del buque.
+
+El _Gaviota II_ fué rebautizado por el Almirantazgo inglés antes de
+cederlo á la Cruz Roja. Miguel Fedor, al firmar la escritura de venta,
+creyó que abdicaba de todo su pasado. El prestigio novelesco de su
+existencia iba á desvanecerse; el palacio de las _Mil y una noches_ se
+convertía en un hospital... ¡Qué mundo!
+
+Los millones ingleses le proporcionaron un año de tranquilidad. Su
+administrador pagó deudas enormes, y él pudo mantenerse en París sin
+hacer economías; en un París que terminaba su tercer año de guerra con
+inexplicable confianza, reanudando sus placeres, como si todo peligro
+hubiese pasado. Sus amores con dos grandes señoras cuyos maridos habían
+sido llamados á las armas--aunque no estaban en el frente--le hicieron
+pasar unos meses en Biarritz, en la Costa Azul y en Aix-les-Bains.
+
+Turbó su apoderado estas delicias. Siempre repetía el mismo consejo:
+«Hay que vender.» La fortuna del príncipe era ya un barco viejo y sin
+rumbo. El administrador había cegado las antiguas brechas con el
+producto de la última venta, pero advertía á cada momento nuevas vías de
+agua.
+
+Miguel Fedor acabó por acostumbrarse á la desgracia, acogiéndola con
+serenidad.
+
+La venta del palacio construído por su madre le produjo menos emoción
+que la del yate.
+
+Un cambio se inició al mismo tiempo en sus deseos. Se sintió fatigado de
+las empresas sensuales, que parecían ser la única finalidad de su
+existencia. Aquel vigor siempre fresco y renovado que asombraba á Castro
+se derrumbó de pronto. Pero esto obedecía á una preocupación, más que al
+desgaste físico.
+
+Se consideraba pobre, y él estaba acostumbrado á pagar regiamente sus
+amores. No pudiendo recompensar á la mujer con el lujo, huiría de ella,
+para no ser su deudor y someterse á sus caprichos. Prefería domar al
+deseo á dejar de satisfacerlo con la grandeza de un señor oriental.
+Además, ¡estaba tan cansado del amor y de todo lo agradable que puede
+encontrar un hombre sobre la tierra!...
+
+Pensó en su amigo Atilio, en el coronel, en Villa-Sirena, blanca é
+irisada por el sol del Mediterráneo, entre olivos y cipreses.
+
+--El diluvio cae sobre el mundo. Tal vez las antiguas tierras vuelvan á
+emerger; tal vez queden sumergidas para siempre... Vamos á esperar,
+refugiados en nuestra Arca.
+
+
+
+
+IV
+
+
+Después de pasear una mirada de satisfacción por la enorme masa de
+Villa-Sirena, sus dependencias y las arboledas inmediatas, el coronel
+dijo á Novoa:
+
+--Aquí costó menos lo que se ve que lo que no se ve. Hay mucho dinero
+enterrado.
+
+Y volviendo la espalda al edificio, don Marcos señaló los jardines que
+se extendían en diversos planos, unos casi al nivel de los techos de la
+«villa», otros escalonándose en descenso hasta cerca de las olas.
+
+Recordaba el promontorio tal como era cuando la difunta princesa tuvo la
+humorada de adquirirlo: un antiguo refugio de piratas; una lengua de
+rocas batidas y desordenadas en los días de viento mistral, con
+profundas cuevas abiertas por el oleaje roedor, que hacían desmoronarse
+las tierras superiores y amenazaban fraccionar su longitud en una cadena
+de isletas y escollos.
+
+--¡Las murallas que hemos levantado!--continuó--. ¡La piedra que hemos
+metido aquí!... Basta para cercar á toda una ciudad.
+
+Había muros de más de veinte metros que descendían en suave pendiente
+desde los jardines al mar. En unos lugares, estos muros tenían como
+cimiento visible las rocas que emergían como verdosas cabezas, lavadas
+incesantemente por las espumas; en otros, bajaban hasta perderse en la
+profundidad acuática, lo mismo que los diques de los puertos, cubriendo
+las antiguas oquedades del promontorio, las cuevas, las caletas en
+formación, todos los ángulos entrantes que habían sido rellenados con
+tierra vegetal.
+
+Estos trabajos enormes de albañilería eran el orgullo de Toledo por su
+costo y su grandeza. Llamaba la atención de su compatriota sobre las
+proporciones de las murallas, dignas de un monarca de la antigüedad.
+
+--Y no sólo son fuertes--continuó--. Fíjese, profesor: todas son
+«artísticas».
+
+Los bloques de piedra habían sido cortados en grandes exágonos
+regulares, y formaban, incrustados unos en otros, un mosaico uniforme,
+marcándose cada pieza por su reborde de cemento. A trechos se abrían en
+los muros largas aspilleras para que la tierra expeliese su humedad;
+pero cada una de estas ventanas cegadas tenía una planta silvestre, una
+planta de vida dura y acre perfume, que se esparcía con la
+indestructible voluntad de vivir del parasitismo, derramándose muro
+abajo, cubierta de flores la mayor parte del año. Las espesas arboledas
+de la cima, los interminables balaustres blancos con arcos de clemátides
+color de vino, parecían chorrear una vida inferior florida y verde por
+estos desgarrones de las murallas, enviándola al mar.
+
+--Cuando vea esto desde abajo, en una barca, lo apreciará usted mejor.
+El señor de Castro dice que se acuerda de la reina Semíramis y de los
+jardines colgantes de Babilonia... Son comparaciones que sólo se le
+ocurren á él. Lo único que yo puedo decir es lo que ha costado todo
+esto. ¡La piedra que ha habido que traer! Toda una cantera. ¡Y las
+barcazas de tierra vegetal para rellenar los huecos, nivelar el suelo y
+hacer un jardín decente!...
+
+Le entusiasmaban los parterres modernos en torno del edificio y entre
+éste y la verja lindante con el camino de Mentón, por su armonía
+elegante, por las reglas majestuosas á que estaban sometidos árboles y
+plantas. El entendía así los jardines, como todas las cosas de la
+existencia: mucho orden, respeto á las jerarquías, cada uno en su sitio,
+sin ambiciones que producen confusión. Pero temía exponer sus gustos de
+«hombre rancio», acordándose de las burlas del príncipe y de Castro.
+Estos preferían el parque, lo que el coronel llamaba en sus adentros el
+«jardín salvaje».
+
+Habían aprovechado los vetustos olivos existentes en el promontorio como
+base de este parque. Eran árboles que no podían ser llamados viejos, por
+resaltar mezquina é insuficiente esta denominación; eran simplemente
+antiguos, sin edad visible, con un aire de inmutable eternidad que los
+hacía contemporáneos de las rocas y de las olas. Más que árboles
+parecían ruinas, muros de leña negra deformados y derrumbados por una
+tormenta, montones de madera encorvada y ahuecada por el chamuscamiento
+de un incendio extinguido. También en ellos era más importante lo
+invisible que lo expuesto á la luz. Sus raíces, gruesas como troncos,
+desaparecían serpenteando en la tierra roja para volver á surgir treinta
+ó cuarenta metros más allá. Habían muerto por un lado y resucitaban
+vigorosamente por el otro. Lo que quinientos años antes era tronco
+aparecía ahora como un muñón negro en forma de mesa, cortado por el
+hacha ó el rayo; y la raíz, á flor de tierra, florecía á su vez,
+convirtiéndose en árbol, para continuar una existencia sin límites
+visibles, en la que los siglos se contaban como años. Otros olivos
+tenían el corazón roído, vaciado; sostenían simplemente la mitad de su
+coraza de corteza, como una torre partida por una explosión; pero en lo
+alto ostentaban su inverosímil cabellera vegetal, unos puñados de hojas
+plateadas á lo largo de las ramas sinuosas y negras. A sus pies, la
+madera de las raíces, que parecía guardar en sus nudos las primeras
+savias del planeta, abarcaba un radio mucho más grande que el ocupado
+por el ramaje en el espacio. Algunos olivos que sólo contaban
+trescientos ó cuatrocientos años se erguían con una arrogancia de
+juventud, frondosos y exuberantes, tendiendo sobre el suelo su sombra
+ligera, inquieta, casi diáfana, una sombra de cristal empolvado que
+cambiaba de sitio según el capricho del viento.
+
+--Su Alteza dice que hay olivos aquí que fueron conocidos por los
+romanos. ¿Lo cree usted, profesor? ¿Algún árbol de éstos será del tiempo
+de Jesucristo?...
+
+Ante la indecisión de Novoa, continuó sus explicaciones. Caminaban,
+entre muros de vegetación recortada, hacia el final del parque.
+
+--Mire usted: el jardín griego.
+
+Era una avenida de laureles y cipreses, con bancos curvos de mármol, y
+teniendo por fondo una columnata en semicírculo.
+
+--A mí me hubiese gustado plantar palmeras, muchas palmeras, de Africa,
+del Japón y del Brasil, como las que hay en los jardines del Casino.
+Pero el príncipe y don Atilio las aborrecen. Dicen que son un
+anacronismo, que jamás han existido en esta tierra, y las han importado
+los ricos de gustos ordinarios que edifican desde hace cincuenta años en
+la Costa Azul. Ellos sólo admiten el antiguo jardín provenzal ó
+italiano, olivos, laureles y cipreses, pero no cipreses como los de
+España, copudos, enormes y fúnebres, para adorno de calvarios y
+cementerios. Mírelos usted: son ligeros y finos como plumas. Para que no
+los tumbe el viento hay que plantar dos ó tres juntos, y forman un solo
+penacho.
+
+Habían llegado al fondo del parque, donde estaban los olivos más
+frondosos. Marchaban por senderos abiertos á través de altas masas de
+vegetación silvestre y olorosa que podía desafiar con su savia brava el
+ambiente marítimo cargado de sal. Eran plantas de hoja dura que
+exhalaban perfumes exóticos é intensos. Novoa, al aspirarlos, evocó
+lejanas visiones geográficas. Un olor de incienso y de arroz sazonado
+con _karri_ flotaba sobre este jardín selvático. De un árbol á otro se
+tendían una especie de lianas. Estas guirnaldas naturales habían
+empezado á florecer en pleno invierno, bajo el soplo de una primavera
+precoz, destacándose con una magnificencia de fiesta galante sobre el
+verde severo y pálido de los olivos.
+
+--Don Atilio dice que todo esto le hace pensar en una sinfonía de
+Mozart.
+
+El Mediterráneo estaba á sus pies, profundamente azul, peinándose con
+lentos cabeceos en una fila de escollos puntiagudos que sacaban de sus
+hilos acuáticos borbollones de espuma. Se bifurcaba el promontorio aquí,
+formando los dos brazos de una horquilla desigual. El más corto era una
+prolongación del parque, llevando aguas adentro la magnífica arboleda
+que abullonaba su dorso. El otro descendía hasta el mar como un caos de
+rocas y tierras sueltas, sin más que algunos pinos retorcidos que se
+aferraban al suelo, empeñados tenazmente en prolongar su agonía. La
+miseria y el abandono de esta lengua de tierra arrancaban una mueca
+dolorosa al coronel cada vez que tendía su vista por encima del muro
+divisorio. La punta ruinosa, mordida por el mar, con cuevas que
+amenazaban convertirse en estrechos, sin entrada fija, aislada de tierra
+firme por los jardines de Villa-Sirena y defendida por una pared hostil,
+representación inexpugnable del derecho de propiedad, era para don
+Marcos un motivo de indignación y de escándalo.
+
+Sin duda por esto le volvió la espalda, dirigiendo sus miradas más allá
+del peñón en que está asentada Mónaco.
+
+--Eso es hermoso, profesor: uno de los panoramas más dulces que existen.
+Por algo viene aquí la gente de todos los extremos de la tierra.
+
+Fijó su vista en unas montañas de color violeta que avanzaban sobre el
+mar en último término, como el final de un mundo. Eran las llamadas
+Montañas de los Moros, con la punta del Esterel, una desviación de los
+Alpes Marítimos, un sistema montañoso aparte, que se mete aguas adentro.
+Al otro lado existía un pedazo de la llamada Costa Azul que empieza en
+Tolón y Hyères; pero este fragmento no interesaba al coronel. Lo que él
+veía, con su imaginación mas que con los ojos, recorriéndolo á vuelo de
+pájaro, era la verdadera Costa Azul, la suya, la de las gentes bien
+nacidas y ricas, á las que visitaba en sus «villas» elegantes ó en los
+hoteles de gran precio.
+
+Los Alpes Marítimos formaban una muralla paralela al mar. En algunos
+lugares descendía rápidamente sobre el Mediterráneo, con el ligero
+declive de un baluarte, sin ninguna alteración que disimulase su
+derrumbe. En otros puntos su caída era más suave, creando un oleaje de
+piedra, montañas filiales que avanzaban sobre las olas, dibujando cabos
+y suaves golfos. Y en estos remansos marítimos, desde el Esterel á la
+frontera de Italia, las gentes ricas y friolentas llegadas todos los
+inviernos habían acabado por convertir en capitales de fama mundial
+adormiladas ciudades de provincia. Las aldeas de pescadores se
+transformaban en pueblos elegantes; los grandes hoteles de París y
+Londres edificaban sucursales enormes en las desiertas bahías; las
+tiendas más lujosas del bulevar instalaban su filial en villorrios donde
+algunos años antes todo el mundo andaba descalzo.
+
+Toledo recorría con el pensamiento la ondulante línea de localidades
+célebres asomándose al mar en la punta de los promontorios ó
+encogiéndose en la herradura de los pequeños golfos para recibir mejor
+la refracción del sol invernal enviada por las murallas rojas de los
+Alpes: Cannes, que le inspiraba respeto por su silenciosa
+distinción--los tísicos y los valetudinarios ilustres sólo querían morir
+allí--; Antibes, con su puerto cuadrado y sus baluartes, que, según
+Atilio Castro, recordaba las marinas románticas pintadas por Vernet;
+Niza, la capital adonde convergía toda la gente para gastar su dinero,
+remedando la vida de París; la profunda bahía de Villafranca, refugio de
+acorazados; el Cap-Ferrat y su hermosa excrecencia de la punta de San
+Hospicio, antiguo refugio de piratas africanos: Beaulieu, con sus
+palacetes tunecinos habitados por multimillonarios norteamericanos de
+mesa siempre abierta, que habían invitado á almorzar muchas veces al
+coronel; Eze, el villorrio feudal agarrado tenazmente á una ladera de
+los Alpes y cayéndose en ruinas en torno de su cariado castillo,
+mientras abajo forman los tránsfugas un nuevo pueblo al borde del golfo
+que sus antecesores llamaban orgullosamente el Mar de Eze; Cap-d'Ail,
+que es como el atrio del principado inmediato; la roca de Mónaco,
+llevando sobre su lomo una ciudad amurallada; enfrente, el flamante
+Monte-Carlo; más allá, el Cap-Martin, de sombría vegetación, cerrado y
+señorial, último asilo de reyes destronados; y finalmente, tocando á
+Italia, el dulce Mentón, dominio de los ingleses, otro lugar de enfermos
+distinguidos, donde debe terminar sus días todo tísico que se respeta.
+
+--¡El dinero que se ha gastado aquí!--dijo don Marcos.
+
+El ferrocarril de la Cornisa había sido considerado cincuenta años antes
+como una obra extraordinaria, al abrirse paso en esta región de
+montañas; pero la misma obra se repetía ahora en todas direcciones, para
+comodidad de los invernantes. Caminos de suaves curvas, limpios y firmes
+como el piso de un salón, se extendían por el borde del mar ó ascendían
+á las cumbres de los Alpes, pasando de cresta en cresta por viaductos de
+atrevidos arcos. Las carreteras se sumían en largos túneles. Donde la
+roca vertical no permitía abrir una cornisa, el constructor la inventaba
+con taludes de muchos metros cuya base se perdía en las olas.
+
+Una nueva ilusión había venido á agregarse á todas las que pueden
+realizar los felices de la tierra. ¡Poseer una casa en la Costa Azul!...
+Y en cincuenta años, todos los caprichos arquitectónicos, todas las
+fantasías de los ricos que desean asombrar con su ostentosidad, cubrían
+esta ribera del Mediterráneo de «villas» y palacetes griegos, árabes,
+persas, venecianos, toscanos y de otros estilos conocidos ó
+indescifrables. La palmera se aclimataba como algo indígena.
+
+--Se han invertido enormes fortunas; se han arruinado tres generaciones
+y enriquecido otras tantas. ¡Pensar lo que era esto hace un siglo!...
+¡Ver lo que es ahora!...
+
+Habló el coronel de la tumba de una inglesa completamente abandonada en
+la punta extrema del Cap-Ferrat. Era una precursora de los invernantes
+actuales, una joven contemporánea de Lord Byron, seducida por la belleza
+del Mediterráneo y de unas montañas sin caminos, casi inexploradas. Al
+morir, la habían enterrado en el promontorio desierto, por ser
+protestante. Los pescadores y los cultivadores de esta costa solitaria
+repelían al extranjero, negándole hospitalidad hasta en sus cementerios.
+
+--Esto ocurrió aún no hace un siglo... ¡Y qué pobreza! Todos los
+productos del país eran naranjas cortezudas, limones y estos olivares,
+muy hermosos, muy decorativos, pero que producen una aceituna
+pequeñísima, puntiaguda, toda hueso. ¡Al lado de las nuestras de
+Andalucía, profesor!... Ahora hay en la Costa Azul millonarios hijos del
+país, que no han hecho mas que vender los pobres campos de sus abuelos.
+La tierra roja abundante en piedras se compra á metros hasta en los
+rincones más desiertos: lo mismo que los solares de las grandes
+ciudades. A lo mejor, en un camino, le gusta á usted una casucha con
+unos cuantos terruños en torno de ella. El edificio tiene la techumbre
+combada y las paredes con grietas, por las que pasa el viento. Los
+dueños duermen con las gallinas, el cerdo y el caballo: la miseria y el
+descuido de los rústicos en casi todos los países. Se le ocurre á usted
+que con poco dinero podría crearse allí un retiro campestre. Estas
+buenas gentes no deben pedir mucho, por exageradas que sean sus
+pretensiones. Y cuando uno pregunta, después de largas consultas y
+dudas, acaban por decir con tranquilidad: «Ciento cincuenta mil francos»
+ó «doscientos mil». A la protesta y el asombro responden, señalando las
+montañas, el sol, el mar: «¿Y la vista, señor?...»
+
+La tierra roja de Los Alpes representaba poco por su fuerza productora;
+era la situación lo que constituía su valor. Y los naturales se habían
+enriquecido vendiendo á metros la luz del sol, el azul del Mediterráneo,
+el anaranjado de las montañas, las nubes de apoteosis á la hora del
+ocaso, el abrigo de la lejana roca, que desvía como un biombo el soplo
+helado del mistral.
+
+--¡Y la tenacidad inexplicable de algunas de estas gentes!...
+
+Don Marcos se volvió hacia aquella tierra miserable que parecía clavada
+como una maldición en los jardines de Villa-Sirena, señalándosela á
+Novoa. La princesa Lubimoff, con todos sus millones, no había podido
+comprar esta punta del promontorio. Era de un matrimonio viejo y sin
+hijos.
+
+--Aquella es su casa--añadió señalando una especie de cubo amarillento
+en mitad de la montaña, al borde de un camino que cortaba la ladera roja
+y negra.
+
+La princesa, después de adquirir el promontorio para su castillo
+medioeval, había considerado como asunto insignificante la adquisición
+de este pequeño extremo de su propiedad. «Deles usted lo que pidan»,
+dijo á su hombre de negocios. Y á pesar de su indiferencia por el
+dinero, se asombró al saber que se negaban á aceptar doscientos
+cincuenta mil francos por unas rocas socavadas por las olas y dos
+docenas de pinos moribundos.
+
+--Yo presencié las entrevistas con los viejos. El enviado de la princesa
+ofreció quinientos mil, seiscientos mil, sin que el matrimonio pareciera
+enterarse de lo que representaban estas cifras... La princesa se
+impacientó, lamentando que esto no ocurriese en Rusia y en sus buenos
+tiempos. Hasta habló de encargar á Italia un asesino (como lo había
+leído en algunas novelas) para que la desembarazase de los dos viejos
+testarudos. Su Alteza era así... ¡Pero tan buena! Al fin, un día nos dió
+una orden á gritos: «¡Ofrézcanles un millón, y acabemos!...» Imagínese,
+profesor, ¡más de dos mil francos por metro! ¡como en el centro de las
+grandes capitales!... Subimos á su casucha. Ni pestañearon al oir la
+cifra. La vieja, que era la más inteligente, dejó que el apoderado y el
+notario de Su Alteza le explicasen lo que era un millón. Miró á su
+marido largamente, á pesar de que ella sola pensaba en la casa, y al fin
+aceptó, pero con la condición de que la princesa elevaría en la punta
+extrema de su propiedad una capilla á la Virgen. Era un deseo de su
+imaginación simple que había acariciado toda su vida. Sin la capilla no
+aceptaba el millón. «¡Vaya por la capilla!», dijimos. El día de la firma
+de la escritura vimos á los dos viejos, sentados juntos y con la vista
+baja, en el despacho del notario. Este nos recibió agitando las manos y
+mirando á lo alto con desesperación. No aceptaban: era inútil insistir.
+Querían conservar las cosas como las habían recibido de sus antecesores.
+«¡Qué vamos á hacer con un millón!--gimió la vieja--. ¡Terrible vida la
+nuestra!» Intentamos hablar de la capilla para convencerla, pero huyeron
+los dos, como el que se ve en perversa compañía y teme malas
+proposiciones.
+
+El coronel miró otra vez el muro divisorio.
+
+--Su Alteza, que era de humor guerrero, levantó inmediatamente esta
+pared antes de abrir los cimientos de la «villa». Como usted puede ver
+desde aquí, los viejos, para entrar en su propiedad, sólo podían hacerlo
+por el borde de la playa, y en días de tormenta hay que meterse en las
+olas hasta las rodillas. No importa; después de aquello le tomaron más
+gusto á su tierra, y descendían de su montaña todos los domingos para
+sentarse al pie de la pared. A fuerza de medir la punta, acabaron por
+descubrir un error del arquitecto, aturdido por las prisas de la
+princesa. Se había equivocado en cincuenta centímetros, y la mitad del
+grosor del muro estaba en tierra de los viejos. La campesina, que
+experimentaba ante las gentes de justicia un miedo supersticioso,
+amenazó, sin embargo, con un pleito, aunque tuviera que vender su
+casucha y su campo de la montaña. Hubo que derribar todo el muro y
+volver á construirlo medio metro más acá. Unos sesenta mil francos
+perdidos; nada para Su Alteza, pero yo sospecho á veces si esto pudo
+acelerar su muerte.
+
+Don Marcos creyó necesario hacer una pausa respetuosa en honor de la
+difunta.
+
+--La vieja también ha muerto--continuó--, y su marido sólo viene aquí de
+tarde en tarde. Si encuentra que uno de sus pinos se ha venido abajo por
+el movimiento de las tierras, se sienta junto á él, lo mismo que si
+velase á un cadáver. Otras veces pasa las horas mirando el mar y los
+peñascos, como si calculase lo que tardarán las olas en partir á trozos
+su propiedad. Una tarde, yendo á pie de La Turbie á Roquebrune, tropecé
+con él cerca de su casucha, cuando estaba apacentando unas ovejas. Tiene
+barbas de patriarca; siempre lo he visto lo mismo, apoyado en su bastón,
+una boina mugrienta en la cabeza y envuelto en un capote áspero. Además,
+lleva una pipa entre los dientes; pero rara vez humea... «El millón está
+esperando--le dije por bromear--. Cuando usted quiera puede venir á
+recogerlo.» No pareció entenderme. Me sonreía como á alguien que se
+recuerda con vaguedad, pero tal vez creyéndome, otro. Fijaba sus ojos en
+Monte-Carlo, que estaba á nuestros pies, á vista de pájaro. Así debe
+pasar las horas y las semanas. Su cara es de palo, de arcilla cocida;
+habla poco, y nadie puede adivinar sus impresiones. Pero yo creo que
+todos los días experimenta la renovación de idéntico asombro, y que
+morirá sin salir de él. Ve el mar que es siempre lo mismo, las montañas
+eternamente iguales, la casa que construyeron sus abuelos y que ya era
+vieja cuando él nació, los olivos, los peñascos... ¡pero esa ciudad que
+ha surgido, siendo ya él hombre, de una meseta cubierta de matorrales,
+horadada de cuevas, y que cada año se agranda con nuevos hoteles, con
+nuevas calles, con más cúpulas y torrecillas!...
+
+El coronel olvidó repentinamente al viejo campesino. Al lado de su
+compatriota Novoa se sentía locuaz, se imaginaba pensar con más vigor y
+amplitud, á consecuencia de este comercio con un sabio. Además,
+experimentaba cierto orgullo al poder hablar, como antiguo habitante del
+país, de muchas cosas que ignoraba el recién llegado.
+
+--Esto ha sido casi de nosotros--continuó, señalando el castillo de
+Mónaco--. Durante siglo y medio, esa fortaleza ha tenido una guarnición
+española. Nuestro gran Carlos V--y el viejo legitimista puso un profundo
+respeto en su voz al evocar este nombre--ha dormido allí... Y también
+allí.
+
+Volviéndose, señaló en la montaña, encima del Cap-Martin, el pueblo de
+Roquebrune aglomerado en torno de su castillo ruinoso.
+
+--El archivero del príncipe de Mónaco estudia las numerosas cartas que
+posee de nuestro gran emperador dirigidas á los Grimaldi. Cuando los
+historiadores del principado quieren hacer constar la indiscutible
+independencia de este pedazo de tierra, evocan como orígenes los
+tratados firmados en Burgos, Tordesillas y Madrid.
+
+Resucitaba con breves palabras la historia de este pequeño Estado nacido
+en torno de un pequeño puerto. Los navegantes semitas le daban el nombre
+de Melkar (el Hércules fenicio), y dicho nombre se convertía poco á poco
+en el actual de Mónaco. Los güelfos y gibelinos de Génova se disputaban
+el dominio de su castillo, hasta que un Grimaldi disfrazado de monje
+entraba por sorpresa en su recinto, abriendo las puertas á sus amigos y
+haciendo para siempre del antiguo Puerto Hércules una propiedad de su
+familia.
+
+--Ese fraile, espada en mano--continuó don Marcos--, es el que figura á
+ambos lados del escudo de Mónaco. Después, la historia de los Grimaldi
+fué semejante á la de todos las familias soberanas de aquellos tiempos.
+Hicieron la guerra á los vecinos, se pelearon entre ellos, y hasta hubo
+hermano que asesinó á su hermano... Los navegantes de Mónaco se
+dedicaron á corsarios, y su bandera sirvió á veces para dar personalidad
+á piratas de otros países... La alianza de los Grimaldi con España les
+permitió titularse príncipes. Hasta entonces sólo habían sido marqueses.
+Carlos V les llamaba en sus cartas «amados primos», con otros títulos
+honoríficos... Este peñón era de gran importancia para los monarcas de
+España, que tenían posesiones en Italia y necesitaban conservar seguro
+el camino. Los reyes de Francia ambicionaban, por su parte, suprimir el
+obstáculo, atrayéndose á los Grimaldi. Durante ciento cincuenta años hay
+que reconocer que se mantuvieron fieles á sus compromisos, y eso que
+desde Madrid sólo de tarde en tarde les enviaban los subsidios
+prometidos. Dos galeras monegascas figuraban siempre en las armadas de
+España... Sólo cuando la decadencia de los Austrias empezó á hacernos
+perder nuestra influencia europea nos abandonaron los Grimaldi, con la
+precipitación del que huye de una casa que se viene abajo. Richelieu
+hacía en aquellos momentos la grandeza de Francia, y se fueron con él.
+Una noche de relámpagos y truenos, cuando la guarnición, compuesta en su
+mayor parte de italianos al servicio de España, dormía sin cuidado, la
+sorprendieron, la desarmaron, después de matar á algunos que pretendían
+resistirse, y acabaron por enviarla cortésmente al virrey español de
+Milán con la noticia de que la alianza quedaba rota para siempre.
+
+Los príncipes de Mónaco, feudatarios de Francia, vivían después en
+Versalles, haciendo oficio de cortesanos ó sirviendo en los ejércitos
+del rey. La Revolución los perseguía, como á todos los monarcas,
+guillotinando á una hermosa dama de la familia. Napoleón los había
+tenido como edecanes un su séquito militar, y la larga paz del siglo XIX
+les hacía volver á instalarse en su exiguo principado.
+
+--¡Eran tan pobres!--siguió diciendo Toledo--. Tenían que mantener el
+boato de una corte, pues en los Estados pequeños, donde se vive como en
+familia, resulta preciso exagerar la etiqueta para que el príncipe sea
+respetado. Había que sufragar los mismos gastos de una nación grande,
+justicia, administración, hasta un ejército diminuto para la seguridad
+interior, y todo el principado no producía mas que limones y olivas...
+Mire usted si eran pobres y si se verían apurados, no sabiendo de dónde
+sacar recursos, que bajo el reinado de Florestán I, abuelo del príncipe
+actual, hubo un intento de revolución por haber decretado el soberano
+que toda la oliva del país sólo podía molerse en los molinos de su
+propiedad.
+
+Después, bajo Carlos III, aún resultaba más angustiosa la situación. El
+principado se disolvía. Los dos pueblos Mentón y Roquebrune,
+dependientes de Mónaco, se emancipaban de él, entusiasmados por la
+revolución italiana, incorporándose á la monarquía de los Saboyas. Poco
+después, al adquirir Napoleón III el antiguo condado de Niza, se hacían
+franceses. Y Mónaco quedaba aislado dentro de Francia, con su soberanía
+bien reconocida; pero la tal soberanía no abarcaba mas que una ciudad
+única en la meseta de un peñón, un pequeño puerto y unos alrededores
+cubiertos de plantas parásitas: casi el terreno que recorre un burgués
+pacífico en su paseo después del almuerzo. ¿Cómo iba á sostenerse el
+minúsculo Estado?...
+
+--El juego lo salvó. No crea usted, como algunos, que esto fué una
+iniciativa del soberano de Mónaco. Muchos príncipes alemanes habían
+apelado á la misma industria para el sostenimiento de sus dominios. Es
+una invención germánica. Mas el juego á orillas del Mediterráneo, bajo
+un sol invernal que rara vez se muestra infiel, resulta otra cosa que en
+un Estado del centro de Europa... Al principio no marchó el negocio.
+Establecieron un miserable Casino en el Mónaco viejo, frente al palacio,
+en lo que hoy es cuartel de los carabineros del príncipe. Los «puntos»
+eran muy contados. Había que venir en diligencia por lo alto de los
+Alpes, siguiendo la antigua vía romana, y descender desde La Turbie por
+caminos como barrancos. Se necesitaban verdaderos deseos de jugar.
+Luego, el Casino bajó al puerto, donde hoy está el barrio de La
+Condamine: igual fracaso. Los arrendatarios del juego quebraban, sin
+poder cumplir sus compromisos con el príncipe... Pero se abrió el
+ferrocarril de la Cornisa, quedando Mónaco en el camino de París á
+Italia, y todos los jugadores, todos los desocupados del mundo,
+afluyeron aquí en pocos años... ¡Qué transformación!
+
+El coronel volvió á acordarse del viejo campesino que, apacentando sus
+ovejas en la ladera alpina, pasaba las horas con los ojos fijos en la
+maravillosa ciudad extendida á sus pies, en el mismo lugar que había
+visto de joven cubierto de matorrales.
+
+--Entonces nació Monte-Carlo. Frente al peñón de Mónaco, formando la
+otra ribera del puerto, había una meseta abandonada. No hace de esto mas
+que unos sesenta años. Aún quedan diseminados un los jardines de la
+plaza, entre los árboles tropicales, algunos pobres olivos de aquel
+tiempo, que han sido respetados como recuerdos de la época de miseria.
+Donde hoy vemos el Casino, los grandes hoteles y las casas de té más
+elegantes, existían cavernas de la época prehistórica, que en tiempos
+menos remotos sirvieron también de guaridas de ladrones. Esta meseta
+salvaje era apodada, por sus grutas, «Las Espeluncas». Algo de lo que ha
+visto usted en el Museo Antropológico de Mónaco: hachas de piedra,
+restos humanos, etc., procede de esas cavernas... Y la meseta abandonada
+se convirtió, en una docena de años, en la gran ciudad de Monte-Carlo,
+de fama mundial, dejando obscurecido y casi olvidado en el peñón de
+enfrente al histórico Mónaco, que no es ya mas que uno de sus arrabales.
+Ha crecido tanto este Monte-Carlo, que se extiende de una punta á otra
+del principado: todo el suelo nacional está bajo techo, y cada año se
+desborda fuera de las fronteras. En territorio francés se llama
+Beausoleil. No hay mas que atravesar la plaza del Casino, sus jardines
+en pendiente, y subir una escalinata hasta el llamado bulevar del Norte,
+para encontrarse con uno de los espectáculos más raros de Europa. Una
+acera es del príncipe de Mónaco y la de enfrente de la República
+francesa. Los tenderos pagan distintas contribuciones y obedecen á
+distintos reglamentos, según tienen sus escaparates á la derecha ó á la
+izquierda.
+
+Toledo quedó pensativo un momento.
+
+--¡Los milagros de la ruleta!--continuó--. ¡El poder mágico del «negro»
+y el «rojo»! El Casino dicen que es un portento de mal gusto, pero
+chorrea oro como una iglesia rica. Su teatro estrena óperas que después
+se hacen célebres en el mundo. Los hoteles, innumerables, son palacios.
+Monte-Carlo está erizado de cúpulas y torrecillas lo mismo que una
+ciudad oriental. Las calles parecen salones, con un pavimento
+escrupulosamente cuidado, sin la más leve suciedad. ¿Y los jardines?...
+Los Alpes forman aquí una magnífica mampara: vivimos en un agujero
+asoleado, casi un invernáculo. Pero á veces sopla el mistral, hace frío,
+y yo no comprendo cómo pueden vivir tan lozanos, tan frescos, todos esos
+árboles tropicales, todas esas plantas que nacieron en atmósferas de
+horno. Los pobres olivos veteranos deben sentir tanto asombro como yo al
+verse en semejante compañía... ¡El guano poderoso del «treinta y
+cuarenta»! Tengo la certeza de que, si el juego cesase, toda esa
+vegetación tropical se disolvería inmediatamente como un ensueño.
+
+El silencioso Novoa acogió con una sonrisa estas palabras.
+
+--¡Y qué transformación en las gentes!--continuó el coronel--. Fíjese en
+el público del domingo: todos señores, todos igualmente bien vestidos.
+Las niñas del país copian lo que ven á las mundanas elegantes, y
+¡figúrese usted si vienen aquí mujeres de esa clase!... No se ve un
+mendigo ni un haraposo. Nacer aquí significa algo: da la certeza de
+tener la vida asegurada. El Casino cuida de todos; nunca falta un puesto
+para un hijo del país en las salas de juego, en los jardines, en el
+teatro; y cuando no, en la policía, en las oficinas administrativas, en
+lo que depende del príncipe, y es pagado igualmente con dinero de la
+Sociedad. Llegar á «jefe de mesa» es el mariscalato de un monegasco.
+Puede ganar hasta mil francos al mes y además las propinas: lo que tal
+vez no ganará usted nunca, profesor. Y acaba construyendo su «villa» en
+lo alto de Beausoleil, donde cuida su jardín viendo á sus pies el
+Casino, la casa de la buena madre... Todos comen, con tal que sepan
+callar y no se mezclen en lo que no les importa. Un viejo cochero que me
+sirve algunas veces se atrevió á ser franco una noche, porque estaba
+algo borracho. Su mujer lleva treinta y tantos años en los
+_water-closets_ del Casino (sección de señoras), sus hijas trabajan en
+la limpieza, sus hijos están empleados en el teatro. Todos cobran. Los
+viejos tienen su jubilación, los enfermos perciben un socorro, viudas y
+huérfanos cobran pensiones por el empleado muerto. «Esto es un gran
+país, señor--me decía el cochero--; el mejor del mundo. Aquí todos
+viven, siempre que sepan ser discretos y no tengan mala cabeza...» Y
+discretos lo son todos. Además, se vigilan entre ellos y tienen miedo á
+que los denuncie su mejor amigo si hablan del escándalo último ó de un
+suicidio de jugador. Para el extranjero, ninguno de ellos sabe nada.
+
+--¿Y cuando alguien habla?--preguntó Novoa--. ¿Y si alguna es de mala
+cabeza?
+
+--Lo destierran. Este es un despotismo paternal que no se atreve á
+mayores castigos. La policía del príncipe le hace atravesar media calle
+y lo pone en la acera francesa... No se ría usted: esta pena es cruel.
+Los desterrados de otros países acaban por acostumbrarse á su desgracia,
+porque viven lejos y sólo ven á su patria con el pensamiento, pero el de
+aquí casi puede tocarla con la mano: no tiene mas que atravesar el ancho
+de una calle. Como todo está en pendiente, contempla su casa unos
+cuantos tejados más allá. De la chimenea sale el humo del almuerzo, y él
+no puede ir á sentarse á su mesa; la familia está en las ventanas, y
+tiene que hablarla por señas. Además, y esto es lo peor, ve cómo los
+demás que fueron prudentes siguen su vida dulce á la sombra del Casino,
+y el tiene que buscar una nueva profesión, un trabajo mas duro... Tan
+intolerable resulta este martirio, que acaba por huir á una ciudad
+lejana, para que transcurran unos cuantos años y le perdonen.
+
+Don Marcos volvió á hacer el elogio de Monte-Carlo. Las gentes que
+perdían su dinero en el Casino guardaban un mal recuerdo; pero ¿dónde
+encontrar una ciudad más tranquila, plácida y limpia, con su temperatura
+primaveral en pleno invierno?...
+
+--Todo el mundo pasa por aquí: mucho pillo, pero también se ven gentes
+ilustres y puede uno gozar de una sociedad distinguida.... Yo apenas
+juego, y por esto aprecio la hermosura del país. Es más: siento á veces
+la satisfacción del que disfruta gratis las cosas; y cuando contemplo
+los paseos hermosos, cuando asisto á los conciertos y á las óperas y
+gozo la dulce paz de una ciudad en la que no hay miseria ni
+revolucionarios desesperados, me digo: «Esto lo pagan los jugadores y yo
+lo disfruto. Ellos pierden para que yo viva bien.»
+
+Mientras Novoa sonreía otra vez, el coronel insistió en su admiración.
+
+--¡Parece imposible que la ruleta haga tantos milagros!... Y sólo
+podemos hablar de lo que esta á la vista. El juego ha costeado ese
+puerto de La Condamine tan bonito: un puerto de yates, con sus muelles
+elegantes que son paseos. Debe haber intervenido igualmente en la
+restauración del castillo de los príncipes. Hasta contribuye al fomento
+de la vida espiritual y al prestigio de la religión. Antes de la ruleta
+no había mas que simples curas en Mónaco; desde que triunfó el Casino
+existe un obispo y canónigos, y se ha levantado una hermosa catedral
+bizantina que sólo necesita, según dice Castro, que el tiempo la
+ennegrezca un poco. La misa de los domingos figura entre las grandes
+diversiones del principado. Los diarios de Niza publican el programa de
+lo que cantará la capilla junto con el programa del concierto en el
+Casino: canto llano de los maestros mas célebres, de Palestina ó de
+nuestro Vitoria...
+
+Novoa le interrumpió:
+
+--Hay, además, el Museo Oceanográfico. El solo basta para justificar y
+purificar todo el dinero procedente del Casino.
+
+Dijo esto con la voz dulce y el gesto algo desmayado que lo eran
+habituales, pero había en sus palabras la firmeza mística del creyente.
+
+El coronel asintió. El Museo que entusiasmaba al profesor era obra del
+príncipe soberano; y él sentía un profundo respeto por «Alberto», como
+le llamaba familiarmente. Había sido oficial en la Armada española;
+había navegado como teniente de navío por las costas de Cuba; elogiaba
+en sus libros á los viejos marinos españoles, sus primeros maestros en
+el arte de navegar. ¿Qué más para que lo venerase don Marcos?...
+
+--Siempre que asiste á una ceremonia en su principado viste el uniforme
+de almirante español... Y es un hombre de ciencia: eso lo sabe usted
+mejor que yo...
+
+Dejó hablar á Novoa. Tres cuartas partes del planeta estaban cubiertas
+por los mares, y la humanidad había permanecido siglos y siglos sin
+deseos de conocer la misteriosa vida oculta en el abismo de las aguas.
+Los navegantes, al deslizarse por su superficie, iban guiados por la
+rutina ó por experiencias fragmentarias, sin llegar á abarcar las leyes
+fijas y regulares de las corrientes de la atmósfera y las corrientes
+marinas. La ciencia, que lleva realizados tantos descubrimientos en solo
+un siglo de existencia, se detenía desalentada ante las orillas del
+Océano. Los sabios, en sus laboratorios, sólo necesitaban para sus
+trabajos aparatos fáciles de adquirir; ¡pero estudiar los mares, vivir
+en ellos años y años!... Para esto era preciso disponer de buques,
+fabricar un material costoso y nuevo, mandar hombres, gastar millones,
+errar pacientemente por los desiertos oceánicos, sin ambición, sin
+prisa, esperando que el «gran azul» librase sus secretos casualmente;
+exponer muchísimo para conseguir muy poco. Sólo un soberano, un rey,
+podía hacer esto; y el antiguo oficial de la marina española, llegado á
+príncipe, lo había hecho.
+
+--Gracias á él--prosiguió Novoa--, la oceanografía, que apenas era nada,
+aparece hoy como un estudio serio. Sus yates han sido laboratorios
+flotantes, cruceros de la ciencia, que poco á poco han realizado las
+primeras conquistas de la profundidad. Con sus flotadores errantes ha
+afirmado de un modo cierto los viajes circulares de las corrientes
+atlánticas; con sus sondajes minuciosos reveló los misterios de la vida
+submarina en los diversos pisos de la masa oceánica. Los sabios han
+podido navegar y estudiar sin apremios de economía gracias á él. Por su
+munificencia se han publicado hermosos libros, se han abierto museos, se
+han hecho excavaciones en la tierra que aclaran el origen del hombre.
+
+--Y todo eso--interrumpió el coronel, persistiendo en su anterior
+admiración--con dinero del Casino. El juego costea los cruceros
+científicos, el carbón y el personal de las lejanas expediciones, la
+impresión de libros y revistas, las subvenciones á los jóvenes que
+desean perfeccionar sus estudios, el Instituto Oceanográfico de París,
+el Museo Oceanográfico de Mónaco donde usted trabaja, el Museo
+Antropológico... Y hay que contar que todo esto no es mas que una
+propina que abandonan los accionistas... ¡Lo que produce ese palacio que
+muchos encuentran horrible!...
+
+--Nada importa la procedencia de las cosas cuando resultan útiles--dijo
+el profesor con dureza--. Nadie pregunta á los gobiernos, al recibir su
+ayuda para una obra benéfica, cuál es el origen del dinero. Muchas veces
+lo han extraído con más crueldad y violencia que lo sacan en este lugar,
+adonde todos acuden voluntariamente. Bueno es que el dinero de los
+ambiciosos, de los ilusos, de los que sienten un vacío en su vida que no
+saben cómo llenar, sirva por primera vez para algo grande y humano.
+Fíjese en lo que lleva hecho por la ciencia en pocos años este príncipe
+de un Estado minúsculo. ¡Si los grandes emperadores dedicasen á empresas
+semejantes la inmensa fuerza de que disponen! ¡Si Guillermo hubiese
+hecho lo mismo, en vez de preparar la guerra toda su vida!... ¡Lo que
+tendría adelantado la humanidad!
+
+El coronel, por considerarse hombre de guerra, sólo admitió á medias
+estas palabras del profesor. La espada, la gloria militar, eran algo: el
+mundo resultaría feo sin ellas... Pero se calló, no atreviéndose á
+turbar el entusiasmo de su amigo.
+
+--Todos los pecados de un lado se redimen al otro.
+
+Novoa, al decir esto, señalaba la masa del Casino irguiendo sus cúpulas
+y torrecillas policromas sobre la meseta de Monte-Carlo. Luego su índice
+trazaba una raya en el aire pasando por encima del puerto, é iba á
+apuntar sobre la eminencia de la izquierda, ó sea el peñón de Mónaco, un
+edificio cuadrado y enorme que descendía sus muros hasta las olas, un
+palacio nuevo, cuya piedra guardaba aún la blancura de la estearina en
+esta atmósfera pocas veces rayada por la lluvia: el Museo Oceanográfico.
+
+Don Marcos sonrió ante este contraste.
+
+--Lo mismo que don Atilio. Cada vez que contempla desde aquí el
+panorama, se fija en esos dos palacios separados por la boca del puerto
+y que ocupan los dos promontorios. Dice que el uno justifica al otro, y
+añade que son... ¿cómo dice él? ¿una antítesis?... No: es otra cosa.
+
+A través de los árboles llegó desde Villa-Sirena el mugido metálico de
+un _gong_ llamando á los huéspedes, esparcidos en el parque ú ocultos
+todavía en sus habitaciones. El coronel lo escuchó con placer. «El
+almuerzo.»
+
+Lanzó una última mirada á los dos enormes edificios, el uno erizado de
+remates agudos y multicolor, el otro cuadrado y de una blancura
+uniforme. Entre ambos promontorios, á ras del agua, venían á encontrarse
+las dos escolleras nuevas que cerraban el puerto, con dos torrecillas
+octógonas que flanqueaban la boca, rematadas por linternas de faro: la
+una de vidrios verdes, la otra de vidrios rojos.
+
+El coronel se dió un golpe en la frente y sonrió á su compatriota:
+
+--¡Ah, sí, ya recuerdo!... Dice que el Casino y el Museo forman un
+símbolo.
+
+ * * * * *
+
+Quince días llevaba de existencia, sin desacuerdos ni obstáculos,
+aquella asociación que Atilio había titulado de «los enemigos de la
+mujer». ¡Libertad completa! Villa-Sirena era de todos, y su dueño
+parecía un invitado más.
+
+Al levantarse Castro, bien entrada la mañana, veía en un rincón del
+jardín al príncipe, despechugado y con los brazos desnudos, manejando
+una azada. El complemento de la nueva vida era para él cultivar una
+pequeña huerta, dándose la satisfacción de comer legumbres y oler flores
+que fuesen producto de su trabajo. Este hombre que había tenido un
+batallón de servidores en torno de él para las necesidades de su
+existencia, deseaba ahora bastarse á sí mismo, conocer la seguridad
+orgullosa del que sólo confía en sus brazos. Resultaban vanas sus
+invitaciones á Castro para que imitase este ejercicio sano y provechoso,
+que era al mismo tiempo una vuelta á la primitiva sencillez.
+
+--Gracias: no me gusta Tolstoi. Como vida simple, prefiero ésta.
+
+Y se tendía en el musgo, al pie de un tronco, mientras el príncipe
+seguía cavando su huerta. Hablaban de los compañeros. Novoa estaba en la
+biblioteca ó vagaba por el parque. Algunas mañanas tomaba el tranvía á
+primera hora para ir á Mónaco y continuar sus estudios en el Museo. En
+cuanto á Spadoni, nunca se levantaba antes de mediodía, y muchas veces
+el coronel golpeaba su puerta para que no llegase con retraso á la mesa
+del almuerzo.
+
+--Sólo se duerme al amanecer--dijo Atilio--. Pasa la noche consultando
+sus apuntaciones sobre la marcha del juego. A veces se mete en mi cuarto
+cuando estoy durmiendo, para comunicarme una de las innumerables
+martingalas que acaba de descubrir, y tengo que amenazarle con una
+zapatilla. Guarda en su habitación, entre los cuadernos de música,
+rimeros de hojas verdes que contienen día por día todo un año de juego
+en las diversas mesas del Casino... Está loco.
+
+Pero Castro se guardaba de añadir que muchas veces pedía prestado á
+Spadoni su archivo para comprobar los propios cálculos, y á pesar de
+burlarse de sus invenciones, arriesgaba sobre ellas algún dinero, por
+una superstición de jugador que cree en el instinto de los inocentes.
+
+Después del almuerzo, los dos se apresuraban á marcharse al Casino. El
+príncipe, si no asistía á un concierto, se quedaba con Novoa y el
+coronel en una _loggia_ del piso alto, contemplando el mar. La guerra
+había poblado esta parte del Mediterráneo. En tiempos normales era un
+mar desierto y monótono, sin otros incidentes que el revuelo de las
+gaviotas, los espumosos saltos de los delfines y algún que otro trapo de
+barca pescadora. Los vapores y los grandes veleros apenas si se marcaban
+como una pequeña sombra en el horizonte, navegando rectamente de
+Marsella á Génova, sin contornear el extenso golfo de la Costa Azul.
+Pero ahora el peligro submarino había obligado á la navegación comercial
+á deslizarse al amparo de las costas. Casi todos los días pasaban
+convoyes: vapores de carga de diversas nacionalidades pintarrajeados
+como cebras para disminuir su visibilidad y escoltados por torpederos
+franceses é italianos.
+
+Estos rosarios de buques, navegando tan cerca de la costa que podían
+leerse sus títulos y distinguir á sus capitanes erguidos en el puente,
+hacían hablar al príncipe y al profesor de los horrores de la guerra.
+
+Intervenía el coronel á veces en el diálogo, pero era para lamentarse de
+los obstáculos que oponía la tal guerra á sus funciones de intendente.
+Cada día resultaba más difícil su gestión. No encontraba nada que
+valiese la pena de ser presentado en una mesa como la del príncipe, y
+eso que los precios pagados por él le producían indignación al
+compararlos con los de los tiempos de paz. ¡Y la servidumbre!... Había
+hecho venir criados de España, ya que todos los del país estaban en el
+ejército, pero se los sonsacaban inmediatamente los dueños de los
+hoteles. Todos preferían servir en cafés ó alojamientos de continuo
+tránsito, seducidos por el azar de las propinas y el roce con las
+camareras de blanco delantal.
+
+Había improvisado un servicio de comedor con aquellos dos muchachos
+italianos de Bordighera cuyas familias estaban instaladas en Mónaco. El
+mayor, más avispado, se apellidaba Pistola, y trataba despóticamente á
+su compañero, largándole hipócritas patadas y coscorrones en pleno
+comedor cuando el coronel estaba de espaldas. Atilio, por la atracción
+del consonante, había apodado Estola al compañero de Pistola, y todos en
+la casa aceptaban el nombre, hasta el propio interesado.
+
+--¡Lo que me ha costado adecentarlos y educarlos!--gemía Toledo--. Y
+ahora parece que los van á llamar de Italia para que sean soldados...
+¡Más hombres á la guerra! ¡Hasta estos chicuelos, que aún no tienen la
+edad!... ¿Qué haremos cuando se vayan Estola y Pistola?
+
+Muchas noches, á la hora de comer, sufría quebrantos la disciplina de la
+comunidad. El primero que faltó fué Spadoni. Llegaba después de media
+noche, diciendo que había comido con unos amigos. Otras veces no volvía;
+y transcurridos varios días, se presentaba tranquilamente, como si
+hubiese salido horas antes, con la serena inconsciencia de un perrillo
+vagabundo. Nadie podía saber con certeza dónde había estado. El mismo lo
+ignoraba. «Encontré á unos amigos...» Y en el curso de media hora, estos
+amigos eran los ingleses de Niza ó una familia de Cap-Martin, como si
+hubiese vivido en los dos lugares al mismo tiempo.
+
+Atilio también faltaba. Un compañero de juego le había enseñado en el
+Casino los pequeños cartones partidos en columnas que sirven para marcar
+las alternativas del «rojo» y el «negro». Varias damas extraían de sus
+sacos de mano, entre el pañuelo, la caja de polvos, el lápiz para los
+labios, los billetes de Banco y las fichas de diversos colores, que son
+el dinero del juego, unos documentos de igual clase. Todos los textos
+estaban acordes. Por la mañana y por la tarde perdían los «puntos» y
+ganaba la casa; pero á partir de las ocho de la noche, una fortuna loca
+sonreía á los jugadores. Las estadísticas no podían ser más claras:
+imposible la duda. Y Castro renunciaba á la buena mesa de Villa-Sirena,
+contentándose con un _bock_ y un emparedado en el _bar_. Luego regresaba
+á media noche en un carruaje de alquiler, pagando á manos llenas al
+cochero asombrado. Otras veces, de pie ante la verja, rebuscaba en su
+portamonedas antes de reunir el precio de la carrera. Los hados habían
+mentido. Los augures de los cartoncitos estaban á aquellas horas tan
+limpios como él.
+
+Toledo mascullaba protestas. Este desorden le hacía lamentar una vez más
+la escasez de personal. La servidumbre se levantaba tarde, á causa de
+sus esperas nocturnas. Por esto el coronel sentía la satisfacción de un
+gobernador de fortaleza que ve todas las poternas cerradas y siente las
+llaves en su bolsillo, las noches en que no faltaba ningún compañero del
+príncipe. Después de la comida escuchaban á Spadoni. Sentado ante un
+gran piano de cola, hacía música á su capricho ó seguía las órdenes del
+príncipe, melómano de gustos pervertidos por un excesivo refinamiento,
+que sólo deseaba obras de autores extravagantes y obscuros.
+
+Castro, que era pianista, no podía á veces ocultar su entusiasmo ante
+los prodigios de este ejecutante.
+
+--¡Y pensar que es un imbécil!--exclamaba con la franqueza de la
+emoción--. Todas sus facultades las ha deformado y aglomerado,
+concentrándolas en la música, sin dejar nada para los demás... No
+importa; es un idiota... pero un idiota sublime.
+
+Algunas noches, Spadoni se quedaba con un codo en el teclado y la frente
+en la diestra, como si la música le ensimismase, cuando, en realidad, lo
+que danzaba debajo de sus melenas eran cuadrados rojos y negros, muchos
+naipes y treinta y seis números formando tres filas presididas por el
+cero. El príncipe, molestado por este silencio, se dirigía á Castro.
+
+--Cuéntanos algo de tu abuelo don Enrique.
+
+Este abuelo había sido casado con una tía del general Saldaña; y aunque
+Atilio no alcanzó á conocerle, hablaba con frecuencia de él como de un
+personaje curioso que le inspiraba cierto orgullo ó amargas ironías,
+según el estado de su ánimo. Era un hombre de belicoso humor y sombríos
+entusiasmos, que había acabado de dilapidar la fortuna de la familia, ya
+quebrantada por los antecesores. Emparentado con un gran número de
+aristócratas, terminó por negar este parentesco, como si fuese algo
+vergonzoso. Los títulos de nobleza de su familia dejó que los tomasen
+otros. El lema que figuraba, desde siglos en el escudo de los Castro lo
+había reemplazado con uno de su invención, que resumía su vida entera:
+«Mañana más revolucionario que hoy.» Durante treinta años no hubo en
+España insurrección triunfante ó abortada en la que no interviniese este
+caballero de gesto sombrío, quisquilloso, espadachín, que trataba á los
+hombres como un déspota y estaba dispuesto á morir por la libertad del
+género humano.
+
+--¡Un don Quijote rojo!--decía Castro.
+
+De niño recordaba haber jugado con su sable, fabricado en Toledo: un
+arma repujada de oro, con arabescos copiados de la vieja espada del
+descubridor y conquistador Alvaro de Castro, que había sido Adelantado
+en las Indias. Pero en lo alto de la hoja, donde los abuelos ponían su
+mote de fidelidad á Dios y al rey, él había hecho grabar «¡Viva la
+República!». Sin este sable caballeresco, se negaba á tomar parte en
+una revolución. Lo había llevado de Sicilia á Nápoles siguiendo á
+Garibaldi para destronar á los Borbones. «Mañana más revolucionario que
+hoy»; y sus compañeros le parecían de pronto unos reaccionarios, lo que
+le hacía buscar nuevas doctrinas que colmasen su insaciable deseo de
+destrucción y renovación. Al fin, este descendiente de Adelantados y
+Virreyes acabó por ingresar en la primera «Internacional de
+trabajadores». Y lo más extraordinario fué que su primitiva educación,
+sus altiveces y sus acometividades paladinescas le acompañaron en esta
+vida nueva, haciéndole convertir la más insignificante divergencia de
+doctrina en un «asunto de honor».
+
+Por discusiones de comité se había batido en París con un «camarada»
+obrero. Apenas cruzaron los sables, el trabajador recibió un corte en la
+cabeza.
+
+--Es justo--dijo el herido limpiándose la sangre--. El marqués, que ha
+podido aprender el manejo de las armas, debe pegarle al hijo del pueblo.
+
+Don Enrique palideció ante esta ironía, y por restablecer la igualdad,
+por suprimir sus ventajas históricas, levantó el sable, dándose una
+feroz cuchillada en el cráneo, mientras corrían los testigos á sujetarle
+para que no reincidiese.
+
+Después de seguir por segunda vez á Garibaldi en la guerra de 1870,
+batiéndose contra los prusianos en Dijón, el movimiento insurreccional
+de la Commune le atrajo á París.
+
+--Creo que lo hicieron general--decía Atilio--. En aquella mascarada
+trágica debió sufrir mucho. Lo cierto es que lo fusilaron las tropas del
+gobierno y nadie sabe dónde fué enterrado.
+
+La admiración por este abuelo de vida novelesca se amortiguaba al pensar
+en su madre. Pobre, huérfana y olvidada de sus parientes, había tenido
+que casarse con un hombre que casi podía ser su padre, llevando fuera de
+España la vida errabunda de las familias del cuerpo consular. Atilio
+había nacido en Liorna, recibiendo el mismo nombre de su padrino, un
+viejo señor italiano amigo del cónsul de España. El recuerdo de su
+abuelo venía á entenebrecer de vez en cuando la existencia de su pobre
+madre, resignada y devota. En Roma, los españoles de paso, todos gentes
+de sanas ideas que llegaban para ver al Papa, torcían el gesto al
+enterarse de su origen. «¡Ah! ¡Usted es la hija de Enrique de
+Castro!...» Y ella parecía encogerse, pedir perdón con sus ojos tristes
+y humildes.
+
+--Yo no reniego de mi abuelo--añadía Atilio--. Me hubiese gustado
+conocerle. Lo único que lamento es que nos dejase tan pobres; aunque sus
+antecesores ya habían hecho más que él para arruinarnos.
+
+Los días en que había perdido se mostraba más quejumbroso, recordando
+las inmensas posesiones de los Castro de la conquista americana.
+
+--Hay ahora inmensas ciudades en campos que dió el rey á mis
+antecesores. Uno de mis remotos abuelos apacentaba sus caballos y
+construía su barraca colonial donde existen actualmente jardines,
+monumentos y grandes hoteles. Eran centenares de millones de metros: á
+una peseta el metro, ¡imagínate, Miguel! Sería más rico que tú, más rico
+que todos los millonarios del mundo... Y no soy mas que un mendigo bien
+trajeado. ¡Ira de Dios! ¿Por qué no guardaron mis abuelos sus tierras,
+en vez de dedicarse á servir al rey ó al pueblo? ¿Por qué no hicieron lo
+que cualquier patán que conserva religiosamente lo que le entregaron sus
+antecesores?...
+
+Otras noches, sentados en la _loggia_, escuchaba el príncipe á Novoa
+ante el nocturno espectáculo del cielo y del mar. No había más luz que
+el velado resplandor que llegaba desde un salón lejano. La costa estaba
+obscura. La silueta de Monte-Carlo y de Mónaco se recortaba sobre el
+fondo estrellado, sin un solo punto rojo. Eran escasos los reverberos en
+la ciudad, y además tenían los vidrios pintados de azul. Los farolones
+de la escalinata del Casino estaban enfundados como las linternas de un
+coche fúnebre. La amenaza de los submarinos alemanes mantenía á todo el
+principado en la obscuridad, lo mismo que las costas de Francia. Sólo á
+la entrada del puerto de Mónaco las dos torrecillas octogonales tenían
+en sus cimas un faro rojo y un faro verde, que derramaban sobre las
+aguas un zigzag de rubíes y otro de esmeraldas.
+
+En esta penumbra, puesto de pie y mirando á los astros, Novoa hablaba de
+la poesía de la inmensidad, de las distancias que dan el vértigo al
+cálculo humano. A Spadoni le era imposible imitar la atención del
+príncipe y de Castro. ¿Qué podía importarle la llamada estrella
+tricolor? Los millones de millones de leguas de que hablaba el sabio
+despertaban su bostezo; y por una asociación de ideas, se dedicaba á
+jugar mentalmente, suponiendo que acertaba cincuenta veces seguidas,
+siempre doblando.
+
+Ponía una simple moneda de cinco francos--la puesta menor que admiten en
+el Casino--, y á los veinticinco golpes se detenía con espanto. Había
+ganado treinta y tres millones y medio de duros: más de ciento sesenta y
+siete millones de francos. ¡Solamente en veinticinco minutos!... El
+Casino cerraba sus puertas, declarándose en quiebra; pero esto no
+conseguía sacarle de su delirio. La prodigiosa pieza de cinco francos
+continuaba sobre el paño verde al lado de una montaña de dinero que
+seguía creciendo y creciendo. Había que completar los cincuenta golpes,
+siempre doblando. Dió cinco más en su imaginación y se detuvo. Ya había
+ganado mil setenta y tres y pico de millones de duros: más de cinco mil
+millones de francos. Tendrían que entregarle el principado entero de
+Mónaco, y aun esto tal vez no alcanzase á cubrir la deuda. Al golpe
+treinta y cinco, el simple «napoleón» se había convertido en treinta y
+cuatro mil millones de duros: ciento setenta y un billones de francos.
+No le iban á pagar; estaba seguro de ello. Sería necesario que se
+reuniesen todas las grandes potencias de Europa, que se aliasen como
+para una gran guerra, y aun así tal vez no hiciesen honor al crédito que
+les presentaba el pianista Teófilo Spadoni.
+
+Ya no podía calcular mentalmente. A los veinte golpes tuvo que valerse
+del lápiz que le servía en el Casino para marcar la marcha del juego y
+de aquellos cartones divididos en columnas que facilitaban los
+empleados. El dorso resultaba estrecho para sus ganancias, que se
+ensanchaban, formando cantidades quiméricas. Siguió su juego triunfador.
+En el golpe cuarenta se detuvo. Cinco millones de millones de francos.
+Decididamente, no le podían pagar ni en Europa ni en el mundo entero.
+Las naciones tendrían que ponerse en venta, el globo terráqueo saldría á
+pública subasta, los hombres serían esclavos, todas las mujeres se
+alquilarían para entregarle el producto de su deshonor; y aun así, sería
+preciso que solicitasen un plazo de unos cuantos miles de años para
+quedar bien con él, acreedor del universo, sentado en su banqueta de
+pianista como sobre un trono.
+
+Aunque tenía la certeza de que le engañaban, de que nadie en la tierra
+ni el cielo podía afianzar á la banca, siguió jugando. Sólo quedaban
+diez golpes. Y cuando dió el que hacía cincuenta, tuvo un rasgo
+magnánimo. Regaló con el pensamiento á los empleados del Casino los
+centenares, los miles, los millones y los millones de millones. El se
+quedaba simplemente con la cifra que figuraba á la cabeza de la
+ganancia, y escribió en su cartoncito:
+
+ 5.000.000.000.000.000 de francos
+
+¡Cinco mil billones!... Como producto de cincuenta minutos de trabajo,
+no estaba mal.
+
+Llamó de pronto su atención el silencio con que el príncipe y Castro
+escuchaban á Novoa, y fijó en éste sus ojos de visionario todavía
+deslumbrados por el revoloteo áureo de la Quimera.
+
+También el sabio hablaba de millones de millones, de cifras que no podía
+abarcar con palabras y detallaba repitiendo uno tras otro docenas de
+ceros. El pianista creyó entender que profetizaba la vejez del sol
+dentro de un plazo (aquí una cifra interminable), la desaparición de la
+vida presente, la fuga del astro hacia una constelación remotísima, su
+apagamiento y su muerte (otra cifra que infundía miedo).
+
+Sonrió Spadoni con desprecio. El sol, la constelación de Hércules adonde
+éste se dirige, los cien mil millones de millones de años que necesita
+para llegar á ella, los diez y siete millones de años que tardará en
+apagarse, dejando de calentar la vida de la tierra, todos los cálculos
+de este sabio, ¡miseria, pura miseria! Si él dejaba su moneda sobre la
+mesa cincuenta veces más, las cifras de la astronomía iban á resultar
+despreciables y ridículas al lado de una ganancia obtenida en cien
+minutos. Sólo Dios podía ser su banquero, pagándole con estrellas como
+si fuesen monedas; ¿y quién sabe si el mismo Dios sería capaz de
+resistir el centésimo golpe de cinco francos, siempre doblando, y no
+tendría que declararse en quiebra?...
+
+Se sumió por algún tiempo en la contemplación interna de su grandeza. Al
+volver á la vida exterior, la voz de Novoa seguía sonando con cierto
+misterio ante el obscuro horizonte, perforado arriba por las punzadas de
+las estrellas, ondeado abajo por la fosforescencia de las olas.
+
+El príncipe le había impulsado á hablar del mar como regulador y origen
+de la vida. El pianista se enteró de que los océanos cubren las tres
+cuartas partes del globo, y como representan una fuerte mayoría sobre
+los continentes, éstos viven sometidos á aquéllos, aunque se crean
+superiores, como los gobiernos tienen que sufrir la influencia del
+sufragio universal y acatar la fuerza de las mayorías. Todas las grandes
+leyes atmosféricas se establecen, no en la reducida superficie de las
+tierras, rugosa y quebrada, sino en la limpia extensión de los océanos,
+que permite á las moléculas obedecer libremente á las leyes mecánicas de
+los flúidos.
+
+Spadoni tocó en un codo á Castro. Quería comunicarle en voz baja la
+inaudita ganancia que acababa de realizar. Pero Atilio repelió su mano
+sin volver la vista y siguió escuchando.
+
+Novoa hablaba ahora de las aguas ardientes condensadas en la atmósfera
+primitiva del globo, que se habían precipitado sobre su corteza en
+formación, disolviendo ó arrastrando cuanto encontraban en esta
+superficie acabada de nacer.
+
+--Con la sal que hay en los océanos--dijo Novoa--se podría construir
+todo el relieve del continente africano.
+
+El pianista volvió á agitarse. ¡Una Africa toda de sal! ¿De qué podía
+servir eso?...
+
+--Castro, escúcheme--dijo en voz muy queda--. Yo pongo cinco francos y
+doy cincuenta golpes, siempre doblando, ¿sabe usted?...
+
+Pero el otro no quiso saber nada, y rechazó el cartoncito que le tendía
+ocultamente.
+
+Spadoni, ofendido, cerró los ojos, queriendo aislarse y no escuchar
+estas cosas sin importancia para él. Si el sabio hablaba todas las
+noches, él perdonaría la hospitalidad del príncipe, yendo en busca de
+otros amigos.
+
+De pronto, una palabra le sacó de su altivo aislamiento, haciéndole
+abrir los ojos. El profesor hablaba del oro arrastrado por las lluvias
+hirvientes de la creación planetaria y que estaba disuelto en el mar.
+
+--Sólo hay unos miligramos por tonelada de agua; pero con el que existe
+en los océanos se podría formar una mole tan enorme, que, repartida
+proporcionalmente entre los mil quinientos millones de habitantes que
+tiene la tierra, nos tocaría á cada uno un lingote de cuarenta mil
+kilos, ó sean cuarenta mil toneladas de oro.
+
+El pianista avanzó su rostro, estupefacto. ¿Qué decía el profesor?
+
+--Y teniendo en cuenta--prosiguió Novoa--el curso del oro antes de la
+guerra, el lingote que nos corresponde á cada uno de los humanos
+representa ciento veinte millones de francos.
+
+Fué cortado el silencio por un ruido estridente. Castro volvió la
+cabeza, creyendo que Spadoni roncaba. Al ver sus ojos desmesuradamente
+abiertos, comprendió que era un suspiro emocionado, una exclamación de
+sorpresa.
+
+--Doy mi parte por cien mil francos en billetes--dijo con voz grave.
+
+Y mientras los demás reían, él quedó con la mirada fija en Novoa. ¡El
+mar!... ¡quién diría que el mar!... Aquel sabio sabía mucho; y él, con
+repentina veneración, se propuso escucharlo siempre.
+
+ * * * * *
+
+Una noche, Atilio y el príncipe comieron solos. El pianista se había
+fugado á Niza, al salir del Casino, con sus amigos los ingleses, que
+jugaban al _poker_ en el landó. Novoa estaba invitado á comer por un
+colega del Museo, y no volvería hasta media noche.
+
+Miguel recordó sus impresiones de la tarde. Había ido al Casino para
+asistir á un concierto clásico, osando arrostrar la curiosidad
+obsequiosa de los empleados y el miedo á tropezarse con algunas de sus
+antiguas amistades. Desde la escalinata exterior á las puertas del
+teatro tuvo que responder á una serie de profundos saludos de los
+funcionarios, unos con kepis y dorados botones, otros de levita solemne,
+erguidos y dignos como notarios de comedia. La gente que paseaba por el
+atrio se fijó inmediatamente en él. «¡El príncipe Lubimoff!» Todos
+recordaban su yate, sus aventuras, sus fiestas, repitiendo su nombre
+como un eco de gloriosa resurrección. Había tenido que pasar á toda
+prisa entre los grupos, con la mirada vaga, fingiéndose abstraído, para
+no ver ciertas sonrisas conocidas, ciertos rostros invitadores que le
+hacían evocar visiones dulces del pasado.
+
+Buscó un asiento de los más ocultos en la sala de espectáculos, un
+rincón de diván junto á la pared; pero también aquí le persiguió la
+curiosidad. En torno del atril del director estaban los músicos de más
+renombre, los que se engalanaban con el título de «solistas de S. A. S.
+el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían navegado en el _Gaviota
+II_ formando parte de su orquesta. Durante unos compases de espera, el
+primer violín, al mirar á la sala para reconocer á sus entusiastas,
+descubrió á Lubimoff, participando inmediatamente su sorpresa á los
+otros solistas. Todos le sonrieron, dedicándole con los ojos lo que
+surgía de sus instrumentos, y el público acabó por fijarse en este señor
+medio oculto que poco á poco iba atrayendo las miradas de la orquesta
+entera.
+
+Al terminar el concierto salió apresuradamente, temiendo que le cortasen
+el paso ciertas amigas antiguas que había descubierto entre la
+concurrencia. Cruzó el atrio violentamente, hendiendo los grupos que no
+le dejaban avanzar. Aquí había llamado su atención un personaje de
+ademanes majestuosos y aspecto excesivamente brillante, con sombrero
+hongo, pero de seda gris bien peinada, gabán de color de miel con
+bocamangas de terciopelo del mismo tono y guantes y zapatos blancos. Las
+patillas grises estaban unidas al bigote; la raya del peinado descendía
+hasta la nuca, y por encima de las orejas avanzaban, brillantes de
+cosméticos, dos mechones recortados y teñidos.
+
+--Creí que era un general ruso ó un personaje austriaco vestido de
+invierno, con una elegancia digna de la Costa Azul, y eras tú, querido
+coronel. Aún no te había visto fuera de Villa-Sirena.
+
+Toledo se ruborizó, no sabiendo si enorgullecerse ó afligirse por estas
+palabras.
+
+--Alteza, siempre me ha gustado vestir bien y...
+
+--¿Quién era la señora que hablaba contigo?...
+
+--Era la Infanta. Me contaba que había perdido siete mil francos que le
+enviaron de Italia, que no tiene con qué atender á los gastos de su
+vida, y...
+
+--¿Una flaca con un gran sombrero de _cow-boy_?... No, no es esa. Te
+pregunto por la otra.
+
+«La otra» sólo la había visto de espaldas, pero atrajo momentáneamente
+su atención por su esbeltez y su aire de señorío.
+
+--Alteza--dijo don Marcos titubeando--, era la duquesa de Delille.
+
+Un silencio. Y como si con esto le hubiese pillado su príncipe en falta
+y necesitara excusarse, se apresuró á añadir:
+
+--Es muy buena con la Infanta. Le regala trajes para sus hijos, creo que
+hasta le presta su ropa... ¡Una hija de rey! ¡Una nieta de San
+Fernando!... Yo soy un viejo soldado de la legitimidad, y no puedo menos
+de agradecer que...
+
+Miguel cortó su protesta con un gesto. Basta: no quería oir más. Y se
+dirigió á Castro. También lo había visto cerca de la salida del Casino
+hablando con otra dama.
+
+--Y yo te vi igualmente--dijo Atilio--, pero ibas impetuoso y con la
+cabeza baja, abriéndote paso lo mismo que un toro acosado. ¿Quieres
+saber quién es esta señora? ¿Te interesa?...
+
+Lubimoff levantó los hombros; pero su indiferencia era falsa. En
+realidad, le había interesado, aunque ligeramente, esta desconocida,
+rubia, alta, con un aspecto de vigor esbelto, de ágil soltura, como las
+gimnastas y las amazonas.
+
+--Pues es «la Generala»--continuó Castro, sin parar mientes en la falta
+de curiosidad de su amigo--. Este generalato no hay que tomarlo en
+serio. Es un apodo cariñoso. Creo que lo inventó la de Delille, pues te
+advierto que las dos son muy amigas. Es generala como otros pueden ser
+coroneles.
+
+Don Marcos no reparó en esta maldad. Atilio se mostraba esta noche de
+mal humor, con los nervios excitados, deseoso de morder. Debía haber
+perdido en el juego.
+
+--La llaman «la Generala» por su carácter algo varonil, por la rudeza
+con que trata á veces á las gentes. ¡Una mujer extraordinaria! ¡Una
+verdadera amazona!... Tira á las armas, hace gimnasia, nada en los ríos
+en pleno invierno, y además tiene una voz como un suspiro de brisa,
+gorjea al hablar como un pájaro, parece que va á desmayarse á la menor
+emoción lo mismo que una niña tímida... ¿Quieres saber quién es?... Se
+llama Clorinda; un nombre de poema y de comedia antigua. Yo la llamo
+siempre doña Clorinda; creo que sin esto le falto al respeto, á pesar de
+su juventud. Tal vez tiene dos ó tres años menos que su amiga Alicia.
+Las dos se detestan, y no pueden vivir separadas. Una semana por mes
+chocan, se insultan, cuentan la una de la otra los mayores horrores;
+luego se buscan. «¿Cómo estás, corazón mio?» «¿Me guardas rencor, mi
+ángel?»
+
+El príncipe sonrió al ver cómo imitaba las palabras y gestos de las dos
+señoras.
+
+--Clorinda es americana--continuó Castro--, pero americana del Sur, de
+una pequeña República donde sus padres, abuelos y bisabuelos han sido
+presidentes, hombres de guerra y padres de la patria. Su generalato no
+es sin fundamento. Allá en su país la admiran por su hermosura y por los
+grandes éxitos que le suponen en Europa, con ese agrandamiento y
+desorientación de la distancia. Su retrato resulta una propiedad
+pública; figura en todos los paquetes de café y todos los prospectos de
+su país. Es la belleza nacional; y cuando envejezca, siempre existirá un
+rincón del mundo donde la consideren eternamente joven. Se casó en París
+con un joven francés, soñador, algo artista y algo enfermo del pecho.
+Por esto mismo lo amó «la Generala». Con un hombre fuerte é impetuoso
+se hubiesen matado los dos á los pocos días. Ahora es viuda. No la creo
+muy rica; la guerra debe haber disminuído sus rentas, pero tiene para
+vivir con desahogo. Hasta me imagino que debe sufrir menos apuros que la
+de Delille. Es mujer de buena cabeza.
+
+Calló un momento.
+
+--¡Pero de tan raras ideas! ¡Tan acostumbrada á imponer su voluntad!...
+La conocí en Biarritz hace algunos años. Aquí la he visto muchas veces
+en las salas de juego: saludos, conversaciones insignificantes. Cuando
+una mujer apunta, no admite galanterías que la distraigan. Hoy es la
+primera vez que hemos hablado largamente. ¿Sabes lo que me ha preguntado
+en seguida?... Que por qué no estoy en la guerra. En vano le he dicho
+que yo soy neutral y le he demostrado que la guerra no me interesa. «Si
+yo fuese hombre, sería soldado.» ¡Y si hubieras visto su mirada al
+decirme esto!...
+
+Lubimoff dedicó una sonrisa despectiva á esta mujer.
+
+--Para ella--siguió diciendo su amigo--, todos los hombres deben
+trabajar en algo, producir, ser héroes. A su pobre marido, dulce como un
+cordero enfermo, lo adoró porque pintaba unos cuadros paliduchos y había
+conseguido modestas recompensas en varias Exposiciones. Los hombres como
+yo son para ella una especie de figurantes alquilados para animar los
+salones, los casinos, los balnearios, para sostener la conversación y
+ser galantes con las damas; pero no le interesan. Me lo ha dicho esta
+tarde, una vez más.
+
+--¿Y á ti te duele su opinión?--dijo el príncipe.
+
+Calló Atilio, como si pesase sus palabras antes de hablar.
+
+--Sí, me duele--dijo al fin resueltamente--. ¿Por qué negártelo? Esa
+mujer me interesa. Cuando no la veo, no me acuerdo de ella. He pasado
+meses y años sin que volviese á mi memoria. Pero así que la encuentro,
+me domina... la deseo. Yo, sin ser tú, he tenido también mis
+satisfacciones amorosas. ¡Pero esta mujer es tan distinta á las
+otras!... Además, ¡el placer de vencerla, esa necesidad de dominación
+que hay en el fondo de nuestros deseos amorosos!... Cada vez que
+hablamos, y ella con su voz de pájaro y su sonrisa compasiva marca la
+enorme distancia que existe entre los dos, quedo triste, mejor dicho,
+desalentado, como si necesitase alcanzar algo á que no llegaré nunca por
+más que me esfuerce. Hoy debería estar alegre: hace meses que no he
+tenido una tarde igual. He jugado, y mira... ¡mira! Diez y siete mil
+francos.
+
+Había sacado de un bolsillo interior un fajo de billetes azules,
+arrojándolo sobre la mesa con cierta furia.
+
+--Llegué á ganar hasta veintiséis mil. Una suerte de amante desesperado,
+de marido infeliz... Y sin embargo, no estoy contento.
+
+El príncipe volvió á sonreir, como si una verdad palmaria acabase de
+demostrar la certeza de sus afirmaciones. ¡La mujer! Aquella Clorinda,
+generala de mil demonios, era una verdadera mujer, que con sólo breves
+minutos de conversación había perturbado á Castro y tal vez acabase por
+quebrantar la vida dulce, sin placeres violentos pero sin tristezas
+desesperadas, que llevaban los huéspedes de Villa-Sirena.
+
+--Y tú, Atilio--dijo con tono de reproche--, te emocionas por esa
+especie de virago de voz suave... Tú crees en el amor como un colegial.
+
+Castro adoptó un tono fríamente agresivo. De él podía decir el príncipe
+lo que quisiera; ¡pero llamar virago á la otra!... ¿con qué derecho?
+Ocultó, sin embargo, la verdadera causa de su enfado, fingiéndose herido
+por la alusión á su credulidad.
+
+--Yo no creo en nada; creo tal vez menos que tú. Sé que todo lo que nos
+rodea es falso, convencional; mentiras que aceptamos porque nos son
+necesarias momentáneamente. Tú admiras, como si fuese algo divino é
+inconmovible, la música y la pintura. Pues bien; que se modifique un
+poco la forma de nuestro oído, y las sinfonías de Beethoven serán
+verdaderas cencerradas; que se cambie el funcionamiento de nuestra
+retina, y todos los cuadros célebres habrá que quemarlos, porque nos
+parecerán lienzos manchados por un juego de niños... que se transforme
+nuestro cerebro, y todos los poetas y los pensadores resultarán pueriles
+idiotas. No; no creo en nada--insistió rabiosamente--. Para vivir y
+para entendernos necesitamos que haya arriba y abajo, derecha é
+izquierda; y también esto es mentira, pues vivimos en el infinito que no
+tiene límites. Todo lo que consideramos fundamental no es mas que un
+cuadriculado que inventaron los hombres para que sirva de marco á sus
+concepciones.
+
+El príncipe se encogió de hombros, mirándole con extrañeza. ¿A qué venía
+todo esto, con motivo de una mujer?...
+
+--Todo mentira--prosiguió--; pero no por ello voy á vivir como una
+piedra ó un árbol. Yo necesito falsedades dulces que me canten hasta la
+hora de la muerte. La ilusión es una mentira, pero deseo que venga
+conmigo; la esperanza otra mentira, pero quiero que marche ante mis
+pasos. Yo no creo en el amor, como no creo en nada. Cuanto digas contra
+él lo sé hace muchos años; pero ¿debo darle con el pie si me sale al
+paso y quiere acompañarme? ¿Conoces tú una quimera que llene mejor el
+vacío de nuestra existencia, aunque sea poco durable?...
+
+Miguel acogió la vehemencia de su amigo con un gesto sardónico.
+
+--¿Sabes por qué parezco más joven de lo que soy?--continuó Atilio, cada
+vez más exaltado--. ¿Sabes por qué seré joven cuando otros de mi edad
+serán ya viejos?... Me finjo irónico, parezco escéptico, pero poseo un
+secreto, el secreto de la eterna juventud, que guardo para mí... Puedo
+revelártelo. He descubierto que la gran sabiduría de la vida, lo más
+importante, es «pasar el rato»; y lleno el vacío que todos llevamos
+dentro con una orquesta: la orquesta de mis ilusiones. Lo necesario es
+que toque siempre, que no queden los atriles vacíos; una vez terminada
+una partitura, hay que colocar otra nueva. A veces, la sinfonía es de
+amor... Las mías han sido hermosas pero breves. Por eso las he
+reemplazado con otra interminable, la de la ambición y la codicia, cuyos
+compases son infinitos como las estrellas del cielo, como las
+combinaciones de las cartas. Juego. Veo en el girar de la ruleta un
+castillo que será mío, un castillo más suntuoso que todos los que
+existen; un yate superior al que tú tenías; fiestas interminables. La
+baraja me hace contemplar magnificencias como no las soñaron los
+cuentistas persas. Sus colores son montones de gemas preciosas. Las más
+de las veces pierdo y la orquesta me acompaña en sordina, con una marcha
+fúnebre de hermosa desesperación; pero á los pocos compases, esta marcha
+se convierte en himno triunfal: la salida del nuevo sol, la resurrección
+de la esperanza.
+
+Ahora la mirada del príncipe era de piedad. «Está loco», parecían decir
+sus pupilas.
+
+--Esta tarde, mi orquesta--continuó--me ha hecho conocer una nueva
+sinfonía, algo que no había oído nunca. Mientras ganaba dinero, no pensé
+una sola vez en mí. Nada de palacios, ni de yates, ni de fiestas.
+Pensaba únicamente en «la Generala», y pensaba con verdadero odio,
+deseando vengarme de ella. Quería ganar cien mil francos...(¡qué sabe
+uno!... ¡tal vez los gane mañana!) y luego de ganarlos comprar un collar
+de perlas á la salida del Casino (los cien mil completos) y enviárselo
+con un simple anónimo que dijese así, poco más ó menos: «Homenaje de
+antipatía de un hombre inútil y despreciable.»
+
+Una carcajada del príncipe despertó con sobresalto al coronel, que, como
+buen madrugador, se había adormecido en su asiento. Luego, al notar que
+Su Alteza no se fijaba en él, se deslizó fuera del _hall_, como si le
+atrajese algo más importante que aquella conversación de los dos amigos,
+que parecían ignorar su presencia.
+
+--Pero ¿qué encuentras tú en el amor?--dijo Miguel--. Porque yo creo que
+tú sabes lo que es verdaderamente el amor. Todas esas ilusiones de los
+adolescentes, todos los idealismos de los poetas, no son mas que caminos
+tortuosos que conducen á un mismo término, al único: el acto carnal. ¿Y
+no estás fatigado de él? ¿no te acobarda su monotonía?
+
+La voz del príncipe tomó cierta entonación lúgubre, como si clamase
+sobre los escombros de su vida entera. Había encontrado centenares de
+mujeres de las que levantan á su paso una muda explosión de deseos. La
+resistencia femenil le era desconocida. Es más: habían corrido á él,
+haciendo espontáneamente la mitad del camino, acosándole sin orden,
+obligándolo, por un pundonor varonil, á sobrepasarse en sus fuerzas con
+una prodigalidad que hacía doloroso el placer... ¡Y todas eran iguales!
+El comprendía el espejismo de la ilusión en los que admiran desde lejos
+lo que no pueden conseguir. Es la curiosidad por lo secreto, el deseo
+que infunde el obstáculo, las fantasías mentales que inspiran los
+trajes, los adornos, todo lo que cubre el cuerpo femenino, dando á su
+monotonía la seducción de un misterio continuamente renovado. Para él,
+¡ay! eran todas como si marchasen desnudas. Nada podía excitar ya su
+interés: todo lo conocía.
+
+--Además--y su voz se hizo más sorda--, á ti solo te lo confieso. El
+amor y la mujer me hacen pensar en la miseria de nuestra existencia, en
+el inevitable final, en la muerte. Desde que vivo emancipado de sus
+engañosas seducciones, me siento más alegre, más seguro de mí mismo;
+gozo con ingenuidad del momento que pasa... No quiero hablarte de las
+vergüenzas físicas de esos cuerpos que pretendemos divinizar, de las
+impurezas diarias ó mensuales que les hace sufrir la vida con sus
+exigencias. La mujer es menos sana que el hombre. La Naturaleza lo ha
+querido así. Déjala sin los cuidados de la higiene moderna, y resultará
+una bestia inmunda, roída por internas suciedades... Pero no es eso lo
+que me hace huir de ella.
+
+Calló, añadiendo poco después con tristeza:
+
+--No puedo estar al lado de una mujer sin encontrarme con la imagen de
+la muerte. Cuando acaricio su cabellera sedosa, tropiezo con un cráneo
+pulido, duro, amarillento, como los que asoman á flor de tierra en los
+cementerios abandonados. Un beso en la boca, un mordisco en la barbilla,
+me hacen ver el maxilar óseo con sus dientes, casi igual al de los
+antropoides que están en los museos. Los ojos morirán; la nariz de
+graciosas alillas y ventanas sonrosadas se disolverá igualmente; lo
+único sólido y cierto son las cuencas negras y la grotesca chatez de la
+calavera. Los pechos turgentes no pasan de ser simples tumores engañosos
+que disimulan la fúnebre jaula del costillaje; las piernas que nos
+parecen adorables columnas son agua y piltrafas que se disolverán,
+dejando al descubierto dos largas flautas de cal. Creemos adorar la
+suprema belleza, y abrazamos á un esqueleto. Nos horroriza la imagen de
+la muerte, y toda mujer la lleva dentro, obligándonos á adorarla.
+
+Ahora era Castro el que miraba con ojos de asombro. «Está loco»,
+parecían decir sus pupilas, fijas en el príncipe.
+
+--Lo que tú tienes, Miguel, es que estás ahito--dijo después de un largo
+silencio--. Me recuerdas á esas personas que, al sentarse á la mesa,
+disimulan con ascos su inapetencia. Las carnes asadas, de suculento
+perfume, son para ellas cadáveres, envolturas de pus; los frescos
+vegetales, las dulces frutas, concreciones del estiércol y de todos los
+zumos malolientes que vigorizan la tierra. El pan y el vino les hacen
+pensar en las manipulaciones de su elaboración... Pero si sus sentidos
+despiertan, si resucitan sus necesidades, lo ven todo como si acabase de
+salir el sol y encuentran un encanto inefable en lo mismo que les
+repugnaba... ¿Qué me importa que una mujer lleve dentro un esqueleto?
+También lo llevo yo, y esto no me impide encontrar muy agradables los
+placeres de la vida y considerar que de todos esos placeres el más
+interesante es... el encuentro de dos esqueletos.
+
+Castro reía con una conmiseración afectuosa contemplando á su amigo.
+
+--Estás harto, lo repito; tienes la inapetencia y las visiones fúnebres
+de los que sufren una dolorosa indigestión... Tú te restablecerás. Eres
+joven aún para permanecer en esa atonía: el apetito volverá á ti. Deseo
+que no encuentres la mesa puesta como en el pasado, que la dificultad te
+exalte, que la negativa te haga sufrir; y entonces... ¡entonces!...
+
+
+
+
+V
+
+
+Nunca había visto don Marcos tan enfadado á su príncipe como esta mañana
+al anunciarle que la duquesa de Delille le esperaba abajo, en el _hall_.
+
+--Debías haberle dicho que me he ido; un pretexto cualquiera, un
+almuerzo en Niza... Pero estáis de acuerdo, seguramente. ¡Cómo proteges
+á tu Infanta!...
+
+El coronel, rojo de emoción, intentó refutar estas acusaciones. Si la
+duquesa se presentaba de pronto en Villa-Sirena, era tal vez porque él
+se había negado á recibir sus encargos para el príncipe.
+
+Al bajar éste al _hall_, encontró á Alicia de pie junto á una ventana,
+mirando los jardines y el mar. Estaba de espaldas, como la había visto
+al salir del concierto. Cuando volvió la cabeza, Miguel se dijo que no
+la habría reconocido seguramente de encontrarla en otro lugar. Era una
+hermosa mujer, pero no se parecía á la que había visto por última vez en
+aquel «estudio» de la Avenida del Bosque, lleno de chinerías y malsanos
+perfumes. Varios años habían pasado por ella, y sin embargo parecía más
+fresca, más joven. Había perdido aquella luz turbia é inquietante que
+agrandaba sus ojos, dándoles una fijeza antinatural. Su tez, de una
+blancura mate y enfermiza, estaba coloreada ahora por el sol y el aire
+libre. La antigua esbeltez ondulante y ligera se había espesado, dando á
+su organismo la calma y la estabilidad de los cuerpos que empiezan á
+cristalizarse en su forma definitiva.
+
+No pudo continuar el príncipe este rápido examen, molestado por la
+sonrisa y los ojos de Alicia. Parecía, por su aire tranquilo, que
+hubiese estado allí mismo la tarde anterior. Además, Miguel se sintió
+repentinamente preocupado por el modo de iniciar la conversación. ¿Le
+hablaría en inglés ó en francés? ¿La tutearía como antes?... Ella
+resolvió sus dudas hablándole en español, y de tú, lo mismo que cuando
+eran muchachos.
+
+--Como es imposible ponerse en comunicación contigo--dijo Alicia
+sentándose, después de estrechar su mano--, me he decidido á hacer esta
+visita. No es muy correcto que una señora venga á visitar á un hombre
+tan malfamado como tú; pero ¡habrán venido tantas aquí antes que yo!
+
+Y estas palabras fueron acompañadas de una risa maliciosa. A
+continuación se puso seria, y dijo con timidez:
+
+--Vengo por negocios... por un asunto de dinero.
+
+Queriendo retardar la exposición de estos negocios, habló de las
+dificultades que la habían obligado á presentarse en Villa-Sirena sin
+anunciar su visita. El príncipe podía tener confianza en la exactitud
+con que su «chambelán» cumplía sus órdenes. Una buena persona el tal
+coronel, pero intratable, lo mismo que un perro feroz, cuando alguien
+pretendía que desobedeciera á su amo. Ella le había pedido inútilmente
+que anunciase su visita; hasta se negó á aceptar una carta para su
+señor.
+
+--Hubiera podido escribirte; pero temí que no contestases ó me enviaras
+simplemente á entenderme con tu apoderado en París. ¡Hace tanto tiempo
+que no nos vemos! ¡Ha sido tan rara nuestra amistad!... Por eso,
+finalmente, me decidí anoche á venir á sorprenderte en tu retiro, con la
+esperanza de que no me pondrías en la puerta.
+
+Miguel sonrió, haciendo un gesto de escandalizada negativa.
+
+--He venido por mi deuda... por los préstamos que me hizo en otro tiempo
+tu madre... Yo ignoraba á cuánto ascienden. Tu apoderado dice que son
+más de cuatrocientos mil francos. Así debe de ser, cuando él lo
+asegura. Yo pedía en momentos de apuro, y la princesa, que era tan gran
+señora, daba y daba, sin que la una ni la otra nos fijásemos en las
+cantidades... Ahora comprendo que fué enorme su bondad.
+
+Lubimoff quedó sorprendido por esta noticia. Luego fué recordando que al
+morir su madre había dejado una larga nota de todos los préstamos hechos
+por ella, y que el nombre de Alicia figuraba entre los deudores. Pero
+los papeles quedaron en poder de su administrador, sin que él se
+acordase más de este asunto.
+
+Comprendió inmediatamente el motivo de la visita de Alicia. Su apoderado
+quería reunir dinero, y falto de los envíos de Rusia, realizaba todo lo
+que él poseía en Occidente: créditos á su favor, adelantos hechos á sus
+protegidos, fianzas en depósito, hasta los préstamos de la princesa,
+que, según disposición suya, sólo debían exigirse en caso de ineludible
+necesidad.
+
+El estrujamiento general impuesto por las circunstancias había alcanzado
+á Alicia. Hacía cuatro meses que la administración Lubimoff le enviaba
+carta tras carta, reclamando el pago de su enorme deuda. La última nota
+del apoderado era amenazante, en vista de su silencio. Anunciaba una
+acción ejecutiva ante los tribunales. La administración guardaba muchas
+cartas de ella dando las gracias á la princesa por sus bondades. Además,
+todos los pagos habían sido hechos por medio de cheques, cobrados por la
+misma duquesa.
+
+--Un verdadera insolente tu administrador... El otro día te vi en el
+Casino; te vi de espaldas, cuando huías de la gente. Me diste miedo: me
+imaginé en aquel momento que eras otro, muy diferente del que yo conocí,
+y que nunca nos entenderíamos. Después he pensado que no debes ser tan
+fiero como pareces... y he venido.
+
+Miguel, silencioso, parecía hablar con sus pupilas fijas en Alicia. ¿Y
+para qué había venido? ¿Qué negocios deseaba proponerle?
+
+Ella sonrió con una expresión de gracioso cinismo.
+
+--He venido para decirte que no puedo pagar ahora... y tal vez nunca;
+para suplicarte que esperes... no sé hasta cuándo, y que ese antipático
+que administra tu fortuna no me moleste con sus insolencias.
+
+Y como el príncipe permaneciese inmóvil, ella continuó:
+
+--Estoy arruinada.
+
+--Yo también--dijo Miguel--. Todos estamos arruinados. Los que fabrican
+para la guerra son los únicos ricos en este momento.
+
+--¡Oh! ¡tú arruinado!--protestó Alicia--. Lo tuyo no es mas que un apuro
+del momento. Lo de Rusia se arreglará un día ú otro. Además, tú eres el
+príncipe Lubimoff, el famoso millonario. Si yo tuviese tu nombre, ¿quién
+me negaría un préstamo?...
+
+Perdió de pronto la sonrisa audaz que había preparado para esta
+entrevista. Sus ojos se hicieron más obscuros; su boca se arqueó hacia
+abajo.
+
+--Mi ruina es verdadera... Mira.
+
+Señaló el triángulo de carne que dejaba libre el escote de su traje. Un
+collar de perlas descansaba sobre el blanco pecho. Miguel acabó por
+fijarse en estas perlas, atraído por la insistencia de ella. Falsas,
+escandalosamente falsas; todas descascarilladas, opacas y amarillentas
+como gotas de cera. El entendía un poco de esto; ¡había regalado tantos
+collares!... Luego, Alicia le mostró las manos. Dos sortijas de factura
+artística, pero sin una piedra, de escaso valor intrínseco, eran lo
+único que adornaba sus dedos.
+
+--Este vestido es del año pasado--añadió con un tono sombrío, como si
+confesase la mayor de las vergüenzas--. Ya no me fían en París. ¡Debo
+tanto!... Sólo el sombrero es nuevo. ¡Qué mujer, por pobre que se
+considere, no compra un sombrero nuevo! Es lo más visible, lo que cambia
+incesantemente, lo que hay que defender. Por suerte, con esto de la
+guerra no se usan las plumas... Estoy pobre, Miguel, pobre como tú no
+has conocido á ninguna mujer.
+
+--¿Y tu madre?...
+
+El príncipe hizo instintivamente esta pregunta. Después tuvo la sospecha
+de haber leído años antes, no sabía dónde, tal vez mientras vagaba por
+los mares, la noticia de la muerte de doña Mercedes. No estaba seguro;
+pero la hija le sacó de dudas.
+
+--¡Pobre señora!... No hablemos de ella.
+
+Pero habló para lamentar sus prodigalidades de devota. Había dedicado
+millones á la construcción en España de un hospital enorme por consejo
+de su capellán aragonés, el astrónomo de los Campos Elíseos. El mármol
+entraba en esta obra como simple material de albañilería; la verja del
+jardín era forjada por un célebre fundidor de arte de París dedicado á
+fabricar estatuas de salón. Al marcharse el clérigo, fatigado de tanta
+largueza, el edificio monstruoso quedaba sin terminar y la preciosa
+verja á pedazos en el suelo, como hierro viejo. Luego, el «monseñor»
+canalizaba la generosidad de la santa dama en otro sentido. Era
+necesario propagar la fe por medio del «buen libro», y surgía en París
+una nueva casa editorial, inaudita, inverosímil, en la que los paquetes
+de libros eran almacenados en estantes de caoba y las hojas plegadas
+sobre tableros de laca.
+
+--Los curas se llevaron casi todo lo mío--continuó Alicia--. Tal vez
+para cobrar comisiones, sugerían á mamá los gastos más absurdos.
+
+Numerosos campanarios repicaban en los dos hemisferios gracias á doña
+Mercedes. Una fundición de campanas trabajaba únicamente para sus
+regalos. Además, se sentía arrastrada, por una especie de debilidad
+amorosa, hacia todos los bienaventurados desprovistos de renombre.
+
+--Se dedicó en los últimos años á «lanzar» santos. Todos los que
+encontraba en el calendario poco conocidos ó de nombre raro le hacían
+sentir el deseo de remediar una gran injusticia. Hacía escribir sus
+vidas, les dedicaba iglesias, se carteaba con los señores de Roma para
+sacar adelante á muchos difuntos que esperaban inútilmente siglos y
+siglos la hora de su santificación.
+
+Lubimoff acabó por reir del tono rencoroso con que Alicia hablaba de
+estos placeres místicos de su madre. ¡Famosa doña Mercedes!... Y ella
+acabó por reir igualmente.
+
+--Así fué gastando todas nuestras rentas, que eran enormes. Debía
+haberme dejado una verdadera fortuna ahorrada en los Bancos. ¡Una señora
+que invertía tan poco en el regalo de su persona!... Y sin embargo, tuve
+que pagar grandes cantidades por todos los encargos que había hecho
+antes de morir. Ten la seguridad de que el «monseñor» y los otros son
+mucho más ricos que yo.
+
+--¿Y tus minas? ¿y tus tierras de América?
+
+La duquesa repitió su gesto de desesperación. ¡Como si no tuviese nada!
+Pobre, absolutamente pobre.
+
+--Tú dices que estás arruinado, y la escasez de dinero sólo la sufres
+desde hace dos años, tal vez menos. Yo no veo un céntimo de mi fortuna
+desde mucho antes de la guerra. Todos se ocupan de Rusia, del
+bolcheviquismo, porque es algo que toca de cerca al viejo mundo. ¿Y lo
+de Méjico, que data de los tiempos de paz europea?...
+
+Sus tierras se habían perdido lo mismo que si fuesen bienes muebles que
+pueden ser trasladados y ocultados. Una revolución agraria, cuyos ecos
+apenas llegaban al viejo continente, las había devorado, suprimiendo
+todo vestigio de la antigua propiedad. Los mestizos se las repartían á
+su gusto, para trabajarlas ó para dejarlas más incultas que antes.
+¿Contra quién podía reclamar, si estas tierras estaban en provincias que
+cambiaban á cada momento de dueño y el gobierno de Méjico no ejercía
+sobre ellas ninguna autoridad?...
+
+Las minas de plata, base de la enorme fortuna de tres generaciones de
+Barrios, aún estaban en peor situación.
+
+--Uno de los titulados «generales», un indio, se ha fortificado en el
+territorio de mis minas y desde allí desafía á los gobernantes de la
+capital. Me dicen que todos los meses saca medio millón de francos en
+barras de plata. Las corta en rodajas, les pone su marca, y hace dinero
+para pagar á su gente. ¡Figúrate si le faltarán partidarios con esa
+moneda de plata pura, más valiosa que la de los países civilizados!...
+Nunca acabarán con él; no tiene mas que ahondar en lo mío, para crear
+ejércitos. Esta mala broma viene prolongándose varios años; y yo, que
+vivo en Europa, cada vez más pobre, estoy pagando una guerra
+interminable al otro lado de la tierra.
+
+A pesar de que el príncipe nunca se había ocupado de sus propios
+negocios, quiso darle consejos. Debía ir allá; pedir protección; ella
+había nacido en los Estados Unidos.
+
+--Ya lo he hecho--contestó--. Tengo en Nueva York quien se ocupa de mis
+asuntos. Pero ¿van á hacer una guerra sólo por mi?... El viaje tal vez
+lo emprenda más adelante. Ahora no; me siento sin fuerzas... Tengo
+preocupaciones terribles en estos momentos, y aún serían más grandes si
+me alejase de Francia.
+
+Sus ojos se nublaron; una expresión dolorosa contrajo su rostro. Hizo un
+ademán como si buscase el pañuelo en su bolso de mano. Miguel se acordó
+de aquel joven que Castro había visto en los últimos años al lado de
+Alicia. Tal vez era éste el que provocaba su emoción y le impedía hacer
+el viaje.
+
+«¡El amor!--se dijo mentalmente--. ¡El amor, cuando ya ha pasado la
+juventud!»
+
+Quiso torcer el curso del diálogo, y le preguntó por el duque de
+Delille. Sabía que estaba en la guerra; hasta creyó recordar que lo
+habían herido en los primeros combates. ¿Vivía aún?...
+
+Al hablar Alicia de su marido, tomó una expresión grave, con gran
+extrañeza de Miguel. En otros tiempos le trataba con cierto desprecio.
+Había aceptado la libertad de su esposa, con todas sus consecuencias, á
+cambio de una pensión enorme. Vivían aparte, y aunque ella encontraba
+muy dulce esta independencia, no podía menos de sentir una antipatía
+femenil hacia este marido acomodaticio y poco dado á los celos trágicos.
+Pero ahora sus ideas parecían cambiadas, y se apresuró á hablar, como si
+temiese ver en Lubimoff la misma sonrisa que ella dedicaba otras veces
+al duque.
+
+--Sí; fué á la guerra. Ya sabes que es mayor que yo: más de veinte años.
+Su edad le excusaba de tomar las armas; pero se acordó de que en su
+juventud había sido oficial, y fué de los primeros en acudir. ¡Quién lo
+hubiese creído de un hombre que parecía sin preocupaciones y se burlaba
+de todo lo que no tocase á sus egoísmos!...
+
+Los alemanes lo habían recogido moribundo en uno de sus victoriosos
+avances al principio de la guerra. Estaba cubierto de heridas. Después
+de dos años de cautiverio lo habían canjeado como inútil, y vivía
+internado en Suiza, con un brazo menos.
+
+--¡Pobre hombre!... Me escribe todos los meses. Pesca en el lago de
+Ginebra, y piensa en mí más que nunca pensó. Sus cartas casi son de
+amor. ¡Cómo transforman las desgracias nuestro carácter! Dice que ve la
+vida de otro modo; tiene la esperanza de que después de este cataclismo,
+que nos habrá hecho mejores, podremos juntarnos y ser felices. ¡Ah, si
+yo quisiera!...
+
+Su tono era irónico al mencionar esta felicidad quimérica, pero mostraba
+al mismo tiempo respeto y admiración. El duque cazador de una gran dote,
+acomodaticio y sin escrúpulos, estaba olvidado. Ahora sólo veía al
+combatiente de cabeza blanca, al inválido, que, según los médicos, no
+podía alcanzar una larga existencia después de las operaciones sufridas.
+Y ella procuraba mantener sus esperanzas, contestando breve y
+afectuosamente á sus largas cartas de desterrado.
+
+--Entonces, ¿es por tu marido por lo que no realizas el viaje?--preguntó
+Miguel, fingiendo hacer su pregunta de buena fe.
+
+Alicia se agitó ante tal suposición. ¡Pobre Delille!... Ella sentía
+otras preocupaciones. Su marido no era el único que había ido á la
+guerra. Otros con menos años y con razones más poderosas para amar la
+existencia habían sufrido la misma suerte. ¡Los duelos ocultos de esta
+época!...
+
+Los ojos de la duquesa se humedecieron y el gesto de su boca fué
+francamente doloroso.
+
+«Es el pequeño amante, no hay duda--se dijo Miguel--. El chiquillo que
+vió Castro.»
+
+Como si adivinase los pensamientos de él y quisiera desviarlos, Alicia
+volvió á hablar del motivo de la visita y de su situación.
+
+El príncipe movió la cabeza cuando ella le fué describiendo su asombro
+al ver que la riqueza no era algo infinito é inmutable, y que se
+deshacía... ¡se deshacía! sin que hubiera recurso alguno para evitar su
+desmoronamiento.
+
+--He malvendido, he tomado el dinero que quisieron darme, sin poner
+atención en las condiciones. Todas mis joyas se fueron; unas las vendí
+en París, otras aquí mismo... Tú dices que estás arruinado. No; tú no
+sabes lo que es eso: yo sí que lo sé. Mi naufragio es más antiguo que
+el tuyo; mi buque era mas pequeño... No quiero fatigarte con la relación
+de mis pobrezas. Ya no tengo casa en París. Unicamente si mis negocios
+se arreglasen volvería allá. No tengo más casa que la de aquí, una
+«villa» que compré en mis buenos tiempos. No sonrías; está hipotecada
+dos veces: cualquier día me echarán de ella. La tal casa era muy
+agradable en otros tiempos, cuando yo tenía dinero; ¡pero ahora, con las
+escaseces de la guerra!... No hay carbón, la leña es cara; por las
+noches hace frío, y se necesita gastar una fortuna para que funcione el
+antiguo calorífero. Además, no tengo más servidumbre que mi antigua
+doncella, el jardinero y su mujer, que se ocupa de la cocina. Por eso
+todas las piezas están cerradas, y Valeria y yo hacemos nuestra vida en
+dos habitaciones del primer piso. Allí comemos, allí dormimos... Valeria
+es una muchacha de París, una señorita que yo protejo. ¡Figúrate si será
+pobre para que yo la proteja!
+
+--Pero tú juegas--dijo el príncipe.
+
+Ella pareció escandalizarse de estas palabras, que sonaban como una
+recriminación.
+
+--Juego; ¿qué quieres que haga? Necesito defenderme, ganar mi vida, ¿y
+de qué otro modo puede ganarla una mujer como yo?... Sé lo que vas á
+decirme: que he perdido mucho. Cierto; mi collar de perlas, el
+verdadero, lo vendí aquí, y muchas otras joyas; he perdido grandes
+cantidades, de las que no quiero acordarme... Pero entonces no sabía lo
+que sé ahora... ¡ahora precisamente que tengo poco dinero para jugar!
+
+Lubimoff sintió asombro ante la fe con que hablaba esta mujer de sus
+conocimientos actuales.
+
+--Además--continuó con tristeza--, ¿qué sería de mí si me faltase el
+juego? Tú no debes haber olvidado cómo era yo cuando nos vimos la última
+vez. No te pasarían inadvertidos ciertos gustos...
+
+Se acordó Miguel de la invitación «á la pipa», de aquel perfume que
+llenaba el «estudio» del palacete de la Avenida del Bosque.
+
+--Todo aquello se acabó; el juego y otra cosa me lo hicieron abandonar.
+Ahora lo recuerdo con desprecio. Por eso vivo en Monte-Carlo: tengo la
+corazonada de que la suerte volverá á buscarme aquí y no en otra parte.
+¿Tú no juegas?
+
+Se irritó Miguel ante esta pregunta. ¿No le había dicho que estaba
+arruinado? ¿Iba á imitarla á ella, que empeoraba su situación perdiendo
+los restos de su fortuna?
+
+--¡Arruinado!--exclamó Alicia--. Tu mala época no puede ser larga. Eso
+de Rusia acabará por entrar en orden. Las grandes naciones tienen allá
+muchos intereses para no preocuparse de arreglarlo todo... Lo mío es lo
+que no se compondrá en mucho tiempo. No me queda otra esperanza que
+poder dar un golpe en el Casino de doscientos mil ó trescientos mil
+francos, y con esto esperar á que cambien las cosas.
+
+El príncipe se encogió de hombros. Conocía á los jugadores. Esta mujer,
+dominada por su quimera, iba á olvidar el objeto de su visita, divagando
+sobre los caprichos posibles de la suerte, como Spadoni ó como el mismo
+Castro.
+
+--¿Y qué deseas de mí?
+
+Alicia pareció despertar, y otra vez su sonrisa fué audaz y graciosa,
+como al principio de la entrevista, una sonrisa de solicitante que llega
+con la firme voluntad de conseguir lo que quiere. Ya había dicho en el
+primer momento cuál era su pretensión: que no la molestase más el
+apoderado del príncipe por aquella deuda olvidada.
+
+--La pagaré algún día, si puedo... Lo más seguro es que no la pague
+nunca. Dala por perdida, y dile á ese señor antipático que no me escriba
+más.
+
+Miguel, seducido por la sencillez con que esta mujer emitía su enorme
+deseo, imitó el tono de su voz.
+
+--Está bien; se le dirá á ese señor antipático que no te moleste, que se
+olvide de ti.
+
+Y rió como un niño, sin fijarse en que se trataba de sus propios
+intereses, pensando únicamente en la cara que pondría su grave apoderado
+al recibir tal orden.
+
+--Siempre te he creído bueno y generoso--dijo ella--. ¡Gracias, Miguel!
+Algunas veces he discutido con «la Generala» acerca de ti, para hacerla
+comprender que eres un hombre de corazón.
+
+--¡Ah! ¿Doña Clorinda es enemiga mía? ¡Si no la he visto nunca!...
+
+--Es una mujer rara. Para ella, todo el que se divierte y no hace cosas
+grandes es un hombre antipático. Precisamente nos peleamos ayer para
+siempre. No hablemos de ella. Tengo algo más que pedirte...
+
+¿Más?... El príncipe la miró con asombro; pero Alicia se apresuró á
+decir que era un consejo lo que solicitaba.
+
+La guerra había trastornado su existencia con una rapidez asombrosa. Los
+valores sociales estaban invertidos: las fortunas que parecían más
+sólidas se venían abajo.
+
+--Esto pasará, ¿no es cierto?... Es imposible que dure.
+
+--Sí, es imposible--dijo él con gravedad.
+
+A los dos les parecía vivir en otro mundo, rodeados de las incoherencias
+de una pesadilla. ¡Ellos teniendo que preocuparse del dinero, que había
+sido hasta entonces algo natural en su existencia, como lo es para todos
+el sol, el aire ó el agua; viéndose obligados á perseguirlo en su fuga
+por caminos que desconocían!... No, esto no era lógico: un breve
+capricho del destino. Sus vidas volverían á ser como antes, con la
+regularidad de las leyes naturales, que parecen desviarse un momento,
+pero tornan al fin á su ordenado curso.
+
+Más necesitada y más vieja en esta vida de apuros económicos, ella no
+podía imitar la calma con que aceptaba Lubimoff su momentánea ruina.
+
+--Pasará, es seguro; pero mientras tanto, ¿cómo puedo vivir?... Acabas
+de librarme de una congoja moral con el olvido de esa deuda. Te lo
+agradezco. Pero yo necesito trabajar, ¡yo quiero ganar dinero! ¿Qué me
+aconsejas?...
+
+El quedó estupefacto. ¿A qué trabajo podía dedicarse Alicia?... Su
+pregunta era para ser contestada con una risa. Pero ella estaba frente á
+él, grave, convencida de su voluntad para el trabajo, y esperando el
+luminoso consejo, como si de él dependiese su destino.
+
+Afortunadamente, la misma Alicia, no pudiendo sufrir este silencio,
+empezó á exponerle sus propias ideas. El revoltijo presente justificaba
+las más desatinadas resoluciones. Una gran señora podía adoptar medios
+de existencia que años antes hubieran provocado escándalo. Ella conocía
+en Niza muchas damas rusas que daban grandes fiestas en sus salones
+antes de la guerra, y ahora, caídas en la pobreza, se ingeniaban para
+ganarse el pan á su modo. Una iba á abrir una tienda de sombreros,
+contando con sus antiguas amistades para formarse una clientela. Otra
+había convertido su «villa» del Paseo de los Ingleses en casa de
+huéspedes. Sólo quería admitir personas distinguidas, militares de los
+países aliados, pero de coronel en adelante. Trataría á sus pensionistas
+como visitas, con toda la distinción de una gran señora que recibe;
+solamente que ahora sus días de recepción iban á ser todos los de la
+semana.
+
+--¿Qué te parece si yo convirtiese mi «villa» en casa de huéspedes?...
+¿Podrías tú ayudarme con algún dinero para renovar muebles y lo que
+hiciese falta?... Huéspedes de marca nada más: generales, embajadores
+retirados que vienen en busca de sol...
+
+El príncipe contestó con una carcajada.
+
+--¡Pero estás loca!... Te harían todos la corte. A las pocas semanas, tu
+establecimiento sería un infierno.
+
+Alicia no insistió, encontrando muy justa la observación. La rusa de
+Niza era vieja y horrible comparada con ella. Además, le parecía regular
+y lógico que todos los huéspedes se enamorasen de su persona.
+
+«La Generala» le había sugerido otro proyecto. Podía instalar en
+Monte-Carlo una casa de té, muy elegante. El atractivo de verla á ella
+en el mostrador haría correr á la gente. Para esto necesitaba también el
+apoyo de una capitalista.
+
+Otra risotada de Lubimoff.
+
+--¡El té de la duquesa de Delille!... Sería gracioso: pero una vez
+agotada la curiosidad, no tendrías otros parroquianos que los que se
+interesasen por tus gracias. No; eso no es negocio.
+
+Ella mostró un desaliento algo cómico; ¿qué hacer?... Una señora deseosa
+de trabajo no encontraba ocupación en este mundo dirigido y acaparado
+por los hombres. Sólo le quedaba como recurso el juego. Era un placer
+emocionante que lo hacía olvidar sus preocupaciones, y al mismo tiempo
+una esperanza. Diariamente abría con el juego una ventana á la Fortuna,
+por si se dignaba acordarse de ella. ¡Quién sabe si alguna tarde
+plegaría sus alas de oro sobre una mesa del Casino, dejándose acariciar,
+como un águila domada, por las finas manos de Alicia!...
+
+--En los primeros meses de la guerra--continuó--no necesitaba
+distracciones; tenía bastante con la realidad de los acontecimientos.
+¡Las angustias que he pasado!... Pero á todo se acostumbra una; las
+mayores emociones, al prolongarse, acaban por ser monótonas. No siempre
+se puede estar con los nervios en tensión. ¡Y esta guerra es tan
+larga... tan aburrida! Podía haber apelado á la caridad para distraerme;
+entrar en un hospital, cuidar heridos. Pero nunca he sido hábil para
+estas cosas, y no quiero servir de estorbo, por pura vanidad, como otras
+muchas... Además, estamos acostumbradas á mandar, á ser las primeras, y
+por grande que resulte el espíritu de sacrificio, acaba una por
+marcharse, no pudiendo sufrir el verse mandada por mujeres más hábiles,
+más útiles, pero que hasta ahora han sido inferiores á nosotras... Ahí
+tienes á Clorinda: los dos primeros años fué enfermera; estaba de lo más
+hermosa é interesante con su vestido blanco y su capita azul. Ella se
+siente atraída por todas las cosas grandes: heroísmos, sacrificios,
+etcétera; pero acabó peleándose con sus superiores y renunció á su bello
+papel.
+
+Alicia, con la mirada y el gesto, parecía apiadarse de su inutilidad.
+
+--¿Qué podía hacer yo? Cada vez era mayor mi ruina. En París me
+molestaban de cerca mis acreedores; por eso me vine á Monte-Carlo, y
+jugué para distraerme y para vivir. «Hay el amor», me decía un viejo
+académico amigo mío, con intenciones egoístas, para ser el primero en
+aprovecharse del consejo. ¡Imagínate tú: el amor-pasión, el amor
+generoso, como único remedio de las tristezas de la vida, y á estas
+horas! ¡Ojalá pudiera ser!... Pero me siento vieja; yo tengo dos mil
+años... Tú eres más joven, pero cuentas siglos también. ¡El amor á
+nosotros!...
+
+Lubimoff sonrió al principio del tono de ironía y desengaño con que
+hablaba ella. Sí; eran muy viejos. Los grandes remedios, útiles para la
+mayoría de la humanidad, no obtenían ninguna influencia sobre ellos, que
+estaban como anestesiados por la hartura y el cansancio... De pronto, un
+deseo indiscreto conmovió al príncipe. Quiso aprovechar esta ocasión
+para hacer una pregunta que se le había ocurrido varias veces.
+
+--Pero tú--dijo con una franqueza varonil, como si Alicia fuese un
+camarada--, tú crees aún en el amor. Me han hablado de un muchacho, casi
+un niño, que llevabas á todas partes antes de la guerra. Realmente
+empezamos á ser viejos--añadió sonriendo--, y sentimos necesidad de
+rozarnos con la juventud... ¿Era tu amante?... ¿Es él quien motiva tus
+preocupaciones?
+
+La duquesa palideció ante estas preguntas, mostrándose indecisa. Luego
+quiso hablar. Se notaba en ella el apresuramiento del que desea
+sincerarse; pero á su palidez sucedió una oleada de rubor. Por dos veces
+quiso decir algo, y al fin hizo un esfuerzo para contener sus palabras,
+sonriendo con una malicia forzada.
+
+--No hablemos de eso. Que cada cual guarde sus secretos.
+
+Y para que el príncipe no reincidiese en su curiosidad, siguió
+ocupándose del juego. Pero él no la escuchaba, sumido en sus
+pensamientos. Había acertado; aquel efebo era su amante, y sufría por
+él. Tal vez estaba herido ó prisionero. Este era el gran obstáculo que
+se oponía á su viaje, lo que la tenía inmovilizada en Europa, por esa
+superstición que nos hace creer que permaneciendo cerca podemos conjurar
+mejor el peligro. ¡Y parecía muy enamorada!... Aquí el príncipe hizo
+mentalmente una serie de exclamaciones.
+
+¡Cerca de los cuarenta años, con un pasado que era toda una historia,
+sentir esta pasión tan vehemente, tan juvenil!... ¡Creer todavía en el
+amor!
+
+Miguel la miró con unos ojos que casi eran de odio. Le molestaba su
+apasionamiento por el muchacho, sin acertar á definir el motivo; tal vez
+por la indignación que inspiran las gentes aferradas á los errores
+nefastos, aceptándolos como verdades consoladoras. Lo cierto es que le
+molestaba la conducta de ella.
+
+Y esta repentina animadversión contra Alicia acabó por hacer que se
+fijase otra vez en lo que estaba diciendo.
+
+--¡Si tuviese el mismo dinero que antes, cuando tu madre vivía aún, y
+nos encontrábamos en Monte-Carlo!... Pero entonces yo no sabía lo que sé
+ahora. Jugaba por aturdirme, por saborear la emoción de la pérdida, que
+en realidad no me afligía mucho. Sólo apuntaba con placas de mil
+francos. Creía denigrante tocar otras con mis manos, y además nunca las
+arriesgaba solas. Siempre las ponía formando columna.
+
+--¿Cuánto llevas perdido?...
+
+Ella encogió los hombros, haciendo un mohín desdeñoso:
+
+--¡Quién puede saberlo!... Vengo aquí hace más de doce años. Ni los del
+Casino llegarían á calcular el dinero que les he dado. Antes no llevaba
+yo cuenta alguna; cuando me hacía falta dinero telegrafiaba á París.
+Además tenía á tu madre, tenía á la mía, que acababa por ceder á mis
+peticione. No quiero saber cuánto he perdido: me daría rabia... Deben
+ser millones.
+
+La sonrisa de conmiseración con que la escuchaba Miguel pareció
+enardecerla.
+
+--Pero entonces yo no sabía... Ahora necesito ganar, y juego de otro
+modo. Lo que me falta es capital. ¡Si yo tuviese capital para
+trabajar!...
+
+Esta última palabra convirtió la sonrisa de él en franca carcajada.
+«¡Trabajar!...» Pero la duquesa siguió hablando seriamente de su
+«trabajo». Lamentaba la escasez de sus medios. Unos treinta mil francos
+era el único capital de que podía disponer. A veces disminuía de un modo
+alarmante: los treinta mil bajaban á ser una simple unidad. Luego
+resurgían los ceros, y el producto del «trabajo» se hinchaba, iba
+subiendo más allá de los treinta mil; pero como si esta cifra resultase
+fatídica para Alicia, la ganancia volvía á descender al nivel ordinario.
+
+--Anoche estuve de suerte: llegué á ganar catorce mil francos. Pero la
+semana pasada fué mala. Total, que estoy siempre en los treinta mil:
+imposible ir más allá. Y es que no me arriesgo, tengo miedo, y no
+aprovecho las buenas series como deben aprovecharse, doblando, siempre
+doblando. Temo que un golpe se lo lleve todo. ¡Si tuviese capital para
+trabajar!... ¡Si entrase en el Casino una tarde con ciento cincuenta ó
+doscientos mil francos!... Así hay que ir para dominar á la suerte. Debo
+hacer el gran juego... ¡Yo apuntando ahora con fichas de cien francos y
+hasta de veinte, como una prestamista retirada!... Por eso la Fortuna no
+me reconoce y pasa de largo.
+
+El príncipe movió la cabeza. Se negaba á ayudarla en sus locuras. ¿No
+era mejor que guardase esos miles de francos, en vez de perderlos
+rápidamente, como le ocurriría el día que menos lo esperase?
+
+--Tú no eres jugador: lo sé--dijo ella--. Nunca te sentiste atraído por
+esa voluptuosidad. Por eso ignoras la fuerza misteriosa del juego y das
+consejos sobre lo que no entiendes. Si yo dejase de jugar, sentiría
+inmediatamente mi miseria; entonces sería pobre de verdad. Mientras
+juegas, siempre tienes dinero á mano; ganas, pierdes, pero nunca te
+falta lo que necesitas para la vida. Y si pierdes definitivamente,
+encuentras lo necesario para recomenzar. Yo no sé como es, pero un
+jugador nunca carece de dinero. Una simple moneda rehace su situación en
+cinco minutos. El pobre que no juega es el que ve siempre sus bolsillos
+vacíos, sin esperanza ni remedio.
+
+Miguel siguió protestando con la mirada. Conocía todo esto: eran las
+palabras de Spadoni y del mismo Castro, pero con la fanática certeza de
+las mujeres, que llevan siempre á los asuntos de dinero un alma mística
+dispuesta á creer en los presentimientos y las influencias misteriosas.
+
+--Para el juego no cuentes con mi ayuda... Además, yo soy pobre. En este
+momento el coronel debe tener en su caja menos dinero que tú. Casi
+siento la tentación de pedirte prestados tus treinta mil francos.
+
+Los dos rieron ante la idea de este préstamo. ¡Ella que había venido á
+suplicarle como deudora!...
+
+--Ignoro lo que podré hacer por ti; no sé cuál es mi situación; pero
+haré cuanto pueda. Esperemos; hay que tener paciencia. Estos tiempos no
+pueden durar.
+
+--No; no pueden durar.
+
+Otra vez les sorprendió lo extraño de aquella pobreza que había caído
+inesperadamente sobre ellos. Pero ¿era lógico que continuase la vida del
+mundo con la normalidad de siempre, después de estas anomalías
+particulares?...
+
+Se sentían aproximados por la solidaridad de la desgracia: se
+encontraban de pronto como hermanos caídos al pie de una cúspide en cuya
+altura se habían evitado antes, con irresistible hostilidad, chocando
+rudamente.
+
+Miguel experimentaba ahora un motivo de atracción completamente nuevo.
+Desde su adolescencia había odiado á la hija de doña Mercedes por su
+orgullo, por la superioridad aplastante que conservaba aun en esos
+momentos de amor en los que casi todas las mujeres se empequeñecen
+voluntariamente para refugiarse, como una esclava feliz, en los brazos
+del hombre. Ella sólo sabía dar su cuerpo en forma de limosna altanera,
+lo mismo que una diosa.
+
+Y ahora, al verla llegar humildemente, impetrando su auxilio sin el
+rencor de la altivez humillada, ocultando su miedo con una alegría de
+buena amiga que desea olvidar lo pasado, sintió desvanecerse sus
+antiguas prevenciones.
+
+El había sido siempre el protector, el amoroso á estilo oriental,
+incapaz de interesarse por otras hembras que las de su harén, que todo
+lo deben á su munificencia, desde el chapín á los penachos del turbante,
+las joyas que adornan su pecho, las confituras que las nutren, la pipa
+que fuman, el instrumento que acompaña sus cantos. No le interesaba
+Alicia como mujer. ¡Ni ella ni otra! Pero sentía una simpatía de
+compañerismo al verla necesitada de su protección; algo parecido á lo
+que le inspiraban Castro, el coronel y los otros habitantes de
+Villa-Sirena. Hasta pensó que la desgracia era aceptable, ya que servía
+para devolver á las personas su verdadero carácter. Esta Alicia tan
+odiosa en su primera juventud, podía llegar á ser una amistad tolerable
+ahora que se veía libre de las influencias de la vanidad y de su mala
+educación.
+
+Un estrépito de mugidos de vapor, gritos y silbidos cortó sus
+reflexiones. Era un tren de soldados que pasaba.
+
+Ella también volvió á la realidad con este incidente. Pareció fijarse
+por primera vez en el lujo discreto y sólido de aquella vasta pieza. Se
+levantó para ver de cerca algunos cuadros modernos de pintores célebres
+que adornaban los muros. Para ella, las firmas de los artistas eran más
+interesantes que los lienzos. Valuaba su mérito con arreglo á la fama de
+caros que tenían sus autores.
+
+--¡Lo que vale todo esto!--exclamó con admiración.
+
+--¡Con tal que pueda conservarlos!--dijo Miguel escépticamente--. Bien
+podría ser que me obligasen á venderlos.
+
+La duquesa, desde una ventana, contempló los jardines, escalonados hasta
+el mar. Muchas veces, yendo de paseo con su amiga Clorinda, había hecho
+detenerse en el camino al carruaje de alquiler para contemplar las
+arboledas de Villa-Sirena. El coronel, tan galante en el Casino, tan
+besador de manos, se mostraba intratable, como un dragón guardador de
+tesoros, cuando le proponían una visita, aunque sólo fuese á los
+jardines. Sin permiso del príncipe nadie franqueaba la verja.
+
+--Y al llegar tú de París, ni siquiera me he aproximado á tu propiedad.
+Me dabas miedo. ¡Si hubieses podido ver qué aire de salvaje tenías la
+otra tarde! Cree que he necesitado un verdadero esfuerzo para venir...
+Pero ahora somos amigos, ¿no es eso? amigos para siempre... Sé galante
+con una parienta que viene á visitarte, y enséñame tus dominios.
+
+Lubimoff no pudo ocultar su contrariedad. ¿Qué deseaba ver Alicia?...
+¿Iba á examinar á aquella hora matinal las habitaciones, á curiosear en
+los dormitorios, á estorbar á Novoa, que tal vez trabajaba en la
+biblioteca?... Pensó en la sonrisa irónica de Castro al sorprenderle
+guiando por los pisos altos á una mujer. Apenas había entrado una en
+Villa-Sirena, empezaban las molestias para su dueño.
+
+Como si adivinase Alicia estos pensamientos, sonrió graciosamente. No
+deseaba ver la casa: se contentaba con visitar los jardines.
+
+--Bastante has hecho recibiéndome aquí--continuó--. Conozco la
+limitación de mis derechos: estoy en territorio hostil. Esta es la casa
+de «los enemigos de la mujer».
+
+El príncipe fingió no entenderla. Alguien había hablado; tal vez era
+Castro, que no ocultaba nada á doña Clorinda.
+
+Pasearon por los jardines. Alicia se detuvo ante un pedazo de tierra
+cultivada, de la que empezaban á surgir algunas hortalizas.
+
+--¿Aquí es donde tú trabajas? Ya sé que te diviertes cultivando tu
+huerta, como otros príncipes rusos hacen zapatos.
+
+¿También esto?... ¡Ah, Castro charlatán!
+
+En el jardín griego, uno de los bancos de mármol sostenido por cuatro
+victorias aladas atrajo la atención de ella, haciéndola permanecer
+inmóvil y pensativa.
+
+--¿Te acuerdas del «banco de los viejos»?--dijo de pronto.
+
+Miguel no supo qué contestar á esta pregunta; pero pasados unos segundos
+se acordó, como si los ojos fijos de ella le sugiriesen la visión de
+aquella noche en que la había abandonado brutalmente.
+
+--¡Cómo te burlarías de mí! ¡Qué tonta debí parecerte!... Sí; una tonta
+insufrible. Yo era Venus; era el centro del mundo; todo lo existente,
+seres y cosas, se había fabricado para mi persona. Tenía por misión
+hacer sufrir al mundo mis caprichos, y el mundo debía agradecerme de
+rodillas que me fijase en él... ¡Qué quieres! La juventud, el orgullo
+pueril de la primavera, que se cree eterna. Y después... ¡después! ¡Si
+yo te contase todos mis desengaños, mis dolores, aun en la época en que
+no me preocupaba del dinero!... El invierno borra las ilusiones verdes.
+
+--¡Pero tú no eres vieja!--exclamó Miguel--. Todavía inspiras pasiones á
+los jóvenes. Te engañas á ti misma ó quieres burlarte de mí. Aún hay
+muchos hombres que al verte...
+
+--Tal vez--repuso ella--; pero tú, hijo mío, no estás entre ellos.
+Confiésalo: nunca te he gustado.
+
+El príncipe no quiso confesar nada y desvió la conversación. Le
+molestaban estas alusiones al pasado. Alicia volvía á serle antipática
+cada vez que intentaba resucitar sus antiguas gracias de perturbadora de
+hombres.
+
+Vagaron más de media hora por los diversos planos de los jardines. De
+vez en cuando, Miguel, al pasar por un claro de la arboleda, lanzaba una
+mirada cautelosa hacia la «villa». Nadie en las ventanas; pero él
+presintió una agitación interior á causa de esta visita. Le espiaban,
+estaba seguro. Atilio, detrás de los visillos, seguía indudablemente sus
+paseos entre los árboles. Tal vez Spadoni, que había pasado la noche en
+Villa-Sirena, saltaba de la cama, perdiendo dos horas de sueño, para
+contemplar esta novedad estupenda. Hasta Novoa habría suspendido su
+lectura para mirar hacia el jardín.
+
+Alicia notó esta soledad. Ni invitados ni servidores. Ella y el príncipe
+parecían marchar por un parque encantado.
+
+Al dirigirse hacia la verja encontraron á don Marcos que salía
+apresuradamente del pabellón del jardinero.
+
+La duquesa dió su mano á Miguel, que la besó ceremoniosamente.
+
+--Espero que nos veremos en el Casino.
+
+Hizo él un signo de negación. Se aburría en las salas de juego: no
+quería entrar en ellas.
+
+--Me hubiera gustado encontrarte allí... Estoy segura de que me darías
+la suerte.
+
+Luego quedó indecisa. No pensaba volver á Villa-Sirena, donde sólo
+vivían hombres; tenía la convicción de que era allí un estorbo.
+
+--Ven á verme una mañana. El coronel sabe dónde vivo. Ven, y te reirás
+viendo cómo está instalada la duquesa de Delille... Es algo interesante.
+
+Avanzó hasta el coche de alquiler que esperaba fuera de la verja. Antes
+de subir á él, se volvió para afirmar con un tono de graciosa amenaza:
+
+--Si no vienes, no me verás más. Creeré que deseas romper conmigo, que
+me encuentras molesta y antipática... Te espero.
+
+Agitó una mano á guisa de despedida, mientras el carruaje se iba
+alejando.
+
+--¡Ya era hora!--exclamó Miguel al verse solo.
+
+Una visita de hora y media, que le había hecho permanecer en nerviosa
+tensión, midiendo sus palabras, evitando las expansiones demasiado
+afectuosas, dando consejos sin interés alguno y dejando en silencio los
+recuerdos del pasado. Prefería la confianza y el abandono de sus
+conversaciones con los compañeros.
+
+Al pensar en éstos renació su inquietud. ¡Cómo iba á sonreir Atilio al
+sentarse á la mesa! Escuchaba ya su voz irónica: «¡Nada de mujeres!» Y
+la primera que se presentaba lo hacía marchar ante su paso, confuso pero
+obediente, lo mismo que un prior que rompe la clausura para recibir á
+una reina.
+
+La inquietud le hizo hablar al coronel, que iba silencioso á su lado,
+acompañándole desde la verja al edificio. ¿Dónde estaba Castro?...
+
+--En la biblioteca, con lord Lewis. El lord ha llegado mientras Su
+Alteza estaba en el jardín. Viene á almorzar.
+
+¡Simpático inglés! Ocurrírsele escoger este día, espontáneamente,
+después de tantas invitaciones inútiles. Estando él presente, Castro
+sólo hablaba del juego. Y corrió en busca de Lewis.
+
+Era hijo de un gran historiador, al que su patria había premiado con el
+título de lord. Pero este título correspondía por herencia al hijo
+primogénito, y únicamente Toledo, dado á exagerar la valía de sus
+amistades, llamaba al segundón lord Lewis. Para Atilio, era «el Decano».
+Llevaba veinticinco años en Monte-Carlo, y los viejos empleados del
+Casino, al ver su triste calvicie inclinada sobre las mesas, recordaban
+al _gentleman_ de otros tiempos, elegante, alegre, vigoroso. Había
+venido á la Costa Azul en una de sus correrías de personaje byroniano, y
+en ella se quedó, no queriendo ver más mundo. La pasión del juego era la
+única voluptuosidad inagotable para este hombre que las había gustado
+todas y estaba aburrido de la mayor parte de ellas.
+
+El verdadero lord Lewis, personaje grave que sostenía el prestigio del
+nombre paterno, tenía numerosos hijos y había servido á su país en altos
+puestos coloniales. El, poco á poco, iba perdiendo sus antiguas
+relaciones, para no ser mas que un jugador en Monte-Carlo.
+
+--¡Veinticinco años!--había dicho melancólicamente un día al príncipe--.
+¡Y jamás podré hacer otra cosa! Ya es tarde para emprender un nuevo
+camino. Mi vida terminó, y aquí me enterrarán, estoy seguro; aquí
+quedará todo lo que heredé de mi padre, todo lo que me legaron varias
+tías viejas... Algunas veces, viendo claro, he emprendido un viaje de
+huída... Pero al estar lejos siento una indignación feroz. Recuerdo que
+he dejado aquí más de un millón, pienso que no debo resignarme á esta
+pérdida, y para rescatarla, vuelvo en seguida á jugar, y vuelvo á
+perder, y así continuaré hasta que muera. Además, hay el castillo...
+
+Miguel conocía este castillo. Estaba en un picacho de los Alpes
+Marítimos, á la vista de Monte-Carlo, cerca del pueblo de La Turbie y de
+los restos del Trofeo de Augusto, que marcan el emplazamiento de la
+antigua vía romana.
+
+En sus primeros años de vida en la Costa Azul, el elegante Lewis había
+adquirido por unos miles de francos las ruinas de una fortaleza señorial
+que guardaban la tradición dramática de guerras con los condes de
+Provenza, asaltos y asesinatos de familia. El hijo del historiador, más
+aficionado á los deportes que á la literatura, consideró como un
+homenaje filial la reconstrucción á la vista del Mediterráneo de un
+castillo como los que su padre había descrito al relatar las leyendas de
+su país. Invirtió en ello una parte de su fortuna, dedicando la otra al
+juego. «Con lo que gane--se decía--acabaré el castillo.» Y como pensaba
+ganar sumas fabulosas, inició la reconstrucción en proporciones
+gigantescas, dirigiéndola él mismo con arreglo á las fantasías
+arquitectónicas estudiadas en los dibujos de Gustavo Doré. El castillo
+había quedado á medio construir, y así subsistía muchos años. Por un
+lado las torres estaban completas y los muros ostentaban ventanales
+gemíneos con vidrieras de colores. En el extremo opuesto se pudría el
+maderamen de los andamios; las paredes, sin terminar, descendían en
+ángulo recto, y el viento y la lluvia penetraban en los futuros salones,
+faltos de un cuarto muro que los cerrase, completamente visibles como
+los decorados de teatro.
+
+Cuando sus amigos no lo encontraban en Monte-Carlo, era que carecía de
+dinero y estaba en su castillo contemplando melancólicamente todo lo
+que le quedaba por hacer. Vivía en una ala, la menos inacabada, y
+entretenía su soledad batallando con los rústicos vecinos, con los
+proveedores, con todos los del país, que se consideraban obligados á
+molestarle y explotarle de mil modos.
+
+Al llegar de Inglaterra una remesa de mil ó dos mil libras esterlinas,
+bajaba arrogantemente desde su picacho al Casino. Un gran deber llenaba
+su existencia, y debía cumplirlo. ¡Esta vez iba á triunfar! Y cuando,
+después de emocionantes fluctuaciones--creciendo algunas veces su
+capital, como si fueran á realizarse sus esperanzas--, acababa por
+perderlo todo, Lewis volvía á su refugio de la cumbre, llevando una
+existencia de cenobita, en espera de nuevos envíos, cada vez más
+espaciados y trabajosos.
+
+El príncipe le había visitado una vez en esta fortaleza nueva y ruinosa,
+para invitarle á un largo viaje en su yate. Pero Lewis no quiso aceptar.
+Debía seguir el duelo con el Casino para recuperar su dinero; tenía la
+obligación de terminar su obra.
+
+La guerra le despertó por unas semanas de esta quimera tenaz. Su hermano
+había muerto poco antes; pero quedaban sus innumerables sobrinos,
+jóvenes que habían abandonado los placeres y comodidades de la alta
+sociedad para ofrecer sus vidas. Unos, pertenecientes á la marina, se
+embarcaban en buques pequeños, torpederos y submarinos, buscando los
+mayores peligros; otros ingresaban como oficiales en el ejército de
+tierra. Hasta una sobrina suya, de precaria salud, había sido
+condecorada en la línea de fuego por sus abnegaciones de enfermera.
+
+--Y yo, miserable egoísta--decía al hablar con el coronel en el
+Casino--, soy simplemente un jugador en Monte-Carlo. Debería ir allá,
+donde están los hombres; pero no puedo... ¡no puedo! Mi vida terminó;
+soy un muerto que come y duerme para seguir jugando. ¡Y pensar que
+algunos parientes más viejos que yo están en el ejército!...
+
+A los cincuenta y cuatro años, la conciencia de su decaimiento moral y
+las continuas pérdidas habían agriado su carácter. Además, en las
+tardes de mala suerte, visitaba con frecuencia el _bar_ del Casino,
+buscando la inspiración en una serie de _whiskys_ tomados de pie y á
+toda prisa. Fornido, algo cuadrado, con la cabeza pequeña, los ojos
+intensamente azules, el bigote rubio y canoso, Atilio le encontraba
+cierta semejanza con un jabalí, tal vez por su acometividad y aspereza
+en momentos de mal humor. Jugaba con la cabeza hundida entre los
+hombros, las fuertes manos sobre la bayeta verde, sin mirar á nadie, sin
+permitir que nadie le hablase, pues esto desorientaba sus combinaciones.
+En los días nefastos, al discutir con los empleados ó sus vecinos de
+mesa sobre una jugada dudosa, las cóleras de Lewis alteraban la calma
+discreta de los salones. Insultaba á los _croupiers_, invitándoles á
+salir á la plaza, mientras distendía sus bíceps de boxeador; era preciso
+llamar á uno de los altos directores para que le apaciguase con todas
+las reflexiones paternales que merece un cliente asiduo.
+
+Este hombre, que en su juventud no había creído en Dios ni en el diablo,
+vivía sometido á supersticiones que regocijaban á Castro. Odiaba á los
+rostros desconocidos, por estar seguro de que ejercían sobre él una
+influencia maléfica. Bastaba que viese uno al otro lado del tapete verde
+ó detrás de su asiento, para que empezase á rugir por lo bajo, hasta que
+al fin se ponía de pie, trasladándose al _bar_, seguro de que un
+_whisky_ á tiempo cortaría la mala suerte. Su camarada íntimo, el único
+que podía vivir con él varios días seguidos, era un conde francés, más
+viejo que Lewis, y al que se designaba únicamente por su titulo, como si
+no tuviese apellido, como si fuese «el conde» por antonomasia. Este no
+jugaba nunca, pero ¡sabía tanto, á pesar de que muchos le tenían por
+loco!... Treinta años antes había salido un día de su casa en París,
+diciendo que iba á comprar tabaco, y aún no estaba de vuelta. Su mujer
+había muerto sin verle, y sus hijos, con un sinnúmero de nietos nacidos
+y crecidos durante su ausencia, deseaban que nunca acabase de hacer su
+compra.
+
+Mientras Lewis jugaba, el conde, sentado en un diván, leía plácidamente
+algún volumen, sin prestar atención á la curiosidad del público, que se
+fijaba en su gran cabellera blanca echada atrás, sus bigotes enormes y
+alborotados, sus ojos redondos, verdes y fosforescentes como los de un
+pajarraco nocturno. Castro sentía excitada su curiosidad por los libros
+del conde. Eran siempre volúmenes nuevos, de los que no se ven en
+ninguna librería, publicados por editores de ignorada existencia;
+concienzudos tratados sobre los néctares y ambrosías de la vida
+contemporánea (opio, cocaína, morfina, éter), formularios para entrar un
+relación directa con las potencias misteriosas (espíritus, larvas y
+diablos familiares), viejos libros de magia puestos al día por brujos
+modernos.
+
+No se dignaba dar consejos á su amigo sobre el juego: su pensamiento
+estaba puesto en cosas de mayor alcance; pero Lewis se creía más seguro
+cuando, al levantar sus ojos, lo encontraba leyendo en un rincón.
+Estando él allí, siempre ganaba, ó á lo menos no perdía. Su presencia
+era suficiente para conjurar el poder nefasto de los infinitos enemigos
+que el inglés presentía en torno de la mesa. Además, estaba enterado de
+lo que acariciaba el conde con una mano oculta mientras continuaba su
+lectura.
+
+Al sufrir sin interrupción varios días de pérdida, Lewis se mostraba
+suplicante:
+
+--Conde, _my dear_ conde, ¡si quisiera usted prestarme el rosario de
+Satán!...
+
+El sabio personaje parecía dudar. Pero como se lo pedía su mejor amigo,
+entregaba el rosario, dejando una de sus manos sin empleo; un rosario
+como todos, pero de gruesas cuentas rojas y con los dieces negros. Lo
+más importante era el grupo de objetos que colgaba en el lugar de la
+ausente cruz: un elefante de marfil adquirido por el conde en la India,
+una moneda auténtica del emperador Constantino encontrada en unas
+excavaciones en la Anatolia, y un falo de oro con un resorte engendrador
+de viles contorsiones.
+
+La mala suerte quedaba vencida. Algunas veces había perdido Lewis
+mientras pasaba ocultamente las cuentas del diabólico rosario por debajo
+de la mesa; pero siempre perdía menos que cuando estaba privado del
+maravilloso talismán. El sólo quería acordarse de una tarde en que,
+ayudado por esta joya impúdica y sacrílega, llegó á ganar ochenta mil
+francos.
+
+Si la ganancia se cortó, fué por culpa del conde. Era infiel como una
+mujer coqueta; desaparecía de pronto, repitiendo la misma fuga
+inexplicable con que había asombrado á su familia. A Lewis no lo
+abandonaba para comprar tabaco; pero los libros recién adquiridos
+hablaban de un narcótico empleado en Asia que hacía ver el porvenir, de
+una gitana de Granada que podía matar á las personas con solo el deseo y
+unas palabras misteriosas, y allá se iba, bajo la fe de anónimos autores
+que nunca habían salido de París. Jamás le faltaba dinero para estos
+viajes misteriosos; sin duda su familia tenía interés en mantenerlo
+lejos. Tardaba en reaparecer tres meses ó cinco años; hasta que el
+público rumor hacía saber á Lewis que su amigo vivía en Cannes ó en
+Niza, y le enviaba carta tras carta, invitándolo á trasladarse á
+Monte-Carlo. Hasta iba en busca suya, y el conde se dejaba traer, con
+sus libros de misterios y su prodigioso rosario, sin hablar una palabra
+de lo que había descubierto en sus viajes.
+
+Al ver el príncipe á Lewis después de dos años de ausencia, tuvo que
+disimular su triste sorpresa. Sólo los ojos, claros, reposados y dulces,
+recordaban la perdida frescura del _gentleman_ elegante y vigoroso.
+Había adelgazado de un modo alarmante, con un enflaquecimiento de
+enfermedad. Su cráneo parecía haberse empequeñecido, y sobre su calvicie
+se desplomaban como ruinas algunos mechones cenicientos y espaciados.
+
+Una observación del coronel renació en su memoria. Toledo había
+estudiado la decadencia de los jugadores. Así como iban llegando á los
+últimos límites del desaliento y la desesperación, se encogían y
+arrugaban. Su sombrero se hacía más grande: cada día bajaba más, hasta
+descansar en las orejas; el cuello de la camisa se dilataba igualmente,
+como si fuese á dejar escapar un pecho angustiado.
+
+Durante el almuerzo, Lewis, Castro y Spadoni sostuvieron la
+conversación. Hablaron del juego y del Casino, pero nadie se atrevió á
+preguntar al inglés si había ganado. Temía supersticiosamente esta
+pregunta, como algo que llamaba á la desgracia. En cambio, habló de la
+fortuna de los otros, de las grandes ganancias conseguidas en una noche.
+Guardaba en su memoria todo lo que le habían contado ó lo que él había
+creído ver durante veinticinco años de vida en Monte-Carlo. Un americano
+se había ido con un millón; un inglés había ganado diez mil libras
+esterlinas con cinco luises prestados... Así continuaba relatando los
+prodigios vistos en el Casino. ¿Y aún había quien aseguraba que todos,
+absolutamente todos los jugadores acaban fatalmente por perder?...
+
+El pianista escuchaba con ojos de asombro y de codicia los relatos del
+«Decano». Castro se mostraba más escéptico. Había oído contar estas
+ganancias inauditas y otras muchas, pero sin presenciar una sola de
+ellas, y eso que llevaba también bastantes años viniendo á Monte-Carlo.
+Era verdad que había visto ganar en una noche hasta quinientos mil
+francos... Pero al día siguiente cambiaban las cosas, y el triunfador
+perdía lo ganado y además lo suyo, teniendo que pedir el viático de
+costumbre para volverse á su país.
+
+--Yo creo--dijo--que todas esas historias las inventa la sección de
+propaganda del Casino. Me han contado que tiene á sueldo un novelista de
+folletón, el cual debe lanzar todas las semanas un cuento de esta clase
+para enardecer á los jugadores.
+
+Acogió el príncipe con una sonrisa la invención de su amigo, pero Lewis
+no aceptaba paradojas en asuntos tan respetables, y gritó que todo lo
+que él contaba lo había presenciado. Mentía sin darse cuenta al hacer
+esta afirmación. En realidad, había visto lo mismo que Atilio: grandes
+ganancias seguidas de pérdidas mayores; pero experimentaba la necesidad
+de lo maravilloso, y estaba dispuesto á creerlo todo de antemano. Tenía
+el alma del fanático, que cuando le cuentan un milagro afirma á los
+pocos días con sinceridad: «Yo lo vi con mis ojos.»
+
+Repetidas veces espió el príncipe á Castro, esperando sorprender en él
+una mirada irónica, algo que le revelase sus impresiones acerca de la
+visita que había recibido en la mañana. Pero la presencia de Lewis
+parecía haber borrado en él todo recuerdo que no tuviese relación con
+el juego.
+
+Al terminar el almuerzo hablaron en el _hall_, mientras tomaban el café,
+de los que jugaban más fuerte en las salas privadas. El nombre de
+algunos era pronunciado con respeto, como si fuesen maestros dignos de
+admiración.
+
+--Ese sabe jugar--decían como único comentario.
+
+Lo gracioso para Miguel era que Lewis también figuraba entre los
+maestros que «sabían jugar», y todos ellos perdían, lo mismo que los
+ignorantes. Su único mérito estribaba en ir retardando el momento de la
+ruina final, en prolongar la anonadadora emoción, envejeciendo como
+prisioneros á la sombra de los peñones del principado.
+
+Miró á Castro una vez más, como á un enemigo astuto que disimula su
+pensamiento, y se aventuró á hacer una pregunta:
+
+--Y mi parienta la de Delille, ¿cómo juega?
+
+Atilio fijó los ojos en él sin malicia alguna, extrañándose del interés
+que mostraba por la duquesa; pero no pudo hablar, pues se le adelantó
+Lewis. Odiaba á las mujeres, especialmente en la mesa de juego. Sólo
+servían de estorbo, interrumpiendo con sus gestos y sus nerviosidades
+las meditaciones de los hombres.
+
+--Juega como una bestia--dijo con brutalidad--, juega como una mujer...
+¡El dinero que lleva perdido tontamente!...
+
+Castro intervino, como si quisiera evitar que esta conversación se
+prolongase.
+
+--¿Y el conde?--preguntó á Lewis--. ¿Dónde esta? El coronel se interesa
+mucho por él.
+
+Don Marcos lanzó una exclamación de asombro y de reproche. Tenía su
+opinión formada desde mucho antes sobre el tal personaje. ¡Un
+demente!... No podía olvidar su breve diálogo una tarde en el Casino,
+después que Atilio los presentó á los dos. Al conocer la nacionalidad de
+Toledo había hecho grandes elogios de su país. ¡Oh, España! ¡Su lengua
+interesante! Y cuando el coronel iba á agradecerle tanta amabilidad,
+quedó estupefacto y con el aliento cortado.
+
+--Porque usted debe saber, indudablemente, que el español es la lengua
+usual del diablo, después del latín. En español están escritos los más
+poderosos conjuros. ¡Oh, los nigromantes de Toledo! ¡Los sabios brujos
+de Salamanca!
+
+El viejo soldado de la tradición se alteraba al recordar al conde y su
+rosario. Por esto, cuando Lewis declaró que no sabía nada de su amigo,
+repuso seriamente:
+
+--Yo sé dónde está: en una casa de locos.
+
+Sonó de pronto el estrépito de un tren que pasaba ante Villa-Sirena con
+acompañamiento de gritos y silbidos. Más ingleses que iban á Italia.
+
+Esto les hizo ocuparse de la guerra. Lewis, que había bebido mucho en la
+mesa, recordando al hablar del juego la inutilidad de su vida, cayó de
+pronto en una tristeza densa, de ebrio melancólico y digno.
+
+--Dos sobrinos míos murieron en la batalla naval de Jutlandia. Seis
+hijos de mi hermano han muerto en Francia en una sola tarde: pertenecían
+al mismo batallón. Todos jóvenes, animosos, deseando hacer algo. Y yo
+soy el único varón que queda en la familia; soy el inútil, el viejo, el
+que no sirve para nada. ¡Ah, miseria!...
+
+Todos callaron, comprendiendo que la desesperación y la vergüenza de
+este hombre, que parecía llorar sobre las ruinas de una vida sin objeto,
+exigían el silencio. Novoa movió la cabeza como si aprobase sus
+palabras.
+
+--Mi familia ha terminado. ¡Tantos jóvenes que había en ella!... La vida
+es rara. Transcurre el tiempo sin que surjan sucesos extraordinarios, y
+de pronto, las horas valen meses, los días son años, y pasan en unos
+minutos cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos. ¡Todos
+muertos! Sólo queda mi sobrina Mary, la enfermera. Está aquí; la han
+enviado sus jefes casi á la fuerza para que descanse y se reponga. Pero
+se escapa á Mentón, á Niza, allí donde hay heridos, queriendo reanudar
+su servicio. ¡Si á lo menos se casase!... Mas no: morirá como los otros.
+Y yo quedaré solo, y seré lord, el tercer lord Lewis: lord Lewis el
+historiador, lord Lewis el gobernador colonial, y lord Lewis el
+inútil...
+
+Aquí intervinieron todos con una protesta afectuosa. Sus desgracias de
+familia eran enormes, pero no debía atormentarse de tal modo.
+
+--Con su permiso, príncipe--dijo el inglés, desviando la conversación--,
+un día traeré á mi sobrina para que conozca sus jardines. ¡Ama tanto
+estas cosas! Es la única de la familia que ha heredado el alma de mi
+padre.
+
+Después de esto, Lewis mostró deseos de marcharse. Necesitaba olvidar, y
+sabía dónde le esperaba el olvido. Sus pies de jugador sintieron el
+mismo irresistible deseo de actividad que los del ebrio cuando piensa en
+el mostrador del _bar_. Castro y Spadoni cruzaron con él varias miradas.
+
+--¿Si fuésemos á dar una vuelta por el Casino?--propuso uno.
+
+Y los tres desaparecieron.
+
+El coronel también se fué, y el príncipe pasó el resto de la tarde
+conversando con Novoa, paseando por sus jardines, viendo la puesta del
+sol, y finalmente leyendo en el _hall_, al pie de una lámpara que
+extendía su enorme pantalla rosa sobre una alta columna.
+
+Castro llegó solo, mucho antes de la hora de la comida. Estaba triste;
+silbaba, y su sonrisa era un rictus hostil. ¡Mala tarde! Lo había
+perdido todo. Al día siguiente tendría que solicitar un nuevo préstamo
+de su pariente para volver al «trabajo».
+
+Miguel sintió otra vez la necesidad de hablarle de la visita de la
+mañana. Era mejor una explicación franca que evitase alusiones é
+ironías.
+
+--Sí, la he visto--dijo Castro--. Os seguí desde una ventana cuando
+paseabais por los jardines.
+
+Le miró el príncipe, asombrado de su laconismo. ¿Esto era todo lo que se
+le ocurría decir? Ahora hubiese preferido sus burlas.
+
+--¿Qué tiene de particular que haya venido?--dijo al fin con
+brusquedad--. Es natural; ¡pobre mujer! Te advierto que has empezado por
+conquistar á una enemiga.
+
+Se había encontrado en el Casino con «la Generala». Ella y Alicia
+acababan de reconciliarse una vez más, y para afirmar con una
+confidencia íntima la amistad rehecha, la de Delille le había contado su
+entrevista con el príncipe.
+
+--Doña Clorinda, que no te podía ver, por considerarte un frívolo, un
+vago pernicioso, hace de ti los mayores elogios, á causa del perdón de
+esa deuda enorme y de tu propósito de ayudar á la duquesa. Dice que eres
+un caballero digno de otros tiempos, un gran corazón...
+
+Miguel encogió los hombros. ¡Lo que le importaba á él la tal doña
+Clorinda!... Esto exasperó á Castro.
+
+--¿Por qué no había de venir aquí tu parienta?--dijo con aspereza--. Tú
+te aburres entre hombres; no lo crees, pero es así. A todos nos ocurre
+lo mismo. Resulta necesario hablar de vez en cuando con una mujer,
+aunque sea únicamente por amistad. Lo que tú pretendiste al llegar de
+París es imposible.
+
+--¿Crees acaso que voy á enamorarme de Alicia?
+
+Y el príncipe rió largamente, como si no se cansase de celebrar lo
+absurdo de tal suposición.
+
+--Eso tú lo sabrás--contestó Atilio--. Lo que yo digo es que no podemos
+ser por mucho tiempo los enemigos de la mujer. Mira al coronel; es tu
+«chambelán», tu ayudante, el hombre que te obedece ciegamente. Pues
+hasta ese te abandona. Fíjate: siempre que puede, vive en el pabellón de
+la portería. Necesita hablar con la hija del jardinero, una mocosa que
+él ha visto andar á gatas, pero que ya tiene diez y seis años y no
+ofrece mal aspecto. Trabaja en una sombrerería de Monte-Carlo, y sigue
+las modas lo mismo que una señorita. El coronel cuida de la renovación
+de sus zapatos de altos tacones, de sus faldas cortas, de sus boinas y
+sombreritos, de sus collares de falso ámbar. En esto emplea todo el
+dinero que tú le permites que tome como recompensa. A veces la sigue de
+lejos por las calles, admirando su contoneo provocativo, sus
+pantorrillas al descubierto, siempre con medias de seda... Cultiva
+pacientemente su jardín. Sonríe como un imbécil al pensar en su futura
+cosecha.
+
+
+
+
+VI
+
+
+Un domingo, al levantarse de la cama, el príncipe sintió deseos de
+cantar. Tal vez fué por seguir maquinalmente á unos pájaros que desde la
+salida del sol estaban gorjeando en los aleros de Villa-Sirena,
+engañados por la tibieza de un día primaveral en pleno invierno.
+
+Miró por una ventana de su dormitorio. El Mediterráneo, sin una sola
+vela, se extendía, largamente ondulado, hasta juntarse con el cielo. Las
+gaviotas volaban en círculos, desplomándose á continuación con las alas
+encogidas para dejarse llevar por las aguas. Los fondos de arena
+removidos por las corrientes aclaraban el azul del borde de la costa,
+dándole un tono opalino de ajenjo. En torno del promontorio hervían las
+espumas, blancas, luminosas, incesantemente renovadas, entre las cabezas
+de los escollos.
+
+El príncipe oyó voces encima de él. Castro y Spadoni se hablaban de
+ventana á ventana. La precoz belleza del día les había hecho saltar del
+lecho con misterioso aviso. Admiraban el cielo, sin un vapor que
+enturbiase las distancias. Las montañas habían adquirido un relieve
+extraordinario: parecían más grandes y más próximas. Por encima del
+Cap-Martin descendían los Alpes italianos, y en sus últimas
+estribaciones, á ras del agua, blanqueaban las poblaciones fronterizas:
+Vintimiglia y Bordighera.
+
+Por un capricho atmosférico, flotaba en mitad del cielo sereno una nube
+compacta, alargada, semejante á una isla cubierta de nieve. Su blancura
+parecía irradiar una luz interior.
+
+--La conozco--dijo Atilio con acento de convicción al músico, que no se
+cansaba de admirarla--. La he visto muchas veces. Cuando el día se
+muestra demasiado limpio, los directores del Casino temen que la
+clientela se aburra de tanto sol, de tanto azul: azul en el mar, azul en
+el cielo. «Que suelten la nube grande», ordenan por teléfono. Habrá
+usted reparado que esa nube siempre aparece por detrás de las montañas.
+Es donde el Casino tiene sus almacenes. Aquí no perdonan detalle para
+entretener á los parroquianos.
+
+Miguel oyó dos mugidos: uno de sorpresa, otro de indignación. Luego el
+ruido de una ventana al cerrarse. El pianista, molestado por esta broma
+matinal, volvía á su lecho para dormir hasta la hora del almuerzo.
+
+Apresuró el príncipe sus operaciones de limpieza. Sentía la necesidad de
+salir, como si sus jardines le pareciesen estrechos. A lo lejos sonaban
+las campanas de Monte-Carlo, más lejos aún respondían las de Mónaco, y
+este repiqueteo hacía vibrar la frágil y clara atmósfera como una copa
+de cristal.
+
+Bajó las escaleras lentamente, procurando no hacer ruido, y al llegar á
+la verja respiró satisfecho. No había encontrado á ninguno de sus
+compañeros, ni siquiera al coronel. Quería marchar solo hacia la ciudad,
+como si le atrajese la alegría matinal del domingo, que se convierte al
+llegar la tarde en tedio abrumador.
+
+Fuera de la verja le saludó una muchacha que esperaba el paso del
+tranvía. Era pequeña, pero sus pies estaban montados en violento ángulo
+sobre unos zapatos de tacones agudos. Su falda apenas pasaba de la
+rodilla, dejando al descubierto unas medias bien repletas de carne
+transparentada por el fino tejido. Sobre su jersey de seda color salmón
+ostentaba un collar de enormes cuentas de falso ámbar. El pelo, cortado
+en forma de melena de paje, se ahuecaba bajo una graciosa boina de
+terciopelo. El profundo respeto con que le saludó hizo que la
+reconociese: la hija del jardinero. Pero al mismo tiempo le miraba
+hipócritamente, con una curiosidad mal disimulada, como si sus pupilas
+estableciesen una separación entre el amo venerado por sus padres y el
+buen mozo al que adoraban las mujeres y del que había oído contar tantas
+cosas.
+
+El príncipe siguió adelante, después de saludarla como á una señorita de
+su mundo. Estaba alegre esta mañana, y rió en su interior al pensar en
+lo que daría que hacer á los hombres, más adelante, este capullo de
+malicias y ambiciones. Luego se acordó de don Marcos y de lo que le
+había contado Atilio. ¡Pobre coronel! ¡Meterse, con sus años, á domador
+de fierecillas!...
+
+Caminó ligeramente hacia Monte-Carlo. Pasaba ante las «villas» y los
+jardines como si sus pies tomasen nuevo impulso al tocar el suelo, como
+si en la atmósfera primaveral se hubiesen disminuído las leyes de la
+gravedad.
+
+Dentro de la población se detuvo ante las gradas de la iglesia de San
+Carlos. Por la puerta salían resplandores de cirios, perfumes de flores,
+susurros de órgano, voces de doncellas. Su alma, pueril y ligera como la
+mañana, sintió deseos de ir en pos de las familias endomingadas que
+subían la escalinata. El era católico por su padre, cismático por su
+madre, y nada por su propia voluntad. Pero se sintió repelido por esta
+penumbra olorosa de cueva abierta moteada de luces, y siguió adelante,
+aspirando con delicia el aire libre.
+
+--¡Oh, lady!... ¡Buenos días!
+
+Una mano de mujer, descarnada y larga, estrechó la suya con una rudeza
+varonil. El sol hacía brillar los botones dorados sobre el paño color
+kaki de un uniforme de soldado inglés. Mas el uniforme, en vez de estar
+rematado por unos pantalones, tenía como final una falda corta sobre
+polainas de cuero rojo.
+
+Era la sobrina de Lewis. Había estado dos tardes en Villa-Sirena
+correteando por sus jardines. Miguel contempló una vez más su enfermiza
+delgadez, que iba tomando el aspecto miserable de la consunción. La
+correa que le cruzaba pecho y espalda, uniéndose por ambos lados á la
+cintura, se hundía en el paño, como si detrás de su trama no encontrase
+la resistencia de un cuerpo. El rostro avanzaba con una agudeza de
+cuchillo bajo la visera de la gorra militar. Su epidermis, rugosa y
+macilenta en plena juventud, marcaba todas las aristas y oquedades del
+hueso. Parecía no tener edad; lo mismo podía ser de veinticinco que de
+sesenta años. Lo único que se conservaba fresco en ella eran los ojos,
+unos ojos que aún tenían el resplandor ingenuo de la adolescencia, y
+miraban de frente, con la serena confianza de la virgen fuerte.
+
+Los horrores de la guerra habían pasado sobre este organismo como una
+llamarada que seca cuanto toca, lo apergamina, y acaba convirtiéndolo en
+polvo. Parecía una momia, tostada por el resplandor de los incendios,
+estremecida por las lágrimas y los quejidos de millares de seres. «¡Lo
+que esos oídos habrán escuchado!», se dijo Miguel. Y comprendió el gesto
+triste de su boca pálida, que colgaba con desaliento entre dos profundos
+surcos verticales. «¡Lo que esos ojos habrán visto!», continuó pensando.
+Pero los ojos no querían acordarse, y le sonreían, contentos del momento
+presente.
+
+Acababa de salir de un gran hotel convertido en hospital y esperaba el
+tranvía para ir á Mentón. Habían llegado allá nuevos heridos, y la
+escasez de enfermeras obligaba á los médicos á admitir sus servicios.
+Por el momento no la molestarían más preocupándose de su falta de salud.
+Al pensar en el rudo trabajo que la esperaba, en las noches de vigilia y
+los combates con la muerte para salvar á unos cuantos hombres, mostró un
+gran regocijo. Deseaba cuanto antes hacer su corto viaje, como si se
+dirigiese á una fiesta; y al ver que se aproximaba el tranvía, estrechó
+otra vez varonilmente la mano del príncipe.
+
+--Seguiré abusando de su autorización. La próxima vez saquearé aún más
+sus jardines. ¡Flores... muchas flores! ¡Si viera usted qué alegría
+sienten los pobrecitos cuando las coloco junto á sus camas! Algunos
+médicos se enfadan; encuentran frívolo esto... Pero lo que yo digo: ya
+que hemos de morir, muramos con un poco de poesía, rodeados de algo que
+nos recuerde la belleza de lo que perdemos. Esto no hace mal á nadie.
+
+Lubimoff siguió su camino, pero con menos ligereza. Esta amazona de la
+caridad parecía haber desgarrado el velo rosa que alegraba su visión.
+
+Todo era lo mismo, pero ligeramente ensombrecido, como los paisajes que
+se contemplan á través de un vidrio ahumado. Fijaba su atención en cosas
+no vistas hasta entonces. Todos los grandes hoteles se habían convertido
+en hospitales. Sus terrazas, sus largos balcones, estaban ocupados por
+hombres que tomaban el sol; hombres cuya cabeza era una bola blanca,
+ceñida de vendajes que sólo dejaban visibles los ojos y la boca; hombres
+incompletos, como esbozos escultóricos, sin una pierna, sin un brazo;
+otros, tendidos, inmóviles, amputados, lo mismo que los cadáveres en la
+sala de disección, pero que todavía respiraban.
+
+En las aceras fué tropezando con militares de diversas naciones:
+oficiales franceses, ingleses, servios y algunos rusos convalecientes,
+que recordaban con su presencia la desvanecida cooperación de su país.
+Desfilaba toda la variedad de uniformes de los ejércitos de la
+República: el azul horizonte de las tropas continentales, el color
+mostaza de las tropas marroquíes, la gorra de cuartel amarilla de la
+Legión Extranjera, el fez rojo de los argelinos y de los tiradores
+negros.
+
+Nadie estaba entero. Este país de sol, de perspectivas azules y
+risueñas, parecía poblado por una humanidad superviviendo á un
+cataclismo. Oficiales elegantes, de esbelto talle, arrastraban una
+pierna, avanzaban con precaución un pie elefantíaco, se doblaban,
+avejentados, apoyándose en un garrote. Hombres atléticos temblaban al
+andar, como si su esqueleto bailotease dentro de la envoltura de un
+cuerpo vaciado por la consunción. Las manos carecían de dedos; los
+brazos se habían acortado y eran aletas ó informes muñones; las mejillas
+ocultaban bajo placas de algodón el zarpazo de la granada, igual á una
+cicatriz cancerosa; la horrible oquedad de la nariz desaparecida se
+disimulaba con un tapón negro sujeto á las orejas. Otros llevaban todo
+el rostro cubierto con una máscara de vendajes, sin dejar visibles mas
+que los ojos, los pobres ojos, que parecían sentir miedo por adelantado
+y algún día habrían de familiarizarse con el horror de un rostro que fué
+joven meses antes y ahora era igual á una visión de pesadilla.
+
+Algunos se mantenían intactos, disponiendo de la fuerza y la agilidad
+de todos sus miembros. Vistos de espaldas, conservaban la esbeltez
+vigorosa de la juventud... Pero marchaban en fila, agarrados del brazo,
+los ojos perdidos en la noche, golpeando las losas con un palo que había
+venido á reemplazar el perdido sable y les acompañaría hasta su muerte.
+
+Y esta procesión de resignadas tristezas, este carnaval doloroso, venía
+de los jardines, reconfortado por la alegría matinal, sintiendo renovada
+su voluntad de vivir. Otros se dirigían hacia el Casino y sus terrazas,
+pasando entre las palmeras brasileñas, de lisos y huecos fustes forrados
+de piel de elefante; entre los cactos sostenidos por soportes de hierro
+formando madejas de reptiles verdes erizados de púas; entre los nopales,
+altos como árboles; entre las higueras del Himalaya, con el cuerpo de
+torre y una copa inmensa que parecía hecha para proteger la inmóvil
+meditación de los fakires; entre todas las vegetaciones de la América
+tropical y la América templada, de la China, Australia, Abisinia y El
+Cabo. Un pequeño arroyo bajaba en zigzag por las quebradas verdes del
+césped, formando remansos entre bambúes y palmeras japonesas, hasta
+desembocar en un lago minúsculo con bordes de follaje, tranquilo,
+gracioso, frágil, como uno de esos centros de mesa en los que el agua
+está representada por una lámina de cristal.
+
+Miguel se detuvo en lo alto de los jardines para contemplar de lejos el
+Casino. Nunca había apreciado, como ahora, la frivolidad y el mal gusto
+de este palacio, que era el corazón de Mónaco. Si el «monumento de
+confitería»--frase de Castro--cerraba sus puertas, todo Monte-Carlo
+quedaría en una soledad de muerte, lo mismo que esas ciudades que fueron
+puertos en otros siglos y ahora duermen, despobladas, lejos del mar que
+se retiró.
+
+Era obra del arquitecto de la Opera de París, una construcción
+recargada, chillona y pueril, toda ella de un tono de manteca tierna,
+con techos policromos, torrecillas cargadas de balconajes, hornacinas
+con estatuas innominadas, y muchos frisos de azulejos, muchos mosaicos
+dorados. En los ángulos había escudetes de cerámica verde imitando á
+cabujones de esmeralda. La simulación del oro y las piedras preciosas
+era el motivo ornamental más saliente de esta casa, famosa en el mundo
+entero.
+
+La prosperidad del establecimiento había añadido al cuerpo principal,
+flanqueado de cuatro torres, una ala extensa, en la que estaban los
+mejores salones. Varias cúpulas desiguales, verdes y amarillas,
+revelaban la existencia de éstos remontándose por encima de la
+balaustrada final. En esta balaustrada aparecían sentados unos cuantos
+ángeles ó genios de bronce enteramente desnudos, con alas doradas,
+ofreciendo al extremo de sus brazos negros unos atributos de oro, cuya
+significación nadie llegaba á adivinar. Otras estatuas de mujeres medio
+desnudas, blancas ó metálicas, se guarecían en los hornacinas de los
+muros, y también resultaba un misterio su nombre y su significación.
+
+Aunque el palacio pretendía deslumbrar y acariciar con sus oros y sus
+tiernos colores, las gentes que iban á él apenas se fijaban en tales
+magnificencias.
+
+--Los que llegan--decía Castro--entran corriendo: desean sentarse cuanto
+antes á las mesas de juego. Los que salen todo lo ven obscuro; y aunque
+el Casino fuese hermoso como el Partenón, lo tomarían por una cueva de
+ladrones.
+
+El príncipe miró á la derecha del edificio, donde quedaba visible una
+faja de mar cortada por varias palmeras japonesas de tronco estoposo y
+copa esférica. Allí, en la entrada de las terrazas que bordean el
+Mediterráneo, se yerguen los dos únicos monumentos de la ciudad,
+dedicados á la gloria de dos músicos por el simple hecho de que algunas
+de sus obras fueron estrenadas en el teatro del Casino. Labrados en
+mármol, Berlioz y Massenet saludan vagamente con sus ojos sin pupila á
+las muchedumbres cosmopolitas que van llegando á la casa de juego. «Son
+_croupiers_ honorarios», decía Castro.
+
+«Massenet, lo acepto--pensó Miguel--. Fué feliz, tuvo dinero, conoció la
+gloria en vida. ¡Pero Berlioz, que pasó sus años luchando con la propia
+pobreza y el desvío del público, haciendo guardia después de muerto á
+los millones del Casino!...»
+
+Luego miró más cerca, fijándose en la plaza que se abre ante el
+edificio. Un jardín redondo ocupa su centro. Las gentes lo apodan «el
+queso», por su forma, y algunos especializan llamándolo «el
+_camambert_». En torno de su baranda y en los bancos adosados á ella
+vivía el alma de Monte-Carlo, se encontraban las gentes, cambiando
+chismes y murmuraciones, pidiendo noticias á los que salían del Casino,
+comentando la fortuna ó la desgracia de los jugadores célebres.
+
+En las inmediaciones no había otros comercios que joyerías, sucursales
+del Monte de Piedad y tiendas de sombreros para mujeres. Las jugadoras
+modestas sentían el capricho de un sombrero caro á la salida del Casino;
+los que necesitaban continuar sus combinaciones con nuevo capital no
+tenían mas que dar unos cuantos pasos para empeñar la alhaja; en los
+escaparates de las joyerías, el collar de perlas de un millón, las
+esmeraldas de trescientos mil francos, se exhibían durante el invierno,
+exacerbando el capricho femenil, y en verano emigraban á los balnearios
+célebres, para continuar su deslumbradora y muda tentación. Los joyeros,
+de perfil semítico, esperaban detrás de sus mostradores las compras más
+que las ventas, y ofrecían tranquilamente por la alhaja adquirida allí
+mismo el año anterior la cuarta parte de su precio.
+
+El príncipe adivinó de lejos la personalidad de muchos que en esta hora
+matinal ocupaban ya los bancos frente á la escalinata del palacio. Allí
+permanecían todo el día los condenados del juego, los malditos,
+sufriendo el más atroz de los tormentos al vivir junto á las puertas del
+santuario sin poder entrar en él. Habían perdido hasta la última moneda,
+y los directores de la casa, que repatrían generosamente á los jugadores
+arruinados, les entregaban el viático para el regreso á su país. Pero se
+jugaban este socorro, lo perdían, y como los deudores del Casino no
+pueden volver á él hasta que han cumplido sus compromisos, quedaban
+clavados en la plaza para siempre, con la ilusoria esperanza de un
+dinero que todos ellos ignoraban de dónde podría venir. Se reunían
+hombres y mujeres con la fraternidad de la miseria, espiaban á los
+compatriotas más felices para asaltarlos con sus peticiones, discutían
+entre ellos números y colores, lograban reunir algunos francos después
+de rebuscar en el fondo de todos los bolsillos, y como emisario de sus
+ilusiones diputaban á algún camarada tan pobre como ellos, pero que aún
+no había «tomado el viático» y tenía libre la entrada.
+
+Vió Miguel cómo se iba extendiendo una ola de gente al pie de las
+palmeras japonesas, junto al monumento de Massenet. Acababan de llegar
+varios tranvías de Niza. Todos los viajeros corrían, deseando penetrar
+cuanto antes en el abigarrado palacio, como si la fortuna les aguardase
+en los salones y pudiera huir de un momento á otro, cansada de esperar.
+
+Miró el reloj que coronaba la fachada. Las diez. Iban á empezar los
+diarios oficios, y los devotos residentes en Monte-Carlo acudían
+también, uniéndose á los venidos de fuera. Todos subieron á la vez las
+gradas de mármol, siguiendo sus tres caminos de alfombra sujeta por
+varillas de bronce que brillaban al sol.
+
+«¡Y estamos en guerra!--pensó Miguel--. ¡Y muchos de los que se han
+levantado temprano para hacer el viaje, lo mismo que los que viven aquí,
+tienen hijos, hermanos ó maridos que en este momento se baten y tal vez
+mueren!...»
+
+La voluntad de vivir, la voluntad de gozar, la ilusión de la ganancia,
+obraban como anestésicos, se sobreponían á las preocupaciones, haciendo
+que todos olvidasen, para concentrar su existencia en el momento
+presente.
+
+Esta precipitación general hacia el juego abierto disgustó al príncipe y
+le hizo detenerse en la suave pendiente de los jardines. Le repugnó
+confundirse con la muchedumbre que vagaba por los alrededores del
+Casino.
+
+Su deseo de no seguir adelante le sugirió una idea. «¿Si fueses á
+sorprender á Alicia en su casa?... ¡Lo agradecería tanto!»
+
+Dos veces más había estado en Villa-Sirena. Un encuentro en la calle con
+el príncipe, cuando ella iba con su amiga Clorinda, sirvió de pretexto
+para que las dos visitasen el refugio de «los enemigos de la mujer» y
+sus hermosos jardines. Miguel encontró á «la Generala» menos hostil y
+dominadora que la había imaginado; pero no pudo comprender el
+apasionamiento de Castro. A pesar de su hermosura le pareció estar
+hablando con un hombre. Con ambas señoras había venido también Valeria,
+la joven francesa protegida por Alicia, señorita de compañía en los
+tiempos de esplendor y que ahora sólo acompañaba su pobreza por gratitud
+y fidelidad. Luego, la de Delille había vuelto sola por segunda vez,
+para hacerle varias consultas sobre su porvenir, desprovistas todas
+ellas de buen sentido, y aceptar finalmente un préstamo de cinco mil
+francos. La suerte le era contraria en el juego; necesitaba nuevas
+«herramientas de trabajo». Aquel capital que la irritaba con su
+terquedad, no queriendo subir más allá de los treinta mil, había oído
+finalmente sus quejas, pero fué para desplomarse con una rapidez
+fulminante, dejando sólo leves escombros de su existencia.
+
+Después de recibir esta ayuda, la duquesa se había mostrado quejosa.
+
+--Soy yo quien viene siempre á buscarte: no te dignas visitar mi casa.
+¡Como soy pobre!...
+
+Al recordar esta protesta humilde, el príncipe no vaciló más. Y
+volviendo la espalda al Casino, empezó á subir las calles en pendiente
+hacia el límite fronterizo que separa Monte-Carlo de Beausoleil; calles
+que ostentan nombres primaverales: de las Rosas, de los Claveles, de las
+Violetas, de las Orquídeas.
+
+Entró en una corta avenida formada por una doble hilera de verjas de
+jardín. Las casas sólo se dejaban ver á través de columnatas de palmeras
+y del follaje duro de los grandes magnolieros. Iba leyendo los nombres
+de los propiedades en pequeñas lápidas de mármol rojo fijas en las
+entradas de las verjas. «Villa-Rosa»: aquí era. Empujó el entreabierto
+portón de hierro, sin que una voz ni un ladrido acogiesen su presencia.
+Vió un jardín abandonado en parte, con una vegetación parásita al pie de
+los árboles sin podar, cubriendo el espacio que antes habían ocupado los
+arriates de flores. El resto estaba mejor atendido, pero era una huerta
+con pequeños rectángulos de verduras comestibles sometidos á un cultivo
+intensivo.
+
+Lubimoff fué avanzando, sin encontrar á nadie, y se le ocurrió que el
+hortelano debía ser un hombre acompañado por un perro con los que se
+había cruzado en la entrada de la avenida.
+
+Subió los cuatro peldaños de la casa. También aquí la puerta estaba
+entreabierta, y empujándola se vió en un recibimiento del que arrancaba
+la escalera para los pisos superiores.
+
+Nadie. Todas las puertas de las habitaciones inmediatas se resistieron á
+su mano. Silencio absoluto, como si la casa estuviese deshabitada. Pero
+este silencio fué interrumpido por una voz que descendía escalera abajo:
+una voz tenue, entonando una canción en inglés, lenta y triste. El canto
+iba acompañado de golpes sordos, iguales á los que producen las manos
+sacudiendo y ahuecando algo blando y voluminoso.
+
+Miguel creyó reconocer la voz de Alicia. Tosió varias veces sin
+resultado; no podía oirle. Fué á gritar avisando su presencia, pero se
+contuvo, sintiendo un deseo que le hizo sonreir. ¡Si la sorprendiese en
+aquel piso superior, única parte de la casa que habitaba ella ahora! No
+dudó más... ¡Arriba!
+
+En el primer rellano vió varias puertas, pero una sola estaba sin cerrar
+y por ella salían los ecos de la canción y los golpes. Una mujer con el
+cuerpo doblado sobre una cama extendía sus dos brazos para ahuecar el
+colchón con fuertes palmadas. Su instinto le hizo presentir la
+existencia de alguien detrás de ella, y al volver el rostro, lanzó un
+grito de sorpresa viendo á Miguel en el hueco de la puerta. Este no
+quedó menos asombrado reconociendo á Alicia en aquella mujer; una Alicia
+que vestía una bata lujosa, pero vieja, con guantes ajados en las manos
+y un velo arrollado en torno de sus cabellos.
+
+--¡Tú!... ¡eres tu!--exclamó ella--. ¡Qué miedo me has dado!...
+
+Luego fué tranquilizándose, y sonrió á Miguel mientras éste murmuraba
+excusas. No había encontrado á nadie; la verja y la puerta estaban
+abiertas. Ella, á su vez, también se excusó. Era domingo; Valeria, su
+acompañante, se había ido á Niza para almorzar con una familia amiga;
+su doncella y la mujer del hortelano estaban en misa; el viejo habría
+salido un momento para ver á sus amigos...
+
+Y después de estas mutuas explicaciones quedaron los dos en silencio,
+mirándose indecisos, no sabiendo qué decir, pero sin dejar de sonreirse.
+
+--¡Tú haciendo tu cama!--dijo él para romper el penoso mutismo.
+
+--Ya lo ves. Esto resulta algo diferente de mi dormitorio de París.
+Tampoco es mi «estudio» que tú conociste. ¡Los tiempos nuevos!
+
+Miguel movió la cabeza con grave asentimiento. Sí; los tiempos nuevos.
+
+--De todos modos--continuó ella--, hay que confesar que tiene cierta
+originalidad ver á la duquesa de Delille, á la loca Alicia, haciendo su
+cama.
+
+El príncipe volvió á aprobar con un gesto mudo. Realmente, era original:
+no se podía ver todos los días.
+
+Alicia insistió en sus explicaciones. No le había costado ningún
+esfuerzo ocuparse en los trabajos de su casa. Ella misma limpiaba su
+dormitorio, para evitar un quehacer á la vieja doncella. No quería
+admitir la ayuda de Valeria. Cada una corría con el arreglo de su propia
+habitación, ya que la servidumbre era escasa. Además, entraba en la
+cocina algunas veces, y hasta por su gusto habría ayudado al jardinero
+en el cultivo de la pequeña huerta.
+
+--Vivimos en guerra; las cosas cuestan muy caras, y yo soy pobre.
+Debemos volver á la existencia primitiva... Pero no me atrevo á trabajar
+en el jardín, por los vecinos. Curiosean desde sus ventanas; hasta hay
+un señor brasileño que parece enamorado de mí.
+
+Ella misma admiraba su laboriosidad. ¿Quién podía haber supuesto años
+antes tales cualidades en la dueña del lujoso palacete de la Avenida del
+Bosque, que los más de los días se levantaba á las tres de la tarde?...
+
+--Todo se lo debo á mamá. Me eduqué en un colegio de Inglaterra cuando
+era de moda sustituir el ejercicio físico de los _sports_ con los
+trabajos domésticos. Creo que esto se llama el «corintianismo»... Y me
+encuentro mejor que nunca. Antes necesitaba subir algunas mañanas, con
+Valeria y Clorinda, al _Tennis de la Festa_ para jugar hasta rendirme.
+Ahora, después del arreglo de mi habitación y de ayudar á las otras, no
+necesito los deportes. Hago la gimnasia del pobre.
+
+Un largo silencio. Miguel miraba la habitación: un dormitorio de mujer,
+todavía en desorden, con ropas sobre las butacas, esparciendo un perfume
+de carne femenil bien cuidada. A través de una puertecita vió un extremo
+del inmediato gabinete, con una mancha de humedad en el pavimento de
+mosaico, resto del baño matinal. Flotaba en el ambiente un perfume de
+agua de Colonia y de licor dentífrico. Unos botecitos en desorden
+dejaban escapar vagas exhalaciones de esencias más preciosas. Y
+revueltos con los objetos de tocador y las ropas íntimas, distinguió
+cartones de los que dan en el Casino á los clientes para apuntar las
+jugadas; unos con marcas rojas ó azules en sus columnas, otros
+perforados por un alfiler de sombrero á falta de lápiz. Vió tarjetas más
+grandes que tenían pintada la ruleta, con indicación de sus números y
+colores, y libros, muchos libros de los que se venden en las papelerías
+y kioscos de periódicos: luminosos tratados para ganar indefectiblemente
+á todos los juegos. Sobre la chimenea, medio oculta por varios
+periódicos de modas, había una ruleta pequeña, una ruleta verdadera,
+empleada indudablemente en el estudio y comprobación de las teorías. En
+la mesilla de noche estaba abierto el último ejemplar de la _Revista de
+Monte-Carlo_, conteniendo estadísticas de todos los números gananciosos
+durante la semana anterior en las diversas mesas; lectura interesante,
+con misteriosas acotaciones, que había desvelado á Alicia tal vez hasta
+la madrugada.
+
+Mientras tanto, ella hizo desaparecer ágilmente todo lo que creía
+perjudicial para su buen aspecto después de esta sorpresa. Cuando Miguel
+volvió á mirarla, los viejos guantes habían volado de sus manos y el
+velo estaba oculto, no podía saber dónde, dejando en libertad la
+cabellera medusiana, negra, lustrosa, un tanto áspera, que erguía su
+vigor en desordenados y gruesos rizos.
+
+Prolongaron el silencio con una sonrisa penosa, como si ninguno de los
+dos encontrase el medio de salir de esta situación.
+
+--Continúa--dijo Miguel--. Una vez que vengo, no quiero servirte de
+estorbo.
+
+Ella, como si viese en tales palabras un reto á su timidez, y ganosa al
+mismo tiempo de mostrar sus habilidades, se inclinó sobre el lecho para
+reanudar el trabajo. Lubimoff se animó con esta demostración de
+confianza. No era galante dejar que trabajase sola: él la ayudaría.
+
+--¡Tú!... ¡tú!--exclamó Alicia riendo, como si la proposición lo
+pareciese inaudita.
+
+El príncipe fingió enojo. Sí, él... Era un marino, y su vida de
+aventuras le obligaba á saber un poco de todo. Más de una vez, en sus
+exploraciones de tierras desiertas, había tenido que improvisarse un
+lecho con mantas junto á los tizones de la hoguera.
+
+Había pasado al lado opuesto de la cama, imitando con una exageración
+cómica todos los movimientos de la duquesa. Las palmadas de ésta las
+repitió con una violencia que hizo gemir el lecho. Al tirar ella del
+colchón hacia arriba para ahuecarlo, él lo levantó completamente con sus
+poderosas manos.
+
+--¡No sabe!... ¡no sabe!--gritaba Alicia con un regocijo infantil.
+
+Luego, fijándose en sus dedos agarrados fuertemente á la tela, añadió:
+
+--¡Pero suelta eso, demonio! Me vas á romper el colchón, ¡y en estos
+tiempos de pobreza!...
+
+Reían los dos, encontrando muy divertido este trabajo.
+
+--Toma--dijo ella autoritariamente; y le envió al rostro una sábana que
+sostenía por el extremo opuesto.
+
+Miguel se vió envuelto en una nube de batista impregnada de perfume
+femenino. Fué por un instante nada más, pero á él le pareció algo
+extraordinario, de duración sin límites, más allá del tiempo y del
+espacio. Tuvo el presentimiento de que este hecho insignificante iba á
+datar en su vida. Sintió cómo resucitaba el pasado en su interior con
+una fuerza nueva que tal vez era la excitación de la abstinencia. Creyó
+ver la sonrisa irónica de Castro, y también se vió á sí mismo, con
+lástima y con asombro, viviendo como un solitario allá en Villa-Sirena y
+predicando la hostilidad á la mujer. Sus oídos zumbaban; sus ojos,
+cegados momentáneamente, contemplaron un cielo inmenso de color de rosa,
+el mismo rosa pálido y jugoso de la carne femenil. Algo entraba por su
+nariz, en doble columna embriagadora, que estremecía su cerebro,
+reflejándose con la violencia de un latigazo al otro extremo de su
+organismo. Cuando la sábana hubo caído sobre el lecho, Miguel apareció
+intensamente pálido, con una luz agresiva en sus pupilas. Ella,
+creyéndole enfadado por su broma, rió maliciosamente, apoyando las manos
+en el colchón. El jadear de esta risa entreabría el escote de su bata,
+dejando ver en perspectiva horizontal el secreto de unas redondeces
+blancos y trémulas perdiéndose en misteriosa penumbra.
+
+De pronto, se vió el príncipe al otro lado de la cama, junto á Alicia.
+Los dos acabaron por sentarse maquinalmente en el borde, dejando á sus
+espaldas la sábana olvidada. Tomó una mano de ella sin darse cuenta de
+lo que hacía. Luego se aproximó tanto á su rostro, que uno de los rizos
+de la revuelta cabellera le cosquilleó en una sien. No sentía deseos de
+hablar, pero al ver de cerca los ojos de ella, rompió el dulce silencio.
+
+--¡Tú has llorado!
+
+La mujer protestó con una sonrisa violenta, al mismo tiempo que
+palidecía balbuceando excusas. No; tal vez era el polvo sacudido por la
+limpieza ó el esfuerzo de su trabajo. Pero él seguía examinando sus
+ojos, ligeramente enrojecidos.
+
+--Estabas llorando cuando yo llegué--continuó, con una curiosidad
+insistente é inquieta.
+
+Ahora la protesta de Alicia tomó la forma de una risa agria, estridente,
+que nada tenía de natural. Y por una de esas gradaciones que son el
+secreto de los grandes actores, la carcajada se hizo opaca, se convirtió
+en suspiro, luego en lamento; y desasiendo ella su mano de la del
+príncipe, se cubrió los ojos y ladeó la cabeza, mientras un estertor
+oprimía su pecho.
+
+Lloraba. Había bastado que Miguel sorprendiese su llanto reciente, para
+que nuevas lágrimas afluyeran á sus ojos, reanudando la pasada angustia.
+Se entregó á su dolor con una delectación cruel, juzgándolo preferible
+al torturante fingimiento que le había impuesto esta visita inesperada.
+
+Quedó silencioso el príncipe unos instantes.
+
+--¿Es por ese muchacho?--se atrevió á preguntar con voz insegura, como
+si también sufriese una inexplicable emoción.
+
+Contestó ella con un leve movimiento de cabeza, sin apartar las manos de
+sus ojos. Miguel no necesitaba verlos. Había adivinado la verdad al
+sorprender en sus córneas las huellas del llanto. Sólo podía llorar por
+él: la falta de noticias; la inquietud al pensar que estaba prisionero,
+muy lejos, sufriendo toda clase de privaciones, y que tal vez no lo
+vería nunca.
+
+--¡Cómo le amas!...
+
+El príncipe se sorprendió de su propia voz y del tono con que dijo estas
+palabras. Respiraban despecho, envidia, tristeza por los años que pasan,
+transmitiendo á los que vienen detrás los insolentes privilegios de la
+juventud.
+
+Los habitantes de Villa-Sirena se hubiesen sorprendido igualmente al
+oirle hablar de este modo. La misma sorpresa hizo que Alicia olvidase
+sus preocupaciones de mujer hermosa, levantando la frente y apartando
+las manos. Tenía el rostro enrojecido, los ojos trémulos y chorreantes.
+De un rizo de su cabellera pendía una lágrima. Adivinó que debía estar
+horrible; pero ¿qué le importaba?...
+
+--Sí, le amo; es lo que más amo en el mundo... Por él sigo viviendo. Sin
+él me mataría... Pero no es lo que tú te imaginas... no lo es.
+
+El rubor no podía manifestarse en aquel rostro arrebolado por el llanto;
+pero su gesto, sus ojos, el tono de su voz, repelían con indignación y
+vergüenza la sospecha del príncipe.
+
+Siguió hablando en voz baja, apresuradamente, sin atreverse á mirarlo,
+como la penitente que desea terminar cuanto antes una confesión penosa.
+Varias veces, al conversar con el príncipe, había tenido la verdad
+junto á sus labios, y siempre en el último momento la retiraba, por un
+escrúpulo de mujer que teme recordar sus años al hablar del pasado. Pero
+¿á quién podía revelar su secreto mejor que á Miguel?... Lo consideraba
+como de su familia; la había recibido amigablemente en su desgracia,
+cuando tantos le volvían la espalda. Además, entre un hombre y una mujer
+no sólo puede existir el amor, como ella había creído en sus tiempos de
+loca juventud. Había otras cosas menos vehementes, más plácidas y
+duraderas: la amistad, el compañerismo, un afecto fraternal...
+
+Hizo una pausa, como para tomar fuerzas.
+
+--Es mi hijo.
+
+Miguel, que esperaba una revelación extraordinaria, algo monstruoso,
+digno de aquel pasado de locuras, no pudo contener su sorpresa:
+
+--¡Tu hijo!
+
+Ella movió la cabeza: «Sí, mi hijo.» Y siguió hablando con los ojos
+bajos, siempre en un tono de penosa confesión. Remontaba el curso de su
+existencia. ¡La sorpresa, la cólera ante esta jugarreta cruel del amor,
+que había venido á interrumpir sus mejores años!... Su indignación fué
+semejante á la de los ciudadanos de la antigua Grecia que se amotinaron
+al saber que estaba encinta una cortesana considerada como una gloria
+nacional, una beldad que las muchedumbres venían á ver de muy lejos
+cuando se exhibía desnuda en las fiestas religiosas. Necesitaban matar
+al sacrílego. Ella se tenía también por una obra de arte viviente y
+quiso borrar el sacrilegio con la muerte. ¡Los crímenes intentados para
+despojarse de la vergüenza que latía en sus entrañas! ¡Los tormentos de
+la ocultación, la vida de placer seguida lo mismo que antes, pero con
+dolorosos esfuerzos para que no adivinasen su secreto!... Al regresar de
+las fiestas, librándose de la opresión que aplastaba su creciente
+exuberancia, eran las cóleras homicidas, los puñetazos locos sobre el
+globo de su vientre para aniquilar al rebelde que se empeñaba en vivir,
+el revolcarse sobre la alfombra con un histerismo homicida...
+
+Su voz lloraba al hacer estas evocaciones.
+
+--Pero ¿y tu marido?--preguntó Miguel.
+
+--Entonces nos separamos. El podía tolerar en silencio mis amores,
+podía fingir no verlos... ¡pero un hijo que no era suyo!...
+
+Recordó la actitud digna, á su modo, del duque de Delille. Su familia
+abundaba en maridos engañados: casi era esto una tradición de nobleza,
+una distinción histórica. No creía deshonroso vender su nombre al
+casarse para aumentar las comodidades de su existencia. Su nombre le
+pertenecía como una herramienta de trabajo. Pero le era imposible
+enajenarlo, dándoselo á un intruso para que continuase la estirpe. Sus
+antepasados habían tenido muchos hijos naturales; pero á ninguna de sus
+alegres abuelas se le ocurrió jamás introducir en la familia un bastardo
+en cuya formación no le correspondiese á su marido la más pequeña
+iniciativa.
+
+Se había separado el duque de ella, aceptando todas sus exigencias,
+menos ésta. Era un hijo adulterino que debía desaparecer... Y nadie,
+aparte de los dos y de la doncella--que todavía la acompañaba ahora--,
+se había enterado de este nacimiento.
+
+--Tuve épocas de felicidad--siguió diciendo Alicia--. Conocí
+satisfacciones que no había sospechado... Escapaba de París; muchos me
+creían viajando con un nuevo amante. No; iba á ver á mi pequeño, á mi
+Jorge, primero en Londres, después en Nueva York, siempre en grandes
+ciudades. Podía vivir con él, jugar á ser mamá con una muñeca viviente
+que cada vez se hacía más grande... ¡más grande! ¿Te acuerdas de la
+noche en que te invité á comer? Acababa de regresar de uno de estos
+viajes, y sin embargo, haz memoria de las tonterías que dije. Me creía
+Venus, me creía Helena pasando ante «el banco de los viejos». Y para
+entregarme sin escrúpulo á mis expansiones de madre, recordaba á mis
+ídolos. También Helena había tenido hijos, y los hombres continuaban
+matándose por ella. Venus no había escapado á la maternidad, y los
+dioses y los mortales seguían adorándola, á pesar de que un retoño suyo
+revoloteaba por el mundo. La maternidad no era una abdicación ni una
+decadencia; podía continuar bella y deseada como las otras, después de
+un incidente que había creído irremediable. Y seguí mi vida. ¡Ay!
+¡Cuando me acuerdo que algunas veces acorté el tiempo que me había
+propuesto pasar junto á mi hijo para seguir á algún hombre que apenas me
+interesaba!... Ahora que no lo tengo, pienso en las horas que pude vivir
+á su lado y fueron dedicadas al primero que excitó mi curiosidad... Es
+mi remordimiento más terrible, lo que me roe durante la noche y me
+obliga á pensar en el juego como único remedio. Soy bien digna de
+lástima, Miguel.
+
+Pero Miguel, mientras la escuchaba, parecía dominado por una
+preocupación tenaz.
+
+--¿Y el padre? ¿Quién es el padre?
+
+El tono de su voz casi fué igual al de antes: un tono de curiosidad
+hostil, de agresivo despecho.
+
+Volvió á repetirse su sorpresa al ver que ella levantaba los hombros.
+
+--No lo sé; no me importa. Otras mujeres, en caso semejante, atribuyen
+la paternidad al hombre que más les interesa. ¡Como si esto pudiera
+asegurarse! Yo no he escogido á nadie en mi recuerdo. Todos iguales,
+todos olvidados. Mi hijo es mío, sólo mío.
+
+Tenía la majestuosa indiferencia de la selva fecunda é impasible que
+abre sus entrañas al polen esparcido en el aire como una lluvia de amor.
+La nueva planta emerge, es suya, y la retiene, sin mostrar interés por
+conocer el origen ni el nombre del germen errante arrastrado por el
+azar.
+
+Hubo un largo silencio.
+
+--Un día, al llegar á Nueva York--continuó ella--, hice un
+descubrimiento terrible. Vi á mi Jorge casi tan alto como yo, fuerte,
+con un gesto de hombre serio, á pesar de que aún no tenía once años. Me
+avergüenzo sólo de pensarlo; mas no debo mentir: lo odié. Venus podía
+tener un hijo, ya que este hijo es eternamente niño y se conserva á
+través de los siglos como esos bebés graciosos que se visten á capricho
+y sirven de diversión y orgullo. ¡Pero el mío, con su armazón de
+gigante, sus manos fuertes y su cara grave!... Iba á envejecerme antes
+de tiempo; me obligaba á renunciar á la juventud de conservarlo al lado
+mío; jamás pasaría por la abdicación de declarar que era su madre... Y
+huí de él, dejando que transcurriesen varios años, sin ocuparme de otra
+cosa que de facilitar los medios para su completa educación. ¡Ay! ¡cómo
+me ha castigado la suerte por este egoísmo!...
+
+Calló unos momentos para secar nuevas lágrimas que inflamaban sus ojos y
+enronquecían su voz.
+
+--Se presentó en París cuando yo menos lo esperaba. Había muerto el
+amigo venerable encargado de su educación allá en América. Vi á un
+hombre, á un verdadero hombre, y eso que aún no había cumplido diez y
+seis años. Mi primer movimiento fué de contrariedad, casi de cólera.
+¡Tendría que decir adiós á mi juventud, modificar mi vida por este
+intruso!... Pero algo había en mi interior que me impidió tomar una
+resolución cruel: enviarlo otra vez al extranjero ó hacerlo entrar en un
+colegio de París. Me acostumbré inmediatamente á su presencia; necesité
+verlo en mi casa; me pareció que mi vida tomaba junto á él una
+serenidad, una alegría profunda y discreta que nunca había sospechado.
+Tú no sabes lo que es eso, Miguel; no podrías comprenderlo por más que
+yo te lo explicase... Te juro que fué la mejor época de mi vida. No hay
+amor como ese. Además ¡éramos tan excelentes compañeros!... Yo me sentí
+repentinamente de su edad; no: más joven aún que él. Jorge me daba
+consejos con su cordura precoz, y yo le obedecía como una hermana mas
+pequeña. Se dejaba arrastrar por su mama á un mundo de placeres y
+elegancias que le deslumbraba después de su vida sobria y atlética junto
+á un educador severo. Me apoyaba orgullosa en su brazo, riendo de las
+equivocaciones del mundo. ¡Lo que hemos bailado el año antes de la
+guerra, sin que nadie sospechase el verdadero afecto que me ligaba á mi
+acompañante!
+
+Alicia hizo una pausa para saborear mejor sus recuerdos. Sonreía
+vagamente al pensar en el error maligno de las gentes.
+
+--Todos los té-tangos de los Campos Elíseos vieron á la duquesa de
+Delille bailando con su nuevo capricho amoroso. Y yo, Miguel, te lo
+confieso, me enorgullecía con este error. Continué siendo la hermosa
+Alicia, rejuvenecida por la fidelidad de un adolescente que la
+acompañaba á todas partes con el entusiasmo del primer amor. Me parecía
+esto preferible al papel resignado y pasivo de madre. Además, ¡nuestros
+comentarios alegres al estar solos! Muchos de mis antiguos adoradores
+sintieron renacer el pasado por envidia sorda, por la instintiva
+rivalidad del hombre maduro ante el adolescente, y me asediaban con sus
+galanterías. Mi Jorge me amenazaba riendo: «Mamá, tengo celos.» Quería
+que su madre no llamase la atención de ningún hombre, para que fuera
+toda de él. Otras veces protestaba yo con más motivo. Sorprendía las
+miradas codiciosas de muchas mujeres de mi mundo fijas en él; la
+invitación agresiva de algunas, que, por ser más jóvenes, se
+consideraban con derecho á arrebatármelo. ¡Y él, tan bueno, burlándose
+conmigo de estas pasiones que despertaba, comunicándome otras que yo no
+podía adivinar!... Tú no conoces tal vez esta juventud que llega detrás
+de nosotros. Parece de otra carne y otra sangre. Nuestra generación es
+la última que ha tomado en serio el amor, dándole una importancia
+enorme, haciendo de él la principal ocupación de una vida. Tú y yo no
+podemos ser ya comprendidos: resultamos monstruos. Mi hijo sólo se
+interesaba por una mujer: su madre; y aparte de ella, los automóviles,
+los aeroplanos, los deportes... Todos estos muchachos fuertes é
+inocentones parecían adivinar lo que les esperaba...
+
+Fué extinguiéndose la momentánea serenidad con que había hecho el relato
+de este período feliz. Siguió hablando con voz sorda, entrecortada por
+sollozos. De pronto, la guerra. ¿Quién podía imaginársela un mes
+antes?... Y su hijo se avergonzaba de no correr como todos los hombres á
+las estaciones de ferrocarril para incorporarse á un regimiento. Una
+mañana la había aterrado con la noticia de su enganche como voluntario.
+¿Qué podía hacer ella? Legalmente, no era su madre. Jorge llevaba el
+nombre de un matrimonio de viejos criados que se habían prestado á esta
+fingida paternidad. Además, había nacido en Francia, y nada tenía de
+extraordinario que, como tantos adolescentes, quisiera defender su
+patria antes de ser llamado á las armas por la ley.
+
+La duquesa vivió algunos meses en un villorrio del Mediodía, cerca del
+campo de aviación donde se amaestraba su hijo. Deseó prolongar hasta el
+último extremo su vida con él. ¡Si se hubiese hecho soldado cuando
+vivían separados y ella renegaba de su maternidad!... Pero iba á
+perderlo en el momento más plácido de su existencia, cuando se creía al
+lado de Jorge para siempre.
+
+--No tardó mucho en ser piloto. ¡Cómo aborrecí la facilidad con que
+dominaba el manejo de los aparatos! Sus progresos me inspiraron orgullo
+y cólera. Estos jóvenes sienten un verdadero fanatismo por la aviación,
+nacida después de ellos y que han visto crecer ante sus ojos de
+colegiales... Se marchó, y desde entonces no vivo. ¡Tres años, Miguel,
+tres años de tormento! Bien he pagado toda mi vida anterior. Aunque mis
+faltas hubiesen sido más grandes, las tendría expiadas con exceso.
+Puedes compadecerme. Son dolores que tú no conoces.
+
+El primer año de soledad lo había vivido Alicia esperando las cartas que
+llegaban con intermitencias del frente de la guerra. Muy contadas
+alegrías. Jorge había venido á París una sola vez con permiso, pasando
+media semana junto á ella. De tarde en tarde recibía también la visita
+de camaradas del aviador, acogiendo sus noticias con lágrimas y
+sonrisas. Su hijo alcanzaba la Cruz de Guerra después de un combate
+aéreo. La madre había recortado el pequeño párrafo que hacía referencia
+á este hecho, clavándolo con dos alfileres en la seda que tapizaba su
+dormitorio. Pasaba las horas contemplando con una fijeza hipnótica estos
+breves renglones. «Bachellery (Jorge), aviador, ha dado caza más allá de
+nuestras líneas á dos aviones enemigos y...»
+
+Este Bachellery (Jorge) era su hijo, ¡su hijo! Nada le importaba que los
+demás lo ignorasen. Su orgullo parecía crecer en el misterio. En sus
+entrañas se había formado aquel mocetón hermoso, fuerte é inocente como
+los héroes de las leyendas. Todos los hombres conocidos en su vida
+anterior se empequeñecían y afeaban; eran seres inferiores, procedentes
+de otra humanidad, cuya existencia debía olvidar.
+
+De pronto, el accidente estúpido y ciego que hacía caer la noche sobre
+ella. El aviador salía una hermosa mañana en su aparato de caza,
+elevándose á través de las nubes en busca del enemigo, con la alegre
+confianza de un joven paladín marchando al encuentro de las aventuras.
+Repentinamente, un pequeño desarreglo en el motor, un descuido de los
+encargados de su preparación, algo de poca importancia en tiempo
+ordinario... Y tenía que descender, imposibilitado de seguir su vuelo;
+pero el viento y la desgracia le hacían tocar tierra en las líneas
+alemanas.
+
+--Cien metros más acá, hubiera caído entre los suyos... ¡Qué quieres!
+Era yo demasiado feliz; debía conocer el verdadero dolor... Te confieso
+que en el primer momento casi sentí alegría: una alegría egoísta de
+madre. ¡Prisionero! Esto representaba la seguridad de su existencia; ya
+no me lo matarían en un combate aéreo; ya no estaba en peligro de morir
+despedazado ó quemado debajo de su aparato roto. ¡Pero luego!...
+
+Luego, esta seguridad, que colocaba á su hijo al margen de la guerra,
+era su tormento. Envidió la época en que arrostraba el peligro
+diariamente, pero con libertad. Los periódicos hablaban de las miserias
+de los prisioneros, de su hacinamiento en fétidos barracones, del hambre
+que sufrían. La vida de comodidades de la madre resultó un continuo
+remordimiento. Al sentarse á la mesa, al contemplar su mullido lecho, al
+percibir en invierno la tibia caricia de la calefacción, viendo los
+cristales floreados por la escarcha, creía estar usurpando indignamente
+algo que era de otro. ¡Su hijo! ¡su pobre hijo viviendo como un perro
+sin dueño, tendido en la paja, atenaceado por el tormento del hambre!
+¡Haber producido un ser--ella que se creyó durante años y años el centro
+de lo existente, disfrutando de todas las comodidades--, y este pedazo
+de su vida agonizaba bajo el suplicio de una miseria como sólo la
+conocen los mayores abandonados!... Nunca pudo imaginarse que la suerte
+le reservase esta ironía.
+
+Se agitó en los primeros meses con el cariño agresivo é irracional de la
+hembra que ve sus cachorros en peligro. Corrió de ministerio en
+ministerio, valiéndose de todas sus relaciones sociales. ¡Pero eran
+tantas las madres!... No iban á emprender una gestión diplomática sólo
+para ella. Todos los días enviaba á las oficinas encargadas del socorro
+de los prisioneros grandes paquetes de víveres destinados á su hijo. Al
+final se negaban á admitirlos. No podía ocuparse el servicio únicamente
+en socorrer á un simple protegido de la duquesa de Delille. Había miles
+y miles de hombres que estaban en su misma situación. Y ella no podía
+gritar: «¡Es mi hijo!» Nada adelantaba con esta revelación escandalosa.
+Y siguió entregando sus paquetes regularmente, aunque no fuesen para
+Jorge. Servirían para saciar el hambre de otros. Conoció la magnanimidad
+de los inmensos dolores; hizo sus dádivas como una madre que, al rezar
+por su hijo desahuciado, reza por los demás enfermos, creyendo que con
+esta generosidad serán mejor atendidas sus súplicas.
+
+Además, ¡la duda cruel!... Los empleados, al tomar sus paquetes,
+sonreían tristemente. Era casi seguro que se los apropiarían los
+guardianes. Todos los comestibles de precio que destinaba á su hijo iban
+á servir para que los reservistas de Alemania encargados de la custodia
+de los prisioneros cenasen alegremente, con una alegría de mastines
+feroces, brindando por la gloria de su kaiser y el triunfo de su pueblo
+sobra el mundo entero. ¡Dios mío! ¿Qué hacer?...
+
+Muy de tarde en tarde, llegaba á sus manos, con enorme retraso, una
+tarjeta postal revisada por la censura alemana. Cuatro líneas nada más,
+escritas como los niños escriben en la escuela, bajo la mirada del
+maestro que está á sus espaldas. Pero era la letra de su Jorge. «Bien de
+salud. No nos tratan mal. Envíame comestibles.» Pasaba largas horas
+contemplando estos renglones tímidos y mentirosos. Adquirían para ella
+una nueva fisonomía; decían otra cosa: la verdad. Recordaba los relatos
+de cautivos moribundos venidos de aquellos campamentos de suplicio, y
+los renglones parecían balbucear, con el gemido de un niño enfermo:
+«Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!»
+
+Hubo momentos en que creyó perder la razón. Todo lo que le rodeaba hacía
+surgir en su memoria la imagen de aquel Jorge elegante, cuidado por ella
+con mimos infantiles. Había vigilado su guardarropa, se preocupaba del
+mérito de sus sastres, tenía que sufrir sus protestas varoniles cuando
+pretendía vestirlo interiormente de telas finísimas y encajes, lo mismo
+que ella. Por las mañanas iba á sorprenderlo en su lecho, como á un
+pequeñuelo, y besaba con devoción aquella carne de atleta, que era su
+propia carne, metamorfoseada. Todo le parecía mezquino y pobre para este
+mocetón hermoso como un dios antiguo; cuidaba de su cama, de su tocador,
+de su persona, con el fanatismo de una amorosa; registraba sus
+bolsillos, para renovar incesantemente los regalos de dinero. Suyas
+serían las minas mejicanas, las tierras de la frontera, todo cuanto ella
+poseyese. Y más tarde--no quería pensar cuándo--, lo casaría con una
+mujer que fuera de su agrado; su nacimiento obscuro iba á realzarse con
+la seducción de una riqueza enorme... Pero el mundo se desplomaba de
+pronto en una demencia furiosa, y este príncipe de la suerte, cuya madre
+había conferenciado tantas veces con su jefe de cocina, imaginando
+sorpresas gastronómicas dedicadas á él, lloraba desde una llanura
+glacial remota y triste: «Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!»
+
+--Tres veces fuí á Suiza, Miguel... Hasta propuse en París que me diesen
+los medios de pasar á Alemania, ofreciéndome como espía, pero se rieron
+de mí... Tenían razón: ¡qué iba á espiar yo! Mi hijo... lo que yo quería
+era ver á mi hijo. En Suiza encontré dos inválidos que acababan de ser
+canjeados y procedían del campo en que estaba mi Jorge. Conocían al
+aviador Bachellery. Había intentado escaparse cinco veces; gozaba cierta
+fama entre sus compañeros de miseria por la altivez con que hacía frente
+á los guardianes más crueles... Sus últimas noticias eran inciertas;
+habían dejado de verle, pero creían que estaba ahora en otro campo de
+prisioneros, un campo de castigo, muy lejos, cerca de Polonia, donde se
+aglomeran los rebeldes y los peligrosos bajo una disciplina cruel,
+sufriendo terribles correcciones.
+
+Su voz tembló de cólera al decir esto. Veía á su hijo arrastrando
+cadenas, recibiendo golpes lo mismo que un esclavo. ¡Ah! ¡no ser ella un
+hombre, para que la dejasen á solas con el lúgubre histrión de los
+puntiagudos bigotes que hacía gemir de dolor á tantos millones de
+mujeres!...
+
+--¡Y pensar que ha habido exaltados que mataron á jefes de gobierno
+buenos ó insignificantes!... ¡Y ni uno solo se le ocurrió suprimir al
+kaiser! Que no me hablen de los anarquistas... No creo en ellos.
+
+Esta explosión de ira se desvaneció inmediatamente. Otra vez su dolor
+desesperado la hizo gemir. Recordó una fotografía que había visto en los
+periódicos: el suplicio del poste, aplicado por los alemanes en los
+campos de castigo; un francés, con el uniforme andrajoso, amarrado á un
+madero como si fuese una cruz, en plena llanura cubierta de nieve,
+sufriendo durante horas y horas un frío homicida. Era la pena mortal
+aplicada hipócritamente, con refinamientos salvajes. No se podían
+distinguir los rasgos fisonómicos de aquel pobre Cristo con la cabeza
+caída sobre el pecho. Tal vez era su hijo. Y si no era Jorge,
+seguramente que había sufrido también el mismo suplicio.
+
+--¡Cómo vivir en esta angustia interminable!... No me han dejado volver
+á Suiza: me niegan el permiso. Nada sé, y hay momentos en que mi cabeza
+parece que va á romperse. Por eso evito estar sola, por eso juego y
+necesito ver gente, hablar, huir de mis pensamientos... Después sólo he
+recibido una postal de mi hijo, sin fecha, sin el lugar de procedencia,
+que dice casi lo mismo que las otras. La letra es suya, y sin embargo
+parece de distinta mano. ¡Ay! ¡lo que me dice su letra!... Lo veo como
+al otro, como al infeliz amarrado al poste, cubierto de andrajos, con
+una delgadez esquelética... ¡Mi hijo!
+
+Lubimoff tuvo que oprimir sus dos manos fuertemente, tirar de ellas para
+sostenerla y que no se arrojase sobre la cama con histéricas
+convulsiones. Se arrepintió de haber venido, provocando con su
+curiosidad una confesión que despertaba las tristezas de esta mujer.
+
+Ella, que le miraba sin verle, con los ojos desmesuradamente abiertos,
+acabó por concentrar sus pupilas, fijándose en la emoción de Miguel.
+Esto la hizo serenarse un poco.
+
+--Feliz tú, que no conoces este suplicio. Es interminable: no tiene
+remedio. Cuando pienso en él, creo que voy á morir. ¡No saber nada! ¡no
+poder nada!... Necesito distraerme, pensar en otras cosas. Hay que
+vivir; no podemos llorar á todas horas. Pero si llego á interesarme por
+algo, inmediatamente surge el remordimiento. Me insulto yo misma: «¡Mala
+madre, que lo olvidas!» Raro es el día que como sin llorar. Me atormenta
+la idea de que él sería feliz con los sobras de mi mesa, con lo que
+comen los domésticos, ¡quién sabe si con lo que le dan al perro! Y
+Valeria y Clorinda, al ver mis lágrimas, no pueden explicarse un dolor
+tan insistente. Ignoran mi secreto; creen, como todo el mundo, que se
+trata de un simple protegido ó de un pequeño amante: no comprenden esta
+desesperación por un hombre... Por eso juego tanto; es lo único que me
+preocupa verdaderamente y me hace olvidar por unas horas; es mi
+anestésico. En otros tiempos jugaba por el placer de la emoción, por el
+gusto de reñir con la suerte, porque me halaga el asombro de los
+curiosos viéndome aventurar con indiferencia cantidades enormes. Ahora
+es por él, sólo por él.
+
+Alicia recordó el mal estado de su fortuna. Estaba ya quebrantada
+seriamente años antes, pero ella tenía la esperanza de una pronta
+reconstitución. Además, los tiempos anteriores á la guerra habían sido
+la mejor época de su existencia. Tenía á su hijo; se dejaba llevar por
+la vida, sin pensar en los negocios. Luego, al perder á Jorge, se había
+consumado al mismo tiempo su ruina.
+
+--¡Si yo tuviese la riqueza de antes! Conozco el poder del dinero;
+hubiese removido con él á los hombres y hasta á los gobiernos. Habría
+escrito al kaiser ó á Hindenburg, enviándolos un millón, dos millones,
+lo que pidieran. «Ya que ustedes restablecen la esclavitud y saquean los
+pueblos, ahí va dinero. Devuélvanme á mi hijo.» Y lo tendría ya á mi
+lado. ¡Pero soy pobre!... ¡Si supieras cómo amo ahora el dinero, sólo
+por él! Sueño con dar un golpe; ganar en dos ó tres días quinientos mil
+francos ó un millón. ¡Qué alegría la mía cuando llego del Casino con
+unos miles de francos! «Para enviarle paquetes... para que mi pobrecito
+coma.» Escribo á los proveedores ó busco yo misma, acordándome de las
+cosas que más le gustaban. Tú eres rico é ignoras las dificultades del
+momento presente. ¡Lo que escasean las cosas! ¡lo caras que cuestan!...
+Yo, antes, tampoco sabía nada de esto... Y le envío paquetes de víveres
+de los mejores; y siento orgullo al decirle con mi pensamiento: «Es con
+el dinero que ha ganado mamá para ti... es con mi trabajo.» No sonrías,
+Miguel. Así es. ¿En qué otra cosa puedo yo trabajar?... Lo único que me
+apesadumbra es la dirección de estos envíos. «Para el aviador
+Bachellery, prisionero en Alemania.» No sé más, ¡y son tantos los
+prisioneros! Casi todos mis envíos deben perderse; pero alguno llegará á
+sus manos. ¿No crees tú que alguno llegará?
+
+Miguel acogió esta pregunta ansiosa con un vago gesto de conformidad.
+Sí, tal vez; era casi seguro.
+
+Alicia mostró de pronto cierta confianza. Ocho meses que nada sabía de
+él; pero otras madres estaban en el mismo caso. No debía desesperar.
+Hombres dados por muertos en las primeras batallas volvían á sus casas
+después de un largo cautiverio. Además, ¿era lógico que un hijo de ella
+muriese de hambre y de miseria lo mismo que un mendigo?...
+
+Lubimoff asintió otra vez. Verdaderamente, no era lógico.
+
+--Hay momentos en que siento una alegría inexplicable: el aviso
+misterioso de que voy á recibir una buena noticia; la misma corazonada
+de los días en que llego al Casino segura de ganar... y gano. He escrito
+al rey de España, que se ocupa de la suerte de los prisioneros y muchas
+veces hasta consigue que los devuelvan á su patria. He hecho que le
+escriban un sinnúmero de amigos. ¡Si me devolviese á mi Jorge!... Espero
+á lo menos una buena noticia, saber dónde está, convencerme de que vive.
+Me bastaría con que le internasen en Suiza, como á los grandes heridos,
+y yo iría á vivir con él. ¡Qué felicidad que estuviese en Lausanne ó en
+Vevey, á orillas del lago, como está mi marido!
+
+El recuerdo del duque la hizo sonreir con una bondad melancólica.
+
+--Te advierto que no lo olvido. Todo lo que me sobra de los envíos á
+Jorge lo meto en un paquete vía Ginebra. «Para el teniente coronel
+Delille.» ¡Ay! Este sí que llega. ¡Pobre viejo! Sus respuestas son casi
+de amor... Yo le regalo salchichones y botes de conservas, en recuerdo
+de los mazos de flores de veinte luises que me envió cuando pretendía mi
+mano... ¡Qué tiempos, Miguel! ¡Quién podía imaginarse este trastorno de
+las personas y las cosas!...
+
+Hablaba ya con más tranquilidad, como si el recuerdo de su hijo hubiese
+retrocedido á un segundo plano de su memoria.
+
+--Todo me anuncia una buena noticia. La desgracia no puede durar tanto
+tiempo, ¿no te parece? Es como la mala suerte en el juego: acaba por
+pasar; lo que importa es tener fuerzas para resistirla... Debería
+sentirme satisfecha. La emoción apenas me ha dejado dormir esta noche...
+He pasado de los treinta; ya sabes: esos treinta mil francos que
+parecían antes el límite de mi suerte. Anoche gané ochenta mil. Tu amigo
+Lewis estaba furioso. Cree que esto sólo les ocurre á las mujeres: ganar
+jugando á capricho, burlándose de las reglas.
+
+Adivinó ella en la mirada del príncipe su extrañeza por esta alegría
+después del llanto reciente.
+
+--No puedo permanecer sola. ¡Los recuerdos!... Tal vez me has oído
+cantar mientras subías. Es una canción inglesa que cantaba mi hijo. Por
+las mañanas iba yo á escucharla detrás de su puerta, como una enamorada
+que se contenta con la voz mientras espera la presencia del hombre
+amado. Siempre que estoy sola la repito maquinalmente; me imagino que es
+Jorge el que canta, y se me llenan los ojos de lágrimas, pero son de
+ternura, lágrimas dulces... Al hacer mi cama he creído oirle, lo mismo
+que cuando iba y venía por su dormitorio y yo le espiaba al otro lado de
+la puerta. Mi voz era su voz. Por eso al entrar tú me temblaron las
+piernas. Supuse por un momento que tú eras él. ¡Qué emoción cuando le
+vea!... Porque yo le veré. La desgracia no puede durar eternamente. ¿No
+crees tú que le veré?...
+
+Sus ojos entornados sonreían á una lejana visión de esperanza. Y Miguel,
+que había permanecido silencioso mucho tiempo, habló para infundirle
+ánimo. ¡Pobre mujer! Sí; vería á su hijo. A la edad de él se resisten
+todas las fatigas. Volvería; aún serían felices los dos, comentando el
+infortunio presente como un mal sueño.
+
+--Además, yo te ayudaré. Hay que proceder activamente para que te
+devuelvan tu hijo. Escribiré al rey de España. Lo conozco; almorzó en mi
+yate una vez que estuve en San Sebastián. Tengo buenos amigos en París,
+hombres políticos, diplomáticos; les escribiré á todos... Y en último
+término, si no queda otro recurso, buscaré por medio de un gobierno
+neutral hacer llegar una carta á Guillermo II. Tal vez me atienda: debe
+acordarse de mí, de su visita á mi buque...
+
+Ahora fué ella la que oprimió sus manos. Le miraba fijamente, con los
+ojos turbios de lágrimas, sonriendo al mismo tiempo para expresar su
+gratitud.
+
+--¡Qué bueno eres!--exclamó después de un largo silencio--. El día que
+estuve por primera vez en Villa-Sirena me convencí de mi gran error.
+¡Qué mal nos conocíamos! Ha sido necesaria la desgracia para vernos
+tales como somos. Primeramente me ofreciste remediar mi pobreza; ahora
+quieres devolverme á mi hijo...
+
+Se dejó arrastrar por una afectividad impulsiva. Lubimoff vió cómo se
+inclinaba su cabeza, y sintió inmediatamente el contacto de su boca en
+una mano. Dos besos ruidosos y una voz que gemía: «¡Gracias... gracias!»
+El príncipe se puso de pie. Le era imposible tolerar este gesto humilde.
+Pero al mismo tiempo ella se irguió igualmente; quedaron sus ojos á
+idéntico nivel, y como si quisiera completar la reciente caricia, se
+abalanzó sobre el príncipe, le tomó la cabeza entre sus manos y le besó
+la frente.
+
+Una oleada de perfume carnal, semejante á la otra que le había envuelto
+al recibir la sábana en pleno rostro, volvió á conmover su organismo. Se
+daba cuenta del alcance de esta caricia: un simple beso de gratitud, un
+arrebato de madre que expresa sus sentimientos con excesiva vehemencia.
+A pesar de esto, la turbación que le dominaba, cruel y voluptuosa á la
+vez, le impulsó á abrir los brazos para abarcar y apropiarse lo que
+tenía á su alcance... Pero sus manos ávidas se perdieron en el vacío.
+
+Ella, arrepentida de su acto, se había echado atrás, retrocediendo unos
+cuantos pasos. Estaba en el hueco de la puerta, dispuesta á continuar su
+huída. Se arreglaba maquinalmente los cabellos y secaba sus lágrimas,
+mientras el rubor se extendía por su rostro.
+
+--¡Qué loca soy!--murmuró--. Perdóname. ¡Es tanta mi gratitud al saber
+que quieres ayudarme!...
+
+Señaló al mismo tiempo el balcón. Abajo, en el jardín, sonaba la voz del
+hortelano llamando á su perro para que no continuase ladrando junto á la
+escalinata de la «villa», como si olfatease la presencia de un intruso.
+
+--Vámonos--ordenó Alicia con gravedad--. Las criadas van á volver de
+misa. No me gusta que nos vean aquí, en mi dormitorio. Podrían creer...
+
+Lubimoff, al serenarse, admiró el gesto pudoroso, la tímida inquietud
+con que ella decía esto. Resurgió en su recuerdo la mujer del «estudio»
+de la Avenida del Bosque; hizo memoria de sus audaces teorías.
+¿Realmente era la misma?...
+
+Mientras bajaban, ella volvió la cabeza para hablarle, como si adivinase
+sus pensamientos.
+
+--Debes reirte de mí. ¡Cuán lejos está la Alicia de otro tiempo!... Soy
+menos mala que parecía, ¿no es cierto?... Dime que no me crees mala;
+dime que sólo me tienes por loca: una loca sin suerte...
+
+Abrió sus salones del piso bajo para dar á la visita un aspecto de
+regularidad, pero el frío de las piezas abandonadas, los muebles
+enfundados, el olor de cueva húmeda, les hizo salir al jardín,
+continuando su conversación al pie de la escalinata, como dos personas
+que prolongan su despedida.
+
+La antigua doncella de la duquesa y la jardinera encargada de la cocina
+pasaron repetidas veces ante ellos con diversos pretextos. Saludaban al
+señor mudamente, con ojos de adoración y dulce sonrisa. ¿Este buen mozo
+era el príncipe Lubimoff, del que tanto se hablaba?... Habían oído su
+nombre muchas veces en aquella «villa», y las dos le veneraron como un
+ser providencial, todopoderoso, que podía con un gesto hacer resurgir la
+perdida abundancia...
+
+Miguel no quiso prolongar su visita.
+
+--Ven á verme--dijo ella en voz baja, acompañándole hasta la verja--.
+Ahora lo sabes todo. Tú eres el único. Será muy dulce para mí que
+hablemos, que me consueles y me ayudes.
+
+Las horas siguientes las pasó el príncipe silencioso y preocupado.
+¡Tantas novedades de una vez!... La existencia de aquel hijo que nunca
+había podido sospechar; la amorosa feroz convertida en madre; sus
+lágrimas, su tormento silencioso que arrastraba como cadena expiatoria á
+través de una vida loca... Y por encima de todas estas sorpresas, la que
+él había experimentado en su interior, la resurrección del hombre de
+otros tiempos, la nueva caída en la servidumbre carnal, el doble
+latigazo recibido en su estructura nerviosa al aspirar el perfume del
+suave lienzo y al sentir en su frente la huella de sus labios...
+
+Deseaba olvidar todo esto, y para conseguirlo concentró su atención en
+las revelaciones que ella le había hecho y en sus dolores de madre.
+¡Infeliz Alicia! Al verla empobrecida y llorosa, sin otra ayuda que la
+que él pudiese concederle, empezó á sentir por esta mujer un afecto
+duradero. Era el cariño del poderoso por el débil al que protege; un
+amor paternal que no tenía en cuenta la semejanza de edades ni la
+diferencia de sexos; una ternura en la que entraba por mucho cierta
+lástima dulce. Se conmovió al recordar el beso humilde con que había
+acariciado sus manos; casi un beso de mendiga. ¡Pobre! Esto bastaba para
+que se creyese obligado á no abandonarla nunca. El orgullo de Alicia, su
+ansia de dominación, le habían enfurecido en otro tiempo. Acostumbrado á
+proteger generosamente á las mujeres, pero sin someterse nunca á su
+voluntad, á considerarlas á todas como algo agradable é inferior, no
+podía transigir con este carácter soberbio. Eran los dos igualmente
+poderosos y triunfadores para llegar á tolerarse. ¡Pero ahora!...
+
+Renacía en su memoria tal como la había contemplado en el dormitorio,
+con los ojos acuosos, agrandados por el dolor, y una perla pendiente de
+sus lagrimales, trágicamente bella, como las vírgenes que tienen sobre
+las rodillas el cuerpo del hijo crucificado... _¡Máter dolorosa!_
+
+Pero una segunda persona que parecía hablar en el interior del príncipe
+con fría clarividencia protestó de esta imagen. No era una madre
+dolorosa. La madre no abandona á su hijo: renuncia á todas sus vanidades
+por él; abdica su presente y su porvenir, como si no tuviese más vida
+que la de este pedazo de su propia carne; le da el jugo de sus pechos y
+todas sus horas; sigue minuto por minuto su desarrollo, batiéndose con
+la enfermedad, burlando al peligro; no espera para amar el esplendor de
+la adolescencia triunfante... ¡mientras que la otra!...
+
+La otra era Venus dolorosa. Hasta en sus momentos más desesperados se
+mantenía bella, y su dolor resultaba un nuevo medio de seducción. Era
+madre, pero seguía siendo mujer: la terrible mujer perturbadora odiada
+por el príncipe.... ¡Atención, Miguel!
+
+Con una sonrisa de superioridad respondió mudamente á estas reflexiones.
+
+«¡Acaso voy á enamorarme de ella!--se dijo--. La quiero como no creí
+nunca que podría quererla. Pero sólo es un amigo, un compañero digno de
+lástima, que debo proteger.»
+
+A la hora del almuerzo, Spadoni no se presentó en Villa-Sirena. Atilio
+le había visto en el Casino con sus amigos los ingleses de Niza.
+Estarían almorzando juntos en el Hotel de París, para hablar de nuevas
+combinaciones. La última consistía en jugar cuatro en diversas mesas,
+siguiendo un «sistema» común que el pianista juzgaba infalible.
+
+Después de tomar el café, todos los habitantes de la lujosa «villa»
+parecieran agitados por una comezón que no les dejaba continuar en sus
+asientos. Castro se marchó el primero, anunciando que iba al Casino. Le
+avisaba el corazón «una gran tarde». Tenía entre ojos á un _croupier_
+que empezaba su servicio á las tres y media. Conocía su modo de tirar la
+bola. Cada uno tiene su especialidad: unos son de mano larga; otros de
+mano corta. Este la hacía caer con frecuencia en el 17: su número.
+
+Novoa se fué detrás de él, pero con menos franqueza. Balbuceó
+ruborosamente al despedirse del príncipe. Tal vez iría á pasar la tarde
+con sus amigos de Mónaco; tal vez hiciese un pequeño viaje por el camino
+de Niza hasta Cap d'Ail ó Beaulieu. Era la confusión del señor que no
+sabe mentir.
+
+El príncipe quedó solo. Miró un rato el mar; luego cambió de ventana,
+contemplando sus jardines. Oprimió el botón de un timbre para que
+acudiese don Marcos. No sabía qué decirle, pero necesitaba verlo para no
+estar solo. Se presentó una de las criadas viejas, anunciando que el
+coronel se había ido á Monte-Carlo.
+
+--¡Este también!--dijo el príncipe.
+
+Tomó su sombrero y su gabán para escapar al tedio de una tarde de
+domingo pasada á solas. Además, una fuerza indefinible tiraba de él
+igualmente hacia la inmediata ciudad. Avanzó por el jardín, dejando á
+sus espaldas la «villa». Le pareció más grande al quedar abandonada, y
+que su silencio ceñudo é irritado equivalía á una protesta muda. «¿Para
+eso la habían construído, gastando tan enormes cantidades?...» Por la
+carretera inmediata se deslizaban tranvías y carruajes repletos de gente
+de Monte-Carlo que iba en busca de un pedazo de mar sonriente, de un
+grupo de pinos, de una altura panorámica.
+
+¡Y el poseedor de los jardines famosos de Villa-Sirena los abandonaba
+para irse á una población de la que huían los otros!... Lubimoff se
+acordó del hermoso plan de vida elaborado meses antes: una comunidad de
+laicos encerrada en este rincón paradisíaco; música, astronomía,
+agradables conversaciones, trabajos higiénicos. Y los monjes se
+escapaban con toda clase de pretextos; él, que era su jefe, también
+sentía una necesidad inexplicable de imitarlos, y hasta Toledo, fiel
+admirador de aquella propiedad que consideraba la mejor obra de su
+existencia, parecía sufrir la misma fiebre ambulatoria.
+
+Se volvió cerca de la verja para contemplar su hermoso dominio, como si
+le pidiese perdón. Un silencio de palacio encantado: los jardines
+dormitaban como bosques de ensueño. Creyó ver al final de una larga
+avenida el revoloteo de dos grandes pájaros. Eran Estola y Pistola, con
+sus fracs de faldones excesivamente largos, corriendo hacia el final
+del promontorio. Para los dos solos se había construído Villa-Sirena.
