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| author | Roger Frank <rfrank@pglaf.org> | 2025-10-15 02:47:42 -0700 |
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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: El molino silencioso; Las bodas de Yolanda + +Author: Hermann Sudermann + +Release Date: July 25, 2009 [EBook #29511] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL MOLINO SILENCIOSO *** + + + + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at https://www.pgdp.net + + + + + + + + + +BIBLIOTECA DE «LA NACION» + +HERMANN SUDERMANN + +EL MOLINO SILENCIOSO + +BUENOS AIRES + +1910 + +ESTE VOLUMEN CONTIENE + +El Molino silencioso + +Las Bodas de Yolanda + + + + +EL MOLINO SILENCIOSO + + + + +I + + +¿Desde cuándo lleva su nombre el «Molino silencioso»? No lo sé. Desde +que lo conozco es un viejo edificio medio derruido, resto lastimoso de +una época ya desaparecida. + +Descascarados y sin techo, sus muros, que los años desmoronan, se alzan +hacia el cielo dejando paso libre a todos los vientos. Dos grandes +muelas redondas, que sin duda trabajaron valientemente en otro tiempo, +han roto el armazón carcomido que las sostenía, y, arrastradas por su +propio peso, se han hundido profundamente en el suelo. + +La rueda grande permanece suspendida de través entre los dos soportes +podridos. Las paletas han desaparecido; sólo los rayos se alzan todavía +en el aire, como brazos que se tienden hacia el cielo para implorar el +golpe de gracia. + +El musgo y las algas lo han cubierto todo con un manto de verdor a +través del cual el berro muestra sus hojas redondas, de palidez +enfermiza. Un canal medio arruinado vierte dulcemente el agua, que cae +gota a gota con un ruido cuya monotonía adormece, sobre los rayos de la +rueda, que salta hecha polvo y que llena el aire de vapor húmedo. + +Oculto bajo una capa de leños grises, el arroyo esparce un olor de agua +corrompida. Todo lleno de algas y de hierbas, ha sido invadido por los +pinos acuáticos y los juncos; en el medio solamente resalta un hilo de +agua cenagosa y negra, en el que se columpia perezosamente la lenteja +acuática, con sus hojas delicadas de color verde claro. + +En otro tiempo, el arroyo del molino corría alegremente, la espuma +brillaba blanca como la nieve a lo largo del dique, las ruedas enviaban +hasta la aldea el ruido alegre de su tictac; y, en el patio, los carros +iban y venían en largas filas, mientras resonaba a lo lejos la voz +potente del viejo molinero. + +Este se llamaba Felshammer; y bastaba verlo para comprender que merecía +ese nombre[*]. Era todo un hombre. Tenía fuerzas de sobra para hacer +saltar las rocas. Había que evitar con cuidado burlarse de él o +contrariarlo, porque entonces montaba en ira, apretaba los puños, las +venas de las sienes se le hinchaban como cuerdas; y, cuando se ponía a +jurar, todo el mundo temblaba y hasta los perros huían. + +[*] _Fels_, roca; _Hammer_, martillo; _Felshammer_, martillo para romper +rocas, maza.--_N. del T._ + +Su esposa era una mujer dulce, tranquila y sumisa. ¿Habría podido ser +acaso de otro modo? Una criatura dotada de más vigor, que hubiera +querido conservar nada más que un destello de voluntad personal, era +algo que Felshammer no habría tolerado junto a él ni por veinticuatro +horas. En condiciones tales hacían una vida soportable, casi feliz +podría decirse, sólo turbada por aquella cólera fatal, que se encendía y +arrojaba llamas por el menor motivo, y que daba a la pacífica mujer +muchas horas de pesar. + +Pero jamás vertió ella tantas lágrimas como el día que la desgracia se +cernió sobre sus hijos. Habían nacido de esa unión tres vástagos, tres +varones lindos y robustos. Los tres tenían los ojos azules y los +cabellos rubios, y sobre todo «un par de puños que prometían mucho», +como decía el padre con orgullo, aunque el más pequeño, que estaba +todavía en la cuna, sólo podía aprovechar los suyos chupándolos. + +Los dos mayores eran ya unos mocetones soberbios. ¡Qué altivez en la +mirada cuando se plantaban, con las piernas abiertas, la cabeza echada +para atrás, y las manos en los bolsillos de los calzones! Uno y otro +parecían decir: «Soy el hijo de mi padre. ¡Venid, pues, a verlo!» + +Todo el santo día estaban peleándose entre ellos, y el padre mismo era +quien los excitaba. La madre, llena de inquietud, intervenía para +restablecer la paz, pero se burlaban de ella. + +La pobre temblaba sin cesar por sus terribles hijos, pues veía con +espanto que los dos habían heredado el carácter irascible de su padre. +Ya una vez había acudido en momentos en que Fritz, que tenía ocho años, +se abalanzaba con un gran cuchillo de cocina en la mano, sobre su +hermano, dos años mayor que él. Seis meses después llegó, en efecto, el +día en que se justificaron sus tristes presentimientos. + +Los dos muchachos se habían peleado en el patio, y Martín, el mayor, +furioso al ver que Fritz era más fuerte, le tiró una piedra, hiriéndolo +tan desgraciadamente en la parte posterior de la cabeza que lo hizo caer +ensangrentado y sin habla. + +Púdose sin gran trabajo restañar la sangre, y se cicatrizó la herida, +pero el niño, nunca más recobró la palabra. Siguió inerte, indiferente +para todo, tomando como un animal el alimento que le daban. Se había +vuelto idiota. + +Este fue un golpe terrible para la familia del molinero. La madre pasó +noches enteras llorando; él también, el hombre activo y enérgico, anduvo +vagando mucho tiempo, como perdido en un sueño. Pero el que recibió la +impresión más profunda fue el autor del accidente. Ese muchacho tan +altivo, tan turbulento, era casi otro, porque su arrogancia había +desaparecido; se había hecho taciturno, reconcentrado en sí mismo, +obedecía al pie de la letra las órdenes de su padre, evitaba toda vez +que podía las miradas de sus condiscípulos. El cariño que profesaba a su +desgraciado hermano era verdaderamente conmovedor. Estando en la casa, +no lo abandonaba ni un instante. Se plegaba con una paciencia angelical +a los hábitos del idiota, caído en la condición de bestia; aprendía a +comprender los sonidos inarticulados que el enfermo dejaba oír, y lo +miraba sonriendo cuando le rompía el juguete más preciado. + +El idiota se acostumbró tanto a esa compañía que no quería pasarlo sin +ella. Cuando Martín estaba en la escuela, gritaba sin descanso y habría +preferido morir de hambre antes de aceptar el alimento de una mano que +no fuese la de su compañero. + +Durante tres años, el enfermo arrastró una existencia miserable: después +cayó en cama y murió. + + + + +II + + +Su muerte habría debido parecer una liberación a todos los de la casa; +sin embargo, hizo derramar lágrimas ardientes. Martín, sobre todo, +parecía inconsolable. En los primeros tiempos, iba todos los días al +cementerio; y a menudo era preciso alejarlo a la fuerza de la tumba. +Pero poco a poco fue calmándose, y esta calma la debió ante todo a la +compañía de Juan, su hermano menor, en el cual pareció querer depositar +desde aquel día el amor infinito que había profesado a su víctima. + +Mientras Fritz había vivido, Martín se había ocupado muy poco de Juan; +parecía casi que consideraba entonces un crimen dar a otro la más +pequeña parte de su corazón. Pero cuando la muerte arrebató al +desgraciado, una necesidad irresistible lo inclinó hacia el más pequeño. +Esperaba que su afecto a Juan llenaría quizás el hueco atroz que había +dejado en él la muerte del otro; era preciso reparar beneficiando al +hermano que quedaba, el mal que había hecho al que ya no existía. + +Juan era entonces un lindo muchachito de cinco años, sabía ponerse ya +los calzones, e iban a comprarle en la próxima feria el primer par de +zapatos. Parecía no haber heredado nada de la rudeza y de la arrogancia +paternales; participaba más bien de la dulzura y calma de su madre; se +apegaba a ésta en su calidad de benjamín y era el ídolo de ella. Pero la +madre no era la única persona que lo adoraba; todo el mundo lo mimaba... +era la luz y la alegría de la casa. + +Bastaba verle para amarlo. Sus largos cabellos de color rubio claro +brillaban como rayos de sol, y en sus ojos límpidos y francos, que se +iluminaban con una llama jovial para tomar en seguida una expresión +soñadora y tranquila, había un mundo entero de ternura y de bondad. + +Se unió desde entonces con verdadera pasión, al hermano que durante +tanto tiempo lo había descuidado. Pero la diferencia de edad, pues se +llevaban cerca de nueve años, no permitía que se estableciese entre +ambos una amistad puramente fraternal. Martín estaba ya a punto de salir +de la infancia; su expresión grave y reflexiva y su lenguaje precozmente +serio lo acercaban ya al hombre hecho. Además, al año siguiente iba a +hacer su entrada en la vida activa. ¿No era natural, pues, que emplease +a veces en sus relaciones con su hermano un tono paternal? No se +avergonzaba, sin embargo, de tomar parte en sus juegos infantiles; a +menudo hacía pacientemente el caballo, y se dejaba conducir a través de +los patios y de los campos. Pero siempre había en su conducta más +indulgencia sonriente de maestro que alegría sencilla de camarada +consciente de su superioridad. + +El niño cariñoso y tierno se entregó con toda su alma a su hermano +mayor. Le reconocía una autoridad absoluta, quizás en mayor medida que a +su padre y a su madre, que no estaban tan cerca de su corazón infantil. + +Cuando llegó el momento de ir a la escuela, encontró en Martín un guía +cuya paciencia no se desmentía nunca, siempre dispuesto, cuando la tarea +era demasiado pesada, a ayudarle con consejos y hasta de más eficaz +manera. Entonces la veneración del pequeño a su hermano no conoció +límites. + +El viejo Felshammer era el único a quien esta amistad profunda no +causaba gran alegría. «Eran demasiado empalagosos, se besuqueaban +demasiado, habría sido mejor que pelearan como gatos; hubiera estado +seguro entonces de que tenían su sangre y su carne.» En cambio, la +dulce, la pacífica madre se sentía muy feliz. Todas las mañanas y todas +las noches rogaba a Dios que protegiese a sus hijos y que no dejase +despertar en Martín el fuego de la cólera. Al parecer, su súplica fue +escuchada favorablemente. Martín no tuvo más que un acceso de furor; +pero es cierto que salió del fondo mismo de su alma. + +Juan tenía entonces nueve años. Un día estaba jugando con un látigo +cerca de uno de los carros que estaban en el patio, adonde habían ido a +cargar harina. Uno de los caballos se asustó de pronto, y el carretero, +un borracho brutal, arrancó el látigo de las manos del niño y con él le +cruzó a éste la cabeza y el cuello. + +En el mismo instante, Martín, saltando fuera del molino, con las venas +de la frente hinchadas y los puños apretados, cogió a su hermano por la +garganta y se la apretó con tanta fuerza que la criatura se puso lívida. +La madre, acudió entonces lanzando un horrible grito: + +--¡Acuérdate de Fritz!--exclamó alzando las manos con un ademán de loca +angustia. + +Y el enfurecido muchacho, dejando caer sus brazos como si los hubiera +atacado la parálisis, se retiró tambaleándose y se tumbó deshecho en +lágrimas a la entrada del molino. + +Desde ese día la cólera pareció extinguirse completamente en él; una vez +lo insultaron en la calle, le pegaron, y sin embargo dejó quieto en el +fondo de su bolsillo el cuchillo que los aldeanos de aquel lugar emplean +de ordinario con gran facilidad. + + + + +III + + +Pasaron años... Martín acababa de llegar a la mayor edad cuando murió el +molinero. Su mujer no tardó en seguirlo. No tenía consuelo desde la +muerte de su esposo y se extinguió apaciblemente, sin una queja. Se +hubiera dicho que no podía vivir sin las injurias con que su marido la +había colmado diariamente durante veintitrés años. + +Desde entonces los dos hermanos se quedaron solos en el molino. Nada +extraño era que se uniesen más estrechamente aún, que tratasen de +confundir sus existencias. + +Sin embargo, se diferenciaban mucho en cuerpo y en alma. Martín era un +mozo robusto, de espaldas cuadradas y cuello corto, que se deslizaba +taciturno por entre las personas extrañas. Las cejas espesas que le +caían sobre los ojos daban a su rostro un aspecto sombrío; las palabras +salían penosamente de sus labios, como si el hecho solo de hablar +hubiera sido para él una tortura; sin la franqueza y la profundidad de +su mirada, sin la sonrisa bonachona que iluminaba a veces como un rayo +de sol sus facciones duras y toscamente modeladas, se le habría tomado +por un hombre odioso. + +Juan era muy diferente. Dirigía con atrevimiento a todo el mundo sus +miradas alegres; sobre sus labios se leía, en una risa perpetua, la +indiferencia y la malicia. Su figura esbelta tenía todo el encanto de la +juventud. No dejaban de notar esto las muchachas que le lanzaban al +pasar miradas ardientes; y más de un confuso rubor, más de un apretón de +manos expresivo, le decían: «Yo te amaría fácilmente». Juan no se +cuidaba de esas cosas. No estaba aún maduro para el amor; prefería al +salón de baile el ruido y movimiento del juego de bolos, a la amistad de +Rosa o de Margarita la de su hermano, taciturno junto al parapeto de la +esclusa. + +Ambos, en una hora solemne, en medio de la paz de la noche se habían +hecho la promesa de no separarse nunca y de no admitir junto a sí a una +tercera persona, que llevaría el amor o el odio entre ellos. + +No habían contado con el consejo real de revisión. Llegó el día en que +Juan se vio obligado a hacer su servicio militar; tenía que ir muy +lejos, a Berlín con los hulanos de la guardia. Ese fue para los dos un +rudo golpe. Martín, como de costumbre, ocultó su pesar sin decir nada; +Juan de naturaleza más animada manifestó un dolor inconsolable, hasta el +punto de tener que sufrir, en el momento de la marcha, mil burlas de sus +camaradas. + +Pero su dolor no fue de larga duración. Las fatigas de los primeros +ejercicios, el movimiento confuso de la capital, tan nuevo para él, no +le dejaban lugar para abandonarse a sus ideas; solamente cuando estaba +tendido sobre su catre, a la hora tranquila del crepúsculo, la +melancolía y los recuerdos lo asaltaban con una violencia +extraordinaria. Veía brillar entonces en la obscuridad, como un paraíso +perdido, el molino en que había transcurrido su infancia y el tictac de +las ruedas resonaba en su oído como un canto divino. Al sonar la diana +se deshacía el encanto. + +Martín era mucho más desgraciado en el molino, donde se había quedado +completamente solo, pues no había que considerar compañeros suyos a los +jornaleros y al viejo David, que su padre le había dejado al morir. +Jamás había tenido amigos, ni en la aldea, ni en ninguna otra parte; +Juan compendiaba para él todas las amistades. Silencioso y concentrado +en sí mismo, vagaba al azar; su espíritu se obscureció cada vez más, se +sumió en ideas tristes, y la melancolía acabó por rodearlo de tales +sombras que el espectáculo de su víctima empezó a asediarlo. Tuvo +bastante juicio para comprender que no podía seguir haciendo esa vida. +Buscó entonces distracciones a toda costa; los domingos frecuentaba los +bailes, iba a las aldeas vecinas, sobre todo para visitar a las gentes +del oficio. + +Resultó de esto que un buen día, al comienzo de su segundo año de +servicio, Juan recibió de su hermano una carta concebida en estos +términos: + + * * * * * + +«Mi querido hermano: Es preciso que te escriba aunque te incomodes +conmigo. Me es imposible soportar por más tiempo la soledad, y he +resuelto casarme. Mi prometida se llama Gertrudis Berling; es hija del +propietario de un molino de viento de Lehnort, a dos leguas de nuestra +casa. Es muy joven todavía y yo la quiero mucho. La boda se efectuará +dentro de seis semanas. Si puedes, pide permiso para venir. Querido +hermano, te suplico que no me guardes rencor. Sabes perfectamente que el +molino será siempre tu hogar, haya o no en él, una mujer. La herencia de +nuestro padre nos pertenece en común. Gertrudis te envía sus saludos. +Una vez os encontrasteis los dos en la fiesta de los cazadores. Tú le +gustaste mucho entonces, pero no te fijaste en ella absolutamente; y me +ruega te diga que eso la contrarió bastante. Adiós. Tu fiel hermano.» + + * * * * * + +Juan era un niño mimado; para él, puesto que se casaba, Martín hacía +traición al amor fraternal. A Juan le parecía que su hermano lo engañaba +y cometía un atentado contra sus derechos inalienables. En el mismo +lugar donde él había reinado hasta entonces como señor iba a instalarse +una extraña, y su situación, en su propia casa, iba a depender de la +generosidad y de la condescendencia de aquella mujer. + +Las muestras de cariño que por adelantado le daba tan familiarmente la +hija del molinero no lograron calmarlo ni hacerle olvidar su despecho. +Cuando llegó el día de la boda no pidió permiso, y se contentó con +enviar un saludo por medio de su antiguo condiscípulo Franz Maas, que +justamente terminaba entonces su servicio. + + + + +IV + + +Seis meses más tarde, él también lo había terminado. + +Bueno... ¿qué hizo Juan? Lleno de terquedad, no volvió a su pueblo; se +fue primero a probar fortuna en tierras extrañas, viajando a diestro y +siniestro por montes y por valles. Y después, al cabo de tres semanas, +reconociendo que, a pesar de la presencia de la hija del molinero de +Lehnort, la vida era mil veces más bella en el molino de Felshammer que +en cualquier otra parte, emprendió alegremente el camino a su pueblo. + +En un espléndido día de mayo, Juan hace su entrada en la aldea de +Marienfeld. + +El honrado Franz Maas, que durante el otoño último se ha establecido +como panadero, está plantado delante de su tienda, con las piernas +abiertas, mirando con complacencia como se balancean dulcemente las +rosquillas de hojalata, arriba de su puerta, a impulsos de la brisa del +mediodía. De pronto, ve un hulano que avanza cantando por el camino; +lleva la gorra de cuartel echada atrás y sus espuelas resuenan. El +panadero siente palpitar su corazón de reservista bajo su delantal +blanco; se quita la pipa de la boca y, haciendo una bocina con la mano, +exclama: + +--¡Juan! ¡Es Juan, no hay duda!... + +--¡Eh! ¡Camarada! + +Y caen uno en brazos de otro. + +--¿De dónde vienes en esta época del año? ¿Has desertado? + +--¡Vaya!... ¡Qué ocurrencia! + +Después empiezan las preguntas y las confidencias. El capitán, el cabo, +el cantinero, la muchacha rubia de la panadería, a la derecha del +cuartel, a quien llamaban «Magdalena panecillo»; no se olvida a nadie. + +--¿Y tú? ¿Te han reconocido en la aldea?--pregunta Franz, cuya +insaciable curiosidad se dirige entonces al suelo natal. + +--¡Nadie!--dice Juan echándose a reír y retorciendo el bigote, cuyas +puntas insolentes amenazan al cielo. + +--¿Y en casa? + +Juan toma entonces una expresión seria y tiende la mano a su camarada. + +--¡Ah sí!... todavía tienes que ir allá. Eso debe hacerte tictac ahí +dentro. + +Y le da un golpecito en el pecho para cerciorarse. Una risa fugitiva +pasa por los labios de Juan, que reprime en seguida un suspiro, como +esforzándose por dominar una emoción. + +Franz le pone la mano en el hombro: + +--Vas a encontrar una linda cuñada...--dice haciendo un chasquido a la +lengua y guiñando el ojo. + +Juan, al oír estas palabras, siente despertar en él el despecho y la +cólera. Se encoge de hombros con expresión desdeñosa, tiende otra vez la +mano a su amigo y se aleja haciendo sonar las espuelas. + +Tres minutos más de camino y llega al extremo de la aldea. Allá abajo +está la iglesia, un poco desmoronada la pobre vieja. Pero las campanas +hacen oír todavía la querida música que acarició sus tímpanos el día de +la confirmación, como una promesa de ventura... A la izquierda, la +posada... ¡mil truenos!... tiene una puerta cochera nueva tallada de +piedra y en la ventana se ven enormes botellas llenas de líquidos de +color rojo brillante y verde de arsénico. ¡Ha prosperado el posadero de +«La Corona»! + +Ese camino baja hacia el río... Y allá, en el fondo, aparece el molino, +el objeto de sus sueños. ¡Cómo brilla el viejo techo de paja por arriba +de los grupos de árboles! ¡cómo hacen resaltar los cerezos en flor su +blancura de nieve en el jardín! ¡Cuán alegremente le grita el tictac de +las ruedas! «¡Bien venido seas, bien venido seas!» ¡Qué dulce canción +murmura la vieja y querida presa, cubierta de musgos verdes! + +Echa más atrás aún su gorra de hulano y toma una actitud resuelta, pues +quiere dominar su emoción a todo trance. + +Los campos que se extienden a derecha e izquierda del camino pertenecen +todos al molino. A la derecha hay centeno de invierno, como de +costumbre; pero a la izquierda, donde se plantaban en otro tiempo las +patatas, hay entonces una huerta en la que se alinean gravemente, en +filas regulares, los espárragos y los tallos de remolacha. + +A unos cinco pasos próximamente del seto aparece una figura femenina, de +talle esbelto y formas juveniles, que, encorvada hacia la tierra, +trabaja con ardor. + +¿Quién será? ¿Pertenecerá al molino? Una nueva criada quizás. Pero no; +tiene una figura demasiado elegante; sus zapatos son demasiado +delicados, su delantal demasiado lujoso, y el pañuelo blanco que le +cubre de un modo tan pintoresco es de tela demasiado fina para una +criada. ¡Si no ocultase tanto el rostro! + +¡Ah! levanta los ojos... ¡Mil truenos! ¡qué encantadora muchacha!... +¡Qué vivo color el de sus redondas mejillas! ¡qué brillo el de sus ojos +negros! ¡cómo piden besos sus labios finamente dibujados! + +Al verlo a su vez, ella deja caer la azada; después lo mira fijamente. + +--Buenos días--dice el joven llevando la mano a su gorra con ademán un +poco cohibido.--¿Sabe usted si el molinero está en casa? + +--Sí, está en casa;--dice ella sin dejar de mirarlo. + +«¿Qué diablos querrá contigo?» piensa el soldado tratando de vencer su +timidez. Después de su estancia en Berlín, Juan tiene algunos motivos +para considerarse un poco conquistador, y es para él una cuestión de +honor aproximarse al seto y trabar conversación con la joven. + +--¿Se trabaja?--pregunta, por decir algo. + +Y, para disimular su turbación, se lleva la mano al bigote. + +--Sí, se trabaja--repite ella maquinalmente, mirándolo siempre. + +Después, de pronto tendiendo hacia él la mano y apartando los cinco +dedos como si quisiera señalarlo con todos a la vez, dice en medio de +una explosión de risa: + +--Pero ¿no es usted Juan? + +El balbucea: + +--Sí... soy yo... ¿Y usted? + +--Yo soy su mujer. + +--¿Qué? ¿usted?... ¿la mujer de Martín? + +Ella hace con la cabeza un signo afirmativo, adoptando una expresión de +dignidad, mientras sus ojos se llenan de malicia. + +--¡Pero si parece usted una muchacha soltera! + +--No hace tanto tiempo que no lo soy--dice ella riendo. + +Los dos, uno a cada lado del seto, se contemplan con curiosidad. Pero la +joven reflexionando, se limpia ceremoniosamente en el delantal las +sucias manos de tierra y las tiende a través del cercado. + +--¡Bien venido sea usted, cuñado! + +El coge las manos que le ofrecen, pero guarda silencio. + +--¿Está usted acaso incomodado conmigo?--pregunta ella lanzándole una +mirada maliciosa. + +Juan se siente completamente desarmado frente a la joven y lo único que +puede hacer es sonreír con expresión cohibida, diciendo: + +--¿Yo... incomodado? ¿Por qué? + +--¡Me parecía! + +Y alzando el dedo con ademán de amenaza, la joven agrega: + +--¡Oh! ¡Tendría que ver!... + +Después, con la barbilla hundida en el cuello, deja oír una leve risa. + +--Es usted muy graciosa--dice el militar un poco más sereno. + +--¿Yo graciosa?... ¡de ningún modo! Continúe usted su camino; entretanto +yo voy a atravesar rápidamente el huerto para avisar a Martín. + +Iba a marcharse; de improviso se detiene pero se pone el índice sobre la +nariz y dice: + +--Espere; voy a pasar al otro lado para ir con usted. + +Antes que el joven tenga tiempo de tenderle la mano para ayudarla, ella +pasa, rápida como un lagarto, por entre las piedras del cerco. + +--Ya estoy aquí--dice arreglando con la mano los pliegues de su falda. + +Colócase en el cuello el pañuelo que tenía anudado en la cabeza, y sus +cabellos rizados y en desorden, que caen sobre la frente y la nuca, se +ponen a flotar al viento, felices por haber recobrado la libertad. + +La mirada de Juan se detiene admirada sobre la belleza fresca y virginal +de aquella joven, que tiene las maneras de una niña sencilla y +traviesa. Ella sorprende esa mirada, y ruborizándose un poco echa para +atrás los indomables bucles. + +Caminan un instante en silencio, uno al lado del otro. La joven baja los +ojos y sonríe, como si de pronto se hubiera apoderado de ella la +timidez. + +Franquean los dos la gran puerta cochera sin haber reanudado la +conversación. + +Juan mira a su alrededor y suelta un grito de admiración. No quiere +creer en sus sentidos. Todo ha cambiado, todo está embellecido. El +patio, que la lluvia en otro tiempo convertía en un horrible pantano y +que durante el verano era un hoyo lleno de polvo, luce entonces un verde +césped y parece una pradera cubierta de flores. Las puertas del granero +y de las cuadras brillan con un hermoso color obscuro y tienen números +pintados de blanco. En medio del patio se alza sobre la hierba un +palomar artísticamente construido, que recuerda los _chalets_ de la +Suiza. Delante de la vivienda sube un emparrado nuevo, cubierto de +pámpanos, que se entrelazan alrededor de las ventanas, brillando al sol, +y que prometen un abundante follaje. + +El molino aparece a sus ojos deslumbrados como un asilo donde reina la +paz y la inocencia. + +Impresionado cruza las manos y pregunta: + +--¿Quién ha hecho esto? + +Ella pasea su mirada por el contorno y guarda silencio. + +--¿Usted?--pregunta el militar sorprendido. + +--He contribuido un poco--responde la joven modestamente. + +--¿Pero es usted la que ha tomado la iniciativa? + +Ella sonríe. Esta sonrisa le da más años, esparce sobre su rostro de +niña la gracia de la mujer. + +--Benditas sean sus manos--dice el joven en voz baja y tímida, y con más +gravedad que de costumbre. + +No puede menos de acordarse de su madre muerta, que continuamente estaba +quejándose del polvo insoportable y de que no hubiera en todo el patio +el más pequeño sitio para descansar. + +--¡Qué lástima que no pueda ver esto!--dice a media voz, siguiendo su +pensamiento. + +--¿La madre?--pregunta ella. + +El, sorprendido, la mira. No ha dicho: «_su_ madre»; esto le sorprende +al principio y luego le causa una sensación de bienestar, como no la ha +experimentado nunca en su vida. Se siente penetrado de un dulce calor +que le invade el corazón y no quiere disiparse. Hay, pues, en el mundo, +fuera de la familia, una mujer joven y bella que habla de la madre de él +como de la suya propia, como si ella fuese una hermana, aquella hermana +tan deseada en los años infantiles, cuando sus ojos se fijaban con +admiración secreta en las muchachas de la aldea. + +La joven repite dulcemente la pregunta. + +--Sí... la madre--responde él dirigiéndole una mirada de reconocimiento. + +Durante un segundo la joven sostiene esa mirada; después baja los +párpados y dice, un poco turbada: + +--¿Dónde estará Martín? + +--En el molino, seguramente. + +--¡Ah! sí en el molino;--confirma ella en seguida. + +Y añade alejándose prestamente: + +--Voy a buscarlo. + +Maquinalmente casi, el militar sigue con los ojos la figura de la +muchacha que atraviesa el patio con paso leve. Todo en ella flota y se +agita: sus faldas, las cintas de su delantal, el pañuelo que rodea su +cuello, la masa en desorden de sus rebeldes bucles. + +Permanece así un instante, inmóvil, como fascinado, siguiéndola con los +ojos; después menea la cabeza y se dirige hacia el emparrado. La primera +cosa que le llama la atención es una mesita sobre la cual se ve una +canastilla de paja para la labor. De esa canastilla sale un bordado +comenzado, una larga tira blanca donde están trazadas hojas y flores +como las que las mujeres emplean para adornar la ropa blanca. Sin saber +lo que hace, coge la tira y sigue el trabajo complicado de los puntos, +hasta el momento en que resuena en sus oídos la voz jovial de su cuñada. +Bruscamente, como un niño cogido en falta, deja caer el bordado; la +joven aparece en la esquina de la casa conduciendo alegremente a un +hombre de aspecto rollizo, cubierto de harina, que trata de librarse con +ademán torpe de las manitas que lo sujetan, y esparce a su alrededor +densas nubes de polvo blanco. Ese hombre es... no cabe duda es... + +--¡Martín! ¡querido Martín! + +Y Juan se precipita para caer en sus brazos. + +Los torpes miembros del otro se detienen en su movimiento, se arquean +las espesas cejas y una sonrisa tranquila y bondadosa aparece en sus +labios; nuestro hombre siente que recorre su cuerpo un estremecimiento, +y da un paso atrás, tambaleándose, para lanzarse luego al encuentro del +niño querido a quien, al fin, vuelve a ver. + +Sin decir una palabra, los dos hermanos se abrazan tiernamente. Después, +al cabo de un momento, Martín toma entre sus manos la cabeza del hijo +pródigo; y, frunciendo las cejas con aire sombrío, mordiéndose el labio +inferior, por largo tiempo clava en silencio sus miradas en los ojos +brillantes y alegres del hermano. + +Luego se sienta en el banco del emparrado; y, apoyando los codos sobre +las rodillas, se pone a contemplar el suelo. + +--¿Qué piensas Martín?--pregunta Juan con voz cariñosa colocando una +mano en el hombro de su hermano. + +--¡Eh! ¿por qué no he de pensar?--replica el molinero con el sordo +gruñido que le es peculiar y que acompaña siempre a sus lacónicos +discursos. ¡Eh pilluelo!--continúa--y la bonachona sonrisa que lo +caracteriza en las horas de buen humor se extiende sobre sus facciones +toscamente trazadas, y las ilumina.--¿Te has incomodado, eh? + +Entonces se levanta, y, cogiendo a su mujer de la mano, agrega: + +--Míralo, Gertrudis, se ha incomodado... ¡Ven acá, pilluelo!... Es +ella... mírala bien... ¿Es con ella con quien has pretendido +incomodarte? + +Se deja caer sobre el banco tan pesadamente, que una nueva nube de polvo +blanco se alza a su alrededor; levanta los ojos hacia Juan, se sonríe, y +acaba por decir a Gertrudis: + +--Ve a buscar un cepillo. + +Gertrudis lanza una risotada y se va cantando. Cuando vuelve, +blandiendo en el aire el objeto pedido, el molinero le dice en tono de +mando: + +--¡Cepíllalo! + +--Cuando los molineros y los deshollinadores quieren ser buenos, sucede +siempre una desgracia;--dice Juan bromeando con expresión cohibida. + +Y pretende sacar a la joven el cepillo de las manos. + +--Por favor, déjeme usted--dice ella defendiéndose y ocultando vivamente +el cepillo debajo del delantal. + +Martín golpea en el banco con el puño. + +--¿Déjeme usted?... ¡Cómo! ¿No os tuteáis todavía? + +Juan guarda silencio, y Gertrudis le pasa fuertemente el cepillo por la +espalda. + +--Apuesto cualquier cosa a que todavía no os habéis besado. + +Gertrudis deja caer de pronto el cepillo. Juan dice: «¡hum!» y se +entrega afanosamente a la tarea de hacer girar a lo largo del cepillo de +hierro que hay delante de la puerta una de las rosetas de sus espuelas. + +--¡Es preciso! ¡Vamos! + +Juan da media vuelta rápidamente y se pone a retorcerse el mostacho; +espera salir de tan comprometida situación adoptando aires de +conquistador, pero ni siquiera tiene valor para inclinarse hacia la +joven. Se deja estar tieso como una estaca y espera que ella le presente +la boca y adelante los labios; entonces, por un instante, posa en ellos +los suyos temblorosos y siente un leve estremecimiento en todo el +cuerpo. + +Los dos se quedan uno al lado del otro, sonriendo tímidamente, con las +mejillas encendidas. + +Martín se golpea las rodillas con los puños y dice que acaba de asistir +a una escena cómica capaz de hacer morir de risa. Después se levanta +bruscamente, y se va a disfrutar de su dicha en la soledad. + + + + +V + + +Por la tarde, los dos hermanos se dirigen juntos al molino. Gertrudis +los sigue con los ojos, desde la ventana; Juan se vuelve, ella sonríe y +oculta su cabeza detrás de la cortina. + +Juan se detiene en el umbral; se apoya contra una de las hojas de la +puerta y lanza una mirada de profunda emoción a la penumbra de la vieja +y querida sala, mientras el ruido de las ruedas llega ensordecedor a su +oído, y nubes grises de harina y vapor de agua, llevadas por la +corriente de aire, le azotan el rostro. + +Delante de él se alinean en su puesto las diferentes ruedas del molino. +A la izquierda, cerca del muro, el viejo tamiz para la harina; después +el triturador y la muela donde se mezcla el salvado a la harina; después +la muela mondadora, que separa la cebada de su cáscara, y finalmente un +cilindro de sistema completamente nuevo, que durante su ausencia se ha +agregado a los otros. Hay también un tornillo sin fin y un tubo +ascensor, como lo requiere la moda. + +Martín, con las dos manos en los bolsillos del pantalón, tranquilo, +satisfecho, mueve su corta pipa en la boca. Después, coge a Juan por la +mano para explicarle los mecanismos nuevos; le muestra la harina fina, +molida por el tornillo sin fin, pasando por el tubo ascensor, donde +pequeños depósitos que suben a lo largo de una correa circular la elevan +a través de dos pisos, casi hasta el techo, para volcarla luego en los +tubos de seda cilíndricos, porque es preciso que pase en polvo fino a +través de esa estrecha trama antes que pueda servir. + +Respirando apenas, Juan escucha; caza al vuelo las frases raras, que su +hermano sólo pronuncia en fragmentos, y se admira mucho al ver hasta qué +punto se embrutece uno en el regimiento, pues todo eso es griego para +él. + +Los negocios florecen. Todas las ruedas trabajan, y los mozos del molino +tienen bastante que hacer allá arriba, en la galería, echando el grano +en los vertederos, y abajo, vigilando la caída de la harina y del +salvado. + +--Ahora tengo tres--dice Martín, señalando a los compañeros, blancos +como la nieve, que tan pronto suben como bajan por la escalera. + +--¿Y tienes todavía a David?--pregunta Juan. + +--Naturalmente--responde Martín haciendo una mueca. + +Se diría que la sola idea de que David pudiese faltar del molino lo ha +llenado de terror. Juan se echa a reír: + +--¿Dónde está, pues, ese pícaro viejo? + +--¡David! ¡David! + +Y la voz potente de Martín resuena a través de la sala, dominando el +ruido de las ruedas. + +Entonces, del rincón obscuro de las máquinas, cuya masa gigantesca surge +del suelo detrás del armazón de las ruedas, se adelanta pausadamente una +larga figura vacilante, cubierta de harina de pies a cabeza; aparece un +rostro pálido, en el cual sólo se lee esa especie de estupidez que +producen los años; una nariz ligeramente colorada que baja hasta la +barbilla, unos ojos enfurruñados que se ocultan bajo gruesas cejas, y +una boca que parece agitada por un movimiento eterno de masticación. + +--¿Qué me quiere mi amo?--pregunta el viejo colocándose delante de los +dos hermanos, sin soltar la pipa de barro que pende y se balancea entre +sus labios. + +--¡Ahí lo tienes!--dice Martín golpeando en el hombro al viejo, +mientras asoma a su rostro una sonrisa de tierno respeto. + +--¿No me reconoces, David?--pregunta Juan tendiéndole amigablemente la +mano. + +El viejo lanza por entre sus dientes un salivazo negruzco, medita un +instante y murmura: + +--¿Por qué no lo he de reconocer? + +--¿Y qué tal te encuentras? + +El viejo vuelve a meditar, se rasca la cabeza y dice: + +--¿Cómo me he de encontrar? + +Y comienza a atar y a desatar entre sus dedos nudosos el hilo de un saco +de harina; después, cuando está bien convencido de que no lo necesitan, +vuelve a hundirse en su rincón obscuro. + +El rostro de Martín está radiante. + +--Tiene un gran corazón. ¡Veintiocho años a nuestro servicio, y siempre +laborioso, siempre fiel a sus deberes! + +--¿Qué hace ahora? + +Martín no sabe qué contestar. + +--Difícil es decirlo... Ocupa un puesto de confianza. ¡Ah! tiene un gran +corazón... un gran corazón... + +--¿Ese gran corazón roba todavía un poco de harina de los +sacos?--pregunta Juan riéndose. + +Martín se encoge de hombros con disgusto y murmura algo como: +«Veintiocho años de servicios» y «hay que cerrar los ojos.» + +--Parece que todavía me guarda algún rencor porque me permití descubrir +el escondrijo donde amontonaba, como la marmota, lo que iba robando. + +--Estás prevenido contra él--gruñe Martín;--lo mismo que Gertrudis... +Sois injustos, cruelmente injustos con él. + +Juan mueve alegremente la cabeza; y, señalando con el dedo una puerta +que conduce a una habitación de madera, recién construida, pregunta. + +--¿Qué es eso? + +Martín, un poco cortado, menea dulcemente la cabeza. + +--Mi despacho--balbucea al fin. + +Y como Juan da un paso para abrir la puerta, lo detiene por el faldón de +la chaqueta. + +--Te ruego--refunfuña--que no franquees ese umbral; ni hoy, ni nunca... +tengo mis razones. + +Juan lo mira disgustado y está a punto de preguntarle: «¿Desde cuándo +tienes secretos para mí?» Pero la súplica que lee en los ojos de su +hermano le cierra la boca, y los dos salen juntos del molino cogidos del +brazo. + + + + +VI + + +Ha llegado la noche... La rueda grande se ha detenido, condenando a la +inmovilidad a todo el engranaje de las pequeñas. El silencio reina en el +molino; sólo a lo lejos, en la esclusa abierta, las aguas en movimiento +cantan su monótona melodía. + +Delante de la casa, el arroyuelo está tranquilo como si no tuviese más +que hacer que columpiar los nenúfares, y el sol poniente se refleja en +sus aguas profundas. Como una cinta de oro serpentea a través de los +arbustos, donde un ejército de ruiseñores, ignorando su mérito, afinan +sus gargantas para entrar en lucha con las ranas instaladas abajo. + +Los tres seres hermanos destinados a vivir juntos desde entonces en +aquella soledad florida, donde todo inspira canciones, están reunidos en +círculo íntimo. Sentados en el emparrado, alrededor de la mesa cubierta +por un mantel blanco, no han hecho gran honor a la cena esa tarde, y sus +miradas fijas en el suelo expresan un profundo sentimiento de bienestar. +Martín, con la cara apoyada en las dos manos, saca de su pipa densas +nubes de humo, lanzando de vez en cuando un sonido que participa de la +risa y del gruñido. + +Juan está completamente hundido en el tupido follaje, y deja que los +pámpanos, que tiemblan y se agitan al soplo de su aliento le acaricien +el rostro. + +Gertrudis lanza de tiempo en tiempo una mirada furtiva a los dos +hermanos; se la podría tomar por una criatura indisciplinada que quiere +hacer alguna travesura, pero cerciorándose antes de que nadie la vigila. +Evidentemente, el silencio no es de su gusto; pero está demasiado bien +educada para romperlo. Sin embargo, se divierte sola en hacer a +escondidas bolitas de pan para lanzarlas en medio de una banda de +gorriones glotones que picotean alrededor del emparrado. Hay uno, sobre +todo, un sucio granujilla, que con su destreza y rapidez vence a todos +los demás. Desde el momento que llega rodando una pelotilla, abre las +dos alas y se pone a gritar como un poseído después, disputando a +derecha e izquierda con los otros, procura hacer salir a aletazos la +bolita del campo de batalla para tomar posesión de ella, con toda +comodidad, mientras sus camaradas cambian todavía entre ellos furiosos +picotazos. + +Esta maniobra se repite cuatro o cinco veces y le da siempre la +victoria; pero al fin otro, que no carece de valor, descubre su táctica +y la aplica mejor todavía. + +Ante ese espectáculo, Gertrudis siente grandes ganas de reír; quiere +reprimirlas a la fuerza, se mete el pañuelo en la boca y contiene la +respiración hasta que el rostro se le pone morado. Después, renunciando +a la esperanza de poder dominarse por más tiempo, se levanta para huir; +pero no ha llegado aún a la puerta cuando estalla la risa. Desaparece, +entonces en la sombra del vestíbulo, lanzando gritos de alegría. + +Los dos hermanos, sacados de su ensueño, se incorporan. + +--¿Qué pasa?--pregunta Juan asustado. + +Martín menea la cabeza, dirigiendo su mirada a la joven, cuyas locuras y +niñerías conoce perfectamente. Al cabo de un instante, coge la mano a +Juan y dice, señalando la puerta con el dedo: + +--Responde, ¿te parece que ella quiera hacerte partir? + +--¡De ningún modo!--dice Juan con risa un poco forzada. + +--¡Ah, muchacho!--exclama Martín rascándose la cabeza desgreñada;--¡por +cuántas desazones he pasado! ¡Cuántas veces me he agitado en el lecho +pensando en ti y en la falta que había cometido tal vez contigo!... + +Después de una pausa continuó: + +--Y sin embargo al verla tan dulce, tan inocente, dime, muchacho ¿me +habría sido posible no amarla? Desde que la vi, no fui dueño de mi +persona. Me recordaba a mi Juan de tantas maneras... era jovial y tenía +los ojos brillantes, donde se leía una loca alegría, exactamente como en +ti. Era una criatura, es verdad, y sigue siéndolo hasta hoy... +descuidada, turbulenta, traviesa como un niño. Y, cuando no se le tiene +la rienda un poco corta, amenaza trastornarlo todo. Pero me gusta así--y +un resplandor de ternura ilumina sus rasgos--y pensándolo bien, yo no +podría pasarlo sin sus locuras. Ya lo sabes, siempre tengo necesidad de +hacer el padre con alguno; en otro tiempo te tenía a ti, y ahora la +tengo a ella. + +Después de haber desahogado su corazón, Martín se sume en un profundo +silencio. + +--¿Y eres feliz?--pregunta Juan. + +Martín lanza densas bocanadas de su pipa; en medio de la nube en que se +ha envuelto, murmura después de una nueva pausa: + +--¡Hum! eso depende... + +--¿De qué? + +--De que tú no le guardes rencor. + +--¿Yo, guardarle rencor? + +--Vaya, vaya, no te defiendas. + +Juan no responde. No le costará mucho trabajo convencer a su hermano; y, +cerrando los ojos, hunde de nuevo la cabeza en los pámpanos que agita el +aire. + +Un rayo de luz le hace alzar los ojos. + +Es Gertrudis que, de pie en el umbral de la puerta, con una lámpara en +la mano, aparece toda confusa. Su gracioso rostro está cubierto de vivo +color y sus pestañas bajas lanzan sobre sus mejillas dos sombras +semicirculares. + +--¡Qué loquilla eres!--dice Martín acariciando tiernamente sus cabellos +en desorden. + +--¿No quieres ir a acostarte, Juan?--pregunta ella con gran seriedad. + +Pero su voz hace traición todavía a una leve risa que trata de reprimir. + +--¡Buenas noches, hermano! + +--Espera, que subo contigo. + +Juan tiende la mano a su cuñada, que vuelve la cabeza para disimular su +sonrisa. + +Martín le coge la lámpara y sube la escalera precediendo a su hermano. +Una vez en lo alto, se apodera de la mano de Juan, y, sin decir nada, +fija un instante su mirada franca y bondadosa sobre el rostro de su +hermano, como si no pudiese dominar aún su felicidad, se dirige a la +puerta y sale. + +Juan suspira y se despereza, con las dos manos apoyadas en el pecho. Le +ahoga la alegría que invade su alma. Quiere alcanzar a su hermano para +consolar su corazón con algunas palabras de ternura y de reconocimiento, +pero oye los pasos de Martín repercutiendo ya abajo, en el vestíbulo. Es +demasiado tarde. Antes de meterse en cama necesita calmarse. Apaga la +lámpara y abre una de las hojas de la ventana. El aire fresco de la +noche, que le acaricia el rostro, le produce bienestar y lo apacigua. + +Se inclina sobre el alféizar y silba un aria hundiendo sus miradas en la +sombra. + +Debajo de él, el manzano en plena florescencia balancea la masa blanca +de sus flores. ¡Cuántas veces, siendo niño, ha trepado por sus ramas! +¡Cuántas veces, cansado de jugar, se ha apoyado en el tronco, perdido en +un sueño, mientras las hojas le susurraban lindas historias! Y después, +en otoño, cuando una ráfaga pasaba sobre el árbol, caía casi entre sus +brazos una lluvia de manzanas doradas. ¡Era una delicia aquello! + +¡Qué de pensamientos acuden a la mente cuando se silba de ese modo! Cada +nota despierta una nueva canción, cada tonada resucita nuevos recuerdos. +Con las canciones de otro tiempo despiertan también los antiguos sueños, +que vuelan con sus alas de mariposa y recorren su vasto imperio, desde +que aparece la luna hasta que asoma la aurora... + +Y, mientras contempla la tierra, donde todo se sumerge en las tinieblas, +ve que se abre suavemente una ventana debajo de él, y aparece una cabeza +con el rostro vuelto hacia arriba. En el óvalo pálido, que resalta sobre +la sombra de los cabellos, ve brillar dos ojos negros picarescos que le +miran con malicia de gata joven. + +De pronto deja de silbar; entonces suena en su oído una risa burlona, y +la voz alegre de su cuñada le dice: + +--Vamos, Juan, continúa. + +Y, como él no quiere acceder a esa petición, la joven frunce los labios +y se pone a silbar imperfectamente algunas notas. + +Entonces se oye gruñir, en el interior de la casa la voz profunda de +Martín, que dice paternalmente, en tono de reproche: + +--No hagas tonterías, Gertrudis; déjalo dormir. + +--¡Pero si no duerme!--responde ella en el tono enfurruñado del niño a +quien reprenden. + +Después la ventana se cierra y las voces se apagan. + +Juan menea la cabeza riendo y se mete en la cama; pero no puede dormirse +a causa de las flores que Gertrudis ha puesto a la cabecera y cuyas +hojas llegan hasta el borde del lecho. Con los manojos de lilas +violáceas se mezclan los narcisos de cáliz estrellado de suave blancura. +Se vuelve, después de arrodillarse en la cama, y hunde su rostro en las +flores. Los pétalos delicados lo acarician y besan sus párpados y sus +labios. + +De pronto presta oído. Del suelo sube el rumor de una risa apenas +perceptible, como si llegase del centro de la tierra; una risa leve como +el ala del viento rozando la hierba... ¡pero tan alegre, de tan loca +alegría!... + +Escucha un instante y espera oírla por segunda vez; pero todo queda en +silencio. + +--¡Qué loquilla!--dice alegremente. + +Vuelve a caer sobre la almohada, y se duerme con la sonrisa en los +labios. + + + + +VII + + +A la mañana siguiente, Juan busca en el cuarto sus ropas de trabajo. Le +aprietan un poco en los hombros. ¡Cristo! ¡cómo ha engrosado! + +Ya está alto el sol. Le parece que pone menos luz y calor en cualquier +parte que no sea en aquella soledad florida. Es una cosa particular el +sol del país natal. Dora todo lo que toca, y brotan canciones de los +labios que acaricia. ¡Qué hermosa es la vida en la casa paterna! ¡Viva +la alegría! + +--Tengo ahora en casa todo un nido de alegres pájaros;--dice riendo +Martín, que va a darle los buenos días. Sigue cantando, muchacho... +Estoy acostumbrado desde que vive aquí Gertrudis... Pero ¿qué vas a +hacer con esa blusa blanca? + +--¿Crees acaso que voy a estar aquí de brazos cruzados? + +--Descansa un día más. + +--¡Ni una hora! Mis ropas de holgazán están colgadas ya de un clavo. + +Martín ha visto las flores que están a la cabecera del lecho, y dice +riendo de mala gana. + +--¡Habrase visto! Le he prohibido que haga eso conmigo y te da a ti esa +mala broma. Por eso estás hoy tan pálido. + +--¿Pálido, yo? No lo creo. + +--No le digas nada. Yo le prohibiré que haga estas tonterías. + +Y bajan los dos juntos. + +No se ve a Gertrudis en ninguna parte de la casa. + +--Está en el jardín desde las cinco--dice Martín sonriendo con +complacencia.--Todo marcha aquí al vapor desde que ella tiene la +dirección de la casa... Es viva como una ardilla, y está en pie desde el +alba; y siempre contenta... siempre entonando canciones y soltando +gritos de alegría. + +Al dirigirse al molino, los dos hermanos ven pasar por arriba de ellos, +rozando sus cabezas, un tronco de zanahoria. + +Martín se vuelve riendo, y hace con el dedo un ademán de amenaza. + +--¿Quién es?--pregunta Juan, recorriendo con la mirada el patio, donde +no se ve alma viviente. + +--¿Quién quieres que sea, sino ella? + +--¿Y no ves nada que indique dónde está? + +--Nada absolutamente... Es un verdadero diablillo, se hace invisible +cuando quiere. + +Y, con el rostro radiante, sigue a su hermano al molino. + +Pasan las horas. Juan quiere demostrar lo que puede hacer, y trabaja con +gran energía. Mientras está vigilando en la galería el trituramiento del +grano en la tolva, siente que le tiran de la blusa. + +Mira hacia abajo. Gertrudis, de pie en la escalera, con las mejillas +tostadas por el sol y los ojos brillantes, le hace una seña con el dedo: + +--Ven a almorzar. + +--Al instante. + +Termina su trabajo y se coloca a su lado. + +--¡Brrr!--exclama la joven sacudiéndolo;--¡cómo te has vestido! + +--¿Y qué? + +--Ayer me gustabas más. + +Dicho esto, le tiende la mano para darle los buenos días, y baja +apresuradamente la escalera, divirtiéndose en esparcir delante de ella +una lluvia de harina. + +Al pasar por delante de la habitación que Martín llama _su despacho_, su +rostro toma una expresión misteriosa, y deteniéndose, levanta las dos +manos en el aire, como para conjurar un espíritu. + +Al cabo de un instante, pregunta en voz baja: + +--Di, ¿qué hay ahí dentro? + +--No sé. + +--Yo tampoco. ¿No tienes permiso para entrar ahí? + +--No. + +--¡Alabado sea Dios! Entonces no soy yo sola la tonta... Cuando tengo +que decirle algo, es preciso que llame a la puerta... Vamos, di la +verdad, ¿te parece que eso está bien? Yo no soy una chiquilla para +que... Pero me callo; no hay que hablar mal del marido. Sin embargo, tú +eres su hermano; intercede por mí junto a él, ruégale que me diga qué +hay dentro. ¡Si vieras cuan intrigada estoy! + +--¿Te figuras que me lo dirá? + +--Entonces tendremos que consolarnos juntos... Ven. + +Y, de un salto, transpone los tres peldaños que conducen al umbral de la +puerta. + +Durante el almuerzo, adopta de improviso una fisonomía seria, y habla +con importancia de los cuidados que le da el manejo de la casa. Había +adquirido, es cierto, en su familia, la costumbre de salir de apuros +sola, porque su pobre madre había muerto hacía muchos años, y antes de +la confirmación, había tenido que dirigir la casa de su padre; pero la +tarea no era muy pesada: su padre no tenía a su servicio más que un +criado para el molino y los trabajos del campo... ¡se extenuaba de +trabajo el pobre padre! + +Sus ojos se llenan de lágrimas. Confusa, vuelve la cabeza. Después se +levanta vivamente y pregunta: + +--¿No tienes ganas? + +--No. + +Luego continúa. + +--Ven conmigo al jardín. Conozco una espesura donde se está muy bien +para hablar. + +--Allá, en el extremo de la alameda. Es también mi lugar favorito. + + + + +VIII + + +Penetran juntos en el jardín que el sol inunda con sus rayos ardientes, +y respiran más libremente bajo la bóveda de verdor que los envuelve en +su fresca sombra. + +Gertrudis se echa negligentemente sobre el banco de césped y coloca bajo +su cabeza, a guisa de almohada, sus brazos, bruñidos por el sol. + +A través del tupido follaje se deslizan aquí y allá algunos rayos que +adornan sus vestidos con manchas de oro, ruedan sobre su cuello y sus +mejillas, y rozan su frente, poniendo un claro fulgor en su cabellera +obscura y rizada. + +Juan se sienta frente de ella y la contempla con una admiración que no +procura disimular. + +Está persuadido de que en su vida ha visto tanta gracia. ¡Qué encanto en +la actitud de esa joven cuñada medio tendida! Las palabras de su hermano +le vuelven a la memoria: «¿Me habría sido posible no amarla?» + +--No sé, pero hoy siento ganas de charlar--dice Gertrudis con sonrisa +confiada;--y coloca más cómodamente su cabeza.--¿Y tú, estás dispuesto a +escuchar? + +Él hace un signo afirmativo. + +--Entonces... el pan no era abundante en casa y los pedazos estaban +contados. En cuanto a la manteca para poner en él, inútil es hablar de +ella. Si yo no hubiese cuidado el huerto, cuyos productos se vendían en +la ciudad, nos habría sido imposible vivir. ¿Por qué la gente lleva toda +su harina al molino de agua de los Felshammer, sin pensar que en los +molinos de viento los pobres molineros necesitan vivir también? Esto es +lo que nos decíamos a menudo; y mirábamos con odio vuestra casa... Pero +he aquí que, de repente, llega Martín. Quiere, dice, vivir en buenas +relaciones con sus vecinos. Se muestra amable y cariñoso con el padre, +amable y cariñoso conmigo. Lleva a los muchachos pasteles y azúcar +cande, y todos nos enamoramos de él. Y al fin declara al padre que me +quiere por mujer... «¡Pero si no tiene nada!--dice mi padre.--«Tampoco +quiero yo nada» responde él. Y figúrate... ¡me toma sin un céntimo de +dote!... Ya puedes comprender mi alegría, pues el padre me había +repetido con frecuencia: «Hoy todos los hombres van detrás del dinero; +tú eres pobre, Gertrudis; prepárate para quedar soltera». Y, sin +embargo, me he casado antes de los diez y siete años... Por lo demás, yo +profesaba desde hacía mucho profundo afecto a Martín; porque, aunque era +un poco tímido y avaro de sus palabras yo había leído en sus ojos su +buen corazón. No puede franquearse tanto como quisiera, y eso es todo. +Yo sé cuán bueno es; y a pesar de su talante gruñón, a pesar de las +reprimendas que me echa, no dejaré de amarlo toda mi vida. + +Guarda silencio un instante y se pasa la mano por el rostro como para +echar al rayo de sol que le dora las pestañas y hace brillar sus ojos +con colores vivos y tornasolados. + +--Mira si es bueno para los míos--continúa con apresuramiento, como si +creyera no poder encontrar bastante afecto para acumularlo sobre la +cabeza de Martín.--Quería darles cada año una pensión, no sé de cuánto; +pero yo no lo he consentido, porque no podía conciliarme con la idea de +que mi padre estuviera reducido a aceptar una limosna en sus últimos +días, aunque se la diese su yerno. Pero me he reservado una cosa: +continuar aquí el cultivo del huerto, al que estaba acostumbrada en +nuestra casa, y quedarme con lo que produzca. + +El empleo de ese dinero es cuenta mía. + +Se sonríe mirándolo con aire triste, y continúa: + +--Tienen verdadera necesidad de él en casa; porque, ya lo ves, hay tres +chicos todavía, que alimentar y vestir sin contar que, desde que yo +partí, tienen que valerse de una criada. + +--¿No tienes hermanas?--pregunta Juan. + +Ella menea la cabeza y dice, lanzando de improviso una risotada: + +--¡Es escandaloso! Ni siquiera una, de la cual pudieras hacer tu mujer. + +El ríe con ella y dice: + +--No es una mujer lo que necesito ahora. + +--¿Entonces, qué? + +--Una hermana. + +--Pues bien, ya tienes una--dice ella levantándose de un salto y +acercándose a él. + +Después, avergonzada sin duda de su vivacidad, se deja caer ruborosa +sobre el banco de césped. + +--¿De veras?--dice con los ojos brillantes. + +Ella hace un leve mohín y dice vivamente: + +--¿Hay que hacer tanto esfuerzo acaso? La mujer de un hermano es casi +una hermana ya. + +Y, midiéndolo de pies a cabeza con una sonrisa, añade: + +--Creo que, con un hermano como tú, se podría ir a cualquier parte. + +--Cinco pies y diez pulgadas, ex hulano de la guardia... ¡si basta +eso!... + +--Y en último término, tú serías también un buen compañero de juegos. + +--¿Necesitas uno? + +--¡Oh sí!--responde ella con un suspiro;--la vida es aquí tan tranquila, +tan seria... No hay nadie con quien pueda uno correr como hacía yo en +otro tiempo con mis hermanos. Con frecuencia he estado a punto de tomar +por el cuello a un mozo del molino; pero ¡la dignidad!... ¡el +respeto!... + +--Bueno, pues ahora estoy yo--dice él, riendo. + +--Por eso fundo en ti grandes esperanzas. + +--Entonces, tómame por el cuello. + +--Tienes demasiada harina encima. + +--¡Vaya una mujer de molinero, que tiene miedo a la harina!--dice Juan +en tono burlón. + +--Deja--concluye ella,--que ya llegará la hora en que ponga a prueba tus +habilidades de jugador. + + + + +IX + + +Mientras los tres descansan en el emparrado, a la hora del crepúsculo, +Juan, que con la cabeza oculta entre los pámpanos sueña en silencio como +su hermano, siente de pronto una cosa redonda, que no acierta a definir, +chocar contra su frente y caer al suelo. «Quizás sea una cochinilla» se +dice; pero el ataque se repite por segunda y tercera vez. + +Entonces lanza una mirada recelosa a Gertrudis, que estatua viva de la +inocencia, canturrea melancólicamente la tonada: _En un fresco valle._ +Sin embargo, entretanto fabrica a hurtadillas las bolitas de pan que le +sirven de proyectiles. + +Juan reprime un acceso de risa y coge disimuladamente una rama de viña, +de la que penden todavía algunos racimos secos del año anterior. Ella le +lanza un nuevo proyectil; y él le dispara, pronto para la respuesta, un +grano a la nariz. Ella se estremece, lo mira un momento toda +desconcertada; y, al inclinarse el joven hacia ella, con el rostro más +serio del mundo, lanza una ruidosa y alegre carcajada. + +--¿Qué pasa?--dice Martín, arrancado violentamente a su somnolencia. + +--¡Ha pasado por la prueba!--responde Gertrudis lanzándose a su cuello. + +--¿Qué prueba? + +--Si te lo digo vas a reñirnos; prefiero callarme. + +Martín interroga con una mirada a su hermano. + +--¡Oh, nada!--dice éste con tímida sonrisa.--Era una broma... Nos +bombardeábamos. + +--Está bien, hijos míos, bombardeaos;--dice Martín, que continúa fumando +en silencio. + +Juan está muy avergonzado, y Gertrudis contempla a su nuevo camarada de +juegos con una mirada maliciosa y provocativa. + +«Revoltosa». Sí; ese era el nombre que había dado Martín Felshammer a su +mujer... + + + + +X + + +Desde aquel día, se repiten las bromas en las horas tranquilas y +silenciosas del crepúsculo, que Martín ama tanto. + +En las apacibles alamedas del huerto suenan gorgeos y risas; sobre el +césped pasan como una tromba dos figuras humanas que se persiguen; se +bromea, se suelta a los perros para que hagan ruido; se caza a los gatos +de la vecindad que se dan las citas amorosas en el molino; se juega al +escondite detrás de los montones de heno y de los setos. + +Martín los deja en plena libertad, y contempla esas locuras con la +mirada benévola e indulgente de un padre. En el fondo, preferiría la +calma de antes; pero son tan felices ellos, en su juventud y su +inocencia, con los ojos brillantes y las mejillas encendidas, que sería +un crimen turbar su alegría con observaciones molestas. Después de todo +son unos niños. + +Además ¿no hay también horas menos ruidosas? Cuando Gertrudis dice: +«Juan, ven a cantar», se sientan juiciosamente uno al lado del otro en +el emparrado, o cuando se pasean lentamente a la orilla del riachuelo; y +cuando Martín ha encendido su pipa y está dispuesto a escucharlos, sus +voces resuenan claras y vibrantes en la sombra de la noche. + +Bien pronto llegan instantes de solemne encanto. Los pájaros, que van a +entregarse al sueño, gorjean en las ramas, una leve brisa sopla en los +pámpanos y el sordo murmullo de la presa sirve de acompañamiento... +¡Cómo ha cambiado su humor de repente! Estaban alegres al empezar; pero +las tonadas que cantan son cada vez más tristes, y el acento de sus +voces cada vez más quejumbroso. Hace apenas unos minutos, sus cabezas se +tocaban; entonces están serios, con las manos juntas y los ojos puestos +en el cielo arrebolado. Sus voces suenan admirablemente unidas. Juan +tiene una voz de tenor clara y suave, que concierta muy bien con las +notas de contralto, llenas y graves, de Gertrudis, y nunca le falta oído +cuando se trata de acompañar de improviso una canción nueva. + +Lo extraño es que nunca puedan cantar cuando están solos. Si, mientras +están cantando, tiene Martín que alejarse, llamado por algún asunto, en +seguida sus voces pierden la seguridad y los jóvenes se miran +sonriendo; uno u otro, por lo regular, deja escapar una nota falsa, y la +canción queda inconclusa. + +Cuando Martín está ausente de la casa o se encierra en su despacho, lo +que sucede una vez o dos por semana, los dos guardan silencio, como de +común acuerdo; ninguno de ellos se atrevería a invitar al otro a cantar. + +En cambio, tienen otras ocupaciones más interesantes, a las que sólo +pueden dedicarse cuando no hay que temer la indiscreción de un tercero. + +Mientras estaba en el servicio, Juan se ha hecho un lindo cuaderno de +música, en el que ha compilado las canciones alegres y sentimentales que +más le gustaban. El género sentimental es el que lo entusiasma. Las +desesperaciones de amor, los cantos fúnebres, se alternan allí con las +consideraciones poéticas sobre la vanidad de la existencia, y lo corona +todo el estallido de desesperación de Kotzebue, desbordamiento de +sentimentalismo que ha sido durante medio siglo la más popular de las +poesías alemanas. + +Ese cuaderno responde perfectamente al gusto poético de Gertrudis. En +cuanto se ve sola con Juan, le murmura en tono de súplica: + +--Ve a buscar las canciones. + +Entonces se sientan en un rincón retirado, y juntan sus cabezas; durante +la lectura sienten con delicia que un estremecimiento de voluptuosidad +les recorre el cuerpo. + +He aquí, en primer lugar, esa poesía extraña: + +EL CONDE ORSINSKI A SU AMADA + + En señal de adiós, recibe las quejas de mi corazón, + Transformadas en dulce armonía, + Pero no trates nunca de adivinar lo que estos acentos dicen. + +Y esta antigua romanza popular: + + Enrique descansaba junto a su reciente esposa, + Rica heredera de las orillas del Rin... + Suena la media-noche, y a través de la cortina, + Pasa de pronto una mano blanca y delicada: + ¿A quién vio? A su Guillermina, + Que se erguía ante él envuelta en un sudario. + +Al llegar a eso, Gertrudis se estremece; y, llena de angustia, con sus +grandes ojos azorados, mira fijamente delante de ella, a través de la +sombra del crepúsculo... pero su sonrisa pone de manifiesto, al mismo +tiempo, un delicioso éxtasis. + +Pero lo maravilloso en ese cuaderno es una composición titulada: _La +bella molinera_. + +--¿Dónde has encontrado esto?--pregunta Gertrudis, impresionada por el +título. + +--Un camarada, que era músico, tenía estas canciones en un gran +cuaderno. De allí las copié yo. El que las ha hecho se llamaba Molinero +de apellido y creo que ejercía además ese oficio. + +--¡Lee, lee, pronto!--exclama Gertrudis. + +Pero Juan se niega. + +--Es demasiado triste--dice cerrando el libro.--Será otra vez. + +Pero Gertrudis le suplica tanto, que tiene que acceder a sus deseos. + +--Ven esta tarde conmigo a la presa--dice;--tengo que hacer allá. Nadie +nos incomodará entonces, y te lo leeré siempre que... naturalmente... + +Y guiña el ojo en dirección al _despacho_. Gertrudis hace una señal con +la cabeza. Se entienden a maravilla. + + + + +XI + + +Después de comer, Martín se retira a su escritorio, seguido por las +miradas impacientes de Gertrudis, que espera el momento en que va a +conocer los secretos de «la bella molinera.» + +Atraviesan de bracete la pradera, para ir a la presa. La hierba está +húmeda de rocío. El cielo, surcado de bandas rojizas. Sobre el fondo +luminoso resalta, perfectamente recortada, la figura negra del bosque de +abetos, que, triste y silencioso, rodea el llano. A medida que se +aproximan, los mugidos del agua llegan cada vez con más fuerza a sus +oídos... Los rayos del sol poniente se reflejan en los torbellinos de +las ondas, y las gotas de espuma que saltan son otras tantas chispas. +Del otro lado de la presa, el río tranquilo parece un espejo; los +árboles lanzan su sombra y reflejan su imagen en las aguas, demasiado +profundas para ser transparentes. + +Se acercan en silencio a la presa. + +En esa época, durante los calores del mes de junio, la presa no da gran +trabajo; pero, en los primeros días de la primavera, y en el otoño, +durante las grandes avenidas, cuando es preciso alzar las compuertas +para dar paso a las aguas y a los carámbanos, sin que encuentren +obstáculos, hay que poner un poco de atención y hay que apelar a todas +las fuerzas para no verse arrastrado con las piezas de madera por el +torbellino de las aguas. + +Juan alza dos esclusas. Eso basta por el momento. Después suelta la +palanca y apoya el codo en el pretil del puente levadizo. Gertrudis, que +durante todo ese tiempo ha estado contemplándolo sin decir nada, se +lanza por sobre la gran viga que atraviesa la corriente de agua de una +orilla a otra, a algunos pasos de ella. + +--Vas a sentir vértigo, Gertrudis--dice Juan echando una mirada inquieta +a la esclusa, por la que las aguas pasan con rapidez espantosa, sobre el +fondo de tablones inclinados, para precipitarse en seguida espumosas en +la corriente. + +Gertrudis suelta una risotada y dice que muchas veces ha estado sentada +allí horas enteras, mirando las aguas, sin sentir vértigo alguno. +Además, ¿no está allí entonces por necesidad? Su mirada, en la que se +lee una curiosidad impaciente, está fija en el bolsillo de Juan; y +cuando éste saca su cuaderno de música, la joven exhala un gran +suspiro, encantada ante la idea de los esplendores que presiente, y +junta las manos como una criatura a quien su abuela va a contar una +historia. Juan comienza. + +Las palabras conmovedoras del poeta brotan de sus labios como un canto. + + Los viajes son la pasión del molinero... + +Gertrudis deja oír una alegre exclamación y marca el ritmo dando con el +pie en los montantes de la esclusa. + + He oído murmurar un riachuelo... + +Gertrudis contiene la respiración, esperando lo que sigue: + + He visto brillar el techo de un molino... + +En su alegría, Gertrudis palmotea y muestra la granja al otro lado. + + ¿Es eso lo que quiere decir tu murmullo? + +En este pasaje, la bella molinera entra en escena y Gertrudis se pone +seria. + + ¡Que no tenga mil brazos para golpear! + +Gertrudis hace leves signos de impaciencia. + + No interrogo a las flores, no interrogo a los astros... + +Una sonrisa de satisfacción vaga por los labios de Gertrudis. + + Me placía dibujarla en la corteza de los árboles... + +Gertrudis lanza un profundo suspiro y cierra los ojos. Y sigue la +lectura, con los sueños del joven molinero ebrio de amor, hasta este +grito de alegría, que domina el canto de los pájaros, el murmullo del +arroyo, el ruido de las ruedas. + + ¡La hermosa molinera es mía! + +Gertrudis abre los brazos, una sonrisa de dulce beatitud pasa por su +rostro, y se mueve su cabeza como diciendo: «¡Dios mío! ¿qué más puede +suceder?» + +Entonces la molinera siente de pronto una pasión misteriosa por el color +verde, se oye resonar el coro en la floresta, aparece el fiero cazador. +Gertrudis experimenta inquietud. + +--¿Qué viene a hacer ese aquí?--murmura dando con el puño en la viga. + +El pobre molinero lo comprende en seguida. Su triste canción dice: + + Quisiera partir, perderme en la inmensidad del mundo, + Si todo no estuviera tan verde, tan verde en el bosque y en los campos... + +Gertrudis, agitada por el temor y la esperanza, hace en el aire un +ademán. ¡Eso no es posible! ¡es preciso absolutamente que todo concluya +bien! + +Y después: + + Florecillas que me dio ella, + Que os pongan a todas en mi tumba. + +Los ojos de Gertrudis están húmedos de lágrimas, pero la joven sigue +confiando en la desaparición del cazador y en la conversación de la +molinera. No puede, no debe ser de otro modo. El molinero y el arroyo +comienzan su diálogo melancólico; el arroyo quiere consolar al molinero, +pero éste no conoce más que una sola quietud, un solo reposo: + + ¡Ay! querido arroyuelo; tu intención es buena... + Pero ¡ay! ¿sabes tú acaso el mal que el amor hace? + +Gertrudis aprueba vivamente con la cabeza. ¿Qué quiere decir ese +estúpido arroyuelo?... ¿Qué sabe él de amor ni de penas?... En seguida +viene la misteriosa barcarola que cantan las ondas. Sin duda, el joven +molinero se ha dormido a la orilla del arroyo; un beso va a despertarlo, +y, cuando abra los ojos, la molinera se inclinará sobre él para decirle: +«¡Perdóname! ¡siempre te he amado!» Pero no... ¿qué significan esas +extrañas palabras de _cámara de cristal azul_? ¿Por qué es preciso que +duerma allí hasta que el mar haya absorbido la última gota de los +riachuelos? Y puesto que para cerrarle los ojos la mala muchacha tiene +que tirar su pañuelo al agua, eso prueba que el dormido no reposa en la +orilla, sino en el fondo. + +Gertrudis oculta su rostro entre las manos y estalla en sollozos +convulsivos; y, como Juan quiere continuar la lectura, le dice: + +--¡Basta! ¡basta! + +--Gertrudis, ¿qué tienes? + +Ella le hace la seña de que la deje. Sus lágrimas son cada vez más +abundantes y su cuerpo tiembla todo; busca un apoyo y se inclina hacia +atrás. + +Juan lanza un grito de angustia, y, de un salto, se precipita para +recibirla en sus brazos. + +--¡Por el amor de Dios, Gertrudis!--dice con la voz trémula, respirando +con esfuerzo. + +Un sudor frío cubre su frente. La joven inclina su cabeza sobre el pecho +de Juan, le echa los brazos al cuello y llora. + +Al día siguiente dice Gertrudis: + +--Ayer me porté como una chiquilla, Juan, y creo que, a poco más, caigo +al agua. + +--Ya habías perdido el equilibrio--dice él. + +Y se estremece al recordar el terrible instante. + +Una sonrisa sentimental pasa por los labios de Gertrudis. + +--Entonces habría concluido para siempre--dice la joven con un profundo +suspiro. + +Pero, un instante después, se ríe ella misma de su locura. + + + + +XII + + +Pasan los días. Juan, como camarada de juegos, ha sobrepujado todas las +esperanzas de Gertrudis. Los dos son inseparables; y Martín se ve +reducido al papel de espectador... no puede, con una sonrisa gruñona, +hacer más que decir amén a todas sus locuras. + +Es un encanto verlos atravesar el patio, persiguiéndose uno al otro, +como si tuviesen alas en los talones. Gertrudis corre tan ligera que sus +pies apenas tocan el suelo. Sin embargo, Juan es más ágil; por mucho que +dure la carrera, siempre la alcanza. Viendo que no hay posibilidad de +escapar, la joven se agazapa como un polluelo, asustado; y cuando él, +triunfante, la toma en brazos, su cuerpo esbelto se yergue como si, al +contacto de Juan, la sacudiese una conmoción eléctrica. + +David, el viejo criado, observa sus juegos con gran atención, por la +claraboya del granero, donde ha establecido su residencia; rasca su +cabeza gris, y murmura entre dientes toda clase de cosas +incomprensibles. + +Gertrudis lo ve un día y se lo muestra a Juan. + +--Habrá que hacer una broma a ese viejo cazurro--murmura la joven. + +Juan le refiere la mala pasada que jugó a David en otro tiempo, al +descubrir el escondite en que el viejo guardaba la harina que robaba. + +--¿Si pudiéramos conseguir hacer hoy lo mismo?--dice Juan riendo. + +--Lo buscaremos. + +Dicho y hecho, o casi hecho. El domingo siguiente, el molino está +parado; los criados y los molineros han salido. Juan coge el manojo de +llaves colgado de la pared y hace una seña a Gertrudis para que le siga. + +--¿Adónde vais?--pregunta Martín alzando los ojos del libro. + +--Una gallina está poniendo fuera del gallinero;--dice vivamente +Gertrudis.