+Podían jugar con un regocijo gimnástico de adolescentes por aquellos
+jardines que envidiaban los curiosos pegados á la verja; podían romper
+en sus carreras las plantas raras traídas del otro lado del planeta,
+saltar de roca en roca en busca de los pececillos que dejaban las olas
+en los minúsculos lagos de las oquedades de la piedra, hasta que sus
+fracs quedasen bien mojados y sus zapatos rotos, para desesperación del
+coronel, que todos los días pasaba revista á su gente.
+
+Miguel no quiso preguntarse adónde iba. Su paseo era seguramente con un
+fin determinado, pero consideró inoportuno pensar en él.
+
+Vió de pronto dos corrientes de gentío que, viniendo en opuestas
+direcciones, se encontraban y confundían, subiendo juntas una escalinata
+corta y anchísima partida por dos pasamanos y cubierta por tres
+alfombras rojas.
+
+Estaba ante las puertas del Casino. Por un lado iban llegando los que
+acababan de descender del ferrocarril; por otro, los que habían recogido
+los tranvías en todos los pueblos de la Costa Azul, desde Niza á
+Monte-Carlo.
+
+Cantaba aquella tarde un tenor italiano célebre, y una parte de la
+muchedumbre, despreciando el juego por el momento, se aglomeraba en el
+teatro.
+
+Lubimoff se vió atendido inmediatamente por dos graves señores de levita
+y corbata negras, con la cabeza descubierta: dos inspectores del Casino.
+
+--¡Desolados, príncipe! Todo lleno; hasta en los pasillos hay gente.
+
+Pero como era él, uno de los dos lo acompañó hasta el palco de los
+ministros de Mónaco. El gobernador del príncipe soberano le conocía y
+quiso cederle el mejor lugar; pero Miguel se mantuvo en segundo término,
+por miedo á la curiosidad del público.
+
+Era un teatro sin pisos altos; una sala de espectáculos más ancha que
+profunda, con filas de butacas todas iguales y al mismo precio, y un
+escenario que servía para los conciertos y excepcionalmente para las
+representaciones teatrales. El mismo arquitecto de la Opera de París
+había repetido su abrumadora ostentosidad en esta sala: oro por todas
+partes, molduras, cariátides, espejos inmensos. No había un palmo de
+pared que no fuese de estuco labrado y dorado. En el muro del fondo,
+sobre las filas de butacas que se elevaban en acentuado declive, había
+cinco palcos, los únicos: el del príncipe soberano y los de sus
+dignatarios.
+
+Miguel escuchó á los cantantes, mientras examinaba la apretada masa de
+público que podía distinguir desde su asiento. Reconoció á muchos en
+esta contemplación á vista de pájaro. Vió en las primeras filas una
+cabeza gris, con los cabellos partidos de la frente á la nuca y peinados
+hacia adelante hasta confundirse con unas patillas á la austriaca. Era
+el coronel, que escuchaba con cierta autoridad, balanceando el cráneo
+para conceder su aprobación al célebre tenor. Pero no estaba solo: le
+vió ladear el rostro hacia una cabellera rizada y una sarta de gruesas
+cuentas de ámbar. ¡Ah, traidor!... Indudablemente, la hija del
+jardinero. Por esto se había dado tanta prisa en huir: una exigencia de
+la aprendiza, deseosa de escuchar á aquel artista del que tanto hablaban
+las señoras. Cuando el grueso ruiseñor quedaba oculto entre bastidores,
+el coronel ofrecía á su protegida un cucurucho lleno de caramelos.
+¡Caramelos en tiempo de guerra! Un verdadero derroche que sólo se podía
+permitir un enamorado.
+
+En el entreacto, el príncipe se marchó furtivamente, temiendo
+encontrarse con don Marcos y que su presencia le amargase una tarde
+feliz. Además, no le interesaba la ópera ni aquel cantante tan alabado.
+
+Atravesó el gran atrio de columnas de jaspe que sostienen una galería
+con balaustres rematados por candelabros de bronce. En un extremo, sobre
+tableros, estaban las últimas noticias. El príncipe las leyó sin
+curiosidad. «Nada; lo de siempre. Sigue la monótona guerra de
+trincheras. El terreno ganado ó perdido á metros. Esto no acabará
+nunca...»
+
+Se deslizó entre los grupos que paseaban durante los entreactos,
+evitando que le viese el coronel. ¡Pobre Toledo! Iba gravemente
+orgulloso al lado de aquella protegida que podía ser su nieta. Miraba
+hostilmente á los jóvenes, mientras la muchacha, á sus espaldas,
+lanzaba ojeadas á todos los hombres con uniforme.
+
+El príncipe tuvo que abrirse paso á través de un grupo inmóvil y
+compacto. Eran oficiales convalecientes, franceses, canadienses,
+australianos, ingleses, y revueltas con ellos, enfermeras de varios
+tipos; unas con velos monacales y aspecto frágil; otras varoniles, con
+corbata y levita de botones dorados, sin otra prenda femenil que la
+falda... Algunas más viejas, de pelo corto, cara roja y grandes anteojos
+de concha, exigían un detenido examen para que de su aspecto híbrido
+pudiera surgir la convicción de que eran mujeres. Se amontonaban ante
+las tres dobles mamparas que dan acceso á las salas de juego. Todo el
+que perteneciese á las fuerzas de mar y tierra de cualquiera nación no
+debía pasar de aquí: los militares sólo podían entrar en la sala de
+espectáculos y el atrio del Casino. Y estas gentes, que en sus lejanos
+países habían oído hablar muchas veces de Monte-Carlo, al verse en él
+por los azares de la guerra, se amontonaban junto á las mamparas con una
+curiosidad infantil, admirando instantáneamente, al abrirse y cerrarse
+aquéllas, la rápida visión de los salones dorados, puestos en fila y
+llenos de público. Después se retiraban, cediendo el sitio á otros
+camaradas. Ya habían visto; ya podían afirmar que Monte-Carlo no
+guardaba secretos para ellos.
+
+Los empleados de levita negra abrieron una de las mamparas, saludando al
+príncipe como á un antiguo conocido.
+
+Era la primera vez que entraba en los salones de juego después de su
+vuelta. Creyó que caía con milagrosa regresión en el mundo anterior á la
+guerra; que todas las cosas que afligían á la humanidad quedaban al otro
+lado de la puerta, como queda una acción dramática, falsa pero
+emocionante, sobre el escenario de un teatro que abandonamos.
+
+Hasta encontró cierto atractivo en la arquitectura de estos salones, por
+ser algo familiar que le recordaba épocas agradables de su existencia.
+
+Estaba en la sala del Renacimiento, pero toda su atención fué atraída
+por la pieza inmediata, la rotonda central del Casino, el llamado salón
+de Schmit, al que convergen los otros salones y que parece prolongarse
+por debajo de las portadas divisorias hasta el fondo del edificio.
+
+Un silencio rumoroso surgía de las aglomeraciones humanas en torno de
+las mesas verdes. Todos al hablar lo hacían en voz baja, como en una
+iglesia. De vez en cuando, este susurro se cortaba con un largo
+rechinamiento, con un ruido igual al de los guijarros de una costa
+arrastrados por la ola. Eran las raquetas de los empleados, que barrían
+el paño verde, llevándose las monedas, las fichas, todos los despojos de
+la pérdida, chocando unas con otras las piezas de metal y las de falso
+hueso. La voz de los _croupiers_ se elevaba sobre este silencio febril
+de colmena bullente como la del oficial que ordena una maniobra. «Hagan
+sus juegos...» «¿El juego está hecho?...» «No va más.» El silencio
+perdía su envoltura rumorosa; se iba adelgazando. Los pechos respiraban
+con menos fuerza; los cuellos se estiraban para ver mejor sobre el
+hombro vecino; algunas mujeres permanecían sobre un pie nada más,
+echando atrás el otro, como bailarinas que se inclinan para tocar el
+suelo con las manos. Todos se apretujaban, sin reparar en el sexo á que
+pertenecían las carnes inmediatas; y en esta pausa de rostros alargados,
+cejas fruncidas, bocas rígidas y miradas convergentes sonaba, aumentado
+por un eco diabólico, el correteo de la bolita de marfil por la ranura
+circular del borde de madera, mientras la rosa de colores de la ruleta
+iba girando como un kaleidoscopio en sentido inverso.
+
+De pronto, un golpe seco. La bola había terminado su fuga circular,
+cayendo en un número. Se prolongaba el silencio; los rostros parecían
+estirarse aún más; los puños se apretaban convulsivamente. Otra vez el
+ruido de guijarros movidos por la ola. Las raquetas barrían el campo
+verde. Mal número para el público. Cuando se elevaba en torno de la mesa
+un ahogado rugido, la respiración de cien pechos descongestionados, los
+_croupiers_ tardaban varios minutos en reanudar el juego, para pagar á
+los gananciosos y resolver cuestiones entre los que reclamaban la misma
+puesta. Al terminar una partida, se disgregaban los grupos de una mesa
+para trasladarse á otra; pero la orla de gente continuaba siendo
+compacta, por los nuevos aportes de curiosos.
+
+Descendía de la claraboya central un resplandor acaramelado. Fuera
+brillaba el sol sobre el mar azul; aquí, la luz era de bodega: una luz,
+según Castro, semejante á la del salón de sesiones de un Congreso de
+diputados. Esta luz amarillenta, igual al oxidado fulgor del oro viejo,
+parecía aumentar la suntuosidad de las salas. Era la arquitectura
+majestuosa y rica que convence al pueblo y á los ricos improvisados. Las
+columnas y pilastras, de ónix y de bronce, sostenían un techo magnífico,
+cortado circularmente por la cristalería de la claraboya. En los cuatro
+triángulos de la bóveda estaban representados escultóricamente el Aire,
+la Tierra, el Fuego y el Agua, como si los tales elementos tuviesen
+alguna relación con la industria que daba vida al vasto palacio.
+
+Cuatro arañas de metal, enormes y rutilantes, completaban la pesada
+suntuosidad. Allí donde no había dorados ó espejos, ocupaban las paredes
+vistosas pinturas. Estos cuadros y todos los que adornaban al Casino
+eran objeto de las burlas de Miguel. Algunos resultaban aceptables; los
+más parecían viejísimos, á pesar de que no tenían más de cuarenta años,
+pero con una vejez sin nobleza, lo mismo que si hubiesen pasado sobre
+ellos varios siglos de desprecio y olvido.
+
+Atilio explicaba á su modo la presencia de tales lienzos. Eran obra,
+según él, de aficionados arruinados por el juego, que el Casino se veía
+en la obligación de proteger.
+
+El príncipe empezó á encontrar figuras conocidas entre este público
+incesantemente renovado, que cada mes resultaba distinto. Todo el mundo
+pasaba por allí. El pavimento, de diversas maderas ensambladas, era uno
+de los caminos más frecuentados de Europa. Semejante al antiguo Foro de
+Roma, punto de convergencia de las rutas del mundo entero, este salón
+atraía á las gentes desocupadas del planeta. Soñaban todos con poder ir
+alguna vez á arrostrar una moneda en la gran casa de juego mediterránea.
+El hombre de otros continentes, al desembarcar en el viejo mundo,
+inscribía Monte-Carlo en su itinerario de viaje. Pero este río humano
+que se deslizaba incesantemente, recibiendo el aporte de nuevas olas,
+iba dejando aguas muertas, plantas desarraigadas, troncos desmochados,
+en las sinuosidades de sus ribazos.
+
+Lubimoff casi saludó á ciertas personas que le miraban con afectuosa
+sorpresa, lo mismo que si viesen en él á un resucitado.
+
+Un vejete de barba corta y dura sobre un rostro de cadavérica palidez se
+inclinó profundamente á su paso, sin que su modestia sufriese al no
+recibir contestación. Era el hombre más buscado y halagado por las damas
+que frecuentaban el Casino. Llevaba una especie de solideo negro en la
+cabeza, el sombrero en la diestra y una medalla de esmalte con el
+Corazón de Jesús en una solapa. Atilio y Lewis también le habían buscado
+muchas veces. Miguel estaba seguro de que era amigo de la duquesa de
+Delille, y en más de una ocasión habría visto sus lágrimas. Facilitaba
+dinero al cinco por ciento... cada veinticuatro horas, y entretenía sus
+ocios estudiando de lejos á los recién llegados, por si se ofrecían como
+nuevos clientes.
+
+También sonrieron al príncipe algunas damas de aspecto serio, todavía de
+buen ver, amplias de formas por un extremo y enjutas por el otro, como
+personas que se medicinan contra la obesidad y no obtienen un resultado
+regular. Estaban sentadas en los divanes de los ángulos, conversando
+entre ellas, mirando á los grupos de jugadores con un aire de empleadas
+que descansan después de cumplido su deber. Habían llegado á Monte-Carlo
+muchos años antes, con joyas, con miles de francos, con un hombre que
+sufría sus desigualdades de humor y encima daba dinero; y todo se había
+volatilizado en las mesas del Casino. Pero ellas seguían agarradas al
+escollo de su naufragio, tal vez para siempre, viviendo de los residuos
+de otros y otros, que, siguiendo la misma ruta, venían á chocar y á
+perecer. Se ofrecían á los forasteros como personas experimentadas en
+los misterios de la casa; aconsejaban á las parejas en viaje de amor qué
+número debían jugar, como si poseyesen el secreto. Además, se
+presentaban en el Casino á primera hora, para ocupar los mejores sitios
+en las mesas, y luego cedían su silla á un jugador rico, cliente fijo,
+que las recompensaba con generosidad si le favorecía la suerte.
+
+Aún tuvo otros encuentros. Pasaron junto á él unas cuantas viejas, pero
+de una vejez incapaz de arrostrar el aire libre y la luz del sol. Esta
+ancianidad se acentuaba bajo adornos extraños que no recordaban ninguna
+moda: trajes de colorines desteñidos que parecían cortados de un
+cortinaje viejo y oliendo á casa ruinosa, sombreros monumentales ó
+turbantes esféricos fabricados con gasas de mosquitero. Unas eran de
+esquelética delgadez, otras de lívidas adiposidades; pero todas llevaban
+el rostro escandalosamente cubierto de bermellón y círculos acarbonados
+en torno de los ojos moribundos.
+
+--Un luis, mi príncipe--murmuró la más atrevida--. Tengo la seguridad de
+que me dará la suerte.
+
+Le temblaba al hablar la dentadura postiza, demasiado grande. Un hedor
+de tumba acompañaba la sonrisa de sus labios pintados.
+
+Miguel sabía quiénes eran por los relatos de Toledo. El coronel,
+admirador de las majestades caídas, aceptaba su conversación con
+melancólica deferencia. Una había sido amante de Víctor Manuel; otra más
+vieja recordaba entre suspiros los tiempos de Napoleón III y de Morny.
+Todas iban á morir en este Monte-Carlo, último rincón de la tierra que
+podía recordarles sus esplendores de sesenta años antes. Algunas, en
+memoria de sus joyas desaparecidas, ostentaban serenamente unos adornos
+grotescos y bárbaros de latón y cuentas de vidrio. Según el paradójico
+Castro, habían muerto hacía muchos años, pasaban la noche en el
+cementerio de Mónaco, y vistiéndose con los harapos de los otros
+cadáveres subían al Casino, por la fuerza de la costumbre, para
+contemplar una vez más el escenario de su remota juventud.
+
+El príncipe les dió unos cuantos billetes y siguió adelante, mientras
+ellas corrían á jugar este dinero, después de agradecer el regalo con
+una sonrisa de calavera, último resto de la gracia profesional.
+
+Pronto dejó de fijarse en todos los parásitos que vivían pegados á los
+engranajes de la formidable máquina, nutriéndose con las migajas de su
+trituración. Se sintió interesado por el público de jugadores, siempre
+igual en apariencia y siempre distinto. Los había que avanzaban apoyados
+en bastones: bastones de enfermo, con contera de goma, únicos que eran
+admitidos en las salas de juego, por temor á las disputas. Vió damas
+gelatinosas de torpe paso; señores tullidos apoyados en el brazo de un
+jayán con casaca galoneada, que los conducía paternalmente hasta la
+ruleta, acomodándolos en su asiento. Algunas paralíticas llegaban en un
+carruajito infantil hasta la escalinata, y allí eran izadas á una silla
+de manos y llevadas á través de los salones hasta su lugar preferido. En
+ciertos momentos parecía este palacio del juego un balneario célebre, un
+Lourdes milagroso. Llegaban, como llegan los enfermos incurables á otros
+lugares, empujados por la esperanza; pero esta esperanza no era la de la
+salud, que les dejaba indiferentes. Lo que les galvanizaba era la
+esperanza de la fortuna, la ilusión de la riqueza, como si esta riqueza
+pudiera servir de algo á sus pobres cuerpos, faltos de los apetitos que
+amenizan la existencia.
+
+Resumió el príncipe mentalmente la vida pasional de los humanos en dos
+placeres que eran el motor de todas sus acciones: el amor y el juego.
+Los había que conocían igualmente la doble atracción; Castro, por
+ejemplo. El sólo había sentido interés por el amor é ignoraba el placer
+del juego. Al levantarse de la mesa, siempre con ganancia, no
+experimentaba la tentación de volver. Pero viendo á los ancianos, los
+valetudinarios y los incurables arrastrarse hacia la ruleta como á una
+piscina milagrosa, los excusó compasivamente. ¿Qué otro placer les
+quedaba sobre la tierra? ¿Cómo llenar el vacío de una existencia que se
+prolongaba tenazmente?...
+
+Lo que no podía comprender era el gesto apasionado, la mirada dura de
+otros jugadores sanos y fuertes. Hombres jóvenes se movían entre las
+mujeres en torno de la mesa con una brusquedad hostil; disputaban con
+ellas ásperamente, tratándolas como á enemigos. Las mujeres perdían de
+golpe su frescura y su gracia: se masculinizaban contemplando las filas
+de naipes del «treinta y cuarenta» ó el volteo loco de la rueda de
+colores. Tenían un gesto de luchador, con la boca tirante, los ojos
+feroces, y avisadas por el instinto de esta transformación, apenas se
+separaban del juego sacaban del bolso de mano el espejito, los polvos,
+el colorete, para remediar y borrar su pasajera decadencia.
+
+Las de aspecto más digno y correcto se mostraban á veces las más
+atrevidas. Podían entregarse á un vicio sin miedo al comentario, sin
+riesgo de ser criticadas, en un lugar donde todas las mujeres hacían lo
+mismo y el juego figuraba como algo oficial, digno de respeto.
+
+El príncipe sonrió acordándose de lo que le había contado Toledo días
+antes: la desesperación de una señora cuarentona que venía de Niza con
+sus dos hijas todas las tardes y había acabado por perder cincuenta mil
+francos.
+
+--¡Ojalá me hubiese echado un amante!--gemía la matrona con ojos
+lacrimosos--. Mejor hubiera sido entregarme al amor.
+
+Entró Miguel en otros salones sin claraboya. Los racimos de bombillas
+eléctricas, al iluminarlos con un resplandor absurdo, hacían pensar en
+el sol ardiente y el mar azul que existían al otro lado de los muros de
+oro y jaspe. Sobre las mesas, el alumbrado era de petróleo: dos enormes
+pantallas abrigando cada una cuatro quinqués que pendían de unas cadenas
+de bronce de varios metros fijas en el techo. Así, si se cortaba la
+corriente eléctrica, no había peligro de que los clientes sintiesen la
+tentación de apropiarse el dinero de la banca.
+
+De tarde en tarde sonaba una campanilla, agitada discretamente por uno
+de los empleados de levita negra que dirigían el juego. Una ficha, una
+moneda ó un billete había caído bajo de la mesa. Y se presentaba con una
+prontitud escénica, como si esperase entre bastidores, un lacayo de
+casaca azul y oro llevando en las manos una linterna sorda y un gancho
+para huronear entre las piernas de los jugadores, hasta que encontraba
+el objeto perdido.
+
+Una disciplina de buque de guerra, donde cada cosa está en su lugar y
+cada hombre en el sitio de sus funciones, se notaba en las vastas salas.
+Varios señores respetables, con la solapa condecorada, paseaban entre
+las mesas con aire de oficiales de servicio, para convencerse de que
+todo iba perfectamente. Allí donde las voces subían de tono se
+presentaban con paso rápido para cortar los discusiones. Cuando dos
+«puntos» se disputaban una misma puesta, resolvían inmediatamente el
+pleito pagando á los dos. El dinero acababa al fin por volver á la casa.
+
+Según Atilio, estaba perforado el Casino por galerías secretas, puertas
+invisibles y hasta trapas, lo mismo que el escenario de una comedia de
+magia; todo para el mejor servicio y evitar molestias á los clientes.
+Algunas veces, un enfermo se desmayaba en la mesa ó caía muerto por una
+emoción demasiado violenta. Al instante se abría el muro más próximo,
+vomitando una camilla y dos bomberos, que hacían desaparecer el cuerpo
+importuno como por encantamiento. Los de la partida inmediata no
+llegaban á enterarse.
+
+En otras ocasiones era un suicidio. Lubimoff conocía una mesa llamada
+«del suicida», á causa de un inglés que había querido morir
+teatralmente, disparándose un pistoletazo al perder la última moneda.
+Las piltrafas de su cerebro salpicaron la bayeta verde, las caras de los
+vecinos y hasta las levitas de los _croupiers_. ¡Siempre hay gentes de
+poco tacto, que no saben vivir en sociedad!... Pero los bomberos surgían
+de la pared, llevándose al muerto, limpiando de sangre la alfombra y la
+mesa, y poco después, del óvalo de gente apretujada contra el tablero
+verde surgía la voz sacramental: «Hagan sus juegos...» «¿El juego está
+hecho?...» «No va más.»
+
+El príncipe se acordó del famoso «banco de los suicidas» en los jardines
+del Casino. Una leyenda para periódicos. No existía. Cuando se mataban
+varios en un mismo banco, la administración lo hacía cambiar de sitio
+inmediatamente. También era una exageración folletinesca lo de la
+abundancia de suicidios: dos ó tres por año nada más. Según Castro,
+había pasado de moda esto de matarse en Monte-Carlo; resultaba una falta
+imperdonable de buen gusto; lo discreto era irse lejos y desaparecer
+sin ruido. Además, la policía de la casa tenía buen ojo para conocer á
+los desesperados, y les facilitaba un billete de ferrocarril,
+aconsejándoles que se matasen buenamente en Marsella, ó cuando menos en
+Niza ó Mentón.
+
+Estaba Miguel cerca de la «mesa del suicida», junto á la entrada de los
+salones privados, cuando notó cierto revuelo en el público. Se buscaban
+los grupos para transmitirse una noticia; los antiguos clientes se
+agitaban con una emoción profesional. Algo importante estaba ocurriendo.
+El príncipe conocía el significado de estas ráfagas de curiosidad: un
+jugador ganaba ó perdía de un modo extraordinario.
+
+Cierto nombre llegando vagamente á sus oídos hizo que su atención se
+concentrase.
+
+--La duquesa de Delille... Doscientos mil francos...
+
+Todos los que tenían permiso para jugar en los salones privados se
+precipitaban hacia la gran puerta de cristales que da acceso á ellos.
+Miguel siguió esta corriente.
+
+Se vió en una pieza enorme, de techo altísimo. En uno de sus lados se
+abrían cuatro grandes balcones sobre las terrazas y el Mediterráneo. A
+causa de la guerra estaban cubiertos con unas telas obscuras para
+ocultar la luz interior. El muro de enfrente lo llenaban varios espejos
+gigantescos. En lo alto, diez y seis cariátides blancas y pechugonas,
+encorvadas bajo el peso del techo, sostenían anchas bandas de cristales
+de roca con bombillas eléctricas que dejaban caer un resplandor lunar.
+
+Los curiosos pasaban indiferentes ante las primeras mesas de juego, para
+agolparse en torno de la última, la del «treinta y cuarenta», al pie de
+un gran cuadro en el que tres buenas mozas desnudas, sobre un fondo de
+arboleda obscura igual á los jardines de Boboli, representaban _Las
+Gracias florentinas_.
+
+Allí estaba el fenómeno. Avanzando su cuello entre los hombros de dos
+curiosos, vió á Alicia sentada á la mesa, con aspecto pensativo. Todas
+las miradas convergían sobre ella. Ante sus manos se amontonaban varios
+fajos de billetes y muchas fichas formando pilastras: fichas ovaladas de
+quinientos francos y rectangulares de á mil, llamadas «jaboncillos» en
+el lenguaje del Casino, á causa de su forma.
+
+Ella levantó de pronto la cabeza, como si el instinto le avisase una
+presencia interesante, y sus ojos se dirigieron rectamente hacia Miguel.
+Le saludó con una sonrisa de felicidad. Pareció besarle con la mirada. Y
+todos, con esa sumisión de las muchedumbres cuando se sienten dominadas
+por el entusiasmo ó el asombro, siguieron sus ojos para conocer al
+hombre que era acogido de este modo por la heroína. El príncipe sintió
+halagada su vanidad, lo mismo que cuando un artista célebre le saludaba
+desde la escena y seguía cantando con la mirada puesta en él, para
+dedicarle sus gorgoritos; lo mismo que cuando, de joven, un matador de
+toros le dirigía un gesto amistoso antes de dar la estocada final.
+Alicia parecía brindarle su gloria.
+
+Pero inmediatamente volvió á recogerse en su ensimismamiento. No estaba
+sola. Alguien invisible y poderoso se erguía detrás de su asiento, ó se
+inclinaba para soplar en su oído el consejo certero, la resolución
+inesperada, la audacia original. Sus ojos, animados por una luz
+fosforescente, contemplaban lo que nadie podía ver. Su boca muda se
+estremecía con nerviosas contracciones, lo mismo que si hablase á un ser
+misterioso que no necesitaba del sonido para oir. Miguel adivinó junto á
+ella la potencia demoniaca de las horas inolvidables, la que proporciona
+á los artistas el acorde maestro, la palabra luminosa, la pincelada
+suprema; la que sugiere la matanza final en las batallas ó la astucia
+decisiva en los negocios acompañados de quiebras y suicidios.
+
+Se había lanzado al gran juego. Avanzaba con mano negligente una columna
+de doce fichas rectangulares rematada por otra oval: doce mil quinientos
+francos, la cantidad máxima que puede arriesgarse al «treinta y
+cuarenta». El público, con la idolatría que inspiran los vencedores, se
+interesaba por la duquesa, como si cada uno esperase participar de sus
+ganancias. Todos presentían su triunfo. Y cuando efectivamente ganaba,
+un murmullo de satisfacción, un resuello de desahogo iba elevándose del
+óvalo de curiosos que se oprimían contra los respaldos de las sillas
+ocupadas por los jugadores. De tarde en tarde perdía, y el profundo
+silencio era de simpática conmiseración. Algunas veces, después de haber
+avanzado la pilastra de fichas, entornaba los ojos como si escuchase á
+su colaborador invisible, movía la cabeza en señal de asentimiento y
+retiraba su puesta. Surgía de nuevo el murmullo de satisfacción al
+convencerse el público de que había retirado su dinero á tiempo, lo que
+equivalía á un triunfo negativo.
+
+Muchos calculaban con ojos de codicia las cantidades que se amontonaban
+ante sus manos.
+
+--Ya está en los trescientos mil... Tal vez tiene más... ¡Ojalá llegue á
+ganar millones!... ¡Qué gusto ver saltar al Casino!
+
+A estos comentarios en voz baja se unían las exclamaciones laudatorias
+de algunas viejas, adorando con sus ojos á la victoriosa. «¡Qué
+simpática!... Una gran señora. ¡Y tan bella!... ¡Que la suerte le
+acompañe!»
+
+Se movió un hombro negro sobre el cual asomaba su cabeza el príncipe, y
+éste vió la cara de Spadoni junto á sus ojos. No mostraba el pianista la
+menor sorpresa, como si se hubiese separado de él pocos minutos antes.
+Ni siquiera lo saludó. El asombro que dilataba su rostro, el escándalo y
+la envidia que le infundía esta fortuna insolente, necesitaban
+expansionarse con una protesta.
+
+--¿Ha visto, Alteza?... No sabe jugar. Va contra todas las reglas; va
+contra la lógica. No sabe... ¡no sabe!
+
+Inmediatamente volvió sus ojos á la mesa, olvidando al príncipe, al oir
+un nuevo rugido del público. Faltaba poco para que algunos saludasen con
+aplausos los repetidos triunfos de la duquesa. Los que habían perdido en
+los días anteriores se regocijaban con una alegría de venganza. «¡Qué
+tarde!... ¡Esto se ve pocas veces!» Sonreían dándose con el codo al
+notar las idas y venidas de los inspectores, la presencia de altos
+empleados que se esforzaban por ocultar sus impresiones, la cara larga
+de los que volvían de la caja central con nuevos paquetes de placas de
+mil francos para pagar á aquella señora que por tres veces había dejado
+á la mesa sin dinero. La noticia de su fortuna circulaba por todo el
+edificio. A aquellas horas los señores de la administración debían estar
+hablando en su despacho del piso alto de esta mala jugarreta que se
+permitía con ellos el azar. Algo extraordinario y emocionante, igual al
+soplo de una revolución, se extendía hasta los últimos rincones. Los que
+carecían de permiso para entrar en las salas privadas pedían noticias á
+los que salían de ellas, repitiéndolas con la exageración del
+entusiasmo. En los guardarropas, en los gabinetes de aseo, en los
+pasillos interiores, en los subterráneos, en todos los recovecos donde
+criados, camareras y bomberos viven bajo una eterna luz artificial, esta
+novedad sacudía la calma dormitante del personal subalterno. Era una
+emoción igual á la que circula por los corredores medio desiertos de una
+Cámara de diputados mientras en el hemiciclo rebosante se defienden los
+ministros en peligro de muerte. Iba creciendo la noticia al ir de grupo
+en grupo, con esa satisfacción mezclada de inquietud que inspiran á los
+humildes los malos negocios de sus patrones.
+
+--Parece que arriba una duquesa ha ganado un millón... No; ahora dicen
+que son dos millones.
+
+Y al dar la vuelta completa al edificio, los dos millones habían
+engendrado uno más. Media hora después eran cuatro para todos los
+modestos servidores que envejecían viviendo del juego, sin haberlo visto
+nunca de cerca.
+
+Miguel sintió de pronto una gran cólera contra aquella mujer afortunada.
+Después de la sonrisa de saludo ya no le había mirado más. Sus ojos
+pasaron repetidas veces sobre él de un modo maquinal, sin llegar á
+verle. Era uno de tantos curiosos espectadores de su triunfo. En el
+mundo sólo existían en aquel momento la baraja y ella.
+
+Su despecho le hizo sentir una indignación de moralista. Nada le
+importaba que Alicia se olvidase de él. Lo repitió mentalmente varias
+veces: nada le importaba. No eran amantes ni existía entre ellos un
+afecto profundo. ¡Pero el hijo!... Se acordó de la escena de la mañana,
+con sus gemidos y sus lágrimas. Y la madre estaba allí, entregada por
+completo á la voluptuosidad del azar, insensible á todo lo que no fuese
+su torpe afición. Si alguien la hablaba del aviador prisionero, tendría
+que hacer un esfuerzo para recordar que existía, ¡y horas antes lloraba
+sinceramente pensando en su cautiverio!...
+
+Era demasiado para el príncipe. Su severidad no podía aceptar esta
+indiferencia. Y con los codos se abrió paso entre la muchedumbre,
+despegándose de la espalda de Spadoni, que seguía con ojos de
+hipnotizado los tesoros crecientes de la duquesa.
+
+Lubimoff dió un paseo por el salón. Despreciaba el egoísmo de Alicia,
+pero carecía de fuerzas para marcharse. Necesitaba estar cerca de ella;
+quería convencerse de hasta dónde podía llegar su insensibilidad.
+
+Se tropezó con un señor que caminaba entre las mesas agitando las manos
+detrás de su espalda y mascullando frases ininteligibles. El amigo
+Lewis.
+
+--¿Ha visto usted cómo juega?--dijo con acento de cólera al reconocer al
+príncipe--. Como una bestia, como una verdadera bestia.... No debían
+dejar entrar á las mujeres.
+
+Toda la tarde había estado perdiendo, de acuerdo con las reglas y la
+experiencia. No le quedaba dinero ni para sus _whiskys_: tendrían que
+fiarle en el _bar_. Pero recordando de pronto que la de Delille era
+parienta de Lubimoff, añadió:
+
+--Siento mucho ofenderla; pero juega como una imbécil.
+
+Y le volvió la espalda, para continuar su monólogo furibundo.
+
+Don Marcos pasó rápidamente sin ver al príncipe, abriéndose paso entre
+la masa de curiosos, con su autoridad de personaje decorativo. Acababa
+de abandonar apresuradamente á la hija del jardinero. La noticia había
+circulado por el teatro, logrando que muchos renunciasen al final de la
+ópera, para presenciar esta suerte inaudita, que era para ellos un
+espectáculo de mayor interés.
+
+En una mesa de ruleta encontró á Clorinda que jugaba parcamente,
+teniendo á Castro detrás de su asiento.
+
+«La Generala» había presenciado la primera parte de la victoria de su
+amiga. «Va á perder, esto no puede durar», pensaba á cada golpe. Luego
+se había retirado de la mesa, explicando su actitud á Castro y á otros
+amigos. No podía presenciar con tranquilidad cómo Alicia hacía un juego
+tan arriesgado. Era una emoción superior á sus fuerzas.
+
+--Yo deseo que gane mucho, muchísimo--añadía con una generosidad de
+buena amiga--. ¡La pobre lo necesita tanto! ¡Van tan mal sus asuntos!
+
+Había acabado por sentarse á otra mesa, con la vaga esperanza de que se
+acordase también de ella la suerte; pero los murmullos que venían del
+«treinta y cuarenta» anunciando nuevas victorias la ponían nerviosa,
+atribuyendo á esto la pérdida de varias piezas de veinte francos. Cuando
+vió perdidos doscientos, su irritación necesitó desahogarse en alguien.
+Allí estaba Atilio, que la seguía á todas partes, acogiendo con
+sonriente adoración las agresividades de su mal humor.
+
+--Castro, márchese; no permanezca detrás de mí. Ya sabe que me trae mala
+suerte. Váyase á otro sitio.
+
+Y el príncipe vió cómo su amigo, con un gesto de enfado, se separaba de
+la viuda, dirigiéndose al _bar_.
+
+Quiso seguirle. Hablando con Atilio olvidaría la irritación que le había
+causado la otra mujer. Pero al dirigirse al fondo del salón tuvo una
+nueva sorpresa.
+
+En un ángulo escasamente iluminado vió á Novoa que ocupaba un diván con
+Valeria, la acompañante de la duquesa. ¡Ah, embustero! Este era el que
+iba á pasar la tarde en Mónaco ó paseando por el camino de Niza. Tal vez
+esto último no era falso. Habría esperado á Valeria, que regresaba de su
+almuerzo.
+
+Debían estar los dos desde mucho tiempo antes en la penumbra de este
+rincón, insensibles á lo que les rodeaba, sordos á los comentarios de la
+gente.
+
+El, vuelto de espaldas al príncipe, no pudo verle. Ella tampoco, pues
+tenía sus ojos fijos en Novoa, con una gravedad afectuosa de muchacha
+que ha hecho estudios serios, tiene su título de bachillera y puede
+comprender á un hombre de ciencia.
+
+Miguel oyó un fragmento de lo que decía el joven catedrático.
+
+--...Y cuando las corrientes glaciales del Polo llegan allá, ocupan el
+lugar de las aguas calientes, que suben á la superficie...
+
+¡Explicaba la formación del _Gulf Stream_! Nadie lo hubiese creído al
+ver detrás de sus lentes unos ojos acariciadores y tímidamente amorosos.
+Ella escuchaba con un fervor de admiradora; pero Miguel, que conocía á
+las mujeres, creyó adivinar su verdadero pensamiento. Sopesaba, con su
+malicia de muchacha pobre y sola, lo que había de marido posible en este
+hombre ignorante de todo lo que no se aprende en los libros; calculaba
+las modificaciones que son necesarias para hermosear á un descuidado
+varón que siempre lleva la corbata mal hecha y es incapaz de sentarse
+tirando antes de sus pantalones para evitar unas rodilleras grotescas.
+
+Lubimoff pasó más de una hora, muellemente hundido en un sillón del
+_bar_, oyendo á Castro. Las ramas de los grandes árboles de la terraza
+arañaban dulcemente los vidrios de las ventanas en la penumbra del
+crepúsculo.
+
+Atilio exteriorizó su melancolía lamentando la parquedad del té.
+Almendras tostadas y patatas fritas al vapor eran todas las delicadezas
+gastronómicas que podían ofrecer con motivo de la guerra en este lugar
+visitado por los ricos.
+
+El público le inspiraba las mismas reflexiones tristes. Había gente,
+pero muy poca comparada con la que acudía á Monte-Carlo años antes.
+Llegaban entonces trenes de lujo directamente de Londres, de Viena, de
+Berlín, de todos los extremos de Europa. La plaza del Casino era una
+Babel; en torno del «queso» paseaban todas las razas y sonaban todos los
+idiomas. Ahora resultaba lamentable la ausencia de los rusos, jugadores
+fogosos, y también de los austriacos y los turcos. Los últimos en sentir
+la atracción de Monte-Carlo eran los alemanes; pero Castro los había
+visto llegar en masa en los últimos años, aportando al juego el mismo
+sistema reposado, metódico y minuciosamente científico que aplican á la
+disciplina de cuartel, á la organización de la industria ó á los
+trabajos de laboratorio.
+
+Se les conocía apenas entraban en las salas. Al sentarse á la mesa se
+rodeaban de libros y papeles: estadísticas de los números más
+favorecidos en los últimos años, manuales del perfecto jugador, cálculos
+propios, logaritmos que ellos solos podían entender.
+
+--Defendían el dinero con mayor tenacidad que los otros--continuó
+Atilio--, con una paciencia de bueyes testarudos é incansables; pero
+acababan perdiendo, igual que los demás. ¿Quién no pierde aquí?... Hasta
+el Casino, que gana siempre, pierde ahora. Antes de la guerra, su renta
+era de cuarenta millones por año. Actualmente saca en limpio tres ó
+cuatro millones nada más, y como tiene que cubrir unos gastos enormes,
+se ve obligado á hacer empréstitos para seguir viviendo, lo mismo que un
+Estado.
+
+Miguel se fijó en los que pasaban por el _bar_. Sólo entraba un hombre
+por cada diez mujeres.
+
+--También es la guerra--dijo Castro--. ¡No se ven mas que hembras,
+hembras por todas partes! Pero aquí, si se acuerda uno de los tiempos de
+paz, siempre fué superior la proporción femenina. Los hombres, menos
+numerosos, juegan más fuerte, arriesgan con mayor audacia su dinero;
+pero en torno de las mesas, tres cuartas partes del público están
+compuestas de mujeres. La mujer, cuando teme al amor ó está desengañada
+de él, se entrega al juego con una vehemencia pasional. Es el único
+recurso que encuentra para desahogar su imaginación. Además, hay que
+tener en cuenta sus aficiones al lujo, que no están casi nunca de
+acuerdo con sus recursos, y todas las necesidades de la mujer actual que
+no conocieron sus abuelas... Mira; fíjate.
+
+Señaló discretamente á una señora entrada un años, pintarrajeada y
+modestamente vestida, á la que acosaban con manoteos y gestos de súplica
+otras dos, jóvenes y elegantes. Se adivinaba que habían entrado allí
+únicamente para tratar un asunto, lejos de la curiosidad de las salas de
+juego.
+
+--Solicitan un préstamo, y ella se resiste--continuó Castro--. Tal vez
+es el segundo ó tercero de la tarde. Esa dama es una rival del vejete
+que lleva en la solapa el Corazón de Jesús. ¡Famoso usurero! Empezó de
+mozo de café, y debe tener unos dos millones, después de treinta años
+de honrada industria. Todo lo que posee lo destina al pueblo de La
+Turbie, que le ha nombrado su bienhechor. Regala imágenes de santos, ha
+reconstruído la iglesia... Atención: la dama se ablanda. El préstamo va
+á realizarse.
+
+Las tres mujeres habían desaparecido detrás de una puerta de caoba que
+daba entrada á los gabinetes de necesidad para señoras. La prestamista
+guardaba sus caudales en las enaguas, y le era preciso remangarse para
+hacer sus negocios. Poco después salió rápidamente hacia el salón de
+juego. Necesitaba continuar su vigilancia sobre algunas deudoras, por si
+estaban ganando. Las dos jóvenes la siguieron, llevando sus bolsos de
+mano todavía abiertos para contar con la vista los billetes acabados de
+recibir.
+
+Castro, que más de una vez había sufrido la humillación de operaciones
+semejantes, empezó á discurrir con amargura sobre el vicio que sostiene
+la existencia de este edificio enorme y de todo el principado. El jugaba
+por la ganancia, jugaba porque era pobre; ¡pero tantos ricos venían
+allí, con riesgo de perder la base de su bienestar!...
+
+--El juego es un empleo de la imaginación. Por eso habrás notado que los
+hombres de imaginación, los escritores, los verdaderos artistas, rara
+vez juegan. Muchos dan escándalos por sus vicios exagerados hasta la
+monstruosidad, pero ninguno se ha distinguido como jugador. Tienen
+asuntos más interesantes á que aplicar su potencia imaginativa.... En
+cambio, la gran masa de los humanos siente el encanto del juego, y
+cuanto más vulgar es un individuo, con más fuerza le atraen las
+seducciones del azar. Nuestros actos están guiados por el deseo de
+conseguir un máximum de placer con una parte mínima de sufrimiento y de
+trabajo; ¿y qué mejor que el juego para obtenerlo?... Todos obedecemos á
+la esperanza y hacemos aquello que nos parece más ventajoso. Además, nos
+conviene exagerar la probabilidad de que ocurra aquello que queremos
+ardientemente, y acabamos por tomar nuestros deseos por realidades....
+Los que entran todos los días aquí tienen la corazonada de que saldrán
+llevándose mil francos, ó veinte mil, ó cien mil, y lo regular es que
+salgan con los bolsillos vacíos. No importa; al día siguiente volverán,
+guiados de la mano por las mismas ilusiones.
+
+Cesó de hablar, como si le afligiese la consideración de que estaba
+haciendo su propio retrato. Luego añadió:
+
+--Sin estas ilusiones que nuestra imaginación ama porque la arrullan
+dulcemente, la vida resultaría irresistible. Es tal vez una felicidad
+que nuestras esperanzas no sean matemáticamente exactas y que en nuestro
+destino tenga tanta influencia la suerte. Además, la vida es breve, el
+porvenir incierto; si la fortuna ha de venir á nosotros, conviene
+abrirle el camino para que llegue velozmente; ¿y qué mejor camino que el
+juego?... Cuando ponemos nuestras esperanzas muy lejos en el tiempo,
+valen muy poco. Si debemos ganar, que sea pronto y de una vez. Nuestra
+vida no es mas que un juego de azar. Todos somos jugadores, aun los que
+no han tocado jamás una carta. Las profesiones, los negocios, el mismo
+amor, puro juego, puro azar, asunto de suerte. La habilidad ó la
+inteligencia pueden hacer los juegos de nuestra vida más favorable, pero
+el azar no pierde por esto sus derechos y la buena suerte del individuo
+realiza lo más importante. Para llegar á rico, hasta en los negocios que
+parecen más seguros hay que ser favorecido por un concurso de
+circunstancias extraordinarias, de golpes de azar constantemente
+felices. Jamás un hombre se ha hecho rico ó célebre solamente por lo que
+vale.
+
+Lubimoff, uno de los grandes ricos del mundo pocos años antes, asintió
+con movimientos de cabeza á esta afirmación.
+
+--Hasta los gobiernos cultivan la esperanza pública por medio del
+azar--continuó Castro--. Raros son los que no autorizan una lotería. El
+que adquiere un billete compra un poco de esperanza, la posibilidad, si
+tiene imaginación, de fabricarse por unos días toda clase de ilusiones
+magnificentes y de experimentar una profunda ansiedad en el momento del
+sorteo. El mejoramiento de nuestro bienestar material por el propio
+esfuerzo resulta laborioso y difícil. Pero hay un medio de proporcionar
+una felicidad relativa á los humildes: darles la esperanza de llegar á
+ricos, de emanciparse de toda servidumbre, de realizar el ideal de
+libertad que todos sienten. El Estado se muestra por principio enemigo
+del juego; lo considera inmoral, por estar basado en lo incierto; pero
+toda operación de comercio, financiera ó de industria representa un
+azar, muchas veces la ruina de uno de los contratantes, y es un juego
+casi igual á los de aquí.
+
+Sonrió Atilio irónicamente antes de continuar.
+
+--Que hablen contra el juego los moralistas hasta cansarse... Lo cierto
+es que las sumas que se arriesgan en las carreras de caballos y en los
+casinos aumentan de año en año con una progresión rápida, más rápida que
+la progresión de la fortuna pública. El desarrollo de las buenas
+costumbres no ejerce ninguna influencia en su disminución. En cambio,
+las complicaciones de la vida moderna, con sus crecientes necesidades,
+favorecen la pasión del juego y hasta la agravan.
+
+El príncipe le interrumpió. Tal vez era cierto lo que decía, pero ¡qué
+vicio deprimente el juego! Los seres más razonables se dejaban dominar
+por él, hasta perder su inteligencia ordinaria.
+
+--Es cierto--confesó Atilio--. En los juegos es donde se muestra la
+debilidad humana y la tendencia que tenemos á la superstición. ¡Qué de
+manías, como si el pasado pudiera influir en el presente!... ¡Qué de
+inútiles esfuerzos para domar á la suerte!... Se han derrochado más
+tesoros de imaginación para inventar nuevos sistemas de juego que para
+encontrar el movimiento perpetuo, y con igual inutilidad. Todas esas
+combinaciones maravillosas conducen al jugador infaliblemente á la
+pérdida, con más ó menos rapidez, pero siempre con certeza... ¡Y qué fe
+la nuestra! La considero superior á la de los mártires de las
+religiones. Cuando uno cree poseer una combinación segura para ganar,
+resulta inútil disuadirle. Nada le puede convencer. Es curioso que el
+fracaso del sistema y la pérdida consiguiente no descorazonen nunca al
+buen jugador. Inmediatamente acogemos una nueva combinación, la
+verdadera esta vez, que nos permitirá conseguir la fortuna... A una
+esperanza sucede siempre otra esperanza, y así vamos viviendo, hasta que
+llegue la muerte.
+
+La melancolía de estas últimas palabras fué breve. Castro pareció
+acordarse repentinamente de algo que le hizo sonreir.
+
+--¡Y qué incoherencias en la vida de los jugadores! Arriesgan el dinero
+sin miedo y no hay gente más avara. Fíjate en las mujeres que juegan con
+mayor pasión. Todas mal vestidas; algunas llegan hasta el descuido en su
+persona. El dinero lo necesitan para jugar, y dejan para el día
+siguiente la compra de lo necesario. Hay hombres que pasan toda la tarde
+con el sombrero bajo el brazo, por ahorrarse los cincuenta céntimos que
+cuesta dejarlo en el vestíbulo del Casino. Hoy, al entrar, he visto á un
+viejo que espera á un amigo suyo todos los días junto al mostrador del
+guardarropa. Depositan juntos sus sombreros y gabanes; así, cada uno
+sólo paga veinticinco céntimos. Luego, en la ruleta, los he visto
+manejar á fajos los billetes de mil francos.
+
+Los jugadores que entraban eran interpelados desde las mesas.
+
+--¿Aún sigue ganando?...
+
+Se referían á la de Delille. Las noticias no eran acordes. Unos parecían
+indignados: «Sí; continuaba ganando con una suerte insolente.» Se había
+desvanecido el entusiasmo del primer momento. Una punta de envidia latía
+en las miradas y las palabras. Otros, á impulsos del mismo sentimiento
+egoísta, se complacían en marcar un descenso en esta suerte maravillosa.
+Perdía y ganaba. Sus buenos golpes ya no eran tan seguidos como al
+principio; pero de todos modos, si se retiraba inmediatamente, tal vez
+se llevase trescientos mil francos.
+
+Atilio y el príncipe vieron á Lewis de pie ante el mostrador, bebiendo
+uno de aquellos _whiskys_ que serenaban su ánimo y le permitían reanudar
+las retorcidas combinaciones que habían de devolverle su herencia
+paterna y restaurar su castillo.
+
+Le llamaron para enterarse de la suerte de la duquesa. Lewis se encogió
+de hombros con una expresión de escándalo y de protesta. Era absurdo
+ganar de tal modo jugando tan mal.
+
+--Debe tener oculto en sus faldas el rosario del conde--dijo Atilio con
+gravedad.
+
+Quedó Lewis perplejo, como si tomase en serio estas palabras. Después se
+ruborizó, con una corrección británica, al acordarse de los extraños
+adornos del rosario de su amigo. De repente empezó á lanzar violentas
+carcajadas: «¡Ah, mister Castro!...» Le parecía tan chistosa la
+suposición de _mister_ Castro, que tosió, asfixiándose de tanto reir, y
+fué en busca de un nuevo _whisky_ para recobrar su serenidad.
+
+Volvieron los dos amigos al salón de _Las Gracias florentinas_.
+
+El príncipe vió á Novoa y á Valeria en el mismo diván, continuando su
+conversación, pero cada vez más abstraídos, fijos los ojos en los ojos,
+como si estuviesen en un lugar desierto.
+
+Llegó cerca de ellos sin que le viesen, y pudo oir un fragmento de lo
+que decía la acompañante de Alicia.
+
+--No conozco España; ¡pero me interesa tanto!... Yo adoro todos los
+países de amor, donde los hombres son desinteresados, donde no exista la
+dote y una mujer puede casarse aunque sea pobre.
+
+Dejó caer una ojeada de lástima el príncipe al pasar junto al sabio.
+
+
+
+
+VII
+
+
+Un nuevo personaje intervino en la vida de los habitantes de
+Villa-Sirena. El coronel anunció con entusiasmo á este amigo que le
+había hecho conocer doña Clorinda.
+
+--Es un teniente español de la Legión extranjera. Vive en el hotel que
+el príncipe de Mónaco ha destinado á los oficiales convalecientes. Se
+llama Antonio Martínez, nombre vulgarísimo que dice muy poco; pero es un
+gran soldado, un héroe, y no sé cómo sobrevive á sus heridas.
+
+«La Generala», que llevaba la cuenta de todos los militares de cierta
+notoriedad llegados á Monte-Carlo, había querido conocer á este
+teniente, tomándolo luego bajo su protección. La duquesa de Delille
+también se interesaba por él, y las dos, orgullosas de ser sus
+«madrinas», lo exhibían en el atrio del Casino, alquilaban carruajes
+para pasearlo por los lugares más hermosos de la Costa Azul, le
+regalaban los comestibles mejores y las pastelerías de tiempo de guerra
+que conseguían encontrar. Enfermo del pecho á consecuencia de los gases
+asfixiantes de los alemanes, había recibido, además, en la cabeza un
+casco de granada, y sufría de tarde en tarde accidentes nerviosos que le
+hacían caer al suelo privado de conocimiento. Los médicos hablaban con
+tristeza de su estado. Tal vez viviría años, tal vez moriría en una de
+estas crisis; lo importante era que llevase una existencia plácida, sin
+profundas emociones. Y las dos señoras, que conocían su verdadero
+estado, lo lamentaban cuando él no estaba presente. ¡Tan joven! ¡tan
+afectuoso y tímido! Sobre el pecho de su uniforme amarillo mostaza
+llevaba, con los cordones rojos, símbolo de heroísmo dado á los
+batallones extranjeros, la Cruz de Guerra y la Legión de Honor.
+
+Clorinda, que se consideraba con mayores derechos por haberle
+«descubierto», pensó un instante en llevarlo á vivir con ella, para
+atender mejor á su cuidado. Pero estaba en el Hotel de París; no
+disponía de una «villa» entera, como Alicia. Y ésta, aunque tentada por
+las insinuaciones de su amiga, no se atrevió á instalar al convaleciente
+en su domicilio. La gente era maliciosa, y ella, sin decir el por qué,
+temía ahora mucho sus comentarios.
+
+Mientras tanto, las dos llevaban á todas partes al teniente, protestando
+de que no le permitieran entrar con ellas en los salones del Casino, á
+causa de su uniforme. Una tarde, doña Clorinda, con toda la autoridad de
+su carácter, lo llevó á Villa-Sirena. Era una vergüenza que el hermoso
+edificio y sus vastos jardines estuviesen dedicados á cinco hombres que
+no servían de nada á la humanidad. Muchas veces lo había convertido
+imaginariamente en un sanatorio poblado de militares inválidos, con ella
+al frente como directora y protectora. Pero sus insinuaciones no
+causaban efecto alguno en el príncipe. «Un egoísta», se decía, volviendo
+á su antigua opinión.
+
+Ya que le era imposible ocupar la «villa» con una tropa de
+convalecientes, llevó al oficial español paro que conociese sus
+jardines, sin solicitar antes el permiso de Lubimoff.
+
+Este pudo contemplar de cerca al héroe de que tanto le había hablado don
+Marcos en los últimos días. Nada vió en él que revelase sus hechos
+extraordinarios. Era un muchacho, pronto á ruborizarse cuando le
+obligaban á contar sus actos en la guerra. Despojado de su uniforme y
+sus insignias honoríficas hubiese parecido un pobre dependiente de
+comercio, resignado con su modestia é incapaz de salir de ella. Su
+aspecto contrastaba con las hazañas que al fin se decidía á confesar en
+fuerza de preguntas. Tenía veintisiete años y parecía mucho más joven,
+pero con una juventud enfermiza, debilitada por las heridas y los
+sufrimientos.
+
+Lubimoff, que odiaba la fanfarronería de los héroes jactanciosos, se
+sintió desconcertado primeramente y luego atraído por la sencillez de
+este oficial. De no conocer por don Marcos la autenticidad de sus
+proezas, las habría creído falsas.
+
+Algo intimidado en presencia del famoso dueño de Villa-Sirena, confesaba
+su origen humilde sin orgullo y sin timidez. Era un pobre, hijo de
+pobres. Había intentado estudiar una carrera, pero la necesidad de
+ganarse el sustento le hizo abandonar los libros, rodando por las más
+diversas ocupaciones. ¡Era tan difícil en España conquistar el pan!...
+Después de hacer la guerra en Marruecos como español, había vagado por
+diversas repúblicas de la América del Sur, siempre en lucha con la
+miseria y la mala suerte.
+
+--Allá donde tantos brutos se hicieron ricos--decía--, yo sólo conocí
+una pobreza igual á la de mi patria... Cuando estalló esta guerra me
+indigné, como muchos, de la conducta de los alemanes, de sus atrocidades
+en los países invadidos. Estaba entonces en Madrid. Una noche, varios
+contertulios de café convinimos en ir á pelear por Francia. El que se
+hiciese atrás pagaría diez duros. Todos se arrepintieron de su decisión,
+menos yo. No crean ustedes que fué por evitarme el pago de la apuesta.
+Yo tengo mis ideas, y he leído algo. Soy republicano... y Francia es el
+país de la gran Revolución. Ingresé en un batallón de la Legión
+extranjera que se organizaba en Bayona, compuesto en su mayor parte de
+españoles. Quedan ya muy pocos: los más han muerto; los restantes viven
+esparcidos en los hospitales ó han quedado inútiles para siempre. Yo
+conocía la guerra, una guerra de montaña contra los moros del Rif, y sin
+buscarlo había llegado en mi patria á teniente de la reserva. Tal vez
+por esto fuí sargento en la Legión á las pocas semanas... pero ¡las
+asperezas de la realidad! Nunca me imaginé que nos recibieran con
+música: Francia tiene otras cosas en que pensar; pero fué triste ver tan
+mal interpretado nuestro entusiasmo. Los hombres llamados á las armas
+por las leyes del país y que se batían obligatoriamente nos miraban con
+recelo. Para los otros regimientos éramos gente mala, tal vez escapados
+de presidio. «¡Qué hambre sufrirías en tu casa--me dijeron en el
+frente--, cuando has venido aquí para poder comer!...» Y entre nosotros
+había estudiantes, periodistas, jóvenes de familias ricas, enganchados
+por entusiasmo... Pero no hablemos de esto. En todos los países hay
+seres groseros, incapaces de comprender lo que va mas allá de los
+egoísmos materiales.
+
+Su historia militar estaba circunscrita á la guerra de trincheras,
+interminable y monótona, á los ataques á corta distancia. Había llegado
+tarde á la batalla del Marne; y él, que se imaginaba asistir á combates
+gigantescos, viendo moverse millones de hombres y funcionar cañones
+inmensos, sólo presenció una serie de luchas entre pequeñas fuerzas
+ocultas en el suelo, encuentros cuerpo á cuerpo que hacían ganar unos
+cuantos metros de tierra. La vida en los Dardanelos era el peor de sus
+recuerdos. No quería hacer memoria de esta campaña horrible. La lucha en
+Francia le parecía algo plácido comparada con aquella pelea en unos
+escasos kilómetros de costa, teniendo el mar á la espalda y al frente
+unas líneas inconquistables.
+
+Después de decir esto callaba, y el coronel tenía que insistir con
+cierto orgullo paternal para que Martínez siguiese hablando.
+
+--Heridas, muchas heridas--añadía con sencillez--. He perdido de cuenta
+los hospitales que llevo conocidos en tres años, los viajes que he hecho
+por Francia en vagones de la Cruz Roja. Cuando no morimos del primer
+golpe, somos como caballos de corrida de toros. Nos arreglan el pellejo
+fuera del redondel, nos fortalecen un poco, y otra vez á la plaza, hasta
+que recibamos la cornada final.
+
+Toledo, impacientándose por la modestia del joven, explicaba sus
+heridas. Las tenía de todas las épocas. Unas eran de combatiente
+moderno, producidas por cascos de proyectil explosivo, por balas de
+fusil de repetición, y hasta aquella tos que cortaba de vez en cuando
+sus palabras la debía á los gases asfixiantes. Otras eran de cuchillo,
+de culatazo, de pedrada, de mordisco, recibidas en los encuentros
+nocturnos, en las sorpresas, donde los hombres luchaban lo mismo que en
+los albores de la vida del planeta.
+
+El príncipe Lubimoff no podía menos de admirar á este joven, pequeño,
+moreno, de aspecto insignificante. Parecía imposible que un organismo
+humano pudiera resistir tanto golpe, que en su cuerpo débil cupiesen
+tantos quebrantos, sin que él se viniera abajo.
+
+Con la solidaridad de todos los que arrostran el peligro, repelía la
+gloria individual. Hablaba de la Legión como el soldado habla de su
+regimiento, como el marino habla de su buque, creyéndolo el mejor de
+todos. Veía la guerra entera á través de la Legión. Todos los franceses
+eran valerosos. Además, nadie podía adivinar por dónde atacaría el
+enemigo, y allí donde emprendía la ofensiva encontraba quien le hiciese
+frente, cortándole el paso. ¡Pero la Legión extranjera!...
+
+--Los que combaten en el frente son hombres--decía--, hombres arrancados
+á sus familias por las necesidades de la patria; nosotros somos
+guerreros. Por esto en las operaciones difíciles, donde hay que
+sacrificar carne, nos echan siempre por delante. Yo no soy mas que uno
+de tantos. ¡La Legión!... Cada seis meses cambia de coronel: se lo
+matan, y otro viene á ocupar su puesto, destinado á morir lo mismo. ¡Y
+cómo nos odia el enemigo!... Nosotros tenemos un orgullo. Entre los
+prisioneros que hay en Alemania no existe uno solo de la Legión
+extranjera. El que cae en manos de los _boches_ sabe que es hombre
+muerto: nos colocan fuera de toda ley... ¡Y nosotros... nosotros,
+siempre que podemos...! Hasta cuando nos insultamos de trinchera á
+trinchera nos enorgullece ser de la Legión. Una noche, los de enfrente,
+al oirnos hablar en español, empezaron á gritar en nuestro idioma.
+Debían ser alemanes procedentes de la América del Sur. «¡Ah, macabros!
+Ya caeréis en nuestro poder, y ¡entonces...!» Nos amenazaban con los más
+atroces suplicios. Y nos apodan siempre «macabros», no sé por qué.
+
+La duquesa de Delille admiraba al héroe, sintiendo al mismo tiempo
+cierto malestar por los horrores adivinados detrás de sus palabras. ¡La
+guerra! ¿Cuándo terminaría la guerra?...
+
+Encogió sus hombros el teniente, sonriendo. Los que vivían lejos del
+frente deseaban la paz con más impaciencia que los que arriesgaban su
+vida en él. Habían acabado por acostumbrarse al roce con la muerte. La
+guerra duraría lo que fuese necesario: cinco años, diez años; lo
+importante era conseguir la victoria.
+
+Pero Toledo, temiendo que la conversación se desviase de su héroe,
+volvió á insistir en sus hazañas.
+
+--Soy uno de tantos--dijo Martínez--. Para hombres valientes, la Legión.
+Allí sí que los hay. ¡Y los que han muerto!... Al principio había en
+ella soldados de todos los países. Pero los americanos se fueron desde
+que su República intervino en la guerra, y lo mismo los italianos y
+polacos. En cambio, muchos rusos, al disolverse sus regimientos, se han
+incorporado á la Legión... Lo mío nada tiene de extraordinario. ¡Y qué
+de recompensas por lo poco que he hecho! Llevo dos galones, siendo un
+extranjero... Además, no puedo olvidar el momento en que me llamó mi
+coronel, una semana antes de que lo matasen: «Martínez, el general me ha
+dado cuatro cruces de la Legión de Honor para nuestra Legión. Una es
+tuya.» Y me la puso en el pecho frente á todo un batallón de hombres
+valerosos que presentaban sus armas. Esto no puede olvidarse: llena una
+vida.
+
+Así era. El coronel Toledo lo afirmaba, húmedas las córneas y moviendo
+la cabeza. Luego, con un egoísmo celoso, lo arrancó á aquellas damas,
+ocupadas momentáneamente en conversar con el príncipe y sus amigos.
+
+Paseando por los jardines, don Marcos miraba á su héroe con ternura
+protectora, lo mismo que un artista agotado contempla la ascensión de
+otro fresco y triunfante.
+
+--¡Juventud... juventud!--decía--. Usted, Martínez, es la España que
+viene; yo la España que fué y no resucitará nunca. Estoy convencido de
+que el mundo va por otros caminos.
+
+Sostenía frecuente correspondencia con muchos voluntarios españoles de
+la Legión. Se preocupaba de ellos con cariños de «madrina», enviándoles
+chocolate, comestibles selectos, todo lo que podía extraer de la
+despensa de Villa-Sirena sin detrimento del servicio. Algunas cartas
+llegadas del frente le hacían llorar y reir de emoción. Un voluntario le
+pedía el envío de una buena navaja de España, por haber roto la suya en
+un encuentro nocturno. Otro soñaba con una pistola browning. ¿Quién le
+daría una browning? Sólo disponía de un revólver de ordenanza, arma
+insegura que le falló dos veces en el asalto de una trinchera,
+impidiéndole matar al enemigo que acababa de herirle.
+
+Con Martínez podía expansionarse el coronel, dando suelta á sus
+profecías favorables para los aliados.
+
+En presencia de Atilio y de Novoa era menos locuaz, temiendo sus
+comentarios. Por el gusto de hacerle rabiar le recordaban el entusiasmo
+de los tradicionalistas españoles en pro de Alemania. Castro hasta
+fingía extrañarse de que no fuese germanófilo, como todos sus amigos
+políticos.
+
+--Yo estoy donde debo estar--contestaba don Marcos con dignidad--. Soy
+un caballero, y estoy con las personas decentes.
+
+Este era su argumento supremo. La humanidad se dividía para él en
+personas decentes é indecentes, lo mismo que las naciones, y Alemania
+estaba excluída de toda decencia.
+
+Le hacía sufrir como patriota el contemplar á España al margen de la
+contienda, esforzándose por no saber lo que ocurría en el resto del
+mundo, encogiéndose con la cabeza bajo el ala, lo mismo que ciertas aves
+zancudas que creen evitar el peligro no viéndolo. Su país no figuraba,
+por fortuna, entre las naciones indecentes, pero tampoco era decente, y
+dejaba escapar la ocasión de cierta gloria que hacía estremecerse al
+coronel.
+
+Desde tres meses antes, una idea fija perturbaba sus mejores momentos.
+Los aliados habían entrado en Jerusalén. ¡Gran alegría para el viejo
+soldado católico! Pero esta alegría le hacía sonreir después
+amargamente. ¡Una nación protestante libertando por tercera vez el
+sepulcro de Cristo!...
+
+--Imagínese usted, amigo Martínez, si España hubiese estado con las
+naciones decentes. Esa gloria nos correspondía á nosotros, que somos la
+nación más piadosa. Hasta yo, á pesar de mis años, habría ido á la
+cruzada. ¡Los españoles entrando victoriosos en Jerusalén! ¿Qué me dice
+usted de esto?...
+
+Pero el oficial contestó con una sonrisa pálida. «Sí... tal vez.» Se
+veía que no le importaban gran cosa la entrada en Jerusalén y el vacío
+sepulcro de Cristo. Don Marcos, algo ofendido con el héroe, se replegó
+en su mentalidad de hombre medioeval. Decididamente, eran de dos épocas
+distintas. «¡Juventud... juventud! Usted es la España que viene; yo la
+España... _etcétera_.»
+
+Sí; el mundo iba por otros caminos. El mismo se olvidó á los pocos días
+de esta empresa de Jerusalén, angustiado por el mal cariz de la guerra
+en Occidente. Los alemanes, libres del peligro que representaba Rusia á
+sus espaldas, concentraban en Francia, después de ajustar la paz con los
+bolcheviques, la totalidad de sus tropas para llegar á París. Los
+aliados, frente á esta ofensiva aplastante, sólo contaban con sus
+antiguas fuerzas y las que pudiese aportar la reciente intervención de
+los Estados Unidos.
+
+Don Marcos tenía acerca de este auxilio una opinión determinada y firme.
+Empezaba por sentir contra los Estados Unidos cierta antipatía, que
+databa de la guerra de Cuba. Podían poseer una gran flota, porque los
+buques se adquieren con dinero y este pueblo es inmensamente rico: ¿pero
+un ejército?... Toledo sólo creía en los ejércitos de las monarquías,
+haciendo excepción de Francia, porque en ella las glorias de la
+tradición militar van unidas á la historia de la primera República.
+
+Al principio de la guerra, hasta le había irritado la importancia que
+todos daban al presidente Wilson. Unos y otros contendientes se dirigían
+á él, apelaban á su juicio, protestaban de las barbaries del adversario.
+El mismo Guillermo II le cablegrafiaba extensamente para sincerarse con
+embustes, como si juzgase preciosa la conquista de su opinión.
+
+--¡Ni que fuese ese hombre el centro de la tierra! ¡Un presidente de
+República que sólo cuenta con unos miles de soldados.... un
+catedrático... un iluso!...
+
+El sólo comprendía los jefes de Estado con uniforme, el pecho cubierto
+de condecoraciones, las dos manos en la empuñadura del sable y bajo sus
+ojos un ejército inmenso, pronto á pegar para imponer sus órdenes. ¡Y
+este señor de chaqué y sombrero de copa, con sus lentes y su sonrisa de
+clérigo letrado, era ahora el hombre en el que convergían las miradas de
+esperanza de medio mundo, el poder decisivo que unos deseaban atraerse y
+otros no querían irritar!...
+
+Atilio Castro, que se burlaba del coronel, estando siempre en desacuerdo
+con sus opiniones, parecía impresionado por tal prodigio histórico.
+
+--Estos ya no son sus tiempos, don Marcos. Vamos á ver cosas muy nuevas.
+América, que hace un siglo era una simple colonia de Europa, tal vez la
+proteja ahora y la salve. Por lo pronto, asistimos al curioso
+espectáculo de que un antiguo profesor de Universidad sea el árbitro de
+la tierra.... ¡Qué diría Napoleón si viese esto noventa y cuatro anos
+después de su muerte!
+
+Toledo asentía dolorosamente. Sí; sus tiempos habían pasado. La
+democracia, la República, todas aquellas cosas que le hacían sonreir
+antes, como algo pasajero y anacrónico privado de fuerza, eran mucho en
+el mundo y tal vez acabasen por apoderarse de su dirección. Hasta él
+mismo experimentaba su influencia irresistible. Cuando vió cómo el
+presidente de la gran República americana protestaba del torpedeamiento
+de los buques indefensos, de los crímenes de los submarinos, acabando
+por declarar la guerra al Imperio alemán, don Marcos afirmó con un
+balbuceo de confesión:
+
+--Ese Wilson... ese Wilson es una persona decente.
+
+Para él, era imposible decir más.
+
+Aceptaba al hombre por su adoración instintiva al poder personal, pero
+se negó á creer en la fuerza militar de los Estados Unidos. Era un país
+de libertad, donde todos se consideran iguales, lo que imposibilitaba,
+según Toledo, la creación de un ejército serio.
+
+El príncipe y Castro hablaban algunas veces en su presencia de la guerra
+de Secesión, la primera guerra en la que se habían movido millones de
+hombres, aplicándose además un sinnúmero de inventos, de los que
+procedían todos los progresos del armamento moderno. Toledo escuchaba,
+con la duda que inspiran los sucesos lejanos. Esta lucha había sido
+entre ellos: una guerra de milicias; ¿pero levantar un ejército de
+millones de hombres en un país que no tenía el servicio militar
+obligatorio, y hacer que este ejército atravesase el Océano con toda su
+inmensa impedimenta, llegando á tiempo para salvar á Europa en
+peligro?... ¡Ilusiones! ¡Lo que allá llaman _bluff_!
+
+Don Marcos se aferraba á esta palabra para mantener su incredulidad.
+Aquel pueblo estaba acostumbrado á realizar cosas enormes; todo lo veía
+en grande: ciudades, edificios, industrias, riquezas, pero luego lo
+aumentaba considerablemente al anunciarlo y describirlo. Esto lo sabía
+todo el mundo, y su esfuerzo guerrero que debía aplastar al militarismo
+alemán y restablecer la paz en la tierra, aunque bien intencionado, no
+pasaría de ser un _bluff_ más.
+
+Castro aprobaba las palabras del coronel por primera vez, sin ningún
+intento de burla. El Presidente había declarado la guerra, pero el país
+no parecía dispuesto á seguirle.
+
+--Enviarán dinero, armas, víveres, todo el poder de su riqueza y su
+producción... ¿pero un gran ejército? ¿Dónde lo tienen? ¿Cómo va á tomar
+las armas un pueblo inmenso, acostumbrado á que el soldado sea
+voluntario, y que vive en la mayor prosperidad? ¿Qué va á ganar con
+ello?...
+
+Lubimoff, que había estado allá muchas veces, contestaba con un gesto
+ambiguo:
+
+--¡Tal vez!... Pero si quieren de verdad entrar en la guerra, ¡quién
+sabe! Todo puede suceder en aquel país, aunque parezca imposible.
+
+El coronel acabó por sentir el entusiasmo irrazonado de las gentes.
+Desde el principio de la guerra, la gran masa, que cree en los
+vaticinios misteriosos y las intervenciones sobrenaturales, tenía
+siempre un pueblo favorito, un pueblo de moda, en el que concentraba sus
+esperanzas.
+
+Primeramente había sido Rusia, con sus millones y millones de hombres,
+el «rodillo» compresor ruso, que no tenía mas que ir avanzando para
+laminar á Alemania. ¡Pobre rodillo! Al quedar hecho pedazos, la veleta
+del entusiasmo había girado del lado de Inglaterra. Ahora era América,
+tanto más milagrosa y omnipotente cuanto mal conocida.
+
+Sonaba en todas las conversaciones el nombre de un americano, lo mismo
+en los tés elegantes que en los cafetuchos del pueblo; el único
+americano conocido en Europa: el inventor Edisson. El lo arreglaría
+todo. Se había mantenido hasta el presente invisible y mudo, pero al
+entrar su país en la guerra iban á verse cosas prodigiosas. En unas
+cuantas horas, fuerzas invisibles é implacables pulverizarían los
+ejércitos invasores; los submarinos iban á estallar como proyectiles
+bajo una luz helada que los perseguiría en las profundidades oceánicas;
+los aviones que bombardean las ciudades indefensas descenderían atraídos
+por una succión eléctrica, como el pájaro vuela hacia la boca de la boa.
+El taumaturgo representaba para las imaginaciones más que todos los
+soldados y todos los buques de su país.
+
+Y Toledo, que adornaba su dormitorio con retratos de Joffre y de Foch,
+pero creía al mismo tiempo que en la victoria del Marne había
+intervenido Santa Genoveva, patrona de París, se sintió atraído por
+estos milagros del mago americano, que todos anunciaban como cosa
+segura. La ciencia le infundía respeto y miedo al vivir algo apartada de
+la religión; por eso creía ciegamente en sus prodigios, como el devoto
+cree en el inmenso poder del diablo.
+
+Otras veces resucitaba su incredulidad. La guerra sólo puede resolverse
+con soldados. La fuerza había estado igualada hasta entonces entre ambos
+contendientes; pero ahora Alemania traía nuevas divisiones, las del
+frente oriental, para dar el golpe decisivo. Faltaba de este lado otro
+peso equivalente ó mayor, el chorreo final que llena el vaso, lo
+desborda é inclina la balanza. Podía ser América... ¡pero llegaban sus
+fuerzas con tanta lentitud! ¡eran tan grandes los obstáculos!... Algunos
+batallones del ejército permanente americano habían desfilado ya por
+París. Después transcurrían los meses sin que el hilillo continuo de
+auxilios se convirtiese en torrente.
+
+En toda la Costa Azul veía Toledo militares heridos de diversos países.
+Sólo de tarde en tarde llegaba á vislumbrar algunos uniformes
+americanos, médicos y sanitarios de las ambulancias que no parecían
+tener mucho trabajo. Los diarios hablaban de fuerzas de los Estados
+Unidos que habían ocupado un sector del frente... ¡pero tan escasas!
+
+--Lo del millón de hombres ó los dos millones antes que acabe el año,
+todo _bluff_--decía el coronel--. Yo entiendo un poco de eso, y es más
+fácil construir un rascacielos de cien pisos que trasladar un millón de
+soldados de un hemisferio á otro.... ¡Y la gran ofensiva que va á
+empezar!... ¡Y Francia que no puede más, después de cuatro años de
+heroísmos desangrantes!...
+
+Todos los días se paseaba por el atrio del Casino esperando con
+impaciencia los grandes papeles con gruesos caracteres manuscritos que
+los empleados iban fijando en los tableros. El sólo buscaba en los
+últimos telegramas el principio de la ofensiva anunciada por los
+enemigos. Esta amenaza había quebrantado su fe en la victoria y le tenía
+en perpetua angustia. ¡Ay! ¡con tal que los americanos llegasen antes y
+en cantidades enormes!...
+
+Por deber mentía descaradamente ante los amigos que le rodeaban en el
+atrio solicitando sus opiniones de hombre de guerra.
+
+--Triunfaremos; y Guillermo tendrá que pegarse un tiro.
+
+Lo único que creía de verdad era lo del tiro, en caso de una derrota
+alemana.
+
+--Conozco bien al kaiser--seguía diciendo--. No es mas que un teniente;
+un teniente que se ha hecho viejo, conservando los aturdimientos y las
+petulancias de la juventud. Pero tiene el pundonor del oficial que, al
+verse perdido, se lleva el revólver á la frente. Ustedes verán cómo
+termina así, en caso de una derrota.
+
+Hacía versos, música, pintura, daba su opinión en todas las cuestiones,
+imponiéndola, como uno de esos oficiales jóvenes que al entrar en un
+salón burgués lo llenan con sus arrogancias y suficiencias, enardecidos
+por el silencio de los contertulios, que temen un lance de honor. Era
+un eterno teniente encanecido bajo una corona imperial y perturbado por
+los incesantes triunfos de su vanidad. Pero si la suerte le volvía la
+espalda, tendría el mismo gesto decisivo del oficial que se juega los
+fondos confiados á su custodia ó comete otros delitos contra el honor.
+
+--No lo duden; mi teniente sabrá serlo cuando llegue la hora mala. Es un
+loco, un histrión vanidoso, pero conoce la vergüenza del hombre de
+guerra. Lo repito: se pegará un tiro.
+
+Y oía en su imaginación el imperial pistoletazo.
+
+Lo que disgustaba á don Marcos era no poder hablar de esto ni de los
+peligros de la ofensiva cuando estaba en Villa-Sirena. Los amigos del
+príncipe vivían como huéspedes de hotel. Su número sólo era completo en
+las primeras horas de la mañana. Rara vez se sentaban todos á la mesa.
+Una fuerza exterior parecía buscarles dentro de la «villa», empujándolos
+hacia Monte-Carlo. Hasta el príncipe almorzaba ó comía muchas veces en
+el Hotel de París, avisando á última hora por teléfono.
+
+Este desarreglo doméstico lo aceptaba Toledo como algo providencial. La
+servidumbre había experimentado una baja irreparable con la partida de
+Estola y Pistola. Una mañana se le presentaron, balbucientes y
+emocionados, sin sus fracs largos de faldones. Se marchaban: debían
+pasar la frontera en la misma tarde para presentarse en su cuartel.
+Habían recibido orden del cónsul.
+
+No parecía entusiasmarles su nueva condición; pero don Marcos, por deber
+profesional, quiso fortalecerlos con un pequeño discurso. También él, á
+su misma edad, había partido á la guerra voluntariamente. «Respeto á los
+jefes... amarlos como á padres... el honor... la bandera...»
+
+La aparición del príncipe cortó su arenga. Los dos muchachos besaron la
+mano de su señor, como si se despidiesen de él para la eternidad, y no
+supieron, en su turbación, dónde guardarse los billetes que les fué
+dando. ¡Estola y Pistola convertidos en soldados!... ¡Hasta á estos dos
+adolescentes los arreaban hacia la muerte! Y el caso le pareció á
+Miguel tan extraordinario, tan falto de razón, que al mismo tiempo que
+los compadecía experimentaba deseos de reir.
+
+Media hora después ya no se acordó de ellos. El coronel sabría organizar
+un nuevo servicio con mujeres, ya que la guerra no permitía otros
+domésticos. Además, él se aburría en Villa-Sirena, encontrando un nuevo
+gusto á la vida en Monte-Carlo.
+
+Los desocupados que paseaban en torno del «queso» le veían entrar en el
+Casino con aspecto preocupado, como un jugador que acaba de descubrir
+una combinación nueva. El público de los salones le había visto también
+aproximarse á las mesas, como si le interesasen las peripecias de la
+fortuna. Pero en vano esperaban algunos que avanzase una puesta,
+imaginándose que sólo podía jugar cantidades enormes.
+
+Sus ojos parecían ver detrás de él, y apenas la duquesa de Delille
+abandonaba su asiento para trasladarse á otra mesa, el príncipe le salía
+al paso con la mano tendida y una sonrisa juvenil.
+
+Permanecían inmóviles en el lugar del saludo, hasta que, avisados por el
+instinto de las miradas curiosas fijas en sus espaldas, iban á sentarse
+en un diván rinconero, y allí continuaban su conversación. De pronto, el
+murmullo del público en torno de una mesa la hacía correr á ella con una
+curiosidad profesional, abandonando momentáneamente á Lubimoff.
+
+Alicia tenía la sonrisa amarga y orgullosa de una reina destronada. En
+los días anteriores la gente sólo había hablado de ella. Hasta Niza y
+Mentón volaba su nombre. Las familias monegascas que no pueden entrar en
+el Casino pedían noticias de su suerte á la hora de la comida. En cafés
+y restoranes sonaba su apellido mezclado con los de los generales que
+dirigían la guerra. Frente al cartelón de las últimas noticias, las
+gentes interrumpían sus comentarios sobre la próxima ofensiva,
+preguntándose: «¿Cómo le fué ayer á la duquesa de Delille?» Por las
+tardes, al llegar al Casino, los curiosos corrían para verla mejor y los
+amigos la saludaban, besando su mano con orgullo. Era una ovación
+silenciosa de ojeadas y sonrisas, igual á la que saluda la entrada de
+una tiple célebre en el teatro de sus triunfos.
+
+Cerca de dos semanas duró su batalla con el Casino; ganaba, perdía,
+volvía á ganar. Su «trabajo» empezaba á las tres de la tarde,
+prolongándose hasta media noche, y transcurría la hora del té, luego la
+de la comida, sin que ella se enterase. Al terminar el juego se
+marchaba, apoyada en un brazo de Valeria, saludando á todos con una
+amabilidad extenuada y victoriosa. Algunas veces, como una enferma que
+se deja nutrir á regañadientes, aceptaba los _sándwichs_ y la taza de té
+que su acompañante hacía traer á la mesa de juego.
+
+Una noche--¡noche memorable!--se cerró el Casino sin que ella cesase de
+ganar. Contó los billetes que le habían dado los altos empleados con una
+sonrisa amarillenta y opaca. Cuatrocientos de á mil. Se salían de su
+bolso de mano y del bolso de Valeria. Hasta su amiga «la Generala» tuvo
+que prestarle ayuda, guardando varios fajos.
+
+--Si no cierran los hago saltar--dijo con la vanidad de los
+triunfadores.
+
+Clorinda la acompañó en el coche hasta su casa, dándole consejos
+prudentes: «Retírate, guarda el dinero. Es imposible ir más allá.»
+Valeria, en el curso de la noche, repitió lo mismo: «No debía ofender á
+Dios insistiendo.»
+
+Alicia se negó á oirlas. Su inspiración no se había agotado. Aún le
+quedaban grandes cosas que hacer, y cuando llegase el momento de
+retirarse, lo vería antes que los demás.
+
+Miguel había asistido á esta lucha, irritante para él. Todas las tardes,
+al entrar en el Casino, se insultaba en su interior, como si cometiese
+un acto vil. ¿Por qué asistía á los hechos de esta loca?... Ella no
+parecía enterarse de su presencia: una mirada al principio, una sonrisa,
+y en las horas restantes sólo tenía ojos para el juego y para los
+_croupiers_. A pesar de esto, el príncipe llegaba puntualmente.
+
+Para excusarse, hacía memoria de unas palabras de la duquesa. Al día
+siguiente de su primera y ruidosa ganancia, se había levantado al verle
+entrar en el salón, tirando de sus dos manos para hablarle aparte.
+
+--Tú me das la buena suerte--susurró en su oído--. Estoy segura de que
+es así. Gano desde que somos amigos. ¡Ven, ven siempre! Que te vea cada
+vez que levante los ojos.
+
+Sólo de tarde en tarde los levantaba: tenía otras cosas más urgentes en
+su pensamiento. Pero Miguel, para acallar su despecho, se decía que
+estaba allí por cumplir una palabra. Además, ¡quién podía saber si lo
+que ella decía era cierto!... La tendencia á la superstición que
+acompaña á los jugadores, el ambiente del Casino, la misma suerte de
+Alicia, habían acabado por influir en la incredulidad del príncipe.
+
+Pretendía vengarse de estas largas esperas y de su indiferencia
+contemplándola con ojos despiadados.
+
+--¡Qué fea está!...
+
+Fea, como todas las mujeres que juegan y parecen sufrir el peso de la
+edad aceleradamente, bajo el aplastamiento de la emoción. Cada pérdida
+era un año más que caía sobre su cabeza, cada ganancia un gesto violento
+que desbarataba la regularidad de su rostro. Lubimoff se complacía en
+notar las arrugas que una atención intensa iba formando en torno de sus
+ojos; el afilamiento de su nariz, las dos profundas grietas que
+estiraban los extremos de su boca, dándola una expresión de prematura
+vejez. Todas sus preocupaciones femeniles desaparecían en el transcurso
+de las horas. Su sombrero se ladeaba; los bucles de su cabellera
+intentaban escapar, erizados y estremecidos por las corrientes de humana
+electricidad que serpenteaban entre sus raíces. Parecía tener diez años
+más.
+
+Pero una segunda voz interior emitía otra opinión. «Sí, muy fea... ¡pero
+tan interesante!» Seguramente que al levantarse de la mesa volvería á
+ser la Alicia de siempre.
+
+Al entrar en el Casino una tarde, husmeó el acontecimiento
+extraordinario. Las gentes hablaban, se pedían noticias, corrían todas á
+una misma mesa.
+
+El amigo Lewis pasó junto á él sin detenerse.
+
+--Tenía que ocurrir.... No sabe jugar.... Lo esperaba.
+
+Un poco más allá le salió al paso Spadoni.
+
+--Nunca ha querido oirme... Hace su capricho... no sigue un sistema. Ya
+ha rodado al suelo.
+
+Todos los jugadores hablaban como si lamentasen una muerte, pero con una
+compunción hipócrita, rugiendo interiormente de envidia triunfante al
+ver desvanecida aquella buena suerte absurda que amargaba sus noches.
+
+Avanzó Lubimoff su cabeza entre dos hombros, viendo á Alicia al mismo
+tiempo que está levantaba sus ojos. Se cruzaron sus miradas. Ella le
+contempló con desaliento, como si se quejase, haciéndolo responsable de
+su desgracia. «¿Por qué me has abandonado?»
+
+El príncipe huyó: le hacía daño verla con aquel aspecto humilde y
+rabioso de cordero en peligro, que bala de pena y se defiende.
+
+Al anochecer volvió al Casino. Aún había quien se ocupaba de la duquesa,
+pero en voz baja, con ademanes tristes, como si hablase de un moribundo.
+Los curiosos habían disminuído en torno de la mesa. Vió á Alicia en el
+mismo lugar. Detrás de su asiento se erguía Valeria, con el rostro
+triste, mientras doña Clorinda se inclinaba sobre su amiga, hablándola
+al oído. Adivinó sus palabras. La incitaba á levantarse: mañana tendría
+más suerte. Pero ella parecía no oir, manteniéndose con los ojos fijos
+en unas cuantas placas de quinientos francos y de mil, que era todo lo
+que le restaba. De repente se impacientó, y volviendo la cabeza dijo una
+palabra, una nada más, algo muy gordo, pero no nuevo en aquella amistad
+íntima que se rompía todas las semanas. Doña Clorinda dejó caer otra
+inmediatamente, con acompañamiento de una puñalada de sus ojos, y se
+alejó, altiva y desdeñosa, mientras Valeria miraba al techo con
+desesperación.
+
+Volvió á huir Miguel. Le daba miedo la cara de Alicia, la agresividad
+nerviosa de su voz, que no había oído, pero que se dejaba adivinar en el
+estremecimiento de sus labios.
+
+Vagó una media hora por los salones, escuchando de lejos las palabras de
+los que se ocupaban aún de la duquesa. Una tarde había bastado para
+llevarse las ganancias de muchos días de éxito. Su infortunio resultaba
+tan inaudito como su buena suerte. No había acertado una sola vez.
+
+Sintió de pronto en su espalda el contacto de una mano nerviosa. Volvió
+los ojos: era Alicia, pero con un gesto ávido, con una expresión
+atrevida é implorante á la vez.
+
+--¿Tienes dinero?...
+
+Este rostro, esta voz, no eran nuevos para Miguel. Antes de la guerra,
+el Casino había sido el lugar de sus victorias más fulminantes é
+inesperadas. Mujeres glaciales que le trataban con visible despego,
+mujeres de reconocida virtud que repelían con su aspecto toda audacia,
+se habían acercado á él con repentina decisión, solicitando un préstamo
+y preguntando acto seguido á qué hora podía ofrecer el príncipe una taza
+de té en Villa-Sirena. Recordó al coronel, que consideraba el juego como
+el peor de los enemigos de la mujer. Servía para que perdiesen toda
+vergüenza. En unas cuantas horas quedaban demolidos los prejuicios de su
+vida anterior. Para seguir jugando ofrecían espontáneamente lo que nunca
+habían querido conceder.
+
+Lubimoff acogió con extrañeza esta demanda brusca. Llevaba encima muy
+poco dinero: él no era jugador. ¿Cuanto necesitaba?...
+
+--Veinte mil francos.
+
+Dijo esta cifra como podía haber dicho cien mil ó cinco mil. Para ella,
+era lo mismo en este momento. Además, en los últimos días había perdido
+la noción de los valores.
+
+Miguel contestó riendo. ¿Se lo imaginaba, acaso, viniendo al Casino con
+veinte mil francos en la cartera, lo mismo que un usurero ó un comprador
+de alhajas?
+
+--Pide prestado--dijo la duquesa--. A ti te darán lo que exijas.
+
+El siguió riendo de esta absurda proposición, pero vencido de antemano
+por la sencillez con que Alicia la formulaba.
+
+--¿Y tú?... ¿Por qué no pides tú?
+
+¡Oh, ella!... En el orgullo de su triunfo, se había olvidado de pagar
+varias deudas contraídas antes de su racha de buena fortuna. Ahora era
+inútil pedir. Estaba en un mal momento, todos la consideraban caída é
+incapaz de rehacerse.
+
+--Y se engañan, Miguel; siento la inspiración de la suerte. Vas á ver
+cómo me levanto con unos cuantos golpes. Es mi secreto. Si te lo digo me
+abandonará la fortuna....¡Hazme ese favor!... Pide los veinte mil al
+vejete que está allá mirándonos. No te los puede negar: eres el príncipe
+Lubimoff.... Si te parece bien, haremos sociedad: partiré contigo mis
+ganancias.
+
+Miguel conservó su sonrisa, mientras se escandalizaba interiormente de
+esta proposición. ¡En qué cosas pretendía mezclarle esta mujer!... ¡El
+pidiendo dinero á un prestamista del Casino!...
+
+Pero, á semejanza de ciertos enfermos que realizan los actos más
+contrarios á su voluntad, cuando se apartó de Alicia, haciendo gestos de
+protesta, sus piernas le llevaron maquinalmente hacia un diván donde
+estaba encogido el vejete de la barba dura, con la placa del Corazón de
+Jesús en la solapa, el sombrero en una mano y un gorro de seda sobre la
+calva.
+
+--Necesito veinte mil francos.
+
+Quedó dudando el príncipe ante el hombrecito, que se había puesto de
+pie, sorprendido y receloso al ver que le hablaba tan alto personaje.
+¿Era realmente su voz la que acababa de sonar?... Sí, era su voz, pero
+él experimentó una inmensa extrañeza, como si fuese otro el que había
+hablado. Sintió deseos de retirarse sin esperar la respuesta del gnomo,
+pero éste contestaba ya, balbuceando:
+
+--Príncipe... ¡tal cantidad!... Yo soy un pobre. Hago de vez en cuando
+un favor á personas distinguidas, dos ó tres mil francos... ¡pero veinte
+mil!... ¡veinte mil!...
+
+Al mismo tiempo que murmuraba la cifra con un acento de ternura, sus
+ojos astutos penetraron en Lubimoff lo mismo que una sonda. Esta mirada
+irritó á Miguel, haciendo que se interesase por la operación, como si de
+ella dependiese su honor. Sin duda, el usurero pensaba en Rusia, en los
+desmanes de la revolución, en la imposibilidad de cobrar su préstamo
+aunque el gran personaje le ofreciese toda su fortuna.
+
+--Usted debe conocerme--dijo con voz irritada--. Soy el príncipe
+Lubimoff; soy el dueño de Villa-Sirena. Necesito veinte mil: ni uno
+menos. Si usted no puede...
+
+Iba á volverle la espalda, pero el enano le detuvo con humildad,
+considerando inútiles en la presente ocasión todas las excusas y
+retardos que hacía sufrir á sus clientes, como un suplicio á fuego
+lento. Se escurrió entre los grupos, suplicando á «Su Alteza» que
+esperase un instante. Tal vez no poseía toda la cantidad y necesitaba
+pedir un refuerzo á la caja del Casino; tal vez iba á ocultarse por un
+instante en los gabinetes de aseo, sacando los billetes de los diversos
+escondrijos de su traje y hasta de sus zapatos.
+
+Sintió Miguel una mano discreta que rozaba su diestra, introduciendo
+entre los dedos un rollo de papeles. El vejete había vuelto sin que él
+le viese llegar, surgiendo entre dos grupos, pequeño y vivaracho, como
+surge un diablillo de teatro del fondo de su escotillón.
+
+--¿Conoce usted al coronel?... Mañana se avistará con usted para el pago
+y los intereses.
+
+El príncipe le volvió la espalda sin otro saludo, dejando al usurero
+satisfecho de su laconismo descortés. Un gran señor no podía hablar de
+otro modo. Con hombres así le gustaba tener negocios.
+
+Alicia, que había seguido la escena desde lejos, salió á su encuentro,
+avanzando disimuladamente una mano.
+
+--Toma.
+
+La diestra de Miguel ofreció los billetes con tal rudeza, que esta
+entrega casi fué un manotón agresivo.
+
+Su vergüenza por el acto reciente se exteriorizaba en confusas
+protestas.
+
+--¡Las mujeres!... ¡Lo que me has obligado á hacer!...
+
+Ella, con los billetes en la mano, sólo pensaba ya en el juego.
+
+--Vas á presenciar grandes cosas... Ya sabes que formamos compañía:
+llevas la mitad.
+
+Se alejó sin darle las gracias, dominada de nuevo por aquel demonio
+invisible que cantaba en su oreja números y colores.
+
+Lubimoff también se marchó. Temía encontrarse otra vez con el
+prestamista y recibir su saludo familiar; se imaginaba que todo el
+público de los salones había seguido atentamente su entrevista con el
+vejete, sonriendo cuando recibía el dinero.
+
+Salió del Casino. Jamás volvería á él: ¡lo juraba!
+
+Castro, al que había visto de lejos jugando en una mesa, volvió á
+Villa-Sirena á la hora de comer. Tenía mal gesto; pero olvidaba su
+propio infortunio para consolarse con el relato de las desgracias de
+Alicia:
+
+--Después de perderlo todo en el «treinta y cuarenta», apareció á última
+hora con más dinero: un fajo de billetes de mil francos... Y ella, que
+no siente predilección por la ruleta, se lanzó á la ruleta. ¡Qué modo de
+jugar! Al principio acertó unos plenos, dos ó tres, pero luego nada:
+¡perder y más perder! Se lo ha dejado todo en la mesa. No la vi salir,
+pero me han contado que parecía una muerta, apoyada en el brazo de
+Valeria... Aseguran que sufre del corazón... Lo que yo digo: no es
+jugador todo el que pretende serlo; se necesita un organismo fuerte. «La
+Generala» juega menos, pero tiene más serenidad, unas entrañas sólidas.
+
+Miguel durmió mal. Estaba indignado contra Alicia. En vez de lamentar su
+desgracia, la consideraba lógica. ¡Una mujer metida á ganar dinero!...
+Las mujeres sólo pueden conseguirlo de manos del hombre, y es inútil que
+lo busquen por sí mismas, ni aun apelando al juego. El juego también es
+empresa de hombres.
+
+Y en esa penumbra mental que separa el sueño de la vigilia, el príncipe,
+tendido en su cama, recordó una de las escenas de su mejor época, cuando
+su yate estaba anclado en el puerto de Mónaco. Fué una noche, al salir
+de un banquete en el Hotel de París. Como estaba algo ebrio, se apoyó en
+los brazos de dos mujeres hermosas que se disputaban, sonrientes y sin
+éxito, el dominio de su voluntad. Detrás de él marchaban, lo mismo que
+un séquito, sus amigos, sus parásitos brillantes, varias damas
+invitadas, toda su corte. Habían entrado en el Casino. El no era
+jugador; le fatigaba permanecer inmóvil ante una mesa; creía pueril
+preocuparse por el rodar de una bolilla de hueso ó las combinaciones de
+unas cartulinas pintadas. ¡Hay en la vida tantos placeres más
+interesantes!... Pero aquella noche, orgulloso de su poder, sintió
+deseos de reñir una batalla con la fortuna. La fortuna es hembra, y él
+la domaría en fuerza de dinero, lo mismo que á las otras. Los ricos
+acaban por vencer al destino impalpable.
+
+Puso ante él una cantidad enorme para entablar la lucha, y la fortuna no
+quiso su dinero; antes bien, empezó á darle el suyo con una prodigalidad
+desdeñosa. El multimillonario deseó perder y no pudo. Variaba su juego
+caprichosamente, cometía errores voluntarios, y el éxito le salía
+siempre al paso. Al fin se cansó. Esto fué antes de la guerra, y en vez
+de las fichas de hueso que representan cien francos, se jugaba con
+hermosas monedas de oro de igual valor. Tenía ante él numerosas y
+deslumbrantes columnas de dicho metal; fajos de billetes...
+
+--¿Quién quiere dinero?
+
+Empezó á arrojarlo como una lluvia enloquecedora. Corrieron todas las
+mujercitas que palidecen y se crispan en torno de las mesas por la
+suerte de un luis único. Se empujaban, rodando sobre la alfombra,
+lastimándose mutuamente con las manos y los pies por alcanzar una gota
+de este maná áureo. Algunas se abofetearon y arañaron mientras sus
+diestras oprimían el mismo billete de mil francos, desgarrándole.
+Volteaban los sombreros por el suelo; las cabelleras se esparcían en
+toda su integridad ó se desmenuzaban en una nube de bucles postizos.
+
+--¡A mí, príncipe... á mí!...
+
+Con las manos ganchudas saltaban en torno de él lo mismo que un corro de
+poseídas.
+
+--¿Quién quiere dinero?...
+
+Los altos empleados intervinieron con una contrariedad sonriente, por
+ser quien era el autor del escándalo. «Alteza, ¡por favor!... Las
+partidas van á suspenderse; esto no se ha visto nunca.» Pero él siguió
+arrojando dinero, hasta agotar sus ganancias--más de sesenta mil
+francos--, y los juegos se reanudaron con más público que antes. Todas
+las que habían recogido algo en el suelo ó en el aire corrieron á
+exponerlo á una carta ó á un número.
+
+Lubimoff saboreaba este recuerdo como un triunfo. Podría repetirlo
+siempre que quisiera; estaba seguro de ello. Reconocía que, al final,
+todos los jugadores acaban perdiendo, y él no se tenía por un ser de
+excepción. Pero su voluntad dominaba en los primeros momentos á la
+fortuna, y... ¡retirándose á tiempo, antes de que ella se rehiciese, con
+una maldad de hembra brava!...
+
+El príncipe acabó por dormirse pensando en Alicia.
+
+--¡La pobre!... No sabe; Lewis tiene razón; no sabe... ¡Qué va á saber
+una mujer hermosa que sólo ha pensado en ella!... Debo ayudarla. Yo soy
+un hombre. Tal vez mañana... mañana...
+
+Al día siguiente, á la hora del desayuno, don Marcos experimentó una
+gran sorpresa y no menos inquietud. El príncipe, que nunca se preocupaba
+del dinero de la casa, dejando que su «chambelán» se entendiese
+directamente para los gastos con el administrador de París, le preguntó
+qué cantidades tenía disponibles.
+
+El coronel hizo un cálculo mental. No creía guardar más allá de quince
+mil francos. Estaba esperando un envió del apoderado.
+
+--Dámelos--ordenó Lubimoff.
+
+Y á continuación, como si recordase algo repentinamente, habló con
+indiferencia de la deuda contraída en la tarde anterior. Toledo quedó
+absorto al saber que debía entenderse con el viejo usurero para la
+devolución de los veinte mil francos y el pago de unos intereses
+inauditos que podían doblarse en pocos días. Recordó el almuerzo en que
+había propuesto Su Alteza una vida solitaria y dulce. ¿Dónde estaban
+ahora los feroces «enemigos de la mujer»? Porque el coronel adivinaba en
+estos derroches del príncipe, en su repentina afición al juego, la obra
+de una influencia femenil. ¡Y él que no osaba jugar mas que algunas
+monedas de tarde en tarde, pensando en las enormes sumas confiadas á su
+lealtad!...
+
+Mientras corría al Banco en que estaba depositado el dinero de la casa,
+el príncipe paseó por los alrededores del Casino, esperando con
+impaciencia la apertura de las salas. A primera hora era escaso el
+público y muy contadas las mesas que funcionaban. Sólo acudían los
+jugadores rabiosos, después de haber pasado la noche en claro, deseando
+probar cuanto antes sus nuevas combinaciones, y las personas achacosas,
+con la esperanza de encontrar libre un buen asiento.
+
+La impaciencia hizo entrar á Lubimoff en el atrio, después de meterse
+disimuladamente en un bolsillo el fajo de billetes que le presentó
+Toledo. Los empleados del primer turno iban llegando con paso lento,
+como funcionarios que entran en su oficina. Las mujeres dedicadas á la
+limpieza y los mozos en mangas de camisa acababan de barrer el aserrín
+esparcido sobre el pavimento. Todos le examinaron de reojo, avisándose
+su presencia con discretos codazos. ¡El príncipe á aquella hora, cuando
+los de su mundo estaban aún en la cama!... Instintivamente miraron en
+todas direcciones, esperando descubrir á alguna señora vestida con
+recato para este disimulado encuentro matinal. La fama del personaje
+sólo les permitía suponer una cita de amor.
+
+A las diez se abrieron las mamparas, y Miguel entró empujando á los
+primeros jugadores, gente modesta y tímida. Sufría la nerviosidad, la
+impaciencia, la sorda cólera de las mañanas en que se había batido.
+Pisaba con fuerza; sus manos se arqueaban como si pretendiesen
+estrangular el aire. Al mismo tiempo sentía la confianza orgullosa del
+tirador, seguro de que dará en el blanco. Despreciaba de antemano á la
+suerte, vencida por él. «¡Ah, perra!» Iba á vérselas con un hombre.
+
+De un tirón arrancó la silla en que había puesto otro su mano, y se
+sentó á una mesa de ruleta, entre dos viejas, sucias y mal vestidas, con
+aspecto de brujas. Los empleados cruzaron su asombro en forma de
+discretas ojeadas. ¡El príncipe apuntando, y á aquella hora!...
+
+--Hagan sus juegos...
+
+Empezó la partida. Miguel no tenía combinación alguna ni había pensado
+nada. Sus ojos vagaron sobre los treinta y seis números. Pero sólo fué
+por un instante.
+
+«Este», pensó. Y puso todo lo que podía poner, nueve luises, el máximum,
+sobre el 13.
+
+Rodó la bolilla por el borde de caoba, y su caída final fué saludada con
+un murmullo de asombro. «¡El 13!»
+
+Unos cuantos billetes de mil empujados por la raqueta de un _croupier_
+quedaron ante el príncipe, que permaneció impasible, guardando su gesto
+duro y autoritario. Lo sabía; estaba seguro de no equivocarse. Otra vez
+el 13.
+
+La gente hizo gestos de asombro. ¡Qué locura apuntar dos veces al mismo
+número! Pero al salir el 13 por segunda vez y cobrar el príncipe otro
+máximum, un murmullo del público aplaudió al vencedor. Corrían los
+curiosos, dejando abandonadas las otras mesas. Esta mañana iba á ser tan
+famosa en el Casino solitario como las tardes y las noches más célebres,
+cuando luchan con la suerte los jugadores ricos.
+
+Lubimoff cambió de número. Era absurdo insistir en el 13. Y puso nueve
+luises al 17... Rodó la bolilla. El 13 una vez más. Perdía.
+
+Su gesto se hizo más duro y agresivo. La suerte empezaba á reirse de él
+por su falta de voluntad. Un dominador no debe sentir vacilaciones; suya
+era la culpa, por haber abandonado el número. Los hombres deben insistir
+hasta imponerse, ó perecer sin abandonar su primera actitud. ¡Al 13,
+como antes!... Y salió el 17.
+
+Creyó por un momento que el suelo escapaba bajo sus pies; se sintió
+flotar, rodeado de fuerzas misteriosas que rompían y ablandaban su
+voluntad. Pasó una mano por su frente, como si quisiera repeler muy
+lejos esta flaqueza momentánea.
+
+«¡Ah, perra!», exclamó mentalmente, insultando á la fortuna, seguro otra
+vez de que iba á esclavizarla.
+
+Y continuó jugando.
+
+ * * * * *
+
+A las tres de la tarde salió del Hotel de París. Acababa de almorzar,
+solo, sin fijarse en las miradas que le dirigían de las otras mesas,
+evitando esos saludos amables que inician una conversación.
+
+Llevaba en la boca un grueso cigarro, y sus piernas, aunque firmes,
+estaban agitadas interiormente por un cosquilleo voluptuoso. Había
+comido mal, dejando casi intactos los platos; en cambio había bebido una
+botella de Borgoña famoso, y varias copas de licor á continuación de dos
+tazas de café.
+
+Desde la escalinata del hotel abarcó en una mirada destructora la plaza,
+el Casino, los jardines. Pensó con fruición en la posibilidad de que un
+acorazado cualquiera de los que guerreaban en los mares de Europa
+fondease ante este palacio de confitería, enviándole unas cuantas
+granadas. ¡Hermoso espectáculo! Luego, con la imaginación, hizo
+descender á tierra la compañía de desembarco y sus ametralladoras, para
+llevarse cautivos á todos los que llenaban la plaza, hombres y mujeres,
+sin perdonar á los niños. Nada perdería con ello el mundo. ¡Ciudad de
+corrupción! ¿Qué demonio había aconsejado á su madre la compra del
+promontorio de Villa-Sirena, obligándolo á él á vivir junto á este
+antro?... Hasta protestó contra la difunta princesa, con la moralidad
+áspera é incorruptible de todo jugador que acaba de verse chasqueado.
+
+Al pasear sus ojos por la alegre y bien vestida muchedumbre que él
+destinaba á la esclavitud, vió á Alicia, sola y de pie, al borde de la
+acera del «queso», mirando al Casino.
+
+--¿Vas á entrar?--dijo acercándose á ella.
+
+Se indignó la duquesa, como si le propusiera algo humillante, algo que
+no había hecho nunca. ¿Entrar ella en el Casino?...
+
+--Eso es una cueva infecta, y los empleados unos infectos, y los que
+juegan... otros infectos.
+
+¡Todo infecto!... Después de esto se dieron las manos lo mismo que si
+acabaran de reconocerse.
+
+Cuando Miguel, insistiendo en sus buenos deseos, le habló del bombardeo
+y el desembarco con ametralladoras que llevaba en su imaginación, la
+duquesa casi aplaudió. Por ella, que lo destruyesen todo, que se
+llevaran prisionero hasta al mismo príncipe soberano, y si encima los
+invasores le devolvían lo que había perdido, mejor que mejor.
+
+De pronto, como si le sirviesen de aviso estas caritativas fantasías de
+Lubimoff, fijó en él unos ojos escrutadores, unos ojos de enfermo
+receloso que adivina en el vecino sus mismos síntomas.
+
+--Tú has jugado.
+
+Miguel movió la cabeza tristemente.
+
+--Y has perdido--continuó ella--; eso no hay que preguntarlo: se ve en
+seguida... ¡Tú jugando!...
+
+Pero su extrañeza fué corta.
+
+--Has jugado por mí: lo adivino... Te has dicho: «Voy á ganar lo que esa
+loca pierde; los hombres sabemos más que las mujeres...» ¡Ah, pobrecito
+mío, pobrecito mío, cómo agradezco tu buen deseo!... ¿Y cuánto fué?...
+
+Al conocer la cifra hizo un gesto plañidero; pero sonrió á continuación,
+como si este compañerismo en la desgracia le hiciese más llevaderas sus
+propias pérdidas.
+
+Quedaron un rato en silencio. Luego explicó ella su presencia en la
+plaza. Había jurado la noche antes no acercarse más al Casino; ¡pero la
+costumbre!...
+
+--Estoy sola. Valeria se ha ido apenas terminó el almuerzo. Anda como
+loca por ese sabio que tienes en tu casa. Deben haberse dado alguna
+cita. Sólo habla de España, porque allá se casan las mujeres sin dote...
+De «la Generala» no me hables, no quiero saber nada; está muerta...
+¡muerta para siempre! Y yo me aburro en mi soledad, pienso en cosas que
+me hacen llorar; salgo, y las piernas me traen hasta aquí sin que me dé
+cuenta.
+
+Luego añadió, con una imploración graciosa:
+
+--Llévame á cualquier parte, adonde se te ocurra. Paseemos lejos de
+aquí... ¿Dónde podremos ir?
+
+El príncipe mostró la misma indecisión. Se movían siempre en el mismo
+círculo, desde sus casas al centro de Monte-Carlo, al Casino, y quedaban
+como desorientados al pretender ir más allá. La guerra había suprimido
+los automóviles particulares; era necesaria una autorización previa para
+las excursiones. Sólo se encontraban carruajes tirados por caballos
+flojos, desechos de la movilización.
+
+--¿Si fuésemos á Mónaco?--propuso Alicia.
+
+Mónaco estaba á la vista, al otro lado del puerto; un tranvía lo liga
+con Monte-Carlo cada veinte minutos, y no obstante, ella hizo su
+proposición lo mismo que si hablase de un país remoto.
+
+Los dos habían pasado varios años aquí, viendo á todas horas la roca que
+lleva en su lomo la vieja ciudad de los príncipes, pero como si fuese
+una pintura de telón de fondo, sin ocurrírseles nunca llegar hasta ella.
+Alicia recordaba vagamente una visita al palacio del soberano y otra al
+Museo Oceanográfico, sin poder dar forma á sus impresiones. Lubimoff
+había visto también desde el interior de su automóvil jardines, casas
+viejas y una gran plaza, el único día que visitó en su viejo castillo al
+príncipe de Mónaco.
+
+Decidieron el viaje con una alegría de colegiales, y cuando la duquesa
+iba á llamar á un coche de punto, Miguel mostró cierta indecisión,
+llevándose una mano á diversos bolsillos.
+
+No tenía dinero. Todo lo había dejado en la ruleta, absolutamente todo.
+En el hotel había pedido que anotasen su almuerzo, entregando sus
+últimos francos á los camareros como propina.
+
+Alicia acogió su preocupación con grandes risas. ¡Un Lubimoff no
+teniendo con qué pagar á un cochero de punto!... Unicamente en
+Monte-Carlo podían verse estas cosas.
+
+--Yo pagaré, pobrecito mío. Será á cuenta de los veinte mil que te debo.
+No; á cuenta, no: será un regalo. Tú que tanto diste á las mujeres, deja
+que sea yo la primera que costee tus necesidades. ¡Qué lujo! Yo
+«entreteniendo» al príncipe Lubimoff...
+
+Habían ocupado un carruaje, que empezó á descender la cuesta hacia el
+puerto de La Condamine.
+
+--¡Cómo nos mira la gente!--dijo Alicia--. Van á creer que te rapto. La
+arruinada duquesa de Delille se lleva al príncipe multimillonario para
+ser su amante y sacarle el dinero... ¡Y no saben que soy yo quien paga!
+Anda, ríete un poco. ¿Te parece mal que yo pague?... ¿No encuentras eso
+gracioso?...
+
+Habló de su imprevisión y su alocamiento con cierto orgullo, como algo
+que la colocaba sobre todas las gentes de costumbres regulares. La noche
+anterior temió que no le quedase dinero para poder comer al día
+siguiente. Pero Valeria había pasado la mañana haciendo preciosos
+descubrimientos en los armarios: billetes de Banco perdidos entre las
+ropas, placas del Casino olvidadas en los libros, hasta un papel de mil
+francos envolviendo una vieja pastilla de jabón.
+
+Cesó repentinamente de enumerar estos hallazgos.
+
+--¡Mira!... ¡mira!
+
+Estaban en el puerto. Ella señaló á una dama que marchaba por el muelle,
+entre las altas adelfas recortadas en forma de árboles. Era Clorinda. De
+un banco se levantó un señor que parecía esperar, saliendo á su
+encuentro. Los dos reconocieron á Atilio Castro, viendo cómo se
+saludaban él y «la Generala», cómo seguían juntos su paseo, tan ocupados
+en contemplarse mutuamente, que no fijaron su atención en el carruaje.
+
+Miguel sonrió. El allí, al lado de Alicia, que le hacía cometer toda
+clase de extravagancias; el otro esperando con una emoción de
+adolescente la llegada de doña Clorinda. ¡Pobres enemigos de la mujer!
+
+--¡No me hables de ella!--exclamó Alicia, á pesar de que su compañero no
+había dicho nada--. ¡La detesto!... El pobre Martínez en el olvido. Me
+lo disputa, me lo quita, y luego viene en busca de Castro, mientras el
+otro infeliz vagará por Monte-Carlo. ¡Qué mujer! ¡El mal que me ha
+hecho!... Ella tiene la culpa de todo.
+
+Y ante la mirada interrogante del príncipe fué exponiendo sus quejas con
+acento de convicción. Su pérdida tan rápida y completa no podía
+explicarse lógicamente. Dos semanas ganando, y en unas cuantas horas
+perderlo todo... ¿cómo podía ser eso? La noche anterior, al retirarse
+del Casino, una amiga respetable, una marquesa italiana, antigua
+bailarina, muy experta en las cosas de la suerte y que llevaba treinta
+años jugando en Monte-Carlo, le había descubierto la cruel verdad:
+«Duquesa, usted tiene alguna persona que la quiere mal: una amiga
+envidiosa que frecuenta su casa y le ha echado una maldición. Sólo así
+se comprende lo ocurrido. Hay que repeler la mala suerte,
+devolviéndosela á quien se la envió.»
+
+--Ya ves que la cosa resulta clarísima: una amiga envidiosa y que
+frecuenta mi casa... Clorinda; no puede ser otra. Y mañana mismo voy á
+repeler la mala suerte, tal como me lo ha recomendado la marquesa. Otras
+jugadoras siguieron sus consejos y les va muy bien.
+
+Eran los Reyes Magos los que poseían el privilegio de deshacer estos
+conjuros perversos. Necesitaba purificar su «villa», fumigar todas las
+habitaciones donde hubiese entrado «la Generala», quemando en una
+cazoleta oro, incienso y mirra, los tres presentes de los monarcas
+viajeros. Oro no lo había: estaba oculto con motivo de la guerra; pero,
+según la marquesa-bruja, era lo mismo quemar trigo.
+
+--Debo recitar al mismo tiempo una oración en italiano, una súplica muy
+bonita á los tres reyes, casi una romanza, que dice... que dice...
+
+No pudiendo acordarse, abrió su bolso de mano. En el monedero guardaba
+la plegaria, escrita con lápiz detrás de un cartón del Casino de los que
+sirven para anotar las jugadas. Miguel miró el interior del bolso con la
+curiosidad que inspiran siempre todos los objetos de la mujer que nos
+interesa. Vió sobre el arrugado pañuelo una carterita de piel, y
+colgando de ella un fetiche de jugadora, una mano con el índice y el
+meñique tendidos en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte. Pero
+junto con la mano colgaba otro fetiche de oro, de forma tan inesperada,
+tan inaudita, que Miguel desechó como inverosímil lo que había pasado
+ante sus ojos en rápida visión.
+
+Alicia se echó atrás, repeliendo su mano curiosa. «¡No, no!» Y cerró el
+bolso con tanta rapidez, que casi le pilló los dedos entre las valvas de
+plata. Se defendía, ruborosa y sonriente; le miraba con ojos malignos,
+encogiéndose al mismo tiempo como una niña avergonzada.
+
+--Es un regalo de la marquesa... lo mejor que ella conoce para atraer á
+la suerte. Se acabó: no necesitas saber más. ¡Qué curioso!...
+
+Y mientras ella se fingía algo enfadada para evitar nuevas
+explicaciones, Miguel recordó el rosario de Satán del amigo de Lewis y
+sus extraños adornos.
+
+El carruaje empezaba á ascender por la cuesta de Mónaco. Los buques y el
+puerto parecían hundirse gradualmente á cada vuelta de sus ruedas. Una
+sombra verdosa enfriaba este camino, á la vista del luminoso mar, de las
+montañas amarillentas, que iban tomando un color rojizo bajo el sol de
+la tarde.
+
+Lubimoff explicó á su compañera las singularidades del promontorio que
+sirve de asiento al viejo Mónaco. En el lado de Mediodía, entre las
+rocas cubiertas de pitas y nopales, se aclimata la vegetación de los
+países cálidos con una facilidad verdaderamente sorprendente si se tiene
+en cuenta la latitud geográfica. Al visitar el palacio de los príncipes
+había encontrado en los antiguos fosos de la fortaleza, que son como
+invernáculos naturales, el mismo calor húmedo y pegajoso de las selvas
+del Ecuador, con palmeras brasileñas que ascendían á muchos metros en
+busca de la luz. En cambio, sin salir del mismo peñón, se descubrían al
+Norte, donde había poco sol, helechos de los países fríos, vegetaciones
+de los Vosgos, llegadas hasta allí nadie sabía cómo para arraigarse
+frente al Mediterráneo.
+
+Alicia, no queriendo aparecer menos instruída, habló de los jardines de
+San Martino. No los había visitado, pero sospechaba que estaban entre el
+Museo Oceanográfico y la Catedral. Valeria no sabía hablar de otra cosa
+en las últimas semanas, describiéndolos como si fuesen los jardines más
+interesantes de la tierra. Los había visto bien acompañada, y esto
+influye mucho en la visión. Era sin duda Novoa el que le había
+descubierto este paraíso.
+
+--¡Si los encontrásemos!--dijo riendo Alicia.
+
+El carruaje pasó entre dos torrecillas con montera de tejas que marcan
+la entrada al recinto de Mónaco. El puerto quedaba muy abajo, con sus
+buques empequeñecidos. Al otro extremo de la plaza de agua brillaban las
+cúpulas de los numerosos hoteles de Monte-Carlo, sus fachadas
+policromas, los vidrios de balcones y miradores. No se llegaba á
+distinguir la gente. Los automóviles resbalaban como diminutos insectos
+por la cuesta que desciende á La Condamine.
+
+Entraron en una avenida asfaltada, entre dos masas de estrechos y
+tupidos jardines, que conduce al Museo Oceanográfico.
+
+--¡Míralos!--dijo Alicia con expresión triunfante, al mismo tiempo que
+daba con un codo al príncipe.
+
+Cuando éste avanzó la cabeza, sólo pudo ver unos bultos que se ocultaban
+en un sendero lateral.
+
+--Eran ellos, no lo dudes--continuó la duquesa, riendo--. Marchaban por
+en medio de la avenida. Esa Valeria es muy lista; se ha vuelto al oir el
+ruido de un coche, reconociéndome al instante. Se llevó al sabio como
+si lo arrastrase.
+
+Cesó de reir, adquiriendo su rostro una gravedad melancólica.
+
+--¡Felices ellos! ¡Qué de ilusiones! Todos hemos pasado por lo mismo...
+Lo malo es que deseamos marchar adelante en busca de algo más, cuando
+debíamos quedarnos con lo que tenemos.
+
+El príncipe asintió con la cabeza, repitiendo lacónicamente:
+
+--¡Felices ellos!
+
+Su voz era un _réquiem_. Estos encuentros sucesivos le hacían pensar en
+la muerta comunidad de la que era jefe irrisorio. Primeramente,
+Castro... Luego, Novoa. Hasta el coronel estaría en aquel momento
+paseando ante la tienda de una modista, á la espera de la chica del
+jardinero. Quedaba Spadoni, pero su fidelidad valía poco. Para él no
+existía otro femenino que el de la ruleta.
+
+Se detuvo el carruaje más allá del Museo Oceanográfico, donde empiezan
+los jardines de San Martino. Alicia pagó al cochero.
+
+--Hay que hacer economías--dijo con gravedad--. Volveremos á pie.
+
+Siguieron unos senderos tortuosos, subiendo y bajando por las quebradas
+de la costa. Las pequeñas mesetas habían sido convertidas en miradores
+de piedra, desde los que se abarcaba un espacio inmenso. En algunos
+amaneceres se podía distinguir el lejano perfil de las montañas de
+Córcega. Como los jardines estaban á muchos metros sobre el
+Mediterráneo, la línea del horizonte era tan alta que obligaba á
+levantar los ojos. Los pinos formaban ligeras y negras columnatas, entra
+cuyos troncos subía el cortinaje obscuro del mar. Sólo sus rumorosas
+copas de agujas emergían en el azul diáfano del cielo. La vegetación
+baja se componía de plantas silvestres de acre perfume y vida dura,
+insensibles á las emanaciones salitrosas; nopales, cuyas palas verdes
+estaban rematadas por frutos rojos; pequeñas pitas de retorcidas puntas
+que se enredaban unas en otras como tentáculos de pulpos verdes.
+
+Admiró Alicia este jardín. Era, según ella, un jardín marítimo, que
+armonizaba con el Museo cercano y el paisaje. Los troncos parecían
+mástiles de navío; las plantas amontonadas á sus pies tenían la forma
+radiada y envolvente de los monstruos de las profundidades oceánicas.
+Otras vegetaciones de origen exótico evocaban la imagen de países
+cálidos, de lejanos puertos olorosos poblados de muchedumbres amarillas
+ó cobrizas. A través de los fustes rectos de la arboleda se veían cinco
+goletas, inmóviles en el horizonte, con el velamen caído.
+
+Una cinta de humo acompañaba las evoluciones de un torpedero sutil
+rondando como perro protector en torno de este rebaño blanco y tímido.
+
+Al asomarse á los balconajes de piedra se veía el mar á una profundidad
+enorme. El acantilado rojo se hundía verticalmente en las aguas
+ennegrecidas por la sombra ó se resguardaba con desprendimientos de
+rocas eternamente ceñidas de espumas. A un lado avanzaba el Cap-Martin,
+repeliendo el asalto de las olas, círculo de corderos blancos que se
+sucedían incesantemente surgiendo de las praderas azules; más allá, la
+costa de Italia, sonrosada por la melancolía de la tarde; y en el
+extremo opuesto, el Cap-d'Ail y el Cap-Ferrat, sobre cuyos
+lomos--abullonados de verde por las arboledas y moteados de blanco por
+las «villas»--empezaba á extenderse el sudario de oro que debía envolver
+la muerte del sol.
+
+--¡Hermoso!... ¡muy hermoso!
+
+La duquesa mostraba una alegría infantil. Se habían sentado frente al
+mar, saboreando la rumorosa calma, en la que se confundían los
+estremecimientos de los pinos, el profundo rodar de las espumas
+invisibles, la respiración de la llanura azul, los crujidos de la
+tierra, rozada por los rosarios de hormigas, por las procesiones de
+orugas, por la labor tenaz de los escarabajos, y conmovida al mismo
+tiempo en sus entrañas por el despertar de las raíces.
+
+De vez en cuando sonaba la arena del tortuoso sendero bajo pasos
+humanos. Eran inválidos ó convalecientes que recorrían los jardines á la
+salida del Museo; vecinos de Mónaco que regresaban á sus casas después
+de haber tomado el sol en un banco; gruesas comadres que guardaban su
+calceta en un bolso; ancianos apoyados en un bastón, que tal vez no se
+habían embarcado nunca, pero tenían un aspecto de viejos marinos
+genoveses. También pasaban lentamente algunas parejas de enamorados.
+Aparecían en una revuelta del sendero cogidos del talle, silenciosos,
+mirándose. Al notar que en el banco había otra pareja, se desasían,
+improvisaban una conversación cualquiera y ganaban cuanto antes la
+revuelta inmediata, para repetir el tierno enlazamiento, no sin antes
+saludar con una sonrisa al príncipe y á la duquesa, como si adivinasen
+en ellos á otros enamorados.
+
+--¡Y pensar que nunca habíamos venido aquí!...--dijo Alicia--. Tú, á lo
+menos, posees tus magníficos jardines; pero yo, instalada en una «villa»
+que no es mas que una casa con unos cuantos árboles y teniendo por todo
+panorama el edificio de enfrente, soy tan estúpida, que me paso las
+tardes en el Casino, obscuro y cerrado como una bodega. ¡Qué horror!
+
+Se estremeció al pensar en el Casino. Le parecía ahora imposible que
+hubiese podido vivir en la penumbra ó bajo la luz artificial, mascando
+una atmósfera malsana, á las mismas horas en que este jardín extendía
+ante el mar su magnificencia silvestre y luminosa.
+
+--Hay muchas cosas bellas en el mundo--continuó--para las cuales no se
+necesita dinero. ¡Pensar que si no hubiésemos perdido no estaríamos
+aquí! Casi es mejor ser pobres.
+
+Miguel rió de su vehemencia. No; ser pobre no resultaba agradable; pero
+tenía razón al decir que para gozar de muchas cosas hermosas no es
+necesario el dinero.
+
+--Nosotros mismos--añadió él, después de una larga pausa--sólo nos
+conocemos verdaderamente desde que perdimos nuestra riqueza. ¡Quién sabe
+si de nacer pobres nos hubiésemos entendido mejor en nuestra
+juventud!... Muchas veces lo he pensado.
+
+Era cierto; y desde que estaba aquí en el banco, al lado de ella,
+pensaba lo mismo. La alegría de Alicia ante la tarde esplendorosa, su
+entusiasmo al verse en este jardín rústico frente al mar, lejos de
+ciertas gentes sin las cuales no creía antes tolerable la existencia,
+lejos del juego, que era el único remedio para el vacío de su vida, todo
+esto halagaba al príncipe, como un descubrimiento de acuerdo con sus
+gustos. La veía ahora muy distinta á como se la había imaginado en otros
+tiempos. Y él también aparecía seguramente ante los ojos de ella de otro
+modo que en el pasado. Una muralla enorme los separaba antes: la
+riqueza, engendradora del orgullo y del afán de dominación.
+
+Sintió una necesidad de seguir hablando. Algo hervía en su interior,
+haciendo subir las palabras á la boca con una marea irresistible.
+
+«Vas á cometer una necedad enorme... ¡Atención!... Buscas complicar tu
+existencia...»
+
+Era el antiguo Lubimoff el que hablaba en su interior; el Lubimoff
+recién llegado de París para refugiarse en su Arca, lejos de todos los
+afectos vanos que forman la felicidad de la mayoría de los hombres; el
+áspero maestro de «los enemigos de la mujer».
+
+La voz ronca y plañidera no levantó ningún eco. El príncipe despreciaba
+á este fantasma que aún se mantenía en su interior, gimiendo sobre
+ruinas.
+
+Había permanecido hasta entonces aspirando con delicia el perfume de
+aquella mujer, que al mezclarse con el perfume de la tarde parecía
+comunicar su esencia á toda la Naturaleza. Veía el cielo, el mar, los
+árboles, todo á través de ella, como si llenase el espacio.
+
+También él había hecho un descubrimiento. Pensaba con horror en la
+solitaria Villa-Sirena, como la otra pensaba en el Casino. Le parecían
+más hermosos estos jardines de disfrute común que los de su propiedad,
+que todos le envidiaban. ¿Cómo podía haberse paseado solo en torno de su
+«villa», por las avenidas magníficas y solitarias, cuando existía en el
+mundo la voluptuosidad de sentarse en un banco público al lado de una
+mujer, ó caminar junto á ella pasando un brazo por su talle, lo mismo
+que aquellos pobres soldados y marinos?...
+
+«¡Muy bien, príncipe!... Enamorado como un adolescente pasados los
+cuarenta. ¡Adelante con tus necedades, si eso te divierte!... ¿Qué
+dirían los otros enemigos de la mujer?»
+
+Pero él no quiso oir esta última protesta de una mitad de su persona,
+olvidada y hostil.
+
+--Nuestra vida ha sido un engaño--dijo en voz alta, con cierta
+violencia, para no dejar traslucir su emoción--. Tú debes estar
+convencida de ello... Y también te das cuenta de que yo pienso lo
+mismo... de que reconozco mi error... Porque yo... porque yo, desde hace
+tiempo... ¡yo te amo!... Ya está dicho: ahora ríete si quieres.
+
+Ella no quiso reir. Lanzó una ligera exclamación, le miró un instante y
+volvió la cara, como si huyese de la interrogación de sus ojos. Había
+presentido la llegada de esto de un momento á otro, ¡pero la sorpresa de
+escucharlo en la realidad!...
+
+Hubo un largo silencio.
+
+--¿Qué contestas?--preguntó al fin con timidez el famoso príncipe
+Lubimoff, adorado por tantas mujeres.
+
+Alicia volvió á mirarle.
+
+--¿No es una broma?... ¿No es un capricho que te ha sugerido la
+hermosura de esta tarde tan... poética?
+
+Miguel protestó con el gesto. ¡Considerar capricho aquella decisión
+grave que venía preparada por largas y penosas contradicciones
+interiores, lo mismo que un gran pensamiento!...
+
+--Si yo fuese como las más de las mujeres, te contestaría: «¿A cuántas
+has dicho lo mismo?» Pero esta pregunta es estúpida. Se puede haber
+dicho «Yo te amo» á una mujer con toda sinceridad, y algún tiempo
+después repetir lo mismo á otra, con más sinceridad aún... No quiero
+preguntarte á cuántas has dicho lo mismo; tal vez no lo has dicho á
+ninguna. Tú no necesitabas esforzarte, fingiendo la comedia del gran
+amor, para conseguir tus deseos: te esperaban anhelantes; te bastaba
+arrojar tu pañuelo de sultán... ¡Pero á mí!... Haz memoria, Miguel: de
+muchachos nos odiamos; después, cuando yo quise, tú no quisiste... ¡y
+ahora que ya empezamos á ser viejos!... ¡ahora que sólo poseo los restos
+de lo que fuí, que carezco de libertad, pues tengo... lo que tú sabes!
+Es un disparate, y por eso río. No: ¡nunca!
+
+El príncipe habló á su vez. Se habían odiado, era cierto, y este odio lo
+consideraba ahora como una felicidad. ¡Qué desgracia la suya si hubiesen
+unido por el matrimonio sus dos enormes fortunas y sus dos orgullos
+todavía más enormes!...
+
+--Nos hubiésemos separado una semana después; tal vez el mismo
+día--continuó Miguel--. Hasta tengo la sospecha de que te habría pegado.
+
+--Y yo á ti--dijo la duquesa--. No cabíamos juntos en ninguna parte. Era
+preciso que uno se sometiese al otro, y ninguno de los dos comprendía
+este sacrificio.
+
+--Lo mismo--siguió él--puedo decirte de aquella noche en que comimos
+juntos. Celebro mi conducta absurda y ridícula. Si hubiese cedido, algo
+irreparable existiría ahora entre nosotros; no nos hubiéramos vuelto á
+encontrar, no estaríamos aquí diciendo lo que decimos.
+
+Ella asintió.
+
+--Es cierto; no estaríamos aquí. Tú guardarías un recuerdo espantoso de
+mi persona; sé bien cómo era yo entonces. Tampoco habría ido á buscarte,
+aunque en ello me fuese la vida. Gracias á tu fuga de aquella noche
+podemos ser amigos, amigos eternos, hermanos si quieres; pero ¿por qué
+me hablas de amor?... Eso no es de nuestra edad. Ya pasó. ¿Qué ves en mí
+ahora que no tuviese de joven?
+
+--Veo tu desgracia.
+
+La voz del príncipe sonó grave y profundamente sincera al decir esto.
+
+Había reflexionado mucho, antes de contestarse á sí mismo, cuando se
+hacía una pregunta igual á la de Alicia. Estaba seguro de haber empezado
+á amarla el día que se presentó en Villa-Sirena á pedir el perdón de su
+deuda, confesando su ruina. ¡Pobre duquesa de Delille, acostumbrada á
+gastar millones al año, propietaria de minas preciosas, y teniendo que
+vivir del juego, como una aventurera!... Después, junto á su lecho,
+viendo sus lágrimas, escuchando el gran secreto de su vida, aquella
+maternidad oculta que la hacía llorar, se había dado cuenta
+definitivamente de este amor. En los últimos días, al contemplarla
+victoriosa en el Casino, su pasión se ensombrecía; la apreciaba menos.
+Luego, al verla arruinada y enferma de tristeza, su afecto iba
+renaciendo; y para auxiliarla, hasta se convertía en jugador, ¡él, que
+era incapaz de hacer esto ni por su propia salvación!...
+
+--Tú no puedes comprenderme: eres mujer. Muchas veces en mi vida, otras
+mujeres me han dicho, después de un acto suyo inexplicable: «No te
+esfuerces; los hombres nunca llegan á entendernos...» Yo digo lo mismo:
+una mujer tampoco puede comprender á un hombre... Te amo ahora porque me
+inspiras lástima, y la lástima conduce á la ternura, y la ternura es el
+verdadero amor, un amor que yo no había conocido nunca. Cada uno ama á
+su modo. La mayoría de las mujeres necesitan el orgullo en el amor; que
+el amado infunda admiración y envidia por su valentía, por su hermosura,
+su riqueza ó su talento. El hombre ama casi siempre por lástima, por la
+tierna conmiseración que le inspira la mujer. Nunca se siente más amante
+que cuando la cabeza femenil se apoya en su pecho con el abandono de la
+debilidad... Y cuando la mano de él se hunde en su cabellera, encuentra
+un cráneo pequeño y delicado (más pequeño siempre que se lo imagina),
+una cabeza que contiene palabras celestiales, gracias irresistibles,
+acciones grandiosas, pero rara vez guarda las energías de pensamiento
+que dan la superioridad al hombre. Sus miembros adorables no pueden
+defenderla. Y el hombre, al considerarla tan hermosa y tan débil, siente
+crecer su amor con la lástima y el deseo de protección.
+
+--No--dijo ella--. También la mujer conoce la conmiseración en su amor.
+El hombre que le era indiferente le interesa de pronto, al verlo
+infeliz; la que odiaba ayer vuelve al amante odiado, cuando lo considera
+en peligro. Nunca pone tanta ternura en su voz como al decir:
+«¡Pobrecito mío!...»
+
+El príncipe hizo un gesto de aceptación. ¡Sea en buena hora! Pero volvió
+inmediatamente á lo que le interesaba.
+
+--Hoy somos desgraciados; yo tanto como tú, pues he perdido lo que me
+hacía sobresalir sobre los demás hombres, y tal vez no lo recobre
+nunca... Pero tu situación es todavía peor; eres mujer, eres más pobre,
+y yo me siento atraído hacia ti y te digo lo que nunca hubiese dicho de
+seguir los dos en nuestra antigua posición, encerrados en nuestro
+orgullo.
+
+Siguió hablando en un tono arrullador, aproximándose más á ella, casi
+en su oído, aspirando el perfume de la boa de piel que llevaba en el
+cuello y parecía guardar concentrada toda la esencia de su cuerpo.
+
+Repitió lo que había pensado en las noches, mientras luchaba con sus
+antiguas preocupaciones; lo que había resumido enérgicamente poco antes,
+mientras venía silencioso en el carruaje, al lado de ella. Habló del
+porvenir. Aún podían ser felices: era un amor reposado y durable lo que
+él la ofrecía; un amor de otoño, un amor para siempre, sin
+complicaciones dramáticas, plácido, tranquilo, dulcemente monótono, como
+las veladas junto al fuego.
+
+La mujer rió con una expresión dolorosa.
+
+--Tú olvidas quién soy; hablas lo mismo que si el pasado no existiese,
+como si tú no fueses tú, como si yo no tuviera todas esas historias que
+pesan sobre mi nombre. De hacerme otro esa proposición, ¡quién sabe!...
+Estoy cansada y me seduce un porvenir de reposo. ¡Pero tú!... Es
+imposible contigo: acabaríamos mal. Prefiero que seamos amigos, sin nada
+de amor. Resulta más seguro y durable.
+
+Al ver su gesto desalentado, Alicia continuó hablando. No le asustaba
+vivir con él por lo que pudieran decir las gentes. Era cierto que tenía
+un marido, y dominado ahora por un amor senil, iba á negarse á aceptar
+el divorcio. ¡Pero el caso que ella podía hacer de este obstáculo y de
+los comentarios de su mundo!... Mayores audacias contaba en su historia.
+
+--Es que no quiero... No me preguntes el motivo: no sabría explicártelo;
+mejor dicho, no me entenderías. Repito lo que te han dicho otras: «Tú
+eres un hombre, y no puedes comprender á las mujeres.» No, no quiero. Te
+hablaré más claro: con otro hombre que llegase á interesarme... no sé.
+¡Somos tan débiles! ¡sentimos tales sorpresas en nuestra voluntad! Pero
+contigo, no... Nos conocemos demasiado: es imposible.
+
+Miguel habló con un tono de despecho y tristeza.
+
+--No te intereso: bien lo veo.
+
+Alicia volvió á reir tan expansivamente, que golpeó con una de sus manos
+las dos manos juntas del príncipe.
+
+--¡Tonto!... ¿Crees de verdad que no me interesas? Si me fueras
+indiferente, ¿te habría buscado en otro tiempo?... ¿estaría aquí ahora
+contigo?
+
+Se mostró desconcertado el príncipe. «¡Entonces!...» Y se esforzó por
+descubrir qué obstáculo podía oponerse á su deseo. Si era por las cosas
+de su vida anterior, él las olvidaba. El príncipe Lubimoff tenía
+igualmente muchas historias que convenía no recordar...
+
+--Dejemos en paz al pasado. Tú eres otra mujer. Conozco tu existencia en
+los últimos años; además, me contaste la otra mañana lo que has sido
+desde que tu hijo vivió á tu lado... Yo te tomo á partir del momento en
+que reconociste la seriedad de la vida, al verte junto á un hombre
+formado con tu propia carne. Olvido á la Venus de otros tiempos, á la
+Helena del «banco de los viejos». Te deseo tal como eres actualmente,
+Venus dolorosa, que lloras, sufres, y necesitas un consuelo, una
+protección.
+
+Ella cesó de sonreir. Su boca se crispaba con un mísero gesto de
+gratitud; sus ojos estaban húmedos.
+
+--No--dijo con voz humilde--. Es imposible, á causa de eso mismo. ¡Mi
+hijo! ¡cómo me ha cambiado mi hijo!... Yo sé lo que significa todo eso
+de amor. No somos dos adolescentes que se engañan con ilusorias purezas
+y hablan del alma y del cielo, mientras sus cuerpos se buscan con un
+impulso natural. Si yo acepto tu amor, sé lo que esto significa
+inmediatamente, tal vez antes de que salga un nuevo sol. ¿Puedes
+imaginarte tal cosa?... Mi hijo, que no sé dónde está, que tal vez ha
+muerto, que por lo menos sufre en este momento lo que una mendiga no
+permitiría que sufriese un hijo suyo, y yo, mientras tanto, entregándome
+á un gran amor, á una pasión de esas que devoran los días y el
+pensamiento entero, como si aún viviese en la primera juventud, ¡ah,
+no!... ¡qué vergüenza! Conozco lo que un amor entre nosotros exige
+fatalmente, y me da espanto, me siento sin fuerzas para muchas cosas que
+antes consideraba sin importancia. Tú lo has dicho: soy otra.
+
+El príncipe se reanimó al conocer el obstáculo. Su hijo vivía; estaba
+seguro de ello. El había escrito al rey de España y á sus amigos
+influyentes de París; hasta había enviado cartas á Alemania por
+mediación de personajes diplomáticos. Lo encontrarían de un momento á
+otro; él conseguiría que volviese al lado de su madre. ¿Por qué iba á
+estorbar el pobre mozo el porvenir de los dos? Su hijo conocía la vida;
+los años pasados al lado de su madre le habían familiarizado con las
+irregularidades que tanto abundan en el mundo de los dichosos. No
+consideraría extraordinario que ella, sometida á un matrimonio que era
+una equivocación, rehiciese su existencia discretamente con un hombre al
+que conocía desde su adolescencia. Además, lo amaría como á un hermano
+menor. Contaba con poderosos amigos, capaces de ayudarle si deseaba
+trabajar. Los restos de su fortuna serían para él cuando muriese.
+
+Alicia agarró una de sus manos con la ternura del agradecimiento. «¡Cuán
+bueno eres!...» Pero de pronto secó sus lágrimas, sus ojos brillaron con
+una energía que parecía dirigirse contra ella misma, y continuó con voz
+dura:
+
+--No, no quiero. Veo lo inmediato: lo que va á ocurrir entre nosotros si
+me dejo arrastrar por tus hermosas palabras; veo á mi hijo... mejor
+dicho, no le veo, no sé qué es de él, ignoro si vive... Te digo que no.
+Es inútil que insistas.
+
+Se hizo un largo silencio. Pasó un soldado con la cabeza vendada bajo el
+kepis y una flor en una oreja, sonriendo á una muchacha rubia que se
+apoyaba en su brazo y canturreando los dos. El príncipe y la duquesa se
+separaron un poco en el banco y permanecieron en silencio: él mirando al
+suelo, preocupado y cejijunto; ella con los ojos en la raya del
+horizonte, siguiendo la lenta marcha de las goletas, que habían combado
+sus alas bajo la brisa precursora del crepúsculo.
+
+La tenacidad con que Miguel ponía su vista en el suelo hizo que Alicia
+se equivocase. Sus piernas quedaban algo descubiertas por el
+arrugamiento de la falda corta; unas piernas finas, que mostraban la
+blancura de su carne á través de las mallas de seda de color habana.
+
+--¿Miras mis medias?--preguntó ella, pasando repentinamente de la
+tristeza á la risa--. Fíjate. Eso que llevan al lado no son adornos, son
+zurcidos. Mi doncella me las arregla muy bien. ¡Qué quieres! Somos
+pobres.
+
+Y sin duda, para distraer á su enfurruñado acompañante, siguió con
+acento regocijado la enumeración de su miseria. ¡Ay, la guerra, con sus
+atroces encarecimientos! Las medias de seda eran malas, se rompían con
+sólo usarlas una vez, y únicamente podían adquirirse á precios
+fabulosos. Prefería prolongar la existencia de las que guardaba de sus
+tiempos de riqueza, por ser más sólidas. Lo mismo podía decir de los
+trajes. Hacía dos años que su guardarropa ignoraba las renovaciones,
+antes tan frecuentes.
+
+--Somos pobres--repitió con jocosa solemnidad--. Además, nos gusta el
+juego, y, como todos los jugadores, perdemos miles de francos y
+economizamos en las pequeñas cosas que alegran la existencia.
+
+Aguardaba una ganancia enorme y definitiva para ocuparse de su
+embellecimiento personal.
+
+Pero el príncipe, con los ojos y el gesto, dió á entender lo poco que le
+interesaban estas confidencias. Era inútil que pretendiese desviar la
+conversación. Miguel insistía en su demanda, ofendido por la negativa de
+Alicia. Tal vez con otro hombre se habría mostrado más clemente.
+
+Ella comprendió que debía volver á lo que interesaba á su acompañante, y
+dijo con varonil franqueza:
+
+--Yo sé lo que tienes. Te voy á hablar como un camarada, sin
+preocupaciones de sexo, lo mismo que te hablé aquella noche en mi
+estudio. Conozco la vida que llevas; sé igualmente lo de «los enemigos
+de la mujer»: una invención necia. Tú lo que necesitas, después de
+varios meses de soledad maniática, es una mujer. Escoge en torno de ti;
+las encontrarás, cuando quieras, más jóvenes, más hermosas que yo, que
+empiezo á verme tal como soy. ¿Por qué te fijas en mí? ¿Por qué turbar
+mi tranquilidad, cuando ya me he olvidado de esas cosas?...
+
+Sonrió el príncipe amargamente ante el remedio. Lo había pensado muchas
+veces. El censor que llevaba dentro repetía el mismo consejo: «Busca una
+hembra, y todo pasará inmediatamente; una hembra que sólo te inspire un
+interés momentáneo; nada de mujeres y de complicaciones pasionales. Haz
+lo mismo que recomendaste á Castro.» Muchas veces había entrado en el
+Casino con el aire resuelto del matarife que va á escoger en el rebaño
+la res diaria. Examinaba la tropa femenina de las salas de juego,
+ocupada en mirar con un ojo la bayeta verde, mientras espiaba con el
+otro á los hombres que circulaban á sus espaldas.
+
+Sentía una atracción carnívora ante determinadas mujeres; una por el
+rostro, otra por el talle ó la estatura, algunas por su fealdad original
+ó su desarmonía incitante, que obraban sobre sus nervios como los
+manjares picantes ó ácidos obran sobre el paladar. No tenía mas que
+hacer una seña ó decir una breve palabra á muchas que, viéndose
+observadas por el famoso personaje, sonreían dispuestas á seguirle. Pero
+experimentaba de pronto la antipatía que inspiran las cosas repetidas
+hasta la saciedad, el vacío de lo que se conoce hasta el cansancio. Nada
+nuevo podía esperar; se horrorizaba pensando en el parloteo vano de una
+desconocida que desea hacerse interesante; en las mentiras de un
+sentimentalismo repentino y falso; en la grotesca animalidad del
+acoplamiento que daría fin á tanta molestia. No; le era imposible. Una
+sola vez, con la desesperada energía del enfermo que traga un
+medicamento repugnante, había seguido á uno de estos animales hermosos,
+para sentirse poco después arrepentido de su vileza y avergonzado de su
+fracaso.
+
+--Eres tú; tú, y ninguna más--dijo sombríamente--. Tú, ó nadie.
+
+Alicia habló con el mismo tono grave. Sabía por experiencia lo que era
+esto. Deseamos con mayor anhelo lo que nos es imposible conseguir;
+hacemos un objeto único de todo lo que está fuera de nuestro alcance.
+
+Pero estos razonamientos exasperaron á Lubimoff, hasta hacerlo injusto.
+
+--Te conozco--dijo avanzando en el banco, al mismo tiempo que la miraba
+de cerca con unos ojos apasionados y agresivos--. Sé cómo sois las
+mujeres: todas vanidosas y vengativas. No puedes olvidar la noche en que
+quisiste y yo no quise, y ahora te das el placer de mi suplicio; gozas
+haciéndome sufrir...
+
+--¡Oh, Miguel!--interrumpió ella con un tono de protesta.
+
+Lubimoff siguió hablando rencorosamente, y esta indignación conmovía á
+Alicia más que los ruegos humildes de poco antes. Era la imploración
+desesperada del desahuciado que quiere volver á la vida normal.
+
+--Te amo... te necesito. ¡Yo te tendré!
+
+Sobre el lomo del Cap-d'Ail descendía la esfera anaranjada del sol. Su
+borde interior tocaba ya la línea ondulante de los jardines y los
+edificios. Por un momento concentró sus rayos en haz á través de la
+columnata de un _belvedere_, como si se asomase á un arco de triunfo
+antes de morir. Una luz azul que parecía emerger del mar iba repeliendo
+en los jardines el oro desmayado de la tarde.
+
+--¡No!... ¡no quiero!
+
+La voz de Alicia rasgó el rumoroso silencio con un temblor de sorpresa
+para convertirse inmediatamente en sordo y prolongado rugido, como si
+algo pesase sobre su boca. Miguel había echado sus dos brazos sobre los
+hombros de ella, dominándola, inclinando su busto, oprimiéndolo contra
+su pecho. Su boca buscaba la otra boca que pretendía resistirse, huyendo
+con violentas contorsiones del cuello. Finalmente, cesó el rugido de
+protesta. Las dos cabezas permanecieron inmóviles.
+
+--¡Oh, Miguel... Miguel!--suspiró ella, librándose por un momento de la
+caricia para volver á someterse á aquellos labios que la perseguían con
+avidez.
+
+Hablaba como una vencida. Había vuelto de golpe á su pasado,
+estremeciéndose al contacto de tantas cosas olvidadas que una larga
+abstinencia hacía completamente nuevas. Esta boca ardorosa y dominadora
+la despertaba de un sueño que había durado años. Su renacimiento venía
+de más lejos que el de Miguel.
+
+Se olvidó de lo que la rodeaba. Sus ojos continuaron abiertos, pero se
+habían borrado de ellos el mar, el cielo dulce del ocaso, hasta las
+ramas de pino que formaban un dosel silvestre sobre sus cabezas.
+
+De pronto volvió á contemplarlo todo, encorvándose al mismo tiempo para
+repeler al hombre.
+
+--No, no quiero... ¡Esa mano!... Pueden vernos. ¡Qué locura!
+
+El príncipe era un atleta, pero la emoción debilitaba sus fuerzas.
+Además, éstas se esparcían en una doble actividad, queriendo dominar á
+la mujer y explorarla á la vez en sus misterios, con la furia del
+imperativo sexual. Ella se contrajo y se irguió varias veces, dúctil y
+reptilina, consiguiendo al fin escapar de la cadena de los brazos
+masculinos mientras lanzaba un suspiro de fatiga y satisfacción.
+
+Lubimoff, vuelto á la realidad, vió á Alicia de pie ante él, acabando de
+alisar su vestido en desorden, llevándose luego las manos á su
+cabellera, al torcido sombrero, á la boa que se deslizaba de sus
+hombros.
+
+--Vámonos--dijo con un laconismo de enfado.
+
+La siguió el príncipe, cabizbajo, arrepentido de su violencia. A los
+pocos pasos, ella pareció conmoverse por este mutismo que representaba
+un arrepentimiento, y volvió á sonreir:
+
+--Ya sé que en adelante no debo verte á solas... Olvidaba que eres un
+marino, acostumbrado á bajar en los puertos con premura, sin querer
+perder tiempo.
+
+Marcharon lentamente, con una placidez igual á la del sereno crepúsculo.
+
+Al salir de los jardines hicieron un alto frente al Museo. ¡Volver por
+el mismo camino!... Miguel descubrió á un lado del edificio una
+escalinata rústica tallada á trechos en la roca y completada en las
+oquedades con peldaños de ladrillos. Descendía hasta la ribera del mar
+formando diversos tramos, y á su final, un camino siguiendo el borde de
+la costa conducía al puerto.
+
+La mujer vaciló bajo el arco de entrada.
+
+--Te advierto--dijo amenazando con un dedo á Miguel--que si vuelves á
+las tuyas, pido socorro. ¿Me prometes ser hombre serio?... ¿Palabra?...
+Bueno; marcha delante: no me fío.
+
+El se lanzó por la escalera como un explorador. El palacio del Museo
+parecía desdoblarse así como iban descendiendo. Además del edificio á
+flor de tierra, había un segundo edificio costa abajo, que asentaba sus
+muros de piedra con grandes ventanales sobre las rocas del acantilado.
+
+En una revuelta, el príncipe se detuvo para esperar á su compañera.
+Descendía lentamente, dejando entre los dos una separación de varios
+peldaños. Tenía los pies más arriba de la cabeza de Lubimoff, y á éste
+le bastó elevar un poco los ojos para ver aquellas medias cuyo
+zurcimiento había explicado la duquesa.
+
+Vió algo más, que le hizo estremecerse; y con la ligereza de un muelle
+que se dispara, salvó en varios saltos los escalones que existían entre
+ambos.
+
+--¡Miguel... que grito!--exclamó ella al verle llegar, extendiendo las
+manos para rechazarle y queriendo huir al mismo tiempo.
+
+Había abarcado en sus brazos la parte baja del adorable cuerpo. No podía
+ascender más: las manos de Alicia repelían su cabeza con un impulso
+nervioso. Y él, con la incoherencia de la pasión, besó sus pies y el
+arranque de sus piernas; besó su falda allí donde pudo, en los ángulos
+redondeados de sus rodillas, en la suave curva del vientre.
+
+Ella se irritó al sentirse inmovilizada, sin poder huir.
+
+--¡Déjame!... Esto es ridículo. ¡Acabemos!
+
+Y el sombrero del príncipe rodó de escalón en escalón, bajo un golpe de
+aquellas manos finas que se defendían á ciegas.
+
+Este incidente le devolvió su serenidad. Sí; efectivamente, era
+ridículo. Y como viese en Alicia la intención de desandar el camino,
+volviendo á los jardines, Miguel, para inspirarle confianza, corrió
+escalera abajo, sin volver la cabeza, sin preocuparse de si ella le
+seguía.
+
+Se juntaron al borde del mar, en un ancho camino que serpenteaba entre
+las rocas sueltas orladas de espuma y las paredes casi verticales del
+acantilado. Las mesetas y oquedades de la piedra habían sido
+aprovechadas, en este promontorio de escasas superficies horizontales,
+para construir algunos edificios que albergaban á las familias de los
+empleados de Mónaco. En el filo del acantilado aparecía, como una
+cabellera verde, la línea bordeante de los jardines altos, cortada á
+trechos por viejas obras de fortificación.
+
+Eran bastiones en declive, con garitas salientes en sus ángulos, iguales
+á los que se ven en los viejos grabados ó en las decoraciones de teatro.
+Enormes lápidas de piedra con caracteres latinos cantaban la gloria de
+los diversos príncipes soberanos que habían hecho construir estas
+costosas obras de defensa, ahora anacrónicas é inútiles. Lubimoff
+esperaba ver surgir de las garitas algún granadero de uniforme blanco y
+vueltas de grana, llevando sobre el negro mostacho y la peluca con
+polvos una mitra de oro.
+
+Caminaron lentamente en el crepúsculo. Arriba, la luz anaranjada del
+ocaso enrojecía suavemente las aristas de la roca, las arboledas, las
+fachadas blancas. Al borde del mar, la sombra era azul, una sombra de
+noche lunar. El cielo ensangrentado por la puesta del sol permanecía
+invisible para ambos detrás del peñón de Mónaco. Sólo podían contemplar
+el cielo de la parte de Italia, cada vez más obscuro, más denso,
+preparándose á dar paso á las primeras punzadas luminosas de las
+estrellas.
+
+Se cruzaron con varios pescadores que regresaban á sus viviendas
+cargados de cestos y redes.
+
+Alicia experimentaba inquietud en algunas revueltas completamente
+solitarias. Luego, al ver una casa ó un transeunte que se iba
+aproximando, reanudaba su conversación. Lo que ella temía era un alto en
+el camino, sentarse con el príncipe en el pequeño parapeto que bordeaba
+la costa. ¡Mientras siguiesen marchando!...
+
+Dejó sin protesta que Lubimoff pasase un brazo por otro suyo, apoyándose
+en él. ¡Se expresaba con tanta humildad!... Parecía arrepentido de sus
+atrevimientos; le pedía perdón con su pálida sonrisa. Además, le hablaba
+de su hijo con un optimismo acariciador. Todos los temores de ella eran
+infundados; su hijo volvería: estaba seguro de ello. Iba á recibir
+buenas noticias de un momento á otro; tal vez aquella misma noche.
+
+Era un hombre, y por mucho que amase á su madre acabaría por amar á otra
+mujer con mayor vehemencia, creándose una vida aparte, como todos los
+demás.
+
+--Y tú, que aún puedes considerarte joven, que tienes derecho á largos
+años de ventura, ¿quieres renunciar á todo, como una vieja?... ¿Por qué?
+¿Qué adelantas con eso?...
+
+Ella bajaba la frente sin saber qué contestar, y su turbación era tal,
+que no hizo el menor movimiento cuando el brazo de Miguel dejó de
+apoyarse en el suyo para ceñir su talle. Así avanzaron, estrechamente
+ligados, formando un solo cuerpo, dando paso tras paso instintivamente,
+sin saber hacia dónde marchaban. El, con los ojos puestos en ella,
+espiaba su rostro, esperando la caída de una mirada, de un monosílabo de
+aceptación. Alicia temía encontrarse con estos ojos implorantes, y
+entornaba los suyos.
+
+--Di que sí--murmuró Lubimoff--, di que quieres. Por algo nos hemos
+encontrado; por algo viniste á buscarme. Vamos á rehacer unas vidas que
+se torcieron por nuestra vanidad y nuestro orgullo. Seamos, aunque algo
+tarde, lo que debimos ser.
+
+--No--suspiraba Alicia--, no puedo... ¡Mi hijo!...
+
+Y á continuación se apresuró á murmurar, como arrepentida:
+
+--Sí; tal vez... más adelante... Pero ahora, no. ¡Qué vergüenza!...
+Cuando yo esté tranquila, cuando no sienta esta preocupación que me
+destroza... Te quiero; ¿te basta con eso? Te quiero...
+
+Estas dos palabras le bastaban al príncipe. El, que había llegado con
+tantas mujeres á los mayores extremos de dominación, sin sentirse nunca
+ahito, se contentaba con la breve frase, que tenía para sus oídos una
+música dichosa.
+
+Fué subiendo su brazo más arriba del talle de Alicia, mientras con la
+otra mano reclinaba su cabeza en uno de sus hombros.
+
+Sonó un beso, un larguísimo beso, sin que se detuviese la marcha de los
+dos. La mujer no opuso resistencia, y poco después, su boca, animada por
+un despertar febril, se unió á este beso, haciéndolo más apasionado, más
+vibrante é interminable. Ya no sentía miedo; seguían caminando, y á su
+enamorado le era imposible repetir las osadías del jardín. Es más: se
+confesaba interiormente, con cierta vergüenza, el deleite que esta
+caricia andante resucitaba en ella.
+
+--Te quiero--suspiró, sin saber lo que decía--, te quiero; ¡pero lo
+otro, no!... Amémonos como si fuésemos muchachos. Es ridículo á nuestra
+edad... ¡pero tan dulce!
+
+En aquel momento, el alma de Lubimoff era igual á la suya. Este simple
+beso le pareció el mayor de los placeres que había conocido. Encontraba
+á la vida un encanto nunca sospechado. Creyó contemplar el paisaje más
+hermoso de la tierra. ¡Qué interesantes las viejas fortificaciones! ¡Qué
+grande hombre Alberto de Mónaco al construir esta ruta asfaltada y
+solitaria, para que él marchase prendido por su boca á la boca de una
+mujer!...
+
+Caminaban lo mismo que si estuviesen ebrios, en continuo zigzag, desde
+el parapeto al corte del acantilado, labios con labios, los ojos
+tocándose, como si nada existiese más allá, é imaginándose buenamente
+que marchaban en línea recta. Desde lejos les hubiesen creído dos
+adversarios que luchaban, tambaleándose con los empujones de la pelea.
+
+El, dominado repentinamente por el deseo, quedó inmóvil y se negó á
+seguir adelante.
+
+--¡No... no!
+
+Alicia protestaba ante el peligro, quebrantada aún su voluntad por las
+emociones recientes, pero esforzándose por mantener su negativa.
+
+La boca de él se había separado de la suya. Sus ojos brillaban con un
+estrabismo agresivo. Las manos bajaron á lo largo del cuerpo femenil,
+ganchudas como garras.
+
+--¡No quiero; te he dicho que no quiero!... ¡Sigamos!
+
+Ella se agitó entre sus brazos con una agilidad de gimnasta, y al salir
+de este encierro sonó un crujido de tela desgarrada.
+
+--¡Mira, bárbaro!... ¡mira lo que has hecho!
+
+Estaba inmóvil, con la boa de piel cayéndose de uno de sus hombros,
+mientras buscaba en el otro el rasguño que acababa de sufrir su vestido.
+
+Miguel, colocándose á sus espaldas, vió que tenía una manga casi suelta,
+dejando ver la blanca carne del brazo y la deliciosa oquedad de la axila
+con su fino musgo.
+
+Se arrepintió de su violencia, de sus maneras, que rompían al acariciar,
+como las de un marinero ebrio.
+
+Otra vez se apiadó Alicia de su confusión infantil.
+
+--No vale la pena. Es un vestido de hace dos años; está tan viejo, que
+se rompe con solo mirarlo... Inconvenientes de pasear con una pobre.
+
+Después la preocupó este rasguño tan visible. Iba á entrar en
+Monte-Carlo, á pie ó en tranvía; ¡qué dirían viéndola en tal estado!
+
+--Un alfiler; ¿tienes un alfiler?
+
+Esta petición aumentó el remordimiento del príncipe. ¿Dónde puede
+encontrar un hombre un alfiler?... Mientras Alicia buscaba en sus ropas
+inútilmente, él pensó en regresar al Museo ó escalar los peñascos hasta
+una de aquellas casas donde vivían los empleados del príncipe. Habría
+dado cien francos por un alfiler... pero se acordó de que no tenía nada
+en sus bolsillos.
+
+Empezó á registrarse lo mismo que ella, aunque tenía la certeza de que
+la rebusca era inútil.
+
+De pronto sonrió triunfante.
+
+--Toma el alfiler.
+
+Era el de su corbata; una perla famosa, muy admirada por las mujeres, y
+que no había querido dar nunca, por ser regalo de la princesa Lubimoff.
+
+Tuvo que encargarse él mismo de arreglar la rotura de la espalda,
+suspirando de angustia.
+
+--No sabes--decía riendo Alicia--. Cuidado, que me pinchas. ¡Qué torpe!
+
+Pero él acabó por sentirse contento de su torpeza. Acariciaba el desnudo
+brazo con sus dedos, se estremecía al rozar aquel pliegue de la carne
+que guardaba en su sombra aterciopelada cierto misterio sexual.
+
+--¡Quieto!--chilló ella--. No vuelvas á las andadas; mira que me
+enfado... Bien está así... ¡Vámonos!
+
+Se echó atrás la boa para ocultar el torpe remiendo y la perla, que
+resaltaba con una magnificencia incoherente. Volvieron á marchar, sin
+que Miguel intentase nuevas audacias. El último incidente le había hecho
+circunspecto. Insultábase en su interior, considerándose un bárbaro,
+incapaz de vivir entre verdaderas señoras.
+
+Al llegar á la última revuelta salieron de la penumbra azul del
+acantilado. Sobre sus cabezas tenían el ángulo final del baluarte y una
+garita de piedra; enfrente el puerto, con su boca flanqueada de dos
+torrecillas luminosas, y en la ribera opuesta la altura de Monte-Carlo,
+sus edificios enormes, sus cúpulas charoladas, que reflejaban el último
+fuego rosa del crepúsculo.
+
+Los dos se detuvieron instintivamente. En mitad del puerto, el yate
+blanco del príncipe de Mónaco estaba inmóvil, tirando de su boya. Junto
+al muelle cercano unas cuantas tartanas cabeceaban, moviendo su mástil
+único, y un vapor español, ostentando su bandera neutral, descargaba
+sacos de arroz y toneles de vino. La presencia de varios grupos de
+hombres diseminados frente á las embarcaciones les impuso prudencia.
+Dejaban de estar solos. Habían entrado de nuevo en la vida.
+
+--¡Qué corto el camino!--exclamó el príncipe.
+
+Lo mismo pensaba ella. «Sí, ¡qué corto!»
+
+No debían marchar juntos. Era preciso despedirse allí, lejos de la
+gente.
+
+Alicia lo tendió sus dos manos.
+
+--¿Nada más?--suspiró Miguel.
+
+Vaciló la duquesa un instante. Luego, con una agilidad de muchacha, como
+si aún fuese la amazona endiablada del Bosque de Bolonia, saltó hacia él
+con los brazos abiertos.
+
+--Toma... toma... y toma.
+
+Fueron tres besos rápidos, fulgurantes, que sólo duraron un segundo;
+tres besos que hicieron pensar á Lubimoff si lo ignoraría aún todo en la
+vida, pues nunca había sentido el estremecimiento que circuló por su
+cuerpo desde el cerebro á los pies.
+
+--¡Más!... ¡dame más!
+
+Ella rió de su gesto implorante.
+
+--Se acabaron las locuras... Otro día, ¡quién sabe!... Ahora vuelvo á
+mis preocupaciones. Me da miedo entrar en mi casa; siento terror y
+esperanza. ¡Ay, la noticia que puedo recibir de un momento á otro!...
+Di: ¿tú crees de verdad que no le ha pasado nada?... ¿tú crees que podrá
+volver?...
+
+
+
+
+VIII
+
+
+Spadoni entró en la habitación de Novoa con el propósito de hacerle
+hablar. Creía ahora fervorosamente en la ciencia del profesor, y al
+verlo predispuesto al juego y reflexionando sobre sus misterios,
+esperaba de él, con la simplicidad del creyente, algo milagroso, un
+descubrimiento genial que los enriqueciese á los dos. Por esto el
+pianista se levantaba antes que de costumbre, para sorprender al
+catedrático durante sus ocupaciones de limpieza personal. Consideraba
+estas horas las mejores para una confidencia.
+
+--La palabra azar--dijo Novoa--carece de sentido; mejor dicho, no existe
+el azar. Es un invento de nuestra debilidad y nuestra ignorancia.
+Decimos que un fenómeno es debido al azar cuando sus causas nos son
+desconocidas ó nos parecen inaccesibles al análisis. Ignoramos las
+causas de la mayor porte de los hechos, y salimos del paso atribuyendo
+éstos al azar.
+
+El músico abrió sus ojos de odalisca, contrayendo á la vez el rostro
+aceitunado con un gesto de atención y respeto. No entendía bien las
+palabras del sabio, pero las admiraba de antemano, como un preludio de
+revelaciones más practicas y de inmediata aplicación.
+
+--Todo fenómeno--continuó Novoa--, por mínimo que parezca, tiene una
+causa, y un hombre de cerebro infinitamente poderoso, infinitamente
+informado de las leyes de la Naturaleza, sería capaz de prever todo lo
+que puede ocurrir dentro de unos minutos ó dentro de unos siglos. Con un
+hombre así sería imposible jugar á ningún juego. El azar no existiría
+para él. Poseyendo el secreto de las pequeñas causas que hoy escapan á
+nuestra inteligencia y de las leyes que rigen sus combinaciones, sabría
+perfectamente todo lo que puede surgir del misterio de la baraja ó de
+los números de la ruleta. No habría quien le resistiese.
+
+--¡Oh, profesor!--suspiró admirado el pianista.
+
+Hacía votos mudamente por que su ilustre amigo siguiese estudiando.
+¡Quién sabe si llegaría á ser ese hombre todopoderoso, y, apiadándose de
+él, lo llevaría á la rastra de su gloria!
+
+Novoa sonrió de la candidez de Spadoni y siguió hablando.
+
+--El número de hechos que atribuímos á ese azar (que no es mas que una
+causa ficticia creada por nuestra ignorancia) varía, del mismo modo que
+varía la ignorancia, según los tiempos y según los individuos. Muchas
+cosas que son azar para el iletrado no lo son para el hombre estudioso.
+Lo que hoy es azar no lo será tal vez dentro de algunos años. Los
+descubrimientos científicos acabarán por restringir considerablemente el
+dominio del azar al disminuir nuestra ignorancia.
+
+Se dilató el rostro del pianista con un gesto de ilusión.
+
+--Usted es un sabio, profesor, ¡un gran sabio!... No mueva la cabeza; yo
+sé lo que digo. Y tengo la seguridad de que si continúa estudiando estas
+materias importantes, encontrará una martingala que...
+
+Le interrumpió el español, señalando á una baraja sobre una mesa
+próxima. Se adivinaba que había hecho estudios durante la noche, antes
+de acostarse. Esta baraja era para Spadoni un testimonio de laboriosidad
+científica, más digno de respeto que todos los libros procedentes de la
+biblioteca del príncipe que estaban olvidados en los rincones. El
+catedrático se preocupaba ahora de los misterios del azar, y Spadoni
+estaba convencido de que encontraría algo mejor que todo lo que llevaban
+inventado los simples jugadores.
+
+Pero su esperanza se desvaneció ante el gesto desalentado de Novoa.
+
+--Mire usted esta baraja: unos cuantos pedazos de cartón, ¡y sin
+embargo, resulta inmensa como el universo! Hace sufrir el vértigo del
+infinito, lo mismo que cuando se mira arriba con el telescopio ó abajo
+con el microscopio. ¿Sabe usted cuántas combinaciones pueden hacerse con
+una baraja de cincuenta y dos cartas?... No sé cómo decírselo: ni el
+diccionario ni la aritmética conocen esta cifra por inútil, pues está
+mas allá de los cálculos humanos. Inventemos la palabra: ochenta
+undecillones, ó sea un 8 seguido de sesenta y siete ceros... Dos hombres
+que se pusieran á jugar con una baraja de cincuenta y dos cartas y
+jugasen una partida por minuto, siendo en cada partida el juego
+diferente, sólo llegarían á agotar todos las combinaciones posibles
+después de cien millones de siglos.
+
+Se hizo un largo silencio, como si el ambiente de la habitación quedase
+agobiado por el peso de estas cifras inconcebibles. Spadoni bajaba la
+cabeza.
+
+--Ahora, dígame usted--continuó el profesor--qué puede un pobre ser
+humano, con todos sus cálculos de probabilidades, contra este infinito.
+
+Y agarrando un puñado de cartas, las dejó caer de nuevo sobre la mesa,
+como una lluvia susurrante de colores.
+
+--Todo depende del azar--añadió--, ó mejor dicho, del error. Perdemos
+por error y ganamos por él igualmente. Nuestro error es el resultado de
+una infinidad de errores infinitesimales debidos á otra infinidad de
+pequeñas causas, cuyo análisis no podemos intentar siquiera. Estas
+pequeñas causas son independientes las unas de las otras, y como es el
+azar quien las dirige, obran tan pronto en un sentido como en otro.
+Cuando el error infinitesimal es positivo, nos hace ganar; cuando es
+negativo, perdemos.
+
+Spadoni movió la cabeza afirmativamente, aunque sin entender gran cosa.
+Lo único claro para él era lo de los errores infinitesimales que hacen
+perder. Los conocía; eran á modo de microbios, de gérmenes maléficos,
+adheridos á él para siempre. Y deseaba que su sabio amigo encontrase un
+antiséptico para exterminarlos.
+
+--Además--dijo Novoa--, si existen probabilidades de ganancia, estas
+probabilidades son proporcionales á las fortunas de los jugadores. Un
+jugador pobre tiene menos probabilidades de ganar que otro que disponga
+de capitales.
+
+--Entonces, ¿nosotros...?--preguntó melancólicamente el músico.
+
+--Nosotros estamos abajo y hemos nacido para víctimas. El juego es una
+imagen de la vida: los fuertes triunfan sobre los débiles.
+
+Spadoni quedó pensativo.
+
+--Yo he visto--dijo--jugadores ricos que acaban arruinándose como los
+demás...
+
+--Porque no se retiran á tiempo, cuando la fuerza de resistencia de sus
+capitales hace llegar la hora de la ganancia. También, en la vida, los
+grandes devoradores, los hombres de espada, los multimillonarios, los
+gobernantes, son á su vez devorados por una nivelación final: la muerte.
+Pero antes de esto triunfan por los medios poderosos que la suerte ha
+puesto en sus manos. Nosotros los pobres no triunfamos jamás un día
+entero. Querer ganar una fortuna enorme con un pequeño capital equivale
+á querer perder el pequeño capital.
+
+Los dos quedaron desalentados; pero Novoa parecía haber sufrido el
+contagio de las ilusiones de su compañero, y sintió la necesidad de
+reanimarse con una fantasía de jugador.
+
+--¿Sabe usted, Spadoni, cuánto puede ganarse con mil francos? Anoche me
+entretuve haciendo el cálculo.
+
+Y señaló un pedazo de papel lleno de cifras que asomaba entre los
+naipes. ¡Lo mismo que el pianista!...
+
+--Con mil francos, siempre doblando durante ciento cuarenta y tres
+partidas (unas cuatro horas), se puede ganar un bloque de oro cien mil
+millones de veces más grande que el sol.
+
+--¡Oh, profesor!...
+
+Se miraron los dos con unos ojos de ardor místico, como si realmente
+estuviesen contemplando este bloque inconmensurable. ¿Qué representaba
+al lado de tal visión la ganancia de unos cuantos miserables
+millones?...
+
+ * * * * *
+
+Toledo se iba dando cuenta poco á poco de las paulatinas
+transformaciones de su amigo el sabio.
+
+Le preocupaba mucho el adorno de su persona; había pedido al coronel que
+lo recomendase á su sastre de Niza; hacía frecuentes viajes á esta
+ciudad sólo para sus compras.
+
+Además, jugaba. Don Marcos le sorprendió repetidas veces junto á una
+mesa del Casino, de pie y meditando antes de arriesgar alguna de las
+fichas que formaban breve columna oprimidas por su diestra. Parecía
+deslumbrado por la facilidad de sus ganancias. Eran pequeñas cantidades,
+pero ¡tan considerables en comparación con las que había recibido por
+sus trabajos anteriores! Media hora le bastaba para ganar el sueldo de
+un mes. Una tarde había llegado á reunir tres mil francos: más de medio
+año de trabajo en la cátedra y el laboratorio....
+
+Monte-Carlo le parecía un país interesante y la vida en él un descanso
+plácido, que resaltaba sobre la monotonía parda y laboriosa de su
+existencia anterior. El Museo Oceanográfico podía aguardarle: no se
+movería durante su ausencia de la punta del peñón de Mónaco. Los
+estudios de la fauna marítima no iban á progresar en unos cuantos meses.
+Y cuando el director le veía entrar de tarde en tarde, con un aire
+decidido, en el ambiente reposado y silencioso del Museo; cuando
+reparaba en sus trajes flamantes, en la exactitud con que seguía las
+modas masculinas, balanceaba la cabeza melancólicamente. No era el
+primero. ¡Ah, Monte-Carlo!... Los viejos profesores miraban con un ceño
+de profeta á la ciudad de enfrente. Jóvenes llegados de diversos lugares
+de la tierra para estudiar los misterios del Océano acababan por hacer
+cálculos matemáticos sobre las probabilidades de la ruleta.
+
+--Y además, tiene el amor--decía Castro al comunicarle Toledo sus
+impresiones sobre Novoa--. Cuando no juega está al lado de esa Valeria.
+
+Eran novios. El profesor lo había comunicado misteriosamente á todos sus
+amigos, luego de rogar á cada uno que guardase el secreto. Después de
+sus fútiles galanteos de estudiante, éste era el primero, el gran amor
+de su existencia. Le inquietaba un poco la humildad de su situación.
+¿Qué diría Valeria, cuando fuese su esposa, al enterarse de lo poco que
+ganaba como sabio?... Pero inmediatamente ponía su esperanza en el
+juego, aquella fortuna no sospechada que se le ofrecía ahora
+diariamente.
+
+--Que siga esto unos cuantos meses--afirmaba ante el coronel--, y habré
+reunido un capitalito antes de terminar el período de mis estudios.
+Todos los días guardo algo, y eso que ahora gasto más que nunca. Hay que
+ser _chic_, como mi novia.
+
+Toledo se limitaba á contestar con una sonrisa equívoca.
+
+La dicha de Novoa iba acompañada de cierto orgullo. Tenía á su futura
+compañera por una gran dama, de mayor capacidad intelectual y más serios
+estudios que todos las de su clase. Era pobre, y por eso vivía en un
+estado casi de servidumbre. Pero viéndola en trato familiar con la
+duquesa de Delille, la consideraba tan importante como la otra, acabando
+por confundir las cosas de ambas en un interés común. Y como doña
+Clorinda era ahora adversaria implacable de Alicia, y Atilio admitía
+ciegamente las ideas y caprichos de «la Generala», una sorda animosidad
+empezó á surgir entre los dos hombres, que hasta entonces se habían
+tratado con amable indiferencia.
+
+--¡Las mujeres!--murmuraba Toledo al observar este odio progresivo--.
+Bien decía el príncipe...
+
+Pero otras preocupaciones más importantes atormentaron al coronel. Se
+había iniciado la temida ofensiva. Los telegramas de la guerra eran
+lacónicos y tristes. Retrocedían los aliados ante el avance alemán. Sus
+líneas no se rompían, pero vacilaban, se encorvaban bajo los abrumadores
+golpes del enemigo. Todos los días se perdían docenas de pueblos y
+grandes espacios de terreno.
+
+Don Marcos protestaba de la imprevisión de los generales con una cólera
+de primario, uniendo sus quejas á las del vulgo.
+
+--Ya lo anuncié yo--decía con suficiencia en los corrillos del atrio del
+Casino, donde le escuchaban por su condición de militar--. El kaiser ha
+aglomerado en Francia todas las tropas que tenía en Rusia. ¿Quien no
+esperaba esto?... Y los nuestros son indudablemente inferiores en
+número.
+
+El bombardeo de París acabó de desorientarle en sus apreciaciones de
+estratega. «¡Mentira!», dijo trente al tablón de los telegramas, al leer
+que los primeros proyectiles habían caído sobre París. No era posible:
+lo afirmaba él, que estaba bien enterado del alcance de la artillería
+moderna. Y al conocer la existencia de cañones que tiraban a más de cien
+kilómetros, quedó desconcertado. «¡Qué tiempos! ¡qué guerra esta!»
+
+Cuando le consultaban las señoras en el Casino ó en el Hotel de París,
+mostraba un optimismo inquebrantable ante las malas noticias.
+
+--Eso no es nada: va á venir la reacción. Los nuestros se retiran para
+tomar mejor la ofensiva.
+
+Al quedar solo, se desplomaba esta seguridad, dejando al descubierto una
+fe vacilante, igual á la de los otros.
+
+--Van á llegar hasta París, si Dios no lo remedia--se decía--. Será
+necesario un milagro, otro milagro como el del Marne.
+
+Porque el buen coronel seguía creyendo firmemente que la primera batalla
+del Marne había sido un milagro de Santa Genoveva, de Juana de Arco ó de
+otra personalidad bienaventurada que podía intervenir en los combates de
+los hombres, como intervenían los falsos dioses cantados por Homero. ¿No
+peleó Santiago en las batallas de España siempre que los cristianos
+atacaban á los moros?...
+
+--El prodigio ha resultado inútil--decía amargamente--. Habrá que
+repetirlo; habrá que empezar otra vez, después de cuatro años de guerra.
+
+Con el bombardeo de París se había acrecentado muchísimo en unas semanas
+la población de la Costa Azul. Los trenes llegaban desbordantes de
+fugitivos. Las calles de Niza estaban repletas de forasteros como en los
+años de paz, cuando se celebraban las fiestas de Carnaval. Monte-Carlo
+veía aumentar considerablemente su público y se abrían nuevas salas en
+el Casino.
+
+Pasaba Toledo la tarde y las primeras horas de la noche en el atrio,
+esperando siempre buenas noticias, aceptando las malas con un optimismo
+ágil que encontraba excusa y justificación á todo.
+
+Se iba agrandando el círculo de sus amistades. Todos los días encontraba
+rostros conocidos que no había visto en mucho tiempo: estrechaba manos,
+devolvía saludos. «¡Usted aquí!...» El cañón disparado sobre París á
+fabulosas distancias poblaba los salones de juego con una muchedumbre de
+buen aspecto, casi tan numerosa como la de los años tranquilos.
+
+Don Marcos seguía anunciando la reacción, la contraofensiva para el día
+siguiente, como si estuviese en misteriosa correspondencia con el
+Cuartel General. Y la cólera que despertaba en él este fracaso diario de
+sus vaticinios iba á desplomarse sobre los que jugaban.... ¡La vida, la
+indecente vida, con sus apetitos que no conocen la moral, con sus
+egoísmos brutales!
+
+En torno del coronel, las gentes parecían afligirse un instante leyendo
+las malas noticias. Luego, los más, entraban en las salas de juego. Tal
+vez era por inconsciencia, tal vez por un ansia de aturdirse pidiendo al
+azar las ilusiones del alcohol; pero la bolita de marfil giraba sin
+descanso en numerosas ruletas, los naipes no cesaban de caer en doble
+fila sobre las mesas del «treinta y cuarenta», la aglomeración en torno
+de los tableros verdes iba en aumento.
+
+Era un público nervioso, discutidor, irascible, que perdía con facilidad
+sus buenas maneras por un simple incidente. La acometividad de los
+lejanos combates se esparcía como un soplo feroz en torno de las mesas;
+las mujeres tenían ademanes belicosos. Cada cañonazo contra el lejano
+París parecía aumentar el arroyo de dinero que chorreaba sobre
+Monte-Carlo.
+
+Cuando Toledo intentaba exponer sus opiniones y planes estratégicos en
+Villa-Sirena, encontraba un público menos atento que el del atrio del
+Casino. El príncipe tenia cosas más interesantes en que pensar. Novoa
+mostraba una alegría egoísta, como si considerase este período el mejor
+de su existencia y las desgracias del mundo sirviesen para dar un sabor
+más intenso á su dicha misteriosa. Spadoni escuchaba las cosas de la
+guerra lo mismo que si le hablasen de fábulas lejanas.
+
+El estaba por la realidad, é interrumpía al coronel para contarle cosas
+más interesantes. Ahora despreciaba al Casino, para frecuentar el
+_Sporting-Club_, donde se reunían los jugadores más audaces, empleando
+con preferencia fichas de cinco mil trancos. Un griego que había sido
+simple marinero en sus mocedades tronaba allí como un personaje de
+epopeya, admirado por las damas en traje de baile y los graves señores
+puestos de frac que se reunían en este círculo aristocrático. Había
+aprendido á leer y escribir siendo ya maduro, pero poseía una fortuna
+enorme. La noche anterior, en cuatro horas de talla, había ganado un
+millón doscientos mil francos. Spadoni lo había visto con sus ojos, é
+imitaba el gesto del héroe al levantarse de la mesa llevando un cestito
+de mimbre entre las manos; un mísero cestito que contenía, como si
+fuesen barreduras del suelo, montones de papeles azules, montones de
+fichas de cinco mil francos. ¡Que no le hablasen á él de generales y
+batallas! ¡Este era un hombre!
+
+Castro había escuchado una noche al coronel con un silencio de mal
+augurio y los ojos fríamente agresivos. De pronto, interrumpió los
+planes estratégicos de don Marcos.
+
+--¿Y á usted cuándo lo ascienden?
+
+Muchos de los generales célebres en la actualidad eran simples coroneles
+al iniciarse la guerra. Ya era hora de que Toledo diese un salto en el
+escalafón.
+
+Y el pobre don Marcos, lastimado por esta burla cruel, contestó
+dignamente:
+
+--Me contento con lo que soy, señor de Castro.
+
+Sabía perfectamente lo que era: coronel, y no deseaba ser mas. Y en su
+pensamiento repitió varias veces que no deseaba ser más.
+
+A pesar de que en Villa-Sirena cada uno se preocupaba de sus propios
+asuntos, mostrándose distraído en sus relaciones con los otros
+huéspedes, el mal humor de Atilio iba haciendo penosa la vida común.
+
+Toledo presentía el motivo de esta conducta. Doña Clorinda le trataba
+mal indudablemente, y él, á su vez, se vengaba de sus humillaciones y
+disgustos mostrándose áspero ó irónico con los amigos. El coronel había
+tenido que calmar á aquella señora cuando la encontraba en el Casino
+comentando las noticias de la guerra. Sentía hostilidad contra todos los
+varones sin uniforme; faltaba poco para que los insultase.
+
+--¡Emboscados! ¡cobardes!... ¡Si yo fuese hombre!...
+
+Aunque no lo era, necesitaba hacer algo; y se consumía de impaciencia
+por no poder emplear su actividad en el frente, bajo el silbido de los
+proyectiles. Al fin dió con el medio de ser útil.
+
+Quiso marcharse á París. Cuando todos los que podían escapar se
+apresuraban á hacerlo, ella iría á instalarse en su antigua casa,
+desafiando con su presencia el cañón y los aviones enemigos.
+
+Castro se atrevió á insinuar tímidamente la ineficacia de este
+sacrificio. El coronel añadió, con su competencia profesional, que le
+parecía un disparate; pero ella no estaba dispuesta á modificar sus
+deseos.
+
+Ponía en la suerte de la guerra un apasionamiento nervioso, una
+vehemencia igual á la que perturbaba sus relaciones amistosas.
+
+--De no triunfar los aliados, mi vida será imposible. ¡Cómo se burlarían
+esos canallas!... Prefiero morir.
+
+Los canallas eran sus amigos de antes de la guerra, gentes de diversas
+nacionalidades que simpatizaban, por snobismo ó por interés personal,
+con los alemanes. «La Generala», de un amor propio que infundía miedo,
+deseaba morir, y lo deseaba de veras, antes que ver triunfantes á los
+que había escogido como enemigos.
+
+--¡Si yo fuese hombre!...
+
+Y Atilio, que buscaba las ocasiones de estar cerca de ella en el Casino,
+ó exageraba la belleza de ciertos lugares para inducirla á paseos
+solitarios, huía apresuradamente ante estas palabras, en las que
+adivinaba un insulto.
+
+Luego, al verse en Villa-Sirena, su amorosa sumisión se convertía en
+hostilidad para los demás.
+
+Había descubierto que odiaba á Novoa, ó mejor dicho, que debía odiarlo
+lógicamente. Doña Clorinda estaba reñida con Alicia, y aquella
+marisabidilla que tanto entusiasmaba al profesor era la acompañante y
+protegida de la duquesa. Por esto él debía ser enemigo de Novoa, como
+dos hombres que no se han hecho ningún daño particularmente, pero
+pertenecen á dos naciones en guerra.
+
+Además--y esto no quería confesárselo--, le daba cierta envidia el aire
+satisfecho y triunfante del sabio. Novoa no sufría repulsas y desvíos;
+era la mujer la que lo buscaba, esforzándose por halagar sus aficiones,
+fingiendo un interés científico por cosas que nada le importaban; todo
+para conservarlo bajo su dominación. ¡Hombre feliz y antipático!...
+
+Como ocurre siempre que se vive en roce continuo con una persona que
+empieza á no ser grata, Atilio descubrió casi á diario numerosos motivos
+de molestia, que exponía á Toledo.
+
+Su amigo el profesor pretendía burlarse de él, y no estaba dispuesto á
+tolerarlo. Un día había tenido que aguardar media hora en casa de su
+peluquero. El profesor ocupaba su sillón y empleaba á su manicura. ¡Un
+atrevimiento! Quería sin duda rivalizar con él, y por esto se hacía
+vestir por su mismo sastre de Niza. ¡Otra insolencia! Además, no sabía
+llevar la ropa... Hasta sospechaba que, para ser grato á su novia y á la
+protectora de ésta, debía permitirse hablar mal de cierta dama, ¡y si él
+llegaba á saberlo!...
+
+Pero el coronel no prestó atención á tales amenazas. Las tristes
+novedades de la guerra quitaban toda importancia á los asuntos de su
+vida corriente.
+
+Los alemanes seguían avanzando hacia París. El retroceso de los aliados
+continuaba bajo los repetidos golpes del enemigo. Las ilusiones de
+Toledo disminuían por momentos. Ya dudaba de todo. Los invasores eran de
+una superioridad numérica aplastante.
+
+Sólo tenia una esperanza. ¡Si llegase á ser verdad el auxilio prometido
+por los Estados Unidos! ¡Si no resultase un _bluff_, como creían
+muchos!... Ahora, con la imaginación, sólo veía la América del Norte,
+sus puertos llenos de muchedumbres en armas, las azules planicies del
+Océano aradas por miles de buques que venían á desembarcar en Europa
+ejércitos interminables. Y como transcurrían semanas sin que se
+realizasen sus ilusiones, daba consejos á Wilson desde las arboledas de
+Villa-Sirena ó entre las columnas de jaspe del atrio del Casino.
+
+--¿En qué piensa ese señor?... ¿Por qué no vienen? Si no se apresuran,
+todo habrá terminado antes de su llegada.
+
+La discordia y la guerra le tocaron de más cerca, dentro de sus
+dominios, haciéndole considerar por unas horas la conflagración general
+como un asunto de secundario interés.
+
+No supo ciertamente cómo se fué iniciando la pelea; pero una noche,
+durante la comida, notó que Castro y Novoa, con estudiada frialdad,
+cruzaban sus palabras lo mismo que si fuesen espadas. El príncipe no
+podía adivinar esta animadversión de sus dos amigos, pues nunca, en su
+presencia, abandonaban las formas corteses. Además, ocupado en sus
+propios pensamientos, no se dió cuenta de que el profesor se había
+vuelto algo pendenciero, excitado sin duda por la hostilidad de Atilio.
+Novoa hizo una leve alusión á la belicosa «Generala», que pretendía
+marcharse á París, como si su presencia pudiese influir en la guerra.
+Castro vió en esto un reflejo de la enemistad de la duquesa.
+Indudablemente, Valeria se había reído con él de los entusiasmos de doña
+Clorinda. Y cerró contra la protegida de Alicia, una hambrienta, una
+pedantuela, que se rozaba con señoras y sólo era una doméstica. El no
+comprendía los amores sentimentales con mujeres de esta clase... Sintió
+tentaciones de atacar igualmente á la de Delille, pero se contuvo
+recordando que era parienta del príncipe.
+
+Los dos hombres quedaron silenciosos y pálidos, mirándose como enemigos.
+
+Al día siguiente, Atilio, antes de marcharse al Casino, llamó aparte á
+don Marcos. Tal vez tuviese pronto un lance de honor: ¿podía contar con
+él para que le apadrinase?
+
+El coronel se irguió, frunciendo las cejas con un gesto grave. Llevaba
+varios años sin cumplir esta solemne función, para la cual parecía haber
+nacido. Su último duelo databa de ocho años antes: un encuentro en la
+frontera italiana entre dos señores que se habían abofeteado por una
+trampa de juego.
+
+Aún se hizo más sombrío su rostro mientras se inclinaba en señal de
+asentimiento, llevándose una mano al pecho. Como en don Marcos todas las
+acciones se acoplaban con detalles de indumentaria, y creía imposible
+realizar un acto sin el uniforme correspondiente, recordó en seguida
+cierta levita olvidada mucho tiempo en su ropero, á la que él llamaba
+«la levita de los desafíos»; una prenda negra, de corte napoleónico y
+largos faldones, que sacaba á luz siempre que era padrino y le
+pertenecía por su carácter militar dirigir el combate.
+
+--Acepto. Un caballero no puede negar este servicio á otro caballero.
+
+Y aceptaba con verdadero agradecimiento, pensando en la conveniencia de
+airear, fuera de su prisión alcanforada, aquella vestidura grave como la
+muerte.
+
+Pero en la misma tarde le buscó Novoa. Este hablaba tímidamente, sin la
+elegante indiferencia de Castro, con cierta sospecha de que pudiera
+estar haciendo una necedad. Tal vez tuviese pronto un lance de honor.
+
+--Como no entiendo de eso, coronel, usted será mi padrino... Mis
+estudios han sido otros; pero cuando se insulta á una señora, cuando veo
+atropellada á una joven indefensa, me considero tan hombre como el más
+valiente.
+
+Don Marcos dió un salto... ¡Ah, no! Sus ojos se abrían á la verdad.
+Olvidó el oreo de su levita; podía seguir embalsamada en su encierro. Y
+como el profesor era menos temible que el otro, descargó en él su
+indignación. ¡Pensar en batirse por unas nonadas, cuando millones de
+hombres daban su sangre por grandes ideales!... Y él, que había
+recordado tantas veces como acciones heroicas sus trabajos de padrino,
+hizo un gesto repelente, lo mismo que si le propusieran algo contra su
+honor.
+
+Pocos días después, Novoa habló al príncipe con una brevedad que
+ocultaba mal su emoción. Estaba muy agradecido al dueño de Villa-Sirena;
+nunca olvidaría la dulce existencia en este retiro; pero necesitaba
+volver á su antiguo alojamiento. Nuevos trabajos científicos le
+obligaban á vivir en Mónaco; el director del Museo se quejaba de sus
+ausencias.
+
+Y se marchó, para instalarse en una pobre casa de la ciudad vieja,
+renunciando á las comodidades y abundancias de aquel palacio regentado
+por el coronel.
+
+A pesar de tales excusas, el príncipe manifestó sus dudas á Toledo. No
+veía con claridad en esta fuga. Tal vez existía otro motivo que él no
+llegaba á adivinar.
+
+--Sí; tal vez--contestó sonriendo don Marcos--. Debe ser asunto de
+faldas.
+
+Asintió Miguel. Indudablemente, era por Valeria. Viviendo en Mónaco se
+consideraba más libre para sus entrevistas con aquella muchacha.
+
+--¡Ay, las mujeres!--exclamó el príncipe--. ¡Qué poder tienen sobre
+nosotros!
+
+--¡Y cómo perturban las relaciones entre los hombres!
+
+La voz de Toledo al decir esto era tan desolada como fué la del príncipe
+al enumerar á sus amigos las ventajas de vivir alejados de la mujer. En
+cambio, Miguel aceptaba ahora la dominación femenil, y casi envidió á
+este sabio porque volvía á su antigua modestia para encontrar con más
+frecuencia á Valeria.
+
+El era menos dichoso. Transcurrían los días sin que consiguiese repetir
+su paseo con Alicia por los jardines de Mónaco.
+
+--Te amo--decía ella--. Puedes creer que no olvido aquella tarde... Más
+adelante haremos la misma excursión. Ahora no; sé cuál sería el final.
+Me es imposible... Pienso en mi hijo.
+
+No dudaba Miguel de esto último; pero algo más que la inquietud por el
+ausente ocupaba el pensamiento de ella. Volvía á entregarse al juego con
+las cantidades encontradas en su casa. Hasta sospechó el príncipe si
+habría vendido ó empeñado el alfiler con que reparó el desgarrón de su
+vestido. Después de regalarle la perla de la princesa Lubimoff, no la
+había visto más. Alicia parecía insensible á los primeros esplendores de
+la primavera.
+
+--Un día iremos--dijo, al recordarle él los jardines de San Martino--.
+Te lo prometo. Pero necesito verme libre de preocupaciones; haberlo
+perdido todo ó ganado todo. Debo aprovechar el tiempo... Ya ves; ahora
+la fortuna parece que vuelve á acordarse de mí.
+
+Ganaba poco, pero ganaba; y esto le hacía esperar la repetición de
+aquella racha de buena suerte que había conmovido al Casino.
+
+Por las noches se retiraba contenta. Tenía tres mil ó cuatro mil francos
+más; pero ¿qué era esto?... Se lamentaba de la escasez de su capital.
+Quería hacer el gran juego, para recuperar todo lo perdido. Así, poco á
+poco, no llegaría nunca. ¡Si pudiese reunir otra vez aquellos treinta
+mil francos, que subían ó bajaban, pero manteniéndose siempre fieles!...
+
+Miguel permanecía en el Casino horas y horas, cerca de la mesa de ella,
+atisbando una ocasión propicia, sin poder conseguir mas que breves
+conversaciones en un descanso del juego ó al tomar el té en el _bar_ de
+los salones privados.
+
+Una mañana fué á sorprenderla en su «villa». Eran las diez. Encontró á
+Valeria, que acababa de ponerse el sombrero y parecía contrariada por
+esta visita. Tal vez iba á Mónaco; tal vez su hombre de ciencia la
+aguardaba en alguna callejuela de Monte-Carlo.
+
+--La duquesa se fué á la fábrica--dijo sonriendo--. Debe estar ya en
+pleno trabajo.
+
+El Casino era «la fábrica» para los jugadores, y llamaban de buena fe
+«trabajar» á sus angustias y cabildeos en torno de las mesas.
+
+Sin duda había pasado gran parte de la noche haciendo números, para
+correr al Casino á la hora de su apertura, con los ojos cargados de
+sueño, sin fijarse en el adorno de su persona, como si le faltase el
+tiempo para poner en práctica alguna portentosa combinación acabada de
+inventar.
+
+Siempre que la encontraba, el príncipe, con una astucia pueril, aludía á
+la suerte de su hijo. Sólo así lograba que saliese de sus preocupaciones
+de jugadora que la tenían en perpetua distracción, hablando y sonriendo
+automáticamente, con una mirada de sonámbula.
+
+Lubimoff le mostró una tarde varios telegramas y cartas de Madrid, de
+París, de Berna. Reyes y ministros se ocupaban en averiguar la suerte
+del aviador desaparecido. Hasta de Berlín llegaba la promesa, por
+conducto de una Legación neutral, de buscar á este joven en todos los
+campos de prisioneros. Sospechaban que debía estar confinado en Polonia
+en un campamento de castigo.
+
+Alicia se lanzó con vehemencia á medir el tiempo, como si la anhelada
+noticia fuese á llegar de un momento á otro.
+
+--¡Por Dios te lo pido, Miguel! Escribe, telegrafía hoy mismo. Diles á
+esos señores tan buenos que me contesten directamente. Podría llegar el
+telegrama ó la carta á tu «villa» mientras tú estas fuera, ¡y yo sin
+saber nada horas y horas!... No; que se dirijan á mí. Todos los días, al
+salir, le encargo á mi jardinero que si llega un telegrama me lo traiga
+al Casino. ¡Figúrate mi impaciencia!... Di que vas á hacer eso.
+Prométeme que no lo olvidarás.
+
+Lo único que podía olvidar el príncipe eran sus asuntos personales
+cuando estaba al lado de Alicia. Sólo pensaba en el descubrimiento de
+aquel cautivo, del que dependía su felicidad.
+
+--¡El día que sepa con certeza que vive!... Verás entonces cuán distinta
+soy. No te aburriré con mis tristezas: encontrarás á otra mujer.
+
+Y efectivamente, su sonrisa, sus miradas prometedoras, le hacían
+encontrar otra vez á la Alicia que había marchado junto á él por el
+camino de la costa con la boca pegada á la suya en un beso interminable.
+
+Al quedar solo, le asaltaban sus propias tristezas y preocupaciones.
+Había recibido noticias de Rusia por varios fugitivos que acababan de
+librarse de la persecución revolucionaria. Los que administraban sus
+bienes allá habían sido asesinados. El palacio Lubimoff servía de
+residencia á un comité bolchevique. Sus minas eran propiedad nacional,
+aunque nadie las trabajaba; sus tierras estaban repartidas; varios
+personajes obscuros, antiguos ropavejeros y comerciantes de líquidos
+alcohólicos, se habían hecho dueños de sus casas, no sabía cómo. Y al
+mismo tiempo que estas noticias inquietantes para su porvenir, llegaban
+otras que le herían en sus mejores recuerdos. Una gran dama de la corte,
+con la que había tenido unos amores de grata memoria, vendía ahora
+periódicos en las calles; otra muy elegante, que lanzaba las modas en
+Petersburgo, barría la nieve y había perdido varios dedos por el frío.
+Podía contar á docenas sus amigos muertos; unos, en montón, á tiros de
+revólver, en el fondo de una mazmorra; otros, fusilados. Varios habían
+perecido de hambre, como morían años antes los de abajo, que ahora
+tomaban su desquite.
+
+Todos estos horrores despertaban su egoísmo, haciéndole encontrar nuevos
+encantos á su situación. El mundo había caído en una demencia
+sanguinaria. En Oriente y Occidente los hombres se agitaban como fieras,
+mientras él permanecía tranquilo junto al más risueño de los mares, con
+una pasión, con un deseo que llenaba su existencia, poco antes vacía,
+resucitando los entusiasmos y las vehemencias de la juventud. A la misma
+hora en que tantos miles de seres morían en masa, borrándose pueblos
+enteros de la superficie del planeta, él vivía sometido á una mujer, y
+encontraba muy dulce esta servidumbre...
+
+Una tarde, en el _bar_ de los salones privados, Alicia le habló con
+resolución. Necesitaba hacer el gran juego. Ya estaba harta de
+«trabajar» con pequeñas cantidades, consiguiendo ganancias modestas.
+Además, despreciaba el Casino, con sus puestas limitadas, su ruleta y su
+«treinta y cuarenta», juegos casi mecánicos en los que no se ve enfrente
+á un banquero, sino á simples empleados, lo que da la impresión de estar
+luchando con una máquina formidable, pero de funcionamiento monótono,
+sin fantasía, sin alma. Ella necesitaba el _baccará_. Tenía reunidos
+otra vez treinta mil francos: ¡ó la gran ganancia ó nada! Prefería
+perderlo todo y acabar de una vez.
+
+--Esta noche en el _Sporting_. No digas que no: te necesito. Tengo la
+corazonada de que esta noche va á ser decisiva para mí... y tal vez para
+ti. Colócate enfrente: que yo te vea. Acuérdate que en las tardes buenas
+tú estabas cerca. Me darás la suerte... No muevas la cabeza; te digo que
+me darás la suerte.
+
+Lo afirmó con tal convicción, que Miguel desistió de su negativa.
+
+--Ven; tú ganarás: te lo prometo. Vas á ganar, sea cual sea el
+resultado. Si me dejan limpia, mañana pasearemos por los jardines de
+Mónaco, como la otra vez. Y si gano... ¡si gano lo que yo deseo!...
+
+No necesitó decir más. Su mirada y su sonrisa entusiasmaron á Miguel. Le
+vería en el club.
+
+Aquella noche, Castro y Toledo se sorprendieron al notar que el príncipe
+se sentaba á la mesa vestido de _smoking_ lo mismo que ellos.
+
+--El patrón no se queda en casa--dijo Atilio al coronel--. Va á la
+ópera, como nosotros.
+
+Fué al teatro del Casino para distraerse hasta media noche. No supo con
+certeza qué personas le hablaron en los entreactos ni qué manos
+estrechó. Tuvo que hacer un esfuerzo repetidas veces para acordarse del
+título y del autor de la ópera. Lo mismo le daba esta música que otra.
+Era un arrullo que mecía sus pensamientos, calmando su emoción: una
+emoción compuesta de miedo y de esperanza.
+
+En el primer acto, deseó que Alicia lo perdiese todo, absolutamente
+todo; así sería más suya, dependería en absoluto de él, con una
+esclavitud dulce. Luego, en los actos sucesivos, pensó en la
+desesperación de Alicia después de esta pérdida. Era una apasionada, que
+ponía en el juego vanidades de artista. Lamentaría tal vez, más que el
+dinero desaparecido, su fracaso personal. No; era preferible que ganase.
+Pero ¡qué larga resultaba esta música!... ¡con qué lentitud marchaba el
+reloj!...
+
+Pasadas las once, cuando fué aclarándose en el atrio el público salido
+de la ópera, Miguel se metió en un ascensor, que le hizo bajar á las
+entrañas del suelo, y siguió después un subterráneo, cuyo estuco
+policromo reflejaba el brillo de las luces eléctricas. Marchaba por
+debajo de la plaza del Casino, cruzada en aquel momento por numerosos
+carruajes. Otro ascensor le subió á un gran salón con columnas. Era el
+_hall_ del Hotel de París. Vió damas vestidas de _soirée_, señores
+puestos de _smoking_, la concurrencia habitual de los hoteles de lujo,
+que se pone su uniforme para comer y se queda haciendo la digestión en
+los profundos sillones, mirándose sin decir nada ó hablando en voz baja,
+lo mismo que en una iglesia, hasta que la rinde el sueño.
+
+Saludó de lejos á varios conocidos que se incorporaron deseosos de
+entablar conversación, fingió no ver á ciertas damas que le sonreían,
+moviendo la cabeza para llamarle, y entró en un segundo ascensor,
+hundiéndose de nuevo en la tierra. Este subterráneo era curvo y sus
+paredes decoradas con pinturas pompeyanas. Se extendía por debajo de dos
+hoteles y sus jardines. De nuevo una caja ascendente lo llevó más arriba
+de la superficie del suelo. Abrió una puerta de cristales. Un viejo
+lacayo con casaca azul, calzón corto y medias blancas se inclinó algo
+sorprendido al reconocer después de una breve vacilación al príncipe
+Lubimoff. Estaba en el _Sporting-Club_.
+
+Hacía años que no había entrado allí: desde antes de la guerra. El no
+era jugador, y sólo su interés por algunas mujeres le había hecho pasar
+las noches en esta sociedad elegante, que, como muchas de su clase, no
+era mas que un garito.
+
+Los salones resultaban pequeños después de media noche; se caminaba
+pisando colas de vestidos femeninos; había que valerse de hábiles
+deslizamientos para pasar entre los grupos. Todos fumaban, las mujeres
+más que los hombres, y la atmósfera se enrarecía con el humo del tabaco
+y el vaho de los bustos desnudos, algo sudorosos bajo su capa de
+blanquete. Al olor de la carne femenil se unía un perfume moribundo de
+flores marchitas. Los ricos despreciaban las muchedumbres del Casino,
+encontrando en el amontonamiento de este club un signo de distinción.
+Jugaban entre ellos, considerándose á cubierto de una mala vecindad en
+la mesa, de roces con personas sospechosas que resultaban frecuentes en
+los salones públicos. Para entrar aquí era preciso ofrecer garantías;
+padrinos que respondiesen de la honorabilidad del presentado.
+
+El príncipe conocía bien á esta concurrencia brillante. Se encontraban
+en ella individuos de familias reales, herederos de coronas que estaban
+de paso en la Costa Azul, banqueros famosos, millonarios de todas las
+partes del mundo, damas célebres por su nacimiento, por su hermosura ó
+por sus joyas, muchas cocotas famosas y vetustas, y algunas jóvenes y
+frescas que deseaban llegar pronto á la vejez, como si esto fuese una
+condición de la celebridad. Todas ellas se habían exhibido sobre
+escenarios para mostrar conejos amaestrados, para bailar mediocremente,
+para cantar sin voz, y entraban en el club bajo el título vago de
+«artistas».
+
+Miguel avanzó á través de una atmósfera caldeada por las respiraciones y
+los desfallecientes perfumes. Tuvo que fijarse en dónde ponía sus pies,
+lo mismo que en otra época. Ahora, los vestidos femeninos eran muy
+cortos y las piernas se mostraban descubiertas con tranquilo impudor. La
+guerra recortaba las faldas, como si las mujeres, obligadas á correr en
+pleno campo, hubiesen tomado por modelo á la antigua cantinera. Pero
+casi todas, para no romper enteramente con la majestuosa tradición,
+habían añadido al faldellín de moda una cola estrecha y aguda como una
+lengua, que seguía sus pasos.
+
+Una dama salió al encuentro de Lubimoff, y éste tardó en reconocerla.
+¡Hacía tantos años que no había visto á Alicia vestida de _soirée_! Su
+traje databa de antes de la guerra, pero era rico y la duquesa lo
+llevaba con el mismo garbo que en sus tiempos de opulencia. El largo
+collar de perlas adquiría un aspecto de autenticidad sobre su persona,
+así como los demás adornos. Se adivinaba en ella un arreglo
+extraordinario con motivo de su visita al club.
+
+Lo frecuentaba poco; este público, compuesto de antiguos amigos, hablaba
+demasiado, estorbándola en sus cálculos de jugadora. Prefería el Casino,
+con sus vastos salones y su muchedumbre abigarrada que se expresa en
+diversas lenguas. Era plebeya en su juego: tenía la superstición de que
+la fortuna acude ante todo allí donde sus devotos forman masa. La
+corazonada de su buena suerte y el juego del _baccará_, que únicamente
+funcionaba allí, le habían decidido á faltar por una noche á sus
+costumbres habituales.
+
+El príncipe la felicitó por su hermoso aspecto, por su traje, por sus
+perlas...
+
+--Falsas, escandalosamente falsas, hijo mío--dijo riendo y mirando en
+torno de ella--. Pero bien sabes que la mayor parte de las que llevan
+las otras no son mejores. ¡Ay, las perlas! Si se juntasen todas las que
+se lucen en el mundo, resultaría que el mar no tiene espacio para haber
+producido la décima parte.
+
+Se llevó á Miguel hacia el _bar_. Quería pedirle un favor. A las doce
+empezaba la partida de _baccará_; ella había solicitado la banca, pero
+los reglamentos del club se oponían á su pretensión. ¡Pobres mujeres!
+Hasta en el juego estaban condenadas á una inferioridad degradante.
+Podían perder su fortuna confundidas en la masa de los «puntos», pero
+les estaba vedado ser banqueras. Los legisladores de esta sociedad y de
+otras semejantes temían sin duda que las mujeres fuesen más dadas á la
+trampa que los hombres. Ella, la duquesa de Delille, no podía ser igual
+al marinero griego que tallaba todas las noches con una suerte
+inverosímil, haciendo incurrir al público en sospechas y malos
+pensamientos.
+
+--Exigen un hombre que talle por mí, que aparezca como banquero, aunque
+todos sepan que el capital es mío, y he pensado que tú puedes hacerme
+ese favor. Me gusta que vayamos juntos... ¡juntos en este negocio que es
+para mí de vida ó muerte! Además, estoy segura del éxito si tú tallas.
+¡Y qué acontecimiento! ¡Cómo acudirán los «puntos»! ¡El príncipe
+Lubimoff haciendo de banquero!...
+
+Pero no pudo continuar. Miguel la interrumpió con un gesto rotundo de
+negativa. Era inútil cuanto dijese. Se indignaba solamente ante la
+suposición de que le vieran sentado á la mesa verde jugando un dinero
+que no era suyo y teniendo á Alicia á sus espaldas. Además, estaba
+seguro de perder.
+
+La duquesa se separó de él apresuradamente. Pasaba el tiempo, y de un
+momento á otro iban á adjudicar la banca. Creyó de nuevo en su buena
+estrella al ver á un joven deslizándose tímido entre los grupos.
+
+--¡Spadoni!... ¡Spadoni!
+
+Palideció el pianista al escucharla. ¡Oh, duquesa!... Temblaba y
+balbuceaba de emoción. ¡El tallando en el _Sporting-Club_, ante el
+público elegante de las noches de ópera, manejando miles de francos, con
+todas las miradas fijas en su persona... Era el coronamiento de una
+carrera: después de esto, morir.
+
+Dos jugadores habían solicitado la banca: el célebre griego y un
+industrial de París que se estaba enriqueciendo fabulosamente con la
+fabricación de material de guerra. Spadoni su presentó también, llevando
+en un bolsillo los quince mil francos necesarios para tomar la banca.
+Había que echar suertes entre los tres solicitantes. Un empleado del
+club trajo una botella de mimbre que contenía diez bolas numeradas, y
+después de agitarla, arrojó tres sobre la mesa: una para cada uno.
+Alicia, metida entre ellos con una familiaridad varonil, casi palmoteó
+de alegría. La suerte había favorecido á Spadoni; de él era la banca.
+Mas el pianista, respetuoso de los privilegios que merece el genio, se
+excusó modestamente y pidió perdón con la mirada y la sonrisa á su rival
+el griego.
+
+Era un hombre obeso, casi cuadrado, de tez morena y lustrosa, bigote
+negro y unos ojos algo oblicuos, de fijeza agresiva, que recordaban los
+del jabalí. Sus abuelos habían sido piratas en el Archipiélago, y él,
+viendo cortada esta carrera heroica, hizo el contrabando en su juventud.
+Spadoni, algo intimidado por la majestad del grande hombre, balbuceaba
+excusas con los ojos fijos en su pechera brillante ornada de perlas y en
+el chaleco de seda gris que cubría su recio vientre. El griego le
+contestó con un mugido de mal humor, alejándose luego de hacer una
+reverencia á la duquesa casi igual á las que había visto en el teatro.
+Aunque apenas sabía leer, estaba enterado de cómo hay que tratar á una
+dama que declara la guerra.
+
+Las doce de la noche. Cesó el juego en las mesas de ruleta y «treinta y
+cuarenta». El público se fué aglomerando en la sala del _baccará_. Había
+circulado la noticia: el pianista Spadoni, considerado por todos como un
+parásito armonioso, iba á ocupar el mismo sitio que era las otras noches
+del griego; pero en realidad, la banca pertenecía á la duquesa de
+Delille.
+
+En torno de la mesa se formó una triple fila de personas, oprimidas
+pecho contra espalda, incrustándose unas en otras para ver mejor sobre
+los hombros inmediatos.
+
+Spadoni sonreía, pero acabó por intimidarle la curiosidad irónica fija
+en su persona. Muchos de los que le contemplaban eran importantes
+personajes que siempre le habían infundido gran respeto. Por fortuna,
+sentía á sus espaldas á la duquesa, sentada con un aire de patrona,
+vigilándole autoritariamente. Si cometía algún error, esta gran dama era
+capaz de pegarle... ¡Animo y adelante!...
+
+El _croupier_ colocado enfrente para cobrar y pagar barajaba los naipes
+antes de introducirlos en un doble cajoncito, del que debía extraerlos
+el banquero. ¡Pobre banquero! Considerando el público extraordinaria su
+elevación, quería reir á toda costa. Al sentarse en su asiento
+presidencial, los curiosos encontraron muy graciosa la timidez del
+pianista, y una risa franca saludó su presencia. Hizo una pregunta en
+voz baja al _croupier_, y se repitió la explosión de regocijo. Las
+mujeres se mostraban las más expansivas al pensar que su burla, pasando
+por encima de Spadoni, podía herir á la que lo había puesto allí. El
+gesto de extrañeza del músico ante esta hilaridad sólo sirvió para
+prolongarla escandalosamente. Todos reían por contagio viendo su cómico
+asombro. De pronto, una voz ruda cortó el regocijo general.
+
+--¡Banco!
+
+La voz del griego. Se había sentado á la derecha de Spadoni con el aire
+enfurruñado del que contempla una enorme injusticia y cree necesario
+repararla. No podía tolerar que este personaje grotesco ocupase el mismo
+sitio donde él era admirado todas las noches. Tampoco consideraba
+admisible que una dama se mezclase en negocios que sólo pertenecen á los
+hombres. Sentía la extrañeza y el escándalo del que presencia un
+desorden en el ritmo de las cosas naturales. El mundo estaba
+trastornado: los aprendices querían ser maestros; ya no se respetaban
+las categorías; era preciso terminar de una vez. «¡Banco!»
+
+Se estremeció el príncipe. Los quince mil francos de Alicia estaban en
+peligro. Aquel hombre no quería que la banca continuase. Si ganaba,
+desaparecía de golpe todo el capital puesto por Alicia; si perdía, se
+doblaba el dinero de ésta... Pero iba á ganar indudablemente. ¡Cuando un
+hombre de tan buena suerte se atrevía á hacer esto!...
+
+Quedó aterrado Spadoni al oir la voz del grande hombre. Instintivamente
+torció sus ojos hacia la duquesa, pero los apartó en seguida, más
+aterrado aún por su rostro inmóvil y una mirada dura que parecía herirle
+por la espalda, como si él fuese el culpable.
+
+El doble cajoncito, completamente listo, aguardaba junto á sus manos.
+Dió cartas á derecha é izquierda, y luego extrajo las suyas.
+
+Mostró el griego sus cartas, arrojándolas sobre el tapete. «Ocho.» Un
+murmullo de aprobación se elevó en torno de la mesa. Los admiradores de
+su buena suerte se regocijaron como de un triunfo propio. Tomó las
+cartas del lado opuesto, que le ofrecía el _croupier_, y las mostró
+después de examinarlas rápidamente. Ahora el murmullo fué de asombro.
+¡Ocho también! Iba á ganar. Era casi imposible que el banquero tuviese
+un punto más alto.
+
+Spadoni, pálido, con la frente barnizada de sudor, descubrió sus naipes.
+El público los saludó con un rugido sordo: «¡Nueve!»
+
+Los mismos que reían de él encontraron natural este resultado. «La
+suerte protege siempre á la inocencia.»
+
+Y mientras el griego entregaba quince mil francos al _croupier_
+depositario de la banca, el pianista se inclinó modestamente. Algunas
+jugadoras supersticiosas reconocieron que la duquesa había procedido con
+gran cordura al confiar su suerte á este simple.
+
+Los ojos de Alicia buscaron á Miguel en el triple óvalo de cabezas. Le
+sonrió levemente. Había perdido ya la dura inmovilidad con que acababa
+de arrostrar este momento de emoción. Se sentía muy segura de su
+triunfo. Y deseosa de asombrar á los curiosos con una calma
+imperturbable, sacó de su bolso una cigarrera de oro, una larga boquilla
+de marfil, y empezó á fumar.
+
+Después de este primer éxito, el pianista jugó con cierta autoridad. La
+duquesa, inmóvil á sus espaldas, parecía comunicarle su fe. Hizo varias
+tallas, siempre ganando, y al aumentar considerablemente el dinero de la
+banca, se excitó la codicia de los jugadores. Los que rieron de la
+torpeza de Spadoni fruncían ahora las cejas con un interés agresivo,
+tomando parte en el juego. Así como aumentaba el capital, eran más
+gruesas las puestas. Todos presentían una gran partida emocionante. El
+banquero se había olvidado de la duquesa y de su propia humildad. Creyó
+que lo que ganaba era de él; se imaginó haber descubierto el secreto
+mencionado por Novoa y que iba á conseguir aquellas fabulosas ganancias
+calculadas tantas veces cuando escribía docenas y docenas de ceros sobre
+un papel. ¡Qué noche! ¡Y no estar allí su amigo el sabio, para que
+presenciase su triunfo!...
+
+Lubimoff su retiró de la mesa. Le hacía daño la serenidad forzada de
+Alicia, su manera de fumar mientras contemplaba con ojos felinos la
+marcha del juego. Iba á cambiarse la suerte de un momento á otro: esta
+ganancia continua é insolente no podía seguir. El griego se esforzaba
+por ocultar su cólera, jugando y perdiendo como un simple «punto». Le
+era imposible gritar «¡banco!» hasta que empezase otra talla, quedando
+agotados los naipes del doble cajoncito. Pero continuaba en su puesto,
+con una arrogancia de domador, convencido de que al fin llegaría á
+sujetar á la burlona casualidad. Tenía más dinero que Alicia y su
+representante: podía resistir, y acabaría por vencerlos.
+
+El príncipe se fué al _bar_, entreteniéndose en beber lentamente dos
+mixturas americanas, dulces y amargas al mismo tiempo, muy cargadas de
+alcohol. Quería embriagarse un poco, para sentirse al mismo nivel de
+aquella mujer que tan desesperadamente jugueteaba con la suerte.
+
+Se vió solo. Todo el club estaba reconcentrado en la sala del _baccará_.
+Miguel lamentó que Castro no estuviese en el _Sporting_. Hubieran
+charlado como en la tarde que Alicia logró asirse por primera vez á las
+alas de oro de la Quimera. Tal vez su ausencia era por orden de «la
+Generala». El también había venido aquí arrastrado por una mujer.
+
+Un sordo rumor llegó de la sala de juego. Vió poco después algunos de
+los curiosos que entraban en el _bar_, deteniéndose ante el mostrador
+para beber. Hablaban con grandes aspavientos de asombro. Al oir el
+nombre del griego repetido muchas veces, fijó su atención. Había gritado
+«¡banco!» al empezar una nueva talla, cuando la banca poseía ciento
+cuarenta mil francos. Sólo aquel hombre de suerte era capaz de tal
+atrevimiento. Tuvo ocho, pero el pianista mostró luego sus cartas. Nueve
+otra vez. Y el _croupier_ había barrido para la banca los ciento
+cuarenta mil del griego. ¡Qué noche! ¡Y pensar que era el tonto de
+Spadoni el que realizaba tales prodigios!...
+
+Algunas mujeres pasaron ante la puerta del _bar_ con aire de mal humor,
+gesticulando entre ellas. Se mostraban escandalizadas é irritadas por la
+fortuna de la de Delille, á pesar de que ninguna de ellas había perdido
+un céntimo en el juego. Una suerte así no era natural; debía haber
+trampa. No podían decir cómo era la trampa, pero existía indudablemente.
+
+Después pasó el griego, seguido de dos admiradores, sudoroso, con la
+pechera arrugada y el chaleco subido, dejando ver la camisa entre sus
+picos y la cintura del pantalón. Levantaba los hombros con desprecio. El
+mundo estaba trastornado: ya no había lógica. ¡Por eso las cosas de la
+guerra marchaban tan mal!...
+
+Y se alejó hacia el pasaje subterráneo, para volver al Hotel de París.
+No quería ver mas: esta noche era para los locos.
+
+Tampoco el príncipe deseaba ver, y continuó en su sillón, pidiendo un
+nuevo _cocktail_. Desfilaban ante las puertas los que huían amargados
+por la suerte ajena y los que llegaban atraídos por la noticia del
+suceso.
+
+Permaneció solo, como un espectador que se queda en el vestíbulo de un
+teatro y escucha los lejanos estremecimientos del público. Transcurrían
+largos intervalos de silencio. Después, un rumor, un suspiro colectivo,
+el abejorreo de un comentario en voz baja alrededor de la mesa. ¿Seguía
+ganando Alicia?... ¿Iba á verla aparecer como el otro, encogiéndose de
+hombros ante los absurdos de la suerte?...
+
+Aún pidió un vaso más; y contemplando las espirales de humo de su
+cigarro, fué adormeciéndose. De pronto se incorporó, creyendo haber
+recibido un fuerte golpe en la espalda. ¡Pura ilusión! Estaba solo. Sus
+ojos, al mirar en torno de él, se fijaron en el reloj. Las dos. Y se
+puso de pie, dirigiéndose con lentitud á la sala del _baccará_.
+
+Había disminuído el público, pero todos los que quedaban intervenían en
+el juego. La enorme suma reunida por la banca era una tentación. ¡No
+había miedo de que los gananciosos quedasen sin cobrar! Hasta los
+mirones que pasan la noche de pie, participando de la emoción ajena,
+arriesgaban su dinero de luis en luis, esperando que cambiase en favor
+del público esta racha de suerte que únicamente soplaba del lado de la
+banca.
+
+Lo primero que vió Miguel fué un enorme montón de billetes de mil
+francos, de placas de cinco mil, de fichas y papeles de distintos
+valores. Era una fortuna. Luego se fijó en Alicia, inmóvil en su
+asiento, tal como la había dejado, con un rostro inexpresivo de
+cariátide. Sólo sus ojos iban maquinalmente de aquel montón de riquezas
+á las manos del banquero. Fumaba... fumaba. En un platillo que un lacayo
+había colocado reverentemente al lado de la victoriosa había un montón
+de cigarrillos consumidos, con boquilla de oro. Parecía embrutecida por
+su éxito, por la monotonía de aquella buena suerte incesante.
+
+El pianista mostraba cierta somnolencia en sus gestos y en su voz. El
+triunfo le parecía insípido después de la fuga del admirable griego.
+Igualmente habían desaparecido otros jugadores célebres, como si no
+quisieran autorizar con su presencia esta fortuna absurda. Los únicos
+contrincantes serios eran unos ingleses residentes en Beaulieu, que
+tenían abajo sus automóviles. Les interesaba este juego extraordinario,
+como si fuese un deporte original; querían luchar contra la buena suerte
+de la banca, con una tenacidad británica, únicamente por el gusto de
+vencerla. Ellas, huesudas y distinguidas, con amplios escotes y largas
+colas, lanzaban un «¡oh!» de asombro cada vez que el _croupier_ se
+llevaba con la raqueta las fuertes puestas, mientras ellos sacaban del
+bolsillo interior del _smoking_ nuevos puñados de billetes, saludando su
+derrota con metálicas risas.
+
+Spadoni perdió en un golpe veinte mil francos. Lubimoff tuvo el
+presentimiento fatal del marino que percibe bajo sus pies el temblor del
+buque que va á abrirse, del soldado que adivina el principio de la
+derrota.
+
+Un segundo golpe; y la banca perdió otra vez.
+
+Miguel se aproximó con cierta cautela á la silla que ocupaba Alicia.
+
+--Son las dos. Ya es hora de retirarse--murmuró, dejando caer sus
+palabras sobre la cabellera que estaba al nivel de su pecho--. Va á
+llegar la mala: la siento venir. Dile á Spadoni que se levante.
+
+Ella elevó sus ojos para mirarle con extrañeza. Parecía ebria; no
+acertaba á entender sus consejos. Y manifestó su negativa con leves
+movimientos de cabeza. Tenía fe en la propia suerte.
+
+La suerte se encargó de reanimar acto seguido su confianza. El banquero
+ganaba otra vez, llevándose todas las sumas depositadas en ambos paños
+de la mesa. Pero esto no convenció al príncipe. Continuaba sintiendo
+miedo, y su inquietud le hizo ser brutal.
+
+Se colocó á espaldas de Spadoni para hablarle discretamente, mientras
+miraba en otra dirección. Debía levantarse en seguida, dando por
+terminado el juego. Ya era hora.
+
+El banquero torció la cara y miró hacia arriba para reconocer la voz
+prudente que le daba consejos desde lo alto. «¡Ah, Su Alteza!» Acompañó
+este descubrimiento con una sonrisa de orgullo, satisfecho de que el
+príncipe Lubimoff hubiese presenciado la hazaña más grande de su vida.
+
+Y siguió tallando.
+
+Lubimoff se irritó. Este idiota, sumergido en su gloria, no lo entendía:
+y si le entendía, se negaba á obedecerle. La voz del príncipe fué
+cayendo con una lentitud temblorosa sobre la cabeza que estaba debajo.
+¡Spadoni, pianista de los demonios! (Aquí dos ó tres juramentos en
+diversos idiomas.) Si no le obedecía inmediatamente, iba á sacarlo de un
+zarpazo de su asiento, á darle una pateadura, á arrojarlo por una
+ventana...
+
+--¡La última!--dijo el músico.
+
+Cuando dejó de tallar muchos respiraron, satisfechos de que terminase un
+juego que parecía un maleficio. Otros contemplaban con asombro y envidia
+el enorme montón de la banca mientras el _croupier_ lo ponía en orden,
+formando fajos de billetes, alineando columnas de fichas de diversos
+colores.
+
+Corrió de boca en boca la cifra: ¡cuatrocientos noventa y cuatro mil
+francos! Sólo faltaba una pequeña cantidad para medio millón. Pocas
+veces se había visto una ganancia tan rápida.
+
+Spadoni, como si fuese el dueño de tales riquezas, las fué metiendo en
+un cestillo de mimbre. Temblaba de emoción. Iba á pasar entre los
+curiosos sosteniendo contra su pecho el tesoro, lo mismo que otras
+noches había visto pasar á su grande hombre con aire de vencedor. ¡Qué
+valían al lado de esto los aplausos que llevaba recibidos como
+pianista!...
+
+Unos manos ávidas le arrebataron el cestillo.
+
+--No: ¡yo!... ¡yo!
+
+Era la duquesa; ya no tenía por qué fingir indiferencia. Aquel dinero
+era suyo. Se había transfigurado al salir de su mutismo expectante; sus
+ojos brillaban con un resplandor triunfal; tenía la frente sudorosa; le
+latían las mejillas, intensamente pálidas. Llevando el cestillo ante
+ella con los brazos extendidos, pasó entre los grupos, lentamente, con
+una majestad hierática, dirigiéndose hacia la caja del club.
+
+Permaneció Spadoni junto al príncipe. También sudaba, mientras su rostro
+tenía la palidez de la emoción.
+
+--¡Qué noche, Alteza!... ¡Qué noche!
+
+Miraba á todos con orgullo, pero sonreía humildemente al dueño de
+Villa-Sirena para que olvidase su resistencia de momentos antes y las
+terribles amenazas con que la había acogido.
+
+Al poco rato volvió Alicia hacia ellos, guardando un papel en su bolso
+de mano.
+
+El entusiasmo del músico hizo explosión.
+
+--¡Oh, duquesa!... ¡Divina duquesa!
+
+La besaba en uno de sus brazos desnudos; luego en un hombro. Alicia
+sonrió ante este homenaje público. El pobre pianista, hiciese lo que
+hiciese, no comprometía.
+
+--Gracias, Spadoni; cuente con mi gratitud. Vaya pensando lo que desea:
+una casa, un yate, tal vez un piano con teclas de brillantes...
+
+Miguel la escuchó asombrado. Hablaba de buena fe: parecía enloquecida
+por su fortuna.
+
+Pero el músico se alejó de ellos. Necesitaba estar solo. Al lado de la
+duquesa tenia que compartir su gloria, contentándose con un jirón. Y fué
+á reunirse con los ingleses de Beaulieu, que deseaban conocerle de cerca
+y beber con él una botella de champaña, proclamándolo el fenómeno más
+interesante que habían encontrado en sus viajes.
+
+Alicia y el príncipe se dirigieron hacia el guardarropa.
+
+--He depositado las ganancias en la caja del club--dijo ella mostrándole
+el recibo--. De noche no voy á llevarme tanto dinero á mi casa. Mañana
+vendré para pasarlo al Banco. Necesito que alguien me acompañe. Envíame
+al coronel: es hombre de guerra y debe tener revólver.
+
+Luego, acordándose de algo importante, su rostro tomó una expresión
+grave.
+
+--Inútil es decir que mañana arreglaremos cuentas. No creas que olvido
+lo que te debo: veinte mil francos del otro día, los trescientos mil de
+tu madre... Todo se pagará.
+
+Miguel expresó con una larga risa el asombro que le causaba esta
+promesa. Decididamente, la ganancia le había perturbado el cerebro. Un
+piano con teclas de brillantes para el otro; ahora centenares de miles
+de francos para él. La fortuna recién adquirida en dos horas le parecía
+extraordinaria y tan inmensa como su buena suerte.
+
+--Lo que yo quiero--añadió en voz baja, cesando de reir--, lo que yo
+deseo de ti, bien lo sabes...
+
+Ella le hizo callar con una mirada acariciante y un siseo discreto que
+equivalía á una promesa.
+
+Habían bajado la gran escalera del club; estaban en el vestíbulo, ella
+envuelta en una capa de seda con bordados de oro y ricas pieles, que le
+recordaba sus salidas de la Opera de París; él con el gabán abierto y un
+sombrero flexible forrado de seda.
+
+Los empleados del vestíbulo, enterados de lo que había ocurrido en los
+salones, corrieron á la cancela de cristales, con la esperanza de la
+regia propina. «¡Un carruaje para la señora duquesa!»
+
+Pero ella deseó marchar á través del silencio de la noche. Estaba
+entumecida por su larga inmovilidad; necesitaba, como todos los que se
+consideran dichosos, prolongar el goce de su triunfo con un largo paseo.
+
+Bajó la escalinata exterior apoyada en un brazo de Miguel. Pasaron entre
+los cocheros y los escasos chófers que formaban grupos esperando á sus
+patrones y clientes.
+
+Se sumieron en la fresca atmósfera nocturna, con los ojos fatigados aún
+por la espléndida iluminación, con la piel ardorosa por el ambiente
+enrarecido de los salones. Los dos se fijaron en que la noche era de
+luna, una pobre luna menguante que empezaba á caer detrás de la negra
+barrera de los Alpes. La amenaza submarina tenía la ciudad á obscuras.
+Un macilento farol con los vidrios pintados de azul dejaba filtrar á
+largos trechos su breve radio de luz funeraria.
+
+A los pocos pasos se acostumbraron á esta penumbra. El suelo de las
+calles estaba partido en dos fajas: una, de blancura turbia y vagorosa,
+reflejo de la luna moribunda; otra, negra, con la tonalidad densa y
+pesada del ébano. Instintivamente, marchaban por la acera obscura, como
+si temieran ser vistos. Torcieron por una calle curva y en cuesta, la
+misma que atravesaba subterráneamente el corredor pompeyano que horas
+antes había seguido el príncipe.
+
+Oían aún á sus espaldas las conversaciones de los cocheros ocultos en la
+revuelta de la calle, las voces de los empleados del club llamando á los
+carruajes por el nombre de sus dueños, los pataleos de los caballos que
+sacudían su espera dormitante, los primeros ronquidos de los automóviles
+al reanudar su funcionamiento. Miguel, que caminaba silencioso, con el
+deseo de alejarse cuanto antes, buscando la soledad absoluta, tuvo que
+detenerse al ver que ella había hecho lo mismo. Se anticipaba á sus
+pensamientos: no quería ir más lejos.
+
+--Necesito recompensarte--murmuró--. Te dije que al venir ganarías de
+todos modos, aunque yo perdiese. Toma... toma.
+
+Sus brazos desnudos, escapando de la sedosa capa, se cerraron sobre los
+hombros de él, formando un anillo apretado: su boca sumisa, buscando la
+otra boca, se entregó humildemente, con un deseo de dar la felicidad.
+
+Pasó por el fondo de la calle un vivo resplandor, sacándolo todo de la
+penumbra con fugaz relieve, lo mismo que un relámpago. Era el reflector
+de un automóvil. Ella ni se movió; no temía que la sorprendiesen: las
+gentes eran fantasmas sin ninguna realidad. En el mundo sólo existían en
+estos momentos ellos dos y aquel montón de papeles y piezas de marfil
+guardado en una caja de acero.
+
+Se acordó Lubimoff toda su vida de esta noche. Los relojes estaban locos
+indudablemente, lo mismo que su cabeza, que parecía dar vueltas,
+siguiendo el ritmo de una música dulce. Tuvo la sensación de que pasaron
+varias veces por el mismo lugar, andando y desandando el camino, sin
+saber lo que hacían. ¿Qué importaba?... Lo interesante era estar juntos.
+Hubo un momento en que despertaron, viéndose sentados en un banco de la
+plaza del Casino. De esto estaba seguro el príncipe. Había mirado el
+reloj de la fachada. ¡Las tres! Era imposible: creyó firmemente que sólo
+iban transcurridos unos minutos desde su salida del club... Y tuvieron
+que alejarse, molestados por la curiosidad de un burgués que hacía de
+polizonte en tiempo de guerra; un miliciano del príncipe de Mónaco con
+traje civil, llevando un brazal de colores en la manga y un revólver al
+costado.
+
+Volvieron á marchar por las calles solitarias ó á lo largo de los
+jardines públicos, cerrados á estas horas. Ella echaba su busto atrás,
+con la capa abierta, abandonándose sobre un brazo que sostenía su talle,
+ofreciendo la garganta en tensión, la barbilla prominente, el rostro
+casi horizontal, á una lluvia de besos. Contemplaba á su acompañante, de
+abajo á arriba, con unos ojos empañados por el amor. Las caricias de
+ella eran ascendentes, subían con lentitud voluptuosa, como suben de las
+profundidades azules las flores y las estrellas marinas en busca de la
+luz.
+
+Contestando á la súplica muda de aquellos ojos que la imploraban desde
+lo alto, murmuró repetidas veces, con una voz vagorosa, como si hablase
+en sueños.
+
+--Sí; haré lo que tú quieres... ¡Lo que tú quieras!
+
+El, más agresivo en su pasión, hundía su brazo libre en el cálido
+encierro de la capa, apoderándose de las desnudeces que dejaba
+indefensas el escote del vestido.
+
+Caminaban tambaleándose cuando creían marchar en línea recta; se
+detenían los dos al mismo tiempo en ciertos sitios, sin saber por qué.
+Su tardo paso ponía en conmoción las «villas». Los perros de los
+jardines ladraban furiosamente á los intrusos, incrustando sus hocicos
+entre los hierros de las verjas. Estos aullidos les parecían una música
+bárbara pero agradable; consideraban con benevolencia todo lo que les
+rodeaba; se creían señores de la vida, como en aquellos instantes eran
+señores de la noche. Sólo ellos existían en el mundo.
+
+Miguel, obedeciendo á un obscuro impulso, la habló de su hijo. Iba á
+recobrarlo de un momento á otro, y su felicidad sería completa...
+Inmediatamente se arrepintió de haber evocado este recuerdo, que podía
+disolver el hechizo en que vivían. Pero ella no mostró emoción alguna.
+
+--Sí; lo recobraré--murmuró--. Estoy segura. Me acompaña la buena
+suerte... Ya era hora, después de sufrir tanto.
+
+Y volvió á entregarse al momento presente. Los dos se sorprendieron al
+verse en la calle donde estaba Villa-Rosa. Después de vagar á la
+ventura, el instinto había acabado por llevarlos hasta allí.
+
+El príncipe, enardecido por el largo paseo de caricias y abandonos, se
+mostraba apremiante.
+
+--Déjame entrar--murmuró--. Nadie me verá... Me marcharé antes que
+llegue la aurora...
+
+Alicia se revolvió, como si despertase. Fué su primera negativa en toda
+la noche. El jardinero la esperaba seguramente. Valeria tal vez no
+estaría dormida. ¡Ah, no!...
+
+Lubimoff, en su desesperación, habló de marchar juntos á Villa-Sirena.
+
+--¡Tan lejos!--continuó Alicia, cada vez con más serenidad, como si
+hubiese despertado definitivamente--. Además, aquello es un cuartel; una
+casa llena de hombres. ¡Y ese Castro que todo se lo cuenta á «la
+Generala»! No, no iré nunca. ¡Qué locura!
+
+El gesto de tristeza, el ademán desalentado del príncipe, la
+conmovieron. Su mano se paseó por el rostro de él con una caricia
+maternal.
+
+--¡Pobrecito mío!... ¡No pongas esa cara! Ten un poco de paciencia.
+Mañana; te juro que será mañana.
+
+Ella, que en otro tiempo había arrostrado con tranquilo impudor las más
+atroces murmuraciones, dudó y balbuceó al hablar del día siguiente.
+Parecía una jovencita luchando entre su amor y el miedo á perder su
+porvenir social.
+
+¡Mañana!... Podía venir mañana á las tres de la tarde.... A las tres,
+no; mejor á las cuatro. Valeria habría salido á esta hora seguramente.
+Ella enviaría á su doncella á Niza para unas compras; el jardinero y su
+mujer estarían ocupados fuera de la casa.
+
+--Pero ¡por Dios! sé prudente.... Si puedes evitar que te vean los
+vecinos, mucho mejor.
+
+Y el famoso príncipe Lubimoff asintió á estas recomendaciones muy
+emocionado, como un muchacho que organiza su iniciación amorosa y se
+conmueve prematuramente ante su misterio.
+
+Quiso acompañarla hasta la verja de la «villa», á pesar de sus
+protestas.
+
+--Si fueses otro, ¡bueno! Es natural que un amigo me acompañe á estas
+horas; ¡pero tú!... Temo que todos adivinen nuestro secreto.
+
+Unicamente cuando se hubo cerrado la verja, perdiéndose en la obscuridad
+el adorable bulto de Alicia, se decidió el príncipe á alejarse.
+
+Tuvo que marchar á pie hasta la lejana Villa-Sirena, y sin embargo le
+pareció breve el camino. Le acompañaban recuerdos y promesas. Nunca
+había andado tan ligeramente. Creyó avanzar en una atmósfera en la que
+se habían disminuído las leyes de la gravitación, en un planeta sumido
+en eterna noche primaveral, donde el aire, los árboles obscuros y las
+cosas perdidas en la penumbra vibraban con un ritmo poético.
+
+Durmió penosamente, pero se levantó tranquilo y animoso. El encargo de
+Alicia resucitó en su memoria. Necesitaba un hombre de guerra, y con
+revólver si era posible, para que la escoltase en el traslado de su
+fortuna de la caja del club al Banco. El coronel, muy emocionado por
+este golpe de la suerte, salió á cumplir el servicio. «¡Pobre duquesa!
+Dios acaba por proteger á los buenos.»
+
+Toda la mañana la pasó Miguel ocupado en el arreglo de su persona. Sus
+intentos de vida simple y campesina en el retiro de Villa-Sirena no le
+habían hecho olvidar los cuidados higiénicos á que estaba acostumbrado
+desde la niñez. Pero ahora se trataba de algo más; quería acicalarse,
+realzar con exquisiteces interiores su individualidad física, que
+consideraba de repente un poco maltratada por los años.
+
+Hizo que el viejo ayuda de cámara rebuscase en el guardarropa de su
+pasado. Se acordó de prendas interiores que habían merecido elogios
+femeninos. Sentía el mismo deseo de novedad y seducción de una mujer que
+se adorna para una entrevista esperada mucho tiempo. Escogió además un
+traje que no había llevado nunca en Monte-Carlo, un sombrero nuevo, una
+corbata «discreta». Recordaba los miedos de ella, sus súplicas para que
+se deslizase inadvertido.
+
+Mientras hacía todo esto, un sentimiento de zozobra, de desconfianza en
+sí mismo, empezó á agitarle. Era una inquietud igual á la del estudiante
+antes del examen, á la del autor que aguarda entre bastidores, á la del
+hombre que va á batirse. ¡Llevaba tantas semanas de desear inútilmente!
+¡Hacía tanto tiempo que había renunciado al amor!... Y pensando en
+Alicia sentía al mismo tiempo anhelo y miedo.
+
+El coronel regresó á la hora del almuerzo. La operación estaba hecha.
+Daba la noticia con un laconismo modesto, como si acabase de realizar
+algo importante. Miguel casi le envidió porque había visto á Alicia.
+«¿Cómo estaba?»
+
+--Hermosa, hermosa como siempre. Algo pálida... ¡Después de una emoción
+como la de anoche! Pero alegre, muy contenta; hablando á cada momento
+del marqués. Se adivinaba su gran afecto.
+
+Almorzaron solos. Spadoni iba por el mundo después de su triunfo. Tal
+vez estaba en Beaulieu con sus nuevos amigos los ingleses. A Castro lo
+había encontrado Toledo entrando en el Hotel de París, donde vivía doña
+Clorinda. Sin duda almorzaban juntos para hablar de la ganancia de la
+duquesa. Atilio hasta había fingido no entender cuando el coronel le
+habló del suceso. ¡Envidias!
+
+Lubimoff se encogió de hombros. Todas las personas eran para él
+fantasmas, y las malas pasiones una ilusión. No había mas que dos
+realidades: él y lo que le esperaba.
+
+Se vistió, después del almuerzo, con unas precauciones que le hicieron
+sonreir por su minuciosidad absurda. Hasta cambió de corbata, buscando
+otra de colores más apagados. Las dos y media.... Se contempló de pies á
+cabeza en un espejo: traje gris obscuro, zapatos amarillos, un fieltro
+blanco de anchas alas echado sobre los ojos para evitar el sol. Nadie
+había visto así al príncipe. De lejos podían confundirle con un viajero
+de los que visitan de pasada la Costa Azul y vienen á conocer una tarde
+la ruleta de Monte-Carlo, marchándose en seguida.
+
+Las tres. Salió de Villa-Sirena. El camino era largo y quería hacerlo á
+pie. Este ejercicio robustecería su voluntad, disipando las dudas que le
+asaltaban de nuevo. Pensó en el gesto íntimo realizado tantas veces en
+otra época, como algo ordinario y maquinal. Su caviloso aislamiento en
+los últimos meses parecía haberle entumecido. Sintió la desconfianza del
+atleta que ha descuidado sus ejercicios y sospecha si no volverá á
+encontrar su antiguo vigor. El miedo ante la simple idea de un fracaso
+le devolvió la confianza. No era posible.... ¡Adelante!
+
+Al llegar á la ciudad subió por unas largas escaleras de piedra hasta
+las calles de Beausoleil. Esta desviación en su camino la consideraba
+oportuna para cumplir las recomendaciones de prudencia que le había
+hecho ella.
+
+Entraría en la calle de Alicia por su parte alta, desprovista de casas.
+Así evitaba el cruzarse con los vecinos que á estas horas descendían al
+centro de Monte-Carlo.
+
+A través de los solares en construcción y de las escalinatas que se
+desarrollan pendiente abajo distinguió la inmensidad del mar, y en su
+orilla la arboleda de los jardines, la larga masa del Casino á vista de
+pájaro, con sus tejados verdosos y las cúpulas amarillas de sus salones,
+la gran plaza, el jardincillo circular del «queso», y en torno de él
+numerosas personas del tamaño de hormigas.
+
+El príncipe sintió lastima por estos pigmeos. ¡Desdichados! Se
+preparaban á jugar, á encerrarse entre paredes, bajo la luz artificial,
+sin otra ilusión que la del dinero. A él le esperaba algo mejor: iba á
+conocer por unas horas la única embriaguez interesante de nuestra
+existencia. Luego rió con lástima de cierto demente que tenía su mismo
+rostro y había querido fundar el grupo de «los enemigos de la mujer».
+Abominar del amor, querer vivir sin la mujer; ¡pobre príncipe
+Lubimoff!...
+
+Las cuatro. Pasando entre pequeñas huertas, entró en la calle de Alicia.
+El techo rojo de Villa-Rosa asomaba entre árboles, casi á sus pies.
+Siguió bajando. Las piernas le temblaban levemente y se detuvo un
+instante para serenarse, llevando una mano á su pecho. Después de una
+revuelta, se le apareció la calle en toda su parte habitada, rectilínea
+y suavemente pendiente hasta desembocar en una de las avenidas de
+Monte-Carlo.
+
+No vió á nadie, y apresuró su marcha para deslizarse en Villa-Rosa antes
+de que asomase algún vecino. Pasó rápidamente ante los jardines, con el
+aspecto de un hombre que teme llegar tarde al juego. Encontró
+entreabierta la verja de entrada. Muy bien: Alicia se había ocupado en
+facilitarle el paso.
+
+Entró resueltamente en el pequeño jardín, y le pareció distinguir sobre
+unas matas el rostro azorado del jardinero asomando un momento para
+volver á ocultarse con precipitación... ¡Algo rara la curiosidad de este
+hombre y su gesto despavorido! Pero huía, y el príncipe alabó su
+prudencia.
+
+Fué subiendo, con palpitaciones de emoción, los cuatro escalones de la
+puerta. Cada uno de ellos despertó en su pensamiento una perspectiva
+suavemente rosada como la carne femenil, una nueva visión inconfesable
+que le volvía de golpe á su pasado. Percibió en el ambiente, con el
+recuerdo más que con el olfato, un perfume conocido: el perfume de ella.
+Vió vagamente todo lo que le rodeaba, como si se esfumasen sus
+contornos. Le zumbaron los oídos; el deseo le galvanizó con dura
+tensión, lo mismo que en sus mejores tiempos. Y con un ademán de
+vencedor empujó la puerta, que sólo estaba entornada.
+
+Una mujer salió á recibirle en el vestíbulo, una mujer cuya presencia le
+hizo dar un paso atrás.
+
+¡Valeria!... ¿Qué hacía allí? ¿Qué farsa era esta?...
+
+La joven intentó hablarle, y él también quiso hablar al mismo tiempo.
+Pero no pudieron.
+
+Otra mujer apareció abriendo rudamente una puerta... Era Alicia, con las
+ropas en desorden y el pelo alborotado. Viendo al príncipe, levantó las
+manos y avanzó, muda é impetuosa, como si pretendiese abrazarlo. ¡Al
+fin!... Nada le importaba la presencia de Valeria; no la vería. En
+cambio le pareció que Alicia era distinta: más alta que nunca, más
+pálida, con unos ojos que de pronto le infundieron miedo.
+
+El abrazo cayó sobre él, y á continuación todo un cuerpo que parecía
+derrumbarse, falto de fuerzas. Sintió contra su pecho un pecho jadeante;
+los brazos de ella eran de una frialdad cadavérica; una lluvia cálida
+humedeció su cuello.
+
+--¡Miguel!... ¡Miguel!--gemía Alicia.
+
+No pudo decir más. Se ahogaba. Un estertor hizo ondular su garganta,
+como si por dentro de ella rodase una bola dolorosa.
+
+El príncipe tuvo que apelar á toda su fuerza para sostener este cuerpo.
+
+Sonó junto á él una voz con el mismo acento monótono y bajo que si
+hablase en la habitación de un moribundo.
+
+Era Valeria que también lloraba, sintiendo de nuevo el contagio de las
+lágrimas.
+
+--¡Ha muerto!... ¡Murió hace un mes!
+
+Y le mostró un pequeño papel azul: un telegrama de Madrid, llegado media
+hora antes.
+
+
+
+
+IX
+
+
+Spadoni, después de saludar á Novoa en la plaza del Casino, habló de los
+ensueños que agitaban sus noches y de sus decepciones al despertar.
+
+--Usted tiene la culpa, profesor. Cuando estábamos juntos en
+Villa-Sirena, yo escuchaba esas cosas tan interesantes que usted sabe y
+luego me dormía en paz. Ahora no encuentro allá con quién conversar. El
+príncipe y Castro se muestran de un humor insufrible; apenas hablan y no
+se acuerdan de mí. Yo llevo, como usted dice, una «vida interior»,
+siempre á solas con mis pensamientos, y cuando paso allá la noche,
+duermo mal, sufro de ensueños, muy hermosos al principio, pero luego muy
+tristes. ¡Ay, qué buenas veladas las nuestras cuando hablábamos de cosas
+científicas!
+
+Novoa sonrió. Para el músico, el juego y sus misterios eran cosas
+científicas. Todas las paradojas que él se había gozado en exponerle las
+guardaba en su memoria como verdades indiscutibles. Intentó atajarlo en
+su manía, para pedirle noticias del príncipe, pero Spadoni continuó:
+
+--El sueño de anoche fué horrible, y sin embargo no pudo empezar mejor.
+Yo poseía el secreto de los errores infinitesimales; había dominado las
+leyes ocultas del azar, y era el rey del mundo. Tenía un tren especial,
+compuesto de vagón-alcoba, vagón-salón, vagón-comedor, vagón-piscina,
+¡qué sé yo cuántos vagones lujosos! un verdadero palacio rodante que me
+esperaba en las estaciones, sin que la máquina cesase de echar vapor,
+pronta á partir en cualquier momento. Me apeaba de mi tren en todas las
+ciudades célebres por sus juegos, como el que baja de su automóvil. Al
+verme llegar temblaban los dueños de los Casinos, los empleados y hasta
+las mesas verdes. «¡Viva el vengador!», gritaban en el atrio los que
+habían perdido su dinero. Pero yo pasaba adelante, impasible como un
+dios, sin hacer caso de estas ovaciones de la canalla. ¡Figúrese usted
+lo que le costaría ganar al poseedor del secreto de los errores
+infinitesimales! Mis doce secretarios colocaban en las diversas mesas un
+millón ó dos, siguiendo mis instrucciones. «Empiece el juego.» Yo me
+paseaba como Napoleón, dando órdenes á mis mariscales. A la media hora,
+la caja se declaraba en quiebra y el Casino en bancarrota. «¡Se va á
+cerrar!», gritaban los empleados, como en una iglesia cuando termina el
+culto. Y á la salida, los mismos hambrones que me habían aclamado se
+arrojaban contra los valientes de mi escolta, pretendiendo matarme, con
+repentino odio. Les había cerrado el lugar donde estaba sepultada su
+fortuna. Ya no podían volver al día siguiente á perder más dinero con la
+ilusión del desquite. Me llevaba su esperanza.
+
+--Exacto--dijo Novoa.
+
+--También tenía un yate, más grande que el del príncipe Lubimoff; algo
+así como un acorazado de primera clase. Lo necesitaba para todo mi
+séquito: los secretarios, la compañía de bravos encargada de defenderme,
+y un sinnúmero de aburridos que, encontrando muy interesante mi persona,
+me seguían por todo el planeta, como aquel misántropo que seguía á un
+domador de ciudad en ciudad, esperando que sus fieras lo devorasen. Ya
+no quedaba funcionando en Europa ningún Casino: el de San Sebastián lo
+habían dedicado á convento; el de Ostende servía de laboratorio para
+nuevos cultivos de ostras; en todas las poblaciones de baños de mar ó de
+aguas medicinales, las gentes sólo se preocupaban del cuidado de su
+salud, y cuando querían distraerse jugaban en los paseos á la rayuela y
+á otros juegos de niños. Yo viajaba mientras tanto por América y
+Oceanía, haciendo quebrar una tras otra todas las grandes casas de
+juego. Los periodistas me seguían, formando un segundo séquito más
+numeroso que el mío. Los diarios, el cable, las agencias telegráficas,
+me anunciaban con una anticipación ruidosa. «¡Va á llegar el invencible
+Spadoni!» Y las empresas de juego, considerando su muerte próxima,
+hacían dinero con su agonía, vendiendo asientos á precios fabulosos á
+todos los que deseaban presenciar mi triunfo. En los Estados Unidos, un
+rey de no sé qué artículo daba cien mil dólares por una silla, para
+seguir de cerca mi juego irresistible. Jamás se pagó tanto por ver los
+pelos de un concertista ó los brillantes de una tiple.
+
+--¿Y Monte-Carlo?--preguntó Novoa, interesado por estos delirios del
+jugador.
+
+--A él llegamos. Lo había guardado para el final, pensando en el dinero
+que dejé aquí. Cuanto más engordase la víctima, mejor sería mi venganza.
+¡El negocio que hizo Monte-Carlo!... Como no quedaba juego en el mundo,
+todos los jugadores acudían á este país. La ciudad se había dilatado,
+llegando hasta las cumbres de los Alpes; los cuarenta millones que
+ganaba el Casino en los años buenos, eran ahora cuatro mil. Los
+accionistas se casaban con personas de sangre real: dos reyes de los
+Balkanes se hacían la guerra, disputándose la mano de una hija del
+cuarto vicepresidente de la sociedad explotadora. El equilibrio europeo
+estaba en peligro: las grandes potencias soñaban con anexionarse á
+Mónaco en nombre de los intereses históricos y de los derechos étnicos,
+pues todas ellas habían tenido y tenían numerosas gentes de su raza
+viviendo en este pedazo de tierra... Pero de pronto llegaba el
+invencible.
+
+Spadoni, como si aún estuviese soñando, miró el Casino, la plaza, la
+entrada de las terrazas, el arranque de la avenida que desciende al
+puerto. Lo veía todo tal vez lo mismo que en su imaginación.
+
+--¡Qué de gente! Desde medio año antes no se hablaba en el planeta de
+otra cosa. «¿Irá?» «¿No irá?» La Agencia Cook había anunciado en todos
+los países un viaje económico en caravana para presenciar este
+acontecimiento mundial. El P. L. M. daba billetes de ida y vuelta á
+precios reducidos, y todo París estaba aquí. Los dueños de hoteles y
+restoranes, por agradecimiento, colgaban mi retrato un el lugar más
+visible de sus comedores, siempre repletos. Los diarios publicaban mi
+biografía, y al hablar de mis riquezas se veían obligados á romper sus
+columnas, colocando una línea de ceros á todo lo ancho de la página, y
+aun así, les faltaba espacio. Había olvidado decirle que me vi en la
+necesidad de fundar un Banco, sólo para mis tesoros. Y siempre que el
+Banco de Londres ó el Banco de Francia se veían en un apuro, me enviaban
+atentas cartitas para que los sacase del atolladero.
+
+Novoa rió de la sencillez con que el pianista contaba sus grandezas.
+Parecía obsesionado aún por su ensueño.
+
+--Mi yate tuvo que fondear fuera del puerto, entre otros buques. Había
+muchos trasatlánticos: cuatro de los Estados Unidos, uno del Japón, otro
+de la América del Sur, varios de Australia y Nueva Zelanda, todos con
+viajeros llegados del otro hemisferio para ver á Spadoni. Después de
+saludar con veintiún cañonazos á Mónaco, salté á tierra entre los
+¡hurras! de los marinos extranjeros. Usted comprenderá que un hombre
+como yo no podía llegar al Casino vulgarmente sentado en un automóvil.
+¡Quién no tiene automóvil!... En el desembarcadero esperaba un simple
+cochecito de un solo asiento, que iba á guiar yo mismo. Pero este
+cochecito, de ruedas doradas, era tirado por seis mujeres, por seis
+hermosas mujeres, todas ellas célebres, y cuyos retratos figuraban lo
+mismo en los grandes diarios ilustrados que en los frascos de esencias ó
+en las cajas de fósforos.
+
+El profesor extremó su regocijo. Notaba la satisfacción con que el
+pianista insistía en este detalle de su entrada triunfal. El
+envilecimiento de las seis mujeres elegantes y famosas parecía halagar
+su misoginismo. Hablaba con una expresión fríamente vengativa, como si
+presenciase la abyección de su mayor enemigo.
+
+--Fué asunto de precio: yo no iba á regatear por millón más ó menos. Lo
+único que me ocasionó disgustos fué escoger entre varios miles de
+hermosas solicitantes. Tuve que arrostrar la enemistad de grandes
+directores de teatro, de hombres de negocios, de ministros, que me
+recomendaban á sus protegidas. Hasta un monarca me retiró el título de
+duque que acababa de darme, porque rechacé á su amiga predilecta... Las
+seis vestían los últimos modelos de la _rue de la Paix_. Los reporteros,
+kodak en mano, sacaban instantáneas de lo que iba á ser la última moda.
+Además, sus arneses estaban cubiertos de perlas, de brillantes, de toda
+clase de pedrería rica, y cuidaban muy bien de no estropearlos, sabiendo
+que al final de su trote se los podrían llevar como un recuerdo. Yo
+tenía un gran látigo para arrearlas: un látigo de flores. Hay que ser
+galante con las damas...
+
+Sonrió irónicamente. Novoa volvió á ver su expresión rencorosa de
+misógino.
+
+--Pero por dentro era de acero trenzado, y dejándolo caer sobre mi
+hermoso tiro, nos pusimos en marcha. ¡Lo que tardamos en remontar esa
+cuesta á través de la muchedumbre! Los extranjeros me aclamaban. Se oía
+como un interminable abejorreo el crujido de las máquinas fotográficas.
+Todos querían llevarse la imagen del rey del mundo. Reconocí por sus
+caras tristes á los vecinos de la ciudad. Los hombres me imploraban con
+los ojos, como pobres cautivos; las mujeres me enseñaban sus
+pequeñuelos; los ancianos se ponían de rodillas. Yo era el vencedor que,
+al arruinar el Casino, talaba su patria, condenándolos á la miseria...
+Esta plaza estaba negra de gente. Al bajar de mi vehículo vi la
+escalinata del Casino ocupada por un cortejo grandioso. Delante,
+monsieur Blanc; luego, su Estado Mayor de consejeros, primeros
+accionistas, inspectores, y la corporación entera de los _croupiers_,
+todos vestidos de negro, con amplios chaqués de alpaca de corte fúnebre.
+En último término gente conocida, cuya presencia me podía conmover...
+Para hacerme recordar que yo había sido un simple pianista, aquí me
+aguardaban, batuta en mano, los directores de los conciertos y de la
+ópera; los profesores de la orquesta con sus instrumentos; los cantantes
+espada al cinto ó arrastrando colas femeniles, todos pintados y con
+peluca; las muchachas del cuerpo de baile con piernas de fresa pálida y
+gasas horizontales en el talle... Estaban prontos á gemir, previamente
+aleccionados por la empresa.
+
+--Una palabra, señor Spadoni.
+
+Era monsieur Blanc, que me llevó aparte, entregándome un pequeño papel.
+
+--Guárdeselo y no entre.
+
+Miré el papel: un cheque de un millón. ¡Puá! ¿Qué puede hacer un hombre
+con un millón?... Y al ver que lo arrugaba, tirándolo al suelo, el dueño
+del Casino me dió otro papel.
+
+--Tome cinco y váyase.
+
+Como tampoco me conmoví, fué sacando cheques de todos los bolsillos:
+diez millones, quince... cuarenta...
+
+Mis doce ministros avanzaban con sus grandes carteras llenas de
+billetes; mi escolta me abría paso entre el gentío implorante de la
+escalinata; mis caballos se impacientaban, relinchando y coceando al
+darse cuenta de que algunos inteligentes se habían aprovechado de la
+aglomeración para manosear sus corvejones y sus ancas.
+
+--Otra palabra, señor Spadoni: la última. Haremos una revolución,
+destronaremos a Alberto, y le daremos á usted la corona de Mónaco. Puede
+casarse, si le place, con la hija de un emperador: el dinero lo arregla
+todo. Nosotros lo tenemos, usted lo tiene...
+
+--¡He dicho que no! Lo que yo deseo es entrar en el Casino para hacerlo
+quebrar y llevarme las llaves.
+
+Esta amenaza le arrancó la suprema concesión.
+
+--Será usted mi socio; le daré el cincuenta por ciento de las
+ganancias.... ¿No quiere?... Sea el setenta y cinco.
+
+Al ver que yo seguía avanzando escalinata arriba sin escucharle, se
+llevó un silbato á la boca. Su cara fué la de Sansón agarrándose a las
+columnas del templo. ¡Antes morir, que ver quebrada su casa! Sonó un
+estallido formidable, como si se rasgase el mundo. Habían minado con
+todos los explosivos sobrantes de la guerra el Casino, la plaza, la
+ciudad. Yo subí, aturdido, hasta las nubes, pero pude ver cómo
+desaparecía Monte-Carlo y hasta el peñón de Mónaco, ocupando el mar, con
+una ola gigantesca, el sitio de las tierras desaparecidas. Y cuando
+volví a caer...
+
+--Despertó usted--dijo Novoa.
+
+--Sí; desperté al pie de mi cama, y oí la voz de Castro en el pasillo
+insultándome por haber cortado su sueño con mis gritos. No ría usted,
+profesor. Es muy triste soñar esas grandezas, como si uno las estuviese
+tocando, y verse hoy tan pobre como ayer, tan pobre como siempre, y
+además con una mala suerte tenaz.
+
+La pobreza y la mala suerte de Spadoni hicieron protestar á Novoa. Aún
+se acordaban muchos de su fortuna asombrosa como banquero en el
+_Sporting-Club_. Era una noche histórica. Además, sabía por Valeria que
+la duquesa le había hecho un buen regalo.
+
+--¡Incomparable duquesa!--dijo con entusiasmo el pianista--. Siempre
+gran señora. La pobre, en medio de su desesperación, se acordó de mí.
+«Tome usted, Spadoni, y que tenga mucha suerte.» Me regaló veinte mil
+francos. Si le pido cien mil, me los da lo mismo. ¡Y que sea tan
+desgraciada!...
+
+Ante los ojos interrogantes del profesor, continuó:
+
+--Pues bien; de los veinte mil no quedan ni cien.
+
+Corrió en la misma noche al _Sporting_ para repetir sus hazañas. Nunca
+se había visto con tanto capital, ni á la vuelta de su viaje de
+concertista por la América del Sur. El terrible griego estaba allí, y á
+pesar de la admiración que Spadoni tributaba á su gloria, lo trató con
+implacable hostilidad. «¡Banco!», dijo al verle en su silla de banquero
+con quince mil francos delante. Y al presentar sus cartas, «abatió
+nueve», mientras el pobre Spadoni sólo tenía cinco. ¡Adiós los quince
+mil! Con el resto se había defendido unos cuantos días como simple
+«punto», y ya no era mas que un recuerdo la generosa dádiva de la
+duquesa.
+
+--¡Si ella quisiera volver al trabajo! Estoy convencido de que yo sería
+otra vez el de aquella noche, teniéndola detrás de mí. Pero ¿quién se
+atreve á hablarle del juego?
+
+Los dos lamentaron la desgracia de Alicia. Desde el día en que llegó el
+telegrama dándole cuenta de la muerte de su protegido, era otra mujer.
+Spadoni atribuía á un exceso de buen corazón este dolor tan vehemente
+por un joven soldado que no pertenecía á su familia. El profesor aprobó,
+pero con un aire enigmático. En la explosión de su dolor, debía
+habérsele escapado á Alicia una parte de su secreto delante de Valeria y
+ésta se lo habría hecho saber á Novoa.
+
+Luego hablaron del aislamiento en que vivía la duquesa.
+
+--Hace un mes que nadie la ve--dijo Spadoni--. Las gentes empiezan á
+olvidarse de ella; muchos creen que se ha marchado. Monte-Carlo es así:
+muy chico para los que van al Casino y se rozan á todas horas; enorme,
+como una gran capital, para los que no se acercan á las salas de
+juego... El príncipe me pregunta por ella muchas veces. Parece que no ha
+conseguido verla después de la tarde del telegrama.
+
+Novoa recobró su gesto enigmático al oir el nombre de Lubimoff. Sabía
+por Valeria que había ido repetidas veces á Villa-Rosa, sin conseguir
+que su dueña lo recibiese. Es más; la duquesa se estremecía de miedo
+ante esta visita. «No quiero verle; di siempre que no estoy.» Don Marcos
+había sufrido la misma suerte, teniendo que entregar su tarjeta, unas
+veces á la confidenta de la duquesa y otras al jardinero. Varias cartas
+del príncipe habían quedado sin contestación. Alicia mostraba la firme
+voluntad de no ver á su pariente, como si su presencia pudiera hacer más
+vivo aquel dolor que la tenía alejada del mundo.
+
+Spadoni, ignorante de todo esto, persistió en sus elogios á la duquesa.
+
+--¡Hermoso corazón! Necesita siempre cerca de ella un desgraciado á
+quien proteger. Después de la muerte de su aviador, parece sentir un
+gran afecto por ese teniente de la Legión extranjera, ese español tan
+enfermo, que tal vez morirá el día menos pensado, lo mismo que el otro.
+Pasa los días en Villa-Rosa; allí almuerza y come, y si la duquesa da
+algún paseo por la montaña, siempre es con él. ¡Sólo le falta dormir en
+la casa!... Cuando tarda en presentarse, ella envía inmediatamente un
+recado al hotel de los oficiales.
+
+El profesor se mantuvo silencioso, pero reconoció en su interior la
+exactitud de lo que contaba Spadoni. Lo mismo le decía Valeria. Aquel
+Martínez estaba á todas horas en Villa-Rosa, muchas veces contra su
+deseo. La duquesa necesitaba su presencia, y eso que al verle prorrumpía
+en lágrimas y sollozos. Pero el pobre muchacho, con una sumisión
+admirativa, la acompañaba en su voluntaria soledad, profundamente
+agradecido de que tan gran dama se interesase por él.
+
+--Doña Clorinda es la que debe estar furiosa--continuó el pianista, con
+la alegría maligna que le inspiraban las rivalidades entre mujeres--. Ya
+no tiene ninguna influencia sobre Martínez, á pesar de que fué ella la
+que lo descubrió. Se lo ha arrebatado la otra. Pasan semanas sin que «la
+Generala» vea á su teniente; creo que ya ha renunciado á él. Se queja de
+su antigua amiga por este acaparamiento, que considera peligroso. Hasta
+me han dicho que la acusa de coquetear con el pobre muchacho, de excitar
+su admiración, y de otras cosas peores. ¡Un absurdo, profesor! Las
+mujeres son terribles en sus odios. Figúrese usted: ese pobre oficial
+que es casi un muerto...
+
+Novoa se mantuvo silencioso para que el pianista no continuara hablando.
+Temía que dijese algo terrible al repetir las murmuraciones de la otra
+dama, con su alegría rencorosa de misógino. El, por sus relaciones con
+Valeria, se consideraba unido á la duquesa y no podía tolerar nada
+contra ella.
+
+Se separaron después de algunos minutos de palabrería indiferente.
+Aquella noche Spadoni habló al príncipe de su conversación con el
+profesor, y esto le dió pretexto para repetir lo que doña Clorinda
+pensaba de su antigua amiga. Pero el pianista se arrepintió al instante,
+viendo la mirada iracunda que le dirigía Lubimoff.
+
+«¡Una infamia!--pensó Miguel--. Calumnias de mujeres, que repite este
+imbécil por odio sexual.»
+
+Comprendía que Alicia se sintiese interesada por aquel convaleciente. Su
+juventud y su uniforme le recordaban al otro. Además estaba solo en el
+mundo, era un extranjero, un residuo de la guerra que todos consideraban
+fatalmente condenado á muerte.
+
+Pero á continuación no pudo evitar un sentimiento de celos contra este
+pobre joven obscuro y enfermo. Vivía á todas horas cerca de Alicia,
+mientras él no lograba verse admitido en su «villa» ni como simple
+visitante. ¿Por qué?...
+
+Llevaba varias semanas haciendo conjeturas, atisbando una ocasión para
+encontrarse con Alicia. Después de la tarde en que la tuvo entre sus
+brazos, secando sus lágrimas, conteniendo las contorsiones de su
+desesperación, besando su frente con un dolor fraternal, la verja de
+Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre. «Ven mañana»,
+gimió Alicia al despedirle. Y al día siguiente Valeria le cortaba el
+paso con el aspecto confuso del que dice una mentira. «La duquesa no
+puede recibirle; la duquesa desea estar sola.» Esta negativa
+inexplicable se había ido repitiendo en los días sucesivos, cada vez con
+mayor sequedad. Ahora era el jardinero el único que salía al sonar el
+timbre, hablándole á través de la verja.
+
+Su despecho le hizo cometer un sinnúmero de acciones pueriles y
+envilecedoras. Rondaba por las cercanías de la «villa» como un celoso,
+arrostrando la curiosidad de los transeuntes, valiéndose de los más
+absurdos pretextos para disimular su espera, ocultándose con
+precipitación cuando se abría la verja dando salida á alguien de la
+casa. Esta vigilancia únicamente había servido para despertar su cólera.
+Dos veces había tenido que esconderse mientras el teniente Martínez,
+erguido dentro de su uniforme viejo, que le venía muy ancho, galvanizada
+su flacura de enfermo por un deseo de mostrarse sano y arrogante,
+entraba en Villa-Rosa, por la puerta abierta de par en par, como si
+fuese el dueño.
+
+Los había visto una tarde de lejos, á él y Alicia, en un coche de
+alquiler que se alejaba por el otro lado de la calle, hacia las alturas
+de La Turbie. Ella se preocupaba del herido, llevándolo maternalmente á
+que respirase el aire de las cumbres. ¡Y el príncipe como si no
+existiese!...
+
+En vano la escribía cartas, y su tormento aún resultaba mayor al no
+poder hablar con franqueza á sus allegados. El coronel, obedeciendo sus
+insinuaciones, había hecho inútilmente varias visitas á la duquesa.
+
+--¡Qué dolor tan inexplicable!--decía don Marcos--. No se comprende
+tanta desesperación por un joven aviador que no era mas que su
+protegido. A no ser que...
+
+Pero su respeto no le permitía insistir en esta sospecha irreverente.
+
+Con Atilio tampoco podía hablar. Para éste, el prisionero muerto en
+Alemania era el mismo joven que él había conocido en París antes de la
+guerra: el amante de la duquesa, que la seguía á todas partes y danzaba
+con ella en los té-tango. Además, Miguel sentía miedo á lo que pudiera
+añadir Castro, reflejando el pensamiento de «la Generala».
+
+Esta, en el primer momento, al conocer la desesperación de Alicia, había
+querido olvidar los pasados rencores, yendo espontáneamente á Villa-Rosa
+para consolarla. Como era muy patriota, aquel muchacho muerto en
+Alemania le parecía un héroe. Pero el repentino acaparamiento del
+teniente español, aquella simpatía vehemente que obligaba á Martínez á
+pasar el día entero con la duquesa, devolvieron á dona Clorinda su
+hostil frialdad.
+
+El príncipe adivinó lo que pensaban ella y su amigo, lo que tal vez
+diría Castro si osaba hablarle de Alicia. «Acababa de perder á su
+amante, y mientras lo lloraba con una vehemencia teatral, se iba
+preparando otro, igualmente joven... Un verdadero crimen; porque el
+pobre Martínez estaba condenado á morir, y sólo prolongaba sus días
+gracias á una absoluta quietud. La más leve emoción representaba la
+muerte para él...»
+
+Lubimoff no podía decir la verdad. Su secreto era de Alicia. Unicamente
+los dos sabían quién era aquel prisionero muerto en Alemania; y mientras
+ella callase, él debía hacer lo mismo.
+
+Una noche, el coronel le dió una noticia interesante. Al caer de la
+tarde, cuando regresaba del Casino, había visto desde el tranvía á la
+duquesa de Delille. Bajaba sola y vestida de luto de un coche de
+alquiler, en el bulevar de los Molinos, frente á la iglesia de San
+Carlos. Luego había subido las gradas que conducen al templo: iba sin
+duda á rezar por su protegido. Y don Marcos dijo esto con cierta
+emoción, como si la visita á la iglesia borrase todos los comentarios
+que llevaba oídos en los últimos días.
+
+Miguel tuvo el presentimiento de que este aviso iba á sacarle de su
+incertidumbre. En aquella iglesia encontraría á Alicia. Y al día
+siguiente, en las últimas horas de la tarde, empezó á pasear por el
+bulevar de los Molinos, sin perder de vista el templo único de
+Monte-Carlo, lugar de devoción para los jugadores y la gente rica, que
+mantiene cierta rivalidad con la catedral del silencioso y aviejado
+Mónaco.
+
+Este continuo ir y venir acabó por interesar á los comerciantes de la
+calle y á sus dependientas, muchachas de alto y complicado moño que
+parecen soñar detrás de los escaparates, esperando un millonario que las
+saque de su injusta obscuridad. «¡El príncipe Lubimoff!» Todos le
+conocían, y era tal su fama, que inmediatamente cien ojos buscaron cuál
+podía ser el objeto de sus paseos. Indudablemente, una mujer. Los
+balcones solitarios empezaron á poblarse de cabezas femeninas que
+seguían sus evoluciones con el rabillo de un ojo. Se levantaron muchos
+visillos, marcándose detrás de los vidrios pupilas interrogantes y bocas
+sonrientes. «¿Será por mí?...» Esta pregunta muda parecía extenderse de
+fachada en fachada.
+
+Aburrido de tal curiosidad, subió por un doble graderío á la plazoleta
+solitaria que precede á la iglesia, empleando allí las mismas
+estratagemas que cuando acechaba en las inmediaciones de Villa-Rosa. Se
+asomó al interior del templo, punteado de rojo por las luces de unos
+cuantos cirios. Sólo había en él dos mujeres del pueblo arrodilladas y
+vestidas de luto: esposas ó madres de hombres muertos en la guerra. Al
+volver á la plazoleta se entretuvo en leer y releer los títulos de todos
+los papeles expuestos en un kiosco de periódicos. Luego se alejó por una
+calle, volvió por otra, con aire indiferente, y se ocultó detrás de una
+esquina, procurando no perder de vista la entrada de la iglesia. Aquí
+resultaba tolerable su espera: no había transeuntes. La circulación del
+vecino bulevar permanecía invisible, como si se desarrollase en el fondo
+de una zanja. Sólo á través de las ramas bajas de los árboles se veían
+pasar los techos de carruajes y tranvías.
+
+Cerró la noche y ella no vino.
+
+Al día siguiente Miguel volvió, pero discretamente, sin despertar la
+curiosidad de los tenderos, permaneciendo largas horas en aquella
+plazoleta de ciudad vieja, sin otro testigo que la mujer melancólica
+que ofrecía sus periódicos en un kiosco sin parroquianos. Y tampoco
+llegó.
+
+El tercer día, cuando dudaba ya de la utilidad de esta espera, apareció
+el busto de Alicia sobre el filo del último peldaño. Después fué
+surgiendo todo su cuerpo, con sobresaltos que marcaban el avance de sus
+pies de grada en grada. Caía la tarde. En las fachadas del bulevar, por
+encima de la masa verde de los árboles, el sol fugitivo trazaba una
+pincelada de oro á lo largo de los tejados.
+
+La reconoció con el corazón antes que con los ojos, lo mismo que cuando
+la había visto de lejos en un carruaje acompañando al oficial. Le
+causaba extrañeza su capota negra con un largo velo de luto descendiendo
+por la espalda. La emoción de su presencia y la costumbre del acecho le
+hicieron retroceder, y ella entró en la iglesia sin verle. ¡Ah, ya la
+tenía!... Esta vez no podría escapar, é iba á decirle muchas cosas,
+¡muchas!... Pero al mismo tiempo que repasaba en su memoria
+rencorosamente las justas recriminaciones preparadas con anticipación,
+sintió miedo, un miedo irresistible á la brevedad de las respuestas de
+ella, tal vez á su mutismo.
+
+Dejó transcurrir un largo rato. Luego le agitó el deseo de verla otra
+vez, aunque fuese de lejos, y entró en la iglesia cautelosamente,
+queriendo evitar un encuentro prematuro.
+
+Fué avanzando entre una doble fila de bancos desocupados. Allá en el
+fondo estaban las mismas mujeres del otro día, siempre arrodilladas,
+como si su dolor no conociese el tiempo. De la sombra surgieron poco á
+poco los oros mortecinos de los retablos, y dos masas de colores, dos
+haces de banderas, las de los países aliados, que adornaban el altar
+mayor.
+
+Creyó que Alicia acababa de huir por una salida ignorada al ver solas á
+las dos implorantes en su silenciosa inmovilidad. Pero de una puerta
+lateral salió ella, seguida de un acólito que llevaba dos cirios. Alicia
+vigiló cómo estos cirios eran encendidos y colocados en un candelabro
+frente á la Virgen. Luego se arrodilló, permaneciendo rígida sobre sus
+rótulas.
+
+Transcurrió el tiempo. Miguel la veía igual á las dos mujeres del
+pueblo: una masa negra inmovilizada por el rezo y la súplica.
+Unicamente, como signos especiales de su persona, distinguía las suelas
+de su elegante calzado, dos pequeñas lenguas claras que se destacaban
+sobre la corola negra de su falda. También veía la blancura de su nuca
+estremeciéndose de vez en cuando, como si quisiera repeler el enroscado
+velo de luto.
+
+Sintió desvanecerse el rencor que le había hecho desear este encuentro.
+¡Pobre mujer! El sabía, y nadie más, quién era aquel joven cuya muerte
+venía á llorar en la iglesia. El recuerdo de la princesa Lubimoff surgió
+en su memoria lo mismo que una imagen borrosa por el empolvamiento del
+olvido. La princesa estaba demente, ¡pero era su madre y le había amado
+tanto!...
+
+Su egoísmo se sublevó en seguida contra esta emoción. Encontraba natural
+que Alicia llorase á su hijo, pero no que se hubiera alejado de él sin
+explicación alguna.
+
+Avanzó hacia el altar mayor, con el deseo de verla de más cerca. Un
+ligero movimiento de la orante le hizo retroceder. Era mejor que no le
+reconociese. Consideró preferible aguardarla fuera de la iglesia, con la
+ventaja de la sorpresa, sin dejarla tiempo para que inventase razones
+justificantes de su conducta.
+
+Empezaba á anochecer cuando salió Alicia, encontrándose con Miguel Fedor
+que le cerraba el paso.
+
+Ni el más leve estremecimiento que delatase asombro.
+
+--¡Tú!--dijo simplemente.
+
+Estaba muy pálida, tenía los ojos enrojecidos y húmedos, como si acabase
+de llorar.
+
+Tal vez le había visto dentro de la iglesia, y esperaba este encuentro á
+la salida. La naturalidad con que acogió su presencia fué para él una
+primera decepción.
+
+Necesitaba hablar cuanto antes, dar salida á las quejas y
+recriminaciones que había ido amontonando en los días anteriores. Eran
+tantas, que abrumaban su pensamiento. Pero Alicia, como si temiese sus
+palabras, se le adelantó, hablando á su vez con acento monótono y
+triste.
+
+Venía á este templo algunas tardes porque experimentaba de pronto la
+necesidad de abandonar Villa-Rosa y sus terribles recuerdos. ¡Ay, la
+llegada del telegrama!...
+
+--Ahora soy creyente--dijo con sencillez.
+
+Rectificó en seguida su afirmación, por modestia, no por orgullo.
+Deseaba ser creyente, pero en realidad no lo era. Se acordaba de su
+madre, la sencilla doña Mercedes. ¡Cuánto daría por tener la confianza
+en el más allá de la buena señora! Aquella fe que en otro tiempo
+provocaba sus burlas le parecía ahora algo superior. ¡No poder conocer
+la resignación de las almas humildes!... Persistía en ella la
+incredulidad de sus tiempos dichosos. Los que gozan las dulzuras de la
+existencia no se acuerdan de la muerte ni piensan en lo que pueda haber
+después de ella. Nadie siente un alma religiosa en un baile, en un
+banquete, en un encuentro de amor. Ella necesitaba creer, porque era
+desgraciada. Se acogía á la religión como un enfermo desesperado implora
+al curandero en el que no tiene fe, porque la razón le muestra sus
+errores, pero que al mismo tiempo le halaga con una absurda esperanza al
+haber sanado á otros milagrosamente.
+
+--El dolor nos hace místicos--continuó--. Lo que yo siento es no poder
+serlo como lo son otros. Rezo, y la resignación no viene á ayudarme.
+
+Se revolvía contra la nada de la muerte. ¡Aquella carne de su carne
+estaba pudriéndose en un cementerio ignorado de Alemania! ¿Y esto era
+todo?... ¿Ya no había más?... ¿Moriría ella á su vez y no volvería á
+encontrar en una existencia superior aquel hijo en el que había
+concentrado toda su voluntad de vivir? ¿Se borrarían ambos en la
+realidad, como dos puntos microscópicos, como dos átomos, cuya vida nada
+significa?...
+
+--Necesito creer--dijo con toda la energía de su egoísmo maternal--. Mi
+único consuelo es esperar que volveremos á encontrarnos en un mundo
+mejor; un mundo que no conozca las guerras ni la muerte... Pero de
+pronto me falta la confianza, y sólo veo la nada... ¡la nada! Soy muy
+digna de lástima, Miguel.
+
+Estas palabras no conmovieron al príncipe, á pesar de la desesperación
+que Alicia ponía en ellas. Su ansia de enamorado sólo le dejaba pensar
+en el presente.
+
+--¿Y yo?--dijo con tono de reproche--. Me has abandonado en el mejor de
+nuestros instantes. Eres desgraciada; razón de más para que no me alejes
+de tu lado. Yo puedo alegrar tu vida... Adivino lo que piensas. No, no
+pretendo hablarte de amor. Tal vez más adelante, ¡pero ahora!... Ahora
+quiero ser tu compañero, tu hermano, lo que tú quieras que sea, pero al
+lado tuyo. ¿Por qué huyes de mí? ¿por qué me cierras tu puerta como á un
+extraño?...
+
+Continuó desordenadamente sus quejas, sus protestas, sus rencores, por
+aquel alejamiento inexplicable.
+
+--¿Tengo yo alguna culpa de tu desgracia?--terminó preguntando--. ¿Soy
+ahora otro hombre que la última vez que nos vimos?
+
+Ella movió la cabeza tristemente. No podría convencer á Miguel por más
+que hablase; era superior á sus fuerzas el explicar sus nuevos
+sentimientos. Parecía desalentada ante el obstáculo que se había
+interpuesto entre los dos.
+
+--Déjame, olvídame; es lo mejor que puedes hacer... No; tú no has
+cambiado, pobrecito mío. ¿Qué mal puedes haberme causado tú, tan bueno,
+tan generoso? Me has ayudado á conocer la terrible verdad; por ti la he
+sabido; y aunque esto me mata, lo creo preferible á la incertidumbre...
+Tú no tienes la culpa, tú has hecho todo lo que yo te pedí. Pero
+atiéndeme, te lo ruego: no me busques, evita nuestro encuentro. Es el
+último favor que podrás hacerme. Sólo lejos de tu presencia encontraré
+cierta tranquilidad.
+
+La voz de Miguel dejó de ser suplicante, estremeciéndose con un temblor
+de cólera. ¿Cómo podía ser él un obstáculo para su tranquilidad? ¿No
+acababa de decirle que sólo quería ser un compañero de su desgracia,
+olvidado del amor, con un afecto neutro y dulce, igual al de la
+amistad?... Ahora que era desgraciada, sentía con más vehemencia el
+deseo de permanecer á su lado. ¿Por qué capricho absurdo huía de él?
+
+Alicia le miró con unos ojos lacrimosos que reflejaban las vacilaciones
+de su pensamiento. Al fin pareció decidirse.
+
+--Tú no has cambiado--dijo con voz sorda--, pero yo soy distinta. El
+infortunio ha hecho de mí otra mujer. Yo misma no me reconozco... Una
+idea fija me domina. Tal vez es absurda; si te la digo, sé que vas á
+protestar con justa indignación. No, tú no tienes la culpa; pero es
+mejor no verte. Tu presencia hace más grande mi remordimiento. Viéndote,
+siento una vergüenza inmensa, un deseo de morir, de matarme. Tengo la
+sospecha de que soy yo la que ha asesinado á mi hijo... Recuerdo lo
+pasado entre nosotros: reconozco el castigo.
+
+La cólera de Lubimoff se desvaneció ante estas palabras inexplicables.
+Maquinalmente tomó las manos de ella con una dulzura acariciante, lo
+mismo que si fuesen las de una enferma en pleno delirio. ¡Calma! ¿qué
+estaba diciendo? ¿qué remordimientos eran esos? Las manos se dejaron
+tocar á través de los guantes con una pasividad resignada, pero de
+pronto resucitaron, desprendiéndose violentamente de las de Miguel, como
+si acabasen de recibir un profundo choque. «¡No! ¡no!» Y el príncipe
+tuvo la convicción de que entre los dos existía una especie de flúido
+repelente, algo que no había conocido hasta entonces: el miedo á su
+persona.
+
+Quedó tan desconcertado y humillado por este movimiento retráctil, que
+no supo qué decir. Ella aprovechó su silencio para seguir hablando, pero
+como si tradujese á solas una pesadilla, como si no viera al hombre que
+estaba ante sus ojos.
+
+--Cuando me acuerdo... ¡qué vergüenza! Mi hijo, mi pobre hijo viviendo
+como un esclavo, sufriendo hambre, recibiendo golpes, él tan noble, tan
+hermoso... y su madre aquí, haciendo la niña, extasiándose con unos
+amores ideales, dando paseos poéticos por los jardines, cambiando
+besos... un romanticismo de vieja. Las locuras del juego aún podían
+tolerarse. Jugaba pensando en él; el dinero era para él; ¡pero el
+amor!... Parece imposible que haya podido hacer todo eso mientras mi
+hijo estaba prisionero y yo carecía de noticias. ¿Qué fuerza demoniaca
+me empujó?... Y Dios me ha castigado; y si no es Dios, el que sea: la
+fatalidad, un poder misterioso que nos hace expiar nuestras faltas,
+llámese como se llame.
+
+Miguel quiso interrumpirla, pero ella siguió hablando.
+
+--Sé lo que vas á decir; es inútil. Lo que tú digas me lo he dicho yo
+muchas veces para convencerme de que mi creencia es absurda. ¿Y qué
+probaría eso? Todo lo que no conocemos es absurdo, y ¡conocemos tan
+pocas cosas!... No; mi remordimiento no se dejará convencer nunca; no
+evitarás que de noche entretenga mi insomnio haciendo cálculos,
+recordando fechas. Cuando empecé á interesarme por ti, mi hijo vivía
+aún, y yo lo olvidé. Cuando nos paseábamos por los jardines de San
+Martino, tal vez estaba agonizando de hambre, de sufrir martirios, ¡y
+yo, como una heroína de novela, como una colegiala loca, besándome
+contigo, haciéndote promesas!... Además, ¡la llegada del telegrama en la
+misma tarde que ibas á venir tú, como algo definitivo en mi existencia!
+¿No vea una intervención superior, un castigo á mi maldad?
+
+En vano intentó el príncipe hablar otra vez.
+
+--Por esto huyo de ti; por eso no he contestado tus cartas. Tú no tienes
+la culpa; pero eres el remordimiento, y tu presencia resucita mi
+crimen... Además, me conozco; no soy mas que una pobre mujer, como quien
+dice la debilidad, la inconsciencia, el olvido. Te aceptaría como un
+camarada de dolor, y como no me eres indiferente, tal vez acabase por
+ceder á lo que deseas. Y eso sería horrible, más horrible aún que lo
+otro; uno de esos atentados que cometen contra las leyes naturales los
+que están enloquecidos por la pasión... No me busques; no quiero verte.
+Tengo la certeza de que he matado á mi hijo. Si hubiese sido una
+verdadera madre, pensando sólo en él, ¡quién sabe!... tal vez viviría
+aún. Pero alguien quiso castigarme por mi conducta desnaturalizada, y lo
+mató, para que yo despertase, cuando me creía más feliz en mi torpe
+enamoramiento.
+
+Miguel ya no quiso hablar. Sus ojos miraron á esta mujer con lástima y
+desaliento. Recordó á la princesa Lubimoff y sus extravagantes creencias
+en el misterio; á la misma madre de Alicia con sus manías devotas.
+Resultaría inútil cuanto intentase decir. Aquella certidumbre absurda y
+dolorosa se abría entre los dos como una profundidad que sólo el tiempo
+podría rellenar.
+
+El mutismo del príncipe sirvió para que ella perdiese la nerviosa
+exaltación que le hacía expresarse con tanta vehemencia.
+
+--Déjame--murmuró dulcemente--. ¿De qué modo servirte? Ya no soy una
+mujer, soy una vieja; tengo tantos siglos como el dolor. Tú necesitas
+una amante, y yo soy simplemente una madre... una madre con
+remordimientos.
+
+Su renuncia al pasado, la convicción de que sólo era una madre
+desesperada, cortó su voz con un gemido, al mismo tiempo que sus ojos se
+llenaban de lágrimas. Con una mano tímida apartó Miguel el pañuelo que
+ella se había llevado al rostro para ocultar su llanto. Murmuraba frases
+incoherentes, con la intención de consolarla; pero á continuación, la
+cólera volvió á dominarle.
+
+--Si realmente estuvieses sola--dijo con voz rencorosa--, yo podría
+aguardar, y tal vez el tiempo acallase esos escrúpulos absurdos que te
+atormentan. Pero tu soledad es mentira. Un hombre entra á todas horas en
+tu casa como si fuese suya, mientras yo debo alejarme, según dices, para
+que recobres la tranquilidad.
+
+Alicia, por instinto femenil, se había apresurado á llevar otra vez el
+pañuelo á su cara al sentirse libre de la mano de Miguel. Debía estar
+fea con los ojos acuosos, la boca pálida, la nariz enrojecida por el
+llanto. Pero las palabras del príncipe produjeron en ella tal sorpresa y
+tal deseo de repeler una suposición injuriosa, que separó la arrugada
+batista de su rostro.
+
+--¿Te refieres á Martínez?... ¡Pobre muchacho!
+
+Abandonaba la alegre sociedad de sus camaradas, sus paseos en grupo,
+hasta las fiestas á que eran invitados los oficiales convalecientes,
+para aburrirse en Villa-Rosa al lado de una mujer que sólo podía llorar.
+Cuando ella deseaba venir á la iglesia, tenía que obligarle á que se
+marchase por una hora ó dos al atrio del Casino con sus compañeros de
+armas. ¡Las visitas del joven inválido representaban tanto para
+Alicia!... Eran como una caridad.
+
+--Me forjo la ilusión de que es mi hijo. Sus pocos años y su uniforme
+ayudan á este engaño. Tú no has tenido hijos; no puedes saber la
+necesidad que sentimos, cuando los hemos perdido, de poner nuestro amor
+huérfano en otros seres, imaginándonos que se parecen á los que
+murieron. Yo necesito continuar siendo madre, ya que no puedo ser otra
+cosa; y ese infeliz no conoció á la suya, no tiene á nadie en el mundo,
+está solo como yo... Déjame que busque un poco de ilusión allí donde
+puedo encontrarla. ¡El pobre agradece tanto mi afecto! ¡Se siente tan
+feliz en mi casa! Acuérdate: es un condenado á muerte, y sólo un cuidado
+maternal, un atmósfera dulce y plácida, podrán prolongar sus días.
+
+Ella deseaba realizar esta obra tal vez por egoísmo, por borrar de su
+memoria con una larga acción generosa todo lo malo que había hecho
+antes. Quería que fuese su hijo, un hijo inventado por su dolor, al que
+dedicaría todo lo que era imposible hacer por el otro salido de sus
+entrañas.
+
+También calló ahora Miguel, comprendiendo la inutilidad de su
+insistencia. Conocía el carácter de Alicia. Detrás de su voz quejumbrosa
+adivinó la resuelta voluntad de mantener á su lado á aquel joven que
+refrescaba sus sentimientos maternales y era á la vez un consuelo para
+el remordimiento que se había forjado.
+
+La consideración de su impotencia acabó por irritarle, haciéndole sentir
+un cruel deseo de molestar á aquella mujer.
+
+--Haces mal, Alicia. El mundo ignora tu secreto. Ya sabes lo que creía
+antes de ti y de tu hijo. Tú misma reías, encontrando graciosos tales
+errores... Ahora, el equívoco continuará con mayor razón. Muchos se
+imaginan que has sustituido al joven que murió con otro joven.
+
+Alicia perdió su triste serenidad.
+
+--¡Qué infamia!--dijo--. ¿Cómo pueden creer eso? ¡Pobre Martínez!...
+¡Tan bueno! ¡tan respetuoso!
+
+Luego continuó con arrogancia:
+
+--¡Que digan lo que quieran! Yo deseo olvidar al mundo; que el mundo se
+olvide de mí... Ya he muerto.
+
+Pero Miguel insistió en su rencor:
+
+--El otro era tu hijo, y yo lo sabía. Este no lo es, y conozco el poder
+de seducción que ejerces, aun contra tu voluntad. Acuérdate del «banco
+de los viejos».
+
+¡Ay! Por donde ella pasase, la mirada del hombre se engancharía en el
+ritmo de su cuerpo: y aquel joven, aquel extraño, iba á acabar...
+
+No pudo seguir.
+
+--¡Tú también!...--exclamó ella--. ¡Adiós, Miguel! Siempre pensaré en
+ti, pero es mejor dejar de vernos. No me guardes rencor. Tal vez algún
+día...
+
+Y resueltamente le volvió la espalda, descendiendo las gradas hacia el
+bulevar.
+
+El príncipe quedó inmóvil unos instantes. Luego avanzó hasta el borde
+del último escalón, pero sólo pudo ver un carruaje con la capota
+levantada, cuyos dos caballos emprendían el trote.
+
+¡Y para llegar á esto había deseado con tanta vehemencia su encuentro
+con Alicia!... El despecho le hizo juzgarse duramente; no había sabido
+hablar. Después recordó todos sus razonamientos y sus recriminaciones,
+asombrándose del poco efecto que causaban en ella. Era indudablemente
+otra mujer. Alguien la había cambiado; alguien era el culpable de esta
+absurda situación.
+
+Gran parte de aquella noche la pasó reflexionando. No se le ocurría
+censurar á Alicia. Hasta se arrepintió de sus palabras agresivas.
+¡Infeliz! Una exaltación de su sensibilidad la hacía ver culpas y
+remordimientos en todos sus actos anteriores.
+
+«Además, las mujeres--continuó diciéndose--, al menor choque nervioso,
+lo primero que pierden es la lógica.»
+
+Necesitaba concentrar su rencor en alguien que no fuese ella, y como
+Miguel creía no haber perdido la lógica, hizo caer la responsabilidad de
+todo sobre Martínez. Este era el único culpable. De no entrometerse en
+la vida de los dos, Alicia, al verse sola en su desgracia, habría
+buscado más que antes el apoyo del príncipe. ¡Qué regalo les había hecho
+«la Generala» al presentar á este aventurero!
+
+En vano su razón intentó argüir que no era el oficial el que iba en
+busca de Alicia, sino ésta la que lo conservaba en su casa, aislándolo
+de sus antiguas amistades. Lubimoff no renunció á su rencor. Era
+Martínez y nadie más el que se colocaba entre ambos.
+
+Hasta entonces sólo había fijado su atención ligeramente en este
+muchacho, al que Toledo llamaba «el héroe». ¡Eran tantos los héroes en
+el momento presente! Su odio fué despojándolo del prestigio que le daban
+sus hazañas y su desgracia. Lo vió sin uniforme, sin sus cruces y sus
+heridas, tal como debió ser antes de la guerra: un pobre empleadillo, un
+dependiente de comercio, que nunca había puesto sus ilusiones amorosas
+más allá de una modista ó una dactilógrafa... ¡Y éste era el personaje
+interesante que se erguía enfrente de él!... ¡Tiempos intolerables!
+
+Paseó al día siguiente toda la mañana por sus jardines, resuelto á no
+volver á Monte-Carlo. Sentía despecho al recordar la ternura con que
+Alicia había hablado de su protegido. Era mejor no tropezarse con él.
+Pero en la tarde le pesó la soledad de su hermosa «villa», que parecía
+abandonada. Atilio, el pianista, hasta el coronel, todos estaban en el
+Casino. El también quiso ir, para confundirse con aquel público que se
+ocupaba al mismo tiempo de los incidentes de la guerra y de los azares
+del juego.
+
+En el atrio marchó hacia los grupos de lectores agolpados ante los
+últimos telegramas. La gente tenía por buenas las noticias, ya que no
+eran extremadamente malas, como en los días anteriores. Los aliados
+habían detenido el avance del enemigo, inmovilizándolo sobre el terreno
+que acababa de conquistar. Seguía el bombardeo de París por los cañones
+de gran alcance... Y nada más.
+
+Un hombre hacía comentarios en alta voz. Era Toledo, que, como todas las
+tardes, daba su conferencia de estratega ante un semicírculo de
+admiradores. Vuelto de espaldas al príncipe, iba soltando el chorro de
+su límpido optimismo, de su fe simple, que desgracias y reveses no
+lograban conmover.
+
+--Ahora ya los han clavado sobre el terreno: no avanzarán. Dentro de
+poco será el contraataque. Lo sé; me consta.
+
+Se frotaba las manos, guiñando un ojo maliciosamente.
+
+--Y los americanos llegan y llegan. Hay día que desembarcan diez mil.
+¡Un pueblo maravilloso!... Lo que yo he dicho siempre: ese Wilson es un
+grande hombre. Lo conozco bien.
+
+Todos escuchaban con deleite esta voz de esperanza que refrescaba los
+corazones antes de que se entregasen á las angustias de la ruleta y el
+«treinta y cuarenta». Hablaba con la autoridad de un hombre bien
+relacionado y que puede saberlo todo. «Conocía á Wilson»; él mismo
+acababa de declararlo. Además, era un coronel--aunque nadie sabía de qué
+ejército--, un «técnico», incapaz de expresarse caprichosamente. Y
+muchos se trasladaban sin perder tiempo á las salas de juego para
+repetir sus comentarios, como personas bien informadas.
+
+El príncipe se alejó, temiendo cortar con su presencia este triunfo
+profesional, que se repetía todas las tardes.
+
+Al pasearse por el atrio, antes de entrar en los salones, vió junto á
+una columna un grupo de oficiales franceses, todos convalecientes.
+Privados de ir más adentro, á causa de su uniforme, permanecían allí,
+mirando con cierta envidia á los «civiles». Unos se mantenían erguidos,
+sin dolencia visible, con una delgadez de aguiluchos, la nariz picuda,
+los ojos audaces, el bigote alborotado; otros, de cara juvenil, se
+encogían como valetudinarios, apoyados en sus bastones, con el pecho
+hundido bajo las desmayadas arrugas del paño del uniforme, y haciendo
+una larga pausa de reconcentrada voluntad cada vez que deseaban mover
+sus piernas. Algunos habían llegado á Mónaco como incurables, después de
+un largo cautiverio en Alemania; los demás venían de los hospitales de
+la línea de fuego; y todos mostraban una desorientación gozosa al verse
+en este rincón paradisíaco, donde las gentes parecían olvidadas del
+resto de la tierra y los ojos femeninos les seguían con una expresión
+enigmática, entre amorosa y maternal.
+
+La diestra de uno de estos militares se elevó hasta su visera para
+saludar al príncipe. Este se fijó en el color amarillento del kepis,
+luego en el uniforme del mismo color y la línea policroma de las
+condecoraciones. Era Martínez, el teniente de la Legión extranjera, que
+le saludaba con cierta timidez, pero satisfecho al mismo tiempo de que
+sus compañeros le viesen en buenas relaciones con un personaje famoso
+del que tanto se hablaba en la Costa Azul.
+
+Miguel devolvió el saludo maquinalmente y siguió adelante. Este momento
+quedó fijo en su memoria para toda la vida. Los años y la cordura que
+éstos traen consigo parecieron desprenderse de él como las cortezas
+secas de un árbol que renace. Se creyó vuelto á la juventud. Fué por
+unos instantes aquel capitán Lubimoff de la Guardia imperial,
+atropellador de obstáculos y desconocedor del escándalo cuando alguien
+se oponía á su voluntad.
+
+Volvió á mirar de lejos el grupo de oficiales. ¡Y este teniente de pobre
+estatura, que parecía un tenedor de libros elevado por la movilización,
+era su enemigo!... Creyó verlo por primera vez. Perdido entre sus
+compañeros aún le pareció más insignificante que en sus visitas á
+Villa-Sirena.
+
+Permaneció inmóvil, con su mirada fija en el grupo. «¡Vas á cometer un
+disparate!», gritaba una voz en su interior. Y pasó por su memoria la
+imagen del duro Saldaña, bondadoso y tolerante con los débiles, como
+todos los que están seguros de su fuerza. Una frase que no había
+recordado nunca cruzó ahora su pensamiento: «El caballero debe ser bueno
+y no abusar nunca de su fuerza.» Estaba seguro de que su padre le había
+dicho esto siendo él niño... Pero á continuación, la dualidad que
+existía en su interior se expresó por medio de otra voz más fuerte é
+imperiosa, una voz femenina igual á aquella otra que le aconsejaba en su
+juventud: «Gasta, no te prives de nada, colócate sobre todos; piensa
+siempre que eres un Lubimoff.» Y vió á la difunta princesa, no de María
+Estuardo, con su luto teatral, sino dominadora y todavía bella, lo mismo
+que cuando aterraba con sus cóleras á su esposo «el héroe» y ponía en
+revolución el palacio de París.
+
+Maquinalmente se aproximó al grupo de oficiales, y sus ojos volvieron á
+tropezarse con los de Martínez. Este vino hacia él con una sonrisa
+interrogante. Miguel comprendió que le había hecho un signo de
+llamamiento sin darse cuenta de ello, por un impulso de su voluntad,
+que parecía moverse completamente desligada de su razón. ¡Tanto peor!...
+¡Adelante!
+
+Con cierto apresuramiento se fué llevando al joven hacia el vestíbulo
+del Casino, como si quisiera evitar la presencia de los grupos que
+llenaban el atrio.
+
+--Teniente, voy á decirle una cosa... Necesito... pedirle un favor.
+
+Balbuceaba, no sabiendo cómo expresar un deseo que él mismo tenía por
+absurdo. Esta indecisión, unida á las vacilaciones de su voz, acabó por
+irritarle.
+
+Se detuvieron junto á la cancela de cristales de la entrada. Martínez
+había perdido su sonrisa, mirando con asombro el gesto duro y la palidez
+del príncipe.
+
+--En una palabra--dijo éste con resolución--: lo que yo tengo que
+pedirle es que visite con menos frecuencia la casa de la duquesa de
+Delille. Si se abstiene en absoluto de ir á ella, aún será mejor.
+
+Y descansó, respirando con cierto desahogo, después de haber lanzado su
+pretensión.
+
+El asombro de Martínez fué en aumento. Dudó un instante, fijos sus ojos
+en los de Lubimoff. No era una broma: la mirada agresiva de este
+personaje que siempre le había tratado con amable indiferencia, la
+sequedad de su voz, cierto temblor de su mano derecha, indicaban que
+había expresado todo su pensamiento, y que detrás de este pensamiento
+latía un odio enorme contra él.
+
+La sorpresa le hizo hablar con timidez. El visitaba á la duquesa porque
+esta señora le pedía que fuese á verla todos los días. Muchas veces
+había sospechado que su asiduidad pudiera resultar inoportuna; pero
+todos sus intentos de alejamiento eran inútiles. Apenas se ausentaba por
+unas horas, aquella buena dama le hacía buscar. Se mostraba bondadosa
+con él como una madre.
+
+De repente, se desvaneció su tono humilde. Sus ojos adivinaron en los de
+su interlocutor algo que él mismo no había pensado nunca. El teniente
+pareció transfigurarse, creciendo hasta quedar al nivel del príncipe.
+Brilló su mirada con el mismo resplandor fulvo que la del otro; todo su
+cuerpo se arqueó con la tensión de un muelle que va á saltar; las
+alillas de su nariz se agitaron nerviosamente. El empleadillo tímido de
+ademanes recobraba su gallardía de hombre de combate. Su voz sonó ronca
+al seguir hablando.
+
+El iba adonde le llamaban, adonde quería ir, sin reconocer á nadie el
+derecho de mezclarse en sus actos. Era la duquesa la única que podía
+cerrarle la puerta de su casa. ¿Por qué intervenía el príncipe en los
+asuntos de aquella señora sin consultar antes su voluntad?
+
+--Soy su pariente--dijo Miguel, algo indeciso en su interior al invocar
+este parentesco que muchas veces no había querido reconocer.
+
+Los dos se vieron al otro lado de la cancela, sobre el rellano de las
+gradas del Casino, en pleno aire, frente á los árboles de la plaza y los
+grupos de paseantes que daban vueltas en torno del «queso». Tuvieron que
+apartarse á un lado, para no impedir la circulación de los que entraban
+y salían.
+
+--Además--continuó el príncipe--, mi deber es evitar murmuraciones. No
+puedo permitir que, viéndole á usted metido allá á todas horas,
+supongan...
+
+Casi se arrepintió de sus palabras al notar el doble efecto que
+producían en el joven. Primeramente se indignó. ¿Había quien osaba
+murmurar de aquella gran señora, tan santa para él? Pero esta protesta
+fué acompañada de una irreflexiva satisfacción, de un orgullo pueril,
+como si agradeciera, á pesar de todo, que mezclasen su nombre con el de
+la otra en absurdas suposiciones. Parecía que Martínez acababa de
+descubrirse á sí mismo, dando cuerpo y nombre á sentimientos obscuros
+que hasta entonces sólo habían latido dentro de él en una forma
+larvaria.
+
+El alma celosa del príncipe fué adivinando, con aguda percepción, todo
+lo que pensaba el otro, y esto avivó el incendio de su cólera. ¡Con qué
+arrogancia asumía este empleadillo la defensa de Alicia! ¡Cómo se
+delataba su enamoramiento!...
+
+--Si alguien se permite hablar de la duquesa--dijo el teniente--, si
+murmuran porque me dispensa el honor de recibirme en su casa (¡el mayor
+honor de mi vida!), yo me encargaré de castigar al que invente eso,
+aunque esté muy alto, aunque se crea muy poderoso...
+
+Lubimoff le escuchó con impaciencia. Ahora era Martínez el que se
+permitía atacarle. Sus últimas palabras significaban una amenaza para
+él.
+
+Además, se sintió irritado contra su propia torpeza. Su acción
+imprudente sólo servía para que este joven abriese los ojos, pensando en
+la posibilidad de muchas cosas que nunca había podido imaginar, y que,
+de imaginárselas, las habría rechazado inmediatamente, por desatinadas.
+¡Y era él mismo quien venía á demostrarle que, según la opinión de los
+maldicientes, resultaban posibles tales cosas!...
+
+El tono con que el oficial defendía á Alicia excitó aún más su cólera.
+Adivinaba en él un gran orgullo, la vanidad del pobre muchacho que sólo
+ha conocido las aventuras de amor á través de los libros, y de pronto se
+ve en relaciones supuestas con una duquesa y rival de un príncipe. ¡Qué
+gloria para un advenedizo!
+
+--Joven...--dijo la voz dura de Lubimoff.
+
+Esta simple palabra fué seguida de una mirada de altivez, de
+superioridad aplastante, que pareció barrer todo cuanto la guerra había
+puesto de extraordinario en Martínez: el uniforme, las condecoraciones,
+las cicatrices gloriosas. Para él ya no existía el oficial; sólo quedaba
+el pobre vagabundo de años antes yendo de un hemisferio á otro en busca
+del sustento. «Joven...», repitió con un tono que resucitaba todas las
+castas y las gradaciones sociales de los siglos muertos, para que el
+interpelado se diese cuenta de la enorme separación entre su persona y
+la del hombre que se dignaba darle consejos.
+
+--Joven... acabemos. ¿Y si yo le ordeno que no vuelva más á esa casa?...
+¿Y si le exijo que...?
+
+No pudo terminar. Su voz amenazante, dura como un grito de mando,
+indignó al hombre vestido de uniforme. ¡Haber arrostrado la muerte
+durante tres años entre miles de camaradas que estaban ya bajo tierra;
+despreciar la vida como algo cuya fragilidad se ha revelado á cada
+minuto; despojarse para siempre, en fuerza de aventuras angustiosas y
+heridas atroces, de ese miedo que el instinto de conservación pone en
+todos los seres, para que ahora, en una ciudad de placer, á la puerta
+de la más lujosa de las casas de juego, un hombre rico y poderoso, pero
+que no había hecho nada útil en su existencia, se atreviese á
+amenazarle!...
+
+--¡A mí!...--dijo balbuceando de rabia--. ¡Darme órdenes á mí!...
+
+Miguel sintió que una mano se agarraba á los botones de su chaleco. Era
+como un pájaro temblón y agresivo, que se detenía un instante en su
+ciego impulso para seguir volando hacia arriba. Adivinó la bofetada, é
+instintivamente avanzó su diestra. Las dos manos se encontraron cuando
+la del joven revoloteaba cerca del rostro del príncipe. Este, más
+musculoso, contuvo la mano ofensora, la inmovilizó con dura presión, al
+mismo tiempo que sonreía de un modo lúgubre. Los ojos se lo
+empequeñecieron, volviendo sus vértices hacia arriba con el crispamiento
+de la sonrisa. Eran unos ojos asiáticos. Su nariz se ensanchó con una
+aspiración caballuna. Así debieron sonreir en sus malos momentos los
+remotos abuelos de la princesa Lubimoff...
+
+--Basta: la doy por recibida--dijo con lentitud--. Designe á dos amigos
+para que se entiendan con los míos.
+
+Y soltando la mano de Martínez, le volvió la espalda después de hacerle
+un grave saludo. Los gestos de los dos habían sido rápidos. Sólo uno de
+los porteros con kepis que montan la guardia en el rellano de la
+escalinata había adivinado algo; pero su experiencia profesional le
+aconsejó permanecer impasible mientras no hubiese golpes.
+
+Creyó en una simple disputa por cosas del juego. Todo iba á arreglarse
+con una explicación y á olvidarse después con una ganancia. ¡Había visto
+tanto!...
+
+ * * * * *
+
+El príncipe Lubimoff vuelve á entrar en el Casino. Atraviesa el
+vestíbulo y el atrio llevando la cabeza alta, pero sin ver á nadie, con
+la mirada perdida ante sus pasos.
+
+Le parece que el tiempo ha vuelto de repente sus agujas atrás,
+haciéndole saltar en el pasado, volviéndolo á la juventud. Marcha con
+arrogancia. Se extraña de que el ruido de sus firmes pisadas no vaya
+acompañado de un tintineo de espuelas y del metálico arrastre de un
+sable. Al mismo tiempo empieza á ver rostros irreales, rostros que
+desaparecieron de la tierra hace muchos años: el cosaco venido de una
+remota guarnición de Siberia para vengar á su hermana; un amigo del
+mismo regimiento del príncipe, que murió de una estocada en el pecho
+después de una cena tumultuosa, mientras lloraba Lubimoff, súbitamente
+despertado de su homicida embriaguez; otros á los que asistió como
+simple testigo, pero que murieron y resucitan ahora en su memoria, fría
+é insensible al remordimiento y á la lamentación.
+
+--El coronel... ¿Dónde diablos estará el coronel?
+
+Atraviesa las salas de juego, buscando una cabeza de pelo canoso partido
+en dos secciones brillantes por la raya que se tiende rígida de la
+frente á la nuca. La ve al fin sobre el respaldo de un diván, entre dos
+sombreros de mujer, cuatro ojos orlados de luto y unas mejillas con las
+arrugas rellenas de pasta blanca y pasta rosa. El príncipe interrumpe
+con su mudo llamamiento unas explicaciones de la guerra que hacen
+estremecer á las dos damas.
+
+--Coronel: un asunto de honor. Quiero batirme mañana. Busca otro
+padrino.
+
+Toledo parece desconcertado por la orden. Su primer pensamiento vuela
+hasta Villa-Sirena. Ve el negro levitón, la vestidura solemne del honor
+pronta á salir de su encierro. Después se desliza por esta alegría una
+nube de duda. ¡Un duelo!... ¿Será oportuno ahora que los hombres se
+baten en masas de millones, dando su vida por algo más alto y más
+general que los rencores individuales?... Sus creencias ahogan
+inmediatamente este escrúpulo. «Un caballero debe estar á las órdenes de
+otro caballero.» Además, es su príncipe. Y dispuesto á cumplir su
+misión, pide el nombre del adversario.
+
+--El teniente Martínez.
+
+Don Marcos cree haber entendido mal; luego vacila sobre los pies y queda
+mirando á Su Alteza con estupor. Instintivamente, sin darse el trabajo
+de desenmarañar los confusos pensamientos que le asaltan, ve con la
+imaginación á la duquesa de Delille. ¿Por qué ha abandonado el príncipe
+sus prudentes doctrinas?... Se acuerda, como de un pasado dichoso, de
+los tiempos en que florecían «los enemigos de la mujer». No han
+transcurrido mas que cuatro meses, y parece que sean siglos. ¡Un duelo
+en plena guerra... y con un oficial!... ¡Y este oficial es Martínez, su
+héroe!...
+
+Levanta los hombros, inclina la cabeza, hace un gesto de inhibición,
+como siempre que su príncipe le da órdenes absurdas con un rostro duro
+que le recuerda el de la difunta princesa en sus días borrascosos.
+
+--¿Busco á don Atilio?... Ha tenido varios lances de honor; sabe lo que
+es eso, y podrá ayudarme.
+
+Lubimoff acepta. En el _bar_ de los salones privados esperará á los dos,
+para hablar de las condiciones del encuentro.
+
+Permanece inmóvil en su profundo sillón, frente á una ventana dorada por
+la luz del ocaso, en la que se tejen y destejen los hilos de sombra
+proyectados por el ramaje inquieto de los árboles. Le parece de pronto
+que su espera resulta demasiado larga. Se le ocurre que Castro no está
+en el Casino y don Marcos le busca inútilmente. De todo lo pasado apenas
+se acuerda. La figura del oficial se ha hundido en la bruma gris que cae
+sobre su memoria: no es ya mas que un contorno indeciso. Lo único que
+puede ver, con un relieve y un agrandamiento exagerados, como si
+estuviese junto á sus ojos, es una mano: una mano que se agarra á su
+pecho y sube hacia su rostro que nadie golpeó jamás. La indignación le
+hace salir de su huraño ensimismamiento. ¡A él! ¡Una bofetada al
+príncipe Lubimoff!...
+
+Cuando levanta los ojos ve á Toledo que se acerca, pero solo, con cierta
+confusión, temiendo por adelantado la cólera del príncipe. Este, que se
+siente bondadoso y tolerante después de sus violencias en la escalinata,
+adivina lo que va á decirle. No ha encontrado á Castro. Y le absuelve
+con una sonrisa benévola.
+
+El coronel habla:
+
+--Marqués: don Atilio no quiere.
+
+¿Qué?... Y ante la mirada interrogante de Lubimoff, que no puede
+comprender, que se resiste á comprender lo que escucha, Toledo repite,
+cada vez más confuso:
+
+--Se niega á aceptar la representación. Me ha dicho que busque á otro.
+Tiene unas ideas especiales que...
+
+Y se abstiene de exponer estas ideas. Calla, para no decir algo que el
+príncipe no debe escuchar de su boca; acepta como un bien el silencio de
+asombro que se interpone entre él y Lubimoff; teme que éste salga de la
+estupefacción en que le ha sumido su noticia.
+
+Como desea alejarse, propone algo que le parece un remedio.
+
+--¿Quiere Su Alteza que lo llame? Seguramente vendrá. Tal vez hablando
+los dos...
+
+Y se aleja para buscar á Castro, mientras Miguel Fedor vuelve á quedar
+inmóvil en su asiento, sin comprender nada.
+
+ * * * * *
+
+Lo vió de pie ante su velador, con cierto apresuramiento en sus gestos y
+ademanes, como un hombre que arrostra una situación penosa y quiere
+salir de ella cuanto antes.
+
+El príncipe le invitó á ocupar el sillón inmediato, pero Castro sólo
+quiso sentarse ligeramente en uno de los brazos del mueble, para indicar
+su deseo de que la entrevista fuese corta. Además, habló él primero,
+exponiendo rudamente su pensamiento, sin preámbulos.
+
+--Te habrá dicho el coronel mi respuesta. No puedo... Bien sabes que soy
+tu amigo: hasta me haces el honor de reconocerme como pariente; te debo
+mucho; ¡pero eso que me pides... no! Es un disparate, una locura.
+Forzosamente habíamos de terminar así; lo he presentido hace algún
+tiempo. Tal vez tenías razón cuando hablabas de las mujeres y de la
+necesidad de ser sus enemigos (si es que esto resulta posible). Pero de
+nada puede servirnos recordar lo pasado: tú ya no eres el Lubimoff que
+decía aquellas paradojas. Yo estoy loco, te lo concedo; pero tú lo estás
+más que yo, y por eso no te sigo.
+
+Miguel le miró fijamente, sin abandonar su silenciosa inmovilidad,
+esperando que continuase.
+
+--¡Un duelo en plena guerra! ¿Tiene eso sentido común? Tú eres un señor
+que permanece tranquilo en su palacio, con todas las comodidades que
+pueden obtenerse en la época presente, sin correr peligro alguno,
+mientras media humanidad llora, sufre hambre, se desangra ó muere. Y
+porque estás un día de mal humor (tú sabrás el motivo), ¿quieres batirte
+con un pobre muchacho que vive casi milagrosamente, que está enfermo y
+débil por haber hecho lo que tú y yo no somos capaces de hacer?... ¿Y me
+pides que te represente en esa locura?...
+
+El otro, siempre sumido en su asiento, dijo con voz sorda y rencorosa:
+
+--Me ha insultado... ha querido abofetearme. He detenido su mano junto á
+mi cara.
+
+Esto hizo dudar un momento á Castro, que no tenía idea de la importancia
+del choque entre los dos hombres. Pero su indecisión fué corta.
+
+--Algo hay que no comprendo y que tú callas. La misma gravedad del
+insulto me indica que hubo de tu parte un acto extraordinario.
+¡Atreverse ese pobre muchacho respetuoso y tímido á querer abofetear á
+un hombre como tú!... ¿Qué has hecho para excitarle hasta ese punto?
+
+Lubimoff no se dignó responder. Sin abandonar su enfurruñada
+inmovilidad, preguntó lacónicamente:
+
+--¿Quieres ó no quieres?
+
+Castro, irritado por tal actitud, contestó sin vacilar:
+
+--Es un disparate, y no quiero.
+
+Siguió la inmovilidad del príncipe ante esta negativa, pero Atilio creyó
+adivinar sus ideas en la mirada hostil fija en él. Le acusaba de
+ingratitud al verse abandonado. Al mismo tiempo hacía responsable á «la
+Generala», creyendo que ésta había podido influir en su decisión. ¡Aquel
+teniente era tan admirado por doña Clorinda!...
+
+Como si contestase á sus ocultos pensamientos, Atilio siguió hablando.
+
+--¿Tú crees que á mí me interesa ese muchacho con el que deseas batirte?
+Me es indiferente; hasta confieso que me es antipático, por los grandes
+extremos que hacen algunas señoras sobre su heroísmo. Eso molesta
+siempre á los que no somos héroes. Pienso en lo insignificante que
+sería hace cuatro años nada más. De conocerlo entonces, tal vez lo
+habría visto de tenedor de libros en un hotel ó en la tienda de mi
+camisero de París. Figúrate qué amistad!... Pero ha pasado sobre
+nosotros la guerra, trastornándolo todo, haciendo emerger á unos,
+hundiéndonos á otros en lo más profundo, sin la certeza de volver á
+surgir, y ese muchacho es ahora «alguien», es más que tú y que yo; ha
+servido de algo, y para mí es sagrado, á pesar de que me inspira envidia
+y no admiración.
+
+El príncipe hizo al fin un movimiento de protesta. Luego levantó los
+hombros desdeñosamente y volvió á sumirse en su inmovilidad. ¡Aquel
+aventurerillo más que él, porque le habían agujereado el pellejo en los
+combates!...
+
+--No nos entenderíamos aunque hablásemos toda la tarde--continuó
+Castro--. Yo he cambiado mucho, y tú continúas siendo el de siempre.
+Creo que ayer encontré mi «camino de Damasco». Me siento otro hombre.
+
+Y por una necesidad de exteriorizar su gran perturbación interior,
+siguió hablando, sin fijarse en si el príncipe le escuchaba.
+
+El encuentro había sido cerca de la estación de Monte-Carlo, junto á la
+vía férrea. El iba acompañando á dos señoras, una de las cuales le
+interesaba mucho. (Miguel pensó otra vez en doña Clorinda.) Un tren de
+soldados volvía de Italia; un tren sombrío, sin estandartes, sin ramas
+de árboles adornando las portezuelas. Eran franceses. Los habían enviado
+á Italia como refuerzo, después del desastre de Caporetto, y ahora los
+volvían á llamar apresuradamente, para defender el propio suelo
+amenazado.
+
+--Nada de cánticos y de aturdido regocijo; todos silenciosos, cansados y
+sucios, de una suciedad épica. Cada vagón parecía una jaula de fieras,
+por su olor acre de cuadra de circo. Eran jóvenes y tenían aspecto de
+viejos: las barbas hirsutas, los uniformes manchados, las caras
+apergaminadas por el sol, endurecidas por el frío, resquebrajadas por
+los vientos. El calor les había hecho despojarse de los capotes y
+mostraban sus camisas de franela de un color indefinible, impregnadas
+del sudor de tantas fatigas y emociones.
+
+Se adivinaba en ellos al batallón predestinado que siempre llega á
+tiempo para sostener los choques más rudos; el que aparece puntualmente
+en los lugares de mayor peligro, con esa mansedumbre heroica del fuerte,
+que deja que le exploten, y trabaja, no sólo por él, sino por todos los
+demás que trabajan menos. ¿Dónde no habían peleado estos hombres? En su
+propio suelo, en el de los aliados, tal vez en Oriente, y ahora tornaban
+otra vez á la tierra de sus primeros combates. Cuando creían haberlo
+hecho todo, se enteraban de que aún no habían hecho nada. En el tejer y
+destejer de la guerra, era preciso empezar otra vez. Cuatro años antes
+se imaginaban haber decidido el triunfo en las riberas del Marne, y
+ahora volvían de nuevo al Marne. Todos los inviernos, metidos en el
+barro, hundidos en la trinchera bajo la lluvia, se decían: «Este será el
+último.» Y llegaba otro invierno, y luego otro, y á continuación otro,
+sin que la vida cambiase. De aquí su gesto fatalista y resignado, un
+gesto de hombres que se amoldan á todo y acaban por creer que su miseria
+será eterna, que nunca volverán los humanos tiempos de la paz.
+
+Cesó de hablar un momento y no hizo caso de la mirada de su amigo, que
+parecía preguntarle qué interés podía tener para él este relato.
+
+--Estábamos al borde de un terraplén, apoyados en la valla, y nuestras
+cabezas quedaban al mismo nivel que las de los hombres agrupados en los
+vagones. El largo convoy, cuya cabeza tocaba ya la estación, iba
+avanzando lentamente. Las dos señoras agitaban sus pañuelos, sonreían á
+los soldados, les enviaban palabras de saludo. Muchos permanecían
+inmóviles, mirándolas con ojos de fiera adormecida. Llevaban cuatro años
+de ovaciones, conocían la realidad, la terrible realidad que existe
+detrás de ellas. Otros, más jóvenes ó más ardorosos, despertaban á la
+vista de estas dos mujeres elegantes. Galvanizados por las sonrisas, se
+erguían, pasaban una mano por sus arrugadas franelas, enviaban besos,
+intentaban recobrar su apostura de los tiempos en que no eran
+soldados... De pronto, uno de ellos olvidó á las mujeres para fijarse
+en mi, que también les saludaba con mi sombrero, dando vivas. Era una
+especie de diablo rojo y amargo.
+
+Castro le veía aún, como si asomase su cabeza por una ventana del _bar_;
+vería tal vez mientras viviese el pergamino blancuzco de su cara,
+tirante sobre las aristas de los pómulos; la barba roja colgando de sus
+mandíbulas, como si fuese postiza, y sobre todo, sus ojos sarcásticos,
+insolentes, de un color verde turbio, igual al de las ostras. Era el
+soldado que critica, rezonga y habla contra sus oficiales mientras
+cumple sus órdenes. En la vida civil debía haber sido el antipático
+rebelde que no concede su aprobación á nada. Al cruzarse sus ojos con
+los de Castro, experimento éste un sentimiento de repulsión. Adivinó al
+hombre con el que se tiene irremediablemente un choque en la calle, en
+el tranvía, en el teatro. Y sin embargo, nunca iba á olvidar su
+encuentro de un segundo con este soldado que pasaba y se perdía á lo
+lejos, sin mas tiempo que el necesario para dejar caer cuatro palabras.
+
+Despreció á las dos mujeres con su sonrisa irónica. Luego, á Castro, que
+seguía tremolando su sombrero, le señaló el fondo del vagón, gritándole:
+
+--¡Aún queda un sitio!...
+
+Y no dijo más.
+
+--Dijo bastante, Miguel. Esa voz agria la estoy oyendo desde entonces:
+la oiré siempre, en mis mejores instantes, si continúo aquí. ¿Y la
+mirada de sus ojos?... Adiviné todos sus insultos mudos, la comparación
+rápida que hizo entre su miseria y mi aspecto de hombre fuerte y bien
+cuidado. Yo era para él un cobarde que pasea con mujeres, mientras los
+hombres están con los hombres, dando su vida por algo importante.
+
+--¡Bah! Tú eres un extranjero--interrumpió el príncipe, que parecía
+fatigado por las palabras de su amigo.
+
+--Yo vivo aquí, y la tierra en que vivo no puede serme extraña. Esta
+guerra es por algo más que cuestiones de terreno: interesa á todos los
+hombres. Mira á los norteamericanos, que todos creíamos muy prácticos é
+incapaces de idealismos; saben que no van á ganar nada positivo, y sin
+embargo entran en la lucha con todas sus fuerzas. Además, hay el alma
+de las mujeres. ¿Creerás que las dos que venían conmigo rieron el
+insulto del rojo, encontrándolo muy oportuno?... Y no me hables de que
+las hembras se sienten atraídas en todas ocasiones por el guerrero. Tal
+vez sea por el guerrero de los tiempos de paz, brillante y empenachado;
+¡pero estos de ahora tienen un aspecto tan miserable!... No; existe algo
+muy alto en todo lo que nos rodea, algo que tú y yo no hemos sabido ver,
+á causa de nuestro egoísmo.
+
+Su oyente volvió á levantar los hombros con indiferencia.
+
+--Y cuando pienso á todas horas en mi encuentro de ayer, y veo el sitio
+que me ofrecía burlonamente el maldito rojo, como si yo fuese una
+hembra, como si nunca pudiera sentirme capaz de ocuparlo, ¡tú me
+propones que arregle un encuentro mortal con otro de esos hombres que se
+consideran, no sin razón, superiores á nosotros!... No; ya lo sabes: no
+acepto.
+
+Había abandonado el brazo del asiento y estaba de pie frente al
+príncipe. Esto hizo un gesto de cansancio. Le aburrían las palabras de
+Atilio, aquella historia infantil del tren, del soldado rojo y de la
+invitación insolente. Eso sólo podía conmover á doña Clorinda; él tenía
+asuntos mas inmediatos en que pensar. Ya que se negaba á servirle, podía
+dejarlo solo.
+
+--¡Adiós, Miguel!--dijo Castro, con la convicción de que este saludo iba
+á ser algo más que una despedida momentánea.
+
+--Adiós--contestó el príncipe sin moverse.
+
+Cerca ya de la puerta, Atilio retrocedió.
+
+--Sé lo que significa mi negativa y lo que me toca hacer. Adiós otra
+vez. ¡Cree que si me pidieses otra cosa...!
+
+Pero el príncipe interrumpió sus palabras con otro gesto de
+indiferencia, y Atilio se alejó, disimulando su emoción.
+
+Inmediatamente hizo su entrada don Marcos en el _bar_, como si hubiese
+estado aguardando al otro lado de la puerta la salida de Castro. Nunca
+le pareció al príncipe tan activo é inteligente su «chambelán».
+
+--Todo está arreglado, marqués.
+
+Como tenía la certeza de que Atilio no se dejaría convencer, había
+buscado un segundo padrino. Pensó un instante en ir á Mónaco para hablar
+á Novoa. Luego se acordó de sus relaciones con Valeria. Esta visita
+equivalía á hacérselo saber todo á la duquesa. Además, el profesor no
+entendía nada en tales asuntos y era compatriota de Martínez. ¡Ya había
+bastante con que un español figurase enfrente del oficial!
+
+--Tengo mi segundo--continuó--. Será lord Lewis.
+
+Para él, era Lewis más lord que nunca. Le estaba agradecido por la
+prontitud con que había aceptado su petición. Ganaba dinero aquella
+tarde y su humor era excelente. Hasta se levantó de su asiento,
+abandonando el juego para oir al coronel. Quiso llevárselo al _bar_,
+afirmando que ante un _whisky_ se habla mejor, y Toledo adivinó por su
+aliento que ya llevaba bebidos algunos para celebrar su buena suerte.
+Lewis estaba dispuesto á servir á su amigo Lubimoff. En punto á duelos,
+sólo conocía los del boxeo; pero se confiaba á la pericia del coronel y
+apoyaría cuanto dijese... Inmediatamente había vuelto á su mesa.
+
+Miguel dió sus instrucciones á Toledo. Un encuentro en condiciones
+duras, como aquellos que él había presenciado en Rusia. No podía ser
+menos: había recibido una bofetada. Y dijo esto con voz fosca,
+convencido ya de la completa realización de la ofensa.
+
+Al anochecer salió del Casino, huyendo de las personas conocidas que
+invadían el _bar_ y le obligaban á sonreir y sostener frívolas
+conversaciones, mientras su pensamiento estaba lejos.
+
+Siempre, en sus grandes cóleras, cuando no podía apelar á una acción
+inmediata y violenta, la excitación nerviosa iba seguida en él de una
+laxitud que ablandaba sus músculos y sus nervios.
+
+Con verdadero placer entró en Villa-Sirena, encontrando una nueva
+voluptuosidad en todos los detalles de su bienestar. Aguardó leyendo la
+llegada del coronel. A las nueve de la noche tuvo que comer solo. Luego
+volvió á la lectura, pero en su dormitorio, acabando por acostarse con
+el libro en la mano. Sonrió con una sonrisa que parecía una mueca al
+pensar que su fatiga nerviosa le había hecho tenderse en la misma
+postura de los muertos.
+
+Fué pasando las páginas, sin perdonar una sola línea, y sin embargo no
+podía decir qué es lo que estaba leyendo. De pronto, su atención se
+concentraba para recordar. Algo le había ocurrido; algo le esperaba.
+«¡Ah, sí!» Y después de reconstruir en su memoria lo de aquella tarde é
+imaginarse lo del día siguiente, volvía á su lectura sin sentido.
+
+Las páginas fueron desvaneciéndose como pedazos de niebla; sintió su
+mano más ligera: el libro acababa de caer sobre la cama. Instintivamente
+buscó el botón eléctrico para hacer la obscuridad, y antes de perder
+completamente la percepción del mundo exterior oyó sus primeros
+ronquidos.
+
+Una luz hiriéndole en los ojos le hizo incorporarse. Vió al coronel
+junto á su lecho. El profundo silencio de la noche, que aún parecía más
+absoluto sostenido por el rumor del mar, se rasgaba á lo lejos con el
+jadeo de un automóvil.
+
+El príncipe se restregó los ojos. ¿Qué hora era?
+
+--La una--dijo don Marcos.
+
+Todo estaba convenido. El encuentro sería al día siguiente, á las dos de
+la tarde. No podía realizarse antes; aún le quedaban muchos preparativos
+por hacer. El lugar escogido era el castillo de Lewis. En el principado
+de Mónaco resultaba imposible un encuentro: todo él era á modo de una
+casa de vecindad, sin el menor lugar discreto para que dos hombres se
+mirasen frente á frente con una pistola en la mano.
+
+Lubimoff casi se levantó de la cama á impulsos de la sorpresa. El tenía
+la elección de armas, como ofendido, y había hablado á su representante
+del sable, arma favorita de los duelos de su juventud. Toledo, por
+primera vez, arrostró impávido la mirada furiosa de su príncipe.
+
+--¡Marqués--dijo con dignidad--, no podía ser otra cosa! Hay que pensar
+que ese pobre joven es un convaleciente, casi un inválido. Yo me admiro
+de que haya obligado á sus padrinos á admitir la pistola. Sus
+representantes no querían aceptar nada. Son de los que creen que este
+duelo no debe realizarse.
+
+Miguel se calmó. Un sentimiento de equidad le hizo aceptar la decisión
+de Toledo. Aquel enfermo no era un enemigo digno de su sable; había que
+establecer cierta igualdad entre los dos, y para eso servía la pistola,
+única arma que se presta á las sorpresas y caprichos del azar.
+
+«De todos modos lo mataré», pensó Lubimoff, acordándose de sus
+habilidades de tirador.
+
+--Advierto á su Alteza--siguió diciendo el coronel--que lo mismo da un
+arma que otra. Ese joven y sus dos amigos conocen todo lo referente á la
+guerra, pero no tienen noción alguna de lo que son los duelos y de las
+armas que se usan en tales lances.
+
+Luego enumeró las condiciones. Distancia, quince metros; una bala cada
+uno, pero podrían apuntar y hacer fuego mientras él, que iba á ser el
+director del combate, contaba de uno á tres. Con un tirador como el
+príncipe, estas condiciones resultaban graves.
+
+Efectivamente; el príncipe las encontró aceptables.
+
+--Buenas noches--dijo sumiéndose en la cama y remontando el embozo hasta
+sus ojos.
+
+El sueño volvió á apoderarse de él, una vez satisfecha su curiosidad.
+
+Toledo hubiera querido hacer lo mismo, pero tenía que cumplir antes
+sagrados deberes de su ministerio, y vagó por diversas habitaciones,
+registrando muebles, subiéndose en las sillas para huronear en lo más
+alto de los armarios. Buscaba una caja de pistolas de desafío que le
+había regalado en Rusia uno de los generales amigos del difunto marqués.
+Cuando al fin la encontró, tuvo que dedicar más de una hora á la
+limpieza de estas armas de lujo, que habían perdido su brillo de plata
+en el olvido de un largo encierro.
+
+Se sentía fatigado, y al mismo tiempo la consideración de su importancia
+ahuyentaba su sueño. El alma de aquel drama que se estaba preparando
+para el día siguiente era él, sólo él. Faltos de su asistencia, ni Su
+Alteza ni Martínez podrían batirse. Lord Lewis y los dos militares que
+representaban al adversario eran incapaces de una idea, y tenían que
+seguirle como discípulos.
+
+La conciencia de esta superioridad le hizo recordar todas sus gestiones
+y triunfos desde media tarde á media noche.
+
+Había ido en busca de Martínez con cierta indecisión. Contra su deseo,
+encontraba razonadas las protestas de Atilio. Tal vez era cierto cuanto
+decía, y este duelo resultaba un disparate, una locura del príncipe.
+Pero sus ideas tradicionales se encabritaron ante estos escrúpulos. «El
+honor es el honor...» Y experimentó la alegría del que, luego de dudar,
+se convence de que está en lo cierto, al oir que el teniente aceptaba la
+reparación por las armas con regocijo y con cierta prisa, como si
+temiese que Toledo se arrepintiera, retirando su proposición. ¡Joven
+heroico y pundonoroso! Don Marcos encontraba natural que procediese así.
+¡Era de la misma tierra que él!...
+
+Por un momento ocupó su memoria la imagen de la duquesa. Tal vez era
+ella la causante involuntaria de este choque, y el mozo se sentía
+animado por la vanidad. Iba á figurar en un duelo como los que había
+leído en las novelas de su adolescencia; iba á ser protagonista de uno
+de aquellos dramas elegantes que á él le parecían de otro planeta...
+Pero el coronel desechó á continuación estas suposiciones, sugeridas por
+la franca alegría con que Martínez aceptaba su reto, como si le invitase
+á una fiesta.
+
+A partir de aquí empezaron las desorientaciones de Toledo. El mundo
+estaba cambiado, totalmente cambiado, y él marchaba de asombro en
+asombro.
+
+Para favorecer á su compatriota, quiso saber qué armas manejaba con
+preferencia.
+
+--¡Conozco tantas!--exclamó Martínez.
+
+En un asalto había herido con la punta del sable á un alemán gigantesco
+que le amenazaba con su bayoneta. Tuvo que forcejear contra una cosa
+dura que crujía, enviándole al rostro un caño de sangre. Luego, al
+serenarse, vió que había metido el arma por la boca de su adversario,
+rompiéndole las vértebras. Conocía también el revólver, pero no era
+tirador. En otras armas era más experto: la granada de mano, que le
+hacía recordar los juegos de pelota de su infancia; la ametralladora,
+que había manejado como simple sirviente; los explosivos arrojados con
+honda. Hasta tenía sus habilidades de artillero, pero artillero de
+trinchera, para cargar morteros de tiro corto y enviar torpedos y
+proyectiles asfixiantes á la trinchera inmediata.
+
+Sonrió desdeñosamente al insistir don Marcos en la esgrima del sable. El
+tenía una esgrima suya: irse sobre el adversario y pegar antes que éste.
+Pero en el cuerpo á cuerpo prefería el cuchillo. Con el revólver jamás
+se entretenía en apuntar. No disparaba hasta verse junto al enemigo, y
+así el tiro era seguro.
+
+--¿Y la pistola de desafío?--preguntó el coronel.
+
+--La desconozco. Me gustaría verla: debe ser algo curioso.
+
+La mirada de Toledo vagó indecisa por el pecho de aquel oficial, como si
+inventariase sus condecoraciones, deteniéndose en las estrellas que
+moteaban la cinta rayada de su Cruz de Guerra. Cada una de ellas era
+símbolo de una hazaña.
+
+Cuando el teniente lo presentó á sus padrinos, continuaron las
+desorientaciones de don Marcos. Eran dos capitanes muy jóvenes. Toledo
+les supuso veinticinco ó veintiséis años de edad. Su uniforme muy ceñido
+al talle, su kepis de última moda, su apostura gallarda, placieron al
+coronel, que los calificó inmediatamente de militares de carrera. Debían
+proceder de la Escuela de Saint-Cyr; su ojo de profesional no podía
+engañarse: eran otra cosa que el humilde Martínez.
+
+Uno de ellos ostentaba medio rostro quemado por los líquidos inflamables
+de los alemanes; el otro lo tenía surcado por una red de hilillos rojos
+que eran vestigios de cicatrices. Los dos cojeaban; pero el uno
+francamente, apoyado en su garrote, con un pie enorme cubierto de
+envoltorios y metido en un zapato de fieltro; mientras su compañero, que
+tenía una pierna rígida, usaba calzado ajustado y brillante, afirmándose
+con coquetería en un junco fino, que prestaba verdaderamente servicios
+de muleta.
+
+Sus primeras palabras fueron poco gratas para el coronel y Lewis. ¿Qué
+era aquello de un «civil» permitiéndose insultar á un soldado que estaba
+convaleciente de sus heridas? ¿Y qué monserga la de proponer un duelo
+en plena guerra? El que desease morir ó matar no tenía mas que ir al
+frente, como los demás... Pero Martínez, que aún no se había retirado,
+intervino, entablando con ellos una rápida discusión. ¿Querían ó no
+querían hacerle el favor que les había pedido como camaradas? Los dos
+manifestaron un pensamiento. Para ellos, lo lógico era haber dado fin á
+la querella en la misma escalinata del Casino: dos trompazos á aquel
+«emboscado» que no iba á la guerra y se permitía molestar á los que
+cumplían su deber. Hablaban como buenos conocedores de la fragilidad de
+la existencia, como hombres que saben lo poco que cuesta quitarle la
+vida á otro hombre ó perder la propia, y ríen, por instinto, de la
+importancia, las ceremonias y las pretendidas equidades con que se rodea
+en tiempos de paz un simple encuentro individual... Pero, en fin, ya que
+su camarada tenía empeño en que le representasen en esta farsa, le
+darían gusto, aunque luego su complacencia les costase un arresto.
+
+Apenas se hubo retirado Martínez, uno de los dos capitanes, el del pie
+elefantíaco con zapato de fieltro, confesó su falta de idoneidad.
+
+--Yo no he presenciado nunca desafíos en Burdeos. Ignoro cómo son. Antes
+de la guerra era comisionista de vinos en Méjico. Me embarqué con todos
+los franceses que vivíamos allá, y por milagro no nos apresó un corsario
+_boche_. Empecé como soldado de segunda clase; pero he hecho lo que he
+podido... Si fuese un asunto comercial, daría mi opinión: ¡pero en esto!
+Tal vez mi camarada...
+
+¡Otro Martínez! Don Marcos olvidó al capitán del zapato de fieltro. Era
+el Lewis de la parte contraria. Toda su atención se concentró en el
+capitán de botas brillantes y junquillo juguetón. Este debía ser un
+adversario digno de él. ¡Lástima que sus ojos claros tuvieran una
+expresión irónica de hombre que todo lo toma á risa, y por debajo de su
+bigote rubio, muy recortado, á la inglesa, vagase un ligero gesto de
+insolencia!
+
+Había nacido en París; lo declaró con orgullo á las primeras palabras; y
+cuando don Marcos le fué sondeando astutamente para saber si era experto
+en lances de honor y había presenciado muchos desafíos, dijo con
+sencillez:
+
+--Más de cien.
+
+No se había engañado Toledo. Este era el hombre con quien tendría que
+luchar. Luego pensó en la cifra, apreciando al mismo tiempo la edad del
+capitán. ¡Más de cien, y seguramente no pasaba de veintiséis años!...
+Tuvo el presentimiento de que iba á habérselas con algún esgrimidor
+ilustre cuyo nombre glorioso había sido obscurecido momentáneamente por
+la guerra.
+
+Ellos dos hablaron únicamente. Al principio, el capitán pareció
+burlarse, con una gracia parisién, de los términos solemnes y
+altisonantes con que don Marcos trataba las cuestiones de honor. Pero su
+grave y tenaz prosopopeya acabó por vencer á este fisgón, que se puso á
+su mismo tono, interesándose en el asunto y reconociendo su importancia.
+
+En ciertos momentos, el coronel sintió dudas al escuchar cómo su
+contrincante formulaba verdaderas herejías, revelando una ignorancia
+absoluta de los grandes tratadistas que han codificado los encuentros
+entre caballeros. ¡Y este hombre había asistido á más de cien lances de
+honor!... Después se asombró de la prontitud con que se apropiaba los
+textos citados por él, de la agilidad con que se había asimilado sus
+clásicos, volviéndolos al revés, en apoyo de sus afirmaciones.
+
+Cuando el encuentro fué concertado hasta en los menores detalles, el
+capitán resumió sus impresiones con una sencillez que dió frío á don
+Marcos.
+
+--Quedará herido uno de los dos, ó tal vez los dos. No es cosa
+extraordinaria. ¿Quién no está herido en estos tiempos? La cirugía ha
+adelantado mucho; es otra cosa que al principio de la guerra. El que no
+muere en el acto, se salva casi siempre. Además, los llevarán á la cama
+y no quedarán abandonados días y días sobre el terreno, como ocurre en
+los combates.
+
+Pero el gesto de placidez con que hablaba de las heridas se fué
+convirtiendo en una expresión torva.
+
+--Supongo--continuó--que no tendremos muertos; porque si mi camarada
+Martínez, que es bueno como un cordero y al que quiero mucho, muere en
+esta broma, yo mato á su príncipe a continuación, sin regla alguna,
+como se mata á un _boche_ en el frente.
+
+Fué tan sincero el tono de estas palabras, que el coronel, impresionado
+por ellas, no reparó en lo extrañas que resultaban dichas por un
+especialista de las leyes del honor.
+
+La conversación se hizo más íntima y cordial, como ocurre siempre que se
+da por terminado un negocio arduo. Toledo tuvo que contarles su vida
+guerrera--como él se la imaginaba, á través de los años--, y los dos
+jóvenes, que habían asistido á combates de millones de hombres,
+mostraron el mismo interés de los niños que escuchan un cuento exótico
+ante este relato de obscuros encuentros de montaña, que ni nombre
+tenían, y sólo perduraban exageradamente en la memoria de don Marcos.
+
+El capitán parisién, elegante y gracioso, habló igualmente de su pasado.
+
+--Yo, antes de la guerra, trabajaba en la reventa de billetes de los
+teatros del bulevar. No tengo otro oficio.
+
+Hizo un esfuerzo el coronel para contener su sorpresa... Sí que había
+visto más de cien duelos; pero era en las obras dramáticas, sobre las
+tablas, entre cómicos, que dan á los preparativos del encuentro una
+lentitud ceremoniosa para prolongar la ansiedad del público. Debió
+adivinarlo al oir sus disparates. ¡Cómo se había burlado de él!...
+
+Pero inmediatamente sus ojos bajaron hasta el pecho de los dos jóvenes.
+Iguales á Martínez: la Legión de Honor, la Medalla Militar, la Cruz de
+Guerra con estrellas. La del antiguo revendedor de billetes hasta se
+mostraba cruzada por una palma de oro.
+
+¡Ay! El mundo había cambiado. ¿Dónde estaban los tiempos de don
+Marcos?... Luego pensó en todo lo que había hecho en su vida para
+considerarse superior: asistir ceremoniosamente á varios duelos, muchas
+veces sin resultado alguno. Pensó también en lo que habían hecho y
+habían visto estos jóvenes en menos de cuatro años. Su origen obscuro le
+trajo á la memoria á numerosos guerreros de Napoleón de nombre célebre y
+peor origen. Algunos llegaron á ser reyes, mientras que estos pobres
+capitanes, una vez terminada la guerra, tendrían que volver, cargados de
+gloria, á sus antiguas ocupaciones, batallando diariamente por la
+conquista del pan.
+
+Se separaron, conviniendo en verse después de la comida, para firmar el
+acta de las condiciones del encuentro. Los cuatro estaban de acuerdo.
+Pero al mencionar dicha cifra, Toledo se fijó en que sólo eran tres.
+Lewis había asistido con cierta impaciencia á los largos exordios de la
+entrevista en un diván del atrio del Casino.
+
+--Un amigo me espera.... Vuelvo al momento.
+
+Y se había metido en las salas de juego, lugar vedado á los oficiales.
+
+No podía el coronel hacerse ilusiones sobre la duración de este momento,
+á pesar de que iban transcurridas cerca de dos horas. Después de
+separarse de los capitanes, encontró á Lewis en una mesa de «treinta y
+cuarenta», teniendo ante sus manos un montón de placas de mil francos.
+Al principio no entendió lo que Toledo le decía al oído. Tuvo que hacer
+un esfuerzo para recordar.
+
+--¡Ah, sí; lo del duelo!... Usted tiene toda mi confianza; haga lo que
+quiera, firmaré lo que me presente, pero no me levanto aunque me
+avisasen la muerte de Lubimoff. ¡Qué día este, amigo mío! ¡Si todos
+fuesen así!
+
+Y le volvió la espalda para aprovechar el tiempo, antes de que cambiase
+el vuelo de la suerte.
+
+El coronel había comido en el Café de París, rumiando mentalmente los
+párrafos del acta del encuentro. La consideración de que todos confiaban
+en su pericia le hacía ser muy exigente consigo mismo. Deseaba algo
+conciso y brillante que inspirase respeto á aquellos muchachos
+gloriosos. Y pasó más de una hora garrapateando papeles, rompiéndolos y
+empezando otros, entre los restos de sus postres. Trabajo inútil: los
+dos firmaron en el gabinete de lectura del Casino, después de pasar una
+mirada rápida por el texto. A Lewis tuvo que sacarlo de las salas
+privadas con toda clase de ruegos y astucias. El inglés se había
+olvidado de comer, para no enojar á la fortuna con su ausencia, ¡y este
+testarudo coronel venía á estorbarle con la maldita historia del
+duelo!...
+
+Firmó sin mirar; dió su palabra á los oficiales de que iría á buscarles
+en un automóvil para conducirlos á su castillo, y echó á correr
+inmediatamente, no sin antes decir á don Marcos con un tono agrio:
+
+--Hasta las cuatro nada más. Si á las cuatro de la tarde no ha terminado
+todo, les dejo que se maten á solas y me vuelvo aquí. Es la hora en que
+empiezan las tallas magníficas. Lo de hoy va á continuar.
+
+Huyó, sonriendo con lástima de las gentes que se entretenían en cosas
+menos importantes.
+
+Al quedar solo, el coronel tuvo que ocuparse de los preparativos del
+encuentro. Necesitaba un médico. Buscaría en la mañana siguiente á un
+viejo doctor de Monte-Carlo que visitaba de tarde en tarde al príncipe.
+Necesitaba pólvora y balas; también se propuso buscarlas al otro día.
+Necesitaba dos cajas de pistolas, ¡y sólo tenía una!...
+
+Esto de las dos cajas lo consideraba esencial. Los padrinos del otro no
+sabían dónde encontrar la suya. No importa; él se encargaba de buscarla.
+Lo indispensable era que hubiese dos, para que la suerte decidiese cuál
+debían emplear. Y en ello anduvo hasta cerca de la una de la madrugada,
+preguntando en las porterías de los hoteles, haciendo levantarse á
+gentes que ya estaban en la cama, subiendo á los salones del
+_Sporting-Club_, hasta que un amigo americano le dió una carta para
+cierto compatriota maniático y sombrío que habitaba una «villa»,
+aislada, del Cap-Ferrat. Pensaba realizar al día siguiente esta gestión;
+para eso había alquilado un automóvil, gasto enorme dada la carencia de
+vehículos y de combustible, pero exigido por la importancia de sus
+funciones...
+
+Y ahora estaba en Villa-Sirena, á las dos de la madrugada, limpiando sus
+pistolas con lentitud, como si fuesen joyas frágiles.
+
+En el silencio de su dormitorio, lejos de los hombres, influenciado por
+la misteriosa soledad de las altas horas nocturnas, que hacen perder sus
+contornos á las cosas y á las ideas, se consideró enormemente
+engrandecido. No; su mundo no había cambiado tanto como él creía. La
+prueba era que estaba allí, limpiando unas armas para un duelo.
+
+ * * * * *
+
+Al despertar el príncipe en la mañana siguiente, no encontró á su
+«chambelán». El automóvil de alquiler se lo había llevado á las siete,
+para que completase sus preparativos.
+
+Vagó Lubimoff por los jardines, deteniéndose ante los jaulones que
+albergaban diversos pájaros exóticos. Luego siguió con mirada distraída
+las evoluciones de varios pavos reales extendiendo bajo el sol sus
+mantos azul y oro de un negro señorial.
+
+Su viejo ayuda de cámara interrumpió este paseo. Unos hombres con un
+carro venían á buscar el equipaje del señor Castro.
+
+Miguel no manifestó sorpresa; podían entregarles todo lo perteneciente á
+don Atilio. Pero el doméstico añadió que los mismos hombres querían
+llevarse igualmente lo poco que era de la propiedad del señor Spadoni,
+noticia que asombró al príncipe. ¡También éste!... ¿Qué motivo tenía
+para abandonarle?...
+
+Pasó su vista por una breve carta dirigida al coronel y firmada por
+ambos. Castro arrastraba en su fuga al inconsciente pianista.
+
+«Está bien--pensó--; que se vayan todos, que me dejen solo. ¡Si creen
+que con eso van á hacerme desistir de que cumpla mi voluntad!...»
+
+Después reanudó su paseo.
+
+Sólo le quedaban unas horas para verse enfrente de aquel joven tan
+aborrecido por él. Lo iba á suprimir con frialdad, para que no
+continuase siendo un estorbo; lo mataría, estaba seguro de ello. Las
+condiciones ideadas por el coronel eran suficientes para que un tirador
+de su fuerza abatiese al adversario. Le bastaba un solo tiro.
+
+Por un instante pensó en ir al fondo de sus jardines, donde algunas
+veces se entretenía tirando. Era oportuno ejercitar el pulso; la pistola
+ofrece sorpresas. Luego desistió, por parecerle indigno el añadir estos
+preparativos á su evidente superioridad. Aquel adversario mediocre no
+podía ejercitarse á estas horas; le faltaban los medios en Monte-Carlo,
+donde no tenía otras amistades que las de los compañeros convalecientes
+y algunas damas.
+
+¡El, en cambio!... Extendió su brazo musculoso, teniéndolo rígido unos
+segundos con la vista fija en el puño. Ni el más ligero temblor:
+colocaría su bala donde quisiera. El pobre Martínez podía darse por
+muerto... Y ningún asomo de remordimiento turbó el infernal orgullo de
+su fuerza implacable.
+
+Era tan enorme la conciencia de su superioridad, tan absoluta su certeza
+en el resultado, que al fin acabó por sentir dudas: esa desazón que
+infunde el misterio de lo que aún está por realizarse.
+
+Acudieron de golpe á su memoria relatos de combates en los que el débil
+triunfa inesperadamente del fuerte, por un obscuro dictado de la
+justicia inmanente. Recordó muchas novelas en las que el lector suspira
+de satisfacción al ver que el héroe, simpático y modesto, puesto en
+peligro de morir por el «traidor» de la obra, más fuerte y malo que él,
+no sólo salva su vida, sino que además mata por una feliz casualidad á
+su adversario, con lo que se demuestra la existencia de algo superior y
+equitativo que las más de las veces parece que duerme, pero en ciertos
+momentos despierta, dando á cada uno su merecido. Desde los tiempos de
+David, el pastorzuelo descalzo, matando de una pedrada al desaforado
+gigante vestido de bronce, la humanidad gustaba de estas historias.
+
+La pistola era un arma caprichosa, más dúctil que otras á las soluciones
+absurdas de la fatalidad. ¿No caería él, con toda su maestría, bajo el
+primer tiro del pobre teniente?...
+
+Volvió á tender el brazo, como poco antes, contemplando su puño cerrado.
+Luego sonrió, con aquella sonrisa de sus antepasados que daba á su
+rostro una fealdad mogólica. ¡Fábulas de la tradición, invenciones de
+los novelistas para halagar al público en su sensiblería igualitaria! El
+fuerte siempre es el fuerte. Dentro de unas horas el estorbo quedaría
+anulado, sin emoción y sin remordimiento, como deben hacerlo los
+hombres superiores.
+
+Un estrépito procedente de la vía férrea le sacó de estos pensamientos.
+Era un tren de soldados que avanzaba, como todos los otros, envuelto en
+gritos, aclamaciones y silbidos. Rodaba hacia Italia, en sentido inverso
+de los numerosos trenes que venían al frente francés. El príncipe se
+dirigió á una terraza de su jardín, cuya muralla de piedras y flores
+descendía hasta la vía férrea. Los vagones parecieron desfilar
+voluntariamente ante sus ojos, mostrándole en una curva uno de sus
+lados, y luego la cara opuesta al llegar á otra curva, donde se perdían.
+
+El uniforme de estos combatientes desorientó por un momento al príncipe,
+como una novedad inesperada. Iban vestidos de sarga negra, con el cuello
+de la blusa abierto y los brazos arremangados. En la cabeza llevaban un
+gorrito blanco con las alas levantadas, semejante á los barquichuelos de
+papel que construyen los niños.
+
+Los reconoció al fin; eran marineros de los Estados Unidos, un batallón
+de fusileros de la flota que iba á Italia para que la bandera de las
+rayas y las estrellas representase á la gran República en las cumbres de
+hielo de los Alpes y en los pantanos ardorosos del Véneto.
+
+Con la celeridad de las visiones mentales, que muestran, superpuestas y
+claras al mismo tiempo, un sinnúmero de imágenes diversas, el príncipe
+contempló los puertos de la América del Norte visitados en su juventud,
+colmenas acuáticas en las que se reconcentran todo el trabajo y la
+riqueza de la tierra; las ciudades monstruosas, interminables, pobladas
+como naciones, donde la libertad y el bienestar de la vida parecen haber
+llegado á sus últimos limites... ¡Y estos hombres abandonaban las
+comodidades de una existencia sabiamente organizada, sus fructíferos
+negocios, su trabajo ampliamente remunerado, sus inmediatas esperanzas
+de fortuna, para morir tal vez en el viejo mundo por ideas, sólo por
+ideas, pues no buscaban nuevos pedazos de terreno ni indemnizaciones!...
+¡Y hasta ahora, el vulgo había considerado á su país como el más
+positivo, como el menos poético é idealista, llamándolo la tierra del
+dólar!... ¡Luego era verdad que las ideas generosas son algo más que
+palabras, ya que millones de hombres salvaban los mares para dar su
+sangre por ellas!...
+
+Los marineros, después de atravesar el caserío de Monte-Carlo entre
+estandartes y aclamaciones, entraban en pleno campo, perdiéndose sus
+gritos sin eco alguno. Por esto su atención se concentró en aquella
+terraza florida y en el hombre asomado á ella. Fué como una revista: los
+vagones, uno por uno, se animaban al pasar ante el príncipe. De todas
+las ventanillas surgían brazos arremangados agitando gorros blancos.
+Sobre los techos, algunos mocetones manoteaban con los brazos extendidos
+y las piernas abiertas, mientras el viento hacía ondear los pliegues de
+sus pantalones negros sobre unas polainas claras. Más de mil bocas
+fueron saludando al solitario de la terraza con silbidos alegres, hurras
+ó gritos ininteligibles, que servían de escape á una juventud
+exuberante, hambrienta de peligro y de gloria, regocijada y curiosa á
+través de un mundo viejo que para ella era nuevo.
+
+Lubimoff permanecía inmóvil, acodado en la baranda, con la mandíbula en
+una mano, como si no viese este río encajonado de hombres deslizándose
+más abajo de sus pies. Los ruidosos marineros, al alejarse, volvían la
+cabeza, repitiendo sus gritos y saludos, como si quisieran despertar á
+esta figura humana, rígida y adherida á la balaustrada lo mismo que si
+formase parte de su ornamentación.
+
+Había olvidado completamente sus ideas y preocupaciones de poco antes.
+Sólo veía este raudal de jóvenes corriendo hacia el peligro y la muerte
+por unos cuantos ideales, simples y hermosos como su salud primaveral.
+Venían del otro lado de la tierra con la fe sencilla que realiza los
+grandes milagros de la Historia; y mientras tanto, el príncipe Lubimoff,
+que, en fuerza de rebuscar ideas superiores y sensaciones exquisitas,
+había acabado por no creer en nada, estaba allí, en una baranda de su
+jardín, calculando el medio más seguro de matar á un hombre, un hombre
+útil, igual á estos que pasaban.
+
+La imagen de Castro surgió en su memoria. También éste había
+presenciado dos días antes el paso de un tren. Recordó su impresión, tan
+honda y poderosa, que le había impulsado á abandonar Villa-Sirena,
+rompiendo con su pariente. Vió, tal como él se lo había descrito, el
+rostro amargo de aquel soldado rojo que lo insultaba con su desprecio.
+
+--¡Aún queda un lugar!...
+
+Los fusileros americanos continuaban sus silbidos, sus gritos de
+exuberante juventud; pero á él le pareció que estas voces y estos
+manoteos decían lo mismo que el otro, invitándole con irónica cortesía:
+«¡Ven; aún queda un lugar!» Algo más se callaban, pero él lo oyó en el
+interior de su cerebro como el bordoneo de una campana remota. Se había
+considerado un hombre valeroso que, por distinción, por sibaritismo, por
+refinada indiferencia, quería mantenerse al margen de las cosas que
+apasionan al resto de los mortales. Pero el lejano campaneo protestaba,
+zumbando la misma palabra: «¡Cobarde! ¡cobarde!»
+
+ * * * * *
+
+Anduvo meditabundo por el jardín hasta que llegó Toledo, pasadas las
+doce. Almorzaron apresuradamente, y el coronel hizo varias indicaciones.
+Su sabiduría en materia de duelos, frondosa y de infinitos brazos como
+el árbol de la ciencia, tocaba con una de sus ramas á la cocina. Nada de
+carnes ni de vino; debía guardar sereno el pulso. (Y al mismo tiempo
+hacía votos por que los tiros fuesen sin resultado, pues ambos
+contendientes le inspiraban igual interés.) Unos huevos blandos, nada
+más; poco líquido. En el último momento debía acordarse de aligerar su
+vejiga. ¡Terrible un balazo con derrame interior!... El pensaba en todo.
+
+Subió á su habitación, para revestirse con la levita de los desafíos.
+Había llegado el momento de oficiar. Quedó indeciso ante el espejo,
+apreciando la falta de concordancia entre esta prenda majestuosa y el
+sombrero hongo que le servía de remate. ¡Ah, la guerra! Sonrió ante la
+suposición absurda de haberse presentado así, cuatro años antes--como
+quien dice cuatro siglos--, en aquellos duelos de París, donde padrinos
+y adversarios sólo podían ir decentemente en busca de la muerte con
+sombrero de copa de ocho reflejos.
+
+A pesar de haber prescindido de este tocado solemne, sospechó que podía
+ofrecer un aspecto algo ridículo al verse en el automóvil, sentado junto
+al príncipe, con su larga levita y las dos cajas de pistolas sobre las
+rodillas.
+
+El carruaje se detuvo en el bulevar de los Molinos, frente á la casa del
+médico. Pasaban militares convalecientes, unos con los ojos inmóviles,
+dando golpes de bastón ante sus pasos, otros vacilantes por la debilidad
+ó las amputaciones.
+
+Una voz femenina, suave y dulce, saludó al príncipe. Era una enfermera
+delgadísima que avanzaba llevando del brazo á dos oficiales ciegos.
+Miguel y don Marcos reconocieron á la sobrina de Lewis. Ella les sonrió,
+mostrándoles los dos mocetones ingleses á los que servía de lazarillo;
+dos Apolos rubios, tostados por el sol, con la nariz que descendía recta
+de la frente, la dentadura brillante, el cuerpo esbelto y armoniosamente
+membrudo, pero los ojos apagados y un gesto trágico en la boca, de
+desesperación, de protesta, al verse muertos en vida.
+
+--Son mis dos _flirts_, ¿Qué les parecen?
+
+Bromeaba para alegrar á sus acompañantes, con aquel regocijo de virgen
+atrevida y dolorosa que iba esparciendo un pálido rayo de sol
+septentrional por ambulancias y hospitales. Parecía fabricada toda ella
+con pasta de hostia, frágil, anémica, de una blancura que clareaba á la
+luz, lo mismo que un cristal turbio. Y se alejó, guiando como niños á
+los dos ciegos, desesperados y hermosos, que erguían toda la cabeza por
+encima de la suya. Una leve presión de sus dedos podía aplastar este
+cuerpo de fanal, todo luz, sin otra materia que la precisa para
+transparentar y guardar la llama interior.
+
+--¡Adiós, lady!--dijo el príncipe.
+
+Don Marcos se estremeció al oir su voz; una voz grave que no había
+conocido nunca, una voz temblorosa como un cántico sentimental en cuyo
+fondo goteasen lágrimas.
+
+Depositó el médico sobre la raída alfombra del automóvil su caja de
+operaciones. Con ésta ya eran tres. Sólo entonces se decidió el coronel
+á desembarazarse de sus dos cajas preciosas, colocándolas sobre la del
+doctor.
+
+Se lanzó el carruaje montaña arriba, por un camino de violentos zigzags.
+Al final de cada ángulo se mostraba Monte-Carlo, más hundido, más
+pequeño, como una ciudad de caja de juguetes, con los tejados rojos y
+muchas hormigas siguiendo el hilo de sus calles para aglomerarse en la
+plaza. En cambio, el mar remontaba su lomo, crecía en altura por
+momentos, devorando con su mandíbula azul y rectilínea un pedazo de
+cielo á cada revuelta de la ascensión.
+
+Sobre la cumbre iba agigantándose el volumen de una mole de albañilería:
+«El Trofeo», título que había acabado por convertirse en La Turbie,
+nombre medioeval del pueblecillo amurallado y pardo que se apretuja
+alrededor del monumento. Dos columnas esbeltas de mármol blanco adosadas
+á la mampostería y un trozo de cornisa era todo lo que quedaba del más
+soberbio de los trofeos romanos; torre de treinta metros, con una
+estatua gigantesca de Augusto en su remate, que marcaba sobre los Alpes
+el límite entre las tierras del Imperio y las Galias conquistadas.
+
+El automóvil, dejando atrás el villorrio de La Turbie, corría ahora por
+la antigua vía romana.
+
+--Veo á las legiones--murmuró gravemente don Marcos.
+
+Era una manía. Nunca había tenido suficiente imaginación para ver á las
+legiones por sí mismo; pero después de presenciar en una cinta
+cinematográfica un desfile de figurantes con las piernas desnudas y la
+espada al hombro siguiendo al caballejo de Julio César, la vida militar
+romana no guardaba para él misterio alguno, y cada vez que subía á La
+Turbie repetía lo mismo: «Veo á las legiones.»
+
+Minutos después olvidó su guerrera resurrección para señalar varias
+construcciones de un gris azulado que las hacía confundirse con la
+colina situada á sus espaldas. El castillo de Lewis. Fueron destacándose
+de él torres sueltas unidas por puentes á la masa cuadrada del edificio;
+torres albarranas que flanqueaban las puertas; techos agudos de
+pizarra, con doble fila de buhardillas; techos que sólo tenían el
+costillaje de madera, á través del cual se veía el espacio, como si su
+relleno hubiese sido devorado por un incendio; muros á medio construir,
+que bajaban en ángulo recto lo mismo que un cartabón de piedra clavado
+en el suelo por su filo más largo.
+
+El castillo podía confundirse de lejos con una ruina abandonada. Lewis,
+perdida la esperanza de poderlo terminar, declaraba de buena fe que así
+era mejor, pues le evitaba el trabajo de adornarlo con ruinas
+artificiales. Tenía el aspecto de una fortaleza de leyenda, como las que
+había descrito su padre el historiador, hecha para los cielos grises,
+para las selvas de húmedo verde, y parecía querer escapar de este
+paisaje tostado por el sol, de vegetación parsimoniosa, huyendo del
+contacto con los olivos, los cactos y los leñosos matorrales cubiertos
+de rudas flores.
+
+Descendieron del automóvil en una planicie limitada por dos cuerpos de
+edificio que formaban ángulo. Era el patio de honor, la plaza de armas
+del futuro castillo. En los otros dos lados, unos muros que sólo se
+elevaban un metro sobre el suelo indicaban la traza de lo que podría ser
+este patio algún día, si la suerte dejaba de mostrarse adusta con el
+propietario. En el fondo abierto de la planicie estaba otro automóvil de
+alquiler, y junto á él los tres militares.
+
+Acudió Lewis á saludar al príncipe. Hacía poco que habían llegado, y
+como tenía prisa, se encaró inmediatamente con el coronel.
+
+Don Marcos era el oráculo que había que consultar para no perder tiempo.
+¿Podrían resolver el negocio allí mismo?... ¿No sería mejor detrás del
+castillo, en un huerto rodeado de viejos olivares?...
+
+El coronel, con una caja en cada brazo, fué examinando el terreno. Lo
+único que le preocupó en los primeros instantes fué su propia persona.
+Decididamente se veía ridículo. Aquellos tres oficiales, con sus
+uniformes; el príncipe, con un traje de calle azul obscuro; el médico,
+vestido de viejo, como siempre; Lewis, con un gran sombrero de paja, sin
+el cual no podía andar por su castillo, ¡y él envuelto en su levitón
+solemne, que parecía asustar á los palomos refugiados en los aleros y
+los muros ruinosos!...
+
+Después de echar un vistazo detrás del castillo, se decidió por el
+patio, limpio de árboles. Colocaría á los contendientes de modo que sus
+figuras no resaltasen sobre un fondo de pared.
+
+Lewis, á pesar de sus prisas, creyó necesario hacer los honores de la
+casa. «¿Una copa de _whisky_?...» Como no le habían dado tiempo para
+prepararse, y él habitaba ahora en Monte-Carlo, su despensa estaba
+vacía. Pero esperaba dar con una buena botella buscando un poco. ¿En qué
+casa respetable no se encuentra _whisky_ para los amigos?
+
+--Cuando terminemos, lord--dijo el coronel, escandalizado por esta
+invitación que atentaba contra los ritos.
+
+Los cuatro padrinos y el médico estaban en una sala del piso bajo,
+adornada con trofeos de armas antiguas. Los dos adversarios habían sido
+olvidados en el patio, como actores que esperan su turno para mostrarse.
+
+Toledo abrió las cajas de pistolas, dando á los dos capitanes la que
+había buscado aquella mañana en el Cap-Ferrat. La suerte iba á decidir
+cuál de ambas emplearían.
+
+--No es necesario--dijo el parisién--. Lo mismo da una que otra.
+Dispóngalo todo como mejor le parezca.
+
+Protestó don Marcos contra este deseo irreverente de acortar las
+ceremonias. Era preciso: estaban allí para un asunto muy grave.
+
+Una pieza de cinco francos brillaba un su mano. ¡Lo que le había costado
+adquirirla! De todas sus gestiones en la mañana, ésta había sido la más
+larga y penosa. La moneda estaba oculta, á causa de la guerra. No se
+encontraba mas que papel, y él no podía echar suertes con un billete de
+cinco francos. Había tenido que rogar á uno de los altos personajes del
+Casino que le proporcionase este redondel precioso.
+
+--¿Cara ó cruz?
+
+Y al favorecer la suerte á sus viejas pistolas, sintió un gran regocijo
+interior. ¡Empezaba á triunfar!
+
+El médico, mientras tanto, miraba afuera por la puerta del salón, con
+cierta extrañeza, casi con escándalo, fijando luego sus ojos en el
+coronel. Al fin le llamó aparte. ¿Aquel teniente era el que iba á
+batirse con el príncipe?... Lo conocía; un amigo suyo, médico militar,
+le había hablado de él como de un caso asombroso de vitalidad. Era un
+horrible disparate lo que estaban proyectando: casi un asesinato. Tal
+vez cayese redondo antes de que sonase el primer tiro. Le habían hecho
+una operación audaz en el cráneo; vivía milagrosamente, podía morir de
+un modo fulminante á la menor emoción.
+
+Y don Marcos tuvo una respuesta heroica, digna de él.
+
+--Doctor, para un hombre de éstos, batirse no es una emoción.
+
+Procedió con lenta gravedad á lo más delicado de su ministerio: cargar
+las pistolas. Los dos capitanes siguieron con mirada curiosa esta
+operación desconocida por ellos, á pesar de que se imaginaban haber
+visto tanto. El parisién casi rió al contemplar cómo manejaba Toledo la
+diminuta cuchara de marfil que contenía la carga de pólvora,
+examinándola escrupulosamente antes de verterla en el cañón del arma,
+con cierto miedo de haber echado un grano más en uno que en otro. El
+coronel estaba seguro de que este heroico burlón se divertía con sus
+precauciones meticulosas... Pero no podría negar que le interesaba la
+novedad de la ceremonia.
+
+Lewis salió para disponer que los automóviles se alejasen hasta una
+arboleda cercana. Un verdadero disgusto para los dos conductores.
+Obedecieron á regañadientes, con el propósito de volver, aunque fuese
+arrastrándose, y presenciar el espectáculo.
+
+Toledo dejó las dos pistolas sobre una antigua mesa veneciana. Ya
+estaban listas; que nadie las tocase: eran algo sagrado. Luego, su
+mirada, al pasar sobre el muro inmediato, su animó con un resplandor de
+inspiración; y de una panoplia descolgó dos espadas herrumbrosas,
+saliendo con ellas al patio.
+
+Abandonados de sus padrinos, los contendientes habían empezado á
+pasearse, fingiendo que no se veían y sorprendiéndose mutuamente cuando
+se miraban con el rabillo del ojo.
+
+Los dos volvieron de golpe á la misma situación de la tarde anterior,
+como si no hubiera transcurrido el tiempo, como si estuviesen aún en lo
+alto de las gradas del Casino.
+
+Todo lo que el príncipe llevaba pensado en las últimas horas y le había
+seguido hasta allí, como un esbozo de remordimiento, se desvaneció de
+golpe. ¡Este caballerito era el que había intentado abofetearle á él...
+al príncipe Lubimoff!... Pronto iba á convencerse de lo que cuesta
+semejante atrevimiento.
+
+Pero su cólera parecía menos violenta que en el día anterior, más
+razonada, como obra exclusiva de su voluntad; y esta blandura acabó por
+irritarle contra sí mismo.
+
+El otro era más instintivo en su rencor. Al mirar al príncipe veía al
+mismo tiempo la suave imagen de aquella gran dama, su protectora. Porque
+era rico, había querido atropellarle, tratándolo como á un siervo de sus
+lejanas tierras... Todo lo mejor de la vida había sido para él, ¡y aún
+pretendía apoderarse de las migajas perdidas que tocan á los
+infelices!... Ignoraba cómo se mata á un hombre en estos combates
+reglamentados; pero deseaba matar, y sentía la absoluta confianza en sí
+mismo que le había empujado allá en las trincheras en los días más
+crueles de peligro y de éxito.
+
+La presencia de don Marcos con una espada en cada mano turbó sus
+reflexiones y paseos, dejándolos inmóviles. El coronel miró al cielo,
+luego dió varios pasos en distintas direcciones, para evitar que uno de
+los contendientes quedase colocado frente al sol.
+
+Finalmente clavó en tierra con fiereza una de sus espadas. Le había
+parecido más apropiado al carácter del lugar el valerse de estas armas
+antiguas. Las encontraba más en concordancia con el romántico castillo
+de Lewis, que dos estacas ó dos bastones. Pero su satisfacción por este
+hallazgo duró poco. Al levantar los ojos, vió al príncipe, vió á
+Martínez...
+
+¡Pobre coronel!... Hasta entonces había procedido como el sacerdote que
+se embriaga con sus propias oraciones y en propio incienso, sin pensar
+á quién los dedica. Había preparado este acto con el fervor ciego de un
+profesional que reanuda sus funciones después de varios años de
+inacción, y sólo piensa en ellas, no acordándose del que se las encarga.
+Todo lo había hecho con arreglo á los ritos, para que dos caballeros
+pudieran matarse dentro de la más estricta corrección; pero ahora, en el
+momento supremo, se daba cuenta por primera vez de que estos dos hombres
+eran su príncipe y Martínez, su compatriota, su héroe.
+
+Se extrañó de cómo había podido llegar hasta allí. Experimentaba el
+asombro del ebrio que recobra la razón entre los objetos rotos por su
+feroz inconsciencia. Recordó las palabras de Castro y del médico; ¿cómo
+no había visto él que este duelo era un disparate? El arrepentimiento
+cosquilleó en sus ojos con una sensación húmeda; pero ya era tarde.
+Debía continuar, aunque le faltase la serenidad.
+
+Lo único que había olvidado en sus minuciosos preparativos era la cinta
+métrica, y vió en esta omisión un auxilio de la Providencia. Partiendo
+de la espada fija en el suelo, empezó á marchar para medir el terreno
+con sus pasos. No fueron pasos; fueron zancadas enormes, verdaderos
+saltos. Ahora sí que estaba convencido de la ridiculez de su aspecto,
+abiertos como alas los faldones del levitón é incesantemente repelidos
+por unas piernas incansables. «Quince pasos...» Y clavó la segunda
+espada.
+
+Por su gusto, hubiese ido hasta el otro extremo del descampado; tal vez
+hasta donde aguardaban los automóviles. Luego consideró con turbación el
+terreno medido. Seguramente pasaba de veinte metros, ¡una falsedad! ¡una
+villanía!... ¡Que Dios y los caballeros se lo perdonasen!
+
+Otra vez salió á luz la pieza de cinco francos. Había que sortear el
+sitio de cada contendiente. El capitán parisién acogió la proposición
+con aire aburrido.
+
+--¡Pero si le he dicho que haga lo que quiera!...
+
+Lewis runruneaba de impaciencia por debajo de su bigote.
+
+Cuando la moneda hubo marcado el lugar de cada uno, don Marcos colocó
+al príncipe delante de una espada.
+
+--Marqués: el sombrero--dijo en voz baja.
+
+Lubimoff, comprendiendo esta indicación, se despojó del sombrero,
+arrojándolo á gran distancia. Su adversario no podía batirse con el
+kepis puesto; su color amarillento y la cifra de la Legión bordada más
+arriba de la visera le daban una visualidad inadmisible. Su uniforme era
+también una preocupación para Toledo, que se esforzó por suprimir en él
+todos los detalles vistosos.
+
+Asistido por uno de los capitanes, procedió á despojar á Martínez de sus
+adornos de gloria, después de colocarlo junto á la otra espada. Fué como
+una degradación. Le quitaron su kepis, luego las condecoraciones, el
+cordón rojo que pendía de su hombro, la correa avellanada que cruzaba su
+pecho, el cinturón del mismo color que oprimía su talle. El teniente
+pareció más pequeño y desmedrado dentro de su uniforme suelto y sin
+adornos. El parisién, siempre alegre, lo comparaba á un pájaro
+desplumado.
+
+Creyó necesario el coronel repetir en alta voz las condiciones del
+duelo. El príncipe las sabía y estaba avezado á estos encuentros.
+Martínez era el que necesitaba sus indicaciones. Después que él, como
+director del combate, diese la voz de «¡Fuego!», contaría lentamente
+«Uno, dos, tres». Podían apuntar y disparar en este espacio de tiempo.
+¡Mucha atención, teniente! Don Marcos habló con una gravedad trágica.
+
+--Si hace usted fuego antes del _uno_ ó después del _tres_, será
+declarado felón.
+
+Esto de ser declarado felón asustó al joven. No sabía con certeza lo que
+era, pero le impresionaba el gesto del coronel al pronunciar la terrible
+palabra. Ya no pensó con tanta vehemencia en matar á su adversario; este
+deseo pasó á segundo término. Tampoco pensó en que podía morir. Su única
+preocupación fué calcular bien el tiempo, obedecer la orden, no
+entretenerse en apuntar; hacer fuego antes del terrible _tres_, para que
+no le diesen aquel título horripilante y misterioso.
+
+Don Marcos entró en el castillo y volvió á aparecer con las dos pistolas
+cargadas. Dió una al príncipe. Este no necesitaba lecciones. Puso la
+otra en la diestra del teniente, y le indicó cómo debía mantenerse, el
+brazo doblado, el arma en alto, todo el cuerpo bien de perfil. Todavía
+insistió en sus indicaciones. ¡Cuidado con equivocarse! Ya lo sabía:
+_uno... dos... tres_.
+
+Quedó en mitad de la distancia que separaba á los adversarios,
+apartándose unos cuantos posos nada más de la línea de tiro. En aquel
+instante deseaba morir, para que los dos resultasen indemnes.
+
+Se despojó del sombrero con solemnidad, é hizo un gesto de tristeza.
+
+--Señores...
+
+Durante toda la mañana, al ir de un lado á otro realizando sus
+preparativos, no había dejado de pensar en lo que diría en este momento,
+fabricando una soberbia pieza oratoria, breve y conmovedora. Muchas
+veces había hablado en los duelos, mereciendo la aprobación de los otros
+padrinos, viejos generales, gentes expertas, acostumbradas á tales
+actos. Pero la corta arenga de hoy iba á ser la mejor de sus obras.
+
+«Señores...», repitió. Vacilaba, no sabía qué añadir, todo se había
+borrado de su memoria. Con una voz balbuciente fué diciendo lo que se le
+ocurría, sin orden alguno, sin que una sola de sus palabras le recordase
+las frases que había cincelado horas antes. «Aún era tiempo... un poco
+de buena voluntad; los dos eran hombres de valor que habían hecho sus
+pruebas... No es deshonrosa una explicación en el último minuto.»
+
+Sus palabras se perdieron en un silencio emocionante. Pero este silencio
+no era absoluto. Alguien se movía á espaldas del coronel, dando con el
+pie en el suelo. Era Lewis, que consultaba, enfurruñado, su reloj. Más
+de las tres; ya estarían empezando las buenas series en el Casino.
+
+Quiso terminar. Además, le daba miedo la figura inmóvil y rígida de su
+príncipe con la pistola en alto. Nunca lo había visto tan feo. Su color
+era terroso, tenía la mirada bizca y los pómulos salientes. En un
+momento se había transfigurado, como si el salvajismo de los remotos
+abuelos, despertando en su interior, se le hubiese subido al rostro.
+
+--Puesto que no hay avenencia posible....
+
+Ahora creyó el coronel haber atrapado la última parte de su fugitivo
+discurso. Pero el hilo de brillantes palabras se le escapaba otra vez, y
+obligado á improvisar, terminó solemnemente:
+
+--¡Adelante, señores! El honor... es el honor; y las leyes de los
+caballeros... son las leyes de los caballeros.
+
+Sonó á sus espaldas un murmullo de aprobación. Era la voz del antiguo
+revendedor de billetes de teatro. «¡Bravo! ¡Muy bien!» Pero no quiso
+enterarse. Con aquel hombre nunca se sabía cuándo hablaba en serio.
+
+--¿Listos?...
+
+El silencio de los dos adversarios dió á entender al coronel que podía
+seguir sus voces de mando.
+
+--¡Fuego!... Uno...
+
+Sonó un tiro. Martínez, que sólo pensaba en el terrible _tres_, había
+disparado.
+
+Vió enfrente al príncipe, que parecía mucho más alto; vió el agujero
+negro de su arma, y sobre este agujero un ojo de glacial ferocidad
+escogiendo un punto en su persona para enviar la bala obediente. Y con
+una arrogancia maquinal giró sobre sus talones, para no permanecer de
+perfil, ofreciendo todo el ancho de su cuerpo.
+
+Los cuatro padrinos no vieron esto. Sus ojos habían convergido en
+Lubimoff, que era la muerte.
+
+El tiempo se contrae y se dilata, según las emociones de los hombres. Su
+medida y su ritmo dependen del estado del alma humana. Unas veces galopa
+vertiginosamente en los relojes, que parecen locos; otras se desploma,
+se niega á seguir su marcha, y las milésimas de segundo abarcan más
+emociones que los meses y los años de la vida ordinaria. Los cuatro
+testigos experimentaron la misma sensación que si el día se hubiese,
+paralizado, quedando el sol inmóvil para siempre. El tiempo no existía.
+
+--¡Dos!--suspiró don Marcos, y le pareció que sus labios no acababan
+nunca de proferir esta palabra, como si estuviese compuesta de una
+cantidad infinita de sílabas.
+
+Lewis había olvidado la existencia del Casino; sólo veía lo presente.
+El capitán bordelés, echando el cuerpo adelante, se apoyaba sobre su pie
+herido, sin sentir ningún dolor; el otro juraba entre dientes, haciendo
+vibrar su junco. El médico, por instinto profesional, se inclinó sobre
+su caja de operaciones puesta en el suelo.
+
+¡Iba á matarlo! Los cuatro estaban convencidos de que iba á matarlo. Una
+implacable expresión de seguridad, de feroz aplomo, se desprendía de
+aquel hombre inmóvil, con el brazo tendido, duro é inconmovible. Era tan
+fatal la expresión de su rostro de calmuco, con un ojo contraído y otro
+muy abierto, que todos vieron una línea ilusoria desde la boca de su
+pistola al pecho del que estaba enfrente, un camino que la pequeña
+esfera de plomo iba á seguir con inexorable rectitud.
+
+Orgulloso de su superioridad, el príncipe retardaba el momento de dar la
+muerte, por una especie de coquetería salvaje. Tenía al enemigo bajo su
+zarpa, podía juguetear con él durante estos tres momentos que valían por
+siglos.
+
+En la vertiginosa superposición de imágenes que volteaba dentro de su
+pensamiento vió á la princesa, su madre, hermosa y arrogante, tal como
+era cuando le relataba, siendo pequeño, las grandezas de los Lubimoff.
+Luego vió á su padre, el general, sombríamente bondadoso, diciendo con
+su voz ronca: «El fuerte debe ser bueno...»
+
+Al pensar en el padre, su pistola se desvió un poco, pero inmediatamente
+rectificó la puntería.
+
+Un tren pasaba por su imaginación con lentitud. Soldados franceses. Vió
+á Castro y al rojo insolente que le ofrecía un lugar. Otro tren avanzó
+en dirección inversa, un tren interminable, que iba saliendo de las
+profundidades del Océano. Hurras, silbidos, blusas negras, cuellos
+azules, gorritos que parecían de papel. «¡Buenas tardes, príncipe!» Una
+sonrisa luminosa de virgen anémica: lady Lewis con sus dos ciegos,
+hermosos y trágicos...
+
+Su pistola bajaba. Vió por encima de ella todo el cuerpo de su
+adversario, guerrero obscuro, condenado á morir más ó menos pronto á
+causa de las heridas recibidas por una tierra que no era la suya y por
+una causa que era la de todos los hombres.
+
+--¡Tres!--dijo el coronel.
+
+Pero antes de que terminase esta palabra sonó un tiro. La hierba del
+suelo se agitó en ondas que se alejaron bajo el rebote de la bala
+invisible.
+
+Este guadañazo pasó cerca de las piernas del director del combate; pero
+don Marcos no estaba para reparar en ello. Un regocijo infantil le hizo
+correr sin objeto. Su levita parecía reir con el aleteo de sus faldones.
+
+Tan alegre estaba, que casi abrazó á Martínez. Debía darse la mano con
+el príncipe; era necesaria una reconciliación.
+
+El oficial se resistió al consejo. Tenía sus dudas sobre el final del
+combate; el príncipe había disparado apuntando al suelo, y él no
+aceptaba que le perdonasen la vida.
+
+--Joven--dijo con autoridad don Marcos--, usted es novel en estos
+asuntos. Déjese guiar por los que saben más, y dele la mano al príncipe.
+
+Inmediatamente fué en busca de Lubimoff.
+
+Lo vió en el mismo sitio. Había arrojado la pistola y se cubría la cara
+con las manos.
+
+El único que estaba junto á él era Lewis.
+
+--¡Vamos, príncipe! ¿qué es eso?... ¡Serenidad! Tal vez una buena copa
+de _whisky_...
+
+Toledo oyó un estertor angustioso, un jadeo de pecho oprimido.
+
+Respetuosamente apartó una de las manos del príncipe, dejando su rostro
+al descubierto. Ahora era de un tono de ladrillo, abrillantado por el
+sudor y las lágrimas.
+
+Lubimoff lloraba.
+
+El coronel recordó á la difunta princesa en sus días de humor
+tormentoso, cuando, después de una explosión de cólera, se retorcía,
+pidiendo que la perdonasen, entre llantos histéricos.
+
+Al tirar suavemente de esta mano, se sintió seguido por el príncipe,
+inerme y sin voluntad. Martínez aguardaba á pocos pasos.
+
+--Dense las manos. Todo ha terminado. Los caballeros son siempre...
+caballeros.
+
+Se dieron las manos.
+
+Y entonces ocurrió algo inesperado que produjo un largo silencio de
+sorpresa y de asombro.
+
+Miguel dobló su cuerpo, se encogieron sus rodillas, se llevó á la boca
+aquella mano que tenía en la suya, con el mismo gesto humilde de los
+siervos de la estepa ante sus poderosos abuelos.
+
+Luego la besó, mojándola con sus lágrimas.
+
+
+
+
+X
+
+
+Ocho días llevaba Lubimoff sin salir de Villa-Sirena. En sus
+conversaciones con el coronel--único compañero de esta vida
+solitaria--había evitado toda alusión á lo ocurrido en el castillo de
+Lewis. Don Marcos, por su parte, se mostraba de una discreción absoluta,
+como si tuviese olvidado el duelo y el extraño final que le había dado
+el príncipe; pero éste adivinaba en su silencio muchas cosas molestas
+para él.
+
+Los otros padrinos debían haberlo contado todo. ¡Qué de comentarios! Y
+el miedo á encontrarse con las gentes, que sin duda repetían su nombre á
+todas horas, le hizo permanecer recluído, esperando que le olvidasen.
+Alguien perdería ó ganaría en el Casino una suma importante, y esto
+bastaba para que los curiosos dejasen de hablar de él.
+
+Empezó á pesarle la soledad como un suplicio. Ya estaba fatigado de
+pasear siempre por sus jardines, que le parecían estrechos y monótonos.
+Además, la sobrina de Lewis, abusando de su autorización, llegaba cada
+tarde con una escolta de ingleses heridos, siempre diferentes.
+Correteaba con ellos por las avenidas entre los gritos de las aves
+exóticas, formaba grandes ramos de flores, y él tenía que ocultarse en
+los pisos altos huyendo de esta alegría infantil, á la que encontraba
+algo de desesperado y fúnebre.
+
+Las noches le parecían interminables. Pensaba con nostalgia en las
+plácidas veladas de «los enemigos de la mujer», cuando Spadoni se
+sentaba al piano ó hacía cálculos infinitos, siempre doblando; cuando
+Novoa exponía sus paradojas científicas y Castro relataba las aventuras
+de su abuelo el «Don Quijote rojo»... ¿Dónde estarían ahora estos
+compañeros de soñolienta felicidad?
+
+Atilio le interesaba especialmente. Dos veces había preguntado por él á
+don Marcos, sin que éste se mostrase muy claro en sus explicaciones. «No
+le encontraba nunca en el Casino; se abstenía sin duda de frecuentarlo
+por miedo al juego.» Presintió que el coronel sabía algo más y se negaba
+á hablar por discreción.
+
+Una mañana, el tedio del encierro galvanizó su decaída voluntad. ¿Por
+qué no ir en busca de aquellos amigos? Tal vez si él daba el primer paso
+conseguiría reanudar las relaciones con ellos, restableciendo su antigua
+vida.
+
+Cuando iba á salir, el coronel le detuvo para hablarle otra vez de un
+asunto que les había ocupado la noche anterior. ¿Qué respuesta debía dar
+al apoderado de París?... Aquel nuevo rico comprador del palacio del
+parque Monceau deseaba adquirir también Villa-Sirena. El administrador
+comunicaba su última oferta: millón y medio de francos. No daría más, y
+era preciso contestar urgentemente, antes que su capricho se fijase en
+otra adquisición.
+
+Miguel levantó los hombros, como si le hablasen de algo sin interés.
+
+--Di que no quiero vender... Mejor será que no contestes. Veremos más
+adelante; yo pensaré.
+
+Al bajar del tranvía, en Monte-Carlo, dejó á su izquierda el Casino,
+para seguir por los bulevares altos. Iba primeramente en busca de
+Spadoni, por ser el que habitaba más cerca. Además, éste debía saber el
+paradero de Atilio mejor que Novoa. Tal vez vivían juntos.
+
+Conocía vagamente su domicilio por las burlas de Castro. El pianista era
+«guardián de una tumba» sobre el barranco de Santa Devota.
+
+Desde lo alto de un puente vió el príncipe á sus pies este barranco,
+cuyas laderas estaban cubiertas de jardines, de «villas» lujosas y de
+hoteles, teniendo por fondo el risueño puerto de La Condamine.
+
+Sesenta años antes era un lugar salvaje. Sólo lo visitaban las
+procesiones venidas desde el amurallado Mónaco para rendir homenaje á
+Santa Devota en una iglesia blanca, que aún parecía ahora más diminuta
+junto á las arcadas del puente del ferrocarril.
+
+En los primeros tiempos del cristianismo, una barca, guiada por la
+voluntad de Dios, que se dignaba conceder una protectora á los
+habitantes de Puerto Hércules, había venido á encallar en esta ribera.
+La barca contenía el milagroso cadáver de cierta cristiana de Córcega
+martirizada por los romanos. Nadie sabía su nombre, y la devoción
+popular la llamó Santa Devota. Una vez al año, el día de su fiesta, al
+cerrar la noche, gran parte del público del Casino abandonaba la ruleta
+y el «treinta y cuarenta» para presenciar cómo los marineros de Mónaco
+quemaban frente á la iglesia, al son de la música, una barca vieja,
+cerrando con esto á la santa patrona todo camino de retorno.
+
+Los campos pedregosos de olivos y nopales estaban ahora cubiertos de
+«Palaces», grandes como cuarteles, y sostenían una segunda ciudad alta,
+que, extendiéndose por la ladera de los Alpes, unía Mónaco con
+Monte-Carlo. Este terreno, vendido á precios enormes, era medio siglo
+antes un lugar tan olvidado, que cualquiera de sus poseedores podía
+disponer sin obstáculo que le enterrasen en su propiedad.
+
+Un oficial obscuro de Napoleón, nacido en Mónaco y llegado á general en
+los tiempos de Luis Felipe, había hecho construir su sepultura en un
+olivar sobre el barranco de Santa Devota. El juego hacía surgir después
+Monte-Carlo sobre la salvaje meseta de las Espelungas; la lujosa ciudad
+nueva se ensanchaba para unirse con el viejo Mónaco, cubriendo de
+edificios todo el territorio del principado, y la sepultura del anónimo
+guerrero quedaba prisionera de este oleaje de grandes hoteles, palacios
+y «villas». El olivar de la tumba se vendía á metros, haciendo la
+fortuna de los herederos. Entre la sepultura y el borde del barranco
+quedaba una meseta, desde la que se disfrutaba la visión de un panorama
+magnífico, y un millonario de París se atrevía á construir una casa de
+estilo «artista», con jardines en terrazas escalonadas, creyendo empresa
+fácil conseguir el traslado del general al cementerio y la demolición
+de su capilla-tumba. Pero el muerto estaba en su propiedad, no podía
+resucitar para deshacer sus disposiciones testamentarias, perturbadas
+por el engrandecimiento inaudito del antiguo Mónaco, y no había poder
+humano que echase abajo su última morada.
+
+Miguel había visto muchas veces desde el puerto, sobre las alturas del
+barranco, este panteón que iba á servirle ahora para encontrar á
+Spadoni. Era un simple dado de albañilería, con las paredes
+enjalbegadas, cuatro pináculos en sus ángulos y una cúpula de tejas
+negras. De lejos parecía un morabito, la tumba de un santón, ayudando á
+esta semejanza los grupos de palmeras de los jardines inmediatos.
+
+Castro le había hecho reir muchas veces contándole la historia del
+difunto general y sus ricos vecinos. Los propietarios de la «villa» no
+podían dormir con un muerto al otro lado de la pared. Además era un
+muerto sin nombre, lo que le hacía más inquietante y misterioso. Nadie
+llegaba á acordarse del apellido de este señor que había mandado miles
+de hombres y aún imponía su voluntad á los vivos. Alquilaron la «villa»
+con todos sus lujosos muebles por un precio módico, y al principio se la
+disputaban las señoras que juegan en el Casino. ¡Vivir en un pequeño
+palacio adornado por famosos tapiceros de París, y con una vista
+magnífica, todo por quinientos francos mensuales!... Pero las
+arrendatarias se apresuraban á cederse unas á otras esta buena ocasión.
+¡Tener que pasar después de media noche frente al mausoleo del general,
+cuando volvían del Casino! ¡No poder abrir las ventanas sin encontrarse
+con aquella sepultura!... Además, la maledicencia femenil señalaba
+sucesivamente á cada inquilina con el mismo apodo: «la guardiana de la
+tumba».
+
+Entonces se presentó Spadoni. Castro tenía una idea vaga de que pagó el
+primer mes, pero no estaba seguro de ello. Lo que sabía con certeza era
+que no pagó más. Los propietarios, residentes en París, habían acabado
+por aceptar esta situación, viendo en el pianista un cuidador gratuito
+de aquella casa que les inspiraba miedo.
+
+Descendió el príncipe por un amplio camino entre balaustradas de
+jardines y muros de roca con penachos floridos pendientes de sus
+intersticios. Al ver de cerca el morabito, comprendió la fuga de los
+vecinos. El general había sabido hacer las cosas. Los pináculos estaban
+adornados con calaveras y tibias, lo mismo que la cruz de hierro que
+remataba la cúpula. Y estos símbolos fúnebres, por la fuerza del
+contraste, aún resultaban más impresionantes entre el esplendor verde de
+los jardines inmediatos, bajo un cielo de crudo azul y un sol
+deslumbrador, teniendo por fondo el gracioso puerto y la rizada planicie
+del mar violeta. La puerta del mausoleo sin nombre no se había abierto
+en muchos años, y los vientos amontonaban la tierra en su parte baja.
+Entre la verja y las paredes se aglomeraba una vegetación loca, una
+selva minúscula, en cuyas espesuras guerreaban y se devoraban los
+insectos después de enviar interminables expediciones volantes y
+rampantes á todas las casas próximas.
+
+Pasó rozando el panteón para llegar á la entrada de la «villa», hermoso
+edificio de arquitectura toscana. La puerta era de complicados herrajes;
+los ventanales tenían vidrieras con figuras de colores; sobre el muro
+gris estaban incrustados relieves de mármol y escudos antiguos.
+
+Golpeó inútilmente con un dragón de hierro que servía de aldaba. Al fin
+apareció en un sendero inmediato, entre dos muros, una mujer greñuda con
+un niño en brazos. Era una vecina que prestaba sus servicios á Spadoni
+cuando se quedaba en la casa. La presencia de un visitante representaba
+para ella un acontecimiento.
+
+--Sí que está--dijo--. ¿No oye usted?
+
+Lubimoff oyó, efectivamente, amortiguado por los gruesos muros, el
+tecleo de un piano.
+
+La mujer, convencida de que el artista no llegaría á enterarse de los
+golpes del aldabón, desapareció en una revuelta del sendero. Poco
+después, su cabeza y el niño que llevaba en brazos surgieron sobre el
+filo de un muro.
+
+--¡Maestro!--gritó--. Un señor que le busca. ¡Una visita!
+
+Y volvió arreglándose las faldas, como si acabase de bajar de una escala
+de mano.
+
+Se abrió aquella puerta de quicio profundo, apareciendo en su hueco
+Spadoni.
+
+--¡Oh, Alteza!
+
+Su sonrisa no expresaba asombro. Saludó al príncipe como si lo hubiese
+visto el día anterior.
+
+Fué guiándole por corredores y salones sumidos en una penumbra policroma
+y que olían á polvo. Hacía muchos meses que los ventanales de colores no
+habían sido abiertos ni descorridas las cortinas. El concentraba su
+existencia en una sola habitación. Lubimoff chocó con arcones y
+armaduras, hizo vacilar dos enormes ánforas japonesas, se enganchó en
+los numerosos salientes de este profuso decorado de «estudio romántico»
+que había estado de moda veinticinco años antes.
+
+Volvieron finalmente á la luz, una luz esplendorosa que entraba por tres
+puertas abiertas sobre una terraza vecina al barranco.
+
+Era el _hall_ de la «villa», adornado con telas y divanes indostánicos.
+El príncipe reconoció que Spadoni no estaba mal instalado en «su tumba».
+Un gran piano de cola era el único mueble que se mantenía limpio en esta
+pieza invadida por el polvo. Sobre el atril permanecían abiertos varios
+cuadernos de música manuscrita.
+
+Al ver que Lubimoff se fijaba en ellos, el pianista hizo un gesto
+desesperado.
+
+Era grande su pobreza: tenía que dar conciertos para vivir, se veía
+obligado á estudiar obras nuevas.
+
+Habló de estos trabajos como si representasen la más cruel imposición de
+la realidad, la mayor decadencia de su vida.
+
+Varias damas organizadoras de obras benéficas de la guerra habían
+buscado su concurso. Tocaba gratuitamente, por «patriotismo», pero las
+buenos señoras siempre encontraban el medio de darle una cantidad. ¡Era
+tan enorme su miseria! Sólo de tarde en tarde entraba en las salas de
+juego. No podía ni apuntar en la ruleta, donde las puestas son de cinco
+francos.
+
+Quiso el príncipe leer los títulos de las partituras, y Spadoni intentó
+ocultarlas con una precipitación cómica.
+
+--¡Verdaderas porquerías!... No hay que mirar eso, Alteza. En esta Costa
+Azul, cuando las señoras entradas en años no encuentran ya quien las
+ame, se dedican á escribir romanzas ó bailes de gran espectáculo, y el
+Casino acepta sus obras para no disgustarlas. Ese teatro de Monte-Carlo
+resulta, en ciertos días, el templo de la imbecilidad musical... No;
+mejor será que conozca lo que damos esta tarde. Es la obra de una
+millonaria que lo escribe todo, música y versos.
+
+Y leyó en alta voz los títulos de varías «escenas pintorescas»: _Diálogo
+entre la mariposa y la rosa_, _Lo que la palmera le dijo al agave_,
+_Plegaría de la cigarra á nuestro padre el Sol_.
+
+--Por suerte, Alteza, esta situación deshonrosa no durará. Tengo un
+medio... ¡un medio!...
+
+Olvidando el piano, las partituras y su degradación musical, se lanzó de
+golpe en el mundo de las quimeras. Conocía el secreto del grande hombre,
+de aquel griego que ganaba millones en el _Sporting_. Lo había
+sorprendido, con su propia malicia, después de sonsacar ciertos datos á
+un acompañante del personaje. Era una combinación sencilla, como todas
+las cosas geniales. Por ejemplo...
+
+Y tendió su mano hacia una baraja que estaba en una mesa, sobre unos
+cuantos volúmenes encuadernados en rojo: las nueve sinfonías de
+Beethoven.
+
+¡Ah, no!... El príncipe le contuvo con brusquedad, para que no se
+entregase á su manía demostrativa.
+
+--Yo esperaba encontrar aquí á Atilio--dijo luego suavemente.
+
+El músico pareció despertar.
+
+--¿Atilio?... ¡Ah, sí! Vivió conmigo unos días, pero se fué.
+
+Obsesionado aún por su prodigiosa combinación, habló distraídamente, sin
+conceder interés á sus palabras. Castro había manifestado deseos de
+vivir con él, se lo dijo un anochecer en el Casino, y Spadoni abandonó
+Villa-Sirena para acompañarle. Un amigo no puede hacer menos.
+
+--Pero ¿cuándo se fué?... ¿En dónde está?...
+
+--Se fué anteayer, y debe estar en París. ¡Un disparate su viaje!
+Imagínese, Alteza, que en los últimos días jugó con una suerte
+magnífica, hasta ganar veinte mil francos. ¡Si hubiese seguido!... Pero
+no quiso: tenía prisa. Me dió quinientos francos, y los perdí
+inmediatamente; era muy poco dinero para mi combinación. Creo que va á
+hacerse soldado; me habló de la Legión extranjera. De él se puede
+esperar cualquier disparate. ¡Un hombre que gana y huye!...
+
+Luego, como si la máquina desarreglada de su cerebro funcionase
+lógicamente por unos segundos, añadió, con una sonrisa maligna:
+
+--Doña Clorinda también se ha ido á París. Se marchó dos días antes que
+él... ¡Oh, Alteza! ¡cómo me acuerdo de aquello que nos dijo en un
+almuerzo sobre las mujeres!... Las conozco, príncipe: todas ellas son
+temibles enemigos.
+
+Y señalaba rencorosamente _Lo que la palmera le dijo al agave_.
+
+En vano el príncipe insistió en sus preguntas. No sabía más, no le
+inspiraba curiosidad la suerte de Castro. Se había ido á París para
+hacerse soldado, ¡y él tenía tantos amigos soldados!...
+
+«La Generala», por ser mujer, le infundía más interés, excitando su
+maledicencia.
+
+--Yo creo--dijo, con su sonrisa de misógino--que se fué por celos, por
+despecho. La duquesa de Delille ha acaparado á ese teniente que le
+presentó ella. Hasta parece que el tal teniente ha tenido un duelo...
+
+El pianista palideció, mirando con espanto á Lubimoff. Su gesto fué
+igual al del que habla en voz alta creyéndose á solas, y nota
+repentinamente que alguien le escucha. Quedó confuso y balbuceando:
+
+--No sé... ¡la gente dice tantas mentiras!... ¡Cosas de mujeres!
+
+Lubimoff sintió una confusión igual al darse cuenta de que hasta Spadoni
+se había ocupado con regocijo de su aventura.
+
+Consideraba ya inútil seguir hablando con este imbécil. Se levantó, y el
+músico, trémulo aún por su indiscreción, dió muestras de igual
+apresuramiento por terminar la visita.
+
+--¿Y Novoa?--preguntó el príncipe al llegar á la puerta de la casa--.
+¿Se ha ido también?...
+
+No; éste seguía en Mónaco, trabajando en el Museo cuando no tenía
+ocupaciones más urgentes. Se encontraban muy de tarde en tarde. ¿Cómo
+podían verse, si él, Spadoni, á causa de su miseria, se abstenía de
+entrar en las salas de juego?...
+
+--Continúa jugando, Alteza; pero muy mal, con la timidez del novato, y
+por eso pierde. No tiene la estofa de nosotros, los verdaderos
+jugadores.
+
+Se irguió el pianista al decir esto, como si no hubiese perdido nunca y
+poseyera todos los secretos del azar.
+
+--Le he enviado dos entradas para el concierto de esta tarde: una para
+él y otra para esa señorita Valeria, acompañante de la duquesa. ¡El
+pobre! ¡siempre haciendo tonterías como un enamorado!...
+
+Pero su sonrisa de hombre superior, exento de tales humillaciones, se
+cortó al darse cuenta de que otra vez estaba diciendo algo molesto para
+el príncipe.
+
+Este pasó de nuevo junto á la tumba, pero sin verla ni acordarse del
+incógnito general. ¡Castro se había ido!... ¡Castro quería hacerse
+soldado!...
+
+Luego de seguir el camino descendente de los Monegetti hasta la plaza de
+Armas de La Condamine, tomó la avenida de suave pendiente que sube hasta
+Mónaco. Esta marcha le proporcionaba cierta voluptuosidad muscular
+después de su largo encierro.
+
+Al verse entre los dos torrecillas que marcan la entrada de los
+jardines, le asaltó el recuerdo de Alicia. Un poco más allá habían
+descendido del carruaje; detrás de los árboles estaba el banco en que la
+habló por primera vez de su amor; abajo, al borde de las rocas, se
+desarrollaba el solitario camino por el que pasaron como en volandas, al
+amparo del crepúsculo y con las bocas juntas. Luego, el rasgón de su
+vestido, los cómicos y dulces apuros por repararlo, el alfiler con la
+perla de la princesa... Sólo habían transcurrido unas semanas, y estos
+sucesos parecían de otra humanidad más feliz, desarrollados en un
+planeta distinto, envueltos en una luz que no era la de la tierra.
+
+Se esforzó por olvidar. Estaba ahora en una plaza asfaltada, frente á la
+escalinata del Museo Oceanográfico. Por primera vez reparó en los
+adornos arquitectónicos del blanco edificio. Habían adoptado como motivo
+ornamental el manojo de retorcidas patas de los pulpos, el semicírculo
+estriado de las conchas, la sombrilla filamentosa de las medusas. Se
+fijó en los grupos escultóricos que simbolizan las fuerzas del Océano ó
+las artes de los navegantes; leyó los nombres esculpidos en los frisos,
+títulos de buques que se ilustraron por sus exploraciones científicas.
+
+Permaneció inmóvil mucho rato, buscando un pretexto para justificar su
+visita. Al fin subió la escalinata, viéndose envuelto en una frescura
+sonora de catedral, pero sin la ranciedad del ambiente cerrado, con un
+tufillo salino procedente del mar inmediato. El conocía el palacio: á un
+lado, el vasto salón de conferencias y asambleas científicas, semejante
+á un Parlamento, con lámparas de cristal helado que afectan las
+distintas formas animales de las profundidades oceánicas; en mitad del
+vestíbulo, la estatua del príncipe Alberto vestido de marino y apoyado
+en la baranda del puente de su yate; al lado opuesto y en los pisos
+superiores, las colecciones recogidas durante los viajes de este
+navegante de la ciencia: miles de peces y moluscos, esqueletos
+gigantescos de cetáceos, piraguas y herramientas de pesca de los mares
+polares. En los pisos inferiores, debajo de sus pies, en aquel segundo
+palacio que, adherido al acantilado, descendía hasta el mar, estaban los
+acuarios, las bestias misteriosas del abismo continuando su existencia
+entre burbujas de agua corriente, en sus jaulas de cristal.
+
+Un portero de levita azul y kepis galoneado de rojo intentó ofrecerle un
+cartón de entrada, pero se contuvo al ver que se detenía junto al
+torniquete, preguntando por Novoa.
+
+--Salió hace un momento. Tal vez lo encuentre en las inmediaciones del
+Palacio. Casi todos los días, antes del almuerzo, da la vuelta á la
+roca.
+
+«La roca», para los monegascos, es por antonomasia el peñón en que está
+asentado Mónaco, y dar su vuelta equivale á seguir el contorno de
+jardines y abandonados baluartes que, partiendo del palacio de los
+Príncipes, vuelve á él después de abarcar toda la vieja capital.
+
+Siguió exteriormente la cerca de los jardines de San Martino. No osaba
+penetrar en ellos: temía encontrarse con el banco en que habían estado
+aquella tarde. Avanzó por las calles de la ciudad, estrechas, sin
+aceras, pavimentadas de anchas losas, como en muchas poblaciones de
+Italia.
+
+Las viviendas, viejas y altas, recordaban los tiempos en que el suelo
+era precioso dentro de una península estrechamente ceñida por sus
+fortificaciones. Algunas casas estaban perforadas por túneles, y al
+final del arco se veía la claridad y la blancura de la otra calle
+paralela. Los edificios más grandes eran conventos ó colegios
+religiosos. Sonaban lentas campanas sobre los tejados, como en un pueblo
+de España; quedaban en las calles muchos retablos con imágenes
+alumbradas por un farolillo.
+
+Al estremecerse las losas del pavimento bajo un paso humano, se
+entreabrían ventanas. Un carruaje provocaba la aparición de muchas
+cabezas. Los escasos transeuntes eran á veces canónigos de la catedral,
+frailes descalzos con una corona de pelo en torno del cráneo afeitado,
+monjas con enormes mariposas almidonadas en la cabeza.
+
+Sólo un pequeño puerto separaba la vieja ciudad de aquella otra ciudad
+situada en la cumbre de enfrente, con su Casino, sus hoteles, sus
+orquestas y su muchedumbre de placer y de fortuna. Un corto trayecto de
+tranvía bastaba para hacerse la ilusión de haber saltado sobre dos
+siglos. Lubimoff recordó la impresión de extrañeza que despertaban al
+atravesar la plaza del Casino estos frailes descalzos cuando bajaban en
+grupo á Monte-Carlo.
+
+Pasó bajo una galería cubierta que formaba arco entre dos casas. Un gran
+descampado, una llanura, se abrió ante él. Era la plaza del Palacio.
+Enfrente estaba la vivienda señorial de los Grimaldi, conjunto de
+edificios de diversas épocas, que le recordó los palacios de algunos
+príncipes soberanos de la antigua Italia. Era de color rosa obscuro,
+cortado por el arquerío de las _loggias_, y tenía adosados unas torres
+de sillares blancos con almenas hendidas. También conocía él este
+palacio, puramente de aparato y deshabitado, pues el príncipe reinante,
+en las cortas visitas á sus dominios, prefería vivir en su yate.
+
+Primeramente llamó su atención la guardia del edificio. Los soldados de
+Mónaco, viejos gendarmes franceses, habían partido á la guerra, y una
+milicia nacional se encargaba de sustituirlos. Estaba compuesta de
+legítimos ciudadanos de «la roca», descendientes de cuatro generaciones
+de monegascos. Ellos solos podían contribuir á la defensa ideal del
+principado, así como gozaban las ventajas de pertenecer á un país, único
+en el mundo, donde nadie paga contribución y todos al nacer tienen el
+pan asegurado, gracias al Casino.
+
+Lubimoff admiró al guerrero de guardia, un viejo de bigote blanco,
+cargado de hombros, casi jorobado, con gabán de color castaña y sombrero
+hongo. Un brazal rojo y blanco en una manga era todo su uniforme.
+Llevando al hombro su fusil antiguo, que aún hacía más enorme y pesado
+una bayoneta interminable, hubiera podido descansar junto á la garita
+pintada con los colores de Mónaco; pero prefería moverse en incesante
+paseo, mirando á todas partes por si alguien intentaba penetrar en el
+alcázar del ausente soberano. Otros padres de familia y hasta abuelos,
+vestidos con sus trajes de domingo, esperaban pacientemente en un banco
+que les llegase el turno de ejercer la honorífica función.
+
+Lo más notable de esta explanada era la artillería, una cantidad de
+cañones del siglo XVIII que estaban allí decorativamente, como las
+armaduras que adornan un salón... A ambos lados de la puerta del Palacio
+se alineaban seis piezas enormes y magníficas, fundidas en un bronce
+verde de estatua y cinceladas como obras de museo. Junto á sus bocas, el
+metal se retorcía formando la hojarasca de un capitel; su parte opuesta
+la remataba una cabeza de medusa. El fuste de estas columnas huecas
+estaba adornado con las tres flores de lis de la vieja monarquía
+francesa, los agarradores de cada cañón eran dos delfines, y todas las
+piezas ostentaban el lema pretencioso _Nec pluribus impar_ de Luis XIV,
+con otro más sombrío: _Ultima ratio regnum_.
+
+El príncipe sonrió ante este lema.
+
+«Ahora, las piezas de artillería--se dijo--ya no son «la última razón de
+los reyes», pero lo son de los pueblos. Hemos adelantado poco.»
+
+Todos estos cañones verdes tenían su nombre propio, lo mismo que un
+buque ó un regimiento. Uno se llamaba _Nerón_, otro _Tiberio_; más allá
+abrían su redonda boca el _Robusto_ y el _Roncador_.
+
+En los parapetos que cerraban por ambos lados la extensa plaza asomaban
+sus gargantas, sobre el puerto ó sobre el mar libre, otras piezas más
+modestas, pero igualmente enormes y vetustas. Las balas macizas de estos
+cañones formaban pirámides, y una vegetación parásita se había
+introducido entre las pelotas de hierro.
+
+Detrás del Palacio, como un telón de fondo, se elevaba la montaña
+francesa de la _Tête du chien_, brillando en su redonda cumbre las
+vidrieras del cuartel de los cazadores alpinos. La meseta de Mónaco era
+simplemente el último peldaño de la gran escalera que los Alpes dejan
+caer hacia el mar. Arriba se enredaban las nubes en los picachos,
+cubriéndolos momentáneamente de una sombra tempestuosa; abajo, entre los
+muros rosados y las torres blancas de los Grimaldi, se erguían la
+palmera tropical, el cocotero, el plátano, dando á este castillo ligurio
+un aspecto de hacienda brasileña.
+
+Estaba Lubimoff en el parapeto que da sobre el mar libre, sentado entre
+dos cañones, cuando vió la llegada de Novoa por los baluartes que
+dominan el puerto.
+
+Al reconocer al príncipe apresuró su blanda marcha, acercándose á él con
+la mano tendida.
+
+¡Simpático profesor! Nunca le parecieron á Miguel sus ademanes francos
+con tanto atractivo como ahora. Celebraba mucho este encuentro,
+creyéndolo casual, y el príncipe no quiso hablar de su visita al Museo,
+para que Novoa ignorase que había venido en busca suya.
+
+Maquinalmente empezaron á pasearse entre la fila de cañones y unos
+cuantos árboles que daban pálida sombra á este lado de la plaza.
+
+Era Lubimoff el que preguntaba, mostrando interés por la suerte de su
+amigo y acogiendo sus quejas con una sonrisa bondadosa.
+
+Novoa se mostró descontento. Este país de vida dulce y alegre resultaba
+fatal para el estudio. ¡Pensar que allá en su tierra se lo imaginaban
+haciendo descubrimientos útiles en los misterios del mar! El Casino
+extendía su influencia á todas partes, hasta al Museo Oceanográfico.
+Muchas veces, mientras estudiaba el _plancton_, le acometía una nueva
+idea para desentrañar los misteriosos saltos de las series del «treinta
+y cuarenta». Trabajaba por las mañanas con el pensamiento fijo en
+Monte-Carlo; y apenas llegada la tarde, sentía un deseo irresistible de
+ir allá. Era inútil que inventase pretextos para mantenerse fijo en «la
+roca». Había perdido cantidades enormes para él, y necesitaba
+recuperarlas. Pensaba con inquietud en el dinero recibido de su país á
+cuenta de la modesta fortuna heredada de sus padres.
+
+--Algunos días, el buen sentido me dice que debo volverme á España, y
+deseo realizar inmediatamente este buen consejo. Por desgracia, hay
+ciertas cosas que me retienen aquí y quebrantan mi voluntad.
+
+--Las conozco--dijo Miguel sonriendo--. La primera de todas, el amor.
+
+Novoa se ruborizó, aceptando luego con un cómico ademán de confusión las
+palabras del príncipe. Sí; algo había de eso, y el amor le proporcionaba
+disgustos, lo mismo que el juego.
+
+Lubimoff vió de pronto en sus ojos una expresión igual á la de Spadoni.
+También éste sabía lo ocurrido, y al hablar del amor recordaba
+inmediatamente aquel duelo absurdo. Pero Novoa era otro hombre, incapaz
+de sentir el maligno placer de los maldicientes, que se regodean con las
+torpezas ajenas. Además, Miguel le tenía por muy franco, y pronto se
+convenció de ello.
+
+Tranquilamente, sin pensar si con sus palabras molestaría al otro, el
+profesor aludió á lo ocurrido en el castillo de Lewis. Lo lamentaba como
+algo ilógico y extemporáneo, mas no por esto había dejado de interesarle
+la suerte del príncipe. Si se abstuvo de ir á Villa-Sirena, fué por no
+parecer entrometido. Varias veces había hablado con el coronel,
+encargándole que saludase al príncipe de su parte.
+
+Luego, como si se arrepintiese de la severidad con que juzgaba aquel
+duelo, dió explicaciones. La imagen de Castro había pasado por su
+memoria, haciéndole mirar á su acompañante con una tolerancia fraternal.
+
+--Yo comprendo muchas cosas. No soy hombre de armas, como usted, y sin
+embargo, una vez sentí deseos de batirme. Ahora me río cuando lo pienso;
+pero, en iguales circunstancias, volvería á hacer lo mismo... ¡El poder
+de las mujeres! ¡Cómo nos transforman!...
+
+El príncipe no protestó al oir que Novoa le suponía enamorado,
+atribuyendo aquel duelo á la influencia de una mujer. Y siguió guardando
+silencio, mientras el profesor, por una asociación lógica, empezaba á
+hablar de Alicia. Este sabio bueno y sencillo mostró una verdadera
+alegría al comunicar ciertas noticias que juzgaba agradables para
+Lubimoff.
+
+Igual interés sentía por su compatriota Martínez. El no odiaba á nadie.
+Hasta tenía olvidadas sus incompatibilidades con Castro, que le habían
+hecho abandonar las abundancias de Villa-Sirena.
+
+--Ese pobre teniente es menos feliz que usted, príncipe; el tal duelo ha
+tenido malas consecuencias para él. Yo gozo de cierta intimidad con
+personas allegadas á la duquesa de Delille... No necesito decir más:
+usted sabe que puedo estar enterado de lo que ocurre en Villa-Rosa. Pues
+bien; después del desafío, yo no sé qué ha pasado, pero Martínez entra
+en aquella casa con menos frecuencia. Transcurren días enteros sin que
+se atreva á llamar á su puerta. Algunas veces va allá, y la persona que
+usted sabe me dice que la duquesa se niega á recibirle. Es ahora un
+simple visitante, un amigo como otro cualquiera. La duquesa quiere
+evitar la antigua intimidad; le envía regalos al hotel de los oficiales,
+se preocupa de su bienestar, encarga á la señorita amiga mía que se
+entere de si le falta algo, pero sólo lo recibe de tarde en tarde. Se
+acabaron los almuerzos y las comidas á diario, aquella vida común, en la
+que sólo faltaba que durmiese en la casa... Y el pobre muchacho parece
+triste, desesperado, por este cambio.
+
+Se animó el profesor en sus confidencias al notar el agrado con que las
+recibía el príncipe.
+
+--Una persona--continuó, con cierta vacilación--que pasa algunas noches
+por la calle de la duquesa... (¡qué diablo! ¿por qué no decir la
+verdad?) yo, que algunas veces rondo por las inmediaciones de la
+«villa», esperando á la señorita en cuestión, he sorprendido á Martínez
+cerca de la casa, deslizándose junto á la verja, mirando á las ventanas.
+¡Pobre muchacho!... Y me dicen que de día, cuando teme que la duquesa no
+va á recibirlo, hace los mismos paseos.
+
+Un doble sentimiento conmovió á Lubimoff: de rabia, por la convicción de
+que no se había equivocado: aquel soldadito amaba á Alicia; de gozo, al
+saber que ya no era recibido en la casa, como antes, y rondaba
+inútilmente en torno de ella. Representaba una alegría negativa, pero
+alegría de todos modos, al ver á aquel jovenzuelo en una situación igual
+á la suya.
+
+Novoa, hombre simple en sus gustos, que no podía comprender el amor mas
+que ordenadamente, dentro de la regularidad de una equivalencia de
+edades, rió de este apasionamiento del oficial como de algo grotesco.
+
+--¡Qué absurdo! ¡Enamorarse de ese modo de una mujer que casi puede ser
+su madre!...
+
+El príncipe se estremeció al oir esto, mirando fijamente á su
+acompañante. No; no sabía nada. Continuaba riendo de su propio
+comentario, sin ninguna intención oculta. El secreto de Alicia sólo él
+podía conocerlo.
+
+Aún dieron varios paseos entre los cañones y los árboles. De pronto,
+empezaron á sonar las campanas de las iglesias y conventos de Mónaco,
+conversando, á través del éter cargado de luz, con las del fronterizo
+Monte-Carlo.
+
+Las doce. Novoa se inquietó. Era hombre de costumbres fijas, y además,
+los monegascos en cuya casa estaba alojado mantenían rigurosamente la
+puntualidad en las comidas. ¡No haber en Mónaco un restorán, para darse
+el lujo de invitar al príncipe!... Este le propuso que lo acompañase á
+la lejana Villa-Sirena para almorzar juntos. ¡Se sentía tan bien en su
+compañía! ¡le daba noticias tan interesantes!...
+
+--¡Imposible!--se apresuró á decir el profesor--. Tengo que ver á una
+persona en Monte-Carlo así que acabe mi almuerzo. Me esperan.
+
+Lubimoff no insistió, adivinando que la tal persona era Valeria.
+
+Un carruaje único estaba guarecido en la sombra menguada de los árboles.
+Se había quedado allí después de traer á unos extranjeros que
+prefirieron, á la salida del Palacio, descender á pie por el antiguo
+camino fortificado.
+
+Miguel lo ocupó, haciéndose conducir á Villa-Sirena. Todo el resto del
+día y gran parte de la noche transcurrieron para él dulcemente, mientras
+rumiaba en su memoria las noticias adquiridas. No era mala la jornada.
+De Atilio apenas se acordó. Se había ido á París; esto era lo único
+cierto. En cambio, el infortunio de Martínez le hizo canturrear
+alegremente, y este regocijo engañó al coronel.
+
+--Lo que yo digo: Su Alteza debe salir y ver gentes. Tenía la seguridad
+de que el paseo de hoy daría buen resultado.
+
+Al día siguiente, el príncipe aún tuvo una sorpresa más grata. Estaba
+terminando de almorzar, cuando su ayuda de cámara anunció con tono
+ceremonioso: «El señor profesor Novoa.»
+
+Presintiendo Miguel algo muy interesante para él, recibió al español con
+una efusión extraordinaria nunca vista por Toledo. ¡Incomparable Novoa!
+¿De veras que había almorzado ya? ¡El buen orden de los solitarios de
+Mónaco!... Entonces, tomaría café con él.
+
+Y dió fin apresuradamente á su almuerzo para pasar al _hall_, donde
+esperaban el café y los licores. Era tan visible la impaciencia del
+visitante por hablar con él sin testigos, que Lubimoff se dió prisa en
+inventar un pretexto para que don Marcos se alejase.
+
+Cuando quedaron solos, Novoa dejó su taza sobre un velador, dió varias
+chupadas al cigarro, mientras parecía concentrar su voluntad, y al fin
+dijo con resolución:
+
+--Tengo un encargo que darle: me envía cierta persona... sospecho que
+hago un mal papel. ¡Un hombre como yo llevando recados de esta clase!...
+Pero ¿qué es lo que las mujeres no nos obligarán á hacer?... Además,
+entre hombres debemos ayudarnos. Usted, que es tan caballero, también
+sería capaz de hacer por mí...
+
+Y el buen profesor hablaba como si se sintiera ligado con el príncipe
+por una camaradería profesional, por una condición idéntica. Los dos
+estaban enamorados.
+
+Lubimoff, ansioso por conocer el encargo, hizo gestos de aprobación. Sí:
+no se equivocaba; era capaz de hacer en su favor cuanto le pidiese. Le
+tenía en este momento por el primero de sus amigos. Pero ¿qué era el
+encargo?...
+
+Novoa continuó, con cierta vacilación. El día anterior, después de su
+encuentro con el príncipe, había visto á aquella señorita... aquella
+señorita acompañante de la duquesa. El se lo contaba todo; una mala
+costumbre, pero los enamorados no siempre han de hablar de ellos
+mismos...
+
+--Estuvimos juntos en un concierto, y esta mañana ha venido al Museo
+para encargarme que le viera á usted inmediatamente. Yo me he resistido
+á cumplir el encargo, pero usted sabe lo que son las mujeres. Además,
+esa joven tiene su genio... Total, que estoy aquí y repito lo que me han
+dicho.
+
+Calló un momento, y después de mirar á todos lados, añadió con tono
+misterioso:
+
+--Esta tarde, en San Carlos.
+
+Había llegado hasta allí preocupado por la obscuridad del mensaje. ¿Qué
+San Carlos era éste? ¿Un hotel?... ¿un paseo?... Como habitante de
+Mónaco, sólo conocía el Casino en Monte-Carlo. Lo único indudable para
+él era que el mensaje de Valeria procedía de la duquesa.
+
+Tuvo Miguel que ocultar la alegría que le causaron estas palabras.
+¡Alicia le buscaba!... A pesar de su contento, sintió la necesidad de
+pedir nuevos detalles. ¿No le habían indicado una hora?...
+
+--No, príncipe. «Esta tarde, en San Carlos»; ni una palabra más. Esa
+señorita casi se enfadó porque le pedí aclaraciones. Ya le he dicho que
+la intimidad tiene su mal carácter... como todas. Me afirmó que usted
+entendería el recado inmediatamente.
+
+Miguel hizo un gesto de aprobación; sí que lo entendía... ¡Sabio amable!
+En aquel momento le deseaba cuantas felicidades puede gozar un hombre.
+De no conocer sus escrúpulos y su altivez, hubiese pedido á don Marcos
+todo el dinero que había en la casa para entregárselo á manos llenas.
+Pero ya que era imposible una dádiva material, hizo votos por que
+aquella Valeria, á la que tenía por una ambiciosa, pudiese embellecer la
+vida del profesor. Tan optimista le hizo su contento, que hasta creyó en
+una equivocación de su parte, adornando á la acompañante de la duquesa
+con un sinnúmero de virtudes ocultas.
+
+Toledo había vuelto, y el príncipe, que deseaba agradar á Novoa, le
+habló de las exploraciones oceanográficas, mostrando una viva curiosidad
+por ellas, mientras su pensamiento estaba lejos.
+
+Pero este halago resultó inútil. El profesor vacilaba al responder á las
+preguntas. Tenía prisa; le esperaban... Sin duda, Valeria necesitaba
+conocer pronto el resultado de su mensaje. Y el príncipe mostró también
+cierta precipitación al acompañarle hasta la verja de entrada, con
+grandes extremos de amistad. Debía volver con frecuencia á Villa-Sirena;
+era el único amigo fiel. ¡Lastima que se negase á vivir allí, como en
+otros tiempos!...
+
+Al quedar solo, Lubimoff subió á las habitaciones del primer piso. Temía
+que el coronel adivinase su contento. Una sensación de orgullo y de
+triunfo se mezclaba ahora con la alegría del primer instante.
+
+Pensó en su situación. Don Marcos había guardado silencio después del
+duelo, y él, influenciado por la soledad, se entregaba al desaliento,
+creyéndose objeto de las burlas de todos.
+
+Ahora veía claro. Alicia deseaba volver á él, sintiendo un nuevo interés
+por su persona. Todo lo indicaba así: el teniente casi expulsado de
+aquella casa que dos semanas antes consideraba como suya; su protectora
+evitando el verle, para lo cual espaciaba sus visitas. Además, al
+enterarse ella por Valeria de que su antiguo enamorado había roto la
+voluntaria clausura en Villa-Sirena, se apresuraba á darle una cita
+inmediata, como si le urgiese reanudar sus relaciones con él.
+
+Se felicitó de la agresividad inexplicable que le había impulsado á
+ofender á Martínez. ¡El, que en los últimos días se arrepentía de esta
+locura!... Lo que le había pesado como un remordimiento era tal vez lo
+más cuerdo y más oportuno de su vida. Alicia, al ver que, loco de celos,
+realizaba un acto absurdo para muchos batiéndose por ella, se sentía
+indudablemente halagada en su vanidad y le miraba con nuevo interés.
+
+«¡Las mujeres!--pensó Lubimoff--. Hay que conocerlas. Su admiración va
+instintivamente hacia el fuerte. Nada hay como una brutalidad oportuna
+para conquistar su afecto. Siempre acaban por someterse con cierto
+agradecimiento al hombre enérgico que las impresiona.»
+
+Este fué su primer instante dichoso después de varios días. Volvió á ser
+aquel príncipe Lubimoff que había impuesto casi siempre su voluntad,
+atropellando los obstáculos, unas veces con su dinero, las más con un
+orgullo imperioso.
+
+Satisfecho de su rudeza, sintió la necesidad de hermosearse para acudir
+á la entrevista. Pensaba en los machos del reino animal, cuyos dientes,
+garras y espolones van acompañados de crestas, melenas y plumajes que
+inspiran á las hembras una admiración mística, convirtiéndolas en sus
+esclavas. Lo mismo ocurría entre los humanos. La educación, las leyes,
+las tradiciones, no hacían mas que desfigurar el fondo bárbaro de
+nuestra existencia.
+
+Una preocupación le distrajo de estos pensamientos. ¿A qué hora debía
+presentarse en el sitio indicado? Se le ocurrió que, al no mencionar la
+hora, ésta debía ser la misma del otro encuentro á la puerta de San
+Carlos. Pero acabó por creer en un olvido del profesor, y la
+intranquilidad le hizo acudir á la cita mucho antes.
+
+Pasó más de tres horas en ansiosa espera, vagando por las calles
+inmediatas á la iglesia, inmovilizándose en las esquinas, cambiando de
+sitio al notar la curiosidad de los transeuntes. Varias veces entró en
+San Carlos, para ver siempre lo mismo: las vidrieras policromas cada vez
+más pálidas, así como descendía la tarde; los haces de banderas; los
+retablos rompiendo la sombra con el resplandor mortecino de sus oros, y
+mujeres arrodilladas é inmóviles: unas mujeres que parecían las mismas
+de la otra vez, como si las semanas fuesen minutos.
+
+Con la superstición del que aguarda, se dijo que Alicia sólo podía
+presentarse al cerrar la noche, y el día le pareció interminable.
+
+Al anochecer dudó.
+
+--No vendrá.... Debe haberse arrepentido.
+
+Estaba en la esquina de una calle curva y pendiente inmediata á la
+iglesia. Desde allí podía ver las gradas que comunican la plazoleta con
+el hundido bulevar. Nadie subía por ellas; todos los carruajes pasaban
+sin detenerse.
+
+De pronto, tuvo la sensación de que alguien se aproximaba á sus
+espaldas. Percibió un leve paso, y al volver la cabeza vió á una mujer
+enlutada.
+
+Todo lo olvidó: la larga espera, las dudas, la fatiga del interminable
+plantón, recobrando de golpe su regocijo de triunfador. Estaba tan
+seguro de los motivos que la habían inducido á pedirle esta entrevista,
+que avanzó á su encuentro con un aire galante.
+
+--¡Oh, Alicia!--dijo, tendiendo á la vez sus dos manos.
+
+Pero estas manos se agitaron inútilmente en el vacío, sin encontrar
+dónde asirse, y al fin cayeron con desaliento.
+
+Lubimoff se sintió desconcertado ante la mirada de la mujer. Todas las
+ideas que le habían seguido hasta allí eran ilusiones y se desvanecían,
+dejándole confuso enfrente de la realidad. Esta realidad no permitía
+dudas. Los ojos de ella le contemplaron fijamente, con dureza.
+
+Alicia habló como si hubiese venido para un negocio con una persona poco
+grata y quisiera terminarlo cuanto antes, viéndose libre de su
+presencia.
+
+Existía entre los dos cierto asunto de dinero que ella necesitaba
+resolver. No le había escrito porque después de los sucesos recientes
+consideraba inoportuno el envío de una carta. Además, ni ella podía ir á
+Villa-Sirena ni quería recibirlo en su casa. Por esto, al enterarse el
+día anterior de que habían visto paseando á Miguel--que ella se
+imaginaba enfermo--, se atrevía á citarlo allí, para verse unos momentos
+nada más.
+
+--Hablemos como si fuésemos comerciantes; unos comerciantes que tienen
+prisa y no malgastan sus palabras... Yo te debo dinero, y me es
+imposible vivir tranquila mientras no te lo devuelva: trescientos mil
+francos que me dió tu madre, lo que me prestaste tú en el Casino... tal
+vez algo más. Tengo bastante para pagar. Si no quieres ocuparte del
+asunto, envíame á Toledo.
+
+Lubimoff quedó absorto ante estas palabras inesperadas. Ella, después de
+hacer su proposición, parecía ansiosa por marcharse. Ya lo había dicho
+todo; le molestaba seguir allí con el príncipe; nada tenía que añadir.
+
+--¡No!--dijo Miguel enérgicamente.
+
+¿Para eso le había llamado? ¿Era todo lo que tenía que decirle, después
+de tanto tiempo sin verse?...
+
+Había tal resolución en su negativa, se reflejaba de tal modo en su
+rostro la dolorosa extrañeza, que Alicia creyó inútil insistir.
+
+--Está bien; no hablemos más. Conozco tu carácter, y sé que
+permaneceríamos aquí discutiendo muchas horas sin resultado. Yo buscaré
+el medio de devolverte lo que es tuyo.... ¡Adiós, Miguel!
+
+Intentó detenerla el príncipe tomando suavemente una de sus manos, pero
+ella la retiró con nerviosa retracción.
+
+--¡Y te marchas!--dijo él con desaliento--. Yo que creía, al venir
+aquí...
+
+La humildad de su voz pareció irritar á la duquesa, haciéndola detenerse
+cuando empezaba á volverle la espalda.
+
+--¿Qué es lo que creías?--preguntó con indignación--. Tu inconsciencia
+me asombra. ¡Ah, Miguel! Siempre serás el mismo; únicamente existes tú:
+sólo deben tenerse en cuenta tus deseos. Me has hecho mucho daño,
+¡mucho!... y ahora me dices, como un niño: «Yo que creía...» ¿Qué
+esperabas después de tus locuras?... Sábelo bien: te aborrezco. Tu
+presencia me es odiosa. ¡Te aborrezco!
+
+El pobre Lubimoff volvió á ver su conducta como en las horas de
+voluntario encierro. ¡Ay! ¿dónde estaban las engañosas fantasías que le
+habían acompañado hasta allí? Su tristeza, su arrepentimiento, fueron
+tan visibles, que Alicia modificó el tono de sus palabras.
+
+--Tal vez no te aborrezco; pero estoy segura de que me inspiras lástima:
+una lástima semejante á la que siento por mí misma. Somos dos pobres
+locos, Miguel; nuestras desgracias vienen de lejos.
+
+Al recordar sus vidas, Alicia pensó en los constructores que sufren un
+grave error cuando asientan los cimientos de un edificio, y siguen
+adelante con la ilusión de que su obra es rectilínea, sin reparar en que
+está desviada completamente por defectos de su base.
+
+--Nuestros principios fueron equivocados. De continuar el mundo como
+antes, tal vez hubiéramos permanecido de pie y triunfadores. El ambiente
+nos amparaba: éramos sus hijos.
+
+Pero el cataclismo universal les había hecho perder su centro de
+gravedad para siempre. Estaban ladeados, con grietas que nadie podría
+recomponer, próximos á derrumbarse.
+
+--Nosotros somos de otra época, y no hay quien sostenga nuestra
+fragilidad. Te tengo lástima, Miguel; y tú debes sentirla por mí, ¡por
+mí, á quien has hecho tanto daño!
+
+El príncipe, á pesar de su humilde encogimiento, protestó. Había sido
+imprudente: era cierto. Aquella agresión en el Casino y el maldito duelo
+representaban un escándalo estúpido. Pero ¿qué daño irreparable era este
+que tan profundamente la afligía? ¿Cómo su locura, que sólo le
+perjudicaba á él, haciéndole objeto de comentarios y risas, podía
+desesperarla de tal modo?...
+
+Le interrumpió Alicia con un gesto desalentado, como si considerase
+imposible hacerle comprender sus pensamientos.
+
+--Mira--dijo señalando la puerta de la iglesia--. Antes, podía entrar
+ahí. Recuerda la última vez que nos vimos en este sitio. Yo venía de
+rezar, de hablar con mi hijo; era tal vez una ilusión, pero las
+ilusiones nos ayudan á vivir. Y ahora no puedo; el remordimiento me
+espera donde hace unas semanas encontraba la esperanza. Y esto te lo
+debo á ti, á ti, que me arrebatas la última felicidad que yo me había
+inventado...
+
+Ya no miraba al príncipe con ojos hostiles. Su voz temblorosa, su mirada
+húmeda, eran de una pobre mujer que se esfuerza por contener su emoción.
+Miguel balbuceó contuso, desorientado. ¿El había podido hacer tanto mal?
+¿Cuándo?... ¿cómo?...
+
+Alicia, sorda á sus preguntas, sólo pensaba en ella y en su desgracia.
+
+--Tenía un hijo, y lo perdí--siguió diciendo--. Era mi esperanza, mi
+única razón de vivir... El infortunio me hizo buscar un consuelo. ¿Qué
+sería de nosotros si no tuviésemos el poder de engañarnos fabricando
+nuevas ilusiones?... Y tuve un segundo hijo, un hijo inventado por mí,
+triste, condenado á morir, pero joven como el otro, desgraciado como el
+otro, falto de una madre que alegrase sus últimos días... Yo he querido
+ser esa madre. Unicamente puedo sentir la dulzura protectora de la
+maternidad; mi papel de mujer ha terminado: sólo puedo ver un el hombre
+á un hijo, ¡y tú me privas de este último consuelo! ¡tú te has llevado
+mi pobre alegría!
+
+Lubimoff empezó á comprender. Alicia hablaba de Martínez; y sintió de
+nuevo la comezón de los celos.
+
+--Cuando nos vimos aquí la última vez, yo me había buscado un refugio
+plácido dentro de mi dolor. Rezaba por mi hijo en la iglesia, hablaba
+con él, le describía cómo era el hermano en desgracia que aún tenía en
+el mundo, pero que tal vez no tardase en ir á buscarle. Luego, al volver
+á casa, encontraba al otro, y mi ilusión era tan enorme, que los
+confundía á los dos en uno solo, imaginándome que todo era mentira, el
+tiempo y la guerra, que mi hijo vivía aún, que había vuelto de su
+cautiverio y estaba á mi lado. No se parecen (estoy segura, aunque evito
+mirar los retratos de Jorge), pero yo los veo iguales; es el uniforme,
+la desgracia, la vecindad de la muerte. Además, ¡ese pobre muchacho era
+tan bueno!... Tímido, contentándose con cualquier cosa, mirándome con la
+dulzura de un animalillo manso, ¡él, que es tan fiero! venerándome como
+á una criatura descendida de un mundo superior... Yo era su madre. Sus
+palabras y sus gestos respiraban un respeto profundo. No era una mujer
+para él: era algo así como los ángeles... Y tú, con tu desatinada
+intervención, has trastornado todo esto. Ya no es mi hijo: terminó mi
+ensueño. Debo privarme de su presencia, y sólo de tarde en tarde
+encuentra abierta una casa que yo le hice considerar como suya... Por tu
+culpa, ese muchacho, en el que veía á un hijo, es ahora simplemente un
+hombre, y yo, su madre, he vuelto á ser una mujer.
+
+El rostro de Lubimoff se puso ensombrecido y terroso, como en la tarde
+del duelo. Iba comprendiendo.
+
+--¡Qué hiciste, Miguel!--siguió ella, con su voz gimiente--. Has
+despertado con tu locura á ese pobre. Al batirse contigo, pensó que se
+batía por mí y que yo no soy mas que una mujer. Me vió de pronto bajo
+otra luz, como si hasta entonces hubiese estado adormecido. Casi puedo
+ser su madre; pero las mujeres de mi clase prolongamos nuestra juventud,
+la detenemos artificialmente, y nos desean á la edad en que las de abajo
+se entregan á la vejez... Además, comprendo la vanidad de su entusiasmo,
+esa vanidad que existe en todos nuestros sentimientos. Yo soy para él lo
+desconocido, lo misterioso, una gran señora, una duquesa, que la
+confusión de nuestra época coloca á su alcance. ¡Pobre muchacho! Hace
+unas semanas reía en mi presencia con una simpleza infantil, me miraba
+tranquilamente, sin que por sus ojos pasase la sombra de un mal
+pensamiento. El era feliz, yo también lo era; ¡mientras que ahora!...
+
+Se imaginó el príncipe á Martínez persiguiendo á Alicia con sus deseos
+de enamorado. «Lo mataré: debo matarlo», dijo mentalmente. Pero su
+cólera homicida sólo duró un instante. Pasaron por su memoria las
+diversas escenas del duelo: él besando la mano del oficial, en un
+arrebato de inexplicable humildad, que le atormentaba como un
+remordimiento. ¿Qué hacer ahora? Después de lo ocurrido, este hombre era
+para él algo sagrado. Y se abandonó otra vez á su desaliento, mientras
+Alicia seguía hablando.
+
+--Mi ensueño se desvaneció. Mi hijo ha vuelto á ser mi hijo y el otro es
+un hombre. Imposible confundirlos de nuevo en una sola persona. Ya no
+puedo rezar; me da vergüenza dirigirme con el pensamiento á mi verdadero
+hijo; me asalta el recuerdo de lo que le conté; me aterro al hacer
+memoria de que sigo hablando con el otro, á pesar de lo que me ha dicho,
+de lo que leo en sus miradas, de que conozco sus verdaderos deseos. ¡El
+mal que me has hecho! Perdí un hijo, y sólo puedo acordarme de él con
+remordimiento; me inventé otro, y me lo has quitado.
+
+Luego, como si se quejase contra algo superior que había regido sus
+destinos, añadió:
+
+--¡Qué suplicio! No poder conocer la amistad reposada, la maternidad
+tranquila. ¡Siempre el amor saliéndome al paso!... Yo, que en mi
+juventud consideré como única finalidad de la vida inspirar admiración y
+deseo, bien castigada estoy... Busqué en ti el apoyo del amigo, y me
+deseaste en seguida. Quise engañar mi anhelo de maternidad cuidando á un
+infeliz que tal vez muera pronto, y este hijo afectivo me habla de amor.
+¿Es que las mujeres no podemos conocer la tranquilidad y la confianza en
+que viven los hombres?...
+
+El príncipe la interrumpió con voz rencorosa.
+
+--No lo veas: rompe con él; ciérrale tu puerta para siempre. Así
+recobrarás la paz, y yo... yo seré tu amigo, seré lo que tú quieras, me
+bastará con verte.
+
+Ella acogió con un gesto de incredulidad las últimas palabras. ¡Le
+habían prometido tantas veces los hombres ser simples amigos! Además,
+conocía bien á Miguel, y no se tomó la pena de contestar. Lo único que
+le interesaba era el consejo de que repeliese definitivamente al herido,
+no viéndolo más. Sus ojos volvieron á humedecerse.
+
+--¡Echar á ese pobrecito!... Tú no puedes comprender ciertas cosas; tú
+mandas en los afectos con la misma arrogancia que disponías antes de las
+personas. ¿Crees que puedo abandonarlo? Soy su madre á pesar de todo, y
+una madre ya sabes cómo tolera y perdona. El infeliz no tiene la culpa
+de sus malos pensamientos: fuiste tú quien se los sugirió. Además, eso
+pasará; yo tengo la esperanza de que se desvanecerán sus disparatadas
+ideas.
+
+La suposición de abandonar al inválido excitó su piedad, dando á sus
+palabras un tono amoroso.
+
+--¡Qué sería de él! No conoce á nadie: está solo en el mundo; los otros
+oficiales viven en su patria, tienen familia... Antes podía ir en busca
+de Clorinda; ahora «la Generala» se ha marchado, y sólo le quedo yo, ¡la
+única!... ¿Y quieres que lo olvide? Tú no le conoces bien: eres su
+enemigo. Yo recuerdo con delicia su época de inocencia. Era igual á mi
+hijo; no, tenía algo más: un agradecimiento, una veneración
+reconcentrada que yo no había conocido nunca. Olvidas la fragilidad de
+su existencia. El hace lo mismo: no conoce su verdadera situación;
+siente las ilusiones de una juventud sana; cree contar con muchísimos
+años. ¡Pobre! ¡El esfuerzo que me cuesta fingir enfado, repelerle
+indignada por los deseos que ha puesto en mí... en mí, que sólo quiero
+ser su madre!
+
+Este tono de dulce lástima hirió á su oyente. Alicia parecía sentir el
+remordimiento del que presencia las últimas horas de un condenado á
+muerte y tiene que negarle la satisfacción de su postrer capricho. Se
+lamentaba como la enfermera que no puede dar al moribundo lo que pide
+entre hipos de agonía.
+
+Miguel creyó adivinar el secreto de las últimas entrevistas entre la
+dama maternal y su ahijado. Tal vez ella le hablaba de su salud, dejando
+por un momento de halagarlo en sus ilusiones, descubriéndole el peligro
+en que estaba su existencia; y el otro, con el ardor suicida de la
+pasión, imploraba lo mismo que un niño que ha puesto toda su felicidad
+en la conquista de un juguete: «¡Una vez; una vez nada mas!»
+
+Estaba convencido de que así era en la realidad. Lo leía en los ojos de
+ella, que á su vez pareció adivinar lo que pensaba el príncipe,
+ruborizándose levemente.
+
+--¡El mal que me has hecho!--repitió--. Debo alejarlo de mí, y no puedo
+separarme de él. Sería un crimen que lo dejase abandonado á su destino.
+Tú no sabes lo que significa para mí esta lucha continua... A veces lo
+veo cuando ronda mi casa; lo contemplo oculta detrás de los visillos de
+una ventana, y me dan ganas de llorar. ¡Parece tan triste!... Me acuerdo
+de mi hijo, que también vivió solo, más abandonado aún que él, que tal
+vez se interesó por alguna mujer, ansiando muchas cosas sin llegar á
+poseerlas, y siento deseos de llamarle, de gritar: «Ya que eso es tu
+ilusión, niño mío, el último anhelo de tu vida, ¡toma!... ¡toma, y sé
+feliz!» Pero pienso en su salud, pienso en otras muchas cosas, y
+contengo mis impulsos, y lloro, dejándole que vague en torno de mi casa
+creyéndose olvidado, cuando le recuerdo á todas horas. ¡Ay! ¡Que Dios me
+dé fuerzas! ¡Que no pierda la calma, y pueda resistir á mi bondad
+absurda!... Algunas veces lo dudo.
+
+--¡Oh, Alicia!...
+
+El príncipe lanzó esta exclamación con tono desesperado. Su
+presentimiento pasaba á ser una realidad; veía ya á aquel jovenzuelo
+moribundo poseyendo lo que él no había podido alcanzar. Sus ojos
+reflejaron una cólera homicida.
+
+Esta expresión hostil molestó á Alicia, transformándola en otra mujer.
+Reaparecieron en ella la mirada dura y la voz cortante que habían
+acompañado su llegada.
+
+--Acabemos. He venido para devolverte tu dinero. ¿No quieres recibirlo?
+¿Insistes en tu negativa?... Yo encontraré el medio de que lo aceptes.
+¡Buenas noches, Miguel!
+
+Efectivamente, había cerrado la noche, y el príncipe la vió perderse en
+la penumbra de la calle por donde había llegado; una calle sin otra luz
+que la de un macilento reverbero azul.
+
+Pensó un momento en cerrarle el paso, suplicante y humilde... No iba á
+verla más: estaba convencido de ello. Pero al mismo tiempo tuvo la
+percepción de la inutilidad de su insistencia. Quería ser olvidada por
+él; aquella entrevista sólo había sido para suprimir todo lo que quedaba
+entre los dos como rastro del pasado... Y dejó que se alejase.
+
+A partir de este día, la existencia del príncipe carecía de objeto. Algo
+se había roto en su interior: la voluntad, desmenuzándose en polvo, que
+envolvía sus sentidos como una niebla. ¿Qué hacer?... Ni el más angosto
+sendero quedaba abierto ante su iniciativa. Alicia le odiaba como si
+fuese un enemigo. ¡Adiós para siempre!... Quedaba el otro, pero este
+hombre era invulnerable para él.
+
+Le bastaba recordar lo ocurrido en el castillo de Lewis, para ver
+cortados todos sus intentos de acción. Maldijo aquel sentimentalismo
+eslavo, confuso é incoherente, igual al de su madre, que no le permitía
+insistir en la maldad, haciéndole caer, cuando menos lo esperaba, en
+exageradas sumisiones. ¡Ay, sus lágrimas de arrepentimiento! ¡Aquel beso
+en la mano del adversario!... Si evitaba el volver al Casino, era por no
+encontrarse con Martínez y aquellos dos capitanes que habían presenciado
+el incomprensible final del duelo... Ya no sabía imponer su voluntad; la
+antigua dureza de su carácter se había disuelto en la catástrofe de sus
+deseos.
+
+Volvió á encerrarse en Villa-Sirena, para no ver á nadie. Odiaba á las
+gentes y al mismo tiempo pensaba con cierto miedo en las disimuladas
+sonrisas que podían saludar su paso, en los comentarios que surgirían á
+sus espaldas.
+
+Don Marcos era el único compañero de esta soledad; y Lubimoff, que en
+los primeros días sólo cruzaba con él contadas palabras, acabó por
+desear que volviese pronto de Monte-Carlo, al cerrar la noche, para oir
+sus noticias, que en otro tiempo hubiese considerado insignificantes.
+Entablaban largas conversaciones sobre lo que ocurría en el Casino ó
+sobre los acontecimientos del mundo. Era la curiosidad del preso ó del
+enfermo, que agranda el interés de las cosas con una desorientación
+producto de la inmovilidad y del encierro.
+
+El coronel concedía cada vez menos importancia á los sucesos de la vida
+ordinaria. Toda su atención la había concentrado en las costas del
+Atlántico y la opuesta ribera oceánica.
+
+--¡Siguen llegando!--decía alegremente, luego de saludar á su
+príncipe--. Continúa el desembarque de los americanos: una verdadera
+cruzada. Son centenares de miles; son millones... ¡Y pensar que muchos
+ignorantes consideraban un _bluff_ lo del envío de los ejércitos de
+América!
+
+Se indignaba de buena fe contra la tal ignorancia, olvidado ya de sus
+escepticismos de meses antes.
+
+--¡Un gran país!... Y ese Wilson, ¡qué hombre!
+
+Ahora creía al pueblo americano capaz de realizar todo lo que se
+propusiera, por inaudito que fuese; pero sus ideas tradicionales le
+impedían sentir un largo entusiasmo por algo colectivo y abstracto, sin
+fisonomía humana. El antiguo partidario de la monarquía absoluta
+prefería á los individuos: un hombre que pensase por los demás,
+imponiéndoles sus órdenes. Y á las pocas palabras, su entusiasmo por la
+democracia americana lo recogía para depositarlo reconcentrado sobre la
+cabeza de Wilson.
+
+--¡El primer hombre del mundo!
+
+Se humedecían sus ojos con un fervor de idólatra al leer los discursos
+del Presidente; agotaba todo su léxico de palabras laudatorias para
+expresar su admiración por este personaje que hacía desnudar la espada á
+un gran pueblo, desinteresadamente, en defensa de la justicia y la
+libertad, y profetizaba al mismo tiempo un porvenir de paz para los
+humanos, sin naciones rapaces que amenazasen la vida de los humildes y
+los débiles.
+
+Una noche encontró algo nuevo para hacer patente su admiración.
+
+--¡Qué poeta!
+
+Lubimoff, á pesar de su melancolía, empezó á reir. ¡El presidente Wilson
+un poeta!...
+
+Don Marcos, balbuceando ante la risa de su príncipe, intentó explicarse.
+No encontraba la palabra exacta para precisar su pensamiento, pero
+insistió, considerándolo justo. Un poeta era para él un vidente que dice
+cosas muy hermosas sobre el futuro de los hombres; un profeta que sueña
+en la cumbre, abarcando con la mirada lo que no puede ver el vulgo
+hormigueante á sus pies; un ser que, al hablar, sea en la forma que sea,
+consigue que parpadeen de emoción los ojos de los que le escuchan,
+mientras un escalofrío corre por sus espaldas.
+
+Se enredó su lengua al decir esto, pero á través de los balbuceos surgía
+una firme convicción, incapaz de rectificarse.
+
+--En fin, yo me entiendo. Para mí, es un poeta: un hombre con alas...
+con unas alas muy largas.
+
+Volvió á reir el príncipe. ¡Wilson con alas!... Se imaginó al Presidente
+con un sombrero de copa, sus lentes, su sonrisa bondadosa, y saliéndole
+de la espalda del chaqué dos triángulos enormes de plumas iguales á las
+que llevan los ángeles en los cuadros de la pintura religiosa. ¡Gracioso
+coronel!...
+
+Luego quedó pensativo, mientras su rostro tomaba una expresión grave.
+
+--Tienes razón--dijo--. Le veo con alas, unas alas tal vez demasiado
+largas. Gran cosa para volar, ¡pero cuando se ha de vivir entre los
+hombres, marchando sobre el suelo!... Temo que le arrastren; temo que se
+las pisen algún día encontrándolas molestas...
+
+Y no hablaron más.
+
+El príncipe quiso romper esta clausura que se había impuesto
+voluntariamente. ¿Por qué seguir en Villa-Sirena, cerca de unas personas
+que ocupaban á todas horas su pensamiento y no deseaba ver?... Lo mejor
+era volverse cuanto antes á París. Los cañones de largo alcance seguían
+tirando sobre la capital; casi todas las semanas, escuadrillas de
+aviones alemanes hacían una excursión nocturna sobre ella, arrojando
+explosivos. Tal viaje ofrecía el aliciente de la emoción y del peligro á
+este solitario, atormentado en su robustez por una existencia inmóvil y
+monótona, sin otra novedad que el rumiar de nuevo sus recuerdos.
+
+Todas las mañanas, al levantarse, formulaba el mismo propósito: «Me voy
+á París.» Pero el viaje se iba retardando de semana en semana. Era la
+abulia del enfermo que hace proyectos de vida activa, y apenas intenta
+realizarlos, vuelve á caer sin fuerzas, y los aplaza para un porvenir
+indefinido.
+
+Los detalles más insignificantes se agigantaban ante su voluntad
+enferma. Debía ir á Niza para que le reservasen un sitio en la oficina
+de coches-camas. Pensaba en enviar á don Marcos; luego desistía,
+encontrando preferible ir él mismo. Y pasaban las semanas sin realizar
+este breve viaje, preliminar del viaje á París, pareciéndole ambos
+igualmente largos. El, que por tres veces había circunnavegado el
+planeta, se encogía de cansancio al pensar en la lentitud de los trenes
+impuesta por la guerra, en las diez y seis horas de ferrocarril.
+
+Una tarde, aburrido de sus magníficos jardines, siempre iguales, del
+silencio de su casa desierta, de las distracciones crecientes del
+coronel, que constantemente tenía algo que hacer en Monte-Carlo ó en el
+pabellón del jardinero, se lanzó á pie hasta la ciudad y tuvo un
+encuentro.
+
+Sus pasos le llevaron maquinalmente hacia los bulevares altos, cerca de
+la calle donde estaba Villa-Rosa. Al darse cuenta quiso retroceder, y
+entonces fué cuando vió venir por la acera opuesta al teniente Martínez,
+en la misma dirección que seguía él momentos antes.
+
+Le pareció más alto, más fuerte, como envuelto en un halo de gloria. Su
+uniforme era el mismo, rapado y envejecido por varios años de guerra,
+pero el príncipe lo vió enteramente nuevo y con un brillo deslumbrador.
+Todo en su persona resultaba magnífico y parecía iluminar las cosas con
+su contacto. Tal vez su rostro estaba más exangüe y anguloso, pero
+Miguel se imaginó que irradiaba cierto esplendor interno, compuesto de
+satisfacción y de orgullo. Una especie de máscara impalpable, de
+envoltura astral, le hermoseaba, dándole una segunda fisonomía,
+apolónica y triunfadora.
+
+Se cruzaron sin saludarse. El teniente fingió no verle, mientras
+Lubimoff le seguía con una mirada interrogante. ¿Qué es lo que había de
+nuevo en este hombre? Dudó de su falta de salud, de su peligrosa
+situación que tanto preocupaba á los médicos. ¡Todo mentiras, para
+interesar á las damas! Se fijó en la firmeza arrogante de su paso, en el
+aire de jovenzuelo con que agitaba el junco que le servía de bastón.
+
+Al perderlo de vista aún lo vió mejor. Su imaginación fué evocando
+vigorosamente ciertos detalles sobre los que había resbalado insensible
+su mirada. Algo surgió con un relieve doloroso en su memoria: varias
+rosas, un pequeño grupo de rosas que el militar llevaba sobre el pecho,
+entre dos botones de su uniforme. ¡Un oficial con flores! Eso era lo que
+había herido sus ojos desde el primer instante, con tal extrañeza, que
+perturbó su visión. ¡Ay, estas flores!...
+
+Pasó el resto del día pensando en ellas. Al tenderse en su lecho, la
+obscuridad simplificó la maraña de pensamientos y dudas que se revolvía
+en su cerebro. Lo vió todo con una nitidez fría y cortante. «¡Ya ha
+sido!»
+
+Saltó de la cama y encendió luz, paseando furiosamente por su
+dormitorio.
+
+--¡Ya ha sido!...
+
+Repetía las mismas palabras con una obsesión cruel: se arrepintió de su
+generosidad, como si fuese un crimen. «¿Por qué no lo maté?» Luego
+volvía á su afirmación con un acento plañidero, considerando irreparable
+lo que ya había sido. Y por mucho tiempo, en la lobreguez que invadió de
+nuevo el dormitorio, sonaron las maldiciones del príncipe, alternadas
+con rugidos de orgullo y angustias de llanto.
+
+Al día siguiente persistió su convicción. La gracia pueril de la mañana,
+que infunde optimismos, fué muda para él. ¿Cómo saber la historia de
+este suceso sospechado y temido, pero que nunca creyó llegara á
+realizarse?...
+
+Una desesperada curiosidad le hizo pasar el día entero en Monte-Carlo.
+Volvió á encontrarse con Martínez. El oficial siguió adelante, apartando
+su mirada para no verle; pero el príncipe creyó sorprender en sus ojos
+una expresión fugitiva de lástima generosa, la conmiseración hacia un
+rival desgraciado é inofensivo. También llevaba flores: indudablemente
+distintas á las del día anterior.
+
+Lubimoff repitió mentalmente sus lamentos de la noche: «Sí, ya ha sido.»
+Imposible la duda. Pero no se le ocurrió matarlo, ni arrepentirse de su
+generosidad. ¡Todo inútil! Sólo pensó con envidia en las gentes de
+abajo, en los impulsivos que sienten con simpleza sus pasiones, sin el
+estorbo del honor y la palabra empeñada; en los hombres que saltan por
+encima de leyes y costumbres, y cuando quieren matar, matan.
+
+Lo había visto más demacrado que nunca, con unos ojos de fiebre: pero
+¡ay, aquella máscara impalpable de vanidad juvenil, de triunfo, de
+satisfacción, que irradiaba en torno de su cabeza un nimbo de gloria!...
+
+En la noche, Toledo se vió repelido bruscamente por su príncipe al
+intentar comunicarle una carta que había recibido de París. El
+administrador se impacientaba: pedía una contestación á Su Alteza sobre
+la venta de Villa-Sirena.
+
+--No sé; déjame en paz... Lo mejor será que trate esto directamente. Iré
+mañana á Niza para arreglar mi viaje á París... Mañana no; pasado
+mañana.
+
+No pudo explicarse por qué concedió un día más á su inacción: fué un
+diferimiento maquinal, sin motivo alguno. Al día siguiente, después del
+almuerzo, se arrepintió, pero ya era tarde para encontrar al chófer que
+le había servido la tarde del duelo, y que don Marcos acababa de
+ascender al rango de «proveedor de Su Alteza».
+
+¿Adónde ir, seguro de no tropezarse con las personas que ocupaban su
+recuerdo?... Cuando empezaba á caer la tarde se dirigió á las terrazas
+del Casino. Un concierto al aire libre atraía enorme concurrencia. No
+era fácil que Martínez y la otra se exhibiesen ante esta muchedumbre.
+
+Se imaginó vivir en los tiempos de paz; haber retrocedido á uno de
+aquellos inviernos privilegiados que empujaban hacia la Costa Azul á los
+ricos del planeta. Las dos terrazas estaban llenas de gente de buen
+aspecto. El cañoneo de París y los ataques de los _gothas_ mantenían en
+Monte-Carlo á muchas damas elegantes que en otro tiempo hubiesen
+considerado perdido su honor al permanecer en esta ribera calurosa
+pasado el invierno.
+
+Faltaban sillas; gran parte del público estaba sentado en las
+balaustradas y las escalinatas. En torno del kiosco de la orquesta había
+una masa de suaves colores, formada por los sombreros femeninos, los
+trajes primaverales, los inquietos abanicos. Frente á las terrazas se
+extendía el mar entre promontorios color de rosa. Las velas lejanas
+parecían arder, enrojecidas por el sol moribundo. La música se
+amplificaba voluptuosamente al resbalar sobre la epidermis violeta del
+Mediterráneo y el cristal opalino de la tarde.
+
+Nadie pensaba en la guerra; era una calamidad de otras tierras y otros
+cielos. Hasta los convalecientes con uniforme, que vivían esta hora
+dulce, respirando la brisa salada, escuchando los quejidos de los
+violines y rodeados de mujeres vistosas, parecían no acordarse. Muchos
+ojos seguían el avance por la línea del horizonte de un rosario de
+vapores pintarrajeados, como bestias fabulosas, á los que daban escolta
+varios torpederos. Pero el arrullo de la música penetrando al mismo
+tiempo por los oídos quitaba toda significación á este medroso disfraz
+de los buques y á la lentitud recelosa con que se deslizaban frente á la
+costa del placer.
+
+Cuando, después de las siete, terminó el concierto, las terrazas se
+despoblaron. Unicamente siguieron en los bancos algunas parejas, que
+retardaban el instante de la separación conversando quedamente en el
+silencio azul del crepúsculo.
+
+El príncipe pudo marchar de un extremo á otro del paseo más bajo, sin
+tener que sufrir el contacto de la muchedumbre.
+
+De pronto se detuvo, con una sensación de sorpresa y dolor, como si
+acabase de recibir un golpe en el pecho. Por la amplia escalinata que
+pone en comunicación á ambas terrazas descendía una pareja. Su instinto
+los reconoció á los dos antes que su mirada. Un militar, el teniente
+Martínez... ¡y ella!
+
+Iba de luto, lo mismo que la había visto junto á la iglesia; pero
+caminaba con menos resolución, encogida y temerosa al verse en este
+sitio ocupado poco antes por casi todos los vecinos de la ciudad.
+
+Hablaban mientras descendían con lento paso. Abstraídos en contemplar el
+mar, no torcieron su vista hacia el sitio en que permanecía inmóvil
+Lubimoff. Tomaron una dirección opuesta al llegar abajo, y el príncipe
+pudo seguirles.
+
+Sintió que un poder extraordinario de adivinación aguzaba sus
+facultades; una doble vista que le permitía ver y estudiar los rostros
+de los dos, á pesar de que marchaba á sus espaldas.
+
+¡Ay, este paseo! Era el ansia de luz y de aire libre que se experimenta
+después de un encierro dulce; la necesidad insolente de mostrar la
+propia dicha en público, cuando empiezan á resultar pesadas las horas
+felices, por su monótona repetición; el deseo de prolongar á la vista de
+todos la intimidad secreta, con el incentivo de tener que fingir,
+ocultando los verdaderos sentimientos.
+
+Miguel consideró indiscutibles sus adivinaciones. Era el oficial, sin
+duda, quien había propuesto este paseo. ¡El orgullo de marchar por un
+lugar público con una dama célebre, pensando al mismo tiempo en sus
+nuevos derechos!... Ya no pudo dudar más de la imagen que le había hecho
+rugir en el silencio de la noche... ¡Había sido!... ¡Había sido!
+
+El aspecto de ella repelía toda duda. Marchaba con cierto desaliento,
+como el que se ve obligado á seguir adelante contra sus fuerzas. Vió su
+rostro sin verlo. Era triste, profundamente triste, con la melancolía
+del caído que tiene conciencia de su abyección y la considera sin
+remedio, por ser obra de un fatalismo irresistible, por estar sus causas
+más allá del radio de la voluntad.
+
+Ladeaba la cabeza hacia su acompañante para mirarle. Debía ser una
+mirada de prisionera agradecida que quiere olvidar las miserias del
+remordimiento y se siente contenta sensualmente en la vergonzosa
+esclavitud. Mientras su alma se encogía ante el recuerdo, su cuerpo se
+inclinaba con una atracción material hacia aquel otro cuerpo, buscando
+instintivamente el contacto que hacía reflorecer su juventud con una
+nueva primavera; primavera triste, como lo son las sorpresas del
+destino, pero más dulce que las horas cenicientas de la soledad.
+
+El odio, la repugnancia, la indignación por la dicha ajena, hicieron
+detenerse al príncipe. ¿Para qué seguirlos?... Podían volver la cabeza y
+verle. Se avergonzó al pensar en un encuentro. ¡Miserables!... Debía
+existir alguien en lo alto que castigase estas cosas.
+
+Y se alejó de ellos, caminando hacia el otro extremo del paseo para
+bajar al puerto de La Condamine.
+
+Iba á salir de la terraza, cuando ocurrió algo á sus espaldas que le
+hizo detenerse. Los grupos sentados en los bancos se levantaban
+precipitadamente, y luego de hablar corrían hacia el mismo sitio de
+donde venía él. Oyó gritos, gentes que se llamaban. Una noticia parecía
+circular por los dos planos del jardín, haciendo surgir personas de los
+senderos, de los grupos de palmeras, de las murallas de vegetación.
+
+Lubimoff se dejó arrastrar por esta alarma, volviendo sobre sus pasos.
+Vió de lejos una mancha creciente y bullidora, un grupo al que se iban
+uniendo las filas serpenteantes de curiosos que bajaban corriendo las
+escalinatas. El jardín, momentos antes despoblado, vomitaba personas por
+todas sus aberturas.
+
+Al aproximarse al grupo, pudo oir los comentarios de varios curiosos
+sueltos que instruían á los que llegaban.
+
+--Un oficial convaleciente... Iba paseando con una señora... De pronto,
+cae redondo... lo mismo que si lo hubiese herido un rayo... Ahí está.