--Vamos a buscar el nido. + +Y ni siquiera se pone colorada. + +Hacen entonces una investigación escrupulosa en los establos, en la +granja, en el granero y en el pajar; pero registran sobre todo el +molino, suben y bajan las escaleras, y revuelven el cuarto de los +trastos viejos. + +Escudriñan sin ningún resultado, durante dos horas, por lo menos, y de +repente, Gertrudis, que no tiene miedo de meterse en el rincón más +recóndito del granero, anuncia que ha encontrado lo que buscaba. Entre +los haces de leña que se deshacen en polvo, las ruedas de engranaje +inservibles y los restos de los diez últimos años, aparecen varios sacos +de harina y de avena; al lado se ve un buen número de utensilios +pequeños: martillos, tenazas, cepillos, cuchillos de mesa. Con los ojos +brillantes, el rostro lleno de tierra y los cabellos cubiertos de +telarañas, Gertrudis sale del escondrijo lanzando gritos de alegría; +cuando Juan se ha cerciorado de que no hay error, el consejo de guerra +se reúne y delibera. + +¿Conviene enterar a Martín del secreto? No; se incomodaría y acabaría +por echarles a perder la broma. Juan tiene una idea. Vierte el contenido +de los sacos en una medida igual, después llena esos sacos de tierra y +de arena, y esparce encima una capa de negro de humo, como el que usan +los cocheros para teñir los arneses. Sumerge por un momento los +instrumentos en el tonel de alquitrán; y, cuando ha vuelto a poner todas +las cosas en su orden primitivo, considera terminada su tarea. + +Abandonan el molino penetrados de una alegría profunda; se trasladan a +la balsa para lavarse la cara y las manos, se ayudan mutuamente a +limpiarse las ropas, y entran en la casa esforzándose por adoptar la +expresión más inocente posible. Sin embargo, Martín no tarda en notar en +sus labios leves movimientos que les hacen traición; los amenaza +sonriendo, pero no les dirige la menor pregunta. + +Pasan tres días en la más viva impaciencia; después, una mañana, Juan, +sin aliento, corre al jardín en busca de Gertrudis, con el semblante +enrojecido a fuerza de contener las ganas de reír. Al instante, ella +suelta la azada y se precipita con él al patio. Delante de la balsa está +el viejo David furioso y desfigurado, medio blanco, medio transformado +en deshollinador. Tiene el rostro y las manos negras como el carbón, y +sobre sus ropas aparecen enormes manchas de alquitrán. En las ventanas +del molino se ven las caras de los molineros que ríen a carcajadas, y +Martín se pasea delante de la casa vivamente sobreexcitado. + +La escena es en extremo cómica, y Juan y Gertrudis creen que van a morir +de risa. David, que sabe muy bien de qué lado debe buscar a sus +enemigos, les lanza una mirada llena de odio. Procura limpiarse, pero el +terrible negro de humo, mezclado con el alquitrán se pega de tal modo, +que parece ser el color natural de su piel. Al fin, Martín, lleno de +lástima por el pobre diablo, lo hace entrar en el cuarto de los criados +y dice a Gertrudis, que de tanto reír tiene los ojos llenos de lágrimas, +que vaya a buscarle un traje viejo de trabajo. + +Al mediodía, durante la comida, los jóvenes cuentan a Martín la broma +que tan bien les ha salido. El menea la cabeza desaprobando, y dice que +hubiera sido mejor comunicarle el descubrimiento que habían hecho. +Después al abandonar la sala, se le oye murmurar palabras como +«veintiocho años de servicios» y «bromas de chiquillos». + +Gertrudis y Juan cambian una mirada de inteligencia que quiere decir: +«¡Qué aguafiestas!» + +Durante tres días más, el suceso es para los jóvenes un manantial de +alegría, que saborean en secreto. + + + + +XIII + + +El domingo, Martín va al pueblo a cobrar deudas viejas; no volverá antes +de la noche. Los molineros se han ido a la taberna. El molino está +desierto. + +--Voy a despedir también a las criadas--dice Gertrudis a +Juan.--Estaremos entonces completamente solos y podremos hacer alguna +cosa. + +--¿Qué cosa? + +--Ya encontraremos--dice ella riendo; se dirige a la cocina. + +Al cabo de media hora reaparece: + +--Ya se han marchado. Ahora estamos libres. + +Se sientan uno frente al otro y buscan en su imaginación. + +--Nunca volveremos a encontrar una diversión como la del domingo +pasado--dijo Gertrudis suspirando. + +Y, después de un momento: + +--Escucha, Juan. + +--¿Qué? + +--¿Sabes que tú eres para mí un verdadero don del cielo? + +--¿Por qué? + +--Desde que tú estás aquí, soy tres veces más feliz. Ya ves... él es +bueno... y tú sabes que lo quiero mucho, mucho, pero... ¡está siempre +tan serio! ¡me trata con tanta altura! Cualquiera diría que yo soy una +criatura estúpida, sin sombra de inteligencia. Sin embargo, soy +laboriosa y manejo la casa como una mujer madura. Si Dios me ha hecho +alegre como un pájaro, yo no tengo la culpa; y, después de todo, eso no +es un crimen. Pero cuando estoy delante de él y él me mira con su cara +grave y enfurruñada, se me pasan las ganas de hacer locuras... y de +estar sentada e inmóvil una se aburre a menudo, una... + +Se detiene y reflexiona. Querría quejarse pero no sabe de qué. + +--Contigo, es otra cosa--continúa.--Tú eres un buen muchacho, que no +dice nunca que no. ¡Contigo se puede hacer lo que una quiera!... Tú no +tienes la sonrisa desdeñosa que aparece siempre en sus labios, cuando se +le refiere algo, y que quiere decir: «Te escucho, pero no estás contando +más que tonterías.» Entonces se me ahogan las palabras en la garganta... +Mientras que a ti... sí, a ti se te puede confiar todo lo que le pasa a +una por la cabeza. + +Apoya pensativa su rostro en las dos manos, mientras que con un +movimiento de vaivén balancea sus codos sobre las rodillas. + +--¿Y qué te pasa por la cabeza en este momento?--pregunta Juan. + +Ella se pone colorada y se levanta vivamente. + +--¿A que no me pillas?--grita parapetándose detrás de la mesa. + +Pero, cuando él va a perseguirla, ella se adelanta tranquilamente. + +--¡Deja!... vamos a hacer algo. Ahí están las llaves... quizás se nos +ocurra alguna idea. + +Juan descuelga el manojo de llaves y la sigue al patio, donde el sol del +mediodía lanza sus rayos ardientes. + +--Abre el molino--dice Gertrudis.--Allí hace fresco. + +El obedece; y ella sube de un salto los escalones y entra en la penumbra +de la sala, donde reina el silencio del domingo. + +--Sola, tendría miedo aquí--dice, volviéndose hacia él y mostrando con +el dedo la puerta del despacho, cuya madera reluce con brillo misterioso +en medio de la semiobscuridad. + +La joven aparta los dedos y tiembla. + +--¿Nunca te ha dicho nada?--susurra al cabo de un instante inclinándose +hacia su oído. + +El menea la cabeza. Se siente intranquilo en la sala húmeda y sombría; +respira penosamente, tiene necesidad de aire y de luz. + +Pero Gertrudis se encuentra muy bien en aquella atmósfera cargada de +vapores, en aquel mediodía misterioso; el sol, filtrándose por las +claraboyas, arroja sobre el suelo sus rayos oblicuos, como cintas de +oro, donde miriadas de partículas de polvo danzan una zarabanda. + +El estremecimiento que se apodera de ella le causa una sensación +agradable; baja la cabeza y trepa con precaución la escalera, como si +quisiese cazar un fantasma. En lo alto, en la galería, lanza un grito; +Juan, lleno de inquietud, le pregunta qué tiene; ella responde que ha +querido simplemente dilatar el pecho. Sube a una tolva, transpone la +balaustrada y vuelve a bajar deslizándose por la escalera. Después +desaparece en la sombra de las máquinas, en el sitio en que las ruedas +poderosas alzan sus masas gigantescas. Juan la deja hacer; entonces no +hay peligro, entonces todo está inmóvil. + +Algunos segundos después, la joven reaparece. Se aprieta contra Juan, y, +echando a su alrededor una mirada temerosa, saca del bolsillo una +llavecita atada a un cordón de negro. + +--¿Qué es esto?--pregunta en voz baja. + +Juan lanza una ojeada hacia la puerta y mira a Gertrudis como +interrogándola. + +Ella hace un signo con la cabeza. + +--¡Colócala en su sitio!--exclama él asustado. + +La joven balancea la llave en la mano, acariciando con los ojos el metal +que brilla. + +--Un día, por casualidad, se la vi ocultar allí--murmura. + +--¡Colócala en su sitio!--exclama él, una vez más. + +La joven frunce las cejas; después, con una leve risa. + +--¡Esto es lo que podíamos hacer!... + +Y, al mismo tiempo que habla, le echa de soslayo una mirada inquieta y +trata de leer en su rostro lo que piensa. + +El corazón de Juan late violentamente. Surge del fondo de su alma el +presentimiento de que van a cometer una falta. + +--La cosa quedará entre nosotros, Juan, dice Gertrudis en tono zalamero. + +El cierra los ojos. ¡Qué hermoso sería tener un secreto con ella! + +--Y además, ¿qué mal hay en eso?--continúa la joven.--¿Por qué es él tan +misterioso, sobre todo con nosotros, que somos sus más cercanos +parientes, en el mundo? + +--Por eso precisamente no deberíamos engañarle. + +La joven golpea la tierra con el pie. + +--¡Engañarle! ¡qué expresiones usas! + +Y en tono enfurruñado añade: + +--Vaya, no hablemos más. + +Se dispone a llevar la llave a su escondite. Pero le hace dar dos o tres +vueltas entre los dedos, y finalmente, con una alegre explosión de risa: + +--¡Qué diablo! no es la misma. + +Se acerca a la puerta y compara, meneando la cabeza, el agujero de la +cerradura con el tamaño de la llave; después, con movimiento rápido, +mete la llave en el ojo. + +--¡Pues entra!... + +Y, fingiendo sorpresa, mira por encima del hombro a Juan, que, de pie +detrás de ella, sigue con ansiedad los movimientos de su mano. + +--Hazla girar--dice ella en tono de broma y retrocediendo un paso. + +Juan tiembla. ¡Oh, Eva tentadora! + +--Hazla girar y déjame asomar la cabeza por la abertura--dice la joven +riendo.--Tú no tienes necesidad de ver nada. + +Entonces, cediendo a un violento impulso, Juan hace girar la llave; por +la puerta, abierta de par en par, les llega de la ventana un rayo de +luz ofuscadora. + +En el rostro de Gertrudis se pinta el desencanto. Tiene delante de ellos +una pieza muy sencilla, amueblada como el despacho de un comerciante, +con las paredes peladas y blancas. En el centro se ve una gran mesa de +trabajo, toscamente pintada y llena de muestras de granos y de libros de +contabilidad; en una de las paredes están colgadas ropas usadas; en la +otra, hay un estante cargado de cuadernos azules y le libros de +encuadernación modesta. Juan echa a su alrededor una mirada tímida; +después se acerca a los libros y se pone a leer los títulos. + +¡Qué biblioteca tan lúgubre! Son obras de medicina, que tratan de las +enfermedades del cerebro, de las lesiones del cráneo y de otros asuntos +del mismo género; disertaciones filosóficas sobre la herencia de las +pasiones: una _Historia de los accesos de cólera y de sus terribles +consecuencias_, un _Tratado del dominio sobre sí mismo_, y una obra de +Kant, _El Arte de dominar por la voluntad los sentimientos mórbidos_. +Hay también libros de literatura, casi todos sobre el fratricidio. Al +lado de novelas lúgubres, como _El fin trágico de toda una familia en +Elsterwerda_, se encuentran: _La novia de Messina_, de Schiller, y +_Julio de Tarento_, de Leisewitz. + +También la teología está representada por cierto número de pequeños +tratados sobre el pecado mortal y su perdón. Al lado, en los cuadernos +azules, están compilados cuidadosamente algunos extractos, diferentes +estudios, mezclados con consideraciones melancólicas sobre las +experiencias y los pensamientos personales de Martín. + +Juan deja caer las manos. + +--¡Pobre, pobre hermano!--murmura, suspirando, con el corazón +entristecido. + +Entonces la mano de Gertrudis se posa sobre su hombro. La joven señala +con el dedo un rótulo colocado arriba de la puerta y pregunta en voz +baja y ansiosa: + +--¿Qué significa eso? + +En el rótulo se lee, en gruesas letras de oro, estas tres palabras: +_¡Piensa en Fritz!_ + +Juan no contesta. Se deja caer en una silla, oculta el rostro entre las +manos y llora amargamente. + +Gertrudis tiembla de pies a cabeza. Lo llama por su nombre, le echa los +brazos al cuello y trata de apartarle las manos del rostro; y, como todo +es inútil, se deshace también en lágrimas. + +Al ruido de sus sollozos se levanta Juan lentamente y mira a su +alrededor, con mirada terrible. Ve unas ropas colgadas de la pared; +ropas de niño de una época muy antigua. Las conoce perfectamente. + +Su madre las conservaba como reliquias en el fondo del armario; se las +había enseñado un día, diciéndole: «son los vestidos de tu hermanito +muerto.» Desde el día que ella había abandonado el mundo, los vestidos +habían desaparecido. Por lo demás, él no había vuelto a pensar en ellos. + +Un frío estremecimiento le recorre todo el cuerpo. + +--Ven--dice a Gertrudis, que no ha cesado de llorar. + +Abandonan el despacho. Gertrudis quiere salir en seguida del molino. + +--Guarda primero la llave--dice él. + +Bajan juntos los escalones que conducen a las máquinas; y, cuando han +colgado la llave, se precipitan fuera, como si las Furias los +persiguiesen. + + + + +XIV + + +Desde entonces ya no hay en sus relaciones la inocente alegría de otros +tiempos. + +Se han convertido en cómplices. + +¡Con qué alegría hubieran confesado a Martín la tontería que han hecho! +Pero comparecer juntos ante él y decirle: «¡Perdónanos, hemos +pecado!...» no es posible; sería un espectáculo demasiado teatral; y el +que se encargase de hacer esa confesión tendría sobre su cómplice una +gran ventaja; estando igualmente unidos a Martín, el primero que +rompiese el silencio pasaría necesariamente por el más sincero y el +menos culpable. Además, se han prometido una discreción absoluta; y +están tanto más dispuestos a cumplir su promesa cuanto que temen tocar +el asunto: ni siquiera se atreverían a hablar de eso entre ellos +abiertamente. + +Desde entonces comienzan a contraer la costumbre de las reservas y los +misterios; toda palabra pronunciada en la mesa, por inocente que sea, +tiene para ellos un sentido particular más grave; toda mirada que +cambian es para ellos la señal de una inteligencia secreta. + +Martín no ve nada de eso; una o dos veces ha notado que «sus dos niños» +han perdido mucho de su antigua serenidad, que las canciones no brotan +ya tan alegres de sus gargantas. Pero no dice nada; sospecha que han +tenido alguna disputa y que están todavía incomodados. + +A la semana siguiente, un día que Martín se ha encerrado en su despacho +Gertrudis se arma de valor y dice: + +--Mira, Juan; es una locura que estemos atormentándonos de este modo. +Dejemos dormir esa tonta historia. + +--¡Si fuera tan fácil hacer como decir!--exclama él con expresión +melancólica. + +Ella lanza una alegre carcajada, y él ríe también. + +--En realidad es muy fácil. + +Pero han tomado gusto al misterio y no pueden perder el hábito. La menor +broma tiene un encanto más, porque es preciso «a toda costa» que Martín +no sepa nada; y, si por casualidad juntan sus cabezas parloteando, se +separan asustados al menor ruido, como si estuvieran tramando complots +criminales. + +No han cambiado una palabra, una mirada, un pensamiento que pueda temer +la luz del día; pero sus almas han perdido la flor de la inocencia. + +Llega la víspera de San Juan. Sopla un viento caliginoso. La tierra está +como embriagada; desaparece bajo las flores. + +Las plantas de jazmines parecen cubiertas de blanca espuma, las rosas +primaverales abren sus cálices, y los botones de los tilos empiezan a +abrirse. + +Gertrudis, sentada en el emparrado, ha dejado caer su labor sobre las +rodillas y se abandona al ensueño. El perfume de las flores, el calor +del sol le han turbado la cabeza; pero poco importa eso. Querría bañar +sus miembros en ese soplo abrasado, querría vaciar todos los cálices si +hubiera dentro de ellos algo que pudiera beberse. + +En el molino ha cesado el trabajo un poco antes de lo acostumbrado; los +mozos quieren ir a la aldea a festejar San Juan. Van a bailar, a quemar +toneles de alquitrán, a hacer los locos mientras tengan fuerzas. + +Gertrudis suspira. ¡Quién pudiera ir también! Martín querrá quedarse en +casa; pero Juan, Juan debería ir... + +Precisamente está a la entrada, haciéndole una seña con la cabeza. +Después se sienta en el banco, a su lado... Está cansado, tiene mucho +calor; ha trabajado rudamente. + +Algunos minutos después se levanta: + +--Yo no me quedo aquí. Hace un calor sofocante. + +--¿Adónde vas? + +--Voy al río. ¿Vienes? + +--Sí. + +Y ella deja la labor y se apoya en su brazo. + +--Hoy van a bailar allá, en la aldea--dice. + +--¿Querrías ir tú también, gatita? + +Ella se tuerce las manos gimiendo, para expresar mejor su deseo. + +--«_Pero, como no puedo, me quedo en casa_»--murmura él. + +--¡No he bailado nunca contigo, y querría bailar!... Tú bailas muy bien. + +--¿Cómo lo sabes? + +--¿Y tienes la desfachatez de preguntarlo?--dice ella afectando cierto +despecho;--acuérdate de la fiesta de los cazadores, hace tres años. Las +muchachas contaban de ti cosas maravillosas; decían que eras encantador, +que las llevabas muy bien bailando, ni muy sueltas ni muy apretadas; que +eras un mozo arrogante. Esto bien lo veía yo ¿pero para qué me servía? +Tus miradas desdeñosas pasaban por encima de mí como si yo no hubiera +existido. + +--¿Qué edad tenías entonces? + +Ella vacila un instante, y responde a media voz: + +--Catorce años y medio. + +--¡Ah! entonces...--dice él riendo. + +--Pero estaba muy crecida... completamente desarrollada en aquella +época--replica ella vivamente.--No habrías comprometido tu dignidad +haciéndome dar una vuelta o dos por la sala. + +--¡Bueno! Las daremos dentro de quince días en la fiesta de los +tiradores. + +--¿De veras?--pregunta ella con los ojos brillantes. + +--Martín es uno de los jefes de la corporación de los tiradores; +necesariamente ha de ir allá. + +Gertrudis lanza un grito de alegría; después, de repente, exclama: + +--Pero no tengo zapatos de baile. + +--Mándalos hacer. + +--¡Ah! ¡Son tan pesados los que hace el zapatero de la aldea! + +--Entonces, voy a escribir encargando para ti unos a la ciudad. Bastará +que me des la medida. + +--Sí... ¿quieres? ¡mi querido, mi buen Juan!... + +Y de pronto, soltando su brazo, se adelanta algunos pasos y grita: + +--¡Atrápame! + +Y huye como el viento. + +Juan se pone a perseguirla; pero está fatigado y no puede alcanzarla. +Atraviesan el puente levadizo y continúan su carrera por el prado +inmenso, que termina allá, en el bosque de abetos. Gertrudis da un +regate hábil, pasa como una flecha junto a Juan, y antes que él haya +podido seguirla está al otro lado del río. Sin aliento, toma la cadena +con que se hace mover el puente levadizo y tira con todas sus fuerzas: +la pieza de madera chirría girando sobre sus goznes, y se levanta en el +aire en el momento mismo en que Juan va a precipitarse sobre el puente. +Sorprendido, lanza un grito, y con violento esfuerzo, agarrándose a la +viga, consigue detener su impulso al borde del abismo. + +Gertrudis se ha puesto lívida; toda desconcertada, lo mira fijamente. +El, tratando de recobrar el aliento, hunde sus miradas en la sombría +corriente. + +--¡No había pensado en ello, Juan!--balbucea la joven implorando su +perdón con los ojos. + +Juan se echa a reír. Una alegría feroz, que le hace olvidar todo +peligro, se apodera de él. + +--¡Espera! ¡espera!--exclama, abriendo los brazos;--te pillaré de todos +modos. + +Y, de un salto temerario, se lanza sobre la estrecha viga que atraviesa +el río como un puente. + +--¡Juan!... ¡por el amor de Dios!... ¡Juan! + +El joven no oye. Debajo de él las aguas hierven en el abismo; se +esfuerza por conservar el equilibrio; avanza, tiembla, vacila; da un +paso, dos, tres, un salto atrevido... Ha pasado. + +--¡Corre!--dice, lanzando un grito de alegría salvaje. + +Pero Gertrudis permanece inmóvil. Paralizada por el espanto, lo mira +fijamente. Con un salto de tigre, el joven se abalanza sobre ella, la +toma en sus brazos, la aprieta contra él; ella cierra los ojos, +respirando con dificultad. El la abraza y posa su boca ardiente y +alterada sobre los labios trémulos de la joven; ella lanza un grito de +dolor, y su cuerpo, sacudido por la fiebre, se estremece en los brazos +de Juan. Entonces, él la deja en el suelo, y con mirada temerosa observa +a su alrededor. ¿Los ha visto alguien?... No, nadie... ¿Y después de +todo?... ¿Qué importa?... El hermano de Martín puede besar muy bien a la +mujer de Martín. ¿No exigió eso él mismo, un día? + +La joven abre los ojos; parece salir de un sueño. Su mirada evita la de +Juan. + +--No está bien lo que has hecho, Juan. Te prohíbo que vuelvas a hacerlo +en adelante. + +Sin responder, él se inclina para recoger la rosa que se ha caído de su +pecho. + +--Quiero volver a casa--dice Gertrudis, paseando su vista en derredor, +con expresión inquieta. + +Marchan un momento en silencio, uno al lado de otro. + +Ella fija sus ojos en el horizonte, mientras él respira ávidamente la +rosa que ha recogido. + +--Huele bien--dice en tono inocente. + +Ella dice que sí. + +--¿Te gustan las rosas?--continúa él. + +La joven vuelve los ojos hacia él. «¡Como si no lo supieras!» dice su +mirada. + +--Oye--agrega él vivamente.--¿Por qué no pones ya flores en mi cuarto? + +Ella no responde. + +--¿Porque no las merezco? + +--Me lo ha prohibido él--balbucea Gertrudis. + +--¡Ah! eso es otra cosa--dice Juan, desconcertado. + +La conversación termina de pronto. + + + + +XV + + +En el emparrado, Martín recibe a Gertrudis con reproches afectuosos: +tiene un hambre de lobo y la cena no está servida todavía. Gertrudis se +dirige apresuradamente a la cocina. + +Cenan en silencio. Los dos jóvenes no alzan los ojos del plato. + +Un calor sofocante, intolerable, pesa sobre la tierra. Un viento +caliginoso levanta pequeñas nubes de polvo; velos de vapor azulado +descienden lentamente sobre el suelo. + +Juan apoya la cabeza en los vidrios de la galería; pero están calientes +como si hubiesen permanecido todo el día en un horno. + +De pronto, Gertrudis se levanta. + +--¿Adónde vas?--pregunta Martín. + +--Al huerto--responde ella. + +Un momento después se oyen sus pasos en la escalera que conduce a la +buhardilla. + +Cuando vuelve a entrar, echa tímidamente una mirada a Juan; después se +sienta otra vez en su sitio, con los ojos bajos. + +De la aldea llegan gritos de alegría, aclamaciones con las cuales se +mezclan las notas agudas del violín y los sonidos graves del contrabajo. + +--¿Iríais de buena gana, eh? + +Los jóvenes no responden, y Martín toma su silencio por una +aquiescencia. + +--Bueno, vamos. + +Se levanta. Gertrudis se despereza con semblante aburrido, mira a Juan +con vacilación; después dice meneando la cabeza. + +--No tengo ganas. + +--¿Qué es eso?--exclama Martín completamente atónito.--¿Desde cuándo no +tienes ganas de bailar? ¿Todavía estáis reñidos, eh? + +Juan se ríe levemente, y Gertrudis vuelve la cabeza. De pronto, la joven +se levanta, dice buenas noches y desaparece. + +Un momento después los dos hermanos se separan. + +Juan sube pesadamente la escalera, abre la puerta de su cuarto; un +embriagador perfume de flores flota en el aire. Respira profundamente y +exhala un suspiro de satisfacción. Por eso, sin duda, ha vuelto ella tan +tarde del jardín. Al lado de su almohada hay un gran ramo de rosas y +jazmines. Se tiende en la cama como si quisiera hundirse en aquella masa +de flores. Por un instante, da rienda suelta a su fantasía; pero su +respiración se hace cada vez más penosa, sus pensamientos se obscurecen; +a cada pulsación, un dolor, penetrante como una aguja, le atraviesa las +sienes; le parece que va a ahogarse bajo la intensidad de los perfumes. + +Reuniendo todas sus fuerzas, se levanta y abre una de las hojas de la +ventana. Pero tampoco encuentra allí reposo ni frescura. Una verdadera +oleada de perfumes sube del jardín hasta él, un soplo ardiente le azota +el rostro, y gotas de lluvia tibia le acarician las mejillas. Por +momentos, los toneles de alquitrán que arden en la aldea lanzan +llamaradas a través de las masas de vapor obscuro que velan el +horizonte. + +Juan fija sus miradas abajo. Espera. El corazón salta en su pecho. Su +deseo le parece todopoderoso; va a forzar la ventana de abajo, a abrirla +y... Oye un leve chirrido de goznes... después se abre una de las hojas; +y, atrevidamente inclinado hacia fuera, envuelto en sus cabellos +destrenzados que flotan, el rostro de Gertrudis se levanta hacia él, +mudo y apasionado. + +Permanece así un segundo... y desaparece. + +¿Debe gritar de alegría, debe llorar? No lo sabe. + +Entonces puede entregarse a un embotamiento delicioso... ¿qué efecto +ejercerán sobre él los perfumes? + +Se desnuda y se mete en la cama; pero, antes de disponerse a dormir, se +levanta otra vez, coge el vaso con mano temblorosa y hunde su rostro en +las flores. + +¡Qué semejanza con la primera noche y, sin embargo, qué diferencia! +Aquella vez tranquilo y alegre; y entonces... + +De pronto lo asalta un recuerdo que le hiela el rostro; sus dedos +aprietan violentamente el vaso; presta oído... Le parece que la música +tan franca de aquella noche, cuyo sonido subió hasta él a través del +suelo, va a sonar otra vez. Escucha con una angustia creciente, hasta +que su cabeza se llena de un zumbido que murmura, que estalla como una +risa aguda... Un horrible sentimiento de odio y de envidia se despierta +en él de repente; con una risa feroz, arroja lejos el vaso, que se rompe +en medio del cuarto. + +A la mañana siguiente, Juan está lleno de vergüenza. Todo eso le parece +un mal sueño. Recoge los fragmentos del vaso, los ajusta y piensa en ir +a comprar con qué pegarlos. Reflexiona y no alcanza a ver claramente el +sentimiento que le ha hecho cometer ese acto estúpido; todo lo que sabe +es que era un sentimiento muy bajo, execrable. Aprieta la mano de su +hermano más cordialmente que nunca, y lo mira en silencio en el fondo de +los ojos, como si tuviera que hacerse perdonar una falta grave. + +Gertrudis tiene la palidez que causa una noche de insomnio. Su mirada +evita la de Juan, y la taza de café que le ofrece suena en sus manos +temblorosas. + +No encontrando nada mejor, se pone a hablar de los zapatos de baile, +para sondear al mismo tiempo las intenciones de Martín. Este no opone +objeción alguna; es preciso que Gertrudis se haga tomar las medidas +inmediatamente; y, como la joven se niega a quitarse el zapato en +presencia de Juan, éste la llama «remilgada.» + +La joven se ofende, se pone a llorar y sale. Por la tarde aparece toda +confusa con la medida, y Juan puede enviar su carta. + +Pero el recuerdo del vaso que ha roto le pesa sobre el corazón; y, +cuando se encuentra solo con ella, se lo confiesa penosamente: + +--Escucha, he hecho una mala acción. + +--¿Cuál? + +--He roto tu vaso. + +--¡Ah!... ¿Y eso es una mala acción? + +--¿Qué quieres que sea? + +--Creía que lo habías hecho a propósito--replica ella, muy indiferente +en apariencia. + +El no responde nada y Gertrudis menea dulcemente la cabeza como +diciendo: ¡Tenía razón, pues! + + + + +XVI + + +Pasan los días. Entre Juan y Gertrudis, las relaciones son más frías que +antes. No se evitan, charlan juntos; pero no pueden emplear el tono +alegre, de franca y libre amistad, de otros tiempos. + +«Ha tomado a mal que la besase», se dice Juan, sin darse cuenta que él +también ha cambiado. + +--¿Qué es lo que tenéis, muchachos?--dice una tarde Martín, +gruñendo.--¿Os duele acaso la garganta, que ya no cantáis? + +Los dos guardan silencio por un instante; después, Gertrudis, medio +vuelta hacia Juan, le pregunta: + +--¿Quieres? + +El hace una seña afirmativa, pero, como ella no lo ha mirado, cree que +no responde. + +--Ya lo ves, no quiere--dice, dirigiéndose a Martín. + +--¿Que no quiero?--exclama el otro riendo. + +--¿Por qué no lo dices, entonces, en seguida?--replica ella, tratando de +ponerse en armonía con su alegre tono. + +Entonces toma la actitud que le es habitual cuando canta; cruza las +manos sobre las rodillas y fija la vista a lo lejos, en dirección al +palomar. + +--¡Qué vamos a cantar?--pregunta. + +--«_¡Ay! ¿cómo es posible eso?_...»--propone Juan. + +Ella menea la cabeza. + +--Nada que hable de amor--dice con sequedad.--¡Es siempre tan estúpido! + +El le dirige una mirada sorprendida. + +Después de un instante de reflexión, entona un aire de caza. Ataca +vigorosamente su parte, y las dos voces se funden en una, como dos olas +en el mar. Sorprendidos por esa armonía, se miran; nunca han cantado tan +bien. + +Pero concluyen en seguida; los alemanes tenemos pocos cantos populares +que no sean de amor. + +Al fin, ella se decide: + + Bello rosal florido, + Cuando veo a mi amor... + +comienza con una especie de grito de alegría. + +El la mira sonriendo, y Gertrudis, sonrojada, vuelve la cabeza. + +Sus voces se animan con vida extraordinaria; parece que los latidos de +sus corazones acompañan sus acentos. Esas voces crecen y se elevan +llevadas por la ola de su sangre, y después vuelven a apagarse, como si +un dolor íntimo y profundo secara en ellos la fuente de la vida. + + Puesto que no se puede expresar todo, + Puesto que el amor es infinito, + Puedes preguntar a mis ojos + Cuánto te quiere mi corazón... + +¿Por qué se cruzan de pronto sus miradas? + +¿Por qué tiemblan los dos como si una descarga eléctrica les sacudiese +los miembros? + + No pasa una sola hora de la noche + Que no se despierte mi corazón; + Que no piense en ti, + Que no piense que me has dado mil veces tu corazón... + +¡Qué embriaguez de pasión en su acento febril! ¡Cómo se buscan sus +voces! ¡parece que quisieran besarse! + + En la orilla del torrente crecen los sauces, + En los valles se extiende la nieve; + Querida niña, tenemos que separarnos... + Parto para la guerra, voy a afrontar la muerte... + La separación, amada mía, es cruel... + +Sus voces se pierden en un murmullo trémulo. El deseo y la esperanza, +las tristezas de la separación y el dolor de la muerte, todo esto se +adivina en los sonidos que se escapan de sus labios. + +El rostro de Gertrudis se crispa como para contener las lágrimas; pero +sus ojos brillan. Irguiéndose de repente, entona la vieja y melancólica +canción del molinero, la canción de la casa dorada que se alza «en lo +alto de la montaña». Juan se estremece, y su voz tiembla. Acaban la +primera estrofa y comienzan la segunda: + + Abajo, en aquel valle, + El agua hace girar una rueda + Que no muele más que el amor, + Toda la noche y todo el día. + La rueda del molino se ha roto... + +En eso... un grito... una caída... Gertrudis se ha desplomado, y con la +frente apoyada en la pared solloza desesperadamente. + +Los dos hermanos se levantan. Martín le toma la cabeza entre las manos y +murmura palabras entrecortadas y confusas; pero ella solloza cada vez +con más violencia. + +Y él, desolado, golpea el suelo con el pie; se vuelve hacia Juan, que +está pálido como un muerto, y le dice: + +--¿Qué tienes? + +Entonces Gertrudis le echa los brazos al cuello, se levanta hacia él y, +como buscando su protección, oculta en su hombro el rostro bañado en +lágrimas. El acaricia dulcemente sus cabellos en desorden y trata de +calmarla; pero el pobre Martín entiende poco de consuelos, y cada +palabra que dice a media voz parece un juramento ahogado. + +La joven deja caer su cabeza contra las hojas; sus labios se mueven, y, +como si quisiese continuar su canto, murmura todavía medio sofocada por +los sollozos: + + La rueda del molino se ha roto... + +--No, hija mía, no se ha roto--dice Martín, cuyos ojos se llenan de +lágrimas.--No se romperá... la nuestra. Seguirá girando mientras +nosotros vivamos. + +Ella menea violentamente la cabeza y cierra los ojos como aterrada ante +una visión. + +--¿De dónde has sacado esa idea?--continúa el marido.--¿Acaso no estás +tan contenta como creíamos? ¿No está aquí Juan, con nosotros? ¿No +vivimos todos felices y satisfechos... trabajando desde la mañana hasta +la noche? ¿Por dónde ha de venir la desgracia? ¿por qué ha de venir? +¿Acaso no velamos también para que tu padre tenga lo necesario?... + +Suspira y enjuga el sudor que cubre su frente. + +No encuentra nada que decir, y, dirigiéndose a Juan, que está vuelto de +espaldas, con la cabeza apoyada en el montante de la puerta, de pie a la +entrada del emparrado: + +--¿Por qué cantabais cosas tan tristes?--le dice en tono rudo.--Yo mismo +me sentía... no sé cómo, cuando empezasteis; y ella... ella no es más +que una mujer. + +Gertrudis menea la cabeza como diciendo: «No regañes...» Después se +levanta, murmura casi sin mover los labios un «buenas noches» apenas +perceptible, y entra en la casa. + +Martín la sigue. + +Juan, con la cabeza entre los brazos, se pone a pensar. La ve todavía +levantarse delante de él con los ojos brillantes, y después desplomarse +de pronto, como herida del rayo. Y entonces se reprocha no haberse +precipitado más pronto hacia ella para impedir que cayese. + +De repente brilla en su cerebro una luz siniestra y sangrienta. +Comprende entonces lo que ha pasado en él la víspera de San Juan, por +qué ha tirado el vaso al suelo... y hace un movimiento como para +romperlo por segunda vez... No es más que un impulso de tortura +infernal; después, esa luz se apaga, y se hace la noche a su alrededor, +una noche sombría y llena de angustias. Se pasa la mano por la frente, +como si tratase de encender de nuevo esa luz, pero todo permanece +obscuro; sombra y misterio es para él lo que acaba de experimentar. Le +parece que va a gritar, que va a confiar a la noche la angustia +indefinible en que se agita. Se pone de rodillas en el mismo sitio donde +ha caído Gertrudis, y, con la frente apoyada en el ángulo del banco, +gime dulcemente. + +De pronto suena una puerta en la casa. Los pasos de su hermano +repercuten en el vestíbulo. + +Se pone en pie de un salto, y se sienta. + +La figura de Martín aparece en el emparrado. + +--¡Hermano! ¡hermano!--exclama Juan. + +--¿Estás ahí, muchacho?--y se deja caer sobre el banco con un suspiro +ruidoso.--Ya está mejor; ha acabado por dormirse a fuerza de llorar; +ahora descansa muy tranquila, y su respiración es profunda. Me he dejado +estar un momento junto a la cama contemplándola. ¡Estoy muy +desconcertado! Hasta ahora siempre he visto claro en su alma infantil, +como en un espejo... y de repente... ¿Qué será esto? Por más que +reflexiono, no encuentro explicación alguna. ¿Estará triste porque no +tiene... ninguna esperanza de ser madre? Sí, quizás sea eso. Sin +embargo, siempre había guardado para mí mi ardiente deseo... no quería +causarle un pesar. Pero, si se piensa bien, todavía no es más que una +chiquilla, está lejos aún de la madurez necesaria para llenar bien los +deberes de madre. ¡Sí, hay que tener paciencia! + +Y así consuela Martín su alma del pesar secreto que lo atormenta. Juan +guarda silencio. ¡Tiene el corazón tan lleno, tan lleno! Querría +demostrar su afecto a su hermano, pero no sabe cómo. Querría librarse de +su propio martirio, y, cogiendo la mano de Martín, le dice desde el +fondo del corazón: + +--¡Oh! sí ¡todo marchará bien, todo se arreglará! + +--¿Por qué no?--balbucea el otro. + +Menea la cabeza, fija un instante sus miradas delante de él, con la +frente pensativa, y después, con expresión contrariada: + +--Vete a dormir, Juan. La rueda rota está dando vueltas en tu cabeza. + + + + +XVII + + +Al día siguiente, Gertrudis se queda en cama, enferma. No quiere ver a +nadie, y a Martín lo menos posible. + +Juan está sobresaltado. Las horas de la comida pasan tristes y +silenciosas... Se extienden las sombras, cada vez más densas, alrededor +del molino de Felshammer. + +El sol se pone una vez más. El cuarto día, Gertrudis está casi +restablecida; Juan puede entrar en su cuarto y hablar con ella. + +La encuentra sentada a la ventana, con una tela blanca sobre las faldas. +Está pálida y fatigada, pero ilumina sus facciones la melancolía +apacible que es propia de los convalecientes. + +Tiende la mano a Juan con una sonrisa. + +--¿Cómo estás?--pregunta él dulcemente. + +--Bien, como ves--responde ella mostrando la tela blanca.--Ya estoy +pensando en el baile. + +--¿Qué baile?--pregunta él con admiración. + +--¡Qué poca memoria tienes!--dice ella tratando de bromear.--El domingo +próximo es la fiesta de los tiradores. + +--¡Ah!... sí, es verdad. + +--¿No te alegra la idea de bailar conmigo? + +--Sí. + +--¿Mucho?... Di, ¿mucho? + +--Mucho. + +Una sonrisa infantil anima su rostro pálido y abatido; sus dedos arrugan +los encajes y los pedazos de tul; se deleita tocando ese tejido blanco y +tenue. + +Su extenuación física parece haber devuelto a su ánimo el antiguo candor +infantil; y, cuando se informa con ansiedad de sus zapatos de baile, +evidentemente vuelve a ser en todo la criatura virginal que en otro +tiempo tendía la mano a Juan con una cordialidad sencilla, para darle la +bienvenida. + +El joven se sienta frente a ella en un taburete; haciendo deslizar entre +sus dedos la tela del vestido de baile, escucha con una sonrisa +indulgente el parloteo de Gertrudis. + +Lo que ella le cuenta está lleno de sol, y respira la alegría de vivir. +Aquel vestido ha sido su vestido de novia; lo ha cosido y guarnecido +ella misma, porque sabe cortar como pocas... Se habría puesto un vestido +de seda, como convenía a la prometida del rico Felshammer, pero no había +podido reunir la suma necesaria; y su orgullo no le había permitido +dejarse ofrecer el traje de novia por su futuro esposo. Entonces siente +casi pesar al deshacer las costuras... ¡Cuántos proyectos y cuántos +locos sueños había cosido por decirlo así, con su aguja! Pero ¿qué +remedio? ¡había engordado tanto después de su casamiento! + +Luego la conversación pasa a la próxima fiesta de los tiradores, versa +sobre las nuevas relaciones hechas en la aldea, se pierde un momento en +la ciudad, en la tienda del zapatero; pero Gertrudis la vuelve a traer +siempre a la época de sus bodas explayándose sobre los sentimientos y +sobre los sucesos de esa época feliz. + +Le parece haberse vuelto soltera. La sonrisa un poco soñadora, la +sonrisa de presentimiento que se dibuja en sus labios, se asemeja a la +de una novia, como si la fiesta para la cual se prepara fuese la de sus +bodas. + +Todos sus pensamientos pertenecen desde entonces a ese baile. En tanto +que acaba de restablecerse, que sus ojos recobran su brillo, que en sus +mejillas vuelven a florecer las rosas de otros tiempos, canta noche y +día, viéndose en el momento de adornarse soñando con el deleite que, +como una embriaguez desconocida, inconcebible, va a invadirla por +completo en esas horas de fiesta. + + + + +XVIII + + +Suenan las trompetas; con las notas agudas de los clarinetes, los +címbalos mezclan sus gruñidos sordos. + +La corporación, en cortejo solemne, se extiende a lo largo de la calle; +a la cabeza, dos heraldos a caballo; Franz Maas y Juan Felshammer, los +dos hulanos de la guardia. ¡No se habrían dejado arrebatar ese honor +aunque la corporación hubiera tenido que disolverse! + +El rostro de Franz está radiante, pero Juan no tiene más que miradas +serias, casi indiferentes. ¿Qué le importan los hombres? Entonces no son +para él sino extraños. No saluda a nadie, su mirada no se detiene en +nadie; pero busca algo en las filas de la multitud, y un relámpago de +alegría y de orgullo ilumina sus facciones. Se inclina, saluda con la +espada; allá, en el extremo de la calle, con las mejillas arreboladas y +los ojos brillantes, agitando su pañuelo, está lo que busca, la mujer +de su hermano. + +La joven ríe, hace señas, se empina; quiere seguirlo con los ojos hasta +que desaparezca en el torbellino de polvo. Olvida casi a Martín, que +camina a su lado. ¿Por qué marcha él tan silencioso y tan tieso, por qué +mete tanto la cabeza en los hombros? Desde lejos, Juan saluda todavía +con la espada. + +El campo del tiro, donde se detiene el cortejo, se encuentra en la linde +del bosque de pinos, que, visto desde la presa, rodea las praderas. A +vuelo de pájaro, está a mil pasos apenas del molino de Felshammer, que +parece hacer señas por arriba de los álamos del río. Si la multitud de +tiradores no hiciera ese ruido ensordecedor, se oiría claramente el +mugido del agua. + +--¡Si acabasen de una vez todas estas tonterías!--dice Juan. + +Y echa una mirada de envidia a la sala de baile, una vasta tienda +cuadrada, cuyo techo se eleva muy alto, dominando el hormigueo de +barracas y de tiendas más pequeñas que se agrupan alrededor. + +Los parientes de los tiradores sólo pueden penetrar en ese sitio a la +tarde, después de haber sido proclamado el rey de la fiesta. + +Las horas, pasan y las detonaciones resuenan monótonas en la linde del +bosque. Como a mediodía le llega el turno a Juan. Tira... y marra el +blanco, a pesar de las flores que Gertrudis le ha puesto en la +carabina... «Flores que dan la suerte», había dicho ella; y Martín, que +estaba presente, se había sonreído como se sonríe uno ante una tontería. + +Una vez que ha cumplido su deber, Juan vuelve la espalda al tiro; entra +en el bosque, donde no se oyen gritos ni conversaciones, donde sólo el +eco de los disparos rueda dulcemente por el aire. + +Se deja caer sobre el césped y dirige sus miradas a los pinos, cuyas +finas agujas, bajo el sol del mediodía, lanzan reflejos como cuchillitos +aguzados. + +Entonces cierra los ojos y sueña. ¡El mundo entero le es indiferente!... +¡Qué lejos está su vida pasada! No ha sido esa vida gran cosa; la mujer +y la pasión no han hecho en ella ningún papel, y, sin embargo, ¡qué rica +y brillante de colores le ha parecido! Entonces se lo ha tragado todo un +abismo, y sobre ese abismo flotan brumas rosadas. + +Han pasado unas dos horas; oye un ruido de trompetas lejanas que anuncia +la elección del nuevo rey. Se pone de pie. Dentro de media hora llegará +Gertrudis... + +Le dicen que la dignidad real ha recaído en su amigo Franz. Escucha eso +como en un sueño... ¿Qué le importa? Sus miradas se dirigen sin cesar +hacia el camino, por donde, entre el polvo y el sol, las mujeres, +vestidas con trajes claros, llegan a pie o en carruaje. + +--¿Buscas a Gertrudis?--pregunta de improviso detrás de él la voz de +Martín. + +Se estremece, violentamente sacado de su ensueño. + +--¿Pero qué tienes, muchacho? ¿Acaso te duele haber marrado el tiro, a +estás durmiendo en pleno día?... + +Ese es un hermoso día para Martín. La compañía de toda aquella gente, +porque él es uno de los más altos dignatarios de la asociación, lo ha +sacado de su somnolencia; sus ojos brillan, una sonrisa jovial se dibuja +en su boca. ¡Si llevase con un poco más de soltura su traje de fiesta! +El sombrero profundamente hundido en su frente, deja ver detrás de la +cabeza un mechón de cabellos hirsutos. + +--¡Mírala! ¡mírala!--exclama de repente agitando su sombrero. + +Ese brillante carruaje tirado por dos caballos es la carroza de gala de +los Felshammer, que Martín se hizo fabricar expresamente para sus bodas. +En el fondo de él, la figura blanca que se apoya en uno de los lados +con indolencia, mirando a su alrededor con seriedad, es ella, «la mujer +del rico Felshammer», como se susurra al verla pasar. + +--¡Mírala que guapa está!--dice Martín tirando a Juan de la manga. + +En el mismo momento descubre ella a los dos hermanos y ¡al diablo los +modales estudiados! se levanta en el carruaje, agita la sombrilla con +una mano y el pañuelo con la otra, ríe con abandono, y con la punta de +su sombrilla da en la espalda al cochero para que ande más de prisa. + +Y, cuando el carruaje se detiene, no espera que la portezuela se abra, +sino que salta por encima de ella, a los brazos de Martín. + +Está febril, agitada, jadeante, sus labios se mueven como si fuera a +hablar, pero la voz le falta. + +--¡Calma, muchacha, calma!--dice Martín, acariciando sus cabellos que +caen entonces en bucles sobre su cuello desnudo. + +Juan permanece inmóvil, sumido en su contemplación. + +¡Qué hermosa es! + +Como un velo tenue, su vestido blanco y diáfano flota en torno de su +cuerpo encantador. ¡Y su cuello blanco! ¡Y aquellos hoyuelos en el +nacimiento de los pechos! ¡Y aquellos brazos llenos y soberbios, sobre +los cuales se estremece un leve vello de plata! ¡Y aquel pecho redondo +y firme que sube y baja como las olas! La joven parece de belleza +inaccesible... _mujer_ y _reina_ a la vez. Y esas dos ideas, de _mujer_ +y de _reina_, se confunden en algo que lo llena a un tiempo de deleite y +de melancolía. Sus ojos se han abierto de repente, y vacilan todavía, +deslumbrados al contemplar en toda su majestad real a la _mujer_ por +delante de la cual ha pasado como un ciego durante toda su juventud. + +¡Qué hermosa es! ¿Cómo _la mujer_ puede ser tan hermosa? + +Y Gertrudis deja escapar entonces de sus labios un torrente de palabras +confusas; está casi muerta de impaciencia, y habla mal del reloj, que +parece retardar la hora de la comida, y de los absurdos zapatos de baile +en los que sus pies no querían entrar... + +--Están demasiado ajustados, me aprietan mucho; pero son bonitos ¿no es +verdad? + +Y, para mostrar sus pies, levanta un poco el vestido; son unos zapatitos +de seda celeste, de altos tacones, atados con cintas también de seda y +celestes. + +--Parecen muy estrechos--dice Martín meneando la cabeza con expresión +inquieta. + +--Lo son, en efecto--responde ella con una sonrisa.--Las puntas de los +pies me queman como si fueran fuego. Pero de esta manera bailaré mejor, +¿no es verdad, Juan? + +Y cierra los ojos un momento, como para despertar de nuevo sus ensueños +desvanecidos. Después se apoya en el brazo de Martín y quiere que la +lleven a su tienda. + +Las principales familias del contorno se han hecho levantar allí tiendas +especiales, leves cabañas o carpas de lona que les aseguren un abrigo +para la noche, porque la fiesta se prolonga de ordinario hasta la mañana +siguiente. Gertrudis ha ido la víspera a vigilar ella misma la +construcción de la suya. Ha hecho llevar muebles y ha adornado la puerta +con guirnaldas de hojas. Puede enorgullecerse de su obra; la tienda de +Felshammer es la más bella de todas. + +Mientras Martín trata de abrirse paso por entre la multitud, ella se +vuelve presurosa hacia Juan y le pregunta en voz baja: + +--¿Estás contento, Juan? ¿Te gusto así? + +El hace una seña. + +--¿Mucho?... Di, ¿mucho? + +--¡Mucho! + +Ella respira profundamente; después ríe, ríe satisfecha. + +La bella molinera causa sensación en la multitud. Los propietarios +forasteros se detienen a contemplarla; los burgueses se dan con el codo +a hurtadillas; los jóvenes de la aldea la saludan con cortedad. A su +aparición se oye un prolongado murmullo en los grupos. Seria, con una +importancia un poco afectada, avanza del brazo de Martín, retirando de +cuando en cuando los bucles que flotan sobre sus hombros; y cuando echa +la cabeza para atrás, toma el talante de una reina, o, más bien, de una +muchacha loca de alegría, que va a hacer la reina y que no está muy +segura de su papel. + + + + +XIX + + +Cuando, una hora más tarde, suenan los primeros acordes, la joven +exclama con un estremecimiento de alegría: + +--¡Ahora soy tuya, Juan! + +Martín le recomienda que tenga cuidado con el frío para no caer enferma; +pero antes que haya concluido de hablar, los jóvenes han desaparecido. +Entonces se resigna, toma un buen vaso de vino de Hungría y se echa +sobre el sofá para descansar. + +Pensamientos agradables acuden a su mente. ¿No son completamente felices +desde que ha venido Juan? ¿No se han hecho ya raras las horas tristes, +llenas de presentimientos siniestros, turbadas por el miedo a los +fantasmas? ¿No estaba reviviendo él a ojos vistas, vencido por la +alegría de esos dos inocentes? ¿No era el día que acababan de pasar la +mejor prueba de que su horror a los extraños ha desaparecido y de que +sabe asociarse ya a la alegría de los otros? ¡Y Gertrudis cuán feliz es +también!... La otra noche, es verdad... ¡Pero qué! ¡Las mujeres son +seres débiles, sujetos a muchos caprichos. Todo se arregló en seguida. + +La frase que Juan le dijo esa noche vuelve a su memoria: «Todo irá bien, +todo se arreglará...» Hace chocar su vaso con los dos vasos vacíos que +han dejado los jóvenes. + +--¡A la salud de ellos dos! ¡A la feliz unión de los tres hasta el fin +de nuestros días!... + +Entretanto Gertrudis y Juan se han abierto paso a través de la multitud +compacta, y llegan a la puerta de la sala de baile. La ola ruidosa de la +música se oye delante de ellos; el aire del interior les da en el +rostro, como el hálito ardiente de un pecho humano. En lo claroobscuro +de la tienda, las parejas que se agitan, estrechamente enlazadas, pasan +frente a ellos; parecen sombras. + +Juan anda como en un sueño. Apenas se atreve a fijar sus miradas en +Gertrudis; un miedo misterioso lo y le aprieta el pecho como un cinto de +hierro. + +--Estás muy serio hoy--murmura ella acercando su rostro al brazo de su +caballero. + +El no responde. + +--¿He hecho algo que te haya disgustado? + +--Nada, nada--balbucea Juan. + +--Bailemos entonces. + +En el momento en que el joven le pasa el brazo por el talle, ella se +estremece, abandonándose después con un profundo suspiro. Se ponen a +bailar. Aspirando con fuerza el aire, ella ladea su rostro contra el +pecho de Juan. En la gorra de éste brilla la escarapela, insignia de los +tiradores, que lleva ese día; la cinta de seda blanca tiembla sobre su +frente. Gertrudis inclina un poco la cabeza y, alzando los ojos hacia +él, murmura: + +--¿Sabes lo que siento? + +--¿Qué cosa? + +--¡Me parece que me llevas al cielo! + +Y cuando termina esa danza: + +--Ven ligero, salgamos--dice;--no quiero tener que bailar con otro. + +Le aprieta fuertemente la mano, mientras él se abre paso por entre la +multitud. Feliz y orgullosa, con las mejillas encendidas y los ojos +brillantes, se pasea de su brazo fuera de la tienda. Ríe, charla y +bromea, y él la imita lo mejor que puede. En el ardor del baile ha +perdido la timidez por completo... Una alegría terrible arde en sus +venas. Entonces, Gertrudis le pertenece en cuerpo y alma, a él solo; lo +siente en el temblor de su brazo, que, con ternura y como a escondidas, +aprieta con fuerza al suyo; lo adivina en el brillo húmedo de sus ojos, +que se alzan furtivamente hacia su rostro. Al cabo de un momento, dice +ella un poco contrariada. + +--Oye, es preciso ver qué hace Martín. + +--Sí--responde él apresuradamente. + +Pero se contentan con esa buena intención. Cada vez que se dirigen hacia +la tienda ocurre en la parte opuesta algún incidente extraordinario que +les hace olvidar su resolución. + +De pronto, Martín mismo sale al encuentro de ellos, en medio de un grupo +de aldeanos a quienes lleva consigo para obsequiarlos. + +--¡Hola, muchachos! Voy a establecer mi cuartel general en el hotel de +la Corona; si queréis beber, venid con nosotros. + +Gertrudis y Juan cambian una rápida ojeada de inteligencia; después dan +las gracias, de común acuerdo. + +--Entonces, adiós, hijos míos; y divertíos mucho. + +Y se aleja. + +--Jamás lo he visto tan contento--dice Gertrudis riendo. + +--¡Buena falta le hace!--dice Juan con voz tierna, siguiendo a su +hermano con una mirada afectuosa. + +Querría ahogar el sentimiento que lo atormenta y que se despierta en él +a la vista de Martín. + + + + +XX + + +Ha llegado la tarde... La multitud está bañada por un resplandor +purpurino. Un rosado crepúsculo envuelve la llanura y el bosque. + +En un rincón solitario de la pradera, Gertrudis, inmóvil, lanza miradas +melancólicas al sol que se extingue. + +--¡Ah! ¡si no se ocultase hoy para nosotros!--exclama abriendo los +brazos. + +--¡Bueno! ¡ordénaselo!--dice Juan. + +--¡Sol, te mando que te quedes con nosotros! + +Y, mientras el globo de fuego se hunde cada vez más, ella se pone a +temblar de pronto y dice: + +--¿Sabes qué idea acaba de ocurrírseme? Que ya no lo veremos salir más. + +Después, lanzando una risa clara: + +--¡Sí, ya sé, es pura locura! ¡Vamos a bailar! + +Una nueva danza acaba de empezar. Cruzan apresuradamente la sala de +baile, trémulos de alegría y embriagándose uno al otro, y desaparecen en +un rinconcito obscuro que han elegido cerca del tablado de los músicos +para substraerse a las miradas indiscretas de las otras parejas, porque +todas quieren conocer a la bella molinera. + +Los cabellos de Gertrudis se han desprendido y flotan libremente; brilla +en sus ojos una llama que sólo se ve en las personas ebrias de +felicidad; todo su ser parece sumido en el deleite de esos momentos. + +--Si no me ardiese el pie como fuego del infierno...--dice cuando Juan +la lleva a su sitio. + +--¡Descansa un poco! + +Ella se echa a reír. En ese instante Franz Maas se adelanta para +invitarla, en su calidad de rey de la fiesta, a la danza de honor; ella +acepta su brazo y se aleja en un torbellino. + +Juan pasa la mano por su frente ardorosa y mira a la pareja; pero las +luces y las personas se confunden en sus ojos en un caos tumultuoso; le +parece que todo gira a su alrededor. Vacila y tiene que apoyarse en una +columna para no caer; y ruega a Franz Maas, que vuelve en ese momento +con Gertrudis, que sirva de caballero a su cuñada por media hora porque +tiene necesidad de salir, de respirar el aire puro... + +Sale a la noche clara y fresca, en contraste con ese local cálido, +cargado de vapores, donde un par de arañas llenas de bujías esparcen un +humo intolerable. Pero hasta allí lo persiguen el bullicio y la música. +En las barracas de tiro chocan las flechas de las ballestas; delante de +las rifas suena la voz ronca de los rifadores anunciando la jugada; y +los caballitos de madera, que giran con ruido ensordecedor, iluminan la +obscuridad con su brillo fugitivo. Y, por entre todo eso, ruedan las +sombras de la multitud. + +Detrás del bosque de pinos, cuya corona sombría y silenciosa domina todo +ese movimiento, se enciende un resplandor de oro; dentro de media hora +la luna verterá sobre aquella escena su luz sonriente. + +Juan avanza a pasos lentos entre las tiendas; se detiene delante de la +posada de la Corona y mira por la ventana. Pero, al ver a Martín allí +sentado, con el rostro abrasado, en medio de un grupo de bebedores +alegres, se precipita en la sombra como si temiera encontrarse con él. +De la casa vecina salen cantos ruidosos; vacila un momento, y al fin +entra, porque la lengua se le pega al paladar. Lo acogen con gritos de +alegría. Ante una larga mesa cargada de cerveza están sentados una +porción de antiguos condiscípulos, pilluelos la mayor parte, a los que +evitaba en otro tiempo. + +Se le rodea, se le invita a beber y se le obliga a tomar asiento. + +--¿Por qué te dejas ver tan poco, Juan?--le grita uno desde el extremo +de la mesa.--¿Dónde te metes de noche? + +--Está cosido a las faldas de su bella cuñada;--responde otro con aire +burlón. + +--¡Deja en paz a mi cuñada!--le dice Juan frunciendo el entrecejo. + +El tumulto lo disgusta, los gritos roncos lo ensordecen, las bromas +torpes le hacen mal. Bebe apresuradamente dos vasos de cerveza fresca, y +sale, librándose con gran trabajo de las instancias importunas de sus +camaradas. + +Se dirige pausadamente hacia la linde del bosque y hunde sus miradas en +la obscuridad, que se anima entonces con los pálidos reflejos de la +luna; después se interna un poco bajo los árboles aspirando la atmósfera +dulce y aromática de los pinos. Quiere dominar a toda costa la +embriaguez inexplicable que le penetra hasta los tuétanos. Pero cuanto +más se aleja del lugar de la fiesta, tanto más aumenta su turbación... + +Al punto de entrar en la sala de baile ve a Franz Maas, que se lanza +hacia él presa de una agitación manifiesta. Una vaga sospecha de +desgracia comienza a torturar su alma. + +--¿Qué ha sucedido?--exclama. + +--¡Al fin te encuentro! Tu cuñada se ha indispuesto. + +--¡En nombre de Cristo!... ¿Y adónde la has llevado? + +--Martín la ha llevado a vuestra tienda. + +--¿Cómo ha sucedido eso? ¿cómo ha sucedido? + +--Desde hacía un momento notaba yo que se había puesto pálida y +silenciosa; y, al preguntarle qué tenía, me dijo que le dolía el pie. A +pesar de eso, no quiso sentarse, y de repente se desmayó en medio de la +sala. + +--¿Y entonces, entonces, qué? + +--La levanté y la llevé en seguida a su sitio mientras mandaba buscar a +Martín. + +--¿Por qué no me mandaste buscar a mí, animal? + +--En primer lugar, porque no sabía dónde estabas; después, porque era +justo que fuese primero el marido... + +Juan suelta una risa estridente: + +--Claro, muy justo... ¿y después? + +--Abrió los ojos antes que Martín llegase. Su primer cuidado fue alejar +a las mujeres que la rodeaban; después me dijo: «No le hable de mi +desmayo.» Y cuando él se lanzó hacia ella con el rostro pálido, +Gertrudis se mostró muy alegre en apariencia y le dijo: «Me hace daño el +zapato; nada más.» + +--¿Y entonces? + +--Entonces se la llevó. Pero alcancé a ver que se ponía a sollozar +escondiendo la cara en el hombro de su marido. Y me dije: «¡Dios sabe +dónde le aprieta el zapato!» + +Juan no quiere escuchar más; sin una palabra de agradecimiento se lanza +fuera. + +La cortina que cubre la entrada de la tienda de los Felshammer está +completamente corrida. Juan escucha un instante. Un ligero rumor de +llanto, mezclado con la voz de Martín que trata de apaciguar a su mujer, +llega hasta él del interior. Quiere levantar la cortina, pero ésta no +cede; parece sólidamente sujeta al marco de la puerta. + +--¿Quién es?--grita la voz de Martín. + +--¡Yo, Juan! + +--¡No entres! + +Juan se estremece. Aquel «no entres» le ha atravesado el pecho como una +puñalada. + +Cuando se trata de estar junto a la que sufre, de llevarle el consuelo y +la paz, le gritan: «¡no entres!» + +Aprieta los dientes y fija sus miradas ardorosas en la cortina, +atravesada por un débil resplandor rojizo. + +--¡Juan!--grita de nuevo la voz de su hermano. + +--¿Qué hay? + +--Anda a ver si nuestro carruaje está ahí cerca. + +Cumple lo que le ordenan. ¡Sólo sirve para hacer recados! Recorre la +fila de carruajes y, no encontrando lo que busca, vuelve a la tienda. + +La cortina aparece levantada ya. Ella está allí, con un chal claro en +los hombros... ¡tan pálida y tan bella! + +--¡Estoy soñando! Di orden para que no viniese el carruaje sino mañana +al amanecer. + +--¿Quiere marcharse Gertrudis?--pregunta Juan impresionado. + +--Gertrudis tiene que irse--dice la joven. + +Y con los ojos llenos de lágrimas le dirige una mirada, en la que se +esfuerza por poner una sonrisa. + +--¡Tranquilízate, hija mía!--dice Martín acariciándole los cabellos.--Si +no se tratase más que de tu pie no sería un gran mal. Pero tus lágrimas, +tu agitación... Creo que la enfermedad te dura todavía y el reposo te +hará bien. ¡Si no se necesitara tanto tiempo para ir a buscar el +carruaje! Me parece que lo mejor será que hagas a pie el corto camino a +través de la pradera... si no sientes ningún dolor, se entiende. + +Gertrudis lanza una mirada a Juan, y se apresura a decir que sí. + +--El aire es tibio, la hierba está seca--continúa Martín, y Juan podrá +acompañarte. + +Gertrudis se estremece y la sangre sube a sus abrasadas mejillas. Los +ojos de Juan buscan los suyos, pero ella los evita. + +--Tú puedes estar de vuelta en media hora--añade Martín, que toma el +silencio de Juan por mal humor. + +Juan menea la cabeza y responde, lanzando una mirada a Gertrudis, que él +también está cansado. + +--¡Entonces, Dios os acompañe, hijos míos!--dice Martín.--Y cuando me +haya librado de mis amigos iré a buscaros. + +Juan pasea su vista a lo lejos; la llanura que se extiende delante de +él, plateada por la luz de la luna, le hace el efecto de un golfo sobre +el cual flotaran brumas; le parece que el brazo que en aquel instante se +desliza bajo el suyo de modo tan dulce, tan acariciador, lo arrastra +allá abajo, al fondo de ese abismo. + +--Buenas noches--murmura sin mirar a su hermano. + +--¿No me das la mano?--dice Martín en tono de amistoso reproche. + +Y, al tendérsela Juan vacilando, se la aprieta cordialmente... ¡Ah! +¡cuánto daño puede hacer un apretón de manos! + + + + +XXI + + +El tumulto de la fiesta se extingue a lo lejos. El ruido de las mil +voces no es más que un débil zumbido, sobre el cual descuella solamente, +con notas agudas, la algazara de los caballitos de madera; y cuando la +orquesta del baile, que se ha callado por un tiempo, empieza a tocar +otra vez, ahoga los demás ruidos con el estallido penetrante de sus +cornetines. + +Pero sus notas van debilitándose también; el bombo, que hasta entonces +había hecho discretamente su parte, suena más fuerte, en cambio, porque +sus sordos golpes llegan más lejos que los otros sones. + +Caminan juntos en silencio; ni uno ni otro se atreve a hablar. El brazo +de Gertrudis tiembla bajo el de Juan; éste contempla las brumas de +reflejos verdosos que se alzan de las praderas. Ella camina +valerosamente, aunque no puede menos de cojear un poco; y de cuando en +cuando exhala un débil quejido. + +De pronto, la joven se vuelve y muestra, tendiendo la mano, el hormigueo +de las luces en el lugar de la fiesta, que brillan sobre el fondo +obscuro del pinar. + +--Mira qué bonito--murmura tímidamente. + +El responde con un ademán. + +--¡Juan! + +--¿Qué, Gertrudis? + +--¿No me guardas rencor? + +--¿De qué? + +--¿Por qué abandonaste el baile? + +--Porque hacía demasiado calor para mí en la sala. + +--¿No es porque bailaba yo con otro? + +--¡Oh! de ningún modo. + +--Mira, cuando te marchaste, me sentí tan sola, tan abandonada, que tuve +necesidad de todo mi valor para no estallar en sollozos. «Hubiera podido +prohibirte que bailases con otro», me decía yo... «¿Por quién he venido +a la fiesta sino por él? ¿por quién me he puesto tan guapa sino por +él?...» Y el pie me ardía mil veces más que antes sufrí un desmayo, y +después... de repente... ya sabes lo que me sucedió. + +Juan aprieta los dientes, un estremecimiento sacude sus brazos como si +a pesar de él, fuesen a abrazar a Gertrudis. Ella inclina lentamente su +cabeza sobre el hombro del joven y su mirada clara y brillante se alza +hacia él; pero de pronto lanza un grito agudo... su pie dolorido, que se +arrastra penosamente por el suelo, acaba de tropezar con una piedra. +Extenuada por el dolor, se deja caer sobre la hierba. + +--Querría quedarme tendida aquí un momento--dice enjugándose el sudor +frío que cubre su frente. + +Después esconde su rostro entre el césped y permanece así algunos +segundos, sin movimiento. El se inquieta. + +--Ven--dice;--te vas a resfriar. + +Ella le tiende la mano derecha, volviendo el rostro. + +--Levántame. + +Pero, cuando quiere caminar, sus rodillas se doblan bajo su peso. + +--Ya ves, no puedo--dice con triste sonrisa. + +--Bueno, te llevaré yo--dice él abriendo los brazos. + +Se escapa un murmullo de los labios de Gertrudis, mitad de júbilo, mitad +de queja; un momento después, su cuerpo, levantado del suelo, está en +los brazos de Juan. + +Ella lanza un profundo suspiro, y, cerrando los ojos, apoya la cabeza +contra su mejilla. + +Pecho contra pecho, sus cabellos ruedan como una onda sobre el cuello de +Juan, y su respiración tibia le acaricia el rostro. ¡Adelante, adelante, +cada vez más lejos, aunque las fuerzas le falten, hasta el fin del +mundo!... Siente palpitaciones violentas, un velo rojizo se extiende +delante de sus ojos, le parece que va a caerse y a entregar el alma. ¡No +importa!... ¡más lejos, más lejos siempre! + +Allá abajo, el río lo llama, la cascada muge sordamente a través de la +noche silenciosa, y las gotas que saltan brillan a los rayos de la luna. + +Ella deja caer su cabeza hacia atrás, sobre el brazo de Juan; una +sonrisa dolorosa vaga por su boca entreabierta; sus párpados se han +alzado, y en su pupila obscura se refleja la luna. + +--¿Dónde estamos?--murmura. + +--A la orilla del agua--dice él jadeante. + +--Déjame en el suelo. + +--No quiero... no puedo... + +Al fin, cerca de la orilla, la pone en el suelo; después se tira sobre +la hierba, apoya la mano sobre el corazón y hace un esfuerzo para tomar +aliento. Le laten las sienes y está a punto de perder el conocimiento... +Pero se incorpora con esfuerzo vigoroso, inclina el busto sobre la +corriente y coge agua en las palmas de las manos para bañarse la frente. + +Esto lo ayuda a serenarse. Se vuelve hacia Gertrudis. Ella se oculta el +rostro en las manos y gime dulcemente. + +--¿Sufres mucho?--le pregunta él. + +--Esto me escuece. + +--Mete el pie en el agua; se te refrescará. + +Ella deja caer sus manos y lo mira con sorpresa. + +--Eso me ha hecho bien a mí--dice él mostrando su frente, por donde +corren todavía las gotas de agua. + +Gertrudis se inclina hacia adelante para quitarse el zapato; pero su +mano tiembla, y se detiene fatigada. + +--Deja que te ayude--dice él. + +Un movimiento brusco, y el zapato salta al lado de ella, le sigue la +media, y, arrastrándose hasta la orilla del río, la joven sumerge hasta +el tobillo el pie desnudo en la frescura de la corriente. + +--¡Oh! ¡qué bien hace esto!--murmura aspirando el aire profundamente. + +Después, volviéndose a derecha e izquierda, busca un apoyo para su +cuerpo. + +--Apóyate contra mí--dice él. + +Y ella deja caer su cabeza sobre el hombro de Juan. Un estremecimiento +corre por los brazos del joven pero no se atreve a enlazarle el talle; +respira con dificultad; mira con fijeza el agua transparente a través de +la cual resplandece el pie blanco de Gertrudis como una concha de nácar +que hubiera en el fondo. + +Uno al lado de otro, permanecen sentados, en silencio. Delante de ellos, +en la presa, las aguas mugen formando torbellinos. La espuma tiende una +especie de puente de plata a través del río, y la corriente se desliza +tranquila a sus pies. De vez en cuando, el dulce viento de la noche les +trae sonidos amortiguados de la música; al gruñido monótono del timbal +se mezcla el grito sordo del alcaraván. + +De pronto, Gertrudis se estremece. + +--¿Qué tienes? + +--Tengo frío. + +--Retira inmediatamente el pie del agua. + +Ella hace lo que él le dice, y después saca del bolsillo el fino pañuelo +de batista que ha llevado al baile. + +--No puede servir de mucho--dice Juan, y con mano temblorosa coge su +grueso pañuelo.--Déjame secarte el pie. + +Muda, con una mirada tímida y suplicante, Gertrudis deja hacer; y +cuando él siente entre sus manos ese pie suave y fresco, lo asalta un +vértigo, lo invade un deseo ardiente y loco; se agacha y posa sobre él +su frente ardiente. + +--¿Qué haces?--exclama ella. + +El se incorpora... Sus miradas se cruzan llenas de embriaguez, y, +lanzando un grito furioso, caen en brazos uno del otro. + +Sus besos ardientes se posan sobre la boca de Gertrudis. Ella ríe y +llora a la vez, le coge la cabeza entre las manos, le acaricia los +cabellos, apoya la mejilla del joven contra la suya, y lo besa en la +frente y en los ojos. + +--¡Oh! ¡cuánto, cuánto te amo! + +--¿Eres mía? + +--Sí, sí. + +--¿Me amarás siempre? + +--¡Siempre! ¡siempre! Y tú... no me dejarás nunca sola, como hoy... para +que Martín... + +Se calla de golpe. El silencio pesa sobre ellos. ¡Y qué silencio!... A +lo lejos suena el timbal... El agua muge... + +Los dos se miran entonces pálidos como la muerte. Y ella se pone a +lanzar gritos penetrantes: + +--¡Jesús! ¡Jesús! + +Su voz suena en medio de la noche. + +Con un gemido violento él se oculta el rostro entre las manos. Un +sollozo sin lágrimas sacude todo su cuerpo. Una llama se enciende +delante de sus ojos, llama sangrienta que se alza como si fuese a +abrasar al mundo entero. Ha visto claro de repente. El resplandor que la +víspera de San Juan empezó a parecerle siniestro, y que la noche en que +Gertrudis estalló en sollozos en medio de su canto, cruzó su frente como +un relámpago para extinguirse un instante después, ese resplandor sube +ahora ante sus ojos como el disco chispeante del sol. Y cada una de sus +llamas lo incita al odio, cada chispa hace estremecer su alma con las +torturas de los celos, cada rayo le atraviesa el corazón con un +sentimiento de terror y de remordimiento... Gertrudis se ha echado de +bruces en el suelo, y llora, llora amargamente... Con la frente +inclinada y las manos juntas, él contempla fijamente el cuerpo +encantador que yace delante de él, sumido en la desesperación. + +--Entremos--dice con voz sorda. + +Ella alza la cabeza y apoya los brazos en el suelo; pero, cuando él +quiere levantarla, lanza un grito agudo. + +--¡No me toques! + +Por dos o tres veces trata de ponerse en pie; sus piernas se doblan. +Entonces tiende los brazos sin decir palabra, y se deja levantar por él, +que sostiene sus pasos vacilantes a través del patio del molino. Se +secan sus lágrimas; el estupor de la desesperación se lee en sus +facciones rígidas y pálidas; ella vuelve el rostro y se deja arrastrar +por él como si no tuviera ya voluntad. En el umbral del emparrado, +retira su brazo del de Juan y, reuniendo sus últimas fuerzas, se +precipita sola hacia la puerta. Luego, desaparece en la sombra espesa +del follaje. + +Los aldabonazos suenan sordamente, una vez, dos veces. Después se oyen +pasos en el interior; la llave gira, y una luz amarillenta se esparce +fuera, en la claridad de la luna. + +--¡En nombre del cielo! ¡qué cara trae usted!--exclama asustada la +criada. + +Y la puerta se cierra. + +El se deja estar allí largo tiempo, con los ojos fijos en el sitio por +donde ella ha desaparecido. + +Una sensación de frío que lo hace temblar de la cabeza a los pies lo +despierta de su ensimismamiento. Maquinalmente se desliza a través del +patio, iluminado por la luz de la luna; acaricia a los perros que, con +ladridos alegres, lo saludan; echa una mirada estúpida a la rueda +inmóvil, sobre la cual se desliza el agua sin ruido, como una brillante +serpiente. Una fuerza misteriosa lo arroja de allí; el suelo del patio +le quema los pies. + +Se dirige a través de la pradera hacia la presa, hasta el sitio donde ha +estado sentado con Gertrudis. Sobre el césped brilla el zapato azul, y a +poca distancia la larga media, tan fina... ¡Gertrudis ha entrado +cojeando, con un pie desnudo, sin notarlo! + +Lanza una risotada estridente, toma los objetos y los lanza lejos, a las +aguas espumosas. + +¿Adónde ir entonces? El molino ha cerrado su puerta detrás de él, para +siempre. ¿Adónde ir? ¿Se tenderá, para descansar, sobre un montón de +heno? ¡No podrá dormir!... ¡He ahí un grupo de muchachos alegres! Poco +antes los ha desdeñado, pero entonces llegan en buen momento. + + + + +XXII + + +Cuando, como a las dos de la mañana, Martín Felshammer ha conseguido +desasirse de sus compañeros, bebedores sempiternos, se acerca de buen +humor al lugar de la fiesta, donde la claridad insegura del día gris que +nace ilumina las idas y venidas de los retrasados. Ve acercarse entonces +un grupo de mozos ebrios, que aullando cantos obscenos pasan en fila a +través de la gente; a la cabeza de ellos marcha el cerrajero Farmann, +bribón famoso, y detrás de él van otros perdidos. + +Resuelto a echarlos de allí, va directamente hacia el grupo; pero de +repente se detiene petrificado, con los brazos caídos... En medio del +grupo, con los ojos terribles, avanza tambaleándose su hermano Juan. + +--¡Juan!--exclama estupefacto. + +Este se estremece; su rostro enrojecido se pone lívido; en sus ojos +brilla un resplandor de espanto; tiembla, extiende los brazos como para +defenderse, y retrocede, vacilando, dos o tres pasos. + +Martín siente que se apacigua su cólera. El deplorable espectáculo +despierta su compasión. Sigue a Juan, y, reteniéndole por el brazo, le +dice con voz llena de ternura: + +--Ven, hermano; es tarde; vamos a casa. + +Pero Juan, haciendo un ademán de horror, retrocede más ante la mano que +lo roza; y dirigiendo a Martín una mirada llena de angustia mortal, le +dice con voz ronca: + +--¡Déjame!... ¡no quiero, no quiero tener nada que ver contigo! ¡ya no +soy tu hermano! + +Martín, sobrecogido, se agarra con las dos manos a la mesa que está +junto a él, y se deja caer, como herido de una puñalada, sobre el banco +inmediato! + +Juan se aleja apresuradamente y desaparece en el bosque. + + + + +XXIII + + +Desde aquel día, la tristeza se cierne sobre la casa de los Felshammer. + +Cuando Martín entró en su casa por la mañana, todo estaba tranquilo, en +una calma profunda. Descolgó de la pared la llave del molino y se +deslizó hasta la triste habitación de que había hecho una especie de +templo de su falta. Allí lo encontraron sus gentes a la hora del +almuerzo, tan blanco como la cal de los muros, con la frente entre las +manos y murmurando sin cesar: + +--¡Fritz, Fritz! ¡ésta es la expiación! ¡ésta es la expiación! + +El espectro, el antiguo, el temible espectro, al que creía desterrado +para siempre, se ha echado de nuevo sobre él, y sus garras le aprietan +la garganta hasta estrangularlo. + +Ha sido casi necesario emplear la fuerza para sacarlo de su retiro. Con +paso torpe ha salido tambaleándose del molino. Ha encontrado a su mujer +acurrucada en un rincón, con las mejillas pálidas y la mirada temerosa. +Entonces le ha cogido la cabeza con las dos manos, fijando un instante +sobre la infeliz, toda trémula, sus ojos sombríos, y después ha +murmurado esas palabras melancólicas: + +--¡La expiación! ¡la expiación! + +Al oír esta frase siniestra, un escalofrío recorre el cuerpo de +Gertrudis. «¿Sabe algo? ¿Se lo ha confesado todo Juan? ¿Ha descubierto +por casualidad el secreto?... ¿O no tiene más que sospechas?...» + +Y desde entonces se llena de terror delante de ese hombre; y se consume +de pasión por el otro, a quien ha despedido para siempre. Palidece y +adelgaza; anda vagando de un lado a otro como una sonámbula. Alrededor +de sus ojos se dibujan surcos azules que se ensanchan cada vez más +alrededor de su boca se forma un pliegue que se contrae sin cesar. + +Martín no ve nada de eso. Todo su ser está embargado por el dolor de +haber perdido su hermano. Durante los primeros días ha estado esperando +hora tras hora verlo llegar; quizá no se ha dado cuenta de lo que decía +en su embriaguez... ¡y él, Martín, será ciertamente el último en +recordárselo! + +Pero pasan los días, unos después de otros, sin que Juan reaparezca; su +angustia crece entonces. Comienza a informarse del desaparecido, con +poco fruto al principio porque las relaciones de aldea a aldea son muy +escasas. Sin embargo, poco a poco van llegando noticias al molino; lo +han visto hoy aquí y ayer allí, como un vagabundo, pero rodeado siempre +de alegres compañeros. En cuanto «el diablo de Juan», como le llaman, se +presenta en alguna parte, se llena la taberna, saltan los tapones y +chocan los vasos; y, cuando la fiesta está en todo su apogeo, a través +de los cristales hechos añicos salen las botellas a la calle. Pero «el +diablo de Juan» paga todo lo que rompe. Convida a todos los que +encuentra por el camino... ¡Ah sí! es un gran compañero y un bebedor +insigne «el diablo de Juan.» + +Poco a poco van apareciendo a la puerta del molino toda clase de +personajes tenebrosos como Löb Levi, de Beelitzhof, el acaparador de +granos, y Hoffmann, de Grünhalde, el corredor de fincas; presentan +papeles amarillos y grasientos sobre los cuales la mano de Juan ha +firmado cantidades a tanto por ciento y a tantos días... Martín +contempla largo rato las letras inciertas que se precipitan, como +ebrias, unas sobre otras; después, va a su caja de caudales y paga, sin +decir palabras, la deuda y los intereses exorbitantes. ¡De buena gana +daría la mitad de su riqueza por conseguir la vuelta de su hermano! + +Al fin, manda enganchar el carruaje y él mismo va a buscarlo. Anda +leguas y leguas, pasa en vela noches enteras, sin conseguir nunca +atrapar a su hermano. Las noticias que obtiene de los taberneros son +incompletas y confusas; unos le responden de un modo incierto y +cohibido, otros con aparato de misterio y en tono socarrón; todos +parecen temer que tan pronto como el dueño del molino de Felshammer haya +encontrado al borracho de su hermano desaparecerán sus pingües +beneficios. + +Cuando Martín empieza a notar que lo engañan, se apodera de él el +desaliento. Regresa al molino y se encierra por dos días en su +_despacho_. Durante ese tiempo, se pregunta si no sería conveniente +pedir ayuda a los gendarmes de Marienfeld. Con su autoridad, sería fácil +arrancar la verdad a la gentes. Pero no... hacer buscar a su hermano con +la policía es cosa que no permite el honor del nombre de los Felshammer; +su padre se estremecería en la tumba. + +Un constipado adquirido en sus viajes nocturnos, lo obliga a guardar +cama. Y, durante dos mortales semanas, en las que Gertrudis permanece +sentada a la cabecera del lecho, noche y día, vive torturado por las +alucinaciones de su delirio, en el que sus dos hermanos, el muerto y el +vivo, van a rondar alrededor de él, ora distintos ora confundidos en un +sólo ser monstruoso, especie de espectro de dos cabezas. + +Tan pronto está casi restablecido hace preparar su carruaje. Es fuerza +que acabe por encontrarlo. + + + + +XXIV + + +Al fin lo encuentra. + +Una noche, muy tarde, a principios de septiembre, sus investigaciones lo +llevan a B... aldea situada dos leguas al norte de Marienfeld. A través +de las ventanas cerradas de la taberna, se oye un ruido confuso, +pataleos, gritos y cánticos avinados. + +Baja pesadamente del carruaje y ata el caballo a la puerta del patio. La +llama turbia de la linterna vacila al soplo del viento de la noche. +Grandes gotas de lluvia golpetean el suelo. + +Levanta el cerrojo y empuja la puerta, que se abre de par en par. Una +densa humareda azul, de tabaco, le da en el rostro, mezclada con el olor +de la cerveza agria. + +Y allí, en el extremo de una larga mesa, con las mejillas abotagadas, +los ojos ribeteados de rojo y afectados por el brillo vidrioso propio +de los borrachos, los cabellos revueltos, la camisa sucia y las ropas en +desorden, cubiertas de aristas de paja, restos sin duda del último +lecho, estaba su hermano adorado, aquel que lo era todo para él y al que +veía convertido entonces en un vicioso precoz, condenado a irremediable +desgracia. + +--¡Juan!--exclama, y la fusta que tiene en la mano cae al suelo con +ruido. + +Un silencio de muerte se esparce por la sala llena de gente, y los +bebedores contemplan con la boca abierta al intruso. + +El desgraciado se ha levantado de su banco, con el rostro rígido por una +angustia indecible; de su pecho sale silbando una especie de estertor; +da un salto desesperado y trepa a la mesa, y haciendo otro esfuerzo +trata de huir por sobre las cabezas de sus vecinos. + +Es inútil; la mano de Martín lo sujeta. + +--Quédate--gruñe a su oído una voz sorda. + +Y al mismo tiempo se siente empujado con fuerza prodigiosa. + +Martín abre la puerta; y, mostrando con el puño de la fusta la +obscuridad de la noche, se planta en medio de la sala. + +--¡Vamos! ¡fuera!--grita con una voz que hace temblar los vasos sobre la +mesa. + +Los bebedores, jóvenes calaveras en su mayor parte toman sus sombreros y +se retiran intimidados; apenas se oye un murmullo ahogado. + +--¡Vamos! ¡fuera!--repite Martín haciendo un gesto como para saltar a la +garganta del primero que proteste. + +Dos minutos después han salido todos... Sólo el tabernero está allí +todavía, paralizado por el miedo, detrás del mostrador. Al volverse +Martín hacia él, con una mirada amenazadora, comienza a quejarse en tono +llorón del transtorno causado en su tienda. + +Martín mete la mano en el bolsillo, le tira un puñado de monedas de +plata y le dice: + +--¡Quiero quedarme solo con él! + +Y cuando ha cerrado la puerta, detrás del tabernero, que sale +inclinándose, se aproxima lentamente a su hermano, que, con el rostro +entre las manos, permanece inmóvil, agazapado en un rincón. Coloca +suavemente la mano sobre su hombro; y, con una voz trémula de dulzura +infinita y de inmensa tristeza: + +--Levántate, hijo mío, y hablemos. + +Juan no hace un solo movimiento. + +--¿No quieres decirme qué tienes contra mí? El desahogo consuela... +Alivia tu corazón contándome tus penas. + +--¡Consolar mi corazón!... ¡Ay!... + +La angustia que contraía sus facciones se ha cambiado en una arrogancia +sorda, reprimida. + +Martín, lleno de disgusto y de lástima contempla aquel rostro, cuyas +arrugas profundas apenas dejan conocer al Juan de otros tiempos, tan +franco de corazón, tan tierno. Es fuerza que las pasiones más viles se +hayan apoderado de ese hombre para desfigurarlo de un modo tan terrible +en seis cortas semanas. + +Se incorpora entonces y lanza una mirada del lado de la puerta. + +--Me has encerrado, ¿no es verdad?--dice con una nueva explosión de +risa, que penetra a Martín hasta los tuétanos. + +--Sí. + +--¿Quieres, pues arrastrarme contigo como un criminal? + +--¡Juan! + +--Eres, en efecto, el más fuerte. Pero te declaro una cosa; que no soy +tan débil que no pueda defenderme. Me tiraré carruaje abajo y me romperé +la cabeza contra una piedra antes que ir contigo. + +--¡Piedad, Dios mío!--exclama Martín.--¿Qué han hecho de ti? + +Juan se pasea a lo largo, y hace sonar a su paso las tapaderas de los +frascos de cerveza. + +--¡Acabemos!--dice al fin, deteniéndose.--¿Qué quieres de mí para venir +a encerrarme de este modo? + +Martín, sin decir nada, va a la puerta y corre el cerrojo; después +vuelve a colocarse delante de su hermano. Su pecho jadea, como si +quisiera sacar las palabras de lo más profundo de su alma. ¿Pero de qué +le sirve eso? Su voz se queda en la garganta. Nunca ha sido elocuente el +pobre rústico; ¿cómo encontrar de pronto conceptos expresivos para +arrancar aquel extraviado a su locura? No puede articular más que estas +palabras: + +--¿Qué te he hecho? ¿Qué te he hecho? + +Las repite dos veces, tres veces; las repite infinitamente. ¿Qué más +puede decir? Toda su ternura y todo su dolor están ahí. + +Juan no responde nada. Se sienta en el banco y hunde las dos manos en +sus cabellos incultos. Por su rostro vaga una sonrisa, una sonrisa +horrible que no admite consuelo ni esperanza... Al fin interrumpe a su +desgraciado hermano, que repite interminablemente su frase, como si +esperara verla causar un efecto mágico. + +--Basta; no sabes qué decirme y no puedes decirme nada. He acabado +conmigo mismo, contigo y con el mundo entero. ¡Si supieras por lo que he +pasado en estas seis últimas semanas!... Desde que salí del molino no he +dormido bajo techo, porque estaba convencido de que el techo me +aplastaría... + +--¿Pero, en nombre del cielo, qué tienes? + +--No me preguntes nada; no conseguirás saberlo... Deja las palabras; son +inútiles... y aunque me jurases por la memoria de nuestros padres... + +--Sí; por nuestros padres...--balbucea Martín con alegría. + +¿Por qué no he pensado en ello más pronto? + +--¡Déjalos tranquilos en su tumba!--replica Juan con su sonrisa +odiosa.--Eso no reza conmigo. ¡Ellos no pueden impedir que esté perdido; +no pueden impedir que te odie! + +Martín lanza un gemido violento y vuelve a caer, como aniquilado, sobre +el banco. + +--Siempre he pensado en ellos; siempre me he acordado de que Martín +Felshammer es mi hermano. Y por eso he llegado adonde estoy... ¡Me ha +costado un duro sacrificio, puedes creerlo!... Por lo tanto, no te +quejes... Créeme... me he portado muy bien contigo... ¡ay, hermano!... +muy bien. + +Martín no tiene necesidad de averiguar más; ve claramente ya la solución +del enigma: la víctima de otro tiempo sale de su tumba para pedir +venganza. Entonces, con las manos juntas murmura dulcemente: + +--¡La expiación! ¡La expiación!... + +El otro continúa: + +--Pero haces bien en recordarme a nuestros padres; no tengo derecho a +arrojar una mancha sobre su nombre, sobre el nombre de los Felshammer... +Esa es una idea que me atormenta desde hace un tiempo... Y, a decir +verdad, me alegro de haberte encontrado... Podemos hablar de ello +tranquilamente... me voy a América. + +Martín contempla por un instante su rostro abotagado; después murmura +dulcemente: + +--¡Que Dios te acompañe! + +Y deja caer pesadamente su frente sobre la mesa. + +--Muy pronto--continúa el hermano.--Ya me he informado; el primero de +octubre parte un buque de Brema; es preciso que salga yo de aquí la +semana próxima... Tú sabrás qué es lo que me corresponde por mi +herencia... Debo haber derrochado una buena parte... Dame a cuenta de +ella lo que tengas en dinero; envía los fondos a Franz Maas, que yo iré +a casa de él a buscarlos... + +--¿Y no vendrás siquiera una vez al... al?... + +--¿Al molino? ¡Jamás!--exclama el joven, levantándose con un resplandor +inquieto, de deseo y de angustia, en los ojos. + +--¿Y te he de decir adiós aquí... aquí... en este lugar inmundo?... +¡adiós para toda la vida!... + +--No puede menos de ser así--dice Juan, bajando la cabeza. + +Y Martín vuelve a su idea y murmura: + +--¡Es la expiación! + +Juan fija una mirada ardiente en su hermano, que, con el alma y el +cuerpo quebrantados, permanece agobiado delante de él... Está firmemente +resuelto a no volverlo a ver... Pero es preciso que le tienda la mano... +en el momento de la separación. + +--Adiós, hermano--dice aproximándose a Martín, que se deja estar +sentado, inmóvil.--Sé feliz y consérvate bueno. + +Pero, de repente, siente como un chorro de calor dulce... Por su cerebro +pasan en un mismo instante, un sinnúmero de imágenes. Se vuelve a ver +niño, protegido, mimado por su hermano mayor; se vuelve a ver mozo, +andando orgulloso del brazo de él; se vuelve a ver, de pie con él, junto +al lecho de muerte de los viejos padres; se vuelve a ver con él, en el +momento solemne en que, con las manos enlazadas, se prometieron no +separarse nunca y no dejar que nadie se introdujese nunca entre +ellos... + +¡Y entonces!... ¡entonces!... + +--¡Hermano!--exclama. + +Y con ruidosos sollozos cae a sus pies. + +--¡Mi nene! ¡mi querido nene! + +Y Martín, en medio de sus lágrimas, lanza gritos de alegría y lo besa, +lo aprieta contra él, como si quisiera no dejarlo marchar. + +Al fin te encuentro... ¡Oh Dios! Ahora todo irá bien... ¿no es verdad? +Di... todo esto no era más que pura fantasía, pura locura. ¿Tú no sabes +lo que has hecho, eh? Ya no te acuerdas. Apostaría a que ya no tienes la +menor idea de eso ¿eh? Despiertas, ¿no es verdad que despiertas? + +Juan, triste, aprieta los dientes y apoya su rostro en el pecho de su +hermano. Pero, de pronto, se le ocurre una idea que le pesa sobre el +corazón y le zumba en los oídos, una idea semejante a un vampiro frío y +viscoso que bate las alas a su alrededor; en ese brazo, en ese, +Gertrudis se ha abandonado... ¡ese mismo día! + +Y se pone en pie violentamente. ¡Tiene que salir de aquella sala, tiene +que dejar de respirar aquella atmósfera, o va a volverse loco! + +Da un salto hacia la puerta... Descorre el cerrojo y... desaparece. + +Rígido de estupor, Martín lo sigue con los ojos un momento; después se +dice, como para librarse de la inquietud que se apodera de él. + +--Está demasiado impresionado y necesita respirar el aire fresco; +volverá. + +Su mirada se fija en la percha que hay en el muro; sonríe completamente +tranquilo: + +--Juan ha dejado su gorra... afuera está lloviendo... el viento es +fresco... volverá. + +Después, Martín llama al tabernero; hace llevar su caballo a la cuadra y +manda preparar para su hermano un grog caliente y una cama: «porque, +dice con una sonrisa, volverá...» + +Y cuando todo queda preparado, se sienta y se absorbe en sus +meditaciones. De vez en cuando murmura, como para reanimar su valor que +se extingue: + +--¡Volverá! + +Afuera, la lluvia golpetea las ventanas, el viento de otoño silba sobre +la taberna; y cada gota de lluvia, cada silbido anuncia: + +--¡Volverá! ¡volverá! + +Pasan las horas, la lámpara se apaga, Martín se ha quedado dormido en su +espera y sueña con la vuelta de su hermano... + +Al día siguiente por la mañana, lo despiertan. Asustado y tembloroso, +mira a su alrededor. Sus ojos se posan sobre la cama vacía, en la que +su hermano debía acostarse, su primer lecho después de seis semanas. Se +deja estar allí tristemente, de pie, con la mirada fija. + +Después manda enganchar el carruaje y se va. + + + + +XXV + + +Ese año, el otoño ha llegado muy pronto. Desde hace ocho días sopla un +viento nordeste, agudo y penetrante, como si se estuviera en noviembre. +Los aguaceros azotan en los vidrios, y ya se extiende sobre el suelo una +capa de hojas de tilo, de color amarillo obscuro que la humedad +convierte en barro. + +¡Qué pronto llega la noche! En la tienda del panadero, la lámpara se +enciende antes de la hora de comer. Franz Maas está sentado bajo la +claraboya, muy ocupado en hacer sus cuentas. Delante de él, sobre la +mesa, donde se ven casi siempre en orden, blancos y redondos, pequeños +montones de harina de flor, brillan entonces pequeños montones de +monedas de plata; y en lugar de los _bretzel_ miserables se oye el +crujido de los billetes de banco. + +Es el tesoro que Martín le confió el último domingo con el encargo de +entregarlo a Juan. + +Ha entregado igualmente una nota en la cual la cuenta de la herencia +está detallada hasta el último céntimo. Después se ha presentado todas +las mañanas a hacer la misma pregunta: ¿«Ha venido?» y, al ver la seña +negativa de Franz, se ha vuelto sin decir nada. Ese tesoro embaraza al +joven panadero. Todas las noches cuenta la suma sobre la mesa, para +cerciorarse de que nada ha desaparecido durante el día. + +En esos momentos está entregado precisamente a esa ocupación. Es +viernes; por fuerza Juan tiene que estar allí entonces si quiere llegar +a tiempo de alcanzar el vapor que sale de Brema. + +Juan ha abierto la puerta sin ruido y se detiene detrás del panadero, +cuando éste se dispone a guardar bajo llave los cartuchos de monedas. + +--¿Todo eso es para mí?--pregunta poniéndole la mano sobre el hombro. + +--¡Alabado sea Dios! ¡Al fin has venido!--exclama Franz alegremente. + +Después de una ojeada examina a su amigo, de la cabeza a los pies. +Martín había exagerado cuando le anunciaba, con lágrimas en los ojos, la +aparición de un ser miserable y abatido. Juan Felshammer lleva un traje +muy limpio y cuidado: tiene una linda capa nueva, un poco entreabierta, +que deja ver un flamante traje gris; sus cabellos, bien peinados, caen +sobre el cuello; hasta se ha afeitado... Pero, a decir verdad, su mirada +turbia, por la que pasan resplandores inquietantes, las bolsas bajo los +ojos, el horrible color de las mejillas, son tristes síntomas en ese +rostro, fresco y juvenil hasta hace poco. + +Y Franz le toma entonces las dos manos. + +--Juan, Juan, ¿qué te ha sucedido? + +--Paciencia, ya lo sabrás todo--responde Juan.--Será preciso que lo +confiese todo a un ser humano, a uno solo... o eso acabará por ahogarme. + +--¿Es cierto entonces? ¿Quieres?... + +--Esta noche me voy en la diligencia. Ya tengo billete... Antes de venir +a verte he atravesado la aldea por última vez. Había obscurecido; podía +aventurarme a eso; y me he despedido de todo. He ido hasta la tumba de +mis padres, delante de la puerta de la iglesia... y también a la Corona, +porque debía aún una miseria al dueño... + +--¿Y has olvidado el molino? + +Juan se muerde los labios, se retuerce el bigote y murmura: + +--Ya iré. + +--¡Oh! ¡qué alegría tendrá Martín!--exclama Franz Maas, rojo también por +la emoción. + +--¿He dicho acaso que iré a ver a Martín?--pregunta Juan entre dientes. + +Y su pecho se levanta como para librarse del peso formidable que lo +oprime. + +--¿Qué? ¿acaso vas a introducirte furtivamente en la casa de tu padre +como un ladrón, sin dejarte ver de nadie? + +--¡No! Iré a despedirme... pero no de Martín. + +--¿De quién, entonces?... ¡Desgraciado!... ¿De quién, entonces?--exclama +Franz Maas en el cual se despierta una terrible sospecha. + +--Cierra la puerta y siéntate--dice Juan.--Voy a contártelo todo. + +Pasan las horas. La tempestad sacude las hojas de las ventanas. El +aceite crepita en la lámpara que humea. Los dos amigos están sentados, +con las miradas fijas uno en el otro. Juan hace su confesión; no oculta +nada, desde su primer encuentro con Gertrudis hasta el instante en que +un estremecimiento de horror lo arrancó de los brazos de Martín para +arrojarlo a la noche lluviosa. + +--Lo que ha pasado después--termina,--puede decirse en dos palabras. +Corrí sin saber adónde, hasta que el agua y el frío me volvieron a la +realidad. El correo de Marienfeld llegaba en ese momento; subí a él y +por lo menos me encontré a cubierto. De ese modo llegué a la ciudad, +donde he permanecido hasta hoy. Löb Lévi me ha dado cien táleres, y con +eso me he comprado ropa; no quería presentarme harapiento delante de +Gertrudis. + +--¡Desgraciado!... ¿quieres?... + +--¡Nada de sermones!--protesta el joven en tono huraño.--Todo está ya +convenido. Le he enviado un billete con un muchacho que encontré en la +calle y cuya vuelta he esperado. La halló sola en la cocina, y nadie lo +ha visto. A las once estará ella en la presa... y yo ¡ay!... yo también. + +--Juan, no hagas eso... ¡te lo suplico!--exclama Franz con +angustia;--¡te va a suceder una desgracia! + +Juan responde con una carcajada; y con los ojos brillantes, la boca +pegada a la oreja de Franz, murmura: + +--¿Crees tú, pues, mi pobre amigo, que yo sería capaz de ir a vivir y a +morir al extranjero sin haberla visto antes una sola vez? ¿Crees tú que +tendría yo valor para contemplar el mar durante cuatro semanas, sin +precipitarme en él, si no la hubiese visto otra vez?... ¡Me faltaría la +respiración, el alimento se me quedaría en la garganta, me consumiría +vivo, si no la hubiese visto una vez más! + +Entonces, Franz renunció a disuadirlo. + +La mirada inquieta de Juan se alza a cada instante hacia el reloj. + +--Ya es hora--dice, tomando su gorra.--A las doce pasa la diligencia. +Espérame en la posta y llévame dos billetes de cien táleres; eso me +bastará para la travesía. Lo restante puedes devolvérselo a él; no lo +necesito... Hasta luego. + +Cerca de la puerta, se vuelve para preguntar: + +--Dime, ¿me huele el aliento a aguardiente? + +--Sí. + +El joven lanza una risotada: + +--Dame dos o tres granos de café para mascarlos. No quiero causar +repugnancia a Gertrudis en el último momento. + +Y cuando Juan ha satisfecho su deseo, desaparece en la obscuridad. + + + + +XXVI + + +Hay crecida. + +Sibilantes y rumorosas, las aguas salen precipitadamente de la presa +para ir a perderse con un gruñido sordo y quejumbroso en el golfo de +espuma, encima del cual parece levantar una bóveda brillante el polvo de +las olas que se estrellan. + +Al rumor de la caída se mezcla el rugido de la tormenta. Los viejos +álamos que bordan el río se inclinan unos hacia otros, como fantasmas +gigantes que bailan a media noche, en largas filas, una danza mágica. + +El cielo está velado por nubes sombrías, todo es negro en los +alrededores; sólo la espuma, de color de nieve, esparce un resplandor +incierto, que, como la bruma, difuma los contornos de las cosas. Arriba +resalta la balaustrada del pequeño pasadizo. + +En medio de éste es donde los dos se encuentran. + +Gertrudis, con la cabeza envuelta en un pañuelo obscuro, estaba desde +hacía bastante tiempo debajo de los árboles, abrigándose de la lluvia; +y, al ver surgir la alta figura de Juan al otro lado de la presa, se ha +lanzado a su encuentro. + +--¿Eres tú, Gertrudis?--pregunta él apresuradamente tratando de ver su +rostro. + +Ella guarda silencio y se ase a la balaustrada. + +La espuma baila delante de sus ojos y se tiñe de mil colores. + +--Gertrudis--dice el joven tratando de tomarle la mano;--he venido a +decirte adiós para siempre. ¿Vas a dejarme partir sin una palabra? + +--Y yo, yo he venido para dar reposo a mi alma;--dice ella, +retrocediendo ante la mano que la toca.--Juan, he sufrido mucho por +causa tuya... he envejecido veinte años lo menos... Estoy débil y +enferma... ten piedad de mí... no me toques... no quiero volver a entrar +en la casa de tu hermano manchada con una falta. + +--Gertrudis ¿has venido aquí para torturarme? + +--¡Silencio, Juan, silencio!... ¡No me hagas daño!... Vamos a separarnos +puros y honrados... y a llevar con nosotros paz y valor para toda la +vida. No nos dejemos arrastrar... ni por el amor ni por el +resentimiento. + +Se detiene aniquilada. Su respiración es fatigosa. + +Después, reuniendo con trabajo todas sus fuerzas, continúa: + +--Yo sabía que vendrías... hace mucho tiempo, antes de recibir tu +billete... y he reflexionado mil veces hasta sobre la menor palabra... +que tenía que decirte. Pero es preciso que no me hagas perder la calma. + +Los ojos de Juan brillan en las tinieblas, su respiración es ardiente; +con una risa estrepitosa dice: + +--No nos rodea de una aureola este bien inútil; estamos condenados en la +tierra y en los cielos. Por lo tanto, aprovechemos al menos... + +Se interrumpe, prestando atención. + +--¡Calla!... He creído oír... en la pradera... + +Escucha conteniendo la respiración... No se siente nada... no se ve +nada... Fuera lo que fuese, se lo ha llevado la noche y la tormenta. + +--Bajemos a la orilla--dice.--Nuestras figuras se dibujan aquí contra el +cielo. + +Ella marcha delante, y él la sigue. Pero el suelo está húmedo y la joven +resbala; entonces él la toma entre sus brazos y la lleva hasta abajo, a +la orilla del río. Sin defensa, ella se aferra a su cuello. + +--¡Qué poco pesas desde aquel día!...--dice él en voz baja, dejándola +bajar al suelo. + +--¡Oh! apenas me reconocerías, si pudieras verme;--replica ella en voz +también muy baja. + +--¡Oh! ¡cuánto daría por verte! + +Y trata de apartarle el pañuelo que le cubre el rostro. Un óvalo pálido, +dos círculos de sombra negra, en el lugar donde están los ojos, es todo +lo que la obscuridad permite distinguir. + +--Me parece que estoy ciego--dice él. + +Y su mano trémula baja de la frente de Gertrudis hasta sus mejillas, +como para reconocer, tocándolas, esas facciones queridas. Ella no +retrocede ya y deja caer su cabeza sobre el hombro de Juan. + +--¡Cuántas cosas tenía que decirte!--murmura la infeliz.--Y ahora no se +me ocurre nada, absolutamente nada. + +El la aprieta entre sus brazos más estrechamente; y los dos permanecen +silenciosos e inmóviles, mientras la tormenta los sacude y la lluvia los +azota. + +Entonces, desde la aldea, llegan de tiempo en tiempo los sonidos de la +trompa del conductor de la diligencia, medio apagados por el ruido del +viento y de la lluvia. + +--¡Ha concluido!--dice él temblando.--Tengo que irme! + +--¿Ya?... ¿esta noche?--balbucea ella con voz sorda. + +El dice que sí con un ademán. + +--¿Y no te veré ya nunca? + +Un grito domina el ruido del huracán. + +--¡Juan!... ¡por piedad, no me abandones!... ¡no puedo... vivir sin ti! + +Sus dedos se hunden en los hombros de Juan. + +--No partirás... no lo quiero. + +El trata de apartarse a la fuerza. + +--¡Ah!... te vas... ¡cruel!... Me moriré si me abandonas... No puedo... +Llévame contigo... ¡Llévame contigo! + +--¿Has perdido la razón, desgraciada? + +Y se oculta el rostro en las manos gimiendo. + +--¡Ah! Llamas a esto perder la razón... Acaso el cordero no se rebela +cuando lo llevan a... ¿Y tú querrías? ¿Así es como me amas?... + +--¿No piensas en Martín? + +--¡Es tu hermano! ¡lo sé!... Pero sé también que moriré si sigo por más +tiempo al lado de él. Me pongo a temblar sólo al pensarlo... ¡Llévame +contigo, Juan! ¡Llévame contigo! + +El la toma por las dos muñecas, y sacudiéndola le dice con voz ahogada: + +--¿Pero sabes también que yo no soy más que un miserable, un ser vil y +perdido, un borracho, que no sirve para nada? ¡Si me pudieses ver, te +daría asco!... Las personas honradas se apartan de mí; me he convertido +para ellas en un objeto de repulsión... ¿Y te figuras que yo podría +amarte? Jamás te perdonaría haber venido a meterte entre Martín y yo; +jamás te perdonaría el crimen que he cometido con él por culpa tuya. Ese +crimen se alzará entre nosotros dos mientras vivamos. Te colmaría de +injurias y de golpes cuando estuviera ebrio. Tu vida sería un infierno +conmigo... ¿Qué dices ahora? + +Ella baja la cabeza como para someterse, y con las manos juntas exclama: + +--¡Llévame contigo! + +Un grito de alegría feroz se escapa de los labios de Juan. + +--Entonces, ven... pero ven corriendo... La diligencia se detiene sólo +un cuarto de hora. Nadie nos verá más que Franz Maas... pero él no nos +hará traición. Cuando llegues a la ciudad te comprarás vestidos... ¿Eh? +¿qué es eso? + +El molino se anima. Por la puerta completamente abierta sale una +claridad que se esparce en las tinieblas... Una linterna pasa a través +del patio, desaparece, vuelve a aparecer, y de repente, lanzada al aire, +atraviesa la atmósfera describiendo una curva como un meteoro... + + + + +XXVII + + +Martín dormía en su lecho. Llaman a la puerta. + +--¿Quién está ahí? + +--Yo... David. + +--¿Qué quieres? + +--Abra, mi amo... Tengo que decirle una cosa urgente. + +Martín salta del lecho, enciende una vela y se viste de prisa. Lanza una +mirada a la cama de Gertrudis: está vacía... Seguramente ella está en la +sala, dormida sobre su labor, porque, desde hace tiempo, el sueño no le +llega con regularidad. + +--¿Qué hay?--pregunta Martín al viejo David, que ha entrado en el +vestíbulo, calado hasta los huesos. + +--¡Mi amo!--dice el otro, mirándolo con el rabillo del ojo por debajo de +la visera de su gorra...--Llevo veintiocho años a vuestro servicio... y +vuestro difunto padre ha sido siempre bueno conmigo... + +--¿Para contarme eso has venido a despertarme a media noche?... + +--Sí; pero sucede que esta noche, cuando me desperté al oír el ruido de +la lluvia, me dije con inquietud que las esclusas no estaban +levantadas... que eso acabaría por retener las aguas y que mañana no +podríamos moler... + +--¿No te he dicho quinientas veces, animal--exclama Martín,--que no hay +que levantar las esclusas más que en caso de extrema necesidad? + +--No las he levantado--responde David. + +--¡Ah!... ¿Entonces? + +--Pues, al llegar a la presa, veo, dos enamorados en el puentecillo... + +--¿Y para eso?... + +--Y entonces me dije que era una vergüenza y un escándalo, y que eso no +podía durar... + +--¡Déjalos que se amen, por todos los diablos! + +--Y que yo debía hacer saber a mi amo... que el señor Juan y la +señora... + +No puede continuar; la mano de su amo lo ha cogido por la garganta. + +¿Qué le sucede a Martín?... ¡Infeliz! El rostro se le pone amoratado y +se congestiona, las venas de la frente se hinchan, los ojos parecen +querer saltar de sus órbitas, una espuma blanquecina aparece en los +labios. + +Exhala una queja, semejante al aullido de un chacal; y, dejando a David, +se rompe el cuello de la camisa... aspira el aire profundamente, dos o +tres veces, como si se ahogara; después ruge, con una violencia +desencadenada de repente: + +--¿Dónde están?... ¡Ah! ¡me las pagarán!... Han representado una +comedia... Se han burlado de mí... ¿Dónde están?... voy a aplastarlos +inmediatamente!... + +Arrebata la linterna de las manos de David, lleno de estupor, y se lanza +fuera. Desaparece bajo el cobertizo y reaparece un momento después; +encima de su cabeza brilla un hacha... Hace girar tres o cuatro veces la +linterna y la arroja lejos de él, en medio del agua; después, se +precipita hacia la presa... + +--¡Viene alguien!--murmura Gertrudis apretándose estrechamente contra +Juan. + +--Sin duda van a hacer algo en las esclusas--responde él en el mismo +tono.--No te muevas y no tengas miedo. + +La sombra avanza rápidamente... Un grito, una especie de rugido animal, +atraviesa la noche, dominando el ruido de la tempestad. + +--¡Es Martín!--dice Juan, retirándose algunos pasos. + +Pero en breve se serena, aprieta a Gertrudis entre sus brazos y la +arrastra consigo hacia la presa, donde se ocultan en la sombra más +espesa. + +Cerca de ellos, al nivel de su cabeza, pasa Martín ciego de furor. El +hacha que lleva brilla al débil resplandor de la espuma blanca. + +Se detiene al otro lado de la presa. Parece interrogar con la mirada la +vasta llanura que se extiende, sin un árbol, sin un arbusto, sumida en +una obscuridad uniforme. + +--¡Vigila la esclusa del molino, David!--grita hacia la casa con voz de +trueno.--Están en la pradera; voy a buscarlos. + +Juan deja escapar una exclamación de horror. Ha comprendido la intención +de su hermano; va a alzar el puente levadizo para encerrarlos en la +isla... ¡Y justamente detrás de Gertrudis pende la cadena que hay que +tirar para levantar el puente! + +Su primer pensamiento es: «Defiende a la mujer.» Se arranca de los +brazos de Gertrudis y transpone de un salto el talud de la orilla, para +ofrecerse como víctima al furor de su hermano. + +Gertrudis lanza un grito estridente. Juan de este lado, en peligro de +muerte... al otro lado, Martín fuera de sí... El hacha brilla... Pero +detrás de ella está la cadena, la anilla de hierro que le toca la +cabeza... La toma con sus manos temblorosas, se cuelga de ella con todas +sus fuerzas; y, en el momento mismo en que Martín va a poner el pie en +el puentecillo, éste se levanta crujiendo. + +Juan no ve nada de eso; no ve más que la sombra allá arriba, y el brillo +del hacha. Unos pasos más, y la muerte caerá sobre él. Entonces, ante lo +inminente del peligro, acude a su memoria el recuerdo de su madre y lo +que ella dijo un día a Martín furioso: + +--¡Piensa en Fritz!--grita a su hermano que avanza. + +Entonces a éste se le escapa el hacha, vacila y cae... Un choque... un +remolino de agua... Ha desaparecido. + +Juan se lanza hacia adelante, su pie tropieza con el puente levantado; +delante de él hay un negro agujero. + +--¡Hermano! ¡hermano!--exclama con loca angustia. + +No piensa ya en nada, no siente nada. Sólo una idea: «¡Salva a tu +hermano!» le zumba en la cabeza. + +Con ademán violento suelta su capa; da un salto, y se oye el golpe sordo +de una caída contra la roca viva. + +Gertrudis, medio desvanecida, se agarra a la cadena; en el agua +transparente ve pasar un bulto obscuro que desaparece en el torbellino +de espuma. Un segundo después pasa otro bulto... Pasan como dos sombras +delante de ella. + +Alza los ojos. Allá arriba todo está tranquilo... todo está vacío... La +tempestad aúlla... las aguas mugen... La joven cae en la orilla, sin +conocimiento. + +Al día siguiente, por la mañana, retiraron del río los cadáveres de los +dos hermanos. Se balanceaban uno al lado del otro en las olas, y los +enterraron juntos... + + + + +XXVIII + + +Gertrudis estaba como paralizada por el dolor. + +Atontada, sin lágrimas, con los ojos inmóviles, alejaba a todos sus +parientes, incluso a su padre, y sólo permitía que estuviese a su lado +Franz Maas. Este le demostró una amistad leal, alejando a los extraños +de la casa, y encargándose de arreglar el asunto con las autoridades. +Poco faltó para que, a causa de las insinuaciones ambiguas de David, se +entablase un juicio contra ella. + +Pero, aunque las declaraciones del viejo criado eran demasiado +incompletas y confusas para que pudieran servir de base a una acusación, +bastaron para herir a Gertrudis presentándola a los ojos del mundo como +una criminal. + +Cuanto más prescindía ella de toda sociedad, cuanto más decididamente +cerraba la puerta del molino a los extraños, más extravagantes eran los +rumores que corrían sobre ella. Llamáronla desde entonces «la bruja del +molino;» y las historias que de ella se referían pasaron de una +generación a otra. + +El molino era conocido en el pueblo con el nombre de «el molino +silencioso.» Los muros se descascararon, las ruedas se pudrieron, las +limpias aguas fueron invadidas por las hierbas; y cuando el Estado hizo +un canal que desvió la corriente principal arriba de Marienfeld, el +arroyuelo se convirtió en un foso fangoso. + +¿Y Gertrudis? Se aisló completamente; muy pronto ni siquiera quiso +tolerar junto a ella a su amigo, y le cerró la puerta. Se consideraba +criminal. Sus angustias la llevaron a un confesor, la arrojaron en los +brazos de la iglesia católica. Desde entonces se la ve prosternada +delante de un crucifijo, arrodillada a la puerta de las iglesias, +desgranando su rosario, con la frente sobre las piedras... + +Expía el gran crimen que se llama juventud. + + +FIN + + + + +LAS BODAS DE YOLANDA + + + + +I + + +Estar de pie ahí, ante la tumba abierta todavía de un viejo camarada, es +horrible, señores, les aseguro... simplemente horrible. Los pies se +hunden en la tierra recién removida, uno se retuerce el bigote con +expresión idiota y al mismo tiempo, querría aullar de pena. + +Todo, pues, había concluido... nada había que hacer ya... Su muerte nos +arrebata un verdadero genio en el arte de inventar grogs, ponches y +cherry gobblers, fríos o calientes. Cuando uno se paseaba con él por el +campo, les aseguro, señores, con sólo ver su manera de sorber el aire, +se podía estar seguro de que acababa de tener una inspiración. Al sentir +el aroma de una maleza cualquiera, había adivinado en qué clase de vino +habría que ponerla en infusión para conseguir una bebida excelente, +extra fina... + +¡Y qué entretenido era! Nos veíamos todas las noches, desde hacía años, +fuera que él viniera a mi casa en Ilgenstein, o que yo me trasladase a +caballo a Döbeln; y nunca me había parecido largo el tiempo que con él +pasaba. + +Tenía una manía, sin embargo, una idea fija: el casamiento... Para mí, +se entiende; porque él... + +--¡Gran Dios!--decía;--no espero sino que esta bendita agua se me meta +en el corazón, y entonces... reviento. + +Y eso había sucedido precisamente... el hombre había reventado... Ahí +estaba, tendido a mis pies, en el gran cajón blasonado; me parecía que +tenía que golpear la tapa y llamarlo: «¡He, Pütz! basta de farsas! ¡sal +de ahí, que tenemos que hacer nuestro piqué!» + +No se rían señores... el hábito es la más exigente de las pasiones, y +ustedes no saben a cuántos hace morir todos los años la pérdida de sus +costumbres: «no hay poema, no hay canción que las celebre», diré, como +mi amigo Uhland. + +Hacía un tiempo como para no sacar afuera las narices: lluvia, granizo y +viento, todo a la vez. Varios se habían echado encima el impermeable, y +el agua formaba arroyuelos sobre la prenda; lo hacía también a lo largo +de sus mejillas, de sus barbas... bien puede haber sido que se +mezclaran a ella lágrimas, por que el buen Pütz no dejaba enemigos. + +Para llevar el luto, lo que se llama propiamente llevar el luto, no +había más que su hijo Lotario. Este servía en los dragones de la +guardia, en Berlín, y no había podido llegar sino el día del +fallecimiento. Se había mostrado buen hijo: había besado las manos de su +padre, había llorado mucho, después me había dado las gracias y luego se +había puesto a dictar órdenes a troche y moche, porque, como ustedes +comprenden, un tenientillo así, cuando de repente... En fin, basta; yo +estaba allí y me había portado también lo mejor que había podido. + +Y mientras miraba al guapo mozo de reojo, y lo veía hacerse el valiente +y contener las lágrimas, me vinieron a la mente las palabras de mi +amigo... Era la víspera de su muerte: «Hanckel--me dijo,--ten lástima de +mí cuando esté en la tumba... no abandones a mi hijo.» + +Pienso en estas palabras, y, cuando me llega el turno de echar las tres +paladas de tierra en la fosa, dejo caer también en ella un juramento +silencioso: «No amigo, no abandonaré nunca a tu hijo... Amén.» + +Todo tiene fin. Los sepultureros habían formado con el barro una especie +de montículo sobre el cual habían arreglado, medio bien, medio mal, las +coronas; no había mujer alguna en el entierro que se encargara de eso. +Los vecinos se habían retirado; no quedábamos ya sino el pastor, Lotario +y yo. + +El joven parecía petrificado; miraba la tumba como si hubiera querido +volver a abrirla con los ojos, y el viento le subía el cuello de la capa +militar por arriba de las orejas. + +El pastor le palmeó suavemente el hombro: + +--Señor barón, ¿quiere permitirle a un viejo que le dirija algunas +palabras? + +Pero yo lo llevé a un lado y le dije: + +--Vuelva a su casa, mi querido pastor, y haga que su mujer le dé un buen +grog. Su túnica me parece un poco liviana. + +--Hum...--contestó con expresión maliciosa;--nadie lo diría, pero tengo +debajo una levita. + +--No importa--repliqué;--será mejor que se vuelva. Del joven me encargo +yo; sé mejor que usted dónde tiene la herida. + +Y nos dejó solos. + +--Vamos, muchacho--dije a Lotario;--tú no puedes devolverle la vida. +Vamos a tu casa, y, si quieres, pasaré la noche a tu lado. + +--No vale la pena, mi tío--respondió. + +Me llamaba tío desde que habíamos convenido en ello una vez, bromeando. +Y su semblante duro y cerrado parecía preguntar: «¿Por qué me incomodas +en mi dolor?» + +--Tal vez tengamos que hablar de intereses--insistí. + +El no dijo una palabra. + +Todos ustedes saben, señores, lo que es una casa mortuoria cuando se +vuelve así del cementerio... el olor a féretro, un olor a madera fresca, +y las ramas de abeto... y las hojas caídas de las coronas... y las +flores pisoteadas... Atroz, simplemente atroz. Mi hermana--ella era la +que me cuidaba la casa entonces, ha muerto también hace mucho tiempo, la +buena vieja...--se había esforzado por poner un poco en orden la casa de +Pütz; había hecho sacar los paños negros, el catafalco... pero, en tan +poco tiempo, no se había podido hacer gran cosa, fuera de eso. La dejé +irse. Después fui a buscar al sótano de Pütz una botella de su mejor +Oporto, y me instalé frente al joven que, sentado en el sofá, hacía +bailar la punta de su sable sobre la bota. + +He dicho ya que era un soberbio buen mozo. Grande, vigoroso, un +verdadero dragón... un mostacho enmarañado, cejas negras, gruesas; y +debajo, ojos como dos carbunclos. La frente un poco hosca, porque los +cabellos estaban plantados demasiado abajo, pero esto sienta bien a los +jóvenes; y la cabeza era hermosa. En fin, en toda su persona, esa +elegancia, ese chic de los dragones de la guardia que todos hemos +ambicionado, pero que no se encuentra en ninguna otra arma... el diablo +sabe por qué. + +Brindé con él, a la memoria del viejo, por supuesto, y le pregunté: + +--¿Y qué piensas hacer? + +--¿Qué sé yo?--masculla, lanzándome una mirada de animal acosado. + +Sí, sí, la cuestión era esa... La fortuna del viejo nunca había sido +brillante... y sin hablar de su pasión por todo lo que se bebe... y +luego, ustedes saben, donde hay un pantano, las ranas afluyen a él +siempre; y, sobre todo, el hijo que vivía desde hacía años como si los +margales de Döbeln hubieran sido minas de plata... + +--¿Y sube a mucho la cosa, muchacho?... Todavía no, tal vez +¿eh?--pregunté. + +--Una suma respetable, mi tío--responde. + +--Eso cae mal--dije;--toda la posesión está gravada con hipotecas, hay +reparaciones urgentes que hacer, y tú lo sabes, la agricultura no rinde +nada. + +--¿Entonces, mi dimisión?--pregunta mirándome fijamente como el acusado +que espera el fallo del consejo de guerra. + +--A menos que tú tengas _in petto_ alguna rica heredera que te saque del +atolladero.... + +Meneó violentamente la cabeza. + +--Entonces, sí; tu dimisión. + +--¿Y si dividiera la propiedad, o lo que queda de ella?... ¿qué te +parece? + +--No te da vergüenza muchacho?--dije.--No se vende la camisa que se +tiene en el cuerpo, ni se hace fuego con la madera de la cama. + +--Hablas de la cosa muy cómodamente, mí tío... ¿No estoy entre las manos +de los usureros? + +Yo pregunto: + +--¿Cuánto es? + +El me dice una suma... No la repetiré, porque soy yo el que la ha +pagado. + +Le planteé entonces mis condiciones. Primo: dimisión inmediata. Secundo: +obligación de dirigir personalmente los cultivos. Tercio: renuncia al +pleito. + +Este pleito, entablado contra Krakow de Krakowitz, había sido durante +años el deporte favorito de mi viejo amigo. Se trataba de una herencia +y, como sucede siempre en tales casos, los gastos del juicio se habían +tragado ya tres veces lo que valía el guiñapo. Como Krakow era de mal +dormir, la querella se había enconado y había degenerado en odio +personal; por lo menos, de parte de Krakow, porque Pütz, con su flema +bondadosa, se obstinaba en ver sólo el lado humorístico de la cuestión. + +El otro, por el contrario, había jurado ante testigos que no se daría +por satisfecho sino cuando hubiera echado a Pütz y a los suyos de +Döbeln, corridos por los perros. + +Sí; esas eran mis condiciones, y Lotario las aceptó. De buen grado o no, +no lo sé; no traté de aclarar ese punto. + +Resolví dar yo mismo los primeros pasos junto a Krakow para llegar a un +arreglo, bien que no estuviese yo para él en olor de santidad. Por el +contrario, yo podía pensar fundadamente que sus amenazas se dirigían a +mí también, pues los dos habíamos tenido ya nuestros dimes y diretes en +el concejo municipal. + +Pero... vamos a ver, mírenme un poco; sin alabarme, tengo talla como +para derribar a un dogo de un puñetazo, no como para emprender la fuga +ante miserables gozquecillos. + +¡Ah, pero!... + + + + +II + + +Señores, esperé tres días para dejar que la cosa madurara un poco; +después, mi carruaje de caza fuera de la cochera, mis dos trotones con +las pecheras, y en camino a Krakowitz. + +Linda propiedad, no hay que decir. Un poco despechugada, pero +soberbia... Demasiadas tierras negras de barbecho... pero quizás para la +colza del invierno... ¿El trigo?... así, así... ¿El ganado?... +magnífico. + +Entro en el patio de la posesión... ¿Saben ustedes, señores?... Para mí, +el patio de una granja es como el corazón humano. Por poco que sepa leer +en él, ya no habrá medio de hacer tomar a ustedes una X por una V. Hay +corazones que están abandonados, pero se adivinan lingotes de oro debajo +del barro; otros son brillantes... corazones bien nutridos, por decirlo +así, de arsénico... Relucen, centellean de lejos como de cerca; al +verlos, no se puede menos de exclamar: «¡Rayos y truenos!...» y no son +más que oropel. Los hay que se espantan, los hay que se encogen, hágase +lo que se haga... En fin, adelante. Un poco de todo eso era el patio de +Krakowitz. Graneros espléndidos... carretones mal cuidados... magníficos +montones de estiércol, y caballerizas en desorden. Se comprendía que el +capricho reinaba allí soberano, con un asomo de avaricia quizá... ¿o de +escasez? ¡Es tan difícil poder determinar eso en el primer momento! + +La casa de los señores: dos pisos, un techo de tejas rojas con canaletas +amarillas, yedra alrededor; buen aspecto, en resumen. Y un no sé qué +de... en fin, ustedes comprenden... + +--¿El señor barón está en casa? + +--Sí; ¿a quién tengo que anunciar? + +--A Hanckel, al barón Hanckel de Ilgenstein. + +--Tómese la molestia de entrar. + +Entré, pues... Todo viejo, en todas partes; viejos muebles, viejos +cuadros... el conjunto un poco apolillado, pero cómodo. + +Oigo que echan votos detrás de la puerta: + +--¿Ese maricón? ¡Pues es descaro!... + +¡Era el alma maldita de Pütz, el muy canalla! + +«Lindo recibimiento», pensé. + +Voces de mujeres se interpusieron: + +--Pero, papá...--maúlla una. + +--Pero, hombre...--chilla otra. + +¡Oh, la, la!... + +Ahí entra, Señores. Si yo no lo hubiera oído en ese mismo instante, con +mis propias orejas... Me tiende las manos; su cara de viejo pícaro +resplandece, sus ojos de garduña pestañean de placer. + +--¡Vecino!... ¡amigo!... ¡qué felicidad! + +--Vea, Krakow. Ande con tiento, porque lo he oído todo. + +--¿Qué ha oído, querido amigo? ¿qué es eso? + +--Los títulos que me ha acordado usted: maricón, y Dios sabe qué más. + +Y él, sin alterarse en lo más mínimo: + +--Siempre lo he dicho, todos los días se lo estoy diciendo a mi mujer: +las puertas no sirven para nada. Pero no hay que tomarlo a mal, mi viejo +amigo. ¿Comprende?... siempre me ha fastidiado que usted se hubiera +puesto de parte de Pütz. Y en este momento las señoras están preparando +un ponche... con esto le digo todo. ¿Por qué no venía usted nunca a mi +casa?... ¡Yolanda!... Es mi hija... ¡Yolanda!... Es la alegría de mi +alma... No me oye. Bien decía yo a usted... las puertas no sirven para +nada. Pero ellas están espiando por el ojo de la llave... ¡Largo de +ahí, escuerzos!... ¿Siente usted como escapan? ¡Je, je!... ¡estas +mujeres!... + +¿Cómo enojarse, señores? No fui capaz de eso. ¿Tengo el cuero demasiado +grueso? En fin, no pude hacerlo. + +¿Qué figura tenía el hombre?... No me pasaba una línea de la cintura. +Redondo, gordo, con las piernas como una O; y, sobre esa panza, una +verdadera cabeza de apóstol... Pedro, Andrés o cualquiera de ellos. Una +linda barba redondeada, con dos mechas blancas que bajaban de la +extremidad de los labios; una piel de pergamino amarillento, toda +arrugada alrededor de los ojos, la cabeza calva, pero con dos tupés +grises desgreñados, arriba de las orejas. + +Y el buen hombre da vueltas en derredor mío, como picado por la +tarántula. + +No crean, señores, sin embargo, que me dejé impresionar por sus visajes. +Lo conocí hacía ya mucho tiempo para saber lo que el hombre podía tener +en el vientre... Pero--trátenme de sinvergüenza, si quieren,--el hombre +me gustaba. Y el ambiente también me gustaba. + +Había allí cierto rinconcito junto a la ventana... maderajes +esculpidos... A fuera, la yedra trepaba... y el sol brillaba a través +del follaje verde... Muy atrayente... Sobre la mesa, un ovillo de lana +en una concha de marfil; a un lado, un diario ilustrado y un pedazo de +torta cercenada... Muy atrayente, les digo... Nos sentamos, pues, y una +criada trajo cigarros. + +No valían nada, pero el humo bailaba tan alegremente a los rayos del sol +que me olvidé de tirarlo cuando la punta empezó a quemar. + +Quiero empezar a hablar de intereses, pero él me pone la mano en el +hombro y dice: + +--Amigo, generoso amigo, después del café... + +--Permítame, Krakow... + +--Amigo, generoso amigo, después del café. + +Me informé entonces cortésmente de sus propiedades, y lo dejé entregarse +a desatinadas jactancias a propósito de sus innovaciones, que no valían +un clavo, según lo sabía yo de mucho tiempo atrás. + +La baronesa hizo su entrada. Un viejo objeto de arte... fino, +distinguido. Grandes ojos azules alargados, cabellos de plata cubiertos +por una pequeña toca de encaje negro, una sonrisa dolorida, manos muy +delgadas; el conjunto un poco delicado para la mujer de un hidalgo rural +y, sobre todo, de un patán como ése. + +Me da cortésmente los buenos días, mientras el viejo grita a voz en +cuello: + +--¡Yolanda!... ¡Eh! ¿dónde te has metido? Hay un soltero aquí... un +pretendiente... un pretendiente... + +--¡Krakow!--le digo, todo turbado;--¡no se burle así de un viejo gruñón +como yo! + +Y la baronesa salva la situación, diciendo con expresión graciosa: + +--No tema nada, barón; nosotras, las madres, hace diez años que lo hemos +abandonado a usted como incurable. + +--¡Pero bien podría dejarse ver, a pesar de todo!--aúlla el viejo. + +Al fin, llega ella... + +¡Caramba, señores! ¡atención! Me quedé con la boca abierta... ¡De la +raza, señores, de la raza!... Un cuerpo de joven reina... largos +cabellos que desarrollan sus anillos sobre los hombros, cabellos de +color moreno dorado, como una melena... un cuello blanco, carnudo, +voluptuoso... la garganta no muy alta, y un poco ostentosa... eso que +llamamos, en términos ecuestres, un pecho de león... Parece que respira +con todo el cuerpo, tan poderosamente pasa el aire por ese organismo +joven y vigoroso... hombros y brazos elegantes... las caderas poco +desarrolladas todavía, pero bien formadas para la dilatación normal. + +Señores, no soy nada entendido en mujeres, pero no en vano soy criador; +sé muy bien cuánto cuesta conseguir un ejemplar acabado de cualquier +especie que sea; cuando uno se encuentra frente a un ser tan perfecto, +no hay más que hacer que juntar las manos y rezar: «¡Dios mío! yo te +agradezco que hayas puesto en el mundo seres semejantes; mientras +existan cuerpos así aquí abajo, no debemos desesperar de las almas...» + +Lo que no me llenó en el primer momento fueron los ojos. Eran demasiado +soñadores, de color azul demasiado pálido para esa criatura exuberante +de vida. Parecían ahogarse en éxtasis; sin embargo, los párpados, medio +bajos, dejaban escapar una mirada inquieta, recelosa, como la que tienen +los perros malos a quienes se castiga con frecuencia. + +El viejo la toma por los hombros y se da sus aires de grande. + +--¡Esta es _mi_ obra! ¡Soy _yo_ el que ha hecho esto! ¡_Yo_ soy su +padre!...--etcétera. + +--Ella se desprende y se pone de color de púrpura. Tiene vergüenza. + +Entonces las señoras preparan la mesa para el café. Barquillos +cuscurrosos, confituras rusas, mantelería adamascada, cucharas y +cuchillos de mango de cuerno... y, por arriba de todo eso, un fino vapor +azulado que se escapa del aparato del café y que da al conjunto cierto +tono más íntimo. + +Nos sentamos y bebimos. El viejo se holgaba extraordinariamente; la +baronesa se sonreía con expresión resignada, y Yolanda me hacía ojitos. + +Sí, señores; me hacía ojitos. + +Ustedes están todavía en la edad en que una cosa así les pasa a menudo; +pero, cuando hayan cumplido los cuarenta y tengan plena conciencia de su +vientre gordo y de su calvicie, verán ustedes qué agradecimiento sienten +para con la camarera o la primer criada que se les presente y que se +tome el trabajo de dirigirles miraditas... ¡Y piensan, pues, lo que será +cuando se trata de una maravilla semejante, de una criatura de lo más +elegido y de lo más gracioso!... + +Pensé al principio que me equivocaba... después procuré disimular mis +manos coloradas, luego tuve un acceso de tos... Me traté de animal, de +fatuo, pensé en marcharme, y, por último, me puse a contemplar +fijamente, todo aturullado, el fondo de mi taza... ¡como una jovencita! + +Pero, cuando levantaba la cabeza, y fuerza era hacer eso de tiempo en +tiempo, encontraba siempre la mirada de esos grandes ojos azules +soñadores, que parecían decirme: «¿No has comprendido, pues, todavía, +que yo soy una princesa encantada y que tú debes libertarme?» + +--¿Sabe usted por qué le he dado ese nombre estrambótico?--me preguntó +el viejo haciendo una mueca del lado de ella, con expresión maliciosa. + +Entonces ella echó desdeñosamente la cabeza para atrás, y se levantó. +Debía conocer la broma. + +--Vea cómo sucedió la cosa. Tenía ocho días la chicuela... estaba +acostada en su cama... sacudiendo sus piernitas... unas piernitas +rollizas, verdaderos salchichones... y un traserito... ¡no le digo +nada!... + +¡Rayos y truenos! ¡Yo no me animé ya a levantar los ojos, tan +abochornado estaba! La baronesa fingía no oír nada y Yolanda había +salido de la pieza. + +En cuanto al viejo, éste reventaba de risa. + +--¡Ja, ja!... Sí, todo rosado... y los pañales habían dejado en él +marcas... un verdadero mapa geográfico... y qué delicado y bien +formado!... ¡un pétalo de rosa! Al ver eso me dije, en mi orgullo de +padre joven: «Esta será hermosa y coqueta, y meneará las piernas toda la +vida. Es preciso que tenga un nombre poético; eso le dará más valor a +los ojos de los pretendientes.» Busco en mi biblioteca. Tecla, Hero, +Irsa, Angélica... no, demasiado empalagoso: con cualquiera de esos +nombres, ella no pescaría para marido sino un empleadito sin fortuna... +o bien, Rosaura, Carmen, Beatriz, Wanda... tampoco, demasiado ardiente: +ella huiría con el primer regidor que se presentara, porque si sigue +siempre la suerte del nombre que se lleva... En fin, encontré Yolanda. +Este, sí; está hecho para los enamorados, se deshace en la lengua, sin +inspirar, sin embargo, malos pensamientos; excita y calma al mismo +tiempo; y atrae y da intenciones serias. Eso era lo que yo había +calculado, y era muy justo... Pero, ahora... ¡ella es capaz de quedarse +para vestir imágenes con todas sus cortedades y melindres! + +Yolanda volvió entonces, con los ojos bajos, con la expresión de una +inocente injustamente acusada. + +La pobrecita criatura me dio lástima; para cambiar violentamente de +conversación, abordé el capítulo de los intereses. + +Las señoras despejaron la mesa en silencio, el viejo emborró su pipa, +negra como un carbón, y pareció dispuesto a escucharme pacientemente. +Pero, apenas hube pronunciado el nombre de Pütz, saltó de su silla y +tiró la pipa contra la estufa, donde se rompió mientras el tabaco se +esparcía en chispas. ¡Y si le hubieran visto ustedes la cara! Les habría +dado miedo. Morada, hinchada, como si le fuera a dar un ataque. + +--¡Señor!--gritó.--¿Ha aceptado usted mi hospitalidad para venir a +envenenarme la casa?... ¿No sabe usted que ese nombre maldito no debe +pronunciarse aquí? ¿No sabe usted que yo maldigo a ese bribón hasta en +su tumba? ¿que maldigo a su progenitura, que maldigo a todos los que...? + +No pudo continuar; se ahogaba, y le acometió un violento acceso de tos. +Tuvo que sentarse otra vez en el sillón, y la baronesa le hizo beber +agua azucarada. + +Tomé silenciosamente mi sombrero. Entonces mi mirada cayó sobre Yolanda. +Blanca como la tiza, con las manos juntas, estaba allí, de pie, +abochornada y desesperada; parecía pedirme perdón, y, al mismo tiempo, +implorar mi apoyo. Resolví, pues, decir por lo menos una palabra de +despedida, y esperé con toda calma a que el viejo, que gemía y jadeaba +todavía, estuviese lo bastante tranquilo para comprenderme. Entonces, +dije: + +--Debe usted encontrar natural, señor de Krakow... que con su salida +contra mi amigo y contra su hijo, a quien quiero como si fuera mío, +nuestras relaciones... + +Krakow golpeó con los pies y con las manos para impedirme continuar; y, +después de unos cuantos gruñidos sofocados, acabó por recobrar la +palabra: + +--Esta asma, esta asma infernal... una verdadera cuerda alrededor del +cuello... ¡crac!... cerrado el gaznate... ¿Quieres hablar, querido? +¡Buenas noches! ¿Quieres respirar, querido? ¡Chito!... Pero ¿qué es lo +que está diciendo usted ahí de _nuestras_ relaciones? _Nuestras_ +relaciones, esto es, las relaciones entre _usted_ y _yo_, no se han +enturbiado nunca, amigo de corazón; son las mejores relaciones del +mundo, amigo de mi alma. Y si yo he insultado al otro, al pleitista, +al... al... noble, al honorable... ¡pues bien! me retracto, me declaro +un cobarde, pero que nadie me hable de él. Yo no quiero acordarme de que +su nombre puede existir, porque para mí ha muerto ¿entiende usted?... ha +muerto... muerto... + +E hizo con el dedo una cruz en el aire, mirándome con expresión de +triunfo, como si con eso hubiera dado el golpe de gracia a mi pobre +Pütz. + +--Eso no impide, señor de Krakow--dije,--que... + +--¡Cómo! ¿qué es lo que no impide?... ¡Usted es mi amigo, usted es el +amigo de mi familia! ¡Vea a las señoras, están locas por usted!... ¡Eh! +no tengas reparo, Yolanda... hazle ojitos, hija mía... ¿crees que no te +estoy viendo, mocosa? + +Ella no se sonrojó, no se turbó siquiera. Lo único que hizo fue levantar +un poco sus manos juntas en dirección a mí. + +Eso era tan conmovedor, tan lleno de abandono, que me sentí +completamente desarmado. Volví a sentarme, pues, por un momento... hablé +de cosas indiferentes... y me despedí, en cuanto pude hacerlo sin +demostrar enojo. + +Acompáñalo--dijo el viejo a Yolanda,--y sé amable con él; es el hombre +más rico de estas tierras. + +Esta vez todos soltamos la carcajada; pero, mientras atravesaba a mi +lado el vestíbulo obscuro, Yolanda me dijo en voz baja, y en tono triste +e inquieto: + +--Usted no vendrá más, estoy segura. + +--Así es, señorita--respondí francamente. + +E iba a hacerle ver mis razones, cuando ella me tomó la mano, la oprimió +entre las suyas, tan blancas, tan diminutas, murmurando con lágrimas en +los ojos: + +--¡Ah! ¡vuelva, se lo ruego!... ¡vuelva! + +Sí, sí; ahí tienen ustedes lo que son las cosas... Esas pocas palabras +me trastornaron la cabeza, como buen viejo idiota que era. + +Hice todo el camino mascando cigarros, que, en mi turbación, me olvidaba +siempre de encender... En cuanto llegué a casa, corrí al espejo. +Enciendo todas las bujías, echo el cerrojo, cierro los postigos, me +examino por delante, por detrás, y de perfil también, por medio de un +espejo de mano. + +El resultado fue aplastador... Una cabeza grandota, calva... una nuca +enorme... bolsas debajo los ojos... papada... y, encima de todo eso, un +color cobrizo como el de un caldero expuesto por mucho tiempo a la +acción del fuego. Pero, peor todavía: al contemplarme así, de arriba a +abajo, con mis seis pies de estatura, comprendo de repente por qué me +han llamado siempre: «El bueno de Hanckel». Ya en el regimiento decían: +«¿Hanckel?... no es un águila, no; pero ¡qué buen muchacho!» + +Y cuando le ponen a uno esa marca, la vida no es ya más que una larga +serie de ocasiones de que uno haga honor a su título. Lo miman a uno, se +burlan de uno, lo amuelan todo el santo día. Intenta uno una tímida +resistencia, y le observan: «¿Cómo? ¿Y usted es el que pretende ser un +buen muchacho?...» Es inútil que uno proteste: «¡Pero si yo no soy un +buen muchacho!»... Tiene que serlo a la fuerza, porque así lo han medido +y lo han marcado... ¡Y un hombre de ese temple es el que quiere meterse +ahora en historias de mujeres! ¡Las mujeres, que siempre están pensando +en alguna cosa diabólica, y que, para que puedan querer bien, tienen que +ser tratadas como animales, engañadas, abandonadas por el que ellas +adoran!... + +«No hagas estupideces, Hanckel» me dije, «deja tu espejo, apaga tus +luces, manda a paseo tus ideas insensatas, y métete en cama.» + +Yo tenía una cama, señores, y la tengo todavía, una cama de abeto +completamente ordinaria, estrecha como un ataúd, de correas, sin colchón +de lana ni de plumas; una piel de ciervo por toda cobija, y un jergón al +que se le renueva la paja dos veces al año, y que constituye el único +lujo. Siempre le están hablando a uno, señores, del lecho de campaña de +los hombres célebres... esos que están expuestos en los palacios y +museos patrióticos; y, cuando los visitantes pasan por delante de ellos, +no dejan nunca de exclamar, alzando los brazos al cielo: «¡Qué fuerza de +voluntad! ¡qué sencillez espartana!...» ¡Farsa, señores, pura farsa! De +ninguna manera se duerme mejor que sobre una tabla; naturalmente, con +tal que se tenga una jornada de trabajo _detrás de uno_, una buena +conciencia _dentro de uno_, y ninguna mujer _al lado de uno_... tres +cosas más o menos sinónimas. + +Se echa uno, se estira, dándose benéficos calambres, hasta que los dedos +de los pies tocan el respaldo de la cama; trae uno las cobijas hasta la +boca, hace su hoyo en la almohada, toma después un buen libro que lo +está esperando sobre la mesa de noche, y gime uno de satisfacción... + +Eso mismo fue lo que hice yo aquella noche, así que hubo vencido la +tentación; y, mientras me iba quedando dormido, pensaba para mis +adentros: + +No, no; ninguna mujer te hará ser infiel a tu catre duro y estrecho de +soltero... Aun cuando se llame Yolanda, y aun cuando sea de la sangre +más noble y pura que haya puesto Dios sobre la tierra... Sí; esa menos +que cualquier otra... Porque... ¡quién sabe!...» + + + + +III + + +Al día siguiente, presento mi informe al joven, sin decir una sola +palabra, naturalmente, sobre mis tonterías de la víspera. El me clava +sus ojos negros, ardientes: + +--No hablemos más de la cosa--dice.--Me lo esperaba. + +Ocho días después vuelve a tratar del asunto, como quien no quiere la +cosa: + +--Sin embargo, deberías ir otra vez a Krakowitz, tío. + +--¿Estás loco, muchacho?--exclamo. + +Pero, al mismo tiempo, me siento tan feliz como si la suave mano de una +mujer me acariciara la nuca. + +--No tienes necesidad de hablar de mí--agrega, mirándose las puntas de +las botas;--pero si tú fueras allá a menudo, quizá las cosas se +arreglarían por sí solas. + +Es tan fácil, señores, hacer cambiar mis resoluciones más sagradas como +hacer balancear una espiga... Volví, pues, a Krakowitz... Y, volví otra +vez, y otra vez... + +Aguanté las burlas del viejo, bebí el café que su mujer me hacía, y +escuché con beatitud las lindas arias que Yolanda me cantaba; aunque la +música... en general... Cuanto más iba a Krakowitz, tanto más incómodo +me sentía; pero era como si me arrastraran allá mil brazos, y no podía +resistirme de ningún modo. + +Ella seguía, como siempre, echándome miradas de reojo; pero ¿que +significaban esas miradas? ¿eran un reproche, un llamamiento, o +simplemente el placer de verse admirada? No podía adivinarlo. + +En fin, a mi tercera o cuarta, he aquí lo que sucedió. Serían las doce +del día apenas, y hacía un calor atroz; y yo, aburrido e impaciente, +parto para Krakowitz. + +--El señor y la señora están durmiendo la siesta--me dice el +criado;--pero la señorita está en el terrado. + +Tuve un presentimiento que me hizo palpitar el corazón; quise volverme +inmediatamente; pero, de pronto, la veo delante de mí, blanca y altiva, +con su traje de muselina; parece esculpida en mármol; mi vieja locura +recrudece con más fuerza que nunca. + +--¡Cuánto le agradezco que haya venido, barón!--me dijo.--Me aburría +mortalmente. ¿Vamos al jardín?... ¿quiere? Hay allí un cenador muy +fresco, en el que podremos conversar tranquilamente. + +Pasa entonces su brazo por debajo del mío, y yo siento un +estremecimiento. Les aseguro, señores, que en aquellos momentos me +habría sido más fácil asaltar una fortaleza que bajar del terrado. + +Ella no dice nada, y yo tampoco. El silencio se hace abrumador. Cruje el +casquijo, zumban los insectos en las espíreas; pero, por lo demás, +ningún ruido. + +Ella se ha colgado confiadamente de mi brazo, y me obliga a detenerme a +cada momento, cuando se inclina para arrancar una hierba o coger una +brizna de reseda, con la que se acaricia la punta de la nariz, para +tirarla en seguida. + +--Querría poder amar las flores--dice.--¡Hay tantos que las aman... o +que dicen que las aman!... Tratándose de amor, una no sabe nunca la +verdad. + +--¿Por qué?--le pregunté.--¿No puede suceder que dos seres se quieran +bien y se lo digan, sin frases rebuscadas ni segunda intención? + +--_¡Se quieran bien! ¡se quieran bien!_--repite ella con expresión de +mofa.--¿Usted es de hielo, entonces, desde que para usted todo el amor +consiste en _quererse bien_? + +--Sea yo o no de hielo, el resultado es el mismo, desgraciadamente. + +--Sí; usted tiene un corazón de oro--dice ella, mirándome de reojo con +un poco de coquetería;--todo lo que usted piensa le sale de los labios +francamente. + +--También sé callarme. + +--¡Oh, bien lo veo!--se apresura a decirme.--A usted yo podría confiarle +todo, todo. + +Y me parece que me aprieta ligeramente el brazo. + +«¿Qué querrá de ti?» me digo, y el corazón parece querer salírseme por +la garganta. + +Llegamos delante del cenador, un cenador de aristoloquias... ustedes +saben, esas hojas anchas de forma de corazón que interceptan todo rayo +de luz. En un cenador de ese género siempre es de noche, cómo ustedes +saben... Y entonces, ella me suelta el brazo, se agacha hasta tocar el +suelo, y, arrastrándose, se introduce por un boquete en el tallar, cuyas +ramas entrelazadas cierran toda otra entrada. + +Y yo, el barón de Hanckel de Ilgenstein, modelo de dignidad y de +circunspección, me deslizo a cuatro pies detrás de ella, por esa +abertura poco más grande que la boca de un horno. + +Sí, señores; ahí tienen ustedes lo que le hacen hacer a uno las mujeres. + +Y, dentro del cenador, en la penumbra fresca, ella se tiende a medias +sobre el banco carcomido... Se seca con el pañuelo la frente, el cuello, +hasta el escote de la bata... + +¡Qué hermosa es así! ¡qué hermosa! + +Y mientras yo me dejo estar de pie, resollando como una foca, porque a +los cuarenta y siete años, señores, uno no se pasea ya impunemente a +cuatro patas, ella suelta una carcajada breve, dura, forzada. + +--¡Ríase usted de mí!--le digo. + +--¡Si supiera usted cuán pocas ganas tengo de reírme!--me dice, haciendo +una mueca de dolor. + +Y se restablece el silencio. Ella mira al suelo, frunciendo las cejas, y +su garganta se hincha y se deshincha acompasadamente. + +--¿En qué está pensando?--le pregunto. + +Ella se encoge de hombros. + +--¿Pensar? ¿para qué pensar?--responde.--Estoy cansada, querría dormir. + +--Y bien, duerma. + +--Pero usted también. + +--Bueno; yo también. + +Y, me tiendo a medias, como ella, sobre el banco de enfrente. + +--Pero cierre los ojos--me dice. + +Y, sumiso, cierro los ojos... Veo soles, ruedas verdes y haces de fuego, +sin parar un momento... eso tiene por causa la agitación de la sangre, +señores... Y, de tiempo en tiempo, una idea, como un relámpago, cruza +por mi mente: «Hanckel, te estás poniendo en ridículo». + +Todo está tan callado, que oigo a los escarabajos que trepan a lo largo +de las hojas... Hasta la respiración de ella ha cesado. + +«Tengo que ver, sin embargo, lo que hace», me digo, con el deseo secreto +de admirarla a mi gusto durante su sueño. Pero, cuando, a hurtadillas, +me aventuro a levantar un poco, un poquitito, los párpados, veo... ¡ah +señores, siento frío en la espalda todavía!... veo sus ojos +completamente abiertos, fijos en mí, feroces, devoradores, me atreveré a +decir. + +--Yolanda, hija mía--exclamo;--¿por qué me mira así? ¿qué le he hecho? + +Ella se estremece, se pasa, como si hubiera estado soñando, la mano por +la frente y por las mejillas, y se esfuerza por reír, con la misma risa +breve, entrecortada, de un momento antes, y en seguida estalla en +sollozos y llora, llora a lágrima viva. + +Me precipito hacia ella; querría acariciarle los cabellos, pero mi valor +no da para tanto. Le pregunto qué es lo que la apena, si no quiere tener +confianza en mí, y otras cosas por el estilo. + +--¡Ah! ¡soy el ser más desamparado, más miserable del mundo!--exclama +con un gemido. + +--¿Y por qué? + +--Quiero hacer una cosa... una cosa terrible... y no tengo valor para +ello. + +--¿De qué se trata? + +--No puedo decirlo... no puedo decirlo... + +Y no sale de eso, a pesar de todos mis esfuerzos para que se decida a +hablar. Pero, poco a poco, su fisonomía se transforma, adopta una +expresión resuelta, sombría, y sus labios acaban por murmurar +amargamente: + +--Quiero salir de esta casa... Quiero fugarme... + +--¡Gran Dios! ¿y con quién?