+
+Sí; allí estaba Martínez, en el centro de la masa humana, como una pobre
+cosa, tendido en el suelo, guardando la misma actitud de su caída, con
+el cuerpo en forma de Z: la cabeza en ángulo recto sobre su pecho, las
+piernas dobladas trazando otro ángulo. Lubimoff avanzó hasta asomar sus
+ojos sobre la primera fila de mirones estupefactos. Un ronquido
+continuo, un estertor de pobre bestia agonizante salía de su boca
+espumosa. En el cuerpo inmóvil, la única manifestación de vida era aquel
+aullido repitiéndose con una regularidad cronométrica, sin cambiar de
+tono.
+
+Los oficiales abandonaban á sus compañeras para meterse en el centro del
+corro. Al reconocer á Martínez, su sorpresa tomaba una expresión
+acariciante y fraternal.
+
+--¡Antonio!... ¡Antonio!
+
+Se inclinaban sobre él para hablarle al oído, como si durmiese; pero
+Antonio no escuchaba. Uno de sus ojos permanecía oculto en la tierra del
+paseo; una piedrecita había saltado sobre los párpados del otro. Todo un
+lado de su uniforme estaba blanco de polvo. El feroz ronquido era lo
+único que respondía á los cariñosos llamamientos.
+
+Un médico militar salido de la masa tomaba sus manos, examinando su
+pulso con un gesto de impotencia. Le habían dado muchos ataques como
+éste; deseaba que no fuese el último...
+
+Arrodillada en el suelo vió á Alicia, absorta por la sorpresa, mostrando
+las sinuosas líneas de su dorso bajo las ropas de luto, olvidada de todo
+lo que existía en torno de ella, fijos sus ojos en aquel hombre que
+minutos antes marchaba á su lado hablando, sonriendo, convencido de que
+la vida es una felicidad, y ahora estaba tendido en el polvo, anguloso y
+flácido, como una pobre cosa que se vacía entre estertores.
+
+Se levantó, avisada por el instinto, no queriendo permanecer á la vista
+de la gente en aquella postura. Sus ojos enormes, inexpresivos,
+asustados, fueron mirando alrededor, sin reconocer á nadie. Al
+encontrarse un momento con los de Miguel parpadearon, suplicantes. Pero
+el príncipe se ocultó detrás de la primera fila de curiosos, agachando
+su cabeza, y los ojos de ella siguieron adelante en su visión circular,
+nuevamente apagados, creyendo sin duda en un error de la ilusión.
+
+Al quedar de pie Alicia, las gentes se la mostraban. Esta era la dama
+que acompañaba al oficial. Algunos la reconocían, repitiendo su nombre:
+«la duquesa de Delille». Por instintiva repulsión, ó por el cobarde
+deseo de no verse mezclados en «historias», nadie la hablaba, dejándola
+sola en el centro del grupo, con sus ojos estupefactos que imploraban un
+auxilio, sin saber cuál.
+
+Personas de buena voluntad empezaron á desarrollar sus iniciativas
+autoritarias.
+
+--¡Aire!... ¡dejen aire!
+
+Daban empellones para hacer mayor el círculo en torno del caído; pero
+inmediatamente se volvían hacia éste, ordenando socorros inútiles, y
+otra vez se estrechaba el espacio, llegando los pies de los más
+avanzados junto á la boca aulladora del moribundo.
+
+Una jovencita había trotado espontáneamente hasta el _bar_ de la entrada
+del Casino, volviendo con un vaso de agua.
+
+--¡Antonio!... ¡Antonio!
+
+Los arrodillados compañeros le llamaban en vano, pugnando por entreabrir
+sus mandíbulas y obligarle á beber. Su boca repelía el líquido, para
+seguir repitiendo el doloroso rugido.
+
+Empezaron á llegar señoras de las salas de juego, atraídas por la
+noticia. Todas conocían á la duquesa; y la miraron con cierta
+hostilidad, después de contemplar al moribundo. El príncipe oyó
+fragmentos de sus comentarios: «Un pobre que vivía milagrosamente... La
+más leve emoción... Esa mujer...»
+
+Más allá del grupo correteaban los guardias del jardín transmitiéndose
+órdenes. Habían aparecido los bomberos, aquellos bomberos que, según el
+rumor público, se filtraban mágicamente á través de los muros del Casino
+para llevarse á los jugadores caídos en las salas.
+
+Esta vez les faltaba la camilla. Los curiosos se apartaron para abrir
+paso á una extraordinaria novedad. Un carruaje de alquiler iba avanzando
+por las terrazas, lugar vedado á los vehículos.
+
+Lubimoff vió cómo se elevaba la duquesa repentinamente sobre las cabezas
+del gentío. Acababa de subir al carruaje y se mantuvo de pie en él, con
+la mirada perdida y un rostro inexpresivo de sonámbula. Tal vez había
+hecho esto sin reflexión; tal vez el médico militar la invitó á subir,
+creyéndola de la familia del enfermo. Varios hombres con uniforme
+levantaron el cuerpo inánime del oficial.
+
+Continuaba su ronquido desgarrador.
+
+Y entonces, ante la muchedumbre, que no podía ver con sus ojos
+estupefactos, Alicia procedió como si estuviese sola. Acababa de dejarse
+caer en el asiento, é hizo que pusieran sobre sus rodillas aquel cuerpo
+igual á un cadáver. Ella misma, mientras lo sostenía con un brazo, dobló
+con el otro la aulladora cabeza, haciéndola descansar en uno de sus
+hombros.
+
+El carruaje se puso en marcha lentamente hacia el hotel de los
+oficiales, seguido de una gran parte del público. El médico iba á pie,
+recomendando al cochero que marchase despacio.
+
+Miguel la vió pasar, rígida, los ojos agrandados por el asombro, la boca
+crispada por el dolor, con aquel moribundo en sus rodillas. Su actitud
+era la misma de la madre divina al pie de la cruz, pero con algo impuro
+y vergonzoso en su pena que hacía inadmisible la imagen. «¡Oh, Venus
+dolorosa!»
+
+No pudo continuar sus pensamientos. Se sintió empujado rudamente por una
+mujer con uniforme. Era Mary Lewis que corría, abriendo todo el amplio
+compás de sus piernas, para alcanzar al carruaje. Esta amazona del bien
+siempre llegaba á tiempo para encontrarse con el dolor.
+
+Lubimoff vió como se alejaba poco á poco el vehículo con su orla de
+gentío. La marcha hasta el hotel iba á resultar interminable; todo
+Monte-Carlo presenciaría su paso.
+
+Se sintió triste, muy triste. Aquel oficial era su enemigo; ¡pero la
+muerte!...
+
+Alicia le inspiraba menos conmiseración. Sonrió con una sonrisa perversa
+al contemplar por última vez el carruaje y su séquito que iba en
+aumento.
+
+Como escándalo, no era flojo el que acababa de dar la duquesa de
+Delille.
+
+
+
+
+XI
+
+
+Dos días después, Lubimoff vió salir, una mañana, al coronel, vestido de
+negro.
+
+Iba al entierro de Martínez. El y Novoa, como españoles, tenían el deber
+de acompañar al héroe en su último viaje sobre la tierra.
+
+A la vuelta relató al príncipe sus impresiones, con una concisión
+dolorosa. Unos cuantos oficiales convalecientes habían seguido al
+féretro. El profesor y él eran los únicos acompañantes con traje civil;
+pero aquellos muchachos heroicos y amables le obligaban á presidir el
+duelo, por ser coronel y compatriota del difunto.
+
+Describió el cementerio de Beausoleil, á media falda de la montaña en
+cuya cumbre está La Turbie. A causa de la guerra, habían tenido que
+ensancharlo con varias mesetas formando escalinata, y desde estas
+explanadas se abarcaba un paisaje magnífico: Monte-Carlo y Mónaco á
+vista de pájaro, Cap-Martin avanzando sobre las olas, y el infinito del
+mar subiendo y subiendo, hasta confundirse con el cielo. Un monumento
+con un gallo en su cúspide, arrogante y victorioso, guardaba los restos
+de los combatientes muertos por Francia. Don Marcos aún estaba conmovido
+por sus propias palabras, dichas en medio de un profundo silencio ante
+la puerta de esta tumba común que iba á tragarse para siempre el cadáver
+de Martínez.
+
+--Hablé para hombres--dijo Toledo con orgullo--, para hombres
+estropeados por la guerra; un público de héroes... No ha habido en el
+entierro una sola mujer.
+
+Esto fué lo más interesante para el príncipe: «Ni una mujer.» Y volvió
+á preguntarse una vez más qué sería de Alicia.
+
+Al caer la tarde, cuando estaba paseando por sus jardines, vió venir á
+lady Lewis precedida del coronel.
+
+Se refugió el príncipe en su casa. La enfermera llegaba indudablemente
+con un grupo de convalecientes ingleses, deseosa de corretear entre los
+árboles, de coger flores, y él se sentía falto de fuerzas para escuchar
+su parloteo de pájaro herido y alegre, aquel contento tenaz que se
+prolongaba, á través del dolor, hasta los umbrales de la muerte.
+
+Subía el príncipe la escalera para ocultarse en sus habitaciones altas,
+cuando le alcanzó el coronel; y antes de que éste le hablase, lo
+interpeló con violencia. No quería ver á la enfermera... Que pasease con
+sus ingleses por todos los jardines: podía disponer de ellos como si
+fuesen de su propiedad; pero que le dejase tranquilo.
+
+--Marqués--dijo Toledo--, la lady viene sola y necesita hablar con Su
+Alteza. Tiene algo importante que decirle.
+
+El príncipe y la enfermera ocuparon unos sillones de junco fuera de la
+casa, en una plazoleta rodeada de frondosos árboles. Una fuente reía
+bajo el desgrane de su perezoso surtidor.
+
+La luz verdosa reflejada por la arboleda hacía á lady Lewis más débil y
+exangüe. Los restos de su vida parecían concentrarse en sus ojos antes
+de huir perdiéndose en el espacio como un flúido incautivable. El
+príncipe iba olvidando su reciente cólera. ¡Pobre lady!...
+
+Volvió á sentir por ella ternura y respeto. Su miseria física acababa
+por convertir la lástima en esa admiración que inspira siempre el
+sacrificio desinteresado.
+
+Ella, acostumbrada á vivir entre los grandes dolores, á presenciar
+catástrofes, tenía en poco las conveniencias que rigen la vida
+ordinaria, y habló inmediatamente, con cierta rudeza militar, del motivo
+de su visita.
+
+Venía de parte de la duquesa de Delille. Había pasado los dos últimos
+días en Villa-Rosa, durmiendo allí para no abandonar un solo momento á
+Alicia. Su desesperación primeramente y luego su abatimiento le
+inspiraban miedo. Había intentado matarse.
+
+--¡Pobre mujer!... Al fin se serenó, viendo la verdadera luz,
+reconociendo su camino. Estoy satisfecha de haberlo logrado con mis
+palabras.
+
+Los ojos interrogantes de Lubimoff quedaron fijos en la inglesa. ¿Qué
+luz y qué camino eran estos?... Pero otra cosa le interesaba más: la
+causa de su visita, aquella misión que le había encargado la duquesa
+para él.
+
+Lady Lewis adivinó sus pensamientos.
+
+--Me ha pedido que le vea, príncipe; es su último deseo al huir del
+mundo. Le suplica que se olvide de ella, que no la busque nunca, y sobre
+todo que la perdone por el daño que le ha causado involuntariamente. Su
+perdón es lo que reclama con más vehemencia... Cuando yo le diga que
+usted no la odia, esto le devolverá la tranquilidad que necesita para su
+nueva vida.
+
+Miguel quedó absorto. ¿Perdonar?... Alicia no le había causado ningún
+daño. Era él mismo quien se atormentaba con sus deseos y sus
+desilusiones. De persistir en sus ideas de meses antes, cuando abominaba
+de las mujeres, no habría sufrido la menor alteración en su cuerda
+existencia. Además, ¿dónde estaba? ¿no podía verla?...
+
+Estas preguntas las interrumpió lady Lewis. Continuaba sonriendo
+dulcemente, pero su voz reveló la firmeza de una voluntad
+inquebrantable.
+
+--La duquesa ya no vive en Monte-Carlo; he arreglado todo lo referente á
+su viaje. Soy la única que conoce su paradero, y no lo revelaré á nadie.
+No la busque, deje que marche en paz hacia la verdad; imagínese que ha
+muerto... como han muerto otros, como mueren y seguirán muriendo en
+nuestra época tantos miles de seres á cada nuevo sol... Perdone y
+olvide. ¡Pobre mujer!... ¡es tan desgraciada!
+
+Lubimoff comprendió que resultarían inútiles todas sus preguntas. Su
+curiosidad, por insinuante que fuese, se estrellaría contra esta
+reserva. Alicia había desaparecido para siempre... ¡para siempre!
+
+Esto le hizo considerarse más triste, más sólo. Experimentó junto á esta
+amazona del dolor humano una confianza igual á la que había debido
+sentir la de Delille en los dos últimos días. Era un deseo de confesarse
+con ella, un impulso instintivo de abrirle el alma, como si de esta
+mujer que llevaba á los lechos de muerte un regocijo frívolo de pájaro
+pudiese surgir el consejo de la suprema sabiduría.
+
+Movió el príncipe la cabeza, murmurando palabras de afirmación: «Sí;
+perdonaba.» No quería dejar sobre la otra el más leve peso de su dolor;
+lo guardaba todo para él... Pero á continuación no pudo resistir el
+empuje de este mismo dolor deseoso de exteriorizarse, y sintió extrañeza
+ante las palabras que se le escapaban, atropellando su voluntad.
+
+--¡Yo también, lady, soy muy desgraciado!
+
+La enfermera no manifestó asombro ante tal confidencia. Continuó
+sonriendo, y dijo lacónicamente:
+
+--Lo sé.
+
+Su sonrisa se fué transformando en un gesto de dulce piedad, de
+conmiseración protectora, como si el príncipe fuese un niño necesitado
+de sus consejos.
+
+Había adivinado su desgracia mucho antes de que la duquesa le hablase en
+sus horas de desesperada confesión. Se creía desgraciado por
+contrariedades de amor; pero esta desgracia sólo era la envoltura de
+otra más verdadera y profunda que residía en él, sólo en él.
+
+Intentaba mantenerse apartado de sus semejantes, ignorando las
+preocupaciones de éstos, enquistado en su egoísmo, queriendo prolongar
+sus goces de los años tranquilos al margen de la humanidad, que sufría
+una de las mayores crisis de su historia. Era comprensible este
+alejamiento en un cobarde, dominado por el instinto de conservación;
+pero él era valiente. Podía tolerarse en un hombre cargado de hijos, que
+siente á todas horas el imperioso deber de su subsistencia y sufre
+miedo; pero él estaba solo en el mundo.
+
+--Todos somos desgraciados, príncipe. ¿Quién no conoce ahora el dolor y
+la muerte?
+
+Y habló monótonamente de las propias desgracias, como si recitase una
+oración, mientras su sonrisa se iba borrando: aquella sonrisa que
+animaba la fealdad anémica de su rostro con una luz vagorosa de aurora.
+
+Seis hermanos suyos habían muerto en una tarde. Pertenecían al mismo
+batallón, y ella recibía la noticia de las seis muertes al mismo tiempo.
+Treinta y dos individuos de su familia estaban bajo tierra. Muy pocos
+de ellos eran militares; llevaban una existencia de placeres antes de la
+guerra, disfrutaban de grandes riquezas y títulos: su vida resultaba tan
+dulce como la del príncipe Lubimoff... ¡pero al verse llamados por el
+deber!...
+
+Nadie escoge su lugar antes de venir al mundo; ninguno puede decidir
+cuál será su patria y cuál su linaje. Nacemos arriba ó abajo, á capricho
+del azar, y amoldamos la historia de nuestra existencia al sitio que nos
+designó el acaso. Tampoco puede nadie escoger su época. Los que nacen en
+períodos de paz, cuando la humanidad permanece en calma y el salvajismo
+prehistórico dormita dentro del caparazón formado por las
+civilizaciones, son dichosos; tan dichosos como los que vienen á la vida
+en una casa poderosa y se ven exentos de batallar por la subsistencia.
+
+--Pero cuando nacemos en una época de locura--continuó--, debemos
+resignarnos y amoldarnos á ella, sin huir el hombro á la carga penosa.
+Tenemos el deber de sufrir para que otros sean felices después, como
+sufrieron los antepasados por nosotros.
+
+¡Su dolor al recibir la noticia de aquella muerte en masa de sus
+hermanos!... Ella no se tenía por un ser extraordinario; era simplemente
+una mujer como todas, y lloró, entregándose á la desesperación. Luego,
+una idea iba esparciendo por su pensamiento cierta frescura bienhechora.
+¡Si hubiesen hombres inmortales!... Entonces sí que resultaría horrible
+la desesperación, al pensar que el muerto podía haberse librado de la
+muerte manteniéndose lejos del peligro. Pero nadie era inmortal.
+
+Morir bajo el proyectil ó bajo el microbio, era morir lo mismo. Sólo
+variaba la postura, y para muchos ofrecía mayor seducción volver á la
+tierra de un modo fulminante, en plena embriaguez heroica, con una idea
+generosa en el pensamiento, que extinguirse lentamente entre sábanas,
+frente á una pared, manchado y envilecido por todas las suciedades de
+una materialidad que empieza á disgregarse.
+
+Era el santo miedo, guardián de nuestra conservación, el que perturbaba
+á las gentes, ocultándoles la terrible verdad que existe al término de
+toda vida. Las gentes cuerdas consideraban una locura el ir al encuentro
+de la muerte. Muy bien si la muerte fuese algo inmóvil que sólo pone su
+mano en el que se le acerca... Pero si el hombre no va en su busca, ella
+corre con pasos de cien leguas en busca del hombre. ¿Quién puede
+adivinar el momento del encuentro?... Lo mejor era despreciarla, no
+concederle el tributo de un recuerdo continuo, engendrador de angustias
+y miedos.
+
+Además, la muerte en el lecho resultaba una muerte infructuosa y
+estéril. ¿A quién podía servir, aparte de los herederos?... La otra
+muerte por una idea, aunque fuese errónea, representaba una afirmación,
+un acto de energía y de fe, y con la suma de tales actos se va tejiendo
+la historia noble de la humanidad.
+
+El príncipe admiró la sencillez con que esta mujer casi moribunda
+ensalzaba el heroísmo de la vida despreciando á la muerte.
+
+Había colocado su pensamiento en lo alto, más allá de los egoísmos y los
+deseos que forman la trama de la vida ordinaria. Si todos hiciesen lo
+que les conviene únicamente, la humanidad en masa no tendría por qué
+considerarse superior á los animales.
+
+La lady poseía un ideal: sacrificarse por sus semejantes; servirles aun
+á costa de su existencia. Casi se congratulaba de la guerra, que la
+había ayudado á encontrar el verdadero camino. En tiempo de paz hubiese
+hecho lo que todas: uniendo su suerte á la de un hombre, para tener
+hijos y constituir una familia. El egoísmo amoroso resume el mundo en
+dos seres; el egoísmo de la madre no reconoce nada interesante más allá
+de su prole. Unicamente cuando llega la vejez y se han desvanecido las
+perspectivas ilusorias de la vida se reconoce la gran verdad, ó sea que
+hay que interesarse y sacrificarse por todos los que existen... Pero la
+piedad de la vejez es infructuosa y corta. Mary Lewis se consideraba
+feliz por haberse lanzado desde el primer momento en la buena dirección,
+sin el largo rodeo de los otros para llegar tarde á la verdad.
+
+--Yo he tenido mi novela, como todos.
+
+Dijo esto con sencillez, pero al mismo tiempo la poca sangre que le
+restaba animó su rostro con tenue rubor, como si fuese á confesar algo
+extraordinario.
+
+Un hombre estudioso la amaba; un antiguo secretario de su padre el
+gobernador colonial. Sólo una vez se habían confesado este amor. Luego
+continuaron su vida como siempre, guardando cada uno su secreto,
+poniendo la realización de sus ilusiones en un porvenir indeterminado...
+Pero llegaba la guerra.
+
+El había corrido de los primeros á alistarse como voluntario: «Mary, soy
+soldado.» Y Mary había respondido: «Hace usted bien.» Se escribían de
+tarde en tarde breves cartas. Tenían cosas más importantes que hacer. El
+no poseía la hermosura y la fuerza del héroe, como los hermanos de lady
+Lewis. Hasta sospechaba ésta que su aspecto era poco militar, á causa de
+los torpes movimientos de una vida vegetativa acostumbrada á encorvarse
+sobre la mesa de escribir. Pero cumplía su deber, y más de una vez le
+habían citado por sus frías audacias.
+
+Nunca se realizarían los deseos de los dos. Aunque ella alcanzase á
+vivir después de la guerra, continuaría su existencia presente en los
+hospitales civiles, en los países remotos azotados por las epidemias. El
+tal vez se casase con otra, ó tal vez permanecería fiel á su recuerdo,
+dedicándose por su parte á remediar el dolor de los hombres. Mas
+vivirían alejados, yendo adonde les llamase su deber, pensando á todas
+horas uno en el otro, pero sin verse, como los monjes letrados y las
+religiosas apasionadas que en otros siglos llenaban su existencia con
+una amistad espiritual sostenida desde sus lejanos monasterios.
+
+Miguel volvió á admirar esta abnegación. Lady Lewis pertenecía al
+pequeño grupo de elegidos que desconocen el egoísmo y ansían
+sacrificarse por el bien; á las eternas santas que existieron antes del
+nacimiento de las religiones, y que continuarán floreciendo lo mismo
+cuando la duda haya acabado de arruinar las creencias actuales.
+
+--Usted es un ángel--dijo el príncipe.
+
+--No--protestó ella-: yo soy una amorosa, una gran amorosa.
+
+Lubimoff sonrió con cierta lástima.
+
+--¿Amorosa usted, lady?...
+
+Ella siguió hablando, como si le molestase la extrañeza de su oyente.
+¿Qué era el amor de los otras mujeres comparado con el suyo? Ponían su
+ternura, su deseo de sacrificio, en un solo hombre. Más allá de él no
+encontraban nada digno de interés. Ella amaba á todos los hombres, ¡á
+todos! hasta aquellos enemigos que había cuidado muchas veces en las
+ambulancias del frente. Estaban engañados; y si realmente habían sido
+perversos y deseaban continuar siéndolo, ella sólo les veía en su estado
+actual, tendidos en una cama, con las carnes rotas, amenazados por la
+muerte. Eran unos desgraciados nada más, y esto bastaba para que
+olvidase su origen.
+
+Deseaba el triunfo de los suyos, porque los otros representaban la
+exaltación de la fuerza brutal, la divinización de la guerra, y ella
+quería que no hubiese más guerras. ¡El amor imperando sobre el mundo
+entero!... Harta desgracia era que los hombres no pudieran suprimir con
+igual facilidad la pobreza, el dolor y la muerte, divinidades negras que
+nos toman al nacer y con las que batallamos hasta el último momento.
+
+--Yo amo todo lo que vive: las personas, los animales, las flores. ¿Qué
+es al lado de esto el amor entre hombre y mujer, que las gentes
+consideran el único amor y no es mas que el egoísmo de dos seres
+apartados de sus semejantes, viviendo sólo para ellos?... Mi amor
+también es un egoísmo, lo reconozco; tal vez algo peor: un orgullo. ¡Si
+usted conociese mis alegrías cuando he salvado de la muerte á uno de mis
+_flirts_, á uno de esos pobres heridos que no veré más!... No me admire,
+príncipe, no me compadezca. Soy únicamente una pobre mujer: ¡nada de
+ángel! Además, muy mala; tengo mis remordimientos, como todos.
+
+--¡Usted, lady!...--volvió á exclamar el príncipe con un gesto de
+incredulidad.
+
+Y ella, para que el otro no dudase, se apresuró á contar el gran pecado
+de su existencia. Viajando por Andalucía había visto al borde de un río
+unos muchachos que intentaban ahogar á un perro vagabundo, arrojándole
+piedras. Mary cayó sobre ellos, loca de cólera, apaleándolos con su
+quitasol. Uno de los chicuelos lloró, arrojando sangre por las
+narices... Este mal recuerdo había perturbado muchas de sus noches.
+Ahora no podía ver á un niño sin acariciarlo con la vehemencia del
+remordimiento.
+
+También había sostenido disputas en varios países con los carreteros que
+golpean á sus bestias, con los dueños de hotel que no le permitían
+guardar en su habitación los perros y gatos sin dueño encontrados en las
+calles.
+
+Antes de la guerra, su lástima era toda para los animales. La humanidad
+sabe defenderse. Pero ahora, las matanzas de seres uniformados desviaban
+su dulce ternura hacia los hombres. Estaban más faltos de cariño y
+protección que las pobres bestias.
+
+El recuerdo de sus _flirts_, que á estas horas se removían en sus camas
+cubiertos de vendajes, ansiosos de la presencia de lady Lewis, ó
+permanecían en un banco con los ojos inmóviles vueltos hacia el sol,
+negándose á pasear por faltarles el suave apoyo de su brazo, le hizo
+abandonar su asiento. «¡Adiós, príncipe!» Los enamorados la esperaban.
+
+Puesta de pie, recordó el motivo de su visita, hablando de nuevo con
+aquel tono que revelaba su firme voluntad.
+
+Era inútil que buscase á la duquesa. La pobre, después de tantas
+desorientaciones en su vida, acababa de encontrar el verdadero sendero,
+el mismo que ella, más afortunada, había seguido en plena juventud. La
+virgen dolorosa habló con naturalidad del pasado de Alicia. Lo conocía
+todo. En el silencio de Villa-Rosa, la otra se había confesado
+desesperadamente, sin que la enfermera sintiese escándalo ni asombro.
+¡Qué representaba esta catástrofe moral de una simple persona, cuando el
+mundo veía á cada minuto los más inauditos crímenes!...
+
+--Partió esta mañana, y está muy lejos... ¡muy lejos!--dijo la lady--.
+Es posible que jamás vuelvan á verse... Yo le escribiré que usted la
+perdona, y esto le proporcionará la tranquilidad que necesita en su
+nueva existencia.
+
+El príncipe la fué acompañando hacia la salida de sus jardines. Durante
+el camino volvió á lamentarse. Necesitaba exteriorizar el desaliento en
+que le había dejado la resistencia de la inglesa á decirle el paradero
+de Alicia.
+
+--Soy muy desgraciado, lady.
+
+--Lo creo--contestó ella--. Mis desgracias son más grandes que las de
+usted, pero las sobrellevo mejor.
+
+Para Mary, la vida era á modo de una balanza. En un platillo caía el
+infortunio: nadie se libraba de este peso; pero había que equilibrar el
+espíritu colocando en el platillo opuesto algo grande, un ideal, una
+esperanza. Ella había encontrado el contrapeso necesario: el amor á todo
+lo existente, el sacrificio por los semejantes, la abnegación en todos
+los momentos.
+
+¿Qué tenía el príncipe para contrabalancear las sacudidas del
+destino?... Nada. Seguía viviendo como en los años de paz, pensando
+únicamente en él. Era todavía como habían sido los demás hombres antes
+de que la guerra los sacase de su individualismo egoísta, haciendo
+reflorecer las virtudes de la solidaridad y el sacrificio. Por eso
+bastaba un simple obstáculo á sus deseos, un desengaño amoroso, algo que
+sólo puede perturbar la vida de un adolescente, para que se considerase
+desgraciado... ¡Ah, si tuviera un ideal superior! ¡Si pensara menos en
+él y más en los hombres!
+
+Se estrecharon los manos junto á la verja.
+
+--¡Adiós, lady!--dijo el príncipe inclinándose.
+
+De estar don Marcos presente, hubiese reconocido esta voz. Era la misma
+de la tarde del desafío, cuando encontró á la inglesa con los dos
+ciegos; una voz hermosamente grave, en la que parecían gotear lágrimas.
+
+Toledo sólo apareció algunos instantes después, saliendo del pabellón
+del jardinero, para encontrarse con el príncipe, que regresaba pensativo
+hacia su «villa».
+
+Lubimoff habló para darle una orden con tono duro.
+
+--Me marcho á París... Quiero salir mañana; arregla lo necesario.
+
+Luego, al fijar sus ojos en el coronel, continuó, con voz más dulce:
+
+--Creo que nunca volveré aquí... Voy á vender Villa-Sirena.
+
+
+
+
+XII
+
+
+Don Marcos desciende por los jardines públicos hacia la plaza del
+Casino, en conversación con un militar.
+
+Ya no es el ceremonioso coronel que besaba manos viejas y nobles en los
+salones de juego y asistía como inevitable comensal á los almuerzos de
+todas las familias linajudas de paso en el Hotel de París. Nada recuerda
+en su persona los levitones forrados de terciopelo, los sombreros de
+seda blanca y demás esplendores de su elegancia original. Va sobriamente
+vestido de obscuro, y su aspecto tiene algo de rústico; revela al hombre
+que vive en el campo, gusta de cultivar la tierra y se siente cohibido
+al volver á la existencia urbana. Lleva puestos los guantes, lo mismo
+que en sus buenos tiempos; pero ahora es por necesidad. Sus manos le
+recuerdan cierto exiguo jardín en torno de una «villa» diminuta, con
+cinco árboles, doce rosales y unos cuarenta arbustos más, que conoce uno
+por uno, dándoles nombres propios, cuidándolos y regándolos
+fervorosamente hasta encallecer sus dedos.
+
+El militar también marcha como un hombre de campo, mirando á todos lados
+curiosamente. Un áspero bigote cubre su labio superior, uno de esos
+bigotes duros y agresivos que surgen después de largos años de continua
+rasura. Su uniforme es viejo, desteñido por el sol y las lluvias. El
+paño amarillento tiene el color neutro de la tierra. Su brazo derecho
+pende inerte del hombro y se mueve al ritmo del paso, con el vaivén de
+las cosas inanimadas. La mano va cubierta de un guante cuya rigidez
+acusa el relieve de algo duro y mecánico. La otra mano se apoya en un
+garrote, y una pipa humea en su boca. Sobre sus bocamangas casi se
+confunde con el color de la tela un breve y único galón de oficial.
+
+--Diez meses y veinte días--dice Toledo--que Su Alteza salió de aquí...
+¡Qué de cosas han ocurrido!
+
+El militar es el príncipe Lubimoff: un Lubimoff que parece más fuerte,
+más sereno y decidido que el del año anterior, á pesar de su brazo
+artificial. La cabeza tiene las mismas canas de antes, discretamente
+esparcidas; pero el bigote, al crecer libremente, ha surgido casi
+blanco.
+
+Las patillas del coronel son de la misma tonalidad. Con la desaparición
+de sus elegancias cesaron igualmente los cuidados de tocador, y el gris
+discreto de un teñido prudente ha dejado paso al blanco de una franca
+vejez.
+
+Don Marcos señala la plaza hacia la que se dirigen los dos.
+
+--¡Si hubiese visto Su Alteza esto la noche del armisticio!
+
+La noticia del triunfo hacía correr á todas las gentes. Bajaban de
+Beausoleil, subían de La Condamine, llegaban del peñón de Mónaco. Por
+primera vez después de cuatro años, se iluminaban de arriba á abajo las
+fachadas del Casino, de los hoteles y cafés. La plaza estaba repleta de
+gente. Todos parpadeaban deslumbrados, después de la larga noche en que
+les había tenido sumidos la amenaza submarina. Unos cuantos instrumentos
+de cobre rugían la _Marsellesa_, y la muchedumbre, siguiendo las
+banderas de los países aliados, daba vueltas en torno del «queso», como
+las falenas alrededor de la luz, no queriendo salir de la plaza.
+
+De pronto se había formado una larga línea danzante, una farándula, que
+empezó á correr y saltar, agrandándose en cada una de sus contorsiones.
+Todos se agregaban á ella, por el contagio del entusiasmo; el oficial
+unía su mano con la del soldado; las graves señoras levantaban las
+piernas y perdían el sombrero; las señoritas tímidas gritaban, con los
+cabellos sueltos; los rostros femeninos tenían esa expresión de locura
+entusiástica que sólo se ve en los días de revolución. Los cojos
+saltaban, los ciegos creían ver, los mancos se agarraban con sus
+muñones á la fila serpenteante. La _Marsellesa_ parecía un himno
+milagroso, comunicando á todos una nueva fuerza. ¡La paz!... ¡la paz!
+
+En una de sus evoluciones, la cabeza de la humana serpiente remontaba
+las gradas del Casino, La farándula quería meterse en el atrio, en las
+salas de juego, para arrastrar entre sus anillos al público, á los
+_croupiers_, á las mesas. Toda actividad interesada debía cesar en esta
+hora de generosa alegría.
+
+--¡Ay, los jugadores! ¡Qué enfermedad la del juego, marqués! Al llegar á
+la plaza se quitaban el sombrero ante las banderas, faltaba poco para
+que llorasen, cantaban una estrofa de la _Marsellesa_. «¡Viva Francia!
+¡Vivan los aliados!...» Y á continuación se metían en el Casino para
+apuntar su dinero al mismo número de la fecha celebre ó á otras
+combinaciones sugeridas por la paz.
+
+Los porteros, con aire de viejos gendarmes, formaban en masa
+heroicamente para rechazar con sus pechos, sus panzas y sus puños la
+farándula revoltosa que pretendía introducirse en el solemne palacio.
+Parecían indignados. ¿Cuándo se había visto tamaña insolencia?... Buena
+era la paz, y el pueblo debía regocijarse; ¡pero meterse en el Casino
+como un motín danzante, para interrumpir el funcionamiento de una
+industria honrada!... Y habían acabado por repeler gradas abajo aquella
+fila de señoras desgreñadas por el entusiasmo, de militares condecorados
+que olvidaban repentinamente sus enfermedades v sus heridas.
+
+ * * * * *
+
+El príncipe y Toledo llegan á la plaza y se dirigen á la izquierda del
+Casino, donde está el Café de París.
+
+Lubimoff se sienta á una mesa, en un ángulo saliente del café que las
+gentes apodan «el Promontorio». El coronel permanece derecho. Ha pasado
+la tarde con el príncipe, y necesita volver á su casa. Ya no tiene la
+independencia de antes; alguien vive con él, y su nueva situación le
+impone obligaciones ineludibles.
+
+Ve con la imaginación la casita que habita en lo alto de Beausoleil,
+rodeada de un pequeño jardín. Todo es suyo por escritura pública. Pero
+la suerte de su propiedad no le inquieta: nadie se llevará sus paredes
+y sus árboles. Lo que le tiene nervioso es cierto suboficial americano,
+joven y membrudo, que siente la manía de pasear en torno de su vivienda,
+y ciertos ojos claros que le siguen hambrientos desde una ventana,
+cierta boca carnuda que le sonríe, ciertas manos que él cree haber
+sorprendido de lejos arrojando una flor, y cuya propietaria le grita
+furiosa todos los días para convencerle de que ha visto visiones.
+
+Don Marcos se ha casado.
+
+Pocas semanas después de marcharse el príncipe, un gran cambio se
+realizó en su existencia. Villa-Sirena era ya de aquel nuevo rico,
+constructor de autocamiones y aeroplanos, que también había comprado el
+palacio de París. El coronel, al darle posesión, sólo se acordó de
+alabar los méritos del jardinero y su familia.
+
+Lubimoff, antes de marcharse al frente, se había ocupado de la suerte de
+su «chambelán», asegurándole una pensión de diez mil francos al año y
+enviando además cierta cantidad para que comprase una casa. Ya que
+deseaba morir en Monte-Carlo, debía tener su pequeña Villa-Sirena.
+
+Al poco tiempo de jardinear en su propiedad, viendo abajo la plaza del
+Casino, Toledo fué en busca de Novoa. Era su mejor amigo; además, era
+español, y tenía el deber de servirle en la circunstancia más importante
+de su vida. Lo necesitaba como padrino de boda. El profesor quedó
+estupefacto al enterarse de que se casaba con la hija del jardinero.
+¡Una muchacha que podía ser su nieta!... Era desafiar al destino, correr
+á sus años en busca de la desgracia que ya presagiaba su nombre.
+
+--Piense usted, don Marcos, que la juventud tiene sus derechos.
+
+--Y la vejez sus deberes--contestó el coronel con bondad, resignándose
+ante el porvenir.
+
+Ahora, de pie ante el príncipe, balbucea con timidez y confusión porque
+va á abandonarlo.
+
+--Me espera Madó: la pobrecita sale muy poco. Le gusta que la lleve por
+las tardes al concierto en las terrazas. Son las cinco.
+
+Y cuando el príncipe asiente con un movimiento de cabeza, echa á andar
+precipitadamente. Luego, más lejos, casi empieza á correr cuesta arriba,
+jadeando y sin sentir el cansancio. Desea llegar á su casa pronto, y
+tiene miedo de llegar. Madó sólo le convence cuando está al alcance de
+sus gritos. Se estremece pensando que puede de nuevo ver visiones.
+
+ * * * * *
+
+Al quedar solo el príncipe, se borran poco á poco de sus ojos el vaso
+que tiene delante, las mesas inmediatas, el gentío sentado en torno del
+«queso». Su visión se contrae y se hunde, para contemplar otras imágenes
+que guarda su memoria.
+
+Llegó en la mañana á Monte-Carlo. Sólo van transcurridas unas horas, ¡y
+ha visto tanto!...
+
+Recuerda unas frases de su amigo Lewis; frases tristes, dichas en uno de
+los almuerzos en Villa-Sirena: «La vida es rara y desigual en su curso.
+Transcurre el tiempo sin que surjan sucesos extraordinarios, y de
+pronto, las horas valen meses, los días son años, y pasan en unos
+minutos cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos...» ¡Qué de
+muertes en el espacio relativamente breve que le separa de su última
+salida de Monte-Carlo!...
+
+Lubimoff ve en su memoria el corto y agitado período después de su
+llegada á París: su ingreso en la Legión extranjera, el grado de
+subteniente concedido al antiguo capitán de la Guardia imperial, su ida
+al frente después de haber distribuído y colocado el millón y medio
+producto de la venta de Villa-Sirena, la dura vida de campaña, los
+combates, la muerte acompañando con una generosidad lúgubre los avances
+de la ofensiva triunfal. Recuerda su encuentro con un legionario que le
+llama y al que tarda en reconocer: ¡Atilio Castro! Un Castro que ya no
+sonríe irónicamente, que contempla la vida con gravedad y parece
+convencido ahora del valor de sus acciones. Como pertenecían á distintas
+compañías, ya no se vieron más. Un anochecer lo encontró después de un
+combate, pero tendido en el suelo entre otros cadáveres, con la frente
+rota, la masa cerebral al descubierto. El rictus de la muerte era en él
+una sonrisa serena. ¡Pobre Castro!... ¿Qué sería de doña Clorinda?...
+
+El príncipe deja de pensar en esto. Otros cadáveres le atraen. Evoca una
+visión reciente: su llegada á Monte-Carlo después de haber vivido mucho
+tiempo en un hospital. Al bajar del tren, Toledo examina con emoción el
+brazo mecánico que disimula imperfectamente el brazo amputado. Ha
+sufrido varios meses las consecuencias de una herida fatal y estúpida,
+recibida sin gloria pocos días antes del armisticio.
+
+Sube á la risueña casita de don Marcos, que será, la suya mientras
+permanezca aquí. Allá abajo, avanzando sobre el mar, encuentra el
+promontorio de Villa-Sirena, que es de otro, y vuelve la vista para
+evitar que renazcan ciertos recuerdos. Esto hace que tropiece con los
+ojos de Madó, la señora de Toledo; unos ojos que consideran sin duda más
+interesante al príncipe Lubimoff bigotudo, avejentado y con uniforme,
+que cuando era el elegante amo de sus padres. ¡Pobre coronel!... Y huye
+de la mirada tentadora, de la boca carnuda y purpúrea que parece
+desafiarle al sonreir.
+
+Después del almuerzo sigue un camino que asciende por la montaña
+formando ángulos; ve un muro de piedra, pasa una puerta, contempla un
+instante un monumento rematado por un gallo enorme.
+
+Toledo se descubre. ¡Paz á los héroes! Luego señala la entrada de la
+fúnebre construcción.
+
+--El pobre Martínez está ahí.
+
+Bajan por unas gradas de piedra á una segunda sección del cementerio,
+escalonado en la montaña. En esta meseta sólo hay tumbas á ras del
+suelo, losas sepulcrales guardadas por un rectángulo de cadenas ó
+simplemente con orlas de flores. Un instinto estético parece influir en
+la parquedad de los ornamentos. Desde estas explanadas se ve una gran
+extensión de costa verde moteada de blanco por las «villas» y las
+poblaciones; los Alpes de color de rosa, los cabos de rocas purpúreas,
+el azul profundo y denso del Mediterráneo, el azul flúido y suave de un
+cielo sin nubes. Y las tumbas sonríen en esta Naturaleza esplendorosa,
+difundiendo, al entreabrirse bajo la acción del calor, un ligero vaho de
+sebo, un tufillo de estearina líquida.
+
+Busca el coronel entre ellas, leyendo los nombres.
+
+--Aquí, marqués.
+
+Señala una losa con una simple inscripción: «Mary Lewis.»
+
+--Lo mismo que un pájaro, Alteza. Un amanecer la encontraron muertecita
+en su cama del hospital. No dió un grito, no se quejó; se fué como había
+vivido... Las enfermeras cuentan que el cadáver sonreía; un cadáver
+ligero como una pluma.
+
+En torno de la tumba se ennegrecen varias coronas, lo mismo que si las
+hubiese chamuscado un incendio. Toledo rebusca entre estas ofrendas de
+las compañeras de la difunta, hasta señalar un manojo de rosas frescas
+que empiezan á marchitarse.
+
+--Debe ser de lord Lewis--sigue diciendo--. Cuando le va mal en el
+Casino, sube á ver á su sobrina. Su Alteza sabrá seguramente que, con la
+muerte de lady Lewis, él es ahora lord... verdaderamente lord.
+
+Levanta el príncipe sus hombros. ¡Vanidades humanas en este lugar, que
+da á todas ellas un carácter grotesco!...
+
+Don Marcos adivina su impaciencia, y mientras descienden dos escalinatas
+más, va dando explicaciones.
+
+--La inglesa se fué antes que la otra; por eso la enterraron arriba.
+¡Han muerto tantos en los últimos meses!...
+
+Llegan á la última meseta del cementerio, la más baja, un campo cuadrado
+de tierra rojiza, en el que no hay losas, ni columnas truncadas, ni
+cadenas. Pequeños montículos que afectan la forma de un féretro indican
+el lugar de las sepulturas. Algunos tienen cruces de madera. De una de
+éstas pende el retrato de un soldado joven en el centro de una corona
+depositada por sus padres.
+
+Dos hombres asoman su busto á ras del suelo y vuelven á hundirse después
+de vaciar sus palas: abren una tumba para alguien que va á llegar.
+Miguel se fija en el campaneo lúgubre que viene de abajo, desde una
+iglesia de la ciudad invisible, á través del éter vibrante y luminoso.
+
+El coronel insiste en sus explicaciones.
+
+--Es una sepultura provisional, sin losa, sin nombre. Con motivo de la
+guerra, era imposible enviar la muerta á París. Estará aquí el tiempo
+que exige la ley, y luego, esa señorita que es su heredera la trasladará
+al panteón del cementerio de Passy, donde está enterrada su madre.
+
+Duda un poco examinando los montículos, y al fin se detiene ante uno de
+ellos, quitándose el sombrero.
+
+--Aquí es.
+
+Lubimoff no puede contener su extrañeza. «¿Aquí?...» Ve un túmulo de
+tierra sin adorno alguno, sin nada que lo diferencie de los otros, y que
+no le infunde ninguna emoción. Mira con inquietud á su acompañante. ¿No
+se habrá equivocado?... ¿No estarán ante la sepultura de un pobre
+militar muerto de sus heridas?
+
+El coronel, ofendido por la duda, repite con energía: «Aquí es.» Se
+acuerda de que fué el único hombre que figuró en el entierro. Tres
+enfermeras, la señorita Valeria y él, nada más, siguieron el féretro
+hasta estas alturas.
+
+¡Pobre duquesa de Delille!... Se conmueve Toledo al recordar su muerte
+inesperada. Lady Lewis la había enviado al frente. Su nacimiento en los
+Estados Unidos facilitó que la admitiesen en el personal sanitario de
+las divisiones americanas que se batían en Château-Thierry.
+
+Escuchando el príncipe las explicaciones de don Marcos, recuerda una
+confesión de Alicia. Era torpe de manos; su voluntad, ansiosa de hacer
+el bien, flaqueaba por falta de medios materiales en el momento de la
+acción. Sin duda por esto la habían expedido á las pocas semanas otra
+vez á la Costa Azul, para que prestase sus servicios en un hospital más
+tranquilo que las ambulancias del frente.
+
+Toledo no la había visto. Vivía en las inmediaciones de Monte-Carlo sin
+que él lo sospechase. La primera noticia que tuvo de ella fué la de su
+muerte; una muerte que deja pensativo al coronel siempre que la
+recuerda.
+
+Se infectó con un instrumento de cirugía que acababa de ser empleado en
+una operación. Tal vez fué por torpeza de sus manos; tal vez... ¡quién
+sabe! Don Marcos cree que la duquesa estaba cansada de vivir.
+
+--Una muerte horrible, marqués. Yo no la vi: celebré no verla. Me
+contaron que estaba negruzca é hinchada. Además, pasó muchas horas de
+suplicio, apoyándose en la cabeza y los talones, hecha un arco, sobre la
+cama, con el cuerpo dilatado por los más atroces sufrimientos. El
+tétanos. ¡Morir así una gran dama tan hermosa, tan elegante!... Pero en
+medio de tales suplicios tuvo serenidad para dictar sus disposiciones
+testamentarias. La señorita Valeria ha heredado Villa-Rosa y varios
+centenares de miles de francos: todo lo que ganó ella una noche en el
+_Sporting_. En cuanto á Su Alteza...
+
+Le interrumpe el príncipe con un ademán. Sabe hace tiempo, por las
+cartas de don Marcos, que Alicia se acordó de él en su último instante,
+dejándolo heredero de sus minas de plata en Méjico, de todo lo que
+poseía al otro lado del mar: nada por el momento, tal vez en el porvenir
+una fortuna casi igual á la que Lubimoff tenía antes en Rusia.
+
+Permanece con los ojos fijos en la sepultura. Ve sobre las laderas del
+túmulo un musgo fino, un bosque minúsculo que abre sus ramajes al soplo
+de la primavera, y entre cuyas hojas se mueven diminutas flores. Unas
+mariposas negras ó verdes moteadas de rojo aletean sobre esta selva
+rumorosa de vida naciente, como aletearon las monstruosas aves
+prehistóricas sobre las primeras vegetaciones del planeta.
+
+Miguel establece una relación entre estos insectos y el espíritu que
+habitó el organismo que se deshace cerca de sus pies, bajo un metro de
+tierra. Sus colores variados y desacordes le hacen pensar en el alma de
+la muerta. También, minutos antes, otra mariposa blanca revoloteando
+sobre las flores traídas por Lewis le ha hecho ver el alma pueril y
+sublime de lady Mary.
+
+Ahora, sentado en el café, su emoción es mayor que en el cementerio. Ve
+las cosas á través del recuerdo, espiritualizadas, limpias de los
+sedimentos de la realidad.
+
+¡Pobre Alicia! ¡pobre engañada de la vida!... La Venus triunfadora, la
+Helena del «banco de los viejos», la beldad centro de lo existente,
+ansiosa de admiración más que de amor, está en un mísero cementerio,
+entre cadáveres de soldados, y tal vez aceleró con voluntaria torpeza su
+salida de un mundo en el que no encontraba lugar, repelida por sus
+propias acciones.
+
+Nuestra existencia no es mas que un resultado de la voluntad. Formamos
+la vida á nuestra imagen; en vano nos quejamos contra el destino: somos
+lo que queremos ser. Alicia sólo podía terminar de un modo
+extraordinario, de acuerdo con su existencia anterior. El también ha
+vivido como no viven los demás hombres, y morirá con una muerte distinta
+á la de ellos.
+
+No siente dolor ni despecho. Se extraña de haber podido odiar á Martínez
+y deseado á esta mujer con tanta vehemencia. Sólo conoce ahora la
+melancolía de una tristeza enorme con el recuerdo de estos seres que ya
+no son, que empiezan á morir segunda vez al quedar olvidados por los que
+les conocieron. Unicamente pueden inmortalizarse en la memoria del
+príncipe, pobre memoria destinada á perecer á su vez dentro de unos
+años.
+
+Intenta con la imaginación atravesar la masa de tierra que cubre á la
+muerta; pretende ver en la más densa de las sombras. Sólo han
+transcurrido unos meses de descomposición: su personalidad aún no se ha
+disuelto enteramente. La ve como era en la vida y al mismo tiempo como
+es ahora. Su carne se deshace en arroyuelos pútridos que corren por los
+pliegues de las ropas chamuscadas. Forzosamente sonríe á todas horas en
+la obscuridad: ya no tiene labios. Sus ojos sirven de abrigo á las
+prolíficas moscas de la tumba, que engendrarán millones de millones de
+destructores. Y este anonadamiento de algo que existió, pensó y amó está
+aún en sus preliminares.
+
+A los devoradores de las partes blandas sucederán los irresistibles
+artífices del hueso. Miriadas de trabajadores microscópicos laborarán el
+esqueleto, limpiándolo de las últimas impurezas adheridas á su
+andamiaje, desmontando las sabias articulaciones, raspando el cemento
+que adhiere las vértebras. Un día, la mandíbula inferior se despegará,
+rodando hasta la cavidad abdominal, una mandíbula cuyos dientes
+conocieron el esplendor de la sonrisa y la caricia del beso. Otro día,
+el cráneo, al partirse en piezas el espigón que le sirvió de soporte,
+rodará también, confundiéndose con el polvo de los costillares, con los
+huesecillos de los pies que marcaron el ritmo de un paso ondulante.
+Dentro de unos siglos, las revoluciones y las guerras tal vez sacarán á
+la superficie este cráneo. ¿Por qué no?... Lubimoff acaba de ver en el
+frente numerosos cementerios removidos por el cañón, con los muertos
+emergiendo de la tierra, tal como los levantó el estallido de las
+granadas... Y cuando alguien, en lo futuro, con la eterna curiosidad del
+príncipe shakespiriano, tome en su diestra el cráneo de Alicia, no podrá
+decir si perteneció á una dama ó á una moza de posada, si fué de una
+beldad ó de una negra...
+
+Miguel evoca con irónica tristeza sus ilusiones y sus deseos
+concentrados en esta nada, y siente la necesidad de olvidar el cadáver.
+Sus ojos, que miran hacia dentro, ven la minúscula vegetación, los
+pintarrajeados insectos, todo lo que la primavera ha puesto sobre una
+tumba sin nombre. Esto es lo que una vida que se consideró superior á
+las otras ha dejado como único rastro de su existencia. Tal vez en la
+corola de las florecillas hay una gota del alma de Alicia, y las
+mariposas la beben para continuar su ebrio revuelo sobre las tumbas.
+
+¡La primavera! El príncipe levanta su pensamiento sobre el dolor
+individual. Recuerda lo que ha visto en un pedazo de mundo asolado por
+la bestialidad de los hombres: ciudades en ruinas; pueblos que sólo
+levantan sus muros un metro sobre el suelo, como las urbes descubiertas
+después de un cataclismo; granjas incendiadas; campos interminables
+esterilizados, perforados, vueltos al revés por un cañoneo de cinco
+años; muchas tumbas... miles de tumbas... millones de tumbas. Las
+mujeres, vestidas de negro, van por los caminos titubeando á través de
+los escombros y de los embudos abiertos por los proyectiles monstruosos.
+Perdieron sus hijos, vieron fusilar sus maridos; ahora exploran el suelo
+en busca de su casa que fué...
+
+Pero el invierno de la guerra ha terminado; ya llega la primavera de la
+paz. Y la misma mano verde que pone florecillas y mariposas sobre la
+tumba anónima cuelga olorosas guirnaldas de los muros ennegrecidos por
+el incendio, tapiza con terciopelo vegetal las pendientes abiertas por
+las explosiones, hace gorjear los pájaros y rebullir los insectos sobre
+las sepulturas, guía la serpenteante enredadera por el leño negro de
+las cruces, como si quisiera convertirlas en tirsos...
+
+¡Ay! La tierra ignora nuestros dolores.
+
+ * * * * *
+
+El príncipe sale de su abstracción, y ve al coronel que le saluda de
+lejos.
+
+Ya está de vuelta, acompañado de _madame_ Toledo, cuya cabeza apenas le
+llega al hombro. Durante el camino ella ha mirado atrás muchas veces,
+con la esperanza de verse seguida por el suboficial americano.
+
+Al reconocer al príncipe en el café, olvida al otro, y parece suplicarle
+con los ojos que abandone su asiento y vaya con ella á las terrazas.
+
+Se alejan los dos hacia el concierto, y Miguel vuelve á caer en su
+meditación... Recuerda su diálogo con don Marcos poco antes, cuando
+bajaban del cementerio.
+
+Toledo parece inconsolable. La guerra no ha terminado bien para él. Se
+muestra escandalizado por el carácter absurdo de su final. ¡Qué tiempos!
+El fugitivo refugiado en Amerongen le desconcierta y le irrita.
+
+--¡Y yo que le hacía el honor de compararlo con un teniente!... ¡Yo que
+le consideraba capaz de pegarse un tiro!...
+
+Treinta años aterrando al mundo con el estrépito de su sable y sus
+bigotes fanfarrones; treinta años de titularse «señor de la guerra»,
+haciendo temblar á los pueblos con su ceño, sus actitudes heroicas y sus
+frases teatrales; treinta años de preparar millones de hombres para el
+matadero, obligando á los pueblos á vivir armados en plena paz, y cuando
+apunta la desgracia para él, cuando considera su existencia en peligro,
+huye vergonzosamente al extranjero, abandonando á los suyos, lo mismo
+que un comerciante que hace quiebra fraudulenta.
+
+--¡Es la mentira mayor que ha conocido la humanidad--grita indignado el
+coronel--, la estafa más grande de la Historia!
+
+Matarse no prueba nada: don Marcos lo sabe perfectamente. ¡Pero hay en
+la vida tantas cosas que no prueban nada y sin embargo son bellas y
+lógicas!... La desesperación de los que se suicidan por amor tampoco
+prueba nada, y sin embargo ha inspirado á la poesía y á las otras artes
+sus mejores obras. El marino, al perder su buque, se mata; todo hombre
+de honor que considera su falta irremediable apela á la muerte, para
+caer en una postura digna.
+
+--Y ese emperador--sigue diciendo Toledo--que ha organizado el
+exterminio de diez millones de hombres desea llegar á viejo... ¡Ah,
+sinvergüenza!
+
+El honor militar tal como había venido entendiéndose á través de los
+siglos lo desconocían también sus generales. Estos especialistas del
+incendio de poblaciones, estos técnicos del fusilamiento de campesinos,
+estos artífices del terror, al ver próximo el desastre, se marchaban
+tranquilamente á sus castillos, como oficinistas que abandonan el
+trabajo.
+
+De todos estos compañeros del «señor de la guerra», el único digno de
+respeto era un hombre civil, un comerciante, un judío, el armador
+Ballin, de Hamburgo, que al ver arruinado el Imperio no quería
+sobrevivirle y se pegaba un tiro. Mientras tanto, los mariscales de la
+estrategia fracasada se dedicaban tranquilamente á educar sus perros,
+escribir sus Memorias y cuidar su salud.
+
+Napoleón, en una de sus últimas batallas, colocaba su caballo sobre una
+bomba; luego pretendía envenenarse en Fontainebleau. Llamaba á la
+muerte, y únicamente se decidía á vivir, como un fatalista, al
+convencerse de que la muerte no quería nada de él. El otro Napoleón, el
+de Sedán, podía haberse refugiado en Bélgica, abandonando á sus tropas,
+como lo había hecho el triste César germánico; pero, enfermo y
+desfalleciente sobre su caballo, prefería galopar solo á lo largo de una
+carretera barrida por los cañones, esperando la granada que lo hiciese
+pedazos.
+
+Así entendía Toledo el honor militar, así había sido aceptado en todas
+las épocas.
+
+Su cólera era implacable contra los generales del Imperio, prontos á
+correr en la hora mala, y que sólo pensaban en su reputación, lo mismo
+que los cómicos. Rotas sus líneas, cercados por los aliados, podían
+haber caído noblemente, peleando hasta el último momento, de acuerdo con
+sus antiguas bravatas. Pero preferían solicitar un armisticio y
+entregar sus armas, para que los imbéciles que tanto los habían admirado
+pudieran seguir creyendo en su divinidad de invencibles y en que sí se
+retiraban á sus tierras era únicamente por consideraciones de política
+interior.
+
+¡Lúgubres comediantes, como su amo, hasta el último minuto!...
+
+Y don Marcos, pensando en el miedo que estos hombres han hecho sufrir al
+mundo durante treinta años, grita coléricamente:
+
+--¡Embusteros!... ¡embusteros!
+
+ * * * * *
+
+Otra vez sale el príncipe de su abstracción. Alguien se ha detenido ante
+él, y oye una voz conocida.
+
+--Alteza, ¡qué alegría verle!... El coronel acaba de anunciarme su
+llegada.
+
+Es Spadoni: el Spadoni de siempre, como si sólo hubiesen transcurrido
+unas horas desde su última entrevista con el príncipe, como si fuese
+ayer cuando rugía de indignación estudiando al piano _Lo que la palmera
+le dijo al agave_.
+
+No quiere sentarse: tiene prisa; ha venido solamente para estrechar la
+mano de Su Alteza. Ya le verá después con más detenimiento en el Casino.
+El tiene por indudable que el príncipe va á entrar en el Casino. ¿A qué
+otro lugar puede ir una persona decente en Monte-Carlo?...
+
+Pasa una rápida mirada por su uniforme, admira su rudo aspecto de
+soldado.
+
+--He sabido las hazañas de Su Alteza; le preguntaba siempre al
+coronel... ¡Un héroe!
+
+Lubimoff no tiene tiempo para repeler estos elogios. Spadoni pasa á
+ocuparse de algo más interesante. La guerra, los héroes... cosas
+nebulosas y sin sentido. El está por la realidad, y empieza á hablar de
+un nuevo personaje admirado por él, un portugués que juega fuerte, y
+cuyo nombre, desde hace unos días, parece llenar las salas, á causa de
+sus ganancias.
+
+--Yo lo observo; además, es amigo mío y creo poseer su secreto.
+Imagínese, príncipe...
+
+El príncipe se inquieta, adivinando que le va á describir con toda
+clase de detalles la combinación del portugués, que ya considera suya.
+Pero el pianista mira hacia el Casino, balbucea, y acaba por interrumpir
+su relato. Alguien se aproxima, y él sólo quiere hacer partícipe de su
+secreto al príncipe. Se despide de él, con la promesa de revelarle la
+combinación preciosa en un diván de los salones privados, cuando entre
+en el Casino.
+
+Piensa Lubimoff en su existencia de los últimos meses, en sus aventuras
+de soldado, en su herida, en todo lo que le ha ocurrido á él y al mundo
+entero mientras este músico permanecía fijo en Monte-Carlo sin admitir
+otra realidad que el revoloteo de la Quimera.
+
+El amigo Lewis tiende una mano al príncipe. El es quien ha cortado con
+su aproximación la facundia del pianista. Los jugadores evitan
+comunicarse sus secretos, por rivalidad profesional. El tiempo, que
+parece haber olvidado á Spadoni, dejándolo lo mismo que lo vió Miguel
+por última vez en su «villa de la tumba», se ha ensañado con Lewis,
+avejentándolo, como si los meses valiesen años para él.
+
+Está triste por las pérdidas que sufre y por los recuerdos. ¡Aquella
+sobrina que era toda su familia!... Lubimoff sabe por el coronel que no
+ha heredado nada de ella. La enfermera gastó toda su fortuna en
+ambulancias y hospitales. Su título es lo único que corresponde á Lewis.
+Se cumplió su profecía: ya es el tercer lord Lewis, con el apodo de «el
+Inútil» que él mismo se ha dado.
+
+Examina al príncipe con una mirada errante, detiene los ojos en su brazo
+rígido, estrecha después con efusión su mano izquierda.
+
+--Usted es un hombre, Lubimoff. Usted sabe hacer las cosas...
+
+Y en estas palabras hay un reproche contra él, que no puede despegarse
+de Monte-Carlo, que aquí vivirá y morirá haciendo siempre lo mismo.
+
+Sin embargo, este es un gran día. En la mañana ha recibido la visita de
+un amigo que viene á vivir con él no sabe por cuánto tiempo, tal vez por
+dos días, tal vez por dos años; un gran amigo del que no tenía noticia
+alguna y muchas veces ha creído muerto: el conde, el famoso conde.
+
+Ha llegado hasta el café con Lewis, que no puede separarse de él; ha
+dado su mano al príncipe como si lo hubiese visto el día antes, sin
+reparar en su uniforme ni en su mutilación. Permanece silencioso en su
+silla, pasándose una mano por la cabellera blanca y crespa, fijando sus
+ojos redondos, de fulgor nocturno, en la gente que circula en torno del
+«queso».
+
+Lewis cree que debe sentirse contento. ¡Día de sorpresas! Primeramente
+el conde, después el coronel, que le avisa la presencia de Lubimoff...
+
+Evita hablar de su sobrina; incorpora su tristeza á las tristezas de
+todos... La paz le ha sorprendido: ¿quién podía esperarla tan pronto, á
+continuación de la fase más angustiosa de la guerra?...
+
+El conde abandona su inmovilidad para hablar.
+
+--Todo el mundo. Los grandes tratadistas anunciaron desde el principio
+que la guerra terminaría en el otoño de 1918. Era cosa sabida. Yo lo he
+dicho siempre, y usted, Lewis, me lo ha oído muchas veces.
+
+Su admirador hace un gesto de extrañeza. Pero no puede poner en duda la
+ciencia de su sabio amigo, y prefiere admitir que es él quien ha
+olvidado las afirmaciones del otro. Además, no debió entenderlas. Estos
+depositarios del porvenir nunca exponen sus verdades con claridad: se
+niegan á decir las cosas como los simples mortales.
+
+Empieza á decaer la conversación. El inglés piensa en el Casino. Iba á
+entrar en él, cuando le avisó don Marcos la llegada del príncipe. Tiene
+á su lado al conde, que vuelve de un viaje misterioso y guarda
+seguramente el rosario de Satán en cierto bolsillo del pantalón
+huroneado continuamente por su diestra.
+
+--Después nos veremos en el Casino. Supongo que usted entrará un
+instante... A ver si hoy me trata bien la suerte, después de tan
+agradables encuentros.
+
+Y se aleja con el conde hacia el Palacio, donde pasará el resto de su
+vida como en una cárcel.
+
+Lubimoff se fija en dos soldados italianos que le contemplan desde la
+acera del «queso». Son dos _bersaglieri_ vestidos de gris, con
+sombreritos redondos cargados de plumas de gallo. Al notar que el
+príncipe les mira, se desconciertan, vuelven la espalda avergonzados,
+se alejan, pero antes sonríen y se llevan una mano al empenachado
+sombrero.
+
+Recuerda el príncipe una noticia que le dió don Marcos, y los reconoce.
+¡Estola y Pistola convertidos en guerreros!... Han venido con licencia á
+ver á sus familias, y en la noche subirán á la casa del coronel para
+saludar á su antiguo señor. Parecen más altos, más vigorosos. Unos
+cuantos meses de guerra han bastado para hacerles saltar de la
+adolescencia á la madurez. Todo hombre lleva dentro un soldado...
+
+Cuando intenta levantarse para dar un paseo por las terrazas, ve venir
+hacia el café á un señor que le saluda con violentos manoteos y á
+continuación se asegura los lentes sobre la nariz.
+
+El príncipe tarda en reconocerle; adivina quién es por el timbre de su
+voz más que por su rostro... ¡El amigo Novoa! Los meses transcurridos
+han dejado en él mayor huella que en los demás. Ya no es el varón
+preocupado de las pompas mundanales, que consultaba al coronel sobre los
+méritos de sastres y sombreros. Ha vuelto á la esclavitud del pantalón
+con rodilleras y la corbata de nudo hecho; lleva la barba muy crecida y
+revuelta. Sigue siendo joven en la voz, en los ojos, en sus ademanes
+vivaces y torpes, pero va disfrazado de anciano.
+
+Este se alegra más que los otros de ver al príncipe. No cesa de alabar á
+la casualidad, que ha hecho venir á Lubimoff y que acaba de hacerle
+encontrar á don Marcos.
+
+--Si tarda usted dos días, príncipe, no tengo el placer de verle. Me voy
+á mi tierra pasado mañana. Ya tengo bastante de Monte-Carlo. ¡Lo que
+dejo aquí!... Dinero, ilusiones...
+
+Miguel se muestra discreto. Cree oler en su amigo el desengaño
+inesperado, la decepción, que necesitamos olvidar para que no continúe
+atormentándonos. Se acuerda de Valeria, y no ve en la persona del
+catedrático el menor vestigio que denuncie el roce con la mujer. Es una
+ruina, un tronco seco; el pájaro que cantaba en sus ramas debe haber
+volado hace mucho tiempo.
+
+Novoa muestra igual discreción. Contempla el uniforme del otro, su manga
+ocupada por un brazo falso; pero sólo habla de lo sucedido en los
+últimos meses de un modo general, con vagas lamentaciones.
+
+--¡Las cosas extraordinarias que han pasado! ¡Cuántos amigos muertos! La
+vida acaba de ser como uno de esos dramas en los que perecen todos al
+final del último acto.
+
+El príncipe adivina que Novoa piensa en Alicia y se abstiene de
+nombrarla para no molestarle. Efectivamente, piensa en la duquesa, pero
+ésta sólo es un punto de partida para llegar á otra mujer que ocupa su
+recuerdo.
+
+Al fin habla, dando expansión á su melancolía. Puede contárselo todo al
+príncipe, porque es el único que conoce su secreto. (Lo mismo le ha
+dicho al coronel y hasta á Spadoni, al lamentar su desgracia.) Y
+prorrumpe en desesperadas recriminaciones contra Valeria.
+
+Es otra mujer. Ya no la preocupan los países de amor, donde las mujeres
+se casan sin dote. Después de muerta la duquesa, es una candidata al
+matrimonio, que ofrece con la cesión de su mano más de trescientos mil
+francos. El profesor se ha visto repelido y olvidado. ¡Sus viles
+súplicas ante la realidad, sus esfuerzos vergonzosos para remediar lo
+que consideró en el primer momento un pasajero capricho femenil!... No
+quiere acordarse de tales momentos.
+
+--Todo terminó, príncipe. Ahora anda loca por un oficial americano, y
+acabará casándose con él. Aquí no hay más hombres que los americanos.
+Todo es para ellos: hasta el amor. La última modistilla se considera
+deshonrada si no tiene un soldado de los Estados Unidos para pasear de
+noche... Todas las tardes, ella y el otro bailan en los hoteles de La
+Condamine, ó aquí mismo, en el Café de París.
+
+Se interrumpe, como si alguien le hubiese tocado en la espalda. No ve á
+nadie detrás de él, pero sus ojos, á través de los grupos que ocupan las
+mesas, encuentran algo que hace temblar su voz.
+
+--Esa es, príncipe.
+
+Miguel no la hubiese reconocido. Ve cómo entran en el café dos señoras,
+escoltadas por dos oficiales americanos. Una de ellas es Valeria,
+vestida con un lujo estrepitoso y ávido, como si quisiera resarcirse
+instantáneamente de sus años de modestia y privaciones.
+
+Empiezan á brillar, enrojecidos, los cristales del café, resaltando
+sobre la luz suave del atardecer. Una tras otra, se encienden las
+grandes lámparas del interior. Llegan hasta Miguel lamentos voluptuosos
+de violines.
+
+--La vida ha cambiado mucho desde que usted se fué, príncipe. Todos
+sienten un hambre feroz de divertirse. Lo primero que ha resucitado con
+la paz es el tango.
+
+Después, Novoa piensa en él.
+
+--¿Qué puedo hacer aquí?... Estoy pobre; cuanto tenía en mi tierra lo he
+dejado en el Casino. Ya he estudiado bastante los misterios del Océano.
+¡Lo caros que me cuestan!... He soñado un poco, y voy ahora á reanudar
+allá mi trabajo mal pagado de jornalero de la ciencia.
+
+Otra vez piensa en ella.
+
+--¿Ha visto usted?... La pobre duquesa, que la hizo cuanto es, arriba en
+su sepultura, y ella aquí bailando, unos meses después de su muerte.
+
+Siente la áspera indignación, la escandalizada moralidad de todos los
+despechados.
+
+De tal modo aumenta su cólera, que se levanta de la silla. No quiere
+continuar en el café. La otra le ha visto, y puede creer que la
+persigue, que espera su salida para suplicarle. Nunca; bastante tiene
+con ciertas humillaciones que no quiere recordar.
+
+Se despide apresuradamente. Van á verse dentro de poco; don Marcos le ha
+invitado á comer en su casita de Beausoleil, convencido de que su
+compañía será agradable al príncipe.
+
+Toma la mano artificial de éste, y no parece notarlo. Sus ojos y su
+pensamiento están puestos en los vidrios del café, inflamados en plena
+tarde, á través de los cuales pasa el cadencioso susurro de los
+violines. Todavía, al alejarse, repite su protesta.
+
+--La pobre duquesa olvidada arriba... y la otra... ¡qué escándalo!
+Celebro irme pronto. No la veré más.
+
+ * * * * *
+
+Al quedar solo, el príncipe abandona su mesa. Don Marcos va dando
+indudablemente la noticia de su llegada á todos los que encuentra, y él
+teme que se presenten otras personas menos interesantes.
+
+Al caminar, se da cuenta de algo que no ha visto antes, cuando le
+acompañaba el coronel. La bandera de los Estados Unidos flota sobre
+todos los edificios. Hay en la vía pública tantos rótulos en inglés como
+en francés. Soldados americanos por todas partes. El uniforme de
+Lubimoff y los de otros combatientes franceses se pierden en la gran
+inundación de hombres vestidos de color mostaza. Pasan incesantemente
+los automóviles ligeros del ejército americano. Son innumerables; se les
+encuentra en las calles, en los caminos de la costa, subiendo como
+hormigas roncadoras las faldas de los Alpes. Una vida robusta, alegre,
+confiada, una vida de veinte años parece reanimarlo todo. El concierto
+en la terraza lo da una banda de música americana. Los que transitan por
+las calles silban maquinalmente danzas del otro lado del Océano,
+canciones de marcha de los soldados de la Unión. La gente se detiene en
+las plazas para admirar la agilidad de los americanos en mangas de
+camisa que se envían la pelota y la devuelven luego de captarla entre
+sus guantes de esgrima.
+
+Mónaco parece conquistado por las tropas de la gran República; una
+conquista bonachona y simpática, que hace sonreir á los sometidos. Lo
+mismo Niza y toda la Costa Azul. El príncipe recuerda su breve
+permanencia en París pocos días antes. También ha visto americanos por
+todas partes. ¿Cuántos son?... ¿Qué fuerza sobrehumana ha podido crear
+en unos meses ese ejército que, todavía recién nacido, parece llenarlo
+todo?...
+
+Un pueblo acaba de levantarse sobre los pueblos de la tierra. Jamás se
+conoció en la Historia una ascensión semejante. Predomina por la
+simpatía, por sus actos generosos, por la fuerza benéfica de su
+actividad; no por el terror, base de todas las grandezas del pasado.
+
+Lubimoff recuerda las dudas de un año antes. Nadie podía creer que un
+pueblo sin ejércitos improvisase una fuerza militar igual á las de la
+vieja Europa. Y con sólo unos meses los Estados Unidos creaban y
+enviaban dos millones de hombres para decidir el éxito de la lucha y la
+suerte del mundo.
+
+Llegados á última hora, habían pagado con largueza su parte á la muerte.
+En cinco meses de guerra perecían ciento veinte mil americanos,
+proporción exorbitante comparada con la de otras naciones durante cinco
+años de combate.
+
+Miguel, en su silencioso entusiasmo, enumera lo que acaba de hacer por
+la humanidad este gran pueblo, tenido hasta poco antes por egoísta y
+positivo, y que se presenta como el más romántico y generoso.
+
+Dos grandes guerras eran los incidentes más notables de su historia:
+una, interior, por la supresión de la esclavitud; otra, exterior, para
+impedir la divinización de la guerra, la hegemonía brutal de un pueblo
+sobre todos, la exaltación de un imperialismo místico.
+
+Por primera vez en la Historia una democracia había intervenido en la
+suerte del mundo, sometido eternamente á los arreglos de los reyes. Las
+repúblicas modernas habían vivido hasta ahora una vida interior y
+modesta. Las guerras de la Revolución francesa eran defensivas. La
+República de la Convención peleaba por existir, porque todos los
+monarcas deseaban suprimirla. La República americana se había lanzado á
+la lucha voluntariamente, sin que ningún peligro inmediato la amenazase,
+por un imperativo de su conciencia indignada ante los crímenes alemanes,
+por un deber de su grandeza y su fuerza democráticas.
+
+Antes de armarse, antes de intervenir en el choque europeo, cuando vivía
+en paciente neutralidad, por ella se ganaban los batallas. Esta guerra
+era distinta á las otras. Contra Alemania, preparada durante largos años
+para la lucha, y que había movilizado guerreramente todas sus fuerzas
+industriales y comerciales, los aliados se batían en los primeros meses
+como se bate un pueblo valeroso, pero atrasado, frente á una nación
+moderna. Mucho valor, grandes heroísmos, algunas veces inútiles, ante la
+fuerza ciega y mecánica de los inventos industriales aplicados á la
+destrucción.
+
+Si esta desigualdad iba disminuyendo, era debido en gran parte á la
+República del otro lado del mar. Sus capitanes del dinero hacían
+préstamos enormes á los aliados; sus capitanes de la industria
+facilitaban la fabricación del material monstruoso exigido por los
+demoniacos adelantos militares; sus buques, desafiando la amenaza
+submarina, traían á Europa el pan, escaseado por la guerra. Y cuando al
+fin, agotada su paciencia, intervenía directamente en la lucha, ¡qué
+generosidad la suya!...
+
+Los combatientes de América batallaban por ideales simples y robustos:
+el derecho á la vida de los débiles, la dignidad y la libertad de los
+hombres, la desaparición de las guerras, la inteligencia entre los
+pueblos, el derecho soberano reglamentando la vida de las naciones;
+cosas que hacían sonreir poco antes á los escépticos del viejo mundo.
+
+Todos los Estados de Europa tenían fronteras que rehacer, pedazos de
+tierra que exigir. Los Estados de América no pedían nada, no querían
+nada.
+
+Cada uno de los contendientes, al pensar en la victoria, calculaba las
+indemnizaciones que debería cobrar para compensarse de sus esfuerzos y
+sacrificios. La República americana gastaba más que todos los pueblos.
+El sostenimiento de cada uno de sus soldados le costaba tanto como siete
+soldados de los otros países, y sin embargo entraba en la guerra y se
+retiraba de ella sin exigir un reembolso especial.
+
+Lubimoff admiraba su enorme poder después del triunfo. Jamás Imperio
+alguno del pasado alcanzó tal grandeza: ni la misma Roma.
+
+Era el único país de la tierra industrial y agrícola á la vez. Formaba
+un mundo aparte dentro del mundo. Podía aislarse del resto del planeta,
+sin que su vida sufriese. En cambio, el mundo experimentaría una
+sensación de vacío si la gran República le volvía la espalda.
+
+Sus ciudadanos en armas iban á retirarse sin jactancia y sin ruido, lo
+mismo que habían llegado, y sin que ella pidiese nada por su esfuerzo.
+Desaparecerían como en las antiguas leyendas las hadas y los
+encantadores, que, luego de hacer el bien, tornan á sus misteriosos
+dominios.
+
+Pasarían los años: la Historia hablaría de este esfuerzo, único por su
+intensidad y su carácter generoso, y en la Costa Azul y en otros lugares
+quedaría de esta hazaña mundial un recuerdo desfigurado. Los niños de
+hoy, convertidos en viejos, harían memoria de cómo aprendieron á jugar á
+la pelota con unos soldados llegados de una tierra de prodigios al otro
+lado del mar; las muchachas, hechas abuelas, se acordarían
+nostálgicamente del novio americano que tuvieron.
+
+Vuelve el príncipe otra vez á calcular la grandeza de este pueblo, el
+único que puede hacer milagros, como los hacen las religiones en su
+primera época de exaltación.
+
+La gran República es la acreedora del mundo. Todas las naciones
+vencedoras le deben sumas fabulosas; Inglaterra es su deudora por miles
+de millones, Francia lo mismo. Los pueblos más modestos, Bélgica, Servia
+y otros, han podido vivir gracias á sus préstamos enormes. Aún no se
+sabe todo; han de pasar años antes de que se conozca la extensión de su
+generosidad. Este país, que ama el anuncio y la propaganda ruidosa en
+sus negocios comerciales, es conciso y modesto al hablar de sus actos
+desinteresados.
+
+Para seguir viviendo desahogadamente después del cataclismo, la
+humanidad iba á necesitar su apoyo ó su benevolencia.
+
+«Se ha desviado el centro político de la tierra--piensa Lubimoff--. Ya
+no está en París; tampoco está en Londres. Permaneció en Berlín algún
+tiempo, con temblores de inestabilidad, y ahora ha saltado el Océano.»
+
+El hombre todavía desconocido que en lo futuro vaya á instalarse en la
+Casa Blanca por cuatro años, catedrático, abogado, negociante ó
+agricultor, pesará sobre los destinos del mundo más que todos los
+gobernantes que llenan la Historia con el estrépito de la gloria
+guerrera. Su poder se basará en algo más permanente y sólido que la
+fuerza de los ejércitos. Tendrá detrás de él el trabajo y la riqueza,
+que crean los ejércitos; la fuerza democrática, que es la fuerza de la
+opinión.
+
+Ve claramente Miguel el poder irresistible de esta fuerza.
+
+Alemania, á pesar de sus continuos triunfos militares en los primeros
+años de la guerra, ha acabado por caer vencida. Tenía en contra suya la
+opinión. El espíritu democrático del mundo entero se alzó contra el
+Imperio.
+
+Este triunfo de la democracia empieza á verse por todas partes.
+
+«Ya no queda un solo emperador en Europa--sigue pensando--. Los
+Imperios vencidos quieren ser repúblicas. Todos los reyes olvidan á sus
+abuelos de derecho divino y pretenden hacerse perdonar su corona
+imitando la vida simple de un presidente.»
+
+Este aspecto inesperado del mundo le comunica una nueva voluntad de
+vivir.
+
+Sabe desde hace algunos meses--desde que abandonó Villa-Sirena--que el
+príncipe Miguel Fedor Lubimoff resulta un personaje pasado de moda. Tal
+vez, cuando transcurran los años, otros serán como fué él. En el mundo
+todo vuelve, y las épocas de paz y abundancia producen fatalmente
+hombres de su especie. Pero ahora existe una humanidad renovada por el
+dolor y el sacrificio, una humanidad deseosa de vivir, que ambiciona
+algo nuevo, sin conocerlo exactamente, y trabaja por conseguirlo.
+
+Miguel se contempla con lástima. ¿Qué va á hacer?... ¿De qué puede
+servir á sus semejantes?...
+
+Recuerda su almuerzo en la casita de don Marcos. Todavía le duelen, como
+algo vergonzoso, las atenciones del coronel en la mesa, partiendo su
+carne, cuidándole como á un niño, esforzándose por suplir la ausencia de
+su brazo.
+
+¡Adiós, príncipe Lubimoff!... Aunque quisiera continuar su existencia
+egoísta, dedicada por entero al placer, le sería imposible. Es un
+inválido: se ve muy viejo... Sólo Madó, que no sabe en realidad lo que
+desea, puede fijarse en él.
+
+Además, se considera pobre. Por primera vez recuerda con cierta
+satisfacción la herencia que le ha dejado Alicia. No representa nada en
+este momento, pero ¡quién sabe si algún día!... Se forja la ilusión de
+que las minas de Méjico pueden reemplazar á su perdida fortuna de Rusia;
+¡y entonces!... Siente un deseo vehemente de recuperar la riqueza para
+hacer el bien; un anhelo que tiene algo de remordimiento. Sabe la
+ineficacia del esfuerzo individual para remediar las miserias humanas:
+una gota perdida en el Océano, un grano de arena en la playa. Pero ¿qué
+importa?... Se contenta con hacer la dicha de cincuenta desgraciados
+entre los centenares de millones que pueblan la tierra.
+
+Luego piensa en su situación actual. Desde la mañana ha resuelto su modo
+de vivir. Huirá del pobre coronel, á causa de Madó. ¡Que otros se
+encarguen de su infortunio!... Se instalará en Niza, en una pensión rusa
+que dirige una gran dama empobrecida. Hablarán por las noches de los
+tiempos en que ella era rica, hermosa y deseada; de los bailes de la
+corte de Petersburgo, en los que tantas veces danzaron juntos. Lubimoff
+hasta tiene la sospecha de que uno de sus duelos fué por esta patrona de
+casa de huéspedes.
+
+Los restos de su fortuna le proporcionan una renta para vivir en modesto
+bienestar. Será uno más entre los náufragos que se retiran á la Costa
+Azul para acordarse, bajo las palmeras, de sus triunfos olvidados. Su
+viejo ayuda de cámara le acompañará en este destronamiento.
+
+Tiene ya una ocupación para llenar sus horas. Quiere ser un contemplador
+de la vida. Celebra haber nacido en la más interesante de las épocas.
+
+Algo va á ocurrir; algo nuevo en la Historia.
+
+Todavía dura la gran polvareda del combate. Es una niebla que desorienta
+y no permite dominar el contorno entero de las cosas. Los mismos actores
+del drama reciente están ciegos. Pasarán años sin que esta niebla caiga
+y se desvanezca, dejando visible el mundo nuevo.
+
+¿Reaparecerá entonces la misma decoración de antaño, con las líneas
+cambiadas? ¿Habrán resultado inútiles tantos esfuerzos sangrientos para
+suprimir la violencia, el egoísmo, la ferocidad prehistórica como bases
+maestras de la sociedad?
+
+El príncipe piensa con amargura en una decepción posible. ¡Ver resurgir
+incólume la bestialidad primitiva después de un cataclismo aceptado como
+una renovación!... ¡Contemplar la quiebra de tantos espíritus generosos,
+de tantas inteligencias nobles que aspiran al triunfo del bien, que
+desean á los hombres en paz y á los pueblos en dulce sociedad,
+trabajando contra la guerra, como las corporaciones higiénicas trabajan
+para evitar las enfermedades!...
+
+La fe en el porvenir le anima de pronto. El mundo no puede ser
+eternamente igual: las grandes convulsiones, cuando pasan, no dejan el
+suelo lo mismo que lo encontraron. ¿Van los hijos á degollarse siempre
+porque sus padres y sus abuelos se degollaron?... ¿Es preciso que se
+miren con hostilidad por haber nacido á un lado y á otro de un monte, un
+río ó un bosque que la política bautizó frontera?
+
+Todos tenemos dos patrias: el lugar donde nacimos y el Estado de que
+forma parte. ¿Por qué no ensanchar generosamente esta concepción con una
+tercera patria? ¿No llegará una época bendita en que los hombres se
+hablen de semejante á semejante, sin pensar en si la Historia les ordena
+odiarse y matarse?... ¿Amando mucho á su tierra natal no podrán ser al
+mismo tiempo ciudadanos del mundo?...
+
+ * * * * *
+
+El príncipe está apoyado en una balaustrada sobre las terrazas y el
+puerto. Su paseo meditabundo le ha traído hasta aquí sin que él se diese
+cuenta.
+
+Vuelve la espalda al mar y á los grupos que empiezan á aclararse abajo,
+después de terminado el concierto. Pasan cerca de él los músicos
+americanos, seguidos por un enjambre de chicuelos que acompañan su
+retirada.
+
+Contempla una brecha del horizonte, entre los Alpes y el promontorio de
+Mónaco, por donde acaba de ocultarse el sol. Sobre el espacio rojizo
+brilla una estrella que tiene las facetas y la luz de una piedra
+preciosa.
+
+Lubimoff piensa en los abuelos de la poesía que la cantaron hace tres
+mil años. Homero la llamaba _Kalistos_. Astro unas veces del alba y
+otras del ocaso, Lucifer, Véspero ó «estrella del pastor», acabó por
+recibir el nombre de Venus, á causa de su blancura luminosa, igual á la
+del diamante sobre un pecho femenil.
+
+Siente el príncipe en sus ojos una agradable caricia al contemplar este
+planeta de dulce fulguración. Su nombre simboliza la belleza y el amor.
+Se imagina á los que pueblan esta gota celeste perdida en el espacio.
+Deben ser de esencia más pura que la nuestra, limpios completamente de
+un pasado de animalidad originaria, seres etéreos como los ángeles de
+todas las religiones.
+
+Después sonríe con amargura.
+
+Otra estrella brilla en el cielo, más hermosa y más grande que ésta. No
+es blanca, es azul, de un suave azul: el color de la poesía y del
+ensueño. Centellea en el fondo negro de la inmensidad con el fulgor
+misterioso de los enormes diamantes azulados que colocan en sus tiaras
+los monarcas orientales. Los que la contemplan deben sentir en sus
+órganos visuales el roce aterciopelado del divino misterio. Tal vez los
+poetas de otros mundos la cantan como un refugio de selección, adonde
+van á descansar únicamente las almas puras y escogidas; tal vez ha dado
+origen á religiones y es objeto de culto, teniendo altares, lo mismo que
+los tuvo el sol.
+
+Y este diamante azul del espacio, este mundo de suave luz, que
+contemplan los habitantes de los otros planetas como una estrella
+poética en la que todas las criaturas llevan una existencia inmaterial,
+es la Tierra, nuestro pobre globo, donde acaban de perecer doce millones
+de hombres en los campos de batalla, donde han muerto otros tantos
+millones por las emociones y las pestes que son consecuencia de la
+guerra, donde se han consumido seiscientos mil millones en humo, en
+incendios, en acero estallado.
+
+Se acuerda Lubimoff de sus impresiones, horas antes, frente á una tumba
+que empieza á desfigurarse con los primeros balbuceos de la primavera,
+La inmensidad no nos conoce, así como tampoco nos conoce la tierra que
+nos sustenta.
+
+Estamos solos en el infinito, sin otro apoyo que el de nuestras
+mentiras, nuestras ilusiones y nuestras esperanzas. El hombre sólo puede
+contar con el hombre...
+
+Y repite lo que en la mañana dijo de la Tierra.
+
+El cielo ignora nuestros dolores.
+
+ * * * * *
+
+Vuelve lentamente hacia la plaza.
+
+De todos los cafés, de los restoranes, de los hoteles surge el vaivén
+musical de los cadenciosos violines. Pasan detrás de los grandes vidrios
+enrojecidos por una luz interior las parejas enlazadas, siguiendo el
+ritmo de la música. Bailan... bailan... bailan.
+
+La juventud no hace otra cosa. La danza es una especie de rito sagrado,
+prohibido durante la guerra; y todos se dedican ahora á bailar, con el
+fervor del fanático que al fin ve triunfante su perseguida religión.
+
+El príncipe recuerda su paso reciente por París. Nunca vió las mujeres
+mejor vestidas, con un hambre tan manifiesta de placer y de lujo. El
+tango de los violines del bulevar es contestado como un eco por el tango
+de los violines de toda la Costa Azul y de las estaciones veraniegas que
+empiezan á abrirse. El ideal femenil, en este momento, no va más allá de
+bailar la danza de moda con un guerrero de los Estados Unidos.
+
+Se desvaneció la pesadilla; todo olvidado. Para muchos no queda otro
+recuerdo de la guerra que los uniformes, más numerosos que antes en los
+tés donde se baila.
+
+Miguel circunscribe su pensamiento á esta costa, que fué siempre el
+dominio de los felices.
+
+La guerra la ha trastornado y ensombrecido durante cuatro años. Recorre
+con la imaginación los salientes y los golfos de su ribera, encontrando
+en todos ellos un cementerio.
+
+En Mentón hay miles y miles de negros bajo tierra. Los combatientes de
+Africa, cuyos padres sólo conocieron la lanza y el taparrabos, han
+venido á caer como tiradores moribundos en esta playa de millonarios
+europeos. En el Cap-Martin dejaron los ingleses á sus muertos; en Mónaco
+los hay de todas las nacionalidades; en el Cap-Ferrat duermen los belgas
+bajo coronas que ya son viejas; en Niza están los cadáveres americanos;
+y en todas partes, desde el Esterel á la frontera italiana, franceses...
+franceses... franceses.
+
+Son incontables los cadáveres. Si todos se levantasen á un tiempo,
+huirían despavoridos los que vienen á dilatar su existencia bajo la
+palmera y el olivo en la orilla roja del mar violeta.
+
+Pero la vida quiera vivir. Es una primavera interminable, y cubre todo
+cuanto toca con el musgo ávido del placer, con la enredadera veloz de la
+ilusión.
+
+Los cementerios, de una blancura agresiva, parecen esfumarse y se
+pierden en el risueño paisaje como una nota sin importancia. La suavidad
+del cielo y del ambiente los convierte en jardines. ¡Un cadáver ocupa
+tan poco sitio y la tierra es tan grande!... Los hoteles que fueron
+hospitales redoran sos rótulos, desinfectan sus habitaciones, envían
+anuncios á los grandes diarios de la tierra. Ya pueden venir las gentes
+á soñar y á procrear entre las paredes que se estremecieron con gritos
+de dolor ó ronquidos de agonía. La música empieza á gemir dulcemente á
+lo largo de la costa feliz, entre el susurro de las olas y los
+estremecimientos de los naranjos de epitalámico perfume. El viejo pastor
+de los Alpes que después de sesenta años aún no ha salido de su asombro
+ante el Monte-Carlo surgido á sus pies, en una meseta antiguamente
+desierta, lo verá crecer todavía con nuevos palacios, con nuevas torres,
+ensanchando su opulencia como una ciudad de ensueño.
+
+El paso de la muerte ha aguzado la voluntad de vivir. Todos encuentran
+un nuevo sabor al placer, viendo en lontananza cómo se aleja el negro
+harapo de la adversaria.
+
+Lubimoff se detiene en el centro de la plaza. Empieza á obscurecer. Por
+una oreja le entra el balanceo musical de una danza inventada por los
+negros de la América del Norte para regocijo de los blancos; por la
+opuesta penetra al mismo tiempo otra música negra: el tango de la
+América del Sur. En las calles inmediatas suenan nuevas orquestas allí
+donde hay un establecimiento público, café, hotel ó restorán, con un
+rótulo inglés en su puerta, para atraer á los héroes del momento:
+_Dancing_.
+
+Mira á la montaña que cierra el fondo de la plaza y guarda tumbas en su
+flanco. Luego mira á lo alto....
+
+La tierra y el cielo ignoran nuestros dolores.
+
+Y la vida también.
+
+ FIN
+
+ Monte-Carlo.--Enero-Julio 1919.
+
+ * * * * *
+
+EDITORIAL PROMETEO.--VALENCIA
+
+
+OBRAS DE V. BLASCO IBAÑEZ, director literario de esta
+Editorial.--NOVELAS: Arroz y tartana. Flor de Mayo. La Barraca. Entre
+naranjos. Sónnica la cortesana. Cañas y barro. La Catedral. El Intruso.
+La Bodega. La Horda. La maja desnuda. Sangre y arena. Los muertos
+mandan. Luna Benamor. Los argonautas (2 tomos). Los cuatro jinetes del
+Apocalipsis. Mare nostrum. Los enemigos de la mujer. El préstamo de la
+difunta. El paraíso de las mujeres. La tierra de todos. La reina
+Calafia. Novelas de la Costa Azul. _5 pesetas volumen._--CUENTOS: La
+Condenada. Cuentos valencianos. _5 ptas. vol._--VIAJES: En el país del
+arte. Oriente. _5 pesetas volumen._--ARTÍCULOS: El militarismo mejicano.
+_5 ptas._
+
+La vuelta al mundo, de un novelista (2 tomos). _10 ptas._
+
+
+V. BLASCO IBAÑEZ. SUS NOVELAS Y LA NOVELA DE SU VIDA, por Camilo
+Pitollet.--Profusa ilustración con retratos, estancias, actos, etc., de
+Blasco Ibáñez, desde su época de estudiante hasta el presente. _5 ptas._
+
+
+NOVÍSIMA HISTORIA UNIVERSAL, dirigida por LAVISSE & RAMBAUD. Traducción
+de V. BLASCO IBÁÑEZ.--Escrita por individuos del Instituto de Francia,
+dirigida á partir del siglo IV por ERNESTO LAVISSE, de la Academia
+Francesa, y ALFREDO RAMBAUD, del Instituto de Francia, profesores de la
+Universidad de París.--Más de 20.000 retratos, cuadros, armas, monedas,
+monumentos, etc. Historia gráfica del Arte. Historia del traje en
+numerosas láminas de colores. Mapas, planos, etc.--Se han publicado los
+tomos I al XIII. En prensa el XIV.--Precio de cada tomo, _10 pesetas_
+lujosamente encuadernado en tela.
+
+
+NOVÍSIMA GEOGRAFÍA UNIVERSAL, por ONÉSIMO Y ELÍSEO RECLÚS. Traducción de
+V. BLASCO IBAÑEZ.--Seis volúmenes en 4.ª, con más de 1.000 grabados.
+Numerosos mapas.--_7'50 ptas._ el tomo encuadernado en tela.
+
+
+LA NOVELA LITERARIA.--Amplia y selecta colección dirigida por Blasco
+Ibáñez, que cuenta con el apoyo de los novelistas de todos los países
+para esta obra de difusión literaria. Todos los volúmenes llevan un
+estudio biográfico del autor de la obra escrito por Blasco
+Ibáñez.--Novelas de Paul Adam, Barbusse, Bazin, Bourges, Bourget,
+Duvernois, Fraplé, Harry, Hermaut, Huysmans, Jaloux, Lavedan, Louys,
+Margueritte, Miomandre, Regnier, Rosny, Tinayre y otros muchos maestros
+de la novela contemporánea. _4 ptas. vol._
+
+
+
+
+
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+
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+such as creation of derivative works, reports, performances and
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+works. See paragraph 1.E below.
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+ The Project Gutenberg eBook of Los enemigos de la mujer, por V. Blasco Ibañez
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+Project Gutenberg's Los enemigos de la mujer, by Vicente Blasco Ibáñez
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+This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
+almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
+re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
+with this eBook or online at www.gutenberg.org
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+Title: Los enemigos de la mujer
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+Author: Vicente Blasco Ibáñez
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+Release Date: August 20, 2011 [EBook #37139]
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+Language: Spanish
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+*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS ENEMIGOS DE LA MUJER ***
+
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+Produced by Chuck Greif and the Project Gutenberg Online
+Distributed Proofreading Team (http://www.pgdp.net)
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+
+<hr />
+<p class="cb">LOS ENEMIGOS DE LA MUJER</p>
+
+<p class="figcenter">
+<img src="images/cover.jpg" width="352" height="550" alt="cubierta, V. BLASCO IBAÑEZ LOS ENEMIGOS DE LA MUJER" title="cubierta, V. BLASCO IBAÑEZ LOS ENEMIGOS DE LA MUJER" />
+</p>
+
+<p><a name="page_002" id="page_002"></a></p>
+
+<p><a name="page_003" id="page_003"></a></p>
+
+<p><a name="page_004" id="page_004"></a></p>
+
+<table border="0" cellpadding="1" cellspacing="0" summary="">
+<tr><td align="center" colspan="3">OBRAS DEL AUTOR</td></tr>
+<tr><td align="center" colspan="3">CON EL NÚMERO DE EJEMPLARES IMPRESOS EN ESPAÑA[*]</td></tr>
+<tr><td align="center" colspan="3">DE CADA UNA DE ELLAS, HASTA NOVIEMBRE DE 1924</td></tr>
+<tr><td align="left" colspan="3">&nbsp;</td></tr>
+<tr><td align="center" colspan="3">&mdash;&mdash;&mdash;&mdash;</td></tr>
+<tr><td align="left" colspan="3">&nbsp;</td></tr>
+<tr><td align="left">CUENTOS VALENCIANOS</td><td align="right">60.000</td><td align="center">ejemplares.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA CONDENADA (cuentos)</td><td align="right">64.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">EN EL PAÍS DEL ARTE (viajes)</td><td align="right">64.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">ARROZ Y TARTANA (novela)</td><td align="right">68.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">FLOR DE MAYO (novela)</td><td align="right">80.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA BARRACA (novela)</td><td align="right">104.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">SÓNNICA LA CORTESANA (novela)</td><td align="right">56.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">ENTRE NARANJOS (novela)</td><td align="right">88.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">CAÑAS Y BARRO (novela)</td><td align="right">64.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA CATEDRAL (novela)</td><td align="right">72.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">EL INTRUSO (novela)</td><td align="right">56.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA BODEGA (novela)</td><td align="right">60.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA HORDA (novela)</td><td align="right">44.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA MAJA DESNUDA (novela)</td><td align="right">49.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">ORIENTE (viajes)</td><td align="right">52.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">SANGRE Y ARENA (novela)</td><td align="right">186.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LOS MUERTOS MANDAN (novela)</td><td align="right">56.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LUNA BENAMOR (novelas)</td><td align="right">48.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LOS ARGONAUTAS (novela).&mdash;Dos tomos</td><td align="right">48.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS</td><td align="right">164.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">MARE NOSTRUM (novela)</td><td align="right">104.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LOS ENEMIGOS DE LA MUJER (novela)</td><td align="right">100.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">EL MILITARISMO MEJICANO (artículos)</td><td align="right">40.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">EL PRÉSTAMO DE LA DIFUNTA (novelas)</td><td align="right">44.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">EL PARAÍSO DE LAS MUJERES (novela)</td><td align="right">36.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA TIERRA DE TODOS (novela)</td><td align="right">66.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA REINA CALAFIA (novela)</td><td align="right">60.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">NOVELAS DE LA COSTA AZUL</td><td align="right">20.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left">LA VUELTA AL MUNDO, DE UN NOVELISTA</td><td align="right">40.000</td><td align="center">id.</td></tr>
+<tr><td align="left" colspan="3">&nbsp;</td></tr>
+<tr><td align="center" colspan="3">NOVELAS DE PRÓXIMA PUBLICACIÓN</td></tr>
+<tr><td>EL PAPA DEL MAR.</td><td>&nbsp;</td><td align="right">LAS RIQUEZAS DEL GRAN KAN.</td></tr>
+<tr><td>Á LOS PIES DE VENUS.</td><td>&nbsp;</td><td align="right">EL ORO Y LA MUERTE.</td></tr>
+<tr><td align="center" colspan="3">&mdash;&mdash;&mdash;&mdash;</td></tr>
+<tr><td align="center" colspan="3">[*] En muchas repúblicas de la América de habla española se han<br />
+publicado numerosas ediciones de estas obras sin permiso del autor.<a name="page_005" id="page_005"></a></td></tr>
+</table>
+
+<p class="un">&nbsp; &nbsp; &nbsp;OBRAS COMPLETAS DE VICENTE BLASCO IBAÑEZ&nbsp; &nbsp; &nbsp;</p>
+
+<h1>LOS<br />
+ENEMIGOS<br />
+DE LA MUJER<br />
+<br />
+<small><small>(NOVELA)</small></small></h1>
+
+<p class="cb">97.000 EJEMPLARES</p>
+
+<p class="figcenter">
+<img src="images/colophon.png" width="65" height="96" alt="colofón" title="colofón" />
+</p>
+
+<p class="cb">PROMETEO<br />
+Germanías, 33.&mdash;VALENCIA<br />
+(Published in Spain)</p>
+
+<p><a name="page_006" id="page_006"></a></p>
+
+<div class="boxx">
+<p>E<small>S PROPIEDAD.</small>&mdash;Reservados todos<br />
+los derechos de reproducción, traducción<br />
+y adaptación.</p>
+</div>
+
+<p class="c">Copyright 1919, by V. Blasco Ibáñez.</p>
+
+<p><a name="page_007" id="page_007"></a></p>
+
+<table border="0" cellpadding="5" cellspacing="0" summary=""
+style="border:3px gray double;margin-top: 5%;">
+<tr><td align="center"><a href="#AL_LECTOR"><b>AL LECTOR</b></a></td></tr>
+<tr><td><a href="#I"><b>I, </b></a>
+<a href="#II"><b>II, </b></a>
+<a href="#III"><b>III, </b></a>
+<a href="#IV"><b>IV, </b></a>
+<a href="#V"><b>V, </b></a>
+<a href="#VI"><b>VI, </b></a>
+<a href="#VII"><b>VII, </b></a>
+<a href="#VIII"><b>VIII, </b></a>
+<a href="#IX"><b>IX, </b></a>
+<a href="#X"><b>X, </b></a>
+<a href="#XI"><b>XI, </b></a>
+<a href="#XII"><b>XII</b></a>
+</td></tr>
+</table>
+
+<h3><a name="AL_LECTOR" id="AL_LECTOR"></a>AL LECTOR</h3>
+
+<p>En 1918, casi al final de la guerra europea, caí repentinamente
+enfermo por exceso de trabajo.</p>
+
+<p>Había realizado un esfuerzo enorme escribiendo para
+los periódicos de España y América numerosos artículos,
+un cuaderno todas las semanas de mi <i>Historia de la
+Guerra</i> y dos novelas, <i>Los cuatro jinetes del Apocalipsis</i>
+y <i>Mare nostrum</i>. Además hice muchas traducciones y
+otras labores literarias obscuras para la propaganda en
+favor de los Aliados.</p>
+
+<p>Durante cuatro años trabajé doce horas diarias, sin
+ningún día de descanso. Hubo semanas extraordinarias
+en las que aún fué más larga mi jornada. Á esta tarea
+excesiva y abrumadora, que lentamente iba agotando
+mis fuerzas, había que añadir las privaciones é inquietudes
+de la vida anormal que llevábamos los habitantes
+de París: mala comida, escasez de carbón, alumbrado
+defectuoso, noches en vela por las señales de alarma y
+el bullicio de la gente al anunciarse un ataque aéreo de
+los «Gothas».</p>
+
+<p>El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción,
+y el exceso de trabajo, acabaron con mi salud,
+y por consejo de los médicos me trasladé á la Costa Azul.<a name="page_008" id="page_008"></a>
+No por tal cambio de ambiente dejé de trabajar. Como
+en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor
+del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto
+fué todo.</p>
+
+<p>Me instalé en Niza, por unas semanas nada más.
+Como necesitaba seguir trabajando, me sentí atraído
+por la soledad bravía del Cap-Ferrat, península que
+avanza en el mar su lomo cubierto de pinos. Durante
+unos meses viví en el Gran Hotel del Cap Ferrat como
+en un convento abandonado. Muchos días fuí su único
+huésped, llevando una vida de familia con su director y
+sus escasos domésticos.</p>
+
+<p>Acababa de escribir <i>Mare nostrum</i>, y la soledad de
+esta costa junto al frecuentado camino de Niza á Monte-Carlo
+parecía armonizarse con los recuerdos de mi novela
+reciente. Pero las noticias del gran choque europeo
+nos llegaban con enorme retraso, como si procediesen
+de un mundo lejanísimo. Además, las privaciones, generales
+en toda Francia, aún resultaban mayores y más
+penosas en este olvidado rincón.</p>
+
+<p>Al fin me trasladé al Principado monegasco, que veía
+diariamente desde mis ventanas, avanzando su doble
+ciudad de Mónaco y Monte-Carlo sobre la llanura azul
+del mar. Como era país neutral, libre de los severos
+reglamentos impuestos por la guerra, las gentes afluían
+á él en busca de una existencia menos dura. Además,
+los administradores de su célebre Casino procuraban que
+los víveres, el carbón y la luz fuesen más abundantes
+que en las vecinas poblaciones francesas.</p>
+
+<p>Apenas instalado en Monte-Carlo, vi con mis ojos de
+novelista un mundo anormal que vivía al margen de la
+guerra, queriendo ignorarla, para mantener tranquilo
+su egoísmo. Me admiró la tenacidad y la ceguera de
+los jugadores, que en días de alegría ó incertidumbre,<a name="page_009" id="page_009"></a>
+cuando se disputaba sobre los campos de batalla el porvenir
+del mundo, sólo pensaban en sus combinaciones
+y «sistemas» favoritos, como si no existiese en la tierra
+nada más interesante.</p>
+
+<p>Fuí estudiando de cerca esta sociedad extraordinaria,
+que luego se ha modificado exteriormente al volver
+los tiempos de paz, y así empezó mi composición de <span class="smcap">Los
+enemigos de la mujer</span>.</p>
+
+<p>Casi todos los personajes que aparecen en la presente
+novela tienen algo ó mucho de real. Fueron
+observados directamente y son reflejos, más ó menos
+fieles, de personas que aún viven ó murieron hace pocos
+años.</p>
+
+<p>Esto no significa que el lector deba creerlos exactamente
+iguales á los tipos que me sirvieron de modelos,
+por haberlos copiado yo con una minuciosidad material.
+El novelista es un pintor y no un fotógrafo. Las más de
+las veces, con varios personajes observados en la realidad
+moldeamos uno solo. En otras ocasiones, un tipo
+complejo, estudiado directamente, lo descomponemos en
+varios, repartiendo sus diversas facultades entre numerosos
+hijos de nuestra imaginación.</p>
+
+<p>Con arreglo á la conocida fórmula, copié la realidad
+«viéndola á través de mi temperamento», ó más claramente
+dicho, la interpreté como me pareció mejor, con
+arreglo á mis ideas y gustos.</p>
+
+<p>Las desfiguraciones que impuse á la realidad no han
+impedido á ciertos habitantes de la Costa Azul reconocer
+el origen de mis personajes.</p>
+
+<p>Muchos de los que frecuentan el Casino de Monte-Carlo
+señalan á un gran señor de origen ruso, y afirman
+que es el príncipe Lubimoff de <span class="smcap">Los enemigos de la
+mujer</span>. En un cementerio que existe junto al camino de
+Monte-Carlo á La Turbie, muestran la tumba de la duquesa<a name="page_010" id="page_010"></a>
+Alicia. Un <i>gentleman</i> aviejado y cada vez más
+flaco, que juega y pierde en los primeros días de todos
+los meses, dice con desesperación á los que le escuchan,
+cuando ve desaparecer sobre el tapete sus últimas
+fichas:</p>
+
+<p>&mdash;Yo soy el lord Lewis que aparece en ese libro sobre
+Monte-Carlo, escrito por «Ibanez», el novelista español.</p>
+
+<p class="r">V. B. I.</p>
+
+<p>1923.<a name="page_011" id="page_011"></a></p>
+
+<h1>LOS ENEMIGOS DE LA MUJER</h1>
+
+<h3><a name="I" id="I"></a>I</h3>
+
+<p>El príncipe repitió su afirmación:</p>
+
+<p>&mdash;La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la
+mujer.</p>
+
+<p>Quiso seguir, pero no pudo. Temblaron levemente
+los amplios ventanales, cortados en su parte baja por
+el intenso azul del Mediterráneo. Entró en el comedor
+un estrépito amortiguado que parecía venir de la otra
+fachada del edificio, frente á los Alpes. Esta vibración,
+ensordecida por muros, cortinajes y alfombras, era discreta,
+lejana, como el funcionamiento de una máquina
+subterránea; pero un clamoreo humano, una explosión
+de gritos y silbidos dominaba el rodar del acero y los
+bufidos del vapor.</p>
+
+<p>&mdash;¡Un tren de soldados!&mdash;exclamó don Marcos Toledo
+abandonando su asiento.</p>
+
+<p>&mdash;Este coronel, siempre héroe, siempre entusiasta de
+las cosas de su profesión&mdash;dijo Atilio Castro con sonrisa
+burlona.</p>
+
+<p>El llamado coronel se colocó casi de un salto, á pesar
+de sus años, junto á la ventana lateral más próxima.
+Alcanzaba á ver sobre el follaje del gran jardín en declive
+una pequeña sección del ferrocarril de la Cornisa
+sumiéndose en la boca ahumada de un túnel. Luego
+volvía á reaparecer al otro lado de la colina, entre las
+arboledas y los sonrosados palacetes del Cap-Martin.
+Los rieles ondulaban luminosamente bajo el sol como
+dos regueros de metal líquido. Aún no había llegado el<a name="page_012" id="page_012"></a>
+tren á este lado, pero su estrépito creciente parecía animar
+el paisaje. Las ventanas de las casas de campo, las
+terrazas de las «villas», se punteaban de negro con la
+salida de las gentes que abandonaban la mesa del almuerzo.
+Banderas de diversos colores empezaron á ondear
+en edificios y tapias á ambos lados de la vía, desde
+media falda de la montaña hasta la ribera del mar.</p>
+
+<p>Don Marcos corrió á la ventana opuesta. Aquí, el
+paisaje era urbano. Todo lo que alcanzaba la vista estaba
+bajo techo, sin otra concesión á las expansiones
+del suelo que los aislados mechones verdes de los jardines
+irguiéndose entra masas de tejas rojas. Era como
+un decorado de teatro, partido en varios términos: primero
+las «villas» sueltas rodeadas de árboles, con balaustres
+blancos y chorreando flores sus murallas; luego
+el núcleo de Monte-Carlo, sus hoteles enormes erizados
+de cúpulas y torrecillas, y en el fondo, esfumados por
+la distancia y el polvo dorado flotante en la atmósfera,
+el peñón de Mónaco y sus paseos, la enorme masa del
+Museo Oceanográfico, la catedral, de un blanco crudo y
+reciente, y las torres cuadradas y almenadas del palacio
+del Príncipe. La edificación subía desde la ribera marítima
+á la mitad de las montañas. Era un Estado sin
+campos, sin tierra libre, todo cubierto de casas de una
+frontera á otra.</p>
+
+<p>Pero don Marcos llevaba muchos años de familiaridad
+con esta vista, y buscó inmediatamente lo que había
+en ella de extraordinario. Un tren enorme, interminable,
+avanzaba lentamente por la costa. Contó en voz alta más
+de cuarenta vagones, sin poder llegar al término del convoy,
+oculto aún por una revuelta.</p>
+
+<p>&mdash;Debe ser un batallón... todo un batallón en pie de
+guerra. Más de mil soldados&mdash;dijo con autoridad, satisfecho
+de mostrar su buen ojo profesional ante los compañeros
+de mesa, que no le oían.</p>
+
+<p>El tren estaba repleto de hombres, pequeñas figuras
+de un gris amarillento que llenaban las ventanas de los
+vagones y ocupaban las portezuelas y los estribos, con
+las piernas colgando sobre la vía. Otros se agolpaban en
+los furgones de ganado ó se mantenían de pie sobre las
+plataformas descubiertas, entre los carros militares y las<a name="page_013" id="page_013"></a>
+ametralladoras enfundadas. Muchos se habían subido á
+los techos de los vagones, y saludaban abiertos de brazos
+y piernas como una X. Casi todos se habían puesto
+en cuerpo de camisa, con las mangas dobladas sobre los
+brazos, lo mismo que los marineros cuando se preparan
+para una maniobra.</p>
+
+<p>&mdash;¡Son ingleses!&mdash;exclamó don Marcos&mdash;. ¡Ingleses
+que van á Italia!</p>
+
+<p>Esta indicación fué mal acogida por el príncipe, que
+le tuteaba á pesar de la diferencia de edad.</p>
+
+<p>&mdash;No seas tonto, coronel. Cualquiera los conoce. Son
+los únicos que silban.</p>
+
+<p>Asintieron los otros tres sentados á la mesa. Todos
+los días pasaban trenes militares, y desde lejos se podía
+adivinar la nacionalidad de los hombres que los ocupaban.</p>
+
+<p>&mdash;Los franceses&mdash;dijo Castro&mdash;pasan callados. Llevan
+tres años y pico de lucha en su propio suelo. Son
+silenciosos y sombríos, como el deber monótono é interminable.
+Los italianos que vienen al frente francés
+cantan y adornan sus trenes con ramajes y flores. Los
+ingleses gritan como un colegio en libertad, y silban,
+silban para expresar su entusiasmo. Son los muchachos
+de esta guerra; van á la muerte con un entusiasmo
+pueril.</p>
+
+<p>Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre.
+Fué pasando entre la montaña y los jardines de
+Villa-Sirena; luego se alejó por el lado opuesto, con dirección
+á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser
+tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba
+el paso del tren, vió cómo se animaban casas,
+jardines y pequeñas huertas á los dos lados de la vía.
+Braceaban las gentes agitando pañuelos y banderas para
+contestar á los silbidos de los ingleses. Hasta en la orilla
+mediterránea, los pescadores, puestos de pie en los
+bancos de sus botes, tremolaban las gorras mirando al
+lejano tren. El inquieto oído de don Marcos adivinó un
+leve correteo en el piso superior. La servidumbre abría
+sin duda las ventanas para unirse con un entusiasmo
+silencioso á esta despedida.</p>
+
+<p>Cuando sólo quedaban visibles unos pocos vagones<a name="page_014" id="page_014"></a>
+en la boca del túnel, el coronel volvió á ocupar su asiento
+en la mesa.</p>
+
+<p>&mdash;¡Mas carne al matadero!&mdash;dijo Atilio Castro mirando
+al príncipe&mdash;. Pasó el escándalo. Continúa, Miguel.</p>
+
+<p>Dos criados jóvenes, dos muchachos italianos, imberbes
+y de ademanes torpes, vestidos con unos fracs que
+les venían algo grandes, sirvieron los postres del almuerzo,
+bajo la mirada autoritaria de Toledo.</p>
+
+<p>Este examinaba igualmente la mesa y los tres convidados,
+como si temiera notar de pronto un olvido,
+algo que demostrase la improvisación del almuerzo. Era
+el primero que se daba en Villa-Sirena después de dos
+años.</p>
+
+<p>La víspera había llegado de París el dueño de la
+casa, el príncipe Miguel Fedor Lubimoff, que ocupaba
+ahora la cabecera de la mesa.</p>
+
+<p>Era un hombre todavía joven, con el cuidado vigor
+que proporciona una vida de ejercicios físicos: alto,
+membrudo y esbelto, la tez morena, grandes ojos grises
+y el rostro largo, completamente afeitado. Las canas esparcidas
+en sus sienes&mdash;que aún parecían más numerosas
+al contrastar con el negro azulado de su cabeza&mdash;, unas
+cuantas arrugas precoces en las comisuras de sus ojos y
+dos surcos profundos que se abrían desde las alillas de
+su nariz, demasiado ancha, hasta tocar los extremos de
+su boca, parecían denunciar el primer cansancio de un
+organismo poderoso que ha vivido con demasiada intensidad,
+por considerar sus fuerzas sin límites.</p>
+
+<p>El coronel le llamaba «Alteza», como si fuese de una
+familia reinante y no un simple príncipe ruso. Pero esto
+era cuando había alguien presente, por una costumbre
+adquirida en tiempos de la difunta princesa Lubimoff, y
+para sostener el prestigio del hijo, al que conocía desde
+niño. En la intimidad, cuando estaban solos, prefería
+llamarle «marqués», marqués de Villablanca, sin que el
+príncipe consiguiera torcer con sus burlas este orden
+establecido por don Marcos en las categorías de su respeto.
+El principado ruso era para los demás, para las
+gentes que se deslumbran con la amplitud de los títulos,
+sin saber apreciar su mérito y su origen; él prefería,
+como algo más noble, el marquesado español, á pesar de<a name="page_015" id="page_015"></a>
+que todos lo ignoraban en España, por carecer de consagración
+oficial.</p>
+
+<p>A los tres convidados del príncipe Miguel los conocía
+Toledo.</p>
+
+<p>Atilio Castro era un compatriota, un español que había
+pasado la mayor parte de su existencia fuera de su
+país. Trataba al príncipe con gran confianza y hasta le
+tuteaba, á causa de un parentesco lejano. El coronel
+tenía una vaga idea de que había sido cónsul en alguna
+parte, pero por breve tiempo. Continuamente le hacía
+objeto de sus burlas, que él tardaba en descubrir. Pero
+no sentía rencor por ellas, viendo que «Su Alteza» las
+celebraba mucho.</p>
+
+<p>&mdash;¡Hermoso corazón!&mdash;decía al hablar de Castro&mdash;.
+Ha llevado una vida poco ejemplar, es un terrible jugador...
+pero un caballero, ¡lo que se llama un caballero!</p>
+
+<p>Miguel Fedor definía de otro modo á su pariente:</p>
+
+<p>&mdash;Tiene todos los vicios y ningún defecto.</p>
+
+<p>Don Marcos nunca pudo entender esto, pero lo aceptó
+como un nuevo motivo para apreciar á Castro.</p>
+
+<p>Sólo contaba el príncipe dos ó tres años más que él,
+y sin embargo parecían separados por una diferencia de
+edad mucho mayor. Castro iba más allá de los treinta y
+cinco años, y algunos le suponían veintitrés. Su rostro,
+de ingenua expresión, algo aniñado, sólo adquiría cierta
+respetabilidad viril gracias á un bigote rubio obscuro,
+recortado como un cepillo de dientes. Este exiguo bigote
+y la raya correcta que partía sus cabellos en dos masas
+idénticas y lustrosas eran los detalles más visibles de su
+fisonomía en momentos de tranquilidad. Si se alteraba
+su humor&mdash;lo que ocurría muy de tarde en tarde&mdash;, el
+brillo de sus ojos, la contracción de su boca, las arrugas
+precoces de sus sienes, le daban un aspecto inquietante,
+y diez años más caían sobre él de golpe.</p>
+
+<p>&mdash;Malo para enemigo&mdash;afirmaba el coronel&mdash;. Es hombre
+que no conviene tenor enfrente.</p>
+
+<p>Y no por miedo, sino por espontánea admiración, celebraba
+sus talentos. Hacía versos, pintaba acuarelas,
+improvisaba romanzas en el piano, daba consejos sobre
+muebles y trajes, conocía las antigüedades. Don Marcos
+no encontraba límites á su inteligencia.<a name="page_016" id="page_016"></a></p>
+
+<p>&mdash;Lo sabe todo&mdash;decía&mdash;. ¡Si pudiera fijarse en una
+sola cosa!... ¡Si quisiera trabajar!</p>
+
+<p>Vestido siempre con elegancia, viviendo en hoteles
+caros y sin ninguna renta conocida, el coronel sospechaba
+una serie de empréstitos amistosos hechos al príncipe.
+Pero éste había permanecido ausente de Monte-Carlo
+casi desde el principio de la guerra, y don Marcos
+encontraba á Castro todos los inviernos instalado en el
+Hotel de París, apuntando en el Casino, tratándose con
+gentes ricas. Unas cuantas veces, al verse junto á la ruleta,
+le había pedido prestados «diez luises», necesidad
+imperiosa de jugador que acaba de quedar limpio y
+ansía desquitarse; pero, con más ó menos retraso, se los
+había devuelto siempre. Su vida tenía un fondo misterioso,
+según don Marcos.</p>
+
+<p>Los otros dos convidados le parecían de una existencia
+menos complicada. El más antiguo en la casa era
+un joven moreno, casi cobrizo, pequeño de cuerpo, con
+luengas y lacias melenas. Teófilo Spadoni, famoso pianista,
+hijo de italianos&mdash;esto era indiscutible&mdash;, pero nacido,
+según él, unas veces en el Cairo, otras en Atenas
+ó en Constantinopla, en todas las ciudades adonde había
+emigrado su padre, pobre sastre napolitano. Tales
+vaguedades y distracciones no resultaban extraordinarias
+en este ejecutante prodigioso, que así que se levantaba
+del piano era una especie de sonámbulo, incapaz de
+adaptarse regularmente á ninguna función de la vida.
+Luego de dar conciertos en las grandes capitales de
+Europa y América del Sur, se había quedado en Monte-Carlo,
+con una inmovilidad que él atribuía á la guerra
+y don Marcos achacaba á su afición al juego. El príncipe
+le conocía por haberle llevado á bordo de su gran yate
+<i>Gaviota II</i>, en un viaje alrededor de la tierra, formando
+parte de su orquesta.</p>
+
+<p>Al lado del dueño estaba el último convidado, el más
+reciente en la casa, un joven pálido, larguirucho y miope,
+que miraba á todos lados con timidez, conteniendo
+sus movimientos. Era un profesor español, un doctor en
+ciencias, Carlos Novoa, pensionado por el gobierno de
+su país para hacer estudios de la fauna marítima en el
+Museo Oceanográfico. El coronel, que vivía muchos años<a name="page_017" id="page_017"></a>
+en Monte-Carlo sin tropezarse con otros compatriotas
+que los que encontraba alrededor de las mesas de ruleta,
+había sentido un orgullo patriótico al conocer á este
+profesor, dos meses antes.</p>
+
+<p>&mdash;¡Un sabio!... ¡un famoso sabio!&mdash;exclamaba al hablar
+de su nuevo amigo&mdash;. Para que digan luego que
+todos los españoles somos brutos...</p>
+
+<p>No podía explicar qué sabiduría era la de su compatriota.
+Es más: desde sus primeras conversaciones había
+adivinado que el profesor era de ideas opuestas á las
+suyas. «Un descreído de los que no tienen más Dios que
+la materia», se dijo. Pero añadió á guisa de consuelo:
+«Todos estos sabios son así: liberales é impíos. ¡Qué
+hacerle!...» En cuanto á su fama, la tenía por indiscutible.
+Sólo así podía comprender que lo hubiesen enviado
+á aquel Museo de Mónaco, enorme y blanco como
+una catedral, cuyas salas había visitado una sola vez,
+con un respeto que le impedía volver.</p>
+
+<p>Cuando el profesor iba de tarde en tarde á Monte-Carlo,
+encontrándose en el Casino con don Marcos, éste
+lo presentaba á sus amigos como una celebridad nacional.
+Así había conocido á Castro y á Spadoni, los cuales
+se limitaron á preguntarle si ganaba mucho en el
+juego.</p>
+
+<p>Al anunciar el príncipe su llegada, Toledo obligó á
+su ilustre compatriota á acompañarle á la estación, para
+presentarlo sin perder tiempo.</p>
+
+<p>&mdash;Una gloria de nuestro país... ¡Su Alteza, que ama
+tanto las cosas de España!</p>
+
+<p>Miguel Fedor había pasado en los mares una parte
+considerable de su vida, y simpatizó con este joven modesto
+al conocer la especialidad de sus estudios.</p>
+
+<p>Hablaron largamente de oceanografía, y el día anterior,
+el príncipe Miguel, que estaba habituado á tener
+una gran mesa por la que desfilaban los comensales más
+diversos, dijo á su «chambelán»:</p>
+
+<p>&mdash;Muy simpático tu sabio. Invítalo á almorzar.</p>
+
+<p>Los convidados hablaban todos el español. Spadoni
+podía seguir la conversación con lo que había aprendido
+en Buenos Aires, Santiago de Chile y otras capitales de
+la América del Sur cuando seguía dando «recitales» de<a name="page_018" id="page_018"></a>
+piano á un empresario que al fin se cansó de explotarle
+y de luchar con su inconsciencia.</p>
+
+<p>Al empezar el almuerzo, había notado el coronel en
+el rostro de su príncipe la preocupación de una idea fija.
+Hablaba preferentemente con el profesor Novoa, asombrándose
+de la exigua retribución que le valían sus
+estudios. Castro y Spadoni sólo atendían á los platos.
+Ya no eran obra de un cocinero famoso al que daba el
+príncipe Miguel el sueldo de un presidente de Consejo
+de ministros. El «maestro» había sido movilizado por la
+guerra, y á la sazón hacía la cocina de un general en el
+frente francés. Toledo había sabido descubrir después á
+una cincuentona, menos variada en sus combinaciones
+que el artista arrebatado por la guerra, pero más «clásica»,
+más sólida y substanciosa, y los dos comían con
+ese regodeamiento de los eternos abonados á restoranes
+y hoteles cuando se ven ante una mesa sin economía y
+engaños.</p>
+
+<p>Cerca de los postres, la conversación, que era ya general,
+recayó sobre las mujeres, como ocurre en toda
+comida de hombres solos. Toledo tuvo la sospecha de
+que el príncipe había empujado dulcemente á sus comensales
+á hablar de esto. De pronto, Miguel resumió
+su opinión diciendo por dos veces:</p>
+
+<p>&mdash;La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la
+mujer.</p>
+
+<p>Y á continuación había pasado el tren de soldados
+ingleses como una nube de gritos y silbidos.</p>
+
+<p>Atilio Castro dejó que se perdiese en el túnel el último
+vagón, y dijo con una sonrisa algo irónica:</p>
+
+<p>&mdash;Esos silbidos parecen un comentario á tu hermosa
+frase; pero no hagas caso de opiniones groseras. Lo que
+has dicho me interesa. ¡Tú abominando de las mujeres,
+que las has tenido á miles!... Continúa, Miguel.</p>
+
+<p>Pero el príncipe torció el curso de la conversación.
+Habló de sus impresiones al llegar á Villa-Sirena después
+de una larga ausencia. De la vida anterior á la
+guerra sólo quedaban el edificio y los jardines. Toda la
+servidumbre masculina estaba movilizada: unos en el
+ejército francés, otros en el italiano. Al día siguiente de
+su llegada, maquinalmente había pedido el automóvil<a name="page_019" id="page_019"></a>
+para ir á Monte-Carlo. No le faltaban vehículos. Tres
+de las mejores marcas estaban como olvidados en su
+<i>garage</i>. Pero los mecánicos también hacían la guerra,
+y además no había esencia y era necesario un permiso
+para correr por los caminos... Total: que había tenido
+que esperar el tranvía de Mentón ante la verja de su
+jardín. Una novedad para él, un medio de locomoción
+interesante. Creyó caer en un mundo olvidado al verse
+entre los pasajeros populares. Le molestaba la curiosidad
+general. Todos se repetían en voz baja su nombre;
+hasta el conductor mostró cierta emoción al ver en su
+coche al propietario de Villa-Sirena.</p>
+
+<p>&mdash;Y lo peor de todo, queridos amigos, es que estoy
+arruinado.</p>
+
+<p>Spadoni abrió desmesuradamente sus ojos negros,
+como si oyese algo inaudito y absurdo. Castro sonrió
+con incredulidad.</p>
+
+<p>&mdash;¿Arruinado tú?... Me contentaría con la décima
+parte de tus escombros.</p>
+
+<p>El príncipe asintió. Era como esos enormes trasatlánticos
+que, al naufragar, hacen la fortuna con sus despojos
+de todo un pueblo de miserables instalado en la
+orilla. Pero esta relatividad de la suerte no evitaba que
+su ruina fuese cierta.</p>
+
+<p>&mdash;Por lo que diré después, necesito no ocultar mi situación.
+Hace unas semanas he vendido en París el palacio
+que construyó mi madre. Me lo ha comprado un
+«nuevo rico». Yo, con la guerra, voy á ser un «nuevo
+pobre». Tú sabes, Atilio, lo que me pasa desde que empezó
+esta pelea de naciones. A los primeros cañonazos
+me enviaron de Rusia la octava parte de las rentas que
+tenía en tiempos de paz: luego, mucho menos. La revolución
+todavía recortó de un modo alarmante mis ingresos.
+Ahora, con el compañero Lenine y la bandera roja,
+no llega nada, absolutamente nada. No conozco siquiera
+la suerte de mis casas, de mis campos, de las minas...
+Nada sé tampoco de los que administraban allá mi fortuna.
+Sin duda los han asesinado...</p>
+
+<p>El coronel levantó los ojos al techo: «¡La revolución!...
+¡La falta de un amo!»</p>
+
+<p>&mdash;Un rico como tú&mdash;dijo Castro&mdash;siempre tiene reservas<a name="page_020" id="page_020"></a>
+en los Bancos, siempre encuentra quien le preste
+hasta que lleguen tiempos mejores.</p>
+
+<p>&mdash;Tal vez; pero eso para mí casi representa la miseria.
+Mi administrador me ha dicho, al salir de París,
+que debo limitar mis gastos, vivir con arreglo á mis
+ingresos actuales. ¿Cuánto tengo?... No lo sé. El mismo
+tampoco lo sabe. Está haciendo un balance de mi situación,
+cobrando á unos, pagando á otros, pues, según parece,
+yo tenía muchas deudas. A los millonarios nadie
+les exige con premura el pago de lo que deben... En fin,
+tendré que vivir como un príncipe arruinado, con trescientos
+mil francos al año; tal vez más... tal vez menos.
+No sé.</p>
+
+<p>Castro y Spadoni hicieron un gesto nostálgico al oir
+dicha suma. Novoa miró con respeto á este hombre que
+se llamaba su amigo y se creía en la miseria con trescientos
+mil francos anuales.</p>
+
+<p>&mdash;Mi administrador&mdash;continuó el príncipe&mdash;me habló
+de vender Villa-Sirena lo mismo que el palacio de París.
+Parece que el «nuevo rico» quiere quedarse con todo lo
+mío. ¡Liquidación completa!... Pero yo me he opuesto.
+Este rincón es mío; lo he formado yo. Además, la vida
+resulta imposible en el mundo, la guerra lo amarga
+todo. La existencia en París es triste. No hay gente, no
+hay luz: los «Gothas» tienen inquietas y nerviosas á las
+personas de nuestro mundo y las hacen emigrar... Y he
+pensado instalarme aquí hasta que termine la demencia
+europea.</p>
+
+<p>&mdash;Va para largo&mdash;dijo Castro.</p>
+
+<p>&mdash;Así lo creo. Este es un rincón agradable, un refugio
+dulce, que aún hace más grato la egoísta consideración
+de que á estas horas sufren toda clase de penalidades
+millones de hombres y mueren unos cuantos miles por
+día... Pero de todos modos, no es lo mismo que antes.
+Hasta el Mediterráneo resulta otro. Apenas se oculta el
+sol, mi buen coronel tiene que enmascarar con negros
+cortinajes las ventanas y puertas que dan al mar, para
+que los submarinos alemanes no se guíen por nuestras
+luces... ¡Ay! ¿Dónde están los hermosos días de la paz?
+¡Las fiestas que hemos dado aquí! ¡Las veladas en el <i>Gaviota
+II</i> cuando estaba anclado en el puerto de Mónaco!...<a name="page_021" id="page_021"></a></p>
+
+<p>Castro quedó con los ojos vagos, como si soñase despierto.
+Vió en su imaginación los jardines de Villa-Sirena
+dulcemente iluminados, envueltos en un halo lácteo
+que se desplomaba sobre las invisibles olas lo mismo
+que un reflejo lunar. Los ventanales estaban rojos, esparciendo
+en la cálida lobreguez de la noche risas, gritos,
+suspiros de violines, romanzas amorosas que denunciaban
+un cuello femenil, blanco y voluptuoso, hinchado
+por el deseo y por la música. Las gotas de luz
+perdidas en el infinito cambiaban sus parpadeos con las
+estrellas eléctricas medio ocultas en los negros follajes.
+Parejas enlazadas y de paso lento desaparecían en las
+penumbras del jardín. Todas habían pasado por allí:
+artistas célebres de París, de Londres ó de Viena; hermosas
+<i>snobs</i> de los dos hemisferios; señoras del gran
+mundo, sonrientes como esclavas ante el potentado que
+podía saldar sus deudas con una firma. ¡Ah, las noches
+pompeyanas de Villa-Sirena!...</p>
+
+<p>Spadoni veía el <i>Gaviota II</i>, palacio á hélice, que,
+cuando anclaba en el gracioso puerto de La Condamine,
+parecía llenarlo por entero, empequeñeciendo el
+yate del príncipe de Mónaco y los de los millonarios
+americanos; alcázar de <i>Las mil y una noches</i> rematado
+por dos chimeneas, que paseaba por todos los mares del
+planeta sus gabinetes con fuentes y estatuas, su biblioteca
+enorme, su salón de fiestas con un estrado-escenario
+en el que cincuenta músicos, muchos de ellos célebres,
+daban conciertos para un solo oyente visible, el
+príncipe Miguel, medio tendido en un diván, mientras
+la brisa de los trópicos entraba por las altas ventanas,
+acariciando las cabezas de los oficiales y altos empleados
+del buque que se agolpaban en sus alféizares. El
+pianista veía los puertos solitarios de los países históricos
+y muertos, con sus rondas de gaviotas sobre la tranquila
+copa azul; las bahías gigantescas llenas de humo
+y actividad de la América del Norte; las riberas antillanas,
+con sus bosques de cocoteros, negros sobre un cielo
+enrojecido por el ocaso; las islas del Pacífico, de duro
+coral, formando un anillo en torno de un lago interior...
+¡Y aquel mago omnipotente confesaba la pérdida
+de sus riquezas!...<a name="page_022" id="page_022"></a></p>
+
+<p>El príncipe, como si adivinase sus pensamientos,
+añadió:</p>
+
+<p>&mdash;Todo eso ha terminado: no sé si por muchos años ó
+para siempre... Y aunque vuelvan á ser las cosas algún
+día como fueron antes de la guerra, ¡cuánto tendremos
+que esperar!... Tal vez muera yo antes... Por eso voy á
+hacer una proposición.</p>
+
+<p>Se detuvo un momento, apreciando la curiosidad en
+los ojos de sus oyentes.</p>
+
+<p>Luego preguntó á Atilio:</p>
+
+<p>&mdash;¿Estás contento de tu vida actual?...</p>
+
+<p>A pesar de su tranquilidad sonriente y burlona, Castro
+hizo un movimiento de sorpresa, como si le escandalizase
+esta pregunta. Su vida era insufrible. La guerra
+había trastornado sus costumbres y placeres, esparciendo
+á todos los vientos sus amistades. Ignoraba la suerte
+de cientos de personas de diversa nacionalidad que llenaban
+su existencia años antes y sin las cuales hubiera
+creído imposible vivir.</p>
+
+<p>&mdash;Además, tengo menos dinero que nunca. Permanezco
+en Monte-Carlo porque aquí juego; y aunque siempre
+acabo por perder (como pierden todos), algo me queda
+entre las uñas que me ayuda á vivir... Pero ¡qué
+existencia!</p>
+
+<p>Miró á Novoa como si le inspirase recelo su reciente
+amistad, pero luego hizo un gesto de resolución.</p>
+
+<p>&mdash;Debo hablar con entera confianza. El profesor nos
+decía hace poco lo que gana: unas quinientas pesetas
+al mes; menos que cualquier empleado del Casino. Yo
+voy á ser franco igualmente. Vivo en el Hotel de París:
+Atilio Castro no puede estar alojado en otra parte: debe
+conservar sus amistades. Pero paso grandes apuros muchas
+semanas para pagar mi cuarto, y como en malos
+restoranes, en bodegones italianos, cuando no me convidan.
+La cama me cuesta tres ó cuatro veces más que
+la mesa. Las tardes malas, en que pierdo hasta la última
+ficha, me contento con un emparedado de jamón á crédito
+en el <i>bar</i> del Casino. Yo soy de la escuela de un
+jugador de Madrid al que llamábamos «el maestro», y
+que nos decía: «Jóvenes, el dinero se ha hecho para
+jugar: y lo que quede, para comer.»<a name="page_023" id="page_023"></a></p>
+
+<p>&mdash;Y sin embargo, tú amas la buena mesa&mdash;dijo el
+príncipe.</p>
+
+<p>Las lamentaciones de Castro tomaron una gravedad
+cómica. Con la guerra se habían olvidado las buenas
+costumbres. Nadie tenía casa; todos vivían en el hotel,
+y las escaseces del momento servían de pretexto para
+que los dueños de los «Palaces» lujosos diesen comidas
+de figón, escasas y malas. Un convite sólo servía para
+engañar el hambre.</p>
+
+<p>&mdash;Hace muchos meses, tal vez años, que no he comido
+como hoy, y eso que me he sentado á las mesas de todos
+los grandes hoteles de la Costa Azul. Ya no creía que
+existiesen en el mundo pollos como los que nos han servido.
+Los consideraba pájaros de ensueño, aves mitológicas.</p>
+
+<p>El coronel sonrió, inclinando la cabeza como si recibiese
+un elogio.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y tú, Spadoni&mdash;siguió preguntando el príncipe&mdash;,
+vives bien?</p>
+
+<p>&mdash;Alteza... yo... yo...&mdash;dijo el músico balbuceando
+ante la repentina pregunta.</p>
+
+<p>Castro intervino para sacarle adelante.</p>
+
+<p>&mdash;El amigo Spadoni, como pianista, encuentra siempre
+mesa franca en las «villas» de unas cuantas señoras
+valetudinarias y melómanas que habitan en Cap-Martin.
+Le convidan también con frecuencia unos ingleses
+de Niza. Tampoco tiene que preocuparse de pagar hotel.
+Dispone de toda una «villa», grande, elegante, bien
+amueblada, que le dan como sepulturero.</p>
+
+<p>Novoa hizo un movimiento de asombro al oir esto.</p>
+
+<p>&mdash;Así es&mdash;continuó Atilio&mdash;. Disfruta de una casa
+magnífica, á cambio de guardar una tumba.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, señor profesor!... No le haga caso&mdash;gimió el
+músico con una expresión de víctima.</p>
+
+<p>&mdash;Pero á todas estas ventajas&mdash;siguió diciendo Castro&mdash;une
+un terrible inconveniente: es más jugador que
+yo. En el Casino tiene un mote: «el señor del 5». No
+juega otro número. Todo lo que pilla lo pone al 5, y lo
+pierde. Yo soy «el señor del 17», y me va tan mal como
+á él... Además, tiene á sus amigos los ingleses. ¡Unos
+tipos! Todos los días vienen de Niza en un landó de dos<a name="page_024" id="page_024"></a>
+caballos, y como si no tuviesen bastante con el juego
+del Casino, se colocan una tabla forrada de verde sobre
+las rodillas y sacan la baraja. ¡Jugar al <i>poker</i> ante el
+paisaje de la Cornisa, que las gentes vienen á ver de
+todas las partes del mundo!... Y nuestro artista, cuando
+hace el cuarto con los dos ingleses y una vieja <i>miss</i>,
+pierde ante el Mediterráneo, dorado por la puesta de sol,
+todo lo que le ha producido algún concierto en Cannes
+ó en Monte-Carlo.</p>
+
+<p>Spadoni intentó hablar, pero se contuvo viendo que
+el príncipe se dirigía á Novoa.</p>
+
+<p>&mdash;A usted no le pregunto: conozco su situación. Vive
+en el viejo Mónaco, en la casa de un empleado del Museo,
+y su alojamiento no debe ser gran cosa. Además, como
+decía Atilio, gana usted mucho menos que un <i>croupier</i>
+del Casino.</p>
+
+<p>Y mirando á sus convidados, añadió:</p>
+
+<p>&mdash;Lo que yo quiero proponerles es que vivan conmigo.
+La invitación resulta egoísta, no lo oculto. Pienso permanecer
+aquí hasta que se restablezca la tranquilidad
+de Europa y la vida vuelva á ser agradable. Sólo con
+mi coronel, acabaríamos por odiarnos los dos. Ustedes
+me acompañarán en mi agujero.</p>
+
+<p>Quedaron los tres estupefactos por la inesperada proposición.
+Novoa fué el primero en recobrar la palabra.</p>
+
+<p>&mdash;Príncipe, usted apenas me conoce. Nos vimos por
+primera vez hace tres días... No sé si debo...</p>
+
+<p>Le interrumpió el príncipe con voz algo seca y un
+ademán imperioso de hombre acostumbrado á no admitir
+objeciones.</p>
+
+<p>&mdash;Nos conocemos hace muchos años; nos conocemos
+toda la vida.</p>
+
+<p>Luego añadió con un tono halagador:</p>
+
+<p>&mdash;No es gran cosa lo que ofrezco. La servidumbre resulta
+escasa. No hay más criados que mi viejo ayuda de
+cámara y esos dos monigotes italianos que ha podido
+reclutar el coronel. Todo el resto del servicio lo hacen
+mujeres... Pero aun así, nuestra vida será agradable.
+Nos aislaremos del mundo, que está loco; no hablaremos
+de la guerra. Llevaremos una existencia plácida
+y cómoda, como en aquellas abadías que durante la<a name="page_025" id="page_025"></a>
+Edad Media fueron frescos oasis de tranquilidad y de
+estudio en medio de violencias y matanzas. Comeremos
+bien; el coronel me responde de ello. La biblioteca del
+yate está aquí: al vender el buque ordené á don Marcos
+que la instalase en el último piso. El amigo Novoa va á
+encontrar libros que tal vez no conoce. Cada uno hará
+lo que quiera; monjes libres, sin otra obligación que la
+de acudir á la hora de refectorio. Y si «el señor del 5» ó
+«el señor del 17» quieren dar una vuelta por el Casino,
+podrán hacerlo, y alguien se encargará de llenarles los
+bolsillos. Hay que dar algo al vicio, ¡qué diablo! Sin los
+vicios, la vida no valdría la pena de ser vivida.</p>
+
+<p>Un silencio de aprobación acogió estas palabras del
+dueño de Villa-Sirena.</p>
+
+<p>&mdash;Lo único que exijo&mdash;continuó el príncipe después
+de una larga pausa&mdash;es que vivamos solos, entre hombres.
+¡Nada de mujeres! La mujer debe quedar excluída
+de nuestra existencia en común.</p>
+
+<p>El pianista abrió los ojos con asombro; Castro se removió
+en su asiento; Novoa se quitó los lentes con un
+gesto maquinal de sorpresa, volviendo en seguida á montarlos
+en su nariz.</p>
+
+<p>Hubo otro silencio.</p>
+
+<p>&mdash;Eso que propones&mdash;dijo al fin Atilio sonriendo&mdash;me
+recuerda una comedia de Shakespeare. ¡Nada de mujeres!
+Y el protagonista acaba por casarse.</p>
+
+<p>&mdash;La conozco&mdash;contestó el príncipe&mdash;; pero no acostumbro
+á ajustar mi vida á las comedias, ni creo en sus
+enseñanzas. Puedo asegurarte que no me casaré, aunque
+con ello desmienta á Shakespeare y al rey francés de
+cuya crónica sacó el argumento de su obra.</p>
+
+<p>&mdash;Pero lo que pretendes es absurdo&mdash;prosiguió Castro&mdash;.
+Yo no sé lo que pensarán los demás, ¡pero impedirme
+á mí que...!</p>
+
+<p>Y con el gesto completó su protesta.</p>
+
+<p>Después, al ver que el príncipe había quedado pensativo,
+añadió:</p>
+
+<p>&mdash;¡Cómo se conoce que estás harto!... Has conseguido
+en tu vida cuanto deseaste, y ahora quieres imponernos...</p>
+
+<p>El príncipe, como si no le hubiese escuchado durante
+su ensimismamiento, le interrumpió:<a name="page_026" id="page_026"></a></p>
+
+<p>&mdash;Ya que no puedes vivir sin eso... ¡sea! No tengo empeño
+en martirizarte. Continúa siendo esclavo de una
+necesidad que es obra más de la imaginación que del
+deseo. Ahora que conozco verdaderamente la vida, me
+asombro de que los hombres hagan tantas necedades por
+el descubrimiento y posesión de treinta centímetros de
+piel oculta. Puedes satisfacer tu fantasía cuando gustes...
+pero ¡nada de mujeres!</p>
+
+<p>Los tres oyentes se miraron con asombro, y hasta el
+coronel, que se mantenía impasible siempre que hablaba
+su señor, mostró en sus ojos cierta sorpresa. ¿Qué quería
+decir el príncipe?...</p>
+
+<p>&mdash;Tú no ignoras, Atilio, lo que es una mujer. En la
+mayor parte de los pueblos de la tierra sólo existen hembras:
+jóvenes y viejas, pero no hay mujeres. La mujer,
+la verdadera mujer, es un producto artificial de las civilizaciones
+maduras, algo como las flores de invernadero,
+de una belleza complicada y perversa. Sólo en las
+grandes ciudades que llegan á ser decadentes, porque no
+pueden ir más allá, se encuentra á la mujer. No siendo
+madre, como lo son las pobres hembras, da todo su
+tiempo al amor, prolonga maravillosamente su juventud
+y piensa en inspirar pasiones á la edad en que las
+otras viven como abuelas. ¡A esa es á la que yo temo!
+Si entra aquí, se acabó nuestra sociedad, nuestra vida
+tranquila y dulce.</p>
+
+<p>Se levantó de la mesa el príncipe, y todos hicieron lo
+mismo. El almuerzo había terminado y pasaron al <i>hall</i>
+inmediato, donde estaba servido el café. Miró el coronel
+en torno con inquietud, examinando las cajas de habanos,
+la enorme licorera con sus frascos de diversos colores
+puestos en fila.</p>
+
+<p>Mientras cortaba la punta de un cigarro, Lubimoff
+continuó, dirigiéndose siempre á Castro:</p>
+
+<p>&mdash;Cuando desees... eso, te bastará con elegir en los
+alrededores del Casino. Cien francos ó doscientos; y
+luego, ¡adiós!... ¡Pero las otras! ¡Las mujeres! Esas penetran
+en nuestra existencia, acaban por dominarnos,
+quieren que nuestra vida se moldee en la suya. Su amor
+por nosotros no es en el fondo mas que una vanidad
+igual á la del conquistador que ama la tierra que ha<a name="page_027" id="page_027"></a>
+hecho suya con violencia. Todas ellas han leído (casi
+siempre á tontas y á locas, pero han leído), y las tales
+lecturas dejan en su voluntad un residuo de deseos indefinidos,
+de caprichos absurdos, que sirven para esclavizarnos
+á nosotros, que también nos movemos á impulsos
+de viejas lecturas... Las conozco. He encontrado
+demasiadas en mi vida. Si entran aquí mujeres de nuestro
+mundo, se acabó la paz. Me buscarán á mí por curiosidad
+y por codicia, pensando en mi historia y mi
+fortuna; os perturbarán entablando rivalidades entre
+vosotros; será imposible la vida que yo deseo... Además,
+somos pobres.</p>
+
+<p>Atilio protestó sonriendo: «¡Oh! ¡pobres!»</p>
+
+<p>&mdash;Pobres para hacer las locuras de antes&mdash;continuó
+el príncipe&mdash;; y para el amor se necesita dinero. Eso del
+amor desinteresado es una invención de las pobres gentes,
+que se consuelan con embustes. La moneda brilla
+en el fondo de todo amor. Al principio no se piensa en
+tal cosa: el deseo nos ciega; sólo vemos lo inmediato, la
+dominación de la persona dulcemente adversaria. Pero
+en todo amor que se prolonga, se acaba por dar dinero
+ó por tomarlo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tomar dinero de una mujer!... ¡Nunca!&mdash;dijo Castro,
+perdiendo su sonrisa irónica.</p>
+
+<p>&mdash;Acabarás por tomarlo si andas entre mujeres, siendo
+pobre. Las de nuestra época no tienen otra preocupación
+que el dinero. Cuando su amante es un hombre
+rico, se lo piden aunque posean una gran fortuna. Creerían
+valer menos si no lo hiciesen. Y si les gusta un
+pobre, le fuerzan á que reciba sus dádivas. Lo dominan
+mejor envileciéndolo: sienten con ello la satisfacción
+egoísta del que hace una limosna. La mujer, eterna mendiga
+del hombre, experimenta el mayor de los orgullos,
+se cree un ser extraordinario, una heroína, cuando á su
+vez puede dar dinero á uno del sexo que la ha mantenido
+siempre.</p>
+
+<p>Novoa, con una taza en la mano, escuchó atentamente
+al príncipe. Hablaba de un mundo desconocido
+para él. Spadoni, con los ojos vagos, pensaba en algo
+distante mientras sorbía su café.</p>
+
+<p>&mdash;Ya lo sabes, Atilio&mdash;continuó Lubimoff&mdash;: ¡nada de<a name="page_028" id="page_028"></a>
+mujeres!... Así llevaremos la gran vida. La mañana
+libre; sólo nos veremos á la hora del almuerzo. Abajo,
+en nuestro puertecito, quedan varios botes. Pescaremos
+á las horas de sol, remaremos. En las tardes, irás á tu
+Casino; tal vez salga yo también para asistir á algún
+concierto. Se acerca la primavera. Por las noches, sentados
+en una terraza, bajo las estrellas, el amigo Novoa,
+sabio de nuestro convento, nos explicará las melodías
+del cielo; y Spadoni, nuestro músico, se sentará al piano
+para deleitarnos con la música terrestre.</p>
+
+<p>&mdash;¡Magnífico!&mdash;dijo Castro&mdash;. Casi eres un poeta al
+describir nuestra vida futura. Me has convencido. Vamos
+á ser felices. Pero no olvido tu permiso para la
+hembra y tu prohibición de la mujer. ¡Nada de faldas
+en Villa-Sirena! Hombres nada más, monjes con pantalones,
+egoístas y tolerantes, que se reunen para vivir
+dulcemente mientras arde el mundo.</p>
+
+<p>Atilio se mantuvo pensativo unos instantes, y continuó:</p>
+
+<p>&mdash;Nos falta un nombre: nuestra comunidad debe tener
+un título. Nos llamaremos... nos llamaremos «Los enemigos
+de la mujer».</p>
+
+<p>Miguel sonrió.</p>
+
+<p>&mdash;Que el título quede entre nosotros. Si lo saben fuera
+de aquí, podrían creer otra cosa.</p>
+
+<p>Novoa, animado por su reciente confianza con unos
+hombres tan distintos á los que había tratado hasta entonces,
+aceptó el título con aplauso.</p>
+
+<p>&mdash;Yo confieso, señores, que, según la distinción hecha
+por el príncipe, no he conocido jamás á una mujer.
+¡Pobres hembras... y pocas! Pero me gusta el título, y
+acepto ser uno de «los enemigos de la mujer», aunque la
+tal mujer no se pondrá nunca ante mi paso.</p>
+
+<p>Spadoni, como si despertase de pronto, se encaró con
+Castro, continuando en alta voz sus pensamientos.</p>
+
+<p>&mdash;...Es una martingala que inventó un lord ya difunto
+y que le hizo ganar millones. Ayer me lo explicaron.
+Primeramente, pone usted...</p>
+
+<p>&mdash;¡Ah, no, pianista del demonio!&mdash;clamó Atilio&mdash;.
+Ya me explicará eso en el Casino, si es que tengo la
+curiosidad de oirle. Me ha hecho usted perder mucho<a name="page_029" id="page_029"></a>
+con sus martingalas. Mejor es que siga con su número
+5.</p>
+
+<p>El coronel, que había escuchado en silencio la conversación
+sobre las mujeres, pareció ligar dos ideas
+cuando Castro mencionó el juego.</p>
+
+<p>&mdash;Ayer tarde&mdash;dijo al príncipe con un tono algo misterioso&mdash;encontré
+en el Casino á la duquesa...</p>
+
+<p>Un gesto de muda interrogación cortó sus palabras.
+«¿Qué duquesa?»</p>
+
+<p>&mdash;Haces bien en preguntarle, Miguel&mdash;dijo Atilio&mdash;.
+Tu «chambelán» es el hombre mejor relacionado de la
+Costa Azul. Conoce duquesas y princesas á docenas. Lo
+he visto comiendo en el Hotel de París con toda la vieja
+nobleza de Francia que viene á Monte-Carlo para consolarse
+de lo que tardan en volver sus antiguos reyes.
+En las salas privadas del Casino besa manos llenas de
+arrugas y hace reverencias ante una porción de momias
+horribles con nombres antiguos y famosos. Unas
+le llaman simplemente «coronel»; otras se lo presentan
+con el título de «ayudante de campo del príncipe Lubimoff».</p>
+
+<p>Don Marcos se irguió, ofendido por el tono zumbón
+con que se hablaba de su gloria, y dijo altivamente:</p>
+
+<p>&mdash;Señor de Castro, soy un viejo soldado de la legitimidad,
+he derramado mi sangre por la santa tradición,
+y nada tiene de particular que...</p>
+
+<p>El príncipe, sabiendo por experiencia que su coronel
+no conocía el valor del tiempo cuando empezaba á hablar
+de la «legitimidad» y de «sangre derramada», se
+apresuró á interrumpirle.</p>
+
+<p>&mdash;Bueno; ya lo sabemos. Pero ¿qué duquesa es la que
+encontraste?...</p>
+
+<p>&mdash;La señora duquesa de Delille. Me ha preguntado
+muchas veces por Su Alteza, y al decirle yo que acababa
+de llegar, me dió á entender que se propone hacerle una
+visita.</p>
+
+<p>Lubimoff contestó con una simple exclamación, quedando
+luego silencioso.</p>
+
+<p>&mdash;Bien empezamos&mdash;dijo Castro riendo&mdash;. ¡Nada de
+mujeres! E inmediatamente el coronel nos anuncia la
+visita de una de ellas, y de las más temibles. Porque<a name="page_030" id="page_030"></a>
+reconocerás que la tal duquesa es una mujer de las que
+tú nos has pintado.</p>
+
+<p>&mdash;No la recibiré&mdash;dijo el príncipe resueltamente.</p>
+
+<p>&mdash;Esa duquesa es prima tuya, según creo.</p>
+
+<p>&mdash;No hay tal parentesco. Su padre fué hermano del
+segundo marido de mi madre. Pero nos hemos conocido
+de niños, y guardamos recíprocamente un recuerdo
+detestable. Cuando yo vivía en Rusia se casó con un
+duque francés. Sintió el mismo deseo que muchas ricas
+de América: un gran título nobiliario para dar envidia
+á las amigas y brillar en Europa. Al poco tiempo
+se separó, señalando al duque una pensión, que es lo
+que deseaba tal vez el noble marido. No tengo por
+mujer apetecible á la tal Alicia... Además, ha vivido
+la vida á su gusto... casi tanto como yo. Su reputación
+se iguala con la mía. Hasta le atribuyen amores con
+personas que no ha visto nunca, lo mismo que hacen
+conmigo... Me han dicho que en los últimos años se
+exhibía con un muchachito, casi un niño... ¡Ay! ¡Nos
+hacemos viejos!</p>
+
+<p>&mdash;Yo los he visto en París&mdash;dijo Castro&mdash;; fué antes
+de la guerra. Luego, en Monte-Carlo, la he encontrado
+siempre sola, sin divisar á su jovenzuelo por ninguna
+parte. Debió ser un capricho... Lleva tres inviernos
+aquí. Cuando llega el verano se traslada á Aix-les-Bains
+ó á Biarritz; pero apenas el Casino recobra su esplendor,
+vuelve de las primeras.</p>
+
+<p>&mdash;¿Juega?...</p>
+
+<p>&mdash;Como una condenada. Juega fuerte y mal, aunque
+los que creemos jugar bien acabamos perdiendo lo mismo.
+Quiero decir, que pone el dinero en la mesa aturdidamente,
+en varios sitios á la vez, y luego ni se
+acuerda de qué puestas son las suyas. Revolotean en
+torno de ella los «levantadores de muertos», y cuando
+gana, siempre se le llevan algo de lo suyo. Ha estado
+dos años jugando nada más que con fichas de quinientos
+y de mil. Ahora sólo juega con las de cien. Pronto
+usará las rojas, las de veinte, como este servidor.</p>
+
+<p>&mdash;No la recibiré&mdash;insistió el príncipe.</p>
+
+<p>Y tal vez para no decir más de la duquesa de Delille, se
+separó repentinamente de sus amigos, saliendo del <i>hall</i>.<a name="page_031" id="page_031"></a></p>
+
+<p>Atilio, deseoso de hablar, interrogó á don Marcos,
+que conversaba con Novoa, mientras el pianista seguía
+soñando, con los ojos abiertos, en la martingala del
+lord.</p>
+
+<p>&mdash;¿Ha visto usted últimamente á doña Enriqueta?</p>
+
+<p>&mdash;¿Me pregunta usted por la Infanta?&mdash;contestó el
+coronel gravemente&mdash;. Sí; ayer la encontré en el atrio
+del Casino. ¡Pobre señora! ¡Si esto no es una lástima!...
+¡Una hija de rey!... Me contó que sus hijos no tienen qué
+ponerse. Ella debe doscientos francos de cigarrillos en
+el <i>bar</i> de los salones privados. No encuentra quien le
+preste. Tiene además una mala suerte espantosa: todo
+lo pierde. Estos tiempos son fatales para las personas de
+sangre real. Casi lloré escuchando sus miserias, y sentí
+no poder darle más. ¡Una hija de rey!...</p>
+
+<p>&mdash;Pero su padre renegó de ella cuando se fué con un
+artista obscuro&mdash;dijo Atilio&mdash;. Y además, don Carlos no
+era rey de ninguna parte.</p>
+
+<p>&mdash;Señor de Castro&mdash;repuso el coronel, irguiéndose
+como un gallo&mdash;, tengamos la fiesta en paz. Usted sabe
+mis ideas: he derramado mi sangre por la legitimidad,
+y el respeto que le tengo á usted no debe servir para...</p>
+
+<p>Novoa, queriendo tranquilizar á don Marcos, intervino
+en la conversación.</p>
+
+<p>&mdash;Este Monte-Carlo es una playa á la que llegan toda
+clase de despojos, vivos y muertos. En el Hotel de París
+hay otro individuo de la familia, pero de la rama triunfante,
+de la que gobierna y cobra.</p>
+
+<p>&mdash;Lo conozco&mdash;dijo riendo Atilio&mdash;. Es un joven de
+exuberancias calípigas, que va á todas partes con su
+gentil secretario. Siempre encuentra alguna señora vetusta
+que, deslumbrada por su parentesco real, se encarga
+de mantenerlo á todo lujo... ¡No sé qué demonios
+puede dar á cambio de esa protección! El secretario, de
+vez en cuando, le pega para hacer constar sus antiguos
+derechos.</p>
+
+<p>Don Marcos permaneció silencioso. A él no le interesaban
+las gentes de esta rama.</p>
+
+<p>&mdash;También&mdash;continuó maliciosamente Castro&mdash;conocí
+en el Casino, antes de la guerra, á don Jaime, el rey
+actual de usted. Un mozo valiente para jugar. Arriesga<a name="page_032" id="page_032"></a>
+á puñados los miles de francos: maneja muchísimo dinero.
+En el Casino todos contaban que se lo envían de
+Madrid, á cambio de que no deje un hijo y mueran con
+él las pretensiones al trono.</p>
+
+<p>&mdash;¡Y pensar&mdash;murmuró Novoa, sin darse cuenta de
+que hablaba en voz alta&mdash;que por unos y otros se han
+matado allá tantos hombres!... ¡Pensar que por una
+cuestión de herencia entre esas gentes nos hemos retrasado
+un siglo en la vida europea!...</p>
+
+<p>&mdash;¡Usted también!&mdash;clamó el coronel, nuevamente indignado&mdash;.
+Un sabio decir eso... ¡Parece mentira!<a name="page_033" id="page_033"></a></p>
+
+<h3><a name="II" id="II"></a>II</h3>
+
+<p>Al terminar la segunda guerra carlista, un español
+se vió para siempre lejos de su patria, en la pobreza y
+la obscuridad del vencido. Los diarios de Madrid le llamaban
+simplemente «el cabecilla Saldaña», no anteponiendo
+á su nombre adjetivos infamatorios, sin duda
+para diferenciarle de otros jefes de partidas que en Aragón,
+Cataluña y Valencia habían hecho durante cinco
+años una campaña de saqueos y fusilamientos. Para los
+suyos, era el general don Miguel Saldaña, marqués de
+Villablanca. El pretendiente don Carlos le había dado
+este título por ser Villablanca el nombre del pueblo en
+que Saldaña casi aniquiló á una columna del ejército
+liberal. Los conocimientos topográficos de su jefe de
+Estado Mayor&mdash;un cura del país, que durante toda su
+existencia se había limitado á decir misa los domingos,
+pasando el resto de la semana en los montes con su escopeta
+y su perro&mdash;le permitieron sorprender descuidado
+al enemigo, obteniendo una victoria ruidosa.</p>
+
+<p>Cuando pasó fugitivo la frontera, por no reconocer á
+los Borbones constitucionales, el cabecilla tenía veintinueve
+años. Segundón de una familia orgullosa y arruinada,
+se había visto obligado á luchar con las tradiciones
+de su casa, que le destinaban á la Iglesia. Estaba
+terminando sus estudios en el Colegio Militar de Toledo,
+cuando la revolución de 1868 le hizo desistir de ser oficial
+por no obedecer á unos generales que acababan de
+suprimir el trono. Al levantarse en armas don Carlos,
+fué de los primeros en ponerse á su servicio; y su paso<a name="page_034" id="page_034"></a>
+por una escuela militar, así como su educación, le permitieron
+sobresalir inmediatamente entre los demás guerrilleros
+del llamado ejército del Centro, propietarios
+rurales, escribanos de villorrio, clérigos montaraces.</p>
+
+<p>Era de un valor temerario, aunque poco afortunado.
+Atacaba siempre á la cabeza de sus hombres, y de casi
+todos los combates salía herido. Pero eran heridas «de
+suerte», como dicen los soldados, que dejaban en su
+cuerpo gloriosas señales sin destruir su vigorosa salud.</p>
+
+<p>Viéndose solo en París, donde únicamente podía
+contar con la admiración de algunas viejas legitimistas
+del <i>faubourg</i> San Germán, se marchó á Viena. Allí su
+rey tenía parientes y amigos. Su juventud y sus hazañas
+le valieron ser admitido en el mundo de los archiduques
+como un héroe de la monarquía tradicional. La
+guerra entre Rusia y Turquía le arrancó de esta dulce
+existencia de parásito interesante. Hombre de espada
+y católico, creyó que su deber era combatir al turco;
+y recomendado por sus protectores austriacos, pasó á
+la corte de Petersburgo. El general Saldaña fué simple
+comandante de escuadrón en el ejército ruso. Los oficiales
+hablaban con él en francés. Sus jinetes harto le
+entendían cuando se colocaba ante el escuadrón y, desenvainando
+el sable, galopaba el primero contra el enemigo.</p>
+
+<p>Varias cargas afortunadas y dos heridas más «de
+suerte» le dieron algún renombre. Al terminar la guerra
+contaba con numerosos amigos entre la oficialidad noble,
+y fué presentado con los salones más aristocráticos. Una
+noche, en el baile de una gran duquesa, vió de cerca á
+la mujer de moda, á la joven que más daba que hablar
+en aquel invierno á las gentes de la corte: la princesa
+Lubimoff.</p>
+
+<p>Tenía veintitrés años, era huérfana, y su fortuna la
+apreciaban como una de las más grandes de Rusia. El
+primer príncipe Lubimoff, pobre y hermoso cosaco, que
+no sabía leer, logró llamar la atención de la gran Catalina,
+figurando á la cabeza de sus amantes de segundo
+orden. En los años que duró el capricho imperial, el
+nuevo príncipe tuvo que buscar su fortuna lejos de la
+corte, pues los favoritos anteriores se habían llevado todo<a name="page_035" id="page_035"></a>
+lo que estaba más á mano. La zarina le dió cuanto quiso
+escoger sobre el mapa de su inmenso Imperio: territorios
+lejanos, al otro lado de los Urales, que su nuevo poseedor
+no había de visitar nunca, así como los más de sus
+sucesores. Al crearse los ferrocarriles, enormes riquezas
+fueron surgiendo de estas tierras escogidas por el cosaco:
+en unas se descubrían venas de platino: en otras,
+canteras de malaquita, yacimientos de lapislázuli, abundantes
+pozos de petróleo. Además, docenas de miles de
+siervos recién emancipados por el zar seguían trabajando
+la tierra, lo mismo que antes, para los descendientes
+de Lubimoff. Y toda esta fortuna enorme, que casi se doblaba
+por año con nuevos descubrimientos, pertenecía
+por entero á una mujer, la joven princesa, que se consideraba
+como de la familia imperial por obra de su ascendiente,
+y había preocupado más de una vez al soberano,
+á causa de las excentricidades de su carácter.</p>
+
+<p>Era una virgen guerrera, caprichosa, incoherente en
+actos y palabras, desorientando á todos con los violentos
+contrastes de su conducta. Trataba como camaradas
+á los oficiales de la Guardia, fumando y bebiendo lo mismo
+que ellos y entrometiéndose, en sus ejercicios de equitación;
+pero de pronto se encerraba en su palacio semanas
+enteras, para arrodillarse, ante los santos iconos en
+una crisis de misticismo, pidiendo á gritos el perdón de
+sus pecados. Veneraba al emperador como representante
+de Dios y al mismo tiempo simpatizaba con los nihilistas.</p>
+
+<p>Los personajes de la corte se escandalizaban al recordar
+cómo, acompañada de una doncella que la policía
+consideraba sospechosa, había ido una mañana á una
+pobre casita de las afueras de la capital, confundiéndose
+con la canalla revolucionaria de artesanos y estudiantes.
+Con ellos había desfilado por una estrecha habitación,
+ante un féretro próximo á volcarse bajo los empujones
+de la muchedumbre triste y curiosa.</p>
+
+<p>El muerto se llamaba Fedor Dostoiewsky. La princesa
+había deshojado un ramo carísimo de rosas sobre
+la frente abombada y las barbas ascéticas del novelista.
+Y esa misma Nadina Lubimoff golpeaba en su palacio
+á los criados como si aún fuesen siervos, hacía arrodillarse
+á sus pies á las doncellas en momentos de cólera,<a name="page_036" id="page_036"></a>
+lo ponía todo en conmoción con su tempestuosa irascibilidad,
+hasta el punto de que cierto viejo príncipe que era
+su tutor por orden imperial deseaba verla casada cuanto
+antes, aunque con ello perdiese el manejo de una fortuna
+inmensa.</p>
+
+<p>Inspiraba miedo á sus enamorados. Todos temían la
+burla cruel como respuesta á una petición matrimonial.
+Por dos veces había anunciado su casamiento con señores
+de la corte, y á última hora ella misma pidió al zar
+que negase su permiso. Ningún hombre osaba ya solicitar
+su mano, por temor á las risas y los comentarios. Y
+á pesar de las libertades é inconveniencias de su conducta,
+nadie ponía en duda su virginidad.</p>
+
+<p>Saldaña pensó al verla en una náyade septentrional
+surgiendo de un río verde en el que flotasen bloques de
+hielo. Era alta, de aspecto majestuoso, algo abultada de
+formas, lo mismo que las divinidades pintadas al fresco
+en los techos; pero de una blancura esplendorosa, las
+pupilas grises con una lenteja verde en el centro, la cabellera
+de un rubio flácido y desteñido, como si acabase
+de surgir de un intenso lavado. Su carne tal vez
+resultaba un poco blanda, á causa de su maravillosa
+blancura, pero esparcía un perfume fresco, «olía á agua
+corriente», según la expresión de sus admiradores. Una
+nariz demasiado ancha, cuyas aletas se agitaban en momentos
+de emoción con un estremecimiento caballuno,
+recordaba á su glorioso ascendiente el viril cosaco de la
+zarina.</p>
+
+<p>Pasó una gran parte del baile sin fijarse en el español.
+¡Eran tantos los oficiales que la rodeaban, acogiendo
+con sonrisas de gratitud sus chistes atroces y sus palabras
+gruesas!... De pronto, Saldaña, que estaba entre
+dos puertas, se estremeció al oir una voz femenil de
+tono imperioso.</p>
+
+<p>&mdash;Su brazo, marqués.</p>
+
+<p>Y antes de que él se lo ofreciese, la joven princesa
+se lo tomó, tirando de él hacia el salón donde estaba el
+<i>buffet</i>.</p>
+
+<p>Nadina se bebió una gran copa de <i>volka</i>, prefiriendo
+este aguardiente popular al champaña que servían pródigamente
+los criados. Luego, sonriendo á su acompañante,<a name="page_037" id="page_037"></a>
+lo llevó hasta el hueco de una ventana casi oculta
+por sus cortinajes.</p>
+
+<p>&mdash;¡Las heridas!... ¡Quiero ver las heridas!</p>
+
+<p>El español quedó estupefacto ante la orden de esta
+gran dama, acostumbrada á imponer sus más raros caprichos.
+Ruborizándose, como un soldado que sólo ha
+vivido entre hombres, acabó por recogerse la manga izquierda
+de su uniforme, mostrando un antebrazo moreno,
+velludo, con gruesos tendones, hondamente surcado
+por la cicatriz de un balazo recibido allá en España.</p>
+
+<p>Admiró la princesa este miembro atlético, de piel
+obscura cortada por la blanca tortuosidad de la carne
+nueva.</p>
+
+<p>&mdash;¡Las otras!... ¡Quiero ver las otras!&mdash;ordenó, clavando
+en él unos ojos agresivos como si fuese á morderle,
+mientras se doblaba hacia abajo el arco de su
+boca con llorosa humedad.</p>
+
+<p>Le había agarrado el brazo con una mano trémula,
+mientras la otra avanzaba sobre el pecho del dolmán,
+pretendiendo deshacer sus cordones de oro.</p>
+
+<p>El soldado se echó atrás, balbuceando. ¡Oh, princesa!...
+Lo que pretendía era imposible. Las otras heridas
+no podían mostrarse á una dama...</p>
+
+<p>Sintió en su única cicatriz visible el contacto de
+unos labios. Nadina, inclinando su orgullosa cabeza, le
+besaba el brazo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, héroe!... ¡Héroe mío!</p>
+
+<p>Después de esto volvió á erguirse fría y serena, sin
+más que una leve palpitación en las alillas de su nariz.
+Ya no la inquietaba el deseo de conocer inmediatamente
+aquellas cicatrices espantosas que le habían descrito los
+camaradas del valeroso soldado. Estaba segura de verlas
+á su placer todo el tiempo que quisiera.</p>
+
+<p>A los pocos días empezó á circular el rumor de que
+la princesa Lubimoff se casaba con el español. Ella misma
+había lanzado la noticia, sin cuidarse de conocer
+antes la voluntad de su futuro marido. Las razones con
+que pretendía justificar su decisión no podían ser de más
+peso. Ella era rubia y Saldaña moreno; los dos habían
+nacido en los países más apartados de Europa. Todas
+estas condiciones bastaban para hacer un matrimonio<a name="page_038" id="page_038"></a>
+feliz. Además, la princesa estaba convencida de que
+siempre había amado á España, aunque no podía señalar
+con exactitud su situación en el mapa. Hacía memoria
+de unos versos de Heine que nombran á Toledo,
+de otros versos de Musset á las marquesas andaluzas de
+Barcelona, tarareaba una romanza sobre los naranjos de
+Sevilla... Su héroe debía ser forzosamente de Toledo ó
+andaluz de Barcelona.</p>
+
+<p>En vano algunos personajes de la corte le hablaron
+de que el zar no autorizaría esta unión. ¡Una gran heredera
+casándose con un soldado extranjero desterrado de
+su país!... Pero la princesa, por el mismo conducto, hizo
+saber su voluntad al soberano.</p>
+
+<p>&mdash;O me caso con él, ó debuto como bailarina en un
+teatro de París.</p>
+
+<p>Se habló de la próxima expulsión de Saldaña.</p>
+
+<p>&mdash;Mejor: iré á juntarme con él y seré su querida.</p>
+
+<p>El viejo príncipe encargado de su tutela lamentó las
+exigencias de la corte. De no existir esta oposición, el
+capricho por Saldaña hubiese durado unos días nada
+más, como tantos otros. Se dijo que el emperador tal
+vez la desterrase á sus vastas propiedades de Siberia
+para doblar su voluntad, y la nieta del cosaco contestó
+á la amenaza prometiendo á gritos su suicidio antes que
+obedecer.</p>
+
+<p>Al fin, el soberano dejó prudentemente que cumpliera
+su deseo. Casándose, tal vez renunciase á sus
+excentricidades, y la corte de Rusia, pródiga en escándalos,
+tendría uno menos. El viaje de bodas de la princesa
+Lubimoff se prolongó toda su vida. Sólo dos veces
+volvió á Rusia por asuntos relacionados con su enorme
+fortuna. La Europa occidental era más favorable á su
+carácter libre que la corte de un autócrata. Al año de
+su matrimonio, estando en Londres, tuvo un hijo, el
+único. Permitió que se llamase Miguel, como su padre,
+pero impuso el segundo nombre de Fedor, tal vez en
+memoria de Dostoiewsky, su novelista favorito, cuyos
+personajes contradictorios le inspiraban una simpatía de
+parentesco.</p>
+
+<p>Nadie pudo saber ciertamente si don Miguel Saldaña
+se consideró feliz en su nueva situación de príncipe<a name="page_039" id="page_039"></a>
+consorte, que le permitía gozar todos los placeres
+y suntuosidades de una inmensa riqueza. A uso español,
+quiso imponer su voluntad de marido y de varón fuerte,
+para impedir los excentricidades de su esposa. ¡Vano
+empeño! Aquella mujer, á ratos sentimental, que gemía
+sobre las desigualdades sociales y las miserias de los
+pobres, era una fuerza explosiva capaz de agrietar el
+carácter más abroquelado y duro.</p>
+
+<p>Saldaña acabó por resignarse, temiendo las acometividades
+de la nieta del cosaco. Deseoso de conservar
+su prestigio de gran señor, celoso del respeto de la servidumbre
+y de la consideración de sus convidados,
+temió las escenas violentas que poblaban de aullidos
+femeninos los salones y hasta las escaleras de su lujosa
+residencia. No quiso que la princesa volviera á enviar
+por segunda vez contra un muro del comedor con solo
+un golpe de pie&mdash;la mesa de roble y todos sus servicios
+de porcelana y cristalería, que se hicieron añicos con
+estrépito de catástrofe.</p>
+
+<p>Cuando los arquitectos de París hubieron dado forma
+á los encargos de la princesa, la familia abandonó el
+castillo que ocupaba en las cercanías de Londres. Un
+grupo de ricos parisienses, en su mayor parte banqueros
+judíos, cubría en aquel momento de hoteles particulares
+la llanura de Monceau en torno del parque. La
+princesa Lubimoff se hizo construir en este barrio un
+palacio enorme, con un jardín que resultaba inaudito
+por sus proporciones dentro de una ciudad. Hasta instaló
+en el fondo de la arboleda una pequeña granja, y
+sin salir de su casa pudo darse el gusto de desempeñar
+el papel de campesina, batir leche y fabricar manteca,
+pensando en María Antonieta, que también jugaba á la
+pastorcita en el Pequeño Trianón.</p>
+
+<p>Algunas voces parecía doblarse bajo una ráfaga de
+ternura y admiraba á su esposo, acataba sus órdenes,
+extremando su humildad de un modo inquietante. Hablaba
+á sus visitas de las campañas del general, de sus
+proezas allá en España, tierra que le infundía un interés
+novelesco y por lo mismo no deseaba ver nunca. De
+pronto interrumpía sus elogios con una orden:</p>
+
+<p>&mdash;Marqués, muéstrales tus heridas.<a name="page_040" id="page_040"></a></p>
+
+<p>Y daba una prueba de su ternura dejando de enfadarse
+al ver que su marido no quería obedecerla.</p>
+
+<p>Le llamaba siempre «marqués», no se sabe si por
+conservar para ella sola su calidad de princesa ó por
+creer que no debía despojarlo de un título ganado con
+su sangre. El marqués jamás fijó su atención en esta
+anomalía. ¡Eran tantas las de su mujer! Al año de casados,
+cuando llegó á Londres la noticia de que Alejandro
+II había muerto destrozado por una bomba de los
+revolucionarios, corrió como una loca por sus habitaciones
+y hubo de guardar cama después de una tremenda
+crisis de indignación.</p>
+
+<p>&mdash;¡Infames! ¡Un hombre tan bueno!... ¡Han matado á
+su padre!</p>
+
+<p>Al entrar ahora Saldaña en su lujosa vivienda de
+París, se tropezaba muchas veces con extraños visitantes
+que parecían llevar fijas en sus espaldas las miradas
+de asombro de los lacayos de calzón corto. Eran muchachas
+desgarbadas y con anteojos, el pelo cortado al rape
+y un cartapacio bajo el brazo; hombres de luengas melenas
+y barbas enmarañadas, con unos ojos inquietantes
+de visionarios; rusos del Barrio Latino vigilados por la
+policía; terroristas que jamás imploraban en vano la
+generosidad de la princesa y tal vez empleaban su dinero
+en fabricar mecanismos infernales para expedirlos
+á su país.</p>
+
+<p>Cuando el príncipe Miguel Fedor se remontaba hasta
+los recuerdos de la infancia, veía á su padre teniéndolo
+sobre las rodillas y acariciándole con sus duras manos.
+El pequeño se fijaba en su rostro de moro y sus luengos
+bigotes que venían á unirse con unos patillas cortas. No
+podía afirmar si la acuosidad de sus ojos negros é imperiosos
+era de lágrimas; pero después que aprendió el español,
+estaba seguro de que había murmurado muchas
+veces, mientras le pasaba la mano por la cabeza:</p>
+
+<p>&mdash;¡Pobrecito mío!... Tu madre está loca.</p>
+
+<p>A los ocho años, el problema de su educación hizo
+que la princesa se mostrase por unas semanas maternalmente
+grave. Uno de aquellos visitantes que tanto inquietaban
+á la servidumbre trasladó sus libros y sus
+raídos trajes desde una callejuela vecina al Panteón á la<a name="page_041" id="page_041"></a>
+vivienda señorial de los Lubimoff, instalándose en ella.
+Era un joven taciturno, dedicado al estudio de la química,
+y que no podía volver a su país. El mismo día de
+su instalación, un agente de la policía secreta vino á
+hacer preguntas al portero del palacio.</p>
+
+<p>&mdash;Quiero que mi hijo sepa el ruso&mdash;dijo la princesa&mdash;.
+Además, aprenderá mucho con Sergueff. Es un verdadero
+sabio, digno de mejor suerte.</p>
+
+<p>Saldaña exigió que tuviese igualmente un maestro
+español, y ella no se opuso. Todos los de su familia poseían
+en un grado extremo esa capacidad de los eslavos
+para aprender fácilmente los idiomas.</p>
+
+<p>&mdash;El príncipe Miguel Fedor&mdash;dijo la madre&mdash;es marqués
+de Villablanca y debe conocer la lengua de su segunda
+patria.</p>
+
+<p>Esto hizo que el general volviera á buscar el contacto
+con los antiguos compañeros de armas que aún quedaban
+dispersos en París. La fama de sus enormes riquezas le
+había atraído muchas peticiones, hasta de las personas
+más veneradas por él en otro tiempo. Pero aunque la
+princesa, generosa hasta la inconsciencia, le dejaba el
+manejo de sus bienes, Saldaña, con una rigidez caballeresca,
+se consideraba sin derechos sobre el dinero de
+su esposa, y poco á poco había huído de los pedigüeños.
+Un gran cambio parecía haberse efectuado en este hombre
+silencioso durante sus viajes por Europa. El antiguo
+soldado de la monarquía absoluta admiraba ahora á Inglaterra
+y su historia constitucional.</p>
+
+<p>&mdash;Las cosas se ven de otro modo corriendo el mundo&mdash;se
+limitaba á decir&mdash;. ¡Si todos los de mi país hubiesen
+viajado!...</p>
+
+<p>Un día se presentó en el palacio el nuevo maestro.
+Tenía doce años menos que Saldaña, pero había estado
+á sus órdenes al final de la guerra, y en vez de darle el
+título de marqués ó de príncipe, repitió á cada momento,
+con orgullo, «mi general».</p>
+
+<p>El general no guardaba el menor recuerdo de él; pero
+daba detalles exactos de la última parte de la campaña,
+y las recomendaciones de varios amigos no le permitían
+dudar de su veracidad. Debía ser uno de aquellos chicuelos
+escapados de sus casas que se agregaban á las<a name="page_042" id="page_042"></a>
+partidas carlistas, formando una fuerza llamada «requeté»,
+á la que Saldaña había amenazado más de una
+vez con el fusilamiento en masa, no queriendo tolerar
+sus habituales tropelías. El maestro afirmaba, que el
+mismo general lo había nombrado alférez en los últimos
+meses de la guerra, por ser más instruído que sus desarrapados
+camaradas.</p>
+
+<p>Así entró Marcos Toledo en el palacio de los Lubimoff.
+El grave marido de la princesa rió con una alegría
+juvenil al conocer sus andanzas de emigrado en París.
+Como en los primeros meses ignoraba el francés, detenía
+en la calle á los clérigos para hablarles en latín. Había
+malvivido siendo maestro de guitarra y dando conferencias
+en un Instituto Políglota, cuyo público no concedía
+la menor atención al tema, buscando únicamente
+acostumbrar su oído á la pronunciación española. ¡Siete
+francos y medio por hablar hora y media! Pero Toledo
+compensaba lo escaso de la retribución con el placer de
+discursear sobre los tiempos felices de Felipe II, superiores
+á los presentes de liberalismo.</p>
+
+<p>&mdash;Ahora sólo tengo una ambición, mi general&mdash;terminaba
+diciendo&mdash;: poder algún día vestir bien.</p>
+
+<p>Este deseo suntuario provenía de su adolescencia de
+guerrillero, cuando robaba zagalejos amarillos y rojos á
+las campesinas para confeccionarse uniformes. En París,
+más que la parquedad de su nutrición, le atormentaba
+el ir con trajes que no pertenecían á ninguna moda conocida.</p>
+
+<p>Cuando quedó instalado en el último piso del palacio,
+lo mismo que el maestro ruso, y el general hubo
+escogido para él varias prendas en su abundante guardarropa,
+Toledo creyó cumplidos todos los ensueños que
+se había forjado mientras corría París como tenaz comisionista
+de mil cosas invendibles.</p>
+
+<p>Sus compatriotas, antiguos compañeros de miseria,
+le admiraban al verle vestido como un rico y ocupando
+muchas veces un carruaje de los príncipes. Su condición
+de maestro la consideró poco honrosa para un antiguo
+guerrero, y decía modestamente:</p>
+
+<p>&mdash;Soy ahora el ayudante de campo del general Saldaña.
+Creo que no tardaremos en echarnos otra vez al monte.<a name="page_043" id="page_043"></a></p>
+
+<p>El pequeño príncipe admiró al maestro ruso porque
+su madre afirmaba que era un sabio, pero sentía cierto
+miedo en su presencia. En cambio, trataba al español
+con una superioridad protectora y cariñosa. Toledo hacía
+reir á su padre, y esto bastó para que lo considerase
+como un ser inferior, pero digno de aprecio por su docilidad
+y su paciencia.</p>
+
+<p>&mdash;Dí: ¿es cierto que ibas á ser cura?&mdash;le preguntaba
+Miguel Fedor&mdash;. ¿Es verdad que al abandonar el seminario
+fuiste mancebo de botica?</p>
+
+<p>&mdash;Príncipe&mdash;contestaba el maestro con dignidad&mdash;, yo
+soy don Marcos de Toledo. Mi apellido dice mi nobleza,
+á pesar de todo lo que cuenten los envidiosos, y tengo
+derecho á usar el <i>don</i>, porque el señor marqués me hizo
+oficial.</p>
+
+<p>Al poco tiempo, el discípulo hablaba correctamente
+el español. Parecía haberlo aprendido con rapidez para
+burlarse mejor de su hidalgo maestro.</p>
+
+<p>El padre contribuía también á la educación del heredero
+de los Lubimoff con lo único que él podía enseñarle.
+Todas las mañanas, después de las lecciones del
+maestro ruso, de las que salía el pequeño con un rostro
+grave, Saldaña lo esperaba en una amplia sala del
+piso bajo.</p>
+
+<p>&mdash;Príncipe, ¡en guardia!</p>
+
+<p>Y él, que había sido el primer sable del ejército carlista
+y llevaba sobre su conciencia una cabeza partida
+hasta la mandíbula en un duelo durante la campaña
+contra los turcos, sonreía orgulloso al ver cómo este muchacho
+de once años se mantenía firme durante la lección
+de esgrima, evitando sus duros golpes y devolviéndoselos
+con éxito al menor descuido. Iba á ser un hermoso
+hombre de combate, un digno descendiente del
+cosaco y del guerrillero de las montañas españolas.</p>
+
+<p>Pero esta satisfacción fué corta. De todas sus heridas
+«de suerte», que sólo le molestaban ligeramente al cambiar
+las estaciones, una le afligía de tarde en tarde con
+dolorosas crisis. Llevaba muchos años dentro del cuerpo
+una bala española que no le habían podido extraer los
+curanderos de su partida. Cuando los cirujanos de Londres
+y París intentaron la operación, ya era tarde.<a name="page_044" id="page_044"></a></p>
+
+<p>Y una mañana, el ayuda de cámara, al entrar en su
+dormitorio, lo encontró muerto.</p>
+
+<p>Miguel Fedor se acordaba de su propia emoción, de
+los suntuosos funerales ordenados por la princesa&mdash;idénticos
+á los de un soberano fallecido en el destierro&mdash;,
+pero aún tenía más presentes los extremos de dolor de
+su madre. También ella quería morir. Las doncellas
+rusas tuvieron que arrancar de sus manos un frasco de
+láudano, recibiendo por su abnegación unos cuantos puñetazos
+más que de costumbre. Luego corrió como una
+demente, aullando y con el cabello suelto, ante todos los
+retratos del general. ¡Ah, su héroe! Ahora sabía verdaderamente
+cuánto lo amaba...</p>
+
+<p>Durante varios meses recibió á sus visitas en un
+salón con muebles y cortinajes negros. Vistiendo sueltas
+ropas de luto, estaba medio tendida en un sofá ante un
+retrato de Saldaña de cuerpo entero. Sus sables, sus
+uniformes y hasta una silla rusa de montar figuraban en
+este salón convertido en museo del difunto.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ha muerto como lo que fué!&mdash;gemía la viuda&mdash;.
+Le han matado sus heridas.</p>
+
+<p>En este período se inició la última evolución de la
+grandeza de don Marcos Toledo. El sabio ruso había
+quedado en segundo lugar. Cierta parte de la gloria del
+muerto se reflejó sobre este compatriota humilde que
+había presenciado sus hazañas. Una tarde, la princesa,
+que conversaba en su salón-museo con unos nobles parientes
+llegados de Rusia, lloró tanto al recordar á su
+esposo, que quiso ausentarse un momento.</p>
+
+<p>&mdash;Coronel, el brazo.</p>
+
+<p>Toledo estaba presente acompañando á su discípulo,
+y miró en torno de él con extrañeza, lo que dió lugar á
+que la orden se repitiese en un tono más imperioso. ¡El
+coronel era él!... Durante algún tiempo creyó don Marcos
+en un capricho de la princesa. El día que menos lo
+esperase le retiraría el coronelato.</p>
+
+<p>Pero cuando, pasados los primeros meses de luto y
+cansada de su retraimiento, se lanzó la viuda á hacer
+visitas, quiso ser acompañada por Toledo, presentándolo
+á sus amistades del mundo aristocrático.</p>
+
+<p>&mdash;Es el ayudante de campo del difunto marqués.<a name="page_045" id="page_045"></a></p>
+
+<p>¡Lo mismo que él había inventado para darse importancia
+ante sus compañeros de hambre! No dudó más de
+su graduación. Ya que la princesa lo presentaba como
+ayudante de su marido, bien podía ser coronel. Y lo fué
+hasta para el joven príncipe, que al principio le daba
+este título con cierta sorna y acabó por llamarle «coronel»
+maquinalmente.</p>
+
+<p>Sus deseos de lujosa y abundante indumentaria se
+realizaron espléndidamente. Con la princesa no había
+que temer los escrúpulos que mostraba algunas veces
+Saldaña, enemigo del despilfarro. La gran señora hasta
+sentía desprecio por las personas que se aprovechaban
+parcamente de su generosidad. Don Marcos pudo cambiar
+de traje varias veces al día y sostuvo largas conferencias
+con sastres de renombre. Buscaba una elegancia
+personal; quería ser un señor distinguido, pero que denuncia
+en su modo de llevar la ropa á un hombre acostumbrado
+al uniforme: algo así como el aire de un mariscal
+napoleónico obligado á vestir el frac. Su cabeza
+fué objeto igualmente de grandes retoques. Imitó el peinado
+de su general, con la raya de la frente á la nuca,
+mechones en las sienes alisados hacia adelante y bigotes
+unidos con las patillas, á la rusa. Acompañando á la
+princesa, se habituó á besar la mano á las señoras con
+una gracia de viejo cortesano; aprendió también á sostener
+largas conversaciones sin decir nada, á mantenerse
+aparte y casi invisible mientras hablaban las gentes de
+origen superior.</p>
+
+<p>Cuando la princesa, una vez terminado el primer año
+de viudez, volvió resueltamente á su palco de la Opera,
+don Marcos la acompañó, quedando discretamente en el
+fondo, como el chambelán de una reina. Una noche, durante
+un entreacto, al pasar ella al antepalco, oyó cómo
+el coronel contaba á un viejo general francés amigo de
+la casa el combate de Villablanca.</p>
+
+<p>&mdash;...y el marqués me dijo: «Ahora te toca á ti, Toledo;
+á ver cómo cargas á la bayoneta.» Entonces, yo desnudé
+el sable, y á la cabeza de mi regimiento...</p>
+
+<p>&mdash;Es un verdadero soldado&mdash;interrumpió la princesa&mdash;.
+Un digno compañero de mi héroe... El marqués
+me habló muchas veces de él.<a name="page_046" id="page_046"></a></p>
+
+<p>Y estaba segura en aquel momento de haber oído
+contar al taciturno Saldaña las proezas de su ayudante
+de campo.</p>
+
+<p>El maestro ruso, que era para Toledo un hombre
+antipático é inquietante, abandonó de pronto el palacio
+Lubimoff. Tal vez sentía celos de la influencia creciente
+del coronel; tal vez asuntos misteriosos lo atraían
+lejos de París. La princesa no experimentó ninguna
+pena con esta desaparición del sabio. Había olvidado á
+sus rusos de aspecto sedicioso: ya no les daba dinero:
+otras eran ahora sus aficiones.</p>
+
+<p>De pronto, mostró deseos de vivir una larga temporada
+en Londres, y esto la hizo ceder á la petición de
+su hijo, que ansiaba realizar un viaje solo por toda
+Europa.</p>
+
+<p>&mdash;Ya eres un hombre; vas á tener catorce años. Viaja,
+no repares en gastos; piensa siempre que eres el príncipe
+Lubimoff... El coronel irá contigo: será tu ayudante,
+como lo fué del heroico marqués.</p>
+
+<p>Su primer viaje fué á España. Miguel Fedor deseaba
+conocer la tierra de su padre. Toledo creyó del caso
+mostrar cierta inquietud para que le admirase el joven
+príncipe. ¡Un coronel carlista que no había querido
+acogerse á indulto ni acataba á la dinastía reinante!...
+Pero viajaron tres meses por España, sin que se fijasen
+en ellos mas que por la largueza de sus propinas. Bien
+es verdad que Toledo evitó ponerse en contacto con sus
+antiguos camaradas. Se consideraba ya de otro mundo;
+sentía interiormente el mismo cambio que su general.</p>
+
+<p>Cuando Miguel Fedor sació su primer entusiasmo
+por las corridas de toros, continuaron el viaje á través
+de Europa, hasta llegar á Rusia, mucho después de las
+numerosas cartas de presentación dirigidas por la Lubimoff
+á sus parientes. Un año permaneció allá el príncipe,
+visitando sus propiedades menos lejanas, conociendo
+á todas las grandes familias amigas de su madre. El
+coronel habló gravemente de cosas de guerra con varios
+generales que le acogieron como un igual. Era el
+ayudante, el compañero de heroísmos de Saldaña, al
+que habían conocido, de jóvenes, en la guerra contra
+Turquía siendo oficiales.<a name="page_047" id="page_047"></a></p>
+
+<p>Las antiguas amigas de la princesa Lubimoff dieron
+al hijo una noticia inesperada. Su madre pretendía casarse
+con un señor inglés y había escrito al zar solicitando
+su autorización. Esta noticia sólo impresionó á
+Miguel Fedor. Los tiempos de la extravagante Nadina
+estaban muy lejos. Sus actos no producían eco alguno.
+Otras princesas jóvenes la habían borrado con aventuras
+todavía más ruidosas. Sólo algunas damas de la
+antigua corte, cuando olvidaban sus preocupaciones de
+madres, hacían memoria de la princesa Lubimoff, recordando
+con esto á la perdida juventud, siempre más
+interesante que los tiempos actuales.</p>
+
+<p>Al volver el joven al palacio de París encontró á su
+madre tan princesa como siempre, pero casada con un
+señor escocés, sir Edwin Macdonald.</p>
+
+<p>&mdash;Tú me dejarás algún día&mdash;dijo ella con su voz trágica
+de los grandes momentos&mdash;. Un príncipe Lubimoff
+debe vivir en la corte, servir á su emperador, ser oficial
+de la Guardia; y yo necesito un compañero, un apoyo.
+Sir Edwin es la distinción personificada; pero no creas
+que olvido á tu padre. ¡Nunca!... ¡Héroe mío!</p>
+
+<p>Miguel Fedor vió á un señor que, efectivamente, era
+«la distinción personificada»; atento con todos, muy
+digno en sus ademanes, parco en las palabras, y que
+pasaba encerrado largas horas, estudiando, según decía
+la princesa. Le preocupaba la política de su país, y su
+ilusión era volver al Parlamento, de donde le había
+hecho salir una derrota electoral.</p>
+
+<p>Este hombre frío, de pálida sonrisa y una corrección
+extremada hasta en los actos más insignificantes, no le
+inspiró antipatía como padrastro, ni simpatía como amigo.
+Fué un hombre poco molesto y algo borroso que se
+acostumbró á encontrar todos los días ocupando el antiguo
+lugar de su padre, y que le hubiese sorprendido no
+ver de pronto.</p>
+
+<p>Otras personas penetraron en el palacio Lubimoff
+con toda la confianza del parentesco, á causa de este
+matrimonio.</p>
+
+<p>Un hermano de sir Edwin había tenido que lanzarse
+por el mundo para ganar su vida, como todos los segundones
+de las familias británicas. Después de una existencia<a name="page_048" id="page_048"></a>
+de aventuras, había acabado por instalarse en el
+Sur de los Estados Unidos, junto á la frontera de Méjico,
+y de pronto se encontró mucho más rico que su hermano
+mayor, al casarse con una heredera del país.</p>
+
+<p>Su esposa era mejicana. Poseía famosas minas de
+plata tierra adentro y extensas llanuras en la frontera.
+Sólo tuvieron una hija; y cuando ésta iba á cumplir ocho
+años, Arturo Macdonald murió á consecuencia de una
+caída del caballo. La viuda, con su pequeña Alicia, se
+trasladó á Europa para vivir en Londres, cerca de su
+cuñado sir Edwin, miembro entonces del Parlamento,
+y admirado por la mejicana como uno de los directores
+del mundo. Luego se instaló en París, por ser esta capital
+más de su gusto y poder encontrar en ella á numerosos
+compatriotas.</p>
+
+<p>La princesa Lubimoff trataba bien á esta parienta,
+pero su amistad sufría bruscas alteraciones, pasando por
+cariñosos entusiasmos y repentinos desvíos.</p>
+
+<p>Ella y doña Mercedes podían hablar de minas y vastísimas
+propiedades, aunque ninguna de las dos conocía
+con certeza su fortuna, apreciándola únicamente por
+las enormes rentas&mdash;millones al año&mdash;que enviaban los
+lejanos administradores, y que consumían ambas sin
+saber cómo. Otro motivo de simpatía para la Lubimoff
+en sus días de benevolencia: ella era rubia y la criolla
+conservaba los restos de una belleza hispano-azteca,
+con la tez de un moreno algo verdoso, los ojos enormes,
+rasgados, oblicuos, en forma de almendra, y una cabellera
+asombrosa por su intensa negrura, su brillo y su
+longitud.</p>
+
+<p>Pero una rivalidad instintiva amargaba frecuentemente
+las relaciones de las dos multimillonarias. La
+princesa estaba segura de que su fortuna era enormemente
+superior. Cuando doña Mercedes hablaba de la
+plata mejicana, la Lubimoff aludía al platino de Rusia.
+«¡Y qué vale la plata comparada con el platino!» Para
+acabar de aplastarla, hacía la historia de su familia. A
+partir del remoto abuelo cosaco, que casi se convertía en
+esposo legítimo de Catalina la Grande, iban desfilando
+generales, mariscales de palacio, <i>halemanes</i> seguidos
+por sus mesnadas de jinetes medio salvajes, príncipes y<a name="page_049" id="page_049"></a>
+embajadores. La mujer de sir Edwin hablaba como si
+perteneciese á la familia reinante, dando á entender que
+su famoso abuelo había intervenido en la formación de
+algún zar. Por eso en la corte la habían tratado siempre
+á ella con una predilección especial.</p>
+
+<p>Vejada interiormente doña Mercedes por tanta grandeza,
+sonreía, sin embargo, con una dulzura de india,
+como diciendo: «Todo eso está muy lejos y tal vez sea
+mentira.»</p>
+
+<p>De pronto, empezaba á hablar en su francés rápido
+y caprichoso, revestido para siempre de una coraza de
+adherencias españolas.</p>
+
+<p>&mdash;Mamá era íntima amiga de Eugenia... ¿No sabe
+usted qué Eugenia? La emperatriz, la esposa de Napoleón
+III. Cuando anunciaban en las Tullerías á madama
+Barrios (que era mamá), las puertas se abrían de
+par en par... Papá fué de los que hicieron emperador á
+Maximiliano.</p>
+
+<p>Y frente á las grandezas aristocráticas de Petersburgo
+elevaba la imagen de la corte mejicana, del breve
+Imperio que había tenido por epílogo el fusilamiento del
+archiduque Maximiliano y la locura de su esposa Carlota.
+La buena señora lo contaba todo tal como lo había
+oído á su madre. El emperador quería establecer la rancia
+etiqueta austriaca, pero las matronas mejicanas, al
+visitar á la joven emperatriz, le decían maternalmente,
+con una llaneza criolla: «¿Cómo le va, Carlotita?... ¿Qué
+le parece este país, hija mía?»</p>
+
+<p>A impulsos de una franqueza semejante, doña Mercedes
+terminaba diciendo:</p>
+
+<p>&mdash;Papá, al ver que el Imperio iba mal, reconoció á
+Juárez y se fué con los republicanos. Había que salvar
+nuestras minas.</p>
+
+<p>Luego hablaba de los Barrios, procedentes, según
+ella, de la más vieja aristocracia española. Todos los
+nobles de Madrid resultaban parientes suyos: era cosa
+sabida. De niña había visto en su casa muchos papeles
+que probaban su derecho á un título de marqués; pero
+por las revoluciones del país y por sus viajes, ya no
+sabía dónde encontrarlos.</p>
+
+<p>Si la princesa alababa las magnificencias de su palacio,<a name="page_050" id="page_050"></a>
+la criolla hacía alusión inmediatamente al elegante
+hotel particular comprado por ella en los Campos
+Elíseos. La llegada del coronel Toledo, héroe decorativo
+que volvía á dar á la vivienda principesca un prestigio
+militar, no intimidó á doña Mercedes. También ella tenía
+su español: un clérigo aragonés, que era algo así como
+su capellán de honor, y al que consideraba un sabio,
+porque, aburrido de su sinecura, se había dedicado á
+la astronomía elemental, instalando un telescopio en el
+tejado de la casa.</p>
+
+<p>Cada vez que la mejicana su atrevía á imitar las
+fiestas, los carruajes ó los vestidos de la princesa, ésta
+lamentaba que París no estuviese en Rusia, para llamar
+al general de la Policía y recordarle el respeto que debe
+guardarse á las castas superiores. Pero á continuación
+de sus cóleras, sentía un fulminante cariño por doña
+Mercedes, asegurando que, aunque iletrada, era mujer
+de talento natural y la única con quien podía hablar
+horas enteras.</p>
+
+<p>Entre estas dos bellezas descendentes, que se habían
+visto solicitadas y adoradas en otros tiempos, existía
+un motivo de unión, algo que las conmovía como una
+música amada y lejana, como un recuerdo nostálgico
+de la juventud: la hija de doña Mercedes, la vivaracha
+Alicia Macdonald.</p>
+
+<p>La madre creía ver en ella su propia hermosura
+repitiéndose con nueva savia, y se engañaba. Alicia
+había unido á su moreno esplendor la ligera esbeltez, la
+soltura un poco amuchachada de su origen paterno. La
+princesa, ante la independencia de su carácter, creía
+verse también á sí misma cuando empezó á escandalizar
+á la corte imperial. Otro error. Ella había podido
+seguir los impulsos de su voluntad, sin miedo á los
+comentarios. Todo lo poseía. Además de sus inmensas
+riquezas, contaba con los privilegios del nacimiento,
+pudiendo elevar hasta ella á cualquier hombre, por
+bajo que estuviese. Alicia tenía una ambición: unir á
+su fortuna un gran título de vieja aristocracia para
+figurar en una corte, y este deseo lo perseguía á los
+quince años con una glacial tenacidad, disimulada por
+aturdimientos aparentes. Doña Mercedes le había hablado<a name="page_051" id="page_051"></a>
+desde la infancia de matrimonios de leyenda; de
+príncipes que en otros tiempos se casaban con pastoras
+y ahora buscaban á las millonarias.</p>
+
+<p>Miguel Fedor se sintió algo intimidado al encontrar
+en su palacio á esta muchacha que le miraba descaradamente,
+con ojos de dominación, como si todo lo existente
+debiera doblarse ante su paso.</p>
+
+<p>Era hermosa, con una belleza más perturbadora que
+correcta. Su tez levemente dorada con el color de la
+naranja, sus ojos rasgados y algo subidos en su vértice,
+la abundante cabellera, que parecía retorcerse y vivir
+como un haz de serpientes negras escapándose de la
+opresión de las horquillas, le daban un encanto exótico.
+El resto de su cuerpo revelaba la educación física moderna,
+los miembros ágiles y endurecidos por los continuos
+deportes.</p>
+
+<p>Doña Mercedes pareció empujarlos á los dos desde
+los primeros encuentros.</p>
+
+<p>&mdash;Háblense de tú&mdash;dijo maternalmente&mdash;. Son ustedes
+primos.</p>
+
+<p>Aunque Miguel no llegaba á comprender este parentesco,
+tuteó á la joven, mientras la criolla sonreía viendo
+ya á Alicia con una corona de princesa haciendo reverencias
+ante el zar. La de Lubimoff estaba en una de
+sus buenas épocas; no creía por el momento en castas y
+privilegios; hasta habría dado dinero á los melenudos
+que la visitaban años antes, y aceptó con silenciosa tolerancia
+los desmesurados planes de su amiga.</p>
+
+<p>El príncipe iba comunicando sus impresiones al coronel.</p>
+
+<p>&mdash;Demasiado señorita. Me gustan más las otras.</p>
+
+<p>Don Marcos, compañero de largos y regocijados viajes,
+sabía quiénes eran «las otras» para este muchacho
+que había empezado muy pronto á picar en los racimos
+de la vida.</p>
+
+<p>Otras veces le irritaba que se pareciese demasiado á
+las otras, con sus atrevimientos de virgen loca.</p>
+
+<p>&mdash;Es peor que un muchacho. ¡Si supieras, coronel, lo
+que me dice!...</p>
+
+<p>Alicia, por su parte, tampoco parecía contenta. Los
+otros hombres se esforzaban por adularla y serle gratos,<a name="page_052" id="page_052"></a>
+mientras que Miguel mostraba un carácter imperioso,
+semejante al suyo, discutiendo con ella, atreviéndose á
+contrariarla.</p>
+
+<p>Algunas vecen salían juntos á caballo para galopar
+por el Bosque de Bolonia bajo la vigilancia de Toledo.
+Un tormento para don Marcos. El había sido héroe de
+montaña; pero el grado impone deberes, y cabalgaba
+todo lo mejor que puede hacerlo un coronel de infantería.</p>
+
+<p>Ella era una amazona infatigable. En el hotel de los
+Campos Elíseos, doña Mercedes tenía que buscarla muchas
+veces en las caballerizas, donde permanecía entre
+palafreneros y cocheros, hablando con una autoridad
+profesional, mientras vigilaba el cuidado de los animales.
+Luego, al subir al salón, su cabellera suelta esparcía
+un fuerte olor á cuadra. Allá en su tierra se había
+sostenido agarrada á las crines de un caballo antes de
+saber andar. En París se metía audazmente entre los
+vehículos y atropellaba á los transeuntes, viéndose atajada
+por la policía en sus locos galopes. El coronel intentaba
+seguirla silenciosamente, pero con el corazón
+oprimido. El príncipe protestaba de estas carreras, buenas
+para los prados natales, y sus recriminaciones establecían
+entre los dos un alejamiento hostil. «A ella no le
+chillaba ni su madre. Ya era mayor de edad para saber
+lo que debe hacerse...» Y tenía quince años.</p>
+
+<p>Una mañana, al llegar á una encrucijada del Bosque,
+Alicia echó su caballo por la avenida que le pareció
+preferible, sin consultar á su acompañante.</p>
+
+<p>&mdash;No; por aquí&mdash;dijo imperiosamente Miguel.</p>
+
+<p>&mdash;No me da la gana; ¡por aquí!&mdash;contestó ella con tono
+enfurruñado.</p>
+
+<p>Intentó el príncipe cerrarla el paso cruzando su caballo
+en el camino, y ella lanzó el suyo contra el de Miguel
+con un impulso que hizo doblar las patas delanteras
+de las dos bestias. Toledo, que iba detrás, vió que mediaban
+entre ambos miradas iracundas acompañadas de duras
+palabras. Alicia levantó su latiguillo, golpeando al
+príncipe en un hombro.</p>
+
+<p>&mdash;¡A mí!... ¡A mí!</p>
+
+<p>El descendiente del cosaco Lubimoff cambió de rostro,<a name="page_053" id="page_053"></a>
+adquiriendo una fealdad salvaje. Su nariz pareció
+ensancharse aún mas. Levantó á su vez el látigo y tiró
+un golpe. Pero el coronel había metido su caballo entre
+los dos, recibiendo parte del fustazo en una mejilla, que
+empezó á sangrar. La vista de la sangre y la consideración
+de que el golpe era para ella enloqueció de cólera
+á la joven.</p>
+
+<p>&mdash;¡Bruto! ¡Salvaje!... ¡Ruso!</p>
+
+<p>Le pareció esto poco, y se mantuvo silenciosa un segundo,
+buscando una injuria mayor. Los recuerdos de
+la niñez le dieron ayuda; las leyendas oídas allá en sus
+tierras á los mestizos le sugirieron un nuevo insulto,
+como si Miguel Fedor fuese Hernán Cortés.</p>
+
+<p>&mdash;¡Español!... ¡Asesino de indios!</p>
+
+<p>Y temiendo un segundo fustazo después de tales palabras,
+hizo dar vuelta á su caballo, huyendo en una carrera
+frenética que no se detuvo hasta el Arco de Triunfo.</p>
+
+<p>Después de este incidente, doña Mercedes perdió toda
+esperanza de que su hija fuese una Lubimoff.</p>
+
+<p>&mdash;¡Princesa rusa!&mdash;decía Alicia con desprecio&mdash;. ¡Pero
+si en Rusia todo el mundo es príncipe!... Vale mas un
+simple barón inglés, un conde de Francia ó de España.</p>
+
+<p>Miguel no se mostró mas acomodaticio al sermonearle
+el coronel.</p>
+
+<p>&mdash;No quiero saber nada de esa p...</p>
+
+<p>La princesa, en uno de sus saltos de humor, encontró
+muy justa la apreciación. Estas parientas de sir Edwin
+siempre le habían parecido gente ordinaria. También
+encontraba natural que su hijo pensase en volver á Rusia
+para seguir sus destinos de príncipe. La vida de privilegios
+y castas de allá era más adecuada á su rango
+que la existencia democrática de París, donde unas indias
+americanas, porque tenían millones, podían creerse
+iguales á un Lubimoff.</p>
+
+<p>Hasta los veintitrés años estuvo en Rusia el príncipe
+Miguel. Sus estudios militares fueron brillantes, según
+Toledo, distinguiéndose entre los más famosos oficiales
+de la caballería de la Guardia. Alcanzó premios en los
+concursos hípicos, partió á pistoletazos monedas sostenidas
+por sus camaradas á cincuenta pasos, manejó el
+sable con una maestría que hubiese admirado al general<a name="page_054" id="page_054"></a>
+Saldaña y á su abuelo el cosaco. Todos los días,
+en un patio de su palacio de Petersburgo, le esperaba un
+monigote de tamaño natural hecho con la arcilla pegajosa
+y compacta que emplean los escultores, y permanecía
+ante él media hora ejercitándose. Lo importante
+no era asestar un golpe al enemigo, sino darlo bien, con
+la mayor profundidad y fuerza posibles. Y la cabeza y
+los miembros del monigote volaban segados por la hoja
+de acero. El estudio de las ciencias militares quedaba
+para los de infantería y artillería, hijos de empleados y
+de mercaderes.</p>
+
+<p>El coronel se mostró asombrado al principio de las
+magnificencias y derroches de la vida rusa; luego acabó
+por encontrarla regular, como si estuviese acostumbrado
+á algo semejante desde su niñez. «Piensa, hijo mío, en
+el nombre que llevas&mdash;escribía la princesa&mdash;. No lo deshonres.
+Gasta con arreglo á lo que eres.» Y el hijo seguía
+fielmente sus consejos, sin pedirle nada á ella, entendiéndose
+directamente con los administradores rusos.
+Según los cálculos de don Marcos, el teniente de la
+Guardia gastaba unos tres millones por año. Su cuadra
+de caballos de carrera era la más célebre de la capital.
+Muchas bellezas famosas de la corte y de los teatros
+tenían algo que ver con el príncipe Miguel Fedor. Sus
+cenas en el palacio Lubimoff ó en los restoranes de
+moda eran buscadas por toda la juventud aristocrática.
+Verse invitado á ellas representaba un honor extraordinario,
+algo así como ser individuo de una academia de
+superhombres. Mujeres célebres acababan bailando desnudas
+sobre la mesa á las primeras luces del alba, para
+no desairar al anfitrión.</p>
+
+<p>A veces se cortaban estas fiestas con una disputa de
+borrachos, mezclándose el vino y la sangre. El coronel
+había visto al final de una de estas escenas un duelo á
+pistola entre dos convidados, en el jardín del palacio,
+cuando empezaba á amanecer. Un muerto. Sus mejores
+amigos habían llevado el cadáver hasta un muelle del
+Neva, colocando un revólver al lado para que la policía
+admitiese la hipótesis de un suicidio.</p>
+
+<p>No; don Marcos no gustaba de estas fiestas nocturnas.
+Las consideraba peligrosas. Un gran duque joven,<a name="page_055" id="page_055"></a>
+completamente ebrio, se había entretenido en embadurnarle
+las patillas con caviar, hasta que, cansado de esta
+confianza, el español metió á su vez la mano en el plato,
+ensuciando igualmente de verde el angosto rostro. El
+borracho dudó un momento si debía matarlo, pero acabó
+por abrazarse á él, cubriéndole de besos y declarando á
+gritos que era su padre.</p>
+
+<p>Toledo prefería las tranquilas amistades con los antiguos
+compañeros de armas de su general: graves personajes
+que le hablaban de futuras guerras y de la política
+del mundo. Además, las larguezas de su príncipe le
+permitían diversiones secretas menos ruidosas y dulcemente
+modestas.</p>
+
+<p>Una noche, al volver al palacio Lubimoff pasadas
+las dos, vió que había una cena en el gran comedor
+de gala. Los convidados eran unos cincuenta, y en el
+curso de la noche fueron llegando muchos más. Parecía
+como que hubiese corrido una noticia por los lugares
+de placer de la capital, atrayendo á toda la juventud
+libertina.</p>
+
+<p>Frente al príncipe estaba sentado un teniente de cosacos,
+pequeño, felino, negruzco, con ojos asiáticos. Su
+uniforme sucio revelaba un viaje reciente. Miguel Fedor
+tenía con él las mayores atenciones, como si fuese
+el único invitado. Toledo, conocedor de todos los amigos
+de la casa, no logró dar un nombre á este cosaco
+rústico que parecía llegar de una guarnición remota de
+Siberia. Alguien quiso sacarle de dudas, y se estremeció
+al saber que era el hermano de una dama de la corte
+que precisamente andaba en lenguas por su excesiva
+confianza con Miguel Fedor. Los dos hombres se miraban
+con interés, brindándose mudamente los vasos
+enormes de champaña. En el fondo del comedor gemían
+incesantemente los violines de unos ziganos. Varias
+muchachas morenas, con delantales á rayas de diversos
+colores, danzaban en torno de la mesa. Pero á pesar
+de esto, don Marcos husmeaba algo lúgubre en el
+ambiente.</p>
+
+<p>&mdash;¡León, los sables!</p>
+
+<p>El príncipe se había puesto de pie, después de mirar
+su reloj, dando esta orden al criado de confianza, que<a name="page_056" id="page_056"></a>
+estaba detrás de él. Todos los convidados se precipitaron
+á las puertas con la confusión del público que asalta
+un teatro. Cada uno deseaba llegar el primero al jardín.
+Ya no había por qué fingir: ansiaban el espectáculo
+anunciado... Y el coronel encontró finalmente quien le
+hablase con claridad.</p>
+
+<p>&mdash;Ha llegado al anochecer, para pedir al príncipe que
+se case con su hermana. Un viaje de treinta y ocho
+días... El príncipe no quiere... Pocas veces se verá
+esto... Es el primer sable de Siberia.</p>
+
+<p>El jardín estaba cubierto de nieve. Aún era de noche,
+y la luna fugitiva lo iluminaba con unos rayos diagonales,
+extendiendo desmesuradamente la sombra de los
+árboles. Más de cien hombres formaron dos masas negras
+en los bordes de una avenida. El coronel vió llegar
+á varios criados: uno traía los sables, los demás llevaban
+grandes bandejas con botellas y copas.</p>
+
+<p>Miguel Fedor se inclinó ante el enemigo con los ojos
+brillantes de amabilidad y de alcohol.</p>
+
+<p>&mdash;¿Quiere usted beber algo mas?</p>
+
+<p>Dió las gracias el cosaco en voz baja y Toledo lo vió
+de pronto despojarse de su larga levita con el pecho
+adornado de cartucheras. A continuación se quitó la camisa,
+quedando sin más que los pantalones y las altas
+botas. Luego se inclinó, y agarrando dos puñados de
+nieve, empezó á frotarse el tronco, un poco angosto, y
+los brazos nervudos.</p>
+
+<p>El príncipe se estremeció de sorpresa y de frío, lo
+mismo que muchos de los espectadores. Pero consideraba
+indispensable imitar á este rudo adversario, para que
+las condiciones del combate fuesen iguales. Mientras se
+despojaba de la parte superior de su uniforme, se abrieron
+en la penumbra lunar del jardín las rojas estrellas
+de varias antorchas.</p>
+
+<p>Don Marcos vió á los dos hombres frente á frente,
+desnudos de cintura arriba, brillándoles los bustos con
+la humedad de la reciente frotación, cimbreando en sus
+manos unos sables con filos de navaja de afeitar. «¡Adelante!»
+Alguien dirigía el combate.</p>
+
+<p>«¡Pero esto es una barbaridad!&mdash;pensó el español&mdash;.
+Estos hombres son unos salvajes.»<a name="page_057" id="page_057"></a></p>
+
+<p>No se atrevía á decirlo en voz alta porque era un coronel;
+pero toda su vida se acordó de esta escena.</p>
+
+<p>Cruzaban sus sables, se esquivaban, se atacaban, el
+príncipe con paso firme, el otro con una agilidad felina.
+Toledo, viéndolos rojos, creyó que era un efecto de la luz
+de las antorchas. Al aproximarse á él en una de las evoluciones
+de su juego mortal, se dió cuenta de que estaban
+cubiertos de sangre. Sobre sus troncos se extendían
+unas casacas de púrpura partidas en harapos que temblaban
+con incesante chorreo. Sus brazos surgían blancos
+de esta vestidura caliente y húmeda. El príncipe
+llevaba la peor parte. Toledo lo vió de pronto con un
+profundo corte en la frente; luego creyó distinguir que
+una de sus orejas estaba medio despegada del cráneo.
+Aquel gato salvaje de las estepas se escurría bajo su
+sable. Nadie osaba intervenir; el duelo era sin misericordia,
+sin descanso, sin otra condición definida que la
+muerte de uno de los dos. Se confundían, formando un
+solo cuerpo erizado de relámpagos blancos en la penumbra
+de los árboles; se mostraban luego despegados y buscándose
+en el círculo de incendio de las antorchas.</p>
+
+<p>Oyó de pronto el coronel un maullido de dolor, un
+alarido de pobre bestia sorprendida. Lubimoff era el
+único que estaba de pie. Con un golpe de punta había
+cortado la yugular á su adversario. Luego de permanecer
+inmóvil un segundo, lo abandonó la fuerza sobrehumana
+que le había sostenido hasta entonces, sintió
+caer de golpe sobre él todo el cansancio de la lucha,
+toda la pérdida de sangre de sus heridas, y se desplomó
+á su vez, pero en los brazos de varios amigos. No había
+un solo médico entre los espectadores: nadie había pensado
+en esto. Consideraban inútil su presencia en un
+encuentro que sólo podía terminar la muerte.</p>
+
+<p>Todos los curiosos abandonaron el jardín siguiendo
+al desmayado príncipe. Sólo unos criados permanecieron
+junto al cuerpo del cosaco, tendido de bruces, viendo
+respetuosamente cómo se agitaban por última vez sus
+piernas, cómo se iba vaciando lentamente por el cuello,
+cómo se extendía una mancha negra en la nieve, que
+empezaba á azulear bajo la lividez del alba.</p>
+
+<p>Este suceso tuvo gran resonancia en la corte, que<a name="page_058" id="page_058"></a>
+ya se había ocupado muchas veces de las ruidosas aventuras
+del príncipe. Sus duelos, sus amores, sus escandalosas
+fiestas, irritaban al joven emperador, empeñado
+en moralizar las costumbres de sus allegados. En las
+reuniones aristocráticas volvieron á recordarse las extravagancias
+de la casi olvidada Nadina Lubimoff. El
+joven cosaco estaba emparentado con personajes influyentes
+y su muerte contribuía al descrédito total de la
+hermana.</p>
+
+<p>Aún no había convalecido Miguel Fedor completamente
+de sus heridas, cuando recibió la orden de salir
+de Rusia. El zar lo desterraba por tiempo indefinido.
+Podía vivir en París al lado de su madre.</p>
+
+<p>&mdash;Está bien, ya que respeta la fortuna del príncipe&mdash;dijo
+el coronel como único comentario.</p>
+
+<p>Al llegar á París, Miguel Fedor se convenció de que la
+princesa estaba loca, cosa que sospechaba hacía tiempo
+al leer sus largas cartas. Sir Edwin había muerto en Inglaterra,
+tres años antes, casi repentinamente, á continuación
+de una derrota electoral. El palacio del barrio de
+Monceau había sufrido una transformación interior que
+representaba un gasto de millones. Su dueña dedicaba á
+esto todo su tiempo. Los salones árabes, persas, griegos
+ó chinos, cuya construcción y adorno habían hecho la
+fortuna de dos arquitectos y de varios comerciantes de
+antigüedades, acababan de desaparecer, esparciéndose
+cual residuos sin valor los muebles adquiridos en otro
+tiempo como piezas rarísimas. Aunque el palacio se mantenía
+lo mismo por fuera, á partir de la escalinata imitaba
+el interior de un castillo antiguo. No quedaba una
+ventana sin vidriera de colores, ni una pieza que no
+estuviese en una penumbra de bodega. Todo el gótico
+convencional inventado por los constructores modernos
+era empleado en esta restauración deseada por la princesa.
+Los tres pisos de un ala entera habían sido echados
+abajo para formar una nave de catedral.</p>
+
+<p>Lubimoff vió á una mujer alta, enjuta, con las manos
+largas y transparentes, los ojos agrandados é inquietantes,
+que avanzaba hacia él. Iba vestida de negro, con
+mangas sueltas que casi barrían el suelo y un bonete
+blanco encañonado bajo los tules de luto. A pesar de<a name="page_059" id="page_059"></a>
+que tenía un rosario en la muñeca y adoptaba al hablar
+una expresión de víctima, su hijo creyó ver á una cantante
+de ópera.</p>
+
+<p>La expulsión del príncipe no le había causado extrañeza
+ni pena.</p>
+
+<p>&mdash;Esos Romanoff nos han tenido siempre mala voluntad.
+No pueden olvidar á tu ilustre abuelo, que, según
+cuentan, le daba palizas á Catalina al pillarla con otros.</p>
+
+<p>Su pensamiento volaba por encima de estas miserias
+terrenales. Ella, que nunca se había preocupado de las
+religiones, declaró á su hijo que ahora era católica. Prescindía,
+por considerarlos inútiles, de los actos públicos
+de conversión, pero debía adoptar esta creencia; lo exigía
+su nueva y definitiva personalidad.</p>
+
+<p>&mdash;Tu padre lo aprueba. Hablo con el héroe muchas
+noches, y está contento de verme en el buen camino.</p>
+
+<p>Miguel Fedor y el coronel se dieron cuenta, apenas
+llegados, de los extraños visitantes que frecuentaban
+el palacio. A los melenudos terroristas de otros tiempos
+habían sucedido numerosas echadoras de cartas, pitonisas,
+videntes y tétricos profesores de ciencias ocultas.
+Un velador modesto y viejo, que parecía haber subido
+solo de la habitación del portero, saltaba á todas horas,
+hablando por medio de sus patas, en el dormitorio de la
+princesa.</p>
+
+<p>Un día se decidió ésta á comunicar á su hijo el gran
+secreto de su existencia. Al fin sabía quién era; las revelaciones
+de los espíritus le permitían conocer su verdadera
+personalidad. En una de sus muchas vidas anteriores
+había sido una reina desgraciada y hermosa; la
+mas «romántica» de las reinas. El alma de Nadina Lubimoff,
+princesa rusa, vivía ya siglos antes en el cuerpo
+de María Estuardo.</p>
+
+<p>&mdash;Siempre sentí una predilección especial por la historia
+de la reina infeliz. Ahora me explico cómo al ver
+á sir Edwin en Londres me enamoré inmediatamente
+de él de un modo irresistible. Sus antepasados fueron
+escoceses.</p>
+
+<p>Estas razones resultaban tan incontestables como
+todas las que habían guiado su existencia. Y para honrar
+el alma regia reencarnada en ella, cuya autenticidad<a name="page_060" id="page_060"></a>
+reconocían todos sus visitantes misteriosos, quiso vivir
+como la decapitada soberana de Escocia, imitando sus
+vestidos tal como los había visto en los cuadros, convirtiendo
+su palacio en un castillo, comiendo á solas en vajillas
+antiguas los manjares que un profesor de Historia
+se encargaba de buscar en las viejas crónicas.</p>
+
+<p>Rara vez entraba un carruaje en el patio de honor del
+palacio. La gran escalinata criaba musgo entre sus peldaños,
+mientras por la escalera de los proveedores subían
+diariamente aquellos profesionales del «más allá»,
+mal vestidos y de aspecto inquietante, que explotaban á
+la princesa, generosa como una reina&mdash;lo que era&mdash;, á
+cambio de ayudarla en el manejo del velador y de evocar
+fantasmas históricos que movían los tapices, hacían
+caer los cuadros de las paredes, cambiaban los sillones
+de sitio y cometían otras diabluras pueriles para hacer
+constar su muda presencia.</p>
+
+<p>Doña Mercedes evitaba las visitas á la princesa. Su
+sencillez de buena creyente la hacía sentir miedo por
+las reinas que duran siglos y por aquellos salones obscuros
+con muebles viejos que parecían palpitar á impulsos
+de una vida misteriosa. Prefería la conversación plácida
+y saludable con los sacerdotes mantenidos por ella. El
+cura aragonés se había dejado arrebatar por otra devota
+millonaria, fatigado sin duda de las exageradas comodidades
+que le proporcionaba su penitente y de las observaciones
+astronómicas sobre los tejados de los Campos
+Elíseos. Ahora tenía alojado en su vivienda á un monseñor,
+obispo <i>in pártibus</i>, que canalizaba el dinero de la
+viuda hacia muchas obras pías de su invención.</p>
+
+<p>Alicia se había casado con un duque francés que
+tenía veinte años mas que ella, y á los pocos meses de
+matrimonio daba mucho que hablar á las gentes. Doña
+Mercedes, ofendida, la castigaba viéndola muy de tarde
+en tarde, con la esperanza de que este desvío hiciese
+imitar finalmente á la duquesa de Delille las tradiciones
+maternales. Mientras tanto, concentraba todos sus
+afectos de familia en monseñor, un santo y un hombre
+de mundo, que por las noches, para no ser una nota
+discordante, se despojaba de su sotana para sentarse á
+la mesa puesto de <i>smoking</i>, mientras un enjambre de<a name="page_061" id="page_061"></a>
+pájaros mecánicos contaban y aleteaban en la gran jaula
+dorada del comedor de la criolla.</p>
+
+<p>Miguel Fedor encontró dos veces á Alicia en el palacio
+Lubimoff. Ella no sentía el miedo de su madre, y
+hasta consideraba muy originales é interesantes las manías
+de la princesa. Cuando la visitaba, en tardes de aburrimiento,
+parecía creer en su velador y en sus protegidos
+de gestos misteriosos. También consultaba á éstos
+para saber si sería feliz, y sobre todo si la amarían mucho,
+aunque sin decir nunca quién debía amarla. Otras
+veces preguntaba al trípode, con una ansiedad de celosa,
+lo que estaría haciendo á aquellas horas un personaje
+incógnito cuyo nombre no se atrevía á pronunciar, pero
+que unos meses era moreno y otros meses rubio. Ella y
+el velador se entendían.</p>
+
+<p>&mdash;Siempre he dicho que esta niña tiene más talento
+que su madre&mdash;afirmaba la princesa.</p>
+
+<p>Al encontrarse Alicia con el príncipe, rompió á reir
+y casi le abrazó.</p>
+
+<p>&mdash;¿Te acuerdas cómo nos odiábamos?... ¿Te acuerdas
+del día que nos pegamos en el Bosque?...</p>
+
+<p>Le miraba con interés, examinándolo de arriba á abajo,
+sin encontrar nada del jovenzuelo antipático de otra
+época. Conocía sus aventuras en Rusia, sus amores, sus
+duelos, su expulsión. ¡Un hombre interesante! ¡Un personaje
+byroniano!... Además, algo bárbaro con las mujeres.</p>
+
+<p>&mdash;Ven á verme. Debemos ser amigos... Acuérdate que
+somos parientes.</p>
+
+<p>Lubimoff la examinó también, pero con cierta gravedad.
+Al llegar á París le habían hablado mucho de
+ella. En los tres años que llevaba de matrimonio, el
+duque había querido divorciarse por dos veces. Le era
+penoso gozar de una enorme fortuna á cambio de que
+esta mujer llevase su nombre. Cuando estrechaba la
+mano de un amigo, nunca estaba seguro de lo que podía
+ser éste con relación á su esposa. Pero Alicia se había
+casado para ser duquesa, y al fin llegaron á un arreglo
+práctico. La mitad de su renta fué para el duque, que
+viajaba ó vivía en París en casa de una antigua amante,
+mientras Alicia podía hacer su voluntad en su palacete
+blanco de la Avenida del Bosque, ostentando una corona<a name="page_062" id="page_062"></a>
+ducal un sus ropas interiores, en sus vajillas y en las
+portezuelas de los automóviles.</p>
+
+<p>La pequeña amazona de las cabalgadas matinales
+era ahora una mujer de soberbia belleza. Miguel pensó
+en un fruto de California esplendoroso y dorado, con un
+perfume intenso de dulce savia. Vaciló interiormente
+mientras sostenía la mirada de aquellos ojos negros, invitadores
+y dominantes, seguros de su poder... ¡Pero no!
+Se acordaba de varios hombres que le eran antipáticos
+y según la pública murmuración le habían precedido.
+Estaba interesado además por una actriz francesa que
+había encontrado en el tren al regreso de Rusia. Con un
+salto de su imaginación, volvió á ver á Alicia lo mismo
+que años antes. Sólo había cambiado exteriormente.
+Estaba acostumbrada á manejar los hombres con una
+mano varonil, á cambiarlos como caballos de relevo. Se
+pelearían á la segunda entrevista: tal vez acabarían pegándose...</p>
+
+<p>Y no la vió más. Nuevas preocupaciones torcieron el
+curso de sus pensamientos. Un día encontró en la calle
+á un ruso que parecía viejo y enfermo: Sergueff, su antiguo
+maestro. Debía tener unos cuarenta años y parecía
+un setentón, con la barba de un blanco sucio, el
+pelo triste, como apolillado, y un rostro de profundas
+arrugas, sin más vida que la de los agujeros verdes de
+sus ojos. Andaba algo encogido; tosía al contar su historia.
+De Petersburgo lo habían enviado á un presidio
+de Siberia. Al fugarse de él, había atravesado media
+Asia, solo y á pie, hasta un puerto chino, y allí se embarcó
+para los Estados Unidos, viniendo luego á París.
+Esta vuelta al mundo la relataba con pocas palabras,
+como un simple paseo.</p>
+
+<p>Miguel Fedor lo trajo á su palacio, y el coronel pareció
+achicarse en su presencia, con una retractilidad
+hostil, recordando, sin duda, sus nobles relaciones con
+personajes de la corte rusa, algunos de ellos antiguos
+generales de la Policía.</p>
+
+<p>El hijo de la princesa Lubimoff conversó muchas
+veces con el fugitivo. El recuerdo de su expulsión de la
+corte le hizo simpatizar obscuramente con este otro desterrado.
+Además, renacía en su interior una parte de la<a name="page_063" id="page_063"></a>
+voluntad de la madre, con sus incoherencias y sus deseos
+confusos. El oficial de la Guardia prestó una atención
+de escolar á las doctrinas del revolucionario.</p>
+
+<p>&mdash;¡Estos hombres tienen razón!&mdash;exclamó con el mismo
+apasionamiento que ponía la princesa en toda idea
+nueva.</p>
+
+<p>Sintió en los primeros días el ansia de sacrificio, la
+voluntad del renunciamiento, la abnegación mística de
+los hombres de su raza. Recordó á muchos príncipes
+como él, educados en la corte, con altas situaciones sociales,
+que habían distribuído sus bienes para vivir entre
+los pobres y dedicar su existencia al triunfo de la verdad
+y la justicia. El haría lo mismo, resucitando á la verdadera
+vida, y estaba seguro de la aprobación de su madre.
+Había dado su sangre el general Saldaña por la reconstitución
+del pasado; él perdería la suya allanando
+el camino del porvenir. Los tiempos cambian. El pasado
+son unos cuantos siglos y el porvenir es infinito.</p>
+
+<p>Pero no era un ruso verdadero. El sensualismo latino
+despertó en él apenas quiso llevar á la práctica su decisión
+heroica. La vida es buena y ofrece cosas agradables.
+El árbol de su existencia estaba todavía repleto
+de savia: aún le quedaban muchas primaveras de hojas,
+muchos estíos de frutos. Más tarde, tal vez; cuando fuese
+leña seca...</p>
+
+<p>Lo único positivo é inmediato que sacó de esta resurrección
+fué el convencimiento de su ignorancia y
+del vacío de su existencia. En el mundo había algo más
+que saber idiomas y el manejo de las armas y los caballos.
+El hombre debe buscar la conciencia de su grandeza
+en empresas más serias que los amores, los desafíos
+y las apuestas. La suerte le había eximido de la dura
+ley del trabajo dándole la riqueza, pero no por esto
+debía prescindir de marcar su tránsito por la vida con
+una actividad cualquiera, como lo habían hecho miles
+de predecesores, como seguirían haciéndolo millones de
+descendientes.</p>
+
+<p>Buscó por primera vez la compañía de los libros, y
+de estas lecturas preliminares fué surgiendo un deseo
+nuevo. Quiso conocer el mundo, ver países raros, luchar
+con las fuerzas ciegas que son los latidos del planeta,<a name="page_064" id="page_064"></a>
+vivir las aventuras gruesas y rudas de los hombres
+que van de puerto en puerto. Su padre le había hablado
+de remotos ascendientes que alcanzaron nobleza y fortuna
+tendiendo su vela en humildes puertos españoles
+para lanzarse como gaviotas por el Océano Tenebroso,
+en busca de tierras de misterio, detrás de los primeros
+derroteros de Colón y los Pinzones. Un ascendiente
+suyo había sido descubridor de los modernos Estados
+Unidos al desembarcar con el viejo Ponce de León en la
+Florida, buscando la legendaria «Fuente de la Juventud».