--pregunto consternado. + +Ella se encoge de hombros: + +--¿Con quién? ¡Sí nadie en el mundo se interesa por mí!... ¡ni un +cuidador de vacas siquiera!... Pero tengo que irme a la fuerza. Aquí una +acaba por perder toda esperanza, por morirse... Y, como nadie viene, +huiré sola. + +--Pero, mi querida señorita, comprendo que se aburra usted un poco en +Krakowitz; es muy aislado esto... y su señor padre tiene historias con +todo el género humano... Pero, en fin, si usted tiene ganas de casarse, +una mujer como usted no tiene más que hacer que levantar el dedo +meñique. + +--¡Oh, cállese!--me responde;--esas son frases. ¿Quién me querría a mí? +¿Conoce usted a alguno que me quiera? + +El corazón me late desesperadamente. Yo no quiero decirle... sería una +locura... y, sin embargo, me pongo a asegurarle que yo no hago frases, +que desearía probárselo, o cosa así... Porque, a hacerle una declaración +en regla, por el momento ¡gran Dios! no me atrevo. Ella cierra los ojos, +suspira profundamente, y, poniéndome la mano en el brazo, dice: + +--Antes de que se vaya, tengo que hacerle saber una cosa, para que no se +deje engañar tan miserablemente. Mis padres no están durmiendo... En +cuanto oyeron su coche, se encerraron... es decir, él fue el que la +obligó a mamá... Esta entrevista nuestra en este sitio es una cosa +preparada. Yo tengo que transtornarle a usted la cabeza para que usted +se case conmigo. Desde el día que hizo usted su primera visita, los dos +no hacen más que atormentarme, él con sus reprensiones, ella con sus +ruegos. «Que yo no debo perder esta ocasión, porque un partido así no +volverá a presentarse nunca». Perdóneme señor, pero yo no quería; aun +cuando hubiera sentido simpatía por usted al principio, la insistencia +de ellos habría bastado para desanimarme. Pero, ahora, que he abierto a +usted mi corazón, ahora sí, quiero. Si yo le gusto, tómeme, soy suya. + +Pónganse ustedes, señores, en mi lugar. Una joven hermosa, una Tusnelda, +una Venus, que en su orgullo y desesperación se echa en los brazos de un +hombre valiente, corpulento, que frisa ya en los cincuenta años... ¿No +hubiera sido una especie de sacrilegio apoderarse de esa felicidad y +arrebatarla apresuradamente, como un ladrón? + +--Yolanda--le digo;--querida niña, ¿se da usted cuenta de lo que está +haciendo? + +--Sí--me responde con una sonrisa que da lástima;--me rebajo ante Dios, +ante mis propios ojos, y ante los ojos de usted... me hago esclava suya, +cosa suya... y con esto, lo engaño, sin embargo... + +--Quizá no pueda usted soportarme... + +Entonces, ella me hace ojitos... me mira dulcemente con sus ojos +inocentes, con sus queridos ojos de color azul pálido, y murmura con voz +lánguida: + +--Usted es el hombre mejor y más noble del mundo; yo podría amarlo, +adorarlo, pero... + +--Pero, ¿qué? + +--¡Ah! ¡qué feo, qué bajo es todo esto!... Dígame que no quiere saber +nada conmigo, que me desprecia. No merezco otra cosa. + +Me parecía que el mundo entero daba vueltas a mi alrededor, y tuve que +hacer un llamamiento a todo lo que me quedaba de buen sentido para no +cogerla y estrecharla entre mis brazos. Gracias a ese poquito de buen +sentido que me quedaba, le dije: + +--Yo no quiero, mi querida niña, aprovecharme de un momento de emoción. +Usted podría arrepentirse de ello después, y sería demasiado tarde. +Esperaré ocho días; entretanto, usted reflexiona. Si, para entonces, +usted no me escribe: «He cambiado de idea», queda convenido: vendré a +pedirla a sus padres. Pero pese bien el pro y el contra, antes de +decidirse; no se eche de cabeza en su desgracia. + +Entonces, señores, ella se precipitó a tomarme la mano, esta manaza fea, +curtida, rugosa; y, antes que yo pudiera impedirlo, apoyó en ella sus +labios. + +Sólo más tarde, mucho más tarde, he comprendido lo que significaba ese +beso. + +Cuando hubimos salido del cenador, yo otra vez en cuatro pies detrás de +ella, oímos de lejos al viejo que gritaba: + +--¿Es posible? ¿Hanckel, mi amigo Hanckel, está aquí? ¿Por qué no me han +despertado entonces, cretinos, idiotas, miserables? ¡Mi amigo Hanckel +aquí, y yo roncando! ¡runfla de canallas!... + +Yolanda se puso colorada de vergüenza; y, para hacerle menos penoso ese +momento, le dije: + +--Déjelo estar, que lo conozco bien. + +Sí, sí, señores; yo conocía bien al viejo... pero a la hija, a ésa no la +conocía. + + + + +IV + + +Ahí tienen ustedes, pues, en lo que estábamos. Al volver a casa, iba +repitiéndome incesantemente por el camino: «Hanckel, esto sí que es +tener suerte! ¡A tu edad, un tesoro como ese!... ¡Grita, pues, salta +como un loco! ¡Es lo menos que puedes hacer después de un acontecimiento +semejante!...» + +Y, sin embargo, yo no sentía la más mínima gana de saltar o de gritar. +Una vez en casa, arreglé mis cuentas de la semana y mandé que me +prepararan un grog. Esa fue toda la fiesta que hice. + +Al día siguiente, llega Lotario Pütz, de uniforme. + +--Siempre de servicio, muchacho?--le pregunto. + +--Mi dimisión no ha sido aceptada todavía--responde mirándome con ojos +atravesados, como si yo fuera la causa de todas sus desgracias.--Por +otra parte, mi licencia está por terminar y tengo que volver a Berlín. + +Le pregunto si no podría conseguir una prórroga, pero bien veo que no la +quiere: «Echa de menos el círculo...» Todos sabemos lo que es eso. + +Y, además, tiene que vender sus muebles y que arreglarse con sus +acreedores. + +--Vete, pues--le digo;--y Dios te acompañe, hijo mío. + +Por un instante me pregunto si voy a confiarle mi nueva felicidad; pero +no me atrevo. Estoy seguro de que pondría una cara de imbécil al hacerle +esa confesión, y me callo... además, podría ser que Yolanda cambiara de +idea y, sondando el fondo de mi corazón, creo que anhelo eso tanto como +lo temo. + +Experimentaba un sentimiento... ¡bah! ¿para qué querer poner en limpio +los sentimientos? Los hechos hablarán. + +A la mañana del octavo día, el cartero me trajo un sobre, con los bordes +dorados... escrito por ella... Al principio me sobrecogió un gran miedo, +y los ojos se me llenaron de lágrimas. + +Me dije: «Ya está, querido amigo, te han mandado el hoyo...» + +Pero, en seguida, sentí una gran tranquilidad. Mientras abría el sobre +con unas tijeras, deseaba casi encontrarme con una repulsa brutal y +definitiva. + +Y leí. + +«Amigo mío: Mi resolución se ha afianzado, como usted deseaba. Espero +qué vendrá hoy a ver a mi padre.--_Yolanda_». + +--¡Ah, qué felicidad!... No es fácil concebir la dicha de un momento +semejante. + +Pero, después... ¡qué vergüenza, qué vergüenza! Sí, señores; me sentía +abochornado al pensar en las miradas socarronas y equívocas a que iba a +verme expuesto, y de buen grado me habría echado atrás. + +Pero había llegado la hora. ¡Adelante, por la gloria! + +Ante todo, traté de ponerme buen mozo. Al afeitarme me corté dos veces; +uno de los palafreneros tuvo que ir corriendo hasta la farmacia, a dos +millas de distancia, en busca de tafetán inglés color carne... yo no +tenía más que negro en casa... + +Después me apreté la hebilla del chaleco hasta quedarme sin respiración, +y mi pobre hermana vieja estuvo a punto de perder la paciencia, a fuerza +de hacer y deshacer, y volver a hacer, el nudo de mi corbata, al que no +conseguía darle un aspecto bastante inspirado. + +Y, entretanto, siempre este pensamiento lancinante: «Hanckel, te estás +poniendo en ridículo.» + +Sin embargo, mi llegada a Krakow fue magistral. Una yunta de caballos de +pelo gris, nacidos en mis tierras, el landó nuevo, acolchonado con raso +granate... La entrada de un príncipe no habría sido más triunfal; a +pesar de todo, me habría batido en retirada... tan cobardemente me latía +el corazón. + +El viejo me recibió en la puerta, como si no tuviera la menor idea de lo +que se preparaba... Y, cuando le pido un momento de conversación a +solas, adopta el gesto reservado del que teme ser objeto de un pedido +imprevisto de dinero. + +«Está bien; pronto levantarás bandera de parlamento», me digo; y espero +la respuesta, que ha de dar lugar a una buena escena, muy conmovedora, +con abrazos, lágrimas de alegría, y todo el aparato escénico del caso... +Porque uno se hace terriblemente vanidoso, señores, cuando tiene el +portamonedas bien provisto. + +Pero el viejo zorro era entendido en negocios; sabía que, para dar valor +a la mercancía a los ojos del comprador, hay que hacérsela desear. + +Cuando hube presentado mi demanda, me respondió hinchado por una +dignidad repentina: + +--Disculpe, señor barón. ¿Quién me asegura que ese matrimonio, esa +unión... _contra naturam_, confiéselo... va a tener buen resultado? +¿Quién me garantiza que, dentro de un año o dos, no volverá aquí mi +hija, en cabeza, en camisa, a declararme: «Padre mío, yo no puedo vivir +ya con ese viejo... Téngame a su lado?...» + +--¡Ah, señores! ¡eso era duro! + +--Ahí tiene usted--continuó,--ahí tiene usted la razón de que, como +padre prudente, yo no me atreva a entregarle mi hija. + +¡De modo que me manda a paseo!... ¡se burla de mí!... + +Me levanto, porque la entrevista me parece terminada; pero el viejo se +precipita y me obliga a sentarme otra vez: + +--...Sin embargo, se la entregaría guardando las formas que un hombre +como yo se cree obligado a imponer a un hombre como usted... o, para +hablar más claramente, observando las formalidades por medio de las +cuales un padre debe asegurar el porvenir de su hija... o, para ser más +preciso todavía, la dote... + +Entonces lo comprendo todo, y suelto la carcajada. ¡Ah, viejo fullero! +¡viejo fullero! ¡Para no soltar dote era para lo que había representado +toda esa comedia! Al verme reír, manda al diablo el énfasis afectado, el +pudor y la dignidad, y se echa a reír también con toda la boca; luego me +dice: + +--¡Oh! desde el momento que usted toma así la cosa, amigo mío... Si yo +lo hubiera adivinado... Pero, usted bien lo sabe, hay que tantear +siempre el terreno... y si cuaja, tanto mejor... + +De modo que estábamos de acuerdo. + +Entonces se llamó a la baronesa; y, digámoslo en honor suyo, olvidó el +papel que tenía que desempeñar; se me echó al cuello en cuanto su marido +hubo acabado, para salvar las apariencias, de explicarle la situación. + +¿Y Yolanda? + +Pálida como la muerte, con los labios apretados, los ojos entornados, +apareció en la entrada del salón y me tendió silenciosamente las dos +manos. Después, con paso de autómata se acercó a sus padres y se dejó +abrazar por ellos. + +Vean, señores, esto me dio que pensar otra vez. + + + + +V + + +Lo que me temía, señores, no sucedió... + +A lo que parece, yo no tenía la menor idea del aprecio y de la amistad +de que era objeto dentro de nuestro círculo. Mis esponsales tuvieron la +aprobación de la nobleza y también del grueso público; por todas partes +no vi más que caras sonrientes y manos afectuosamente tendidas que me +felicitaban. + +Es cierto que, en una ocasión como ésa, el mundo entero parece +conjurarse contra uno para empujarlo, con gestos y ademanes de júbilo, +hacia el destino; hasta el momento en que, como la cosa empieza a +aburrir, todos se vuelven contra uno y le enseñan los dientes. La +verdad, sin embargo, es que poco a poco fui dejando de sentirme +avergonzado de mi felicidad; y hasta acabé por creer que tenía derechos +reales sobre tanta juventud y belleza. + +Mi pobre hermana vieja se mostró abnegada, hasta un extremo conmovedor; +sin embargo, ella era la única persona a quien mi matrimonio causaba +directamente un daño: tenía que salir de Ilgenstein el día de la boda +para instalarse en nuestra pequeña posesión materna en Gorowen. Derramó +torrentes de lágrimas, lágrimas de alegría, me aseguró que su plegaria +de todas las noches había sido oída, y se apasionó de mi prometida antes +mismo de conocerla. + +¿Qué hubiera dicho mi amigo Pütz, que había bajado a la tumba sin ganar +la comisión que esperaba recibir por mi casamiento? + +«A su hijo--me dije,--es a quien tengo que pagarla.» + +Escribí a éste una larga carta; le pedí perdón casi por haber ido a +buscar mujer en la casa de su enemigo hereditario; +«pero--agregué,--confío que de esta manera la vieja disputa se arreglará +por sí sola». + +La respuesta se hizo esperar mucho tiempo. + +Contenía unas cuantas palabras de felicitación bastante secas, y me +anunciaba que Lotario aplazaría su regreso hasta después de mi +casamiento; le sería muy penoso encontrarse tan cerca de mí y no poder +estar a mi lado ese gran día. + +Esto, señores, me apenó; porque yo lo amaba de veras, al muy bandido. + +Sí, sí... y mi novia también me tenía inquieto. + +Seriamente inquieto, señores. + +No veía en ella una alegría sincera. Siempre que llegaba, la encontraba +con el rostro pálido, la expresión fría, la mirada turbia por entre los +párpados bajos. Sólo cuando me la llevaba a un lado y le hablaba +alegremente, acababa por animarse y por demostrarme una especie de +ternura filial. + +Pero también, señores, ¡cuán delicado me mostraba yo con ella! +¡extraordinariamente delicado, les aseguro!... La trataba como si fuera +la princesa de un cuento de hadas; todos los días descubría yo en mi +corazón nuevas fuentes de delicadeza, y me sentía positivamente +orgulloso de mi refinada finura. + +A veces, sin embargo, me asaltaban impulsos de contar un cuento picante +o de soltar un juramento gordo. Esta perpetua vigilancia sobre mí mismo +me abrumaba. Gracias a Dios, tengo el corazón bastante tierno y bastante +generoso para comprender las exigencias de otro corazón, sin que haya +afectación de mi parte. Pero hasta cierto punto eso me hacía el efecto +de estar en la situación de un acróbata que avanza por la cuerda con los +ojos vendados. Un movimiento falso a la derecha, un movimiento falso a +la izquierda... ¡patatrás!... al suelo. + +De modo que, cuando me veía otra vez en mi vasta casa vacía, en la que +podía silbar, jurar, gritar, echar pestes y maldiciones a mi gusto, y +hacer Dios sabe cuántas cosas más, sin chocar ni incomodar a nadie, +experimentaba un verdadero bienestar y me decía más de una vez: «¡A Dios +gracias! ¡todavía soy libre!» + +Sí, pero no por mucho tiempo... Como nada se oponía al matrimonio, éste +debía celebrarse dentro de seis semanas. + +Una horda de tapiceros, de carpinteros, invadió mi querido Ilgenstein y +lo puso patas arriba. Todos mis deseos se veían contrarrestados por la +frase: + +--¡Oh, señor barón! ¡eso no es de buen gusto! + +Y, a fe mía, que los dejaba hacer; porque en aquella época yo sentía +todavía un santo respeto por el famoso «buen gusto». Sólo mucho más +tarde fue cuando comprendí que, por lo común, eso no es más que una +pantalla para disimular la pobreza de espíritu. + +En fin, lo cierto es que, so pretexto del maldito buen gusto, en poco +tiempo la banda devastadora no dejó ni un rincón intacto en Ilgenstein. +No conseguí poner a cubierto de la invasión nada más que mi gabinete de +trabajo. Allí sí; prohibí enérgicamente toda tentativa de buen gusto... +Y mi viejo catre... naturalmente... nadie se había atrevido a ponerle +las manos encima. + +¡Ah, sí, señores! esa cama... + +Vean, oigan esto... Un buen día, viene a verme mi hermana... Dicho sea +de paso, ella hacía causa común con toda esa gentuza... Entra, pues, en +mi aposento, mostrando en sus labios la sonrisita falsa que adoptan las +solteronas cuando se hace alusión delante de ellas a la manera cómo +vienen al mundo las criaturas. + +--Tengo que hablarte, Jorge--me dice, tosiendo afectadamente, sin +mirarme. + +--¡Bueno! ¡Empieza! + +--Es a propósito...--balbucea,--es decir, me parece que... ¿qué piensas +tú al respecto?... tú no puedes continuar durmiendo en esa cama +espantosa, sobre un jergón... + +--¿Y si a mí me gusta dormir así? + +--No me comprendes...--murmura, cada vez más turbada;--después... +cuando... en fin, una vez que te cases... + +--¡Diantre! ¡no había pensado en eso!...--Y yo, un viejo lobo, me pongo +tan turbado como ella. + +--Habrá que avisar al ebanista--digo. + +--Mi querido Jorge--dice ella con importancia;--perdóname si creo que +entiendo el asunto mejor que tú. + +--¡Hum, hum!--le digo, amenazándola con el dedo, porque mi mayor placer +ha sido siempre plantar en el banquillo su pudor de solterona. + +Ella se pone colorada de vergüenza, y continúa: + +--He visto en casa de mis amigas, en casa de la señora de Houssel y de +la condesa Finkenstein, dormitorios espléndidos... es preciso que tengas +tú uno igual. + +Yo pregunto: + +--¿Cómo es? + +Debo decir a ustedes, señores, que, al encontrarme con que el gran +tacaño de mi suegro no quería pagar ni siquiera el arreglo de la casa, +yo había dicho que el mobiliario estaba completo y había encargado en +seguida lo indispensable a Berlín y a Königsberg. Naturalmente, me había +olvidado de la cama. + +--¿Qué prefieres?--insiste ella;--seda rosa cubierta de tul ilusión o +seda adornada con puntillas? Tal vez se podría decir también al pintor +que está haciendo el cielo raso que lo adorne con unos cuantos +amorcillos. + +¡Ay, ay, ay, señores!... yo no me sentía a gusto... ¡Yo y Cupido!... + +--En cuanto a la cama--prosigue ella, implacable,--no habría tiempo de +terminarla... + +--¡Cómo!--replico;--¡seis semanas para hacer una cama!... + +--¡Pero Jorge!... Los dibujos, los planos solamente requieren un mes. + +Dirigí una mirada entristecida a mi vieja cama querida. Para ésa no +había habido necesidad de dibujos. Me la habían hecho en medio día; seis +tablas y cuatro montantes. + +--Lo mejor--continúa ella,--sería escribir a Lotario pidiéndole que +elija en Berlín lo más bonito y más fino que encuentre en las tiendas. + +--¡Haz lo que quieras, y déjame en paz!--le dije, enervado. + +Y mientras la pobre se retira un poco ofendida, le grito: + +--Y, sobre todo, encomienda al pintor que trate que los amorcillos se me +parezcan. + +Ahí tienen, señores, cuál era mi estado de ánimo durante el período de +noviazgo... Y cuanto más se acercaba el día de la boda, tanto más +incómodo me sentía. + +No porque tuviese miedo... o más bien, sí... tenía un miedo horrible... +pero, aparte de eso, experimentaba la sensación de haber cometido una +falta, de haber hecho daño a alguno... ¿cómo decir?... Pero, ¿a +quién?... A ella no, por cuanto ella lo había querido así. A mí, +tampoco, ¿no era yo el más feliz de los mortales? ¿A Lotario?... Muy +bien podría ser. + +El pobre muchacho había contado conmigo como un segundo padre, y yo lo +abandonaba, pasándome al enemigo con armas y bagajes. ¡Vean ustedes cómo +cumplía yo la palabra que había dado a Pütz en su lecho de muerte! + +Señores, aquel de ustedes a quien las circunstancias hayan obligado a +alistarse en las filas de los bribones... y ¿cuál es el hombre honrado +que no ha tenido que hacer eso alguna vez en su vida?... ese me +comprenderá. + +Me devanaba los sesos día y noche, y me roía las uñas hasta hacerme +sangre; y, no encontrando otra manera de arreglar las cosas, resolví +reconciliar a mi costa a las dos partes. + +Confieso que me costó algún trabajo decidirme a ello; porque nosotros, +los cultivadores, estamos muy aferrados, señores, a nuestros cuartos... +Pero ¿qué es lo que no haría uno, cuando lo han declarado oficialmente +«un buen muchacho?» + +Me voy, pues, una tarde a casa de mi futuro suegro, y entro en su +pretendido gabinete de trabajo. Estaba en preparativos para repantigarse +en su diván, y lo incito, no sin vacilar, a que se reconcilie con +Lotario... naturalmente, para tantear ante todo el terreno. Como lo +había previsto, en seguida monta en cólera, jura, se sofoca, se pone +lívido, y me señala la puerta. + +--Pero--digo yo,--supongamos que él reconoce su error y abandona el +pleito... + +Señores ¿ha acariciado alguno de ustedes alguna vez un tejón?... quiero +decir un tejón joven, medio domesticado. ¿Han notado ustedes los ojitos, +medio burlones, medio dulces, con que mira mientras resuella suavemente? +Enteramente igual fue la cara que puso el viejo; luego, me dijo: + +--El no querrá. + +--Pero, ¿y si consintiera? + +--Entonces ¿eres tú el que paga los platos rotos?--me lanza a quema ropa +el viejo pícaro. + +--Yo me pregunto: «¿Tengo que negar?» + +¡Bah! ¡Que el diablo lo lleve!... y convengo en la cosa. + +--Pues no--dice el otro secamente;--nada de eso, hijo mío, no acepto. + +--¿Y por qué? + +--A causa de los hijos, por supuesto... Tengo que pensar en los nietos +que tu magnanimidad me otorgará sin duda. Yo no les doy dote; ¿y voy a +quitarles también la paja del nido donde van a nacer? De todos modos, +estoy seguro de ganar el pleito si las cosas se prolongan uno o dos +años más; puedo esperar. + +Entonces, ensayo la persuación. + +--El dinero quedará en la familia--digo;--yo pago, y tú guardas el +dinero. Y, cuando te mueras, ese dinero volverá a mi poder. + +--¡Ajá! ¡conque cuentas ya con mi muerte!--grita el viejo, montando otra +vez en cólera;--¡querrías seguramente enterrarme vivo y tirar en seguida +el manotón a Krakowitz para redondear tus tierras! ¿Le has echado el ojo +a mi Krakowitz desde hace tiempo, eh? + +Imposible hacer entender razones a ese energúmeno; me decido a emplear +los grandes recursos. + +--Oye entonces mi última palabra:--le digo.--Yo no puedo entrar en tu +familia sino con una condición: tu reconciliación con Lotario Pütz. Si +te niegas, tendré que romper mi compromiso. + +Eso le puso blandito. + +--¡Qué cabeza hueca!--dijo;--no hay medio de hablar de sentimientos +contigo. Yo pienso en tus hijos, en esas pobres criaturas que están por +nacer todavía; y tú, tú no piensas más que en una ruptura y en otras +borricadas por el estilo... Arregla el asunto así, si eso te place; yo +no me opongo personalmente, no tengo nada contra Lotario Pütz. Al +contrario: debe ser un mocetón enérgico, muy caballero, bastante +aficionado a las muchachas lindas... Y, a propósito, hijo mío, te voy a +dar un buen consejo. Tú vas a tener una mujer joven. Si ella no fuera mi +hija, y no estuviera por eso mismo arriba de toda sospecha, yo te diría: +«Riñe con él; no le prestes más dinero y reclámale lo que te debe...» +Como tú comprenderás, la prudencia es una gran cosa. + +Señores, hasta entonces, yo había tomado al viejo por su lado bueno; +pero desde aquel momento se me hizo odioso. Bueno... el casamiento ante +todo; que, después, ya sabré librarme de él. + +Había que tragar todavía una píldora bastante gorda. Convencer a Lotario +de que el viejo había reconocido su error y renunciaba a seguir el +pleito. Eso anduvo como sobre rieles. Lotario se sorprendió tan poco que +se olvidó de agradecérmelo... + +¡En fin, qué quieren ustedes! + +Ya les he hablado de mi prometida; suficientemente, me parece. Nuestras +relaciones, con sus altibajos de confianza o de temor, de esperanza o de +abatimiento, formaban una madeja demasiado complicada para que mis +manazas pesadas pudieran desenredarla. + +Debo decir, en honor de Yolanda, que ella se esforzaba lealmente por +darse conmigo... Trataba de adivinar mis gustos; sí, trataba de asociar +sus ideas con las mías. Pero eso no era posible. Allí donde su joven +inteligencia esperaba encontrar en mí la vida, el interés, no había, por +lo general, más que un desierto seco, hacía ya mucho tiempo. Porque, +vean ustedes lo que es terrible en la vejez: cada año atrofia un nervio +más en nosotros; y, cuando estamos por llegar a los cincuenta años, el +trabajo y el reposo nos son igualmente mortíferos. + +Entonces estaban de moda las corbatas de color punzó; yo usaba, por lo +tanto, una corbata punzó; usaba también zapatos puntiagudos, e hice +poner forros de seda a mis trajes. + +Hacía a mi novia costosos regalos: un collar de turquesas de quince mil +francos... y un solitario célebre que había sido rematado en París. +Todos los días, el ferrocarril le llevaba rosas frescas y orquídeas, +porque, en cuanto a las flores de mi jardín, el cultivo de ellas no me +daba tan buen resultado como la cría de potros. Diré de paso que mis +potros... pero no, no es de eso de lo que quiero hablarles. + + + + +VI + + + +Ahí está. Y ahora, señores, hago una raya y paso directamente al día de +mi casamiento. + +Mi señor suegro, que, como los gatos, caía siempre sobre sus patas, +había resuelto aprovechar mi popularidad y renovar relaciones, en +ocasión de nuestras bodas, con un montón de gente que, por prudencia, +había dejado de tratarse con él desde hacía años. Desató, pues, los +cordones de su bolsa, y organizó una fiesta monstruo en la que el +champagne debía correr a mares, según su expresión. + +Es fácil comprender que toda esta faramalla me daba miedo... Pero un +novio no es más que un ente ridículo al que se le han suprimido +momentáneamente los órganos de la voluntad. + +A la mañana del gran día estaba yo sentado en mi pieza, de muy mal +humor, con la casa entera hediendo a encáustico, cuando de repente se +abre la puerta y se presenta Lotario. + +Muy alegre... en apariencia... muy animado... con sus grandes botas. Se +echa en mis brazos: + +--¡Hurra! ¡mi tío! + +Ha pasado toda la noche en viaje... La víspera, en las carreras de +Hoppegarten, se ha ganado el gran premio... una carrera infernal... sin +embargo, no se ha desnucado... Después, ha bebido como un pozo... y, con +todo, ahí lo tienen ustedes fresco y resuelto como un joven dios... Dice +que va a bailar como un trompo... Ha traído chascos, fuegos +artificiales... Necesita inmediatamente dos docenas de hombres para +enseñarles el manejo de las piezas, etcétera. + +Todo esto brota y sale de sus labios sin interrupción, mientras sus +gruesas cejas negras no hacen más que subir y bajar, y sus ojos brillan +como brasas. + +«¡Esta es la juventud!» pensé, ahogando un suspiro; «¡ah! si pudiese yo, +aunque sólo fuera por veinticuatro horas, tener sus ojos... y todo lo +demás!» + +Le digo: + +--¿Y no me pides noticias de mi novia? + +Se echa a reír ruidosamente: + +--¡Mi tío! ¡mi tío!--exclama.--¡Esta si que es aventura!... ¡Casarte, +tú! ¡tú, casarte!... ¡Es realmente como para tirar bombas! ¡Hurra! + +Y, riéndose siempre, sale del aposento. + +En cuanto a mí, me dejo estar donde estoy, y concluyo mi cigarro; me +siento muy abatido. Después, voy a inspeccionar las piezas recientemente +arregladas. + +Delante de la puerta del dormitorio me detiene mi hermana, que está +preparando sus valijas. + +--Aquí no se puede estar--dice,--es una sorpresa para ustedes dos. + +¡Nosotros dos!... ¡qué tontería! + +Como a las once, me pongo a la tarea de vestirme. El traje me incomoda +en las escotaduras; los zapatos me aprietan los dedos; hace treinta años +que los dedos de los pies se me hinchan... los grogs de Pütz tienen la +culpa. La camisa está más dura que una tabla, la corbata me estrangula. +¡Es atroz! + +A las dos de la tarde parto en el coche... entonces, señores, comienza +un sueño... no un bello sueño... ¡no, por cierto!... sino una pesadilla +espantosa, con todas las sensaciones correspondientes: vértigos, +sofocaciones, opresión y caída en el vacío... y con uno que otro +intervalo feliz, cuando me decía: «Todo saldrá bien. Tú tienes buen +corazón y buena voluntad. Tú la guiarás para que pueda vencer los +obstáculos. Ella hará su camino en el mundo festejada como una reina, y +no sentirá las cadenas...» + +Mientras los carruajes de los invitados iban entrando unos tras otros en +el patio principal, y las ventanas se adornaban al mismo tiempo con +rostros desconocidos, yo recorría el jardín como un poseído, embarraba +mis lindos zapatos de charol en la tierra húmeda, y lloraba a moco +tendido. + +No me dejaron tranquilo mucho tiempo. Me llamaban de todas partes, y +entré en la casa. El viejo, triunfante por haber reunido alrededor de él +a sus antiguos enemigos y adversarios, a todos aquellos a quienes había +ofendido o perjudicado, o engañado de alguna manera, corría del uno al +otro, estrechándoles las manos y jurando a todos una amistad eterna. + +Yo habría querido dar los buenos días a algunos amigos, pero en seguida +se apoderaron de mí, y me empujaron, gritando, hacia el aposento donde, +según decían, me estaba esperando mi novia. + +Allí estaba ella, gallardamente erguida en su traje de seda blanca. El +velo de tul la envolvía en una nube transparente, y la corona de mirto +descansaba sobre sus cabellos como una corona de espinas. + +Tuve que cerrar por un momento los ojos, deslumbrado. ¡Estaba tan +hermosa! + +--¿Estás contento?--me dijo, con una mirada tierna y sumisa. + +Su rostro, al sonreírse, parecía una máscara de mármol. Entonces me +sentí aplastado por la felicidad y por la conciencia de mi falta. Habría +querido echarme a sus pies, pedirle perdón por haberme atrevido a +pretenderla; pero no podía hacerlo, porque mi suegra estaba detrás de +ella... Había también allí damas de honor y otras tonterías... Balbucí +algunas palabras que yo mismo no comprendí, y, no sabiendo qué actitud +debería guardar, me puse a andar de un lado a otro por la pieza, +abotonándome y desabotonándome los guantes. Mi suegra, que tampoco sabía +qué decir, arreglaba los pliegues del velo, y me miraba de reojo con una +expresión de reproche y de estímulo al mismo tiempo. Cada vez que en mis +paseos llegaba al extremo del aposento, me encontraba delante de un +espejo, en el que, quisiera o no quisiera, tenía que mirarme. Veía en él +mi frente calva, mis mejillas escarlatas, con bolsas debajo de los ojos, +y una verruga en el ángulo de la boca. Veía el cuello postizo de mi +camisa, demasiado estrecho aun cuando había pedido el número más alto, y +mi pescuezo colorado que se desbordaba por arriba de él formando un +pliegue gordo. Veía todo eso, y, un poco por clemencia y otro poco por +lealtad, sentía impulsos de gritar a Yolanda: «¡Ten piedad de ti misma! +¡todavía estás a tiempo! ¡No te cases conmigo!...» + +Nota breve: en aquella época, el matrimonio civil no existía aún. + +Por mí, yo podría haberme estado así siglos enteros, dando vueltas +alrededor de ella sin animarme nunca a decirle nada; pero, cuando el +viejo se deslizó dentro de la pieza con la agilidad de un hurón, +gritando: «¡Vamos! ¡el pastor está esperando!...» me enfurruñé, como si +eso hubiera contrariado mis intenciones. + +Ofrezco el brazo a Yolanda... Ábrense de par en par las puertas. + +¡Caras! ¡caras! ¡nada más que caras, pegadas unas a las otras, que me +miran irónicamente como diciéndome: «¡Hanckel, te estás poniendo en +ridículo!» Han formado un doble cerco, y nosotros pasamos por el medio; +y me sorprenda que nadie rompa con una carcajada el silencio que allí +reina. Llegamos al altar que el viejo había fabricado artísticamente con +un gran cajón cubierto por un paño rojo. Encima, hay una verdadera +exposición de flores, de luces; en el centro, un crucifijo, como si se +tratara de un entierro. + +El buen viejo del pastor está delante de nosotros; adopta la expresión +que imponen las circunstancias, y se recoge y vuelve a recogerse las +mangas de la sobrepelliz, lo mismo que un escamoteador que se dispone a +comenzar sus juegos. + +Ante todo, un cántico... después, la plática. Maldito si oigo una +palabra de ella; estoy embargado por una idea horrible que ha entrado en +mi mente con la rapidez del rayo y que no me deja ya: «Ella va a decir +_no_. Ella va a decir _no_...» + +Y, cuanto más se acerca el momento decisivo, tanto más me aprieta el +miedo la garganta. Al fin, ya no dudo absolutamente de que ella va a +decir _no_. + +Señores, ella dijo _sí_... Respiré entonces como un malhechor que acaba +de oír su absolución. + +Pero, lo más extraño fue esto. En cuanto oí esa palabra y cesó mi +angustia, sentí un vivo pesar. «¡Ah! ¿por qué no había dicho más bien +_no_?» + +Después de la bendición vinieron las felicitaciones sin fin. Y yo no +hacía más que apretar manos, unas tras otras, con un ardor metódico: +gracias, a la derecha; gracias, a la izquierda... Sentía un verdadero +agradecimiento para todos esos imbéciles, que se acercaban a +congratularme solícitos y alegres, gracias a la perspectiva de una buena +comilona. + +Faltaba uno todavía: Lotario. + +Llegó entre los últimos, con la tez verdosa, la expresión hambrienta o +fastidiada. Lo agarro del brazo: + +--Aquí lo tienes, Yolanda--digo a ésta.--Es Lotario Pütz, hijo único de +Pütz, hijo mío, casi. Dale la mano, llámale Lotario. + +Y al ver que ella vacilaba, tomé sus cinco dedos y los puse entre los de +Lotario. Entretanto, pensaba: «¡Qué suerte que él esté aquí!... Nos ha +de ayudar más de una vez a salvar las situaciones difíciles.» + +No se sonrían, señores. Veo que ustedes se figuran que poco a poco va a +ir formándose, en mis propias barbas, una intriguilla amorosa entre esos +dos jóvenes. No hay tal cosa... Tengan un poco de paciencia. Ya verán. + +Nos sentamos, pues, a la mesa... Cubierto suntuoso, flores, vajilla de +plata, un cúmulo de piezas montadas. El conjunto muy bien... Se sirvió +ante todo una copita de Jerez para hacer entrar en calor al estómago. El +Jerez era bueno, pero la copa muy chica; y no pude conseguir que me +sirvieran otra. + +«Tengo que ser galante con ella... cariñoso... las conveniencias lo +exigen...» me decía, dirigiendo una mirada a Yolanda, colocada a mi +derecha. Su codo me rozaba ligeramente el brazo, y la sentía temblar. +«Es de hambre»; pensé. Yo también; no había comido nada todavía. + +Se había puesto a mirar fijamente un candelabro de plata que tenía por +delante, al que el tiempo había arrugado la superficie como la piel de +una vieja. Su perfil... ¡Dios mío! ¡qué hermoso era ese perfil!... Y era +mío... ¡Qué locura! + +Bebí un gran vaso de un vino rubio, claro, que cayó gorgoteando dentro +de mi estómago vacío. «De esta manera no voy a llegar nunca al grado de +ternura que quiero», me dije, buscando inútilmente el Jerez con los +ojos. + +Entonces me sacudí: + +--Come, pues, alguna cosa--le dije. + +Y me sentí en la gloria por haber pronunciado esa frase. + +Ella se inclinó y se introdujo la cuchara en la boca... + +Después de la sopa trajeron el pescado... un salmón, si no me engaño... +linda pieza... la salsa perfecta, con una especie de cognac, limón y +alcaparras... muy delicada, en resumen. Después vino un plato de +cabrito... no bastante adobado... pero eso es cuestión de gustos. + +--Come, pues, alguna cosa--repetí a Yolanda, haciendo un corazón con +los labios para que los convidados creyeran que le susurraba un +cumplimiento. + +Decididamente, la cosa no marchaba; sin embargo, yo me había bebido ya +dos botellas de ese vino blanco, y empezaba a sentirme hinchado como un +odre. + +Traté de observar a Lotario, que había heredado de su padre un olfato +especial para descubrir los mejores vinos; estaba en un extremo de la +mesa, entre las jóvenes. + +Un brindis vino a salvarme entonces; pude levantarme, y al darme vuelta +descubrí un grupito limitado, pero escogido... botellas de jerez que el +viejo había escondido detrás de una cortina... Substraje dos sutilmente, +y, sin más demora, me puse a la tarea de ingurgitar coraje. La cosa +tardaba en llegar, porque yo aguanto bien el vino, señores; pero, en +fin, llegaba. + +Después del cabrito sirvieron un salmorejo de perdices. Caza, dos veces +seguidas; eso no era correcto. Sin embargo, el plato me pareció +excelente... En ese momento, señores, fue cuando empezó a desprenderse +del cielo raso, a bajar sobre nosotros lentamente, lentamente... una +especie de niebla. + +Entretanto, yo me había puesto ya muy galante, y barajaba los +cumplimientos que era un gusto. Sí, le hacía la corte a mi novia; la +llamaba «encantadora hada graciosa»; contaba aventuras de caza +picantes, y explicaba a los que me rodeaban por qué un hombre debe +soltar siempre el cascarón antes de casarse... En una palabra, señores, +estaba irresistible... + +Pero la niebla bajaba cada vez más densa. Eso se ve a menudo en las +montañas, como ustedes saben. Las altas cumbres son las primeras que +desaparecen; después las crestas y las colinas, unas tras otras... + +Allí, las bujías de los candelabros fueron las primeras que se rodearon +de una aureola rojiza y lanzaron rayos con todos los colores del arco +iris; en seguida, todo lo que parloteaba y comía detrás de los +candelabros se borró también a mis ojos. + +De tiempo en tiempo veía relucir lo blanco de una pechera o el extremo +de un brazo desnudo, en medio de una _obscuridad purpurina_, como diría +Schiller. + +¡Ah, sí! ¡es cierto! Una cosa más me llamó la atención. Era mi suegro, +corriendo alrededor de la mesa con dos botellas de champagne en las +manos; se detenía junto a los que tenían la copa vacía, completamente +vacía, y les decía con insistencia: + +--¡Pero beba, pues! ¿Por qué no bebe? + +Cuando llegó junto a mí, le pellizqué la pierna y le dije: + +--¡Viejo farsante! ¡a esto es a lo que llamas hacer correr el champaña a +mares! + +Como ustedes ven, señores, la cosa iba poniéndose seria. + +Y, de pronto, siento que mi corazón se ensancha... Es necesario que +hable; sí, es necesario que hable. Me pongo a golpear la copa como un +poseído. + +--¡Por el amor de Dios, cállate!--me susurra mi novia... quiero decir, +mi mujer. + +Pero, aunque la cosa tuviera que costarme la vida, tengo que hablar. + +Después me han contado lo que dije entonces; si las informaciones son +exactas, fue esto, poco más o menos: + +«Señoras y señores... yo no soy ya un jovencito, pero no lo siento... y +si alguno quisiera sostenerme que la juventud no debe unirse sino con la +juventud, yo le replicaría que eso es una mentira infame... En mí puede +verse la prueba de lo contrario, porque yo no soy ya joven... pero eso +no ha de impedir que haga feliz a mi mujer, porque mi mujer es un +ángel... y yo, yo tengo un corazón amante... ¡sí! ¡un corazón amante es +el que late aquí debajo de mi chaleco!... y el que lo dude, que +venga... que yo le abriré mi pecho»... + +Al llegar a este punto las lágrimas ahogaron mis palabras, y me asaltó +una aflicción tan grande que tuvieron que arrastrarme apresuradamente, +fuera de la sala... + + * * * * * + +Al despertarme me encontré sobre un canapé demasiado corto para mi +talla. Estaba sepultado bajo una montaña de capuchas, de esclavinas y de +chales de lana. Tenía el pescuezo torcido y las piernas acalambradas. + +Eché una mirada a mi alrededor... Una bujía solitaria ardía sobre una +consola, en la que se veían cepillos, peines, alfileres para los +cabellos; colgaban a lo largo de las paredes mantas, sombreros... ¡Ah! +aquel era el tocador de las damas. + +Y poco a poco fui comprendiendo lo que había pasado. + +Consulté mi reloj: eran cerca de las dos... Oía a la distancia los +sonidos de un piano y el rítmico rozar de los danzantes... ¡Mis bodas! + +Me alisé el pelo, me ajusté la corbata, y, francamente, mi más grande +satisfacción habría sido irme a tenderme en mi vieja cama y subirme la +cobija hasta las orejas, en lugar de... ¡Brrr! + +En fin, ¿qué hacer? Me dirigí, pues, a los salones. No me sentía +abochornado en lo más mínimo, demasiado atontado y amodorrado, como +estaba aún, para darme cuenta exacta de mi situación. + +Al principio, nadie notó mi presencia; porque, en las salas reservadas +para los hombres, el humo de los cigarros era tan compacto que a tres +pasos no se distinguían sino bultos confusos... Se jugaba fuerte. Mi +suegro saqueaba a sus huéspedes tan concienzudamente que, si hubiera +tenido tres hijas más que casar, se habría hecho millonario. A eso +llamaba él «resarcirse de los gastos de la boda». + +Eché una ojeada al salón de baile. + +Las madres luchaban contra el sueño; los jóvenes giraban mecánicamente, +y el machacador no entreabría los ojos sino cuando había encajado un +acorde fuera de su sitio... Mi hermana tenía un vaso de limonada sobre +la falda y contemplaba las pepitas del limón... Era un cuadro lastimoso. + +De Yolanda, ni la menor huella. + +Volví a las mesas de juego y golpeé el hombro al viejo. En esos momentos +estaba metiéndose a manos llenas en los bolsillos el dinero que acababa +de ganar. + +--¡Ah! ¡eres tú, borrachón! + +--¿Dónde está Yolanda? + +--¿Qué sé yo? Búscala. + +Y se pone a jugar otra vez. Los demás hombres estaban incómodos, pero +trataban de no hacerlo ver: + +--Siéntese, pues, joven esposo--me dicen. + +Me apresuré a alejarme, porque me conocía; si hubiera contestado, habría +sucedido allí una desgracia. + +Tomando por caminos extraviados, evité el salón de baile. No me sentía +con valor para afrontar las miradas de las madres. + +En el corredor humeaba una lámpara de cocina; y salía de allí un ruido +de vajilla y risotadas de criadas... + +¡Puf! + +Llamé a la puerta del aposento de Yolanda; nadie respondió. Repetí el +llamamiento; el mismo silencio. Entonces entro. + +¿Y qué es lo que veo?... Mi suegra sentada en el borde de la cama; de +rodillas delante de ella, con la cabeza apoyada en el pecho de su madre, +mi mujer en traje de viaje (¡ya!), y las dos llorando a lágrima viva. + +¡Ah, señores! no me sentí orgulloso. + +Habría querido escabullirme, saltar dentro del coche y gritar «¡A la +estación!» Tomar el primer tren y huir a América, a cualquier parte, +allá donde se refugian los cajeros infieles y los hijos pródigos. + +Pero era imposible. + +--¡Yolanda!--dije en tono humilde y contrito. + +Las dos lanzan un grito. Mi mujer se abraza a las rodillas de su madre, +que extiende los brazos como para protegerla. + +--Yo no quiero hacerte daño, Yolanda--digo.--Lo único que quiero es +pedirte perdón por haber sido tan imprudente, por exceso de amor a ti. + +Silencio prolongado. No se oyen más que suspiros. + +Entonces la madre le dice: + +--Tiene razón, hija mía; levántate. Es hora de partir. + +Yolanda se alza lentamente, con las mejillas húmedas, los ojos +enrojecidos, el cuerpo sacudido siempre por los sollozos. + +--Dale la mano a tu marido. No hay más remedio. + +Perfectamente amable ese «no hay más remedio». + +Y Yolanda me tiende la mano, que yo llevo respetuosamente a los labios. + +--¿Ha visto a mi marido, Jorge?...--pregunta mi suegra. + +Respondo que sí. + +--¿Quiere llamarlo, para que Yolanda se despida de él? + +Vuelvo a la sala del juego. + +--Oye, suegro. + +--Doce... diez y seis... veintisiete... treinta y uno... + +--Suegro... + +--¡Treinta y tres!... ¿Qué quieres? + +--Queríamos despedirnos... + +--Buen viaje. Que sean felices. ¡Treinta y seis! + +--¿No quieres que Yolanda?... + +--¡Treinta y nueve! ¡gané!... ¡Vengan los monacos!... ¿Quién quiere +jugar conmigo todavía? ¿Tú, Jorge? ¡Vamos de una vez! + +Entonces me fui. + +Cuando, con la mesura del caso, hube informado a las damas de la casa, +ellas se contentaron con mirarse una a la otra, en silencio; luego +bajaron por la escalera de servicio al patio, donde nos esperaba ya el +carruaje. El viento nos silbaba en las orejas, gotas de lluvia nos +azotaban el rostro. + +Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si ya no fueran a +separarse nunca. Pero, en esto, el viejo, que ha cambiado de idea, llega +ruidosamente, y detrás de él los criados, a quienes ha dado el alerta, +con lámparas y bujías. + +Se echa sobre Yolanda y le frota las mejillas con sus mostachos. + +--Hija querida, si la bendición de un padre que te ama profundamente... + +Ella se desprende y lo aparta, casi como se aparta a un perro mojado, y +salta dentro del coche. + +Yo, detrás de ella... ¡En marcha!... + + + + +VII + + +Estamos en marcha, pues. Las luces del patio vacilan un instante todavía +con el viento, y luego la noche es negra, completa. + +¡Ah señores, qué viaje! + +Las ruedas cortaban los aguazales... sis... sis... sis... y la tempestad +gruñía... hu... hu... hu... y las gotas de lluvia tamborileaban sobre el +landó... taratatá... taratatá... + +Y yo me preguntaba: «¿Por dónde voy a empezar?» + +De ella, yo no veía, no oía, no sentía nada... Me parecía estar +completamente solo en aquella obscuridad. + +Solamente cuando cruzábamos el bosque y la luz de los faroles del +carruaje, al reflejarse sobre los troncos húmedos de los árboles, +enviaba cierta claridad al interior, pude distinguirla acurrucada, +hundida, en el rincón opuesto al mío; se habría dicho que trataba de +romper el obstáculo para tirarse a la carretera. + +¡Dios mío! ¡Pobre criatura! Acababa de abandonar todo lo que hasta +entonces había sido su universo, su vida... Y su porvenir era un viejo, +que, hacía apenas una hora, estaba ebrio. + +¡Voto a!... ¡y qué vergüenza tenía yo! + +Sin embargo, es necesario que le hable: + +--Yolanda... + +No me responde. + +--¿Me tienes miedo? + +--Sí. + +--¿Quieres darme la mano? + +--Sí. + +--¿Dónde está? + +--Aquí. + +Siento una cosa blanca que me roza suavemente. Me apodero de ella, la +tomo, la aprieto. + +¡Pobre criatura! ¡pobre criatura! + +Y de repente, me siento presa... de un «santo ardor» diría, si quisiera +ser patético... En fin, en medio de mi aflicción, encuentro palabras +hermosas, cálidas, para tranquilizarla. + +--Mira, Yolanda--le digo;--tú eres ahora mi mujer. Lo que está hecho, +está hecho, y tú misma lo has querido así. Pero no temas que llegue a +importunarte yo con mis muecas amorosas o con mis exigencias. Tú tienes +en mí un amigo verdadero, un amigo _paternal_, si esta palabra te +inspira más confianza... porque no pienso disimular que tengo muchos más +años que tú. Si estás afligida y sientes la necesidad de llorar, échate +en mis brazos; en ninguna otra parte podrás descansar más +tranquilamente. Refúgiate siempre en mí... aun cuando te figures que yo +soy el enemigo contra el cual necesitas protección. + +Estaba bien dicho, ¿no es cierto? Era porque la piedad y el buen deseo +me inspiraban. + +--¡Qué pobre diablo era yo! ¡Como si un poco de juventud no valiera mil +veces más que la piedad más tierna! + +Pero el efecto de mis palabras fue tan violento e inesperado que llegué +a asustarme. De repente ella sale de su rincón y me besa locamente a +través de su velo, murmurando entre sollozos: + +--¡Perdóname, perdóname, querido, querido amigo! + +La escena del cenador vuelve de improviso a mis ojos, recuerdo haberme +sentido desconcertado entonces por una frase análoga. + +--Pero ¿qué es--digo,--qué es lo que tengo que perdonarte? + +Ella no responde, se acurruca otra vez en su rincón y ya no vuelve a +despegar los labios... La lluvia ha cesado, pero el viento ruge por +entre las junturas de la portezuela; de pronto, un relámpago... e +instantáneamente un retumbo. Los caballos dan un salto hacia la zanja. +Grito: + +--¡Firmes las riendas, Juan! + +Naturalmente, él no me oye; pero los caballos no se mueven ya, porque +los puños de Juan son de hierro. Nunca he tenido un cochero mejor... El +cañonazo no había sido más que una señal; luego, la cosa es por todas +partes, a la derecha, a la izquierda; no se ven más que techos +incendiados, haces de fuego, torres chispeantes, y el parque se ilumina +con una hermosa claridad verde... En una palabra, mi viejo Ilgenstein se +ha convertido en un verdadero castillo encantado. + +Me estremezco de alegría al pensar que voy a mostrar a Yolanda su nueva +morada bajo una gloria semejante. Y esta alegría se la debo a Lotario, a +mi querido muchacho... Tal vez le debo más todavía, por que la primera +impresión decide a veces de toda una existencia... ella se ha inclinado +hacia la ventanilla, y, al resplandor de los fuegos, veo sus ojos +animados por una curiosidad ávida, ansiosa. + +--Todo esto es tuyo, hija mía--digo, buscando su mano. + +Ella no me escucha; parece enteramente absorta en la belleza del +espectáculo. + +Y en cuando llegamos al patio de entrada, una batahola ensordecedora se +alza a nuestro alrededor; gritos, detonaciones, tambores y trompetas. A +derecha, a izquierda, antorchas, hachones; y vemos rostros ennegrecidos +por el humo, con ojos brillantes y bocas abiertas. + +--¡Hurra! ¡Viva el señor barón! ¡viva la señora baronesa! ¡Hurra! + +--¡Y un pataleo! ¡y una de gorras al aire!... Los bandidos se han vuelto +locos. + +Entonces, pienso: «Ella verá, por lo menos, que no se ha casado con un +hombre malo. Puesto que mis gentes me quieren...» Y, dispuesto a la +emoción, como está uno siempre en circunstancias así, las lágrimas +asoman a mis ojos. + +Cuando el carruaje se detiene, reconozco a Lotario en el grupo que +forman los administradores del dominio. Salto y lo estrecho entre mis +brazos: + +--¡Hijo mío! ¡mi querido hijo! + +Habría querido besarle las manos, en mi agradecimiento. + +Al hacer bajar a mi mujer del landó, veo al idiota del administrador en +jefe que se apronta para echarnos un discurso sobre la lluvia y el +viento. + +--¡En nombre del cielo, Baumann, lo disculpo!--le digo. + +Y llevo derechamente a la casa a mi joven esposa. + +Allí nos esperaban los criados, con el ama de llaves a la cabeza. Hacen +sus reverencias y se ríen solapadamente; pero Yolanda avanza, con los +ojos fijos, por en medio de ellos. + +Entonces me asalta el miedo al pensar en lo que va a pasar. + +«No debería haber dejado que mi hermana se fuese», me digo; y, +dirigiendo a mi alrededor miradas desconsoladas, descubro a Lotario en +la puerta, en vías de irse. Corro a él, le tomo las manos y le digo: + +--No hay que escabullirse ahora. Después de toda esta agitación, vamos a +beber juntos alguna cosa caliente. Consientes, ¿no es verdad? + +Se pone color de púrpura, pero lo llevo adonde está Yolanda, a quien +están sacándole el sombrero y la capa. + +--Ruégale tú también que se quede--le digo; merece bien una taza de te. + +--Se lo ruego--murmura ella sin levantar los ojos. + +El hace un saludo correcto y se retuerce el bigote. + +Después llevo a Yolanda al comedor, a través de los aposentos +brillantemente iluminados. No mira a ninguna parte, y parece no ver +todos los esplendores que se han preparado para ella. Dos o tres veces +vacila y se apoya fuertemente en mi brazo, y otras tantas veces me doy +vuelta yo para ver si, por lo menos, está allí Lotario todavía. + +¡Alabado sea Dios!... está ahí todavía. + +En el comedor bulle el samovar, de acuerdo con las órdenes que di a mi +hermana antes de su partida. + +«Si la mandara buscar--me dije,--un coche al galope a Krakowitz, otro a +Gorowen, y estaría aquí dentro de una hora.» + +Pero no; viejo imbécil como soy, tendría vergüenza de confesar mi +turbación... Y además, ¿no tengo aquí a Lotario, al que puedo recurrir +en mi aflicción?... + +Gracias a Dios, está ahí todavía. + +--Siéntense, muchachos--digo, mientras me esfuerzo por adoptar un tono +desenvuelto. + +Señores, me parece que estoy allí todavía; el mantel blanco, con la fina +porcelana de Sajonia y la vieja vajilla de plata; arriba de nuestras +cabezas, la araña de cobre; y bajo su luz viva, a mi derecha, _ella_, +pálida, rígida, con ojos entornados de sonámbula; a mi izquierda, _él_, +con sus cabellos negros y espesos, sus mejillas morenas, su arruga +sombría en la frente y sus miradas fijas en el mantel... Y, como se me +ocurre la idea de que está fastidiado por ser el tercero en una noche de +bodas, y temo que se quiera ir, lo tomo afectuosamente por los dos +hombros y le agradezco el martirio que se ha impuesto por mí. + +--Míralo bien, Yolanda--digo;--porque, como esta noche, muchas otras +veces hemos de estar juntos y hemos de alegrarnos de ello. + +Ella se inclina lentamente y cierra los ojos del todo... ¡Pobre +criatura! ¡pobre criatura!... Y la angustia me corta casi la +respiración. + +Entonces les grito: + +--¡Un poco de alegría, hijos míos! Lotario, cuéntanos, pues, algunas de +tus calaveradas. Vamos, ¿tienes cigarros?... ¿no?... Espera, voy a +traerte. + +Y, turbado siempre, me precipito a la pieza donde tengo mis provisiones +de fumador; me parece que la punta encendida de un cigarro va a mejorar +la situación. + +Pero, al volver, con mi caja debajo del brazo, veo por la puerta que ha +quedado abierta... ¡Ah señores! veo una cosa que me hiela la sangre en +las venas... + +Una vez solamente en mi vida había recibido un golpe parecido. Era +entonces un joven coracero, todavía, y una noche, al entrar en casa, +encuentro un telegrama con estas simples palabras: «Tu padre acaba de +morir.» + +¿Qué fue lo que vi, señores? + +Mis dos jóvenes seguían sentados en sus sillas, tal cómo yo los había +dejado; pero sus miradas aparecían fundidas, por decirlo así, una en la +otra, con una expresión de ardor, de demencia, de desesperación, que yo +no habría creído humanamente posible: eran dos llamas que se lanzaban +una al encuentro de la otra. + +¡Lucido estaba yo! ¿no es cierto? + +Todavía no era ella mi mujer, y ya mi amigo, mi hijo preferido, me +engañaba con ella... El adulterio se instalaba en el hogar antes mismo +que el matrimonio estuviera consumado. + +Todo mi porvenir: una vida de sospechas, de recelos, de tinieblas, de +ridículo, de días sombríos y de noches de insomnio, se desarrolló a mis +ojos, ante aquella sola mirada, como un mapa geográfico. + +¿Qué hacer, señores? Lo más sencillo habría sido tomarla a ella de la +mano y decirle a él: + +--Es tuya, y no tengo ya derechos sobre ella. + +Pero pónganse ustedes en mi lugar. Una mirada es una cosa tan +impalpable, tan imposible de probar... podían negarla, riéndose... Sí... +hasta podría ser también que, en realidad, yo me hubiera equivocado. + +Y, mientras me hacía estas reflexiones, sus miradas seguían mezclándose, +olvidados ambos de todo lo que los rodeaba. + +Y, cuando entré, no bajaron siquiera los párpados, sino que los dos se +volvieron hacia mí, sorprendidos y contrariados; parecían preguntarse: +«¿Por qué nos perturba este viejo, este extraño?» + +Tuve ganas de ponerme a chillar como un animal cuando lo degüellan. Me +dominé, y ofrecí mis cigarros; pero tenía prisa por concluir, empezaba a +verlo todo rojo, y dije a Lotario: + +--Deberías retirarte, hijo mío; ya es hora. + +El se levanta penosamente y me tiende una mano helada; hace a ella, con +los talones juntos, su saludo más militar, y se dirige hacia la puerta. +Entonces oigo un grito, un grito... que me atraviesa hasta la médula de +los huesos... ¿Y qué es lo que veo? + +Mi mujer, mi reciente esposa, se ha echado a los pies de Lotario, lo +retiene por la ropa, gritando: + +--¡No tienes que matarte! ¡no tienes que matarte! + +Ya ven, señores... toda una catástrofe... Durante un segundo, me quedé +como aplastado por el golpe; pero inmediatamente tomé al joven por el +cuello: + +--¡Alto, hijo mío!--dije,--¡basta de farsas! + +Y, asiéndolo siempre por el cuello, lo llevo otra vez a su sitio; +después, cierro las puertas y levanto a mi mujer, que solloza +convulsivamente, tendida sobre el piso. Ella consigue apoderarse de mis +manos y las besa, murmurando entre gemidos: + +--No lo dejes salir. Quiere matarse... quiere matarse... + +--¿Y por qué quieres matarte, hijo mío?--pregunto.--Si tienes sobre ella +derechos más antiguos que los míos ¿por qué no los has hecho valer? ¿Por +qué has engañado a tu mejor amigo? + +El se aprieta la frente con los puños y no dice una palabra. + +La cólera me arrebata al fin, y digo: + +--¡Habla, o te pego como a un perro! + +--¡Pega!--me dice;--lo tengo bien merecido... + +--Merecido o no, vas a responderme. + +Y entonces, en medio de las lágrimas, de los remordimientos, de las +súplicas de ambos, oigo toda la bonita historia. + +Algunos años antes se habían encontrado en el bosque, y desde entonces +se amaban, en silencio y sin esperanza, como conviene a hijos de +familias enemigas. + +Los Montescos y los Capuletos... + +--¿Se habían declarado ustedes su amor? + +--No... pero se habían besado. + +--¡Ah!... ¿y después? + +Después, él se había ido de guarnición a Berlín, y ninguno de los dos +había vuelto a tener noticias del otro; no se atrevían a desafiar el +peligro de escribirse, y, por otra parte, ninguno conocía positivamente +los sentimientos del otro. + +En eso había ocurrido la muerte del viejo Pütz, y habían comenzado mis +tentativas de reconciliación. + +Desde el momento de mi primera aparición en Krakowitz, Yolanda había +formado el proyecto de tomarme por confidente de su amor: esperaba tener +así noticias de Lotario, por mi intermedio. Pero ¡ay! yo había +interpretado mal sus tiernas miradas, y había tomado para mí el papel de +enamorado... + +El acceso de furor de su querido papá le había hecho ver que ya no tenía +nada que esperar; y, en su desolación, había resuelto aprovechar el +único medio de aproximarse, por lo menos, a su amado. + +--No era muy bonito eso, corazón--le digo. + +--¡Sufría tanto lejos de él!--me responde, como si esa explicación +pudiera ser satisfactoria. + +--Perfectamente... no había más que hacer. Pero tú, hijo mío, ¿por qué +no te has acercado a mí y me has dicho: «Tío, yo la amo... ella me +ama... de modo que déjala estar?» + +--Yo no sabía si ella me amaba--responde. + +--¡Cada vez más lindo! Son ustedes dos inocentes; dos corderos... +¡Completamente!... ¿Y cuándo, pues, lo han puesto todo en claro? + +--Esta tarde, mientras tú dormías. + +Y me contaron la cosa: después de la comida, en un solo apretón de +manos, habían sentido todo el horror de su situación, y, no encontrando +otra salida, habían resuelto morir aquella misma noche. + +--¡Cómo! ¿tú también? + +En lugar de responder, ella saca del bolsillo un frasquito de aspecto +enteramente divertido, con su cabeza de muerto sobre el rótulo. + +--¿Qué hay ahí dentro? + +--Ácido prúsico. + +--¡Diantre! ¿Y de dónde lo has sacado? + +Un joven farmacéutico, del que había recibido lecciones de baile, y al +que había trastornado la cabeza, le había hecho una vez ese encantador +regalo... + +--¿Y te ibas a beber eso, perra? + +Ella me miró con sus grandes ojos resueltos e inclinó dos o tres veces +la cabeza... Comprendí muy bien, y sentí un calofrío... ¡por un poco +más, aquélla habría sido una linda noche de bodas! + +--Pero ahora, ¿qué voy a hacer yo con ustedes dos? + +--¡Sálvanos!... ¡ayúdanos!... ¡ten piedad de nosotros! + +Se han arrojado a mis pies y me lamen las manos. Ahora bien: como +ustedes saben, señores, yo soy un buen muchacho; esa es mi profesión... +Encontré, pues, un medio de anular cuanto antes mi matrimonio frustrado. + +Juan recibió orden de enganchar; y, un cuarto de hora más tarde, llevaba +a mi desposada de doce horas a Gorowen, al lado de mi hermana, bajo la +égida de quien debía permanecer hasta que el divorcio hubiera sido +concedido; por nada del mundo quería volver ella a la casa de su +padre... + +Lotario me preguntó con toda candidez si no podía acompañarnos. + +--¡Lárgate de aquí cuanto antes, mocoso!--le dije. + +Sé mostrarme severo cuando es menester, señores... + +Cuando volví a casa, el reloj marcaba las cinco... Ya no podía más de +cansancio; las piernas se me entraban en el cuerpo. + +Todo estaba en silencio. Antes de partir, había mandado a mi gente que +se acostara. Al atravesar el vestíbulo, donde ardían las luces todavía, +vi una puerta rodeada de guirnaldas. Daba al famoso dormitorio cuya +entrada me había prohibido mi hermana, a fin de que tuviera una gran +sorpresa el día de mis bodas. + +Abrí por curiosidad, y mis miradas se hundieron en una verdadera capilla +ardiente, de la que se desprendían perfumes desconocidos... Colgaduras +por todas partes, alfombras... una lámpara de iglesia pendía del cielo +raso... y, allá, en el fondo, sobre un estrado, se alzaba una especie de +catafalco, con adornos dorados y un cubrepiés de seda... + +¿Y allí dentro era donde habría tenido que dormir yo? + +¡Brrr!... hice, cerrando la puerta y escapando tan rápidamente como me +lo permitían mis cansadas piernas. + +Y, una vez en mi aposento encendí mi buena y hermosa lámpara de trabajo, +que me sonreía como el sol. + +Ahí estaba, arrimada contra la pared, mi vieja cama estrecha, con sus +montantes rojos, su jergón gris y su piel de ciervo raída... ¡Ah +señores! ¡qué consuelo sentí al verla! + +Me quité las ropas, tomé un buen cigarro... Me metí entre las +cobijas... y me puse a leer un capítulo apasionante de la guerra +francoalemana... + +Y puedo asegurar a ustedes, señores, que nunca en mi vida he dormido +mejor que en mi noche de bodas. + +FIN + + * * * * * + + + NOVELAS DEL MISMO AUTOR + + PUBLICADAS EN LA BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN» + + El Deseo Vol. 80 + + El Pasado indestructible » 220 y 221 + + + + + +End of the Project Gutenberg EBook of El molino silencioso; Las bodas de +Yolanda, by Hermann Sudermann + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL MOLINO SILENCIOSO *** + +***** This file should be named 29511-8.txt or 29511-8.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + https://www.gutenberg.org/2/9/5/1/29511/ + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at https://www.pgdp.net + + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: El molino silencioso; Las bodas de Yolanda + +Author: Hermann Sudermann + +Release Date: July 25, 2009 [EBook #29511] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL MOLINO SILENCIOSO *** + + + + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at https://www.pgdp.net + + + + + + +</pre> + +<hr class="full" /> + +<p class="c un top15"><b>BIBLIOTECA DE «LA NACION»</b></p> + +<h2 class="top5">HERMANN SUDERMANN</h2> + +<p class="c"><b>—————</b></p> + +<h1>EL MOLINO SILENCIOSO</h1> + +<p class="c top15"><img src="images/001.png" +width="75" +height="79" +alt="logo" /></p> + +<p class="c top15">BUENOS AIRES<br/> +1910</p> + +<hr class="top15" /> + +<table summary="toc" +cellspacing="0" +cellpadding="0"> +<tr><td class="lrg"><b>ESTE VOLUMEN CONTIENE</b></td></tr> +<tr><td class="lrg"><a href="#EL_MOLINO_SILENCIOSO">EL MOLINO SILENCIOSO</a></td></tr> +<tr><td><a href="#I"><b>I, </b></a> +<a href="#II"><b>II, </b></a> +<a href="#III"><b>III, </b></a> +<a href="#IV"><b>IV, </b></a> +<a href="#V"><b>V, </b></a> +<a href="#VI"><b>VI, </b></a> +<a href="#VII"><b>VII, </b></a> +<a href="#VIII"><b>VIII, </b></a> +<a href="#IX"><b>IX, </b></a> +<a href="#X"><b>X, </b></a> +<a href="#XI"><b>XI, </b></a> +<a href="#XII"><b>XII, </b></a> +<a href="#XIII"><b>XIII, </b></a> +<a href="#XIV"><b>XIV, </b></a> +<a href="#XV"><b>XV, </b></a> +<a href="#XVI"><b>XVI, </b></a> +<a href="#XVII"><b>XVII, </b></a> +<a href="#XVIII"><b>XVIII, </b></a> +<a href="#XIX"><b>XIX, </b></a> +<a href="#XX"><b>XX, </b></a> +<a href="#XXI"><b>XXI, </b></a> +<a href="#XXII"><b>XXII, </b></a> +<a href="#XXIII"><b>XXIII, </b></a> +<a href="#XXIV"><b>XXIV, </b></a> +<a href="#XXV"><b>XXV, </b></a> +<a href="#XXVI"><b>XXVI, </b></a> +<a href="#XXVII"><b>XXVII, </b></a> +<a href="#XXVIII"><b>XXVIII</b></a> +</td></tr> +<tr><td class="lrg"><a href="#LAS_BODAS_DE_YOLANDA">LAS BODAS DE YOLANDA</a></td></tr> +<tr><td><a href="#Ia"><b>I, </b></a> +<a href="#IIa"><b>II, </b></a> +<a href="#IIIa"><b>III, </b></a> +<a href="#IVa"><b>IV, </b></a> +<a href="#Va"><b>V, </b></a> +<a href="#VIa"><b>VI, </b></a> +<a href="#VIIa"><b>VII</b></a></td></tr> +</table> + + +<hr /> +<h2><a name="EL_MOLINO_SILENCIOSO" id="EL_MOLINO_SILENCIOSO"></a>EL MOLINO SILENCIOSO</h2> + +<hr /> + +<h3><a name="I" id="I"></a>I</h3> + + +<p>¿Desde cuándo lleva su nombre el «Molino silencioso»? No lo sé. Desde +que lo conozco es un viejo edificio medio derruido, resto lastimoso de +una época ya desaparecida.</p> + +<p>Descascarados y sin techo, sus muros, que los años desmoronan, se alzan +hacia el cielo dejando paso libre a todos los vientos. Dos grandes +muelas redondas, que sin duda trabajaron valientemente en otro tiempo, +han roto el armazón carcomido que las sostenía, y, arrastradas por su +propio peso, se han hundido profundamente en el suelo.</p> + +<p>La rueda grande permanece suspendida de través entre los dos soportes +podridos. Las paletas han desaparecido; sólo los rayos se alzan todavía +en el aire, como brazos que se tienden hacia el cielo para implorar el +golpe de gracia.</p> + +<p>El musgo y las algas lo han cubierto todo con un manto de verdor a +través del cual el berro muestra sus hojas redondas, de palidez +enfermiza. Un canal medio arruinado vierte dulcemente el agua, que cae +gota a gota con un ruido cuya monotonía adormece, sobre los rayos de la +rueda, que salta hecha polvo y que llena el aire de vapor húmedo.</p> + +<p>Oculto bajo una capa de leños grises, el arroyo esparce un olor de agua +corrompida. Todo lleno de algas y de hierbas, ha sido invadido por los +pinos acuáticos y los juncos; en el medio solamente resalta un hilo de +agua cenagosa y negra, en el que se columpia perezosamente la lenteja +acuática, con sus hojas delicadas de color verde claro.</p> + +<p>En otro tiempo, el arroyo del molino corría alegremente, la espuma +brillaba blanca como la nieve a lo largo del dique, las ruedas enviaban +hasta la aldea el ruido alegre de su tictac; y, en el patio, los carros +iban y venían en largas filas, mientras resonaba a lo lejos la voz +potente del viejo molinero.</p> + +<p>Este se llamaba Felshammer; y bastaba verlo para comprender que merecía +ese nombre[*]. Era todo un hombre. Tenía fuerzas de sobra para hacer +saltar las rocas. Había que evitar con cuidado burlarse de él o +contrariarlo, porque entonces montaba en ira, apretaba los puños, las +venas de las sienes se le hinchaban como cuerdas; y, cuando se ponía a +jurar, todo el mundo temblaba y hasta los perros huían.</p> + +<p>[*] <i>Fels</i>, roca; <i>Hammer</i>, martillo; <i>Felshammer</i>, martillo para romper +rocas, maza.—<i>N. del T.</i></p> + +<p>Su esposa era una mujer dulce, tranquila y sumisa. ¿Habría podido ser +acaso de otro modo? Una criatura dotada de más vigor, que hubiera +querido conservar nada más que un destello de voluntad personal, era +algo que Felshammer no habría tolerado junto a él ni por veinticuatro +horas. En condiciones tales hacían una vida soportable, casi feliz +podría decirse, sólo turbada por aquella cólera fatal, que se encendía y +arrojaba llamas por el menor motivo, y que daba a la pacífica mujer +muchas horas de pesar.</p> + +<p>Pero jamás vertió ella tantas lágrimas como el día que la desgracia se +cernió sobre sus hijos. Habían nacido de esa unión tres vástagos, tres +varones lindos y robustos. Los tres tenían los ojos azules y los +cabellos rubios, y sobre todo «un par de puños que prometían mucho», +como decía el padre con orgullo, aunque el más pequeño, que estaba +todavía en la cuna, sólo podía aprovechar los suyos chupándolos.</p> + +<p>Los dos mayores eran ya unos mocetones soberbios. ¡Qué altivez en la +mirada cuando se plantaban, con las piernas abiertas, la cabeza echada +para atrás, y las manos en los bolsillos de los calzones! Uno y otro +parecían decir: «Soy el hijo de mi padre. ¡Venid, pues, a verlo!»</p> + +<p>Todo el santo día estaban peleándose entre ellos, y el padre mismo era +quien los excitaba. La madre, llena de inquietud, intervenía para +restablecer la paz, pero se burlaban de ella.</p> + +<p>La pobre temblaba sin cesar por sus terribles hijos, pues veía con +espanto que los dos habían heredado el carácter irascible de su padre. +Ya una vez había acudido en momentos en que Fritz, que tenía ocho años, +se abalanzaba con un gran cuchillo de cocina en la mano, sobre su +hermano, dos años mayor que él. Seis meses después llegó, en efecto, el +día en que se justificaron sus tristes presentimientos.</p> + +<p>Los dos muchachos se habían peleado en el patio, y Martín, el mayor, +furioso al ver que Fritz era más fuerte, le tiró una piedra, hiriéndolo +tan desgraciadamente en la parte posterior de la cabeza que lo hizo caer +ensangrentado y sin habla.</p> + +<p>Púdose sin gran trabajo restañar la sangre, y se cicatrizó la herida, +pero el niño, nunca más recobró la palabra. Siguió inerte, indiferente +para todo, tomando como un animal el alimento que le daban. Se había +vuelto idiota.</p> + +<p>Este fue un golpe terrible para la familia del molinero. La madre pasó +noches enteras llorando; él también, el hombre activo y enérgico, anduvo +vagando mucho tiempo, como perdido en un sueño. Pero el que recibió la +impresión más profunda fue el autor del accidente. Ese muchacho tan +altivo, tan turbulento, era casi otro, porque su arrogancia había +desaparecido; se había hecho taciturno, reconcentrado en sí mismo, +obedecía al pie de la letra las órdenes de su padre, evitaba toda vez +que podía las miradas de sus condiscípulos. El cariño que profesaba a su +desgraciado hermano era verdaderamente conmovedor. Estando en la casa, +no lo abandonaba ni un instante. Se plegaba con una paciencia angelical +a los hábitos del idiota, caído en la condición de bestia; aprendía a +comprender los sonidos inarticulados que el enfermo dejaba oír, y lo +miraba sonriendo cuando le rompía el juguete más preciado.</p> + +<p>El idiota se acostumbró tanto a esa compañía que no quería pasarlo sin +ella. Cuando Martín estaba en la escuela, gritaba sin descanso y habría +preferido morir de hambre antes de aceptar el alimento de una mano que +no fuese la de su compañero.</p> + +<p>Durante tres años, el enfermo arrastró una existencia miserable: después +cayó en cama y murió.</p> + + + +<h3><a name="II" id="II"></a>II</h3> + + +<p>Su muerte habría debido parecer una liberación a todos los de la casa; +sin embargo, hizo derramar lágrimas ardientes. Martín, sobre todo, +parecía inconsolable. En los primeros tiempos, iba todos los días al +cementerio; y a menudo era preciso alejarlo a la fuerza de la tumba. +Pero poco a poco fue calmándose, y esta calma la debió ante todo a la +compañía de Juan, su hermano menor, en el cual pareció querer depositar +desde aquel día el amor infinito que había profesado a su víctima.</p> + +<p>Mientras Fritz había vivido, Martín se había ocupado muy poco de Juan; +parecía casi que consideraba entonces un crimen dar a otro la más +pequeña parte de su corazón. Pero cuando la muerte arrebató al +desgraciado, una necesidad irresistible lo inclinó hacia el más pequeño. +Esperaba que su afecto a Juan llenaría quizás el hueco atroz que había +dejado en él la muerte del otro; era preciso reparar beneficiando al +hermano que quedaba, el mal que había hecho al que ya no existía.</p> + +<p>Juan era entonces un lindo muchachito de cinco años, sabía ponerse ya +los calzones, e iban a comprarle en la próxima feria el primer par de +zapatos. Parecía no haber heredado nada de la rudeza y de la arrogancia +paternales; participaba más bien de la dulzura y calma de su madre; se +apegaba a ésta en su calidad de benjamín y era el ídolo de ella. Pero la +madre no era la única persona que lo adoraba; todo el mundo lo mimaba... +era la luz y la alegría de la casa.</p> + +<p>Bastaba verle para amarlo. Sus largos cabellos de color rubio claro +brillaban como rayos de sol, y en sus ojos límpidos y francos, que se +iluminaban con una llama jovial para tomar en seguida una expresión +soñadora y tranquila, había un mundo entero de ternura y de bondad.</p> + +<p>Se unió desde entonces con verdadera pasión, al hermano que durante +tanto tiempo lo había descuidado. Pero la diferencia de edad, pues se +llevaban cerca de nueve años, no permitía que se estableciese entre +ambos una amistad puramente fraternal. Martín estaba ya a punto de salir +de la infancia; su expresión grave y reflexiva y su lenguaje precozmente +serio lo acercaban ya al hombre hecho. Además, al año siguiente iba a +hacer su entrada en la vida activa. ¿No era natural, pues, que emplease +a veces en sus relaciones con su hermano un tono paternal? No se +avergonzaba, sin embargo, de tomar parte en sus juegos infantiles; a +menudo hacía pacientemente el caballo, y se dejaba conducir a través de +los patios y de los campos. Pero siempre había en su conducta más +indulgencia sonriente de maestro que alegría sencilla de camarada +consciente de su superioridad.</p> + +<p>El niño cariñoso y tierno se entregó con toda su alma a su hermano +mayor. Le reconocía una autoridad absoluta, quizás en mayor medida que a +su padre y a su madre, que no estaban tan cerca de su corazón infantil.</p> + +<p>Cuando llegó el momento de ir a la escuela, encontró en Martín un guía +cuya paciencia no se desmentía nunca, siempre dispuesto, cuando la tarea +era demasiado pesada, a ayudarle con consejos y hasta de más eficaz +manera. Entonces la veneración del pequeño a su hermano no conoció +límites.</p> + +<p>El viejo Felshammer era el único a quien esta amistad profunda no +causaba gran alegría. «Eran demasiado empalagosos, se besuqueaban +demasiado, habría sido mejor que pelearan como gatos; hubiera estado +seguro entonces de que tenían su sangre y su carne.» En cambio, la +dulce, la pacífica madre se sentía muy feliz. Todas las mañanas y todas +las noches rogaba a Dios que protegiese a sus hijos y que no dejase +despertar en Martín el fuego de la cólera. Al parecer, su súplica fue +escuchada favorablemente. Martín no tuvo más que un acceso de furor; +pero es cierto que salió del fondo mismo de su alma.</p> + +<p>Juan tenía entonces nueve años. Un día estaba jugando con un látigo +cerca de uno de los carros que estaban en el patio, adonde habían ido a +cargar harina. Uno de los caballos se asustó de pronto, y el carretero, +un borracho brutal, arrancó el látigo de las manos del niño y con él le +cruzó a éste la cabeza y el cuello.</p> + +<p>En el mismo instante, Martín, saltando fuera del molino, con las venas +de la frente hinchadas y los puños apretados, cogió a su hermano por la +garganta y se la apretó con tanta fuerza que la criatura se puso lívida. +La madre, acudió entonces lanzando un horrible grito:</p> + +<p>—¡Acuérdate de Fritz!—exclamó alzando las manos con un ademán de loca +angustia.</p> + +<p>Y el enfurecido muchacho, dejando caer sus brazos como si los hubiera +atacado la parálisis, se retiró tambaleándose y se tumbó deshecho en +lágrimas a la entrada del molino.</p> + +<p>Desde ese día la cólera pareció extinguirse completamente en él; una vez +lo insultaron en la calle, le pegaron, y sin embargo dejó quieto en el +fondo de su bolsillo el cuchillo que los aldeanos de aquel lugar emplean +de ordinario con gran facilidad.</p> + + + +<h3><a name="III" id="III"></a>III</h3> + + +<p>Pasaron años... Martín acababa de llegar a la mayor edad cuando murió el +molinero. Su mujer no tardó en seguirlo. No tenía consuelo desde la +muerte de su esposo y se extinguió apaciblemente, sin una queja. Se +hubiera dicho que no podía vivir sin las injurias con que su marido la +había colmado diariamente durante veintitrés años.</p> + +<p>Desde entonces los dos hermanos se quedaron solos en el molino. Nada +extraño era que se uniesen más estrechamente aún, que tratasen de +confundir sus existencias.</p> + +<p>Sin embargo, se diferenciaban mucho en cuerpo y en alma. Martín era un +mozo robusto, de espaldas cuadradas y cuello corto, que se deslizaba +taciturno por entre las personas extrañas. Las cejas espesas que le +caían sobre los ojos daban a su rostro un aspecto sombrío; las palabras +salían penosamente de sus labios, como si el hecho solo de hablar +hubiera sido para él una tortura; sin la franqueza y la profundidad de +su mirada, sin la sonrisa bonachona que iluminaba a veces como un rayo +de sol sus facciones duras y toscamente modeladas, se le habría tomado +por un hombre odioso.</p> + +<p>Juan era muy diferente. Dirigía con atrevimiento a todo el mundo sus +miradas alegres; sobre sus labios se leía, en una risa perpetua, la +indiferencia y la malicia. Su figura esbelta tenía todo el encanto de la +juventud. No dejaban de notar esto las muchachas que le lanzaban al +pasar miradas ardientes; y más de un confuso rubor, más de un apretón de +manos expresivo, le decían: «Yo te amaría fácilmente». Juan no se +cuidaba de esas cosas. No estaba aún maduro para el amor; prefería al +salón de baile el ruido y movimiento del juego de bolos, a la amistad de +Rosa o de Margarita la de su hermano, taciturno junto al parapeto de la +esclusa.</p> + +<p>Ambos, en una hora solemne, en medio de la paz de la noche se habían +hecho la promesa de no separarse nunca y de no admitir junto a sí a una +tercera persona, que llevaría el amor o el odio entre ellos.</p> + +<p>No habían contado con el consejo real de revisión. Llegó el día en que +Juan se vio obligado a hacer su servicio militar; tenía que ir muy +lejos, a Berlín con los hulanos de la guardia. Ese fue para los dos un +rudo golpe. Martín, como de costumbre, ocultó su pesar sin decir nada; +Juan de naturaleza más animada manifestó un dolor inconsolable, hasta el +punto de tener que sufrir, en el momento de la marcha, mil burlas de sus +camaradas.</p> + +<p>Pero su dolor no fue de larga duración. Las fatigas de los primeros +ejercicios, el movimiento confuso de la capital, tan nuevo para él, no +le dejaban lugar para abandonarse a sus ideas; solamente cuando estaba +tendido sobre su catre, a la hora tranquila del crepúsculo, la +melancolía y los recuerdos lo asaltaban con una violencia +extraordinaria. Veía brillar entonces en la obscuridad, como un paraíso +perdido, el molino en que había transcurrido su infancia y el tictac de +las ruedas resonaba en su oído como un canto divino. Al sonar la diana +se deshacía el encanto.</p> + +<p>Martín era mucho más desgraciado en el molino, donde se había quedado +completamente solo, pues no había que considerar compañeros suyos a los +jornaleros y al viejo David, que su padre le había dejado al morir. +Jamás había tenido amigos, ni en la aldea, ni en ninguna otra parte; +Juan compendiaba para él todas las amistades. Silencioso y concentrado +en sí mismo, vagaba al azar; su espíritu se obscureció cada vez más, se +sumió en ideas tristes, y la melancolía acabó por rodearlo de tales +sombras que el espectáculo de su víctima empezó a asediarlo. Tuvo +bastante juicio para comprender que no podía seguir haciendo esa vida. +Buscó entonces distracciones a toda costa; los domingos frecuentaba los +bailes, iba a las aldeas vecinas, sobre todo para visitar a las gentes +del oficio.</p> + +<p>Resultó de esto que un buen día, al comienzo de su segundo año de +servicio, Juan recibió de su hermano una carta concebida en estos +términos:</p> + +<p class="top5">«Mi querido hermano: Es preciso que te escriba aunque te incomodes +conmigo. Me es imposible soportar por más tiempo la soledad, y he +resuelto casarme. Mi prometida se llama Gertrudis Berling; es hija del +propietario de un molino de viento de Lehnort, a dos leguas de nuestra +casa. Es muy joven todavía y yo la quiero mucho. La boda se efectuará +dentro de seis semanas. Si puedes, pide permiso para venir. Querido +hermano, te suplico que no me guardes rencor. Sabes perfectamente que el +molino será siempre tu hogar, haya o no en él, una mujer. La herencia de +nuestro padre nos pertenece en común. Gertrudis te envía sus saludos. +Una vez os encontrasteis los dos en la fiesta de los cazadores. Tú le +gustaste mucho entonces, pero no te fijaste en ella absolutamente; y me +ruega te diga que eso la contrarió bastante. Adiós. Tu fiel hermano.»</p> + +<p class="top5">Juan era un niño mimado; para él, puesto que se casaba, Martín hacía +traición al amor fraternal. A Juan le parecía que su hermano lo engañaba +y cometía un atentado contra sus derechos inalienables. En el mismo +lugar donde él había reinado hasta entonces como señor iba a instalarse +una extraña, y su situación, en su propia casa, iba a depender de la +generosidad y de la condescendencia de aquella mujer.</p> + +<p>Las muestras de cariño que por adelantado le daba tan familiarmente la +hija del molinero no lograron calmarlo ni hacerle olvidar su despecho. +Cuando llegó el día de la boda no pidió permiso, y se contentó con +enviar un saludo por medio de su antiguo condiscípulo Franz Maas, que +justamente terminaba entonces su servicio.</p> + + + +<h3><a name="IV" id="IV"></a>IV</h3> + + +<p>Seis meses más tarde, él también lo había terminado.</p> + +<p>Bueno... ¿qué hizo Juan? Lleno de terquedad, no volvió a su pueblo; se +fue primero a probar fortuna en tierras extrañas, viajando a diestro y +siniestro por montes y por valles. Y después, al cabo de tres semanas, +reconociendo que, a pesar de la presencia de la hija del molinero de +Lehnort, la vida era mil veces más bella en el molino de Felshammer que +en cualquier otra parte, emprendió alegremente el camino a su pueblo.</p> + +<p>En un espléndido día de mayo, Juan hace su entrada en la aldea de +Marienfeld.</p> + +<p>El honrado Franz Maas, que durante el otoño último se ha establecido +como panadero, está plantado delante de su tienda, con las piernas +abiertas, mirando con complacencia como se balancean dulcemente las +rosquillas de hojalata, arriba de su puerta, a impulsos de la brisa del +mediodía. De pronto, ve un hulano que avanza cantando por el camino; +lleva la gorra de cuartel echada atrás y sus espuelas resuenan. El +panadero siente palpitar su corazón de reservista bajo su delantal +blanco; se quita la pipa de la boca y, haciendo una bocina con la mano, +exclama:</p> + +<p>—¡Juan! ¡Es Juan, no hay duda!...</p> + +<p>—¡Eh! ¡Camarada!</p> + +<p>Y caen uno en brazos de otro.</p> + +<p>—¿De dónde vienes en esta época del año? ¿Has desertado?</p> + +<p>—¡Vaya!... ¡Qué ocurrencia!</p> + +<p>Después empiezan las preguntas y las confidencias. El capitán, el cabo, +el cantinero, la muchacha rubia de la panadería, a la derecha del +cuartel, a quien llamaban «Magdalena panecillo»; no se olvida a nadie.</p> + +<p>—¿Y tú? ¿Te han reconocido en la aldea?—pregunta Franz, cuya +insaciable curiosidad se dirige entonces al suelo natal.</p> + +<p>—¡Nadie!—dice Juan echándose a reír y retorciendo el bigote, cuyas +puntas insolentes amenazan al cielo.</p> + +<p>—¿Y en casa?</p> + +<p>Juan toma entonces una expresión seria y tiende la mano a su camarada.</p> + +<p>—¡Ah sí!... todavía tienes que ir allá. Eso debe hacerte tictac ahí +dentro.</p> + +<p>Y le da un golpecito en el pecho para cerciorarse. Una risa fugitiva +pasa por los labios de Juan, que reprime en seguida un suspiro, como +esforzándose por dominar una emoción.</p> + +<p>Franz le pone la mano en el hombro:</p> + +<p>—Vas a encontrar una linda cuñada...—dice haciendo un chasquido a la +lengua y guiñando el ojo.</p> + +<p>Juan, al oír estas palabras, siente despertar en él el despecho y la +cólera. Se encoge de hombros con expresión desdeñosa, tiende otra vez la +mano a su amigo y se aleja haciendo sonar las espuelas.</p> + +<p>Tres minutos más de camino y llega al extremo de la aldea. Allá abajo +está la iglesia, un poco desmoronada la pobre vieja. Pero las campanas +hacen oír todavía la querida música que acarició sus tímpanos el día de +la confirmación, como una promesa de ventura... A la izquierda, la +posada... ¡mil truenos!... tiene una puerta cochera nueva tallada de +piedra y en la ventana se ven enormes botellas llenas de líquidos de +color rojo brillante y verde de arsénico. ¡Ha prosperado el posadero de +«La Corona»!</p> + +<p>Ese camino baja hacia el río... Y allá, en el fondo, aparece el molino, +el objeto de sus sueños. ¡Cómo brilla el viejo techo de paja por arriba +de los grupos de árboles! ¡cómo hacen resaltar los cerezos en flor su +blancura de nieve en el jardín! ¡Cuán alegremente le grita el tictac de +las ruedas! «¡Bien venido seas, bien venido seas!» ¡Qué dulce canción +murmura la vieja y querida presa, cubierta de musgos verdes!</p> + +<p>Echa más atrás aún su gorra de hulano y toma una actitud resuelta, pues +quiere dominar su emoción a todo trance.</p> + +<p>Los campos que se extienden a derecha e izquierda del camino pertenecen +todos al molino. A la derecha hay centeno de invierno, como de +costumbre; pero a la izquierda, donde se plantaban en otro tiempo las +patatas, hay entonces una huerta en la que se alinean gravemente, en +filas regulares, los espárragos y los tallos de remolacha.</p> + +<p>A unos cinco pasos próximamente del seto aparece una figura femenina, de +talle esbelto y formas juveniles, que, encorvada hacia la tierra, +trabaja con ardor.</p> + +<p>¿Quién será? ¿Pertenecerá al molino? Una nueva criada quizás. Pero no; +tiene una figura demasiado elegante; sus zapatos son demasiado +delicados, su delantal demasiado lujoso, y el pañuelo blanco que le +cubre de un modo tan pintoresco es de tela demasiado fina para una +criada. ¡Si no ocultase tanto el rostro!</p> + +<p>¡Ah! levanta los ojos... ¡Mil truenos! ¡qué encantadora muchacha!... +¡Qué vivo color el de sus redondas mejillas! ¡qué brillo el de sus ojos +negros! ¡cómo piden besos sus labios finamente dibujados!</p> + +<p>Al verlo a su vez, ella deja caer la azada; después lo mira fijamente.</p> + +<p>—Buenos días—dice el joven llevando la mano a su gorra con ademán un +poco cohibido.—¿Sabe usted si el molinero está en casa?</p> + +<p>—Sí, está en casa;—dice ella sin dejar de mirarlo.</p> + +<p>«¿Qué diablos querrá contigo?» piensa el soldado tratando de vencer su +timidez. Después de su estancia en Berlín, Juan tiene algunos motivos +para considerarse un poco conquistador, y es para él una cuestión de +honor aproximarse al seto y trabar conversación con la joven.</p> + +<p>—¿Se trabaja?—pregunta, por decir algo.</p> + +<p>Y, para disimular su turbación, se lleva la mano al bigote.</p> + +<p>—Sí, se trabaja—repite ella maquinalmente, mirándolo siempre.</p> + +<p>Después, de pronto tendiendo hacia él la mano y apartando los cinco +dedos como si quisiera señalarlo con todos a la vez, dice en medio de +una explosión de risa:</p> + +<p>—Pero ¿no es usted Juan?</p> + +<p>El balbucea:</p> + +<p>—Sí... soy yo... ¿Y usted?</p> + +<p>—Yo soy su mujer.</p> + +<p>—¿Qué? ¿usted?... ¿la mujer de Martín?</p> + +<p>Ella hace con la cabeza un signo afirmativo, adoptando una expresión de +dignidad, mientras sus ojos se llenan de malicia.</p> + +<p>—¡Pero si parece usted una muchacha soltera!</p> + +<p>—No hace tanto tiempo que no lo soy—dice ella riendo.</p> + +<p>Los dos, uno a cada lado del seto, se contemplan con curiosidad. Pero la +joven reflexionando, se limpia ceremoniosamente en el delantal las +sucias manos de tierra y las tiende a través del cercado.</p> + +<p>—¡Bien venido sea usted, cuñado!</p> + +<p>El coge las manos que le ofrecen, pero guarda silencio.</p> + +<p>—¿Está usted acaso incomodado conmigo?—pregunta ella lanzándole una +mirada maliciosa.</p> + +<p>Juan se siente completamente desarmado frente a la joven y lo único que +puede hacer es sonreír con expresión cohibida, diciendo:</p> + +<p>—¿Yo... incomodado? ¿Por qué?</p> + +<p>—¡Me parecía!</p> + +<p>Y alzando el dedo con ademán de amenaza, la joven agrega:</p> + +<p>—¡Oh! ¡Tendría que ver!...</p> + +<p>Después, con la barbilla hundida en el cuello, deja oír una leve risa.</p> + +<p>—Es usted muy graciosa—dice el militar un poco más sereno.</p> + +<p>—¿Yo graciosa?... ¡de ningún modo! Continúe usted su camino; entretanto +yo voy a atravesar rápidamente el huerto para avisar a Martín.</p> + +<p>Iba a marcharse; de improviso se detiene pero se pone el índice sobre la +nariz y dice:</p> + +<p>—Espere; voy a pasar al otro lado para ir con usted.</p> + +<p>Antes que el joven tenga tiempo de tenderle la mano para ayudarla, ella +pasa, rápida como un lagarto, por entre las piedras del cerco.</p> + +<p>—Ya estoy aquí—dice arreglando con la mano los pliegues de su falda.</p> + +<p>Colócase en el cuello el pañuelo que tenía anudado en la cabeza, y sus +cabellos rizados y en desorden, que caen sobre la frente y la nuca, se +ponen a flotar al viento, felices por haber recobrado la libertad.</p> + +<p>La mirada de Juan se detiene admirada sobre la belleza fresca y virginal +de aquella joven, que tiene las maneras de una niña sencilla y +traviesa. Ella sorprende esa mirada, y ruborizándose un poco echa para +atrás los indomables bucles.</p> + +<p>Caminan un instante en silencio, uno al lado del otro. La joven baja los +ojos y sonríe, como si de pronto se hubiera apoderado de ella la +timidez.</p> + +<p>Franquean los dos la gran puerta cochera sin haber reanudado la +conversación.</p> + +<p>Juan mira a su alrededor y suelta un grito de admiración. No quiere +creer en sus sentidos. Todo ha cambiado, todo está embellecido. El +patio, que la lluvia en otro tiempo convertía en un horrible pantano y +que durante el verano era un hoyo lleno de polvo, luce entonces un verde +césped y parece una pradera cubierta de flores. Las puertas del granero +y de las cuadras brillan con un hermoso color obscuro y tienen números +pintados de blanco. En medio del patio se alza sobre la hierba un +palomar artísticamente construido, que recuerda los <i>chalets</i> de la +Suiza. Delante de la vivienda sube un emparrado nuevo, cubierto de +pámpanos, que se entrelazan alrededor de las ventanas, brillando al sol, +y que prometen un abundante follaje.</p> + +<p>El molino aparece a sus ojos deslumbrados como un asilo donde reina la +paz y la inocencia.</p> + +<p>Impresionado cruza las manos y pregunta:</p> + +<p>—¿Quién ha hecho esto?</p> + +<p>Ella pasea su mirada por el contorno y guarda silencio.</p> + +<p>—¿Usted?—pregunta el militar sorprendido.</p> + +<p>—He contribuido un poco—responde la joven modestamente.</p> + +<p>—¿Pero es usted la que ha tomado la iniciativa?</p> + +<p>Ella sonríe. Esta sonrisa le da más años, esparce sobre su rostro de +niña la gracia de la mujer.</p> + +<p>—Benditas sean sus manos—dice el joven en voz baja y tímida, y con más +gravedad que de costumbre.</p> + +<p>No puede menos de acordarse de su madre muerta, que continuamente estaba +quejándose del polvo insoportable y de que no hubiera en todo el patio +el más pequeño sitio para descansar.</p> + +<p>—¡Qué lástima que no pueda ver esto!—dice a media voz, siguiendo su +pensamiento.</p> + +<p>—¿La madre?—pregunta ella.</p> + +<p>El, sorprendido, la mira. No ha dicho: «<i>su</i> madre»; esto le sorprende +al principio y luego le causa una sensación de bienestar, como no la ha +experimentado nunca en su vida. Se siente penetrado de un dulce calor +que le invade el corazón y no quiere disiparse. Hay, pues, en el mundo, +fuera de la familia, una mujer joven y bella que habla de la madre de él +como de la suya propia, como si ella fuese una hermana, aquella hermana +tan deseada en los años infantiles, cuando sus ojos se fijaban con +admiración secreta en las muchachas de la aldea.</p> + +<p>La joven repite dulcemente la pregunta.</p> + +<p>—Sí... la madre—responde él dirigiéndole una mirada de reconocimiento.</p> + +<p>Durante un segundo la joven sostiene esa mirada; después baja los +párpados y dice, un poco turbada:</p> + +<p>—¿Dónde estará Martín?</p> + +<p>—En el molino, seguramente.</p> + +<p>—¡Ah! sí en el molino;—confirma ella en seguida.</p> + +<p>Y añade alejándose prestamente:</p> + +<p>—Voy a buscarlo.</p> + +<p>Maquinalmente casi, el militar sigue con los ojos la figura de la +muchacha que atraviesa el patio con paso leve. Todo en ella flota y se +agita: sus faldas, las cintas de su delantal, el pañuelo que rodea su +cuello, la masa en desorden de sus rebeldes bucles.</p> + +<p>Permanece así un instante, inmóvil, como fascinado, siguiéndola con los +ojos; después menea la cabeza y se dirige hacia el emparrado. La primera +cosa que le llama la atención es una mesita sobre la cual se ve una +canastilla de paja para la labor. De esa canastilla sale un bordado +comenzado, una larga tira blanca donde están trazadas hojas y flores +como las que las mujeres emplean para adornar la ropa blanca. Sin saber +lo que hace, coge la tira y sigue el trabajo complicado de los puntos, +hasta el momento en que resuena en sus oídos la voz jovial de su cuñada. +Bruscamente, como un niño cogido en falta, deja caer el bordado; la +joven aparece en la esquina de la casa conduciendo alegremente a un +hombre de aspecto rollizo, cubierto de harina, que trata de librarse con +ademán torpe de las manitas que lo sujetan, y esparce a su alrededor +densas nubes de polvo blanco. Ese hombre es... no cabe duda es...</p> + +<p>—¡Martín! ¡querido Martín!</p> + +<p>Y Juan se precipita para caer en sus brazos.</p> + +<p>Los torpes miembros del otro se detienen en su movimiento, se arquean +las espesas cejas y una sonrisa tranquila y bondadosa aparece en sus +labios; nuestro hombre siente que recorre su cuerpo un estremecimiento, +y da un paso atrás, tambaleándose, para lanzarse luego al encuentro del +niño querido a quien, al fin, vuelve a ver.</p> + +<p>Sin decir una palabra, los dos hermanos se abrazan tiernamente. Después, +al cabo de un momento, Martín toma entre sus manos la cabeza del hijo +pródigo; y, frunciendo las cejas con aire sombrío, mordiéndose el labio +inferior, por largo tiempo clava en silencio sus miradas en los ojos +brillantes y alegres del hermano.</p> + +<p>Luego se sienta en el banco del emparrado; y, apoyando los codos sobre +las rodillas, se pone a contemplar el suelo.</p> + +<p>—¿Qué piensas Martín?—pregunta Juan con voz cariñosa colocando una +mano en el hombro de su hermano.</p> + +<p>—¡Eh! ¿por qué no he de pensar?—replica el molinero con el sordo +gruñido que le es peculiar y que acompaña siempre a sus lacónicos +discursos. ¡Eh pilluelo!—continúa—y la bonachona sonrisa que lo +caracteriza en las horas de buen humor se extiende sobre sus facciones +toscamente trazadas, y las ilumina.—¿Te has incomodado, eh?</p> + +<p>Entonces se levanta, y, cogiendo a su mujer de la mano, agrega:</p> + +<p>—Míralo, Gertrudis, se ha incomodado... ¡Ven acá, pilluelo!... Es +ella... mírala bien... ¿Es con ella con quien has pretendido +incomodarte?</p> + +<p>Se deja caer sobre el banco tan pesadamente, que una nueva nube de polvo +blanco se alza a su alrededor; levanta los ojos hacia Juan, se sonríe, y +acaba por decir a Gertrudis:</p> + +<p>—Ve a buscar un cepillo.</p> + +<p>Gertrudis lanza una risotada y se va cantando. Cuando vuelve, +blandiendo en el aire el objeto pedido, el molinero le dice en tono de +mando:</p> + +<p>—¡Cepíllalo!</p> + +<p>—Cuando los molineros y los deshollinadores quieren ser buenos, sucede +siempre una desgracia;—dice Juan bromeando con expresión cohibida.</p> + +<p>Y pretende sacar a la joven el cepillo de las manos.</p> + +<p>—Por favor, déjeme usted—dice ella defendiéndose y ocultando vivamente +el cepillo debajo del delantal.</p> + +<p>Martín golpea en el banco con el puño.</p> + +<p>—¿Déjeme usted?... ¡Cómo! ¿No os tuteáis todavía?</p> + +<p>Juan guarda silencio, y Gertrudis le pasa fuertemente el cepillo por la +espalda.</p> + +<p>—Apuesto cualquier cosa a que todavía no os habéis besado.</p> + +<p>Gertrudis deja caer de pronto el cepillo. Juan dice: «¡hum!» y se +entrega afanosamente a la tarea de hacer girar a lo largo del cepillo de +hierro que hay delante de la puerta una de las rosetas de sus espuelas.</p> + +<p>—¡Es preciso! ¡Vamos!</p> + +<p>Juan da media vuelta rápidamente y se pone a retorcerse el mostacho; +espera salir de tan comprometida situación adoptando aires de +conquistador, pero ni siquiera tiene valor para inclinarse hacia la +joven. Se deja estar tieso como una estaca y espera que ella le presente +la boca y adelante los labios; entonces, por un instante, posa en ellos +los suyos temblorosos y siente un leve estremecimiento en todo el +cuerpo.</p> + +<p>Los dos se quedan uno al lado del otro, sonriendo tímidamente, con las +mejillas encendidas.</p> + +<p>Martín se golpea las rodillas con los puños y dice que acaba de asistir +a una escena cómica capaz de hacer morir de risa. Después se levanta +bruscamente, y se va a disfrutar de su dicha en la soledad.</p> + + + +<h3><a name="V" id="V"></a>V</h3> + + +<p>Por la tarde, los dos hermanos se dirigen juntos al molino. Gertrudis +los sigue con los ojos, desde la ventana; Juan se vuelve, ella sonríe y +oculta su cabeza detrás de la cortina.</p> + +<p>Juan se detiene en el umbral; se apoya contra una de las hojas de la +puerta y lanza una mirada de profunda emoción a la penumbra de la vieja +y querida sala, mientras el ruido de las ruedas llega ensordecedor a su +oído, y nubes grises de harina y vapor de agua, llevadas por la +corriente de aire, le azotan el rostro.</p> + +<p>Delante de él se alinean en su puesto las diferentes ruedas del molino. +A la izquierda, cerca del muro, el viejo tamiz para la harina; después +el triturador y la muela donde se mezcla el salvado a la harina; después +la muela mondadora, que separa la cebada de su cáscara, y finalmente un +cilindro de sistema completamente nuevo, que durante su ausencia se ha +agregado a los otros. Hay también un tornillo sin fin y un tubo +ascensor, como lo requiere la moda.</p> + +<p>Martín, con las dos manos en los bolsillos del pantalón, tranquilo, +satisfecho, mueve su corta pipa en la boca. Después, coge a Juan por la +mano para explicarle los mecanismos nuevos; le muestra la harina fina, +molida por el tornillo sin fin, pasando por el tubo ascensor, donde +pequeños depósitos que suben a lo largo de una correa circular la elevan +a través de dos pisos, casi hasta el techo, para volcarla luego en los +tubos de seda cilíndricos, porque es preciso que pase en polvo fino a +través de esa estrecha trama antes que pueda servir.</p> + +<p>Respirando apenas, Juan escucha; caza al vuelo las frases raras, que su +hermano sólo pronuncia en fragmentos, y se admira mucho al ver hasta qué +punto se embrutece uno en el regimiento, pues todo eso es griego para +él.</p> + +<p>Los negocios florecen. Todas las ruedas trabajan, y los mozos del molino +tienen bastante que hacer allá arriba, en la galería, echando el grano +en los vertederos, y abajo, vigilando la caída de la harina y del +salvado.</p> + +<p>—Ahora tengo tres—dice Martín, señalando a los compañeros, blancos +como la nieve, que tan pronto suben como bajan por la escalera.</p> + +<p>—¿Y tienes todavía a David?—pregunta Juan.</p> + +<p>—Naturalmente—responde Martín haciendo una mueca.</p> + +<p>Se diría que la sola idea de que David pudiese faltar del molino lo ha +llenado de terror. Juan se echa a reír:</p> + +<p>—¿Dónde está, pues, ese pícaro viejo?</p> + +<p>—¡David! ¡David!</p> + +<p>Y la voz potente de Martín resuena a través de la sala, dominando el +ruido de las ruedas.</p> + +<p>Entonces, del rincón obscuro de las máquinas, cuya masa gigantesca surge +del suelo detrás del armazón de las ruedas, se adelanta pausadamente una +larga figura vacilante, cubierta de harina de pies a cabeza; aparece un +rostro pálido, en el cual sólo se lee esa especie de estupidez que +producen los años; una nariz ligeramente colorada que baja hasta la +barbilla, unos ojos enfurruñados que se ocultan bajo gruesas cejas, y +una boca que parece agitada por un movimiento eterno de masticación.</p> + +<p>—¿Qué me quiere mi amo?—pregunta el viejo colocándose delante de los +dos hermanos, sin soltar la pipa de barro que pende y se balancea entre +sus labios.</p> + +<p>—¡Ahí lo tienes!—dice Martín golpeando en el hombro al viejo, +mientras asoma a su rostro una sonrisa de tierno respeto.</p> + +<p>—¿No me reconoces, David?—pregunta Juan tendiéndole amigablemente la +mano.</p> + +<p>El viejo lanza por entre sus dientes un salivazo negruzco, medita un +instante y murmura:</p> + +<p>—¿Por qué no lo he de reconocer?</p> + +<p>—¿Y qué tal te encuentras?</p> + +<p>El viejo vuelve a meditar, se rasca la cabeza y dice:</p> + +<p>—¿Cómo me he de encontrar?</p> + +<p>Y comienza a atar y a desatar entre sus dedos nudosos el hilo de un saco +de harina; después, cuando está bien convencido de que no lo necesitan, +vuelve a hundirse en su rincón obscuro.</p> + +<p>El rostro de Martín está radiante.</p> + +<p>—Tiene un gran corazón. ¡Veintiocho años a nuestro servicio, y siempre +laborioso, siempre fiel a sus deberes!</p> + +<p>—¿Qué hace ahora?</p> + +<p>Martín no sabe qué contestar.</p> + +<p>—Difícil es decirlo... Ocupa un puesto de confianza. ¡Ah! tiene un gran +corazón... un gran corazón...</p> + +<p>—¿Ese gran corazón roba todavía un poco de harina de los +sacos?—pregunta Juan riéndose.</p> + +<p>Martín se encoge de hombros con disgusto y murmura algo como: +«Veintiocho años de servicios» y «hay que cerrar los ojos.»</p> + +<p>—Parece que todavía me guarda algún rencor porque me permití descubrir +el escondrijo donde amontonaba, como la marmota, lo que iba robando.</p> + +<p>—Estás prevenido contra él—gruñe Martín;—lo mismo que Gertrudis... +Sois injustos, cruelmente injustos con él.</p> + +<p>Juan mueve alegremente la cabeza; y, señalando con el dedo una puerta +que conduce a una habitación de madera, recién construida, pregunta.</p> + +<p>—¿Qué es eso?</p> + +<p>Martín, un poco cortado, menea dulcemente la cabeza.</p> + +<p>—Mi despacho—balbucea al fin.</p> + +<p>Y como Juan da un paso para abrir la puerta, lo detiene por el faldón de +la chaqueta.</p> + +<p>—Te ruego—refunfuña—que no franquees ese umbral; ni hoy, ni nunca... +tengo mis razones.</p> + +<p>Juan lo mira disgustado y está a punto de preguntarle: «¿Desde cuándo +tienes secretos para mí?» Pero la súplica que lee en los ojos de su +hermano le cierra la boca, y los dos salen juntos del molino cogidos del +brazo.</p> + + + +<h3><a name="VI" id="VI"></a>VI</h3> + + +<p>Ha llegado la noche... La rueda grande se ha detenido, condenando a la +inmovilidad a todo el engranaje de las pequeñas. El silencio reina en el +molino; sólo a lo lejos, en la esclusa abierta, las aguas en movimiento +cantan su monótona melodía.</p> + +<p>Delante de la casa, el arroyuelo está tranquilo como si no tuviese más +que hacer que columpiar los nenúfares, y el sol poniente se refleja en +sus aguas profundas. Como una cinta de oro serpentea a través de los +arbustos, donde un ejército de ruiseñores, ignorando su mérito, afinan +sus gargantas para entrar en lucha con las ranas instaladas abajo.</p> + +<p>Los tres seres hermanos destinados a vivir juntos desde entonces en +aquella soledad florida, donde todo inspira canciones, están reunidos en +círculo íntimo. Sentados en el emparrado, alrededor de la mesa cubierta +por un mantel blanco, no han hecho gran honor a la cena esa tarde, y sus +miradas fijas en el suelo expresan un profundo sentimiento de bienestar. +Martín, con la cara apoyada en las dos manos, saca de su pipa densas +nubes de humo, lanzando de vez en cuando un sonido que participa de la +risa y del gruñido.</p> + +<p>Juan está completamente hundido en el tupido follaje, y deja que los +pámpanos, que tiemblan y se agitan al soplo de su aliento le acaricien +el rostro.</p> + +<p>Gertrudis lanza de tiempo en tiempo una mirada furtiva a los dos +hermanos; se la podría tomar por una criatura indisciplinada que quiere +hacer alguna travesura, pero cerciorándose antes de que nadie la vigila. +Evidentemente, el silencio no es de su gusto; pero está demasiado bien +educada para romperlo. Sin embargo, se divierte sola en hacer a +escondidas bolitas de pan para lanzarlas en medio de una banda de +gorriones glotones que picotean alrededor del emparrado. Hay uno, sobre +todo, un sucio granujilla, que con su destreza y rapidez vence a todos +los demás. Desde el momento que llega rodando una pelotilla, abre las +dos alas y se pone a gritar como un poseído después, disputando a +derecha e izquierda con los otros, procura hacer salir a aletazos la +bolita del campo de batalla para tomar posesión de ella, con toda +comodidad, mientras sus camaradas cambian todavía entre ellos furiosos +picotazos.</p> + +<p>Esta maniobra se repite cuatro o cinco veces y le da siempre la +victoria; pero al fin otro, que no carece de valor, descubre su táctica +y la aplica mejor todavía.</p> + +<p>Ante ese espectáculo, Gertrudis siente grandes ganas de reír; quiere +reprimirlas a la fuerza, se mete el pañuelo en la boca y contiene la +respiración hasta que el rostro se le pone morado. Después, renunciando +a la esperanza de poder dominarse por más tiempo, se levanta para huir; +pero no ha llegado aún a la puerta cuando estalla la risa. Desaparece, +entonces en la sombra del vestíbulo, lanzando gritos de alegría.</p> + +<p>Los dos hermanos, sacados de su ensueño, se incorporan.</p> + +<p>—¿Qué pasa?—pregunta Juan asustado.</p> + +<p>Martín menea la cabeza, dirigiendo su mirada a la joven, cuyas locuras y +niñerías conoce perfectamente. Al cabo de un instante, coge la mano a +Juan y dice, señalando la puerta con el dedo:</p> + +<p>—Responde, ¿te parece que ella quiera hacerte partir?</p> + +<p>—¡De ningún modo!—dice Juan con risa un poco forzada.</p> + +<p>—¡Ah, muchacho!—exclama Martín rascándose la cabeza desgreñada;—¡por +cuántas desazones he pasado! ¡Cuántas veces me he agitado en el lecho +pensando en ti y en la falta que había cometido tal vez contigo!...</p> + +<p>Después de una pausa continuó:</p> + +<p>—Y sin embargo al verla tan dulce, tan inocente, dime, muchacho ¿me +habría sido posible no amarla? Desde que la vi, no fui dueño de mi +persona. Me recordaba a mi Juan de tantas maneras... era jovial y tenía +los ojos brillantes, donde se leía una loca alegría, exactamente como en +ti. Era una criatura, es verdad, y sigue siéndolo hasta hoy... +descuidada, turbulenta, traviesa como un niño. Y, cuando no se le tiene +la rienda un poco corta, amenaza trastornarlo todo. Pero me gusta así—y +un resplandor de ternura ilumina sus rasgos—y pensándolo bien, yo no +podría pasarlo sin sus locuras. Ya lo sabes, siempre tengo necesidad de +hacer el padre con alguno; en otro tiempo te tenía a ti, y ahora la +tengo a ella.</p> + +<p>Después de haber desahogado su corazón, Martín se sume en un profundo +silencio.</p> + +<p>—¿Y eres feliz?—pregunta Juan.</p> + +<p>Martín lanza densas bocanadas de su pipa; en medio de la nube en que se +ha envuelto, murmura después de una nueva pausa:</p> + +<p>—¡Hum! eso depende...</p> + +<p>—¿De qué?</p> + +<p>—De que tú no le guardes rencor.</p> + +<p>—¿Yo, guardarle rencor?</p> + +<p>—Vaya, vaya, no te defiendas.</p> + +<p>Juan no responde. No le costará mucho trabajo convencer a su hermano; y, +cerrando los ojos, hunde de nuevo la cabeza en los pámpanos que agita el +aire.</p> + +<p>Un rayo de luz le hace alzar los ojos.</p> + +<p>Es Gertrudis que, de pie en el umbral de la puerta, con una lámpara en +la mano, aparece toda confusa. Su gracioso rostro está cubierto de vivo +color y sus pestañas bajas lanzan sobre sus mejillas dos sombras +semicirculares.</p> + +<p>—¡Qué loquilla eres!—dice Martín acariciando tiernamente sus cabellos +en desorden.</p> + +<p>—¿No quieres ir a acostarte, Juan?—pregunta ella con gran seriedad.</p> + +<p>Pero su voz hace traición todavía a una leve risa que trata de reprimir.</p> + +<p>—¡Buenas noches, hermano!</p> + +<p>—Espera, que subo contigo.</p> + +<p>Juan tiende la mano a su cuñada, que vuelve la cabeza para disimular su +sonrisa.</p> + +<p>Martín le coge la lámpara y sube la escalera precediendo a su hermano. +Una vez en lo alto, se apodera de la mano de Juan, y, sin decir nada, +fija un instante su mirada franca y bondadosa sobre el rostro de su +hermano, como si no pudiese dominar aún su felicidad, se dirige a la +puerta y sale.</p> + +<p>Juan suspira y se despereza, con las dos manos apoyadas en el pecho. Le +ahoga la alegría que invade su alma. Quiere alcanzar a su hermano para +consolar su corazón con algunas palabras de ternura y de reconocimiento, +pero oye los pasos de Martín repercutiendo ya abajo, en el vestíbulo. Es +demasiado tarde. Antes de meterse en cama necesita calmarse. Apaga la +lámpara y abre una de las hojas de la ventana. El aire fresco de la +noche, que le acaricia el rostro, le produce bienestar y lo apacigua.</p> + +<p>Se inclina sobre el alféizar y silba un aria hundiendo sus miradas en la +sombra.</p> + +<p>Debajo de él, el manzano en plena florescencia balancea la masa blanca +de sus flores. ¡Cuántas veces, siendo niño, ha trepado por sus ramas! +¡Cuántas veces, cansado de jugar, se ha apoyado en el tronco, perdido en +un sueño, mientras las hojas le susurraban lindas historias! Y después, +en otoño, cuando una ráfaga pasaba sobre el árbol, caía casi entre sus +brazos una lluvia de manzanas doradas. ¡Era una delicia aquello!</p> + +<p>¡Qué de pensamientos acuden a la mente cuando se silba de ese modo! Cada +nota despierta una nueva canción, cada tonada resucita nuevos recuerdos. +Con las canciones de otro tiempo despiertan también los antiguos sueños, +que vuelan con sus alas de mariposa y recorren su vasto imperio, desde +que aparece la luna hasta que asoma la aurora...</p> + +<p>Y, mientras contempla la tierra, donde todo se sumerge en las tinieblas, +ve que se abre suavemente una ventana debajo de él, y aparece una cabeza +con el rostro vuelto hacia arriba. En el óvalo pálido, que resalta sobre +la sombra de los cabellos, ve brillar dos ojos negros picarescos que le +miran con malicia de gata joven.</p> + +<p>De pronto deja de silbar; entonces suena en su oído una risa burlona, y +la voz alegre de su cuñada le dice:</p> + +<p>—Vamos, Juan, continúa.</p> + +<p>Y, como él no quiere acceder a esa petición, la joven frunce los labios +y se pone a silbar imperfectamente algunas notas.</p> + +<p>Entonces se oye gruñir, en el interior de la casa la voz profunda de +Martín, que dice paternalmente, en tono de reproche:</p> + +<p>—No hagas tonterías, Gertrudis; déjalo dormir.</p> + +<p>—¡Pero si no duerme!—responde ella en el tono enfurruñado del niño a +quien reprenden.</p> + +<p>Después la ventana se cierra y las voces se apagan.</p> + +<p>Juan menea la cabeza riendo y se mete en la cama; pero no puede dormirse +a causa de las flores que Gertrudis ha puesto a la cabecera y cuyas +hojas llegan hasta el borde del lecho. Con los manojos de lilas +violáceas se mezclan los narcisos de cáliz estrellado de suave blancura. +Se vuelve, después de arrodillarse en la cama, y hunde su rostro en las +flores. Los pétalos delicados lo acarician y besan sus párpados y sus +labios.</p> + +<p>De pronto presta oído. Del suelo sube el rumor de una risa apenas +perceptible, como si llegase del centro de la tierra; una risa leve como +el ala del viento rozando la hierba... ¡pero tan alegre, de tan loca +alegría!...</p> + +<p>Escucha un instante y espera oírla por segunda vez; pero todo queda en +silencio.</p> + +<p>—¡Qué loquilla!—dice alegremente.</p> + +<p>Vuelve a caer sobre la almohada, y se duerme con la sonrisa en los +labios.</p> + + + +<h3><a name="VII" id="VII"></a>VII</h3> + + +<p>A la mañana siguiente, Juan busca en el cuarto sus ropas de trabajo. Le +aprietan un poco en los hombros. ¡Cristo! ¡cómo ha engrosado!</p> + +<p>Ya está alto el sol. Le parece que pone menos luz y calor en cualquier +parte que no sea en aquella soledad florida. Es una cosa particular el +sol del país natal. Dora todo lo que toca, y brotan canciones de los +labios que acaricia. ¡Qué hermosa es la vida en la casa paterna! ¡Viva +la alegría!</p> + +<p>—Tengo ahora en casa todo un nido de alegres pájaros;—dice riendo +Martín, que va a darle los buenos días. Sigue cantando, muchacho... +Estoy acostumbrado desde que vive aquí Gertrudis... Pero ¿qué vas a +hacer con esa blusa blanca?</p> + +<p>—¿Crees acaso que voy a estar aquí de brazos cruzados?</p> + +<p>—Descansa un día más.</p> + +<p>—¡Ni una hora! Mis ropas de holgazán están colgadas ya de un clavo.</p> + +<p>Martín ha visto las flores que están a la cabecera del lecho, y dice +riendo de mala gana.</p> + +<p>—¡Habrase visto! Le he prohibido que haga eso conmigo y te da a ti esa +mala broma. Por eso estás hoy tan pálido.</p> + +<p>—¿Pálido, yo? No lo creo.</p> + +<p>—No le digas nada. Yo le prohibiré que haga estas tonterías.</p> + +<p>Y bajan los dos juntos.</p> + +<p>No se ve a Gertrudis en ninguna parte de la casa.</p> + +<p>—Está en el jardín desde las cinco—dice Martín sonriendo con +complacencia.—Todo marcha aquí al vapor desde que ella tiene la +dirección de la casa... Es viva como una ardilla, y está en pie desde el +alba; y siempre contenta... siempre entonando canciones y soltando +gritos de alegría.</p> + +<p>Al dirigirse al molino, los dos hermanos ven pasar por arriba de ellos, +rozando sus cabezas, un tronco de zanahoria.</p> + +<p>Martín se vuelve riendo, y hace con el dedo un ademán de amenaza.</p> + +<p>—¿Quién es?—pregunta Juan, recorriendo con la mirada el patio, donde +no se ve alma viviente.</p> + +<p>—¿Quién quieres que sea, sino ella?</p> + +<p>—¿Y no ves nada que indique dónde está?</p> + +<p>—Nada absolutamente... Es un verdadero diablillo, se hace invisible +cuando quiere.</p> + +<p>Y, con el rostro radiante, sigue a su hermano al molino.</p> + +<p>Pasan las horas. Juan quiere demostrar lo que puede hacer, y trabaja con +gran energía. Mientras está vigilando en la galería el trituramiento del +grano en la tolva, siente que le tiran de la blusa.</p> + +<p>Mira hacia abajo. Gertrudis, de pie en la escalera, con las mejillas +tostadas por el sol y los ojos brillantes, le hace una seña con el dedo:</p> + +<p>—Ven a almorzar.</p> + +<p>—Al instante.</p> + +<p>Termina su trabajo y se coloca a su lado.</p> + +<p>—¡Brrr!—exclama la joven sacudiéndolo;—¡cómo te has vestido!</p> + +<p>—¿Y qué?</p> + +<p>—Ayer me gustabas más.</p> + +<p>Dicho esto, le tiende la mano para darle los buenos días, y baja +apresuradamente la escalera, divirtiéndose en esparcir delante de ella +una lluvia de harina.</p> + +<p>Al pasar por delante de la habitación que Martín llama <i>su despacho</i>, su +rostro toma una expresión misteriosa, y deteniéndose, levanta las dos +manos en el aire, como para conjurar un espíritu.</p> + +<p>Al cabo de un instante, pregunta en voz baja:</p> + +<p>—Di, ¿qué hay ahí dentro?</p> + +<p>—No sé.</p> + +<p>—Yo tampoco. ¿No tienes permiso para entrar ahí?</p> + +<p>—No.</p> + +<p>—¡Alabado sea Dios! Entonces no soy yo sola la tonta... Cuando tengo +que decirle algo, es preciso que llame a la puerta... Vamos, di la +verdad, ¿te parece que eso está bien? Yo no soy una chiquilla para +que... Pero me callo; no hay que hablar mal del marido. Sin embargo, tú +eres su hermano; intercede por mí junto a él, ruégale que me diga qué +hay dentro. ¡Si vieras cuan intrigada estoy!</p> + +<p>—¿Te figuras que me lo dirá?</p> + +<p>—Entonces tendremos que consolarnos juntos... Ven.</p> + +<p>Y, de un salto, transpone los tres peldaños que conducen al umbral de la +puerta.</p> + +<p>Durante el almuerzo, adopta de improviso una fisonomía seria, y habla +con importancia de los cuidados que le da el manejo de la casa. Había +adquirido, es cierto, en su familia, la costumbre de salir de apuros +sola, porque su pobre madre había muerto hacía muchos años, y antes de +la confirmación, había tenido que dirigir la casa de su padre; pero la +tarea no era muy pesada: su padre no tenía a su servicio más que un +criado para el molino y los trabajos del campo... ¡se extenuaba de +trabajo el pobre padre!</p> + +<p>Sus ojos se llenan de lágrimas. Confusa, vuelve la cabeza. Después se +levanta vivamente y pregunta:</p> + +<p>—¿No tienes ganas?</p> + +<p>—No.</p> + +<p>Luego continúa.</p> + +<p>—Ven conmigo al jardín. Conozco una espesura donde se está muy bien +para hablar.</p> + +<p>—Allá, en el extremo de la alameda. Es también mi lugar favorito.</p> + + + +<h3><a name="VIII" id="VIII"></a>VIII</h3> + + +<p>Penetran juntos en el jardín que el sol inunda con sus rayos ardientes, +y respiran más libremente bajo la bóveda de verdor que los envuelve en +su fresca sombra.</p> + +<p>Gertrudis se echa negligentemente sobre el banco de césped y coloca bajo +su cabeza, a guisa de almohada, sus brazos, bruñidos por el sol.</p> + +<p>A través del tupido follaje se deslizan aquí y allá algunos rayos que +adornan sus vestidos con manchas de oro, ruedan sobre su cuello y sus +mejillas, y rozan su frente, poniendo un claro fulgor en su cabellera +obscura y rizada.</p> + +<p>Juan se sienta frente de ella y la contempla con una admiración que no +procura disimular.</p> + +<p>Está persuadido de que en su vida ha visto tanta gracia. ¡Qué encanto en +la actitud de esa joven cuñada medio tendida! Las palabras de su hermano +le vuelven a la memoria: «¿Me habría sido posible no amarla?»</p> + +<p>—No sé, pero hoy siento ganas de charlar—dice Gertrudis con sonrisa +confiada;—y coloca más cómodamente su cabeza.—¿Y tú, estás dispuesto a +escuchar?</p> + +<p>Él hace un signo afirmativo.</p> + +<p>—Entonces... el pan no era abundante en casa y los pedazos estaban +contados. En cuanto a la manteca para poner en él, inútil es hablar de +ella. Si yo no hubiese cuidado el huerto, cuyos productos se vendían en +la ciudad, nos habría sido imposible vivir. ¿Por qué la gente lleva toda +su harina al molino de agua de los Felshammer, sin pensar que en los +molinos de viento los pobres molineros necesitan vivir también? Esto es +lo que nos decíamos a menudo; y mirábamos con odio vuestra casa... Pero +he aquí que, de repente, llega Martín. Quiere, dice, vivir en buenas +relaciones con sus vecinos. Se muestra amable y cariñoso con el padre, +amable y cariñoso conmigo. Lleva a los muchachos pasteles y azúcar +cande, y todos nos enamoramos de él. Y al fin declara al padre que me +quiere por mujer... «¡Pero si no tiene nada!—dice mi padre.—«Tampoco +quiero yo nada» responde él. Y figúrate... ¡me toma sin un céntimo de +dote!... Ya puedes comprender mi alegría, pues el padre me había +repetido con frecuencia: «Hoy todos los hombres van detrás del dinero; +tú eres pobre, Gertrudis; prepárate para quedar soltera». Y, sin +embargo, me he casado antes de los diez y siete años... Por lo demás, yo +profesaba desde hacía mucho profundo afecto a Martín; porque, aunque era +un poco tímido y avaro de sus palabras yo había leído en sus ojos su +buen corazón. No puede franquearse tanto como quisiera, y eso es todo. +Yo sé cuán bueno es; y a pesar de su talante gruñón, a pesar de las +reprimendas que me echa, no dejaré de amarlo toda mi vida.</p> + +<p>Guarda silencio un instante y se pasa la mano por el rostro como para +echar al rayo de sol que le dora las pestañas y hace brillar sus ojos +con colores vivos y tornasolados.</p> + +<p>—Mira si es bueno para los míos—continúa con apresuramiento, como si +creyera no poder encontrar bastante afecto para acumularlo sobre la +cabeza de Martín.—Quería darles cada año una pensión, no sé de cuánto; +pero yo no lo he consentido, porque no podía conciliarme con la idea de +que mi padre estuviera reducido a aceptar una limosna en sus últimos +días, aunque se la diese su yerno. Pero me he reservado una cosa: +continuar aquí el cultivo del huerto, al que estaba acostumbrada en +nuestra casa, y quedarme con lo que produzca.</p> + +<p>El empleo de ese dinero es cuenta mía.</p> + +<p>Se sonríe mirándolo con aire triste, y continúa:</p> + +<p>—Tienen verdadera necesidad de él en casa; porque, ya lo ves, hay tres +chicos todavía, que alimentar y vestir sin contar que, desde que yo +partí, tienen que valerse de una criada.</p> + +<p>—¿No tienes hermanas?—pregunta Juan.</p> + +<p>Ella menea la cabeza y dice, lanzando de improviso una risotada:</p> + +<p>—¡Es escandaloso! Ni siquiera una, de la cual pudieras hacer tu mujer.</p> + +<p>El ríe con ella y dice:</p> + +<p>—No es una mujer lo que necesito ahora.</p> + +<p>—¿Entonces, qué?</p> + +<p>—Una hermana.</p> + +<p>—Pues bien, ya tienes una—dice ella levantándose de un salto y +acercándose a él.</p> + +<p>Después, avergonzada sin duda de su vivacidad, se deja caer ruborosa +sobre el banco de césped.</p> + +<p>—¿De veras?—dice con los ojos brillantes.</p> + +<p>Ella hace un leve mohín y dice vivamente:</p> + +<p>—¿Hay que hacer tanto esfuerzo acaso? La mujer de un hermano es casi +una hermana ya.</p> + +<p>Y, midiéndolo de pies a cabeza con una sonrisa, añade:</p> + +<p>—Creo que, con un hermano como tú, se podría ir a cualquier parte.</p> + +<p>—Cinco pies y diez pulgadas, ex hulano de la guardia... ¡si basta +eso!...</p> + +<p>—Y en último término, tú serías también un buen compañero de juegos.</p> + +<p>—¿Necesitas uno?</p> + +<p>—¡Oh sí!—responde ella con un suspiro;—la vida es aquí tan tranquila, +tan seria... No hay nadie con quien pueda uno correr como hacía yo en +otro tiempo con mis hermanos. Con frecuencia he estado a punto de tomar +por el cuello a un mozo del molino; pero ¡la dignidad!... ¡el +respeto!...</p> + +<p>—Bueno, pues ahora estoy yo—dice él, riendo.</p> + +<p>—Por eso fundo en ti grandes esperanzas.</p> + +<p>—Entonces, tómame por el cuello.</p> + +<p>—Tienes demasiada harina encima.</p> + +<p>—¡Vaya una mujer de molinero, que tiene miedo a la harina!—dice Juan +en tono burlón.</p> + +<p>—Deja—concluye ella,—que ya llegará la hora en que ponga a prueba tus +habilidades de jugador.</p> + + + +<h3><a name="IX" id="IX"></a>IX</h3> + + +<p>Mientras los tres descansan en el emparrado, a la hora del crepúsculo, +Juan, que con la cabeza oculta entre los pámpanos sueña en silencio como +su hermano, siente de pronto una cosa redonda, que no acierta a definir, +chocar contra su frente y caer al suelo. «Quizás sea una cochinilla» se +dice; pero el ataque se repite por segunda y tercera vez.</p> + +<p>Entonces lanza una mirada recelosa a Gertrudis, que estatua viva de la +inocencia, canturrea melancólicamente la tonada: <i>En un fresco valle.</i> +Sin embargo, entretanto fabrica a hurtadillas las bolitas de pan que le +sirven de proyectiles.</p> + +<p>Juan reprime un acceso de risa y coge disimuladamente una rama de viña, +de la que penden todavía algunos racimos secos del año anterior. Ella le +lanza un nuevo proyectil; y él le dispara, pronto para la respuesta, un +grano a la nariz. Ella se estremece, lo mira un momento toda +desconcertada; y, al inclinarse el joven hacia ella, con el rostro más +serio del mundo, lanza una ruidosa y alegre carcajada.</p> + +<p>—¿Qué pasa?—dice Martín, arrancado violentamente a su somnolencia.</p> + +<p>—¡Ha pasado por la prueba!—responde Gertrudis lanzándose a su cuello.</p> + +<p>—¿Qué prueba?</p> + +<p>—Si te lo digo vas a reñirnos; prefiero callarme.</p> + +<p>Martín interroga con una mirada a su hermano.</p> + +<p>—¡Oh, nada!—dice éste con tímida sonrisa.—Era una broma... Nos +bombardeábamos.</p> + +<p>—Está bien, hijos míos, bombardeaos;—dice Martín, que continúa fumando +en silencio.</p> + +<p>Juan está muy avergonzado, y Gertrudis contempla a su nuevo camarada de +juegos con una mirada maliciosa y provocativa.</p> + +<p>«Revoltosa». Sí; ese era el nombre que había dado Martín Felshammer a su +mujer...</p> + + + +<h3><a name="X" id="X"></a>X</h3> + + +<p>Desde aquel día, se repiten las bromas en las horas tranquilas y +silenciosas del crepúsculo, que Martín ama tanto.</p> + +<p>En las apacibles alamedas del huerto suenan gorgeos y risas; sobre el +césped pasan como una tromba dos figuras humanas que se persiguen; se +bromea, se suelta a los perros para que hagan ruido; se caza a los gatos +de la vecindad que se dan las citas amorosas en el molino; se juega al +escondite detrás de los montones de heno y de los setos.</p> + +<p>Martín los deja en plena libertad, y contempla esas locuras con la +mirada benévola e indulgente de un padre. En el fondo, preferiría la +calma de antes; pero son tan felices ellos, en su juventud y su +inocencia, con los ojos brillantes y las mejillas encendidas, que sería +un crimen turbar su alegría con observaciones molestas. Después de todo +son unos niños.</p> + +<p>Además ¿no hay también horas menos ruidosas? Cuando Gertrudis dice: +«Juan, ven a cantar», se sientan juiciosamente uno al lado del otro en +el emparrado, o cuando se pasean lentamente a la orilla del riachuelo; y +cuando Martín ha encendido su pipa y está dispuesto a escucharlos, sus +voces resuenan claras y vibrantes en la sombra de la noche.</p> + +<p>Bien pronto llegan instantes de solemne encanto. Los pájaros, que van a +entregarse al sueño, gorjean en las ramas, una leve brisa sopla en los +pámpanos y el sordo murmullo de la presa sirve de acompañamiento... +¡Cómo ha cambiado su humor de repente! Estaban alegres al empezar; pero +las tonadas que cantan son cada vez más tristes, y el acento de sus +voces cada vez más quejumbroso. Hace apenas unos minutos, sus cabezas se +tocaban; entonces están serios, con las manos juntas y los ojos puestos +en el cielo arrebolado. Sus voces suenan admirablemente unidas. Juan +tiene una voz de tenor clara y suave, que concierta muy bien con las +notas de contralto, llenas y graves, de Gertrudis, y nunca le falta oído +cuando se trata de acompañar de improviso una canción nueva.</p> + +<p>Lo extraño es que nunca puedan cantar cuando están solos. Si, mientras +están cantando, tiene Martín que alejarse, llamado por algún asunto, en +seguida sus voces pierden la seguridad y los jóvenes se miran +sonriendo; uno u otro, por lo regular, deja escapar una nota falsa, y la +canción queda inconclusa.</p> + +<p>Cuando Martín está ausente de la casa o se encierra en su despacho, lo +que sucede una vez o dos por semana, los dos guardan silencio, como de +común acuerdo; ninguno de ellos se atrevería a invitar al otro a cantar.</p> + +<p>En cambio, tienen otras ocupaciones más interesantes, a las que sólo +pueden dedicarse cuando no hay que temer la indiscreción de un tercero.</p> + +<p>Mientras estaba en el servicio, Juan se ha hecho un lindo cuaderno de +música, en el que ha compilado las canciones alegres y sentimentales que +más le gustaban. El género sentimental es el que lo entusiasma. Las +desesperaciones de amor, los cantos fúnebres, se alternan allí con las +consideraciones poéticas sobre la vanidad de la existencia, y lo corona +todo el estallido de desesperación de Kotzebue, desbordamiento de +sentimentalismo que ha sido durante medio siglo la más popular de las +poesías alemanas.</p> + +<p>Ese cuaderno responde perfectamente al gusto poético de Gertrudis. En +cuanto se ve sola con Juan, le murmura en tono de súplica:</p> + +<p>—Ve a buscar las canciones.</p> + +<p>Entonces se sientan en un rincón retirado, y juntan sus cabezas; durante +la lectura sienten con delicia que un estremecimiento de voluptuosidad +les recorre el cuerpo.</p> + +<p>He aquí, en primer lugar, esa poesía extraña:</p> + +<p class="c smcap">El conde Orsinski a su amada</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">En señal de adiós, recibe las quejas de mi corazón,</span><br /> +<span style="margin-left: 5em;">Transformadas en dulce armonía,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Pero no trates nunca de adivinar lo que estos acentos dicen.</span><br /> +</p> + +<p>Y esta antigua romanza popular:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 3em;">Enrique descansaba junto a su reciente esposa,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Rica heredera de las orillas del Rin...</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Suena la media-noche, y a través de la cortina,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Pasa de pronto una mano blanca y delicada:</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">¿A quién vio? A su Guillermina,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Que se erguía ante él envuelta en un sudario.</span><br /> +</p> + +<p>Al llegar a eso, Gertrudis se estremece; y, llena de angustia, con sus +grandes ojos azorados, mira fijamente delante de ella, a través de la +sombra del crepúsculo... pero su sonrisa pone de manifiesto, al mismo +tiempo, un delicioso éxtasis.</p> + +<p>Pero lo maravilloso en ese cuaderno es una composición titulada: <i>La +bella molinera</i>.</p> + +<p>—¿Dónde has encontrado esto?—pregunta Gertrudis, impresionada por el +título.</p> + +<p>—Un camarada, que era músico, tenía estas canciones en un gran +cuaderno. De allí las copié yo. El que las ha hecho se llamaba Molinero +de apellido y creo que ejercía además ese oficio.</p> + +<p>—¡Lee, lee, pronto!—exclama Gertrudis.</p> + +<p>Pero Juan se niega.</p> + +<p>—Es demasiado triste—dice cerrando el libro.—Será otra vez.</p> + +<p>Pero Gertrudis le suplica tanto, que tiene que acceder a sus deseos.</p> + +<p>—Ven esta tarde conmigo a la presa—dice;—tengo que hacer allá. Nadie +nos incomodará entonces, y te lo leeré siempre que... naturalmente...</p> + +<p>Y guiña el ojo en dirección al <i>despacho</i>. Gertrudis hace una señal con +la cabeza. Se entienden a maravilla.</p> + + + +<h3><a name="XI" id="XI"></a>XI</h3> + + +<p>Después de comer, Martín se retira a su escritorio, seguido por las +miradas impacientes de Gertrudis, que espera el momento en que va a +conocer los secretos de «la bella molinera.»</p> + +<p>Atraviesan de bracete la pradera, para ir a la presa. La hierba está +húmeda de rocío. El cielo, surcado de bandas rojizas. Sobre el fondo +luminoso resalta, perfectamente recortada, la figura negra del bosque de +abetos, que, triste y silencioso, rodea el llano. A medida que se +aproximan, los mugidos del agua llegan cada vez con más fuerza a sus +oídos... Los rayos del sol poniente se reflejan en los torbellinos de +las ondas, y las gotas de espuma que saltan son otras tantas chispas. +Del otro lado de la presa, el río tranquilo parece un espejo; los +árboles lanzan su sombra y reflejan su imagen en las aguas, demasiado +profundas para ser transparentes.</p> + +<p>Se acercan en silencio a la presa.</p> + +<p>En esa época, durante los calores del mes de junio, la presa no da gran +trabajo; pero, en los primeros días de la primavera, y en el otoño, +durante las grandes avenidas, cuando es preciso alzar las compuertas +para dar paso a las aguas y a los carámbanos, sin que encuentren +obstáculos, hay que poner un poco de atención y hay que apelar a todas +las fuerzas para no verse arrastrado con las piezas de madera por el +torbellino de las aguas.</p> + +<p>Juan alza dos esclusas. Eso basta por el momento. Después suelta la +palanca y apoya el codo en el pretil del puente levadizo. Gertrudis, que +durante todo ese tiempo ha estado contemplándolo sin decir nada, se +lanza por sobre la gran viga que atraviesa la corriente de agua de una +orilla a otra, a algunos pasos de ella.</p> + +<p>—Vas a sentir vértigo, Gertrudis—dice Juan echando una mirada inquieta +a la esclusa, por la que las aguas pasan con rapidez espantosa, sobre el +fondo de tablones inclinados, para precipitarse en seguida espumosas en +la corriente.</p> + +<p>Gertrudis suelta una risotada y dice que muchas veces ha estado sentada +allí horas enteras, mirando las aguas, sin sentir vértigo alguno. +Además, ¿no está allí entonces por necesidad? Su mirada, en la que se +lee una curiosidad impaciente, está fija en el bolsillo de Juan; y +cuando éste saca su cuaderno de música, la joven exhala un gran +suspiro, encantada ante la idea de los esplendores que presiente, y +junta las manos como una criatura a quien su abuela va a contar una +historia. Juan comienza.</p> + +<p>Las palabras conmovedoras del poeta brotan de sus labios como un canto.</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">Los viajes son la pasión del molinero...</span><br /> +</p> + +<p>Gertrudis deja oír una alegre exclamación y marca el ritmo dando con el +pie en los montantes de la esclusa.</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">He oído murmurar un riachuelo...</span><br /> +</p> + +<p>Gertrudis contiene la respiración, esperando lo que sigue:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">He visto brillar el techo de un molino...</span><br /> +</p> + +<p>En su alegría, Gertrudis palmotea y muestra la granja al otro lado.</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">¿Es eso lo que quiere decir tu murmullo?</span><br /> +</p> + +<p>En este pasaje, la bella molinera entra en escena y Gertrudis se pone +seria.</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">¡Que no tenga mil brazos para golpear!</span><br /> +</p> + +<p>Gertrudis hace leves signos de impaciencia.</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">No interrogo a las flores, no interrogo a los astros...</span><br /> +</p> + +<p>Una sonrisa de satisfacción vaga por los labios de Gertrudis.</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">Me placía dibujarla en la corteza de los árboles...</span><br /> +</p> + +<p>Gertrudis lanza un profundo suspiro y cierra los ojos. Y sigue la +lectura, con los sueños del joven molinero ebrio de amor, hasta este +grito de alegría, que domina el canto de los pájaros, el murmullo del +arroyo, el ruido de las ruedas.</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">¡La hermosa molinera es mía!</span><br /> +</p> + +<p>Gertrudis abre los brazos, una sonrisa de dulce beatitud pasa por su +rostro, y se mueve su cabeza como diciendo: «¡Dios mío! ¿qué más puede +suceder?»</p> + +<p>Entonces la molinera siente de pronto una pasión misteriosa por el color +verde, se oye resonar el coro en la floresta, aparece el fiero cazador. +Gertrudis experimenta inquietud.</p> + +<p>—¿Qué viene a hacer ese aquí?—murmura dando con el puño en la viga.</p> + +<p>El pobre molinero lo comprende en seguida. Su triste canción dice:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">Quisiera partir, perderme en la inmensidad del mundo,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Si todo no estuviera tan verde, tan verde en el bosque y en los campos...</span><br /> +</p> + +<p>Gertrudis, agitada por el temor y la esperanza, hace en el aire un +ademán. ¡Eso no es posible! ¡es preciso absolutamente que todo concluya +bien!</p> + +<p>Y después:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 4em;">Florecillas que me dio ella,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Que os pongan a todas en mi tumba.</span><br /> +</p> + +<p>Los ojos de Gertrudis están húmedos de lágrimas, pero la joven sigue +confiando en la desaparición del cazador y en la conversación de la +molinera. No puede, no debe ser de otro modo. El molinero y el arroyo +comienzan su diálogo melancólico; el arroyo quiere consolar al molinero, +pero éste no conoce más que una sola quietud, un solo reposo:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 3em;">¡Ay! querido arroyuelo; tu intención es buena...</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Pero ¡ay! ¿sabes tú acaso el mal que el amor hace?</span><br /> +</p> + +<p>Gertrudis aprueba vivamente con la cabeza. ¿Qué quiere decir ese +estúpido arroyuelo?... ¿Qué sabe él de amor ni de penas?... En seguida +viene la misteriosa barcarola que cantan las ondas. Sin duda, el joven +molinero se ha dormido a la orilla del arroyo; un beso va a despertarlo, +y, cuando abra los ojos, la molinera se inclinará sobre él para decirle: +«¡Perdóname! ¡siempre te he amado!» Pero no... ¿qué significan esas +extrañas palabras de <i>cámara de cristal azul</i>? ¿Por qué es preciso que +duerma allí hasta que el mar haya absorbido la última gota de los +riachuelos? Y puesto que para cerrarle los ojos la mala muchacha tiene +que tirar su pañuelo al agua, eso prueba que el dormido no reposa en la +orilla, sino en el fondo.</p> + +<p>Gertrudis oculta su rostro entre las manos y estalla en sollozos +convulsivos; y, como Juan quiere continuar la lectura, le dice:</p> + +<p>—¡Basta! ¡basta!</p> + +<p>—Gertrudis, ¿qué tienes?</p> + +<p>Ella le hace la seña de que la deje. Sus lágrimas son cada vez más +abundantes y su cuerpo tiembla todo; busca un apoyo y se inclina hacia +atrás.</p> + +<p>Juan lanza un grito de angustia, y, de un salto, se precipita para +recibirla en sus brazos.</p> + +<p>—¡Por el amor de Dios, Gertrudis!—dice con la voz trémula, respirando +con esfuerzo.</p> + +<p>Un sudor frío cubre su frente. La joven inclina su cabeza sobre el pecho +de Juan, le echa los brazos al cuello y llora.</p> + +<p>Al día siguiente dice Gertrudis:</p> + +<p>—Ayer me porté como una chiquilla, Juan, y creo que, a poco más, caigo +al agua.</p> + +<p>—Ya habías perdido el equilibrio—dice él.</p> + +<p>Y se estremece al recordar el terrible instante.</p> + +<p>Una sonrisa sentimental pasa por los labios de Gertrudis.</p> + +<p>—Entonces habría concluido para siempre—dice la joven con un profundo +suspiro.</p> + +<p>Pero, un instante después, se ríe ella misma de su locura.</p> + + + +<h3><a name="XII" id="XII"></a>XII</h3> + + +<p>Pasan los días. Juan, como camarada de juegos, ha sobrepujado todas las +esperanzas de Gertrudis. Los dos son inseparables; y Martín se ve +reducido al papel de espectador... no puede, con una sonrisa gruñona, +hacer más que decir amén a todas sus locuras.</p> + +<p>Es un encanto verlos atravesar el patio, persiguiéndose uno al otro, +como si tuviesen alas en los talones. Gertrudis corre tan ligera que sus +pies apenas tocan el suelo. Sin embargo, Juan es más ágil; por mucho que +dure la carrera, siempre la alcanza. Viendo que no hay posibilidad de +escapar, la joven se agazapa como un polluelo, asustado; y cuando él, +triunfante, la toma en brazos, su cuerpo esbelto se yergue como si, al +contacto de Juan, la sacudiese una conmoción eléctrica.</p> + +<p>David, el viejo criado, observa sus juegos con gran atención, por la +claraboya del granero, donde ha establecido su residencia; rasca su +cabeza gris, y murmura entre dientes toda clase de cosas +incomprensibles.</p> + +<p>Gertrudis lo ve un día y se lo muestra a Juan.</p> + +<p>—Habrá que hacer una broma a ese viejo cazurro—murmura la joven.</p> + +<p>Juan le refiere la mala pasada que jugó a David en otro tiempo, al +descubrir el escondite en que el viejo guardaba la harina que robaba.</p> + +<p>—¿Si pudiéramos conseguir hacer hoy lo mismo?—dice Juan riendo.</p> + +<p>—Lo buscaremos.</p> + +<p>Dicho y hecho, o casi hecho. El domingo siguiente, el molino está +parado; los criados y los molineros han salido. Juan coge el manojo de +llaves colgado de la pared y hace una seña a Gertrudis para que le siga.</p> + +<p>—¿Adónde vais?—pregunta Martín alzando los ojos del libro.</p> + +<p>—Una gallina está poniendo fuera del gallinero;—dice vivamente +Gertrudis.—Vamos a buscar el nido.</p> + +<p>Y ni siquiera se pone colorada.</p> + +<p>Hacen entonces una investigación escrupulosa en los establos, en la +granja, en el granero y en el pajar; pero registran sobre todo el +molino, suben y bajan las escaleras, y revuelven el cuarto de los +trastos viejos.</p> + +<p>Escudriñan sin ningún resultado, durante dos horas, por lo menos, y de +repente, Gertrudis, que no tiene miedo de meterse en el rincón más +recóndito del granero, anuncia que ha encontrado lo que buscaba. Entre +los haces de leña que se deshacen en polvo, las ruedas de engranaje +inservibles y los restos de los diez últimos años, aparecen varios sacos +de harina y de avena; al lado se ve un buen número de utensilios +pequeños: martillos, tenazas, cepillos, cuchillos de mesa. Con los ojos +brillantes, el rostro lleno de tierra y los cabellos cubiertos de +telarañas, Gertrudis sale del escondrijo lanzando gritos de alegría; +cuando Juan se ha cerciorado de que no hay error, el consejo de guerra +se reúne y delibera.</p> + +<p>¿Conviene enterar a Martín del secreto? No; se incomodaría y acabaría +por echarles a perder la broma. Juan tiene una idea. Vierte el contenido +de los sacos en una medida igual, después llena esos sacos de tierra y +de arena, y esparce encima una capa de negro de humo, como el que usan +los cocheros para teñir los arneses. Sumerge por un momento los +instrumentos en el tonel de alquitrán; y, cuando ha vuelto a poner todas +las cosas en su orden primitivo, considera terminada su tarea.</p> + +<p>Abandonan el molino penetrados de una alegría profunda; se trasladan a +la balsa para lavarse la cara y las manos, se ayudan mutuamente a +limpiarse las ropas, y entran en la casa esforzándose por adoptar la +expresión más inocente posible. Sin embargo, Martín no tarda en notar en +sus labios leves movimientos que les hacen traición; los amenaza +sonriendo, pero no les dirige la menor pregunta.</p> + +<p>Pasan tres días en la más viva impaciencia; después, una mañana, Juan, +sin aliento, corre al jardín en busca de Gertrudis, con el semblante +enrojecido a fuerza de contener las ganas de reír. Al instante, ella +suelta la azada y se precipita con él al patio. Delante de la balsa está +el viejo David furioso y desfigurado, medio blanco, medio transformado +en deshollinador. Tiene el rostro y las manos negras como el carbón, y +sobre sus ropas aparecen enormes manchas de alquitrán. En las ventanas +del molino se ven las caras de los molineros que ríen a carcajadas, y +Martín se pasea delante de la casa vivamente sobreexcitado.</p> + +<p>La escena es en extremo cómica, y Juan y Gertrudis creen que van a morir +de risa. David, que sabe muy bien de qué lado debe buscar a sus +enemigos, les lanza una mirada llena de odio. Procura limpiarse, pero el +terrible negro de humo, mezclado con el alquitrán se pega de tal modo, +que parece ser el color natural de su piel. Al fin, Martín, lleno de +lástima por el pobre diablo, lo hace entrar en el cuarto de los criados +y dice a Gertrudis, que de tanto reír tiene los ojos llenos de lágrimas, +que vaya a buscarle un traje viejo de trabajo.</p> + +<p>Al mediodía, durante la comida, los jóvenes cuentan a Martín la broma +que tan bien les ha salido. El menea la cabeza desaprobando, y dice que +hubiera sido mejor comunicarle el descubrimiento que habían hecho. +Después al abandonar la sala, se le oye murmurar palabras como +«veintiocho años de servicios» y «bromas de chiquillos».</p> + +<p>Gertrudis y Juan cambian una mirada de inteligencia que quiere decir: +«¡Qué aguafiestas!»</p> + +<p>Durante tres días más, el suceso es para los jóvenes un manantial de +alegría, que saborean en secreto.</p> + + + +<h3><a name="XIII" id="XIII"></a>XIII</h3> + + +<p>El domingo, Martín va al pueblo a cobrar deudas viejas; no volverá antes +de la noche. Los molineros se han ido a la taberna. El molino está +desierto.</p> + +<p>—Voy a despedir también a las criadas—dice Gertrudis a +Juan.—Estaremos entonces completamente solos y podremos hacer alguna +cosa.</p> + +<p>—¿Qué cosa?</p> + +<p>—Ya encontraremos—dice ella riendo; se dirige a la cocina.</p> + +<p>Al cabo de media hora reaparece:</p> + +<p>—Ya se han marchado. Ahora estamos libres.</p> + +<p>Se sientan uno frente al otro y buscan en su imaginación.</p> + +<p>—Nunca volveremos a encontrar una diversión como la del domingo +pasado—dijo Gertrudis suspirando.