+El primer Saldaña noble había obtenido el <i>don</i>
+al fundar un pueblo en las cercanías de Panamá. El
+sería navegante como sus antecesores, marino vagabundo,
+gozador de placeres exóticos, y tal vez consiguiera
+arrancar de paso algún secreto al gran misterio
+de las llanuras azules.</p>
+
+<p>La vida en aquel palacio afeado por las manías de
+su madre le resultaba incómoda y penosa, impulsándolo
+á huir. La princesa, no hizo la menor objeción al
+enterarse de que su hijo deseaba comprar un yate para
+navegar por todos los mares. Podía hacerlo: era un placer
+de gran señor digno de él. Estaban cada vez más
+ricos. El petróleo, el platino, todos los yacimientos preciosos
+de su propiedad, y el producto de sus tierras, vastas
+como Estados, formaban una renta enorme. El año
+anterior había llegado á diez y seis millones: más de un
+millón por mes. Para un particular era fabuloso. Y la
+Lubimoff, que por unos momentos había recobrado su
+buen sentido, añadió luego con modestia:</p>
+
+<p>&mdash;Pero para una reina no es gran cosa.</p>
+
+<p>Miguel adquirió en Inglaterra un yate velero, de
+proa afilada y arboladura audaz, con máquina auxiliar,
+y le puso un nombre de ave marina, pero en español:
+<i>Gaviota</i>.</p>
+
+<p>Deseaba prolongar en el Océano su vida terrestre,
+seleccionando de ella todo lo más interesante, y por esto
+quiso embarcar á Sergueff. El maestro parecía melancólico,
+como si le pesasen lo mismo que un remordimiento
+las comodidades que le proporcionaba el príncipe
+y sus larguezas pecuniarias. Tenía ocupaciones
+más urgentes que navegar á capricho en un buque de<a name="page_065" id="page_065"></a>
+lujo. Y desapareció para volver á Rusia, como si la horca
+tirase de él, como si deseara, en caso de mejor suerte,
+dar por segunda vez la vuelta á la tierra.</p>
+
+<p>El coronel tuvo que embarcarse como ayudante de
+campo del príncipe. Nunca se había separado de él.
+Pero ¡ay! no tenía el pie marino, y menos aún el estómago:
+era un héroe de montaña; y desde un puerto del
+Brasil hubo que reexpedirlo á París.</p>
+
+<p>Cinco años duraron las navegaciones del <i>Gaviota</i>.
+En el segundo, creyó Miguel Fedor que iba à interrumpirse
+su carrera de navegante. Acababa de estallar la
+guerra entre Rusia y el Japón, y él cablegrafió desde
+una escala del Pacífico pidiendo su antiguo puesto en la
+Guardia. La contestación fué dilatoria. El zar aún estaba
+enojado con él y mantenía su destierro.</p>
+
+<p>«¡Mejor!», acabó por decirse una vez extinguida su
+cólera. Adivinaba lo que iba á ocurrir: la suerte final
+de aquellos bravos de sable afilado frente á los hombrecillos
+astutos y amarillos que se habían ido apropiando
+en silencio el arte de matar de los occidentales.</p>
+
+<p>Sus aventuras en los puertos, su trato con mujeres
+de todas razas y colores, bastaban para llenar su existencia.
+«Hago estudios de geografía amorosa», escribía
+á don Marcos después de preguntarle por la salud de su
+madre.</p>
+
+<p>Tuvo que interrumpir de pronto sus cruceros para
+visitar á la princesa. Los médicos la habían hecho abandonar
+el palacio de París, con su lúgubre decorado que
+excitaba su locura, enviándola á la Costa Azul para que
+se saturase de sol y de aire libre. Y la pobre María Estuardo,
+de riguroso incógnito, iba de gran hotel en gran
+hotel, ocupando un piso entero con su cortejo de domésticos
+rusos acostumbrados á los golpes, de adivinas y
+maestros en evocaciones, siendo la desesperación de los
+hoteleros, que la veían partir con gusto á pesar de que
+pagaba ella sola más que el resto de los huéspedes.</p>
+
+<p>Lubimoff la vió como un espectro dentro de sus flotantes
+vestiduras de luto, más flaca, más alta, con los
+ojos de una fijeza alarmante. Su tez, había perdido la
+antigua blancura, ennegreciéndose como si la tostase un
+fuego interior. Por el momento, su única preocupación<a name="page_066" id="page_066"></a>
+era construir un palacio en la Costa Azul. Había comprado
+en territorio francés, á la vista de Monte-Carlo, un
+pequeño cabo, un espolón de tierra y rocas que avanzaba
+sobre las olas con el lomo cubierto de olivos seculares y
+pinos retorcidos. La entretenía luchar con la testarudez
+de un matrimonio de viejos rústicos que se negaban á
+venderle la punta extrema del promontorio. Además llevaba
+gastados muchos miles de francos en planos del
+futuro palacio. Pintores, arquitectos y jardineros-paisajistas
+trabajaban incesantemente para ella, exprimiendo
+su imaginación y haciendo estudios en el pasado. Quería
+plantar ante el Mediterráneo un enorme castillo escocés,
+lo más escocés que pudiera idearse: «una novela de
+Wálter Scott hecha de piedra», resumía la princesa.</p>
+
+<p>El hijo se asustó. Iba á repetirse la suntuosa mazmorra
+de París frente al mar luminoso, en uno de los paisajes
+más sonrientes de la tierra. Habló á espaldas de su
+madre con todos los que trabajaban para la futura Villa-Sirena.
+La princesa había ideado este nombre, segura de
+que en las noches de luna vendrían á visitarla las hijas
+de las profundidades marinas, cantando en los escollos
+al pie de sus ventanas. No podían hacer menos por ella.
+El misterio se abría cada vez más ampliamente ante sus
+ojos, permitiéndole ver lo que no veían los demás.</p>
+
+<p>Don Marcos, que, abandonado por su discípulo, seguía
+á la princesa, recibió iguales recomendaciones.
+Debía evitar que la pobre señora perpetrase este sacrilegio
+mediterráneo. ¡Pero qué podía el infeliz coronel
+con aquella demente que pasaba semanas enteras sin
+hablarle, como si no le reconociese!...</p>
+
+<p>Volvió el príncipe á su yate, y un año después le
+alcanzó la noticia triste y esperada, hallándose en el
+Norte de Noruega, al regreso de una excursión por los
+mares árticos. Su madre había muerto cuando empezaban
+á elevarse entre los olivos y los pinos del rosado
+promontorio unos muros enormes de piedra falsamente
+negruzca, como las tablas pintadas de los anticuarios, y
+que parecían próximos á derrumbarse de puro viejos
+apenas salidos de la tierra.<a name="page_067" id="page_067"></a></p>
+
+<h3><a name="III" id="III"></a>III</h3>
+
+<p>Miguel llegó á tiempo para recibir el cuerpo de la
+princesa en París. Antes de morir se había sentido iluminada
+por ese chisporroteo de razón que anuncia el fin
+de los grandes desequilibrados, dejando escritos en varios
+papeles los préstamos hechos á determinadas personas
+y juiciosas indicaciones al hijo para el buen manejo
+de la enorme fortuna. Quería ser enterrada junto á su
+marido, el primero, «el héroe», en el cementerio del
+Père Lachaise. En sus últimos años de permanencia en
+París, tocada una vez más del afán de construcción, se
+había ocupado en preparar su morada definitiva, levantando
+junto al mausoleo del marqués de Villablanca,
+cuya imagen ceñuda é indomable tenía en la mano
+una espada rota, otro monumento no menos ostentoso,
+con una estatua que ella creía su exacto retrato y no
+era mas que una reproducción de la infeliz reina de Escocia
+tal como aparece en las estampas de la época romántica.</p>
+
+<p>Durante las ceremonias fúnebres, Miguel Fedor volvió
+á encontrarse con muchos antiguos visitantes del
+palacio Lubimoff que él creía muertos. Doña Mercedes
+le abrazó llorando. Estaba extraordinariamente obesa,
+con la indiánica tez aclarada por una blancura jugosa y
+monacal. Parecía la superiora de un noble convento de
+canonesas. A su lado, el monseñor, con sotana de seda
+y gesto compungido, movía los labios por la salvación
+de la difunta. «¡Hijo mío! Todos tenemos nuestras penas.»
+Y la pobre señora, al hablar así, miró á otra enlutada<a name="page_068" id="page_068"></a>
+elegante que se mantenía en el cementerio á
+cierta distancia de ella, y parecía anonadada por una
+ceremonia que la había obligado á salir del lecho antes
+de mediodía.</p>
+
+<p>También la duquesa de Delille vino á él, estrechándole
+las dos manos y envolviéndolo en una mirada extraña.</p>
+
+<p>&mdash;Tu madre me quería de verdad... En los últimos
+años nos hemos visto mucho.</p>
+
+<p>Miguel asintió mudamente. Lo sabía. La princesa
+Lubimoff era el único sostén de esta apasionada sin escrúpulos
+que se iba á fondo en la consideración de las
+gentes. Ella la había defendido cuando las otras mujeres
+del gran mundo, cediendo al instinto de conservación,
+le hacían la guerra y le cerraban la entrada de sus
+casas, temiendo por la fidelidad de sus maridos. Como
+jugaba en Monte-Carlo todos los inviernos, había acompañado
+á la princesa hasta sus últimos instantes.</p>
+
+<p>&mdash;Me quería más que mi madre... Tal vez se acordaba
+de que pude ser su hija.</p>
+
+<p>El príncipe se alejó, como molestado por esta alusión.
+¡Le habían dicho tantas cosas de ella!... Pero su
+imagen le fué acompañando durante el resto de la ceremonia.
+Continuaba siendo hermosa, mas con una belleza
+extraña. Había perdido su dorado cutis de fruto
+sazonado, y era pálida, con una blancura pajiza de papel
+japonés. Sus ojos, abiertos desmesuradamente, tenían
+unos reflejos metálicos; miraban con una tenacidad molesta
+y al mismo tiempo parecían vagorosos, como si se
+tendiese ante ellos una telaraña invisible. Sus enemigas
+menos implacables la acusaban de cierta propensión á
+los licores. Bebía, como un cliente asiduo de <i>bar</i>, toda
+clase de mezclas americanas. Otras atribuían su palidez
+y sus ojos eternamente asombrados á la morfina, al opio,
+á todos los líquidos y perfumes del estupor, creadores de
+«paraísos artificiales». La pequeña Alicia de otros tiempos
+apuraba su vida á grandes tragos, hasta el fondo de
+la copa.</p>
+
+<p>Lubimoff creyó no verla más, pero á los pocos días
+empezó á recibir cartas de ella. Estaba solo, debía sentirse
+triste, y le invitaba á comer, sin ceremonia, como<a name="page_069" id="page_069"></a>
+parientes que eran. Sus excusas provocaron nuevas invitaciones
+por teléfono. El príncipe, como el que cumple
+un aburrido deber social, acabó por ir un anochecer á
+su palacete de la Avenida del Bosque, una de las numerosas
+imitaciones del Pequeño Trianón que existen en el
+mundo.</p>
+
+<p>La duquesa de Delille estaba orgullosa de este edificio
+y su reducido jardín, ante cuyas verjas de lanzas
+doradas pasaba todo el París elegante. Miguel conocía
+sus salones sin haber estado nunca en ellos. Los periódicos
+ilustrados que se ocupan de modas y de la vida
+de los ricos llevaban publicadas muchas fotografías del
+interior de esta casa en Europa y en América. Los comentarios
+de la gente le habían enterado de la singular
+existencia de Alicia. De pronto sentía un deseo furioso
+de recibir visitas, de ser admirada, de asombrar con sus
+dispendios, y organizaba grandes fiestas, lamentando
+que el Municipio de París no le permitiese iluminar á
+sus expensas, como en una fiesta nacional, toda la Avenida
+de los Campos Elíseos y el Arco de Triunfo, para
+que los invitados llegasen hasta su puerta entre fulgores
+de apoteosis. Había dado una <i>garden-party</i> en una
+sección del Bosque de Bolonia, con juegos náuticos,
+danzas de bailarinas sagradas traídas de Asia y un
+<i>buffet</i> para tres mil invitados. Otra vez gastó medio millón
+transformando una gran parte de su hotel en interior
+de palacio persa, para un solo baile de trajes, volviendo
+el día siguiente á restaurar los salones en su primitivo
+estado.</p>
+
+<p>De pronto desaparecía. Las gentes comentaban su
+ocultamiento con guiños maliciosos. Algún nuevo amor;
+y sus amores casi siempre eran andantes, necesitando
+el viaje largo y el cambio de horizontes. Tal vez estaba
+en Constantinopla ó en Egipto; tal vez se ocultaba en
+uno de los enormes hoteles de Nueva York. A veces era
+cierto; en otras ocasiones, los más íntimos de la duquesa
+afirmaban que no había salido de París. El automóvil
+permanecía ante su puerta.</p>
+
+<p>Esta era otra de las originalidades de Alicia. A todas
+horas del día y de la noche, uno de sus diversos vehículos
+de lujo se hallaba estacionado frente á la escalinata.<a name="page_070" id="page_070"></a>
+Tres mecánicos se repartían el servicio, permaneciendo
+en el pabellón del portero; y apenas sonaba el timbre,
+no tenían mas que correr á su carruaje poniéndose los
+guantes y dar la vuelta á la manivela de marcha. La
+señora sentía deseos de salir á las horas más extraordinarias:
+cuando acababa de llegar de un baile, muchas
+veces después de haberse acostado, ó en las primeras
+horas de la mañana, que eran para ella lo que son las
+horas de profundo sueño para los demás mortales.</p>
+
+<p>En otras temporadas, los chófers se relevaban durante
+semanas enteras sin franquear la verja del palacete.
+La duquesa no quería salir. Ya no experimentaba
+repentinos deseos de correr sin objeto por el París dormido,
+de hacer visitas á horas intempestivas ó deslizarse
+por los bosques de los alrededores en plena tormenta.
+Y los automóviles parecían envejecer en su inmovilidad,
+unas veces con las ruedas hundidas en la
+nieve del patio, otras cubiertos de lágrimas por la lluvia
+oblicua que se deslizaba bajo la amplia marquesina
+de cristales. La inquieta y rebullente Alicia pasaba
+mientras tanto los días en el lecho, afirmando á sus íntimos
+que para conservar la belleza era excelente hacer
+de vez en cuando «una cura de reposo». Invitaba á comer
+á los amigos sin moverse de la cama. La mesa era
+servida lujosamente en el gran dormitorio, y ella, metida
+entre sábanas, con los platos á su alcance sobre un velador,
+reía y conversaba con los convidados. Transcurrían
+para ella meses enteros sin ver el exterior de su
+casa, olvidando los costosos objetos que su capricho
+había amontonado en las habitaciones. Le bastaba con
+la vanidad de haber fabricado un riquísimo estuche
+para albergue de su pereza.</p>
+
+<p>El príncipe la encontró en un saloncito del piso bajo.
+Verdaderamente, le recibía con absoluta confianza. Iba
+vestida con una túnica negra de su invención, mezcla
+de peplo y de kimono. Los brazos se escapaban desnudos
+de esta seda floja, que parecía vivir apretándose
+sobre su cuerpo. Se adivinaban debajo de ella los relieves
+y el calor perfumado de la carne, sin velos interiores.
+Miguel miró su <i>smoking</i> y su brillante pechera como
+si hubiese cometido una falta.<a name="page_071" id="page_071"></a></p>
+
+<p>Mientras iban hacia el ascensor, blanco y acolchado
+como una caja de guantes, ella le dejó entrever los salones
+del piso bajo, ostentosos, pero en una penumbra que
+casi era obscuridad: el gran comedor, desierto y enfundado;
+el pequeño comedor, en el que no se veía preparativo
+alguno... ¿Adónde le llevaba?... ¿Estaría la mesa
+puesta en su dormitorio?...</p>
+
+<p>El ascensor pasó ante el primer piso sin detenerse.</p>
+
+<p>&mdash;Vamos á mi estudio&mdash;dijo Alicia&mdash;. Tú eres de confianza.
+Allí es donde como cuando estoy sola.</p>
+
+<p>Lubimoff se asombró del llamado «estudio», una vasta
+pieza que ocupaba gran parte del segundo piso, y en
+el que no pudo ver otros libros que los de un pequeño
+estante. El decorado era de falso «Extremo Oriente»: un
+amontonamiento de muebles de laca negra y sin adornos,
+de sedas de colores desleídos ó de un azul negruzco,
+de ídolos espantables. Una luz difusa y verdosa
+descendía del techo: la luz de los teatros en una escena
+de noche. Un biombo cubierto de figuras de oro formaba
+como una segunda habitación, más íntima, con el suelo
+alfombrado de pieles blancas de largos y sedosos pelajes,
+sobre las cuales se amontonaban docenas de almohadones
+de diversos colores, con reptiles alados y flores
+inverosímiles.</p>
+
+<p>Un olor exótico y penetrante arañó el olfato del invitado.
+Conocía este perfume. Y miró á la duquesa con
+severidad.</p>
+
+<p>&mdash;Siéntate&mdash;dijo ella&mdash;; van á servirnos.</p>
+
+<p>Y como el príncipe mirase en torno, sin ver ninguna
+silla, Alicia le dió ejemplo dejándose caer en un montón
+de cojines. Miguel se sentó de igual modo junto á
+una mesilla de nácar del tamaño de un taburete. Sobre
+ella, una lámpara de pantalla obscura esparcía su redondel
+de luz suave. El príncipe empezó á sentirse agitado
+por una cólera sorda al pensar en su noche malograda.</p>
+
+<p>&mdash;Tú habrás comido así muchas veces&mdash;continuó
+ella&mdash;. Has viajado más que yo. Debes conocer esta
+decoración.</p>
+
+<p>Sí; conocía esta «decoración» con toda autenticidad,
+y por eso no le placía volver á encontrarla imitada.<a name="page_072" id="page_072"></a>
+Además, ¡obligarlo á comer en el suelo en plena Avenida
+del Bosque!... <i>¡Snob!</i></p>
+
+<p>Pero al poco rato fué modificando su opinión. Indudablemente,
+merecía este nombre; pero su snobismo era
+ya algo habitual que había acabado por formar en ella
+una segunda existencia. Adivinó en los menores detalles
+que todo esto no había sido preparado para él, que
+Alicia vivía y comía cuando estaba sola lo mismo que
+en el presente, dominada por un deseo de diferenciarse
+de los demás hasta cuando nadie podía observarla.</p>
+
+<p>Un doméstico de color de cobre sucio y caídos bigotes,
+con <i>smoking</i> negro, una tela blanca arrollada á las
+piernas lo mismo que una falda y una enorme cabellera
+de mujer sostenida por un peine de concha, era el encargado
+de servir la comida. Este asiático fué colocando
+sobre el suelo enormes bandejas que contenían los manjares:
+unas de plata antigua repujada á martillo, otras
+de laca multicolor ó de materias semitransparentes que
+imitaban la esmeralda, el topacio y el lacre rojo.</p>
+
+<p>Miguel se imaginó la locura de un gran maestro de
+cocina que en pleno delirio dispusiera el orden de un
+banquete. No había un solo plato que recordase el armónico
+curso de una comida ordinaria. El paladar influía
+en la imaginación, evocando recuerdos de remotos viajes,
+visiones de países antitéticos. Las confituras exóticas
+alternaban con los platos calientes: las pastelerías
+aderezadas con violentos perfumes eran servidas al
+mismo tiempo que ciertas salsas agrias, picantes ó de
+intensa amargura.</p>
+
+<p>Alicia estaba casi tendida en los cojines, mirando los
+platos con inapetencia, y sólo avanzaba un brazo perezoso
+sobre los manjares más raros y de sabor ardiente,
+demostrando la honda perversión de su paladar. Ella
+misma se encargaba de ir llenando el vaso del convidado
+con una bebida de su invención, á base de champaña,
+que anestesiaba la boca con arañazos de frescura
+y de cauterio y hacía subir á las fosas nasales un perfume
+de flores raras y especias asiáticas.</p>
+
+<p>Hablando de la difunta princesa, acabó por mencionar
+á su propia madre. Vivían las dos en abierta hostilidad.
+Sus ojos tomaron un brillo agresivo al recordar<a name="page_073" id="page_073"></a>
+á doña Mercedes confinada en los Campos Elíseos con su
+corte de sotanas y mostrándose en público únicamente
+para la organización de obras devotas. ¡Quería matar
+de hambre á su única hija!... Y como Miguel sonriese
+ante este grito colérico, ella explicó sus quejas.</p>
+
+<p>&mdash;No me da casi nada; una miseria: medio millón. Y
+yo tengo que entregar á mi marido doscientos mil francos
+por año: una querida algo cara, que evito ver. Tú
+eres verdaderamente rico, hijo mío, y no comprendes
+estas cosas... Como toda la fortuna es de ella, me sitia
+por hambre y guarda su dinero para derrocharlo con
+los curas... ¡Pobre señora! No puede encontrar ya otros
+admiradores que ese monseñor y otros igualmente pedigüeños...
+Y yo, que soy su hija, la suplico como una
+mendiga para que me dé unas migajas con acompañamiento
+de sermones... ¡Ay, si no hubiese sido por tu madre!
+Esa sí que era una gran señora: nunca le lloré en
+vano; hasta me daba más que yo pedía. Tú sabes indudablemente
+que le debo algún dinero. Un poco... No sé
+cuánto... ¿De veras que no lo sabes?... Yo te lo pagaré
+cuando herede.</p>
+
+<p>Y con una franqueza brutal exteriorizó su pensamiento:</p>
+
+<p>&mdash;¡Cuándo me dejara en paz esa beata!... Los viejos
+deberían ceder su puesto á los jóvenes. ¿Qué placer pueden
+encontrar en seguir viviendo?</p>
+
+<p>Habían terminado de comer. Ella siguió llenando los
+vasos de los dos con aquella bebida. Al principio repugnaba
+á Miguel, pero había acabado por seducirle con su
+frescura olorosa que perturbaba dulcemente los sentidos,
+como si su embriaguez fuese de perfumes.</p>
+
+<p>&mdash;Tú fumarás indudablemente la pipa&mdash;dijo Alicia con
+sencillez.</p>
+
+<p>El hizo un gesto negativo y recordó el olor que había
+asaltado su olfato al entrar allí. Sabía qué «pipa» era
+ésta, y extendió su mirada por el estudio. En algún rincón
+oculto debía estar el fumadero.</p>
+
+<p>&mdash;¡Un hombre como tú!&mdash;continuó ella&mdash;. ¡Un navegante!...
+¡Y yo que me había hecho la ilusión de que
+fumaríamos juntos!</p>
+
+<p>Hasta dió á entender que la esperanza de proporcionarle<a name="page_074" id="page_074"></a>
+este goce perseguido era la causa principal de su
+invitación. Se resignó al enterarse de que el vigoroso
+príncipe sufría náuseas cada vez que intentaba saborear
+esta depravación asiática. Y mientras él encendía
+un habano, Alicia sacó de una caja de plata los cigarrillos
+que fumaba en presencia de los «no iniciados»: tabaco
+oriental, pero bien rociado de opio.</p>
+
+<p>De pronto tuvo Miguel la certeza de algo que había
+presentido desde que entró allí, ó mejor aún, desde que
+se cruzaron sus miradas en el cementerio. La vió medio
+incorporada en sus almohadones, con un encogimiento
+felino, como si fuese á saltar sobre él. Era el ímpetu reconcentrado
+de la bestia hermosa y segura de su fuerza
+que no puede esperar ni conoce el disimulo. Se había
+quedado con la tacita de café olvidada en una mano,
+mirándole fijamente. La punta de azul eléctrico danzante
+en sus pupilas la conocía Lubimoff. Era la mirada de
+oferta de los silencios femeninos, la invitación á la violencia,
+á la toma de posesión, que tantas veces había
+encontrado ante su paso de millonario vencedor.</p>
+
+<p>Necesitaba hablar cuanto antes para romper el maleficio
+mudo de esta hermosa bruja, que, convencida de
+su triunfo final, le enviaba sonriendo las bocanadas de
+humo de su cigarrillo. Y Miguel aludió á la fama amorosa
+de ella, al gran número de amantes que le atribuían,
+como si con esto pudiera crear una honda separación
+entre los dos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ah! ¿tú también?...&mdash;dijo Alicia, riendo con una
+expresión varonil&mdash;. Supongo que tu moral no es la de
+mamá, y que no irás á sermonearme por mi conducta.
+Aunque, en realidad, mamá no me censura por lo que
+hago. Lo que la indigna es mi falta de miedo al qué
+dirán, y algunas veces el origen obscuro de los hombres
+en que pongo mis ojos. ¡Pobre señora! Si yo tuviera relaciones
+con un rey ó un príncipe heredero, tal vez permitiría
+que nos viéramos en su casa, y hasta su monseñor
+montaría la guardia.</p>
+
+<p>Pasó un rato silenciosa, con los ojos inquietantes fijos
+en Miguel.</p>
+
+<p>&mdash;Bueno; he tenido muchos hombres. ¿Y tú? ¿Crees
+que no conozco tus vagabundeos por el planeta en busca<a name="page_075" id="page_075"></a>
+de mujeres inéditas y sensaciones nuevas?... Los dos
+hemos hecho lo mismo; sólo que yo no he necesitado
+correr tanto mundo para saber lo mismo que tú sabes...
+Y no tendrás la pretensión de imaginarte, como ciertos
+hombres, que nuestros casos no son exactamente comparables
+por pertenecer yo á otro sexo.</p>
+
+<p>El príncipe la escuchó silenciosamente exponer sus
+ideas. Amaba mucho la vida, y á cambio de este amor
+reclamaba de ella todo cuanto pudiera darle... Otras
+mujeres sentían preocupaciones de orden material: el
+ansia de riqueza, la conquista del lujo, los apuros de
+familia... Ella lo poseía todo; ninguna inquietud entenebrecía
+su mañana; ni siquiera la de su belleza, sostenida
+por una salud magnífica y que parecía crecer con
+la edad y el abuso de sus fuerzas. Y en esta existencia de
+vanidades satisfechas hasta el hartazgo, sólo una cosa
+le interesaba, por su variedad infinita, por sus fases,
+que parecían repetirse monótonas, pero en realidad eran
+distintas para los inteligentes de exquisito paladeo: el
+amor.</p>
+
+<p>&mdash;Compréndeme, Miguel; no te rías en tus adentros.
+Me conoces demasiado para imaginar que yo puedo creer
+en el amor como la mayoría de los mujeres. Sé que es
+necesario un poco de ilusión para sazonar su materialidad;
+todos ponemos en él un poco de mentira, para
+gozar de esa mentira aunque sepamos que lo es: pero
+en el fondo, yo me río del amor tal como lo entiende el
+mundo, así como me río de tantas otras cosas veneradas
+por las gentes... Yo no quiero enamorados; quiero
+admiradores. No busco inspirar amor; me place más la
+adoración.</p>
+
+<p>Estaba orgullosa de su belleza. Habló de Venus como
+de un personaje real. Admiraba su serenidad olímpica
+dándose á los dioses y á los hombres, sin dejar de ser
+superior aun en el momento en que sufría el despotismo
+del sexo asaltante. Ella se consideraba como una superbelleza,
+más allá de los vulgares límites del vicio y la
+virtud, una obra de arte viviente, y el arte no es moral
+ni inmoral, pues le basta con ser hermoso.</p>
+
+<p>&mdash;Poetas, pintores y músicos buscan entregarse al mayor
+número de admiradores; se esfuerzan por engrandecer<a name="page_076" id="page_076"></a>
+el círculo del deseo público; procuran, con una
+coquetería femenil, atraer nuevos solicitantes. Yo soy
+como ellos. No necesito crear belleza, pues, según dicen,
+la llevo en mí misma; mi obra soy yo; pero amo la gloria,
+necesito la admiración, y por eso me doy generosamente,
+satisfecha de la felicidad que proporciono, pero
+sin dejarme dominar por aquellos que busco, conservando
+mi público á mis pies.</p>
+
+<p>Miguel pensó que por la vida de esta mujer debían
+haber pasado varios artistas. Se notaba en sus
+palabras, en las imágenes con que pretendía expresar
+el entusiasmo por su propio cuerpo. El orgullo de su
+belleza era inmenso. ¿Qué valían las ambiciones perseguidas
+por los hombres, comparadas con la satisfacción
+de verse hermosa y deseada? Unicamente la gloria
+de los guerreros, de los conquistadores sanguinarios,
+cuyos nombres son conocidos hasta en los lugares salvajes,
+podía igualarse con el dominio universal de la
+mujer.</p>
+
+<p>&mdash;Para mí&mdash;continuó Alicia&mdash;, lo más hermoso y
+exacto que se ha escrito es lo del «banco de los viejos».</p>
+
+<p>El príncipe hizo un gesto de extrañeza, y ella continuó.
+Eran los viejos troyanos de la <i>Ilíada</i>, que protestan
+del largo sitio de su ciudad, de la sangre de miles
+de héroes, de la miseria, todo por culpa de una mujer...
+Pero pasa Helena ante el «banco de los viejos», majestuosa
+de belleza, arrastrando sus túnicas de oro, y todos
+ellos quedan absortos de admiración, lo mismo que si
+la divina Afrodita acabase de descender á la tierra, y
+murmuran como una plegaria: «Bien merece lo que por
+ella sufrimos. ¡Es tan hermosa!»</p>
+
+<p>&mdash;Me gusta que los hombres padezcan por mí. ¡Qué
+gloria si yo pudiese ser la causa de una gran matanza,
+como esa abuela inmortal!... Siento un orgullo profundo
+cuando noto que á mis espaldas mugen la envidia y el
+despecho, lanzando todas esas murmuraciones que enfurecen
+á mi madre. Sólo las personas extraordinarias
+levantamos tempestades... Y luego, en los salones, los
+mismos personajes austeros que han hecho coro á sus esposas
+y sus hijas me miran al pasar con unos ojos disimulados
+y admirativos; unos enrojecen, otros se ponen<a name="page_077" id="page_077"></a>
+pálidos. Adivino que no tendría mas que hacer una seña
+á su muda admiración... Yo también tengo mi «banco
+de los viejos».</p>
+
+<p>Se dió cuenta Lubimoff repentinamente de que ella,
+mientras hablaba, se había ido aproximando, de almohadón
+en almohadón, apoyándose en los codos. Casi
+estaba á sus pies, con la cabeza en alto, pretendiendo
+envolverle en el efluvio magnético de su mirada ascendente
+y fija. Parecía una serpiente negra y blanca estirándose
+poco á poco entre los cojines; iba saliendo de
+ellos como si fuesen peñascos de diversos colores.</p>
+
+<p>&mdash;El único hombre que me ha hecho pensar un poco&mdash;continuó
+con una voz de susurro&mdash;, el único que me
+ha parecido distinto á los otros, eres tú... No te alarmes:
+no es amor. No voy á invertir los términos, haciéndote
+una declaración. Tal vez ha sido porque de muchachos
+nos aborrecimos, porque nunca te inspiré deseos; y esto
+resulta tan extraordinario en mi vida, que basta para
+interesarme.</p>
+
+<p>Sus manos se apoyaron en las rodillas de él como si
+fuera á incorporarse.</p>
+
+<p>&mdash;Cuando nos encontramos en el cementerio, después
+de tantos años, me acordé de todo lo que he oído contar
+de ti. Muchas mujeres que yo conozco han sido tus
+amantes, y yo me dije: «¿Por qué no yo también?» Luego
+pensé en los hombres que han pasado por un vida, y
+añadí: «¿Por qué no él?...»</p>
+
+<p>Ahora eran los codos de Alicia los que se apoyaban
+en sus rodillas, y como el príncipe estaba sentado sobre
+dos almohadones nada más, casi quedaban al mismo
+nivel sus ojos y sus bocas. El aliento de ella, al hablarle,
+se esparcía sobre su rostro como una brisa de selva
+asiática susurrante bajo la luna. Las especias y las flores
+que saturaban el vino parecían voltear en esta caricia
+flúida.</p>
+
+<p>Intentó él repelerla, pero una mano de Alicia se había
+posado ya en uno de sus hombros. Se limitó á hacer
+con la cabeza un gesto negativo.</p>
+
+<p>&mdash;No temas&mdash;añadió ella, extremando su susurro acariciador&mdash;.
+Conmigo no hay compromiso. Me dejarás
+cuando quieras; tal vez te deje yo antes... Te deseo desde<a name="page_078" id="page_078"></a>
+hace unos días: tú debes desearme como los otros... Vivamos
+el momento presente como personas que conocen
+el secreto de la existencia y saben lo que ésta puede
+darnos... Luego, si nos cansamos el uno del otro, ¡adiós!
+sin rencor y sin nostalgia.</p>
+
+<p>Al recordar el príncipe de tarde en tarde esta escena,
+sentía cierta molestia. Estaba seguro de haberse mostrado
+brutal y ridículo. El, que con tanta facilidad realizaba
+el gesto de amor en sus viajes, experimentando
+muchas veces una comezón de repugnancia ni pensar en
+sus copartícipes, se rebeló con un pudor irritado ante los
+avances de la duquesa. ¡No; con ella, nunca! Despertó
+en su interior la misma antipatía que le había hecho
+levantar el látigo siendo adolescente.</p>
+
+<p>Se vió de pie en el centro del estudio, mirando con
+inquietud hacia la puerta, murmurando estúpidas excusas.
+«Debo irme: es tarde. Me esperan unos amigos...»
+Ella se había serenado. También estaba de pie, y le miró
+con asombro é ira.</p>
+
+<p>&mdash;Tú eres el único que podías hacer esto&mdash;dijo, al
+despedirle, con un acento cortante&mdash;. Ahora veo claro.
+Te odio como tú me odias. Mi capricho era estúpido. Te
+has permitido un lujo que nadie en el mundo podrá imitar.
+Si fuese más joven, te daría otro latigazo como el
+del Bosque; pero á falta de él, hazte cuenta que te repito
+lo que dije entonces.</p>
+
+<p>No se vieron más.</p>
+
+<p>Cuando el príncipe hubo puesto en orden todo lo concerniente
+á la herencia de su madre, pensó en reanudar
+sus viajes, pero con mayor suntuosidad. Ya no necesitaba
+pedir dinero á la princesa. Era uno de los grandes
+ricos del mundo. Los hombres que estaban al frente de
+la administración de sus bienes&mdash;una oficina con numerosos
+empleados, casi un Ministerio de pequeño Estado&mdash;le
+anunciaban que los diez y seis millones anuales de la
+princesa iban muy pronto á ser veinte, por el desarrollo
+de los ferrocarriles rusos, que permitiría una explotación
+más intensa de sus minas.</p>
+
+<p>El coronel recibió el encargo de echar abajo los muros
+feudales, construyendo Villa-Sirena de acuerdo con
+los gustos del príncipe. Este odiaba las resurrecciones<a name="page_079" id="page_079"></a>
+arquitectónicas. No podía sufrir ciertos edificios que
+pretenden copiar la Alhambra, los palacios de Florencia
+ó las construcciones ordenadas y solemnes de Versalles,
+para orgullo de sus propietarios.</p>
+
+<p>&mdash;Los muebles tendrían que ser idénticos á los de la
+época&mdash;decía Miguel&mdash;y habría que vivir en esas casas
+lo mismo que se vivía en el siglo que produjo el estilo,
+vestir y comer como en otras edades... ¡Qué disparate la
+reconstrucción de uno de esos cascarones históricos para
+instalarse en su interior como hombres modernos, incurriendo
+á cada paso en un anacronismo!...</p>
+
+<p>Recordaba el intento de un millonario amigo suyo,
+miembro del instituto, que había hecho levantar en la
+Costa Azul una casa romana, exactamente romana. Los
+invitados á la inauguración tuvieron que dormir en
+camas de correas, comieron acostados, y para sus excedencias
+digestivas sólo encontraron un agujero en el
+suelo, lo mismo que los antiguos Césares. A las veinticuatro
+horas todos fingían haber recibido telegramas
+llamándoles con urgencia á París, y el mismo dueño,
+pasados unos meses, dejó su casa al cuidado de un conserje
+para que la enseñase como un museo.</p>
+
+<p>Miguel amaba la arquitectura presente, cuyas catedrales
+son las «galerías de máquinas» y las grandes
+estaciones de ferrocarril. Aplicada á la vivienda, le
+placía por su falta de estilo: paredes blancas, pocas
+molduras, rincones semicirculares, carencia absoluta
+de ángulos, para perseguir el polvo hasta en sus últimas
+madrigueras, amplias aberturas que daban entrada
+á la brisa ó al sol, dobles muros por cuyos huecos podía
+circular el aire caliente ó frío y el agua á diversas temperaturas.</p>
+
+<p>&mdash;Hasta ahora, el hombre&mdash;afirmaba el príncipe&mdash;vivió
+en magníficos estuches de arte y de porquería. Los
+arquitectos modernos han hecho más en treinta años por
+la dulzura de vivir que hicieron en tres mil los constructores-artistas
+tan admirados por la Historia. Han
+declarado indispensable el cuarto de baño, que no conocían
+los reyes de hace un siglo, y las aguas corrientes;
+han inventado la calefacción central y el <i>water-closet</i>.
+Que no me hablen de los magníficos palacios de Versalles,<a name="page_080" id="page_080"></a>
+donde no había un solo gabinete de necesidad,
+y todas las mañanas los lacayos vaciaban doscientos
+sillicos del rey y de los cortesanos. Algunas veces, para
+terminar más pronto, arrojaban su contenido por las
+majestuosas ventanas, y venía á caer sobre la litera y
+el séquito de una delfina ó de un embajador.</p>
+
+<p>Toledo se dedicó á vigilar la construcción de Villa-Sirena,
+blanca, lisa y sin estilo definido, con arreglo á
+los deseos del príncipe. Este se encargaría de «hacer
+arte» cuando llegase su hora, colocando el cuadro célebre,
+la estatua, el tapiz ó la alfombra allí donde
+diesen más placer á sus ojos. La casa sólo debía ser una
+envoltura de líneas puras y simples, en cuyos flancos
+estuviesen almacenados el calor ó la frescura, según la
+estación, el agua pronta á correr por todas partes, la
+electricidad escapando en chorros luminosos ó agitando
+la atmósfera con el aleteo de la brisa.</p>
+
+<p>Le fué más fácil transformar con rapidez su vivienda
+errante sobre los mares. Vendió el <i>Gaviota</i>, que le recordaba
+su dependencia como hijo de familia, y fué á
+los Estados Unidos atraído por un anuncio. Cierto multimillonario
+había empezado tres años antes la construcción
+de un yate, con el deseo de que fuese superior
+en lujo y tonelaje á los de todos los soberanos de Europa.
+Cuando veía próximo á realizarse este triunfo de
+los reyes republicanos de la industria sobre los reyes
+históricos del viejo mundo, el americano murió en un
+accidente de automóvil y sus herederos no sabían qué
+hacer del tal Leviatán, que sólo podía servir á un viajero
+inmensamente rico y además, en su opinión, algo
+loco. Pensaban ofrecerlo al kaiser Guillermo II, resignados
+á sufrir sus exigencias de aprovechado comerciante,
+cuando se presentó el príncipe Lubimoff. Una
+semana después, la blanca popa del buque y las dos
+caras de su proa ostentaban un nombre en letras de
+oro, repetido además en los rollos salvavidas y en las
+diversas embarcaciones secundarias, balleneras, botes á
+vapor, botes automóviles: <i>Gaviota II</i>.</p>
+
+<p>Tenía el tonelaje de un pequeño trasatlántico y la
+velocidad de un torpedero. Por su doble chimenea se
+escapaba diariamente la fortuna de un hombre. Su presencia<a name="page_081" id="page_081"></a>
+en ciertos archipiélagos lejanos dejaba limpios
+los depósitos de carbón. Un vapor de carga alquilado
+por el príncipe salía al encuentro del <i>Gaviota II</i> en
+los mares más remotos para llenar sus bodegas de combustible.</p>
+
+<p>Puertos tranquilos se iluminaron por la noche como
+si hubiese salido el sol. El príncipe Lubimoff daba una
+fiesta á bordo, y su buque se dibujaba, desde la línea
+de flotación hasta los topes, ribeteado de bombillas eléctricas
+de diversos tonos, mientras los potentes reflectores
+lanzaban chorros movibles de luz, sacando de las
+entrañas de la noche las olas, las playas, el caserío de
+la ciudad. Otras veces, el fuego blanco de sus ojos monstruosos
+resbalaba sobre muros de hielo que se perdían
+en las altas tinieblas, y los pingüinos, las focas y los
+osos polares interrumpían su sueño, asustados por este
+monstruo luminoso y jadeante que partía como un relámpago
+el misterio de la noche.</p>
+
+<p>Ser dueño del movible palacio que al anclar frente
+á las ciudades hacía correr á las muchedumbres como
+un espectáculo raro no era suficiente para Miguel Fedor.
+Y creó algo más interesante aún que los salones
+lujosos y las refinadas comodidades del <i>Gaviota II</i>: su
+orquesta.</p>
+
+<p>La sensualidad de la música era para él la más preciosa
+de las emociones. Con el oído harto de música suculenta,
+buscaba autores ignorados y muchas veces extravagantes
+que excitaban su curiosidad; pero siempre
+volvía á exigir como platos fuertes de estos banquetes
+auditivos los maestros de sus primeras adoraciones, y
+entre todos ellos, Beethoven.</p>
+
+<p>Tratados como si fuesen oficiales, retribuídos á su
+placer y con el aliciente de visitar una gran parte de
+la tierra, se presentaban músicos de todos los países
+solicitando su ingreso en la orquesta del yate. Concertistas
+de fama y jóvenes compositores entraron en
+ella como simples ejecutantes. Unos estaban enfermos,
+y buscaban su salud en un viaje alrededor del mundo
+con verdadero lujo y sin dispendios; otros se embarcaban
+por amor á las aventuras, por ver gentes nuevas
+desde este alcázar flotante, donde todo parecía organizado<a name="page_082" id="page_082"></a>
+para una eterna fiesta. Nunca eran menos de cincuenta.</p>
+
+<p>«Mi orquesta es la primera del mundo», contestaba
+con orgullo el príncipe cuando le cumplimentaban sus
+invitados; pero sólo de tarde en tarde, estando en los
+puertos, permitía que la gente de tierra viese á sus
+músicos.</p>
+
+<p>En las noches tibias del trópico, bajo una luna enorme
+de color de miel que convertía el mar en planicie de
+azogue, los ejecutantes, vestidos de frac y sentados en
+la cubierta superior ante las filas de atriles iluminados
+por lamparillas eléctricas, iban desarrollando en una
+atmósfera dormida&mdash;que guardaba tal vez los primeros
+vagidos del nacimiento del planeta&mdash;las melodías más
+originales, las combinaciones de sonidos más refinadas
+que engendró el sublime delirio del artista hecho dios.
+La música iba quedando detrás del buque, en el misterio
+oceánico, como una cinta que se estira, se rompe y
+se pierde en fragmentos lo mismo que el humo de las
+chimeneas. Durante las pausas de la orquesta surgía el
+sordo y lejano rodar de las hélices levantando un zumbido
+de espumas; luego, de tarde en tarde, el lento badajeo
+de la campana anunciando el paso del tiempo, ó el
+grito del vigía acurrucado en el «nido» del palo mayor,
+revelando su vigilancia con una melopea igual á la del
+muecín en lo alto de su minarete. Y esta música monótona
+del mar comunicaba una sensación de noche y de
+inmensidad á la música de los hombres.</p>
+
+<p>Al pie de las escaleras ó en los salientes de las cubiertas
+inferiores se agrupaban los oficiales y los empleados
+del príncipe para oir el nocturno concierto. En
+la proa, la marinería, puesta en cuclillas, escuchaba con
+el religioso silencio de los hombres simples ante algo
+que no comprenden, pero que les infunde respeto. Arriba
+no había más oyente que Miguel Fedor, lejos de los
+músicos, de espaldas á ellos, mirando á sus pies las aguas
+espumosas y partidas que escapaban como un doble río
+á lo largo del buque, llevándose á la boca el cigarro,
+que hacía surgir por un momento de la sombra, coloreado
+de rojo, su rostro pensativo.</p>
+
+<p>El yate guardaba otra corporación más silenciosa.<a name="page_083" id="page_083"></a>
+Los que conseguían subir á él en los puertos siempre alcanzaban
+á distinguir de lejos alguna dama con zapatos
+blancos, falda azul, chaqueta cruzada con botones de
+oro, corbata y cuello masculinos, gorra de oficial. Nadie
+sabía con certeza cuántas eran. Los hombres de la
+tripulación tenían vedado el acceso á los departamentos
+centrales del buque y su cubierta superior. Algunos,
+al contravenir por descuido la orden, se habían encontrado
+con las compañeras del príncipe más ligeras de
+ropa que cuando llevaban su elegante uniforme marino,
+ó con trajes ricos y exóticos, como figurantas de baile.
+En los grandes puertos saltaban á tierra por unas horas
+estas tripulantes misteriosas, vestidas con discreta elegancia
+y expresándose en diversos idiomas.</p>
+
+<p>Cuando el <i>Gaviota II</i> tornaba á anclar en una bahía
+visitada el año anterior, los curiosos encontraban completamente
+renovado este harén errante. Algunas veces
+llegaban á reconocer á una ó dos de las damas, pero tenían
+la expresión melancólica y paciente de la odalisca
+venida á menos, que se considera contenta en el lujo y
+el olvido.</p>
+
+<p>Miguel Fedor cortaba algunos años sus viajes, durante
+el verano, para instalarse en las playas de moda.
+Las mujeres de las largas travesías quedaban á bordo
+con todas los comodidades y despilfarros á que estaban
+acostumbradas. Otras veces las despedía como se licencia
+á una tripulación al desarmar un buque, finalizada
+su campaña.</p>
+
+<p>Le interesaban de pronto las mujeres de vida sedentaria,
+la sociedad de tierra firme, los intrigas veraniegas
+en los balnearios célebres, y permanecía en un hotel
+costero, mientras su yate se balanceaba gallardamente
+sobre las aguas azules como un palacio de misterios y
+suntuosidades, hacia el que convergían todas las imaginaciones
+femeninas.</p>
+
+<p>Viviendo en Biarritz intimó con Atilio Castro al descubrir
+que eran parientes por el general Saldaña. El
+español admiró la fascinación que ejercía el príncipe
+sobre todas las mujeres, muchas veces sin desearlo.</p>
+
+<p>Jamás en ninguna época había sentido la hembra
+más afición al lujo ni menos escrúpulos para conseguirlo.<a name="page_084" id="page_084"></a>
+Esta era la opinión de Castro. Las grandes ostentaciones,
+que en otros siglos sólo estaban al alcance de
+contadas familias, pertenecían ahora á todo el mundo.
+Sólo se necesitaba dinero para poseerlas. Además, había
+que tener en cuenta los adelantos materiales del tiempo
+presente, que hacen la vida más cómoda, pero aumentan
+nuestros deseos...</p>
+
+<p>&mdash;El automóvil y el collar de perlas llevan hechas más
+víctimas que las guerras de Napoleón&mdash;decía Atilio.</p>
+
+<p>Eran estas dos cosas como el uniforme de gala de la
+mujer, y las que carecían de ellas se juzgaban infelices
+y maltratadas por la suerte. Su doble imagen turbaba
+las ilusiones de las vírgenes y la fidelidad de las esposas.
+Las madres burguesas, con el gesto melancólico de
+la que ha malgastado torpemente su existencia, aconsejaban
+á las hijas: «Para casaros que sea con automóvil
+y collar de perlas.» Y más allá del matrimonio modesto
+se prolongaba este deseo, robustecido por el consejo maternal.
+El lujo, sea como sea; el lujo democratizado, al
+alcance de todos, conseguido por el dinero, que no tiene
+sabor, ni olor, ni marca de origen.</p>
+
+<p>&mdash;Tú eres el omnipotente que puede dar el «auto» de
+buena marca y la sarta de perlas&mdash;continuaba Castro&mdash;.
+Tú eres el sultán de las magnificencias. Te basta poner
+tu firma en un cheque para que una lluvia de oro doble
+una cabeza. ¡Aprovéchate! Tu época te ha preparado el
+camino.</p>
+
+<p>Y el príncipe, que no necesitaba tales consejos, seguía
+su marcha de vencedor por un mundo en el que se
+desvanecían á su paso las virtudes más acreditadas.
+Hasta las resistencias sinceras acabaron por parecerle
+útiles malicias para retrasar la caída, aumentando el
+deseo y su precio. Los millones llegados de Rusia se
+esparcían y desmenuzaban sosteniendo el bienestar y
+la ostentación de muchas casas, fomentando la elegancia
+de numerosas señoras, sirviendo de alimento á las
+industrias del lujo. Algunas damas se sentían interesadas
+verdaderamente por la persona de Miguel Fedor á
+causa del prestigio misterioso de sus viajes en un buque
+del que se hablaba como de un palacio encantado, á
+causa también de sus aventuras con mujeres célebres<a name="page_085" id="page_085"></a>
+del teatro ó del gran mundo, que le hacían mas deseable.
+Pero una vez satisfechas su vanidad y su imaginación,
+dejaban hablar al egoísmo. «¿Por qué he de ser yo menos
+egoísta que las otras?...»</p>
+
+<p>No necesitaban de astucias y circunloquios para formular
+su petición. Algunas, á la segunda entrevista, se
+mostraban melancólicas y aludían á las tristes realidades
+de la existencia. Pero el generoso príncipe se anticipaba
+á sus deseos. Quería pagar á sus amantes, abrumarlas
+con sus regalos, verlas como esclavas favoritas cubiertas
+de joyas. Así era más fácil el rompimiento; podía
+alejarse cuando quisiera, satisfecho de su conducta, sin
+emoción ante las quejas y las lágrimas. De sus ascendientes
+rusos, medio orientales, había heredado una
+gran capacidad sensual que le hacía buscar á la mujer,
+y al mismo tiempo un desprecio inalterable por ella. La
+mimaba, pero no podía amarla; la adoraba, y se revolvía
+indignado siempre que pretendía colocarse á su mismo
+nivel. Era capaz de perder su fortuna por ella, de
+afrontar peligros de muerte, pero apartándola á continuación
+con el pie si intentaba influir en su existencia.
+Las ambiciosas que fingían una gran pasión con la inaudita
+esperanza de un matrimonio, las sentimentales que
+pretendían interesarle con refinamientos psicológicos,
+las que traían al adulterio sus entusiasmos de madre y
+susurraban en su oído la felicidad de tener un hijo que
+se le pareciese, le esperaban en vano al día siguiente.
+«¡Ni grandes pasiones, ni hijos!...» El yate echaba de
+pronto dos chorros de humo, llevando á su dueño á otro
+puerto, tal vez á otro continente: y si quería huir de una
+ciudad del interior, ordenaba el enganche de su vagón
+especial en el primer tren que partiese.</p>
+
+<p>Estas fugas no eran nunca sin un generoso recuerdo.
+La magnificencia de Miguel Fedor continuaba existiendo
+para las abandonadas. Su presupuesto se iba
+cargando todos los años con nuevos nombres, como el
+de una casa real que distribuye pensiones á los servidores
+olvidados. Pero las pensiones del príncipe Lubimoff
+eran para el mantenimiento del lujo y no de la vida.
+Las más modestas pasaban de treinta mil francos anuales.
+El tipo medio era de doble cantidad.<a name="page_086" id="page_086"></a></p>
+
+<p>&mdash;Alteza, habrá que hacer una revisión&mdash;decía el administrador.</p>
+
+<p>Miguel examinaba la lista de nombres, vacilando
+ante algunos. No podía recordar bien las personas que
+los llevaban. Luego sonreía, paladeando ciertas visiones
+despertadas en su memoria. Era inmensamente rico: ¿por
+qué no mantener un lujo que era la suprema ilusión de
+todas ellas?... No le ofendía que de este lujo disfrutasen
+sus sucesores.</p>
+
+<p>Experimentaba un orgullo de dios al hacer sentir á
+todas horas su generosidad sin dejarse ver. En París,
+una joyería dirigida por un judío de origen español
+trabajaba solamente para los regalos del príncipe. Sus
+alhajas, de un valor sólido é intrínseco, sin añagazas de
+artífice, tenían cierto aire de familia, algo así como un
+perfume imaginario que hacía reconocerse á las mujeres
+que las ostentaban. A lo mejor, en un <i>hall</i> de hotel, á la
+hora del té, en un balneario elegante ó en un baile, dos
+señoras que acababan de reconocerse se examinaban en
+silencio las orejas ó el pecho, hasta que la más atrevida,
+enrojeciendo invisiblemente bajo sus coloretes, preguntaba con
+sencillez: «¿Ha conocido usted al príncipe Lubimoff?...»</p>
+
+<p>Atilio Castro admiraba á su pariente, más que por
+su riqueza y sus éxitos, por su inalterable salud.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué cosaco!... Es un legítimo heredero del protegido
+de Catalina.</p>
+
+<p>Sin embargo, muchas veces escapaba el yate mar
+afuera, emprendiendo largos viajes, sin que su dueño se
+viese forzado á huir de una pasión complicada y peligrosa.
+Se alejaba de sí mismo, de sus excesos de tierra,
+de su imaginación perversa y curiosa, que le hacía
+buscar y tentar á nuevas mujeres, perturbando su tranquilidad,
+sin que experimentase un verdadero deseo.
+Emprendía los más extraordinarios viajes, buscando la
+paz del mar y su atmósfera reconfortante, la orquesta
+iba con él; pero el harén quedaba en tierra. Había dado
+la vuelta al planeta siguiendo la ruta más corta; luego
+repitió esta circunnavegación por dos veces, pero en
+zigzag, queriendo conocer todas las costas de la tierra.
+Ahora emprendía viajes caprichosos; navegaba de un<a name="page_087" id="page_087"></a>
+hemisferio á otro por el placer de visitar una pequeña isla
+que había visto descrita en los libros, una de esas islas
+perdidas en el Pacífico, y tan exiguas, que aparecen en
+las cartas como un simple punto á continuación de su
+largo nombre trazado sobre la superficie pintada de azul.</p>
+
+<p>A la vuelta de una de estas excursiones, que le hacían
+correr el mundo como si fuese su propiedad, recibió por
+el telégrafo sin hilo la noticia de que Alemania acababa
+de declarar la guerra á Rusia y á Francia.</p>
+
+<p>No experimentó gran extrañeza. Conocía personalmente
+á Guillermo II. El era la causa de que el príncipe
+Lubimoff evitase navegar en verano por las costas de
+Noruega.</p>
+
+<p>Al año siguiente de la adquisición del <i>Gaviota II</i> se
+había tropezado en dichos parajes con el yate imperial.
+El kaiser, como un vecino entremetido y omnisciente,
+vino á verle para curiosear en su buque, examinándolo
+todo, dando consejos, pasando revista á los hombres y á
+las cosas, disertando sobre las máquinas é interrumpiéndose
+para aconsejar variaciones en el uniforme de la
+tripulación. Después de un almuerzo en su propio yate
+y un <i>lunch</i> en el del emperador, el príncipe Miguel quedó
+harto de esta inesperada amistad. El Lohengrin con
+casco de aletas, capa blanca y las dos manos en la empuñadura
+del sable resultaba menos insufrible que este
+señor de enhiestos bigotes y dientes de lobo vestido de
+marino, que reía con una risa falsa y brutal y desempeñaba
+el papel de hombre sencillo, de monarca sin ceremonias,
+cuando encontraba en el mar á un multimillonario
+de América ó de Europa. El dinero inspiraba una
+gran veneración al héroe de leyenda, al místico nutrido
+con sublimidades. Nunca había participado Miguel del
+entusiasmo que el emperador alemán inspiraba á los
+<i>snobs</i>. Sonreía ante sus gustos escénicos, sus bravatas
+guerreras y sus ambiciones cerebrales que intentaban
+abarcarlo todo.</p>
+
+<p>&mdash;Es un comediante&mdash;dijo al recibir la noticia de la
+guerra&mdash;, un comediante que al sentirse viejo va á hacer
+llorar al mundo... ¡Y que la suerte de los hombres dependa
+de él!...</p>
+
+<p>Miguel Fedor se consideraba aparte de los hombres.<a name="page_088" id="page_088"></a>
+Lamentó la guerra como algo terrible para los demás,
+pero que no podía influir en su propia suerte. Ya que
+Europa había caído en una demencia sanguinaria, él
+seguiría navegando por los mares lejanos. Gracias á su
+riqueza, podía mantenerse al margen de la lucha.</p>
+
+<p>Pero los tiempos cambiaban rápidamente; la vida era
+otra: todos los valores habían perdido su antiguo aprecio.
+El <i>Gaviota II</i>, á pesar de su bandera rusa, se vió
+detenido por los torpederos ingleses, que lo sometieron
+á una minuciosa inspección, no comprendiendo que se
+navegase por gusto cuando todos los mares estaban convertidos
+en un campo de batalla. A la altura de las
+Azores tuvo que forzar sus máquinas para librarse de
+un corsario alemán.</p>
+
+<p>Además, escaseaba el carbón. Los depósitos esparcidos
+en las costas lo guardaban para los buques de guerra.
+Noticias importantes llegaban con frecuencia al yate
+por el telégrafo sin hilo desde el lejano París, donde
+estaba el primer apoderado del príncipe. Se había roto
+la comunicación entre él y las administraciones de la
+fortuna Lubimoff establecidas en Rusia. No llegaba dinero
+de allá, y los Bancos de París, con las cajas cerradas
+por el <i>moratorium</i>, facilitaban secretamente dinero
+á un millonario como el príncipe, pero no tanto como
+exigían sus necesidades.</p>
+
+<p>El yate fué á amarrarse en el puerto de Mónaco, y
+Miguel Fedor, al llegar á París, casi rió como en presencia
+de un cambio grotesco de las leyes naturales. ¡El
+heredero de los Lubimoff necesitando dinero y teniendo
+que esforzarse por adquirirlo, lo que no había hecho en
+toda su existencia; solicitando adelantos horriblemente
+usurarios con la garantía de sus lejanas y famosas riquezas,
+que por primera vez eran menospreciadas!...</p>
+
+<p>Cuando se restablecieron las comunicaciones de un
+modo intermitente entre la Europa occidental y la Rusia
+casi aislada, el administrador mostró un gesto desesperado,
+la recaudación había descendido un ochenta por
+ciento.</p>
+
+<p>&mdash;Según eso, ¿voy á ser pobre?&mdash;preguntaba Lubimoff,
+riendo: tan inverosímil y disparatada le parecía
+la noticia.<a name="page_089" id="page_089"></a></p>
+
+<p>Resultaba muy difícil enviar dinero á París, y el
+valor de los rublos descendía vertiginosamente. Los millones
+pasaban á ser en Francia simples centenas de mil.
+La movilización militar había dejado las minas sin brazos;
+los productos no obtenían salida; los <i>mujiks</i>, viendo
+sus hijos en el ejército, se negaban á pagar y hasta á
+trabajar. El gobierno ruso, para que el dinero quedase
+en el país, limitaba los envíos monetarios á los compatriotas
+residentes en el extranjero.</p>
+
+<p>&mdash;¡El zar sometiéndome á una pensión!&mdash;decía asombrado
+el príncipe&mdash;. ¡Mil ó dos mil francos al mes!...
+¡Qué absurdo!</p>
+
+<p>Ya no reía. Su cólera contra la corte rusa, que se
+había ido aglomerando de un modo inconsciente desde
+su lejana expulsión de Petersburgo, estalló ahora á impulsos
+del egoísmo. El zar y sus consejeros, deseosos de
+rusificar toda la Europa oriental, eran los culpables de
+la guerra. Bien podían haberse mantenido en paz con
+Alemania. ¿Por qué turbar la tranquilidad del mundo
+á causa de un pequeño pueblo balkánico?...</p>
+
+<p>Se burló fríamente de algunos amigos que, siguiendo
+rutas extraviadas á través de Europa y de los mares
+glaciales, volvían á Rusia para recuperar sus antiguos
+puestos en el ejército. El no quería morir por el zar. Le
+importaba poco que su país fuese gobernado por alemanes.
+Hasta en ciertos momentos lo juzgaba preferible,
+siempre que la paz se restableciese rápidamente, permitiéndole
+disfrutar otra vez de sus riquezas y reanudar
+la vida de meses antes, que ahora le parecía á medio
+siglo de distancia.</p>
+
+<p>Los dos años siguientes transcurrieron para Lubimoff
+como en una pesadilla. ¿Qué mundo era éste?... Sus antiguas
+amistades desaparecían. Algunas de las mujeres
+frívolas que habían amenizado su existencia contemplaban
+los acontecimientos con una tranquilidad inconsciente;
+pero otras se mostraban abnegadas y heroicas,
+olvidando sus actos anteriores, sintiendo formarse dentro
+de ellas un alma nueva.</p>
+
+<p>El príncipe se vió arrastrado por los sucesos de un
+modo brusco. Una fuerza misteriosa é irresistible le empujaba,
+le hacía perder el equilibrio en lo más alto de<a name="page_090" id="page_090"></a>
+aquella vida tan dulce, tan amplia, coronada de un halo
+de gloria. Después rodó solo, por su propia inercia, y
+cada escalón le reservaba un golpe más fuerte, una sorpresa
+más dolorosa. ¿Hasta dónde llegaría en su derrumbamiento?...
+¿Qué podría encontrar al final de esta caída
+ilógica?...</p>
+
+<p>Las entrevistas con su administrador de París le parecieron
+algo que transcurría en otro planeta, sometido
+á leyes absurdas. Estas conferencias las terminaba siempre
+dando la misma orden:</p>
+
+<p>&mdash;Busque usted dinero. Pida prestado... Yo soy el
+príncipe Lubimoff, y esto no puede durar. Venzan unos
+ó venzan otros (me da lo mismo), el orden se restablecerá,
+y yo pagaré inmediatamente á mis acreedores.</p>
+
+<p>Pero el administrador le contestaba con un gesto de
+desaliento. ¿Encontrar dinero sobre bienes que estaban
+en Rusia?... Valiéndose del antiguo prestigio del príncipe,
+había podido realizar varios empréstitos; mas transcurría
+el tiempo y los intereses enormes iban acumulándose.
+Lubimoff, á pesar de haber simplificado sus gastos
+y suprimido sus pensiones, necesitaba mucho dinero
+para vivir.</p>
+
+<p>La caída del zarismo fué una esperanza para este
+magnate que odiaba al gobierno imperial. «Con la República
+se acelerará el fin de la guerra y volveremos al
+buen orden.» Su egoísmo le hacia concebir una República
+preocupada, ante todo, de devolver sus riquezas á
+los seres dichosos por su nacimiento. Los delgados hilillos
+de su fortuna que aún llegaban con intermitencias
+hasta París se cortaron de pronto: la fuente de su riqueza
+estaba seca. El desmoronamiento de todo un mundo había
+cegado su boca, tal vez para siempre.</p>
+
+<p>&mdash;Hay que vender, Alteza&mdash;decía el administrador&mdash;;
+hay que desprenderse de todo lo superfluo. Liquidemos
+á tiempo. ¡Quién sabe hasta cuándo durará lo presente!</p>
+
+<p>El yate estaba inmóvil en el puerto de Mónaco. Casi
+toda su tripulación, compuesta de italianos, franceses é
+ingleses, lo había abandonado para ir á servir en las
+flotas de sus naciones. Sólo unos cuantos españoles continuaban
+á bordo, para mantener la limpieza del buque.<a name="page_091" id="page_091"></a></p>
+
+<p>El <i>Gaviota II</i> fué rebautizado por el Almirantazgo
+inglés antes de cederlo á la Cruz Roja. Miguel Fedor, al
+firmar la escritura de venta, creyó que abdicaba de todo
+su pasado. El prestigio novelesco de su existencia iba á
+desvanecerse; el palacio de las <i>Mil y una noches</i> se convertía
+en un hospital... ¡Qué mundo!</p>
+
+<p>Los millones ingleses le proporcionaron un año de
+tranquilidad. Su administrador pagó deudas enormes,
+y él pudo mantenerse en París sin hacer economías; en
+un París que terminaba su tercer año de guerra con
+inexplicable confianza, reanudando sus placeres, como
+si todo peligro hubiese pasado. Sus amores con dos
+grandes señoras cuyos maridos habían sido llamados á
+las armas&mdash;aunque no estaban en el frente&mdash;le hicieron
+pasar unos meses en Biarritz, en la Costa Azul y en
+Aix-les-Bains.</p>
+
+<p>Turbó su apoderado estas delicias. Siempre repetía
+el mismo consejo: «Hay que vender.» La fortuna del
+príncipe era ya un barco viejo y sin rumbo. El administrador
+había cegado las antiguas brechas con el producto
+de la última venta, pero advertía á cada momento
+nuevas vías de agua.</p>
+
+<p>Miguel Fedor acabó por acostumbrarse á la desgracia,
+acogiéndola con serenidad.</p>
+
+<p>La venta del palacio construído por su madre le produjo
+menos emoción que la del yate.</p>
+
+<p>Un cambio se inició al mismo tiempo en sus deseos.
+Se sintió fatigado de las empresas sensuales, que parecían
+ser la única finalidad de su existencia. Aquel vigor
+siempre fresco y renovado que asombraba á Castro se
+derrumbó de pronto. Pero esto obedecía á una preocupación,
+más que al desgaste físico.</p>
+
+<p>Se consideraba pobre, y él estaba acostumbrado á
+pagar regiamente sus amores. No pudiendo recompensar
+á la mujer con el lujo, huiría de ella, para no ser su
+deudor y someterse á sus caprichos. Prefería domar al
+deseo á dejar de satisfacerlo con la grandeza de un señor
+oriental. Además, ¡estaba tan cansado del amor y
+de todo lo agradable que puede encontrar un hombre
+sobre la tierra!...</p>
+
+<p>Pensó en su amigo Atilio, en el coronel, en Villa-<a name="page_092" id="page_092"></a>Sirena,
+blanca é irisada por el sol del Mediterráneo,
+entre olivos y cipreses.</p>
+
+<p>&mdash;El diluvio cae sobre el mundo. Tal vez las antiguas
+tierras vuelvan á emerger; tal vez queden sumergidas
+para siempre... Vamos á esperar, refugiados en nuestra
+Arca.<a name="page_093" id="page_093"></a></p>
+
+<h3><a name="IV" id="IV"></a>IV</h3>
+
+<p>Después de pasear una mirada de satisfacción por la
+enorme masa de Villa-Sirena, sus dependencias y las
+arboledas inmediatas, el coronel dijo á Novoa:</p>
+
+<p>&mdash;Aquí costó menos lo que se ve que lo que no se ve.
+Hay mucho dinero enterrado.</p>
+
+<p>Y volviendo la espalda al edificio, don Marcos señaló
+los jardines que se extendían en diversos planos, unos
+casi al nivel de los techos de la «villa», otros escalonándose
+en descenso hasta cerca de las olas.</p>
+
+<p>Recordaba el promontorio tal como era cuando la
+difunta princesa tuvo la humorada de adquirirlo: un
+antiguo refugio de piratas; una lengua de rocas batidas
+y desordenadas en los días de viento mistral, con
+profundas cuevas abiertas por el oleaje roedor, que hacían
+desmoronarse las tierras superiores y amenazaban
+fraccionar su longitud en una cadena de isletas y escollos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Las murallas que hemos levantado!&mdash;continuó&mdash;.
+¡La piedra que hemos metido aquí!... Basta para cercar
+á toda una ciudad.</p>
+
+<p>Había muros de más de veinte metros que descendían
+en suave pendiente desde los jardines al mar. En
+unos lugares, estos muros tenían como cimiento visible
+las rocas que emergían como verdosas cabezas, lavadas
+incesantemente por las espumas; en otros, bajaban hasta
+perderse en la profundidad acuática, lo mismo que los
+diques de los puertos, cubriendo las antiguas oquedades
+del promontorio, las cuevas, las caletas en formación,<a name="page_094" id="page_094"></a>
+todos los ángulos entrantes que habían sido rellenados
+con tierra vegetal.</p>
+
+<p>Estos trabajos enormes de albañilería eran el orgullo
+de Toledo por su costo y su grandeza. Llamaba la atención
+de su compatriota sobre las proporciones de las
+murallas, dignas de un monarca de la antigüedad.</p>
+
+<p>&mdash;Y no sólo son fuertes&mdash;continuó&mdash;. Fíjese, profesor:
+todas son «artísticas».</p>
+
+<p>Los bloques de piedra habían sido cortados en grandes
+exágonos regulares, y formaban, incrustados unos
+en otros, un mosaico uniforme, marcándose cada pieza
+por su reborde de cemento. A trechos se abrían en los
+muros largas aspilleras para que la tierra expeliese su
+humedad; pero cada una de estas ventanas cegadas tenía
+una planta silvestre, una planta de vida dura y acre
+perfume, que se esparcía con la indestructible voluntad
+de vivir del parasitismo, derramándose muro abajo, cubierta
+de flores la mayor parte del año. Las espesas arboledas
+de la cima, los interminables balaustres blancos
+con arcos de clemátides color de vino, parecían chorrear
+una vida inferior florida y verde por estos desgarrones
+de las murallas, enviándola al mar.</p>
+
+<p>&mdash;Cuando vea esto desde abajo, en una barca, lo apreciará
+usted mejor. El señor de Castro dice que se acuerda
+de la reina Semíramis y de los jardines colgantes de Babilonia...
+Son comparaciones que sólo se le ocurren á él.
+Lo único que yo puedo decir es lo que ha costado todo
+esto. ¡La piedra que ha habido que traer! Toda una cantera.
+¡Y las barcazas de tierra vegetal para rellenar los
+huecos, nivelar el suelo y hacer un jardín decente!...</p>
+
+<p>Le entusiasmaban los parterres modernos en torno
+del edificio y entre éste y la verja lindante con el camino
+de Mentón, por su armonía elegante, por las reglas
+majestuosas á que estaban sometidos árboles y plantas.
+El entendía así los jardines, como todas las cosas de la
+existencia: mucho orden, respeto á las jerarquías, cada
+uno en su sitio, sin ambiciones que producen confusión.
+Pero temía exponer sus gustos de «hombre rancio», acordándose
+de las burlas del príncipe y de Castro. Estos
+preferían el parque, lo que el coronel llamaba en sus
+adentros el «jardín salvaje».<a name="page_095" id="page_095"></a></p>
+
+<p>Habían aprovechado los vetustos olivos existentes
+en el promontorio como base de este parque. Eran árboles
+que no podían ser llamados viejos, por resaltar
+mezquina é insuficiente esta denominación; eran simplemente
+antiguos, sin edad visible, con un aire de inmutable
+eternidad que los hacía contemporáneos de las
+rocas y de las olas. Más que árboles parecían ruinas,
+muros de leña negra deformados y derrumbados por una
+tormenta, montones de madera encorvada y ahuecada
+por el chamuscamiento de un incendio extinguido. También
+en ellos era más importante lo invisible que lo expuesto
+á la luz. Sus raíces, gruesas como troncos, desaparecían
+serpenteando en la tierra roja para volver
+á surgir treinta ó cuarenta metros más allá. Habían
+muerto por un lado y resucitaban vigorosamente por el
+otro. Lo que quinientos años antes era tronco aparecía
+ahora como un muñón negro en forma de mesa, cortado
+por el hacha ó el rayo; y la raíz, á flor de tierra, florecía
+á su vez, convirtiéndose en árbol, para continuar
+una existencia sin límites visibles, en la que los siglos
+se contaban como años. Otros olivos tenían el corazón
+roído, vaciado; sostenían simplemente la mitad de su
+coraza de corteza, como una torre partida por una explosión;
+pero en lo alto ostentaban su inverosímil cabellera
+vegetal, unos puñados de hojas plateadas á lo largo
+de las ramas sinuosas y negras. A sus pies, la madera
+de las raíces, que parecía guardar en sus nudos las primeras
+savias del planeta, abarcaba un radio mucho
+más grande que el ocupado por el ramaje en el espacio.
+Algunos olivos que sólo contaban trescientos ó cuatrocientos
+años se erguían con una arrogancia de juventud,
+frondosos y exuberantes, tendiendo sobre el suelo
+su sombra ligera, inquieta, casi diáfana, una sombra
+de cristal empolvado que cambiaba de sitio según el
+capricho del viento.</p>
+
+<p>&mdash;Su Alteza dice que hay olivos aquí que fueron conocidos
+por los romanos. ¿Lo cree usted, profesor? ¿Algún
+árbol de éstos será del tiempo de Jesucristo?...</p>
+
+<p>Ante la indecisión de Novoa, continuó sus explicaciones.
+Caminaban, entre muros de vegetación recortada,
+hacia el final del parque.<a name="page_096" id="page_096"></a></p>
+
+<p>&mdash;Mire usted: el jardín griego.</p>
+
+<p>Era una avenida de laureles y cipreses, con bancos
+curvos de mármol, y teniendo por fondo una columnata
+en semicírculo.</p>
+
+<p>&mdash;A mí me hubiese gustado plantar palmeras, muchas
+palmeras, de Africa, del Japón y del Brasil, como las
+que hay en los jardines del Casino. Pero el príncipe y
+don Atilio las aborrecen. Dicen que son un anacronismo,
+que jamás han existido en esta tierra, y las han
+importado los ricos de gustos ordinarios que edifican
+desde hace cincuenta años en la Costa Azul. Ellos sólo
+admiten el antiguo jardín provenzal ó italiano, olivos,
+laureles y cipreses, pero no cipreses como los de España,
+copudos, enormes y fúnebres, para adorno de calvarios
+y cementerios. Mírelos usted: son ligeros y finos como
+plumas. Para que no los tumbe el viento hay que plantar
+dos ó tres juntos, y forman un solo penacho.</p>
+
+<p>Habían llegado al fondo del parque, donde estaban
+los olivos más frondosos. Marchaban por senderos abiertos
+á través de altas masas de vegetación silvestre y olorosa
+que podía desafiar con su savia brava el ambiente
+marítimo cargado de sal. Eran plantas de hoja dura
+que exhalaban perfumes exóticos é intensos. Novoa, al
+aspirarlos, evocó lejanas visiones geográficas. Un olor
+de incienso y de arroz sazonado con <i>karri</i> flotaba sobre
+este jardín selvático. De un árbol á otro se tendían una
+especie de lianas. Estas guirnaldas naturales habían empezado
+á florecer en pleno invierno, bajo el soplo de una
+primavera precoz, destacándose con una magnificencia
+de fiesta galante sobre el verde severo y pálido de los
+olivos.</p>
+
+<p>&mdash;Don Atilio dice que todo esto le hace pensar en una
+sinfonía de Mozart.</p>
+
+<p>El Mediterráneo estaba á sus pies, profundamente
+azul, peinándose con lentos cabeceos en una fila de escollos
+puntiagudos que sacaban de sus hilos acuáticos
+borbollones de espuma. Se bifurcaba el promontorio
+aquí, formando los dos brazos de una horquilla desigual.
+El más corto era una prolongación del parque, llevando
+aguas adentro la magnífica arboleda que abullonaba
+su dorso. El otro descendía hasta el mar como un caos<a name="page_097" id="page_097"></a>
+de rocas y tierras sueltas, sin más que algunos pinos
+retorcidos que se aferraban al suelo, empeñados tenazmente
+en prolongar su agonía. La miseria y el abandono
+de esta lengua de tierra arrancaban una mueca
+dolorosa al coronel cada vez que tendía su vista por
+encima del muro divisorio. La punta ruinosa, mordida
+por el mar, con cuevas que amenazaban convertirse en
+estrechos, sin entrada fija, aislada de tierra firme por
+los jardines de Villa-Sirena y defendida por una pared
+hostil, representación inexpugnable del derecho de propiedad,
+era para don Marcos un motivo de indignación
+y de escándalo.</p>
+
+<p>Sin duda por esto le volvió la espalda, dirigiendo sus
+miradas más allá del peñón en que está asentada Mónaco.</p>
+
+<p>&mdash;Eso es hermoso, profesor: uno de los panoramas más
+dulces que existen. Por algo viene aquí la gente de
+todos los extremos de la tierra.</p>
+
+<p>Fijó su vista en unas montañas de color violeta que
+avanzaban sobre el mar en último término, como el
+final de un mundo. Eran las llamadas Montañas de los
+Moros, con la punta del Esterel, una desviación de los
+Alpes Marítimos, un sistema montañoso aparte, que se
+mete aguas adentro. Al otro lado existía un pedazo de
+la llamada Costa Azul que empieza en Tolón y Hyères;
+pero este fragmento no interesaba al coronel. Lo que él
+veía, con su imaginación mas que con los ojos, recorriéndolo
+á vuelo de pájaro, era la verdadera Costa
+Azul, la suya, la de las gentes bien nacidas y ricas, á
+las que visitaba en sus «villas» elegantes ó en los hoteles
+de gran precio.</p>
+
+<p>Los Alpes Marítimos formaban una muralla paralela
+al mar. En algunos lugares descendía rápidamente sobre
+el Mediterráneo, con el ligero declive de un baluarte,
+sin ninguna alteración que disimulase su derrumbe. En
+otros puntos su caída era más suave, creando un oleaje
+de piedra, montañas filiales que avanzaban sobre las
+olas, dibujando cabos y suaves golfos. Y en estos remansos
+marítimos, desde el Esterel á la frontera de Italia,
+las gentes ricas y friolentas llegadas todos los inviernos
+habían acabado por convertir en capitales de
+fama mundial adormiladas ciudades de provincia. Las<a name="page_098" id="page_098"></a>
+aldeas de pescadores se transformaban en pueblos elegantes;
+los grandes hoteles de París y Londres edificaban
+sucursales enormes en las desiertas bahías; las
+tiendas más lujosas del bulevar instalaban su filial en
+villorrios donde algunos años antes todo el mundo andaba
+descalzo.</p>
+
+<p>Toledo recorría con el pensamiento la ondulante
+línea de localidades célebres asomándose al mar en la
+punta de los promontorios ó encogiéndose en la herradura
+de los pequeños golfos para recibir mejor la refracción
+del sol invernal enviada por las murallas rojas de
+los Alpes: Cannes, que le inspiraba respeto por su silenciosa
+distinción&mdash;los tísicos y los valetudinarios ilustres
+sólo querían morir allí&mdash;; Antibes, con su puerto cuadrado
+y sus baluartes, que, según Atilio Castro, recordaba
+las marinas románticas pintadas por Vernet; Niza, la
+capital adonde convergía toda la gente para gastar su
+dinero, remedando la vida de París; la profunda bahía
+de Villafranca, refugio de acorazados; el Cap-Ferrat y
+su hermosa excrecencia de la punta de San Hospicio,
+antiguo refugio de piratas africanos: Beaulieu, con sus
+palacetes tunecinos habitados por multimillonarios norteamericanos
+de mesa siempre abierta, que habían invitado
+á almorzar muchas veces al coronel; Eze, el villorrio
+feudal agarrado tenazmente á una ladera de los
+Alpes y cayéndose en ruinas en torno de su cariado
+castillo, mientras abajo forman los tránsfugas un nuevo
+pueblo al borde del golfo que sus antecesores llamaban
+orgullosamente el Mar de Eze; Cap-d'Ail, que es
+como el atrio del principado inmediato; la roca de Mónaco,
+llevando sobre su lomo una ciudad amurallada;
+enfrente, el flamante Monte-Carlo; más allá, el Cap-Martin,
+de sombría vegetación, cerrado y señorial, último
+asilo de reyes destronados; y finalmente, tocando á
+Italia, el dulce Mentón, dominio de los ingleses, otro
+lugar de enfermos distinguidos, donde debe terminar
+sus días todo tísico que se respeta.</p>
+
+<p>&mdash;¡El dinero que se ha gastado aquí!&mdash;dijo don
+Marcos.</p>
+
+<p>El ferrocarril de la Cornisa había sido considerado
+cincuenta años antes como una obra extraordinaria, al<a name="page_099" id="page_099"></a>
+abrirse paso en esta región de montañas; pero la misma
+obra se repetía ahora en todas direcciones, para comodidad
+de los invernantes. Caminos de suaves curvas,
+limpios y firmes como el piso de un salón, se extendían
+por el borde del mar ó ascendían á las cumbres de los
+Alpes, pasando de cresta en cresta por viaductos de
+atrevidos arcos. Las carreteras se sumían en largos túneles.
+Donde la roca vertical no permitía abrir una cornisa,
+el constructor la inventaba con taludes de muchos
+metros cuya base se perdía en las olas.</p>
+
+<p>Una nueva ilusión había venido á agregarse á todas
+las que pueden realizar los felices de la tierra. ¡Poseer
+una casa en la Costa Azul!... Y en cincuenta años, todos
+los caprichos arquitectónicos, todas las fantasías de los
+ricos que desean asombrar con su ostentosidad, cubrían
+esta ribera del Mediterráneo de «villas» y palacetes griegos,
+árabes, persas, venecianos, toscanos y de otros estilos
+conocidos ó indescifrables. La palmera se aclimataba
+como algo indígena.</p>
+
+<p>&mdash;Se han invertido enormes fortunas; se han arruinado
+tres generaciones y enriquecido otras tantas. ¡Pensar lo
+que era esto hace un siglo!... ¡Ver lo que es ahora!...</p>
+
+<p>Habló el coronel de la tumba de una inglesa completamente
+abandonada en la punta extrema del Cap-Ferrat.
+Era una precursora de los invernantes actuales,
+una joven contemporánea de Lord Byron, seducida por
+la belleza del Mediterráneo y de unas montañas sin
+caminos, casi inexploradas. Al morir, la habían enterrado
+en el promontorio desierto, por ser protestante.
+Los pescadores y los cultivadores de esta costa solitaria
+repelían al extranjero, negándole hospitalidad hasta en
+sus cementerios.</p>
+
+<p>&mdash;Esto ocurrió aún no hace un siglo... ¡Y qué pobreza!
+Todos los productos del país eran naranjas cortezudas,
+limones y estos olivares, muy hermosos, muy decorativos,
+pero que producen una aceituna pequeñísima,
+puntiaguda, toda hueso. ¡Al lado de las nuestras de
+Andalucía, profesor!... Ahora hay en la Costa Azul millonarios
+hijos del país, que no han hecho mas que vender
+los pobres campos de sus abuelos. La tierra roja
+abundante en piedras se compra á metros hasta en los<a name="page_100" id="page_100"></a>
+rincones más desiertos: lo mismo que los solares de las
+grandes ciudades. A lo mejor, en un camino, le gusta
+á usted una casucha con unos cuantos terruños en torno
+de ella. El edificio tiene la techumbre combada y las
+paredes con grietas, por las que pasa el viento. Los dueños
+duermen con las gallinas, el cerdo y el caballo: la
+miseria y el descuido de los rústicos en casi todos los países.
+Se le ocurre á usted que con poco dinero podría
+crearse allí un retiro campestre. Estas buenas gentes no
+deben pedir mucho, por exageradas que sean sus pretensiones.
+Y cuando uno pregunta, después de largas
+consultas y dudas, acaban por decir con tranquilidad:
+«Ciento cincuenta mil francos» ó «doscientos mil». A la
+protesta y el asombro responden, señalando las montañas,
+el sol, el mar: «¿Y la vista, señor?...»</p>
+
+<p>La tierra roja de Los Alpes representaba poco por su
+fuerza productora; era la situación lo que constituía su
+valor. Y los naturales se habían enriquecido vendiendo
+á metros la luz del sol, el azul del Mediterráneo, el anaranjado
+de las montañas, las nubes de apoteosis á la
+hora del ocaso, el abrigo de la lejana roca, que desvía
+como un biombo el soplo helado del mistral.</p>
+
+<p>&mdash;¡Y la tenacidad inexplicable de algunas de estas
+gentes!...</p>
+
+<p>Don Marcos se volvió hacia aquella tierra miserable
+que parecía clavada como una maldición en los jardines
+de Villa-Sirena, señalándosela á Novoa. La princesa Lubimoff,
+con todos sus millones, no había podido comprar
+esta punta del promontorio. Era de un matrimonio viejo
+y sin hijos.</p>
+
+<p>&mdash;Aquella es su casa&mdash;añadió señalando una especie
+de cubo amarillento en mitad de la montaña, al borde
+de un camino que cortaba la ladera roja y negra.</p>
+
+<p>La princesa, después de adquirir el promontorio para
+su castillo medioeval, había considerado como asunto
+insignificante la adquisición de este pequeño extremo
+de su propiedad. «Deles usted lo que pidan», dijo á su
+hombre de negocios. Y á pesar de su indiferencia por el
+dinero, se asombró al saber que se negaban á aceptar
+doscientos cincuenta mil francos por unas rocas socavadas
+por las olas y dos docenas de pinos moribundos.<a name="page_101" id="page_101"></a></p>
+
+<p>&mdash;Yo presencié las entrevistas con los viejos. El enviado
+de la princesa ofreció quinientos mil, seiscientos
+mil, sin que el matrimonio pareciera enterarse de lo que
+representaban estas cifras... La princesa se impacientó,
+lamentando que esto no ocurriese en Rusia y en sus
+buenos tiempos. Hasta habló de encargar á Italia un
+asesino (como lo había leído en algunas novelas) para
+que la desembarazase de los dos viejos testarudos. Su
+Alteza era así... ¡Pero tan buena! Al fin, un día nos dió
+una orden á gritos: «¡Ofrézcanles un millón, y acabemos!...»
+Imagínese, profesor, ¡más de dos mil francos por
+metro! ¡como en el centro de las grandes capitales!...
+Subimos á su casucha. Ni pestañearon al oir la cifra.
+La vieja, que era la más inteligente, dejó que el apoderado
+y el notario de Su Alteza le explicasen lo que era
+un millón. Miró á su marido largamente, á pesar de
+que ella sola pensaba en la casa, y al fin aceptó, pero
+con la condición de que la princesa elevaría en la punta
+extrema de su propiedad una capilla á la Virgen. Era
+un deseo de su imaginación simple que había acariciado
+toda su vida. Sin la capilla no aceptaba el millón.
+«¡Vaya por la capilla!», dijimos. El día de la firma de la
+escritura vimos á los dos viejos, sentados juntos y con
+la vista baja, en el despacho del notario. Este nos recibió
+agitando las manos y mirando á lo alto con desesperación.
+No aceptaban: era inútil insistir. Querían conservar
+las cosas como las habían recibido de sus antecesores.
+«¡Qué vamos á hacer con un millón!&mdash;gimió la
+vieja&mdash;. ¡Terrible vida la nuestra!» Intentamos hablar
+de la capilla para convencerla, pero huyeron los dos,
+como el que se ve en perversa compañía y teme malas
+proposiciones.</p>
+
+<p>El coronel miró otra vez el muro divisorio.</p>
+
+<p>&mdash;Su Alteza, que era de humor guerrero, levantó inmediatamente
+esta pared antes de abrir los cimientos
+de la «villa». Como usted puede ver desde aquí, los viejos,
+para entrar en su propiedad, sólo podían hacerlo
+por el borde de la playa, y en días de tormenta hay que
+meterse en las olas hasta las rodillas. No importa; después
+de aquello le tomaron más gusto á su tierra, y descendían
+de su montaña todos los domingos para sentarse<a name="page_102" id="page_102"></a>
+al pie de la pared. A fuerza de medir la punta,
+acabaron por descubrir un error del arquitecto, aturdido
+por las prisas de la princesa. Se había equivocado en
+cincuenta centímetros, y la mitad del grosor del muro
+estaba en tierra de los viejos. La campesina, que experimentaba
+ante las gentes de justicia un miedo supersticioso,
+amenazó, sin embargo, con un pleito, aunque
+tuviera que vender su casucha y su campo de la montaña.
+Hubo que derribar todo el muro y volver á construirlo
+medio metro más acá. Unos sesenta mil francos
+perdidos; nada para Su Alteza, pero yo sospecho á veces
+si esto pudo acelerar su muerte.</p>
+
+<p>Don Marcos creyó necesario hacer una pausa respetuosa
+en honor de la difunta.</p>
+
+<p>&mdash;La vieja también ha muerto&mdash;continuó&mdash;, y su marido
+sólo viene aquí de tarde en tarde. Si encuentra que
+uno de sus pinos se ha venido abajo por el movimiento
+de las tierras, se sienta junto á él, lo mismo que si velase
+á un cadáver. Otras veces pasa las horas mirando el
+mar y los peñascos, como si calculase lo que tardarán
+las olas en partir á trozos su propiedad. Una tarde,
+yendo á pie de La Turbie á Roquebrune, tropecé con él
+cerca de su casucha, cuando estaba apacentando unas
+ovejas. Tiene barbas de patriarca; siempre lo he visto lo
+mismo, apoyado en su bastón, una boina mugrienta en
+la cabeza y envuelto en un capote áspero. Además, lleva
+una pipa entre los dientes; pero rara vez humea... «El
+millón está esperando&mdash;le dije por bromear&mdash;. Cuando
+usted quiera puede venir á recogerlo.» No pareció entenderme.
+Me sonreía como á alguien que se recuerda con
+vaguedad, pero tal vez creyéndome, otro. Fijaba sus ojos
+en Monte-Carlo, que estaba á nuestros pies, á vista de
+pájaro. Así debe pasar las horas y las semanas. Su cara
+es de palo, de arcilla cocida; habla poco, y nadie puede
+adivinar sus impresiones. Pero yo creo que todos los días
+experimenta la renovación de idéntico asombro, y que
+morirá sin salir de él. Ve el mar que es siempre lo mismo,
+las montañas eternamente iguales, la casa que construyeron
+sus abuelos y que ya era vieja cuando él nació,
+los olivos, los peñascos... ¡pero esa ciudad que ha surgido,
+siendo ya él hombre, de una meseta cubierta de<a name="page_103" id="page_103"></a>
+matorrales, horadada de cuevas, y que cada año se
+agranda con nuevos hoteles, con nuevas calles, con más
+cúpulas y torrecillas!...</p>
+
+<p>El coronel olvidó repentinamente al viejo campesino.
+Al lado de su compatriota Novoa se sentía locuaz,
+se imaginaba pensar con más vigor y amplitud, á consecuencia
+de este comercio con un sabio. Además, experimentaba
+cierto orgullo al poder hablar, como antiguo
+habitante del país, de muchas cosas que ignoraba el
+recién llegado.</p>
+
+<p>&mdash;Esto ha sido casi de nosotros&mdash;continuó, señalando
+el castillo de Mónaco&mdash;. Durante siglo y medio, esa fortaleza
+ha tenido una guarnición española. Nuestro gran
+Carlos V&mdash;y el viejo legitimista puso un profundo respeto
+en su voz al evocar este nombre&mdash;ha dormido allí...
+Y también allí.</p>
+
+<p>Volviéndose, señaló en la montaña, encima del Cap-Martin,
+el pueblo de Roquebrune aglomerado en torno
+de su castillo ruinoso.</p>
+
+<p>&mdash;El archivero del príncipe de Mónaco estudia las
+numerosas cartas que posee de nuestro gran emperador
+dirigidas á los Grimaldi. Cuando los historiadores
+del principado quieren hacer constar la indiscutible
+independencia de este pedazo de tierra, evocan como
+orígenes los tratados firmados en Burgos, Tordesillas y
+Madrid.</p>
+
+<p>Resucitaba con breves palabras la historia de este
+pequeño Estado nacido en torno de un pequeño puerto.
+Los navegantes semitas le daban el nombre de Melkar
+(el Hércules fenicio), y dicho nombre se convertía poco
+á poco en el actual de Mónaco. Los güelfos y gibelinos
+de Génova se disputaban el dominio de su castillo, hasta
+que un Grimaldi disfrazado de monje entraba por sorpresa
+en su recinto, abriendo las puertas á sus amigos
+y haciendo para siempre del antiguo Puerto Hércules
+una propiedad de su familia.</p>
+
+<p>&mdash;Ese fraile, espada en mano&mdash;continuó don Marcos&mdash;,
+es el que figura á ambos lados del escudo de Mónaco.
+Después, la historia de los Grimaldi fué semejante
+á la de todos las familias soberanas de aquellos
+tiempos. Hicieron la guerra á los vecinos, se pelearon<a name="page_104" id="page_104"></a>
+entre ellos, y hasta hubo hermano que asesinó á su hermano... Los
+navegantes de Mónaco se dedicaron á corsarios,
+y su bandera sirvió á veces para dar personalidad
+á piratas de otros países... La alianza de los Grimaldi
+con España les permitió titularse príncipes. Hasta entonces
+sólo habían sido marqueses. Carlos V les llamaba
+en sus cartas «amados primos», con otros títulos honoríficos...
+Este peñón era de gran importancia para los
+monarcas de España, que tenían posesiones en Italia
+y necesitaban conservar seguro el camino. Los reyes de
+Francia ambicionaban, por su parte, suprimir el obstáculo,
+atrayéndose á los Grimaldi. Durante ciento cincuenta
+años hay que reconocer que se mantuvieron fieles
+á sus compromisos, y eso que desde Madrid sólo de
+tarde en tarde les enviaban los subsidios prometidos. Dos
+galeras monegascas figuraban siempre en las armadas
+de España... Sólo cuando la decadencia de los Austrias
+empezó á hacernos perder nuestra influencia europea
+nos abandonaron los Grimaldi, con la precipitación del
+que huye de una casa que se viene abajo. Richelieu
+hacía en aquellos momentos la grandeza de Francia, y
+se fueron con él. Una noche de relámpagos y truenos,
+cuando la guarnición, compuesta en su mayor parte de
+italianos al servicio de España, dormía sin cuidado, la
+sorprendieron, la desarmaron, después de matar á algunos
+que pretendían resistirse, y acabaron por enviarla
+cortésmente al virrey español de Milán con la noticia
+de que la alianza quedaba rota para siempre.</p>
+
+<p>Los príncipes de Mónaco, feudatarios de Francia,
+vivían después en Versalles, haciendo oficio de cortesanos
+ó sirviendo en los ejércitos del rey. La Revolución
+los perseguía, como á todos los monarcas, guillotinando
+á una hermosa dama de la familia. Napoleón los había
+tenido como edecanes un su séquito militar, y la larga
+paz del siglo XIX les hacía volver á instalarse en su
+exiguo principado.</p>
+
+<p>&mdash;¡Eran tan pobres!&mdash;siguió diciendo Toledo&mdash;. Tenían
+que mantener el boato de una corte, pues en los
+Estados pequeños, donde se vive como en familia, resulta
+preciso exagerar la etiqueta para que el príncipe
+sea respetado. Había que sufragar los mismos gastos de<a name="page_105" id="page_105"></a>
+una nación grande, justicia, administración, hasta un
+ejército diminuto para la seguridad interior, y todo el
+principado no producía mas que limones y olivas... Mire
+usted si eran pobres y si se verían apurados, no sabiendo
+de dónde sacar recursos, que bajo el reinado de Florestán
+I, abuelo del príncipe actual, hubo un intento de
+revolución por haber decretado el soberano que toda la
+oliva del país sólo podía molerse en los molinos de su
+propiedad.</p>
+
+<p>Después, bajo Carlos III, aún resultaba más angustiosa
+la situación. El principado se disolvía. Los dos pueblos
+Mentón y Roquebrune, dependientes de Mónaco, se emancipaban
+de él, entusiasmados por la revolución italiana,
+incorporándose á la monarquía de los Saboyas. Poco
+después, al adquirir Napoleón III el antiguo condado de
+Niza, se hacían franceses. Y Mónaco quedaba aislado
+dentro de Francia, con su soberanía bien reconocida;
+pero la tal soberanía no abarcaba mas que una ciudad
+única en la meseta de un peñón, un pequeño puerto y
+unos alrededores cubiertos de plantas parásitas: casi el
+terreno que recorre un burgués pacífico en su paseo después
+del almuerzo. ¿Cómo iba á sostenerse el minúsculo
+Estado?...</p>
+
+<p>&mdash;El juego lo salvó. No crea usted, como algunos, que
+esto fué una iniciativa del soberano de Mónaco. Muchos
+príncipes alemanes habían apelado á la misma industria
+para el sostenimiento de sus dominios. Es una invención
+germánica. Mas el juego á orillas del Mediterráneo,
+bajo un sol invernal que rara vez se muestra
+infiel, resulta otra cosa que en un Estado del centro de
+Europa... Al principio no marchó el negocio. Establecieron
+un miserable Casino en el Mónaco viejo, frente al
+palacio, en lo que hoy es cuartel de los carabineros del
+príncipe. Los «puntos» eran muy contados. Había que
+venir en diligencia por lo alto de los Alpes, siguiendo
+la antigua vía romana, y descender desde La Turbie
+por caminos como barrancos. Se necesitaban verdaderos
+deseos de jugar. Luego, el Casino bajó al puerto,
+donde hoy está el barrio de La Condamine: igual fracaso.
+Los arrendatarios del juego quebraban, sin poder
+cumplir sus compromisos con el príncipe... Pero se abrió<a name="page_106" id="page_106"></a>
+el ferrocarril de la Cornisa, quedando Mónaco en el camino
+de París á Italia, y todos los jugadores, todos los
+desocupados del mundo, afluyeron aquí en pocos años...
+¡Qué transformación!</p>
+
+<p>El coronel volvió á acordarse del viejo campesino
+que, apacentando sus ovejas en la ladera alpina, pasaba
+las horas con los ojos fijos en la maravillosa ciudad
+extendida á sus pies, en el mismo lugar que había
+visto de joven cubierto de matorrales.</p>
+
+<p>&mdash;Entonces nació Monte-Carlo. Frente al peñón de
+Mónaco, formando la otra ribera del puerto, había una
+meseta abandonada. No hace de esto mas que unos sesenta
+años. Aún quedan diseminados un los jardines
+de la plaza, entre los árboles tropicales, algunos pobres
+olivos de aquel tiempo, que han sido respetados como
+recuerdos de la época de miseria. Donde hoy vemos el
+Casino, los grandes hoteles y las casas de té más elegantes,
+existían cavernas de la época prehistórica, que
+en tiempos menos remotos sirvieron también de guaridas
+de ladrones. Esta meseta salvaje era apodada, por
+sus grutas, «Las Espeluncas». Algo de lo que ha visto
+usted en el Museo Antropológico de Mónaco: hachas de
+piedra, restos humanos, etc., procede de esas cavernas...
+Y la meseta abandonada se convirtió, en una docena de
+años, en la gran ciudad de Monte-Carlo, de fama mundial,
+dejando obscurecido y casi olvidado en el peñón
+de enfrente al histórico Mónaco, que no es ya mas que
+uno de sus arrabales. Ha crecido tanto este Monte-Carlo,
+que se extiende de una punta á otra del principado: todo
+el suelo nacional está bajo techo, y cada año se desborda
+fuera de las fronteras. En territorio francés se llama
+Beausoleil. No hay mas que atravesar la plaza del Casino,
+sus jardines en pendiente, y subir una escalinata
+hasta el llamado bulevar del Norte, para encontrarse
+con uno de los espectáculos más raros de Europa. Una
+acera es del príncipe de Mónaco y la de enfrente de la
+República francesa. Los tenderos pagan distintas contribuciones
+y obedecen á distintos reglamentos, según tienen
+sus escaparates á la derecha ó á la izquierda.</p>
+
+<p>Toledo quedó pensativo un momento.</p>
+
+<p>&mdash;¡Los milagros de la ruleta!&mdash;continuó&mdash;. ¡El poder<a name="page_107" id="page_107"></a>
+mágico del «negro» y el «rojo»! El Casino dicen que es
+un portento de mal gusto, pero chorrea oro como una
+iglesia rica. Su teatro estrena óperas que después se
+hacen célebres en el mundo. Los hoteles, innumerables,
+son palacios. Monte-Carlo está erizado de cúpulas y
+torrecillas lo mismo que una ciudad oriental. Las calles
+parecen salones, con un pavimento escrupulosamente
+cuidado, sin la más leve suciedad. ¿Y los jardines?...
+Los Alpes forman aquí una magnífica mampara: vivimos
+en un agujero asoleado, casi un invernáculo. Pero
+á veces sopla el mistral, hace frío, y yo no comprendo
+cómo pueden vivir tan lozanos, tan frescos, todos esos
+árboles tropicales, todas esas plantas que nacieron en
+atmósferas de horno. Los pobres olivos veteranos deben
+sentir tanto asombro como yo al verse en semejante
+compañía... ¡El guano poderoso del «treinta y cuarenta»!
+Tengo la certeza de que, si el juego cesase, toda
+esa vegetación tropical se disolvería inmediatamente
+como un ensueño.</p>
+
+<p>El silencioso Novoa acogió con una sonrisa estas palabras.</p>
+
+<p>&mdash;¡Y qué transformación en las gentes!&mdash;continuó el
+coronel&mdash;. Fíjese en el público del domingo: todos señores,
+todos igualmente bien vestidos. Las niñas del país
+copian lo que ven á las mundanas elegantes, y ¡figúrese
+usted si vienen aquí mujeres de esa clase!... No se ve un
+mendigo ni un haraposo. Nacer aquí significa algo: da
+la certeza de tener la vida asegurada. El Casino cuida
+de todos; nunca falta un puesto para un hijo del país en
+las salas de juego, en los jardines, en el teatro; y cuando
+no, en la policía, en las oficinas administrativas, en lo
+que depende del príncipe, y es pagado igualmente con
+dinero de la Sociedad. Llegar á «jefe de mesa» es el mariscalato
+de un monegasco. Puede ganar hasta mil francos
+al mes y además las propinas: lo que tal vez no ganará
+usted nunca, profesor. Y acaba construyendo su
+«villa» en lo alto de Beausoleil, donde cuida su jardín
+viendo á sus pies el Casino, la casa de la buena madre...
+Todos comen, con tal que sepan callar y no se mezclen
+en lo que no les importa. Un viejo cochero que me sirve
+algunas veces se atrevió á ser franco una noche, porque<a name="page_108" id="page_108"></a>
+estaba algo borracho. Su mujer lleva treinta y tantos
+años en los <i>water-closets</i> del Casino (sección de señoras),
+sus hijas trabajan en la limpieza, sus hijos están empleados
+en el teatro. Todos cobran. Los viejos tienen su
+jubilación, los enfermos perciben un socorro, viudas
+y huérfanos cobran pensiones por el empleado muerto.
+«Esto es un gran país, señor&mdash;me decía el cochero&mdash;; el
+mejor del mundo. Aquí todos viven, siempre que sepan
+ser discretos y no tengan mala cabeza...» Y discretos lo
+son todos. Además, se vigilan entre ellos y tienen miedo
+á que los denuncie su mejor amigo si hablan del escándalo
+último ó de un suicidio de jugador. Para el extranjero,
+ninguno de ellos sabe nada.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y cuando alguien habla?&mdash;preguntó Novoa&mdash;. ¿Y
+si alguna es de mala cabeza?</p>
+
+<p>&mdash;Lo destierran. Este es un despotismo paternal que
+no se atreve á mayores castigos. La policía del príncipe
+le hace atravesar media calle y lo pone en la acera francesa...
+No se ría usted: esta pena es cruel. Los desterrados
+de otros países acaban por acostumbrarse á su desgracia,
+porque viven lejos y sólo ven á su patria con el
+pensamiento, pero el de aquí casi puede tocarla con la
+mano: no tiene mas que atravesar el ancho de una calle.
+Como todo está en pendiente, contempla su casa unos
+cuantos tejados más allá. De la chimenea sale el humo
+del almuerzo, y él no puede ir á sentarse á su mesa; la
+familia está en las ventanas, y tiene que hablarla por
+señas. Además, y esto es lo peor, ve cómo los demás que
+fueron prudentes siguen su vida dulce á la sombra del
+Casino, y el tiene que buscar una nueva profesión, un
+trabajo mas duro... Tan intolerable resulta este martirio,
+que acaba por huir á una ciudad lejana, para que
+transcurran unos cuantos años y le perdonen.</p>
+
+<p>Don Marcos volvió á hacer el elogio de Monte-Carlo.
+Las gentes que perdían su dinero en el Casino guardaban
+un mal recuerdo; pero ¿dónde encontrar una ciudad
+más tranquila, plácida y limpia, con su temperatura
+primaveral en pleno invierno?...</p>
+
+<p>&mdash;Todo el mundo pasa por aquí: mucho pillo, pero
+también se ven gentes ilustres y puede uno gozar de
+una sociedad distinguida.... Yo apenas juego, y por esto<a name="page_109" id="page_109"></a>
+aprecio la hermosura del país. Es más: siento á veces la
+satisfacción del que disfruta gratis las cosas; y cuando
+contemplo los paseos hermosos, cuando asisto á los conciertos
+y á las óperas y gozo la dulce paz de una ciudad
+en la que no hay miseria ni revolucionarios desesperados,
+me digo: «Esto lo pagan los jugadores y yo lo
+disfruto. Ellos pierden para que yo viva bien.»</p>
+
+<p>Mientras Novoa sonreía otra vez, el coronel insistió
+en su admiración.</p>
+
+<p>&mdash;¡Parece imposible que la ruleta haga tantos milagros!...
+Y sólo podemos hablar de lo que esta á la vista.
+El juego ha costeado ese puerto de La Condamine tan
+bonito: un puerto de yates, con sus muelles elegantes
+que son paseos. Debe haber intervenido igualmente en
+la restauración del castillo de los príncipes. Hasta contribuye
+al fomento de la vida espiritual y al prestigio
+de la religión. Antes de la ruleta no había mas que simples
+curas en Mónaco; desde que triunfó el Casino existe
+un obispo y canónigos, y se ha levantado una hermosa
+catedral bizantina que sólo necesita, según dice Castro,
+que el tiempo la ennegrezca un poco. La misa de los domingos
+figura entre las grandes diversiones del principado.
+Los diarios de Niza publican el programa de lo
+que cantará la capilla junto con el programa del concierto
+en el Casino: canto llano de los maestros mas célebres,
+de Palestina ó de nuestro Vitoria...</p>
+
+<p>Novoa le interrumpió:</p>
+
+<p>&mdash;Hay, además, el Museo Oceanográfico. El solo basta
+para justificar y purificar todo el dinero procedente del
+Casino.</p>
+
+<p>Dijo esto con la voz dulce y el gesto algo desmayado
+que lo eran habituales, pero había en sus palabras la
+firmeza mística del creyente.</p>
+
+<p>El coronel asintió. El Museo que entusiasmaba al
+profesor era obra del príncipe soberano; y él sentía un
+profundo respeto por «Alberto», como le llamaba familiarmente.
+Había sido oficial en la Armada española;
+había navegado como teniente de navío por las costas
+de Cuba; elogiaba en sus libros á los viejos marinos españoles,
+sus primeros maestros en el arte de navegar.
+¿Qué más para que lo venerase don Marcos?...<a name="page_110" id="page_110"></a></p>
+
+<p>&mdash;Siempre que asiste á una ceremonia en su principado
+viste el uniforme de almirante español... Y es un
+hombre de ciencia: eso lo sabe usted mejor que yo...</p>
+
+<p>Dejó hablar á Novoa. Tres cuartas partes del planeta
+estaban cubiertas por los mares, y la humanidad había
+permanecido siglos y siglos sin deseos de conocer la misteriosa
+vida oculta en el abismo de las aguas. Los navegantes,
+al deslizarse por su superficie, iban guiados por
+la rutina ó por experiencias fragmentarias, sin llegar á
+abarcar las leyes fijas y regulares de las corrientes de
+la atmósfera y las corrientes marinas. La ciencia, que
+lleva realizados tantos descubrimientos en solo un siglo
+de existencia, se detenía desalentada ante las orillas del
+Océano. Los sabios, en sus laboratorios, sólo necesitaban
+para sus trabajos aparatos fáciles de adquirir; ¡pero
+estudiar los mares, vivir en ellos años y años!... Para
+esto era preciso disponer de buques, fabricar un material
+costoso y nuevo, mandar hombres, gastar millones,
+errar pacientemente por los desiertos oceánicos, sin ambición,
+sin prisa, esperando que el «gran azul» librase
+sus secretos casualmente; exponer muchísimo para conseguir
+muy poco. Sólo un soberano, un rey, podía hacer
+esto; y el antiguo oficial de la marina española, llegado
+á príncipe, lo había hecho.</p>
+
+<p>&mdash;Gracias á él&mdash;prosiguió Novoa&mdash;, la oceanografía,
+que apenas era nada, aparece hoy como un estudio serio.
+Sus yates han sido laboratorios flotantes, cruceros de la
+ciencia, que poco á poco han realizado las primeras conquistas
+de la profundidad. Con sus flotadores errantes
+ha afirmado de un modo cierto los viajes circulares de
+las corrientes atlánticas; con sus sondajes minuciosos
+reveló los misterios de la vida submarina en los diversos
+pisos de la masa oceánica. Los sabios han podido
+navegar y estudiar sin apremios de economía gracias
+á él. Por su munificencia se han publicado hermosos
+libros, se han abierto museos, se han hecho excavaciones
+en la tierra que aclaran el origen del hombre.</p>
+
+<p>&mdash;Y todo eso&mdash;interrumpió el coronel, persistiendo en
+su anterior admiración&mdash;con dinero del Casino. El juego
+costea los cruceros científicos, el carbón y el personal
+de las lejanas expediciones, la impresión de libros y<a name="page_111" id="page_111"></a>
+revistas, las subvenciones á los jóvenes que desean perfeccionar
+sus estudios, el Instituto Oceanográfico de París,
+el Museo Oceanográfico de Mónaco donde usted
+trabaja, el Museo Antropológico... Y hay que contar
+que todo esto no es mas que una propina que abandonan
+los accionistas... ¡Lo que produce ese palacio que
+muchos encuentran horrible!...</p>
+
+<p>&mdash;Nada importa la procedencia de las cosas cuando
+resultan útiles&mdash;dijo el profesor con dureza&mdash;. Nadie
+pregunta á los gobiernos, al recibir su ayuda para una
+obra benéfica, cuál es el origen del dinero. Muchas veces
+lo han extraído con más crueldad y violencia que lo
+sacan en este lugar, adonde todos acuden voluntariamente.
+Bueno es que el dinero de los ambiciosos, de los
+ilusos, de los que sienten un vacío en su vida que no
+saben cómo llenar, sirva por primera vez para algo
+grande y humano. Fíjese en lo que lleva hecho por la
+ciencia en pocos años este príncipe de un Estado minúsculo.
+¡Si los grandes emperadores dedicasen á empresas
+semejantes la inmensa fuerza de que disponen!
+¡Si Guillermo hubiese hecho lo mismo, en vez de preparar
+la guerra toda su vida!... ¡Lo que tendría adelantado
+la humanidad!</p>
+
+<p>El coronel, por considerarse hombre de guerra, sólo
+admitió á medias estas palabras del profesor. La espada,
+la gloria militar, eran algo: el mundo resultaría feo sin
+ellas... Pero se calló, no atreviéndose á turbar el entusiasmo
+de su amigo.</p>
+
+<p>&mdash;Todos los pecados de un lado se redimen al otro.</p>
+
+<p>Novoa, al decir esto, señalaba la masa del Casino irguiendo
+sus cúpulas y torrecillas policromas sobre la
+meseta de Monte-Carlo. Luego su índice trazaba una
+raya en el aire pasando por encima del puerto, é iba á
+apuntar sobre la eminencia de la izquierda, ó sea el
+peñón de Mónaco, un edificio cuadrado y enorme que
+descendía sus muros hasta las olas, un palacio nuevo,
+cuya piedra guardaba aún la blancura de la estearina
+en esta atmósfera pocas veces rayada por la lluvia: el
+Museo Oceanográfico.</p>
+
+<p>Don Marcos sonrió ante este contraste.</p>
+
+<p>&mdash;Lo mismo que don Atilio. Cada vez que contempla<a name="page_112" id="page_112"></a>
+desde aquí el panorama, se fija en esos dos palacios
+separados por la boca del puerto y que ocupan los dos
+promontorios. Dice que el uno justifica al otro, y añade
+que son... ¿cómo dice él? ¿una antítesis?... No: es otra
+cosa.</p>
+
+<p>A través de los árboles llegó desde Villa-Sirena el
+mugido metálico de un <i>gong</i> llamando á los huéspedes,
+esparcidos en el parque ú ocultos todavía en sus habitaciones.
+El coronel lo escuchó con placer. «El almuerzo.»</p>
+
+<p>Lanzó una última mirada á los dos enormes edificios,
+el uno erizado de remates agudos y multicolor, el
+otro cuadrado y de una blancura uniforme. Entre ambos
+promontorios, á ras del agua, venían á encontrarse
+las dos escolleras nuevas que cerraban el puerto, con dos
+torrecillas octógonas que flanqueaban la boca, rematadas
+por linternas de faro: la una de vidrios verdes, la
+otra de vidrios rojos.</p>
+
+<p>El coronel se dió un golpe en la frente y sonrió á su
+compatriota:</p>
+
+<p>&mdash;¡Ah, sí, ya recuerdo!... Dice que el Casino y el Museo
+forman un símbolo.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Quince días llevaba de existencia, sin desacuerdos
+ni obstáculos, aquella asociación que Atilio había titulado
+de «los enemigos de la mujer». ¡Libertad completa!
+Villa-Sirena era de todos, y su dueño parecía un invitado
+más.</p>
+
+<p>Al levantarse Castro, bien entrada la mañana, veía
+en un rincón del jardín al príncipe, despechugado y
+con los brazos desnudos, manejando una azada. El complemento
+de la nueva vida era para él cultivar una pequeña
+huerta, dándose la satisfacción de comer legumbres
+y oler flores que fuesen producto de su trabajo.
+Este hombre que había tenido un batallón de servidores
+en torno de él para las necesidades de su existencia,
+deseaba ahora bastarse á sí mismo, conocer la seguridad
+orgullosa del que sólo confía en sus brazos. Resultaban
+vanas sus invitaciones á Castro para que imitase
+este ejercicio sano y provechoso, que era al mismo tiempo
+una vuelta á la primitiva sencillez.<a name="page_113" id="page_113"></a></p>
+
+<p>&mdash;Gracias: no me gusta Tolstoi. Como vida simple,
+prefiero ésta.</p>
+
+<p>Y se tendía en el musgo, al pie de un tronco, mientras
+el príncipe seguía cavando su huerta. Hablaban de
+los compañeros. Novoa estaba en la biblioteca ó vagaba
+por el parque. Algunas mañanas tomaba el tranvía á
+primera hora para ir á Mónaco y continuar sus estudios
+en el Museo. En cuanto á Spadoni, nunca se levantaba
+antes de mediodía, y muchas veces el coronel golpeaba
+su puerta para que no llegase con retraso á la mesa del
+almuerzo.</p>
+
+<p>&mdash;Sólo se duerme al amanecer&mdash;dijo Atilio&mdash;. Pasa
+la noche consultando sus apuntaciones sobre la marcha
+del juego. A veces se mete en mi cuarto cuando estoy
+durmiendo, para comunicarme una de las innumerables
+martingalas que acaba de descubrir, y tengo que amenazarle
+con una zapatilla. Guarda en su habitación,
+entre los cuadernos de música, rimeros de hojas verdes
+que contienen día por día todo un año de juego en las
+diversas mesas del Casino... Está loco.</p>
+
+<p>Pero Castro se guardaba de añadir que muchas veces
+pedía prestado á Spadoni su archivo para comprobar
+los propios cálculos, y á pesar de burlarse de sus invenciones,
+arriesgaba sobre ellas algún dinero, por una
+superstición de jugador que cree en el instinto de los
+inocentes.</p>
+
+<p>Después del almuerzo, los dos se apresuraban á marcharse
+al Casino. El príncipe, si no asistía á un concierto,
+se quedaba con Novoa y el coronel en una <i>loggia</i>
+del piso alto, contemplando el mar. La guerra había
+poblado esta parte del Mediterráneo. En tiempos normales
+era un mar desierto y monótono, sin otros incidentes
+que el revuelo de las gaviotas, los espumosos
+saltos de los delfines y algún que otro trapo de barca
+pescadora. Los vapores y los grandes veleros apenas si
+se marcaban como una pequeña sombra en el horizonte,
+navegando rectamente de Marsella á Génova, sin contornear
+el extenso golfo de la Costa Azul. Pero ahora el
+peligro submarino había obligado á la navegación comercial
+á deslizarse al amparo de las costas. Casi todos
+los días pasaban convoyes: vapores de carga de diversas<a name="page_114" id="page_114"></a>
+nacionalidades pintarrajeados como cebras para disminuir
+su visibilidad y escoltados por torpederos franceses
+é italianos.</p>
+
+<p>Estos rosarios de buques, navegando tan cerca de la
+costa que podían leerse sus títulos y distinguir á sus capitanes
+erguidos en el puente, hacían hablar al príncipe
+y al profesor de los horrores de la guerra.</p>
+
+<p>Intervenía el coronel á veces en el diálogo, pero era
+para lamentarse de los obstáculos que oponía la tal guerra
+á sus funciones de intendente. Cada día resultaba
+más difícil su gestión. No encontraba nada que valiese
+la pena de ser presentado en una mesa como la del
+príncipe, y eso que los precios pagados por él le producían
+indignación al compararlos con los de los tiempos
+de paz. ¡Y la servidumbre!... Había hecho venir
+criados de España, ya que todos los del país estaban en
+el ejército, pero se los sonsacaban inmediatamente los
+dueños de los hoteles. Todos preferían servir en cafés ó
+alojamientos de continuo tránsito, seducidos por el azar
+de las propinas y el roce con las camareras de blanco
+delantal.</p>
+
+<p>Había improvisado un servicio de comedor con aquellos
+dos muchachos italianos de Bordighera cuyas familias
+estaban instaladas en Mónaco. El mayor, más
+avispado, se apellidaba Pistola, y trataba despóticamente
+á su compañero, largándole hipócritas patadas y
+coscorrones en pleno comedor cuando el coronel estaba
+de espaldas. Atilio, por la atracción del consonante,
+había apodado Estola al compañero de Pistola, y todos
+en la casa aceptaban el nombre, hasta el propio interesado.</p>
+
+<p>&mdash;¡Lo que me ha costado adecentarlos y educarlos!&mdash;gemía
+Toledo&mdash;. Y ahora parece que los van á llamar
+de Italia para que sean soldados... ¡Más hombres á la
+guerra! ¡Hasta estos chicuelos, que aún no tienen la
+edad!... ¿Qué haremos cuando se vayan Estola y Pistola?</p>
+
+<p>Muchas noches, á la hora de comer, sufría quebrantos
+la disciplina de la comunidad. El primero que faltó
+fué Spadoni. Llegaba después de media noche, diciendo
+que había comido con unos amigos. Otras veces no volvía;
+y transcurridos varios días, se presentaba tranquilamente,<a name="page_115" id="page_115"></a>
+como si hubiese salido horas antes, con la serena
+inconsciencia de un perrillo vagabundo. Nadie podía
+saber con certeza dónde había estado. El mismo lo
+ignoraba. «Encontré á unos amigos...» Y en el curso de
+media hora, estos amigos eran los ingleses de Niza ó
+una familia de Cap-Martin, como si hubiese vivido en
+los dos lugares al mismo tiempo.</p>
+
+<p>Atilio también faltaba. Un compañero de juego le
+había enseñado en el Casino los pequeños cartones partidos
+en columnas que sirven para marcar las alternativas
+del «rojo» y el «negro». Varias damas extraían de
+sus sacos de mano, entre el pañuelo, la caja de polvos,
+el lápiz para los labios, los billetes de Banco y las
+fichas de diversos colores, que son el dinero del juego,
+unos documentos de igual clase. Todos los textos estaban
+acordes. Por la mañana y por la tarde perdían
+los «puntos» y ganaba la casa; pero á partir de las ocho
+de la noche, una fortuna loca sonreía á los jugadores.
+Las estadísticas no podían ser más claras: imposible la
+duda. Y Castro renunciaba á la buena mesa de Villa-Sirena,
+contentándose con un <i>bock</i> y un emparedado en
+el <i>bar</i>. Luego regresaba á media noche en un carruaje
+de alquiler, pagando á manos llenas al cochero asombrado.
+Otras veces, de pie ante la verja, rebuscaba en
+su portamonedas antes de reunir el precio de la carrera.
+Los hados habían mentido. Los augures de los cartoncitos
+estaban á aquellas horas tan limpios como él.</p>
+
+<p>Toledo mascullaba protestas. Este desorden le hacía
+lamentar una vez más la escasez de personal. La servidumbre
+se levantaba tarde, á causa de sus esperas
+nocturnas. Por esto el coronel sentía la satisfacción de
+un gobernador de fortaleza que ve todas las poternas
+cerradas y siente las llaves en su bolsillo, las noches en
+que no faltaba ningún compañero del príncipe. Después
+de la comida escuchaban á Spadoni. Sentado ante un
+gran piano de cola, hacía música á su capricho ó seguía
+las órdenes del príncipe, melómano de gustos pervertidos
+por un excesivo refinamiento, que sólo deseaba
+obras de autores extravagantes y obscuros.</p>
+
+<p>Castro, que era pianista, no podía á veces ocultar su
+entusiasmo ante los prodigios de este ejecutante.<a name="page_116" id="page_116"></a></p>
+
+<p>&mdash;¡Y pensar que es un imbécil!&mdash;exclamaba con la
+franqueza de la emoción&mdash;. Todas sus facultades las ha
+deformado y aglomerado, concentrándolas en la música,
+sin dejar nada para los demás... No importa; es un idiota...
+pero un idiota sublime.</p>
+
+<p>Algunas noches, Spadoni se quedaba con un codo en
+el teclado y la frente en la diestra, como si la música le
+ensimismase, cuando, en realidad, lo que danzaba debajo
+de sus melenas eran cuadrados rojos y negros, muchos
+naipes y treinta y seis números formando tres filas
+presididas por el cero. El príncipe, molestado por este
+silencio, se dirigía á Castro.</p>
+
+<p>&mdash;Cuéntanos algo de tu abuelo don Enrique.</p>
+
+<p>Este abuelo había sido casado con una tía del general
+Saldaña; y aunque Atilio no alcanzó á conocerle,
+hablaba con frecuencia de él como de un personaje
+curioso que le inspiraba cierto orgullo ó amargas ironías,
+según el estado de su ánimo. Era un hombre de
+belicoso humor y sombríos entusiasmos, que había acabado de
+dilapidar la fortuna de la familia, ya quebrantada
+por los antecesores. Emparentado con un gran
+número de aristócratas, terminó por negar este parentesco,
+como si fuese algo vergonzoso. Los títulos de nobleza
+de su familia dejó que los tomasen otros. El lema
+que figuraba, desde siglos en el escudo de los Castro
+lo había reemplazado con uno de su invención, que resumía
+su vida entera: «Mañana más revolucionario que
+hoy.» Durante treinta años no hubo en España insurrección
+triunfante ó abortada en la que no interviniese
+este caballero de gesto sombrío, quisquilloso, espadachín,
+que trataba á los hombres como un déspota
+y estaba dispuesto á morir por la libertad del género
+humano.</p>
+
+<p>&mdash;¡Un don Quijote rojo!&mdash;decía Castro.</p>
+
+<p>De niño recordaba haber jugado con su sable, fabricado
+en Toledo: un arma repujada de oro, con arabescos
+copiados de la vieja espada del descubridor y conquistador
+Alvaro de Castro, que había sido Adelantado
+en las Indias. Pero en lo alto de la hoja, donde los abuelos
+ponían su mote de fidelidad á Dios y al rey, él había
+hecho grabar «¡Viva la República!». Sin este sable caballeresco,<a name="page_117" id="page_117"></a>
+se negaba á tomar parte en una revolución.
+Lo había llevado de Sicilia á Nápoles siguiendo á Garibaldi
+para destronar á los Borbones. «Mañana más revolucionario
+que hoy»; y sus compañeros le parecían de
+pronto unos reaccionarios, lo que le hacía buscar nuevas
+doctrinas que colmasen su insaciable deseo de destrucción
+y renovación. Al fin, este descendiente de Adelantados
+y Virreyes acabó por ingresar en la primera «Internacional
+de trabajadores». Y lo más extraordinario
+fué que su primitiva educación, sus altiveces y sus acometividades
+paladinescas le acompañaron en esta vida
+nueva, haciéndole convertir la más insignificante divergencia
+de doctrina en un «asunto de honor».</p>
+
+<p>Por discusiones de comité se había batido en París
+con un «camarada» obrero. Apenas cruzaron los sables,
+el trabajador recibió un corte en la cabeza.</p>
+
+<p>&mdash;Es justo&mdash;dijo el herido limpiándose la sangre&mdash;.
+El marqués, que ha podido aprender el manejo de las
+armas, debe pegarle al hijo del pueblo.</p>
+
+<p>Don Enrique palideció ante esta ironía, y por restablecer
+la igualdad, por suprimir sus ventajas históricas,
+levantó el sable, dándose una feroz cuchillada en
+el cráneo, mientras corrían los testigos á sujetarle para
+que no reincidiese.</p>
+
+<p>Después de seguir por segunda vez á Garibaldi en
+la guerra de 1870, batiéndose contra los prusianos en
+Dijón, el movimiento insurreccional de la Commune le
+atrajo á París.</p>
+
+<p>&mdash;Creo que lo hicieron general&mdash;decía Atilio&mdash;. En
+aquella mascarada trágica debió sufrir mucho. Lo cierto
+es que lo fusilaron las tropas del gobierno y nadie sabe
+dónde fué enterrado.</p>
+
+<p>La admiración por este abuelo de vida novelesca se
+amortiguaba al pensar en su madre. Pobre, huérfana y
+olvidada de sus parientes, había tenido que casarse con
+un hombre que casi podía ser su padre, llevando fuera
+de España la vida errabunda de las familias del cuerpo
+consular. Atilio había nacido en Liorna, recibiendo el
+mismo nombre de su padrino, un viejo señor italiano
+amigo del cónsul de España. El recuerdo de su abuelo
+venía á entenebrecer de vez en cuando la existencia de<a name="page_118" id="page_118"></a>
+su pobre madre, resignada y devota. En Roma, los españoles
+de paso, todos gentes de sanas ideas que llegaban
+para ver al Papa, torcían el gesto al enterarse de
+su origen. «¡Ah! ¡Usted es la hija de Enrique de Castro!...»
+Y ella parecía encogerse, pedir perdón con sus
+ojos tristes y humildes.</p>
+
+<p>&mdash;Yo no reniego de mi abuelo&mdash;añadía Atilio&mdash;. Me
+hubiese gustado conocerle. Lo único que lamento es
+que nos dejase tan pobres; aunque sus antecesores ya
+habían hecho más que él para arruinarnos.</p>
+
+<p>Los días en que había perdido se mostraba más quejumbroso,
+recordando las inmensas posesiones de los
+Castro de la conquista americana.</p>
+
+<p>&mdash;Hay ahora inmensas ciudades en campos que dió
+el rey á mis antecesores. Uno de mis remotos abuelos
+apacentaba sus caballos y construía su barraca colonial
+donde existen actualmente jardines, monumentos y
+grandes hoteles. Eran centenares de millones de metros:
+á una peseta el metro, ¡imagínate, Miguel! Sería más
+rico que tú, más rico que todos los millonarios del mundo...
+Y no soy mas que un mendigo bien trajeado. ¡Ira
+de Dios! ¿Por qué no guardaron mis abuelos sus tierras,
+en vez de dedicarse á servir al rey ó al pueblo? ¿Por
+qué no hicieron lo que cualquier patán que conserva
+religiosamente lo que le entregaron sus antecesores?...</p>
+
+<p>Otras noches, sentados en la <i>loggia</i>, escuchaba el
+príncipe á Novoa ante el nocturno espectáculo del cielo
+y del mar. No había más luz que el velado resplandor
+que llegaba desde un salón lejano. La costa estaba obscura.
+La silueta de Monte-Carlo y de Mónaco se recortaba
+sobre el fondo estrellado, sin un solo punto rojo.
+Eran escasos los reverberos en la ciudad, y además
+tenían los vidrios pintados de azul. Los farolones de la
+escalinata del Casino estaban enfundados como las linternas
+de un coche fúnebre. La amenaza de los submarinos
+alemanes mantenía á todo el principado en la
+obscuridad, lo mismo que las costas de Francia. Sólo á
+la entrada del puerto de Mónaco las dos torrecillas
+octogonales tenían en sus cimas un faro rojo y un faro
+verde, que derramaban sobre las aguas un zigzag de
+rubíes y otro de esmeraldas.<a name="page_119" id="page_119"></a></p>
+
+<p>En esta penumbra, puesto de pie y mirando á los
+astros, Novoa hablaba de la poesía de la inmensidad,
+de las distancias que dan el vértigo al cálculo humano.
+A Spadoni le era imposible imitar la atención del príncipe
+y de Castro. ¿Qué podía importarle la llamada
+estrella tricolor? Los millones de millones de leguas de
+que hablaba el sabio despertaban su bostezo; y por una
+asociación de ideas, se dedicaba á jugar mentalmente,
+suponiendo que acertaba cincuenta veces seguidas,
+siempre doblando.</p>
+
+<p>Ponía una simple moneda de cinco francos&mdash;la puesta
+menor que admiten en el Casino&mdash;, y á los veinticinco
+golpes se detenía con espanto. Había ganado treinta y
+tres millones y medio de duros: más de ciento sesenta y
+siete millones de francos. ¡Solamente en veinticinco minutos!...
+El Casino cerraba sus puertas, declarándose en
+quiebra; pero esto no conseguía sacarle de su delirio.
+La prodigiosa pieza de cinco francos continuaba sobre
+el paño verde al lado de una montaña de dinero que
+seguía creciendo y creciendo. Había que completar los
+cincuenta golpes, siempre doblando. Dió cinco más en su
+imaginación y se detuvo. Ya había ganado mil setenta
+y tres y pico de millones de duros: más de cinco mil
+millones de francos. Tendrían que entregarle el principado
+entero de Mónaco, y aun esto tal vez no alcanzase
+á cubrir la deuda. Al golpe treinta y cinco, el simple
+«napoleón» se había convertido en treinta y cuatro mil
+millones de duros: ciento setenta y un billones de francos.
+No le iban á pagar; estaba seguro de ello. Sería necesario
+que se reuniesen todas las grandes potencias de
+Europa, que se aliasen como para una gran guerra, y
+aun así tal vez no hiciesen honor al crédito que les presentaba
+el pianista Teófilo Spadoni.</p>
+
+<p>Ya no podía calcular mentalmente. A los veinte golpes
+tuvo que valerse del lápiz que le servía en el Casino
+para marcar la marcha del juego y de aquellos cartones
+divididos en columnas que facilitaban los empleados. El
+dorso resultaba estrecho para sus ganancias, que se ensanchaban,
+formando cantidades quiméricas. Siguió su
+juego triunfador. En el golpe cuarenta se detuvo. Cinco
+millones de millones de francos. Decididamente, no le<a name="page_120" id="page_120"></a>
+podían pagar ni en Europa ni en el mundo entero. Las
+naciones tendrían que ponerse en venta, el globo terráqueo
+saldría á pública subasta, los hombres serían esclavos,
+todas las mujeres se alquilarían para entregarle
+el producto de su deshonor; y aun así, sería preciso que
+solicitasen un plazo de unos cuantos miles de años para
+quedar bien con él, acreedor del universo, sentado en su
+banqueta de pianista como sobre un trono.</p>
+
+<p>Aunque tenía la certeza de que le engañaban, de
+que nadie en la tierra ni el cielo podía afianzar á la
+banca, siguió jugando. Sólo quedaban diez golpes. Y
+cuando dió el que hacía cincuenta, tuvo un rasgo magnánimo.
+Regaló con el pensamiento á los empleados del
+Casino los centenares, los miles, los millones y los millones
+de millones. El se quedaba simplemente con la cifra
+que figuraba á la cabeza de la ganancia, y escribió en
+su cartoncito:</p>
+
+<p class="c">5.000.000.000.000.000 de francos</p>
+
+<p>¡Cinco mil billones!... Como producto de cincuenta
+minutos de trabajo, no estaba mal.</p>
+
+<p>Llamó de pronto su atención el silencio con que el
+príncipe y Castro escuchaban á Novoa, y fijó en éste sus
+ojos de visionario todavía deslumbrados por el revoloteo
+áureo de la Quimera.</p>
+
+<p>También el sabio hablaba de millones de millones,
+de cifras que no podía abarcar con palabras y detallaba
+repitiendo uno tras otro docenas de ceros. El pianista
+creyó entender que profetizaba la vejez del sol dentro
+de un plazo (aquí una cifra interminable), la desaparición
+de la vida presente, la fuga del astro hacia una
+constelación remotísima, su apagamiento y su muerte
+(otra cifra que infundía miedo).</p>
+
+<p>Sonrió Spadoni con desprecio. El sol, la constelación
+de Hércules adonde éste se dirige, los cien mil millones
+de millones de años que necesita para llegar á ella, los
+diez y siete millones de años que tardará en apagarse,
+dejando de calentar la vida de la tierra, todos los cálculos
+de este sabio, ¡miseria, pura miseria! Si él dejaba su
+moneda sobre la mesa cincuenta veces más, las cifras<a name="page_121" id="page_121"></a>
+de la astronomía iban á resultar despreciables y ridículas
+al lado de una ganancia obtenida en cien minutos.
+Sólo Dios podía ser su banquero, pagándole con estrellas
+como si fuesen monedas; ¿y quién sabe si el mismo
+Dios sería capaz de resistir el centésimo golpe de cinco
+francos, siempre doblando, y no tendría que declararse
+en quiebra?...</p>
+
+<p>Se sumió por algún tiempo en la contemplación interna
+de su grandeza. Al volver á la vida exterior, la
+voz de Novoa seguía sonando con cierto misterio ante
+el obscuro horizonte, perforado arriba por las punzadas
+de las estrellas, ondeado abajo por la fosforescencia de
+las olas.</p>
+
+<p>El príncipe le había impulsado á hablar del mar
+como regulador y origen de la vida. El pianista se enteró
+de que los océanos cubren las tres cuartas partes
+del globo, y como representan una fuerte mayoría sobre
+los continentes, éstos viven sometidos á aquéllos, aunque
+se crean superiores, como los gobiernos tienen que
+sufrir la influencia del sufragio universal y acatar la
+fuerza de las mayorías. Todas las grandes leyes atmosféricas
+se establecen, no en la reducida superficie de las
+tierras, rugosa y quebrada, sino en la limpia extensión
+de los océanos, que permite á las moléculas obedecer
+libremente á las leyes mecánicas de los flúidos.</p>
+
+<p>Spadoni tocó en un codo á Castro. Quería comunicarle
+en voz baja la inaudita ganancia que acababa de
+realizar. Pero Atilio repelió su mano sin volver la vista
+y siguió escuchando.</p>
+
+<p>Novoa hablaba ahora de las aguas ardientes condensadas
+en la atmósfera primitiva del globo, que se habían
+precipitado sobre su corteza en formación, disolviendo ó
+arrastrando cuanto encontraban en esta superficie acabada
+de nacer.</p>
+
+<p>&mdash;Con la sal que hay en los océanos&mdash;dijo Novoa&mdash;se
+podría construir todo el relieve del continente africano.</p>
+
+<p>El pianista volvió á agitarse. ¡Una Africa toda de
+sal! ¿De qué podía servir eso?...</p>
+
+<p>&mdash;Castro, escúcheme&mdash;dijo en voz muy queda&mdash;. Yo
+pongo cinco francos y doy cincuenta golpes, siempre
+doblando, ¿sabe usted?...<a name="page_122" id="page_122"></a></p>
+
+<p>Pero el otro no quiso saber nada, y rechazó el cartoncito
+que le tendía ocultamente.</p>
+
+<p>Spadoni, ofendido, cerró los ojos, queriendo aislarse
+y no escuchar estas cosas sin importancia para él. Si el
+sabio hablaba todas las noches, él perdonaría la hospitalidad
+del príncipe, yendo en busca de otros amigos.</p>
+
+<p>De pronto, una palabra le sacó de su altivo aislamiento,
+haciéndole abrir los ojos. El profesor hablaba
+del oro arrastrado por las lluvias hirvientes de la creación
+planetaria y que estaba disuelto en el mar.</p>
+
+<p>&mdash;Sólo hay unos miligramos por tonelada de agua;
+pero con el que existe en los océanos se podría formar
+una mole tan enorme, que, repartida proporcionalmente
+entre los mil quinientos millones de habitantes que tiene
+la tierra, nos tocaría á cada uno un lingote de cuarenta
+mil kilos, ó sean cuarenta mil toneladas de oro.</p>
+
+<p>El pianista avanzó su rostro, estupefacto. ¿Qué decía
+el profesor?</p>
+
+<p>&mdash;Y teniendo en cuenta&mdash;prosiguió Novoa&mdash;el curso
+del oro antes de la guerra, el lingote que nos corresponde
+á cada uno de los humanos representa ciento
+veinte millones de francos.</p>
+
+<p>Fué cortado el silencio por un ruido estridente. Castro
+volvió la cabeza, creyendo que Spadoni roncaba. Al
+ver sus ojos desmesuradamente abiertos, comprendió
+que era un suspiro emocionado, una exclamación de
+sorpresa.</p>
+
+<p>&mdash;Doy mi parte por cien mil francos en billetes&mdash;dijo
+con voz grave.</p>
+
+<p>Y mientras los demás reían, él quedó con la mirada
+fija en Novoa. ¡El mar!... ¡quién diría que el mar!...
+Aquel sabio sabía mucho; y él, con repentina veneración,
+se propuso escucharlo siempre.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Una noche, Atilio y el príncipe comieron solos. El
+pianista se había fugado á Niza, al salir del Casino, con
+sus amigos los ingleses, que jugaban al <i>poker</i> en el landó.
+Novoa estaba invitado á comer por un colega del Museo,
+y no volvería hasta media noche.</p>
+
+<p>Miguel recordó sus impresiones de la tarde. Había<a name="page_123" id="page_123"></a>
+ido al Casino para asistir á un concierto clásico, osando
+arrostrar la curiosidad obsequiosa de los empleados y
+el miedo á tropezarse con algunas de sus antiguas amistades.
+Desde la escalinata exterior á las puertas del teatro
+tuvo que responder á una serie de profundos saludos
+de los funcionarios, unos con kepis y dorados botones,
+otros de levita solemne, erguidos y dignos como notarios
+de comedia. La gente que paseaba por el atrio se fijó
+inmediatamente en él. «¡El príncipe Lubimoff!» Todos
+recordaban su yate, sus aventuras, sus fiestas, repitiendo
+su nombre como un eco de gloriosa resurrección. Había
+tenido que pasar á toda prisa entre los grupos, con la
+mirada vaga, fingiéndose abstraído, para no ver ciertas
+sonrisas conocidas, ciertos rostros invitadores que le
+hacían evocar visiones dulces del pasado.</p>
+
+<p>Buscó un asiento de los más ocultos en la sala de espectáculos,
+un rincón de diván junto á la pared; pero
+también aquí le persiguió la curiosidad. En torno del
+atril del director estaban los músicos de más renombre,
+los que se engalanaban con el título de «solistas de
+S. A. S. el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían
+navegado en el <i>Gaviota II</i> formando parte de su
+orquesta. Durante unos compases de espera, el primer
+violín, al mirar á la sala para reconocer á sus entusiastas,
+descubrió á Lubimoff, participando inmediatamente
+su sorpresa á los otros solistas. Todos le sonrieron, dedicándole
+con los ojos lo que surgía de sus instrumentos,
+y el público acabó por fijarse en este señor medio oculto
+que poco á poco iba atrayendo las miradas de la orquesta
+entera.</p>
+
+<p>Al terminar el concierto salió apresuradamente, temiendo
+que le cortasen el paso ciertas amigas antiguas
+que había descubierto entre la concurrencia. Cruzó el
+atrio violentamente, hendiendo los grupos que no le
+dejaban avanzar. Aquí había llamado su atención un
+personaje de ademanes majestuosos y aspecto excesivamente
+brillante, con sombrero hongo, pero de seda gris
+bien peinada, gabán de color de miel con bocamangas
+de terciopelo del mismo tono y guantes y zapatos blancos.
+Las patillas grises estaban unidas al bigote; la raya
+del peinado descendía hasta la nuca, y por encima de<a name="page_124" id="page_124"></a>
+las orejas avanzaban, brillantes de cosméticos, dos mechones
+recortados y teñidos.</p>
+
+<p>&mdash;Creí que era un general ruso ó un personaje austriaco
+vestido de invierno, con una elegancia digna de
+la Costa Azul, y eras tú, querido coronel. Aún no te había
+visto fuera de Villa-Sirena.</p>
+
+<p>Toledo se ruborizó, no sabiendo si enorgullecerse ó
+afligirse por estas palabras.</p>
+
+<p>&mdash;Alteza, siempre me ha gustado vestir bien y...</p>
+
+<p>&mdash;¿Quién era la señora que hablaba contigo?...</p>
+
+<p>&mdash;Era la Infanta. Me contaba que había perdido siete
+mil francos que le enviaron de Italia, que no tiene con
+qué atender á los gastos de su vida, y...</p>
+
+<p>&mdash;¿Una flaca con un gran sombrero de <i>cow-boy</i>?... No,
+no es esa. Te pregunto por la otra.</p>
+
+<p>«La otra» sólo la había visto de espaldas, pero atrajo
+momentáneamente su atención por su esbeltez y su aire
+de señorío.</p>
+
+<p>&mdash;Alteza&mdash;dijo don Marcos titubeando&mdash;, era la duquesa
+de Delille.</p>
+
+<p>Un silencio. Y como si con esto le hubiese pillado su
+príncipe en falta y necesitara excusarse, se apresuró á
+añadir:</p>
+
+<p>&mdash;Es muy buena con la Infanta. Le regala trajes para
+sus hijos, creo que hasta le presta su ropa... ¡Una hija
+de rey! ¡Una nieta de San Fernando!... Yo soy un viejo
+soldado de la legitimidad, y no puedo menos de agradecer
+que...</p>
+
+<p>Miguel cortó su protesta con un gesto. Basta: no quería
+oir más. Y se dirigió á Castro. También lo había visto
+cerca de la salida del Casino hablando con otra dama.</p>
+
+<p>&mdash;Y yo te vi igualmente&mdash;dijo Atilio&mdash;, pero ibas impetuoso
+y con la cabeza baja, abriéndote paso lo mismo
+que un toro acosado. ¿Quieres saber quién es esta señora?
+¿Te interesa?...</p>
+
+<p>Lubimoff levantó los hombros; pero su indiferencia
+era falsa. En realidad, le había interesado, aunque ligeramente,
+esta desconocida, rubia, alta, con un aspecto
+de vigor esbelto, de ágil soltura, como las gimnastas y
+las amazonas.</p>
+
+<p>&mdash;Pues es «la Generala»&mdash;continuó Castro, sin parar<a name="page_125" id="page_125"></a>
+mientes en la falta de curiosidad de su amigo&mdash;. Este
+generalato no hay que tomarlo en serio. Es un apodo
+cariñoso. Creo que lo inventó la de Delille, pues te advierto
+que las dos son muy amigas. Es generala como
+otros pueden ser coroneles.</p>
+
+<p>Don Marcos no reparó en esta maldad. Atilio se mostraba
+esta noche de mal humor, con los nervios excitados,
+deseoso de morder. Debía haber perdido en el
+juego.</p>
+
+<p>&mdash;La llaman «la Generala» por su carácter algo varonil,
+por la rudeza con que trata á veces á las gentes.
+¡Una mujer extraordinaria! ¡Una verdadera amazona!...
+Tira á las armas, hace gimnasia, nada en los ríos en
+pleno invierno, y además tiene una voz como un suspiro
+de brisa, gorjea al hablar como un pájaro, parece que
+va á desmayarse á la menor emoción lo mismo que una
+niña tímida... ¿Quieres saber quién es?... Se llama Clorinda;
+un nombre de poema y de comedia antigua. Yo
+la llamo siempre doña Clorinda; creo que sin esto le
+falto al respeto, á pesar de su juventud. Tal vez tiene
+dos ó tres años menos que su amiga Alicia. Las dos se
+detestan, y no pueden vivir separadas. Una semana por
+mes chocan, se insultan, cuentan la una de la otra los
+mayores horrores; luego se buscan. «¿Cómo estás, corazón
+mio?» «¿Me guardas rencor, mi ángel?»</p>
+
+<p>El príncipe sonrió al ver cómo imitaba las palabras
+y gestos de las dos señoras.</p>
+
+<p>&mdash;Clorinda es americana&mdash;continuó Castro&mdash;, pero
+americana del Sur, de una pequeña República donde
+sus padres, abuelos y bisabuelos han sido presidentes,
+hombres de guerra y padres de la patria. Su generalato
+no es sin fundamento. Allá en su país la admiran por
+su hermosura y por los grandes éxitos que le suponen
+en Europa, con ese agrandamiento y desorientación de
+la distancia. Su retrato resulta una propiedad pública;
+figura en todos los paquetes de café y todos los prospectos
+de su país. Es la belleza nacional; y cuando envejezca,
+siempre existirá un rincón del mundo donde la
+consideren eternamente joven. Se casó en París con un
+joven francés, soñador, algo artista y algo enfermo del
+pecho. Por esto mismo lo amó «la Generala». Con un<a name="page_126" id="page_126"></a>
+hombre fuerte é impetuoso se hubiesen matado los dos
+á los pocos días. Ahora es viuda. No la creo muy rica;
+la guerra debe haber disminuído sus rentas, pero tiene
+para vivir con desahogo. Hasta me imagino que debe
+sufrir menos apuros que la de Delille. Es mujer de buena
+cabeza.</p>
+
+<p>Calló un momento.</p>
+
+<p>&mdash;¡Pero de tan raras ideas! ¡Tan acostumbrada á imponer
+su voluntad!... La conocí en Biarritz hace algunos
+años. Aquí la he visto muchas veces en las salas de
+juego: saludos, conversaciones insignificantes. Cuando
+una mujer apunta, no admite galanterías que la distraigan.
+Hoy es la primera vez que hemos hablado largamente.
+¿Sabes lo que me ha preguntado en seguida?...
+Que por qué no estoy en la guerra. En vano le he dicho
+que yo soy neutral y le he demostrado que la guerra no
+me interesa. «Si yo fuese hombre, sería soldado.» ¡Y si
+hubieras visto su mirada al decirme esto!...</p>
+
+<p>Lubimoff dedicó una sonrisa despectiva á esta mujer.</p>
+
+<p>&mdash;Para ella&mdash;siguió diciendo su amigo&mdash;, todos los
+hombres deben trabajar en algo, producir, ser héroes.
+A su pobre marido, dulce como un cordero enfermo, lo
+adoró porque pintaba unos cuadros paliduchos y había
+conseguido modestas recompensas en varias Exposiciones.
+Los hombres como yo son para ella una especie de
+figurantes alquilados para animar los salones, los casinos,
+los balnearios, para sostener la conversación y ser
+galantes con las damas; pero no le interesan. Me lo ha
+dicho esta tarde, una vez más.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y á ti te duele su opinión?&mdash;dijo el príncipe.</p>
+
+<p>Calló Atilio, como si pesase sus palabras antes de
+hablar.</p>
+
+<p>&mdash;Sí, me duele&mdash;dijo al fin resueltamente&mdash;. ¿Por qué
+negártelo? Esa mujer me interesa. Cuando no la veo, no
+me acuerdo de ella. He pasado meses y años sin que
+volviese á mi memoria. Pero así que la encuentro, me
+domina... la deseo. Yo, sin ser tú, he tenido también
+mis satisfacciones amorosas. ¡Pero esta mujer es tan
+distinta á las otras!... Además, ¡el placer de vencerla,
+esa necesidad de dominación que hay en el fondo de
+nuestros deseos amorosos!... Cada vez que hablamos, y<a name="page_127" id="page_127"></a>
+ella con su voz de pájaro y su sonrisa compasiva marca
+la enorme distancia que existe entre los dos, quedo
+triste, mejor dicho, desalentado, como si necesitase alcanzar
+algo á que no llegaré nunca por más que me
+esfuerce. Hoy debería estar alegre: hace meses que no
+he tenido una tarde igual. He jugado, y mira... ¡mira!
+Diez y siete mil francos.</p>
+
+<p>Había sacado de un bolsillo interior un fajo de billetes
+azules, arrojándolo sobre la mesa con cierta furia.</p>
+
+<p>&mdash;Llegué á ganar hasta veintiséis mil. Una suerte de
+amante desesperado, de marido infeliz... Y sin embargo,
+no estoy contento.</p>
+
+<p>El príncipe volvió á sonreir, como si una verdad
+palmaria acabase de demostrar la certeza de sus afirmaciones.
+¡La mujer! Aquella Clorinda, generala de mil
+demonios, era una verdadera mujer, que con sólo breves
+minutos de conversación había perturbado á Castro y
+tal vez acabase por quebrantar la vida dulce, sin placeres
+violentos pero sin tristezas desesperadas, que llevaban
+los huéspedes de Villa-Sirena.</p>
+
+<p>&mdash;Y tú, Atilio&mdash;dijo con tono de reproche&mdash;, te emocionas
+por esa especie de virago de voz suave... Tú
+crees en el amor como un colegial.</p>
+
+<p>Castro adoptó un tono fríamente agresivo. De él podía
+decir el príncipe lo que quisiera; ¡pero llamar virago
+á la otra!... ¿con qué derecho? Ocultó, sin embargo, la
+verdadera causa de su enfado, fingiéndose herido por
+la alusión á su credulidad.</p>
+
+<p>&mdash;Yo no creo en nada; creo tal vez menos que tú. Sé
+que todo lo que nos rodea es falso, convencional; mentiras
+que aceptamos porque nos son necesarias momentáneamente.
+Tú admiras, como si fuese algo divino é inconmovible,
+la música y la pintura. Pues bien; que se
+modifique un poco la forma de nuestro oído, y las sinfonías
+de Beethoven serán verdaderas cencerradas; que
+se cambie el funcionamiento de nuestra retina, y todos
+los cuadros célebres habrá que quemarlos, porque nos
+parecerán lienzos manchados por un juego de niños...
+que se transforme nuestro cerebro, y todos los poetas y
+los pensadores resultarán pueriles idiotas. No; no creo
+en nada&mdash;insistió rabiosamente&mdash;. Para vivir y para<a name="page_128" id="page_128"></a>
+entendernos necesitamos que haya arriba y abajo, derecha
+é izquierda; y también esto es mentira, pues vivimos
+en el infinito que no tiene límites. Todo lo que consideramos
+fundamental no es mas que un cuadriculado
+que inventaron los hombres para que sirva de marco á
+sus concepciones.</p>
+
+<p>El príncipe se encogió de hombros, mirándole con
+extrañeza. ¿A qué venía todo esto, con motivo de una
+mujer?...</p>
+
+<p>&mdash;Todo mentira&mdash;prosiguió&mdash;; pero no por ello voy á
+vivir como una piedra ó un árbol. Yo necesito falsedades
+dulces que me canten hasta la hora de la muerte.
+La ilusión es una mentira, pero deseo que venga conmigo;
+la esperanza otra mentira, pero quiero que marche
+ante mis pasos. Yo no creo en el amor, como no
+creo en nada. Cuanto digas contra él lo sé hace muchos
+años; pero ¿debo darle con el pie si me sale al paso y
+quiere acompañarme? ¿Conoces tú una quimera que
+llene mejor el vacío de nuestra existencia, aunque sea
+poco durable?...</p>
+
+<p>Miguel acogió la vehemencia de su amigo con un
+gesto sardónico.</p>
+
+<p>&mdash;¿Sabes por qué parezco más joven de lo que soy?&mdash;continuó
+Atilio, cada vez más exaltado&mdash;. ¿Sabes por
+qué seré joven cuando otros de mi edad serán ya viejos?...
+Me finjo irónico, parezco escéptico, pero poseo un
+secreto, el secreto de la eterna juventud, que guardo
+para mí... Puedo revelártelo. He descubierto que la
+gran sabiduría de la vida, lo más importante, es «pasar
+el rato»; y lleno el vacío que todos llevamos dentro con
+una orquesta: la orquesta de mis ilusiones. Lo necesario
+es que toque siempre, que no queden los atriles vacíos;
+una vez terminada una partitura, hay que colocar otra
+nueva. A veces, la sinfonía es de amor... Las mías han
+sido hermosas pero breves. Por eso las he reemplazado
+con otra interminable, la de la ambición y la codicia,
+cuyos compases son infinitos como las estrellas del cielo,
+como las combinaciones de las cartas. Juego. Veo en el
+girar de la ruleta un castillo que será mío, un castillo
+más suntuoso que todos los que existen; un yate superior
+al que tú tenías; fiestas interminables. La baraja me<a name="page_129" id="page_129"></a>
+hace contemplar magnificencias como no las soñaron los
+cuentistas persas. Sus colores son montones de gemas
+preciosas. Las más de las veces pierdo y la orquesta me
+acompaña en sordina, con una marcha fúnebre de hermosa
+desesperación; pero á los pocos compases, esta
+marcha se convierte en himno triunfal: la salida del
+nuevo sol, la resurrección de la esperanza.</p>
+
+<p>Ahora la mirada del príncipe era de piedad. «Está
+loco», parecían decir sus pupilas.</p>
+
+<p>&mdash;Esta tarde, mi orquesta&mdash;continuó&mdash;me ha hecho
+conocer una nueva sinfonía, algo que no había oído
+nunca. Mientras ganaba dinero, no pensé una sola vez
+en mí. Nada de palacios, ni de yates, ni de fiestas. Pensaba
+únicamente en «la Generala», y pensaba con verdadero
+odio, deseando vengarme de ella. Quería ganar
+cien mil francos...(¡qué sabe uno!... ¡tal vez los gane mañana!)
+y luego de ganarlos comprar un collar de perlas
+á la salida del Casino (los cien mil completos) y enviárselo
+con un simple anónimo que dijese así, poco más ó
+menos: «Homenaje de antipatía de un hombre inútil y
+despreciable.»</p>
+
+<p>Una carcajada del príncipe despertó con sobresalto
+al coronel, que, como buen madrugador, se había adormecido
+en su asiento. Luego, al notar que Su Alteza no
+se fijaba en él, se deslizó fuera del <i>hall</i>, como si le atrajese
+algo más importante que aquella conversación de
+los dos amigos, que parecían ignorar su presencia.</p>
+
+<p>&mdash;Pero ¿qué encuentras tú en el amor?&mdash;dijo Miguel&mdash;.
+Porque yo creo que tú sabes lo que es verdaderamente
+el amor. Todas esas ilusiones de los adolescentes, todos
+los idealismos de los poetas, no son mas que caminos
+tortuosos que conducen á un mismo término, al único:
+el acto carnal. ¿Y no estás fatigado de él? ¿no te acobarda
+su monotonía?</p>
+
+<p>La voz del príncipe tomó cierta entonación lúgubre,
+como si clamase sobre los escombros de su vida entera.
+Había encontrado centenares de mujeres de las que levantan
+á su paso una muda explosión de deseos. La
+resistencia femenil le era desconocida. Es más: habían
+corrido á él, haciendo espontáneamente la mitad del
+camino, acosándole sin orden, obligándolo, por un pundonor<a name="page_130" id="page_130"></a>
+varonil, á sobrepasarse en sus fuerzas con una
+prodigalidad que hacía doloroso el placer... ¡Y todas
+eran iguales! El comprendía el espejismo de la ilusión
+en los que admiran desde lejos lo que no pueden conseguir.
+Es la curiosidad por lo secreto, el deseo que infunde
+el obstáculo, las fantasías mentales que inspiran los
+trajes, los adornos, todo lo que cubre el cuerpo femenino,
+dando á su monotonía la seducción de un misterio
+continuamente renovado. Para él, ¡ay! eran todas como
+si marchasen desnudas. Nada podía excitar ya su interés:
+todo lo conocía.</p>
+
+<p>&mdash;Además&mdash;y su voz se hizo más sorda&mdash;, á ti solo te
+lo confieso. El amor y la mujer me hacen pensar en la
+miseria de nuestra existencia, en el inevitable final, en
+la muerte. Desde que vivo emancipado de sus engañosas
+seducciones, me siento más alegre, más seguro de
+mí mismo; gozo con ingenuidad del momento que pasa...
+No quiero hablarte de las vergüenzas físicas de esos
+cuerpos que pretendemos divinizar, de las impurezas
+diarias ó mensuales que les hace sufrir la vida con sus
+exigencias. La mujer es menos sana que el hombre. La
+Naturaleza lo ha querido así. Déjala sin los cuidados de
+la higiene moderna, y resultará una bestia inmunda,
+roída por internas suciedades... Pero no es eso lo que
+me hace huir de ella.</p>
+
+<p>Calló, añadiendo poco después con tristeza:</p>
+
+<p>&mdash;No puedo estar al lado de una mujer sin encontrarme
+con la imagen de la muerte. Cuando acaricio su
+cabellera sedosa, tropiezo con un cráneo pulido, duro,
+amarillento, como los que asoman á flor de tierra en los
+cementerios abandonados. Un beso en la boca, un mordisco
+en la barbilla, me hacen ver el maxilar óseo con
+sus dientes, casi igual al de los antropoides que están en
+los museos. Los ojos morirán; la nariz de graciosas alillas
+y ventanas sonrosadas se disolverá igualmente; lo
+único sólido y cierto son las cuencas negras y la grotesca
+chatez de la calavera. Los pechos turgentes no pasan de
+ser simples tumores engañosos que disimulan la fúnebre
+jaula del costillaje; las piernas que nos parecen adorables
+columnas son agua y piltrafas que se disolverán,
+dejando al descubierto dos largas flautas de cal. Creemos<a name="page_131" id="page_131"></a>
+adorar la suprema belleza, y abrazamos á un esqueleto.
+Nos horroriza la imagen de la muerte, y toda mujer la
+lleva dentro, obligándonos á adorarla.</p>
+
+<p>Ahora era Castro el que miraba con ojos de asombro.
+«Está loco», parecían decir sus pupilas, fijas en el
+príncipe.</p>
+
+<p>&mdash;Lo que tú tienes, Miguel, es que estás ahito&mdash;dijo
+después de un largo silencio&mdash;. Me recuerdas á esas personas
+que, al sentarse á la mesa, disimulan con ascos
+su inapetencia. Las carnes asadas, de suculento perfume,
+son para ellas cadáveres, envolturas de pus; los
+frescos vegetales, las dulces frutas, concreciones del
+estiércol y de todos los zumos malolientes que vigorizan
+la tierra. El pan y el vino les hacen pensar en las
+manipulaciones de su elaboración... Pero si sus sentidos
+despiertan, si resucitan sus necesidades, lo ven todo
+como si acabase de salir el sol y encuentran un encanto
+inefable en lo mismo que les repugnaba... ¿Qué me importa
+que una mujer lleve dentro un esqueleto? También
+lo llevo yo, y esto no me impide encontrar muy
+agradables los placeres de la vida y considerar que de
+todos esos placeres el más interesante es... el encuentro
+de dos esqueletos.</p>
+
+<p>Castro reía con una conmiseración afectuosa contemplando
+á su amigo.</p>
+
+<p>&mdash;Estás harto, lo repito; tienes la inapetencia y las
+visiones fúnebres de los que sufren una dolorosa indigestión...
+Tú te restablecerás. Eres joven aún para permanecer
+en esa atonía: el apetito volverá á ti. Deseo
+que no encuentres la mesa puesta como en el pasado,
+que la dificultad te exalte, que la negativa te haga sufrir;
+y entonces... ¡entonces!...<a name="page_132" id="page_132"></a></p>
+
+<h3><a name="V" id="V"></a>V</h3>
+
+<p>Nunca había visto don Marcos tan enfadado á su
+príncipe como esta mañana al anunciarle que la duquesa
+de Delille le esperaba abajo, en el <i>hall</i>.</p>
+
+<p>&mdash;Debías haberle dicho que me he ido; un pretexto
+cualquiera, un almuerzo en Niza... Pero estáis de acuerdo,
+seguramente. ¡Cómo proteges á tu Infanta!...</p>
+
+<p>El coronel, rojo de emoción, intentó refutar estas
+acusaciones. Si la duquesa se presentaba de pronto en
+Villa-Sirena, era tal vez porque él se había negado á
+recibir sus encargos para el príncipe.</p>
+
+<p>Al bajar éste al <i>hall</i>, encontró á Alicia de pie junto
+á una ventana, mirando los jardines y el mar. Estaba
+de espaldas, como la había visto al salir del concierto.
+Cuando volvió la cabeza, Miguel se dijo que no la habría
+reconocido seguramente de encontrarla en otro lugar.
+Era una hermosa mujer, pero no se parecía á la que
+había visto por última vez en aquel «estudio» de la Avenida
+del Bosque, lleno de chinerías y malsanos perfumes.
+Varios años habían pasado por ella, y sin embargo
+parecía más fresca, más joven. Había perdido aquella
+luz turbia é inquietante que agrandaba sus ojos, dándoles
+una fijeza antinatural. Su tez, de una blancura
+mate y enfermiza, estaba coloreada ahora por el sol y
+el aire libre. La antigua esbeltez ondulante y ligera se
+había espesado, dando á su organismo la calma y la
+estabilidad de los cuerpos que empiezan á cristalizarse
+en su forma definitiva.</p>
+
+<p>No pudo continuar el príncipe este rápido examen,<a name="page_133" id="page_133"></a>
+molestado por la sonrisa y los ojos de Alicia. Parecía,
+por su aire tranquilo, que hubiese estado allí mismo
+la tarde anterior. Además, Miguel se sintió repentinamente
+preocupado por el modo de iniciar la conversación.
+¿Le hablaría en inglés ó en francés? ¿La tutearía
+como antes?... Ella resolvió sus dudas hablándole
+en español, y de tú, lo mismo que cuando eran muchachos.</p>
+
+<p>&mdash;Como es imposible ponerse en comunicación contigo&mdash;dijo
+Alicia sentándose, después de estrechar su
+mano&mdash;, me he decidido á hacer esta visita. No es muy
+correcto que una señora venga á visitar á un hombre
+tan malfamado como tú; pero ¡habrán venido tantas
+aquí antes que yo!</p>
+
+<p>Y estas palabras fueron acompañadas de una risa
+maliciosa. A continuación se puso seria, y dijo con
+timidez:</p>
+
+<p>&mdash;Vengo por negocios... por un asunto de dinero.</p>
+
+<p>Queriendo retardar la exposición de estos negocios,
+habló de las dificultades que la habían obligado á presentarse
+en Villa-Sirena sin anunciar su visita. El príncipe
+podía tener confianza en la exactitud con que su
+«chambelán» cumplía sus órdenes. Una buena persona
+el tal coronel, pero intratable, lo mismo que un perro
+feroz, cuando alguien pretendía que desobedeciera á su
+amo. Ella le había pedido inútilmente que anunciase
+su visita; hasta se negó á aceptar una carta para su
+señor.</p>
+
+<p>&mdash;Hubiera podido escribirte; pero temí que no contestases
+ó me enviaras simplemente á entenderme con tu
+apoderado en París. ¡Hace tanto tiempo que no nos
+vemos! ¡Ha sido tan rara nuestra amistad!... Por eso,
+finalmente, me decidí anoche á venir á sorprenderte en
+tu retiro, con la esperanza de que no me pondrías en la
+puerta.</p>
+
+<p>Miguel sonrió, haciendo un gesto de escandalizada
+negativa.</p>
+
+<p>&mdash;He venido por mi deuda... por los préstamos que
+me hizo en otro tiempo tu madre... Yo ignoraba á
+cuánto ascienden. Tu apoderado dice que son más de
+cuatrocientos mil francos. Así debe de ser, cuando él lo<a name="page_134" id="page_134"></a>
+asegura. Yo pedía en momentos de apuro, y la princesa,
+que era tan gran señora, daba y daba, sin que la una ni
+la otra nos fijásemos en las cantidades... Ahora comprendo
+que fué enorme su bondad.</p>
+
+<p>Lubimoff quedó sorprendido por esta noticia. Luego
+fué recordando que al morir su madre había dejado una
+larga nota de todos los préstamos hechos por ella, y que
+el nombre de Alicia figuraba entre los deudores. Pero
+los papeles quedaron en poder de su administrador, sin
+que él se acordase más de este asunto.</p>
+
+<p>Comprendió inmediatamente el motivo de la visita
+de Alicia. Su apoderado quería reunir dinero, y falto
+de los envíos de Rusia, realizaba todo lo que él poseía
+en Occidente: créditos á su favor, adelantos hechos á
+sus protegidos, fianzas en depósito, hasta los préstamos
+de la princesa, que, según disposición suya, sólo debían
+exigirse en caso de ineludible necesidad.</p>
+
+<p>El estrujamiento general impuesto por las circunstancias
+había alcanzado á Alicia. Hacía cuatro meses
+que la administración Lubimoff le enviaba carta tras
+carta, reclamando el pago de su enorme deuda. La última
+nota del apoderado era amenazante, en vista de su
+silencio. Anunciaba una acción ejecutiva ante los tribunales.
+La administración guardaba muchas cartas de
+ella dando las gracias á la princesa por sus bondades.
+Además, todos los pagos habían sido hechos por medio
+de cheques, cobrados por la misma duquesa.</p>
+
+<p>&mdash;Un verdadera insolente tu administrador... El otro
+día te vi en el Casino; te vi de espaldas, cuando huías
+de la gente. Me diste miedo: me imaginé en aquel momento
+que eras otro, muy diferente del que yo conocí,
+y que nunca nos entenderíamos. Después he pensado
+que no debes ser tan fiero como pareces... y he venido.</p>
+
+<p>Miguel, silencioso, parecía hablar con sus pupilas
+fijas en Alicia. ¿Y para qué había venido? ¿Qué negocios
+deseaba proponerle?</p>
+
+<p>Ella sonrió con una expresión de gracioso cinismo.</p>
+
+<p>&mdash;He venido para decirte que no puedo pagar ahora...
+y tal vez nunca; para suplicarte que esperes... no sé
+hasta cuándo, y que ese antipático que administra tu
+fortuna no me moleste con sus insolencias.<a name="page_135" id="page_135"></a></p>
+
+<p>Y como el príncipe permaneciese inmóvil, ella continuó:</p>
+
+<p>&mdash;Estoy arruinada.</p>
+
+<p>&mdash;Yo también&mdash;dijo Miguel&mdash;. Todos estamos arruinados.
+Los que fabrican para la guerra son los únicos
+ricos en este momento.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh! ¡tú arruinado!&mdash;protestó Alicia&mdash;. Lo tuyo no
+es mas que un apuro del momento. Lo de Rusia se arreglará
+un día ú otro. Además, tú eres el príncipe Lubimoff,
+el famoso millonario. Si yo tuviese tu nombre,
+¿quién me negaría un préstamo?...</p>
+
+<p>Perdió de pronto la sonrisa audaz que había preparado
+para esta entrevista. Sus ojos se hicieron más obscuros;
+su boca se arqueó hacia abajo.</p>
+
+<p>&mdash;Mi ruina es verdadera... Mira.</p>
+
+<p>Señaló el triángulo de carne que dejaba libre el
+escote de su traje. Un collar de perlas descansaba sobre
+el blanco pecho. Miguel acabó por fijarse en estas perlas,
+atraído por la insistencia de ella. Falsas, escandalosamente
+falsas; todas descascarilladas, opacas y amarillentas
+como gotas de cera. El entendía un poco de
+esto; ¡había regalado tantos collares!... Luego, Alicia le
+mostró las manos. Dos sortijas de factura artística, pero
+sin una piedra, de escaso valor intrínseco, eran lo único
+que adornaba sus dedos.</p>
+
+<p>&mdash;Este vestido es del año pasado&mdash;añadió con un tono
+sombrío, como si confesase la mayor de las vergüenzas&mdash;.
+Ya no me fían en París. ¡Debo tanto!... Sólo el
+sombrero es nuevo. ¡Qué mujer, por pobre que se considere,
+no compra un sombrero nuevo! Es lo más visible,
+lo que cambia incesantemente, lo que hay que defender.
+Por suerte, con esto de la guerra no se usan las plumas...
+Estoy pobre, Miguel, pobre como tú no has conocido á
+ninguna mujer.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y tu madre?...</p>
+
+<p>El príncipe hizo instintivamente esta pregunta. Después
+tuvo la sospecha de haber leído años antes, no sabía
+dónde, tal vez mientras vagaba por los mares, la
+noticia de la muerte de doña Mercedes. No estaba seguro;
+pero la hija le sacó de dudas.</p>
+
+<p>&mdash;¡Pobre señora!... No hablemos de ella.<a name="page_136" id="page_136"></a></p>
+
+<p>Pero habló para lamentar sus prodigalidades de devota.
+Había dedicado millones á la construcción en España
+de un hospital enorme por consejo de su capellán
+aragonés, el astrónomo de los Campos Elíseos. El mármol
+entraba en esta obra como simple material de albañilería;
+la verja del jardín era forjada por un célebre
+fundidor de arte de París dedicado á fabricar estatuas
+de salón. Al marcharse el clérigo, fatigado de tanta largueza,
+el edificio monstruoso quedaba sin terminar y la
+preciosa verja á pedazos en el suelo, como hierro viejo.
+Luego, el «monseñor» canalizaba la generosidad de la
+santa dama en otro sentido. Era necesario propagar la
+fe por medio del «buen libro», y surgía en París una
+nueva casa editorial, inaudita, inverosímil, en la que
+los paquetes de libros eran almacenados en estantes de
+caoba y las hojas plegadas sobre tableros de laca.</p>
+
+<p>&mdash;Los curas se llevaron casi todo lo mío&mdash;continuó
+Alicia&mdash;. Tal vez para cobrar comisiones, sugerían á
+mamá los gastos más absurdos.</p>
+
+<p>Numerosos campanarios repicaban en los dos hemisferios
+gracias á doña Mercedes. Una fundición de campanas
+trabajaba únicamente para sus regalos. Además,
+se sentía arrastrada, por una especie de debilidad amorosa,
+hacia todos los bienaventurados desprovistos de
+renombre.</p>
+
+<p>&mdash;Se dedicó en los últimos años á «lanzar» santos.
+Todos los que encontraba en el calendario poco conocidos
+ó de nombre raro le hacían sentir el deseo de remediar
+una gran injusticia. Hacía escribir sus vidas, les
+dedicaba iglesias, se carteaba con los señores de Roma
+para sacar adelante á muchos difuntos que esperaban
+inútilmente siglos y siglos la hora de su santificación.</p>
+
+<p>Lubimoff acabó por reir del tono rencoroso con que
+Alicia hablaba de estos placeres místicos de su madre.
+¡Famosa doña Mercedes!... Y ella acabó por reir igualmente.</p>
+
+<p>&mdash;Así fué gastando todas nuestras rentas, que eran
+enormes. Debía haberme dejado una verdadera fortuna
+ahorrada en los Bancos. ¡Una señora que invertía tan
+poco en el regalo de su persona!... Y sin embargo, tuve
+que pagar grandes cantidades por todos los encargos que<a name="page_137" id="page_137"></a>
+había hecho antes de morir. Ten la seguridad de que el
+«monseñor» y los otros son mucho más ricos que yo.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y tus minas? ¿y tus tierras de América?</p>
+
+<p>La duquesa repitió su gesto de desesperación. ¡Como
+si no tuviese nada! Pobre, absolutamente pobre.</p>
+
+<p>&mdash;Tú dices que estás arruinado, y la escasez de dinero
+sólo la sufres desde hace dos años, tal vez menos. Yo no
+veo un céntimo de mi fortuna desde mucho antes de la
+guerra. Todos se ocupan de Rusia, del bolcheviquismo,
+porque es algo que toca de cerca al viejo mundo. ¿Y lo
+de Méjico, que data de los tiempos de paz europea?...</p>
+
+<p>Sus tierras se habían perdido lo mismo que si fuesen
+bienes muebles que pueden ser trasladados y ocultados.
+Una revolución agraria, cuyos ecos apenas llegaban al
+viejo continente, las había devorado, suprimiendo todo
+vestigio de la antigua propiedad. Los mestizos se las
+repartían á su gusto, para trabajarlas ó para dejarlas
+más incultas que antes. ¿Contra quién podía reclamar,
+si estas tierras estaban en provincias que cambiaban á
+cada momento de dueño y el gobierno de Méjico no ejercía
+sobre ellas ninguna autoridad?...</p>
+
+<p>Las minas de plata, base de la enorme fortuna de
+tres generaciones de Barrios, aún estaban en peor situación.</p>
+
+<p>&mdash;Uno de los titulados «generales», un indio, se ha
+fortificado en el territorio de mis minas y desde allí desafía
+á los gobernantes de la capital. Me dicen que todos
+los meses saca medio millón de francos en barras de
+plata. Las corta en rodajas, les pone su marca, y hace
+dinero para pagar á su gente. ¡Figúrate si le faltarán
+partidarios con esa moneda de plata pura, más valiosa
+que la de los países civilizados!... Nunca acabarán con
+él; no tiene mas que ahondar en lo mío, para crear
+ejércitos. Esta mala broma viene prolongándose varios
+años; y yo, que vivo en Europa, cada vez más pobre,
+estoy pagando una guerra interminable al otro lado de
+la tierra.</p>
+
+<p>A pesar de que el príncipe nunca se había ocupado
+de sus propios negocios, quiso darle consejos. Debía ir
+allá; pedir protección; ella había nacido en los Estados
+Unidos.<a name="page_138" id="page_138"></a></p>
+
+<p>&mdash;Ya lo he hecho&mdash;contestó&mdash;. Tengo en Nueva York
+quien se ocupa de mis asuntos. Pero ¿van á hacer una
+guerra sólo por mi?... El viaje tal vez lo emprenda más
+adelante. Ahora no; me siento sin fuerzas... Tengo preocupaciones
+terribles en estos momentos, y aún serían
+más grandes si me alejase de Francia.</p>
+
+<p>Sus ojos se nublaron; una expresión dolorosa contrajo
+su rostro. Hizo un ademán como si buscase el pañuelo
+en su bolso de mano. Miguel se acordó de aquel
+joven que Castro había visto en los últimos años al lado
+de Alicia. Tal vez era éste el que provocaba su emoción
+y le impedía hacer el viaje.</p>
+
+<p>«¡El amor!&mdash;se dijo mentalmente&mdash;. ¡El amor, cuando
+ya ha pasado la juventud!»</p>
+
+<p>Quiso torcer el curso del diálogo, y le preguntó por
+el duque de Delille. Sabía que estaba en la guerra; hasta
+creyó recordar que lo habían herido en los primeros
+combates. ¿Vivía aún?...</p>
+
+<p>Al hablar Alicia de su marido, tomó una expresión
+grave, con gran extrañeza de Miguel. En otros tiempos
+le trataba con cierto desprecio. Había aceptado la libertad
+de su esposa, con todas sus consecuencias, á cambio
+de una pensión enorme. Vivían aparte, y aunque ella
+encontraba muy dulce esta independencia, no podía
+menos de sentir una antipatía femenil hacia este marido
+acomodaticio y poco dado á los celos trágicos. Pero
+ahora sus ideas parecían cambiadas, y se apresuró á
+hablar, como si temiese ver en Lubimoff la misma sonrisa
+que ella dedicaba otras veces al duque.</p>
+
+<p>&mdash;Sí; fué á la guerra. Ya sabes que es mayor que yo:
+más de veinte años. Su edad le excusaba de tomar las
+armas; pero se acordó de que en su juventud había sido
+oficial, y fué de los primeros en acudir. ¡Quién lo hubiese
+creído de un hombre que parecía sin preocupaciones y
+se burlaba de todo lo que no tocase á sus egoísmos!...</p>
+
+<p>Los alemanes lo habían recogido moribundo en uno
+de sus victoriosos avances al principio de la guerra.
+Estaba cubierto de heridas. Después de dos años de cautiverio
+lo habían canjeado como inútil, y vivía internado
+en Suiza, con un brazo menos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Pobre hombre!... Me escribe todos los meses. Pesca<a name="page_139" id="page_139"></a>
+en el lago de Ginebra, y piensa en mí más que nunca
+pensó. Sus cartas casi son de amor. ¡Cómo transforman
+las desgracias nuestro carácter! Dice que ve la vida de
+otro modo; tiene la esperanza de que después de este
+cataclismo, que nos habrá hecho mejores, podremos juntarnos
+y ser felices. ¡Ah, si yo quisiera!...</p>
+
+<p>Su tono era irónico al mencionar esta felicidad quimérica,
+pero mostraba al mismo tiempo respeto y admiración.
+El duque cazador de una gran dote, acomodaticio
+y sin escrúpulos, estaba olvidado. Ahora sólo veía
+al combatiente de cabeza blanca, al inválido, que, según
+los médicos, no podía alcanzar una larga existencia
+después de las operaciones sufridas. Y ella procuraba
+mantener sus esperanzas, contestando breve y afectuosamente
+á sus largas cartas de desterrado.</p>
+
+<p>&mdash;Entonces, ¿es por tu marido por lo que no realizas
+el viaje?&mdash;preguntó Miguel, fingiendo hacer su pregunta
+de buena fe.</p>
+
+<p>Alicia se agitó ante tal suposición. ¡Pobre Delille!...
+Ella sentía otras preocupaciones. Su marido no era el
+único que había ido á la guerra. Otros con menos años
+y con razones más poderosas para amar la existencia
+habían sufrido la misma suerte. ¡Los duelos ocultos de
+esta época!...</p>
+
+<p>Los ojos de la duquesa se humedecieron y el gesto de
+su boca fué francamente doloroso.</p>
+
+<p>«Es el pequeño amante, no hay duda&mdash;se dijo Miguel&mdash;.
+El chiquillo que vió Castro.»</p>
+
+<p>Como si adivinase los pensamientos de él y quisiera
+desviarlos, Alicia volvió á hablar del motivo de la visita
+y de su situación.</p>
+
+<p>El príncipe movió la cabeza cuando ella le fué describiendo
+su asombro al ver que la riqueza no era algo
+infinito é inmutable, y que se deshacía... ¡se deshacía!
+sin que hubiera recurso alguno para evitar su desmoronamiento.</p>
+
+<p>&mdash;He malvendido, he tomado el dinero que quisieron
+darme, sin poner atención en las condiciones. Todas
+mis joyas se fueron; unas las vendí en París, otras aquí
+mismo... Tú dices que estás arruinado. No; tú no sabes
+lo que es eso: yo sí que lo sé. Mi naufragio es más antiguo<a name="page_140" id="page_140"></a>
+que el tuyo; mi buque era mas pequeño... No quiero
+fatigarte con la relación de mis pobrezas. Ya no tengo
+casa en París. Unicamente si mis negocios se arreglasen
+volvería allá. No tengo más casa que la de aquí,
+una «villa» que compré en mis buenos tiempos. No sonrías;
+está hipotecada dos veces: cualquier día me echarán
+de ella. La tal casa era muy agradable en otros
+tiempos, cuando yo tenía dinero; ¡pero ahora, con las
+escaseces de la guerra!... No hay carbón, la leña es
+cara; por las noches hace frío, y se necesita gastar una
+fortuna para que funcione el antiguo calorífero. Además,
+no tengo más servidumbre que mi antigua doncella, el
+jardinero y su mujer, que se ocupa de la cocina. Por
+eso todas las piezas están cerradas, y Valeria y yo hacemos
+nuestra vida en dos habitaciones del primer piso.
+Allí comemos, allí dormimos... Valeria es una muchacha
+de París, una señorita que yo protejo. ¡Figúrate si
+será pobre para que yo la proteja!</p>
+
+<p>&mdash;Pero tú juegas&mdash;dijo el príncipe.</p>
+
+<p>Ella pareció escandalizarse de estas palabras, que
+sonaban como una recriminación.</p>
+
+<p>&mdash;Juego; ¿qué quieres que haga? Necesito defenderme,
+ganar mi vida, ¿y de qué otro modo puede ganarla
+una mujer como yo?... Sé lo que vas á decirme: que he
+perdido mucho. Cierto; mi collar de perlas, el verdadero,
+lo vendí aquí, y muchas otras joyas; he perdido
+grandes cantidades, de las que no quiero acordarme...
+Pero entonces no sabía lo que sé ahora... ¡ahora precisamente
+que tengo poco dinero para jugar!</p>
+
+<p>Lubimoff sintió asombro ante la fe con que hablaba
+esta mujer de sus conocimientos actuales.</p>
+
+<p>&mdash;Además&mdash;continuó con tristeza&mdash;, ¿qué sería de mí
+si me faltase el juego? Tú no debes haber olvidado cómo
+era yo cuando nos vimos la última vez. No te pasarían
+inadvertidos ciertos gustos...</p>
+
+<p>Se acordó Miguel de la invitación «á la pipa», de
+aquel perfume que llenaba el «estudio» del palacete de
+la Avenida del Bosque.</p>
+
+<p>&mdash;Todo aquello se acabó; el juego y otra cosa me lo
+hicieron abandonar. Ahora lo recuerdo con desprecio.
+Por eso vivo en Monte-Carlo: tengo la corazonada de que<a name="page_141" id="page_141"></a>
+la suerte volverá á buscarme aquí y no en otra parte.
+¿Tú no juegas?</p>
+
+<p>Se irritó Miguel ante esta pregunta. ¿No le había
+dicho que estaba arruinado? ¿Iba á imitarla á ella, que
+empeoraba su situación perdiendo los restos de su fortuna?</p>
+
+<p>&mdash;¡Arruinado!&mdash;exclamó Alicia&mdash;. Tu mala época no
+puede ser larga. Eso de Rusia acabará por entrar en
+orden. Las grandes naciones tienen allá muchos intereses
+para no preocuparse de arreglarlo todo... Lo mío
+es lo que no se compondrá en mucho tiempo. No me
+queda otra esperanza que poder dar un golpe en el Casino
+de doscientos mil ó trescientos mil francos, y con
+esto esperar á que cambien las cosas.</p>
+
+<p>El príncipe se encogió de hombros. Conocía á los
+jugadores. Esta mujer, dominada por su quimera, iba á
+olvidar el objeto de su visita, divagando sobre los caprichos
+posibles de la suerte, como Spadoni ó como el
+mismo Castro.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y qué deseas de mí?</p>
+
+<p>Alicia pareció despertar, y otra vez su sonrisa fué
+audaz y graciosa, como al principio de la entrevista,
+una sonrisa de solicitante que llega con la firme voluntad
+de conseguir lo que quiere. Ya había dicho en el
+primer momento cuál era su pretensión: que no la molestase
+más el apoderado del príncipe por aquella deuda
+olvidada.</p>
+
+<p>&mdash;La pagaré algún día, si puedo... Lo más seguro es
+que no la pague nunca. Dala por perdida, y dile á ese
+señor antipático que no me escriba más.</p>
+
+<p>Miguel, seducido por la sencillez con que esta mujer
+emitía su enorme deseo, imitó el tono de su voz.</p>
+
+<p>&mdash;Está bien; se le dirá á ese señor antipático que no
+te moleste, que se olvide de ti.</p>
+
+<p>Y rió como un niño, sin fijarse en que se trataba de
+sus propios intereses, pensando únicamente en la cara
+que pondría su grave apoderado al recibir tal orden.</p>
+
+<p>&mdash;Siempre te he creído bueno y generoso&mdash;dijo ella&mdash;.
+¡Gracias, Miguel! Algunas veces he discutido con «la
+Generala» acerca de ti, para hacerla comprender que
+eres un hombre de corazón.<a name="page_142" id="page_142"></a></p>
+
+<p>&mdash;¡Ah! ¿Doña Clorinda es enemiga mía? ¡Si no la he
+visto nunca!...</p>
+
+<p>&mdash;Es una mujer rara. Para ella, todo el que se divierte
+y no hace cosas grandes es un hombre antipático. Precisamente
+nos peleamos ayer para siempre. No hablemos
+de ella. Tengo algo más que pedirte...</p>
+
+<p>¿Más?... El príncipe la miró con asombro; pero Alicia
+se apresuró á decir que era un consejo lo que solicitaba.</p>
+
+<p>La guerra había trastornado su existencia con una
+rapidez asombrosa. Los valores sociales estaban invertidos:
+las fortunas que parecían más sólidas se venían
+abajo.</p>
+
+<p>&mdash;Esto pasará, ¿no es cierto?... Es imposible que dure.</p>
+
+<p>&mdash;Sí, es imposible&mdash;dijo él con gravedad.</p>
+
+<p>A los dos les parecía vivir en otro mundo, rodeados
+de las incoherencias de una pesadilla. ¡Ellos teniendo
+que preocuparse del dinero, que había sido hasta entonces
+algo natural en su existencia, como lo es para todos
+el sol, el aire ó el agua; viéndose obligados á perseguirlo
+en su fuga por caminos que desconocían!... No, esto no
+era lógico: un breve capricho del destino. Sus vidas volverían
+á ser como antes, con la regularidad de las leyes
+naturales, que parecen desviarse un momento, pero tornan
+al fin á su ordenado curso.</p>
+
+<p>Más necesitada y más vieja en esta vida de apuros
+económicos, ella no podía imitar la calma con que aceptaba
+Lubimoff su momentánea ruina.</p>
+
+<p>&mdash;Pasará, es seguro; pero mientras tanto, ¿cómo puedo
+vivir?... Acabas de librarme de una congoja moral con
+el olvido de esa deuda. Te lo agradezco. Pero yo necesito
+trabajar, ¡yo quiero ganar dinero! ¿Qué me aconsejas?...</p>
+
+<p>El quedó estupefacto. ¿A qué trabajo podía dedicarse
+Alicia?... Su pregunta era para ser contestada con una
+risa. Pero ella estaba frente á él, grave, convencida de
+su voluntad para el trabajo, y esperando el luminoso
+consejo, como si de él dependiese su destino.</p>
+
+<p>Afortunadamente, la misma Alicia, no pudiendo sufrir
+este silencio, empezó á exponerle sus propias ideas.
+El revoltijo presente justificaba las más desatinadas resoluciones.<a name="page_143" id="page_143"></a>
+Una gran señora podía adoptar medios de
+existencia que años antes hubieran provocado escándalo.
+Ella conocía en Niza muchas damas rusas que daban
+grandes fiestas en sus salones antes de la guerra, y
+ahora, caídas en la pobreza, se ingeniaban para ganarse
+el pan á su modo. Una iba á abrir una tienda de sombreros,
+contando con sus antiguas amistades para formarse
+una clientela. Otra había convertido su «villa» del
+Paseo de los Ingleses en casa de huéspedes. Sólo quería
+admitir personas distinguidas, militares de los países
+aliados, pero de coronel en adelante. Trataría á sus
+pensionistas como visitas, con toda la distinción de una
+gran señora que recibe; solamente que ahora sus días
+de recepción iban á ser todos los de la semana.</p>
+
+<p>&mdash;¿Qué te parece si yo convirtiese mi «villa» en casa
+de huéspedes?... ¿Podrías tú ayudarme con algún dinero
+para renovar muebles y lo que hiciese falta?... Huéspedes
+de marca nada más: generales, embajadores retirados
+que vienen en busca de sol...</p>
+
+<p>El príncipe contestó con una carcajada.</p>
+
+<p>&mdash;¡Pero estás loca!... Te harían todos la corte. A las
+pocas semanas, tu establecimiento sería un infierno.</p>
+
+<p>Alicia no insistió, encontrando muy justa la observación.
+La rusa de Niza era vieja y horrible comparada
+con ella. Además, le parecía regular y lógico que todos
+los huéspedes se enamorasen de su persona.</p>
+
+<p>«La Generala» le había sugerido otro proyecto. Podía
+instalar en Monte-Carlo una casa de té, muy elegante.
+El atractivo de verla á ella en el mostrador haría correr
+á la gente. Para esto necesitaba también el apoyo de una
+capitalista.</p>
+
+<p>Otra risotada de Lubimoff.</p>
+
+<p>&mdash;¡El té de la duquesa de Delille!... Sería gracioso:
+pero una vez agotada la curiosidad, no tendrías otros
+parroquianos que los que se interesasen por tus gracias.
+No; eso no es negocio.</p>
+
+<p>Ella mostró un desaliento algo cómico; ¿qué hacer?...
+Una señora deseosa de trabajo no encontraba ocupación
+en este mundo dirigido y acaparado por los hombres.
+Sólo le quedaba como recurso el juego. Era un placer
+emocionante que lo hacía olvidar sus preocupaciones,<a name="page_144" id="page_144"></a>
+y al mismo tiempo una esperanza. Diariamente abría
+con el juego una ventana á la Fortuna, por si se dignaba
+acordarse de ella. ¡Quién sabe si alguna tarde plegaría
+sus alas de oro sobre una mesa del Casino, dejándose
+acariciar, como un águila domada, por las finas manos
+de Alicia!...</p>
+
+<p>&mdash;En los primeros meses de la guerra&mdash;continuó&mdash;no
+necesitaba distracciones; tenía bastante con la realidad
+de los acontecimientos. ¡Las angustias que he pasado!...
+Pero á todo se acostumbra una; las mayores emociones,
+al prolongarse, acaban por ser monótonas. No siempre
+se puede estar con los nervios en tensión. ¡Y esta guerra
+es tan larga... tan aburrida! Podía haber apelado á la
+caridad para distraerme; entrar en un hospital, cuidar
+heridos. Pero nunca he sido hábil para estas cosas, y no
+quiero servir de estorbo, por pura vanidad, como otras
+muchas... Además, estamos acostumbradas á mandar,
+á ser las primeras, y por grande que resulte el espíritu
+de sacrificio, acaba una por marcharse, no pudiendo
+sufrir el verse mandada por mujeres más hábiles, más
+útiles, pero que hasta ahora han sido inferiores á nosotras...
+Ahí tienes á Clorinda: los dos primeros años fué
+enfermera; estaba de lo más hermosa é interesante con
+su vestido blanco y su capita azul. Ella se siente atraída
+por todas las cosas grandes: heroísmos, sacrificios, etcétera;
+pero acabó peleándose con sus superiores y renunció
+á su bello papel.</p>
+
+<p>Alicia, con la mirada y el gesto, parecía apiadarse
+de su inutilidad.</p>
+
+<p>&mdash;¿Qué podía hacer yo? Cada vez era mayor mi ruina.
+En París me molestaban de cerca mis acreedores; por
+eso me vine á Monte-Carlo, y jugué para distraerme y
+para vivir. «Hay el amor», me decía un viejo académico
+amigo mío, con intenciones egoístas, para ser el
+primero en aprovecharse del consejo. ¡Imagínate tú: el
+amor-pasión, el amor generoso, como único remedio de
+las tristezas de la vida, y á estas horas! ¡Ojalá pudiera
+ser!... Pero me siento vieja; yo tengo dos mil años... Tú
+eres más joven, pero cuentas siglos también. ¡El amor
+á nosotros!...</p>
+
+<p>Lubimoff sonrió al principio del tono de ironía y desengaño<a name="page_145" id="page_145"></a>
+con que hablaba ella. Sí; eran muy viejos. Los
+grandes remedios, útiles para la mayoría de la humanidad,
+no obtenían ninguna influencia sobre ellos, que estaban
+como anestesiados por la hartura y el cansancio...
+De pronto, un deseo indiscreto conmovió al príncipe.
+Quiso aprovechar esta ocasión para hacer una pregunta
+que se le había ocurrido varias veces.</p>
+
+<p>&mdash;Pero tú&mdash;dijo con una franqueza varonil, como si
+Alicia fuese un camarada&mdash;, tú crees aún en el amor. Me
+han hablado de un muchacho, casi un niño, que llevabas
+á todas partes antes de la guerra. Realmente empezamos
+á ser viejos&mdash;añadió sonriendo&mdash;, y sentimos necesidad
+de rozarnos con la juventud... ¿Era tu amante?...
+¿Es él quien motiva tus preocupaciones?</p>
+
+<p>La duquesa palideció ante estas preguntas, mostrándose
+indecisa. Luego quiso hablar. Se notaba en ella el
+apresuramiento del que desea sincerarse; pero á su palidez
+sucedió una oleada de rubor. Por dos veces quiso
+decir algo, y al fin hizo un esfuerzo para contener sus
+palabras, sonriendo con una malicia forzada.</p>
+
+<p>&mdash;No hablemos de eso. Que cada cual guarde sus secretos.</p>
+
+<p>Y para que el príncipe no reincidiese en su curiosidad,
+siguió ocupándose del juego. Pero él no la escuchaba,
+sumido en sus pensamientos. Había acertado; aquel
+efebo era su amante, y sufría por él. Tal vez estaba
+herido ó prisionero. Este era el gran obstáculo que se
+oponía á su viaje, lo que la tenía inmovilizada en Europa,
+por esa superstición que nos hace creer que permaneciendo
+cerca podemos conjurar mejor el peligro.
+¡Y parecía muy enamorada!... Aquí el príncipe hizo
+mentalmente una serie de exclamaciones.</p>
+
+<p>¡Cerca de los cuarenta años, con un pasado que era
+toda una historia, sentir esta pasión tan vehemente, tan
+juvenil!... ¡Creer todavía en el amor!</p>
+
+<p>Miguel la miró con unos ojos que casi eran de odio.
+Le molestaba su apasionamiento por el muchacho, sin
+acertar á definir el motivo; tal vez por la indignación
+que inspiran las gentes aferradas á los errores nefastos,
+aceptándolos como verdades consoladoras. Lo cierto es
+que le molestaba la conducta de ella.<a name="page_146" id="page_146"></a></p>
+
+<p>Y esta repentina animadversión contra Alicia acabó
+por hacer que se fijase otra vez en lo que estaba diciendo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Si tuviese el mismo dinero que antes, cuando tu
+madre vivía aún, y nos encontrábamos en Monte-Carlo!...
+Pero entonces yo no sabía lo que sé ahora.
+Jugaba por aturdirme, por saborear la emoción de la
+pérdida, que en realidad no me afligía mucho. Sólo
+apuntaba con placas de mil francos. Creía denigrante
+tocar otras con mis manos, y además nunca las arriesgaba
+solas. Siempre las ponía formando columna.</p>
+
+<p>&mdash;¿Cuánto llevas perdido?...</p>
+
+<p>Ella encogió los hombros, haciendo un mohín desdeñoso:</p>
+
+<p>&mdash;¡Quién puede saberlo!... Vengo aquí hace más de
+doce años. Ni los del Casino llegarían á calcular el dinero
+que les he dado. Antes no llevaba yo cuenta alguna;
+cuando me hacía falta dinero telegrafiaba á París.
+Además tenía á tu madre, tenía á la mía, que acababa
+por ceder á mis peticione. No quiero saber cuánto he
+perdido: me daría rabia... Deben ser millones.</p>
+
+<p>La sonrisa de conmiseración con que la escuchaba
+Miguel pareció enardecerla.</p>
+
+<p>&mdash;Pero entonces yo no sabía... Ahora necesito ganar,
+y juego de otro modo. Lo que me falta es capital. ¡Si yo
+tuviese capital para trabajar!...</p>
+
+<p>Esta última palabra convirtió la sonrisa de él en
+franca carcajada. «¡Trabajar!...» Pero la duquesa siguió
+hablando seriamente de su «trabajo». Lamentaba la escasez
+de sus medios. Unos treinta mil francos era el
+único capital de que podía disponer. A veces disminuía
+de un modo alarmante: los treinta mil bajaban á ser
+una simple unidad. Luego resurgían los ceros, y el producto
+del «trabajo» se hinchaba, iba subiendo más allá
+de los treinta mil; pero como si esta cifra resultase fatídica
+para Alicia, la ganancia volvía á descender al nivel
+ordinario.</p>
+
+<p>&mdash;Anoche estuve de suerte: llegué á ganar catorce
+mil francos. Pero la semana pasada fué mala. Total,
+que estoy siempre en los treinta mil: imposible ir más
+allá. Y es que no me arriesgo, tengo miedo, y no aprovecho<a name="page_147" id="page_147"></a>
+las buenas series como deben aprovecharse, doblando,
+siempre doblando. Temo que un golpe se lo
+lleve todo. ¡Si tuviese capital para trabajar!... ¡Si entrase
+en el Casino una tarde con ciento cincuenta ó doscientos
+mil francos!... Así hay que ir para dominar á la suerte.
+Debo hacer el gran juego... ¡Yo apuntando ahora con
+fichas de cien francos y hasta de veinte, como una prestamista
+retirada!... Por eso la Fortuna no me reconoce y
+pasa de largo.</p>
+
+<p>El príncipe movió la cabeza. Se negaba á ayudarla
+en sus locuras. ¿No era mejor que guardase esos miles
+de francos, en vez de perderlos rápidamente, como le
+ocurriría el día que menos lo esperase?</p>
+
+<p>&mdash;Tú no eres jugador: lo sé&mdash;dijo ella&mdash;. Nunca te
+sentiste atraído por esa voluptuosidad. Por eso ignoras
+la fuerza misteriosa del juego y das consejos sobre lo
+que no entiendes. Si yo dejase de jugar, sentiría inmediatamente
+mi miseria; entonces sería pobre de verdad.
+Mientras juegas, siempre tienes dinero á mano; ganas,
+pierdes, pero nunca te falta lo que necesitas para la
+vida. Y si pierdes definitivamente, encuentras lo necesario
+para recomenzar. Yo no sé como es, pero un jugador
+nunca carece de dinero. Una simple moneda rehace
+su situación en cinco minutos. El pobre que no juega es
+el que ve siempre sus bolsillos vacíos, sin esperanza ni
+remedio.</p>
+
+<p>Miguel siguió protestando con la mirada. Conocía
+todo esto: eran las palabras de Spadoni y del mismo
+Castro, pero con la fanática certeza de las mujeres, que
+llevan siempre á los asuntos de dinero un alma mística
+dispuesta á creer en los presentimientos y las influencias
+misteriosas.</p>
+
+<p>&mdash;Para el juego no cuentes con mi ayuda... Además,
+yo soy pobre. En este momento el coronel debe tener
+en su caja menos dinero que tú. Casi siento la tentación
+de pedirte prestados tus treinta mil francos.</p>
+
+<p>Los dos rieron ante la idea de este préstamo. ¡Ella
+que había venido á suplicarle como deudora!...</p>
+
+<p>&mdash;Ignoro lo que podré hacer por ti; no sé cuál es mi
+situación; pero haré cuanto pueda. Esperemos; hay que
+tener paciencia. Estos tiempos no pueden durar.<a name="page_148" id="page_148"></a></p>
+
+<p>&mdash;No; no pueden durar.</p>
+
+<p>Otra vez les sorprendió lo extraño de aquella pobreza
+que había caído inesperadamente sobre ellos.
+Pero ¿era lógico que continuase la vida del mundo con
+la normalidad de siempre, después de estas anomalías
+particulares?...</p>
+
+<p>Se sentían aproximados por la solidaridad de la
+desgracia: se encontraban de pronto como hermanos
+caídos al pie de una cúspide en cuya altura se habían
+evitado antes, con irresistible hostilidad, chocando rudamente.</p>
+
+<p>Miguel experimentaba ahora un motivo de atracción
+completamente nuevo. Desde su adolescencia había
+odiado á la hija de doña Mercedes por su orgullo, por
+la superioridad aplastante que conservaba aun en esos
+momentos de amor en los que casi todas las mujeres se
+empequeñecen voluntariamente para refugiarse, como
+una esclava feliz, en los brazos del hombre. Ella sólo
+sabía dar su cuerpo en forma de limosna altanera, lo
+mismo que una diosa.</p>
+
+<p>Y ahora, al verla llegar humildemente, impetrando
+su auxilio sin el rencor de la altivez humillada, ocultando
+su miedo con una alegría de buena amiga que
+desea olvidar lo pasado, sintió desvanecerse sus antiguas
+prevenciones.</p>
+
+<p>El había sido siempre el protector, el amoroso á estilo
+oriental, incapaz de interesarse por otras hembras
+que las de su harén, que todo lo deben á su munificencia,
+desde el chapín á los penachos del turbante, las
+joyas que adornan su pecho, las confituras que las nutren,
+la pipa que fuman, el instrumento que acompaña
+sus cantos. No le interesaba Alicia como mujer. ¡Ni ella
+ni otra! Pero sentía una simpatía de compañerismo al
+verla necesitada de su protección; algo parecido á lo
+que le inspiraban Castro, el coronel y los otros habitantes
+de Villa-Sirena. Hasta pensó que la desgracia era
+aceptable, ya que servía para devolver á las personas
+su verdadero carácter. Esta Alicia tan odiosa en su primera
+juventud, podía llegar á ser una amistad tolerable
+ahora que se veía libre de las influencias de la vanidad
+y de su mala educación.<a name="page_149" id="page_149"></a></p>
+
+<p>Un estrépito de mugidos de vapor, gritos y silbidos
+cortó sus reflexiones. Era un tren de soldados que pasaba.</p>
+
+<p>Ella también volvió á la realidad con este incidente.
+Pareció fijarse por primera vez en el lujo discreto y
+sólido de aquella vasta pieza. Se levantó para ver de
+cerca algunos cuadros modernos de pintores célebres que
+adornaban los muros. Para ella, las firmas de los artistas
+eran más interesantes que los lienzos. Valuaba su mérito
+con arreglo á la fama de caros que tenían sus autores.</p>
+
+<p>&mdash;¡Lo que vale todo esto!&mdash;exclamó con admiración.</p>
+
+<p>&mdash;¡Con tal que pueda conservarlos!&mdash;dijo Miguel escépticamente&mdash;.
+Bien podría ser que me obligasen á venderlos.</p>
+
+<p>La duquesa, desde una ventana, contempló los jardines,
+escalonados hasta el mar. Muchas veces, yendo de
+paseo con su amiga Clorinda, había hecho detenerse en
+el camino al carruaje de alquiler para contemplar las
+arboledas de Villa-Sirena. El coronel, tan galante en el
+Casino, tan besador de manos, se mostraba intratable,
+como un dragón guardador de tesoros, cuando le proponían
+una visita, aunque sólo fuese á los jardines. Sin
+permiso del príncipe nadie franqueaba la verja.</p>
+
+<p>&mdash;Y al llegar tú de París, ni siquiera me he aproximado
+á tu propiedad. Me dabas miedo. ¡Si hubieses podido
+ver qué aire de salvaje tenías la otra tarde! Cree
+que he necesitado un verdadero esfuerzo para venir...
+Pero ahora somos amigos, ¿no es eso? amigos para siempre...
+Sé galante con una parienta que viene á visitarte,
+y enséñame tus dominios.</p>
+
+<p>Lubimoff no pudo ocultar su contrariedad. ¿Qué deseaba
+ver Alicia?... ¿Iba á examinar á aquella hora matinal
+las habitaciones, á curiosear en los dormitorios, á
+estorbar á Novoa, que tal vez trabajaba en la biblioteca?...
+Pensó en la sonrisa irónica de Castro al sorprenderle
+guiando por los pisos altos á una mujer. Apenas
+había entrado una en Villa-Sirena, empezaban las molestias
+para su dueño.</p>
+
+<p>Como si adivinase Alicia estos pensamientos, sonrió
+graciosamente. No deseaba ver la casa: se contentaba
+con visitar los jardines.<a name="page_150" id="page_150"></a></p>
+
+<p>&mdash;Bastante has hecho recibiéndome aquí&mdash;continuó&mdash;.
+Conozco la limitación de mis derechos: estoy en territorio
+hostil. Esta es la casa de «los enemigos de la mujer».</p>
+
+<p>El príncipe fingió no entenderla. Alguien había hablado;
+tal vez era Castro, que no ocultaba nada á doña
+Clorinda.</p>
+
+<p>Pasearon por los jardines. Alicia se detuvo ante un
+pedazo de tierra cultivada, de la que empezaban á surgir
+algunas hortalizas.</p>
+
+<p>&mdash;¿Aquí es donde tú trabajas? Ya sé que te diviertes
+cultivando tu huerta, como otros príncipes rusos hacen
+zapatos.</p>
+
+<p>¿También esto?... ¡Ah, Castro charlatán!</p>
+
+<p>En el jardín griego, uno de los bancos de mármol
+sostenido por cuatro victorias aladas atrajo la atención
+de ella, haciéndola permanecer inmóvil y pensativa.</p>
+
+<p>&mdash;¿Te acuerdas del «banco de los viejos»?&mdash;dijo de
+pronto.</p>
+
+<p>Miguel no supo qué contestar á esta pregunta; pero
+pasados unos segundos se acordó, como si los ojos fijos
+de ella le sugiriesen la visión de aquella noche en que
+la había abandonado brutalmente.</p>
+
+<p>&mdash;¡Cómo te burlarías de mí! ¡Qué tonta debí parecerte!...
+Sí; una tonta insufrible. Yo era Venus; era el
+centro del mundo; todo lo existente, seres y cosas, se
+había fabricado para mi persona. Tenía por misión hacer
+sufrir al mundo mis caprichos, y el mundo debía agradecerme
+de rodillas que me fijase en él... ¡Qué quieres!
+La juventud, el orgullo pueril de la primavera, que se
+cree eterna. Y después... ¡después! ¡Si yo te contase todos
+mis desengaños, mis dolores, aun en la época en que no
+me preocupaba del dinero!... El invierno borra las ilusiones
+verdes.</p>
+
+<p>&mdash;¡Pero tú no eres vieja!&mdash;exclamó Miguel&mdash;. Todavía
+inspiras pasiones á los jóvenes. Te engañas á ti misma
+ó quieres burlarte de mí. Aún hay muchos hombres
+que al verte...</p>
+
+<p>&mdash;Tal vez&mdash;repuso ella&mdash;; pero tú, hijo mío, no estás
+entre ellos. Confiésalo: nunca te he gustado.</p>
+
+<p>El príncipe no quiso confesar nada y desvió la conversación.
+Le molestaban estas alusiones al pasado. Alicia<a name="page_151" id="page_151"></a>
+volvía á serle antipática cada vez que intentaba resucitar
+sus antiguas gracias de perturbadora de hombres.</p>
+
+<p>Vagaron más de media hora por los diversos planos
+de los jardines. De vez en cuando, Miguel, al pasar por
+un claro de la arboleda, lanzaba una mirada cautelosa
+hacia la «villa». Nadie en las ventanas; pero él presintió
+una agitación interior á causa de esta visita. Le espiaban,
+estaba seguro. Atilio, detrás de los visillos, seguía
+indudablemente sus paseos entre los árboles. Tal vez
+Spadoni, que había pasado la noche en Villa-Sirena, saltaba
+de la cama, perdiendo dos horas de sueño, para contemplar
+esta novedad estupenda. Hasta Novoa habría
+suspendido su lectura para mirar hacia el jardín.</p>
+
+<p>Alicia notó esta soledad. Ni invitados ni servidores.
+Ella y el príncipe parecían marchar por un parque encantado.</p>
+
+<p>Al dirigirse hacia la verja encontraron á don Marcos
+que salía apresuradamente del pabellón del jardinero.</p>
+
+<p>La duquesa dió su mano á Miguel, que la besó ceremoniosamente.</p>
+
+<p>&mdash;Espero que nos veremos en el Casino.</p>
+
+<p>Hizo él un signo de negación. Se aburría en las salas
+de juego: no quería entrar en ellas.</p>
+
+<p>&mdash;Me hubiera gustado encontrarte allí... Estoy segura
+de que me darías la suerte.</p>
+
+<p>Luego quedó indecisa. No pensaba volver á Villa-Sirena,
+donde sólo vivían hombres; tenía la convicción
+de que era allí un estorbo.</p>
+
+<p>&mdash;Ven á verme una mañana. El coronel sabe dónde
+vivo. Ven, y te reirás viendo cómo está instalada la duquesa
+de Delille... Es algo interesante.</p>
+
+<p>Avanzó hasta el coche de alquiler que esperaba fuera
+de la verja. Antes de subir á él, se volvió para afirmar
+con un tono de graciosa amenaza:</p>
+
+<p>&mdash;Si no vienes, no me verás más. Creeré que deseas
+romper conmigo, que me encuentras molesta y antipática...
+Te espero.</p>
+
+<p>Agitó una mano á guisa de despedida, mientras el
+carruaje se iba alejando.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ya era hora!&mdash;exclamó Miguel al verse solo.</p>
+
+<p>Una visita de hora y media, que le había hecho permanecer<a name="page_152" id="page_152"></a>
+en nerviosa tensión, midiendo sus palabras,
+evitando las expansiones demasiado afectuosas, dando
+consejos sin interés alguno y dejando en silencio los recuerdos
+del pasado. Prefería la confianza y el abandono
+de sus conversaciones con los compañeros.</p>
+
+<p>Al pensar en éstos renació su inquietud. ¡Cómo iba
+á sonreir Atilio al sentarse á la mesa! Escuchaba ya su
+voz irónica: «¡Nada de mujeres!» Y la primera que se
+presentaba lo hacía marchar ante su paso, confuso pero
+obediente, lo mismo que un prior que rompe la clausura
+para recibir á una reina.</p>
+
+<p>La inquietud le hizo hablar al coronel, que iba silencioso
+á su lado, acompañándole desde la verja al
+edificio. ¿Dónde estaba Castro?...</p>
+
+<p>&mdash;En la biblioteca, con lord Lewis. El lord ha llegado
+mientras Su Alteza estaba en el jardín. Viene á almorzar.</p>
+
+<p>¡Simpático inglés! Ocurrírsele escoger este día, espontáneamente,
+después de tantas invitaciones inútiles.
+Estando él presente, Castro sólo hablaba del juego. Y
+corrió en busca de Lewis.</p>
+
+<p>Era hijo de un gran historiador, al que su patria había
+premiado con el título de lord. Pero este título correspondía
+por herencia al hijo primogénito, y únicamente
+Toledo, dado á exagerar la valía de sus amistades, llamaba
+al segundón lord Lewis. Para Atilio, era «el Decano».
+Llevaba veinticinco años en Monte-Carlo, y los
+viejos empleados del Casino, al ver su triste calvicie inclinada
+sobre las mesas, recordaban al <i>gentleman</i> de
+otros tiempos, elegante, alegre, vigoroso. Había venido
+á la Costa Azul en una de sus correrías de personaje
+byroniano, y en ella se quedó, no queriendo ver más
+mundo. La pasión del juego era la única voluptuosidad
+inagotable para este hombre que las había gustado todas
+y estaba aburrido de la mayor parte de ellas.</p>
+
+<p>El verdadero lord Lewis, personaje grave que sostenía
+el prestigio del nombre paterno, tenía numerosos
+hijos y había servido á su país en altos puestos coloniales.
+El, poco á poco, iba perdiendo sus antiguas relaciones,
+para no ser mas que un jugador en Monte-Carlo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Veinticinco años!&mdash;había dicho melancólicamente
+un día al príncipe&mdash;. ¡Y jamás podré hacer otra cosa!<a name="page_153" id="page_153"></a>
+Ya es tarde para emprender un nuevo camino. Mi vida
+terminó, y aquí me enterrarán, estoy seguro; aquí quedará
+todo lo que heredé de mi padre, todo lo que me
+legaron varias tías viejas... Algunas veces, viendo claro,
+he emprendido un viaje de huída... Pero al estar lejos
+siento una indignación feroz. Recuerdo que he dejado
+aquí más de un millón, pienso que no debo resignarme
+á esta pérdida, y para rescatarla, vuelvo en seguida á
+jugar, y vuelvo á perder, y así continuaré hasta que
+muera. Además, hay el castillo...</p>
+
+<p>Miguel conocía este castillo. Estaba en un picacho
+de los Alpes Marítimos, á la vista de Monte-Carlo, cerca
+del pueblo de La Turbie y de los restos del Trofeo de
+Augusto, que marcan el emplazamiento de la antigua
+vía romana.</p>
+
+<p>En sus primeros años de vida en la Costa Azul, el
+elegante Lewis había adquirido por unos miles de francos
+las ruinas de una fortaleza señorial que guardaban
+la tradición dramática de guerras con los condes de Provenza,
+asaltos y asesinatos de familia. El hijo del historiador,
+más aficionado á los deportes que á la literatura,
+consideró como un homenaje filial la reconstrucción á
+la vista del Mediterráneo de un castillo como los que su
+padre había descrito al relatar las leyendas de su país.
+Invirtió en ello una parte de su fortuna, dedicando la
+otra al juego. «Con lo que gane&mdash;se decía&mdash;acabaré el
+castillo.» Y como pensaba ganar sumas fabulosas, inició
+la reconstrucción en proporciones gigantescas, dirigiéndola
+él mismo con arreglo á las fantasías arquitectónicas
+estudiadas en los dibujos de Gustavo Doré. El
+castillo había quedado á medio construir, y así subsistía
+muchos años. Por un lado las torres estaban completas
+y los muros ostentaban ventanales gemíneos con vidrieras
+de colores. En el extremo opuesto se pudría el maderamen
+de los andamios; las paredes, sin terminar,
+descendían en ángulo recto, y el viento y la lluvia penetraban
+en los futuros salones, faltos de un cuarto
+muro que los cerrase, completamente visibles como los
+decorados de teatro.</p>
+
+<p>Cuando sus amigos no lo encontraban en Monte-Carlo,
+era que carecía de dinero y estaba en su castillo<a name="page_154" id="page_154"></a>
+contemplando melancólicamente todo lo que le quedaba
+por hacer. Vivía en una ala, la menos inacabada, y entretenía
+su soledad batallando con los rústicos vecinos,
+con los proveedores, con todos los del país, que se consideraban
+obligados á molestarle y explotarle de mil
+modos.</p>
+
+<p>Al llegar de Inglaterra una remesa de mil ó dos mil
+libras esterlinas, bajaba arrogantemente desde su picacho
+al Casino. Un gran deber llenaba su existencia,
+y debía cumplirlo. ¡Esta vez iba á triunfar! Y cuando,
+después de emocionantes fluctuaciones&mdash;creciendo algunas
+veces su capital, como si fueran á realizarse sus
+esperanzas&mdash;, acababa por perderlo todo, Lewis volvía
+á su refugio de la cumbre, llevando una existencia de
+cenobita, en espera de nuevos envíos, cada vez más
+espaciados y trabajosos.</p>
+
+<p>El príncipe le había visitado una vez en esta fortaleza
+nueva y ruinosa, para invitarle á un largo viaje en
+su yate. Pero Lewis no quiso aceptar. Debía seguir el
+duelo con el Casino para recuperar su dinero; tenía la
+obligación de terminar su obra.</p>
+
+<p>La guerra le despertó por unas semanas de esta quimera
+tenaz. Su hermano había muerto poco antes; pero
+quedaban sus innumerables sobrinos, jóvenes que habían
+abandonado los placeres y comodidades de la alta
+sociedad para ofrecer sus vidas. Unos, pertenecientes á
+la marina, se embarcaban en buques pequeños, torpederos
+y submarinos, buscando los mayores peligros;
+otros ingresaban como oficiales en el ejército de tierra.
+Hasta una sobrina suya, de precaria salud, había sido
+condecorada en la línea de fuego por sus abnegaciones
+de enfermera.</p>
+
+<p>&mdash;Y yo, miserable egoísta&mdash;decía al hablar con el coronel
+en el Casino&mdash;, soy simplemente un jugador en
+Monte-Carlo. Debería ir allá, donde están los hombres;
+pero no puedo... ¡no puedo! Mi vida terminó; soy un
+muerto que come y duerme para seguir jugando. ¡Y
+pensar que algunos parientes más viejos que yo están
+en el ejército!...</p>
+
+<p>A los cincuenta y cuatro años, la conciencia de su
+decaimiento moral y las continuas pérdidas habían<a name="page_155" id="page_155"></a>
+agriado su carácter. Además, en las tardes de mala
+suerte, visitaba con frecuencia el <i>bar</i> del Casino, buscando
+la inspiración en una serie de <i>whiskys</i> tomados
+de pie y á toda prisa. Fornido, algo cuadrado, con la
+cabeza pequeña, los ojos intensamente azules, el bigote
+rubio y canoso, Atilio le encontraba cierta semejanza
+con un jabalí, tal vez por su acometividad y aspereza
+en momentos de mal humor. Jugaba con la cabeza
+hundida entre los hombros, las fuertes manos sobre la
+bayeta verde, sin mirar á nadie, sin permitir que nadie
+le hablase, pues esto desorientaba sus combinaciones.
+En los días nefastos, al discutir con los empleados ó sus
+vecinos de mesa sobre una jugada dudosa, las cóleras
+de Lewis alteraban la calma discreta de los salones.
+Insultaba á los <i>croupiers</i>, invitándoles á salir á la plaza,
+mientras distendía sus bíceps de boxeador; era preciso
+llamar á uno de los altos directores para que le apaciguase
+con todas las reflexiones paternales que merece
+un cliente asiduo.</p>
+
+<p>Este hombre, que en su juventud no había creído
+en Dios ni en el diablo, vivía sometido á supersticiones
+que regocijaban á Castro. Odiaba á los rostros desconocidos,
+por estar seguro de que ejercían sobre él
+una influencia maléfica. Bastaba que viese uno al otro
+lado del tapete verde ó detrás de su asiento, para que
+empezase á rugir por lo bajo, hasta que al fin se ponía
+de pie, trasladándose al <i>bar</i>, seguro de que un <i>whisky</i>
+á tiempo cortaría la mala suerte. Su camarada íntimo,
+el único que podía vivir con él varios días seguidos, era
+un conde francés, más viejo que Lewis, y al que se designaba
+únicamente por su titulo, como si no tuviese apellido,
+como si fuese «el conde» por antonomasia. Este no
+jugaba nunca, pero ¡sabía tanto, á pesar de que muchos
+le tenían por loco!... Treinta años antes había salido un
+día de su casa en París, diciendo que iba á comprar
+tabaco, y aún no estaba de vuelta. Su mujer había
+muerto sin verle, y sus hijos, con un sinnúmero de nietos
+nacidos y crecidos durante su ausencia, deseaban
+que nunca acabase de hacer su compra.</p>
+
+<p>Mientras Lewis jugaba, el conde, sentado en un diván,
+leía plácidamente algún volumen, sin prestar atención<a name="page_156" id="page_156"></a>
+á la curiosidad del público, que se fijaba en su gran
+cabellera blanca echada atrás, sus bigotes enormes y
+alborotados, sus ojos redondos, verdes y fosforescentes
+como los de un pajarraco nocturno. Castro sentía excitada
+su curiosidad por los libros del conde. Eran siempre
+volúmenes nuevos, de los que no se ven en ninguna
+librería, publicados por editores de ignorada existencia;
+concienzudos tratados sobre los néctares y ambrosías
+de la vida contemporánea (opio, cocaína, morfina, éter),
+formularios para entrar un relación directa con las potencias
+misteriosas (espíritus, larvas y diablos familiares),
+viejos libros de magia puestos al día por brujos
+modernos.</p>
+
+<p>No se dignaba dar consejos á su amigo sobre el juego:
+su pensamiento estaba puesto en cosas de mayor
+alcance; pero Lewis se creía más seguro cuando, al
+levantar sus ojos, lo encontraba leyendo en un rincón.
+Estando él allí, siempre ganaba, ó á lo menos no perdía.
+Su presencia era suficiente para conjurar el poder nefasto
+de los infinitos enemigos que el inglés presentía
+en torno de la mesa. Además, estaba enterado de lo que
+acariciaba el conde con una mano oculta mientras continuaba
+su lectura.</p>
+
+<p>Al sufrir sin interrupción varios días de pérdida,
+Lewis se mostraba suplicante:</p>
+
+<p>&mdash;Conde, <i>my dear</i> conde, ¡si quisiera usted prestarme
+el rosario de Satán!...</p>
+
+<p>El sabio personaje parecía dudar. Pero como se lo
+pedía su mejor amigo, entregaba el rosario, dejando
+una de sus manos sin empleo; un rosario como todos,
+pero de gruesas cuentas rojas y con los dieces negros.
+Lo más importante era el grupo de objetos que colgaba
+en el lugar de la ausente cruz: un elefante de marfil
+adquirido por el conde en la India, una moneda auténtica
+del emperador Constantino encontrada en unas excavaciones
+en la Anatolia, y un falo de oro con un resorte
+engendrador de viles contorsiones.</p>
+
+<p>La mala suerte quedaba vencida. Algunas veces había
+perdido Lewis mientras pasaba ocultamente las cuentas
+del diabólico rosario por debajo de la mesa; pero
+siempre perdía menos que cuando estaba privado del<a name="page_157" id="page_157"></a>
+maravilloso talismán. El sólo quería acordarse de una
+tarde en que, ayudado por esta joya impúdica y sacrílega,
+llegó á ganar ochenta mil francos.</p>
+
+<p>Si la ganancia se cortó, fué por culpa del conde. Era
+infiel como una mujer coqueta; desaparecía de pronto,
+repitiendo la misma fuga inexplicable con que había
+asombrado á su familia. A Lewis no lo abandonaba para
+comprar tabaco; pero los libros recién adquiridos hablaban
+de un narcótico empleado en Asia que hacía ver el
+porvenir, de una gitana de Granada que podía matar
+á las personas con solo el deseo y unas palabras misteriosas,
+y allá se iba, bajo la fe de anónimos autores que
+nunca habían salido de París. Jamás le faltaba dinero
+para estos viajes misteriosos; sin duda su familia tenía
+interés en mantenerlo lejos. Tardaba en reaparecer tres
+meses ó cinco años; hasta que el público rumor hacía
+saber á Lewis que su amigo vivía en Cannes ó en Niza,
+y le enviaba carta tras carta, invitándolo á trasladarse
+á Monte-Carlo. Hasta iba en busca suya, y el conde se
+dejaba traer, con sus libros de misterios y su prodigioso
+rosario, sin hablar una palabra de lo que había descubierto
+en sus viajes.</p>
+
+<p>Al ver el príncipe á Lewis después de dos años de
+ausencia, tuvo que disimular su triste sorpresa. Sólo los
+ojos, claros, reposados y dulces, recordaban la perdida
+frescura del <i>gentleman</i> elegante y vigoroso. Había adelgazado
+de un modo alarmante, con un enflaquecimiento
+de enfermedad. Su cráneo parecía haberse empequeñecido,
+y sobre su calvicie se desplomaban como ruinas
+algunos mechones cenicientos y espaciados.</p>
+
+<p>Una observación del coronel renació en su memoria.
+Toledo había estudiado la decadencia de los jugadores.
+Así como iban llegando á los últimos límites del desaliento
+y la desesperación, se encogían y arrugaban. Su
+sombrero se hacía más grande: cada día bajaba más,
+hasta descansar en las orejas; el cuello de la camisa se
+dilataba igualmente, como si fuese á dejar escapar un
+pecho angustiado.</p>
+
+<p>Durante el almuerzo, Lewis, Castro y Spadoni sostuvieron
+la conversación. Hablaron del juego y del Casino,
+pero nadie se atrevió á preguntar al inglés si había ganado.<a name="page_158" id="page_158"></a>
+Temía supersticiosamente esta pregunta, como
+algo que llamaba á la desgracia. En cambio, habló de
+la fortuna de los otros, de las grandes ganancias conseguidas
+en una noche. Guardaba en su memoria todo lo
+que le habían contado ó lo que él había creído ver
+durante veinticinco años de vida en Monte-Carlo. Un
+americano se había ido con un millón; un inglés había
+ganado diez mil libras esterlinas con cinco luises prestados...
+Así continuaba relatando los prodigios vistos
+en el Casino. ¿Y aún había quien aseguraba que todos,
+absolutamente todos los jugadores acaban fatalmente
+por perder?...</p>
+
+<p>El pianista escuchaba con ojos de asombro y de codicia
+los relatos del «Decano». Castro se mostraba más
+escéptico. Había oído contar estas ganancias inauditas
+y otras muchas, pero sin presenciar una sola de ellas,
+y eso que llevaba también bastantes años viniendo á
+Monte-Carlo. Era verdad que había visto ganar en una
+noche hasta quinientos mil francos... Pero al día siguiente
+cambiaban las cosas, y el triunfador perdía lo
+ganado y además lo suyo, teniendo que pedir el viático
+de costumbre para volverse á su país.</p>
+
+<p>&mdash;Yo creo&mdash;dijo&mdash;que todas esas historias las inventa
+la sección de propaganda del Casino. Me han contado
+que tiene á sueldo un novelista de folletón, el cual debe
+lanzar todas las semanas un cuento de esta clase para
+enardecer á los jugadores.</p>
+
+<p>Acogió el príncipe con una sonrisa la invención de su
+amigo, pero Lewis no aceptaba paradojas en asuntos tan
+respetables, y gritó que todo lo que él contaba lo había
+presenciado. Mentía sin darse cuenta al hacer esta afirmación.
+En realidad, había visto lo mismo que Atilio:
+grandes ganancias seguidas de pérdidas mayores; pero
+experimentaba la necesidad de lo maravilloso, y estaba
+dispuesto á creerlo todo de antemano. Tenía el alma del
+fanático, que cuando le cuentan un milagro afirma á los
+pocos días con sinceridad: «Yo lo vi con mis ojos.»</p>
+
+<p>Repetidas veces espió el príncipe á Castro, esperando
+sorprender en él una mirada irónica, algo que le revelase
+sus impresiones acerca de la visita que había recibido
+en la mañana. Pero la presencia de Lewis parecía<a name="page_159" id="page_159"></a>
+haber borrado en él todo recuerdo que no tuviese relación
+con el juego.</p>
+
+<p>Al terminar el almuerzo hablaron en el <i>hall</i>, mientras
+tomaban el café, de los que jugaban más fuerte en
+las salas privadas. El nombre de algunos era pronunciado
+con respeto, como si fuesen maestros dignos de
+admiración.</p>
+
+<p>&mdash;Ese sabe jugar&mdash;decían como único comentario.</p>
+
+<p>Lo gracioso para Miguel era que Lewis también figuraba
+entre los maestros que «sabían jugar», y todos
+ellos perdían, lo mismo que los ignorantes. Su único
+mérito estribaba en ir retardando el momento de la ruina
+final, en prolongar la anonadadora emoción, envejeciendo
+como prisioneros á la sombra de los peñones del
+principado.</p>
+
+<p>Miró á Castro una vez más, como á un enemigo astuto
+que disimula su pensamiento, y se aventuró á hacer
+una pregunta:</p>
+
+<p>&mdash;Y mi parienta la de Delille, ¿cómo juega?</p>
+
+<p>Atilio fijó los ojos en él sin malicia alguna, extrañándose
+del interés que mostraba por la duquesa; pero
+no pudo hablar, pues se le adelantó Lewis. Odiaba á las
+mujeres, especialmente en la mesa de juego. Sólo servían
+de estorbo, interrumpiendo con sus gestos y sus nerviosidades
+las meditaciones de los hombres.</p>
+
+<p>&mdash;Juega como una bestia&mdash;dijo con brutalidad&mdash;,
+juega como una mujer... ¡El dinero que lleva perdido
+tontamente!...</p>
+
+<p>Castro intervino, como si quisiera evitar que esta
+conversación se prolongase.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y el conde?&mdash;preguntó á Lewis&mdash;. ¿Dónde esta? El
+coronel se interesa mucho por él.</p>
+
+<p>Don Marcos lanzó una exclamación de asombro y de
+reproche. Tenía su opinión formada desde mucho antes
+sobre el tal personaje. ¡Un demente!... No podía olvidar
+su breve diálogo una tarde en el Casino, después que
+Atilio los presentó á los dos. Al conocer la nacionalidad
+de Toledo había hecho grandes elogios de su país.
+¡Oh, España! ¡Su lengua interesante! Y cuando el coronel
+iba á agradecerle tanta amabilidad, quedó estupefacto
+y con el aliento cortado.<a name="page_160" id="page_160"></a></p>
+
+<p>&mdash;Porque usted debe saber, indudablemente, que el
+español es la lengua usual del diablo, después del latín.
+En español están escritos los más poderosos conjuros.
+¡Oh, los nigromantes de Toledo! ¡Los sabios brujos de
+Salamanca!</p>
+
+<p>El viejo soldado de la tradición se alteraba al recordar
+al conde y su rosario. Por esto, cuando Lewis declaró
+que no sabía nada de su amigo, repuso seriamente:</p>
+
+<p>&mdash;Yo sé dónde está: en una casa de locos.</p>
+
+<p>Sonó de pronto el estrépito de un tren que pasaba
+ante Villa-Sirena con acompañamiento de gritos y silbidos.
+Más ingleses que iban á Italia.</p>
+
+<p>Esto les hizo ocuparse de la guerra. Lewis, que había
+bebido mucho en la mesa, recordando al hablar del
+juego la inutilidad de su vida, cayó de pronto en una
+tristeza densa, de ebrio melancólico y digno.</p>
+
+<p>&mdash;Dos sobrinos míos murieron en la batalla naval de
+Jutlandia. Seis hijos de mi hermano han muerto en
+Francia en una sola tarde: pertenecían al mismo batallón.
+Todos jóvenes, animosos, deseando hacer algo. Y
+yo soy el único varón que queda en la familia; soy el inútil,
+el viejo, el que no sirve para nada. ¡Ah, miseria!...</p>
+
+<p>Todos callaron, comprendiendo que la desesperación
+y la vergüenza de este hombre, que parecía llorar sobre
+las ruinas de una vida sin objeto, exigían el silencio.
+Novoa movió la cabeza como si aprobase sus palabras.</p>
+
+<p>&mdash;Mi familia ha terminado. ¡Tantos jóvenes que había
+en ella!... La vida es rara. Transcurre el tiempo sin que
+surjan sucesos extraordinarios, y de pronto, las horas
+valen meses, los días son años, y pasan en unos minutos
+cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos. ¡Todos
+muertos! Sólo queda mi sobrina Mary, la enfermera.
+Está aquí; la han enviado sus jefes casi á la fuerza para
+que descanse y se reponga. Pero se escapa á Mentón, á
+Niza, allí donde hay heridos, queriendo reanudar su
+servicio. ¡Si á lo menos se casase!... Mas no: morirá
+como los otros. Y yo quedaré solo, y seré lord, el tercer
+lord Lewis: lord Lewis el historiador, lord Lewis el gobernador
+colonial, y lord Lewis el inútil...</p>
+
+<p>Aquí intervinieron todos con una protesta afectuosa.<a name="page_161" id="page_161"></a>
+Sus desgracias de familia eran enormes, pero no debía
+atormentarse de tal modo.</p>
+
+<p>&mdash;Con su permiso, príncipe&mdash;dijo el inglés, desviando
+la conversación&mdash;, un día traeré á mi sobrina para que
+conozca sus jardines. ¡Ama tanto estas cosas! Es la única
+de la familia que ha heredado el alma de mi padre.</p>
+
+<p>Después de esto, Lewis mostró deseos de marcharse.
+Necesitaba olvidar, y sabía dónde le esperaba el olvido.
+Sus pies de jugador sintieron el mismo irresistible deseo
+de actividad que los del ebrio cuando piensa en el mostrador
+del <i>bar</i>. Castro y Spadoni cruzaron con él varias
+miradas.</p>
+
+<p>&mdash;¿Si fuésemos á dar una vuelta por el Casino?&mdash;propuso
+uno.</p>
+
+<p>Y los tres desaparecieron.</p>
+
+<p>El coronel también se fué, y el príncipe pasó el resto
+de la tarde conversando con Novoa, paseando por sus
+jardines, viendo la puesta del sol, y finalmente leyendo
+en el <i>hall</i>, al pie de una lámpara que extendía su enorme
+pantalla rosa sobre una alta columna.</p>
+
+<p>Castro llegó solo, mucho antes de la hora de la comida.
+Estaba triste; silbaba, y su sonrisa era un rictus
+hostil. ¡Mala tarde! Lo había perdido todo. Al día siguiente
+tendría que solicitar un nuevo préstamo de su
+pariente para volver al «trabajo».</p>
+
+<p>Miguel sintió otra vez la necesidad de hablarle de la
+visita de la mañana. Era mejor una explicación franca
+que evitase alusiones é ironías.</p>
+
+<p>&mdash;Sí, la he visto&mdash;dijo Castro&mdash;. Os seguí desde una
+ventana cuando paseabais por los jardines.</p>
+
+<p>Le miró el príncipe, asombrado de su laconismo. ¿Esto
+era todo lo que se le ocurría decir? Ahora hubiese preferido
+sus burlas.</p>
+
+<p>&mdash;¿Qué tiene de particular que haya venido?&mdash;dijo al
+fin con brusquedad&mdash;. Es natural; ¡pobre mujer! Te advierto
+que has empezado por conquistar á una enemiga.</p>
+
+<p>Se había encontrado en el Casino con «la Generala».