</p> + +<p>Y, después de un momento:</p> + +<p>—Escucha, Juan.</p> + +<p>—¿Qué?</p> + +<p>—¿Sabes que tú eres para mí un verdadero don del cielo?</p> + +<p>—¿Por qué?</p> + +<p>—Desde que tú estás aquí, soy tres veces más feliz. Ya ves... él es +bueno... y tú sabes que lo quiero mucho, mucho, pero... ¡está siempre +tan serio! ¡me trata con tanta altura! Cualquiera diría que yo soy una +criatura estúpida, sin sombra de inteligencia. Sin embargo, soy +laboriosa y manejo la casa como una mujer madura. Si Dios me ha hecho +alegre como un pájaro, yo no tengo la culpa; y, después de todo, eso no +es un crimen. Pero cuando estoy delante de él y él me mira con su cara +grave y enfurruñada, se me pasan las ganas de hacer locuras... y de +estar sentada e inmóvil una se aburre a menudo, una...</p> + +<p>Se detiene y reflexiona. Querría quejarse pero no sabe de qué.</p> + +<p>—Contigo, es otra cosa—continúa.—Tú eres un buen muchacho, que no +dice nunca que no. ¡Contigo se puede hacer lo que una quiera!... Tú no +tienes la sonrisa desdeñosa que aparece siempre en sus labios, cuando se +le refiere algo, y que quiere decir: «Te escucho, pero no estás contando +más que tonterías.» Entonces se me ahogan las palabras en la garganta... +Mientras que a ti... sí, a ti se te puede confiar todo lo que le pasa a +una por la cabeza.</p> + +<p>Apoya pensativa su rostro en las dos manos, mientras que con un +movimiento de vaivén balancea sus codos sobre las rodillas.</p> + +<p>—¿Y qué te pasa por la cabeza en este momento?—pregunta Juan.</p> + +<p>Ella se pone colorada y se levanta vivamente.</p> + +<p>—¿A que no me pillas?—grita parapetándose detrás de la mesa.</p> + +<p>Pero, cuando él va a perseguirla, ella se adelanta tranquilamente.</p> + +<p>—¡Deja!... vamos a hacer algo. Ahí están las llaves... quizás se nos +ocurra alguna idea.</p> + +<p>Juan descuelga el manojo de llaves y la sigue al patio, donde el sol del +mediodía lanza sus rayos ardientes.</p> + +<p>—Abre el molino—dice Gertrudis.—Allí hace fresco.</p> + +<p>El obedece; y ella sube de un salto los escalones y entra en la penumbra +de la sala, donde reina el silencio del domingo.</p> + +<p>—Sola, tendría miedo aquí—dice, volviéndose hacia él y mostrando con +el dedo la puerta del despacho, cuya madera reluce con brillo misterioso +en medio de la semiobscuridad.</p> + +<p>La joven aparta los dedos y tiembla.</p> + +<p>—¿Nunca te ha dicho nada?—susurra al cabo de un instante inclinándose +hacia su oído.</p> + +<p>El menea la cabeza. Se siente intranquilo en la sala húmeda y sombría; +respira penosamente, tiene necesidad de aire y de luz.</p> + +<p>Pero Gertrudis se encuentra muy bien en aquella atmósfera cargada de +vapores, en aquel mediodía misterioso; el sol, filtrándose por las +claraboyas, arroja sobre el suelo sus rayos oblicuos, como cintas de +oro, donde miriadas de partículas de polvo danzan una zarabanda.</p> + +<p>El estremecimiento que se apodera de ella le causa una sensación +agradable; baja la cabeza y trepa con precaución la escalera, como si +quisiese cazar un fantasma. En lo alto, en la galería, lanza un grito; +Juan, lleno de inquietud, le pregunta qué tiene; ella responde que ha +querido simplemente dilatar el pecho. Sube a una tolva, transpone la +balaustrada y vuelve a bajar deslizándose por la escalera. Después +desaparece en la sombra de las máquinas, en el sitio en que las ruedas +poderosas alzan sus masas gigantescas. Juan la deja hacer; entonces no +hay peligro, entonces todo está inmóvil.</p> + +<p>Algunos segundos después, la joven reaparece. Se aprieta contra Juan, y, +echando a su alrededor una mirada temerosa, saca del bolsillo una +llavecita atada a un cordón de negro.</p> + +<p>—¿Qué es esto?—pregunta en voz baja.</p> + +<p>Juan lanza una ojeada hacia la puerta y mira a Gertrudis como +interrogándola.</p> + +<p>Ella hace un signo con la cabeza.</p> + +<p>—¡Colócala en su sitio!—exclama él asustado.</p> + +<p>La joven balancea la llave en la mano, acariciando con los ojos el metal +que brilla.</p> + +<p>—Un día, por casualidad, se la vi ocultar allí—murmura.</p> + +<p>—¡Colócala en su sitio!—exclama él, una vez más.</p> + +<p>La joven frunce las cejas; después, con una leve risa.</p> + +<p>—¡Esto es lo que podíamos hacer!...</p> + +<p>Y, al mismo tiempo que habla, le echa de soslayo una mirada inquieta y +trata de leer en su rostro lo que piensa.</p> + +<p>El corazón de Juan late violentamente. Surge del fondo de su alma el +presentimiento de que van a cometer una falta.</p> + +<p>—La cosa quedará entre nosotros, Juan, dice Gertrudis en tono zalamero.</p> + +<p>El cierra los ojos. ¡Qué hermoso sería tener un secreto con ella!</p> + +<p>—Y además, ¿qué mal hay en eso?—continúa la joven.—¿Por qué es él tan +misterioso, sobre todo con nosotros, que somos sus más cercanos +parientes, en el mundo?</p> + +<p>—Por eso precisamente no deberíamos engañarle.</p> + +<p>La joven golpea la tierra con el pie.</p> + +<p>—¡Engañarle! ¡qué expresiones usas!</p> + +<p>Y en tono enfurruñado añade:</p> + +<p>—Vaya, no hablemos más.</p> + +<p>Se dispone a llevar la llave a su escondite. Pero le hace dar dos o tres +vueltas entre los dedos, y finalmente, con una alegre explosión de risa:</p> + +<p>—¡Qué diablo! no es la misma.</p> + +<p>Se acerca a la puerta y compara, meneando la cabeza, el agujero de la +cerradura con el tamaño de la llave; después, con movimiento rápido, +mete la llave en el ojo.</p> + +<p>—¡Pues entra!...</p> + +<p>Y, fingiendo sorpresa, mira por encima del hombro a Juan, que, de pie +detrás de ella, sigue con ansiedad los movimientos de su mano.</p> + +<p>—Hazla girar—dice ella en tono de broma y retrocediendo un paso.</p> + +<p>Juan tiembla. ¡Oh, Eva tentadora!</p> + +<p>—Hazla girar y déjame asomar la cabeza por la abertura—dice la joven +riendo.—Tú no tienes necesidad de ver nada.</p> + +<p>Entonces, cediendo a un violento impulso, Juan hace girar la llave; por +la puerta, abierta de par en par, les llega de la ventana un rayo de +luz ofuscadora.</p> + +<p>En el rostro de Gertrudis se pinta el desencanto. Tiene delante de ellos +una pieza muy sencilla, amueblada como el despacho de un comerciante, +con las paredes peladas y blancas. En el centro se ve una gran mesa de +trabajo, toscamente pintada y llena de muestras de granos y de libros de +contabilidad; en una de las paredes están colgadas ropas usadas; en la +otra, hay un estante cargado de cuadernos azules y le libros de +encuadernación modesta. Juan echa a su alrededor una mirada tímida; +después se acerca a los libros y se pone a leer los títulos.</p> + +<p>¡Qué biblioteca tan lúgubre! Son obras de medicina, que tratan de las +enfermedades del cerebro, de las lesiones del cráneo y de otros asuntos +del mismo género; disertaciones filosóficas sobre la herencia de las +pasiones: una <i>Historia de los accesos de cólera y de sus terribles +consecuencias</i>, un <i>Tratado del dominio sobre sí mismo</i>, y una obra de +Kant, <i>El Arte de dominar por la voluntad los sentimientos mórbidos</i>. +Hay también libros de literatura, casi todos sobre el fratricidio. Al +lado de novelas lúgubres, como <i>El fin trágico de toda una familia en +Elsterwerda</i>, se encuentran: <i>La novia de Messina</i>, de Schiller, y +<i>Julio de Tarento</i>, de Leisewitz.</p> + +<p>También la teología está representada por cierto número de pequeños +tratados sobre el pecado mortal y su perdón. Al lado, en los cuadernos +azules, están compilados cuidadosamente algunos extractos, diferentes +estudios, mezclados con consideraciones melancólicas sobre las +experiencias y los pensamientos personales de Martín.</p> + +<p>Juan deja caer las manos.</p> + +<p>—¡Pobre, pobre hermano!—murmura, suspirando, con el corazón +entristecido.</p> + +<p>Entonces la mano de Gertrudis se posa sobre su hombro. La joven señala +con el dedo un rótulo colocado arriba de la puerta y pregunta en voz +baja y ansiosa:</p> + +<p>—¿Qué significa eso?</p> + +<p>En el rótulo se lee, en gruesas letras de oro, estas tres palabras: +<i>¡Piensa en Fritz!</i></p> + +<p>Juan no contesta. Se deja caer en una silla, oculta el rostro entre las +manos y llora amargamente.</p> + +<p>Gertrudis tiembla de pies a cabeza. Lo llama por su nombre, le echa los +brazos al cuello y trata de apartarle las manos del rostro; y, como todo +es inútil, se deshace también en lágrimas.</p> + +<p>Al ruido de sus sollozos se levanta Juan lentamente y mira a su +alrededor, con mirada terrible. Ve unas ropas colgadas de la pared; +ropas de niño de una época muy antigua. Las conoce perfectamente.</p> + +<p>Su madre las conservaba como reliquias en el fondo del armario; se las +había enseñado un día, diciéndole: «son los vestidos de tu hermanito +muerto.» Desde el día que ella había abandonado el mundo, los vestidos +habían desaparecido. Por lo demás, él no había vuelto a pensar en ellos.</p> + +<p>Un frío estremecimiento le recorre todo el cuerpo.</p> + +<p>—Ven—dice a Gertrudis, que no ha cesado de llorar.</p> + +<p>Abandonan el despacho. Gertrudis quiere salir en seguida del molino.</p> + +<p>—Guarda primero la llave—dice él.</p> + +<p>Bajan juntos los escalones que conducen a las máquinas; y, cuando han +colgado la llave, se precipitan fuera, como si las Furias los +persiguiesen.</p> + + + +<h3><a name="XIV" id="XIV"></a>XIV</h3> + + +<p>Desde entonces ya no hay en sus relaciones la inocente alegría de otros +tiempos.</p> + +<p>Se han convertido en cómplices.</p> + +<p>¡Con qué alegría hubieran confesado a Martín la tontería que han hecho! +Pero comparecer juntos ante él y decirle: «¡Perdónanos, hemos +pecado!...» no es posible; sería un espectáculo demasiado teatral; y el +que se encargase de hacer esa confesión tendría sobre su cómplice una +gran ventaja; estando igualmente unidos a Martín, el primero que +rompiese el silencio pasaría necesariamente por el más sincero y el +menos culpable. Además, se han prometido una discreción absoluta; y +están tanto más dispuestos a cumplir su promesa cuanto que temen tocar +el asunto: ni siquiera se atreverían a hablar de eso entre ellos +abiertamente.</p> + +<p>Desde entonces comienzan a contraer la costumbre de las reservas y los +misterios; toda palabra pronunciada en la mesa, por inocente que sea, +tiene para ellos un sentido particular más grave; toda mirada que +cambian es para ellos la señal de una inteligencia secreta.</p> + +<p>Martín no ve nada de eso; una o dos veces ha notado que «sus dos niños» +han perdido mucho de su antigua serenidad, que las canciones no brotan +ya tan alegres de sus gargantas. Pero no dice nada; sospecha que han +tenido alguna disputa y que están todavía incomodados.</p> + +<p>A la semana siguiente, un día que Martín se ha encerrado en su despacho +Gertrudis se arma de valor y dice:</p> + +<p>—Mira, Juan; es una locura que estemos atormentándonos de este modo. +Dejemos dormir esa tonta historia.</p> + +<p>—¡Si fuera tan fácil hacer como decir!—exclama él con expresión +melancólica.</p> + +<p>Ella lanza una alegre carcajada, y él ríe también.</p> + +<p>—En realidad es muy fácil.</p> + +<p>Pero han tomado gusto al misterio y no pueden perder el hábito. La menor +broma tiene un encanto más, porque es preciso «a toda costa» que Martín +no sepa nada; y, si por casualidad juntan sus cabezas parloteando, se +separan asustados al menor ruido, como si estuvieran tramando complots +criminales.</p> + +<p>No han cambiado una palabra, una mirada, un pensamiento que pueda temer +la luz del día; pero sus almas han perdido la flor de la inocencia.</p> + +<p>Llega la víspera de San Juan. Sopla un viento caliginoso. La tierra está +como embriagada; desaparece bajo las flores.</p> + +<p>Las plantas de jazmines parecen cubiertas de blanca espuma, las rosas +primaverales abren sus cálices, y los botones de los tilos empiezan a +abrirse.</p> + +<p>Gertrudis, sentada en el emparrado, ha dejado caer su labor sobre las +rodillas y se abandona al ensueño. El perfume de las flores, el calor +del sol le han turbado la cabeza; pero poco importa eso. Querría bañar +sus miembros en ese soplo abrasado, querría vaciar todos los cálices si +hubiera dentro de ellos algo que pudiera beberse.</p> + +<p>En el molino ha cesado el trabajo un poco antes de lo acostumbrado; los +mozos quieren ir a la aldea a festejar San Juan. Van a bailar, a quemar +toneles de alquitrán, a hacer los locos mientras tengan fuerzas.</p> + +<p>Gertrudis suspira. ¡Quién pudiera ir también! Martín querrá quedarse en +casa; pero Juan, Juan debería ir...</p> + +<p>Precisamente está a la entrada, haciéndole una seña con la cabeza. +Después se sienta en el banco, a su lado... Está cansado, tiene mucho +calor; ha trabajado rudamente.</p> + +<p>Algunos minutos después se levanta:</p> + +<p>—Yo no me quedo aquí. Hace un calor sofocante.</p> + +<p>—¿Adónde vas?</p> + +<p>—Voy al río. ¿Vienes?</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>Y ella deja la labor y se apoya en su brazo.</p> + +<p>—Hoy van a bailar allá, en la aldea—dice.</p> + +<p>—¿Querrías ir tú también, gatita?</p> + +<p>Ella se tuerce las manos gimiendo, para expresar mejor su deseo.</p> + +<p>—«<i>Pero, como no puedo, me quedo en casa</i>»—murmura él.</p> + +<p>—¡No he bailado nunca contigo, y querría bailar!... Tú bailas muy bien.</p> + +<p>—¿Cómo lo sabes?</p> + +<p>—¿Y tienes la desfachatez de preguntarlo?—dice ella afectando cierto +despecho;—acuérdate de la fiesta de los cazadores, hace tres años. Las +muchachas contaban de ti cosas maravillosas; decían que eras encantador, +que las llevabas muy bien bailando, ni muy sueltas ni muy apretadas; que +eras un mozo arrogante. Esto bien lo veía yo ¿pero para qué me servía? +Tus miradas desdeñosas pasaban por encima de mí como si yo no hubiera +existido.</p> + +<p>—¿Qué edad tenías entonces?</p> + +<p>Ella vacila un instante, y responde a media voz:</p> + +<p>—Catorce años y medio.</p> + +<p>—¡Ah! entonces...—dice él riendo.</p> + +<p>—Pero estaba muy crecida... completamente desarrollada en aquella +época—replica ella vivamente.—No habrías comprometido tu dignidad +haciéndome dar una vuelta o dos por la sala.</p> + +<p>—¡Bueno! Las daremos dentro de quince días en la fiesta de los +tiradores.</p> + +<p>—¿De veras?—pregunta ella con los ojos brillantes.</p> + +<p>—Martín es uno de los jefes de la corporación de los tiradores; +necesariamente ha de ir allá.</p> + +<p>Gertrudis lanza un grito de alegría; después, de repente, exclama:</p> + +<p>—Pero no tengo zapatos de baile.</p> + +<p>—Mándalos hacer.</p> + +<p>—¡Ah! ¡Son tan pesados los que hace el zapatero de la aldea!</p> + +<p>—Entonces, voy a escribir encargando para ti unos a la ciudad. Bastará +que me des la medida.</p> + +<p>—Sí... ¿quieres? ¡mi querido, mi buen Juan!...</p> + +<p>Y de pronto, soltando su brazo, se adelanta algunos pasos y grita:</p> + +<p>—¡Atrápame!</p> + +<p>Y huye como el viento.</p> + +<p>Juan se pone a perseguirla; pero está fatigado y no puede alcanzarla. +Atraviesan el puente levadizo y continúan su carrera por el prado +inmenso, que termina allá, en el bosque de abetos. Gertrudis da un +regate hábil, pasa como una flecha junto a Juan, y antes que él haya +podido seguirla está al otro lado del río. Sin aliento, toma la cadena +con que se hace mover el puente levadizo y tira con todas sus fuerzas: +la pieza de madera chirría girando sobre sus goznes, y se levanta en el +aire en el momento mismo en que Juan va a precipitarse sobre el puente. +Sorprendido, lanza un grito, y con violento esfuerzo, agarrándose a la +viga, consigue detener su impulso al borde del abismo.</p> + +<p>Gertrudis se ha puesto lívida; toda desconcertada, lo mira fijamente. +El, tratando de recobrar el aliento, hunde sus miradas en la sombría +corriente.</p> + +<p>—¡No había pensado en ello, Juan!—balbucea la joven implorando su +perdón con los ojos.</p> + +<p>Juan se echa a reír. Una alegría feroz, que le hace olvidar todo +peligro, se apodera de él.</p> + +<p>—¡Espera! ¡espera!—exclama, abriendo los brazos;—te pillaré de todos +modos.</p> + +<p>Y, de un salto temerario, se lanza sobre la estrecha viga que atraviesa +el río como un puente.</p> + +<p>—¡Juan!... ¡por el amor de Dios!... ¡Juan!</p> + +<p>El joven no oye. Debajo de él las aguas hierven en el abismo; se +esfuerza por conservar el equilibrio; avanza, tiembla, vacila; da un +paso, dos, tres, un salto atrevido... Ha pasado.</p> + +<p>—¡Corre!—dice, lanzando un grito de alegría salvaje.</p> + +<p>Pero Gertrudis permanece inmóvil. Paralizada por el espanto, lo mira +fijamente. Con un salto de tigre, el joven se abalanza sobre ella, la +toma en sus brazos, la aprieta contra él; ella cierra los ojos, +respirando con dificultad. El la abraza y posa su boca ardiente y +alterada sobre los labios trémulos de la joven; ella lanza un grito de +dolor, y su cuerpo, sacudido por la fiebre, se estremece en los brazos +de Juan. Entonces, él la deja en el suelo, y con mirada temerosa observa +a su alrededor. ¿Los ha visto alguien?... No, nadie... ¿Y después de +todo?... ¿Qué importa?... El hermano de Martín puede besar muy bien a la +mujer de Martín. ¿No exigió eso él mismo, un día?</p> + +<p>La joven abre los ojos; parece salir de un sueño. Su mirada evita la de +Juan.</p> + +<p>—No está bien lo que has hecho, Juan. Te prohíbo que vuelvas a hacerlo +en adelante.</p> + +<p>Sin responder, él se inclina para recoger la rosa que se ha caído de su +pecho.</p> + +<p>—Quiero volver a casa—dice Gertrudis, paseando su vista en derredor, +con expresión inquieta.</p> + +<p>Marchan un momento en silencio, uno al lado de otro.</p> + +<p>Ella fija sus ojos en el horizonte, mientras él respira ávidamente la +rosa que ha recogido.</p> + +<p>—Huele bien—dice en tono inocente.</p> + +<p>Ella dice que sí.</p> + +<p>—¿Te gustan las rosas?—continúa él.</p> + +<p>La joven vuelve los ojos hacia él. «¡Como si no lo supieras!» dice su +mirada.</p> + +<p>—Oye—agrega él vivamente.—¿Por qué no pones ya flores en mi cuarto?</p> + +<p>Ella no responde.</p> + +<p>—¿Porque no las merezco?</p> + +<p>—Me lo ha prohibido él—balbucea Gertrudis.</p> + +<p>—¡Ah! eso es otra cosa—dice Juan, desconcertado.</p> + +<p>La conversación termina de pronto.</p> + + + +<h3><a name="XV" id="XV"></a>XV</h3> + + +<p>En el emparrado, Martín recibe a Gertrudis con reproches afectuosos: +tiene un hambre de lobo y la cena no está servida todavía. Gertrudis se +dirige apresuradamente a la cocina.</p> + +<p>Cenan en silencio. Los dos jóvenes no alzan los ojos del plato.</p> + +<p>Un calor sofocante, intolerable, pesa sobre la tierra. Un viento +caliginoso levanta pequeñas nubes de polvo; velos de vapor azulado +descienden lentamente sobre el suelo.</p> + +<p>Juan apoya la cabeza en los vidrios de la galería; pero están calientes +como si hubiesen permanecido todo el día en un horno.</p> + +<p>De pronto, Gertrudis se levanta.</p> + +<p>—¿Adónde vas?—pregunta Martín.</p> + +<p>—Al huerto—responde ella.</p> + +<p>Un momento después se oyen sus pasos en la escalera que conduce a la +buhardilla.</p> + +<p>Cuando vuelve a entrar, echa tímidamente una mirada a Juan; después se +sienta otra vez en su sitio, con los ojos bajos.</p> + +<p>De la aldea llegan gritos de alegría, aclamaciones con las cuales se +mezclan las notas agudas del violín y los sonidos graves del contrabajo.</p> + +<p>—¿Iríais de buena gana, eh?</p> + +<p>Los jóvenes no responden, y Martín toma su silencio por una +aquiescencia.</p> + +<p>—Bueno, vamos.</p> + +<p>Se levanta. Gertrudis se despereza con semblante aburrido, mira a Juan +con vacilación; después dice meneando la cabeza.</p> + +<p>—No tengo ganas.</p> + +<p>—¿Qué es eso?—exclama Martín completamente atónito.—¿Desde cuándo no +tienes ganas de bailar? ¿Todavía estáis reñidos, eh?</p> + +<p>Juan se ríe levemente, y Gertrudis vuelve la cabeza. De pronto, la joven +se levanta, dice buenas noches y desaparece.</p> + +<p>Un momento después los dos hermanos se separan.</p> + +<p>Juan sube pesadamente la escalera, abre la puerta de su cuarto; un +embriagador perfume de flores flota en el aire. Respira profundamente y +exhala un suspiro de satisfacción. Por eso, sin duda, ha vuelto ella tan +tarde del jardín. Al lado de su almohada hay un gran ramo de rosas y +jazmines. Se tiende en la cama como si quisiera hundirse en aquella masa +de flores. Por un instante, da rienda suelta a su fantasía; pero su +respiración se hace cada vez más penosa, sus pensamientos se obscurecen; +a cada pulsación, un dolor, penetrante como una aguja, le atraviesa las +sienes; le parece que va a ahogarse bajo la intensidad de los perfumes.</p> + +<p>Reuniendo todas sus fuerzas, se levanta y abre una de las hojas de la +ventana. Pero tampoco encuentra allí reposo ni frescura. Una verdadera +oleada de perfumes sube del jardín hasta él, un soplo ardiente le azota +el rostro, y gotas de lluvia tibia le acarician las mejillas. Por +momentos, los toneles de alquitrán que arden en la aldea lanzan +llamaradas a través de las masas de vapor obscuro que velan el +horizonte.</p> + +<p>Juan fija sus miradas abajo. Espera. El corazón salta en su pecho. Su +deseo le parece todopoderoso; va a forzar la ventana de abajo, a abrirla +y... Oye un leve chirrido de goznes... después se abre una de las hojas; +y, atrevidamente inclinado hacia fuera, envuelto en sus cabellos +destrenzados que flotan, el rostro de Gertrudis se levanta hacia él, +mudo y apasionado.</p> + +<p>Permanece así un segundo... y desaparece.</p> + +<p>¿Debe gritar de alegría, debe llorar? No lo sabe.</p> + +<p>Entonces puede entregarse a un embotamiento delicioso... ¿qué efecto +ejercerán sobre él los perfumes?</p> + +<p>Se desnuda y se mete en la cama; pero, antes de disponerse a dormir, se +levanta otra vez, coge el vaso con mano temblorosa y hunde su rostro en +las flores.</p> + +<p>¡Qué semejanza con la primera noche y, sin embargo, qué diferencia! +Aquella vez tranquilo y alegre; y entonces...</p> + +<p>De pronto lo asalta un recuerdo que le hiela el rostro; sus dedos +aprietan violentamente el vaso; presta oído... Le parece que la música +tan franca de aquella noche, cuyo sonido subió hasta él a través del +suelo, va a sonar otra vez. Escucha con una angustia creciente, hasta +que su cabeza se llena de un zumbido que murmura, que estalla como una +risa aguda... Un horrible sentimiento de odio y de envidia se despierta +en él de repente; con una risa feroz, arroja lejos el vaso, que se rompe +en medio del cuarto.</p> + +<p>A la mañana siguiente, Juan está lleno de vergüenza. Todo eso le parece +un mal sueño. Recoge los fragmentos del vaso, los ajusta y piensa en ir +a comprar con qué pegarlos. Reflexiona y no alcanza a ver claramente el +sentimiento que le ha hecho cometer ese acto estúpido; todo lo que sabe +es que era un sentimiento muy bajo, execrable. Aprieta la mano de su +hermano más cordialmente que nunca, y lo mira en silencio en el fondo de +los ojos, como si tuviera que hacerse perdonar una falta grave.</p> + +<p>Gertrudis tiene la palidez que causa una noche de insomnio. Su mirada +evita la de Juan, y la taza de café que le ofrece suena en sus manos +temblorosas.</p> + +<p>No encontrando nada mejor, se pone a hablar de los zapatos de baile, +para sondear al mismo tiempo las intenciones de Martín. Este no opone +objeción alguna; es preciso que Gertrudis se haga tomar las medidas +inmediatamente; y, como la joven se niega a quitarse el zapato en +presencia de Juan, éste la llama «remilgada.»</p> + +<p>La joven se ofende, se pone a llorar y sale. Por la tarde aparece toda +confusa con la medida, y Juan puede enviar su carta.</p> + +<p>Pero el recuerdo del vaso que ha roto le pesa sobre el corazón; y, +cuando se encuentra solo con ella, se lo confiesa penosamente:</p> + +<p>—Escucha, he hecho una mala acción.</p> + +<p>—¿Cuál?</p> + +<p>—He roto tu vaso.</p> + +<p>—¡Ah!... ¿Y eso es una mala acción?</p> + +<p>—¿Qué quieres que sea?</p> + +<p>—Creía que lo habías hecho a propósito—replica ella, muy indiferente +en apariencia.</p> + +<p>El no responde nada y Gertrudis menea dulcemente la cabeza como +diciendo: ¡Tenía razón, pues!</p> + + + +<h3><a name="XVI" id="XVI"></a>XVI</h3> + + +<p>Pasan los días. Entre Juan y Gertrudis, las relaciones son más frías que +antes. No se evitan, charlan juntos; pero no pueden emplear el tono +alegre, de franca y libre amistad, de otros tiempos.</p> + +<p>«Ha tomado a mal que la besase», se dice Juan, sin darse cuenta que él +también ha cambiado.</p> + +<p>—¿Qué es lo que tenéis, muchachos?—dice una tarde Martín, +gruñendo.—¿Os duele acaso la garganta, que ya no cantáis?</p> + +<p>Los dos guardan silencio por un instante; después, Gertrudis, medio +vuelta hacia Juan, le pregunta:</p> + +<p>—¿Quieres?</p> + +<p>El hace una seña afirmativa, pero, como ella no lo ha mirado, cree que +no responde.</p> + +<p>—Ya lo ves, no quiere—dice, dirigiéndose a Martín.</p> + +<p>—¿Que no quiero?—exclama el otro riendo.</p> + +<p>—¿Por qué no lo dices, entonces, en seguida?—replica ella, tratando de +ponerse en armonía con su alegre tono.</p> + +<p>Entonces toma la actitud que le es habitual cuando canta; cruza las +manos sobre las rodillas y fija la vista a lo lejos, en dirección al +palomar.</p> + +<p>—¡Qué vamos a cantar?—pregunta.</p> + +<p>—«<i>¡Ay! ¿cómo es posible eso?</i>...»—propone Juan.</p> + +<p>Ella menea la cabeza.</p> + +<p>—Nada que hable de amor—dice con sequedad.—¡Es siempre tan estúpido!</p> + +<p>El le dirige una mirada sorprendida.</p> + +<p>Después de un instante de reflexión, entona un aire de caza. Ataca +vigorosamente su parte, y las dos voces se funden en una, como dos olas +en el mar. Sorprendidos por esa armonía, se miran; nunca han cantado tan +bien.</p> + +<p>Pero concluyen en seguida; los alemanes tenemos pocos cantos populares +que no sean de amor.</p> + +<p>Al fin, ella se decide:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">Bello rosal florido,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Cuando veo a mi amor...</span><br /> +</p> + +<p>comienza con una especie de grito de alegría.</p> + +<p>El la mira sonriendo, y Gertrudis, sonrojada, vuelve la cabeza.</p> + +<p>Sus voces se animan con vida extraordinaria; parece que los latidos de +sus corazones acompañan sus acentos. Esas voces crecen y se elevan +llevadas por la ola de su sangre, y después vuelven a apagarse, como si +un dolor íntimo y profundo secara en ellos la fuente de la vida.</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">Puesto que no se puede expresar todo,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Puesto que el amor es infinito,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Puedes preguntar a mis ojos</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Cuánto te quiere mi corazón...</span><br /> +</p> + +<p>¿Por qué se cruzan de pronto sus miradas?</p> + +<p>¿Por qué tiemblan los dos como si una descarga eléctrica les sacudiese +los miembros?</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">No pasa una sola hora de la noche</span><br /> +<span style="margin-left: 4em;">Que no se despierte mi corazón;</span><br /> +<span style="margin-left: 4em;">Que no piense en ti,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Que no piense que me has dado mil veces tu corazón...</span><br /> +</p> + +<p>¡Qué embriaguez de pasión en su acento febril! ¡Cómo se buscan sus +voces! ¡parece que quisieran besarse!</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">En la orilla del torrente crecen los sauces,</span><br /> +<span style="margin-left: 4em;">En los valles se extiende la nieve;</span><br /> +<span style="margin-left: 4em;">Querida niña, tenemos que separarnos...</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Parto para la guerra, voy a afrontar la muerte...</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">La separación, amada mía, es cruel...</span><br /> +</p> + +<p>Sus voces se pierden en un murmullo trémulo. El deseo y la esperanza, +las tristezas de la separación y el dolor de la muerte, todo esto se +adivina en los sonidos que se escapan de sus labios.</p> + +<p>El rostro de Gertrudis se crispa como para contener las lágrimas; pero +sus ojos brillan. Irguiéndose de repente, entona la vieja y melancólica +canción del molinero, la canción de la casa dorada que se alza «en lo +alto de la montaña». Juan se estremece, y su voz tiembla. Acaban la +primera estrofa y comienzan la segunda:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">Abajo, en aquel valle,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">El agua hace girar una rueda</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Que no muele más que el amor,</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">Toda la noche y todo el día.</span><br /> +<span style="margin-left: 2em;">La rueda del molino se ha roto...</span><br /> +</p> + +<p>En eso... un grito... una caída... Gertrudis se ha desplomado, y con la +frente apoyada en la pared solloza desesperadamente.</p> + +<p>Los dos hermanos se levantan. Martín le toma la cabeza entre las manos y +murmura palabras entrecortadas y confusas; pero ella solloza cada vez +con más violencia.</p> + +<p>Y él, desolado, golpea el suelo con el pie; se vuelve hacia Juan, que +está pálido como un muerto, y le dice:</p> + +<p>—¿Qué tienes?</p> + +<p>Entonces Gertrudis le echa los brazos al cuello, se levanta hacia él y, +como buscando su protección, oculta en su hombro el rostro bañado en +lágrimas. El acaricia dulcemente sus cabellos en desorden y trata de +calmarla; pero el pobre Martín entiende poco de consuelos, y cada +palabra que dice a media voz parece un juramento ahogado.</p> + +<p>La joven deja caer su cabeza contra las hojas; sus labios se mueven, y, +como si quisiese continuar su canto, murmura todavía medio sofocada por +los sollozos:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;">La rueda del molino se ha roto...</span><br /> +</p> + +<p>—No, hija mía, no se ha roto—dice Martín, cuyos ojos se llenan de +lágrimas.—No se romperá... la nuestra. Seguirá girando mientras +nosotros vivamos.</p> + +<p>Ella menea violentamente la cabeza y cierra los ojos como aterrada ante +una visión.</p> + +<p>—¿De dónde has sacado esa idea?—continúa el marido.—¿Acaso no estás +tan contenta como creíamos? ¿No está aquí Juan, con nosotros? ¿No +vivimos todos felices y satisfechos... trabajando desde la mañana hasta +la noche? ¿Por dónde ha de venir la desgracia? ¿por qué ha de venir? +¿Acaso no velamos también para que tu padre tenga lo necesario?...</p> + +<p>Suspira y enjuga el sudor que cubre su frente.</p> + +<p>No encuentra nada que decir, y, dirigiéndose a Juan, que está vuelto de +espaldas, con la cabeza apoyada en el montante de la puerta, de pie a la +entrada del emparrado:</p> + +<p>—¿Por qué cantabais cosas tan tristes?—le dice en tono rudo.—Yo mismo +me sentía... no sé cómo, cuando empezasteis; y ella... ella no es más +que una mujer.</p> + +<p>Gertrudis menea la cabeza como diciendo: «No regañes...» Después se +levanta, murmura casi sin mover los labios un «buenas noches» apenas +perceptible, y entra en la casa.</p> + +<p>Martín la sigue.</p> + +<p>Juan, con la cabeza entre los brazos, se pone a pensar. La ve todavía +levantarse delante de él con los ojos brillantes, y después desplomarse +de pronto, como herida del rayo. Y entonces se reprocha no haberse +precipitado más pronto hacia ella para impedir que cayese.</p> + +<p>De repente brilla en su cerebro una luz siniestra y sangrienta. +Comprende entonces lo que ha pasado en él la víspera de San Juan, por +qué ha tirado el vaso al suelo... y hace un movimiento como para +romperlo por segunda vez... No es más que un impulso de tortura +infernal; después, esa luz se apaga, y se hace la noche a su alrededor, +una noche sombría y llena de angustias. Se pasa la mano por la frente, +como si tratase de encender de nuevo esa luz, pero todo permanece +obscuro; sombra y misterio es para él lo que acaba de experimentar. Le +parece que va a gritar, que va a confiar a la noche la angustia +indefinible en que se agita. Se pone de rodillas en el mismo sitio donde +ha caído Gertrudis, y, con la frente apoyada en el ángulo del banco, +gime dulcemente.</p> + +<p>De pronto suena una puerta en la casa. Los pasos de su hermano +repercuten en el vestíbulo.</p> + +<p>Se pone en pie de un salto, y se sienta.</p> + +<p>La figura de Martín aparece en el emparrado.</p> + +<p>—¡Hermano! ¡hermano!—exclama Juan.</p> + +<p>—¿Estás ahí, muchacho?—y se deja caer sobre el banco con un suspiro +ruidoso.—Ya está mejor; ha acabado por dormirse a fuerza de llorar; +ahora descansa muy tranquila, y su respiración es profunda. Me he dejado +estar un momento junto a la cama contemplándola. ¡Estoy muy +desconcertado! Hasta ahora siempre he visto claro en su alma infantil, +como en un espejo... y de repente... ¿Qué será esto? Por más que +reflexiono, no encuentro explicación alguna. ¿Estará triste porque no +tiene... ninguna esperanza de ser madre? Sí, quizás sea eso. Sin +embargo, siempre había guardado para mí mi ardiente deseo... no quería +causarle un pesar. Pero, si se piensa bien, todavía no es más que una +chiquilla, está lejos aún de la madurez necesaria para llenar bien los +deberes de madre. ¡Sí, hay que tener paciencia!</p> + +<p>Y así consuela Martín su alma del pesar secreto que lo atormenta. Juan +guarda silencio. ¡Tiene el corazón tan lleno, tan lleno! Querría +demostrar su afecto a su hermano, pero no sabe cómo. Querría librarse de +su propio martirio, y, cogiendo la mano de Martín, le dice desde el +fondo del corazón:</p> + +<p>—¡Oh! sí ¡todo marchará bien, todo se arreglará!</p> + +<p>—¿Por qué no?—balbucea el otro.</p> + +<p>Menea la cabeza, fija un instante sus miradas delante de él, con la +frente pensativa, y después, con expresión contrariada:</p> + +<p>—Vete a dormir, Juan. La rueda rota está dando vueltas en tu cabeza.</p> + + + +<h3><a name="XVII" id="XVII"></a>XVII</h3> + + +<p>Al día siguiente, Gertrudis se queda en cama, enferma. No quiere ver a +nadie, y a Martín lo menos posible.</p> + +<p>Juan está sobresaltado. Las horas de la comida pasan tristes y +silenciosas... Se extienden las sombras, cada vez más densas, alrededor +del molino de Felshammer.</p> + +<p>El sol se pone una vez más. El cuarto día, Gertrudis está casi +restablecida; Juan puede entrar en su cuarto y hablar con ella.</p> + +<p>La encuentra sentada a la ventana, con una tela blanca sobre las faldas. +Está pálida y fatigada, pero ilumina sus facciones la melancolía +apacible que es propia de los convalecientes.</p> + +<p>Tiende la mano a Juan con una sonrisa.</p> + +<p>—¿Cómo estás?—pregunta él dulcemente.</p> + +<p>—Bien, como ves—responde ella mostrando la tela blanca.—Ya estoy +pensando en el baile.</p> + +<p>—¿Qué baile?—pregunta él con admiración.</p> + +<p>—¡Qué poca memoria tienes!—dice ella tratando de bromear.—El domingo +próximo es la fiesta de los tiradores.</p> + +<p>—¡Ah!... sí, es verdad.</p> + +<p>—¿No te alegra la idea de bailar conmigo?</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>—¿Mucho?... Di, ¿mucho?</p> + +<p>—Mucho.</p> + +<p>Una sonrisa infantil anima su rostro pálido y abatido; sus dedos arrugan +los encajes y los pedazos de tul; se deleita tocando ese tejido blanco y +tenue.</p> + +<p>Su extenuación física parece haber devuelto a su ánimo el antiguo candor +infantil; y, cuando se informa con ansiedad de sus zapatos de baile, +evidentemente vuelve a ser en todo la criatura virginal que en otro +tiempo tendía la mano a Juan con una cordialidad sencilla, para darle la +bienvenida.</p> + +<p>El joven se sienta frente a ella en un taburete; haciendo deslizar entre +sus dedos la tela del vestido de baile, escucha con una sonrisa +indulgente el parloteo de Gertrudis.</p> + +<p>Lo que ella le cuenta está lleno de sol, y respira la alegría de vivir. +Aquel vestido ha sido su vestido de novia; lo ha cosido y guarnecido +ella misma, porque sabe cortar como pocas... Se habría puesto un vestido +de seda, como convenía a la prometida del rico Felshammer, pero no había +podido reunir la suma necesaria; y su orgullo no le había permitido +dejarse ofrecer el traje de novia por su futuro esposo. Entonces siente +casi pesar al deshacer las costuras... ¡Cuántos proyectos y cuántos +locos sueños había cosido por decirlo así, con su aguja! Pero ¿qué +remedio? ¡había engordado tanto después de su casamiento!</p> + +<p>Luego la conversación pasa a la próxima fiesta de los tiradores, versa +sobre las nuevas relaciones hechas en la aldea, se pierde un momento en +la ciudad, en la tienda del zapatero; pero Gertrudis la vuelve a traer +siempre a la época de sus bodas explayándose sobre los sentimientos y +sobre los sucesos de esa época feliz.</p> + +<p>Le parece haberse vuelto soltera. La sonrisa un poco soñadora, la +sonrisa de presentimiento que se dibuja en sus labios, se asemeja a la +de una novia, como si la fiesta para la cual se prepara fuese la de sus +bodas.</p> + +<p>Todos sus pensamientos pertenecen desde entonces a ese baile. En tanto +que acaba de restablecerse, que sus ojos recobran su brillo, que en sus +mejillas vuelven a florecer las rosas de otros tiempos, canta noche y +día, viéndose en el momento de adornarse soñando con el deleite que, +como una embriaguez desconocida, inconcebible, va a invadirla por +completo en esas horas de fiesta.</p> + + + +<h3><a name="XVIII" id="XVIII"></a>XVIII</h3> + + +<p>Suenan las trompetas; con las notas agudas de los clarinetes, los +címbalos mezclan sus gruñidos sordos.</p> + +<p>La corporación, en cortejo solemne, se extiende a lo largo de la calle; +a la cabeza, dos heraldos a caballo; Franz Maas y Juan Felshammer, los +dos hulanos de la guardia. ¡No se habrían dejado arrebatar ese honor +aunque la corporación hubiera tenido que disolverse!</p> + +<p>El rostro de Franz está radiante, pero Juan no tiene más que miradas +serias, casi indiferentes. ¿Qué le importan los hombres? Entonces no son +para él sino extraños. No saluda a nadie, su mirada no se detiene en +nadie; pero busca algo en las filas de la multitud, y un relámpago de +alegría y de orgullo ilumina sus facciones. Se inclina, saluda con la +espada; allá, en el extremo de la calle, con las mejillas arreboladas y +los ojos brillantes, agitando su pañuelo, está lo que busca, la mujer +de su hermano.</p> + +<p>La joven ríe, hace señas, se empina; quiere seguirlo con los ojos hasta +que desaparezca en el torbellino de polvo. Olvida casi a Martín, que +camina a su lado. ¿Por qué marcha él tan silencioso y tan tieso, por qué +mete tanto la cabeza en los hombros? Desde lejos, Juan saluda todavía +con la espada.</p> + +<p>El campo del tiro, donde se detiene el cortejo, se encuentra en la linde +del bosque de pinos, que, visto desde la presa, rodea las praderas. A +vuelo de pájaro, está a mil pasos apenas del molino de Felshammer, que +parece hacer señas por arriba de los álamos del río. Si la multitud de +tiradores no hiciera ese ruido ensordecedor, se oiría claramente el +mugido del agua.</p> + +<p>—¡Si acabasen de una vez todas estas tonterías!—dice Juan.</p> + +<p>Y echa una mirada de envidia a la sala de baile, una vasta tienda +cuadrada, cuyo techo se eleva muy alto, dominando el hormigueo de +barracas y de tiendas más pequeñas que se agrupan alrededor.</p> + +<p>Los parientes de los tiradores sólo pueden penetrar en ese sitio a la +tarde, después de haber sido proclamado el rey de la fiesta.</p> + +<p>Las horas, pasan y las detonaciones resuenan monótonas en la linde del +bosque. Como a mediodía le llega el turno a Juan. Tira... y marra el +blanco, a pesar de las flores que Gertrudis le ha puesto en la +carabina... «Flores que dan la suerte», había dicho ella; y Martín, que +estaba presente, se había sonreído como se sonríe uno ante una tontería.</p> + +<p>Una vez que ha cumplido su deber, Juan vuelve la espalda al tiro; entra +en el bosque, donde no se oyen gritos ni conversaciones, donde sólo el +eco de los disparos rueda dulcemente por el aire.</p> + +<p>Se deja caer sobre el césped y dirige sus miradas a los pinos, cuyas +finas agujas, bajo el sol del mediodía, lanzan reflejos como cuchillitos +aguzados.</p> + +<p>Entonces cierra los ojos y sueña. ¡El mundo entero le es indiferente!... +¡Qué lejos está su vida pasada! No ha sido esa vida gran cosa; la mujer +y la pasión no han hecho en ella ningún papel, y, sin embargo, ¡qué rica +y brillante de colores le ha parecido! Entonces se lo ha tragado todo un +abismo, y sobre ese abismo flotan brumas rosadas.</p> + +<p>Han pasado unas dos horas; oye un ruido de trompetas lejanas que anuncia +la elección del nuevo rey. Se pone de pie. Dentro de media hora llegará +Gertrudis...</p> + +<p>Le dicen que la dignidad real ha recaído en su amigo Franz. Escucha eso +como en un sueño... ¿Qué le importa? Sus miradas se dirigen sin cesar +hacia el camino, por donde, entre el polvo y el sol, las mujeres, +vestidas con trajes claros, llegan a pie o en carruaje.</p> + +<p>—¿Buscas a Gertrudis?—pregunta de improviso detrás de él la voz de +Martín.</p> + +<p>Se estremece, violentamente sacado de su ensueño.</p> + +<p>—¿Pero qué tienes, muchacho? ¿Acaso te duele haber marrado el tiro, a +estás durmiendo en pleno día?...</p> + +<p>Ese es un hermoso día para Martín. La compañía de toda aquella gente, +porque él es uno de los más altos dignatarios de la asociación, lo ha +sacado de su somnolencia; sus ojos brillan, una sonrisa jovial se dibuja +en su boca. ¡Si llevase con un poco más de soltura su traje de fiesta! +El sombrero profundamente hundido en su frente, deja ver detrás de la +cabeza un mechón de cabellos hirsutos.</p> + +<p>—¡Mírala! ¡mírala!—exclama de repente agitando su sombrero.</p> + +<p>Ese brillante carruaje tirado por dos caballos es la carroza de gala de +los Felshammer, que Martín se hizo fabricar expresamente para sus bodas. +En el fondo de él, la figura blanca que se apoya en uno de los lados +con indolencia, mirando a su alrededor con seriedad, es ella, «la mujer +del rico Felshammer», como se susurra al verla pasar.</p> + +<p>—¡Mírala que guapa está!—dice Martín tirando a Juan de la manga.</p> + +<p>En el mismo momento descubre ella a los dos hermanos y ¡al diablo los +modales estudiados! se levanta en el carruaje, agita la sombrilla con +una mano y el pañuelo con la otra, ríe con abandono, y con la punta de +su sombrilla da en la espalda al cochero para que ande más de prisa.</p> + +<p>Y, cuando el carruaje se detiene, no espera que la portezuela se abra, +sino que salta por encima de ella, a los brazos de Martín.</p> + +<p>Está febril, agitada, jadeante, sus labios se mueven como si fuera a +hablar, pero la voz le falta.</p> + +<p>—¡Calma, muchacha, calma!—dice Martín, acariciando sus cabellos que +caen entonces en bucles sobre su cuello desnudo.</p> + +<p>Juan permanece inmóvil, sumido en su contemplación.</p> + +<p>¡Qué hermosa es!</p> + +<p>Como un velo tenue, su vestido blanco y diáfano flota en torno de su +cuerpo encantador. ¡Y su cuello blanco! ¡Y aquellos hoyuelos en el +nacimiento de los pechos! ¡Y aquellos brazos llenos y soberbios, sobre +los cuales se estremece un leve vello de plata! ¡Y aquel pecho redondo +y firme que sube y baja como las olas! La joven parece de belleza +inaccesible... <i>mujer</i> y <i>reina</i> a la vez. Y esas dos ideas, de <i>mujer</i> +y de <i>reina</i>, se confunden en algo que lo llena a un tiempo de deleite y +de melancolía. Sus ojos se han abierto de repente, y vacilan todavía, +deslumbrados al contemplar en toda su majestad real a la <i>mujer</i> por +delante de la cual ha pasado como un ciego durante toda su juventud.</p> + +<p>¡Qué hermosa es! ¿Cómo <i>la mujer</i> puede ser tan hermosa?</p> + +<p>Y Gertrudis deja escapar entonces de sus labios un torrente de palabras +confusas; está casi muerta de impaciencia, y habla mal del reloj, que +parece retardar la hora de la comida, y de los absurdos zapatos de baile +en los que sus pies no querían entrar...</p> + +<p>—Están demasiado ajustados, me aprietan mucho; pero son bonitos ¿no es +verdad?</p> + +<p>Y, para mostrar sus pies, levanta un poco el vestido; son unos zapatitos +de seda celeste, de altos tacones, atados con cintas también de seda y +celestes.</p> + +<p>—Parecen muy estrechos—dice Martín meneando la cabeza con expresión +inquieta.</p> + +<p>—Lo son, en efecto—responde ella con una sonrisa.—Las puntas de los +pies me queman como si fueran fuego. Pero de esta manera bailaré mejor, +¿no es verdad, Juan?</p> + +<p>Y cierra los ojos un momento, como para despertar de nuevo sus ensueños +desvanecidos. Después se apoya en el brazo de Martín y quiere que la +lleven a su tienda.</p> + +<p>Las principales familias del contorno se han hecho levantar allí tiendas +especiales, leves cabañas o carpas de lona que les aseguren un abrigo +para la noche, porque la fiesta se prolonga de ordinario hasta la mañana +siguiente. Gertrudis ha ido la víspera a vigilar ella misma la +construcción de la suya. Ha hecho llevar muebles y ha adornado la puerta +con guirnaldas de hojas. Puede enorgullecerse de su obra; la tienda de +Felshammer es la más bella de todas.</p> + +<p>Mientras Martín trata de abrirse paso por entre la multitud, ella se +vuelve presurosa hacia Juan y le pregunta en voz baja:</p> + +<p>—¿Estás contento, Juan? ¿Te gusto así?</p> + +<p>El hace una seña.</p> + +<p>—¿Mucho?... Di, ¿mucho?</p> + +<p>—¡Mucho!</p> + +<p>Ella respira profundamente; después ríe, ríe satisfecha.</p> + +<p>La bella molinera causa sensación en la multitud. Los propietarios +forasteros se detienen a contemplarla; los burgueses se dan con el codo +a hurtadillas; los jóvenes de la aldea la saludan con cortedad. A su +aparición se oye un prolongado murmullo en los grupos. Seria, con una +importancia un poco afectada, avanza del brazo de Martín, retirando de +cuando en cuando los bucles que flotan sobre sus hombros; y cuando echa +la cabeza para atrás, toma el talante de una reina, o, más bien, de una +muchacha loca de alegría, que va a hacer la reina y que no está muy +segura de su papel.</p> + + + +<h3><a name="XIX" id="XIX"></a>XIX</h3> + + +<p>Cuando, una hora más tarde, suenan los primeros acordes, la joven +exclama con un estremecimiento de alegría:</p> + +<p>—¡Ahora soy tuya, Juan!</p> + +<p>Martín le recomienda que tenga cuidado con el frío para no caer enferma; +pero antes que haya concluido de hablar, los jóvenes han desaparecido. +Entonces se resigna, toma un buen vaso de vino de Hungría y se echa +sobre el sofá para descansar.</p> + +<p>Pensamientos agradables acuden a su mente. ¿No son completamente felices +desde que ha venido Juan? ¿No se han hecho ya raras las horas tristes, +llenas de presentimientos siniestros, turbadas por el miedo a los +fantasmas? ¿No estaba reviviendo él a ojos vistas, vencido por la +alegría de esos dos inocentes? ¿No era el día que acababan de pasar la +mejor prueba de que su horror a los extraños ha desaparecido y de que +sabe asociarse ya a la alegría de los otros? ¡Y Gertrudis cuán feliz es +también!... La otra noche, es verdad... ¡Pero qué! ¡Las mujeres son +seres débiles, sujetos a muchos caprichos. Todo se arregló en seguida.</p> + +<p>La frase que Juan le dijo esa noche vuelve a su memoria: «Todo irá bien, +todo se arreglará...» Hace chocar su vaso con los dos vasos vacíos que +han dejado los jóvenes.</p> + +<p>—¡A la salud de ellos dos! ¡A la feliz unión de los tres hasta el fin +de nuestros días!...</p> + +<p>Entretanto Gertrudis y Juan se han abierto paso a través de la multitud +compacta, y llegan a la puerta de la sala de baile. La ola ruidosa de la +música se oye delante de ellos; el aire del interior les da en el +rostro, como el hálito ardiente de un pecho humano. En lo claroobscuro +de la tienda, las parejas que se agitan, estrechamente enlazadas, pasan +frente a ellos; parecen sombras.</p> + +<p>Juan anda como en un sueño. Apenas se atreve a fijar sus miradas en +Gertrudis; un miedo misterioso lo y le aprieta el pecho como un cinto de +hierro.</p> + +<p>—Estás muy serio hoy—murmura ella acercando su rostro al brazo de su +caballero.</p> + +<p>El no responde.</p> + +<p>—¿He hecho algo que te haya disgustado?</p> + +<p>—Nada, nada—balbucea Juan.</p> + +<p>—Bailemos entonces.</p> + +<p>En el momento en que el joven le pasa el brazo por el talle, ella se +estremece, abandonándose después con un profundo suspiro. Se ponen a +bailar. Aspirando con fuerza el aire, ella ladea su rostro contra el +pecho de Juan. En la gorra de éste brilla la escarapela, insignia de los +tiradores, que lleva ese día; la cinta de seda blanca tiembla sobre su +frente. Gertrudis inclina un poco la cabeza y, alzando los ojos hacia +él, murmura:</p> + +<p>—¿Sabes lo que siento?</p> + +<p>—¿Qué cosa?</p> + +<p>—¡Me parece que me llevas al cielo!</p> + +<p>Y cuando termina esa danza:</p> + +<p>—Ven ligero, salgamos—dice;—no quiero tener que bailar con otro.</p> + +<p>Le aprieta fuertemente la mano, mientras él se abre paso por entre la +multitud. Feliz y orgullosa, con las mejillas encendidas y los ojos +brillantes, se pasea de su brazo fuera de la tienda. Ríe, charla y +bromea, y él la imita lo mejor que puede. En el ardor del baile ha +perdido la timidez por completo... Una alegría terrible arde en sus +venas. Entonces, Gertrudis le pertenece en cuerpo y alma, a él solo; lo +siente en el temblor de su brazo, que, con ternura y como a escondidas, +aprieta con fuerza al suyo; lo adivina en el brillo húmedo de sus ojos, +que se alzan furtivamente hacia su rostro. Al cabo de un momento, dice +ella un poco contrariada.</p> + +<p>—Oye, es preciso ver qué hace Martín.</p> + +<p>—Sí—responde él apresuradamente.</p> + +<p>Pero se contentan con esa buena intención. Cada vez que se dirigen hacia +la tienda ocurre en la parte opuesta algún incidente extraordinario que +les hace olvidar su resolución.</p> + +<p>De pronto, Martín mismo sale al encuentro de ellos, en medio de un grupo +de aldeanos a quienes lleva consigo para obsequiarlos.</p> + +<p>—¡Hola, muchachos! Voy a establecer mi cuartel general en el hotel de +la Corona; si queréis beber, venid con nosotros.</p> + +<p>Gertrudis y Juan cambian una rápida ojeada de inteligencia; después dan +las gracias, de común acuerdo.</p> + +<p>—Entonces, adiós, hijos míos; y divertíos mucho.</p> + +<p>Y se aleja.</p> + +<p>—Jamás lo he visto tan contento—dice Gertrudis riendo.</p> + +<p>—¡Buena falta le hace!—dice Juan con voz tierna, siguiendo a su +hermano con una mirada afectuosa.</p> + +<p>Querría ahogar el sentimiento que lo atormenta y que se despierta en él +a la vista de Martín.</p> + + + +<h3><a name="XX" id="XX"></a>XX</h3> + + +<p>Ha llegado la tarde... La multitud está bañada por un resplandor +purpurino. Un rosado crepúsculo envuelve la llanura y el bosque.</p> + +<p>En un rincón solitario de la pradera, Gertrudis, inmóvil, lanza miradas +melancólicas al sol que se extingue.</p> + +<p>—¡Ah! ¡si no se ocultase hoy para nosotros!—exclama abriendo los +brazos.</p> + +<p>—¡Bueno! ¡ordénaselo!—dice Juan.</p> + +<p>—¡Sol, te mando que te quedes con nosotros!</p> + +<p>Y, mientras el globo de fuego se hunde cada vez más, ella se pone a +temblar de pronto y dice:</p> + +<p>—¿Sabes qué idea acaba de ocurrírseme? Que ya no lo veremos salir más.</p> + +<p>Después, lanzando una risa clara:</p> + +<p>—¡Sí, ya sé, es pura locura! ¡Vamos a bailar!</p> + +<p>Una nueva danza acaba de empezar. Cruzan apresuradamente la sala de +baile, trémulos de alegría y embriagándose uno al otro, y desaparecen en +un rinconcito obscuro que han elegido cerca del tablado de los músicos +para substraerse a las miradas indiscretas de las otras parejas, porque +todas quieren conocer a la bella molinera.</p> + +<p>Los cabellos de Gertrudis se han desprendido y flotan libremente; brilla +en sus ojos una llama que sólo se ve en las personas ebrias de +felicidad; todo su ser parece sumido en el deleite de esos momentos.</p> + +<p>—Si no me ardiese el pie como fuego del infierno...—dice cuando Juan +la lleva a su sitio.</p> + +<p>—¡Descansa un poco!</p> + +<p>Ella se echa a reír. En ese instante Franz Maas se adelanta para +invitarla, en su calidad de rey de la fiesta, a la danza de honor; ella +acepta su brazo y se aleja en un torbellino.</p> + +<p>Juan pasa la mano por su frente ardorosa y mira a la pareja; pero las +luces y las personas se confunden en sus ojos en un caos tumultuoso; le +parece que todo gira a su alrededor. Vacila y tiene que apoyarse en una +columna para no caer; y ruega a Franz Maas, que vuelve en ese momento +con Gertrudis, que sirva de caballero a su cuñada por media hora porque +tiene necesidad de salir, de respirar el aire puro...</p> + +<p>Sale a la noche clara y fresca, en contraste con ese local cálido, +cargado de vapores, donde un par de arañas llenas de bujías esparcen un +humo intolerable. Pero hasta allí lo persiguen el bullicio y la música. +En las barracas de tiro chocan las flechas de las ballestas; delante de +las rifas suena la voz ronca de los rifadores anunciando la jugada; y +los caballitos de madera, que giran con ruido ensordecedor, iluminan la +obscuridad con su brillo fugitivo. Y, por entre todo eso, ruedan las +sombras de la multitud.</p> + +<p>Detrás del bosque de pinos, cuya corona sombría y silenciosa domina todo +ese movimiento, se enciende un resplandor de oro; dentro de media hora +la luna verterá sobre aquella escena su luz sonriente.</p> + +<p>Juan avanza a pasos lentos entre las tiendas; se detiene delante de la +posada de la Corona y mira por la ventana. Pero, al ver a Martín allí +sentado, con el rostro abrasado, en medio de un grupo de bebedores +alegres, se precipita en la sombra como si temiera encontrarse con él. +De la casa vecina salen cantos ruidosos; vacila un momento, y al fin +entra, porque la lengua se le pega al paladar. Lo acogen con gritos de +alegría. Ante una larga mesa cargada de cerveza están sentados una +porción de antiguos condiscípulos, pilluelos la mayor parte, a los que +evitaba en otro tiempo.</p> + +<p>Se le rodea, se le invita a beber y se le obliga a tomar asiento.</p> + +<p>—¿Por qué te dejas ver tan poco, Juan?—le grita uno desde el extremo +de la mesa.—¿Dónde te metes de noche?</p> + +<p>—Está cosido a las faldas de su bella cuñada;—responde otro con aire +burlón.</p> + +<p>—¡Deja en paz a mi cuñada!—le dice Juan frunciendo el entrecejo.</p> + +<p>El tumulto lo disgusta, los gritos roncos lo ensordecen, las bromas +torpes le hacen mal. Bebe apresuradamente dos vasos de cerveza fresca, y +sale, librándose con gran trabajo de las instancias importunas de sus +camaradas.</p> + +<p>Se dirige pausadamente hacia la linde del bosque y hunde sus miradas en +la obscuridad, que se anima entonces con los pálidos reflejos de la +luna; después se interna un poco bajo los árboles aspirando la atmósfera +dulce y aromática de los pinos. Quiere dominar a toda costa la +embriaguez inexplicable que le penetra hasta los tuétanos. Pero cuanto +más se aleja del lugar de la fiesta, tanto más aumenta su turbación...</p> + +<p>Al punto de entrar en la sala de baile ve a Franz Maas, que se lanza +hacia él presa de una agitación manifiesta. Una vaga sospecha de +desgracia comienza a torturar su alma.</p> + +<p>—¿Qué ha sucedido?—exclama.</p> + +<p>—¡Al fin te encuentro! Tu cuñada se ha indispuesto.</p> + +<p>—¡En nombre de Cristo!... ¿Y adónde la has llevado?</p> + +<p>—Martín la ha llevado a vuestra tienda.</p> + +<p>—¿Cómo ha sucedido eso? ¿cómo ha sucedido?</p> + +<p>—Desde hacía un momento notaba yo que se había puesto pálida y +silenciosa; y, al preguntarle qué tenía, me dijo que le dolía el pie. A +pesar de eso, no quiso sentarse, y de repente se desmayó en medio de la +sala.</p> + +<p>—¿Y entonces, entonces, qué?</p> + +<p>—La levanté y la llevé en seguida a su sitio mientras mandaba buscar a +Martín.</p> + +<p>—¿Por qué no me mandaste buscar a mí, animal?</p> + +<p>—En primer lugar, porque no sabía dónde estabas; después, porque era +justo que fuese primero el marido...</p> + +<p>Juan suelta una risa estridente:</p> + +<p>—Claro, muy justo... ¿y después?</p> + +<p>—Abrió los ojos antes que Martín llegase. Su primer cuidado fue alejar +a las mujeres que la rodeaban; después me dijo: «No le hable de mi +desmayo.» Y cuando él se lanzó hacia ella con el rostro pálido, +Gertrudis se mostró muy alegre en apariencia y le dijo: «Me hace daño el +zapato; nada más.»</p> + +<p>—¿Y entonces?</p> + +<p>—Entonces se la llevó. Pero alcancé a ver que se ponía a sollozar +escondiendo la cara en el hombro de su marido. Y me dije: «¡Dios sabe +dónde le aprieta el zapato!»</p> + +<p>Juan no quiere escuchar más; sin una palabra de agradecimiento se lanza +fuera.</p> + +<p>La cortina que cubre la entrada de la tienda de los Felshammer está +completamente corrida. Juan escucha un instante. Un ligero rumor de +llanto, mezclado con la voz de Martín que trata de apaciguar a su mujer, +llega hasta él del interior. Quiere levantar la cortina, pero ésta no +cede; parece sólidamente sujeta al marco de la puerta.</p> + +<p>—¿Quién es?—grita la voz de Martín.</p> + +<p>—¡Yo, Juan!</p> + +<p>—¡No entres!</p> + +<p>Juan se estremece. Aquel «no entres» le ha atravesado el pecho como una +puñalada.</p> + +<p>Cuando se trata de estar junto a la que sufre, de llevarle el consuelo y +la paz, le gritan: «¡no entres!»</p> + +<p>Aprieta los dientes y fija sus miradas ardorosas en la cortina, +atravesada por un débil resplandor rojizo.</p> + +<p>—¡Juan!—grita de nuevo la voz de su hermano.</p> + +<p>—¿Qué hay?</p> + +<p>—Anda a ver si nuestro carruaje está ahí cerca.</p> + +<p>Cumple lo que le ordenan. ¡Sólo sirve para hacer recados! Recorre la +fila de carruajes y, no encontrando lo que busca, vuelve a la tienda.</p> + +<p>La cortina aparece levantada ya. Ella está allí, con un chal claro en +los hombros... ¡tan pálida y tan bella!</p> + +<p>—¡Estoy soñando! Di orden para que no viniese el carruaje sino mañana +al amanecer.</p> + +<p>—¿Quiere marcharse Gertrudis?—pregunta Juan impresionado.</p> + +<p>—Gertrudis tiene que irse—dice la joven.</p> + +<p>Y con los ojos llenos de lágrimas le dirige una mirada, en la que se +esfuerza por poner una sonrisa.</p> + +<p>—¡Tranquilízate, hija mía!—dice Martín acariciándole los cabellos.—Si +no se tratase más que de tu pie no sería un gran mal. Pero tus lágrimas, +tu agitación... Creo que la enfermedad te dura todavía y el reposo te +hará bien. ¡Si no se necesitara tanto tiempo para ir a buscar el +carruaje! Me parece que lo mejor será que hagas a pie el corto camino a +través de la pradera... si no sientes ningún dolor, se entiende.</p> + +<p>Gertrudis lanza una mirada a Juan, y se apresura a decir que sí.</p> + +<p>—El aire es tibio, la hierba está seca—continúa Martín, y Juan podrá +acompañarte.</p> + +<p>Gertrudis se estremece y la sangre sube a sus abrasadas mejillas. Los +ojos de Juan buscan los suyos, pero ella los evita.</p> + +<p>—Tú puedes estar de vuelta en media hora—añade Martín, que toma el +silencio de Juan por mal humor.</p> + +<p>Juan menea la cabeza y responde, lanzando una mirada a Gertrudis, que él +también está cansado.</p> + +<p>—¡Entonces, Dios os acompañe, hijos míos!—dice Martín.—Y cuando me +haya librado de mis amigos iré a buscaros.</p> + +<p>Juan pasea su vista a lo lejos; la llanura que se extiende delante de +él, plateada por la luz de la luna, le hace el efecto de un golfo sobre +el cual flotaran brumas; le parece que el brazo que en aquel instante se +desliza bajo el suyo de modo tan dulce, tan acariciador, lo arrastra +allá abajo, al fondo de ese abismo.</p> + +<p>—Buenas noches—murmura sin mirar a su hermano.</p> + +<p>—¿No me das la mano?—dice Martín en tono de amistoso reproche.</p> + +<p>Y, al tendérsela Juan vacilando, se la aprieta cordialmente... ¡Ah! +¡cuánto daño puede hacer un apretón de manos!</p> + + + +<h3><a name="XXI" id="XXI"></a>XXI</h3> + + +<p>El tumulto de la fiesta se extingue a lo lejos. El ruido de las mil +voces no es más que un débil zumbido, sobre el cual descuella solamente, +con notas agudas, la algazara de los caballitos de madera; y cuando la +orquesta del baile, que se ha callado por un tiempo, empieza a tocar +otra vez, ahoga los demás ruidos con el estallido penetrante de sus +cornetines.</p> + +<p>Pero sus notas van debilitándose también; el bombo, que hasta entonces +había hecho discretamente su parte, suena más fuerte, en cambio, porque +sus sordos golpes llegan más lejos que los otros sones.</p> + +<p>Caminan juntos en silencio; ni uno ni otro se atreve a hablar. El brazo +de Gertrudis tiembla bajo el de Juan; éste contempla las brumas de +reflejos verdosos que se alzan de las praderas. Ella camina +valerosamente, aunque no puede menos de cojear un poco; y de cuando en +cuando exhala un débil quejido.</p> + +<p>De pronto, la joven se vuelve y muestra, tendiendo la mano, el hormigueo +de las luces en el lugar de la fiesta, que brillan sobre el fondo +obscuro del pinar.</p> + +<p>—Mira qué bonito—murmura tímidamente.</p> + +<p>El responde con un ademán.</p> + +<p>—¡Juan!</p> + +<p>—¿Qué, Gertrudis?</p> + +<p>—¿No me guardas rencor?</p> + +<p>—¿De qué?</p> + +<p>—¿Por qué abandonaste el baile?</p> + +<p>—Porque hacía demasiado calor para mí en la sala.</p> + +<p>—¿No es porque bailaba yo con otro?</p> + +<p>—¡Oh! de ningún modo.</p> + +<p>—Mira, cuando te marchaste, me sentí tan sola, tan abandonada, que tuve +necesidad de todo mi valor para no estallar en sollozos. «Hubiera podido +prohibirte que bailases con otro», me decía yo... «¿Por quién he venido +a la fiesta sino por él? ¿por quién me he puesto tan guapa sino por +él?...» Y el pie me ardía mil veces más que antes sufrí un desmayo, y +después... de repente... ya sabes lo que me sucedió.</p> + +<p>Juan aprieta los dientes, un estremecimiento sacude sus brazos como si +a pesar de él, fuesen a abrazar a Gertrudis. Ella inclina lentamente su +cabeza sobre el hombro del joven y su mirada clara y brillante se alza +hacia él; pero de pronto lanza un grito agudo... su pie dolorido, que se +arrastra penosamente por el suelo, acaba de tropezar con una piedra. +Extenuada por el dolor, se deja caer sobre la hierba.</p> + +<p>—Querría quedarme tendida aquí un momento—dice enjugándose el sudor +frío que cubre su frente.</p> + +<p>Después esconde su rostro entre el césped y permanece así algunos +segundos, sin movimiento. El se inquieta.</p> + +<p>—Ven—dice;—te vas a resfriar.</p> + +<p>Ella le tiende la mano derecha, volviendo el rostro.</p> + +<p>—Levántame.</p> + +<p>Pero, cuando quiere caminar, sus rodillas se doblan bajo su peso.</p> + +<p>—Ya ves, no puedo—dice con triste sonrisa.</p> + +<p>—Bueno, te llevaré yo—dice él abriendo los brazos.</p> + +<p>Se escapa un murmullo de los labios de Gertrudis, mitad de júbilo, mitad +de queja; un momento después, su cuerpo, levantado del suelo, está en +los brazos de Juan.</p> + +<p>Ella lanza un profundo suspiro, y, cerrando los ojos, apoya la cabeza +contra su mejilla.</p> + +<p>Pecho contra pecho, sus cabellos ruedan como una onda sobre el cuello de +Juan, y su respiración tibia le acaricia el rostro. ¡Adelante, adelante, +cada vez más lejos, aunque las fuerzas le falten, hasta el fin del +mundo!... Siente palpitaciones violentas, un velo rojizo se extiende +delante de sus ojos, le parece que va a caerse y a entregar el alma. ¡No +importa!... ¡más lejos, más lejos siempre!</p> + +<p>Allá abajo, el río lo llama, la cascada muge sordamente a través de la +noche silenciosa, y las gotas que saltan brillan a los rayos de la luna.</p> + +<p>Ella deja caer su cabeza hacia atrás, sobre el brazo de Juan; una +sonrisa dolorosa vaga por su boca entreabierta; sus párpados se han +alzado, y en su pupila obscura se refleja la luna.</p> + +<p>—¿Dónde estamos?—murmura.</p> + +<p>—A la orilla del agua—dice él jadeante.</p> + +<p>—Déjame en el suelo.</p> + +<p>—No quiero... no puedo...</p> + +<p>Al fin, cerca de la orilla, la pone en el suelo; después se tira sobre +la hierba, apoya la mano sobre el corazón y hace un esfuerzo para tomar +aliento. Le laten las sienes y está a punto de perder el conocimiento... +Pero se incorpora con esfuerzo vigoroso, inclina el busto sobre la +corriente y coge agua en las palmas de las manos para bañarse la frente.</p> + +<p>Esto lo ayuda a serenarse. Se vuelve hacia Gertrudis. Ella se oculta el +rostro en las manos y gime dulcemente.</p> + +<p>—¿Sufres mucho?—le pregunta él.</p> + +<p>—Esto me escuece.</p> + +<p>—Mete el pie en el agua; se te refrescará.</p> + +<p>Ella deja caer sus manos y lo mira con sorpresa.</p> + +<p>—Eso me ha hecho bien a mí—dice él mostrando su frente, por donde +corren todavía las gotas de agua.</p> + +<p>Gertrudis se inclina hacia adelante para quitarse el zapato; pero su +mano tiembla, y se detiene fatigada.</p> + +<p>—Deja que te ayude—dice él.</p> + +<p>Un movimiento brusco, y el zapato salta al lado de ella, le sigue la +media, y, arrastrándose hasta la orilla del río, la joven sumerge hasta +el tobillo el pie desnudo en la frescura de la corriente.</p> + +<p>—¡Oh! ¡qué bien hace esto!—murmura aspirando el aire profundamente.</p> + +<p>Después, volviéndose a derecha e izquierda, busca un apoyo para su +cuerpo.</p> + +<p>—Apóyate contra mí—dice él.</p> + +<p>Y ella deja caer su cabeza sobre el hombro de Juan. Un estremecimiento +corre por los brazos del joven pero no se atreve a enlazarle el talle; +respira con dificultad; mira con fijeza el agua transparente a través de +la cual resplandece el pie blanco de Gertrudis como una concha de nácar +que hubiera en el fondo.</p> + +<p>Uno al lado de otro, permanecen sentados, en silencio. Delante de ellos, +en la presa, las aguas mugen formando torbellinos. La espuma tiende una +especie de puente de plata a través del río, y la corriente se desliza +tranquila a sus pies. De vez en cuando, el dulce viento de la noche les +trae sonidos amortiguados de la música; al gruñido monótono del timbal +se mezcla el grito sordo del alcaraván.</p> + +<p>De pronto, Gertrudis se estremece.</p> + +<p>—¿Qué tienes?</p> + +<p>—Tengo frío.</p> + +<p>—Retira inmediatamente el pie del agua.</p> + +<p>Ella hace lo que él le dice, y después saca del bolsillo el fino pañuelo +de batista que ha llevado al baile.</p> + +<p>—No puede servir de mucho—dice Juan, y con mano temblorosa coge su +grueso pañuelo.—Déjame secarte el pie.</p> + +<p>Muda, con una mirada tímida y suplicante, Gertrudis deja hacer; y +cuando él siente entre sus manos ese pie suave y fresco, lo asalta un +vértigo, lo invade un deseo ardiente y loco; se agacha y posa sobre él +su frente ardiente.</p> + +<p>—¿Qué haces?—exclama ella.</p> + +<p>El se incorpora... Sus miradas se cruzan llenas de embriaguez, y, +lanzando un grito furioso, caen en brazos uno del otro.</p> + +<p>Sus besos ardientes se posan sobre la boca de Gertrudis. Ella ríe y +llora a la vez, le coge la cabeza entre las manos, le acaricia los +cabellos, apoya la mejilla del joven contra la suya, y lo besa en la +frente y en los ojos.</p> + +<p>—¡Oh! ¡cuánto, cuánto te amo!</p> + +<p>—¿Eres mía?</p> + +<p>—Sí, sí.</p> + +<p>—¿Me amarás siempre?</p> + +<p>—¡Siempre! ¡siempre! Y tú... no me dejarás nunca sola, como hoy... para +que Martín...</p> + +<p>Se calla de golpe. El silencio pesa sobre ellos. ¡Y qué silencio!... A +lo lejos suena el timbal... El agua muge...</p> + +<p>Los dos se miran entonces pálidos como la muerte. Y ella se pone a +lanzar gritos penetrantes:</p> + +<p>—¡Jesús! ¡Jesús!</p> + +<p>Su voz suena en medio de la noche.</p> + +<p>Con un gemido violento él se oculta el rostro entre las manos. Un +sollozo sin lágrimas sacude todo su cuerpo. Una llama se enciende +delante de sus ojos, llama sangrienta que se alza como si fuese a +abrasar al mundo entero. Ha visto claro de repente. El resplandor que la +víspera de San Juan empezó a parecerle siniestro, y que la noche en que +Gertrudis estalló en sollozos en medio de su canto, cruzó su frente como +un relámpago para extinguirse un instante después, ese resplandor sube +ahora ante sus ojos como el disco chispeante del sol. Y cada una de sus +llamas lo incita al odio, cada chispa hace estremecer su alma con las +torturas de los celos, cada rayo le atraviesa el corazón con un +sentimiento de terror y de remordimiento... Gertrudis se ha echado de +bruces en el suelo, y llora, llora amargamente... Con la frente +inclinada y las manos juntas, él contempla fijamente el cuerpo +encantador que yace delante de él, sumido en la desesperación.</p> + +<p>—Entremos—dice con voz sorda.</p> + +<p>Ella alza la cabeza y apoya los brazos en el suelo; pero, cuando él +quiere levantarla, lanza un grito agudo.</p> + +<p>—¡No me toques!</p> + +<p>Por dos o tres veces trata de ponerse en pie; sus piernas se doblan. +Entonces tiende los brazos sin decir palabra, y se deja levantar por él, +que sostiene sus pasos vacilantes a través del patio del molino. Se +secan sus lágrimas; el estupor de la desesperación se lee en sus +facciones rígidas y pálidas; ella vuelve el rostro y se deja arrastrar +por él como si no tuviera ya voluntad. En el umbral del emparrado, +retira su brazo del de Juan y, reuniendo sus últimas fuerzas, se +precipita sola hacia la puerta. Luego, desaparece en la sombra espesa +del follaje.</p> + +<p>Los aldabonazos suenan sordamente, una vez, dos veces. Después se oyen +pasos en el interior; la llave gira, y una luz amarillenta se esparce +fuera, en la claridad de la luna.</p> + +<p>—¡En nombre del cielo! ¡qué cara trae usted!—exclama asustada la +criada.</p> + +<p>Y la puerta se cierra.</p> + +<p>El se deja estar allí largo tiempo, con los ojos fijos en el sitio por +donde ella ha desaparecido.</p> + +<p>Una sensación de frío que lo hace temblar de la cabeza a los pies lo +despierta de su ensimismamiento. Maquinalmente se desliza a través del +patio, iluminado por la luz de la luna; acaricia a los perros que, con +ladridos alegres, lo saludan; echa una mirada estúpida a la rueda +inmóvil, sobre la cual se desliza el agua sin ruido, como una brillante +serpiente. Una fuerza misteriosa lo arroja de allí; el suelo del patio +le quema los pies.</p> + +<p>Se dirige a través de la pradera hacia la presa, hasta el sitio donde ha +estado sentado con Gertrudis. Sobre el césped brilla el zapato azul, y a +poca distancia la larga media, tan fina... ¡Gertrudis ha entrado +cojeando, con un pie desnudo, sin notarlo!</p> + +<p>Lanza una risotada estridente, toma los objetos y los lanza lejos, a las +aguas espumosas.</p> + +<p>¿Adónde ir entonces? El molino ha cerrado su puerta detrás de él, para +siempre. ¿Adónde ir? ¿Se tenderá, para descansar, sobre un montón de +heno? ¡No podrá dormir!... ¡He ahí un grupo de muchachos alegres! Poco +antes los ha desdeñado, pero entonces llegan en buen momento.