+Ella y Alicia acababan de reconciliarse una vez más, y
+para afirmar con una confidencia íntima la amistad rehecha,
+la de Delille le había contado su entrevista con
+el príncipe.<a name="page_162" id="page_162"></a></p>
+
+<p>&mdash;Doña Clorinda, que no te podía ver, por considerarte
+un frívolo, un vago pernicioso, hace de ti los mayores
+elogios, á causa del perdón de esa deuda enorme
+y de tu propósito de ayudar á la duquesa. Dice que eres
+un caballero digno de otros tiempos, un gran corazón...</p>
+
+<p>Miguel encogió los hombros. ¡Lo que le importaba á
+él la tal doña Clorinda!... Esto exasperó á Castro.</p>
+
+<p>&mdash;¿Por qué no había de venir aquí tu parienta?&mdash;dijo
+con aspereza&mdash;. Tú te aburres entre hombres; no lo
+crees, pero es así. A todos nos ocurre lo mismo. Resulta
+necesario hablar de vez en cuando con una mujer, aunque
+sea únicamente por amistad. Lo que tú pretendiste
+al llegar de París es imposible.</p>
+
+<p>&mdash;¿Crees acaso que voy á enamorarme de Alicia?</p>
+
+<p>Y el príncipe rió largamente, como si no se cansase
+de celebrar lo absurdo de tal suposición.</p>
+
+<p>&mdash;Eso tú lo sabrás&mdash;contestó Atilio&mdash;. Lo que yo digo
+es que no podemos ser por mucho tiempo los enemigos
+de la mujer. Mira al coronel; es tu «chambelán», tu
+ayudante, el hombre que te obedece ciegamente. Pues
+hasta ese te abandona. Fíjate: siempre que puede, vive
+en el pabellón de la portería. Necesita hablar con la hija
+del jardinero, una mocosa que él ha visto andar á gatas,
+pero que ya tiene diez y seis años y no ofrece mal aspecto.
+Trabaja en una sombrerería de Monte-Carlo, y sigue
+las modas lo mismo que una señorita. El coronel cuida
+de la renovación de sus zapatos de altos tacones, de sus
+faldas cortas, de sus boinas y sombreritos, de sus collares
+de falso ámbar. En esto emplea todo el dinero que
+tú le permites que tome como recompensa. A veces la
+sigue de lejos por las calles, admirando su contoneo provocativo,
+sus pantorrillas al descubierto, siempre con
+medias de seda... Cultiva pacientemente su jardín. Sonríe
+como un imbécil al pensar en su futura cosecha.<a name="page_163" id="page_163"></a></p>
+
+<h3><a name="VI" id="VI"></a>VI</h3>
+
+<p>Un domingo, al levantarse de la cama, el príncipe
+sintió deseos de cantar. Tal vez fué por seguir maquinalmente
+á unos pájaros que desde la salida del sol
+estaban gorjeando en los aleros de Villa-Sirena, engañados
+por la tibieza de un día primaveral en pleno invierno.</p>
+
+<p>Miró por una ventana de su dormitorio. El Mediterráneo,
+sin una sola vela, se extendía, largamente ondulado,
+hasta juntarse con el cielo. Las gaviotas volaban
+en círculos, desplomándose á continuación con las alas
+encogidas para dejarse llevar por las aguas. Los fondos
+de arena removidos por las corrientes aclaraban el azul
+del borde de la costa, dándole un tono opalino de ajenjo.
+En torno del promontorio hervían las espumas, blancas,
+luminosas, incesantemente renovadas, entre las cabezas
+de los escollos.</p>
+
+<p>El príncipe oyó voces encima de él. Castro y Spadoni
+se hablaban de ventana á ventana. La precoz belleza
+del día les había hecho saltar del lecho con misterioso
+aviso. Admiraban el cielo, sin un vapor que
+enturbiase las distancias. Las montañas habían adquirido
+un relieve extraordinario: parecían más grandes y
+más próximas. Por encima del Cap-Martin descendían
+los Alpes italianos, y en sus últimas estribaciones, á ras
+del agua, blanqueaban las poblaciones fronterizas: Vintimiglia
+y Bordighera.</p>
+
+<p>Por un capricho atmosférico, flotaba en mitad del
+cielo sereno una nube compacta, alargada, semejante á<a name="page_164" id="page_164"></a>
+una isla cubierta de nieve. Su blancura parecía irradiar
+una luz interior.</p>
+
+<p>&mdash;La conozco&mdash;dijo Atilio con acento de convicción
+al músico, que no se cansaba de admirarla&mdash;. La he
+visto muchas veces. Cuando el día se muestra demasiado
+limpio, los directores del Casino temen que la
+clientela se aburra de tanto sol, de tanto azul: azul en
+el mar, azul en el cielo. «Que suelten la nube grande»,
+ordenan por teléfono. Habrá usted reparado que esa
+nube siempre aparece por detrás de las montañas. Es
+donde el Casino tiene sus almacenes. Aquí no perdonan
+detalle para entretener á los parroquianos.</p>
+
+<p>Miguel oyó dos mugidos: uno de sorpresa, otro de
+indignación. Luego el ruido de una ventana al cerrarse.
+El pianista, molestado por esta broma matinal, volvía á
+su lecho para dormir hasta la hora del almuerzo.</p>
+
+<p>Apresuró el príncipe sus operaciones de limpieza.
+Sentía la necesidad de salir, como si sus jardines le pareciesen
+estrechos. A lo lejos sonaban las campanas de
+Monte-Carlo, más lejos aún respondían las de Mónaco, y
+este repiqueteo hacía vibrar la frágil y clara atmósfera
+como una copa de cristal.</p>
+
+<p>Bajó las escaleras lentamente, procurando no hacer
+ruido, y al llegar á la verja respiró satisfecho. No había
+encontrado á ninguno de sus compañeros, ni siquiera al
+coronel. Quería marchar solo hacia la ciudad, como si
+le atrajese la alegría matinal del domingo, que se convierte
+al llegar la tarde en tedio abrumador.</p>
+
+<p>Fuera de la verja le saludó una muchacha que esperaba
+el paso del tranvía. Era pequeña, pero sus pies
+estaban montados en violento ángulo sobre unos zapatos
+de tacones agudos. Su falda apenas pasaba de la
+rodilla, dejando al descubierto unas medias bien repletas
+de carne transparentada por el fino tejido. Sobre
+su jersey de seda color salmón ostentaba un collar de
+enormes cuentas de falso ámbar. El pelo, cortado en
+forma de melena de paje, se ahuecaba bajo una graciosa
+boina de terciopelo. El profundo respeto con que
+le saludó hizo que la reconociese: la hija del jardinero.
+Pero al mismo tiempo le miraba hipócritamente, con
+una curiosidad mal disimulada, como si sus pupilas estableciesen<a name="page_165" id="page_165"></a>
+una separación entre el amo venerado por
+sus padres y el buen mozo al que adoraban las mujeres
+y del que había oído contar tantas cosas.</p>
+
+<p>El príncipe siguió adelante, después de saludarla
+como á una señorita de su mundo. Estaba alegre esta
+mañana, y rió en su interior al pensar en lo que daría
+que hacer á los hombres, más adelante, este capullo de
+malicias y ambiciones. Luego se acordó de don Marcos
+y de lo que le había contado Atilio. ¡Pobre coronel! ¡Meterse,
+con sus años, á domador de fierecillas!...</p>
+
+<p>Caminó ligeramente hacia Monte-Carlo. Pasaba ante
+las «villas» y los jardines como si sus pies tomasen nuevo
+impulso al tocar el suelo, como si en la atmósfera primaveral
+se hubiesen disminuído las leyes de la gravedad.</p>
+
+<p>Dentro de la población se detuvo ante las gradas de
+la iglesia de San Carlos. Por la puerta salían resplandores
+de cirios, perfumes de flores, susurros de órgano,
+voces de doncellas. Su alma, pueril y ligera como la
+mañana, sintió deseos de ir en pos de las familias endomingadas
+que subían la escalinata. El era católico por
+su padre, cismático por su madre, y nada por su propia
+voluntad. Pero se sintió repelido por esta penumbra olorosa
+de cueva abierta moteada de luces, y siguió adelante,
+aspirando con delicia el aire libre.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, lady!... ¡Buenos días!</p>
+
+<p>Una mano de mujer, descarnada y larga, estrechó la
+suya con una rudeza varonil. El sol hacía brillar los botones
+dorados sobre el paño color kaki de un uniforme
+de soldado inglés. Mas el uniforme, en vez de estar rematado
+por unos pantalones, tenía como final una falda
+corta sobre polainas de cuero rojo.</p>
+
+<p>Era la sobrina de Lewis. Había estado dos tardes en
+Villa-Sirena correteando por sus jardines. Miguel contempló
+una vez más su enfermiza delgadez, que iba tomando
+el aspecto miserable de la consunción. La correa
+que le cruzaba pecho y espalda, uniéndose por ambos
+lados á la cintura, se hundía en el paño, como si detrás
+de su trama no encontrase la resistencia de un cuerpo.
+El rostro avanzaba con una agudeza de cuchillo bajo la
+visera de la gorra militar. Su epidermis, rugosa y macilenta
+en plena juventud, marcaba todas las aristas y<a name="page_166" id="page_166"></a>
+oquedades del hueso. Parecía no tener edad; lo mismo
+podía ser de veinticinco que de sesenta años. Lo único
+que se conservaba fresco en ella eran los ojos, unos ojos
+que aún tenían el resplandor ingenuo de la adolescencia,
+y miraban de frente, con la serena confianza de la
+virgen fuerte.</p>
+
+<p>Los horrores de la guerra habían pasado sobre este
+organismo como una llamarada que seca cuanto toca, lo
+apergamina, y acaba convirtiéndolo en polvo. Parecía
+una momia, tostada por el resplandor de los incendios,
+estremecida por las lágrimas y los quejidos de millares
+de seres. «¡Lo que esos oídos habrán escuchado!», se dijo
+Miguel. Y comprendió el gesto triste de su boca pálida,
+que colgaba con desaliento entre dos profundos surcos
+verticales. «¡Lo que esos ojos habrán visto!», continuó
+pensando. Pero los ojos no querían acordarse, y le sonreían,
+contentos del momento presente.</p>
+
+<p>Acababa de salir de un gran hotel convertido en
+hospital y esperaba el tranvía para ir á Mentón. Habían
+llegado allá nuevos heridos, y la escasez de enfermeras
+obligaba á los médicos á admitir sus servicios. Por el
+momento no la molestarían más preocupándose de su
+falta de salud. Al pensar en el rudo trabajo que la esperaba,
+en las noches de vigilia y los combates con la
+muerte para salvar á unos cuantos hombres, mostró un
+gran regocijo. Deseaba cuanto antes hacer su corto
+viaje, como si se dirigiese á una fiesta; y al ver que se
+aproximaba el tranvía, estrechó otra vez varonilmente
+la mano del príncipe.</p>
+
+<p>&mdash;Seguiré abusando de su autorización. La próxima
+vez saquearé aún más sus jardines. ¡Flores... muchas
+flores! ¡Si viera usted qué alegría sienten los pobrecitos
+cuando las coloco junto á sus camas! Algunos médicos
+se enfadan; encuentran frívolo esto... Pero lo que yo
+digo: ya que hemos de morir, muramos con un poco de
+poesía, rodeados de algo que nos recuerde la belleza de
+lo que perdemos. Esto no hace mal á nadie.</p>
+
+<p>Lubimoff siguió su camino, pero con menos ligereza.
+Esta amazona de la caridad parecía haber desgarrado
+el velo rosa que alegraba su visión.</p>
+
+<p>Todo era lo mismo, pero ligeramente ensombrecido,<a name="page_167" id="page_167"></a>
+como los paisajes que se contemplan á través de un vidrio
+ahumado. Fijaba su atención en cosas no vistas
+hasta entonces. Todos los grandes hoteles se habían
+convertido en hospitales. Sus terrazas, sus largos balcones,
+estaban ocupados por hombres que tomaban el sol;
+hombres cuya cabeza era una bola blanca, ceñida de
+vendajes que sólo dejaban visibles los ojos y la boca;
+hombres incompletos, como esbozos escultóricos, sin una
+pierna, sin un brazo; otros, tendidos, inmóviles, amputados,
+lo mismo que los cadáveres en la sala de disección,
+pero que todavía respiraban.</p>
+
+<p>En las aceras fué tropezando con militares de diversas
+naciones: oficiales franceses, ingleses, servios y algunos
+rusos convalecientes, que recordaban con su presencia
+la desvanecida cooperación de su país. Desfilaba
+toda la variedad de uniformes de los ejércitos de la República:
+el azul horizonte de las tropas continentales,
+el color mostaza de las tropas marroquíes, la gorra de
+cuartel amarilla de la Legión Extranjera, el fez rojo de
+los argelinos y de los tiradores negros.</p>
+
+<p>Nadie estaba entero. Este país de sol, de perspectivas
+azules y risueñas, parecía poblado por una humanidad
+superviviendo á un cataclismo. Oficiales elegantes,
+de esbelto talle, arrastraban una pierna, avanzaban
+con precaución un pie elefantíaco, se doblaban, avejentados,
+apoyándose en un garrote. Hombres atléticos
+temblaban al andar, como si su esqueleto bailotease
+dentro de la envoltura de un cuerpo vaciado por la
+consunción. Las manos carecían de dedos; los brazos se
+habían acortado y eran aletas ó informes muñones; las
+mejillas ocultaban bajo placas de algodón el zarpazo de
+la granada, igual á una cicatriz cancerosa; la horrible
+oquedad de la nariz desaparecida se disimulaba con un
+tapón negro sujeto á las orejas. Otros llevaban todo el
+rostro cubierto con una máscara de vendajes, sin dejar
+visibles mas que los ojos, los pobres ojos, que parecían
+sentir miedo por adelantado y algún día habrían
+de familiarizarse con el horror de un rostro que fué
+joven meses antes y ahora era igual á una visión de
+pesadilla.</p>
+
+<p>Algunos se mantenían intactos, disponiendo de la<a name="page_168" id="page_168"></a>
+fuerza y la agilidad de todos sus miembros. Vistos de
+espaldas, conservaban la esbeltez vigorosa de la juventud...
+Pero marchaban en fila, agarrados del brazo, los
+ojos perdidos en la noche, golpeando las losas con un
+palo que había venido á reemplazar el perdido sable y
+les acompañaría hasta su muerte.</p>
+
+<p>Y esta procesión de resignadas tristezas, este carnaval
+doloroso, venía de los jardines, reconfortado por
+la alegría matinal, sintiendo renovada su voluntad de
+vivir. Otros se dirigían hacia el Casino y sus terrazas,
+pasando entre las palmeras brasileñas, de lisos y huecos
+fustes forrados de piel de elefante; entre los cactos sostenidos
+por soportes de hierro formando madejas de reptiles
+verdes erizados de púas; entre los nopales, altos
+como árboles; entre las higueras del Himalaya, con el
+cuerpo de torre y una copa inmensa que parecía hecha
+para proteger la inmóvil meditación de los fakires; entre
+todas las vegetaciones de la América tropical y la América
+templada, de la China, Australia, Abisinia y El
+Cabo. Un pequeño arroyo bajaba en zigzag por las
+quebradas verdes del césped, formando remansos entre
+bambúes y palmeras japonesas, hasta desembocar en un
+lago minúsculo con bordes de follaje, tranquilo, gracioso,
+frágil, como uno de esos centros de mesa en los que el
+agua está representada por una lámina de cristal.</p>
+
+<p>Miguel se detuvo en lo alto de los jardines para contemplar
+de lejos el Casino. Nunca había apreciado, como
+ahora, la frivolidad y el mal gusto de este palacio, que
+era el corazón de Mónaco. Si el «monumento de confitería»&mdash;frase
+de Castro&mdash;cerraba sus puertas, todo Monte-Carlo
+quedaría en una soledad de muerte, lo mismo que
+esas ciudades que fueron puertos en otros siglos y ahora
+duermen, despobladas, lejos del mar que se retiró.</p>
+
+<p>Era obra del arquitecto de la Opera de París, una
+construcción recargada, chillona y pueril, toda ella de
+un tono de manteca tierna, con techos policromos, torrecillas
+cargadas de balconajes, hornacinas con estatuas
+innominadas, y muchos frisos de azulejos, muchos
+mosaicos dorados. En los ángulos había escudetes de
+cerámica verde imitando á cabujones de esmeralda. La
+simulación del oro y las piedras preciosas era el motivo<a name="page_169" id="page_169"></a>
+ornamental más saliente de esta casa, famosa en el
+mundo entero.</p>
+
+<p>La prosperidad del establecimiento había añadido al
+cuerpo principal, flanqueado de cuatro torres, una ala
+extensa, en la que estaban los mejores salones. Varias
+cúpulas desiguales, verdes y amarillas, revelaban la
+existencia de éstos remontándose por encima de la balaustrada
+final. En esta balaustrada aparecían sentados
+unos cuantos ángeles ó genios de bronce enteramente
+desnudos, con alas doradas, ofreciendo al extremo de
+sus brazos negros unos atributos de oro, cuya significación
+nadie llegaba á adivinar. Otras estatuas de mujeres
+medio desnudas, blancas ó metálicas, se guarecían en
+los hornacinas de los muros, y también resultaba un
+misterio su nombre y su significación.</p>
+
+<p>Aunque el palacio pretendía deslumbrar y acariciar
+con sus oros y sus tiernos colores, las gentes que iban á
+él apenas se fijaban en tales magnificencias.</p>
+
+<p>&mdash;Los que llegan&mdash;decía Castro&mdash;entran corriendo:
+desean sentarse cuanto antes á las mesas de juego. Los
+que salen todo lo ven obscuro; y aunque el Casino fuese
+hermoso como el Partenón, lo tomarían por una cueva
+de ladrones.</p>
+
+<p>El príncipe miró á la derecha del edificio, donde
+quedaba visible una faja de mar cortada por varias
+palmeras japonesas de tronco estoposo y copa esférica.
+Allí, en la entrada de las terrazas que bordean el Mediterráneo,
+se yerguen los dos únicos monumentos de la
+ciudad, dedicados á la gloria de dos músicos por el
+simple hecho de que algunas de sus obras fueron estrenadas
+en el teatro del Casino. Labrados en mármol,
+Berlioz y Massenet saludan vagamente con sus ojos sin
+pupila á las muchedumbres cosmopolitas que van llegando
+á la casa de juego. «Son <i>croupiers</i> honorarios»,
+decía Castro.</p>
+
+<p>«Massenet, lo acepto&mdash;pensó Miguel&mdash;. Fué feliz,
+tuvo dinero, conoció la gloria en vida. ¡Pero Berlioz,
+que pasó sus años luchando con la propia pobreza y el
+desvío del público, haciendo guardia después de muerto
+á los millones del Casino!...»</p>
+
+<p>Luego miró más cerca, fijándose en la plaza que se<a name="page_170" id="page_170"></a>
+abre ante el edificio. Un jardín redondo ocupa su centro.
+Las gentes lo apodan «el queso», por su forma, y algunos
+especializan llamándolo «el <i>camambert</i>». En torno
+de su baranda y en los bancos adosados á ella vivía el
+alma de Monte-Carlo, se encontraban las gentes, cambiando
+chismes y murmuraciones, pidiendo noticias á
+los que salían del Casino, comentando la fortuna ó la
+desgracia de los jugadores célebres.</p>
+
+<p>En las inmediaciones no había otros comercios que
+joyerías, sucursales del Monte de Piedad y tiendas de
+sombreros para mujeres. Las jugadoras modestas sentían
+el capricho de un sombrero caro á la salida del
+Casino; los que necesitaban continuar sus combinaciones
+con nuevo capital no tenían mas que dar unos cuantos
+pasos para empeñar la alhaja; en los escaparates de las
+joyerías, el collar de perlas de un millón, las esmeraldas
+de trescientos mil francos, se exhibían durante el
+invierno, exacerbando el capricho femenil, y en verano
+emigraban á los balnearios célebres, para continuar su
+deslumbradora y muda tentación. Los joyeros, de perfil
+semítico, esperaban detrás de sus mostradores las compras
+más que las ventas, y ofrecían tranquilamente por
+la alhaja adquirida allí mismo el año anterior la cuarta
+parte de su precio.</p>
+
+<p>El príncipe adivinó de lejos la personalidad de muchos
+que en esta hora matinal ocupaban ya los bancos
+frente á la escalinata del palacio. Allí permanecían todo
+el día los condenados del juego, los malditos, sufriendo
+el más atroz de los tormentos al vivir junto á las puertas
+del santuario sin poder entrar en él. Habían perdido
+hasta la última moneda, y los directores de la casa, que
+repatrían generosamente á los jugadores arruinados, les
+entregaban el viático para el regreso á su país. Pero
+se jugaban este socorro, lo perdían, y como los deudores
+del Casino no pueden volver á él hasta que han cumplido
+sus compromisos, quedaban clavados en la plaza
+para siempre, con la ilusoria esperanza de un dinero que
+todos ellos ignoraban de dónde podría venir. Se reunían
+hombres y mujeres con la fraternidad de la miseria,
+espiaban á los compatriotas más felices para asaltarlos
+con sus peticiones, discutían entre ellos números y colores,<a name="page_171" id="page_171"></a>
+lograban reunir algunos francos después de rebuscar
+en el fondo de todos los bolsillos, y como emisario
+de sus ilusiones diputaban á algún camarada tan pobre
+como ellos, pero que aún no había «tomado el viático» y
+tenía libre la entrada.</p>
+
+<p>Vió Miguel cómo se iba extendiendo una ola de
+gente al pie de las palmeras japonesas, junto al monumento
+de Massenet. Acababan de llegar varios tranvías
+de Niza. Todos los viajeros corrían, deseando penetrar
+cuanto antes en el abigarrado palacio, como si la fortuna
+les aguardase en los salones y pudiera huir de un
+momento á otro, cansada de esperar.</p>
+
+<p>Miró el reloj que coronaba la fachada. Las diez. Iban
+á empezar los diarios oficios, y los devotos residentes en
+Monte-Carlo acudían también, uniéndose á los venidos
+de fuera. Todos subieron á la vez las gradas de mármol,
+siguiendo sus tres caminos de alfombra sujeta por varillas
+de bronce que brillaban al sol.</p>
+
+<p>«¡Y estamos en guerra!&mdash;pensó Miguel&mdash;. ¡Y muchos
+de los que se han levantado temprano para hacer el
+viaje, lo mismo que los que viven aquí, tienen hijos,
+hermanos ó maridos que en este momento se baten y tal
+vez mueren!...»</p>
+
+<p>La voluntad de vivir, la voluntad de gozar, la ilusión
+de la ganancia, obraban como anestésicos, se sobreponían
+á las preocupaciones, haciendo que todos olvidasen,
+para concentrar su existencia en el momento
+presente.</p>
+
+<p>Esta precipitación general hacia el juego abierto
+disgustó al príncipe y le hizo detenerse en la suave
+pendiente de los jardines. Le repugnó confundirse con
+la muchedumbre que vagaba por los alrededores del
+Casino.</p>
+
+<p>Su deseo de no seguir adelante le sugirió una idea.
+«¿Si fueses á sorprender á Alicia en su casa?... ¡Lo agradecería
+tanto!»</p>
+
+<p>Dos veces más había estado en Villa-Sirena. Un encuentro
+en la calle con el príncipe, cuando ella iba con
+su amiga Clorinda, sirvió de pretexto para que las dos
+visitasen el refugio de «los enemigos de la mujer» y
+sus hermosos jardines. Miguel encontró á «la Generala»<a name="page_172" id="page_172"></a>
+menos hostil y dominadora que la había imaginado;
+pero no pudo comprender el apasionamiento de Castro.
+A pesar de su hermosura le pareció estar hablando con
+un hombre. Con ambas señoras había venido también
+Valeria, la joven francesa protegida por Alicia, señorita
+de compañía en los tiempos de esplendor y que ahora
+sólo acompañaba su pobreza por gratitud y fidelidad.
+Luego, la de Delille había vuelto sola por segunda vez,
+para hacerle varias consultas sobre su porvenir, desprovistas
+todas ellas de buen sentido, y aceptar finalmente
+un préstamo de cinco mil francos. La suerte le era contraria
+en el juego; necesitaba nuevas «herramientas de
+trabajo». Aquel capital que la irritaba con su terquedad,
+no queriendo subir más allá de los treinta mil,
+había oído finalmente sus quejas, pero fué para desplomarse
+con una rapidez fulminante, dejando sólo leves
+escombros de su existencia.</p>
+
+<p>Después de recibir esta ayuda, la duquesa se había
+mostrado quejosa.</p>
+
+<p>&mdash;Soy yo quien viene siempre á buscarte: no te dignas
+visitar mi casa. ¡Como soy pobre!...</p>
+
+<p>Al recordar esta protesta humilde, el príncipe no
+vaciló más. Y volviendo la espalda al Casino, empezó á
+subir las calles en pendiente hacia el límite fronterizo
+que separa Monte-Carlo de Beausoleil; calles que ostentan
+nombres primaverales: de las Rosas, de los Claveles,
+de las Violetas, de las Orquídeas.</p>
+
+<p>Entró en una corta avenida formada por una doble
+hilera de verjas de jardín. Las casas sólo se dejaban
+ver á través de columnatas de palmeras y del follaje
+duro de los grandes magnolieros. Iba leyendo los nombres
+de los propiedades en pequeñas lápidas de mármol
+rojo fijas en las entradas de las verjas. «Villa-Rosa»:
+aquí era. Empujó el entreabierto portón de hierro, sin
+que una voz ni un ladrido acogiesen su presencia. Vió
+un jardín abandonado en parte, con una vegetación
+parásita al pie de los árboles sin podar, cubriendo el
+espacio que antes habían ocupado los arriates de flores.
+El resto estaba mejor atendido, pero era una huerta
+con pequeños rectángulos de verduras comestibles sometidos
+á un cultivo intensivo.<a name="page_173" id="page_173"></a></p>
+
+<p>Lubimoff fué avanzando, sin encontrar á nadie, y se
+le ocurrió que el hortelano debía ser un hombre acompañado
+por un perro con los que se había cruzado en la
+entrada de la avenida.</p>
+
+<p>Subió los cuatro peldaños de la casa. También aquí
+la puerta estaba entreabierta, y empujándola se vió en
+un recibimiento del que arrancaba la escalera para los
+pisos superiores.</p>
+
+<p>Nadie. Todas las puertas de las habitaciones inmediatas
+se resistieron á su mano. Silencio absoluto, como
+si la casa estuviese deshabitada. Pero este silencio fué
+interrumpido por una voz que descendía escalera abajo:
+una voz tenue, entonando una canción en inglés, lenta
+y triste. El canto iba acompañado de golpes sordos,
+iguales á los que producen las manos sacudiendo y
+ahuecando algo blando y voluminoso.</p>
+
+<p>Miguel creyó reconocer la voz de Alicia. Tosió varias
+veces sin resultado; no podía oirle. Fué á gritar avisando
+su presencia, pero se contuvo, sintiendo un deseo que
+le hizo sonreir. ¡Si la sorprendiese en aquel piso superior,
+única parte de la casa que habitaba ella ahora! No
+dudó más... ¡Arriba!</p>
+
+<p>En el primer rellano vió varias puertas, pero una
+sola estaba sin cerrar y por ella salían los ecos de la
+canción y los golpes. Una mujer con el cuerpo doblado
+sobre una cama extendía sus dos brazos para ahuecar
+el colchón con fuertes palmadas. Su instinto le hizo
+presentir la existencia de alguien detrás de ella, y al
+volver el rostro, lanzó un grito de sorpresa viendo á
+Miguel en el hueco de la puerta. Este no quedó menos
+asombrado reconociendo á Alicia en aquella mujer; una
+Alicia que vestía una bata lujosa, pero vieja, con guantes
+ajados en las manos y un velo arrollado en torno de
+sus cabellos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tú!... ¡eres tu!&mdash;exclamó ella&mdash;. ¡Qué miedo me
+has dado!...</p>
+
+<p>Luego fué tranquilizándose, y sonrió á Miguel mientras
+éste murmuraba excusas. No había encontrado á
+nadie; la verja y la puerta estaban abiertas. Ella, á su
+vez, también se excusó. Era domingo; Valeria, su acompañante,
+se había ido á Niza para almorzar con una familia<a name="page_174" id="page_174"></a>
+amiga; su doncella y la mujer del hortelano estaban
+en misa; el viejo habría salido un momento para ver
+á sus amigos...</p>
+
+<p>Y después de estas mutuas explicaciones quedaron
+los dos en silencio, mirándose indecisos, no sabiendo
+qué decir, pero sin dejar de sonreirse.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tú haciendo tu cama!&mdash;dijo él para romper el penoso
+mutismo.</p>
+
+<p>&mdash;Ya lo ves. Esto resulta algo diferente de mi dormitorio
+de París. Tampoco es mi «estudio» que tú conociste.
+¡Los tiempos nuevos!</p>
+
+<p>Miguel movió la cabeza con grave asentimiento. Sí;
+los tiempos nuevos.</p>
+
+<p>&mdash;De todos modos&mdash;continuó ella&mdash;, hay que confesar
+que tiene cierta originalidad ver á la duquesa de Delille,
+á la loca Alicia, haciendo su cama.</p>
+
+<p>El príncipe volvió á aprobar con un gesto mudo.
+Realmente, era original: no se podía ver todos los días.</p>
+
+<p>Alicia insistió en sus explicaciones. No le había costado
+ningún esfuerzo ocuparse en los trabajos de su
+casa. Ella misma limpiaba su dormitorio, para evitar
+un quehacer á la vieja doncella. No quería admitir la
+ayuda de Valeria. Cada una corría con el arreglo de su
+propia habitación, ya que la servidumbre era escasa.
+Además, entraba en la cocina algunas veces, y hasta
+por su gusto habría ayudado al jardinero en el cultivo
+de la pequeña huerta.</p>
+
+<p>&mdash;Vivimos en guerra; las cosas cuestan muy caras, y
+yo soy pobre. Debemos volver á la existencia primitiva...
+Pero no me atrevo á trabajar en el jardín, por los
+vecinos. Curiosean desde sus ventanas; hasta hay un
+señor brasileño que parece enamorado de mí.</p>
+
+<p>Ella misma admiraba su laboriosidad. ¿Quién podía
+haber supuesto años antes tales cualidades en la dueña
+del lujoso palacete de la Avenida del Bosque, que los
+más de los días se levantaba á las tres de la tarde?...</p>
+
+<p>&mdash;Todo se lo debo á mamá. Me eduqué en un colegio
+de Inglaterra cuando era de moda sustituir el ejercicio
+físico de los <i>sports</i> con los trabajos domésticos.
+Creo que esto se llama el «corintianismo»... Y me encuentro
+mejor que nunca. Antes necesitaba subir algunas<a name="page_175" id="page_175"></a>
+mañanas, con Valeria y Clorinda, al <i>Tennis de la Festa</i>
+para jugar hasta rendirme. Ahora, después del arreglo
+de mi habitación y de ayudar á las otras, no necesito
+los deportes. Hago la gimnasia del pobre.</p>
+
+<p>Un largo silencio. Miguel miraba la habitación: un
+dormitorio de mujer, todavía en desorden, con ropas
+sobre las butacas, esparciendo un perfume de carne femenil
+bien cuidada. A través de una puertecita vió un
+extremo del inmediato gabinete, con una mancha de
+humedad en el pavimento de mosaico, resto del baño
+matinal. Flotaba en el ambiente un perfume de agua
+de Colonia y de licor dentífrico. Unos botecitos en desorden
+dejaban escapar vagas exhalaciones de esencias
+más preciosas. Y revueltos con los objetos de tocador y
+las ropas íntimas, distinguió cartones de los que dan
+en el Casino á los clientes para apuntar las jugadas;
+unos con marcas rojas ó azules en sus columnas, otros
+perforados por un alfiler de sombrero á falta de lápiz.
+Vió tarjetas más grandes que tenían pintada la ruleta,
+con indicación de sus números y colores, y libros, muchos
+libros de los que se venden en las papelerías y
+kioscos de periódicos: luminosos tratados para ganar
+indefectiblemente á todos los juegos. Sobre la chimenea,
+medio oculta por varios periódicos de modas, había una
+ruleta pequeña, una ruleta verdadera, empleada indudablemente
+en el estudio y comprobación de las teorías.
+En la mesilla de noche estaba abierto el último ejemplar
+de la <i>Revista de Monte-Carlo</i>, conteniendo estadísticas
+de todos los números gananciosos durante la semana
+anterior en las diversas mesas; lectura interesante, con
+misteriosas acotaciones, que había desvelado á Alicia
+tal vez hasta la madrugada.</p>
+
+<p>Mientras tanto, ella hizo desaparecer ágilmente todo
+lo que creía perjudicial para su buen aspecto después
+de esta sorpresa. Cuando Miguel volvió á mirarla, los
+viejos guantes habían volado de sus manos y el velo
+estaba oculto, no podía saber dónde, dejando en libertad
+la cabellera medusiana, negra, lustrosa, un tanto
+áspera, que erguía su vigor en desordenados y gruesos
+rizos.</p>
+
+<p>Prolongaron el silencio con una sonrisa penosa, como<a name="page_176" id="page_176"></a>
+si ninguno de los dos encontrase el medio de salir de
+esta situación.</p>
+
+<p>&mdash;Continúa&mdash;dijo Miguel&mdash;. Una vez que vengo, no
+quiero servirte de estorbo.</p>
+
+<p>Ella, como si viese en tales palabras un reto á su
+timidez, y ganosa al mismo tiempo de mostrar sus habilidades,
+se inclinó sobre el lecho para reanudar el
+trabajo. Lubimoff se animó con esta demostración de
+confianza. No era galante dejar que trabajase sola: él
+la ayudaría.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tú!... ¡tú!&mdash;exclamó Alicia riendo, como si la proposición
+lo pareciese inaudita.</p>
+
+<p>El príncipe fingió enojo. Sí, él... Era un marino, y
+su vida de aventuras le obligaba á saber un poco de
+todo. Más de una vez, en sus exploraciones de tierras
+desiertas, había tenido que improvisarse un lecho con
+mantas junto á los tizones de la hoguera.</p>
+
+<p>Había pasado al lado opuesto de la cama, imitando
+con una exageración cómica todos los movimientos de
+la duquesa. Las palmadas de ésta las repitió con una
+violencia que hizo gemir el lecho. Al tirar ella del colchón
+hacia arriba para ahuecarlo, él lo levantó completamente
+con sus poderosas manos.</p>
+
+<p>&mdash;¡No sabe!... ¡no sabe!&mdash;gritaba Alicia con un regocijo
+infantil.</p>
+
+<p>Luego, fijándose en sus dedos agarrados fuertemente
+á la tela, añadió:</p>
+
+<p>&mdash;¡Pero suelta eso, demonio! Me vas á romper el colchón,
+¡y en estos tiempos de pobreza!...</p>
+
+<p>Reían los dos, encontrando muy divertido este trabajo.</p>
+
+<p>&mdash;Toma&mdash;dijo ella autoritariamente; y le envió al
+rostro una sábana que sostenía por el extremo opuesto.</p>
+
+<p>Miguel se vió envuelto en una nube de batista impregnada
+de perfume femenino. Fué por un instante
+nada más, pero á él le pareció algo extraordinario, de
+duración sin límites, más allá del tiempo y del espacio.
+Tuvo el presentimiento de que este hecho insignificante
+iba á datar en su vida. Sintió cómo resucitaba el pasado
+en su interior con una fuerza nueva que tal vez era la
+excitación de la abstinencia. Creyó ver la sonrisa irónica<a name="page_177" id="page_177"></a>
+de Castro, y también se vió á sí mismo, con lástima
+y con asombro, viviendo como un solitario allá en
+Villa-Sirena y predicando la hostilidad á la mujer. Sus
+oídos zumbaban; sus ojos, cegados momentáneamente,
+contemplaron un cielo inmenso de color de rosa, el mismo
+rosa pálido y jugoso de la carne femenil. Algo entraba
+por su nariz, en doble columna embriagadora, que
+estremecía su cerebro, reflejándose con la violencia de
+un latigazo al otro extremo de su organismo. Cuando
+la sábana hubo caído sobre el lecho, Miguel apareció
+intensamente pálido, con una luz agresiva en sus pupilas.
+Ella, creyéndole enfadado por su broma, rió maliciosamente,
+apoyando las manos en el colchón. El jadear
+de esta risa entreabría el escote de su bata, dejando
+ver en perspectiva horizontal el secreto de unas
+redondeces blancos y trémulas perdiéndose en misteriosa
+penumbra.</p>
+
+<p>De pronto, se vió el príncipe al otro lado de la cama,
+junto á Alicia. Los dos acabaron por sentarse maquinalmente
+en el borde, dejando á sus espaldas la sábana
+olvidada. Tomó una mano de ella sin darse cuenta de
+lo que hacía. Luego se aproximó tanto á su rostro, que
+uno de los rizos de la revuelta cabellera le cosquilleó
+en una sien. No sentía deseos de hablar, pero al ver de
+cerca los ojos de ella, rompió el dulce silencio.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tú has llorado!</p>
+
+<p>La mujer protestó con una sonrisa violenta, al mismo
+tiempo que palidecía balbuceando excusas. No; tal vez
+era el polvo sacudido por la limpieza ó el esfuerzo de
+su trabajo. Pero él seguía examinando sus ojos, ligeramente
+enrojecidos.</p>
+
+<p>&mdash;Estabas llorando cuando yo llegué&mdash;continuó, con
+una curiosidad insistente é inquieta.</p>
+
+<p>Ahora la protesta de Alicia tomó la forma de una
+risa agria, estridente, que nada tenía de natural. Y por
+una de esas gradaciones que son el secreto de los grandes
+actores, la carcajada se hizo opaca, se convirtió en
+suspiro, luego en lamento; y desasiendo ella su mano de
+la del príncipe, se cubrió los ojos y ladeó la cabeza,
+mientras un estertor oprimía su pecho.</p>
+
+<p>Lloraba. Había bastado que Miguel sorprendiese su<a name="page_178" id="page_178"></a>
+llanto reciente, para que nuevas lágrimas afluyeran á
+sus ojos, reanudando la pasada angustia. Se entregó á
+su dolor con una delectación cruel, juzgándolo preferible
+al torturante fingimiento que le había impuesto esta
+visita inesperada.</p>
+
+<p>Quedó silencioso el príncipe unos instantes.</p>
+
+<p>&mdash;¿Es por ese muchacho?&mdash;se atrevió á preguntar con
+voz insegura, como si también sufriese una inexplicable
+emoción.</p>
+
+<p>Contestó ella con un leve movimiento de cabeza, sin
+apartar las manos de sus ojos. Miguel no necesitaba
+verlos. Había adivinado la verdad al sorprender en sus
+córneas las huellas del llanto. Sólo podía llorar por él:
+la falta de noticias; la inquietud al pensar que estaba
+prisionero, muy lejos, sufriendo toda clase de privaciones,
+y que tal vez no lo vería nunca.</p>
+
+<p>&mdash;¡Cómo le amas!...</p>
+
+<p>El príncipe se sorprendió de su propia voz y del tono
+con que dijo estas palabras. Respiraban despecho, envidia,
+tristeza por los años que pasan, transmitiendo á
+los que vienen detrás los insolentes privilegios de la juventud.</p>
+
+<p>Los habitantes de Villa-Sirena se hubiesen sorprendido
+igualmente al oirle hablar de este modo. La misma
+sorpresa hizo que Alicia olvidase sus preocupaciones de
+mujer hermosa, levantando la frente y apartando las
+manos. Tenía el rostro enrojecido, los ojos trémulos y
+chorreantes. De un rizo de su cabellera pendía una lágrima.
+Adivinó que debía estar horrible; pero ¿qué le
+importaba?...</p>
+
+<p>&mdash;Sí, le amo; es lo que más amo en el mundo... Por él
+sigo viviendo. Sin él me mataría... Pero no es lo que tú
+te imaginas... no lo es.</p>
+
+<p>El rubor no podía manifestarse en aquel rostro arrebolado
+por el llanto; pero su gesto, sus ojos, el tono de
+su voz, repelían con indignación y vergüenza la sospecha
+del príncipe.</p>
+
+<p>Siguió hablando en voz baja, apresuradamente, sin
+atreverse á mirarlo, como la penitente que desea terminar
+cuanto antes una confesión penosa. Varias veces, al
+conversar con el príncipe, había tenido la verdad junto<a name="page_179" id="page_179"></a>
+á sus labios, y siempre en el último momento la retiraba,
+por un escrúpulo de mujer que teme recordar sus años
+al hablar del pasado. Pero ¿á quién podía revelar su secreto
+mejor que á Miguel?... Lo consideraba como de su
+familia; la había recibido amigablemente en su desgracia,
+cuando tantos le volvían la espalda. Además, entre un
+hombre y una mujer no sólo puede existir el amor, como
+ella había creído en sus tiempos de loca juventud. Había
+otras cosas menos vehementes, más plácidas y duraderas:
+la amistad, el compañerismo, un afecto fraternal...</p>
+
+<p>Hizo una pausa, como para tomar fuerzas.</p>
+
+<p>&mdash;Es mi hijo.</p>
+
+<p>Miguel, que esperaba una revelación extraordinaria,
+algo monstruoso, digno de aquel pasado de locuras, no
+pudo contener su sorpresa:</p>
+
+<p>&mdash;¡Tu hijo!</p>
+
+<p>Ella movió la cabeza: «Sí, mi hijo.» Y siguió hablando
+con los ojos bajos, siempre en un tono de penosa confesión.
+Remontaba el curso de su existencia. ¡La sorpresa,
+la cólera ante esta jugarreta cruel del amor, que había
+venido á interrumpir sus mejores años!... Su indignación
+fué semejante á la de los ciudadanos de la antigua Grecia
+que se amotinaron al saber que estaba encinta una
+cortesana considerada como una gloria nacional, una
+beldad que las muchedumbres venían á ver de muy
+lejos cuando se exhibía desnuda en las fiestas religiosas.
+Necesitaban matar al sacrílego. Ella se tenía también
+por una obra de arte viviente y quiso borrar el sacrilegio
+con la muerte. ¡Los crímenes intentados para
+despojarse de la vergüenza que latía en sus entrañas!
+¡Los tormentos de la ocultación, la vida de placer seguida
+lo mismo que antes, pero con dolorosos esfuerzos
+para que no adivinasen su secreto!... Al regresar de las
+fiestas, librándose de la opresión que aplastaba su creciente
+exuberancia, eran las cóleras homicidas, los puñetazos
+locos sobre el globo de su vientre para aniquilar
+al rebelde que se empeñaba en vivir, el revolcarse sobre
+la alfombra con un histerismo homicida...</p>
+
+<p>Su voz lloraba al hacer estas evocaciones.</p>
+
+<p>&mdash;Pero ¿y tu marido?&mdash;preguntó Miguel.</p>
+
+<p>&mdash;Entonces nos separamos. El podía tolerar en silencio<a name="page_180" id="page_180"></a>
+mis amores, podía fingir no verlos... ¡pero un hijo
+que no era suyo!...</p>
+
+<p>Recordó la actitud digna, á su modo, del duque de
+Delille. Su familia abundaba en maridos engañados:
+casi era esto una tradición de nobleza, una distinción
+histórica. No creía deshonroso vender su nombre al casarse
+para aumentar las comodidades de su existencia.
+Su nombre le pertenecía como una herramienta de trabajo.
+Pero le era imposible enajenarlo, dándoselo á un
+intruso para que continuase la estirpe. Sus antepasados
+habían tenido muchos hijos naturales; pero á ninguna
+de sus alegres abuelas se le ocurrió jamás introducir en
+la familia un bastardo en cuya formación no le correspondiese
+á su marido la más pequeña iniciativa.</p>
+
+<p>Se había separado el duque de ella, aceptando todas
+sus exigencias, menos ésta. Era un hijo adulterino que
+debía desaparecer... Y nadie, aparte de los dos y de la
+doncella&mdash;que todavía la acompañaba ahora&mdash;, se había
+enterado de este nacimiento.</p>
+
+<p>&mdash;Tuve épocas de felicidad&mdash;siguió diciendo Alicia&mdash;.
+Conocí satisfacciones que no había sospechado... Escapaba
+de París; muchos me creían viajando con un
+nuevo amante. No; iba á ver á mi pequeño, á mi Jorge,
+primero en Londres, después en Nueva York, siempre
+en grandes ciudades. Podía vivir con él, jugar á ser
+mamá con una muñeca viviente que cada vez se hacía
+más grande... ¡más grande! ¿Te acuerdas de la noche
+en que te invité á comer? Acababa de regresar de uno
+de estos viajes, y sin embargo, haz memoria de las tonterías
+que dije. Me creía Venus, me creía Helena pasando
+ante «el banco de los viejos». Y para entregarme
+sin escrúpulo á mis expansiones de madre, recordaba
+á mis ídolos. También Helena había tenido hijos, y
+los hombres continuaban matándose por ella. Venus
+no había escapado á la maternidad, y los dioses y los
+mortales seguían adorándola, á pesar de que un retoño
+suyo revoloteaba por el mundo. La maternidad no era
+una abdicación ni una decadencia; podía continuar
+bella y deseada como las otras, después de un incidente
+que había creído irremediable. Y seguí mi vida.
+¡Ay! ¡Cuando me acuerdo que algunas veces acorté el<a name="page_181" id="page_181"></a>
+tiempo que me había propuesto pasar junto á mi hijo
+para seguir á algún hombre que apenas me interesaba!...
+Ahora que no lo tengo, pienso en las horas que
+pude vivir á su lado y fueron dedicadas al primero
+que excitó mi curiosidad... Es mi remordimiento más
+terrible, lo que me roe durante la noche y me obliga á
+pensar en el juego como único remedio. Soy bien digna
+de lástima, Miguel.</p>
+
+<p>Pero Miguel, mientras la escuchaba, parecía dominado
+por una preocupación tenaz.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y el padre? ¿Quién es el padre?</p>
+
+<p>El tono de su voz casi fué igual al de antes: un tono
+de curiosidad hostil, de agresivo despecho.</p>
+
+<p>Volvió á repetirse su sorpresa al ver que ella levantaba
+los hombros.</p>
+
+<p>&mdash;No lo sé; no me importa. Otras mujeres, en caso semejante,
+atribuyen la paternidad al hombre que más les
+interesa. ¡Como si esto pudiera asegurarse! Yo no he
+escogido á nadie en mi recuerdo. Todos iguales, todos
+olvidados. Mi hijo es mío, sólo mío.</p>
+
+<p>Tenía la majestuosa indiferencia de la selva fecunda
+é impasible que abre sus entrañas al polen esparcido en
+el aire como una lluvia de amor. La nueva planta emerge,
+es suya, y la retiene, sin mostrar interés por conocer
+el origen ni el nombre del germen errante arrastrado
+por el azar.</p>
+
+<p>Hubo un largo silencio.</p>
+
+<p>&mdash;Un día, al llegar á Nueva York&mdash;continuó ella&mdash;,
+hice un descubrimiento terrible. Vi á mi Jorge casi tan
+alto como yo, fuerte, con un gesto de hombre serio, á
+pesar de que aún no tenía once años. Me avergüenzo
+sólo de pensarlo; mas no debo mentir: lo odié. Venus
+podía tener un hijo, ya que este hijo es eternamente
+niño y se conserva á través de los siglos como esos
+bebés graciosos que se visten á capricho y sirven de diversión
+y orgullo. ¡Pero el mío, con su armazón de gigante,
+sus manos fuertes y su cara grave!... Iba á envejecerme
+antes de tiempo; me obligaba á renunciar á la
+juventud de conservarlo al lado mío; jamás pasaría por
+la abdicación de declarar que era su madre... Y huí de
+él, dejando que transcurriesen varios años, sin ocuparme<a name="page_182" id="page_182"></a>
+de otra cosa que de facilitar los medios para su completa
+educación. ¡Ay! ¡cómo me ha castigado la suerte
+por este egoísmo!...</p>
+
+<p>Calló unos momentos para secar nuevas lágrimas
+que inflamaban sus ojos y enronquecían su voz.</p>
+
+<p>&mdash;Se presentó en París cuando yo menos lo esperaba.
+Había muerto el amigo venerable encargado de su educación
+allá en América. Vi á un hombre, á un verdadero
+hombre, y eso que aún no había cumplido diez y
+seis años. Mi primer movimiento fué de contrariedad,
+casi de cólera. ¡Tendría que decir adiós á mi juventud,
+modificar mi vida por este intruso!... Pero algo había
+en mi interior que me impidió tomar una resolución
+cruel: enviarlo otra vez al extranjero ó hacerlo entrar
+en un colegio de París. Me acostumbré inmediatamente
+á su presencia; necesité verlo en mi casa; me pareció
+que mi vida tomaba junto á él una serenidad, una alegría
+profunda y discreta que nunca había sospechado.
+Tú no sabes lo que es eso, Miguel; no podrías comprenderlo
+por más que yo te lo explicase... Te juro que fué
+la mejor época de mi vida. No hay amor como ese. Además
+¡éramos tan excelentes compañeros!... Yo me sentí
+repentinamente de su edad; no: más joven aún que él.
+Jorge me daba consejos con su cordura precoz, y yo le
+obedecía como una hermana mas pequeña. Se dejaba
+arrastrar por su mama á un mundo de placeres y elegancias
+que le deslumbraba después de su vida sobria
+y atlética junto á un educador severo. Me apoyaba
+orgullosa en su brazo, riendo de las equivocaciones del
+mundo. ¡Lo que hemos bailado el año antes de la guerra,
+sin que nadie sospechase el verdadero afecto que me
+ligaba á mi acompañante!</p>
+
+<p>Alicia hizo una pausa para saborear mejor sus recuerdos.
+Sonreía vagamente al pensar en el error maligno
+de las gentes.</p>
+
+<p>&mdash;Todos los té-tangos de los Campos Elíseos vieron
+á la duquesa de Delille bailando con su nuevo capricho
+amoroso. Y yo, Miguel, te lo confieso, me enorgullecía
+con este error. Continué siendo la hermosa Alicia, rejuvenecida
+por la fidelidad de un adolescente que la acompañaba
+á todas partes con el entusiasmo del primer<a name="page_183" id="page_183"></a>
+amor. Me parecía esto preferible al papel resignado y
+pasivo de madre. Además, ¡nuestros comentarios alegres
+al estar solos! Muchos de mis antiguos adoradores
+sintieron renacer el pasado por envidia sorda, por la
+instintiva rivalidad del hombre maduro ante el adolescente,
+y me asediaban con sus galanterías. Mi Jorge
+me amenazaba riendo: «Mamá, tengo celos.» Quería
+que su madre no llamase la atención de ningún hombre,
+para que fuera toda de él. Otras veces protestaba yo
+con más motivo. Sorprendía las miradas codiciosas de
+muchas mujeres de mi mundo fijas en él; la invitación
+agresiva de algunas, que, por ser más jóvenes, se consideraban
+con derecho á arrebatármelo. ¡Y él, tan bueno,
+burlándose conmigo de estas pasiones que despertaba,
+comunicándome otras que yo no podía adivinar!... Tú
+no conoces tal vez esta juventud que llega detrás de
+nosotros. Parece de otra carne y otra sangre. Nuestra
+generación es la última que ha tomado en serio el amor,
+dándole una importancia enorme, haciendo de él la
+principal ocupación de una vida. Tú y yo no podemos
+ser ya comprendidos: resultamos monstruos. Mi hijo
+sólo se interesaba por una mujer: su madre; y aparte
+de ella, los automóviles, los aeroplanos, los deportes...
+Todos estos muchachos fuertes é inocentones parecían
+adivinar lo que les esperaba...</p>
+
+<p>Fué extinguiéndose la momentánea serenidad con
+que había hecho el relato de este período feliz. Siguió
+hablando con voz sorda, entrecortada por sollozos. De
+pronto, la guerra. ¿Quién podía imaginársela un mes antes?...
+Y su hijo se avergonzaba de no correr como todos
+los hombres á las estaciones de ferrocarril para incorporarse
+á un regimiento. Una mañana la había aterrado
+con la noticia de su enganche como voluntario. ¿Qué
+podía hacer ella? Legalmente, no era su madre. Jorge
+llevaba el nombre de un matrimonio de viejos criados
+que se habían prestado á esta fingida paternidad. Además,
+había nacido en Francia, y nada tenía de extraordinario
+que, como tantos adolescentes, quisiera defender
+su patria antes de ser llamado á las armas por la ley.</p>
+
+<p>La duquesa vivió algunos meses en un villorrio del
+Mediodía, cerca del campo de aviación donde se amaestraba<a name="page_184" id="page_184"></a>
+su hijo. Deseó prolongar hasta el último extremo
+su vida con él. ¡Si se hubiese hecho soldado cuando
+vivían separados y ella renegaba de su maternidad!...
+Pero iba á perderlo en el momento más plácido de
+su existencia, cuando se creía al lado de Jorge para
+siempre.</p>
+
+<p>&mdash;No tardó mucho en ser piloto. ¡Cómo aborrecí la
+facilidad con que dominaba el manejo de los aparatos!
+Sus progresos me inspiraron orgullo y cólera. Estos jóvenes
+sienten un verdadero fanatismo por la aviación,
+nacida después de ellos y que han visto crecer ante sus
+ojos de colegiales... Se marchó, y desde entonces no
+vivo. ¡Tres años, Miguel, tres años de tormento! Bien
+he pagado toda mi vida anterior. Aunque mis faltas
+hubiesen sido más grandes, las tendría expiadas con
+exceso. Puedes compadecerme. Son dolores que tú no
+conoces.</p>
+
+<p>El primer año de soledad lo había vivido Alicia esperando
+las cartas que llegaban con intermitencias del
+frente de la guerra. Muy contadas alegrías. Jorge había
+venido á París una sola vez con permiso, pasando media
+semana junto á ella. De tarde en tarde recibía también
+la visita de camaradas del aviador, acogiendo sus noticias
+con lágrimas y sonrisas. Su hijo alcanzaba la Cruz
+de Guerra después de un combate aéreo. La madre había
+recortado el pequeño párrafo que hacía referencia á este
+hecho, clavándolo con dos alfileres en la seda que tapizaba
+su dormitorio. Pasaba las horas contemplando con
+una fijeza hipnótica estos breves renglones. «Bachellery
+(Jorge), aviador, ha dado caza más allá de nuestras
+líneas á dos aviones enemigos y...»</p>
+
+<p>Este Bachellery (Jorge) era su hijo, ¡su hijo! Nada le
+importaba que los demás lo ignorasen. Su orgullo parecía
+crecer en el misterio. En sus entrañas se había formado
+aquel mocetón hermoso, fuerte é inocente como
+los héroes de las leyendas. Todos los hombres conocidos
+en su vida anterior se empequeñecían y afeaban; eran
+seres inferiores, procedentes de otra humanidad, cuya
+existencia debía olvidar.</p>
+
+<p>De pronto, el accidente estúpido y ciego que hacía
+caer la noche sobre ella. El aviador salía una hermosa<a name="page_185" id="page_185"></a>
+mañana en su aparato de caza, elevándose á través de
+las nubes en busca del enemigo, con la alegre confianza
+de un joven paladín marchando al encuentro de las
+aventuras. Repentinamente, un pequeño desarreglo en
+el motor, un descuido de los encargados de su preparación,
+algo de poca importancia en tiempo ordinario... Y
+tenía que descender, imposibilitado de seguir su vuelo;
+pero el viento y la desgracia le hacían tocar tierra en
+las líneas alemanas.</p>
+
+<p>&mdash;Cien metros más acá, hubiera caído entre los suyos...
+¡Qué quieres! Era yo demasiado feliz; debía conocer el
+verdadero dolor... Te confieso que en el primer momento
+casi sentí alegría: una alegría egoísta de madre. ¡Prisionero!
+Esto representaba la seguridad de su existencia;
+ya no me lo matarían en un combate aéreo; ya no estaba
+en peligro de morir despedazado ó quemado debajo
+de su aparato roto. ¡Pero luego!...</p>
+
+<p>Luego, esta seguridad, que colocaba á su hijo al margen
+de la guerra, era su tormento. Envidió la época en
+que arrostraba el peligro diariamente, pero con libertad.
+Los periódicos hablaban de las miserias de los prisioneros,
+de su hacinamiento en fétidos barracones, del
+hambre que sufrían. La vida de comodidades de la madre
+resultó un continuo remordimiento. Al sentarse á la
+mesa, al contemplar su mullido lecho, al percibir en
+invierno la tibia caricia de la calefacción, viendo los
+cristales floreados por la escarcha, creía estar usurpando
+indignamente algo que era de otro. ¡Su hijo! ¡su
+pobre hijo viviendo como un perro sin dueño, tendido
+en la paja, atenaceado por el tormento del hambre! ¡Haber
+producido un ser&mdash;ella que se creyó durante años y
+años el centro de lo existente, disfrutando de todas las
+comodidades&mdash;, y este pedazo de su vida agonizaba bajo
+el suplicio de una miseria como sólo la conocen los mayores
+abandonados!... Nunca pudo imaginarse que la
+suerte le reservase esta ironía.</p>
+
+<p>Se agitó en los primeros meses con el cariño agresivo
+é irracional de la hembra que ve sus cachorros en
+peligro. Corrió de ministerio en ministerio, valiéndose
+de todas sus relaciones sociales. ¡Pero eran tantas las
+madres!... No iban á emprender una gestión diplomática<a name="page_186" id="page_186"></a>
+sólo para ella. Todos los días enviaba á las oficinas
+encargadas del socorro de los prisioneros grandes paquetes
+de víveres destinados á su hijo. Al final se negaban
+á admitirlos. No podía ocuparse el servicio únicamente
+en socorrer á un simple protegido de la duquesa
+de Delille. Había miles y miles de hombres que estaban
+en su misma situación. Y ella no podía gritar: «¡Es mi
+hijo!» Nada adelantaba con esta revelación escandalosa.
+Y siguió entregando sus paquetes regularmente, aunque
+no fuesen para Jorge. Servirían para saciar el hambre
+de otros. Conoció la magnanimidad de los inmensos dolores;
+hizo sus dádivas como una madre que, al rezar
+por su hijo desahuciado, reza por los demás enfermos,
+creyendo que con esta generosidad serán mejor atendidas
+sus súplicas.</p>
+
+<p>Además, ¡la duda cruel!... Los empleados, al tomar
+sus paquetes, sonreían tristemente. Era casi seguro que
+se los apropiarían los guardianes. Todos los comestibles
+de precio que destinaba á su hijo iban á servir para que
+los reservistas de Alemania encargados de la custodia de
+los prisioneros cenasen alegremente, con una alegría de
+mastines feroces, brindando por la gloria de su kaiser y
+el triunfo de su pueblo sobra el mundo entero. ¡Dios mío!
+¿Qué hacer?...</p>
+
+<p>Muy de tarde en tarde, llegaba á sus manos, con
+enorme retraso, una tarjeta postal revisada por la censura
+alemana. Cuatro líneas nada más, escritas como
+los niños escriben en la escuela, bajo la mirada del
+maestro que está á sus espaldas. Pero era la letra de su
+Jorge. «Bien de salud. No nos tratan mal. Envíame comestibles.»
+Pasaba largas horas contemplando estos renglones
+tímidos y mentirosos. Adquirían para ella una
+nueva fisonomía; decían otra cosa: la verdad. Recordaba
+los relatos de cautivos moribundos venidos de
+aquellos campamentos de suplicio, y los renglones parecían
+balbucear, con el gemido de un niño enfermo:
+«Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!»</p>
+
+<p>Hubo momentos en que creyó perder la razón. Todo
+lo que le rodeaba hacía surgir en su memoria la imagen
+de aquel Jorge elegante, cuidado por ella con mimos
+infantiles. Había vigilado su guardarropa, se preocupaba<a name="page_187" id="page_187"></a>
+del mérito de sus sastres, tenía que sufrir sus protestas
+varoniles cuando pretendía vestirlo interiormente
+de telas finísimas y encajes, lo mismo que ella. Por las
+mañanas iba á sorprenderlo en su lecho, como á un
+pequeñuelo, y besaba con devoción aquella carne de
+atleta, que era su propia carne, metamorfoseada. Todo
+le parecía mezquino y pobre para este mocetón hermoso
+como un dios antiguo; cuidaba de su cama, de su tocador,
+de su persona, con el fanatismo de una amorosa;
+registraba sus bolsillos, para renovar incesantemente
+los regalos de dinero. Suyas serían las minas mejicanas,
+las tierras de la frontera, todo cuanto ella poseyese. Y
+más tarde&mdash;no quería pensar cuándo&mdash;, lo casaría con
+una mujer que fuera de su agrado; su nacimiento obscuro
+iba á realzarse con la seducción de una riqueza enorme...
+Pero el mundo se desplomaba de pronto en una
+demencia furiosa, y este príncipe de la suerte, cuya
+madre había conferenciado tantas veces con su jefe de
+cocina, imaginando sorpresas gastronómicas dedicadas
+á él, lloraba desde una llanura glacial remota y triste:
+«Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!»</p>
+
+<p>&mdash;Tres veces fuí á Suiza, Miguel... Hasta propuse en
+París que me diesen los medios de pasar á Alemania,
+ofreciéndome como espía, pero se rieron de mí... Tenían
+razón: ¡qué iba á espiar yo! Mi hijo... lo que yo
+quería era ver á mi hijo. En Suiza encontré dos inválidos
+que acababan de ser canjeados y procedían del
+campo en que estaba mi Jorge. Conocían al aviador
+Bachellery. Había intentado escaparse cinco veces; gozaba
+cierta fama entre sus compañeros de miseria por
+la altivez con que hacía frente á los guardianes más
+crueles... Sus últimas noticias eran inciertas; habían
+dejado de verle, pero creían que estaba ahora en otro
+campo de prisioneros, un campo de castigo, muy lejos,
+cerca de Polonia, donde se aglomeran los rebeldes y los
+peligrosos bajo una disciplina cruel, sufriendo terribles
+correcciones.</p>
+
+<p>Su voz tembló de cólera al decir esto. Veía á su hijo
+arrastrando cadenas, recibiendo golpes lo mismo que
+un esclavo. ¡Ah! ¡no ser ella un hombre, para que la dejasen
+á solas con el lúgubre histrión de los puntiagudos<a name="page_188" id="page_188"></a>
+bigotes que hacía gemir de dolor á tantos millones de
+mujeres!...</p>
+
+<p>&mdash;¡Y pensar que ha habido exaltados que mataron á
+jefes de gobierno buenos ó insignificantes!... ¡Y
+ni uno solo se le ocurrió suprimir al kaiser! Que no me
+hablen de los anarquistas... No creo en ellos.</p>
+
+<p>Esta explosión de ira se desvaneció inmediatamente.
+Otra vez su dolor desesperado la hizo gemir. Recordó
+una fotografía que había visto en los periódicos: el suplicio
+del poste, aplicado por los alemanes en los campos
+de castigo; un francés, con el uniforme andrajoso,
+amarrado á un madero como si fuese una cruz, en plena
+llanura cubierta de nieve, sufriendo durante horas y
+horas un frío homicida. Era la pena mortal aplicada
+hipócritamente, con refinamientos salvajes. No se podían
+distinguir los rasgos fisonómicos de aquel pobre
+Cristo con la cabeza caída sobre el pecho. Tal vez era
+su hijo. Y si no era Jorge, seguramente que había sufrido
+también el mismo suplicio.</p>
+
+<p>&mdash;¡Cómo vivir en esta angustia interminable!... No
+me han dejado volver á Suiza: me niegan el permiso.
+Nada sé, y hay momentos en que mi cabeza parece que
+va á romperse. Por eso evito estar sola, por eso juego y
+necesito ver gente, hablar, huir de mis pensamientos...
+Después sólo he recibido una postal de mi hijo, sin fecha,
+sin el lugar de procedencia, que dice casi lo mismo que
+las otras. La letra es suya, y sin embargo parece de
+distinta mano. ¡Ay! ¡lo que me dice su letra!... Lo veo
+como al otro, como al infeliz amarrado al poste, cubierto
+de andrajos, con una delgadez esquelética... ¡Mi
+hijo!</p>
+
+<p>Lubimoff tuvo que oprimir sus dos manos fuertemente,
+tirar de ellas para sostenerla y que no se arrojase
+sobre la cama con histéricas convulsiones. Se arrepintió
+de haber venido, provocando con su curiosidad una
+confesión que despertaba las tristezas de esta mujer.</p>
+
+<p>Ella, que le miraba sin verle, con los ojos desmesuradamente
+abiertos, acabó por concentrar sus pupilas,
+fijándose en la emoción de Miguel. Esto la hizo serenarse
+un poco.</p>
+
+<p>&mdash;Feliz tú, que no conoces este suplicio. Es interminable:<a name="page_189" id="page_189"></a>
+no tiene remedio. Cuando pienso en él, creo que
+voy á morir. ¡No saber nada! ¡no poder nada!... Necesito
+distraerme, pensar en otras cosas. Hay que vivir; no
+podemos llorar á todas horas. Pero si llego á interesarme
+por algo, inmediatamente surge el remordimiento.
+Me insulto yo misma: «¡Mala madre, que lo olvidas!»
+Raro es el día que como sin llorar. Me atormenta la
+idea de que él sería feliz con los sobras de mi mesa,
+con lo que comen los domésticos, ¡quién sabe si con lo
+que le dan al perro! Y Valeria y Clorinda, al ver mis
+lágrimas, no pueden explicarse un dolor tan insistente.
+Ignoran mi secreto; creen, como todo el mundo, que se
+trata de un simple protegido ó de un pequeño amante:
+no comprenden esta desesperación por un hombre... Por
+eso juego tanto; es lo único que me preocupa verdaderamente
+y me hace olvidar por unas horas; es mi anestésico.
+En otros tiempos jugaba por el placer de la
+emoción, por el gusto de reñir con la suerte, porque me
+halaga el asombro de los curiosos viéndome aventurar
+con indiferencia cantidades enormes. Ahora es por él,
+sólo por él.</p>
+
+<p>Alicia recordó el mal estado de su fortuna. Estaba
+ya quebrantada seriamente años antes, pero ella tenía
+la esperanza de una pronta reconstitución. Además, los
+tiempos anteriores á la guerra habían sido la mejor
+época de su existencia. Tenía á su hijo; se dejaba llevar
+por la vida, sin pensar en los negocios. Luego, al
+perder á Jorge, se había consumado al mismo tiempo
+su ruina.</p>
+
+<p>&mdash;¡Si yo tuviese la riqueza de antes! Conozco el poder
+del dinero; hubiese removido con él á los hombres y
+hasta á los gobiernos. Habría escrito al kaiser ó á Hindenburg,
+enviándolos un millón, dos millones, lo que
+pidieran. «Ya que ustedes restablecen la esclavitud y
+saquean los pueblos, ahí va dinero. Devuélvanme á mi
+hijo.» Y lo tendría ya á mi lado. ¡Pero soy pobre!... ¡Si
+supieras cómo amo ahora el dinero, sólo por él! Sueño
+con dar un golpe; ganar en dos ó tres días quinientos
+mil francos ó un millón. ¡Qué alegría la mía cuando
+llego del Casino con unos miles de francos! «Para enviarle
+paquetes... para que mi pobrecito coma.» Escribo<a name="page_190" id="page_190"></a>
+á los proveedores ó busco yo misma, acordándome de
+las cosas que más le gustaban. Tú eres rico é ignoras las
+dificultades del momento presente. ¡Lo que escasean las
+cosas! ¡lo caras que cuestan!... Yo, antes, tampoco sabía
+nada de esto... Y le envío paquetes de víveres de los mejores;
+y siento orgullo al decirle con mi pensamiento:
+«Es con el dinero que ha ganado mamá para ti... es
+con mi trabajo.» No sonrías, Miguel. Así es. ¿En qué
+otra cosa puedo yo trabajar?... Lo único que me apesadumbra
+es la dirección de estos envíos. «Para el aviador
+Bachellery, prisionero en Alemania.» No sé más,
+¡y son tantos los prisioneros! Casi todos mis envíos deben
+perderse; pero alguno llegará á sus manos. ¿No
+crees tú que alguno llegará?</p>
+
+<p>Miguel acogió esta pregunta ansiosa con un vago
+gesto de conformidad. Sí, tal vez; era casi seguro.</p>
+
+<p>Alicia mostró de pronto cierta confianza. Ocho meses
+que nada sabía de él; pero otras madres estaban en el
+mismo caso. No debía desesperar. Hombres dados por
+muertos en las primeras batallas volvían á sus casas
+después de un largo cautiverio. Además, ¿era lógico que
+un hijo de ella muriese de hambre y de miseria lo mismo
+que un mendigo?...</p>
+
+<p>Lubimoff asintió otra vez. Verdaderamente, no era
+lógico.</p>
+
+<p>&mdash;Hay momentos en que siento una alegría inexplicable:
+el aviso misterioso de que voy á recibir una buena
+noticia; la misma corazonada de los días en que llego al
+Casino segura de ganar... y gano. He escrito al rey de
+España, que se ocupa de la suerte de los prisioneros y
+muchas veces hasta consigue que los devuelvan á su
+patria. He hecho que le escriban un sinnúmero de amigos.
+¡Si me devolviese á mi Jorge!... Espero á lo menos
+una buena noticia, saber dónde está, convencerme de
+que vive. Me bastaría con que le internasen en Suiza,
+como á los grandes heridos, y yo iría á vivir con él.
+¡Qué felicidad que estuviese en Lausanne ó en Vevey,
+á orillas del lago, como está mi marido!</p>
+
+<p>El recuerdo del duque la hizo sonreir con una bondad
+melancólica.</p>
+
+<p>&mdash;Te advierto que no lo olvido. Todo lo que me sobra<a name="page_191" id="page_191"></a>
+de los envíos á Jorge lo meto en un paquete vía Ginebra.
+«Para el teniente coronel Delille.» ¡Ay! Este sí que
+llega. ¡Pobre viejo! Sus respuestas son casi de amor...
+Yo le regalo salchichones y botes de conservas, en recuerdo
+de los mazos de flores de veinte luises que me
+envió cuando pretendía mi mano... ¡Qué tiempos, Miguel!
+¡Quién podía imaginarse este trastorno de las personas
+y las cosas!...</p>
+
+<p>Hablaba ya con más tranquilidad, como si el recuerdo
+de su hijo hubiese retrocedido á un segundo plano de
+su memoria.</p>
+
+<p>&mdash;Todo me anuncia una buena noticia. La desgracia
+no puede durar tanto tiempo, ¿no te parece? Es como la
+mala suerte en el juego: acaba por pasar; lo que importa
+es tener fuerzas para resistirla... Debería sentirme satisfecha.
+La emoción apenas me ha dejado dormir esta noche...
+He pasado de los treinta; ya sabes: esos treinta
+mil francos que parecían antes el límite de mi suerte.
+Anoche gané ochenta mil. Tu amigo Lewis estaba furioso.
+Cree que esto sólo les ocurre á las mujeres: ganar
+jugando á capricho, burlándose de las reglas.</p>
+
+<p>Adivinó ella en la mirada del príncipe su extrañeza
+por esta alegría después del llanto reciente.</p>
+
+<p>&mdash;No puedo permanecer sola. ¡Los recuerdos!... Tal
+vez me has oído cantar mientras subías. Es una canción
+inglesa que cantaba mi hijo. Por las mañanas iba yo á
+escucharla detrás de su puerta, como una enamorada
+que se contenta con la voz mientras espera la presencia
+del hombre amado. Siempre que estoy sola la repito
+maquinalmente; me imagino que es Jorge el que canta,
+y se me llenan los ojos de lágrimas, pero son de ternura,
+lágrimas dulces... Al hacer mi cama he creído oirle, lo
+mismo que cuando iba y venía por su dormitorio y yo
+le espiaba al otro lado de la puerta. Mi voz era su voz.
+Por eso al entrar tú me temblaron las piernas. Supuse
+por un momento que tú eras él. ¡Qué emoción cuando
+le vea!... Porque yo le veré. La desgracia no puede durar
+eternamente. ¿No crees tú que le veré?...</p>
+
+<p>Sus ojos entornados sonreían á una lejana visión de
+esperanza. Y Miguel, que había permanecido silencioso
+mucho tiempo, habló para infundirle ánimo. ¡Pobre mujer!<a name="page_192" id="page_192"></a>
+Sí; vería á su hijo. A la edad de él se resisten todas
+las fatigas. Volvería; aún serían felices los dos, comentando
+el infortunio presente como un mal sueño.</p>
+
+<p>&mdash;Además, yo te ayudaré. Hay que proceder activamente
+para que te devuelvan tu hijo. Escribiré al rey
+de España. Lo conozco; almorzó en mi yate una vez que
+estuve en San Sebastián. Tengo buenos amigos en París,
+hombres políticos, diplomáticos; les escribiré á todos...
+Y en último término, si no queda otro recurso, buscaré
+por medio de un gobierno neutral hacer llegar una carta
+á Guillermo II. Tal vez me atienda: debe acordarse de
+mí, de su visita á mi buque...</p>
+
+<p>Ahora fué ella la que oprimió sus manos. Le miraba
+fijamente, con los ojos turbios de lágrimas, sonriendo al
+mismo tiempo para expresar su gratitud.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué bueno eres!&mdash;exclamó después de un largo
+silencio&mdash;. El día que estuve por primera vez en Villa-Sirena
+me convencí de mi gran error. ¡Qué mal nos conocíamos!
+Ha sido necesaria la desgracia para vernos
+tales como somos. Primeramente me ofreciste remediar
+mi pobreza; ahora quieres devolverme á mi hijo...</p>
+
+<p>Se dejó arrastrar por una afectividad impulsiva. Lubimoff
+vió cómo se inclinaba su cabeza, y sintió inmediatamente
+el contacto de su boca en una mano. Dos
+besos ruidosos y una voz que gemía: «¡Gracias... gracias!»
+El príncipe se puso de pie. Le era imposible tolerar
+este gesto humilde. Pero al mismo tiempo ella se
+irguió igualmente; quedaron sus ojos á idéntico nivel, y
+como si quisiera completar la reciente caricia, se abalanzó
+sobre el príncipe, le tomó la cabeza entre sus manos
+y le besó la frente.</p>
+
+<p>Una oleada de perfume carnal, semejante á la otra
+que le había envuelto al recibir la sábana en pleno rostro,
+volvió á conmover su organismo. Se daba cuenta
+del alcance de esta caricia: un simple beso de gratitud,
+un arrebato de madre que expresa sus sentimientos con
+excesiva vehemencia. A pesar de esto, la turbación que
+le dominaba, cruel y voluptuosa á la vez, le impulsó á
+abrir los brazos para abarcar y apropiarse lo que tenía
+á su alcance... Pero sus manos ávidas se perdieron en
+el vacío.<a name="page_193" id="page_193"></a></p>
+
+<p>Ella, arrepentida de su acto, se había echado atrás,
+retrocediendo unos cuantos pasos. Estaba en el hueco
+de la puerta, dispuesta á continuar su huída. Se arreglaba
+maquinalmente los cabellos y secaba sus lágrimas,
+mientras el rubor se extendía por su rostro.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué loca soy!&mdash;murmuró&mdash;. Perdóname. ¡Es tanta
+mi gratitud al saber que quieres ayudarme!...</p>
+
+<p>Señaló al mismo tiempo el balcón. Abajo, en el jardín,
+sonaba la voz del hortelano llamando á su perro para
+que no continuase ladrando junto á la escalinata de la
+«villa», como si olfatease la presencia de un intruso.</p>
+
+<p>&mdash;Vámonos&mdash;ordenó Alicia con gravedad&mdash;. Las criadas
+van á volver de misa. No me gusta que nos vean
+aquí, en mi dormitorio. Podrían creer...</p>
+
+<p>Lubimoff, al serenarse, admiró el gesto pudoroso, la
+tímida inquietud con que ella decía esto. Resurgió en su
+recuerdo la mujer del «estudio» de la Avenida del Bosque;
+hizo memoria de sus audaces teorías. ¿Realmente
+era la misma?...</p>
+
+<p>Mientras bajaban, ella volvió la cabeza para hablarle,
+como si adivinase sus pensamientos.</p>
+
+<p>&mdash;Debes reirte de mí. ¡Cuán lejos está la Alicia de
+otro tiempo!... Soy menos mala que parecía, ¿no es
+cierto?... Dime que no me crees mala; dime que sólo
+me tienes por loca: una loca sin suerte...</p>
+
+<p>Abrió sus salones del piso bajo para dar á la visita
+un aspecto de regularidad, pero el frío de las piezas
+abandonadas, los muebles enfundados, el olor de cueva
+húmeda, les hizo salir al jardín, continuando su conversación
+al pie de la escalinata, como dos personas que
+prolongan su despedida.</p>
+
+<p>La antigua doncella de la duquesa y la jardinera
+encargada de la cocina pasaron repetidas veces ante
+ellos con diversos pretextos. Saludaban al señor mudamente,
+con ojos de adoración y dulce sonrisa. ¿Este
+buen mozo era el príncipe Lubimoff, del que tanto se
+hablaba?... Habían oído su nombre muchas veces en
+aquella «villa», y las dos le veneraron como un ser providencial,
+todopoderoso, que podía con un gesto hacer
+resurgir la perdida abundancia...</p>
+
+<p>Miguel no quiso prolongar su visita.<a name="page_194" id="page_194"></a></p>
+
+<p>&mdash;Ven á verme&mdash;dijo ella en voz baja, acompañándole
+hasta la verja&mdash;. Ahora lo sabes todo. Tú eres el único.
+Será muy dulce para mí que hablemos, que me consueles
+y me ayudes.</p>
+
+<p>Las horas siguientes las pasó el príncipe silencioso
+y preocupado. ¡Tantas novedades de una vez!... La
+existencia de aquel hijo que nunca había podido sospechar;
+la amorosa feroz convertida en madre; sus lágrimas,
+su tormento silencioso que arrastraba como cadena
+expiatoria á través de una vida loca... Y por encima de
+todas estas sorpresas, la que él había experimentado en
+su interior, la resurrección del hombre de otros tiempos,
+la nueva caída en la servidumbre carnal, el doble latigazo
+recibido en su estructura nerviosa al aspirar el perfume
+del suave lienzo y al sentir en su frente la huella
+de sus labios...</p>
+
+<p>Deseaba olvidar todo esto, y para conseguirlo concentró
+su atención en las revelaciones que ella le había
+hecho y en sus dolores de madre. ¡Infeliz Alicia! Al
+verla empobrecida y llorosa, sin otra ayuda que la que
+él pudiese concederle, empezó á sentir por esta mujer
+un afecto duradero. Era el cariño del poderoso por el
+débil al que protege; un amor paternal que no tenía en
+cuenta la semejanza de edades ni la diferencia de sexos;
+una ternura en la que entraba por mucho cierta lástima
+dulce. Se conmovió al recordar el beso humilde
+con que había acariciado sus manos; casi un beso de
+mendiga. ¡Pobre! Esto bastaba para que se creyese obligado
+á no abandonarla nunca. El orgullo de Alicia,
+su ansia de dominación, le habían enfurecido en otro
+tiempo. Acostumbrado á proteger generosamente á las
+mujeres, pero sin someterse nunca á su voluntad, á considerarlas
+á todas como algo agradable é inferior, no
+podía transigir con este carácter soberbio. Eran los dos
+igualmente poderosos y triunfadores para llegar á tolerarse.
+¡Pero ahora!...</p>
+
+<p>Renacía en su memoria tal como la había contemplado
+en el dormitorio, con los ojos acuosos, agrandados por
+el dolor, y una perla pendiente de sus lagrimales, trágicamente
+bella, como las vírgenes que tienen sobre las
+rodillas el cuerpo del hijo crucificado... <i>¡Máter dolorosa!</i><a name="page_195" id="page_195"></a></p>
+
+<p>Pero una segunda persona que parecía hablar en el
+interior del príncipe con fría clarividencia protestó de
+esta imagen. No era una madre dolorosa. La madre no
+abandona á su hijo: renuncia á todas sus vanidades por
+él; abdica su presente y su porvenir, como si no tuviese
+más vida que la de este pedazo de su propia carne; le
+da el jugo de sus pechos y todas sus horas; sigue minuto
+por minuto su desarrollo, batiéndose con la enfermedad,
+burlando al peligro; no espera para amar el
+esplendor de la adolescencia triunfante... ¡mientras que
+la otra!...</p>
+
+<p>La otra era Venus dolorosa. Hasta en sus momentos
+más desesperados se mantenía bella, y su dolor resultaba
+un nuevo medio de seducción. Era madre, pero seguía
+siendo mujer: la terrible mujer perturbadora odiada por
+el príncipe.... ¡Atención, Miguel!</p>
+
+<p>Con una sonrisa de superioridad respondió mudamente
+á estas reflexiones.</p>
+
+<p>«¡Acaso voy á enamorarme de ella!&mdash;se dijo&mdash;. La
+quiero como no creí nunca que podría quererla. Pero
+sólo es un amigo, un compañero digno de lástima, que
+debo proteger.»</p>
+
+<p>A la hora del almuerzo, Spadoni no se presentó en
+Villa-Sirena. Atilio le había visto en el Casino con sus
+amigos los ingleses de Niza. Estarían almorzando juntos
+en el Hotel de París, para hablar de nuevas combinaciones.
+La última consistía en jugar cuatro en diversas
+mesas, siguiendo un «sistema» común que el pianista
+juzgaba infalible.</p>
+
+<p>Después de tomar el café, todos los habitantes de
+la lujosa «villa» parecieran agitados por una comezón
+que no les dejaba continuar en sus asientos. Castro se
+marchó el primero, anunciando que iba al Casino. Le
+avisaba el corazón «una gran tarde». Tenía entre ojos
+á un <i>croupier</i> que empezaba su servicio á las tres y
+media. Conocía su modo de tirar la bola. Cada uno
+tiene su especialidad: unos son de mano larga; otros de
+mano corta. Este la hacía caer con frecuencia en el 17:
+su número.</p>
+
+<p>Novoa se fué detrás de él, pero con menos franqueza.
+Balbuceó ruborosamente al despedirse del príncipe. Tal<a name="page_196" id="page_196"></a>
+vez iría á pasar la tarde con sus amigos de Mónaco; tal
+vez hiciese un pequeño viaje por el camino de Niza
+hasta Cap d'Ail ó Beaulieu. Era la confusión del señor
+que no sabe mentir.</p>
+
+<p>El príncipe quedó solo. Miró un rato el mar; luego
+cambió de ventana, contemplando sus jardines. Oprimió
+el botón de un timbre para que acudiese don Marcos. No
+sabía qué decirle, pero necesitaba verlo para no estar
+solo. Se presentó una de las criadas viejas, anunciando
+que el coronel se había ido á Monte-Carlo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Este también!&mdash;dijo el príncipe.</p>
+
+<p>Tomó su sombrero y su gabán para escapar al tedio
+de una tarde de domingo pasada á solas. Además, una
+fuerza indefinible tiraba de él igualmente hacia la inmediata
+ciudad. Avanzó por el jardín, dejando á sus
+espaldas la «villa». Le pareció más grande al quedar
+abandonada, y que su silencio ceñudo é irritado equivalía
+á una protesta muda. «¿Para eso la habían construído,
+gastando tan enormes cantidades?...» Por la carretera
+inmediata se deslizaban tranvías y carruajes repletos
+de gente de Monte-Carlo que iba en busca de un
+pedazo de mar sonriente, de un grupo de pinos, de una
+altura panorámica.</p>
+
+<p>¡Y el poseedor de los jardines famosos de Villa-Sirena
+los abandonaba para irse á una población de la
+que huían los otros!... Lubimoff se acordó del hermoso
+plan de vida elaborado meses antes: una comunidad de
+laicos encerrada en este rincón paradisíaco; música,
+astronomía, agradables conversaciones, trabajos higiénicos.
+Y los monjes se escapaban con toda clase de pretextos;
+él, que era su jefe, también sentía una necesidad
+inexplicable de imitarlos, y hasta Toledo, fiel admirador
+de aquella propiedad que consideraba la mejor obra
+de su existencia, parecía sufrir la misma fiebre ambulatoria.</p>
+
+<p>Se volvió cerca de la verja para contemplar su hermoso
+dominio, como si le pidiese perdón. Un silencio de
+palacio encantado: los jardines dormitaban como bosques
+de ensueño. Creyó ver al final de una larga avenida
+el revoloteo de dos grandes pájaros. Eran Estola y
+Pistola, con sus fracs de faldones excesivamente largos,<a name="page_197" id="page_197"></a>
+corriendo hacia el final del promontorio. Para los dos
+solos se había construído Villa-Sirena. Podían jugar con
+un regocijo gimnástico de adolescentes por aquellos jardines
+que envidiaban los curiosos pegados á la verja;
+podían romper en sus carreras las plantas raras traídas
+del otro lado del planeta, saltar de roca en roca en busca
+de los pececillos que dejaban las olas en los minúsculos
+lagos de las oquedades de la piedra, hasta que sus fracs
+quedasen bien mojados y sus zapatos rotos, para desesperación
+del coronel, que todos los días pasaba revista
+á su gente.</p>
+
+<p>Miguel no quiso preguntarse adónde iba. Su paseo
+era seguramente con un fin determinado, pero consideró
+inoportuno pensar en él.</p>
+
+<p>Vió de pronto dos corrientes de gentío que, viniendo
+en opuestas direcciones, se encontraban y confundían,
+subiendo juntas una escalinata corta y anchísima partida
+por dos pasamanos y cubierta por tres alfombras
+rojas.</p>
+
+<p>Estaba ante las puertas del Casino. Por un lado iban
+llegando los que acababan de descender del ferrocarril;
+por otro, los que habían recogido los tranvías en todos
+los pueblos de la Costa Azul, desde Niza á Monte-Carlo.</p>
+
+<p>Cantaba aquella tarde un tenor italiano célebre, y
+una parte de la muchedumbre, despreciando el juego
+por el momento, se aglomeraba en el teatro.</p>
+
+<p>Lubimoff se vió atendido inmediatamente por dos
+graves señores de levita y corbata negras, con la cabeza
+descubierta: dos inspectores del Casino.</p>
+
+<p>&mdash;¡Desolados, príncipe! Todo lleno; hasta en los pasillos
+hay gente.</p>
+
+<p>Pero como era él, uno de los dos lo acompañó hasta
+el palco de los ministros de Mónaco. El gobernador del
+príncipe soberano le conocía y quiso cederle el mejor
+lugar; pero Miguel se mantuvo en segundo término, por
+miedo á la curiosidad del público.</p>
+
+<p>Era un teatro sin pisos altos; una sala de espectáculos
+más ancha que profunda, con filas de butacas todas
+iguales y al mismo precio, y un escenario que servía
+para los conciertos y excepcionalmente para las representaciones
+teatrales. El mismo arquitecto de la Opera<a name="page_198" id="page_198"></a>
+de París había repetido su abrumadora ostentosidad en
+esta sala: oro por todas partes, molduras, cariátides, espejos
+inmensos. No había un palmo de pared que no fuese
+de estuco labrado y dorado. En el muro del fondo, sobre
+las filas de butacas que se elevaban en acentuado declive,
+había cinco palcos, los únicos: el del príncipe soberano
+y los de sus dignatarios.</p>
+
+<p>Miguel escuchó á los cantantes, mientras examinaba
+la apretada masa de público que podía distinguir desde
+su asiento. Reconoció á muchos en esta contemplación
+á vista de pájaro. Vió en las primeras filas una cabeza
+gris, con los cabellos partidos de la frente á la nuca y
+peinados hacia adelante hasta confundirse con unas
+patillas á la austriaca. Era el coronel, que escuchaba
+con cierta autoridad, balanceando el cráneo para conceder
+su aprobación al célebre tenor. Pero no estaba
+solo: le vió ladear el rostro hacia una cabellera rizada y
+una sarta de gruesas cuentas de ámbar. ¡Ah, traidor!...
+Indudablemente, la hija del jardinero. Por esto se había
+dado tanta prisa en huir: una exigencia de la aprendiza,
+deseosa de escuchar á aquel artista del que tanto
+hablaban las señoras. Cuando el grueso ruiseñor quedaba
+oculto entre bastidores, el coronel ofrecía á su protegida
+un cucurucho lleno de caramelos. ¡Caramelos en
+tiempo de guerra! Un verdadero derroche que sólo se
+podía permitir un enamorado.</p>
+
+<p>En el entreacto, el príncipe se marchó furtivamente,
+temiendo encontrarse con don Marcos y que su presencia
+le amargase una tarde feliz. Además, no le interesaba
+la ópera ni aquel cantante tan alabado.</p>
+
+<p>Atravesó el gran atrio de columnas de jaspe que sostienen
+una galería con balaustres rematados por candelabros
+de bronce. En un extremo, sobre tableros, estaban
+las últimas noticias. El príncipe las leyó sin curiosidad.
+«Nada; lo de siempre. Sigue la monótona guerra
+de trincheras. El terreno ganado ó perdido á metros.
+Esto no acabará nunca...»</p>
+
+<p>Se deslizó entre los grupos que paseaban durante los
+entreactos, evitando que le viese el coronel. ¡Pobre Toledo!
+Iba gravemente orgulloso al lado de aquella protegida
+que podía ser su nieta. Miraba hostilmente á los<a name="page_199" id="page_199"></a>
+jóvenes, mientras la muchacha, á sus espaldas, lanzaba
+ojeadas á todos los hombres con uniforme.</p>
+
+<p>El príncipe tuvo que abrirse paso á través de un
+grupo inmóvil y compacto. Eran oficiales convalecientes,
+franceses, canadienses, australianos, ingleses, y revueltas
+con ellos, enfermeras de varios tipos; unas con
+velos monacales y aspecto frágil; otras varoniles, con
+corbata y levita de botones dorados, sin otra prenda
+femenil que la falda... Algunas más viejas, de pelo corto,
+cara roja y grandes anteojos de concha, exigían un detenido
+examen para que de su aspecto híbrido pudiera
+surgir la convicción de que eran mujeres. Se amontonaban
+ante las tres dobles mamparas que dan acceso á
+las salas de juego. Todo el que perteneciese á las fuerzas
+de mar y tierra de cualquiera nación no debía pasar de
+aquí: los militares sólo podían entrar en la sala de espectáculos
+y el atrio del Casino. Y estas gentes, que en
+sus lejanos países habían oído hablar muchas veces de
+Monte-Carlo, al verse en él por los azares de la guerra,
+se amontonaban junto á las mamparas con una curiosidad
+infantil, admirando instantáneamente, al abrirse y
+cerrarse aquéllas, la rápida visión de los salones dorados,
+puestos en fila y llenos de público. Después se retiraban,
+cediendo el sitio á otros camaradas. Ya habían
+visto; ya podían afirmar que Monte-Carlo no guardaba
+secretos para ellos.</p>
+
+<p>Los empleados de levita negra abrieron una de las
+mamparas, saludando al príncipe como á un antiguo
+conocido.</p>
+
+<p>Era la primera vez que entraba en los salones de
+juego después de su vuelta. Creyó que caía con milagrosa
+regresión en el mundo anterior á la guerra; que
+todas las cosas que afligían á la humanidad quedaban
+al otro lado de la puerta, como queda una acción dramática,
+falsa pero emocionante, sobre el escenario de
+un teatro que abandonamos.</p>
+
+<p>Hasta encontró cierto atractivo en la arquitectura
+de estos salones, por ser algo familiar que le recordaba
+épocas agradables de su existencia.</p>
+
+<p>Estaba en la sala del Renacimiento, pero toda su
+atención fué atraída por la pieza inmediata, la rotonda<a name="page_200" id="page_200"></a>
+central del Casino, el llamado salón de Schmit, al que
+convergen los otros salones y que parece prolongarse
+por debajo de las portadas divisorias hasta el fondo del
+edificio.</p>
+
+<p>Un silencio rumoroso surgía de las aglomeraciones
+humanas en torno de las mesas verdes. Todos al hablar
+lo hacían en voz baja, como en una iglesia. De vez en
+cuando, este susurro se cortaba con un largo rechinamiento,
+con un ruido igual al de los guijarros de una
+costa arrastrados por la ola. Eran las raquetas de los empleados,
+que barrían el paño verde, llevándose las monedas,
+las fichas, todos los despojos de la pérdida, chocando
+unas con otras las piezas de metal y las de falso
+hueso. La voz de los <i>croupiers</i> se elevaba sobre este silencio
+febril de colmena bullente como la del oficial que
+ordena una maniobra. «Hagan sus juegos...» «¿El juego
+está hecho?...» «No va más.» El silencio perdía su envoltura
+rumorosa; se iba adelgazando. Los pechos respiraban
+con menos fuerza; los cuellos se estiraban para
+ver mejor sobre el hombro vecino; algunas mujeres permanecían
+sobre un pie nada más, echando atrás el otro,
+como bailarinas que se inclinan para tocar el suelo con
+las manos. Todos se apretujaban, sin reparar en el sexo
+á que pertenecían las carnes inmediatas; y en esta
+pausa de rostros alargados, cejas fruncidas, bocas rígidas
+y miradas convergentes sonaba, aumentado por un
+eco diabólico, el correteo de la bolita de marfil por la
+ranura circular del borde de madera, mientras la rosa
+de colores de la ruleta iba girando como un kaleidoscopio
+en sentido inverso.</p>
+
+<p>De pronto, un golpe seco. La bola había terminado
+su fuga circular, cayendo en un número. Se prolongaba
+el silencio; los rostros parecían estirarse aún más; los
+puños se apretaban convulsivamente. Otra vez el ruido
+de guijarros movidos por la ola. Las raquetas barrían
+el campo verde. Mal número para el público. Cuando
+se elevaba en torno de la mesa un ahogado rugido, la
+respiración de cien pechos descongestionados, los <i>croupiers</i>
+tardaban varios minutos en reanudar el juego,
+para pagar á los gananciosos y resolver cuestiones entre
+los que reclamaban la misma puesta. Al terminar una<a name="page_201" id="page_201"></a>
+partida, se disgregaban los grupos de una mesa para
+trasladarse á otra; pero la orla de gente continuaba
+siendo compacta, por los nuevos aportes de curiosos.</p>
+
+<p>Descendía de la claraboya central un resplandor
+acaramelado. Fuera brillaba el sol sobre el mar azul;
+aquí, la luz era de bodega: una luz, según Castro, semejante
+á la del salón de sesiones de un Congreso de
+diputados. Esta luz amarillenta, igual al oxidado fulgor
+del oro viejo, parecía aumentar la suntuosidad de las
+salas. Era la arquitectura majestuosa y rica que convence
+al pueblo y á los ricos improvisados. Las columnas
+y pilastras, de ónix y de bronce, sostenían un techo
+magnífico, cortado circularmente por la cristalería de
+la claraboya. En los cuatro triángulos de la bóveda estaban
+representados escultóricamente el Aire, la Tierra,
+el Fuego y el Agua, como si los tales elementos tuviesen
+alguna relación con la industria que daba vida al vasto
+palacio.</p>
+
+<p>Cuatro arañas de metal, enormes y rutilantes, completaban
+la pesada suntuosidad. Allí donde no había
+dorados ó espejos, ocupaban las paredes vistosas pinturas.
+Estos cuadros y todos los que adornaban al Casino
+eran objeto de las burlas de Miguel. Algunos resultaban
+aceptables; los más parecían viejísimos, á pesar de que
+no tenían más de cuarenta años, pero con una vejez sin
+nobleza, lo mismo que si hubiesen pasado sobre ellos
+varios siglos de desprecio y olvido.</p>
+
+<p>Atilio explicaba á su modo la presencia de tales
+lienzos. Eran obra, según él, de aficionados arruinados
+por el juego, que el Casino se veía en la obligación de
+proteger.</p>
+
+<p>El príncipe empezó á encontrar figuras conocidas
+entre este público incesantemente renovado, que cada
+mes resultaba distinto. Todo el mundo pasaba por allí.
+El pavimento, de diversas maderas ensambladas, era
+uno de los caminos más frecuentados de Europa. Semejante
+al antiguo Foro de Roma, punto de convergencia
+de las rutas del mundo entero, este salón atraía á las
+gentes desocupadas del planeta. Soñaban todos con poder
+ir alguna vez á arrostrar una moneda en la gran
+casa de juego mediterránea. El hombre de otros continentes,<a name="page_202" id="page_202"></a>
+al desembarcar en el viejo mundo, inscribía
+Monte-Carlo en su itinerario de viaje. Pero este río
+humano que se deslizaba incesantemente, recibiendo el
+aporte de nuevas olas, iba dejando aguas muertas, plantas
+desarraigadas, troncos desmochados, en las sinuosidades
+de sus ribazos.</p>
+
+<p>Lubimoff casi saludó á ciertas personas que le miraban
+con afectuosa sorpresa, lo mismo que si viesen en
+él á un resucitado.</p>
+
+<p>Un vejete de barba corta y dura sobre un rostro de cadavérica
+palidez se inclinó profundamente á su paso,
+sin que su modestia sufriese al no recibir contestación.
+Era el hombre más buscado y halagado por las damas
+que frecuentaban el Casino. Llevaba una especie de solideo
+negro en la cabeza, el sombrero en la diestra y
+una medalla de esmalte con el Corazón de Jesús en una
+solapa. Atilio y Lewis también le habían buscado muchas
+veces. Miguel estaba seguro de que era amigo de
+la duquesa de Delille, y en más de una ocasión habría
+visto sus lágrimas. Facilitaba dinero al cinco por ciento...
+cada veinticuatro horas, y entretenía sus ocios estudiando
+de lejos á los recién llegados, por si se ofrecían
+como nuevos clientes.</p>
+
+<p>También sonrieron al príncipe algunas damas de
+aspecto serio, todavía de buen ver, amplias de formas
+por un extremo y enjutas por el otro, como personas
+que se medicinan contra la obesidad y no obtienen un
+resultado regular. Estaban sentadas en los divanes de
+los ángulos, conversando entre ellas, mirando á los grupos
+de jugadores con un aire de empleadas que descansan
+después de cumplido su deber. Habían llegado á
+Monte-Carlo muchos años antes, con joyas, con miles
+de francos, con un hombre que sufría sus desigualdades
+de humor y encima daba dinero; y todo se había volatilizado
+en las mesas del Casino. Pero ellas seguían
+agarradas al escollo de su naufragio, tal vez para siempre,
+viviendo de los residuos de otros y otros, que, siguiendo
+la misma ruta, venían á chocar y á perecer.
+Se ofrecían á los forasteros como personas experimentadas
+en los misterios de la casa; aconsejaban á las
+parejas en viaje de amor qué número debían jugar,<a name="page_203" id="page_203"></a>
+como si poseyesen el secreto. Además, se presentaban
+en el Casino á primera hora, para ocupar los mejores
+sitios en las mesas, y luego cedían su silla á un jugador
+rico, cliente fijo, que las recompensaba con generosidad
+si le favorecía la suerte.</p>
+
+<p>Aún tuvo otros encuentros. Pasaron junto á él unas
+cuantas viejas, pero de una vejez incapaz de arrostrar
+el aire libre y la luz del sol. Esta ancianidad se acentuaba
+bajo adornos extraños que no recordaban ninguna
+moda: trajes de colorines desteñidos que parecían
+cortados de un cortinaje viejo y oliendo á casa ruinosa,
+sombreros monumentales ó turbantes esféricos fabricados
+con gasas de mosquitero. Unas eran de esquelética
+delgadez, otras de lívidas adiposidades; pero todas llevaban
+el rostro escandalosamente cubierto de bermellón
+y círculos acarbonados en torno de los ojos moribundos.</p>
+
+<p>&mdash;Un luis, mi príncipe&mdash;murmuró la más atrevida&mdash;.
+Tengo la seguridad de que me dará la suerte.</p>
+
+<p>Le temblaba al hablar la dentadura postiza, demasiado
+grande. Un hedor de tumba acompañaba la sonrisa
+de sus labios pintados.</p>
+
+<p>Miguel sabía quiénes eran por los relatos de Toledo.
+El coronel, admirador de las majestades caídas, aceptaba
+su conversación con melancólica deferencia. Una
+había sido amante de Víctor Manuel; otra más vieja
+recordaba entre suspiros los tiempos de Napoleón III y
+de Morny. Todas iban á morir en este Monte-Carlo, último
+rincón de la tierra que podía recordarles sus esplendores
+de sesenta años antes. Algunas, en memoria de sus
+joyas desaparecidas, ostentaban serenamente unos adornos
+grotescos y bárbaros de latón y cuentas de vidrio.
+Según el paradójico Castro, habían muerto hacía muchos
+años, pasaban la noche en el cementerio de Mónaco, y
+vistiéndose con los harapos de los otros cadáveres subían
+al Casino, por la fuerza de la costumbre, para contemplar
+una vez más el escenario de su remota juventud.</p>
+
+<p>El príncipe les dió unos cuantos billetes y siguió
+adelante, mientras ellas corrían á jugar este dinero, después
+de agradecer el regalo con una sonrisa de calavera,
+último resto de la gracia profesional.<a name="page_204" id="page_204"></a></p>
+
+<p>Pronto dejó de fijarse en todos los parásitos que
+vivían pegados á los engranajes de la formidable máquina,
+nutriéndose con las migajas de su trituración. Se
+sintió interesado por el público de jugadores, siempre
+igual en apariencia y siempre distinto. Los había que
+avanzaban apoyados en bastones: bastones de enfermo,
+con contera de goma, únicos que eran admitidos en las
+salas de juego, por temor á las disputas. Vió damas gelatinosas
+de torpe paso; señores tullidos apoyados en el
+brazo de un jayán con casaca galoneada, que los conducía
+paternalmente hasta la ruleta, acomodándolos en su
+asiento. Algunas paralíticas llegaban en un carruajito
+infantil hasta la escalinata, y allí eran izadas á una silla
+de manos y llevadas á través de los salones hasta su
+lugar preferido. En ciertos momentos parecía este palacio
+del juego un balneario célebre, un Lourdes milagroso.
+Llegaban, como llegan los enfermos incurables á
+otros lugares, empujados por la esperanza; pero esta esperanza
+no era la de la salud, que les dejaba indiferentes.
+Lo que les galvanizaba era la esperanza de la fortuna,
+la ilusión de la riqueza, como si esta riqueza pudiera
+servir de algo á sus pobres cuerpos, faltos de los
+apetitos que amenizan la existencia.</p>
+
+<p>Resumió el príncipe mentalmente la vida pasional de
+los humanos en dos placeres que eran el motor de todas
+sus acciones: el amor y el juego. Los había que conocían
+igualmente la doble atracción; Castro, por ejemplo. El
+sólo había sentido interés por el amor é ignoraba el placer
+del juego. Al levantarse de la mesa, siempre con ganancia,
+no experimentaba la tentación de volver. Pero
+viendo á los ancianos, los valetudinarios y los incurables
+arrastrarse hacia la ruleta como á una piscina milagrosa,
+los excusó compasivamente. ¿Qué otro placer
+les quedaba sobre la tierra? ¿Cómo llenar el vacío de
+una existencia que se prolongaba tenazmente?...</p>
+
+<p>Lo que no podía comprender era el gesto apasionado,
+la mirada dura de otros jugadores sanos y fuertes.
+Hombres jóvenes se movían entre las mujeres en torno
+de la mesa con una brusquedad hostil; disputaban con
+ellas ásperamente, tratándolas como á enemigos. Las
+mujeres perdían de golpe su frescura y su gracia: se<a name="page_205" id="page_205"></a>
+masculinizaban contemplando las filas de naipes del
+«treinta y cuarenta» ó el volteo loco de la rueda de colores.
+Tenían un gesto de luchador, con la boca tirante,
+los ojos feroces, y avisadas por el instinto de esta transformación,
+apenas se separaban del juego sacaban del
+bolso de mano el espejito, los polvos, el colorete, para
+remediar y borrar su pasajera decadencia.</p>
+
+<p>Las de aspecto más digno y correcto se mostraban á
+veces las más atrevidas. Podían entregarse á un vicio
+sin miedo al comentario, sin riesgo de ser criticadas, en
+un lugar donde todas las mujeres hacían lo mismo y el
+juego figuraba como algo oficial, digno de respeto.</p>
+
+<p>El príncipe sonrió acordándose de lo que le había
+contado Toledo días antes: la desesperación de una señora
+cuarentona que venía de Niza con sus dos hijas
+todas las tardes y había acabado por perder cincuenta
+mil francos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ojalá me hubiese echado un amante!&mdash;gemía la
+matrona con ojos lacrimosos&mdash;. Mejor hubiera sido entregarme
+al amor.</p>
+
+<p>Entró Miguel en otros salones sin claraboya. Los
+racimos de bombillas eléctricas, al iluminarlos con un
+resplandor absurdo, hacían pensar en el sol ardiente y
+el mar azul que existían al otro lado de los muros de
+oro y jaspe. Sobre las mesas, el alumbrado era de petróleo:
+dos enormes pantallas abrigando cada una cuatro
+quinqués que pendían de unas cadenas de bronce
+de varios metros fijas en el techo. Así, si se cortaba
+la corriente eléctrica, no había peligro de que los
+clientes sintiesen la tentación de apropiarse el dinero de
+la banca.</p>
+
+<p>De tarde en tarde sonaba una campanilla, agitada
+discretamente por uno de los empleados de levita negra
+que dirigían el juego. Una ficha, una moneda ó un billete
+había caído bajo de la mesa. Y se presentaba con
+una prontitud escénica, como si esperase entre bastidores,
+un lacayo de casaca azul y oro llevando en las manos
+una linterna sorda y un gancho para huronear entre
+las piernas de los jugadores, hasta que encontraba el
+objeto perdido.</p>
+
+<p>Una disciplina de buque de guerra, donde cada cosa<a name="page_206" id="page_206"></a>
+está en su lugar y cada hombre en el sitio de sus funciones,
+se notaba en las vastas salas. Varios señores respetables,
+con la solapa condecorada, paseaban entre las
+mesas con aire de oficiales de servicio, para convencerse
+de que todo iba perfectamente. Allí donde las voces
+subían de tono se presentaban con paso rápido para
+cortar los discusiones. Cuando dos «puntos» se disputaban
+una misma puesta, resolvían inmediatamente el
+pleito pagando á los dos. El dinero acababa al fin por
+volver á la casa.</p>
+
+<p>Según Atilio, estaba perforado el Casino por galerías
+secretas, puertas invisibles y hasta trapas, lo mismo que
+el escenario de una comedia de magia; todo para el
+mejor servicio y evitar molestias á los clientes. Algunas
+veces, un enfermo se desmayaba en la mesa ó caía muerto
+por una emoción demasiado violenta. Al instante se
+abría el muro más próximo, vomitando una camilla y
+dos bomberos, que hacían desaparecer el cuerpo importuno
+como por encantamiento. Los de la partida inmediata
+no llegaban á enterarse.</p>
+
+<p>En otras ocasiones era un suicidio. Lubimoff conocía
+una mesa llamada «del suicida», á causa de un inglés
+que había querido morir teatralmente, disparándose un
+pistoletazo al perder la última moneda. Las piltrafas de
+su cerebro salpicaron la bayeta verde, las caras de los
+vecinos y hasta las levitas de los <i>croupiers</i>. ¡Siempre hay
+gentes de poco tacto, que no saben vivir en sociedad!...
+Pero los bomberos surgían de la pared, llevándose al
+muerto, limpiando de sangre la alfombra y la mesa, y
+poco después, del óvalo de gente apretujada contra el
+tablero verde surgía la voz sacramental: «Hagan sus
+juegos...» «¿El juego está hecho?...» «No va más.»</p>
+
+<p>El príncipe se acordó del famoso «banco de los suicidas»
+en los jardines del Casino. Una leyenda para periódicos.
+No existía. Cuando se mataban varios en un
+mismo banco, la administración lo hacía cambiar de
+sitio inmediatamente. También era una exageración
+folletinesca lo de la abundancia de suicidios: dos ó tres
+por año nada más. Según Castro, había pasado de moda
+esto de matarse en Monte-Carlo; resultaba una falta
+imperdonable de buen gusto; lo discreto era irse lejos<a name="page_207" id="page_207"></a>
+y desaparecer sin ruido. Además, la policía de la casa
+tenía buen ojo para conocer á los desesperados, y les
+facilitaba un billete de ferrocarril, aconsejándoles que
+se matasen buenamente en Marsella, ó cuando menos en
+Niza ó Mentón.</p>
+
+<p>Estaba Miguel cerca de la «mesa del suicida», junto
+á la entrada de los salones privados, cuando notó cierto
+revuelo en el público. Se buscaban los grupos para transmitirse
+una noticia; los antiguos clientes se agitaban
+con una emoción profesional. Algo importante estaba
+ocurriendo. El príncipe conocía el significado de estas
+ráfagas de curiosidad: un jugador ganaba ó perdía de
+un modo extraordinario.</p>
+
+<p>Cierto nombre llegando vagamente á sus oídos hizo
+que su atención se concentrase.</p>
+
+<p>&mdash;La duquesa de Delille... Doscientos mil francos...</p>
+
+<p>Todos los que tenían permiso para jugar en los salones
+privados se precipitaban hacia la gran puerta de
+cristales que da acceso á ellos. Miguel siguió esta corriente.</p>
+
+<p>Se vió en una pieza enorme, de techo altísimo. En
+uno de sus lados se abrían cuatro grandes balcones sobre
+las terrazas y el Mediterráneo. A causa de la guerra estaban
+cubiertos con unas telas obscuras para ocultar la
+luz interior. El muro de enfrente lo llenaban varios espejos
+gigantescos. En lo alto, diez y seis cariátides blancas
+y pechugonas, encorvadas bajo el peso del techo, sostenían
+anchas bandas de cristales de roca con bombillas
+eléctricas que dejaban caer un resplandor lunar.</p>
+
+<p>Los curiosos pasaban indiferentes ante las primeras
+mesas de juego, para agolparse en torno de la última,
+la del «treinta y cuarenta», al pie de un gran cuadro
+en el que tres buenas mozas desnudas, sobre un fondo
+de arboleda obscura igual á los jardines de Boboli, representaban
+<i>Las Gracias florentinas</i>.</p>
+
+<p>Allí estaba el fenómeno. Avanzando su cuello entre
+los hombros de dos curiosos, vió á Alicia sentada á la
+mesa, con aspecto pensativo. Todas las miradas convergían
+sobre ella. Ante sus manos se amontonaban varios
+fajos de billetes y muchas fichas formando pilastras:
+fichas ovaladas de quinientos francos y rectangulares<a name="page_208" id="page_208"></a>
+de á mil, llamadas «jaboncillos» en el lenguaje del Casino,
+á causa de su forma.</p>
+
+<p>Ella levantó de pronto la cabeza, como si el instinto
+le avisase una presencia interesante, y sus ojos se dirigieron
+rectamente hacia Miguel. Le saludó con una sonrisa
+de felicidad. Pareció besarle con la mirada. Y todos,
+con esa sumisión de las muchedumbres cuando se sienten
+dominadas por el entusiasmo ó el asombro, siguieron
+sus ojos para conocer al hombre que era acogido de este
+modo por la heroína. El príncipe sintió halagada su vanidad,
+lo mismo que cuando un artista célebre le saludaba
+desde la escena y seguía cantando con la mirada
+puesta en él, para dedicarle sus gorgoritos; lo mismo
+que cuando, de joven, un matador de toros le dirigía un
+gesto amistoso antes de dar la estocada final. Alicia
+parecía brindarle su gloria.</p>
+
+<p>Pero inmediatamente volvió á recogerse en su ensimismamiento.
+No estaba sola. Alguien invisible y poderoso
+se erguía detrás de su asiento, ó se inclinaba
+para soplar en su oído el consejo certero, la resolución
+inesperada, la audacia original. Sus ojos, animados por
+una luz fosforescente, contemplaban lo que nadie podía
+ver. Su boca muda se estremecía con nerviosas contracciones,
+lo mismo que si hablase á un ser misterioso
+que no necesitaba del sonido para oir. Miguel adivinó
+junto á ella la potencia demoniaca de las horas inolvidables,
+la que proporciona á los artistas el acorde
+maestro, la palabra luminosa, la pincelada suprema; la
+que sugiere la matanza final en las batallas ó la astucia
+decisiva en los negocios acompañados de quiebras y
+suicidios.</p>
+
+<p>Se había lanzado al gran juego. Avanzaba con mano
+negligente una columna de doce fichas rectangulares
+rematada por otra oval: doce mil quinientos francos,
+la cantidad máxima que puede arriesgarse al «treinta
+y cuarenta». El público, con la idolatría que inspiran
+los vencedores, se interesaba por la duquesa, como si
+cada uno esperase participar de sus ganancias. Todos
+presentían su triunfo. Y cuando efectivamente ganaba,
+un murmullo de satisfacción, un resuello de desahogo
+iba elevándose del óvalo de curiosos que se oprimían<a name="page_209" id="page_209"></a>
+contra los respaldos de las sillas ocupadas por los jugadores.
+De tarde en tarde perdía, y el profundo silencio
+era de simpática conmiseración. Algunas veces, después
+de haber avanzado la pilastra de fichas, entornaba
+los ojos como si escuchase á su colaborador invisible,
+movía la cabeza en señal de asentimiento y retiraba
+su puesta. Surgía de nuevo el murmullo de satisfacción
+al convencerse el público de que había retirado
+su dinero á tiempo, lo que equivalía á un triunfo negativo.</p>
+
+<p>Muchos calculaban con ojos de codicia las cantidades
+que se amontonaban ante sus manos.</p>
+
+<p>&mdash;Ya está en los trescientos mil... Tal vez tiene más...
+¡Ojalá llegue á ganar millones!... ¡Qué gusto ver saltar
+al Casino!</p>
+
+<p>A estos comentarios en voz baja se unían las exclamaciones
+laudatorias de algunas viejas, adorando con
+sus ojos á la victoriosa. «¡Qué simpática!... Una gran
+señora. ¡Y tan bella!... ¡Que la suerte le acompañe!»</p>
+
+<p>Se movió un hombro negro sobre el cual asomaba su
+cabeza el príncipe, y éste vió la cara de Spadoni junto
+á sus ojos. No mostraba el pianista la menor sorpresa,
+como si se hubiese separado de él pocos minutos antes.
+Ni siquiera lo saludó. El asombro que dilataba su rostro,
+el escándalo y la envidia que le infundía esta
+fortuna insolente, necesitaban expansionarse con una
+protesta.</p>
+
+<p>&mdash;¿Ha visto, Alteza?... No sabe jugar. Va contra todas
+las reglas; va contra la lógica. No sabe... ¡no sabe!</p>
+
+<p>Inmediatamente volvió sus ojos á la mesa, olvidando
+al príncipe, al oir un nuevo rugido del público. Faltaba
+poco para que algunos saludasen con aplausos los repetidos
+triunfos de la duquesa. Los que habían perdido
+en los días anteriores se regocijaban con una alegría de
+venganza. «¡Qué tarde!... ¡Esto se ve pocas veces!» Sonreían
+dándose con el codo al notar las idas y venidas
+de los inspectores, la presencia de altos empleados que
+se esforzaban por ocultar sus impresiones, la cara larga
+de los que volvían de la caja central con nuevos paquetes
+de placas de mil francos para pagar á aquella
+señora que por tres veces había dejado á la mesa sin<a name="page_210" id="page_210"></a>
+dinero. La noticia de su fortuna circulaba por todo el
+edificio. A aquellas horas los señores de la administración
+debían estar hablando en su despacho del piso alto
+de esta mala jugarreta que se permitía con ellos el
+azar. Algo extraordinario y emocionante, igual al soplo
+de una revolución, se extendía hasta los últimos
+rincones. Los que carecían de permiso para entrar en
+las salas privadas pedían noticias á los que salían de
+ellas, repitiéndolas con la exageración del entusiasmo.
+En los guardarropas, en los gabinetes de aseo, en los
+pasillos interiores, en los subterráneos, en todos los recovecos
+donde criados, camareras y bomberos viven
+bajo una eterna luz artificial, esta novedad sacudía
+la calma dormitante del personal subalterno. Era una
+emoción igual á la que circula por los corredores medio
+desiertos de una Cámara de diputados mientras
+en el hemiciclo rebosante se defienden los ministros en
+peligro de muerte. Iba creciendo la noticia al ir de grupo
+en grupo, con esa satisfacción mezclada de inquietud
+que inspiran á los humildes los malos negocios de sus
+patrones.</p>
+
+<p>&mdash;Parece que arriba una duquesa ha ganado un millón...
+No; ahora dicen que son dos millones.</p>
+
+<p>Y al dar la vuelta completa al edificio, los dos millones
+habían engendrado uno más. Media hora después
+eran cuatro para todos los modestos servidores que envejecían
+viviendo del juego, sin haberlo visto nunca de
+cerca.</p>
+
+<p>Miguel sintió de pronto una gran cólera contra
+aquella mujer afortunada. Después de la sonrisa de saludo
+ya no le había mirado más. Sus ojos pasaron repetidas
+veces sobre él de un modo maquinal, sin llegar
+á verle. Era uno de tantos curiosos espectadores de su
+triunfo. En el mundo sólo existían en aquel momento la
+baraja y ella.</p>
+
+<p>Su despecho le hizo sentir una indignación de moralista.
+Nada le importaba que Alicia se olvidase de él. Lo
+repitió mentalmente varias veces: nada le importaba. No
+eran amantes ni existía entre ellos un afecto profundo.
+¡Pero el hijo!... Se acordó de la escena de la mañana, con
+sus gemidos y sus lágrimas. Y la madre estaba allí, entregada<a name="page_211" id="page_211"></a>
+por completo á la voluptuosidad del azar, insensible
+á todo lo que no fuese su torpe afición. Si alguien
+la hablaba del aviador prisionero, tendría que hacer un
+esfuerzo para recordar que existía, ¡y horas antes lloraba
+sinceramente pensando en su cautiverio!...</p>
+
+<p>Era demasiado para el príncipe. Su severidad no
+podía aceptar esta indiferencia. Y con los codos se abrió
+paso entre la muchedumbre, despegándose de la espalda
+de Spadoni, que seguía con ojos de hipnotizado los tesoros
+crecientes de la duquesa.</p>
+
+<p>Lubimoff dió un paseo por el salón. Despreciaba el
+egoísmo de Alicia, pero carecía de fuerzas para marcharse.
+Necesitaba estar cerca de ella; quería convencerse
+de hasta dónde podía llegar su insensibilidad.</p>
+
+<p>Se tropezó con un señor que caminaba entre las
+mesas agitando las manos detrás de su espalda y mascullando
+frases ininteligibles. El amigo Lewis.</p>
+
+<p>&mdash;¿Ha visto usted cómo juega?&mdash;dijo con acento de
+cólera al reconocer al príncipe&mdash;. Como una bestia,
+como una verdadera bestia.... No debían dejar entrar á
+las mujeres.</p>
+
+<p>Toda la tarde había estado perdiendo, de acuerdo
+con las reglas y la experiencia. No le quedaba dinero
+ni para sus <i>whiskys</i>: tendrían que fiarle en el <i>bar</i>. Pero
+recordando de pronto que la de Delille era parienta de
+Lubimoff, añadió:</p>
+
+<p>&mdash;Siento mucho ofenderla; pero juega como una imbécil.</p>
+
+<p>Y le volvió la espalda, para continuar su monólogo
+furibundo.</p>
+
+<p>Don Marcos pasó rápidamente sin ver al príncipe,
+abriéndose paso entre la masa de curiosos, con su autoridad
+de personaje decorativo. Acababa de abandonar
+apresuradamente á la hija del jardinero. La noticia había
+circulado por el teatro, logrando que muchos renunciasen
+al final de la ópera, para presenciar esta suerte
+inaudita, que era para ellos un espectáculo de mayor
+interés.</p>
+
+<p>En una mesa de ruleta encontró á Clorinda que jugaba
+parcamente, teniendo á Castro detrás de su asiento.</p>
+
+<p>«La Generala» había presenciado la primera parte<a name="page_212" id="page_212"></a>
+de la victoria de su amiga. «Va á perder, esto no puede
+durar», pensaba á cada golpe. Luego se había retirado
+de la mesa, explicando su actitud á Castro y á otros
+amigos. No podía presenciar con tranquilidad cómo
+Alicia hacía un juego tan arriesgado. Era una emoción
+superior á sus fuerzas.</p>
+
+<p>&mdash;Yo deseo que gane mucho, muchísimo&mdash;añadía con
+una generosidad de buena amiga&mdash;. ¡La pobre lo necesita
+tanto! ¡Van tan mal sus asuntos!</p>
+
+<p>Había acabado por sentarse á otra mesa, con la vaga
+esperanza de que se acordase también de ella la suerte;
+pero los murmullos que venían del «treinta y cuarenta»
+anunciando nuevas victorias la ponían nerviosa, atribuyendo
+á esto la pérdida de varias piezas de veinte
+francos. Cuando vió perdidos doscientos, su irritación
+necesitó desahogarse en alguien. Allí estaba Atilio, que
+la seguía á todas partes, acogiendo con sonriente adoración
+las agresividades de su mal humor.</p>
+
+<p>&mdash;Castro, márchese; no permanezca detrás de mí. Ya
+sabe que me trae mala suerte. Váyase á otro sitio.</p>
+
+<p>Y el príncipe vió cómo su amigo, con un gesto de
+enfado, se separaba de la viuda, dirigiéndose al <i>bar</i>.</p>
+
+<p>Quiso seguirle. Hablando con Atilio olvidaría la irritación
+que le había causado la otra mujer. Pero al dirigirse
+al fondo del salón tuvo una nueva sorpresa.</p>
+
+<p>En un ángulo escasamente iluminado vió á Novoa
+que ocupaba un diván con Valeria, la acompañante de
+la duquesa. ¡Ah, embustero! Este era el que iba á pasar
+la tarde en Mónaco ó paseando por el camino de Niza.
+Tal vez esto último no era falso. Habría esperado á Valeria,
+que regresaba de su almuerzo.</p>
+
+<p>Debían estar los dos desde mucho tiempo antes en
+la penumbra de este rincón, insensibles á lo que les
+rodeaba, sordos á los comentarios de la gente.</p>
+
+<p>El, vuelto de espaldas al príncipe, no pudo verle.
+Ella tampoco, pues tenía sus ojos fijos en Novoa, con
+una gravedad afectuosa de muchacha que ha hecho estudios
+serios, tiene su título de bachillera y puede comprender
+á un hombre de ciencia.</p>
+
+<p>Miguel oyó un fragmento de lo que decía el joven
+catedrático.<a name="page_213" id="page_213"></a></p>
+
+<p>&mdash;...Y cuando las corrientes glaciales del Polo llegan
+allá, ocupan el lugar de las aguas calientes, que suben
+á la superficie...</p>
+
+<p>¡Explicaba la formación del <i>Gulf Stream</i>! Nadie lo
+hubiese creído al ver detrás de sus lentes unos ojos acariciadores
+y tímidamente amorosos. Ella escuchaba con
+un fervor de admiradora; pero Miguel, que conocía á
+las mujeres, creyó adivinar su verdadero pensamiento.
+Sopesaba, con su malicia de muchacha pobre y sola, lo
+que había de marido posible en este hombre ignorante
+de todo lo que no se aprende en los libros; calculaba las
+modificaciones que son necesarias para hermosear á un
+descuidado varón que siempre lleva la corbata mal hecha
+y es incapaz de sentarse tirando antes de sus pantalones
+para evitar unas rodilleras grotescas.</p>
+
+<p>Lubimoff pasó más de una hora, muellemente hundido
+en un sillón del <i>bar</i>, oyendo á Castro. Las ramas
+de los grandes árboles de la terraza arañaban dulcemente
+los vidrios de las ventanas en la penumbra del
+crepúsculo.</p>
+
+<p>Atilio exteriorizó su melancolía lamentando la parquedad
+del té. Almendras tostadas y patatas fritas al
+vapor eran todas las delicadezas gastronómicas que podían
+ofrecer con motivo de la guerra en este lugar visitado
+por los ricos.</p>
+
+<p>El público le inspiraba las mismas reflexiones tristes.
+Había gente, pero muy poca comparada con la que
+acudía á Monte-Carlo años antes. Llegaban entonces
+trenes de lujo directamente de Londres, de Viena, de
+Berlín, de todos los extremos de Europa. La plaza del
+Casino era una Babel; en torno del «queso» paseaban
+todas las razas y sonaban todos los idiomas. Ahora resultaba
+lamentable la ausencia de los rusos, jugadores
+fogosos, y también de los austriacos y los turcos. Los
+últimos en sentir la atracción de Monte-Carlo eran los
+alemanes; pero Castro los había visto llegar en masa en
+los últimos años, aportando al juego el mismo sistema
+reposado, metódico y minuciosamente científico que
+aplican á la disciplina de cuartel, á la organización de
+la industria ó á los trabajos de laboratorio.</p>
+
+<p>Se les conocía apenas entraban en las salas. Al sentarse<a name="page_214" id="page_214"></a>
+á la mesa se rodeaban de libros y papeles: estadísticas
+de los números más favorecidos en los últimos
+años, manuales del perfecto jugador, cálculos propios,
+logaritmos que ellos solos podían entender.</p>
+
+<p>&mdash;Defendían el dinero con mayor tenacidad que los
+otros&mdash;continuó Atilio&mdash;, con una paciencia de bueyes
+testarudos é incansables; pero acababan perdiendo, igual
+que los demás. ¿Quién no pierde aquí?... Hasta el Casino,
+que gana siempre, pierde ahora. Antes de la guerra, su
+renta era de cuarenta millones por año. Actualmente
+saca en limpio tres ó cuatro millones nada más, y como
+tiene que cubrir unos gastos enormes, se ve obligado á
+hacer empréstitos para seguir viviendo, lo mismo que
+un Estado.</p>
+
+<p>Miguel se fijó en los que pasaban por el <i>bar</i>. Sólo entraba
+un hombre por cada diez mujeres.</p>
+
+<p>&mdash;También es la guerra&mdash;dijo Castro&mdash;. ¡No se ven mas
+que hembras, hembras por todas partes! Pero aquí, si se
+acuerda uno de los tiempos de paz, siempre fué superior
+la proporción femenina. Los hombres, menos numerosos,
+juegan más fuerte, arriesgan con mayor audacia su dinero;
+pero en torno de las mesas, tres cuartas partes del
+público están compuestas de mujeres. La mujer, cuando
+teme al amor ó está desengañada de él, se entrega al
+juego con una vehemencia pasional. Es el único recurso
+que encuentra para desahogar su imaginación. Además,
+hay que tener en cuenta sus aficiones al lujo, que no
+están casi nunca de acuerdo con sus recursos, y todas
+las necesidades de la mujer actual que no conocieron
+sus abuelas... Mira; fíjate.</p>
+
+<p>Señaló discretamente á una señora entrada un años,
+pintarrajeada y modestamente vestida, á la que acosaban
+con manoteos y gestos de súplica otras dos, jóvenes
+y elegantes. Se adivinaba que habían entrado allí únicamente
+para tratar un asunto, lejos de la curiosidad de
+las salas de juego.</p>
+
+<p>&mdash;Solicitan un préstamo, y ella se resiste&mdash;continuó
+Castro&mdash;. Tal vez es el segundo ó tercero de la tarde.
+Esa dama es una rival del vejete que lleva en la solapa
+el Corazón de Jesús. ¡Famoso usurero! Empezó de mozo
+de café, y debe tener unos dos millones, después de<a name="page_215" id="page_215"></a>
+treinta años de honrada industria. Todo lo que posee lo
+destina al pueblo de La Turbie, que le ha nombrado su
+bienhechor. Regala imágenes de santos, ha reconstruído
+la iglesia... Atención: la dama se ablanda. El préstamo
+va á realizarse.</p>
+
+<p>Las tres mujeres habían desaparecido detrás de una
+puerta de caoba que daba entrada á los gabinetes de necesidad
+para señoras. La prestamista guardaba sus caudales
+en las enaguas, y le era preciso remangarse para
+hacer sus negocios. Poco después salió rápidamente hacia
+el salón de juego. Necesitaba continuar su vigilancia
+sobre algunas deudoras, por si estaban ganando. Las
+dos jóvenes la siguieron, llevando sus bolsos de mano
+todavía abiertos para contar con la vista los billetes
+acabados de recibir.</p>
+
+<p>Castro, que más de una vez había sufrido la humillación
+de operaciones semejantes, empezó á discurrir
+con amargura sobre el vicio que sostiene la existencia
+de este edificio enorme y de todo el principado. El jugaba
+por la ganancia, jugaba porque era pobre; ¡pero
+tantos ricos venían allí, con riesgo de perder la base de
+su bienestar!...</p>
+
+<p>&mdash;El juego es un empleo de la imaginación. Por eso
+habrás notado que los hombres de imaginación, los escritores,
+los verdaderos artistas, rara vez juegan. Muchos
+dan escándalos por sus vicios exagerados hasta la
+monstruosidad, pero ninguno se ha distinguido como
+jugador. Tienen asuntos más interesantes á que aplicar
+su potencia imaginativa.... En cambio, la gran masa de
+los humanos siente el encanto del juego, y cuanto más
+vulgar es un individuo, con más fuerza le atraen las
+seducciones del azar. Nuestros actos están guiados por
+el deseo de conseguir un máximum de placer con una
+parte mínima de sufrimiento y de trabajo; ¿y qué mejor
+que el juego para obtenerlo?... Todos obedecemos á la
+esperanza y hacemos aquello que nos parece más ventajoso.
+Además, nos conviene exagerar la probabilidad
+de que ocurra aquello que queremos ardientemente, y
+acabamos por tomar nuestros deseos por realidades....
+Los que entran todos los días aquí tienen la corazonada
+de que saldrán llevándose mil francos, ó veinte mil, ó<a name="page_216" id="page_216"></a>
+cien mil, y lo regular es que salgan con los bolsillos vacíos.
+No importa; al día siguiente volverán, guiados de
+la mano por las mismas ilusiones.</p>
+
+<p>Cesó de hablar, como si le afligiese la consideración
+de que estaba haciendo su propio retrato. Luego añadió:</p>
+
+<p>&mdash;Sin estas ilusiones que nuestra imaginación ama
+porque la arrullan dulcemente, la vida resultaría irresistible.
+Es tal vez una felicidad que nuestras esperanzas
+no sean matemáticamente exactas y que en nuestro destino
+tenga tanta influencia la suerte. Además, la vida es
+breve, el porvenir incierto; si la fortuna ha de venir á
+nosotros, conviene abrirle el camino para que llegue velozmente;
+¿y qué mejor camino que el juego?... Cuando
+ponemos nuestras esperanzas muy lejos en el tiempo,
+valen muy poco. Si debemos ganar, que sea pronto y de
+una vez. Nuestra vida no es mas que un juego de azar.
+Todos somos jugadores, aun los que no han tocado jamás
+una carta. Las profesiones, los negocios, el mismo
+amor, puro juego, puro azar, asunto de suerte. La habilidad
+ó la inteligencia pueden hacer los juegos de nuestra
+vida más favorable, pero el azar no pierde por esto
+sus derechos y la buena suerte del individuo realiza lo
+más importante. Para llegar á rico, hasta en los negocios
+que parecen más seguros hay que ser favorecido
+por un concurso de circunstancias extraordinarias, de
+golpes de azar constantemente felices. Jamás un hombre
+se ha hecho rico ó célebre solamente por lo que vale.</p>
+
+<p>Lubimoff, uno de los grandes ricos del mundo pocos
+años antes, asintió con movimientos de cabeza á esta
+afirmación.</p>
+
+<p>&mdash;Hasta los gobiernos cultivan la esperanza pública
+por medio del azar&mdash;continuó Castro&mdash;. Raros son los
+que no autorizan una lotería. El que adquiere un billete
+compra un poco de esperanza, la posibilidad, si tiene
+imaginación, de fabricarse por unos días toda clase de
+ilusiones magnificentes y de experimentar una profunda
+ansiedad en el momento del sorteo. El mejoramiento de
+nuestro bienestar material por el propio esfuerzo resulta
+laborioso y difícil. Pero hay un medio de proporcionar
+una felicidad relativa á los humildes: darles la esperanza
+de llegar á ricos, de emanciparse de toda servidumbre,<a name="page_217" id="page_217"></a>
+de realizar el ideal de libertad que todos sienten.
+El Estado se muestra por principio enemigo del
+juego; lo considera inmoral, por estar basado en lo incierto;
+pero toda operación de comercio, financiera ó de
+industria representa un azar, muchas veces la ruina de
+uno de los contratantes, y es un juego casi igual á los
+de aquí.</p>
+
+<p>Sonrió Atilio irónicamente antes de continuar.</p>
+
+<p>&mdash;Que hablen contra el juego los moralistas hasta cansarse...
+Lo cierto es que las sumas que se arriesgan en
+las carreras de caballos y en los casinos aumentan de
+año en año con una progresión rápida, más rápida que
+la progresión de la fortuna pública. El desarrollo de las
+buenas costumbres no ejerce ninguna influencia en su
+disminución. En cambio, las complicaciones de la vida
+moderna, con sus crecientes necesidades, favorecen la
+pasión del juego y hasta la agravan.</p>
+
+<p>El príncipe le interrumpió. Tal vez era cierto lo que
+decía, pero ¡qué vicio deprimente el juego! Los seres
+más razonables se dejaban dominar por él, hasta perder
+su inteligencia ordinaria.</p>
+
+<p>&mdash;Es cierto&mdash;confesó Atilio&mdash;. En los juegos es donde
+se muestra la debilidad humana y la tendencia que
+tenemos á la superstición. ¡Qué de manías, como si el
+pasado pudiera influir en el presente!... ¡Qué de inútiles
+esfuerzos para domar á la suerte!... Se han derrochado
+más tesoros de imaginación para inventar nuevos
+sistemas de juego que para encontrar el movimiento
+perpetuo, y con igual inutilidad. Todas esas combinaciones
+maravillosas conducen al jugador infaliblemente
+á la pérdida, con más ó menos rapidez, pero siempre con
+certeza... ¡Y qué fe la nuestra! La considero superior
+á la de los mártires de las religiones. Cuando uno cree
+poseer una combinación segura para ganar, resulta inútil
+disuadirle. Nada le puede convencer. Es curioso
+que el fracaso del sistema y la pérdida consiguiente no
+descorazonen nunca al buen jugador. Inmediatamente
+acogemos una nueva combinación, la verdadera esta
+vez, que nos permitirá conseguir la fortuna... A una
+esperanza sucede siempre otra esperanza, y así vamos
+viviendo, hasta que llegue la muerte.<a name="page_218" id="page_218"></a></p>
+
+<p>La melancolía de estas últimas palabras fué breve.
+Castro pareció acordarse repentinamente de algo que le
+hizo sonreir.</p>
+
+<p>&mdash;¡Y qué incoherencias en la vida de los jugadores!
+Arriesgan el dinero sin miedo y no hay gente más avara.
+Fíjate en las mujeres que juegan con mayor pasión.
+Todas mal vestidas; algunas llegan hasta el descuido en
+su persona. El dinero lo necesitan para jugar, y dejan
+para el día siguiente la compra de lo necesario. Hay
+hombres que pasan toda la tarde con el sombrero bajo
+el brazo, por ahorrarse los cincuenta céntimos que
+cuesta dejarlo en el vestíbulo del Casino. Hoy, al entrar,
+he visto á un viejo que espera á un amigo suyo todos
+los días junto al mostrador del guardarropa. Depositan
+juntos sus sombreros y gabanes; así, cada uno sólo paga
+veinticinco céntimos. Luego, en la ruleta, los he visto
+manejar á fajos los billetes de mil francos.</p>
+
+<p>Los jugadores que entraban eran interpelados desde
+las mesas.</p>
+
+<p>&mdash;¿Aún sigue ganando?...</p>
+
+<p>Se referían á la de Delille. Las noticias no eran acordes.
+Unos parecían indignados: «Sí; continuaba ganando
+con una suerte insolente.» Se había desvanecido el
+entusiasmo del primer momento. Una punta de envidia
+latía en las miradas y las palabras. Otros, á impulsos
+del mismo sentimiento egoísta, se complacían en marcar
+un descenso en esta suerte maravillosa. Perdía y ganaba.
+Sus buenos golpes ya no eran tan seguidos como al
+principio; pero de todos modos, si se retiraba inmediatamente,
+tal vez se llevase trescientos mil francos.</p>
+
+<p>Atilio y el príncipe vieron á Lewis de pie ante el
+mostrador, bebiendo uno de aquellos <i>whiskys</i> que serenaban
+su ánimo y le permitían reanudar las retorcidas
+combinaciones que habían de devolverle su herencia
+paterna y restaurar su castillo.</p>
+
+<p>Le llamaron para enterarse de la suerte de la duquesa.
+Lewis se encogió de hombros con una expresión
+de escándalo y de protesta. Era absurdo ganar de tal
+modo jugando tan mal.</p>
+
+<p>&mdash;Debe tener oculto en sus faldas el rosario del conde&mdash;dijo
+Atilio con gravedad.<a name="page_219" id="page_219"></a></p>
+
+<p>Quedó Lewis perplejo, como si tomase en serio estas
+palabras. Después se ruborizó, con una corrección británica,
+al acordarse de los extraños adornos del rosario
+de su amigo. De repente empezó á lanzar violentas carcajadas:
+«¡Ah, mister Castro!...» Le parecía tan chistosa
+la suposición de <i>mister</i> Castro, que tosió, asfixiándose
+de tanto reir, y fué en busca de un nuevo <i>whisky</i> para
+recobrar su serenidad.</p>
+
+<p>Volvieron los dos amigos al salón de <i>Las Gracias
+florentinas</i>.</p>
+
+<p>El príncipe vió á Novoa y á Valeria en el mismo
+diván, continuando su conversación, pero cada vez más
+abstraídos, fijos los ojos en los ojos, como si estuviesen
+en un lugar desierto.</p>
+
+<p>Llegó cerca de ellos sin que le viesen, y pudo oir un
+fragmento de lo que decía la acompañante de Alicia.</p>
+
+<p>&mdash;No conozco España; ¡pero me interesa tanto!... Yo
+adoro todos los países de amor, donde los hombres son
+desinteresados, donde no exista la dote y una mujer
+puede casarse aunque sea pobre.</p>
+
+<p>Dejó caer una ojeada de lástima el príncipe al pasar
+junto al sabio.<a name="page_220" id="page_220"></a></p>
+
+<h3><a name="VII" id="VII"></a>VII</h3>
+
+<p>Un nuevo personaje intervino en la vida de los habitantes
+de Villa-Sirena. El coronel anunció con entusiasmo
+á este amigo que le había hecho conocer doña Clorinda.</p>
+
+<p>&mdash;Es un teniente español de la Legión extranjera.
+Vive en el hotel que el príncipe de Mónaco ha destinado
+á los oficiales convalecientes. Se llama Antonio
+Martínez, nombre vulgarísimo que dice muy poco; pero
+es un gran soldado, un héroe, y no sé cómo sobrevive á
+sus heridas.</p>
+
+<p>«La Generala», que llevaba la cuenta de todos los
+militares de cierta notoriedad llegados á Monte-Carlo,
+había querido conocer á este teniente, tomándolo luego
+bajo su protección. La duquesa de Delille también se
+interesaba por él, y las dos, orgullosas de ser sus «madrinas»,
+lo exhibían en el atrio del Casino, alquilaban
+carruajes para pasearlo por los lugares más hermosos
+de la Costa Azul, le regalaban los comestibles mejores y
+las pastelerías de tiempo de guerra que conseguían encontrar.
+Enfermo del pecho á consecuencia de los gases
+asfixiantes de los alemanes, había recibido, además, en
+la cabeza un casco de granada, y sufría de tarde en
+tarde accidentes nerviosos que le hacían caer al suelo
+privado de conocimiento. Los médicos hablaban con
+tristeza de su estado. Tal vez viviría años, tal vez moriría
+en una de estas crisis; lo importante era que llevase
+una existencia plácida, sin profundas emociones.
+Y las dos señoras, que conocían su verdadero estado,<a name="page_221" id="page_221"></a>
+lo lamentaban cuando él no estaba presente. ¡Tan joven!
+¡tan afectuoso y tímido! Sobre el pecho de su uniforme
+amarillo mostaza llevaba, con los cordones rojos, símbolo
+de heroísmo dado á los batallones extranjeros, la
+Cruz de Guerra y la Legión de Honor.</p>
+
+<p>Clorinda, que se consideraba con mayores derechos
+por haberle «descubierto», pensó un instante en llevarlo
+á vivir con ella, para atender mejor á su cuidado.
+Pero estaba en el Hotel de París; no disponía de una
+«villa» entera, como Alicia. Y ésta, aunque tentada por
+las insinuaciones de su amiga, no se atrevió á instalar
+al convaleciente en su domicilio. La gente era maliciosa,
+y ella, sin decir el por qué, temía ahora mucho sus comentarios.</p>
+
+<p>Mientras tanto, las dos llevaban á todas partes al
+teniente, protestando de que no le permitieran entrar
+con ellas en los salones del Casino, á causa de su uniforme.
+Una tarde, doña Clorinda, con toda la autoridad
+de su carácter, lo llevó á Villa-Sirena. Era una vergüenza
+que el hermoso edificio y sus vastos jardines estuviesen
+dedicados á cinco hombres que no servían de
+nada á la humanidad. Muchas veces lo había convertido
+imaginariamente en un sanatorio poblado de militares
+inválidos, con ella al frente como directora y protectora.
+Pero sus insinuaciones no causaban efecto alguno
+en el príncipe. «Un egoísta», se decía, volviendo á su
+antigua opinión.</p>
+
+<p>Ya que le era imposible ocupar la «villa» con una
+tropa de convalecientes, llevó al oficial español paro que
+conociese sus jardines, sin solicitar antes el permiso de
+Lubimoff.</p>
+
+<p>Este pudo contemplar de cerca al héroe de que tanto
+le había hablado don Marcos en los últimos días. Nada
+vió en él que revelase sus hechos extraordinarios. Era
+un muchacho, pronto á ruborizarse cuando le obligaban
+á contar sus actos en la guerra. Despojado de su uniforme
+y sus insignias honoríficas hubiese parecido un pobre
+dependiente de comercio, resignado con su modestia
+é incapaz de salir de ella. Su aspecto contrastaba con
+las hazañas que al fin se decidía á confesar en fuerza de
+preguntas. Tenía veintisiete años y parecía mucho más<a name="page_222" id="page_222"></a>
+joven, pero con una juventud enfermiza, debilitada por
+las heridas y los sufrimientos.</p>
+
+<p>Lubimoff, que odiaba la fanfarronería de los héroes
+jactanciosos, se sintió desconcertado primeramente y
+luego atraído por la sencillez de este oficial. De no conocer
+por don Marcos la autenticidad de sus proezas, las
+habría creído falsas.</p>
+
+<p>Algo intimidado en presencia del famoso dueño de
+Villa-Sirena, confesaba su origen humilde sin orgullo y
+sin timidez. Era un pobre, hijo de pobres. Había intentado
+estudiar una carrera, pero la necesidad de ganarse
+el sustento le hizo abandonar los libros, rodando por las
+más diversas ocupaciones. ¡Era tan difícil en España
+conquistar el pan!... Después de hacer la guerra en Marruecos
+como español, había vagado por diversas repúblicas
+de la América del Sur, siempre en lucha con la
+miseria y la mala suerte.</p>
+
+<p>&mdash;Allá donde tantos brutos se hicieron ricos&mdash;decía&mdash;,
+yo sólo conocí una pobreza igual á la de mi patria...
+Cuando estalló esta guerra me indigné, como muchos,
+de la conducta de los alemanes, de sus atrocidades en
+los países invadidos. Estaba entonces en Madrid. Una
+noche, varios contertulios de café convinimos en ir á
+pelear por Francia. El que se hiciese atrás pagaría diez
+duros. Todos se arrepintieron de su decisión, menos yo.
+No crean ustedes que fué por evitarme el pago de la
+apuesta. Yo tengo mis ideas, y he leído algo. Soy republicano...
+y Francia es el país de la gran Revolución.
+Ingresé en un batallón de la Legión extranjera que se
+organizaba en Bayona, compuesto en su mayor parte de
+españoles. Quedan ya muy pocos: los más han muerto;
+los restantes viven esparcidos en los hospitales ó han quedado
+inútiles para siempre. Yo conocía la guerra, una
+guerra de montaña contra los moros del Rif, y sin buscarlo
+había llegado en mi patria á teniente de la reserva.
+Tal vez por esto fuí sargento en la Legión á las pocas semanas...
+pero ¡las asperezas de la realidad! Nunca me
+imaginé que nos recibieran con música: Francia tiene
+otras cosas en que pensar; pero fué triste ver tan mal interpretado
+nuestro entusiasmo. Los hombres llamados á
+las armas por las leyes del país y que se batían obligatoriamente<a name="page_223" id="page_223"></a>
+nos miraban con recelo. Para los otros regimientos
+éramos gente mala, tal vez escapados de presidio.
+«¡Qué hambre sufrirías en tu casa&mdash;me dijeron en
+el frente&mdash;, cuando has venido aquí para poder comer!...»
+Y entre nosotros había estudiantes, periodistas, jóvenes
+de familias ricas, enganchados por entusiasmo... Pero
+no hablemos de esto. En todos los países hay seres groseros,
+incapaces de comprender lo que va mas allá de
+los egoísmos materiales.</p>
+
+<p>Su historia militar estaba circunscrita á la guerra
+de trincheras, interminable y monótona, á los ataques
+á corta distancia. Había llegado tarde á la batalla del
+Marne; y él, que se imaginaba asistir á combates gigantescos,
+viendo moverse millones de hombres y funcionar
+cañones inmensos, sólo presenció una serie de luchas
+entre pequeñas fuerzas ocultas en el suelo, encuentros
+cuerpo á cuerpo que hacían ganar unos cuantos metros
+de tierra. La vida en los Dardanelos era el peor de sus
+recuerdos. No quería hacer memoria de esta campaña
+horrible. La lucha en Francia le parecía algo plácido
+comparada con aquella pelea en unos escasos kilómetros
+de costa, teniendo el mar á la espalda y al frente unas
+líneas inconquistables.</p>
+
+<p>Después de decir esto callaba, y el coronel tenía que
+insistir con cierto orgullo paternal para que Martínez
+siguiese hablando.</p>
+
+<p>&mdash;Heridas, muchas heridas&mdash;añadía con sencillez&mdash;.
+He perdido de cuenta los hospitales que llevo conocidos
+en tres años, los viajes que he hecho por Francia en
+vagones de la Cruz Roja. Cuando no morimos del primer
+golpe, somos como caballos de corrida de toros.
+Nos arreglan el pellejo fuera del redondel, nos fortalecen
+un poco, y otra vez á la plaza, hasta que recibamos
+la cornada final.</p>
+
+<p>Toledo, impacientándose por la modestia del joven,
+explicaba sus heridas. Las tenía de todas las épocas.
+Unas eran de combatiente moderno, producidas por cascos
+de proyectil explosivo, por balas de fusil de repetición,
+y hasta aquella tos que cortaba de vez en cuando
+sus palabras la debía á los gases asfixiantes. Otras eran
+de cuchillo, de culatazo, de pedrada, de mordisco, recibidas<a name="page_224" id="page_224"></a>
+en los encuentros nocturnos, en las sorpresas, donde
+los hombres luchaban lo mismo que en los albores de
+la vida del planeta.</p>
+
+<p>El príncipe Lubimoff no podía menos de admirar á
+este joven, pequeño, moreno, de aspecto insignificante.
+Parecía imposible que un organismo humano pudiera
+resistir tanto golpe, que en su cuerpo débil cupiesen
+tantos quebrantos, sin que él se viniera abajo.</p>
+
+<p>Con la solidaridad de todos los que arrostran el peligro,
+repelía la gloria individual. Hablaba de la Legión
+como el soldado habla de su regimiento, como
+el marino habla de su buque, creyéndolo el mejor de
+todos. Veía la guerra entera á través de la Legión.
+Todos los franceses eran valerosos. Además, nadie podía
+adivinar por dónde atacaría el enemigo, y allí
+donde emprendía la ofensiva encontraba quien le hiciese
+frente, cortándole el paso. ¡Pero la Legión extranjera!...</p>
+
+<p>&mdash;Los que combaten en el frente son hombres&mdash;decía&mdash;,
+hombres arrancados á sus familias por las necesidades
+de la patria; nosotros somos guerreros. Por esto
+en las operaciones difíciles, donde hay que sacrificar
+carne, nos echan siempre por delante. Yo no soy mas
+que uno de tantos. ¡La Legión!... Cada seis meses cambia
+de coronel: se lo matan, y otro viene á ocupar su
+puesto, destinado á morir lo mismo. ¡Y cómo nos odia
+el enemigo!... Nosotros tenemos un orgullo. Entre los
+prisioneros que hay en Alemania no existe uno solo de
+la Legión extranjera. El que cae en manos de los <i>boches</i>
+sabe que es hombre muerto: nos colocan fuera de toda
+ley... ¡Y nosotros... nosotros, siempre que podemos...!
+Hasta cuando nos insultamos de trinchera á trinchera
+nos enorgullece ser de la Legión. Una noche, los de
+enfrente, al oirnos hablar en español, empezaron á gritar
+en nuestro idioma. Debían ser alemanes procedentes
+de la América del Sur. «¡Ah, macabros! Ya caeréis
+en nuestro poder, y ¡entonces...!» Nos amenazaban
+con los más atroces suplicios. Y nos apodan siempre
+«macabros», no sé por qué.</p>
+
+<p>La duquesa de Delille admiraba al héroe, sintiendo
+al mismo tiempo cierto malestar por los horrores adivinados<a name="page_225" id="page_225"></a>
+detrás de sus palabras. ¡La guerra! ¿Cuándo terminaría
+la guerra?...</p>
+
+<p>Encogió sus hombros el teniente, sonriendo. Los que
+vivían lejos del frente deseaban la paz con más impaciencia
+que los que arriesgaban su vida en él. Habían
+acabado por acostumbrarse al roce con la muerte. La
+guerra duraría lo que fuese necesario: cinco años, diez
+años; lo importante era conseguir la victoria.</p>
+
+<p>Pero Toledo, temiendo que la conversación se desviase
+de su héroe, volvió á insistir en sus hazañas.</p>
+
+<p>&mdash;Soy uno de tantos&mdash;dijo Martínez&mdash;. Para hombres
+valientes, la Legión. Allí sí que los hay. ¡Y los que han
+muerto!... Al principio había en ella soldados de todos
+los países. Pero los americanos se fueron desde que su
+República intervino en la guerra, y lo mismo los italianos
+y polacos. En cambio, muchos rusos, al disolverse
+sus regimientos, se han incorporado á la Legión... Lo
+mío nada tiene de extraordinario. ¡Y qué de recompensas
+por lo poco que he hecho! Llevo dos galones, siendo
+un extranjero... Además, no puedo olvidar el momento
+en que me llamó mi coronel, una semana antes de que lo
+matasen: «Martínez, el general me ha dado cuatro cruces
+de la Legión de Honor para nuestra Legión. Una es
+tuya.» Y me la puso en el pecho frente á todo un batallón
+de hombres valerosos que presentaban sus armas.
+Esto no puede olvidarse: llena una vida.</p>
+
+<p>Así era. El coronel Toledo lo afirmaba, húmedas las
+córneas y moviendo la cabeza. Luego, con un egoísmo
+celoso, lo arrancó á aquellas damas, ocupadas momentáneamente
+en conversar con el príncipe y sus amigos.</p>
+
+<p>Paseando por los jardines, don Marcos miraba á su
+héroe con ternura protectora, lo mismo que un artista
+agotado contempla la ascensión de otro fresco y triunfante.</p>
+
+<p>&mdash;¡Juventud... juventud!&mdash;decía&mdash;. Usted, Martínez,
+es la España que viene; yo la España que fué y no resucitará
+nunca. Estoy convencido de que el mundo va por
+otros caminos.</p>
+
+<p>Sostenía frecuente correspondencia con muchos voluntarios
+españoles de la Legión. Se preocupaba de ellos
+con cariños de «madrina», enviándoles chocolate, comestibles<a name="page_226" id="page_226"></a>
+selectos, todo lo que podía extraer de la despensa
+de Villa-Sirena sin detrimento del servicio. Algunas
+cartas llegadas del frente le hacían llorar y reir de
+emoción. Un voluntario le pedía el envío de una buena
+navaja de España, por haber roto la suya en un encuentro
+nocturno. Otro soñaba con una pistola browning.
+¿Quién le daría una browning? Sólo disponía de un revólver
+de ordenanza, arma insegura que le falló dos
+veces en el asalto de una trinchera, impidiéndole matar
+al enemigo que acababa de herirle.</p>
+
+<p>Con Martínez podía expansionarse el coronel, dando
+suelta á sus profecías favorables para los aliados.</p>
+
+<p>En presencia de Atilio y de Novoa era menos locuaz,
+temiendo sus comentarios. Por el gusto de hacerle rabiar
+le recordaban el entusiasmo de los tradicionalistas españoles
+en pro de Alemania. Castro hasta fingía extrañarse
+de que no fuese germanófilo, como todos sus amigos
+políticos.</p>
+
+<p>&mdash;Yo estoy donde debo estar&mdash;contestaba don Marcos
+con dignidad&mdash;. Soy un caballero, y estoy con las personas
+decentes.</p>
+
+<p>Este era su argumento supremo. La humanidad se
+dividía para él en personas decentes é indecentes, lo
+mismo que las naciones, y Alemania estaba excluída de
+toda decencia.</p>
+
+<p>Le hacía sufrir como patriota el contemplar á España
+al margen de la contienda, esforzándose por no
+saber lo que ocurría en el resto del mundo, encogiéndose
+con la cabeza bajo el ala, lo mismo que ciertas
+aves zancudas que creen evitar el peligro no viéndolo.
+Su país no figuraba, por fortuna, entre las naciones indecentes,
+pero tampoco era decente, y dejaba escapar
+la ocasión de cierta gloria que hacía estremecerse al
+coronel.</p>
+
+<p>Desde tres meses antes, una idea fija perturbaba sus
+mejores momentos. Los aliados habían entrado en Jerusalén.
+¡Gran alegría para el viejo soldado católico! Pero
+esta alegría le hacía sonreir después amargamente. ¡Una
+nación protestante libertando por tercera vez el sepulcro
+de Cristo!...</p>
+
+<p>&mdash;Imagínese usted, amigo Martínez, si España hubiese<a name="page_227" id="page_227"></a>
+estado con las naciones decentes. Esa gloria nos correspondía
+á nosotros, que somos la nación más piadosa.
+Hasta yo, á pesar de mis años, habría ido á la cruzada.
+¡Los españoles entrando victoriosos en Jerusalén! ¿Qué
+me dice usted de esto?...</p>
+
+<p>Pero el oficial contestó con una sonrisa pálida. «Sí...
+tal vez.» Se veía que no le importaban gran cosa la entrada
+en Jerusalén y el vacío sepulcro de Cristo. Don
+Marcos, algo ofendido con el héroe, se replegó en su
+mentalidad de hombre medioeval. Decididamente, eran
+de dos épocas distintas. «¡Juventud... juventud! Usted
+es la España que viene; yo la España... <i>etcétera</i>.»</p>
+
+<p>Sí; el mundo iba por otros caminos. El mismo se olvidó
+á los pocos días de esta empresa de Jerusalén, angustiado
+por el mal cariz de la guerra en Occidente. Los
+alemanes, libres del peligro que representaba Rusia á
+sus espaldas, concentraban en Francia, después de ajustar
+la paz con los bolcheviques, la totalidad de sus tropas
+para llegar á París. Los aliados, frente á esta ofensiva
+aplastante, sólo contaban con sus antiguas fuerzas
+y las que pudiese aportar la reciente intervención de los
+Estados Unidos.</p>
+
+<p>Don Marcos tenía acerca de este auxilio una opinión
+determinada y firme. Empezaba por sentir contra los
+Estados Unidos cierta antipatía, que databa de la guerra
+de Cuba. Podían poseer una gran flota, porque los
+buques se adquieren con dinero y este pueblo es inmensamente
+rico: ¿pero un ejército?... Toledo sólo creía en
+los ejércitos de las monarquías, haciendo excepción de
+Francia, porque en ella las glorias de la tradición militar
+van unidas á la historia de la primera República.</p>
+
+<p>Al principio de la guerra, hasta le había irritado la
+importancia que todos daban al presidente Wilson. Unos
+y otros contendientes se dirigían á él, apelaban á su
+juicio, protestaban de las barbaries del adversario. El
+mismo Guillermo II le cablegrafiaba extensamente para
+sincerarse con embustes, como si juzgase preciosa la
+conquista de su opinión.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ni que fuese ese hombre el centro de la tierra! ¡Un
+presidente de República que sólo cuenta con unos miles
+de soldados.... un catedrático... un iluso!...<a name="page_228" id="page_228"></a></p>
+
+<p>El sólo comprendía los jefes de Estado con uniforme,
+el pecho cubierto de condecoraciones, las dos manos en
+la empuñadura del sable y bajo sus ojos un ejército inmenso,
+pronto á pegar para imponer sus órdenes. ¡Y
+este señor de chaqué y sombrero de copa, con sus lentes
+y su sonrisa de clérigo letrado, era ahora el hombre en
+el que convergían las miradas de esperanza de medio
+mundo, el poder decisivo que unos deseaban atraerse y
+otros no querían irritar!...</p>
+
+<p>Atilio Castro, que se burlaba del coronel, estando
+siempre en desacuerdo con sus opiniones, parecía impresionado
+por tal prodigio histórico.</p>
+
+<p>&mdash;Estos ya no son sus tiempos, don Marcos. Vamos á
+ver cosas muy nuevas. América, que hace un siglo era
+una simple colonia de Europa, tal vez la proteja ahora y
+la salve. Por lo pronto, asistimos al curioso espectáculo
+de que un antiguo profesor de Universidad sea el árbitro
+de la tierra.... ¡Qué diría Napoleón si viese esto noventa
+y cuatro anos después de su muerte!</p>
+
+<p>Toledo asentía dolorosamente. Sí; sus tiempos habían
+pasado. La democracia, la República, todas aquellas
+cosas que le hacían sonreir antes, como algo pasajero y
+anacrónico privado de fuerza, eran mucho en el mundo
+y tal vez acabasen por apoderarse de su dirección.
+Hasta él mismo experimentaba su influencia irresistible.
+Cuando vió cómo el presidente de la gran República
+americana protestaba del torpedeamiento de los buques
+indefensos, de los crímenes de los submarinos, acabando
+por declarar la guerra al Imperio alemán, don Marcos
+afirmó con un balbuceo de confesión:</p>
+
+<p>&mdash;Ese Wilson... ese Wilson es una persona decente.</p>
+
+<p>Para él, era imposible decir más.</p>
+
+<p>Aceptaba al hombre por su adoración instintiva al
+poder personal, pero se negó á creer en la fuerza militar
+de los Estados Unidos. Era un país de libertad,
+donde todos se consideran iguales, lo que imposibilitaba,
+según Toledo, la creación de un ejército serio.</p>
+
+<p>El príncipe y Castro hablaban algunas veces en su
+presencia de la guerra de Secesión, la primera guerra
+en la que se habían movido millones de hombres, aplicándose
+además un sinnúmero de inventos, de los que<a name="page_229" id="page_229"></a>
+procedían todos los progresos del armamento moderno.
+Toledo escuchaba, con la duda que inspiran los sucesos
+lejanos. Esta lucha había sido entre ellos: una guerra
+de milicias; ¿pero levantar un ejército de millones de
+hombres en un país que no tenía el servicio militar obligatorio,
+y hacer que este ejército atravesase el Océano
+con toda su inmensa impedimenta, llegando á tiempo
+para salvar á Europa en peligro?... ¡Ilusiones! ¡Lo que
+allá llaman <i>bluff</i>!</p>
+
+<p>Don Marcos se aferraba á esta palabra para mantener
+su incredulidad. Aquel pueblo estaba acostumbrado
+á realizar cosas enormes; todo lo veía en grande: ciudades,
+edificios, industrias, riquezas, pero luego lo aumentaba
+considerablemente al anunciarlo y describirlo. Esto
+lo sabía todo el mundo, y su esfuerzo guerrero que debía
+aplastar al militarismo alemán y restablecer la paz en
+la tierra, aunque bien intencionado, no pasaría de ser
+un <i>bluff</i> más.</p>
+
+<p>Castro aprobaba las palabras del coronel por primera
+vez, sin ningún intento de burla. El Presidente había
+declarado la guerra, pero el país no parecía dispuesto á
+seguirle.</p>
+
+<p>&mdash;Enviarán dinero, armas, víveres, todo el poder de
+su riqueza y su producción... ¿pero un gran ejército?
+¿Dónde lo tienen? ¿Cómo va á tomar las armas un pueblo
+inmenso, acostumbrado á que el soldado sea voluntario,
+y que vive en la mayor prosperidad? ¿Qué va á ganar
+con ello?...</p>
+
+<p>Lubimoff, que había estado allá muchas veces, contestaba
+con un gesto ambiguo:</p>
+
+<p>&mdash;¡Tal vez!... Pero si quieren de verdad entrar en la
+guerra, ¡quién sabe! Todo puede suceder en aquel país,
+aunque parezca imposible.</p>
+
+<p>El coronel acabó por sentir el entusiasmo irrazonado
+de las gentes. Desde el principio de la guerra, la gran
+masa, que cree en los vaticinios misteriosos y las intervenciones
+sobrenaturales, tenía siempre un pueblo favorito,
+un pueblo de moda, en el que concentraba sus
+esperanzas.</p>
+
+<p>Primeramente había sido Rusia, con sus millones y
+millones de hombres, el «rodillo» compresor ruso, que<a name="page_230" id="page_230"></a>
+no tenía mas que ir avanzando para laminar á Alemania.
+¡Pobre rodillo! Al quedar hecho pedazos, la veleta
+del entusiasmo había girado del lado de Inglaterra.
+Ahora era América, tanto más milagrosa y omnipotente
+cuanto mal conocida.</p>
+
+<p>Sonaba en todas las conversaciones el nombre de
+un americano, lo mismo en los tés elegantes que en los
+cafetuchos del pueblo; el único americano conocido en
+Europa: el inventor Edisson. El lo arreglaría todo. Se
+había mantenido hasta el presente invisible y mudo,
+pero al entrar su país en la guerra iban á verse cosas
+prodigiosas. En unas cuantas horas, fuerzas invisibles
+é implacables pulverizarían los ejércitos invasores; los
+submarinos iban á estallar como proyectiles bajo una luz
+helada que los perseguiría en las profundidades oceánicas;
+los aviones que bombardean las ciudades indefensas
+descenderían atraídos por una succión eléctrica, como
+el pájaro vuela hacia la boca de la boa. El taumaturgo
+representaba para las imaginaciones más que todos los
+soldados y todos los buques de su país.</p>
+
+<p>Y Toledo, que adornaba su dormitorio con retratos
+de Joffre y de Foch, pero creía al mismo tiempo que en
+la victoria del Marne había intervenido Santa Genoveva,
+patrona de París, se sintió atraído por estos milagros
+del mago americano, que todos anunciaban como
+cosa segura. La ciencia le infundía respeto y miedo al
+vivir algo apartada de la religión; por eso creía ciegamente
+en sus prodigios, como el devoto cree en el inmenso
+poder del diablo.</p>
+
+<p>Otras veces resucitaba su incredulidad. La guerra
+sólo puede resolverse con soldados. La fuerza había estado
+igualada hasta entonces entre ambos contendientes;
+pero ahora Alemania traía nuevas divisiones, las del
+frente oriental, para dar el golpe decisivo. Faltaba de
+este lado otro peso equivalente ó mayor, el chorreo final
+que llena el vaso, lo desborda é inclina la balanza. Podía
+ser América... ¡pero llegaban sus fuerzas con tanta lentitud!
+¡eran tan grandes los obstáculos!... Algunos batallones
+del ejército permanente americano habían desfilado
+ya por París. Después transcurrían los meses sin que
+el hilillo continuo de auxilios se convirtiese en torrente.<a name="page_231" id="page_231"></a></p>
+
+<p>En toda la Costa Azul veía Toledo militares heridos
+de diversos países. Sólo de tarde en tarde llegaba á vislumbrar
+algunos uniformes americanos, médicos y sanitarios
+de las ambulancias que no parecían tener mucho
+trabajo. Los diarios hablaban de fuerzas de los Estados
+Unidos que habían ocupado un sector del frente... ¡pero
+tan escasas!</p>
+
+<p>&mdash;Lo del millón de hombres ó los dos millones antes
+que acabe el año, todo <i>bluff</i>&mdash;decía el coronel&mdash;. Yo entiendo
+un poco de eso, y es más fácil construir un rascacielos
+de cien pisos que trasladar un millón de soldados
+de un hemisferio á otro.... ¡Y la gran ofensiva que va á
+empezar!... ¡Y Francia que no puede más, después de
+cuatro años de heroísmos desangrantes!...</p>
+
+<p>Todos los días se paseaba por el atrio del Casino
+esperando con impaciencia los grandes papeles con
+gruesos caracteres manuscritos que los empleados iban
+fijando en los tableros. El sólo buscaba en los últimos
+telegramas el principio de la ofensiva anunciada por
+los enemigos. Esta amenaza había quebrantado su fe
+en la victoria y le tenía en perpetua angustia. ¡Ay! ¡con
+tal que los americanos llegasen antes y en cantidades
+enormes!...</p>
+
+<p>Por deber mentía descaradamente ante los amigos
+que le rodeaban en el atrio solicitando sus opiniones
+de hombre de guerra.</p>
+
+<p>&mdash;Triunfaremos; y Guillermo tendrá que pegarse un
+tiro.</p>
+
+<p>Lo único que creía de verdad era lo del tiro, en caso
+de una derrota alemana.</p>
+
+<p>&mdash;Conozco bien al kaiser&mdash;seguía diciendo&mdash;. No es
+mas que un teniente; un teniente que se ha hecho viejo,
+conservando los aturdimientos y las petulancias de la
+juventud. Pero tiene el pundonor del oficial que, al
+verse perdido, se lleva el revólver á la frente. Ustedes
+verán cómo termina así, en caso de una derrota.</p>
+
+<p>Hacía versos, música, pintura, daba su opinión en
+todas las cuestiones, imponiéndola, como uno de esos
+oficiales jóvenes que al entrar en un salón burgués lo
+llenan con sus arrogancias y suficiencias, enardecidos
+por el silencio de los contertulios, que temen un lance<a name="page_232" id="page_232"></a>
+de honor. Era un eterno teniente encanecido bajo una
+corona imperial y perturbado por los incesantes triunfos
+de su vanidad. Pero si la suerte le volvía la espalda,
+tendría el mismo gesto decisivo del oficial que se juega
+los fondos confiados á su custodia ó comete otros delitos
+contra el honor.</p>
+
+<p>&mdash;No lo duden; mi teniente sabrá serlo cuando llegue
+la hora mala. Es un loco, un histrión vanidoso, pero conoce
+la vergüenza del hombre de guerra. Lo repito: se
+pegará un tiro.</p>
+
+<p>Y oía en su imaginación el imperial pistoletazo.</p>
+
+<p>Lo que disgustaba á don Marcos era no poder hablar
+de esto ni de los peligros de la ofensiva cuando
+estaba en Villa-Sirena. Los amigos del príncipe vivían
+como huéspedes de hotel. Su número sólo era completo
+en las primeras horas de la mañana. Rara vez se sentaban
+todos á la mesa. Una fuerza exterior parecía buscarles
+dentro de la «villa», empujándolos hacia Monte-Carlo.
+Hasta el príncipe almorzaba ó comía muchas
+veces en el Hotel de París, avisando á última hora por
+teléfono.</p>
+
+<p>Este desarreglo doméstico lo aceptaba Toledo como
+algo providencial. La servidumbre había experimentado
+una baja irreparable con la partida de Estola y
+Pistola. Una mañana se le presentaron, balbucientes y
+emocionados, sin sus fracs largos de faldones. Se marchaban:
+debían pasar la frontera en la misma tarde para
+presentarse en su cuartel. Habían recibido orden del
+cónsul.</p>
+
+<p>No parecía entusiasmarles su nueva condición; pero
+don Marcos, por deber profesional, quiso fortalecerlos
+con un pequeño discurso. También él, á su misma edad,
+había partido á la guerra voluntariamente. «Respeto á
+los jefes... amarlos como á padres... el honor... la bandera...»</p>
+
+<p>La aparición del príncipe cortó su arenga. Los dos
+muchachos besaron la mano de su señor, como si se despidiesen
+de él para la eternidad, y no supieron, en su turbación,
+dónde guardarse los billetes que les fué dando.
+¡Estola y Pistola convertidos en soldados!... ¡Hasta á
+estos dos adolescentes los arreaban hacia la muerte! Y<a name="page_233" id="page_233"></a>
+el caso le pareció á Miguel tan extraordinario, tan falto
+de razón, que al mismo tiempo que los compadecía
+experimentaba deseos de reir.</p>
+
+<p>Media hora después ya no se acordó de ellos. El coronel
+sabría organizar un nuevo servicio con mujeres,
+ya que la guerra no permitía otros domésticos. Además,
+él se aburría en Villa-Sirena, encontrando un nuevo
+gusto á la vida en Monte-Carlo.</p>
+
+<p>Los desocupados que paseaban en torno del «queso»
+le veían entrar en el Casino con aspecto preocupado,
+como un jugador que acaba de descubrir una combinación
+nueva. El público de los salones le había visto
+también aproximarse á las mesas, como si le interesasen
+las peripecias de la fortuna. Pero en vano esperaban
+algunos que avanzase una puesta, imaginándose que
+sólo podía jugar cantidades enormes.</p>
+
+<p>Sus ojos parecían ver detrás de él, y apenas la duquesa
+de Delille abandonaba su asiento para trasladarse
+á otra mesa, el príncipe le salía al paso con la mano tendida
+y una sonrisa juvenil.</p>
+
+<p>Permanecían inmóviles en el lugar del saludo, hasta
+que, avisados por el instinto de las miradas curiosas fijas
+en sus espaldas, iban á sentarse en un diván rinconero,
+y allí continuaban su conversación. De pronto, el murmullo
+del público en torno de una mesa la hacía correr
+á ella con una curiosidad profesional, abandonando momentáneamente
+á Lubimoff.</p>
+
+<p>Alicia tenía la sonrisa amarga y orgullosa de una
+reina destronada. En los días anteriores la gente sólo
+había hablado de ella. Hasta Niza y Mentón volaba su
+nombre. Las familias monegascas que no pueden entrar
+en el Casino pedían noticias de su suerte á la hora
+de la comida. En cafés y restoranes sonaba su apellido
+mezclado con los de los generales que dirigían la
+guerra. Frente al cartelón de las últimas noticias, las
+gentes interrumpían sus comentarios sobre la próxima
+ofensiva, preguntándose: «¿Cómo le fué ayer á la duquesa
+de Delille?» Por las tardes, al llegar al Casino,
+los curiosos corrían para verla mejor y los amigos la
+saludaban, besando su mano con orgullo. Era una ovación
+silenciosa de ojeadas y sonrisas, igual á la que saluda<a name="page_234" id="page_234"></a>
+la entrada de una tiple célebre en el teatro de sus
+triunfos.</p>
+
+<p>Cerca de dos semanas duró su batalla con el Casino;
+ganaba, perdía, volvía á ganar. Su «trabajo» empezaba
+á las tres de la tarde, prolongándose hasta media noche,
+y transcurría la hora del té, luego la de la comida, sin
+que ella se enterase. Al terminar el juego se marchaba,
+apoyada en un brazo de Valeria, saludando á todos con
+una amabilidad extenuada y victoriosa. Algunas veces,
+como una enferma que se deja nutrir á regañadientes,
+aceptaba los <i>sándwichs</i> y la taza de té que su acompañante
+hacía traer á la mesa de juego.</p>
+
+<p>Una noche&mdash;¡noche memorable!&mdash;se cerró el Casino
+sin que ella cesase de ganar. Contó los billetes que le
+habían dado los altos empleados con una sonrisa amarillenta
+y opaca. Cuatrocientos de á mil. Se salían de su
+bolso de mano y del bolso de Valeria. Hasta su amiga
+«la Generala» tuvo que prestarle ayuda, guardando varios
+fajos.</p>
+
+<p>&mdash;Si no cierran los hago saltar&mdash;dijo con la vanidad
+de los triunfadores.</p>
+
+<p>Clorinda la acompañó en el coche hasta su casa,
+dándole consejos prudentes: «Retírate, guarda el dinero.
+Es imposible ir más allá.» Valeria, en el curso de
+la noche, repitió lo mismo: «No debía ofender á Dios
+insistiendo.»</p>
+
+<p>Alicia se negó á oirlas. Su inspiración no se había
+agotado. Aún le quedaban grandes cosas que hacer, y
+cuando llegase el momento de retirarse, lo vería antes
+que los demás.</p>
+
+<p>Miguel había asistido á esta lucha, irritante para él.
+Todas las tardes, al entrar en el Casino, se insultaba
+en su interior, como si cometiese un acto vil. ¿Por qué
+asistía á los hechos de esta loca?... Ella no parecía enterarse
+de su presencia: una mirada al principio, una
+sonrisa, y en las horas restantes sólo tenía ojos para el
+juego y para los <i>croupiers</i>. A pesar de esto, el príncipe
+llegaba puntualmente.</p>
+
+<p>Para excusarse, hacía memoria de unas palabras
+de la duquesa. Al día siguiente de su primera y ruidosa
+ganancia, se había levantado al verle entrar en<a name="page_235" id="page_235"></a>
+el salón, tirando de sus dos manos para hablarle
+aparte.</p>
+
+<p>&mdash;Tú me das la buena suerte&mdash;susurró en su oído&mdash;.
+Estoy segura de que es así. Gano desde que somos amigos.
+¡Ven, ven siempre! Que te vea cada vez que levante
+los ojos.</p>
+
+<p>Sólo de tarde en tarde los levantaba: tenía otras
+cosas más urgentes en su pensamiento. Pero Miguel,
+para acallar su despecho, se decía que estaba allí por
+cumplir una palabra. Además, ¡quién podía saber si lo
+que ella decía era cierto!... La tendencia á la superstición
+que acompaña á los jugadores, el ambiente del
+Casino, la misma suerte de Alicia, habían acabado por
+influir en la incredulidad del príncipe.</p>
+
+<p>Pretendía vengarse de estas largas esperas y de su
+indiferencia contemplándola con ojos despiadados.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué fea está!...</p>
+
+<p>Fea, como todas las mujeres que juegan y parecen
+sufrir el peso de la edad aceleradamente, bajo el aplastamiento
+de la emoción. Cada pérdida era un año más
+que caía sobre su cabeza, cada ganancia un gesto violento
+que desbarataba la regularidad de su rostro. Lubimoff
+se complacía en notar las arrugas que una atención
+intensa iba formando en torno de sus ojos; el afilamiento
+de su nariz, las dos profundas grietas que estiraban los
+extremos de su boca, dándola una expresión de prematura
+vejez. Todas sus preocupaciones femeniles desaparecían
+en el transcurso de las horas. Su sombrero se
+ladeaba; los bucles de su cabellera intentaban escapar,
+erizados y estremecidos por las corrientes de humana
+electricidad que serpenteaban entre sus raíces. Parecía
+tener diez años más.</p>
+
+<p>Pero una segunda voz interior emitía otra opinión.
+«Sí, muy fea... ¡pero tan interesante!» Seguramente que
+al levantarse de la mesa volvería á ser la Alicia de
+siempre.</p>
+
+<p>Al entrar en el Casino una tarde, husmeó el acontecimiento
+extraordinario. Las gentes hablaban, se pedían
+noticias, corrían todas á una misma mesa.</p>
+
+<p>El amigo Lewis pasó junto á él sin detenerse.</p>
+
+<p>&mdash;Tenía que ocurrir.... No sabe jugar.... Lo esperaba.<a name="page_236" id="page_236"></a></p>
+
+<p>Un poco más allá le salió al paso Spadoni.</p>
+
+<p>&mdash;Nunca ha querido oirme... Hace su capricho... no
+sigue un sistema. Ya ha rodado al suelo.</p>
+
+<p>Todos los jugadores hablaban como si lamentasen
+una muerte, pero con una compunción hipócrita, rugiendo
+interiormente de envidia triunfante al ver desvanecida
+aquella buena suerte absurda que amargaba
+sus noches.</p>
+
+<p>Avanzó Lubimoff su cabeza entre dos hombros, viendo
+á Alicia al mismo tiempo que está levantaba sus ojos.
+Se cruzaron sus miradas. Ella le contempló con desaliento,
+como si se quejase, haciéndolo responsable de
+su desgracia. «¿Por qué me has abandonado?»</p>
+
+<p>El príncipe huyó: le hacía daño verla con aquel
+aspecto humilde y rabioso de cordero en peligro, que
+bala de pena y se defiende.</p>
+
+<p>Al anochecer volvió al Casino. Aún había quien se
+ocupaba de la duquesa, pero en voz baja, con ademanes
+tristes, como si hablase de un moribundo. Los
+curiosos habían disminuído en torno de la mesa. Vió á
+Alicia en el mismo lugar. Detrás de su asiento se erguía
+Valeria, con el rostro triste, mientras doña Clorinda se
+inclinaba sobre su amiga, hablándola al oído. Adivinó
+sus palabras. La incitaba á levantarse: mañana tendría
+más suerte. Pero ella parecía no oir, manteniéndose
+con los ojos fijos en unas cuantas placas de quinientos
+francos y de mil, que era todo lo que le restaba. De
+repente se impacientó, y volviendo la cabeza dijo una
+palabra, una nada más, algo muy gordo, pero no nuevo
+en aquella amistad íntima que se rompía todas las semanas.
+Doña Clorinda dejó caer otra inmediatamente,
+con acompañamiento de una puñalada de sus ojos, y se
+alejó, altiva y desdeñosa, mientras Valeria miraba al
+techo con desesperación.</p>
+
+<p>Volvió á huir Miguel. Le daba miedo la cara de Alicia,
+la agresividad nerviosa de su voz, que no había
+oído, pero que se dejaba adivinar en el estremecimiento
+de sus labios.</p>
+
+<p>Vagó una media hora por los salones, escuchando de
+lejos las palabras de los que se ocupaban aún de la duquesa.
+Una tarde había bastado para llevarse las ganancias<a name="page_237" id="page_237"></a>
+de muchos días de éxito. Su infortunio resultaba
+tan inaudito como su buena suerte. No había acertado
+una sola vez.</p>
+
+<p>Sintió de pronto en su espalda el contacto de una
+mano nerviosa. Volvió los ojos: era Alicia, pero con un
+gesto ávido, con una expresión atrevida é implorante á
+la vez.</p>
+
+<p>&mdash;¿Tienes dinero?...</p>
+
+<p>Este rostro, esta voz, no eran nuevos para Miguel.
+Antes de la guerra, el Casino había sido el lugar de sus
+victorias más fulminantes é inesperadas. Mujeres glaciales
+que le trataban con visible despego, mujeres de
+reconocida virtud que repelían con su aspecto toda audacia,
+se habían acercado á él con repentina decisión,
+solicitando un préstamo y preguntando acto seguido á
+qué hora podía ofrecer el príncipe una taza de té en
+Villa-Sirena. Recordó al coronel, que consideraba el
+juego como el peor de los enemigos de la mujer. Servía
+para que perdiesen toda vergüenza. En unas cuantas
+horas quedaban demolidos los prejuicios de su vida anterior.
+Para seguir jugando ofrecían espontáneamente
+lo que nunca habían querido conceder.</p>
+
+<p>Lubimoff acogió con extrañeza esta demanda brusca.
+Llevaba encima muy poco dinero: él no era jugador.
+¿Cuanto necesitaba?...</p>
+
+<p>&mdash;Veinte mil francos.</p>
+
+<p>Dijo esta cifra como podía haber dicho cien mil ó
+cinco mil. Para ella, era lo mismo en este momento.
+Además, en los últimos días había perdido la noción de
+los valores.</p>
+
+<p>Miguel contestó riendo. ¿Se lo imaginaba, acaso, viniendo
+al Casino con veinte mil francos en la cartera, lo
+mismo que un usurero ó un comprador de alhajas?</p>
+
+<p>&mdash;Pide prestado&mdash;dijo la duquesa&mdash;. A ti te darán lo
+que exijas.</p>
+
+<p>El siguió riendo de esta absurda proposición, pero
+vencido de antemano por la sencillez con que Alicia la
+formulaba.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y tú?... ¿Por qué no pides tú?</p>
+
+<p>¡Oh, ella!... En el orgullo de su triunfo, se había olvidado
+de pagar varias deudas contraídas antes de su<a name="page_238" id="page_238"></a>
+racha de buena fortuna. Ahora era inútil pedir. Estaba
+en un mal momento, todos la consideraban caída é incapaz
+de rehacerse.</p>
+
+<p>&mdash;Y se engañan, Miguel; siento la inspiración de la
+suerte. Vas á ver cómo me levanto con unos cuantos
+golpes. Es mi secreto. Si te lo digo me abandonará la
+fortuna....¡Hazme ese favor!... Pide los veinte mil al
+vejete que está allá mirándonos. No te los puede negar:
+eres el príncipe Lubimoff.... Si te parece bien, haremos
+sociedad: partiré contigo mis ganancias.</p>
+
+<p>Miguel conservó su sonrisa, mientras se escandalizaba
+interiormente de esta proposición. ¡En qué cosas
+pretendía mezclarle esta mujer!... ¡El pidiendo dinero á
+un prestamista del Casino!...</p>
+
+<p>Pero, á semejanza de ciertos enfermos que realizan
+los actos más contrarios á su voluntad, cuando se apartó
+de Alicia, haciendo gestos de protesta, sus piernas le
+llevaron maquinalmente hacia un diván donde estaba
+encogido el vejete de la barba dura, con la placa del
+Corazón de Jesús en la solapa, el sombrero en una mano
+y un gorro de seda sobre la calva.</p>
+
+<p>&mdash;Necesito veinte mil francos.</p>
+
+<p>Quedó dudando el príncipe ante el hombrecito, que
+se había puesto de pie, sorprendido y receloso al ver que
+le hablaba tan alto personaje. ¿Era realmente su voz la
+que acababa de sonar?... Sí, era su voz, pero él experimentó
+una inmensa extrañeza, como si fuese otro el que
+había hablado. Sintió deseos de retirarse sin esperar
+la respuesta del gnomo, pero éste contestaba ya, balbuceando:</p>
+
+<p>&mdash;Príncipe... ¡tal cantidad!... Yo soy un pobre. Hago
+de vez en cuando un favor á personas distinguidas, dos
+ó tres mil francos... ¡pero veinte mil!... ¡veinte mil!...</p>
+
+<p>Al mismo tiempo que murmuraba la cifra con un
+acento de ternura, sus ojos astutos penetraron en Lubimoff
+lo mismo que una sonda. Esta mirada irritó á
+Miguel, haciendo que se interesase por la operación,
+como si de ella dependiese su honor. Sin duda, el usurero
+pensaba en Rusia, en los desmanes de la revolución,
+en la imposibilidad de cobrar su préstamo aunque
+el gran personaje le ofreciese toda su fortuna.<a name="page_239" id="page_239"></a></p>
+
+<p>&mdash;Usted debe conocerme&mdash;dijo con voz irritada&mdash;. Soy
+el príncipe Lubimoff; soy el dueño de Villa-Sirena. Necesito
+veinte mil: ni uno menos. Si usted no puede...</p>
+
+<p>Iba á volverle la espalda, pero el enano le detuvo con
+humildad, considerando inútiles en la presente ocasión
+todas las excusas y retardos que hacía sufrir á sus clientes,
+como un suplicio á fuego lento. Se escurrió entre los
+grupos, suplicando á «Su Alteza» que esperase un instante.
+Tal vez no poseía toda la cantidad y necesitaba
+pedir un refuerzo á la caja del Casino; tal vez iba á
+ocultarse por un instante en los gabinetes de aseo, sacando
+los billetes de los diversos escondrijos de su traje
+y hasta de sus zapatos.</p>
+
+<p>Sintió Miguel una mano discreta que rozaba su diestra,
+introduciendo entre los dedos un rollo de papeles.
+El vejete había vuelto sin que él le viese llegar, surgiendo
+entre dos grupos, pequeño y vivaracho, como
+surge un diablillo de teatro del fondo de su escotillón.</p>
+
+<p>&mdash;¿Conoce usted al coronel?... Mañana se avistará con
+usted para el pago y los intereses.</p>
+
+<p>El príncipe le volvió la espalda sin otro saludo, dejando
+al usurero satisfecho de su laconismo descortés.
+Un gran señor no podía hablar de otro modo. Con hombres
+así le gustaba tener negocios.</p>
+
+<p>Alicia, que había seguido la escena desde lejos, salió
+á su encuentro, avanzando disimuladamente una mano.</p>
+
+<p>&mdash;Toma.</p>
+
+<p>La diestra de Miguel ofreció los billetes con tal rudeza,
+que esta entrega casi fué un manotón agresivo.</p>
+
+<p>Su vergüenza por el acto reciente se exteriorizaba en
+confusas protestas.</p>
+
+<p>&mdash;¡Las mujeres!... ¡Lo que me has obligado á hacer!...</p>
+
+<p>Ella, con los billetes en la mano, sólo pensaba ya en
+el juego.</p>
+
+<p>&mdash;Vas á presenciar grandes cosas... Ya sabes que formamos
+compañía: llevas la mitad.</p>
+
+<p>Se alejó sin darle las gracias, dominada de nuevo
+por aquel demonio invisible que cantaba en su oreja
+números y colores.</p>
+
+<p>Lubimoff también se marchó. Temía encontrarse otra
+vez con el prestamista y recibir su saludo familiar; se<a name="page_240" id="page_240"></a>
+imaginaba que todo el público de los salones había seguido
+atentamente su entrevista con el vejete, sonriendo
+cuando recibía el dinero.</p>
+
+<p>Salió del Casino. Jamás volvería á él: ¡lo juraba!</p>
+
+<p>Castro, al que había visto de lejos jugando en una
+mesa, volvió á Villa-Sirena á la hora de comer. Tenía
+mal gesto; pero olvidaba su propio infortunio para consolarse
+con el relato de las desgracias de Alicia:</p>
+
+<p>&mdash;Después de perderlo todo en el «treinta y cuarenta»,
+apareció á última hora con más dinero: un fajo de billetes
+de mil francos... Y ella, que no siente predilección
+por la ruleta, se lanzó á la ruleta. ¡Qué modo de jugar!
+Al principio acertó unos plenos, dos ó tres, pero luego
+nada: ¡perder y más perder! Se lo ha dejado todo en la
+mesa. No la vi salir, pero me han contado que parecía
+una muerta, apoyada en el brazo de Valeria... Aseguran
+que sufre del corazón... Lo que yo digo: no es jugador
+todo el que pretende serlo; se necesita un organismo
+fuerte. «La Generala» juega menos, pero tiene más serenidad,
+unas entrañas sólidas.</p>
+
+<p>Miguel durmió mal. Estaba indignado contra Alicia.
+En vez de lamentar su desgracia, la consideraba lógica.
+¡Una mujer metida á ganar dinero!... Las mujeres sólo
+pueden conseguirlo de manos del hombre, y es inútil que
+lo busquen por sí mismas, ni aun apelando al juego. El
+juego también es empresa de hombres.</p>
+
+<p>Y en esa penumbra mental que separa el sueño de la
+vigilia, el príncipe, tendido en su cama, recordó una de
+las escenas de su mejor época, cuando su yate estaba anclado
+en el puerto de Mónaco. Fué una noche, al salir
+de un banquete en el Hotel de París. Como estaba algo
+ebrio, se apoyó en los brazos de dos mujeres hermosas
+que se disputaban, sonrientes y sin éxito, el dominio
+de su voluntad. Detrás de él marchaban, lo mismo que
+un séquito, sus amigos, sus parásitos brillantes, varias
+damas invitadas, toda su corte. Habían entrado en el
+Casino. El no era jugador; le fatigaba permanecer inmóvil
+ante una mesa; creía pueril preocuparse por el rodar
+de una bolilla de hueso ó las combinaciones de unas cartulinas
+pintadas. ¡Hay en la vida tantos placeres más interesantes!...
+Pero aquella noche, orgulloso de su poder,<a name="page_241" id="page_241"></a>
+sintió deseos de reñir una batalla con la fortuna. La
+fortuna es hembra, y él la domaría en fuerza de dinero,
+lo mismo que á las otras. Los ricos acaban por vencer al
+destino impalpable.</p>
+
+<p>Puso ante él una cantidad enorme para entablar la
+lucha, y la fortuna no quiso su dinero; antes bien, empezó
+á darle el suyo con una prodigalidad desdeñosa.
+El multimillonario deseó perder y no pudo. Variaba su
+juego caprichosamente, cometía errores voluntarios, y el
+éxito le salía siempre al paso. Al fin se cansó. Esto fué
+antes de la guerra, y en vez de las fichas de hueso que
+representan cien francos, se jugaba con hermosas monedas
+de oro de igual valor. Tenía ante él numerosas y deslumbrantes
+columnas de dicho metal; fajos de billetes...</p>
+
+<p>&mdash;¿Quién quiere dinero?</p>
+
+<p>Empezó á arrojarlo como una lluvia enloquecedora.
+Corrieron todas las mujercitas que palidecen y se crispan
+en torno de las mesas por la suerte de un luis
+único. Se empujaban, rodando sobre la alfombra, lastimándose
+mutuamente con las manos y los pies por alcanzar
+una gota de este maná áureo. Algunas se abofetearon
+y arañaron mientras sus diestras oprimían el
+mismo billete de mil francos, desgarrándole. Volteaban
+los sombreros por el suelo; las cabelleras se esparcían
+en toda su integridad ó se desmenuzaban en una nube
+de bucles postizos.</p>
+
+<p>&mdash;¡A mí, príncipe... á mí!...</p>
+
+<p>Con las manos ganchudas saltaban en torno de él lo
+mismo que un corro de poseídas.</p>
+
+<p>&mdash;¿Quién quiere dinero?...</p>
+
+<p>Los altos empleados intervinieron con una contrariedad
+sonriente, por ser quien era el autor del escándalo.
+«Alteza, ¡por favor!... Las partidas van á suspenderse;
+esto no se ha visto nunca.» Pero él siguió arrojando dinero,
+hasta agotar sus ganancias&mdash;más de sesenta mil
+francos&mdash;, y los juegos se reanudaron con más público
+que antes. Todas las que habían recogido algo en el suelo
+ó en el aire corrieron á exponerlo á una carta ó á un
+número.</p>
+
+<p>Lubimoff saboreaba este recuerdo como un triunfo.
+Podría repetirlo siempre que quisiera; estaba seguro de<a name="page_242" id="page_242"></a>
+ello. Reconocía que, al final, todos los jugadores acaban
+perdiendo, y él no se tenía por un ser de excepción.
+Pero su voluntad dominaba en los primeros momentos
+á la fortuna, y... ¡retirándose á tiempo, antes de que ella
+se rehiciese, con una maldad de hembra brava!...</p>
+
+<p>El príncipe acabó por dormirse pensando en Alicia.</p>
+
+<p>&mdash;¡La pobre!... No sabe; Lewis tiene razón; no sabe...
+¡Qué va á saber una mujer hermosa que sólo ha pensado
+en ella!... Debo ayudarla. Yo soy un hombre. Tal
+vez mañana... mañana...</p>
+
+<p>Al día siguiente, á la hora del desayuno, don Marcos
+experimentó una gran sorpresa y no menos inquietud.
+El príncipe, que nunca se preocupaba del dinero de la
+casa, dejando que su «chambelán» se entendiese directamente
+para los gastos con el administrador de París,
+le preguntó qué cantidades tenía disponibles.</p>
+
+<p>El coronel hizo un cálculo mental. No creía guardar
+más allá de quince mil francos. Estaba esperando un
+envió del apoderado.</p>
+
+<p>&mdash;Dámelos&mdash;ordenó Lubimoff.</p>
+
+<p>Y á continuación, como si recordase algo repentinamente,
+habló con indiferencia de la deuda contraída en
+la tarde anterior. Toledo quedó absorto al saber que
+debía entenderse con el viejo usurero para la devolución
+de los veinte mil francos y el pago de unos intereses
+inauditos que podían doblarse en pocos días. Recordó
+el almuerzo en que había propuesto Su Alteza
+una vida solitaria y dulce. ¿Dónde estaban ahora los
+feroces «enemigos de la mujer»? Porque el coronel adivinaba
+en estos derroches del príncipe, en su repentina
+afición al juego, la obra de una influencia femenil. ¡Y él
+que no osaba jugar mas que algunas monedas de tarde
+en tarde, pensando en las enormes sumas confiadas á
+su lealtad!...</p>
+
+<p>Mientras corría al Banco en que estaba depositado
+el dinero de la casa, el príncipe paseó por los alrededores
+del Casino, esperando con impaciencia la apertura
+de las salas. A primera hora era escaso el público y muy
+contadas las mesas que funcionaban. Sólo acudían los
+jugadores rabiosos, después de haber pasado la noche en
+claro, deseando probar cuanto antes sus nuevas combinaciones,<a name="page_243" id="page_243"></a>
+y las personas achacosas, con la esperanza de
+encontrar libre un buen asiento.</p>
+
+<p>La impaciencia hizo entrar á Lubimoff en el atrio,
+después de meterse disimuladamente en un bolsillo el
+fajo de billetes que le presentó Toledo. Los empleados
+del primer turno iban llegando con paso lento, como
+funcionarios que entran en su oficina. Las mujeres dedicadas
+á la limpieza y los mozos en mangas de camisa
+acababan de barrer el aserrín esparcido sobre el pavimento.
+Todos le examinaron de reojo, avisándose su
+presencia con discretos codazos. ¡El príncipe á aquella
+hora, cuando los de su mundo estaban aún en la cama!...
+Instintivamente miraron en todas direcciones, esperando
+descubrir á alguna señora vestida con recato para este
+disimulado encuentro matinal. La fama del personaje
+sólo les permitía suponer una cita de amor.</p>
+
+<p>A las diez se abrieron las mamparas, y Miguel entró
+empujando á los primeros jugadores, gente modesta y
+tímida. Sufría la nerviosidad, la impaciencia, la sorda
+cólera de las mañanas en que se había batido. Pisaba
+con fuerza; sus manos se arqueaban como si pretendiesen
+estrangular el aire. Al mismo tiempo sentía la confianza
+orgullosa del tirador, seguro de que dará en el
+blanco. Despreciaba de antemano á la suerte, vencida
+por él. «¡Ah, perra!» Iba á vérselas con un hombre.</p>
+
+<p>De un tirón arrancó la silla en que había puesto otro
+su mano, y se sentó á una mesa de ruleta, entre dos
+viejas, sucias y mal vestidas, con aspecto de brujas. Los
+empleados cruzaron su asombro en forma de discretas
+ojeadas. ¡El príncipe apuntando, y á aquella hora!...</p>
+
+<p>&mdash;Hagan sus juegos...</p>
+
+<p>Empezó la partida. Miguel no tenía combinación alguna
+ni había pensado nada. Sus ojos vagaron sobre los
+treinta y seis números. Pero sólo fué por un instante.</p>
+
+<p>«Este», pensó. Y puso todo lo que podía poner, nueve
+luises, el máximum, sobre el 13.</p>
+
+<p>Rodó la bolilla por el borde de caoba, y su caída final
+fué saludada con un murmullo de asombro. «¡El 13!»</p>
+
+<p>Unos cuantos billetes de mil empujados por la raqueta
+de un <i>croupier</i> quedaron ante el príncipe, que
+permaneció impasible, guardando su gesto duro y autoritario.<a name="page_244" id="page_244"></a>
+Lo sabía; estaba seguro de no equivocarse. Otra
+vez el 13.</p>
+
+<p>La gente hizo gestos de asombro. ¡Qué locura apuntar
+dos veces al mismo número! Pero al salir el 13 por
+segunda vez y cobrar el príncipe otro máximum, un
+murmullo del público aplaudió al vencedor. Corrían los
+curiosos, dejando abandonadas las otras mesas. Esta mañana
+iba á ser tan famosa en el Casino solitario como
+las tardes y las noches más célebres, cuando luchan con
+la suerte los jugadores ricos.</p>
+
+<p>Lubimoff cambió de número. Era absurdo insistir en
+el 13. Y puso nueve luises al 17... Rodó la bolilla. El 13
+una vez más. Perdía.</p>
+
+<p>Su gesto se hizo más duro y agresivo. La suerte empezaba
+á reirse de él por su falta de voluntad. Un dominador
+no debe sentir vacilaciones; suya era la culpa,
+por haber abandonado el número. Los hombres deben
+insistir hasta imponerse, ó perecer sin abandonar su primera
+actitud. ¡Al 13, como antes!... Y salió el 17.</p>
+
+<p>Creyó por un momento que el suelo escapaba bajo
+sus pies; se sintió flotar, rodeado de fuerzas misteriosas
+que rompían y ablandaban su voluntad. Pasó una mano
+por su frente, como si quisiera repeler muy lejos esta flaqueza
+momentánea.</p>
+
+<p>«¡Ah, perra!», exclamó mentalmente, insultando á la
+fortuna, seguro otra vez de que iba á esclavizarla.</p>
+
+<p>Y continuó jugando.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>A las tres de la tarde salió del Hotel de París. Acababa
+de almorzar, solo, sin fijarse en las miradas que le
+dirigían de las otras mesas, evitando esos saludos amables
+que inician una conversación.</p>
+
+<p>Llevaba en la boca un grueso cigarro, y sus piernas,
+aunque firmes, estaban agitadas interiormente por un
+cosquilleo voluptuoso. Había comido mal, dejando casi
+intactos los platos; en cambio había bebido una botella
+de Borgoña famoso, y varias copas de licor á continuación
+de dos tazas de café.</p>
+
+<p>Desde la escalinata del hotel abarcó en una mirada
+destructora la plaza, el Casino, los jardines. Pensó con<a name="page_245" id="page_245"></a>
+fruición en la posibilidad de que un acorazado cualquiera
+de los que guerreaban en los mares de Europa
+fondease ante este palacio de confitería, enviándole unas
+cuantas granadas. ¡Hermoso espectáculo! Luego, con la
+imaginación, hizo descender á tierra la compañía de
+desembarco y sus ametralladoras, para llevarse cautivos
+á todos los que llenaban la plaza, hombres y mujeres,
+sin perdonar á los niños. Nada perdería con ello
+el mundo. ¡Ciudad de corrupción! ¿Qué demonio había
+aconsejado á su madre la compra del promontorio de
+Villa-Sirena, obligándolo á él á vivir junto á este antro?...
+Hasta protestó contra la difunta princesa, con la
+moralidad áspera é incorruptible de todo jugador que
+acaba de verse chasqueado.</p>
+
+<p>Al pasear sus ojos por la alegre y bien vestida muchedumbre
+que él destinaba á la esclavitud, vió á Alicia,
+sola y de pie, al borde de la acera del «queso», mirando
+al Casino.</p>
+
+<p>&mdash;¿Vas á entrar?&mdash;dijo acercándose á ella.</p>
+
+<p>Se indignó la duquesa, como si le propusiera algo
+humillante, algo que no había hecho nunca. ¿Entrar
+ella en el Casino?...</p>
+
+<p>&mdash;Eso es una cueva infecta, y los empleados unos infectos,
+y los que juegan... otros infectos.</p>
+
+<p>¡Todo infecto!... Después de esto se dieron las manos
+lo mismo que si acabaran de reconocerse.</p>
+
+<p>Cuando Miguel, insistiendo en sus buenos deseos, le
+habló del bombardeo y el desembarco con ametralladoras
+que llevaba en su imaginación, la duquesa casi
+aplaudió. Por ella, que lo destruyesen todo, que se llevaran
+prisionero hasta al mismo príncipe soberano, y
+si encima los invasores le devolvían lo que había perdido,
+mejor que mejor.</p>
+
+<p>De pronto, como si le sirviesen de aviso estas caritativas
+fantasías de Lubimoff, fijó en él unos ojos escrutadores,
+unos ojos de enfermo receloso que adivina en el
+vecino sus mismos síntomas.</p>
+
+<p>&mdash;Tú has jugado.</p>
+
+<p>Miguel movió la cabeza tristemente.</p>
+
+<p>&mdash;Y has perdido&mdash;continuó ella&mdash;; eso no hay que
+preguntarlo: se ve en seguida... ¡Tú jugando!...<a name="page_246" id="page_246"></a></p>
+
+<p>Pero su extrañeza fué corta.</p>
+
+<p>&mdash;Has jugado por mí: lo adivino... Te has dicho: «Voy
+á ganar lo que esa loca pierde; los hombres sabemos más
+que las mujeres...» ¡Ah, pobrecito mío, pobrecito mío,
+cómo agradezco tu buen deseo!... ¿Y cuánto fué?...</p>
+
+<p>Al conocer la cifra hizo un gesto plañidero; pero
+sonrió á continuación, como si este compañerismo en
+la desgracia le hiciese más llevaderas sus propias pérdidas.</p>
+
+<p>Quedaron un rato en silencio. Luego explicó ella su
+presencia en la plaza. Había jurado la noche antes no
+acercarse más al Casino; ¡pero la costumbre!...</p>
+
+<p>&mdash;Estoy sola. Valeria se ha ido apenas terminó el
+almuerzo. Anda como loca por ese sabio que tienes en
+tu casa. Deben haberse dado alguna cita. Sólo habla de
+España, porque allá se casan las mujeres sin dote... De
+«la Generala» no me hables, no quiero saber nada; está
+muerta... ¡muerta para siempre! Y yo me aburro en mi
+soledad, pienso en cosas que me hacen llorar; salgo, y
+las piernas me traen hasta aquí sin que me dé cuenta.</p>
+
+<p>Luego añadió, con una imploración graciosa:</p>
+
+<p>&mdash;Llévame á cualquier parte, adonde se te ocurra.
+Paseemos lejos de aquí... ¿Dónde podremos ir?</p>
+
+<p>El príncipe mostró la misma indecisión. Se movían
+siempre en el mismo círculo, desde sus casas al centro
+de Monte-Carlo, al Casino, y quedaban como desorientados
+al pretender ir más allá. La guerra había suprimido
+los automóviles particulares; era necesaria una
+autorización previa para las excursiones. Sólo se encontraban
+carruajes tirados por caballos flojos, desechos de
+la movilización.</p>
+
+<p>&mdash;¿Si fuésemos á Mónaco?&mdash;propuso Alicia.</p>
+
+<p>Mónaco estaba á la vista, al otro lado del puerto; un
+tranvía lo liga con Monte-Carlo cada veinte minutos, y
+no obstante, ella hizo su proposición lo mismo que si hablase
+de un país remoto.</p>
+
+<p>Los dos habían pasado varios años aquí, viendo á
+todas horas la roca que lleva en su lomo la vieja ciudad
+de los príncipes, pero como si fuese una pintura de
+telón de fondo, sin ocurrírseles nunca llegar hasta ella.
+Alicia recordaba vagamente una visita al palacio del<a name="page_247" id="page_247"></a>
+soberano y otra al Museo Oceanográfico, sin poder dar
+forma á sus impresiones. Lubimoff había visto también
+desde el interior de su automóvil jardines, casas viejas
+y una gran plaza, el único día que visitó en su viejo
+castillo al príncipe de Mónaco.</p>
+
+<p>Decidieron el viaje con una alegría de colegiales, y
+cuando la duquesa iba á llamar á un coche de punto,
+Miguel mostró cierta indecisión, llevándose una mano á
+diversos bolsillos.</p>
+
+<p>No tenía dinero. Todo lo había dejado en la ruleta,
+absolutamente todo. En el hotel había pedido que anotasen
+su almuerzo, entregando sus últimos francos á los
+camareros como propina.</p>
+
+<p>Alicia acogió su preocupación con grandes risas.
+¡Un Lubimoff no teniendo con qué pagar á un cochero
+de punto!... Unicamente en Monte-Carlo podían verse
+estas cosas.</p>
+
+<p>&mdash;Yo pagaré, pobrecito mío. Será á cuenta de los
+veinte mil que te debo. No; á cuenta, no: será un regalo.
+Tú que tanto diste á las mujeres, deja que sea yo la primera
+que costee tus necesidades. ¡Qué lujo! Yo «entreteniendo»
+al príncipe Lubimoff...</p>
+
+<p>Habían ocupado un carruaje, que empezó á descender
+la cuesta hacia el puerto de La Condamine.</p>
+
+<p>&mdash;¡Cómo nos mira la gente!&mdash;dijo Alicia&mdash;. Van á
+creer que te rapto. La arruinada duquesa de Delille se
+lleva al príncipe multimillonario para ser su amante y
+sacarle el dinero... ¡Y no saben que soy yo quien paga!
+Anda, ríete un poco. ¿Te parece mal que yo pague?...
+¿No encuentras eso gracioso?...</p>
+
+<p>Habló de su imprevisión y su alocamiento con cierto
+orgullo, como algo que la colocaba sobre todas las gentes
+de costumbres regulares. La noche anterior temió
+que no le quedase dinero para poder comer al día siguiente.
+Pero Valeria había pasado la mañana haciendo
+preciosos descubrimientos en los armarios: billetes de
+Banco perdidos entre las ropas, placas del Casino olvidadas
+en los libros, hasta un papel de mil francos envolviendo
+una vieja pastilla de jabón.</p>
+
+<p>Cesó repentinamente de enumerar estos hallazgos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Mira!... ¡mira!<a name="page_248" id="page_248"></a></p>
+
+<p>Estaban en el puerto. Ella señaló á una dama que
+marchaba por el muelle, entre las altas adelfas recortadas
+en forma de árboles. Era Clorinda. De un banco se
+levantó un señor que parecía esperar, saliendo á su encuentro.
+Los dos reconocieron á Atilio Castro, viendo
+cómo se saludaban él y «la Generala», cómo seguían
+juntos su paseo, tan ocupados en contemplarse mutuamente,
+que no fijaron su atención en el carruaje.</p>
+
+<p>Miguel sonrió. El allí, al lado de Alicia, que le hacía
+cometer toda clase de extravagancias; el otro esperando
+con una emoción de adolescente la llegada de doña Clorinda.
+¡Pobres enemigos de la mujer!</p>
+
+<p>&mdash;¡No me hables de ella!&mdash;exclamó Alicia, á pesar de
+que su compañero no había dicho nada&mdash;. ¡La detesto!...
+El pobre Martínez en el olvido. Me lo disputa, me lo
+quita, y luego viene en busca de Castro, mientras el otro
+infeliz vagará por Monte-Carlo. ¡Qué mujer! ¡El mal que
+me ha hecho!... Ella tiene la culpa de todo.</p>
+
+<p>Y ante la mirada interrogante del príncipe fué exponiendo
+sus quejas con acento de convicción. Su pérdida
+tan rápida y completa no podía explicarse lógicamente.
+Dos semanas ganando, y en unas cuantas horas perderlo
+todo... ¿cómo podía ser eso? La noche anterior, al retirarse
+del Casino, una amiga respetable, una marquesa
+italiana, antigua bailarina, muy experta en las cosas de
+la suerte y que llevaba treinta años jugando en Monte-Carlo,
+le había descubierto la cruel verdad: «Duquesa,
+usted tiene alguna persona que la quiere mal: una amiga
+envidiosa que frecuenta su casa y le ha echado una
+maldición. Sólo así se comprende lo ocurrido. Hay que
+repeler la mala suerte, devolviéndosela á quien se la
+envió.»</p>
+
+<p>&mdash;Ya ves que la cosa resulta clarísima: una amiga envidiosa
+y que frecuenta mi casa... Clorinda; no puede
+ser otra. Y mañana mismo voy á repeler la mala suerte,
+tal como me lo ha recomendado la marquesa. Otras jugadoras
+siguieron sus consejos y les va muy bien.</p>
+
+<p>Eran los Reyes Magos los que poseían el privilegio
+de deshacer estos conjuros perversos. Necesitaba purificar
+su «villa», fumigar todas las habitaciones donde
+hubiese entrado «la Generala», quemando en una cazoleta<a name="page_249" id="page_249"></a>
+oro, incienso y mirra, los tres presentes de los monarcas
+viajeros. Oro no lo había: estaba oculto con motivo
+de la guerra; pero, según la marquesa-bruja, era lo
+mismo quemar trigo.</p>
+
+<p>&mdash;Debo recitar al mismo tiempo una oración en italiano,
+una súplica muy bonita á los tres reyes, casi una
+romanza, que dice... que dice...</p>
+
+<p>No pudiendo acordarse, abrió su bolso de mano. En
+el monedero guardaba la plegaria, escrita con lápiz detrás
+de un cartón del Casino de los que sirven para
+anotar las jugadas. Miguel miró el interior del bolso
+con la curiosidad que inspiran siempre todos los objetos
+de la mujer que nos interesa. Vió sobre el arrugado pañuelo
+una carterita de piel, y colgando de ella un fetiche
+de jugadora, una mano con el índice y el meñique
+tendidos en forma de cuernos, para conjurar la mala
+suerte. Pero junto con la mano colgaba otro fetiche de
+oro, de forma tan inesperada, tan inaudita, que Miguel
+desechó como inverosímil lo que había pasado ante sus
+ojos en rápida visión.</p>
+
+<p>Alicia se echó atrás, repeliendo su mano curiosa.
+«¡No, no!» Y cerró el bolso con tanta rapidez, que casi
+le pilló los dedos entre las valvas de plata. Se defendía,
+ruborosa y sonriente; le miraba con ojos malignos,
+encogiéndose al mismo tiempo como una niña avergonzada.</p>
+
+<p>&mdash;Es un regalo de la marquesa... lo mejor que ella
+conoce para atraer á la suerte. Se acabó: no necesitas
+saber más. ¡Qué curioso!...</p>
+
+<p>Y mientras ella se fingía algo enfadada para evitar
+nuevas explicaciones, Miguel recordó el rosario de Satán
+del amigo de Lewis y sus extraños adornos.</p>
+
+<p>El carruaje empezaba á ascender por la cuesta de
+Mónaco. Los buques y el puerto parecían hundirse gradualmente
+á cada vuelta de sus ruedas. Una sombra
+verdosa enfriaba este camino, á la vista del luminoso
+mar, de las montañas amarillentas, que iban tomando
+un color rojizo bajo el sol de la tarde.</p>
+
+<p>Lubimoff explicó á su compañera las singularidades
+del promontorio que sirve de asiento al viejo Mónaco.
+En el lado de Mediodía, entre las rocas cubiertas de<a name="page_250" id="page_250"></a>
+pitas y nopales, se aclimata la vegetación de los países
+cálidos con una facilidad verdaderamente sorprendente
+si se tiene en cuenta la latitud geográfica. Al visitar el
+palacio de los príncipes había encontrado en los antiguos
+fosos de la fortaleza, que son como invernáculos naturales,
+el mismo calor húmedo y pegajoso de las selvas
+del Ecuador, con palmeras brasileñas que ascendían á
+muchos metros en busca de la luz. En cambio, sin salir
+del mismo peñón, se descubrían al Norte, donde había
+poco sol, helechos de los países fríos, vegetaciones de
+los Vosgos, llegadas hasta allí nadie sabía cómo para
+arraigarse frente al Mediterráneo.</p>
+
+<p>Alicia, no queriendo aparecer menos instruída, habló
+de los jardines de San Martino. No los había visitado,
+pero sospechaba que estaban entre el Museo Oceanográfico
+y la Catedral. Valeria no sabía hablar de otra
+cosa en las últimas semanas, describiéndolos como si
+fuesen los jardines más interesantes de la tierra. Los
+había visto bien acompañada, y esto influye mucho en
+la visión. Era sin duda Novoa el que le había descubierto
+este paraíso.</p>
+
+<p>&mdash;¡Si los encontrásemos!&mdash;dijo riendo Alicia.</p>
+
+<p>El carruaje pasó entre dos torrecillas con montera de
+tejas que marcan la entrada al recinto de Mónaco. El
+puerto quedaba muy abajo, con sus buques empequeñecidos.
+Al otro extremo de la plaza de agua brillaban las
+cúpulas de los numerosos hoteles de Monte-Carlo, sus
+fachadas policromas, los vidrios de balcones y miradores.
+No se llegaba á distinguir la gente. Los automóviles
+resbalaban como diminutos insectos por la cuesta que
+desciende á La Condamine.</p>
+
+<p>Entraron en una avenida asfaltada, entre dos masas
+de estrechos y tupidos jardines, que conduce al Museo
+Oceanográfico.</p>
+
+<p>&mdash;¡Míralos!&mdash;dijo Alicia con expresión triunfante, al
+mismo tiempo que daba con un codo al príncipe.</p>
+
+<p>Cuando éste avanzó la cabeza, sólo pudo ver unos
+bultos que se ocultaban en un sendero lateral.</p>
+
+<p>&mdash;Eran ellos, no lo dudes&mdash;continuó la duquesa, riendo&mdash;.
+Marchaban por en medio de la avenida. Esa
+Valeria es muy lista; se ha vuelto al oir el ruido de un<a name="page_251" id="page_251"></a>
+coche, reconociéndome al instante. Se llevó al sabio
+como si lo arrastrase.</p>
+
+<p>Cesó de reir, adquiriendo su rostro una gravedad
+melancólica.</p>
+
+<p>&mdash;¡Felices ellos! ¡Qué de ilusiones! Todos hemos pasado
+por lo mismo... Lo malo es que deseamos marchar adelante
+en busca de algo más, cuando debíamos quedarnos
+con lo que tenemos.</p>
+
+<p>El príncipe asintió con la cabeza, repitiendo lacónicamente:</p>
+
+<p>&mdash;¡Felices ellos!</p>
+
+<p>Su voz era un <i>réquiem</i>. Estos encuentros sucesivos le
+hacían pensar en la muerta comunidad de la que era jefe
+irrisorio. Primeramente, Castro... Luego, Novoa. Hasta
+el coronel estaría en aquel momento paseando ante la
+tienda de una modista, á la espera de la chica del jardinero.
+Quedaba Spadoni, pero su fidelidad valía poco.
+Para él no existía otro femenino que el de la ruleta.</p>
+
+<p>Se detuvo el carruaje más allá del Museo Oceanográfico,
+donde empiezan los jardines de San Martino. Alicia
+pagó al cochero.</p>
+
+<p>&mdash;Hay que hacer economías&mdash;dijo con gravedad&mdash;.
+Volveremos á pie.</p>
+
+<p>Siguieron unos senderos tortuosos, subiendo y bajando
+por las quebradas de la costa. Las pequeñas mesetas
+habían sido convertidas en miradores de piedra,
+desde los que se abarcaba un espacio inmenso. En algunos
+amaneceres se podía distinguir el lejano perfil de las
+montañas de Córcega. Como los jardines estaban á muchos
+metros sobre el Mediterráneo, la línea del horizonte
+era tan alta que obligaba á levantar los ojos. Los pinos
+formaban ligeras y negras columnatas, entra cuyos troncos
+subía el cortinaje obscuro del mar. Sólo sus rumorosas
+copas de agujas emergían en el azul diáfano del
+cielo. La vegetación baja se componía de plantas silvestres
+de acre perfume y vida dura, insensibles á las emanaciones
+salitrosas; nopales, cuyas palas verdes estaban
+rematadas por frutos rojos; pequeñas pitas de retorcidas
+puntas que se enredaban unas en otras como tentáculos
+de pulpos verdes.</p>
+
+<p>Admiró Alicia este jardín. Era, según ella, un jardín<a name="page_252" id="page_252"></a>
+marítimo, que armonizaba con el Museo cercano y el paisaje.
+Los troncos parecían mástiles de navío; las plantas
+amontonadas á sus pies tenían la forma radiada y envolvente
+de los monstruos de las profundidades oceánicas.
+Otras vegetaciones de origen exótico evocaban la
+imagen de países cálidos, de lejanos puertos olorosos poblados
+de muchedumbres amarillas ó cobrizas. A través
+de los fustes rectos de la arboleda se veían cinco goletas,
+inmóviles en el horizonte, con el velamen caído.</p>
+
+<p>Una cinta de humo acompañaba las evoluciones de
+un torpedero sutil rondando como perro protector en
+torno de este rebaño blanco y tímido.</p>
+
+<p>Al asomarse á los balconajes de piedra se veía el
+mar á una profundidad enorme. El acantilado rojo se
+hundía verticalmente en las aguas ennegrecidas por la
+sombra ó se resguardaba con desprendimientos de rocas
+eternamente ceñidas de espumas. A un lado avanzaba
+el Cap-Martin, repeliendo el asalto de las olas, círculo
+de corderos blancos que se sucedían incesantemente
+surgiendo de las praderas azules; más allá, la costa de
+Italia, sonrosada por la melancolía de la tarde; y en el
+extremo opuesto, el Cap-d'Ail y el Cap-Ferrat, sobre
+cuyos lomos&mdash;abullonados de verde por las arboledas
+y moteados de blanco por las «villas»&mdash;empezaba á extenderse
+el sudario de oro que debía envolver la muerte
+del sol.</p>
+
+<p>&mdash;¡Hermoso!... ¡muy hermoso!</p>
+
+<p>La duquesa mostraba una alegría infantil. Se habían
+sentado frente al mar, saboreando la rumorosa calma,
+en la que se confundían los estremecimientos de los pinos,
+el profundo rodar de las espumas invisibles, la
+respiración de la llanura azul, los crujidos de la tierra,
+rozada por los rosarios de hormigas, por las procesiones
+de orugas, por la labor tenaz de los escarabajos, y conmovida
+al mismo tiempo en sus entrañas por el despertar
+de las raíces.</p>
+
+<p>De vez en cuando sonaba la arena del tortuoso sendero
+bajo pasos humanos. Eran inválidos ó convalecientes
+que recorrían los jardines á la salida del Museo; vecinos
+de Mónaco que regresaban á sus casas después de
+haber tomado el sol en un banco; gruesas comadres que<a name="page_253" id="page_253"></a>
+guardaban su calceta en un bolso; ancianos apoyados
+en un bastón, que tal vez no se habían embarcado nunca,
+pero tenían un aspecto de viejos marinos genoveses.
+También pasaban lentamente algunas parejas de enamorados.
+Aparecían en una revuelta del sendero cogidos
+del talle, silenciosos, mirándose. Al notar que en el
+banco había otra pareja, se desasían, improvisaban una
+conversación cualquiera y ganaban cuanto antes la revuelta
+inmediata, para repetir el tierno enlazamiento,
+no sin antes saludar con una sonrisa al príncipe y á la
+duquesa, como si adivinasen en ellos á otros enamorados.</p>
+
+<p>&mdash;¡Y pensar que nunca habíamos venido aquí!...&mdash;dijo
+Alicia&mdash;. Tú, á lo menos, posees tus magníficos jardines;
+pero yo, instalada en una «villa» que no es mas que una
+casa con unos cuantos árboles y teniendo por todo panorama
+el edificio de enfrente, soy tan estúpida, que me
+paso las tardes en el Casino, obscuro y cerrado como una
+bodega. ¡Qué horror!</p>
+
+<p>Se estremeció al pensar en el Casino. Le parecía ahora
+imposible que hubiese podido vivir en la penumbra ó
+bajo la luz artificial, mascando una atmósfera malsana,
+á las mismas horas en que este jardín extendía ante el
+mar su magnificencia silvestre y luminosa.</p>
+
+<p>&mdash;Hay muchas cosas bellas en el mundo&mdash;continuó&mdash;para
+las cuales no se necesita dinero. ¡Pensar que si no
+hubiésemos perdido no estaríamos aquí! Casi es mejor
+ser pobres.</p>
+
+<p>Miguel rió de su vehemencia. No; ser pobre no resultaba
+agradable; pero tenía razón al decir que para gozar
+de muchas cosas hermosas no es necesario el dinero.</p>
+
+<p>&mdash;Nosotros mismos&mdash;añadió él, después de una larga
+pausa&mdash;sólo nos conocemos verdaderamente desde que
+perdimos nuestra riqueza. ¡Quién sabe si de nacer pobres
+nos hubiésemos entendido mejor en nuestra juventud!...
+Muchas veces lo he pensado.</p>
+
+<p>Era cierto; y desde que estaba aquí en el banco, al
+lado de ella, pensaba lo mismo. La alegría de Alicia
+ante la tarde esplendorosa, su entusiasmo al verse en
+este jardín rústico frente al mar, lejos de ciertas gentes
+sin las cuales no creía antes tolerable la existencia,<a name="page_254" id="page_254"></a>
+lejos del juego, que era el único remedio para el vacío
+de su vida, todo esto halagaba al príncipe, como un descubrimiento
+de acuerdo con sus gustos. La veía ahora
+muy distinta á como se la había imaginado en otros
+tiempos. Y él también aparecía seguramente ante los
+ojos de ella de otro modo que en el pasado. Una muralla
+enorme los separaba antes: la riqueza, engendradora
+del orgullo y del afán de dominación.</p>
+
+<p>Sintió una necesidad de seguir hablando. Algo hervía
+en su interior, haciendo subir las palabras á la boca
+con una marea irresistible.</p>
+
+<p>«Vas á cometer una necedad enorme... ¡Atención!...
+Buscas complicar tu existencia...»</p>
+
+<p>Era el antiguo Lubimoff el que hablaba en su interior;
+el Lubimoff recién llegado de París para refugiarse
+en su Arca, lejos de todos los afectos vanos que forman
+la felicidad de la mayoría de los hombres; el áspero
+maestro de «los enemigos de la mujer».</p>
+
+<p>La voz ronca y plañidera no levantó ningún eco. El
+príncipe despreciaba á este fantasma que aún se mantenía
+en su interior, gimiendo sobre ruinas.</p>
+
+<p>Había permanecido hasta entonces aspirando con
+delicia el perfume de aquella mujer, que al mezclarse
+con el perfume de la tarde parecía comunicar su esencia
+á toda la Naturaleza. Veía el cielo, el mar, los árboles,
+todo á través de ella, como si llenase el espacio.</p>
+
+<p>También él había hecho un descubrimiento. Pensaba
+con horror en la solitaria Villa-Sirena, como la otra
+pensaba en el Casino. Le parecían más hermosos estos
+jardines de disfrute común que los de su propiedad,
+que todos le envidiaban. ¿Cómo podía haberse paseado
+solo en torno de su «villa», por las avenidas magníficas
+y solitarias, cuando existía en el mundo la voluptuosidad
+de sentarse en un banco público al lado de
+una mujer, ó caminar junto á ella pasando un brazo
+por su talle, lo mismo que aquellos pobres soldados y
+marinos?...</p>
+
+<p>«¡Muy bien, príncipe!... Enamorado como un adolescente
+pasados los cuarenta. ¡Adelante con tus necedades,
+si eso te divierte!... ¿Qué dirían los otros enemigos de la
+mujer?»<a name="page_255" id="page_255"></a></p>
+
+<p>Pero él no quiso oir esta última protesta de una mitad
+de su persona, olvidada y hostil.</p>
+
+<p>&mdash;Nuestra vida ha sido un engaño&mdash;dijo en voz alta,
+con cierta violencia, para no dejar traslucir su emoción&mdash;.
+Tú debes estar convencida de ello... Y también te das
+cuenta de que yo pienso lo mismo... de que reconozco
+mi error... Porque yo... porque yo, desde hace tiempo...
+¡yo te amo!... Ya está dicho: ahora ríete si quieres.</p>
+
+<p>Ella no quiso reir. Lanzó una ligera exclamación, le
+miró un instante y volvió la cara, como si huyese de la
+interrogación de sus ojos. Había presentido la llegada
+de esto de un momento á otro, ¡pero la sorpresa de escucharlo
+en la realidad!...</p>
+
+<p>Hubo un largo silencio.</p>
+
+<p>&mdash;¿Qué contestas?&mdash;preguntó al fin con timidez el famoso
+príncipe Lubimoff, adorado por tantas mujeres.</p>
+
+<p>Alicia volvió á mirarle.</p>
+
+<p>&mdash;¿No es una broma?... ¿No es un capricho que te ha
+sugerido la hermosura de esta tarde tan... poética?</p>
+
+<p>Miguel protestó con el gesto. ¡Considerar capricho
+aquella decisión grave que venía preparada por largas
+y penosas contradicciones interiores, lo mismo que un
+gran pensamiento!...</p>
+
+<p>&mdash;Si yo fuese como las más de las mujeres, te contestaría:
+«¿A cuántas has dicho lo mismo?» Pero esta pregunta
+es estúpida. Se puede haber dicho «Yo te amo» á
+una mujer con toda sinceridad, y algún tiempo después
+repetir lo mismo á otra, con más sinceridad aún... No
+quiero preguntarte á cuántas has dicho lo mismo; tal
+vez no lo has dicho á ninguna. Tú no necesitabas esforzarte,
+fingiendo la comedia del gran amor, para conseguir
+tus deseos: te esperaban anhelantes; te bastaba
+arrojar tu pañuelo de sultán... ¡Pero á mí!... Haz memoria,
+Miguel: de muchachos nos odiamos; después,
+cuando yo quise, tú no quisiste... ¡y ahora que ya empezamos
+á ser viejos!... ¡ahora que sólo poseo los restos de
+lo que fuí, que carezco de libertad, pues tengo... lo que
+tú sabes! Es un disparate, y por eso río. No: ¡nunca!</p>
+
+<p>El príncipe habló á su vez. Se habían odiado, era
+cierto, y este odio lo consideraba ahora como una felicidad.
+¡Qué desgracia la suya si hubiesen unido por el<a name="page_256" id="page_256"></a>
+matrimonio sus dos enormes fortunas y sus dos orgullos
+todavía más enormes!...</p>
+
+<p>&mdash;Nos hubiésemos separado una semana después; tal
+vez el mismo día&mdash;continuó Miguel&mdash;. Hasta tengo la
+sospecha de que te habría pegado.</p>
+
+<p>&mdash;Y yo á ti&mdash;dijo la duquesa&mdash;. No cabíamos juntos
+en ninguna parte. Era preciso que uno se sometiese al
+otro, y ninguno de los dos comprendía este sacrificio.</p>
+
+<p>&mdash;Lo mismo&mdash;siguió él&mdash;puedo decirte de aquella
+noche en que comimos juntos. Celebro mi conducta absurda
+y ridícula. Si hubiese cedido, algo irreparable
+existiría ahora entre nosotros; no nos hubiéramos vuelto
+á encontrar, no estaríamos aquí diciendo lo que decimos.</p>
+
+<p>Ella asintió.</p>
+
+<p>&mdash;Es cierto; no estaríamos aquí. Tú guardarías un recuerdo
+espantoso de mi persona; sé bien cómo era yo entonces.
+Tampoco habría ido á buscarte, aunque en ello
+me fuese la vida. Gracias á tu fuga de aquella noche podemos
+ser amigos, amigos eternos, hermanos si quieres;
+pero ¿por qué me hablas de amor?... Eso no es de nuestra
+edad. Ya pasó. ¿Qué ves en mí ahora que no tuviese
+de joven?</p>
+
+<p>&mdash;Veo tu desgracia.</p>
+
+<p>La voz del príncipe sonó grave y profundamente sincera
+al decir esto.</p>
+
+<p>Había reflexionado mucho, antes de contestarse á sí
+mismo, cuando se hacía una pregunta igual á la de Alicia.
+Estaba seguro de haber empezado á amarla el día
+que se presentó en Villa-Sirena á pedir el perdón de su
+deuda, confesando su ruina. ¡Pobre duquesa de Delille,
+acostumbrada á gastar millones al año, propietaria de
+minas preciosas, y teniendo que vivir del juego, como
+una aventurera!... Después, junto á su lecho, viendo sus
+lágrimas, escuchando el gran secreto de su vida, aquella
+maternidad oculta que la hacía llorar, se había dado
+cuenta definitivamente de este amor. En los últimos días,
+al contemplarla victoriosa en el Casino, su pasión se
+ensombrecía; la apreciaba menos. Luego, al verla arruinada
+y enferma de tristeza, su afecto iba renaciendo; y
+para auxiliarla, hasta se convertía en jugador, ¡él, que
+era incapaz de hacer esto ni por su propia salvación!...<a name="page_257" id="page_257"></a></p>
+
+<p>&mdash;Tú no puedes comprenderme: eres mujer. Muchas
+veces en mi vida, otras mujeres me han dicho, después
+de un acto suyo inexplicable: «No te esfuerces; los hombres
+nunca llegan á entendernos...» Yo digo lo mismo:
+una mujer tampoco puede comprender á un hombre...
+Te amo ahora porque me inspiras lástima, y la lástima
+conduce á la ternura, y la ternura es el verdadero amor,
+un amor que yo no había conocido nunca. Cada uno
+ama á su modo. La mayoría de las mujeres necesitan el
+orgullo en el amor; que el amado infunda admiración y
+envidia por su valentía, por su hermosura, su riqueza ó
+su talento. El hombre ama casi siempre por lástima, por
+la tierna conmiseración que le inspira la mujer. Nunca
+se siente más amante que cuando la cabeza femenil se
+apoya en su pecho con el abandono de la debilidad...
+Y cuando la mano de él se hunde en su cabellera, encuentra
+un cráneo pequeño y delicado (más pequeño
+siempre que se lo imagina), una cabeza que contiene
+palabras celestiales, gracias irresistibles, acciones grandiosas,
+pero rara vez guarda las energías de pensamiento
+que dan la superioridad al hombre. Sus miembros
+adorables no pueden defenderla. Y el hombre, al
+considerarla tan hermosa y tan débil, siente crecer su
+amor con la lástima y el deseo de protección.</p>
+
+<p>&mdash;No&mdash;dijo ella&mdash;. También la mujer conoce la conmiseración
+en su amor. El hombre que le era indiferente
+le interesa de pronto, al verlo infeliz; la que odiaba ayer
+vuelve al amante odiado, cuando lo considera en peligro.
+Nunca pone tanta ternura en su voz como al decir:
+«¡Pobrecito mío!...»</p>
+
+<p>El príncipe hizo un gesto de aceptación. ¡Sea en
+buena hora! Pero volvió inmediatamente á lo que le
+interesaba.</p>
+
+<p>&mdash;Hoy somos desgraciados; yo tanto como tú, pues
+he perdido lo que me hacía sobresalir sobre los demás
+hombres, y tal vez no lo recobre nunca... Pero tu situación
+es todavía peor; eres mujer, eres más pobre, y yo
+me siento atraído hacia ti y te digo lo que nunca hubiese
+dicho de seguir los dos en nuestra antigua posición,
+encerrados en nuestro orgullo.</p>
+
+<p>Siguió hablando en un tono arrullador, aproximándose<a name="page_258" id="page_258"></a>
+más á ella, casi en su oído, aspirando el perfume
+de la boa de piel que llevaba en el cuello y parecía
+guardar concentrada toda la esencia de su cuerpo.</p>
+
+<p>Repitió lo que había pensado en las noches, mientras
+luchaba con sus antiguas preocupaciones; lo que había
+resumido enérgicamente poco antes, mientras venía silencioso
+en el carruaje, al lado de ella. Habló del porvenir.
+Aún podían ser felices: era un amor reposado y
+durable lo que él la ofrecía; un amor de otoño, un amor
+para siempre, sin complicaciones dramáticas, plácido,
+tranquilo, dulcemente monótono, como las veladas junto
+al fuego.</p>
+
+<p>La mujer rió con una expresión dolorosa.</p>
+
+<p>&mdash;Tú olvidas quién soy; hablas lo mismo que si el
+pasado no existiese, como si tú no fueses tú, como si yo
+no tuviera todas esas historias que pesan sobre mi nombre.
+De hacerme otro esa proposición, ¡quién sabe!... Estoy
+cansada y me seduce un porvenir de reposo. ¡Pero
+tú!... Es imposible contigo: acabaríamos mal. Prefiero
+que seamos amigos, sin nada de amor. Resulta más seguro
+y durable.</p>
+
+<p>Al ver su gesto desalentado, Alicia continuó hablando.
+No le asustaba vivir con él por lo que pudieran decir
+las gentes. Era cierto que tenía un marido, y dominado
+ahora por un amor senil, iba á negarse á aceptar el
+divorcio. ¡Pero el caso que ella podía hacer de este obstáculo
+y de los comentarios de su mundo!... Mayores audacias
+contaba en su historia.</p>
+
+<p>&mdash;Es que no quiero... No me preguntes el motivo: no
+sabría explicártelo; mejor dicho, no me entenderías.
+Repito lo que te han dicho otras: «Tú eres un hombre, y
+no puedes comprender á las mujeres.» No, no quiero.
+Te hablaré más claro: con otro hombre que llegase á
+interesarme... no sé. ¡Somos tan débiles! ¡sentimos tales
+sorpresas en nuestra voluntad! Pero contigo, no... Nos
+conocemos demasiado: es imposible.</p>
+
+<p>Miguel habló con un tono de despecho y tristeza.</p>
+
+<p>&mdash;No te intereso: bien lo veo.</p>
+
+<p>Alicia volvió á reir tan expansivamente, que golpeó
+con una de sus manos las dos manos juntas del príncipe.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tonto!... ¿Crees de verdad que no me interesas? Si<a name="page_259" id="page_259"></a>
+me fueras indiferente, ¿te habría buscado en otro tiempo?...
+¿estaría aquí ahora contigo?</p>
+
+<p>Se mostró desconcertado el príncipe. «¡Entonces!...»