</p> + + + +<h3><a name="XXII" id="XXII"></a>XXII</h3> + + +<p>Cuando, como a las dos de la mañana, Martín Felshammer ha conseguido +desasirse de sus compañeros, bebedores sempiternos, se acerca de buen +humor al lugar de la fiesta, donde la claridad insegura del día gris que +nace ilumina las idas y venidas de los retrasados. Ve acercarse entonces +un grupo de mozos ebrios, que aullando cantos obscenos pasan en fila a +través de la gente; a la cabeza de ellos marcha el cerrajero Farmann, +bribón famoso, y detrás de él van otros perdidos.</p> + +<p>Resuelto a echarlos de allí, va directamente hacia el grupo; pero de +repente se detiene petrificado, con los brazos caídos... En medio del +grupo, con los ojos terribles, avanza tambaleándose su hermano Juan.</p> + +<p>—¡Juan!—exclama estupefacto.</p> + +<p>Este se estremece; su rostro enrojecido se pone lívido; en sus ojos +brilla un resplandor de espanto; tiembla, extiende los brazos como para +defenderse, y retrocede, vacilando, dos o tres pasos.</p> + +<p>Martín siente que se apacigua su cólera. El deplorable espectáculo +despierta su compasión. Sigue a Juan, y, reteniéndole por el brazo, le +dice con voz llena de ternura:</p> + +<p>—Ven, hermano; es tarde; vamos a casa.</p> + +<p>Pero Juan, haciendo un ademán de horror, retrocede más ante la mano que +lo roza; y dirigiendo a Martín una mirada llena de angustia mortal, le +dice con voz ronca:</p> + +<p>—¡Déjame!... ¡no quiero, no quiero tener nada que ver contigo! ¡ya no +soy tu hermano!</p> + +<p>Martín, sobrecogido, se agarra con las dos manos a la mesa que está +junto a él, y se deja caer, como herido de una puñalada, sobre el banco +inmediato!</p> + +<p>Juan se aleja apresuradamente y desaparece en el bosque.</p> + + + +<h3><a name="XXIII" id="XXIII"></a>XXIII</h3> + + +<p>Desde aquel día, la tristeza se cierne sobre la casa de los Felshammer.</p> + +<p>Cuando Martín entró en su casa por la mañana, todo estaba tranquilo, en +una calma profunda. Descolgó de la pared la llave del molino y se +deslizó hasta la triste habitación de que había hecho una especie de +templo de su falta. Allí lo encontraron sus gentes a la hora del +almuerzo, tan blanco como la cal de los muros, con la frente entre las +manos y murmurando sin cesar:</p> + +<p>—¡Fritz, Fritz! ¡ésta es la expiación! ¡ésta es la expiación!</p> + +<p>El espectro, el antiguo, el temible espectro, al que creía desterrado +para siempre, se ha echado de nuevo sobre él, y sus garras le aprietan +la garganta hasta estrangularlo.</p> + +<p>Ha sido casi necesario emplear la fuerza para sacarlo de su retiro. Con +paso torpe ha salido tambaleándose del molino. Ha encontrado a su mujer +acurrucada en un rincón, con las mejillas pálidas y la mirada temerosa. +Entonces le ha cogido la cabeza con las dos manos, fijando un instante +sobre la infeliz, toda trémula, sus ojos sombríos, y después ha +murmurado esas palabras melancólicas:</p> + +<p>—¡La expiación! ¡la expiación!</p> + +<p>Al oír esta frase siniestra, un escalofrío recorre el cuerpo de +Gertrudis. «¿Sabe algo? ¿Se lo ha confesado todo Juan? ¿Ha descubierto +por casualidad el secreto?... ¿O no tiene más que sospechas?...»</p> + +<p>Y desde entonces se llena de terror delante de ese hombre; y se consume +de pasión por el otro, a quien ha despedido para siempre. Palidece y +adelgaza; anda vagando de un lado a otro como una sonámbula. Alrededor +de sus ojos se dibujan surcos azules que se ensanchan cada vez más +alrededor de su boca se forma un pliegue que se contrae sin cesar.</p> + +<p>Martín no ve nada de eso. Todo su ser está embargado por el dolor de +haber perdido su hermano. Durante los primeros días ha estado esperando +hora tras hora verlo llegar; quizá no se ha dado cuenta de lo que decía +en su embriaguez... ¡y él, Martín, será ciertamente el último en +recordárselo!</p> + +<p>Pero pasan los días, unos después de otros, sin que Juan reaparezca; su +angustia crece entonces. Comienza a informarse del desaparecido, con +poco fruto al principio porque las relaciones de aldea a aldea son muy +escasas. Sin embargo, poco a poco van llegando noticias al molino; lo +han visto hoy aquí y ayer allí, como un vagabundo, pero rodeado siempre +de alegres compañeros. En cuanto «el diablo de Juan», como le llaman, se +presenta en alguna parte, se llena la taberna, saltan los tapones y +chocan los vasos; y, cuando la fiesta está en todo su apogeo, a través +de los cristales hechos añicos salen las botellas a la calle. Pero «el +diablo de Juan» paga todo lo que rompe. Convida a todos los que +encuentra por el camino... ¡Ah sí! es un gran compañero y un bebedor +insigne «el diablo de Juan.»</p> + +<p>Poco a poco van apareciendo a la puerta del molino toda clase de +personajes tenebrosos como Löb Levi, de Beelitzhof, el acaparador de +granos, y Hoffmann, de Grünhalde, el corredor de fincas; presentan +papeles amarillos y grasientos sobre los cuales la mano de Juan ha +firmado cantidades a tanto por ciento y a tantos días... Martín +contempla largo rato las letras inciertas que se precipitan, como +ebrias, unas sobre otras; después, va a su caja de caudales y paga, sin +decir palabras, la deuda y los intereses exorbitantes. ¡De buena gana +daría la mitad de su riqueza por conseguir la vuelta de su hermano!</p> + +<p>Al fin, manda enganchar el carruaje y él mismo va a buscarlo. Anda +leguas y leguas, pasa en vela noches enteras, sin conseguir nunca +atrapar a su hermano. Las noticias que obtiene de los taberneros son +incompletas y confusas; unos le responden de un modo incierto y +cohibido, otros con aparato de misterio y en tono socarrón; todos +parecen temer que tan pronto como el dueño del molino de Felshammer haya +encontrado al borracho de su hermano desaparecerán sus pingües +beneficios.</p> + +<p>Cuando Martín empieza a notar que lo engañan, se apodera de él el +desaliento. Regresa al molino y se encierra por dos días en su +<i>despacho</i>. Durante ese tiempo, se pregunta si no sería conveniente +pedir ayuda a los gendarmes de Marienfeld. Con su autoridad, sería fácil +arrancar la verdad a la gentes. Pero no... hacer buscar a su hermano con +la policía es cosa que no permite el honor del nombre de los Felshammer; +su padre se estremecería en la tumba.</p> + +<p>Un constipado adquirido en sus viajes nocturnos, lo obliga a guardar +cama. Y, durante dos mortales semanas, en las que Gertrudis permanece +sentada a la cabecera del lecho, noche y día, vive torturado por las +alucinaciones de su delirio, en el que sus dos hermanos, el muerto y el +vivo, van a rondar alrededor de él, ora distintos ora confundidos en un +sólo ser monstruoso, especie de espectro de dos cabezas.</p> + +<p>Tan pronto está casi restablecido hace preparar su carruaje. Es fuerza +que acabe por encontrarlo.</p> + + + +<h3><a name="XXIV" id="XXIV"></a>XXIV</h3> + + +<p>Al fin lo encuentra.</p> + +<p>Una noche, muy tarde, a principios de septiembre, sus investigaciones lo +llevan a B... aldea situada dos leguas al norte de Marienfeld. A través +de las ventanas cerradas de la taberna, se oye un ruido confuso, +pataleos, gritos y cánticos avinados.</p> + +<p>Baja pesadamente del carruaje y ata el caballo a la puerta del patio. La +llama turbia de la linterna vacila al soplo del viento de la noche. +Grandes gotas de lluvia golpetean el suelo.</p> + +<p>Levanta el cerrojo y empuja la puerta, que se abre de par en par. Una +densa humareda azul, de tabaco, le da en el rostro, mezclada con el olor +de la cerveza agria.</p> + +<p>Y allí, en el extremo de una larga mesa, con las mejillas abotagadas, +los ojos ribeteados de rojo y afectados por el brillo vidrioso propio +de los borrachos, los cabellos revueltos, la camisa sucia y las ropas en +desorden, cubiertas de aristas de paja, restos sin duda del último +lecho, estaba su hermano adorado, aquel que lo era todo para él y al que +veía convertido entonces en un vicioso precoz, condenado a irremediable +desgracia.</p> + +<p>—¡Juan!—exclama, y la fusta que tiene en la mano cae al suelo con +ruido.</p> + +<p>Un silencio de muerte se esparce por la sala llena de gente, y los +bebedores contemplan con la boca abierta al intruso.</p> + +<p>El desgraciado se ha levantado de su banco, con el rostro rígido por una +angustia indecible; de su pecho sale silbando una especie de estertor; +da un salto desesperado y trepa a la mesa, y haciendo otro esfuerzo +trata de huir por sobre las cabezas de sus vecinos.</p> + +<p>Es inútil; la mano de Martín lo sujeta.</p> + +<p>—Quédate—gruñe a su oído una voz sorda.</p> + +<p>Y al mismo tiempo se siente empujado con fuerza prodigiosa.</p> + +<p>Martín abre la puerta; y, mostrando con el puño de la fusta la +obscuridad de la noche, se planta en medio de la sala.</p> + +<p>—¡Vamos! ¡fuera!—grita con una voz que hace temblar los vasos sobre la +mesa.</p> + +<p>Los bebedores, jóvenes calaveras en su mayor parte toman sus sombreros y +se retiran intimidados; apenas se oye un murmullo ahogado.</p> + +<p>—¡Vamos! ¡fuera!—repite Martín haciendo un gesto como para saltar a la +garganta del primero que proteste.</p> + +<p>Dos minutos después han salido todos... Sólo el tabernero está allí +todavía, paralizado por el miedo, detrás del mostrador. Al volverse +Martín hacia él, con una mirada amenazadora, comienza a quejarse en tono +llorón del transtorno causado en su tienda.</p> + +<p>Martín mete la mano en el bolsillo, le tira un puñado de monedas de +plata y le dice:</p> + +<p>—¡Quiero quedarme solo con él!</p> + +<p>Y cuando ha cerrado la puerta, detrás del tabernero, que sale +inclinándose, se aproxima lentamente a su hermano, que, con el rostro +entre las manos, permanece inmóvil, agazapado en un rincón. Coloca +suavemente la mano sobre su hombro; y, con una voz trémula de dulzura +infinita y de inmensa tristeza:</p> + +<p>—Levántate, hijo mío, y hablemos.</p> + +<p>Juan no hace un solo movimiento.</p> + +<p>—¿No quieres decirme qué tienes contra mí? El desahogo consuela... +Alivia tu corazón contándome tus penas.</p> + +<p>—¡Consolar mi corazón!... ¡Ay!...</p> + +<p>La angustia que contraía sus facciones se ha cambiado en una arrogancia +sorda, reprimida.</p> + +<p>Martín, lleno de disgusto y de lástima contempla aquel rostro, cuyas +arrugas profundas apenas dejan conocer al Juan de otros tiempos, tan +franco de corazón, tan tierno. Es fuerza que las pasiones más viles se +hayan apoderado de ese hombre para desfigurarlo de un modo tan terrible +en seis cortas semanas.</p> + +<p>Se incorpora entonces y lanza una mirada del lado de la puerta.</p> + +<p>—Me has encerrado, ¿no es verdad?—dice con una nueva explosión de +risa, que penetra a Martín hasta los tuétanos.</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>—¿Quieres, pues arrastrarme contigo como un criminal?</p> + +<p>—¡Juan!</p> + +<p>—Eres, en efecto, el más fuerte. Pero te declaro una cosa; que no soy +tan débil que no pueda defenderme. Me tiraré carruaje abajo y me romperé +la cabeza contra una piedra antes que ir contigo.</p> + +<p>—¡Piedad, Dios mío!—exclama Martín.—¿Qué han hecho de ti?</p> + +<p>Juan se pasea a lo largo, y hace sonar a su paso las tapaderas de los +frascos de cerveza.</p> + +<p>—¡Acabemos!—dice al fin, deteniéndose.—¿Qué quieres de mí para venir +a encerrarme de este modo?</p> + +<p>Martín, sin decir nada, va a la puerta y corre el cerrojo; después +vuelve a colocarse delante de su hermano. Su pecho jadea, como si +quisiera sacar las palabras de lo más profundo de su alma. ¿Pero de qué +le sirve eso? Su voz se queda en la garganta. Nunca ha sido elocuente el +pobre rústico; ¿cómo encontrar de pronto conceptos expresivos para +arrancar aquel extraviado a su locura? No puede articular más que estas +palabras:</p> + +<p>—¿Qué te he hecho? ¿Qué te he hecho?</p> + +<p>Las repite dos veces, tres veces; las repite infinitamente. ¿Qué más +puede decir? Toda su ternura y todo su dolor están ahí.</p> + +<p>Juan no responde nada. Se sienta en el banco y hunde las dos manos en +sus cabellos incultos. Por su rostro vaga una sonrisa, una sonrisa +horrible que no admite consuelo ni esperanza... Al fin interrumpe a su +desgraciado hermano, que repite interminablemente su frase, como si +esperara verla causar un efecto mágico.</p> + +<p>—Basta; no sabes qué decirme y no puedes decirme nada. He acabado +conmigo mismo, contigo y con el mundo entero. ¡Si supieras por lo que he +pasado en estas seis últimas semanas!... Desde que salí del molino no he +dormido bajo techo, porque estaba convencido de que el techo me +aplastaría...</p> + +<p>—¿Pero, en nombre del cielo, qué tienes?</p> + +<p>—No me preguntes nada; no conseguirás saberlo... Deja las palabras; son +inútiles... y aunque me jurases por la memoria de nuestros padres...</p> + +<p>—Sí; por nuestros padres...—balbucea Martín con alegría.</p> + +<p>¿Por qué no he pensado en ello más pronto?</p> + +<p>—¡Déjalos tranquilos en su tumba!—replica Juan con su sonrisa +odiosa.—Eso no reza conmigo. ¡Ellos no pueden impedir que esté perdido; +no pueden impedir que te odie!</p> + +<p>Martín lanza un gemido violento y vuelve a caer, como aniquilado, sobre +el banco.</p> + +<p>—Siempre he pensado en ellos; siempre me he acordado de que Martín +Felshammer es mi hermano. Y por eso he llegado adonde estoy... ¡Me ha +costado un duro sacrificio, puedes creerlo!... Por lo tanto, no te +quejes... Créeme... me he portado muy bien contigo... ¡ay, hermano!... +muy bien.</p> + +<p>Martín no tiene necesidad de averiguar más; ve claramente ya la solución +del enigma: la víctima de otro tiempo sale de su tumba para pedir +venganza. Entonces, con las manos juntas murmura dulcemente:</p> + +<p>—¡La expiación! ¡La expiación!...</p> + +<p>El otro continúa:</p> + +<p>—Pero haces bien en recordarme a nuestros padres; no tengo derecho a +arrojar una mancha sobre su nombre, sobre el nombre de los Felshammer... +Esa es una idea que me atormenta desde hace un tiempo... Y, a decir +verdad, me alegro de haberte encontrado... Podemos hablar de ello +tranquilamente... me voy a América.</p> + +<p>Martín contempla por un instante su rostro abotagado; después murmura +dulcemente:</p> + +<p>—¡Que Dios te acompañe!</p> + +<p>Y deja caer pesadamente su frente sobre la mesa.</p> + +<p>—Muy pronto—continúa el hermano.—Ya me he informado; el primero de +octubre parte un buque de Brema; es preciso que salga yo de aquí la +semana próxima... Tú sabrás qué es lo que me corresponde por mi +herencia... Debo haber derrochado una buena parte... Dame a cuenta de +ella lo que tengas en dinero; envía los fondos a Franz Maas, que yo iré +a casa de él a buscarlos...</p> + +<p>—¿Y no vendrás siquiera una vez al... al?...</p> + +<p>—¿Al molino? ¡Jamás!—exclama el joven, levantándose con un resplandor +inquieto, de deseo y de angustia, en los ojos.</p> + +<p>—¿Y te he de decir adiós aquí... aquí... en este lugar inmundo?... +¡adiós para toda la vida!...</p> + +<p>—No puede menos de ser así—dice Juan, bajando la cabeza.</p> + +<p>Y Martín vuelve a su idea y murmura:</p> + +<p>—¡Es la expiación!</p> + +<p>Juan fija una mirada ardiente en su hermano, que, con el alma y el +cuerpo quebrantados, permanece agobiado delante de él... Está firmemente +resuelto a no volverlo a ver... Pero es preciso que le tienda la mano... +en el momento de la separación.</p> + +<p>—Adiós, hermano—dice aproximándose a Martín, que se deja estar +sentado, inmóvil.—Sé feliz y consérvate bueno.</p> + +<p>Pero, de repente, siente como un chorro de calor dulce... Por su cerebro +pasan en un mismo instante, un sinnúmero de imágenes. Se vuelve a ver +niño, protegido, mimado por su hermano mayor; se vuelve a ver mozo, +andando orgulloso del brazo de él; se vuelve a ver, de pie con él, junto +al lecho de muerte de los viejos padres; se vuelve a ver con él, en el +momento solemne en que, con las manos enlazadas, se prometieron no +separarse nunca y no dejar que nadie se introdujese nunca entre +ellos...</p> + +<p>¡Y entonces!... ¡entonces!...</p> + +<p>—¡Hermano!—exclama.</p> + +<p>Y con ruidosos sollozos cae a sus pies.</p> + +<p>—¡Mi nene! ¡mi querido nene!</p> + +<p>Y Martín, en medio de sus lágrimas, lanza gritos de alegría y lo besa, +lo aprieta contra él, como si quisiera no dejarlo marchar.</p> + +<p>Al fin te encuentro... ¡Oh Dios! Ahora todo irá bien... ¿no es verdad? +Di... todo esto no era más que pura fantasía, pura locura. ¿Tú no sabes +lo que has hecho, eh? Ya no te acuerdas. Apostaría a que ya no tienes la +menor idea de eso ¿eh? Despiertas, ¿no es verdad que despiertas?</p> + +<p>Juan, triste, aprieta los dientes y apoya su rostro en el pecho de su +hermano. Pero, de pronto, se le ocurre una idea que le pesa sobre el +corazón y le zumba en los oídos, una idea semejante a un vampiro frío y +viscoso que bate las alas a su alrededor; en ese brazo, en ese, +Gertrudis se ha abandonado... ¡ese mismo día!</p> + +<p>Y se pone en pie violentamente. ¡Tiene que salir de aquella sala, tiene +que dejar de respirar aquella atmósfera, o va a volverse loco!</p> + +<p>Da un salto hacia la puerta... Descorre el cerrojo y... desaparece.</p> + +<p>Rígido de estupor, Martín lo sigue con los ojos un momento; después se +dice, como para librarse de la inquietud que se apodera de él.</p> + +<p>—Está demasiado impresionado y necesita respirar el aire fresco; +volverá.</p> + +<p>Su mirada se fija en la percha que hay en el muro; sonríe completamente +tranquilo:</p> + +<p>—Juan ha dejado su gorra... afuera está lloviendo... el viento es +fresco... volverá.</p> + +<p>Después, Martín llama al tabernero; hace llevar su caballo a la cuadra y +manda preparar para su hermano un grog caliente y una cama: «porque, +dice con una sonrisa, volverá...»</p> + +<p>Y cuando todo queda preparado, se sienta y se absorbe en sus +meditaciones. De vez en cuando murmura, como para reanimar su valor que +se extingue:</p> + +<p>—¡Volverá!</p> + +<p>Afuera, la lluvia golpetea las ventanas, el viento de otoño silba sobre +la taberna; y cada gota de lluvia, cada silbido anuncia:</p> + +<p>—¡Volverá! ¡volverá!</p> + +<p>Pasan las horas, la lámpara se apaga, Martín se ha quedado dormido en su +espera y sueña con la vuelta de su hermano...</p> + +<p>Al día siguiente por la mañana, lo despiertan. Asustado y tembloroso, +mira a su alrededor. Sus ojos se posan sobre la cama vacía, en la que +su hermano debía acostarse, su primer lecho después de seis semanas. Se +deja estar allí tristemente, de pie, con la mirada fija.</p> + +<p>Después manda enganchar el carruaje y se va.</p> + + + +<h3><a name="XXV" id="XXV"></a>XXV</h3> + + +<p>Ese año, el otoño ha llegado muy pronto. Desde hace ocho días sopla un +viento nordeste, agudo y penetrante, como si se estuviera en noviembre. +Los aguaceros azotan en los vidrios, y ya se extiende sobre el suelo una +capa de hojas de tilo, de color amarillo obscuro que la humedad +convierte en barro.</p> + +<p>¡Qué pronto llega la noche! En la tienda del panadero, la lámpara se +enciende antes de la hora de comer. Franz Maas está sentado bajo la +claraboya, muy ocupado en hacer sus cuentas. Delante de él, sobre la +mesa, donde se ven casi siempre en orden, blancos y redondos, pequeños +montones de harina de flor, brillan entonces pequeños montones de +monedas de plata; y en lugar de los <i>bretzel</i> miserables se oye el +crujido de los billetes de banco.</p> + +<p>Es el tesoro que Martín le confió el último domingo con el encargo de +entregarlo a Juan.</p> + +<p>Ha entregado igualmente una nota en la cual la cuenta de la herencia +está detallada hasta el último céntimo. Después se ha presentado todas +las mañanas a hacer la misma pregunta: ¿«Ha venido?» y, al ver la seña +negativa de Franz, se ha vuelto sin decir nada. Ese tesoro embaraza al +joven panadero. Todas las noches cuenta la suma sobre la mesa, para +cerciorarse de que nada ha desaparecido durante el día.</p> + +<p>En esos momentos está entregado precisamente a esa ocupación. Es +viernes; por fuerza Juan tiene que estar allí entonces si quiere llegar +a tiempo de alcanzar el vapor que sale de Brema.</p> + +<p>Juan ha abierto la puerta sin ruido y se detiene detrás del panadero, +cuando éste se dispone a guardar bajo llave los cartuchos de monedas.</p> + +<p>—¿Todo eso es para mí?—pregunta poniéndole la mano sobre el hombro.</p> + +<p>—¡Alabado sea Dios! ¡Al fin has venido!—exclama Franz alegremente.</p> + +<p>Después de una ojeada examina a su amigo, de la cabeza a los pies. +Martín había exagerado cuando le anunciaba, con lágrimas en los ojos, la +aparición de un ser miserable y abatido. Juan Felshammer lleva un traje +muy limpio y cuidado: tiene una linda capa nueva, un poco entreabierta, +que deja ver un flamante traje gris; sus cabellos, bien peinados, caen +sobre el cuello; hasta se ha afeitado... Pero, a decir verdad, su mirada +turbia, por la que pasan resplandores inquietantes, las bolsas bajo los +ojos, el horrible color de las mejillas, son tristes síntomas en ese +rostro, fresco y juvenil hasta hace poco.</p> + +<p>Y Franz le toma entonces las dos manos.</p> + +<p>—Juan, Juan, ¿qué te ha sucedido?</p> + +<p>—Paciencia, ya lo sabrás todo—responde Juan.—Será preciso que lo +confiese todo a un ser humano, a uno solo... o eso acabará por ahogarme.</p> + +<p>—¿Es cierto entonces? ¿Quieres?...</p> + +<p>—Esta noche me voy en la diligencia. Ya tengo billete... Antes de venir +a verte he atravesado la aldea por última vez. Había obscurecido; podía +aventurarme a eso; y me he despedido de todo. He ido hasta la tumba de +mis padres, delante de la puerta de la iglesia... y también a la Corona, +porque debía aún una miseria al dueño...</p> + +<p>—¿Y has olvidado el molino?</p> + +<p>Juan se muerde los labios, se retuerce el bigote y murmura:</p> + +<p>—Ya iré.</p> + +<p>—¡Oh! ¡qué alegría tendrá Martín!—exclama Franz Maas, rojo también por +la emoción.</p> + +<p>—¿He dicho acaso que iré a ver a Martín?—pregunta Juan entre dientes.</p> + +<p>Y su pecho se levanta como para librarse del peso formidable que lo +oprime.</p> + +<p>—¿Qué? ¿acaso vas a introducirte furtivamente en la casa de tu padre +como un ladrón, sin dejarte ver de nadie?</p> + +<p>—¡No! Iré a despedirme... pero no de Martín.</p> + +<p>—¿De quién, entonces?... ¡Desgraciado!... ¿De quién, entonces?—exclama +Franz Maas en el cual se despierta una terrible sospecha.</p> + +<p>—Cierra la puerta y siéntate—dice Juan.—Voy a contártelo todo.</p> + +<p>Pasan las horas. La tempestad sacude las hojas de las ventanas. El +aceite crepita en la lámpara que humea. Los dos amigos están sentados, +con las miradas fijas uno en el otro. Juan hace su confesión; no oculta +nada, desde su primer encuentro con Gertrudis hasta el instante en que +un estremecimiento de horror lo arrancó de los brazos de Martín para +arrojarlo a la noche lluviosa.</p> + +<p>—Lo que ha pasado después—termina,—puede decirse en dos palabras. +Corrí sin saber adónde, hasta que el agua y el frío me volvieron a la +realidad. El correo de Marienfeld llegaba en ese momento; subí a él y +por lo menos me encontré a cubierto. De ese modo llegué a la ciudad, +donde he permanecido hasta hoy. Löb Lévi me ha dado cien táleres, y con +eso me he comprado ropa; no quería presentarme harapiento delante de +Gertrudis.</p> + +<p>—¡Desgraciado!... ¿quieres?...</p> + +<p>—¡Nada de sermones!—protesta el joven en tono huraño.—Todo está ya +convenido. Le he enviado un billete con un muchacho que encontré en la +calle y cuya vuelta he esperado. La halló sola en la cocina, y nadie lo +ha visto. A las once estará ella en la presa... y yo ¡ay!... yo también.</p> + +<p>—Juan, no hagas eso... ¡te lo suplico!—exclama Franz con +angustia;—¡te va a suceder una desgracia!</p> + +<p>Juan responde con una carcajada; y con los ojos brillantes, la boca +pegada a la oreja de Franz, murmura:</p> + +<p>—¿Crees tú, pues, mi pobre amigo, que yo sería capaz de ir a vivir y a +morir al extranjero sin haberla visto antes una sola vez? ¿Crees tú que +tendría yo valor para contemplar el mar durante cuatro semanas, sin +precipitarme en él, si no la hubiese visto otra vez?... ¡Me faltaría la +respiración, el alimento se me quedaría en la garganta, me consumiría +vivo, si no la hubiese visto una vez más!</p> + +<p>Entonces, Franz renunció a disuadirlo.</p> + +<p>La mirada inquieta de Juan se alza a cada instante hacia el reloj.</p> + +<p>—Ya es hora—dice, tomando su gorra.—A las doce pasa la diligencia. +Espérame en la posta y llévame dos billetes de cien táleres; eso me +bastará para la travesía. Lo restante puedes devolvérselo a él; no lo +necesito... Hasta luego.</p> + +<p>Cerca de la puerta, se vuelve para preguntar:</p> + +<p>—Dime, ¿me huele el aliento a aguardiente?</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>El joven lanza una risotada:</p> + +<p>—Dame dos o tres granos de café para mascarlos. No quiero causar +repugnancia a Gertrudis en el último momento.</p> + +<p>Y cuando Juan ha satisfecho su deseo, desaparece en la obscuridad.</p> + + + +<h3><a name="XXVI" id="XXVI"></a>XXVI</h3> + + +<p>Hay crecida.</p> + +<p>Sibilantes y rumorosas, las aguas salen precipitadamente de la presa +para ir a perderse con un gruñido sordo y quejumbroso en el golfo de +espuma, encima del cual parece levantar una bóveda brillante el polvo de +las olas que se estrellan.</p> + +<p>Al rumor de la caída se mezcla el rugido de la tormenta. Los viejos +álamos que bordan el río se inclinan unos hacia otros, como fantasmas +gigantes que bailan a media noche, en largas filas, una danza mágica.</p> + +<p>El cielo está velado por nubes sombrías, todo es negro en los +alrededores; sólo la espuma, de color de nieve, esparce un resplandor +incierto, que, como la bruma, difuma los contornos de las cosas. Arriba +resalta la balaustrada del pequeño pasadizo.</p> + +<p>En medio de éste es donde los dos se encuentran.</p> + +<p>Gertrudis, con la cabeza envuelta en un pañuelo obscuro, estaba desde +hacía bastante tiempo debajo de los árboles, abrigándose de la lluvia; +y, al ver surgir la alta figura de Juan al otro lado de la presa, se ha +lanzado a su encuentro.</p> + +<p>—¿Eres tú, Gertrudis?—pregunta él apresuradamente tratando de ver su +rostro.</p> + +<p>Ella guarda silencio y se ase a la balaustrada.</p> + +<p>La espuma baila delante de sus ojos y se tiñe de mil colores.</p> + +<p>—Gertrudis—dice el joven tratando de tomarle la mano;—he venido a +decirte adiós para siempre. ¿Vas a dejarme partir sin una palabra?</p> + +<p>—Y yo, yo he venido para dar reposo a mi alma;—dice ella, +retrocediendo ante la mano que la toca.—Juan, he sufrido mucho por +causa tuya... he envejecido veinte años lo menos... Estoy débil y +enferma... ten piedad de mí... no me toques... no quiero volver a entrar +en la casa de tu hermano manchada con una falta.</p> + +<p>—Gertrudis ¿has venido aquí para torturarme?</p> + +<p>—¡Silencio, Juan, silencio!... ¡No me hagas daño!... Vamos a separarnos +puros y honrados... y a llevar con nosotros paz y valor para toda la +vida. No nos dejemos arrastrar... ni por el amor ni por el +resentimiento.</p> + +<p>Se detiene aniquilada. Su respiración es fatigosa.</p> + +<p>Después, reuniendo con trabajo todas sus fuerzas, continúa:</p> + +<p>—Yo sabía que vendrías... hace mucho tiempo, antes de recibir tu +billete... y he reflexionado mil veces hasta sobre la menor palabra... +que tenía que decirte. Pero es preciso que no me hagas perder la calma.</p> + +<p>Los ojos de Juan brillan en las tinieblas, su respiración es ardiente; +con una risa estrepitosa dice:</p> + +<p>—No nos rodea de una aureola este bien inútil; estamos condenados en la +tierra y en los cielos. Por lo tanto, aprovechemos al menos...</p> + +<p>Se interrumpe, prestando atención.</p> + +<p>—¡Calla!... He creído oír... en la pradera...</p> + +<p>Escucha conteniendo la respiración... No se siente nada... no se ve +nada... Fuera lo que fuese, se lo ha llevado la noche y la tormenta.</p> + +<p>—Bajemos a la orilla—dice.—Nuestras figuras se dibujan aquí contra el +cielo.</p> + +<p>Ella marcha delante, y él la sigue. Pero el suelo está húmedo y la joven +resbala; entonces él la toma entre sus brazos y la lleva hasta abajo, a +la orilla del río. Sin defensa, ella se aferra a su cuello.</p> + +<p>—¡Qué poco pesas desde aquel día!...—dice él en voz baja, dejándola +bajar al suelo.</p> + +<p>—¡Oh! apenas me reconocerías, si pudieras verme;—replica ella en voz +también muy baja.</p> + +<p>—¡Oh! ¡cuánto daría por verte!</p> + +<p>Y trata de apartarle el pañuelo que le cubre el rostro. Un óvalo pálido, +dos círculos de sombra negra, en el lugar donde están los ojos, es todo +lo que la obscuridad permite distinguir.</p> + +<p>—Me parece que estoy ciego—dice él.</p> + +<p>Y su mano trémula baja de la frente de Gertrudis hasta sus mejillas, +como para reconocer, tocándolas, esas facciones queridas. Ella no +retrocede ya y deja caer su cabeza sobre el hombro de Juan.</p> + +<p>—¡Cuántas cosas tenía que decirte!—murmura la infeliz.—Y ahora no se +me ocurre nada, absolutamente nada.</p> + +<p>El la aprieta entre sus brazos más estrechamente; y los dos permanecen +silenciosos e inmóviles, mientras la tormenta los sacude y la lluvia los +azota.</p> + +<p>Entonces, desde la aldea, llegan de tiempo en tiempo los sonidos de la +trompa del conductor de la diligencia, medio apagados por el ruido del +viento y de la lluvia.</p> + +<p>—¡Ha concluido!—dice él temblando.—Tengo que irme!</p> + +<p>—¿Ya?... ¿esta noche?—balbucea ella con voz sorda.</p> + +<p>El dice que sí con un ademán.</p> + +<p>—¿Y no te veré ya nunca?</p> + +<p>Un grito domina el ruido del huracán.</p> + +<p>—¡Juan!... ¡por piedad, no me abandones!... ¡no puedo... vivir sin ti!</p> + +<p>Sus dedos se hunden en los hombros de Juan.</p> + +<p>—No partirás... no lo quiero.</p> + +<p>El trata de apartarse a la fuerza.</p> + +<p>—¡Ah!... te vas... ¡cruel!... Me moriré si me abandonas... No puedo... +Llévame contigo... ¡Llévame contigo!</p> + +<p>—¿Has perdido la razón, desgraciada?</p> + +<p>Y se oculta el rostro en las manos gimiendo.</p> + +<p>—¡Ah! Llamas a esto perder la razón... Acaso el cordero no se rebela +cuando lo llevan a... ¿Y tú querrías? ¿Así es como me amas?...</p> + +<p>—¿No piensas en Martín?</p> + +<p>—¡Es tu hermano! ¡lo sé!... Pero sé también que moriré si sigo por más +tiempo al lado de él. Me pongo a temblar sólo al pensarlo... ¡Llévame +contigo, Juan! ¡Llévame contigo!</p> + +<p>El la toma por las dos muñecas, y sacudiéndola le dice con voz ahogada:</p> + +<p>—¿Pero sabes también que yo no soy más que un miserable, un ser vil y +perdido, un borracho, que no sirve para nada? ¡Si me pudieses ver, te +daría asco!... Las personas honradas se apartan de mí; me he convertido +para ellas en un objeto de repulsión... ¿Y te figuras que yo podría +amarte? Jamás te perdonaría haber venido a meterte entre Martín y yo; +jamás te perdonaría el crimen que he cometido con él por culpa tuya. Ese +crimen se alzará entre nosotros dos mientras vivamos. Te colmaría de +injurias y de golpes cuando estuviera ebrio. Tu vida sería un infierno +conmigo... ¿Qué dices ahora?</p> + +<p>Ella baja la cabeza como para someterse, y con las manos juntas exclama:</p> + +<p>—¡Llévame contigo!</p> + +<p>Un grito de alegría feroz se escapa de los labios de Juan.</p> + +<p>—Entonces, ven... pero ven corriendo... La diligencia se detiene sólo +un cuarto de hora. Nadie nos verá más que Franz Maas... pero él no nos +hará traición. Cuando llegues a la ciudad te comprarás vestidos... ¿Eh? +¿qué es eso?</p> + +<p>El molino se anima. Por la puerta completamente abierta sale una +claridad que se esparce en las tinieblas... Una linterna pasa a través +del patio, desaparece, vuelve a aparecer, y de repente, lanzada al aire, +atraviesa la atmósfera describiendo una curva como un meteoro...</p> + + + +<h3><a name="XXVII" id="XXVII"></a>XXVII</h3> + + +<p>Martín dormía en su lecho. Llaman a la puerta.</p> + +<p>—¿Quién está ahí?</p> + +<p>—Yo... David.</p> + +<p>—¿Qué quieres?</p> + +<p>—Abra, mi amo... Tengo que decirle una cosa urgente.</p> + +<p>Martín salta del lecho, enciende una vela y se viste de prisa. Lanza una +mirada a la cama de Gertrudis: está vacía... Seguramente ella está en la +sala, dormida sobre su labor, porque, desde hace tiempo, el sueño no le +llega con regularidad.</p> + +<p>—¿Qué hay?—pregunta Martín al viejo David, que ha entrado en el +vestíbulo, calado hasta los huesos.</p> + +<p>—¡Mi amo!—dice el otro, mirándolo con el rabillo del ojo por debajo de +la visera de su gorra...—Llevo veintiocho años a vuestro servicio... y +vuestro difunto padre ha sido siempre bueno conmigo...</p> + +<p>—¿Para contarme eso has venido a despertarme a media noche?...</p> + +<p>—Sí; pero sucede que esta noche, cuando me desperté al oír el ruido de +la lluvia, me dije con inquietud que las esclusas no estaban +levantadas... que eso acabaría por retener las aguas y que mañana no +podríamos moler...</p> + +<p>—¿No te he dicho quinientas veces, animal—exclama Martín,—que no hay +que levantar las esclusas más que en caso de extrema necesidad?</p> + +<p>—No las he levantado—responde David.</p> + +<p>—¡Ah!... ¿Entonces?</p> + +<p>—Pues, al llegar a la presa, veo, dos enamorados en el puentecillo...</p> + +<p>—¿Y para eso?...</p> + +<p>—Y entonces me dije que era una vergüenza y un escándalo, y que eso no +podía durar...</p> + +<p>—¡Déjalos que se amen, por todos los diablos!</p> + +<p>—Y que yo debía hacer saber a mi amo... que el señor Juan y la +señora...</p> + +<p>No puede continuar; la mano de su amo lo ha cogido por la garganta.</p> + +<p>¿Qué le sucede a Martín?... ¡Infeliz! El rostro se le pone amoratado y +se congestiona, las venas de la frente se hinchan, los ojos parecen +querer saltar de sus órbitas, una espuma blanquecina aparece en los +labios.</p> + +<p>Exhala una queja, semejante al aullido de un chacal; y, dejando a David, +se rompe el cuello de la camisa... aspira el aire profundamente, dos o +tres veces, como si se ahogara; después ruge, con una violencia +desencadenada de repente:</p> + +<p>—¿Dónde están?... ¡Ah! ¡me las pagarán!... Han representado una +comedia... Se han burlado de mí... ¿Dónde están?... voy a aplastarlos +inmediatamente!...</p> + +<p>Arrebata la linterna de las manos de David, lleno de estupor, y se lanza +fuera. Desaparece bajo el cobertizo y reaparece un momento después; +encima de su cabeza brilla un hacha... Hace girar tres o cuatro veces la +linterna y la arroja lejos de él, en medio del agua; después, se +precipita hacia la presa...</p> + +<p>—¡Viene alguien!—murmura Gertrudis apretándose estrechamente contra +Juan.</p> + +<p>—Sin duda van a hacer algo en las esclusas—responde él en el mismo +tono.—No te muevas y no tengas miedo.</p> + +<p>La sombra avanza rápidamente... Un grito, una especie de rugido animal, +atraviesa la noche, dominando el ruido de la tempestad.</p> + +<p>—¡Es Martín!—dice Juan, retirándose algunos pasos.</p> + +<p>Pero en breve se serena, aprieta a Gertrudis entre sus brazos y la +arrastra consigo hacia la presa, donde se ocultan en la sombra más +espesa.</p> + +<p>Cerca de ellos, al nivel de su cabeza, pasa Martín ciego de furor. El +hacha que lleva brilla al débil resplandor de la espuma blanca.</p> + +<p>Se detiene al otro lado de la presa. Parece interrogar con la mirada la +vasta llanura que se extiende, sin un árbol, sin un arbusto, sumida en +una obscuridad uniforme.</p> + +<p>—¡Vigila la esclusa del molino, David!—grita hacia la casa con voz de +trueno.—Están en la pradera; voy a buscarlos.</p> + +<p>Juan deja escapar una exclamación de horror. Ha comprendido la intención +de su hermano; va a alzar el puente levadizo para encerrarlos en la +isla... ¡Y justamente detrás de Gertrudis pende la cadena que hay que +tirar para levantar el puente!</p> + +<p>Su primer pensamiento es: «Defiende a la mujer.» Se arranca de los +brazos de Gertrudis y transpone de un salto el talud de la orilla, para +ofrecerse como víctima al furor de su hermano.</p> + +<p>Gertrudis lanza un grito estridente. Juan de este lado, en peligro de +muerte... al otro lado, Martín fuera de sí... El hacha brilla... Pero +detrás de ella está la cadena, la anilla de hierro que le toca la +cabeza... La toma con sus manos temblorosas, se cuelga de ella con todas +sus fuerzas; y, en el momento mismo en que Martín va a poner el pie en +el puentecillo, éste se levanta crujiendo.</p> + +<p>Juan no ve nada de eso; no ve más que la sombra allá arriba, y el brillo +del hacha. Unos pasos más, y la muerte caerá sobre él. Entonces, ante lo +inminente del peligro, acude a su memoria el recuerdo de su madre y lo +que ella dijo un día a Martín furioso:</p> + +<p>—¡Piensa en Fritz!—grita a su hermano que avanza.</p> + +<p>Entonces a éste se le escapa el hacha, vacila y cae... Un choque... un +remolino de agua... Ha desaparecido.</p> + +<p>Juan se lanza hacia adelante, su pie tropieza con el puente levantado; +delante de él hay un negro agujero.</p> + +<p>—¡Hermano! ¡hermano!—exclama con loca angustia.</p> + +<p>No piensa ya en nada, no siente nada. Sólo una idea: «¡Salva a tu +hermano!» le zumba en la cabeza.</p> + +<p>Con ademán violento suelta su capa; da un salto, y se oye el golpe sordo +de una caída contra la roca viva.</p> + +<p>Gertrudis, medio desvanecida, se agarra a la cadena; en el agua +transparente ve pasar un bulto obscuro que desaparece en el torbellino +de espuma. Un segundo después pasa otro bulto... Pasan como dos sombras +delante de ella.</p> + +<p>Alza los ojos. Allá arriba todo está tranquilo... todo está vacío... La +tempestad aúlla... las aguas mugen... La joven cae en la orilla, sin +conocimiento.</p> + +<p>Al día siguiente, por la mañana, retiraron del río los cadáveres de los +dos hermanos. Se balanceaban uno al lado del otro en las olas, y los +enterraron juntos...</p> + + + +<h3><a name="XXVIII" id="XXVIII"></a>XXVIII</h3> + + +<p>Gertrudis estaba como paralizada por el dolor.</p> + +<p>Atontada, sin lágrimas, con los ojos inmóviles, alejaba a todos sus +parientes, incluso a su padre, y sólo permitía que estuviese a su lado +Franz Maas. Este le demostró una amistad leal, alejando a los extraños +de la casa, y encargándose de arreglar el asunto con las autoridades. +Poco faltó para que, a causa de las insinuaciones ambiguas de David, se +entablase un juicio contra ella.</p> + +<p>Pero, aunque las declaraciones del viejo criado eran demasiado +incompletas y confusas para que pudieran servir de base a una acusación, +bastaron para herir a Gertrudis presentándola a los ojos del mundo como +una criminal.</p> + +<p>Cuanto más prescindía ella de toda sociedad, cuanto más decididamente +cerraba la puerta del molino a los extraños, más extravagantes eran los +rumores que corrían sobre ella. Llamáronla desde entonces «la bruja del +molino;» y las historias que de ella se referían pasaron de una +generación a otra.</p> + +<p>El molino era conocido en el pueblo con el nombre de «el molino +silencioso.» Los muros se descascararon, las ruedas se pudrieron, las +limpias aguas fueron invadidas por las hierbas; y cuando el Estado hizo +un canal que desvió la corriente principal arriba de Marienfeld, el +arroyuelo se convirtió en un foso fangoso.</p> + +<p>¿Y Gertrudis? Se aisló completamente; muy pronto ni siquiera quiso +tolerar junto a ella a su amigo, y le cerró la puerta. Se consideraba +criminal. Sus angustias la llevaron a un confesor, la arrojaron en los +brazos de la iglesia católica. Desde entonces se la ve prosternada +delante de un crucifijo, arrodillada a la puerta de las iglesias, +desgranando su rosario, con la frente sobre las piedras...</p> + +<p>Expía el gran crimen que se llama juventud.</p> + + +<p class="c top5">FIN</p> + +<hr class="top15" /> + +<h2><a name="LAS_BODAS_DE_YOLANDA" id="LAS_BODAS_DE_YOLANDA"></a>LAS BODAS DE YOLANDA</h2> + +<hr /> + +<h3><a name="Ia" id="Ia"></a>I</h3> + + +<p>Estar de pie ahí, ante la tumba abierta todavía de un viejo camarada, es +horrible, señores, les aseguro... simplemente horrible. Los pies se +hunden en la tierra recién removida, uno se retuerce el bigote con +expresión idiota y al mismo tiempo, querría aullar de pena.</p> + +<p>Todo, pues, había concluido... nada había que hacer ya... Su muerte nos +arrebata un verdadero genio en el arte de inventar grogs, ponches y +cherry gobblers, fríos o calientes. Cuando uno se paseaba con él por el +campo, les aseguro, señores, con sólo ver su manera de sorber el aire, +se podía estar seguro de que acababa de tener una inspiración. Al sentir +el aroma de una maleza cualquiera, había adivinado en qué clase de vino +habría que ponerla en infusión para conseguir una bebida excelente, +extra fina...</p> + +<p>¡Y qué entretenido era! Nos veíamos todas las noches, desde hacía años, +fuera que él viniera a mi casa en Ilgenstein, o que yo me trasladase a +caballo a Döbeln; y nunca me había parecido largo el tiempo que con él +pasaba.</p> + +<p>Tenía una manía, sin embargo, una idea fija: el casamiento... Para mí, +se entiende; porque él...</p> + +<p>—¡Gran Dios!—decía;—no espero sino que esta bendita agua se me meta +en el corazón, y entonces... reviento.</p> + +<p>Y eso había sucedido precisamente... el hombre había reventado... Ahí +estaba, tendido a mis pies, en el gran cajón blasonado; me parecía que +tenía que golpear la tapa y llamarlo: «¡He, Pütz! basta de farsas! ¡sal +de ahí, que tenemos que hacer nuestro piqué!»</p> + +<p>No se rían señores... el hábito es la más exigente de las pasiones, y +ustedes no saben a cuántos hace morir todos los años la pérdida de sus +costumbres: «no hay poema, no hay canción que las celebre», diré, como +mi amigo Uhland.</p> + +<p>Hacía un tiempo como para no sacar afuera las narices: lluvia, granizo y +viento, todo a la vez. Varios se habían echado encima el impermeable, y +el agua formaba arroyuelos sobre la prenda; lo hacía también a lo largo +de sus mejillas, de sus barbas... bien puede haber sido que se +mezclaran a ella lágrimas, por que el buen Pütz no dejaba enemigos.</p> + +<p>Para llevar el luto, lo que se llama propiamente llevar el luto, no +había más que su hijo Lotario. Este servía en los dragones de la +guardia, en Berlín, y no había podido llegar sino el día del +fallecimiento. Se había mostrado buen hijo: había besado las manos de su +padre, había llorado mucho, después me había dado las gracias y luego se +había puesto a dictar órdenes a troche y moche, porque, como ustedes +comprenden, un tenientillo así, cuando de repente... En fin, basta; yo +estaba allí y me había portado también lo mejor que había podido.</p> + +<p>Y mientras miraba al guapo mozo de reojo, y lo veía hacerse el valiente +y contener las lágrimas, me vinieron a la mente las palabras de mi +amigo... Era la víspera de su muerte: «Hanckel—me dijo,—ten lástima de +mí cuando esté en la tumba... no abandones a mi hijo.»</p> + +<p>Pienso en estas palabras, y, cuando me llega el turno de echar las tres +paladas de tierra en la fosa, dejo caer también en ella un juramento +silencioso: «No amigo, no abandonaré nunca a tu hijo... Amén.»</p> + +<p>Todo tiene fin. Los sepultureros habían formado con el barro una especie +de montículo sobre el cual habían arreglado, medio bien, medio mal, las +coronas; no había mujer alguna en el entierro que se encargara de eso. +Los vecinos se habían retirado; no quedábamos ya sino el pastor, Lotario +y yo.</p> + +<p>El joven parecía petrificado; miraba la tumba como si hubiera querido +volver a abrirla con los ojos, y el viento le subía el cuello de la capa +militar por arriba de las orejas.</p> + +<p>El pastor le palmeó suavemente el hombro:</p> + +<p>—Señor barón, ¿quiere permitirle a un viejo que le dirija algunas +palabras?</p> + +<p>Pero yo lo llevé a un lado y le dije:</p> + +<p>—Vuelva a su casa, mi querido pastor, y haga que su mujer le dé un buen +grog. Su túnica me parece un poco liviana.</p> + +<p>—Hum...—contestó con expresión maliciosa;—nadie lo diría, pero tengo +debajo una levita.</p> + +<p>—No importa—repliqué;—será mejor que se vuelva. Del joven me encargo +yo; sé mejor que usted dónde tiene la herida.</p> + +<p>Y nos dejó solos.</p> + +<p>—Vamos, muchacho—dije a Lotario;—tú no puedes devolverle la vida. +Vamos a tu casa, y, si quieres, pasaré la noche a tu lado.</p> + +<p>—No vale la pena, mi tío—respondió.</p> + +<p>Me llamaba tío desde que habíamos convenido en ello una vez, bromeando. +Y su semblante duro y cerrado parecía preguntar: «¿Por qué me incomodas +en mi dolor?»</p> + +<p>—Tal vez tengamos que hablar de intereses—insistí.</p> + +<p>El no dijo una palabra.</p> + +<p>Todos ustedes saben, señores, lo que es una casa mortuoria cuando se +vuelve así del cementerio... el olor a féretro, un olor a madera fresca, +y las ramas de abeto... y las hojas caídas de las coronas... y las +flores pisoteadas... Atroz, simplemente atroz. Mi hermana—ella era la +que me cuidaba la casa entonces, ha muerto también hace mucho tiempo, la +buena vieja...—se había esforzado por poner un poco en orden la casa de +Pütz; había hecho sacar los paños negros, el catafalco... pero, en tan +poco tiempo, no se había podido hacer gran cosa, fuera de eso. La dejé +irse. Después fui a buscar al sótano de Pütz una botella de su mejor +Oporto, y me instalé frente al joven que, sentado en el sofá, hacía +bailar la punta de su sable sobre la bota.</p> + +<p>He dicho ya que era un soberbio buen mozo. Grande, vigoroso, un +verdadero dragón... un mostacho enmarañado, cejas negras, gruesas; y +debajo, ojos como dos carbunclos. La frente un poco hosca, porque los +cabellos estaban plantados demasiado abajo, pero esto sienta bien a los +jóvenes; y la cabeza era hermosa. En fin, en toda su persona, esa +elegancia, ese chic de los dragones de la guardia que todos hemos +ambicionado, pero que no se encuentra en ninguna otra arma... el diablo +sabe por qué.</p> + +<p>Brindé con él, a la memoria del viejo, por supuesto, y le pregunté:</p> + +<p>—¿Y qué piensas hacer?</p> + +<p>—¿Qué sé yo?—masculla, lanzándome una mirada de animal acosado.</p> + +<p>Sí, sí, la cuestión era esa... La fortuna del viejo nunca había sido +brillante... y sin hablar de su pasión por todo lo que se bebe... y +luego, ustedes saben, donde hay un pantano, las ranas afluyen a él +siempre; y, sobre todo, el hijo que vivía desde hacía años como si los +margales de Döbeln hubieran sido minas de plata...</p> + +<p>—¿Y sube a mucho la cosa, muchacho?... Todavía no, tal vez +¿eh?—pregunté.</p> + +<p>—Una suma respetable, mi tío—responde.</p> + +<p>—Eso cae mal—dije;—toda la posesión está gravada con hipotecas, hay +reparaciones urgentes que hacer, y tú lo sabes, la agricultura no rinde +nada.</p> + +<p>—¿Entonces, mi dimisión?—pregunta mirándome fijamente como el acusado +que espera el fallo del consejo de guerra.</p> + +<p>—A menos que tú tengas <i>in petto</i> alguna rica heredera que te saque del +atolladero....</p> + +<p>Meneó violentamente la cabeza.</p> + +<p>—Entonces, sí; tu dimisión.</p> + +<p>—¿Y si dividiera la propiedad, o lo que queda de ella?... ¿qué te +parece?</p> + +<p>—No te da vergüenza muchacho?—dije.—No se vende la camisa que se +tiene en el cuerpo, ni se hace fuego con la madera de la cama.</p> + +<p>—Hablas de la cosa muy cómodamente, mí tío... ¿No estoy entre las manos +de los usureros?</p> + +<p>Yo pregunto:</p> + +<p>—¿Cuánto es?</p> + +<p>El me dice una suma... No la repetiré, porque soy yo el que la ha +pagado.</p> + +<p>Le planteé entonces mis condiciones. Primo: dimisión inmediata. Secundo: +obligación de dirigir personalmente los cultivos. Tercio: renuncia al +pleito.</p> + +<p>Este pleito, entablado contra Krakow de Krakowitz, había sido durante +años el deporte favorito de mi viejo amigo. Se trataba de una herencia +y, como sucede siempre en tales casos, los gastos del juicio se habían +tragado ya tres veces lo que valía el guiñapo. Como Krakow era de mal +dormir, la querella se había enconado y había degenerado en odio +personal; por lo menos, de parte de Krakow, porque Pütz, con su flema +bondadosa, se obstinaba en ver sólo el lado humorístico de la cuestión.</p> + +<p>El otro, por el contrario, había jurado ante testigos que no se daría +por satisfecho sino cuando hubiera echado a Pütz y a los suyos de +Döbeln, corridos por los perros.</p> + +<p>Sí; esas eran mis condiciones, y Lotario las aceptó. De buen grado o no, +no lo sé; no traté de aclarar ese punto.</p> + +<p>Resolví dar yo mismo los primeros pasos junto a Krakow para llegar a un +arreglo, bien que no estuviese yo para él en olor de santidad. Por el +contrario, yo podía pensar fundadamente que sus amenazas se dirigían a +mí también, pues los dos habíamos tenido ya nuestros dimes y diretes en +el concejo municipal.</p> + +<p>Pero... vamos a ver, mírenme un poco; sin alabarme, tengo talla como +para derribar a un dogo de un puñetazo, no como para emprender la fuga +ante miserables gozquecillos.</p> + +<p>¡Ah, pero!...</p> + + + +<h3><a name="IIa" id="IIa"></a>II</h3> + + +<p>Señores, esperé tres días para dejar que la cosa madurara un poco; +después, mi carruaje de caza fuera de la cochera, mis dos trotones con +las pecheras, y en camino a Krakowitz.</p> + +<p>Linda propiedad, no hay que decir. Un poco despechugada, pero +soberbia... Demasiadas tierras negras de barbecho... pero quizás para la +colza del invierno... ¿El trigo?... así, así... ¿El ganado?... +magnífico.</p> + +<p>Entro en el patio de la posesión... ¿Saben ustedes, señores?... Para mí, +el patio de una granja es como el corazón humano. Por poco que sepa leer +en él, ya no habrá medio de hacer tomar a ustedes una X por una V. Hay +corazones que están abandonados, pero se adivinan lingotes de oro debajo +del barro; otros son brillantes... corazones bien nutridos, por decirlo +así, de arsénico... Relucen, centellean de lejos como de cerca; al +verlos, no se puede menos de exclamar: «¡Rayos y truenos!...» y no son +más que oropel. Los hay que se espantan, los hay que se encogen, hágase +lo que se haga... En fin, adelante. Un poco de todo eso era el patio de +Krakowitz. Graneros espléndidos... carretones mal cuidados... magníficos +montones de estiércol, y caballerizas en desorden. Se comprendía que el +capricho reinaba allí soberano, con un asomo de avaricia quizá... ¿o de +escasez? ¡Es tan difícil poder determinar eso en el primer momento!</p> + +<p>La casa de los señores: dos pisos, un techo de tejas rojas con canaletas +amarillas, yedra alrededor; buen aspecto, en resumen. Y un no sé qué +de... en fin, ustedes comprenden...</p> + +<p>—¿El señor barón está en casa?</p> + +<p>—Sí; ¿a quién tengo que anunciar?</p> + +<p>—A Hanckel, al barón Hanckel de Ilgenstein.</p> + +<p>—Tómese la molestia de entrar.</p> + +<p>Entré, pues... Todo viejo, en todas partes; viejos muebles, viejos +cuadros... el conjunto un poco apolillado, pero cómodo.</p> + +<p>Oigo que echan votos detrás de la puerta:</p> + +<p>—¿Ese maricón? ¡Pues es descaro!...</p> + +<p>¡Era el alma maldita de Pütz, el muy canalla!</p> + +<p>«Lindo recibimiento», pensé.</p> + +<p>Voces de mujeres se interpusieron:</p> + +<p>—Pero, papá...—maúlla una.</p> + +<p>—Pero, hombre...—chilla otra.</p> + +<p>¡Oh, la, la!...</p> + +<p>Ahí entra, Señores. Si yo no lo hubiera oído en ese mismo instante, con +mis propias orejas... Me tiende las manos; su cara de viejo pícaro +resplandece, sus ojos de garduña pestañean de placer.</p> + +<p>—¡Vecino!... ¡amigo!... ¡qué felicidad!</p> + +<p>—Vea, Krakow. Ande con tiento, porque lo he oído todo.</p> + +<p>—¿Qué ha oído, querido amigo? ¿qué es eso?</p> + +<p>—Los títulos que me ha acordado usted: maricón, y Dios sabe qué más.</p> + +<p>Y él, sin alterarse en lo más mínimo:</p> + +<p>—Siempre lo he dicho, todos los días se lo estoy diciendo a mi mujer: +las puertas no sirven para nada. Pero no hay que tomarlo a mal, mi viejo +amigo. ¿Comprende?... siempre me ha fastidiado que usted se hubiera +puesto de parte de Pütz. Y en este momento las señoras están preparando +un ponche... con esto le digo todo. ¿Por qué no venía usted nunca a mi +casa?... ¡Yolanda!... Es mi hija... ¡Yolanda!... Es la alegría de mi +alma... No me oye. Bien decía yo a usted... las puertas no sirven para +nada. Pero ellas están espiando por el ojo de la llave... ¡Largo de +ahí, escuerzos!... ¿Siente usted como escapan? ¡Je, je!... ¡estas +mujeres!...</p> + +<p>¿Cómo enojarse, señores? No fui capaz de eso. ¿Tengo el cuero demasiado +grueso? En fin, no pude hacerlo.</p> + +<p>¿Qué figura tenía el hombre?... No me pasaba una línea de la cintura. +Redondo, gordo, con las piernas como una O; y, sobre esa panza, una +verdadera cabeza de apóstol... Pedro, Andrés o cualquiera de ellos. Una +linda barba redondeada, con dos mechas blancas que bajaban de la +extremidad de los labios; una piel de pergamino amarillento, toda +arrugada alrededor de los ojos, la cabeza calva, pero con dos tupés +grises desgreñados, arriba de las orejas.</p> + +<p>Y el buen hombre da vueltas en derredor mío, como picado por la +tarántula.</p> + +<p>No crean, señores, sin embargo, que me dejé impresionar por sus visajes. +Lo conocí hacía ya mucho tiempo para saber lo que el hombre podía tener +en el vientre... Pero—trátenme de sinvergüenza, si quieren,—el hombre +me gustaba. Y el ambiente también me gustaba.</p> + +<p>Había allí cierto rinconcito junto a la ventana... maderajes +esculpidos... A fuera, la yedra trepaba... y el sol brillaba a través +del follaje verde... Muy atrayente... Sobre la mesa, un ovillo de lana +en una concha de marfil; a un lado, un diario ilustrado y un pedazo de +torta cercenada... Muy atrayente, les digo... Nos sentamos, pues, y una +criada trajo cigarros.</p> + +<p>No valían nada, pero el humo bailaba tan alegremente a los rayos del sol +que me olvidé de tirarlo cuando la punta empezó a quemar.</p> + +<p>Quiero empezar a hablar de intereses, pero él me pone la mano en el +hombro y dice:</p> + +<p>—Amigo, generoso amigo, después del café...</p> + +<p>—Permítame, Krakow...</p> + +<p>—Amigo, generoso amigo, después del café.</p> + +<p>Me informé entonces cortésmente de sus propiedades, y lo dejé entregarse +a desatinadas jactancias a propósito de sus innovaciones, que no valían +un clavo, según lo sabía yo de mucho tiempo atrás.</p> + +<p>La baronesa hizo su entrada. Un viejo objeto de arte... fino, +distinguido. Grandes ojos azules alargados, cabellos de plata cubiertos +por una pequeña toca de encaje negro, una sonrisa dolorida, manos muy +delgadas; el conjunto un poco delicado para la mujer de un hidalgo rural +y, sobre todo, de un patán como ése.</p> + +<p>Me da cortésmente los buenos días, mientras el viejo grita a voz en +cuello:</p> + +<p>—¡Yolanda!... ¡Eh! ¿dónde te has metido? Hay un soltero aquí... un +pretendiente... un pretendiente...</p> + +<p>—¡Krakow!—le digo, todo turbado;—¡no se burle así de un viejo gruñón +como yo!</p> + +<p>Y la baronesa salva la situación, diciendo con expresión graciosa:</p> + +<p>—No tema nada, barón; nosotras, las madres, hace diez años que lo hemos +abandonado a usted como incurable.</p> + +<p>—¡Pero bien podría dejarse ver, a pesar de todo!—aúlla el viejo.</p> + +<p>Al fin, llega ella...</p> + +<p>¡Caramba, señores! ¡atención! Me quedé con la boca abierta... ¡De la +raza, señores, de la raza!... Un cuerpo de joven reina... largos +cabellos que desarrollan sus anillos sobre los hombros, cabellos de +color moreno dorado, como una melena... un cuello blanco, carnudo, +voluptuoso... la garganta no muy alta, y un poco ostentosa... eso que +llamamos, en términos ecuestres, un pecho de león... Parece que respira +con todo el cuerpo, tan poderosamente pasa el aire por ese organismo +joven y vigoroso... hombros y brazos elegantes... las caderas poco +desarrolladas todavía, pero bien formadas para la dilatación normal.</p> + +<p>Señores, no soy nada entendido en mujeres, pero no en vano soy criador; +sé muy bien cuánto cuesta conseguir un ejemplar acabado de cualquier +especie que sea; cuando uno se encuentra frente a un ser tan perfecto, +no hay más que hacer que juntar las manos y rezar: «¡Dios mío! yo te +agradezco que hayas puesto en el mundo seres semejantes; mientras +existan cuerpos así aquí abajo, no debemos desesperar de las almas...»</p> + +<p>Lo que no me llenó en el primer momento fueron los ojos. Eran demasiado +soñadores, de color azul demasiado pálido para esa criatura exuberante +de vida. Parecían ahogarse en éxtasis; sin embargo, los párpados, medio +bajos, dejaban escapar una mirada inquieta, recelosa, como la que tienen +los perros malos a quienes se castiga con frecuencia.</p> + +<p>El viejo la toma por los hombros y se da sus aires de grande.</p> + +<p>—¡Esta es <i>mi</i> obra! ¡Soy <i>yo</i> el que ha hecho esto! ¡<i>Yo</i> soy su +padre!...—etcétera.</p> + +<p>—Ella se desprende y se pone de color de púrpura. Tiene vergüenza.</p> + +<p>Entonces las señoras preparan la mesa para el café. Barquillos +cuscurrosos, confituras rusas, mantelería adamascada, cucharas y +cuchillos de mango de cuerno... y, por arriba de todo eso, un fino vapor +azulado que se escapa del aparato del café y que da al conjunto cierto +tono más íntimo.</p> + +<p>Nos sentamos y bebimos. El viejo se holgaba extraordinariamente; la +baronesa se sonreía con expresión resignada, y Yolanda me hacía ojitos.</p> + +<p>Sí, señores; me hacía ojitos.</p> + +<p>Ustedes están todavía en la edad en que una cosa así les pasa a menudo; +pero, cuando hayan cumplido los cuarenta y tengan plena conciencia de su +vientre gordo y de su calvicie, verán ustedes qué agradecimiento sienten +para con la camarera o la primer criada que se les presente y que se +tome el trabajo de dirigirles miraditas... ¡Y piensan, pues, lo que será +cuando se trata de una maravilla semejante, de una criatura de lo más +elegido y de lo más gracioso!...</p> + +<p>Pensé al principio que me equivocaba... después procuré disimular mis +manos coloradas, luego tuve un acceso de tos... Me traté de animal, de +fatuo, pensé en marcharme, y, por último, me puse a contemplar +fijamente, todo aturullado, el fondo de mi taza... ¡como una jovencita!</p> + +<p>Pero, cuando levantaba la cabeza, y fuerza era hacer eso de tiempo en +tiempo, encontraba siempre la mirada de esos grandes ojos azules +soñadores, que parecían decirme: «¿No has comprendido, pues, todavía, +que yo soy una princesa encantada y que tú debes libertarme?»</p> + +<p>—¿Sabe usted por qué le he dado ese nombre estrambótico?—me preguntó +el viejo haciendo una mueca del lado de ella, con expresión maliciosa.</p> + +<p>Entonces ella echó desdeñosamente la cabeza para atrás, y se levantó. +Debía conocer la broma.</p> + +<p>—Vea cómo sucedió la cosa. Tenía ocho días la chicuela... estaba +acostada en su cama... sacudiendo sus piernitas... unas piernitas +rollizas, verdaderos salchichones... y un traserito... ¡no le digo +nada!...</p> + +<p>¡Rayos y truenos! ¡Yo no me animé ya a levantar los ojos, tan +abochornado estaba! La baronesa fingía no oír nada y Yolanda había +salido de la pieza.</p> + +<p>En cuanto al viejo, éste reventaba de risa.</p> + +<p>—¡Ja, ja!... Sí, todo rosado... y los pañales habían dejado en él +marcas... un verdadero mapa geográfico... y qué delicado y bien +formado!... ¡un pétalo de rosa! Al ver eso me dije, en mi orgullo de +padre joven: «Esta será hermosa y coqueta, y meneará las piernas toda la +vida. Es preciso que tenga un nombre poético; eso le dará más valor a +los ojos de los pretendientes.» Busco en mi biblioteca. Tecla, Hero, +Irsa, Angélica... no, demasiado empalagoso: con cualquiera de esos +nombres, ella no pescaría para marido sino un empleadito sin fortuna... +o bien, Rosaura, Carmen, Beatriz, Wanda... tampoco, demasiado ardiente: +ella huiría con el primer regidor que se presentara, porque si sigue +siempre la suerte del nombre que se lleva... En fin, encontré Yolanda. +Este, sí; está hecho para los enamorados, se deshace en la lengua, sin +inspirar, sin embargo, malos pensamientos; excita y calma al mismo +tiempo; y atrae y da intenciones serias. Eso era lo que yo había +calculado, y era muy justo... Pero, ahora... ¡ella es capaz de quedarse +para vestir imágenes con todas sus cortedades y melindres!</p> + +<p>Yolanda volvió entonces, con los ojos bajos, con la expresión de una +inocente injustamente acusada.</p> + +<p>La pobrecita criatura me dio lástima; para cambiar violentamente de +conversación, abordé el capítulo de los intereses.</p> + +<p>Las señoras despejaron la mesa en silencio, el viejo emborró su pipa, +negra como un carbón, y pareció dispuesto a escucharme pacientemente. +Pero, apenas hube pronunciado el nombre de Pütz, saltó de su silla y +tiró la pipa contra la estufa, donde se rompió mientras el tabaco se +esparcía en chispas. ¡Y si le hubieran visto ustedes la cara! Les habría +dado miedo. Morada, hinchada, como si le fuera a dar un ataque.</p> + +<p>—¡Señor!—gritó.—¿Ha aceptado usted mi hospitalidad para venir a +envenenarme la casa?... ¿No sabe usted que ese nombre maldito no debe +pronunciarse aquí? ¿No sabe usted que yo maldigo a ese bribón hasta en +su tumba? ¿que maldigo a su progenitura, que maldigo a todos los que...?</p> + +<p>No pudo continuar; se ahogaba, y le acometió un violento acceso de tos. +Tuvo que sentarse otra vez en el sillón, y la baronesa le hizo beber +agua azucarada.</p> + +<p>Tomé silenciosamente mi sombrero. Entonces mi mirada cayó sobre Yolanda. +Blanca como la tiza, con las manos juntas, estaba allí, de pie, +abochornada y desesperada; parecía pedirme perdón, y, al mismo tiempo, +implorar mi apoyo. Resolví, pues, decir por lo menos una palabra de +despedida, y esperé con toda calma a que el viejo, que gemía y jadeaba +todavía, estuviese lo bastante tranquilo para comprenderme. Entonces, +dije:</p> + +<p>—Debe usted encontrar natural, señor de Krakow... que con su salida +contra mi amigo y contra su hijo, a quien quiero como si fuera mío, +nuestras relaciones...</p> + +<p>Krakow golpeó con los pies y con las manos para impedirme continuar; y, +después de unos cuantos gruñidos sofocados, acabó por recobrar la +palabra:</p> + +<p>—Esta asma, esta asma infernal... una verdadera cuerda alrededor del +cuello... ¡crac!... cerrado el gaznate... ¿Quieres hablar, querido? +¡Buenas noches! ¿Quieres respirar, querido? ¡Chito!... Pero ¿qué es lo +que está diciendo usted ahí de <i>nuestras</i> relaciones? <i>Nuestras</i> +relaciones, esto es, las relaciones entre <i>usted</i> y <i>yo</i>, no se han +enturbiado nunca, amigo de corazón; son las mejores relaciones del +mundo, amigo de mi alma. Y si yo he insultado al otro, al pleitista, +al... al... noble, al honorable... ¡pues bien! me retracto, me declaro +un cobarde, pero que nadie me hable de él. Yo no quiero acordarme de que +su nombre puede existir, porque para mí ha muerto ¿entiende usted?... ha +muerto... muerto...</p> + +<p>E hizo con el dedo una cruz en el aire, mirándome con expresión de +triunfo, como si con eso hubiera dado el golpe de gracia a mi pobre +Pütz.</p> + +<p>—Eso no impide, señor de Krakow—dije,—que...</p> + +<p>—¡Cómo! ¿qué es lo que no impide?... ¡Usted es mi amigo, usted es el +amigo de mi familia! ¡Vea a las señoras, están locas por usted!... ¡Eh! +no tengas reparo, Yolanda... hazle ojitos, hija mía... ¿crees que no te +estoy viendo, mocosa?</p> + +<p>Ella no se sonrojó, no se turbó siquiera. Lo único que hizo fue levantar +un poco sus manos juntas en dirección a mí.</p> + +<p>Eso era tan conmovedor, tan lleno de abandono, que me sentí +completamente desarmado. Volví a sentarme, pues, por un momento... hablé +de cosas indiferentes... y me despedí, en cuanto pude hacerlo sin +demostrar enojo.</p> + +<p>Acompáñalo—dijo el viejo a Yolanda,—y sé amable con él; es el hombre +más rico de estas tierras.</p> + +<p>Esta vez todos soltamos la carcajada; pero, mientras atravesaba a mi +lado el vestíbulo obscuro, Yolanda me dijo en voz baja, y en tono triste +e inquieto:</p> + +<p>—Usted no vendrá más, estoy segura.</p> + +<p>—Así es, señorita—respondí francamente.</p> + +<p>E iba a hacerle ver mis razones, cuando ella me tomó la mano, la oprimió +entre las suyas, tan blancas, tan diminutas, murmurando con lágrimas en +los ojos:</p> + +<p>—¡Ah! ¡vuelva, se lo ruego!... ¡vuelva!</p> + +<p>Sí, sí; ahí tienen ustedes lo que son las cosas... Esas pocas palabras +me trastornaron la cabeza, como buen viejo idiota que era.</p> + +<p>Hice todo el camino mascando cigarros, que, en mi turbación, me olvidaba +siempre de encender... En cuanto llegué a casa, corrí al espejo. +Enciendo todas las bujías, echo el cerrojo, cierro los postigos, me +examino por delante, por detrás, y de perfil también, por medio de un +espejo de mano.</p> + +<p>El resultado fue aplastador... Una cabeza grandota, calva... una nuca +enorme... bolsas debajo los ojos... papada... y, encima de todo eso, un +color cobrizo como el de un caldero expuesto por mucho tiempo a la +acción del fuego. Pero, peor todavía: al contemplarme así, de arriba a +abajo, con mis seis pies de estatura, comprendo de repente por qué me +han llamado siempre: «El bueno de Hanckel». Ya en el regimiento decían: +«¿Hanckel?... no es un águila, no; pero ¡qué buen muchacho!»</p> + +<p>Y cuando le ponen a uno esa marca, la vida no es ya más que una larga +serie de ocasiones de que uno haga honor a su título. Lo miman a uno, se +burlan de uno, lo amuelan todo el santo día. Intenta uno una tímida +resistencia, y le observan: «¿Cómo? ¿Y usted es el que pretende ser un +buen muchacho?...» Es inútil que uno proteste: «¡Pero si yo no soy un +buen muchacho!»... Tiene que serlo a la fuerza, porque así lo han medido +y lo han marcado... ¡Y un hombre de ese temple es el que quiere meterse +ahora en historias de mujeres! ¡Las mujeres, que siempre están pensando +en alguna cosa diabólica, y que, para que puedan querer bien, tienen que +ser tratadas como animales, engañadas, abandonadas por el que ellas +adoran!...</p> + +<p>«No hagas estupideces, Hanckel» me dije, «deja tu espejo, apaga tus +luces, manda a paseo tus ideas insensatas, y métete en cama.»</p> + +<p>Yo tenía una cama, señores, y la tengo todavía, una cama de abeto +completamente ordinaria, estrecha como un ataúd, de correas, sin colchón +de lana ni de plumas; una piel de ciervo por toda cobija, y un jergón al +que se le renueva la paja dos veces al año, y que constituye el único +lujo. Siempre le están hablando a uno, señores, del lecho de campaña de +los hombres célebres... esos que están expuestos en los palacios y +museos patrióticos; y, cuando los visitantes pasan por delante de ellos, +no dejan nunca de exclamar, alzando los brazos al cielo: «¡Qué fuerza de +voluntad! ¡qué sencillez espartana!...» ¡Farsa, señores, pura farsa! De +ninguna manera se duerme mejor que sobre una tabla; naturalmente, con +tal que se tenga una jornada de trabajo <i>detrás de uno</i>, una buena +conciencia <i>dentro de uno</i>, y ninguna mujer <i>al lado de uno</i>... tres +cosas más o menos sinónimas.</p> + +<p>Se echa uno, se estira, dándose benéficos calambres, hasta que los dedos +de los pies tocan el respaldo de la cama; trae uno las cobijas hasta la +boca, hace su hoyo en la almohada, toma después un buen libro que lo +está esperando sobre la mesa de noche, y gime uno de satisfacción...</p> + +<p>Eso mismo fue lo que hice yo aquella noche, así que hubo vencido la +tentación; y, mientras me iba quedando dormido, pensaba para mis +adentros:</p> + +<p>No, no; ninguna mujer te hará ser infiel a tu catre duro y estrecho de +soltero... Aun cuando se llame Yolanda, y aun cuando sea de la sangre +más noble y pura que haya puesto Dios sobre la tierra... Sí; esa menos +que cualquier otra... Porque... ¡quién sabe!...»</p> + + + +<h3><a name="IIIa" id="IIIa"></a>III</h3> + + +<p>Al día siguiente, presento mi informe al joven, sin decir una sola +palabra, naturalmente, sobre mis tonterías de la víspera. El me clava +sus ojos negros, ardientes:</p> + +<p>—No hablemos más de la cosa—dice.—Me lo esperaba.</p> + +<p>Ocho días después vuelve a tratar del asunto, como quien no quiere la +cosa:</p> + +<p>—Sin embargo, deberías ir otra vez a Krakowitz, tío.</p> + +<p>—¿Estás loco, muchacho?—exclamo.</p> + +<p>Pero, al mismo tiempo, me siento tan feliz como si la suave mano de una +mujer me acariciara la nuca.</p> + +<p>—No tienes necesidad de hablar de mí—agrega, mirándose las puntas de +las botas;—pero si tú fueras allá a menudo, quizá las cosas se +arreglarían por sí solas.</p> + +<p>Es tan fácil, señores, hacer cambiar mis resoluciones más sagradas como +hacer balancear una espiga... Volví, pues, a Krakowitz... Y, volví otra +vez, y otra vez...</p> + +<p>Aguanté las burlas del viejo, bebí el café que su mujer me hacía, y +escuché con beatitud las lindas arias que Yolanda me cantaba; aunque la +música... en general... Cuanto más iba a Krakowitz, tanto más incómodo +me sentía; pero era como si me arrastraran allá mil brazos, y no podía +resistirme de ningún modo.</p> + +<p>Ella seguía, como siempre, echándome miradas de reojo; pero ¿que +significaban esas miradas? ¿eran un reproche, un llamamiento, o +simplemente el placer de verse admirada? No podía adivinarlo.</p> + +<p>En fin, a mi tercera o cuarta, he aquí lo que sucedió. Serían las doce +del día apenas, y hacía un calor atroz; y yo, aburrido e impaciente, +parto para Krakowitz.</p> + +<p>—El señor y la señora están durmiendo la siesta—me dice el +criado;—pero la señorita está en el terrado.</p> + +<p>Tuve un presentimiento que me hizo palpitar el corazón; quise volverme +inmediatamente; pero, de pronto, la veo delante de mí, blanca y altiva, +con su traje de muselina; parece esculpida en mármol; mi vieja locura +recrudece con más fuerza que nunca.</p> + +<p>—¡Cuánto le agradezco que haya venido, barón!—me dijo.—Me aburría +mortalmente. ¿Vamos al jardín?... ¿quiere? Hay allí un cenador muy +fresco, en el que podremos conversar tranquilamente.</p> + +<p>Pasa entonces su brazo por debajo del mío, y yo siento un +estremecimiento. Les aseguro, señores, que en aquellos momentos me +habría sido más fácil asaltar una fortaleza que bajar del terrado.</p> + +<p>Ella no dice nada, y yo tampoco. El silencio se hace abrumador. Cruje el +casquijo, zumban los insectos en las espíreas; pero, por lo demás, +ningún ruido.</p> + +<p>Ella se ha colgado confiadamente de mi brazo, y me obliga a detenerme a +cada momento, cuando se inclina para arrancar una hierba o coger una +brizna de reseda, con la que se acaricia la punta de la nariz, para +tirarla en seguida.</p> + +<p>—Querría poder amar las flores—dice.—¡Hay tantos que las aman... o +que dicen que las aman!... Tratándose de amor, una no sabe nunca la +verdad.</p> + +<p>—¿Por qué?—le pregunté.—¿No puede suceder que dos seres se quieran +bien y se lo digan, sin frases rebuscadas ni segunda intención?</p> + +<p>—<i>¡Se quieran bien! ¡se quieran bien!</i>—repite ella con expresión de +mofa.—¿Usted es de hielo, entonces, desde que para usted todo el amor +consiste en <i>quererse bien</i>?</p> + +<p>—Sea yo o no de hielo, el resultado es el mismo, desgraciadamente.</p> + +<p>—Sí; usted tiene un corazón de oro—dice ella, mirándome de reojo con +un poco de coquetería;—todo lo que usted piensa le sale de los labios +francamente.