+Y se esforzó por descubrir qué obstáculo podía oponerse
+á su deseo. Si era por las cosas de su vida anterior, él
+las olvidaba. El príncipe Lubimoff tenía igualmente muchas
+historias que convenía no recordar...</p>
+
+<p>&mdash;Dejemos en paz al pasado. Tú eres otra mujer. Conozco
+tu existencia en los últimos años; además, me
+contaste la otra mañana lo que has sido desde que tu
+hijo vivió á tu lado... Yo te tomo á partir del momento
+en que reconociste la seriedad de la vida, al verte junto
+á un hombre formado con tu propia carne. Olvido á la
+Venus de otros tiempos, á la Helena del «banco de los
+viejos». Te deseo tal como eres actualmente, Venus dolorosa,
+que lloras, sufres, y necesitas un consuelo, una
+protección.</p>
+
+<p>Ella cesó de sonreir. Su boca se crispaba con un mísero
+gesto de gratitud; sus ojos estaban húmedos.</p>
+
+<p>&mdash;No&mdash;dijo con voz humilde&mdash;. Es imposible, á causa
+de eso mismo. ¡Mi hijo! ¡cómo me ha cambiado mi hijo!...
+Yo sé lo que significa todo eso de amor. No somos dos
+adolescentes que se engañan con ilusorias purezas y hablan
+del alma y del cielo, mientras sus cuerpos se buscan
+con un impulso natural. Si yo acepto tu amor, sé lo
+que esto significa inmediatamente, tal vez antes de que
+salga un nuevo sol. ¿Puedes imaginarte tal cosa?... Mi
+hijo, que no sé dónde está, que tal vez ha muerto, que
+por lo menos sufre en este momento lo que una mendiga
+no permitiría que sufriese un hijo suyo, y yo, mientras
+tanto, entregándome á un gran amor, á una pasión de
+esas que devoran los días y el pensamiento entero, como
+si aún viviese en la primera juventud, ¡ah, no!... ¡qué
+vergüenza! Conozco lo que un amor entre nosotros exige
+fatalmente, y me da espanto, me siento sin fuerzas para
+muchas cosas que antes consideraba sin importancia. Tú
+lo has dicho: soy otra.</p>
+
+<p>El príncipe se reanimó al conocer el obstáculo. Su
+hijo vivía; estaba seguro de ello. El había escrito al rey
+de España y á sus amigos influyentes de París; hasta
+había enviado cartas á Alemania por mediación de personajes<a name="page_260" id="page_260"></a>
+diplomáticos. Lo encontrarían de un momento
+á otro; él conseguiría que volviese al lado de su madre.
+¿Por qué iba á estorbar el pobre mozo el porvenir de los
+dos? Su hijo conocía la vida; los años pasados al lado de
+su madre le habían familiarizado con las irregularidades
+que tanto abundan en el mundo de los dichosos. No
+consideraría extraordinario que ella, sometida á un matrimonio
+que era una equivocación, rehiciese su existencia
+discretamente con un hombre al que conocía desde
+su adolescencia. Además, lo amaría como á un hermano
+menor. Contaba con poderosos amigos, capaces de ayudarle
+si deseaba trabajar. Los restos de su fortuna serían
+para él cuando muriese.</p>
+
+<p>Alicia agarró una de sus manos con la ternura del
+agradecimiento. «¡Cuán bueno eres!...» Pero de pronto
+secó sus lágrimas, sus ojos brillaron con una energía
+que parecía dirigirse contra ella misma, y continuó con
+voz dura:</p>
+
+<p>&mdash;No, no quiero. Veo lo inmediato: lo que va á ocurrir
+entre nosotros si me dejo arrastrar por tus hermosas
+palabras; veo á mi hijo... mejor dicho, no le veo, no
+sé qué es de él, ignoro si vive... Te digo que no. Es inútil
+que insistas.</p>
+
+<p>Se hizo un largo silencio. Pasó un soldado con la
+cabeza vendada bajo el kepis y una flor en una oreja,
+sonriendo á una muchacha rubia que se apoyaba en su
+brazo y canturreando los dos. El príncipe y la duquesa
+se separaron un poco en el banco y permanecieron en
+silencio: él mirando al suelo, preocupado y cejijunto;
+ella con los ojos en la raya del horizonte, siguiendo la
+lenta marcha de las goletas, que habían combado sus
+alas bajo la brisa precursora del crepúsculo.</p>
+
+<p>La tenacidad con que Miguel ponía su vista en el
+suelo hizo que Alicia se equivocase. Sus piernas quedaban
+algo descubiertas por el arrugamiento de la falda
+corta; unas piernas finas, que mostraban la blancura de
+su carne á través de las mallas de seda de color habana.</p>
+
+<p>&mdash;¿Miras mis medias?&mdash;preguntó ella, pasando repentinamente
+de la tristeza á la risa&mdash;. Fíjate. Eso que llevan
+al lado no son adornos, son zurcidos. Mi doncella
+me las arregla muy bien. ¡Qué quieres! Somos pobres.<a name="page_261" id="page_261"></a></p>
+
+<p>Y sin duda, para distraer á su enfurruñado acompañante,
+siguió con acento regocijado la enumeración de
+su miseria. ¡Ay, la guerra, con sus atroces encarecimientos!
+Las medias de seda eran malas, se rompían con sólo
+usarlas una vez, y únicamente podían adquirirse á precios
+fabulosos. Prefería prolongar la existencia de las
+que guardaba de sus tiempos de riqueza, por ser más
+sólidas. Lo mismo podía decir de los trajes. Hacía dos
+años que su guardarropa ignoraba las renovaciones,
+antes tan frecuentes.</p>
+
+<p>&mdash;Somos pobres&mdash;repitió con jocosa solemnidad&mdash;.
+Además, nos gusta el juego, y, como todos los jugadores,
+perdemos miles de francos y economizamos en las
+pequeñas cosas que alegran la existencia.</p>
+
+<p>Aguardaba una ganancia enorme y definitiva para
+ocuparse de su embellecimiento personal.</p>
+
+<p>Pero el príncipe, con los ojos y el gesto, dió á entender
+lo poco que le interesaban estas confidencias. Era
+inútil que pretendiese desviar la conversación. Miguel
+insistía en su demanda, ofendido por la negativa de Alicia.
+Tal vez con otro hombre se habría mostrado más
+clemente.</p>
+
+<p>Ella comprendió que debía volver á lo que interesaba
+á su acompañante, y dijo con varonil franqueza:</p>
+
+<p>&mdash;Yo sé lo que tienes. Te voy á hablar como un camarada,
+sin preocupaciones de sexo, lo mismo que te
+hablé aquella noche en mi estudio. Conozco la vida que
+llevas; sé igualmente lo de «los enemigos de la mujer»:
+una invención necia. Tú lo que necesitas, después de varios
+meses de soledad maniática, es una mujer. Escoge
+en torno de ti; las encontrarás, cuando quieras, más jóvenes,
+más hermosas que yo, que empiezo á verme tal
+como soy. ¿Por qué te fijas en mí? ¿Por qué turbar mi
+tranquilidad, cuando ya me he olvidado de esas cosas?...</p>
+
+<p>Sonrió el príncipe amargamente ante el remedio. Lo
+había pensado muchas veces. El censor que llevaba
+dentro repetía el mismo consejo: «Busca una hembra, y
+todo pasará inmediatamente; una hembra que sólo te
+inspire un interés momentáneo; nada de mujeres y de
+complicaciones pasionales. Haz lo mismo que recomendaste
+á Castro.» Muchas veces había entrado en el Casino<a name="page_262" id="page_262"></a>
+con el aire resuelto del matarife que va á escoger
+en el rebaño la res diaria. Examinaba la tropa femenina
+de las salas de juego, ocupada en mirar con un ojo la
+bayeta verde, mientras espiaba con el otro á los hombres
+que circulaban á sus espaldas.</p>
+
+<p>Sentía una atracción carnívora ante determinadas
+mujeres; una por el rostro, otra por el talle ó la estatura,
+algunas por su fealdad original ó su desarmonía
+incitante, que obraban sobre sus nervios como los manjares
+picantes ó ácidos obran sobre el paladar. No tenía
+mas que hacer una seña ó decir una breve palabra á
+muchas que, viéndose observadas por el famoso personaje,
+sonreían dispuestas á seguirle. Pero experimentaba
+de pronto la antipatía que inspiran las cosas repetidas
+hasta la saciedad, el vacío de lo que se conoce
+hasta el cansancio. Nada nuevo podía esperar; se horrorizaba
+pensando en el parloteo vano de una desconocida
+que desea hacerse interesante; en las mentiras de un
+sentimentalismo repentino y falso; en la grotesca animalidad
+del acoplamiento que daría fin á tanta molestia.
+No; le era imposible. Una sola vez, con la desesperada
+energía del enfermo que traga un medicamento repugnante,
+había seguido á uno de estos animales hermosos,
+para sentirse poco después arrepentido de su vileza y
+avergonzado de su fracaso.</p>
+
+<p>&mdash;Eres tú; tú, y ninguna más&mdash;dijo sombríamente&mdash;.
+Tú, ó nadie.</p>
+
+<p>Alicia habló con el mismo tono grave. Sabía por experiencia
+lo que era esto. Deseamos con mayor anhelo
+lo que nos es imposible conseguir; hacemos un objeto
+único de todo lo que está fuera de nuestro alcance.</p>
+
+<p>Pero estos razonamientos exasperaron á Lubimoff,
+hasta hacerlo injusto.</p>
+
+<p>&mdash;Te conozco&mdash;dijo avanzando en el banco, al mismo
+tiempo que la miraba de cerca con unos ojos apasionados
+y agresivos&mdash;. Sé cómo sois las mujeres: todas vanidosas
+y vengativas. No puedes olvidar la noche en que
+quisiste y yo no quise, y ahora te das el placer de mi
+suplicio; gozas haciéndome sufrir...</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, Miguel!&mdash;interrumpió ella con un tono de protesta.<a name="page_263" id="page_263"></a></p>
+
+<p>Lubimoff siguió hablando rencorosamente, y esta indignación
+conmovía á Alicia más que los ruegos humildes
+de poco antes. Era la imploración desesperada del
+desahuciado que quiere volver á la vida normal.</p>
+
+<p>&mdash;Te amo... te necesito. ¡Yo te tendré!</p>
+
+<p>Sobre el lomo del Cap-d'Ail descendía la esfera anaranjada
+del sol. Su borde interior tocaba ya la línea
+ondulante de los jardines y los edificios. Por un momento
+concentró sus rayos en haz á través de la columnata
+de un <i>belvedere</i>, como si se asomase á un arco de
+triunfo antes de morir. Una luz azul que parecía emerger
+del mar iba repeliendo en los jardines el oro desmayado
+de la tarde.</p>
+
+<p>&mdash;¡No!... ¡no quiero!</p>
+
+<p>La voz de Alicia rasgó el rumoroso silencio con un
+temblor de sorpresa para convertirse inmediatamente
+en sordo y prolongado rugido, como si algo pesase sobre
+su boca. Miguel había echado sus dos brazos sobre los
+hombros de ella, dominándola, inclinando su busto,
+oprimiéndolo contra su pecho. Su boca buscaba la otra
+boca que pretendía resistirse, huyendo con violentas
+contorsiones del cuello. Finalmente, cesó el rugido de
+protesta. Las dos cabezas permanecieron inmóviles.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, Miguel... Miguel!&mdash;suspiró ella, librándose por
+un momento de la caricia para volver á someterse á
+aquellos labios que la perseguían con avidez.</p>
+
+<p>Hablaba como una vencida. Había vuelto de golpe á
+su pasado, estremeciéndose al contacto de tantas cosas
+olvidadas que una larga abstinencia hacía completamente
+nuevas. Esta boca ardorosa y dominadora la despertaba
+de un sueño que había durado años. Su renacimiento
+venía de más lejos que el de Miguel.</p>
+
+<p>Se olvidó de lo que la rodeaba. Sus ojos continuaron
+abiertos, pero se habían borrado de ellos el mar, el cielo
+dulce del ocaso, hasta las ramas de pino que formaban
+un dosel silvestre sobre sus cabezas.</p>
+
+<p>De pronto volvió á contemplarlo todo, encorvándose
+al mismo tiempo para repeler al hombre.</p>
+
+<p>&mdash;No, no quiero... ¡Esa mano!... Pueden vernos. ¡Qué
+locura!</p>
+
+<p>El príncipe era un atleta, pero la emoción debilitaba<a name="page_264" id="page_264"></a>
+sus fuerzas. Además, éstas se esparcían en una doble
+actividad, queriendo dominar á la mujer y explorarla á
+la vez en sus misterios, con la furia del imperativo sexual.
+Ella se contrajo y se irguió varias veces, dúctil y
+reptilina, consiguiendo al fin escapar de la cadena de
+los brazos masculinos mientras lanzaba un suspiro de
+fatiga y satisfacción.</p>
+
+<p>Lubimoff, vuelto á la realidad, vió á Alicia de pie
+ante él, acabando de alisar su vestido en desorden, llevándose
+luego las manos á su cabellera, al torcido sombrero,
+á la boa que se deslizaba de sus hombros.</p>
+
+<p>&mdash;Vámonos&mdash;dijo con un laconismo de enfado.</p>
+
+<p>La siguió el príncipe, cabizbajo, arrepentido de su
+violencia. A los pocos pasos, ella pareció conmoverse
+por este mutismo que representaba un arrepentimiento,
+y volvió á sonreir:</p>
+
+<p>&mdash;Ya sé que en adelante no debo verte á solas... Olvidaba
+que eres un marino, acostumbrado á bajar en los
+puertos con premura, sin querer perder tiempo.</p>
+
+<p>Marcharon lentamente, con una placidez igual á la
+del sereno crepúsculo.</p>
+
+<p>Al salir de los jardines hicieron un alto frente al Museo.
+¡Volver por el mismo camino!... Miguel descubrió á
+un lado del edificio una escalinata rústica tallada á trechos
+en la roca y completada en las oquedades con peldaños
+de ladrillos. Descendía hasta la ribera del mar
+formando diversos tramos, y á su final, un camino siguiendo
+el borde de la costa conducía al puerto.</p>
+
+<p>La mujer vaciló bajo el arco de entrada.</p>
+
+<p>&mdash;Te advierto&mdash;dijo amenazando con un dedo á Miguel&mdash;que
+si vuelves á las tuyas, pido socorro. ¿Me prometes
+ser hombre serio?... ¿Palabra?... Bueno; marcha
+delante: no me fío.</p>
+
+<p>El se lanzó por la escalera como un explorador. El
+palacio del Museo parecía desdoblarse así como iban
+descendiendo. Además del edificio á flor de tierra, había
+un segundo edificio costa abajo, que asentaba sus
+muros de piedra con grandes ventanales sobre las rocas
+del acantilado.</p>
+
+<p>En una revuelta, el príncipe se detuvo para esperar
+á su compañera. Descendía lentamente, dejando entre<a name="page_265" id="page_265"></a>
+los dos una separación de varios peldaños. Tenía los pies
+más arriba de la cabeza de Lubimoff, y á éste le bastó
+elevar un poco los ojos para ver aquellas medias cuyo
+zurcimiento había explicado la duquesa.</p>
+
+<p>Vió algo más, que le hizo estremecerse; y con la ligereza
+de un muelle que se dispara, salvó en varios saltos
+los escalones que existían entre ambos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Miguel... que grito!&mdash;exclamó ella al verle llegar,
+extendiendo las manos para rechazarle y queriendo huir
+al mismo tiempo.</p>
+
+<p>Había abarcado en sus brazos la parte baja del adorable
+cuerpo. No podía ascender más: las manos de
+Alicia repelían su cabeza con un impulso nervioso. Y
+él, con la incoherencia de la pasión, besó sus pies y el
+arranque de sus piernas; besó su falda allí donde pudo,
+en los ángulos redondeados de sus rodillas, en la suave
+curva del vientre.</p>
+
+<p>Ella se irritó al sentirse inmovilizada, sin poder huir.</p>
+
+<p>&mdash;¡Déjame!... Esto es ridículo. ¡Acabemos!</p>
+
+<p>Y el sombrero del príncipe rodó de escalón en escalón,
+bajo un golpe de aquellas manos finas que se defendían
+á ciegas.</p>
+
+<p>Este incidente le devolvió su serenidad. Sí; efectivamente,
+era ridículo. Y como viese en Alicia la intención
+de desandar el camino, volviendo á los jardines, Miguel,
+para inspirarle confianza, corrió escalera abajo, sin volver
+la cabeza, sin preocuparse de si ella le seguía.</p>
+
+<p>Se juntaron al borde del mar, en un ancho camino
+que serpenteaba entre las rocas sueltas orladas de espuma
+y las paredes casi verticales del acantilado. Las mesetas
+y oquedades de la piedra habían sido aprovechadas,
+en este promontorio de escasas superficies horizontales,
+para construir algunos edificios que albergaban á
+las familias de los empleados de Mónaco. En el filo del
+acantilado aparecía, como una cabellera verde, la línea
+bordeante de los jardines altos, cortada á trechos por
+viejas obras de fortificación.</p>
+
+<p>Eran bastiones en declive, con garitas salientes en
+sus ángulos, iguales á los que se ven en los viejos grabados
+ó en las decoraciones de teatro. Enormes lápidas
+de piedra con caracteres latinos cantaban la gloria de<a name="page_266" id="page_266"></a>
+los diversos príncipes soberanos que habían hecho construir
+estas costosas obras de defensa, ahora anacrónicas
+é inútiles. Lubimoff esperaba ver surgir de las garitas
+algún granadero de uniforme blanco y vueltas de grana,
+llevando sobre el negro mostacho y la peluca con polvos
+una mitra de oro.</p>
+
+<p>Caminaron lentamente en el crepúsculo. Arriba, la
+luz anaranjada del ocaso enrojecía suavemente las aristas
+de la roca, las arboledas, las fachadas blancas. Al
+borde del mar, la sombra era azul, una sombra de noche
+lunar. El cielo ensangrentado por la puesta del sol
+permanecía invisible para ambos detrás del peñón de
+Mónaco. Sólo podían contemplar el cielo de la parte de
+Italia, cada vez más obscuro, más denso, preparándose
+á dar paso á las primeras punzadas luminosas de las estrellas.</p>
+
+<p>Se cruzaron con varios pescadores que regresaban á
+sus viviendas cargados de cestos y redes.</p>
+
+<p>Alicia experimentaba inquietud en algunas revueltas
+completamente solitarias. Luego, al ver una casa ó un
+transeunte que se iba aproximando, reanudaba su conversación.
+Lo que ella temía era un alto en el camino,
+sentarse con el príncipe en el pequeño parapeto que
+bordeaba la costa. ¡Mientras siguiesen marchando!...</p>
+
+<p>Dejó sin protesta que Lubimoff pasase un brazo por
+otro suyo, apoyándose en él. ¡Se expresaba con tanta
+humildad!... Parecía arrepentido de sus atrevimientos;
+le pedía perdón con su pálida sonrisa. Además, le hablaba
+de su hijo con un optimismo acariciador. Todos
+los temores de ella eran infundados; su hijo volvería:
+estaba seguro de ello. Iba á recibir buenas noticias de
+un momento á otro; tal vez aquella misma noche.</p>
+
+<p>Era un hombre, y por mucho que amase á su madre
+acabaría por amar á otra mujer con mayor vehemencia,
+creándose una vida aparte, como todos los demás.</p>
+
+<p>&mdash;Y tú, que aún puedes considerarte joven, que tienes
+derecho á largos años de ventura, ¿quieres renunciar á
+todo, como una vieja?... ¿Por qué? ¿Qué adelantas con
+eso?...</p>
+
+<p>Ella bajaba la frente sin saber qué contestar, y su
+turbación era tal, que no hizo el menor movimiento<a name="page_267" id="page_267"></a>
+cuando el brazo de Miguel dejó de apoyarse en el suyo
+para ceñir su talle. Así avanzaron, estrechamente ligados,
+formando un solo cuerpo, dando paso tras paso instintivamente,
+sin saber hacia dónde marchaban. El, con
+los ojos puestos en ella, espiaba su rostro, esperando la
+caída de una mirada, de un monosílabo de aceptación.
+Alicia temía encontrarse con estos ojos implorantes, y
+entornaba los suyos.</p>
+
+<p>&mdash;Di que sí&mdash;murmuró Lubimoff&mdash;, di que quieres.
+Por algo nos hemos encontrado; por algo viniste á buscarme.
+Vamos á rehacer unas vidas que se torcieron por
+nuestra vanidad y nuestro orgullo. Seamos, aunque algo
+tarde, lo que debimos ser.</p>
+
+<p>&mdash;No&mdash;suspiraba Alicia&mdash;, no puedo... ¡Mi hijo!...</p>
+
+<p>Y á continuación se apresuró á murmurar, como
+arrepentida:</p>
+
+<p>&mdash;Sí; tal vez... más adelante... Pero ahora, no. ¡Qué
+vergüenza!... Cuando yo esté tranquila, cuando no sienta
+esta preocupación que me destroza... Te quiero; ¿te basta
+con eso? Te quiero...</p>
+
+<p>Estas dos palabras le bastaban al príncipe. El, que
+había llegado con tantas mujeres á los mayores extremos
+de dominación, sin sentirse nunca ahito, se contentaba
+con la breve frase, que tenía para sus oídos una
+música dichosa.</p>
+
+<p>Fué subiendo su brazo más arriba del talle de Alicia,
+mientras con la otra mano reclinaba su cabeza en uno
+de sus hombros.</p>
+
+<p>Sonó un beso, un larguísimo beso, sin que se detuviese
+la marcha de los dos. La mujer no opuso resistencia,
+y poco después, su boca, animada por un despertar
+febril, se unió á este beso, haciéndolo más apasionado,
+más vibrante é interminable. Ya no sentía miedo; seguían
+caminando, y á su enamorado le era imposible
+repetir las osadías del jardín. Es más: se confesaba interiormente,
+con cierta vergüenza, el deleite que esta caricia
+andante resucitaba en ella.</p>
+
+<p>&mdash;Te quiero&mdash;suspiró, sin saber lo que decía&mdash;, te
+quiero; ¡pero lo otro, no!... Amémonos como si fuésemos
+muchachos. Es ridículo á nuestra edad... ¡pero tan dulce!</p>
+
+<p>En aquel momento, el alma de Lubimoff era igual<a name="page_268" id="page_268"></a>
+á la suya. Este simple beso le pareció el mayor de
+los placeres que había conocido. Encontraba á la vida
+un encanto nunca sospechado. Creyó contemplar el paisaje
+más hermoso de la tierra. ¡Qué interesantes las
+viejas fortificaciones! ¡Qué grande hombre Alberto de
+Mónaco al construir esta ruta asfaltada y solitaria, para
+que él marchase prendido por su boca á la boca de una
+mujer!...</p>
+
+<p>Caminaban lo mismo que si estuviesen ebrios, en
+continuo zigzag, desde el parapeto al corte del acantilado,
+labios con labios, los ojos tocándose, como si nada
+existiese más allá, é imaginándose buenamente que marchaban
+en línea recta. Desde lejos les hubiesen creído
+dos adversarios que luchaban, tambaleándose con los
+empujones de la pelea.</p>
+
+<p>El, dominado repentinamente por el deseo, quedó
+inmóvil y se negó á seguir adelante.</p>
+
+<p>&mdash;¡No... no!</p>
+
+<p>Alicia protestaba ante el peligro, quebrantada aún su
+voluntad por las emociones recientes, pero esforzándose
+por mantener su negativa.</p>
+
+<p>La boca de él se había separado de la suya. Sus ojos
+brillaban con un estrabismo agresivo. Las manos bajaron
+á lo largo del cuerpo femenil, ganchudas como garras.</p>
+
+<p>&mdash;¡No quiero; te he dicho que no quiero!... ¡Sigamos!</p>
+
+<p>Ella se agitó entre sus brazos con una agilidad de
+gimnasta, y al salir de este encierro sonó un crujido de
+tela desgarrada.</p>
+
+<p>&mdash;¡Mira, bárbaro!... ¡mira lo que has hecho!</p>
+
+<p>Estaba inmóvil, con la boa de piel cayéndose de uno
+de sus hombros, mientras buscaba en el otro el rasguño
+que acababa de sufrir su vestido.</p>
+
+<p>Miguel, colocándose á sus espaldas, vió que tenía
+una manga casi suelta, dejando ver la blanca carne del
+brazo y la deliciosa oquedad de la axila con su fino
+musgo.</p>
+
+<p>Se arrepintió de su violencia, de sus maneras, que
+rompían al acariciar, como las de un marinero ebrio.</p>
+
+<p>Otra vez se apiadó Alicia de su confusión infantil.</p>
+
+<p>&mdash;No vale la pena. Es un vestido de hace dos años;<a name="page_269" id="page_269"></a>
+está tan viejo, que se rompe con solo mirarlo... Inconvenientes
+de pasear con una pobre.</p>
+
+<p>Después la preocupó este rasguño tan visible. Iba á
+entrar en Monte-Carlo, á pie ó en tranvía; ¡qué dirían
+viéndola en tal estado!</p>
+
+<p>&mdash;Un alfiler; ¿tienes un alfiler?</p>
+
+<p>Esta petición aumentó el remordimiento del príncipe.
+¿Dónde puede encontrar un hombre un alfiler?... Mientras
+Alicia buscaba en sus ropas inútilmente, él pensó en
+regresar al Museo ó escalar los peñascos hasta una de
+aquellas casas donde vivían los empleados del príncipe.
+Habría dado cien francos por un alfiler... pero se acordó
+de que no tenía nada en sus bolsillos.</p>
+
+<p>Empezó á registrarse lo mismo que ella, aunque tenía
+la certeza de que la rebusca era inútil.</p>
+
+<p>De pronto sonrió triunfante.</p>
+
+<p>&mdash;Toma el alfiler.</p>
+
+<p>Era el de su corbata; una perla famosa, muy admirada
+por las mujeres, y que no había querido dar nunca,
+por ser regalo de la princesa Lubimoff.</p>
+
+<p>Tuvo que encargarse él mismo de arreglar la rotura
+de la espalda, suspirando de angustia.</p>
+
+<p>&mdash;No sabes&mdash;decía riendo Alicia&mdash;. Cuidado, que me
+pinchas. ¡Qué torpe!</p>
+
+<p>Pero él acabó por sentirse contento de su torpeza.
+Acariciaba el desnudo brazo con sus dedos, se estremecía
+al rozar aquel pliegue de la carne que guardaba
+en su sombra aterciopelada cierto misterio sexual.</p>
+
+<p>&mdash;¡Quieto!&mdash;chilló ella&mdash;. No vuelvas á las andadas;
+mira que me enfado... Bien está así... ¡Vámonos!</p>
+
+<p>Se echó atrás la boa para ocultar el torpe remiendo
+y la perla, que resaltaba con una magnificencia incoherente.
+Volvieron á marchar, sin que Miguel intentase
+nuevas audacias. El último incidente le había hecho circunspecto.
+Insultábase en su interior, considerándose
+un bárbaro, incapaz de vivir entre verdaderas señoras.</p>
+
+<p>Al llegar á la última revuelta salieron de la penumbra
+azul del acantilado. Sobre sus cabezas tenían el ángulo
+final del baluarte y una garita de piedra; enfrente
+el puerto, con su boca flanqueada de dos torrecillas
+luminosas, y en la ribera opuesta la altura de Monte-<a name="page_270" id="page_270"></a>Carlo,
+sus edificios enormes, sus cúpulas charoladas, que
+reflejaban el último fuego rosa del crepúsculo.</p>
+
+<p>Los dos se detuvieron instintivamente. En mitad del
+puerto, el yate blanco del príncipe de Mónaco estaba
+inmóvil, tirando de su boya. Junto al muelle cercano
+unas cuantas tartanas cabeceaban, moviendo su mástil
+único, y un vapor español, ostentando su bandera neutral,
+descargaba sacos de arroz y toneles de vino. La
+presencia de varios grupos de hombres diseminados
+frente á las embarcaciones les impuso prudencia. Dejaban
+de estar solos. Habían entrado de nuevo en la vida.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué corto el camino!&mdash;exclamó el príncipe.</p>
+
+<p>Lo mismo pensaba ella. «Sí, ¡qué corto!»</p>
+
+<p>No debían marchar juntos. Era preciso despedirse
+allí, lejos de la gente.</p>
+
+<p>Alicia lo tendió sus dos manos.</p>
+
+<p>&mdash;¿Nada más?&mdash;suspiró Miguel.</p>
+
+<p>Vaciló la duquesa un instante. Luego, con una agilidad
+de muchacha, como si aún fuese la amazona endiablada
+del Bosque de Bolonia, saltó hacia él con los
+brazos abiertos.</p>
+
+<p>&mdash;Toma... toma... y toma.</p>
+
+<p>Fueron tres besos rápidos, fulgurantes, que sólo duraron
+un segundo; tres besos que hicieron pensar á Lubimoff
+si lo ignoraría aún todo en la vida, pues nunca
+había sentido el estremecimiento que circuló por su
+cuerpo desde el cerebro á los pies.</p>
+
+<p>&mdash;¡Más!... ¡dame más!</p>
+
+<p>Ella rió de su gesto implorante.</p>
+
+<p>&mdash;Se acabaron las locuras... Otro día, ¡quién sabe!...
+Ahora vuelvo á mis preocupaciones. Me da miedo entrar
+en mi casa; siento terror y esperanza. ¡Ay, la noticia
+que puedo recibir de un momento á otro!... Di: ¿tú
+crees de verdad que no le ha pasado nada?... ¿tú crees
+que podrá volver?...<a name="page_271" id="page_271"></a></p>
+
+<h3><a name="VIII" id="VIII"></a>VIII</h3>
+
+<p>Spadoni entró en la habitación de Novoa con el propósito
+de hacerle hablar. Creía ahora fervorosamente en
+la ciencia del profesor, y al verlo predispuesto al juego
+y reflexionando sobre sus misterios, esperaba de él, con
+la simplicidad del creyente, algo milagroso, un descubrimiento
+genial que los enriqueciese á los dos. Por esto
+el pianista se levantaba antes que de costumbre, para
+sorprender al catedrático durante sus ocupaciones de
+limpieza personal. Consideraba estas horas las mejores
+para una confidencia.</p>
+
+<p>&mdash;La palabra azar&mdash;dijo Novoa&mdash;carece de sentido;
+mejor dicho, no existe el azar. Es un invento de nuestra
+debilidad y nuestra ignorancia. Decimos que un
+fenómeno es debido al azar cuando sus causas nos son
+desconocidas ó nos parecen inaccesibles al análisis. Ignoramos
+las causas de la mayor porte de los hechos, y
+salimos del paso atribuyendo éstos al azar.</p>
+
+<p>El músico abrió sus ojos de odalisca, contrayendo á
+la vez el rostro aceitunado con un gesto de atención y
+respeto. No entendía bien las palabras del sabio, pero
+las admiraba de antemano, como un preludio de revelaciones
+más practicas y de inmediata aplicación.</p>
+
+<p>&mdash;Todo fenómeno&mdash;continuó Novoa&mdash;, por mínimo
+que parezca, tiene una causa, y un hombre de cerebro
+infinitamente poderoso, infinitamente informado de las
+leyes de la Naturaleza, sería capaz de prever todo lo
+que puede ocurrir dentro de unos minutos ó dentro de
+unos siglos. Con un hombre así sería imposible jugar á<a name="page_272" id="page_272"></a>
+ningún juego. El azar no existiría para él. Poseyendo el
+secreto de las pequeñas causas que hoy escapan á nuestra
+inteligencia y de las leyes que rigen sus combinaciones,
+sabría perfectamente todo lo que puede surgir
+del misterio de la baraja ó de los números de la ruleta.
+No habría quien le resistiese.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, profesor!&mdash;suspiró admirado el pianista.</p>
+
+<p>Hacía votos mudamente por que su ilustre amigo siguiese
+estudiando. ¡Quién sabe si llegaría á ser ese hombre
+todopoderoso, y, apiadándose de él, lo llevaría á la
+rastra de su gloria!</p>
+
+<p>Novoa sonrió de la candidez de Spadoni y siguió
+hablando.</p>
+
+<p>&mdash;El número de hechos que atribuímos á ese azar
+(que no es mas que una causa ficticia creada por nuestra
+ignorancia) varía, del mismo modo que varía la ignorancia,
+según los tiempos y según los individuos.
+Muchas cosas que son azar para el iletrado no lo son
+para el hombre estudioso. Lo que hoy es azar no lo será
+tal vez dentro de algunos años. Los descubrimientos
+científicos acabarán por restringir considerablemente el
+dominio del azar al disminuir nuestra ignorancia.</p>
+
+<p>Se dilató el rostro del pianista con un gesto de ilusión.</p>
+
+<p>&mdash;Usted es un sabio, profesor, ¡un gran sabio!... No
+mueva la cabeza; yo sé lo que digo. Y tengo la seguridad
+de que si continúa estudiando estas materias importantes,
+encontrará una martingala que...</p>
+
+<p>Le interrumpió el español, señalando á una baraja
+sobre una mesa próxima. Se adivinaba que había hecho
+estudios durante la noche, antes de acostarse. Esta baraja
+era para Spadoni un testimonio de laboriosidad
+científica, más digno de respeto que todos los libros
+procedentes de la biblioteca del príncipe que estaban
+olvidados en los rincones. El catedrático se preocupaba
+ahora de los misterios del azar, y Spadoni estaba convencido
+de que encontraría algo mejor que todo lo que
+llevaban inventado los simples jugadores.</p>
+
+<p>Pero su esperanza se desvaneció ante el gesto desalentado
+de Novoa.</p>
+
+<p>&mdash;Mire usted esta baraja: unos cuantos pedazos de
+cartón, ¡y sin embargo, resulta inmensa como el universo!<a name="page_273" id="page_273"></a>
+Hace sufrir el vértigo del infinito, lo mismo que
+cuando se mira arriba con el telescopio ó abajo con el
+microscopio. ¿Sabe usted cuántas combinaciones pueden
+hacerse con una baraja de cincuenta y dos cartas?... No
+sé cómo decírselo: ni el diccionario ni la aritmética conocen
+esta cifra por inútil, pues está mas allá de los
+cálculos humanos. Inventemos la palabra: ochenta undecillones,
+ó sea un 8 seguido de sesenta y siete ceros...
+Dos hombres que se pusieran á jugar con una baraja de
+cincuenta y dos cartas y jugasen una partida por minuto,
+siendo en cada partida el juego diferente, sólo llegarían
+á agotar todos las combinaciones posibles después
+de cien millones de siglos.</p>
+
+<p>Se hizo un largo silencio, como si el ambiente de la
+habitación quedase agobiado por el peso de estas cifras
+inconcebibles. Spadoni bajaba la cabeza.</p>
+
+<p>&mdash;Ahora, dígame usted&mdash;continuó el profesor&mdash;qué
+puede un pobre ser humano, con todos sus cálculos de
+probabilidades, contra este infinito.</p>
+
+<p>Y agarrando un puñado de cartas, las dejó caer de
+nuevo sobre la mesa, como una lluvia susurrante de
+colores.</p>
+
+<p>&mdash;Todo depende del azar&mdash;añadió&mdash;, ó mejor dicho,
+del error. Perdemos por error y ganamos por él igualmente.
+Nuestro error es el resultado de una infinidad de
+errores infinitesimales debidos á otra infinidad de pequeñas
+causas, cuyo análisis no podemos intentar siquiera.
+Estas pequeñas causas son independientes las
+unas de las otras, y como es el azar quien las dirige,
+obran tan pronto en un sentido como en otro. Cuando
+el error infinitesimal es positivo, nos hace ganar; cuando
+es negativo, perdemos.</p>
+
+<p>Spadoni movió la cabeza afirmativamente, aunque
+sin entender gran cosa. Lo único claro para él era lo de
+los errores infinitesimales que hacen perder. Los conocía;
+eran á modo de microbios, de gérmenes maléficos,
+adheridos á él para siempre. Y deseaba que su sabio
+amigo encontrase un antiséptico para exterminarlos.</p>
+
+<p>&mdash;Además&mdash;dijo Novoa&mdash;, si existen probabilidades
+de ganancia, estas probabilidades son proporcionales á
+las fortunas de los jugadores. Un jugador pobre tiene<a name="page_274" id="page_274"></a>
+menos probabilidades de ganar que otro que disponga
+de capitales.</p>
+
+<p>&mdash;Entonces, ¿nosotros...?&mdash;preguntó melancólicamente
+el músico.</p>
+
+<p>&mdash;Nosotros estamos abajo y hemos nacido para víctimas.
+El juego es una imagen de la vida: los fuertes
+triunfan sobre los débiles.</p>
+
+<p>Spadoni quedó pensativo.</p>
+
+<p>&mdash;Yo he visto&mdash;dijo&mdash;jugadores ricos que acaban
+arruinándose como los demás...</p>
+
+<p>&mdash;Porque no se retiran á tiempo, cuando la fuerza de
+resistencia de sus capitales hace llegar la hora de la ganancia.
+También, en la vida, los grandes devoradores,
+los hombres de espada, los multimillonarios, los gobernantes,
+son á su vez devorados por una nivelación final:
+la muerte. Pero antes de esto triunfan por los medios
+poderosos que la suerte ha puesto en sus manos. Nosotros
+los pobres no triunfamos jamás un día entero.
+Querer ganar una fortuna enorme con un pequeño capital
+equivale á querer perder el pequeño capital.</p>
+
+<p>Los dos quedaron desalentados; pero Novoa parecía
+haber sufrido el contagio de las ilusiones de su compañero,
+y sintió la necesidad de reanimarse con una fantasía
+de jugador.</p>
+
+<p>&mdash;¿Sabe usted, Spadoni, cuánto puede ganarse con
+mil francos? Anoche me entretuve haciendo el cálculo.</p>
+
+<p>Y señaló un pedazo de papel lleno de cifras que asomaba
+entre los naipes. ¡Lo mismo que el pianista!...</p>
+
+<p>&mdash;Con mil francos, siempre doblando durante ciento
+cuarenta y tres partidas (unas cuatro horas), se puede
+ganar un bloque de oro cien mil millones de veces más
+grande que el sol.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, profesor!...</p>
+
+<p>Se miraron los dos con unos ojos de ardor místico,
+como si realmente estuviesen contemplando este bloque
+inconmensurable. ¿Qué representaba al lado de tal visión
+la ganancia de unos cuantos miserables millones?...</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Toledo se iba dando cuenta poco á poco de las paulatinas
+transformaciones de su amigo el sabio.<a name="page_275" id="page_275"></a></p>
+
+<p>Le preocupaba mucho el adorno de su persona; había
+pedido al coronel que lo recomendase á su sastre de
+Niza; hacía frecuentes viajes á esta ciudad sólo para
+sus compras.</p>
+
+<p>Además, jugaba. Don Marcos le sorprendió repetidas
+veces junto á una mesa del Casino, de pie y meditando
+antes de arriesgar alguna de las fichas que formaban
+breve columna oprimidas por su diestra. Parecía deslumbrado
+por la facilidad de sus ganancias. Eran pequeñas
+cantidades, pero ¡tan considerables en comparación
+con las que había recibido por sus trabajos anteriores!
+Media hora le bastaba para ganar el sueldo de
+un mes. Una tarde había llegado á reunir tres mil francos:
+más de medio año de trabajo en la cátedra y el
+laboratorio....</p>
+
+<p>Monte-Carlo le parecía un país interesante y la vida
+en él un descanso plácido, que resaltaba sobre la monotonía
+parda y laboriosa de su existencia anterior. El
+Museo Oceanográfico podía aguardarle: no se movería
+durante su ausencia de la punta del peñón de Mónaco.
+Los estudios de la fauna marítima no iban á progresar
+en unos cuantos meses. Y cuando el director le veía
+entrar de tarde en tarde, con un aire decidido, en el
+ambiente reposado y silencioso del Museo; cuando reparaba
+en sus trajes flamantes, en la exactitud con que seguía
+las modas masculinas, balanceaba la cabeza melancólicamente.
+No era el primero. ¡Ah, Monte-Carlo!... Los
+viejos profesores miraban con un ceño de profeta á la
+ciudad de enfrente. Jóvenes llegados de diversos lugares
+de la tierra para estudiar los misterios del Océano
+acababan por hacer cálculos matemáticos sobre las probabilidades
+de la ruleta.</p>
+
+<p>&mdash;Y además, tiene el amor&mdash;decía Castro al comunicarle
+Toledo sus impresiones sobre Novoa&mdash;. Cuando no
+juega está al lado de esa Valeria.</p>
+
+<p>Eran novios. El profesor lo había comunicado misteriosamente
+á todos sus amigos, luego de rogar á cada
+uno que guardase el secreto. Después de sus fútiles galanteos
+de estudiante, éste era el primero, el gran amor
+de su existencia. Le inquietaba un poco la humildad de
+su situación. ¿Qué diría Valeria, cuando fuese su esposa,<a name="page_276" id="page_276"></a>
+al enterarse de lo poco que ganaba como sabio?... Pero
+inmediatamente ponía su esperanza en el juego, aquella
+fortuna no sospechada que se le ofrecía ahora diariamente.</p>
+
+<p>&mdash;Que siga esto unos cuantos meses&mdash;afirmaba ante
+el coronel&mdash;, y habré reunido un capitalito antes de terminar
+el período de mis estudios. Todos los días guardo
+algo, y eso que ahora gasto más que nunca. Hay que
+ser <i>chic</i>, como mi novia.</p>
+
+<p>Toledo se limitaba á contestar con una sonrisa
+equívoca.</p>
+
+<p>La dicha de Novoa iba acompañada de cierto orgullo.
+Tenía á su futura compañera por una gran dama,
+de mayor capacidad intelectual y más serios estudios
+que todos las de su clase. Era pobre, y por eso vivía en
+un estado casi de servidumbre. Pero viéndola en trato
+familiar con la duquesa de Delille, la consideraba tan
+importante como la otra, acabando por confundir las
+cosas de ambas en un interés común. Y como doña
+Clorinda era ahora adversaria implacable de Alicia, y
+Atilio admitía ciegamente las ideas y caprichos de «la
+Generala», una sorda animosidad empezó á surgir entre
+los dos hombres, que hasta entonces se habían tratado
+con amable indiferencia.</p>
+
+<p>&mdash;¡Las mujeres!&mdash;murmuraba Toledo al observar este
+odio progresivo&mdash;. Bien decía el príncipe...</p>
+
+<p>Pero otras preocupaciones más importantes atormentaron
+al coronel. Se había iniciado la temida ofensiva.
+Los telegramas de la guerra eran lacónicos y tristes.
+Retrocedían los aliados ante el avance alemán. Sus líneas
+no se rompían, pero vacilaban, se encorvaban bajo
+los abrumadores golpes del enemigo. Todos los días se
+perdían docenas de pueblos y grandes espacios de terreno.</p>
+
+<p>Don Marcos protestaba de la imprevisión de los generales
+con una cólera de primario, uniendo sus quejas
+á las del vulgo.</p>
+
+<p>&mdash;Ya lo anuncié yo&mdash;decía con suficiencia en los corrillos
+del atrio del Casino, donde le escuchaban por su
+condición de militar&mdash;. El kaiser ha aglomerado en
+Francia todas las tropas que tenía en Rusia. ¿Quien no<a name="page_277" id="page_277"></a>
+esperaba esto?... Y los nuestros son indudablemente inferiores
+en número.</p>
+
+<p>El bombardeo de París acabó de desorientarle en sus
+apreciaciones de estratega. «¡Mentira!», dijo trente al
+tablón de los telegramas, al leer que los primeros proyectiles
+habían caído sobre París. No era posible: lo afirmaba
+él, que estaba bien enterado del alcance de la artillería
+moderna. Y al conocer la existencia de cañones
+que tiraban a más de cien kilómetros, quedó desconcertado.
+«¡Qué tiempos! ¡qué guerra esta!»</p>
+
+<p>Cuando le consultaban las señoras en el Casino ó en
+el Hotel de París, mostraba un optimismo inquebrantable
+ante las malas noticias.</p>
+
+<p>&mdash;Eso no es nada: va á venir la reacción. Los nuestros
+se retiran para tomar mejor la ofensiva.</p>
+
+<p>Al quedar solo, se desplomaba esta seguridad, dejando
+al descubierto una fe vacilante, igual á la de los
+otros.</p>
+
+<p>&mdash;Van á llegar hasta París, si Dios no lo remedia&mdash;se
+decía&mdash;. Será necesario un milagro, otro milagro como
+el del Marne.</p>
+
+<p>Porque el buen coronel seguía creyendo firmemente
+que la primera batalla del Marne había sido un milagro
+de Santa Genoveva, de Juana de Arco ó de otra personalidad
+bienaventurada que podía intervenir en los
+combates de los hombres, como intervenían los falsos
+dioses cantados por Homero. ¿No peleó Santiago en las
+batallas de España siempre que los cristianos atacaban
+á los moros?...</p>
+
+<p>&mdash;El prodigio ha resultado inútil&mdash;decía amargamente&mdash;.
+Habrá que repetirlo; habrá que empezar otra vez,
+después de cuatro años de guerra.</p>
+
+<p>Con el bombardeo de París se había acrecentado muchísimo
+en unas semanas la población de la Costa Azul.
+Los trenes llegaban desbordantes de fugitivos. Las calles
+de Niza estaban repletas de forasteros como en los años
+de paz, cuando se celebraban las fiestas de Carnaval.
+Monte-Carlo veía aumentar considerablemente su público
+y se abrían nuevas salas en el Casino.</p>
+
+<p>Pasaba Toledo la tarde y las primeras horas de la
+noche en el atrio, esperando siempre buenas noticias,<a name="page_278" id="page_278"></a>
+aceptando las malas con un optimismo ágil que encontraba
+excusa y justificación á todo.</p>
+
+<p>Se iba agrandando el círculo de sus amistades. Todos
+los días encontraba rostros conocidos que no había
+visto en mucho tiempo: estrechaba manos, devolvía saludos.
+«¡Usted aquí!...» El cañón disparado sobre París
+á fabulosas distancias poblaba los salones de juego con
+una muchedumbre de buen aspecto, casi tan numerosa
+como la de los años tranquilos.</p>
+
+<p>Don Marcos seguía anunciando la reacción, la contraofensiva
+para el día siguiente, como si estuviese en
+misteriosa correspondencia con el Cuartel General. Y la
+cólera que despertaba en él este fracaso diario de sus
+vaticinios iba á desplomarse sobre los que jugaban....
+¡La vida, la indecente vida, con sus apetitos que no conocen
+la moral, con sus egoísmos brutales!</p>
+
+<p>En torno del coronel, las gentes parecían afligirse
+un instante leyendo las malas noticias. Luego, los más,
+entraban en las salas de juego. Tal vez era por inconsciencia,
+tal vez por un ansia de aturdirse pidiendo al
+azar las ilusiones del alcohol; pero la bolita de marfil
+giraba sin descanso en numerosas ruletas, los naipes no
+cesaban de caer en doble fila sobre las mesas del «treinta
+y cuarenta», la aglomeración en torno de los tableros
+verdes iba en aumento.</p>
+
+<p>Era un público nervioso, discutidor, irascible, que
+perdía con facilidad sus buenas maneras por un simple
+incidente. La acometividad de los lejanos combates se
+esparcía como un soplo feroz en torno de las mesas; las
+mujeres tenían ademanes belicosos. Cada cañonazo contra
+el lejano París parecía aumentar el arroyo de dinero
+que chorreaba sobre Monte-Carlo.</p>
+
+<p>Cuando Toledo intentaba exponer sus opiniones y
+planes estratégicos en Villa-Sirena, encontraba un público
+menos atento que el del atrio del Casino. El príncipe
+tenia cosas más interesantes en que pensar. Novoa
+mostraba una alegría egoísta, como si considerase este
+período el mejor de su existencia y las desgracias del
+mundo sirviesen para dar un sabor más intenso á su
+dicha misteriosa. Spadoni escuchaba las cosas de la
+guerra lo mismo que si le hablasen de fábulas lejanas.<a name="page_279" id="page_279"></a></p>
+
+<p>El estaba por la realidad, é interrumpía al coronel
+para contarle cosas más interesantes. Ahora despreciaba
+al Casino, para frecuentar el <i>Sporting-Club</i>, donde se
+reunían los jugadores más audaces, empleando con preferencia
+fichas de cinco mil trancos. Un griego que había
+sido simple marinero en sus mocedades tronaba allí
+como un personaje de epopeya, admirado por las damas
+en traje de baile y los graves señores puestos de frac
+que se reunían en este círculo aristocrático. Había
+aprendido á leer y escribir siendo ya maduro, pero poseía
+una fortuna enorme. La noche anterior, en cuatro
+horas de talla, había ganado un millón doscientos mil
+francos. Spadoni lo había visto con sus ojos, é imitaba
+el gesto del héroe al levantarse de la mesa llevando un
+cestito de mimbre entre las manos; un mísero cestito que
+contenía, como si fuesen barreduras del suelo, montones
+de papeles azules, montones de fichas de cinco mil francos.
+¡Que no le hablasen á él de generales y batallas!
+¡Este era un hombre!</p>
+
+<p>Castro había escuchado una noche al coronel con un
+silencio de mal augurio y los ojos fríamente agresivos.
+De pronto, interrumpió los planes estratégicos de don
+Marcos.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y á usted cuándo lo ascienden?</p>
+
+<p>Muchos de los generales célebres en la actualidad
+eran simples coroneles al iniciarse la guerra. Ya era
+hora de que Toledo diese un salto en el escalafón.</p>
+
+<p>Y el pobre don Marcos, lastimado por esta burla
+cruel, contestó dignamente:</p>
+
+<p>&mdash;Me contento con lo que soy, señor de Castro.</p>
+
+<p>Sabía perfectamente lo que era: coronel, y no deseaba
+ser mas. Y en su pensamiento repitió varias veces que
+no deseaba ser más.</p>
+
+<p>A pesar de que en Villa-Sirena cada uno se preocupaba
+de sus propios asuntos, mostrándose distraído en
+sus relaciones con los otros huéspedes, el mal humor de
+Atilio iba haciendo penosa la vida común.</p>
+
+<p>Toledo presentía el motivo de esta conducta. Doña
+Clorinda le trataba mal indudablemente, y él, á su vez,
+se vengaba de sus humillaciones y disgustos mostrándose
+áspero ó irónico con los amigos. El coronel había<a name="page_280" id="page_280"></a>
+tenido que calmar á aquella señora cuando la encontraba
+en el Casino comentando las noticias de la guerra.
+Sentía hostilidad contra todos los varones sin uniforme;
+faltaba poco para que los insultase.</p>
+
+<p>&mdash;¡Emboscados! ¡cobardes!... ¡Si yo fuese hombre!...</p>
+
+<p>Aunque no lo era, necesitaba hacer algo; y se consumía
+de impaciencia por no poder emplear su actividad
+en el frente, bajo el silbido de los proyectiles. Al
+fin dió con el medio de ser útil.</p>
+
+<p>Quiso marcharse á París. Cuando todos los que podían
+escapar se apresuraban á hacerlo, ella iría á instalarse
+en su antigua casa, desafiando con su presencia
+el cañón y los aviones enemigos.</p>
+
+<p>Castro se atrevió á insinuar tímidamente la ineficacia
+de este sacrificio. El coronel añadió, con su competencia
+profesional, que le parecía un disparate; pero ella
+no estaba dispuesta á modificar sus deseos.</p>
+
+<p>Ponía en la suerte de la guerra un apasionamiento
+nervioso, una vehemencia igual á la que perturbaba sus
+relaciones amistosas.</p>
+
+<p>&mdash;De no triunfar los aliados, mi vida será imposible.
+¡Cómo se burlarían esos canallas!... Prefiero morir.</p>
+
+<p>Los canallas eran sus amigos de antes de la guerra,
+gentes de diversas nacionalidades que simpatizaban, por
+snobismo ó por interés personal, con los alemanes. «La
+Generala», de un amor propio que infundía miedo, deseaba
+morir, y lo deseaba de veras, antes que ver triunfantes
+á los que había escogido como enemigos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Si yo fuese hombre!...</p>
+
+<p>Y Atilio, que buscaba las ocasiones de estar cerca
+de ella en el Casino, ó exageraba la belleza de ciertos
+lugares para inducirla á paseos solitarios, huía apresuradamente
+ante estas palabras, en las que adivinaba un
+insulto.</p>
+
+<p>Luego, al verse en Villa-Sirena, su amorosa sumisión
+se convertía en hostilidad para los demás.</p>
+
+<p>Había descubierto que odiaba á Novoa, ó mejor
+dicho, que debía odiarlo lógicamente. Doña Clorinda
+estaba reñida con Alicia, y aquella marisabidilla que
+tanto entusiasmaba al profesor era la acompañante y
+protegida de la duquesa. Por esto él debía ser enemigo<a name="page_281" id="page_281"></a>
+de Novoa, como dos hombres que no se han hecho ningún
+daño particularmente, pero pertenecen á dos naciones
+en guerra.</p>
+
+<p>Además&mdash;y esto no quería confesárselo&mdash;, le daba
+cierta envidia el aire satisfecho y triunfante del sabio.
+Novoa no sufría repulsas y desvíos; era la mujer la que
+lo buscaba, esforzándose por halagar sus aficiones, fingiendo
+un interés científico por cosas que nada le importaban;
+todo para conservarlo bajo su dominación. ¡Hombre
+feliz y antipático!...</p>
+
+<p>Como ocurre siempre que se vive en roce continuo
+con una persona que empieza á no ser grata, Atilio descubrió
+casi á diario numerosos motivos de molestia, que
+exponía á Toledo.</p>
+
+<p>Su amigo el profesor pretendía burlarse de él, y no
+estaba dispuesto á tolerarlo. Un día había tenido que
+aguardar media hora en casa de su peluquero. El profesor
+ocupaba su sillón y empleaba á su manicura. ¡Un
+atrevimiento! Quería sin duda rivalizar con él, y por
+esto se hacía vestir por su mismo sastre de Niza. ¡Otra
+insolencia! Además, no sabía llevar la ropa... Hasta
+sospechaba que, para ser grato á su novia y á la protectora
+de ésta, debía permitirse hablar mal de cierta
+dama, ¡y si él llegaba á saberlo!...</p>
+
+<p>Pero el coronel no prestó atención á tales amenazas.
+Las tristes novedades de la guerra quitaban toda importancia
+á los asuntos de su vida corriente.</p>
+
+<p>Los alemanes seguían avanzando hacia París. El retroceso
+de los aliados continuaba bajo los repetidos
+golpes del enemigo. Las ilusiones de Toledo disminuían
+por momentos. Ya dudaba de todo. Los invasores eran
+de una superioridad numérica aplastante.</p>
+
+<p>Sólo tenia una esperanza. ¡Si llegase á ser verdad el
+auxilio prometido por los Estados Unidos! ¡Si no resultase
+un <i>bluff</i>, como creían muchos!... Ahora, con la imaginación,
+sólo veía la América del Norte, sus puertos
+llenos de muchedumbres en armas, las azules planicies
+del Océano aradas por miles de buques que venían á
+desembarcar en Europa ejércitos interminables. Y como
+transcurrían semanas sin que se realizasen sus ilusiones,
+daba consejos á Wilson desde las arboledas de<a name="page_282" id="page_282"></a>
+Villa-Sirena ó entre las columnas de jaspe del atrio del
+Casino.</p>
+
+<p>&mdash;¿En qué piensa ese señor?... ¿Por qué no vienen?
+Si no se apresuran, todo habrá terminado antes de su
+llegada.</p>
+
+<p>La discordia y la guerra le tocaron de más cerca,
+dentro de sus dominios, haciéndole considerar por unas
+horas la conflagración general como un asunto de secundario
+interés.</p>
+
+<p>No supo ciertamente cómo se fué iniciando la pelea;
+pero una noche, durante la comida, notó que Castro y
+Novoa, con estudiada frialdad, cruzaban sus palabras lo
+mismo que si fuesen espadas. El príncipe no podía adivinar
+esta animadversión de sus dos amigos, pues nunca,
+en su presencia, abandonaban las formas corteses. Además,
+ocupado en sus propios pensamientos, no se dió
+cuenta de que el profesor se había vuelto algo pendenciero,
+excitado sin duda por la hostilidad de Atilio. Novoa
+hizo una leve alusión á la belicosa «Generala», que pretendía
+marcharse á París, como si su presencia pudiese
+influir en la guerra. Castro vió en esto un reflejo de la
+enemistad de la duquesa. Indudablemente, Valeria se
+había reído con él de los entusiasmos de doña Clorinda.
+Y cerró contra la protegida de Alicia, una hambrienta,
+una pedantuela, que se rozaba con señoras y sólo era
+una doméstica. El no comprendía los amores sentimentales
+con mujeres de esta clase... Sintió tentaciones de
+atacar igualmente á la de Delille, pero se contuvo recordando
+que era parienta del príncipe.</p>
+
+<p>Los dos hombres quedaron silenciosos y pálidos, mirándose
+como enemigos.</p>
+
+<p>Al día siguiente, Atilio, antes de marcharse al Casino,
+llamó aparte á don Marcos. Tal vez tuviese pronto
+un lance de honor: ¿podía contar con él para que le
+apadrinase?</p>
+
+<p>El coronel se irguió, frunciendo las cejas con un gesto
+grave. Llevaba varios años sin cumplir esta solemne
+función, para la cual parecía haber nacido. Su último
+duelo databa de ocho años antes: un encuentro en la
+frontera italiana entre dos señores que se habían abofeteado
+por una trampa de juego.<a name="page_283" id="page_283"></a></p>
+
+<p>Aún se hizo más sombrío su rostro mientras se inclinaba
+en señal de asentimiento, llevándose una mano al
+pecho. Como en don Marcos todas las acciones se acoplaban
+con detalles de indumentaria, y creía imposible
+realizar un acto sin el uniforme correspondiente, recordó
+en seguida cierta levita olvidada mucho tiempo en su
+ropero, á la que él llamaba «la levita de los desafíos»;
+una prenda negra, de corte napoleónico y largos faldones,
+que sacaba á luz siempre que era padrino y le pertenecía
+por su carácter militar dirigir el combate.</p>
+
+<p>&mdash;Acepto. Un caballero no puede negar este servicio
+á otro caballero.</p>
+
+<p>Y aceptaba con verdadero agradecimiento, pensando
+en la conveniencia de airear, fuera de su prisión alcanforada,
+aquella vestidura grave como la muerte.</p>
+
+<p>Pero en la misma tarde le buscó Novoa. Este hablaba
+tímidamente, sin la elegante indiferencia de Castro, con
+cierta sospecha de que pudiera estar haciendo una necedad.
+Tal vez tuviese pronto un lance de honor.</p>
+
+<p>&mdash;Como no entiendo de eso, coronel, usted será mi
+padrino... Mis estudios han sido otros; pero cuando se
+insulta á una señora, cuando veo atropellada á una
+joven indefensa, me considero tan hombre como el más
+valiente.</p>
+
+<p>Don Marcos dió un salto... ¡Ah, no! Sus ojos se abrían
+á la verdad. Olvidó el oreo de su levita; podía seguir
+embalsamada en su encierro. Y como el profesor era
+menos temible que el otro, descargó en él su indignación.
+¡Pensar en batirse por unas nonadas, cuando millones
+de hombres daban su sangre por grandes ideales!...
+Y él, que había recordado tantas veces como
+acciones heroicas sus trabajos de padrino, hizo un gesto
+repelente, lo mismo que si le propusieran algo contra su
+honor.</p>
+
+<p>Pocos días después, Novoa habló al príncipe con una
+brevedad que ocultaba mal su emoción. Estaba muy
+agradecido al dueño de Villa-Sirena; nunca olvidaría la
+dulce existencia en este retiro; pero necesitaba volver á
+su antiguo alojamiento. Nuevos trabajos científicos le
+obligaban á vivir en Mónaco; el director del Museo se
+quejaba de sus ausencias.<a name="page_284" id="page_284"></a></p>
+
+<p>Y se marchó, para instalarse en una pobre casa de la
+ciudad vieja, renunciando á las comodidades y abundancias
+de aquel palacio regentado por el coronel.</p>
+
+<p>A pesar de tales excusas, el príncipe manifestó sus
+dudas á Toledo. No veía con claridad en esta fuga. Tal
+vez existía otro motivo que él no llegaba á adivinar.</p>
+
+<p>&mdash;Sí; tal vez&mdash;contestó sonriendo don Marcos&mdash;. Debe
+ser asunto de faldas.</p>
+
+<p>Asintió Miguel. Indudablemente, era por Valeria. Viviendo
+en Mónaco se consideraba más libre para sus
+entrevistas con aquella muchacha.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ay, las mujeres!&mdash;exclamó el príncipe&mdash;. ¡Qué poder
+tienen sobre nosotros!</p>
+
+<p>&mdash;¡Y cómo perturban las relaciones entre los hombres!</p>
+
+<p>La voz de Toledo al decir esto era tan desolada como
+fué la del príncipe al enumerar á sus amigos las ventajas
+de vivir alejados de la mujer. En cambio, Miguel aceptaba
+ahora la dominación femenil, y casi envidió á este
+sabio porque volvía á su antigua modestia para encontrar
+con más frecuencia á Valeria.</p>
+
+<p>El era menos dichoso. Transcurrían los días sin que
+consiguiese repetir su paseo con Alicia por los jardines
+de Mónaco.</p>
+
+<p>&mdash;Te amo&mdash;decía ella&mdash;. Puedes creer que no olvido
+aquella tarde... Más adelante haremos la misma excursión.
+Ahora no; sé cuál sería el final. Me es imposible...
+Pienso en mi hijo.</p>
+
+<p>No dudaba Miguel de esto último; pero algo más que
+la inquietud por el ausente ocupaba el pensamiento de
+ella. Volvía á entregarse al juego con las cantidades
+encontradas en su casa. Hasta sospechó el príncipe si
+habría vendido ó empeñado el alfiler con que reparó el
+desgarrón de su vestido. Después de regalarle la perla
+de la princesa Lubimoff, no la había visto más. Alicia
+parecía insensible á los primeros esplendores de la primavera.</p>
+
+<p>&mdash;Un día iremos&mdash;dijo, al recordarle él los jardines de
+San Martino&mdash;. Te lo prometo. Pero necesito verme libre
+de preocupaciones; haberlo perdido todo ó ganado todo.
+Debo aprovechar el tiempo... Ya ves; ahora la fortuna
+parece que vuelve á acordarse de mí.<a name="page_285" id="page_285"></a></p>
+
+<p>Ganaba poco, pero ganaba; y esto le hacía esperar
+la repetición de aquella racha de buena suerte que había
+conmovido al Casino.</p>
+
+<p>Por las noches se retiraba contenta. Tenía tres mil ó
+cuatro mil francos más; pero ¿qué era esto?... Se lamentaba
+de la escasez de su capital. Quería hacer el gran
+juego, para recuperar todo lo perdido. Así, poco á poco,
+no llegaría nunca. ¡Si pudiese reunir otra vez aquellos
+treinta mil francos, que subían ó bajaban, pero manteniéndose
+siempre fieles!...</p>
+
+<p>Miguel permanecía en el Casino horas y horas, cerca
+de la mesa de ella, atisbando una ocasión propicia, sin
+poder conseguir mas que breves conversaciones en un
+descanso del juego ó al tomar el té en el <i>bar</i> de los salones
+privados.</p>
+
+<p>Una mañana fué á sorprenderla en su «villa». Eran
+las diez. Encontró á Valeria, que acababa de ponerse
+el sombrero y parecía contrariada por esta visita. Tal
+vez iba á Mónaco; tal vez su hombre de ciencia la aguardaba
+en alguna callejuela de Monte-Carlo.</p>
+
+<p>&mdash;La duquesa se fué á la fábrica&mdash;dijo sonriendo&mdash;.
+Debe estar ya en pleno trabajo.</p>
+
+<p>El Casino era «la fábrica» para los jugadores, y llamaban
+de buena fe «trabajar» á sus angustias y cabildeos
+en torno de las mesas.</p>
+
+<p>Sin duda había pasado gran parte de la noche haciendo
+números, para correr al Casino á la hora de su
+apertura, con los ojos cargados de sueño, sin fijarse en
+el adorno de su persona, como si le faltase el tiempo
+para poner en práctica alguna portentosa combinación
+acabada de inventar.</p>
+
+<p>Siempre que la encontraba, el príncipe, con una astucia
+pueril, aludía á la suerte de su hijo. Sólo así lograba
+que saliese de sus preocupaciones de jugadora que la
+tenían en perpetua distracción, hablando y sonriendo
+automáticamente, con una mirada de sonámbula.</p>
+
+<p>Lubimoff le mostró una tarde varios telegramas y
+cartas de Madrid, de París, de Berna. Reyes y ministros
+se ocupaban en averiguar la suerte del aviador desaparecido.
+Hasta de Berlín llegaba la promesa, por conducto
+de una Legación neutral, de buscar á este joven en todos<a name="page_286" id="page_286"></a>
+los campos de prisioneros. Sospechaban que debía estar
+confinado en Polonia en un campamento de castigo.</p>
+
+<p>Alicia se lanzó con vehemencia á medir el tiempo,
+como si la anhelada noticia fuese á llegar de un momento
+á otro.</p>
+
+<p>&mdash;¡Por Dios te lo pido, Miguel! Escribe, telegrafía hoy
+mismo. Diles á esos señores tan buenos que me contesten
+directamente. Podría llegar el telegrama ó la carta
+á tu «villa» mientras tú estas fuera, ¡y yo sin saber nada
+horas y horas!... No; que se dirijan á mí. Todos los días,
+al salir, le encargo á mi jardinero que si llega un telegrama
+me lo traiga al Casino. ¡Figúrate mi impaciencia!...
+Di que vas á hacer eso. Prométeme que no lo olvidarás.</p>
+
+<p>Lo único que podía olvidar el príncipe eran sus asuntos
+personales cuando estaba al lado de Alicia. Sólo pensaba
+en el descubrimiento de aquel cautivo, del que dependía
+su felicidad.</p>
+
+<p>&mdash;¡El día que sepa con certeza que vive!... Verás entonces
+cuán distinta soy. No te aburriré con mis tristezas:
+encontrarás á otra mujer.</p>
+
+<p>Y efectivamente, su sonrisa, sus miradas prometedoras,
+le hacían encontrar otra vez á la Alicia que había
+marchado junto á él por el camino de la costa con la
+boca pegada á la suya en un beso interminable.</p>
+
+<p>Al quedar solo, le asaltaban sus propias tristezas y
+preocupaciones. Había recibido noticias de Rusia por
+varios fugitivos que acababan de librarse de la persecución
+revolucionaria. Los que administraban sus bienes
+allá habían sido asesinados. El palacio Lubimoff servía
+de residencia á un comité bolchevique. Sus minas eran
+propiedad nacional, aunque nadie las trabajaba; sus
+tierras estaban repartidas; varios personajes obscuros,
+antiguos ropavejeros y comerciantes de líquidos alcohólicos,
+se habían hecho dueños de sus casas, no sabía
+cómo. Y al mismo tiempo que estas noticias inquietantes
+para su porvenir, llegaban otras que le herían en
+sus mejores recuerdos. Una gran dama de la corte, con
+la que había tenido unos amores de grata memoria,
+vendía ahora periódicos en las calles; otra muy elegante,
+que lanzaba las modas en Petersburgo, barría la nieve<a name="page_287" id="page_287"></a>
+y había perdido varios dedos por el frío. Podía contar á
+docenas sus amigos muertos; unos, en montón, á tiros de
+revólver, en el fondo de una mazmorra; otros, fusilados.
+Varios habían perecido de hambre, como morían años
+antes los de abajo, que ahora tomaban su desquite.</p>
+
+<p>Todos estos horrores despertaban su egoísmo, haciéndole
+encontrar nuevos encantos á su situación. El mundo
+había caído en una demencia sanguinaria. En Oriente
+y Occidente los hombres se agitaban como fieras, mientras
+él permanecía tranquilo junto al más risueño de los
+mares, con una pasión, con un deseo que llenaba su existencia,
+poco antes vacía, resucitando los entusiasmos y
+las vehemencias de la juventud. A la misma hora en
+que tantos miles de seres morían en masa, borrándose
+pueblos enteros de la superficie del planeta, él vivía
+sometido á una mujer, y encontraba muy dulce esta servidumbre...</p>
+
+<p>Una tarde, en el <i>bar</i> de los salones privados, Alicia
+le habló con resolución. Necesitaba hacer el gran juego.
+Ya estaba harta de «trabajar» con pequeñas cantidades,
+consiguiendo ganancias modestas. Además, despreciaba
+el Casino, con sus puestas limitadas, su ruleta y su
+«treinta y cuarenta», juegos casi mecánicos en los que
+no se ve enfrente á un banquero, sino á simples empleados,
+lo que da la impresión de estar luchando con una
+máquina formidable, pero de funcionamiento monótono,
+sin fantasía, sin alma. Ella necesitaba el <i>baccará</i>. Tenía
+reunidos otra vez treinta mil francos: ¡ó la gran ganancia
+ó nada! Prefería perderlo todo y acabar de una vez.</p>
+
+<p>&mdash;Esta noche en el <i>Sporting</i>. No digas que no: te necesito.
+Tengo la corazonada de que esta noche va á ser
+decisiva para mí... y tal vez para ti. Colócate enfrente:
+que yo te vea. Acuérdate que en las tardes buenas tú
+estabas cerca. Me darás la suerte... No muevas la cabeza;
+te digo que me darás la suerte.</p>
+
+<p>Lo afirmó con tal convicción, que Miguel desistió de
+su negativa.</p>
+
+<p>&mdash;Ven; tú ganarás: te lo prometo. Vas á ganar, sea
+cual sea el resultado. Si me dejan limpia, mañana pasearemos
+por los jardines de Mónaco, como la otra vez.
+Y si gano... ¡si gano lo que yo deseo!...<a name="page_288" id="page_288"></a></p>
+
+<p>No necesitó decir más. Su mirada y su sonrisa entusiasmaron
+á Miguel. Le vería en el club.</p>
+
+<p>Aquella noche, Castro y Toledo se sorprendieron al
+notar que el príncipe se sentaba á la mesa vestido de
+<i>smoking</i> lo mismo que ellos.</p>
+
+<p>&mdash;El patrón no se queda en casa&mdash;dijo Atilio al coronel&mdash;.
+Va á la ópera, como nosotros.</p>
+
+<p>Fué al teatro del Casino para distraerse hasta media
+noche. No supo con certeza qué personas le hablaron en
+los entreactos ni qué manos estrechó. Tuvo que hacer
+un esfuerzo repetidas veces para acordarse del título y
+del autor de la ópera. Lo mismo le daba esta música
+que otra. Era un arrullo que mecía sus pensamientos,
+calmando su emoción: una emoción compuesta de miedo
+y de esperanza.</p>
+
+<p>En el primer acto, deseó que Alicia lo perdiese todo,
+absolutamente todo; así sería más suya, dependería en
+absoluto de él, con una esclavitud dulce. Luego, en los
+actos sucesivos, pensó en la desesperación de Alicia después
+de esta pérdida. Era una apasionada, que ponía en
+el juego vanidades de artista. Lamentaría tal vez, más
+que el dinero desaparecido, su fracaso personal. No; era
+preferible que ganase. Pero ¡qué larga resultaba esta
+música!... ¡con qué lentitud marchaba el reloj!...</p>
+
+<p>Pasadas las once, cuando fué aclarándose en el atrio
+el público salido de la ópera, Miguel se metió en un ascensor,
+que le hizo bajar á las entrañas del suelo, y
+siguió después un subterráneo, cuyo estuco policromo
+reflejaba el brillo de las luces eléctricas. Marchaba por
+debajo de la plaza del Casino, cruzada en aquel momento
+por numerosos carruajes. Otro ascensor le subió
+á un gran salón con columnas. Era el <i>hall</i> del Hotel de
+París. Vió damas vestidas de <i>soirée</i>, señores puestos de
+<i>smoking</i>, la concurrencia habitual de los hoteles de lujo,
+que se pone su uniforme para comer y se queda haciendo
+la digestión en los profundos sillones, mirándose sin
+decir nada ó hablando en voz baja, lo mismo que en una
+iglesia, hasta que la rinde el sueño.</p>
+
+<p>Saludó de lejos á varios conocidos que se incorporaron
+deseosos de entablar conversación, fingió no ver á
+ciertas damas que le sonreían, moviendo la cabeza para<a name="page_289" id="page_289"></a>
+llamarle, y entró en un segundo ascensor, hundiéndose
+de nuevo en la tierra. Este subterráneo era curvo y sus
+paredes decoradas con pinturas pompeyanas. Se extendía
+por debajo de dos hoteles y sus jardines. De nuevo
+una caja ascendente lo llevó más arriba de la superficie
+del suelo. Abrió una puerta de cristales. Un viejo
+lacayo con casaca azul, calzón corto y medias blancas
+se inclinó algo sorprendido al reconocer después de una
+breve vacilación al príncipe Lubimoff. Estaba en el
+<i>Sporting-Club</i>.</p>
+
+<p>Hacía años que no había entrado allí: desde antes
+de la guerra. El no era jugador, y sólo su interés por
+algunas mujeres le había hecho pasar las noches en esta
+sociedad elegante, que, como muchas de su clase, no era
+mas que un garito.</p>
+
+<p>Los salones resultaban pequeños después de media
+noche; se caminaba pisando colas de vestidos femeninos;
+había que valerse de hábiles deslizamientos para
+pasar entre los grupos. Todos fumaban, las mujeres más
+que los hombres, y la atmósfera se enrarecía con el
+humo del tabaco y el vaho de los bustos desnudos, algo
+sudorosos bajo su capa de blanquete. Al olor de la carne
+femenil se unía un perfume moribundo de flores marchitas.
+Los ricos despreciaban las muchedumbres del
+Casino, encontrando en el amontonamiento de este club
+un signo de distinción. Jugaban entre ellos, considerándose
+á cubierto de una mala vecindad en la mesa, de
+roces con personas sospechosas que resultaban frecuentes
+en los salones públicos. Para entrar aquí era preciso
+ofrecer garantías; padrinos que respondiesen de la honorabilidad
+del presentado.</p>
+
+<p>El príncipe conocía bien á esta concurrencia brillante.
+Se encontraban en ella individuos de familias reales,
+herederos de coronas que estaban de paso en la Costa
+Azul, banqueros famosos, millonarios de todas las partes
+del mundo, damas célebres por su nacimiento, por
+su hermosura ó por sus joyas, muchas cocotas famosas
+y vetustas, y algunas jóvenes y frescas que deseaban
+llegar pronto á la vejez, como si esto fuese una condición
+de la celebridad. Todas ellas se habían exhibido sobre
+escenarios para mostrar conejos amaestrados, para<a name="page_290" id="page_290"></a>
+bailar mediocremente, para cantar sin voz, y entraban
+en el club bajo el título vago de «artistas».</p>
+
+<p>Miguel avanzó á través de una atmósfera caldeada
+por las respiraciones y los desfallecientes perfumes.
+Tuvo que fijarse en dónde ponía sus pies, lo mismo que
+en otra época. Ahora, los vestidos femeninos eran muy
+cortos y las piernas se mostraban descubiertas con tranquilo
+impudor. La guerra recortaba las faldas, como si
+las mujeres, obligadas á correr en pleno campo, hubiesen
+tomado por modelo á la antigua cantinera. Pero
+casi todas, para no romper enteramente con la majestuosa
+tradición, habían añadido al faldellín de moda
+una cola estrecha y aguda como una lengua, que seguía
+sus pasos.</p>
+
+<p>Una dama salió al encuentro de Lubimoff, y éste
+tardó en reconocerla. ¡Hacía tantos años que no había
+visto á Alicia vestida de <i>soirée</i>! Su traje databa de antes
+de la guerra, pero era rico y la duquesa lo llevaba con
+el mismo garbo que en sus tiempos de opulencia. El largo
+collar de perlas adquiría un aspecto de autenticidad
+sobre su persona, así como los demás adornos. Se adivinaba
+en ella un arreglo extraordinario con motivo de
+su visita al club.</p>
+
+<p>Lo frecuentaba poco; este público, compuesto de antiguos
+amigos, hablaba demasiado, estorbándola en sus
+cálculos de jugadora. Prefería el Casino, con sus vastos
+salones y su muchedumbre abigarrada que se expresa
+en diversas lenguas. Era plebeya en su juego: tenía la
+superstición de que la fortuna acude ante todo allí donde
+sus devotos forman masa. La corazonada de su buena
+suerte y el juego del <i>baccará</i>, que únicamente funcionaba
+allí, le habían decidido á faltar por una noche á
+sus costumbres habituales.</p>
+
+<p>El príncipe la felicitó por su hermoso aspecto, por
+su traje, por sus perlas...</p>
+
+<p>&mdash;Falsas, escandalosamente falsas, hijo mío&mdash;dijo
+riendo y mirando en torno de ella&mdash;. Pero bien sabes
+que la mayor parte de las que llevan las otras no son
+mejores. ¡Ay, las perlas! Si se juntasen todas las que se
+lucen en el mundo, resultaría que el mar no tiene espacio
+para haber producido la décima parte.<a name="page_291" id="page_291"></a></p>
+
+<p>Se llevó á Miguel hacia el <i>bar</i>. Quería pedirle un
+favor. A las doce empezaba la partida de <i>baccará</i>; ella
+había solicitado la banca, pero los reglamentos del club
+se oponían á su pretensión. ¡Pobres mujeres! Hasta en
+el juego estaban condenadas á una inferioridad degradante.
+Podían perder su fortuna confundidas en la
+masa de los «puntos», pero les estaba vedado ser banqueras.
+Los legisladores de esta sociedad y de otras semejantes
+temían sin duda que las mujeres fuesen más
+dadas á la trampa que los hombres. Ella, la duquesa de
+Delille, no podía ser igual al marinero griego que
+tallaba todas las noches con una suerte inverosímil,
+haciendo incurrir al público en sospechas y malos pensamientos.</p>
+
+<p>&mdash;Exigen un hombre que talle por mí, que aparezca
+como banquero, aunque todos sepan que el capital es
+mío, y he pensado que tú puedes hacerme ese favor. Me
+gusta que vayamos juntos... ¡juntos en este negocio que
+es para mí de vida ó muerte! Además, estoy segura del
+éxito si tú tallas. ¡Y qué acontecimiento! ¡Cómo acudirán
+los «puntos»! ¡El príncipe Lubimoff haciendo de banquero!...</p>
+
+<p>Pero no pudo continuar. Miguel la interrumpió con
+un gesto rotundo de negativa. Era inútil cuanto dijese.
+Se indignaba solamente ante la suposición de que le
+vieran sentado á la mesa verde jugando un dinero que
+no era suyo y teniendo á Alicia á sus espaldas. Además,
+estaba seguro de perder.</p>
+
+<p>La duquesa se separó de él apresuradamente. Pasaba
+el tiempo, y de un momento á otro iban á adjudicar la
+banca. Creyó de nuevo en su buena estrella al ver á un
+joven deslizándose tímido entre los grupos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Spadoni!... ¡Spadoni!</p>
+
+<p>Palideció el pianista al escucharla. ¡Oh, duquesa!...
+Temblaba y balbuceaba de emoción. ¡El tallando en el
+<i>Sporting-Club</i>, ante el público elegante de las noches de
+ópera, manejando miles de francos, con todas las miradas
+fijas en su persona... Era el coronamiento de una
+carrera: después de esto, morir.</p>
+
+<p>Dos jugadores habían solicitado la banca: el célebre
+griego y un industrial de París que se estaba enriqueciendo<a name="page_292" id="page_292"></a>
+fabulosamente con la fabricación de material de
+guerra. Spadoni su presentó también, llevando en un
+bolsillo los quince mil francos necesarios para tomar la
+banca. Había que echar suertes entre los tres solicitantes.
+Un empleado del club trajo una botella de mimbre
+que contenía diez bolas numeradas, y después de agitarla,
+arrojó tres sobre la mesa: una para cada uno.
+Alicia, metida entre ellos con una familiaridad varonil,
+casi palmoteó de alegría. La suerte había favorecido á
+Spadoni; de él era la banca. Mas el pianista, respetuoso
+de los privilegios que merece el genio, se excusó modestamente
+y pidió perdón con la mirada y la sonrisa á su
+rival el griego.</p>
+
+<p>Era un hombre obeso, casi cuadrado, de tez morena
+y lustrosa, bigote negro y unos ojos algo oblicuos, de
+fijeza agresiva, que recordaban los del jabalí. Sus abuelos
+habían sido piratas en el Archipiélago, y él, viendo
+cortada esta carrera heroica, hizo el contrabando en
+su juventud. Spadoni, algo intimidado por la majestad
+del grande hombre, balbuceaba excusas con los ojos
+fijos en su pechera brillante ornada de perlas y en el chaleco
+de seda gris que cubría su recio vientre. El griego
+le contestó con un mugido de mal humor, alejándose
+luego de hacer una reverencia á la duquesa casi igual
+á las que había visto en el teatro. Aunque apenas sabía
+leer, estaba enterado de cómo hay que tratar á una
+dama que declara la guerra.</p>
+
+<p>Las doce de la noche. Cesó el juego en las mesas de
+ruleta y «treinta y cuarenta». El público se fué aglomerando
+en la sala del <i>baccará</i>. Había circulado la noticia:
+el pianista Spadoni, considerado por todos como un parásito
+armonioso, iba á ocupar el mismo sitio que era
+las otras noches del griego; pero en realidad, la banca
+pertenecía á la duquesa de Delille.</p>
+
+<p>En torno de la mesa se formó una triple fila de personas,
+oprimidas pecho contra espalda, incrustándose
+unas en otras para ver mejor sobre los hombros inmediatos.</p>
+
+<p>Spadoni sonreía, pero acabó por intimidarle la curiosidad
+irónica fija en su persona. Muchos de los que
+le contemplaban eran importantes personajes que siempre<a name="page_293" id="page_293"></a>
+le habían infundido gran respeto. Por fortuna, sentía
+á sus espaldas á la duquesa, sentada con un aire de
+patrona, vigilándole autoritariamente. Si cometía algún
+error, esta gran dama era capaz de pegarle... ¡Animo y
+adelante!...</p>
+
+<p>El <i>croupier</i> colocado enfrente para cobrar y pagar
+barajaba los naipes antes de introducirlos en un doble
+cajoncito, del que debía extraerlos el banquero. ¡Pobre
+banquero! Considerando el público extraordinaria su
+elevación, quería reir á toda costa. Al sentarse en su
+asiento presidencial, los curiosos encontraron muy graciosa
+la timidez del pianista, y una risa franca saludó su
+presencia. Hizo una pregunta en voz baja al <i>croupier</i>, y
+se repitió la explosión de regocijo. Las mujeres se mostraban
+las más expansivas al pensar que su burla, pasando
+por encima de Spadoni, podía herir á la que lo
+había puesto allí. El gesto de extrañeza del músico ante
+esta hilaridad sólo sirvió para prolongarla escandalosamente.
+Todos reían por contagio viendo su cómico asombro.
+De pronto, una voz ruda cortó el regocijo general.</p>
+
+<p>&mdash;¡Banco!</p>
+
+<p>La voz del griego. Se había sentado á la derecha de
+Spadoni con el aire enfurruñado del que contempla una
+enorme injusticia y cree necesario repararla. No podía
+tolerar que este personaje grotesco ocupase el mismo
+sitio donde él era admirado todas las noches. Tampoco
+consideraba admisible que una dama se mezclase en
+negocios que sólo pertenecen á los hombres. Sentía la
+extrañeza y el escándalo del que presencia un desorden
+en el ritmo de las cosas naturales. El mundo estaba trastornado:
+los aprendices querían ser maestros; ya no se
+respetaban las categorías; era preciso terminar de una
+vez. «¡Banco!»</p>
+
+<p>Se estremeció el príncipe. Los quince mil francos de
+Alicia estaban en peligro. Aquel hombre no quería que
+la banca continuase. Si ganaba, desaparecía de golpe
+todo el capital puesto por Alicia; si perdía, se doblaba
+el dinero de ésta... Pero iba á ganar indudablemente.
+¡Cuando un hombre de tan buena suerte se atrevía á
+hacer esto!...</p>
+
+<p>Quedó aterrado Spadoni al oir la voz del grande<a name="page_294" id="page_294"></a>
+hombre. Instintivamente torció sus ojos hacia la duquesa,
+pero los apartó en seguida, más aterrado aún
+por su rostro inmóvil y una mirada dura que parecía
+herirle por la espalda, como si él fuese el culpable.</p>
+
+<p>El doble cajoncito, completamente listo, aguardaba
+junto á sus manos. Dió cartas á derecha é izquierda, y
+luego extrajo las suyas.</p>
+
+<p>Mostró el griego sus cartas, arrojándolas sobre el
+tapete. «Ocho.» Un murmullo de aprobación se elevó en
+torno de la mesa. Los admiradores de su buena suerte
+se regocijaron como de un triunfo propio. Tomó las
+cartas del lado opuesto, que le ofrecía el <i>croupier</i>, y las
+mostró después de examinarlas rápidamente. Ahora el
+murmullo fué de asombro. ¡Ocho también! Iba á ganar.
+Era casi imposible que el banquero tuviese un punto
+más alto.</p>
+
+<p>Spadoni, pálido, con la frente barnizada de sudor,
+descubrió sus naipes. El público los saludó con un rugido
+sordo: «¡Nueve!»</p>
+
+<p>Los mismos que reían de él encontraron natural este
+resultado. «La suerte protege siempre á la inocencia.»</p>
+
+<p>Y mientras el griego entregaba quince mil francos
+al <i>croupier</i> depositario de la banca, el pianista se inclinó
+modestamente. Algunas jugadoras supersticiosas
+reconocieron que la duquesa había procedido con gran
+cordura al confiar su suerte á este simple.</p>
+
+<p>Los ojos de Alicia buscaron á Miguel en el triple
+óvalo de cabezas. Le sonrió levemente. Había perdido
+ya la dura inmovilidad con que acababa de arrostrar
+este momento de emoción. Se sentía muy segura de su
+triunfo. Y deseosa de asombrar á los curiosos con una
+calma imperturbable, sacó de su bolso una cigarrera de
+oro, una larga boquilla de marfil, y empezó á fumar.</p>
+
+<p>Después de este primer éxito, el pianista jugó con
+cierta autoridad. La duquesa, inmóvil á sus espaldas,
+parecía comunicarle su fe. Hizo varias tallas, siempre
+ganando, y al aumentar considerablemente el dinero de
+la banca, se excitó la codicia de los jugadores. Los que
+rieron de la torpeza de Spadoni fruncían ahora las cejas
+con un interés agresivo, tomando parte en el juego.
+Así como aumentaba el capital, eran más gruesas las<a name="page_295" id="page_295"></a>
+puestas. Todos presentían una gran partida emocionante.
+El banquero se había olvidado de la duquesa y
+de su propia humildad. Creyó que lo que ganaba era de
+él; se imaginó haber descubierto el secreto mencionado
+por Novoa y que iba á conseguir aquellas fabulosas ganancias
+calculadas tantas veces cuando escribía docenas
+y docenas de ceros sobre un papel. ¡Qué noche! ¡Y
+no estar allí su amigo el sabio, para que presenciase su
+triunfo!...</p>
+
+<p>Lubimoff su retiró de la mesa. Le hacía daño la serenidad
+forzada de Alicia, su manera de fumar mientras
+contemplaba con ojos felinos la marcha del juego. Iba á
+cambiarse la suerte de un momento á otro: esta ganancia
+continua é insolente no podía seguir. El griego se esforzaba
+por ocultar su cólera, jugando y perdiendo como
+un simple «punto». Le era imposible gritar «¡banco!»
+hasta que empezase otra talla, quedando agotados los
+naipes del doble cajoncito. Pero continuaba en su puesto,
+con una arrogancia de domador, convencido de que
+al fin llegaría á sujetar á la burlona casualidad. Tenía
+más dinero que Alicia y su representante: podía resistir,
+y acabaría por vencerlos.</p>
+
+<p>El príncipe se fué al <i>bar</i>, entreteniéndose en beber
+lentamente dos mixturas americanas, dulces y amargas
+al mismo tiempo, muy cargadas de alcohol. Quería embriagarse
+un poco, para sentirse al mismo nivel de aquella
+mujer que tan desesperadamente jugueteaba con la
+suerte.</p>
+
+<p>Se vió solo. Todo el club estaba reconcentrado en la
+sala del <i>baccará</i>. Miguel lamentó que Castro no estuviese
+en el <i>Sporting</i>. Hubieran charlado como en la tarde que
+Alicia logró asirse por primera vez á las alas de oro de
+la Quimera. Tal vez su ausencia era por orden de «la
+Generala». El también había venido aquí arrastrado por
+una mujer.</p>
+
+<p>Un sordo rumor llegó de la sala de juego. Vió poco
+después algunos de los curiosos que entraban en el <i>bar</i>,
+deteniéndose ante el mostrador para beber. Hablaban
+con grandes aspavientos de asombro. Al oir el nombre
+del griego repetido muchas veces, fijó su atención.
+Había gritado «¡banco!» al empezar una nueva talla,<a name="page_296" id="page_296"></a>
+cuando la banca poseía ciento cuarenta mil francos. Sólo
+aquel hombre de suerte era capaz de tal atrevimiento.
+Tuvo ocho, pero el pianista mostró luego sus cartas.
+Nueve otra vez. Y el <i>croupier</i> había barrido para la
+banca los ciento cuarenta mil del griego. ¡Qué noche!
+¡Y pensar que era el tonto de Spadoni el que realizaba
+tales prodigios!...</p>
+
+<p>Algunas mujeres pasaron ante la puerta del <i>bar</i> con
+aire de mal humor, gesticulando entre ellas. Se mostraban
+escandalizadas é irritadas por la fortuna de la de
+Delille, á pesar de que ninguna de ellas había perdido
+un céntimo en el juego. Una suerte así no era natural;
+debía haber trampa. No podían decir cómo era la trampa,
+pero existía indudablemente.</p>
+
+<p>Después pasó el griego, seguido de dos admiradores,
+sudoroso, con la pechera arrugada y el chaleco subido,
+dejando ver la camisa entre sus picos y la cintura
+del pantalón. Levantaba los hombros con desprecio. El
+mundo estaba trastornado: ya no había lógica. ¡Por eso
+las cosas de la guerra marchaban tan mal!...</p>
+
+<p>Y se alejó hacia el pasaje subterráneo, para volver al
+Hotel de París. No quería ver mas: esta noche era para
+los locos.</p>
+
+<p>Tampoco el príncipe deseaba ver, y continuó en su
+sillón, pidiendo un nuevo <i>cocktail</i>. Desfilaban ante las
+puertas los que huían amargados por la suerte ajena y
+los que llegaban atraídos por la noticia del suceso.</p>
+
+<p>Permaneció solo, como un espectador que se queda
+en el vestíbulo de un teatro y escucha los lejanos estremecimientos
+del público. Transcurrían largos intervalos
+de silencio. Después, un rumor, un suspiro colectivo, el
+abejorreo de un comentario en voz baja alrededor de la
+mesa. ¿Seguía ganando Alicia?... ¿Iba á verla aparecer
+como el otro, encogiéndose de hombros ante los absurdos
+de la suerte?...</p>
+
+<p>Aún pidió un vaso más; y contemplando las espirales
+de humo de su cigarro, fué adormeciéndose. De pronto se
+incorporó, creyendo haber recibido un fuerte golpe en
+la espalda. ¡Pura ilusión! Estaba solo. Sus ojos, al mirar
+en torno de él, se fijaron en el reloj. Las dos. Y se puso
+de pie, dirigiéndose con lentitud á la sala del <i>baccará</i>.<a name="page_297" id="page_297"></a></p>
+
+<p>Había disminuído el público, pero todos los que quedaban
+intervenían en el juego. La enorme suma reunida
+por la banca era una tentación. ¡No había miedo de que
+los gananciosos quedasen sin cobrar! Hasta los mirones
+que pasan la noche de pie, participando de la emoción
+ajena, arriesgaban su dinero de luis en luis, esperando
+que cambiase en favor del público esta racha de suerte
+que únicamente soplaba del lado de la banca.</p>
+
+<p>Lo primero que vió Miguel fué un enorme montón
+de billetes de mil francos, de placas de cinco mil, de
+fichas y papeles de distintos valores. Era una fortuna.
+Luego se fijó en Alicia, inmóvil en su asiento, tal como
+la había dejado, con un rostro inexpresivo de cariátide.
+Sólo sus ojos iban maquinalmente de aquel montón
+de riquezas á las manos del banquero. Fumaba...
+fumaba. En un platillo que un lacayo había colocado
+reverentemente al lado de la victoriosa había un montón
+de cigarrillos consumidos, con boquilla de oro. Parecía
+embrutecida por su éxito, por la monotonía de
+aquella buena suerte incesante.</p>
+
+<p>El pianista mostraba cierta somnolencia en sus gestos
+y en su voz. El triunfo le parecía insípido después de
+la fuga del admirable griego. Igualmente habían desaparecido
+otros jugadores célebres, como si no quisieran
+autorizar con su presencia esta fortuna absurda. Los únicos
+contrincantes serios eran unos ingleses residentes en
+Beaulieu, que tenían abajo sus automóviles. Les interesaba
+este juego extraordinario, como si fuese un deporte
+original; querían luchar contra la buena suerte de la
+banca, con una tenacidad británica, únicamente por el
+gusto de vencerla. Ellas, huesudas y distinguidas, con
+amplios escotes y largas colas, lanzaban un «¡oh!» de
+asombro cada vez que el <i>croupier</i> se llevaba con la raqueta
+las fuertes puestas, mientras ellos sacaban del
+bolsillo interior del <i>smoking</i> nuevos puñados de billetes,
+saludando su derrota con metálicas risas.</p>
+
+<p>Spadoni perdió en un golpe veinte mil francos. Lubimoff
+tuvo el presentimiento fatal del marino que percibe
+bajo sus pies el temblor del buque que va á abrirse,
+del soldado que adivina el principio de la derrota.</p>
+
+<p>Un segundo golpe; y la banca perdió otra vez.<a name="page_298" id="page_298"></a></p>
+
+<p>Miguel se aproximó con cierta cautela á la silla que
+ocupaba Alicia.</p>
+
+<p>&mdash;Son las dos. Ya es hora de retirarse&mdash;murmuró, dejando
+caer sus palabras sobre la cabellera que estaba
+al nivel de su pecho&mdash;. Va á llegar la mala: la siento
+venir. Dile á Spadoni que se levante.</p>
+
+<p>Ella elevó sus ojos para mirarle con extrañeza. Parecía
+ebria; no acertaba á entender sus consejos. Y manifestó
+su negativa con leves movimientos de cabeza.
+Tenía fe en la propia suerte.</p>
+
+<p>La suerte se encargó de reanimar acto seguido su
+confianza. El banquero ganaba otra vez, llevándose
+todas las sumas depositadas en ambos paños de la mesa.
+Pero esto no convenció al príncipe. Continuaba sintiendo
+miedo, y su inquietud le hizo ser brutal.</p>
+
+<p>Se colocó á espaldas de Spadoni para hablarle discretamente,
+mientras miraba en otra dirección. Debía
+levantarse en seguida, dando por terminado el juego. Ya
+era hora.</p>
+
+<p>El banquero torció la cara y miró hacia arriba para
+reconocer la voz prudente que le daba consejos desde
+lo alto. «¡Ah, Su Alteza!» Acompañó este descubrimiento
+con una sonrisa de orgullo, satisfecho de que el príncipe
+Lubimoff hubiese presenciado la hazaña más grande de
+su vida.</p>
+
+<p>Y siguió tallando.</p>
+
+<p>Lubimoff se irritó. Este idiota, sumergido en su gloria,
+no lo entendía: y si le entendía, se negaba á obedecerle.
+La voz del príncipe fué cayendo con una lentitud
+temblorosa sobre la cabeza que estaba debajo. ¡Spadoni,
+pianista de los demonios! (Aquí dos ó tres juramentos
+en diversos idiomas.) Si no le obedecía inmediatamente,
+iba á sacarlo de un zarpazo de su asiento, á darle una
+pateadura, á arrojarlo por una ventana...</p>
+
+<p>&mdash;¡La última!&mdash;dijo el músico.</p>
+
+<p>Cuando dejó de tallar muchos respiraron, satisfechos
+de que terminase un juego que parecía un maleficio.
+Otros contemplaban con asombro y envidia el enorme
+montón de la banca mientras el <i>croupier</i> lo ponía en
+orden, formando fajos de billetes, alineando columnas
+de fichas de diversos colores.<a name="page_299" id="page_299"></a></p>
+
+<p>Corrió de boca en boca la cifra: ¡cuatrocientos noventa
+y cuatro mil francos! Sólo faltaba una pequeña
+cantidad para medio millón. Pocas veces se había visto
+una ganancia tan rápida.</p>
+
+<p>Spadoni, como si fuese el dueño de tales riquezas, las
+fué metiendo en un cestillo de mimbre. Temblaba de
+emoción. Iba á pasar entre los curiosos sosteniendo contra
+su pecho el tesoro, lo mismo que otras noches había
+visto pasar á su grande hombre con aire de vencedor.
+¡Qué valían al lado de esto los aplausos que llevaba recibidos
+como pianista!...</p>
+
+<p>Unos manos ávidas le arrebataron el cestillo.</p>
+
+<p>&mdash;No: ¡yo!... ¡yo!</p>
+
+<p>Era la duquesa; ya no tenía por qué fingir indiferencia.
+Aquel dinero era suyo. Se había transfigurado al
+salir de su mutismo expectante; sus ojos brillaban con
+un resplandor triunfal; tenía la frente sudorosa; le latían
+las mejillas, intensamente pálidas. Llevando el cestillo
+ante ella con los brazos extendidos, pasó entre los
+grupos, lentamente, con una majestad hierática, dirigiéndose
+hacia la caja del club.</p>
+
+<p>Permaneció Spadoni junto al príncipe. También sudaba,
+mientras su rostro tenía la palidez de la emoción.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué noche, Alteza!... ¡Qué noche!</p>
+
+<p>Miraba á todos con orgullo, pero sonreía humildemente
+al dueño de Villa-Sirena para que olvidase su
+resistencia de momentos antes y las terribles amenazas
+con que la había acogido.</p>
+
+<p>Al poco rato volvió Alicia hacia ellos, guardando un
+papel en su bolso de mano.</p>
+
+<p>El entusiasmo del músico hizo explosión.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, duquesa!... ¡Divina duquesa!</p>
+
+<p>La besaba en uno de sus brazos desnudos; luego en
+un hombro. Alicia sonrió ante este homenaje público. El
+pobre pianista, hiciese lo que hiciese, no comprometía.</p>
+
+<p>&mdash;Gracias, Spadoni; cuente con mi gratitud. Vaya
+pensando lo que desea: una casa, un yate, tal vez un
+piano con teclas de brillantes...</p>
+
+<p>Miguel la escuchó asombrado. Hablaba de buena fe:
+parecía enloquecida por su fortuna.</p>
+
+<p><a name="page_300" id="page_300"></a>Pero el músico se alejó de ellos. Necesitaba estar
+solo. Al lado de la duquesa tenia que compartir su gloria,
+contentándose con un jirón. Y fué á reunirse con los
+ingleses de Beaulieu, que deseaban conocerle de cerca y
+beber con él una botella de champaña, proclamándolo
+el fenómeno más interesante que habían encontrado en
+sus viajes.</p>
+
+<p>Alicia y el príncipe se dirigieron hacia el guardarropa.</p>
+
+<p>&mdash;He depositado las ganancias en la caja del club&mdash;dijo
+ella mostrándole el recibo&mdash;. De noche no voy á
+llevarme tanto dinero á mi casa. Mañana vendré para
+pasarlo al Banco. Necesito que alguien me acompañe.
+Envíame al coronel: es hombre de guerra y debe tener
+revólver.</p>
+
+<p>Luego, acordándose de algo importante, su rostro
+tomó una expresión grave.</p>
+
+<p>&mdash;Inútil es decir que mañana arreglaremos cuentas.
+No creas que olvido lo que te debo: veinte mil francos
+del otro día, los trescientos mil de tu madre... Todo se
+pagará.</p>
+
+<p>Miguel expresó con una larga risa el asombro que le
+causaba esta promesa. Decididamente, la ganancia le
+había perturbado el cerebro. Un piano con teclas de brillantes
+para el otro; ahora centenares de miles de francos
+para él. La fortuna recién adquirida en dos horas le
+parecía extraordinaria y tan inmensa como su buena
+suerte.</p>
+
+<p>&mdash;Lo que yo quiero&mdash;añadió en voz baja, cesando de
+reir&mdash;, lo que yo deseo de ti, bien lo sabes...</p>
+
+<p>Ella le hizo callar con una mirada acariciante y un
+siseo discreto que equivalía á una promesa.</p>
+
+<p>Habían bajado la gran escalera del club; estaban en
+el vestíbulo, ella envuelta en una capa de seda con bordados
+de oro y ricas pieles, que le recordaba sus salidas
+de la Opera de París; él con el gabán abierto y un sombrero
+flexible forrado de seda.</p>
+
+<p>Los empleados del vestíbulo, enterados de lo que
+había ocurrido en los salones, corrieron á la cancela de
+cristales, con la esperanza de la regia propina. «¡Un
+carruaje para la señora duquesa!»</p>
+
+<p>Pero ella deseó marchar á través del silencio de la<a name="page_301" id="page_301"></a>
+noche. Estaba entumecida por su larga inmovilidad;
+necesitaba, como todos los que se consideran dichosos,
+prolongar el goce de su triunfo con un largo paseo.</p>
+
+<p>Bajó la escalinata exterior apoyada en un brazo de
+Miguel. Pasaron entre los cocheros y los escasos chófers
+que formaban grupos esperando á sus patrones y
+clientes.</p>
+
+<p>Se sumieron en la fresca atmósfera nocturna, con los
+ojos fatigados aún por la espléndida iluminación, con la
+piel ardorosa por el ambiente enrarecido de los salones.
+Los dos se fijaron en que la noche era de luna, una pobre
+luna menguante que empezaba á caer detrás de la
+negra barrera de los Alpes. La amenaza submarina tenía
+la ciudad á obscuras. Un macilento farol con los vidrios
+pintados de azul dejaba filtrar á largos trechos su
+breve radio de luz funeraria.</p>
+
+<p>A los pocos pasos se acostumbraron á esta penumbra.
+El suelo de las calles estaba partido en dos fajas: una,
+de blancura turbia y vagorosa, reflejo de la luna moribunda;
+otra, negra, con la tonalidad densa y pesada del
+ébano. Instintivamente, marchaban por la acera obscura,
+como si temieran ser vistos. Torcieron por una calle
+curva y en cuesta, la misma que atravesaba subterráneamente
+el corredor pompeyano que horas antes había
+seguido el príncipe.</p>
+
+<p>Oían aún á sus espaldas las conversaciones de los
+cocheros ocultos en la revuelta de la calle, las voces de
+los empleados del club llamando á los carruajes por el
+nombre de sus dueños, los pataleos de los caballos que
+sacudían su espera dormitante, los primeros ronquidos
+de los automóviles al reanudar su funcionamiento. Miguel,
+que caminaba silencioso, con el deseo de alejarse
+cuanto antes, buscando la soledad absoluta, tuvo que
+detenerse al ver que ella había hecho lo mismo. Se anticipaba
+á sus pensamientos: no quería ir más lejos.</p>
+
+<p>&mdash;Necesito recompensarte&mdash;murmuró&mdash;. Te dije que
+al venir ganarías de todos modos, aunque yo perdiese.
+Toma... toma.</p>
+
+<p>Sus brazos desnudos, escapando de la sedosa capa,
+se cerraron sobre los hombros de él, formando un anillo
+apretado: su boca sumisa, buscando la otra boca,<a name="page_302" id="page_302"></a>
+se entregó humildemente, con un deseo de dar la felicidad.</p>
+
+<p>Pasó por el fondo de la calle un vivo resplandor, sacándolo
+todo de la penumbra con fugaz relieve, lo mismo
+que un relámpago. Era el reflector de un automóvil.
+Ella ni se movió; no temía que la sorprendiesen: las
+gentes eran fantasmas sin ninguna realidad. En el mundo
+sólo existían en estos momentos ellos dos y aquel
+montón de papeles y piezas de marfil guardado en una
+caja de acero.</p>
+
+<p>Se acordó Lubimoff toda su vida de esta noche. Los
+relojes estaban locos indudablemente, lo mismo que su
+cabeza, que parecía dar vueltas, siguiendo el ritmo de
+una música dulce. Tuvo la sensación de que pasaron
+varias veces por el mismo lugar, andando y desandando
+el camino, sin saber lo que hacían. ¿Qué importaba?...
+Lo interesante era estar juntos. Hubo un momento
+en que despertaron, viéndose sentados en un banco de
+la plaza del Casino. De esto estaba seguro el príncipe.
+Había mirado el reloj de la fachada. ¡Las tres! Era imposible:
+creyó firmemente que sólo iban transcurridos
+unos minutos desde su salida del club... Y tuvieron que
+alejarse, molestados por la curiosidad de un burgués que
+hacía de polizonte en tiempo de guerra; un miliciano del
+príncipe de Mónaco con traje civil, llevando un brazal
+de colores en la manga y un revólver al costado.</p>
+
+<p>Volvieron á marchar por las calles solitarias ó á lo
+largo de los jardines públicos, cerrados á estas horas.
+Ella echaba su busto atrás, con la capa abierta, abandonándose
+sobre un brazo que sostenía su talle, ofreciendo
+la garganta en tensión, la barbilla prominente,
+el rostro casi horizontal, á una lluvia de besos. Contemplaba
+á su acompañante, de abajo á arriba, con unos
+ojos empañados por el amor. Las caricias de ella eran
+ascendentes, subían con lentitud voluptuosa, como suben
+de las profundidades azules las flores y las estrellas
+marinas en busca de la luz.</p>
+
+<p>Contestando á la súplica muda de aquellos ojos que
+la imploraban desde lo alto, murmuró repetidas veces,
+con una voz vagorosa, como si hablase en sueños.</p>
+
+<p>&mdash;Sí; haré lo que tú quieres... ¡Lo que tú quieras!<a name="page_303" id="page_303"></a></p>
+
+<p>El, más agresivo en su pasión, hundía su brazo libre
+en el cálido encierro de la capa, apoderándose de las
+desnudeces que dejaba indefensas el escote del vestido.</p>
+
+<p>Caminaban tambaleándose cuando creían marchar
+en línea recta; se detenían los dos al mismo tiempo en
+ciertos sitios, sin saber por qué. Su tardo paso ponía en
+conmoción las «villas». Los perros de los jardines ladraban
+furiosamente á los intrusos, incrustando sus hocicos
+entre los hierros de las verjas. Estos aullidos les
+parecían una música bárbara pero agradable; consideraban
+con benevolencia todo lo que les rodeaba; se creían
+señores de la vida, como en aquellos instantes eran señores
+de la noche. Sólo ellos existían en el mundo.</p>
+
+<p>Miguel, obedeciendo á un obscuro impulso, la habló
+de su hijo. Iba á recobrarlo de un momento á otro, y su
+felicidad sería completa... Inmediatamente se arrepintió
+de haber evocado este recuerdo, que podía disolver el
+hechizo en que vivían. Pero ella no mostró emoción
+alguna.</p>
+
+<p>&mdash;Sí; lo recobraré&mdash;murmuró&mdash;. Estoy segura. Me
+acompaña la buena suerte... Ya era hora, después de
+sufrir tanto.</p>
+
+<p>Y volvió á entregarse al momento presente. Los dos
+se sorprendieron al verse en la calle donde estaba Villa-Rosa.
+Después de vagar á la ventura, el instinto había
+acabado por llevarlos hasta allí.</p>
+
+<p>El príncipe, enardecido por el largo paseo de caricias
+y abandonos, se mostraba apremiante.</p>
+
+<p>&mdash;Déjame entrar&mdash;murmuró&mdash;. Nadie me verá... Me
+marcharé antes que llegue la aurora...</p>
+
+<p>Alicia se revolvió, como si despertase. Fué su primera
+negativa en toda la noche. El jardinero la esperaba
+seguramente. Valeria tal vez no estaría dormida.
+¡Ah, no!...</p>
+
+<p>Lubimoff, en su desesperación, habló de marchar
+juntos á Villa-Sirena.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tan lejos!&mdash;continuó Alicia, cada vez con más serenidad,
+como si hubiese despertado definitivamente&mdash;.
+Además, aquello es un cuartel; una casa llena de hombres.
+¡Y ese Castro que todo se lo cuenta á «la Generala»!
+No, no iré nunca. ¡Qué locura!<a name="page_304" id="page_304"></a></p>
+
+<p>El gesto de tristeza, el ademán desalentado del príncipe,
+la conmovieron. Su mano se paseó por el rostro de
+él con una caricia maternal.</p>
+
+<p>&mdash;¡Pobrecito mío!... ¡No pongas esa cara! Ten un poco
+de paciencia. Mañana; te juro que será mañana.</p>
+
+<p>Ella, que en otro tiempo había arrostrado con tranquilo
+impudor las más atroces murmuraciones, dudó y
+balbuceó al hablar del día siguiente. Parecía una jovencita
+luchando entre su amor y el miedo á perder su porvenir
+social.</p>
+
+<p>¡Mañana!... Podía venir mañana á las tres de la tarde....
+A las tres, no; mejor á las cuatro. Valeria habría
+salido á esta hora seguramente. Ella enviaría á su doncella
+á Niza para unas compras; el jardinero y su mujer
+estarían ocupados fuera de la casa.</p>
+
+<p>&mdash;Pero ¡por Dios! sé prudente.... Si puedes evitar que
+te vean los vecinos, mucho mejor.</p>
+
+<p>Y el famoso príncipe Lubimoff asintió á estas recomendaciones
+muy emocionado, como un muchacho que
+organiza su iniciación amorosa y se conmueve prematuramente
+ante su misterio.</p>
+
+<p>Quiso acompañarla hasta la verja de la «villa», á
+pesar de sus protestas.</p>
+
+<p>&mdash;Si fueses otro, ¡bueno! Es natural que un amigo me
+acompañe á estas horas; ¡pero tú!... Temo que todos adivinen
+nuestro secreto.</p>
+
+<p>Unicamente cuando se hubo cerrado la verja, perdiéndose
+en la obscuridad el adorable bulto de Alicia,
+se decidió el príncipe á alejarse.</p>
+
+<p>Tuvo que marchar á pie hasta la lejana Villa-Sirena,
+y sin embargo le pareció breve el camino. Le acompañaban
+recuerdos y promesas. Nunca había andado tan
+ligeramente. Creyó avanzar en una atmósfera en la que
+se habían disminuído las leyes de la gravitación, en un
+planeta sumido en eterna noche primaveral, donde el
+aire, los árboles obscuros y las cosas perdidas en la penumbra
+vibraban con un ritmo poético.</p>
+
+<p>Durmió penosamente, pero se levantó tranquilo y
+animoso. El encargo de Alicia resucitó en su memoria.
+Necesitaba un hombre de guerra, y con revólver si era
+posible, para que la escoltase en el traslado de su fortuna<a name="page_305" id="page_305"></a>
+de la caja del club al Banco. El coronel, muy
+emocionado por este golpe de la suerte, salió á cumplir
+el servicio. «¡Pobre duquesa! Dios acaba por proteger á
+los buenos.»</p>
+
+<p>Toda la mañana la pasó Miguel ocupado en el arreglo
+de su persona. Sus intentos de vida simple y campesina
+en el retiro de Villa-Sirena no le habían hecho olvidar
+los cuidados higiénicos á que estaba acostumbrado
+desde la niñez. Pero ahora se trataba de algo más; quería
+acicalarse, realzar con exquisiteces interiores su individualidad
+física, que consideraba de repente un poco
+maltratada por los años.</p>
+
+<p>Hizo que el viejo ayuda de cámara rebuscase en el
+guardarropa de su pasado. Se acordó de prendas interiores
+que habían merecido elogios femeninos. Sentía el
+mismo deseo de novedad y seducción de una mujer que
+se adorna para una entrevista esperada mucho tiempo.
+Escogió además un traje que no había llevado nunca en
+Monte-Carlo, un sombrero nuevo, una corbata «discreta».
+Recordaba los miedos de ella, sus súplicas para que
+se deslizase inadvertido.</p>
+
+<p>Mientras hacía todo esto, un sentimiento de zozobra,
+de desconfianza en sí mismo, empezó á agitarle. Era una
+inquietud igual á la del estudiante antes del examen, á
+la del autor que aguarda entre bastidores, á la del hombre
+que va á batirse. ¡Llevaba tantas semanas de desear
+inútilmente! ¡Hacía tanto tiempo que había renunciado
+al amor!... Y pensando en Alicia sentía al mismo tiempo
+anhelo y miedo.</p>
+
+<p>El coronel regresó á la hora del almuerzo. La operación
+estaba hecha. Daba la noticia con un laconismo
+modesto, como si acabase de realizar algo importante.
+Miguel casi le envidió porque había visto á Alicia.
+«¿Cómo estaba?»</p>
+
+<p>&mdash;Hermosa, hermosa como siempre. Algo pálida...
+¡Después de una emoción como la de anoche! Pero alegre,
+muy contenta; hablando á cada momento del marqués.
+Se adivinaba su gran afecto.</p>
+
+<p>Almorzaron solos. Spadoni iba por el mundo después
+de su triunfo. Tal vez estaba en Beaulieu con sus nuevos
+amigos los ingleses. A Castro lo había encontrado Toledo<a name="page_306" id="page_306"></a>
+entrando en el Hotel de París, donde vivía doña
+Clorinda. Sin duda almorzaban juntos para hablar de
+la ganancia de la duquesa. Atilio hasta había fingido
+no entender cuando el coronel le habló del suceso. ¡Envidias!</p>
+
+<p>Lubimoff se encogió de hombros. Todas las personas
+eran para él fantasmas, y las malas pasiones una
+ilusión. No había mas que dos realidades: él y lo que le
+esperaba.</p>
+
+<p>Se vistió, después del almuerzo, con unas precauciones
+que le hicieron sonreir por su minuciosidad absurda.
+Hasta cambió de corbata, buscando otra de colores
+más apagados. Las dos y media.... Se contempló
+de pies á cabeza en un espejo: traje gris obscuro, zapatos
+amarillos, un fieltro blanco de anchas alas echado
+sobre los ojos para evitar el sol. Nadie había visto así al
+príncipe. De lejos podían confundirle con un viajero de
+los que visitan de pasada la Costa Azul y vienen á conocer
+una tarde la ruleta de Monte-Carlo, marchándose
+en seguida.</p>
+
+<p>Las tres. Salió de Villa-Sirena. El camino era largo
+y quería hacerlo á pie. Este ejercicio robustecería su voluntad,
+disipando las dudas que le asaltaban de nuevo.
+Pensó en el gesto íntimo realizado tantas veces en otra
+época, como algo ordinario y maquinal. Su caviloso aislamiento
+en los últimos meses parecía haberle entumecido.
+Sintió la desconfianza del atleta que ha descuidado
+sus ejercicios y sospecha si no volverá á encontrar su antiguo
+vigor. El miedo ante la simple idea de un fracaso
+le devolvió la confianza. No era posible.... ¡Adelante!</p>
+
+<p>Al llegar á la ciudad subió por unas largas escaleras
+de piedra hasta las calles de Beausoleil. Esta desviación
+en su camino la consideraba oportuna para
+cumplir las recomendaciones de prudencia que le había
+hecho ella.</p>
+
+<p>Entraría en la calle de Alicia por su parte alta, desprovista
+de casas. Así evitaba el cruzarse con los vecinos
+que á estas horas descendían al centro de Monte-Carlo.</p>
+
+<p>A través de los solares en construcción y de las escalinatas
+que se desarrollan pendiente abajo distinguió la<a name="page_307" id="page_307"></a>
+inmensidad del mar, y en su orilla la arboleda de los jardines,
+la larga masa del Casino á vista de pájaro, con sus
+tejados verdosos y las cúpulas amarillas de sus salones,
+la gran plaza, el jardincillo circular del «queso», y en
+torno de él numerosas personas del tamaño de hormigas.</p>
+
+<p>El príncipe sintió lastima por estos pigmeos. ¡Desdichados!
+Se preparaban á jugar, á encerrarse entre paredes,
+bajo la luz artificial, sin otra ilusión que la del
+dinero. A él le esperaba algo mejor: iba á conocer por
+unas horas la única embriaguez interesante de nuestra
+existencia. Luego rió con lástima de cierto demente que
+tenía su mismo rostro y había querido fundar el grupo
+de «los enemigos de la mujer». Abominar del amor, querer
+vivir sin la mujer; ¡pobre príncipe Lubimoff!...</p>
+
+<p>Las cuatro. Pasando entre pequeñas huertas, entró
+en la calle de Alicia. El techo rojo de Villa-Rosa asomaba
+entre árboles, casi á sus pies. Siguió bajando. Las
+piernas le temblaban levemente y se detuvo un instante
+para serenarse, llevando una mano á su pecho. Después
+de una revuelta, se le apareció la calle en toda su parte
+habitada, rectilínea y suavemente pendiente hasta desembocar
+en una de las avenidas de Monte-Carlo.</p>
+
+<p>No vió á nadie, y apresuró su marcha para deslizarse
+en Villa-Rosa antes de que asomase algún vecino.
+Pasó rápidamente ante los jardines, con el aspecto de un
+hombre que teme llegar tarde al juego. Encontró entreabierta
+la verja de entrada. Muy bien: Alicia se había
+ocupado en facilitarle el paso.</p>
+
+<p>Entró resueltamente en el pequeño jardín, y le pareció
+distinguir sobre unas matas el rostro azorado del jardinero
+asomando un momento para volver á ocultarse
+con precipitación... ¡Algo rara la curiosidad de este
+hombre y su gesto despavorido! Pero huía, y el príncipe
+alabó su prudencia.</p>
+
+<p>Fué subiendo, con palpitaciones de emoción, los cuatro
+escalones de la puerta. Cada uno de ellos despertó
+en su pensamiento una perspectiva suavemente rosada
+como la carne femenil, una nueva visión inconfesable
+que le volvía de golpe á su pasado. Percibió en el ambiente,
+con el recuerdo más que con el olfato, un perfume
+conocido: el perfume de ella. Vió vagamente todo<a name="page_308" id="page_308"></a>
+lo que le rodeaba, como si se esfumasen sus contornos.
+Le zumbaron los oídos; el deseo le galvanizó con dura
+tensión, lo mismo que en sus mejores tiempos. Y con un
+ademán de vencedor empujó la puerta, que sólo estaba
+entornada.</p>
+
+<p>Una mujer salió á recibirle en el vestíbulo, una mujer
+cuya presencia le hizo dar un paso atrás.</p>
+
+<p>¡Valeria!... ¿Qué hacía allí? ¿Qué farsa era esta?...</p>
+
+<p>La joven intentó hablarle, y él también quiso hablar
+al mismo tiempo. Pero no pudieron.</p>
+
+<p>Otra mujer apareció abriendo rudamente una puerta...
+Era Alicia, con las ropas en desorden y el pelo
+alborotado. Viendo al príncipe, levantó las manos y
+avanzó, muda é impetuosa, como si pretendiese abrazarlo.
+¡Al fin!... Nada le importaba la presencia de Valeria;
+no la vería. En cambio le pareció que Alicia era
+distinta: más alta que nunca, más pálida, con unos ojos
+que de pronto le infundieron miedo.</p>
+
+<p>El abrazo cayó sobre él, y á continuación todo un
+cuerpo que parecía derrumbarse, falto de fuerzas. Sintió
+contra su pecho un pecho jadeante; los brazos de ella
+eran de una frialdad cadavérica; una lluvia cálida humedeció
+su cuello.</p>
+
+<p>&mdash;¡Miguel!... ¡Miguel!&mdash;gemía Alicia.</p>
+
+<p>No pudo decir más. Se ahogaba. Un estertor hizo
+ondular su garganta, como si por dentro de ella rodase
+una bola dolorosa.</p>
+
+<p>El príncipe tuvo que apelar á toda su fuerza para
+sostener este cuerpo.</p>
+
+<p>Sonó junto á él una voz con el mismo acento monótono
+y bajo que si hablase en la habitación de un moribundo.</p>
+
+<p>Era Valeria que también lloraba, sintiendo de nuevo
+el contagio de las lágrimas.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ha muerto!... ¡Murió hace un mes!</p>
+
+<p>Y le mostró un pequeño papel azul: un telegrama de
+Madrid, llegado media hora antes.<a name="page_309" id="page_309"></a></p>
+
+<h3><a name="IX" id="IX"></a>IX</h3>
+
+<p>Spadoni, después de saludar á Novoa en la plaza del
+Casino, habló de los ensueños que agitaban sus noches
+y de sus decepciones al despertar.</p>
+
+<p>&mdash;Usted tiene la culpa, profesor. Cuando estábamos
+juntos en Villa-Sirena, yo escuchaba esas cosas tan interesantes
+que usted sabe y luego me dormía en paz.
+Ahora no encuentro allá con quién conversar. El príncipe
+y Castro se muestran de un humor insufrible; apenas
+hablan y no se acuerdan de mí. Yo llevo, como usted
+dice, una «vida interior», siempre á solas con mis pensamientos,
+y cuando paso allá la noche, duermo mal,
+sufro de ensueños, muy hermosos al principio, pero
+luego muy tristes. ¡Ay, qué buenas veladas las nuestras
+cuando hablábamos de cosas científicas!</p>
+
+<p>Novoa sonrió. Para el músico, el juego y sus misterios
+eran cosas científicas. Todas las paradojas que él se
+había gozado en exponerle las guardaba en su memoria
+como verdades indiscutibles. Intentó atajarlo en su manía,
+para pedirle noticias del príncipe, pero Spadoni
+continuó:</p>
+
+<p>&mdash;El sueño de anoche fué horrible, y sin embargo no
+pudo empezar mejor. Yo poseía el secreto de los errores
+infinitesimales; había dominado las leyes ocultas del
+azar, y era el rey del mundo. Tenía un tren especial, compuesto
+de vagón-alcoba, vagón-salón, vagón-comedor,
+vagón-piscina, ¡qué sé yo cuántos vagones lujosos! un
+verdadero palacio rodante que me esperaba en las estaciones,
+sin que la máquina cesase de echar vapor, pronta<a name="page_310" id="page_310"></a>
+á partir en cualquier momento. Me apeaba de mi tren
+en todas las ciudades célebres por sus juegos, como el
+que baja de su automóvil. Al verme llegar temblaban los
+dueños de los Casinos, los empleados y hasta las mesas
+verdes. «¡Viva el vengador!», gritaban en el atrio los
+que habían perdido su dinero. Pero yo pasaba adelante,
+impasible como un dios, sin hacer caso de estas ovaciones
+de la canalla. ¡Figúrese usted lo que le costaría
+ganar al poseedor del secreto de los errores infinitesimales!
+Mis doce secretarios colocaban en las diversas
+mesas un millón ó dos, siguiendo mis instrucciones.
+«Empiece el juego.» Yo me paseaba como Napoleón, dando
+órdenes á mis mariscales. A la media hora, la caja se
+declaraba en quiebra y el Casino en bancarrota. «¡Se va
+á cerrar!», gritaban los empleados, como en una iglesia
+cuando termina el culto. Y á la salida, los mismos hambrones
+que me habían aclamado se arrojaban contra los
+valientes de mi escolta, pretendiendo matarme, con repentino
+odio. Les había cerrado el lugar donde estaba
+sepultada su fortuna. Ya no podían volver al día siguiente
+á perder más dinero con la ilusión del desquite.
+Me llevaba su esperanza.</p>
+
+<p>&mdash;Exacto&mdash;dijo Novoa.</p>
+
+<p>&mdash;También tenía un yate, más grande que el del príncipe
+Lubimoff; algo así como un acorazado de primera
+clase. Lo necesitaba para todo mi séquito: los secretarios,
+la compañía de bravos encargada de defenderme,
+y un sinnúmero de aburridos que, encontrando muy
+interesante mi persona, me seguían por todo el planeta,
+como aquel misántropo que seguía á un domador de ciudad
+en ciudad, esperando que sus fieras lo devorasen.
+Ya no quedaba funcionando en Europa ningún Casino:
+el de San Sebastián lo habían dedicado á convento; el
+de Ostende servía de laboratorio para nuevos cultivos
+de ostras; en todas las poblaciones de baños de mar ó
+de aguas medicinales, las gentes sólo se preocupaban
+del cuidado de su salud, y cuando querían distraerse
+jugaban en los paseos á la rayuela y á otros juegos de
+niños. Yo viajaba mientras tanto por América y Oceanía,
+haciendo quebrar una tras otra todas las grandes
+casas de juego. Los periodistas me seguían, formando<a name="page_311" id="page_311"></a>
+un segundo séquito más numeroso que el mío. Los diarios,
+el cable, las agencias telegráficas, me anunciaban
+con una anticipación ruidosa. «¡Va á llegar el invencible
+Spadoni!» Y las empresas de juego, considerando su
+muerte próxima, hacían dinero con su agonía, vendiendo
+asientos á precios fabulosos á todos los que deseaban
+presenciar mi triunfo. En los Estados Unidos, un rey de
+no sé qué artículo daba cien mil dólares por una silla,
+para seguir de cerca mi juego irresistible. Jamás se pagó
+tanto por ver los pelos de un concertista ó los brillantes
+de una tiple.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y Monte-Carlo?&mdash;preguntó Novoa, interesado por
+estos delirios del jugador.</p>
+
+<p>&mdash;A él llegamos. Lo había guardado para el final, pensando
+en el dinero que dejé aquí. Cuanto más engordase
+la víctima, mejor sería mi venganza. ¡El negocio que
+hizo Monte-Carlo!... Como no quedaba juego en el mundo,
+todos los jugadores acudían á este país. La ciudad
+se había dilatado, llegando hasta las cumbres de los
+Alpes; los cuarenta millones que ganaba el Casino en los
+años buenos, eran ahora cuatro mil. Los accionistas se
+casaban con personas de sangre real: dos reyes de los
+Balkanes se hacían la guerra, disputándose la mano de
+una hija del cuarto vicepresidente de la sociedad explotadora.
+El equilibrio europeo estaba en peligro: las grandes
+potencias soñaban con anexionarse á Mónaco en
+nombre de los intereses históricos y de los derechos étnicos,
+pues todas ellas habían tenido y tenían numerosas
+gentes de su raza viviendo en este pedazo de tierra...
+Pero de pronto llegaba el invencible.</p>
+
+<p>Spadoni, como si aún estuviese soñando, miró el Casino,
+la plaza, la entrada de las terrazas, el arranque de
+la avenida que desciende al puerto. Lo veía todo tal vez
+lo mismo que en su imaginación.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué de gente! Desde medio año antes no se hablaba
+en el planeta de otra cosa. «¿Irá?» «¿No irá?» La
+Agencia Cook había anunciado en todos los países un
+viaje económico en caravana para presenciar este acontecimiento
+mundial. El P. L. M. daba billetes de ida y
+vuelta á precios reducidos, y todo París estaba aquí. Los
+dueños de hoteles y restoranes, por agradecimiento,<a name="page_312" id="page_312"></a>
+colgaban mi retrato un el lugar más visible de sus
+comedores, siempre repletos. Los diarios publicaban mi
+biografía, y al hablar de mis riquezas se veían obligados
+á romper sus columnas, colocando una línea de ceros á
+todo lo ancho de la página, y aun así, les faltaba espacio.
+Había olvidado decirle que me vi en la necesidad de
+fundar un Banco, sólo para mis tesoros. Y siempre que
+el Banco de Londres ó el Banco de Francia se veían en
+un apuro, me enviaban atentas cartitas para que los
+sacase del atolladero.</p>
+
+<p>Novoa rió de la sencillez con que el pianista contaba
+sus grandezas. Parecía obsesionado aún por su ensueño.</p>
+
+<p>&mdash;Mi yate tuvo que fondear fuera del puerto, entre
+otros buques. Había muchos trasatlánticos: cuatro de
+los Estados Unidos, uno del Japón, otro de la América
+del Sur, varios de Australia y Nueva Zelanda, todos con
+viajeros llegados del otro hemisferio para ver á Spadoni.
+Después de saludar con veintiún cañonazos á Mónaco,
+salté á tierra entre los ¡hurras! de los marinos extranjeros.
+Usted comprenderá que un hombre como yo no
+podía llegar al Casino vulgarmente sentado en un automóvil.
+¡Quién no tiene automóvil!... En el desembarcadero
+esperaba un simple cochecito de un solo asiento,
+que iba á guiar yo mismo. Pero este cochecito, de ruedas
+doradas, era tirado por seis mujeres, por seis hermosas
+mujeres, todas ellas célebres, y cuyos retratos figuraban
+lo mismo en los grandes diarios ilustrados que en los
+frascos de esencias ó en las cajas de fósforos.</p>
+
+<p>El profesor extremó su regocijo. Notaba la satisfacción
+con que el pianista insistía en este detalle de su
+entrada triunfal. El envilecimiento de las seis mujeres
+elegantes y famosas parecía halagar su misoginismo.
+Hablaba con una expresión fríamente vengativa, como
+si presenciase la abyección de su mayor enemigo.</p>
+
+<p>&mdash;Fué asunto de precio: yo no iba á regatear por millón
+más ó menos. Lo único que me ocasionó disgustos
+fué escoger entre varios miles de hermosas solicitantes.
+Tuve que arrostrar la enemistad de grandes directores
+de teatro, de hombres de negocios, de ministros, que me
+recomendaban á sus protegidas. Hasta un monarca me
+retiró el título de duque que acababa de darme, porque<a name="page_313" id="page_313"></a>
+rechacé á su amiga predilecta... Las seis vestían
+los últimos modelos de la <i>rue de la Paix</i>. Los reporteros,
+kodak en mano, sacaban instantáneas de lo que iba á
+ser la última moda. Además, sus arneses estaban cubiertos
+de perlas, de brillantes, de toda clase de pedrería
+rica, y cuidaban muy bien de no estropearlos, sabiendo
+que al final de su trote se los podrían llevar
+como un recuerdo. Yo tenía un gran látigo para arrearlas:
+un látigo de flores. Hay que ser galante con las
+damas...</p>
+
+<p>Sonrió irónicamente. Novoa volvió á ver su expresión
+rencorosa de misógino.</p>
+
+<p>&mdash;Pero por dentro era de acero trenzado, y dejándolo
+caer sobre mi hermoso tiro, nos pusimos en marcha. ¡Lo
+que tardamos en remontar esa cuesta á través de la muchedumbre!
+Los extranjeros me aclamaban. Se oía como
+un interminable abejorreo el crujido de las máquinas
+fotográficas. Todos querían llevarse la imagen del rey
+del mundo. Reconocí por sus caras tristes á los vecinos
+de la ciudad. Los hombres me imploraban con los ojos,
+como pobres cautivos; las mujeres me enseñaban sus pequeñuelos;
+los ancianos se ponían de rodillas. Yo era el
+vencedor que, al arruinar el Casino, talaba su patria,
+condenándolos á la miseria... Esta plaza estaba negra
+de gente. Al bajar de mi vehículo vi la escalinata del
+Casino ocupada por un cortejo grandioso. Delante, monsieur
+Blanc; luego, su Estado Mayor de consejeros, primeros
+accionistas, inspectores, y la corporación entera
+de los <i>croupiers</i>, todos vestidos de negro, con amplios
+chaqués de alpaca de corte fúnebre. En último término
+gente conocida, cuya presencia me podía conmover...
+Para hacerme recordar que yo había sido un simple
+pianista, aquí me aguardaban, batuta en mano, los directores
+de los conciertos y de la ópera; los profesores
+de la orquesta con sus instrumentos; los cantantes espada
+al cinto ó arrastrando colas femeniles, todos pintados
+y con peluca; las muchachas del cuerpo de baile
+con piernas de fresa pálida y gasas horizontales en el
+talle... Estaban prontos á gemir, previamente aleccionados
+por la empresa.</p>
+
+<p>&mdash;Una palabra, señor Spadoni.<a name="page_314" id="page_314"></a></p>
+
+<p>Era monsieur Blanc, que me llevó aparte, entregándome
+un pequeño papel.</p>
+
+<p>&mdash;Guárdeselo y no entre.</p>
+
+<p>Miré el papel: un cheque de un millón. ¡Puá! ¿Qué
+puede hacer un hombre con un millón?... Y al ver que
+lo arrugaba, tirándolo al suelo, el dueño del Casino me
+dió otro papel.</p>
+
+<p>&mdash;Tome cinco y váyase.</p>
+
+<p>Como tampoco me conmoví, fué sacando cheques de
+todos los bolsillos: diez millones, quince... cuarenta...</p>
+
+<p>Mis doce ministros avanzaban con sus grandes carteras
+llenas de billetes; mi escolta me abría paso entre
+el gentío implorante de la escalinata; mis caballos se
+impacientaban, relinchando y coceando al darse cuenta
+de que algunos inteligentes se habían aprovechado de
+la aglomeración para manosear sus corvejones y sus
+ancas.</p>
+
+<p>&mdash;Otra palabra, señor Spadoni: la última. Haremos
+una revolución, destronaremos a Alberto, y le daremos
+á usted la corona de Mónaco. Puede casarse, si le place,
+con la hija de un emperador: el dinero lo arregla todo.
+Nosotros lo tenemos, usted lo tiene...</p>
+
+<p>&mdash;¡He dicho que no! Lo que yo deseo es entrar en el
+Casino para hacerlo quebrar y llevarme las llaves.</p>
+
+<p>Esta amenaza le arrancó la suprema concesión.</p>
+
+<p>&mdash;Será usted mi socio; le daré el cincuenta por ciento
+de las ganancias.... ¿No quiere?... Sea el setenta y cinco.</p>
+
+<p>Al ver que yo seguía avanzando escalinata arriba
+sin escucharle, se llevó un silbato á la boca. Su cara fué
+la de Sansón agarrándose a las columnas del templo.
+¡Antes morir, que ver quebrada su casa! Sonó un estallido
+formidable, como si se rasgase el mundo. Habían
+minado con todos los explosivos sobrantes de la guerra
+el Casino, la plaza, la ciudad. Yo subí, aturdido, hasta
+las nubes, pero pude ver cómo desaparecía Monte-Carlo
+y hasta el peñón de Mónaco, ocupando el mar, con una
+ola gigantesca, el sitio de las tierras desaparecidas. Y
+cuando volví a caer...</p>
+
+<p>&mdash;Despertó usted&mdash;dijo Novoa.</p>
+
+<p>&mdash;Sí; desperté al pie de mi cama, y oí la voz de Castro
+en el pasillo insultándome por haber cortado su sueño<a name="page_315" id="page_315"></a>
+con mis gritos. No ría usted, profesor. Es muy triste soñar
+esas grandezas, como si uno las estuviese tocando,
+y verse hoy tan pobre como ayer, tan pobre como siempre,
+y además con una mala suerte tenaz.</p>
+
+<p>La pobreza y la mala suerte de Spadoni hicieron protestar
+á Novoa. Aún se acordaban muchos de su fortuna
+asombrosa como banquero en el <i>Sporting-Club</i>. Era una
+noche histórica. Además, sabía por Valeria que la duquesa
+le había hecho un buen regalo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Incomparable duquesa!&mdash;dijo con entusiasmo el
+pianista&mdash;. Siempre gran señora. La pobre, en medio de
+su desesperación, se acordó de mí. «Tome usted, Spadoni,
+y que tenga mucha suerte.» Me regaló veinte mil
+francos. Si le pido cien mil, me los da lo mismo. ¡Y que
+sea tan desgraciada!...</p>
+
+<p>Ante los ojos interrogantes del profesor, continuó:</p>
+
+<p>&mdash;Pues bien; de los veinte mil no quedan ni cien.</p>
+
+<p>Corrió en la misma noche al <i>Sporting</i> para repetir
+sus hazañas. Nunca se había visto con tanto capital, ni
+á la vuelta de su viaje de concertista por la América del
+Sur. El terrible griego estaba allí, y á pesar de la admiración
+que Spadoni tributaba á su gloria, lo trató con
+implacable hostilidad. «¡Banco!», dijo al verle en su
+silla de banquero con quince mil francos delante. Y al
+presentar sus cartas, «abatió nueve», mientras el pobre
+Spadoni sólo tenía cinco. ¡Adiós los quince mil! Con el
+resto se había defendido unos cuantos días como simple
+«punto», y ya no era mas que un recuerdo la generosa
+dádiva de la duquesa.</p>
+
+<p>&mdash;¡Si ella quisiera volver al trabajo! Estoy convencido
+de que yo sería otra vez el de aquella noche, teniéndola
+detrás de mí. Pero ¿quién se atreve á hablarle del juego?</p>
+
+<p>Los dos lamentaron la desgracia de Alicia. Desde el
+día en que llegó el telegrama dándole cuenta de la
+muerte de su protegido, era otra mujer. Spadoni atribuía
+á un exceso de buen corazón este dolor tan vehemente
+por un joven soldado que no pertenecía á su familia.
+El profesor aprobó, pero con un aire enigmático.
+En la explosión de su dolor, debía habérsele escapado á
+Alicia una parte de su secreto delante de Valeria y ésta
+se lo habría hecho saber á Novoa.<a name="page_316" id="page_316"></a></p>
+
+<p>Luego hablaron del aislamiento en que vivía la duquesa.</p>
+
+<p>&mdash;Hace un mes que nadie la ve&mdash;dijo Spadoni&mdash;. Las
+gentes empiezan á olvidarse de ella; muchos creen que
+se ha marchado. Monte-Carlo es así: muy chico para los
+que van al Casino y se rozan á todas horas; enorme,
+como una gran capital, para los que no se acercan á las
+salas de juego... El príncipe me pregunta por ella muchas
+veces. Parece que no ha conseguido verla después
+de la tarde del telegrama.</p>
+
+<p>Novoa recobró su gesto enigmático al oir el nombre
+de Lubimoff. Sabía por Valeria que había ido repetidas
+veces á Villa-Rosa, sin conseguir que su dueña lo recibiese.
+Es más; la duquesa se estremecía de miedo ante
+esta visita. «No quiero verle; di siempre que no estoy.»
+Don Marcos había sufrido la misma suerte, teniendo
+que entregar su tarjeta, unas veces á la confidenta de
+la duquesa y otras al jardinero. Varias cartas del príncipe
+habían quedado sin contestación. Alicia mostraba
+la firme voluntad de no ver á su pariente, como si su
+presencia pudiera hacer más vivo aquel dolor que la
+tenía alejada del mundo.</p>
+
+<p>Spadoni, ignorante de todo esto, persistió en sus elogios
+á la duquesa.</p>
+
+<p>&mdash;¡Hermoso corazón! Necesita siempre cerca de ella
+un desgraciado á quien proteger. Después de la muerte
+de su aviador, parece sentir un gran afecto por ese teniente
+de la Legión extranjera, ese español tan enfermo,
+que tal vez morirá el día menos pensado, lo mismo que
+el otro. Pasa los días en Villa-Rosa; allí almuerza y come,
+y si la duquesa da algún paseo por la montaña, siempre
+es con él. ¡Sólo le falta dormir en la casa!... Cuando
+tarda en presentarse, ella envía inmediatamente un recado
+al hotel de los oficiales.</p>
+
+<p>El profesor se mantuvo silencioso, pero reconoció en
+su interior la exactitud de lo que contaba Spadoni. Lo
+mismo le decía Valeria. Aquel Martínez estaba á todas
+horas en Villa-Rosa, muchas veces contra su deseo. La
+duquesa necesitaba su presencia, y eso que al verle
+prorrumpía en lágrimas y sollozos. Pero el pobre muchacho,
+con una sumisión admirativa, la acompañaba<a name="page_317" id="page_317"></a>
+en su voluntaria soledad, profundamente agradecido de
+que tan gran dama se interesase por él.</p>
+
+<p>&mdash;Doña Clorinda es la que debe estar furiosa&mdash;continuó
+el pianista, con la alegría maligna que le inspiraban
+las rivalidades entre mujeres&mdash;. Ya no tiene ninguna
+influencia sobre Martínez, á pesar de que fué ella la
+que lo descubrió. Se lo ha arrebatado la otra. Pasan semanas
+sin que «la Generala» vea á su teniente; creo que
+ya ha renunciado á él. Se queja de su antigua amiga
+por este acaparamiento, que considera peligroso. Hasta
+me han dicho que la acusa de coquetear con el pobre
+muchacho, de excitar su admiración, y de otras cosas
+peores. ¡Un absurdo, profesor! Las mujeres son terribles
+en sus odios. Figúrese usted: ese pobre oficial que es
+casi un muerto...</p>
+
+<p>Novoa se mantuvo silencioso para que el pianista no
+continuara hablando. Temía que dijese algo terrible al
+repetir las murmuraciones de la otra dama, con su alegría
+rencorosa de misógino. El, por sus relaciones con
+Valeria, se consideraba unido á la duquesa y no podía
+tolerar nada contra ella.</p>
+
+<p>Se separaron después de algunos minutos de palabrería
+indiferente. Aquella noche Spadoni habló al
+príncipe de su conversación con el profesor, y esto le
+dió pretexto para repetir lo que doña Clorinda pensaba
+de su antigua amiga. Pero el pianista se arrepintió
+al instante, viendo la mirada iracunda que le dirigía
+Lubimoff.</p>
+
+<p>«¡Una infamia!&mdash;pensó Miguel&mdash;. Calumnias de mujeres,
+que repite este imbécil por odio sexual.»</p>
+
+<p>Comprendía que Alicia se sintiese interesada por
+aquel convaleciente. Su juventud y su uniforme le recordaban
+al otro. Además estaba solo en el mundo, era un
+extranjero, un residuo de la guerra que todos consideraban
+fatalmente condenado á muerte.</p>
+
+<p>Pero á continuación no pudo evitar un sentimiento
+de celos contra este pobre joven obscuro y enfermo.
+Vivía á todas horas cerca de Alicia, mientras él no
+lograba verse admitido en su «villa» ni como simple
+visitante. ¿Por qué?...</p>
+
+<p>Llevaba varias semanas haciendo conjeturas, atisbando<a name="page_318" id="page_318"></a>
+una ocasión para encontrarse con Alicia. Después
+de la tarde en que la tuvo entre sus brazos, secando sus
+lágrimas, conteniendo las contorsiones de su desesperación,
+besando su frente con un dolor fraternal, la verja
+de Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre.
+«Ven mañana», gimió Alicia al despedirle. Y al día
+siguiente Valeria le cortaba el paso con el aspecto confuso
+del que dice una mentira. «La duquesa no puede
+recibirle; la duquesa desea estar sola.» Esta negativa
+inexplicable se había ido repitiendo en los días sucesivos,
+cada vez con mayor sequedad. Ahora era el jardinero
+el único que salía al sonar el timbre, hablándole á
+través de la verja.</p>
+
+<p>Su despecho le hizo cometer un sinnúmero de acciones
+pueriles y envilecedoras. Rondaba por las cercanías
+de la «villa» como un celoso, arrostrando la curiosidad
+de los transeuntes, valiéndose de los más absurdos pretextos
+para disimular su espera, ocultándose con precipitación
+cuando se abría la verja dando salida á alguien
+de la casa. Esta vigilancia únicamente había servido
+para despertar su cólera. Dos veces había tenido que
+esconderse mientras el teniente Martínez, erguido dentro
+de su uniforme viejo, que le venía muy ancho, galvanizada
+su flacura de enfermo por un deseo de mostrarse
+sano y arrogante, entraba en Villa-Rosa, por la puerta
+abierta de par en par, como si fuese el dueño.</p>
+
+<p>Los había visto una tarde de lejos, á él y Alicia, en
+un coche de alquiler que se alejaba por el otro lado de
+la calle, hacia las alturas de La Turbie. Ella se preocupaba
+del herido, llevándolo maternalmente á que respirase
+el aire de las cumbres. ¡Y el príncipe como si no
+existiese!...</p>
+
+<p>En vano la escribía cartas, y su tormento aún resultaba
+mayor al no poder hablar con franqueza á sus
+allegados. El coronel, obedeciendo sus insinuaciones,
+había hecho inútilmente varias visitas á la duquesa.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué dolor tan inexplicable!&mdash;decía don Marcos&mdash;.
+No se comprende tanta desesperación por un joven aviador
+que no era mas que su protegido. A no ser que...</p>
+
+<p>Pero su respeto no le permitía insistir en esta sospecha
+irreverente.<a name="page_319" id="page_319"></a></p>
+
+<p>Con Atilio tampoco podía hablar. Para éste, el prisionero
+muerto en Alemania era el mismo joven que él había
+conocido en París antes de la guerra: el amante de
+la duquesa, que la seguía á todas partes y danzaba con
+ella en los té-tango. Además, Miguel sentía miedo á lo
+que pudiera añadir Castro, reflejando el pensamiento de
+«la Generala».</p>
+
+<p>Esta, en el primer momento, al conocer la desesperación
+de Alicia, había querido olvidar los pasados rencores,
+yendo espontáneamente á Villa-Rosa para consolarla.
+Como era muy patriota, aquel muchacho muerto
+en Alemania le parecía un héroe. Pero el repentino acaparamiento
+del teniente español, aquella simpatía vehemente
+que obligaba á Martínez á pasar el día entero
+con la duquesa, devolvieron á dona Clorinda su hostil
+frialdad.</p>
+
+<p>El príncipe adivinó lo que pensaban ella y su amigo,
+lo que tal vez diría Castro si osaba hablarle de Alicia.
+«Acababa de perder á su amante, y mientras lo lloraba
+con una vehemencia teatral, se iba preparando otro,
+igualmente joven... Un verdadero crimen; porque el
+pobre Martínez estaba condenado á morir, y sólo prolongaba
+sus días gracias á una absoluta quietud. La más
+leve emoción representaba la muerte para él...»</p>
+
+<p>Lubimoff no podía decir la verdad. Su secreto era de
+Alicia. Unicamente los dos sabían quién era aquel prisionero
+muerto en Alemania; y mientras ella callase, él
+debía hacer lo mismo.</p>
+
+<p>Una noche, el coronel le dió una noticia interesante.
+Al caer de la tarde, cuando regresaba del Casino, había
+visto desde el tranvía á la duquesa de Delille. Bajaba
+sola y vestida de luto de un coche de alquiler, en el bulevar
+de los Molinos, frente á la iglesia de San Carlos.
+Luego había subido las gradas que conducen al templo:
+iba sin duda á rezar por su protegido. Y don Marcos
+dijo esto con cierta emoción, como si la visita á la iglesia
+borrase todos los comentarios que llevaba oídos en
+los últimos días.</p>
+
+<p>Miguel tuvo el presentimiento de que este aviso iba
+á sacarle de su incertidumbre. En aquella iglesia encontraría
+á Alicia. Y al día siguiente, en las últimas horas<a name="page_320" id="page_320"></a>
+de la tarde, empezó á pasear por el bulevar de los Molinos,
+sin perder de vista el templo único de Monte-Carlo,
+lugar de devoción para los jugadores y la gente rica,
+que mantiene cierta rivalidad con la catedral del silencioso
+y aviejado Mónaco.</p>
+
+<p>Este continuo ir y venir acabó por interesar á los
+comerciantes de la calle y á sus dependientas, muchachas
+de alto y complicado moño que parecen soñar detrás
+de los escaparates, esperando un millonario que las
+saque de su injusta obscuridad. «¡El príncipe Lubimoff!»
+Todos le conocían, y era tal su fama, que inmediatamente
+cien ojos buscaron cuál podía ser el objeto de sus
+paseos. Indudablemente, una mujer. Los balcones solitarios
+empezaron á poblarse de cabezas femeninas que
+seguían sus evoluciones con el rabillo de un ojo. Se levantaron
+muchos visillos, marcándose detrás de los vidrios
+pupilas interrogantes y bocas sonrientes. «¿Será
+por mí?...» Esta pregunta muda parecía extenderse de
+fachada en fachada.</p>
+
+<p>Aburrido de tal curiosidad, subió por un doble graderío
+á la plazoleta solitaria que precede á la iglesia,
+empleando allí las mismas estratagemas que cuando
+acechaba en las inmediaciones de Villa-Rosa. Se asomó
+al interior del templo, punteado de rojo por las luces
+de unos cuantos cirios. Sólo había en él dos mujeres del
+pueblo arrodilladas y vestidas de luto: esposas ó madres
+de hombres muertos en la guerra. Al volver á la plazoleta
+se entretuvo en leer y releer los títulos de todos los
+papeles expuestos en un kiosco de periódicos. Luego se
+alejó por una calle, volvió por otra, con aire indiferente,
+y se ocultó detrás de una esquina, procurando no perder
+de vista la entrada de la iglesia. Aquí resultaba tolerable
+su espera: no había transeuntes. La circulación del
+vecino bulevar permanecía invisible, como si se desarrollase
+en el fondo de una zanja. Sólo á través de las ramas
+bajas de los árboles se veían pasar los techos de
+carruajes y tranvías.</p>
+
+<p>Cerró la noche y ella no vino.</p>
+
+<p>Al día siguiente Miguel volvió, pero discretamente,
+sin despertar la curiosidad de los tenderos, permaneciendo
+largas horas en aquella plazoleta de ciudad vieja,<a name="page_321" id="page_321"></a>
+sin otro testigo que la mujer melancólica que ofrecía sus
+periódicos en un kiosco sin parroquianos. Y tampoco
+llegó.</p>
+
+<p>El tercer día, cuando dudaba ya de la utilidad de
+esta espera, apareció el busto de Alicia sobre el filo del
+último peldaño. Después fué surgiendo todo su cuerpo,
+con sobresaltos que marcaban el avance de sus pies de
+grada en grada. Caía la tarde. En las fachadas del bulevar,
+por encima de la masa verde de los árboles, el sol
+fugitivo trazaba una pincelada de oro á lo largo de los
+tejados.</p>
+
+<p>La reconoció con el corazón antes que con los ojos,
+lo mismo que cuando la había visto de lejos en un carruaje
+acompañando al oficial. Le causaba extrañeza su
+capota negra con un largo velo de luto descendiendo
+por la espalda. La emoción de su presencia y la costumbre
+del acecho le hicieron retroceder, y ella entró en la
+iglesia sin verle. ¡Ah, ya la tenía!... Esta vez no podría
+escapar, é iba á decirle muchas cosas, ¡muchas!... Pero
+al mismo tiempo que repasaba en su memoria rencorosamente
+las justas recriminaciones preparadas con anticipación,
+sintió miedo, un miedo irresistible á la brevedad
+de las respuestas de ella, tal vez á su mutismo.</p>
+
+<p>Dejó transcurrir un largo rato. Luego le agitó el deseo
+de verla otra vez, aunque fuese de lejos, y entró en
+la iglesia cautelosamente, queriendo evitar un encuentro
+prematuro.</p>
+
+<p>Fué avanzando entre una doble fila de bancos desocupados.
+Allá en el fondo estaban las mismas mujeres
+del otro día, siempre arrodilladas, como si su dolor no
+conociese el tiempo. De la sombra surgieron poco á poco
+los oros mortecinos de los retablos, y dos masas de colores,
+dos haces de banderas, las de los países aliados, que
+adornaban el altar mayor.</p>
+
+<p>Creyó que Alicia acababa de huir por una salida
+ignorada al ver solas á las dos implorantes en su silenciosa
+inmovilidad. Pero de una puerta lateral salió ella,
+seguida de un acólito que llevaba dos cirios. Alicia vigiló
+cómo estos cirios eran encendidos y colocados en un
+candelabro frente á la Virgen. Luego se arrodilló, permaneciendo
+rígida sobre sus rótulas.<a name="page_322" id="page_322"></a></p>
+
+<p>Transcurrió el tiempo. Miguel la veía igual á las dos
+mujeres del pueblo: una masa negra inmovilizada por
+el rezo y la súplica. Unicamente, como signos especiales
+de su persona, distinguía las suelas de su elegante
+calzado, dos pequeñas lenguas claras que se destacaban
+sobre la corola negra de su falda. También veía la blancura
+de su nuca estremeciéndose de vez en cuando, como
+si quisiera repeler el enroscado velo de luto.</p>
+
+<p>Sintió desvanecerse el rencor que le había hecho desear
+este encuentro. ¡Pobre mujer! El sabía, y nadie
+más, quién era aquel joven cuya muerte venía á llorar
+en la iglesia. El recuerdo de la princesa Lubimoff surgió
+en su memoria lo mismo que una imagen borrosa
+por el empolvamiento del olvido. La princesa estaba demente,
+¡pero era su madre y le había amado tanto!...</p>
+
+<p>Su egoísmo se sublevó en seguida contra esta emoción.
+Encontraba natural que Alicia llorase á su hijo, pero
+no que se hubiera alejado de él sin explicación alguna.</p>
+
+<p>Avanzó hacia el altar mayor, con el deseo de verla
+de más cerca. Un ligero movimiento de la orante le hizo
+retroceder. Era mejor que no le reconociese. Consideró
+preferible aguardarla fuera de la iglesia, con la ventaja
+de la sorpresa, sin dejarla tiempo para que inventase
+razones justificantes de su conducta.</p>
+
+<p>Empezaba á anochecer cuando salió Alicia, encontrándose
+con Miguel Fedor que le cerraba el paso.</p>
+
+<p>Ni el más leve estremecimiento que delatase asombro.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tú!&mdash;dijo simplemente.</p>
+
+<p>Estaba muy pálida, tenía los ojos enrojecidos y húmedos,
+como si acabase de llorar.</p>
+
+<p>Tal vez le había visto dentro de la iglesia, y esperaba
+este encuentro á la salida. La naturalidad con que acogió
+su presencia fué para él una primera decepción.</p>
+
+<p>Necesitaba hablar cuanto antes, dar salida á las quejas
+y recriminaciones que había ido amontonando en los
+días anteriores. Eran tantas, que abrumaban su pensamiento.
+Pero Alicia, como si temiese sus palabras, se le
+adelantó, hablando á su vez con acento monótono y
+triste.</p>
+
+<p>Venía á este templo algunas tardes porque experimentaba
+de pronto la necesidad de abandonar Villa-<a name="page_323" id="page_323"></a>Rosa
+y sus terribles recuerdos. ¡Ay, la llegada del telegrama!...</p>
+
+<p>&mdash;Ahora soy creyente&mdash;dijo con sencillez.</p>
+
+<p>Rectificó en seguida su afirmación, por modestia, no
+por orgullo. Deseaba ser creyente, pero en realidad no
+lo era. Se acordaba de su madre, la sencilla doña Mercedes.
+¡Cuánto daría por tener la confianza en el más
+allá de la buena señora! Aquella fe que en otro tiempo
+provocaba sus burlas le parecía ahora algo superior.
+¡No poder conocer la resignación de las almas humildes!...
+Persistía en ella la incredulidad de sus tiempos
+dichosos. Los que gozan las dulzuras de la existencia
+no se acuerdan de la muerte ni piensan en lo que pueda
+haber después de ella. Nadie siente un alma religiosa
+en un baile, en un banquete, en un encuentro de amor.
+Ella necesitaba creer, porque era desgraciada. Se acogía
+á la religión como un enfermo desesperado implora
+al curandero en el que no tiene fe, porque la razón le
+muestra sus errores, pero que al mismo tiempo le halaga
+con una absurda esperanza al haber sanado á otros milagrosamente.</p>
+
+<p>&mdash;El dolor nos hace místicos&mdash;continuó&mdash;. Lo que yo
+siento es no poder serlo como lo son otros. Rezo, y la
+resignación no viene á ayudarme.</p>
+
+<p>Se revolvía contra la nada de la muerte. ¡Aquella
+carne de su carne estaba pudriéndose en un cementerio
+ignorado de Alemania! ¿Y esto era todo?... ¿Ya no había
+más?... ¿Moriría ella á su vez y no volvería á encontrar
+en una existencia superior aquel hijo en el que había
+concentrado toda su voluntad de vivir? ¿Se borrarían
+ambos en la realidad, como dos puntos microscópicos,
+como dos átomos, cuya vida nada significa?...</p>
+
+<p>&mdash;Necesito creer&mdash;dijo con toda la energía de su egoísmo
+maternal&mdash;. Mi único consuelo es esperar que volveremos
+á encontrarnos en un mundo mejor; un mundo
+que no conozca las guerras ni la muerte... Pero de
+pronto me falta la confianza, y sólo veo la nada... ¡la
+nada! Soy muy digna de lástima, Miguel.</p>
+
+<p>Estas palabras no conmovieron al príncipe, á pesar
+de la desesperación que Alicia ponía en ellas. Su ansia
+de enamorado sólo le dejaba pensar en el presente.<a name="page_324" id="page_324"></a></p>
+
+<p>&mdash;¿Y yo?&mdash;dijo con tono de reproche&mdash;. Me has abandonado
+en el mejor de nuestros instantes. Eres desgraciada;
+razón de más para que no me alejes de tu lado. Yo
+puedo alegrar tu vida... Adivino lo que piensas. No, no
+pretendo hablarte de amor. Tal vez más adelante, ¡pero
+ahora!... Ahora quiero ser tu compañero, tu hermano,
+lo que tú quieras que sea, pero al lado tuyo. ¿Por qué
+huyes de mí? ¿por qué me cierras tu puerta como á un
+extraño?...</p>
+
+<p>Continuó desordenadamente sus quejas, sus protestas,
+sus rencores, por aquel alejamiento inexplicable.</p>
+
+<p>&mdash;¿Tengo yo alguna culpa de tu desgracia?&mdash;terminó
+preguntando&mdash;. ¿Soy ahora otro hombre que la última
+vez que nos vimos?</p>
+
+<p>Ella movió la cabeza tristemente. No podría convencer
+á Miguel por más que hablase; era superior á sus
+fuerzas el explicar sus nuevos sentimientos. Parecía
+desalentada ante el obstáculo que se había interpuesto
+entre los dos.</p>
+
+<p>&mdash;Déjame, olvídame; es lo mejor que puedes hacer...
+No; tú no has cambiado, pobrecito mío. ¿Qué mal puedes
+haberme causado tú, tan bueno, tan generoso? Me
+has ayudado á conocer la terrible verdad; por ti la he
+sabido; y aunque esto me mata, lo creo preferible á la
+incertidumbre... Tú no tienes la culpa, tú has hecho todo
+lo que yo te pedí. Pero atiéndeme, te lo ruego: no me
+busques, evita nuestro encuentro. Es el último favor que
+podrás hacerme. Sólo lejos de tu presencia encontraré
+cierta tranquilidad.</p>
+
+<p>La voz de Miguel dejó de ser suplicante, estremeciéndose
+con un temblor de cólera. ¿Cómo podía ser él un
+obstáculo para su tranquilidad? ¿No acababa de decirle
+que sólo quería ser un compañero de su desgracia, olvidado
+del amor, con un afecto neutro y dulce, igual al
+de la amistad?... Ahora que era desgraciada, sentía con
+más vehemencia el deseo de permanecer á su lado. ¿Por
+qué capricho absurdo huía de él?</p>
+
+<p>Alicia le miró con unos ojos lacrimosos que reflejaban
+las vacilaciones de su pensamiento. Al fin pareció
+decidirse.</p>
+
+<p>&mdash;Tú no has cambiado&mdash;dijo con voz sorda&mdash;, pero yo<a name="page_325" id="page_325"></a>
+soy distinta. El infortunio ha hecho de mí otra mujer.
+Yo misma no me reconozco... Una idea fija me domina.
+Tal vez es absurda; si te la digo, sé que vas á protestar
+con justa indignación. No, tú no tienes la culpa; pero es
+mejor no verte. Tu presencia hace más grande mi remordimiento.
+Viéndote, siento una vergüenza inmensa,
+un deseo de morir, de matarme. Tengo la sospecha de
+que soy yo la que ha asesinado á mi hijo... Recuerdo lo
+pasado entre nosotros: reconozco el castigo.</p>
+
+<p>La cólera de Lubimoff se desvaneció ante estas palabras
+inexplicables. Maquinalmente tomó las manos de
+ella con una dulzura acariciante, lo mismo que si fuesen
+las de una enferma en pleno delirio. ¡Calma! ¿qué estaba
+diciendo? ¿qué remordimientos eran esos? Las manos se
+dejaron tocar á través de los guantes con una pasividad
+resignada, pero de pronto resucitaron, desprendiéndose
+violentamente de las de Miguel, como si acabasen de
+recibir un profundo choque. «¡No! ¡no!» Y el príncipe
+tuvo la convicción de que entre los dos existía una especie
+de flúido repelente, algo que no había conocido hasta
+entonces: el miedo á su persona.</p>
+
+<p>Quedó tan desconcertado y humillado por este movimiento
+retráctil, que no supo qué decir. Ella aprovechó
+su silencio para seguir hablando, pero como si tradujese
+á solas una pesadilla, como si no viera al hombre que
+estaba ante sus ojos.</p>
+
+<p>&mdash;Cuando me acuerdo... ¡qué vergüenza! Mi hijo, mi
+pobre hijo viviendo como un esclavo, sufriendo hambre,
+recibiendo golpes, él tan noble, tan hermoso... y su
+madre aquí, haciendo la niña, extasiándose con unos
+amores ideales, dando paseos poéticos por los jardines,
+cambiando besos... un romanticismo de vieja. Las locuras
+del juego aún podían tolerarse. Jugaba pensando
+en él; el dinero era para él; ¡pero el amor!... Parece
+imposible que haya podido hacer todo eso mientras mi
+hijo estaba prisionero y yo carecía de noticias. ¿Qué
+fuerza demoniaca me empujó?... Y Dios me ha castigado;
+y si no es Dios, el que sea: la fatalidad, un poder
+misterioso que nos hace expiar nuestras faltas, llámese
+como se llame.</p>
+
+<p>Miguel quiso interrumpirla, pero ella siguió hablando.<a name="page_326" id="page_326"></a></p>
+
+<p>&mdash;Sé lo que vas á decir; es inútil. Lo que tú digas me
+lo he dicho yo muchas veces para convencerme de que
+mi creencia es absurda. ¿Y qué probaría eso? Todo lo
+que no conocemos es absurdo, y ¡conocemos tan pocas
+cosas!... No; mi remordimiento no se dejará convencer
+nunca; no evitarás que de noche entretenga mi insomnio
+haciendo cálculos, recordando fechas. Cuando empecé
+á interesarme por ti, mi hijo vivía aún, y yo lo olvidé.
+Cuando nos paseábamos por los jardines de San Martino,
+tal vez estaba agonizando de hambre, de sufrir martirios,
+¡y yo, como una heroína de novela, como una
+colegiala loca, besándome contigo, haciéndote promesas!...
+Además, ¡la llegada del telegrama en la misma
+tarde que ibas á venir tú, como algo definitivo en mi
+existencia! ¿No vea una intervención superior, un castigo
+á mi maldad?</p>
+
+<p>En vano intentó el príncipe hablar otra vez.</p>
+
+<p>&mdash;Por esto huyo de ti; por eso no he contestado tus
+cartas. Tú no tienes la culpa; pero eres el remordimiento,
+y tu presencia resucita mi crimen... Además, me conozco;
+no soy mas que una pobre mujer, como quien
+dice la debilidad, la inconsciencia, el olvido. Te aceptaría
+como un camarada de dolor, y como no me eres indiferente,
+tal vez acabase por ceder á lo que deseas. Y
+eso sería horrible, más horrible aún que lo otro; uno de
+esos atentados que cometen contra las leyes naturales
+los que están enloquecidos por la pasión... No me busques;
+no quiero verte. Tengo la certeza de que he matado
+á mi hijo. Si hubiese sido una verdadera madre, pensando
+sólo en él, ¡quién sabe!... tal vez viviría aún. Pero
+alguien quiso castigarme por mi conducta desnaturalizada,
+y lo mató, para que yo despertase, cuando me
+creía más feliz en mi torpe enamoramiento.</p>
+
+<p>Miguel ya no quiso hablar. Sus ojos miraron á esta
+mujer con lástima y desaliento. Recordó á la princesa
+Lubimoff y sus extravagantes creencias en el misterio;
+á la misma madre de Alicia con sus manías devotas.
+Resultaría inútil cuanto intentase decir. Aquella certidumbre
+absurda y dolorosa se abría entre los dos como
+una profundidad que sólo el tiempo podría rellenar.</p>
+
+<p>El mutismo del príncipe sirvió para que ella perdiese<a name="page_327" id="page_327"></a>
+la nerviosa exaltación que le hacía expresarse con tanta
+vehemencia.</p>
+
+<p>&mdash;Déjame&mdash;murmuró dulcemente&mdash;. ¿De qué modo
+servirte? Ya no soy una mujer, soy una vieja; tengo
+tantos siglos como el dolor. Tú necesitas una amante, y
+yo soy simplemente una madre... una madre con remordimientos.</p>
+
+<p>Su renuncia al pasado, la convicción de que sólo era
+una madre desesperada, cortó su voz con un gemido,
+al mismo tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas.
+Con una mano tímida apartó Miguel el pañuelo que
+ella se había llevado al rostro para ocultar su llanto.
+Murmuraba frases incoherentes, con la intención de
+consolarla; pero á continuación, la cólera volvió á dominarle.</p>
+
+<p>&mdash;Si realmente estuvieses sola&mdash;dijo con voz rencorosa&mdash;,
+yo podría aguardar, y tal vez el tiempo acallase
+esos escrúpulos absurdos que te atormentan. Pero tu soledad
+es mentira. Un hombre entra á todas horas en tu
+casa como si fuese suya, mientras yo debo alejarme, según
+dices, para que recobres la tranquilidad.</p>
+
+<p>Alicia, por instinto femenil, se había apresurado á
+llevar otra vez el pañuelo á su cara al sentirse libre de
+la mano de Miguel. Debía estar fea con los ojos acuosos,
+la boca pálida, la nariz enrojecida por el llanto. Pero las
+palabras del príncipe produjeron en ella tal sorpresa y
+tal deseo de repeler una suposición injuriosa, que separó
+la arrugada batista de su rostro.</p>
+
+<p>&mdash;¿Te refieres á Martínez?... ¡Pobre muchacho!</p>
+
+<p>Abandonaba la alegre sociedad de sus camaradas,
+sus paseos en grupo, hasta las fiestas á que eran invitados
+los oficiales convalecientes, para aburrirse en Villa-Rosa
+al lado de una mujer que sólo podía llorar. Cuando
+ella deseaba venir á la iglesia, tenía que obligarle á que
+se marchase por una hora ó dos al atrio del Casino con
+sus compañeros de armas. ¡Las visitas del joven inválido
+representaban tanto para Alicia!... Eran como una caridad.</p>
+
+<p>&mdash;Me forjo la ilusión de que es mi hijo. Sus pocos años
+y su uniforme ayudan á este engaño. Tú no has tenido
+hijos; no puedes saber la necesidad que sentimos, cuando<a name="page_328" id="page_328"></a>
+los hemos perdido, de poner nuestro amor huérfano en
+otros seres, imaginándonos que se parecen á los que murieron.
+Yo necesito continuar siendo madre, ya que no
+puedo ser otra cosa; y ese infeliz no conoció á la suya,
+no tiene á nadie en el mundo, está solo como yo... Déjame
+que busque un poco de ilusión allí donde puedo encontrarla.
+¡El pobre agradece tanto mi afecto! ¡Se siente
+tan feliz en mi casa! Acuérdate: es un condenado á muerte,
+y sólo un cuidado maternal, un atmósfera dulce y
+plácida, podrán prolongar sus días.</p>
+
+<p>Ella deseaba realizar esta obra tal vez por egoísmo,
+por borrar de su memoria con una larga acción generosa
+todo lo malo que había hecho antes. Quería que
+fuese su hijo, un hijo inventado por su dolor, al que dedicaría
+todo lo que era imposible hacer por el otro salido
+de sus entrañas.</p>
+
+<p>También calló ahora Miguel, comprendiendo la inutilidad
+de su insistencia. Conocía el carácter de Alicia.
+Detrás de su voz quejumbrosa adivinó la resuelta
+voluntad de mantener á su lado á aquel joven que refrescaba
+sus sentimientos maternales y era á la vez un
+consuelo para el remordimiento que se había forjado.</p>
+
+<p>La consideración de su impotencia acabó por irritarle,
+haciéndole sentir un cruel deseo de molestar á
+aquella mujer.</p>
+
+<p>&mdash;Haces mal, Alicia. El mundo ignora tu secreto. Ya
+sabes lo que creía antes de ti y de tu hijo. Tú misma
+reías, encontrando graciosos tales errores... Ahora, el
+equívoco continuará con mayor razón. Muchos se imaginan
+que has sustituido al joven que murió con otro
+joven.</p>
+
+<p>Alicia perdió su triste serenidad.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué infamia!&mdash;dijo&mdash;. ¿Cómo pueden creer eso?
+¡Pobre Martínez!... ¡Tan bueno! ¡tan respetuoso!</p>
+
+<p>Luego continuó con arrogancia:</p>
+
+<p>&mdash;¡Que digan lo que quieran! Yo deseo olvidar al
+mundo; que el mundo se olvide de mí... Ya he muerto.</p>
+
+<p>Pero Miguel insistió en su rencor:</p>
+
+<p>&mdash;El otro era tu hijo, y yo lo sabía. Este no lo es, y
+conozco el poder de seducción que ejerces, aun contra tu
+voluntad. Acuérdate del «banco de los viejos».<a name="page_329" id="page_329"></a></p>
+
+<p>¡Ay! Por donde ella pasase, la mirada del hombre se
+engancharía en el ritmo de su cuerpo: y aquel joven,
+aquel extraño, iba á acabar...</p>
+
+<p>No pudo seguir.</p>
+
+<p>&mdash;¡Tú también!...&mdash;exclamó ella&mdash;. ¡Adiós, Miguel!
+Siempre pensaré en ti, pero es mejor dejar de vernos. No
+me guardes rencor. Tal vez algún día...</p>
+
+<p>Y resueltamente le volvió la espalda, descendiendo
+las gradas hacia el bulevar.</p>
+
+<p>El príncipe quedó inmóvil unos instantes. Luego
+avanzó hasta el borde del último escalón, pero sólo pudo
+ver un carruaje con la capota levantada, cuyos dos caballos
+emprendían el trote.</p>
+
+<p>¡Y para llegar á esto había deseado con tanta vehemencia
+su encuentro con Alicia!... El despecho le hizo
+juzgarse duramente; no había sabido hablar. Después
+recordó todos sus razonamientos y sus recriminaciones,
+asombrándose del poco efecto que causaban en ella. Era
+indudablemente otra mujer. Alguien la había cambiado;
+alguien era el culpable de esta absurda situación.</p>
+
+<p>Gran parte de aquella noche la pasó reflexionando.
+No se le ocurría censurar á Alicia. Hasta se arrepintió
+de sus palabras agresivas. ¡Infeliz! Una exaltación de
+su sensibilidad la hacía ver culpas y remordimientos en
+todos sus actos anteriores.</p>
+
+<p>«Además, las mujeres&mdash;continuó diciéndose&mdash;, al
+menor choque nervioso, lo primero que pierden es la
+lógica.»</p>
+
+<p>Necesitaba concentrar su rencor en alguien que no
+fuese ella, y como Miguel creía no haber perdido la
+lógica, hizo caer la responsabilidad de todo sobre Martínez.
+Este era el único culpable. De no entrometerse en
+la vida de los dos, Alicia, al verse sola en su desgracia,
+habría buscado más que antes el apoyo del príncipe.
+¡Qué regalo les había hecho «la Generala» al presentar
+á este aventurero!</p>
+
+<p>En vano su razón intentó argüir que no era el oficial
+el que iba en busca de Alicia, sino ésta la que lo conservaba
+en su casa, aislándolo de sus antiguas amistades.
+Lubimoff no renunció á su rencor. Era Martínez y nadie
+más el que se colocaba entre ambos.<a name="page_330" id="page_330"></a></p>
+
+<p>Hasta entonces sólo había fijado su atención ligeramente
+en este muchacho, al que Toledo llamaba «el
+héroe». ¡Eran tantos los héroes en el momento presente!
+Su odio fué despojándolo del prestigio que le daban sus
+hazañas y su desgracia. Lo vió sin uniforme, sin sus cruces
+y sus heridas, tal como debió ser antes de la guerra:
+un pobre empleadillo, un dependiente de comercio, que
+nunca había puesto sus ilusiones amorosas más allá de
+una modista ó una dactilógrafa... ¡Y éste era el personaje
+interesante que se erguía enfrente de él!... ¡Tiempos
+intolerables!</p>
+
+<p>Paseó al día siguiente toda la mañana por sus jardines,
+resuelto á no volver á Monte-Carlo. Sentía despecho
+al recordar la ternura con que Alicia había hablado
+de su protegido. Era mejor no tropezarse con él. Pero en
+la tarde le pesó la soledad de su hermosa «villa», que
+parecía abandonada. Atilio, el pianista, hasta el coronel,
+todos estaban en el Casino. El también quiso ir, para
+confundirse con aquel público que se ocupaba al mismo
+tiempo de los incidentes de la guerra y de los azares del
+juego.</p>
+
+<p>En el atrio marchó hacia los grupos de lectores agolpados
+ante los últimos telegramas. La gente tenía por
+buenas las noticias, ya que no eran extremadamente
+malas, como en los días anteriores. Los aliados habían
+detenido el avance del enemigo, inmovilizándolo sobre
+el terreno que acababa de conquistar. Seguía el bombardeo
+de París por los cañones de gran alcance... Y
+nada más.</p>
+
+<p>Un hombre hacía comentarios en alta voz. Era Toledo,
+que, como todas las tardes, daba su conferencia de
+estratega ante un semicírculo de admiradores. Vuelto de
+espaldas al príncipe, iba soltando el chorro de su límpido
+optimismo, de su fe simple, que desgracias y reveses no
+lograban conmover.</p>
+
+<p>&mdash;Ahora ya los han clavado sobre el terreno: no avanzarán.
+Dentro de poco será el contraataque. Lo sé; me
+consta.</p>
+
+<p>Se frotaba las manos, guiñando un ojo maliciosamente.</p>
+
+<p>&mdash;Y los americanos llegan y llegan. Hay día que desembarcan<a name="page_331" id="page_331"></a>
+diez mil. ¡Un pueblo maravilloso!... Lo que
+yo he dicho siempre: ese Wilson es un grande hombre.
+Lo conozco bien.</p>
+
+<p>Todos escuchaban con deleite esta voz de esperanza
+que refrescaba los corazones antes de que se entregasen
+á las angustias de la ruleta y el «treinta y cuarenta».
+Hablaba con la autoridad de un hombre bien relacionado
+y que puede saberlo todo. «Conocía á Wilson»; él
+mismo acababa de declararlo. Además, era un coronel&mdash;aunque
+nadie sabía de qué ejército&mdash;, un «técnico», incapaz
+de expresarse caprichosamente. Y muchos se trasladaban
+sin perder tiempo á las salas de juego para repetir
+sus comentarios, como personas bien informadas.</p>
+
+<p>El príncipe se alejó, temiendo cortar con su presencia
+este triunfo profesional, que se repetía todas las
+tardes.</p>
+
+<p>Al pasearse por el atrio, antes de entrar en los salones,
+vió junto á una columna un grupo de oficiales franceses,
+todos convalecientes. Privados de ir más adentro,
+á causa de su uniforme, permanecían allí, mirando con
+cierta envidia á los «civiles». Unos se mantenían erguidos,
+sin dolencia visible, con una delgadez de aguiluchos,
+la nariz picuda, los ojos audaces, el bigote alborotado;
+otros, de cara juvenil, se encogían como valetudinarios,
+apoyados en sus bastones, con el pecho hundido
+bajo las desmayadas arrugas del paño del uniforme,
+y haciendo una larga pausa de reconcentrada voluntad
+cada vez que deseaban mover sus piernas. Algunos habían
+llegado á Mónaco como incurables, después de un
+largo cautiverio en Alemania; los demás venían de los
+hospitales de la línea de fuego; y todos mostraban una
+desorientación gozosa al verse en este rincón paradisíaco,
+donde las gentes parecían olvidadas del resto de
+la tierra y los ojos femeninos les seguían con una expresión
+enigmática, entre amorosa y maternal.</p>
+
+<p>La diestra de uno de estos militares se elevó hasta su
+visera para saludar al príncipe. Este se fijó en el color
+amarillento del kepis, luego en el uniforme del mismo
+color y la línea policroma de las condecoraciones. Era
+Martínez, el teniente de la Legión extranjera, que le
+saludaba con cierta timidez, pero satisfecho al mismo<a name="page_332" id="page_332"></a>
+tiempo de que sus compañeros le viesen en buenas relaciones
+con un personaje famoso del que tanto se hablaba
+en la Costa Azul.</p>
+
+<p>Miguel devolvió el saludo maquinalmente y siguió
+adelante. Este momento quedó fijo en su memoria para
+toda la vida. Los años y la cordura que éstos traen consigo
+parecieron desprenderse de él como las cortezas
+secas de un árbol que renace. Se creyó vuelto á la juventud.
+Fué por unos instantes aquel capitán Lubimoff
+de la Guardia imperial, atropellador de obstáculos y
+desconocedor del escándalo cuando alguien se oponía á
+su voluntad.</p>
+
+<p>Volvió á mirar de lejos el grupo de oficiales. ¡Y este
+teniente de pobre estatura, que parecía un tenedor de
+libros elevado por la movilización, era su enemigo!...
+Creyó verlo por primera vez. Perdido entre sus compañeros
+aún le pareció más insignificante que en sus visitas
+á Villa-Sirena.</p>
+
+<p>Permaneció inmóvil, con su mirada fija en el grupo.
+«¡Vas á cometer un disparate!», gritaba una voz en su
+interior. Y pasó por su memoria la imagen del duro Saldaña,
+bondadoso y tolerante con los débiles, como todos
+los que están seguros de su fuerza. Una frase que no
+había recordado nunca cruzó ahora su pensamiento: «El
+caballero debe ser bueno y no abusar nunca de su fuerza.»
+Estaba seguro de que su padre le había dicho esto
+siendo él niño... Pero á continuación, la dualidad que
+existía en su interior se expresó por medio de otra voz
+más fuerte é imperiosa, una voz femenina igual á aquella
+otra que le aconsejaba en su juventud: «Gasta, no te
+prives de nada, colócate sobre todos; piensa siempre que
+eres un Lubimoff.» Y vió á la difunta princesa, no de
+María Estuardo, con su luto teatral, sino dominadora y
+todavía bella, lo mismo que cuando aterraba con sus
+cóleras á su esposo «el héroe» y ponía en revolución el
+palacio de París.</p>
+
+<p>Maquinalmente se aproximó al grupo de oficiales,
+y sus ojos volvieron á tropezarse con los de Martínez.
+Este vino hacia él con una sonrisa interrogante. Miguel
+comprendió que le había hecho un signo de llamamiento
+sin darse cuenta de ello, por un impulso de su voluntad,<a name="page_333" id="page_333"></a>
+que parecía moverse completamente desligada de su razón.
+¡Tanto peor!... ¡Adelante!</p>
+
+<p>Con cierto apresuramiento se fué llevando al joven
+hacia el vestíbulo del Casino, como si quisiera evitar la
+presencia de los grupos que llenaban el atrio.</p>
+
+<p>&mdash;Teniente, voy á decirle una cosa... Necesito... pedirle
+un favor.</p>
+
+<p>Balbuceaba, no sabiendo cómo expresar un deseo que
+él mismo tenía por absurdo. Esta indecisión, unida á las
+vacilaciones de su voz, acabó por irritarle.</p>
+
+<p>Se detuvieron junto á la cancela de cristales de la
+entrada. Martínez había perdido su sonrisa, mirando
+con asombro el gesto duro y la palidez del príncipe.</p>
+
+<p>&mdash;En una palabra&mdash;dijo éste con resolución&mdash;: lo que
+yo tengo que pedirle es que visite con menos frecuencia
+la casa de la duquesa de Delille. Si se abstiene en absoluto
+de ir á ella, aún será mejor.</p>
+
+<p>Y descansó, respirando con cierto desahogo, después
+de haber lanzado su pretensión.</p>
+
+<p>El asombro de Martínez fué en aumento. Dudó un
+instante, fijos sus ojos en los de Lubimoff. No era una
+broma: la mirada agresiva de este personaje que siempre
+le había tratado con amable indiferencia, la sequedad
+de su voz, cierto temblor de su mano derecha,
+indicaban que había expresado todo su pensamiento, y
+que detrás de este pensamiento latía un odio enorme
+contra él.</p>
+
+<p>La sorpresa le hizo hablar con timidez. El visitaba á
+la duquesa porque esta señora le pedía que fuese á verla
+todos los días. Muchas veces había sospechado que su
+asiduidad pudiera resultar inoportuna; pero todos sus intentos
+de alejamiento eran inútiles. Apenas se ausentaba
+por unas horas, aquella buena dama le hacía buscar.
+Se mostraba bondadosa con él como una madre.</p>
+
+<p>De repente, se desvaneció su tono humilde. Sus ojos
+adivinaron en los de su interlocutor algo que él mismo
+no había pensado nunca. El teniente pareció transfigurarse,
+creciendo hasta quedar al nivel del príncipe.
+Brilló su mirada con el mismo resplandor fulvo que la
+del otro; todo su cuerpo se arqueó con la tensión de un
+muelle que va á saltar; las alillas de su nariz se agitaron<a name="page_334" id="page_334"></a>
+nerviosamente. El empleadillo tímido de ademanes
+recobraba su gallardía de hombre de combate. Su voz
+sonó ronca al seguir hablando.</p>
+
+<p>El iba adonde le llamaban, adonde quería ir, sin reconocer
+á nadie el derecho de mezclarse en sus actos.
+Era la duquesa la única que podía cerrarle la puerta de
+su casa. ¿Por qué intervenía el príncipe en los asuntos
+de aquella señora sin consultar antes su voluntad?</p>
+
+<p>&mdash;Soy su pariente&mdash;dijo Miguel, algo indeciso en su
+interior al invocar este parentesco que muchas veces no
+había querido reconocer.</p>
+
+<p>Los dos se vieron al otro lado de la cancela, sobre el
+rellano de las gradas del Casino, en pleno aire, frente
+á los árboles de la plaza y los grupos de paseantes que
+daban vueltas en torno del «queso». Tuvieron que apartarse
+á un lado, para no impedir la circulación de los
+que entraban y salían.</p>
+
+<p>&mdash;Además&mdash;continuó el príncipe&mdash;, mi deber es evitar
+murmuraciones. No puedo permitir que, viéndole á usted
+metido allá á todas horas, supongan...</p>
+
+<p>Casi se arrepintió de sus palabras al notar el doble
+efecto que producían en el joven. Primeramente se indignó.
+¿Había quien osaba murmurar de aquella gran
+señora, tan santa para él? Pero esta protesta fué acompañada
+de una irreflexiva satisfacción, de un orgullo
+pueril, como si agradeciera, á pesar de todo, que mezclasen
+su nombre con el de la otra en absurdas suposiciones.
+Parecía que Martínez acababa de descubrirse á
+sí mismo, dando cuerpo y nombre á sentimientos obscuros
+que hasta entonces sólo habían latido dentro de él
+en una forma larvaria.</p>
+
+<p>El alma celosa del príncipe fué adivinando, con aguda
+percepción, todo lo que pensaba el otro, y esto avivó
+el incendio de su cólera. ¡Con qué arrogancia asumía
+este empleadillo la defensa de Alicia! ¡Cómo se delataba
+su enamoramiento!...</p>
+
+<p>&mdash;Si alguien se permite hablar de la duquesa&mdash;dijo el
+teniente&mdash;, si murmuran porque me dispensa el honor de
+recibirme en su casa (¡el mayor honor de mi vida!), yo
+me encargaré de castigar al que invente eso, aunque
+esté muy alto, aunque se crea muy poderoso...<a name="page_335" id="page_335"></a></p>
+
+<p>Lubimoff le escuchó con impaciencia. Ahora era
+Martínez el que se permitía atacarle. Sus últimas palabras
+significaban una amenaza para él.</p>
+
+<p>Además, se sintió irritado contra su propia torpeza.
+Su acción imprudente sólo servía para que este joven
+abriese los ojos, pensando en la posibilidad de muchas
+cosas que nunca había podido imaginar, y que, de imaginárselas,
+las habría rechazado inmediatamente, por
+desatinadas. ¡Y era él mismo quien venía á demostrarle
+que, según la opinión de los maldicientes, resultaban
+posibles tales cosas!...</p>
+
+<p>El tono con que el oficial defendía á Alicia excitó
+aún más su cólera. Adivinaba en él un gran orgullo, la
+vanidad del pobre muchacho que sólo ha conocido las
+aventuras de amor á través de los libros, y de pronto se
+ve en relaciones supuestas con una duquesa y rival de
+un príncipe. ¡Qué gloria para un advenedizo!</p>
+
+<p>&mdash;Joven...&mdash;dijo la voz dura de Lubimoff.</p>
+
+<p>Esta simple palabra fué seguida de una mirada de
+altivez, de superioridad aplastante, que pareció barrer
+todo cuanto la guerra había puesto de extraordinario
+en Martínez: el uniforme, las condecoraciones, las cicatrices
+gloriosas. Para él ya no existía el oficial; sólo
+quedaba el pobre vagabundo de años antes yendo de
+un hemisferio á otro en busca del sustento. «Joven...»,
+repitió con un tono que resucitaba todas las castas y las
+gradaciones sociales de los siglos muertos, para que el
+interpelado se diese cuenta de la enorme separación
+entre su persona y la del hombre que se dignaba darle
+consejos.</p>
+
+<p>&mdash;Joven... acabemos. ¿Y si yo le ordeno que no vuelva
+más á esa casa?... ¿Y si le exijo que...?</p>
+
+<p>No pudo terminar. Su voz amenazante, dura como
+un grito de mando, indignó al hombre vestido de uniforme.
+¡Haber arrostrado la muerte durante tres años
+entre miles de camaradas que estaban ya bajo tierra;
+despreciar la vida como algo cuya fragilidad se ha revelado
+á cada minuto; despojarse para siempre, en
+fuerza de aventuras angustiosas y heridas atroces, de
+ese miedo que el instinto de conservación pone en todos
+los seres, para que ahora, en una ciudad de placer, á la<a name="page_336" id="page_336"></a>
+puerta de la más lujosa de las casas de juego, un hombre
+rico y poderoso, pero que no había hecho nada útil
+en su existencia, se atreviese á amenazarle!...</p>
+
+<p>&mdash;¡A mí!...&mdash;dijo balbuceando de rabia&mdash;. ¡Darme
+órdenes á mí!...</p>
+
+<p>Miguel sintió que una mano se agarraba á los botones
+de su chaleco. Era como un pájaro temblón y agresivo,
+que se detenía un instante en su ciego impulso
+para seguir volando hacia arriba. Adivinó la bofetada,
+é instintivamente avanzó su diestra. Las dos manos se
+encontraron cuando la del joven revoloteaba cerca del
+rostro del príncipe. Este, más musculoso, contuvo la
+mano ofensora, la inmovilizó con dura presión, al mismo
+tiempo que sonreía de un modo lúgubre. Los ojos se lo
+empequeñecieron, volviendo sus vértices hacia arriba
+con el crispamiento de la sonrisa. Eran unos ojos asiáticos.
+Su nariz se ensanchó con una aspiración caballuna.
+Así debieron sonreir en sus malos momentos los
+remotos abuelos de la princesa Lubimoff...</p>
+
+<p>&mdash;Basta: la doy por recibida&mdash;dijo con lentitud&mdash;.
+Designe á dos amigos para que se entiendan con los
+míos.</p>
+
+<p>Y soltando la mano de Martínez, le volvió la espalda
+después de hacerle un grave saludo. Los gestos de los
+dos habían sido rápidos. Sólo uno de los porteros con
+kepis que montan la guardia en el rellano de la escalinata
+había adivinado algo; pero su experiencia profesional
+le aconsejó permanecer impasible mientras no
+hubiese golpes.</p>
+
+<p>Creyó en una simple disputa por cosas del juego.
+Todo iba á arreglarse con una explicación y á olvidarse
+después con una ganancia. ¡Había visto tanto!...</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>El príncipe Lubimoff vuelve á entrar en el Casino.
+Atraviesa el vestíbulo y el atrio llevando la cabeza alta,
+pero sin ver á nadie, con la mirada perdida ante sus
+pasos.</p>
+
+<p>Le parece que el tiempo ha vuelto de repente sus
+agujas atrás, haciéndole saltar en el pasado, volviéndolo
+á la juventud. Marcha con arrogancia. Se extraña<a name="page_337" id="page_337"></a>
+de que el ruido de sus firmes pisadas no vaya acompañado
+de un tintineo de espuelas y del metálico arrastre
+de un sable. Al mismo tiempo empieza á ver rostros
+irreales, rostros que desaparecieron de la tierra hace
+muchos años: el cosaco venido de una remota guarnición
+de Siberia para vengar á su hermana; un amigo
+del mismo regimiento del príncipe, que murió de una
+estocada en el pecho después de una cena tumultuosa,
+mientras lloraba Lubimoff, súbitamente despertado de
+su homicida embriaguez; otros á los que asistió como
+simple testigo, pero que murieron y resucitan ahora en
+su memoria, fría é insensible al remordimiento y á la
+lamentación.</p>
+
+<p>&mdash;El coronel... ¿Dónde diablos estará el coronel?</p>
+
+<p>Atraviesa las salas de juego, buscando una cabeza
+de pelo canoso partido en dos secciones brillantes por
+la raya que se tiende rígida de la frente á la nuca. La
+ve al fin sobre el respaldo de un diván, entre dos sombreros
+de mujer, cuatro ojos orlados de luto y unas mejillas
+con las arrugas rellenas de pasta blanca y pasta
+rosa. El príncipe interrumpe con su mudo llamamiento
+unas explicaciones de la guerra que hacen estremecer á
+las dos damas.</p>
+
+<p>&mdash;Coronel: un asunto de honor. Quiero batirme mañana.
+Busca otro padrino.</p>
+
+<p>Toledo parece desconcertado por la orden. Su primer
+pensamiento vuela hasta Villa-Sirena. Ve el negro levitón,
+la vestidura solemne del honor pronta á salir de su
+encierro. Después se desliza por esta alegría una nube
+de duda. ¡Un duelo!... ¿Será oportuno ahora que los
+hombres se baten en masas de millones, dando su vida
+por algo más alto y más general que los rencores individuales?...
+Sus creencias ahogan inmediatamente este
+escrúpulo. «Un caballero debe estar á las órdenes de
+otro caballero.» Además, es su príncipe. Y dispuesto á
+cumplir su misión, pide el nombre del adversario.</p>
+
+<p>&mdash;El teniente Martínez.</p>
+
+<p>Don Marcos cree haber entendido mal; luego vacila
+sobre los pies y queda mirando á Su Alteza con estupor.
+Instintivamente, sin darse el trabajo de desenmarañar
+los confusos pensamientos que le asaltan, ve con la imaginación<a name="page_338" id="page_338"></a>
+á la duquesa de Delille. ¿Por qué ha abandonado
+el príncipe sus prudentes doctrinas?... Se acuerda,
+como de un pasado dichoso, de los tiempos en que florecían
+«los enemigos de la mujer». No han transcurrido
+mas que cuatro meses, y parece que sean siglos. ¡Un
+duelo en plena guerra... y con un oficial!... ¡Y este oficial
+es Martínez, su héroe!...</p>
+
+<p>Levanta los hombros, inclina la cabeza, hace un
+gesto de inhibición, como siempre que su príncipe le da
+órdenes absurdas con un rostro duro que le recuerda el
+de la difunta princesa en sus días borrascosos.</p>
+
+<p>&mdash;¿Busco á don Atilio?... Ha tenido varios lances de
+honor; sabe lo que es eso, y podrá ayudarme.</p>
+
+<p>Lubimoff acepta. En el <i>bar</i> de los salones privados
+esperará á los dos, para hablar de las condiciones del
+encuentro.</p>
+
+<p>Permanece inmóvil en su profundo sillón, frente á
+una ventana dorada por la luz del ocaso, en la que se
+tejen y destejen los hilos de sombra proyectados por el
+ramaje inquieto de los árboles. Le parece de pronto que
+su espera resulta demasiado larga. Se le ocurre que Castro
+no está en el Casino y don Marcos le busca inútilmente.
+De todo lo pasado apenas se acuerda. La figura
+del oficial se ha hundido en la bruma gris que cae sobre
+su memoria: no es ya mas que un contorno indeciso. Lo
+único que puede ver, con un relieve y un agrandamiento
+exagerados, como si estuviese junto á sus ojos,
+es una mano: una mano que se agarra á su pecho y sube
+hacia su rostro que nadie golpeó jamás. La indignación
+le hace salir de su huraño ensimismamiento. ¡A él! ¡Una
+bofetada al príncipe Lubimoff!...</p>
+
+<p>Cuando levanta los ojos ve á Toledo que se acerca,
+pero solo, con cierta confusión, temiendo por adelantado
+la cólera del príncipe. Este, que se siente bondadoso y
+tolerante después de sus violencias en la escalinata, adivina
+lo que va á decirle. No ha encontrado á Castro. Y
+le absuelve con una sonrisa benévola.</p>
+
+<p>El coronel habla:</p>
+
+<p>&mdash;Marqués: don Atilio no quiere.</p>
+
+<p>¿Qué?... Y ante la mirada interrogante de Lubimoff,
+que no puede comprender, que se resiste á comprender<a name="page_339" id="page_339"></a>
+lo que escucha, Toledo repite, cada vez más
+confuso:</p>
+
+<p>&mdash;Se niega á aceptar la representación. Me ha dicho
+que busque á otro. Tiene unas ideas especiales que...</p>
+
+<p>Y se abstiene de exponer estas ideas. Calla, para no
+decir algo que el príncipe no debe escuchar de su boca;
+acepta como un bien el silencio de asombro que se interpone
+entre él y Lubimoff; teme que éste salga de la
+estupefacción en que le ha sumido su noticia.</p>
+
+<p>Como desea alejarse, propone algo que le parece un
+remedio.</p>
+
+<p>&mdash;¿Quiere Su Alteza que lo llame? Seguramente vendrá.
+Tal vez hablando los dos...</p>
+
+<p>Y se aleja para buscar á Castro, mientras Miguel
+Fedor vuelve á quedar inmóvil en su asiento, sin comprender
+nada.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Lo vió de pie ante su velador, con cierto apresuramiento
+en sus gestos y ademanes, como un hombre que
+arrostra una situación penosa y quiere salir de ella
+cuanto antes.</p>
+
+<p>El príncipe le invitó á ocupar el sillón inmediato,
+pero Castro sólo quiso sentarse ligeramente en uno de
+los brazos del mueble, para indicar su deseo de que la
+entrevista fuese corta. Además, habló él primero, exponiendo
+rudamente su pensamiento, sin preámbulos.</p>
+
+<p>&mdash;Te habrá dicho el coronel mi respuesta. No puedo...
+Bien sabes que soy tu amigo: hasta me haces el honor
+de reconocerme como pariente; te debo mucho; ¡pero eso
+que me pides... no! Es un disparate, una locura. Forzosamente
+habíamos de terminar así; lo he presentido hace
+algún tiempo. Tal vez tenías razón cuando hablabas de
+las mujeres y de la necesidad de ser sus enemigos (si es
+que esto resulta posible). Pero de nada puede servirnos
+recordar lo pasado: tú ya no eres el Lubimoff que decía
+aquellas paradojas. Yo estoy loco, te lo concedo; pero tú
+lo estás más que yo, y por eso no te sigo.</p>
+
+<p>Miguel le miró fijamente, sin abandonar su silenciosa
+inmovilidad, esperando que continuase.</p>
+
+<p>&mdash;¡Un duelo en plena guerra! ¿Tiene eso sentido común?<a name="page_340" id="page_340"></a>
+Tú eres un señor que permanece tranquilo en su
+palacio, con todas las comodidades que pueden obtenerse
+en la época presente, sin correr peligro alguno,
+mientras media humanidad llora, sufre hambre, se desangra
+ó muere. Y porque estás un día de mal humor (tú
+sabrás el motivo), ¿quieres batirte con un pobre muchacho
+que vive casi milagrosamente, que está enfermo y
+débil por haber hecho lo que tú y yo no somos capaces
+de hacer?... ¿Y me pides que te represente en esa
+locura?...</p>
+
+<p>El otro, siempre sumido en su asiento, dijo con voz
+sorda y rencorosa:</p>
+
+<p>&mdash;Me ha insultado... ha querido abofetearme. He detenido
+su mano junto á mi cara.</p>
+
+<p>Esto hizo dudar un momento á Castro, que no tenía
+idea de la importancia del choque entre los dos hombres.
+Pero su indecisión fué corta.</p>
+
+<p>&mdash;Algo hay que no comprendo y que tú callas. La
+misma gravedad del insulto me indica que hubo de tu
+parte un acto extraordinario. ¡Atreverse ese pobre muchacho
+respetuoso y tímido á querer abofetear á un
+hombre como tú!... ¿Qué has hecho para excitarle hasta
+ese punto?</p>
+
+<p>Lubimoff no se dignó responder. Sin abandonar su
+enfurruñada inmovilidad, preguntó lacónicamente:</p>
+
+<p>&mdash;¿Quieres ó no quieres?</p>
+
+<p>Castro, irritado por tal actitud, contestó sin vacilar:</p>
+
+<p>&mdash;Es un disparate, y no quiero.</p>
+
+<p>Siguió la inmovilidad del príncipe ante esta negativa,
+pero Atilio creyó adivinar sus ideas en la mirada
+hostil fija en él. Le acusaba de ingratitud al verse abandonado.
+Al mismo tiempo hacía responsable á «la Generala»,
+creyendo que ésta había podido influir en su
+decisión. ¡Aquel teniente era tan admirado por doña
+Clorinda!...</p>
+
+<p>Como si contestase á sus ocultos pensamientos, Atilio
+siguió hablando.</p>
+
+<p>&mdash;¿Tú crees que á mí me interesa ese muchacho con el
+que deseas batirte? Me es indiferente; hasta confieso que
+me es antipático, por los grandes extremos que hacen
+algunas señoras sobre su heroísmo. Eso molesta siempre<a name="page_341" id="page_341"></a>
+á los que no somos héroes. Pienso en lo insignificante
+que sería hace cuatro años nada más. De conocerlo entonces,
+tal vez lo habría visto de tenedor de libros en
+un hotel ó en la tienda de mi camisero de París. Figúrate
+qué amistad!... Pero ha pasado sobre nosotros la
+guerra, trastornándolo todo, haciendo emerger á unos,
+hundiéndonos á otros en lo más profundo, sin la certeza
+de volver á surgir, y ese muchacho es ahora «alguien»,
+es más que tú y que yo; ha servido de algo, y
+para mí es sagrado, á pesar de que me inspira envidia
+y no admiración.</p>
+
+<p>El príncipe hizo al fin un movimiento de protesta.
+Luego levantó los hombros desdeñosamente y volvió á
+sumirse en su inmovilidad. ¡Aquel aventurerillo más
+que él, porque le habían agujereado el pellejo en los
+combates!...</p>
+
+<p>&mdash;No nos entenderíamos aunque hablásemos toda la
+tarde&mdash;continuó Castro&mdash;. Yo he cambiado mucho, y tú
+continúas siendo el de siempre. Creo que ayer encontré
+mi «camino de Damasco». Me siento otro hombre.</p>
+
+<p>Y por una necesidad de exteriorizar su gran perturbación
+interior, siguió hablando, sin fijarse en si el príncipe
+le escuchaba.</p>
+
+<p>El encuentro había sido cerca de la estación de
+Monte-Carlo, junto á la vía férrea. El iba acompañando
+á dos señoras, una de las cuales le interesaba mucho.
+(Miguel pensó otra vez en doña Clorinda.) Un tren de
+soldados volvía de Italia; un tren sombrío, sin estandartes,
+sin ramas de árboles adornando las portezuelas.
+Eran franceses. Los habían enviado á Italia como refuerzo,
+después del desastre de Caporetto, y ahora los
+volvían á llamar apresuradamente, para defender el
+propio suelo amenazado.</p>
+
+<p>&mdash;Nada de cánticos y de aturdido regocijo; todos silenciosos,
+cansados y sucios, de una suciedad épica.
+Cada vagón parecía una jaula de fieras, por su olor acre
+de cuadra de circo. Eran jóvenes y tenían aspecto de
+viejos: las barbas hirsutas, los uniformes manchados,
+las caras apergaminadas por el sol, endurecidas por el
+frío, resquebrajadas por los vientos. El calor les había
+hecho despojarse de los capotes y mostraban sus camisas<a name="page_342" id="page_342"></a>
+de franela de un color indefinible, impregnadas del sudor
+de tantas fatigas y emociones.</p>
+
+<p>Se adivinaba en ellos al batallón predestinado que
+siempre llega á tiempo para sostener los choques más
+rudos; el que aparece puntualmente en los lugares de
+mayor peligro, con esa mansedumbre heroica del fuerte,
+que deja que le exploten, y trabaja, no sólo por él, sino
+por todos los demás que trabajan menos. ¿Dónde no habían
+peleado estos hombres? En su propio suelo, en el
+de los aliados, tal vez en Oriente, y ahora tornaban otra
+vez á la tierra de sus primeros combates. Cuando creían
+haberlo hecho todo, se enteraban de que aún no habían
+hecho nada. En el tejer y destejer de la guerra, era preciso
+empezar otra vez. Cuatro años antes se imaginaban
+haber decidido el triunfo en las riberas del Marne, y
+ahora volvían de nuevo al Marne. Todos los inviernos,
+metidos en el barro, hundidos en la trinchera bajo la
+lluvia, se decían: «Este será el último.» Y llegaba otro
+invierno, y luego otro, y á continuación otro, sin que la
+vida cambiase. De aquí su gesto fatalista y resignado,
+un gesto de hombres que se amoldan á todo y acaban
+por creer que su miseria será eterna, que nunca volverán
+los humanos tiempos de la paz.</p>
+
+<p>Cesó de hablar un momento y no hizo caso de la mirada
+de su amigo, que parecía preguntarle qué interés
+podía tener para él este relato.</p>
+
+<p>&mdash;Estábamos al borde de un terraplén, apoyados en la
+valla, y nuestras cabezas quedaban al mismo nivel que
+las de los hombres agrupados en los vagones. El largo
+convoy, cuya cabeza tocaba ya la estación, iba avanzando
+lentamente. Las dos señoras agitaban sus pañuelos,
+sonreían á los soldados, les enviaban palabras de
+saludo. Muchos permanecían inmóviles, mirándolas con
+ojos de fiera adormecida. Llevaban cuatro años de ovaciones,
+conocían la realidad, la terrible realidad que
+existe detrás de ellas. Otros, más jóvenes ó más ardorosos,
+despertaban á la vista de estas dos mujeres elegantes.
+Galvanizados por las sonrisas, se erguían, pasaban
+una mano por sus arrugadas franelas, enviaban besos,
+intentaban recobrar su apostura de los tiempos en que
+no eran soldados... De pronto, uno de ellos olvidó á las<a name="page_343" id="page_343"></a>
+mujeres para fijarse en mi, que también les saludaba
+con mi sombrero, dando vivas. Era una especie de diablo
+rojo y amargo.</p>
+
+<p>Castro le veía aún, como si asomase su cabeza por
+una ventana del <i>bar</i>; vería tal vez mientras viviese el
+pergamino blancuzco de su cara, tirante sobre las aristas
+de los pómulos; la barba roja colgando de sus mandíbulas,
+como si fuese postiza, y sobre todo, sus ojos sarcásticos,
+insolentes, de un color verde turbio, igual al de
+las ostras. Era el soldado que critica, rezonga y habla
+contra sus oficiales mientras cumple sus órdenes. En la
+vida civil debía haber sido el antipático rebelde que no
+concede su aprobación á nada. Al cruzarse sus ojos con
+los de Castro, experimento éste un sentimiento de repulsión.
+Adivinó al hombre con el que se tiene irremediablemente
+un choque en la calle, en el tranvía, en el
+teatro. Y sin embargo, nunca iba á olvidar su encuentro
+de un segundo con este soldado que pasaba y se perdía
+á lo lejos, sin mas tiempo que el necesario para dejar
+caer cuatro palabras.</p>
+
+<p>Despreció á las dos mujeres con su sonrisa irónica.
+Luego, á Castro, que seguía tremolando su sombrero, le
+señaló el fondo del vagón, gritándole:</p>
+
+<p>&mdash;¡Aún queda un sitio!...</p>
+
+<p>Y no dijo más.</p>
+
+<p>&mdash;Dijo bastante, Miguel. Esa voz agria la estoy oyendo
+desde entonces: la oiré siempre, en mis mejores instantes,
+si continúo aquí. ¿Y la mirada de sus ojos?... Adiviné
+todos sus insultos mudos, la comparación rápida que hizo
+entre su miseria y mi aspecto de hombre fuerte y bien
+cuidado. Yo era para él un cobarde que pasea con mujeres,
+mientras los hombres están con los hombres, dando
+su vida por algo importante.</p>
+
+<p>&mdash;¡Bah! Tú eres un extranjero&mdash;interrumpió el príncipe,
+que parecía fatigado por las palabras de su amigo.</p>
+
+<p>&mdash;Yo vivo aquí, y la tierra en que vivo no puede
+serme extraña. Esta guerra es por algo más que cuestiones
+de terreno: interesa á todos los hombres. Mira á
+los norteamericanos, que todos creíamos muy prácticos
+é incapaces de idealismos; saben que no van á ganar
+nada positivo, y sin embargo entran en la lucha con<a name="page_344" id="page_344"></a>
+todas sus fuerzas. Además, hay el alma de las mujeres.
+¿Creerás que las dos que venían conmigo rieron el insulto
+del rojo, encontrándolo muy oportuno?... Y no me
+hables de que las hembras se sienten atraídas en todas
+ocasiones por el guerrero. Tal vez sea por el guerrero de
+los tiempos de paz, brillante y empenachado; ¡pero estos
+de ahora tienen un aspecto tan miserable!... No; existe
+algo muy alto en todo lo que nos rodea, algo que tú y
+yo no hemos sabido ver, á causa de nuestro egoísmo.</p>
+
+<p>Su oyente volvió á levantar los hombros con indiferencia.</p>
+
+<p>&mdash;Y cuando pienso á todas horas en mi encuentro de
+ayer, y veo el sitio que me ofrecía burlonamente el maldito
+rojo, como si yo fuese una hembra, como si nunca
+pudiera sentirme capaz de ocuparlo, ¡tú me propones
+que arregle un encuentro mortal con otro de esos hombres
+que se consideran, no sin razón, superiores á nosotros!...
+No; ya lo sabes: no acepto.</p>
+
+<p>Había abandonado el brazo del asiento y estaba de
+pie frente al príncipe. Esto hizo un gesto de cansancio.
+Le aburrían las palabras de Atilio, aquella historia infantil
+del tren, del soldado rojo y de la invitación insolente.
+Eso sólo podía conmover á doña Clorinda; él tenía
+asuntos mas inmediatos en que pensar. Ya que se negaba
+á servirle, podía dejarlo solo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Adiós, Miguel!&mdash;dijo Castro, con la convicción de
+que este saludo iba á ser algo más que una despedida
+momentánea.</p>
+
+<p>&mdash;Adiós&mdash;contestó el príncipe sin moverse.</p>
+
+<p>Cerca ya de la puerta, Atilio retrocedió.</p>
+
+<p>&mdash;Sé lo que significa mi negativa y lo que me toca
+hacer. Adiós otra vez. ¡Cree que si me pidieses otra
+cosa...!</p>
+
+<p>Pero el príncipe interrumpió sus palabras con otro
+gesto de indiferencia, y Atilio se alejó, disimulando su
+emoción.</p>
+
+<p>Inmediatamente hizo su entrada don Marcos en el
+<i>bar</i>, como si hubiese estado aguardando al otro lado de
+la puerta la salida de Castro. Nunca le pareció al príncipe
+tan activo é inteligente su «chambelán».</p>
+
+<p>&mdash;Todo está arreglado, marqués.<a name="page_345" id="page_345"></a></p>
+
+<p>Como tenía la certeza de que Atilio no se dejaría convencer,
+había buscado un segundo padrino. Pensó un
+instante en ir á Mónaco para hablar á Novoa. Luego se
+acordó de sus relaciones con Valeria. Esta visita equivalía
+á hacérselo saber todo á la duquesa. Además, el
+profesor no entendía nada en tales asuntos y era compatriota
+de Martínez. ¡Ya había bastante con que un
+español figurase enfrente del oficial!</p>
+
+<p>&mdash;Tengo mi segundo&mdash;continuó&mdash;. Será lord Lewis.</p>
+
+<p>Para él, era Lewis más lord que nunca. Le estaba
+agradecido por la prontitud con que había aceptado su
+petición. Ganaba dinero aquella tarde y su humor era
+excelente. Hasta se levantó de su asiento, abandonando
+el juego para oir al coronel. Quiso llevárselo al <i>bar</i>,
+afirmando que ante un <i>whisky</i> se habla mejor, y Toledo
+adivinó por su aliento que ya llevaba bebidos algunos
+para celebrar su buena suerte. Lewis estaba dispuesto á
+servir á su amigo Lubimoff. En punto á duelos, sólo conocía
+los del boxeo; pero se confiaba á la pericia del
+coronel y apoyaría cuanto dijese... Inmediatamente
+había vuelto á su mesa.</p>
+
+<p>Miguel dió sus instrucciones á Toledo. Un encuentro
+en condiciones duras, como aquellos que él había presenciado
+en Rusia. No podía ser menos: había recibido
+una bofetada. Y dijo esto con voz fosca, convencido ya
+de la completa realización de la ofensa.</p>
+
+<p>Al anochecer salió del Casino, huyendo de las personas
+conocidas que invadían el <i>bar</i> y le obligaban á sonreir
+y sostener frívolas conversaciones, mientras su pensamiento
+estaba lejos.</p>
+
+<p>Siempre, en sus grandes cóleras, cuando no podía
+apelar á una acción inmediata y violenta, la excitación
+nerviosa iba seguida en él de una laxitud que ablandaba
+sus músculos y sus nervios.</p>
+
+<p>Con verdadero placer entró en Villa-Sirena, encontrando
+una nueva voluptuosidad en todos los detalles
+de su bienestar. Aguardó leyendo la llegada del coronel.
+A las nueve de la noche tuvo que comer solo. Luego
+volvió á la lectura, pero en su dormitorio, acabando por
+acostarse con el libro en la mano. Sonrió con una sonrisa
+que parecía una mueca al pensar que su fatiga nerviosa<a name="page_346" id="page_346"></a>
+le había hecho tenderse en la misma postura de los
+muertos.</p>
+
+<p>Fué pasando las páginas, sin perdonar una sola línea,
+y sin embargo no podía decir qué es lo que estaba
+leyendo. De pronto, su atención se concentraba para recordar.
+Algo le había ocurrido; algo le esperaba. «¡Ah,
+sí!» Y después de reconstruir en su memoria lo de aquella
+tarde é imaginarse lo del día siguiente, volvía á su
+lectura sin sentido.</p>
+
+<p>Las páginas fueron desvaneciéndose como pedazos
+de niebla; sintió su mano más ligera: el libro acababa
+de caer sobre la cama. Instintivamente buscó el botón
+eléctrico para hacer la obscuridad, y antes de perder
+completamente la percepción del mundo exterior oyó sus
+primeros ronquidos.</p>
+
+<p>Una luz hiriéndole en los ojos le hizo incorporarse.
+Vió al coronel junto á su lecho. El profundo silencio de
+la noche, que aún parecía más absoluto sostenido por el
+rumor del mar, se rasgaba á lo lejos con el jadeo de un
+automóvil.</p>
+
+<p>El príncipe se restregó los ojos. ¿Qué hora era?</p>
+
+<p>&mdash;La una&mdash;dijo don Marcos.</p>
+
+<p>Todo estaba convenido. El encuentro sería al día siguiente,
+á las dos de la tarde. No podía realizarse antes;
+aún le quedaban muchos preparativos por hacer. El
+lugar escogido era el castillo de Lewis. En el principado
+de Mónaco resultaba imposible un encuentro: todo él era
+á modo de una casa de vecindad, sin el menor lugar discreto
+para que dos hombres se mirasen frente á frente
+con una pistola en la mano.</p>
+
+<p>Lubimoff casi se levantó de la cama á impulsos de la
+sorpresa. El tenía la elección de armas, como ofendido, y
+había hablado á su representante del sable, arma favorita
+de los duelos de su juventud. Toledo, por primera
+vez, arrostró impávido la mirada furiosa de su príncipe.</p>
+
+<p>&mdash;¡Marqués&mdash;dijo con dignidad&mdash;, no podía ser otra
+cosa! Hay que pensar que ese pobre joven es un convaleciente,
+casi un inválido. Yo me admiro de que haya
+obligado á sus padrinos á admitir la pistola. Sus representantes
+no querían aceptar nada. Son de los que creen
+que este duelo no debe realizarse.<a name="page_347" id="page_347"></a></p>
+
+<p>Miguel se calmó. Un sentimiento de equidad le hizo
+aceptar la decisión de Toledo. Aquel enfermo no era
+un enemigo digno de su sable; había que establecer
+cierta igualdad entre los dos, y para eso servía la pistola,
+única arma que se presta á las sorpresas y caprichos
+del azar.</p>
+
+<p>«De todos modos lo mataré», pensó Lubimoff, acordándose
+de sus habilidades de tirador.</p>
+
+<p>&mdash;Advierto á su Alteza&mdash;siguió diciendo el coronel&mdash;que
+lo mismo da un arma que otra. Ese joven y sus dos
+amigos conocen todo lo referente á la guerra, pero no
+tienen noción alguna de lo que son los duelos y de las
+armas que se usan en tales lances.</p>
+
+<p>Luego enumeró las condiciones. Distancia, quince
+metros; una bala cada uno, pero podrían apuntar y
+hacer fuego mientras él, que iba á ser el director del
+combate, contaba de uno á tres. Con un tirador como el
+príncipe, estas condiciones resultaban graves.</p>
+
+<p>Efectivamente; el príncipe las encontró aceptables.</p>
+
+<p>&mdash;Buenas noches&mdash;dijo sumiéndose en la cama y remontando
+el embozo hasta sus ojos.</p>
+
+<p>El sueño volvió á apoderarse de él, una vez satisfecha
+su curiosidad.</p>
+
+<p>Toledo hubiera querido hacer lo mismo, pero tenía
+que cumplir antes sagrados deberes de su ministerio, y
+vagó por diversas habitaciones, registrando muebles,
+subiéndose en las sillas para huronear en lo más alto de
+los armarios. Buscaba una caja de pistolas de desafío
+que le había regalado en Rusia uno de los generales
+amigos del difunto marqués. Cuando al fin la encontró,
+tuvo que dedicar más de una hora á la limpieza de estas
+armas de lujo, que habían perdido su brillo de plata en
+el olvido de un largo encierro.</p>
+
+<p>Se sentía fatigado, y al mismo tiempo la consideración
+de su importancia ahuyentaba su sueño. El alma
+de aquel drama que se estaba preparando para el día
+siguiente era él, sólo él. Faltos de su asistencia, ni Su
+Alteza ni Martínez podrían batirse. Lord Lewis y los dos
+militares que representaban al adversario eran incapaces
+de una idea, y tenían que seguirle como discípulos.</p>
+
+<p>La conciencia de esta superioridad le hizo recordar<a name="page_348" id="page_348"></a>
+todas sus gestiones y triunfos desde media tarde á media
+noche.</p>
+
+<p>Había ido en busca de Martínez con cierta indecisión.
+Contra su deseo, encontraba razonadas las protestas
+de Atilio. Tal vez era cierto cuanto decía, y este
+duelo resultaba un disparate, una locura del príncipe.
+Pero sus ideas tradicionales se encabritaron ante estos
+escrúpulos. «El honor es el honor...» Y experimentó la
+alegría del que, luego de dudar, se convence de que
+está en lo cierto, al oir que el teniente aceptaba la reparación
+por las armas con regocijo y con cierta prisa,
+como si temiese que Toledo se arrepintiera, retirando su
+proposición. ¡Joven heroico y pundonoroso! Don Marcos
+encontraba natural que procediese así. ¡Era de la misma
+tierra que él!...</p>
+
+<p>Por un momento ocupó su memoria la imagen de la
+duquesa. Tal vez era ella la causante involuntaria de
+este choque, y el mozo se sentía animado por la vanidad.
+Iba á figurar en un duelo como los que había leído en
+las novelas de su adolescencia; iba á ser protagonista
+de uno de aquellos dramas elegantes que á él le parecían
+de otro planeta... Pero el coronel desechó á continuación
+estas suposiciones, sugeridas por la franca alegría
+con que Martínez aceptaba su reto, como si le invitase
+á una fiesta.</p>
+
+<p>A partir de aquí empezaron las desorientaciones de
+Toledo. El mundo estaba cambiado, totalmente cambiado,
+y él marchaba de asombro en asombro.</p>
+
+<p>Para favorecer á su compatriota, quiso saber qué
+armas manejaba con preferencia.</p>
+
+<p>&mdash;¡Conozco tantas!&mdash;exclamó Martínez.</p>
+
+<p>En un asalto había herido con la punta del sable á
+un alemán gigantesco que le amenazaba con su bayoneta.
+Tuvo que forcejear contra una cosa dura que crujía,
+enviándole al rostro un caño de sangre. Luego, al serenarse,
+vió que había metido el arma por la boca de su
+adversario, rompiéndole las vértebras. Conocía también
+el revólver, pero no era tirador. En otras armas era más
+experto: la granada de mano, que le hacía recordar los
+juegos de pelota de su infancia; la ametralladora, que
+había manejado como simple sirviente; los explosivos<a name="page_349" id="page_349"></a>
+arrojados con honda. Hasta tenía sus habilidades de artillero,
+pero artillero de trinchera, para cargar morteros
+de tiro corto y enviar torpedos y proyectiles asfixiantes
+á la trinchera inmediata.</p>
+
+<p>Sonrió desdeñosamente al insistir don Marcos en la
+esgrima del sable. El tenía una esgrima suya: irse sobre
+el adversario y pegar antes que éste. Pero en el cuerpo
+á cuerpo prefería el cuchillo. Con el revólver jamás se
+entretenía en apuntar. No disparaba hasta verse junto
+al enemigo, y así el tiro era seguro.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y la pistola de desafío?&mdash;preguntó el coronel.</p>
+
+<p>&mdash;La desconozco. Me gustaría verla: debe ser algo
+curioso.</p>
+
+<p>La mirada de Toledo vagó indecisa por el pecho de
+aquel oficial, como si inventariase sus condecoraciones,
+deteniéndose en las estrellas que moteaban la cinta rayada
+de su Cruz de Guerra. Cada una de ellas era símbolo
+de una hazaña.</p>
+
+<p>Cuando el teniente lo presentó á sus padrinos, continuaron
+las desorientaciones de don Marcos. Eran dos
+capitanes muy jóvenes. Toledo les supuso veinticinco
+ó veintiséis años de edad. Su uniforme muy ceñido al
+talle, su kepis de última moda, su apostura gallarda,
+placieron al coronel, que los calificó inmediatamente de
+militares de carrera. Debían proceder de la Escuela de
+Saint-Cyr; su ojo de profesional no podía engañarse:
+eran otra cosa que el humilde Martínez.</p>
+
+<p>Uno de ellos ostentaba medio rostro quemado por los
+líquidos inflamables de los alemanes; el otro lo tenía
+surcado por una red de hilillos rojos que eran vestigios
+de cicatrices. Los dos cojeaban; pero el uno francamente,
+apoyado en su garrote, con un pie enorme cubierto de
+envoltorios y metido en un zapato de fieltro; mientras
+su compañero, que tenía una pierna rígida, usaba calzado
+ajustado y brillante, afirmándose con coquetería
+en un junco fino, que prestaba verdaderamente servicios
+de muleta.</p>
+
+<p>Sus primeras palabras fueron poco gratas para el
+coronel y Lewis. ¿Qué era aquello de un «civil» permitiéndose
+insultar á un soldado que estaba convaleciente
+de sus heridas? ¿Y qué monserga la de proponer un<a name="page_350" id="page_350"></a>
+duelo en plena guerra? El que desease morir ó matar
+no tenía mas que ir al frente, como los demás... Pero
+Martínez, que aún no se había retirado, intervino, entablando
+con ellos una rápida discusión. ¿Querían ó no
+querían hacerle el favor que les había pedido como
+camaradas? Los dos manifestaron un pensamiento. Para
+ellos, lo lógico era haber dado fin á la querella en la
+misma escalinata del Casino: dos trompazos á aquel
+«emboscado» que no iba á la guerra y se permitía molestar
+á los que cumplían su deber. Hablaban como
+buenos conocedores de la fragilidad de la existencia,
+como hombres que saben lo poco que cuesta quitarle la
+vida á otro hombre ó perder la propia, y ríen, por instinto,
+de la importancia, las ceremonias y las pretendidas
+equidades con que se rodea en tiempos de paz un
+simple encuentro individual... Pero, en fin, ya que su
+camarada tenía empeño en que le representasen en esta
+farsa, le darían gusto, aunque luego su complacencia les
+costase un arresto.</p>
+
+<p>Apenas se hubo retirado Martínez, uno de los dos
+capitanes, el del pie elefantíaco con zapato de fieltro,
+confesó su falta de idoneidad.</p>
+
+<p>&mdash;Yo no he presenciado nunca desafíos en Burdeos.
+Ignoro cómo son. Antes de la guerra era comisionista
+de vinos en Méjico. Me embarqué con todos los franceses
+que vivíamos allá, y por milagro no nos apresó un
+corsario <i>boche</i>. Empecé como soldado de segunda clase;
+pero he hecho lo que he podido... Si fuese un asunto
+comercial, daría mi opinión: ¡pero en esto! Tal vez mi
+camarada...</p>
+
+<p>¡Otro Martínez! Don Marcos olvidó al capitán del
+zapato de fieltro. Era el Lewis de la parte contraria.
+Toda su atención se concentró en el capitán de botas
+brillantes y junquillo juguetón. Este debía ser un adversario
+digno de él. ¡Lástima que sus ojos claros tuvieran
+una expresión irónica de hombre que todo lo toma á
+risa, y por debajo de su bigote rubio, muy recortado, á
+la inglesa, vagase un ligero gesto de insolencia!</p>
+
+<p>Había nacido en París; lo declaró con orgullo á las
+primeras palabras; y cuando don Marcos le fué sondeando
+astutamente para saber si era experto en lances de<a name="page_351" id="page_351"></a>
+honor y había presenciado muchos desafíos, dijo con
+sencillez:</p>
+
+<p>&mdash;Más de cien.</p>
+
+<p>No se había engañado Toledo. Este era el hombre
+con quien tendría que luchar. Luego pensó en la cifra,
+apreciando al mismo tiempo la edad del capitán. ¡Más
+de cien, y seguramente no pasaba de veintiséis años!...
+Tuvo el presentimiento de que iba á habérselas con
+algún esgrimidor ilustre cuyo nombre glorioso había
+sido obscurecido momentáneamente por la guerra.</p>
+
+<p>Ellos dos hablaron únicamente. Al principio, el capitán
+pareció burlarse, con una gracia parisién, de los
+términos solemnes y altisonantes con que don Marcos
+trataba las cuestiones de honor. Pero su grave y tenaz
+prosopopeya acabó por vencer á este fisgón, que se puso
+á su mismo tono, interesándose en el asunto y reconociendo
+su importancia.</p>
+
+<p>En ciertos momentos, el coronel sintió dudas al escuchar
+cómo su contrincante formulaba verdaderas herejías,
+revelando una ignorancia absoluta de los grandes
+tratadistas que han codificado los encuentros entre caballeros.
+¡Y este hombre había asistido á más de cien
+lances de honor!... Después se asombró de la prontitud
+con que se apropiaba los textos citados por él, de la agilidad
+con que se había asimilado sus clásicos, volviéndolos
+al revés, en apoyo de sus afirmaciones.</p>
+
+<p>Cuando el encuentro fué concertado hasta en los menores
+detalles, el capitán resumió sus impresiones con
+una sencillez que dió frío á don Marcos.</p>
+
+<p>&mdash;Quedará herido uno de los dos, ó tal vez los dos.
+No es cosa extraordinaria. ¿Quién no está herido en
+estos tiempos? La cirugía ha adelantado mucho; es otra
+cosa que al principio de la guerra. El que no muere en
+el acto, se salva casi siempre. Además, los llevarán á la
+cama y no quedarán abandonados días y días sobre el
+terreno, como ocurre en los combates.</p>
+
+<p>Pero el gesto de placidez con que hablaba de las heridas
+se fué convirtiendo en una expresión torva.</p>
+
+<p>&mdash;Supongo&mdash;continuó&mdash;que no tendremos muertos;
+porque si mi camarada Martínez, que es bueno como un
+cordero y al que quiero mucho, muere en esta broma,<a name="page_352" id="page_352"></a>
+yo mato á su príncipe a continuación, sin regla alguna,
+como se mata á un <i>boche</i> en el frente.</p>
+
+<p>Fué tan sincero el tono de estas palabras, que el coronel,
+impresionado por ellas, no reparó en lo extrañas
+que resultaban dichas por un especialista de las leyes
+del honor.</p>
+
+<p>La conversación se hizo más íntima y cordial, como
+ocurre siempre que se da por terminado un negocio arduo.
+Toledo tuvo que contarles su vida guerrera&mdash;como
+él se la imaginaba, á través de los años&mdash;, y los dos jóvenes,
+que habían asistido á combates de millones de
+hombres, mostraron el mismo interés de los niños que
+escuchan un cuento exótico ante este relato de obscuros
+encuentros de montaña, que ni nombre tenían, y sólo
+perduraban exageradamente en la memoria de don
+Marcos.</p>
+
+<p>El capitán parisién, elegante y gracioso, habló igualmente
+de su pasado.</p>
+
+<p>&mdash;Yo, antes de la guerra, trabajaba en la reventa de
+billetes de los teatros del bulevar. No tengo otro oficio.</p>
+
+<p>Hizo un esfuerzo el coronel para contener su sorpresa...
+Sí que había visto más de cien duelos; pero era
+en las obras dramáticas, sobre las tablas, entre cómicos,
+que dan á los preparativos del encuentro una lentitud
+ceremoniosa para prolongar la ansiedad del público.
+Debió adivinarlo al oir sus disparates. ¡Cómo se había
+burlado de él!...</p>
+
+<p>Pero inmediatamente sus ojos bajaron hasta el pecho
+de los dos jóvenes. Iguales á Martínez: la Legión de
+Honor, la Medalla Militar, la Cruz de Guerra con estrellas.
+La del antiguo revendedor de billetes hasta se mostraba
+cruzada por una palma de oro.</p>
+
+<p>¡Ay! El mundo había cambiado. ¿Dónde estaban los
+tiempos de don Marcos?... Luego pensó en todo lo que
+había hecho en su vida para considerarse superior:
+asistir ceremoniosamente á varios duelos, muchas veces
+sin resultado alguno. Pensó también en lo que habían
+hecho y habían visto estos jóvenes en menos de cuatro
+años. Su origen obscuro le trajo á la memoria á numerosos
+guerreros de Napoleón de nombre célebre y
+peor origen. Algunos llegaron á ser reyes, mientras que<a name="page_353" id="page_353"></a>
+estos pobres capitanes, una vez terminada la guerra,
+tendrían que volver, cargados de gloria, á sus antiguas
+ocupaciones, batallando diariamente por la conquista
+del pan.</p>
+
+<p>Se separaron, conviniendo en verse después de la
+comida, para firmar el acta de las condiciones del encuentro.
+Los cuatro estaban de acuerdo. Pero al mencionar
+dicha cifra, Toledo se fijó en que sólo eran tres.
+Lewis había asistido con cierta impaciencia á los largos
+exordios de la entrevista en un diván del atrio del
+Casino.</p>
+
+<p>&mdash;Un amigo me espera.... Vuelvo al momento.</p>
+
+<p>Y se había metido en las salas de juego, lugar vedado
+á los oficiales.</p>
+
+<p>No podía el coronel hacerse ilusiones sobre la duración
+de este momento, á pesar de que iban transcurridas
+cerca de dos horas. Después de separarse de los
+capitanes, encontró á Lewis en una mesa de «treinta y
+cuarenta», teniendo ante sus manos un montón de placas
+de mil francos. Al principio no entendió lo que Toledo
+le decía al oído. Tuvo que hacer un esfuerzo para
+recordar.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ah, sí; lo del duelo!... Usted tiene toda mi confianza;
+haga lo que quiera, firmaré lo que me presente, pero
+no me levanto aunque me avisasen la muerte de Lubimoff.
+¡Qué día este, amigo mío! ¡Si todos fuesen así!</p>
+
+<p>Y le volvió la espalda para aprovechar el tiempo,
+antes de que cambiase el vuelo de la suerte.</p>
+
+<p>El coronel había comido en el Café de París, rumiando
+mentalmente los párrafos del acta del encuentro.
+La consideración de que todos confiaban en su pericia
+le hacía ser muy exigente consigo mismo. Deseaba
+algo conciso y brillante que inspirase respeto á aquellos
+muchachos gloriosos. Y pasó más de una hora garrapateando
+papeles, rompiéndolos y empezando otros,
+entre los restos de sus postres. Trabajo inútil: los dos
+firmaron en el gabinete de lectura del Casino, después
+de pasar una mirada rápida por el texto. A Lewis tuvo
+que sacarlo de las salas privadas con toda clase de ruegos
+y astucias. El inglés se había olvidado de comer,
+para no enojar á la fortuna con su ausencia, ¡y este testarudo<a name="page_354" id="page_354"></a>
+coronel venía á estorbarle con la maldita historia
+del duelo!...</p>
+
+<p>Firmó sin mirar; dió su palabra á los oficiales de que
+iría á buscarles en un automóvil para conducirlos á su
+castillo, y echó á correr inmediatamente, no sin antes
+decir á don Marcos con un tono agrio:</p>
+
+<p>&mdash;Hasta las cuatro nada más. Si á las cuatro de la
+tarde no ha terminado todo, les dejo que se maten á
+solas y me vuelvo aquí. Es la hora en que empiezan las
+tallas magníficas. Lo de hoy va á continuar.</p>
+
+<p>Huyó, sonriendo con lástima de las gentes que se
+entretenían en cosas menos importantes.</p>
+
+<p>Al quedar solo, el coronel tuvo que ocuparse de los
+preparativos del encuentro. Necesitaba un médico. Buscaría
+en la mañana siguiente á un viejo doctor de Monte-Carlo
+que visitaba de tarde en tarde al príncipe. Necesitaba
+pólvora y balas; también se propuso buscarlas al
+otro día. Necesitaba dos cajas de pistolas, ¡y sólo tenía
+una!...</p>
+
+<p>Esto de las dos cajas lo consideraba esencial. Los
+padrinos del otro no sabían dónde encontrar la suya.
+No importa; él se encargaba de buscarla. Lo indispensable
+era que hubiese dos, para que la suerte decidiese
+cuál debían emplear. Y en ello anduvo hasta cerca de
+la una de la madrugada, preguntando en las porterías
+de los hoteles, haciendo levantarse á gentes que ya estaban
+en la cama, subiendo á los salones del <i>Sporting-Club</i>,
+hasta que un amigo americano le dió una carta
+para cierto compatriota maniático y sombrío que habitaba
+una «villa», aislada, del Cap-Ferrat. Pensaba realizar
+al día siguiente esta gestión; para eso había alquilado
+un automóvil, gasto enorme dada la carencia de
+vehículos y de combustible, pero exigido por la importancia
+de sus funciones...</p>
+
+<p>Y ahora estaba en Villa-Sirena, á las dos de la madrugada,
+limpiando sus pistolas con lentitud, como si
+fuesen joyas frágiles.</p>
+
+<p>En el silencio de su dormitorio, lejos de los hombres,
+influenciado por la misteriosa soledad de las altas horas
+nocturnas, que hacen perder sus contornos á las cosas
+y á las ideas, se consideró enormemente engrandecido.<a name="page_355" id="page_355"></a>
+No; su mundo no había cambiado tanto como él creía.
+La prueba era que estaba allí, limpiando unas armas
+para un duelo.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Al despertar el príncipe en la mañana siguiente, no
+encontró á su «chambelán». El automóvil de alquiler se
+lo había llevado á las siete, para que completase sus
+preparativos.</p>
+
+<p>Vagó Lubimoff por los jardines, deteniéndose ante
+los jaulones que albergaban diversos pájaros exóticos.