</p> + +<p>—También sé callarme.</p> + +<p>—¡Oh, bien lo veo!—se apresura a decirme.—A usted yo podría confiarle +todo, todo.</p> + +<p>Y me parece que me aprieta ligeramente el brazo.</p> + +<p>«¿Qué querrá de ti?» me digo, y el corazón parece querer salírseme por +la garganta.</p> + +<p>Llegamos delante del cenador, un cenador de aristoloquias... ustedes +saben, esas hojas anchas de forma de corazón que interceptan todo rayo +de luz. En un cenador de ese género siempre es de noche, cómo ustedes +saben... Y entonces, ella me suelta el brazo, se agacha hasta tocar el +suelo, y, arrastrándose, se introduce por un boquete en el tallar, cuyas +ramas entrelazadas cierran toda otra entrada.</p> + +<p>Y yo, el barón de Hanckel de Ilgenstein, modelo de dignidad y de +circunspección, me deslizo a cuatro pies detrás de ella, por esa +abertura poco más grande que la boca de un horno.</p> + +<p>Sí, señores; ahí tienen ustedes lo que le hacen hacer a uno las mujeres.</p> + +<p>Y, dentro del cenador, en la penumbra fresca, ella se tiende a medias +sobre el banco carcomido... Se seca con el pañuelo la frente, el cuello, +hasta el escote de la bata...</p> + +<p>¡Qué hermosa es así! ¡qué hermosa!</p> + +<p>Y mientras yo me dejo estar de pie, resollando como una foca, porque a +los cuarenta y siete años, señores, uno no se pasea ya impunemente a +cuatro patas, ella suelta una carcajada breve, dura, forzada.</p> + +<p>—¡Ríase usted de mí!—le digo.</p> + +<p>—¡Si supiera usted cuán pocas ganas tengo de reírme!—me dice, haciendo +una mueca de dolor.</p> + +<p>Y se restablece el silencio. Ella mira al suelo, frunciendo las cejas, y +su garganta se hincha y se deshincha acompasadamente.</p> + +<p>—¿En qué está pensando?—le pregunto.</p> + +<p>Ella se encoge de hombros.</p> + +<p>—¿Pensar? ¿para qué pensar?—responde.—Estoy cansada, querría dormir.</p> + +<p>—Y bien, duerma.</p> + +<p>—Pero usted también.</p> + +<p>—Bueno; yo también.</p> + +<p>Y, me tiendo a medias, como ella, sobre el banco de enfrente.</p> + +<p>—Pero cierre los ojos—me dice.</p> + +<p>Y, sumiso, cierro los ojos... Veo soles, ruedas verdes y haces de fuego, +sin parar un momento... eso tiene por causa la agitación de la sangre, +señores... Y, de tiempo en tiempo, una idea, como un relámpago, cruza +por mi mente: «Hanckel, te estás poniendo en ridículo».</p> + +<p>Todo está tan callado, que oigo a los escarabajos que trepan a lo largo +de las hojas... Hasta la respiración de ella ha cesado.</p> + +<p>«Tengo que ver, sin embargo, lo que hace», me digo, con el deseo secreto +de admirarla a mi gusto durante su sueño. Pero, cuando, a hurtadillas, +me aventuro a levantar un poco, un poquitito, los párpados, veo... ¡ah +señores, siento frío en la espalda todavía!... veo sus ojos +completamente abiertos, fijos en mí, feroces, devoradores, me atreveré a +decir.</p> + +<p>—Yolanda, hija mía—exclamo;—¿por qué me mira así? ¿qué le he hecho?</p> + +<p>Ella se estremece, se pasa, como si hubiera estado soñando, la mano por +la frente y por las mejillas, y se esfuerza por reír, con la misma risa +breve, entrecortada, de un momento antes, y en seguida estalla en +sollozos y llora, llora a lágrima viva.</p> + +<p>Me precipito hacia ella; querría acariciarle los cabellos, pero mi valor +no da para tanto. Le pregunto qué es lo que la apena, si no quiere tener +confianza en mí, y otras cosas por el estilo.</p> + +<p>—¡Ah! ¡soy el ser más desamparado, más miserable del mundo!—exclama +con un gemido.</p> + +<p>—¿Y por qué?</p> + +<p>—Quiero hacer una cosa... una cosa terrible... y no tengo valor para +ello.</p> + +<p>—¿De qué se trata?</p> + +<p>—No puedo decirlo... no puedo decirlo...</p> + +<p>Y no sale de eso, a pesar de todos mis esfuerzos para que se decida a +hablar. Pero, poco a poco, su fisonomía se transforma, adopta una +expresión resuelta, sombría, y sus labios acaban por murmurar +amargamente:</p> + +<p>—Quiero salir de esta casa... Quiero fugarme...</p> + +<p>—¡Gran Dios! ¿y con quién?—pregunto consternado.</p> + +<p>Ella se encoge de hombros:</p> + +<p>—¿Con quién? ¡Sí nadie en el mundo se interesa por mí!... ¡ni un +cuidador de vacas siquiera!... Pero tengo que irme a la fuerza. Aquí una +acaba por perder toda esperanza, por morirse... Y, como nadie viene, +huiré sola.</p> + +<p>—Pero, mi querida señorita, comprendo que se aburra usted un poco en +Krakowitz; es muy aislado esto... y su señor padre tiene historias con +todo el género humano... Pero, en fin, si usted tiene ganas de casarse, +una mujer como usted no tiene más que hacer que levantar el dedo +meñique.</p> + +<p>—¡Oh, cállese!—me responde;—esas son frases. ¿Quién me querría a mí? +¿Conoce usted a alguno que me quiera?</p> + +<p>El corazón me late desesperadamente. Yo no quiero decirle... sería una +locura... y, sin embargo, me pongo a asegurarle que yo no hago frases, +que desearía probárselo, o cosa así... Porque, a hacerle una declaración +en regla, por el momento ¡gran Dios! no me atrevo. Ella cierra los ojos, +suspira profundamente, y, poniéndome la mano en el brazo, dice:</p> + +<p>—Antes de que se vaya, tengo que hacerle saber una cosa, para que no se +deje engañar tan miserablemente. Mis padres no están durmiendo... En +cuanto oyeron su coche, se encerraron... es decir, él fue el que la +obligó a mamá... Esta entrevista nuestra en este sitio es una cosa +preparada. Yo tengo que transtornarle a usted la cabeza para que usted +se case conmigo. Desde el día que hizo usted su primera visita, los dos +no hacen más que atormentarme, él con sus reprensiones, ella con sus +ruegos. «Que yo no debo perder esta ocasión, porque un partido así no +volverá a presentarse nunca». Perdóneme señor, pero yo no quería; aun +cuando hubiera sentido simpatía por usted al principio, la insistencia +de ellos habría bastado para desanimarme. Pero, ahora, que he abierto a +usted mi corazón, ahora sí, quiero. Si yo le gusto, tómeme, soy suya.</p> + +<p>Pónganse ustedes, señores, en mi lugar. Una joven hermosa, una Tusnelda, +una Venus, que en su orgullo y desesperación se echa en los brazos de un +hombre valiente, corpulento, que frisa ya en los cincuenta años... ¿No +hubiera sido una especie de sacrilegio apoderarse de esa felicidad y +arrebatarla apresuradamente, como un ladrón?</p> + +<p>—Yolanda—le digo;—querida niña, ¿se da usted cuenta de lo que está +haciendo?</p> + +<p>—Sí—me responde con una sonrisa que da lástima;—me rebajo ante Dios, +ante mis propios ojos, y ante los ojos de usted... me hago esclava suya, +cosa suya... y con esto, lo engaño, sin embargo...</p> + +<p>—Quizá no pueda usted soportarme...</p> + +<p>Entonces, ella me hace ojitos... me mira dulcemente con sus ojos +inocentes, con sus queridos ojos de color azul pálido, y murmura con voz +lánguida:</p> + +<p>—Usted es el hombre mejor y más noble del mundo; yo podría amarlo, +adorarlo, pero...</p> + +<p>—Pero, ¿qué?</p> + +<p>—¡Ah! ¡qué feo, qué bajo es todo esto!... Dígame que no quiere saber +nada conmigo, que me desprecia. No merezco otra cosa.</p> + +<p>Me parecía que el mundo entero daba vueltas a mi alrededor, y tuve que +hacer un llamamiento a todo lo que me quedaba de buen sentido para no +cogerla y estrecharla entre mis brazos. Gracias a ese poquito de buen +sentido que me quedaba, le dije:</p> + +<p>—Yo no quiero, mi querida niña, aprovecharme de un momento de emoción. +Usted podría arrepentirse de ello después, y sería demasiado tarde. +Esperaré ocho días; entretanto, usted reflexiona. Si, para entonces, +usted no me escribe: «He cambiado de idea», queda convenido: vendré a +pedirla a sus padres. Pero pese bien el pro y el contra, antes de +decidirse; no se eche de cabeza en su desgracia.</p> + +<p>Entonces, señores, ella se precipitó a tomarme la mano, esta manaza fea, +curtida, rugosa; y, antes que yo pudiera impedirlo, apoyó en ella sus +labios.</p> + +<p>Sólo más tarde, mucho más tarde, he comprendido lo que significaba ese +beso.</p> + +<p>Cuando hubimos salido del cenador, yo otra vez en cuatro pies detrás de +ella, oímos de lejos al viejo que gritaba:</p> + +<p>—¿Es posible? ¿Hanckel, mi amigo Hanckel, está aquí? ¿Por qué no me han +despertado entonces, cretinos, idiotas, miserables? ¡Mi amigo Hanckel +aquí, y yo roncando! ¡runfla de canallas!...</p> + +<p>Yolanda se puso colorada de vergüenza; y, para hacerle menos penoso ese +momento, le dije:</p> + +<p>—Déjelo estar, que lo conozco bien.</p> + +<p>Sí, sí, señores; yo conocía bien al viejo... pero a la hija, a ésa no la +conocía.</p> + + + +<h3><a name="IVa" id="IVa"></a>IV</h3> + + +<p>Ahí tienen ustedes, pues, en lo que estábamos. Al volver a casa, iba +repitiéndome incesantemente por el camino: «Hanckel, esto sí que es +tener suerte! ¡A tu edad, un tesoro como ese!... ¡Grita, pues, salta +como un loco! ¡Es lo menos que puedes hacer después de un acontecimiento +semejante!...»</p> + +<p>Y, sin embargo, yo no sentía la más mínima gana de saltar o de gritar. +Una vez en casa, arreglé mis cuentas de la semana y mandé que me +prepararan un grog. Esa fue toda la fiesta que hice.</p> + +<p>Al día siguiente, llega Lotario Pütz, de uniforme.</p> + +<p>—Siempre de servicio, muchacho?—le pregunto.</p> + +<p>—Mi dimisión no ha sido aceptada todavía—responde mirándome con ojos +atravesados, como si yo fuera la causa de todas sus desgracias.—Por +otra parte, mi licencia está por terminar y tengo que volver a Berlín.</p> + +<p>Le pregunto si no podría conseguir una prórroga, pero bien veo que no la +quiere: «Echa de menos el círculo...» Todos sabemos lo que es eso.</p> + +<p>Y, además, tiene que vender sus muebles y que arreglarse con sus +acreedores.</p> + +<p>—Vete, pues—le digo;—y Dios te acompañe, hijo mío.</p> + +<p>Por un instante me pregunto si voy a confiarle mi nueva felicidad; pero +no me atrevo. Estoy seguro de que pondría una cara de imbécil al hacerle +esa confesión, y me callo... además, podría ser que Yolanda cambiara de +idea y, sondando el fondo de mi corazón, creo que anhelo eso tanto como +lo temo.</p> + +<p>Experimentaba un sentimiento... ¡bah! ¿para qué querer poner en limpio +los sentimientos? Los hechos hablarán.</p> + +<p>A la mañana del octavo día, el cartero me trajo un sobre, con los bordes +dorados... escrito por ella... Al principio me sobrecogió un gran miedo, +y los ojos se me llenaron de lágrimas.</p> + +<p>Me dije: «Ya está, querido amigo, te han mandado el hoyo...»</p> + +<p>Pero, en seguida, sentí una gran tranquilidad. Mientras abría el sobre +con unas tijeras, deseaba casi encontrarme con una repulsa brutal y +definitiva.</p> + +<p>Y leí.</p> + +<p>«Amigo mío: Mi resolución se ha afianzado, como usted deseaba. Espero +qué vendrá hoy a ver a mi padre.—<i>Yolanda</i>».</p> + +<p>—¡Ah, qué felicidad!... No es fácil concebir la dicha de un momento +semejante.</p> + +<p>Pero, después... ¡qué vergüenza, qué vergüenza! Sí, señores; me sentía +abochornado al pensar en las miradas socarronas y equívocas a que iba a +verme expuesto, y de buen grado me habría echado atrás.</p> + +<p>Pero había llegado la hora. ¡Adelante, por la gloria!</p> + +<p>Ante todo, traté de ponerme buen mozo. Al afeitarme me corté dos veces; +uno de los palafreneros tuvo que ir corriendo hasta la farmacia, a dos +millas de distancia, en busca de tafetán inglés color carne... yo no +tenía más que negro en casa...</p> + +<p>Después me apreté la hebilla del chaleco hasta quedarme sin respiración, +y mi pobre hermana vieja estuvo a punto de perder la paciencia, a fuerza +de hacer y deshacer, y volver a hacer, el nudo de mi corbata, al que no +conseguía darle un aspecto bastante inspirado.</p> + +<p>Y, entretanto, siempre este pensamiento lancinante: «Hanckel, te estás +poniendo en ridículo.»</p> + +<p>Sin embargo, mi llegada a Krakow fue magistral. Una yunta de caballos de +pelo gris, nacidos en mis tierras, el landó nuevo, acolchonado con raso +granate... La entrada de un príncipe no habría sido más triunfal; a +pesar de todo, me habría batido en retirada... tan cobardemente me latía +el corazón.</p> + +<p>El viejo me recibió en la puerta, como si no tuviera la menor idea de lo +que se preparaba... Y, cuando le pido un momento de conversación a +solas, adopta el gesto reservado del que teme ser objeto de un pedido +imprevisto de dinero.</p> + +<p>«Está bien; pronto levantarás bandera de parlamento», me digo; y espero +la respuesta, que ha de dar lugar a una buena escena, muy conmovedora, +con abrazos, lágrimas de alegría, y todo el aparato escénico del caso... +Porque uno se hace terriblemente vanidoso, señores, cuando tiene el +portamonedas bien provisto.</p> + +<p>Pero el viejo zorro era entendido en negocios; sabía que, para dar valor +a la mercancía a los ojos del comprador, hay que hacérsela desear.</p> + +<p>Cuando hube presentado mi demanda, me respondió hinchado por una +dignidad repentina:</p> + +<p>—Disculpe, señor barón. ¿Quién me asegura que ese matrimonio, esa +unión... <i>contra naturam</i>, confiéselo... va a tener buen resultado? +¿Quién me garantiza que, dentro de un año o dos, no volverá aquí mi +hija, en cabeza, en camisa, a declararme: «Padre mío, yo no puedo vivir +ya con ese viejo... Téngame a su lado?...»</p> + +<p>—¡Ah, señores! ¡eso era duro!</p> + +<p>—Ahí tiene usted—continuó,—ahí tiene usted la razón de que, como +padre prudente, yo no me atreva a entregarle mi hija.</p> + +<p>¡De modo que me manda a paseo!... ¡se burla de mí!...</p> + +<p>Me levanto, porque la entrevista me parece terminada; pero el viejo se +precipita y me obliga a sentarme otra vez:</p> + +<p>—...Sin embargo, se la entregaría guardando las formas que un hombre +como yo se cree obligado a imponer a un hombre como usted... o, para +hablar más claramente, observando las formalidades por medio de las +cuales un padre debe asegurar el porvenir de su hija... o, para ser más +preciso todavía, la dote...</p> + +<p>Entonces lo comprendo todo, y suelto la carcajada. ¡Ah, viejo fullero! +¡viejo fullero! ¡Para no soltar dote era para lo que había representado +toda esa comedia! Al verme reír, manda al diablo el énfasis afectado, el +pudor y la dignidad, y se echa a reír también con toda la boca; luego me +dice:</p> + +<p>—¡Oh! desde el momento que usted toma así la cosa, amigo mío... Si yo +lo hubiera adivinado... Pero, usted bien lo sabe, hay que tantear +siempre el terreno... y si cuaja, tanto mejor...</p> + +<p>De modo que estábamos de acuerdo.</p> + +<p>Entonces se llamó a la baronesa; y, digámoslo en honor suyo, olvidó el +papel que tenía que desempeñar; se me echó al cuello en cuanto su marido +hubo acabado, para salvar las apariencias, de explicarle la situación.</p> + +<p>¿Y Yolanda?</p> + +<p>Pálida como la muerte, con los labios apretados, los ojos entornados, +apareció en la entrada del salón y me tendió silenciosamente las dos +manos. Después, con paso de autómata se acercó a sus padres y se dejó +abrazar por ellos.</p> + +<p>Vean, señores, esto me dio que pensar otra vez.</p> + + + +<h3><a name="Va" id="Va"></a>V</h3> + + +<p>Lo que me temía, señores, no sucedió...</p> + +<p>A lo que parece, yo no tenía la menor idea del aprecio y de la amistad +de que era objeto dentro de nuestro círculo. Mis esponsales tuvieron la +aprobación de la nobleza y también del grueso público; por todas partes +no vi más que caras sonrientes y manos afectuosamente tendidas que me +felicitaban.</p> + +<p>Es cierto que, en una ocasión como ésa, el mundo entero parece +conjurarse contra uno para empujarlo, con gestos y ademanes de júbilo, +hacia el destino; hasta el momento en que, como la cosa empieza a +aburrir, todos se vuelven contra uno y le enseñan los dientes. La +verdad, sin embargo, es que poco a poco fui dejando de sentirme +avergonzado de mi felicidad; y hasta acabé por creer que tenía derechos +reales sobre tanta juventud y belleza.</p> + +<p>Mi pobre hermana vieja se mostró abnegada, hasta un extremo conmovedor; +sin embargo, ella era la única persona a quien mi matrimonio causaba +directamente un daño: tenía que salir de Ilgenstein el día de la boda +para instalarse en nuestra pequeña posesión materna en Gorowen. Derramó +torrentes de lágrimas, lágrimas de alegría, me aseguró que su plegaria +de todas las noches había sido oída, y se apasionó de mi prometida antes +mismo de conocerla.</p> + +<p>¿Qué hubiera dicho mi amigo Pütz, que había bajado a la tumba sin ganar +la comisión que esperaba recibir por mi casamiento?</p> + +<p>«A su hijo—me dije,—es a quien tengo que pagarla.»</p> + +<p>Escribí a éste una larga carta; le pedí perdón casi por haber ido a +buscar mujer en la casa de su enemigo hereditario; +«pero—agregué,—confío que de esta manera la vieja disputa se arreglará +por sí sola».</p> + +<p>La respuesta se hizo esperar mucho tiempo.</p> + +<p>Contenía unas cuantas palabras de felicitación bastante secas, y me +anunciaba que Lotario aplazaría su regreso hasta después de mi +casamiento; le sería muy penoso encontrarse tan cerca de mí y no poder +estar a mi lado ese gran día.</p> + +<p>Esto, señores, me apenó; porque yo lo amaba de veras, al muy bandido.</p> + +<p>Sí, sí... y mi novia también me tenía inquieto.</p> + +<p>Seriamente inquieto, señores.</p> + +<p>No veía en ella una alegría sincera. Siempre que llegaba, la encontraba +con el rostro pálido, la expresión fría, la mirada turbia por entre los +párpados bajos. Sólo cuando me la llevaba a un lado y le hablaba +alegremente, acababa por animarse y por demostrarme una especie de +ternura filial.</p> + +<p>Pero también, señores, ¡cuán delicado me mostraba yo con ella! +¡extraordinariamente delicado, les aseguro!... La trataba como si fuera +la princesa de un cuento de hadas; todos los días descubría yo en mi +corazón nuevas fuentes de delicadeza, y me sentía positivamente +orgulloso de mi refinada finura.</p> + +<p>A veces, sin embargo, me asaltaban impulsos de contar un cuento picante +o de soltar un juramento gordo. Esta perpetua vigilancia sobre mí mismo +me abrumaba. Gracias a Dios, tengo el corazón bastante tierno y bastante +generoso para comprender las exigencias de otro corazón, sin que haya +afectación de mi parte. Pero hasta cierto punto eso me hacía el efecto +de estar en la situación de un acróbata que avanza por la cuerda con los +ojos vendados. Un movimiento falso a la derecha, un movimiento falso a +la izquierda... ¡patatrás!... al suelo.</p> + +<p>De modo que, cuando me veía otra vez en mi vasta casa vacía, en la que +podía silbar, jurar, gritar, echar pestes y maldiciones a mi gusto, y +hacer Dios sabe cuántas cosas más, sin chocar ni incomodar a nadie, +experimentaba un verdadero bienestar y me decía más de una vez: «¡A Dios +gracias! ¡todavía soy libre!»</p> + +<p>Sí, pero no por mucho tiempo... Como nada se oponía al matrimonio, éste +debía celebrarse dentro de seis semanas.</p> + +<p>Una horda de tapiceros, de carpinteros, invadió mi querido Ilgenstein y +lo puso patas arriba. Todos mis deseos se veían contrarrestados por la +frase:</p> + +<p>—¡Oh, señor barón! ¡eso no es de buen gusto!</p> + +<p>Y, a fe mía, que los dejaba hacer; porque en aquella época yo sentía +todavía un santo respeto por el famoso «buen gusto». Sólo mucho más +tarde fue cuando comprendí que, por lo común, eso no es más que una +pantalla para disimular la pobreza de espíritu.</p> + +<p>En fin, lo cierto es que, so pretexto del maldito buen gusto, en poco +tiempo la banda devastadora no dejó ni un rincón intacto en Ilgenstein. +No conseguí poner a cubierto de la invasión nada más que mi gabinete de +trabajo. Allí sí; prohibí enérgicamente toda tentativa de buen gusto... +Y mi viejo catre... naturalmente... nadie se había atrevido a ponerle +las manos encima.</p> + +<p>¡Ah, sí, señores! esa cama...</p> + +<p>Vean, oigan esto... Un buen día, viene a verme mi hermana... Dicho sea +de paso, ella hacía causa común con toda esa gentuza... Entra, pues, en +mi aposento, mostrando en sus labios la sonrisita falsa que adoptan las +solteronas cuando se hace alusión delante de ellas a la manera cómo +vienen al mundo las criaturas.</p> + +<p>—Tengo que hablarte, Jorge—me dice, tosiendo afectadamente, sin +mirarme.</p> + +<p>—¡Bueno! ¡Empieza!</p> + +<p>—Es a propósito...—balbucea,—es decir, me parece que... ¿qué piensas +tú al respecto?... tú no puedes continuar durmiendo en esa cama +espantosa, sobre un jergón...</p> + +<p>—¿Y si a mí me gusta dormir así?</p> + +<p>—No me comprendes...—murmura, cada vez más turbada;—después... +cuando... en fin, una vez que te cases...</p> + +<p>—¡Diantre! ¡no había pensado en eso!...—Y yo, un viejo lobo, me pongo +tan turbado como ella.</p> + +<p>—Habrá que avisar al ebanista—digo.</p> + +<p>—Mi querido Jorge—dice ella con importancia;—perdóname si creo que +entiendo el asunto mejor que tú.</p> + +<p>—¡Hum, hum!—le digo, amenazándola con el dedo, porque mi mayor placer +ha sido siempre plantar en el banquillo su pudor de solterona.</p> + +<p>Ella se pone colorada de vergüenza, y continúa:</p> + +<p>—He visto en casa de mis amigas, en casa de la señora de Houssel y de +la condesa Finkenstein, dormitorios espléndidos... es preciso que tengas +tú uno igual.</p> + +<p>Yo pregunto:</p> + +<p>—¿Cómo es?</p> + +<p>Debo decir a ustedes, señores, que, al encontrarme con que el gran +tacaño de mi suegro no quería pagar ni siquiera el arreglo de la casa, +yo había dicho que el mobiliario estaba completo y había encargado en +seguida lo indispensable a Berlín y a Königsberg. Naturalmente, me había +olvidado de la cama.</p> + +<p>—¿Qué prefieres?—insiste ella;—seda rosa cubierta de tul ilusión o +seda adornada con puntillas? Tal vez se podría decir también al pintor +que está haciendo el cielo raso que lo adorne con unos cuantos +amorcillos.</p> + +<p>¡Ay, ay, ay, señores!... yo no me sentía a gusto... ¡Yo y Cupido!...</p> + +<p>—En cuanto a la cama—prosigue ella, implacable,—no habría tiempo de +terminarla...</p> + +<p>—¡Cómo!—replico;—¡seis semanas para hacer una cama!...</p> + +<p>—¡Pero Jorge!... Los dibujos, los planos solamente requieren un mes.</p> + +<p>Dirigí una mirada entristecida a mi vieja cama querida. Para ésa no +había habido necesidad de dibujos. Me la habían hecho en medio día; seis +tablas y cuatro montantes.</p> + +<p>—Lo mejor—continúa ella,—sería escribir a Lotario pidiéndole que +elija en Berlín lo más bonito y más fino que encuentre en las tiendas.</p> + +<p>—¡Haz lo que quieras, y déjame en paz!—le dije, enervado.</p> + +<p>Y mientras la pobre se retira un poco ofendida, le grito:</p> + +<p>—Y, sobre todo, encomienda al pintor que trate que los amorcillos se me +parezcan.</p> + +<p>Ahí tienen, señores, cuál era mi estado de ánimo durante el período de +noviazgo... Y cuanto más se acercaba el día de la boda, tanto más +incómodo me sentía.</p> + +<p>No porque tuviese miedo... o más bien, sí... tenía un miedo horrible... +pero, aparte de eso, experimentaba la sensación de haber cometido una +falta, de haber hecho daño a alguno... ¿cómo decir?... Pero, ¿a +quién?... A ella no, por cuanto ella lo había querido así. A mí, +tampoco, ¿no era yo el más feliz de los mortales? ¿A Lotario?... Muy +bien podría ser.</p> + +<p>El pobre muchacho había contado conmigo como un segundo padre, y yo lo +abandonaba, pasándome al enemigo con armas y bagajes. ¡Vean ustedes cómo +cumplía yo la palabra que había dado a Pütz en su lecho de muerte!</p> + +<p>Señores, aquel de ustedes a quien las circunstancias hayan obligado a +alistarse en las filas de los bribones... y ¿cuál es el hombre honrado +que no ha tenido que hacer eso alguna vez en su vida?... ese me +comprenderá.</p> + +<p>Me devanaba los sesos día y noche, y me roía las uñas hasta hacerme +sangre; y, no encontrando otra manera de arreglar las cosas, resolví +reconciliar a mi costa a las dos partes.</p> + +<p>Confieso que me costó algún trabajo decidirme a ello; porque nosotros, +los cultivadores, estamos muy aferrados, señores, a nuestros cuartos... +Pero ¿qué es lo que no haría uno, cuando lo han declarado oficialmente +«un buen muchacho?»</p> + +<p>Me voy, pues, una tarde a casa de mi futuro suegro, y entro en su +pretendido gabinete de trabajo. Estaba en preparativos para repantigarse +en su diván, y lo incito, no sin vacilar, a que se reconcilie con +Lotario... naturalmente, para tantear ante todo el terreno. Como lo +había previsto, en seguida monta en cólera, jura, se sofoca, se pone +lívido, y me señala la puerta.</p> + +<p>—Pero—digo yo,—supongamos que él reconoce su error y abandona el +pleito...</p> + +<p>Señores ¿ha acariciado alguno de ustedes alguna vez un tejón?... quiero +decir un tejón joven, medio domesticado. ¿Han notado ustedes los ojitos, +medio burlones, medio dulces, con que mira mientras resuella suavemente? +Enteramente igual fue la cara que puso el viejo; luego, me dijo:</p> + +<p>—El no querrá.</p> + +<p>—Pero, ¿y si consintiera?</p> + +<p>—Entonces ¿eres tú el que paga los platos rotos?—me lanza a quema ropa +el viejo pícaro.</p> + +<p>—Yo me pregunto: «¿Tengo que negar?»</p> + +<p>¡Bah! ¡Que el diablo lo lleve!... y convengo en la cosa.</p> + +<p>—Pues no—dice el otro secamente;—nada de eso, hijo mío, no acepto.</p> + +<p>—¿Y por qué?</p> + +<p>—A causa de los hijos, por supuesto... Tengo que pensar en los nietos +que tu magnanimidad me otorgará sin duda. Yo no les doy dote; ¿y voy a +quitarles también la paja del nido donde van a nacer? De todos modos, +estoy seguro de ganar el pleito si las cosas se prolongan uno o dos +años más; puedo esperar.</p> + +<p>Entonces, ensayo la persuación.</p> + +<p>—El dinero quedará en la familia—digo;—yo pago, y tú guardas el +dinero. Y, cuando te mueras, ese dinero volverá a mi poder.</p> + +<p>—¡Ajá! ¡conque cuentas ya con mi muerte!—grita el viejo, montando otra +vez en cólera;—¡querrías seguramente enterrarme vivo y tirar en seguida +el manotón a Krakowitz para redondear tus tierras! ¿Le has echado el ojo +a mi Krakowitz desde hace tiempo, eh?</p> + +<p>Imposible hacer entender razones a ese energúmeno; me decido a emplear +los grandes recursos.</p> + +<p>—Oye entonces mi última palabra:—le digo.—Yo no puedo entrar en tu +familia sino con una condición: tu reconciliación con Lotario Pütz. Si +te niegas, tendré que romper mi compromiso.</p> + +<p>Eso le puso blandito.</p> + +<p>—¡Qué cabeza hueca!—dijo;—no hay medio de hablar de sentimientos +contigo. Yo pienso en tus hijos, en esas pobres criaturas que están por +nacer todavía; y tú, tú no piensas más que en una ruptura y en otras +borricadas por el estilo... Arregla el asunto así, si eso te place; yo +no me opongo personalmente, no tengo nada contra Lotario Pütz. Al +contrario: debe ser un mocetón enérgico, muy caballero, bastante +aficionado a las muchachas lindas... Y, a propósito, hijo mío, te voy a +dar un buen consejo. Tú vas a tener una mujer joven. Si ella no fuera mi +hija, y no estuviera por eso mismo arriba de toda sospecha, yo te diría: +«Riñe con él; no le prestes más dinero y reclámale lo que te debe...» +Como tú comprenderás, la prudencia es una gran cosa.</p> + +<p>Señores, hasta entonces, yo había tomado al viejo por su lado bueno; +pero desde aquel momento se me hizo odioso. Bueno... el casamiento ante +todo; que, después, ya sabré librarme de él.</p> + +<p>Había que tragar todavía una píldora bastante gorda. Convencer a Lotario +de que el viejo había reconocido su error y renunciaba a seguir el +pleito. Eso anduvo como sobre rieles. Lotario se sorprendió tan poco que +se olvidó de agradecérmelo...</p> + +<p>¡En fin, qué quieren ustedes!</p> + +<p>Ya les he hablado de mi prometida; suficientemente, me parece. Nuestras +relaciones, con sus altibajos de confianza o de temor, de esperanza o de +abatimiento, formaban una madeja demasiado complicada para que mis +manazas pesadas pudieran desenredarla.</p> + +<p>Debo decir, en honor de Yolanda, que ella se esforzaba lealmente por +darse conmigo... Trataba de adivinar mis gustos; sí, trataba de asociar +sus ideas con las mías. Pero eso no era posible. Allí donde su joven +inteligencia esperaba encontrar en mí la vida, el interés, no había, por +lo general, más que un desierto seco, hacía ya mucho tiempo. Porque, +vean ustedes lo que es terrible en la vejez: cada año atrofia un nervio +más en nosotros; y, cuando estamos por llegar a los cincuenta años, el +trabajo y el reposo nos son igualmente mortíferos.</p> + +<p>Entonces estaban de moda las corbatas de color punzó; yo usaba, por lo +tanto, una corbata punzó; usaba también zapatos puntiagudos, e hice +poner forros de seda a mis trajes.</p> + +<p>Hacía a mi novia costosos regalos: un collar de turquesas de quince mil +francos... y un solitario célebre que había sido rematado en París. +Todos los días, el ferrocarril le llevaba rosas frescas y orquídeas, +porque, en cuanto a las flores de mi jardín, el cultivo de ellas no me +daba tan buen resultado como la cría de potros. Diré de paso que mis +potros... pero no, no es de eso de lo que quiero hablarles.</p> + + + +<h3><a name="VIa" id="VIa"></a>VI</h3> + + + +<p>Ahí está. Y ahora, señores, hago una raya y paso directamente al día de +mi casamiento.</p> + +<p>Mi señor suegro, que, como los gatos, caía siempre sobre sus patas, +había resuelto aprovechar mi popularidad y renovar relaciones, en +ocasión de nuestras bodas, con un montón de gente que, por prudencia, +había dejado de tratarse con él desde hacía años. Desató, pues, los +cordones de su bolsa, y organizó una fiesta monstruo en la que el +champagne debía correr a mares, según su expresión.</p> + +<p>Es fácil comprender que toda esta faramalla me daba miedo... Pero un +novio no es más que un ente ridículo al que se le han suprimido +momentáneamente los órganos de la voluntad.</p> + +<p>A la mañana del gran día estaba yo sentado en mi pieza, de muy mal +humor, con la casa entera hediendo a encáustico, cuando de repente se +abre la puerta y se presenta Lotario.</p> + +<p>Muy alegre... en apariencia... muy animado... con sus grandes botas. Se +echa en mis brazos:</p> + +<p>—¡Hurra! ¡mi tío!</p> + +<p>Ha pasado toda la noche en viaje... La víspera, en las carreras de +Hoppegarten, se ha ganado el gran premio... una carrera infernal... sin +embargo, no se ha desnucado... Después, ha bebido como un pozo... y, con +todo, ahí lo tienen ustedes fresco y resuelto como un joven dios... Dice +que va a bailar como un trompo... Ha traído chascos, fuegos +artificiales... Necesita inmediatamente dos docenas de hombres para +enseñarles el manejo de las piezas, etcétera.</p> + +<p>Todo esto brota y sale de sus labios sin interrupción, mientras sus +gruesas cejas negras no hacen más que subir y bajar, y sus ojos brillan +como brasas.</p> + +<p>«¡Esta es la juventud!» pensé, ahogando un suspiro; «¡ah! si pudiese yo, +aunque sólo fuera por veinticuatro horas, tener sus ojos... y todo lo +demás!»</p> + +<p>Le digo:</p> + +<p>—¿Y no me pides noticias de mi novia?</p> + +<p>Se echa a reír ruidosamente:</p> + +<p>—¡Mi tío! ¡mi tío!—exclama.—¡Esta si que es aventura!... ¡Casarte, +tú! ¡tú, casarte!... ¡Es realmente como para tirar bombas! ¡Hurra!</p> + +<p>Y, riéndose siempre, sale del aposento.</p> + +<p>En cuanto a mí, me dejo estar donde estoy, y concluyo mi cigarro; me +siento muy abatido. Después, voy a inspeccionar las piezas recientemente +arregladas.</p> + +<p>Delante de la puerta del dormitorio me detiene mi hermana, que está +preparando sus valijas.</p> + +<p>—Aquí no se puede estar—dice,—es una sorpresa para ustedes dos.</p> + +<p>¡Nosotros dos!... ¡qué tontería!</p> + +<p>Como a las once, me pongo a la tarea de vestirme. El traje me incomoda +en las escotaduras; los zapatos me aprietan los dedos; hace treinta años +que los dedos de los pies se me hinchan... los grogs de Pütz tienen la +culpa. La camisa está más dura que una tabla, la corbata me estrangula. +¡Es atroz!</p> + +<p>A las dos de la tarde parto en el coche... entonces, señores, comienza +un sueño... no un bello sueño... ¡no, por cierto!... sino una pesadilla +espantosa, con todas las sensaciones correspondientes: vértigos, +sofocaciones, opresión y caída en el vacío... y con uno que otro +intervalo feliz, cuando me decía: «Todo saldrá bien. Tú tienes buen +corazón y buena voluntad. Tú la guiarás para que pueda vencer los +obstáculos. Ella hará su camino en el mundo festejada como una reina, y +no sentirá las cadenas...»</p> + +<p>Mientras los carruajes de los invitados iban entrando unos tras otros en +el patio principal, y las ventanas se adornaban al mismo tiempo con +rostros desconocidos, yo recorría el jardín como un poseído, embarraba +mis lindos zapatos de charol en la tierra húmeda, y lloraba a moco +tendido.</p> + +<p>No me dejaron tranquilo mucho tiempo. Me llamaban de todas partes, y +entré en la casa. El viejo, triunfante por haber reunido alrededor de él +a sus antiguos enemigos y adversarios, a todos aquellos a quienes había +ofendido o perjudicado, o engañado de alguna manera, corría del uno al +otro, estrechándoles las manos y jurando a todos una amistad eterna.</p> + +<p>Yo habría querido dar los buenos días a algunos amigos, pero en seguida +se apoderaron de mí, y me empujaron, gritando, hacia el aposento donde, +según decían, me estaba esperando mi novia.</p> + +<p>Allí estaba ella, gallardamente erguida en su traje de seda blanca. El +velo de tul la envolvía en una nube transparente, y la corona de mirto +descansaba sobre sus cabellos como una corona de espinas.</p> + +<p>Tuve que cerrar por un momento los ojos, deslumbrado. ¡Estaba tan +hermosa!</p> + +<p>—¿Estás contento?—me dijo, con una mirada tierna y sumisa.</p> + +<p>Su rostro, al sonreírse, parecía una máscara de mármol. Entonces me +sentí aplastado por la felicidad y por la conciencia de mi falta. Habría +querido echarme a sus pies, pedirle perdón por haberme atrevido a +pretenderla; pero no podía hacerlo, porque mi suegra estaba detrás de +ella... Había también allí damas de honor y otras tonterías... Balbucí +algunas palabras que yo mismo no comprendí, y, no sabiendo qué actitud +debería guardar, me puse a andar de un lado a otro por la pieza, +abotonándome y desabotonándome los guantes. Mi suegra, que tampoco sabía +qué decir, arreglaba los pliegues del velo, y me miraba de reojo con una +expresión de reproche y de estímulo al mismo tiempo. Cada vez que en mis +paseos llegaba al extremo del aposento, me encontraba delante de un +espejo, en el que, quisiera o no quisiera, tenía que mirarme. Veía en él +mi frente calva, mis mejillas escarlatas, con bolsas debajo de los ojos, +y una verruga en el ángulo de la boca. Veía el cuello postizo de mi +camisa, demasiado estrecho aun cuando había pedido el número más alto, y +mi pescuezo colorado que se desbordaba por arriba de él formando un +pliegue gordo. Veía todo eso, y, un poco por clemencia y otro poco por +lealtad, sentía impulsos de gritar a Yolanda: «¡Ten piedad de ti misma! +¡todavía estás a tiempo! ¡No te cases conmigo!...»</p> + +<p>Nota breve: en aquella época, el matrimonio civil no existía aún.</p> + +<p>Por mí, yo podría haberme estado así siglos enteros, dando vueltas +alrededor de ella sin animarme nunca a decirle nada; pero, cuando el +viejo se deslizó dentro de la pieza con la agilidad de un hurón, +gritando: «¡Vamos! ¡el pastor está esperando!...» me enfurruñé, como si +eso hubiera contrariado mis intenciones.</p> + +<p>Ofrezco el brazo a Yolanda... Ábrense de par en par las puertas.</p> + +<p>¡Caras! ¡caras! ¡nada más que caras, pegadas unas a las otras, que me +miran irónicamente como diciéndome: «¡Hanckel, te estás poniendo en +ridículo!» Han formado un doble cerco, y nosotros pasamos por el medio; +y me sorprenda que nadie rompa con una carcajada el silencio que allí +reina. Llegamos al altar que el viejo había fabricado artísticamente con +un gran cajón cubierto por un paño rojo. Encima, hay una verdadera +exposición de flores, de luces; en el centro, un crucifijo, como si se +tratara de un entierro.</p> + +<p>El buen viejo del pastor está delante de nosotros; adopta la expresión +que imponen las circunstancias, y se recoge y vuelve a recogerse las +mangas de la sobrepelliz, lo mismo que un escamoteador que se dispone a +comenzar sus juegos.</p> + +<p>Ante todo, un cántico... después, la plática. Maldito si oigo una +palabra de ella; estoy embargado por una idea horrible que ha entrado en +mi mente con la rapidez del rayo y que no me deja ya: «Ella va a decir +<i>no</i>. Ella va a decir <i>no</i>...»</p> + +<p>Y, cuanto más se acerca el momento decisivo, tanto más me aprieta el +miedo la garganta. Al fin, ya no dudo absolutamente de que ella va a +decir <i>no</i>.</p> + +<p>Señores, ella dijo <i>sí</i>... Respiré entonces como un malhechor que acaba +de oír su absolución.</p> + +<p>Pero, lo más extraño fue esto. En cuanto oí esa palabra y cesó mi +angustia, sentí un vivo pesar. «¡Ah! ¿por qué no había dicho más bien +<i>no</i>?»</p> + +<p>Después de la bendición vinieron las felicitaciones sin fin. Y yo no +hacía más que apretar manos, unas tras otras, con un ardor metódico: +gracias, a la derecha; gracias, a la izquierda... Sentía un verdadero +agradecimiento para todos esos imbéciles, que se acercaban a +congratularme solícitos y alegres, gracias a la perspectiva de una buena +comilona.</p> + +<p>Faltaba uno todavía: Lotario.</p> + +<p>Llegó entre los últimos, con la tez verdosa, la expresión hambrienta o +fastidiada. Lo agarro del brazo:</p> + +<p>—Aquí lo tienes, Yolanda—digo a ésta.—Es Lotario Pütz, hijo único de +Pütz, hijo mío, casi. Dale la mano, llámale Lotario.</p> + +<p>Y al ver que ella vacilaba, tomé sus cinco dedos y los puse entre los de +Lotario. Entretanto, pensaba: «¡Qué suerte que él esté aquí!... Nos ha +de ayudar más de una vez a salvar las situaciones difíciles.»</p> + +<p>No se sonrían, señores. Veo que ustedes se figuran que poco a poco va a +ir formándose, en mis propias barbas, una intriguilla amorosa entre esos +dos jóvenes. No hay tal cosa... Tengan un poco de paciencia. Ya verán.</p> + +<p>Nos sentamos, pues, a la mesa... Cubierto suntuoso, flores, vajilla de +plata, un cúmulo de piezas montadas. El conjunto muy bien... Se sirvió +ante todo una copita de Jerez para hacer entrar en calor al estómago. El +Jerez era bueno, pero la copa muy chica; y no pude conseguir que me +sirvieran otra.</p> + +<p>«Tengo que ser galante con ella... cariñoso... las conveniencias lo +exigen...» me decía, dirigiendo una mirada a Yolanda, colocada a mi +derecha. Su codo me rozaba ligeramente el brazo, y la sentía temblar. +«Es de hambre»; pensé. Yo también; no había comido nada todavía.</p> + +<p>Se había puesto a mirar fijamente un candelabro de plata que tenía por +delante, al que el tiempo había arrugado la superficie como la piel de +una vieja. Su perfil... ¡Dios mío! ¡qué hermoso era ese perfil!... Y era +mío... ¡Qué locura!</p> + +<p>Bebí un gran vaso de un vino rubio, claro, que cayó gorgoteando dentro +de mi estómago vacío. «De esta manera no voy a llegar nunca al grado de +ternura que quiero», me dije, buscando inútilmente el Jerez con los +ojos.</p> + +<p>Entonces me sacudí:</p> + +<p>—Come, pues, alguna cosa—le dije.</p> + +<p>Y me sentí en la gloria por haber pronunciado esa frase.</p> + +<p>Ella se inclinó y se introdujo la cuchara en la boca...</p> + +<p>Después de la sopa trajeron el pescado... un salmón, si no me engaño... +linda pieza... la salsa perfecta, con una especie de cognac, limón y +alcaparras... muy delicada, en resumen. Después vino un plato de +cabrito... no bastante adobado... pero eso es cuestión de gustos.</p> + +<p>—Come, pues, alguna cosa—repetí a Yolanda, haciendo un corazón con +los labios para que los convidados creyeran que le susurraba un +cumplimiento.</p> + +<p>Decididamente, la cosa no marchaba; sin embargo, yo me había bebido ya +dos botellas de ese vino blanco, y empezaba a sentirme hinchado como un +odre.</p> + +<p>Traté de observar a Lotario, que había heredado de su padre un olfato +especial para descubrir los mejores vinos; estaba en un extremo de la +mesa, entre las jóvenes.</p> + +<p>Un brindis vino a salvarme entonces; pude levantarme, y al darme vuelta +descubrí un grupito limitado, pero escogido... botellas de jerez que el +viejo había escondido detrás de una cortina... Substraje dos sutilmente, +y, sin más demora, me puse a la tarea de ingurgitar coraje. La cosa +tardaba en llegar, porque yo aguanto bien el vino, señores; pero, en +fin, llegaba.</p> + +<p>Después del cabrito sirvieron un salmorejo de perdices. Caza, dos veces +seguidas; eso no era correcto. Sin embargo, el plato me pareció +excelente... En ese momento, señores, fue cuando empezó a desprenderse +del cielo raso, a bajar sobre nosotros lentamente, lentamente... una +especie de niebla.</p> + +<p>Entretanto, yo me había puesto ya muy galante, y barajaba los +cumplimientos que era un gusto. Sí, le hacía la corte a mi novia; la +llamaba «encantadora hada graciosa»; contaba aventuras de caza +picantes, y explicaba a los que me rodeaban por qué un hombre debe +soltar siempre el cascarón antes de casarse... En una palabra, señores, +estaba irresistible...</p> + +<p>Pero la niebla bajaba cada vez más densa. Eso se ve a menudo en las +montañas, como ustedes saben. Las altas cumbres son las primeras que +desaparecen; después las crestas y las colinas, unas tras otras...</p> + +<p>Allí, las bujías de los candelabros fueron las primeras que se rodearon +de una aureola rojiza y lanzaron rayos con todos los colores del arco +iris; en seguida, todo lo que parloteaba y comía detrás de los +candelabros se borró también a mis ojos.</p> + +<p>De tiempo en tiempo veía relucir lo blanco de una pechera o el extremo +de un brazo desnudo, en medio de una <i>obscuridad purpurina</i>, como diría +Schiller.</p> + +<p>¡Ah, sí! ¡es cierto! Una cosa más me llamó la atención. Era mi suegro, +corriendo alrededor de la mesa con dos botellas de champagne en las +manos; se detenía junto a los que tenían la copa vacía, completamente +vacía, y les decía con insistencia:</p> + +<p>—¡Pero beba, pues! ¿Por qué no bebe?</p> + +<p>Cuando llegó junto a mí, le pellizqué la pierna y le dije:</p> + +<p>—¡Viejo farsante! ¡a esto es a lo que llamas hacer correr el champaña a +mares!</p> + +<p>Como ustedes ven, señores, la cosa iba poniéndose seria.</p> + +<p>Y, de pronto, siento que mi corazón se ensancha... Es necesario que +hable; sí, es necesario que hable. Me pongo a golpear la copa como un +poseído.</p> + +<p>—¡Por el amor de Dios, cállate!—me susurra mi novia... quiero decir, +mi mujer.</p> + +<p>Pero, aunque la cosa tuviera que costarme la vida, tengo que hablar.</p> + +<p>Después me han contado lo que dije entonces; si las informaciones son +exactas, fue esto, poco más o menos:</p> + +<p>«Señoras y señores... yo no soy ya un jovencito, pero no lo siento... y +si alguno quisiera sostenerme que la juventud no debe unirse sino con la +juventud, yo le replicaría que eso es una mentira infame... En mí puede +verse la prueba de lo contrario, porque yo no soy ya joven... pero eso +no ha de impedir que haga feliz a mi mujer, porque mi mujer es un +ángel... y yo, yo tengo un corazón amante... ¡sí! ¡un corazón amante es +el que late aquí debajo de mi chaleco!... y el que lo dude, que +venga... que yo le abriré mi pecho»...</p> + +<p class="puntos">Al llegar a este punto las lágrimas ahogaron mis palabras, y me asaltó +una aflicción tan grande que tuvieron que arrastrarme apresuradamente, +fuera de la sala...</p> + +<p>Al despertarme me encontré sobre un canapé demasiado corto para mi +talla. Estaba sepultado bajo una montaña de capuchas, de esclavinas y de +chales de lana. Tenía el pescuezo torcido y las piernas acalambradas.</p> + +<p>Eché una mirada a mi alrededor... Una bujía solitaria ardía sobre una +consola, en la que se veían cepillos, peines, alfileres para los +cabellos; colgaban a lo largo de las paredes mantas, sombreros... ¡Ah! +aquel era el tocador de las damas.</p> + +<p>Y poco a poco fui comprendiendo lo que había pasado.</p> + +<p>Consulté mi reloj: eran cerca de las dos... Oía a la distancia los +sonidos de un piano y el rítmico rozar de los danzantes... ¡Mis bodas!</p> + +<p>Me alisé el pelo, me ajusté la corbata, y, francamente, mi más grande +satisfacción habría sido irme a tenderme en mi vieja cama y subirme la +cobija hasta las orejas, en lugar de... ¡Brrr!</p> + +<p>En fin, ¿qué hacer? Me dirigí, pues, a los salones. No me sentía +abochornado en lo más mínimo, demasiado atontado y amodorrado, como +estaba aún, para darme cuenta exacta de mi situación.</p> + +<p>Al principio, nadie notó mi presencia; porque, en las salas reservadas +para los hombres, el humo de los cigarros era tan compacto que a tres +pasos no se distinguían sino bultos confusos... Se jugaba fuerte. Mi +suegro saqueaba a sus huéspedes tan concienzudamente que, si hubiera +tenido tres hijas más que casar, se habría hecho millonario. A eso +llamaba él «resarcirse de los gastos de la boda».</p> + +<p>Eché una ojeada al salón de baile.</p> + +<p>Las madres luchaban contra el sueño; los jóvenes giraban mecánicamente, +y el machacador no entreabría los ojos sino cuando había encajado un +acorde fuera de su sitio... Mi hermana tenía un vaso de limonada sobre +la falda y contemplaba las pepitas del limón... Era un cuadro lastimoso.</p> + +<p>De Yolanda, ni la menor huella.</p> + +<p>Volví a las mesas de juego y golpeé el hombro al viejo. En esos momentos +estaba metiéndose a manos llenas en los bolsillos el dinero que acababa +de ganar.</p> + +<p>—¡Ah! ¡eres tú, borrachón!</p> + +<p>—¿Dónde está Yolanda?</p> + +<p>—¿Qué sé yo? Búscala.</p> + +<p>Y se pone a jugar otra vez. Los demás hombres estaban incómodos, pero +trataban de no hacerlo ver:</p> + +<p>—Siéntese, pues, joven esposo—me dicen.</p> + +<p>Me apresuré a alejarme, porque me conocía; si hubiera contestado, habría +sucedido allí una desgracia.</p> + +<p>Tomando por caminos extraviados, evité el salón de baile. No me sentía +con valor para afrontar las miradas de las madres.</p> + +<p>En el corredor humeaba una lámpara de cocina; y salía de allí un ruido +de vajilla y risotadas de criadas...</p> + +<p>¡Puf!</p> + +<p>Llamé a la puerta del aposento de Yolanda; nadie respondió. Repetí el +llamamiento; el mismo silencio. Entonces entro.</p> + +<p>¿Y qué es lo que veo?... Mi suegra sentada en el borde de la cama; de +rodillas delante de ella, con la cabeza apoyada en el pecho de su madre, +mi mujer en traje de viaje (¡ya!), y las dos llorando a lágrima viva.</p> + +<p>¡Ah, señores! no me sentí orgulloso.</p> + +<p>Habría querido escabullirme, saltar dentro del coche y gritar «¡A la +estación!» Tomar el primer tren y huir a América, a cualquier parte, +allá donde se refugian los cajeros infieles y los hijos pródigos.</p> + +<p>Pero era imposible.</p> + +<p>—¡Yolanda!—dije en tono humilde y contrito.</p> + +<p>Las dos lanzan un grito. Mi mujer se abraza a las rodillas de su madre, +que extiende los brazos como para protegerla.</p> + +<p>—Yo no quiero hacerte daño, Yolanda—digo.—Lo único que quiero es +pedirte perdón por haber sido tan imprudente, por exceso de amor a ti.</p> + +<p>Silencio prolongado. No se oyen más que suspiros.</p> + +<p>Entonces la madre le dice:</p> + +<p>—Tiene razón, hija mía; levántate. Es hora de partir.</p> + +<p>Yolanda se alza lentamente, con las mejillas húmedas, los ojos +enrojecidos, el cuerpo sacudido siempre por los sollozos.</p> + +<p>—Dale la mano a tu marido. No hay más remedio.</p> + +<p>Perfectamente amable ese «no hay más remedio».</p> + +<p>Y Yolanda me tiende la mano, que yo llevo respetuosamente a los labios.</p> + +<p>—¿Ha visto a mi marido, Jorge?...—pregunta mi suegra.</p> + +<p>Respondo que sí.</p> + +<p>—¿Quiere llamarlo, para que Yolanda se despida de él?</p> + +<p>Vuelvo a la sala del juego.</p> + +<p>—Oye, suegro.</p> + +<p>—Doce... diez y seis... veintisiete... treinta y uno...</p> + +<p>—Suegro...</p> + +<p>—¡Treinta y tres!... ¿Qué quieres?</p> + +<p>—Queríamos despedirnos...</p> + +<p>—Buen viaje. Que sean felices. ¡Treinta y seis!</p> + +<p>—¿No quieres que Yolanda?...</p> + +<p>—¡Treinta y nueve! ¡gané!... ¡Vengan los monacos!... ¿Quién quiere +jugar conmigo todavía? ¿Tú, Jorge? ¡Vamos de una vez!</p> + +<p>Entonces me fui.</p> + +<p>Cuando, con la mesura del caso, hube informado a las damas de la casa, +ellas se contentaron con mirarse una a la otra, en silencio; luego +bajaron por la escalera de servicio al patio, donde nos esperaba ya el +carruaje. El viento nos silbaba en las orejas, gotas de lluvia nos +azotaban el rostro.</p> + +<p>Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si ya no fueran a +separarse nunca. Pero, en esto, el viejo, que ha cambiado de idea, llega +ruidosamente, y detrás de él los criados, a quienes ha dado el alerta, +con lámparas y bujías.</p> + +<p>Se echa sobre Yolanda y le frota las mejillas con sus mostachos.</p> + +<p>—Hija querida, si la bendición de un padre que te ama profundamente...</p> + +<p>Ella se desprende y lo aparta, casi como se aparta a un perro mojado, y +salta dentro del coche.</p> + +<p>Yo, detrás de ella... ¡En marcha!...</p> + + + +<h3><a name="VIIa" id="VIIa"></a>VII</h3> + + +<p>Estamos en marcha, pues. Las luces del patio vacilan un instante todavía +con el viento, y luego la noche es negra, completa.</p> + +<p>¡Ah señores, qué viaje!</p> + +<p>Las ruedas cortaban los aguazales... sis... sis... sis... y la tempestad +gruñía... hu... hu... hu... y las gotas de lluvia tamborileaban sobre el +landó... taratatá... taratatá...</p> + +<p>Y yo me preguntaba: «¿Por dónde voy a empezar?»</p> + +<p>De ella, yo no veía, no oía, no sentía nada... Me parecía estar +completamente solo en aquella obscuridad.</p> + +<p>Solamente cuando cruzábamos el bosque y la luz de los faroles del +carruaje, al reflejarse sobre los troncos húmedos de los árboles, +enviaba cierta claridad al interior, pude distinguirla acurrucada, +hundida, en el rincón opuesto al mío; se habría dicho que trataba de +romper el obstáculo para tirarse a la carretera.</p> + +<p>¡Dios mío! ¡Pobre criatura! Acababa de abandonar todo lo que hasta +entonces había sido su universo, su vida... Y su porvenir era un viejo, +que, hacía apenas una hora, estaba ebrio.</p> + +<p>¡Voto a!... ¡y qué vergüenza tenía yo!</p> + +<p>Sin embargo, es necesario que le hable:</p> + +<p>—Yolanda...</p> + +<p>No me responde.</p> + +<p>—¿Me tienes miedo?</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>—¿Quieres darme la mano?</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>—¿Dónde está?</p> + +<p>—Aquí.</p> + +<p>Siento una cosa blanca que me roza suavemente. Me apodero de ella, la +tomo, la aprieto.</p> + +<p>¡Pobre criatura! ¡pobre criatura!</p> + +<p>Y de repente, me siento presa... de un «santo ardor» diría, si quisiera +ser patético... En fin, en medio de mi aflicción, encuentro palabras +hermosas, cálidas, para tranquilizarla.</p> + +<p>—Mira, Yolanda—le digo;—tú eres ahora mi mujer. Lo que está hecho, +está hecho, y tú misma lo has querido así. Pero no temas que llegue a +importunarte yo con mis muecas amorosas o con mis exigencias. Tú tienes +en mí un amigo verdadero, un amigo <i>paternal</i>, si esta palabra te +inspira más confianza... porque no pienso disimular que tengo muchos más +años que tú. Si estás afligida y sientes la necesidad de llorar, échate +en mis brazos; en ninguna otra parte podrás descansar más +tranquilamente. Refúgiate siempre en mí... aun cuando te figures que yo +soy el enemigo contra el cual necesitas protección.</p> + +<p>Estaba bien dicho, ¿no es cierto? Era porque la piedad y el buen deseo +me inspiraban.</p> + +<p>—¡Qué pobre diablo era yo! ¡Como si un poco de juventud no valiera mil +veces más que la piedad más tierna!</p> + +<p>Pero el efecto de mis palabras fue tan violento e inesperado que llegué +a asustarme. De repente ella sale de su rincón y me besa locamente a +través de su velo, murmurando entre sollozos:</p> + +<p>—¡Perdóname, perdóname, querido, querido amigo!</p> + +<p>La escena del cenador vuelve de improviso a mis ojos, recuerdo haberme +sentido desconcertado entonces por una frase análoga.</p> + +<p>—Pero ¿qué es—digo,—qué es lo que tengo que perdonarte?</p> + +<p>Ella no responde, se acurruca otra vez en su rincón y ya no vuelve a +despegar los labios... La lluvia ha cesado, pero el viento ruge por +entre las junturas de la portezuela; de pronto, un relámpago... e +instantáneamente un retumbo. Los caballos dan un salto hacia la zanja. +Grito:</p> + +<p>—¡Firmes las riendas, Juan!</p> + +<p>Naturalmente, él no me oye; pero los caballos no se mueven ya, porque +los puños de Juan son de hierro. Nunca he tenido un cochero mejor... El +cañonazo no había sido más que una señal; luego, la cosa es por todas +partes, a la derecha, a la izquierda; no se ven más que techos +incendiados, haces de fuego, torres chispeantes, y el parque se ilumina +con una hermosa claridad verde... En una palabra, mi viejo Ilgenstein se +ha convertido en un verdadero castillo encantado.</p> + +<p>Me estremezco de alegría al pensar que voy a mostrar a Yolanda su nueva +morada bajo una gloria semejante. Y esta alegría se la debo a Lotario, a +mi querido muchacho... Tal vez le debo más todavía, por que la primera +impresión decide a veces de toda una existencia... ella se ha inclinado +hacia la ventanilla, y, al resplandor de los fuegos, veo sus ojos +animados por una curiosidad ávida, ansiosa.</p> + +<p>—Todo esto es tuyo, hija mía—digo, buscando su mano.</p> + +<p>Ella no me escucha; parece enteramente absorta en la belleza del +espectáculo.</p> + +<p>Y en cuando llegamos al patio de entrada, una batahola ensordecedora se +alza a nuestro alrededor; gritos, detonaciones, tambores y trompetas. A +derecha, a izquierda, antorchas, hachones; y vemos rostros ennegrecidos +por el humo, con ojos brillantes y bocas abiertas.</p> + +<p>—¡Hurra! ¡Viva el señor barón! ¡viva la señora baronesa! ¡Hurra!</p> + +<p>—¡Y un pataleo! ¡y una de gorras al aire!... Los bandidos se han vuelto +locos.</p> + +<p>Entonces, pienso: «Ella verá, por lo menos, que no se ha casado con un +hombre malo. Puesto que mis gentes me quieren...» Y, dispuesto a la +emoción, como está uno siempre en circunstancias así, las lágrimas +asoman a mis ojos.</p> + +<p>Cuando el carruaje se detiene, reconozco a Lotario en el grupo que +forman los administradores del dominio. Salto y lo estrecho entre mis +brazos:</p> + +<p>—¡Hijo mío! ¡mi querido hijo!</p> + +<p>Habría querido besarle las manos, en mi agradecimiento.</p> + +<p>Al hacer bajar a mi mujer del landó, veo al idiota del administrador en +jefe que se apronta para echarnos un discurso sobre la lluvia y el +viento.</p> + +<p>—¡En nombre del cielo, Baumann, lo disculpo!—le digo.</p> + +<p>Y llevo derechamente a la casa a mi joven esposa.</p> + +<p>Allí nos esperaban los criados, con el ama de llaves a la cabeza. Hacen +sus reverencias y se ríen solapadamente; pero Yolanda avanza, con los +ojos fijos, por en medio de ellos.</p> + +<p>Entonces me asalta el miedo al pensar en lo que va a pasar.</p> + +<p>«No debería haber dejado que mi hermana se fuese», me digo; y, +dirigiendo a mi alrededor miradas desconsoladas, descubro a Lotario en +la puerta, en vías de irse. Corro a él, le tomo las manos y le digo:</p> + +<p>—No hay que escabullirse ahora. Después de toda esta agitación, vamos a +beber juntos alguna cosa caliente. Consientes, ¿no es verdad?</p> + +<p>Se pone color de púrpura, pero lo llevo adonde está Yolanda, a quien +están sacándole el sombrero y la capa.</p> + +<p>—Ruégale tú también que se quede—le digo; merece bien una taza de te.</p> + +<p>—Se lo ruego—murmura ella sin levantar los ojos.</p> + +<p>El hace un saludo correcto y se retuerce el bigote.</p> + +<p>Después llevo a Yolanda al comedor, a través de los aposentos +brillantemente iluminados. No mira a ninguna parte, y parece no ver +todos los esplendores que se han preparado para ella. Dos o tres veces +vacila y se apoya fuertemente en mi brazo, y otras tantas veces me doy +vuelta yo para ver si, por lo menos, está allí Lotario todavía.</p> + +<p>¡Alabado sea Dios!... está ahí todavía.</p> + +<p>En el comedor bulle el samovar, de acuerdo con las órdenes que di a mi +hermana antes de su partida.</p> + +<p>«Si la mandara buscar—me dije,—un coche al galope a Krakowitz, otro a +Gorowen, y estaría aquí dentro de una hora.»</p> + +<p>Pero no; viejo imbécil como soy, tendría vergüenza de confesar mi +turbación... Y además, ¿no tengo aquí a Lotario, al que puedo recurrir +en mi aflicción?...</p> + +<p>Gracias a Dios, está ahí todavía.</p> + +<p>—Siéntense, muchachos—digo, mientras me esfuerzo por adoptar un tono +desenvuelto.</p> + +<p>Señores, me parece que estoy allí todavía; el mantel blanco, con la fina +porcelana de Sajonia y la vieja vajilla de plata; arriba de nuestras +cabezas, la araña de cobre; y bajo su luz viva, a mi derecha, <i>ella</i>, +pálida, rígida, con ojos entornados de sonámbula; a mi izquierda, <i>él</i>, +con sus cabellos negros y espesos, sus mejillas morenas, su arruga +sombría en la frente y sus miradas fijas en el mantel... Y, como se me +ocurre la idea de que está fastidiado por ser el tercero en una noche de +bodas, y temo que se quiera ir, lo tomo afectuosamente por los dos +hombros y le agradezco el martirio que se ha impuesto por mí.</p> + +<p>—Míralo bien, Yolanda—digo;—porque, como esta noche, muchas otras +veces hemos de estar juntos y hemos de alegrarnos de ello.</p> + +<p>Ella se inclina lentamente y cierra los ojos del todo... ¡Pobre +criatura! ¡pobre criatura!... Y la angustia me corta casi la +respiración.</p> + +<p>Entonces les grito:</p> + +<p>—¡Un poco de alegría, hijos míos! Lotario, cuéntanos, pues, algunas de +tus calaveradas. Vamos, ¿tienes cigarros?... ¿no?... Espera, voy a +traerte.</p> + +<p>Y, turbado siempre, me precipito a la pieza donde tengo mis provisiones +de fumador; me parece que la punta encendida de un cigarro va a mejorar +la situación.</p> + +<p>Pero, al volver, con mi caja debajo del brazo, veo por la puerta que ha +quedado abierta... ¡Ah señores! veo una cosa que me hiela la sangre en +las venas...</p> + +<p>Una vez solamente en mi vida había recibido un golpe parecido. Era +entonces un joven coracero, todavía, y una noche, al entrar en casa, +encuentro un telegrama con estas simples palabras: «Tu padre acaba de +morir.»</p> + +<p>¿Qué fue lo que vi, señores?</p> + +<p>Mis dos jóvenes seguían sentados en sus sillas, tal cómo yo los había +dejado; pero sus miradas aparecían fundidas, por decirlo así, una en la +otra, con una expresión de ardor, de demencia, de desesperación, que yo +no habría creído humanamente posible: eran dos llamas que se lanzaban +una al encuentro de la otra.</p> + +<p>¡Lucido estaba yo! ¿no es cierto?</p> + +<p>Todavía no era ella mi mujer, y ya mi amigo, mi hijo preferido, me +engañaba con ella... El adulterio se instalaba en el hogar antes mismo +que el matrimonio estuviera consumado.</p> + +<p>Todo mi porvenir: una vida de sospechas, de recelos, de tinieblas, de +ridículo, de días sombríos y de noches de insomnio, se desarrolló a mis +ojos, ante aquella sola mirada, como un mapa geográfico.</p> + +<p>¿Qué hacer, señores? Lo más sencillo habría sido tomarla a ella de la +mano y decirle a él:</p> + +<p>—Es tuya, y no tengo ya derechos sobre ella.</p> + +<p>Pero pónganse ustedes en mi lugar. Una mirada es una cosa tan +impalpable, tan imposible de probar... podían negarla, riéndose... Sí... +hasta podría ser también que, en realidad, yo me hubiera equivocado.</p> + +<p>Y, mientras me hacía estas reflexiones, sus miradas seguían mezclándose, +olvidados ambos de todo lo que los rodeaba.</p> + +<p>Y, cuando entré, no bajaron siquiera los párpados, sino que los dos se +volvieron hacia mí, sorprendidos y contrariados; parecían preguntarse: +«¿Por qué nos perturba este viejo, este extraño?»</p> + +<p>Tuve ganas de ponerme a chillar como un animal cuando lo degüellan. Me +dominé, y ofrecí mis cigarros; pero tenía prisa por concluir, empezaba a +verlo todo rojo, y dije a Lotario:</p> + +<p>—Deberías retirarte, hijo mío; ya es hora.</p> + +<p>El se levanta penosamente y me tiende una mano helada; hace a ella, con +los talones juntos, su saludo más militar, y se dirige hacia la puerta. +Entonces oigo un grito, un grito... que me atraviesa hasta la médula de +los huesos... ¿Y qué es lo que veo?</p> + +<p>Mi mujer, mi reciente esposa, se ha echado a los pies de Lotario, lo +retiene por la ropa, gritando:</p> + +<p>—¡No tienes que matarte! ¡no tienes que matarte!</p> + +<p>Ya ven, señores... toda una catástrofe... Durante un segundo, me quedé +como aplastado por el golpe; pero inmediatamente tomé al joven por el +cuello:</p> + +<p>—¡Alto, hijo mío!—dije,—¡basta de farsas!</p> + +<p>Y, asiéndolo siempre por el cuello, lo llevo otra vez a su sitio; +después, cierro las puertas y levanto a mi mujer, que solloza +convulsivamente, tendida sobre el piso. Ella consigue apoderarse de mis +manos y las besa, murmurando entre gemidos:</p> + +<p>—No lo dejes salir. Quiere matarse... quiere matarse...</p> + +<p>—¿Y por qué quieres matarte, hijo mío?—pregunto.—Si tienes sobre ella +derechos más antiguos que los míos ¿por qué no los has hecho valer? ¿Por +qué has engañado a tu mejor amigo?</p> + +<p>El se aprieta la frente con los puños y no dice una palabra.</p> + +<p>La cólera me arrebata al fin, y digo:</p> + +<p>—¡Habla, o te pego como a un perro!</p> + +<p>—¡Pega!—me dice;—lo tengo bien merecido...</p> + +<p>—Merecido o no, vas a responderme.</p> + +<p>Y entonces, en medio de las lágrimas, de los remordimientos, de las +súplicas de ambos, oigo toda la bonita historia.</p> + +<p>Algunos años antes se habían encontrado en el bosque, y desde entonces +se amaban, en silencio y sin esperanza, como conviene a hijos de +familias enemigas.</p> + +<p>Los Montescos y los Capuletos...</p> + +<p>—¿Se habían declarado ustedes su amor?</p> + +<p>—No... pero se habían besado.</p> + +<p>—¡Ah!... ¿y después?</p> + +<p>Después, él se había ido de guarnición a Berlín, y ninguno de los dos +había vuelto a tener noticias del otro; no se atrevían a desafiar el +peligro de escribirse, y, por otra parte, ninguno conocía positivamente +los sentimientos del otro.</p> + +<p>En eso había ocurrido la muerte del viejo Pütz, y habían comenzado mis +tentativas de reconciliación.</p> + +<p>Desde el momento de mi primera aparición en Krakowitz, Yolanda había +formado el proyecto de tomarme por confidente de su amor: esperaba tener +así noticias de Lotario, por mi intermedio. Pero ¡ay! yo había +interpretado mal sus tiernas miradas, y había tomado para mí el papel de +enamorado...</p> + +<p>El acceso de furor de su querido papá le había hecho ver que ya no tenía +nada que esperar; y, en su desolación, había resuelto aprovechar el +único medio de aproximarse, por lo menos, a su amado.</p> + +<p>—No era muy bonito eso, corazón—le digo.</p> + +<p>—¡Sufría tanto lejos de él!—me responde, como si esa explicación +pudiera ser satisfactoria.</p> + +<p>—Perfectamente... no había más que hacer. Pero tú, hijo mío, ¿por qué +no te has acercado a mí y me has dicho: «Tío, yo la amo... ella me +ama... de modo que déjala estar?»</p> + +<p>—Yo no sabía si ella me amaba—responde.</p> + +<p>—¡Cada vez más lindo! Son ustedes dos inocentes; dos corderos... +¡Completamente!... ¿Y cuándo, pues, lo han puesto todo en claro?</p> + +<p>—Esta tarde, mientras tú dormías.</p> + +<p>Y me contaron la cosa: después de la comida, en un solo apretón de +manos, habían sentido todo el horror de su situación, y, no encontrando +otra salida, habían resuelto morir aquella misma noche.</p> + +<p>—¡Cómo! ¿tú también?</p> + +<p>En lugar de responder, ella saca del bolsillo un frasquito de aspecto +enteramente divertido, con su cabeza de muerto sobre el rótulo.</p> + +<p>—¿Qué hay ahí dentro?</p> + +<p>—Ácido prúsico.</p> + +<p>—¡Diantre! ¿Y de dónde lo has sacado?</p> + +<p>Un joven farmacéutico, del que había recibido lecciones de baile, y al +que había trastornado la cabeza, le había hecho una vez ese encantador +regalo...</p> + +<p>—¿Y te ibas a beber eso, perra?</p> + +<p>Ella me miró con sus grandes ojos resueltos e inclinó dos o tres veces +la cabeza... Comprendí muy bien, y sentí un calofrío... ¡por un poco +más, aquélla habría sido una linda noche de bodas!</p> + +<p>—Pero ahora, ¿qué voy a hacer yo con ustedes dos?</p> + +<p>—¡Sálvanos!... ¡ayúdanos!... ¡ten piedad de nosotros!</p> + +<p>Se han arrojado a mis pies y me lamen las manos. Ahora bien: como +ustedes saben, señores, yo soy un buen muchacho; esa es mi profesión... +Encontré, pues, un medio de anular cuanto antes mi matrimonio frustrado.</p> + +<p>Juan recibió orden de enganchar; y, un cuarto de hora más tarde, llevaba +a mi desposada de doce horas a Gorowen, al lado de mi hermana, bajo la +égida de quien debía permanecer hasta que el divorcio hubiera sido +concedido; por nada del mundo quería volver ella a la casa de su +padre...</p> + +<p>Lotario me preguntó con toda candidez si no podía acompañarnos.</p> + +<p>—¡Lárgate de aquí cuanto antes, mocoso!—le dije.</p> + +<p>Sé mostrarme severo cuando es menester, señores...</p> + +<p>Cuando volví a casa, el reloj marcaba las cinco... Ya no podía más de +cansancio; las piernas se me entraban en el cuerpo.</p> + +<p>Todo estaba en silencio. Antes de partir, había mandado a mi gente que +se acostara. Al atravesar el vestíbulo, donde ardían las luces todavía, +vi una puerta rodeada de guirnaldas. Daba al famoso dormitorio cuya +entrada me había prohibido mi hermana, a fin de que tuviera una gran +sorpresa el día de mis bodas.</p> + +<p>Abrí por curiosidad, y mis miradas se hundieron en una verdadera capilla +ardiente, de la que se desprendían perfumes desconocidos... Colgaduras +por todas partes, alfombras... una lámpara de iglesia pendía del cielo +raso... y, allá, en el fondo, sobre un estrado, se alzaba una especie de +catafalco, con adornos dorados y un cubrepiés de seda...</p> + +<p>¿Y allí dentro era donde habría tenido que dormir yo?</p> + +<p>¡Brrr!... hice, cerrando la puerta y escapando tan rápidamente como me +lo permitían mis cansadas piernas.</p> + +<p>Y, una vez en mi aposento encendí mi buena y hermosa lámpara de trabajo, +que me sonreía como el sol.</p> + +<p>Ahí estaba, arrimada contra la pared, mi vieja cama estrecha, con sus +montantes rojos, su jergón gris y su piel de ciervo raída... ¡Ah +señores! ¡qué consuelo sentí al verla!</p> + +<p>Me quité las ropas, tomé un buen cigarro... Me metí entre las +cobijas... y me puse a leer un capítulo apasionante de la guerra +francoalemana...</p> + +<p>Y puedo asegurar a ustedes, señores, que nunca en mi vida he dormido +mejor que en mi noche de bodas.</p> + +<p class="c top5">FIN</p> +<hr class="top15" /> +<table summary="obras" +cellspacing="3" +cellpadding="0"> +<tr><td class="lrg" colspan="3" align="center">NOVELAS DEL MISMO AUTOR</td></tr> + +<tr><td colspan="3" align="center">PUBLICADAS EN LA BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN»</td></tr> + +<tr><td align="left">El Deseo</td><td>Vol.</td><td align="left">80</td></tr> + +<tr><td align="left">El Pasado indestructible</td><td>»</td><td align="left">220 y 221</td></tr> +</table> + + +<hr class="full" /> + + + + + + + +<pre> + + + + + +End of the Project Gutenberg EBook of El molino silencioso; Las bodas de +Yolanda, by Hermann Sudermann + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL MOLINO SILENCIOSO *** + +***** This file should be named 29511-h.htm or 29511-h.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + https://www.gutenberg.org/2/9/5/1/29511/ + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at https://www.pgdp.net + + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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Email contact links and up to date contact +information can be found at the Foundation's web site and official +page at https://pglaf.org + +For additional contact information: + Dr. Gregory B. Newby + Chief Executive and Director + gbnewby@pglaf.org + + +Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg +Literary Archive Foundation + +Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide +spread public support and donations to carry out its mission of +increasing the number of public domain and licensed works that can be +freely distributed in machine readable form accessible by the widest +array of equipment including outdated equipment. Many small donations +($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt +status with the IRS. + +The Foundation is committed to complying with the laws regulating +charities and charitable donations in all 50 states of the United +States. Compliance requirements are not uniform and it takes a +considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up +with these requirements. We do not solicit donations in locations +where we have not received written confirmation of compliance. To +SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any +particular state visit https://pglaf.org + +While we cannot and do not solicit contributions from states where we +have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition +against accepting unsolicited donations from donors in such states who +approach us with offers to donate. + +International donations are gratefully accepted, but we cannot make +any statements concerning tax treatment of donations received from +outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. + +Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation +methods and addresses. Donations are accepted in a number of other +ways including including checks, online payments and credit card +donations. To donate, please visit: https://pglaf.org/donate + + +Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic +works. + +Professor Michael S. Hart was the originator of the Project Gutenberg-tm +concept of a library of electronic works that could be freely shared +with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project +Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. + + +Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed +editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. +unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily +keep eBooks in compliance with any particular paper edition. + + +Most people start at our Web site which has the main PG search facility: + + https://www.gutenberg.org + +This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, +including how to make donations to the Project Gutenberg Literary +Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to +subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. + + +</pre> + +</body> +</html> diff --git a/29511-h/images/001.png b/29511-h/images/001.png Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..64fa75a --- /dev/null +++ b/29511-h/images/001.png diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. 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