+Luego siguió con mirada distraída las evoluciones de
+varios pavos reales extendiendo bajo el sol sus mantos
+azul y oro de un negro señorial.</p>
+
+<p>Su viejo ayuda de cámara interrumpió este paseo.
+Unos hombres con un carro venían á buscar el equipaje
+del señor Castro.</p>
+
+<p>Miguel no manifestó sorpresa; podían entregarles
+todo lo perteneciente á don Atilio. Pero el doméstico
+añadió que los mismos hombres querían llevarse igualmente
+lo poco que era de la propiedad del señor Spadoni,
+noticia que asombró al príncipe. ¡También éste!...
+¿Qué motivo tenía para abandonarle?...</p>
+
+<p>Pasó su vista por una breve carta dirigida al coronel
+y firmada por ambos. Castro arrastraba en su fuga
+al inconsciente pianista.</p>
+
+<p>«Está bien&mdash;pensó&mdash;; que se vayan todos, que me
+dejen solo. ¡Si creen que con eso van á hacerme desistir
+de que cumpla mi voluntad!...»</p>
+
+<p>Después reanudó su paseo.</p>
+
+<p>Sólo le quedaban unas horas para verse enfrente de
+aquel joven tan aborrecido por él. Lo iba á suprimir con
+frialdad, para que no continuase siendo un estorbo; lo
+mataría, estaba seguro de ello. Las condiciones ideadas
+por el coronel eran suficientes para que un tirador
+de su fuerza abatiese al adversario. Le bastaba un
+solo tiro.</p>
+
+<p>Por un instante pensó en ir al fondo de sus jardines,
+donde algunas veces se entretenía tirando. Era oportuno
+ejercitar el pulso; la pistola ofrece sorpresas. Luego
+desistió, por parecerle indigno el añadir estos preparativos<a name="page_356" id="page_356"></a>
+á su evidente superioridad. Aquel adversario mediocre
+no podía ejercitarse á estas horas; le faltaban
+los medios en Monte-Carlo, donde no tenía otras amistades
+que las de los compañeros convalecientes y algunas
+damas.</p>
+
+<p>¡El, en cambio!... Extendió su brazo musculoso, teniéndolo
+rígido unos segundos con la vista fija en el
+puño. Ni el más ligero temblor: colocaría su bala donde
+quisiera. El pobre Martínez podía darse por muerto...
+Y ningún asomo de remordimiento turbó el infernal orgullo
+de su fuerza implacable.</p>
+
+<p>Era tan enorme la conciencia de su superioridad,
+tan absoluta su certeza en el resultado, que al fin acabó
+por sentir dudas: esa desazón que infunde el misterio de
+lo que aún está por realizarse.</p>
+
+<p>Acudieron de golpe á su memoria relatos de combates
+en los que el débil triunfa inesperadamente del
+fuerte, por un obscuro dictado de la justicia inmanente.
+Recordó muchas novelas en las que el lector suspira de
+satisfacción al ver que el héroe, simpático y modesto,
+puesto en peligro de morir por el «traidor» de la obra,
+más fuerte y malo que él, no sólo salva su vida, sino
+que además mata por una feliz casualidad á su adversario,
+con lo que se demuestra la existencia de algo superior
+y equitativo que las más de las veces parece que
+duerme, pero en ciertos momentos despierta, dando á
+cada uno su merecido. Desde los tiempos de David, el
+pastorzuelo descalzo, matando de una pedrada al desaforado
+gigante vestido de bronce, la humanidad gustaba
+de estas historias.</p>
+
+<p>La pistola era un arma caprichosa, más dúctil que
+otras á las soluciones absurdas de la fatalidad. ¿No
+caería él, con toda su maestría, bajo el primer tiro del
+pobre teniente?...</p>
+
+<p>Volvió á tender el brazo, como poco antes, contemplando
+su puño cerrado. Luego sonrió, con aquella sonrisa
+de sus antepasados que daba á su rostro una fealdad
+mogólica. ¡Fábulas de la tradición, invenciones de
+los novelistas para halagar al público en su sensiblería
+igualitaria! El fuerte siempre es el fuerte. Dentro de
+unas horas el estorbo quedaría anulado, sin emoción y<a name="page_357" id="page_357"></a>
+sin remordimiento, como deben hacerlo los hombres superiores.</p>
+
+<p>Un estrépito procedente de la vía férrea le sacó de
+estos pensamientos. Era un tren de soldados que avanzaba,
+como todos los otros, envuelto en gritos, aclamaciones
+y silbidos. Rodaba hacia Italia, en sentido inverso
+de los numerosos trenes que venían al frente francés.
+El príncipe se dirigió á una terraza de su jardín, cuya
+muralla de piedras y flores descendía hasta la vía férrea.
+Los vagones parecieron desfilar voluntariamente ante
+sus ojos, mostrándole en una curva uno de sus lados, y
+luego la cara opuesta al llegar á otra curva, donde se
+perdían.</p>
+
+<p>El uniforme de estos combatientes desorientó por un
+momento al príncipe, como una novedad inesperada.
+Iban vestidos de sarga negra, con el cuello de la blusa
+abierto y los brazos arremangados. En la cabeza llevaban
+un gorrito blanco con las alas levantadas, semejante
+á los barquichuelos de papel que construyen los niños.</p>
+
+<p>Los reconoció al fin; eran marineros de los Estados
+Unidos, un batallón de fusileros de la flota que iba á
+Italia para que la bandera de las rayas y las estrellas
+representase á la gran República en las cumbres de hielo
+de los Alpes y en los pantanos ardorosos del Véneto.</p>
+
+<p>Con la celeridad de las visiones mentales, que muestran,
+superpuestas y claras al mismo tiempo, un sinnúmero
+de imágenes diversas, el príncipe contempló los
+puertos de la América del Norte visitados en su juventud,
+colmenas acuáticas en las que se reconcentran todo
+el trabajo y la riqueza de la tierra; las ciudades monstruosas,
+interminables, pobladas como naciones, donde
+la libertad y el bienestar de la vida parecen haber llegado
+á sus últimos limites... ¡Y estos hombres abandonaban
+las comodidades de una existencia sabiamente
+organizada, sus fructíferos negocios, su trabajo ampliamente
+remunerado, sus inmediatas esperanzas de fortuna,
+para morir tal vez en el viejo mundo por ideas, sólo
+por ideas, pues no buscaban nuevos pedazos de terreno
+ni indemnizaciones!... ¡Y hasta ahora, el vulgo había
+considerado á su país como el más positivo, como el menos
+poético é idealista, llamándolo la tierra del dólar!...<a name="page_358" id="page_358"></a>
+¡Luego era verdad que las ideas generosas son algo más
+que palabras, ya que millones de hombres salvaban los
+mares para dar su sangre por ellas!...</p>
+
+<p>Los marineros, después de atravesar el caserío de
+Monte-Carlo entre estandartes y aclamaciones, entraban
+en pleno campo, perdiéndose sus gritos sin eco alguno.
+Por esto su atención se concentró en aquella terraza
+florida y en el hombre asomado á ella. Fué como una
+revista: los vagones, uno por uno, se animaban al pasar
+ante el príncipe. De todas las ventanillas surgían brazos
+arremangados agitando gorros blancos. Sobre los techos,
+algunos mocetones manoteaban con los brazos extendidos
+y las piernas abiertas, mientras el viento hacía
+ondear los pliegues de sus pantalones negros sobre unas
+polainas claras. Más de mil bocas fueron saludando al
+solitario de la terraza con silbidos alegres, hurras ó gritos
+ininteligibles, que servían de escape á una juventud
+exuberante, hambrienta de peligro y de gloria, regocijada
+y curiosa á través de un mundo viejo que para ella
+era nuevo.</p>
+
+<p>Lubimoff permanecía inmóvil, acodado en la baranda,
+con la mandíbula en una mano, como si no viese
+este río encajonado de hombres deslizándose más abajo
+de sus pies. Los ruidosos marineros, al alejarse, volvían
+la cabeza, repitiendo sus gritos y saludos, como si quisieran
+despertar á esta figura humana, rígida y adherida
+á la balaustrada lo mismo que si formase parte de
+su ornamentación.</p>
+
+<p>Había olvidado completamente sus ideas y preocupaciones
+de poco antes. Sólo veía este raudal de jóvenes
+corriendo hacia el peligro y la muerte por unos
+cuantos ideales, simples y hermosos como su salud primaveral.
+Venían del otro lado de la tierra con la fe sencilla
+que realiza los grandes milagros de la Historia; y
+mientras tanto, el príncipe Lubimoff, que, en fuerza de
+rebuscar ideas superiores y sensaciones exquisitas, había
+acabado por no creer en nada, estaba allí, en una
+baranda de su jardín, calculando el medio más seguro
+de matar á un hombre, un hombre útil, igual á estos
+que pasaban.</p>
+
+<p>La imagen de Castro surgió en su memoria. También<a name="page_359" id="page_359"></a>
+éste había presenciado dos días antes el paso de un
+tren. Recordó su impresión, tan honda y poderosa, que
+le había impulsado á abandonar Villa-Sirena, rompiendo
+con su pariente. Vió, tal como él se lo había descrito, el
+rostro amargo de aquel soldado rojo que lo insultaba
+con su desprecio.</p>
+
+<p>&mdash;¡Aún queda un lugar!...</p>
+
+<p>Los fusileros americanos continuaban sus silbidos,
+sus gritos de exuberante juventud; pero á él le pareció
+que estas voces y estos manoteos decían lo mismo que el
+otro, invitándole con irónica cortesía: «¡Ven; aún queda
+un lugar!» Algo más se callaban, pero él lo oyó en el
+interior de su cerebro como el bordoneo de una campana
+remota. Se había considerado un hombre valeroso
+que, por distinción, por sibaritismo, por refinada indiferencia,
+quería mantenerse al margen de las cosas que
+apasionan al resto de los mortales. Pero el lejano campaneo
+protestaba, zumbando la misma palabra: «¡Cobarde!
+¡cobarde!»</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Anduvo meditabundo por el jardín hasta que llegó
+Toledo, pasadas las doce. Almorzaron apresuradamente,
+y el coronel hizo varias indicaciones. Su sabiduría
+en materia de duelos, frondosa y de infinitos brazos
+como el árbol de la ciencia, tocaba con una de sus ramas
+á la cocina. Nada de carnes ni de vino; debía guardar
+sereno el pulso. (Y al mismo tiempo hacía votos por que
+los tiros fuesen sin resultado, pues ambos contendientes
+le inspiraban igual interés.) Unos huevos blandos, nada
+más; poco líquido. En el último momento debía acordarse
+de aligerar su vejiga. ¡Terrible un balazo con
+derrame interior!... El pensaba en todo.</p>
+
+<p>Subió á su habitación, para revestirse con la levita
+de los desafíos. Había llegado el momento de oficiar.
+Quedó indeciso ante el espejo, apreciando la falta de
+concordancia entre esta prenda majestuosa y el sombrero
+hongo que le servía de remate. ¡Ah, la guerra!
+Sonrió ante la suposición absurda de haberse presentado
+así, cuatro años antes&mdash;como quien dice cuatro
+siglos&mdash;, en aquellos duelos de París, donde padrinos y<a name="page_360" id="page_360"></a>
+adversarios sólo podían ir decentemente en busca de la
+muerte con sombrero de copa de ocho reflejos.</p>
+
+<p>A pesar de haber prescindido de este tocado solemne,
+sospechó que podía ofrecer un aspecto algo ridículo
+al verse en el automóvil, sentado junto al príncipe, con
+su larga levita y las dos cajas de pistolas sobre las rodillas.</p>
+
+<p>El carruaje se detuvo en el bulevar de los Molinos,
+frente á la casa del médico. Pasaban militares convalecientes,
+unos con los ojos inmóviles, dando golpes de
+bastón ante sus pasos, otros vacilantes por la debilidad
+ó las amputaciones.</p>
+
+<p>Una voz femenina, suave y dulce, saludó al príncipe.
+Era una enfermera delgadísima que avanzaba llevando
+del brazo á dos oficiales ciegos. Miguel y don
+Marcos reconocieron á la sobrina de Lewis. Ella les
+sonrió, mostrándoles los dos mocetones ingleses á los
+que servía de lazarillo; dos Apolos rubios, tostados por
+el sol, con la nariz que descendía recta de la frente, la
+dentadura brillante, el cuerpo esbelto y armoniosamente
+membrudo, pero los ojos apagados y un gesto trágico en
+la boca, de desesperación, de protesta, al verse muertos
+en vida.</p>
+
+<p>&mdash;Son mis dos <i>flirts</i>, ¿Qué les parecen?</p>
+
+<p>Bromeaba para alegrar á sus acompañantes, con aquel
+regocijo de virgen atrevida y dolorosa que iba esparciendo
+un pálido rayo de sol septentrional por ambulancias
+y hospitales. Parecía fabricada toda ella con pasta
+de hostia, frágil, anémica, de una blancura que clareaba
+á la luz, lo mismo que un cristal turbio. Y se alejó,
+guiando como niños á los dos ciegos, desesperados y
+hermosos, que erguían toda la cabeza por encima de la
+suya. Una leve presión de sus dedos podía aplastar este
+cuerpo de fanal, todo luz, sin otra materia que la precisa
+para transparentar y guardar la llama interior.</p>
+
+<p>&mdash;¡Adiós, lady!&mdash;dijo el príncipe.</p>
+
+<p>Don Marcos se estremeció al oir su voz; una voz
+grave que no había conocido nunca, una voz temblorosa
+como un cántico sentimental en cuyo fondo goteasen
+lágrimas.</p>
+
+<p>Depositó el médico sobre la raída alfombra del automóvil<a name="page_361" id="page_361"></a>
+su caja de operaciones. Con ésta ya eran tres. Sólo
+entonces se decidió el coronel á desembarazarse de sus
+dos cajas preciosas, colocándolas sobre la del doctor.</p>
+
+<p>Se lanzó el carruaje montaña arriba, por un camino
+de violentos zigzags. Al final de cada ángulo se mostraba
+Monte-Carlo, más hundido, más pequeño, como una ciudad
+de caja de juguetes, con los tejados rojos y muchas
+hormigas siguiendo el hilo de sus calles para aglomerarse
+en la plaza. En cambio, el mar remontaba su lomo,
+crecía en altura por momentos, devorando con su mandíbula
+azul y rectilínea un pedazo de cielo á cada revuelta
+de la ascensión.</p>
+
+<p>Sobre la cumbre iba agigantándose el volumen de
+una mole de albañilería: «El Trofeo», título que había
+acabado por convertirse en La Turbie, nombre medioeval
+del pueblecillo amurallado y pardo que se apretuja
+alrededor del monumento. Dos columnas esbeltas de
+mármol blanco adosadas á la mampostería y un trozo
+de cornisa era todo lo que quedaba del más soberbio de
+los trofeos romanos; torre de treinta metros, con una
+estatua gigantesca de Augusto en su remate, que marcaba
+sobre los Alpes el límite entre las tierras del Imperio
+y las Galias conquistadas.</p>
+
+<p>El automóvil, dejando atrás el villorrio de La Turbie,
+corría ahora por la antigua vía romana.</p>
+
+<p>&mdash;Veo á las legiones&mdash;murmuró gravemente don
+Marcos.</p>
+
+<p>Era una manía. Nunca había tenido suficiente imaginación
+para ver á las legiones por sí mismo; pero después
+de presenciar en una cinta cinematográfica un desfile
+de figurantes con las piernas desnudas y la espada
+al hombro siguiendo al caballejo de Julio César, la vida
+militar romana no guardaba para él misterio alguno, y
+cada vez que subía á La Turbie repetía lo mismo: «Veo
+á las legiones.»</p>
+
+<p>Minutos después olvidó su guerrera resurrección para
+señalar varias construcciones de un gris azulado que las
+hacía confundirse con la colina situada á sus espaldas.
+El castillo de Lewis. Fueron destacándose de él torres
+sueltas unidas por puentes á la masa cuadrada del edificio;
+torres albarranas que flanqueaban las puertas; techos<a name="page_362" id="page_362"></a>
+agudos de pizarra, con doble fila de buhardillas;
+techos que sólo tenían el costillaje de madera, á través
+del cual se veía el espacio, como si su relleno hubiese
+sido devorado por un incendio; muros á medio construir,
+que bajaban en ángulo recto lo mismo que un cartabón
+de piedra clavado en el suelo por su filo más largo.</p>
+
+<p>El castillo podía confundirse de lejos con una ruina
+abandonada. Lewis, perdida la esperanza de poderlo
+terminar, declaraba de buena fe que así era mejor, pues
+le evitaba el trabajo de adornarlo con ruinas artificiales.
+Tenía el aspecto de una fortaleza de leyenda, como
+las que había descrito su padre el historiador, hecha
+para los cielos grises, para las selvas de húmedo verde,
+y parecía querer escapar de este paisaje tostado por el
+sol, de vegetación parsimoniosa, huyendo del contacto
+con los olivos, los cactos y los leñosos matorrales cubiertos
+de rudas flores.</p>
+
+<p>Descendieron del automóvil en una planicie limitada
+por dos cuerpos de edificio que formaban ángulo. Era el
+patio de honor, la plaza de armas del futuro castillo. En
+los otros dos lados, unos muros que sólo se elevaban un
+metro sobre el suelo indicaban la traza de lo que podría
+ser este patio algún día, si la suerte dejaba de mostrarse
+adusta con el propietario. En el fondo abierto de la planicie
+estaba otro automóvil de alquiler, y junto á él los
+tres militares.</p>
+
+<p>Acudió Lewis á saludar al príncipe. Hacía poco que
+habían llegado, y como tenía prisa, se encaró inmediatamente
+con el coronel.</p>
+
+<p>Don Marcos era el oráculo que había que consultar
+para no perder tiempo. ¿Podrían resolver el negocio allí
+mismo?... ¿No sería mejor detrás del castillo, en un huerto
+rodeado de viejos olivares?...</p>
+
+<p>El coronel, con una caja en cada brazo, fué examinando
+el terreno. Lo único que le preocupó en los primeros
+instantes fué su propia persona. Decididamente
+se veía ridículo. Aquellos tres oficiales, con sus uniformes;
+el príncipe, con un traje de calle azul obscuro; el
+médico, vestido de viejo, como siempre; Lewis, con un
+gran sombrero de paja, sin el cual no podía andar por
+su castillo, ¡y él envuelto en su levitón solemne, que parecía<a name="page_363" id="page_363"></a>
+asustar á los palomos refugiados en los aleros y
+los muros ruinosos!...</p>
+
+<p>Después de echar un vistazo detrás del castillo, se
+decidió por el patio, limpio de árboles. Colocaría á los
+contendientes de modo que sus figuras no resaltasen
+sobre un fondo de pared.</p>
+
+<p>Lewis, á pesar de sus prisas, creyó necesario hacer
+los honores de la casa. «¿Una copa de <i>whisky</i>?...» Como
+no le habían dado tiempo para prepararse, y él habitaba
+ahora en Monte-Carlo, su despensa estaba vacía. Pero
+esperaba dar con una buena botella buscando un poco.
+¿En qué casa respetable no se encuentra <i>whisky</i> para los
+amigos?</p>
+
+<p>&mdash;Cuando terminemos, lord&mdash;dijo el coronel, escandalizado
+por esta invitación que atentaba contra los
+ritos.</p>
+
+<p>Los cuatro padrinos y el médico estaban en una
+sala del piso bajo, adornada con trofeos de armas antiguas.
+Los dos adversarios habían sido olvidados en
+el patio, como actores que esperan su turno para mostrarse.</p>
+
+<p>Toledo abrió las cajas de pistolas, dando á los dos
+capitanes la que había buscado aquella mañana en el
+Cap-Ferrat. La suerte iba á decidir cuál de ambas emplearían.</p>
+
+<p>&mdash;No es necesario&mdash;dijo el parisién&mdash;. Lo mismo da
+una que otra. Dispóngalo todo como mejor le parezca.</p>
+
+<p>Protestó don Marcos contra este deseo irreverente de
+acortar las ceremonias. Era preciso: estaban allí para
+un asunto muy grave.</p>
+
+<p>Una pieza de cinco francos brillaba un su mano. ¡Lo
+que le había costado adquirirla! De todas sus gestiones
+en la mañana, ésta había sido la más larga y penosa.
+La moneda estaba oculta, á causa de la guerra. No se
+encontraba mas que papel, y él no podía echar suertes
+con un billete de cinco francos. Había tenido que rogar
+á uno de los altos personajes del Casino que le proporcionase
+este redondel precioso.</p>
+
+<p>&mdash;¿Cara ó cruz?</p>
+
+<p>Y al favorecer la suerte á sus viejas pistolas, sintió
+un gran regocijo interior. ¡Empezaba á triunfar!<a name="page_364" id="page_364"></a></p>
+
+<p>El médico, mientras tanto, miraba afuera por la
+puerta del salón, con cierta extrañeza, casi con escándalo,
+fijando luego sus ojos en el coronel. Al fin le llamó
+aparte. ¿Aquel teniente era el que iba á batirse con el
+príncipe?... Lo conocía; un amigo suyo, médico militar,
+le había hablado de él como de un caso asombroso de
+vitalidad. Era un horrible disparate lo que estaban proyectando:
+casi un asesinato. Tal vez cayese redondo
+antes de que sonase el primer tiro. Le habían hecho
+una operación audaz en el cráneo; vivía milagrosamente,
+podía morir de un modo fulminante á la menor
+emoción.</p>
+
+<p>Y don Marcos tuvo una respuesta heroica, digna
+de él.</p>
+
+<p>&mdash;Doctor, para un hombre de éstos, batirse no es una
+emoción.</p>
+
+<p>Procedió con lenta gravedad á lo más delicado de
+su ministerio: cargar las pistolas. Los dos capitanes siguieron
+con mirada curiosa esta operación desconocida
+por ellos, á pesar de que se imaginaban haber visto tanto.
+El parisién casi rió al contemplar cómo manejaba Toledo
+la diminuta cuchara de marfil que contenía la carga
+de pólvora, examinándola escrupulosamente antes de
+verterla en el cañón del arma, con cierto miedo de haber
+echado un grano más en uno que en otro. El coronel
+estaba seguro de que este heroico burlón se divertía
+con sus precauciones meticulosas... Pero no podría
+negar que le interesaba la novedad de la ceremonia.</p>
+
+<p>Lewis salió para disponer que los automóviles se
+alejasen hasta una arboleda cercana. Un verdadero disgusto
+para los dos conductores. Obedecieron á regañadientes,
+con el propósito de volver, aunque fuese arrastrándose,
+y presenciar el espectáculo.</p>
+
+<p>Toledo dejó las dos pistolas sobre una antigua mesa
+veneciana. Ya estaban listas; que nadie las tocase: eran
+algo sagrado. Luego, su mirada, al pasar sobre el muro
+inmediato, su animó con un resplandor de inspiración;
+y de una panoplia descolgó dos espadas herrumbrosas,
+saliendo con ellas al patio.</p>
+
+<p>Abandonados de sus padrinos, los contendientes habían
+empezado á pasearse, fingiendo que no se veían y<a name="page_365" id="page_365"></a>
+sorprendiéndose mutuamente cuando se miraban con el
+rabillo del ojo.</p>
+
+<p>Los dos volvieron de golpe á la misma situación de
+la tarde anterior, como si no hubiera transcurrido el
+tiempo, como si estuviesen aún en lo alto de las gradas
+del Casino.</p>
+
+<p>Todo lo que el príncipe llevaba pensado en las últimas
+horas y le había seguido hasta allí, como un esbozo
+de remordimiento, se desvaneció de golpe. ¡Este caballerito
+era el que había intentado abofetearle á él... al
+príncipe Lubimoff!... Pronto iba á convencerse de lo que
+cuesta semejante atrevimiento.</p>
+
+<p>Pero su cólera parecía menos violenta que en el día
+anterior, más razonada, como obra exclusiva de su voluntad;
+y esta blandura acabó por irritarle contra sí
+mismo.</p>
+
+<p>El otro era más instintivo en su rencor. Al mirar al
+príncipe veía al mismo tiempo la suave imagen de aquella
+gran dama, su protectora. Porque era rico, había
+querido atropellarle, tratándolo como á un siervo de sus
+lejanas tierras... Todo lo mejor de la vida había sido
+para él, ¡y aún pretendía apoderarse de las migajas perdidas
+que tocan á los infelices!... Ignoraba cómo se mata
+á un hombre en estos combates reglamentados; pero deseaba
+matar, y sentía la absoluta confianza en sí mismo
+que le había empujado allá en las trincheras en los días
+más crueles de peligro y de éxito.</p>
+
+<p>La presencia de don Marcos con una espada en cada
+mano turbó sus reflexiones y paseos, dejándolos inmóviles.
+El coronel miró al cielo, luego dió varios pasos en
+distintas direcciones, para evitar que uno de los contendientes
+quedase colocado frente al sol.</p>
+
+<p>Finalmente clavó en tierra con fiereza una de sus espadas.
+Le había parecido más apropiado al carácter del
+lugar el valerse de estas armas antiguas. Las encontraba
+más en concordancia con el romántico castillo de Lewis,
+que dos estacas ó dos bastones. Pero su satisfacción por
+este hallazgo duró poco. Al levantar los ojos, vió al príncipe,
+vió á Martínez...</p>
+
+<p>¡Pobre coronel!... Hasta entonces había procedido
+como el sacerdote que se embriaga con sus propias oraciones<a name="page_366" id="page_366"></a>
+y en propio incienso, sin pensar á quién los dedica.
+Había preparado este acto con el fervor ciego de
+un profesional que reanuda sus funciones después de
+varios años de inacción, y sólo piensa en ellas, no acordándose
+del que se las encarga. Todo lo había hecho con
+arreglo á los ritos, para que dos caballeros pudieran matarse
+dentro de la más estricta corrección; pero ahora,
+en el momento supremo, se daba cuenta por primera vez
+de que estos dos hombres eran su príncipe y Martínez,
+su compatriota, su héroe.</p>
+
+<p>Se extrañó de cómo había podido llegar hasta allí.
+Experimentaba el asombro del ebrio que recobra la razón
+entre los objetos rotos por su feroz inconsciencia.
+Recordó las palabras de Castro y del médico; ¿cómo no
+había visto él que este duelo era un disparate? El arrepentimiento
+cosquilleó en sus ojos con una sensación
+húmeda; pero ya era tarde. Debía continuar, aunque le
+faltase la serenidad.</p>
+
+<p>Lo único que había olvidado en sus minuciosos preparativos
+era la cinta métrica, y vió en esta omisión un
+auxilio de la Providencia. Partiendo de la espada fija
+en el suelo, empezó á marchar para medir el terreno
+con sus pasos. No fueron pasos; fueron zancadas enormes,
+verdaderos saltos. Ahora sí que estaba convencido
+de la ridiculez de su aspecto, abiertos como alas los faldones
+del levitón é incesantemente repelidos por unas
+piernas incansables. «Quince pasos...» Y clavó la segunda
+espada.</p>
+
+<p>Por su gusto, hubiese ido hasta el otro extremo del
+descampado; tal vez hasta donde aguardaban los automóviles.
+Luego consideró con turbación el terreno medido.
+Seguramente pasaba de veinte metros, ¡una falsedad!
+¡una villanía!... ¡Que Dios y los caballeros se lo
+perdonasen!</p>
+
+<p>Otra vez salió á luz la pieza de cinco francos. Había
+que sortear el sitio de cada contendiente. El capitán parisién
+acogió la proposición con aire aburrido.</p>
+
+<p>&mdash;¡Pero si le he dicho que haga lo que quiera!...</p>
+
+<p>Lewis runruneaba de impaciencia por debajo de su
+bigote.</p>
+
+<p>Cuando la moneda hubo marcado el lugar de cada<a name="page_367" id="page_367"></a>
+uno, don Marcos colocó al príncipe delante de una espada.</p>
+
+<p>&mdash;Marqués: el sombrero&mdash;dijo en voz baja.</p>
+
+<p>Lubimoff, comprendiendo esta indicación, se despojó
+del sombrero, arrojándolo á gran distancia. Su adversario
+no podía batirse con el kepis puesto; su color amarillento
+y la cifra de la Legión bordada más arriba de
+la visera le daban una visualidad inadmisible. Su uniforme
+era también una preocupación para Toledo, que
+se esforzó por suprimir en él todos los detalles vistosos.</p>
+
+<p>Asistido por uno de los capitanes, procedió á despojar
+á Martínez de sus adornos de gloria, después de colocarlo
+junto á la otra espada. Fué como una degradación.
+Le quitaron su kepis, luego las condecoraciones,
+el cordón rojo que pendía de su hombro, la correa avellanada
+que cruzaba su pecho, el cinturón del mismo
+color que oprimía su talle. El teniente pareció más pequeño
+y desmedrado dentro de su uniforme suelto y sin
+adornos. El parisién, siempre alegre, lo comparaba á un
+pájaro desplumado.</p>
+
+<p>Creyó necesario el coronel repetir en alta voz las
+condiciones del duelo. El príncipe las sabía y estaba
+avezado á estos encuentros. Martínez era el que necesitaba
+sus indicaciones. Después que él, como director
+del combate, diese la voz de «¡Fuego!», contaría lentamente
+«Uno, dos, tres». Podían apuntar y disparar en
+este espacio de tiempo. ¡Mucha atención, teniente! Don
+Marcos habló con una gravedad trágica.</p>
+
+<p>&mdash;Si hace usted fuego antes del <i>uno</i> ó después del <i>tres</i>,
+será declarado felón.</p>
+
+<p>Esto de ser declarado felón asustó al joven. No sabía
+con certeza lo que era, pero le impresionaba el gesto del
+coronel al pronunciar la terrible palabra. Ya no pensó
+con tanta vehemencia en matar á su adversario; este
+deseo pasó á segundo término. Tampoco pensó en que
+podía morir. Su única preocupación fué calcular bien el
+tiempo, obedecer la orden, no entretenerse en apuntar;
+hacer fuego antes del terrible <i>tres</i>, para que no le diesen
+aquel título horripilante y misterioso.</p>
+
+<p>Don Marcos entró en el castillo y volvió á aparecer
+con las dos pistolas cargadas. Dió una al príncipe. Este<a name="page_368" id="page_368"></a>
+no necesitaba lecciones. Puso la otra en la diestra del
+teniente, y le indicó cómo debía mantenerse, el brazo
+doblado, el arma en alto, todo el cuerpo bien de perfil.
+Todavía insistió en sus indicaciones. ¡Cuidado con equivocarse!
+Ya lo sabía: <i>uno... dos... tres</i>.</p>
+
+<p>Quedó en mitad de la distancia que separaba á los
+adversarios, apartándose unos cuantos posos nada más
+de la línea de tiro. En aquel instante deseaba morir,
+para que los dos resultasen indemnes.</p>
+
+<p>Se despojó del sombrero con solemnidad, é hizo un
+gesto de tristeza.</p>
+
+<p>&mdash;Señores...</p>
+
+<p>Durante toda la mañana, al ir de un lado á otro
+realizando sus preparativos, no había dejado de pensar
+en lo que diría en este momento, fabricando una soberbia
+pieza oratoria, breve y conmovedora. Muchas veces
+había hablado en los duelos, mereciendo la aprobación
+de los otros padrinos, viejos generales, gentes expertas,
+acostumbradas á tales actos. Pero la corta arenga de
+hoy iba á ser la mejor de sus obras.</p>
+
+<p>«Señores...», repitió. Vacilaba, no sabía qué añadir,
+todo se había borrado de su memoria. Con una voz balbuciente
+fué diciendo lo que se le ocurría, sin orden
+alguno, sin que una sola de sus palabras le recordase
+las frases que había cincelado horas antes. «Aún era
+tiempo... un poco de buena voluntad; los dos eran hombres
+de valor que habían hecho sus pruebas... No es
+deshonrosa una explicación en el último minuto.»</p>
+
+<p>Sus palabras se perdieron en un silencio emocionante.
+Pero este silencio no era absoluto. Alguien se
+movía á espaldas del coronel, dando con el pie en el
+suelo. Era Lewis, que consultaba, enfurruñado, su reloj.
+Más de las tres; ya estarían empezando las buenas series
+en el Casino.</p>
+
+<p>Quiso terminar. Además, le daba miedo la figura inmóvil
+y rígida de su príncipe con la pistola en alto.
+Nunca lo había visto tan feo. Su color era terroso, tenía
+la mirada bizca y los pómulos salientes. En un momento
+se había transfigurado, como si el salvajismo de los remotos
+abuelos, despertando en su interior, se le hubiese
+subido al rostro.<a name="page_369" id="page_369"></a></p>
+
+<p>&mdash;Puesto que no hay avenencia posible....</p>
+
+<p>Ahora creyó el coronel haber atrapado la última
+parte de su fugitivo discurso. Pero el hilo de brillantes
+palabras se le escapaba otra vez, y obligado á improvisar,
+terminó solemnemente:</p>
+
+<p>&mdash;¡Adelante, señores! El honor... es el honor; y las
+leyes de los caballeros... son las leyes de los caballeros.</p>
+
+<p>Sonó á sus espaldas un murmullo de aprobación. Era
+la voz del antiguo revendedor de billetes de teatro.
+«¡Bravo! ¡Muy bien!» Pero no quiso enterarse. Con aquel
+hombre nunca se sabía cuándo hablaba en serio.</p>
+
+<p>&mdash;¿Listos?...</p>
+
+<p>El silencio de los dos adversarios dió á entender al
+coronel que podía seguir sus voces de mando.</p>
+
+<p>&mdash;¡Fuego!... Uno...</p>
+
+<p>Sonó un tiro. Martínez, que sólo pensaba en el terrible
+<i>tres</i>, había disparado.</p>
+
+<p>Vió enfrente al príncipe, que parecía mucho más
+alto; vió el agujero negro de su arma, y sobre este agujero
+un ojo de glacial ferocidad escogiendo un punto en
+su persona para enviar la bala obediente. Y con una
+arrogancia maquinal giró sobre sus talones, para no
+permanecer de perfil, ofreciendo todo el ancho de su
+cuerpo.</p>
+
+<p>Los cuatro padrinos no vieron esto. Sus ojos habían
+convergido en Lubimoff, que era la muerte.</p>
+
+<p>El tiempo se contrae y se dilata, según las emociones
+de los hombres. Su medida y su ritmo dependen del
+estado del alma humana. Unas veces galopa vertiginosamente
+en los relojes, que parecen locos; otras se desploma,
+se niega á seguir su marcha, y las milésimas de
+segundo abarcan más emociones que los meses y los
+años de la vida ordinaria. Los cuatro testigos experimentaron
+la misma sensación que si el día se hubiese,
+paralizado, quedando el sol inmóvil para siempre. El
+tiempo no existía.</p>
+
+<p>&mdash;¡Dos!&mdash;suspiró don Marcos, y le pareció que sus
+labios no acababan nunca de proferir esta palabra, como
+si estuviese compuesta de una cantidad infinita de
+sílabas.</p>
+
+<p>Lewis había olvidado la existencia del Casino; sólo<a name="page_370" id="page_370"></a>
+veía lo presente. El capitán bordelés, echando el cuerpo
+adelante, se apoyaba sobre su pie herido, sin sentir ningún
+dolor; el otro juraba entre dientes, haciendo vibrar
+su junco. El médico, por instinto profesional, se inclinó
+sobre su caja de operaciones puesta en el suelo.</p>
+
+<p>¡Iba á matarlo! Los cuatro estaban convencidos de
+que iba á matarlo. Una implacable expresión de seguridad,
+de feroz aplomo, se desprendía de aquel hombre inmóvil,
+con el brazo tendido, duro é inconmovible. Era
+tan fatal la expresión de su rostro de calmuco, con un
+ojo contraído y otro muy abierto, que todos vieron una
+línea ilusoria desde la boca de su pistola al pecho del
+que estaba enfrente, un camino que la pequeña esfera
+de plomo iba á seguir con inexorable rectitud.</p>
+
+<p>Orgulloso de su superioridad, el príncipe retardaba
+el momento de dar la muerte, por una especie de coquetería
+salvaje. Tenía al enemigo bajo su zarpa, podía juguetear
+con él durante estos tres momentos que valían
+por siglos.</p>
+
+<p>En la vertiginosa superposición de imágenes que
+volteaba dentro de su pensamiento vió á la princesa,
+su madre, hermosa y arrogante, tal como era cuando le
+relataba, siendo pequeño, las grandezas de los Lubimoff.
+Luego vió á su padre, el general, sombríamente bondadoso,
+diciendo con su voz ronca: «El fuerte debe ser
+bueno...»</p>
+
+<p>Al pensar en el padre, su pistola se desvió un poco,
+pero inmediatamente rectificó la puntería.</p>
+
+<p>Un tren pasaba por su imaginación con lentitud. Soldados
+franceses. Vió á Castro y al rojo insolente que le
+ofrecía un lugar. Otro tren avanzó en dirección inversa,
+un tren interminable, que iba saliendo de las profundidades
+del Océano. Hurras, silbidos, blusas negras, cuellos
+azules, gorritos que parecían de papel. «¡Buenas tardes,
+príncipe!» Una sonrisa luminosa de virgen anémica:
+lady Lewis con sus dos ciegos, hermosos y trágicos...</p>
+
+<p>Su pistola bajaba. Vió por encima de ella todo el
+cuerpo de su adversario, guerrero obscuro, condenado
+á morir más ó menos pronto á causa de las heridas recibidas
+por una tierra que no era la suya y por una causa
+que era la de todos los hombres.<a name="page_371" id="page_371"></a></p>
+
+<p>&mdash;¡Tres!&mdash;dijo el coronel.</p>
+
+<p>Pero antes de que terminase esta palabra sonó un
+tiro. La hierba del suelo se agitó en ondas que se alejaron
+bajo el rebote de la bala invisible.</p>
+
+<p>Este guadañazo pasó cerca de las piernas del director
+del combate; pero don Marcos no estaba para reparar
+en ello. Un regocijo infantil le hizo correr sin objeto.
+Su levita parecía reir con el aleteo de sus faldones.</p>
+
+<p>Tan alegre estaba, que casi abrazó á Martínez. Debía
+darse la mano con el príncipe; era necesaria una reconciliación.</p>
+
+<p>El oficial se resistió al consejo. Tenía sus dudas
+sobre el final del combate; el príncipe había disparado
+apuntando al suelo, y él no aceptaba que le perdonasen
+la vida.</p>
+
+<p>&mdash;Joven&mdash;dijo con autoridad don Marcos&mdash;, usted es
+novel en estos asuntos. Déjese guiar por los que saben
+más, y dele la mano al príncipe.</p>
+
+<p>Inmediatamente fué en busca de Lubimoff.</p>
+
+<p>Lo vió en el mismo sitio. Había arrojado la pistola y
+se cubría la cara con las manos.</p>
+
+<p>El único que estaba junto á él era Lewis.</p>
+
+<p>&mdash;¡Vamos, príncipe! ¿qué es eso?... ¡Serenidad! Tal
+vez una buena copa de <i>whisky</i>...</p>
+
+<p>Toledo oyó un estertor angustioso, un jadeo de pecho
+oprimido.</p>
+
+<p>Respetuosamente apartó una de las manos del príncipe,
+dejando su rostro al descubierto. Ahora era de un
+tono de ladrillo, abrillantado por el sudor y las lágrimas.</p>
+
+<p>Lubimoff lloraba.</p>
+
+<p>El coronel recordó á la difunta princesa en sus días
+de humor tormentoso, cuando, después de una explosión
+de cólera, se retorcía, pidiendo que la perdonasen, entre
+llantos histéricos.</p>
+
+<p>Al tirar suavemente de esta mano, se sintió seguido
+por el príncipe, inerme y sin voluntad. Martínez aguardaba
+á pocos pasos.</p>
+
+<p>&mdash;Dense las manos. Todo ha terminado. Los caballeros
+son siempre... caballeros.</p>
+
+<p>Se dieron las manos.<a name="page_372" id="page_372"></a></p>
+
+<p>Y entonces ocurrió algo inesperado que produjo un
+largo silencio de sorpresa y de asombro.</p>
+
+<p>Miguel dobló su cuerpo, se encogieron sus rodillas,
+se llevó á la boca aquella mano que tenía en la suya,
+con el mismo gesto humilde de los siervos de la estepa
+ante sus poderosos abuelos.</p>
+
+<p>Luego la besó, mojándola con sus lágrimas.<a name="page_373" id="page_373"></a></p>
+
+<h3><a name="X" id="X"></a>X</h3>
+
+<p>Ocho días llevaba Lubimoff sin salir de Villa-Sirena.
+En sus conversaciones con el coronel&mdash;único compañero
+de esta vida solitaria&mdash;había evitado toda alusión á lo
+ocurrido en el castillo de Lewis. Don Marcos, por su
+parte, se mostraba de una discreción absoluta, como si
+tuviese olvidado el duelo y el extraño final que le había
+dado el príncipe; pero éste adivinaba en su silencio
+muchas cosas molestas para él.</p>
+
+<p>Los otros padrinos debían haberlo contado todo. ¡Qué
+de comentarios! Y el miedo á encontrarse con las gentes,
+que sin duda repetían su nombre á todas horas, le
+hizo permanecer recluído, esperando que le olvidasen.
+Alguien perdería ó ganaría en el Casino una suma importante,
+y esto bastaba para que los curiosos dejasen
+de hablar de él.</p>
+
+<p>Empezó á pesarle la soledad como un suplicio. Ya
+estaba fatigado de pasear siempre por sus jardines, que
+le parecían estrechos y monótonos. Además, la sobrina
+de Lewis, abusando de su autorización, llegaba cada
+tarde con una escolta de ingleses heridos, siempre diferentes.
+Correteaba con ellos por las avenidas entre los
+gritos de las aves exóticas, formaba grandes ramos de
+flores, y él tenía que ocultarse en los pisos altos huyendo
+de esta alegría infantil, á la que encontraba algo
+de desesperado y fúnebre.</p>
+
+<p>Las noches le parecían interminables. Pensaba con
+nostalgia en las plácidas veladas de «los enemigos de
+la mujer», cuando Spadoni se sentaba al piano ó hacía<a name="page_374" id="page_374"></a>
+cálculos infinitos, siempre doblando; cuando Novoa exponía
+sus paradojas científicas y Castro relataba las
+aventuras de su abuelo el «Don Quijote rojo»... ¿Dónde
+estarían ahora estos compañeros de soñolienta felicidad?</p>
+
+<p>Atilio le interesaba especialmente. Dos veces había
+preguntado por él á don Marcos, sin que éste se mostrase
+muy claro en sus explicaciones. «No le encontraba
+nunca en el Casino; se abstenía sin duda de frecuentarlo
+por miedo al juego.» Presintió que el coronel sabía
+algo más y se negaba á hablar por discreción.</p>
+
+<p>Una mañana, el tedio del encierro galvanizó su decaída
+voluntad. ¿Por qué no ir en busca de aquellos
+amigos? Tal vez si él daba el primer paso conseguiría
+reanudar las relaciones con ellos, restableciendo su antigua
+vida.</p>
+
+<p>Cuando iba á salir, el coronel le detuvo para hablarle
+otra vez de un asunto que les había ocupado la
+noche anterior. ¿Qué respuesta debía dar al apoderado
+de París?... Aquel nuevo rico comprador del palacio del
+parque Monceau deseaba adquirir también Villa-Sirena.
+El administrador comunicaba su última oferta: millón
+y medio de francos. No daría más, y era preciso contestar
+urgentemente, antes que su capricho se fijase en
+otra adquisición.</p>
+
+<p>Miguel levantó los hombros, como si le hablasen de
+algo sin interés.</p>
+
+<p>&mdash;Di que no quiero vender... Mejor será que no contestes.
+Veremos más adelante; yo pensaré.</p>
+
+<p>Al bajar del tranvía, en Monte-Carlo, dejó á su izquierda
+el Casino, para seguir por los bulevares altos.
+Iba primeramente en busca de Spadoni, por ser el que
+habitaba más cerca. Además, éste debía saber el paradero
+de Atilio mejor que Novoa. Tal vez vivían juntos.</p>
+
+<p>Conocía vagamente su domicilio por las burlas de
+Castro. El pianista era «guardián de una tumba» sobre
+el barranco de Santa Devota.</p>
+
+<p>Desde lo alto de un puente vió el príncipe á sus pies
+este barranco, cuyas laderas estaban cubiertas de jardines,
+de «villas» lujosas y de hoteles, teniendo por fondo
+el risueño puerto de La Condamine.</p>
+
+<p>Sesenta años antes era un lugar salvaje. Sólo lo visitaban<a name="page_375" id="page_375"></a>
+las procesiones venidas desde el amurallado Mónaco
+para rendir homenaje á Santa Devota en una iglesia
+blanca, que aún parecía ahora más diminuta junto á
+las arcadas del puente del ferrocarril.</p>
+
+<p>En los primeros tiempos del cristianismo, una barca,
+guiada por la voluntad de Dios, que se dignaba conceder
+una protectora á los habitantes de Puerto Hércules,
+había venido á encallar en esta ribera. La barca contenía
+el milagroso cadáver de cierta cristiana de Córcega
+martirizada por los romanos. Nadie sabía su nombre, y
+la devoción popular la llamó Santa Devota. Una vez al
+año, el día de su fiesta, al cerrar la noche, gran parte
+del público del Casino abandonaba la ruleta y el «treinta
+y cuarenta» para presenciar cómo los marineros de Mónaco
+quemaban frente á la iglesia, al son de la música,
+una barca vieja, cerrando con esto á la santa patrona
+todo camino de retorno.</p>
+
+<p>Los campos pedregosos de olivos y nopales estaban
+ahora cubiertos de «Palaces», grandes como cuarteles, y
+sostenían una segunda ciudad alta, que, extendiéndose
+por la ladera de los Alpes, unía Mónaco con Monte-Carlo.
+Este terreno, vendido á precios enormes, era medio
+siglo antes un lugar tan olvidado, que cualquiera
+de sus poseedores podía disponer sin obstáculo que le
+enterrasen en su propiedad.</p>
+
+<p>Un oficial obscuro de Napoleón, nacido en Mónaco y
+llegado á general en los tiempos de Luis Felipe, había
+hecho construir su sepultura en un olivar sobre el barranco
+de Santa Devota. El juego hacía surgir después
+Monte-Carlo sobre la salvaje meseta de las Espelungas;
+la lujosa ciudad nueva se ensanchaba para unirse con
+el viejo Mónaco, cubriendo de edificios todo el territorio
+del principado, y la sepultura del anónimo guerrero
+quedaba prisionera de este oleaje de grandes hoteles,
+palacios y «villas». El olivar de la tumba se vendía á
+metros, haciendo la fortuna de los herederos. Entre la
+sepultura y el borde del barranco quedaba una meseta,
+desde la que se disfrutaba la visión de un panorama
+magnífico, y un millonario de París se atrevía á construir
+una casa de estilo «artista», con jardines en terrazas
+escalonadas, creyendo empresa fácil conseguir el<a name="page_376" id="page_376"></a>
+traslado del general al cementerio y la demolición de su
+capilla-tumba. Pero el muerto estaba en su propiedad,
+no podía resucitar para deshacer sus disposiciones testamentarias,
+perturbadas por el engrandecimiento inaudito
+del antiguo Mónaco, y no había poder humano que
+echase abajo su última morada.</p>
+
+<p>Miguel había visto muchas veces desde el puerto,
+sobre las alturas del barranco, este panteón que iba á
+servirle ahora para encontrar á Spadoni. Era un simple
+dado de albañilería, con las paredes enjalbegadas, cuatro
+pináculos en sus ángulos y una cúpula de tejas
+negras. De lejos parecía un morabito, la tumba de un
+santón, ayudando á esta semejanza los grupos de palmeras
+de los jardines inmediatos.</p>
+
+<p>Castro le había hecho reir muchas veces contándole
+la historia del difunto general y sus ricos vecinos. Los
+propietarios de la «villa» no podían dormir con un
+muerto al otro lado de la pared. Además era un muerto
+sin nombre, lo que le hacía más inquietante y misterioso.
+Nadie llegaba á acordarse del apellido de este
+señor que había mandado miles de hombres y aún imponía
+su voluntad á los vivos. Alquilaron la «villa» con
+todos sus lujosos muebles por un precio módico, y al
+principio se la disputaban las señoras que juegan en el
+Casino. ¡Vivir en un pequeño palacio adornado por famosos
+tapiceros de París, y con una vista magnífica,
+todo por quinientos francos mensuales!... Pero las arrendatarias
+se apresuraban á cederse unas á otras esta
+buena ocasión. ¡Tener que pasar después de media noche
+frente al mausoleo del general, cuando volvían del Casino!
+¡No poder abrir las ventanas sin encontrarse con
+aquella sepultura!... Además, la maledicencia femenil
+señalaba sucesivamente á cada inquilina con el mismo
+apodo: «la guardiana de la tumba».</p>
+
+<p>Entonces se presentó Spadoni. Castro tenía una idea
+vaga de que pagó el primer mes, pero no estaba seguro
+de ello. Lo que sabía con certeza era que no pagó más.
+Los propietarios, residentes en París, habían acabado
+por aceptar esta situación, viendo en el pianista un cuidador
+gratuito de aquella casa que les inspiraba miedo.</p>
+
+<p>Descendió el príncipe por un amplio camino entre<a name="page_377" id="page_377"></a>
+balaustradas de jardines y muros de roca con penachos
+floridos pendientes de sus intersticios. Al ver de cerca
+el morabito, comprendió la fuga de los vecinos. El general
+había sabido hacer las cosas. Los pináculos estaban
+adornados con calaveras y tibias, lo mismo que la
+cruz de hierro que remataba la cúpula. Y estos símbolos
+fúnebres, por la fuerza del contraste, aún resultaban
+más impresionantes entre el esplendor verde de los jardines
+inmediatos, bajo un cielo de crudo azul y un sol
+deslumbrador, teniendo por fondo el gracioso puerto y
+la rizada planicie del mar violeta. La puerta del mausoleo
+sin nombre no se había abierto en muchos años, y
+los vientos amontonaban la tierra en su parte baja. Entre
+la verja y las paredes se aglomeraba una vegetación
+loca, una selva minúscula, en cuyas espesuras guerreaban
+y se devoraban los insectos después de enviar interminables
+expediciones volantes y rampantes á todas las
+casas próximas.</p>
+
+<p>Pasó rozando el panteón para llegar á la entrada de
+la «villa», hermoso edificio de arquitectura toscana. La
+puerta era de complicados herrajes; los ventanales
+tenían vidrieras con figuras de colores; sobre el muro
+gris estaban incrustados relieves de mármol y escudos
+antiguos.</p>
+
+<p>Golpeó inútilmente con un dragón de hierro que servía
+de aldaba. Al fin apareció en un sendero inmediato,
+entre dos muros, una mujer greñuda con un niño en brazos.
+Era una vecina que prestaba sus servicios á Spadoni
+cuando se quedaba en la casa. La presencia de un visitante
+representaba para ella un acontecimiento.</p>
+
+<p>&mdash;Sí que está&mdash;dijo&mdash;. ¿No oye usted?</p>
+
+<p>Lubimoff oyó, efectivamente, amortiguado por los
+gruesos muros, el tecleo de un piano.</p>
+
+<p>La mujer, convencida de que el artista no llegaría á
+enterarse de los golpes del aldabón, desapareció en una
+revuelta del sendero. Poco después, su cabeza y el niño
+que llevaba en brazos surgieron sobre el filo de un muro.</p>
+
+<p>&mdash;¡Maestro!&mdash;gritó&mdash;. Un señor que le busca. ¡Una
+visita!</p>
+
+<p>Y volvió arreglándose las faldas, como si acabase de
+bajar de una escala de mano.<a name="page_378" id="page_378"></a></p>
+
+<p>Se abrió aquella puerta de quicio profundo, apareciendo
+en su hueco Spadoni.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, Alteza!</p>
+
+<p>Su sonrisa no expresaba asombro. Saludó al príncipe
+como si lo hubiese visto el día anterior.</p>
+
+<p>Fué guiándole por corredores y salones sumidos en
+una penumbra policroma y que olían á polvo. Hacía
+muchos meses que los ventanales de colores no habían
+sido abiertos ni descorridas las cortinas. El concentraba
+su existencia en una sola habitación. Lubimoff chocó
+con arcones y armaduras, hizo vacilar dos enormes ánforas
+japonesas, se enganchó en los numerosos salientes
+de este profuso decorado de «estudio romántico» que
+había estado de moda veinticinco años antes.</p>
+
+<p>Volvieron finalmente á la luz, una luz esplendorosa
+que entraba por tres puertas abiertas sobre una terraza
+vecina al barranco.</p>
+
+<p>Era el <i>hall</i> de la «villa», adornado con telas y divanes
+indostánicos. El príncipe reconoció que Spadoni no
+estaba mal instalado en «su tumba». Un gran piano de
+cola era el único mueble que se mantenía limpio en esta
+pieza invadida por el polvo. Sobre el atril permanecían
+abiertos varios cuadernos de música manuscrita.</p>
+
+<p>Al ver que Lubimoff se fijaba en ellos, el pianista
+hizo un gesto desesperado.</p>
+
+<p>Era grande su pobreza: tenía que dar conciertos para
+vivir, se veía obligado á estudiar obras nuevas.</p>
+
+<p>Habló de estos trabajos como si representasen la más
+cruel imposición de la realidad, la mayor decadencia de
+su vida.</p>
+
+<p>Varias damas organizadoras de obras benéficas de la
+guerra habían buscado su concurso. Tocaba gratuitamente,
+por «patriotismo», pero las buenos señoras siempre
+encontraban el medio de darle una cantidad. ¡Era
+tan enorme su miseria! Sólo de tarde en tarde entraba
+en las salas de juego. No podía ni apuntar en la ruleta,
+donde las puestas son de cinco francos.</p>
+
+<p>Quiso el príncipe leer los títulos de las partituras, y
+Spadoni intentó ocultarlas con una precipitación cómica.</p>
+
+<p>&mdash;¡Verdaderas porquerías!... No hay que mirar eso,
+Alteza. En esta Costa Azul, cuando las señoras entradas<a name="page_379" id="page_379"></a>
+en años no encuentran ya quien las ame, se dedican
+á escribir romanzas ó bailes de gran espectáculo, y el
+Casino acepta sus obras para no disgustarlas. Ese teatro
+de Monte-Carlo resulta, en ciertos días, el templo de
+la imbecilidad musical... No; mejor será que conozca lo
+que damos esta tarde. Es la obra de una millonaria que
+lo escribe todo, música y versos.</p>
+
+<p>Y leyó en alta voz los títulos de varías «escenas pintorescas»:
+<i>Diálogo entre la mariposa y la rosa</i>, <i>Lo que la
+palmera le dijo al agave</i>, <i>Plegaría de la cigarra á nuestro
+padre el Sol</i>.</p>
+
+<p>&mdash;Por suerte, Alteza, esta situación deshonrosa no durará.
+Tengo un medio... ¡un medio!...</p>
+
+<p>Olvidando el piano, las partituras y su degradación
+musical, se lanzó de golpe en el mundo de las quimeras.
+Conocía el secreto del grande hombre, de aquel
+griego que ganaba millones en el <i>Sporting</i>. Lo había
+sorprendido, con su propia malicia, después de sonsacar
+ciertos datos á un acompañante del personaje. Era una
+combinación sencilla, como todas las cosas geniales. Por
+ejemplo...</p>
+
+<p>Y tendió su mano hacia una baraja que estaba en
+una mesa, sobre unos cuantos volúmenes encuadernados
+en rojo: las nueve sinfonías de Beethoven.</p>
+
+<p>¡Ah, no!... El príncipe le contuvo con brusquedad,
+para que no se entregase á su manía demostrativa.</p>
+
+<p>&mdash;Yo esperaba encontrar aquí á Atilio&mdash;dijo luego
+suavemente.</p>
+
+<p>El músico pareció despertar.</p>
+
+<p>&mdash;¿Atilio?... ¡Ah, sí! Vivió conmigo unos días, pero
+se fué.</p>
+
+<p>Obsesionado aún por su prodigiosa combinación, habló
+distraídamente, sin conceder interés á sus palabras.
+Castro había manifestado deseos de vivir con él, se lo
+dijo un anochecer en el Casino, y Spadoni abandonó
+Villa-Sirena para acompañarle. Un amigo no puede
+hacer menos.</p>
+
+<p>&mdash;Pero ¿cuándo se fué?... ¿En dónde está?...</p>
+
+<p>&mdash;Se fué anteayer, y debe estar en París. ¡Un disparate
+su viaje! Imagínese, Alteza, que en los últimos días
+jugó con una suerte magnífica, hasta ganar veinte mil<a name="page_380" id="page_380"></a>
+francos. ¡Si hubiese seguido!... Pero no quiso: tenía
+prisa. Me dió quinientos francos, y los perdí inmediatamente;
+era muy poco dinero para mi combinación. Creo
+que va á hacerse soldado; me habló de la Legión extranjera.
+De él se puede esperar cualquier disparate.
+¡Un hombre que gana y huye!...</p>
+
+<p>Luego, como si la máquina desarreglada de su cerebro
+funcionase lógicamente por unos segundos, añadió,
+con una sonrisa maligna:</p>
+
+<p>&mdash;Doña Clorinda también se ha ido á París. Se marchó
+dos días antes que él... ¡Oh, Alteza! ¡cómo me acuerdo
+de aquello que nos dijo en un almuerzo sobre las mujeres!...
+Las conozco, príncipe: todas ellas son temibles
+enemigos.</p>
+
+<p>Y señalaba rencorosamente <i>Lo que la palmera le dijo
+al agave</i>.</p>
+
+<p>En vano el príncipe insistió en sus preguntas. No
+sabía más, no le inspiraba curiosidad la suerte de Castro.
+Se había ido á París para hacerse soldado, ¡y él
+tenía tantos amigos soldados!...</p>
+
+<p>«La Generala», por ser mujer, le infundía más interés,
+excitando su maledicencia.</p>
+
+<p>&mdash;Yo creo&mdash;dijo, con su sonrisa de misógino&mdash;que se
+fué por celos, por despecho. La duquesa de Delille ha
+acaparado á ese teniente que le presentó ella. Hasta
+parece que el tal teniente ha tenido un duelo...</p>
+
+<p>El pianista palideció, mirando con espanto á Lubimoff.
+Su gesto fué igual al del que habla en voz alta
+creyéndose á solas, y nota repentinamente que alguien
+le escucha. Quedó confuso y balbuceando:</p>
+
+<p>&mdash;No sé... ¡la gente dice tantas mentiras!... ¡Cosas de
+mujeres!</p>
+
+<p>Lubimoff sintió una confusión igual al darse cuenta
+de que hasta Spadoni se había ocupado con regocijo de
+su aventura.</p>
+
+<p>Consideraba ya inútil seguir hablando con este imbécil.
+Se levantó, y el músico, trémulo aún por su indiscreción,
+dió muestras de igual apresuramiento por terminar
+la visita.</p>
+
+<p>&mdash;¿Y Novoa?&mdash;preguntó el príncipe al llegar á la
+puerta de la casa&mdash;. ¿Se ha ido también?...<a name="page_381" id="page_381"></a></p>
+
+<p>No; éste seguía en Mónaco, trabajando en el Museo
+cuando no tenía ocupaciones más urgentes. Se encontraban
+muy de tarde en tarde. ¿Cómo podían verse, si
+él, Spadoni, á causa de su miseria, se abstenía de entrar
+en las salas de juego?...</p>
+
+<p>&mdash;Continúa jugando, Alteza; pero muy mal, con la
+timidez del novato, y por eso pierde. No tiene la estofa
+de nosotros, los verdaderos jugadores.</p>
+
+<p>Se irguió el pianista al decir esto, como si no hubiese
+perdido nunca y poseyera todos los secretos del
+azar.</p>
+
+<p>&mdash;Le he enviado dos entradas para el concierto de
+esta tarde: una para él y otra para esa señorita Valeria,
+acompañante de la duquesa. ¡El pobre! ¡siempre haciendo
+tonterías como un enamorado!...</p>
+
+<p>Pero su sonrisa de hombre superior, exento de tales
+humillaciones, se cortó al darse cuenta de que otra vez
+estaba diciendo algo molesto para el príncipe.</p>
+
+<p>Este pasó de nuevo junto á la tumba, pero sin verla
+ni acordarse del incógnito general. ¡Castro se había
+ido!... ¡Castro quería hacerse soldado!...</p>
+
+<p>Luego de seguir el camino descendente de los Monegetti
+hasta la plaza de Armas de La Condamine, tomó
+la avenida de suave pendiente que sube hasta Mónaco.
+Esta marcha le proporcionaba cierta voluptuosidad muscular
+después de su largo encierro.</p>
+
+<p>Al verse entre los dos torrecillas que marcan la entrada
+de los jardines, le asaltó el recuerdo de Alicia. Un
+poco más allá habían descendido del carruaje; detrás de
+los árboles estaba el banco en que la habló por primera
+vez de su amor; abajo, al borde de las rocas, se desarrollaba
+el solitario camino por el que pasaron como en
+volandas, al amparo del crepúsculo y con las bocas juntas.
+Luego, el rasgón de su vestido, los cómicos y dulces
+apuros por repararlo, el alfiler con la perla de la
+princesa... Sólo habían transcurrido unas semanas, y
+estos sucesos parecían de otra humanidad más feliz, desarrollados
+en un planeta distinto, envueltos en una luz
+que no era la de la tierra.</p>
+
+<p>Se esforzó por olvidar. Estaba ahora en una plaza
+asfaltada, frente á la escalinata del Museo Oceanográfico.<a name="page_382" id="page_382"></a>
+Por primera vez reparó en los adornos arquitectónicos
+del blanco edificio. Habían adoptado como motivo
+ornamental el manojo de retorcidas patas de los pulpos,
+el semicírculo estriado de las conchas, la sombrilla filamentosa
+de las medusas. Se fijó en los grupos escultóricos
+que simbolizan las fuerzas del Océano ó las artes de
+los navegantes; leyó los nombres esculpidos en los frisos,
+títulos de buques que se ilustraron por sus exploraciones
+científicas.</p>
+
+<p>Permaneció inmóvil mucho rato, buscando un pretexto
+para justificar su visita. Al fin subió la escalinata,
+viéndose envuelto en una frescura sonora de catedral,
+pero sin la ranciedad del ambiente cerrado, con un tufillo
+salino procedente del mar inmediato. El conocía el
+palacio: á un lado, el vasto salón de conferencias y asambleas
+científicas, semejante á un Parlamento, con lámparas
+de cristal helado que afectan las distintas formas
+animales de las profundidades oceánicas; en mitad del
+vestíbulo, la estatua del príncipe Alberto vestido de marino
+y apoyado en la baranda del puente de su yate; al
+lado opuesto y en los pisos superiores, las colecciones
+recogidas durante los viajes de este navegante de la
+ciencia: miles de peces y moluscos, esqueletos gigantescos
+de cetáceos, piraguas y herramientas de pesca de los
+mares polares. En los pisos inferiores, debajo de sus pies,
+en aquel segundo palacio que, adherido al acantilado,
+descendía hasta el mar, estaban los acuarios, las bestias
+misteriosas del abismo continuando su existencia entre
+burbujas de agua corriente, en sus jaulas de cristal.</p>
+
+<p>Un portero de levita azul y kepis galoneado de rojo
+intentó ofrecerle un cartón de entrada, pero se contuvo
+al ver que se detenía junto al torniquete, preguntando
+por Novoa.</p>
+
+<p>&mdash;Salió hace un momento. Tal vez lo encuentre en las
+inmediaciones del Palacio. Casi todos los días, antes del
+almuerzo, da la vuelta á la roca.</p>
+
+<p>«La roca», para los monegascos, es por antonomasia
+el peñón en que está asentado Mónaco, y dar su vuelta
+equivale á seguir el contorno de jardines y abandonados
+baluartes que, partiendo del palacio de los Príncipes,
+vuelve á él después de abarcar toda la vieja capital.<a name="page_383" id="page_383"></a></p>
+
+<p>Siguió exteriormente la cerca de los jardines de San
+Martino. No osaba penetrar en ellos: temía encontrarse
+con el banco en que habían estado aquella tarde. Avanzó
+por las calles de la ciudad, estrechas, sin aceras, pavimentadas
+de anchas losas, como en muchas poblaciones
+de Italia.</p>
+
+<p>Las viviendas, viejas y altas, recordaban los tiempos
+en que el suelo era precioso dentro de una península estrechamente
+ceñida por sus fortificaciones. Algunas casas
+estaban perforadas por túneles, y al final del arco se
+veía la claridad y la blancura de la otra calle paralela.
+Los edificios más grandes eran conventos ó colegios religiosos.
+Sonaban lentas campanas sobre los tejados, como
+en un pueblo de España; quedaban en las calles muchos
+retablos con imágenes alumbradas por un farolillo.</p>
+
+<p>Al estremecerse las losas del pavimento bajo un paso
+humano, se entreabrían ventanas. Un carruaje provocaba
+la aparición de muchas cabezas. Los escasos transeuntes
+eran á veces canónigos de la catedral, frailes
+descalzos con una corona de pelo en torno del cráneo
+afeitado, monjas con enormes mariposas almidonadas
+en la cabeza.</p>
+
+<p>Sólo un pequeño puerto separaba la vieja ciudad de
+aquella otra ciudad situada en la cumbre de enfrente,
+con su Casino, sus hoteles, sus orquestas y su muchedumbre
+de placer y de fortuna. Un corto trayecto de
+tranvía bastaba para hacerse la ilusión de haber saltado
+sobre dos siglos. Lubimoff recordó la impresión de extrañeza
+que despertaban al atravesar la plaza del Casino
+estos frailes descalzos cuando bajaban en grupo á Monte-Carlo.</p>
+
+<p>Pasó bajo una galería cubierta que formaba arco
+entre dos casas. Un gran descampado, una llanura, se
+abrió ante él. Era la plaza del Palacio. Enfrente estaba
+la vivienda señorial de los Grimaldi, conjunto de edificios
+de diversas épocas, que le recordó los palacios de
+algunos príncipes soberanos de la antigua Italia. Era de
+color rosa obscuro, cortado por el arquerío de las <i>loggias</i>,
+y tenía adosados unas torres de sillares blancos con almenas
+hendidas. También conocía él este palacio, puramente
+de aparato y deshabitado, pues el príncipe reinante,<a name="page_384" id="page_384"></a>
+en las cortas visitas á sus dominios, prefería vivir
+en su yate.</p>
+
+<p>Primeramente llamó su atención la guardia del edificio.
+Los soldados de Mónaco, viejos gendarmes franceses,
+habían partido á la guerra, y una milicia nacional
+se encargaba de sustituirlos. Estaba compuesta de legítimos
+ciudadanos de «la roca», descendientes de cuatro
+generaciones de monegascos. Ellos solos podían contribuir
+á la defensa ideal del principado, así como gozaban
+las ventajas de pertenecer á un país, único en el mundo,
+donde nadie paga contribución y todos al nacer tienen
+el pan asegurado, gracias al Casino.</p>
+
+<p>Lubimoff admiró al guerrero de guardia, un viejo
+de bigote blanco, cargado de hombros, casi jorobado,
+con gabán de color castaña y sombrero hongo. Un brazal
+rojo y blanco en una manga era todo su uniforme.
+Llevando al hombro su fusil antiguo, que aún hacía
+más enorme y pesado una bayoneta interminable, hubiera
+podido descansar junto á la garita pintada con
+los colores de Mónaco; pero prefería moverse en incesante
+paseo, mirando á todas partes por si alguien intentaba
+penetrar en el alcázar del ausente soberano.
+Otros padres de familia y hasta abuelos, vestidos con
+sus trajes de domingo, esperaban pacientemente en un
+banco que les llegase el turno de ejercer la honorífica
+función.</p>
+
+<p>Lo más notable de esta explanada era la artillería,
+una cantidad de cañones del siglo XVIII que estaban
+allí decorativamente, como las armaduras que adornan
+un salón... A ambos lados de la puerta del Palacio se
+alineaban seis piezas enormes y magníficas, fundidas
+en un bronce verde de estatua y cinceladas como obras
+de museo. Junto á sus bocas, el metal se retorcía formando
+la hojarasca de un capitel; su parte opuesta la
+remataba una cabeza de medusa. El fuste de estas columnas
+huecas estaba adornado con las tres flores de lis
+de la vieja monarquía francesa, los agarradores de cada
+cañón eran dos delfines, y todas las piezas ostentaban
+el lema pretencioso <i>Nec pluribus impar</i> de Luis XIV,
+con otro más sombrío: <i>Ultima ratio regnum</i>.</p>
+
+<p>El príncipe sonrió ante este lema.<a name="page_385" id="page_385"></a></p>
+
+<p>«Ahora, las piezas de artillería&mdash;se dijo&mdash;ya no son
+«la última razón de los reyes», pero lo son de los pueblos.
+Hemos adelantado poco.»</p>
+
+<p>Todos estos cañones verdes tenían su nombre propio,
+lo mismo que un buque ó un regimiento. Uno se llamaba
+<i>Nerón</i>, otro <i>Tiberio</i>; más allá abrían su redonda
+boca el <i>Robusto</i> y el <i>Roncador</i>.</p>
+
+<p>En los parapetos que cerraban por ambos lados la
+extensa plaza asomaban sus gargantas, sobre el puerto
+ó sobre el mar libre, otras piezas más modestas, pero
+igualmente enormes y vetustas. Las balas macizas de
+estos cañones formaban pirámides, y una vegetación parásita
+se había introducido entre las pelotas de hierro.</p>
+
+<p>Detrás del Palacio, como un telón de fondo, se elevaba
+la montaña francesa de la <i>Tête du chien</i>, brillando
+en su redonda cumbre las vidrieras del cuartel de los
+cazadores alpinos. La meseta de Mónaco era simplemente
+el último peldaño de la gran escalera que los
+Alpes dejan caer hacia el mar. Arriba se enredaban las
+nubes en los picachos, cubriéndolos momentáneamente
+de una sombra tempestuosa; abajo, entre los muros rosados
+y las torres blancas de los Grimaldi, se erguían
+la palmera tropical, el cocotero, el plátano, dando á este
+castillo ligurio un aspecto de hacienda brasileña.</p>
+
+<p>Estaba Lubimoff en el parapeto que da sobre el mar
+libre, sentado entre dos cañones, cuando vió la llegada
+de Novoa por los baluartes que dominan el puerto.</p>
+
+<p>Al reconocer al príncipe apresuró su blanda marcha,
+acercándose á él con la mano tendida.</p>
+
+<p>¡Simpático profesor! Nunca le parecieron á Miguel
+sus ademanes francos con tanto atractivo como ahora.
+Celebraba mucho este encuentro, creyéndolo casual, y
+el príncipe no quiso hablar de su visita al Museo, para
+que Novoa ignorase que había venido en busca suya.</p>
+
+<p>Maquinalmente empezaron á pasearse entre la fila
+de cañones y unos cuantos árboles que daban pálida
+sombra á este lado de la plaza.</p>
+
+<p>Era Lubimoff el que preguntaba, mostrando interés
+por la suerte de su amigo y acogiendo sus quejas con
+una sonrisa bondadosa.</p>
+
+<p>Novoa se mostró descontento. Este país de vida dulce<a name="page_386" id="page_386"></a>
+y alegre resultaba fatal para el estudio. ¡Pensar que
+allá en su tierra se lo imaginaban haciendo descubrimientos
+útiles en los misterios del mar! El Casino extendía
+su influencia á todas partes, hasta al Museo
+Oceanográfico. Muchas veces, mientras estudiaba el
+<i>plancton</i>, le acometía una nueva idea para desentrañar
+los misteriosos saltos de las series del «treinta y cuarenta».
+Trabajaba por las mañanas con el pensamiento
+fijo en Monte-Carlo; y apenas llegada la tarde, sentía
+un deseo irresistible de ir allá. Era inútil que inventase
+pretextos para mantenerse fijo en «la roca». Había perdido
+cantidades enormes para él, y necesitaba recuperarlas.
+Pensaba con inquietud en el dinero recibido de
+su país á cuenta de la modesta fortuna heredada de sus
+padres.</p>
+
+<p>&mdash;Algunos días, el buen sentido me dice que debo volverme
+á España, y deseo realizar inmediatamente este
+buen consejo. Por desgracia, hay ciertas cosas que me
+retienen aquí y quebrantan mi voluntad.</p>
+
+<p>&mdash;Las conozco&mdash;dijo Miguel sonriendo&mdash;. La primera
+de todas, el amor.</p>
+
+<p>Novoa se ruborizó, aceptando luego con un cómico
+ademán de confusión las palabras del príncipe. Sí; algo
+había de eso, y el amor le proporcionaba disgustos, lo
+mismo que el juego.</p>
+
+<p>Lubimoff vió de pronto en sus ojos una expresión
+igual á la de Spadoni. También éste sabía lo ocurrido,
+y al hablar del amor recordaba inmediatamente aquel
+duelo absurdo. Pero Novoa era otro hombre, incapaz de
+sentir el maligno placer de los maldicientes, que se regodean
+con las torpezas ajenas. Además, Miguel le tenía
+por muy franco, y pronto se convenció de ello.</p>
+
+<p>Tranquilamente, sin pensar si con sus palabras molestaría
+al otro, el profesor aludió á lo ocurrido en el
+castillo de Lewis. Lo lamentaba como algo ilógico y
+extemporáneo, mas no por esto había dejado de interesarle
+la suerte del príncipe. Si se abstuvo de ir á Villa-Sirena,
+fué por no parecer entrometido. Varias veces
+había hablado con el coronel, encargándole que saludase
+al príncipe de su parte.</p>
+
+<p>Luego, como si se arrepintiese de la severidad con<a name="page_387" id="page_387"></a>
+que juzgaba aquel duelo, dió explicaciones. La imagen
+de Castro había pasado por su memoria, haciéndole
+mirar á su acompañante con una tolerancia fraternal.</p>
+
+<p>&mdash;Yo comprendo muchas cosas. No soy hombre de armas,
+como usted, y sin embargo, una vez sentí deseos
+de batirme. Ahora me río cuando lo pienso; pero, en
+iguales circunstancias, volvería á hacer lo mismo... ¡El
+poder de las mujeres! ¡Cómo nos transforman!...</p>
+
+<p>El príncipe no protestó al oir que Novoa le suponía
+enamorado, atribuyendo aquel duelo á la influencia de
+una mujer. Y siguió guardando silencio, mientras el
+profesor, por una asociación lógica, empezaba á hablar
+de Alicia. Este sabio bueno y sencillo mostró una verdadera
+alegría al comunicar ciertas noticias que juzgaba
+agradables para Lubimoff.</p>
+
+<p>Igual interés sentía por su compatriota Martínez. El
+no odiaba á nadie. Hasta tenía olvidadas sus incompatibilidades
+con Castro, que le habían hecho abandonar las
+abundancias de Villa-Sirena.</p>
+
+<p>&mdash;Ese pobre teniente es menos feliz que usted, príncipe;
+el tal duelo ha tenido malas consecuencias para él.
+Yo gozo de cierta intimidad con personas allegadas á la
+duquesa de Delille... No necesito decir más: usted sabe
+que puedo estar enterado de lo que ocurre en Villa-Rosa.
+Pues bien; después del desafío, yo no sé qué ha pasado,
+pero Martínez entra en aquella casa con menos frecuencia.
+Transcurren días enteros sin que se atreva á llamar
+á su puerta. Algunas veces va allá, y la persona que
+usted sabe me dice que la duquesa se niega á recibirle.
+Es ahora un simple visitante, un amigo como otro cualquiera.
+La duquesa quiere evitar la antigua intimidad;
+le envía regalos al hotel de los oficiales, se preocupa de
+su bienestar, encarga á la señorita amiga mía que se
+entere de si le falta algo, pero sólo lo recibe de tarde en
+tarde. Se acabaron los almuerzos y las comidas á diario,
+aquella vida común, en la que sólo faltaba que durmiese
+en la casa... Y el pobre muchacho parece triste, desesperado,
+por este cambio.</p>
+
+<p>Se animó el profesor en sus confidencias al notar el
+agrado con que las recibía el príncipe.</p>
+
+<p>&mdash;Una persona&mdash;continuó, con cierta vacilación&mdash;que<a name="page_388" id="page_388"></a>
+pasa algunas noches por la calle de la duquesa... (¡qué
+diablo! ¿por qué no decir la verdad?) yo, que algunas
+veces rondo por las inmediaciones de la «villa», esperando
+á la señorita en cuestión, he sorprendido á Martínez
+cerca de la casa, deslizándose junto á la verja,
+mirando á las ventanas. ¡Pobre muchacho!... Y me dicen
+que de día, cuando teme que la duquesa no va á
+recibirlo, hace los mismos paseos.</p>
+
+<p>Un doble sentimiento conmovió á Lubimoff: de rabia,
+por la convicción de que no se había equivocado: aquel
+soldadito amaba á Alicia; de gozo, al saber que ya no
+era recibido en la casa, como antes, y rondaba inútilmente
+en torno de ella. Representaba una alegría negativa,
+pero alegría de todos modos, al ver á aquel jovenzuelo
+en una situación igual á la suya.</p>
+
+<p>Novoa, hombre simple en sus gustos, que no podía
+comprender el amor mas que ordenadamente, dentro
+de la regularidad de una equivalencia de edades, rió de
+este apasionamiento del oficial como de algo grotesco.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué absurdo! ¡Enamorarse de ese modo de una
+mujer que casi puede ser su madre!...</p>
+
+<p>El príncipe se estremeció al oir esto, mirando fijamente
+á su acompañante. No; no sabía nada. Continuaba
+riendo de su propio comentario, sin ninguna intención
+oculta. El secreto de Alicia sólo él podía conocerlo.</p>
+
+<p>Aún dieron varios paseos entre los cañones y los árboles.
+De pronto, empezaron á sonar las campanas de las
+iglesias y conventos de Mónaco, conversando, á través
+del éter cargado de luz, con las del fronterizo Monte-Carlo.</p>
+
+<p>Las doce. Novoa se inquietó. Era hombre de costumbres
+fijas, y además, los monegascos en cuya casa estaba
+alojado mantenían rigurosamente la puntualidad
+en las comidas. ¡No haber en Mónaco un restorán, para
+darse el lujo de invitar al príncipe!... Este le propuso
+que lo acompañase á la lejana Villa-Sirena para almorzar
+juntos. ¡Se sentía tan bien en su compañía! ¡le daba
+noticias tan interesantes!...</p>
+
+<p>&mdash;¡Imposible!&mdash;se apresuró á decir el profesor&mdash;. Tengo
+que ver á una persona en Monte-Carlo así que acabe mi
+almuerzo. Me esperan.<a name="page_389" id="page_389"></a></p>
+
+<p>Lubimoff no insistió, adivinando que la tal persona
+era Valeria.</p>
+
+<p>Un carruaje único estaba guarecido en la sombra
+menguada de los árboles. Se había quedado allí después
+de traer á unos extranjeros que prefirieron, á la salida
+del Palacio, descender á pie por el antiguo camino fortificado.</p>
+
+<p>Miguel lo ocupó, haciéndose conducir á Villa-Sirena.
+Todo el resto del día y gran parte de la noche transcurrieron
+para él dulcemente, mientras rumiaba en su memoria
+las noticias adquiridas. No era mala la jornada.
+De Atilio apenas se acordó. Se había ido á París; esto era
+lo único cierto. En cambio, el infortunio de Martínez le
+hizo canturrear alegremente, y este regocijo engañó al
+coronel.</p>
+
+<p>&mdash;Lo que yo digo: Su Alteza debe salir y ver gentes.
+Tenía la seguridad de que el paseo de hoy daría buen
+resultado.</p>
+
+<p>Al día siguiente, el príncipe aún tuvo una sorpresa
+más grata. Estaba terminando de almorzar, cuando su
+ayuda de cámara anunció con tono ceremonioso: «El
+señor profesor Novoa.»</p>
+
+<p>Presintiendo Miguel algo muy interesante para él,
+recibió al español con una efusión extraordinaria nunca
+vista por Toledo. ¡Incomparable Novoa! ¿De veras que
+había almorzado ya? ¡El buen orden de los solitarios de
+Mónaco!... Entonces, tomaría café con él.</p>
+
+<p>Y dió fin apresuradamente á su almuerzo para pasar
+al <i>hall</i>, donde esperaban el café y los licores. Era tan visible
+la impaciencia del visitante por hablar con él sin
+testigos, que Lubimoff se dió prisa en inventar un pretexto
+para que don Marcos se alejase.</p>
+
+<p>Cuando quedaron solos, Novoa dejó su taza sobre un
+velador, dió varias chupadas al cigarro, mientras parecía
+concentrar su voluntad, y al fin dijo con resolución:</p>
+
+<p>&mdash;Tengo un encargo que darle: me envía cierta persona...
+sospecho que hago un mal papel. ¡Un hombre
+como yo llevando recados de esta clase!... Pero ¿qué
+es lo que las mujeres no nos obligarán á hacer?... Además,
+entre hombres debemos ayudarnos. Usted, que es
+tan caballero, también sería capaz de hacer por mí...<a name="page_390" id="page_390"></a></p>
+
+<p>Y el buen profesor hablaba como si se sintiera ligado
+con el príncipe por una camaradería profesional, por
+una condición idéntica. Los dos estaban enamorados.</p>
+
+<p>Lubimoff, ansioso por conocer el encargo, hizo gestos
+de aprobación. Sí: no se equivocaba; era capaz de
+hacer en su favor cuanto le pidiese. Le tenía en este momento
+por el primero de sus amigos. Pero ¿qué era el
+encargo?...</p>
+
+<p>Novoa continuó, con cierta vacilación. El día anterior,
+después de su encuentro con el príncipe, había
+visto á aquella señorita... aquella señorita acompañante
+de la duquesa. El se lo contaba todo; una mala costumbre,
+pero los enamorados no siempre han de hablar de
+ellos mismos...</p>
+
+<p>&mdash;Estuvimos juntos en un concierto, y esta mañana
+ha venido al Museo para encargarme que le viera á
+usted inmediatamente. Yo me he resistido á cumplir el
+encargo, pero usted sabe lo que son las mujeres. Además,
+esa joven tiene su genio... Total, que estoy aquí y
+repito lo que me han dicho.</p>
+
+<p>Calló un momento, y después de mirar á todos lados,
+añadió con tono misterioso:</p>
+
+<p>&mdash;Esta tarde, en San Carlos.</p>
+
+<p>Había llegado hasta allí preocupado por la obscuridad
+del mensaje. ¿Qué San Carlos era éste? ¿Un hotel?...
+¿un paseo?... Como habitante de Mónaco, sólo conocía el
+Casino en Monte-Carlo. Lo único indudable para él era
+que el mensaje de Valeria procedía de la duquesa.</p>
+
+<p>Tuvo Miguel que ocultar la alegría que le causaron
+estas palabras. ¡Alicia le buscaba!... A pesar de su contento,
+sintió la necesidad de pedir nuevos detalles. ¿No
+le habían indicado una hora?...</p>
+
+<p>&mdash;No, príncipe. «Esta tarde, en San Carlos»; ni una
+palabra más. Esa señorita casi se enfadó porque le pedí
+aclaraciones. Ya le he dicho que la intimidad tiene su
+mal carácter... como todas. Me afirmó que usted entendería
+el recado inmediatamente.</p>
+
+<p>Miguel hizo un gesto de aprobación; sí que lo entendía...
+¡Sabio amable! En aquel momento le deseaba
+cuantas felicidades puede gozar un hombre. De no conocer
+sus escrúpulos y su altivez, hubiese pedido á don<a name="page_391" id="page_391"></a>
+Marcos todo el dinero que había en la casa para entregárselo
+á manos llenas. Pero ya que era imposible una
+dádiva material, hizo votos por que aquella Valeria, á
+la que tenía por una ambiciosa, pudiese embellecer la
+vida del profesor. Tan optimista le hizo su contento,
+que hasta creyó en una equivocación de su parte, adornando
+á la acompañante de la duquesa con un sinnúmero
+de virtudes ocultas.</p>
+
+<p>Toledo había vuelto, y el príncipe, que deseaba
+agradar á Novoa, le habló de las exploraciones oceanográficas,
+mostrando una viva curiosidad por ellas, mientras
+su pensamiento estaba lejos.</p>
+
+<p>Pero este halago resultó inútil. El profesor vacilaba
+al responder á las preguntas. Tenía prisa; le esperaban...
+Sin duda, Valeria necesitaba conocer pronto el
+resultado de su mensaje. Y el príncipe mostró también
+cierta precipitación al acompañarle hasta la verja de
+entrada, con grandes extremos de amistad. Debía volver
+con frecuencia á Villa-Sirena; era el único amigo
+fiel. ¡Lastima que se negase á vivir allí, como en otros
+tiempos!...</p>
+
+<p>Al quedar solo, Lubimoff subió á las habitaciones
+del primer piso. Temía que el coronel adivinase su contento.
+Una sensación de orgullo y de triunfo se mezclaba
+ahora con la alegría del primer instante.</p>
+
+<p>Pensó en su situación. Don Marcos había guardado
+silencio después del duelo, y él, influenciado por la soledad,
+se entregaba al desaliento, creyéndose objeto de
+las burlas de todos.</p>
+
+<p>Ahora veía claro. Alicia deseaba volver á él, sintiendo
+un nuevo interés por su persona. Todo lo indicaba
+así: el teniente casi expulsado de aquella casa
+que dos semanas antes consideraba como suya; su protectora
+evitando el verle, para lo cual espaciaba sus
+visitas. Además, al enterarse ella por Valeria de que
+su antiguo enamorado había roto la voluntaria clausura
+en Villa-Sirena, se apresuraba á darle una cita
+inmediata, como si le urgiese reanudar sus relaciones
+con él.</p>
+
+<p>Se felicitó de la agresividad inexplicable que le
+había impulsado á ofender á Martínez. ¡El, que en los<a name="page_392" id="page_392"></a>
+últimos días se arrepentía de esta locura!... Lo que le
+había pesado como un remordimiento era tal vez lo más
+cuerdo y más oportuno de su vida. Alicia, al ver que,
+loco de celos, realizaba un acto absurdo para muchos
+batiéndose por ella, se sentía indudablemente halagada
+en su vanidad y le miraba con nuevo interés.</p>
+
+<p>«¡Las mujeres!&mdash;pensó Lubimoff&mdash;. Hay que conocerlas.
+Su admiración va instintivamente hacia el fuerte.
+Nada hay como una brutalidad oportuna para conquistar
+su afecto. Siempre acaban por someterse con
+cierto agradecimiento al hombre enérgico que las impresiona.»</p>
+
+<p>Este fué su primer instante dichoso después de varios
+días. Volvió á ser aquel príncipe Lubimoff que había
+impuesto casi siempre su voluntad, atropellando los obstáculos,
+unas veces con su dinero, las más con un orgullo
+imperioso.</p>
+
+<p>Satisfecho de su rudeza, sintió la necesidad de hermosearse
+para acudir á la entrevista. Pensaba en los
+machos del reino animal, cuyos dientes, garras y espolones
+van acompañados de crestas, melenas y plumajes
+que inspiran á las hembras una admiración mística, convirtiéndolas
+en sus esclavas. Lo mismo ocurría entre los
+humanos. La educación, las leyes, las tradiciones, no
+hacían mas que desfigurar el fondo bárbaro de nuestra
+existencia.</p>
+
+<p>Una preocupación le distrajo de estos pensamientos.
+¿A qué hora debía presentarse en el sitio indicado? Se
+le ocurrió que, al no mencionar la hora, ésta debía ser
+la misma del otro encuentro á la puerta de San Carlos.
+Pero acabó por creer en un olvido del profesor, y la intranquilidad
+le hizo acudir á la cita mucho antes.</p>
+
+<p>Pasó más de tres horas en ansiosa espera, vagando
+por las calles inmediatas á la iglesia, inmovilizándose
+en las esquinas, cambiando de sitio al notar la curiosidad
+de los transeuntes. Varias veces entró en San Carlos,
+para ver siempre lo mismo: las vidrieras policromas
+cada vez más pálidas, así como descendía la tarde; los
+haces de banderas; los retablos rompiendo la sombra
+con el resplandor mortecino de sus oros, y mujeres
+arrodilladas é inmóviles: unas mujeres que parecían las<a name="page_393" id="page_393"></a>
+mismas de la otra vez, como si las semanas fuesen minutos.</p>
+
+<p>Con la superstición del que aguarda, se dijo que Alicia
+sólo podía presentarse al cerrar la noche, y el día le
+pareció interminable.</p>
+
+<p>Al anochecer dudó.</p>
+
+<p>&mdash;No vendrá.... Debe haberse arrepentido.</p>
+
+<p>Estaba en la esquina de una calle curva y pendiente
+inmediata á la iglesia. Desde allí podía ver las gradas
+que comunican la plazoleta con el hundido bulevar.
+Nadie subía por ellas; todos los carruajes pasaban sin
+detenerse.</p>
+
+<p>De pronto, tuvo la sensación de que alguien se aproximaba
+á sus espaldas. Percibió un leve paso, y al volver
+la cabeza vió á una mujer enlutada.</p>
+
+<p>Todo lo olvidó: la larga espera, las dudas, la fatiga
+del interminable plantón, recobrando de golpe su regocijo
+de triunfador. Estaba tan seguro de los motivos que
+la habían inducido á pedirle esta entrevista, que avanzó
+á su encuentro con un aire galante.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, Alicia!&mdash;dijo, tendiendo á la vez sus dos manos.</p>
+
+<p>Pero estas manos se agitaron inútilmente en el vacío,
+sin encontrar dónde asirse, y al fin cayeron con desaliento.</p>
+
+<p>Lubimoff se sintió desconcertado ante la mirada de
+la mujer. Todas las ideas que le habían seguido hasta
+allí eran ilusiones y se desvanecían, dejándole confuso
+enfrente de la realidad. Esta realidad no permitía dudas.
+Los ojos de ella le contemplaron fijamente, con
+dureza.</p>
+
+<p>Alicia habló como si hubiese venido para un negocio
+con una persona poco grata y quisiera terminarlo cuanto
+antes, viéndose libre de su presencia.</p>
+
+<p>Existía entre los dos cierto asunto de dinero que ella
+necesitaba resolver. No le había escrito porque después
+de los sucesos recientes consideraba inoportuno el envío
+de una carta. Además, ni ella podía ir á Villa-Sirena ni
+quería recibirlo en su casa. Por esto, al enterarse el día
+anterior de que habían visto paseando á Miguel&mdash;que
+ella se imaginaba enfermo&mdash;, se atrevía á citarlo allí,
+para verse unos momentos nada más.<a name="page_394" id="page_394"></a></p>
+
+<p>&mdash;Hablemos como si fuésemos comerciantes; unos comerciantes
+que tienen prisa y no malgastan sus palabras...
+Yo te debo dinero, y me es imposible vivir tranquila
+mientras no te lo devuelva: trescientos mil francos
+que me dió tu madre, lo que me prestaste tú en el Casino...
+tal vez algo más. Tengo bastante para pagar. Si no
+quieres ocuparte del asunto, envíame á Toledo.</p>
+
+<p>Lubimoff quedó absorto ante estas palabras inesperadas.
+Ella, después de hacer su proposición, parecía
+ansiosa por marcharse. Ya lo había dicho todo; le
+molestaba seguir allí con el príncipe; nada tenía que
+añadir.</p>
+
+<p>&mdash;¡No!&mdash;dijo Miguel enérgicamente.</p>
+
+<p>¿Para eso le había llamado? ¿Era todo lo que tenía
+que decirle, después de tanto tiempo sin verse?...</p>
+
+<p>Había tal resolución en su negativa, se reflejaba de
+tal modo en su rostro la dolorosa extrañeza, que Alicia
+creyó inútil insistir.</p>
+
+<p>&mdash;Está bien; no hablemos más. Conozco tu carácter, y
+sé que permaneceríamos aquí discutiendo muchas horas
+sin resultado. Yo buscaré el medio de devolverte lo que
+es tuyo.... ¡Adiós, Miguel!</p>
+
+<p>Intentó detenerla el príncipe tomando suavemente
+una de sus manos, pero ella la retiró con nerviosa retracción.</p>
+
+<p>&mdash;¡Y te marchas!&mdash;dijo él con desaliento&mdash;. Yo que
+creía, al venir aquí...</p>
+
+<p>La humildad de su voz pareció irritar á la duquesa,
+haciéndola detenerse cuando empezaba á volverle la
+espalda.</p>
+
+<p>&mdash;¿Qué es lo que creías?&mdash;preguntó con indignación&mdash;.
+Tu inconsciencia me asombra. ¡Ah, Miguel!
+Siempre serás el mismo; únicamente existes tú: sólo
+deben tenerse en cuenta tus deseos. Me has hecho mucho
+daño, ¡mucho!... y ahora me dices, como un niño: «Yo
+que creía...» ¿Qué esperabas después de tus locuras?...
+Sábelo bien: te aborrezco. Tu presencia me es odiosa.
+¡Te aborrezco!</p>
+
+<p>El pobre Lubimoff volvió á ver su conducta como en
+las horas de voluntario encierro. ¡Ay! ¿dónde estaban
+las engañosas fantasías que le habían acompañado hasta<a name="page_395" id="page_395"></a>
+allí? Su tristeza, su arrepentimiento, fueron tan visibles,
+que Alicia modificó el tono de sus palabras.</p>
+
+<p>&mdash;Tal vez no te aborrezco; pero estoy segura de que
+me inspiras lástima: una lástima semejante á la que
+siento por mí misma. Somos dos pobres locos, Miguel;
+nuestras desgracias vienen de lejos.</p>
+
+<p>Al recordar sus vidas, Alicia pensó en los constructores
+que sufren un grave error cuando asientan los cimientos
+de un edificio, y siguen adelante con la ilusión
+de que su obra es rectilínea, sin reparar en que está desviada
+completamente por defectos de su base.</p>
+
+<p>&mdash;Nuestros principios fueron equivocados. De continuar
+el mundo como antes, tal vez hubiéramos permanecido
+de pie y triunfadores. El ambiente nos amparaba:
+éramos sus hijos.</p>
+
+<p>Pero el cataclismo universal les había hecho perder
+su centro de gravedad para siempre. Estaban ladeados,
+con grietas que nadie podría recomponer, próximos á
+derrumbarse.</p>
+
+<p>&mdash;Nosotros somos de otra época, y no hay quien sostenga
+nuestra fragilidad. Te tengo lástima, Miguel; y
+tú debes sentirla por mí, ¡por mí, á quien has hecho
+tanto daño!</p>
+
+<p>El príncipe, á pesar de su humilde encogimiento,
+protestó. Había sido imprudente: era cierto. Aquella
+agresión en el Casino y el maldito duelo representaban
+un escándalo estúpido. Pero ¿qué daño irreparable era
+este que tan profundamente la afligía? ¿Cómo su locura,
+que sólo le perjudicaba á él, haciéndole objeto de comentarios
+y risas, podía desesperarla de tal modo?...</p>
+
+<p>Le interrumpió Alicia con un gesto desalentado, como
+si considerase imposible hacerle comprender sus pensamientos.</p>
+
+<p>&mdash;Mira&mdash;dijo señalando la puerta de la iglesia&mdash;. Antes,
+podía entrar ahí. Recuerda la última vez que nos
+vimos en este sitio. Yo venía de rezar, de hablar con mi
+hijo; era tal vez una ilusión, pero las ilusiones nos ayudan
+á vivir. Y ahora no puedo; el remordimiento me espera
+donde hace unas semanas encontraba la esperanza.
+Y esto te lo debo á ti, á ti, que me arrebatas la última
+felicidad que yo me había inventado...<a name="page_396" id="page_396"></a></p>
+
+<p>Ya no miraba al príncipe con ojos hostiles. Su voz
+temblorosa, su mirada húmeda, eran de una pobre mujer
+que se esfuerza por contener su emoción. Miguel
+balbuceó contuso, desorientado. ¿El había podido hacer
+tanto mal? ¿Cuándo?... ¿cómo?...</p>
+
+<p>Alicia, sorda á sus preguntas, sólo pensaba en ella y
+en su desgracia.</p>
+
+<p>&mdash;Tenía un hijo, y lo perdí&mdash;siguió diciendo&mdash;. Era
+mi esperanza, mi única razón de vivir... El infortunio
+me hizo buscar un consuelo. ¿Qué sería de nosotros si no
+tuviésemos el poder de engañarnos fabricando nuevas
+ilusiones?... Y tuve un segundo hijo, un hijo inventado
+por mí, triste, condenado á morir, pero joven como el
+otro, desgraciado como el otro, falto de una madre que
+alegrase sus últimos días... Yo he querido ser esa madre.
+Unicamente puedo sentir la dulzura protectora de la
+maternidad; mi papel de mujer ha terminado: sólo puedo
+ver un el hombre á un hijo, ¡y tú me privas de este último
+consuelo! ¡tú te has llevado mi pobre alegría!</p>
+
+<p>Lubimoff empezó á comprender. Alicia hablaba de
+Martínez; y sintió de nuevo la comezón de los celos.</p>
+
+<p>&mdash;Cuando nos vimos aquí la última vez, yo me había
+buscado un refugio plácido dentro de mi dolor. Rezaba
+por mi hijo en la iglesia, hablaba con él, le describía
+cómo era el hermano en desgracia que aún tenía
+en el mundo, pero que tal vez no tardase en ir á buscarle.
+Luego, al volver á casa, encontraba al otro, y mi
+ilusión era tan enorme, que los confundía á los dos
+en uno solo, imaginándome que todo era mentira, el
+tiempo y la guerra, que mi hijo vivía aún, que había
+vuelto de su cautiverio y estaba á mi lado. No se parecen
+(estoy segura, aunque evito mirar los retratos de
+Jorge), pero yo los veo iguales; es el uniforme, la desgracia,
+la vecindad de la muerte. Además, ¡ese pobre
+muchacho era tan bueno!... Tímido, contentándose con
+cualquier cosa, mirándome con la dulzura de un animalillo
+manso, ¡él, que es tan fiero! venerándome como
+á una criatura descendida de un mundo superior... Yo
+era su madre. Sus palabras y sus gestos respiraban un
+respeto profundo. No era una mujer para él: era algo
+así como los ángeles... Y tú, con tu desatinada intervención,<a name="page_397" id="page_397"></a>
+has trastornado todo esto. Ya no es mi hijo:
+terminó mi ensueño. Debo privarme de su presencia, y
+sólo de tarde en tarde encuentra abierta una casa que
+yo le hice considerar como suya... Por tu culpa, ese
+muchacho, en el que veía á un hijo, es ahora simplemente
+un hombre, y yo, su madre, he vuelto á ser una
+mujer.</p>
+
+<p>El rostro de Lubimoff se puso ensombrecido y terroso,
+como en la tarde del duelo. Iba comprendiendo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué hiciste, Miguel!&mdash;siguió ella, con su voz gimiente&mdash;.
+Has despertado con tu locura á ese pobre. Al
+batirse contigo, pensó que se batía por mí y que yo no
+soy mas que una mujer. Me vió de pronto bajo otra luz,
+como si hasta entonces hubiese estado adormecido. Casi
+puedo ser su madre; pero las mujeres de mi clase prolongamos
+nuestra juventud, la detenemos artificialmente,
+y nos desean á la edad en que las de abajo se entregan
+á la vejez... Además, comprendo la vanidad de su entusiasmo,
+esa vanidad que existe en todos nuestros sentimientos.
+Yo soy para él lo desconocido, lo misterioso,
+una gran señora, una duquesa, que la confusión de
+nuestra época coloca á su alcance. ¡Pobre muchacho!
+Hace unas semanas reía en mi presencia con una simpleza
+infantil, me miraba tranquilamente, sin que por
+sus ojos pasase la sombra de un mal pensamiento. El era
+feliz, yo también lo era; ¡mientras que ahora!...</p>
+
+<p>Se imaginó el príncipe á Martínez persiguiendo á
+Alicia con sus deseos de enamorado. «Lo mataré: debo
+matarlo», dijo mentalmente. Pero su cólera homicida
+sólo duró un instante. Pasaron por su memoria las diversas
+escenas del duelo: él besando la mano del oficial,
+en un arrebato de inexplicable humildad, que le atormentaba
+como un remordimiento. ¿Qué hacer ahora?
+Después de lo ocurrido, este hombre era para él algo sagrado.
+Y se abandonó otra vez á su desaliento, mientras
+Alicia seguía hablando.</p>
+
+<p>&mdash;Mi ensueño se desvaneció. Mi hijo ha vuelto á ser mi
+hijo y el otro es un hombre. Imposible confundirlos de
+nuevo en una sola persona. Ya no puedo rezar; me da
+vergüenza dirigirme con el pensamiento á mi verdadero
+hijo; me asalta el recuerdo de lo que le conté; me aterro<a name="page_398" id="page_398"></a>
+al hacer memoria de que sigo hablando con el otro, á
+pesar de lo que me ha dicho, de lo que leo en sus miradas,
+de que conozco sus verdaderos deseos. ¡El mal que
+me has hecho! Perdí un hijo, y sólo puedo acordarme
+de él con remordimiento; me inventé otro, y me lo has
+quitado.</p>
+
+<p>Luego, como si se quejase contra algo superior que
+había regido sus destinos, añadió:</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué suplicio! No poder conocer la amistad reposada,
+la maternidad tranquila. ¡Siempre el amor saliéndome
+al paso!... Yo, que en mi juventud consideré como
+única finalidad de la vida inspirar admiración y deseo,
+bien castigada estoy... Busqué en ti el apoyo del amigo,
+y me deseaste en seguida. Quise engañar mi anhelo de
+maternidad cuidando á un infeliz que tal vez muera
+pronto, y este hijo afectivo me habla de amor. ¿Es que
+las mujeres no podemos conocer la tranquilidad y la
+confianza en que viven los hombres?...</p>
+
+<p>El príncipe la interrumpió con voz rencorosa.</p>
+
+<p>&mdash;No lo veas: rompe con él; ciérrale tu puerta para
+siempre. Así recobrarás la paz, y yo... yo seré tu amigo,
+seré lo que tú quieras, me bastará con verte.</p>
+
+<p>Ella acogió con un gesto de incredulidad las últimas
+palabras. ¡Le habían prometido tantas veces los hombres
+ser simples amigos! Además, conocía bien á Miguel, y no
+se tomó la pena de contestar. Lo único que le interesaba
+era el consejo de que repeliese definitivamente al herido,
+no viéndolo más. Sus ojos volvieron á humedecerse.</p>
+
+<p>&mdash;¡Echar á ese pobrecito!... Tú no puedes comprender
+ciertas cosas; tú mandas en los afectos con la misma
+arrogancia que disponías antes de las personas. ¿Crees
+que puedo abandonarlo? Soy su madre á pesar de todo,
+y una madre ya sabes cómo tolera y perdona. El infeliz
+no tiene la culpa de sus malos pensamientos: fuiste
+tú quien se los sugirió. Además, eso pasará; yo tengo
+la esperanza de que se desvanecerán sus disparatadas
+ideas.</p>
+
+<p>La suposición de abandonar al inválido excitó su
+piedad, dando á sus palabras un tono amoroso.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué sería de él! No conoce á nadie: está solo en el
+mundo; los otros oficiales viven en su patria, tienen familia...<a name="page_399" id="page_399"></a>
+Antes podía ir en busca de Clorinda; ahora «la
+Generala» se ha marchado, y sólo le quedo yo, ¡la única!...
+¿Y quieres que lo olvide? Tú no le conoces bien:
+eres su enemigo. Yo recuerdo con delicia su época de
+inocencia. Era igual á mi hijo; no, tenía algo más: un
+agradecimiento, una veneración reconcentrada que yo
+no había conocido nunca. Olvidas la fragilidad de su
+existencia. El hace lo mismo: no conoce su verdadera situación;
+siente las ilusiones de una juventud sana; cree
+contar con muchísimos años. ¡Pobre! ¡El esfuerzo que
+me cuesta fingir enfado, repelerle indignada por los
+deseos que ha puesto en mí... en mí, que sólo quiero ser
+su madre!</p>
+
+<p>Este tono de dulce lástima hirió á su oyente. Alicia
+parecía sentir el remordimiento del que presencia las
+últimas horas de un condenado á muerte y tiene que negarle
+la satisfacción de su postrer capricho. Se lamentaba
+como la enfermera que no puede dar al moribundo
+lo que pide entre hipos de agonía.</p>
+
+<p>Miguel creyó adivinar el secreto de las últimas entrevistas
+entre la dama maternal y su ahijado. Tal vez
+ella le hablaba de su salud, dejando por un momento de
+halagarlo en sus ilusiones, descubriéndole el peligro en
+que estaba su existencia; y el otro, con el ardor suicida
+de la pasión, imploraba lo mismo que un niño que ha
+puesto toda su felicidad en la conquista de un juguete:
+«¡Una vez; una vez nada mas!»</p>
+
+<p>Estaba convencido de que así era en la realidad. Lo
+leía en los ojos de ella, que á su vez pareció adivinar lo
+que pensaba el príncipe, ruborizándose levemente.</p>
+
+<p>&mdash;¡El mal que me has hecho!&mdash;repitió&mdash;. Debo alejarlo
+de mí, y no puedo separarme de él. Sería un crimen
+que lo dejase abandonado á su destino. Tú no sabes
+lo que significa para mí esta lucha continua... A veces
+lo veo cuando ronda mi casa; lo contemplo oculta detrás
+de los visillos de una ventana, y me dan ganas de llorar.
+¡Parece tan triste!... Me acuerdo de mi hijo, que también
+vivió solo, más abandonado aún que él, que tal vez
+se interesó por alguna mujer, ansiando muchas cosas
+sin llegar á poseerlas, y siento deseos de llamarle, de
+gritar: «Ya que eso es tu ilusión, niño mío, el último<a name="page_400" id="page_400"></a>
+anhelo de tu vida, ¡toma!... ¡toma, y sé feliz!» Pero pienso
+en su salud, pienso en otras muchas cosas, y contengo
+mis impulsos, y lloro, dejándole que vague en torno de
+mi casa creyéndose olvidado, cuando le recuerdo á todas
+horas. ¡Ay! ¡Que Dios me dé fuerzas! ¡Que no pierda la
+calma, y pueda resistir á mi bondad absurda!... Algunas
+veces lo dudo.</p>
+
+<p>&mdash;¡Oh, Alicia!...</p>
+
+<p>El príncipe lanzó esta exclamación con tono desesperado.
+Su presentimiento pasaba á ser una realidad; veía
+ya á aquel jovenzuelo moribundo poseyendo lo que él
+no había podido alcanzar. Sus ojos reflejaron una cólera
+homicida.</p>
+
+<p>Esta expresión hostil molestó á Alicia, transformándola
+en otra mujer. Reaparecieron en ella la mirada
+dura y la voz cortante que habían acompañado su llegada.</p>
+
+<p>&mdash;Acabemos. He venido para devolverte tu dinero.
+¿No quieres recibirlo? ¿Insistes en tu negativa?... Yo encontraré
+el medio de que lo aceptes. ¡Buenas noches,
+Miguel!</p>
+
+<p>Efectivamente, había cerrado la noche, y el príncipe
+la vió perderse en la penumbra de la calle por donde
+había llegado; una calle sin otra luz que la de un macilento
+reverbero azul.</p>
+
+<p>Pensó un momento en cerrarle el paso, suplicante y
+humilde... No iba á verla más: estaba convencido de
+ello. Pero al mismo tiempo tuvo la percepción de la inutilidad
+de su insistencia. Quería ser olvidada por él;
+aquella entrevista sólo había sido para suprimir todo lo
+que quedaba entre los dos como rastro del pasado... Y
+dejó que se alejase.</p>
+
+<p>A partir de este día, la existencia del príncipe carecía
+de objeto. Algo se había roto en su interior: la voluntad,
+desmenuzándose en polvo, que envolvía sus sentidos
+como una niebla. ¿Qué hacer?... Ni el más angosto
+sendero quedaba abierto ante su iniciativa. Alicia le
+odiaba como si fuese un enemigo. ¡Adiós para siempre!...
+Quedaba el otro, pero este hombre era invulnerable
+para él.</p>
+
+<p>Le bastaba recordar lo ocurrido en el castillo de Lewis,<a name="page_401" id="page_401"></a>
+para ver cortados todos sus intentos de acción. Maldijo
+aquel sentimentalismo eslavo, confuso é incoherente,
+igual al de su madre, que no le permitía insistir en
+la maldad, haciéndole caer, cuando menos lo esperaba,
+en exageradas sumisiones. ¡Ay, sus lágrimas de arrepentimiento!
+¡Aquel beso en la mano del adversario!... Si
+evitaba el volver al Casino, era por no encontrarse con
+Martínez y aquellos dos capitanes que habían presenciado
+el incomprensible final del duelo... Ya no sabía
+imponer su voluntad; la antigua dureza de su carácter
+se había disuelto en la catástrofe de sus deseos.</p>
+
+<p>Volvió á encerrarse en Villa-Sirena, para no ver á
+nadie. Odiaba á las gentes y al mismo tiempo pensaba
+con cierto miedo en las disimuladas sonrisas que podían
+saludar su paso, en los comentarios que surgirían á sus
+espaldas.</p>
+
+<p>Don Marcos era el único compañero de esta soledad;
+y Lubimoff, que en los primeros días sólo cruzaba con
+él contadas palabras, acabó por desear que volviese
+pronto de Monte-Carlo, al cerrar la noche, para oir sus
+noticias, que en otro tiempo hubiese considerado insignificantes.
+Entablaban largas conversaciones sobre lo
+que ocurría en el Casino ó sobre los acontecimientos del
+mundo. Era la curiosidad del preso ó del enfermo, que
+agranda el interés de las cosas con una desorientación
+producto de la inmovilidad y del encierro.</p>
+
+<p>El coronel concedía cada vez menos importancia á
+los sucesos de la vida ordinaria. Toda su atención la
+había concentrado en las costas del Atlántico y la
+opuesta ribera oceánica.</p>
+
+<p>&mdash;¡Siguen llegando!&mdash;decía alegremente, luego de saludar
+á su príncipe&mdash;. Continúa el desembarque de los
+americanos: una verdadera cruzada. Son centenares de
+miles; son millones... ¡Y pensar que muchos ignorantes
+consideraban un <i>bluff</i> lo del envío de los ejércitos de
+América!</p>
+
+<p>Se indignaba de buena fe contra la tal ignorancia,
+olvidado ya de sus escepticismos de meses antes.</p>
+
+<p>&mdash;¡Un gran país!... Y ese Wilson, ¡qué hombre!</p>
+
+<p>Ahora creía al pueblo americano capaz de realizar
+todo lo que se propusiera, por inaudito que fuese; pero<a name="page_402" id="page_402"></a>
+sus ideas tradicionales le impedían sentir un largo entusiasmo
+por algo colectivo y abstracto, sin fisonomía
+humana. El antiguo partidario de la monarquía absoluta
+prefería á los individuos: un hombre que pensase
+por los demás, imponiéndoles sus órdenes. Y á las pocas
+palabras, su entusiasmo por la democracia americana lo
+recogía para depositarlo reconcentrado sobre la cabeza
+de Wilson.</p>
+
+<p>&mdash;¡El primer hombre del mundo!</p>
+
+<p>Se humedecían sus ojos con un fervor de idólatra al
+leer los discursos del Presidente; agotaba todo su léxico
+de palabras laudatorias para expresar su admiración
+por este personaje que hacía desnudar la espada á un
+gran pueblo, desinteresadamente, en defensa de la justicia
+y la libertad, y profetizaba al mismo tiempo un
+porvenir de paz para los humanos, sin naciones rapaces
+que amenazasen la vida de los humildes y los débiles.</p>
+
+<p>Una noche encontró algo nuevo para hacer patente
+su admiración.</p>
+
+<p>&mdash;¡Qué poeta!</p>
+
+<p>Lubimoff, á pesar de su melancolía, empezó á reir.
+¡El presidente Wilson un poeta!...</p>
+
+<p>Don Marcos, balbuceando ante la risa de su príncipe,
+intentó explicarse. No encontraba la palabra exacta para
+precisar su pensamiento, pero insistió, considerándolo
+justo. Un poeta era para él un vidente que dice cosas
+muy hermosas sobre el futuro de los hombres; un profeta
+que sueña en la cumbre, abarcando con la mirada
+lo que no puede ver el vulgo hormigueante á sus pies;
+un ser que, al hablar, sea en la forma que sea, consigue
+que parpadeen de emoción los ojos de los que le escuchan,
+mientras un escalofrío corre por sus espaldas.</p>
+
+<p>Se enredó su lengua al decir esto, pero á través de
+los balbuceos surgía una firme convicción, incapaz de
+rectificarse.</p>
+
+<p>&mdash;En fin, yo me entiendo. Para mí, es un poeta: un
+hombre con alas... con unas alas muy largas.</p>
+
+<p>Volvió á reir el príncipe. ¡Wilson con alas!... Se
+imaginó al Presidente con un sombrero de copa, sus
+lentes, su sonrisa bondadosa, y saliéndole de la espalda
+del chaqué dos triángulos enormes de plumas iguales á<a name="page_403" id="page_403"></a>
+las que llevan los ángeles en los cuadros de la pintura
+religiosa. ¡Gracioso coronel!...</p>
+
+<p>Luego quedó pensativo, mientras su rostro tomaba
+una expresión grave.</p>
+
+<p>&mdash;Tienes razón&mdash;dijo&mdash;. Le veo con alas, unas alas
+tal vez demasiado largas. Gran cosa para volar, ¡pero
+cuando se ha de vivir entre los hombres, marchando
+sobre el suelo!... Temo que le arrastren; temo que se
+las pisen algún día encontrándolas molestas...</p>
+
+<p>Y no hablaron más.</p>
+
+<p>El príncipe quiso romper esta clausura que se había
+impuesto voluntariamente. ¿Por qué seguir en Villa-Sirena,
+cerca de unas personas que ocupaban á todas
+horas su pensamiento y no deseaba ver?... Lo mejor era
+volverse cuanto antes á París. Los cañones de largo
+alcance seguían tirando sobre la capital; casi todas las
+semanas, escuadrillas de aviones alemanes hacían una
+excursión nocturna sobre ella, arrojando explosivos. Tal
+viaje ofrecía el aliciente de la emoción y del peligro á
+este solitario, atormentado en su robustez por una existencia
+inmóvil y monótona, sin otra novedad que el rumiar
+de nuevo sus recuerdos.</p>
+
+<p>Todas las mañanas, al levantarse, formulaba el mismo
+propósito: «Me voy á París.» Pero el viaje se iba retardando
+de semana en semana. Era la abulia del enfermo
+que hace proyectos de vida activa, y apenas intenta
+realizarlos, vuelve á caer sin fuerzas, y los aplaza para
+un porvenir indefinido.</p>
+
+<p>Los detalles más insignificantes se agigantaban ante
+su voluntad enferma. Debía ir á Niza para que le reservasen
+un sitio en la oficina de coches-camas. Pensaba en
+enviar á don Marcos; luego desistía, encontrando preferible
+ir él mismo. Y pasaban las semanas sin realizar este
+breve viaje, preliminar del viaje á París, pareciéndole
+ambos igualmente largos. El, que por tres veces había
+circunnavegado el planeta, se encogía de cansancio al
+pensar en la lentitud de los trenes impuesta por la guerra,
+en las diez y seis horas de ferrocarril.</p>
+
+<p>Una tarde, aburrido de sus magníficos jardines,
+siempre iguales, del silencio de su casa desierta, de las
+distracciones crecientes del coronel, que constantemente<a name="page_404" id="page_404"></a>
+tenía algo que hacer en Monte-Carlo ó en el pabellón del
+jardinero, se lanzó á pie hasta la ciudad y tuvo un encuentro.</p>
+
+<p>Sus pasos le llevaron maquinalmente hacia los bulevares
+altos, cerca de la calle donde estaba Villa-Rosa.
+Al darse cuenta quiso retroceder, y entonces fué
+cuando vió venir por la acera opuesta al teniente Martínez,
+en la misma dirección que seguía él momentos
+antes.</p>
+
+<p>Le pareció más alto, más fuerte, como envuelto en
+un halo de gloria. Su uniforme era el mismo, rapado y
+envejecido por varios años de guerra, pero el príncipe
+lo vió enteramente nuevo y con un brillo deslumbrador.
+Todo en su persona resultaba magnífico y parecía iluminar
+las cosas con su contacto. Tal vez su rostro estaba
+más exangüe y anguloso, pero Miguel se imaginó que
+irradiaba cierto esplendor interno, compuesto de satisfacción
+y de orgullo. Una especie de máscara impalpable,
+de envoltura astral, le hermoseaba, dándole una
+segunda fisonomía, apolónica y triunfadora.</p>
+
+<p>Se cruzaron sin saludarse. El teniente fingió no verle,
+mientras Lubimoff le seguía con una mirada interrogante.
+¿Qué es lo que había de nuevo en este hombre?
+Dudó de su falta de salud, de su peligrosa situación que
+tanto preocupaba á los médicos. ¡Todo mentiras, para
+interesar á las damas! Se fijó en la firmeza arrogante
+de su paso, en el aire de jovenzuelo con que agitaba el
+junco que le servía de bastón.</p>
+
+<p>Al perderlo de vista aún lo vió mejor. Su imaginación
+fué evocando vigorosamente ciertos detalles sobre
+los que había resbalado insensible su mirada. Algo surgió
+con un relieve doloroso en su memoria: varias rosas,
+un pequeño grupo de rosas que el militar llevaba sobre
+el pecho, entre dos botones de su uniforme. ¡Un oficial
+con flores! Eso era lo que había herido sus ojos desde
+el primer instante, con tal extrañeza, que perturbó su
+visión. ¡Ay, estas flores!...</p>
+
+<p>Pasó el resto del día pensando en ellas. Al tenderse
+en su lecho, la obscuridad simplificó la maraña de pensamientos
+y dudas que se revolvía en su cerebro. Lo vió
+todo con una nitidez fría y cortante. «¡Ya ha sido!»<a name="page_405" id="page_405"></a></p>
+
+<p>Saltó de la cama y encendió luz, paseando furiosamente
+por su dormitorio.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ya ha sido!...</p>
+
+<p>Repetía las mismas palabras con una obsesión cruel:
+se arrepintió de su generosidad, como si fuese un crimen.
+«¿Por qué no lo maté?» Luego volvía á su afirmación
+con un acento plañidero, considerando irreparable
+lo que ya había sido. Y por mucho tiempo, en la lobreguez
+que invadió de nuevo el dormitorio, sonaron las
+maldiciones del príncipe, alternadas con rugidos de orgullo
+y angustias de llanto.</p>
+
+<p>Al día siguiente persistió su convicción. La gracia
+pueril de la mañana, que infunde optimismos, fué muda
+para él. ¿Cómo saber la historia de este suceso sospechado
+y temido, pero que nunca creyó llegara á realizarse?...</p>
+
+<p>Una desesperada curiosidad le hizo pasar el día entero
+en Monte-Carlo. Volvió á encontrarse con Martínez.
+El oficial siguió adelante, apartando su mirada para no
+verle; pero el príncipe creyó sorprender en sus ojos una
+expresión fugitiva de lástima generosa, la conmiseración
+hacia un rival desgraciado é inofensivo. También
+llevaba flores: indudablemente distintas á las del día
+anterior.</p>
+
+<p>Lubimoff repitió mentalmente sus lamentos de la
+noche: «Sí, ya ha sido.» Imposible la duda. Pero no se
+le ocurrió matarlo, ni arrepentirse de su generosidad.
+¡Todo inútil! Sólo pensó con envidia en las gentes de
+abajo, en los impulsivos que sienten con simpleza sus
+pasiones, sin el estorbo del honor y la palabra empeñada;
+en los hombres que saltan por encima de leyes y
+costumbres, y cuando quieren matar, matan.</p>
+
+<p>Lo había visto más demacrado que nunca, con unos
+ojos de fiebre: pero ¡ay, aquella máscara impalpable de
+vanidad juvenil, de triunfo, de satisfacción, que irradiaba
+en torno de su cabeza un nimbo de gloria!...</p>
+
+<p>En la noche, Toledo se vió repelido bruscamente por
+su príncipe al intentar comunicarle una carta que había
+recibido de París. El administrador se impacientaba:
+pedía una contestación á Su Alteza sobre la venta de
+Villa-Sirena.<a name="page_406" id="page_406"></a></p>
+
+<p>&mdash;No sé; déjame en paz... Lo mejor será que trate esto
+directamente. Iré mañana á Niza para arreglar mi viaje
+á París... Mañana no; pasado mañana.</p>
+
+<p>No pudo explicarse por qué concedió un día más á
+su inacción: fué un diferimiento maquinal, sin motivo
+alguno. Al día siguiente, después del almuerzo, se arrepintió,
+pero ya era tarde para encontrar al chófer
+que le había servido la tarde del duelo, y que don Marcos
+acababa de ascender al rango de «proveedor de Su
+Alteza».</p>
+
+<p>¿Adónde ir, seguro de no tropezarse con las personas
+que ocupaban su recuerdo?... Cuando empezaba á
+caer la tarde se dirigió á las terrazas del Casino. Un
+concierto al aire libre atraía enorme concurrencia. No
+era fácil que Martínez y la otra se exhibiesen ante esta
+muchedumbre.</p>
+
+<p>Se imaginó vivir en los tiempos de paz; haber retrocedido
+á uno de aquellos inviernos privilegiados que empujaban
+hacia la Costa Azul á los ricos del planeta. Las
+dos terrazas estaban llenas de gente de buen aspecto.
+El cañoneo de París y los ataques de los <i>gothas</i> mantenían
+en Monte-Carlo á muchas damas elegantes que en
+otro tiempo hubiesen considerado perdido su honor al
+permanecer en esta ribera calurosa pasado el invierno.</p>
+
+<p>Faltaban sillas; gran parte del público estaba sentado
+en las balaustradas y las escalinatas. En torno del
+kiosco de la orquesta había una masa de suaves colores,
+formada por los sombreros femeninos, los trajes primaverales,
+los inquietos abanicos. Frente á las terrazas se
+extendía el mar entre promontorios color de rosa. Las
+velas lejanas parecían arder, enrojecidas por el sol moribundo.
+La música se amplificaba voluptuosamente al
+resbalar sobre la epidermis violeta del Mediterráneo y
+el cristal opalino de la tarde.</p>
+
+<p>Nadie pensaba en la guerra; era una calamidad de
+otras tierras y otros cielos. Hasta los convalecientes
+con uniforme, que vivían esta hora dulce, respirando la
+brisa salada, escuchando los quejidos de los violines y
+rodeados de mujeres vistosas, parecían no acordarse.
+Muchos ojos seguían el avance por la línea del horizonte
+de un rosario de vapores pintarrajeados, como<a name="page_407" id="page_407"></a>
+bestias fabulosas, á los que daban escolta varios torpederos.
+Pero el arrullo de la música penetrando al mismo
+tiempo por los oídos quitaba toda significación á este
+medroso disfraz de los buques y á la lentitud recelosa
+con que se deslizaban frente á la costa del placer.</p>
+
+<p>Cuando, después de las siete, terminó el concierto,
+las terrazas se despoblaron. Unicamente siguieron en
+los bancos algunas parejas, que retardaban el instante
+de la separación conversando quedamente en el silencio
+azul del crepúsculo.</p>
+
+<p>El príncipe pudo marchar de un extremo á otro del
+paseo más bajo, sin tener que sufrir el contacto de la
+muchedumbre.</p>
+
+<p>De pronto se detuvo, con una sensación de sorpresa
+y dolor, como si acabase de recibir un golpe en el pecho.
+Por la amplia escalinata que pone en comunicación á
+ambas terrazas descendía una pareja. Su instinto los
+reconoció á los dos antes que su mirada. Un militar, el
+teniente Martínez... ¡y ella!</p>
+
+<p>Iba de luto, lo mismo que la había visto junto á la
+iglesia; pero caminaba con menos resolución, encogida
+y temerosa al verse en este sitio ocupado poco antes por
+casi todos los vecinos de la ciudad.</p>
+
+<p>Hablaban mientras descendían con lento paso. Abstraídos
+en contemplar el mar, no torcieron su vista hacia
+el sitio en que permanecía inmóvil Lubimoff. Tomaron
+una dirección opuesta al llegar abajo, y el príncipe pudo
+seguirles.</p>
+
+<p>Sintió que un poder extraordinario de adivinación
+aguzaba sus facultades; una doble vista que le permitía
+ver y estudiar los rostros de los dos, á pesar de que
+marchaba á sus espaldas.</p>
+
+<p>¡Ay, este paseo! Era el ansia de luz y de aire libre
+que se experimenta después de un encierro dulce; la
+necesidad insolente de mostrar la propia dicha en público,
+cuando empiezan á resultar pesadas las horas
+felices, por su monótona repetición; el deseo de prolongar
+á la vista de todos la intimidad secreta, con el incentivo
+de tener que fingir, ocultando los verdaderos
+sentimientos.</p>
+
+<p>Miguel consideró indiscutibles sus adivinaciones. Era<a name="page_408" id="page_408"></a>
+el oficial, sin duda, quien había propuesto este paseo.
+¡El orgullo de marchar por un lugar público con una
+dama célebre, pensando al mismo tiempo en sus nuevos
+derechos!... Ya no pudo dudar más de la imagen que
+le había hecho rugir en el silencio de la noche... ¡Había
+sido!... ¡Había sido!</p>
+
+<p>El aspecto de ella repelía toda duda. Marchaba con
+cierto desaliento, como el que se ve obligado á seguir
+adelante contra sus fuerzas. Vió su rostro sin verlo. Era
+triste, profundamente triste, con la melancolía del caído
+que tiene conciencia de su abyección y la considera sin
+remedio, por ser obra de un fatalismo irresistible, por
+estar sus causas más allá del radio de la voluntad.</p>
+
+<p>Ladeaba la cabeza hacia su acompañante para mirarle.
+Debía ser una mirada de prisionera agradecida
+que quiere olvidar las miserias del remordimiento y se
+siente contenta sensualmente en la vergonzosa esclavitud.
+Mientras su alma se encogía ante el recuerdo, su
+cuerpo se inclinaba con una atracción material hacia
+aquel otro cuerpo, buscando instintivamente el contacto
+que hacía reflorecer su juventud con una nueva primavera;
+primavera triste, como lo son las sorpresas del
+destino, pero más dulce que las horas cenicientas de la
+soledad.</p>
+
+<p>El odio, la repugnancia, la indignación por la dicha
+ajena, hicieron detenerse al príncipe. ¿Para qué seguirlos?...
+Podían volver la cabeza y verle. Se avergonzó
+al pensar en un encuentro. ¡Miserables!... Debía existir
+alguien en lo alto que castigase estas cosas.</p>
+
+<p>Y se alejó de ellos, caminando hacia el otro extremo
+del paseo para bajar al puerto de La Condamine.</p>
+
+<p>Iba á salir de la terraza, cuando ocurrió algo á sus
+espaldas que le hizo detenerse. Los grupos sentados en
+los bancos se levantaban precipitadamente, y luego de
+hablar corrían hacia el mismo sitio de donde venía él.
+Oyó gritos, gentes que se llamaban. Una noticia parecía
+circular por los dos planos del jardín, haciendo surgir
+personas de los senderos, de los grupos de palmeras, de
+las murallas de vegetación.</p>
+
+<p>Lubimoff se dejó arrastrar por esta alarma, volviendo
+sobre sus pasos. Vió de lejos una mancha creciente y<a name="page_409" id="page_409"></a>
+bullidora, un grupo al que se iban uniendo las filas serpenteantes
+de curiosos que bajaban corriendo las escalinatas.
+El jardín, momentos antes despoblado, vomitaba
+personas por todas sus aberturas.</p>
+
+<p>Al aproximarse al grupo, pudo oir los comentarios
+de varios curiosos sueltos que instruían á los que llegaban.</p>
+
+<p>&mdash;Un oficial convaleciente... Iba paseando con una
+señora... De pronto, cae redondo... lo mismo que si lo
+hubiese herido un rayo... Ahí está.</p>
+
+<p>Sí; allí estaba Martínez, en el centro de la masa humana,
+como una pobre cosa, tendido en el suelo, guardando
+la misma actitud de su caída, con el cuerpo en
+forma de Z: la cabeza en ángulo recto sobre su pecho,
+las piernas dobladas trazando otro ángulo. Lubimoff
+avanzó hasta asomar sus ojos sobre la primera fila de
+mirones estupefactos. Un ronquido continuo, un estertor
+de pobre bestia agonizante salía de su boca espumosa.
+En el cuerpo inmóvil, la única manifestación de vida
+era aquel aullido repitiéndose con una regularidad cronométrica,
+sin cambiar de tono.</p>
+
+<p>Los oficiales abandonaban á sus compañeras para
+meterse en el centro del corro. Al reconocer á Martínez,
+su sorpresa tomaba una expresión acariciante y fraternal.</p>
+
+<p>&mdash;¡Antonio!... ¡Antonio!</p>
+
+<p>Se inclinaban sobre él para hablarle al oído, como
+si durmiese; pero Antonio no escuchaba. Uno de sus
+ojos permanecía oculto en la tierra del paseo; una piedrecita
+había saltado sobre los párpados del otro. Todo
+un lado de su uniforme estaba blanco de polvo. El feroz
+ronquido era lo único que respondía á los cariñosos llamamientos.</p>
+
+<p>Un médico militar salido de la masa tomaba sus manos,
+examinando su pulso con un gesto de impotencia.
+Le habían dado muchos ataques como éste; deseaba que
+no fuese el último...</p>
+
+<p>Arrodillada en el suelo vió á Alicia, absorta por la
+sorpresa, mostrando las sinuosas líneas de su dorso bajo
+las ropas de luto, olvidada de todo lo que existía en
+torno de ella, fijos sus ojos en aquel hombre que minutos<a name="page_410" id="page_410"></a>
+antes marchaba á su lado hablando, sonriendo, convencido
+de que la vida es una felicidad, y ahora estaba tendido
+en el polvo, anguloso y flácido, como una pobre
+cosa que se vacía entre estertores.</p>
+
+<p>Se levantó, avisada por el instinto, no queriendo
+permanecer á la vista de la gente en aquella postura.
+Sus ojos enormes, inexpresivos, asustados, fueron mirando
+alrededor, sin reconocer á nadie. Al encontrarse
+un momento con los de Miguel parpadearon, suplicantes.
+Pero el príncipe se ocultó detrás de la primera fila
+de curiosos, agachando su cabeza, y los ojos de ella siguieron
+adelante en su visión circular, nuevamente apagados,
+creyendo sin duda en un error de la ilusión.</p>
+
+<p>Al quedar de pie Alicia, las gentes se la mostraban.
+Esta era la dama que acompañaba al oficial. Algunos
+la reconocían, repitiendo su nombre: «la duquesa
+de Delille». Por instintiva repulsión, ó por el cobarde
+deseo de no verse mezclados en «historias», nadie la
+hablaba, dejándola sola en el centro del grupo, con
+sus ojos estupefactos que imploraban un auxilio, sin
+saber cuál.</p>
+
+<p>Personas de buena voluntad empezaron á desarrollar
+sus iniciativas autoritarias.</p>
+
+<p>&mdash;¡Aire!... ¡dejen aire!</p>
+
+<p>Daban empellones para hacer mayor el círculo en
+torno del caído; pero inmediatamente se volvían hacia
+éste, ordenando socorros inútiles, y otra vez se estrechaba
+el espacio, llegando los pies de los más avanzados
+junto á la boca aulladora del moribundo.</p>
+
+<p>Una jovencita había trotado espontáneamente hasta
+el <i>bar</i> de la entrada del Casino, volviendo con un vaso
+de agua.</p>
+
+<p>&mdash;¡Antonio!... ¡Antonio!</p>
+
+<p>Los arrodillados compañeros le llamaban en vano,
+pugnando por entreabrir sus mandíbulas y obligarle á
+beber. Su boca repelía el líquido, para seguir repitiendo
+el doloroso rugido.</p>
+
+<p>Empezaron á llegar señoras de las salas de juego,
+atraídas por la noticia. Todas conocían á la duquesa; y
+la miraron con cierta hostilidad, después de contemplar
+al moribundo. El príncipe oyó fragmentos de sus comentarios:<a name="page_411" id="page_411"></a>
+«Un pobre que vivía milagrosamente... La más
+leve emoción... Esa mujer...»</p>
+
+<p>Más allá del grupo correteaban los guardias del
+jardín transmitiéndose órdenes. Habían aparecido los
+bomberos, aquellos bomberos que, según el rumor público,
+se filtraban mágicamente á través de los muros
+del Casino para llevarse á los jugadores caídos en las
+salas.</p>
+
+<p>Esta vez les faltaba la camilla. Los curiosos se apartaron
+para abrir paso á una extraordinaria novedad.
+Un carruaje de alquiler iba avanzando por las terrazas,
+lugar vedado á los vehículos.</p>
+
+<p>Lubimoff vió cómo se elevaba la duquesa repentinamente
+sobre las cabezas del gentío. Acababa de subir
+al carruaje y se mantuvo de pie en él, con la mirada
+perdida y un rostro inexpresivo de sonámbula. Tal vez
+había hecho esto sin reflexión; tal vez el médico militar
+la invitó á subir, creyéndola de la familia del enfermo.
+Varios hombres con uniforme levantaron el cuerpo inánime
+del oficial.</p>
+
+<p>Continuaba su ronquido desgarrador.</p>
+
+<p>Y entonces, ante la muchedumbre, que no podía ver
+con sus ojos estupefactos, Alicia procedió como si estuviese
+sola. Acababa de dejarse caer en el asiento, é hizo
+que pusieran sobre sus rodillas aquel cuerpo igual á un
+cadáver. Ella misma, mientras lo sostenía con un brazo,
+dobló con el otro la aulladora cabeza, haciéndola descansar
+en uno de sus hombros.</p>
+
+<p>El carruaje se puso en marcha lentamente hacia el
+hotel de los oficiales, seguido de una gran parte del
+público. El médico iba á pie, recomendando al cochero
+que marchase despacio.</p>
+
+<p>Miguel la vió pasar, rígida, los ojos agrandados por
+el asombro, la boca crispada por el dolor, con aquel moribundo
+en sus rodillas. Su actitud era la misma de la
+madre divina al pie de la cruz, pero con algo impuro y
+vergonzoso en su pena que hacía inadmisible la imagen.
+«¡Oh, Venus dolorosa!»</p>
+
+<p>No pudo continuar sus pensamientos. Se sintió empujado
+rudamente por una mujer con uniforme. Era
+Mary Lewis que corría, abriendo todo el amplio compás<a name="page_412" id="page_412"></a>
+de sus piernas, para alcanzar al carruaje. Esta amazona
+del bien siempre llegaba á tiempo para encontrarse
+con el dolor.</p>
+
+<p>Lubimoff vió como se alejaba poco á poco el vehículo
+con su orla de gentío. La marcha hasta el hotel iba á
+resultar interminable; todo Monte-Carlo presenciaría su
+paso.</p>
+
+<p>Se sintió triste, muy triste. Aquel oficial era su enemigo;
+¡pero la muerte!...</p>
+
+<p>Alicia le inspiraba menos conmiseración. Sonrió con
+una sonrisa perversa al contemplar por última vez el
+carruaje y su séquito que iba en aumento.</p>
+
+<p>Como escándalo, no era flojo el que acababa de dar
+la duquesa de Delille.<a name="page_413" id="page_413"></a></p>
+
+<h3><a name="XI" id="XI"></a>XI</h3>
+
+<p>Dos días después, Lubimoff vió salir, una mañana, al
+coronel, vestido de negro.</p>
+
+<p>Iba al entierro de Martínez. El y Novoa, como españoles,
+tenían el deber de acompañar al héroe en su último
+viaje sobre la tierra.</p>
+
+<p>A la vuelta relató al príncipe sus impresiones, con
+una concisión dolorosa. Unos cuantos oficiales convalecientes
+habían seguido al féretro. El profesor y él eran
+los únicos acompañantes con traje civil; pero aquellos
+muchachos heroicos y amables le obligaban á presidir
+el duelo, por ser coronel y compatriota del difunto.</p>
+
+<p>Describió el cementerio de Beausoleil, á media falda
+de la montaña en cuya cumbre está La Turbie. A causa
+de la guerra, habían tenido que ensancharlo con varias
+mesetas formando escalinata, y desde estas explanadas
+se abarcaba un paisaje magnífico: Monte-Carlo y Mónaco
+á vista de pájaro, Cap-Martin avanzando sobre las
+olas, y el infinito del mar subiendo y subiendo, hasta
+confundirse con el cielo. Un monumento con un gallo
+en su cúspide, arrogante y victorioso, guardaba los restos
+de los combatientes muertos por Francia. Don Marcos
+aún estaba conmovido por sus propias palabras, dichas
+en medio de un profundo silencio ante la puerta
+de esta tumba común que iba á tragarse para siempre
+el cadáver de Martínez.</p>
+
+<p>&mdash;Hablé para hombres&mdash;dijo Toledo con orgullo&mdash;,
+para hombres estropeados por la guerra; un público de
+héroes... No ha habido en el entierro una sola mujer.</p>
+
+<p>Esto fué lo más interesante para el príncipe: «Ni una<a name="page_414" id="page_414"></a>
+mujer.» Y volvió á preguntarse una vez más qué sería
+de Alicia.</p>
+
+<p>Al caer la tarde, cuando estaba paseando por sus jardines,
+vió venir á lady Lewis precedida del coronel.</p>
+
+<p>Se refugió el príncipe en su casa. La enfermera
+llegaba indudablemente con un grupo de convalecientes
+ingleses, deseosa de corretear entre los árboles, de coger
+flores, y él se sentía falto de fuerzas para escuchar su
+parloteo de pájaro herido y alegre, aquel contento tenaz
+que se prolongaba, á través del dolor, hasta los umbrales
+de la muerte.</p>
+
+<p>Subía el príncipe la escalera para ocultarse en sus
+habitaciones altas, cuando le alcanzó el coronel; y antes
+de que éste le hablase, lo interpeló con violencia. No
+quería ver á la enfermera... Que pasease con sus ingleses
+por todos los jardines: podía disponer de ellos como
+si fuesen de su propiedad; pero que le dejase tranquilo.</p>
+
+<p>&mdash;Marqués&mdash;dijo Toledo&mdash;, la lady viene sola y necesita
+hablar con Su Alteza. Tiene algo importante que
+decirle.</p>
+
+<p>El príncipe y la enfermera ocuparon unos sillones
+de junco fuera de la casa, en una plazoleta rodeada de
+frondosos árboles. Una fuente reía bajo el desgrane de
+su perezoso surtidor.</p>
+
+<p>La luz verdosa reflejada por la arboleda hacía á lady
+Lewis más débil y exangüe. Los restos de su vida parecían
+concentrarse en sus ojos antes de huir perdiéndose
+en el espacio como un flúido incautivable. El príncipe
+iba olvidando su reciente cólera. ¡Pobre lady!...</p>
+
+<p>Volvió á sentir por ella ternura y respeto. Su miseria
+física acababa por convertir la lástima en esa admiración
+que inspira siempre el sacrificio desinteresado.</p>
+
+<p>Ella, acostumbrada á vivir entre los grandes dolores,
+á presenciar catástrofes, tenía en poco las conveniencias
+que rigen la vida ordinaria, y habló inmediatamente,
+con cierta rudeza militar, del motivo de su visita.</p>
+
+<p>Venía de parte de la duquesa de Delille. Había pasado
+los dos últimos días en Villa-Rosa, durmiendo allí
+para no abandonar un solo momento á Alicia. Su desesperación
+primeramente y luego su abatimiento le inspiraban
+miedo. Había intentado matarse.<a name="page_415" id="page_415"></a></p>
+
+<p>&mdash;¡Pobre mujer!... Al fin se serenó, viendo la verdadera
+luz, reconociendo su camino. Estoy satisfecha de
+haberlo logrado con mis palabras.</p>
+
+<p>Los ojos interrogantes de Lubimoff quedaron fijos en
+la inglesa. ¿Qué luz y qué camino eran estos?... Pero
+otra cosa le interesaba más: la causa de su visita, aquella
+misión que le había encargado la duquesa para él.</p>
+
+<p>Lady Lewis adivinó sus pensamientos.</p>
+
+<p>&mdash;Me ha pedido que le vea, príncipe; es su último
+deseo al huir del mundo. Le suplica que se olvide de
+ella, que no la busque nunca, y sobre todo que la perdone
+por el daño que le ha causado involuntariamente.
+Su perdón es lo que reclama con más vehemencia...
+Cuando yo le diga que usted no la odia, esto le devolverá
+la tranquilidad que necesita para su nueva vida.</p>
+
+<p>Miguel quedó absorto. ¿Perdonar?... Alicia no le había
+causado ningún daño. Era él mismo quien se atormentaba
+con sus deseos y sus desilusiones. De persistir en sus
+ideas de meses antes, cuando abominaba de las mujeres,
+no habría sufrido la menor alteración en su cuerda existencia.
+Además, ¿dónde estaba? ¿no podía verla?...</p>
+
+<p>Estas preguntas las interrumpió lady Lewis. Continuaba
+sonriendo dulcemente, pero su voz reveló la firmeza
+de una voluntad inquebrantable.</p>
+
+<p>&mdash;La duquesa ya no vive en Monte-Carlo; he arreglado
+todo lo referente á su viaje. Soy la única que conoce
+su paradero, y no lo revelaré á nadie. No la busque,
+deje que marche en paz hacia la verdad; imagínese que
+ha muerto... como han muerto otros, como mueren y seguirán
+muriendo en nuestra época tantos miles de seres
+á cada nuevo sol... Perdone y olvide. ¡Pobre mujer!...
+¡es tan desgraciada!</p>
+
+<p>Lubimoff comprendió que resultarían inútiles todas
+sus preguntas. Su curiosidad, por insinuante que fuese,
+se estrellaría contra esta reserva. Alicia había desaparecido
+para siempre... ¡para siempre!</p>
+
+<p>Esto le hizo considerarse más triste, más sólo. Experimentó
+junto á esta amazona del dolor humano una
+confianza igual á la que había debido sentir la de Delille
+en los dos últimos días. Era un deseo de confesarse con
+ella, un impulso instintivo de abrirle el alma, como si<a name="page_416" id="page_416"></a>
+de esta mujer que llevaba á los lechos de muerte un
+regocijo frívolo de pájaro pudiese surgir el consejo de
+la suprema sabiduría.</p>
+
+<p>Movió el príncipe la cabeza, murmurando palabras
+de afirmación: «Sí; perdonaba.» No quería dejar sobre
+la otra el más leve peso de su dolor; lo guardaba todo
+para él... Pero á continuación no pudo resistir el empuje
+de este mismo dolor deseoso de exteriorizarse, y sintió
+extrañeza ante las palabras que se le escapaban, atropellando
+su voluntad.</p>
+
+<p>&mdash;¡Yo también, lady, soy muy desgraciado!</p>
+
+<p>La enfermera no manifestó asombro ante tal confidencia.
+Continuó sonriendo, y dijo lacónicamente:</p>
+
+<p>&mdash;Lo sé.</p>
+
+<p>Su sonrisa se fué transformando en un gesto de dulce
+piedad, de conmiseración protectora, como si el príncipe
+fuese un niño necesitado de sus consejos.</p>
+
+<p>Había adivinado su desgracia mucho antes de que la
+duquesa le hablase en sus horas de desesperada confesión.
+Se creía desgraciado por contrariedades de amor;
+pero esta desgracia sólo era la envoltura de otra más
+verdadera y profunda que residía en él, sólo en él.</p>
+
+<p>Intentaba mantenerse apartado de sus semejantes,
+ignorando las preocupaciones de éstos, enquistado en
+su egoísmo, queriendo prolongar sus goces de los años
+tranquilos al margen de la humanidad, que sufría una
+de las mayores crisis de su historia. Era comprensible
+este alejamiento en un cobarde, dominado por el instinto
+de conservación; pero él era valiente. Podía tolerarse
+en un hombre cargado de hijos, que siente á todas
+horas el imperioso deber de su subsistencia y sufre
+miedo; pero él estaba solo en el mundo.</p>
+
+<p>&mdash;Todos somos desgraciados, príncipe. ¿Quién no conoce
+ahora el dolor y la muerte?</p>
+
+<p>Y habló monótonamente de las propias desgracias,
+como si recitase una oración, mientras su sonrisa se iba
+borrando: aquella sonrisa que animaba la fealdad anémica
+de su rostro con una luz vagorosa de aurora.</p>
+
+<p>Seis hermanos suyos habían muerto en una tarde.
+Pertenecían al mismo batallón, y ella recibía la noticia
+de las seis muertes al mismo tiempo. Treinta y dos individuos<a name="page_417" id="page_417"></a>
+de su familia estaban bajo tierra. Muy pocos de
+ellos eran militares; llevaban una existencia de placeres
+antes de la guerra, disfrutaban de grandes riquezas
+y títulos: su vida resultaba tan dulce como la del
+príncipe Lubimoff... ¡pero al verse llamados por el
+deber!...</p>
+
+<p>Nadie escoge su lugar antes de venir al mundo; ninguno puede
+decidir cuál será su patria y cuál su linaje.
+Nacemos arriba ó abajo, á capricho del azar, y amoldamos
+la historia de nuestra existencia al sitio que nos
+designó el acaso. Tampoco puede nadie escoger su época.
+Los que nacen en períodos de paz, cuando la humanidad
+permanece en calma y el salvajismo prehistórico dormita
+dentro del caparazón formado por las civilizaciones,
+son dichosos; tan dichosos como los que vienen á la
+vida en una casa poderosa y se ven exentos de batallar
+por la subsistencia.</p>
+
+<p>&mdash;Pero cuando nacemos en una época de locura&mdash;continuó&mdash;,
+debemos resignarnos y amoldarnos á ella, sin
+huir el hombro á la carga penosa. Tenemos el deber de
+sufrir para que otros sean felices después, como sufrieron
+los antepasados por nosotros.</p>
+
+<p>¡Su dolor al recibir la noticia de aquella muerte en
+masa de sus hermanos!... Ella no se tenía por un ser extraordinario;
+era simplemente una mujer como todas, y
+lloró, entregándose á la desesperación. Luego, una idea
+iba esparciendo por su pensamiento cierta frescura bienhechora.
+¡Si hubiesen hombres inmortales!... Entonces sí
+que resultaría horrible la desesperación, al pensar que el
+muerto podía haberse librado de la muerte manteniéndose
+lejos del peligro. Pero nadie era inmortal.</p>
+
+<p>Morir bajo el proyectil ó bajo el microbio, era morir
+lo mismo. Sólo variaba la postura, y para muchos ofrecía
+mayor seducción volver á la tierra de un modo fulminante,
+en plena embriaguez heroica, con una idea generosa
+en el pensamiento, que extinguirse lentamente
+entre sábanas, frente á una pared, manchado y envilecido
+por todas las suciedades de una materialidad que
+empieza á disgregarse.</p>
+
+<p>Era el santo miedo, guardián de nuestra conservación,
+el que perturbaba á las gentes, ocultándoles la<a name="page_418" id="page_418"></a>
+terrible verdad que existe al término de toda vida. Las
+gentes cuerdas consideraban una locura el ir al encuentro
+de la muerte. Muy bien si la muerte fuese algo inmóvil
+que sólo pone su mano en el que se le acerca...
+Pero si el hombre no va en su busca, ella corre con pasos
+de cien leguas en busca del hombre. ¿Quién puede
+adivinar el momento del encuentro?... Lo mejor era despreciarla,
+no concederle el tributo de un recuerdo continuo,
+engendrador de angustias y miedos.</p>
+
+<p>Además, la muerte en el lecho resultaba una muerte infructuosa
+y estéril. ¿A quién podía servir, aparte de los
+herederos?... La otra muerte por una idea, aunque fuese
+errónea, representaba una afirmación, un acto de energía
+y de fe, y con la suma de tales actos se va tejiendo
+la historia noble de la humanidad.</p>
+
+<p>El príncipe admiró la sencillez con que esta mujer
+casi moribunda ensalzaba el heroísmo de la vida despreciando
+á la muerte.</p>
+
+<p>Había colocado su pensamiento en lo alto, más allá
+de los egoísmos y los deseos que forman la trama de la
+vida ordinaria. Si todos hiciesen lo que les conviene
+únicamente, la humanidad en masa no tendría por qué
+considerarse superior á los animales.</p>
+
+<p>La lady poseía un ideal: sacrificarse por sus semejantes;
+servirles aun á costa de su existencia. Casi se congratulaba
+de la guerra, que la había ayudado á encontrar
+el verdadero camino. En tiempo de paz hubiese
+hecho lo que todas: uniendo su suerte á la de un hombre,
+para tener hijos y constituir una familia. El egoísmo
+amoroso resume el mundo en dos seres; el egoísmo de
+la madre no reconoce nada interesante más allá de su
+prole. Unicamente cuando llega la vejez y se han desvanecido
+las perspectivas ilusorias de la vida se reconoce
+la gran verdad, ó sea que hay que interesarse y
+sacrificarse por todos los que existen... Pero la piedad
+de la vejez es infructuosa y corta. Mary Lewis se consideraba
+feliz por haberse lanzado desde el primer momento
+en la buena dirección, sin el largo rodeo de los
+otros para llegar tarde á la verdad.</p>
+
+<p>&mdash;Yo he tenido mi novela, como todos.</p>
+
+<p>Dijo esto con sencillez, pero al mismo tiempo la poca<a name="page_419" id="page_419"></a>
+sangre que le restaba animó su rostro con tenue rubor,
+como si fuese á confesar algo extraordinario.</p>
+
+<p>Un hombre estudioso la amaba; un antiguo secretario
+de su padre el gobernador colonial. Sólo una vez se
+habían confesado este amor. Luego continuaron su vida
+como siempre, guardando cada uno su secreto, poniendo
+la realización de sus ilusiones en un porvenir indeterminado...
+Pero llegaba la guerra.</p>
+
+<p>El había corrido de los primeros á alistarse como voluntario:
+«Mary, soy soldado.» Y Mary había respondido:
+«Hace usted bien.» Se escribían de tarde en tarde
+breves cartas. Tenían cosas más importantes que hacer.
+El no poseía la hermosura y la fuerza del héroe, como
+los hermanos de lady Lewis. Hasta sospechaba ésta que
+su aspecto era poco militar, á causa de los torpes movimientos
+de una vida vegetativa acostumbrada á encorvarse
+sobre la mesa de escribir. Pero cumplía su deber, y
+más de una vez le habían citado por sus frías audacias.</p>
+
+<p>Nunca se realizarían los deseos de los dos. Aunque
+ella alcanzase á vivir después de la guerra, continuaría
+su existencia presente en los hospitales civiles, en los
+países remotos azotados por las epidemias. El tal vez se
+casase con otra, ó tal vez permanecería fiel á su recuerdo,
+dedicándose por su parte á remediar el dolor de
+los hombres. Mas vivirían alejados, yendo adonde les
+llamase su deber, pensando á todas horas uno en el otro,
+pero sin verse, como los monjes letrados y las religiosas
+apasionadas que en otros siglos llenaban su existencia
+con una amistad espiritual sostenida desde sus lejanos
+monasterios.</p>
+
+<p>Miguel volvió á admirar esta abnegación. Lady Lewis
+pertenecía al pequeño grupo de elegidos que desconocen
+el egoísmo y ansían sacrificarse por el bien; á las eternas
+santas que existieron antes del nacimiento de las religiones,
+y que continuarán floreciendo lo mismo cuando la
+duda haya acabado de arruinar las creencias actuales.</p>
+
+<p>&mdash;Usted es un ángel&mdash;dijo el príncipe.</p>
+
+<p>&mdash;No&mdash;protestó ella-: yo soy una amorosa, una gran
+amorosa.</p>
+
+<p>Lubimoff sonrió con cierta lástima.</p>
+
+<p>&mdash;¿Amorosa usted, lady?...<a name="page_420" id="page_420"></a></p>
+
+<p>Ella siguió hablando, como si le molestase la extrañeza
+de su oyente. ¿Qué era el amor de los otras mujeres
+comparado con el suyo? Ponían su ternura, su deseo de
+sacrificio, en un solo hombre. Más allá de él no encontraban
+nada digno de interés. Ella amaba á todos los
+hombres, ¡á todos! hasta aquellos enemigos que había
+cuidado muchas veces en las ambulancias del frente.
+Estaban engañados; y si realmente habían sido perversos
+y deseaban continuar siéndolo, ella sólo les veía en
+su estado actual, tendidos en una cama, con las carnes
+rotas, amenazados por la muerte. Eran unos desgraciados
+nada más, y esto bastaba para que olvidase su origen.</p>
+
+<p>Deseaba el triunfo de los suyos, porque los otros representaban
+la exaltación de la fuerza brutal, la divinización
+de la guerra, y ella quería que no hubiese más
+guerras. ¡El amor imperando sobre el mundo entero!...
+Harta desgracia era que los hombres no pudieran suprimir
+con igual facilidad la pobreza, el dolor y la muerte,
+divinidades negras que nos toman al nacer y con las
+que batallamos hasta el último momento.</p>
+
+<p>&mdash;Yo amo todo lo que vive: las personas, los animales,
+las flores. ¿Qué es al lado de esto el amor entre hombre
+y mujer, que las gentes consideran el único amor y no
+es mas que el egoísmo de dos seres apartados de sus semejantes,
+viviendo sólo para ellos?... Mi amor también
+es un egoísmo, lo reconozco; tal vez algo peor: un orgullo.
+¡Si usted conociese mis alegrías cuando he salvado
+de la muerte á uno de mis <i>flirts</i>, á uno de esos pobres
+heridos que no veré más!... No me admire, príncipe, no
+me compadezca. Soy únicamente una pobre mujer:
+¡nada de ángel! Además, muy mala; tengo mis remordimientos,
+como todos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Usted, lady!...&mdash;volvió á exclamar el príncipe con
+un gesto de incredulidad.</p>
+
+<p>Y ella, para que el otro no dudase, se apresuró á
+contar el gran pecado de su existencia. Viajando por
+Andalucía había visto al borde de un río unos muchachos
+que intentaban ahogar á un perro vagabundo, arrojándole
+piedras. Mary cayó sobre ellos, loca de cólera,
+apaleándolos con su quitasol. Uno de los chicuelos lloró,
+arrojando sangre por las narices... Este mal recuerdo<a name="page_421" id="page_421"></a>
+había perturbado muchas de sus noches. Ahora no podía
+ver á un niño sin acariciarlo con la vehemencia del remordimiento.</p>
+
+<p>También había sostenido disputas en varios países
+con los carreteros que golpean á sus bestias, con los
+dueños de hotel que no le permitían guardar en su habitación
+los perros y gatos sin dueño encontrados en
+las calles.</p>
+
+<p>Antes de la guerra, su lástima era toda para los animales.
+La humanidad sabe defenderse. Pero ahora, las
+matanzas de seres uniformados desviaban su dulce ternura
+hacia los hombres. Estaban más faltos de cariño y
+protección que las pobres bestias.</p>
+
+<p>El recuerdo de sus <i>flirts</i>, que á estas horas se removían
+en sus camas cubiertos de vendajes, ansiosos de la
+presencia de lady Lewis, ó permanecían en un banco
+con los ojos inmóviles vueltos hacia el sol, negándose á
+pasear por faltarles el suave apoyo de su brazo, le hizo
+abandonar su asiento. «¡Adiós, príncipe!» Los enamorados
+la esperaban.</p>
+
+<p>Puesta de pie, recordó el motivo de su visita, hablando
+de nuevo con aquel tono que revelaba su firme
+voluntad.</p>
+
+<p>Era inútil que buscase á la duquesa. La pobre, después
+de tantas desorientaciones en su vida, acababa de
+encontrar el verdadero sendero, el mismo que ella, más
+afortunada, había seguido en plena juventud. La virgen
+dolorosa habló con naturalidad del pasado de Alicia.
+Lo conocía todo. En el silencio de Villa-Rosa, la otra se
+había confesado desesperadamente, sin que la enfermera
+sintiese escándalo ni asombro. ¡Qué representaba esta
+catástrofe moral de una simple persona, cuando el mundo
+veía á cada minuto los más inauditos crímenes!...</p>
+
+<p>&mdash;Partió esta mañana, y está muy lejos... ¡muy lejos!&mdash;dijo
+la lady&mdash;. Es posible que jamás vuelvan á verse...
+Yo le escribiré que usted la perdona, y esto le proporcionará
+la tranquilidad que necesita en su nueva existencia.</p>
+
+<p>El príncipe la fué acompañando hacia la salida de
+sus jardines. Durante el camino volvió á lamentarse.
+Necesitaba exteriorizar el desaliento en que le había<a name="page_422" id="page_422"></a>
+dejado la resistencia de la inglesa á decirle el paradero
+de Alicia.</p>
+
+<p>&mdash;Soy muy desgraciado, lady.</p>
+
+<p>&mdash;Lo creo&mdash;contestó ella&mdash;. Mis desgracias son más
+grandes que las de usted, pero las sobrellevo mejor.</p>
+
+<p>Para Mary, la vida era á modo de una balanza. En
+un platillo caía el infortunio: nadie se libraba de este
+peso; pero había que equilibrar el espíritu colocando en
+el platillo opuesto algo grande, un ideal, una esperanza.
+Ella había encontrado el contrapeso necesario: el amor
+á todo lo existente, el sacrificio por los semejantes, la
+abnegación en todos los momentos.</p>
+
+<p>¿Qué tenía el príncipe para contrabalancear las sacudidas
+del destino?... Nada. Seguía viviendo como en
+los años de paz, pensando únicamente en él. Era todavía
+como habían sido los demás hombres antes de que la
+guerra los sacase de su individualismo egoísta, haciendo
+reflorecer las virtudes de la solidaridad y el sacrificio.
+Por eso bastaba un simple obstáculo á sus deseos, un
+desengaño amoroso, algo que sólo puede perturbar la
+vida de un adolescente, para que se considerase desgraciado...
+¡Ah, si tuviera un ideal superior! ¡Si pensara menos
+en él y más en los hombres!</p>
+
+<p>Se estrecharon los manos junto á la verja.</p>
+
+<p>&mdash;¡Adiós, lady!&mdash;dijo el príncipe inclinándose.</p>
+
+<p>De estar don Marcos presente, hubiese reconocido
+esta voz. Era la misma de la tarde del desafío, cuando
+encontró á la inglesa con los dos ciegos; una voz hermosamente
+grave, en la que parecían gotear lágrimas.</p>
+
+<p>Toledo sólo apareció algunos instantes después, saliendo
+del pabellón del jardinero, para encontrarse con
+el príncipe, que regresaba pensativo hacia su «villa».</p>
+
+<p>Lubimoff habló para darle una orden con tono duro.</p>
+
+<p>&mdash;Me marcho á París... Quiero salir mañana; arregla
+lo necesario.</p>
+
+<p>Luego, al fijar sus ojos en el coronel, continuó, con
+voz más dulce:</p>
+
+<p>&mdash;Creo que nunca volveré aquí... Voy á vender Villa-Sirena.<a name="page_423" id="page_423"></a></p>
+
+<h3><a name="XII" id="XII"></a>XII</h3>
+
+<p>Don Marcos desciende por los jardines públicos hacia
+la plaza del Casino, en conversación con un militar.</p>
+
+<p>Ya no es el ceremonioso coronel que besaba manos
+viejas y nobles en los salones de juego y asistía como inevitable
+comensal á los almuerzos de todas las familias
+linajudas de paso en el Hotel de París. Nada recuerda en
+su persona los levitones forrados de terciopelo, los sombreros
+de seda blanca y demás esplendores de su elegancia
+original. Va sobriamente vestido de obscuro, y
+su aspecto tiene algo de rústico; revela al hombre que
+vive en el campo, gusta de cultivar la tierra y se siente
+cohibido al volver á la existencia urbana. Lleva puestos
+los guantes, lo mismo que en sus buenos tiempos; pero
+ahora es por necesidad. Sus manos le recuerdan cierto
+exiguo jardín en torno de una «villa» diminuta, con
+cinco árboles, doce rosales y unos cuarenta arbustos
+más, que conoce uno por uno, dándoles nombres propios,
+cuidándolos y regándolos fervorosamente hasta
+encallecer sus dedos.</p>
+
+<p>El militar también marcha como un hombre de campo,
+mirando á todos lados curiosamente. Un áspero bigote
+cubre su labio superior, uno de esos bigotes duros
+y agresivos que surgen después de largos años de continua
+rasura. Su uniforme es viejo, desteñido por el sol
+y las lluvias. El paño amarillento tiene el color neutro
+de la tierra. Su brazo derecho pende inerte del hombro
+y se mueve al ritmo del paso, con el vaivén de las cosas
+inanimadas. La mano va cubierta de un guante cuya rigidez
+acusa el relieve de algo duro y mecánico. La otra<a name="page_424" id="page_424"></a>
+mano se apoya en un garrote, y una pipa humea en su
+boca. Sobre sus bocamangas casi se confunde con el color
+de la tela un breve y único galón de oficial.</p>
+
+<p>&mdash;Diez meses y veinte días&mdash;dice Toledo&mdash;que Su Alteza
+salió de aquí... ¡Qué de cosas han ocurrido!</p>
+
+<p>El militar es el príncipe Lubimoff: un Lubimoff que
+parece más fuerte, más sereno y decidido que el del año
+anterior, á pesar de su brazo artificial. La cabeza tiene
+las mismas canas de antes, discretamente esparcidas;
+pero el bigote, al crecer libremente, ha surgido casi
+blanco.</p>
+
+<p>Las patillas del coronel son de la misma tonalidad.
+Con la desaparición de sus elegancias cesaron igualmente
+los cuidados de tocador, y el gris discreto de un teñido
+prudente ha dejado paso al blanco de una franca vejez.</p>
+
+<p>Don Marcos señala la plaza hacia la que se dirigen
+los dos.</p>
+
+<p>&mdash;¡Si hubiese visto Su Alteza esto la noche del armisticio!</p>
+
+<p>La noticia del triunfo hacía correr á todas las gentes.
+Bajaban de Beausoleil, subían de La Condamine,
+llegaban del peñón de Mónaco. Por primera vez después
+de cuatro años, se iluminaban de arriba á abajo las fachadas
+del Casino, de los hoteles y cafés. La plaza estaba
+repleta de gente. Todos parpadeaban deslumbrados,
+después de la larga noche en que les había tenido
+sumidos la amenaza submarina. Unos cuantos instrumentos
+de cobre rugían la <i>Marsellesa</i>, y la muchedumbre,
+siguiendo las banderas de los países aliados, daba
+vueltas en torno del «queso», como las falenas alrededor
+de la luz, no queriendo salir de la plaza.</p>
+
+<p>De pronto se había formado una larga línea danzante,
+una farándula, que empezó á correr y saltar,
+agrandándose en cada una de sus contorsiones. Todos
+se agregaban á ella, por el contagio del entusiasmo; el
+oficial unía su mano con la del soldado; las graves
+señoras levantaban las piernas y perdían el sombrero;
+las señoritas tímidas gritaban, con los cabellos sueltos;
+los rostros femeninos tenían esa expresión de locura entusiástica
+que sólo se ve en los días de revolución. Los
+cojos saltaban, los ciegos creían ver, los mancos se agarraban<a name="page_425" id="page_425"></a>
+con sus muñones á la fila serpenteante. La <i>Marsellesa</i>
+parecía un himno milagroso, comunicando á todos
+una nueva fuerza. ¡La paz!... ¡la paz!</p>
+
+<p>En una de sus evoluciones, la cabeza de la humana
+serpiente remontaba las gradas del Casino, La farándula
+quería meterse en el atrio, en las salas de juego, para
+arrastrar entre sus anillos al público, á los <i>croupiers</i>, á
+las mesas. Toda actividad interesada debía cesar en esta
+hora de generosa alegría.</p>
+
+<p>&mdash;¡Ay, los jugadores! ¡Qué enfermedad la del juego,
+marqués! Al llegar á la plaza se quitaban el sombrero
+ante las banderas, faltaba poco para que llorasen, cantaban
+una estrofa de la <i>Marsellesa</i>. «¡Viva Francia! ¡Vivan
+los aliados!...» Y á continuación se metían en el Casino
+para apuntar su dinero al mismo número de la fecha
+celebre ó á otras combinaciones sugeridas por la paz.</p>
+
+<p>Los porteros, con aire de viejos gendarmes, formaban
+en masa heroicamente para rechazar con sus pechos,
+sus panzas y sus puños la farándula revoltosa que
+pretendía introducirse en el solemne palacio. Parecían
+indignados. ¿Cuándo se había visto tamaña insolencia?...
+Buena era la paz, y el pueblo debía regocijarse; ¡pero
+meterse en el Casino como un motín danzante, para interrumpir
+el funcionamiento de una industria honrada!...
+Y habían acabado por repeler gradas abajo aquella
+fila de señoras desgreñadas por el entusiasmo, de
+militares condecorados que olvidaban repentinamente
+sus enfermedades v sus heridas.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>El príncipe y Toledo llegan á la plaza y se dirigen á
+la izquierda del Casino, donde está el Café de París.</p>
+
+<p>Lubimoff se sienta á una mesa, en un ángulo saliente
+del café que las gentes apodan «el Promontorio». El coronel
+permanece derecho. Ha pasado la tarde con el
+príncipe, y necesita volver á su casa. Ya no tiene la
+independencia de antes; alguien vive con él, y su nueva
+situación le impone obligaciones ineludibles.</p>
+
+<p>Ve con la imaginación la casita que habita en lo alto
+de Beausoleil, rodeada de un pequeño jardín. Todo es
+suyo por escritura pública. Pero la suerte de su propiedad<a name="page_426" id="page_426"></a>
+no le inquieta: nadie se llevará sus paredes y sus
+árboles. Lo que le tiene nervioso es cierto suboficial
+americano, joven y membrudo, que siente la manía de
+pasear en torno de su vivienda, y ciertos ojos claros que
+le siguen hambrientos desde una ventana, cierta boca
+carnuda que le sonríe, ciertas manos que él cree haber
+sorprendido de lejos arrojando una flor, y cuya propietaria
+le grita furiosa todos los días para convencerle de
+que ha visto visiones.</p>
+
+<p>Don Marcos se ha casado.</p>
+
+<p>Pocas semanas después de marcharse el príncipe, un
+gran cambio se realizó en su existencia. Villa-Sirena era
+ya de aquel nuevo rico, constructor de autocamiones y
+aeroplanos, que también había comprado el palacio de
+París. El coronel, al darle posesión, sólo se acordó de
+alabar los méritos del jardinero y su familia.</p>
+
+<p>Lubimoff, antes de marcharse al frente, se había ocupado
+de la suerte de su «chambelán», asegurándole una
+pensión de diez mil francos al año y enviando además
+cierta cantidad para que comprase una casa. Ya que
+deseaba morir en Monte-Carlo, debía tener su pequeña
+Villa-Sirena.</p>
+
+<p>Al poco tiempo de jardinear en su propiedad, viendo
+abajo la plaza del Casino, Toledo fué en busca de Novoa.
+Era su mejor amigo; además, era español, y tenía el deber
+de servirle en la circunstancia más importante de su
+vida. Lo necesitaba como padrino de boda. El profesor
+quedó estupefacto al enterarse de que se casaba con la
+hija del jardinero. ¡Una muchacha que podía ser su
+nieta!... Era desafiar al destino, correr á sus años en
+busca de la desgracia que ya presagiaba su nombre.</p>
+
+<p>&mdash;Piense usted, don Marcos, que la juventud tiene sus
+derechos.</p>
+
+<p>&mdash;Y la vejez sus deberes&mdash;contestó el coronel con bondad,
+resignándose ante el porvenir.</p>
+
+<p>Ahora, de pie ante el príncipe, balbucea con timidez
+y confusión porque va á abandonarlo.</p>
+
+<p>&mdash;Me espera Madó: la pobrecita sale muy poco. Le
+gusta que la lleve por las tardes al concierto en las terrazas.
+Son las cinco.</p>
+
+<p>Y cuando el príncipe asiente con un movimiento de<a name="page_427" id="page_427"></a>
+cabeza, echa á andar precipitadamente. Luego, más lejos,
+casi empieza á correr cuesta arriba, jadeando y sin
+sentir el cansancio. Desea llegar á su casa pronto, y
+tiene miedo de llegar. Madó sólo le convence cuando
+está al alcance de sus gritos. Se estremece pensando que
+puede de nuevo ver visiones.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Al quedar solo el príncipe, se borran poco á poco de
+sus ojos el vaso que tiene delante, las mesas inmediatas,
+el gentío sentado en torno del «queso». Su visión se contrae
+y se hunde, para contemplar otras imágenes que
+guarda su memoria.</p>
+
+<p>Llegó en la mañana á Monte-Carlo. Sólo van transcurridas
+unas horas, ¡y ha visto tanto!...</p>
+
+<p>Recuerda unas frases de su amigo Lewis; frases tristes,
+dichas en uno de los almuerzos en Villa-Sirena: «La
+vida es rara y desigual en su curso. Transcurre el tiempo
+sin que surjan sucesos extraordinarios, y de pronto, las
+horas valen meses, los días son años, y pasan en unos
+minutos cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos...»
+¡Qué de muertes en el espacio relativamente breve
+que le separa de su última salida de Monte-Carlo!...</p>
+
+<p>Lubimoff ve en su memoria el corto y agitado período
+después de su llegada á París: su ingreso en la Legión
+extranjera, el grado de subteniente concedido al antiguo
+capitán de la Guardia imperial, su ida al frente después
+de haber distribuído y colocado el millón y medio
+producto de la venta de Villa-Sirena, la dura vida de
+campaña, los combates, la muerte acompañando con
+una generosidad lúgubre los avances de la ofensiva
+triunfal. Recuerda su encuentro con un legionario que
+le llama y al que tarda en reconocer: ¡Atilio Castro! Un
+Castro que ya no sonríe irónicamente, que contempla la
+vida con gravedad y parece convencido ahora del valor
+de sus acciones. Como pertenecían á distintas compañías,
+ya no se vieron más. Un anochecer lo encontró
+después de un combate, pero tendido en el suelo entre
+otros cadáveres, con la frente rota, la masa cerebral al
+descubierto. El rictus de la muerte era en él una sonrisa
+serena. ¡Pobre Castro!... ¿Qué sería de doña Clorinda?...<a name="page_428" id="page_428"></a></p>
+
+<p>El príncipe deja de pensar en esto. Otros cadáveres
+le atraen. Evoca una visión reciente: su llegada á Monte-Carlo
+después de haber vivido mucho tiempo en un hospital.
+Al bajar del tren, Toledo examina con emoción el
+brazo mecánico que disimula imperfectamente el brazo
+amputado. Ha sufrido varios meses las consecuencias
+de una herida fatal y estúpida, recibida sin gloria pocos
+días antes del armisticio.</p>
+
+<p>Sube á la risueña casita de don Marcos, que será, la
+suya mientras permanezca aquí. Allá abajo, avanzando
+sobre el mar, encuentra el promontorio de Villa-Sirena,
+que es de otro, y vuelve la vista para evitar que renazcan
+ciertos recuerdos. Esto hace que tropiece con los
+ojos de Madó, la señora de Toledo; unos ojos que consideran
+sin duda más interesante al príncipe Lubimoff
+bigotudo, avejentado y con uniforme, que cuando era el
+elegante amo de sus padres. ¡Pobre coronel!... Y huye
+de la mirada tentadora, de la boca carnuda y purpúrea
+que parece desafiarle al sonreir.</p>
+
+<p>Después del almuerzo sigue un camino que asciende
+por la montaña formando ángulos; ve un muro de piedra,
+pasa una puerta, contempla un instante un monumento
+rematado por un gallo enorme.</p>
+
+<p>Toledo se descubre. ¡Paz á los héroes! Luego señala
+la entrada de la fúnebre construcción.</p>
+
+<p>&mdash;El pobre Martínez está ahí.</p>
+
+<p>Bajan por unas gradas de piedra á una segunda sección
+del cementerio, escalonado en la montaña. En esta
+meseta sólo hay tumbas á ras del suelo, losas sepulcrales
+guardadas por un rectángulo de cadenas ó simplemente
+con orlas de flores. Un instinto estético parece
+influir en la parquedad de los ornamentos. Desde estas
+explanadas se ve una gran extensión de costa verde
+moteada de blanco por las «villas» y las poblaciones; los
+Alpes de color de rosa, los cabos de rocas purpúreas, el
+azul profundo y denso del Mediterráneo, el azul flúido
+y suave de un cielo sin nubes. Y las tumbas sonríen
+en esta Naturaleza esplendorosa, difundiendo, al entreabrirse
+bajo la acción del calor, un ligero vaho de sebo,
+un tufillo de estearina líquida.</p>
+
+<p>Busca el coronel entre ellas, leyendo los nombres.<a name="page_429" id="page_429"></a></p>
+
+<p>&mdash;Aquí, marqués.</p>
+
+<p>Señala una losa con una simple inscripción: «Mary
+Lewis.»</p>
+
+<p>&mdash;Lo mismo que un pájaro, Alteza. Un amanecer la
+encontraron muertecita en su cama del hospital. No dió
+un grito, no se quejó; se fué como había vivido... Las
+enfermeras cuentan que el cadáver sonreía; un cadáver
+ligero como una pluma.</p>
+
+<p>En torno de la tumba se ennegrecen varias coronas,
+lo mismo que si las hubiese chamuscado un incendio.
+Toledo rebusca entre estas ofrendas de las compañeras
+de la difunta, hasta señalar un manojo de rosas frescas
+que empiezan á marchitarse.</p>
+
+<p>&mdash;Debe ser de lord Lewis&mdash;sigue diciendo&mdash;. Cuando
+le va mal en el Casino, sube á ver á su sobrina. Su
+Alteza sabrá seguramente que, con la muerte de lady
+Lewis, él es ahora lord... verdaderamente lord.</p>
+
+<p>Levanta el príncipe sus hombros. ¡Vanidades humanas
+en este lugar, que da á todas ellas un carácter grotesco!...</p>
+
+<p>Don Marcos adivina su impaciencia, y mientras descienden
+dos escalinatas más, va dando explicaciones.</p>
+
+<p>&mdash;La inglesa se fué antes que la otra; por eso la
+enterraron arriba. ¡Han muerto tantos en los últimos
+meses!...</p>
+
+<p>Llegan á la última meseta del cementerio, la más
+baja, un campo cuadrado de tierra rojiza, en el que no
+hay losas, ni columnas truncadas, ni cadenas. Pequeños
+montículos que afectan la forma de un féretro indican
+el lugar de las sepulturas. Algunos tienen cruces
+de madera. De una de éstas pende el retrato de un soldado
+joven en el centro de una corona depositada por
+sus padres.</p>
+
+<p>Dos hombres asoman su busto á ras del suelo y vuelven
+á hundirse después de vaciar sus palas: abren una
+tumba para alguien que va á llegar. Miguel se fija en el
+campaneo lúgubre que viene de abajo, desde una iglesia
+de la ciudad invisible, á través del éter vibrante y
+luminoso.</p>
+
+<p>El coronel insiste en sus explicaciones.</p>
+
+<p>&mdash;Es una sepultura provisional, sin losa, sin nombre.<a name="page_430" id="page_430"></a>
+Con motivo de la guerra, era imposible enviar la muerta
+á París. Estará aquí el tiempo que exige la ley, y luego,
+esa señorita que es su heredera la trasladará al panteón
+del cementerio de Passy, donde está enterrada su madre.</p>
+
+<p>Duda un poco examinando los montículos, y al fin
+se detiene ante uno de ellos, quitándose el sombrero.</p>
+
+<p>&mdash;Aquí es.</p>
+
+<p>Lubimoff no puede contener su extrañeza. «¿Aquí?...»
+Ve un túmulo de tierra sin adorno alguno, sin nada que
+lo diferencie de los otros, y que no le infunde ninguna
+emoción. Mira con inquietud á su acompañante. ¿No se
+habrá equivocado?... ¿No estarán ante la sepultura de
+un pobre militar muerto de sus heridas?</p>
+
+<p>El coronel, ofendido por la duda, repite con energía:
+«Aquí es.» Se acuerda de que fué el único hombre
+que figuró en el entierro. Tres enfermeras, la señorita
+Valeria y él, nada más, siguieron el féretro hasta estas
+alturas.</p>
+
+<p>¡Pobre duquesa de Delille!... Se conmueve Toledo al
+recordar su muerte inesperada. Lady Lewis la había enviado
+al frente. Su nacimiento en los Estados Unidos facilitó
+que la admitiesen en el personal sanitario de las divisiones
+americanas que se batían en Château-Thierry.</p>
+
+<p>Escuchando el príncipe las explicaciones de don
+Marcos, recuerda una confesión de Alicia. Era torpe de
+manos; su voluntad, ansiosa de hacer el bien, flaqueaba
+por falta de medios materiales en el momento de la
+acción. Sin duda por esto la habían expedido á las
+pocas semanas otra vez á la Costa Azul, para que prestase
+sus servicios en un hospital más tranquilo que las
+ambulancias del frente.</p>
+
+<p>Toledo no la había visto. Vivía en las inmediaciones
+de Monte-Carlo sin que él lo sospechase. La primera noticia
+que tuvo de ella fué la de su muerte; una muerte
+que deja pensativo al coronel siempre que la recuerda.</p>
+
+<p>Se infectó con un instrumento de cirugía que acababa
+de ser empleado en una operación. Tal vez fué por
+torpeza de sus manos; tal vez... ¡quién sabe! Don Marcos
+cree que la duquesa estaba cansada de vivir.</p>
+
+<p>&mdash;Una muerte horrible, marqués. Yo no la vi: celebré
+no verla. Me contaron que estaba negruzca é hinchada.<a name="page_431" id="page_431"></a>
+Además, pasó muchas horas de suplicio, apoyándose
+en la cabeza y los talones, hecha un arco, sobre la
+cama, con el cuerpo dilatado por los más atroces sufrimientos.
+El tétanos. ¡Morir así una gran dama tan hermosa,
+tan elegante!... Pero en medio de tales suplicios
+tuvo serenidad para dictar sus disposiciones testamentarias.
+La señorita Valeria ha heredado Villa-Rosa y varios
+centenares de miles de francos: todo lo que ganó
+ella una noche en el <i>Sporting</i>. En cuanto á Su Alteza...</p>
+
+<p>Le interrumpe el príncipe con un ademán. Sabe hace
+tiempo, por las cartas de don Marcos, que Alicia se acordó
+de él en su último instante, dejándolo heredero de sus
+minas de plata en Méjico, de todo lo que poseía al otro
+lado del mar: nada por el momento, tal vez en el porvenir
+una fortuna casi igual á la que Lubimoff tenía antes
+en Rusia.</p>
+
+<p>Permanece con los ojos fijos en la sepultura. Ve
+sobre las laderas del túmulo un musgo fino, un bosque
+minúsculo que abre sus ramajes al soplo de la primavera,
+y entre cuyas hojas se mueven diminutas flores.
+Unas mariposas negras ó verdes moteadas de rojo aletean
+sobre esta selva rumorosa de vida naciente, como
+aletearon las monstruosas aves prehistóricas sobre las
+primeras vegetaciones del planeta.</p>
+
+<p>Miguel establece una relación entre estos insectos y
+el espíritu que habitó el organismo que se deshace cerca
+de sus pies, bajo un metro de tierra. Sus colores variados
+y desacordes le hacen pensar en el alma de la
+muerta. También, minutos antes, otra mariposa blanca
+revoloteando sobre las flores traídas por Lewis le ha
+hecho ver el alma pueril y sublime de lady Mary.</p>
+
+<p>Ahora, sentado en el café, su emoción es mayor que
+en el cementerio. Ve las cosas á través del recuerdo, espiritualizadas,
+limpias de los sedimentos de la realidad.</p>
+
+<p>¡Pobre Alicia! ¡pobre engañada de la vida!... La Venus
+triunfadora, la Helena del «banco de los viejos»,
+la beldad centro de lo existente, ansiosa de admiración
+más que de amor, está en un mísero cementerio, entre
+cadáveres de soldados, y tal vez aceleró con voluntaria
+torpeza su salida de un mundo en el que no encontraba
+lugar, repelida por sus propias acciones.<a name="page_432" id="page_432"></a></p>
+
+<p>Nuestra existencia no es mas que un resultado de la
+voluntad. Formamos la vida á nuestra imagen; en vano
+nos quejamos contra el destino: somos lo que queremos
+ser. Alicia sólo podía terminar de un modo extraordinario,
+de acuerdo con su existencia anterior. El también
+ha vivido como no viven los demás hombres, y morirá
+con una muerte distinta á la de ellos.</p>
+
+<p>No siente dolor ni despecho. Se extraña de haber podido
+odiar á Martínez y deseado á esta mujer con tanta
+vehemencia. Sólo conoce ahora la melancolía de una
+tristeza enorme con el recuerdo de estos seres que ya no
+son, que empiezan á morir
+segunda vez al quedar olvidados
+por los que les conocieron. Unicamente pueden
+inmortalizarse en la memoria del príncipe, pobre memoria
+destinada á perecer á su vez dentro de unos años.</p>
+
+<p>Intenta con la imaginación atravesar la masa de
+tierra que cubre á la muerta; pretende ver en la más
+densa de las sombras. Sólo han transcurrido unos meses
+de descomposición: su personalidad aún no se ha disuelto
+enteramente. La ve como era en la vida y al
+mismo tiempo como es ahora. Su carne se deshace en
+arroyuelos pútridos que corren por los pliegues de las
+ropas chamuscadas. Forzosamente sonríe á todas horas
+en la obscuridad: ya no tiene labios. Sus ojos sirven de
+abrigo á las prolíficas moscas de la tumba, que engendrarán
+millones de millones de destructores. Y este anonadamiento
+de algo que existió, pensó y amó está aún
+en sus preliminares.</p>
+
+<p>A los devoradores de las partes blandas sucederán
+los irresistibles artífices del hueso. Miriadas de trabajadores
+microscópicos laborarán el esqueleto, limpiándolo
+de las últimas impurezas adheridas á su andamiaje,
+desmontando las sabias articulaciones, raspando el cemento
+que adhiere las vértebras. Un día, la mandíbula
+inferior se despegará, rodando hasta la cavidad abdominal,
+una mandíbula cuyos dientes conocieron el esplendor
+de la sonrisa y la caricia del beso. Otro día, el
+cráneo, al partirse en piezas el espigón que le sirvió de
+soporte, rodará también, confundiéndose con el polvo
+de los costillares, con los huesecillos de los pies que
+marcaron el ritmo de un paso ondulante. Dentro de unos<a name="page_433" id="page_433"></a>
+siglos, las revoluciones y las guerras tal vez sacarán á
+la superficie este cráneo. ¿Por qué no?... Lubimoff acaba
+de ver en el frente numerosos cementerios removidos
+por el cañón, con los muertos emergiendo de la tierra,
+tal como los levantó el estallido de las granadas... Y
+cuando alguien, en lo futuro, con la eterna curiosidad
+del príncipe shakespiriano, tome en su diestra el cráneo
+de Alicia, no podrá decir si perteneció á una dama ó
+á una moza de posada, si fué de una beldad ó de una
+negra...</p>
+
+<p>Miguel evoca con irónica tristeza sus ilusiones y sus
+deseos concentrados en esta nada, y siente la necesidad
+de olvidar el cadáver. Sus ojos, que miran hacia dentro,
+ven la minúscula vegetación, los pintarrajeados insectos,
+todo lo que la primavera ha puesto sobre una tumba
+sin nombre. Esto es lo que una vida que se consideró
+superior á las otras ha dejado como único rastro de su
+existencia. Tal vez en la corola de las florecillas hay
+una gota del alma de Alicia, y las mariposas la beben
+para continuar su ebrio revuelo sobre las tumbas.</p>
+
+<p>¡La primavera! El príncipe levanta su pensamiento
+sobre el dolor individual. Recuerda lo que ha visto en
+un pedazo de mundo asolado por la bestialidad de los
+hombres: ciudades en ruinas; pueblos que sólo levantan
+sus muros un metro sobre el suelo, como las urbes descubiertas
+después de un cataclismo; granjas incendiadas;
+campos interminables esterilizados, perforados,
+vueltos al revés por un cañoneo de cinco años; muchas
+tumbas... miles de tumbas... millones de tumbas. Las
+mujeres, vestidas de negro, van por los caminos titubeando
+á través de los escombros y de los embudos
+abiertos por los proyectiles monstruosos. Perdieron sus
+hijos, vieron fusilar sus maridos; ahora exploran el suelo
+en busca de su casa que fué...</p>
+
+<p>Pero el invierno de la guerra ha terminado; ya llega
+la primavera de la paz. Y la misma mano verde que
+pone florecillas y mariposas sobre la tumba anónima
+cuelga olorosas guirnaldas de los muros ennegrecidos
+por el incendio, tapiza con terciopelo vegetal las pendientes
+abiertas por las explosiones, hace gorjear los
+pájaros y rebullir los insectos sobre las sepulturas, guía<a name="page_434" id="page_434"></a>
+la serpenteante enredadera por el leño negro de las cruces,
+como si quisiera convertirlas en tirsos...</p>
+
+<p>¡Ay! La tierra ignora nuestros dolores.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>El príncipe sale de su abstracción, y ve al coronel
+que le saluda de lejos.</p>
+
+<p>Ya está de vuelta, acompañado de <i>madame</i> Toledo,
+cuya cabeza apenas le llega al hombro. Durante el camino
+ella ha mirado atrás muchas veces, con la esperanza
+de verse seguida por el suboficial americano.</p>
+
+<p>Al reconocer al príncipe en el café, olvida al otro, y
+parece suplicarle con los ojos que abandone su asiento y
+vaya con ella á las terrazas.</p>
+
+<p>Se alejan los dos hacia el concierto, y Miguel vuelve
+á caer en su meditación... Recuerda su diálogo con don
+Marcos poco antes, cuando bajaban del cementerio.</p>
+
+<p>Toledo parece inconsolable. La guerra no ha terminado
+bien para él. Se muestra escandalizado por el carácter
+absurdo de su final. ¡Qué tiempos! El fugitivo
+refugiado en Amerongen le desconcierta y le irrita.</p>
+
+<p>&mdash;¡Y yo que le hacía el honor de compararlo con un
+teniente!... ¡Yo que le consideraba capaz de pegarse un
+tiro!...</p>
+
+<p>Treinta años aterrando al mundo con el estrépito
+de su sable y sus bigotes fanfarrones; treinta años de
+titularse «señor de la guerra», haciendo temblar á los
+pueblos con su ceño, sus actitudes heroicas y sus frases
+teatrales; treinta años de preparar millones de hombres
+para el matadero, obligando á los pueblos á vivir armados
+en plena paz, y cuando apunta la desgracia para él,
+cuando considera su existencia en peligro, huye vergonzosamente
+al extranjero, abandonando á los suyos, lo
+mismo que un comerciante que hace quiebra fraudulenta.</p>
+
+<p>&mdash;¡Es la mentira mayor que ha conocido la humanidad&mdash;grita
+indignado el coronel&mdash;, la estafa más grande
+de la Historia!</p>
+
+<p>Matarse no prueba nada: don Marcos lo sabe perfectamente.
+¡Pero hay en la vida tantas cosas que no prueban
+nada y sin embargo son bellas y lógicas!... La
+desesperación de los que se suicidan por amor tampoco<a name="page_435" id="page_435"></a>
+prueba nada, y sin embargo ha inspirado á la poesía y
+á las otras artes sus mejores obras. El marino, al perder
+su buque, se mata; todo hombre de honor que considera
+su falta irremediable apela á la muerte, para caer en
+una postura digna.</p>
+
+<p>&mdash;Y ese emperador&mdash;sigue diciendo Toledo&mdash;que ha
+organizado el exterminio de diez millones de hombres
+desea llegar á viejo... ¡Ah, sinvergüenza!</p>
+
+<p>El honor militar tal como había venido entendiéndose
+á través de los siglos lo desconocían también sus
+generales. Estos especialistas del incendio de poblaciones,
+estos técnicos del fusilamiento de campesinos, estos
+artífices del terror, al ver próximo el desastre, se marchaban
+tranquilamente á sus castillos, como oficinistas
+que abandonan el trabajo.</p>
+
+<p>De todos estos compañeros del «señor de la guerra»,
+el único digno de respeto era un hombre civil, un comerciante,
+un judío, el armador Ballin, de Hamburgo, que
+al ver arruinado el Imperio no quería sobrevivirle y se
+pegaba un tiro. Mientras tanto, los mariscales de la estrategia
+fracasada se dedicaban tranquilamente á educar
+sus perros, escribir sus Memorias y cuidar su salud.</p>
+
+<p>Napoleón, en una de sus últimas batallas, colocaba
+su caballo sobre una bomba; luego pretendía envenenarse
+en Fontainebleau. Llamaba á la muerte, y únicamente
+se decidía á vivir, como un fatalista, al convencerse
+de que la muerte no quería nada de él. El otro
+Napoleón, el de Sedán, podía haberse refugiado en Bélgica,
+abandonando á sus tropas, como lo había hecho el
+triste César germánico; pero, enfermo y desfalleciente
+sobre su caballo, prefería galopar solo á lo largo de una
+carretera barrida por los cañones, esperando la granada
+que lo hiciese pedazos.</p>
+
+<p>Así entendía Toledo el honor militar, así había sido
+aceptado en todas las épocas.</p>
+
+<p>Su cólera era implacable contra los generales del Imperio,
+prontos á correr en la hora mala, y que sólo pensaban
+en su reputación, lo mismo que los cómicos. Rotas sus
+líneas, cercados por los aliados, podían haber caído noblemente,
+peleando hasta el último momento, de acuerdo
+con sus antiguas bravatas. Pero preferían solicitar un<a name="page_436" id="page_436"></a>
+armisticio y entregar sus armas, para que los imbéciles
+que tanto los habían admirado pudieran seguir creyendo
+en su divinidad de invencibles y en que sí se retiraban
+á sus tierras era únicamente por consideraciones de política
+interior.</p>
+
+<p>¡Lúgubres comediantes, como su amo, hasta el último
+minuto!...</p>
+
+<p>Y don Marcos, pensando en el miedo que estos hombres
+han hecho sufrir al mundo durante treinta años,
+grita coléricamente:</p>
+
+<p>&mdash;¡Embusteros!... ¡embusteros!</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Otra vez sale el príncipe de su abstracción. Alguien
+se ha detenido ante él, y oye una voz conocida.</p>
+
+<p>&mdash;Alteza, ¡qué alegría verle!... El coronel acaba de
+anunciarme su llegada.</p>
+
+<p>Es Spadoni: el Spadoni de siempre, como si sólo hubiesen
+transcurrido unas horas desde su última entrevista
+con el príncipe, como si fuese ayer cuando rugía
+de indignación estudiando al piano <i>Lo que la palmera le
+dijo al agave</i>.</p>
+
+<p>No quiere sentarse: tiene prisa; ha venido solamente
+para estrechar la mano de Su Alteza. Ya le verá después
+con más detenimiento en el Casino. El tiene por indudable
+que el príncipe va á entrar en el Casino. ¿A qué otro
+lugar puede ir una persona decente en Monte-Carlo?...</p>
+
+<p>Pasa una rápida mirada por su uniforme, admira su
+rudo aspecto de soldado.</p>
+
+<p>&mdash;He sabido las hazañas de Su Alteza; le preguntaba
+siempre al coronel... ¡Un héroe!</p>
+
+<p>Lubimoff no tiene tiempo para repeler estos elogios.
+Spadoni pasa á ocuparse de algo más interesante. La
+guerra, los héroes... cosas nebulosas y sin sentido. El
+está por la realidad, y empieza á hablar de un nuevo
+personaje admirado por él, un portugués que juega fuerte,
+y cuyo nombre, desde hace unos días, parece llenar
+las salas, á causa de sus ganancias.</p>
+
+<p>&mdash;Yo lo observo; además, es amigo mío y creo poseer
+su secreto. Imagínese, príncipe...</p>
+
+<p>El príncipe se inquieta, adivinando que le va á describir<a name="page_437" id="page_437"></a>
+con toda clase de detalles la combinación del portugués,
+que ya considera suya. Pero el pianista mira
+hacia el Casino, balbucea, y acaba por interrumpir su
+relato. Alguien se aproxima, y él sólo quiere hacer partícipe
+de su secreto al príncipe. Se despide de él, con la
+promesa de revelarle la combinación preciosa en un diván
+de los salones privados, cuando entre en el Casino.</p>
+
+<p>Piensa Lubimoff en su existencia de los últimos meses,
+en sus aventuras de soldado, en su herida, en todo
+lo que le ha ocurrido á él y al mundo entero mientras
+este músico permanecía fijo en Monte-Carlo sin admitir
+otra realidad que el revoloteo de la Quimera.</p>
+
+<p>El amigo Lewis tiende una mano al príncipe. El es
+quien ha cortado con su aproximación la facundia del
+pianista. Los jugadores evitan comunicarse sus secretos,
+por rivalidad profesional. El tiempo, que parece haber
+olvidado á Spadoni, dejándolo lo mismo que lo vió Miguel
+por última vez en su «villa de la tumba», se ha
+ensañado con Lewis, avejentándolo, como si los meses
+valiesen años para él.</p>
+
+<p>Está triste por las pérdidas que sufre y por los recuerdos.
+¡Aquella sobrina que era toda su familia!... Lubimoff
+sabe por el coronel que no ha heredado nada de
+ella. La enfermera gastó toda su fortuna en ambulancias
+y hospitales. Su título es lo único que corresponde á
+Lewis. Se cumplió su profecía: ya es el tercer lord Lewis,
+con el apodo de «el Inútil» que él mismo se ha dado.</p>
+
+<p>Examina al príncipe con una mirada errante, detiene
+los ojos en su brazo rígido, estrecha después con efusión
+su mano izquierda.</p>
+
+<p>&mdash;Usted es un hombre, Lubimoff. Usted sabe hacer
+las cosas...</p>
+
+<p>Y en estas palabras hay un reproche contra él, que
+no puede despegarse de Monte-Carlo, que aquí vivirá y
+morirá haciendo siempre lo mismo.</p>
+
+<p>Sin embargo, este es un gran día. En la mañana ha
+recibido la visita de un amigo que viene á vivir con él
+no sabe por cuánto tiempo, tal vez por dos días, tal vez
+por dos años; un gran amigo del que no tenía noticia
+alguna y muchas veces ha creído muerto: el conde, el
+famoso conde.<a name="page_438" id="page_438"></a></p>
+
+<p>Ha llegado hasta el café con Lewis, que no puede
+separarse de él; ha dado su mano al príncipe como si
+lo hubiese visto el día antes, sin reparar en su uniforme
+ni en su mutilación. Permanece silencioso en su silla,
+pasándose una mano por la cabellera blanca y crespa,
+fijando sus ojos redondos, de fulgor nocturno, en la
+gente que circula en torno del «queso».</p>
+
+<p>Lewis cree que debe sentirse contento. ¡Día de sorpresas!
+Primeramente el conde, después el coronel, que
+le avisa la presencia de Lubimoff...</p>
+
+<p>Evita hablar de su sobrina; incorpora su tristeza á
+las tristezas de todos... La paz le ha sorprendido: ¿quién
+podía esperarla tan pronto, á continuación de la fase
+más angustiosa de la guerra?...</p>
+
+<p>El conde abandona su inmovilidad para hablar.</p>
+
+<p>&mdash;Todo el mundo. Los grandes tratadistas anunciaron
+desde el principio que la guerra terminaría en el
+otoño de 1918. Era cosa sabida. Yo lo he dicho siempre,
+y usted, Lewis, me lo ha oído muchas veces.</p>
+
+<p>Su admirador hace un gesto de extrañeza. Pero no
+puede poner en duda la ciencia de su sabio amigo, y
+prefiere admitir que es él quien ha olvidado las afirmaciones
+del otro. Además, no debió entenderlas. Estos depositarios
+del porvenir nunca exponen sus verdades con
+claridad: se niegan á decir las cosas como los simples
+mortales.</p>
+
+<p>Empieza á decaer la conversación. El inglés piensa
+en el Casino. Iba á entrar en él, cuando le avisó don
+Marcos la llegada del príncipe. Tiene á su lado al
+conde, que vuelve de un viaje misterioso y guarda seguramente
+el rosario de Satán en cierto bolsillo del pantalón
+huroneado continuamente por su diestra.</p>
+
+<p>&mdash;Después nos veremos en el Casino. Supongo que
+usted entrará un instante... A ver si hoy me trata bien
+la suerte, después de tan agradables encuentros.</p>
+
+<p>Y se aleja con el conde hacia el Palacio, donde pasará
+el resto de su vida como en una cárcel.</p>
+
+<p>Lubimoff se fija en dos soldados italianos que le contemplan
+desde la acera del «queso». Son dos <i>bersaglieri</i>
+vestidos de gris, con sombreritos redondos cargados de
+plumas de gallo. Al notar que el príncipe les mira, se<a name="page_439" id="page_439"></a>
+desconciertan, vuelven la espalda avergonzados, se alejan,
+pero antes sonríen y se llevan una mano al empenachado
+sombrero.</p>
+
+<p>Recuerda el príncipe una noticia que le dió don Marcos,
+y los reconoce. ¡Estola y Pistola convertidos en
+guerreros!... Han venido con licencia á ver á sus familias,
+y en la noche subirán á la casa del coronel para
+saludar á su antiguo señor. Parecen más altos, más vigorosos.
+Unos cuantos meses de guerra han bastado para
+hacerles saltar de la adolescencia á la madurez. Todo
+hombre lleva dentro un soldado...</p>
+
+<p>Cuando intenta levantarse para dar un paseo por
+las terrazas, ve venir hacia el café á un señor que le
+saluda con violentos manoteos y á continuación se asegura
+los lentes sobre la nariz.</p>
+
+<p>El príncipe tarda en reconocerle; adivina quién es por
+el timbre de su voz más que por su rostro... ¡El amigo
+Novoa! Los meses transcurridos han dejado en él mayor
+huella que en los demás. Ya no es el varón preocupado
+de las pompas mundanales, que consultaba al coronel
+sobre los méritos de sastres y sombreros. Ha vuelto á la
+esclavitud del pantalón con rodilleras y la corbata de
+nudo hecho; lleva la barba muy crecida y revuelta.
+Sigue siendo joven en la voz, en los ojos, en sus ademanes
+vivaces y torpes, pero va disfrazado de anciano.</p>
+
+<p>Este se alegra más que los otros de ver al príncipe. No
+cesa de alabar á la casualidad, que ha hecho venir á Lubimoff
+y que acaba de hacerle encontrar á don Marcos.</p>
+
+<p>&mdash;Si tarda usted dos días, príncipe, no tengo el placer
+de verle. Me voy á mi tierra pasado mañana. Ya tengo
+bastante de Monte-Carlo. ¡Lo que dejo aquí!... Dinero,
+ilusiones...</p>
+
+<p>Miguel se muestra discreto. Cree oler en su amigo el
+desengaño inesperado, la decepción, que necesitamos olvidar
+para que no continúe atormentándonos. Se acuerda
+de Valeria, y no ve en la persona del catedrático el
+menor vestigio que denuncie el roce con la mujer. Es
+una ruina, un tronco seco; el pájaro que cantaba en sus
+ramas debe haber volado hace mucho tiempo.</p>
+
+<p>Novoa muestra igual discreción. Contempla el uniforme
+del otro, su manga ocupada por un brazo falso;<a name="page_440" id="page_440"></a>
+pero sólo habla de lo sucedido en los últimos meses de
+un modo general, con vagas lamentaciones.</p>
+
+<p>&mdash;¡Las cosas extraordinarias que han pasado! ¡Cuántos
+amigos muertos! La vida acaba de ser como uno de esos
+dramas en los que perecen todos al final del último acto.</p>
+
+<p>El príncipe adivina que Novoa piensa en Alicia y se
+abstiene de nombrarla para no molestarle. Efectivamente,
+piensa en la duquesa, pero ésta sólo es un punto de
+partida para llegar á otra mujer que ocupa su recuerdo.</p>
+
+<p>Al fin habla, dando expansión á su melancolía. Puede
+contárselo todo al príncipe, porque es el único que
+conoce su secreto. (Lo mismo le ha dicho al coronel y
+hasta á Spadoni, al lamentar su desgracia.) Y prorrumpe
+en desesperadas recriminaciones contra Valeria.</p>
+
+<p>Es otra mujer. Ya no la preocupan los países de
+amor, donde las mujeres se casan sin dote. Después de
+muerta la duquesa, es una candidata al matrimonio, que
+ofrece con la cesión de su mano más de trescientos mil
+francos. El profesor se ha visto repelido y olvidado.
+¡Sus viles súplicas ante la realidad, sus esfuerzos vergonzosos
+para remediar lo que consideró en el primer
+momento un pasajero capricho femenil!... No quiere
+acordarse de tales momentos.</p>
+
+<p>&mdash;Todo terminó, príncipe. Ahora anda loca por un
+oficial americano, y acabará casándose con él. Aquí no
+hay más hombres que los americanos. Todo es para
+ellos: hasta el amor. La última modistilla se considera
+deshonrada si no tiene un soldado de los Estados Unidos
+para pasear de noche... Todas las tardes, ella y el otro
+bailan en los hoteles de La Condamine, ó aquí mismo,
+en el Café de París.</p>
+
+<p>Se interrumpe, como si alguien le hubiese tocado en
+la espalda. No ve á nadie detrás de él, pero sus ojos, á
+través de los grupos que ocupan las mesas, encuentran
+algo que hace temblar su voz.</p>
+
+<p>&mdash;Esa es, príncipe.</p>
+
+<p>Miguel no la hubiese reconocido. Ve cómo entran en
+el café dos señoras, escoltadas por dos oficiales americanos.
+Una de ellas es Valeria, vestida con un lujo estrepitoso
+y ávido, como si quisiera resarcirse instantáneamente
+de sus años de modestia y privaciones.<a name="page_441" id="page_441"></a></p>
+
+<p>Empiezan á brillar, enrojecidos, los cristales del café,
+resaltando sobre la luz suave del atardecer. Una tras
+otra, se encienden las grandes lámparas del interior. Llegan
+hasta Miguel lamentos voluptuosos de violines.</p>
+
+<p>&mdash;La vida ha cambiado mucho desde que usted se fué,
+príncipe. Todos sienten un hambre feroz de divertirse.
+Lo primero que ha resucitado con la paz es el tango.</p>
+
+<p>Después, Novoa piensa en él.</p>
+
+<p>&mdash;¿Qué puedo hacer aquí?... Estoy pobre; cuanto tenía
+en mi tierra lo he dejado en el Casino. Ya he estudiado
+bastante los misterios del Océano. ¡Lo caros que me
+cuestan!... He soñado un poco, y voy ahora á reanudar
+allá mi trabajo mal pagado de jornalero de la ciencia.</p>
+
+<p>Otra vez piensa en ella.</p>
+
+<p>&mdash;¿Ha visto usted?... La pobre duquesa, que la hizo
+cuanto es, arriba en su sepultura, y ella aquí bailando,
+unos meses después de su muerte.</p>
+
+<p>Siente la áspera indignación, la escandalizada moralidad
+de todos los despechados.</p>
+
+<p>De tal modo aumenta su cólera, que se levanta de la
+silla. No quiere continuar en el café. La otra le ha visto,
+y puede creer que la persigue, que espera su salida para
+suplicarle. Nunca; bastante tiene con ciertas humillaciones
+que no quiere recordar.</p>
+
+<p>Se despide apresuradamente. Van á verse dentro de
+poco; don Marcos le ha invitado á comer en su casita de
+Beausoleil, convencido de que su compañía será agradable
+al príncipe.</p>
+
+<p>Toma la mano artificial de éste, y no parece notarlo.
+Sus ojos y su pensamiento están puestos en los vidrios
+del café, inflamados en plena tarde, á través de los cuales
+pasa el cadencioso susurro de los violines. Todavía,
+al alejarse, repite su protesta.</p>
+
+<p>&mdash;La pobre duquesa olvidada arriba... y la otra...
+¡qué escándalo! Celebro irme pronto. No la veré más.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Al quedar solo, el príncipe abandona su mesa. Don
+Marcos va dando indudablemente la noticia de su llegada
+á todos los que encuentra, y él teme que se presenten
+otras personas menos interesantes.<a name="page_442" id="page_442"></a></p>
+
+<p>Al caminar, se da cuenta de algo que no ha visto antes,
+cuando le acompañaba el coronel. La bandera de
+los Estados Unidos flota sobre todos los edificios. Hay
+en la vía pública tantos rótulos en inglés como en francés.
+Soldados americanos por todas partes. El uniforme
+de Lubimoff y los de otros combatientes franceses se
+pierden en la gran inundación de hombres vestidos de
+color mostaza. Pasan incesantemente los automóviles ligeros
+del ejército americano. Son innumerables; se les
+encuentra en las calles, en los caminos de la costa, subiendo
+como hormigas roncadoras las faldas de los Alpes.
+Una vida robusta, alegre, confiada, una vida de
+veinte años parece reanimarlo todo. El concierto en la
+terraza lo da una banda de música americana. Los que
+transitan por las calles silban maquinalmente danzas
+del otro lado del Océano, canciones de marcha de los
+soldados de la Unión. La gente se detiene en las plazas
+para admirar la agilidad de los americanos en mangas
+de camisa que se envían la pelota y la devuelven luego
+de captarla entre sus guantes de esgrima.</p>
+
+<p>Mónaco parece conquistado por las tropas de la gran
+República; una conquista bonachona y simpática, que
+hace sonreir á los sometidos. Lo mismo Niza y toda la
+Costa Azul. El príncipe recuerda su breve permanencia
+en París pocos días antes. También ha visto americanos
+por todas partes. ¿Cuántos son?... ¿Qué fuerza sobrehumana
+ha podido crear en unos meses ese ejército que,
+todavía recién nacido, parece llenarlo todo?...</p>
+
+<p>Un pueblo acaba de levantarse sobre los pueblos de
+la tierra. Jamás se conoció en la Historia una ascensión
+semejante. Predomina por la simpatía, por sus actos generosos,
+por la fuerza benéfica de su actividad; no por
+el terror, base de todas las grandezas del pasado.</p>
+
+<p>Lubimoff recuerda las dudas de un año antes. Nadie
+podía creer que un pueblo sin ejércitos improvisase una
+fuerza militar igual á las de la vieja Europa. Y con sólo
+unos meses los Estados Unidos creaban y enviaban dos
+millones de hombres para decidir el éxito de la lucha y
+la suerte del mundo.</p>
+
+<p>Llegados á última hora, habían pagado con largueza
+su parte á la muerte. En cinco meses de guerra perecían<a name="page_443" id="page_443"></a>
+ciento veinte mil americanos, proporción exorbitante
+comparada con la de otras naciones durante cinco
+años de combate.</p>
+
+<p>Miguel, en su silencioso entusiasmo, enumera lo que
+acaba de hacer por la humanidad este gran pueblo,
+tenido hasta poco antes por egoísta y positivo, y que se
+presenta como el más romántico y generoso.</p>
+
+<p>Dos grandes guerras eran los incidentes más notables
+de su historia: una, interior, por la supresión de la esclavitud;
+otra, exterior, para impedir la divinización de la
+guerra, la hegemonía brutal de un pueblo sobre todos,
+la exaltación de un imperialismo místico.</p>
+
+<p>Por primera vez en la Historia una democracia había
+intervenido en la suerte del mundo, sometido eternamente
+á los arreglos de los reyes. Las repúblicas modernas
+habían vivido hasta ahora una vida interior y
+modesta. Las guerras de la Revolución francesa eran
+defensivas. La República de la Convención peleaba por
+existir, porque todos los monarcas deseaban suprimirla.
+La República americana se había lanzado á la lucha
+voluntariamente, sin que ningún peligro inmediato la
+amenazase, por un imperativo de su conciencia indignada
+ante los crímenes alemanes, por un deber de su
+grandeza y su fuerza democráticas.</p>
+
+<p>Antes de armarse, antes de intervenir en el choque
+europeo, cuando vivía en paciente neutralidad, por ella
+se ganaban los batallas. Esta guerra era distinta á las
+otras. Contra Alemania, preparada durante largos años
+para la lucha, y que había movilizado guerreramente
+todas sus fuerzas industriales y comerciales, los aliados
+se batían en los primeros meses como se bate un pueblo
+valeroso, pero atrasado, frente á una nación moderna.
+Mucho valor, grandes heroísmos, algunas veces inútiles,
+ante la fuerza ciega y mecánica de los inventos industriales
+aplicados á la destrucción.</p>
+
+<p>Si esta desigualdad iba disminuyendo, era debido en
+gran parte á la República del otro lado del mar. Sus capitanes
+del dinero hacían préstamos enormes á los aliados;
+sus capitanes de la industria facilitaban la fabricación
+del material monstruoso exigido por los demoniacos
+adelantos militares; sus buques, desafiando la amenaza<a name="page_444" id="page_444"></a>
+submarina, traían á Europa el pan, escaseado por la guerra.
+Y cuando al fin, agotada su paciencia, intervenía
+directamente en la lucha, ¡qué generosidad la suya!...</p>
+
+<p>Los combatientes de América batallaban por ideales
+simples y robustos: el derecho á la vida de los débiles,
+la dignidad y la libertad de los hombres, la desaparición
+de las guerras, la inteligencia entre los pueblos, el derecho
+soberano reglamentando la vida de las naciones;
+cosas que hacían sonreir poco antes á los escépticos del
+viejo mundo.</p>
+
+<p>Todos los Estados de Europa tenían fronteras que
+rehacer, pedazos de tierra que exigir. Los Estados de
+América no pedían nada, no querían nada.</p>
+
+<p>Cada uno de los contendientes, al pensar en la victoria,
+calculaba las indemnizaciones que debería cobrar
+para compensarse de sus esfuerzos y sacrificios. La República
+americana gastaba más que todos los pueblos.
+El sostenimiento de cada uno de sus soldados le costaba
+tanto como siete soldados de los otros países, y sin embargo
+entraba en la guerra y se retiraba de ella sin
+exigir un reembolso especial.</p>
+
+<p>Lubimoff admiraba su enorme poder después del
+triunfo. Jamás Imperio alguno del pasado alcanzó tal
+grandeza: ni la misma Roma.</p>
+
+<p>Era el único país de la tierra industrial y agrícola
+á la vez. Formaba un mundo aparte dentro del mundo.
+Podía aislarse del resto del planeta, sin que su vida sufriese.
+En cambio, el mundo experimentaría una sensación
+de vacío si la gran República le volvía la espalda.</p>
+
+<p>Sus ciudadanos en armas iban á retirarse sin jactancia
+y sin ruido, lo mismo que habían llegado, y sin que
+ella pidiese nada por su esfuerzo. Desaparecerían como
+en las antiguas leyendas las hadas y los encantadores,
+que, luego de hacer el bien, tornan á sus misteriosos
+dominios.</p>
+
+<p>Pasarían los años: la Historia hablaría de este esfuerzo,
+único por su intensidad y su carácter generoso,
+y en la Costa Azul y en otros lugares quedaría de esta
+hazaña mundial un recuerdo desfigurado. Los niños de
+hoy, convertidos en viejos, harían memoria de cómo
+aprendieron á jugar á la pelota con unos soldados llegados<a name="page_445" id="page_445"></a>
+de una tierra de prodigios al otro lado del mar;
+las muchachas, hechas abuelas, se acordarían nostálgicamente
+del novio americano que tuvieron.</p>
+
+<p>Vuelve el príncipe otra vez á calcular la grandeza de
+este pueblo, el único que puede hacer milagros, como los
+hacen las religiones en su primera época de exaltación.</p>
+
+<p>La gran República es la acreedora del mundo. Todas
+las naciones vencedoras le deben sumas fabulosas; Inglaterra
+es su deudora por miles de millones, Francia
+lo mismo. Los pueblos más modestos, Bélgica, Servia y
+otros, han podido vivir gracias á sus préstamos enormes.
+Aún no se sabe todo; han de pasar años antes de que se
+conozca la extensión de su generosidad. Este país, que
+ama el anuncio y la propaganda ruidosa en sus negocios
+comerciales, es conciso y modesto al hablar de sus actos
+desinteresados.</p>
+
+<p>Para seguir viviendo desahogadamente después del
+cataclismo, la humanidad iba á necesitar su apoyo ó su
+benevolencia.</p>
+
+<p>«Se ha desviado el centro político de la tierra&mdash;piensa
+Lubimoff&mdash;. Ya no está en París; tampoco está en Londres.
+Permaneció en Berlín algún tiempo, con temblores
+de inestabilidad, y ahora ha saltado el Océano.»</p>
+
+<p>El hombre todavía desconocido que en lo futuro vaya
+á instalarse en la Casa Blanca por cuatro años, catedrático,
+abogado, negociante ó agricultor, pesará sobre los
+destinos del mundo más que todos los gobernantes que
+llenan la Historia con el estrépito de la gloria guerrera.
+Su poder se basará en algo más permanente y sólido que
+la fuerza de los ejércitos. Tendrá detrás de él el trabajo
+y la riqueza, que crean los ejércitos; la fuerza democrática,
+que es la fuerza de la opinión.</p>
+
+<p>Ve claramente Miguel el poder irresistible de esta
+fuerza.</p>
+
+<p>Alemania, á pesar de sus continuos triunfos militares
+en los primeros años de la guerra, ha acabado por caer
+vencida. Tenía en contra suya la opinión. El espíritu
+democrático del mundo entero se alzó contra el Imperio.</p>
+
+<p>Este triunfo de la democracia empieza á verse por
+todas partes.</p>
+
+<p>«Ya no queda un solo emperador en Europa&mdash;sigue<a name="page_446" id="page_446"></a>
+pensando&mdash;. Los Imperios vencidos quieren ser repúblicas.
+Todos los reyes olvidan á sus abuelos de derecho
+divino y pretenden hacerse perdonar su corona imitando
+la vida simple de un presidente.»</p>
+
+<p>Este aspecto inesperado del mundo le comunica una
+nueva voluntad de vivir.</p>
+
+<p>Sabe desde hace algunos meses&mdash;desde que abandonó
+Villa-Sirena&mdash;que el príncipe Miguel Fedor Lubimoff
+resulta un personaje pasado de moda. Tal vez, cuando
+transcurran los años, otros serán como fué él. En el
+mundo todo vuelve, y las épocas de paz y abundancia
+producen fatalmente hombres de su especie. Pero ahora
+existe una humanidad renovada por el dolor y el sacrificio,
+una humanidad deseosa de vivir, que ambiciona
+algo nuevo, sin conocerlo exactamente, y trabaja por
+conseguirlo.</p>
+
+<p>Miguel se contempla con lástima. ¿Qué va á hacer?...
+¿De qué puede servir á sus semejantes?...</p>
+
+<p>Recuerda su almuerzo en la casita de don Marcos.
+Todavía le duelen, como algo vergonzoso, las atenciones
+del coronel en la mesa, partiendo su carne, cuidándole
+como á un niño, esforzándose por suplir la ausencia de
+su brazo.</p>
+
+<p>¡Adiós, príncipe Lubimoff!... Aunque quisiera continuar
+su existencia egoísta, dedicada por entero al placer,
+le sería imposible. Es un inválido: se ve muy viejo...
+Sólo Madó, que no sabe en realidad lo que desea, puede
+fijarse en él.</p>
+
+<p>Además, se considera pobre. Por primera vez recuerda
+con cierta satisfacción la herencia que le ha dejado
+Alicia. No representa nada en este momento, pero
+¡quién sabe si algún día!... Se forja la ilusión de que las
+minas de Méjico pueden reemplazar á su perdida fortuna
+de Rusia; ¡y entonces!... Siente un deseo vehemente de
+recuperar la riqueza para hacer el bien; un anhelo que
+tiene algo de remordimiento. Sabe la ineficacia del esfuerzo
+individual para remediar las miserias humanas:
+una gota perdida en el Océano, un grano de arena en la
+playa. Pero ¿qué importa?... Se contenta con hacer la
+dicha de cincuenta desgraciados entre los centenares de
+millones que pueblan la tierra.<a name="page_447" id="page_447"></a></p>
+
+<p>Luego piensa en su situación actual. Desde la mañana
+ha resuelto su modo de vivir. Huirá del pobre coronel,
+á causa de Madó. ¡Que otros se encarguen de su
+infortunio!... Se instalará en Niza, en una pensión rusa
+que dirige una gran dama empobrecida. Hablarán por
+las noches de los tiempos en que ella era rica, hermosa
+y deseada; de los bailes de la corte de Petersburgo, en
+los que tantas veces danzaron juntos. Lubimoff hasta
+tiene la sospecha de que uno de sus duelos fué por esta
+patrona de casa de huéspedes.</p>
+
+<p>Los restos de su fortuna le proporcionan una renta
+para vivir en modesto bienestar. Será uno más entre los
+náufragos que se retiran á la Costa Azul para acordarse,
+bajo las palmeras, de sus triunfos olvidados. Su viejo
+ayuda de cámara le acompañará en este destronamiento.</p>
+
+<p>Tiene ya una ocupación para llenar sus horas. Quiere
+ser un contemplador de la vida. Celebra haber nacido en
+la más interesante de las épocas.</p>
+
+<p>Algo va á ocurrir; algo nuevo en la Historia.</p>
+
+<p>Todavía dura la gran polvareda del combate. Es una
+niebla que desorienta y no permite dominar el contorno
+entero de las cosas. Los mismos actores del drama reciente
+están ciegos. Pasarán años sin que esta niebla
+caiga y se desvanezca, dejando visible el mundo nuevo.</p>
+
+<p>¿Reaparecerá entonces la misma decoración de antaño,
+con las líneas cambiadas? ¿Habrán resultado inútiles
+tantos esfuerzos sangrientos para suprimir la violencia,
+el egoísmo, la ferocidad prehistórica como bases
+maestras de la sociedad?</p>
+
+<p>El príncipe piensa con amargura en una decepción
+posible. ¡Ver resurgir incólume la bestialidad primitiva
+después de un cataclismo aceptado como una renovación!...
+¡Contemplar la quiebra de tantos espíritus generosos,
+de tantas inteligencias nobles que aspiran al
+triunfo del bien, que desean á los hombres en paz y á
+los pueblos en dulce sociedad, trabajando contra la guerra,
+como las corporaciones higiénicas trabajan para
+evitar las enfermedades!...</p>
+
+<p>La fe en el porvenir le anima de pronto. El mundo
+no puede ser eternamente igual: las grandes convulsiones,
+cuando pasan, no dejan el suelo lo mismo que lo<a name="page_448" id="page_448"></a>
+encontraron. ¿Van los hijos á degollarse siempre porque
+sus padres y sus abuelos se degollaron?... ¿Es preciso
+que se miren con hostilidad por haber nacido á un lado
+y á otro de un monte, un río ó un bosque que la política
+bautizó frontera?</p>
+
+<p>Todos tenemos dos patrias: el lugar donde nacimos
+y el Estado de que forma parte. ¿Por qué no ensanchar
+generosamente esta concepción con una tercera patria?
+¿No llegará una época bendita en que los hombres se
+hablen de semejante á semejante, sin pensar en si la
+Historia les ordena odiarse y matarse?... ¿Amando mucho
+á su tierra natal no podrán ser al mismo tiempo
+ciudadanos del mundo?...</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>El príncipe está apoyado en una balaustrada sobre
+las terrazas y el puerto. Su paseo meditabundo le ha
+traído hasta aquí sin que él se diese cuenta.</p>
+
+<p>Vuelve la espalda al mar y á los grupos que empiezan
+á aclararse abajo, después de terminado el concierto.
+Pasan cerca de él los músicos americanos, seguidos
+por un enjambre de chicuelos que acompañan
+su retirada.</p>
+
+<p>Contempla una brecha del horizonte, entre los Alpes
+y el promontorio de Mónaco, por donde acaba de ocultarse
+el sol. Sobre el espacio rojizo brilla una estrella
+que tiene las facetas y la luz de una piedra preciosa.</p>
+
+<p>Lubimoff piensa en los abuelos de la poesía que la
+cantaron hace tres mil años. Homero la llamaba <i>Kalistos</i>.
+Astro unas veces del alba y otras del ocaso, Lucifer,
+Véspero ó «estrella del pastor», acabó por recibir el
+nombre de Venus, á causa de su blancura luminosa,
+igual á la del diamante sobre un pecho femenil.</p>
+
+<p>Siente el príncipe en sus ojos una agradable caricia
+al contemplar este planeta de dulce fulguración. Su
+nombre simboliza la belleza y el amor. Se imagina á
+los que pueblan esta gota celeste perdida en el espacio.
+Deben ser de esencia más pura que la nuestra, limpios
+completamente de un pasado de animalidad originaria,
+seres etéreos como los ángeles de todas las religiones.</p>
+
+<p>Después sonríe con amargura.<a name="page_449" id="page_449"></a></p>
+
+<p>Otra estrella brilla en el cielo, más hermosa y más
+grande que ésta. No es blanca, es azul, de un suave
+azul: el color de la poesía y del ensueño. Centellea en el
+fondo negro de la inmensidad con el fulgor misterioso
+de los enormes diamantes azulados que colocan en sus
+tiaras los monarcas orientales. Los que la contemplan
+deben sentir en sus órganos visuales el roce aterciopelado
+del divino misterio. Tal vez los poetas de otros
+mundos la cantan como un refugio de selección, adonde
+van á descansar únicamente las almas puras y escogidas;
+tal vez ha dado origen á religiones y es objeto de
+culto, teniendo altares, lo mismo que los tuvo el sol.</p>
+
+<p>Y este diamante azul del espacio, este mundo de
+suave luz, que contemplan los habitantes de los otros
+planetas como una estrella poética en la que todas las
+criaturas llevan una existencia inmaterial, es la Tierra,
+nuestro pobre globo, donde acaban de perecer doce millones
+de hombres en los campos de batalla, donde han
+muerto otros tantos millones por las emociones y las
+pestes que son consecuencia de la guerra, donde se han
+consumido seiscientos mil millones en humo, en incendios,
+en acero estallado.</p>
+
+<p>Se acuerda Lubimoff de sus impresiones, horas antes,
+frente á una tumba que empieza á desfigurarse con los
+primeros balbuceos de la primavera, La inmensidad no
+nos conoce, así como tampoco nos conoce la tierra que
+nos sustenta.</p>
+
+<p>Estamos solos en el infinito, sin otro apoyo que el de
+nuestras mentiras, nuestras ilusiones y nuestras esperanzas.
+El hombre sólo puede contar con el hombre...</p>
+
+<p>Y repite lo que en la mañana dijo de la Tierra.</p>
+
+<p>El cielo ignora nuestros dolores.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>Vuelve lentamente hacia la plaza.</p>
+
+<p>De todos los cafés, de los restoranes, de los hoteles
+surge el vaivén musical de los cadenciosos violines. Pasan
+detrás de los grandes vidrios enrojecidos por una
+luz interior las parejas enlazadas, siguiendo el ritmo de
+la música. Bailan... bailan... bailan.</p>
+
+<p>La juventud no hace otra cosa. La danza es una especie<a name="page_450" id="page_450"></a>
+de rito sagrado, prohibido durante la guerra; y
+todos se dedican ahora á bailar, con el fervor del fanático
+que al fin ve triunfante su perseguida religión.</p>
+
+<p>El príncipe recuerda su paso reciente por París.
+Nunca vió las mujeres mejor vestidas, con un hambre
+tan manifiesta de placer y de lujo. El tango de los violines
+del bulevar es contestado como un eco por el tango
+de los violines de toda la Costa Azul y de las estaciones
+veraniegas que empiezan á abrirse. El ideal femenil,
+en este momento, no va más allá de bailar la danza de
+moda con un guerrero de los Estados Unidos.</p>
+
+<p>Se desvaneció la pesadilla; todo olvidado. Para muchos
+no queda otro recuerdo de la guerra que los uniformes,
+más numerosos que antes en los tés donde se baila.</p>
+
+<p>Miguel circunscribe su pensamiento á esta costa, que
+fué siempre el dominio de los felices.</p>
+
+<p>La guerra la ha trastornado y ensombrecido durante
+cuatro años. Recorre con la imaginación los salientes y
+los golfos de su ribera, encontrando en todos ellos un
+cementerio.</p>
+
+<p>En Mentón hay miles y miles de negros bajo tierra.
+Los combatientes de Africa, cuyos padres sólo conocieron
+la lanza y el taparrabos, han venido á caer como
+tiradores moribundos en esta playa de millonarios europeos.
+En el Cap-Martin dejaron los ingleses á sus muertos;
+en Mónaco los hay de todas las nacionalidades; en
+el Cap-Ferrat duermen los belgas bajo coronas que ya
+son viejas; en Niza están los cadáveres americanos; y
+en todas partes, desde el Esterel á la frontera italiana,
+franceses... franceses... franceses.</p>
+
+<p>Son incontables los cadáveres. Si todos se levantasen
+á un tiempo, huirían despavoridos los que vienen á dilatar
+su existencia bajo la palmera y el olivo en la orilla
+roja del mar violeta.</p>
+
+<p>Pero la vida quiera vivir. Es una primavera interminable,
+y cubre todo cuanto toca con el musgo ávido del
+placer, con la enredadera veloz de la ilusión.</p>
+
+<p>Los cementerios, de una blancura agresiva, parecen
+esfumarse y se pierden en el risueño paisaje como una
+nota sin importancia. La suavidad del cielo y del ambiente
+los convierte en jardines. ¡Un cadáver ocupa tan<a name="page_451" id="page_451"></a>
+poco sitio y la tierra es tan grande!... Los hoteles que
+fueron hospitales redoran sos rótulos, desinfectan sus
+habitaciones, envían anuncios á los grandes diarios de
+la tierra. Ya pueden venir las gentes á soñar y á procrear
+entre las paredes que se estremecieron con gritos
+de dolor ó ronquidos de agonía. La música empieza á
+gemir dulcemente á lo largo de la costa feliz, entre el
+susurro de las olas y los estremecimientos de los naranjos
+de epitalámico perfume. El viejo pastor de los Alpes
+que después de sesenta años aún no ha salido de su
+asombro ante el Monte-Carlo surgido á sus pies, en una
+meseta antiguamente desierta, lo verá crecer todavía
+con nuevos palacios, con nuevas torres, ensanchando su
+opulencia como una ciudad de ensueño.</p>
+
+<p>El paso de la muerte ha aguzado la voluntad de vivir.
+Todos encuentran un nuevo sabor al placer, viendo
+en lontananza cómo se aleja el negro harapo de la adversaria.</p>
+
+<p>Lubimoff se detiene en el centro de la plaza. Empieza
+á obscurecer. Por una oreja le entra el balanceo
+musical de una danza inventada por los negros de la
+América del Norte para regocijo de los blancos; por la
+opuesta penetra al mismo tiempo otra música negra: el
+tango de la América del Sur. En las calles inmediatas
+suenan nuevas orquestas allí donde hay un establecimiento
+público, café, hotel ó restorán, con un rótulo
+inglés en su puerta, para atraer á los héroes del momento:
+<i>Dancing</i>.</p>
+
+<p>Mira á la montaña que cierra el fondo de la plaza y
+guarda tumbas en su flanco. Luego mira á lo alto....</p>
+
+<p>La tierra y el cielo ignoran nuestros dolores.</p>
+
+<p>Y la vida también.</p>
+
+<p class="c">FIN</p>
+
+<p>Monte-Carlo.&mdash;Enero-Julio 1919.</p>
+
+<hr />
+
+<p class="un">&nbsp; &nbsp; &nbsp;E<small>DITORIAl</small> PROMETEO.&mdash;V<small>ALENCIA</small>&nbsp; &nbsp; &nbsp;</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>OBRAS DE V. BLASCO IBAÑEZ, director literario de
+esta Editorial.&mdash;<span class="smcap">Novelas</span>: Arroz y tartana. Flor de Mayo.
+La Barraca. Entre naranjos. Sónnica la cortesana. Cañas y
+barro. La Catedral. El Intruso. La Bodega. La Horda. La
+maja desnuda. Sangre y arena. Los muertos mandan. Luna
+Benamor. Los argonautas (2 tomos). Los cuatro jinetes del
+Apocalipsis. Mare nostrum. Los enemigos de la mujer. El
+préstamo de la difunta. El paraíso de las mujeres. La tierra
+de todos. La reina Calafia. Novelas de la Costa Azul. <i>5 pesetas
+volumen.</i>&mdash;<span class="smcap">Cuentos</span>: La Condenada. Cuentos valencianos.
+<i>5 ptas. vol.</i>&mdash;<span class="smcap">Viajes</span>: En el país del arte. Oriente. <i>5 pesetas
+volumen.</i>&mdash;<span class="smcap">Artículos</span>: El militarismo mejicano. <i>5 ptas.</i></p>
+
+<p>La vuelta al mundo, de un novelista (2 tomos). <i>10 ptas.</i></p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>V. BLASCO IBAÑEZ. SUS NOVELAS Y LA NOVELA DE
+SU VIDA, por Camilo Pitollet.&mdash;Profusa ilustración con retratos,
+estancias, actos, etc., de Blasco Ibáñez, desde su
+época de estudiante hasta el presente. <i>5 ptas.</i></p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>NOVÍSIMA HISTORIA UNIVERSAL, dirigida por <span class="smcap">Lavisse
+&amp; Rambaud</span>. Traducción de <span class="smcap">V. Blasco Ibáñez</span>.&mdash;Escrita
+por individuos del Instituto de Francia, dirigida á partir del
+siglo IV por <span class="smcap">Ernesto Lavisse</span>, de la Academia Francesa, y
+<span class="smcap">Alfredo Rambaud</span>, del Instituto de Francia, profesores de
+la Universidad de París.&mdash;Más de 20.000 retratos, cuadros,
+armas, monedas, monumentos, etc. Historia gráfica del Arte.
+Historia del traje en numerosas láminas de colores. Mapas,
+planos, etc.&mdash;Se han publicado los tomos I al XIII. En prensa
+el XIV.&mdash;Precio de cada tomo, <i>10 pesetas</i> lujosamente encuadernado
+en tela.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>NOVÍSIMA GEOGRAFÍA UNIVERSAL, por <span class="smcap">Onésimo y
+Elíseo Reclús</span>. Traducción de <span class="smcap">V. Blasco Ibañez</span>.&mdash;Seis volúmenes
+en 4.ª, con más de 1.000 grabados. Numerosos mapas.&mdash;<i>7'50
+ptas.</i> el tomo encuadernado en tela.</p>
+
+<p>
+<br />
+</p>
+
+<p>LA NOVELA LITERARIA.&mdash;Amplia y selecta colección
+dirigida por Blasco Ibáñez, que cuenta con el apoyo de los
+novelistas de todos los países para esta obra de difusión literaria.
+Todos los volúmenes llevan un estudio biográfico del
+autor de la obra escrito por Blasco Ibáñez.&mdash;Novelas de Paul
+Adam, Barbusse, Bazin, Bourges, Bourget, Duvernois, Fraplé,
+Harry, Hermaut, Huysmans, Jaloux, Lavedan, Louys,
+Margueritte, Miomandre, Regnier, Rosny, Tinayre y otros
+muchos maestros de la novela contemporánea. <i>4 ptas. vol.</i></p>
+
+
+
+
+
+
+
+
+<pre>
+
+
+
+
+
+End of Project Gutenberg's Los enemigos de la mujer, by Vicente Blasco Ibáñez
+
+*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS ENEMIGOS DE LA MUJER ***
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+remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
+Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
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+To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
+and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
+and the Foundation web page at http://www.pglaf.org.
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+
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+Foundation
+
+The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
+501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
+state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
+Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
+number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at
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+Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent
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+business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact
+information can be found at the Foundation's web site and official
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+
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+Literary Archive Foundation
+
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+spread public support and donations to carry out its mission of
+increasing the number of public domain and licensed works that can be
+freely distributed in machine readable form accessible by the widest
+array of equipment including outdated equipment. Many small donations
+($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
+status with the IRS.
+
+The Foundation is committed to complying with the laws regulating
+charities and charitable donations in all 50 states of the United
+States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
+considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
+with these requirements. We do not solicit donations in locations
+where we have not received written confirmation of compliance. To
+SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any
+particular state visit http://pglaf.org
+
+While we cannot and do not solicit contributions from states where we
+have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
+against accepting unsolicited donations from donors in such states who
+approach us with offers to donate.
+
+International donations are gratefully accepted, but we cannot make
+any statements concerning tax treatment of donations received from
+outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
+
+Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
+methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
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+To donate, please visit: http://pglaf.org/donate
+
+
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+works.
+
+Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm
+concept of a library of electronic works that could be freely shared
+with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project
+Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support.
+
+
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+editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S.
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